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Full text of "[Teatro]"

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mi 


PRESENTED  TO 

THE    LIBRARY 

BY 
PROFESSOR  MILTON  A.  BUCHANAN 

OF  THE 

DEPARTMENT  OF  ITALIAX  AND  SPANISH 

1906-1946 


Á  -.i 


I  7    . 


FEA  Y  CON  GRACIA 


Esta  obra  es  propi-edad  de  sus  autoras,  y  nadie  po- 
drá, sin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla 
en  España  ni  en  los  países  con  los  cuales  so  hayan 
celebrado  ó  se  celebren  en  adelante  tratados  interna- 
cionales de  propiedad  literaria. 

Los  autores  se  reservan  el  derecho  íe  traducción. 

Los  comisionados  y  representantes  de  la  Sociedad 
de  Autores  Españoles  son  los  encargados  exclusivamente 
ae  conceder  ó  negar  el  permiso  de  representación  y 
del  cobro  de  los  derechos  de  propiedad. 

Queda  hecfao  el  depósito  que  marca  la  ley. 


SERAFÍN  X  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


"Fea  V  eon  gracia 


ENXREiVIES 


CON  MUSiCA  DEL  MAESTRO 


JOAQUÍN    TURINA 


'^•^^1^^ 


.<^ 


SOCIEDAD  DE  AUTORES  ESPAÑOLES 
Núñez  de  Balboa,  12; 

1©05 


FEA  Y  CON  GRACIA 


EíSJTREIVieS 


SERAFÍN  Y  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


con  música  del  maestro 


JOAQUÍN   TURINA 


Estrenado  en  el  TEATRO  MODERNO  el  3  de  Mayo  de  1906 


*- 


MADRID 

B,  7BL,A8CO,  IMP.     UABQDÍS  DE  S4KTA  ANA,   U  OÜP 

To'.iíono  número  551 
1905 


Jl  JSorefo  forado 

ji'Lódia.tó  de  luiuteióu  cL>iÍt¿iiea,  de  laieu- 
tó  u  de  a>taeia. 


\.ció  Clíuióieó. 


REPARTO 


PERSONAJES 


ACTORES 


PEPILLA  LA  FEA ¿uta.  Pk a.do. 

CARMEN  LA  BONITA Feanco. 

LEONOR LÓPEZ. 

REMEDIOS .  Martín. 

ASUNCIÓN N.  N. 

MARÍA N.  N 

FERNANDO bK.       Chicote: 

MANOLO Soler. 

JUAN Llaneza. 

CHIRIBITAS Castro. 

ISIDORO PONZANO. 

JOSÉ  MARÍA Jarillo. 


-  .■d'^,,^l^^bt,  .f"^ 


'ijSi  II  íg;  II  aj6  II  >$;  II  a  II  «1 II  áS  II  •*  II  «5 II  •«)  II  c«fe  II  áJ  II  ^  II  íJ^JI  íÍ*  ll<*  ;i  *  II  <*  I 


FEA  Y  CON  GRACIA 


Habitación  en  casa  «le  José    María,  eu    Sevilla.  Una  puerta  al  foro  y 
una  ventana  enrejada  á  la  izquierda  del  actor.  Muebles  modestos. 
Es  de  noche.  Luces  de  petróleo. 


ESCENA  PRIMERA 


CARMEN    LA    BONITAS,  LEONOR,  REMEDIOS,    JUAN,    MANOLO   y 
CHIRIBITAS;  luego  JOSÉ  MARÍA 

(Todos  los  personajes  visten  á  lo  popular  y  están  de  fiesta.   Al  levan- 
tarse el  telón,  Leonor  canta  un  tango.  Remedios,   al  final,  lo  baila.) 

Música 

Leonor       Macarenita  de  mala  suerte, 

no  hny  ningún  hombre  que  varga  un  cuarto, 
ni  ee  merese  ninguno  de  eyos 
que  tus  ojitos  abrase  er  yanto. 

No  yores  porque  se  ha  ido: 

pídele  á  Dios  si  no  güerve, 

que  le  nazcan  en  la  cama 

peinesiyos  de  arfileres. 
Contigo 

me  voy  ar  moro,  serrano, 

si  tú  te  vienes  conmigo. 


Juan  i  Arrancándose  esiiontáneamente.  ) 

Morena, 
sólo  con  que  tú  me  mires 
no  hay  pa  mí  en  er  mundo  pena. 


(Siguen  todos  el  compás  eon  las  palmas,  y  acaba  Ke- 
medios  de  bailar  entre  ¡oles!  y  gritos  de  entusiasmo. 
Cesa  la  música.) 


Chir.  ¡Ole,  ole! 

Man.  j Baila  usté  mejó  que  mi  ca3'el 

Juan  ¡Hombre,  qué  salín! 

Man.  Usté  no  sal>e  cómo  baila  mi   caye  los  sába- 

dos. (Mamando  á  José  María,  «jue  cruza  por  el  foro.) 
¡Pepe! 

J.  M\\<  .  (Asomándose  á  la  puerta.)  Me  yamo.  ¿Qué?  ¿NoS 

divertimoí-'? 

Man.  Bautiío  como  este  no  lo  ha  iiabío  nunca. 

J.  ]M\R .       ¡Como  que  en  ca  habitasión  tengo  una  fiesta! 

Man.  ¡Ajolá  le  nazca  á  usté  un  niño  toas  las  se- 

manas! 

J.  Mar.       ¡Hombre,  no! 

M-vN.  ¡Aunque  no  sea  de  ust  !  ¡Si  es  pa  que  se  re- 

pita er  bautiso! 

J.  Mar.  De  toas  maneras.  No  gasta  esas  bromas. 
Hasta  luego. 

Man  .  Adió^. 


ESCENA  II 

DICHOS,  menos  JÓSE  MARÍA 

Leonor        Vamos  á  vé:  que   no  nos  enfriemos.  ¿Usté, 
Carmelita,  no  canta? 

C\R.  (Que    es   tan   sosa   como    bonita.)    ¿Y  yO  que  VÍ  á 

canta? 
Leonor       Malagueñas,  tangos,  soleares... 
Juan  ¡Lo  que  usté  sepa! 

Car.  ¿y  yo  que  vi  á  sabe? 

Leonor       Pos  si  no  sabe  usté  canta,  baile  usté  argo; 

que  no  fartará  quien  la  acompañe. 
Car.  ¿y  yo  que  vi  á  baila? 


—  9 


Leonok 

Car. 

Car. 
Leonor 
Car. 
Leonor 


Juan 
Leonor 
Man. 
Leonor 


Lo  que  haya  usté  bailao  otras  veses.  Y  si  no, 

toque  usté.  La  cuestión  es  anima  esto. 

¿Y  yo  que  vi  á  toca? 

Toque  usté  cuarquier  cosa  que  le  gugte, 

¿Y  á  mí  qué  va  á  gustarme? 

Ah,  ¿no? 

^i  yo  soy  mu  sosa. 

Ya  lo  estamos  viendo.  (Reparando  en  Pepilla,  que 
pasa  por  el  foro,   y  levantándose  á  llamarla.)    |PtípÍ- 

y:i!  ¡I^epiya! 
¿Quién  es,  la  Fea? 
«í. 
Tráela. 

Esa  sí  que    tiene   salero.    (Se  va  por  el  foro  lla- 
mándola.) ¡Pev)iya! 


ESCENA  III 


DICHOS,  menos  LEOXOR;  después  LEONOR  y  PEPILLA 


Man. 


Rem. 
Juan 


Pep. 


Man. 

Juan 
Pep. 


Leonor 

Pep. 
Leonor 
Man  . 

}'EP. 


A  mí  es  una  mu  jé  que  me  hase  reí.  (Asomán- 
dose á  la  puerta.)  Pepiya,  ven  acá;  que  tos  so- 
mus  amigos. 

Verdá  que  sí:  pocos,  pero  bien  avenios. 
Aquí  ar  lao  no  se  pué  para:  3^0  he  tenio  que 
salirme.  Se  iian  metió  tres  patosos  echándo- 
selas de  que  están  sembraos,  que  no  hay 
quien  los  resista. 

(Por  el  foro,  con  Leonor.  Es  de  un  feo  gracioso.)  QuG 

coste  que  canto   las  solearen — 'güeñas  no- 
ches— si  la  guitarra  está  ya  templa. 
¿Pos  no  va  a  está  templa? 
¡Y  esperándote! 

Lo  digo  porque  en  er  patio  hay  un  tocaó 
que  ya  ha  echao  dos  canas  templando.  Yo 
se  las  he  visto  salí. 

At^uí  nos  lo  encontramos  to  hecho.  Sién- 
tate. 
Ya  está. 

A  vé  esas  soleare?. 
Pero  canta  las  tuyas,  ¿eh? 
Claro.  Pa  argo  son  mias.  Anda  tú  también, 
Juaniyo;  que  se  arme  tiroteo.  Vamos  aya. 


10 


Música 


Juan  La  raare  que  te  parió 

se  raerese  que  la  veas 
puesta  en  el  arta  iwayó. 

ChiR.  ¡Ole!  ^lE-teV...  (silba  en  son  de  elogio.) 

PeP.  (cantando  cou  mucho    sentimiento   los    dos    primeros 

versos  nada  más,  y  rematando  luego  la  copla  con  una 

salida  de  tono,  hablada.) 

En  er  sementerio  entré 
dando  voses  como  loca... 
y  me  dijo  er  sepulturero:   á  la  caye  ahora 
mismo,  que  esto  no  es  ningún  café  cantan- 
te. (Risas.) 
Rem.  ¡Av,  qué  güeno! 

Juan  ¡Miste  que  la  ocurreneia! 

Man.  ¡E<  mucha  PepÍ3'a! 

Leonor       Y  que  lo  saca  de  su  cabesa,  no  de  ningún 

libro. 
Juan  Venga  grasia  para  mí: 

la  grasia  manda  en  er  mundo; 
la  grasia  no  tiene  fin. 
Chir.  ¡Bien  por  mi  tocayo!  ¿Este?...  (vueive  á  silbar.) 

Pep.  Er  pobresito  e  mi  pare 

es  un  viejo  esgrasiaíto... 
que  se   emborracha  tos  los  lunes,  porque 
ea  sapatero,  ¡y  nos  pega  ca  palica  á  mi  mare 
y  á  mi!... 

(Nuevas  risas.) 

Juan  ¡Grasiosa! 

Man.  Es  cosa  e compra  á  esta  mujé. 

Car.  (Hicndose  desentonadamente.)  ¡Ja^  ja,  ja! 

I'ep.  ííQué  ha  sio? 

Car.  Na:  yo. 

Pep.  Ah. 

Juan  Vente  conmigo,  morena, 

que  te  pagaré  en  cariño 

lo  que  faite  en  la  alasena. 
Chir.  ¡Ole! 

Pep.  (Remedándolo.)  ¿Este'?...  (Silba.) 

Chir.  Anda  tú,  simpática. 

Leonor       Anda  tú. 

Plp.  Dile  ar  sacristán  que  doble, 

que  ponga  cortinas  negras... 


—  11  — 

y  ya,  verás  tú  cómo  no  te  hase  caso,  por  ]ue 
el  hombre  iio  está  pa  lo  que  ca  uno  quiea 
mandarle,  (se  repiten  las  risas )  lía,  ahora  escu- 
cha una  en  serio,  y  se  aca')ó  lo  que  se  daba. 

Solo  porque  me  quisieras, 

quisiera  sé  máí  bonita 

qne  ks  rosas  terapia nera=. 

(Palmas,  oles  y  gritos  de  alegría.  Cesa  la  música.) 


Man.  Anímate  tú,  Chiribiti?'. 

Chir.  Yo  estoy  ya  borrao.  No  me  quean  más  que 

orejas  pa  oí. 

Pep.  ¿S  il)e¡s  quién  canta  como  un  griyo  rea? 

Le  )NOR  ¿Quién? 

Pep.  ¿se  larguirucho  que  tiene  en  la  nariz   una 

quemain-a. 

Rem.  ¿Kse  tan  feo? 

Pep.  Ese  mismo.  ¿Por  qué  no  vais  por  é? 

Chik.  Yo  lo  conozco. 

Pep.  Pos  anda. 

CirtR.  (a  Mauoio.)  Acompáñame  tú. 

Man.  EiíTia  pi  alante  ya.  Ar  momento  gorvemos. 

(Se  van  los  dos.) 

Leon'or  (a  Hemedios.)  ¿Vamos  nosotras  por  tu  herma- 
na y  p  >r  Asunsión,  pa  baila  unas  seviyanas 
las  cuatro? 

Pep.  Bien  pensao.  No  dejarlo  pa  luego. 

Rem  Por  mí  (pie  no  quede. 

Leonor  And^iuditO.  (Se  van  también  las  dos.) 

Juan  Con  eso  me  dais  tiempo  á  mí  pa  que  tome 

otra  copa  dos  cuartos  más  aya;  que  yevo 
veintitrés...  y  me  cargan  los  nones,  (vase.) 


ESCENA  IV 

PEPILLA  LA  FE.\  y  CARMEN  LA  BONITA 

Pep.  Ni  yo  conozco  ar  larguirucho,  ni  sé  cómo 

canta,  ni  me  importa  saberlo,  ;.-e  entera 
usté?  Lo  que  yo  quería  era  que  me  dejaran 
tranquila  un  rato.  (.=e  .sienta.) 


12  — 

Car.  ¡Ja! 

Pep.  Oea  usté  que  ya  no  tengo  cuerpo  esta  no- 

che. He  cantao  más  que  una  sigarra. 

Car,  i-Ja! 

Pep.  ¡Jesús,  qué  baruyol   Y  to,  porque  ha  nasío 

un  niño  que  paese  una  nuez. 

Car.  ¡Ja! 

Pep.  Conao  no  se  enmiende  en  er  tlesarroyo,  lo 

cascan  pa  postre. 

Car.  ¡Ja! 

Pep.  (Pero,  ¿esto  es  una  mujé  ó  es  un   pájaro?) 

(Pausa.) 

Car.  ¿Ha  visto  usté  qué  caló  hase? 

Pep.  (Pemcfiámioirt.)  ¡Jal  ¿Quié  usté  mi  abanico? 

Car.  Grasias^:  tengo  yo  uno.  (se  levanta.)  Místelo. 

Estaba  sentá  ensima  de  é. 

Pep.  Ah,  vamos...  Se  conose...    Yo  er  caló  lo  ten- 

go en  la  cara. 

Car.  ¡Ja! 

Pep.  ¡Ja!  (Se  abanican  las  dos.) 


ESCENA    V 

DICHO?,  FERNANDO  é  ISIDORO 

(Aparecen  los  dos  en  la  puerta,  algo  alegrillos,  y  se  detienen  en  ella 
disputando.) 

Fer.  Aquí  hay  golondrinas.  Te  digo  yo  á  tí  que 

saco  novia  en  er  bautiso. 

IsiD.  ¡Qué  pesao  te  pones  en  cuanto  lo  pruebasl 

Fer.  No  tengo  otra  cosa  que  hasé,  y  saco  novia 

en  er  bautiso. 

IsiD.  iTe  pones  argo  pesao  en   cnanto  lo  pruebasl 

Fer.  ¡8i  casi  no  he  bebió  tres  copas,   hombre! 

¡Pero  saco  novia  en  er  bauti.^o! 

IsiD.  ¡Miá  que  te  pones  pesao  en  cuanto  lo  prue- 

basl 

Fer,  ¡Güeno,   pos   déjame  en  paz,  si  no  quiéfe 

aguantarme!  ¡Yo  saco  novia  en  er  bautiso! 

IsiD.  ¡Y  yo  te  dejo!   ¡Pero  te  pones  mu  pesao  en 

cuanto  io  pruebas!  (se  va.) 


13  — 


Fer.  ¡Adió?,  plumu!...   Es  simpático,  y  güen  ami- 

go... }' sabe  gastarse  sinco  duros...  ¡pero  se 
pone  mu  pesao  en  cuanto  lo  prueba! 


ESCENA  VI 

PEPILLA  LA  FEA,  CARMEN  LA  BONITA  y  FERNANDO 

Fer.  (Fijándose  en  las  dos   muchachas,  que    están  sentadas 

de  espaldas  á  la-  puerta,  una  á  la    derecha  del  actor  y 

á  la  izquierda  otra.)  Pué  que  esté  aqui  mí  suer- 
te... ¡Porque  yo  saco  novia  en  er  bautisol 
¿Con  cuar  me  encaro  de  las  do^?...  Sin  ?abe 
por  qué,  así  por  la  esparda,  paese  que  tira 
más  esta  de  la  derecha...  V'amos  aya...  (?aiu- 
dando  á  Pepiíia.)  Güenas  noches,  niña. 

Pep.  (volviendo  la  cara.)  Güi^nas  nOcheS. 

Fer.  (separándose,  desagradablemente  sorprendido.)    (¡Cá- 

mara qué  sustir! ..  ¡.Je.-iís!) 

Pe?.  (Por  er  sarto  que  ha  dao  le  he  debió  de  pa- 

resé  una  miniatura.) 

Fer.  (El  eferto  del  amoniaco  me  ha  hecho...  Va- 

mos á  ve  la  otra.)  (í-'e  vuelve  hacia  ella  y  se  que- 
da, encantado  mirándola.)  (¡Ole!  Mentira  paese 
que  en  un  parmo  e  terreno  haya  una  arca- 
chofa  y  un  clavé.  ¡Vaya  colores,  vaya  ojos, 
vaya  boca,  vaya  hechuras,  vaya!...  ¡Vaya, 
hombre,  vayti!  ¡Que  saco  novia  en  er  bauti- 
Bü!^  (se  dirige  á  Carmen.)  Niña,  por  Una  de  esas 
caPuaUdades  que  se  dan,  ¿es  usté  la  que  se 
ha  calo  der  sielo  hoy  pnr  Ja  mañana? 

Car.  Ay,  ¿der  sielo? 

Fer.  Pos  si  no  es  der  sielo,  ¿de  dónde  se  ha  podio 

usté  cae  ccn  esa  cara  tin  presiosit?... 

Pep.  (Eya  de  un  nío  y  tú  de  otro.)  (observa  la  esce- 

na con  maliciosa  burla  y  gozándose  en  el  chasco  de 
Fernando  ) 

Fer.  ¿Con  esa  cara,  que  es  er  luserito  e  la  tarde? 

Car.  Se  ha  fijao  usté  en  la  cara. 

Fer.  Natura:  en  cuanto  la  he  visto. 

Car.  Ay,  en  cuanto  la  ha  visto. 

Pep.  (¡Con  qué  grasia  le  ha  contestao!) 

Fer.  ¿Está  usté  triste? 


—  14  — 

Car.  Ay,  j'O  triste. 

Fer.  Eso  pregunto;  que  si  está  usté  triste. 

Car.  Ay,  qne  si  estoy  triste. 

Fer.  Si.  Me  había  qiierío  párese  que  andaba  usté 

preocnpaíya. 
Car.  Ay,  preocupaÍ3'a. 

Fer.  ¿Qué?  ¿No  anda  usté  preocupaíya? 

C*R.  A  y,  preocu[jaíya. 

Pep.  (¡Sopas  de  macarrones  vas  ásudá!) 

Fer.  o  será  que  yo  no  sé  lee  en  unos  ojos  tan 

bonitos. 
Car.  Se  ha  fijao  usté  en  los  ojos. 

Fer.  o  que  e?a  boca  de  cora  no  quié  desirrae  á 

mí  lo  que  sabe. 
Car.  Se  ha  fijao  usté  en  la  boca. 

Fer.  En  la  boca,  que  cuando  se  ríe,   enseña  dos 

hileras  e  dientes  como  pa  dejarse  mordé. 
Car.  Se  ha  fijao  u*té  en  los  dientes. 

(Pepilla  se  esfuerza  en  aguantar  la  risa.  Feriiaudo  la 
mira  mosqueado.  Pausa.  Pepilla  desahoga  la  risa  tras 
el  abanico.  Fernando  vuelve  á  mirarla.) 

Fer.  (Rompiendo  á  sudar.)  ¿Usté  68  de  cste  barño, 

paloma? 

Car.  Ay,  paloma. 

Fer.  ¿Ks  ubté  de  este  barrio? 

Car.  Sí. 

Fer.  Ya  desía   yo...  ¿A  que  se  yama  usté  Con- 

suelo? 

Car.  No. 

Fer.  ¿Cómo  se  yama  usté  entonses,  si  pué  sa- 

berse? 

Car.  Carmen. 

Fer.  ¡Carmen!  Er  nombre  más  bonito. 

Car.  Se  ha  fijao  usté  en  er  nombre. 

Fer.  Me  he  íijao  en  er  nombre...  me  he  fijao  en 

er  nombre...  (sopia  sofocado.)  Hase  caló... 

Car.  Hase  caló...  (pausa.) 

Pep.  (Lo  que  es   ya,    como   no   le   ofrezcas    un 

puro...) 

(Nueva  pausa.  Carmen  está  en  Babia.  Fernando  suda, 
y  mira  á  la  otra  que  ríe  nerviosamente  queriendo  en 
vano  reprimirse.) 

Car.  (Levantándose.)  A  y,  yo  ví  á  bebé  una  poquiya 

e  agua. 


—  15  — 


Fer  Mejó  será  que  tome  usté  una  gaseosa. 

Car.  Ay,  una  gaseosa,  (se  va) 

Fer.  Sienta  mu  bien  pa  la  asaura.  ¡Vayan  con 

Dios  las  salinas  e  Cádiz!  :Carav  con  la  niña! 


ESCENA  VII 

PRPILLA  LA  FEA    y  FERNANDO 
Fer  (a  Pepilla,  que  se  ríe  de  él  con  no  bastante  disimulo.) 

¿Qiiié  usté  haserme  er  favo  de  no   reirse 

tanto? 
Pep.  ^^imitaudo  á  la  otra.)  Se  ha  fijao  usté  CU  la  rísa. 

Fek  Ah,  ¿pero  es  piforreof 

Pep.  (lo  mismo.)  Ay,  pitorreo. 

Fer.  (l)ispueíto  á  marcharse  para  cortar  la   burla.)   Vaya, 

niña,  que  usté  se  alivie. 
Pep.  Cuidao  con  ese  clavo,  que  to  er  mundo  tro- 

pie.^a  en  é. 

Fer.  (Deteniéndose  eu  la  misma  puerta  y  mirando  al  suelo.) 

¿Qué  clavo? 
Pep.  (con  sorna.)  Me  he  confundió.  Es  en  la  habi- 

tasión  de  junto. 

Fer  (Un  tanto  corrido  j  picado  por  el      camela,,    que,  sin 

perdón,    asi    se    llama.)    ¡GüeilO    está,    hombre, 

güeno  estál...  Se  ha  querío  usté  divertí  con- 
migo. 

Pep.  Sí,  señó. 

Fer.  Pos  na  más  que  por  eso  ya  no  me  voy  de 

aquí. 

Pep.  Me  iré  yo  entonses.  (se  levauta.) 

Fer.  ¿Por  qué? 

Pep.  Porque  á  la  fuersa  no  quieo  yo  que  esté  na- 

die á  mi  lao.  Y  usté,  por  su  volunta,  ya  to- 
maba er  portante. 

Fer.  Es  que  tíunbién  me  queo  por  mi  volunta. 

Pep.  Si  to  ha  sío  una  broma.  Me  voy,  porque  es 

tarde  pa  mí,  y  me  estarán  esperando  en  mi 

casa,  (señalando  á  la  pared  á  que  dé  la  espalda  Fer- 
nando.) Son  ya  las  dose  y  media. 

FkR.  ¿Las  ¿lose  y  media?  (volviéndose  y  buscando  inú- 

tilmente el  reloj.)  ¿Dónde  esiáer  reló? 
Pep.  En  el  Ayuntamiento. 


—   16  — 

Per.  (Tragando  saliva.)  ¿AIi,  SÍ?...  (.;Otro  gorpcsito? 

Pep.  Otro.  La  vía  hay  que  pasarla  á  tragos. 

Fer.  Güeno,  pos  no  se  vaya  usté. 

I'ep.  ¿y  no  le  dará  á  usté  mieo  de  verse  aquí  tan 

solo  conmigo? 

Fer.  Quisa  no  me  dé  mieo. 

Pep.  Soy  tan  fea,  que  asusto.  A  usté  lo  asusté 

cuando  entró. 

Fer.  ¿a  mí? 

Pep.  a  usté.  ¡Pegó  usté  un  respingo!...  Y,  la  ver- 

dá,  yo  no  escogí  esta  cara...  Le  salió  asín  á 
mi  papá,  y  no  era  cosa  de  reñirle  luego. 

Fer.  (Riéncicse  )  Grasia  sí  tiene  usté. 

Pep.  To  no  iba  á  fartarme.  Las  cosas  güeñas  es- 

tán luás  repartÍHS  de  lo  que  ¡:arese. 

Fer.  Verdá  que  hí,  niña. 

Pep.  (Su.spirando.)  ¡,Ay!...    (Se  sienta  y  se  abanica.  Pausa.) 

Fer  ¿Me  deja  usté  que  me  siente  á  su  lao? 

Pep.  ¡Si,  señó;  pero  coja  usté  otra  siya,  que  esa 

está  rota. 
Fek.  ¡Vamos  aya!...  ¿Quié  usté  darme  er  terser 

gorpe.^ito?...  Tonto  soy,  pero  tres  veses  no 

me  caigo.  (Se  sienta  en  la  silla  indicada  por  Pepilla 
la  Fea  qnc,  efectivamente,  está  rota,  y  da  en  el  suelo 
con  su  cuerpo.)  ¡A}''! 

Pep.  (Riéndose.)  ¿No  le  dije  á  usté  que  cogiera  otra 

siya? 
Fer.  ¡Como   se    está   usté   di  virtiendo   conmigo 

desde  que  yegué!. . 
Pep.  y  lo  que  quea. 

rER.  (sentándose   a   su  lado  en   otra  silla,  después   de  pro- 

barla.) ¿Quea  mucho? 

Pep.  Hasta  que  usté  se  canse.  Es  la  vengansa  que 

yo  tomo.  Me  río  de  to  er  mundo  ¿No  ve 
usté  que  to  er  mundo  se  ríe  de  mí  por  la 
cara  que  tengo? 

Fer  Por  la  grasia  digo  yo  que  eerá.   A  media 

que  se  habla  con  usté,  va  usté  mandando, 
niña. 

Pep.  ¡Manda  yo!...  Tenía  yo  que  sé  tan  inosente 

como  usté  pa  creerme  eso. 

Fer.  ¿Quié  usté  dejarme  á  mí  en  pá  un  ratito? 

Pep.  Güeno. 

Fer.  Forma  le  digo  á  usté  que  el  homy)re  que  le 


—  17  — 

hable  dos  minutos  y  no  vea  que  es  usté  una 
persona  e  mérito,  y  uo  se  ría  con  er  salero 
que  usté  tiene,  es  porque  lo  han  armidonao. 

Pep.  ¿De  veras? 

Fer.  De  veras.  Y  er  que  se  ría  de  otra  cosa... 

ese...  ese  ni  es  hombre,  ni  se  viste  e  limpio, 
ni  pué  di  á  ningún  lao,  ni  vale  dos  pételas, 
fc^obre  que  no  hay  en  to  er  bautiso  esta  no- 
che quien  se  ría  de  usté  estando  yo  pre- 
sente. 

Pep.  Porque  se  lo  come  usté,  ¿no  es  verdá? 

Fer.  Es  posible. 

Pep.  ¡Jesús,  qué  fiera! 

Fer.  ¿Ahora  es  usté  la  que  se  asusta? 

Pep.  ¿Vo?  ¿De  qué?  ¿De  las  fieras?  ¡Ca,  hombre! 

Estoy  acostumbra.  |En  mi  casa  soy  yo  la 
más  bonita,  conque  usté  carcule!  Un  día  fui- 
mos á  retratai-nos  en  grupo  mi  papá,  mis 
dos  tíos,  mi  madrasta,  mis  hermanos  y  yo, 
y  nos  dijo  er  fotógrafo  que  uno  á  uno  sí  se 
atrevía,  pero  que  á  tos  juntos  no  se  determi- 
naba. 

Fer.  ¡  la,  ja,  ja! 

Pep.  Oif.a  u^té:  al  espejo  de  mi  madrasta  le  pasó 

lo  que  ar  de  la  copla. 

Fer  ¿Er  qué? 

Pep.  Q'ie  se  le  fué  el  asogue  por  no  verla. 

Fer.  «¡Vamos  aya!...   ¡Bendita  sea  la  hora  en  que 

biso  Dios  que  entrase  yo  por  esa  puerta! 

Pep.  S.'^ss...  ssss...  ssss...  que  no  me  lo  creo. 

Fer.  ¿Vle  pongo  en  cruz? 

Pep.  Va  usté  á  está  mu  incómodo. 

Fer.  a  su  lao  de  usté,  ¿qué  m.e  importa? 

Pep.  Que  no  me  lo  creo. 

Fer  Miste  que  lo  juro:  que  me  hinco  de  roiyas. 

I^EP.  Tenga  usté  mucho  cuidao  con  lo  que  base. 

Fer.  ^Por  qué? 

Pep.  Porque  lo  pué  sorprende  mi  novio. 

Fer.  ¿Su  novio?  ¿Pero  usté  tiene  novio? 

Pep.  ¡y  ms  lo  pregunta  usté  como  una  cosa  rara! 

Fkr.  Como  una  cosa  que  yo  sentiría. 

Pep.  ¡Menos! 

Ker.  ¿De  formalidá  tiene  usté  novio? 

Pep.  De  formalidá.  Y  hay  que  verle  la  cara,  Hase 

2 


—  18  — 

juego  conmigo,  en  peo.  Un  fenómeno  er  po- 
bresito.  Cuando  van  niños  en  er  tranvía  no 
lo  dejan  subirse. 

Fer.  ¡Ab!' 

Pep.  ¡Ah!  Se  tranquilisa  usté,  ¿no  es  eso? 

Fer.  Eso:  justamente. 

Pep.  ¿Quié   usté    una   poquiya    de   agua   pa   er 

susto? 

Fer.  ¿Quié  usté  no  burhirse  tanto  de  mí? 

Pep  ¿y  usté  de  mi,  con  toas  e-as  cosas  que  nce 

eetá  disiendo  [¡a  que  me  las  crea?  (se  ie%'atita.) 

Fer  ¿f'ero  se  piensa  usté  que  son  nieutiía?  ¿Ten- 

go 3'^o  cara  de  engaña  á  nadie'? 

Pep,  Ar  presente,  quisa  me  esté  usté  bablando 

una  mijiya  convensío.  Ya  ve  usté  si  soy 
franca.  Pero  sale  usté  abí  fuera,  le  da  un 
poco  el  aire,  se  refresca,  ve  usté  unos  ojos 
bonitos,  aeules.  ó  verdes,  ó  negros,  ve  usté 
una  cara  e  rosa,  ve  usté  una  bnca  de  piñón 
que  se  ríe  que  da  gloria,  ve  usté  una  mata  e 
pelo  enrisao  con  dos  flores  ayí  dormías  de 
gusto,  ve  usté  un  cuerpo  de  esos  que  se  sim- 
brean,  ve  usté  unos  pies  cbiquinitivos,  ve 
usté  unas  manos  como  dos  p;dijMiitas,..  ve 
usté...to  lo  que  á  mí  me  farta,pa  acabí  pron- 
to, V  no  se  güerve  usté  á  acordá  de  Pepiya 
la  Fea. 

Fer.  ¿Que  no? 

Pep.  Que  no.  Si  así  tiene  que  sé:  si  eso  es  lo  que 

manda  en  er  mundo:  los  ojos  grandes,  la 
boca  cbica,  er  cuerpo  üra^ioso...  No  lo  niegue 
usté,  porque  está  una  viéndolo  tos  lo=i  días. 
A  usté  mismo,  le  píe  por  la  caye  una  limos- 
na un  chiquiyo  que  tenga  los  ojos  bonitos  y 
er  pelito  enrisao,  y  le  toma  usté  la  cara,  y  le 
da  una  monea,  y  hasta  le  dise:-  -Chiquiyo, 
bendita  sea  tu  madre.  Y,  en  cambio,  se  la 
píe  á  usté  uno  de  esos  pobre.-itos  njal  enca- 
raos, con  los  ojos  bizcos  y  los  pelos  tiesos,  y 
usté  lo  menos  que  base  es  darle  un  empu- 
jón y  desirle:  --Vete  ya,  niño,  que  eres  más 
feo  que  armorsá  en  camiseta... 

Fer.  ¡Tiene  uslé  grasia  por  catorse! 

Pep.  ¡Pero  soy  fea  por  veintisinco!  Vayase  usté  á 


—    19   — 

busca  á  la  Bonita,  como  le  diseu,  que  le  irá 
á  usté  mejó.  Deje  usté  á  la  Fea:  miste  que 
á  la  Fea,  fea  y  to,  le  duelen  mucho  los  des- 
engaños. 

FeR.  (Después  de  contemplarla  un  momento.)  (Me  ha  dao 

la  noche  esta  mujé.)  (Se  sientan  lejos  el  uno  ael 
otro.    Pausa.) 

Pep.  (Mirándolo  de  reojo.)  (Y  ps  simpático  el  hom- 

bre. Y  hasta  guapo,  comparao  conmigo.) 

Fer.  (Mirándola  á  ella.)  (No  cs  esta  muJé  tan  fea 

tan  fea  como  párese  ar  pronto.) 

Pep.  (Tiene   una  oreja  más  grande  que  la  otra. 

Pero  eso  se  arregla  tirándole  tos  los  días  de 
la  más  chica.) 

Fer.  (Y  eya  está  en  que  me  gusta...  Y  me  gusta, 

me  gusta;  no  es  broma.) 

Pep.  C¡Ay!.  .   Por  tené  otra  cara  daba  yo  ahora 

mismo  mi  baú  con  mi  madrasta  dentro.) 

Fer.  (¡Qué  se  le  va  á  jasé!) 

Pep.  Oiga  usté;  pero  ¿hemos  peleao? 

H'er.  Por  mí,  no. 

Pep.  Como  se  ha  puesto  usté  tan  lejos... 

Fer.  (Acercándosele.)  Como   usté   me   echó  de  eu 

vera... 

Pep.  ¿Yo? 

Fer  Usté. 


ESCENA  VIII 

DICHOS  y  JUAK 

Juan  (Llegando  de  improviso.)  Pepiya,  ¿quiés  basé  er 

favo  de  venirte  ar  patio? 
Pep.  ¿Pa  qué? 

Juan  Porque  no  me  dan   una  copa  hasta  que  te 

yeve. 
Pep.  Ahora  voy. 

Juan  Miá  que  van  á  baila  cuatro  muchachas  mu 

bonitas  y  me  han  comprometió  pa  que  yo 

cante. 
Pep.  Ahora  voy,  te  digo. 

Juan  Güeno. 

Pep.  (Deteniéndolo  cuando  va  á  irse.)  Oye. 


—   20  — 

Juan  ¿Qné? 

Pep.  Mientras  yo  yego,  canta  tú  esta  copla.  (Le 

habla  al  oido.) 
Juan  (Mirando    al    otro    con   iiDilicia   y  sonriéndose.)    Kn- 

terao. 
Prp,  y  con  arma;  que  se  oiga  desde  aquí. 

Juan  ¡Enterao,  mujé!  ¿Te  digo  que  enterao?  (vase.) 


ESCENA  IX 

DICHOS,  menos  JUAN.  Al  final  ISIDORO 

Pe-p.  ¿No  va  usté  ar  patio,  amigoV 

Fer.  a  mí  no  se  me  ha  perdió  na  en  er  patio, 

Pep.  Pos  ¿y  el  arfílé  de  corbata? 

Fer.  (Echándose  mano  al  pecho.)  ¿Eh? 

Pep.  (Riéndose.)  Pei'o,  hijo  mío,  si  no  trae  usté  ni 

corbata,  ¿ande  iba  a  vení  el  arfilé? 
Fer.  ¡Como  que  acabará  usté  por  desirme  que  se 

me  ha  caío  la  nariz  y  yo  por  buscarla  con 

un  misto! 
Pep.  ¡Ja,  ja,  jal   Vayase  uí-té  ar  patio,  que  está 

ayí  la  Bonita. 
Ff.r.  ¡Que  le  den  á  la  Bonita  cuatro  tiro^! 

Pep.  ¡o  cuarenta!   Pero  que  sean  con  í-á,  y  se  le 

hase  un  favo  de  camino,  (cyese  á  Juau  dentro, 
que  rompe  á  cantar  una  seguidilla.)  Caye  USté.  (Es- 
cuchan los   dos.  La   cojila  que  se   oye    es  la  siguiente: 

Me  dijiste  que  erajea, 
me  pusiste  una  corona: 
más  vale  fea  y  con  grasia, 
que  no  bonita  y  guasona. 
Er  salero  en  las  mujeres, 
y  en  las  rosas  el  oló, 
y  si  usté  no  está  conforme, 
vaya  usté  mucho  con  Dios. 

(Palmas,    oles,    etc.  Durante  el  canto,  Pepilla  se  ríe,  y 
Fernando    mauiflesta    en    su   desasosiego  que  ha  com- 
prendido la  alusión.) 
Pep.  (Repitiendo  el  final  de  la  copla.) 

Más  vale  fea  y  con  grasia 
que  no  bonita  y  guasona... 
Está  bien. 


—  2i  — 

Fer  Diga  usté,   niña:  ¿merezco  yo  que   se   me 

cante  esa  copla? 
Pep  .  ¿Se  ha  fijao  usté  en  la  copla? 

Fer.  Me  he  fijao  en  la  copla,  porque  usté  le  dijo 

ar  que  ha  eetao  aquí  que  me  la  cantara. 
Pep.  Es  verdá;  pero  no  se  enfade  usté  por  eso. 

Fer.  No  me  enfao;   pero  vamos  á  habla  en  serio 

dos  palabras.  ¿A  qué  hora  se  duerme  su  ma- 
drasta de  usté? 
Pep.  Kn  cuanto  mata  tres  osenas  de  mosquitos. 

Tarda  poco,  porque  los  mata  con  el  aliento, 

que  es  venenoso. 
Fer.  Pos  con   las  boqueas  del  úrtimo,  estoy  yo 

mañana  á  la  noche  ar  pie  de  su  ventana  de 

usté. 
Pep.  ¿y  usté  qué  sabe  donde  está  mi  ventana? 

Fek.  Tengo  veinticuatro  horas  pa  enterarme. 

Pep.  ¿y  á  qué  va  usté  á  di? 

Fek.  Éso  usté  lo  verá. 

Pep.  Pos  ¿sabe  usté  una  cosa? 

Fer.  ¿Qué? 

Pep.  Que  si  usté  me  lo  dise  porque  se  figura  que 

no  vi  á  bajá,  se  engaña. 
Fer  ¿Bajará  usté? 

Pep.  ¡Ya  lo   creo!   Y  si  usté  no  va...  usté  se  lo 

pierde. 
Fer.  Verdá  que  sí.  Hasta  mañana. 

Pep.  Hasta  mañana. 

Fek.  (Lo  que  es  enamorarse:  ya  me  está  pare- 

siendo  bonita.) 
Pep.  (Lo  que  es  la  ilusión:  ya  le  veo  las  orejas 

iguales.) 
Fer.  (casi  desde  la  puerta.)  Hasta  mañana. 

Pep,  Hasta  mañana. 

IsiD.  (Que  llega  cuaudo  Fernando  va  a  marcharse.)  ¿Ande 

vab? 
Fer  a  la  caye. 

IsiD.  ¿A  la  caye? 

Fer.  ¡He  sacao  novia  en  er  bautiso! 

IsiD.  ¡Qué  pesao  te  pones  en  cuanto  lo  pruebas! 

(se  marchan  juntos.) 


—  22   — 


ESCENA  ULTIMA 

PEPILLA  LA  FEA,    LEONOR,    REMEDIOS.     ASUNCIÓN    y  MARÍA; 
luego  JUAN,  CHIRIBITAS,  MANOLO  y  CARMEN  LA  BONITA 

Leonor       ¡Er  trabajo  que  nos  ha  costao  trae  á  estas 

niñas! 
Rem.  ¡No  las  querían  deja! 

Pep.  Es  claro:  lo  güeno  está  mu  solisUao. 

Juan  (saliendo.)  ¡Qué  bien  fuiste,  mujé! 

Pep.  No  te  importe,  hombre;  que  la  fiesta  vamos 

á  armarla  aquí. 

Man.  (Llegando   á    tiempo   con   Chiribitas.)    ¡Ni    más    ni 

menof-!  Porque  ni  ese  tío  de  la  quemaura 
sabe  canta,  ni  hay  grasia  más  que  en  este 
cuarto. 

Chir.  ¡Pero  así  como  suena! 

Pep.  ¡Pos  animarse  tosí  ;A  toca  tú,  á  canta  yo  y  á 

que  bailen  las  niñas!  ¡Yo  estoy  rnu  contenta 
esta  n' chel  ¡Aquí  vamos  á  está  hasta  que 
nos  eche  el  amo  e  la  casa!  ¡Vengan  parmas 
y  venga  alegría! 

(Mientras  todos  se  disponen  á  reanudar  la  fiesta,  ella 
dice,  dirigiéndose  al  público  y  batiendo  palmas  al 
final.) 

Ya  que  tan  fea  nasí, 
y  que  la  suerte  me  sopla 
y  un  hombre  se  fija  en  mí, 
hagan  ustedes  así 
acompañando  esta  copla. 

Música 

(Leonor,  Remedios,  Asunción  y  María  bailan  las  sevi- 
llanas; Juan  toca  la  guitarra;  canta  Pepilla,  y  los  otros 
llevan  las  palmas  y  jalean.) 

Las  caras  lindas  se  arrugan 
y  los  cuerpos  se  joroban, 
y  en  cambio  la  grasia  vive 
mientras  vive  la  persona. 


23  — 


Yo  quisiera  tu  cariño, 
yo  quisiera  tu  cauda, 
yo  quisiera  muchas  parmas 
que  yevaran  er  compás. 

(tae  el  telón,  i 


FIK 


Madrici,  Enero  lf>05. 


ADVERTENCIA  IMPORTANTE 


Las  empresas  que  pongan  en  escena  este  entremés, 
pagarán  por  derechos  de  propiedad  la  mitad  de  los  co- 
rrespondientef  á  una  znrzuela  en  un  acto. 


OBÍ^flS  DE  !iOS  MISMOS  AUTORES 


Esgrima  y  amor,  juguete  cómico.  (2.a  edición.) 

Belén,  12,  principal,  juguete  cómico. 

Gilito,  juguete  cómico-lírico.  (2.a  edición.) 

La  media  naranja,  juguete  cómico.  (2."  edición.) 

El  tío  de  lafimila,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

El  ojito  derecho,  entremés.  (3.a  edición.) 

La  reja,  comedia  en  un  acto.  (3.a  edición.) 

La  buena  somferúr,sainete  en  tres  cuadros,  con  música.  (5.a  edi- 
ción.) 

El  peregrino,  zarzuela  cómica  en  un  acto. 

La  vida  íntima,  comedia  en  dos  actos.  (3.a  edición.) 

Los  horradlos,  saínete  en  cuatro  cuadros,  con  música.  (2.a  edi- 
ción.) 

El  chiquillo,  entremés.  (4.a  edición.) 

Las  casas  de  c.irtóu,  juguete  cómico. 

El  traje  de  lucen,  saínete  en  tres  cuadros,  con  mi.ísica. 

El  patio,  comedia  en  dos  actos.  (3.*  edición.) 

El  motete,  entremés  con  música  (2.a  edición ) 

El  estreno,  zarzuela  cómica  en  tres  cuadros. 

Los  Galeotes,  comedia  en  cuatro  actos.  (3.a  edición.) 

Jja  pena,  drama  en  dos  cuadros. 

La  azotea,  comedia  en  un  acto. 

El  género  ínfimo,  pasillo  con  música. 

El  nido,  comedia  en  dos  actos.  (2.    edición.) 

Las  flores,  comedia  en  tres  actos. 

Los  piropos,  entremés. 

El  flechazo,  entremés. 

El  amor  en  el  teatro,  capricho  literario  en  cinco  cuadros,  pró- 
logo y  epílogo. 

Abanicos  y  panderetas  ó  ¡A  Sevilla  en  el  botijo!  humorada  sa- 
tírica en  tres  cuadros,  con  música. 

La  dicha  ajena,  comedia  en  tres  actos  y  un  prólogo. 

Pepita  Reyes,  csmedia  en  dos  actos. 

Los  meritorios,  pasillo. 

1  a  zahori,  entremés. 

La  reina  mora,  saínete  en  tres  cuadros,  con  música. 

Zaragatas,  saínete  en  dos  cuadros. 

La  zagala,  comedia  en  cuatro  actos. 

La  contraía,  apropóí-ito. 

El  amor  que  pasa,  comedia  en  dos  actos. 

El  mal  de  amores,  saínete  con  música. 

El  nuevo  servidor,  humorada. 

Mañana  de  sol,  paso  de  comedia. 

Fea  y  con  gracia,  entremés  con  música. 


SERAFÍN  I  JOAftUiN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


ADAPTACIÓN  ESCÉNICA 


DEL  CAPÍTULO  XXII  DE  Lfl  PRIMERA  PARTE 


DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 


-^*^-^^JH- 


SOCIEDAD  DE  AUTORES  ESPAÑOLES 
Núñex  de  Balboa,  12 


130S 


■■§ 


LA  AVENTURA  DE  LOS  GALEOTES 


Esta  obra  es  propi-ídad  de  sns  autores,  y  nadie  po- 
drá, sin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla 
en  España  ni  en  los  paises  con  los  cuales  so  hayan 
celebrado  ó  se  celebren  en  adelante  tratados  interna- 
cionales de  propiedad  literaria. 

Los  autores  se  reservan  el  derecho  ie  traducción. 

Los  comisionados  y  representantes  de  la  Sociedad 
de  Autores  Españoles  son  loa  encargados  exclusivamen- 
te de  conceder  ó  negar  el  permiso  de  representación 
y  del  cobro  de  los  derechos  de  propiedad. 

Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 


LA  mmu  M  ios  wmi 

ADAPTACIÓN  ESCÉNICA 

del  capítulo  XXII  de  la  primera  parte 

VK 

DON    QUIJOTE    DE    LA    MANCHA 

POR 

serafín  í  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


Representada  en  el  TEATRO  REAL  el  10  de  Mayo  de  1906, 
con  ocasión  del  III  Centenario  de  la  publicación  del  Quijote 


*- 


MADRID 

B.  VELtaOO.  lUP.,  UABQDÍS  DK  SABTl   ÁVA,  11   DCr 
TeU/otw  ntinxero  5f/ 


t9<l»  S 


CUATRO  PALABRAS 


Deberes  de  patriotismo,  siempre  inexcusables  para 
todo  buen  español,  nos  obligaron  á  poner  nuestras 
manos  pecadoras  en  el  mejor  libro  del  mundo,  con 
motivo  del  tercer  centenario  de  su  publicación.  Sin 
el  acicate  ó  estímulo  de  aquellos  deberes,  por  espon- 
táneo impulso,  jamás  hubiéramos  osado  lo  que,  de 
todas  maneras,  acaso  sea  una  profanación  indiscul- 
pable. 

Se  nos  encomendó  el  adaptar  á  la  escena  uno  de 
sus  capítulos,  y  elegimos  entre  todos  el  de  la  famosa 
aventura  de  los  galeotes,  no  sólo  por  considerar  ésta 
como  una  de  las  más  bellas  y  expresivas,  y  de  ele 
mentos  más  pintorescos  y  acomodables  al  teatro,  sino 
porque,  además,  tal  vez  ninguna  otra  pudiera  ser 
llevada  á  él  con  menos  añadidos  de  parte  nuestra.  Y, 
en  efecto,  la  labor  realizada  ha  sido  más  bien  de  se- 
lección y  de  ensamblaje  que  de  invención,  ya  que 
hemos  empleado  frases  y  aun  párrafos  enteros  de 
otros  pasajes,  que  convenían  á  la  adaptación  escénica 
del  escogido  por  nosotros. 

Sírvanos  esto  de  descargo,  si  no  de  disculpa,  y 
absuélvanos  en  último  extremo  lo  puro  de  nuestra 
intención  y  el  no  haber  rehuido  responsabilidad  ni 
trabajo  alguno  en  la  ocasión  solemne  en  que  se  trató 
de  honrar,  con  mejor  deseo  que  fortuna,  al  príncipe 
de  nuestros  ingenios. 

S.  yJ.A.  Q. 


REPARTO 


PERSONAJES 


ACTORES 


DON  QUIJOTE 5r.   Díaz  de  Mendoza  (F.) 

vSANCHO  PANZA Palanca. 

EL  ENAMORADO Santiago. 

EL  TOLEDANO Soriano. 

EL  HECHICERO CarSÍ. 

EL  ESTUDIANTE •    JYIgsGÍO. 

GINÉS  DE  PASAMONTE Díaz  de  McndozaOVl.) 

GUARDA  1.a Manrique. 

ÍDEM  2.=' DUSte. 

ídem  3.a eirera, 

ÍDEM  4.a . .  Guerrero. 

Sute  galeotes  que  no  hablan 


=v>ralK 


>V>CÍ!^-í«». »^ 


LA  AVENTURA  DE  LOS  GALEOTES 


Camino    real   eu  los  campos  manchemos.  Es  una  mañana  de  Agosto. 


(salen  por  la  izquierda  del  actor,  DON  QUIJOTE  y   SANCHO,  caba- 
lleros en  Kociname  y  en  el  rucio.  Don  Quijote  lleva  en   la  cabeza  la 
bacía  que  él  diputa  por  yelmo  de  Mambrino.    Apenas  salen  detienen 
su  marcha.) 

D.  Quij.  Aquí  podemos,  hermano  Sancho  Panza, 
meter  las  manos  hasta  los  codos  en  esto  que 
llaman  aventuras;  mas  advierte  que  aunque 
me  veas  en  los  mayores  peligros  del  mun- 
do no  has  de  poner  manij  á  tu  espada  para 
defenderme,  si  ya  no  vieres  que  los  queme 
ofenden  es  canalla  y  gente  baja,  que  en  tal 
caso  bien  puedes  ayudarme;  pero  si  fueren 
caballeros,  en  ninguna  manera  te  es  licito 
ni  concedido  por  las  leyes  de  caballería  que 
me  ayudes  hasta  que  seas  armado  caballero. 

Sancho  Por  cierto,  señor,  quo  vuestra  merced  sea 
muy  bien  obedecido  en  esto,  y  más  que  yo 
de  mío  me  soy  pacífico  y  enemigo  de  meter- 
me en  ruidos  ni  pendencias:  bien  es  verdad 
que  en  lo  que  tocare  á  defender  mi  persona 
no  tendré  mucha  cuenta  con  esas  leyes, 
pues  Jas  divinas  y  humanas  permiten  que 
cada  uno  se  defienda  de  quien  quisiere 
agraviarle. 


D.  Quij.  No  digo  yo  menos,  pero  en  esto  de  ayudar- 
me contra  caballeros  has  de  tener  á  raya 
tus  naturales  ímpetus. 

Sancho  Digo  que  así  lo  haré,  y  que  guardaré  ese 
preceto  tan  bien  como  el  día  del  domingo . 

D.  (¿üij.  La  ventura  va  guiando  nuestras  cosas  me- 
jor de  lo  que  acertáramos  á  desear.  Este  es 
el  día,  oh  Sancho,  en  el  cual  se  ha  de  ver  el 
bien  que  me  tiene  guardado  mi  suerte:  este 
es  el  día,  digo,  en  que  se  ha  de  mostrar 
tanto  como  en  otro  alguno  el  valor  de  mi 
brazo,  y  en  el  que  tengo  de  hacer  obras  que 
queden  escritas  en  el  libro  de  la  fama  por 
todos  los  venideros  siglos.  ¿Ves  aquella  gen- 
te desaforada  y  feroz  que  allí  parece  y  hacia 
nosotros  camina?  Pues  yo  te  digo,  Sancho, 
que  ó  yo  me  engaño,  ó  e.sta  ha  de  ser  la 
más  famosa  aventura  que  se  haya  visto. 

Sancho  Peor  será  esto  que  los  molinos  de  viento: 
mire,  señor,  que  le  digo  que  mire  bien  lo 
que  ve,  no  sea  el  diablo  que  le  engañe:  que 
esa  pobre  gente  que  hacia  nosotros  viene, 
no  son  gigantes,  ni  endriagos,  ni  encantado- 
res, ni  cosa  que  lo  valga;  que  á  lo  que  á  mí 
se  me  alcanza  es  cadena  de  galeotes,  gente 
forzada  del  rey,  que  va  á  las  paleras. 

D.  Qu'j.  ¿Cómo  gente  forzada?  ¿Es  posible  que  el 
rpy  haga  fuerza  á  ninguna  gente? 

Sancho  No  digo  eso,  sino  que  es  gente  que  por  sus 
delitos  va  condenada  á  servir  al  rey  en  las 
galeras  de  por  fuerza. 

D.  Quij.  En  resolución,  como  quiera  que  ello  sea, 
esta  gente,  aunque  los  llevan,  van  de  por 
fuerza  y  no  de  su  voluntad. 

Sancho        Asi  es. 

D.  Quij-  Pues  desa  manera,  aquí  encaja  la  ejecución 
de  mi  oficio,  desfacer  fuerzas  y  socorrer  y 
acudir  á  los  miserables. 

Sancho  Advierta  vuestra  merced,  que  la  justicia, 
que  es  el  mesmo  rey,  no  hace  fuerza  ni  agrá 
vio  á  semejante  gente,  sino  que  los  castiga 
en  pena  de  sus  delitos. 

(Llega  frente  á  ellos  en  esto  la  cadena  de  los  galeotes, 
que    oportunamcMite    debe    aparecer  en  el  fondo,  hacia 


—  o  — 

la  derecha  del  actor.  Vienen  hasta  doce  hombres  á  pie. 
ensartados  como  cuentas  en  una  gran  cadena  de  hierro 
por  los  cuellos,  y  todos  con  esposas  á  las  manos.  Vie- 
nen asimismo  con  ellos  cuatro  guardas:  dos  de  ellas 
con  escopetas  de  rueda,  y  las  otras  dos  con  dardos  y 
espadas.) 

D.  Quij.  Deteneo?,  señores  guardianes  y  comisario, 
que  por  la  orden  de  caballería  que  profeso, 
os  pido  y  ruego  que  seáis  servidos  de  infor- 
marme y  decirme  la  causa  ó  causas  por  qué 
traéis  á  esta  gente  de  esta  manera. 

(üetiénense  todos  y  le  miran  asombrados  de  su  e>:- 
traña  figura.) 

GuAR.  l.«  Señor  caballero,  esta  cuadrilla  es  de  galeo- 
tes, gente  de  su  majestad  que  va  á  las  ga- 
leras: y  no  hay  más  que  decir,  ni  vuestra 
merced  tiene  más  que  saber. 

D.  Quij.  Con  todo  eto,  querría  saber  de  ca  la  uno  de 
ellos  en  particular  la  causa  de  su  desgracia. 

GuAR.  2.a  Aunque  llevamos  a^ní  el  registro  y  la  fe  dt 
las  sentencias  de  cada  uno  de  estos  mal- 
aventurados, no  es  tiempo  este  de  detener- 
nos a  sacarlas  ni  á  leellas:  vuestra  merced 
llegue  y  se  lo  pregunte  á  ellos  mismos,  que 
ellos  lo  dirán  si  quisieren,  que  sí  querrcín, 
porque  es  gente  qiie  recibe  gusto  de  hacer  y 
decir  bellaquerías. 

D.  Quij.  Yo  os  agradezco,  señor  guarda,  la  licencia 
que  me  otorgáis,  y  haré  lo  que  me  decís  de 

muy  bupna  gana,  (ai  Enamorado,  mozo  de  hasta 

edad  de  veinticuatro  años.)  Decidme  vo-,  herma- 
no, ¿por  qué  pecados  vais  de  tan  mala  guisa? 

Enam.         Por  enamorado,  señor. 

D.  Quij.  ¿Por  eso  no  más?  Pues  si  por  enamorados 
echan  á  galeras,  días  ha  que  pudiera  yo 
estar  bogando  en  ellas. 

Enam.  No  son  los  amores  como  los  que  vuestra 
merced  piensa,  que  los  míos  fueron  que 
quise  tanto  á  una  canasta  de  colar  atestada 
de  ropa  blanca,  que  la  abracé  conmigo  tan 
fuertemente,  que  á  no  quitármela  la  justi- 
cia por  fuerza,  aun  hasta  ahora  no  la  hubie- 
ra dejado  de  mi  voluntail:  fué  en  fragante, 
no  hubo  lugar  de  tormento,  concluyóse  la 


—  10  - 

causa,  acomod.áronmfi  las  espaldas  con 
ciento,  y  por  añadid  Lira  tres  años  de  gura- 
pas,  y  acabóse  la  obra. 

D.  Quij.       (íQiié  son  gurapns? 

Enam.         Giirapas  son  galeras 

D.  QuiJ-  (Encarándose  con  el  segundo  galeote  de  la  cadena,  el 
cual  no    responde    palabra  )    ¿Y    VOS,    hertoaoo? 

¿Cuáles  son  vuestras  desventuras?  que  se- 
gún vais  de  triste  y  melancólico  presumo 
que  no  han  de  ser  pocas. 

Enam.  Este,  señor,  va  con  nosotros  porcanario,  digo 

que  por  músico  y  cantor. 

D.  QuTj.  ¿Pues  cómo,  por  músicos  y  cantores  van 
también  á  galeras? 

En'm.  Si,  señor,  que  no  hay  peor  cosa  qw.  cantar 

en  el  ansia. 

D.  Qu'j.  Antes  he  oído  decir  que  quien  canta  sus 
males  espanta. 

Enam.  Acá  es  al  revés,   que  quien  canta  una  vez 

llora  toda  la  vida. 

D.  Quij.       No  lo  entiendo 

Guar.  o.'i  Señor  caliallero,  cantar  en  el  ansia  se  dice 
entre  esta  gente  non  santa  confesar  en  el  tor- 
mento: á  este  pecador  le  dieron  tormento  y 
conf'^só  su  delito,  que  era  ser  cuatrero,  que 
es  ser  ladrón  de  bestias,  y  por  haber  confe- 
sado le  condenaron  por  seis  años  á  galeras, 
amén  de  doscientos  azotes  que  ya  lleva  en 
las  espaldas;  y  va  siempre  pensativo  y  tris- 
te, porque  los  demás  ladrones  que  allá  que- 
dan y  aquí  van  le  maltratan  y  aniquilan  \ 
escarnecen  y  tienen  en  poco,  porque  confe- 
só y  no  tuvo  ánimo  de  decir  none-:  porque 
dicen  ellos  que  tantas  letras  tiene  un  no 
como  un  si,  y  que  harta  ventura  tiene  un 
delincuente  que  está  en  su  lengua  su  vida  ó 
su  muerte,  y  no  en  la  de  los  testigos  y  pro- 
banzM.'^;  y  para  mí  tengo  que  no  van  muy 
fuera  de  camino 

D.  Quij.       Y  yo  lo  entiendo  ¡isi. 

ToLED.  Y  yo  también,  señor  caballero,  y  mayor  es 
mi  desgracia,  que  vo}'  pnr  cinco  años  á  las 
señoras  gurapas  por  sólo  faltnrme  diez  du- 
cados. 


.--11  __ 

D.  Quij.  Yo  daré  veinte  de  muy  buena  gana,  por  li- 
braros de  esa  pesadumbre. 

ToLED.  Eso  rtiC  parece  como  quien  tiene  dineros  en 
mitíid  del  golfo,  y  se  está  muriendo  de 
hambre  sin  tener  adonde  comprar  lo  que 
ha  menester:  dígolo  porque  si  á  sii  tiempo 
tuviera  yo  esos  veinte  ducados  que  vuestra 
merced  ahora  me  ofrece,  hubiera  untado 
con  ellos  la  péndola  del  escribano,  y  avivado 
el  ingenio  del  procurador  de  manera  que 
hoy  me  viera  en  mitad  de  la  plaza  de  Zoco- 
dover  de  Toledo,  y  no  en  este  camino  atrai- 
llado como  galgo;  pero  Dios  es  grande,  pa- 
ciencia, 3'^  baí-ta. 

D  Quij.  Vos  habéis  hablado  como  discreto,  (ai  He- 
chicero, auciano  de  venerable  rostro.)  ¿  i  VOS,  bueil 
hombre,  cómo  os  veis  en  tales  andanzas  y 
en  tan  grande  vergüenza"?  Mal  dicen  en  este 
lugar  y  ocasión  vuestro  venerable  rostro  y 
vuestra  barba  blanca. 

(e1  Hechicero  rompe  á  llorar,  entre  burlas  y  risas  de 
algunos  galeotes.  El  Estudiante  habla  por  él.) 

EsT.  Este  hombre  honrado  va  por  cuatro  años  á 

galeras,  habiendo  paseado  las  acostumbra- 
das vestido  en  pompa  y  á  caballo. 

S.^NCH')  Kso  e«,  á  lo  que  á  mi  me  parece,  haber  sali- 
do á  la  vergüenza. 

EsT  Así  es,  y  la  culpa  porque  le  dieron  esta  pena 

es  por  haber  sido  corredor  de  oreja  y  aun 
de  todo  el  cuerpo:  en  efecto,  quiero  decir  que 
este  caballero  va  por  alcahuete,  3'  por  tener 
asimesmo  sus  puntas  y  collar  de  hechicero. 

D.  Quij.  A  no  haberle  añadido  esas  puntas  y  collar, 
por  solamente  el  alcahuete  limpio  no  mere- 
cía el  ir  á  bogar  en  las  galeras,  sino  á  man- 
dallas  3'  á  ser  general  dellas,  porque  no  es 
así  como  quiera  el  oficio  de  alcahuete,  que 
es  oficio  de  discretos,  y  necesarísimo  en  la 
república  bien  ordenada:  pero  la  pena  que 
me  ha  causado  ver  estas  blancas  canas  y 
este  rostro  venerable  en  tanta  fatiga  por  al- 
cahuete, me  la  ha  quitado  el  adjunto  de  ser 
hechicero,  aunque  bien  sé  que  no  hay  hechi- 
zo? en  el  mundo  que  puedan  mover  y  for- 


—   12  — 

zar  la  voluntad,  como  algunos  siaiples  pien- 
san; que  es  libre  nuestro  alberlrío,  y  no  hay 
yerba  ni  encanto  que  le  fuerce. 
Hech.  Así  es,  y  en  verdad,  señor,  que  en  lo  de  he- 

chicero que  no  tuve  culpa,  en  lo  de  alca- 
huete no  lo  pude  negar;  pero  nunca  pensé 
que  hacía  mal  en  ello,  que  toda  mi  inten- 
ción era  que  todo  el  mundo  se  holgase,  y 
viviese  en  paz  y  quietud  sin  pendencias  ni 
penas;  pero  no  me  aprovechó  nada  este 
buen  deseo  para  dejar  de  ir  adonde  no  es- 
pero volver,  según  me  cargan  los  años  y  un 
mal  que  llevo  que  no  me  deja  reposar  un 
rato. 

(Torna  á  llorar  como  al  principio.  Sancho,  movido  de  la 
compasión,  desmóntase  del  rucio  y  acercándose  á  él  le 
da  una  limosna  ) 

Sancho  Tomad,  hermano,  un  real  de  á  cuatro,  que 
los  duelos  con  pan  son  menos. 

D.  Quij  (ai  Estudiante.)  ¿Y  vuestro  deüto,  cuál  cs,  se - 
ñor  estudiante? 

KsT.  Yo  voy  aquí  porque  me  burlé  demasiada- 

mente con  dos  primas  hermanas  mías,  y 
con  otras  dos  hermanas  que  no  lo  eran  mías: 
finalmente  tanto  me  burlé  con  todas,  que 
resultó  de  la  burla  crecer  la  parentela  tan 
intrinc idamente,  que  no  hay  sumista  que 
la  declare:  probóseme  todo,  faltó  favor,  no 
tuve  dineros,  vime  á  pique  de  perder  los 
tragaderos,  sentenciáronme  á  galeras  por 
seis  años,  consentí,  castigo  es  de  mi  culpa, 
mozo  foy,  dure  la  vida,  que  con  ella  todo 
se  alcanza.  Si  vuestra  merced,  señor  caba- 
llero, lleva  alguna  cosa  con  qué  socorrer  á 
estos  pobretes,  Dius  se  lo  pagará  en  el  cielo, 
y  nosotros  tendremos  en  la  tierra  cuidado 
de  rogar  áDios  en  nuestras  oraciones  por  la 
vida  y  la  salud  de  vuestra  merced,  que  sea 
tan  Lirga  y  tan  buena  como  su  buena  pre- 
sencia merece. 

D.  QuiJ.  (a  una  de  las  Guardas,  y  refiriéndose  á  Ginés  de  Pasa- 
monte,  el  cual   lleva  más   prisiones  que  sus  compañeros 

de  cadena.)  ¿Y  este  bueii  hombre,  por  qué  va 
con  tantas  prisiones  más  que  los  otros? 


—  13 


GüAP.  o. a 


D.  Quij. 

GUAR.  O  ii 


GiNÉS 


GUAK.  O  a 


GiNÉS 


GuAR.  o.a 
GiNÉS 


GuAR.  3  a 


GiNÉS 

1).  Quij. 

GlNÉS 

GuAR    3.a 

GiNÉS 


Porque  tiene  él  solo  más  delitos  que  to. los 
ellos  juntos,  y  es  tan  atrevido  y  tan  grande 
bellaco,  que  aunque  le  llevamos  desta  ma- 
nera no  vamos  seguros  del,  sino  que  teme- 
mos que  se  nos  ha  de  huir. 
¿Qué  delitos  puede  tener  si  no  han  mereci- 
do más  pena  que  echarle  á  las  galeras? 
Va  por  diez  año.=,  que  es  como  muerte  ce- 
vil:  no  se  quiera  saber  más  sino  que  este 
buen  hombre  es  el  famoso  Ginés  de  Pasa- 
monte,  que  por  otro  nombre  llaman  Gine- 
píUo  de  Parapilla. 

iSeñor  comisario,  vayase  poco  á  poco,  y  no 
andemos  ahora  á  deslindar  nombres  y  so- 
brenombres: Ginés  me  llamo,  y  no  Ginesi- 
11o,  y  Pasamonte  es  mi  alcurnia,  y  no  Para- 
pilla como  voacé  dice,  y  cada  uno  se  dé  una 
vuelta  á  la  redonda,  y  no  hará  poco. 
Hable  con  menos  tono,  señor  ladrón  de  mas 
de  la  marca,  si  no  quiere  que  le  haga  callar 
mal  que  le  pese. 

Bien  parece,  que  va  el  hombre  como  Dios 
es  servido;  pero  algún  día  sabrá  alguno  si 
rae  llamo  Ginesillo  de  Parapilla  ó  no. 
¿Pues  no  te  llaman  así,  embustero 
Sí  llaman,  mas  yo  haré  que  no  me  lo  lla- 
men, ó  me  las  pelaría  donde  yo  digo  entre 
mis  dientes,  (a  Don  Quijote.)  Señor  caballero, 
si  tiene  algo  que  darnos,  dénoslo  ya  y  vaya 
con  Dios,  que  ya  enfada  con  tanto  querer 
saber  vidas  ajenas;  y  si  la  mía  quiere  saber, 
f-epa  que  yo  soy  Ginés  de  Pasamonte,  cuya 
vida  está  escrita  por  estos  pulgares. 
Dice  verdad,  que  él  mismo  ha  escrito  su 
historia,  que  no  hay  más  que  desear,  y  deja 
empeñado  el  libro  en  la  cárcel  en  doscien- 
tos reales. 

Y  le  pienso  quitar,  si  quedara  en  doscientos 
ducados. 

Hábil  pareces. 

Y  desdichado,  porque  siempre  las  desdichas 
persiguen  al  buen  ingenio. 

Persiguen  á  los  bellacos. 

Ya  le  he  dicho,  señor  comisario,  que  se  vaya 


—   14  ~ 

poco  á  poco,  que  aquellos  señores  no  le  dir- 
1011  esa  vara  para  que  maltratase  á  los  po- 
bretes que  aquí  vamos,  sino  para  que  nos 
guiase  y  llevase  adonde  su  majestad  manda: 
si  no,  por  vida  de...  basta,  que  podría  ser 
que  saliesen  algún  día  en  la  colada  las  man- 
chas que  se  hicieron  en  la  vento,  y  todo  el 
mundo  calle  y  viva  bien  y  hable  mejor,  y 
caminemos,  que  ya  es  mucho  regodeo  este. 

GUAR.  3.'^     (Amenazando  á  Giués  con  la    vara.)    Ahora    verás, 

ladrón. 
D.  Quij.  (Estorbando  la  acción.)  Señor  comisario,  yo  os 
ruego  que  no  le  maltratéis,  pues  no  es  mu- 
cho que  quien  lleva  Un  s\U(]ñs  las  manos, 
tenga  algún  tanto  suéltala  lengua,  (voiviéu- 
dose  a  todos.)  De  todo  cuanto  me  habéis  dicho, 
hermanos  carísimos,  he  sacado  en  limpio 
que  aunque  os  han  castigado  por  vuestras 
culpas,  las  penáis  que  vais  á  padecer  no  os 
dan  muclio  gusto,  y  que  vais  á  ellas  muy 
de  mala  gana  y  mu}'  contra  vuestra  volun- 
tad, y  que  podría  ser  que  el  poco  ánimo  que. 
aquel  tuvo  en  el  tormento,  la  falta  de  dine- 
ros deste,  el  poco  favor  del  otro,  y  finalmen- 
te el  torcido  juicio  del  juez  hubiese  sido 
causa  de  vuestra  perdición,  y  de  no  haber 
salido  con  la  justicia  que  de  vuestra  parte 
teníades:  todo  lo  cual  se  me  representa  á  mi 
ahora  en  la  memoria,  de  manera  que  me 
está  diciendo,  persuadiendo  y  aun  forzando 
que  muestre  con  vosotros  el  efecto  para  que 
el  cielo  me  arrojó  al  mundo  y  me  hizo  pro- 
fesar en  él  la  orden  de  caballería  que  pro- 
feso, y  el  voto  que  en  ella  hice  de  favorecer 
á  los  menesterosos  }'  opresos  de  lo.s  mayo- 
res; pero  porque  sé  que  una  de  las  partes  de 
la  prudencia  es,  que  lo  que  se  puede  hacer 
por  bien  no  se  haga  por  mal,  quiero  rogar  á 
estos  señores  guardianes  y  comisario  sean 
servidos  de  desataros  y  dejaros  ir  en  paz, 
que  no  faltarán  otros  que  sirvan  al  rey  en 
mejores  (;casiones,  porque  me  parece  duro 
hacer  esclavos  á  los  que  Dios  y  Naturaleza 
hizo  libres:  cuanto  más,  señores  guardas. 


—  lo- 
que estos  pobres  uo  han  cometido  nada  con- 
tra vosotros;  allá  se  lo  haya  cada  uno  con 
su  pecado,  Dios  hay  en  el  cielo  que  no  se 
descuida  de  castigar  al  malo,  ni  de  premiar 
al  bueno,  y  no  es  bien  que  los  hombres  hon- 
rados sean  verdugos  de  los  otros  hombres 
no  yéndoles  nada  en  ello:  pido  esto  con  esta 
mansedumbre  y  sosiego,  porque  tenga,  si 
lo  cumplís,  algo  que  agradeceros;  y  cuando 
de  grado  no  lo  hagáis,  esta  lanza  y  esta  es- 
pada harán  que  lo  hagáis  por  fuerza. 

GüAK.  8^1  Donosa  majadería:  bueno  está  el  donaire 
con  que  ha  salido  á  cabo  de  rato:  los  forza- 
dos del  rey  quiere  que  le  dejemos,  como  si 
tuviéramos  autoridad  para  soltarles  ó  él  la 
tuviera  para  mandárnoslo:  vayase  vuestra 
merced,  señor,  norabuena  su  camino  ade- 
lante, y  enderécese  ese  bacín  que  trae  en  la 
cabeza,  y  no  ande  buscando  tres  pies  al 
gato. 

D.  Quu-  Vos  sois  el  gato  y  el  rato  y  el  bellaco.  (Di- 
ciendo y  haciendo  arremete  con  él  tan  presto,  que  sin 
darle  lugar  á  defenderse,  lo  hiere  de  una  lanzada.  Va- 
cila el  hombre  y  va  á  caer  dentro.) 

GuAR.  o.^     ¡Favor!  ¡Muerto  soy! 

D.  Quij.       iCulpa,  ruin  bellaco,  á  tu  sandez  y  demasía! 

(Las  demás  Guardas  ponen  mano  á  sus  armas  y  arre- 
meten á  don  Quijote.  Los  galeotes,  viendo  la  ocasión 
que  se  les  ofrece  de  alcanzar  libertad,  procuran  rom- 
per la  cadena  donde  vienen  ensartados.  Las  Guardas, 
en  fin,  ya  por  acudir  á  los  galeotes  que  se  desatan,  ya 
por  acometer  á  don  Quijote  que  los  acomete,  no  hacen 
cosa  de  provecho.  Sancho,  por  su  parte,  ayuda  á  soltar 
á  Ginés  de  Pasamonte,  que  es  el  primero  que  salta  en 
la  campaña  libre  y  desembarazado  ) 

GuAR.  1.1»     ¡Favor  al  rey! 

GuAR.  2.       ¡Favor  a  la  justicia! 

D.  Quij.  ¡  ^quí  03  aguardo  y  espero,  gente  descomu- 
nal y  soberbia,  ahora  vengáis  uno  á  uno, 
como  pide  la  orden  de  caballería,  ora  todos 
juntos,  como  es  costumbre  y  mala  usanza 
de  los  de  vuestra  ralea! 

GuAR.  4  a     ¡Que  se  desata  esta  canalla! 

GuAR.  l.ii     ;V'oto  va! 


-    16  — 

GüAií.  2.a     ¡Por  las  barbas  de  mi  padre! 
GuAR.  l.ft     ¡Noramala  dimos  con  este  salteador  de  ca- 
minos! 

GiNÉS  (Saltando  libre.)  ¡Norabuena  dimos  con  él!  (Des- 

aparece un  momento  y  vuelve  á  salir  luego  cou  la  es- 
copeta del  comisario  que  cayó  dentro  herido.) 

D.  QuiJ.        (Desafiando    á    las    Guardas.)    ¡Venid    acá ,    gente 

soez  y  mal  nacida!  ¿Saltear  de  caminos 
llamáis  al  dar  libertaii  á  los  encadenados, 
soltar  los  presos,  acorrer  á  los  miserables, 
alzar  los  caídos,  remediar  los  menesterosos? 

(Reaparece  en  esto  Ginés  de  Pasamente  con  la  esco- 
peta, y  apuntando  á  una  Guarda  y  señalando  á  la  otra, 
no^ueda  una  en  todo  el  campo.  Los  galeotes,  sueltos 
y  libres  ya,  contribuyen  á  la  huida  de  las  Guardas  á 
pedrada  limpia  ) 

GuAR.  4.a     ¡Ahj  don  ladrón! 

GuAR.  1  íi     ¡Ah,  bellaco  villano! 

GuAR.  2.'^     ¿Contra  la  mesma  justicia  te  atreves? 

GüAR.  1  ii     ; Voto  va! 

D.  Quij.  Non  fiiyais,  miserables  criaturas,  gente  in- 
fame, canalla  ruin  5'  de  poco  ánimo!  ¡Bien 
dice  vuestra  cobardía  lo  bajo  y  vil  de  vues- 
tra condición  y  oficio! 

Sancho  Conténtese  con  lo  becho,  señor  Don  Quijote, 
y  no  tiente  al  diablo,  ni  dé  más  voces,  sino 
sólo  gracias  á  Dios,  que  demasiadamente 
bien  hemos  salido  de  este  suceso,  libres  de 
nuevos  golpes  las  costillas,  y  mire  que  le 
digo  que  esas  guardas  que  van  huyendo 
han  de  dar  noticia  del  caso  á  la  santa  her- 
mandad, con  la  cual  no  hay  usar  de  caba- 
llerías, que  no  se  le  da  á  ella  por  cuantos 
caballeros  andantes  ha}'  dos  maravedís:  y 
así  yo  le  ruego  que  nos  partamos  de  aquí  y 
nos  embosquemos  en  la  sierra,  que  cerca 
está. 

D.  Quij.  Naturalmente  eres  cobarde,  Sancho:  yo  sé  lo 
que  ahora  conviene  que  se  haga.  (Apéase  y  se 

dirige  á  los  galeotes,  que  andan  dispersos  y  alborota- 
dos y  que  han   despojado    al  comisario  herido   de  sus 

ropas)  ¡Acercaos,  hermanos;  venid  á  mi  to- 
dos! ¡Venid  os  digo,  que  por  la  libertad  que 
os  di,  bien  puedo  pediros  que  me  escuchéis! 


—  17  — 


(Rodean  todos  á  Dou  Quijote,  entre  burlones  y  cu- 
riosos.) 

GiNÉs  ^-Qué  nos  manda  vuestra  merced,  señor  ca- 

ballero? 

I).  Qurj.  De  gente  bien  nacida  es  agradecer  los  bene- 
ficios que  reciben,  y  uno  de  los  pecados  que 
más  á  Dios  ofenden  es  la  ingratitud:  digolo 
porque  ya  habéis  visto,  señores,  con  mani- 
fiesta experiencia,  el  que  de  mí  habéis  rece- 
bido,  en  pago  del  cual  querría,  y  es  mi  vo- 
luntad, que  cargados  de  esa  cadena  que 
quité  de  vuestros  cuellos,  luego  os  pongáis 
en  camino,  y  vais  á  la  ciudad  del  Toboso,  y 
allí  os  presentéis  ante  la  señora  Dulcinea 
del  Toboso,  y  le  digáis  que  su  caballero  el 
de  la  Triste  Figura  se  le  envía  á  encomen- 
dar, y  le  contéis  punto  p'jr  punto  todos  los 
que  ha  tenido  esta  famosa  aventura  hasta 
poneros  en  la  deseada  libertad,  y  hecho  esto 
os  podréis  ir  donde  quisiére'des  á  la  buena 
ventura. 

GiNís  Lo  que  vuestra  merced  nos  manda,  señor  y 

libertador  nuestro,  es  imposible  de  toda  im- 
posibilidad cumplirlo,  porque  no  podemos 
ir  juntos  por  los  caminos,  sino  solos  y  divi- 
didos y  cada  uno  por  su  parte,  procurando 
meterse  en  las  entrañas  de  la  tierra,  por  no 
ser  hallado  de  la  santa  hermandad,  que  sin 
duda  alguna  ha  de  salir  en  nuestra  busca: 
lo  que  vuestra  merced  puede  hacer,  y  es 
justo  que  hag;a,  es  mudar  ese  servicio  y  mon- 
tazgo de  la  señora  Dalcinea  del  Toboso  en 
alguna  cantidad  de  avemarias  y  credos,  que 
nosotros  diremos  por  la  intención  de  vues- 
tra merced,  y  esta  es  cosa  que  se  podrá 
cumplir  de  noche  y  de  día,  huyendo  ó  repo- 
sando, en  paz  ó  en  guerra;  pero  pensar  que 
hemos  de  volver  ahora  á  las  ollas  de  Egip- 
to, digo  á  tomar  nuestra  cadena  y  á  poner- 
nos en  camino  del  Toboso,  es  pen?ar  que 
ahora  es  de  noche,  que  aun  no  son  las  diez 
del  día,  y  es  pedir  á  nosotros  eso  como  pe- 
dir peras  al  olmo. 

D  .    QuiJ  .       (Puesto  ya  en  cólera.)  PuCS  VOtO  á  tal,  Don  Giue- 


—  18    - 

sillo  de  Paropillo  ó  como  os  llamáis,  que 
habéis  de  ir  vos  solo  rabo  entre  piernas,  con 
toda  la  cadena  á  cuestas. 

GiNÉS  (OnifiAndoles    á    los    compañeros.)     Mire    VUCStra 

merced,  señor  caballero,  de  (^ué  donosa  ma- 
nera le  obedezco,  (coge  uu  guijarro  y  se  lo  dispa- 
ra á  Don  Quijote  que  con  la  rodela  se  cubre.) 

D.  Quu-  ¡Ah,  bellaco  y  harto  de  ajos!  ¿Contra  quien 
te  dio  la  libertad  la  empleas? 
(Los  galeotes  todos,  al  ejemplo  y  seña  de  Ginesillo,  se 
apartan  y  entre  gritos  y  risas  comienzan  á  tirar  tantas 
y  tantas  piedras  sobre  Don  Quijote,  que  éste  no  se  da 
manos  á  cubrirse  con  la  rodela.  Sancho  se  pone  tras  su 
asno,  y  con  él  se  defiende  de  la  nube  y  pedrisco  que 
sobre  entrambos  llueve.) 

Enam.  ¡Recebid  ésta,  señor  caballero  andante! 

EsT.  ¿No  tiene  vuestra  merced   otra  orden  que 

darnos? 

GíNÉs  ¿Adonde  queréis  que  o?  lleve  la  respuesta 

de 'vuestra  señora  Dulcinea? 

ToL.  ¿Qué  os  parecen  las  peladillas  de  arroyo,  se- 

ñor caballero? 

Sancho  ¡Válame  Dios,  señor!  ¿Ve  vuestra  merced 
cómo  mejor  estaríamos  en  la  sierra? 

D.  Qui.i.  ¡Oh,  señora  de  mi  alma,  Dulcinea,  flor  déla 
fermosura,  socorred  á  este  vuestro  caballe- 
ro, que  por  satisfacer  á  la  vuestra  njucha 
bondad  en-  este  riguroso  trance  se  halla!  (Le 

aciertan  con  tal  tino  dos  guijarros  seguidos,  que  le 
hacen  vacilar  y  caer  al  suelo.  Apenas  le  ve  en  él,  el 
Estudiante  le  quita  la  bacía  de  la  cabeza  y  le  da  con 
ella  tres  ó  cuatro  golpes  en  la  espalda;  Sancho  acude 
á  remediar  á  su  amo;  Ginés,  mientras,  le  roba  su  ga- 
bán.) ¡Ah,  bellacos!  ¡ah,  gente  mal  nacida! 

Sancho  ¡Válame  Dios!  Mire  vuestra  merced  en  qué 
nueva  locura  se  ha  metido. 

EsT.  Señor  caballero  de  la  Triste  Figura,  ¿le  con- 

tamos esto  también  á  la  señora  Didcinea 
del  Toboso? 

D.  Qui.i.  ¡Ah  cobardes  villanos,  atended  que  no  por 
cobardía,  sino  por  mi  desgracia,  estoy  aquí 
tendido! 

Sancha  (Encarándose  ton  Ginés.)    ¿A    quicu    te    SOltÓ  laS 

manos  robas,  hijo  de  la  tai? 


GiNÉs  (Huyendo.)  ¡Ahora,  Cada  uno  á  su  buena  ven- 

tura! 

Enam.  ¡y  Dios  sea  con  todos! 

EsT.  ¡Y  á  quien  El  se  la  dé,  San  Pedro  se  la  ben- 

diga! 

(Se  dispersan  corriendo,  y  desaparecen  en  varias  di- 
recciones. Quedan  solos  jumento  y  Rocinante,  Sancho 
y  Don  Quijote:  Sancho  temeroso  de  la  santa  herman- 
dad: Dou  Quijote  mohinísimo  de  verse  tan  mal  parado 
por  los  mismos  á  quien  tanto  bien  ha  hecho.) 

ijANCH  )  (Llegándose  de  nuevo  á  su    amo,    para   ayudarle  á  le- 

vantarse.) ¡Ah,  señor  Don  Quijote  de  mi  alma! 
¡Quién  creyera  que  cuando  rrie  holgaba  yo 
con  vuestra  merced  de  haber  sacado  limpias 
de  palos  las  costillas,  había  de  veuir  por  la 
posta  y  en  seguimiento  suyo  esta  tan  gran- 
de tempestad  de  piedras  y  puñadas  que  ha 
descargado  sobre  nosotrosl 

D.  Quij.  Siempre,  Sancho,  lo  he  oído  decir,  que  el 
hacer  bien  á  villanos  es  echar  agua  en  la 
mar:  si  yo  hubiera  creído  lo  que  me  dijiste, 
yo  hubiera  excusado  esta  pesadumbre;  pero 
ya  está  hecho,  paciencia,  y  escarmentar  para 
desde  aquí  adelante. 

Sancho  Así  escarmentará  vuestra  merced,  como  yo 
soy  turco. 

(Durante  las  últimas  palabras  de  Don  Quijote  y  Sancho 
va  cayendo  el  telón  lentamente.) 


FIN 


Madrid.  Abril  1905. 


OBHflS  DE  ÜOS  IVUSMOS  flÜTOHES 


Esgrima  y  amor,  juguete  cómico.  f2.a  edición.) 

Belén,  12,  principal,  juguete  cómico. 

Gilito,  juguete  cómico-lírico.  (2.a  edición.) 

La  media  naranja,  juguete  cómico.  (2."  edición.) 

El  tio  de  la  flauta,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

El  ojito  derecho,  entremés.  (S.a  edición.) 

La  reja,  comedia  en  un  acto.  (3.a  edición.) 

La  buena  sombra,  sainete  en  tres  cuadros,  con  música.  (6.a  edi- 
ción.) 

El  peregrino,  zarzuela  cómica  en  un  acto. 

La  vida  íntima,  comedia  en  dos  actos.  (3.a  edición.) 

Los  borrachos,  sainete  en  cuatro  cuadros,  con  música.  (2.a  edi- 
ción.) 

El  chiquillo,  entremés.  (5.a  edición.) 

Las  casas  de  cartón,  juguete  cómico. 

El  traje  de  luces,  sainete  en  tres  cuadros,  con  música. 

El  patio,  comedia  en  dos  actos.  (3.a  edición.) 

El  motete,  entremés  con  música.  (2.a  edición.) 

El  estreno,  zarzuela  cómica  en  tres  cuadros. 

Los  Galeotes,  comedia  en  cuatro  actos.  (3.a  edición.) 

La  pena,  drama  en  dos  cuadros.  (2.a  edición.) 

La  azotea,  comedia  en  un  acto. 

El  género  ítifimo,  pasillo  con  música. 

El  nido,  comedia  en  dos  actos.  (2.*  edición.) 

Las  flores,  comedia  en  tres  actos. 

Los  piropos,  entremés. 

El  flechazo,  entremés. 

El  amor  en  el  teatro,  capricho  literario  en  cinco  cuadros,  pró- 
logo y  epílogo. 

Abanicos  y  panderetas  ó  ¡A  Sevilla  en  el  botijo!  humorada  sa- 
tírica en  tres  cuadros,  con  música. 


La  dicha  ajena,  comedia  en  tres  actos  y  un  prólogo. 

Pepita  Reyes,  comedia  en  dos  actos. 

Los  meritorios,  pasillo. 

la  zahori,  entremés. 

La  reina  mora,  saínete  en  tras  cuadros,  con  música.  (2."  edi- 
ciún.) 

Zaragatas,  saínete  en  dos  cuadros. 

La  zagala,  comedia  en  cuatro  actos. 

La  contraía,  apropósito. 

El  amor  que  pasa,  comedia  en  dos  actos. 

El  mal  de  amores,  saínete  con  música. 

El  nuevo  servidor,  humorada. 

Mañana  de  sol,  paso  de  comedia. 

Fea  y  con  gracia,  entremés  con  música. 

La  aventura  de  los  galeotes,  adaptación  escénica  de  un  capí- 
tulo del  Quijote. 

La  pitanza,  entremés. 


SERAFÍN  I  JÜAÍÜÍN  ÁtVAREZ  QUINTERO 


La  musa  loca 


eOMBDlfl  EN  TRES  ACTOS 


(el  tercero  dividido  en  dos  cuadros) 


-$-3>^^^- 


SOÍÍIEDAD  DE  AUTORES  ESPAÑOLES 
Núñez  de  Balboa,  12 

i-soe 


LA  MUSA  LOCA 


Esta  obra  es  propiedad  de  sus  autores,  y  nadie  po- 
drá, sin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla 
en  España  ni  en  los  países  con  los  cuales  se  hayan 
celebr/tdo  ó  se  celebren  en  adelante  tratados  interna- 
cionales de  propiedad  literaria. 

Los  autores  se  reservan  el  derecho  de  traducción. 

Los  comisionados  y  representantes  de  la  Sociedad 
de  Autores  Españoles  son  los  encargados  exclusivamente 
de  conceder  ó  negar  el  permiso  de  representación  y 
del  cobro  de  los  derechos   de  propiedad. 

Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 


LA  MUSA  LOCA 


eOMEDIfl  EN  TRES  HCTOS 


(el  tercero  dividido  en  dos  cuadros) 


SERAFÍN  Y  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


Estrenada  en  el  TEATRO  DE  NOVEDADES  de  Barcelona, 

el  4  de  Julio  de  1905 


■*- 


MADRID 

B.  VBU4BCO.  tUP.,  UABQDéS  DB  SARTA  ABA,  11  O    P.° 
Teii/ono  número  yf/ 

I906 


J^  Jacinto  ^eqavente 

jie^eaituo  u  a^táioeiáiieó  tuíieuio,  auda6 
tuuoV-aaO'i  de  la  copuedia  ejjiauoia,  Sué 
deüoitótíHOá  adtidi^ado'ieá  u  autiaóJ, 

(Je^Lartu  u     Loaciutu. 


REPARTO 


m 


PZRSONAJES 


ACTORES 


ACTO     PRIIVIERO 

riDELA Seta.  Suáeez. 

DON  ABEL  SECANO Sr.    Díaz  de  Mendoza  (F.) 

DON  MAURICIO   REGLA  Y  SALA- 

ZAK ClRERA. 

URRUTIA Santiago. 

CABRA Carsí. 

TOLEDO Mesejo. 

MANOLO Juste. 

BARBUDO DÍAZ. 

DON  JESÚS Urquijo. 

LUCAS Cayüela. 

UN  PRESTAMISTA Gil. 

ÜN  CAMARERO Fernánde  . 

ACTO     SEGUISIDO 

DOÑA  ANTONIA  PACHECO Sra.  Morera. 

IRENE Srta.  Asquerino. 

DOÑA  ANDREA Sra.   Guerrero. 

FELISA Srta.  Bremón. 

MARIQUITA García. 

DON  ABEL  SECANO Sa.    Díaz  de  Mendoza  (^  F.  "> 

DON   MAURICIO   REGLA  Y  SALA- 
ZAR Cirera. 


(1)  Merced  á  algunas  lig-eras  alteraciones  introducidas  en  el  acto 
segundo  de  esta  comedia  después  de  sa  estreno  en  Barcelona,  consig- 
namos aquí  el  reparto  de  la  primera  representación  en  Madrid,  en 
lugar  del  que  allí  se  le  dio. 

Debemos,  sin  embargo,  mencionar  á  la  Sra.  Guillen,  á  la  Srta.  To- 
rres, al  Sr.  Palanca  y  al  niño  Peral,  que  interpretaron  en  Barcelona 
los  papeles  de  Laisita,  Felisa,  don  Mauricio  Regla  y  Salazar  y  Eduar- 
do respectivamente,  y  que  no  figuran  en  la  actualidad  en  la  compa- 
ñía del  Teatro  Español. 


TEBUTIA Sr.    Santiago. 

UN  SEÑOR  ANÓNIMO DlAz  de  Mendoza  (M.) 

BUSTAMANTE Gukkrero. 

DON  GENARO Mkdrano. 

ROMERO SoRiANO  VioscA. 

ACTO     TERCERO 

IRENE Srta.  Asquerino. 

LUISITA Oancio. 

LIBORIA Bueno. 

DON  ABEL  SECANO Sr.    Díaz  de  Mendoza  (E.) 

DON   MAURICIO    REGLA  Y  SALA- 
ZAR Girera. 

URRUTIA Santiago. 

FOSO , Mesejo. 

DON  JO  VITO CARSÍ. 

EDUARDO Niño  Quintín. 

PARRA Sr.    Viñals. 

BERMÚDEZ Urqüijo. 


^ /^tSPS^ --«í 


ACTO  PRIMERO 


Negociado  de  don  Mauricio  Kegla  y  Salazar,  en  una  oficina  del  Es- 
tado, en  Madrid.  Mampara  al  foro.  Ventana  glande  á  la  derecha 
del  actor.  Puertecilla  de  escape  á  la  izquierda,  empapelada  como 
las  paredes.  Estera  de  cordelillo.  A  la  derecha,  en  primer  térmi- 
no, mesa  y  sillón  de  don  Mauricio.  A  la  izquierda,  frente  á  ella, 
mesa  j'  sillón  de  don  Abel  Secano,  oficial  primero.  En  el  foro,  á 
la  derecha  de  la  puerta,  un  par  de  mesas  de  dos  pupitres  fronte- 
ros cada  una.  La  del  rincón  está  colocada,  como  las  de  don  Mauri- 
cio y  don  Abel,  de  suerte  que  al  sentarse  ante  ella  los  empleados 
el  público  los  vea  de  perfil.  La  otra  en  sentido  contrario:  un  em- 
pleado dará  la  espalda  al  público  y  otro  estará  de  frente  á  él. 
Hacia  el  centro  de  la  habitación  otra  mesa  análoga  á  la  primera 
y  colocada  en  igual  forma.  En  las  paredes,  perchas  correspon- 
dientes á  las  mesas  y  alguna  anaquelería  con  legajos.  Sobre  todas 
las  mesas,  aparte  el  servicio  de  escribir,  abundancia  de  papeles  y 
libros.  Sillas  de  gutapercha.  Cerca  de  la  ventana  una  estufa.  Escu- 
pideras y  cestos  de  papeles  junto  á  las  mesas.  Pendiente  del  techo, 
sobre  cada  una  de  ellas,  una  bombilla  de  luz  eléctrica  con  panta- 
lla verde.  Timbres.  Almanaque.— -La  vejez  y  mal  estado  de  los 
muebles,  el  polvo  de  libros  y  legajos,  el  borroso  color  del  papel 
de  las  paredes,  y  aun  los  remiendos  de  la  estera,  patentizan  que 
por  la  covachuela  que  hoy  rige  don  Mauricio,  han  pasado  algunas 
generaciones.— Es  por  la  mañana. 


ESCENA  PRIMERA 

DON  ABEL;  luego  LUCAS;  después  CABRA 

(La  oficina  está  sola.    Ábrese    la    mampara    y  sale    don    Abel.    Don 
Abel,    protagonista    de    esta    comedia,    es    un    pobre    diablo.     Frisa 


—  10  — 

con  los  cincuenta;  tiene  poco  pelo,  y  éste  gris,  bigotillo  y  moscn. 
Los  ojos,  mortecinos  y  tristes.  Alguna  vez,  no  obstante,  fulgura  en 
ellos  siniestra  llamarada.  Lleva  gafas  de  acero.  Sus  ropas  son  liu- 
mildes,  defendidas  con  maña  y  bencina  de  las  inclemencias  del  uso. 
Al  llegar  tiende  la  vista  por  la  estancia,  desde  la  misma  puerta,  cer- 
ciorándose de  que  aún  no  hay  allí  ningún    empleado.) 

D.  Abel       Nadie.  Parece  que  es  un  crimen,  y  no  es  un 

Crinien.  (corre  á  su  mesa,  y  sin  quitarse  sombrero  ni 
capa,  se  sienta,  saca  de  uno  de  los  cajones  un  cuader- 
no, y  rápidamente,  lleno  de  turbación  y  ansiedad,  bus- 
ca una  entre  sus  páginas  manuscritas.)  Aquí  está. 
(Después  de  leer  para  sí.)  ¡All!  ¡Ya    (IcCÍa    yo!  El 

ritmo  de  la  frase  era  oirn.  (Leyendo.)  «¿Por 
qué"?  (iPor  qué  no  me  contestas  ahora?  ¿Por 
qué?»  ¡Claro!  Se  repite  dos  veces  el  por  qué. 
¡Qué  tontería!   Y  no  he  podido  pegar  los 

ojos  en  toda  la  noche,  (sigue  hojeando  el  cua- 
derno.) ¡Qué  bien  rae  ha  salido  esta  esce- 
na!... ¡Qué  linda  es  esta  frase!...  «No  quiero 
más  esclavitud  que  la  de  mi  cerebro:  no 
quiero  más  cadenas  que  las  de  mi  concien- 
cia.» Aquí  hay  un   aplauso,  ó  sé  yo  muy 

poco  de  estas  cosas.  (Mirando  con  recelo  á  la 
puerta.)    ¿Eh?...   Temí...    (volviendo    á    la    obra.) 

¿Pues  y  ésto?  Esto  parece  de  Echega'-ay. 
«No  pidamos  á  la  carne  humana  en  la  tie- 
rra, resistencia  de  roca  en  la  playa.»  ¡Bravo! 

He  me  saltan  las  lágrimas.  (Guardando  el  cua- 
derno.) Al  cajón  otra  vez,  drama  mío,  no  me 
sor[)renda  alguien...  Ahora  cauí-^aría  mofa, 
lo  que  luego  ha  de  causar  admiración  y  en- 
vidia. (Mientras  cuelga  la  capa  y    el    sombrero. j  \\ 

dicen  los  críticos  que  el  monó'ogo  es  fals-o!... 
¡que  no  es  real!...  ¿Pues  no  vengo  yo  hablan- 
do solo  desde  mi  casa?  Por  supuesto,  ¿quién 
había  de  sospechar  en  el  mundo  que  Abel 
Secano,  el  huaiilde  oficial  primero  de  esta 
mísera  covachuela,  iba  á  sentir  bajo  su  crá- 
neo la  llama  de  la  inspiración;  iba  á  escri- 
bir un  drama  como  ese?.  .  (sale  Lucas,  ordenan- 
za   de     la    oficina,     por    la    puertccilla    de    escape.) 

¿Quién? 
Luc.  Señor  Secano,  buenos  días. 


—  11 


1).  Abel 


Luc. 
D.  Abel 


Cabra 
Luc. 

Cabra 


(Este  Lucas  procede  de  la  Guardia  civiL  Usa  grandes 
bigotes,  y  conserva  en  su  empaque  y  modos  el  sello  y 
los  üábitoa  de  su  primera  profesión.  Eu  la  mano  trae 
UD  jarro  lleno  de  agua,  que  vierte  en  una  cacerola  que 
hay  sobre  la  estufa.) 
Buenos    días,   Lucas.    (Abstraído:   entre   dientes.) 

«No  pidamos  á  la  carne  humana  eu  la  tierra, 
resistencia  de  roca  en  la  playa.» 
¿Manda  usted  algo? 
JNada,  Lucas. 

(Lucas  va  á  irse  por  el  foro,  á  tiempo  que  llega  Cabra, 
á  quien  deja  pasar.) 

Hola,  Lucas. 

Felices,  señor  Cabra,  (vase.) 

Buenos  días,  don  Abel,  A  usted   no   hay 

quit  n  le  coja  la  delantera. 

(e1  ciudadano  Cabra,  víctima  resignada  de  la  admi- 
nistración, y  miope  de  añadidura,  viene  de  capa  casta- 
ña y  hongo  café,  y  usa  gafas  de  gruesos  cristales.  Fn 
la  oficina  usa  manguitos.  Las  rodilleras  de  sus  panta- 
lones manifiestan  que  de  los  sesenta  años  que  tiene  ha 
pasado  sentado  cincuenta  y  cinco.  Ocupa  el  primer  pu- 
pitre de  la  derecha.  Trae  en  la  mano  un  rollo  de  pa- 
peles.) 


ESCENA  II 


DON  ABEL  y  CABRA;  después  DON  MAURICIO 


Cabra 
D.  Abel, 

Cabra 


D.  Abel 


Cabra 


¿Cómo  sigue  el  chico? 

Mejor  está.  Cabra;  muchas  gracias.  ¿Qué 
papeles  son  etos? 

El  trabajo  extraordinario  que  le  dio  el  jefe 
á  Urrutia.  Al  fin  y  al  cabo  tuve  yo  que  car- 
gar con  él.  Hasta  las  tres  de  la  mañana  no 

he  podido  acostarme.  (Arranca  la  hoja  del  alma- 
naque.) 

Le  digo  á  usted  que  se  está  poniendo  esta  ca- 
sita... (Saca  uú  periódico  y  lee  de  pie  junto  á  la  es- 
tufa, sin  dejar  de  atender  á  Cabra.) 

Y  menos  mal  ustedes^  los  que  suben.  Ya  ve 
usted  yo:  ayer  hizo  cuarenta  años  que  tomé 
posesión  de  este  mismo  pupitre. 


—  1-2   — 

D.  Abel       ¿Con  cuánto? 

Cabra  Con    seis  mil  reales.  Y    hoy  tengo  cuatro 

dqíI. 

D,  Abel       ¡Sí  que  es  una  carrera  loca! 

Cabra  (suspirando.)  Aquí  rae  he  dejado  la  vista,  el 

pulso,  el  pelo,  el  eetómfigo...  No  es  (|ue  yo 
me  queje...  Aquí  he  cogi<io  el  reuma  que 
me  va  á  llevar  al  cementerio;  aquí  he  cogi- 
do las  jaquecas  (jue  padezco  alternando  con 
el  reuma...  No  es  que  yo  me  queje...  Aqui 
conocí  á  mi  mujer,  que  en  paz  descanse. 
Era  hija  del  entonces  portero  mayor,  que 
MU  paz  descanse.  Se  empeñó  en  casarnos  el 
jefe  de  esta  sección  en  aquella  ¿poca,  don 
Inocencio  Colmenar, que  enpaz  descanse.  La 
pohrecita  me  dejó  doce  hijos,  (\\ie  me  viven 
todos...  No  es  que  yo  me  queje  ..  A  otros  les 
va  mucho  peor...  pero  de  cuándo  en  cuándo 
un   desahoguillo...   Iré   haciendo   el    parte. 

(Se  levanta,  coge  de  la  mesa  de  don  Mauricio  una  hoja 
de  asistencia,  y  escribe  en  ella  los  nombres  de  los  em- 
pleados del  neéociado,  los  cuales,  á  medida  que  lle- 
gan, la  vau  firmando.) 

D.  Abel  Mire  i:sted,  Cahra;  yo  también  rae  veo  ro- 
deado de  rancha  gente.  Kl  mayor  de  mis  chi- 
cos ya  es  un  pollo:  usted  lo  conoce.  Es  listo, 
es  bceno;  vale.  Será  un  hombrecito.  Me  tie- 
ne muy  contento.  Pues  bien:  si  algún  día  se 
le  ocurriera  decirme:  «Papá,  yo  quiero  ser- 
vir al  Estado»,  lo  disecaba.  No  le  digo  á  us- 
ted más.  Lo  disecaba. 

Cabra  Y  haría  usted  muy  bien.  ¡Ojalá  mi  padre 

me  hubiera  disecado  á  mí!  Daría  gusto  de 
verme  ahora. 

D.  Abel  En  cuanto  á  un  servidor  de  usted...  Pero, 
bueno;  esto  es  otra  cos;^...  Tiempo  al  tiem- 
po... No  quiero  hablar,  (saludando  a  don  Mauri- 
cio que  llega  por  el  foro.)  Dios  te  guarde,  Mau- 
ricio. 

Cabra  Don  Mauricio,  muy  buenos  días. 

D.  Maur.     Hola,  señores.  ¿Qué  hay? 

(Dou  Mauricio  Regla  y  Salazar,  jefe  del  negociado,  es 
hombre  recto,  inflexible,  aunque  cortés  y  cariñoso  con 
sus    subordinados.    Para    él    la    administración   es  un 


—  13  — 

culto  y  él  un  sacerdote.  Su  fisonomía  es  vigorosa,  ex 
presiva,  muy  española.  Tiene  cuarenta  y  tantos  años. 
Viste  de  chaqué.) 

D.  Abkl       ¡Ps'-hé! 

¡Hoy  como  ayer,  maTiana  como  hoy, 

y  siempre  igual! 
¡Un  cielo  gris,  un  horizonte  eterno, 
y  andar...  andar! 
D.  Mauh.     Chico,  cliico,  qué  por  las  nube»  me  recibes. 

¿Es  que  te  has  dado  á  la  poesía"? 
D.  Abel       Tal  vez  De  poeta,  músico  y  loco... 
D.  Maur.     ^.Y  tu  pequeño? 

D.  Abel  Parece  que  ha  amanecido  mejor.  La  noche 
ha  sido  buena.  Luego  vendrá  la  muchacha 
á  decirme  el  parecer  del  médico. 

D.  MaUK.      Oye   una   cosa.  (Oon  Abel  se    le  acerca.'/  Miía  el 

boi  radorcillo  que  he  hecho  para  contestar  á 
la  Dirección.  (Le  da  unas  cuartillas.)  A  ver  qué 
te  parece. 

(Don  Abel  lee  para  sí.  Don  Mauricio  en  tanto  lo  con 
templa  con  el  resplandor  del  esperado  triunfo  en  la 
fisonomía.  Llega  Manolo.) 


ESCENA  ni 

DICHOS  y  MANOLO;  luego  BARBUDO;  después  ÜRRUTIA 

Ma-^-.  Buenos  días,  señores. 

D.  Maur.     Hola,  Manolo. 
Cabra  Buenos  días. 

MajN.  y  fresco^.  (Deja  gabán  y  sombrero  en  la  percha  co- 

rrespondiente, y  antes  de  sentarse  en  su  sitio,  que  es 
nno  de  los  pupitres  del  centro  de  la  escena,  se  acerca 
á  la  estufa  para  calentarse.  Es  un  muchacho  simpáti- 
co y  listo.  El  gabán  que  lleva  es  de  entretiempo  y  el 
traje  de  verano.  Como  se  ve,  tampoco  nada  en  la  abun- 
dancia. Para  trabajar  en  la  oficina  se  quita  los  puños 
y  trueca  la  americana  de  la  calle  por  otra  remendada 
y  llena  de  tinta  que  guarda  en  su  pupitre.) 

Cabra  Ahí  tienes  el  parte. 

Man.  Ahora  voy. 

D.  Maur.      (a  don  Abel,  así  que  acaba  la  lectura.)  ¿Qué  tal? 

D.  Abel      De  lo  más  bonito  que  has  hecho,  Mauricio. 


_  14  — 

D.Maur.    ¿Eh? 

D.  Abel       l^ero  fuerte. 

D.Maur.  Eso  quiero:  darle  en  la  tetilla.  Y  ya  habrás 
visto  que  le  tapo  todos  los  callejones.  Que 
me  sale  por  peteneras:  ley  de  15  de  Abril 
del  94;  que  esto,  que  lo  otro,  que  lo  de  más 
allá:  real  orden  de  26  de  Agosto  del  í)5;  qud 
tal  y  cual  y  qué  se  yo:  real  decreto  de  14  de 
Mayo  del  96;  que  si  fué,  que  si  vino:  ins- 
trucción de  12  de  Setiembre  del  97;  que 
patatiü,  que  patatán:  circular  de  29  de  Oc- 
tubre próximo  pasado.  Y  no  hay  más.  Tie- 
ne que  meterse  en  el  burladero. 

D.  Abfl       Si,  sí:  no  hay  escape,  (se  va  á  su  sitio  ) 

D   Mauk.    Mfmolo. 

Man.  Mande  usted. 

D  Maur.    Ponga  usted  la  minuta  de  esto. 

Man.  Sí,  señor. 

D.  Maur.    Y  que  luego  Cabra  lo  saque  en  limpio. 

Cabra  Está  bien. 

(Llega  Barbudo,  viejo  gruñón  de  malísimas  pulgas. 
Disfruta  un  haber  de  seis  mil  reales,  y  toca  la  trompa 
en  un  teatro.  Tiene  más  cejas  que  bigote.  Viene  de 
capa.) 

Bar,  ¡Qué  atmósfera!;  |Se  masca  el  carbón!  ¡No  sé 

cómo  pueden  ustedes  resistirla!  ¡Aquí  nos 
vamos  á  morir  todos!  Buenos  días,  señores. 

Cabra  Buenos  días. 

D.Maur.  ¿Quieren  ustedes  que  abramos  la  venta-.ia 
un  momento? 

Bar.  ¡Sí,  hombre,  si! 

Man.  ¡No,  hombre,  no!   Estos  del  norte  no  tienen 

nunca  frío. 

Bar.  ¡Lo  que  no  quieren  es  respirar  veneno! 

Man.  ¡Ojalá  se  muera  usted  mañana!   ¡Así  puede 

que  ascienda  yo! 

Bar.  Sí,  sí;  no  lo  verán  tus  ojos.  Tienes  oficial 

quinto  para  rato,  (Después  de  colgar  la  capa  y  el 
sombrero,  siéntase  ante  el  pupitre  de  frente  á  Cabra.) 

D.  Maur,  (Mirando  el  reloj.)  La  media  ya  y  faltan  cuatro 
todavía.  El  mejor  día  llevo  el  parte  así.  y 
vamos  á  tener  un  disgusto,  ¿Se  sabe  de  Ji- 
ménez? 

D.  Abel      Continúa  malo.  Yo  estuve  ayer  á  verlo. 


—  16  — 


D.  Mauk 


Bar. 


Cabba 
Bar. 


Urrut. 
D.  Maur, 

Urrut. 

1).  Maur 
Urrut 
D   Maur 

Urrut. 
D.  Maur. 
Urrut. 

D.  Mauk 


Urrut. 
D.  Maur. 
Urrut. 

D.  Maur 
Urrut. 


D  Abei. 
Man. 

D.  Abel 


Pues  Toledito  y  Uirutia  me  van  á  oir.  Y  eso 
que  pierde  uno  la  fuerza  moral:  luego  se 
presenta  á  las  doce  ese  niño  gótico  de  -Jor- 
gito,  que  abusa  porque  tiene  el  tío  alcalde, 
¿y  quién  les  dice  nada  á  los  otros? 
Aquí  hay  dos  razas:  los  que  toman  el  sol  y 
los  que  tornan  quina  en  rama.  Y  ande  el 
movimiento,  (a  cabra.)  Ya  me  ha  dado  us- 
ted dos  veces  con  el  pie  en  la  espinilla.  '\ 
Ha  sido  sin  querer 
Es  que  sin  querer  también  me  duele. 

(Llega  Urrutia  todo  jadeante.  Es  el  hazmerreír  del  ne- 
gociado. Viste  malamente:  usa  un  hongo  muy  alto  y 
un  gabán  color  de  hoja  seca,  entallado  y  con  raja 
hasta  la  cintura.  Es  ligeramente  tartamudo.) 

Fe...  fe...  felices. 

¡Vamos,  hombre!  ¡Firme  usted  el  parte  en 
seguida! 

Us...  usted  perdone,  don  Mauricio.  ¿So... 
soy  el  último? 

Firme  usted  el  parte  y  no  se  meta  en  más. 
Us...  usted  perdone. 

No  hay  de  qué.  ¿Me  quiere  usted  decir  que 
ha  estado  usted  haciendo? 
Re...  re. .  retratándome. 
¿Cómo? 

De...  de  cuerpo  entero.  Pien...  pienso  hacer- 
me unas  postalitas. 

Siempre  había  usted  de  apearse  por  las  ore- 
jas. Oiga  usted.  Ayer,  en  este  oficio,  me 
puso  UHted  fecha  de  Octubre. 
¿Y  qué? 

Que  estamos  en  Noviembre, 
^ues...  pues  tiene  usted  razón.  Me...  me  ha- 
bré equivocado. 
¿Qué  duda  cabe? 

Lo...   lo  rasparé,  y  si  no  queda  bien  haré 
otro.  Con...  con  permiso.  Don...   don   Abel, 
^;cómo  sigue  el  enfermo? 
Un  poco  mejor;  muchas,  gracias. 
Es  verdad;  que  yo  no  le  he  preguntado. 
¿Sigue  mejor,  eh? 
Así  parece. 

(Deja  Urrutia  sombrero  y.  abrigo  en  la   percha  corres- 


—  16  — 

pondiente,  y  se  acomoda  ante  su  pupitre,  de  frente  al 
público.  También  se  cambia  de  americana,  y 


ESCENA  IV 


Pres. 


D   Mauk 

Pres. 

D.  Maur, 

Pres. 

Bar. 

Pres. 

D.  Maur 
Man. 


Pres. 


Urrut 
Pres. 
Man  . 
Urrut. 
Bar. 
D.  Abel 
Cabra 
D.  Abel 


DICHOS  y  un  PRESTAMISTA 

(saliendo  violentamente  por  el  foro  con  el  sombrero 
puesto,  unn  estaca  de  la  que  Dios  nos  Ubre,  y  unas  in- 
tenciones peores  que  la  estaciv.)  BuGllOS  diaS. 

Buenos  dias. 
¿El  señor  Toledo? 
No  está. 
¿No  está? 

¡Pero  cúbrase  usted! 

¿Cómo?  (se  quita  el  sombrero.)  Ustedes  dispen- 
sen. ¿De  modo  que  el  señor  Toledo  no  está? 
No,  señor,  no  está.  Creo  que  salta  á  la  vista. 

Espere  usted  un  poco.  (Levanta  la  tapa  de  su 
pupitre  y  mira  hacia  dentro  en  son  de  burla.)  No;  nO 

está. 

¿Eso  ha  sido  un  chiste?  Pues  el  señor  Tole- 
do me  anda  bufcando,  y  me  anda  buscando 
el  señor  Toledo,  y  no  digo  más  sino  que  va 
á  encontrarme  el  señor  Toledo. 
Us...  usted  á  él  ya  es  más  difícil. 
¿Si,  verdad?  Buenos  día^.  (Vase  como  entró.) 
¡Ladronazo! 
¡Ju...  judíol 
¡Chupa  sangre! 
Pero  ¿quién  es  ese? 
Un  prestamista. 

¡Ah!  El  amigo  Toledo  trae  siempre  unaá 
combinaciones  y  unos  enjuagues... 


TOL. 


ESCENA  V 

DICHOS  menos  el  PRESTAMISTA.  TOLEDO 

(Asomando  el  rostro  apicarado  por  la  puertecilla  de  es- 
cape, y  dando  los  buenos  días  en  voz  baja.)  SeñOreS, 

buenos  días. 


—  i:  — 

D.  Maur.    ¡Toledo! 

ToL.  iáchsss...  Por  Dios,  don  Mauricio,  no  me  riña 

usted. 

D.  Mauk  .  Firme  el  parte  al  momento,  que  voy  á  lle- 
vármelo. 

lOL.  (obedeciendo  sin  quitarse  la  capa  y  con  el  sombrero  en 

la  mano  todavía.)  Sí,  señor.  Usted  Comprende- 
rá que  hay  peligros  superiores  al  rayo. 
D.  Maur.    Ya,  ya  estoy.  A  trabajar  ahora,   (vase  por  ei 

foro  con  la  hoja  de  asistencia.) 


ESCENA  VI 

DICHOS,  menos  DON  JlAUPaCIO;  después  LUCAS 

(Toledo  es  joven,  madrileño  de  raza.  Se  peina  entre  chulo  y  señoiito. 
Usa  cuello  bajo,  corbata  encarnada  y  bota  con  caña  de  color.  Su  si- 
tio en  el  negociado  es  el  de  frente  á  Manolo,  Deja  capa  y  sombrero 
y  abre  su  pupitre  mientras  le  interrogan  los  demás  sobre  el  pasado 
lance  ) 


Man.  Oye,  tú,  ¿qué  belén  es  este? 

ToL.  [Poca  cosa!  Que  le  huyo  el  cuerpo  á  ese  ma- 

tatías, porque  lo  he  clavado  en  cincuenta 
duros. 

(Reetocijo  general.) 

Man.  ¿Si? 

Cabra         ¿Si? 

Bar.  ^^A.  ese? 

Urrut.        ¡  \Je...  me  alegro! 

D.  Abel       Pues  es  usted  el  príncipe  de  los  ingenios, 

amigo  mío,  ¿Cómo  ha  sido  la  cosa?  A  ver,  á 

ver... 
ToL.  Ese  es  mi  secreto.  El  hecho  es  que  no  ve 

una  peseta  de  los  cincuenta  duros. 
Bar.  De  las  pocas  veces  que   ha   tenido  usted 

gracia. 
Urrut.        In...  infeliz  de  mi:  le  tomé  veinte  á  uno  de 

la  calle  del  Salitre,  y  ya  le  llevo  entregados 

más  de  ochenta. 
D.Abel       ¡Qué  atrocidad! 
Urrut.        ¿Ño...  no  ve  usted  que  hasta  que  no  le  dé  la 

2 


—  18  — 

cantidad  íntegra  me  está  cobrando  inte- 
reses? 

ToL.  Tú  tienes  la  culpa.  Por  bruto, 

Urrut,  Si ,.  si.„  si  fué  cuando  la  enfermedad  de  mi 
madre.  No.,,  no  digo  eso:  fi...  fi.,.  firmo  yo 
la  horca. 

D.  Abel       Tolfdo,  ¿me  da  usted  El  ImparciaU 

ToL.  Sí,  sefior, 

D.  Abel       Tenga  usted  FÁ  Liberal. 

Urrut.        ¿Quie...  quiere  usted  El  Pais? 

1).  Abel       Luego. 

(Cada  uno  está  sentado  en  su  sitio,  Don  Abel  y  Toledo 
leen  los  periódicos;  Urrutia  raspa  y  enmienda  su  equi 
vocación,  en  que  vuelve  á  incurrir;  Manolo  compone 
un  reloj,  y  Cabra  y  Barbudo  trabajan.  Todos,  siu  em- 
bargo, intervienen  en  la  conversación,  Toledo,  antes  de 
sentarse,  toca  dos  veces  el  timbre,  que  se  oye  lejos,) 

ToL.  Beberemos  agua,  ¡que  diablo!  Para  que  pase 

el  susto. 

Urrut.        ¡Mal...  maldita  sea  mi  suerte! 

Man.  ¿Qué  le  sucede  á  usted? 

Urrut.  ¡Que...  que  he  raspado  Octubre  y  be  vuelto 
á  poner  Octubre!  ¿Es  pata  la  mía?  Se  va  á 
quedar  esto  como  una  lela  de  cebolla, 

ToL.  ¿Tu  raspador  no  tiene  sueldo? 

Urrut.        ¡No...  no  tiene  sueldo! 

ToL.  ¡Pues  es  quien  más  trabaja  en  el  negociado! 

(Risas.) 

D.  Abel  Amigo  Barbudo:  ayer  á  su  novillerito  de  us- 
ted le  echaron  un  bicho  al  corral. 

Bar.  También  se  los  echaban  á  Lagartijo,  amigo 

Secano. 

Man.  ¡Ande  usted  con  esa,  don  Abel! 

Urrut.  Es...  es  que  en  Madrid  no  se  sabe  ver  toro-*. 
¿ Ver d  ad ,  Bar  b  u  d  o? 

Bar.  Ño  señor;  no  se  sabe. 

ToL.  Para  ver  toros  hay  que  ir  á  su  pueblo  de  us- 

ted. ¡Creo  que  los  lidijiíi  en  la  sala  de  sesio- 
nes del  Ayuntamiento! 

Cabra  ¡.Ja,  ja,  jíi! 

Urrut.        ¡Hom...  hombre:  crisis! 

(Gran  alarma.) 

Bar.  ¿Crisis? 

Cabra  ¿Crisi^? 


-.  19  — 

Man.  ¿Cómo  crisis? 

XTrrut.  En...  en  Portugal. 

Cabra  ¡Ah,  vamos! 

Man  .  ¡Nos  ha  asustado  u?ted! 

Luc.  (Por  el  foro,  con   dos  vasos  de  agua  en   una  bandeja.) 

Agua,  señores. 
ToL.  Déme  usted,  Lucas. 

D.  Abel      Déme  usted  á  mí  también.  (Beben  ambof.) 
Luc.  ¿Quiere  algún  señor  más? 

D.  Abel      Gracias. 
Luc.  Servir  á  ustedes,  (vase.) 


ESCENA  VII 

DICHOS   menos    LUCAS 

Man.  Cómo  se  conoce  que  este  Lucas  ha  sido  do 

la  Guardia  civil.  Siempre  está  cuadrado. 

Bar.  Ya  lo  malearán  los  otros  bigardone?. 

ToL.  (Levantándose. i  ¡  \h,  señor  Barbudo,  abora  quo 

me  acuerdo!  Ya.  decía  yo  que  había  entn- 
nosotros  una  cuentecita  pendiente.  .Anoche, 
-  en  ca^a  de  Moran,  estuve  cenando  con  va- 
rias amigas  y  dos  ó  tres  ilustres  concurdá- 
neos;  uno  de  ellos,  este  chico  que  escribe  de 
teatro?...  este...  Calpena. 

D.  Abel      ¿tós  usted  amigo  de  Calpena? 

ToL.  Unas  miaja-.  Coincidimos  en  gustos:  Bláz- 

quez  ó  N.  P.  U.  Bueno,  pues  se  me  ocurrió 
preguntarle  sobre  la  discusión  que  ayer  tu- 
vimo-,  señor  de  Barbudo,  y  me  aseguró  que 
se  purde  decir  ó  muy  gordo  ó  gordísimo; 
pero  que  muy  gordísimo,  como  usted  sos- 
tenía... 

Bar.  ¡y  sostengo! 

ToL.  Es  un  disparate  de  á  folio,  impropio  de  toila 

persona  que  ande  en  dos  pies,  aunque  usted 
lo  haya  oído  en  el  Congreso. 

D.  Abel  ¡Claro!  Escuche  usted:  un  ministro,  que  ya 
es  académico  de  la  lengua,  dice  á  por  y  dice 
riyéiidose.  Me  consta. 

ToL.  Lo  crer\ 


—  20  —• 

Cabra  Pnes  un  gobernador  de  provincin,  protector 

mió,  que  en  \)i\z  descunse,  á  las  cocretas  las 
llamaba  crofiuetas. 

D.  Abel      Y  las  llamaba  bien. 

Cabra  ¿Bien?  ¿Pero  no  son  cocretas? 

1).  Abel      No  señor. 

Cabra  Pues   es  un  error  en  que  llevo  cincuenta 

años. 

Urrut.        y  ..  y  mi  portera  con  nsted.  (Risas.) 

D.  ABbL  Bueno,  señores,  vamos  á  trabajar,  que  luego 
don  Mauricio  me  dice  á  mí  que  si  no  puede 
dejarme  solo,  que  si  yo  alboroto  el  cotarro, 
etcétera,  etcétera. 

ToL.  Vamos  á  trabajar. 

íjar.  ¡Ya  era  bora! 

(Todos  obedecen  la  indicación  de  don  Alie),  a  excep- 
ción de  Urrutia,  el  cual  levanta  y  sujeta  la  tapa  de  su 
pupitre  con  un  cuadradillo,  y  oculto  tras  ella  uadie 
puede  ver  lo  que  hace.  Hay  un  breve  silencio,  a  poco, 
hacia  la  derecha,  principia  á  oírse  un  número  popular 
de  zarzuela  tocado  al  violfn  por  un  músico  callejero.) 
UkRUT.  (Detrás  de  su  tapadera.)    A...  ahí  viene  el    ciegO. 

Man.  Pobre  Lombre:  á  las  dos  de  la  noche  está  to- 

davía rascando  el  vioiín  por  esas  callet;. 

ToL.  Anoche  lo  vi  yo  á  última  hora  toteando  los 

couplets  de  las  enaguas. 

i).  Abel  ¡Oh!  ¡No  puedo  ya  con  las  enaguan!  ¿Va 
gente  á  ver  eso,  Barbudo? 

Bar.  Kican,  pican. 

í).  Abel  Y^o  lo  sentiría  por  usted,  que  toca  la  tronapa 
en  la  orque&ta  y  se  gana  un  sueldo  honra- 
damente; pero  me  alegrarla  de  que  cerraran 
ese  tealrucho. 

Bar.  ¡Hombre! 

i).  Abel  A  mí  déme  usted  arte:  á  mí  no  m'?  dé  usted 
pantorrillas. 

ToL.  Opino  todo  lo  contrario. 

(e1  ciego  ha  ido  aproximándose;  luego  pasa  cerca  de  la 
ventana,  y  al  fin  se  aleja.  En  cuanto  lo  que  toca  llega  á 
ser  bien  perceptible,  primero  uno  de  los  empleados,  en 
seguida  dos,  después  todos  ellos,  tararean  o  silban  á. 
compás.  Toledo,  en  algunos  momentos,  hace  de  direc- 
tor de  orquesta,  usando  por  batuta  un  cuadradillo.  Kn 
el  instante  eu  que  es  más  vivo  el  entusiasmo,  presenta- 


—  21   — 

se  don  Jesús  por  el  foro.  D.  Jesús  es  un  viejeeito  jubi- 
lado, reeortadico  y  pulcro.  Lo  reciben  cou  nmcho 
afecto.) 

ESCENA  VIH 

DICHOS  y  DO:í  JESÚS;  después  LUCAS 

D.  Je-.  ¡Buenos  días,  señores!  ¡Este  es  el  negociado 
de  la  a  egría!  ¡Jel 

D.  Abel       ¡Don  Jesú-!  ¡Dios  le  guarde! 

Cabra  ¡Querido  Jesús! 

Urkut.       ¡Ho  .,  hola,  don  Jesús! 

Man.  ¿Qué  tal,  don  Jesús? 

D.  Jeí.  ¿Estábamos  de  concierto,  eh?  ¡Cómo  se  co- 
noce que  anda  ])or  ahí  Mauricio! 

ToL.  ¡Hay  que  alegrar  la  v^ida,  don  Jesús! 

D.  Abel       ¡No.s  tenia  usted  olvidados! 

D  Jes.  La  lluvia,  hijo,  la  lluvia.  Ya  sabéis  que  cuan- 
do hace  sol,  vengo  á  la  oficina  como  si  estu- 
viera en  activo.  No  puedo  remediarlo:  me  veo 
en  la  calle  y  se  me  vienen  los  pies  para  acá. 

D.  Abel       Por  aquello  de  que 

siempre,  aunque  sea  una  cárcel^ 
hay  un  ricón  olvidado... 
¿No  es  cierto,  don  Jesús? 

D.  Jes.  Muy    cierto,    muy    cierto...    (Acercándose  á  don 

Abel.)  ¿Qué  hay,  amigo  Secano? 

D.  Abel  Lo  de  siempre:  dejándonos  aquí  la  vida, 
día  por  día.  Estoy  más  harto  de  estas  cua- 
tro paredes... 

D.  Je''.  Hombre,  pues  tú  no  te  puedes  quejar:  llevas 
una  carrera  muy  bonita... 

D.  Abel  ¡Ay,  don  Jesús!  El  mundo  es  muy  grande, 
muy  vario...  Hay  en  él  muchas  veredas  por 
surcar. 

D.  Jes.         CIjíco,  no  te  entiendo. 

Luc  (Por  el  foro.)  Señor  Toledo;  aquí  le  buscan. 

i  OL.  (Levantándose  y  escondiéndose  á  prisa    tras    su  capa  ) 

¡No  estoy!  ¡Diga  usted  que  no  estoy! 

(^Manolo  y  Urrutia  contribuyen  en  seguida  al  engaño, 
suponiendo  que  es  el  prestamista  otra  vez.) 

Man.  (Alzando  la  voz.)  ¡El  señor  Toledo  no  ha  veni- 

do! ;No  está  en  Madrid! 


—  22  — 

Urrut.  ¡líp...  está  en  Marruecos! 
I ).  Abel  ¿Quién  pregunta  por  él? 
liUC.  No  conozco...  Es  una  señora  muy  guapa,  de 

mantón. 

TOL.  (saliendo   á   escape  del  escondite.)    ¡Pero,  hombre, 

haberlo  dichol  ¡Si  es  una  })einadora  que  me 

proteje!    (Vase  por  el    foro  corriendo.  Todos  .so  ríen 
del  lance.) 

IjUC.  Señor,  yo  no  sabía...  (se  va  también.) 

1).  Jes.  Es  mucho  peine  ette  Toledito...  Oye,  A  he), 
¿y  tu  gente? 

I).  Abel  A  Ricardín  lo  tengo  algo  malucho.  Los  de- 
más están  bueno?. 

1).  Jes.  Irenita  se  ha  puesto  monísima.  El  otro  día 
me  la  encontré.  Iba  con  tu  cuñada.  Es  un 
pimpollo  la  criatura. 

1).  Abel  Dios  me  dé  fuerzas  para  verlos  en  camino  á 
todos.  Y  son  siete,  querido  don  Jesús. 

1).  Jes.         Ya,  ya  sé  que  son  siete.  Pero  tú  veías  cómo 

los  sacas  adelante.  (Acercándose  á  Urrutia,  el  cual 
se  levanta  )  ¿Qué  hay,  l)ollo? 

Urrut.        Us...  usted  dirá,  don  Jesús. 

1).  Jes.         Siéntate,  hombre.  ¿¡Y  tii  madre? 

Urrut.       Tan...  tan  buena:    fastidiada  con  su  reuma. 

1).  Jes.         ¿y  tu  padre? 

Urrut.       Tan...  tan  bueno:  fastidiado  con  su  hígado. 

D.  Jes.         Hace  un  siglo  que  no  los  veo. 

Man.  Don  Jesús:  ¿se  le  volvió  á  parar  á  usted  el 

reloj? 

D.  Jes.  (Acercándosele.)  No,  bijo  mío:  dcsde  que  tú  me 
lo  compusÍ!-te... 

.Man.  Diga  usted;  ¿es  cieito  que  va  usted  á  insta- 

lar en  su  caí-a  la  luz  eléctrica? 

D.  Jes.  Hombre,  no  sé:  eso  quiere  Gertrudis.  Ya 
veremos. 

Man.  Pues  no  se  comprometa  usted  con  nadie. 

D.  Jes.         ¿También  electricista? 

Man.  También.  Hay   que  agarraise  á  todo:  tengo 

ya  dos  chicos.  Quedará  usted  satisfecho,  don 
Jesús.  Es  más:  le  ens-eñaré  á  u.'-ted  una  traiu 
pa  para  que  no  corra  mucho  el  contador. 

]-).  Jes,  ¡Je!  Lo  cjue  tú  no  discurras...  ¿Y^  ahora  qué 
te  haces,  Manolillo? 

Man.  Pues  aparte  esas  menudencias  que  suelen 


~    23  — 

salirme,  cuando  acabo  aquí  en  la  oficina  me 
voy  á  casa  de  Rodríguez  Hincón,  donde  llevo 
el  correo;  allí  estoy  hasta  las  seis  ó  las  filete, 
según  fl  número  de  carta?;  luego  al  Real, — 
ya  sabe  usted  que  soy  acomodador  de  las 
plateas... 

D.  Jes.  Sí;  eso  es  de  mis  tiempos.  ¿Y  á  casita  des- 
pués? 

Man.  ¿a  casita?  ;A  la  buñolería! 

D.  Jes.         ¿A  qué  buñolería? 

Man.  a  una  que  he  abierto  á  medias  con  un  fran- 

cés en  la  calle  Mesón  de  Paredes. 

D.  Jes.        Ya. 

Man.  Mi  socio  ha  puesto  el  dinero  y  yola  inteli- 

gencia. Y  hay  que  estar  encima.  Porque  na 
es  posible  fiarse  de  nadie.  'Ni  siquiera  del 
socio, 

D.  Jes.         Chico,  chico... 

Man.  Al  amanecer  me  retiro  á  casa,  y  trabajo  un 

poco  en  marquetería,  compongo  relojes,  ilu- 
mino algún  retratillo...  Lo  que  cae, 

D.  Jes.         Pero,  muchacho,  ^;y  cuándo  duermes? 

Man.  i  .-os  domingos. 

i).  Jes.  ¡Je!  (volviéndose  á  don  Abel  un  momento. j  Escú- 
chame, Abel,  ¿contestaron  de  la  Adminis- 
tración de  Huelva  ó  hubo  necesidad  de  con- 
minarles con  multa? 

r>.  Abel       No,  no;  contestaron. 

D.  Jes.         ¿En  la  fornju  que  yo  indicaba? 

D.  Abel       íSí,  señor. 

D.  Jes.         ¡Claro!   ¡Si  aquello  era  de  sentido  comúnl 

(Acercándose    á   la  otra    mesa.)    ¿Qué    hay,    Señor 

Barbudo? 
Bar.  ¿Qué  ha  de  haber?  ¡Rabiando! 

O.  Jes.         ¿y  la  señora? 
IÍAR.  ¡Calcule  usted:  rabiando! 

D.  Jes.         ¡Vaya  por  Dios!  Tú,  amigo  Cabra,  siempre 

dando  ejemplo  de  laboriosidad. 
Cabra          Psché...  ¡qué  remedio! 
D.  Jes.         Ya  supe  que  .se  murió  tu  cuñada  Pepa. 
Cabra  La  pobrecita  descansó.  Lo  que  no  sabes  es 

que  toda  la  familia  está  conmigo. 
D.  .Jes.         ¿Sí,  eh? 
Cabra  Una  de  esas  gangas  que  á  mí  me  caen...  No 


—  24  — 

es  que  yo  me  queje,  pero  hazte  cargo:  aña- 
de cuatro  bocas  más  á  las  doce  que  ya  lenía, 
y  dime  si  con  cuatro  mil  reales  es  posible 
vivir.  ¡Catorce  nos  sentamos  á  la  mesa! 

1).  Jes.        ¿Catorce? 

Cabra  ¡Catorce!   Nos  levantamos  en  seguida   ¿eh? 

pero  nos  sentamos  catorce. 

D.  Jes.         ^,Tu  hijo  mayor  te  ayuda? 

Cabra  Me  entrega  lo  que  gana  el  poWreeillo:  una 

miseria  que  le  dan  en  ferrocarriles.  El  se- 
gundo quiere  ser  actor:  me  trae  frito. 

1),  Jes.        ¿y  Leopoldhi? 

Cabra  A  ese  lo  tengo  en  una  imprenta,  y  á  Salva- 

dor en  un  comercio.  Me  los  exprimen  como 
limones  y  les  dan  dos  reales  los  sál)ados, 
pero  siquiera  aprenden  á  trabajar. 

D.  Jes.         ¿Y  Asunción? 

Cabra  Asunción  se  casa  en  Febrero. 

D.  Jes.         Que  sea  enhorabuena.  ¿Con  quién? 

Cabra  Con  un  sacrií-tán.  Lo  primero  (jue  ha  salido; 

no  íbamos  á  escoger...  Parece  buen  mucha- 
cho; la  quiere... 

D.  Jes  Bueno,  hombre,  bueno...  Está  bien,  está 
bien...  Voy  á  saludar  á  los  de  aíjui  junto. 

Man.  Vaya  usted  con  Dios,  don  Je:?ús. 

TüL.  (Llegando.)  Dou  Je.'^ús,  Vaya  usted  con  Di(>e. 

Siempre  ha  habido  pobres  y  ricos. 

1).  Jfcs.  Adiós,  buena  pieza...  Si  como  eres  listo  qui- 
sieras trabajar... 

ToL.  Es  qne  si  quisiera  trabajar  ya  no  eeríi  listo. 

D.  Jes.         ¡Je!  Quedaos  con  Dio?.  Ha^^ta  otro  diíta. 

D.  Abei.       Adiós,  don  Jesús. 

Urrut         Va...  vaya  usted  con  Dios. 

ToL.  Déjese  usied  ver  de  cuándo  en  cuándo. 

Man.  No  me  eche  usted  en  olvido,  don  Je.sús. 

D.  jE<r'.         Quedaos  con   Dios,  que  láos  con  Dios  ..  (se 

va  por  la  puertecilla  de  escape,) 


26   ~ 


ESCENA  IX 


DON  ABEL,    URRUTIA,   MANOLO,  TOLEDO,    BARliUDO  y  DON 
MAURICIO 


TOL. 


Man. 
D.  Maur. 


D.  Abel 

D.  Maur. 
Urrüt. 

D.  Mau,í. 

Urrut. 
D.  Maur. 


Cabra 

ÜRRUT. 

D.  Ma.uk. 


Toi. 

ÜRRUT  . 

D.  Abel 


Piie.g  señor,  ¡vaya  un  día!  Después  de  la 
buena  vista  de  mi  peinadora,  se  me  ocurre 
entrar  en  el  negociado  de  Bermúdez,  es- 
taban tallando  al  monte  y  he  ganado  cua- 
renta céntimos. 
Eres  el  niño  de  la  suerte. 

(Por  el  foro,  con  unos  papeles  en  la  mano  )  Floy  Vie- 
ne el  jefe  con  los  pantaloncitos  de  montar. 
(Á  don  Abel.)  Chico,  á  iMarchcna  lo  ha  puesto 
verde. 

¿Sí,  eh?  Pues  quiera  Dios  que  no  me  llame 
á  mí,  porque  traigo  los  nervios  de  punta. 
Urrutia,  ¿qué  hace  usted? 

(A.somaudo  la  cabeza  por  encima  de  la  tapa  del  pupi- 
tre.) Pi...  pi...  pitillos. 

No  es  ocasión  de  hacer  pitillos.    ¿Enmendó 
usted  aquel  oficio? 
Sí  señor;  tome  usted. 

(indignndo    al    ver   lo    lamentable    de    la   raspalura.) 

[Hombre,  por  Dio.s!  ¿Usted  cree  que  esto  se 
le  puede  presentar  al  jefe?  ¡Ni  que  raspase 
usted  con  un  cuchillo  de  cocina!   Cabra,  co- 
pie usted  e.'ito  en  limpio. 
En  seguida. 

Pue...  puedo  copiarlo  3^0,  jdon  Mauricio. 
No  hace  falta:  usted  sume  estas  cantidades 
y  ponga  en  un  papel  aparte  el  total  que 
arrojen.  Manolo,  déme  usted  mis  cuartillas, 
que  el  jefe  las  quiere  leer.  Probablemente 
no  servirá  una  letra;  pero  quien  manda 
manda.  ¡Ah!  y  todos  en  su  sitio,  que  me 
temo  que  le  dé  hoy  la  ventolera  de  visitar 

los  negociados.  (Se  va  de  estampía  por  el  foro.) 

¡Cómo  me  molestan  las  lumbreras  de  la  ad- 
ministración! 
Y...  y  á  este  cura. 

A  mí  me  molestan  la  administración  y  las 
lumbrera='. 


-   26    ~ 


ESCENA  X 


DICHOS,    menos   DON    MAURICIO:    uu    MOZO    de    café 


Barb. 
Man. 

TOL. 


D.  Abei. 


Urrut. 

T  )L. 

Cabra 
Urrut. 

Man. 


Mozo 

ToL. 

^Ian. 

Mozj 

Urrut. 

Mozo 


I).  Abel 


Milagro  será  que  no  nos  haga  venir    esta 

noche. 

Si;  porque  empieza  á  torcer.se  el  día. 

Lo  que  será  inilagro  es  que  no.s  escapemos 

sin  ai^uello  de...  (imitando  á  don  Mauricio,  pasea 
y   dicta  en  tono    campanudo.)    M'inolo:  Coja  USted 

cuartillas  y  escriba,  (los  demás  .se  ríen.)  Bases... 
para  la  organización  y  retornia  de  la  Ha- 
cienda pública,  coma...  del  Ejército,  coma... 

(Aumóntanse  las  risas.) 

íSeñores,  señores,  (jue  no  está  ni  medio  regu- 
lar burlarse  así  de  nuestro  jefe...  á  espaldas 
suyas. 

¿Y...  y  cómo  vamos  á  burlarnos  cuando  esté 
delante,  don  Abel? 
¡Claro! 

¿Viene  usted  papel  de  memibrete,   ürrutia? 
Ten...  tengo  un  pliego;  pero  está  manchado 
de  queso. 
Yo  tengo  limpio.  Torne  usted. 

(Sale  con  un  servicio  el  Mozo  de  café  por  la  puerteci- 
11a  de  escape,  y  lo  deja  sobre  la  mesa  de  Manolo.) 

Buenos  días. 

Hola,  Sebastián. 

¿A  quién  le  toca  hoy? 

Al  señor  Urrutia. 

Pues  apún...  púntalo. 

Está  bien.  Hasta  luego,  (se  va  por  ei  foro.) 

(suena  el  timbre  correspondiente  á  la  mesa  de  don 
Abel  ) 

¡Hombre!  ¡qné  gracia!  ¿Qué  tripa  se  le  ha- 
brá roto  á  ese  don  Finchado  que  tenga  yo 

que    componer?  (Se   levanta    de  mala  gana).    Va- 

mos  á  ver  á  su  excelencia.  ¡Como  si  nos- 
otros tuviéran.os  la  culpa  de  que  el  se  haya 
casado  con  una  señora  que  lo  trae  de  cabe- 
za! (Vase  por  el  foro.) 


ESCENA  XI 


TOLEDO,  URRUTIA,  MANOLO,  BARBUDO  y  C-íBRA;  luego  LUCAS 


Man.  Caballerop,   ¿ustedes   han  visto  cómo  está 

cambiando  este  don  Abel? 

Barb.  De  eso  justarpeute  iba  á  hablar  yo.  Hace 

una  temporada  que  es  otro  hombre.  ¿Qué 
diablos  le  pasa? 

Urrut.  a...  anoche,  serian  las  doce  y  media,  lo  vi  yo 
por  la  calle  del  Colmillo  discutiendo  solo. 

ToL.  i'ues  el  domingo  por  la  tarde — miento,  el  lu- 

nes,— estaba  en  un  cafetín  de  la  calle  Toledo 
con  tres  ó  cuatro  tipos  que  si  no  eran  cómi- 
cos le  andaban  muy  cerca. 

Man.  ¿Cómicos? 

ToL.  Así  parecían.  ¡Vaya   usted  á  saber  en  qué 

andará  metido! 

Luc.  (por  el  foro.)  ¿El  señor  Secano? 

Cabra  Está  con  el  jefe. 

ToL.  ¿Quién  lo  busca? 

Luc.  La  doncella  que  tiene  ahora:  esa  que  vino  el 

otro  día. 

ToL.  ¡Ah!  ¡lisa  tan  guapa! 

Man.  ¡Que  pase! 

ToL.  Homi>re,  sí:  dígale  usted  que  pase;  que  don 

Abel  ha  de  tardar  un  rato. 

Luc.  Perfectamente,  (^se  va.) 

Cabra  ¿No  se  incomodará,  señoree? 

ToL.  ¿Por  qué? 

Man.  La  chica  es  preciosa. 

ÜRRur.       Y...  y  muy  dislinguidita,  ¿verdad? 

ToL.  Eso  es  lo  mejor:  eus  pretensiones  de  perso- 

na fina. 

Man.  Digo  yo:  ¿si  todo  lo  qne  tendrá  don   Abel 

será  que  ha  perdido  el  seso  por  la  donce- 
Uita? 

ToL.  No:  me  parece  que  no. 

Luc.  (Abriendo  la  mampara  del  foro   y  dejando  pasará  Fi- 

deía.)  Aquí.  Pase  usted. 


'  -   28    - 

ESCENA   XII 

DICHOS,    menos   LUCAS.  FIDELA 

(Aparece  Fidela,  en  actitud  entre  resuelta  y  comedida,  que  ella  cree 
de  suprema  distinción.  Ks  uua  muchacha  de  pueblo,  que  por  azares 
de  su  vida  se  encuentra  en  Madrid,  dedicada  al  servicio  doméstico. 
Viste  con  arreglo  á  su  posición  actual,  pero  con  ciertos  detalles 
que   quieren  ser  de  señorío.) 

FiD.  Con  permiso.  Muy  buenos  días.  Ay,  tocios 

son  hoQ^bres. 

¡NÍan.  Buenos  días. 

Urrut.       Bue...  buenos  días. 

FiD.  ¿Cómo  están  ustedes?  ^  Están  ustedes  bue- 

nos? 

Man.  Bien,  ¿y  usted? 

Pío.  Yo   l)ien;  muchas  gracias.  ¿Sus  familias  de 

Ustedes  están  bien? 

ToL.  Bien;  muchas  gra'^ias. 

Urrut.       ¿Y...  y  la  de  usted? 

FiD.  Una  servidora  no  tiene  familia;  pero  m li- 

dias gracias. 

ToL.  Siéntese  usted    aquí,  (ofreciéndole    una  silla  jun- 

to á  la  estufa.) 

FiD.  Ahí,  no;  muchas  gracias.   Con  permiso   de 

usted,  me  arreb;ita  demasiado  el  calor. 

TOL.  (Trasladando    la    silla    junto    á  la  mesa    de    secano. j 

Pues  aquí  entonces. 

FiD.  Ahí  tendré  muchísimo  gusto.  Muchas  gra- 

cias, fse  sienta.) 

ToL.  ¿Hace  frío  en  la  calle? 

FiD.  Si,  señor;  muchas  gracias. 

(Pausa.  Todos  la  miran  y  ella  alardea  de  <iue  no  siente 
turbación.) 

ToL.  En  seguida  vendrá  don  Abel.  Le  ha  llama- 

do el  jefe  á  su  det-pacho. 

FiD.  Una  servidora  no  tiene  prisa  mayormente. 

¡Ay,  mayormente!...  Esto  no  lo  dicen  más 
que  las  personas  de  cierta  clase.  Todo  se 
pega  menos  lo  bonito. 

(Manolo  ha  repartido  el  café    en    tres    vasos.   Le  lleva 


—  29  — 

uno  á  ürrutia,  él  bebe  de  otro,  y  el  otro  lo  deja  un  el 
pupitre  de  Toledo.) 

ToL.  Puede  usted  expresarse  con  libertad.  Aquí 

no  nos  asustamos  de  nada. 

Man.  y  que,  dign  usted  lo  que  diga,  sus  modales 

y  sus  palabras  dicen  bien  claro  que  no  es 
usted  lo  que  parece. 

KiD.  Ay,  no,  señor;  no  eoy  lo  que  parezco. 

Urrut         Ya...  ya  se  ve  que  es  usted  una  persona  muy 
distinguida 

FiD.  Muy  distinguida,  sí,  señor.  ¿Para  qué  voy 

yo  á  negar  lo  que  salta  á  la  vista?  (suspiran- 
do.) [Ay!...  Los  azares  del  mundo  me  han 
hecho  descender  unos  cuantos  peldaños  en 
la  sociedad...  Por  eso  digo  que  no  tengo  fa- 
milia, pero  la  tengo...  y  muy  honrada...  Si 
yo  les  declarase  á  ustedes  el  nombre  de  mi 
seiior  padre,  tal  vez  se  asustarían. 

Urrut.       ¿Ra...  Ravachol? 

Fio.  Dispénseme  usted  que  lo  oculte. 

ToL  ¡^'í,  señora!  (Pues  no  fallaba  más!  (Bajo  a  Ka. 

uoio,  al  ir  por  su  vaso)  (¡Es  una  doncella  de 
abrigo!)  ¿Quiere  usted  un  sorbo  de  café? 

FiD.  Ay,  muchas  gracias. 

ToL  ¿De  veras? 

FiD.  Muchas  gracias. 

Urrut.       ¿La...  la  irrita  á  usted? 

ToL.  ¿Es  que  no  le  gusta? 

FiD  Sí,  señor;  sí  que  me  gusta.  He  tomado  mu- 

cho café  en  este  mundo.  Pero  de  otro  modo. 

Urrut.       ¿En...  en  grano? 

ToL.  ¿Quieres  callarte,  estúpido? 

FiD.  Ese  C'íballero  se  burla.  No  hay  como  bajar 

unos  peldaños  en  la  sociedad  para  ser  la  di- 
versión de  la  gente. 

Urrut.       No...  no  me  burlo.  Ha  sido  una  broma,  se- 
ñorita. 

FiD.  Señorita,  bien  dicho  está:  señorita.  Emplea- 

da hoy  día  por  mi  desgracia  en  bajos  me- 
nesteres, pero  muy  señorita.  ¡Ay,  si  mi  fa- 
milia ganara  un  pleito  que  tiene  en  Portu- 
gal sobre  unos  títulos  de  nobleza!  No  lo  ga- 
nará, porque  cuando  viene  la  mala  todos 
son  reveses.  Pero  sin  arremontarme  tanto:  si 


—  -¿o  ~ 

usted  supiera  quien  fué  el  padrino  de  boda 
de  iDÍ  hermano  el  fraile...  (Risas.)  De  mi  her- 
mano el  fraile, no  es  equivocación.  Casó  mu}' 
bien,  enviudó  el  pol)recito,  y  de  pena  se 
metió  en  un  convento. 

Urrut.       Co...  como  don  Alvaro. 

ToL  Hombre,  don  Alvaro  no  enviudó. 

Man.  ¡Ni  se  casó  siquiera! 

ÜRRUi .       Pe...  pero  se  encerró  en  un  convento,  que  es 
lo  que  yo  digo. 

FiD.  |Ay! 

Man.  ¿y  está  usted  á  gusto  en  casa  de  don  Abel? 

FiD.  Contenta  estoy,  porque  todo?  allí  son  muy 

cariñosos  conmigo;  j^ero  derramo  lágrimas 
interiore.*,  porque  quien  ha  sido  y  no  es... 
usted  calcule.  Con  todo,  bendigo  á  Dios  que 
me  los  puso  en  mi  camino  por  una  dichos  i 
casualidad. 

Toi.  ¿Luego  u&ted  no  tenía  relaciones  anteriores 

con  ellos? 

FiD.  No,  señor.  Yo,  hace  ya  algunos  mese.-',  ve- 

nía en  el  tren  sola  con  mis  penas,  huyendo 
de  una  ciudad  de  cuyo  nombre  no  quiero 
acordarme,  como  dicen  en  el  Don  Quijote — 
ya  ven  ustedes  como  tengo  mi  poquito  de 
ilustración.  Y — lo  que  pasa  en  las  línias- 
férreas — en  la  segunda  estación  del  trayeto 
se  suVñó  en  mi  coche  una  señora.  Yo  no  po- 
día contener  los  solli.zos,  y  la  señora,  á  puco 
de  oirme,  se  interesó  por  mí  y  me  jireguntó 
lo  que  me  pasaba.  Le  riferí  mi  historia  y  me 
tuvo  mucha  piedad.  ¡Mi  historia  es  muy  tris- 
te, señores  míos,  muy  tristel  Si  sujúeran  us- 
tedes quien  fué  mi  padrino  de  conñrmación, 
comprenderían  lo  bajo  que  ha  caldo  esta 
desgraciada.  La  señora  aquella  era  la  her- 
mana política  de  don  Abel — cuñada,  que 
se  dice  ordinariamente, — y  como  se  enteró 
de  mis  intenciones  y  la  conmoví  tanto  con 
mis  lágrimas,  rae  ofreció  su  casa  desde  lue- 
go y  me  llevó  á  ella,  porque  vio  el  peligro 
que  en  un  .Madrid  corría  una  joven  tan  de- 
centita  como  yo  y  tan  bien  dotaila  por  la 
naturaleza,  aunque  esté  mal  que  yo  lo  diga. 


—   31   — 

Bar.  (Dando    un    puñetazo    eu    la    mesa.)    (¡Ya    me    ha 

equivocado  tres  veces!) 
FiD.  En  fin,  señores  míos,  qué  cosa  no  será  mi 

historia,  <!uando  un  señor  de  tanto  talent" 
como  el  señor  Secano,  ha  compuesto  un 
drama  con  ella. 

(e1  empleado  que  menos  abre  un  palmo  de  boca  al  es  - 
cuchar  tal  revelación.) 

ToL  ¿Kh? 

Man  .  ¿Cómo? 

Uruut.  ¿Un...  un  drama? 

FiD.  Un  drama,  sí  ¿Pero  ustedes  no   lo  sabían? 

ToL.  ¡Ya  lo  creo!  ¡Si  nos  lo  ha  leído!   (Les  guiña  á 

los  demás.)  Se  titula... 

FiD.  La  paloma  herida. 

ToL.  La  paloma  herida;  eso  es.  Lo  que  no  sabía- 

mos nosotros  era  que  usted  fuese  la  heroína 
de  ese  drama. 

FiD.  La  heroína,    justo:    la    heroína.   Sí,  señor; 

pues  3'o  soy. 

ToL.  ¡Vaya  por  Dios!  ¿Tan  desgraciada  es  usted 

como  aquella...  no  recuerdo  el  nombre .. 
como  aquella...? 

FiD.  Alfonsa. 

ToL.  Alfonsa:  cabalmente. 

FíD.  No   ha  querido  ponerle  Fidela,  que  es  mi 

gracia,  por  no  echar  un  borrón  sobre  mi  h- 
milia.  En  el  pri^ner  ato  y  en  el  segundo  ato, 
pasa  todo  de  la  misma  manera  que  me  ha 
pasado  á  mí.  En  el  tercer  ato  ya  varía  un  po- 
quito. 

Man  .  ^.Y  eso? 

FiD.  Pues  usted  imagine:  varía  en  que  Alfonsa 

muere  del  pecho...  y  yo...  en  buena  hora  lo 
diga...  me  parece  que...  Don  Abel  no  quería 
matarme:  pero  dice  que  luego  los  críticos,  si 
no  muere  alguien  en  la  obra,  salen  con  que 
no  es  di  ama... 

ToT .  Ya. 

FiD.  Y  él  quería  que  lo  fuese. 

ÜRRUT.        Y...  y  lo  probable  es  que  lo  sea. 

Man.  Sobre  todo  si  llega  á  representarse. 

FiD.  En  eso  anda.  Aquí  le  traigo  yo  una  gran  no- 

ticia: una  carta  de  un  señor  que  tiene  mu  - 


-  32  — 

cha  mano  con  los  cómi(!OS,  que  lo  cita  ma- 
ñana en  su  casa  para  que  le  lea  el  drama  á 
un  pria:er  ator,  á  ver  si  lo  quiere  echar  en 
su  teatro.  Yo  me  alegraré  mucho  de  que  lo 
eche. 

ToL.  Ah,  pues  lo  echará,  lo  echará...  ¡En  cuanto 

que  lo  oiga! 

Man,  Si  no  echa  el  drama,  echa  á  don  Abel.. 

FiD.  ¿Cómo? 

TüL.  (Por  don  Abel,    que   vuelve.)    AqUÍ    está    nuestrO 

hombre. 


ESCENA  XIII 

DICHOS  y  DON  ABEL.  Al  final  DON  MAURICIO 

D,  Abel       Hola,  Fidelita.  A  ver,  qué  carta  es  esa... 
FiD.  Tome,  señor.  La  que  usted  esperaba. 

i).  Abel         ¿"^l-   (Loco  de  júbilo  lee  la  carta  repetidas  veces.) 

F:d.  La  señorita  Irene  se  atrevió  á  abrirla,  por- 

que conoció  la  letra  del  sobre,  y  nos  la  leyó 
á  todos.  Figúrese  usted  qué  alegría.  Por  eso 
me  mandó  al  instante  con  ella. 

D.  Abel       Ya,  ya.  ¿Y  el  chico? 

FiD.  Mejor  está.  La  fiebre  ha  rimitido. 

D  Abel  Pues  vete  allá  y  diles  que  me  quedo  saltan- 
do de  gozo,  y  que  hoy  rae  marcharé  más 
temprano. 

FiD.  Bueno,  señor. 

D.Abel  Ah,  mira.  Ten  ahí.  (Dándole  dinero.)  Compra 
unos  pasteles. 

FiD.  ¿De  dema? 

D.  Abel       De  todos. 

FiD.  Hasta  luego,  señor. 

D.  Abel         Adiós,  Fidela.  (Relee  la  carta  radiante  de  alegría.) 

FiD.  (a  los  empiiados.)  ¿Mandan  ustedes  algo  á  una 

servidora? 
ToL.  Gracias. 

.Man.  Muchas  gracias. 

FíD.  Pues  con  su  permiso...  Yo  he  tenido  mucho 

gusto  en  conocerlos... (Se  encamina  hacia  la  puerta 
de  la  Izquierda.) 

ToL.  Por  ahí  no... 


-  b3  — 

FiD.  A}',  me  haV)ía  confundido.  Es  la  primera  vez 

que  entro  en  este  local...  A  cualquiera  le 
pasa...  No  es  por  falta  de  trate...  Servidora 

de  ustedes...  (Encamínase  á  la  ventana.) 

ToL.  Por  ahí  tampoco:  esa  es  la  ventana. 

FiD.  Ya,  3'a  lo  veo.  Es  que  iba  á  mirar  si  llovía... 

No  es  por  falta  de  trato... 

UrRUT.  (Abriéndole  la  mampara.)  Pa...  pase  USted. 

FiD.  Muchas  gracias.  Servidora  de  ustedes...  (sa- 

ludando á  don  Mauricio,  que  llega  á  tiempo  y  la  deja 

pasar.)  Beso  á  usted  la  mano. 
D.  Maur  .    Adió-. 
D.  Abel       (Frotándose  las  manos  gozoso.)   ¡Bien,  hombre, 

bien!  ¡Perfectamente  bien! 


ESCENA  XÍV 

DICHOS  menos  FIDELA.  DON  MAURICIO 

ToL.  ¡Vaya  una  doncellita  que  gasta  usted  para 

andar  por  cafa! 

D.  Abei.       Guapa  chica  es,  en  efecto. 

D.Mauk.  ;,Es  esta  quizás  aquella  de  que  tú  me  ha- 
blante? 

D.  Abel       La  misnca. 

D.  Mauk  .    Sí  que  tiene  buen  ver. 

D.  Abel  Lo  que  yo  siento  es  que  un  pobre  oficial 
primero  como  yo,  cargado  de  familia,  no 
puede  sostener  doncellas  de  tal  fuste. 

Bar.  (Acercándose  á  don  Mauricio.)  Don  Mauricio,  ¿me 

permite  usted  que  me  llegue  un  momento 
al  teatro? 

D.Maur.    Sí,  hombre,  sí. 

Bar.  Muchas  gracias. 

Toi .  ¿Va  usted  á  seguir  á  la  doncellita,  eh? 

Bar,  Ni  más  ni  menos.  Muérase  usted  de  envi- 

dia. (Se  pone  el  sombrero  y  la  capa,  y  se  va  en  medio 
de  las  risas  de  todos.) 


¿i  — 


ESCENA  XV 


DICHOS   menos    BARBUDO 


(Don  Abel  no  se  puede  estar  quieto.  La  satisfacción  no  lo  deja.  As!, 
pues,  mientras  trabajan  los  demás,  él  pasea  hablando  de  lo  suyo.) 


D.  Abel 


TOL. 

D.  Abel 


D.  Maur. 
D.  Abel 


D.  Maur 
ToL. 

D.  Abei. 


Man. 
D.  Abm. 


D   Maur, 


Fidelita,  Fidelita...  Ha  impresionado  Fideli- 
ta...  Ustedes,  los  jóvenes,  claro  es,  se  fijan 
más  en  el  rostro  hechicero,  en  los  labios  de 
grana,  en  el  seno  turgente...  ¿eh?  Pero  créan- 
me á  mí:  Fidela,  con  ser  tan  hermosa,  es 
mujer,  más  que  para  vista  por  fuera,  para 
vií^t-i  por  dentro. 
Eso  no  lo  niego  yo,  don  Abel. 
Sin  mostaza.  Su  historia,  que  ya  Vs  he  con- 
tado á  ustedes  á  grandes  rasgos,  es  intere- 
santísima de  veras. 

¡Ay  infeliz  de  la  que  nace  hermosa! 
¿Nos  la  vas  á  contar  otra  vez? 
(Sin  atenderle.)  Es  la  historia  hermosamente 
vulgar  y  sencilla  de  la  ninjer  que   cae  por 

amor.  (En  sus  ojos  reluce  la  llamarada  siniestra  que 
se  ha   mencionado   al   principio.)    Un    hombre    le 

miente  al  oído  palabras  engañosa^:  el  niño 
ciego  acecha  entre  flore.-^:  no  pidamos  á  la 
carne  humana  en  la  tierra,  resistencia  de 
roca  en  la  ])laya. 
Pero,  Abel,  ¿qué  dices? 
(a  Manolo )  Me  da  el  corazón  que  está  pro- 
bando una  escenita. 

Y  3'0  prejlUntO...  (non  Mauricio  lo  mira  asombrado 

por  cima  de  los  lentes.)  Y  ])regunto  yo:  ¿qué  so- 
ciedad es  esta  que  tiene  vítores  y  aplausos 
para  el  ladrón  de  honras  ¿eh?  y  no  más  que 
desdén  y  lodo  para  la  víctimaV  ¿eh?  ;.eh? 
Eso  se  pone  en  un  drama  y  lo  aplauden. 
¿Lo  aplauden,  verdad?  ¿Qué  mundo  es  este 
en  que  vivimos,  tan  mezquino,  tan  misera- 
ble, tan  pequeño... 

(interrumpiéndole  en  el  mismo  tono,    al  oir  el  timbre 
correspondiente  á  la  mesa  de  don  Abel.)  ¿En  que  á 


—  as- 
ió mejor  te  llama  el  jefe  y  tienes  que  ir  á  su 
despacho? 

(Risas  aduladoras  de  los  subordinados.) 

D.  Abel      (Un  poco  corrido.)  Pero  ¿es  á  mi? 

(vuelve  á  sonar  el  timbre.) 

D  M\UR.    A  tí:  no  lo  dudes.  Ya  lo  estás  oyendo. 

D  Arel       (contrariado.)   Nuestro  dignísimo  superior  je-" 

rárquico,  sobre  ser  imbécil  es  inoportuno. 
D.  Maur.    Pa?o,  paso,  querido  Abel:  sabes  que  no  rae 

cu-ta  que  se  trate  así  á  quien  debe  merecer 

nuestro  respeto. 
D  Abel       Pues  son  dos  trabajos,  si   bien  lo  miras:  es 

el  uno,  que  no  te  guste,  y  es  el  otro,  que 

tienen  que  aguantarte,  (ai  timbre,  que  vuelve  á 

sonar)  ¡Voy,  hombre,  voy!  (Yéndose  por  el  foro.) 

¡Qué  fastidio! 


ESCENA  XVI 

DICHOS,  menos  DON  ABEL 

D.Mauk.  Señores,  necesito  verlo  para  creerlo.  Este 
Secano  era  trabajador,  incansable,  obedien- 
te, respetuoso;  y  de  algún  tiempo  acá,  yo 
no  sé  qué  mala  hierba  habrá  pisado,  que  se 
nos  ha  vuelto»  del  revés:  gandul,  charlatán, 
alborotador,  levantisco...  Por  las  barbas  de 
•  mi  abuelo  que  no  sé,  no  sé... 

ToL.  (Con  júbilo.)  ¡Nosotros,  feí! 

D  Maur.    ¿Cómo? 

Man.  (lo  mismo.)  ¡Hace  diez  minutos  hemos  des- 

cubierto la  clave! 

D.  Maur.    ^iDe  veras?  ¿Pues  qué  hay? 

ToL.  Hay,  que  don  Abel  ha  escrito  un  drama  con 

el  argumento  de  la  chica,  es  decir,  que  de 
la  historia  de  Fidela  ha  sacado  el  argumen- 
to para  un  dramn,  y  ese  drama  es  el  que  le 
ha  hecho  perder  la  chabeta. 

D.  Maur.    ¿Qué  me  cuenta  usted? 

ToL.  ¡Lo  que  nos  ha  contado  la  muchacha! 

D.  Maur.    ¡Pero  si  hace  falta  estar  loco! 

Man  .  i  Pues  lo  estará! 

D.  Maur.    ¡Cristo,  qué  desgracia! 


—  36   - 


Cabra 


D.  Maur, 

TOL. 

D  Mair, 


Uf<RUi. 

D.  Mair, 

ÜRRUT. 

D  Maur. 
Urkut. 

D.  Maur. 


Urkut. 
D.  Maur. 

Cabra 
D  Maur. 
Cabra 


D.  Maur 
D.  Abe:, 


Tremenda,  don  Mauricio,  tremenda...  Y 
cueiita  que  una  cosa  así  le  .sucedió  á  uii 
liermano  Baldomero,  que  en  )>;iz  defcanse. 
¡Pobre  Abel!  ¡Pobre  amigo  mío!  (Manolo  y  to- 
ledo  se  rfeu.)  No,  no;  no  es  caso  de  ri.sa. 
Pues  ¿de  qué  ha  de  ser,  don  Mauricio? 
De  láí-tima:  créunme  ustedes.  Conozco  ejem- 
plos estupendos.  El  bacülus  del  autor  es  más 
temible  que  el  del  cólera  morbo.  El  hombre 
que  escribe  un  drama  sin  deber  escribirlo, 
ya  no  tiene  una  hora  feliz.  Y  siéntense  us- 
tedes, no  venga  y  nos  coja  murmurando  de 

él.  (Reparando  en  el  jinpitre  de  Urrulia  que  tiene  la 
tapa  levant.nda  y  á  Uirutia  detrás.)  Urrutia,  ¿USted 

qué  hace? 

(Asomando  la  cabeza  como  la  otra  vez.)  Ll...  lunán- 

dome  una  uña. 

Pues  esa  operación   la  deja  usted  para  su 

casa.  ¿Sumó  usted  las  cantidades  que  le  di? 

(Yendo  con  los  papeles  á  la  mesa  del  jefe.)    8i...    SI, 

señor;  aquí  está  el  resultado. 
¿Qué  saca  usted? 

Vein...  veintisiete  mil  quinientas  cuarenta 
y  cinco  pesetas...  con  quin...  con  quin... 
con  quince  céntimos. 

¿Ve  usted,  hombre?  ¡Luego  «üce  usted  que 
le  tengo  ojeriza!  ¿Cómo  han  de  dar  estas  ci- 
íras  un  total  de  veintisiete  mil  pesetas,  si 
una  sola  de  las  partidas  es  de  cuarenta  mil? 
Me...  me...  me  habré  equiv(  cado. 
(Mirándolo  con  indignación.)  ¡Naturalmente!  Ca- 
bra. 
Señor. 

Haga  el  favor  de  sumar  esto. 
En  seguida. 

(suenan    sucesivamente  y  á   diversas  distancia.s  varios 
timbres.  Uno  de  ellos  es  el  correspondiente  á  don  Mau- 
ricio.) 
(Levantándose.)  ¡Bueno  va!  Tenemos  reunión 

magna,  (a  don  Abel,  que  llega  cuando  él  va  á  mar- 
charse )  ¿Qué  sucede,  chico? 
Nada,  hombre,  nada:  que  las  contrarieda- 
des domésticas  de  ese  don  Botijo  las  hemos 
de  pagar  aquí. 


—   8"    - 


D.  Maur.    Mira,  Ab^l,  no  olvides  lo  que  te  dije  antes. 
D.  Abel       ¡Pnes  no  olvides  tú  tampoc>)  lo  que  te  re- 
pliqué! 

(se  va  don  Mauricio.) 


ESCENA  XVII 

DICHOS  y  DON  ABEL 

D.  Abel  (Barajando  en  la  mesa  papeles  y  libros  y  tomando  no- 
tas en  una  cuartilla.)  Ganas  de  pedir  datos  ridí- 
culos para  darse  tono...  ¡Mentecato!...  (suena 

el  timbre  correspondiente  á  él.)  Aguarda  Un   poco, 

vida  mía...  ¿En  dónde  tendré  yo  esos  pape- 
lotes? (vuelve  á  sonar  el  timbre.)  Aguarda  Un 
poco,  digo,  hijo  del  alma,  que  es  más  fá  'il 
dar  con  el  dedo  en  el  botón,  que  dar  con 
estas  sandeces  que  tú  quieres.  (Tararea  cual- 
quier   musiquilla.)    ¡JeSÚ-f,  qué  Caramba!    (-uena 

el  timbre  de  nuevo. j  ¿Otra  vez?   ¡Mira  no  me 

cruce  de  brazos,  si  hurgas  mucho! 
Cabra  (inquieto.)   ¡Que  se  juega  usted  el  destino, 

don  Abel! 
D.  Abel       ¡Y  me  lo  juego  á  usted  al  mus,  mi   querido 

amigo!  («isas.)  ¡Pues  hombre!  ¡A  fe  que  estoy 

yo  para  templar  gaitas! 

D.  MaUR.      (Llegando  y  encarándose  con  su  amigo.)  Abel,  ¿qué 

es  esto?  ¿No  has  oído  el  timbre  del  jefe? 

D.  Abel       SI. 

D.  Maur.     ¿y  por  qué  no  has  ido  inmediatamente  al 

'  despacho? 

D.  Abel  Porque...  tengo  reuma  en  los  tobillos,  ¿te 
enteras? 

D.  Maur.  Para  tener  ese  reuma  es  preciso  ser  accio- 
niáta  del  Banco;  ¿te  enteras  tú?  Y  por  la 
amistad  particular  que  nos  profesamos,  y 
por  la  subordinación  que  como  inferior  je- 
rárquico me  delies,  te  suplico  que  mientras 
í>irvas  a  mis  óraenes  no  des  espectáciilns 
como  este  que  acabas  de  dar.  Conque  vé  al 
despacho  del  jefe  en  seguida,  y  tengamos 
en  paz  la  ñesta.  Si  no  basta  el  ruego  del 
amigo,  valga  el  mandato  del  superior.        ' 


—  38  — 


.D.  Abel 


D. 

Maur 

D. 

Abel 

D. 

Mauk. 

0. 

Abel 

D. 

Mauk 

D. 

Abel 

(Un    tanto    amostazado    y    nervioso.)    Mil'fl,    IDÍVP, 

Mauricio,  no  quiero  contestarte. 
Mejor  es. 

Para  tí,  por  lo  menos, 
Y  para  ti. 
Bien  está. 

Pues  bien  está.  Y  silencio,  ¿eh? 
(Con  desdén  soberano )  ¡Eies  un  legajo  que  ha- 
bla! (Se  va  por  el  foro  de  nial  temple.) 


ESCENA  XVIII 


DICHOS  menos  DON  ABEL;  después  BARBUDO 


D.  Maur. 


Cabra 

Urru'J' 
Cabra 

ÜRRU'J 


Cabra 


Urrut. 
D.  Maur. 

Tul,. 


D.  Maur. 
Man. 
D.  Malr. 

'JOL. 

D.  Maur. 
Tjkrut. 


(Paseándose  preocupado.)  ¡Inaudito!  ¡inaudito! 
Y  lo  pongo  á  raya:  esto  no;  esto  no.  Ni  ami- 
go, ni  hermano;  esto  no.  Si  se  ha  vuelto 
loco  que  lo  encierren.  Ante  todo,  subordi- 
nación y  respeto. 

(Que  hasta  ahora  no    ha    podido    respirar.)    AmigO 

Urrutia. 

Man...  mande  usted. 
¿Qué  total  era  el  qne  usted  sacaba? 
Vein.  .  veintisiete  mil  quinientas  cuarenta  y 
cinco  pesetas,  con  quin...  con  cjuin...  con 
quince  céntimos.  ¿Y  usted,  qué  gaca? 
Catorce  millones,  trescientas  veintidós  mil 
novecientas  ocho  pesetas,   con  quince  cén- 
timos. 
Es...  estaban  bien  los  céntimos. 

(prestando  atención  hacia  el  foro.)  ¿Avcr?...  ¿Oyen 

ustedes? 
¿Qué  pasa? 

(Oyese  lejos  un  violento  altercado  entre  el  jefe  supe- 
rior y  don  Abel.  Todos  escuchan.) 

Ya  se  armó:  la  que  yo  me  temía. 
Pero  si  don  Abel  está  desatado... 
Callar. 

(siguen  escuchando.  La  tormen-a  arrecia  allá  dentro.) 

¡Buena  banderilla! 
¡Qué  bruto! 

Va  á  costarle  el  des-tino. 
I  De...  demonio  de  hombrel 


—  39  — 

Cabra  A}',  ay,  ay...    ¡Pobre   familia!   ¡Tobte  don 

Abel! 
Bar.  (Llegando  en  plena  algarabía.)  ¡Parece  que  hay 

bronca  en  el  ocho! 
D.  Maup.     ¿Pero  han   visto   ustedes   qué    insensatez? 

¡Estoy   horrorizado!    ¡Estoy    perplejo!    ¡Ese 

pobre  diablo  ha  perdido  el  sentido  común! 
Man.  Aquí  viene,  aquí  viene... 

D.  Mauk.     Pues  ahora  me  va  á  escuchar  á  mí.  Señores, 

cada  cual  á  su  puesto. 

(obedecen  todos,  en  expectativa  de  nna  escena  sabro- 
sa, Don  Mauricio  también  se  va  á  su  sitio.) 


ESCENA  XIX 

DICHOS  y  DON  ABEL 

(viene  fuera  de  si:  lívido,  descompuesto,  temblón,  el  cabello  eu  des- 
orden, los  ojos  chispeantes.) 


D.  Abel  ¡Pues  hombre!...  ¡pues  vaya!...  ¿Es  que  so- 
mos una  piara  de  borregos?  (como  sí  tuviera 
delante  al  jefe.)  ¿Qué  sc  ha  tigurado  ustcd,  se- 
ñor vacío?  ¿H.h?  ¡Lo  que  le  he  dicho  á  us- 
ted en  su  despacho  se  lo  repito  con  ilustra- 
ciones en  la  Puerta  del  Sol!  (Buscando  en  sus 
interrogaciones  el    asentimiento    de   los   compañeros.) 

¿Eh?  ¿eh?  ¡Es  usted  una  calabaza  con  gabá  n 
de  pieles!  ¿Eb? 

D  Mauk.  (Levantándose.)  [Abel:  no  puedo  consentir  que 
sigas  por  ese  derrotero! 

D.  Abel  ¡Pues  vete,  si  no  quieres  oirme!  ¡Yo  tengo  la 
lengua  para  hablar,  y  nada  más  que  para 
hablar!  ¡No  es  mi  camino  el  de  la  adula- 
ción servil  y  baja,  que  dijo  Cervantes!  ¿Eh? 
¿eh?  ¿eh? 

D.  Maur.  ¡Daré  parte  al  director  general  y  al  minis- 
tro! 

D.  Abel  ¡Yo  me  salto  al  uno  y  al  olro!  (Encarándose 
con  la  ventana.)  ¡Sí,  scñor  ministro!  ¡me  lo  salto 
á  usted,  que  todo  lo  que  ha  hecho  en  esta 


—  40  — 

oficina  es  quitarnos  al  empleado  más  útil, 
para  traernos  á  un  soljrinito  imbécil,  que 
discurre  menos  que  un  raspadorl  ¿EhV  ¡Mi- 
nistritos  á  mí!...  ¡Si  nadie  ignora  que  entro 
vuecencia  en  el  ministerio  con  un  trapo 
atrás  y  otro  delante,  y  ya  tiene  dos  finca-< 
en  el  Escorial  y  una  casa  de  vacas  en  los 
Cuatro  Caminos!  ¿Kli?  ¿eh?  ¿Me  muerdo  yo 
la  lengua?  ¿Kh? 

D,  MaUR.      (kii  tono  duro,  tratando  de  imponerse.)    ¡  Basta    ya! 

¡No  quieras  que  apele  á  la  violencia!  ¡Bas- 
ta ya! 

D.  Abel       ¡Basta,  sí,  basta,  porque  yo  me  voy  á  la  calle! 

D.  Maur.     ¡Si  te  autorizo  para  ello! 

D.  Abel  ¿Si  me  autorizas  tú?...  ¡Hombre,  no  suelto 
una  carcajada  volteriana,  porque  no  sabes 

quién  fué  Voltaire!  (Mnrnaurando  palabras  inco- 
herentes, saca  del  cajón  de  su  mesa  el  cuaderno  del 
drama,  y  luego  coge  su   sombrero  y  su  capa  dispuesto 

á  marcharse.)  ¡Pues  tendría  Salero!...  |Qué  sali- 
dital...  Ministro.^...  jerarquías...  autorizacio- 
nes... ¡Ja,  ja!  ¡A  mí  con  esas!...  Si,  sí... 

D.  Maur,      (Yéndose   á   las   buenas,    compadecido    de   su   amigo  ) 

Al)el:  no  es  el  jefe,  es  el  amigo  quien  te  su- 
plica que  te  quedes,  que  te  tranquilices. 

D.  Abel  Déjame,  déjame...  ¡Si  es  que  me  ahogo!  ¡si 
es  que  necesito  aire  puro  en  donde  respirar!... 

Cabra  Pero  aguarde  usted  un  ratito,  y  ya  más  se- 

reno... 

D.  Abel       ¡Nadie  me  chiste! 

Man.  ¿No  comprende  usted  que  si  sale  así?... 

1).  Abel  ¡Nadie  me  conteste!  ¡Hay  mas  horizonte  que 
el  de  esta  misera  covachuela!  ¡Hay  más  luz 
que  la  que  entra  por  esa  ventana!  ¡.\diós, 
compañeros!   ¡Quiero,  aunque  sea  un  día, 

gozar  del  sol  de  la  libertad!  (Blandiendo  el  dra- 
ma.) ¡En  la  mano  tengo  la  llave  de  mi  cárcel^ 
¡No  me  compadezcáis,  porque  no  soy  digno 
de  vuestra  com¡)asión,  sino  de  vuestra  envi- 
dia! ¡Quédese  la  compasión  para  vosotros 
todo?';  para  usted,  desdichado  Cabra,  qu<' 
tendrá  que  seguir  por  los  siglos  de  los  siglos 
comiendo  y  almorzando  obleas!  ¡Esto  dice 
el  amigo,  esto  dice  el  caballero  particulari 


—   4i  -. 

¡El  empleado  grita,  para  que  hasta  los  sor- 
dos lo  oigan,  que  se  í-alta  al  jefe  del  negocia- 
do, y  al  de  la  sección,  y  al  director  general, 
y  al  ministro  del  ramo,  y  al  presidente  del 
consejo,  y  á  la  Constitución  vigente!  ¡Abur! 

( Vase  por  el  foro,  ante  el  asombro  general.) 


ESCENA  XX 

DICHOS  menos  DON  ABEL 

(Hay  un  momento  de  estupor.  Los  empleados  se  miran    en  silencio, 

como  ante  una  cosa  nunca  vista.  Luego  rompen  á  comentar  el  lance 

y  acaban  por  charlar  todos  á  la  vez.) 


Man.  ¡Qué  atrocidad! 

Cabra  ¡Pobre  don  Abel!  ¡Cesantía  segura! 

Urkut.  Pe...  pero  ¿han  visto  ustedes? 

ToL.  ¡Está  más  loco  que  un  cencerro! 

ÜRRUT.  ¡  \...  á  mi  me  da  pena,  la  verdadl 

Cabra  ¡Es  otro,  es  otro! 

Bar.  ¡y  tiene  más  razón  que  un  santo;  esto  es 
aparte! 

D.  MauR.  (Dando  en  su  mesa  un  formidable  puñetazo,  para  impo- 
ner su  au  toridad.)  ¡Silencio!  (Todos  lo  miran.)  ¡Si- 
lencio he  dicho!  Esto  se  acabó,  (con  dignidad  y 
energía.)  No  piensen  ustedeá  que  vamos  ahora 
á  hacer  comidilla  de  la  desgracia  de  nuestro 
compañero,  que  por  desgracia  la  diputo.  El 
señor  Secano  ha  sido  hasta  hoy  un  fancio. 
nario  idóneo,  un  amigo  leal,  un  compañero 
intachable.  Censuremos  en  nuestra  concien- 
cia sus  flaquezas,  pasajeras  sin  duJa,  pero 
sepamos   no   imitarlas.   ¡A  trabajar   todos! 

(Ante  algún  murmullo  que  no  da  la  cara.)  ¡A  traba- 
jar he  dicho!  Ese  es  nuestro  deber,  (cada  cual 
ocupa  su  puesto.)  Manolo:  escriba  usted  lo  que 
voy  á  dictarle. 

Man.  Usted  dirá. 

D.  Maur.  Bases...  para  la  organización  y  reforma  de  la 
Hacienda  pública,  coma...   del  Ejército,  co- 


—  42  — 

ma...  de  la  Armada,  coma. .  de  la  Agricul- 
tura, coma...   de  la  Industria,  coma...  de... 

(Dicta,  paseándose,  con  candorosa  solemnidad.  Los  em 
picados  lo  miran  á  hurtadillas.  Algunos  se  ríen  disi- 
muladamente. Por  la  calle,  en  sentido  contrario  que 
antes  y  tocando  lo  mismo,  pasa  el  ciego  del  violln- 
El  telón  va  cayendo  con  lentitud.) 


FIN    DEL    ACTO    PRIMERO 


!^^ 


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ACTO  SEGUNDO 


Interior  del  cuarto  de  doña  Antonia  Pacheco,  antigua  actriz,  en  uu 
teatro  de  la  corte.  Al  foro,  la  puerta  de  entrada.  A  la  derecha 
del  actor,  una  cortina  abierta  por  medio,  que  da  al  cuartito  toca- 
dor. Decorado  sencillo.  Sillas  y  divanes.  Una  butaca.  Una  mesita. 
En  las  paredes,  algunos  retratos  de  autores  y  actores  ilustres, 
muertos  ya.  En  el  techo,  un  globo  de  luz.  Sobre  la  puerta,  un 
timbre.  Es  de  noche. 


ESCENA  PRIMERA 

IRENE  y  FELISA 

(e1  cunrto  está  á  oscuras  y  cerrado.  De  pronto  se  ilumina,  ábrese  la 
puerta  y  salen  Felisa  é  Irene.  Irene  es  hija  de  don  Abel;  viste  con  po- 
breza. Felisa  es  la  doncella  de  doña  Antonia  Pacheco,  joven  y  bonita.) 

Fel.  Pasa,  pasa...  ¿Ves  tú  cómo  nadie  te  ha  visto? 

Estás  temblando...  ¡Pobrecita! 
Irene  Si  vieras  que  me  da  vergüenza...  con  estos 

guiñapos...  Y  que  no  quiero  que  papá  se 

entere... 
Fel  Tu  papá   estará  en  el  saloncillo,  í-i  es  que 

ha  venido  ya.    Mi    señora  está   en    escena 

todavía. 
Irene  Nunca  he  entrado  en  el  cuarto  de  una  actriz 

hasta    ahora...    (Fijándose  en  uno  de  ios   retratos) 

¿Quién  es  este  t^eñor? 
Fel.  Uno  que  escribía  comedias  muy  bonitas... 


-    44  — 

no  recuerdo  &u  nombre.  A  todos  estos  los  co. 
noció  mi  señora. 

Irene  ¡Ay!  ¿Saldremos  con  bien  de  nuestro  empe- 

ño, Felisa? 

Fel.  ¿Qué  duda  cabe,  tonta?  ¿lis  posible  que  sea 

para  mal  nuestio  encuentro  del  lunes,  des- 
pués de  más  de  un  año  de  no  vernos?  Ade- 
más, mi  señora  fíoza  liaeiendo  bien. 

Irene  ¡Ay,  Felisa!   ¡Ojalá  me  atienda  y  me  ampa- 

rel  Porque  si  se  nos  hunde  también  esta  ta- 
bla, yo  no  sé  qué  va  á  ser  de  nosotros. 

Fel.  ¡Pobrecita!    (a    un    movi"iienlo  de  Irene.)    Calla. 

(Se  asoma  á  la  puerta.)  ¡Oios  mío! 

Íkene  ¿Qué?  ¿Viene  alguien? 

Fel.  Sí. 

latNE  ¿Quién? 

Fel.  Tu  papá. 

Irene  ¡Mi  papá!  ¡El  señor  nos  valga! 

Fel.  No  te  apures.   Escóndete  aquí.  (Entreabre  la 

ccrtina  del  tocador.) 

Irene  (obedeciéndola.)  ¿Ves  qué  mala  suerte? 

Fel,  Ño  le  apures,  mujer.   Está  tranquila.   Yo  te 

avisaré  cuándo  has  de  salir. 


ESCENA  II 

FELISA  y  DON  ABEL 

(Preséntase  éste  con  las  huellas   de  su   padecer  en  el  rostro  y  de  su 
penuria  en  las  ropas.) 


D.  Abel       Felisa,  Dios  te  guarde. 
Fel.  Don  Abel,  buenas  noches. 

D.  Abel  (sentándose  con  abatimiento  y  soltando  un  i)rofundo 
suspiro,  que  és  e>l  primero  de  una  serie.)  ¡  Ay!...  ¿  i  U 

señora  está  en  escena  aún? 

Fel.  Si,  señor.  Y  todavía  tarda. 

D.  Abel  Me  parecen  siglos  los  momentos.  Tú  sabes 
que  esta  noche  va  á  bacerme  la  merced  de 
escuchar  mi  obra. 

Fel.  Sí,  S3ñor:  ayer  me  enteré.  Como  sólo  traba- 

ja en  los  dos  primeros  actos  de  e^ta  come- 
dia, y  quedan  otios  dos,  tiene  tiempo. 


—  45  — 

D.  Abel       ¡Ayl 

Fel.  y  á  propósito,  señor  don  Abel:    si  usted  me 

diera  su  permisOj  yo  me  quedaría  á  la  lec- 
tura. 

D.  Abel  Desde  ahora  lo  tienes.  Más  entiende-^  tú 
que  algunos  zopencos. 

Fel.  Gracias:  es  favor. 

Y).  Abel       ¡Ay! 

Fel.  Pero  ¿á  qué  vienen  esos  suspiro:?  ¿Por  qué 

está  usted  triste  esta  noche? 

D.  Abel  Hija  de  mi  alma,  (icómo  he  de  estar  si  llevo 
ya  cuarenta  y  dos  lecturas  en  año  y  medio? 
Me  falta  la  le,  me  falta  el  entusiasmen.,  y 
aun  temo  que  me  falte  la  campanilla  Per- 
míteme este  rasgo  de  humorismo:  también 
cantan  los  pájaros  en  el  sauce. 

Fel.  ¡Pobrecito  don  Abel:  en  cualquier  tonteií;) 

que  dice  se  echa  de  ver  el  talento  que  t'ene! 

I).  Abel       jAyl 

Fel.  Vayase  usted  al  saloncillo,  que  estará  más 

animado  que  esto. 

D.  Abel         (Levantándose  maquiualmente.)    Me    iré...    me    iré 

al  saloncillo...  Como  me  iría  á  la  casa  de  fie- 
ras, si  me   enviases...  Bien  es  verdad  que 
tsnto  monta.  Adiós,  Felisa. 
Fel  Vaya  usted  con  Dios,  don  Abel. 

J).  Abel         (Marchándose.)  ¡Ay! 

Fel.  ] Pobrecito!   \Q,\.\é  acabadito  y  qué  derrotadi- 

to    está!    (Acércase  á  la  cortina    del  tocador  y  habla 

con  Irene.)  Irenita,  pasó  el  peligro.  Ya  .?e  fué. 
Pero  bueno  es  que  te  quedes  ahí,  para  que 
no  te  vea  nadie  hasta  que  mi  señora  llegue 

y  yo  la  prevenga.  (Asómase  á  la  puerta  del  cuarto 

y  luego  vuelve  al  tocador.)  Me  parece  que  ha 
acabado  ya  el  acto  primero.  Hay  tiempo  de 
todo,  porque  en  el  segundo  sólo  toma  parte 

en    una    escenita.    (va  otra  vez  á  la  puerta.)    Ya 

viene,  3'a  viene. 


-    46    - 


ESCENA  III 


FELISA  y  DOÑA  ANTONIA;  luego  IRENE 


(  Mega  doña  Antonia  del  escenario.  Viste  un  traje  de  época. 


D.*Ant.     ¡Jesús,  lo  queme  fatiga  esta  picara  obra! 
Gracias  á  Dios  que  acabo  pronto,  (siéntase  en 

la  butaca.) 

Fel.  (',ííay  gente? 

D.a  Ant.     ¿Quién  ha  de  haber?   [Nadie!  La  familia  del 

autor  en  un  palco,  y  el  autor  entre  cortinas 

mordiéndose  el  bigote. 
Fel.  Pues  ya  ve  usted  que  los  críticos  dijeron  que 

esto  era  un  asombro,  y  una  maravilla,  y 

qué  se  yo  qué... 
D.aANT.     Pues  ningún  crítico  de  esos  ha  vuelto  otra 

noche.   De  modo  que  ó  tienen  mucho  que 

hacer  ó  no  les   gusta  tanto  como  dijeron. 

(Pausa.  Felisa    mira  hacia  el  tocador  y  luego   va   á  la 
puerta  del    cuarto  y  la  cierra.)  ¿Qué  haCBS,  chlca? 

Fel.  Perdone  usted,  pero  ahora... 

D.a  Ant  .     ¿Qué  pasa? 

Fel.  Esta  noche  es  noche  de  audiencia.   ¡Tiene 

usted  tan  buen  corazón! 
D.a  Ant.     ¡Ay,   Dios   mío!    Siempre  serán    tu?  cosas. 

¿Quieres  decirme?... 

Fel.  (Entreabriendo  de  nuevo  la  cortina  del  tocador.)  bal, 

írenita,  sal. 
D.a  Ant.     Pero  ¿quién  está  ahí? 

Irene  (saliendo  cohibida  y  emocionada  )    BucnaS  nOcheS. 

D.a  Ant,       (Levantándose.)  BuenaS  UOcheS. 

Fel  Ksta  señorita  es  bija  de  don  Abel  Secano. 

D.a  Ant.     ¡Ah!  Celebro  mucho... 

Ifíene  Servidora. 

D.a  Ant.     Sí  se  le  parece. 

Irene  Usted  dispensará  mi  atrevimiento  al  pre- 

sentarme sin  mi  papá. 

D.aANT.  Atrevimiento  no  hay  ninguno.  S  entesa 
Venga  aquí. 

Irene  (obedeciendo.)  Con  licencia. 


—  47   — 


JPel.  Si  no  es  por  mi  no  viene,   le  advierto  á  us- 

ted. Le  daba  vergüenza;  le  daba  miedo. 

D.a  Ant.  ¿Miedo?  ¿Es  que  se  asusta  usted  de  las 
viejas? 

Irene  (sonriendo.)  No,  señora.  Temíalo  que  pudiera 

usted  pensar  de  mí. 

D.a  Ant.     Seguramente  nada  desfavorable. 

Fel.  Verá  usted,  doña  Antonia;  porque  si  no,  to- 

dos van  á  ser  cumplimientos...  Es  el  caso 
que  Irenita  y  yo  fuimos  compañeras  en  el 
taller  de  una  modista  de  sombreros...  «Ma- 
dame  Lulú»:  una  de  Triana.  Y  hará  cosa  de 
cuatro  días,  nos  encontramos  en  la  calle. 
¡Lo  que  nos  alegramos  las  dos!  Irenita  m^' 
contó  sus  penitas,  yo  le  conté  las  mías — 
que  algunas  tengo — y  lo  demás...  usted  lo 
comprenderá  sin  que  yo  se  lo  explique. 
Dice  bien:  usted  ya  lo  habrá  comprendido, 
con  sólo  ver  cómo  me  presento.  Vengo  á  pe- 
dir por  mi  papá.  A  pedir  es  poco:  á  rogar,  á 
implorar,  á  llorar,  si  fuese  necesario. 
Conmigo  no  lo  es,  no  se  aflija.  Usted  quiere 
hablarme  de  La  paloma  herida,  ¿no  es  eso? 
Sí,  señora. 

Pierda  usted  cuidado,  que  en  mí  no  influye 
poco  ni  mucho  la  desventurada  leyenda 
que  ese  drama  tiene,  ni  menos  aún  la  con- 
dición humilde  de  su  autor.  Los  viejos  so- 
mos compasivos.  De  algo  bueno  han  de  ser- 
vir los  años. 

Irene  Dios  se  lo  pagará.  Todo  el  mundo  se  burla 

de  los  autores  desconocidos. 

D.*  Ant.  Yo  no.  En  todo  caso  de  los  conocidos.  A 
los  otros  creo  que  es  un  deber  escucharlos. 
¿Qué  sabe  nadie  lo  que  hay  en  un  manus- 
crito que  no  ha  abierto?  Algunas  veces,  en- 
tre el  trigo  asoman  dos  orejas;  pero  ¡caram- 
ba! también  pueden  asomar  dos  amapolas. 
¿No  es  verdad? 

Irene  ;Qué  buena  es  usted! 

Pel.  ¿Lo  estás  viendo?  Tiene  mi  señora  un  cora- 

zón que  es  una  posada:  para  todo  peregrino 
hay  albergue.  Mira:  el  otro  día  vino  aquí  un 
autor,  tan  mal  de  ropa  el  ángel  de  mi  alma... 


Irene 


D.a  Ant. 

Irene 
D.a  Ant. 


-    48  — 


D.a  Ant 


Irene 


1)  li  Ant 
Fel. 
D.ti  Anj 
Irene 


D.a  Ant. 
Ikene 

D.a  Ani. 


Irene 


D.a  Ant. 
li  ene 


D.a  Ani 
Irene 


Tú,  tú;  deja  las  anécdotas  sentimentales. 
Por  hablar  no  sabes  lo  que  dices,  (a  ireno.) 
Diga  usted,  niña:  su  papá  de  usted,  y  pei- 
done  la  indiscreción,  ¿no  es  más  que  autor 
dramático? 

Ahora,  nada  más.  Antes  era  empleado;  pero 
hace  ya  cerca  de  año  y  medio  que  quedó  ce- 
sante. Cuando  escribió  el  drama,  el  jefe  lo 
tomó  entre  ojos. 
¿Por  qué? 

Por  envidia,  y  nada  más  que  por  envidia. 
Calla,  ¿Y  son  ustedes  muchos  hermanos? 
Siete.  Sino  que  desde  la  cesantía  nos  que- 
damos con  papá  sólo  dos,  porque  así  lo  ha 
querido  la  necesidad.  Les  otros  cinco,  uno 
aquí,  otro  allá,  están  en  casa  de  varios  pa- 
rientes. 

¿Su  mamá  vive  con  ustedes,  por  supuesto?  • 
No  señora:  mi  mamá  nos  faltó  cuando  yo 
tenía  nueve  años.  Y  soy  la  mayor. 
¿Y  cómo  nació  en  su  papá  de  usted  la  idea 
de  escribir  ese  drama  á  su  edad,  y  de  lan- 
zarse á  estas  andanzas?  ¿O  es  que  su  voca- 
ción desde  joven  le  empujó  á  ello? 
¡Ca!  no,  señora.  ¡Si  todos  en  casa  nos  que- 
damos ccn  la  boca  abierta!  Le  sopló  la  musa 
de  pronto. 

¿Le  sopló  la  musa?... 

Papá  sacó  el  drama  de  la  historia  desgracia- 
da de  una  tal  Fidela;  una  doncella  que  tu- 
vimos en  casa...  cuando  podíamos  permitir- 
nos fsos  lujos.  Por  cierto  que  hugo  hemos 
sabido  que  se  casó  con  un  cacharrero  de 
Pozas,  y  que  son  felices,  A  papá  le  ha  con- 
trariado, porque  dice  que  su  heroína  no 
debe  acabar  de  tan  prosaica  manera;  pero 
no  varía  el  final  de  su  obra,  porijue  tam- 
bién dice  que  el  arte  tiene  derecho  á  modi- 
ficar la  realidad, 

Tiidudal)lemente,  Sólo  que  suele  ser  la  rea- 
lidad la  que  lo  modifica  todo. 
Esa  sí  que  es  una  gran  sentencia.   Ahí  está 
la  triste  realidad  de  mi  casa.  ¡Qué  cambio! 
¡qué  vueltas!  ¡qué  carecer  aun  de  lo  más 


—  4'J  — 


D.a  Ant. 


Irene 


D.a  Ant. 
Irene 

D.a  Ant. 
Irene 
D.a  Ant. 
Irene 


preciso!  ¡\y,  señora;  crea  usted  que  nos  van 
faltando  los  alientos!  Ya  no  nos  queda  más 
tabla  á  que  agarrarnos  que  La  jJaloma  heri- 
da, ni  tenemos  otra  esperanza  que  la  que 
usted  nos  dé.  Mi  papá  espera  de  su  drama 
tranquilidad,  salií^facción,  dinero,  alegría; 
yo,  tal  vez  casarme:  tengo  un  novio  que  me 
quiere  mucho;  mi  hermano  el  mayor  librar- 
se de  las  quintas;  mis  hermanitos  los  pe- 
queños, volver  á  casa...  Por  eso  me  he  de- 
terminado á  llegar  hasta  usted,  venciendo 
mis  escrúpulos,  üe  usted  depende  la  sal- 
vación de  esta  familia  desgraciada.  Usted 
puede  llenar  nuestra  casa  de  luz. 
^;Qué  más  quisiera  yo,  criatura?  Yo  no  pue- 
do hacer  más  que  escuchar  la  obia,  y  pe- 
dirle á  Dios  que  me  guíate  mucho.  Yo  no 
soy  aquí  más  «)ue  uua  actriz  vieja;  respeta- 
da y  (querida,  eso  sí,  pero  á  la  que  no  se  le 
atiende...  si  no  le  conviene  al  empresario. 
De  todos  modos,  haré  cuanto  esté  de  mi 
parte.  No  lo  dude  usted. 
(Levantándose.)  Pues  no  molesto  Hiás.  Señora, 
le  doy  á  usted  intínitas  gracias...  A  mi  papá 
no  le  diga  usted  nada  de  esto.  Adiós,  se- 
ñora. 

Adió?,  niña. 

Felisa,  ¿quieres  acompañarme  por  los  pa- 
sillos? 

Sí,  f-í;  acompáñala  hasta  la  salida. 
Muchas  gracias. 
Adiós. 
Me  voy  muy  contenta,  muy  contentíi.  (se 

marchan  las  dos.) 


ESCENA  IV 

DOÑA  ANTONIA,  DOÑA  ANDREA  y  MARIQUITA.  Al  final  FELISA 


D."Ant.  ¡Pobre  niña!  ¡Qué  ilusiones  más  desatina- 
das! Esta  locura  del  teatro  la  debían  estu- 
diar los  médicos.  ¡Una  familia  que  fía  su 
porvenir,  su  vida,  del  drama  de  don  Abel 


—   60   - 

Secano,  hazmerreir  de  bastidores!...  ¡Jesús, 
Dios  mío!  y  dice  que  le  sopló  la  musa... 
¡Pobre  señor!  ¡M.-is  valía  que  le  hubiera  so- 
plado el  Guadarrama! 

D.*  And.      (Asomándose  con  Mariquita  á   la    puerta   del   cuarto.) 

¿Hay  permizo? 
D.íiAnj.     jHola!  Adelante. 

(Pasan  doña  Andrea  y  Mariquita,  madreé  hija,  anda- 
luzas las  dos.  y  meritoria  esta  última  en  el  teatro  Vis- 
te también  un  traje  de  época,  en  armonía  con  el  de 
doña  Antonia.) 

D.a  And.  Nos  vamos  en  zegiiía:  no  molestamos.  Veni- 
mos na  más  que  á  darle  á  usté  las  gracias,  y 
á  darle  á  usté  las  gracias,  y  á  darle  á  usté 
las  gracias.  Da  las  gracias,  niña. 

Mar.  Muchifimas  grasias. 

D.a  And.  Esta  es  mu  corta  y  no  ze  atreve  á  habla  de- 
lante e  nadie.  Místela  ya  como  una  amapo- 
la. Y  yo  le  digo  que  en  er  teatro  )a  vergüen- 
za no  zirve  pa  na.  ¿E^  ó  no  es? 

D.hAnt.     Yo  creo  que  no  es. 

D.^Akd.  ¡Ay,  qué  gracioza  ha  estao!  Po  zí,  po  zí:  á 
usté  ze  lo  debemos  to.  Yevaba  la  pobrecita 
mia  arrincona  zeis  mezes  de  meritoria.  Lo 
más  que  hacía  era  entre  bastidores:  de  mor- 
•  muyo.  Y  usté  la  ha  zacao,  usté  la  ha  zacao: 

usté  la  ha  puesto  en  las  candilejas.  Dios  ze 
lo  pague  á  usté,  doña  Antonia.  En  er  tea- 
tro, ardabas,  y  ardabas,  y  ardabas. 

D.:i  Ant.  No,  doña  Andrea:  en  el  teatro,  como  en  to- 
das partes,  mérito,  afición,  estudio... 

D.a  And.     ¡Y  ardabas,  y  ardabas! 

D.a  Ant.     Bueno,  y  árdalas,  si  usted  quiere. 

D.i^  And.  ¡Ay,  me  remea,  me  remea!  ¡Qué  gracioza  es! 
Ahora,  un  papelito,  un  papelito.  Porque  lo 
de  esta  noche  no  ha  zio  na:  zacá  dos  velas, 
y  apaga  una.  Zoplá,  zopla  cuarquiera.  ¿Es  ó 
no  esV  Usté  que  es  tan  güeña  y  tiene  tanta 
mano  con  loz  autores,  á  vé  zi  le  conzigue  un 
papé.  Ya  zabe  usté  lo  que  zon  estas  cazas: 
ze  está  oscurecía  hasta  que  ze  agarra  un 
papé.  ¡Un  papé,  un  papé,  doña  Antonia  Pa- 
checo; búsquele  usté  un  papé!  Esta  lo  hace 
to,  lo  hace  to.  Le  da  usté  una  tonta,  y  la 


~  51  — 

hace;  le  da  usté  una  lista,  y  la  hace;  (Acer- 
cándose mucho  á  doña  Antonia  y  bajando  ]a  voz.)  l6 
da  usté  una  tunanta,  y  la  hace, — que  no  zé 
dónde  lo  ha  aprendió  la  chiquiya. 
D.a  Ant,     Descuide,  que  no  he  de  abandonarla. 

(vuelve  Felisa.) 

D.a  And.  Ya  lo  es-tás  oyendo.  ¡Güeña  madrina  te  has 
echao!  No  la  dejes  tú  á  eya.  Pínchale,  pín- 
chale; que  en  er  teatro,  ardabas  y  papeles, 
y  ardabas  y  papeles,  y  ardabas  y  papeles. 
¿Ks  ó  no  es?  Y  vamonos  ya,  que  no  me  gus- 
ta que  incomodes. 

D.a  Ant.      l-a  niña  no  incomoda... 

D.aAND.  ¿Yo  zí,  verdá?  ¡Me  la  ha  zortao!  ¡me  la  ha 
zortao!  ¡Con  qué  zalero  me  la  ha  zortao! 
¡Quéeze  usté  con  Dios,  zo  gracioza!  Y  muchí- 
ziiras  gracias,  muchizimas  gracias,  muchízi- 
mas  gracias. 

Mar.  Muchísimas  grasias. 

D.a  Ant.     Vayan  con  Dios.  No  las  merece. 

D.a  And.      :  Volviéndose  desde  la  puerta.)  ¡Doña  Antonia  Pa- 

,  checo...  que  zoy  una  madre...  qae  zoy  una 

madre...  que  zoy  una  madre! 
D.a  Ant.     Ya,  ya  lo  sé. 

(Se  retiran  la  madre  y  la  hija.) 

Fel.  Pero  ¿por  fia  ha  trabajado  Mariquita  esta 

nocheV 

D.a  Ant.  Sí,  hija,  sí:  por  no  oir  á  la  madre;  que  es 
una  madre,  como  ella  dice,  pero  que  habla 
por  toda  una  tamilia. 

Fel.  Pues  tengo  que  darle  el  parabién  á  la  mu- 

chacha. ¡Pobrecita!  ¡Es  más  buenecita  y  más 
pavita!  ¿Qué  ha  hecho? 

D.aAsT.  b'igúrate:  tenía  que  apagar  una  vela,  y  la 
apagó  diez  minutos  antes.  La  Ristori  no  es. 

(Llega  Bustamante,  autor  joven,  de  aspecto  simpáUco.) 


ESCENA  V 

DOÑA  ANTONIA  y  BUSTAMANTE 

BusT.  Ilustre  doña  Antonia. 

D.a  Ant  .     Hola,  Manolillo.  ¿Cómo  lo  pasas? 


—  52  — 

BusT.  Bien,  ¿y  usted? 

D.aANT.     No  te  agradezco  la  visita.  Sé   que  vienes 

aquí  porque  están  cerrados  los  cuartos  de 

las  jóvenes. 
l>r'?T.  No  sea  usted  mal  pensada. 

1)  a  AnT.       No  seas  tú  ilipócrita.  (viendo  que  Felisa  se  entra 

en  el  tocador.)  Y  también  vieiies  porque  te 
gusta  mi  doncella. 

¡jüST.  Me  gusta,  sí;  pero  no   vengo  por  eso.  Yo, 

como  autor,  seré  una  desdicha;  pero  como 
particular,  soy  de  lo  más  formalito  que  pisa 
escenarios. 

D.a  Ant.     Ya,  ya  te  conozco. 

BusT.  Vengo  del  saloncillo,  doña  Antonia;  y  ven- 

go á  respirar,  le  soy  á  usted  franco.  ¡Kse  se- 
ñor Secano  es  un  ciprés!  ¡No  habla  njásque 
de  asuntos  tristes!  Me  ha  entrecogido  en  un 
rincón  y  me  la  ha  dado  buena.  Va  á  limpiar 
aquello  de  gente. 

D.aANT.     ¡Pobre  don  Abel! 

BusT.  Pobre,  sí;  pero  que  no  se  meta  en  el  salonci- 

llo á  amargarnos  la  vidaá  todos. 

D.aANT.  Pues  tú,  y  otros  como  tú,  tenéis  la  culpa. 
Porque  os  divertía  le  dabais  bromas  verda- 
deramente crueles,  haciéndole  creer  que  era 
un  genio,  y  entre  todos  le  habéis  vuelto  el 
juicio.  Ayer  recibió  una  carta  de  I'arís,  pi- 
diéndole su  obra  para  la  Comedia  France- 
sa. ¿Te  parece?  El  otio  día  le  hicieron  un 
retrato  en  3I  cuarto  de  la  Peral,  diciéndole 
que  iba  á  publicarse  en  un  periódico  de 
Alemania.  En  fin,  horrores. 

BusT.  Esas  son  cof-as  de  Ruíete. 

D.íi  Ant.  Pues  bien  podía  Rufete  emplear  más  inge- 
nio en  las  obras  y  menos  en  el  saloncillo. 

BüST.  Más  en  las  obras,  lo  comprendo;  pero  menos 

en  el  saloncillo,  no  puede  ser. 
(Se  ríen  los  dos.) 


—  53  — 


ESCENA  VI 

DICHOS  y  UN  SEÑOR  ANÓNIMO;  después  DON  GENARO 
y  ROMERO 

{Este  señor  Anónimo  es  uno  de  esos  seres  insignificantes  y  entrome- 
tidos que  conoceu  á  todo  el  mundo,  y  á  quienes  no  conoce  nadie. 
Habla  de  lo  suyo  como  si  la  humauidad  viviera  consagrada  á  pen- 
■sar  en  él.  Viste  con  pulcritud,  está  siempre  contento,  y  saborea  la  di- 
cha de  vivir.) 


ÍSeÑOR  (Asomándose  á  la  puerta  del  cuarto.)  ¿Se  puede? 

Da  Ant.      Aliviante. 

Señor  ^;(.'óiiio  está  usted,  mi  señora  doña  Antonia? 

D.^  Ant.       (sin  saber  cou  quién  habla.)  Bien...   ¿y  UStcd? 

Señor  Bien,  muchas  gracias,  ¡üaballero  Bustamau- 

te!  ¿qué  tal? 
BUST  (Lo  mismo  que  doña  Antonia.)  Bien...   ¿y  UStcd? 

íShÑOR  ¡Vamos  tirando  de  esta  vida  perra!  ¡Je!  He 

llegado  hoy.  Me  voy  mañana. 

D.a  Ant.     ¿No  se  sienta  usted? 

Señor  Con  mucho  gusto.  Estaré  un  ratillo. 

D.^  Ant.      (a  Bustamante.)  (¿Quién  es,  tú?) 

BusT.  ( \  doña  Antonia.)  (No  lo  sé,  doña  Antonia.) 

Señor  Pu^^s  sí:  he  llegado  hoy. 

Bi;sT  ¿Y  se  va  usted  mañana? 

Señor  AJañana,  sí;  no  puedo  abandonar  aquello. 

D  a  Ant.      Claro. 

Señor  Yo  siempre  como  un  meteoro.  ¡Je!  ¡Xi  visto 

ni  oí  lo!  ¡ian  pronto  aparezco  como  desapa- 
rezco! ¡Je!  ¿Usted  se  casó,  Bustamante? 

BusT.  No,  señor. 

Señor  ¿No?  Pues  ¿quién  se  ha  casado? 

BusT  ¡Mucha  gente!  ¡Como  que  es  no  parar! 

D.a  Ant.      ¡Lualquiera  pesca  á  este  mariposón! 

Señor  Ya,  eso  sí;  pero  yo  juraría  haber  leído...  ¡Ah, 

doña  Antonia!  Muy  encarecidos  afectos  de 
Julia:  ¡pero  muy  encarecidos! 

D.a  Ant.     ¿De  quién? 

Señor  ¡De  Julia! 

D.a  Ant.  Ah...  de  Julia.  Devuélvaselos  usted  de  mi 
parte. 

Señor  Lo  agradecerá  muy  de  veras.  Está  encanta- 


64    - 


D.a  Ani. 

Señor 


D.a  Ant. 


Señor 
Da  Ant. 

BUST 


D.  Gen. 

BuST. 

D.  Gek. 


D.a  Ak'J 
D.  Gen. 


Señor 


D.  Gek. 

Señor 
p.  Gen. 
Sbñor 
D.  Gen. 
Señor 
D  Gen. 


da  con  usted:  ¡encantada!  ¿Se  acuerda  usted 
del  día  del  chocolate? 
No.  üigo,  sí;  sí  me  acuerdo. 
¡Yaba  llovido!  ¿Se  lo  ha  contado  usted  á 
este?  Fuede  que  le   saque  partido  para  una 
piececilla. 

Momentos  antes  de  llegar  usted — mire  us- 
ted qné  casualidad— hablábamos  precisa- 
mente de  eso. 

¡Lo  que  nos  reimos!  ¿Se  acuerda  usted? 
¡C(  mo  que  yo  me  puse  mala! 
Y  yo,  cuando  me  lo   contó,   (a  doña  AuioDia ) 
(Es  que  no  tengo  la  menor  idea  de  este  ca- 
ballero.) 

(Se  ríen  los  tres:  doña  Antonia  y  Bustamante,  del  señor 
Anónimo,  y  éste  del  día  del  chocolate.  Llega  do» 
Genaro,  caballero  elegante.) 

Fues,  señor,  a  ese  don  Abel  vá  á  haber  que 
darle  un  destino  en  Caracas.  ¡Muy  lejos! 
¿Otro  que  huye? 

¡Y  huirán  hasta  los  retratos  de  la  pared!  ¡Si 
es  tétrico!  ¡Si  es  abrumador!  ¡No  hay  diges- 
tión tranquila  con  ese  hombre! 
¡.la,  ja!  Mi  cuarto  es  un  refugio  esta  noche. 
¡Qué  poco  pueden  ustedes  sufrir  al  piójimo! 
¡A  fiiójiuios  patibulario?,  desde  luego!  Yo 
no,  yo  no.  He  comido  con  la  de  Vista  Ale- 
gre: estaba  guapísima.  Nos  ha  díido  una  co- 
mida espléndida:  vinos  y  licores  exquisito."-... 
Yo  terminé  con  pippermmf.  ¡Pues  pur  causa 
de  ese  señor  Secant»,  se  me  ha  puesto  la  lan- 
gosta de  pie!  ¡Imposible!  ¡imposible! 

(Sorprendido     de    que   don     Genaro     no     lo    salude.^ 

¡Amigo  don   Genaro!  ¡Desde  que  no  nos  ve- 
mos no  nos  conocemos!  ¡Je! 
(confuso.)  Ah...  usted  dispense...   No  había 
reparado... 
¿Cómo  está  usted? 
Bien...  ¿y  usted? 

He  llegado  hoy.  Me  voy  mañana. 
Ya. 

Si  quiere  usted  algo  para  aquella  gente...  ¡Jel 
Nada:  expresiones...  (a  doña  >»i)tonia.)  '¿Quién 
es  este  señor  tan  regocijadoVj 


'   65 


D.»  Ant.  (a  don  Genaro.)  fPoi'  lo  vÍ8to  se  trata  de  un 
anónimo:  ha  llegado  hoy,  pero  viene  sin 
firma.) 

Señor  Vaya,  vaya,  con  don  Genaro...  ¡Je!  ¿Se  acuer- 

da u.sled  del  día  de  las  ostrasV  ¡Je!  ¡Ya  h;i 
llovido! 

D.  Gen.  Le  diré  á  usted...  tomo  ostras  casi  todos  los 
días;  de  modo  que  no  es  fácil... 

Señor  ¡.Je!  ¡Cómo  nos  divertimof-! 

(Aparece. Romero  en  la  puerta.  Viste,  como  doña  .\n- 
tonia,  de  época.) 

Rom.  ¿Está  aquí  Bustamente?   (vióndoio.)  Bueno, 

chico,  efcto  es  cosa  resuelta:  hay  que  sortear- 
se para  ver  quién  mata  á  Secano. 

(Risas.) 

D.a  Ant.      Calle  usted,  mala  sangre. 

Rom.  ¿Mala  sangre?  Mire  usted,  doña  Antonia  .. 

Señor  (cortándole  la   palabra  con    un    abrazo    que  uo  puede 

retardar  más  tiempo.)  ¡Roilierillol   ^,CÓra0   te  Va? 

¡Dicho.'^os  los  ojos,  hombre,  dichosos  los  ojos! 

¿Qué  hay? 
Rom,  (Perplejo)  fiQuc  qué  hay?  Pues...  nada...  Aquí 

repiesentando  comedias. 
Señor  Confiésalo:  ¿á  que  lo  que    menos  esperabas 

era  verme? 
Rom.  Sí,  si;   efectivamente:  lo  que  menos,  (a  don 

Genaro.)  (¿Quién  esVj 
D.  Gen.        (a  Romero.)  (8e  ha  perdido  la  fe  de  bautismo.) 
Señor  Yo  las  gasto  así:   cuando  menos  se  pien-a... 

¡Jel 
D.a  Ant.     Ha  llegado  hoy. 
Señor  Sí:  he  llegado  hoy. 

D.a  Ani.      y  se  va  mañana. 
Señor  Sí:  rae  voy  mañana.  ¿.Qué  he  de  hacer?  No 

tengo  má-<  remedio.  El  ojo  del  amo...  ¡Je! 

Al  yunque,  al  yunque.  Además,  tú  sabes  lo 

que  es  .Julia. 
Rom  ¡Oh!  No  me  hables  de  eso.  ¿Está  buena,  eh? 

Señor  Sí,  ya  está  buena.  Aquello  no  fué  nada.  Un 

parto  doble:  lo  de  todos  los  días.  ¡Je!  Ahora 

sueña  con  su  automóvil. 
BusT  Amigo,  cómo  se  conocen  los  ricos... 

Señor  ¡El  que  habla,  y  escribe  cuatro  patochadas  y 

gana  un  dineral!  ¡Je! 


-  56  — 

BusT  ¡Hombre! 

Señor  No  lo  niegue  usted,  porque  lo  han  dicho  los 

periódicos  muchas  vece^.  Siempre  que  estre- 
na usted  le  ajustan  las  cuentas  los  críticos. 
¡El  teatro  es  un  filónl  lun  filón! 

D.a  Ant.  ¡Un  filón!  ¡Y  todos  los  autores,  ricos!  Ahí 
está  don  Abel  Secano. 

(Movimiento  en  todos  como  para  irse.) 

Rom.  ¿Dónde? 

D.a  Ant.      Lo  cito  como  ejemplo. 

Rom.  Ya.  Hast^i  est;i  noche  no  me  ha  colmado  las 

medidas  el  tal  Secano.  Antes  no  era  asi.  ¡Se 
ha  puesto  de  un  fúnebre  que  aterra! 

Señor  Pero  ¿quién  es  él?  ¿Quién  es  ese? 

D.a  Ant.  Un  pubre  señor  que  ha  escrito  un  drama  y 
no  consigue  verlo  representado.  ¿Le  parece 
á  usted  floja  desdicha? 

Señor  Si  fuese  divertido  me  lo  llevaba  mañana  á 

almorzar.  ¡Je!  Yo  me  río  mucho  con  esos 
ti  pos. 

Rom.  a  eso  estamos:   á  reírnos  los   unos   de    los 

otros.  ¿No  es  verdad? 

Señor  ¡Je!  ¡Qué  punto!  Romerillo,  Romerillo...  ¿Te 

acuerdas  del  día  del  arroz?  ¡Je! 

Rom.  ¡Calcúlate:  no  pienso  en  otra  cosa! 

Señor  ¡Ya  ha  11  'vido,  caramba,  ya  ha  llovido! 

D.  Gen.  Oiga  usted,  doña  Antonia:  ¿y  hay  catástro- 
fe en  ese  drama? 

D.a  Ant.      Yo  no  lo  conozco  todavía. 

BusT.  ¿Que  si  hay  catástrofe?  ¡Espantosa! 

D.  Gen.  ¡Por  Dios,  que  no  nos  pongan  eso!  ¡Va  á  ser 
imposible  venir!  ¡Si  el  teatro  no  es  un  sitio 
para  digerir  bien,  no  sé  qué  es  el  teatro! 

D.a  Ani  .  Compadezco  á  ese  pot)re  hoadire.  Son  tan- 
tos los  que  se  han  soltado  á  escribir  come- 
dias á  la  buena  de  Di<  s,  que  ya  va  habiendo 
más  autores  que  público. 


~  67  — 


ESCENA  VII 


DICHOS  y  CRRUTIA 
UrrUT.  (presentándose  en  la  puerta  sombrero  en  mano,  azorado 

y  temblón.)  ¿Se...  se  puede  pasar? 

D.»  Ant,  Adelante. 

Urrut.  (sin  oiría.)  ¿Se...  se  puede  pasar? 

D.a  Ant.  Adelante. 

Urkut.  Bu«...  buenas  noches. 

D.a  An'i  .  Buenas  noches. 

D.  Gfn.  Buenas  noches. 

(Urrutia  mira  á  todos,  con  cuya  presencia  no  contaba, 
y  no  acierta  á  decir  palabra.  Pausa  angustiosa.) 

D.' Ani  .  ¿A  quién  busca  u^ted? 

Ukkut.  a...  á  la  señora  Pacheco. 

D.a  Ant.  Yo  soy. 

Urrut.  Lo...  lo  siento  mucho. 

D.a  Ani  .  ¿Cómo? 

ürrut.  No.,  nada...  Me...  me  he  equivocado. 

(Nueva  pausa  y  nuevas  miradas.  La  reunión  se  ríe  con 
disimulo.) 

D.a  Ant.     Usted  me  dirá  lo  que  quiere. 

Ukrut.  a...  ahora  no  es  ocasión.  Está  usted  ocupa- 
da. Vol...  volveré. 

D.a  Ant  .     Como  usted  guste. 

Ührut.        Tra...  traía  una  carlita. 

D.a  Ant.     ¿Para  mi? 

Ürrut.        Pa...  para  usted. 

D.*  Ant.  Fues  démela,  y  la  leeré  con  permiso  de  es- 
tos sefiores. 

Urrut.        Sen...  sentiría  hicomodar. 

D.'Ant.     No,  no  señor,  no. 

Urrut.  To...  tome  usted  entonces,  (ai  adelantarse  hacia 

doña  Antonia  para  dnrle  la  carta,  pisa  á  uno,  y  al  re- 
troceder para  ponerse  donde  estaba,  pisa  á  otro.)  Us... 

usted  dispense,  caballero. 
D.  Gen.        No  hay  de  qué. 
Urrut.        ¿Le...  le  he  hecho  á  usted  daño? 
Señor  No,  señor. 

D.a  Ant.  (Leyendo  la  carta  para  si.)  Ah,  eS  de  Rovira. 
Perfectamente.  (Apartándose  á    un  lado.)    Hiiga 

usted  el  favor. 


—  58  — 


Urrut. 
D.a  Ant 
Urrut. 
D.a  Ant 
Urrut. 
D.a  Ani 
Urrut. 


D."  Ant. 
Urrut. 

D.a  Ant. 
Urrut. 
D.a  Ant. 
Urrut. 
D.a  Ant. 


Urrut. 
D.a  Ant, 
Urrut. 


D.    Ant. 

Urrut. 

D.a  Ant. 
Urrut. 


D.a  Ant. 
Urrut. 
D.a  Ant. 
Urrut. 
D.a  Ant  . 
Urrut. 
BusT. 
Urrui . 


Sen...  sentiría  incomodar. 
Siénteee  usted. 
Gra...  gracias:  no  tengo  prisa. 
Pueri  soy  toíía  oidí)S. 
¿To...  toda  oído.t? 
Quiero  decir  que  ya  le  escucho. 
No...  no  la  entendí  á  usted.  Se...  se  trata  de 
un  monologuito.  escrito  para  usted  expro- 
feso 

¿De  usted? 

V...  y  de  tres  compañeros  de  oficina.  La  idea 
es  de  un  servidor, 
^/-ómo  se  titula? 
El...  El  baúl  mundo  se  vende. 
¿Es  cómico? 
Tie...  tiene  lo  suyo. 

Bueno;  pues  yo  lo  leeré  con  todo  cariño,  y 
usted  se  da  una  vuelta  por  aquí  dentro  de 
unos  días. 

¿Co..  como  cuando? 
¿Hoy  qué  es,  jueves?  El  lunes  próximo. 
Mu...  muy  bien.  Me...  me  alegro  de  que  no 
sea  el  martes.  Le  suplico  á  usted  benevolen- 
cia; y  que  influya  para  que  lo  pongan;  que 
está  todo    muy    ujalo,  y...    y  un    servidor 
tiene  á  su  padre,  y...  y  tiene  á  su  madre,  y... 
y  tiene  á  su  novia,  y...  y  tiene    cuatro  mil 
reales  de  sueldo. 
Ya,  ya  me  hago  cargo. 
Pues...  pues  muchísimas  gracias.  Uí.  .  usted 
perdone  la  libertad...  y  hasta  el  lunes. 
Pero  ¿y  el  monólogo? 

¿El...  el  monólogo?  (Palpándose.)    ¡Es  pata    la 
mial  ¿Pues  no  me  lo  he  dejado  en  casa?  Y... 
y  lo  puse  adrede  con  el  sombrero. 
¡Vaya  por  Dios! 

Yo...  yo  se  lo  traeré  á  usted  mañana. 
(Reprimiendo  la  risa.)  Cuando  usted  quiera. 
Bue...  buenas  noches. 
Adiós. 

(a  los  contertulios.)  Bue...  buenas  noches. 
Buenas  noches. 

(Dándoles  la  mano  uno  por  uno  de  puro  aturdido  que 

está.)  Que...  que  usted  siga  bueno...  Que  ..  que 


-    59  — 

UFted  siga  bueno...  Que...  que  usted  siga 
bueno...  Que...  que  usted  siga  bueno. 

Señok  Vaya  usted  con  Dios. 

Urrut.  (á  doña  Antonia.)  ¿Me...  me  he  despedido  de 
usted? 

D.a  Ant.     Sí,  señor. 

Urrut.  Us...  usted  dispense  la  pregunta,  frisando  a 
otro  al  retirarse.)  Us...  ufcted  perdone.  ¡Parece 
que  voy  ciego!  \Ea pata  lamía! 

(Todos  se  ríen  de  él  cuando  se  va.) 

ESCENA   VIH 


DICHOS  menos  URRUTIA.  DON  ABEL 

Rom  .  ¿Quién  es  ese  moscón  que  tanto  tropieza? 

D.a  Am  ,  Un  autor  que  no  viene  más  que  á  traerme 
un  monólogo,  y  se  lo  deja  en  casa.  Compa- 
dezcámosle también. 

BusT.  Di(»s  le  dé  mejor  suerte  que  á  don  Abel  Se- 

cano. 

1).  Gen.        ¡y  una  musa  más  regocijada! 

(Sueua  el  timbre.) 

D.^Ant,     Me  llaman  á  escena,  señores.   Ustedes  se 

quedan  en  su  cuarto,  (saludando  á  don  Abel,  que 
llega  á  tiempo  que  ella  se  ya  )  ¡Don  Abeli    ¡TantO 

gusto!... 
D.  Abel      ¿Cómo  está  usted,  mi  buena  amiga? 
Rom.  (¡Ufl) 

D.  Gen.       (¡Nos  copó!) 
BusT.  (¡A  mí  no  me  pesca!) 

D.a  Ant.     Fase,  pase;  ahora  vuelvo.  No  tengo  más  que 

cuatro  palabr&s.  (se  va.) 
D.  Abkl  Buenas  nochet*,  señores. 
Señor  Buenas  iioches.  (Á  Bustamante.)  (¿Es  este  el 

sombran?) 

BuST.  (ai  Anónimo.)  (El  mismO.) 

D.  Abel       ¿Qué  hay  de  cosas,  amigo  Bustamante? 
BusT.  ¡t'sché!... 

(Bustamante,  Romero,  don  Genaro  y  el  seiJor  Anónimo 
se  van  marchando  con  toda  suavidad  y  disimulo,  suce- 
sivamente, huyendo  de  la  quema  y  tarareando  una  mis- 
ma canción  entre  todos.  Uno  la  empieza  y  los  demás 
la  signen  al  marcharse.) 


60  ^ 


BUST. 

Rom  . 
D.  Gen. 
Señor 


Tara  tira  tara  tarara... 
Tiri  tirí  tirí  tiró... 
Tora  tora  tora  toriaro... 
Turú  turú  tiirú  turó... 


ESCENA  IX 


DON  ABEL    y  FELISA 

D  Abel  (con  amargura.)  Ciiando  no  les  distraigo  me 
huyen...  jY  se  figuran  que  no  me  doy  cuen- 
ta!... ¡  Ay,  Abel,  qué  camino  más  largo  y  iná  i 

penoso!  (siéntase  dando  muestras   de  postración  ) 

Fel.  (saliendo   del  tocador.)  ¿Está  usted  hablando 

solo,  señor  Secano? 
]).  Abel       Sí,  hija  mía;  estoy  hablando  solo. 
Fel.  ¡Ay,  pobrecito!  ¿Y  por  qué  es  eso? 

D   Abel       Porque  no  tenía  con   quien   hablar,  y   tenía 

que  hablar  necesariamente. 
Fel.  Pero,  dígame  usted;  ¿no  estaban   aquí  unos 

señores? 
D.  Abel       Aquí  estaban,  sí;  pero  entré  yo...  y  eso  bastó 

para  que  se  fueran. 
Fel.  ¡Pobrecito!  Ande  usted,  que  ya  le  llegará  la 

suya. 
D.  Abel       ¿Lo  crees  tú? 
Fel.  a  pies  juntillas,  don  Abel.  ¡No  faltaba  más 

sino  que  se  quetlara  oscurecido  un   talento 

tan  grande!  Verá  usted  cómo  mi  señora  le 

da  la  mano. 
D.  Abel       Dime,  Felisita,  ¿qué  piensa  doña   Antonia 

de  mí?  ¿Qué  dice  de  la  lectura  de  esta  no- 
che? ¿Le   has  oído  algo?  ¿Sabes  algo?  ¿Me 

puedes  contar  algo? 
Fel.  Don  Abel...  Don  Abel...  ¿Ve  usted?  Ya   la 

tenemos. 
D.  Abel       ¿Qué  tenemos? 
Fel.  Ya  voy  á  decir  lo  que  no  debía. 

D.  Abel       ¿Cómo? 

Fel.  Lo  que  he  prometido  callar. 

D.Abel       ¡Di  nielo,  por  Dios! 
Ff.l.  ¿Quién   piensa  usted  que  ha  estado  acjuí 

hace  poco? 


-   61  — 

D.  Abei        ¿En  dónde? 

Fel.  Aquí:  en  este  cuarto. 

D  Abel      ¿Quién? 

Fel.  Irenita. 

D  Abel       ¿Mi  hija? 

Fel  t?í,  señor. 

D  Abel  ¿Mi  hija?  ¿Que  ha  estado  aquí  mi  hija? 
¿Para  qué? 

Fel,  Para  pedirle  á  mi  señora  protección   y  am- 

paro. 

D  Abel      (conmovido)  ¡Hija  de  mi  ahna! 

Fel.  Yo  la  traje,  yo  la  presenté,  yo  la  acompañé 

luego  hasta  la  puerta...  ¡Iba  la  pobrecita  sal- 
tando de  gozo!  ¡Porque  no  sabe  usted  cómo 
la  recibió  mi  señora! 

D.  Abel       ¡Ay,  si  esto  fuera  el  principio  del  fin! 

Fel.  Lo  será,  lo  será. 


ESCENA  X 

DICHOS  y  DOÑA  ANIONIA 

D.a  Ant  .  (saliendo.)  ¡Gracias  á  Dios!  Esta  noche  ya  no 
vierto  más  perlas,  don  Abel. 

D.  Abei        ¿Acabó  usted  ya? 

D.^Ant.  Por  fortuna.  Nádame  molesta  tanto  como 
trabajar  con  el  teatro  vacío.  ¿Tiene  usted 
ahí  la  obra? 

D.  Abel       ¡Qué  pregunta! 

D.ii  Ant.  Bueno,  pues  me  voy  á  quitar  estas  galas  y 
la  leeremos  en  seguida. 

1).  Abel       ¡Jel...  Los  malos  tragos...  ¿No? 

D.a  Ant.  Una  advertencia.  Creo  que  debe  usted  invi- 
tar á  Carranza.  Es  el  primer  actor  de  la 
compañía  y  le  conviene  á  usted  tenerlo  de 
su  parte.  Ño  vendrá,  pero  usted  lo  invita  y 
queda  bien.  Dígale  que  ya  estamos  de 
acuerdo. 

D.  Abel  ¡Cuántas  bondades,  doña  Antonia!  ¿Cómo 
podré  pagar?...  Yo  también  me  he  permiti- 
do invitar  á  un  amigo...  ¿Usted  no  tendía 
inconveniente? 


—  62  — 

D.íi  Ani-.     ¡Ninguno!  Traiga  usted  á  quien  quiera. 

D.  Abel  Gracias.  ¿Será  usted  benévola  cun  este  po- 
bre autor? 

D.aANT.  Lo  soy  con  todos.  Mi  padre  fué  escritor 
también,  y  sé  lo  que  cuenta  producir. 

O.  Abel  E^  usted  muy  buena,  muy  buena...  Usted 
no  puede  imaginar  lo  que  va  á  resolverme... 
lo  que  para  mí  significa...  Además,  aquí, 
entre  tantas  burlas,  entre  tanto  desprecio, 
si  viera  usted  cuánto  se  eslima  esta  consi- 
deración, esta  cortesía...  aunque  no  sea  más 
que  esto...  Vaya,  vaya,  no  quiero  dar  el  es- 
pectáculo de  echarme  á  llorar  como  un  chi- 
quillo. 

D.a  Ant.  Por  Dio',  don  Abel;  ¿á  qué  viene  eso  ahora? 
Ande  usted  á  cumplir  con  Carranza.  Yo  sal- 
go al  instante. 

D  Abel       Allá  voy,  allá  voy... 

Fel.  ¡Pobrecito!    (Entrase    con    doña  Autonia  ca  ol  toca- 

dor.) 


ESCENA  XI 

DON  ABEL  y  el  SEÑOR  ANÓNIMO 

D.  Abel  (Enjugándose  los  ojos.)  Esperaré  un  momento... 
Temo  que  esas  fierecillas  me  vean  llorar. 
Porque  si  hay  uno  que  se  ría  de  estas  lágri- 
mas, soy  capaz  de  ahogarlo,  (pausa.)  ¡Quién 
sabe!  ¡quién  sabe!  Puede  que  la  victoiiaesté 
cerca,  y  entonces...  Yo  no  guardo  rencor 
para  nadie,  pero  esos  que  se  mofan  de  mí 
descaradamente,  esos  que  hacen  saínete  de 
mi  desgracia...  esos...  lo  que  es  esos... 

oEÑOR  (Presentándose  risueño  y  decidor  como  de  costumbre.) 

Felices. 
D.  Abel        ¿Quién?  (Reconociéndolo.)  ¡Ah! 

¡Señor  ¿Sabe  usted  si  la  señora  Pacheco  está  en  el 

tocador? 

JJ.  Abel  (Después  de  mirarlo  de  arriba  abajo,  marchase  tara- 
reando la  misma  caución  que  antes  le  tararearon  á  él.) 

Tari  tari  tari  tariaro... 


—   63  — 


ESCENA  XII 

EL  SEÑOR  ANÓNIMO  y  DOÑA  AKTONIA 

Señor  ¡Ay,  qué  gracia!  ¡Me  la  ha  devuelto!  ¡Es  el 

sombran!  ¡el  loco!  ¡Je!  ¿Pero  que  ese  pobrete 
quiera  escribir  comedias?  ¡Qué  cosas  se  ven! 
(Acercándose  al  tocador  y  gritando  )  ¡Doña  Anto- 
nia! 

D.a  Ant.     (Dentro.)  ¿Quién? 

Señor  Yo. 

D.a  Ant.     ¿Quién? 

Sen  ir  Yo. 

Da  Ant       ¿Quién? 

Señor  Yo. 

D.a  Ant.      ¡Ah! 

Señor  Un  minuto  nada  más,  doña  Antonia.   Me 

voy  mañana,  y  las  despedidas  á  la  francesa 
no  entran  en  mis  costumbres.  ¡Je!  ¿Qué  me 
dice  usted  para  Julia? 

D.a  Ant.  ¿Para  Julia?  Nada...  mis  afectos...  ¡Y  que  á 
ver  cuando  voy  por  allá! 

Señor  ¡Bravo!   Otra  cosita,  y  no  molesto  más  por 

ahora.  Dentro  de  un  mes  volveré  á  verla. 
¡Recíbame  usted  con  un  trabuco! 

D.a  Ant.     ¿Por  qué? 

Señor  En  mis  ratos  perdidos  he  escrito  una  come- 

dia de  chistes,  y  deseo  que  usted  la  conoz- 
ca. ¡Je!  ¡Es  un  mamarracho  muy  grande! 
¡Je! 

D.a  Ant.  ¡  lesús,  qué  sorpresa!  ¿Cómo  había  yo  de 
presumir...? 

Señor  Cuando  el  diablo  no  tiene  que  hacer,  escri- 

be comedias  con  el  rabo.  ¡Jel  ¡Ah!  Y  conste 
que  si  á  usted  le  parece  más  mala  que  á 
mí,  me  la  echa  al  corral  sin  rodeos.  ¡Yo  no 
rae  enfado!  ¡A  otra! 

D.a  A^T.     ¡Eso  es!  ¡A  otra! 

Señor  Conque  hasta  pronto.  Muchos  aplausos,  mu- 

cha salud...  y  muchas  pesetas.  ¡Sin  pesetas 
no  se  camina!  ¡Je! 

D.a  Ant.     ¡Adiós! 

Señor  ¡Adiós! 


-  64  — 


ESCENA  XIII 

EL  SEÑOR  ANÓNIMO  y  DON  MAURICIO 

Señor  (a  don  Mauricio,  que    llega    cuando  él  vsi  á  marchar- 

se.) Pase  usted. 
D.  MAU^  .   Usted  pvin)ero. 

Sfñor  Hágarre  el  favor. 

D.  Mau.       Muchas  gracias. 

Señor  ¡Calle!   ¡Is'o  lo  habla  conocido!  ¿Cómo  ef- 

tamos? 

D.  Maur.    (sin  conocerlo  a  él.)  Bien...  ^.y  usted,  beñor? 

8eñür  ¡Tan  famoso!   ¡Je!  He  llegado  hoy.  Me  voy 

mañana.  ¿Quiere  usíted  algo  para  allá? 

D.  Maur.   Nada:  feliz  viaje. 

Señor  Que  usted  siga  bueno. 

D.  MaI'R.    Vaya    usted    con    Dios,    (cuando    se    marcha    el 

otrol  No  recuerdo  haberlo  visto  en  mi  vida. 


ESCENA   XIV 


DON  MAURICIO  y  FELISA;    después  DOÑA  ANTONIA 


Feí.. 

D.  Maur 

Fel. 

D.  Maur. 

Fel. 

D.  Maur. 

Fel. 

D .  Maur  , 


Fel. 

D.  Maur 
Fel. 
D.  Maur 
Fel. 

D.  Maur 


(saliendo  del  tocador.)  ¿Quién  eS? 

Buenas  noches. 
Buena"  noches. 

¿El  cuarto  de  la  señora  Pacheco  es  este? 
Este  es. 

¿Está  la  señora? 

Cambiándose  de  traje  está.  ¿Qué  se  le  ofrece 
á  usted? 

Hablar  con  ella;  pero  por  mí  que  no  se  im- 
paciente. 

(Felisa    entra   y   sale    trayendo  y  llevando   recaditos  ) 

Que  tenga  usted   la  bondad  de  decirme  su 

nombre. 

Dígale  que  no  me  conoce;  que  es  inútil. 

Que  haga  usted  el  favor  de  sentarse. 

(obedeciendo.)  Muchas  gracias 

Que  no  hay  de  qué.  (Quédase  en  el  cuarto.  Pausa. 
Se  miran  los  dos  como  queriendo  reconocerse.) 

Su  cara  de  usted  me  es  conocida. 


-  66  — 

Fel,  y  á  mí  la  de  uster),  señor.   Desde  que  salí 

me  estoy  fijando,  y  juraría  que  le  he  visto 
en  alguna  parte. 

D.  Maur.  Igual  me  ocurre  á  mí  con  upted. 

Fel.  (Recordando  de  pronto,  y  con  muestras  de  complacen- 

cia.) ¡Ah,  ya  caigol...  Sí,  sí,  el  mismo;  ya  se 
quién  es  usted.  Y  es  la  tercera  vez  que  le 
veo;  pero  soy  muy  buena  fisonomista. 

D.  Maur.   Vamos  á  ver:  ¿quién  soy? 

Fei..  Ahora,  no  sé:  antes,  era  usted  el  jefe  del  se- 

ñor don  Abel  Secano. 

D.  Maur.   Cierto.  ¿Y  usted? 

Fel.  Yo  soy   una  amiguita  de  Irene.  Y  alguna 

vez  tuve  el  gusto' de  encontrar  á  usted  en  su 
casa. 

D.  Mauk  .   Sí,  es  verdad;  fí. 

Fel.  ¿y  qué  le  trae  por  aquí,  señor?  Por  si  pue- 

do servirle  en  algo  lo  pregunto. 

D.  Mauh  .  Por  aquí  me  trae  precisamente  el  propio 
don  Abel. 

Fel.  ¿Es  usted  quizás  el  amigo  suyo  á  quien  ha 

invita  lo  á  la  lectura? 

D.  Mauk  .  El  mismo  soy.  Ya  veo  que  tiene  usted  no- 
ticias. 

Fel.  Me  hallaba  presente  cuando  se  lo  advirtió  á 

la  señora.  ¡Es  precioso  el  drama  de  don  Abel! 
¿Usted  no  lo  conoce  aún? 

D.  Maur.   Lo  conozco,  sí.  No  es  drama:  es  tragedia. 

Fel.  ¿Tragediíi? 

D.  Maur.   Sí:  tragedia. 

Fel.  Usted  fué  siempre  gran  amigo  suyo. 

D.  Maur  .  Y  sigo  siéndolo.  Por  eso  he  venido  á  la  lec- 
tura. 

(Sale  doña  Antonia  en  su  traje  habitual  de  calle.  Don 
Mauricio  .se  levanta.) 

Fel.  La  señora. 

D.*  Ant.     Muy  buenas  noches. 

D,  Maur.  Buenas  noches.  Usted  me  perdonará  la  li- 
bertad... Y  a  creo  que  sabe  usted  por  el  se- 
ñor Secano... 

D.''  Ant.     Ah,  sí.  ¿Es  usted  su  amigo?... 

D.  Maur.  Mauricio  Regla  y  Salazar,  para  servirla.  El 
iba  á  presentarme  á  usted:  me  presento  yo, 
y  tanto  monta. 


—   6«  — 

D."  Ant.     Siéntese  usted.  Ahora  vendrá  el  reo. 

D.Maur.  ¿Quiere  usted  hablar  cuatro  palabra<í  con- 
migo, antes  que  venga  él? 

D.'  Ant.     Con  nail  amores.  Felisa... 

Fel.  Yo  le   he  pedido  permiso  á  don  Abel  para 

quedarme  á  la  lectura. 

ü.^  Ant.     a  la  lectura,  sí;  pero  á  esto,  no. 

(^Vase  Felisa  y  cierra  la  puerta  tras  si.) 


ESCENA  XV 


DOÑA  ANTONIA  y  DON  MAURICIO 

D,*  Ant.      Usted  me  dirá. 

D.  Maur.  Lo  primero,  que  no  se  figure  usted  que  ven- 
go á  leerle  otro  drama. 

D."  Ant.  Mire  usted;  no  dejo  de  agradecer  la  adver- 
tencia. 

D.  Maur.  Soy  moro  de  paz.  Acaso  el  único  español 
que  no  haya  escrito  un  drama.  Pero  prefie- 
ro ser  la  excepción  á  ser  uno  de  tantos. 

D."  Ant.     Y  yo  le  felicito. 

D.  Maur.  Mi  intención  no  es  otra  que  hablarle  á  us- 
ted del  autor  de  La  paloma  herida. 

D."  Ant.     ¡El  pobre  Secano! 

D.  Maur.  El  pobre  Secano:  usted  lo  ha  dicho.  La  amis- 
tad que  me  une  á  él  es  antigua  y  desintere- 
sada— de  esa  que  nace  en  las  aulas  del  insti- 
tuto— y  me  duele  y  me  aflige  verle  como 
le  veo. 

D.'  Ant.  En  efecto:  es  una  compasión.  Yo  no  he  sa- 
bido negarme  á  la  lectura  de  esta  noche.  El 
piensa  de  mí  (.\ue  soy  en  esta  casa  una  ins- 
titución, que  mi  autoridad  en  ella  es  indis- 
cutible... Se  engaña.  Pero  sea  lo  que  quiera, 
yo  le  aseguro  á  usted  que  no  le  faltará  mi 
apoyo. 

D.  Maur  .  Eso  ya  es  bastante.  Y  aquí  entro  3^0  con  mis 
manos  lavadas. 

D.í^Ant.  Ya  adivino  loque  va  usted  á  hacer:  reco- 
mendarme el  drama  de  su  amigo  como  si 
fuera  suyo  propio. 

D.  Maur.   ¡No  lo  permita  Dios! 


—  67  — 

D.*^  Ant.     ¿Que  sea  su\o"? 

D.  Maur.  Ni  que  sea  mío,  ni  que  yo  recomiende  tal. 

D.a  Ant.     ¿Entonces?... 

D.  AJaur.  Señora  Pacheco,  aquí  se  trata  de  salvar  aun 
hombre;  á  una  familia  entera.  Si  Secano  si- 
gue adelante  sui  más  norte  de  vida  que  sus 
dramas  y  sus  locuras,  esa  gente  perece.  Y 
sería  nn  dolor.  Yo  tengo  amigos  en  la  situa- 
ción política  actual:  hoy  por  hoy,  puedo  fá- 
cilmente reponer  á  Secano  en  su  antiguo 
empleo,  y  conseguir  así  que  vuelvan  las 
agua"  á  su  curso.  Mañana  no  sé  si  podré. 
Aquí  se  levanta  uno  con  una  situación  y  se 
acuesta  con  otra.  Pues  bien:  yo  pido  á  usted 
para  ese  pobre  loco... 

D.a  Ant.       (interrumpiéndole.)  Chist,  silencio. 

D.  Maur.  ¿Qué? 

D.a  Ant.       (Prestando   oído  hacia   la   puerta.)  Nada:  Creí  que 

llegaba.  Siga  usted. 
f).  Maur.    Yo  pido  á  usted  parae?e  desventurado  ami- 
go nuestro  un  desengaño  tan  doloro.so  y  tan 
cruel  que  le  obligue  á  romper  la  pluma  y  á 
quemar  todos  los  papeles. 

(Pausa.) 

D.a  Ant.  Si  u^ted  hubiera  oído  á  su  hija,  que  ha  es- 
tado á  verme  esta  misma  noche,  y  me  ha 
hecho  encargo  muy  distinto  del  que  usted 
me  hace,  comprendería  la  pena  y  el  asom- 
bro con  que  le  escucho. 

D.  Mauk.  Pues  apelo  á  su  conciencia  de  u-ted:  si  me 
oye  á  mí,  entre  los  dos  salvaremos  á  esa  fa- 
milia; si  atiende  usted  á  los  ruegos  y  lágri- 
mas de  Irenita,  no  hará  usted  sino  alentar 
en  sus  caballerías  al  infeliz  Secano,  empuja- 
do al  despeñadero  en  que  se  halla,  como 
tantos  otros,  por  la  ignorancia  y  por  las  di- 
ficultades de  la  vida. 

D.a  Ant.  Me  hace  usted  dudar.  Pero  ¿es  que  el  dra- 
ma no  tiene  pies  ni  cabeza? 

D.  Maur.  El  drama...  ¿Usted  ve  al  autor?  Pues  como 
el  autor  es  el  drama.  ¿Cree  usted  posible  que 
un  pobre  diablo  que  jamás  tuvo  e.=as  aficio- 
nes, á  quien  nunca  le  pasaron  las  letras  por 
la  imaginación,  de  pronto  se  siento  á  la 


—  68  — 

mesa  y  escriba  un  diama  bueno,  nada  más 
que  porque  tiene  siete  chicos  y  el  sueldo 
no  le  alcanza?  Esto  es  muy  doloroso,  pero... 

D*  Ant.  Sí,  señor,  es  verdad:  el  drama  no  es  el  que 
él  ha  escrito,  sino  el  que  él  vive  y  repre- 
senta. ¡Se  ha  ponderado  y  voceado  tanto,  por 
lenguas  y  papeles,  la  ganancia  del  autor 
dramático  en  estos  tiempos,  que  ha  perdido 
la  cabeza  medio  mundo. 

D.  Maur,  Añada  usted  á  eso,  señora,  los  sueños  de 
gloria,  la  eterna  aspiración  á  descollar  sobre 
quien  nos  rodea,  el  bnlago  de  los  aplauí^os. . 

D.a  Ant.  ¡Ah,  los  aplausos!...  A  ellos,  á  ellos  se  debe 
principalmente  que  la  escena  ten^a  dos  n.u- 
sas,  como  digo  j'o:  Talia,  que  á  mí  me  pare- 
ce una  gran  señora,  y  una  hermanastra 
suya  tan  desatinada  y  tan  loca,  que  es  capaz 
de  volver  tarumba  al  homl)re  más  equilibnf- 
do  y  prudente.  Imagine  usted,  con  cuaren- 
ta años  de  teatro,  lo  que  pudiera  yo  contai- 
le  á  usted  de  eí-tas  cosas.  Este  arte,  como 
ninguno,  apasiona,  deslumhra,  embona- 
cha...  No  he  visto  nada  igual.  Aun  aquellos 
mismos  que  públicamente  fingen  tlesdeñai- 
lo,  allá  en  su  fuero  interno  lo  esliman,  lo 
quieren,  y  envidian  sus  glorias  doradas...  No 
en  vano  es  un  arte  capaz  de  unir  á  muchos 
hombres  en  un  momento...  Pero  nos  aparta- 
mos de  nuestro  asunto,  y  don  Abel  va  á  pre- 
sentarse y  á  dejarnos  á,  media  entrevista. 
¿En  qué  quedamos? 

D.  Maur.   Eso  usted  lo  ha  de  decir. 

D.a  An  I  .  Pues  quedamos  en  que,  si  el  drama  efecti- 
vamente es  un  disparate,  como  ya  creo,  sal- 
varemos entre  los  dos  á  don  Abel  Secano. 

D.  Mauk.  De  usted  depende. 

D.a  Ant.  La  primera  parte.  La  segunda,  de  usted. 
Cuente  usted  con  el  desahucio  del  drama- 
turgo. 

D.  Mau.;.  Cuente  usted  con  que  vuelve  á  su  empleo. 
¿Pactado? 

D."Ant.     Pactado. 

D.  Maur.   Y  Dios  dirá. 

D.a  Ant.     Y  don  Abel  también.  Porque,  dejando  á  un 


—  (i9   — 

lado  ya  la  i'uiiiialidad  de  nuestro  pacto,  yo 
le  aseguro  á  usted  que  Secano  saldrá  de 
aquí  diciendo  que  usted  es  un  mal  amigo 
suyo  y  q»ie  yo  soy  una  vieja  loca. 

D.  Maúr.     Con  tal  que  queme  el  drama... 

D.aANT.  Antes  quema  á  uno  de  los  chicos;  no  sea 
usted  inocente. 


ESCENA  XVI 

DICHOS,  DON  ABEL  y  FELISA 

I).  Abel      (Desde  dentro.)  ¿Hay  permiso? 
D.aÁNT.     Adelante. 

(Sale  don  Abel.  Felisa  lo  sigue.) 

1).  Maur.     ¡Si  68  nuestro  hombre! 

1).  Abel       Te  he  estado    buscando   por  la  sala  para 

presentarte  á  esta  señora...   ¡Tonto  de  mí! 

Conociéndote,  he  debido  comprender  que  te 

anticiparías... 

¿No  viene  Carranza? 

No,  señora,  no  viene. 

Me  alegro. 

Pero  ha  agradecido  mucho  la  atención. 

¿Ve  usted? 

(Bajo  á  doña  Antonia.)  (Por    SUpuestO,    yO    oigO 

1h  lectura.) 
Sí,  mujer;  ya  estoy.) 

(Bajo  á  don  Mauricio.)  (¿Le  habrás  hecho  el  elo- 
gio de  la  obra? 

(a  don  Abel.)  He  hecho...  lo  que  he  debido 
hacer. 

(Estrechándole  las  manos.)  ¡Que  DioS  te  lo  pu- 
lí Ue!) 

Cuando  usted  guste,  amigo  Secano. 
Cuando  usted  mande,  señora  mía. 
(a  Felisa.)  Cierra  la  puerta,  tú;  que  no  nos 
interrumpan,  (a  don  Abel.)  Aquí  estará  me- 
jor. Siéntese. 
D.  Abel       Muchísimas  gracias. 

(Se  sientan  todos.  Doña  Antonia,  don  Abel  y  don  Mau- 
ricio, ante  la  mesita,  formando  un  grupo.  Felisa  aparte, 
lia  poco  lejos.) 


D, 

a  Ant. 

D 

ABfcL 

1), 

.a  Ant. 

D. 

Abel 

I). 

,a  Ant. 

h\ 

L. 

í) 

.a  Ant. 

D. 

Abel 

I). 

Maur. 

I). 

Abkl 

D. 

a  Ant. 

J^. 

Abkl 

I), 

,  a  Ant. 

—  70  — 

Fel.  (¡y  poquito  que  le  va  á  gustar  á  mi  señora! 

Coa  esta,  ya  la  he  oído  yo  seis  veces  ) 

(Don  Abel,  temblando  de  emoción,  desabrc'ichase  el 
chaleco  y  saca  el  trágico  manuscrito.) 

D.a  Ani.     ¿Querrá  usted  un  poco  de  agua? 

D.  Abe'.  Ahora  no:  más  tarde,  si  acaso...  (Lee  con  voz 
apagada  y  balbuciente.)  «ia  paloma  herida,  (ira- 
ma  en  tres  actos,  original  de  don  Abel  Se- 
cano y  Canseco...  Personajes...  Alfi  nsa,  die- 
cinueve años...  Manuela,  veinticinco  años... 
Lolita,  quince  años...»  Bueno,  ya  iiáii  ta- 
liendo  los  personajes...  No  quiero  causar... 

D.a  An'j.  Pero,  por  Dios,  don  Abel,  que  no  es  noche 
de  estreno...  Está  usted  temblando... 

J).  Abei.  Si,  sí  señora...  estoy  temblando...  [Jí-(ed  me 
perdonará  si  soy  ridículo...  Estoy  temblan- 
do... Y  esle  temblor  no  es  solo  mío...  no  se 
queda  aquí...  va  y  viene...  Porque  ahora 
mismo...  en  este  mismo  instante...  allá  en 
mi  casa  tiemblan  también  todos  los  míos 
esperando  el  resultado  de  esta  lectura...  Y 
es  que,  para  ellos  y  para  mí,  hay  mucho 
dolor  ó  mucha  alegría  detrae  de  estos  pa- 
peles... Este  lo  sabe...  usted  acaso  lo  adivi- 
na... yo  lo  puedo  jurar...  Perdóneme...  per- 
dóneme... Ya  me  iré  serenando...  (Hace  un  es- 
fuerzo y  continúa  la  lectura  con  voz  cada  vez  más 
turbada.)  «Acto  primero...  £1  teatro  lepre- 
senta  una  sala  de  casa  pobre...  muy  pobre... 
en  un  histórico  puel)lo  de  Castilla...  Puertas 
al  foro  y  laterales...  Muebles...  muebKs  des- 
vencijad* s  y  rotos...  A  la  izquierda  una 
ventana...  por  do:  de  entra  un  rayo  de  ^ol  .> 

(e1  telón  ha  caído  lentamente.  Todavía,  sin  embargo, 
se  oyen  algunas  palabras  de  don  Abel  )  «Et^Ceua  pri- 
mera... Aparecen  Alfonsa  y  Lolita...» 


FIN    DEL   ACTO  SEGUNDO 


^^^ 

.^^^^^ 

^«S, 

w*)  II  a  II  ■*  II  «:  ll  «)  il  (<*  II -V5 II  <í  II  -9)  II  -^  II  -V-  II  -w-  II 

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1  «>  II  .»<  i 

ACTO  TERCE^RO 


CUADRO  PRIMERO 

Comedor  muy  pequeño  en  casa  de  don  Abel  Secano,  en  Madrid.  Puer- 
ta al  foro.  Mesa  vieja  y  pobre  con  tapete  de  hule  mas  pobre  y 
viejo  que  la  mesa.  Aparador  sin  platos.  Sillas.  Es  de  noche.  Pen- 
dieüte  del  techo,  sobre  la  mesa,  da  su  escasa,  luz  uua  bombilla  de 
cinco  bujías  enteramente  'á  cuerpo». 


ESCENA  PRIMERA 

IRENE,  LIBORIA  y  FOSO 

(a  Irene  ya  la  conocemos;  Liboria  e.s  la  portera  de  la  casa,  que   por 
cierto  tiene  bigote;  Foso  es  un  vecino  viejo  del   cuarto   de   al    lado, 
catador  teatral  y  empleado  eu  consumos.  Viste  de  capa,  gorro  y  ba- 
buchas. Fuma  en  pipa.) 

Irene  Le  aseguro  á  usted,  señor   Foso,  que  ettoy 

yerta:  de  miedo  y  (Je  frío.  Si  llego  á  ir  al 
teatro  rae  pongo  mala  y  tengo  que  vol- 
verme. 

Foso  Calma,  Irenita,  calmartranquilidad.  La  bora 

de  la  justicia  ha  llegado.  Esta  noche  mor- 
derán el  polvo  los  enemigos  de  su  papá  de 
ut-ted.  No  siento  más  que  no  presenciarlo; 
pero  me  hace  tanto  mal  salir  de  noche... 

Irene  ¡Ay,  Dios  le  oiga! 


~  72  — 

LiB.  ¡Que  se  fastidien!  Yo,  pa  mí,  como  si  lo  es- 

tuviera viendo;  porque  miste,  señorita  Ire- 
ne, que  aquí  el  señor  don  Mauro  sabe  de 
cosas  de  teatro. 

Foso  (vanidosamente.)  ¡Psché! 

Irene  ¡  v  aya  si  sabe!  Papá  cree  en   lo  que  usted  le 

dice  como  en  el  Evangelio. 

Foso  Los  «fios...   la  experiencia. .   He  estrenado 

mucho,  me  han  silbado  mucho...  y  perdien- 
do se  aprende,  Irenita.  Sin  eml)argo,  en  el 
teatro  nunca  se  acaba  de  aprender:  el  teatro 
es  nn  arca  cerrada. 

LiB.  ¡Digo! 

[rene  Por  CÍO  yo  no  estoy  tranquila... 

LiB.  ¿'^e  acuerda  usté,  señor  don  Mauro,  de  la 

última  obra  que  le  echaron  abajo  en  Nove- 
dades? 

Foso  ¡Ya  lo  creo!  La  deshonra  de  una  madre  enfer- 

ma ó  los  crímenes  de  los  jesuítas. 

LiB.  Cabal. 

Foso  Bueno;  aquel  era  un  drama  de   pelea,  de 

lucha:  no  podía  salir  bien.  Kn  el  café  lo  dije 
yo  por  la  tarde:  «Esta  noche  me  silban.» 
Y  todos:  «¡Ca,  hombre,  ca!»  Y  me  silbaron. 

LlB.  (a  Irene.)  ¿Eh? 

Irenk  Pero,  por  Dios,  no  hablemos  ahora    de  sil- 

bas; yo  no  tengo  los  nervios  para  oir  hablar 
de  silbas  esta  noch*^...  ¡Cómo  estará  el  pobre 
papá!...  ¡Cómo  irá  la  representación!... 

Foso  ¿Cómo  ha  de  ir,  Irenita?  lA  pedir  de  boca! 

IjIB.  |Ay,  señorita,  qué  alegría! 

Irene  ¡Ay,  portera,  ay,  vecino,  yo  no  quiero  creer- 

lo! ¡Seria  tanta  felicidad!  Deseo  ver  entrar  á 
papá,  y  á  mi  hermano,  y  á  la  tía  Luisita...  y 
al  mismo  tiempo  estoy  temiéndolo...  Diga 
usted,  señor  Foso:  ¿la  escena  de  Alfonsa  y 
el  sacerdote,  no  tiene  peligro? 

Foso  ¿Quiere  usted  callar?  ¡Si  es  la  más  segura 

de  la  obra! 

LiB.  ¡Cómo  lo  ve  todo  desde  casal 

Foso  (Eugreido  )  ¿Kecuerda  usted,  Irenita,  aquella 

frase  del  acto  primero  que  dice:  «El  sol 
alumbra  sin  preocuparse  de  que  quema,  y 
quema  sin  preocuparse  de  que  alumbra»? 


—   73    — 


Irene 

Foso 


Irene 


Foso 


Irene 


Foso 
Irene 

Foso 


LlB. 

Irene 

LlB. 

Irene 

Foso 
Irene 

Foso 

LlB. 

Irene 

Lie. 
Irene 

Foso 


Sí,  señor. 

Pues  ahí  ha  debido  ser  el  primer  aplauso  de 

la  noche.  Tan  seguro  tuviera  yo  mi  ascenso 

en  consumos. 

¡Ay,  Dios  lo  quiera!  Mire  usted  que  son   ya 

tres  años  y   medio  de  padecer  constante... 

¡Cuánto  disgusto!  ¡Cuánto  sinsabor!  ¡Cuanto 

desengaño! 

¡Ah!  En  este  terreno  no  hay  amigos.  Dígalo 

el  petardo  que  nos  dio  á   todos  aquel   don 

Mauricio  Regla  y  Salazar,  el  amigo  del  alma, 

¿eh?  el  compañero  de  la  escuela,  que  se  fué 

á  pedirle  á  la   Pacheco  que  ni  á  tres  tirones 

pusiese  el  drama.  Poco  le  dijo  su  papá  de 

usted  cuando  lo  descubrió,  para   lo  que  se 

merecía. 

Es  una  de  las  cosas  que  á  mí  se  me  resiste 

creer:  que  aquel  señor  siempre  tau    bueno 

con  nosotros... 

Usted  es  un  ángel,  Irenita... 

Como  tampoco  entiendo  por  qué  la  Pacheco 

hizo  más  caso  de  él  que  de  papá. 

¡La  Pacheco  está  chocheandol   Pero,  así  y 

todo,  buenas  tripas  se  le  pondrán  cuando 

se  entere  del  triunfo.  Lástima  que  el  estreno 

sea  en  un  teatrillo  de  mala  muerte. 

(prestando  oído  hacia  la  puerta.)  Calle  USté. 

¿Qué  pasa? 

Me  parece  que  llaman  al   sereno.  ¿No  oye 

usté? 

81,  efectivamente.  ¿Habrá   acabado   ya   la 

ol)ra? 

¡Es  muy  pronto! 

Yo  voy  á  asomarme  al  balcón,  (vase  por  ei 

foro  hacia  la  izquierda.) 

¡Qué  alegría  va  á  tener  esta  pobre  niña! 
¿Sí,  verdá? 

(Asomándose  llena  de  inquietud  á  la  puerta.)    ¡Es  la 

tía  Luisita!  ¡la  tía  Luisital 

¿Sola? 

Con  don  Jovito  el  del  tercero,   (vase  corriendo 

hacia  la  derecha. ) 

Pues  sí  que  lo  extraño.  ¿Qué  hora  es  ya? 
(sacando  su  reloj.)  Vaya  usted  á  saber:  este  re- 
loj no  anda  más  que  de  día... 


—  74  — 

LiB.  Se  conoce  que  se  nos   han   ido   las    horas 

charla  que  charla. 

Foso  Eso  debe  de  ser.  'I'engo...  tengo...  No  obstan- 

te mi  seguridad  en  la  obra,  tengo...  tengo 
cierta  emoción. 

LiB.  ¡Av,  Dios  mío! 

Fes )  Nada,  nada:  descuide  usted,  que  no  ha  pa- 

sado nada. 


ESCENA  II 

DICHOS,  LDISITA  y  DON  JOVITO 

(Salen  con  Irene.  Luisita,  solterona  de  buen  ver,  que  usa  queve«3os, 
viene  arrebatarla,  sofocadisiina,  llena  de  indiguaelón.  Don  Jovito,  ve- 
cino de  la  casa,  ya  entrado  en  años,  es  hombre  apagado  y  pacífico.) 


IrENK  (pálida,  trémula,  asombrada.)  PerO,    por   DIoS,  tíil 

Luisita,  ¿es  eso  pot^ible? 

Luí.  ¡Ay,  qué  rato!  ¡ay,  qué  noche!  ¡ay,  qué  in- 

dignación! ¡Sinvergüenzas!  ¡canallaí?!  ¡ani- 
males! 

Foso  Pero  ¿ha  terminado  ya  el  drama? 

Luí.  ¡Ay,  qué  gente!  ¡ay,  qué  público!   ¡ay,   qué 

picardía!  ¡Bandidos!  ¡tunantes! ¡borrachones! 

Irene  ¿Oye  usted,  señor  Foso? 

Luí.  ¡Asesinos!   ¡üestruir  así  el  porvenir  de  una 

familia  honrada!  ¡Ay!  ¡ay!  Un  abanico... 
¿Qué  digo  un  abanico?...  ¡Un  revólver!  Por- 
que yo  mato  á  alguno,  yo  mato  á  alguno... 
¡Ay,  Dios  mío!  ¡ay,  qué  infanjiu!  ¡qué  infa- 
mia! ¡qué  infamia!... 

Foso  (Atónito.)  ¿Pero  no  hemos  tenido  un  éxito 

muy  grande"? 

Luí.  ¿Pero  no  me  está  usted  oyendo,  señor? 

D.  Jov.        Ha  sido  una  desgracia;  una  mala  noche... 

Foso  A  ver,  á  ver,  ¿quiere  usted  explicarnos?... 

Irene  Sí,  sí;  cuente  usted,  tía  Luisita,  cuente  us- 

ted... 

LiB.  Cuente  usté... 

Irene  ¡Ay,  Dios  mío  de  mi  alma!  ¡Cuántas  ilusio- 

nes por  tierra!   ¡Pobrecito  papa!  ¡Fobrecitos 


—  75    - 

nosotros  todos!  (Llorando.)  ¡Ay,  señor  Foso,  el 
teatro  es  un  arca  cerrada:  tiene  u-ted  razón! 

JjUI.  Yo  he  pasado  primero  una  angusiia,  y  lúe 

go  un  gofoco,  y  después  una  ral)ieta...  ¡Ay! 
¡Por  supuesto,  mi  cuñado  es  un  calzonazos, 
un  viva  la  Virgen!...  ¡Si  llego  yo  á  ser  hom- 
bre esta  ncche — que  me  ha  faltado  poco — 
yo  no  salgo  de  allí  sin  armar  una  gresca;  sin 
pegarme  con  ocho  ó  diez,  sin  volar  el  teatro! 
¡Piratas!  ¡granujas!  Y  vengo  decidida:  tene- 
mos que  fundar  un  periódico,  cueste  lo  que 
cueste.  ¡Esto  no  queda  así!  Al  concluir  el 
segundo  acto  casi  me  dio  un  insulto.  Gracias 
que  don  Jovito  es  muy  amable,  y  me  subió 
un  refresco.  ¡Ay!  ¡ay! 

Foso  (impaciente.)   Pero,  ¡por  lo?  clavos  de  Cristo! 

¿tiene  u-ted  la  bondad  de  referirnos  lo  que 
ha  pasado?  ¿Es  que  ha  habido  muchas  pro- 
testas? 

Luí.  ¿Cómo  protestas?  ¡Un  motín!  ¡un  escándalo! 

¡un  terremoto! 

D.  Jov.        Por  ahí;  por  ahí... 

Luí.  ¡De  seguro  que  ha  ¡do  gente  pagada! 

D.  Jov.        Por  ahí... 

Luí.  Porque  la  tomaban  con  todo,  señ('r:  con  el 

drama,  con  los  actores, — ¡mala  boml)a  en 
ellos! — con  las  actrices, — ¡mala  peste  en 
ellas! — con  Jos  trajes, — ¡ay,  qué  trajecitos! — 
Y  venga  gritar,  y  pegar  patadas,  y  dar  bas- 
tonazos... iQué  país  este!  En  Francia  no  se 
silba;  ni  en  Inglaterra...  Y  en  Alemania, 
cuando  no  gusta  una  obra,  se  pide  cerveza, 
y  nada  más. 

Irene  ¡Jesús!  ¡Jesús! 

Foso  ¡Jesús  mil  veces! 

Luí.  El  uno  que  hacía  el  gato,  el  otro  que  batía 

el  perro,  el  otro  que  hacía  el  mirlo,  diez  ó 
doce  lo  menos  que  hacían  el  gallo... 

Foso  (Filosóficamente.)  |E1  teatro  es  un  arca  cerrada! 

[renk  ¡Virgen  mía  de  las  Angustias!  ¿Era  esto  lo 

que  nos  tenías  reservado?  Pero  ¿  ómo  ase- 
guraba usted,  señor  Foso,  que  iban  á  sacar  á 
mi  papá  en  triunfo? 

Foso  Irenita,  ya  estoy  perplejo:  yo  estoy  frente  al 

caos. 


—   T<>   — 

LiB.  Si  me  dicen  á  mí  que  la  iiiquilina  del  en- 

tresuelo ha  venido  una  noche  sola,  no  me 
asombro  más. 

D.  Jov.        ¡Mucho! 

Foso  \amos  á  ver,  señora,  vamos  á  ver...  Porque 

yo  me  pellizco  y...  ¿Dónde  empezó  el  jaleo? 

Luí.  Calcule  usted:  em|>ezó  en  t^l  acto  primero: 

en  aquella  frase  tan  bonita  del  galán  en  que 
dice  que  el  sol  alumbra  sin  reparar  en  que 
.  pica  y  viceversa. 

Irene  (Estupefacta.)  ¿Está  usted  oyendo,  señor  Foso? 

FüSO  ^  Después  de  soplar  la  pii«a.)  Me  lo  temía. 

IkENE  cMue  se  lo  temía  usted? 

Foso  i  Va  lo  creo!    Había  callado,  porque   no  me 

gusta  alarmar;  pero  esa  frase  hay  que  decir- 
la muy  bien,  ó  no  tiene  efecto  ninguno. 

D.  Jov.        Ahí  le  duele. 

Luí.  Pues  aquel   perro  de  cómico — ¡mal  ruyo  lo 

parta!-  -la  dijo  todo  lo  mal  que  pudo.  Se 
equivocó  al  final.  Por  decir  alumbra,  dijo 
alambre.  Y  luego  ¡qué  galán!  Así  de  estatura. 
Y  sin  voz.  Del  paraíso  le  gritaban:  «¡Más 
alto!»  «¡Más  alto!» 

isENE  ¿Por  la  voz? 

Luí.  ¡Y  por  la  estatura,  sería! 

Foso  Con  elementos  así,  no  hay  éxito  posible:  ya 

me  voy  explicando  la  catástrofe. 

D.  Jov.        Por  ahi... 

Ikene  Dígame  usted,  lia:  la  escena  de  Alfonsa  y  el 

sacerdote,  ¿cómo  cayó? 

Luí.  No  aie  la  nombres,  hija.  Allí  fué  Troya:  allí 

lUé  lo  grande.  (Foso  sopla  otra  vez  la  pipa  por  hacer 

algo.)  ¿No  ves  que  el  público  la  traía  empren- 
dida desde  el  principio  con  el  dichoso  cura? 
Además,  el  bri bonazo  que  hacía  el  papel,  en 
lugar  de  afeitarse  el  bigote — ¡mala  tina  se  lo 
consuma! — se  lo  tapó  con  pasta.  Y  á  la  cuen- 
ta lo  hizo  tan  mal,  que  con  el  calor  del  teatro, 
y  con  los  gestos  de  la  escena,  se  le  empezó  á 
salir  una  guía  lo  mismo  quc  una  brocha. 
¡No  quieras  oir  á  los  guasones!  «¡Que  se  afei- 
te!» «¡Que  se  afeite!»  «¡Ese  cura  es  de  pega!» 
El  hombre  se  cortó,  se  azoró,  y  quiso  seguir 
la  escena  de    espaldas  al  público;  pero  en 


-    77  - 

esto  se  le  cae  el  solideo,  y  cuando  vieron  que 
no  tenía  corona,  fueron  tales  los  gritos  y  las 
voces,  que  hubo  que  echar  abajo  el  telón. 
¡Ay,  Dios  mío!  ¡Qué  corajina  tengo!  [Estoy 
furiosa! 
Foso  Ya  no  hay  más  que  oir  ni  que  pensar:  ya 

está  descubierta  la  incógnita:  lo  imprevisto. 
El  tiro  que  falla,  el  niño  que  llora,  la  estatua 
que  estornuda...  Lo  imprevisto.  ¡Si  me  ocu- 
rrió á  mí  en  Price  cuando  estrené  La  sotana 
y  la  levita  ó  los  crímenes  de  los  masones!  Primer 
acto:  arriba;  segundo  acto:  arriba;  tercer  acto: 
un  personaje  dice:  «El  señor  obispo  ^e  acer- 
ca.» Y  en  lugar  del  obispo  sale  un  perro  de 
aguas.  ¡Se  acabó  la  obra!  ¡No  recuerdo  tu- 
multo igual!  Tuve  que  marcharmic  á  mi  casa 
con  barba  postiza. 

Irene  (Eh  súbito  arranque  de  indignación.)  Pues  si  lo  han 

silbado  á  usted  tantas  veces,  ¿por  qué  se  la» 
echa  de  entendido? 

Foso  ¿Eb? 

D.  Jov.       Ahí  le  duele. 

Foso  Oiga  usted,  niña,  ya  que  me  sale  usted  por 

peteneras:  si  su  papá  de  usted  hubiera  sido 
un  poco  más  modesto,  y  cogiendo  su  drama 
me  hubiera  dicho:  «Amigo  Foso,  ahí  eítá 
mi  obra:  dele  usted  cuatro  toques?,  otro  ga- 
llo le  cantaría. 

Luí.  ¿Otro  gallo?  ¡Si  usted  le  da  esos  toques  qne 

dice,  arrastran  á  mi  cuñado  esta  noche! 

Foso  ¿Kh? 

Lli.  ¡Pues,  claro,  señor!  Tiene  razón  Irene:  ya 

cansa  usted  con  tanto  echárselas  de  sabio, 
y  predicar  cómo  debe  hacerse,  y  esto  eí-tá 
mal  y  lo  otro  está  peor...  Y  luego  estrena 
usted  y  hay  que  avisar  á  la  Cruz  Roja. 

D-  Jov.       Por  ahí;  por  ahí... 

Foso  Señora  doña  Luisita,  el  vulgo...  etcétera,  et- 

cétera... y  pues  lo  paga...  etcétera...  hablarle 
en...  etcétera,  etcétera. 

Luí  .  ¡Señor  Foso,  está  usted  en  mi  casa  y  me  está 

usted  faltando! 

Foso  Señora  doña  Lui.'ita,  es  que  hay  cosas... 

Luí.  ¡Pues  si  hay  cosas,  la  primera  cosa  que  debe 

usted  mirar  es  que  habla  con  una  dama!... 


—  78  — 

Foso  Acepto  la  repulsa,  á  fuer  de  prudente. 

ÍjUI.  Bueno,  bueno. 

Foso  ¡Y  tan  bueno! 

Luí.  Bupno. 

Irene  Han  llamado.  Ya  están  ahí.  (véndoss.)  ¡Qué 

noche  más  distinta  de  la  que  soñábamos! 
Luí.  ¡Pobre  Abel!  ¡Quería  á  su  drama  como  á  un 

hijo! 
LiB.  Quite  usté;  si  se  parte  el  alma... 

Luí.  (a  Liboria,  que  §■?  asoma  á  la  puerta.)  ¿Son  elloS? 

LiB.  Ellos  son,  sí  señora. 

Luí.  (Yéudose  á  recibirlos.)  ¡.Av,  Jesús!  Esto  parece 

una  pesadilla. 

l^'oso  iCnl),arme  á  mí!...  ¡culparme  á  mí!...   ¡"ues 

hombre!  ¿Sov  yo  el  papa? 

D.  Jov  ¡Tremenda  desgracia,  señores!  Yo  he  pre- 
senciado aquello  y  todavía  no  he  entrado  en 
calor. 

LiB.  Es  un  espanto,  don  Jovito.    ¡Y  en  la  situa- 

ción que  les  coge! 

D.  Jov.  Paes  eso  es  lo  horrible:  que  aquí  no  hay  pan 
para  mañana.  ¡Deben  hasta  el  aire! 

Foso  Chito,  que  llegan  ya. 


ESCENA  III 

FOSO,    DO:^  JOVITO  y  LIBORIA;  DON  ABEL,  EDUARDO, 
IRENE  y  LUISITA 

(Salen  los  cuatro  últimos  por  este  orden,  silenciosos  y  mustios.  Dou 
Abel  se  sienta  en  una  silla,  abatido,  sin  decir  palabra.  Su  hijo 
Eduardo  permanece  un  momento  abrazado  á  su  hermana  y  luego 
se  sienta  sin  hablar  también.  Luisita  reprime  sus  nervios.  Todos 
•contemplan  al  autor  con  aire  compasivo.  Nadie  se  atreve  á  romper 
el  silencio  en  un  rato  ) 


D.  Abel 

Foso 

D.  Abel 
Foso 
I).  Abel 


(.Mirando   á  Foso,  lleno  de  aflicción.)    Amigo  FoSO, 

hemos  perdido  la  batalla. 
]jO  sé,  don    Abel;   y  soy  el  primero  en   la- 
mentarlo. Pero  no  tengo  yo  la  culpa. 
¿Y  quién  lo  culpa  á  usted,  señor? 
¡Todos  los  presentes! 
¿Por  quéV  La  culpa  no  es  de  nadie.   La  cul- 


-  79    - 


Irene 

D.  Abel 

Edu 

Irene 

Luí. 


Foso 
Luí. 


LlB 

Foso 
D.  Jov. 
Luí. 
Irene 

LlB. 

D.  Jov. 
Luí. 


LlB. 

1).  Jov, 
Luí. 


Foso 


pa  es  mía:  enteramente  mía.  Y-  mucho 
me  duele  mi  equivocación,  si  la  hay,  en 
efecto;  pero  lo  que  más  me  aflige,  me  in- 
digna, es  la  manera  brutal,  desconsiderada, 
soez,  con  que  se  ha  rechazado  mi  trabajo, 
que  á  nadie  ofendía;  con  que  se  han  pisotea- 
teado  mis  ilusiones 

Pero  la  silba  ¿ha  sido  tan  grande  como  di- 
cen, papá? 

Ha  sido  tremenda,  hija  mía. 
Tremenda,  hermana. 

¿Ni  aun  en  el  paso  de  la  muerte  han  aplau- 
dido? 

(Estallando.")  ¿Cómo  habían  de  aplaudir  si  uno 
de  la  orquesta  había  pue-to  su  sombrero 
junto  á  la  concha  del  ai)unt:ulor,  y  los  de 
arriba  empezaron  á  tirarle  cosas?  ¡Qué  país! 
¡Qué  asco! 

¿rambién  de  e-io  seré  yo  responsable? 
Lo  que  debes  hacer,  Abel,  es  darle  más  en- 
sayos á  la  oi)ra,  acort:ir  algunas  escenas  y 
meterle  tres  6  cuatro  chistes  al  principio.  Si 
á  tí  no  te  salen,  Castañeda,  el  sastre  del  por- 
tal, tiene  muy  buenas  ocurrencias. 
¡Eso!  ¡Y  que  la  traguen! 
Yo  me  reservo  mi  juicio. 
¿Y  poniéndole  música,  gustaría? 
¡Qué  barbaridad! 

Calle  u^ted  por  Dío.-j,  don  Jovito... 
¡Miste  que  música!  ¡Vamos! 
Ustedes  perdonen. 

No  hay  más  que  hacer  lo  que  yo  he  dicho, 
y  quitar  el  cura.  Al  público  le  ha  chocado 
el  cura.  Salió  el  cura,  y  todo  se  lo  llevó  el 
diablo 

Como  que  dice  mi  marido  que  las  cosas  de 
la  iglesia  no  se  deben  sacar  á  las  tablas. 
¡Mucho!  ¡mucho! 

Ya  recordará  éste  que  se  lo  aconsejé:  haz  de 
ese  cura  un  comandante.  No  esprecií-o  que 
sea  el  confesor  de  la  familia.  Los  militares 
tienen  mucha  autoridad  siempre.  ¿Qué  opi- 
na usted.  Foso? 
Insisto  en  que  me  reservo  mi  juicio.  Pero 


-    80  - 


Irene 

D.  Abel 

Irene 

LlB. 

D.  Jov. 

Foso 
D.  Jov. 
Lie. 
Irene 
Luí. 

LlB, 

Foso 


Luí. 


D.  Jov 

Luí. 

D.  Abel 

Luí. 

Foso 

D.  Jov. 

Foso 

Luí. 

D.  Abel 


sí  diré,  que  cuando  á  mí  me  silbaron  La  he. 

renda  fingida  ó  los   crímenes  de  los  jyrotes- 

tantes... 

Déjese  usted  de  protestantes  ahora... 

Si,  8Í;  no  deliremos.  Lo  ocurrido  esta  noche 

es  irremediable. 

Irremediable:  esa  es  la  verdad. 

iQué  dolor!    ¡Con   lo  que  aquí  se  ha  Jan- 

tasiao!... 

Mala  la  hubisteis,  ingleses, 

en  esa  de  Roncesv alies... 
Franceses,  hombre. 
Yo  sé  por  lo  que  digo  «ingleses». 
¿E-tán  llamando? 
¿Quién  podrá  ser  ahora"? 
Castañeda,  el  de  abajo,  seguramente. 
Deje  usté;  yo  iré.  (vase  ) 
Pero,  amigo  don  Abel,  no  sé  qué  me  da  ver- 
lo de  esa  manera.  Levante  usted  el  ánimo, 
hombre  de  Dios,  que  quién  más,  quién  me- 
nos, ya  cabemos  á  qué  sabe  el  jarabe  de 
silba.  ¿O  cree  usted,  por  ventura,  que  es  el 
primero  á  quien  le  ponen  las  oreJMS  callen 
tesV  Han  silbado  á  Lope,  á  Calderón,  á  Mo- 
reto,  á  Zorrilla,  á  Tamayo,  á  mí...  ¡á  todos, 
honjbre,  á  todos! 

Y,  aparte  de  eso,  Abel,  que  la  obra  es  muy 
bonita,  di».\n  lo  que  quieran;  que  en  el  pú- 
blico ha  habido  gente  envidiosa,  y  gente 
pagada... 

Y  gente  que  no  ha  pagado  también... 
Que  los  cómicos  la  han  degollado  .. 
Eso  SÍ;  no  cabe  discutirlo. 
Que  tenemos  que  fundar  un  periódico... 
¡Bravo!  ¡Un  periódico! 
/^'or  ahí... 

¡Muy  bien!  ¡muy  bien!  Yo  me  encargo  de 
la  revista  de  teatros. 

Sf,  señor;  porque  es  muy  triste  que  haya 
que  aguantarse  en  un  caso  asi. 
Calla,  Luisita,  calla.  Callad  todos.  No  dis- 
paratemos en  nuestro  afán  de  hallar  ]>alia- 
tivos  á  lo  que  no  los  tiene.  Mi  desengaño  ha 
sido  tan  grande,  tan   cruel,  que   me  hace 


-  81  - 

abrir  los  ojos  á  la  realidad.  ¿Qué  importa 
ahora  que  el  drama  sea  malo  ó  sea  bueno, 
ni' que  el  cura  deba  ser  militar,  ni  que  yo 
tenga  quien  me  envidie,  ni  que  Foso  se 
equivoque  ó  acierte,  ni  que  en  el  pública 
haya  habido  mala  fe,  ni  que  al  castigarme 
haya  empleado  groserías  de  taberna  ó  de 
plaza  de  toros?  Lo  tremendo  aquí,  lo  pavo- 
roso, es  mi  ruina  total,  mi  ruina  abrumado- 
ra; es  que  yo  dejé  mis  medios  de  vivir  por 
estas  caballerías  del  teatro,  y  sacrifiqué  ne- 
ciamente á  mis  hijos;  es  que  no  veo  solu- 
ción á  este  desastre;  es  que  no  sé,  no  sé  qué 
va  á  ser  de  mi  ni  de  los  míos,  derrumbadas 
las  esperanzas  que  puse  en  mi  obra... 


ESCENA  IV 

DICHOS  y  DON  MAURICIO 
D.  MaUK.      (presentándose    oportunamente   en     la    puerta.)     ¿Se 

puede  pasar? 

(Movimiento  en  todos.) 
D.  Abel.        ¿Eh?  (Avergonzado  al  verlo.)  ¡MaUricio! 

Irene  (con  timidez.)  Adelante,  señor  Regla,  adelante. 

(Pasa  don  Mauricio  y  estrecha  las  manos  á  Irenita, 
mirando  á  los  demás.  Liboria  asoma  en  este  momento 
y  contempla  el  cuadro.  Foso  vuelve  á  soplar  la  pipa. 
Cae  rápidamente  el  telón.) 


FIN    DEL    CUADRO    PRIMERO 


—  82  — 


CUADRO  SEGUNDO 

Despacho  eloíjante  y  severo  de  don  Araiiricio  Regla  y  Salazar,  en  un 
ministerio.  Al  foro  la  mesa  de  trabajo  y  una  mesita  auxiliar.  Chi- 
menea encendida  á  la  derecha  del  actor.  Mampara  á  la  izquierda. 
Es  de  dia. 

ESCENA  V 

DON  MAURICIO  y  BERMÚDEZ 
(Bermúdez  poniendo  documentos  á  la  firma  de  don  Mauricio.) 

D.  Maur.     ¿Anoche  se  trabajó  de  firme? 

Berm.  Todo  el  personal  estuvo  aquí.  El  señor  mi- 

nistro quería  esosdatos  para  la  sesión  de  hoy. 

D.  Maur.     ¿Quién  ha  escrito  esto? 

Berm.  Un  sobrinillo  mío,  que   sirve  de  tenaporero 

hace  un  mes. 

D.  Maur.     Tiene  bonita  letra, 

Berm.  Algo  recuerda  la  escuela  todavía. 

D.  Maur.     Esta  noche  lo  necesito  á  usted. 

Bebm  ¿a  qué  hora? 

D.  Mauk.  Después  de  cenar.  Nos  reunimos  en  el  café 
y  nos  venimos  juntos.  ¿Hay  más? 

Berm.  No,  señor.  ¿Manda  usted  otra  cosa? 

D.  Maur.  Nada.  No  deje  usted  de  comprobar  eso  en 
la  Gaceta. 

Ber.m.  Ahora  mismo.  Hasta  luego. 

D.  Maur.  Adiós,  Bermúdez.  (Vase  óste  con  todos  ios  docu- 
mentos firmados.) 

ESCENA   VI 

DON  MAURICIO  y  PARRA;  luego  DON  ABEL 

(Don  Mauricio  fuma  y  hojea  papeles.  Después  oprime  el  botón  de  un 
timbre,  que  suena  dentro,  y   aparece  1  arra  por  la   mampara.    Parra 
es  el  portero  mayor.  Frisa  con  los  cincuenta.) 

D.  .Malr.     Oiga,  Parra. 
Parra  Usía  me  dirá. 


—  88  — 

D,  Maur.     Sin  usía. 

Parra  Como  es  la  primera  vez  que  veo  á  usía  esta 

mañana... 

D.  Mauf.  ¡Sin  usía,  hombre!  Menos  usía  y  más  obe- 
diencia. ¿Ha  venido  alguien? 

Parra  Precisamente  acaba  de  llegar  el  caballero  de 

que  ayer  me  habló  usted. 

D.  Maur.     ¿Y  cómo  no  lo  ha  hecho  usted  pasar? 

Parra  Porque  acaba  de  llegar,  precisamente, 

D.  Maur.     Pues  que  pase,  que  pase. 

Parra  En  seguida,  (se  va.) 

(dou  Mauricio  se  levanta,  y  de  espaldas  á  la  chimenea 
espera  la  visita.  De  pronto,  Parra  vuelve  á  abrir  la 
mampara  y  deja  pasar  á  don  Abel.) 

1)  Abel.     ¿Hay  permiso? 

D  Maur.     Entra,  hombre,  entra.  ¿Cómo  te  va? 

D.  Ab6,l.     Tirando. 

D.  M\UR.  f^,Y  la  gente  menuda? 

D.  Abel.     Bien  todos.  ¿Y  tu  hermana? 

D.  Maur.      Así,  así.  (Mira  á  Parra.) 

Parra  ¿Desea  usted  algo? 

D.  Maur.     Sí,  señor:  que  se  vaya  usted,  y  que  no  se 

quede  escuchando  detrás  de  la  m-ímpara, 

como  otras  veces. 
Parra  Entendido. 

D.  Maur.     Lo  he  dicho  bien  claro. 

(Vase  Parra.) 

ESCENA  VII 

DON    MAURICIO  y  DON  ABEL 

D.  Abel  Veo  que  no  cambias  de  carácter.  Genio  y 
figura... 

D.  Maur.  Es  que  este  buen  Parra  es  muy  entrometido 
y  muy  hablador,  y  si  no  lo  pongo  á  raya 
capaz  es  de  acercarse  á  contarnos  un  cuen- 
to. Pero  deja  el  sombrero,  Simple.  ¿Vas  a 
■gastar  cumplidos? 

D.  Abel  (obedeciéndolo.)  Soy  el  pobre  escribiente  del 
ilustrísimo  señor  don  Mauricio  Regla  y  Sa- 
iazar.  ' ' 

D.  Maur.  Eso,  luego.  Ahora  eres  mi  amigo  Abel  Se- 
cano, (lo  abraza.)  ¿Te  has  veuido  á  cuerpo? 


T=r  /84  "^ 

D.Abel      Sí. 

D.  MaUr.     Puesbac^  vm  frío  de  todos  los  demonios. 

D.  Abel       (suspirando.)  Sí  lo  hace,  fí;  pero...  me  lie  ve 
nido-á  cuerpo.  Achaque  de  eycribientep. 

D.  Maur.  Ya  Fe  atenderá  á  todo.  ^-Quieres  un  ciga- 
rrillo? 

D.  Abíl       Dámelo.  ¡Buen  despacho  tienes! 

D.  Maur.     No  es  malo,  no. 

D.Abel.  Telo  mereces  todo,  Mauricio.  Mi  familia 
está  que  no  sabe  dónde  ponerte.  Irenita  hi 
recortado  un  retrato  tuyo  de  no  sé  que  pe- 
riódico; le  ha  hecho  un  marco  de  pnja  de  un 
sombrero  mío,  y  te  ha  colgado  en  1 1  come- 
dor. 

D.  Mauk.  ¡Ja,  ja!  Dile  que  lo  quite.  Yo  os  mandaré 
uno  bueno. 

D.  Abel  Te  lo  cuento  para  que  veas  hasta  dónde  mis 
hijos  saben  agradecer  lo  que  haces  }>or  su 
padre. 

D.  Maur.     Bien  está,  bien  está. 

D.  Abel       A  mí  me  has  salvado, 

D.Maur.     Calla. 

D.  Abel  ,  Sobre  sacarme  de  la  cabeza  mis  caballerías 
literarias,  mis  locuras,  me  das  un  medio  de- 
coroso para  que  no  me  muera  de  hambre. 
Recobro  el  juicio,  tengo  pan  que  llevar  á  nú 
casa,  y  tengo  tu  amií-tad,  que  vale  más  que 
todo  ello  junto. 

D.  Maup.  Oye  una  cosa.  Tu  reposición  en  tu  antiguo 
destino  va  en  vías  de  conseguirse.  El  minis- 
tro está  conmigo  á  qué  quieres  boca.  Allá 
veremos.  Por  de  pronto,  y  por  si  tarda  en 
arreglarse  la  combinación,  aquí  tienes  esto 
que  yo  te  doy.  Es  una  á  manera  de  gratifi- 
cación por  trabajos  extraordinarios:  sale  de 
los  gastos  del  material.  Yo  siento  que  sea 
tan  poca  cosa,  pero,  chico,  algo  es  algo... 
Menos  da  una  piedra. 

D.  Abel  A  mí  me  parece  lo  que  me  das  un  monte  de 
oro;  pero  si  te  cuesta  la  menor  violencia  el 
proporcionármelo... 

D.  Maur.     ¡so   digas  tonterías...  Ni  se  hable  más  del 
particular. 
(Breye  pausa.) 


D.  Abel 
D.  Mauh. 

D.  Abel 


D.  Mauk. 
D.  Abel 
D.  Mauk. 
D.  Abel 


D.  Maur. 
D.  Abel 
D.  Mauk. 


D.  Abel 
D.  Maur. 
I).  Abel 


D.  Maur. 


D,  Abel 

D.  Maur. 
D.  Abel 
T>.  Maur. 


Qué,  ¿no  trabajamos? 

Ahora,  hombre,  ahora;  no  tengas  prisa.  Lo 
t)ma8  con  ganaa.  ' 

Sí:  te  aseguro  que  hí.  Creía  yo  que  al  volver 
á  sabir  las  escaleras  de  ¡e-ta  casa,  después 
de  más  de  tres  años  de  voluntario  olvido, 
sentiría  tristeza,  pesadumbre;   él  doloí  del 
retorno  á  la  cárcel...  Y  ha  sido  al  íevés;  he 
entrado  animoso,  contento...  ¿Y  á  que  no  sa- 
bes a  quién  me  he  encontrado  en  la  prime- 
ra mesetilla? 
¿A  quién? 
A  don  Jesús, 
¡Ah!  ICl  gran  don  Jesús... 

Y  está  lo  mismo:  parece  que  duerme  en 
aguardiente.  Me  ha  dicho  que  sigue  hacien- 
do sus  visitas  á  nuestro  negociado.  ¿Querrás 
creer,  chico,  que  desde  que  me  dediqué  á 
dramaturgo  nunca  volví  á  poner  los  pies 
allí? 

Ya,  ya. 

¿Se  murió  Cabra? 

No.  En  el  mismo  pupitre  lo  tienesi  Por  ra- 
zón de  economías  le  han  rebajado  el  sueldo 
mil  reales,  pero  allí  sigue, 

Y  no  es  que  él  se  queje,  ¿eh?  ¡Pobre  Cabra! 

Vamos  á  trabajar.  (Toca  el  timbre.) 

Cuando  quieras.  Soy  tuyo.  Vuelvo  á  lo  que 
fui  lleno  de  alegría;  de  alegría  sana...  de  ale- 
gría... de  alegría...  Yo  tenía  una  facilidad  de 
palabra  que  voy  perdiendo. 

No  te  importe,  (a  Parra,  que  se  presenta  en  la 
mampara.)  Traiga  USted  leña,  (a  don  Abel.)  \^as 

á  ponsrte  frente  á  mí;  aquí,  en  mi  misma 

me*a.  (Se  sienta  en  su  sillón.  Don  Abel  obedece  y  se 

coloca  frente  a  él.)  Primero  que  nada  quiero 
que  copies  esto. 

Lo  que  tú  me  diga?,  ¿Hago  letra  corriente  ó 
de  adorno? 

Corriente.  Esmeradita,  ¿sabe.'=-? 
Descuide  usted.  Digo,  descuida.  ¿Te  parece? 
Yo,  mientras,  voy  a  preparar. .  Porque,  chi- 
co,   me  traen  de  cabeza.  ( Pausa  breve.    Trabajan 
los  dos.)  . . .   .  '  .  - 


—  86  - 

ESCENA  VIII 

DICHOS  y  BERMÚDEZ 

Bfrm.  (Desde  la  mampaia.)  ¿Da  USted  SU  permiso? 

D.  Mauf.     Adelante,  Bermúdtz.  ¿Qué  hay? 

Bekm.  El  señor  ministro  que  tenga  usted  la  bon- 

dad de  ir  á  su  despacho. 

D.  Mauk.  Dígale  usted  que  voy  en  seguida.  ¿Hay  al- 
jzuien  con  el? 

Berm.  Sí,  señor;  ese  diputado  andaluz... 

D.  Maur.     ¿Narbona? 

Berm.  El  mismo. 

D.  Mauk.     Ya  sé  lo  que  quiere.  Voy  allá. 

(Vase  Bermúdez.    Don  Mauricio  busca  unos  papeles,  y 
cuando  va  á  marcharse  lo  llama  don  Abel.) 

I).  Abel       Mauricio. 
D.  Maur.     ¿Qué  pasa? 

D.  Abel        (Mostrándole  el  original   de  lo  que  copia.)    AqUÍ    Se 

te  ha  escapado  un  galicismo. 
D.  Maur.     Bueno,  pues  déjalo;  no  te  preocupes  tú  de 

esos  detalles. 
D.  Abel       Dispensa. 
\).  MAU^.     Estás  dispensado.  K,n  ef-ta  oficina,  ninguna 

que  tenga  menos  sueldo   que  yo,    tscribe 

mejor  que  yo.  (vase.) 

ESCENA  IX 

DON   ABEL    y  PARRA 

D.  Abei.  ¡Je!  Sus  genialidades  de  siempre...  í*ero  en 
esta  oficina,  como  en  todas,  es  un  (iisjjarate 
escribir  desapercibido  por  inadvertido.  Y  no 
hay  que  darle  vueltas,  (vuelve  á  su  labor.) 
También  este  cuyo  es  sandunguero...  En  fin, 
allá  él...  Una  cesa  es  la  amistad,  y  el  estilo 
es  otra  cosa. 

(Llega    Parra   con    leña    para    la    chiraencn,    cautaudo 
flamenco.) 

Parra  Tú  me  dejaste  soUto.  . 

1>.  Abel      ;E1í? 


—  87  — 

Parra  ¡Ah!  Usted  perdone.  Como  vi  salir  al  señor 

Regla,  y  no  tenía  costumbre  de  que  usted 
viniese,  creí  que  el  despacho  estaba  solo. 

D.  Abel       Ya. 

(Parra  mueve  en  la  chimenea  Jos  tizones  y  echa  leña 
de  la  que  trae.) 

Parra  Se  me  liace  raro  que  don  Mauricio  pida 

fuego...  ¡Digo!  El  está  siempre  echando 
lumbre...  Vamos,  echando  lumbre  en  el 
buen  sentido...  No  es  esto  criticar. 


ESCENA   X 


DICHOS  y  URKUTI.V 


(De  improviso  ábrese  violentamente  la  mampara,    y  aparece   Urrutia 
sombrero  en  mano.) 

Parra  ¡Hombre!  ¡hombre!  ¿qué  manera  de  entrar 

en  un  despacho  es  esa? 

Ukrut.        No...  no  crei  que  el  muelle  ettaba  tan  flojo. 

Parra  Lo  primero  es  pedir  permiso. 

Urrut.        ¿Sí,  verdad"? 

Parra  ¿Qué  se  le  ofrece  á  usted? 

Urrut.  Me...  me  ha  dicho  el  señor  Regla  que  pase 
y  que  lo  espere  aquí.  Y...  y  no  doy  más  ex- 
plicaciones. 

l'íRRA  ¡Bueno,  hombre,  bueno!   ¿Tiene  usted  usía? 

Ukrut.  To...    todo   se    andará.    (Reparando  en  don  Abel, 

que  lo  está  mirando  sonriente.)  ¡Dcn...    dou  Abel! 

D.Abel       ¡Amigo  Urnitia! 

Urrut  ¡Tan...  tanto  tiempo  sin  verlo!  ¿Cómo  sigue 
usted? 

D.  Abel       Bien,  ¿y  usted?  Está  usted  más  gordo. 

Urrut.  La...  la  buena  vida.  Y...  usted  está  más 
alto. 

D.  Abel      ¿Más  alto?  ¡Ya  no  tengo  edad  de  crecer! 

Urrut         Se...  serán  Jos  tacones. 

Parra  Tai  marcharse,  por  decir  algo.)  No  alcei)   mucho 

la  voz,  que  luego  se  oye  todo  y  se  enfada  el 
señor  ministro. 

Urrut.  ¿Ah,  sí?  Yo...  yo  creí  que  el  ministro  era  us- 
ted. 


—  88  — 


Parra^  Pues  yo  lo  tomé  á  usted  por  el  Presidente 
)  del  Consejo.  ¡Mira  éste  ahora!  (se  va.) 

Urrut.  ¡Qué...  qué  tunante!  Se...  se  fíguran  que  son 
generales  porque  tienen  galone.'-\  Me...  me 
las  traigo  yo  con  los  porteritos. 


ESCENA  XI 


DON  ABEL  y  URRUTIA 

D.  Abel  ¡Vaya,  vaya  con  el  amigo  Urrutia!  ¡Si  viera 
usted  lo  que  yo  gozo  saludando  á  mis  anti- 
guos compañeros  de  covachuela! 

Urrut.  ¿Y...  y  qué  hace  usted  sn\n\,  ahora  que  me 
acuerdo? 

D.  Abel  (vergonzosamente.)  Pues...  nada...  que  Mauricio 
me  necesita  para  un  trabajo  delicado...  y 
como  yo  soy  siempre  el  mismo...  el  amigo 
de  mis  amigos...  ¿Y  usted?  ¿A.  qué  debemos 
esta  visita? 

Urrut.  Ven...  vengo  á  darle  las  gracias  á  don  Mau- 
ricio. 

I).  Abel       ¿Por  qué? 

ÜRRUT.  Me...  me  ha  ascendido  á  seis...  Me...  me  ha 
hecho  hombre.  Usted  calcule:  siete  duritos 
más... 

D.  Abel       Que  sea  enhorabuena,  querido  Urrutia.  (se 

sienta  junto  á  la  chimenea.  Urrutia  se  sienta  también, 
después  de  calentarse  un  poco.) 

Urrut.  ¿A  usted  lo  ha  colocado  de  nuevo? 

D.  Abel  Tras  de  ello  anda  ahora. 

Urrut.  ¿Pe...   pero  eso  no  querrá  decir  que  usted 

abandone  el  teatro? 

D.  Abel  Hombre...  el  teatro...  el  teatro... 

Urrut  ¿^■^■-  estrenó  usted  La  cotorra  herida? 

D.  Abkl  La  paloma... 

Urrut.  Eso  es:  La  paloma  mensajera. 

D.  Abll  Herida,  herida. 

Urrut.  Herida,  eso  es.  ¡Qué  cabezota  soy! 

D.  Abel  La  estrené,  sí  señor:  en  mal  hora...  y  por  mi 

desgracia. 

Urrut.  ¿Se...  se  la  machacaron  á  usted? 

D.  Abel  ¿Y   cómo  no,  querido  Urrutia?  La  vida  es 


—  ^80  — 

sueño  no  resiste  el  embate  de  aquél  público 
alborotador,  levantisco,  para  quien  la  única 
diversión  era  el  fracaso.  ¡Qué  noche!  No 
quiero  acordarme.  Ya  pasó,  ya  pasó. 

,Urrut.  a...  á  mí,  en  buena  hora  lo  diga,  hasta  el 
presente  no  me  han  machaca'h  ninguna. 

D.Abel      (perplejo.)  Pero...  ¿cómo?  ¿Usted?...  ¿usted?... 

ÜRRUT         ¡Qué...  qué  cara  pone! 

D.Abel       ¿Usted  también  se  ha  dado  á  las  letras? 

Urrut.  ¿a...  á  las  letras?  ¡Un  cuerno!  ¡Al...  al  teatro! 
He  estrenado  un  par  de  piececitas...  con  un 
amigo. 

D.Abel       ¿Dónde? 

Ukrut.        En...  en  la  Sociedad  Carrascosa. 

D.  Abel       ¿Y  quién  es  Carrascosa? 

ÜRRUT.  Ca...  Carrascosa  es  un  fresco  que  ha  hecho 
dos  sainetitos  y  que  ya  tiene  Sociedad. 

D.  Abel       ¡Caramba,  hombre,  caramba!  ¡Qué  sorpresal 

Urrut         La...  la  última  la  estrené  el  mes  pasado. 

D.  Abel       ¿Cómo  se  titula? 

Urrut.        Cas...  Castañas  al  vapor.  Es  muy  gorda. 

n.  Abel      ¿Y  gustó? 

Urrut.  Se...  se  lieron.  A...  ahora  resulta  que  tengo 
gracia,  don  Abel... 

D.  Abel       No  es  mala  fortuna. 

Urrut.  Ver...  verdad  que  no;  porque  el  público  no 
quiere  tristezas. 

D.  Abel  Sí;  pero  métase  usted  á  torcer  el  tempera- 
mento del  artista.  Yo  no  siento  lo  cómico; 
no  lo  siento.  A  usted,  verbi  gracia,  le  sale 
al  paso  una  pelota  de  mosquitos  en  el  Reti- 
ro, y  hace  un  chiste. 

Urrut.        Se...  seguramente. 

D.  Abel       Yo  no:  yo  veo  el  paludismo  que  acecha. 

Urrut.  Pues...  pues  es  una  gaita.  Y  ¿sabe  usted  lo 
que  le  digo?  Que  no  ganará  nunca  dinero 
con  esas  cosas. 

D.  Abel       Bien,  esto  es  aparte;  yo  ya  no  me  ocupo... 

Urrut.        ¿Có...  cómo  que  no? 

D.  Abel  No,  señor,  no;  estoy  desengañado,  vencido... 
Paso  de  escritor  á  escribiente. 

Urrut  ¡Buen  tonto  está  usledi  Pudiendo  hacere 
rico... 

D.  Abel       Hay  mucho  de  leyenda  en  eso. 


—  90  — 

Urrux.  Si...  si  yo,  con  los  argumentos  que  se  me 
ocurren,  supiera  redactar  como  usted... 

D.  Abel      ¿Qué  quiere  decir  redactar? 

ÜRRur.  Re...  redactar.  Mire  usted,  don  Al)el:  en  lo 
que  hablan  los  personajes  de  mis  obra?, 
¡anda  con  Dios!  que  mal  que  bien,  me  apa- 
ño, porque  si  se  me  va  alguna  faltilla  de  or- 
tografía, co...  come  las  hache?  no  ¡ruenan,  á 
Dios  gracias,  desde  el  público  no  se  advier- 
te; pero  me  pongo  á  redactar,  es  un  ejem- 
plo, dónde  han  de  estar  las  puerta^-,  ó  si 
hay  etcalinata  en  un  jardín,  ó  un  ga...  ga- 
binetito  modernista,  de  estos  complicados, 
y  ya  me  tiene  usted  sudando  á  chorros. 

D.  Abel  Ah,  naturalmente.  Careciendo  de  letras,  de 
cierta  cultura...  A  mí  eso  no  rae  importa. 
Yo  tiro  de  pluma  y  me  describo  á  San  Frnn- 
cisco  el  Grande  sin  dejar  un  santo  en  el 
tintero. 

ÜRRUT.  E?...  es  que  usted  ha  leído  muchas  novelas. 
¡Ojalá  encontrara  yo  un  colaborador  como 
usted! 

D.  Abel  Vamos,  vamos;  ¿quiere  usted  callar,  hom- 
bre?... 

Urrut.  No...  no  se  haga  usted  el  chiíjuito.  Oiga  us- 
ted, oiga  usted...  Le...  le  voy  á  contar  á 
usted  un  argumento  que  se  me  ha  ocurrido 
en  el  tranvía. 

D.  Abel       ¡Ja,  ja,  jal  ¡Este  Urrutia!... 

Urrut.  Ve...  verá  usted.  Ello  es  un  capitán  de  un 
barco  mer...  mercante,  que  trae  de  América 
dos  loros. 

D.  Abel       ¿Dos  loros? 

ÜRRUT.  tSÍ...  sí,  señor;  si  por  eso  me  equivoqué  yo 
con  lo  de  la  cotorra;  porque  venía  reinando 
en  esto  de  los  ¡oros.  Bueno,  pues  en  la  tra- 
vesía... Pero  no;  verá  uí^ted:  uno  de  los  loros 
es  para  la  que...  queridilla  del  capitán... 

D.  Abel      ¡.Je! 

Urrut.  Y  el  otro  para  una  vieja  muy  beata.  En  la 
tra...  travesía,  que  es  á  lo  que  iba  antes,  al 
loro  de  su  queridilla  le  enseña  muchas  pa... 
palabrotas,  por...  porquerías,  co...  cosas  ver- 
des, para  reírse  luego  cuando  estén  almor- 


—  91    - 

zando;  y  al  de  la  beata  le  enseña  la  letanía' 
el  gori-gori,  y  otras  pamplinas  por  el  estilo- 
Bueno,  pues  el  criado  del  capitán,  al  llevar- 
los asi  que  llegan,  cam...  cambia  los  loro?. 

D.  Abel      ¡Ja,  ja,  ja!  ¡Ks  graciosísimo! 

Urrut.        ¿Verdad  que  lo  esV 

ü.  Abel      Está,  está  bien  ideado, 

ÜRRUT.        ¿Quiere  usted  que  hagamos  la  obra  juntoh? 

1).  Abel      ¿,J untos? 

Urrut.        Sí,  señor. 

D.  Abel  Mo...  si  yo  no...  Eitoy  fuera  de  juego...  Ade- 
más, me  he  prometido  á  mí  mismo  ..  Apar- 
te de  que  no  tengo  gracia  maldita. 

Urrut.        ¿,Qué  no  tiene  usied  graciay    ,Por  quintales! 

•>.  Abel      ¿Yo? 

Urrut.  Natural.  El  que  se  cree  que  no  la  tiene  es  el 
que  la  tiene,  como  me  pata  a  mí. 

D    Abel      Es  posible...  es  posible... 

Urrut.  Há...  bágame  usted  caso:  yo  vivo  en  la  calle 
Liituneros,  cuatro,  segundo.  ííe  va  usud  por 
allí  unas  cuantas  tardes,  y  pitillo  va,  piti- 
llo viene,  nos  sorbemos  la  obra  en  och.)  días. 

i).  Abel  Pero  si  la  cuestión  es  que  yo  tengo  el  com- 
promiso moral...  Y  cuidado  que  en  ese  tema 
de  los  loros  empiezo  á  ver  cosas...  ¿Usted 
habrá  imaginado  la  acción  en  casa  de  la 
vieja? 

Urrut.        Es...  es  igual. 

I).  Abel  Pirque  á  mí  se  me  ocurre  que  esa  vieja 
puede  tener  una  criada  picanlilla... 

Urrut.        ¡Sí,  señor;  ¡con  un  novio  soldado! 

D.  Abel  ¡Muy  bien!  ¡Y  entre  los  dos  le  enseñan  m¡U 
picardihuelas  al  loro! 

Urrut.  ¡Y  los  sorprende  la  beata  3'  tiene  que  es- 
conderte el  soldado  debajo  de  la  mesa! 

D.  Abel      ¡Ja,  ja,  ja! 

Urrut.        ¡Ja,  ja,  ja! 

('  03  dos  se  ríen  de  buena  fe,  con  la  llama  áo.  la  ins- 
piración en  los  ojos.  Llega  don  Mauricio  eu  tal  punto, 
más  cargado  de  papeles  que  se  marchó,  y  los  observa 
estupefacto.  Don  Abel  y  Urrutia,  engolfados  como  se 
hallan  en  su  creación,  no  advierten  la  presencia  del 
jefe.) 


-     '.12   — 

e;scéna  XII 

DICHOS  y  DON  MAURICIO 


ü.  Abel 
Urrut. 

D.  Abel 

Urruí  . 
D.  Abel 


D.  Maur. 

ÜRRU'I  . 
D.  iVlAüt. 


Urrut. 
U.  Mauk. 


Urrut. 
i).  Maur. 
ürkut. 


D.  Maur 


ÜRRUr. 


|Y  haremos  que  esté  un  poco  borracho! 

¡Su...  superior!  ¡Y  que  diga  algunas  cosas  en 

yoz  alta! 

Y  la  criada  le  dirá  á  la  vieja:  «¡Es  el  loro, 

es  el  loro!»  ¡Ja,  ja,  ja! 

¡Ja,  ja,  ja!  ¡Tiene  usted  más  gracia  que  3'o! 

No,  hombre...  Lo  que  hay  es   que  en  este 

asunto  veo...  veo...  reconozco  que  veo... 

(En  efecto,  ve  á  dou  Mauricio  y  se  queda  yerto.  Urru- 
tia  lo  ve  también  después  y  quisiera  que  la  tierra  se  lo 
tragase.  Hay  unos  momentos  en  que  don  Mauricio 
acusa  con  la  mirada  á  los  dos  y  ellos  no  se  atreven  ni 
á  respirar.) 

(con  entereza  )  ¡Salga  ustcd  de  mi  despacho, 

señor  Urrutia! 

I'on...  Don  Mauricio... 

¡Salga  usted!  (Umitia  se  estremece  y  se  encamina 
hacia  la  mampara  tembloroso  y  desconcertado.  A  mitad 
de    camino    don  Mauricio   vuelve  á    llamarlo.)    ¡ülgu 

usted! 

(volviéndose  de  un  salto.)  Man...   mande  usted. 

¡Sirva  Uí-ted  para  algo!  (Entregándole  unos  pocos 
papeles  de  los  que  trae.)  Llévele    USted  estoS  d(>- 
cimientos  al  señor  Oortegana. 
¿Quién...  quién  es  el  señor  Cortegana? 
¡Tiene  usted  el  deber  de  saberlo! 
Es...  es  verdad...  Yo...  yo  venía  á  darle  á  us- 
ted la  enhoral)uena...   digo,   no...   á  (jue  me 
diera  usted  las  gracias...  digo,  no... 

¡Silencio!  (oice  esto  tan  violentamente  que  se  le 
caen  los    papeles  á    Urrutia.)    ¡Bienl    ¡Muy    bien! 

¡Recoja  usted  esos  docu-jaentos  en  ¡-eguida, 
y  ordénelos  según  estaban,  ó  lo  suspendo  á 
usted  de  empleo  y  sueldo! 
Sí...  sí,  señor.  ¿Es  pata  la  mía?  (como  puede  ei 

hombre  recoge  los  papeles  del  suelo,  invirtiendo  doble 
tiempo  del  que  invertirla  si  estuviera  tranquilo,  y  luu- 


—  93  — 

go  procura  ordenarlos  sobre  la  mesita  auxiliar.  Kiitre 
tanto  don  Abel  y  don  Mauricio  hablan   lo   que  sigue.) 

D.  Maup.  Abel,  Id  que  he  visto,  ni  f-iquiera  es  digno 
de  ti.  Me  has  engañado:  me  has  traicio- 
nado. 

D.  Abel       Perdóname.  Es   muy  difícil   en  tan   pocos 

,,  ■  días  aventar  las  cenizas  de  unas  ilusiones, 

acaso  por  locas  más  queridas...  Si  alguna 
vez  has  tenido  ilusiones,  sabrás  perdonarme. 

D.  Maur,  He  tenido  ilusiones;  y  aún  las  tengo.  Pero 
cuando  han  sido  desaliñadas,  he  sabido  aho- 
garlas en  fior.  Para  eso  está  el  sentido  co- 
mún. ¿Ks  nue  tu?  promesas  nada  pueden 
contigo?  ¿Es  que  nada  valen  tampoco  mis 
consejos?  ¿O  es  que  vas  á  recobrar  la  razón 
cuando  te  estés  muriendo,  como  don  Quijo- 
te? Siéntate,  que  para  que  le  tomes  el  gusto 
al  trabajo,  vamos  á  llevarnos  acjuí  hasta 
las  tres  de  la  madrugada, 

D.  Abel       Lo  que  tú  ordenes  haré  yo. 

D.  Mauk..    Coge  cuartillas,  que  te  voy  á  dictar.  (Mientras 

don  Abel  se  dispone  á  ello,    dice    contemplándolo  con 

lásiima.)  (Es  enfermedad  incurable.  ¡Pobre 
amigo  mío!  Está  loco:  no  tiene  atadero.) 

D.  Abel       Cuando  gustes. 

D.  Mauk.  (Paseando.)  Bases...  para  la  organización  y  re- 
forma  de  la  Hacienda  pública,  coma...  del 
Ejército,  coma...  de  la  Armada,  coma... 

(tJrrutia,  oyéndole  dictar,  se  esfuerza  eu  reprimir  la 
risa.) 

D.  Abel       (sin  esperar  más  comas.)  Pero,  Mauricio... 

D.  Mauk.     ¿Qué? 

D.  Abel  Me  dejas  turulato.. .  ¿Aun  sigues  con  tu  an- 
tigua manía  de  reformar  y  regenerar  á  Es-, 
paña? 

D.  Mauk.  Aun  í-igo,  sí...  Escribe.  De  la  Agricultura, 
coa:a...  de  la  Industria,  coma...  (suena  un  tim- 
bre.) Aguarda  un  instante,  (se  va.) 


—  94 


D.  Abel 
Urrut. 

D.  Abei. 


Urrut. 
D.  Abki, 

Urrut. 
D,  Abel 

ÜRRUT. 

ü.  Abel 

ÜRRUT. 

D.  Abel 
Ukkl't. 
J').  Abel 
Urrut. 
ú.  Abel 

ÜRRUT 

D.  Abel 

ÜRRUT. 

1).  Abpl 

ÜRRUT. 

I).  Abel 

ÜRRUT. 

D.  Abel 

ÜRRUT. 

D.  Abel 
Ukrut. 


ESCENA  ULTIMA 

DON    ABEL    y URRUTIA 
(Apenas  desaparece  den    Mauricio.)    ¡Pobre    RtuigO 

mío!  Está  loco:  no  tiene  atadero. 
No...  no,  señor,  no  lo  tiene.  Ije...  le  riñe  á  ns- 
ted  porque  escribe  comedias,  y  está  todavía 
con  la  pa...  paparrucha  de  las  baíes. 
¡Jesús!    ¡.Jesús!  ..   ¡Qué    cosas!...   Indudable, 
amigo  Urrntia,  indudable...  La  vi<la  es  una 
gran  tragedia  con  personajes  de  saínete... 
¡Mu...  muy  bien  dicho! 
¿Quién  había  de  pensar  que   ese  hombre?... 
¡8i  hay  para  soltar  la  carcajada! 
¡Pa...  para  soltar  la  carcajada! 
Es  claro:  el  público  hace  bien...  Lo  que  quie- 
re es  risa  y  más  risa...  y  risa  y  más  risti... 
¿Qué...  qué  le  he  dicho  á  usted  yo? 
¡Como  que  en  la  vida  no  hay  más  que  tipos 
cómicos!  Yo  soy  un  tipo  cómico... 
¡Sí...  sí  señor! 
Usted  es  un  tipo  cómico. . 
¡Sí...  .sí  seño:! 

Mauricio  es  otro  tipo  cómico... 
¡Si. .  sí  señor! 

El  propio  ministro  del  ramo,  ¿no  es  un  tipo 
cómico?... 

¡Más  cómico  que  todos  junto'! 
Sí,  sí...  Como  la  luz,  como  la  luz...    Hay  que 
escribir  una  obra  cómica.  Amigo  Urrutia. 
A...  amigo  don  Abel.  ¿Lo  aguardo  á  usted 
mañana? 

No,  señor:  esta  noche. 
¡Me.,   mejor  que  mejor! 
¿Latoneros...? 
Cua...  cuatro,  segundo. 
Pues  ha? ta  luego. 
Hasta  luego, 
¡ün  abrazo,  colaborador! 
(Abrazándose  á  él.)  ¡Un...  uu  abmzo!  ¡El  porve- 
nir es  nuestro'. 


-   95  — 

D.  Abel       ¡Saldremos  á  la  escena  juntos! 
Ubrut.        ¡Co...  como  Daoiz  y  Velarde! 
D.  Abel       ¡Hasta  luego! 

UrRUT.  ¡Has...  hasta  luego!    (Yéndose  radiante  de  júbilo.) 

ri...  tipos  cómicos...  ti...  tipos  cómicos...  mu- 
chos ti...  tipos  cómicos... 

D.  Abel        (Echando  llamas  por  los  ojos.)  TipOS  CÓmicOS...  ti- 

pos  cómicos...  No  hay  más  que  tipos  có- 
micos... 


FIN    DE   LA    COMEDIA 


Madrid,  Mayo,  1905. 


OBRBS  OE  IiOS  MISIVIOS  flÜTOHES 


Esgrima  y  amor,  juguete  cómico.  (•2.°  edición.) 

Belén,  I-í,  principal,  jug-uete  cómico. 

Cíilito.juo-iiote  ci')mico-lírioo.  Música  del  m^aestro  Osuna.  (2.*  edición) 

Lia  metlia  naranja,  juguete  cóm.ico.  (2.^  edición.) 

El  tío  «le  la  ílanta.  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

El  ojito  «lerecho,  entrejnés.  (3.*  edición.) 

lia  reja,  comedia  eu  un  acto.  (4."  edición.) 

lia  buena  sombra,  saínete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro BruU.  (6.*  edición.) 

El  peregrrino,  zarzuela  cómica  en  un  acto.  Música  del  maestro 
Gómez  Zarzuela. 

L.a  vicia  íntima,  comedia  en  dos  actos.  (3.*  edición.) 

liOS  borrachos,  saínete  en  cuatro  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Griménez.  (2.*  edición.) 

El  chiquillo,  entremés.  (5."  edición.) 

Eas  ca.<ías  de  carttfn,  juguete  cómico. 

El  traje  de  luce.s,  sainete  en  tres  cuadros,  con  mrisica  de  los 
maestros  Caballero  y  Hermoso. 

El  patio,  comedia  en  dos  actos.  (3.*  edición.) 

El  motete,  pasillo  con  mvisica  del  maestro  .José  Serrano.  (2.*  edi- 
ción.) 

El  estreno,  zarzuela  cómica  en  tres  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Chapí. 

Eos  ©aleotes,  comedia  en  cuatro  actos.  (3.*  edición.) 

Ea  pena,  drama  en  dos  cuadros.  (2.»  edición.) 

Ea  azotea,  comedia  en  un  acto. 

El  jféncro  ínfimo,  pasillo  con  miisica  de  los  maestros  Valverde 
(hijo)  y  Barrera. 

El  nido,  comedia  en  dos  actos.  (2."  edición.) 

Eas  flores,  comedia  en  tres  actos. 

Eos  piropos,  entremés. 

El  flechazo,  entremés. 

El  amor  en  el  teatro,  capricho  literario  en  cinco  cuadros,  pró- 
logo y  epilogo. 

Abanicos  y  panderetas  ó  ¡1  Sevilla  en  el  botijo!  hiimorada 
satírica  en  tres  cviadros.  con  miisica  del  maestro  Chapí. 

Ea  dicha  ajena,  comedia  en  tres  actos  y  un  prólogo. 

Pepita  Reyes,  comedia  en  dos  actos. 

Eos  meritorios,  pasillo. 


Lia  zahori,  entremos. 

lia  reina  mora,  saínete  en  tres  cuadros,  cou  música  del  maestro 
Josó  Serrano.  (2.*  edición.) 

ZaraK'ntaN,  sainóte  en  dos  cuadros. 

Lia  zaK'nla,  comedia  en  cuatro  actos. 

Lia  contrata,  apropósito. 

Kl  amor  <|ue  pUMa,  comedia  en  dos  actos. 

El  mal  «le  amores,  sainóte  con  música  del  maestro  José  Serrano. 

Kl  nuevo  servidor,  humorada. 

Mañana  «le  sol,  paso  de  comedia. 

Fea  y  oon  g'racla,  pasillo  con  música  del  maestro  Tu  riña. 

íítk  aventura  «le  los  g^aleotes,  adaptación  escénica  de  un  capi- 
tulo del  Quijote. 

lia  musa  loca,  comedia  en  tres  actos. 

Lia  pitanza,  entremés. 

£1  amor  en  solfa,  capricho  literario  en  cuatro  cuadros  y  un  pró- 
logo, con  música  de  los  maestros  Chapi  y  Serrano. 


SERAFÍN  I  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  «ÜINTERO 


LA  PITANZA 


E  NTR  ElVIES 


.^í<^$g^ 


SOCIEDAD  DE  AUTORES  ESPAÑOLES 
Núñez  de  Balboa,.  12 


LA   PITANZA 


Esta  obra  es  propi<)dad  de  sus  autores,  y  nadie  po- 
drá, sin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla 
en  España  ni  en  los  países  con  los  cnales  se  hayan 
celebrado  ó  se  celebren  en  adelante  tratados  interna- 
cionales de  propiedad  literaria. 

Los  autores  se  reservan  el  derecho  ie  traducción. 

Los  comisionados  y  representantes  de  la  Sociedad 
de  Autores  Mpañoles  son  los  encargados  exclusivamen- 
te de  conceder  ó  negar  el  permiso  de  representación 
y  del  cobro  de  los  derechos  de  propiedad. 

Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 


LA  PITANZA 


ENTREIVIES 


SERAFÍN  y  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


Estrenado  en  el  TEATRO  DE  LA  ZARZUELA   el   15   de 
Setiembre  de  1905 


*- 


MADRID 

B    VBLA8CO,  IMT.,  MAEQUfiS  UE  SANTA  ANA,  11  DOP." 

Teléfono  aiimero  6M  _^ 


1905 


ji\  Sr.  Don  pedro  Ruiz  h  pirana 

(Z/Ui/  atHiaoS  de  óteutji>Le, 

QjeiapH  u     íoacLutu, 


REPARTO 


PERSONAJES  ACTORES 

JESUSA Seta.  Mendoza. 

SES'OR  clemente..  . . : . . . .  Sr.       Ruiz  de  Akaíía  (P.) 

ANDRÉS Rviz  DE  Abana  (E.) 


-""i^                          we-»^í^.-^«-»*i 

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W5Mt¡»ie¡.MW«mf^>Mfti;5^ 

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LA  PITANZA 


Una  iilaza  eu  Sevilla.    A  la  derecha  del  actor,  eu  primer  término,  un 
banco  de  piedra.  Es  de  día 


ESCENA  PRIMERA 

SEÑOR  CLEMENTE;  luego   ANDRÉS 

•(eI  señor  Clemente  es  uii  cochero  de  punto  que   tiene  la  parada  allí 

cerra  y  que    almuerza   y    come  en  aquel  banco.   Sale  por  la  derecha 

del  actor  y  mira  hacia  la  izquierda  de   muy  mal  temple.    Es  que   so 

retrasa  el  almuerzo  más  de  lo  justo, ^ 

Sp.  Cle.  Po.s  í^eñó,  güeno  está:  se  conose  que  mi  majé 
tiene  ya  la  barriga  yena.  La  una  er  día,  y 
sin  pares¿  con  el  armuerso.  ¿A.  que  se  le  ha 
orvidao  á  la  mu  bruta?  ¡Maidita  sea  la  hora 
en  que  un  cochero  se  casó!  ¡A.si  cayera  ur 
rayo  en  mi  casa,  y  la  partiera  primero  á 
eya,  y  luego  á  mi  cuñao,  y  después  á  mi 
cuña...  y  aunque  queara  una  chispita  pa  los 
niños  no  se  perdía  gran  cosa!   ¡.Jinojo,  como 

me  tiene  la  familia!.  .  (Mirando  hacia  laderecl; a."! 

Hombre,  me  alegraré  que  aquer  señorito 
der  caJd  me  quiea  toma  por  horas;  que  como 
no  traiga  dos  güevos  fritos  en  la  cartera,  lo 
va  á  yevá  su  padre.  Vamos,  me  perdona  la 
vía:  pasa  e  largo...  Fué  que  no  yeve  suerto. 
A  lo  mejó  estos  de  los  pantalones  doblaos 


sin  que  yueva,  tienen  un  duro  pa  to  er  mes... 
Asin  se  peinan  con  tanto  pelo:  pa  tenéqiie 
pelarse  poco.  Y  mi  armuerso  sin  asoma  por 
ningún  lao...  ¡Mardito  sea  Moión!  ¿En  qué 
estará  pensando  mi  gente?  ^;Habrá  cogió  un 
elértrico  á  mi  6eñoray¿La  habrá  matao  una 
leja?  ¿Se  le  habrá  calo  ensima  un  baú?  No 
qnieo  forma  castiyos  en  el  aire... 

(Sale  por  la  derecha  Andrés,  mocito  de!  pueblo.) 

And.  Dios  guarde  á  usté,  señó  Clemente. 

Sr.  Cle.       Hola. 

And.  ¿Está  usté  güeno? 

Sr.  Cle.       Si,  hijo,  sí. 

And.  Ya  sé  (jue  la  familia  está  güt-na... 

Sr.  CiF.       Sí,  la  familia  sí.  ¡Güeña  está  la  familia! 

And.  ¿Qué  le  pasa  á  usté,  señó  Clemente? 

Sr,  Cle.       ¡Mah;s  digestiones  que  base  imo! 

Anc.  ¿Sí,  verdá?  Lo  mismo  tengo  yo  á  mi  madre. 

¿Por  qué  no  toma  usté  una  poquita  e  ser- 
vpsa  antes  de  las  comías,  pa  abrirse  el  ape- 
tito? 

Sr.  Cle.       ¡Guasón,  si  lo  que  estoy  es  desmayao! 

And.  ¡Ay,  qué  grasia!  Siempre  de  güen  humó... 

Sr.  Cle.       ¡Siemprel  Santa  Lusía  te  conserve  la  vista. 

And.  Pos  yo,  pasaba  por  aquí,  y  como  lo  vi  á  usté 

desocupao  y  liase  dos  ó  tres  días  que  le 
quiero  habla  de  un  asunto... 

Sr.  Cle.       ¿De  un  asunto  tú? 

And.  Fué  usté  carculárselo...  En  er  tayé  me  han 

subió  er  joma...  y  Jesusa  y  yo  habernos 
pensao  formalisá  lo  nuestro. 

Sr.  Cle.         (Mirando  á  todas    partes  y  escupiéndose  en  una  iiuiiiu.y 

¿Ande  he  puesto  yo  er  látigo,  hombre? 

And.  ¿Er  látigo?  ¿Pa  qué  quié  usté  er  látigo? 

Sp.  Cle.  ¡Pa  crujírlelo  ensima  y  que  sarga-^  corriendo 
por  ahí  hasta  que  pierdas  los  tacones!  ¡Mar- 
dito sea  Morón!  ¿Pos  no  me  pregunta  que 
pa  qué  quieo  er  látigc  ? 

And.  Pero  señó  Clemente... 

Sr.  Cle.  ¡Pero  señó  Jinojo!  ¿Qué  te  has  creío  tú? 
¿Que  porque  te  dejo  habla  con  mi  niña,  por- 
que se  me  caen  los  pantalones  de  güeno,  vi 
yo  á  consentí  que  tú  te  la  yeves  lo  mismo 
(jue  me  yevé  yo  á  mi  mujé?  ¡Vamos,  quital 


-    9  — 

¡Vale  mi  hija  como  siete  veses  más  que  su 
madre!  |Y  vales  tú  como  setenta  veses  me- 
nos que  yo! 

And.  Pero  señó  Clemente... 

8r.  Cle.  ¡Que  te  ca3'es,  hombre!  ¡Toavia  no  ganas  tú 
ni  pa  costearle  á  mi  niña  er  jabón  que  gasta! 

And.  Pero  ¿no  oye   usté  que  me    han  subió  er 

jorná?... 

Sr.  Cle.  ¡Me  alegro!  Compra  una  arcansia  pa  los 
ahorros.  ¡No  nesesitabayo  en  mi  casa  más 
que  un  nieto  con  la  cara  e  tu  madre! 

And.  ¡Con  mi  madre  no  se  tiene  usté  quémete, 

señó  Clemente! 

Sr.  Cle.  ¡Pos  no  la  saques  á  la  caye  más  que  en  Car- 
navá! 

And,  ¡o  se  cava  usté  ó  vamos  á  tené  un   dijusto! 

Sr  .  Cle.     ¡O  te  cayas  tú  ó  te  sarto  un  ojo! 

And.  ¿a  mí? 

Sr.  Cle.     ¡A  tí! 

Ani:>.  Si  no  mirara  quién  es   usté...   Pero  esto  es 

asesinarlo  á  uno,  señó  Clemente...  Yo  le  diré 
á  Jesusa  lo  que  ha  pasao... 

Sr.  Cle       Pué  que  se  lo  diga  30  primero...   (Acción  de 

pegar.) 

And.  Como  le  toque  usté  ar  pelo  e  la  ropa.  . 

Sr.  Cle.  ¿Qué? 

And.  ¿Que  qué? 

Sr.  Cle.  Sí;  que  qué. 

And  .  (Reprimiéndose  )  Na. 

Sr.  Cle.     Pos  na. 

And.  Le  vale  á  usté...  le  vale  á  usté...  Quéese  usté 

con  Dios:  no  quieo  perderme,  (se  va  de  estam- 
pía.) 

Sr  .  Cle.  ¡Como  si  vas  y  te  tiras  ar  río!  ¡Me  da  lo  mis- 
mo' ¡Mardito  tea  Morón!  ¿Pos  no  se  quié 
casa  con  mi  hija  con  dos  reales  tos  ios  sá- 
bados? ¿Qué  pensará  darle  de  bebé?  ¡Porque 
supongo  que  en  come  no  habrá  pensao!  ¡.Ji- 
nojo  con  er  niño!  ¡Si  le  digo  á  usté  que  hoy 
por  la  mañana  me  está  á  mí  hasiendo  farta 
un  barreno! 


—   10   - 

ESCENA  II 

SEÑOR  CLEMENTK  y  JESUSA 

Sr  .  ClE.  i  a  Jesusa,  «■jiu'  s;ile  por  la  iziiuic-nla  con  un  porta- 
viandas y  una  botella  de  vino.) 

¡Vamos,  hombre!  ¡Ya  quiso  Dios!  ¿lis  que  se 
ha  parao  er  reló  de  la  Tlasa  Nueva,  verdá? 
¿Y  tu  madre?  ¿Por  qné  no  ha  venío  tu  ma- 
dre como  loá  ios  diab?  ¡Tenía  yo  gana  de 
darle  una  sopita  hoy  I 

Jes.  Yo  le  diré  á  usté  lo  que  ha  pasao. 

8r.  Cle.  No  me  digas  na  si  no  quiés  que  de  un  guau- 
taso  te  esbarate  la  cara.  ¿Te  paes^e  á  tí  ni 
medio  bien  que  .er  cabera  e  fnmilia  yeve 
aquí  una  hora  renegando  de  la  familia,  5'  de 
la  cabesa,  y  der  Dios  que  lo  v.ñó,  y  de  la  co- 
madre que  lo  trajo  ar  mundo"? 

Jes.  Pero,  padre,  si  no  me  deja  usté  que  le  ex- 

plique... 

Sr.  Cle.  ¡Como  que  estoy  yo  pa  escucha  discurpitns 
con  el  hambre  que  tengo!  Destapa  eso  ya,  y 
vamos  d  vé  lo  que  me  traes;  que  no  fartaba 
más  sino  que  fuea  bacalao  con  tomate,  que 
siempre  me  base  daño.  ¡Mardito  i=ea  Morón! 
¿^^a  qué  estaría  ese  pueblo  en  er  mapa  cuan- 
do era  yo  sortero?  ¿Qué  delito  habré  yo  co- 
metió pa  (jue  me  toque  e-a  mojé,  que  es 
una  ruina?  Una  mujé  fea,  una  mujé  brutr», 
una  mujé  ari-ca,  una  nnijé  puerca... 

Jes.  ¿También  puerca,  padre? 

8r.  Ci.e.  ¡Puerca  y  retepuerca!  ¡Se  lava  con  saliv.i, 
como  loH  gatos! 

Jes.  Vamos,   vamo.«;  siéntese  usté  aquí  y  coma 

usté,  que  mientras  coma  usté  no  hablará  lo 
que  no  es  presiso. 

f~R.  Cle.       (Principiando    á  comer.)  ¡No,  6Í  no  vi    á   tené  6Í- 

quiea  er  derecho  dt-r  pataleo!  ¡Jinojo  qué 
egoismo!  ¡Ya  que  me  baséis  la  santísima 
pascua  entre  tos,  dejurine  que  chiye!  ¿Tú 
no  ves  que  .si  yo  no  chivo  reviento?  Estése 


Jes, 

Sk. 

Cle. 

Jes. 

Sr. 

Clk. 

Jes 

.Sr. 

Cle. 

Jes 

Sr. 

Cle. 

-  11  ~ 

usté  lo  er  día  ar  só,  y  al  aire,  y  al  agua,  y  ^  los 
rayos  enseadíos  que  les  dé  la  gana  e  cae, — 
porque  el  arquila  atrae  la  elertrisidá, — y  lue- 
go vaya  usté  á  su  casa  y  encuentre  usté  á 
su  mujé  con  las  greñas  corgando  y  la  cara 
snsia,  y  á  sa  cuñao — sinvergüensa,  ladrón, 
lisensiao  e  presidio,  mar  tiro  le  den,  así  lo 
ajorquen — borracho  perdió  jugando  á  las 
cartas,  y  á  su  cuña  chuleando  con  los  veei- 
nos,  y  á  tí  charlando  con  ev  jmnhrera  e  tu 
novio... 
¿Jambrera.^ 

¡Jambrera,  si!  Te  lo  digo  á  tí  y  se  lo  he  di- 
cho á  é  hase  dos  minutos. 
Pero,  ¿ha  estao  aquí  ya? 
Ya  ha  estao.  ¡Por  lo  visto  se  habíais  dao  sita! 
¿Y  qué  han  hablao  ustedes? 
Casi  na,  porque  no  se  lo  he  consentía. 
¿De  verdá,  padre? 

¡No,  que  juego!  ¡Que  se  haga  un  hombre  v 
gane  los  cuartos,  aunque  sea  enseñando  á  la 
madre  á  perra  gorda,  y  entonses  pué  que  si 
viene  á  hablarme  de  tí  yo  no  le  rompa  una 
espiniya!  Pero  mientras  eso  no  suseda  y 
ande  lampando  e  hambre,  ¡qué  jini^jo  vi  yo 
á  trata  con  é  de  casamiento!   Échame  vino. 

(La    muchaclia,    glmoteaudo,  lo  obedece.)    1    nO   me 

hagas  pucheros,  que  es  peo.  (Bebe.)  ¿Esta  tor- 
tiya  la  ha  gnisao  tu  madre? 

Jes.  Como  siempre. 

Sr.  Cle.  ¡Te  he  diclio  que  no  me  hagas  pucheros!  Y 
pa  que  veas  tú  que  soy  justo,  reconozco  que 
la  tortiya  está  güeña.  Una  cosa  es  que  yo  no 
trague  á  mi  mujé,  y  otra  cosa  es  haberme 
tragao  la  tortiya.  (vuelve  á  beber.)  Er  vino  no 
es  er  mismo. 

Jes.  No  señó,  que  es  otro. 

Sr.  Cle.     Mejó. 

Jes.  Mejó.  Un  rea  más  caro. 

Sr.  Cle.     ¿Y  á  qué  viene  este  lujo? 

Jes.  Si  to  eso  es  lo  que  le  iba  á  usté  á  explic:^ 

sino  que  cuando  usté  se  pone  de  esa  mani- 
rá lo  que  hay  que  hasé  es  cayarst . 

Sr.  Cle.      Pos  ¿qiié  ha  su&edío? 


-     12    - 

.Ikp.  Que  á  tito  Julián  le  han  caío  diez  duros  á  la 

lotería. 

Sr.  Cle.     ¿a  uii  cuñao? 

Jes.  En  er  désimo  que  el  otro  día  se  encontró  en 

la  caye. 

Sr.  Cle.  ¿Le  paesfe  á  usté?  Tos  los  granujas  tienen 
suerte. 

Jks.  y  de  ér  salió  darle  á  usté  una  Por|)resa:  com- 

prarle mejó  vino  y  traerle  meuúo,  que  sabe 
que  le  gusta  á  usté. 

.Sr.  Clk.       (coa  súbito  gozo.)  ¿Pero  me  traes  menúo? 

Jes.  Ahí  viene;  si,  señó. 

:^v..  Cle.       Es  un  orsequio  que  yo  estimo:  la  verdá. 

Jes.  Madre  lo  ha  guisao:  ¡está  más  güeno'...   Por 

eso  ha  eio  er  vení  njás  tarde. 

Sr.  Cle.  ¿Ha  sío  por  eso,  eh?  ¡Sí  que  güele  á  gloria! 
Como  que  tu  madre  pué  gui-á  en  er  palasio 
tle  los  reyes  en  Madrí.  La  verdá  es  la  verdá. 
Y  está  dicho.  Hombre,  en  Madrí  le  yaman 
¿i  esto  cayos.  ¡Las  cosas!...  Échame  otro  va- 
sito,  que  le  vi  á  hasé  la  cama. 

Jks  Tome  usté. 

8r.  Clf.         (Luego  que  empina  el  codo.j    ¡Pobresiyo    mi    CU- 

ñaol  Ahí  tienes  nn  hombie,  (]ue  será  to  lo 
que  se  quiera,  pero  que  no  le  farta  corasón, 

y  que  es  agradeSÍO.  (Empieza  á  devorar  el  menu- 
do.) iClar( !  Er  no  pué  orvidá  que  yo  los  cogí 
de  mita  e  la  caye  á  é  y  á  su  hermana,  y 
partí  con  eyos  er  cacho  e  pan  que  gano  pa 
ustedes.  Eso,  un  hombre  e  bien  no  lo  orvía. 
¡Lástima  que  tome  esas  monas  er  iMijolero! 
í^orque,  eso  sí,  está  domiuao  por  er  vino. — 
La  arrastra  e  tu  madre  ha  cargao  la  mano 
en  la  pimienta,  porque  sabe  que  es  mi  debi- 
lidá  ..  Échame  olio  vaso. —  Y  cuidao  que  yo 
se  lo  he  dicho  vtse^:  «Julián,  que  tú  eres 
una  persona  esente;  que  eres  un  cabayero; 
c^ue  eres  un  hombre  de  pundonó...  Bebe, 
])ero  no  escandalises...»  Y  se  lo  digo  porque 
lo  quiero.  ¡Como  quiero  á  Pastora,  su  her- 
maniya!  [Me  vienen  á  mí  conque  si  chulea 
ó  no  chulea!  Señó,  hay  que  ponerse  en  las 
sircubtansias.  La  cbicjuiya  es  una  jaca  e 
pura  sangre:  e¿  bonita,  és  bien  anda,  tiene 


-    13    - 

mucho  fuego,  le  f;ustan  los  hombres  como  á 
toas,  y  quié  conosé  er  mundo,  poique  le 
pica  la  curiosidá...  ¿Y  por  e?o  vamos  á  raor- 
murarln?  ¡Ni  que  estuviéramos  aquí  entre 
frailes  y  monjas!  ¿Ha  fartao  en  argo  á  la  de- 
seníia?  ¿Se  ha  extralimitao  en  taiito  asiu"? 
Nn;  poique  yo  no  se  lo  hubiera  consentío. 
Ni  yo,  ni  tu  madre,  que  tú  sabes  cómo  las 
gasta,  y  la  palisa  que  te  dio  á  tí  cuando  te 
vio  hasé  aqueyo.  Acuérdate.  Y  te  arvierto 
que  á  mí  me  dijustó...  Sí,  porque  yo  he  te- 
nío  veinte  año-...  y  sé  que  á  los  veinte  años 
no  están  las  cosus  couio  á  los  sincuentü. — 
¡Jinojo!  Me  he  tragao  un  cachiyo  e  choris-o 
que  me  ha  dejao  la  nuez  en  carne  viva. 
(Bebe  otra  vez.)  Coii  esto  se  cura.— Pero  lu 
madre  es  intiersible  en  ese  terreno,  Hase 
bien,  ¿eh?  Dios  me  libre  de  criticarla.  Tu 
madre  es  una  mujé  que  tiene  sus  deferios, 
que  tiene  sus  flacos,  como  ca  quisque — por- 
que fartas  basta  las  estatuas  las  tienen; — 
pero  que  puesta  á  educa  sus  hijos,  como  ha 
educao  á  tu  hermano  y  A  ti,  y  a  té  lo  que  te 
yama  una  mujé  de  su  caí^a,  no  hay  en  Sevi- 
ya  cuatro  que  le  puean  dá  Itrsiones,  ¡qué 
jinojo!  La  juí^tisia  es  justisia.  Y  si  no,  aquí 
estás  tú.  A  n.uchjs  señoritas  de  esas  der 
pan  pringao  quisiea  yo  vé  arterná  contigo. 
Tú  sabes  salu<in,  tú  sabes  despedirte,  tu  sa- 
bes dá  una  explicasión,  tú  sabes  ofres^é  tu 
casa,  tú  no  te  cortas  delante  e  nadie...  en 
fin,  tú  vas  adonde  vaya  la  primera.  Asín  es- 
tamos tu  madre  y  yo:  ¡mirándonos  los  dos 
en  er  pimpoyo  que  Dios  nos  ha  dao! — Si  me 
traes  más,  más  me  como...  ¡Miá  que  hase  un 
dia!...  Hasta  caló  tengo. 

Jes.  Como  que  ha  comió  usté  por  media  osena, 

Sr.  Cle.     ¡Je!  Cuando  pasan  rábanos...  Oye,  .Jesusiya, 
¿cómo  es  aqueyo  de...?  (cantaiKio.) 
Rabanera,  rabanera, 
véndame  usté  un  labanito... 

Jes.  (Riéndose.)  Ay,  padre,  cayese  usté  por  Dios, 

que  va  á  cambia  er  viento. 

Sr.  Cle.     ¡Je!  iMalamente  lo  hago.  Unsigarriyo  ahora... 


-    14    — 


¡Güeno  está'...  ¡Que  ruede  er  mundo  hasta 
(jue  se  caníJe! 

Jes.  (Mirando  de  pronto  hacia  la  derecha.)    Padre,    que 

lo  3'aman  á  usté 

Sr.  Cle.     No  me  da  la  gana  de  í. 

Jes.  Miste  que  es  un  señorito,  padre. 

Sr.  Cle.      ¡Pos  por  esol  ¡Que  arquile  una  burra! 

Jes  Tira  usté  er  nesíosio  por  la  ventana. 

Sr.  Cle.  ¡Y  tiro  á  un  Pléicule  de  la  Alamea!  ¡Eso  es! 
Un  día  f  s  un  din...  Mia  quien  va  ayí....  (Ma- 
mando.) ¡Andiés!  ¡Andresiyo!  ¡Ven  acá,  hom- 
bre, ven  acAl 

Jes.  ¡Ven  acá,  Andresiyo!    (Aparece  Andrés  por  la  iz- 

quierda, mirando  receloso  al  señor  Clemente.)    Asér- 

cate,  que  no  basemos  daño. 


ESCENA  ULTIMA 

DICHOS  y  ANDRÉS 

Sr .  Cí.E.     Tómate  un  vaso  e  vino  <á  mi  salú.   (Andrés  se 

queda  estupefacto.)  ¡Tómatelo,  simple!  (Andrés 
bebe  maquinalmentc.)  ¿E-<  gÜeno,  ehV  (Aludiendo  á 

su  hija.)  ¡Y  no  te  ye  vas  na!  ¡Podría  está  la 
criatura!  Eso  es  lo  que  tienes  tú,  que  eres 
corto  e  vif^ta  y  no  has  sabio  íij:\rtp.  Y  lo  peo 
de  lacliiquiya  es  la  cara,  paque  te  enteres: 
porque  en  lo  mora...  en  lo  mora  es  un  estor- 
nudo e  su  madre,  que  debía  está  en  la  His- 
toriíi  España.  ¡Bendito  sea  Morón,  que  la  ha 
criao! 

And.  Pero...  ¿hybla  usté  en  serio,  señó  Clemente? 

Sr.  Cle.  ¿Pos  á  quién  mejo  que  á  ti  le  vi  yo  á  da  mi 
niñaV  ¡A  ti,  que  .sé  que  eres  un  hombre  tra- 
ba jaó  y  honrao,  capaz  de  saca  un  duro  de 
del)ajo  una  piedra  donde  lo  hava!  ¿Qué? 
¿Que  ahora  apenas  tienes  jorná?  ¡Tampoco 
vas  á  ca-arte  esta  noche!  ¡(lué  jinf>jo!  ¡  A  lo 
mejó  se  les  píen  in'püsibles  á  argunoá  hom- 
bres! ¡Y  en  úrtimo  caso,  ahí  está  nii  coche 
y  a(juí  estoy  yo,  |)a  que  no  les  farte  á  ustés 
ni  agua  bendita! 

And.  Ks  usté  mu  güeno,  señó  Clemente. 


—   16  — 

Jes.  ¿^6?  lú"-*  ¿No  te  lo  dije? 

Sr.  Cle.  No  ea  que  yo  soy  güeno:  es  que  tengv,  nie- 
moria,  y  me  acuerdo  der  pobre  e  tu  padre, 
y  pienso  en  lo  que  gosaría  si  estuviera  pre- 
sente; y  me  acuerdo  de  que  yo  anduve  ena- 
moriscaiyo  de  tu  madre — que  aquí  pa  nos- 
otros tres  puso  er  mingo  en  su  tiempo, — y 
uno  no  es  de  piedra...  y  er  bien  que  uno 
haga  en  esta  vía,  ya  se  lo  pagaran  en  la 
otra  ¡Echa  pa  elante  y  subirse  ar  coohe  los 
dos,  que  ahora  mismo  víinio?  á  publica  las 
amoiiestai^iones  por  toa  Seviya! 

Jes.  ¡Ja,  ja,  ja! 

And.  ¿Pero  qué  le  pasa  á  tu  padre  que  está  tan 

contento? 

Jes.  Na:  que  ha  comió. 

Sr.  Cle.  ¡Señó,  lo  que  le  pasaría  á  media  E>pañ{>I 
¿Pos  por  qué  ha}'  dijustos  en  er  mundo  y 
están  yenas  las  casas  e  locos?  ¡Porcjue  nadie 
come!  ¡Qué  jinojo  van  á  contarme  a  mí! 
Con  que  ar  coche,  ar  coche.  Vamos  á  pa- 
jearnos 

Jes.  Pero,  ¿ha  perdió  usté  la  chabela,  padre? 

Sr.  Cle.     Tú  déjate  yevá. 

Jes.  ¡Ea,  pos  vamos! 

And.  ¡Vamos!  (Se  van  por  la  derecha  riéndose.  Jesusa  se 

lleva  el  portaviandas  y  la  botella  con  que  salió.) 
Sr.  Cle.       (Recreándose   en     la  pareja.)    ¡Ole!    ¡ole!    ¡Esa   eS 

güeña  gente!  ¡Viva  mi  casta!  ¡La  verdá  es 
que  me  ha  dao  Dios  una  familia  pa  ponerhi 
en  un  n)arco! 

(ai  público.) 

Bien  comió  y  bien  bebió, 
pa  remate  de  funsión 
sólo  un  aplauso  te  pío. 
Si  me  largas  un  sirbío 
me  cortas  la  digestión. 


FIN 


Mira-Sierra,  Agosto,  l'Mó. 


ADVERTENCIA  IMPORTANTE 


Las  empresas  que  pongan  en  escena  este 
entremés  pagarán  por  derechos  de  propiedad 
la  mitad  de  los  correspondientes  á  una  pieza 
en  un  acto. 


OBRAS  DE  liOS  laiSfíOS  HÜTOfiES 


Esgrima  y  amor,  juguete  cómico.  f2.a  edición.) 

Belén,  12,  principal,  juguete  cómico. 

Gilito,  juguete  cómico-lírico.  (2.a  edición.) 

La  media  naranja,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

Kl  tio  de  lafinuta,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

El  ojito  derecho,  entremés.  (8. a  edición.) 

La  reja,  comedia  en  un  acto.  (3.a  edición.) 

La  buena  sombra,  saineiQ  en  tres  cuadros,  con  música.  (6  a  edi- 
ción.) 

El  perrgrino,  zarzuela  cómica  en  un  acto. 

La  vida  intima,  comedia  en  dos  actos.  (3.a  edición.) 

Los  borrachos,  sainete  en  cuatro  cuadros,  con  música.  (2.a  edi- 
ción.) 

El  chiquillo,  entremés.  (5.a  edición.) 

Las  casas  de  cartón,  juguete  cómico. 

El  traje  de  luces,  sainete  en  tres  cuadros,  con  música. 

El  patio,  comedia  en  dos  actos.  (3.a  edición.) 

El  motete,  entremés  con  música,  (2.a  edición.) 

El  estreno,  zarzuela  cómica  en  tres  cuadros. 

Los  Galeotes,  comedia  en  cuatro  acios.  (:?.a  edición.) 

La  pena,  drama  en  dos  cuadros.  (2.a  edición.) 

La  azotea,  comedia  en  un  acto. 

El  género  ínfimo,  pasillo  con  música. 

El  nido,  comedia  en  dos  actos.  (2.^  edición.) 

Las  flores,  comedia  en  tres  actos. 

Los  piropos,  entremés. 

El  flechazo,  entremés. 

El  amor  en  el  teatro,  capricho  literario  en  cinco  cuadros,  pró- 
logo y  epílogo. 

Abanicos  y  panderetas  ó  ¡A  Sevilla  en  el  botijo!  humorada  sa- 
tírica en  tres  cuadros,  con  música. 


La  dicha  ajena,  comedia  en  tres  actos  y  un  prólogo. 

Pepita  Reyes,  comedia  en  dos  actos. 

Lus  meritorios,  pasillo. 

y  a  zahori,  entremés. 

La  reina  mora,  lainete  en  tras  cuadros,  con  música.  ('¿.'^  edi. 
ción.) 

Zaragatas,  saínete  en  dos  cuadros. 

La  zagala,  comedia  en  cuatro  acto?. 

La  íontraia,  apropósito. 

Rl  nmor  que  jiasa,  comedia  en  dos  actos. 

Ei  mal  de  amores,  saínete  con  música. 

El  nuei-o  servidor,  humorada. 

Mañana  de  sol,  paso  de  comedia. 

Fea  y  con  gracia,  entremés  con  música. 

La  aventura  de  los  galeotes,  adaptación  escénica  de  un  capí- 
tulo del  Quijote. 

La  pitatiza,  entremés. 


SERAFÍN  Y  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  ftülNTERO 


El  amor  en  solfa 


(Segunda  parle  de  EL  AMOR  EN  EL  TEATRO) 


CAPRICHO  LITERARIO 


en    cuatro    cuadros    y    un    prólogo, 


CON  MÚSICA  DE 


RUPERTO  CHAPÍ  y  JOSÉ  SERRANO 


SOCIEDAD  DE  AUTORES  ESPAÑOLES 
Núñez  de  Balboa,  12 

1©05 


EL  AMOR  EN  SOLFA 


Esta  obra  es  propiedad  de  sas  antores,  y  nadie  po- 
drá, sin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla 
en  España  ni  en  los  países  con  los  cuales  se  hayan 
celebrado  ó  se  celebren  en  adelante  tratados  interna- 
cionales de  propiedad  literaria. 

Los  autores  se  reservan  el  derecho  de  traducción. 

Los  comisionados  y  representantes  de  la  Sociedad 
de  Autores  Españoles  son  los  encargados  exclusivamente 
de  conceder  ó  negar  el  permiso  de  representación  y 
del  cobro  de  los  derechos   de  propiedad. 

Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 


EL  AMOR  EN  SOLFA 

(Segunda  parle  de  FL  AMOR  EX  EL  TE\TKü) 

CAPRICHO  LITERARIO 

en    cuatro   cuadros   y   un    prologo, 


SERAFÍN  Y  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


CON  MÚSICA  DK 


RUPERTO  CHAPÍ  y  JOSÉ  SERRANO 


Estrenado  en  el  TEATRO  DE  APOLO  el  8  de  Noviembre 
de  1905 


^- 


MADRID 

a.  VELA8C0,  IMP.,  MABQOáa  DB  SANTA    ANA,  11    BlF 

Teléfono  número  551 
1©05 


REPARTO 


PERSONAJES  ACTORES 

f=»RÓUOGO 

^     EL  AUTOR  Sr.       Mesejo. 

CUADRO     PRIIVIERO 

LA  CAUTIVA. Seta.  Pino. 

'-- ■       ALHAMAR Sr.       Reforzó. 

Esclavas 

CUADRO     SEGUNDO 

Kj^      carmen Seta.  Brú. 

5>v^>».*J^^LA  SEÑORA  ALFONSA Sra.     Vidal. 

a^wJ-^^dEL  SEÑOR  TELESFOí?0 Sr.       Carreras. 

i ■    mTACO...if.,.c'.^..  ..?..  .^. SlRVENT. 

jU'^'./xlKD  ALECIO ., .   . .  RiQUELME. 

$V»-*    EL  SEÑOR  ATILANO Mihura  Alvakejí. 

Vecinos,  vecinas  y  transeúntes 
CUADRO     TERCERO 

t^^*^    MAGDALENA Srta.  Pmo. 

f>r^^     RICARDO Palou. 

<V«^<Í«  GASPAR Sr.       Mesejo. 

^Y^     DON  DIMAS Manzano. 

Marineros  y  mozas  del  pueblo 

CUADRO     CUARTO 

^ w-».,  PONCIANITA Skta.  Brú. 

y«>^*Av;eLASA Espinosa. 

(I^^Jbrj'  C ASILDEO Sr.       Riqüelme. 

/t^vuuA^EL  SEÑOR  ROQUE Careión. 

t*.'  >M*í*MOZO    lo... SORIANO, 

-Uy    ídem  2.'' Picó. 

Mfr*-IDEM  3.0 Rodríguez. 

cuiJi^EM  4.0 Valverde. 

Mozos  y  mozas  del  pueblo 


s^c 


»>^  V^iSIBiG^ ^^ 


EL  AMOR  EN  SOEFA 


PRÓLOGO 

EL  AUTOR 

Inmediatamente  detrás  del  telón  aparece  la  embocadura  de  uu  tea- 
tro, con  lujosa  cortina  abierta  por  la  mitad,  que  se  pliega  á  los 
lados.  En  la  parte  superior  hay  un  gran  letrero  que  dice:  «Teatro 
Úrico  nacional.» 

Sale  por  la  derecha  el  Autor,  de  americana  y  hongo,  se  dirige  al 
público,  y  todo  lo  mejor  que  puede  le  dice  lo  que  sigue:) 

Público  amigo  y  señor: 
perdona  mi  atrevioiiento 
y  oye,  si  quieres,  atento 
dos  palabras  de  un  autor. 


Hace  tres  años  ó  cuatro, 
humilde  te  presenté 
una  obrilla  que  llamé 
El  amor  en  el  teatro; 
donde,  con  mano  tan  buena 
,que  conseguí  tu  favor, 
pinté  cómo  es  el  amor 
a  través  de  nuestra  escena. 
Mas  conozco  que  hice  mal 
y  que  no  anduve  certero 
al  dejarme  en  el  tintero 
todo  el  «amor  musical.» 


—   6  — 

Enmendando,  pues,  mi  error. 

y  con  más  ó  menos  arte, 

hice  esta  segunda  parte 

de  las  escenas  de  amor. 

Y  en  ópera  castellana 

te  ofrezco  en  primer  lugar 

los  amores  de  Alhamar 

y  una  Cautiva  cristiana. 

Dieran  corazón  y  vida 

ella  por  él  y  él  |ior  ella, 

mas  entre  el  moro  y  la  bella 

hay  mucha  sangre  vertida. 

Dejo  en  sus  regios  pensiles 

al  infeliz  mahometano, 

y  te  llevo  de  la  mano 

á  un  rincón  de  los  Madriles, 

en  que  verás  que  te  doy 

un  cuadro  de  amor  chulesco, 

sentimental  y  grotesco, 

según  la  usanza  de  hoy. 

Después,  tu  recuerdo  avivo 

de  la  clá^ica  zarzuela, 

donde  el  amor  se  revela 

siempre  audaz  y  siempre  altivo; 

y  con  tan  nobles  anhelos 

y  tan  sencilla  ternura, 

que  hizo  antaño  la  ventura 

de  nuestros  padres  y  abuelos. 

Finalmente,  en  pocos  trazos, 

y  en  un  pueblo  de  Castilla, 

bosquejo  una  zarzuelilla 

de  aventuras  y  estacazos. 


Sin  ninguna  presunción, 
y  con  el  más  sano  intento, 
los  cuatro  cuadros  presento 
á  tu  consideración. 
Si  consiguen  agradarte, 
habré  mi  gusto  logrado; 
si  no...  me  iré  resignado 
con  la  música  á  otra  parte. 

(Se  retira  por  cualquier  lado  siu  tropezar.) 


CUADRO  PRIMERO 

ÓPERA.— Amor  imposible 

El  letrero  de  la  embocadura  se  trueca  por  arte  de  magia  ó  df  bir- 
libirloque por  el  del  titulo  de  este  cuadro.  La  misma  variación 
se  verificará  eu  los  sucesivos. 

Li»  escena  es  en  Granada  y  en  los  jardines  del    palacio   de  Alhamar, 
príncipe  moro.— Es  de  noche  y  hay  luna 

Esclavas 

(cantando  dentro  ) 

¡  Ay  de  las  pobres  cautivas 
del  poderoso  Alhamar! 
¡Ay  de  las  tristes  que  lloran 
su  perdida  libertad! 
Nuestras  lágrimas  ardientes 
la  luna  sale  á  alumbrar, 
y  á  la  mañana,  piadoso, 
el  sol  las  enjugará. 


Distraed  nuestra  pena 
cantando  en  la  espesura,  ruiseñores. 

Llora,  noche  serena, 
tus  lágrimas  de  amor  sobre  las  flores 

Que  luego  ese  llanto 

será  con  el  sol 

diadema  en  la  rama, 

corona  en  la  flor. 


(sale  la  Cautiva.) 

Cautiva 

El  aire  del  palacio  me  ahoga  y  me  envenena. 
¡Piedad,  señor  del  cielo,  tened  de  mí  piedad! 


Me  afligen  esos  cantos;  me  agobia  esta  cadena; 
la  zambra  me  entristece;  ¡yo  quiero  libertad! 


Esclavas 

(Dentro.) 

Vendrá  la  alegre  aurora  con  sus  risueñas  galas, 
esparcirán  las  flores  su  aroma  en  derredor; 
los  pájaros  cantando  desplegarán  sus  alas; 
murmurarán  las  fuente«;  palpitará  el  amor... 


(ííale  Alhnmar.) 

Alhamar 

Cautiva  cristiana... 

Cautiva 

Moro... 
¿Otra  vez  al  lado  mío? 
¿No  ves  que  peno  y  que  lloro 
de  mirarme  presa  aquí? 

Alhamar 

¿Por  qué,  mi  rico  tesoro? 
¿Por  qué  es  para  tí  sombrío 
este  palacio  de  oro 
que  arde  en  fiestas  para  tí? 

Cautiva 

Porque  su  aire  me  asesina, 
porque  su  esplendor  me  mata, 
porque  es  triste  y  mortecina 
para  mis  ojos  su  luz... 

Alhamar 

Oye,  mi  estrella  argentina, 
oye,  mi  paloma  ingrata, 


oye,  mi  flor  granadina, 

perla  del  suelo  andaluz: 
Cautivo  estoy  en  tí,  pues  por  tí  vivo, 
cautivo  en  tu  hermosura  soberana, 
y  en  tus  brazos  quisiera  estar  cautivo, 
¡ven  á  mis  brazos  tú,  bella  cristiana! 

Me  seduce  tu  realeza, 

me  hechiza  tu  dignidad, 

me  arrastra  tu  gentileza, 

me  vence  tu  majestad. 

Cautiva 

Yo  muero  por  tu  regia  gallardía, 
yo  tiemblo  ante  tu  voz  sonora  y  fuerte, 
yo  en  tus  brazos  de  amor  me  abrasaría, 
pero  nunca  ha  ser:  ¡antes  la  muerte! 

Gala  de  los  africanos, 

entre  tu  amor  y  mi  amor 

la  sangre  de  mis  hermanos 

eleva  ardiente  vapor. 

Alhamar 

Nazarena, 
el  amor  hace  luz  la  sombra  oscura, 
la  nieve  fuego  y  júbilo  la  pena. 

Cautiva 

Príncipe  de  los  príncipes, 

todo  lo  puede  amor, 

menos  borrar  la  sangre 

que  la  maldad  vertió. 

Tu  padre  el  rey  tirano, 

traicionero  y  feroz, 

á  muchos  de  los  míos 

brutal  acuchilló. 

Fuimos  sus  prisioneros, 
mis  damas,  mis  amigos,  mis  hernijano- 

y  en  tu  bella  Granada, 
rendidos  y  entre  burlas  penetramos. 
Como  botín  de  guerra 


—  lo- 
te me  ofrecieron,  príncipe  valiente: 

me  elegirte  entre  todas: 
¿por  qué  primero  no  me  diste  muerteV 

Alhamar 

Porque  tus  ojos,  cristiana, 
me  encendieron  en  bu  luz; 
porque  tú  eres  la  sultana 
de  todo  el  reino  andaluz; 
porque  tú  eres  el  tesoro 
que  soñé  para  mi  bien; 
porque  en  tus  gracias  el  moro 
vio  el  Edén. 

Para  ti  mis  palacios  diamantinos 

que  edificó  el  ensueño; 
para  tí  mis  poéticos  verjeles, 

en  donde  el  ocio  es  dueño. 
Sola  tú  reinaxí^.s  en  mi  morada, 

tú  sola  en  mi  albedrío: 
tendrás  joyas,  y  sedas,  y  perfumes; 

¡tendrás  el  amor  míul 

Cautiva 

Hijo  del  Profeta  moro, 
orgullo  del  pueblo  infiel, 
ese  tu  rico  tesoro, 
este  tu  bello  vergel, 
ese  amor  que  en  ti  se  aviva 
al  par  que  se  aviva  en  mi, 
no  los  quiere  tu  cautiva 
para  sí. 

En  tus  jardines,  donde  el  ocio  es  dueño, 

sangre  mancha  las  flores; 
los  pebeteros  de  tu  regia  alcoba 

lanzan  rojos  vapores. 
Nunca^iniré  tu  vida  con  mi  vida: 

¡jamás  he  de  ser  tuya! 
¡Ábreme  ya  las  puertas  de  esta  cárcel, 

y  déjame  que  huya! 


11 


Alhamar 


Huye,  cristiana,  huye, 

y  mátame  al  huir. 

¡Jamás  te  hubiera  vi&to! 
¡Ya  el  sol  no  sale  nunca  para  ujíI 

En  cuanto  brille  el  día 

á  tu  castillo  irás: 
te  llevarán,  hermosa,  mis  gómeles... 
¡Cautivo  queda  el  priucipe  Alhamai! 

(Aléjase  la  Cautiva.) 

¡Que  no  llegue  el  día! 
¡Que  no  alumbre  el  solí 

Cautiva 

(Dentro  ) 

¡Príncipe:  te  quiero! 
¡Maldito  mi  amorl  <* 

Esclavas 

(neutro) 

Vendrá  la  alegre  aurora  con  sus  risueñas  galas; 
esparcirán  las  flores  su  aroma  en  derredor; 
los  pájaros  cantando  desplegarán  sus  alas; 
murmurarán  las  fuentes;  palpitará  el  amor.. 


12 


CUADRO   SEGUNDO 
saínete  LÍRICO. -Amor  Chulesco 

Calle  en  los  barrios  bajos  de  Madrid.  A  la  derecha  del  octor,  la  casa 
del  señor  Telesforo.  A  la  izquierda,  de  frente  al  público,  la  del  se 
ñor  Atilano.  Fs  á  la  caida  de  la  tarde,  en  el  mes  de  Julio 

ESCENA  PRIMERA 

El  SEÑOR  TELESFORO;  luego  PACO 

(e1  señor  Telesforo   está   sentado  á  la  puerta  de  su  casa,  en  mangas 
de  camisa.  Se  entretiene  en  jugar  con  un  boliche.) 

*Sr.  Tel.  Con  esto  del  descanso  dominical  hay  díapa 
to  lo  que  se  quiera.  Mi  mujer  se  ríe;  pero  yo 
me  distraigo  más  así  que  viendo  entarugar 
las  cayes. 

(Sale  Paco,  chulo  'repudrió»  por  el  querer.) 

Paco  Dios  guarde  á  usté,  señor  TeJesforo. 

ÍSr.  Tel.     No  me  hables  ahora. 

Paco  ¿Qué  está  usté  haciendo? 

8r.  Tei  .  Cay  a,  hombre,  cay  a;  que  hablando  se  me  va 
la  vista. 

Taco  ¿Cómo? 

•Sk.  Tel.  ¡Rediez,  qué  pesao  vienes!  (Dejando  ei  juego.)  Y 
vaya  una  cara  pa  ser  domingo. ¿Te  han  leído 
alguna  hoja  de  almanaque? 

Paco  Me  da  usté  envidia,  hombre;  me  da  usté  en- 

vidia con  ese  genio  tan  festivo.  ¿Ha  ealío  la 
Carmen? 

•Sr.  Tel.  ¡Acabáramos!  Yaestá  aquí  elde«Que  nos  eii- 
lierren  juntos.»  Pero,  ven  acá,  papel  de  hito: 
reíiesiona.  ¿No  conoces  que  mientras  tú  te 
achicharras  y  te  haces  cieico  por  la  Carmen, 
eya  está  en  los  toros  muy  vestía  y  muy  pues- 
ta, y  que  quien  la  ha  osequiao  es  el  Inda- 
lecio? 


-    13   — 

Paco  ¡Maldita  sea  la  fiesta  nacional!  Cayese  usté, 

señor  Telesforo,  que  me  está  usté  cosiendo  ¡l 
púnalas  el  alnoa.  Usté  sabe  lo  que  esa  mujer 
ha  8Í0  pa  mí,  y  yo  pa  eya.  Desde  asi  nos 
queremos;  usté  lo  sabe.  Eya  iba  por  serrín 
pa  el  gato  á  la  carpintería  del  señor  Sinesio, 
donde  yo  estaba  de  aprendiz... 

Sr.  Tel.  Sí;  si  me  lo  cuentas  tos  los  días.  Pero  ya  te 
lo  dije  ayer:  los  pobres  nos  jorobamos  siem- 
pre. La  Carmen  te  quería — y  pa  mí  que  te 
sigue  queriendo,  esto  es  aparte; — pero  id  se- 
ñor Atilano  el  papelista,  que  le  gustan  las 
gordas,  se  le  ocurrió  casarse  con  la  señora 
Alfonsa,  que  es  una  especie  de  globo  cauti- 
vo, y  se  casó;  y  la  señora  Alfonsa  yevó  su 
candidato  pa  la  hijastra.  Y  como  la  Carmen, 
y  la  Alfonsa  y  el  Atilano,  creen  que  el  In- 
dalecio está  podrió  de  dinero^  ahí  tienes 
explicao  el  negocio.  Pero  yo  sé  de  lo  que  el 
Indalecio  está  podrió,  y  otras  cuantas  cos;is 
que  á  su  tiempo  saldrán,  y  ó  poco  puedo  ó 
la  Carmen  es  tuya.  Y  no  hablemos  más, 
que  ahí  vienen  los  interesaos. 

Paco  Es  verdá;  que  aquí  están  mis  verdugos. 


ESCET>jA  II 

DICHOS,  la  SEÑORA  ALFONSA  y  el  SEÑOR  ATILANO 

(Salen  éstos  de  tiros  largos  y  en  dirección  á  su  casa.  La  señora  Alfou- 
sa  abulta  por  cuatro.) 

Sr.  Tel.     ¿De  Jos  toros,  eh? 

Sk.íi  Alf.     Sí,  señor,  de  los  toros.  Porqye  se  puede. 

Sk.  Axil.  De  ver  los  toros  en  tres  delanteritas  de  gra- 
das. 

Sr.  Tel.     ¿La  señora  en  las  tres? 

Sk.í^  Alf.  La  señora  en  una,  mi  señor  esposo  en  otra, 
y  la  Carmen  en  otra. 

Sr.  Tel.     ¿Y  en  dónde  está  la  Carmen? 

Sr.*  Alf.  Ahí  se  ha  quedao  hablando  con  una  amiga. 
¡Rediez  lo  que  pregunta  usté! 

(Entrase  eu  la  casa.  Su  marido  la  sigue.) 


-    14   — 

Sr.  Tet,,     Vecino,  vecino. 

Sr.  Atil.     ¿Qué  hay? 

Sr.  Tel.     ¿Se  sabe  dónde  ha  caído  el  Alcotán? 

Sr.  Atil.  íTrnk'nn<io  saliva.)  Por  duodécima  y  última  vez 
le  tolero  á  usté  una  guasita  sobre  el  volu- 
men de  mi  señora  esposa,  (vase  tras  óna.) 

Sr.  Tei  .  (Riéndoíie.)  ¡Pobre  señor  Atilano!  ¡Le  lia  tenío 
que  cortar  las  patas  á  la  cama  porque  la  ne- 
ñora  no  se  podía  suliir! 

Paco  Pero,  ¿usté  ha  oído,  señor  Telesforo,  usté  ha 

oído? 

8r.  Tel,     Voy  por  el  pianito  pa  distraerte.  (Entrase  en 

su  casa.) 


ESCENA  líl 

PACO    y  CARMEN 

Paco  ¿Por  qué  me  pasa  á  mí  esto?  ¿Por  qué  ha 

dejao  de  quererme  e=a  mujer?  Yo  voy  á  ha 
cer  un  disparate.  ¡Dios  mío!  ¡ayí  viene!  ¡Y 
ca  vez  más  bonita! 

(í^alc  Carmen  en  dirección  á  su  casa   Paco  la  detiene. ) 

Música 

¿Dónde  vas,  paloma? 
¿Dónde  vas,  morena? 
•  ¿Dónde  vas,  mi  vida? 

¿D(inde  vas,  mi  reina? 


Car.  Quítese  de  enmedio, 

yame  uslé  á  otra  puerta, 
que  no  es  usté  nadie 
pa  pedirme  cuentas. 


Paco  ¿Desde  cuándo? 

Cap.  Desde  siempre. 

Paco  ¡Tié  gracia! 


—  15   — 

•Cap.  Yo  me  alegro. 

Paco  ¿Que  te  alegras? 

Cak.  |La  mar! 

Paco  Pos  que  coste  que  tendrás  que  sentirlo, 

y  que  coste  que  me  vas  á  escuchar. 

■Cab.  Si  has  perdido  la  cabeza 

vete  y  nándala  bus-car, 
y  la  caye  deja  franca  y  no  estorbes, 
pa  que  pase  to  el  que  quiera  pasar 


Paco  Si  he  perdido  la  cabeza 

tú  has  perdido  la  memoria. 
¿No  te  acuerdas  de  quién  soy? 
¿No  te  acuerdas? 

€ar.  '  ¿Yo?  ¡Ni  jota! 


Paco  Pronto  has  olvidao, 

picara  mujer, 
to  lo  que  te  quise, 
to  lo  que  juré, 
to  lo  que  gozabas 
con  este  querer. 


■Car.  ¡Ay,  Jesús,  qué  mosca! 

¡Ay,  qué  pesadez! 

¡Ni  yo  sé  na  de  eso 

ni  lo  quieo  saber! 
Paco  Pos  si  no  lo  sabes 

yo  te  lo  diré. 


(Apelando  á  su  retórica  chula.) 

Yo  soy  aquel  chicuelo 
que  apenas  levantaba 
tres  cuartas  en  el  suelo 
con  tu  querer  soñó: 
yo  eoy  aquel  que  un  día 
temblando  te  miraba, 
y  amor  que  en  tí  dormía 


—   16   — 


mirando  despertó: 
yo  soy  el  que  primero 
te  dijo:  «¡Yo  te  quiero!» 

Vida  mía, 
ya  sabes  quién  so^  yo. 


Car  La  no\ia  de  aquel  chico 

que  á  tí  te  enloquecía, 
ya  hay  más  de  nn  año  y  pico 
que  el  moño  se  subió. 
Y  tanta  niñería 
y  tanta  bobería, 

vida  mía, 
no  las  aguanto  yo, 

Paco  Ahora  soy  yo  el  que  te  dice 

que  te  vayas  y  me  dejes. 

Car.  Ahora  soy  yo  la  que  sigue 

su  camino  como  siempre. 


I'aco  (¡y  lo  malo  es  que  no  tengo  yo  coraje 

pa  partirle  el  corazón!) 
Car.  (¡y  lo  malo  es  que  le  quiero,  que  le  quiero, 

que  le  quiero  y  se  acabó!)  (cesa  la  música.) 

(Entrase  él  en  casa  del  señor  Telesforo,  más  'repudrió» 
que  cuando  salió,  y  ella  en  su  casa  sofocadlsima,  no 
sin  hacerse  antes  el  clásico  mohín  de  desprecio.) 


ESCENA  IV 

La  SEÑORA  ALFONSA  y   el   SEÑOR    ATILANO;    luego    el    SF.ÑOR 
TELESFORO  é  INDALECIO;  después  CARMEN 

(Los  dos  primeros  salen  á  su  puerta  con  sillas  y  se  sientan.) 

Sr.»  Alf.  y  vé  tú  á  comparar  á  un  carpinteriyo  como 
ese,  con  un  hombre  tan  bien  plantao  como 
el  Indalecio,  que  además  es  de  buena  fami- 
lia y  tiene  posibles. 

Sr.  Atil.     Pero  ¿qué  vas  á  contarme,  mujer?  La  Car- 


—  17  — 

men   se  casa  con   el  Indalecio,  y  al  que  le 
pique  que  se  rasque. 

Sr.  TeL.       (saliendo    con    un    pianiío    de  cristal   y    sentáudosc.) 

Ese  pampli  yorando  á  moco  y  baba.  Voy  á 
tener  que  terciar  en  el  asunto.  (Empieza  á  to- 
car el  pianito.) 
Sr.-i  Alf.     ¡A^iós!  Se  ha  trasladan  aquilaFilarmóuici. 

Sr.  TeL.       (Tocando  y  cantando.) 

Pompón  usa  la... 


No. 

No. 


Pompón  usa  la... 


Pompón  usa  la... 
Na,  que  no  pueo  sacar  el  Pompón,  vecina. 
Miste  que  es  desgracia. 

(Sale  Indalecio,  chulo  repugnante,  de  los  de  verruga  y 
hongo  café  malo.) 
InD.  (saludando  á  sus  futuros  suegros.)   PerO   que  lUliy 

buenas. 
Sr.  Axil.     Felices,  Indalecio.  Siéntese  usté.  (Le  ofrece 

su  silla.) 

Sr.  Tel.  (Ya  está  aquí  Mejía.  Yo  busco  camorra  esta 
tarde.) 

Sr.íi  Alf.     (Llamando.)  ¡\iña!  ¡Sal,  que  tienes  visita! 

Ind.  Déjela  usté  estar;  que  la  pre...  la  pri...  la  pri- 

cipitación — esta  palabra  se  me  ha  airavesao 
— no  la  conviene  á  ninguna  joven. 

Sr.  Axil.  ¿Y  á  qué  debemos  la  satisfación  de  que  usté 
haya  venido  á  vernos  á  estas  horas? 

Ind.  Pues...  véase  la  clase.  Como  en  los  toros  no 

hemos  podido  hablar,  por  hayarse  ustedes 
en  el  9  y  yo  en  el  1,  se  me  ha  ocurrido  pasar 
por  aquí,  á  ver  si  son  gustosos  de  dar  esta 
noche  una  vueltecita  en  la  verbena  con  un 
servidor,  lo  cual  que  tengo  apalabrado  para 
la  Carmen,  por  un  si  es  caso,  un  soberbio 
mantón  de  la  China. 

(ex  señor  Telesforo  toca  oportunamente,  á  manera  de 
comeutario  burlón,  aquello  de  La  verhena  de  la  Paloma 
que  se  refiere  á  los  famosos  mantones.  Los  otros  tres 
lo  miran  mosqueados.) 

Sr.  Tel.     También  ts  droga  que  no  sé   más  que  el 

principio  de  toas  las  piezas. 
Car.  (saliendo,  también  con  su  silla )  Hola,  Indalecio. 

2 


—    18  — 

Ind.  Venga  con  Dios  la  alhahaca  virgen  ó  el  15."i 

de  las  fototipias.  Serie  B. 
Sr  .   IV,]  .     (A  peseta  la  línea,  ya  le  costaría  un  pico  ese 

piropo.) 
Car.  (¿Kn  dónde  estará  Paco?)  ¿Qué  dice  usté  de 

paiticuIarV 
Ind  .  Me  acababa  de  expresar  en  estos  ó  parecidos 

térojínos:  véase  la  clase.  Como  en   los  toros 

no  hemos  podido  hablar,  por  hayarse  uste- 

dps  en  el  9  y  yo  en  el  1... 
Sr.  Tel.     (¡Qué  pesao  es  este  tío!) 
Car.  Ya,  ya  le  vi  á  usté   muy  ancho,  ayí  á  oriya 

del  palco  del  rey... 
Ind.  Fué  casual.   Cnidao.   Ustedes  conocen  mis 

ideas:  soy  republicano  por  la  ría  láctea.  Mi 

señor  padre  usaba  en  casa  gorro  frigio  y  mi 

señora  madre  también.  (ei  señor  -iciesforo  toca 

la  Marsellesa.  Las  miradas  se  acentúan.)  ¿líS  chunga 

lo  del  pianito? 

Sr.  Atil.     Parece  que  sí;  pero  no  le  haga  usté  caso. 

Ind.  ¿No,  verdá?  Me  carga-i   los  jocosos  más  que 

las  paradas  del  tranvía.  Al  tercer  cilindro 
que  deí^arroye,  le  ventilo  la  nuez. 

SR.a  Atf.  ¡Qué  bien  habla  este  hombre!  ¡Da  gusto 
oirle! 

Car.  Siga  usté  con  lo  que  iba  contando. 

Ind.  Véase  la  clase.  Digo  que  soy  republicano  de 

los  rojos  desde  que  nací,  lo  cual  que  no  eptA 
reñido  con  la  cortesanía,  que  decimos.  Es  á 
saber:  que  aun  siendo  yo  republicano,  puedo 
ver  los  toros  á  oriya  del  palco  del  rey,  y  has- 
ta saludar  al  joven  monarca  cuando  se  retire. 

(ei  seüor  Telesíoro  toca  la  Marcha  Real.  Indalecio  sal- 
ta. Carmen  se  ríe.)  ¡Vaya!  (Se  pone  de  iiie  decidido  a 
todo.) 

Sr.»  Alf.     ¿Adonde  va  usté? 

Ind.  Voy  á  celebrar  utisl  interviú  paciñca.  con  el 

ciudadano  del  pianito,  (se  dirige  con  caima  :il 
señor  Telesforo  ) 

Sr.»  Alf.     ¿Ves  tú?  Vamos  á  tener  un  disgusto. 
Car.  No  yegará  la  sangre  al  río,  no. 

Sr.  Atil.     Estoy  con  aquí. 

Ind.  (Encarándose  conel  señor  Telesforo.)  Venerable  an- 

ciano, (ei  señor  Telesforo  lo  mira  con  sorna,  tocando 


—  19  — 

mientras  el  famoso  «No  me  mates,  uo  me  mates,  di* 
La  canción  de  la  Lela.  Indalecio  sonríe  con  desdén  y  re 

pite  las  mismas  palabras.)  Venerable  anciano. 

Sr.  Tel.     ¿Qué  hay,  poyito? 

ÍND.  ¿Se  podría  usté  tocar  las  narices? 

Sr.  Tel.     Según  con  quó...  Ses;ún  con  qué  objeto. 

ÍND.  Con  el  objeto  de  que  aprecie  usté  bien  la  di- 

ferencia de  espesor  que  tienen  ahora  y  van 
á  tener  de  aquí  á  muy  poco  tiempo. 

Sr.  Tel.  (Levantándose.)  Hombre,  hablando  de  otra 
cosa:  ¿me  quiere  usté  prestar  esa  verruga  pa 
])intarrae  el  pecho  de  yodo,  que  hasta  en 
verano  padezco  catarro.^? 

(Indalecio  lo  mira,  escupe,  da  un  paseo  blandiendo  el 
bastón  y  calmando  con  un  ademán  la  emoción  de  los 
otros,  y  luego  vuelve  al  señor  Telesforo  y  sale  por  don- 
de no  lo  espera  nadie.) 

Ind.  Me  alegro  de  que  sea  diario  el  A  B  C. 

Sr.  Tel.     ¿Pa  suscribirse? 

Ind.  No,  señor:  pa  que  mañana  vea  el  barrio  en- 

tero un  fotograbao  del  juez  de  este  distrito 
levantando  un  cadáver. 

Sr.  Tel.     ¿Me  va  usté  á  matar? 

Ind  .  Tal  vez. 

Sr.  Tel.  ¡Caramba!  ¿Y  me  permite  usté  que  vea  an- 
tes este  13.000,  por  si  está  premiao  saber  á 
quién  le  dejo  eso? 

Ind.  Haga  usté  cuantas  disposiciones  testamen- 

tarias estén  á  su  alcance.  Yo  no  tengo 
priwsa. 

Sr  .  Tel  .  Gracias:  no  esperaba  yo  menos.  Ahora  mi?- 
mo  voy  á  escribir  un  comunicao,  pa  que 
pase  conmigo  á  la  posteridá,  diciendo  entre 
otras  cosas,  lo  siguiente.  Primero:  que  es 
usté  un  sinvergüenza... 

Ind  .  (conteniendo  su  cólera,  y  com.o  si  esperase  para  lueg  > 

comérselo  crudo.)  ¡Ay!... 

Sr.  Tel.     Que  está  engañando  á  esa  pobre  familia... 

SR.a  Alf.      (Levantándose.)  ¿Eh? 

Sr.  Atil      (lo  mismo.) ¿('ómo? 
Car.  (Lo  mismo.)  ¿Qué? 

Ind.  ¿Usté  sabe  lo  que  profiere,  pobre  hombre? 

Sr.  Tel.  ¡La  verdal  ¡La  pura  verdá!  Y'o  sé  que  tiene 
usté  tres  hijos  de  otra   mujer;  que  la  ha 


—   20  — 

abandonao;  que  ee  muere  de  liambre  sin 
que  usté  la  dé  una  limosna;  que  cuando  no 
estó  usté  preso  le  andan  buscando... 

Ind.  ¡Ay! 

Cak.  Pero,  ¿qué  dice  usté,  señor  Telesforo? 

Swa  Alf.     ¿Pero  eso  es  así? 

Sr.  Tel.  ¡Ni  más  ni  menos!  |Y  Jo  pruebo  si  es  me- 
nester! 

Sw.  Atil.     ¿U.'^té  qué  contesta,  Indalecio? 

Ind.  ¿Yo?  [Que  miente  ese  hombre  con  toa  la 

boca! 

8h  .  Tel.  ¡li,l  que  miente  y  engaña  es  usté,  chulo 
aburrió! 

Ind.  ¿^O?  (^'^  ó,  abalanzársele  á  tiempo  que  sale  Paco  y  se 

interpone  entre  ellos.) 


ESCENA  V 

DICHOS  y  PACO;  luego  VECINOS,  VECINAS  y  TRANSEÚNTES 

Paco  ¡Alto  ahí!  Como  le  toque  usté  á  este  pobre 

viejo,  ya  pué  usté  encomendarse  á  Dios. 

Ind.  Párvulo:  ¿y  usté  no  estaría  mejrr  dando  el 

<;atón  y  la  dotrina? 

Paco  No,  señor;  que  hago  aquí  más  falta. 

Ind.  ;,Pa  qué? 

Paco  Lo  primero  pa  defender  á  este  hombre. 

Sk.  Tel.  Gracias,  Paco,  pero  no  era  preciso:  tengo 
mosquitero. 

PrtCo  Y  lo  segundo,  pa  decirle  á  usté,  ya  que  nos 

vetros  cara  á  cara,  que  esa  mujer  no  será 
mía,  pero  de  usté,  menos. 

Ind.  Hasta  ahora  no  me  ha  tocao  usté  en  el  hue- 

so dulce.  El  cariño  de  esa  joven  no  se  dif- 
puta  con  la  lengua,  sino  de  otro  modo. 

Paco  ¡Pues  á  eyo! 

Ind.  ;A  eyo!  (Sacau  sendas  navajas  y  se  embisten  como  si 

fueran  á  hacerse  picadillo,  dando  lugar  á  los  gritos  y  a 
la  alarma  de  los  circunstantes,  que  los  sujetan,  y  de  los 
vecinos  y  transeúntes  que  andaban  por  allí  cerca  espe- 
rando su  hora.  Luchan  unos  momentos  porque  los  suel- 
ten, y  al  cabo  se  impone  á  todos  el  señor  Telesforo.) 


—  21  — 

Sr.  Tel.  ¡Ea¡  ¡quietos  ya!  ¡Basta  de  pendencia!  Aqni 
no  ha  pasao  na. 

Car.  (Que  está  junto  á  Paco,  sujetan-Solo  aún.)   PaCO,  Hí» 

te  pierdas  tú  por  quien  no  lo  merece.  Per- 
dóname. Han  sío  malos  consejos. 

Paco  l'ero  ¿tú  me  quieres? 

Car.  Te  quiero,  sí;  te  quiero  y  te  querré  toa  mi 

vida.  Lo  digo  aquí  delante  de  to  el  mundo 

Paco  ¡Bendita  sea  tu  bocal 

Sr.  Tel  (  Acercánrlose    á   Indalecio    con   sorna.)   Mi  CODSejO 

leal  es  que  tome  usté  un  kilométrico  esta 
misma  tarde. 

Ind.  Ya  lo  cogeré  yo  á  usté   en  un  solar  desal- 

quilao. 

Sr.  Tel.  Será  difícil,  porque  á  no  ser  en  caso  de  apu- 
ro, no  voy  por  esos  sitios. 

Ind.  Vaya,  buenas  tardes.   No  se  ha  hecho  Im 

miel...  etc. 

S^  .  Tel.  ¡Adiós,  colmena!  (Se  va  Indalecio  entre  las  pullas 
y  las  risas  de  la  multitud.) 


ESCENA  ULTIMA 

DICHOS,    menos     INDALECIO 

Sr.»  Alf.     ¿y  tú  qué  dices  á  to  esto,  Atilano? 

Sr.  Axil.  L-'uts  que  si  los  chicos  se  quieren. ..  Dómiíius 
vobiscum. 

Sr.  Tel.  Conque,  ca  uno  á  su  avío  y  á  su  quehacei . 
Usté,  señor  Atilano,  á  espu-xar  el  puchero; 
usté,  señora  Alfonsa,  á  apisonar  las  cayes.., 

Sx.a  Alf.     ¡Oiga  usté! 

Sr.  Tel.       Y  vosotros,  muchachos,  á  quereros, 

que  esto  se  terminó  como  Dios  manda: 
que  más  vale  cariño  con  pobreza 
que  mal  querer  con  joyas  y  con  galas. 
Que  pa  pasarlo  bien  en  este  mundo 
basta  una  guardiyita  limpia  y  clara 
con  una  ventanita  frente  al  cielo 
y  en  el  pretil  un  tiesto  de  albahacn 

(ai  público.) 

Y  aquí  termina  el  cuadro  del  sainete, 
y  aquí  pido  perdón  para  sus  faltas. 


—  22  — 


CUADRO  TERCERO 
ZARZUELA  CLÁSICA. -Amor  audaz 

Playa.  La  acción  se  supone  á  fines  del  siglo  XVIII.   Es  de  día 

ESCENA  PRIMERA 

MAGDALENA  y  GASPAR 

(Magdalena  es  una  marquesita  joven  y  huérfana.   Gaspar  es    un    ma- 
rinero viejo,  de  pipa  y  sotabarba.) 

Mag.  Buen  Gai«par...  ¡Estoy  sin  vida! 

(tas.  Aquí  me  tenei¿'. 

vIag.  ¿Le  viste? 

Gas.  Sí,  por  cierto. 

Mag.  ¿y  no  desiste 

de  su  insensata  partida? 
Gas.  ¡Desistir!  ¡Bueno  es  el  mozo! 

l'ara  él  todo  riesgo  es  llano: 

habla  como  un  veterano 

y  apenas  le  apunta  el  bozo. 

Resuelto  está  ¡vive  Dios! 

Nada  le  arredra  en  su  intento: 

no  teme  más  que  al  momento 

de  despedirse  de  vos. 

Y  es  tan  grande  mi  cariño 

por  ese  mancebo  loco, 

que,  ya  veis,  me  falta  poco 

para  llorar  como  un  niño. 
Mag.  Gaspar,  mi  siervo  más  fiel, 

mi  amigo,  mi  consejero: 

dile  que  venga;  que  quieio 

hablar  á  solas  con  él; 

repetirle  una  vez  más 

lo  que  el  alma  sufre  y  lloia 

al  verle  partir  ahora 

para  no  volver  quizás. 


—  23  — 

¡Triste  amor!  ¡Loca  fortuna, 

víctima  tuya  me  has  hechol 

¿Por  qué  al  que  eligió  mi  pecho 

has  mecido  en  pobre  cuna? 
Gas.  iS'o  os  abandonéis  asi 

al  llanto  y  á  los  suspiros. 

Voy  al  instante  á  serviros. 
Mag.  Aquí  aguardo. 

Gas.  Vendrá  aquí. 

(Vase  por  la  izquierda,  enjugándose  una  lágrima  que 
le  rueda  por  el  atezado  rostro.  Magdalena  se  dispone 
a  repetir  cantando  lo  mismo  que  le  ha  dicho  á  Gaspar, 
poco  más  ó  menos  ) 

ESCENA  II 

MAGDALENA,  después  RICARDO.    CORO    DE    MARINEROS  dentro 

Música 

Mag.  ¿Por  qué,  niño  Cupido, 

por  qué  me  hieresy 
Dime  por  qué. 
¿Por  qué,  niño  querido, 
mi  llanto  quieres? 
Yo  no  lo  sé. 

¿Por  qué  salió  el  que  adoro 
de  una  cabana? 
¿Por  qué  ealió? 
Para  causar  el  lloro 
que  así  me  daña, 
¿qué  te  hice  yo? 

(oyese  dentro  hacia  la  izquierda  del  actor,  alegre  ru- 
mor de  marineros  que  beben  y  cantan,  j 

(Jdro  J>as  olas  nos  arrullan  del  ancho  mai: 

bendice,  marinero,  tu  profesión... 
Cantemos  y  bebamos  sin  descansar, 
cjue  el  vino  es  alegría  y  es  ilusión... 


Mag.  Entre  las  voces  de  todos 

su  voz  oí; 
y  entre  mil  la  conociera 
si  hubiera  mil. 


—  24   — 

(Sale  Ricardo  por  la  izquierda.    Es  el  niarlnerilo    que 
trne  á  Magdalena  como  loca.) 

Ríe.  ¡Dulce  ilusión  del  alma  mía! 

Mag.  ¡Sueño  constante  de  mi  amoil 

Kic.  ¡Sol  e.«plendente  de  mi  día, 

abrapadorl 
Mag.  Juntos  lloremos  nuestros  males. 

Ríe.  No  hay,  vida  mía,  que  llorar. 

Copien  serenos  tus  cristales 

el  ancho  mar... 


Aunque  pobre  de  cuna, 

niña  del  alma, 
soy  rico  de  ilusiones 

y  de  esperanzas. 
Yo  volaré  l)UScando 

dichas  y  glorias, 
que  remedien  lo  humilde 

de  mi  persona. 


Voy  á  cruzar  los  mares... 
Los  vientos  protectores 
querrán  que  á  estos  hogaree 
me  vuelv'an  tus  amores. 
Mag.  No  aumentes  mis  pesares, 

no  avives  mis  dolores. 
Llorando  tus  azares 
.^e  quedan  mis  amores. 


ESCENA  III 

DICHOS,  DON  DIMAS.  luego  MARINEROS,  MOZAS  DEL  PUEBLO  y 
GASPAR 

(Sale   Don   Dimas  por  la  derecha,  apoyado  en   una  muletilla,  y  al 

ver  juntos  á  .Magdalena  y  á   Ricardo   quédase   con   la    boca  abierta. 

Continúa  la  música.) 


D.  DiM.  ¿Qué  es  lo  que  ven  mis  ojos? 

£^j(,   ■        I  (¡Tutor  maldito!) 


—  25  — 

D.  DiM.  ¿Quién  es  este  arrapiezo? 

^^^^-        j  (¡Nos  ha  cogido!) 

D.  DiM.  r  Abrazados  estaban; 

yo  los  he  visto, 
y  he  de  darle  al  mancebo 

duro  castigo.)  (Fuera  de  sí.) 

¡A  ver!  ¡que  vengan  todos! 
¡que  vengan  ahora  mismo! 
¡(jue  vengan  y  me  digan 
quién  es  el  atrevido! 

(saleu  por  la  derecha  y  por  la  izquierda,  marineros  y 
mozas  cantando  á  coro.) 

Coro  ¿Qué  es  eso  que  le  pasü, 

señor  Don  Dimas? 
¿Qué  es  lo  que  le  sucede 
que  tanto  grita? 

(Sale  Gaspar.) 

D.  DiM .  iíabiando  estoy  de  cólera; 

soy  casi  un  energúmeno; 

jamás  he  visto  atónito 

lo  que  hace  poco  vi. 

Este  mancebo  intiépido 

y  mi  sobrina,  candida, 

estaban  abrazándose 

cuando  he  venido  aquí. 

Con  artes  maquiavélica», 

sin  duda  amor  mintiéndole, 

á  la  inocente  tórtola 

logróla  cautivar. 

Contad  quién  es  el  sátrapa; 

contad  quién  es  el  mísero; 

si  lo  sabéis  contádmelo 

y  de  él  me  he  de  vengar. 
Ellas  (¡Jesús!  ¡.Jesús!  ¡qué  escándalo!) 

íCllos  (¡Yo  encuentro  el  caso  lógico!) 

Ríe.  (¡Tu  tío  es  un  estúpido!) 

M/.G.  (¡Lo  puedo  atesüguar!) 

D.  DiM.  Contad  quién  es  el  sátrapa; 

contad  quién  es  el  misero; 

si  lo  sabéis  contádmelo 

y  de  él  me  he  de  vengar. 
CoKO  Rabiando  está  de  cólera; 

es  casi  un  energúmeno; 


—  26   — 

jamás  ha  visto  atónito 
lo  que  buce  poco  vio. 
Este  mancebo  intrépido 
y  sn  sobrini',  candida, 
estaban  abraz!\ndose 
cuando  él  aquí  llegó. 


Mag  .  ¡Todo  por  ti! 

¡Qué  triste  amor! 
Ilic.  ¡Confia  en  mí, 

candida  flor! 

((esa  la  música.) 

D.  DiM.  ¿Qué  es  e.'-oV  ¿No  hay  quien  hable''  ¿lis  que 
estoy  vendido  entre  mis  propios  servidores^ 
¿Se  os  antoja  bonita  la  hazaña  de  e^e  mozo? 
¡Un  marinerillo  de  tres  al  cuarto  alirazado  á 
la  hija  de  cien  nobles!...  Es  decir,  de  un  no- 
ble nada  más,  pero  cuya  corona  han  lleva'lo 
cien  noble-<  sobre  su  cabeza... 

Ric.  Señor,  yo  mismo  os  contaré... 

D.  DiiM.  ¡liepórtese  el  audaz!  ¿Ignora  que  se  dirige  al 
hijo  de  cien  duques?  Es  decir,  de  un  duque 
nada  más,  pero  cuya  corona... 

Ctas.  Sí;  han  llevado  cien  duques  sobre  su  cabeza. 

ü.  DiM.       Tú  me  has  comprendido,  buen  Ga.'par. 

Gas.  l'ues  oídme,  que  por  mi  boca  vais  á  saber 

de  este  ujozo  bueno  que  así  despierta  vues 
tra  cólera,  algo  que  ni  siquiera  sospecháis. 

\J.  DiM.       Habla,  pues,  que  espero  ansioso, 
y  si  no  empiezas  reviento. 

Gas.  Tened,  señor,  más  reposo, 

y  escuchad  bien,  que  es  sabroso 
el  relato.  Va  de  cuento. 

(Tose,  da  una  chupada  á  Ja  pipa,  los  mira  a  todos  de- 
mandando atención  y  dice:) 

Entre  el  clamor  general 
de  una  ciudad  aterrada, 
con  aparato  infernal 
desplomábase  incendiada 
una  mansión  señorial. 
Por  si  el  voraz  elemento 
no  se  bastara  á  sí  mismo 
para  hundir  en  un  momento 


—  27  ~ 

el  palacio  en  el  abismo, 

tenia  un  cómplice:  el  viento. 

La  llama  viva,  prendía; 

el  aire  fuerte,  atizaba; 

y  asi  el  incendio  crecía, 

y  así  á  todos  parecía 

que  la  ciudad  se  abrasaba. 

De  improviso,  un  ¡ay!  de  horror 

que  lanza  una  madre  loca 

llena  al  pueblo  de  pavor, 

y  corre  de  boca  en  boca 

un  espantoso  rumor. 

Y  las  bóvedas  se  hundían, 

y  las  paredes  temblaban, 

y  las  maderas  crujían, 

y  los  herrajes  saltaban, 

y  los  escombros  crecían, 

cuando  se  vio  la  figura 

de  un  mancebillo  trepar, 

presa  de  extraña  locura, 

hasta  llegarse  a  ocultar 

entre  el  humo  de  la  altura. 

Pasó  como  una  centella; 

y  la  muchedumbre  aquella 

dijo,  cuando  del  doncel 

no  quedó  rastro  ni  huella: 

«¡La  virgen  vaya  con  él!» 

;0h!  ¡qué  angustiosos  momentos! 

¡qué  mezclar  los  corazones 

amenazas  y  lamentos, 

•iollozos  y  maldiciones, 

plegarias  y  juramentos!... 

De  pronto,  en  la  balaustrada 

de  un  balcón  hecho  pedazos, 

apareció  Humiliada 

la  figura  antes  borrada 

con  una  niña  en  los  brazos. 

Un  grito  conmovedor 

de  alegría  y  de  sorpresa, 

saluda  al  grupo  de  amor... 

La  niña  era  la  marquesa 

y  Ricardo  el  salvador. 

Yo  no  vi  más;  que  de  hinojos 

en  tierra  vine  á  caer 


—  28  — 

entre  humeantes  despojos, 
y  no  me  dejaron  ver 
las  lágrimas  de  mis  ojos... 
J.a  historia,  t^eñor,  es  esa. 
Dei?pués  de  escucharla,  espf  ro 
que  me  digáis  si  aún  os  pepa 
que  abrazara  á  la  marquesa 
el  humilde  marinero. 

l\  DiM.  (Despreciando   las    quintillas.)    ¡Bah!    ¡bah!    ¿Y    68 

eso  todo?  Pues  nada  nuevo  me  cuentas, 
buen  Gaspar:  sabia  lo  del  intendio:  fué  pn 
vida  de  mi  pobre  hermana.  Sólo  ignoraba 
quién  fuera  el  héroe.  La  hazañn,  después  de 
todo,  es  harto  baladl. 

Ríe .  (Adelantándose   hacia  don  Dimas.)    Señor:    lo    que 

hice  no  tiene  mérito  alguno,  decís  bien; 
pero  desde  aquel  día  amo  á  Magdalena  cun 
toda  mi  alma,  y  ella  me  corresponde. 

D.  DiM.        ¡Insensato! 

Kic.  Soy  pobre;   no  conocí  á  mis  ]  adres  ..  Crecí 

en  la  soledad  y  me  hice  fuerte.  A  nada  temo. 
Preparada  tengo  esa  barquilla  que  ha  de 
llevarme  ahora  mismo  hasta  aquel  ht  rmo.-o 
bajel  que  allí  veis,  presto  á  zarpar,  pues  sólo 
espera  mi  llegada.  En  él  partiré  ctuí  rumbo 
á  lejanas  tierras.  Quiero  buscar  fortuna.  De 
mi  vuelta  tendréis  noticias:  yo  os  lo  asegu- 
ro. Dios  os  guarde.  (Lb  vuelve  la  espalda  y  se 
dirige  á  la  barquilla  que  tiene  dispuesta  en  el  foro.  El 
coro  le  abre  paso.  Magdalena  lo  detiene  un  punto.  Do:i 
Dimas  lo  observa  con  curiosidad  y  luego   habla  solo.) 

Música 

Mag.   .  ¡Ricardo  mío! 

Ric  Dentro  de  un  año 

serás  mi  esposa; 

seré  tu  esclavo. 
Mag  .  ¡Luz  de  mis  ojos! 

Kic.  ¡Dueño  adorado! 

¡Adiós! 
Mag.  ¡Adiós! 

(Salta  Ricardo  resuelto  y  ágil  á  la  barquilla,  y  desde 
ella  se  despide  de  todos  cantando.) 


—   29  -- 

Ilic.  Playa  que  el  alma  adora 

de  tí  me  alejo: 
una  niña  me  llora 
y  un  pobre  viejo. 
Halle  flores  ó  abrojos 
por  donde  vaya, 
siempre  tendré  mis  ojos 
en  esta  playa. 


(La  barquilla  parte  con  lentitud.) 

Coro  ¡Vé  con  Dios,  marinero  valiente; 

líi  fortuna  te  habrá  de  ayudar!... 
¡Que  tu  nave  conduzca  y  aliente 
la  Virgen  de\  mar!... 

(Despídeulo  todo»,  á  excepción  de  don  Diruas,  natural- 
mente, agitando  gorras  y  pañuelos.  El  tutor  y  tío  de 
Magdalena  parece  preocupado.  ¿Luchará  tal  vez  con  la 
torcedora  idea  de  que  el  marinerito  audaz  va  á  resulUir 
al  flu  de  cuentas  hijo  suyo?  Cosas  más  extrañas  se  hao 
visto.) 


—  80  — 


CUADRO   CUARTO 

Zarzuela  cómica.— Amor  milagroso 

<'orralóii  en  casa  del  señor  Koque,  vecino  adinerado  de  Zagalejo  de 
Arriba,  pueblo  que  bien  pudiera  ser  de  Salamanca.  Al  foio  una 
tapia  con  gran  puerta  en  el  centro.  A  la  izquierda  del  actor  otra 
puerta  que  da  acceso  á  la  casa.  Hacia  la  derecha  un  barril  vacio, 
como  de  diez  ó  doce  arrobas,  puesto  en  pie  y  cubi  ^rto  con  un 
par  de  tablas.  Kn  el  foro,  junto  á  la  tapia,  en  el  rincón  de  la 
iz(juierda,  nn  gran  montón  de  lana.  Es  de  día. 


ESCENA  PRIMERA 

CASILDEO 

(Aparece  la  escena  sola.  A  poco  se  entreabre  la  puerta  del  foro,  y 
asoma  primero  la  cabeza  de  Casildeo  y  luego  todo  él.  Trae  un  som- 
brero de  los  que  nadie  usa,  y  un  traje  en  armonía  con  el  sombrero. 
Mira  receloso  á  todas  partes,  ve  que  no  hay  por  allí  bicho  viviente, 
y  se  adelanta  hasta  las  candilejas  como  si  se  fuese  á  arrojar  á  las 
butacas.) 

Casildeo  Baldosín  y  Baldosín,  servidor  d- 
ustedes.  Ya  es  desgracia  llamarse  Casildeo 
y  ser  hijo  de  dos  Baldosines;  pero  no  es  esa 
ia  mayor  (¡ue  me  toca.  La  mayor  es  que  so}'' 
confitero  en  Zagalejo  de  Abajo,  y  mi  novia 
es  de  aquí,  de  Zagalejo  de  Arriba.  Claro  es 
que  yo  he  podido  enamorarme  de  una 
de  Zagalejo  de  Abajo;  pero  es  el  caso 
que  me  gustan  más  las  de  Zagalejo  de  Arri- 
ba. Zagalejo  de  Arriba  y  de  Abajo  se  odian 
á  muerte  ]ior  causa  de  dos  Cristos.  Dicen 
los  de  Arriba  que  el  Cristo  de  Arriba  es  más 
milagroso  que  el  de  Abajo;  y  dicen  los  de 
Abajo  que  el  Cristo  de  Abajo  es  más  mila- 
groso que  el  de  Arriba;  y  en  cuanto  se  en- 
cuentran uno  de  Abajo  y  uno  de  Arriba,  se 


—  31    - 

dan  una  paliza  que  yo  no  me  quisiera  ver 
arriba  ni  abajo.  Ni  en  medio,  por  supuesto. 
Con  estos  precedentes,  calculen  ustedes  mi 
temeridad  al  venir  desde  Zagalejo  de  Abnjo 
á  hablar  con  Poncianita,  la  hija  del  señor 
Roque,  dueño  de  esta  casa,  que  es  hombre 
de  melena  en  necho,  porque  decir  de  pelo 
es  decir  poco.  Pero  hay  que  convenir  en  que 
si  el  amor  no  tuviera  ese  picantillo  de  unos 
palos  en  perspectiva,  sería  dulce  de  tomn- 
te...  antes  de  pooerle  el  tomate.  Voy  á  ver 
si  sale  mi  tesoro.  Casildeo  Baldosín  y  Bal- 
dosín, servidor  de  ustedes,  (Acércase  á  la  casa, 
y  arrostrando   todos   los  peligros,    se   pone  á   cantar.) 

Música 

Sal,  dulce  batata, 
que  tu  amor  me  mata; 
sal,  cara  de  plata, 
y  oye  la  cantata 
y  el  cariño  acata 
de  este  polvorón, 
que  es  la  flor  y  nata 
de  su  profesión. 
Sal,  caramelito, 
sal,  cuerpo  bonito, 
sal,  que  necesito 
ver  tu  real  ])almito, 
sal,  que  ya  estoy  frito 
como  un  chicharrón; 
sfil  y  me  derrito 
de  satisfacción. 


ESCENA  II 

CASILDEO  y  POXCIAKITA 
1  ON.  (saliendo  al  reclamo.) 

Casildeo... 
Oas.  Poncianita... 

Poncianita... 
Pon.  Casildeo... 


—  32 


Cas. 

Cada  instante  que  te  veo 

rae  pareces  más  bonita. 

Pon. 

Y  tú  á  mí  á  cada  visita 

rae  pareces  menos  feo. 

Cas. 

Poucianita... 

Pon 

Casildeo.. 

Casildeo... 

Cas. 

Poncianita... 

Cuando  el  cura  nos  lleve  al  altar. 
Pon.  Cuando  el  cura  nos  case  en  latín. 

Cas.  ¡a. y,  qué  vida  nos  varaos  á  «lar! 

Pon.  ¡Ay,  qué  vida  la  nuestra,  monín. 


Cas.  Nos  levantaremos, 

alma  y  vida  mía... 

VoN.  Al  cantar  del  gallo 

cuando  llegue  el  día.. 

C\B.  ¡Ki  ki  ri  ki! 

Pon.  ¡Kikirikí! 

En  la  propia  cama 
desayunaremos... 

Cas  Como  palomitos 

nos  arrullaremos... 

Pon.  'Uuuu...  ruuu... 

Cas.  Ruuu...  ruuu... 

Yo  tendré  un  minino 
para  los  ratones... 

Pon.  Yo  tendré  un  canario 

para  los  balcones... 

Cas.  ¡Miau! 

Pon.  ¡Piiiii! 

Cas.  ¡Miaul... 

Pon.  ¡Piiiii!... 

En  la  primavera 
y  á  la  tardecita... 

Cas.  Iremos  al  campo 

con  una  cabrita... 

Pon.  ¡Beeeee!  ¡beeeee!.,. 

Cas.  ¡Beeeee!  ¡beeeee! .. 

Y  al  volver  juntiti»s, 
ya  sin  luz  el  cielo... 


—  33  — 

Pon.  Cantarán  las  ranas 

en  el  arroyuelo... 
Cas.  Cuá  cuá  cuá... 

Pon.  Cuá  cuá  cuá.. 


IjOs  dos  ¡Oh  cuánta  ventura! 

¡Oh  cuánta  alegríal 
¡Sol  de  mis  amores! 
¡Luz  del  alma  mía! 
¡Qué  felices  horas! 


¡Qué  dichoso  el  día 

que  haya  entre  esos  bichos 

un  ama  de  cría!  (cesa  la  música.) 


Pon.  Casildeo  de  mis  ilusiones. 

Cas.  Almíbar  ds  mis  tarros. 

Pon.  Tengo  que  darte  una  gran  noticia. 

Cas  ¿Que  me  quieres  más  que  el  domingo? 

Pon.  JSo;  sino  que  seremos  felices  muy  pronto, 

porque  se  van  á  acabar  las  rivalidades  en- 
tre los  dos  pueblos.  El  señor  obispo  va  á 
venir  á  arreglarlo.  Se  hospedará  aquí. 

Cas.  ¿Aquí? 

Pon.  Como  lo  oyes.  Papá  va  á  echar  la  casa  por 

la  ventana,  á  fin  de  que,  en  todo  caso,  si  el 
señor  obispo  le  da  la  razón  á  algún  Cristo, 
se  la  dé  al  nuestro.  Esa  lana  es  para  hacer- 
le un  par  de  colchones  magníficos.  Aquel 
barril  tan  grande  para  llenarlo  de  vino  del 
tío  Toño,  y  darle  una  comida  á  los  pobres. 
Se  está  pintando  y  encalando  toda  la  casa; 
se  están  fregando  todos  los  peroles;  se  va  á 
sacar  la  vajilla  nueva;  se  está  regando  todo 
con  unos  polvos  de  Madrid  para  que  no  le 
pique  nada  al  señor  obispo...  En  fin,  Casil- 
deo, que  se  acerca  nuestra  ventura;  que  el 
mismo  señor  obispo  nos  podrá  echar  las 
bendiciones. 

Cas.  ¡Ay,  pimpollo  de  mi  existencia!  No  son  pa- 

labras las  que  salen  de  tu  boquita:  ¡son  al- 
mendras garrapiñadasl  (La  abraz.n.) 

Pon.  ¡Casildeo! 


—  34  — 
Cas  ¡Foncianital  La  dicha  es  audaz. 

(Óyense  ladrillos  hacia  la  pasa.) 

Pon.  ¡Cristo  de  Zagalejo  de  Arriba! 

Cas.  ¿Qué  sucede? 

Pon.  ¡Que  viene  mi  padre! 

Cas.  ¡Cristo  de  Zagalejo  de  Abajo!  ¿Pero  tu   pa- 

dre ladra  ya? 

Pon.  ¡No!  ¡[.^a  que  ladra  es  Blasa,  la  criada,  que 

así  me  avisa  de  que  viene! 

(continúan  los  ladridos.) 

Cas.  ¡Maldición!  ¿Qué  hago? 

Pon.  ¡Huye  en  seguida,  no  lo   echemos  todo   á 

rodar! 

Cas,  (obedeciéndola  azorado.)  ¡Ahora    mismo!    (Retro- 

cediendo asustadísimo  después  de  asomarse  á  la  puer- 
ta.) ¡Virgen! 

Pon.  ¿Q'aé? 

Cas  ¡El  cabo  de  carabineros,   que  me   odia  á 

muerte!  ¡Yo  no  salgo!  ¡no  salgo! 


ESCENA  III 

DICHOS  y  BLASA 
Blasa  (saliendo  de  la  casa  despavorida.)  ¡Señorita!    ¡qUC 

llega! 
Pon.  ¡Ay! 

Cas  (Corriendo    desatentado.)    ¡DioS      mío!      ¡los     doS 

Cristos  juntos  no  me   salvan!  ¿Dónde   me 

escondo? 
Pon.  ¿Dónde  lo  escondemos? 

Blasa  ¡En  la  lana!  ¡en  la  lana! 

Pon.  Es  verdad,  ¡en  la  lana! 

Cas.  ¿Con  el  calor  que  hace? 

Pon.  ¿y  qué  remedio?  ¿No   ves  que   si   te  coge 

papá  te  eac.i  astillas? 
Cas.  ¡Me  has  convencido!  ¡a  la  lana!   ¡á  la  lana! 

(Métese  eu  el  montón  de  lana,  y  entre    Blasa    y    Pon- 
cianita  lo  tapan  bien.) 

Pon.  Anda,  vida  mía,  que  todo  se  remediará. 

Blasa  Encoja  usted  esta  rodilla,  señorito. 

Pon.  y  la  cabeza,  la  cabeza. 

Blasa  Así,  así. 


-    35  — 

Pon.  Ya  no  se  ve  nada:  estáte  quieto.  ¡Ay,  Blasa, 

qué  sustos  da  el  amor!  ¡A  qué  cosas  obliga 

Blasa  Dígamelo  usted  á  mí,  que  tengo  á  mi  novio 

á  estas  horas  metido  en  carbÓQ  hasta  los 
pelos. 

\jAB,  (Asomando  la  cabeza  un  instante,  y  cscnpienclo  lana.) 

¿No  viene  ese  hombre?  ¡Porque  ya  me  he 

tragado  un  vellón! 
Pon.  ¡Escóndete,  insensato! 

Cas.  ¡Haz  io  posible  porque  se  vaya  pronto;  mira 

que  esto  no  es  el  Monasterio  de  Piedra! 
Pon.  ¡Escóndete! 

Blasa  ¡Aquí  viene! 


ESCENA  IV 

DICHOS  y  el  SEÑOR  ROQUE 
Sr  .   ROQ.      (saliendo  de  la  casa,  cachazudo  y  tranquilo.)    Hola, 

Poncianita. 

Pon.  Hola,  papá. 

Sr.  Roq.    Hola,  Blasa. 

Blasa  Buenas  tardes,  señor. 

Sr.  Roq.     fiQué  hay? 

Pon.  Nada.  Ven  allá  dentro,  que  te  tengo  que  en- 

señar una  cosa. 

Sr.  Roq.  Luego  iré.  Ahora  traigo  ya  mi  plan,  y  de  él 
no  me  salgo.  No;  por()ue  se  han  empeñado 
unos  y  otros  en  que  el  señor  Roque  quede 
mal  con  el  señor  obispo,  y  el  señor  Roque 
no  queda  mal  ni  con  su  padre,  (a  Biasa.)  A 
lo  mío.  Llégate  á  mi  cuarto,  y  tráeme  aque- 
llos diez  cuarterones  de  tabaco  que  hay  so- 
bre la  cómoda.  Me  voy  á  estar  haciendo  pi- 
tillos hasta  que  anochezca. 

Pon.  [Papá! 

Sk.  Roq.  Sí,  hija,  sí.  ¡A  ver  si  va  á  tener  ó  no  va  á 
tener  que  fumar  el  señor  obispo!  ¿Qué  te 
detiene,  Blasa? 

Blasa  Nada;  ya  voy,  señor,  (vase.) 

Pon.  (¡Ay,  Dios  del  cielo!  ¡Me  quedo  viuda  antes 

de  casarme!) 


—  36  — 
ESCENA  V 

PONCIANITA,  el    BEÑOR    ROQUE,    MOZO    I."  y  MOZO  2."  Al  final 
BLASA 

(Suenan  dos  golpes  en  la  puerta   del  foro.) 

Sr.  Roq.     Mira  á  ver  quién  es. 

Pon.  (¡Qné  alegría  si  ee  llevaran  á  papá!)  (Abre  la 

puerta  y  aparecen  dos  Mozos  del  pueblo  cou  dos  varas 
largas  y  fuertes.) 

Mozo  1.°    A  la  paz  de  Dios. 

Pon.  Buenas  tardes. 

Sr.  RcQ.     Buenas  tardet^^. 

Mozo  1 ."    Aquí  nos  manda  el  señor  Isidro. 

Pon.  ¿El  señor  Isidro? 

Mozo  1 .°  ¿No  es  aquí  donde  hay  que  varear  dos  col- 
chones de  lana? 

Pon.  ¡Nol 

Sr.  Roq.  ¿Lomo  que  no?  ¿Qué  sabes  lo  que  dices? 
¡Hemos  hablado  esta  mañana  para  lo  mis- 
mo! (a  los  M070S.)  Esta  es  la  lana:  podéis  em- 
pezar cuando  queráis. 

Pon.  (con  el  alma  en  un  hilo.)  Pcro,  papá,  8Í  es  que 

yo...  yo  me  he  comprometido  con  una  ami- 
ga... que  conoce  á  unos  hombres... 

Sr.  Roq.  Déjate  de  amigas,  que  hay  muchas  envi- 
dias, y  muchas  cosas  que  tú  no  sabes.  A  va- 
rear, á  varear.  A  ver  si  me  ponéis  la  lana 
como  si  fuera  espuma. 

Mozo  2. "    No  quedará  usted  descontento. 

(Descargan  alternativamente  los  dos  primeros  varazos 
sobre  la  lana.  Ponciauíta  se  estremece  y  lanza  un  grito 
agudo  á  cada  varazo.  Los  Mozos,  sorprendidos,  sus- 
penden su  tarea.) 

Pon.  ¡Ay!  ¡Ay! 

Sr.  RoQ.     ¿Qué  tienes  tú? 

Mozol.*'    ¿Qué  es  eso? 

Pon.  Nada ..  sino  que...  como  yo  he  quedado  con 

esa  amiga... 
Sr.  Roq.     ¡Que  te  dejes  de  amigas,  mujer!  Continuad 

vosotros. 

(Nuevos  varazos  y  nuevos  gritos.) 


-    37  — 


Pon 
Sr.  Roo. 


Blasa 
Sr.  Roq. 
Blasa 
Sr.  Roq. 


¡Ay!  ¡Ay! 
¡Dale,  machaca! 

(siguen  los  Mozos  vareando.  Sale  Blasa,  y  al  verlos  da 
uu  grito  espantoso.  Vuelven  á  suspender  su  tarea.) 

¡Ay! 

¿lú  también?  ¿Y  no  me  traes  eso? 

No  lo  encuentro,  señor. 

Vaya;  tendré  que  ir  yo  á  buscarlo.  No  servís 

para  nada,  (vase.) 


ESCENA    VI 


DICHOS,  menos  el  SEÑOR  ROQUE 


Pon. 


Mozo  1 
Pon. 

0 

Cas. 

Mozo  1 

0 

Mozo  2 

0 

Mozo  1 . 

0 

Cas. 

Pon. 

Cas. 

Blasa 

Cas. 

Pon. 

Cas. 

Pon. 

Blasa 

Pon. 

Mozo  1. 

0 

Mozo  2. 

0 

¡Por  la  Virgen  Santísima,  no  peguen  uste- 
des más  varazosl 
Pues  ¿qué  hay? 

(Arrimándose  ni  montón  de  lana.)  Sal,    Sal,    CaSÍI- 

deo;  sal. 

(saliendo   todo    lleno  de  lana,    mohino    y   maltrecho.) 
¿Qué  sal?  ¡Vinagre  es  lo  que  necesito! 
(Estupefacto.)  ¡Anda! 

(Lo  mismo.)  jOigal 

¿Tú  ves,  chico?  (Se  ríen  á  carcajadas.) 

No  reírse...  Ay...  ay...Hiiiii. 
¿Qué  te  pasaV 
Hiiiii... 
¿Qué  es  ello? 

¡Que  me  ha  entrado  lana  hasta  el  estóma- 
go!... (Escupe  sin    cesar.)    Ay...  av...    No  puedo 
más  ..  me  entrego. 
¡Huye,  huye  ahora! 

Si  estoy  hecho  una  breva.  El  primer  varnzo 
de  uno  de  estos  me  cogió  en  diagonal  y  no 
me  dejó  fuera  ni  los  tacones. 

(Nuevas  risas  de   los   Mozos.) 

¡No  reírse,  caramba! 

¡Huya  usted,  por  Dios! 

Mira  que  si  sale  papá  y  se  encuentra  aquí 

con  uno  de  Zagalejo  de  Abajo... 

¿Cómo? 

¿Qué?    (Cada  uno   lo  coge  por   un  brazo,  blandiendo 

la  vara.)  ¿Pero  ustcd  68  de  Zagalejo  de  Abajo? 


-^  38   - 

Pon  .  ¡Cielos! 

Cas.  ¡Yo  no  soy  ya  de  ningvina  parte. 

Mozo  2. o     ¿Cómo  que  no? 

Mozo  1.*^  A  ver:  ¿cuál  de  los  dos  Cristos  es  el  más  mi- 
lagroso? 

Cas.  El  de  aquí,  el  de  aquí,  sin  género  de  duda. 

Junto  al  de  ustedes  el  mío  es  una  maquini- 
11a  de  afeitar. 

Mozo  2  0     ¡Ahí 

Mozo  1."     Entoncep,  márchese  usted  tranquilo. 

Sr.  Roo.       (Dentro,  gritando,)  ¡Poncianita! 

Cas.  ¡Huy! 

Pon.  ¡Papá  que  llega! 

Blasa  ¡Corra  usted  por  Dios! 

Cas.  ¡Ya   lo    creo  que    corro!  (Corre    unevomente   á   la 

puerta  y  vuelve  atrás  con  los  pelos  de  punta  )  ¡Ho- 
rror! ¡El  sargento  de  carabinero-s,  que  me 
odia  más  que  el  cabo!  ¡Imposible  salir!  ¡Me 
prendel 

Sr.  Roq.     (Más  cerca.)  ¡Ponciauita! 

Pon.  ¡Jesiís!  ¡Va  á  pescarte  papal 

Cas.  ¿Qué  hacemos? 

Pon.  (Tirando  de  él.)  jA  la  lana,  á  la  lana!... 

Cas.  (Resistiéndose  aterrado.)  ¡A  la  lana  no! 

Blasa  (lo    mismo  que  Poucianita.)    ¡A  la  lana,  á  la 

lana!... 
Cas.  ¡A  la  lana  nooooo!... 

Pon.  ¡Entonces  al  barril,  que  está  vacío! 

Cas.  ¡Eso!   ¡eso!  ¡al  barril!  Ayudarme,  ayudarme 

todos.  (Entre  los  Mozos  y  ellas  lo  meten  dentro  del 
barril.  Los  Mozos  no  paran  de  reirse.) 

Pon.  ¡Qué  apuro.  Dios  de  Dios! 

Blasa  Hoy  ganamos  el  cielo. 

Cas.  (Ya  dentro  del  barril.)   ¡Huy  qué  fresquita  es 

esta  casa  en  comparación  á  esa  otra!  (se  aga- 
cha y  desaparece.) 

Pon  .  (a  los  Mozos.)  Ustedes  á  varear  de  firme;  y  por 

Dios  no  se  rían,  no  vaya  á  sospechar  el  se- 
ñor. 

Blas\  (De   repente.)  ¡Ay,  Cristo!  ¡Y  mi  uovio  en  la 

carbonera  todavía!   ¡Voy  á  ver  si  lo  saco! 

(vasc  corriendo  dentro  de  la  casa.  Sale  el  señor  X^Q- 
quc.) 


—  39  — 

ESCENA  VII 

PONCIANITA,  CASILDEO,  el  SEÑOR  ROQUE,  MOZOS  1."  y  2.°;  lue- 
go otros  dos  MOZOS 

8r.  Roq.     ¿Adonde  va  esa?  Cuando  más  falta  hace  se 

quita  de  en  medio. 
Pon.  Fues  ¿qué  pasa  ahora? 

Sr.  Roq.     Que  ya  están  ahí  los  mozos  que  traen  el 

vino  del  tío  Toño. 
Pon.  ¡Ayl 

Sr.  Roq.     ¡Pero,  chica,  todo  te  asusta  hoy!  (a  ios  Mozos 

que  se  ríen  cou  estrépito.)  ¿Y  VOSOtrOS  doS  de  que 

OS  reís?  ¡Pues  sí  que  se  me  ha  puesto  á  mí 
un  humorcito  como  para  bromas...!   (Abre  la 

puerta  de  la  tapia  En  seguida  aparecen  el  Mozo  3.  y 
el  4."  con  sendas  cubetas  de  vino.) 

Pon.  (¡Santo  Dios!  ¡Hazlo  impermeable!) 

Sr.  Roq.  Hola. 

Mozo  o. o  Buenas  tardes,  señor. 

Sr.  Roq.  ¿Traéis  las  ocho  arrobas? 

Mozo  3  o  tii,  señor;  ahí  está  el  carrillo. 

Sr.  Roq.  Pues  este  es  el  barril.  A  volcarlas. 

(e1  Mozo  3.  quita  una  de  las  tablas  que  tapan  el  ba- 
rril y  vuelca  dentro  con  gran  resolución  la  cub.ta  que 
trae.  Poncianitd  grita  como  antes.  El  otro  vuelca  en 
seguida  la  suya.  Poncianita  vuelve  a  gritar.  Los  de  la 
lana  ríen.  Casildeo  no  aguanta  más  vino  y  con  el  na- 
tural asombro  de  los  Mozos  se  sale  del  barril  sacu- 
diéndose como  un  perro  y  salpicando  á  todos.) 

Cas.  ¡No  puedo  más! 

Mozo  3  o  ¿Eh? 

Sr.  Roq.  ¿Qué  hombre  es  ese? 

Cas  ¡['refiero  morir  de  un  tiro  á  morir  como  un 

bizcocho  borracho! 

Sk.  Roq.  ¿Quién  es  usted? 

Mozo  3.0  ¡Es  el  confitero  del  otro  pueblo! 

Sr.  Roq.  ¡.Ih,  canalla!  ¡Ahora  verás  tú!  (Lo  persigue  ca- 

sildeo  huye.) 

Pon.  ¡Perdónalo,  papá! 

Cas.  ¡Perdóneme  usted:  hace  más  milagros  este 

Cristo! 
Sr.  Roq.     ¡No  te  me  escaparás,  bribón! 


—  40  — 

ESCENA  VIII 

DICHOS,  CORO  de  MOZAS  y   MOZOS.  BLASA  al  final 

(Sale  por  la  puerta  de  la  tapia  el  Coro,  que  anda  sicm  ■ 
pre  oliendo  donde  guisan.) 

Música 

Coro  ¿Qué  ocurre?  ¿qué  ocurre? 

¿Qué  pasa?  ¿qué  pasa? 
Sr.  Roq.         i  Recontra!  ¿Qué  es  esto? 

¿Por  qué  sin  permiso  del  amo 

se  cuela  esta  gente  en  mi  casa? 
Coro  Vecino,  ¿qué  ocurre? 

¿Qué  ocurre,  vecinc? 
Sr.  Roq.  ¡Caramba!  ¡qué  moscas! 

¡Que  estaba  escondido  este  pollo 

ahí  en  esa  bota  de  vino! 


Coro  ¡Ja,  ja.,  ja,  ja! 

¡Ja,  ja,  ja,  ja! 

¿Y  á  qué  vendría? 

¿Y  quién  será? 
Cas.  Yo  mi  conducta 

quiero  explicar. 
Coro  El  su  conducta 

quiere  explicar. 

¡la,  ja,  ja,  j*-! 

lJ^J«,  ja,  jí! 

fCesa  ]a  música.) 

Sr.  Roq.  ¡Rediez!  ¡Pues  no  les  ha  hecho  á  ustedes 
peca  gracia  el  Janee!  (a  casiideo.)  Conque, 
vamos  á  cuentas  usted  y  yo. 

Cab.  Señor  Roque,  yo  soy   Casiideo  Baldosín  y 

Baldosín,  confitero  en  el  pueblo  que  tiene 
el  peor  Cristo;  voy  á  heredar  al  tío  Tragal- 
dabas, á  quien  usted  conocerá  de  seguro; 
amo  á  Poncianita  y  me  quiero  casar  con 
ella. 

Sr.  Roq.     (a  su  lüja  )  ¿Es  eso  verdad? 


—  41   — 

Pon.  Todo.   Y  adeicás  es  muy  guapo,  como  pue- 

des ver. 
Sr.  Roq.     ¿De  manera  que  venía  usted  aquí  por  lana? 
Cas.  ¡No,  señor;  por  lana  no!   ¡Puede  usted  creer- 

mel  (Saca  el  pañuelo    para    enjugarse    un  ojo,  y  cae 
lana  de  él  como  para  una  almohadilla.)  (¡Huv!) 
(Sale  Blasa,    con    señales    inequívocas  en  el  rostro  de 
haber  sacado  á  su  novio  de  la  carbonera.) 

Blasa.  ¡Anda!  ¡Pero  cuidado  que  dan  que  hacer  los 

novios! 

Sr  .  Roq.  Pues  ahora  se  va  á  ver  quién  es  el  señor 
Roque.  Yo  quiero  que  se  acaben  las  diferen- 
cias entre  un  pueblo  y  otro,  y  lo  pruebo  ca- 
sando á  mi  hija  con  el  confitero  de  Zagale- 
jo de  Abajo  .. 

Pon.  ¿De  veras? 

Sr.  Roq.     De  veras. 

Cas.  Gracias,  señor  Roque. 

Sr.  Roq.  ¡Pero  el  Cristo  de  Zagalejo  de  Arriba  hace 
más  milagros  que  el  de  Zagalejo  de  Abajo! 

Todos         ¡Sí!  ¡sí!  ¡sí! 

Cas.  Todo  lo  acato  y  lo  admito 

con  alegría  infinita: 
en  teniendo  á  Poncianita, 
lo  demás  me  importa  un  pito. 

(ai  público.) 

Y  si  para  tí  fué  grato 
el  mirarme  en  más  de  un  brete, 
aplaudiendo  este  juguete 
me  harás  pasar  un  buen  rato. 


FIN 


Mira  Sierra,  Julio,  1906. 


..-C'.' 


OBHRS  DE  !iOS  IWISIVIOS  ROTORES 


Esgrima  y  amor,  juguete  cómico.  (2.a  edición.) 
Belén,  12,  prmcipal,  juguete  cómico. 
Güito,  juguete  cómico-lírico.  (2.a  edición.) 
La  media  naranja,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 
El  tío  de  la  flauta,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 
El  ojito  derecho,  entremés.  (:^.a  edición.) 
La  reja,  comedia  en  un  acto.  (3.a  edición.) 
La  buena  sombra,  sainete  en  tres  cuadros,  con  música.  (6.a  edi- 
ción.) 
El  peregrino,  zarzuela  cómica  en  un  acto. 

La  vida  intima,  comedia  en  dos  actos.  (3.a  edición.) 
Los  borrachos,  sainete  en  cuatro  cuadros,  con  música.  (2.a  edi- 
ción.) 

El  chiquillo,  entremés.  (5.a  edición.) 

Las  casas  de  cartón,  juguete  cómico. 

El  traje  de  luces,  sainete  en  tres  cuadros,  con  música. 

El  patio,  comedia  en  dos  actos.  (3.a  edición.) 

El  motete,  entremés  con  música.  (2.a  edición.) 

El  estreno,  zarzuela  cómica  en  tres  cuadros. 

Los  Galeotes,  comedia  en  cuatro  actos.  (3.a  edición.) 

La  pena,  drama  en  dos  cuadros.  (2.a  edición.) 

La  azotea,  comedia  en  un  acto. 

El  género  ínfimo,  pasillo  con  música. 

El  nido,  comedia  en  dos  actos.  (2.^  edición.) 

Las  flores,  comedia  en  tres  actos. 

Los  piropos,  entremés. 

El  flechazo,  entremés. 

El  amor  en  el  teatro,  capricho  literario  en  cinco  cuadros,  pró- 
logo y  epílogo. 

Abanicos  y  panderetas  ó  ¡A  Sevilla  en  el  botijo!  humorada  sa- 
tírica en  tres  cuadros,  con  música. 


La  dicha  ajena,  comedia  en  tres  actos  y  un  prólogo. 

Pepita  Reyes,  comedia  en  dos  actos. 

Los  meritorios,  pasillo. 

2  a  zahori,  entremés. 

La  reina  mora,  'íainete  en  tres  cuadros,  con  música.  (2.*  edi- 
ción.) 

Zaragatas,  saínete  en  dos  cuadros. 

La  zagala,  comedia  en  cuatro  actos. 

La  contrata,  apropósito. 

El  amor  que  pasa,  comedia  en  dos  actos. 

El  mal  de  amores,  saínete  con  música. 

El  nuevo  servidor,  humorada. 

Mañana  de  sol,  paso  de  comedia. 

Fea  y  con  gracia,  entremés  con  música. 

La  aventura  de  los  galeotes,  adaptación  escénica  de  un  capí- 
tulo del  Quijote. 

La  pitanza,  entremés. 

El  amor  en  solfa,  capricho  literario  en  cuatro  cuadros  y  un 
prólogo,  con  música. 


SERAFÍN  Y  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  PNTERO 


Los  chorros  leí  oro 


entrem:es 


■  •«»°S>t«©í<£ÍW* 


SOCIEDAD  DE  AUTORES  ESPAÑOLES 
Núñez  de  Balboa,  12 

leoe 


LOS  CHORROS  DEL  ORO 


Ksta  obra  es  propiedad  de  sns  autores,  y  nadie  po- 
drá, 8in  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla 
en  España  ni  en  los  países  oon  los  cuales  se  hayan 
celebrando  ó  se  celebren  en  adelante  tratados  interna' 
oionales  de  propiedad  literaria. 

Los  autores  se  reservan  el  derecho  de  traducción. 

Los  comisionados  y  representantes  de  la  Sociedad 
de  Autores  Españoles  son  los  encargados  exclusivamente 
de  conceder  ó  negar  el  permiso  de  representación  y 
del   cobro  de  los  derechos   de  propiedad. 

Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 


LOS  CHORROS  DEL  ORO 


ENTREMÉS 


serafín  y  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


Estrenado   en   el    TEATRO    DE    APOLO    el  8   de   Marzo 
de  1906 


-*- 


MADRID 

E.  Velasco,  impresor,  Marqués  de  Santa  Ana,  11 
Teletono  número  551 

1906 


j/I  Joaquina  del  pino 

gala  de  la,  raza  andaluza 
(¿Juá  aatni'iadó'ieS  u  atutaoó, 

'X.OJ  (jyLuhieé. 


REPARTO 


PERSONAJES  ACTORES 

MERCEDES Skta.  Pino. 

JUAN  MANUEL Sb.       Caeeeras. 

JUANITA Paquita  Novo. 


LOS  CHORROS  DEL  ORO 


Habitación  baja  en  casa  de  Mercedes,  mujer  del  pueblo  no  mal  aco- 
modada, en  Sevilla.  Al  foro  una  ventana  que  da  á  la  calle.  A  la 
derecha  del  actor  una  puerta,  y  á  la  izquierda  otra.  Las  paredes 
blancas  y  lucientes.  El  suelo,  de  lositas  de  dos  colores,  aljofifado 
de  tal  modo,  que  se  pueden  comer  migas  eu  él.  Muebles  modes 
tos,  pero  bien  ordenados  y  muy  limpios.  Entre  ellos  una  cómoda. 
En  el  centro  de  la  habitación  una  mesita,  sobre  la  que  hay  un 
costurero.  -Fs  de  día. 

(Mercedes  está  asomada  á  la  ventana.  Es  una  mujer  que  marea  de 
guapa  y  de  limpia.  Le  da  el  sol  y  parece  que  tiene  lentejuelas  ) 

Merc.  ¡Adiós!  Aya  va  como  una   palomita  ..    Se 

come  la  caye,  y  no  levanta  der  suelo  tanto 
así.  ¡Hija  mía,  qué  presiosa  esl  Si  viviera  su 
padre,  se  le  caería  la  baba  mirándola.  La 
puerca  e  la  vesina  se  ha  parao  á  darle  un 
beso:  á  vé  si  le  deja  la  seña...  ¿Otro  beso? 
¡Vamos,  güeno  está  de  cariño,  señoral  Sí. 
hija  mía,  sí;  bases  bien  en  echa  á  corre.  Y 
es  que  no  le  gusta  que  la  bess  nadie.  Las 
tonterías  de  las  mujeres  cuando  somos  ni- 
ñas. Ya  dobló  la  esquina.  (Se  retira  de  la  venta- 
na.) Chala  me  tiene.  Vamos  á  guardarle  er 

baberito.  (Recoge  uno  que  hay  sobre  una  silla,  y  con 
gran  cuidado   lo  guarda  eu  un   cajón  de   la   cómoda  ) 

¿Esto  es  una  mancha?  No.  Pensé...  lis  des- 
colorió de  lavarlo.  [Ajajá!  (poniendo  bien  una 
silla  que  no   está  en   su  sitio.)  ¡JeSÚs!    Por    donde 


Juan 

Merc. 

Juan 

Merc. 

Juan 

Merc. 

Juan 

Mfrc. 

Juan 


pasa  mi  madre  arma  un  terremoto.  (Fijándose 

en  la  silla.)   ¿Le  paese  á  usté?    f  OrVO.   (Coge  un 

paño  y  la  limpia  y  la  frota  )  Así  te  quiero,  pren- 
da. Y  ahora,  k  seguí  cosiendo  estas  naguas 

blancas,  (siéntase  á  ello  jnuto  á  la  mesita.)  Se  tar- 
da Juan  Manué...  Quisa  haya  estao  esperan- 
do á  vé  salí  á  mi  niña.  Como  le  tengo  dicho 
que  cuando  eya  esté  aquí  no  entre...  fSí,  por- 
que la  niña  va  á  hasé  en  Agosto  los  siete 
años,  pero  paese  que  yeva  un  viejo  en  la  ba- 
rriga, según  se  fija  en  to.  Y  no  me  agrada 
que  note  na  de  e^to,  mientras  yo  no  me  de- 
termine. Juan  Manué  es  un  buen  hom- 
bre... y  me  quiere...  Y  me  hase  grasia,  esta 
es  la  verdá.  Porque  Juan  Manué  tiene  gra- 
sia. ¡Pero  es  tan  adán!  ¡es  tan  suí-^io  er  gran- 
dísimo condenao!  Mi  madre  se  dispara  cuan- 
do ve  que  yo  yevo  las  cesas  adelante.  «¿En 
qué  estás  pensando,  hija  mía?  Acuérdate  de 
tu  marío,  que  era  como  los  chorros  del  oro  er 
pobresito,  y  fíjate  después  en  ese  tipo  que 
ahora  te  pretende;  que  le  teme  al  agua  más 
que  un  perro  rabioso.»  Y  es  la  verdá:  es  muy 
susio.  Is'o,  y  eso  no:  como  Juan  Manué  no  se 
corrija...  Porque  sobre  sé  muy  susio,  es  muy 
desasirao.  Yo  creo  que  sí,  que  se  corrige... 
Muestras  va  dando  ele  eyo...  Er  rose  conmi- 
go argo  ha  de  podé ..  Lo  que  me  hase  más 
grasiii  es  lo  que  se  esfuersa  er  pobre  en  pre- 
sentárseme arreglaíto. 

(Asomándose  por  la  ventana.)  ¿Vive  aqUÍ  la  mujé 

más  bonita  der  barrio? 

¿Quién  pregunta  por  eya? 

El  hombre  más  feo  de  Europa. 

¿De  Europa  na  más? 

Na  más:  los  chinos  son  más  feos  que  yo. 

Pos  esa  mujé  no  vive  aquí. 

¿Que  no  vive  aquí?  A  mí  se  me  había  fígu- 

rao  que  estaba  yo  hablando  con  eya. 

Viene  usté  malo  de  la   vista.  O  no  se  habrá 

usté  lavao  bien  los  ojos. 

¿Ya  estamos  con  el  agua  á  pleito?   ¡Me  los 

he  lavao  con    aguarrás,   pa   darle   á   usté 

gusto! 


—  9    - 

Merc.  ¡Jesús,  con  aguarrás!   Es   preferible  el  agua 

clara. 

.luAN  Güeno;  ¿me  deja  usté  que  entre  á  acompa- 

ñarla un  ratito,  ya  que  ha  salió  la  niña? 

Merc.  Entre  usté. 

Juan  Abra  usté  la  cánsela. 

Merc.  No  es  presiso:  mi  madre  está  á  la  puerta  e 

la  caye. 

Juan  ¿Y  está  suerta? 

Merc.  ¡Oiga  usté! 

Juan  Usté   perdone:   he   querio   pregunta   si  no 

muerde. 

Merc.  No  muerde,  no;  pero  ándese  usté  con  cui- 

dao. 

.Juan  Con  quien  tengo  yo  que  anda  con  más  cui- 

dao  que  un  equilibrista,  es  con  la  hija,  (vase 

de  la  ventana.) 

Merc.  Na,  que  me  hase  grasia  este  hombre.  Señó, 

no  la  tendrá  pa  nadie,  peí  o  pa  mí  la  tiene. 
Y  luego,  como  también  es  viudo,  y  con  una 
niña,  como  yo...  lo  que  piensa  una:  paese 
que  está  escrito.  Bien  dise  la  copla  que  to 
cae  ensima:  tanto  critica  j'o  de  la  gente 
desasea...  y  miste  por  donde  viene  er  diablo 
y  lo  enreda. 

Hadie  diga  en  este  mundo 
de  este  agua  no  he  de  bebé, 
porque  er  caminito  es  largo 
y  puede  apretá  la  sé... 

(Sale  Juan  Manuel  por  la  puerta  <le  la  izijuierdn.  Es 
cajista  de  imprenta.) 

Juan  ¿Sabe  usté  lo  que  me  ha  dicho  su  madre? 

Merc.  ¿Qué  le  ha  dicho? 

Juan  Que  si  tengo  paraguas,  que  lo  tire. 

.Merc.  ¿Pa  (jué? 

Juan  Fa   que    me   moje   siquiera   los    días    que 

yueva. 
Merc.  (Riéndose.)  Mi  madre  tiene  güeuos  gorpes. 

Juan  Sí,  señora;  y  la  hija  también;    pero  la   hija 

y  la  madre  se  conose  que  me   han  tomao  a 

mí  por  aseite,  que  por  no  está  en  el  agua  se 

va  arriba. 


—  10  — 


Merc 
Juan 

Merc 


Juan 


Mekc 

Juan 

Merc 

Juan 

Merc 

Juan 


Mefc 

Juan 
Merc 

Juan 

Merc. 

Juan 
Merc. 

Juan 


Mekc 
Juan 
Merc 

Juan 


Merc. 


¿Y  no  hay  na  de  eso? 

No  liay  na  de  eso.   Vamos  á  vé,  con  impar- 

bialidá:  ¿qué  tar  vengo  hoy? 

Desde  aquí,  mejó  que  otros  días.  Asérquese 

usté  un  poco  más.  Pero  suerte  usté  antes  er 

sombrero. 

¿Ve  usté  cómo  se   ersagera   un    poquiyf? 

(Deja  sobre  una  silla  el  sombrero.  Mercedes,  mientras, 
ve  que  trae  manchada  de  yeso  la  espalda.) 

(Levantándose.)  ¡Virgen  de  las  Angustias! 
¿Qué  ocurre? 

¿Usté  se  ha  visto  por  la  esparda? 
¡No  pueo!  ¿Qué  traigo  por  la  esparda? 
¡To  er  yeso  de  un  tabique! 
iMardita  sea  mi  suerte!   Ahora  sí  tiene  usté 
rasón:  es  que  hoy  están  en  casa  de  obra,  y 
antes  de  sah  se  me  orvidó  refregarme  con- 
tra la  cama. 

¡Ave  María!  ¿De  esa  manera  se  sepiya  usté? 
La  esparda,  eí  señora. 
Venga  usté  acá,  hombre,   venga  usté  acá... 

(Coge  un  cepillo  y  lo  cepilla  con  coraje.) 

Cuando  digo  yo  que  es  usté  la  mu  jé  que  yo 
nesesito... 

¡Uf!  ¡lo  que  suerta!  Meresía  usté  que  le  va- 
reara la  americana  sin  quitársela. 
¡Ay!  que  me  liase  usté  coí^quiyas,  Mersedes. 
Y  vaya  una  manchita  que  tiene  usté   aquí 
en  el  hombro. 

¿,En   el  hombro?  Del  hombro  pa  atrás  no 
]meo  responde,  porque  no  rae  fijo;  pero  por 
delante,  lo  que  es  hoy  no  me  encuentra  usté 
á  mí  ni  una  mancha. 
¿No? 
Ño. 

(señalándolas.)  Una...  dos...  tres...  cuatro  ..  sin- 
co...  seis...  siete...  ocho... 
¡Caray,  no  siga  usté!  ¡Miste  que  es  lo  gran- 
de! En  mi  casa  no  me  veo  ni  una  sola;  sar- 
go ar  só,  y  me  veo  dos  ó  tres,  y  yego  aquí,  y 
na  más  que  piso  er  cuarto  este,  ya  estoy 
plagaíto. 

¿Si,  eh?  Pos  las  mismas  que  tiene  usté  aquí, 
tenía  usté  en  sn   caí^a.   ¡Que  así  andará  eja! 


—  11  - 

Y  que  las  hay  de  tos  colores.   Dise  mi  ma 
dre  que  se  prensa  un  traje  de   usté  y  sale 
un  tinte. 
Juan  No,  si  ya  sabemos  que   la  mamá  tiene  mu- 

cha grasia.  Pero  comprenda  usté,  Mersede=, 
que  un  pobre  cajista  de  imprenta,  que  está 
to  er  día  metió  en  tinta,  como  los  calama- 
res, y  que  está  cuidao  por  una  cuña — ¡mar 
tiro  le  peguen! — y  por  una  niña  de  este  arto, 
no  pué  vení  aquí  como  pa  ponerlo  en  un 
escaparate.  Además,  usté  no  se  ocupa  más 
que  de  critica,  y  de  f=acarle  á  uno  los  colo- 
res, y  cuando  uno  hase  un  esfuerzo  pa  que 
usté  lo  estime,  usté  no  lo  estima.  Toavía  no 
me  ha  dicho  usté  na  de  la  corbata. 

MerC.  (Reparando    en    que    no   trae  puesta    ninguna.)    ¿D6 

qué  corbata? 

Juan  (Llevándose  la  mano  ai  sitio.)    ¡Ay,  qué    grasioí^a! 

¡De  estal 

Merc,  ¿De  esa,  eh? 

Juan  ¿Le  paese  á  usté,  si  es  sino?  Hay  días  en 

que  ar  salí  de  casa  debía  uno  pisa  una  cás- 
cnra  de  melón  y  estreyars8  contra  las  pie- 
dras. (Saca  la  corbata  del  bolsillo.)  Miste  doude 
la  traigo. 

Merc.  riQné  más  da? 

Juan  Pero,  güeno:  ¿la  corbata  es  de  gusto  ó  no  es 

de  gusto,  que  es  aquí  lo  que  se  discute? 

Merc.  Le  diré  á  usté:  pa  aliñarla,  no  es  fea. 

Juan  ¿^<^r>  que  pa  aliñarla?  ¿No  le  gusta  á  usté  la 

corbatita? 

Merc  Como  escarola,  sí. 

Juan  ¡Se  acabó! 

Merc  ¿Q^é  va  usté  á  hasé  con  eya? 

Juan  ¡A  tirarla  á  la  cayel   Yo  sé  que  er  que  se  la 

ponga,  se  luse;  pero  á  usté  no  le  ha  agradao, 

y  eso  basta.  ¡La  tiro!  (La  tira  por  la  ventana  en 
efecto.) 

Merc  ¿Es  que  piensa  usté  tira  to   lo  que  no  me 

agrade  á  mi? 
Juan  ¡Ni  más  ni  menos! 

Merc.  Pos  entonses  suba  usté  arriba  y  tírese  usté 

por  er  barcón,  (vuelve  á  sentarse.) 

Juan  Eso  no  me  lo  diga  usté  ni  en  broma. 


—  12   — 

Merc  Pero  ¿cierno  vi  yo  á  haserle  cara  á  un  hom- 

bre que  ca  día  que  pasa  está  más  desa«trao 
y  más  susio? 

Juan  ¡No,  que  vi  á  está  más   limpio  ca  dial  ¡Qué 

cosas  tiene  usté!  ¡Si  uno  no  vive  en  un  í'aná, 
señora!  ¡Miste  las  estatuas:  hasta  jaramagos 
Jes  salen! 

Merc.  ¿Es  desí,  que  usté  hasta  que  no  le  sargan  ja- 

ramagos no  está  contento? 

Juan  Yo  no  estoy  conten  tu  mientras  usté  no  se 

desida  á  quererme.  (Se  sienta  ai  ladu  de  ella.; 

Merc.  Pos  largo  le  va.  El  hombre  (^ue  á  mí  me 

yeve  otra  vez  á  la  iglesia,  ha  de  havarse  en 

el  agua  tan  á  gusto  como  á  la  vera  mía. 
Juan  ¡Por  vía  e  Dios!  ¿Su  difunto  de  usté  era  un 

sarmonete? 
Merc.  Mi  difunto  era  un  hombre  que  daba  gloria 

de  mirarlo:  limpio,  cdorao,  escamondao... 
Juan  Y  engüerto  en   harina,  sí  señora;  lo  esioy 

viendo  en  una  freiduiia. 
Merc.  O  se  caya  usté,  ó  tenemos  un  dijusto  serio. 

Juan  No  lo  tome  usté  así:  er  mismo  respeto  que 

le  guarde  usté  á  su  difunto,  le  guardo  yo, 
.^[ERc.  Pos  mucho  ojo  con  lo  que  se  hf.bla. 

Juan  Y  si  se  quié  usté  desquita,  métase  usté  con 

mi  difunta  y  yo  la  acompaño. 
Merc.  Creo  que  era  pa  el  avío. 

Juan  ¡Pa  viví  con  usté! 

Merc.  Muy  mujé  de  su  casa...  muy  consertaíta... 

J  UAN  ¡Sí! 

Merc.  A  mí  me  han  contao  que  argunos  días  se  en- 

contraba usté  las  botas  en  el  ¡iparadó. 

Juan  No  tanto,  no  tanto...   No  hay  que   pondera. 

La  soppra  ensima  e  la  cama  sí  que  me  la 
encontré  muchas  veses. 

Merc.  ^,Y  su  cuña  de  usté,  la  hermana  de  eya,  es 

lo  mismo? 

Juan  Es  peo. 

Merc.  Disen  que  le  da  por  la  iglesia. 

J  UAN  Demasiao.  Pa  mí  que  parará  en  un  convento. 

Merc.  ¿Que  parará? 

Juan  Que  parará,  sí;  que  parará.  No  creo  que  haya 

errata. 

Merc.  ¡Vaya  una  diversión  de  familia! 


—  13   — 

J  JAN  Por  eso  busco  otra,  Mersedes...  porque  pien- 

so en  mi  hija,  que  ca  día  nesesita  más  quien 
la  acompañe;  porque  pienso  en  mi, que  estoy- 
más  solo  que  un  sereno,  (viendo  que  Mercedes 
se  prende  una  aguja   en  el   pecho.)  CuidaO,    nO   Se 

piíichíe  usté  cotí  esa  aguja. 

Merc.  Descuide  usté,  que  no  me  pincho. 

Juan  ¿Hay  argodón? 

Merc.  í^o  hay  argodón. 

.luAN  Pos  urgo  hay. 

Miikc.  Arg",  í-í,  pero  argodón,  no.  Siga  usté  con  lo 

que  iba  disiendo. 

Juan  Si  es  lo  mismo  que  le  he  dicho  á  ueté  vein- 

tisiiico  veses:  que  yo  no  vivo  uiás  que  pa 
este  ratito  que  los  domingos  paso  con  usté; 
que  me  tiene  usté  que  me  van  á  echa  de  la 
imprenta,  porque  desde  que  la  conozco  lo 
pongo  to  con  armirasiones:  hasta  las  pregun- 
tas; que  ni  como,  ni  bebo,  ni  duermo,  ni... 
¿('ómo  dise  aqueya  copliya  que  usté  cauta 
tanto? 

Merc.         ¿(.luá? 

Juan  Aqueya  de... 

Ni  como  ni  duermo,  niña... 

Merc.  Ah,  ya. 

Ni  como  ni  duermo,  niña, 
desde  que  te  conosí... 

Juan  No,  no;  pero  canta,  canta  es  como  yo  la 

quiero. 
Merc.  ¡Vamos,  hombre! 

Juan  Ande  usté,  Mersedes;  ya  que  ha  salió  la  con- 

versasión. 

Merc.  (cantando.) 

Ni  como  ni  duermo,  niña, 
desde  que  te  conosí, 
que  no  me  arcansan  las  horas 
más  que  pa  pensar  en  tí. 

Juan  (lírando  el  cigarro  contra  el  suelo,  en  un  arrebato  de 

admiración.)  ¡Ole  COU  ole! 

Merc.  ¡Coja   usté   ese    sigarro    ahora    mismo,   so 

puerco! 


~    14  — 

Juan  Perdone  usté,  Mersedep,  no  me  he  dao  cuen- 

ta de  lo  que  hasía.  (Lo  recoge,  y  no  sabiendo  don- 
de echarlo,  se  lo  va  á  guardar  en  un  bolsillo.) 

Merc.  ¿Pero  va  usté  á  guardármelo,  houibre? 

Juan  ¿Me  lo  vi  á  come? 

Merc.  ¡Tírelo  usté  á  la  caye,  señó!  Mañana  compro 

un  senisero. 

Juan  ^^ Después  de  tirar  á  la  calle  el  cigarro.)  ¿Su  difuntO 

de  usté  no  íuniaba? 
Merc.  No,  señó. 

Juan  Mi    difunta,  si.  (Se   acerca  á    ella,  y    le  canta   muy 

mal  lo  que  ella  ha  cantado  muy  bien.) 

Ni  como  ni  duermo,  niña, 
desde  que  te  conosi... 

Merc.  ¡Cayese  usté  por  Dios!  ¡Jesú-^  qué  oído! 

Juan  íSÍ  que  es  malo,  (vuelve  á  sentarse.) 

Merc.  ¿Con  que  ni  come  usté  ni  duerme  desde  que 

la  conosió?...  ¿Y  por  quién  va  eso,  Juan  Ma- 

nué? 
Juan  ¿Que  por  quién  va  eso?...  ¿Quiere  usté  que 

le  regale  el  oído? 
Merc.  ¡No!  ¡el  oído  no!  ¡Ni  regalao  lo  quiero!  ¡Quée- 

ee  usté  con  é! 

Juan  (cogiéndole      una    mano     entusiasmado  )      ¡Bendita 

sea!...  ¡Tiene  usté  grasia  pa  pone  un  [lUesioi 

Merc.  ¡Suerte   usté,  grandísimo  adán!    ¿Se  atreve 

usté  á  coge  una  mano  mía  con  esas  manos? 

Juan  Las  de   usté  están  más  limpias;   es  verdá. 

Mañana  me  pongo  unos  guantes. 

Mek<  .  Hombre,  no;   mañana  se  las  Java  usté  con 

jabón,  y  por  argo  se  empiesa. 

Ju^N  Mañann,  y  pasao,  3'  toa  la  vida  haré  yo  lo 

que  a  usté  se  le  antoje,  imitaré  á  mi  niña, 
que  me  trae  loco  con  la  de  usté 

Merc.  ¿Con  la  mía? 

Juan  Sí,  señora:  como  er  domingo  pasao  no  vine, 

no  hemos  hablao  de  esto.  Usté  sabe  que  la 
he  puesto  en  la  misma  academia. 

Merl.  Sí. 

Juan  Pos  güeno:  le  ha  dao  á  la  mía  por  copia  á  la 

de  usté:  se  ha  enamorao  de  eya.  Y  no  yeva 
su  niña  de  u«té  unos  carsetines,ó  unas  bota-, 
ó  un  vestío,  ó  un  laso,  ó  un  babero,  que  no 


—   15  - 

venga  mi  Juanita  á  desirme:  «Papá,  la  niña 
de  la  transa  rubia — que  es  como  la  yama — 
se  ha  comprao  esto  y  esto:  cómpramelo  tú 
á  mí. A 

Merc.  ¡Angflito! 

Juan  Y  yo  ¡claro!  ¿qué  he  de  hasé  más  que  com- 

plaserla?  Y  está  la  chiquiya  que  es  un  car- 
eo e  la  otra.  Le  arvierto  á  usté  que  ni  que 
fuean  gemelas:  de  formalidá. 

Merc.  Me  la  tiene  usté  que  trae  un  día  pa  que  la 

conozca. 

Juan  ¡Ya  lo  creo!  Usté  va  á  sé  su  madre...  Y  lo 

más  grasioso  de  to  esto. . 

(Preséntase  de  improviso  Juanita  por  la  pnertd  de  la 
izquierda  llamando  á  su  padre.  Viene  la  infeliz  que  da 
pera  verla:  desgreñada,  sucias  la  cara  y  las  manos,  las 
medias  caídas,  el  vestidillo  manchado  y  roto.) 

JüA.  I  Papá!  ¿Está  aquí  mi  papá? 

(e1  papá  quisiera  que  la  tierra  se  lo  tragase.) 

Merc.  (Levantándose.) ¿Qué  dises,  niña?  ¿Quién  es  tu 

papá? 
JuA.  Este. 

Merc.  (con  asombro  é  indignación  )  ¿Este? 

JuA,  Sí,  señora.  Papá,  tu  compadre  Arturo  está 

en  casa  esperándote. 
Juan  (Desconcertado.)  ¿Está  en  casa,  eh?  ¿No  lo  ha 

cogió  un  tranvía  ni  na? 

(Mercedes  se  va  derecha  á  él,  decidida  á  todo,  y  él  le 
huye.) 

Merc.  ¡Sinvergüensa!  ¡granuja!  ¡charrán!  ¡embuste- 

ro! ¡Venga  usté,  que  le  saque  los  ojos! 

Juan  Los  ojos  no,  Mersedes:  ¿con  qué  iba  yo  á 

mirarla  á  usté  entonses? 

Merc.  ¡A  mí  no  me  tiene  usté  que  mira  más  en  su 

vida,  cara  de  mico!  ¿Con  que  esta  era  er 
careo?  ¿Con  que  esta  era  er  remeo  de  mi 
niña?  ¡Vamos,  eche  usté  á  corre  ya  si  no 
quiere  morí  á  mis  manos!  ¡Trapalón!  ¡mal 
hombrel  ¿Y  dise  usté  que  me  quiere  á  mí 
y  tiene  de  esta  manera  á  su  hija?  ¡Si  estoy 
por  yamá  á  un  munisipá  pa  que  lo  yeve  a 
usté  á  la  carse!  ¡No  hable  usté!  ¡No  se  de- 
fienda usté,  que  es  peo!  ¡Esto  es  un  crimen! 
¡esto  es  una  infamia!  ¡No  paga  usté  ni  fri- 


16   — 


Juan 
Merc. 


Juan 

Mekc 

Juan 

Merc 

Juan 

Merc. 

Juan 

Merc. 


Juan 

Merc 
Juan 


to!  [Pobrepital  Pero  ¿upté  no  ve  que  le  quita 
salú,  que  le  quita  alegria,  que  le  quita  cari- 
ño de  to  er  que  la  mire,  porque  no  tiene  un 
6Ítio  pa  darle  un  beso?  Y  es  bonita  la  pobre; 
que  da  más  lástima  toavía...  ¡Vayase  usté, 
vayase  usté  de  mi  casa  ya,  que  hasta  hoy  nd 
he  visto  yo  bien  claro  lo  retesusio,  lo  rete- 
puerco,  lo  retemalo,  lo  retefeo  y  lo  reteanti- 
pático  que  es  usté! 

Mersedes...  que  se  me  van  á  sarta  las  lágri 
mas...  y  no  traigo  pañuelo. 
¡Vayase  usté,  hombre,  vayase  usté  y  no  pase 
por  esta  caye  como  no  sea  en  carnavá,  que 
yo  no  lo  conozca! 
Mersedes... 
¡Vayase  usté,  le  digo! 
Ya  me  voy...  Niña... 
No;  esta  se  queda  aquí  un  ratito. 
¿Que  se  queda  aquí? 
íSí,  señó. 

¿Qué  va  usté  á  hasé  con  eya? 
A  ponerla  como  su  madr?^  la  parió;  á  echar- 
le ensima  toa  el  agua  que  le  base  farta  ar 
padre;  á  fregarla;  á  dejarle  er  cuerpesito 
como  una  rosa;  á  vestirla  luego  con  ropita 
limpia  de  mi  hija;  á  peinarla,  á  carsarla,  á 
darle  después  cuatro  besos  muy  apretaos,  y 
á  mandársela  á  usté  pa  que  ee  entere  de  lo 
que  es  un  careo  de  mi  Carmen;  por  supues- 
to, con  orden  de  que  no  se  aserque  á  us^té 
hasta  que  no  esté  limpio.  ¡Y  ya  tiene  usté 
penitensia! 

(Afligido.)  Mersedes...  yo  soy  un  esclavo  de 
usté.  Dios  le  pague  á  usté  lo  que  va  á  basé 
con  mi  niña.  Cuando  usté  quiera,  hase  lo 
mismo  con  er  padre. 

Güeno,  güeno:  á  la  caye  ahora.  Ya  sabe  us- 
té como  á  mí  me  gusta  la  gente. 
Ya  lo  sé;  y  bien  mereslo  tengo  este  castigo 
y  este  bochorno.  Mientras  que  no  me  saque 
briyo,  no  güervo  á  vení.  Palabra.  Cómprese 
usté  unas  gafas  negras  pa  que  cuando  me 
vea  no  le  lastime  er  resplandó.  Y  luego  nos 
casamos;  y  la  luna  de  mié  la  vamos  á  pasa 


—   17   — 

á  la  oriya  der  río.  Y  ayí  coge  usté  una  pie- 
dra, y  me  la  tira  al  agua,  y  yo  me  echo  al 
agua  por  eya  y  la  paco  en  la  boca.  ¡Sí,  por- 
que estoy  convensío  de  que  como  no  me 
güerva  perro  de  agua  usté  no  me  hase  caso! 
Güeñas  tarde?,  (se  va.) 
Merc  Vaya  usté  con  Dios,  (a  la  niña.)    Y   tú   no  te 

asustes,  hija  mía.  Yo  tengo  una  niña  coa  o 
tú,  y  quipro  que  te  parezcas  á  eya,  pa  darle 
una  lersión  á  tu  padre,  que  es  un  embuate- 
ro.  Entra  ahí,  que  pa  aya  voy  yo. 

(Vase  Juanita  por  la  puerta  de  la  derecha.) 
Juan  (Asomándose  por  la   ventana.)    ¿Sabe    USté  lo  qUe 

me  ha  dicho  su  mamaíta? 
Merc  ¿Qué? 

Juan  Que  al   amánese  pasa  er  carro  e  la  basura. 

¡Por  6Í  yevaba  poco!  ¡Mardita  sea!...  (vase.) 
Merc  Si  de  esta  no  se  enmienda...   es  hombre  al 

agua.  Que  es  lo  que  yo  querría. 

(ai  péblico  ) 

Es  pa  er  cuerpo  y  pa  la  cara 
el  agua  clara  un  tesoro, 
der  que  siempre  he  sío  avara... 
¡Dios  bendiga  el  agua  clara! 
¡Vivan  los  chorros  del  oro! 


FIN 


Madrid,  Febrero,  1906 


OBHRS  DE  IiOS  IVHSPUOS  RÜTOl^ES 


Esg'rlnia  y  amor,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

Belén.  13,  principal,  j  üíjuete  cómico. 

Ollito,  jug^uete  cómico-lirico.  Música  del  maestro  Osuna.  (2.*  edición 

lia  media  naranja,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

El  tío  de  la  flauta,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

El  ojito  derecho,  entremés.  (3.*  edición.) 

lia  reja,  comedia  en  un  acto.  (4.*  edición.) 

JLa  buena  sombra,  sainete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Brull.  (6.*  edición  ) 

El  perejsfrino,  zarzuela  cómica  en  un  acto.  Música  del  maestro 
Gómez  Zarzuela. 

Ea  vida  intima,  comedia  en  dos  actos.  (3."  edición.) 

Eos  borraclioN,  sainete  en  cuatro  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Giménez.  (2.*  edición.) 

El  chiquillo,  entremés.  (5.'  edición.) 

Eas  casas  de  cartón,  juguete  cómico. 

El  traje  de  luces,  sainete  en  tres  cuadros,  con  música  de  los 
maestros  Caballero  y  Hermoso. 

El  patio,  comedia  en  dos  actos,  (3.*  edición.) 

El  motete,  pasillo  con  mvisica  del  maestro  José  Serrano.  (2."  edi- 
ción.) 

El  estreno,  zarzuela  cómica  en  tres  cuadros,  con  miisica  del  maes- 
tro Oh  api. 

Eos  CSaleotes,  comedia  en  cuatro  actos.  (3.*  edición.) 

Ea  pena,  drama  en  dos  cuadros.  (2.»  edición.) 

Ea  azotea,  comedia  en  un  acto. 

El  g-énero  ínfimo,  pasillo  con  miisica  de  los  maestros  Valverde 
(hijo)  y  Barrera, 

El  nido,  comedia  en  dos  actos.  (2.^  edición.) 

Eas  flores,  comedia  en  tres  actos. 

Eos  piropos,  entremés. 

El  flechazo,  entremés. 

El  amor  en  el  teatro,  capricho  literario  en  cinco  cuadros,  pró- 
logo y  ejnlogo. 

Abanicos  y  panderetas  <$  ¡  4  Sevilla  en  el  botijo!  humorada 
satírica  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro  Chapi. 

Ea  dicha  ajena,  comedia  en  tres  actos  y  un  prólogo. 

Pepita  Reyes,  comedia  en  dos  actos. 

Eos  meritorios,  pasillo. 


I^a  zahori,  entremés. 

La  reina  inora,  saínete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro 
José  Serrano.  (2."  edición.) 

Zarag'ataiit,  saincto  en  dos  cuadros. 

liB  KaK'ala,  comedia  on  cuatro  actos. 

La  casa  «le  («arefa,  comedia  on  tres  actos. 

lia  contrata,  apropósito. 

El  amor  que  pasa,  comedia  en  dos  actos. 

£1  mal  de  amore.s,  sainete  con  música  del  maestro  José  Serrano. 

£1  nuevo  servidor,  humorada. 

^lauana  de  sol,  paso  de  comedia. 

Fea  y  con  gracia,  pasillo  con  música  del  maestro  Tu  riña. 

La  aventura  de  los  g^aleotes,  adaptación  escénica  de  un  capi- 
tulo del  Quijote. 

La  musa  loca,  comedia  en  tres  actos. 

La  pitanza,  entremés. 

El  amor  en  .solfa,  capricho  literario  en  cuatro  cuadros  y  un  pro 
logo,  con  música  de  los  maestros  Chapi  y  Serrano. 

Los  chorros  del  oro,  entremés. 

jVIorritos,  entremés. 


SERAFÍN  Y  JOAQUÍN  ÁLVARRZ  (JL'INTBRO 


MORRITOS 


Bi  N  T  R  E  M  E  S 


8001EDAD  DE  AUTORES  E8PAÍÍOLE8 
Núñez  de  Balboa,  12 

1  ©  O  e 


ikiofSRirrotd 


Esta  obra  es  propiedad  de  sus  autores,  y  nadie  po- 
drá, sin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla 
en  España  ni  en  los  países  con  los  cuales  se  hayas 
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cionales de  propiedad  literaria. 

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del  cobro  de  los  derechos   de  propiedad. 

Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 


MORRITOS 


IC  N  T  R  E  IVL  E)  S 


SERAFÍN  Y  JOAdülN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


Estrenado  en  el  TEATRO  LARA  el  12  de  Marzo  de  1006 


^' 


MADRID 

a.    VBLA8C0,  IMP  ,  UABQaáS  DE  8AKTÁ   A.SA,  1)    GCP  ' 

Telétono  número  551 


<Jl  Boncfíiía  ^uiz 

encanto  de  la,  escena  españo'a 
(L/uJ  ^ueuóJ  amiaóó, 

'4.0 J  Cííuió>ieó. 


REPARTO 


PERSONAJES  ACTORES 

MORRITOS Spa.     Ruiz. 

GRKGORIA Srta.  Alba. 

UN  DESCONOCIDO Se.       Zorrhxa. 


M  II  áfe  II  ^  II  >*)  II  SS  II  áS  II  ^  II  ií?:  !l  ■*  II  ■*  II  *  II  •«  II  >«  II :«  II  ^  II  «i  II  <!6  II  *  I 


MORRITOS 


Portería  de  Pepita  Reyes  en  Madrid.  Es  de  dia 


v^La  escena  está  sola.  Por  la  puerta  que  da  á  la  escalera  sale    GREGO- 

RIA,  coa  un  lío  de  ropa  en  una  mano  y  unos   calzoncillos  lavados    y 

rotos  en   la  otra.) 

(treg.  (Llamando.)   ¡Morritos!   ¡MoiTitos!  ¿Dónde  se 

habrá  metió  esa  arrastra?  ¡Morritos!  ¿Le 
paece  á  usté  la  mona  esta?  ¡Morritos!  Lo 
menos  está  emboba  con  un  folletín.  ¡Mala 
peste  en  tos  ellos!  ¡Morritos! 

(Sale  Morritos  del  interior  de  la  portería  con  la  seííu- 
ridad  de  una  paliza  en  los  ojos.) 

Mor.  ¿Qué  pasa? 

Greg.  ¿Dónde  estabas  metía? 

Mor.  Pué  usté  calcúlalo,  cuando   no  he  salió  al 

primer  grito.  Estaba  en  el  patio  encendien- 
do el  brasero. 

Greg.  ¡El  brasero!...  ¡el  brasero'...   No  te  salto  un 

ojo  porque  hoy  es  lunes,  y  no  quiero  empe- 
zar así  la  semana.  (Mostrándole   los   calzoncillos.) 

Mira. 
Mor  ¡Anda,  que  siete! 

Greg.  Como  que  estas  prendas  así  no   las   debía 

una  de  acetar  pa  lavarlas.  Paecen  de  tela  de 

cebolla.  jV  se  hará  la  ilusión   de  que  lleva 

calzoncillos  el  amo! 
Mor.  Pué  que  se  la  haga. 


Greg  .  Calla  tú  y  óyeme.  Mientras  yo  voy  al  ocho, 

me  coses  eso  como  puedas,  ¿sabes?  que  ten- 
go que  entree;ar  la  prenda  y  no  quiero  lle- 
varla rota.  ¿Te  has  enterao? 

Mor.  ¡Así  que  habla  usté  en  chino! 

Greg.  Pues  date  prisa,  ¿eh?  que  antes  de  cinco  mi 

ñutos  estoy  aquí    por    ellos.    (Yéndose   hacia  la 

calle.)  ¡Maldito  sea  el  demonio!.  ¡Miste  que 
llevo  una  mañana!... 

Mor.  (Muy  asombrada,  cuando  se  queda  sola.)  EstO  SÍ  que 

es  raro:  lo  menos  que  va  á  iiaber  es  eclise: 
venir  mi  madre  y  escápame  yo  sin  que  me 
sacuda,  sí  que  es  un  fenómeno.  A  ver  dón- 
de hay  agujas  pa  coser  esto...  Porque,  eso  sí: 
como  vuelva  y  no  esté  ya  cosió,  y  á  su  gus- 
to, el  fenómeno  no  se  rej>ite.  (Busca  en  el  costu- 
rero de  Pepita  y  hállalo  que    desea.)  Aquí  tiene  la 

Pepita  de  to.  ¡Miá  que  si  se  lo  zurciera  coa 
hilo  colorao,  no  era  bofetá  la  que  me  larga- 
ba! Dios  me  libre.  Con  el  padrón  de  cédu- 
las no  se  puén  gastar  brom^ts.  (su  sienta  junto 

á  la  camilla    á    coser.)    ¡Anda!  ¡CÓDIO    está    esto! 

¡Qué  vergüenza!  ¡Si  por  aquí  se  puen  colar 
tomates!  Y  á  lo  mejor  este  homl)re  será  ca- 
sao,  y  tendrá  cutis  pa  ponerse  delante  e  su 
mujer  con  estos  calzoncilios.  Los  hay  des- 
ahogaos, (cantando  mientras  da  las  primeras  pun- 
tadas.) 

Yo  me  quería  casa 
con  un  mocito  barbero, 
y  mi  madre  me  quería 
monjita  de  un  monasterio. 

(Gritándole  de  pronto  á  un  Desconocido  que  pasa  em 
hozado  hacia  el  interior  de  la  escalera.)  ¿Ande  Va 
usté?  (viendo  que  no  la  oye  suelta  la  costura  y  corre 

á  la  puerta.)  ¿Ande  va  usté?  ¡Que  si  quieres! 
Echó  el  tío  escaleras  arriba.  ^^A  qué  cuarto 
irá'?  Luego  me  riñe  á  mí  el  señor  JNicasio. 
Pues  aunque  va  embozao  le  he  visto  bien 
la  cara;  no  se  crea  que  se  me  despinta.  Una 
tié  que  fijarse,  porque  con  las  cosas  que  pa- 
san en  este  Madii  tus  los  días,  y  que  train 


los  papeles,  ¿quién  le  dice  á  una  que  ese  tío 
de  la  capa  no  es  un  tío  de  estrs  nia'os  que 
llevan  un  revólver  de  seis  tiros  en  un  bolsillo 
de  aquí  atrás?  ¡Miá  que  si  eí-e  fuera  á  mata 
á  la  vieja  de  arriba,  pa  róbala!  ¡Anda!  Por- 
que esñ  vieja  tié  dinero:  á  mí  no  me  la 
pega.  Lo  tendrá  metió  en  un  calcetín  ó  de- 
bajo un  ladrillo:  pero  tié  dinero.  ]Miá  que 
si  la  matara  ese  hombre!  ¡Jesús!  ¡Un  crimen 
en  la  casa  esta!  ¡Qué  envidia  en  to  el  barrio! 
Yo,  de  tócale  á  algún  vecino,  que  le  toque 
á  la  vieja.  Sí;  porque  la  vieja  se  va  á  morir 
el  día  meno.^  pensao  como  un  loro,  í-in  rui- 
do y  sin  na;  y  nadie  va  á  compadécela;  y 
to  el  mundo  dirá  que  está  bien  muerta,  que 
bastante  ha  vivió,  y  que  por  ;dií  nos  espere 
muchos  años;  mientras  que  si  ese  tío  euibo- 
zao  va  y  la  mata,  ella,  total,  no  pierde  más 
que  unos  cuantos  días,  y  le  tendrá  lástima 
to  el  barrio,  y  hasta  sacarán  los  papeles  un 
retrato  suj'o  cuando  era  joven.  Porque  lo 
que  es  de  ahora  mejor  será  que  no  lo  sa- 
quen. ¡Vaya  si  eso  está  bien!  Y  no  hay  que 
pensar  en  otro  inquilino:  la  vieja,  la  vieja 
es  la  que  cai.  ¡Qué  ovación!  ¡Miá  que  los  días 
que  íbamos  á  pasarnos  charla  que  charla  na 
más  que  de  lo  mismo!  ¡Anda!  ¡Se  me  hace 
agu.i  en  la  boca!  Y  aquí  los  guardias,  y 
aquí  el  juez,  y  aquí  los  periodistas,  y  aquí 
los  médicos,  y  aquí  los  de  la  curia — al  olor 
de  los  cuartos  de  la  vieja, — y  tos  pa  arriba, 
y  t(js  pa  abajo,  y  á  declarar  los  inquilinos,  y 
el  señor  Nicasio,  y  la  Pepita,  y  á  declarar  la 
cacharrera,  y  el  sereno,  y  el  de  los  faroles,  y 
á  declarar  los  de  la  alcantarilla,  y  la  trape- 
ra, y  mi  madre,  y  las  burras  de  leche...  y  á 
declarar  to  el  mundo.  ¡Ay,  me  vuelvo  loca 
de  alegría!  Y  á  to  esto  yo  calla,  pa  no  meter- 
me en  líos.  Que  me  preguntan:  «Pues  yo 
no  he  visto  na,  señor  juez,  (jurando.)  ¡Míste- 
la!» ¡Y  á  ver  quién  me  saca  de  ahí!  Y  de 
pronto  |zas!  que  cain  sospechas  sobre  la  Pi- 
fania,  la  de  doña  Irene,  que  es  mu  marenca- 
rá  y  mu  fea,  y  tiene  un  ojo  que  se  quié  meter 


—  10  — 

dentro  del  otro;  y  ella  que  no  y  que  no,  y  que 
es  inocente,  y  se  pone  en  cruz,  y  to  el  mundo 
que  8Í  y  que  sí,  porque  le  han  visto  unos  pen- 
dientes mu  güenos,  y  «¿ríe  ilónde  han  salió 
esas  misas?»  «¿(][uién  ee  lo»  ha  comprao?»... 
Yo  sé  quién  se  los  ha  comprao — (]ae  pa  to 
hay  gustos, ^pero  me  callo  como  una  muer- 
ta pa  que  siga  la  bola.  ¡Que  se  fastidiel  ¡Esa 
me  paga  á  mí  la  media  libra  e  churros  que 
me  (luitó  la  otra  mañana!  Y  se  la  llevan  á  la 
cárcel,  y  tié  que  nombrar  abogao,  3'  toa  su 
familia  viene  del  pueblo:  el  padre,  la  madre, 
la  hermana  casa,  la  hermana  soltera,  el  her- 
mano tonto,  el  hermano  cura.,,  Y  tos  á  la 
cárcel,  y  tos  á  vela:  ¡y  vaya  una  ecena,  por- 
que tos  son  bizcosl  Y  los  papeles,  unos  que 
pares  y  otros  que  nones,  y  en  Madrí  no  se 
habla  de  otra  cosa,  y  se  forman  partios,  y 
llega  la  vista;  y  yo  calla.  Y  el  fiscal,  que  es 
el  que  tié  mas  malas  pulgas — porque  yo 
he  estao  una  tarde  en  las  Salesas  y  lo  he  re- 
parao — el  fiscal  pide  que  la  maten  y  que  ln 
maten;  y  el  abogao  se  pone:  (subida  en  una  si 
lia  baja.)  «[Es  Una  iuocente,  señores  jueces! 
¡Este  va  á  ser  otro  crimen  más  malol  ¡Mi  de- 
fendida no  tiene  más  defezto  que  el  del  ojo, 
y  ese  es  de  familia!»  Y  el  fiscal  que  nones, 
y  dale,  y  machaca,  y  que  se  tié  que  salir  con 
la  suya:  siete  penas  de  muerte,  y  un  día.  Y 
yo  calla.  Pero  en  esto  una  noche,  durmien- 
do yo,  se  me  presenta  un  angelito  y  me 
dice:  «Morritos,  lo  de  los  churros  no  es  pa 
tanto:  debes  declarar  to  lo  que  sabes.»  Y  yo 
me  dispierto  convencía,  y  se  lo  cuento  á  la 
Pepita  y  al  señor  Nicasio,  y  el  señor  Nicasio 
me  da  un  mamporro  por  haberme  callao 
t^nto  tiempo,  y  yo  comprendo  que  es. mere- 
ció, y  va  y  le  escribe  un  anónimo  al  pre.'^i- 
dente  del  t^upremo  citándolo  aquí  en  la  por- 
tería. Y  viene  el  presidente,  y  viene  el  juez. 
y  yo  me  disculpo  con  que  estaba  asusta,  y 
aluego  declaro.  Y  ponen  á  la  Fifania  en  li- 
berta, y  ella  me  da  un  abrazo  conmovía,  v 
to.-)  los  bizcos  se  echan  á  llorar  de  agradecí- 


-  II  — 

miento,  y  buscan  al  tío  de  la  capa,  y  lo  en- 
cuentran, y  me  lo  train,  y  yo  digo;  «Este  e>, 
pero  que  lo  indulten  el  día  del  rey  »  Y  to  el 
mundo:  «¿Pero  quién  ha  descubierto  la  ver- 
dá?»  Y  los  papeles:  «Pues  la  Morritos,  la 
Morritos,  la  Morritos.»  Y  vienen  los  perio- 
distas á  ver  á  la  Morritos.  (Fingiendo  im  diálo- 
go.)« — Buenas  tardes. — Buenas  tardes. — ¿Es 
usté  la  Morritos? — Servidora.  ¿Usté  es  perio- 
dista?— Servidor. — Lo  be  conoció  en  los  len- 
tes. ¿Y  en  qué  puedo  servirle? — Pues  vengo 
sobre  la  vieja  del  tercero.  —  Pues  verá  usté, 
señor:  yo  estaba  aquí  conforme  estoy  abora, 
cuando  de  pronto  ¿sabe  usté?  vi  pasar  á  un 
tío  embozao  en  una  capa,  con  unos  embozos 
así  como  los  que  usté  trai — pué  dar  esa  Cii- 
suabdá.  Lo  mismo  fué  verlo  que  le  di  el 
quién  vive  preguntándole  que  adonde  iba. 
¿Usté  me  ba  contest ao?  I^ues  igual  hizo  él.» 
Y  sigo  yo  charla  que  diaria,  y  de  una  cosa 
paso  á  otra,  y  al  tío  se  le  acaba  el  papel,  y 
tié  que  ajiuntarse  cosas  hasta  en  las  sue- 
las, y  se  va  con  dolor  de  cal)eza  de  oime,  y 
al  día  siguiente  fale  en  el  periódico  to  lo  qne 
le  be  contao,  y  Morritc.s  pa  acá,  y  Morritos 
pa  allá,  y  me  sacan  retratos,  y  me  ponen 
hasta  en  los  prospetos,  y  se  venden  «pañue- 
los Morritos»,  3''  en  la  Puerta  del  Sol  un  ju- 
guete: «¡La  vieja  y  Morritos,  diez  cénti- 
mos! ¿Quién  no  embroma  á  un  amigo? 
¿Quién  no  le  da  un  susto  a  la  criada?»  Y 
«papel  de  fumar  Morritos»,  y  «cerillas  Mo- 
rritos», y  «anís  e.'^carcliao  Morritos»,  y  Mo- 
rritos, y  Morritos,  y  Morritos,  y  no  hay  mas 
que  Morritos.  (pausa.)  Lo  malo  de  to  eslo 
es  que  pasa  el  crimen,  porque  viene  otro 
más  sonao,  que  á  lo  mas  la  familia  de  la 
Pifania  me  regala  á  mí  un  par  de  gallinas 
que  se  comen  aquí  entre  tos,  y  vuelta  yo  á 
la  portería,  y  á  trabajar  como  una  perra,  y  el 
señor  Kicasio  á  regáñame,  y  mi  madre  á 
eslomame  á  golpes,  y  to  lo  mismo.  ¡Pa  eso 
vale  más  que  no  asesinen  á  la  vieja!  (Nue- 
va pausa.)  Estaría  mejor  otra  cosa...  Que  un 


«lía  entrara  mi  madre  toa  sobrecogía,  toa 
acelera,  y  sin  darme  los  buenos  días,  me 
<lijera:  «Morritos,  vente  al  café  económico 
•  le  enfrente,  que  te  convido  yo.»  Lo  cual 
<iue  yo  me  quedaría  con  tanta  boca  abierta; 
|)or(jue  mi  madre  no  gapta  esas  finuras.  Y 
ya  en  el  café,  ca  una  con  un  vaso  de  recuelo, 
ella  toa  temblando,  y  yo  con  los  ojos  como 
dos  cajns  de  betún,  me  biciera  esta  declara- 
ción: «Morritos,  tú  no  eres  bija  mia.»  Y  yo 
pa  mí:  «No  caira  esa  breva.»  Y  ella  enton- 
ces: «Yo  te  arrecügi  una  nocbe  mu  fría,  en 
que  el  viento  se  llevaba  los  árboles,  á  la 
misma  puerta  e  mi  casa,  cu.indo  vivía  en  la 
calle  de  la  Ventosa.  Estabas  lia  en  pañales 
mu  finos,  y  con  mucbos  encaje«,  y  muchos 
olores  de  casa  rica,  y  una  medalla  colgá  al 
cuello,  que  tengo  yo  del)HJo  el  hule  de  la 
cómoda,  y  una  carta  de  tres  renglones  que 
decía:  «Una  madre  atribula  deja  ai^uí  á  esta 
niña  inocente,  si  hay  un  alma  piadosa  que 
la  ampare,  no  le  pesini.»  Y  una  rayita  por 
debajo.  ¡Jesús!  Temblando  estoy  na  más  que 
de  pensalo.  Y  resulta  luego  (]ue  mi  madre 
es  una  señorona,  que  se  escurrió  una  vez — 
como  se  escurren  tantas  señoronas, — y  que 
se  tuvo  que  callar  por  la  familia',  pero  ya  se 
le  lian  muerto  tos  y  me  han  buscao,  porque 
no  pué  vivir  de  remordimientos.  Y  viene 
a(^uí,  y  quié  llévame  á  su  palacio  con  ella... 
¡Qué  ovación!  <.<¡Hija  mía!»  «.¡Madie  mía!» 
«¡Al  fin  te  encontré!»  Yo  he  visto  esta  ece- 
na  muchas  veces  en  el  teatro,  pero  siempre 
con  música,  que  es  lo  que  me  carga.  Y  tos 
á  mi  alrededor  llorando  conmovíos,  y  llora 
también  el  señor  Nica-^io,  que  no  ha  llorao 
en  su  vida,  y  la  Pepita  ¡-e  me  abraza  al  cue- 
llo toa  atribuU,  y  yo  la  digo:  «¡No  te  olvida- 
ré nunca,  Tepital  Ves  por  mi  palacio  siem 
pre  que  quier.is.»  Y  en  el  palacio  toas  las 
})aredes  e.-táu  de  seda,  y  no  hay  más  que 
criaos,  y  doncellas  pa  mí,  y  la  una  pa  lá- 
vame, y  la  otra  pa  j^einume,  y  la  otra  pa  rás- 
came, y  la  otra  pa  vestime,  y  la  otra  pa  ca- 


~  13  — 

zame...  Y  en  esto  que  la  Morritos  pe  pone 
mala.  ¡Jesús,  qué  bomba  en  el  palacifi!  Seis 
Diédicos  á  mi  cabecera,  calvos  tos,  escuchán- 
dome por  toas  partes,  y  sin  saber  ninguno 
lo  que  tié  la  Morritos  Y  viene  un  médico 
de  mu  lejos  con  muchas  barbas  y  muchas 
manchas  en  la  ropa,  y  dice:  «Pues  la  Morri- 
tos lo  que  tié  es  que  está  enamora  de  un 
príncipe.»  ¡Anda  con  esa!  Y  mi  madre  se 
me  abraza  llorando:  «¡Hija,  yo  no  te  quiero 
perder  tan  pronto!»  Y  yo:  «¡Madre!»  Y  ellp: 

«¡Hiia!»  Y  yo:  «¡Madre!»  (oyendo  de  improviso 
á   Gregoria,    que    viene    hacia    la    portería    chillando, 

como  siempre.)  ¡Cristo!  ¡la  mía  de  vfras!  ¡Qn-- 
chasco!  ¿Qué  me  dio  que  hacer?  (Azorada  da 

vueltas  por  la  escena )    ¿Qué    me    dÍÓ?    ¿qué  me 

dio?  ¡Ah!  ¡los  calzoncillns!  ¡Me  la  gano!  ¡va- 
ya si  me  la  gano!  (Los  agarra  nerviosamente  por 
ambos  pemiles,  y  queriendo  ver  por  donde  ha  de  co- 
serlos, en  un  movimiento  involuntario  los  raja  y  se 
queda  con  un  pernil  en  cada  mano  )  ¡Virgen!  ¡Bue- 
na cosa  he  hecho!  ¡Ksto  sí  que  no  tié  com- 
postura! jMe  monda  mi  madre!  ¡me  monda! 
¡Y  ya  está  aquí!  ¡Vi  á  escóndeme  debajo  e 

la  cama!  (Xira  ios  pemiles   y  se  va  espantada  al   in- 
terior.) 
GreG  .  (Terminando  al    llegar  á  la  portería    la    riña    en    que 

viene  enredada,   probablemente    con    una   verdulera.) 

¿A  üií  usté?  ¡De  ganas!  ¡Eso  sería  un  pue- 
blo! ¡Ka  tía  pindonga!..  ¡Morritos!  ¿Qué  ha- 
cen, Morritos?  Pero  ¿qué  es  esto?  ¡Aquí  un 
pernil!...  ¡anda  Dios!...  ¡y  aquí  el  otro!  ¡Mal 
tiro  la  peguen!  ¿Pues  no  me  ha  roto  los  cal- 
zoncillos la  arrastra?  ¡Morritos!  ¡Morritos! 
¡La  deshago!  ¡Se  acabó  la  Morritos  pa  siem- 

pr^ !  (Entrase  furiosa  en  el  interior  de  la  portería,  A 
poco  descubre  á  Morritos  debajo  de  la  cama  y  comien- 
za la  paliza  del  día,  no  obstante  ser  lunes.  Las  voces 
de  ambas  se  oyen  confundidas  allá  dentro.) 

Mor.  ¡Ayl  ¡ay!  ¡No  me  haga  usté  na! 

Greg.  ¡Grandísima  tunanta,  sal  aquí  que  te  mate! 

Mor.  ¡Ay!  ¡ay!  ¡Si  ha  sío  sin  querer! 

Greg.         ¿Sin  querer,  condena?  ¡Toma,  toma  sin  que- 
rer! 


—   14   — 

Mor  Ay!  ¡ay! 

GuEG.  ¡Si  hasta  que  no  te  esbarate  no  descanso 

¡Si  eres  mu  perra! 

Mor  ¡Ay!  ¡ay!  ¡Madre,  por  Dios,  madre! 

(íREG.  ¡De  hierro  quisiera  tener   las  manos,  arras- 

tra! 

Mor.  ¡Ay!¡Hy! 

Greg.  ¡l^e  paece  á  usté  la  que  me   ha  jugao!  ¡Va- 

lijos,  hombre'  ¡Si  hay  pa  cegarse  y  hacerla 
polvo!...  (saiieuJo.)  jMaldita  sea  la...! 

( Durante  este  dulce  coloquio,  el  Desconocido  de  antes 
se  ha  asomado  á  la  portería  y  ha  Damado  á  la  ]>ortera 
varias  veces.) 

Desc.  ¡Portera!  ¡Portera!  ¿Pero  están  ahí  matando 

■>  alguien?  ¡í^ortera!  ¡Portera!  (eu  este  momento 

sale  Gregoria,    que  va  hacia  la  calle  hecha  un   basilis- 
co.) Diga  usted,  portera:   ¿el   vecino   del  se- 
í;undo..  ? 
Greg.  ¡Se  ha  tirao  por  el  balcón   esta   mañana! 

¡Miá  este  ahora!  (Le  da  un  empujón  á  la  puerteci- 
11a  y  otro  al  Desconocido,  y  se  va  echando  maldicio 
nes.) 

Desc.  (Perplejo  y  alarmado.)  ¿Quc  sc  ha  tirado  por  el 

l)alcÓn?  [ÓOrcho!  (a  Morrltos,  que  sale  deshecha 
la  pobreeilla,    enjugándose  las  lágrimas  y  sollozando.) 

;Niña!  ¡Niña!  ¿Kl  vecino  del  segundo..  ? 
Mor.  Yo...  no  sé...   Yo  creí  que  usté  iba  á  mata  á 

la  vieja... 

OeSC.  ¡Corcho!  (Huye  despavorido.) 

Mor.  ¡Así  acaban...  toas  las  fantesías  de  la  Morri- 

lOS....  (ai  público,  entre  soUoeos.) 

Ya  que  tan  mal  me  ha  ealío 
];onerme  á  fantesiar... 
lú...  que  eres  amigo  mío.  . 
no  me  vayas  á  dejar 
el  corazón  encogió. 


FIN 


Madrid,  Febrero^  VMf> 


OBRñS  DE  íiOS  MÍSMOS  ftÜTOl?ES 


Csg'rima  y  amor,  juguete  cómico.  (2.^  edición.) 

Belén.  12,  principal,  juguete  cómico. 

Oililo,  juguete  cómico-lírico.  Música  del  maestro  Osuna.  (2.*  edición) 

I^a  nieUla  naranja,  juguete  cómico.  (2. '^  edición.) 

El  tío  «le  la  flauta,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

El  ojito  ílereolio,  entremés.  (3.*  edición.) 

Ea  reja,  comedia  en  un  acto.  (4.*  edición.) 

Ea  buena  sombra,  saínete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Brull.  (6.*  edición  ) 

El  peregrino,  zarzuela  cómica  en  un  acto.  Música  del  maestro 
Gómez  Zarzuela. 

Ea  vitla  Intima,  comedia  en  dos  actos.  (-3.*  edición.) 

Eo.s  borrachos,  saineto  en  cuatro  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Giménez.  (2.*  edición.) 

El  chiquillo,  entremés.  (5."  edición.) 

Eas  casas  de  cart<ín,  juguete  cómico. 

El  traje  «le  luces,  sainete  en  tres  cuadros,  con  música  de  los 
maestros  Caballero  y  Hermoso. 

El  patio,  comedia  en  dos  actos.  (3.*  edición.) 

El  motete,  pasillo  con  música  del  maestro  José  Serrano.  (2.*  edi- 
ción.) 

El  estreno,  zarzuela  cómica  en  tres  cuadres,  con  música  del  maes- 
tro Chapi. 

Eos  Oaleotes,  comedia  en  cuatro  actos.  (3."  edición.) 

Ea  pena,  drama  en  dos  cuadros.  (2.»  edición.) 

Ea  azotea,  comedia  en  un  acto. 

El  género  ínfimo,  pasillo  con  música  de  los  maestros  Valverde 
(hijo)  y  Barrera. 

El  ni«lo,  comedia  en  dos  actos.  (2.^  edición.) 

Eas  flores,  comedia  en  tres  actos. 

Eos  piropos,  entremés. 

El  flechazo,  entremés. 

El  amor  en  el  teatro,  capricho  literario  en  cinco  cuadros,  pró- 
logo y  epilogo. 

Abanicos  y  pan<leretas  6  ¡4  Sevilla  en  el  botijo!  humorada 
satírica  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro  Chapi. 

Ea  «licha  ajena,  comedía  en  tres  actos  y  un  prólogo. 

Pepita  Reyes,  comedia  en  dos  actos. 

Eos  meritorios,  pasillo. 


lia  zahori,  entremés. 

1.a  reina  mora,  saínete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro 
José  Serrano.  ('2.*  edición.) 

Zarajgratas,  sainete  en  dos  cuadros. 

l<a  zaj^ala,  comedia  en  cuatro  actos. 

l<a  casa  ele  (> arela,  comedia  on  tres  actos. 

lia  contrata,  apropósito. 

El  amor  que  pasa,  comedia  en  dos  actos. 

El  mal  de  amores,  sainete  con  música  del  maestro  José  Serrano. 

El  nuevo  servidor,  hiimorada. 

mañana  de  sol,  paso  de  comedia. 

Fea  y  con  gracia,  pasillo  con  miisica  del  maestro  Turina. 

lia  aventura  de  los  galeotes,  adaptación  escénica  de  un  capí- 
tulo del  Qiiijote. 

\a»  musa  loca,  comedía  en  tres  actos. 

Ija  pitanza,  entremés. 

El  amor  en  solfa,  capricho  literario  en  cuatro  cuadros  y  un  pro 
logo,  con  música  de  los  maestros  Chapi  y  Serrano. 

lios  chorros  del  oro,  entremés. 

JMorrltos,  entremés. 


serafín  í  joaídín  ályarez  quintero 


AHOR  í  mm 


PASO  DE  COIvIEDIA 


'caí^^^rs:^ 


SOCIEDAD  DE  AUTORES  ESPAÑOLES 
Núñez  de  Balboa,  12 

isoe 


iVAdíOJR    A    OSOURA.® 


Esta  obra  es  propiedad  de  sns  antores,  y  nadie  po- 
drá, sin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla 
en  España  ni  en  los  paises  con  los  cuales  so  hayan 
celebrado,  ó  se  celebren  en  adelante,  tratados  inter- 
nacionales de  propiedad  literaria. 

Los  antores  se  reservan  el  derecho  ie  traducción. 

Los  comisionados  y  representantes  de  la  Sociedad 
de  Autores  kspañoles  son  los  encargados  exclusivamen- 
te de  conceder  ó  negar  el  permiso  de  representación 
y  del  cobro  de  los  derechos  de  propiedad. 

Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 


AMOR Á OSCURAS 


PASO  DE  COMEDIA 


SERAFJN  í  JOAQUÍN  ÁLYAREZ  (¡CINTERO 


Estrenado  en  el  TEATRO  LARA  el  19  de  Abril  de  1906 


-*- 


MADRID 

B.    YKLASOO,  lUPBSSOB,    UABQUÉS   OS   SAKTA   AMA,   11 

Teléfono  número  561 
I906 


cM  BíoíiíÓQ  íDomus 

gentilísima  adn'^, 
QJuJ  adiHhac/ó'ieá  u  íueuod  auitaod 


'X^oJ  ^^ui 


Oleó. 


<Jl  &¡oíiíée  ^omus 

gentilísima  acfri^, 
QJuá  aduthaaO'Leá  u   iueuoá  auiiaoá 


RKPARTO 


PERSONAJES  ACTORES 

ALICIA Seta.  Domus. 

RUPERTA Alba. 

DON  LUIS Sk.       Palanca. 

MANOLO De  Djego. 


íb^- 


..fPimSr:;^. 


*^ 


m^SMMMMMMMSimsiam^^aM 


AMOR  A  OSCURAS 


Gabinete  elegante  en  casa  de  Alicia,  viudita  de  teatro;  esto  es,  joven 
y  guapa.  Es  de  noche:  profusión  de  luces. 


(Sale  Alicia  por  una  puerta,  naturalmente.  Verla  y  comprender  la 
prematura  muerte  de  su  marido,  todo  es  uno.  Cou  mano  de  rosa 
toca  un  timbre  de  plata  y  aparece  por  otra  puerta  una  doncella, 
que  es  un  marroquí,  la  belleza  de  la  señora  y  la  fealdad  de  la  cria- 
d»,  que  encima  se  llama  Ruperta,  contrastan  duramente.  Alicia  no 
estima  en  mucho  sus  encantos;  Ruperta  tiene  pretensiones  y  frunce 
la  boca  para  hablar.  La  una  viste  con  sencillez  y  elegancia;  la  otra 
con  cierta  distinción.) 


Rup 

Señora. 

Alicia 

Ven  acá,  Ruperta. 

Rup. 

Mande  usted. 

Alicia 

¿Has  prevenido  ya  á  Manolo? 

Rup 

Manolo  sabe  ya  la  lección  como  el  Padre 

nuestro. 

Alicia 

¿Y  tú? 

Rup. 

En  mí,  descanse  usted.  Otra  cosa  no  seré, 

pero  lista... 

Alicia 

Es  verdad.   A  tí  se  te  puede  confiar  cual- 

quier asunto  delicado. 

Rup 

Muchísimas  gracias. 

Alicia 

Es  justicia. 

Rup. 

Es  favor.  lístá  usted  nerviosa. 

Alicia 

No... 

Ri'p. 

Alicia 
Rup. 


Alicia 


Rup. 
Alicia 


Alicia 


Rup. 


Alicia 


Sí,   señora,  sí;   otra  cosa  no  tendré,  pero 
ojo... 

También  es  verdad:  no  se  te  oculta  nada. 
Nada.  El  cariño  que  le  profeso  á  usted,  hace 
que  le  adivine  los  pensamientos...  las  in- 
quietudes... 

Pues  sí  que  estoy  nerviosa:   es  cierto.  E.^-e 
caballero  va  á  llegar  de  un  momento  á  otro... 
y  no  sé,  no  sé  cómo  saldremos  de  este  lan- 
ce, verdadero  paso  de  comedia. 
Diablura  le  llamaría  yo. 
Bien  dicho  está:  diablura. 
Como  que  otra   cosa  no  tendré,  pero  tino 
para  dar  con  la  palabra  propi?...  Y  si  usted 
reconoce  que  es  diablura,  ¿por  qué  se  mete 
en  ella? 

lAy,  Ruperta,  mi  temprana  viudez  me  ha 
abierto  los  ojos!  Yo  no  conozco  al  señor  de 
Salazar,  ni  el  señor  de  Salazar  me  conoce 
á  mí;  pero  yo  sé  bien  á  lo  que  viene,  y  él 
sabe  mejor  que  yo  lo  espero. 
Pues  por  eso  mismo  creo  yo  que  debiera 
usted  recibirlo  de  día,  á  la  hora  acostum- 
brada de  las  visitas  de  cumplido,  y  hablar 
con  él,  y  cambiar  impresiones...  y  nadi 
más. 

No,  no;  esta  prueba  la  hago.  Será  capricho 
ó  tontería,  pero  la  hago.  Mi  primer  marido 
se  enamoró  de  mí  cuando  30  tenía  quince 
años:  le  cautivaban  mis  ojos  negro?,  mi 
boca  fresca,  nii  cabello  abundante,  mis  ma- 
nos finas  y  bien  cuidadas,  mis  pies  menu- 
ditos,  mi  cuerpo  juvenil...  ¡Ay!  Al  año  de 
amores  nos  casamos...  y  á  los  dos  meses  de 
matrimonio  ni  él  podía  soportarme  á  mí, 
ni  yo  á  él.  Mi  cuerpo,  mis  pies,  mis  mano-, 
mi  cabello,  mi  boca  y  mis  ojos  perdieron  á 
los  suyos  todo  atractivo,  todo  encanto... 
Vino  primero  la  indiferencia,  luego  la  frial- 
dad, después  el  hastío...  A  a(:;uel  homl)re  no 
le  había  gustado  yo  nunca  más  que  por  foe- 
ra;  aquello  no  era  un  matrimonio.  Se  pegó 
un  tiro.  Yo  creo  que  hizo  bien.  Han  trans- 
currido ya  cinco  años,  durante  los  cuales  he 


pensado  más  de  una  vez  en  volver  á  casar- 
me; porque  una  mujer  sola  está  tan  triste... 

Rup.  ¡Ay,  muy  triste,  muy  triste! 

Alicia  Tengo  muchos  adoradores,  no  sólo  en  Gua- 

dalema,  sino  también  en  los  pueblos  de  la 
provincia;  y  todos  lo  mismo  que  aquel:  que 
si  la  boca,  que  si  los  ojos,  que  si  la  risa,  que 
si  el  pie,  que  ei  el  talle... 

Rup.  ¿y  en  qué  se  han  de  fijar,  señora? 

Alicia  Bien  está  que  se  fijen  en  eso;  pero  yo  quie- 

ro que  si  otro  hombre  me  lleva  al  altar,  an- 
tes que  por  mis  hechizos  de  mujer  bonita 
guste  de  mí  por  mi  condición,  por  mi  ca- 
rácter, por  mis  salidas,  por  mi  charla  tonta 
ó  discreta,  por  mis  genialidades,  i)or  mis 
caprichos,  por  mí  entera,  en  una  palabra. 
¿Comprendes  ahora  y  disculpas  la  trampa 
en  que  quiero  que  caiga  ese  señor  don  Luis 
de  Salazar? 

Rup.  Sí,  señora:  lo  comprendo,  lo  disculpo...   y 

hasta  lo  río...  ¡Ja,  ja,  ja!  Otra  cosa  no  ten- 
dré, pero  el  don  de  hacerme  cargo  no  me 
falta. 

(Sale  Manolo  con  una  tarjeta  en  una  bandeja  de  plata.) 

Man.  Señora. 

Alicia  ¡Ah!    (Después    de    mirar    la    tarjeta.)    Que    pase. 

(vase  Manolo.)  Aquí  le  tenemos.  Sigúeme  tú. 

(Se  marchan  las  dos  rápidamente.  A  poco  vuelve  á  sa- 
lir Manolo  con  don  Luis.) 

Man,  Pase  usted,  caballero.  Haga  el  favor  de  es- 

perar sentado,  (se  va.) 

D.  Luis  ¿Esperar  sentado?  No  me  hace  gracia  el  do- 
ble sentido  de  la  frase.  ¡Bah!   ¡qué  tontería! 

(E&te  don  Luis  es  un  caballero  de  buen  porte  y  me- 
diana edad,  que  comprende  que  se  iialla  en  la  de  ca- 
sarse, para  no  pasarlo  peor  andando   el    tiempo,  j    La 

casa  revela  buen  gusto,  bienestar...  feminis- 
mo... sobre  todo  feminismo.  Aquí  hay  una 
mujer.  Es  claro  que  ei  no  hubiera  una  mu- 
jer no  habría  venido  yo.  ¿S'erá  bonita  ó  fea? 
Lo  natural  es  que  sea  bonita.  Mi  hermana 
dice  que  es  preciosa;  pero  mi  hermana  no 
es  voto  imparcial:  ¡es  tan  amiga  suya!  ¿Por 
qué  no  habrá  querido  enviar  un  retrato?  Es 


—  10     ~ 

alarmante...  ¿Le  habrá  ocurrido  algo  desde 
que  mi  iiermana  no  la  veV...  Si  tuviera  por 
aquí  alguno,  anticiparía  mi  impresión  y  es- 
taría seguro  de  mí  cuando  ella  saliese.  Soy 
tan  impulsivo,  tan  fuguilla...  Porque  yo  me 
quiero  casar;  comprendo  que  me  ha  llegado 
la  hora;  pero  según  y  cómo.  Casarme,  sí;  ca- 
sarme, sin  duda  me  conviene...  Pasó  ya  la 
juventud  alocada...  y  en  la  vida  hay  peli- 
gros... hay  peligros  graves  para  el  soltero: 
una  criada  guapa...  una  lagartona  un  poco 
lista...  ¡Horror!  No  pensemos  en  desatinos. 
Hay  que  casarse:  estoy  en  punto  de  cara- 
melo. 

(Apáganse  todas  las  luces.  E!  gabinete  queda  como 
boca  de  lobo  ) 

Alicia         (Dentro.)  ¡Ruperta!  ¡Manolo!   ¡Ruperta!    ¡Es 

mucho  cuerno! 
D.  Luis      ¡Ah! 

Alicia         (saliendo  )  ¿El  señor  de  Salazar  está  aquí? 
D.  Luís       a  los  pies  de  usted. 

Alicia  í'erdone  usted  este  incidente  inoportuno. . 

D.  Luí  5       Por  Dios,  señora... 
Alicia  Cada  lunes  y  cada  martes  hemos  de  tener  la 

misma  función.  • 
1).  Luis      Je. 
Alicia         Le  digo  á  usted  que  la  fábrica  de  luz  de 

que  aquí  gozamos  es  una  maravilla. 
D.  Luis       En  to  ias  partes  cuecen  habas.  (¡Qué  frase 

más  ridicula!  Y  es  que  estoy  azoradísimo 

con  esto  de  la  luz  ) 

(Alicia  toca  el  timbre.) 

Alicia  Dichosos  criaditos... 

D    Luis       ¡Oh,  los  criaditos!... 

Man.  (Presentándose  en  las  tinieblas.)  ¿Señora? 

Alicia  Velas,  hombre,  velas:  ¿en  qué  estáis  pen- 

sando? 

Man.  Señoi-a,  no  hay  velas. 

Alicia  ¿Que  no  hay  velas?  ¡Dios  mío,   qué  sofoca- 

ción! Caballero,  usted  me  dispense... 

D.  Luis       ¡No  faltaba  más! 

Alicia  ¿Sabéis  que  ocurre  lo  mismo  un  día  sí  y 

otro  no,  y  ahora  no  hay  velas?  ¡Que  se  lle- 
gue Juan  por  doce  paquetes! 


-  11  — 


D.  Luis      Coa  nna  vela  basta. 

Alicia         ¿Cómo? 

D.  Luis  Nada:  una  tontería...  Je.  La  situación  están 
anormal...  Je. 

Man.  Juan  ha  ido  á  casa  de  su  novia. 

Alicia  ¡Pues  llégate  tú:  pero  volando! 

Man.  Sí,  señora,  (se  va.) 

Alicia  ¡Cuánto  deploro,  señor  de  Salazar,  este  con- 

tratiempo desagradable! 

D.  Luis  Señora,  doblerrente  lo  deploro  3'o,  porque 
rae  priva  de  contemplarla  á  usted. 

Alicia  Muchas  gracias.  Tenga  usted  la  bondad  de 

sentarse. 

D,  Luis      ¿En  dónde?  Temo  tirar  algo. 

Alicia  ¡Jesús,  es  verdad!  Encienda  usted  una  ce- 
rilla. 

D.  Luis      No  puedo:  no  fumo. 

Alicia  Ya  lo  sé. 

D.  Luis       ¿Que  lo  sabe  usted? 

Alicia  Su  hermana  me  lo  ha  dicho  mil  veces.  Pero 

hay  quien  sin  fumar  las  lleva.  Aguarde:  yo 
le  guiaré. 

D.  Luís  Jamás  en  la  vida  tuvo  un  ciego  lazarillo 
más  encantador. 

Alicia  Agradezco  la  galantería,  pero  ^- usted  qué 
I-abe? 

D.  Luis       No  hace  falta  la  luz  para  saber  eso. 

Alicia  A<iuí:  siéntese  aquí.  ¡Sin  cuidado. 

D  .  Luis  (sentándose  con  todo  lujo  de  precauciones.)  ¿oÍn  Cui- 
dado, eh?  Mil  gracias. 

Alicia  Y  yo  aquí,  (se  sieuta  cerca  de  él.)  Y  espere- 

mos la  luz  divina. 

D.  Luis       Pero  hablando  mientras. 

Alicia  Es  natural.  Esto  me  recuerda  un  cuento 
muy  gracioso. 

D.  Luis       ¿Kldel  túnel? 

Alicia         ¿Cuál? 

D.  Luis      Ninguno:  estoy  yo  confundido.  dQué  bruto!) 

Alicia  ¿Su  hermana  de  usted  buena,  señor  de  Sa- 
lazar? 

1).  Luis  Sí,  señora,  sí.  Me  encargó  mucho  que  no 
dejara  de  hacer  esta  visita.  Nunca  me  per- 
donaría que  yo  hubiera  estado  en  Guada- 
lema  y  no  hubiera  venido  á  verla  á  usted. 


—  12  — 


Alicia 
D.  Luis 

Alicia 
D.  Luis 
Alicia 
D.  Luis 


Alicia 
D.  Luis 
Alicia 


D,  Luis 
Alicia 
D.  Luis 

Alicia 
D.  Luis 


Alicia 


D.  Luis 

Alicia 
D.  Luis 


Alicia 

D.  Luis 
Alicia 


¿A  verme? 

A  verla,  sí;  porque  supongo  que  llegarán  las 
velas...  ó  la  luz, 
¿Y  si  no  llegaran? 

¡Aquí  me  esperaría  hasta  la  salida  del  sol! 
¡Ja,  ja,  ja! 

Le  confieso  á  usted  que  si  mis  deseos  de 
conocerla  eran  muy  vehementes,  ahora  lo 
son  más.  Tiene  usted  una  voz  tan  agrada- 
ble, tan  dulce,  tan  acariciadora... 
¿A  que  va  usted  á  compararme  con  un  rui- 
señor? 

Nada  más  natural,  puesto  que  la  oigo  en  la 
sombra  y  estoy  encantado  de  oiría. 
¡Encantadol  ¡.Jesús!   Derrocha  usted  galan- 
terías... ¡Encantado!  ¡encantadol...  ¿Cree  us- 
ted que  lo  estaría  lo  mismo  si  hubiera  luz? 
¡Oh!  seguramente. 
¡Con  qué  decisión  lo  afirma  usted! 
Mi  hermana  se  hace  lenguas  de  su  hermo- 
sura. 

No  es  posible... 

¡Vaya  si  es  posible!  De  su  hermosura  y  de 
su  discreción.  No  se  le  caen  de  la  boca,  al 
hablar  de  usted,  aquellos  versos  clásicos: 

Era  hermosa,  era  discreta, 

que  aunque  eyiemigas  las  dos, 

en  ella  hicieron  las  paces 

hermosura  y  discreción. 

(Fingiendo   gravedad.)   Scñor  don    Luis,    SU  hcr 

mana  de  usted  habrá  podido  elogiar  mi  dis- 
creción, porque  es  muy  amable;  mi  belleza 
sospecho  que  no,  porque  además  de  ser  tan 
amable,  es  compasiva,  y  es  buena. 
(¡Canariol) 

(¡Le  he  oído  tragar  saliva!) 
No,  no...  pues  aun  á  trueque  de  lastimar  su 
modestia...  je...  yo  le  respondo...  je...  (Pausa 
angustiosa.)  Se  tarda  el  chico  de  las  velas. 
Se  tarda,  sí.  A  saber  hasta  dónde  habrá  te- 
nido que  alargarse. 
(¡Luz!  ¡luz.  Dios  todopoderoso!) 
¿Muchos  días  en  Guadalema,  señor  de  Sa- 
lazar? 


—  13  — 


D.  Luis 

Alicia 
D.  Luis 
Alicia 
D.  Luis 

Alicia 


D.  Luis 
Alicia 
D.  Luis 
Alicia 

D.  Luis 

Alicia 


D.  Luis 

Alicia 
D.  Luis 

Alicia 
D.  Luis 


Alicia 


D.  Luis 

Alicia 
D.  Luis 

Alicia 


([Se  ha  acercado  un  poqaito!...)  No  sé  ..  to- 
davía no  sé... 
¿No  sabe? 

No;  no  sé...  Según... 
¿Según? 

(Su  aliento  es  tibio...  envenenador...  ¡Y  qué 
perfume  exhala  de  su  persona!...) 
Se  lo  preguntaba,  no  por  curiosidad,  sino 
porque  deseo  enviarle  con  usted  una  futesi- 
11a  á  su  hermana. 
Je...  Lo  agradecerá  tanto... 

Y  eso  que  estoy  muy  resentida  con  ella. 
¿Por...? 

La  mu}'  picara  no  fué  para  ponerme  dos 
letras  siquiera  cuando  me  caí  del  chhallo. 
¿Cel  caballo?  Le  ases  uro  á  usted  que  lo  ig- 
nora, que  lo  ignorábamos  completamente. 
¿Ks  posible?  Si  hablaron  de  ello  todos  los 
periódicos...  Por  hablar,  hasta  indicaron  el 
defecto  que  me  quedaría  en  una  pierna. . 
(¡Es  coja!) 

Y  en  la  nariz... 

(¡Es  chata!)  Pues  nada...  no...  ni  una  pala- 
bra, no...  Je... 

(Ebte  hombre  se  me  va  á  desmayar.) 
(¿Por  qué  no  habrá  un  incendio  en  la  casa?) 
Vaya,  vaya,  con  el  caballito...  ¡Qué  diablo  de 
percance!...  Sí  que  pasaría  usted  unos  ratos 
crueles. 

¡Ay,  don  Luis,  para  mí  ningún  dolor  es  cosa 
nueva!  Estoy  harto  avezada  á  ellos.  Además, 
la  belleza  exterior,  la  belleza  física,  yo  no  la 
estimo. 

Es  como  el  heno,  á  la  mañana  verde, 

seco  á  la  tarde... 
ya  que  le  agradan  á  usted  los  versos.  Hay 
en  la  vida  algo  de   más  precio  y  valnr,  algo 
más  puro,  algo  más  duradero...  ¿verdad? 
Indudablemente.  (¡Esta  mujer  es  fea  como 
un  demonio!) 

(suspirando.)  ¡Ay! 

(¡Canario!  Como  se  ponga  tierna  va  á  com- 
prometerme.) 
¡Ay! 


-   14  — 

D.  Luis  (¡Y  dale!  Estoy  nervioso...  pero  muy  ner- 
vioso...) 

Alicia  Si  se  queilara  usted  en  Guadalema  siquiera 
ocho  días,  señor  don  Luis,  yo  me  honraría 
nmcho  en  sentfuie  á  mi  mesa  alguna  no- 
che... 

D.  Luis  Yo  me  honraría  doblemente  en  ello,  seño- 
ra... Agradecidísimo... 

Alicia  Y  una  tarde  iríamos  á  Mint  al  Río. 

D.  Luis        ^.A  Mira  al  Río? 

Alicia  Una  casita  (*e  recreo  que  tengo  á  cuatro  le- 

guas de  distancia. 

D.  Luis        ¿A  cuatro  leguas? 

Alicia  Foco  más. 

I).  Luis        ¿Que  es  adonde  ha  ido  ese  por  las  vela«? 

Alicia  ¡Ja,  ja,  ja!  ¡Por  las  velas!...  ¡Ja,  ja,  ja!  Es  us- 

ted muy  ocurrente...  muy  gracioso... 

D.  Luis        ¡Oh!... 

(Se  rieii  los  dos.  ella  de  puro  burlona  y  él  de  puio  ner- 
vioso.) 

Alicia  La  campiña  de  Guadalema  es  muy  linda; 

por  más  que  como  usted  viene  de  un  país 
tan  hermoso...  ¿Su  país  de  usted  es  muy  pin- 
toresco? 

D.  Luis        Muy  pintoresco,  mucho. 

Alicia  Pero  mal  clima,  ¿eh? 

D.  Luis  Sí;  mal  clima:  lloviendo  siempre..  Mucha 
enfermedad:  paludismo,  viruelas... 

Alicia         ¿Viruelas?  ¿Ha  dicho  usted  viruela;-? 

D.  Luis  Viruelas,  sí;  pero  no  se  alarme...  no  son  cosa 
de  siempre.  En  la  actualidad  no  hay  virue- 
las. ¿Le  teme  usted  á  esa  picara  enfermedad? 

Alicia  (cou  fingida  pena.)  Ya  no. 

D.  Luís  (¡Atiza!)  (Se  aparta  un  palmo.) 

Alicia  (Está  sufriendo  todo  lo  que  yo  gozo  ) 

I).  Luis        (Cuando  vengan   las  velas  me  las  pueden 

encender  á  mí  en  los  carrillos.) 
Alicia  ¡Jesús  qué  desesperación  de  luz!  Estoy  frita: 

jjnede  usted  creerme. 
D.  Luis        Je... 
Alicia  J^a  verdad,  voy  sintiendo  impaciencia  de 

conocer  su  cara. 
D.  Luís        Je... 
Alicia         Un  hombre  tan  culto,  tan  ocurrente,  tan 


—  15  — 


D.  Luis 

Alicia 

D.  Luis 
Alicia 


D.  Luis 
Alicia 


D.  Luis 
Alicia 

Rup. 

Alicia 

Rup 

Alicia 

Rup. 


Alicia 

D.  Luis 
Alicia 

D.  Luis 
Rup, 


Aucia 
D.  Luis 


amable,  tan  fino...  (sopia  sofocado  don  luís.) 
¿Kstá  usted  soplando? 

¡Si...  si,  señora...  es  costumbre...  Costumbre 
muy  fea...  peio  es  costumbre. 
¿Por  qué  ha  de  ser  fea?  Como  estamos  á  os- 
curas, voy  á  permitirme  una  libertad. 
(¿Qué  irá  k  hacer?) 
La  de  decirle  que  usted  no  puede  tener 

nada  feo.  (a  don  Luis  se  le  cae  la  chistera.)  ¿Qué 

es  eso? 

El  sombrero,  que  se  me  ha  caído. 

¡V^aya  por  Dios:  Esta  oscuridad  no  favorece 

más  que  á  mis  confianzas  con  usted...  Por  lo 

demás,  es  bien  enojosa.  Y  cuidado  que  dice 

el  poeta 

que  la  mvjer  amada 
oída  es  más  temible  que  mirada. 
Bien  es  verdad  que  aquí  no  hay  amor:  la 
cita  es  importuna.  ¿Digo  mal,  don  Luis? 
(¡Yo  no  respondo  sin  un  arco  voltaico!) 

(Después  de  esperar  eu  vano  la  respuesta.^  (ComO  to- 

dos:  lo  mismo  que  todos.) 
(Saliendo.')  Señora... 
¿Ruperta? 

¿Aún  no  ha  venido  Manuel  con  las  bujías? 
Aún  no:  ¿te  parece? 

¡Dichosa  luz!  iQiié  angustia!  Yo  le  respondo 
á  usted  de  que  no  se  verá  nunca  más  en  es- 
tos compromisos. 

Por  mi  no  lo  siento:  ya  sabes  que  estoy  acos- 
tnmbiada.  Pero  hazte  cargo:  este  caballero... 
¡Oh,  no! 

¿Quieres  ver  si  por  allá  dentro  hay  un  mal 
quin()ué  de  petróleo;  aunque  sea  un  velón? 
[Aunque  sea  una  pajuela!  ¡-Je! 
Creo  que  es  inútil,  pero  iré...   (pónese  en  ei 

lugar  que  ocupaba  Alicia,  y  ésta  se  esconde  tras  un 
mueble.) 

Por  má=i  que  ya  parece  que  vuelve  la  luz: 
he  notado  una  oscilación...  ¿Mo,  don  Luis? 
Yo  no  he  notado  nada...  nadn...  (pausa  breve.) 

¡Ahora  sí!  (Oe  repente  iluminase  todo  como  al  prin- 
cipio estaba.  Don  L'iis  se  halla  cara  á  cara  con  Ru- 
perta y  ahoga  un  grito  de  espanto.  Luego   quiere  son- 


16  — 


Alicia 
D.  l^uis 
Alicia 

Rup. 
Alicia 


D.  Luis 


Alicia 


D.  Luis 

Alicia 
D.  Luis 


Alicia 
D.  Luis 


Rup. 
D.  Luis 


reir  y  hace  una  mueca  horrible.  Alicia  contiene  la  risa. 
Ruperta   mira    á    don    Luis    maliciosamente  )    ÍjYÍX... 

gra...  gracias  á  Dios  que  nos  vemos  las  ca- 
ras... (¡Es  un  fenómeno!)  Je...  Bueno,  pues... 
¿De  modo  que  á  cenar  una  noche?...  Je... 
Yo  me  marcho  en  seguida:  no  quiero  mo- 
lestar más  tiempo...  Ya  que  he  tenido  el 

gusto  de  verla...  Je...  (Alicia  suelta  una  carcajada 
que  sorprende  al  par  que  estremece  á  don  Luis,  ante 
quien  se  presenta  de  improviso    sia   dejar   de    reirse.) 

¿Eh? 

Para  broma,  ya  basta,  ¿no  es  verdad? 
¿Esa  voz?  ¿Usted  es  Alicia? 
Sí,  señor;  yo  soy.  Y   esta  muchacha  mi 
doncella. 
Servidora. 

Ue  acuerdo  con  su  hermana  de  usted  le  he 
dado  esta  broma  y  ahora  le  pido  mil  per- 
dones. 

Como  el  fin  de  la  broma  ha  sido  haberla 
visto  á  usted  de  verdad,  bien  puede  perdo- 
narse y  hasta  agradecerse.  Pero  lo  que  no 
se  me  alcanza  es  el  fundamento,  la  inten- 
ción que  á  usted  ha  guiado... 
De  eso  ya  hablaremos  más  adelante...  en  el 
supuesto  de  que  usted  me  favorezca  con 
nuevas  visitas. 

El  favor,  el  gusto,  la  satisfacción,  el  encan- 
to... todo  es  para  mí. 
¿Le  espero  á  usted  á  cenar  una  noche? 
Más  bien  á  almorzar  una  mañana;  con  sol, 
con  mucho  sol...  Sí,  porque  ya  creo  que 
hasta  el  siglo  que  viene  no  habrá  otro 
eclipse. 

¡Ja,  ja,  ja!  Adiós,  señor  de  Salazar. 
Adiós,  Alicia  encantadora:  la  broma,  como 
de  usted,  deliciosísima...  Me  voy  á  la  fonda 
con  fiebre,  pero  deliciosísima...  Usted...  su- 
perior á  toda  ponderación   de  todo  poeta 
nacido...  (¡La  doncella  un  rifeño!)  A  los  pies 
de  usted...  Buenas  noches... 
Se  deja  usted  el  sombrero,  señor. 
Es  verdad...  Estoy  un  poco  aturdido,  lo  de- 
claro... A  cualquiera  le  ocurre...  Pero,  en  fin, 


-  17  _ 

hechizado,   complacidísiaio...   ¡muy  bonita 
la  broma!...  Buenas  noches...  (vase  tropezando.) 
Alicia         Adiós,  don  Luis. 
Rup.  ¿Está  usted  satisfecha  ya,  señorita? 

Alicia  Lo  estoy  por  el  buen  efecto  que  me  ha  he- 

cho don  Luis,  y  porque  me  he  convencido 
de  mi  tontería. 
Rup.  ¿De  su  tontería? 

Alicia         Sí,  hija,  sí;  porque  yo  también,  mientras  le 
oía  en  la  oscuridad,  hubiera  dado  algo  por 
verle  la  cara. 
Rup.  Me  lo  había  figurado:  otra  cosa   no  tendré, 

pero  penetración...  ¿Y  no  cree  usted  que  se 
haya  dolido  de  la  broma? 
Alicia         Eso  no.  Sin  la  broma,  acaso  no  volviera 
más:  con  la  broma,  vuelve,  (ai  público.) 
Público  amigo  y  señor: 
perdón  para  mi  simpleza. 
Ya  he  visto,  aunque  con  dolor, 
que  en  el  mundo  la  belleza 
es  la  puerta  del  amor. 


FIN 


Madrid,  Febrero  ]906. 


OBRAS  DE  IiOS  IVUSMOS  AUTORES 


£sg:rinia  y  amor,  juguete  cómico.  (2.^  edición.) 

Belén,  13,  principal,  jusfuete  cómico. 

Oilito,  jungúete  cóm^ico-lírico.  Música  del  m.aestro  Osuna.  (2."  edición) 

L<a  media  naranja,  jug-uete  cómico.  (2.*  edición.) 

m  tío  «le  la  flauta,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

El  ojito  «lerecho,  entremés.  (3.*  edición.) 

Lia  reja,  comedia  en  un  acto.  (4.*  edición.) 

lia  buena  sombra,  saínete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro BruU.  (6.*  edición.) 

El  peregrrino,  zarzuela  cómica  en  un  acto.  Música  del  maestro 
Gómez  Zarzuela. 

Lia  vida  intima,  comedia  en  dos  actos.  (3.*  edición.) 

Lios  borrachos,  saínete  en  cuatro  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Griménez.  (2.*  edición.) 

El  chiquillo,  entremés.  (5.*  edición.) 

lia.s  casas  de  cartón,  juguete  cómico. 

El  traje  de  luces,  sainete  en  tres  cuadros,  con  música  de  los 
maestros  Caballero  y  Hermoso. 

El  patio,  comedia  en  dos  actos.  (3.*  edición.) 

El  motete,  pasillo  con  música  del  maestro  José  Serrano.  (2.*  edi- 
ción.) 

El  estreno,  zarzuela  cómica  en  tres  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Chaiií. 

Lios  Galeotes,  comedia  en  cuatro  actos.  (3.*  edición.) 

Lia  pena,  drama  en  dos  cuadros.  (2.»  edición.) 

Lia  azotea,  comedia  en  un  acto. 

El  gfénero  ínfimo,  pasillo  con  música  de  los  maestros  Valverde 
(hijo)  y  Barrera. 

El  nido,  comedia  en  dos  actos.  (2.*  edición.) 

Lias  flores,  comedia  en  tres  actos. 

LiOS  piropos,  entremés. 

El  flechazo,  entremés.  (2.*  edición.^ 

El  amor  en  el  teatro,  capricho  literario  en  cinco  cuadros,  pró- 
logo y  epílogo. 

Abanicos  y  panderetas  ó  ¡  4  Sevilla  en  el  botijo!  liumorada 
satírica  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro  Chapi. 

Lia  dicha  ajena,  comedia  en  tres  actos  y  un  prólogo. 

Pepita  Reyes,  comedia  en  dos  actos. 

Lios  meritorios,  pasillo. 


I^a  zahori,  entremés. 

L.a  reina  mora,  saínete  en  tres  cuadros,  oon  música  del  maestro 
José  Serrano.  ('2."  edición.) 

Zarajpatas,  saínete  en  dos  cuadros. 

lia  zaK'ala.  comedia  en  cuatro  actos 

lia  casa  de  <«arcta,  comedia  on  tres  actos. 

lia  contrata,  apropósito. 

m  auior  «|ue  pasa,  comedia  en  dos  actos. 

El  mal  de  amores,  saínete  con  música  del  muestro  José  Serrano. 

El  nuevo  servidor,  liiimorada. 

Mañana  de  .sol,  paso  de  comedia. 

Fea  y  con  u'racia,  pasillo  con  música  del  maestro  Tu  riña. 

lia  aventura  *le  los  galeotes,  adaptación  escénica  de  un  capi- 
tulo del  Quijote. 

lia  musa  loca,  comedía  en  tres  actos. 

lia  pitanza,  entremés. 

El  amor  en  solfa,  capricho  literario  en  cuatro  cuadros  y  un  pro 
logo,  con  música  de  los  maestros  Chapi  y  Serrano. 

lios  chorros  del  oro,  entremés, 

9Iorritos,  entremés. 

Amor  á  oscuras,  paso  de  comedía. 


serafín  í  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


Lo  molo  somtro 


S  AIMKXEí 


con  inúsica  del  maestro 


jos:^  siSRKiVivot 


SOCIEDAD  DE  AUTORES  ESPAÑOLES 
Núñez  de  Balboa,  12 

i©oe 


LA  MALA  SOMBRA 


Esta  obra  es  propiedad  de  sus  autores,  y  nadie  po- 
drá, sin  BU  permiso,  reimprimirla  ni  representarlh 
en  España  ni  en  los  países  con  los  cuales  se  hayan 
celebrado  ó  se  celebren  en  adelante  tratados  interna^ 
cionales  de  propiedad  literaria. 

Los  autores  se  reservan  el  derecho  de  traducción. 

Los  comisionados  y  representantes  de  la  Sociedad 
de  Autores  Españoles  son  los  encargados  exclusivamente 
de  conceder  ó  negar  el  permiso  de  representación 
del  cobro  de  los  derechos   de  propiedad. 

Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 


LA  MALA  SOMBRA 


SAINKTE5 


SERAFÍN  í  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  (¡CINTERO 


CON  MÚSICA  DEL  MAESTKO 


JOSÉ   SERRANO 


Estrenado  en  el  TEATRO  DE  APOLO  el  2)  de  Setiembre 
de  lOOtí 


■* 


MADRID 
e.  rBLisco.  lup.,  uabqdús  db  sahta  ana,  11  otrp. 

Teié/ono  número  ¡fi 
I  906 


Jl  Wfaí  Jlza 

ftiedíCO  u  jióeia  oLue  na  cwLaao  a  Htedta 
C^jhaua  naciéudóia  mo'ii^  ae  'liáa:  Suá  de- 
voióá  adtuttado'Leíí  u  amtaoó 


'¿/eia4tu    u      Loaautu. 


RBPARTO 


PERSONAJES 


ACTORES 


PEPA  LA  GARBOSA Sbta. 

LEONOR 

LA  'SORDA Sra. 

BALDOMERO Se. 

ANGELILLO.. .;,.  ^^^^  -;*«-.•. \.,^.  ¿j.- 

TABURETE  

PEREGRÍN 

JUAN  DE  DIOS 

BADANA . 

CURRO  MELOJA . . 

JOSÉ  POTO,  POTITO 

UN  FORASTERO... 

MANOLO 

LUIS 

UN  CHIQUILLO Niño 

OTRO 

Algunos  transeúntes 


Pino. 
Palou. 
Vida!  . 

C  aEKKRAS 

Manzano. 
Ruiz  DE  Arana. 
Mesejo. 
Gabcía  Valeko. 

SOKIANO. 
On  TI  VEROS. 
MlHURA  ALVABEZ. 

gordillo. 

Cakbión. 

Rodríguez. 

CANDELáS. 

Alakes. 


I^A  MÍ 


La  escena  es  en  un  barrio  de  Sevilla,  y  en  «La  Favorita^;,  betunería 
y  tienda  de  aperitivos  y  refrescos,  que  en  mal  hora  abrió  Baldo- 
mero  Meana.  Hay  dos  puertas  vidrieras,  que  dan  á  la  calle:  una 
en  el  foro,  hacia  la  izquierda  del  actor,  y  otra  á  la  derecha,  en 
primer  término  Hay  además  una  puertecilla  de  escape,  con  ctír- 
tina,  situada  en  el  último  término  de  la  izquierda,  y  que  comu- 
nica con  el  interior  de  la  casa.  A  la  derecha  de  la  puerta  del 
foro,  el  mostrador  de  la  parte  de  aperitivos  y  refrescos,  y  tras  él 
una  anaquelería  con  todo  lo  concerniente  á  este  género  de  esta- 
blecimientos. Adosados  á  la  pared  de  la  izquierda  la  tarima  y 
el  banco  del  limpiabotas.  Hacia  la  derecha  del  local  tres  ó  cua- 
tro veladores  con  sillas,  uno  de  ellos  entre  el  mostrador  y  la 
puerta  del  foro.  Todos  los  enseres  y  muebles  modestísimos,  ti- 
rando á  pobres.  Tapando  el  hueco  de  un  cristal  que  falta  en  la 
parte  inferior  de  la  puerta  del  foro,  hay  pegado  un  papel.  Clava- 
dos con  tachuelas  en  la  pared,  singularmente  en  el  lado  de  la 
betunería,  carteles  de  toros,  retratos  de  toreros  y  cromos  de  pe- 
riódicos taurinos.  El  sucio  de  lositas  de  dos  colores.  Es  una  ma- 
ñana de  Abril,  en  que  tan  pronto  llueve  como  sale  el  sol. 


Pepa  la  Garbosa,  encargada  y  camarera  del  establecimiento,  está 
sentada  ante  un  velador  echándose  las  cartas;  Baldomcro  almuerza 
sentado  ante  otro;  Leonor,  su  hija,  linda  mocita  de  diecisiete  años 
que  aún  se  peina  de  trenza,  bien  que  doblada  y  anudada,  le  sirve  el 
almuerzo  á  su  padre,  sacándolo  de  una  cesta  en  que  lo  ha  traído;  y 
Angelillo,  por  último,  limpia  con  todo  esmero  unos  zapatitos  de 
Leonor,  con  quien    tiene    amores,    aunque   Baldomero  no  lo  sepa.  A 


—   8  — 

espaldas  de  este  y  de  la  misma  encargada,  se  guiñan  y  se  eutieuden. 

Está   lloviendo.    Por  la    calle    pasan  algunas  personas  cou  paraguas 

abiertos 


Música 

Pepa  ¡Cómo  yueve! 

Bald.  ¡Joyín  y  cómo  yuevel 

Ang.  |No  para  de  yové! 

Leo.  a  mar  tiempo  se  pone  güeña  cara. 

Bald.  ¡Yo  no  la  sé  pone! 


Pa  los  campos  disen 
que  esto  es  superió: 
pa  la  tienda  mía 
no  pué  sé  peo. 


Ang.  Con  uno  de  tus  sapatos 

vi  yo  á  basé  un  barco  velero, 
y  el  aire  de  mis  suspiros 
lo  va  á  yevar  á  tu  puerto. 
Míralo  di, 
míralo  ya: 
¡vaya  un  barquito  bonito! 
¡se  va  comiendo  la  má! 


Baid.  ¡Estoy  desconsolao! 

¡Estoy  acbicbarrao! 
¡Estoy  desesperao! 


Leo.  En  un  capuyo  de  rosa 

que  en  mi  ventana  he  criao, 
vi  yo  guardando  besitos 
que  tengo  ya  destinaos. 

Tú  lo  has  de  vé, 

ya  yegará, 
er  día  en  que  e?a  rosita 
te  ponga  yo  en  el  ojá. 


—  9  — 

Bald.  Este  bacalao  tu  madre 

siempre  me  lo  pone  salao, 
y  ya  eátoy  hasta  las  narises 
dtj  tu  madre  y  der  bacalao. 


¡Joyín  qué  pesa! 
¡Sabiendo  que  sabe  de  sobra 
lo  mar  que  me  sienta  la  tá! 


Pepa  Por  un  moreniyo  agrasiau 

estoy  yo  loquita  perdía; 
la?  horas  felises  que  paso  á  su  lao, 
pa  mí  son  las  horas  mejores  <'er  día. 

¿Por  qué  no  ha  venío? 

¿Por  qué  no  vendrá? 

L/as  picaras  cartas 

no  me  disen  na. 

Si  no  yega  pronto 

yo  rompo  á  yorá. 


Bald.  ¡Y  sigue  yoviendo: 

pa  sombrita  de  jiguera  negra 
esta  que  yo  tengo! 

Pasa   por  la  calle  del  foro,  de  derecha  a  i/.cinierda,  un 
hombre  con  paraguas  abierto. 

Ang.  Los  ojos  con  que  te  miro... 

Leo.  Los  ojos  con  que  me  miras... 

Ang.  a  tí  te  disen:  rmi  arma...» 

Leo.  y  á  mí  me  disen:  «mi  vía.» 

Te  quiero  á  ti, 

te  quiero  yo, 
porque  no  encuentro  en  Seviya 

otro  ninguno  mejó. 


Ang.  Te  quiero  á  tí, 

te  quiero  yo, 
porque  no  encuentro  en  Seviya 
otra  ninguna  mejó. 


—  lu  — 

BaLD.  Levantiíndpse. 

¡Cayarse  un  momento! 

Paese  que  ha  escampao. 
Va  á  la  puerta  del  foro.  ■  Por  la  calle  pasa  en  esto  un 
cura,  abierto  el  paraguas, 

¡Pos  sigue  yoviendo! 

Cesa  la  música. 

¡liO  ha  tomao  la  yuvia  con  ganas!  ¿Se  que- 
jarán toavia  los  labraores? 

Leo.  Papá,  de  cuando  en  cuando  sale  er  só. 

Bald.  Sale  er  só  tres  minutos  y  yueve  dos  horas 

¿Y  esta  es  Seviya?  ¿Y  esto  es  Abrí  florío? 
¿Tú  qué  esperas? 

Leo.  Mis  sapatos. 

Bald.  Pero  ¿no  están  toavia? 

Ang.  Sí,  señó,   que  ya  están,  a  Leonor.   Aquí  los 

tienes.  Bajo.  (¡Bendita  sea  tu  cara! 

Leo.  Bajo  á  él.    ¡Chiquiyo,  cáyate!  Dentro  e  media 

hora  esto}'  en  la  tienda  e  Kransisco. 

Ang.  Ayí  iré  yo  dentro  e  media  hora.) 

Vase  Leunor  por  la  puerta  del  foro. 
Pepa  Dejando    las    cartas    con    mal   humor    y  levantándose 

nerviosa.  ¡Qué  martirio,  Señó!  Contra  más 
me  echo  las  cartas,  peores  cosas  me  disen. 
No  sé  pa  qué  agarro  la  baraja. 

Bald.  ¿Qué  es  lo  que  te  ha  sallo? 

Pepa  Esaborisiones:    que  José  María  no  me  quie- 

re, que  me  engaña  con  una  rubia,  que  lo 
van  á  mata... 

Bald.  Pierde    cuidao   que   no    lo    matan:    bicho 

malo... 

Pepa  Bardomero,  echa  un  punto  á  la  boca.   Si  er 

queré  es  delito,  condena  estoy  á  cadena  per- 
petua por  ese  hombre. 

Bald.  ¡Bendito  sea  Dios! 

Pepa  impaciente.   Y  no  viene,  no  viene...   ¿Quién 

me  lo  estará  entreteniendo?   Asómase  á  una  de 

las  puertas  y  luego  á  la  otra. 

Bald.  Ca  loco  con  su  tema.  ¿Qué  bases  tú,  Ange- 

liyo? 

Pasa  de  derecha  á  izquierda  por  la  calle  del  foro 
una  mujer  con  paraguas  cerrado. 

Ano.  Inventando  una  trampa  pa  los  ratones.    Yo 

siempre  inventando. 


.— ftl  — 

,'  BalDí  Hombre,  á  vé  si  discurres  argo  pa  acaba  con 

las  moscas  malditas.  ¡Joyín  con  las  moscasl 
,   -•>  ¡Cómo  lo  tienen  to! 

Ang.  Cuando  yo  estaba  en  la  otra  tienda,  que  era 

también  de  aperitivos  y  limpiabotas,  inven- 
té un  garbanso  malirno.  Lo  mismo  era  me- 
terle fuego,  que  salía  un  jumaso  que  no  de- 

:  jaba  una  mosca  viva.    Pero  tenía  una  cosa 

mala:  qv-e  prinsipiaban  los  parroquianos  á 
tose  y  se  eebarataban  tosiendo.  i 

Bald.  Pos  aquí  pues    quema    tos    los  garl)an808 

que  te  queden:  no  hay  temó  de  que  tosa 
nadie. 

Prpa  Detrás  de  estos  tiempos  vendrán  otros. 

J3ald.  ¡Así  venga  er  carro  e  la  carne  y  me  coja  por 

Ja  mita!  ¡Si  esto  que  me  pasa  ahora  no  es 
de  hoy,  ni  es  de  ayé;  es  de  toa  mi  vía!  ¡Si  es 
er  pcjolero  sino  con  que  nasi;  la  arrastra 
mala  eombra  que  me  persigue!  Quinse  días 
yeva  abierta  etta  tienda,  que  creo  que  esta 
desente;  aonde  me  he  gastao  los  pocos  aho- 
rriyos  que  me  queaban:  pos  er  día  que  más 
se  han  hecho  tres  pesetas. 

A.NG.  ¡Pa  un  désimol 

Bald.  ¡Pa  compra  una  pistola  en  er  Jueves  y  pe- 

garse un  tiro! 

Ano.  ¡Pero,  mi  amo,  si  es  que  no  se  le  ocurre  ar 

que  asó  la  manteca,  en  un  barrio  pobre,  en 
:_,;,. .  que  no  hay  que  come,  pone  una  tienda  pa 

abrí  el  apetito! 

Bald.  No,  hombre,  no:  es  que  yo  vine  ar  mundo 

pa  toma  quina  en  rama:  ni  más  ni  menos. 
\La.  pata  e  las  criaturas!  ¿No  estaljlesí  base 
cuatro  }-ños  un  puestesiyo  e  fósforos,  y  salió 
la  modita  de  ensendé  los  cigarros  con  yesca? 
¡Pos  lo  mismo  me  pasa  en  to! 

Pepa  Lo  primerito  que  debías  hasé,  era  prohibir- 

le la  entra  en  la  tienda  á  esos  amigos  tuer- 
tos que  vienen  aquí  á  haserte  la  tertulia. 

Bald.  ¡Mía  por  donde  resueya! 

Ang.  ¡Con  más  rasón  que  Ig,  Pastoral 

Baid.  ¿Tú  también? 

(Ang.  Un  pone  que  los  tuertos  no  traigan  cosa 

.  ,,.;^  mala:  ¿y  qué?  Basta  que  la  gente  lo  crea. 


—  12  — 

Sobre  que  tres  tuertos  reunios  como  vienen 
aquí,  ar  más  guapo  lo  echan  pa  atrás. 

Ha  salido  el  sol  iin  momento.  Por  la  calle  del  foro 
pasa  con  paraguas  cerrado  una  pareja  de  hombre  y 
mujer,  de  derecha  á  izquierda.  Luego  pasa  un  chi- 
quillo. 

Bald.  Desesperado.  ¿Y  tengo  yo  la  curpa,  vamos  á 

vé,  de  que  mis  tres  amigos  de  la  infansia 
hayan  perdió  un  ojo  ca  uno? 

Pepa  Tú  no  tendrás  la  curpa,  pero  er  que  entra 

aqui  á  toma  una  copa  tampoco  la  tiene. — 
Me  vi  á  asoma  á  la  esquina  un  momento,  á 
vé  si  veo  veni  á  José  María;  porque  estoy  que 

no  vivo.  Vase  por  la  puerta  del  foro. 
Bald.  Después  de   mirarla  marcharse   lleno   de   indignación, 

se  dirige  á  Angeiiiio.  ¿  le  paese?  ¿Cuando  si 
no  fuea  porque  es  mi  cuña  la  plantaba  en 
la  caye?  ¿No  es  detgrasia,  no  es  mala  estre- 
ya  lo  que  me  ha  susedío  con  esta  mujé? 
Abro  la  tiendo  y  me  pregunto:  ¿á  quién  pon- 
go yo  ar  frente  de  los  aperitivos,  pa  que  yame 
golosop?  Y  al  istante  pienso  en  mi  cuña. 
¿Dónde  la  hay  con  más  gancho  que  Pepa 
la  Garbosa  en  toa  Seviya?  ¿No  digo  bien? 

\ng.  Si,  señó. 

Bald.  Eya  es  guapa,  eya  es  limpia,  eya  tiene  agrao, 

eya  tiene  su  poquito  de  educasión...  eya 
tiene  su  poquito  e  vergüensa... — poquito.  Y 
hablo  con  eya,  y  nos  convenimos,  y  viene 
aquí.  Pero  ¿pa  qué  viene?  Pa  traert-e  consi- 
go á  ese  hombre — ¡mar  rayo  lo  parta! — y  da 
luga  á  que  pase  en  el  establesimiento  lo  que 
tú  ves  que  pasa  tos  los  días,  á  cuenta  e  los 
marditos  selos. 

Ang.  ¡Déjelo  usté  corre!  ¡A  lo  mejó  se  le  apárese 

la  Virgen  á  los  caminantes! — Vi  aya  dentro 
á  pone  la  cola  pa  pega  esta  máquina.  Entrase 

cantando  por  la  puertecilla  de  escape. 

Bald.  ¡Güeno!  Y  yo  vi  á  ponerme  á  contá  las 

moteas. 

Pasea  melaHCÓlico  con  las  manos  atrás,  miíando  al 
techo.  Pausa.  Por  la  puerta  de  la  derecha,  cuando 
Baldomcro  va  de  espaldas  á  ella,  llegan  Luis  y  Mano- 
lo, estudiantes.  El  uno  trae  paraguas  y  el  otro  chan- 


—  la- 
cios de  sroma,  y  ambos  libros  y  cuadernos  de  apuntes. 
Al  sentirlos  Baldomero  da  media  vuelta,  y  al  verlos  se 
le  ilumina  el  rostro. 

Man  .  Buenos  días. 

l>uis  Buenos  días,  amigo. 

Hald.  jGüenos  días! 

Man  .  ^.Nos  sentamos,  tú? 

Luis  Un  momento,  que  hoy  no  quiero  fartá  á  la 

clase. 

Bald.  Donde  ustedes  gusten. 

Man.  Aquí  mismo.  Se  sienta  ante   uno  de   los  veladores. 

BaLD.  Espera,  no  haya  porvo.    Le  pasa  un   paño  ai   ve- 

lador. 

Luis  sentándose.  No  señó,  no  hay  porvo.  Ya  se  ve 

que  está  to  bien  limpio. 
Bald.  Hombre,  otra  cosa  fartará,  pero  aseo...  ¿Qué 

van  ustedes  á  toma? 
Man.  Yo,  casaya. 

J.uis  Y  yo. 

Bald.  ¿Dos  copitas  e  casaya,  eh?  ¡Ar  vuelo!  va  por 

ellas  y  se  ias   sirve,    emocionado   y  jubiloso.    Mientras 
tanto  los  estudiantes  se  dicen  en  voz  baja  lo  que  sigue. 

Man  .  (Aquí  sortamos  er  duro. 

Luis  Cara  de  tonto  tiene  er  tío.) 

Bald.  Presentándoles  las  copitas.  ¡ComO  loS  ángelcsl 

Man  .  ¿Esta  casa  es  nueva,  verdá? 

Bald.  De  hase  quinse  días. 

Luis  ¿Usté  es  el  amo? 

Bald.  Pa  servir  á  ustedes. 

Man  .  Pues  vaya  por  la  prosperidá  de  la  casa. 

Bald.  Muchas  grasias,  señores. 

Beben  los  muchachos.  Baldomero  sigue  el  movimiento 
de  las  copas  como  si  él  bebiese  también. 

Man.  ¡Buen  aguardiente,  amigo! 

Luís  [Buenol 

Bald.  Lo  mejó  que  se  vende  en  Seviya. 

Man.  ¿Quiés  otra  copa? 

Luis  No,  que  va  á  sé  tarde. 

Man.  Usté  hará  negosio. 

Bald.  Dios  lo  oiga  á  usté,  poyito. 

Man.  ¡Ya  lo  creo  que  hará  usté  negosio!  sacando 

del  bolsillo  un  duro  falso  y  dándoselo  con  naturalidad. 

Cuando  se  sirve  bien  ar  público — cobre  usté 
las  copas, — er  público  responde  siempre. 


_  h:— - 

BaLB.  Atento  á  la  conversación  y  no  al  duro,    va    al  mostra- 

dor, lo  echa  en  el  cajón  y  coge  la  vuelt«,  que  luego  le 

entrega  á  Manolo.  Eso  es-lo  que  yo  quiero,  ser- 
ví bien  ar  público.   Porque  quien  pretende 
viví  der  público,  justó  es  que  trate  ar  públi- 
co como  er  ])úb]ico  se  merese.  ¿No  hablo' 
bien,  señores? 

Man.  Mucho  mejó  que  mi  catedrático. 

B*LD.  ¡Ja,  ja,  ja! 

Luis  Bajo  ai  otro,  como  antes.  (Ya  está  611  er  cajón. 

Man.  Puea  3'a  tiene  un  recuerdo  pa  toa  la  vía.) 

Bald.  Dándoles  el  cambio.  Cuatro  Sesenta,  y  cuarenta; 

sinco. 

MaN;         -     Ofreciéndole  propina.  Tome  USté.  ■      • 

Bald.  Grasias;  no  se  armite. 

Luis  Levantándose  decidido.    Ea,    pues  que   UStésigá' 

bueno. 
Bald.  Espera  dos  minutos.  '• 

Man.  Con  cierta  alarma.  ¿Qué  hay? 

Bald.  Na;  que  yo  soy  gustoso  en  convida  á  ustedes.  ■ 

Man.  ¿Convidarnos? 

Bald,  Sí,  señó;  si  ustedes  me  lo  asertan. 

Man  ¿Por  qué  no? 

Luis  a  Manolo,  mientras  Baldomcro   les  sirve   las  copas  en 

el  mostrador.  (A  mí  me  remuerde  la  consien - 

sia,  tú. 
Man.  ¡Cómo  se  ve  que  eres  de  primer  año!) 

Bald.  Ahí  va,  señores. 

Man.  Se  agrádese,  amigo. 

Luis  Salú  y  suerte  ]ja  convida  mucho. 

Man.  Quéese  usté  con  Dios.  ■  '  ■ 

Bald.  V^ayan  ustés  en  horagüena.   ¡Y  no  orvidar?e 

de  la  casa! 
Man.  No,  señó;  no  nos  orvidamos. 

Luis  a  su  compañero  al  tiempo  de  irse.  (¿No  te  dije  que 

tenía  cara  e  tonto?)  Se  van  por  la  puerta  de  la  de- 
recha. 

Bald.  i'úblico  así  es  er  que  le  conviene  á  mi  tien- 

da. ]Qué  dos  muchachos  más  corrientes  y 
más  simpatiquiyos!  ¡Y  qué  paso  yevan! 
Como  la  Úniversidá  les  piya  tan  lejos...  ¡Ay, 
si  quisiera  Dios  que  esto  se  animara! 
Vuelve  Pepa  por  la  puerta  del  foro,  radiante  de  ale- 
gría. 


15  —~ 


Pepa  ¡l'a  viene  ahí!  ¡Ya  viene! 

Bald.  ¿Qné  difes? 

Pepa  ¡Que  ya  viene  José  María!  No  te  enfaes  con- 

migo, Bardomero.  ¿Qué  mar  te  hago  yo  con 
quererlo  tanto?  Si  es  mi  8Íno;  si  tiene  que 
sé;  si  está  escrito  ayí  arriba;  si  desde  er  sielo 
lo  echaron  ar  mundo  pa  mi  persona...  Aquí 
está  é. 

En  efecto,  llega  por  el  foro  el  afortunado  José    María 
alias  Taburete.  Es  mucho  irás  feo    que    morderse'  las 
uñas.  Cuando  se  le  ve  del  brazo  de  Pepa,  se  le  odia  á.''- 
muerte.  ;    • 

Tab  Salú. 

Bald.  Dios  guarde  á  usté,  amigo.  (¡Desde  er  sielo 

dise  que  lo  echaron!  Así  tiene  la  narí:  ¡der 

gorpe!) 

Tab  ¿Me  esperabas? 

Pepa  ¡Cómo  me  conoses,  gitano!    , 

Tab  ¿De  veras  rae  esperabas? 

Pepa  ¡Por  tu  salú  y  la  mía! 

Tab  ¡Marnolia! 

Pepa  Tulipán! 

Tab.  Convídame. 

Pepa  ¿Qué  se  te  apetese? 

Tab.  Tráeme  dos  copas  de  ginebra. 

Pepa  Ahora  mismo. 

Taburete  se  sienta  ante  su  velador,  que  es  el  que  está 
junto  á  la  puerta  del  foro.  Pepa  le  sirve  la  ginebra  y 
se  sienta  á  su  lado.  En  amor  y  compaña  saborean  la 
dicha  de  vivir...  y  la  ginebra. 

Bald.  (¡Jinojo!  ¡Se  ve  y  no  se  cree!  ¡Con  toa  la  he- 

chura de  una  boca  e  la  Isla  que  tiene  el 
hombre!) 

Sale  por  la  puerta  de  la  derecha  la  Sorda,  vieja  bille- 
tera, que  pregona  y  habla  desentonadamente,  alternan^ 
do  la  voz  de  tiple  aguda  con  !a  de  contralle;.  ■■' 

Sorda  ¡Er  catorse  mí...  quinientos  veintisinco! 

Bald.  ¡La  Sorda!  ¡Me  pone  nervioso! 

SoRD  .  ¡De  dose  reales!  ¿A  quién  le  doy  la  suerte? 

Bald.  ¡Dámela  á  mí,  que  farta  me  haee! 

Sorda  Oye,  Bardomero. 

Bald.  ¿Qué  ocurre? 

SoRD.A  Oye. 

Bai.d.  Chinándole.  ¡Ya  oigo!  ¡Joyín  con  la  viejal 


—   16  — 


Sorda 
Bald. 

SORP-^ 

Bald. 
Sorda 
Bald. 

Sorda 

Bald. 
Sorda 
Bald. 


Sorda 


Tab. 


Pepa 
Tab 

Pepa 

Tab. 

Pepa 

Tab 

Pepa 

Tab. 

Pepa 

Tab. 

Pepa 

Tab, 
Pepa 
Tab 


¿Esos  dos  muchachos  que  salían  de  aquí,  te 

han  hecho  argún  gasto? 

Sí. 

¿Qué  sí? 

¡Que  eí! 

¿Te  han  paga^  con  un  duro? 

Sí. 

¿Que  pí?  ¡Pos  es  más  farso  que  el  arma  e 

Júas! 

Abalanzándose  al  cajón.  ¡Jinojol 

A  mí  me  lo  han  querío  sortá. 

¡Rejinojo!  Mirando  el  duro  y  sonándolo   luego.  ¿Le 

paese  á  usté?  ¡Pero  si  esto  es  un  cacho  e 
plomo!  ¿Cómo  he  tomao  yo  esto?  ¡Mardita 
sea  la  má!  ¡Vi  á  vé  si  los  cojo  toa  vía!  ¡Miste 

que  haberlos  COnvidao!  Se  va  corriendo  por  la 
puerta  de  la  derecha. 

Sí,  sí;  ya  los  arcansaste  Pregonando.  ¿A  quién 
le  doy  la  suerte?  ¡Er  catorse  mí...  quinientos 
veintisinco!  ¡De  dose  reales!...  se  va  por  la  puer- 
ta del  foro. 

¡Chavó,  qué  pito  tiene  esa  mujé!  Si  eya  se 
oyera  pregona,  pregonaba  por  señas. 

Llega  un  Forastero  por  la  puerta    de    la    derecha,    se 
sienta  ante  uno  de  los  veladores  y  toca  las  palmas. 
Vo}'.  Se  levanta  para  ir  a  servirlo. 
Receloso  del  recién  llegado.    (¡Er  de   ayé!    ¡Ese  CS 

er  de  ayé!)  ¡Pepa! 

Deteniéndose  á  mitad  de  camino.  ¿Qué  quicrCF? 
Imperiosamente.   V  en  acá. 

Obedeciéndolo.. ¿Qué  quieres? 
Aparte  con  ella.  (¡Ese  cs  er  de  ayé! 
¿Er  de  ayé? 
[Er  de  ayé! 

Fíjate,  que  no  es  er  de  ayé. 
¡Sí  es  er  de  ayé!  ¡Er  que  te  mira!  ¡er  que  te 
ronda! 

¡Que  no  es  er  de  ayé,  José  Marín;  no  te  sie- 
gues! 

¡Que  sí  es  er  de  ayé! 
¡Si  er  de  ayé  tenia  bigote! 

jPoS  se  ha  afeitan!  E1  Forastero  toca  las  palmas 
nuevamente.  Pepa  hace  ademán  de  ir    allá.    ¡QuiCta 

aquí! 


—  17     - 

Pepa  ¡Pero,  hombre! 

Tab.  ¡Quieta  aquí!  ¡Tú  no  sirves  ar  gachó  ese! 

Pepa  ¡Que  estoy  sola  en  la  tienda! 

Tab  ¡Quieta  aquí!  ¡Ese  es  er  de  ayé!  ¡Vaya  si  es 

er  de  ayé! 
PEPy^  ¡Jesús,  Dios  mío!  ¡Qué  sof ocasión!  ¡Te  juro 

que  no  es  er  de  ayé! 
Tab  ¡vSí  es  er  de  ayé!   ¡Si  te  estás  vendiendo  tú 

disma! 
Pep\  ¡Que  no  es  er  de  ayé.  Taburete! 

Tab  ¡Que  sí  es  er  de  ayé!) 

Vuelve  á  palmetear  el  Forastero,  un  si  es  no  es  sor- 
prendido del  lance. 

FoR.  ¿Pero  quién  despacha? 

Tab  a  Pepa  (¡Échate  pa  un  lao! 

Pepa  ¡Por  Dios,  Taburete! 

Tab.  ¡Silensio!)  Va  ¿  donde  está  sentado   el   Forastero,  y 

se  encara  con  él.  Pepa  presencia  la  escena  angustia- 
dísima. ¿Preguntaba  usté? 

FoR.  Que  quién  despacha. 

Tab  Despacha  la  señora;  pero  un  servido  es  el 

encargao  de  sacarle  er  corasón  por  la  boca  á 
to  er  que  la  mire  con  segunda.  ¿Hase? 

FoR.  Levantándose   asustado.    ¿Qué    ha   de  kasé,  SeñÓ? 

Yo  soy  un  pobre  forastero,  que  ha  venío  á 
SU  negosio,  y  que  ha  entrao  aquí  á  tomarse 
un  chiitito  e  vino;  de  ninguna  manera  á  ju- 
garse la  vía.  Conque  abú,  sarsaparriya  pa  la 
.«angie...  v  otra  careta  pa  carnavá. 

Tab  ¿Qué? 

FoR.  ¡Na,  hombre,  na!  ¡Compadre,  qué  cosas  me 

suseden  á  mí  en  Seviya!  se  va  por  donde  vino. 

Tab.  a  Pepa.  ¿Has  visto  cómo  es  er  de  ayé?  ¡ÍSe 

ha  achica'! 

Pepa  ¡No  es  er  de  ayé,  José  María!  ¡Por  la  gloria 

e  mi  madre! 

Tab.  ¡Quítate  de  ahí! 

Pepa  ¡Me  güerves  loca!  ¡Me  asesinas! 

Mirando  á  Pepa  trágicamente,  torna  el  liombre  á  sa 
velador  y  se  dedica  á  hacer  pitillos.  Mía,  lejos  de  él, 
llora  mirándolo  á  hurtadillas.  Angelillo  vuelve. 

Ang  ¿No  hay  nadie  de  fuera?   ¡Pos  si  yo  pense 

que  estaba  e.^to  yene!  ¡Eran  tantas  parmas! 
Se  sienta  en  el  suelo,    junto  á  la  tarima  del  limpiabo- 


—  is- 
las, á  continuar    su    trabajo.  Reparando  en  la  actitud 

de  los  amautéí,  dice:  (jVaya!  Se  coiiose  que 
Don  Juan  y  Doña  Inés  andan  de  pelea.  ¡No 
se  jartan  nnucal) 

Música 

Pepa  intenta  una  vez  ó  dos  acercarse  al  pavoroso  Ta- 
burete, y  éste  la  detiene  con  el  rayo  de  su  mirada. 
Por  fin  se  atreve  y  llega  hasta  él  suplicante  y  llorosa. 

Pepa  ¡Várgame  er  sielo,  José  María! 

¡Qué  injusto  eres 
con  quien  la  sangre  por  tí  daríal 

¡Ay,  arma  mía! 
^;Tú  no  estás  viendo  que  aunque  me  hieres 
biempre  á  tu  antojo  sigo  rendía? 

Pos  ¿qué  más  quieres, 
sielo  de  Mayo  de  Andalusía? 


Ang.  (¡Le  yaraa  sielo  de  Mayo, 

y  está  yoviendo  en  la  caye, 
y  aquí  no  nos  parte  un  rayo!) 


Pepa  Ven  acá,  granuja, 

ven  acá,  moreno; 
ven  acá,  y  que  rae  miren  tus  ojos, 
que  tienen  armiba,  que  tienen  veneno. 

Tab.  ¡Güeno! 

Se  levanta,  harto  ya  de  ternezas,  y  se  sienta  ante  otro 
velador. 
Pepa  Yendo  á  su  lado  nuevamente. 

¿Por  qué  tu  cariño 
me  esquiva  ó  se  caya? 
¡Ven  acá,  y  que  me  miren  tus  ojos, 
que  tienen  asuca,  que  tienen  metraya! 
Tai;  ¡Vaya! 

Se  va  á  otro  velador. 


Ang.  (Er  mundo  ar  revés: 

•  ¡una  golondrina  detrás  de  un  mochuelo! 

¡Voliente  papé!) 


^    19    — 
Pepa  Apurando  los  recursos  de  su  ternura. 

No  seas  tirano, 
no  seas  verdugo; 
dime  lo  que  quieres 
pa  yo  iiasé  tu  gusto. 


¡Píeme  er  pan  que  me  gano; 
píeme  el  agua  que  bebo; 
píeme  que  yore,  y  y  oro; 
píeme  (jue  vuele,  y  vuelo; 
píeme  <^ue  mate,  y  mato; 
píeme  que  muera,  y  muerol 


¡Píeme  la  vía! 
Ang.  (¡Cávate,  mu  jé, 

mira  no  te  í)ía 
pa  toma  café!) 


Pepa  a  punto  de  acariciarlo. 

¡Gachón!... 
¡  Traisionero!... 
¡Salao!... 
¡Embustero!... 

En  el  adusto  semblaute  de  Taburete  se  dibuja  una 
sonrisa  indescriptible,  que  dedica  á  su  amada.  Esta 
respira  al  cabo  satisfecha. 

¡Grasiag  á  Üio'--,  tormento  de  mi  vía! 
¡Lo  que  me  ha>es  sufrí! 
Ang.  (¡No  era  tiro  con  sá  er  que  yo  le  daba 

á  tu  novio  y  á  tí!) 

Cesa  la  música. 

Pepa  ¡Ay,  Joseliyo!  Ya  respiro  á  gusto.  ¡Qué  rati- 

to  he  pasao! 
Tab.  Lo  comprendo,  Pepa:  me  atarugo,  me  siego; 

no  veo  más  que  traisiunes.  Convídame. 
Pepa  Me    has   adivinao   er   pensamiento.    ¿Qué 

quieres? 
Tab  í)ame  tres  copas  de  ginebra. 

Pepa  Correndito. 

1  asa  por  la  calle  del  foro,  de  izquierda  á  derecha,  uu 
vendedor  ambulante.  Vuelve  Taburete  á  sentarse  ante 


—  20   — 

su  velador,  Pepa  vuelve  á  servirlo,  y  ambos  luego  a 
conversar  amorosamente. 

Por  la  puerta  de  la  derecha  sale  José  Poto,  Potito,  un 
novillero  que  es  una  monada.  Viste  un  traje  corlo  fla- 
mante, ceñido  y  primoroso,  y  viene  á  que  le  limpien 
las  botas  para  que  no  le  falte  detalle  alguno. 

PoT.  Güenos  días. 

Ang.  Güenos  días. 

POT.  Sentándose  en  el  limpiabotas.  A  vé  PÍ  me  yeVO  de 

aqní  dos  espejos  en  vez  de  dos   botas.  Y 
aprisita,  que  estoy  sitao. 
Ang  Volando  va  á  sé.  Con  usté  me  estreno,  se  en- 

trega lleno  de  entusiasmo  á  la  labor. 

PoT.  Aprieta  y  te  ganas  un  puro.  ¡Cámara,  qué 

mañana  de  agua! 

Pepa  Aparte  con  Taburete.  (¿Quién  es  este  torero?  ¿Lo 

conoses? 

Tab  Desdeñosamente.  Er  Polito.  ¡Na!  Un  niño  quB 

presume  mucho.  ¡Na!  Y  que  se  la  da  de 
vivo  con  las  mujeres.  ¡Na!  Una  pnrmita  pa 
er  Domingo  e  ÜMnios.  ¡Na!  ¡No  lo  mirebl 

Pepa  Si  no  lo  miro,  selosiyo.) 

Ano.  ¿Conque  mañana  lo  aplaudimos  á  usté? 

Por  la  calle  del  foro  pasa  un  individuo  sin  paraguas, 
corriendo;  después  pasa  otro  eu  sentido  contrario,  con 
paraguas  abierto. 

PoT.  Según  lo  que  quiera  la  suerte.   Ganas  de 

complasé  á  la  afií-ión  tiene  uno. 

Ang  .  ¿Q>ié  vestío  piensa  usté  yevá?  Y  usté  dispen- 

se la  pregunta. 

PoT.  Verde  y  oro,  con  cabos  granas. 

Ang.  ¡Olf !  Por  aquí  f=e  dise  que  er  segundo  toro  se 

lo  va  usté  á  brinda  á  una  güeña  mosa  de 
este  barrio. 

PoT.  Esponjadí-simo. Hombre...  cuaudo  errío  suena  .. 

Yo,  por  lo  pronto,  vi  á  armorsá  en  su  casa 
con  eya  dentro  e  media  borita... 

Ang.  ¡.Asín  viene  usté  de  pinturero! 

PoT.  ¡.Je! 

Ang.  Güeña  suerte  pa  tn. 

J'OT.  Muchas  grasias,  hombre. 

Ang.  (¡Presume  más  que  una  titiritera  de  un  sir- 

<"©!  ¡Y  no  le  cabe  en  er  cnerpD  la  guasa!) 

Llega  por  la  puerta    del    foro    Peregríu,  que  es  el  pri- 


—   21   — 

mer  tuerto  de  la  serie.  Es  tocador  de  oficio  y  usa  un 
paraguas  colorado.  Lo  envuelve,  como  á  los  demás, 
un  velo  de  tristeza,  pero  él  se  cree  jocoso  y  hum  j- 
rista. 

Per.  ¿Han  visto  ustés  qué  manera  de  yové  agu»? 

¡Y  toa  pa  abajo! 
PoT.  !  ¡Cámara,  un  tuerto!  Podía  no  habé  venío/) 

Per  Peo  fuea  no  verlo,  ¡qué  sambomba! 

Ang  .  (Pos  tú  no  lo  ves  más  que  á  medias.) 

Peregrín  abre  su  paraguas  y  lo  pone  abierto  en  un  rin- 
cón para  que  se  seque. 
Fot.  Saltando  nervioso.  ¡Eh,  amigo! 

Per.  ¿Es  á  mi? 

PoT.  ¿Usté  no  sabe  que  es  de  mala  ^aía  abrí  así 

un  paraguas  bajo  techao? 
Pek,  Riéndose.   Ah,  pero   ¿usté  cree  en  esas  papa- 

rruclias?  ¡Vamos,  hombre!  Se  sienta  auto  el  pri- 
mer velador  de  la  derecha,  que  es  el  puesto,  por  de- 
cirlo asi,  de  los  tres  compadres. 

PoT.  Y  usté  creería  también  si  matara  tres  novi- 

yos  mañana. 
Per  ¡.Je!  Eso  está  güeno.  Yo  estoy  convensio  de 

que  to  lo  (jue  se  cuenta  de  los  agüeros  son 

fantesías   der   VUrgO.    Levantándose  y  haciendo  lo 

que  dice.  ¿Me  quié  usté  a  mí  desí  qué  impor- 
tará "pa  que  suseda  una  desgrasia  que  yo,  es 
un  pone,  le  dé  güertas  á  esta  siya  sobre  una 
pata? 

Po'j.  ¿Se  quié  usté  está  quieto,  cámara? 

Per  ¡Je!  ¿  lambién  lo  de  la  siya?  Tos  los  toieros 

son  lo  mismo.  ¿Se  acuerda  usté  de  la  cogía 
grande  que  tuvo  er  Miserere  Chicof 

PoT.  Le  diré  á  usté:  en  este  momento  no  me  qui- 

,  siea  acordá. 

Per.  Er  día  antes  de  la  corríaestuve  yo  con  é,  gua- 

seándome  de  estas  cosas,  y  le  menté  la  hicha 
qué  sé  yo  las  veses. 

PoT.  ¿Sí,  verdá? 

Per.  Güeno:  pos  lo  cogió  er  toro  porque  lo  tenía 

que  coge;  pero  ¡vaya  usté  á  sacarle  de  la  ca- 
besa  que  lo  cogió  er  toro  porque  yo  le  menté 

la  hichal  ¡Berrasioues!  vuelve  á  sentarse. 

PoT.  Será  lo  que  usté  quiera,  señó,  pero  vale  más 

no  mentarla. 


—  22  — 
Per.  ]Je! 

Sale  Juan  de  Dios  por  la  puerta  de  la  derecha.  Es  el 
segundo  tuerto,  tocador  también,  y  peor  trajeado  que 
l'eregrín.  Habla  con  voz  lúgubre.  No  trae  paraguas. 

Juan  Felises. 

Ang.  Venga  usté  con  Dios. 

PoT.  Aiarmadisimo.  (¿Otro  tiierto?)  Niño,  no  te  en- 

tretengas. Acaba  pronto. 

.Juan  a  Peregrin.  :Conque  er  pobre  Casimiro  estiró 

la  patal 

Per.  Parmó.  ¿Qué  se  le  va  á  liase?  Arrieri tos  somos 

y  er  caminito  andamos. 

.Juan  ¡Pobresiyo! 

Ppr  Esa  es  una  china  que  tos  tenemos  que  tra- 

ga, Juan  de  Dios.  í'armaré  yo,  parmarás  tú, 
parmard  er  l'otito...  [Tos  parmnrenws!  Ahí 
no  vale  sé  rico.  ¡Servisio  obligatorio,  qué 
sambomba! 

Juan  ¡Siempre  has  de  está  de  humól  Pos  yo  ven- 

go de  casa  e  Casimiro.  ¡Qué  cuadrol  ?eÍ8 
criaturas  deja,  tamañas  a4.  Caben  toas  de- 
bajo un  canasto.  Y  las  desgrasias  son  como 
las  seresas:  nunca  vienen  solas.  La  cuña  de 
Casimiro,   loca  de  remate:  ¿te  has  enterao? 

Per.  ¿Asunsión? 

Juan  Asunsión.  Le  da  por  seguí  á  los  artiyeros. 

Per  De  esa  locura  hay  muclio.   La  madre  murió 

de  una  palisa  que  le  pegó  er  padre  porque 
la  cogió  con  un  húsare. 

Juan  ¿Y  er  fuego  de  anoche:  lo  viste? 

Per  Si. 

Juan  ¡Qué  barbaridá!  ¡Seis  familias  en  la  ruina! 

PoT.  Acaba  pronto,  niño. 

Juan  .suspirando    ¡\y,  av,ay!  ¿Tienes  ahí  un  siga- 

rro  que  no  te  sirva? 

Per.  Dos  me  quean:  toma  uno  de  los  dos. 

Llega  Badana  por  la  puerta  del  foro.  Es  el  tercero,  can- 
tador  de  oficio,  y  tan  triste  como  los  otros. 

Bad.  yaiú,  señores. 

PoT.  Botando  en  el  asiento.  ¡Cámara! 

Bad.  ¿Desía  usté  argoV 

PoT.  No  era  con  usté,  a  Angeinio.  Acaba  ya,  por  lo 

que  más  quieras. 
Per.  Vienes  pingueando. 


—  23  — 

Bad.  Como  que  este  paraguas  mío  es  espesiá.  En 

cuanto  que  piir.sipia  á  yové  se  le  hincha  er 

palo  y  no  pué  abrirse.  Se  sienta  con  Juan  de  Dios 
y  Peregiín,  se  abstrae,  y  dando  golpecitos  con  el  pa- 
raguas en  el  suelo  empieza  maquinalmente  como  á 
templarse  para  cantar. 

PoT.  Aparte  con  Angeiiiio.  (Pero,  oye  tú,  ¿esto  68  una 

betunería  ó  un  ten  t aero  e  tuertos? 
Ang.  ¡Je!  Son  amigos  del  amo. 

Fot.  ¿y  á  qué  canastos  vienen? 

Ang.  ¡a  anima  la  tienda! 

Fot.  ¡Cámara!  Y  ¿qué  es  lo  que  hasen? 

Ang.  Pos  el  uno  no  hase  na,  y  les  otros  le  ayúan. 

Son   gente  e  tablao:  cantaores  y  tocaores. 

¡Pero  carcule  usté  quién  va  á  yamarlos  pa 

una  juerga!) 

Bad.  Cantando. 

Seis  años  de  carse, 

cuatro  de  presidio, 

cadena  perpetua, 

tres  días  en  capiíja, 

el  hipo  e  la  muerte, 

entierro  paga  o, 
y  luego  a  la  mano  der  verdugo 
tendré  yo  que  entregarme... 

Pjt.  ¡Güeu  hombrel 

Bad.  Badana  me  yamo. 

Fot.  ¿Quié  usté  varia  er  cante,  por  su  salú? 

Bad.  Usté  dispense.  Esto  lo  base  uno  sin  darse 

cuenta  e  lo  que  hase.  Se  le  viene  á  la  boca 
una  alegría,  y  la  suerta  como  se  le  viene. 

Ang.  Servido  de  usté., 

PoT,  Grasias,  hijo.  Dios  te  lo  pague. 

Vuelve  Baldomcro  por  la  puerta  de  la  derecha. 

Bald.  ¡Cuarquiea  da  con  eyos!  ¡Hasta  la  Alamea 

Vieja  he  yegao!  a  Potito.  Güenos  días. 

Fot.  Güenos  días. 

Bald.  a  ios  tuertos.  Hola. 

Per  Hola. 

Juan  Hola. 

Bad.  Hola. 

PoT.  Fos  señó,  he  pisao  mala  yerba. 

Ang  .  ¿Qué  le  pasa  á  usté? 


—   21   — 

PoT.  Que  me  he  dejao  er  portamoneas  en  el  otro 

temo.  Ni  un  perro  cliico  traigo  ensitna. 
Bald.  Por  er  servisio  no  lo  sienta  usté. 

Por.  tíe  agrádese  la  confiansa;  pero  e.s  que  nesesi- 

to  dinero  SUerto.  sacando  de  la   cartera  un  billete. 

¿Tiene  usté  cambio  e  sinco  duroí-? 

Bald.  Levemente     escamado.     ¿De...    de    sillCO     durOSV 

Sabe  usté  que  como  es  temprano  quisa  no 
haya,  a  ios  tuertos.  ¿Ustedes  tienen  cambio  e 
sinco  duros? 
Juan  También  son  ganas  e  gasta  saliva,  Bardo- 

mero.  Se  pone  á  leer  ua  periódico  ilustrado. 

Ano.  Traiga  usté.  Yo  iré  a  cambia  en  un   peri- 

quete. 
Poi .  Date  prisa. 

AnG.  Ya  estoy  aquí,  coge   cl  billete  y  echa  á  correr  por 

la  puerta  del  foro.  (Donde  estoy  ya  es  viendo  á 

mi  novia.) 
PoT.  Mirando  el  reloj.  Tos  son  Contratiempos.  Se  me 

ha  hecho  más  tarde  que  la  má. 
Bald.  Er  niño  gorverá  en  seguía. 

PoT.  (¡De  güen  humó   vía  encontrarme  á  aque- 

ya!)  Tomaré  un  chato    mientras  viene,  se 

sienta  ante  uno  de  los  veladores,  lo   más  lejos  posible 
de  los  tuertos. 
Bald,  Pepa,  un  chato  aquí. 

Pepa  se  levanta  y  sirve  á  Potito. 

Juan  Los  hay  que  son  fieraf--.  Un  marío  en  Chi- 

piona,  que  mata  á  su  mujé  y  cuerga  las  tri- 
pas der  barcón.  Aquí  en  er  diario  viene  er 
retrato  e  las  tripa?-.  ¡Qué  decadensia! 

Por.  (¡Pero  vaya  unas  conversasiones  que  saca  cr 

tío  ese!) 

PeR-  ¡y   toavía  quién   argunos  que  la   pena   de 

muerte  se  abuelal  ¡Sí,  si! 

Juan  Aquí  no  hay  sivilisasióu  paeso. 

Per.  Somos  más  sanguíneos. 

BaD.  Cantando  otra  vez. 

Ar  simenterio  me  voy, 
yo  me  voy  ar  simevíerio, 
yo  ar  simenterio  me  voy  .. 

PoT.  (¡Camarín,  no  veo  la  salía!) 


—  25  — 

Bald.  Tú,  Badana,  vete  ar  siinenterio  si  tienes  gua- 

to, pero  no  me  cantes  en  la  tienda. 

Bad.  Dispensa,  hijo.  Es  la  pajolera  afisión. 

PoT.  A  Pepa,  aparte.  (Diga  usté,  güena  mosa:  ¿estos 

tres  anaigos  frecuentan  er  loca? 

Pepa  Más  de  lo  que  le  conviene  al  amo, 

PoT.  Eso  creo  yo;  porque  ensima  e  sé  tuertos,  que 

ar  fin  y  ar  cabo  es  una  desgrasia,  no  son  mu 
alegres  que  se  diga. 

Pepa  Gaye  usté,  por  Dios.  Si  yo  pintara  argo  en  la 

tienda... 

PoT.  Pero  ¿usté  no  pinta  aquí  na,  presiosa? 

Taburete  empieza  á  agitarse.  Baldomero,  que  está  pen- 
diente de  él,  se  echa  á  temblar. 

Bald.  (¡Ay!...) 

Pepa  No,  señó.  Ni  aquí  ni  en  parte  arguna. 

PoT.  Será  porque  no  hay  gusto  en  Seviya. 

Pepa  Será  por  eso. 

PoT.  Pos  usté   bien   que  lo   demuestra   pa   veí-- 

tirse... 

Bald.  (¡Ay!...) 

POT.  Cogiéndole  á  Pepa  los    flecos    del    pañuelo    que    tiene 

puesto.  Porque  este  pañolito  es  cosa  fina.) 

Tab.  Alzando  la  voz.  ¡Las  manos  quietas! 

Bald.  (¡La  jisimos!) 

PoT.  ¿Cómo? 

Tab.  ¡Las  manos  quietas! 

Poi.  Hombre,  yo  creo  que  en  coge  er  ñeco  der 

pañolito,  no  hay  ofensa  pa  nadie. 

Tab.  Es  que  der  ñeco  se  pué  usté  corre  ar  flaco. 

PoT.  Le  diré  á  usté,  amigo:  sé  trata  con  señoras. 

Tab.  Pos  lo  disimula  usté  más  de  lo   que  con- 

viene. 

PoT.  Levantándose  con  resolución.  Oiga    USté,    que  eSO 

ya  es  habla  demasiao.  A  mí  á  educasión  no 
me  gana  usté,  ni  toa  la  parentela  de  usté. 

Tab.  Yendo    hacia    Potito    como    si    fuera  á  mereudárselo. 

¿No,  verdá? 

Pepa  ¡Por  Dios,  José  María! 

Tab.  ¡Quítate  de  enmedio! 

Bald.-  ¡Pero,  Taburete,  por  Dios! 

Tab  ¿Queréis  dejarme? 

•luAN  ¡Ya  está  arma,  ya  está  arma! 

Tab,  ¿Me  va  usté  á  repetí  lo  que  ha  dicho? 


—  26   - 

PoT.  ¡Sí,  señó:  pero  no  va  á  sé  aqni;  porque  á  mí 

cuando  quieo  coge  un  galápago  pa  tirarlo  ar 
poPO,  la  gente  me  estorba! 

Tab.  ¡Mardito  sea  er  café  con  leche!... 

Hace  como  que  va  á  sacar  una  navaja;  Potito  le  echa 
mano  á  una  silla;  Pepa  grita  incesantemente,  y  los  de- 
más se  Interporeu  entre  aquellos  y  meten  á  empujonet; 
á  Taburete  por  la  puertecilla  de  escape. 

PoT.  ¡Venga  usté  pa  acá! 

Pepa  ¡Ay!  ¡ay!  ¡ay! 

Bald.  Pero,  ¿qué  va  á  fé  esto? 

Per.  ¡Quieto  ahí! 

Pepa  ¡No  te  pierdas,  José! 

Juan  ¡Vamos,  hombre,  vamos!... 

Tab.  ¡Sortarme  ya,  que  me  coma  á   esa  careo- 

manía! 

PoT.  ¡Sortario,  á  vé  qué  hase! 

Bald.  ¡Meterlo  ahí,  que  no  sarga  más!   ¡Joydn  con 

el  hombre! 

Tab.  ¡Ya  nos  veremos  espasito! 

PoT.  ¡Cuando  usté  quiera! 

Juan  de  Dios  entra  con  Taburete  por  la  puertecilla. 

Pepa  ¡Ay,  JesúiJ,  no  hay  minuto  seguro  con  é!    Y 

es  que  se  siega  er  pobresito;  es  que  se  ense- 
la  hasta  de  un  tirabusón  que  yo   coja.  ¡Ay! 

¡ay!  Vase  tras  él. 

PoT.  Pos  si  se  ensela  que  se  quee  en  su  casa  me- 

tió. ¡Miá  también  la  mu  jé!  a  Baldomcro.  ¿Usté 
es  el  amo  der  negosio? 

Bald.  Por  desgrasia,  amigo. 

PoT.  ¡Sí  que  tiene  usté  aquí   una   lotería!   ¡Está 

esto  yeno  de  alisiente.-! — ¿Y  el  arrastrao  der 
niño,  qué  hase? 

Impaciente  se  asoma  á  una  y  otra  puerta.  Lluive  con 
verdadera  furia.  Sale  de  nuevo  Juan  de  Dios  á  comple- 
tar el  cuadro. 

Juan  Bardomero,  esto  no  pué  sé. 

Per.  Ko  pué  sé. 

Bad.  No  pué  sé. 

Bald.  Desesperado.  ¡Que  no  pué  sé,  ya  lo  sé  yo!  Pero, 

¿qué  queréis  que  le  haga? 
Juan.  Bien  te  lo  arvertí:   no  yeves   mujeres  á   la 

tienda,  que  las  mujeres  no  dan  más  e   di- 

justos. 


—  27  — 
Per.  Empesando  por  la  propia. 

Por  la  calle  del  foro  pasan  dos  ó  tres  personas  sin  pa- 
raguas, corriendo. 

PoT.  ¡Kse,  por  lo  visto,  se  ha  yegao  á  Fransia  cá 

cambia! 
Bald.  ¡Mala  puñalá  le  den  ar  niño! 

PoT.  ¡Y  no  yueve!   ¡Se  me  vaá  orvidá  á  mí  esta 

mañanita!  ¡Más  nervioso  estoy  que  er  rabo 

de  un  perro! 
Bald.  Hombre,  Badana,  ¿quiés  alargarte  hasta  el 

estanco  á  vé  si  ves  á  ese  pajolero,  y  lo  echas 

pa  acá  de  un  puntapié? 
Bad.  ¡Si,  hombre;  ya  lo  creo!   ¡No  fartaba  más! 

Se  va  por  la  puerta  del  foro  cantando. 

Cuando  le  hisieron  la  autosia, 
cuando  la  autosia  le  hisieron... 

Juan  Escucha,  Bardomero.  Harme  caso  una  vfz 

siquiera,  ¡corcho!  Si  no  quiés  arruinarte, 
despide  á  esa  mujé,  y  tráete  aquí  á  un  hom- 
bre e  chispa,  á  un  hombre  e  pico,  á  un  hom- 
bre e  simpatías;  tráete  á  un  Curro  Meloja,  y 
á  la  semana  lo  vas  á  nota,  ó  me  corto  yo  la 
cabesa. 

Bald.  ¿Un  Curro  Meloja?  ¿Quién  es  Curro  Meloja? 

Juan  Asombrado.  ¡Corcho!  ¿No  conoses  tú  á  Curro 

MeloiaV  Oye,  tú,  Peregrín;  no  conose  á  Curro 
Meloja. 

Per.  ¿Que  no  conoses  á  Curro  Meloja?  ¡Sí,  hom- 

bre! ¿Quién  es  Curro  Meloja? 

Juan  ¡Ei  hijo  de  Paco  Meloja! 

Per.  ¡Er  casao  con  Rosa  lal3onita! 

Juan  ¡Señó,  Curro  Meloja!  ¡Si  en  Seviya  lo  salu- 

dan hasta  los  gatosl 

Per.  ll^igf^l  ¡Curro  Meloja! 

Juan  ¡Josú!  ¡Curro  Meloja! 

Bald.  Fos  señó,  siento  en  el  arma  no  conosé  á 

Curro  Meloja. 

Per.  ¿a  que  aquí  el  amigo  lo  conose? 

PüT.  ¿Eh? 

Per.  ¿No  conose  usté  á  Curro  Meloja? 

PoT.  ]Yo  estoy  ya  que  no  conozco  ni  á  mi  padre! 

Juan  Pos  güeno:  Curro  Meloja  es  un  hombre  que 

está  sembrao. 


-.  28  — 

Per.  De  los  castisos,  ¿sabes?  ¡De  los  nuestros! 

Juan  Ahí  en  er  Raratiyo  va  á  lon:á  dos  copas  toas 

las  lardes  á  una  tienda,  y  hay  bofetás  por 
entra  en  la  tienda. 

Bald.  ¡Que  venga  aquí  ese  hombre  en  seguía! 

Juan  Es  un  gacholi  que  se  pone  á  contá  cuentos 

y  te  tumbas  e  risa;  que  pasa  una  mujé  por 
la  caye,  y  le  dise  un  piropo,  y  güerve  la  cara 
la  mujé  pa  darle  las  graí^iHs;  que  coge  la 
guitarra  y  es  menéete  comérselo;  que  se  pone 
á  canta,  y  se  quea  solo.  Ese  es  Curro  Meloja. 

Per  ¿Tú  sabes  dónde  va  por  las  mañanas?  A  la 

tonelería  der  Bizco. 

Juan  ¿Quiés  que  me  yegue  en  cuatro  sartos  y  lo 

traiga? 

Bald.  ¿Pos  no  he  de  queré?   ¡Si  ese  hombre  debe 

sé  pa  los  parroquianos  un  papé  de  efcos  pa 
las  moscas!  ¡Yégate  corriendo  por  é! 

Juan  Pa  luego  es  tarde. 

Per.  Coge  mi  paraguan. 

Juan  ¡El  agua  no  moja!  Vase  á  escape  por  la  puerta  dfl 

foro. 

PoT  Pero  oiga  usté,  amigo,  ¿no  será  cosa  que  er 

niño  haya  hecho  un  viaje  con  mi  biyete? 

Bald.  No,  señó,  no;  por  ese  lao  no:  er  chiquiyo  es 

de  confianea.  ¡Rejoyín,  qué  sombra  la  mía! 
Peregrín,  honjbre,  sar  tú  también  á  vé  si 
das  con  Angeliyo. 

Pul.  Y  si  no  encuentra  cambio  que  traiga  er  bi- 

yete.  La  cuestión  es  que  puea  yo  irme  pron- 
to de  esta  tienda,  pa  recomendársela  en  se- 
guía á  tos  los  amigos. 

Per  Aya    voy.    Coge  su  paraguas  y  se  va  también  por  la 

puerta  del  foro. 

Po  1 .  ¡Cámara!  ¿Quié  usté  darme  una   poca    de 

agua  6  Sé,  que  se  me  han  regüerto  las  tri- 
pas? Se  sieuta  aute  un  velador, 

Bald.  Sí,  señó.  Ahora  mismo.  Trata  de  servirlo  con  la 

rQa\or  solicitud,  pero  coge  un  sifón  de  «gua  de  ;  eliz 
que  no  funciona  normalmente. 

PoT.  ¡De  hacharao  he  roto  á  suda! 

Bai  D.  ¿Qué  jinojo  le  pasa  á  esto  que  no  tira? 

PoT.  ¿También  se  ha  descompuesto  er  sifón? 

Bald.  ¡Tambiéo!  ¡Miste  quégrasia!  Va  asé  menas- 


—  29  — 

té  di  por  otro,  ai  decir  esto  salta  uu  chorro  de  ¡icrua 
que  pone  á  Potito  como  nuevo. 

PoT  [Me  caso  con  la  rná!  ¿Por  qué  no  ras  echa 

usté  el  aeua  ensima? 
Bald.  Ha  eío  sin  queré...  Usté  perdone... 

PoT.  ¡Digo!  ¡Y  estrenando  vestio!  ¡Hoy  me  dan  á 

mí  las  viruelasl 

Llega  Angelillo  por  la  puerta  de  la  derecha,  jadeante, 
sudoroso  y  mojado. 

Ang.  Aquí  estoy  yo  ya. 

PoT.  ¡Hombre,  grasias  á  Dios!   ¡Eres  pintao  pa 

una  casa  e  socorro! 

Bald.  Ahora  te  ajustaré  yo  las  cuentas,  granuja. 

Ang.  Mi  amo,  si  es  que  no  había  cambio  en  nin- 

gún sitio.  He  corrió  más  que  er  tío  e  la 
lista. 

PoT.  ¿Quiés  darme  er  dinero? 

Ang.  Sí,  señó:  tome  usté.    De    la  faja  va    sacando    uno 

tras  otro  cinco  paquetes,  de  otros  tantos  duros  en  cal- 
derilla. Potito,  al  ver  la  faena,   llega    al    rojo.    UnO, 

dos,  tres,  cuatro  y  si  neo. 

PoT.  ¿Pero  los  tra^s  en  cuartos,  anima? 

Ang.  ¡No  he  encontrao  otra  cosa! 

Por  ¡Hay  pa  cogerlo  ¿sabe  usté?  y  haserlo  asti- 

yas  pajoleí'as!  ¿A  qué  huele  esto? 

Ang.  Será  á  pescao;  porque  he  cambiao  en  la 

pescadería. 

Pot;  ¿Le  paese  á  usté?  ¿Y   dónde  me  guardo  yo 

tanto  paquete  que  no  haga  feo?  ¡Por  su- 
puesto, mañana  viene  aquí  mi  cuadriya  y 
le  mete  fuego  á  la  tienda!  se  va  disparado 

por  la  puerta  de  ln  derecha. 

Bald.  Grandíí^imo  ladrón,  ¿tú  también  vas  en  con- 

tra mía?  ¿Qué  has  hecho? 

Ang.  (Ganarme  dos  reales  en  er  cambio  e  los  sin- 

co  duros!  ¡Lo  que  no  se  gana  usté  aquí  en 
tres  meses! 

Bald.  ¿Tú  le  has  cobrao  er  servisio  e  las  botas? 

Ang  .  Yo  no.  ¿Y  usté? 

Bald.  ¡Tampoco!  ¡Ni  er  chato  que  se  ha  tomao  des- 

pués! 

Ano.  ;Pos  ha  sío  un  negosio  mu  bonito! 

Vuelve  á  salir  el  sol. 

Sorda  .asomándose  á  la  puerta  del  foro.  Bardomero. 


-  30  — 


Bald. 
Sorda 
Bale. 
Sorda 
Bai.d. 
Sorda 
Balo. 
Sorda 
Bald. 
Sorda 

Bald. 
Sorda 
Bald. 
Sorda 


Bald. 
Ang. 
Bald. 


Sorda 

Ang. 

Sorda 


Ang. 


¿Otra  vez? 

^•Tú  no  esperabas  un  barrí  de  vino? 
¡Sil 

¿De  mansaniya? 
¡Si! 

;De  Sanlúca? 
¡Sí! 

¿Qué  pí? 
¡Que  si! 

¿Ha  dio  por  é  á  la  estasión  Antonio  er  ca- 
rrero? 
¡Sí! 

¿Que  sí? 
¡Que  PÜ 

¡Pos  se  le  ha  roto  ar  carro  una  ruea,  se  ha 
caio  er  barrí,  se  ha  defondao,  y  está  toa  la 
caye  regá  de  vinol 

¡Rejinojo!  Da  una  patada  y  pisa  á  Angelillo. 

lAyl 

¡Hombre,  echa  una  caja  e  fósforos  en  un 
vaso  e  agrna,  qne  me  los  vi  á  toma  en  cuan- 
to güerva!  Vase  por  la  puerta  del  foro,  despavorido. 

¡Miá  que  tiene  una  pata  tu  amo! 
Aludiendo  al  pisotón.  Regulá  la  tiene,  comadre. 
Yéndose  pregonando.  ¿A  quién  le  doy  la  suerte? 
¡Er  catorse  mí...  quinientos  veintisinco!  ¡De 
dose  reales! 

jJosú!  ¡Cuando  se  van  de  aquí  los  tuertos,  y 
la  Sorda,  y  el  amo,  y  Taburete,  ¡Josú!  paese 
que  se  respira!  ¡JosiÍ!   ¡Jasta  er  só  ha  salió! 

Se  asoma  á  la  puerta  de  la  derecha.    ¡Y    mi    novia 

en  la  esquina!  Llamándola.  ¡Leonoriya!  ¡Pues 
vení  sin  cuidao! 

Llega  Leonor. 


Música 


Ang.  Ven  aquí,  claveyina, 

ven  acá,  pimpoyito. 
Leo.  ¿y  mi  padre? 

Ang  .  ¡Salió  tragando  quina! 

¡La  tienda  lo  trae  frito! 
Leo.  Tiene  suerte  maüna 

mi  papá  er  pobresito. 


—  31  ~ 

Ang.  No  te  apures  por  tu  papá, 

que  yo,  uiña,  lo  sarvare; 
yo  soy  hombre  capá, 
mientras  viva  con  tu  queré, 
de  yevá  la  Puerta  Rea, 
donde  está  la  Puerta  e  Jeré. 


Leo.  El  arcarde  se  va  á  opone 

á  ese  cambio  tan  radica; 

pero  es  cosa  de  vé 
que  sólito  por  raí  na  má, 
donde  está  la  Puerta  e  Jeré 
yeves  tú  la  Puerta  Rea. 


Ang. 

Leo. 
Ang. 

¡Eso  es  poco! 

¿Poco? 

¡Poco! 

¡Es  una  bicoca! 

Leo. 
Ano. 

¡Chiquiyo,  me  güerves  loca! 
¡Yo  sí  que  estoy  loco! 

En  la  cabesita 

de  un  arñlerito, 

Jago  yo  un  cuartito 

mu  chiquerretito, 

Leo. 

pa  que  vivas  tú. 
¡Josú! 

Ang. 

Jurando. 

¡Va  por  tu  salú! 

Leo. 

Pos  en  la  puntita 

de  ese  arfilerito. 

te  hago  yo  un  laito 

Ang. 

mu  apañaito, 
donde  quepas  tú. 
¡Josú! 

Leo. 

Juraudo. 

¡Va  por  tu  salú! 

Ang. 

Tirándole  besos. 

Leo. 

¡Ten  pa  tí! 
¡Vengan  pa  acá! 

—  32  - 


Ang.  ¿y  pa  mi? 

Lbo.  |Pa  tí  no  hay  na! 

Tiiinaiido  yo  los  tuyos  güeno  está. 


Ang.  ¿y  si  te  cogiera? 

Leo.  ¡Qué  me  has  de  coge! 

Ang.  ^A'amos  á  probarlo? 

IjEO.  ixAnda  y  prueba  á  vé! 


Juegan  corriendo  por  la  escena. 

Ang.  ¡Moreniyal 

Leo.  ¡Moreniyo! 

Ang.  ¡Corre,  corre,  corre,  corre,  que  te  piyo! 

Leo.  ¡Corro,  corro,  corro,  corro,  que  me  piyal 

Asg.  ¡Que  te  cojo,  Leonoriya! 

Leo.  ¡Que  me  coges,  Angeliyo! 

Ang.  ¡Que  te  piyo,  que  te  piyo! 

Leo.  ¡Que  me  piya,  que  me  piyn! 

¡Ay,  Angeliyo! 

Ang.  ¡Ay,  Leonoriya! 

Leo.  ¡Ay,  gitauiyo! 

Ang.  ¡Ay,  gitaniya! 

Leo.  ¡Déjame,  que  ya  estoy  causaiyal 

Ang.  ¡Yo  también  estoy  ya  cansaiyo! 


Leo.  ¡Vaya  un  modo  de  corre! 

Si  nos  viera  mi  papa, 
con  er  genio  de  é 
¡la  que  me  ilia  á  echa! 
|lo  que  me  iba  á  basé! 
¡la  que  se  iba  á  arma! 

Yo  me  doy  ya  por  vrnsia, 
y  me  entrego  de  una  vé, 
que  es  mejó  que  tv'i  me  cojas 
¡mtes  que  nos  coja  é. 

Ang  .  Abrazándola  de  pronto. 

]Te  piyé! 

Cesa  la  música. 

¡La?  ganas  que  tenía  yo,  Leonoriya,  de  que 
pasáramos  los  dos  un  rato  solos! 


—  33  — 

Leo.  ¿Pos  y  yo,  Angeliyo?  ¿Hay  na  mejó  que 

verse  así,  serquita,  serquita,  y  sólitas,  sóli- 
tas, dos  personas  que  se  quieren  tanto? 

Ang.  Ven  acá:  arrímate  á  mí,  que  no  te  yeno  de 

betún.  Siéntate  aquí  conmigo. 

8e  sientan  juntos,  ella  en  una  silla  y  él  en  el  suelo, 
cerca  de  la  tarima  del  limpiabotas. 

Leo.  Aquí  me  tienes.  Dime,  Angeliyo:   ¿cómo  va 

er  negosio? 

Ang.  ¡De  cabesa! 

Leo.  ¿De  cabesa,  eh?  Como  to  lo  que  emprende 

er  pobresito  de  mi  papá.  ¡No  le  ha  salió 
bien  má3  que  una  cosa  en  esta  vía! 

Ang.  ¡TJna  cosa  na  más!  ¡Conformes! 

Leo.  La  primera  tienda  de  ansuelos  y  lombrises. 

Ang.  Entcnces  le  han  sallo  bien  dos   cosas:  la 

tienda  e  los  ansuelos  y  tú.  Lampando  estoy 
yo  porque  tu  padre  se  desespere  der  nego- 
sio— que  ya  le  farta  un  pelo — pa  ponerme 
delante  de  é  y  desirle:  «Señó  Bardomero, 
de  argo  le  ha  de  serví  a  usté  tené  esa  hija 
tan  serrana.  Aquí  hay  un  hombre.» 

Leo.  ¡Ay,  qué  alegría,  Angeliyo!  Porque  yo  sufro 

mucho  de  verlo  ar  pobresito  míi  pelea  con 
su  sino  perro  pa  saca  la  casa  adelante.  Hora 
es  ya  de  que  descanse  er  pobresito.  De  cua- 
tro garbansos  que  tengamos  nosotros,  uno 
será  pa  mi  madre  y  otro  pa  é.  En  la  eegu- 
ridá  de  que  si  arguno  es  negro,  le  toca  er 
negro  ar  pobresito  mío. 

Ang.  Pero  ¿qué  hablas  ahí  de  cuatro  garbanso?? 

¿Tú  crees  que  no  vamos  á  salí  de  pobres  nos- 
otros? ¡Pos  no  tengo  yo  muchos  inventos  en 
la  cabesa!  Arguno  petará.  Yo  no  me  paso  la 
vía  de  betunero.  ¡Pa  eso  tenía  yo  que  no  ha- 
berte conosío  á  tí!  Desde  que  tú  me  has  mi- 
rao  con  esas  dos  cajas  e  betún  que  tienes 
por  ojos,  me  ha  entrao  una  hormiguiya  de 
sé  rico  y  de  vale  argo,  que  ya  verás  como  va 
á  para  en  bien. 

Leo.  ¿Será  la  tienda  nuestra? 

Ano.  ;Dalo  por  seguro!   ¡Y  la  muaremos  de  sitio, 

y  la  pintaremos  de  coló  de  rosa,  y  le  cam- 
biaremos er  nombre,  y  le  prohibiremos  la 

3 


—  34  — 

entra  á  tu  padre,  y  le  pondré  yo  un  ventila- 
do que  cante  tangos,  que  ér  sólito  va  á  yamá 
ar  público! 

Leo.  ¿y  eso  será  pronto,  Angeliyo? 

Ano  .  ;Cuando  menos  se  piense!  Porque  te  preven- 

go que  ca  vez  que  Taburete  arma  aquí  una 
gre-'ca,  ó  que  los  tuertos  prinsipian  á  dá  rnn- 
las  notisias  y  no  acaban,  me  jaí^en  á  mí  asiu 
la^  tripas  }'  me  eiitr;ín  rranas  de  pelea. 

Leo.  ¡Pero  qué  güeno  eres!  ¿No  te  vi  á  qneré? 

Ang.  ¿Te  parezco  yo  mu  güeno,  Leonoriya? 

Leo.  Mu  retegüeno,  y  mu  forma,  y  mu  desent^. 

Ang.  Dema^iao  desente:  porque  yevamos  junto-f 

un  cuarto  de  hora,  y  no  te  lie  cogió  ni  un 
peyizco. 

Leo.  Con  ganas  del  pellizco.  Hombre... 

Ang  .  ^.Qué'? 

Leo.  Si  no  es  más  que  un  peyizco... 

Ang,  ¡Un  peyizco  na  más! 

Leo  Ea...  pos  anda... 

Ang.  Lo  malo  es  que  como  tengo  los  déos  un  po- 

quiyo  susioí,  será  mejó  que  te  lo  coja  con 
los  dientes. 

Leo.  Peí  o  eso  ya  no  es  un  peyizco:  eso  es  otra  cosa 

más  grave... 

Ang.  ¡Sin  apretá,  no  es  grave! 

Leo  ¿No  es  grave?... 

Llega  en  esto  el  Forastero  otra  vez,  por  la  puerta  del 
foro. 

FoR  A  la  paz  e  Dio?. 

Angelillo  y  Leonor  que  estaban  tan  acaramelados,  se 
asustan  y  reniegan  de  él. 

Ang.  [¡Mardita  sea  tu  estampa!) 

Leo  ('¡Mía  qué  oportuno!) 

FoR.  (¡Hombre,  me  he  colao  en  la  misma  tienda 

de  antes!  Y  es  que  tiene  dos  puertas.  Menos 
mar  que  no  está  aquí  aquer  guapo.)  se  sienta 

ante  un  velador  y  toca  las  palmas.  Angelillo  no  le  hace 
caso.  Vuelve  á  tocar  las  palmas. 
Ang  .  Levantándose  y  yéndosí  á  el  con  mal  modo.  ¿Qué  SC 

le  ofrese  á  usté? 
FoR.  Algo  desconcertado.   Yo  quisiera  un  chatito  e 

montiya.  Pero  por  las  güeñas...  Cuestiones, 
no. 


—  35  — 

Ang.  ¿üu  chatito  e  montiya? 

FoR.  ¿No  hay  montiya? 

Ang.  Le  diré  á  usté:  hay  montiya,  pero  franca- 

mente, no  es  un  montiya  reco  nendable. 
¿Sabe  usté  donde  tienen  un  mo  itiya  pa  chu- 
parse los  déos  e  gusto?  nevándolo  á  la  puerta  del 
foro.  Aquí  ar  regorvé  de  la  esquina  e-ta. 

FoR.  Muchas  grasias,  amigo.  Me  limpiaré  las  bo- 

tas, )'a  que  estoy  aquí. 

Ang.  Esas  botas  están  limpias,  señó. 

FoR.  Un  poco  perplejo.  ¿Estáu  limpias? 

Ang.  y  con  er  día  de  yuvia  que  jase,  es  ganas  e 

gasta  dinero  en  limpiarse  las  botas. 

FoR.  También  es  verdá.  i'En  mi  vía  me  ha  pasao 

na  por  el  estilo. ¡Compadre,  qué  S^íviva  esta!) 

Vase  por  la  puerta  del  foro,  dejándose  olvidado  el  pa- 
raguas. 

Ang.  ¿,blabrá  tío  mal  ange?  ¡Paese  que  había  ele 

gío  er  momento  pa  entra! 
Leo.  Viendo  venir  á  Baidomero.  ¡María  Santísima! 

Ang.  ¿Que? 

L'ílo.  ¡Eíto  sí  que  es  peo!  ¡Mi  padre! 

Ang.  ¡Nos  caímosl 

Por  la  puerta  del  foro  vuelve  el  desventurado  Baldo- 
mero.  Leonor  se  pone  tras  el  mostrador  á  hacer  que 
hace  algo. 

Bald.  ¡Marditas  sean  las  asitunas  sapateras!  Oye, 

¿quién  era  ese  que  salía? 

Ang.  Uno. . 

Bald.  ¡Eso  ya  lo  he  visto!  ¿Ha  bebió  argo? 

Ang.  No  señó...  Pa  mí  que  es  de  la  polisía. 

Leo.  (¡Qué  lioso!) 

Ang.  Ya  sabe  usté  lo  que  quié  esa  gente. 

Bald.  ¡De  memoria! 

Ang.  (Se  la  tragó.) 

Bald.  Aquí  paese  que  güerve. 

Leo.  (¡.Josú!) 

Vuelve  el  Forastero  por  su  paraguas. 

FoR.  Con  permiso:  se  me  orvidó  er  paraguas. 

Bald.  Dándoselo  con  solicitud.  ¿Es  eSte? 

FoR.  Sí,  señó:  muchas  grasias. 

Bald.  JNo  hay  de  qué.  Yo  soy  el  amo  de  la  tienda. 

Poniéndole  misteriosamente  un  duro  en  la  mano.  To- 
me usté  pa  unas  copas. 


—  36  ~ 

FoR.  Sorprendidísimo.  ¡Hombre! 

Bald.  ¡Hílgame  usté  er  favo! 

FoR.  ¡Pero,  hombre! 

BxLD  ,  ¡Señó,  pa  unas  copa?!  Dándole  vueltas  sin  dejarlo 

hablar,  lo  empuja  hacia  la  puerta  del  foro. 

FoR.  ¿\  santo  de  qué? 

Bald,  ¡Bébaselas  usté  á  mi  salúl 

FoR.  Es  que... 

Bald.  ¡Es  que  no  se  habla  más  der  partícula!  ¡Va- 

3^a  usté  con  Dios! 
FoR.  Pero... 

Bald.  ¡Vaya    usté    con    Dios!    Desaparece   el  Forastero, 

Angelillo  y  Leonor  han  presenciado  la  escena  muerto» 

de  risa.  ¿Digo,  eh?  ¿Conozco  yo  á  esos  tíos? 

Ang.  ¡a  la  legua! 

Bald.  ¡Y  hasía  como  qne  no  lo  tomaba!  De  repente. 

¡IVIe  ca?o  con  la  Torre  el  Oro! 

Ang.  ¿Qué? 

Leo.  ¿Qué? 

Bald.  ¡Que  le  he  dao  er  duro  de  los  estudiantes! 

lin  cuantito  vea  que  es  de  plomo,  se  cree 
que  es  pitorreo  y  me  va  á  barda  de  una 
multa.  ¿Es pata  ó  no  espata'^  A  Leonor.  ¿V  tú 
por  qué  estás  en  la  tienda? 

Leo.  Porque...   mamá  me  dijo...   me  dijo,  dise: 

«Yégate  aya  en  un  sarto...  y  que  papá  te  dé 
dinero  pa  compra  dos  varas  de  tela  que  ne- 
sesito.» 

Bald.  ¿Sí,  eh?  Pos    dile  á  tu  madre  que  con  una 

vara  hay  bastante...  y  que  yo  la  yevaré  esta 
noche...  y  que  habrá  tela  pa  las  dos.  ¡Arsa  pa 
casa  ya,  que  estás  tú  mu  saca  de  quisio! 

Leo  No  se  enfade  usté  conmigo,  papá;  que  no 

he  hecho  na  malo...  toavía. 

P>ALD.  ¿No  oyes  que  te  vayas? 

Leo.  Ya  me  voy.  ¿Por  qué  no  inventas  tú  una 

cosa  contra  er  mar  genio? 

Bald.  ¡Verás! 

Vasc  Leonor  corriendo  por  la  puerta  del  foro. 

Ang.  (¡Más  bonita  es  que  un  puesto  e  flores!) 

Bald.  Lleno  de  aflicción.   Angeliyo,  estoy  á  dos  dees 

de  tirarme  ar  Guadarquiví  por  el  arco  de 
en  medio.  ¡Cuatro  arrobas  de  mansaniya 
perdían!  No  yoro...  porque  disen  que  los 
hombres  no  yoran;  no  por  farta  e  ganas. 


—  37  — 
Ang  ¡  Va3'a  por  Dios,  mi  amo;  vaj'a  por  Dios! 

Sale  Taburete  por  la  puertecllla  de  escape,  coge  su  pa- 
raguas y  se  eucamiua  a  la  del  foro. 

Tab.  Hasta  luego. 

Balu  .  Hasta  luego. 

Ang.  Hasta  luego. 

Tab.  Deteniéndose  un  punto.   ¡Ah!   Sí  viniera   Anto- 

nio er  gitano  preguntando  por  uií,  que  se 
aguarde. 

Bald.  ¿Pero  va  á  vení  á  mi  casa  ese  hombre? 

Tab.  Anda  disiendo  por  ahí  que  tiene  ganas  e 

matarme,  y  yo  le  he  mandao  cuatro  letras 
disiéndi>le  que  aquí  lo  espero. 

Bald.  ¡También  lo  ha  podio  usté  sita  en  la  Cruz 

der  Campo! 

Tab  No  se  me  ocurrió.  Con  esa  no  cuente  usté 

hoy.  Desde  la  pendensia  de  antes,  metió  la 
cabesa  deb^ijo  un  corchón,  y  no  la  saca. 
Hestérica  perdía. 

Bald.  ¿Qué  es  eso  de  hestérica? 

Tab.  ¡Que  no  hay  quien  la  aguante!  Se  va  por  la 

puerta  del  foro. 

Bald.  ¡Pos  hesférico  estás  tú  desde  que  nasiste,  la- 

drón! 

Ang.  ¡Asín  trompiese  en  er  primer  adoquín  le- 

vantao  y  se  esbarate  ayí  la  cara  mas  e  lo 
que  la  tiene! 

ChIQ.  1.0       Asomándose  á  la    puerta   de    la  derecha  y  chillando. 

¡Bardomero!...  ¡Mucha  tienda  y  poco  dinero! 
Bald.  ¡Vieras  si  te  cojo! 

El  Chiquillo  echa  á  correr  y  desaparece.  Por  el  hueco 
dal  cristal  de  la  puerta  del  foro  asoma  la  cabeza  otro, 
rompiendo  el  papel. 

Chiq.  2.0     ¡Bardomeriyol...   ¡Mucha  tienda  y  poco  bor- 

siyo!... 
Bald.  ¡Mardito  sea  tu  padre! 

El  Chiquillo  huye.  Se  ve  correr  á  tres  ó  cuatro  más, 
que  le  chillan  á  Baldomero. 

Ang.  ¡Qué  grasiosos  están  los  niños! 

B-vLD.  Acuérdame  que  le  avise  ar  cristalero,  por- 

que han  dao  en  la  grasia  de  mete  la  cabesa 
por  er  papelito. 

Chiq.  1.'^     Dentro.  ¡Bardomero  Castañ:is!... 

Chiq.  2s^     ¡En  er  cajón  tiene  telarañas!...  ; 

Nuevos  gritos  y  carreras  de  los  Chiquillos. 


—  38  — 

Bald.  ¿Tú  oyes?  |E8  er  cormo  ya!  ¡Has-ta  Ids  chi- 

quiyos  sacan  cosas  con  mi  mala  sombral 

BaD.  Presentándose  alborozado  por  la  puerta  del  foro  y  yén- 

dose en  seguida.  Oye,  tÚ. 

Bald.  ,  Qué  quieres? 

Bad.  ¡Ahí  viene  Juan  de  Dios  con  Curro  Meloja! 

Ang.  ¿Con  Curro  Meloja? 

Baid.  Si;  si  vienen  pa  acá. 

Bad.  ¡Kse  hombre  si  que  te  conviene  en  la  tien- 

da! ¡Voy  á  paludario! 

Bald.  ¡Señó,  que  sea  n)i  jjrovidensia  Curro  Me- 

loja; que  me  sarve;  que  me  anime  el  esta- 
lilesimiento;  que  ya  me  duele  el  nrma  judía 
de  verme  perseguío  por  la  mala  ei-tieyal 

Per.  Por  la  puerta  de  la  derecha,  no  menos  alborozado  que 

Badana.  ¡Ya  tienes  ahí  á  Curro  Melojal 
Bald.  [Me  alegro! 

Per  |Y  lo  que  te  alegrarás! 

Ang.  lArgunas  ganas  tengo  yo  de  conosé  á  ese 

homl)re!    ¡Uise  to  er  mundo  que  es  un  cho- 


rro e  giasia 


Bald.  ¡Ojalá  lo  sea  de  güeña  sombra  pa  mí! 

Per.  Aquí  está  ya. 

Por  la  puerta  del  foro,  que  Angelillo  ha  abierto  pre- 
viamente de  par  en  par,  entre  Juan  de  Dios  y  Badana, 
llega  el  anhelado  y  famoso  Cuiro  Meloja.  Ko  hay  más 
que  verlo  para  comprender  que  la  leyenda  que  lo  en- 
vuelve carece  de  base.  Hay  reputaciones  usurpadas. 

Bald.  ¡Adelante,  señores! 

Curro  Empezando  a  desplegar  su  repertorio.  ¡iSoluQUíJ 

Es  de  advertir  que  hasta  los  bueuos  días  los  da  como  si 
dijera  una  gracia,  y  que  él  celebra  con  su  risa  primero 
que  nadie  todo  cuanto  dice.  Está  satisfecho  de  su  in- 
genio. Sus  amigos  y  admiradores,  los  tres  tuertos,  re- 
piten también  en  son  de  elogio  todas  sus  frases  y  se 
ríen  á  perecer  con  ellas. 

Bald.  Güenos  dias. 

Curro         ¿Cómo  está  usté,  amigo? 

Bald.  l'a  servirle. 

Juan  Aquí  er  compadre  Bardomero,  ¿te  enteras, 

Curro?  tenía  ganas  ei  hombre  de  toma  con- 
tigo una  copa. 

Bald.  Si,  señó. 

Curro         Juaniyo,  una  copa  se  toma  pa  hasé  un  juego 


^  30  — 

e  manos.  ¿Qué  menos  vamos  á  toma  que 

una  dosenibüisf 
Juan  a  Baidomero.  (¿Has  estao  en  er  timo/  ,L'na  do- 

seyúhüü!  Tú  d<^jalo  á  é.  Porque  es  un  hombre 

á  quien  no  se  le  pué  desí:  «Haga  usté  una 

grasia.» 
Bald.  a  Juan  de  Dios.    Ya  comprendo   que   no    es 

ningún  perro  amaestrao.)    ¡í'ero,  cabayeros, 

sentarse!   Vi  yo  á  di  preparando  eeas  copas. 

En  efecto,  va  á  ello.  Todos  los  ojos,  que  son  pocos,  y 
nones,  están  fijos  en  el  héroe  de  la  jornada,  de  quien 
se  espera  mucho  y  bueno.  Por  la  puertecilla  de  escape 
sale  en  esto  Pepa  la  Garbosa  con  un  mantoncillo  al 
brazo,  que  deja  sobre  una  silla  al  salir. 

Pepa  Güeuos  días. 

Curro          Güenos  días,  a  Peregrin.    ¿Quién  es  esta  mo- 

rucha? 
Per.  Pepa   la  Garbosa:  ¿no  la  conoses?  Cuña  de 

Bardomero. 

Curro  contemplándola  con  admiración.  ¡Vaya  Cardo! 

Per.  Ven  acá,  Pepiya.  Este  es  Curro  Meloja. 

Pepa  Mucho  gusto  de  conoserlo. 

Curro         Yo  no  le  digo  á  usté  na,  porque  me  ha  cor- 

tao  Uí-té  el  resortíbilis. 
Juan  Oye,  Pepiya.  Tiae  pa  acá  tu  guitarra,  que 

pué  que  no  estorbe. 
Per  Pué  que  no. 

Pepa  ¿Mi  guitarra?  Me  lo  ha  prohibió  Taburete, 

pero  en  ñn...  Vase  por  la  puertecilla  otra  vez. 

Curro          Mirándola  andar.   ¡Vaya  caló!   ¡Pero  que  vaya 
caló! 

Por  la  calle  del  foro  pasan  dos  ó  tres  muchachas,  acom- 
pañada de  su  novio  alguna. 

Juan  Tú  siempre  serrando  los  ojos  delante  e  las 

mujeres. 
Per  Por  aquí  pasan  ahora  argunas  mu  serranas. 

a  Juan  de  Dios.  (A  vé  SÍ  lo  oimOS.) 

Bald.  Las  operarlas  de  ahí  abajo.  Dos  ó  tres  hay 

que  valen  er  dinero. 
Curro         ¿Quién  se  quea  sin  mirarlas  entonset? 
Juan  ¡Pa  argo  ha  sallo  er  só! 

Se  acerca  Curro  á  la  puerta  del  foro.  Pasan  diversas 
muchachas  de  mantón,  solas  unas,  otras  en  parejas  ó 
en  grupos    de  tres,  y  á   cuantas  pasan  les  dedica  una 


-    40 


frase  el  festejado.  Los  tuertos  rien  á  mandíbula  l)iUicii- 
te,  como  ya  se  ha  dicho,  y  repiten  entusiasmados  las 
frases 

Juan  Guiñándole  á  Baldomcro.  ¡Ahora  verás  Canela! 

CukRO  A  una  mocita.  ¡Vaya  Cardo! 

Juan  ¡Va\M  cardo,  distl 

Curro  a  otra.  ¡Vaya  cardo!  a  otrns.  iVaya  caló! 

AnG.  Desde  la  puerta  de  la  derecha.  ¡Por  aqUÍ  también 

pasan  arrimas! 
Curro         Acudiendo  allá  presuroso.  No  se  pilé  cstá  en  toas 

partes,  amigo. 
Ang.  Miste  esa. 

Curro         viéndola  venir.  ¡Vaya  cardo!   ¡Vaya  cardo!   ai 

paso  de  la  mujer.  jVaya  calÓ! 

Juan  Desde  el  foro.  [Curri^'o! 

Curro  ¡Me  yamo!  Se  une  á  su   panegirista,  y  apenas  llega, 

le  dice  de  nuevo  á  otra  oficiala:  ¡Vaya  Cardol 
Baldomcro  deja  mientras  sobre  un  volador  una  botella 
de  manzanilla  y  una  bandeja  de  copas,  que   llena    del 
liquido   precioso.    AngcHUo    se    le  acerca  á  abrirle    su 
pecho. 

Ang.  (¿No  le  paese  á  usté  mucho  cardo,  señó  Bar- 

domero? 
Bald.  y  mucho  caló.   ¡Como  que  va  á  herví  er 

cardo!) 

CURKO  .\  las  que  van  pasando  por  la  puerta    ¡Lo  pequeño! 

¡Lo  fino! 
Ang.  ¡Lo  gordo! 

Curro         ,>,KhV 
Ang.  ¿No  es  gorda  esa? 

Curro  Niño,  tienes  tú  que  come  toavía  muchas 

migas  pa  arterná  con  mangue. 
Pepa  saliendo.  Aquí  está  la  guitarra. 

(.'uRRO          ¡Vaya  cardo! 

Bald.  Y  aquí  están  las  copas  muertas  e  risa. 

Ang.  (¡No  será  de  lo  que  dise  Curro  Meloja!) 

Per.  ¡Siéntate,  Curriyo.  Vamos  á  arma  una  mijita 

e  juerga. 
Curro         Vamos  á  armarla.  A  eso  estamos. 
Bald.  ofreciéndole  una  copa.  Tome  usté,  amigo. 

Curro  8e  estima.  Se  la  bebe  de  un  trago,  tapa  con  la  mano 

la  copa  vacía  y  luego  mete  en  ella  la  nariz. 
Bald.  ¿Le  gusta? 

Curro         Sipi. 


~~  41 


Bald. 
Curro 

BaLD. 

Curro 
Bald. 

Curro 


Juan 

Pepa 

Curro 

Pepa 

Curro 

Bald. 

Curro 

Pepa 

Curro 

Juan 
Bald. 

Curro 


Juan 
Pepa 
Bad. 
Per. 

ÁNG. 

Bad. 


¿Cómo? 

¡Que  sipi,  hombre,  que  sipi! 

Ah,  sipi.  Lo  desía,  porque  si  no  le  sirvo  otra 

marca. 

Nopi. 

¿Nopi?  Yo  creo  que  es  una  mansaniyita  que 

se  deja  bebé. 

¡Naturaca! 

Baldomero,  á  cada  palabra  de  Curro  Meloja  y  ante  las 
risas  de  los  tuertos,  mira  consternado  á  Angelillo,  dán- 
dole á  entender  que  no  le  encuentra  el  chiste  por  nin- 
guna parte  al  tau  celebrado  gracioso. 

¿Tú  no  bebes,  Pepa? 

Yo  no.  Me  lo  ha  prohibió  Taburete. 

¿Y  qué  es  eso? 

Mi  novio. 

¿Tiene  usté  novio,  hija? 

Un  cachiyo. 

Pero  cantará  usté  cuarquier  filigrana. 

También  me  lo  tiene  prohibió. 

¡Várgame  Dios!  ¿Es  un  bando  ese  hombre? 

Gran  carcajada  de  los  tuertos. 

¡Ha  estao  sélebre!  a  Baldomero.  (Tú  déjalo  á  é. 

A  Juan  de  Dios.  ¡Si  yo  lo  dejo!   ¡Ya  se  ha  to- 

mao  tres  copas!) 

Ea,  pos  aya  voy  yo,  niña,  pa  meterla  á  usté 

en  fatigidrris.  a  juan  de  Dios.  Témplate  por  lo 

mío. 

Vamos  aya. 

Vamos  á  vé. 

Vamos  á  vé. 

Vamos  á  vé,  vamos  á  vé. 

¡Vamos  á  vé! 

áar  por  esa  copla  que  á  mí  me  gusta  tanto: 


Er  verduguito  apretó, 
mi  padre  sacó  la  lengua, 
mi  madre  se  impresionó. 


Curro         Eso  es  mu  triste.   ¡Ya  veremos  por  donde 

pito! 
Per.  ¡Venga,  venga! 


—  42   — 


lusica 


Principia  á  entonarse  Curro  Meloja 


Curro 

Bad. 

Juan 

Curro 

Bald. 

Per. 

Curro 


Bald. 
Ang. 

Per. 
Bad. 

Cuero 
Pepa 

CURR  ) 


Pepa 
Ang, 

Bald. 

Vng. 
Bald. 
Curro 

Pepa 

Juan 
Curro 


Au,  au,  au,  au... 

¡Olel 

¡Mi  niño! 

¡Ole  la  voluntaca,  y  na  máe  que  la  voluntacaf 

An,  au,  au,  au... 

Maquinalmente.  ¡Vaya  Cardol 

¡Pero  que  mu  güeiio! 

Arrancándose  al  fin,  como  si  la  u  estuviese  más  bara- 
ta y  fuese  más  graciosa  que  las  otras  vocales. 

L.au  grausiau  deu  lau  persounau 
non  seu  mideu  por  audarmeus, 
queu  geu  mideu  por  aurroubaus. 

Los  tres  tuertos  estallan  en  exclamaciones  de  entusias- 
mo, desconociendo  sin  duda  que,  además  de  la  u,  hay 
cuatro  vocales. 

A  Angeiiiio.  (¿Qué  te  parese  á  tí,  Angeliyo? 

A  Baldomcro  Que  er  der  padrón  de  los  pe- 
rros está  aquí  mañana.) 

¡Veamos  á  otra,  á  otra! 

¡A  la  grande! 

Va  por  usté,  niña. 

Venga  ya. 

Tantou  teu  quierou  mujeu 

que  anteus  deu  verteu  con  outrou 

maulan  puñaulau  te  deun. 

Se  reproduce  el  entusiasmo  de  los  tuertos. 

Mu  bien  cantao  está  eso,  señó. 

Aparte  con  Baldomcro,  como  antes.  (^¿Qué  ha  dlcho 

de  tedeunf 

¡Cuarquier  cosa!  Pa  mí  que  Juan  de  Dios 
está  en  lo  firme. 
¿Por  qué? 

Porque  dise  que  este  se  quea  solo  cantando.) 
¿Y  á  usté,  persona  e  mérito,  no  le  vamos  á 
vé  la  grasia? 

Ay,  si  supiera  usté  er  mieo  que  tengo.  Tan- 
to mieo  como  ganas  e  canta. 
¿Por  una  vez  quién  va  á  saberlo,  mujé? 
Vamos,  vamos  aya. 


43  — 


Pepa  Vaya  que  sea.  ¿Qué  canto,  Juan  de  Dios? 

Juan  «Si  te  di  lo  que  más  vale.»  ¡Lo  tuyo! 

Pepa  Güeno. 

Si  te  di  lo  que  más  vale, 
¿qué  pueo  ya  contra  tí, 
que  no  quisiera  quererte 
y  te  quiero  más  que  á  mí? 
Moreniyo  mío, 
vete  de  mi  vera, 
que  vi  á  escribirte  una  carta 
en  que  te  pío  que  vengas. 

Oles  y  aclamaciones  generales. 

Curro         ¡Sircustansias  ahí! 

Per.  Anda,  Pepiya,  otra;  no  te  enfríes. 

Pepa  Como  sé  que  me  orviaste 

por  una  mala  gachí, 

me  está  quemando  la  boca 

aquer  beso  que  te  di. 
Anda  y  que  te  prendan, 
vete  de  mi  lao, 

y  mándame  cuarquier  día 

mi  delantá  colorao. 

Se  repiten  los  aclamaciones  y  ccsa  la  música.  Momen- 
tos antes  se  ha  presentado  Taburete  por  la  puerta  del 
foro,  sin  ser  visto. 

Dando  un    paraguazo    en    el    suelo.    ¿Con    que    de 
juerguesita,  eh? 
Sobrecogida,  j José  María! 
¡(Uieno  val 
¡''abúrete! 
¿Eíte  es  Taburete? 

Yo  soy  Taburete,  si  señó,  a  Pepa.  ¿Se  pué 
sal)é  quién  ha  sío  er  sinvergüenea  que  te  ha 
dao  permiso  pa  canta? 

Interviniendo    amistosamente,    seguro     de    su    labia. 

Coiiiparito,  usté  se  haequivocao,  y  usté  dis- 
pense. A  lo  mejó  pierde  uno  er  caletrihilis. 
Aquí  no  somos  más  que  unos  amigos  que 
están  tomando  cuatro  copaH,  y  usté  va  á  sé 
uno  de  eyos,  y  me  va  á  aserta  á  mí  esta  copa 
que  yo  le  doy. 

Per.  ¡Mu  bien,  mu  bien! 

Juan  a  Baldomcro.  (¡No  hay  otro  pa  arregla  cues- 

tiones!) 


Tab. 

Pepa 

Bald. 

Ang. 

Curro 

Tab. 


Curro 


-    44    - 

TaB  Después  de  aceptar    la    copa  y  de  bebérsela,  sin  pala- 

bras, da  las   gracias   con   un   ademáu    y    repite:    ¿Se 

pué  eabé  quién  ha  sío  er  sinvergüensa  que 
te  ha  dao  permiso  pa  cantáV 

Bald  ¡Jinojo! 

Curro  ¡Vamos,  hombre,  vamos;  que  no  se  diga! 
Aquí  tos  somos  unos,  y  aquí  lo  que  hay  son 
güenos  deseos,  y  no  hay  más  que  habla,  y 
usté  se  va  á  toma  ahora  mismo  otra  copirri, 
porque  con  un  pie  solo  no  se  anda.  ¿Es  ver- 
dá,  comparitü? 

Juan  (¡No  hay  otro  pa  arregla  cuestiones!) 

TaíJ.  Se  echa  al  cuerpo  solemnemeute    la  segunda    copa,    y 

vuelve  á  preguntar:  ¿Se  pué  sabé  quién  ha  SÍO 
er  sinvergüensa  que  te  ha  dao  permiso  pa 
canta? 

AnG.  Kstallando.  ¡Yo  he   Slol 

Tab  ¿Cómo? 

Movimiento  general  de  sorpresa. 

Ang.  ¡Aquí  no  hay  más  sinvergüensa  que  usté, 

que  se  está  bí^biendo  la  boteya  y  no  jase  las 
pases!  ¡Se  acabó! 

Tab.  ¡Niño! 

Ang.  ¡Hombre! 

Pepa  ¡Por  Dios,  José  María! 

Tab.  ¿Tú  no  te  has  visto  nunca  la  nuez  en  la  par- 

ma  e  la  mano? 

Ang.  ¡No  señó;  y  no  saque  usté  la  navaja,  porque 

no  le  jase  usté  sangre  á  una  fresa!  ¡Yo  soy 
quien  le  ha  pedio  á  Pepa  que  cante...  y  yo 
soy  también  er  que  le  va  ásortá  á  usté  dos 
gofetás  en  cuanto  rechiste,  y  er  que  le  dise 
ahora  que  por  la  puerta  se  va  á  la  caye! 

Tab.  ¿Quéeee? 

Ano.  ¡Aquí  está  usté  de  más!  ¡Se  acabó  er  perjudi- 

ca á  esta  tienda  con  escándalos  y  bravatas! 
¡Y  si  su  pareja  de  usté  quié  seguirlo,  tampo- 
co vamos  perdiendo  gran  cosa! 

Tab.  a  los  demás.  ¿Qué  hago  yo?  ¿Me  vi  á  ensaña 

con  un  chiquiyo? 

pRPA  ¿Pero  tti  has  escuchao,  Bardomero? 

Bald.  ¡Sipil 

Pepa  ¿Qué? 

Bald.  ¡Que  sipi! 


—  45  — 


Pep^  ¿y  estás  conforme? 

Bald.  ¡Naiuraca! 

Pepa  ¿Ah,  sí?  ¡Ea,  poa  anda  y  que  te   enmielenl 

¡Vamonos,  José  María;  que  tengo  vo  dos  mía- 
nos n  u  hermosas  pa  trabaja  en  cuarquier 
parte  y  ganarlo  pa  ti!   ¡Vente,  hijo  de  mi 

arma!  Coge  su  mantón  y  agarra  del  brazo  á  Tabu- 
rete. 

Tab.  ¡Vamonos,  si;  que  hay  muchos  días  pa  ajus- 

ta cuentas!  ¡Er  que  quiera  argo  con  Tabure- 
te, en  la  Placa  e  Viyasís  estoy  toas  las  ma- 
ñanas, junto  ar  puesto  e  los  calentitos!  Ar- 
gunas  veses  no  se  me  ve  con  el  humo,  pero 
ayí  estoy. 

Pepa  ¡Anda  y  no  hagas  caso!  ¡Lo  mismo  ér  que  el 

otro,  son  unos  desagradesíos!  ¡Pagarte  así, 
con  er  carté  que  tú  le  dabas  á  la  tienda!  ¡Va- 
monos, que  la  caye  es  mu  ancha! 

Vase  por  la  puerta  del  foro,  con  su  queridísimo  Ta- 
burete. 

Mu  bien,  Angeliyo! 
Pero  bien  de  veras! 
De  lo  güeno  güeno,  lo  aguanoso! 
Chachipé! 

No  hay  otro  pa  arregla  cuestiones! 
¡Pos  claro,  señó!  ¡Yega  un  momento  en  que 
se  jarta  una  piedra  e  la  caye  de  que  la  pi- 
sen tantol  ¡Y  á  mí  me  duele  ya  el  arma  de 
vé  la  mala  pata  de  este  pobre  hombre,  y  de 
que  to  Dios  se  amonte  en  é!  ¡b^s  como  uste- 
des, que  sobre  pasarse  aquí  la  vía  sin  habla 
más  que  de  cosas  tristes,  espantando  á  los 
parroquianos,  por  to  favo  se  nos  aparesen 
hoy  con  esta  vela  pa  las  tormentas! 

Curro         ¡Oiga  usté,  criaturita!... 

Juan  ¡Oye  tú!... 

Fer.  ¡Bardomero! 

Bad.  ¡Bardomero! 

Per.  rt,Tú  autorisas  este  sabruto? 

Bald.  ¡Sipi! 

Curro         ¿Es  que  me  hase  usté  burla,  amigo? 

Bald.  Sipi\  á\go  nopi.  ¡Es  que  yo  también  tengo 

grasia! 

Curro         Pos  mire  usté:  lo  que  me  sobran  á  mí  en 


Juan 

Per. 

Curro 

Bad. 

Bald. 

Ang. 


—  46  — 

Seviya  sen  tiendas  donde  un  fósforo  que  yo 

tire,  lo  recogen. 
Ang.  ¡Irá  usté  á  arguna  serería! 

Curro         Voy  á  donde  me  sale  de  adentro,  iiiño.  ¡De 

verano!  Encaminase  á  la  puerta  ck-l  foro. 

Juan  No  te  enfaes,  Curro. 

Curro  ¿No  me  he  de  enfada,  Juan  de  Dios? 

Per,  ¡Haeón  tienel 

Juan  ¡Te  acordarás  de  este  desaire,  Bardomerol 

Per.  ¡Te  acordarás! 

Vanse    los  tres  con  Curro,    comentando    iiuligiiados  el 
suceso. 
BaLD.  Abriéndole    los  brazos    a  Augelillo.    ¡Ven  acá,  Au- 

geliyo,  ven  acá,  que  desde  ahora  te  quiero 
como  si  tu  hubiera  parlo  mi  mujé!  ¡Ven 
acá,  que  en  dos  minutos  me  has  espatitao 
de  aquí  toas  las  plagas  que  me  sercaban! 

Ang.  Después   de  abrazarlo.    PoS  mi    amO,   OtaVÍa    SOy 

yo  capá  de  sacarlo  á  usté  á  Üote. 
Bald.  ¿Cómo? 

Ang.  Déjeme  usté  siquiera  un  mes  encarííao    de 

la  tienda,  y  si  esto  cambia  e  rumbo,  usté 

me  paga  con  lo  que  yo  le  pía. 
Bald.  ¡Finnao! 

Ang.  ¿De  veras? 

Bald  .  ¡Te  digo  que  firmao,  Angeliyo! 

Ang.  Peñiilando  a  la  puerta  del  foro,  en  donde  aparece  Leo- 

nor. ¡Pos  ayí  está  er  premio! 

Bald.  con  gran  sorpresa.  ¿Mi  chiquiya? 

Ang.  Como  usté  vé,  no  me  queo  corto.  Entra. 

Bald.  ¿Te  gusta  mi  chiquiya? 

Ang.  ¡Vle  gusta  más  que  come  con  los  «ieosl 

Leo.  y  yo  lo  quiero  á  ér  más  que  á  nadie  en  er 

mundo. 

Bald.  ¡Pos  anda  y  pelea  juntos  con  er  sino,  que  á 

mí  siempre  me  ha  echao  bola  n*  gra!  Pué 
que  Fea  lo  único  asertao  que  3'o  haga  en 
e>ta  vía. 

Sorda  Pasando  por  la  calle  del  foro  de  derecha   á  izquierda. 

¡l£r  catorse  mí...  quinientos  veintisinco!  ¿A 
quién  le  doy  la  suerte? 

Üaldomero  huye  al  oírla. 

Ang.  i  a  nosotros  va  á  sé!  Con  er  poco  dinero  que 

liaya  en  er  cajón  vi  á  compra  ese  desimo. 


—  47  — 

Leo.  [Mu  bien  pensaol  Y  luego,  lo  primero  que 

hay  que  hasé  es  cambiarle  á  la  tienda  er 
nombre. 
Ang.  ¿Cómo  quieres  tú  que  le  pongamos? 

Leo.  «La  güeña  sombra».  ¿Te  párese? 

Ang.  Me  párese. 

Leo.  Al  público 

Mi  papá  la  deja; 
ya  la  tienda  es  otra... 
De  hoy  en  adelante  será  esta  la  «Tienda 
de  la  güeña  sombra». 


FIN 


Fuenterrabla,  Agosto,  1906. 


OBRBS  DE  IiOS  MlSiyiOS  AUTORES 


EMgri*i>iia  y  amor,  juguete  cómico.  ("2/  edición.) 

Rel^n,  12,  principal,  ja a-uete  cómico.  (2.^  edición.) 

Oilito,  juíjuote  cómico-lirico.  Música  del  maestro  Osuna.  (2."  edición.) 

lia  nictlia  liaran  ja,  jug-uete  cómico.  (2."  edición.) 

Kl  tío  «le  la  flauta,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

El  ojito  «lereeho,  entremés.  (3.*  edición.) 

lia  reja,  comedia  en  iin  acto.  (4.*  edición.) 

lia  buena  sombra,  sainete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Brull.  (6."  edición.) 

El  pereg^rino,  zarztiela  cómica  en  un  acto.  Música  del  maestro 
Gómez  Zarzuela.  , 

Ea  vida  intima,  comedia  en  dos  actos.  (3."  edición.) 

Eos  borrachos,  saineto  en  cuatro  cuadros,  con  miisica  del  maes- 
tro Giménez.  (2."  edición.) 

El  chiquillo,  entremés.  (5.'  edición.) 

Eas  casas  ele  carttín,  juguete  cómico. 

El   traje   «le  luces,  sainete   en  tres  cuadros,  con   música  de  los 
maestros  Caballero  y  Hermoso. 

El  patio,  comedia  en  dos  actos.  (3.*  edición.) 

El  motete,  pasillo  con  música  del  maestro  José  Serrano.  (2."  edi- 
ción.) 

El  estreno,  zarzuela  cómica  en  tres  cuadros,  con  miisica  del  maes- 
tro Chapi. 

Eos  Galeotes,  comedia  en  cuatro  actos.  (3.*  edición.) 

Ea  pena,  drama  en  dos  cuadros.  (2.»  edición.) 

Ea  azotea,  comedia  en  un  acto. 

El  género  ínfimo,  pasillo  con  música  de  los  maestros  Valverde 
(hijo)  y  Barrera. 

El  nido,  comedia  en  dos  actos.  (2."  edición.) 

Ea.s  flores,  comedia  en  tres  actos.  ^2."  edición.) 

Eos  piropos,  entremés. 
•  El  flechazo,  entremés.  (2."  edición..^ 

El  amor  en  el  teatro,  capricho  literario  en  cinco  cuadros,  pró- 
logo y  epilogo. 

Abanicos  y  panderetas  6  ¡4  Sevilla  en  el  botijo!  humorada 
satírica  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro  Chapi. 

Ea  dicha  ajena,  comedia  en  tres  actos  y  un  prólogo. 

Pcpit.t  Reyes,  comedia  en  dos  actos. 

Eos  meritorios,  pasillo. 


laa  zaliorf.  entremés. 

I^a  reina  inora,  saiiieto  on  tros  cuadros,  con  música  del  muestro 
José  Serrano.  (2."'  edición.) 

Zarag'atiis.  sainóte  en  dos  cuadros. 

Ija  za^'nla.  comedia  en  cuatro  actos. 

I.>a  ca^a  de  Oarcfa,  comedia  on  tres  actos. 

lia  contrata,  ai>roiiósito. 

El  amor  «|ue  pasa,  comedia  en  dos  actos. 

El  mal  «le  amores,  sainóte  con  música  del  maestro  José  Serrano 

El  nuevo  servidor,  humorada. 

Mañana  de  sol.  paso  de  comedia. 

Fea  y  eon  ffraeia,  pasillo  con  música  del  maestro  Turina. 

I<a  aventura  de  los  galeotes,  adaptación  escénica  do  un  capi- 
tulo del  Quijote. 

lia  musa  loca,  comedia  en  tres  actos. 

Ea  pitanza,  entremés. 

£1  amor  en  solfa,  capricho  literario  en  cuatro  cuadros  y  un  pró- 
logo, con  música  do  los  maestros  Chapi  y  Serrano. 

Eos  chorros  del  oro.  entremés. 

9Iorritos,  entremés. 

Amor  á,  oscuras,  paso  de  comedia. 

Ea  mala  sombra,  saincto  con  música  del  maestro  Soriano. 


SERAFÍN  i  JOAÍDÍN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


EL  QEIflO  ALEGRE 


COMEDIA  EN  TRES  ACTOS 


SEaVNDA  SDICION 


'Nm-»-*' 


SOCIEDAD  DE  AUTORES  ESPAÑOLES 
Núñez  de  Balbea,  12 


JBI-,  OKJNTIO   ArvE£OI«K 


Esta  obra  es  propiedad  de  sus  autores,  y  nadie  po- 
drá, sin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla  en 
España  ni  en  los  países  con  los  cuales  se  hayan  cele- 
brado, ó  se  celebren  en  adelante,  tratados  intemaeio- 
nales  de  propiedad  literaria. 

Los  autores  se  reservan  el  derecho  de  traducción. 

Los  comisionados  y  representantes  de  la  Sociedad  de 
Autores  Españolea  son  los  encargados  exclusivamente 
de  conceder  ó  negar  el  permiso  de  representación  y 
del  cobro  de  los  derechos  de  propiedad. 


Droits  de  représentation,  de  traduction  et  de  repro- 
duction  reserves  pourtous  les  pays,  y  compris  la  Sué- 
do,  la  Norvége  et  la  Hollando. 


Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley 


EL  GENIO  ALEGRE 


COMEDIA  EN  TRES  ACTOS 


serafín  y  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


Estrenada  en  el  TEATRO  ODEÓN  de  Buenos  Aires,  el  29  de 
Setiembre  de  1906 


SEGUNDA  EDICIÓN 


MADRID 

e.  TBLA800,  Ilir.,  llABQníB  DI  BASTA  ÁHÁ,  11  DÜP-' 

Teléfono  número  661 
•  908 


(5  nuestro  l^ermano  Pe3ro 


(Je>La4tH   u      loacLuíH. 


REPARTO 


PERSONAJES  ACTORES 

CONSOLACIÓN Ska.    Gueebkeo. 

DOÑA  SACRAMENTO Sbta.  Cancio. 

CORALITO SuÁRHZ. 

SALUD Sea.    Salvador. 

LA  CHACHA  PEPA Bueno. 

FRASQUITA Bofill. 

CARMEN Salveeda. 

ROSITA Meeceditas  Delgado. 

JULTO Se.       Díaz  de  Mendoza  (F.) 

DON  ELIGIÓ Caksí. 

LUCÍO  (1) Santiago. 

AMBROSIO DÍAZ. 

PANDERETA Sokiano  VioscA. 

ANTOÑITO Vaegas. 

DIEGO Urquijo. 


Todos  ellos,  á  excepción  de  Doña  Sacramento,  Julio  y  Don 
Eligió,  hablan  con  pronunciación  andaluza,  más  ó  menos 
acentuada  según  su  clase  y  condición. 

Doña  Sacramento  habla  el  castellano  con  reposo  y  dulzura, 
aunque  con  cierta  afectación  señoril;  Julio  con  la  suavidad 
de  un  andaluz  que  ha  vivido  en  Madrid  mucho  tiempo,  y 
Don  Eligió  como  si  tuviese  la  lengua  de  metal  y  la  campa- 
nilla de  madera. 


(1)    Se  llama  la  atención  sobre  el  nombre  de  este  personaje,  que  no 
68  Lucio.,  sino  Lucio,  con  acento  sobre  la  i. 


ACTO  PRIMERO 


í-a  escena  es  en  Alminar  de  la  Reina,  ciudod  andaluza,  y  en  el  am- 
plio, vetuí^to  y  sosegado  patio  del  palacio  de  doña  Sacramento 
Alcázar,  marquesa  de  los  Arrayanes.  Al  foro,  hacia  la  derecha  del 
actor,  esta  la  ancha  escalera  del  palacio,  y  hacia  ia  izquierda,  el 
portón  y  una  gran  ventana  con  reja,  por  la  que  se  ye  el  zaguán. 
A  la  derecha  hay  una  sola  puerta  y  á  la  izquierda  dos;  la  del  se- 
gundo término  es  más  pequeña  que  las  otras  y  conduce  á  la  casa 
de  labor.  Arcos  anchos  y  airosos,  que  descansan  eu  gruesas  co- 
lumnas de  mármol.  El  suelo,  de  mátmol  también  en  el  centro 
del  patio,  y  de  ladrillo  en  los  corredores.  En  medio,  una  fuente. 
Balcones  en  el  piso  superior,  que  corresponden  á  los  corredores 
altos.  Colgada  ante  el  portón  una  gran  farola.  Pocos  muebles;  en- 
tre ellos  un  arcón,  un  banco,  dos  sillones  y  u^a  mesa  írailuua. 
Decoran  las  paredes  retratos  al  óleo  de  los  ilustres  antepasados 
de  la  familia,  dos  de  los  cuales  son  un  fraile  y  una  monja. 
Es  por  la  tard3. 


Don  Eligió,  administrador  de  doña  Sacramento  hace  muchos 
años  y  hombre  de  uno*  sesenta,  aparece  vestido  con  traje  negro 
á  la  usanza  del  siglo  XVII,  y  en  la  actitud  que  le  ha  parecido 
más  propia  para  que  lo  retrate  Antoñito.  Gasta  lentes  redondos, 
lo  cual  cree  él  que  le  da  cierto  parecido  físico  á  don  Francisco- 
de  Quevedo.  Claro  que  no  hay  tal  cosa.  8e  tiñe  la  mosca  y  el  bi- 
gote, y  no  se  tiñe  el  pelo  porque  no  le  queda  ninguno. 

Antoñito,  sentado  ante  una  silla  de  que  se  vale  á  modo  de  ca- 
ballete, retrata  al  óleo  á  don  Eligió.  Es  un  muchacho  paliducho 
y  enclenque,  gran  aficionado  á  la  pintura,  de  genio  avinagrado, 
y  de  los  que  piensan  que  todo  el  toque  está  en  pelarse  poco  y  en, 
usar  una  corbata  desaforada. 


~    8  ~ 

D.  EuG.       Me  parece  que  ya  falta  luz,  Antoñito. 

Ant.  ¿Se  cansa  usted? 

D.  Elig.       Yo  no  mo  canso  nunca. 

Ant.  Pues  luz  hay  de  sobra. 

D.  Elig.  Cierto  que  en  este  mes  es  cuando  oscurece 
más  tarde.  Lo  que  sí  quiero  es  que  desde 
mañana  nos  vayamos  á  pintar  al  jardín,  ó 
al  patinillo,  ó  á  la  azotea,  ó  al  corral. 

Ant.  Es  que  á  mí  me  gusta  más  este  fondo. 

D.  Elig.  Pues  pinta  el  fondo  cuando  termines  la  figu- 
ra; porque,  la  verdad,  es  triste  gracia  que 
todo  el  que  llegue  á  esa  puerta,  tenga  algo 
que  mirar  ó  que  decir  de  mi  catadura.  Ya 
se  me  alcanza  á  mí  que  es  extraño  capri- 
cho este  de  que  tú  me  retrates  de  esta  gui- 
sa; pero  no  hay  por  qué  darle  dos  cuartos 
al  pregonero. 

niego,  viejo  cochero  de  la  casa,  asómase  por  la  venta- 
na del  zaguán  eu  traje  de  faena. 

Diego  Señó  arministradó. 

D.  Elig.  Kstremcciéndcíe.  ¿Eh?  Ah,  ¿eres  tú?  ¿Qué  su- 
cede? 

Diego  ¿Engancho  ó  no  engancho? 

D.  Elig.  No  enganches.  La  señora  no  sale  hoy. 

Diego  ¿Ni  er  señorito  Julio? 

D.  Elig.  Ni  el  señorito  Julio. 

Diego  Güeno  está.  Keiírasc. 

D.  Elig.  ¿Ves  tú?  No  gano  para  sustos,  Antoñito. 

Ant.  Dejémoslo,  si  le  parece  á  usted. 

D.  Elig.  Sí,  sí;  dejémoslo. 

Ant.  Hoy  hemos  trabajado  mucho. 

Mientras  va  recogiendo  sus  bártulos,  echándole  miradas 
á  au  obra  con  los  ojos  plegados,  don  Eligió  la  examina 
detenidamente. 

D.  Elig.  A  ver,  á  ver...  Lo  que  te  dije  ayer,  Antoñi- 
to: los  pies  grandes  y  la  cabeza  chica. 

Ant.  Sulfurándose.  ¿Sí,  eh?  Don  Eligió,  mírese  us- 

ted al  espejo. 

D.  Eug.  Paso,  paso;  la  justa  proporción  de  la  figura 
humana  son  siete  cabezas,  y  esta  figura  tie- 
ne más  de  siete  cabezas. 

Ant.  ¡y  usted  también! 

1).  Elig.       ¿Que  yo  tengo  más  de  siete  cabezas? 

Ant.  ¡Sí,  señor!  Además,  usted  entenderá  de  li- 


bros  antiguos  y  de  administrar  bienes  aje- 
nos, pero  no  sabe  usted  una  papa  de  arte. 

D.  Elig.  Primero:  la  papa  no  es  unidad  de  medida 
para  el  arte;  segundo:  entiendo  de  arte  y  de 
todo  más  que  tú,  pintamonas... 

Ant.  ¡Que  lo  estoy  retratando  á  usted! 

D.  Elig.  Déjate  de  chanzas.  Y  tercero:  tienes  una  va- 
nidad que  puede  ser  grave  enemiga  de  tu 
talento.  Tu  padre,  humilde  servidor  de  nues- 
tra señora  la  marquesa,  hace  esfuerzos  por 
completar  tu  educación  artística,  y  tú  no 
corresponderás  á  ellos  como  debes,  desoyen- 
do los  consejos  de  las  personas  serias.  Si 
ahora  crees  que  pintas  ya  como  Velázquez... 

Ant.  ¡No  lo  permita  Dios! 

D.  Elig.       ¡Blasfemo!  ¿Qué  dices? 

Ant.  ¡Que  tengo  á  Velázquez  por  una  máquina 

de  pintar!  ¡Por  un  practicón! 

D.  Elig.  ¡Calla,  Antoñito,  calla,  si  no  quieres  que  te 
tire  la  caja  de  pinturas  á  la  cabeza! 

Ant.  ¡Abajo  idolillos! 

D.  Elig.  ¡Oh!  Juventud  presuntuosa,  juventud  necia. 
En  mi  libro  sobre  las  personalidades  ilus- 
tres de  Alminar  de  la  Reina,  no  te  conce- 
deré un  lugar  ni  en  la  fe  de  erratas.  Abre, 
que  están  llamando. 

Ant.  Ya  abrirán  las  criadas. 

D.  Elig.         Yéndose  escaleras  arriba.  ¡JeSÚí<!  ¡JcSÚs!   ¡Qué  CO- 

sas  se  03^en!   La  culpa  tiene  quien  se  deja 
retratar  por  un  tal  mocoso. 
Ant.  Es  idiota.  ¡Vamos  á  pasarnos  aquí  la  vida 

entera  admirando  á  Velázquez  y  al  otro  cur- 
si de  Murillo!  ¡Bah!  Llaman  ¡U  poit<^n    más  fuerte. 

Pues,  señor,  me  han  tomado  por  el  portero. 

Va  á  abrir  por  fin,  y  al  darse  de  manos  á  boca  con 
Ambrosio,  le  dice  en  tono  despectivo.  ¡Ah!  ¿CrCS  tUr 

Amb.  Yo  zoy:  ¿qué  paza? 

Ant.  ¡Que  has  podido  entrar  por  el  postigo! 

Amb.  ¿Zí,  verdá?  Tu  padre  entra  aquí  por  esta 

puerta  principa,  porque  no  hay  otra  más 

principa  toa^áa. 
Ant.  ¡Cualquier  cosa! 

Ambrosio,  padre  de  Antoñito  y  antiguo  mayordomo 
de  doña  Sacramento,  es  un  viejo   de    blnncus  cabellos 


y  rostro  encendido.  Un  rayo  no  lo  parte.  Viene  del 
campo.  Viste  sombrero  ancho,  chaquetón  al  hombro, 
faja  y  zahones. 

Amb.  ¿y  la  zeñora? 

Ant.  ¿Yo  qué  sé?  ¿Soy  yo  el  perro  de  la  señora? 

Amb.  ¿y  yo,  zoy  tu  eriao,  pajolero  niño?  Te  vas  á 

gana  un  día  una  Ijofetá  por  ezas  contesta- 
ciones que  tienes,  que  ze  te  va  á  (jueá  la 
corbata  chica.  Vamos  á  vé  qué  lias  pintao 
hoy. 

Ant.  Como  si  miraras  la  pared.   ¡Lo  que  tú  en- 

tiendas! 

Amb.  Contemplando  el  retrato  de  don  h  ligio  y  meneando  la 

cabe/a  en  son  de  burla.  ¡Bendito  zea  Dios! 

Ant.  Papá,  papá;  conten  la  jaca. 

Amb.  ¡Bendito  zea  Dios!  Hay  en   er  pueblo  ca  pa- 

tio que  ze  junde  e  flores;  ca  azotea  que  ma- 
rea la  vista;  ca  peazo  e  campo  que  ez  una 
gloria  e  Dios;  ca  mocita  que  ez  un  amanece 
de  Mayo:  y  to  lo  que  ze  te  ocurre  á  tí  es 
pinta  este  mochuelo. 

Ant.  ¡Papá! 

Amb.  Porque  esto  ez   un  mochuelo:  con  eza  nariz 

y  ezas  dos  reondelas  en  loz  ojos...  ¡A  vé! 

Ant.  Yaya,  tienes  el  don  de  sacarme  de  quicio. 

Coge  con  vehemencia  todos  sus  trastos  y  echa  a  correr 
hacia  la  casa  de  labor.  ¡QuC  te  alívics! 

A.MB.  ¡Jozús!  ¡Aya  va  ezo!  Paece  un  cohetito  de  á 

ochavo.  ¿A  quién  zardrá  eze  pajolero  niño 
con  eze  pajolero  genio?  ¡Mar  fin  tenga  la  bilis! 

Por  la  escalera  baja  en  esto  pausadamente  la  señora 
Marquesa  de  los  Airayaues.  £g  una  dama  de  hasta  se- 
senta hñoH,  y  de  porte  grave  y  majestuoso.  Kn  su 
Abril  fué  sin  duda  muy  hermosa.  Conserva  toda  la 
dentadura  y  se  cuida  las  manos  con  primor.  Sus  ca- 
bellos son  blancos;  sus  ropas  negras  y  sencillas.  Usa 
toca  de  seda  y  gafas  de  oro- 

D.a  Sac.  ¿Qué  es  eso?  ¿qué  es  eso?  ¿Con  quién  re- 
ñías? 

Amb.  Buenas  tardes,  zeñora. 

D.a  Sac.       Buenas  tardes. 

Amb.  ¿Con  quién  había  de  zé?  Con  eze  hijo  que 

Dios  me  ha  dao,  que  me  va  á  zacá  er  zó  de 
la  cabeza. 


—  11  — 

D.a  SaC.         Después    de    sentarse    cu    uq    sillón.     ¿Vienes    del 

campo? 

Amb.  Der  campo  vengo. 

D.a  Sac.       Tengo  que  ir  una  de  estas  tardes. 

Amb.  Años  hace  ya  que  no  ze  ve  er  campo  tan 

bonito.  Hasta  en  la  arena  y  en  los  chinana- 
les  han  zaHo  espigas.  Por  la  vera  er  Zotiyo, 
zeñora,  er  trigo  tapa  ya  á  loz  hombres. 

Da  Sac.       El  Señor  ha  oído  nuestras  preces. 

Amb.  El  año  pazao  ze  hizo  er  zordo. 

D.a  Sac.  ¿Qué  dices?  El  Señor  oye  siempre  á  los  pe- 
cadores, y  puede  castigarte  porque  J  dudes 
de  su  bondad  infinita  para  con  nosotros. 

Amb.  La  zeñora  me  perdone.  Ze  me  fué  er  tapón. 

D.a  Sac.       ¿La  gente  está  buena? 

Amb.  Buena  está  toa.  Y  trabajando  mu  a  gust<j. 

Gaspariyo  er  del  aperaó  ez  er  que  anda  azi 
por  lo  mediano. 

D.a  Sac.       ¿Pues  qué  le  sucede  á  Gasparillo? 

Amb.  Zeñora,  que  es  mu  bestia,  y  le  gustan  loz 

higos  á  perece,  y  la  otra  tarde  ze  lió  con 
eyos  y  ze  comió  tres  varas  e  vayao. 

D.a  Sac       ¡Ave  María! 

Amb.  Loz  hay  que  no  escarmientan  nunca. 

Dentro,  hacia  la  casa  de  labor,  óyese  á  Lucio,  que  se 
acerca  al  patio  cantando  la  siguiente  copla: 

Vente  conmii^o  ar  molino 
y  zerás  mi  molinera,  [ 

le  echareis  trigo  á  la  torva  : 

mientras  ijo  pico  la  piedra. 

Durante  el  canto  doña  Sacramento  y  Ambrosio  conli- 
núan  hablando. 

D.a  Sac.       ¿Quién  canta  así? 

Amb.  Lucio,  que  paece  una  cigarra. 

D.a  Sac.  Bien  se  conoce  que  lleva  en  mi  casa  pocos 
días. 

Amb.  Er  ze  irá  haciendo  á  los  gustos  de  acá.  No 

es  malo,  zino  que  ez  un  chiquiyo,  y  acos- 
tumbrao  á  la  liberta  der  cortijo,  no  repara. 

a    Lucio,    que    sale   en  este  roomento    rematando    su 

copla  ¡Caya,  hombre!  ¿No  estás  viendo  que 
está  aquí  la  zeñora,  peazo  e  bruto? 
Lucio  Riéndose.  ¿Cómo  iba  á  verlo  con  la  puerta. ; 

cerra,  zeñó  Ambrozio? 


v^ 


DaSAC.       Lucio. 

Lucio  ¿Qué  manda  z\i  inercéV 

D.a  Sac.       Ven  acá:  acércate. 

Amb.  Me  da  á  mi  er  corazón  que  tú  vas  á  vorvé 

mu  pronto  á  agarra  el  arao. 
Lucio  ¿Yo?  ¿Por  qué?  ¿He  Jecho  yo  arguna  coza 

mala? 
D.a  Sac.       Callad. 

Amb.  ¿Estará  don  Eligió  en  zu  despacho,  zeñora? 

D.a  Sac.       Seguramente. 
Amb.  Con  permizo  de  usté  voy  á  verlo,  sube. 

l.uclo  es  un  zagal  algo  tosco,  de  alma  infantil  y  risa 
l>ulliciosa  y  fresca. 

D.a  Sac.       Oye,  Lucio. 

Lucio  ¿Me  va  usté  á  reñi? 

D.a  Sac.       Si  que  voy  á  reñirte. 

Lucio  Afligido.  ¡Mardito  zea  er  demonio!  ¡Ezo  ez  ar- 

guna mentira  que  le  han  contao  á  usté! 
¿Quién  ha  zio  er  chivato? 

D.a  Sac.       ¡Schsss!  ¿Qué  palabrota  es  esa? 

Lucio  Chivato  quié  deci  zoplón,  con  permizo  de  la 

zeñora. 

D.a  Sac.  Bueno,  bueno,  déjame  hablar  á  mi.  Todas 
las  tardes  cuando  se  descorre  la  vela,  vienen 
las  golondrinas  á  los  alambres  y  me  cuentan 
á  mi  lo  bueno  y  lo  malo  que  se  hace  en  mi 
casa  durante  el  dia. 

Lucio  ¡Miste  las  golondrinas  también! 

D.a  Sac.  Esta  casa,  Lucio,  no  es  una  casa  como  las 
demás;  es  una  casa  seria;  no  lo  olvides  nun- 
ca. Pasas  el  dia  cantando  y  riendo;  alboro- 
tando en  la  cocina,  en  las  cocheras  y  en  el 
corral.  Esta  mañana,  durante  la  misa  en  la 
capilla,  quitaste  á  todos  la  devoción  aguan- 
tando la  risa. 

Lucio  Es  que  me  jicieron  gracia  dos  moscas  que 

ze  iban  perziguiendo. 

D.a  Sac.  Pues  cuando  se  oye  misa,  no  se  mira  más 
que  al  altar. 

Lucio  Yo  iré  aprendiendo  á  poquito  á  poco. 

D.a  Sac.  Porque  confío  en  que  lo  harás  así  no  te  he 
devuelto  ya  al  cortijo. 

Lucio  Dios  ze  lo  pague  á  usté.  Lloriqueando.    Zi   USté 

me  mandara  á  mí  ar  cortijo...  ¡mardita  zea!... 


—  13  — 

me  tiraba  ar  pozo  er  día  menos  penzao,  por 
no  verme  ayí. 

D.a  Sac.  No  te  apures,  hombre.  Tan  pronto  lloras 
como  ríes.  Pareces  loco. 

Lucio  Es  que  er  campo  no  es  pa  mí,  zeñora.  Ayí 

loz  hombres  no  zon  más  que  unas  bestias,  y 
yo  quieo  zé  un  hombre  como  loz  hombres. 
No  me  parió  mi  madre  á  mí... 

D.a  Sac.       Reporta  tu  lenguaje,  Lucio. 

Lucio  ¿También  está  mar  dicho  que  me  parió  mi 

madre?  Po  zi  no  me  parió  mi  madre,  ¿qué 
jizo  entonces?  Enzéñamelo  usté,  doña  Za- 
cramento,  que  nadie  nacemos  zabijondos. 

D.a  Sac       Calla,  calla. 

Lucio  Lo  que  yo  he  querío  decí,  zeñora,  zino  que 

por  lo  visto  me  iba  exprezando  malamente, 
es  que  yo  no  he  venío  ar  mundo  pa  destripa 
terrones.  ¡Ze  ma  figura  á  mí!  ¡Tengo  yo  mu- 
chas cozas  en  la  cabeza!...  Er  manijero  der 
cortijo  ze  queaba  embobao  oyéndome  habla. 
Er  manijero  y  tos.  Una  noche  en  la  gañanía 
me  puze  á  jacé  una  exphcación  de  laz  es- 
treyas,  y  de  cayaos  que  estaban  loz  hom- 
bres, jasta  er  viento  ze  zentía  corre  por  los 
trigos. 

D.a  Sac.  Bien,  bien.  Ya  sé  que  eres  listo;  aunque  está 
mal  que  te  alabes  de  ello;  pero  si  no  te  en- 
miendas pronto,  á  la  gañanía  volverás  á  se- 
guir embobando  á  los  gañanes. 

Lucio  Güeno,  vamos  á  vé:  ¿qué  es  lo  peo  que  he 

Jecho:  lo  de  las  moscas? 

D.a  Sac  Son  muchas  cosas  juntas:  de  sobra  lo  sabes. 
Ayer  metiste  por  el  postigo  á  unos  amigo- 
tes,  y  hubo  en  la  casa  de  labor  vino  y 
fiesta. 

Lucio  ¿Quién  habrá  zío  er  chivato?  No  quiziea  más 

que  cogerlo  pa  darle  azín  en  mita  e  la  cara. 

D.a  Sac       ¡Lucio! 

Lucio  Lo  que  pazo,  zeñora,  es   que   vinieron  tres 

paizanos  á  verme,  con  un  chava  que  ze  ha 
criao  conmigo  y  ya  está  jecho  un  hombre,  y 
yo  me  alegré  muncho  y  le  zaque  un  verz''. 
Le  dije  digo... 

D.a  Sac       No  lo  quiero  saber. 


—  14  — 


D.a  Sac. 
Lucio 

D.a  Sac. 

Lucio 
D.a  Sac. 


Lucio  Zi  es  pa  que  vea  7A\  merzé  que  no  es  ninguna 

picardía.  Le  dije  digo... 
«Este  amigo  que  está  aquí 
ze  yama  Francisco  Ozuna; 
y  por  ezo  es  menesté 
que  pague  er  vino  y  las  aoitunas. » 

Se  ríe  escandalosamente. 

Mira,  mira;  no  te  rías  así. 
Me  río  porque  tuvo  que  convidarnos.  ¿Tam- 
bién está  malamente  reirze? 
Con  escándalo,  sí.  ¿O  te  piensas  que  sigues 
aún  en  lo  alto  de  los  cerros? 
;  Yo  que  vi  á  penzarme,  zeñora'? 

Silencio.  La  oración.  Principia  á  oirse  lejos  el 
toque  de  Ángelus.  Atraídos  por  él,  y  según  costumbre 
de  la  casa,  vienen  todos  los  criados  y  servidores  á  rezar 
la  oración  donde  está  la  señora.  Lucio  le  abre  el  por- 
tón á  Diego,  el  cochero;  por  la  puerta  de  la  casa  de 
labor  salen  Frasquita  y  Carmen,  criadas  viejas,  y  por 
la  escalera  bajan  Ambrosio  y  don  Eligió.  Este  último 
vestido  ya  con  su  traje  ordinario  de  americana. 
Cuando  están  todos  doña  Sacramento  pregunta:  ¿  i  mi 

hijo? 
I).  Elig.       Señora,  no  lo  sé.  Presumo  que  se  hallará  en 
sus  habitaciones. 

D.a  Sac  con  tristeza.  Hasta  de  esto  se  olvida,  comen- 
zando á  rezar.  «El  Ángel  del  Señor  anunció  á 
María,  y  concibió  del  Espíritu  Santo.  Ave 
María,  Dios  te  salve,  María...»  continúa  rezando 

entre  dientes. 

Criados        «Santa  María,  Madre  de  Dios...»   siguen  ellos 

lo  mismo. 

J).a  Sac  «He  aquí  la  sierva  del  Señor.  Hágase  en  mí 
según  tu  palabra.  Ave  María.  Dios  te  salve, 
María...» 

Criados        «Santa  María,  Madre  de  Dios...» 

D.a  Sac  «El  Verbo  se  hizo  carne  y  habitó  entre  nos- 
otros. Ave  María,  Dios  te  salve,  xMaría...» 

Criados        «Santa  María,  Madre  de  Dios...» 

D.a  Sac.         Después  de  terminar  la  oración  entre  dientes.  Amén. 

Se  santigua.  Bucuas  noches. 

Todos  se  santiguan  también  y  coutestan  á  las  buenas 
noches,  aunque  claro  está  que  no  á  coro.  Luego,  pri- 
mero   D.    Eligió  y    después    los   demás,    van   besando 


—  15  — 

uno  á  uuo  la  mano  de  la  señora.  Ambrosio  y  las  cria- 
das se  entran  en  la  casa  de  labor;  Diego,  por  el  por- 
tón, qnc  deja  entornado,  vuelve  á  las  cocheras;  Lucio 
se  va  arriba,  y  D.  Eligió  se  queda  en  el  patio.  Hay 
una  puusa. 

D.  EliG.  Calándose  los  lentes  redondos,  como  en  todos  los  mo- 
mentos solemnes.  ¿En  qué  piensa  mi  señora  la 
marquesa? 

D.a  Sac.  Amigo  Frías,  ¿en  qué  he  de  pensar?  Usted 
lo  sabe. 

D.  Elig.  Le  ha  disgustado  á  la  señora  que  el  señor 
marqués  no  baje  á  rezar  la  oración. 

D.a  Sac.  No  es  eso  sólo.  Es  que  parece  como  que  se 
goza  en  mortificarme,  desdeñando  ó  toman- 
do á  burla  todas  las  severas  prácticas  de  esta 
casa. 

D.  Elig.       Sí,  señora:  es  muy  cierto. 

D.a  Sac.  Ayer  tarde  vinieron  á  verme  el  señor  \áca- 
rio,  el  señor  Marqués  de  la  Cava  y  doña  O, 
personas  las  tres  graves  y  sesudas,  y  él  se 
pasó  toda  la  visita  divirtiéndose  cuanto  pudo 
á  costa  de  ellas.  Si  no  se  marchan  pronto 
tienen  que  sangrarme. 

D.  Elig.  En  ese  respecto  el  señor  marqués  es  incorre- 
gible. A  mí,  según  el  dicho  vulgar,  me  trae 
frito. 

D.a  Sac.  Le  consta  que  es  tradición  de  la  familia  que 
la  puerta  de  esta  casa  se  cierre  todas  las  no- 
ches á  las  diez.  Pues  bien:  una  noche  que 
pase  aquí,  ha  de  recogerse  lo  más  temprano 
á  las  diez  y  media,  para  que  la  puerta  no  se 
cierre  á  las  diez,  y  alterar  la  costumbre,  y 
dar  que  decir  á  la  gente. 

D.  Elig.  Y.  lo  que  es  mas  grave,  mi  señora:  entra  á 
las  diez  y  media  por  el  portón  y  á  las  once 
se  va  á  la  calle  por  el  postigo. 

D.ít  Sac  ¿Por  el  postigo?  ¿Qué  me  cuenta  usted?  ¿Y 
á  donde  va  tan  á  deshora,  señor  de  Frías? 

D.  Elig.  Señora  marquesa,  no  lo  sé;  pero  sospecho 
que  no  irá  á  contemplar  la  ciudad  á  la  luz 
de  la  luna. 

D.a  Sac.  ¿Ve  usted?  Cada  viaje  de  mi  hijo  á  esta 
casa  me  cuesta  á  mí  un  año  de  vida.  ¿Quie^ 
re   usted  mayor  suplicio  para  una  madre 


-lo- 
que adora  en  él?  Ayer  de  mañana  llegó,  y 
ya  estoy  deseando  que  se  vaya. 
D.  EuG.       Y  yo:  con  todos  los  respetos. 
D."  Sac.       Sí,  sí;  que  se  vaya  otra  vez  á  Madrid,  ó  á 
Granada,  ó  á  Sevilla,  ó  á  donde  quiera;  á 
vivir  solo  como  un  aventurero;  á  arrastrar  su 
título  por  el  Albaicín  ó  por  Triana;  á  derro- 
char su  hacienda  con  mujereK  indignas  y 
con  amigos  de  la  peor  estofa;  á  envenenar 
su  cuerpo,  á  perder  su  alma,  y  á  entregarla 
al  diablo.  ¡Ay!  ¡Soy  muy  desgraciada,  amigo 
Frías!  ¿A  quién  saldrá  ese  hijo  con  esa  cabe- 
za tan  loca? 
D.  Elig.       A  mí  no... 
D.a  Sac.       A  usted  no  tenía  por  qué  salir. 
D.  Elig.       Perdone.  A  mí  no  se  me  alcanza. 
D.a  Sac.       ¡Ah! 

D.  Elig.  Porque  el  señor  marqués,  su  señor  padre, 
fué  siempre  hidalgo  de  muy  caballerosas 
costumbres,  y  mesurado  en  el  hablar. 
D.a  Sac.  ¡Oh,  si  mi  marido  levantara  la  cabeza,  y 
viera  que  su  único  hijo,  el  actual  marqués, 
tiene  cubiertas  las  paredes  de  su  dormitorio, 
en  el  palacio  solariego  de  los  Arrayanes,  con 
retratos  de  cómicas  y  de  bailarinas!...  ¡Oh! 
D.  Elig.       Y  una  Venus  de  Médicis  encin.a  de  la  mesa 

de  noche. 
D.a  Sac.       ¿Usted  la  ha  visto,  señor  administrador? 
D.  EuG.       Sí,  señora;  pero  desde  el  punto  de  vista  ar- 
tístico; coiiio  un  tal  hombre  como  yo  puede 
ver  esas  desnuileces. 
D.a  Sac.       Ya.  Y  dígame  usted,  querido  Frías,  puesto 
que  hay  que  hablar  de  ello:  ¿Julio  habrá 
venido  por  dinero,  como  siempre? 
D.  Elig.       Nunca  viene  á  otra  cosa. 
D.a  Sac       ¿Debe? 

D.  Elig.       Hasta  el  modo  de  andar,  según  otro  dicho 
del  vulgo,  que  á  las  veces  acierta  con  lo  gra- 
neo de  la  expresión. 
D.a  Sac.       ¿Y  cuánto  quiere? 
1).  Elig.       ¿Lo  digo? 
D.a  Sag.       ¿Pues  no  lo  pregunto? 

D.  Elig.       Basta.  Necesita...  dice  que  necesita  veinte 
mil  pesetas. 


—  17  — 

D.íí  Sac.       ¡En  el  nombre  del  Padre! 

D.  Elig.  Esa  fué  mi  exclamación  al  oirln,  señora 
marquesa.  Y  añadí:  y  del  Hijo,  y  del  Espí- 
ritu Santo. 

Baja  Lucio  y  enciende  las  luces  de  la  escalera,  del  za- 
guán y  del  patio.  Luego  se  va  á  la  casa  de  labor. 

I). a  Sac.  Niegúeselas  usted  en  redondo.  Que  hable 
conmigo.  ¿Se  ha  propuesto  quizás  que  con- 
cluyamos por  pedir  limosna? 

D.  Elig.  Es  literalmente  insensato,  si  la  señora  mar- 
quesa me  permite  expresarme  así. 

I). a  Sac.  Insensato;  insensato.  Bien  claro  lo  vio  us- 
ted, mi  querido  Frías:  mi  hijo  hallaba  un 
freno  en  la  disciplina  militar;  pidió  su  reem- 
plazo en  Madrid  pretextando  el  deseo  de 
vivir  en  mi  compañía,  y  no  sólo  no  vive 
conmigo,  sino  que  ha  dado  á  sus  vicios  rien- 
da suelta. 

Pausa.  Sale  por  el  portón  la  Chacha  Pepa.  Es  una  vie- 
jecita  del  pueblo,  que  habla  A  tontas  y  á  locas,  chocha 
ya  por  el  peso  de  los  años. 

Chacha        ¿Ze  pué  pazá? 

D.  Elig.       ¿Otra  vez  aquí? 

D.a  Sac.       ¿Quién?  ¡Ah!  La  chacha  Pepa.  ¿Qué  quieres? 

Chacha  Dios  guarde  á  usté,  doña  Zacramento.  ¿No 
ha  venío  la  niña  toavía? 

D.a  Sac.  Si  la  niña  no  viene  hasta  el  domingo, 
mujer. 

D.  Elig.       Si  ya  hemos  quedado  en  avisarte,  Pepa. 

Chacha  No  ze  incomode  usté,  don  Ramón.  Doña 
Zacramento,  dígale  usté  que  no  ze  incomo- 
de. Hágaze  usté  cargo  que  la  he  tenío  en 
mis  brazos,  que  le  he  cantao  la  nana,  que  le 
he  dao  mi  zangre...  y  que  3^a  va  pa  veinte 
años  que  no  la  veo.  ¡Niña  de  mi  vía,  qué 
ganas  tengo  de  comerle  á  bezos  la  cara! 
¿Vendrá  con  er  marío,  no? 

D.a  Sac.  ¿Estás  loca,  chacha?  ¿De  dónde  sacas  que 
mi  sobrina  se  ha  casado? 

Chacha  ¡Ay,  qué  gorpe!  Aquí  está  don  Pedro  que 
me  lo  dijo. 

D.  Elig.       ¿Dónde  está  don  Pedro? 

Chacha  ¿Usté  no  es  don  Pedro?  ¿Pos  cómo  ze  yama 
usté,  que  ziempre  me  trabuco? 

2 


-  18  — 

D.  Elig.  Don  P]ligio.  Y  yo  no  he  podido  decirte  pa- 
labra de  ese  casamiento. 

Chacha        ^iNoV 

D.  Euc.       Ño. 

D.ii  8ac.       Es  que  te  has  confuníHdo,  Pepa. 

Chacha        ¿ZíV 

D.a  Sac.  Si.  K\  que  se  ha  casado  es  mi  pariente  don 
Alfonso,  el  señor  Conde  de  la  Luz.  ¿Tú  no 
te  acuerdas  de  él? 

Chacha  ¿No  tengo  de  acordarmeV  A  mí  las  cozas  de 
acá  no  ze  me  orvían.  Eze  don  Arfonzo  y  la 
madre  de  la  zeñorita  Conzolación  eran  her- 
manos. 

D.a  Sac.  Justamente.  Y  fué  quien  se  hizo  cargo  de 
la  niña  cuando  murió  su  padre,  mi  pobre 
hermano  Rafael. 

Chacha  ¡ Ah,  don  Rafaé!  ¡Cómo  ze  me  reprezenta  á 
mí  don  Rafaé!  Andaba  azín:  con  los  brazos 
mu  meneaos.  ¡Miste  que  cazarze  ahora  don 
Rafaé! 

D.  EuG.       ¿Cómo  don  Rafael? 

Chacha  Digo,  don  Rafaé:  pobrecito.  ¿Don  Alonzo, 
no  ez  er  que  ze  ha  cazao? 

D.  Elig.       ¡Don  Alfonso! 

Chacha  ¿Qué  más  da  don  Arfonzo  que  don  Alonzo? 
¿Y  con  quién  ze  ha  cazao,  á  la  edá  que  tie- 
ne er  güen  zeñó? 

D.ü  Sac.  Mujer,  ya  te  lo  hemos  dicho  cien  veces:  con 
una  joven  de  Solar  del  Rey,  donde  reside. 

Chacha  Ay,  zí  señora,  zi.  Po  zi  er  motivo  de  venirze 
acá  la  zeñorita  Conzolación  es  que  no  ze 
yeva  bien  con  la  zeñora  de  don  Arfonzo. 
¿No  es  verdá? 

D.a  Sac.       Verdad. 

Chacha  ¿Ve  usté  como  me  acuerdo  mu  bien?  No  ze 
enfurruñe  usté,  zeñó,  que  ya  me  voy.  ¿De 
manera  que  la  niña  viene  aluego? 

D.  Elig.       ¡No! 

Chacha  Güeno,  pos  quié  decí  que  usté  me  mandará 
una  razón  azina  (pie  yegue.  De  eza  mane- 
ra no  incomodo.  Miste  que  mi  pobrecito 
Juan  está  impedío,  5'  no  hace  más  que  pin- 
charme pa  que  venga  á  pregunta  por  la 
niña.  Y  yo,  que  necezito  poco,  pos  nos  jun- 


—  la- 
tamos el  hambre  y  la  gana  e  come.  ¡Zeñó, 
zi  mis  brazos  han  zio  zu  cuna,  zi  la  he  enze- 
ñao  á  habla,  zi  le  he  dao  la  zangre  e  mis 
venas!...  Estará  ya  hecha  una  rear  moza. 
¿Quién  me  contó  á  mi  que  la  había  visto  y 
que  era  mu  bonita?  Mi  comadre,  la  mvijé  de 
mi  compadre  Antonio,  que  vino  aquí  por 
una  promeza.  ¡Ay  zeñó,  cómo  vuela  er  tiem- 
po! Ya  me  voy,  ya  me  voy.  Doña  Zacramen- 
to,  que  usté  ziga  güeña.  Don  Benito,  quéeze 
usté  con  Dios. 

D.a  Sac.       Adiós,  chacha. 

D,  EuG.       Adiós,  mujer,  adiós. 

Vase  por  el  portón  la  Chacha  Pepa,  charlando  sola. 

D.a'SAC.  Esta  infehz  de  Pepa  no  sabe  ya  dónde  esül. 
de  pie. 

D.  Elig.       No  lo  sabe. 

D.a  Sac.  Verdaderamente  chochea.  Y  la  noticia  de  la 
llegada  de  mi  sobrina  Consolación,  á  quien 
ella  ha  criado,  le  ha  vuelto  el  poco  juicio 
que  le  cjuedaba. 

D.  Elig.  ¿La  señorita  Consolación  llegará  segura- 
mente el  domingo  próximo? 

D.a  Sac.  Con  la  voluntad  de  Dios  así  será.  Al  menos 
tal  me  dice  en  su  última  carta.  Deseo  verla 
aquí.  Espero  hallar  en  ella  una  consoladora 
compensación  á  las  amarguras  que  me  pro- 
porciona mi  hijo. 

D.  Elig.       Améa. 

D.a  Sac.  Es  joven;  es  rica;  seguramente  es  buena. 
Gozo  yo,  amigo  Frías,  encauzando  estas  vi- 
das juveniles  que  el  azar,  ó  la  mala  educa- 
ción, ó  la  falta  de  sentimientos  cristianos 
puede  malograr  ó  perder. 

D.  Elig.  Aquí  baja  el  señor  marqués  de  los  Arraya- 
nes. Con  la  venia  de  la  señora  marquesa,  yo 
me  quito  de  enmedio. 

D.a  Sac.  Así  como  así,  deseo  conversar  á  solas  con 
mi  hijo. 

D.  Elig.       No  lo  olvide  usted:  veinte  mil  pesetas. 

Se  va  por  la  puerta  de  la  derecha  como  gato  que  teme 
una  pedrada.  Julio  que  lo  ve,  baja  las  escaleras  rién 
dose.  Es  un  muchacho  alegre  y  decidor,  fuerte  y  sano, 
y  nada  gomoso.  Viste  un  traje  sencillo  de  casa. 


—    20  — 

D.a  Sac.       ¿De  qué  te  ríes,  Julio? 

Julio  Del  gran  don  Eligió,  que  se  escabulle  en 

cuanto  me  ve.  Me  teme  más  que  á  un  tiro 
con  sal. 
D.a  Sac.       Justifíeadamente,  por  supuesto:  lo  mortifi- 
cas con  tu  informalidad  y  con  tus  chanzas 
de  mal  gusto. 

Julio  Eso  te  cuenta  él;  pero  lo  que  hay  es  que  le 

he  descubierto  una  aventurilla  amorosa  que 
tiene  por  el  barrio  de  los  gitanos. 

D.«  Sac.  Mira,  Julio;  tus  chocarrerías  me  lastiman  á 
mí  más  que  á  él.  Don  Eligió  es  incapaz  de-' 
lo  que  le  atribuyes.  Don  Eligió  es  un  hom- 
bre serio. 

Julio  Ay,  mamá,  perdóname,  pero    se    la  tengo 

jurada  á  esos  que  tú  llamas  hombres  se- 
rios. 

D.a  Sac.  Así  andas  tú,  mala  cabeza.  Tenemos  que 
hablar,  y  no  poco. 

Jl  lio  ¡Hola!  ¿El  sermón  de  todos  los  viajes?  Pensé 

que  esta  vez  me  escaparía. 

D.a  Sac.       ¿Estás  decidido  á  marcharte  mañana? 

Julio  Decidido. 

D.a  Sac.       ¡Y  viniste  a3'er!  ¿A  Granada,  naturahnente? 

Julio  ^('aturalmente. 

D.a  Sac       Ahora  sopla  el  viento  de  Granada. 

Julio  Es  una  tierra  hermosa.  En  ninguna  de  las 

que  vo  conozco  se  ama  la  vida  tanto  como 
allí.  ■ 

D.a  Sac  ¿Ni  en  Alminar  de  la  Reina,  al  lado  de  tu 
madre? 

Julio  No  te  enfades,  mamá;  á  tu  lado  viviría  yo 

siempre.  Cuando  no  vivo  es  porque  no  pue- 
do. Somos  incompatibles.  Vemos  la  vida  de 
distinta  manera,  y  desde  este  momento,  al 
hacer  yo  la  mía,  amargo  la  tuya  sin  querer. 
Para  tí  la  vida  es  un  martirio:  para  mí  es 
un  regalo.  Para  tí  el  mundo  es  un  valle  de 
lágrimas:  para  mí  es  un  campo  de  ñores. 
Tú  quieres  vivir  encerrada  en  un  calabozo: 
yo  qLiiero  que  me  dé  el  sol  en  la  cara.  Si  la 
vida  es  alegre,  como  creo,  ¿por  qué  entriste- 
cerla? Y  si  es  triste,  como  ])iensas  tú,  ¿no  es 
humano  alegrarla  un  poco? 


^  21  — 


D.a  Sac. 

-Julio 
D.a  Sac. 
Julio 
D.a  Sac. 

Julio 
D.a  Sac. 
Julio 

D.a  Sac. 


Julio 


D.a  Sac. 


Julio 


D.a  Sac. 


Julio 


D.a  Sac. 
Julio 


¡Alegrar  la  vida!  ¿Y  tú  le  llamas  alegrar  la 
vida  á  vivir  como  vives? 
¡Claro!  ¿No  es  alegre  mi  vida? 
De  puro  alegre  es  loca. 
Pues  ya  ves  si  la  llamo  bien. 
Bueno,  Julio:    esto   es   menester  que  con- 
cluya. 

¿Esto?  ¿Y  qué  es  esto? 
No  finjas.  Sé  á  lo  que  has  venido. 
Don  Eligió,  el  administrador,  me  parece  que 
también  sabe  algo. 

Déjate  de  burlas.  Sé  cómo  vives.  ¿  No  te 
avergüenza  que  á  todo  un  marqués  de  la 
ilustre  casa  de  los  Arrayanes,  en  una  ciudad 
como  Granada  le  señale  la  gente  por  derro- 
chador y  por  tramposo? 
Con  gravedad  cómica.  ¡Ah,  sí!  Me  avergüenza 
que  nie  señalen  por  tramposo.  Por  eso  quie- 
ro pagar  cuanto  antes,  para  evitar  una  cosa 
tan  fea. 

Y  volver  á  empezar  la  madeja,  ¿verdad?  ¿No 
te  enciende  la  cara  que  de  una  mujerzuela 
de  mal  vivir  se  diga  en  todas  partes:  «Esa 
es  la...  amiga  del  marquesito?» 
Lo  primero,  mamá,  que  quien  me  critique 
por  eso,  es  porque  deplora  que  no  pueda  de- 
cirse lo  mismo  de  él;  y  lo  segundo,  que  eso 
no  es  más  que  un  sueño,  hijo  de  tu  cando- 
roso prejuicio  de  cierta  vida. 
¿Vas  á  negarme  á  mí  lo  que  se  pregona  á 
los  cuatro  vientos?  ¿Crees  que  yo,  por  des- 
gracia, no  sé  que  la  afición  á  las  mujeres  te 
domina,  te  ciega? 

Ni  me  domina  ni  me  ciega;  es  simplemente 
que  me  gustan  á  perecer.  Más  te  digo;  creo 
que  sin  ellas  no  valdría  la  pena  de  vivir  en 
el  mundo.  Por  algo  Dios,  que  es  tan  sabio, 
ha  creado  siete  mujeres  para  cada  uno  de 
nosotros. 

¡Jesús,  Dios  mío!  ¡Qué  disparate! 
Estoy  convencido,  mamá.  En  la  vida   de 
cada  hombre,  ocultas  ó  á  la  luz  del  sol,  hay 
siete  mujeres.  Sólo  que  yo  tengo  la  fran- 
queza de  confesarlo,  y  los  hombres  serios  le 


—  22  — 

dicen  al  mundo  que  van  al  ca8Íno,  ó  á  una 
junta  cualquiera...  ó  ¡i  velar  á  un  enfermo... 
y  yo  sé  adonde  van. 

D.a  Sac.  ¡Silencio,  Julio!  Cuando  te  oigo  desbarrar  de 
esa  manera,  cada  día  man  despeñado  hacia 
tu  perdición,  temo  y  deseo  al  mismo  tiempo 
que  estos  venerables  retratos  que  nos  escu- 
chan se  animen  con  vida  momentánea  tan 
sólo  para  acusarte  y  confundirte. 

Julio  ¡Mamá,  por  Dios,  mamá!  Que  aquí  estamos 

hablando  familiarmente  y  en  confianza; 
que  no  estamos  ante  la  historia,  que  miente 
mucho.  Si  cualquiera  de  estos  varones  an- 
tepasados míos,  á  quien  yo  venero  y  respeta 
como  hombres  de  honor,  sintiera  de  impro- 
viso correr  por  su  cuerpo  un  sojüo  de  vida, 
no  dudes  que  lo  aprovecharía  para  decirme: 
«Julio,  vamonos  á  conocer  á  esa  moza.» 

D.a  Sac.       ¿Qué  estás  diciendo'? 

Julio  La  pura    verdad,    señalando    sncesivamcnte    á  va- 

rios retratos.  Mira:  el  primer  marqués  de  los 
Arrayanes,  don  Gonzalo  de  Miranda,  dejó 
al  morir  siete  bastardos  nada  menos. 

D.H  Sac.       ¡Julio! 

Julio  Eso  que  se  sepa.  El  venerable  y  reverendo 

Fray  Tomás,  modelo  de  virtudes,  dejó  .. 

D.a  Sac.       ¡Julio! 

Julio  Dejó  un  hospital  para  leprosos,  cuando  ya 

el  buen  señor  no  podía  dejar  otra  cosa.  El 
diablo  harto  de  carne...  Sor  Teresa  de  la  Ca- 
ridad... 

D.a  Sac.       ¡Calla! 

Julio  Sor  Teresa... 

D.a  Sac.  ¡Te  mando  que  calles!  ¿No  contento  con 
prostituir  tu  presente,  osas  manchar  y  es- 
carnecer tu  pasado'? 

Julio  Nada  de  eso,  mamá;   recuerdo  sólo  los  he- 

chos que  fueron;  declaro  la  verdad  lisa  y 
llana.  Tu  mismo  abuelo,  hombre  intacha- 
ble, aunque  de  buen  humor,  escribió  un 
libro  lleno  de  gracia,  que  á  escondidas  leí 
yo  cuando  niño,  y  en  el  cual  pude  ver  im- 
presas todas  esas  hazañas  que  ahora  te  es- 
candalizan tanto. 


—  23  — 

D.íi  Sac.  Ese  libro  se  quemó  y  no  hay  que  hablar 
más  de  él. 

Julio  Pues  no  debe  quemarse  ningún  libro  que 

diga  la  verdad. 

D.í'  Sac.  La  verdad,  la  única  verdad  que  aquí  existe^ 
es  que  eres  incapaz  de  enmienda;  es  que  me 
hieres  con  tus  liviandades;  es  que  me  ma- 
tas con  tu  falta  de  seso,  con  tu  ausencia  de 
moralidad,  con  tu  desdén  por  cuanto  yo 
más  amo  y  venero.  ¡Oh!  No  eran  como  tú 
ciertamente  aquellos  mozos  de  Alminar  de 
la  Reina,  que  en  la  bodega  de  esta  casa  se 
adiestraron  en  el  manejo  de  las  armas  y  que 
luego  se  batieron  en  Bailen. 

Julio  No,  no  eran  como  yo:  ciertamente  valían 

más  que  yo.  Pero  tampoco  eran  como  esos 
á  quien  tú  llamas  ejemplares  y  con  quienes 
me  das  en  cara  á  cada  paso.  Digo  de  estos 
de  ahora,  frivolos,  hipócritas,  calculadores... 
á  los  veinte  años;  incapaces  de  apasionarse 
ni  por  una  mujer  ni  por  una  idea;  jóvenes 
sin  juventud,  negros  como  sotana  por  den- 
tro y  por  fuera,  que  no  llevan  en  la  cabeza 
más  que  el  plan  de  una  buena  boda,  ajus- 
tando  á  la  novia  como  una  finca  (')  como 
una  jaca.  Créeme,  mamá;  créame  usted,, 
señora  marquesa  de  los  Arrayanes;  segura- 
mente se  parecían  más  á  mí  que  á  estos 
otros  aquellos  mozos  que  se  batieron  en 
Bailen.  Y  doblemos  la  hoja,  que  por  excep- 
ción me  he  puesto  serio,  y  temo  parecerme 
á  don  Eligió,  que  sería  lo  peor. 

D.ii  Sac.  ^;Quieres  dejar  en  paz  á  don  Eligió"?  Este- 
buen  hombre,  honrado  administrador  de 
nuestros  bienes,  merece  todos  mis  respetos. 

Julio  Y  los  míos.  Y  aun  pienso  darle  un  beso  en 

cada  mejilla,  con  mucho  cuidado  para  no 
desteñirle  el  bigote,  en  cuanto  me  entregue 
lo  que  le  he  pedido. 

D.!i  Sac.  ¡Oh!  En  ese  particular,  ya  tiene  mis  órdenes 
más  terminantes. 

Julio  Las  quebrantará  de  seguro. 

D.a  Sac.       ¿Cómo? 

Julio  De  seguro.  ¿No  ves  que  lo  domino?  Tengo- 


—  24   - 


SU  secreto...  y  el  lií^mbre  que  tiene  el  secreto 
de  otru,  et;  su  amo.  AdenuiíS,  pienso  llegar 
para  ablandarlo  hasta  la  adulación  más 
baja.  El  ha  escrito  un  libro  de  erudición,  al 
que  no  hay  manera  de  hincarle  el  diente. 
Tiró  mil  ejemplares,  y  hoy  tiene  en  casa 
cerca  de  dos  mil.  La  edición  ha  crecido,  que 
es  el  colmo  de  no  venderse.  Pues  en  cuanto 
le  diga  yo  que  sé  de  dos  ó  tres  compradores 
entusiastas...  no  resiste.  Se  vuelve  loco  y  se 
me  rinde  sin  condiciones. 
D.^  Sac.       Tú  si  que  eres  loco  de  atar. 

A  la  puerta  de  la  calle  se  supoue  que  f)ara  un  coche, 
cuyo  cascabeleo  se  ha  sentido  y  se  ha  ido  acercando 
momentos  antes. 

JcLio  ¿Qué  es  eso,  un  coche? 

D.a  Sac.  Así  parece. 

Julio  Y  ha  parado  aquí. 

D.ii  Sac.  ¿A  estas  horasV  Lo  extraño  mucho. 

Diego  Asomándose    alborozado    por    la  ventana   del  zaguán. 

¡Doña  Sacramento!  ¡Doña  Sacramento! 

D.a  Sac.       ¿Qué  pasaV 

Diego  ¡Que  aquí  está  ya  la  señorita  Consolasión! 

D.a  Sac.       ¿Mi  sobrina?  ¿Qué  dices,  hombre? 

Diego  ¡La  mismita!  ¡La  mismita  en  persona!  ¡Mís- 

tela! Retirase  corriendo  liacia  la  puerta. 

JiLio  ¡Cuánto  me  alegro!    Así  la  conozco  antes  de 

irme. 

D.a  Sac.       Pero  si  no  puede  ser...  si  no  debía  llegar 

hasta  el  domingo,  a  Don  Eliglo,  que  sale  por 
donde    antes    se    fué.     ¿Ustcd    Oye    estO,    amigo 

Frías? 

D.  Elk;.       He  oído  los  cascabeles  de  un  vehículo. 

D.a  Sac.       ¡Pues  creo  que  es  mi  sobrina  que  ha  llegado! 

D.  Ei.k;.  ¿Su  sobrina?  ueno  de  asombro.  ¿Sin  telegrama 
previo?  Vamos  á  ver,  vamos  á  ver... 

Julio  Atisbando  por  la  ventana    ¿ílola,  liola?  ¡La  pri- 

mita es  guapa  de  veras! 

Uirígense  todos  al  portón,  á  tiempo  que  por  él  llegan 
Consolación  y  Coralito,  su  doncella.  Consolación  es  lo 
mejor  que  ha  salido  de  Alminar  de  la  Reina,  con  per- 
miso del  administrador  de  la  casa.  Fuerte,  ágil,  inquie 
ta,  revoltosa,  llena  de  salud,  de  alegría,  lleva  el  sol  en 
el  alma  y  en  los  ojos.  Su  doncella,  muy  linda  por  cier- 


—  -Ib  .- 


to,  es  más  presumida  que  una  mona.  1  a  entrada  de 
ellas  es  triunfal.  Empujando  el  portón  entreabierto,  pe 
netra  Consolación  en  aquel  patio  como  el  sol  por  las 
claraboyas  de  un  castillo  en  ruinas.  Llega,  por  decirlo 
así,  á  despertar  la  casa;  á  sacudir  á  sus  moradores.  No 
queda  gato  ni  perro  que  no  salga  a  darle  la  bienvenida 
y  no  se  regocije  de  verla  allí.  Viste  de  blanco,  y  en  la 
mano  trae  un  gran  ramo  de  flores. 

Coks.  ¡Tía! 

D.a  SaC.         Pero   ¿eres  tú,  demonio?    Se  abrazan  y  se  besan. 

CoNS.  ¿No  me  esperaba  usted,  verdad? 

D.a  Sac.       ¡Ha.sta  el  domingo! 

CoNS.  ¡Pero  qué  bien  está  usted!   ¡Y  qué  guapa! 

¡Parece  que  no  pasan  los  años!... 

D.a  Sac.  ¡Vaya  si  pasan!  Don  Eligió,  ¿quién  la  co- 
noce? 

CoNS.  ¡Ay,  don  Eligió!  No  había  reparado...  ¿Qué 

tal,  don  Eligió? 

D.  Elig.  Defendiéndonos  del  tiempo  implacable.  ¿Y 
usted,  señorita? 

CoNs.  Ya  usted  me  ve.  A  usted  lo  hallo  más  joven, 

si  cabe. 

Julio  Es  que  se  tiñe. 

CoNS.  ¿Cómo?  confundiendo  á  Julio  y  saludándolo  con  grau 

efusión.  ¡Pacheco!  ¿Usted  aquí?  ¿Cómo  le  va, 
■  Pacheco? 

Julio  A  Pacheco,  no  sé.  A  mí  no  me  puede  ir 

mejor. 
CoNs.  ¿No  es  usted  Pacheco? 

Julio  No  soy  Pacheco.  Y  lo  siento  mucho,  en  vis- 

ta del  éxito  de  Pacheco. 
CoNS.  Pues  tiene  usted  su  misma  cara. 

Julio  Pues  acompaño  á  Pacheco  en  el  sentimiento. 

D.a  Sac.       ¡Muchacha,  si  es  tu  primo! 
CoNs.  ¿Julio?  ¿Este  es  Julio? 

Julio  Sí,  prima,  sí:  Julio  soy. 

CoNs.  ¡Jesús!  ¿Quién  lo  había  de  pensar?  ¡Si  hace 

ya  más  de  veinte  años  que  no  nos  vemos! 

iPero  ¿no  me  escribió  usted,  tía,  que  este  no 

estaba  aquí? 
D.a  Sac,  Y  no  estaba. 
Julio  He  venido  á  conocerte  nada  más.   ¿Verdad, 

don  Eligió? 
D.  Elig.       Nada  más. 


—  26   — 

CoNS.  Muchas  gracias,  hombre.  No  lo  creo,  pero 

muchas  gracias.  ¡Mira  que  hemos  corrido  y 
saltado  por  este  patio!  ¿Te  acuerdas.  .lulio? 
¡Pero  qué  bien  los  encuentro  á  todos!  Hasta 
Diego  se  conserva  como  un  chiquillo.  ¿Qué 
vino  se  bebe  en  esta  casa?  ¿Y  Cinta,  Diego, 
y  Cinta? 

Diego  Tan  güeña  que  está. 

CoNS.  ¡Pobre  Cinta!  ¡Cuánto  la  hacía  rabiar  cortán- 

doles las  orejas  á  los  gatos!  ¡Ja,  ja,  jal  EL 
patio  es  el  que  me  parece  más  chico.  ¡Claro, 
como  yo  soy  mayor!  Mañana  mismo,  tia, 
hemos  de  ir  á  la  casa  en  que  yo  nací.  ¿Quién 
vive  allí  ahora?  ¡Le  advierto  á  usted  que 
traigo  en  la  cabeza  un  revoltijo  de  recuerdos 
de  mi  niñez!...  ¡Lo  que  yo  voy  á  gozar  an- 
dando por  las  calles  de  Alminar  de  la  Reina! 
En  el  tren  se  lo  decía  á  Coralito.  Ven  acá, 
Coralito.  Presentándola.  Tía,  mi  doncella. 

Cor.  Coralito  Moreno  y  Ri vas,  para  servir  á, usté 

y  á  todos. 

Julio  Gracias,  Coralito  Moreno  y  Rivas. 

CoNS.  Qué  guasón  es  mi  primo.  Ahí  donde  usted 

la  ve,  es  una  gran  persona  esta  muchacha. 
Y  me  quiere  á  morir.  Lo  malo  es  que  voy  á 
perderla  pronto,  porque  saca  novios  hasta 
en  el  desierto. 

D.  ElIG.         Alarmado.  ¿Sí,  eh? 

Julio  Se  explica. 

Cor.  Mirándolo  con  un  carsmelo  en  cada  ojo.  Grasias. 

CoNS.  ¡En  el  tren  nos  hemos  reído!...  Un  señor 

cura  que  venía  acom])añándonos,  y  que  ma- 
ñana pasará  á  saludar  á  usted,  enseñaba 
hasta  la  última  muela.  Todo  porque  esta  ha 
hecho  tres  conquistas  durante  el  viaje:  una 
de  primera,  otra  de  segunda,  y  otra  de  ter- 
cera. 

Cor.  De  segundn,  dos. 

CoNs.  Es  verdad,  dos;  el  teniente  de  Carabineros 

y  el  otro. 

Cor.  La  señorita  Consolasión  tiene  muy  buen  ge- 

nio y  le  gusta  oirme.  Todo  eso  de  las  con- 
quistas es  guasa  suya.  No  ha  habido  más 
sino  que  los  hombres  la  miran  á  una...  y 


—  27  — 
una  no  va  á  taparse  la  cara  con  er  pañuelo. 

Coralito  pronuncia  las  eses  como  si  tuviera  ua  diente 
roto.  Principian  en  este  punto  á  salir  de  la  casa  de  la- 
bor las  figuras  de  seguudo  y  de  tercer  orden,  algunas 
de  las  cuales  ya  revelaban  su  impacieucia  y  su  curio- 
sidad asomándose  con  disimulo  á  la  puerta. 

Amb.  Con  permizo  de  los  zeñores,  yo  vengo  á  za- 

ludá  á  la  zeñorita. 
CoNS.  ¡Hola,  Ambrosio!  ¿Qué  tal? 

Amb  Vamos  viviendo.  A  usté  ya  la  veo  como  una 

roza... 
CoNS.  ¿Y  tu  mujerV 

Amb.  A  mi  mujé  no  hay  quien  le  dé  una  pena. 

CoNS.  ¿Y  Antoñito?  ¿No  se  llama  Antoñito? 

Amb.  Antoñito  ze  yama.  A  pintó  ze  ha  metió.  Aya, 

veremos  lo  que  zale. 
Coxs.  ¿Y  Joaquina? 

Amb.  .Joaquina,  mejorando  lo  prezente,  es  la  honra 

e  la  caza.  ¡.Jozús,  qué  criatura!  No  tiene  fin 

de  bonita,  zeñorita  Conzolación. 
CoNS.  ¡Digo!  ¡Si  está  aquí  Carmen!   ¡Y  Frasquita! 

¡Jesús,  .Jesús!  ¡Se  me  figura  que  no  me  he 

ido  de  Alminar  de  la  Reina! 

Empiezan  á  repartirse  besos  que  suenan  lo  mismo  <jue 
cohetes 

Car.  Señorita  Consolasión,  me  alegro  de  verla  tan 

lusía. 

Fras.  Que  sea  usté  bien  venía,  señorita  Consola- 

sión. 

CoNS.  Ya  me  tienen  ustedes  aquí  á  darles  trabajo. 

Car.  Señorita  Consolasión,  usté  no  da  trabajo. 

Fras.  Y  á  eso  está  una,  señorita  Consolasión. 

CoNS.  Por  Lucio  que  la  mira  embobado.  Y   este,   ¿qulén 

es?  A  este  no  Jo  conozco. 
Lucio  Ni  yo  á  usté,  zeñorita. 

Julio  Ah,  pues  hay  que  presentarlos  en  el  acto. 

La  señorita  Consolación  y  el  animalote  de 

Lucio. 

Lucio  suelta  una  carcajada  escandalosa,  que  secundan 

todos  los  que  no  son  personas  serias. 
D.  Elig.         En  tono  reprensivo.  ¡LuCÍo! 

Lucio  ¡Me  ha  jeclio  gracia  er  zeñorito  don  Julio! 

¡Como  me  ha  yamao  animalote!  Pos  ya  zabe 
la  zeñorita  Conzolación  que  pué  manda  á 


-    28    - 


Lucio  jasta  que  ze  tire  por  er  barranco,  zi 
tiene  la  zeñorita  eze  gusto. 
D.»  Sac.       Calla,  Lucio,  calla. 

Preséntase  de  improviso  la  Chacha  I  opa,  arrebatada  y 
temblorosa  de  emoción  y  de  júliilo.  Materialmente  se 
come  á  besos  á  Consolación,  peí  o  con  'entreactos»  en 
que  la  contempla  hechizada. 

Chacha  ¿Ande  está?  ¿Ande  está?  ¡Hija  de  mi  arma! 
¡Hija  de  mi  corazón  y  de  mi  zano;re! 

CoNS.  ¡Chacha  Pepa! 

Chacha  ¡Hija  de  mi  vía!  ¡Déjame  que  te  coma!  ¡Me 
traian  engaña!  ¡Me  querían  hace  creé  que  no 
venías  nunca!  ¡Pero  á  mi  ze  me  puzo  en  er 
corazón  que  iba  á  verte  esta  noche! 

CoNS.  ¿Y  Juan,  chacha? 

Chacha  Bardao  lo  tengo  ar  pobrecito.  ¿Tú  vendrás  á 
verlo,  verdá  mi  arma? 

CoNS.  ¡Vaya  si  iré! 

Chacha  ¡Ay,  qué  retegüena  y  qué  retehermoza  te  ha 
parió  tu  madre! 

Lucio  Zeñora,  ¿ze  quié  usté  cayá? 

Chacha        ¿Yo?  ¿Por  qué? 

Lucio  ¡Porque  en  esta  caza  no  está  bien  decí  que 

lo  ha  parió  zu  madre  á  uno! 

Jutio  ¿Qué  dice  este  salvaje? 

Chacha  Yo  hablo  aquí  to  lo  que  ze  me  venga  á  la 
boca.  ¡Hija  de  mi  corazón.  Dios  te  bendiga! 
¡Qué  guapizima  estás!  ¿No  es  verdá,  doña 
Zacramento,  que  paece  la  Virgen  der  Car- 
men? 

D."  Sac.  Si,  si;  pero  basta  ya,  chacha  Pepa.  Déjala, 
<|ue  te  vas  á  poner  mala  de  alegría. 

1).  Ei.iG.  Y  cada  uno  á  su  quehacer  y  á  su  puesto, 
que  t^e  hace  harto  prolijo  el  capítulo  de  ex- 
pansiones. 

D.a  Sac.  Aguardad  un  segundo.  Mi  sobrina,  la  seño- 
rita Consolación,  viene  á  vivir  conmigo. 
Quiero  para  ella  igual  consideración  é  igual 
respeto  que  para  mí.  No  lo  olvidéis.  Y  tú, 
sobrina ,  ven  arriba  ahora  y  te  llevaré  á 
tu  departamento.  Tenemos  que  hablar  mu- 
cho. 

Coks.  ¡Y  tanto,  tía!   ¡Qué  casa  aquella!  El  pobre 

de  tío  Alfonso... 


—  20  - 

D.a  Sac.       Calla.  A  solas  me  dirás... 

CoNS.  Ea,  pues  vamos  á  donde  usted  me  lleve. 

(Jhacha        ¡Adiós,  niña  mía!  ¡Adiós,  lucero! 

CoNS.  Adiós,  chacha;  que  vengas. 

Chacha        ¿Tú  no  vas  á  di  á  vé  á  mi  Juan? 

CoNS.  ¿No  te  he  dicho  que  sí? 

Chacha  Pos  mañana  mejó  que  pazao.  ¡Adiós,  reina 
der  cielo!  ¡Adiós,  pimpoyo  bonito! 

D.  Elig.  ¡Basta  ya!  ¡basta  ya!  ¿Cómo  ha  de  de- 
cirse? 

Chacha  ¡Cáyeze  usté,  don  Dificurtaes,  que  gruñe  usté 
más  que  er  carriyo  de  un  pozo! 

Doña  Sacramento  y  CoDsolación  se  encaminan  hacia  la 
escalera.  Coralito  las  sigue.  Los  otros  criados  van  á  re- 
tirarse también.  En  este  momento  Lucio,  que  está  en 
primer  término,  con  la  mirada  distraída  y  un  dedo  en 
la  boca,  sale  con  la  siguiente  improvisación: 

Lucio  «La  zeñorita  ha  yegao 

mu  gracioza  y  mu  bonita; 

parece  una  íló  der  campo; 

Dios  bendiga  á  la  zeñorita. 

Y  con  zu  tía,  aquí  prezente, 

y  don  Julio,  mucha  zalú  les  dezea 

zu  zervidó  que  lo  es 

Lucio  Fernández  y  Perea.» 

El  poeta,  eutie  satisfecho  de  su  obra  y  corrido,  suelta 
otra  carcajada  que  estremece  el  patio.  Doña  Sacramen- 
to sonríe  con  cierta  benevolencia;  don  Elisio  se  pore 
más  serio  que  nunca,  porque  le  molesta  la  incorrec- 
ción de  los  versos,  y  porque  el  poeta  se  ha  olvidado 
de  citarlo  á  él;  los  demás  ríen  y  charlan  á  un  tiempo, 
comentando  la  buena  ocurrencia  de  Lucio  y  la  belleza 
de  la  señorita.  Tía  y  sobrina,  con  la  doucellita  á  la 
zaga,  siguen  subiendo  las  escaleras.  Consolación  ríe  de 
muy  buena  gana. 

CoNS.  ¡Ay,  qué  demonio  de  muchacho!  Ha  tenido 

sombra  de  veras. 

Cor.  Es  grasioso  ese  hombre. 

Chacha  ¡To  ze  lo  merece  el  ánger  mío!  ¡To,  to,  to! 

Amb.  Eze  chiquiyo  no  ze  paga  con  oro. 

Diego  Ha  estao  mu  salao. 

Cak.  Ha  estao  mu  oportuno. 

Amb.  ¡y  qué  bonita  está  la  zeñorita! 

Fras.  Está  presiosa. 


—  80  — 

Cau.  Está  hecha  un  lusero. 

Amb.  ¡Mujeres  azi  es  lo  que  debía  pinta  mi  niño! 

¡Mardita  zea!... 
Julio  Lucíu,  venga  esa  mano;  eres  un  gran  poeta. 

D.  EliG.        Abrumado  por  tal  algarabía.  ¡Ay,  av,  av,  ay!... 


FIN  DEL  ACTO  PRIMERO 


i^^--. ^^t^^^^-^b^  .*J^w 


«8 II S IIWIIS II S II SS II  ^  II S;  II  tíü  II  *  II  Sfe  II  ^  II S II  ^  II  MM]I*I!j^ 


ACTO  SEGUNDO 


La  misma  decoración  del  acto  primero.  Es  por  la  mañana. 


Doña  Sacramento,  sentada  en  uno  de  los  sillones,  lee  un  libro 
forrado  de  pergamino.  De  pronto,  á  lo  lejos,  óyese  el  voltear  do 
las  campanas  de  una  torre,  que  repican  como  si  algún  suceso  fausto 
ocurriese  en  Alminar  de  la  Reina,  ó  como  si  los  campaneros  so 
hubieran  vuelto  locos.  A  los  ojos  de  la  noble  dama,  que  de^a  la 
lectura,  asoma  el  asombro  más  grande.  Don  Eligió  sale  por  la 
puerta  do  la  derecha,  con  una  pluma  de  ave  en  la  oreja,  y  en  un 
gesto  tal  de  estupefacción,  que  no  parece  sino  que  le  han  dicho  que 
la  edición  de  su  libro  se  agota  por  puntos. 

D.  Elig.       ¿Oye  usted,  mi  señora? 

D.a  Sac.  Oyendo  estoy,  querido  Frías.  ¿Qué  repique 
es  este? 

D.  Elig.  En  Dios  y  en  mi  ánima  que  no  adivino  cuál 
pueda  ser  la  razón  de  tan  desatado  campa- 
neo. Hallábame  ordenando  los  apuntes  para 
mi  conferencia  de  esta  noche,  sobre  el  em- 
pleo del  la  en  el  dativo  femenino  —yo  soy 
laista, — cuando  el  recio  tole  tole  de  las  cam- 
panas me  distrajo  de  mi  tarea. 

D.a  Sac.       ¿Mañana  es  fiesta  de  guardar? 

D.  Elig.       Para  mi  santiguada  que  no. 

D.a.  Sac.  ¿Las  campanas  son  las  de  Nuestra  Señora 
del  Carmen? 

D.  Elig.       Ellas  me  parecen. 


—   32    - 

D.a  Sac.  y  repican  con  desusada  furia.  ¡Bali!  Pronto 
hemos  de  saber  á  qué  se  debe  todo. 

D.  Elig.  Así  es  la  verdad,  va  á  irse  y  vuelve.  Dígame, 
doña  Sacramento:  ^;aún  no  ha  regresado  la 
señorita  Consolación':-* 

D.íi  Sac.  Aún  no  ha  regresado.  ¿Tuerce  usted  el  ges- 
to, amigo  Frías?  A  ver,  á  ver... 

1).  Elig.  Si  la  señora  me  lo  permite  le  diré  que  el 
paso  de  hoy  no  merece  mi  aprobación. 

D.a  Sac.  ¡Ay,  señor  don  Eligió!  Ya  lo  he  podido 
comprender.  Yo  estoy  contrariadísima.  Pero 
vinieron  sus  amigas  por  ella,  y  no  supe  opo- 
nerme á  su  resolución. 

C^sa  el  repique. 

D.  Elig.  ¿Quiere  decirme  la  señora  qué  lecciíui  seria 
ha  de  sacar  la  señorita  de  la  boda  de  unos 
gitanos? 

D.a  Sac.  Y  menos  mal  si  todo  se  quedara  en  la  boda; 
pero  de  seguro  habrán  llegado  frente  á  sus 
cuevas,  donde  tendrán  zambra  todo  el  día. 

D.  EuG  ¡Lamentable  espectáculo!  Las  danzas  de  las 
gitanillas  son  harto  deshonestas,  y  sus  can- 
tares, chabacanos  y  libres,  pican  <iue  rabian. 

D.a  Sac.       Cierto  es. 

1).  Elig.  La  señorita  Consolación,  señora  marquesa, 
tiene  el  diablo  en  el  cuerpo,  como  suele  de- 
cirse. Esa  alegría  suya,  desenfrenada,  ato- 
londradora,  febril,  entiendo  yo  que  debe  ser 
combatida  por  todos  los  medios.  La  encuen- 
tro peligrosísima  á  sus  años,  y  desde  luego 
poco  señoril  y  poco  seria. 

D.a  Sac.  Amigo  Frías,  ha  ido  usted  á  poner  el  dedo 
en  la  llaga.  Mi  sobrina  rae  tiene  disgustadí- 
sima. Diez  días  lleva  aquí  y  Dios  sabe  cuán- 
tas contrariedades  me  ha  causado  ya.  Su 
genio  alegre,  como  usted  ha  dicho  muy 
bien,  es  realmente  perturbador  é  incontras- 
table. Nada  le  intimida:  nada  respeta.  En 
esta  casa,  donde  había  el  silencio  de  un 
claustro,  se  oye  ahora  por  todas  partes  un 
loco  reir  y   un  charlar  sin  tregua  ni  reposo. 

D.  Elig.  Además,  señora,  ¿qué  viene  á  ser  esto  de  re- 
cibir aquí,  á  cualquier  hora  del  día  ó  de  la 
noche,  á  todo  el  que  llama  á  esa  puerta? 


-  ;i3  — 

Cuando  no  es  el  Tío  Garando,  que  la  vio 
nacer,  es  la  Tía  Pilonga,  que  la  vio  abrir  los 
ojos;  cuando  no  es  el  Tuerto  de  la  Plaza,  que 
le  debe  el  estanco  á  su  señor  padre,  es  otro 
lisiado  cualc|uiera  que  viene  á  pedirle  una 
limosna.  Y  aquí  el  ama;  y  aquí  el  marido 
del  ama  en  una  silla,  porque  está  baldado;  y 
aquí  los  seis  hijos  del  ama;  y  aquí  todos  los 
criados  y  criadas  que  fueron  de  su  casa  pa- 
terna, y  aquí  el  pueblo  entero,  ¡qué  diablo! 
Y  una  de  besar,  y  una  de  reir,  y  una  de  char- 
lar, que  no  me  permiten  poner  una  coma  en 
su  sitio.  Esto  no,  señora  marquesa,  esto  no. 

T).-A  Sac.  Pues  ¿y  la  doncellita,  es  de  oro?  No  ha  de 
sacudir  una  falda  si  no  es  cantando;  siem- 
pre ha  de  rei^licar  á  lo  que  se  le  dice;  con 
todos  los  mozos  de  la  vecindad  coquetea; 
usa  unos  vestidos  de  colorines  escandalosos; 
se  echa  encima  una  de  olores  que  trastor- 
na, y  se  baña,  como  si  fuera  una  duquesa, 
casi  todos  los  días. 

D.  Elig.       ^:Sí? 

D.a  Sac.       Sí,  señor. 

D.  EuG.       ¿Dónde...? 

D.a  Sac.       ¿Cómo? 

D.  Elig.       ¿Dónde  se  ha  visto  cosa  igual? 

D.a  Sac.  Le  aseguro  á  usted  que  si  no  se  corrige,  aun 
á  riesgo  de  incurrir  en  el  enojo  de  mi  sobri- 
na, la  plantaré  en  la  calle. 

D.  Elig.  Y  hará  usted  muy  bien.  En  el  bolsillito  del 
delantal  lleva  un  pedacito  de  espejo,  y  ape- 
nas se  ve  sola  en  un  rincón,  ya  se  está  arre- 
glando los  nenes. 

D.a  Sac.       Lo  he  observado. 

D.  Elig.       Otrosí.  Le  gusta,  ó  hace  que  le  gusta,  Lucio. 

D.a  Sac.       ¿Lucio?  ¿Tan  zafio? 

D.  Elig.  Sí,  señora,  Lucio.  Y  trata  de  embaucarlo  y 
desvanecerlo  con  todo  linaje  de  coqueterías. 

D.a  Sac.       ¡Oh,  no!  Pues  eso  no.  En  mi  casa  no. 

D.  Elig.  Y  aun  hay  algo  más  lamentable.  Ayer  leía 
á  hurtadillas  un  librejo  que  escondió  al  ver- 
me á  mí. 

D.a  Sac.  ¡Hola,  hola!  A  propósito:  ¿examinó  usted  la 
biblioteca  de  mi  sobrina? 


—  34  — 

D.  Elig.       Sí,  señora.  ¡Vaya  una  biblioteca! 

D.a  Sac.      ¿De  quién  tiene  libros? 

D.  Elig.  De  Becquer,  el  poeta  nocivo  y  peligroso;  de 
Canipoaraor,  que  llamaba  las  cosas  por  su 
nom])re;  de  Valera,  que  tampoco  se  mordía 
la  lengua;  de  Pérez  Galdós...  ¡v  de  Luis 
Taboada! 

D.»  Sac.       ¿Y  en  francés,  ha  visto  usted  algo? 

D.  Elig.  Dos  ó  tres  noveluchas  de  Daudet,  (jue  pien- 
so quemar  sin  autorización  de  nadie. 

D.ii  Sac.       Con  la  mía. 

D.  Elig.  Sospecho  (jue  la  señorita  Consolaci(')n  tiene 
el  deplorable  hábito  de  dormirse  leyendo. 

D.»  Sac.  ¿Por  qué  no  le  da  usted  su  libro,  querido 
FríasV 

D.  Elk;.  Con  mil  amores,  si  lo  desea  la  señora  mar- 
quesa. Yo  no  había  pensado  en  cosa  tal,  por- 
que soy  naturalmente  modesto,  i'fisa  coralito 

desde  la  primera  puerta  de  la  Izquierda  hacia  la  escu- 
lera.  Su  andar  menudito  de  paloma  y  el  ineit.-mte  jue 
go    de    sus    curvas,  sacan    de  quicio  al  íidmiuistrador. 

¡Niña! 
Cor.  ¿Es  á  mí? 

D.  Elig.       A  usted.  Hágame  el  favor  de  acercarse. 

Cor.  Obedeciéndolo   muy  sonriente.    ¿Qué    mC    manda 

usté? 

D.  Elig.       Ante  todo  menos  sonrisita. 

Cor.  Si  es  agrado  natura. 

D.  Elig.  Pues  menos  agrado  natural.  Y  muchísimo 
menos  guiñarme  á  mí. 

Cor.  ¡No  es  guiño,  señó! 

D.  Elig.       ¿Qué  es  entonces? 

Cor.  Picardía  del  ojo  izquierdo. 

D.a  Sac.  Bien  está  ya,  sea  lo  que  fuere.  Diga  usted. 
Coralito. 

Cor.  ¿Señora? 

D.a  Sac.       ¿Qué  libro  leía  usted  ayer  tarde? 

Cor.  ¿Me  vio  usté?  No,  que  fué  este  cabayero  er 

que  me  vio. 

D.  Elig.  ¡Quien  la  viera  á  usted  es  aquí  lo  de  menos! 
¡Aténga.se  al  interrogatorio!   ¿Qué  libro  leía? 

Cor.  Un  hbro  grasiosísimo.  «Las  vcintisinco  ma- 

neras de  que  se  vale  una  muje  i)ara  saca 
novio,  y  un  hombre  para  saca  novia.» 


—  36  — 

D.:»  Sac.  Pues  ese  libro  se  lo  entregará  usted  al  señor 
administrador. 

UoR.  ¿Va  usté  á  saca  novia? 

D.  Elig.  ¿Eh?  ¡^^oy  á  sacar  lo  que  á  usted  no  le  in- 
cumbe! 

Cor.  ¡Hu}^  qué  palabra! 

D.  Elig.  ¡Usted  es  la  que  está  sacando  ya  los  pies  del 
plato! 

D.a  Sac.  Sí,  por  cierto.  Coralito,  si  no  quiere  usted 
obligarme  á  una  reprensión  dura,  replique 
menos  y  obedezca  más.  Hoy  mismo  le  dará 
usted  al  señor  don  Eligió  el  libro  que  leía, 
para  que  lo  queme. 

Cor.  Pero  ¿es  que  er  libro  es  malo? 

D.  Elig.       ¡Es  deleznable! 

Cor.  ¿Pues  qué  va  una  á  lee;  «Bertordo,  Bertordi- 

no  y  Cacaseno?» 

D.  Elig.       ¿Cómo  se  entiende?  ¡Retírese! 

Cor.  Sí,  señó,  sigue  su  camino  hacia  la  e.scalcra. 

D.  Elig.         contemplándola    y    moviecdo   la   cabeza  con  disgusto. 

¡Ay  qué  meneito!...  ¡qué  meneíto!... 
Cok.  ¿También  está  mal  er  meneíto?  ¡Vaya!  ¡Esta 

casa  es  la  Inquisisión!  sub'- 
D.  Elig.       ¡Silencio! 

Cor.  Señó,  si  no  pío.  Desaparece. 

D.  Elig.  ¡La  última  frase  ha  de  ser  de  ella!  ¡E.sto  me 
vuelve  loco! 

Cor.  Dentro,  cantando. 

Yo  no  sé... 
yo  no  sé  lo  que  le  ha  dao 
este  serrano  á  mi  cuerpo... 

D.  Elig.         Yéndose  al  pie  de  la  escalera  á  gritar.  ¡Corallto! 

Cor.  Contra  más... 

contra  más  quiero  orvidarlo 
menos  conseguirlo  jmedo... 

D.  Elig.  ¿Pero  ve  usted,  señora  marquesa?  ¿No  es 
esto  burlarse  de  mí  abiertamente? 

D.a  Sac.  Estoy  callada,  porque  con  la  tal  mocita  no 
hay  modo  de  hablar.  Luego  le  diré  á  mi  so- 
brina lo  c{ue  hace  al  caso.  Comprendo  ahora 
que  si  la  mujer  de  mi  primo  Alfonso  es  una 
muchacha  seria,  como  ya  me  incUno  á  creer, 
hayan  saltado  de  allí  Consolación  y  su  don- 
celHta. 


—   36  — 

I).  Elig.  ^;Sabe  mi  señora  cuál  es  la  que  estimo  única 
suerte  de  este  caso? 

ü.íi  Sac.  Me  lo  figuro,  amigo  Frías.  8e  refiere  usted 
á  quo  no  está  mi  hijo  entre  nosotros. 

D.  Elig.       Cabalmente. 

D.a  Sac.  ¡Ah,  ya  lo  creo!  Mi  hijo,  dado  su  natural,, 
alentaría  y  aun  aplaudiría  todas  estas  cosas 
que  á  usted  y  á  mí  tanto  nos  desagradan. 
l'or  eso,  señor  don  Eligió,  transigí  con  él,  y 
le  dije  á  usted  que  le  diese  todo  lo  que  pe- 
día, para  que  levantara  el  vuelo  cuanto  an- 
tes. Su  presencia  aquí  estaba  llena  de  peli- 
gros. 

D.  Elig.  A  Dios  gracias,  se  fué  al  día  siguiente  de 
llegar  la  señorita  Consolación,  y  no  debemos 
temer  que  vuelva  por  ahora  ni  en  algún 
tiempo. 

Julio  Asomándose  por  la  ventana  del  zaguán.  ¿Hay  pOSa- 

da  para  un  peregrino"? 

D.a  Sac.  Estupefacta.  ¡Julio!  ¿TÚ"? 

D.  Elig.  romo  si  tomara  ruibarbo,  ¡Doil  JuHo!  ¿Usted? 

Julio  Yo  mismo.  ¿Hay  posada  ó  no?  Vengo  á  mo- 

lestar lo  menos  posible;  cuestic^n  de  un  par 
de  horas. 

D.  Elig.  Habrá  usted  visto  que  nos  hemos  ci[uedada 
de  una  pieza  su  mamá  y  yo. 

Julio  Lo  que  veo  es  que  no  quiere  usted  abrirme. 

Palabra  de  honor  que  me  iré  sin  pedir  más 
dinero. 

D.a  Sac.       Ábrale,  clon  Eligió,  ábrale. 

Julio  Gracias,  mam.á.    Don  Eligió  se  fía  menos 

que  tú. 

x).  Elig.  obedeciendo  á  la  señora.  ¡Qué  cosas  tiene  el  se- 
ñor marqués! 

Julio  Abrazándolo    en    el    mismo    portón,    qnc  queda  entre- 

abierto ¡Don  Eligió!  ¡Mi  ángel  tutelar!  ¡Ya 
sabe  usted  que  yo  lo  quiero  muy  de  veras! 

Besando  á  doña  Sacramento    ¿Qué  hay,  mamaíta? 

D.a  Sac.  ¿Qué  ha  de  haber?  Que  me  desconciertan 
tus  salidas  de  tono.  ¿Me  quieres  explicar  qué 
es  esto? 

ThIío  viste  traje  de  campo  al  uso  deja  tierra. 

Julio  Esto  es  que  tu  hijo  el  calavera,  tu  hijo  el 

pródigo,  tu  hijo  el  malo,  viene  con  unos 


—  37 

amigos  á  un  tentadero  en  La  Temprana,  á  me- 
dia legua  de  Alminar,  y  mientras  ellos  pre- 
paran el  almuerzo  alegremente,  él  monta  en 
su  jaca  y  se  llega  á  darle  un  beso  á  su  ma- 
dre. ¿Qué  tal,  don  Eligió? ¿Soy  ese  aborto  del 
abismo  de  que  usted  habla? 

D.  Elic.  Señor  marqués...  yo  nunca  he  dudado...  Esas 
bromas  de  usted  son  injustas...  Lo  cual  no 
empece... 

Julio  Sí  empece. 

D.  Elig.       No  empece... 

Julio  No  empecemos.  Y  perdone  usted  este  chis- 

te. Sé  que  usted  odia  el  chiste. 

D.  Elig.  Según.  Cuando  es  de  buena  ley,  lo  celebro 
como  el  que  más. 

Julio  Pero  sin  reirse.  Yo  no  lo  he  visto  á  usted 

reirse  nunca.  ¿Tú  has  visto  reirse  á  don 
Eligió,  mamá"? 

D.a  Sac.       ¡Julio! 

D.  Elig.       Señora... 

Julio  Don  Eligió,  no  haga  usted  caso  de  mis  chi- 

rigotas. Estoy  contento...  y  no  reparo  en 
que  quizás  lo  moleste  á  usted. 

D.  Elig.       De  ninguna  de  las  maneras. 

De  la  casa  de  labc^r  sale  Ambrosio. 

Amb.  Tengan  ustés  muy  buenos  días,  sorprendido. 

Don  Julio,  ¿cómo  usté  por  aquí? 

Julio  Hombre,  no  es  tan  raro  verme  por  aquí. 

Amb.  ¡Pero  tampoco  es  coza  que  ze  vea  tos  los 

días,  como  er  zalí  der  zó! — Con  permizo. 
Don  Eligió  de  mis  curpas. 

D.  Elig.       ¿Qué  hay? 

Amb.  a  mi  niño  lo  tiene  usté  ya  en  er  jardín  con 

la  paleta  y  los  pinceles,  y  pregunta  zi  va 
usté  á  ponerze  la  ropa  con  que  lo  está  pin- 
tando ó  zi  hoy  también  lo  deja. 

D.  Elig.  ¡Válgame  Dios!  Dile  que  hoy  tampoco  po- 
demos hacer  nada.  Tengo  mucho  que  tra- 
bajar. Mientras  no  salga  de  mi  conferencia, 
no  quiero  distraer  un  minuto.  Tanto,  que 
con  permiso  de  todos...  ¿La  señora  marque- 
sa me  necesita? 

D.a  Sac.       Para  nada. 

D.  Elig.       ¿El  señor  marqués  quiere  algo? 


—   38   — 

Julio  Que  le  pase  á  usted  el  susto. 

D.  Elig.       Siempre  ha  de  chancear  el  señor  marqués. 

Vase  por  la  pueria  de  la  derecha. 

Julio  ¡Pero  no  se  ríe!  Escúchame,  Ambrosio. 

Amb.  Mándeme  usté,  don  Julio. 

Julio  Te  felicito.  Sé  que   tu  hijo  progresa  en  la 

pintura. 

Amb.  ¿Que  progreza? 

Julio  Así  me  dicen  todos. 

Ame.  ¿Zí,  verdá?   Pué  zé  que   progreze;  pero  lo 

que  yo  le  pío  á  usté,  y  á  tos  los  que  dicen 
í^ue  progreza,  es  que  no  me  mienten  ar 
niño. 

Julio  ¿Por  qué? 

Amb.  Conteniendo  su  mal  humor.  Por  lia.  No  me  micn 

te  usté  ar  niño,  don  Julio;  no  me  miente 
usté  ar  niño.  Yo  cuando  me  enfao  no  zé 
habla  zin  zortá  ajos  y  ceboyas...  y  me  voy  á 
enfada  zi  me  mienta  u.sté  ar  niño.  ¿Esta- 
mos, don  Julio?  Ez  un  favo  que  yo  le  pío  á 
usté  que  no  me  miente  ar  niño.  Y  usté  ziga 

bueno.  Vase  á  la  casa  do  labor 

Julio  Adiós,  hombre.  Riéndose.  ¿Qué   le  ocurre  á 

Ambrosio  con  el  niño? 

D.a  Sac.  No  lo  sé  á  ciencia  cierta;  pero  me  figuro  que 
se  trata  de  un  gran  desacuerdo  en  materias 
de  arte. 

Julio  Ya. 

D.a  Sac.  Dejemos  á  Ambrosio  y  vamos  á  cuentas 
nosotros  dos.   . 

Julio  ¿Cómo  á  cuentas?  ¿No  he  jurado  (|ue  soy 

moro  de  paz? 

D.a  Sac.  Respóndeme:  ¿puede  creerse  lo  que  me  has 
dicho  del  tentadero  y  de  que  vienes  á  ver- 
me tan  sólo? 

Julio  ¿Pues  á  qué  he  de  venir  sino  á  eso?  ¿Te  he 

engañado  yo  alguna  vez? 

D.a  Sac.       Es  cierto:  nunca. 

Julio  No  lo  digas  con  retintín.  ¿Y  mi  prima? 

D.a  Sac  ¡Tu  prima!  ¡No  me  hables  de  ella!  ¿Dónde 
creerás  que  está  tu  prima? 

Julio  ¿Dónde? 

i).a  Sac.  Con  seis  ú  ocho  amigas  en  una  boda  de  gi- 
tanos. 


Julio  ¿Ah,  sí? 

D.a  Sac.       Como  lo  oyes. 

Julio  ¿Es  quizás  la  novia  la  hija  de  Chiribiqui? 

D.a  Sac.       ¡Qué  sé  yo! 

Juuo  Seguramente.  Acabo  de  encontrarme  á  Chi- 

ribiqui  con  una  borrachera,  que  si  no  era 
de  boda  era  de  bautizo.  Me  saluden  tirando 
el  sombrero  por  alto. 

D.a  Sac.       ¿Y  de  qué  te  conoce  á  tí  ese  hombreV 

Julio  Somos  compadres. 

D.a  Sac.       ¡Julio! 

Julio  Le  bauticé  el  último  chiquillo. 

D.a  Sac.  ¡Jesús!  Así  te  parece  cosa  natural  que  tu 
prima  haya  ido  á  esa  boda;  sin  reparar  en 
que  aquellas  cuevas  no  son  ni  con  mucha 
escuela  de  Inienas  costumbres. 

Julio  Mamá,  por   Dios,  no  confundas  las  cosas. 

Ponte  alguna  vez  en  la  realidad.  Precisa- 
mente me  agradó  de  mi  prima,  en  lo  poco- 
que  hablé  con  ella,  lo  espontáneo  de  su  ca- 
rácter; lo  franco,  lo  ingenuo  de  su  corazón,: 
su  irreflexión  simpática,  su  alegría  juvenil, 
que  nacen  de  un  alma  clara,  de  un  cuerpo 
saludable...  Una  mujer  así,  ni  de  las  cuevas 
de  gitanos  ni  de  ninguna  parte  saca  nada 
que  no  deba  sacar. 

D.a  Sac.  No  me  sorprende  oirte.  Harto  presumía  yo 
que  tu  señora  prima  había  de  encontrar  en 
tí  juez  bastante  benévolo  para  sus  hge- 
rezas. 

Julio  Mamá,  me  desespera  que   hayas  de  verlo 

siempre  todo  á  través  de  los  lentes  de  don 
Eligió.  Yo  apenas  conozco  á  mi  prima;  ni 
tengo  para  qué  ser  su  abogado;  pero  vale 
mucho  más  que  sea  como  yo  me  la  figuro, 
que  no  como  estas  niñas  del  pueblo,  de  que 
Dios  nos  libre. 

D.a  Sac.  No  midas  por  un  rasero  á  las  niñas  del  pue- 
blo. En  el  pueblo  hay  de  todo.  Y  bien  sa- 
bes tú  que  sobresale  una  muchacha  entre 
las  demás,  de  la  que  te  he  hablado  mil  veces, 
con  elogio  de  sus  virtudes. 

Julio  Sí;  para  que  yo  tomara  estado;  para  que  yo 

dejara  mis  devaneos;  para   que  yo  sentara. 


40  — 


D.a  Sac. 
Julio 


D.u  Sac 

Julio 


D.a  Sac. 
Julio 
D.a  Sac. 


<  lONS. 


Julio 
D.a  Sac. 


Julio 

CONS. 

D.a  Sac. 
Coxs. 


la  cabeza...  Ya,  ya  lo  sé;  pero  como  lo  pri- 
mero que  se  necesita  en  un  inatrimonio  es 
amor,  y  yo  no  siento  amor  jior  esa  señorita, 
aunque  sea  una  rica  heredera,  alií  tienes 
por  qué  no  andamos  de  acuerdo.  Y  l)asta  ya 
de  dimes  y  diretes,  mamá,  que  siempre  he- 
mos de  estar  riñendo  ó  cosa  parecida,  y  yo 
me  he  propuesto  no  Vf)lver  á  reñir  contigo. 
Esa  sería  buena  señal. 

No  sería  mala;  pero  no  por  lo  que  tú  pien- 
sas. Porque  te  advierto  una  vez  más,  que 
yo  no  he  de  parecerme  nunca  á  tu  adminis- 
trador. 

¡Y  dale  con  el  pobre  administrador! 
Para  eso  haría  falta,  como  dice  la  copla, 

otro  mundo  y  otro  cielo 

y  otro  Dios  que  dispusiera. 

Oyese  en  cl  zaguán  al;íarrtbía  de  muchachas  y  mu- 
chachos que  se  despiden. 

¿Eh?  Ahí  está  ya  Consolación. 
¿Mi  primaV 

Siempre  se  anuncia  asi:  con  risotadas  y  bu- 
llicio. Sentiré  que  entre  alguien.  Esta  casa, 
desde  que  ella  llegó,  es  la  casa  de  tócame 
Roque. 

Dentro  todavía.    Hasta  lucgO,    liasta    luCgO.   No 

faltes  tú.  Mariquita  Antonia,  saie  por  ei  portón. 

Viene  de  traje  claro  y  mantóa  de  Manila  ó  de  espuma, 
puesto  en  forma  de   chai.  Lucio   la    sigue.    1  la,    ¿Ve 

usted  cómo  no  me  han  matadoV  ¡Hola,  pri- 
mo! ¿Tú  por  aquí  otra  vez?  ¿Has  venido  al 
casorio? 

¿Cómo  te  va,  primita? 

Ha  venido  al  campo,  á  almorzar  con  unos 
amigos,  y  se  ha  llegado  ;i  vernos.  Pero  se  va 
en  seguida. 

Bien  se  ve  que  has  andado  de  fiesta.  ¡Bue- 
nos colores  traes! 

¡Y  qué  fiesta!  Me  hubiese  alegrado  <jue  la 
hubieras  visto.  ¡Ay,  tía,  me  he  reído  liasta 
ponerme  mala! 
Para  eso  necesitas  tú  poco. 

Lucio  observa  embobado  a  Consolación. 

Es  que  no  hay  gente  como  los  gitanos  para 


—  41    — 

pasarlo  bien.  ¡Me  han  dicho  una  de  cosas!... 
Con  lo  que  á  mí  me  gusta  que  me  digan 
cosas  los  gitanos.  Los  gitanos  y  los  que  no 
son  gitanos.  Mire  usted,  tía,  un  hombre  del 
campo  me  dijo...  Lucio,  ¿cómo  fué"? 

Lucio  ¿Er  qué?  ¿Lo  que  le  dijo  á  usté  Vinagre? 

CoNs.  ¿Vinagre? 

Lucio  Aquer  de  la  chaqueta  al  hombro  y  la  man- 

cha en  la  oreja. 

Coks  El  mismo. 

Lucio  Eze  tiene  mu  güeña  zombra.  Le  dijo,  dice... 

Se  ríe  recordando    la    ocurrencia     Le    dl_]0,    dlCC... 

con  permizo  de  la  zeñora...  le  dijo,  dice... 

Julio  ¡Acaba! 

Lucio  Don  Julio,  güenos  días. 

Julio  Buenos  días.  ¡Acaba! 

Lucio  Le  dijo,  dice:  «Toavía   estaba  zu  mamá  de 

usté  echando  cuentas...  y  ya  era  usté  bo- 
nita. » 

Se  ríen  61,  Coiisolaci6n  y  Julio. 

D.'d.  Sac.       ¡Qué  disparate! 

Lucio  Poz  un  gitano  mu  negrucio,  conoció  por  Ma- 

ceta, le  dijo  otra  coza,  que  usté,  zeñorita 
Conzolacion,  ó  no  la  oyó  bien,  ó  jizo  azín 
como  que  no  la  oía.  Le  elijo,  dice... 

CoNs.  Calla.  Remedándolo.  Hice   «azín  como  que  no 

la  oía. » 

Lucio  torna  á  reir. 

D.a  8ac.  Me  maravilla  que  te  puedan  halagar  tales 
piropos. 

OoNs.  Por  Dios,  tía;  ¿pero  usted  cree  que  son  más 

finas  las  cosas  que  nos  dicen  los  señoritos? 
Yo  he  pasado  un  rato  que  no  se  me  olvida- 
rá en  mucho  tiempo.  Había  allí  una  gitani- 
11a,  ¡que  bailaba  de  una  manera!...  ¡Qué  sa- 
lero, qué  brío,  qué  encanto  más  particular!... 
Y  era  preciosa.  No  me  la  traje  para  que 
usted  la  viera,  por  miedo  á  don  Eligió. 

D.a  Sac.       ¡Muchacha! 

Julio  Esa  sería  la  Chamarina,  ¿verdad? 

CoNS.  ¿La  conoces  tú? 

Julio  Mucho.  Nació  bailando. 

CoNS.  El  que  nació  bailando,  por  lo  vi.sto,  es  un 

zagalillo  de  este  alto,  más  negro  y  más  feo 


—  42   — 

que  mandado  hacer.  ¡Lo  que  se  zarande(> 
aquel  cuerpo,  Dios  mío! 

Julio  Ah,  sí:  Malos  Pelos,  sin  duda. 

Coxs.  ¡díalos  Pelos!  Así  le  llamaban. 

Juiío  Ese  es  hijo  de  Micaela  la  Bonita  y  nieto  de 

Petaca. 

Coxs.  E.stás  metido  en  el  gran  mundo,  primo. 

Jui.io  Completamente.  Mamá,  no  te  enfades. 

1).!'  S.-vc.  No  me  enfado,  no.  Ya  estoy  acostumbrada 
i'i  oírte. 

Lucio  Cuente  usté  lo  der  repique,  zeñorita  Conzo- 

lación. 

D.a  Sac.       ¿Lo  del  repique? 

CoNS.  Sí.   ¿No  ha  oído  usted  repicar  en  el  Car- 

menr* 

D.a  Sac.       Con  gran  sorpresa,  ciertamente. 

('oNs.  ¡Pues  he  sido  yo! 

ü.a  Sac.       ¿Tú? 

Coks.  Yo. 

Julio  ¿Tú,  prima? 

CoNS.  Yo,  yo. 

Ludo  La  zeñorita  ha  zío. 

D.a  Sac.       ¡Virgen  de  las  Angustias! 

Julio  ¿Campanera  también? 

Coxs.  ¡Campanera  y  sacristana  y  cuanto  hay  que 

ser  en  el  mundo!  Verá  usted,  tía.  No  arru- 
gue el  entrecejo:  alégrese  conmigo,  por  Dios. 
V^olvíamos  las  muchachas  y  los  muchachos 
charlando  y  riendo  del  casamiento  de  los 
gitanos,  y  al  pasar  por  el  Carmen  dijo  una: 
«Vamos  á  entrar  á  rezarle  á  la  Virgen.»  Y 
entramos  todos  á  rezar.  En  esto,  yo,  que 
rezo  más  á  prisa,  me  levanto  y  me  subo  á 
la  torre,  recordando  mis  siete  años.  Lo  mis- 
mo fué  verme,  que  todos  á  la  torre  conmi- 
go. ¡Qué  barullo!  ¡qué  risa  por  aquella  esca- 
lera, oscura  como  boca  de  lobo!  Cuando  lle- 
gamos al  campanario  nos  deslumhró  la  luz. 
¡Es  gloria  del  cielo  lo  que  se  ve  por  aquellos 
ojos  de  la  torre!  Al  sentirnos,  una  bandada 
de  palomas  echó  á  volar.  La  mañana  era 
hermosa:  el  aire,  fresco  y  saludable.  El  sol 
parecía  que  pintaba  de  amarillo  el  trigo,  de 
rojo  las  amapolas,  de  blanco  el  pueblo,  de 


—  4á  — 

verde  los  pinares...  Temblaba  yo,  mirando 
todo  aquello,  de  emoción,  de  alegría,  de  ga- 
nas de  vivir...  Allá  lejos,  muy  lejos,  había 
unos  hombres  encorvados,  segando  la  mies... 
Quise  yo  en  un  momento  levantar  el  vuelo 
como  las  palomas,  saltar,  gritar,  cantar 
como  un  pájaro;  quise  yo  agradecerle  á  Dios 
la  vida  que  me  dio,  los  ojos  que  me  puso 
en  la  cara  y  la  alegría  que  me  puso  en  el 
corazón  para  ver  y  sentir  todo  cuanto  veía 
y  sentía;  quise  yo  llevarles,  comunicarles 
mi  bienestar  á  aquellos  campesinos,  alegrar 
su  trabajo  penoso,  hacerlos  descansar  un 
instante  siquiera...  Sentí  el  impulso  de  los 
momentos  buenos,  estalló  mi  corazón  en 
risa  y  en  lágrimas,  y  ni  visto  ni  oido:  senti- 
do y  hecho:  cogí  la  cuerda  de  una  de  las 
campanas  y  empecé  á  voltearla  como  si  hu- 
biera sido  campanera  toda  mi  vida.  ¡Talán 
tan!  ¡Talán  tan!  Se  estremeció  el  aire.  En  la 
torre  se  armó  un  revuelo  de  risas  y  gritos 
que  ensordecía.  Lucio  se  agarró  á  otra  cam- 
pana. Un  monaguillo,  contagiado  también 
y  encantado  con  la  indisciphna,  se  agarró  á 
otra.  ¡Talán  tan!  ¡Talán  tan!  ¡Talán  tan!  ¡Ta- 
lán tan!  Parecíamos  locos.  Las  palomas,  que 
habían  vuelto  á  la  torre,  echaron  á  volar 
otra  vez...  Y  algunos  de  aquellos  hombres 
que  trabajaban  lejos,  levantaron  los  cuerpos 
que  tenían  inclinados  sobre  la  tierra,  y  un 
buen  rato  estuvieron  mirando  hacia  arriba: 
hacia  la  torre,  hacia  el  cielo.  Ya  sabe  usted, 
tía,  por  qué  ha  habido  esta  mañana  repique 
en  el  Carmen. 

Lucio  ¿Pos  no  ze  me  han  zartao  las  lágrimas? 

Julio  No  ha  sido  á  tí  solo.  Mira  tú  por  dónde  la 

alegría  de  la  señorita  nos  ha  enternecido  á 
los  dos. 

Lucio  Es  que  ha  contao   la  coza  que  ha  zio  estarla 

viendo.  Mejón  que  estarla  viendo. 

D.a  Sac.       Consolación,  Consolación,  eres  buena,  pero 
eres  loca. 

Coks.  Ay,  tía,  pues  yo  me  esforzaré  en  ser  un  po- 

quitito  más  buena  y  un  poquitito  menos 


-    41  — 

loca,  para  darle  á  usted  fausto.  Poquitito, 
¿eh? 

Baja  Coralito  tan  pizpireta  como  siempre. 

Cor;  Señorita  Consolasión.  Sonriendo.  Hola,  Lusío. 

Coxs.  ¿Qué  quieres? 

Cor.  ¿Se  puede  habla? 

Coks.  ¿Por  qué  no,  mujer?  ¿Qué  hay? 

Cor.  ¿Sabe  usté  que  están  ahí  las  masetas? 

CoNs.  ¿Mis  macetas?  ¿Todas? 

(/OR.  Todas:  hasta  la  der  perejí. 

D.ii  Sac.  Es  verdad:  no  te  he  diclio...  A  j^oco  de  irte 
tú  llegaron  los  tres  carros. 

Coks.  ¿Dónde  las  han  puesto? 

Cor.  En  er  Jardín  en  cuatro  filas. 

CoNS.  I^^oy  á  verlas  corriendo!  Tía,  venga  usted. 

¡Verá  usted  qué  primores!  ¡Mis  macetas  son 
famosas  en  todo  el  contorno!  Yo  las  quiero 
más  que  á  muchos  parientes.  Ande  usted, 
ande  usted. 

D.it  Sac.       Mujer,  déjame  á  mí;  yo  no  estoy  para  nada. 

Julio  ¿Ni  para  ir  al  jardín,  mamá?  ¿De  manera 

que  llegan  las  macetas  de  Consolación  y  la 
dueña  de  la  casa  no  va  á  recibirlas  como  me- 
recen? 

CoNS.  ¡Pues  claro!  Si  no  viene,  me  pico.  En  serio. 

!^.a  Sac.       Sea  como  tú  quieras.  Vamos  al  jardín. 

Se    encaminan    las    dos    hacia   la  puerta  de  la  casa  de 

labor. 
CoNS.  Usted  se  alegrará.   Lo  que  siento  es  que  ya 

hay  pocos  claveles;  pero  rosas...   ¡verá  usted 

qué  rosas! 
Cor.  Una  viene  como  la  cabesa  de  un  niño  chico. 

Julio  Ahora  iré  yo  á  verlas  también. 

CoNs.  Te  gustarán. 

Julio  Lo  creo.  Hay  cosas  que  gustan,  más  que  por 

ellas  en  sí,  por  la  persona  que  anda  en  torno 

de  ellas.  Conociéndote  á  tí,  por  fuerza  han 

de  encantarme  tus  macetas. 
CoNS.  ¡Mira  qué  galante  es  mi  primo! 

D.a  Sac.       ¡Buen  par  de  taravillas  estáis  tu  primo  y  tú! 

Ríen  los  mnchnchos.  Ellas  entran  en  la  cusa  de  labor  y 
él  subo.  Lucio  se  queda  como  cuajado  mirando  á  la 
puerta.  Coralito,  que  cree  que  no  es  á  l.i  puerta  preci 
sámente  adonde  debe  mirar  Lucio,  le  dice  al  cabo: 


—  46   - 


Cor.  Pero,  oye:  ¿te  han  embarsamao  con  estopa? 

Lucio  Sin  oiría.  ¡Er  zó  ze  ha  metió  en  esta  caza!... 

¡Pmtores  no  la  pintan!...  ¡Bonita  es  como  la 

fló  der  granao! 
Cor.  ¿Estás  hablando  solo? 

Lucio  ¡Mardita  zea  la  pobreza!  ¡A  ladrón  me  vi  á 

echa  pa  tené  dineros!  ¡Zi  yo  fuea  zeñorito!... 
Cok.  ¡Jesú!  Tú  no  estás  bueno  de  la  armendra. 

Lucio  ¿De  dónde? 

Cor.  i'or  la  cabeza.  De  la  armendra. 

Lucio  ¡Déjame  á  mí  ahora!  volviendo  á  sus  pensamien- 

tos. ¡Qué  mira!...  ¡Qué  habla!...  ¡Qué  anda  pa 
arriba  y  pa  abajo  como  una  pluma!...  ¡Qué 
reí...  que  paece  que  entra  en  la  caza  un  ban- 
do e  golondrinas!... 

Cor.  Picada.  Lo  primero  que  hay  que  tené  en  este 

mundo  es  educasión. 

Lucio  ¿Qué  dices? 

Cor.  fi^oy  yo  argún  trapo? 

Lucio  Compara  con  tu  zeñorita  eres  trapo  y  medio. 

Cor.  Grasias.  ¿Tú  te  has  fijado  en  la   soga  der 

poso? 

Lucio  ¿Por  qué? 

Cor.  Porque  asi  eres  de  fino. 

Lucio  ¿Pero  te  quiés  tú  pone  con  eya? 

Cor.  Yo  no,  hijo  mío;  yo  no  quiero  ponerme  con 

nadie.  Cada  una  es  como  Dios  la  lia  hecho. 
Lo  que  si  te  digo  es  cpe  yo,  aunque  sea  en 
er  campo,  hago  así  en  er  suelo  con  er  pie...  y 
salen  siete  novios. 

Lucio  ¡Ziete  griyos  es  lo  que  zardrán! 

Cor.  Arguno  me  canta  por  las  noches.  Acostum- 

bra estoy  yo  á  que  hombre  que  me  ve,  hom- 
lire  que  siente  la  punsá. 

Lucio  ¿Y  á  mi  á  qué  me  cuentas  tú  ezo? 

Cor.  Pa  que  te  enteres  con  quien  tratas. 

Lucio  ¡Zi  ya  lo  zé  de  zobra!  ¡Que  siempre  habemos 

de  está  lo  mesmo!  Quéate  con  Dios:  me  voy 
á  verla  entre  las  flores. 

Cor.  ¿a  quién? 

Lucio  ¡A  doña  Zacramento  va  á  zé!  ¡Mía  esta!  jA 

tu  zeñorita,  pamplinoza!  ¡Eza,  zí  que  da  azín 
con  er  pie  en  er  zuelo,  como  dices  tú,  y  za- 
len  ziete  claveles  reventones! 


-     46   — 

•Cor.  Despechada.  ¡Vaya! 

Lucio  Siguiendo  el  hilo  de  su   admiración.  ¡Nu  ZC  dicc  por 

mucho  que  ze  diga  lo  bonita  que  es!  ¡Bonita 
á  toaz  horas  y  en  toas  partes!  Ayé  ze  puzo 
toa  de  negro  y  ze  fué  á  miza  zola  conmigo,  y 
no  zé  cómo  er  Pae  Ramón  no  ze  equivoc(') 
ar  decí:  «Dominus  vobiscum»,  y  le  dijo: 
«¡Bendita  zea  tu  madre!»  Zi  yo  zoy  er  Pae 
Ram(')n  me  equivoco.  ¿Poz  y  cuando  se  en- 
casqueta eze  zom])rerito  tan  zerrano,  que 
debe  zé  de  Parí  de  Francia,  y  ze  monta  en 
la  jaca  baya  y  echa  á  corre  por  er  camino  e 
los  Parrales  que  no  hay  quien  la  ziga?  ¿Y 
cuando  está  zentá  y  ze  levanta  de  prontor* 
¿Y  cuando  está  de  pie  y  da  una  carrerita  pa 
zentarze? 

<JoR.  ¿Y  cuando   nase  un  hombre  tonto,  tonto, 

tonto  de  la  cabesa  y  no  hay  quien  lo  com- 
ponga? ¿Qué  te  párese  á  ti?  ¡Er  demonio  er 
gañán,  que  debía  está  tirando  de  una  carre- 
ta con  otro  buey!  ¿Sabes  tú  lo  que  yo  te 
digo?  ¡Que  mar  dita  la  tarta  que  me  hasen  á 
mi  tus  piropos!  ¡Pos  de  buena  lana  es  er  car- 
nero! Volviéndose  de  pronto  y  encarándosele.  Mira: 
er  marquesito  de  la  Cruz  de  la  Fuente,  que 
es  un  rear  moso,  que  se  lava  er  cuerpo  tos  los 
días,  me  mandó  á  mi  unos  sarsiyos  de  bri- 
yantes,  con  una  cartita  en  que  lo  que  menos 
que  me  de-sía  era  surtana:  en  er  baú  la  tengo; 
Periquito  Mora,  de  lo  mejó  de  Sola  der  Rey, 
se  ha  querido  casa  conmigo,  ¿te  enteras  tú? 
¡casarse  conmigo!  }'  me  ha  dao  su  retrato, 
firmao  por  é:  en  er  baú  lo  tengo;  aquí  yevo 
diez  días,  y  sin  salí  á  la  caye,  como  aquer 
que  dise,  tengo  ya  cuatro  pretendientes... 

Lucio  ¿En  er  baú? 

OoR.  En  er  baú  tengo  las  cartas;  que  te  coste  á  tí. 

Y  va  er  resto:  er  boticario  de  esta  caye,  que 
es  más  guapo  que  tú,  y  más  lino  que  tú,  y 
que  fuma  con  estenasiyas,  está  envenenan- 
do á  medio  pueblo,  trastornao  desde  una 
noche  que  fí  yo  á  comprarle  sargatona.  ¿Lo 
sabes?  ¿Te  enteras?  ¿Me  has  oído?  Cuando 
menos  te  piensas  tú  que  se  tom*')  mi  madre 


-    47  — 

er  trabajito  de  echarme  ar  mundo  pa  un 
cortijero.  ¡Jesú!  ¡Jesú!  ¡qué  ilusiones  se  hase 
la  gente!  ¡Quítate  de  ahí,  feo  to,  que  hueles 
á  piara!  ¡Úf!  ¡qué  asco  me  ha  dao  de  pronto 
este  mendrugo!  ¡pero  qué  asco!  ¿A  dónde 
iríamos  á  para?  ¡-Por  María  Hantísima!  ¡Es- 
taría yo  loca!  Entrase  por  la  primera  puerta  de  la 
izquierda  huyendo  con  repugnancia  cómica  de  Lucio,  é 
indignada  ante  la  suposición  de  que  ella  lo  mire  con 
buenos  ojos.  El  da  rienda  suelta  á  sus  carcajadas. 

Lucio  ¡Ju,  ju,  ju!  ¡Ze  ha  enfadao!  ¡Ze  ha  enfadao 

por  que  yo  no  le  digo  na!  ¡Ju,  ju,  ju!  ¡Pre- 
zume  más  que  un  zordao  con  un  puro!  ¡Ju, 

ju,  ju!  Ue  improviso  se  queda  serio,  fijándose  en  un 
retrato    que    hay    colgado    sobre    la  ventana  del  foro. 

Güeno  está,  hombre;  no  es  mala  penzión  la 
que  tengo.  Dende  que  la  zeñora  me  riñó 
porque  me  reía,  en  cuantito  ze  me  va  la 
riza  ya  me  está  mirando  er  tío  eze.  Vallan- 
do de  puntos  de  vista.  Y  zi  me  pongo  aquí 
me  mira.  Y  zi  me  pongo  aquí  me  mira.  Y 
zi  me  pongo  aquí  me  mira  taijibién.  Donde 
quiea  que  me  pongo  me  mira.  Encarándosele. 
¡Zeñó,  pero  zi  la  riza  no  va  con  usté...  y  ezo 
que  paece  que  zaca  la  cabeza  de  un  quezo! 

Aludiendo  á  la  gola.  ¡Ju,  jU,  ju!  Suelta  otra  vez 
la  risa  y  vuelve  á  quedarse  repentinamente  serio  anl-! 
la  mirada  del  caballero  retratado,  y  á  buscar  nuevos 
puntos  de  vista  para  ver  si  logra  esquivarla.  En  este  ir 
y  venir  lo  sorprende  Doña  Sacramento,  que  sale  de  la 
casa  de  labor  y  se  encamina  á  la  escalera. 

D.a  Sac.       Lucio. 

Lució  Zeñora. 

D.a  Sac.       ¿Qué  estás  haciendo? 

Lucio  Ganas  de  armorzá. 

D.a  Sac.       ¿No  te  has  llegado  á  la  botica  por  lo  que  te 

encargué? 
Lucio  Como   no   corría   prieza   hasta   la   noche... 

Pero  iré  ahora  en  un  zarto.  Zólo  que  vi  á  di 

á  otra  botica. 
D.a  Sac.       ¿Por  qué? 
Lucio  Porque  er  boticario  de  esta  caye  está  ena- 

morao  de  Coralito,  y  ze  le  píe  marnezia  y 

da  lamedó.  ¡Ju,  ju,  ju! 


—  48  — 
D.ft  Sac.       ¿Qué  rií<a  es  esaV  ¿l^o  te  latengo  reprendidaV 

Al  mismo  tiempo   que  la  repircnsióii    do   la    señora    lo 
atnja  en  su  risa  la  mirada  do  marras. 
Lucio  f^in  quitarle  ojo  al  de  la  gola.  Zí,  ZeflOra,  ZÍ. 

I). a  8ac.  Pues  mal  se  conoce.  Procura  no  ]ier<ler  la 
memoria.  Y  procura,  además,  cuando  sal- 
gas á  la  calle,  no  detenerte  en  la  ventana 
de  esa  mujer  conocida  por  la  Morisca  en  el 
pueblo. 

Lucio  ¿También  ze  lo  han  contao  á  usté  las  go- 

londrinas? 

D.a  Sac.         También.   Ketlrasc  por  la  escalera. 

Lucio  ¡Ju,  JU,  ju!   Al  retratado.    A    tí    te    vi     Vo  á  ZOr- 

tá  una  pedrá  en  un  ojo. 

1).»-  Sac.         Desde  la  escalera.  ¿Eh? 

Lucio  Zeñora,  no  va  con  usté.   Usté  dispenze.  Por 

tercera  vez  trata  de  descubrir  nuevos  puntos  de  vista 
para  burlar  la  mirada  acusadora.  Sale  luegro  Consola- 
ción. 

CoNS.  Lucio. 

Lucio  Mándeme  usté. 

OoNS.  Escucha:  voy  á  adornar  el  jiatio  con  mace- 

tas mías. 

Lucio  ¡Ole! 

CoNS.  ¿Te  gusta  la  idea?  Llégate  al  jardín,  y  to- 

das aquellas  que  hay  allí  separadas  junto  á 
la  pila,  vémelas  trayendo  ahí  al  lado. 

Lucio  ¡Como  zi  quié  usté  que  le  traiga  er  jardín 

entero,  y  la  pila,  y  los  peces! 

CoNS.  No;  no  es  menester.  Que  te  ayude  Diego. 

Lucio  Lo  que  usté  me  mande,  y  na  más  que  lo  que 

usté  me  mande.  Vase  el  hombre  todo  alborozado. 
Baja  Julio,  que  ha  trocado  el  ti  aje  de  campo  por  uno 
de  casa. 
CoNS.  Sorprendida  al  verlo.  ¡Julío! 

Julio  Consolación. 

CoNS.  Pero  ¿no  vas  al  campo  ya? 

Julio  No  voy. 

CoNS.  ¿Qué  bicho  te  ha  picado? 

Julio  ¡Venates! 

CoNS.  Pues  ¿sabes  que  me  alegro? 

Julio  ¿Sí? 

CoNs.  Sí;  porque  he  pensado  adornar  el  patio  con 
mis  macetas,  y  tú  vas  á  ayudarme  á  ello. 


—  49  — 

Julio  ¡Ahora  mismo! 

Coks.  Cuando  ese  las  traiga.  He  mandado  traerlas 

á  Lucio. 

Julio  Ya. 

CoNS.  Oye:  ¿te  ha  pedido  tu  madre  que  te  quedes? 

Julio  No. 

CoNS.  ¿Y  de  veras  te  quedas? 

Julio  Sí. 

CoNS.  Perdóname. 

Julio  ¿Por  qué? 

Coxs.  Porque  yo  me  malicié  que  la  reunión  del 

tentadero  no  era  sólo  de  amigos;  y  cuando 
no  vas... 

Julio  Cuando  no  voy... 

CoNS.  Claro  se  ve  que  es  sólo  de  amigos.  Ya  sé,  ya 

sé  que  te  gustan  un  poquillo  las  faldas. 

Julio  ¡Un  poquillo,  no!  De  aquí  á  la  casa  de  en- 

frente no  voy  yo  si  no  es  por  unos  ojos. 

CoNS.  Ya  sé  también  que  tienes  el  genio  demasia- 

do alegre. 

Julio  ¿Demasiado  alegre?  ¿En  qué  sentido? 

CoNS.  En  los  cinco  sentidos. 

Julio  Eso  es  muy  cierto.   Soy  gran  aficionado  á 

ver,  á  oir,  á  oler... 

CoNS.  Atajándolo.  Y  á  lo  otro  que  falta:  no  te  can- 

ses. Y  naturalmente,  te  quedarás  en  Almi- 
nar para  ver,  para  oir,  para  oler... 

Julio  Etcétera,  etcétera;  no  te  canses  tampoco  tú. 

CoNs.  ¡Bueno!  Me  voy  arriba. 

Julio  contrariado.  No  te  vayas  ahora.  ¿No  vamos 

á  arreglar  las  macetas?  ¿No  hemos  quedado 
en  adornar  el  patio  juntos? 

CoNS.  Si,  pero  todavía...  Voy  á  escribir  antes. 

Julio  ¿A  escribir?  ¿A  quién? 

CoNS.  ¡Qué  curiosidad,  primo! 

Julio  ¿Al  tío  Alfonso? 

Coks.  No.  Y  eso  que  no  me  olvido  de  aquella 

casa. 

Julio  ¿A  su  mujer? 

Coks.  Tampoco.  ¡Dios  me  libre! 

Julio  Con  cierto  asombro.  ¿Entonces  á  quién  vas  á 

escribirle  tú? 

Coxs.  Es  claro:  si  no  es  al  tío  Alfonso  ó  á  su  mujer, 

ya  no  hay  á  quien  escribirle  en  el  mundo. 


—  50  — 

Julio  ¿A  alguna  amiga? 

Coks.  ¡Pero  qué  curioso! 

Julio  ¿A  algún  amigo? 

CoNs.  Ni  amigo  ni  amiga:  ¿tú  qué  tienes  que  ver? 

Julio  Pues,  hija,  como  no  le  escribas  á  San  Anto- 

nio... porque  se  te  haya  perdido  algo... 

CoNS.  A  San  Antonio  le  escribí  hace  ya  tiempo, 

certifiqué  la  carta,  le  metí  dentro  un  sello... 
y  no  tuvo  más  remedio  que  contestarme. 

Julio  Ya. 

Coxs.  ¿Comprendes? 

Julio  Sí.  ¿Tienes  novio? 

CoNs.  Uno. 

Julio  ¿Querías  tener  dos? 

CoNS.  Con  uno  bueno  basta  y  sobra. 

Julio  Lo  siento  en  el  alma. 

Coks.  ¡Primo! 

Julio  oí,  hija,  sí;  te  soy  franco.  Me  molesta  que 

las  mujeres  bonitas  tengan  novio.  Las  (juie- 
ro  ó  libres  como  el  pájaro,  ó  ya  con  su  ma- 
rido al  margen.  Por  lo  que  no  paso  es  por  el 
novio.  El  novio  es  una  figura  molestísima. 

Coks.  Pues,  hijo,  hay  que  sufrir.   Yo  tengo  otra 

opinión  del  mío.  Voy  á  escribirle. 

Julio  Poquito,  ¿eh? 

CoNS.  ¡Ay,  qué  gracia!  Lo  de  todos  los  días.  Un 

pliego  tan  cruzado  que  parece  una  tela  me- 
tálica. 

Julio  r;^  es  tú?  Si  no  fuera  por  ese  hombre,  tú  y 

yo  seguiríamos  charlando  ahora.  ¡Porque 
para  algo  me  he  quedado  yo  aquí! 

Coxs.  Para  algo,  sí;  pero  para  eso,  no.  Sé  también 

que  eres  muy  embustero. 

Julio  Achaques  de  la  imaginación  andaluza.   ¿Tú 

no  mientes? 

Coxs.  Mejor  y  más  que  tú. 

Julio  ¿Hola? 

Coks.  Mira:  tú  acabas  de  decirme  que  no  te  vas 

por  el  gusto  de  charlar  conmigo,  y  eso  es 
mentira,  y  yo  no  lo  creo;  y  yo  te  he  dicho 
que  tengo  novio,  y  es  mentira  también,  }'■ 
tú  te  lo  has  creído. 

Julio  ¿No  tienes  novio?  ¿Hola,  hola?  ¿Con  que  no 

tienes  novio? 


—  51  — 

OoNS.  No,  hijo  mío;  ni  me  sale.  Yo  digo  lo  que 

una  muchacha  de  mi  pueblo,  que  es  muy 
salada:  «Con  mi  media  naranja  han  hecho 
por  ahí  un  refresco.» 

Julio  ¡Esto  ya  es  otra  cosa!  ¡No  tienes  no\do!  ¿Arre- 

glamos las  macetas? 

CoNS.  Asi  que  las  traiga  Lucio. 

Julio  Conformes.  Es  particular  lo  que  me  sucede. 

Mi  madre  se  va  á  quedar  con  la  boca  abier- 
ta. Porque  te  prevengo  que  ahora  me  voy  á 
llevar  vin  mes  sin  salir  de  casa. 

CoNS.  La  verdad  es   c|ue  eres  un  tarambana,  pri- 

mo. ¿Qué  razón  hay  para  que  no  vivas  con 
tu  madre? 

Julio  Eso  es  muy  complejo.  Diferencias  de  carac- 

teres, de  opiniones,  de  gustos...  Claro  que 
hav  algo  más... 

CoNS.  ¡Y  tanto!  • 

Julio  No,  no  va  por  donde  tú  imaginas. 

CoNs.  Pues  cerca  le  andará. 

Julio  Eso  sí. 

CoMs.  ¿A  ver? 

Julio  Vale  más  que  sigas  sin  saberlo.  Por  todo  pa- 

saría yo,  si  mi  madre  pasara  por  una  sola 
cosa  mía. 

€oNS.  Con  interés.  ¿Te  gusta  alguiia  mujer  que  á  ella 

no  le  agrade? 

Julio  Me  gustó...  y  mucho. 

CoNS.  ¿De  dónde  era? 

Julio  De  Málaga. 

CoNs.  ¿Cómo  se  llamaba?  Dilo. 

Julio  Antoñita  la  buñolera. 

CoNS.  ¡.Julio! 

Julio  Tú  me  lo  has  preguntado. 

Coxs.  ¿Pero  si  eso  se  acabó,  según  parece...? 

Julio  Se  acabó...  cuando  se  murió  ella. 

Coxs.  Ah,  ¿no  vive? 

Julio  No  vive;  pero  dejó  rastro. 

CoNS.  Ya.  El  aceite  de  los  buñuelos  se  agarra  mu- 

cho á  la  garganta,  con  soma.  ¿No  puedes  ol- 
vidarla, eh? 

Julio  Tengo  un  hijo. 

(!oNS.  ¿De  ía  de  los  buñuelos? 

Julio  De  la  misma. 


—  52  — 

CoNS.  ¡Vaya  por  Dios!  ¿Y  tú  qué  pretendes  de  tu 

madre? 

Julio  Que  venga  mi  hijo  aquí. 

Coks.  ¿Y  á  tu  madre...  le  hace  daño  la  masaV 

Julio  ¡No  eis  que  le  hace  daño;  es  que  no  consiente- 

hablar  de  ello!  ¡Le  subleva  la  conversación! 

Co\s.  ¿Se  parece  á  tí? 

Julio  ¿Mi  madre? 

CoNs.  Tu  hijo. 

Julio  Es  un  retrato  mío. 

CoNS.  Menos  mal. 

Julio  ¿Cómo  menos  mal? 

CoNS.  Porque...    dichosa  la   rama    que  al    tronco 

sale. 

Julio  Ya  sabes  lo  que  me  separa  de  esta  casa.  De 

esta  casa...  y  de  algunas  mujeres. 

Coxs.  ¿De  algunas  mujeres?  ¿Por  qué? 

Julio  Porque  sueño  yo  con  que  la   mujer  C{ue  lle- 

gue á  ser  mi  esposa,  acepte  ese  hijo  mío 
como  primera  condición...  y  lo  quiera  como 
yo  lo  quiero.  Si  no,  no  me  caso. 

Silencio. 

Coks.  ¿No  tienes  más  que  uno? 

Julio  No. 

CoNS.  Alarmada.  ¿Eh? 

Julio  Que  no  tengo  ninguno. 

Coks.  ¡Mentiroso! 

Julio  ¡Que  no  tengo  ninguno!  Del  mismo  barro 

que  hiciste  á  tu  novio  hice  yo  á  mi  hijo.  Y 
acaso  con  la  misma  intención. 

Coks.  ¡Pero  lo  has  adornado  mucho  más!  ¡Grandí- 

simo cómico;  farsante!  ¡Si  ha  habido  un  mo- 
mento en  que  creí  que  se  te  saltaban  las  lá- 
grimas! No  seré  yo  quien  se  fíe  de  tí. 

Julio  Ni  yo  de  tí,  primita.  Hablemos  claro. 

Coks.  ¡Ja,  ja,  ja! 

Julio  Y  oye  en  serio  una  cosa. 

Coks.  ¿En  serio? 

Julio  En  serio,  sí. 

Coks.  Diine. 

Julio  Aguarda. 

Por  la  primera  puerta  de  la  izquierda  sale  Coralito  c» 
dirección  á  la  escalera.  Sonríe,  mira  maliciosamente  al 
pasar  y  sube. 


^'63  — 

CoNS.  ¿Qué  me  ibas  á  decir? 

Jui.io  Muy  sencillo.  A  tí  te  ha  preocupado  un  ins- 

tante que  yo  tuviera  un  hijo,  y  á  mí  me  ha 
interesado  un  punto  que  tú  tuvieras  novio. 
¿Por  qué  es  esto"?  ¿Me  quieres  contestar? 

iJoKS.  Busca  la  contestación,    uo    la    encuentra  y  dice:  ¿Va- 

mos á  arreglar  las  macetas? 
Julio  ¡Vamos  á  arreglarlas!  ¡Ya  era  hora! 

CoXS.  Llamando.  ¡LüCÍo!  ¡Lucío! 

Julio  ¡Lucio! 

Lucio  Saliendo  de  la  casa  de  labor,  seguido  de  Diego.  ¡AqUl 

están  ya  toas  las  macetas,  zeñorita! 
CoNs.  ¡Pues  vengan  todas  una  á  una,  que  vamos  á 

poner  el  patio  que  va  á  reírse  solo! 
Lucio  ¡Ole!  ¡ole! 

En  menos  que  se  dice  y  con  presteza  y  alegría  juve- 
niles, cubren  y  rodean  de  macetas  la  fuente  y  ponen 
otros  al  pie  de  las  columnas,  de  tal  suerte  que  truecan 
el  patio  en  un  jardín,  cambiando  su  aspecto.  Lucio  y 
Diego  les  vau  entregando  las  macetas  que  ellos  dis 
tribuyen  d  capricho.  Las  hay  de  rosas,  de  geranios  y 
de  alelíes. 

€oNs.  Verás  tú  qué  prontito. 

Julio  ¡Cuántas  hay!...  ¿Dónde  pongo  yo  esta? 

<Joxs.  Esa,  junto   á  la  fuente.   Las   pequeñas  en 

torno  de  la  fuente.  Dame  acá,  Lucio. 

Lucio  Tome  usté. 

Coks.  Y  las  grandes  rodeando  las  columnas. 

Julio  Ajajá.  ¡Qué  bonita  es  esta! 

Coks.  ¿Y  esta,  vale  algo?  Esta  es  mi  orgullo. 

Julio  Esta  aquí.  Y  esta  aquí. 

Lucio  ¡Ju,  ju,  ju! 

Coks.  Esta  remonona  á  la  fuente. 

Julio  Otra  á  la  fuente. 

Coks.  Y  otra  á  la  fuente. 

Julio  ¡Cualquiera  va  á  conocer  el  patio! 

Lucio  ¡Ju,  ju,  ju!  ¡Cuando  don  Eligió  lo  veal 

Coks.  ¡Lo  que  pesa  esta,  demonio! 

Julio  Esta  aquí. 

Coks.  Y  aquí  esta. 

Julio  Y  esta. 

Coks.  Y  esta  otra  aquí. 

Julio  ¡No  se  acaban  nunca! 

Coks.  Y  tú  aquí. 


—  64  — 

Julio  Y  tú  con  la  de  antes. 

Coks.  Y  esta  chica  aquí  para  que  la  vean. 

Julio  Y  esta  grande  aquí  para  que  descuelle. 

Coks.  Y  esta  aquí. 

Julio  Y  esta  aquí. 

CoNS.  Y  ya  no  hay  más. 

Juuo  Y  ya  se  acabaron. 

Lucio  ¡Ju,  ju,  ju!  ¡Qué  bonito!  ¡Pero  qué  bonito! 

Julio  Sí  que  está  bonito  de  veras. 

Kíen  satisfechos  y  se  dejan  caer  fatigados  cada  uno 
en  un  sillón.  Doña  Sacramento  ha  bajado  ú  tiempo  de 
ver  el  fin  de  la  faena,  y  pregunta  llena  de  estupor 

D.a  Sac.  ¿Qué  es  esto,  Julio"? 

CoNS.  ¡Tu  madre! 

Julio  ¡Mamá! 

D.a  Sac.  ¿Qué  es  esto,  Julio? 

Julio  Pregúntaselo  á  Consolación. 

D.a  Sac.  Consolación,  ¿,ciué  es  esto? 

CoNS.  Pregúnteselo  usted  á  Lucio. 

D.a  Sac.  ¿Qué  es  esto,  Lucio? 

Lucio  ¡Pregúntazelo  usté  á  las  golondrinas! 

Doña  Sacramento  pasea  la  vista  por  el  patio,  entre  se- 
vera y  sonriente,  y  los  otros  la  contemplan  gozosos, 
esperando  su  aprobación  segura. 


FIN    DEL   ACTO   SEGUNDO 


ACTO  TERCERO 


El  palio  os  el  mismo,  pero  parece  otro.  La  transformación  iniciada 
al  final  del  acto  segundo  es  ya  completa.  Los  severos  sillones  han 
sido  sustituidos  por  sillas  de  paja  y  mecedoras  de  rejilla;  donde 
estaba  el  arcóu  hay  un  piano;  por  doquiera  hay  plantas  y  flores; 
en  los  arjos  macetas  colgantes.  Corre  el  surtidor  de  la  fuente, 
tliciendo  cosas  peregrinas.  Es  por  la  tarde. 


Coralito,  á  quien  ya  le  consienten  en  la  casa,  bien  que  á  rega- 
ñadientes de  don  Eligió,  dos  deditos  de  escote,  hállase  asomada  á 
la  ventana  del  zaguán,  como  en  acecho  de  una  víctima.  En  esto 
Antoñito  baja  las  escaleras  á  escape  y  cruza  corriendo  hacia  la 
casa  de  labor  con  unos  pinceles  y  un  frasco  de  aguarrás. 

Cor.  Parando   en  su  carrera   al   polluelo.    ¡Je.'íú!    ¿Quiéll 

ha  tirao  er  tiro? 

AnT.  Deteniéndose.  ¿Cómo? 

Cor.  ¿Dónde  va  usté  tan  desesperao? 

Akt.  a  seguir  retratando  al  don  Eligió  ese.  A  ver 

si  quiere  Dios  que  acabe  hoy.  Me  dejé  arri- 
ba el  aguarrás... 

Cor.  Humó  se  nesesita  pa   pinta  á  semejante  bi- 

cho, y  más  con  esa  ropa  antigua  que  se 
pone.  Paese  una  sanguijuela.  ¿Cuándo  va 
usté  á  pintarme  á  mí? 

AnT.  Dejando  la  'pose,  por  un  momento.  Cuaildo   USted 

quiera,  Coralito. 
Cor.  Por  mí...  usté  carcule.  Me  puedo  pone  otra 

blusita  que  tengo  toavia  más  vaporosa,  y 


—  66    - 

con  el  escote  un  ]wqnito  más  l)aji);  sin  yegá 
á  lo  grave,  naturarniente. 

Ant.  Lo  grave...    lo   grave  es  lo    bonita  que  es 

usted. 

Cok.  ¡Carambo! 

Akt.  Coralito... 

Cor.  ¿Qué  hay  con  Coralito? 

Ant.  Coralito...  usted  va  á  tener  la  culpa  de  que 

se  haga  una  revolución  en  mis  ideas  artís- 
ticas. 

Cor.  ¿Sí? 

Ant.  Al  tiempo.  \'oy  á  ver  si  concluyo  con  aque- 

lla momia,  que  por  cierto  está  hoy  de  un 

humor  de  perros.  Entrase  en  la  casa  de  labor. 
Cor.  íluaniio  Au'.oñito  se  ha  marcharlo.    FritO.    PcrO  fri- 

to. Yo  debo  de  tené  solimán  en  los  ojos. 

Por  la  primera  puerta  de  la  izquierda  sale  Ambrosio 
lleno  de  alegría  y  se  dirige  á  Coralito. 

Amb.  ¡Duro,  duro!  ¡Dale  por  ahí  to  lo  que  pueas! 

Cor.  ¿Ha  estao  usté  escuchando  la  conversasión? 

Amb.  Zí,  hija  mía;  y  Dios  te  lo  premie.  No  lo  de- 

jes viví;  envenénale  el  aire;  que  haga  nú- 
ineros  con  los  pinceles  por  tu  perzona;  que 
ze  muera  por  tí...  ¡A  vé  zi  me  lo  cambias, 
precioza,  y  acaba  por  pinta  argo  bonito! 

Cor.  ¿Pero  qué  le  pasa  á  usté  con  é,  que  lo  tiene 

tan  irritao? 

Amb.  ¿Qué  quiés  que  me  paze?  ¡Que  erpa;oíero 

niño  no  pinta  más  que  dezastres  y  cozas 
feas!  jLa  caza  me  ha  yenao  de  cimenterios, 
y  de  ciprezes,  y  de  niños  tábiros,  y  de  muje- 
res flacas! 

Cor.  ¡Vaya  un  gusto  que  tiene! 

Amb.  ¡No  hay  un  liziao  en  er  pueblo  á  quien  no 

haya  copiao!  El  único  hombre  cabá  que  ha 
pintao  zoy  yo,  y  pa  ezo  me  ha  puesto  un  coló 
verde  y  una  tiriya  en  pie,  que  paece  que 
me  están  ajorcando. 

Cor.  jAy,  qué  risa! 

Amb.  ¡Miá  pintarme  á  mí  verde!  Poz  ahora  está 

retratando  á  zu  madre,  y  verde;  y  á  zu  her- 
mana, y  verde.  Pajolero  niño,  ¿zomos  pi- 
mientos ó  zomos  tu  familia? 

■Cor.  ¡Ja,  ja,  ja! 


—  67  — 

Amb.  ¡Zi  yo  yego  á  penzá  que  iba  á  toma  eze  rum- 

bo, en  zeguía  lo  dejo  zé  pintó!  Dale,  Corali- 
yo,  dale  tú,  hasta  meterle  er  zó  dentro  e  la 
cabeza.  Miá  que  zi  conzigues  que  te  pinte 
tar  como  eres,  ó  que  pinte  este  patio,  ó  que 
pinte  una  zandía...  ¡verde  por  fuera,  zi  quié 
gasta  er  verde,  pero  colora  por  dentro  como 
zon  las  zandías!...  te  compro  un  mantón  de 
Manila  de  dos  mir  reales,  bordao  en  tos  los 
colores  que  er  jyajolero  niño  tiene  en  la  caja 
y  que  no  zé  pa  qué  rejinojo  le  zirven!  se  en- 
camina ti  la  casa  de  labor. 

Cor.  Kiéndose.  Vaya  usté  con  Dios...  y  prepare  usté 

los  dos  mir  reales. 

Amb.  Volviéndose  en  la  misma  puerta.  ¿De  VCrdar 

Cor.  Cuando  yo  lo  digo... 

Amb.  ¡Ole!  ¡Bendita  zean  las  caras  graciozas  y  los 

cuerpos  zerranos!  ¡La  diferencia  que  va  de 
esta  mujé  á  la  colerción  de  fieras  que  tengo 
yo  corgás  por  las  paredes  de  mi  caza! 

Cor.  También  le  gusto  ar  padre.    Una  familia 

atravesá  por  mí. 

Asómase  Salud  por  la  ventana  del  zaguán.  Viene  cou 
su  marido,  el  gran  Pandereta,  y  con  Rosita,  su  hija. 
Son  un  matrimonio  popular,  feliz  si  los  hay. 

Sai..  Ssss...  ssss...  Güeñas  tardes. 

Cor.  Güeñas  tardes. 

Sal.  ¿Está  la  señorita? 

Cou.  ¿Cuá  señorita? 

Sal.  La  señorita  Consolasión. 

Cor.  Sí  que  está. 

Sal.  Pos  abra  usté,  que  venimos  á  verla.  Nos  ha 

mandao  vení. 

Cor.  ¡Ah!  ¿Ustedes  son  los  jardineros? 

Sal.  Sí,  señora. 

Abre  Coralito  el  portón  y  salen  los  tres  recién  llegados. 
Quédase  entornado  el  portón. 

Pand.  Salú,  pimpoyo. 

Cor.  Dios  guarde  á  ustedes.  Ayé  sintió  muchísi- 

mo er  no  está  aquí  cuando  ustedes  vinieron. 
Dise  que  á  usté  no  lo  conose,  pero  que  con 
usté  ha  jugao  en  er  patio  e  su  casa. 

Sal.  Miá  como  eya  se  acuerda.  ¡Es  más  güeña  la 

señorita! 


—  68  ~ 

Cor.  Vi  á  avisarle,  sube. 

Pakd.  ¿Tú  has  reparao,  Üíúñ'?  ¿Ha  cainbiau  este 

patio?  Se  conose  que  la  señorita  nueva  trae 

mucha  alegría. 
Sal.  ¡Si  anoche  me  dijo  Frasquita,  la  cosinera, 

que  hasta  va  á  mete  aquí  un  teatro!  ¡Y  que 

don  Eligió,  el  arministrad('),  está  con  eso 

por  las  nubes! 
Pand.  Riéndose.  ¡.Je,  je!  ¡Don  Eligió!  ¡Qué  mursiéla- 

go  es  don  Eligió! 
Sal.  Yo  tengo  muchas  ganas  de  vorvé  á  vé  á  la 

señorita.  Tú  carcula:  era  mi  madre  lavan- 
dera en  su  casa... 
Pakd.  Me  lo  has  contao  noventa  veses;  pero  sigue. 

Sal.  ¿.Pa  qué?  Joseliyo  María,  ¿te  acuerdas  tú 

de  cuando  servíamos  acá? 
Paxd.  ¡No  que  no! 

Sal.  ¿Y^  de  cuando  entramos  en  relasiones?  ¿Te 

acuerdas? 
Pand.  señalando  á  una  columna.  Ayí  te  dí  er  primero. 

Sal.  Señalando  á  otra.  No,  que  fué  aví. 

Paxd.  Ayí  fué  donde  nos  pescó  don  EUgio  y  nos 

plantó  en  la  caye. 

Se  ríen  los  dos.  Consolación  b;ija. 

CoNS.  ¡Salud! 

Sal.  ¡Señorita!  se  besan. 

Coxs.  ¡Qué  guapa  estás,  mujer! 

Sal.  Este  es  mi  marío. 

Paxd.  Pa  servirla  á  usté,  señorita. 

CoNS.  Gracias.  ¿La  niña  es  tuya? 

Pand.  Y  mía  también. 

CoNS.  Y"a  me  hago  cargo.  Tiene  buen  humor  tu 

marido. 

Sal.  Pandereta  le  yaman. 

CoXS.  La    chiquilla  es   preciosa.    La  besa  y  la  acaricia. 

¿Cómo  te  llamas  tú? 
Rosa  Rosita. 

Sal.  Es  la  mayó  que  tengo.  Tres  más  quean  en 

casa. 
Coxs.  ¿Tres  más? 

Pand.  Y  la  imaginasión  proyertando. 

Coxs.  Sentarse.  ¿Y""  tú  qué  haces  ahora,  Salud? 

Sal.  Este,  que  es  un  poquiyo  hortelan(j  y  otro 

poquiyo  jardinero. 


-    50   — 

Pakd.  Na:  una  güertesiya  que  tenemos  ahí  á  la 

salía  der  pueblo,  con  cuatro  lechugas  y  cua- 
tro flores.  Rosa  que  no  se  vende  en  la  caye 
se  la  pone  mi  mujé  en  er  moño;  y  tomate 
que  uo  se  vende  en  la  prasuela,  tomate  que 
se  echa  en  er  gazpacho. 

Sal.  ¿Qué  se  le  va  á  hasé,  señorita?  Si  sernos  pro- 

bes,  ¿ensima  nos  vamos  á  apura? 

Paxd.  ¡Eso  sí  que  no!  En  mi  casa  tengo  yo  prohi- 

bió arruga  el  entresejo.  Yo  no  he  estao  tris- 
te más  que  una  vez  en  toa  mi  vía:  cuando 
enfermó  la  madre  de  esta,  y  dijo  er  médi- 
co... que  no  era  cosa  de  cuidao. 

Sal.  ¡Gaya,    sinvergüensa!    ¿Será    sinvergüensa? 

Es  mu  sinvergüensa.  Nos  yevamos  mu  bien. 

CoNS.  Ya,  ya  lo  veo.  Sin  embargo.  Pandereta,  á  mi 

me  han  dicho  que  se  le  va  á  usted  la  mano 
con  Salud. 

Sal.  Diga  usté  que  no  es  verdá,  señorita. 

Paxd.  Diga  usté  que  sí,   que   es   verdá.    Cuando 

bebo,  que  es  de  tarde  en  tarde...  vamos,  toas 
las  tardes,  argunas  veses  me  da  negra  y  le 
sacudo  tres  ó  cuatro  gorpes. 

Sal,  Güeno,  pero  luego  nos  reímos. 

Pand.  Como  que  si  no  nos  riyéramos  luego,  yo  no 

te  ponía  un  deo  ensima. 

Sal.  Señorita,  si  una  no  tiene  más  tesoro  que 

está  contenta.  ¿Qué  va  una  á  saca  con  em- 
berrenchinarse? Perdé  la  salú. 

Pand.  ¡Eso!  Miste,  probes  semos  como  las  ratas, 

pero  ni  eya  ni  yo  envidiamos  á  nadie.  Yo 
voy  á  casa  de  don  Manuer  Tinaja,  que  de- 
bajo e  ca  ladriyo  tiene  una  onsa  e  oro,  y  no 
veo  más  que  esaborisiones  por  toas  partes. 
Se  ponen  á  armosá,  y  un  niño  toma  la 
emulsión,  y  el  otro  el  aseite,  y  el  otro  una 
pírdora  en  ca  plato,  y  er  padre  agua  de  una 
boteya  asú,  y  la  madre  agua  de  una  boteya 
con  un  grifito...  ¡Pa  eso  que  se  muden  á  la 
botica! 

Sal.  ¿Pos  y  en  casa  de  doña  Guadalupe,  donde 

vi  yo  á  hasé  los  mandaos?  Er  mario  pelea 
con  la  mujé;  la  mujé  pelea  con  er  suegro;  er 
suegro  pelea  con  la  cuña;  la  cuña  pelea  con 


-.-  60  — 

er  cuñao;  er  padre  esloma  á  los  chiquiyos; 
las  crias  no  paran  dos  días...  ¿Y  eso  es  viví"? 
Miste  nosotros.  De  mi  vera  no  se  espegan 
mis  hijos. 

Coks.  Ea,  pues  vamos  á  lo  nuestro. 

Pand.  Usté  nos  dirá,  señorita. 

Sal.  ¿Es  pa  argo  der  jardín  pa  lo  que  usté  quie- 

re á  mi  maríoV 

OoNs.  Justamente.  Es  una  lástima  de  jardín;  está 

perdido,  abandonado.  ¿Usted  lo  conoce'? 

Pand.  ¿Er  jardínV  Mejó  (jue  er  genio  de  mi  suegra. 

CoNs.  ¿No  es  verdad  que  se  puede  poner  nmy  bo- 

nito? Con  varios  cuadros  de  rosas  y  claveles, 
alguno  de  violetas,  un  par  de  celindas,  un 
jazmín  en  un  muro,  una  enredadera  en  el 
otro...  ¿Verdad? El  cenador, que  es  lindísimo, 
cjuisiera  yo  cubrirlo  de  rosas,  á  ser  posible 
de  pitiminí.  Y  como  gracias  á  Dios  la  tierra 
es  buena  y  hay  agua  abundante,  me  da  pena 
que  la  tierra  esté  sin  dar  flores,  y  el  agua 
parada,  y  todo  muerto. 

Panu.  Sí  que  da  pena,  señorita. 

vSal.  Usté  verá  qué  bien  lo  arregla  este.  A  fante- 

sía  no  le  gana  ningún  jardinero. 

Pand.  Yo  le  pongo  á  usté  una  enredaera  de  cam- 

paniyas  en  er  muro  de  frente  á  la  casa,  que 
en  cuanto  prinsipie  á  da  fló  hasta  van  á 
toca  las  campaniyas. 

C!oNs.  Mejor  que  mejor.  ¿Y  á  qué  \an  á  tocar.  Pan- 

dereta? 

Pand.  Según.   Cuando  entre  usté  en  er  jardín,  á 

gloria;  cuando  se  presente  el  arministradó, 
á  las  ánimas. 

CoNS.  ¡Ja,  ja,  ja!  ¿Tu  marido  también  conoce  á  don 

Eligió? 

Sai..  ¡Digo!  Si  nosotros  servíamos  acá;  sino  que 

nos  echaron  á  la  caye  á  los  dos  días  de  no- 
vios. 

CoNs.  ¿Por  qué? 

Pand.  Porque  esta  se  reía  de  to  y  yo  también,  y  se 

hartaron  de  tanta  risa. 

CoNS.  Bueno,  pues  vengan  ustedes  al  jardín.  Allí 

sobre  el  terreno  veremos  lo  que  puede  ha- 
cerse. Ande  usted.  Pandereta. 


—  61  — 
Pand.  veamos  donde  usté  diga. 

Se  eucamiiian  a  la  casa  i.le  labor,  á  tiempo  que  sale  Je 
ella  don  Eligió  echando  chiribitas,  y  vestido  con  la 
ropa  de  dos  siglos  há  que  ya  le  conocemos. 

D.  Elig.  ¡Mamarracho  de  pintorcillo!  ai  encontrarse  con 
el  grupo.  ¿Eh?  Buenas  tardes. 

El  efecto  que  tamaña  aparición  les  produce  á  todos  es 
extiaordinario.  La  risa  se  les  escapa  de  los  labios  y 
ellos  se  esfuerzan  en  contenerla.  Piimcro  Consolación, 
luego  Salud  con  su  niña,  después  Pandereta,  oontcs 
tan  como  pueden  á  las  buenas  tarde?--  y  uno  detrás  do 
otro  se  van  á  soltar  la  risa  allá  dentro. 

CoNS.  Buenas  tardes. 

Sal.  Güeñas  tardes. 

Paxd.  Güeñas  tardes.  (¿Se  ha  escapao  de  un  cua- 

dro este  hombre?) 

D.  Elig.  ¡Ah!  ¿También  he  de  servir  yo  de  chacota? 
¡Voto  va,  que  se  engañan  muy  mucho!  ¡Pues 
buen  día  Uevo  para  aguantar  ancas  de  na- 
die! 

Baja  doña  Sacramento. 

ü.a  Sac.       ¿Qué  es  eso,  señor  don  Ehgio? 

D.  Elig.  Señora  marquesa,  perdone  usted  si  llega  á 
alcanzarle  alguna  chispa  de  mi  cólera;  pero 
me  hallo  fuera  de  mí. 

D.si  Sac.  ¿De  su  cólera?  ¿Y  por  qué  causa  se  le  ha  en- 
cendido así,  amigo  mío? 

D.  Elig.  No  es  una  causa  sola;  son  miles  de  causas, 
que  conspiran  contra  mis  ideas,  contra  mis 
hábitos,  contra  mis  nervios.  En  esta  santa 
casa  ha  entrado  un  vendaval  Cjue  todo  lo  ha 
desordenado  y  revuelto. 

D.íi  Sac.  ¿Se  refiere  usted  por  ventura  á  mi  sobrina 
Consolación? 

D.  Elig.  ¡A  ella  misma!  Hora  es  ya,  señora  marque- 
sa, de  que  pongamos  freno  á  sus  locuras. 

D.!i  Sac.       ¿A  sus  locuras? 

D.  Elig.       De  alguna  manera  he  de  llamarlas. 

D.a  Sac.  ¿Y  si  yo  le  dijese  á  usted,  bondadoso  ami- 
go, que  las  locuras  de  mi  sobrina  van  ga- 
nando mi  ánimo? 

D.  Elig.       Perplejo.  ¿Será  posible,  señora  marquesa? 

D.a  Sac.  ¿Por  qué  no?  Aún  no  hace  un  mes  que  vive 
conmigo,  y  }'a  ha  modificado  en  algo  mis 


—  62   — 

costumbres,  y  lia  alterado  la  severidad  de 
mi  casa,  llenándola  de  gritos,  y  de  risas,  y 
de  pájaros,  y  de  llores;  y  si  Iñen  esto  empe- 
zó por  desconcertarme  y  aturdirme,  y  por 
levantar  mi  protesta  —usted  es  testigo, — hay 
una  razón  que  puede  más  «jue  todo...  que 
me  lleva  á  agradecer  esa  alegría. 

D.  Elig.       Doblemente  perplejo.  ¿A  agradecerla? 

D.ti  Sac.       ¡y  quién  sabe  si  á  bendecirla! 

D.  Ei.iG.       ¡Yo  voy  á  perder  el  juicio! 

]).»  Sac.  Mi  hijo  Julio,  desde  aquella  misteriosa  apa- 
rición de  hace  quince  días,  no  sale  de  esta 
casa;  él,  que  á  pesar  mío,  no  paraba  jamás 
en  ella,  arrastrado  por  los  atractivos  de  otra 
vida  sin  disculpa  alguna.  ¿Es  el  amor  quien 
aquí  lo  retiene?  No  lo  sé.  ¡Ojalá  lo  sea!  Por- 
que yo  sé  decirle  á  usted,  excelente  Frías, 
que  mi  hijo,  llenando  con  su  prima  este  pa- 
tio de  flores;  planeando  la  reforma  del  jar- 
dín; ideando  la  construcción  del  teatrito  en 
las  habitaciones  cerradas;  discurriendo  so- 
bre la  comida  á  los  pobres,  y  la  fiesta  á  los 
trabajadores  del  cortijo,  y  todas  las  cien  co- 
sas que  sueñan  juntos,  es  dichoso;  es  hon- 
radamente dichoso.  Y  así  lo  quiero. 

D,  Elig.  ¿He  oído  yo  mal,  señora  marquesa,  ó  soy 
víctima  de  algún  maleficio?  ¿Es  decir  que 
usted  está  pronta  á  sepultar  sus  más  caras 
ideas? 

I).!i  Sac.  Nada  de  eso;  en  todo  casoá  modificarlas,  si 
á  ello  me  llevaran  mis  reflexiones.  Pero  á  lo 
que  sí  estoy  decidida  es  á  que  mis  sentimien- 
tos más  legítimos  vivan  á  la  par  (]ue  ellas. 

D.  Elig.  ¡Bien!  ¡Muy  bien!  ¡Perfectamente  Ijien!  De 
todo  lo  cual  yo  colijo  que  usted  autoriza  en 
el  austero  palacio  de  los  Arrayanes,  la  cons- 
trucción de  ese  teatrillo  de  que  antes  ha 
hecho  mérito. 

D.»  Sac.       Teatrillo,  no;   teatrito.  Lo  he  prometido  ya. 

D.  Elig.  Despechado  y  furioso.  ¡Soplan  vientos  de  li- 
bertinaje! 

D.«  Sac.       con  severidad.  Scñor  de  Frías... 

D.  Elig.  La  señora  marquesa  me  disculpe.  Y  luego 
me  oiga. 


-  63  — 

l).a  8ac.       Hable  usted. 

D.  Elig  Como  ya  creo  percibir  claramente  que,  do 
hoy  más,  cosa  que  yo  refute  ó  discuta  en 
esta  su  casa,  será  cosa  hecha,  para  darme  v- 
mí  con  la  badila  en  los  nudillos,  tengo  el 
sentimiento  de  anunciar  á  la  señora  mar- 
quesa que  en  este  punto  y  hora  han  acabado 
mis  servicios  aquí. 

D.a  Sac.       ¡Querido  Frías! 

D.  Elig.       ¡Señora  marquesa! 

D.a  Sac.       ¡Me  dará  usted  el  mayor  disgusto  de  mi  vida! 

D.  Elig.  Xo  es  menor  el  que  á  mí  me  causa,  mi  se- 
ñora. 

Sale  Julio  por  la  primera  puerta  de  la  izquierda  u;i 
poco  sorprendido  é  interesado. 

Julio  ¿Qué  ocurre?  ¿Qué  charlan  ustedes?  Reparan- 

do en  la  guisa  de  don    Eligió.    ¡Hola!    ¿Dónde    Va 

vuesa  merced  tan  galán,  señor  caballero? 
D.  Elig.       La  señora  marquesa  de  los  Arrayanes  tiene 
la  palabra.  Con  todos  los  respetos. 

Hace  el  hombre  un  par  de  cortesías  y  se  va  por  las 
escaleras  á  cambiar  de  traje  cuando  menos. 

Julio  ¿Qué  yerba  ha  pisado  don  Eligió,  mamá? 

D.a  Sac.  La  yerba  que  ha  pisado  no  sé;  pero  se  nos 
^áene  encima  una  gran  desgracia. 

Julio  ¿Qué?  ¿Va  á  dar  quizás  otra  conferencia? 

D.a  Sac.  No  es  caso  de  broma.  Está  contrariadísimo 
con  todo  lo  que  aquí  sucede,  y  acaba  de 
participarme  que  nos  deja. 

Julio  ¡Bah!  Creí  que  era  otra  cosa.  Ya  lo  conven- 

ceremos. 

D.a  Sac.       Mira  que  está  muy  enojado. 

Julio  Mejor. 

D.a  Sac.  ¿Qué  ha  de  ser  mejor?  ¿Me  prometes  tú  ha- 
cer cuanto  puedas  por  retenerlo? 

Julio  Cuenta  con  que  se  queda  en  casa.  Don  Eli- 

gió es  un  infeliz.  La  adulación  lo  rinde,  ya 
lo  sabes.  Como  yo  le  proponga  que  inaugu- 
re el  futuro  teatrito  con  una  conferencia  á 
propósito  del  teatro  griego,  es  hombre  al 
agua.  Y  aun  lo  verás  trabajar  en  algunas 
comedias.  ¿Qué  digo  comedias?  ¡En  el  inter- 
medio de  baile! 

D.a  Sac.       Calla,  calla  por  Dios. 


—  64  — 

Julio  Sobre  todo,  mamá,  tú  y  yo   no   reñimos. 

¿Hemos  vuelto  á  tener  nicas  tiquis  mionis 

desde  qne  te  lo  prometíV 
D.:i  Sao.       No  en  verdad;  y  así  te  quiero  siempre. 
Julio  Y  así  espero  seguir  mucho  tiempo. 

D.a  Sac.       ¿Cuánto? 
Julio  ¿Cuánto?  Pronto  lo  sabré,  a  Coralito,  que  sale 

de  la  casa  de  labor.  Coralito. 

Cor.  INIande  usté. 

Julio  ¿Y  la  señorita  C'Onsolación? 

Cor.  Por  usté  preguntaba  ahora.   En  er  jardín 

está  con  Pandereta. 
Julio  ¡Caramba!  ¿Y  cómo  no  me  lo  ha  avisado? 

¿Vienes,  mamá? 
D.íi  Sac.       ¿También  yo  he  de  ir? 
Julio  Sí;  quiero  que  se  haga  todo  á  gusto  tuyo. 

D.íi  Sac.       ¿A  gusto  mío? 
Julio  A  gusto  tuyo,  sí;  no  subrayes. 

D.a  Sac.       Pues  vamos  al  jardín. 

8e  vnn  hijo  y  madre  por  la  puerta  de  la  casa  de  labor. 

Cor.  Ya  lo  creo  que  se  quieren.  La  señorita  jura 

que  ér  no  le  ha  dicho  nada  todavía;  pero  ni 
de  espardas  pué  negá  er  señorito  que  le  ha 

tomao    cariño,    suspirando.    ¡Ay!    saca  su  espejito 

de  bolsillo  y  se  da  un  vistazo. 

Lucio,  que  sale  por  el  portón,  se  queda  contemplándola 

burlouamente.  Viene  del  campo.  Trae  una  espiga  en  el 

sombrero, 

Lucio  ¿Te  vas  á  retrata? 

Cor.  Volviendo  la  cara.  ¡Hola!  ¿Ya  yegaste? 

Lucio  ¿Prezumes  tú  argo? 

Cor.  Hombre,  el  arreglo  siempre   dise  bien  de 

la  persona,  con  coquetería.  Y  las  que  somos 
feas...  nos  tenemos  que  compone. 

Lucio  Ezo  zí. 

Cor.  Indignada.  ¿Que  SÍ? 

Lucio  Tú  mesma  lo  has  dicho. 

Cor.  Lo  que  digo  yo  mesma  es  que  estás  más  gan- 

so ca  día. 

Lucio  Mejón  pa  mí.  Er  zé  ganzo  engorda.  Oye:  ¿y 

la  zeñorita  Conzolación? 

Cor.  ¿Yo  qué  sé?  En  er  jardín  con  er  señorito. 

Lucio  ¡La  zuerte  e  loz  hombres!  ¡Miá  que  zi  argún 

día  me  quiziera  á  mí  una  mujé  como  la  ze- 
ñorita Conzolación!  ¡Ah! 


—  65  — 

Cor.  Siempre  en  la  brecha.  ¡Quiéii  sabe!...   Si  tú   te 

sivilisaras  un  poco... 

Lucio  ¡Vamos,  quita!  Lo  más  que  me  quié  á  mí 

ez  una  zurrapastroza  der  barrio  e  los  gita- 
nos. ¡Ju,  JU,  ju!    Mirando  de  pronto  al  de  Ir  gola  y 

poniéndose  serio.  ¿Ya  empezamos,  amigo?  a 
Coralito.  ¿Qué  te  zucede  á  tí? 

Cor.  Quemadísima  Nada. 

Lucio  Poz  esto  de  la  zeñorita  y  der  zeñorito,  yo 

me  lo  malicié.  Y  ar  principio  me  jizo  er  co- 
razón azín  pa  arriba  y  pa  abajo,  porque  me 
había  enamorao  como  una  bestia  de  la  zeño- 
rita. 

Cor.  No  se  biso  la  mié... 

Lucio  Pero  aluego  ze  me  pazo  aqué  delirio,  ze  me 

zalló  er  jumo  e  la  cabeza,  ¿zabes?  y  me  en- 
tró una  alegría  mu  grande  de  que  pazara  lo 
que  paza.  Tanto  ez  azín  que  antié,  mientras 
limpiaba  er  patiniyo,  estuve  zacando  un 
verzo  pa  los  dos.  Pero  no  una  aleluya  como 
otrcs  que  he  zacao,  zino  un  verzo  largo,  azín 
por  el  estilo  de  un  romance.  Conque  fí  y 
agarré  y  ze  lo  yevé  escrito  á  don  Juan 
Martínez  er  procuraó,  cpe  es  poeta,  y  tiene 
una  corona  en  zu  despacho,  con  intención 
de  que  me  lo  arreglara.  Y  me  lo  ha  arre- 
glao...  pero  ahora  rezurta  que  á  mí  me  gus- 
ta más  como  yo  lo  jice.  Y  estoy  acechando 
una  ocazión  pa  echárzelo  á  eyos.  En  cuanti- 
to los  vea  juntos  á  los  dos  diciéndoze  ter- 
nuras. Veras  tií,  Coraliyo,  verás  tú.  Principia 
azín: 

«Todas  las  flores  der  campo 
ze  han  puesto  er  traje  de  gala; 
y  también  er  zó  ze  ha  puesto 
zu  corona  de  oro  y  plata...» 

Cor.  ¡Ay,  qué  bonito! 

Lucio  ¡Zi  zigue  toavía!  Verás  tú. 

Cor.  ¿Cuándo  me  sacas  á  mí  un  verso! 

Lucio  ¿A  tí? 

Cor.  Sí. 

Lucio  Mirándola    con   cierto   orgullo  satisfecho.    Yo    te   lo 

zacaré;  no  te  apures. 
Cor.  ¿De  veras,  Lusío? 


—   66  — 

Lucio  Zí,  mujé;  de  veras. 

Cor.  a  vé  cii;intns  cosas  me  dises. 

Lucio  Zecún  me  coja.  Zi  me  da  por  lo  lino,  por  lo 

fino;  zi  me  da  por  lo  graciozo,  por  lo  «rracio- 
zo;  zi  me  da  por  lo  verde... 

Cor.  Mira,  que  te  dé  por  lo  fino  y  así  se  lo  man- 

do á  mi  madre. 

Lucio  ^-A  tu  madre? 

Cor.  Si. 

Lucio  Po  zi  ze  lo  mandas  dirle  de  quién  es. 

Cor.  ¿No    tengo    de    desírselo?    Accrcándj.selo  con  za- 

lamería. Le  diré:  «Mamá,  sabrás  que  te  man- 
do ese  verso  que  me  ha  sacao  un  muehacho 
que  está  aquí  en  casa,  y  que  tiene  esa  habi- 
lidá.  Un  muchacho  muy  guapo...  muy  lis- 
to... muy  simpático...* 

Lucio  ¡Ju,  ]u,  ju!  ¡Pos  no  te  pones  tú  mu  meloza! 

Cor.  ¡Qué  brutísimo  eres! 

Lucio  ¡Ju,    ju,    ju!    Encarándose    de   nuevo    con    el    de  la 

gola  ¿Güerta  á  mira,  compadre?  ¡Ea,  pos  ya 
me  jarte  yo!  ¡Me  río  jasta  que  ze  me  zarten 
las  muelas! 

Cor.  ¿Qué  dises? 

Lucio  ¡Y  zi  á  usté  también  le  jace  la  pascua  que 

ze  haigan  traío  flores  ar  patio,  y  (¿ue  corra 
la  fuente  y  que  tos  estemos  contentos,  ze 
güerve  usté  pa  la  paré  y  azín  ze  ajorra  eze 

dijUSto!  Dando  un  respingo  de  repente  lleno  de 
pavor.  ¡Lh! 

Cor.  ¿Qué  te  pasa,  Lusío? 

Lucio  ¡Que  me  paece  que  me  ha  zacao  la  lengua! 

Cor.  Tú  estás  loco. 

Lucio  No  estoy  loco.  ¡Es  que  eze  gachó  no  me  deja 

viví!  ¡Me  mira  de  tos  laos! 
Cor.  ¿y  tú  no  sabes  por  qué  es  eso? 

Lucio  ¿Ze  ha  enamorao  de  tí  también? 

Cor.  ¿De  mí? 

Lucio  A  tu  parece  zerá  el   único  que  farte  en  la 

caza. 
Cok.  ¡Vaya!  No  se  puede  trata  címtigo.  Cuando 

está  una  más  tranquila  suertas  una  pata. 
Lucio  ¡Pos  nadie  te  ha  yamao  á  mi  vera! 

Cor.  ¡Otra,  hijo,  otra! 

Lucio  ¡Zi  no  prezumieras  como  prezumes!...  Y  des- 


—  (7  — 

pues  e  to,  zi  te  ze  mira  espacio,  ¿qué  tiene's 
tú  que  varga  dos  pezetas?  Un  cojunto  azíii 
que  no  es  repunante,  un  ojo  más  chico  que 
otro,  una  nariz  que  ez  un  peyizco,  y  pare 
usté  e  contá.  ¡Ea!  ¡Me  \'i  adentro  á  jugá 
con  la  perra,  que  gasta  menos    posturitas! 

Entrase  en  la  casa  de  labor. 
i[/OR.  A  punto  do  nn  ataque  nervioso.  ¡Ay!  ¡av!  ¡ay,  qué 

bestia!  ¡qué  bestia!  ¡qué  bestia!  ¡Y  lo  malo 
es  que  tiene  rasón  mi  señorita!  ¡Es  el  único 
que  me  gusta!  ¡Ay!  ¡ay!  ¡Bien  carito  voy  yo  á 
paga  to  lo  que  me  he  divertío  con  los  hom- 
bres! Pasea  agitadisiaia,  haciéndose  aire  con  el  de- 
lantal y  queriendo  tranquilizarse. 

Salen  de  la  casa  de  labor  Coiisolacióu  y  doña  Saera- 
uiento. 

•CoNS.  Sí,  señora.  ¡Pues  ya  lo  creo!  Cuanto  antes 

mejor.  Escucha,  Coralito. 

D.a  Sac.       ¿Qué  te  ocurre? 

€oR.  ¿A  mi?  ¿Pues  qué  tengo? 

C!oNS.  Los  carrillos  como  tomates  y  los  ojos  echan- 

do bombas. 

<JoR.  Tomaré  sarsaparriya. 

CoNs.  ¡  Ah,  ya  sé!  Esto  ha  sido  una  pelotera  con  Lu- 

cio. Siempre  andan  asi.  Acabarán  casándose. 

Cor.  Eso  quisiera  é. 

CoNS.  ¿Y  tú  no? 

Cor.  ¿Yo?  No  como  telera. 

D.a  Sac.  Bien  está.  Sube  y  abásale  al  señor  adminis- 
trador que  la  señorita  Consolación  quiere 
hablarle. 

I'OR.  Ahora  mismo.    Sale  andando  y  sube  con  tal  gracia 

que  hace  inverosímil  el  desdén  de  Lucio. 

D.a  vSac.  Prefiero  que  seas  tú  quien  interceda,  porque 
mi  hijo  Julio  á  lo  mejor  lo  echa  á  perder 
todo  con  una  broma. 

CoNs.  ¡Y  yo  lo  hago  encantada!  Esté  usted  tran- 

quila. Un  pobre  señor  que  tanto  quiere  á 
usted,  que  lleva  tantos  años  á  su  servicio, 
honrado,  bueno... 

D.a  Sac.  ¡Oh!  A  carta  cabal.  Su  conducta  siempre  ha 
sido  intachable. 

€oNS.  Le  digo  á  usted  que  no  me  lo  perdonaría. 

Déjeme  usted  sola  con  él. 


D.H  Sac.       Eso  es  muy  acertado.  Aquí  aguardo  yo. 

Kntrase  por  In  puerta  de  la  dereeha. 

( 'oKS.  ¡Pobre  don  Eligió!  La  verdad  es  que  está  pa- 

sando las  de  Caín,  so  sienta.  Ahí  viene. 

Baja,  en  efecto,  vestido  ya  de  americana,  y  con  toda  la 
lapidcz  que  exige  lo  interesante  de  la  eiitrevista,  si 
bien  con  cara  de  pajuoln. 

I).  Elig  ¿Es  cierto,  señorita,  que  desea  usted  hablar 
con  mi  humilde  persona? 

( "ONS.  Es  cierto. 

1).  Elig.  Pues  aquí  me  tiene  á  sus  órdenes  como  ca- 
ballero y  como  servidor. 

CoNS.  Muchas  gracias;  pero  vamos  á  hablar  sók^ 

como  amigos.  Si  usted  no  quiere  serlo  mío, 
yo  me  empeño  en  ser  amiga  de  usted.  Sién- 
tese aquí  á  mi  lado. 

D.  Elig.       ¿Que  yo  no  quiero  ser  su  amigo,  señorita? 

Coks.  No,  señor;   acaba  usted  de  decirle  á  mi  tía 

que  se  va  de  esta  casa,  porque  yo  estoy  loca 
como  un  cencerro  y  usted  no  me  puede  re- 
sistir. 

D.  Elig.  Escandalizado.  ¡No,  no!  ¡Así  nol  ¡No  hay  que 
alterar  los  textos! 

Coks.  Bueno;  la  forma  será  otra,  pero  ese  es  el 

zumo  del  limón.  Mi  tía  ha  tenido  un  verda- 
dero sentimiento;  yo,  no  se  diga.  ¿Cómo  no 
me  ha  de  doler  que  por  mi  causa  determine- 
marcharse  de  aquí,  donde  casi  ha  nacido,  un 
servidor  leal,  un  amigo  excelente  y  un  con- 
sejero bondadoso?...  No,  no,  no.  Señor  de 
Frías,  antes  que  consentir  que  usted  salga 
por  esa  puerta,  salgo  yo  con  mi  doncella, 
con  mis  flores,  con  el  loro,  con  el  piano, 
con  la  perrita  y  con  toda  la  balumba  que 
conmigo  ha  venido  para  desesperarlo  á  us- 
ted. 

D.  Elig.       ¡Señorita! 

CoNS.  Así  como  suena.  Usted  no  me  conoce  toda- 

vía, don  Eligió. 

D.  Elig.         sumido  en  uu  mar  de   confusiones.    Pero,   bueilO... 

Pero...  poco  á  poco...  Entendámonos...  Pre- 
cisa ordenar  la  discusión. 
Coks.  Lo  que  precisa  es  que  usted  y  yo  nos  diga- 

mos las  verdades  claras.  Vamos  á  ver.  ¿Qué 


—  69  — 

motivos  tiene  usted  para  irse?  ¿Qué  ventole- 
ra es  esa? 

D.  Elig.       El  caso  es  que...  hecha  así  la  pregunta... 

€oNS.  ¿Le  ha  molestado  á  usted  quizás  que  llene 

el  patio  de  macetas? 

D.  EuG.  ¡Oh!  ¡Por  Dios!...  Eso  nunca..,  nunca...  ¿A 
santo  de  qué? 

CoNS.  Naturalmente.  Las  macetas  á  nadie  estor- 

ban: alegran  la  vista,  perfuman  el  aire... 
¿Entonces  qué  le  contraría:  que  la  fuente 
corra,  que  suene  el  surtidor? 

D.  I]lig.  Menos  aún...  Corra  el  surtidor  en  ))uen 
hora. 

•Coxs.  Buscaremos  otro  pecado.  ¿Es  quizás  la  cana- 

riera que  he  puesto  arriba  lo  que  subleva  á 
usted? 

D.  Elig.  ¿La  canariera?  ¿Me  lo  pregunta  usted  en 
serio? 

Coxs.  Ya  veo  que  no  es  la  canariera.  A  otra  cosa. 

¿Es  el  loro? 

D.  Elig.  El  loro  es  harina  de  otro  costal.  No  por  el 
ave  en  sí,  sino  por  las  lecciones  que  aprende. 

Coxs.  Le  advierto  á  usted,  y  hasta  se  lo  juro,  que 

yo  no  soy  quien  le  ha  enseñado  á  decir: 
«Que  baile  don  Eligió.» 

D.  Elic.  ¿Que  baile  don  Eligió?  ¿Pero  dice  el  loro  tal 
cosa?  ¡No  lo  dirá  más  de  una  vez  en  presen- 
cia mía!  ¡Eso  es  una  burla  que  no  se  puede 
tolerar!  Mas  ya  comprenderá  usted,  señorita, 
que  son  razones  de  mayor  entidad  las  que 
me  han  impulsado  á  despedirme. 

Coxs.  ¿Luego  las  hay? 

D.  Elig.       Confieso  que  las  hay. 

OoNS.  Seguiremos   buscándolas    con    un    candil. 

¿Acaso  es  una  que  yo  reciba  en  este  palacio 
á  los  pobres  que  vienen  á  verme?  dod  Eligió 
tuerce  un  poco  el  gesto.  Eso  podrá  parcccrle  mal 
á  la  gente  frivola,  á  la  gente  que  vive  de  la 
etiqueta  y  de  la  farsa;  pero  un  hombre  todo 
corazón,  como  usted,  no  es  posible  que  des- 
apruebe que  trate  yo  con  bondad  y  cariño  á 
los  que  sufren,  á  los  que  necesitan. 

D.  Elig.  No  pinta  usted  más  que  el  lado  agradable 
de  las  cosas... 


—  70  — 

C'oNS.  Y  si  las  cosas  tienen  un  lado  que  es  af¿rada- 

ble,  ¿á  qué  se  han  de  mirar  por  ningún  (jtro?^ 
Pero  ¡tonta  de  mi!  Ya  caigo  en  lo  (jue  ha  sa- 
cado á  usted  de  sus  casillas.  Lo  del  teatrito. 

D.  Elig.       Lo  del  teatrito... 

CoNS.  Lo  del  teatrito  por  fuerza  lo  lia  entendido 

usted  mal.  ¿Usted  se  fígura  que  en  ese  ta- 
blado se  van  á  bailar  tangos  y  peteneras? 

D.  Elig.       ¡Presumo  que  no! 

Coks.  Y  cuidado  que  á  mi  las  petenera;-'  me  gus- 

tan. Y  aun  las  bailo.  Ese  teatrito  no  será 
más  que  un  recreo  casi  inocente...  agradable» 
culto...  Lo  primero  que  he  pensado  yo  es 
que  comedia  ([ue  se  represente,  comedia  que 
usted  ha  de  elegir. 

1).  Elig.       ¿Ha  pensado  usted  esoV 

C'oxs.  ¡Pues  claro!  ¿Quién  mejor  que  usted,  que 

tanto  sabe  y  tanto  ha  leídoV  Porque  yo  le 
hago  la  justicia  de  creer  que  no  será  usted 
de  los  que  cierran  abiertamente  contra  el 
teatro. 

D.  Elig.  No  en  mis  días.  El  teatro  es  lugar  de  hones- 
to esparcimiento,  á  la  vez  que  de  provecho- 
sa enseñanza. 

( •oxs.  ¡Muy  bien!  ¿Ve  usted  como  no  peleamos? 

Pues  usted  será  el  que  lleve  la  voz  cantante 
en  el  de  casa.  Y  si  quiere,  para  la  ])rimera 
función,  elige  una  comedia  de  un  religioso. 
Por  ejemplo:  de  Tirso  de  Molina.  ¿No  era... 
fraile  Tirso  de  Molina? 

D.  Elig.  Sí,  sí,  pero...  Tirso  de  Mohna...  Ya  madura- 
remos ese  asunto.  Porque  á  pesar  de  (jue  era 
fraile...  es  más  verde  que  un  apio. 

( 'oNS.  Quien  dice  Tirso  de  Molina  dice  Lope  de 

Vega...  ¿No  era  cura? 

1).  Elig.  Sí...  sí  era  cura...  pero  era  un  cura  muy  es- 
pecial. 

CoNS.  ¿Muy  especial? ¿Pues qué  especialidad  tenían 

D,  Elig.  Dejemos  ahora  esto...  Es  cosa  que  debe  me- 
ditarse muy  mucho... 

CoNS.  Me  he  fijado  en  los  autores  antiguos,  por- 

que como  de  estos  del  día  dicen  por  alií  que 
no  escriben  más  que  cosas  que  no  píxlemos 
ver...  Pero,  en   fin,  sigamos  nuestro  pleito. 


—  71   — 

Explicado  lo  del  teatro,  ya  veo  que  no  sola 

somos  amigos,  sino  amiguísimos. 
D.  Elig.       Indudable. 
l'oNs.  ¿Quiere  usted  que  escribamos  una  obra  en 

colaboraci(')n?  Usted  pone  lo  serio  y  yo  los 

chistes. 

D.  Elig  Apretando  la  cara  par.i  no  .soltar  la  risa.  ¡JeSÚs! 

CoNS.  Don  Eligió,  si  le  hace  á  usted  gracia  alguna 

cosa  que  3^0  le  diga,  ríase  sin  cuidado,  que 
yo  no  se  lo  cuento  á  nadie. 

D.  Elig.  Éso  temo;  que  acabará  usted  por  hacerme 
reir. 

t'oxs.  Como  que  después  de  tanto  hablar,  vengo  á 

sacar  en  limpio  que  nada  le  molesta  á  usted 
de  mi  persona  más  que  las  ganas  con  que 
me  río;  lo  que  atolondro,  lo  que  charlo;  lo 
que  voy  de  aquí  para  allá,  lo  que  revuelvo... 

D.  Elig.       Le  diré  á  usted... 

CoNS.  No,  no,  señor;  en  este  punto  no  me  diga  us- 

ted nada:  no  hay  discusión  posible.  Tiene 
usted  que  tragarme  así.  A  mí  no  me  gustan 
esos  lentes  redondos  que  usa  usted,  y  tam- 
poco le  he  dicho  nada  hasta  ahora.  Yo  he 
hecho  siempre,  v  hago,  y  haré,  todo  lo  posi- 
ble por  alegrar  mi  vida  y  la  de  aquellos  que 
me  rodean.  Alegrar  la  vida  es  quererla,  y 
quererla  es  una  manera  de  adorar  á  Dios, 
que  nos  la  ha  dado.  Convénzase  usted,  don 
Eligió:  el  que  está  alegre  es  más  noble,  más 
bueno,  menos  egoísta,  más  fuerte... 

D.  Elig.       ¿Más  fuerte  también? 

CoNs.  También.  Ayer  me  decía  mi  primo  hablan- 

do de  esto,  que  él  vio  cuando  estuvo  en 
campaña,  que  los  soldados  que  mejor  resis- 
ten la  vida  dura  de  la  guerra  son  los  más 
alegres,  los  que  saben  cantar  y  reir.  De 
modo  que  yo  tengo  razón  que  me  sobra  por 
la  punta  del  pelo;  que  usted  antes  se  acalo- 
ró; que  ahora  me  da  un  abrazo... 

D.  Elig.       ¿Un  abrazo? 

CoNS.  O  dos,  si  le  parece  poco.  Y  que  para  tal  cul" 

pa,  tal  iDena:  usted  le  proporcionó  á  mi  tía 
el  disgusto  de  anunciarle  su  marcha,  y  aho- 
ra va  á  entrar  en  esa  habitación,  donde  ella 


.está,  á  decirle  que  sigue  hoiu'ámlonos  con 
su  compañía. 

D.  Elig.  Señorita  Consolación,  la  lionra...  el  hon- 
rado... 

Coxs.  Ni  una  palabra  más:   el   aljrazo  y  adentro. 

Don  Eligió  la  abraza,  tarabaleánciose  de  pura  turbación. 
D.  Elig.  En  ademán  de  darle  otro  abrazo.  Repito  que... 

Coks.  No  repita  usted  nada:  adentro.  Advirtiéndo- 

le á  usted  una  cosa:  que  esta  escena  es  úni- 
ca en  su  género. 

1).  Eu(..  Entendido,  entendido...  Obligadísimo  á  su 
bondad... 

Hace  una  cortesía  lo  mejor  que  puede  y  se  va  eu  bus- 
ca de  doña  Sacramento,  enjugándose  un  par  de  gotas 
que  asoman  á  sus  ojos,    probablemente  de  tinta  china. 

Coxs  ¡Lo  he  convencido!   ¡Claro!   ¡Si  no  hay  comí» 

tener  razón  y  no  dejar  hablar! 

Salen  de  la  casa  de  labor  Julio,  Pandereta,  Salud  y  su 
niña. 

Julio  Consolación. 

Coks.  f,Qué  hay"? 

Julio  Pandereta  que  se  va  y  quiere  saber  si  viene 

ya  desde  mañana. 
Coks.  Sí,  sí,  desde  mañana. 

Sal.  Ea,  pos  muchas  grasias,  señorita,  por  ha- 

berse acordao  de  nosotros. 
Pand.  Yo  me  pienso  trae  á  tres  ó  cuatro  hombres. 

Julio  Los  que  necesites:  allá  tú. 

Pakd.  Me  traeré  al  hijo  er  siego,  me  traeré  á  Tor- 

niyo,  me  traeré  á  Scboya,  me  traeré  á  Cara- 
lata... 
Sal.  No  te  traigas  á  ninguno  que  se  emborrache. 

Pand.  Pos  entonses  vas  á  tené  que  vení  tú  sola 

con  los  retratos  e  los  sinco. 
Sal.  Conque,  vamonos  ya,  que  es  tarde.  Señori- 

ta, quéese  usté  con  Dios.  Con  Dios,  señorito. 
CoNs.  Adiós,  Salud. 

Julio  Adiós. 

CoNS.  Niña,  dame  un  beso. 

Sal.  a  vé  si  va  usté  una  tarde  por  la  gücrta. 

Pand.  Con  Dios,  don  Julio.    Con  Dios,  señorita. 

Que  haiga  salú,  y  que  muchos  años  les  baile 
á  ustés  la  risa  en  la  boca,  como  ahora. 
Sal.  ¿Quiés  no  charla  inás^ 


—  73  — 

Pakd.  Después  e  to,  dentro  e  sien  años,  tos  carvos. 

Sal.  Anda,  hombre. 

Pand.  Ya  nos  vamos,  ya.  Yo  lo  paso  tan  bien  en 

este  mundo,  señoritos,  que  er  día  que  me 
muera,  si  por  casolidá  ven  ustés  mi  entierro, 
no  digan  ustés:  «¡Hombre,  probesiyo  Pande- 
reta! ¡Lástima  e  Pandereta!  ¡Tan  güen  jardi- 
nero como  era  Pandereta!»  No  lo  digan  us- 
tés. Lo  que  tienen  ustés  que  desí  es  esto 
otro:  «¡Más  quemao  qvie  las  ánimas  va  ese!» 
Ea,  echa  pa  alante  ya.  Hasta  mañana,  seño- 
ritos. 

Sal.  Que  ustés  sigan  güenos. 

.CoNS.  Vayan  con  Dios. 

Julio  Hasta  mañana. 

Sal.  Niña,  ¿qué  se  dise? 

Ros.  Güeñas  tardes. 

Se  va  á  la  calle  el  regocijado  matrimonio 

CoNS.  ¡Pobre  gente!  ¡Bendita  su  alegría!  Hace  sonar 

distraídamente  las  teclas  del  piano. 

Julio  Oye. 

CoNS.  ¿Qué  quieres? 

Julio  ¿Para  qué  te  llevó  mi  madre  del  jardínV 

Ooxs.  Porque  quería  hablarme. 

Julio  ¿De  mí  quizás? 

Coks.  De  tí...  y  de  otra  cosa.   Dice  que  está  sor- 

prendida... y  contenta;  que  pareces  oiro. 

Julio  Pues  soy  el  mismo. 

Coks.  Le  llama  la  atención  que  pases  tanto  tiem- 

po en  la  casa. 

Julio  ¿Y  á  tí,  te  llama  la  atención? 

Coxs.  Como  no  sé  tus  costumbres  de  antes... 

Julio  ¿De  antes...  de  qué? 

Coxs.  De  antes...  de  confundirte  yo  con  Pacheco. 

Julio  Pues  mis  costumbres  de  entonces  y  de  siem- 

pre, y  hasta  mi  sistema  filosófico,  consisten 
en  vivir  contento  y  en  hacer  la  vida  agrada- 
ble y  risueña.  Allí  donde  puedo  lograrlo, 
allí  me  estoy.  Ahora  le  ha  tocado  á  mi  casa; 
pero  es  porque  mi  casa  es  otra;  yo  no. 

Coxs.  ¡Si  vieras  lo  que  me  gusta  oiite  hablar  así! 

Julio  ¿De  veras? 

Coxs.  Me  enorgullece  que  por  mí  quieras  á  tu  casa. 

Antes  no  la  querías. 


—  74  — 

Julio  Antes  no.    Me  parecía  una  Ci'ircel,   te   soy 

franco. 

CoNS.  Y  á  mí  me  encanta  que  las  per.sonas  quie- 

ran i\  su  casa.  No  te  puedes  imaginar  la  rabia 
que  siento  al  hablar  con  cualijuiera  que  no 
hable  de  su  casa  nunca.  Tú  sabes  que  hay 
personas  así.  Me  pasó  á  mí  con  un  señor, 
que  después  de  tratarlo  más  de  tres  años,  sin 
que  ni  por  casualidad  sacara  á  relucir  á  su 
casa,  ni  á  su  gente,  ni  siquiera  á  su  perro, 
acabé  por  encararme  con  él  un  día  y  por 
preguntarle:  don  Fulano,  pero  ¿usted  vive 
en  una  palmera? 

Julio  ¿Y  qué  te  contestó"? 

Coxs.  (^ue  sí. 

Julio  Era  de  esperar. 

Coxs.  La  casa  es  la  mitad  de  la  vida.  Yo  compa- 

dezco á  los  que  no  la  tienen,  y  á  los  que 
tiemblan  al  llegar  á  la  sm'a. 

Julio  Pues  calcula  tú  lo  que  sería  mi  casa,  regida 

])or  el  criterio  estrecho  y  antipático  de  don 
Eligió,  á  ciuien  mi  pobre  madre  tiene  por  el 
liombre  más  sabio  de  este  mundo. 

CoNS.  ¡Infeliz  don  Eligió!  Lo  que  te  ocurre  á  tí 

con  él  es  que  lo  has  tomado  entre  ojos,  y 
no  quieres  luchar.  Enemigo  más  débil  no 
he  visto.  Acabo  de  tener  con  él  una  escena 
conmovedora. 

Julio  ¿Suplicándole  que  se  quede? 

CoNS.  Sí.  Para  eso  también  me  llamó  tu  madre. 

Casi  ha  llorado  y  casi  se  ha  reído. 

Julio  ¿Reírse?  ¡No  lo  puedo  creer! 

CoNS.  ¡Pobrecillo!  A  mí  don  Eligió  me  parece  un 

eclipse  de  sol. 

Julio  k ¡endose.  Explica  eso. 

Coxs.  I  'orque  es  la  negación  de  la  alegría.  Esa  luz 

pálida,  esa  sombra  triste  que  proyectan  las 
cosas,  ese  frío  que  se  siente,  ese  temor  de 
que  el  sol  no  vuelva... 

Julio  Tienes  razón;  todo  eso  es  don  Ehgio. 

Coks.  En  el  último  eclipse  que  yo  vi,  cuando  vol- 

vió á  brillar  el  sol  me  eché  á  llorar  como 
una  tonta.  ¡Tengo  una  lástima  de  los  cie- 
rros!... 


—  7&  — 

Julio  .  El  sol,  el  sol  bendito  es  el  que  contigo  lia 
entrado  en  esta  casa.  Tú  lo  has  traído  de  la 
mano...  ó  en  los  ojos;  pero  lo  has  traído.  Tu 
alegría  es  la  suj-a,  prima  Consolación:  fuer- 
te, sana,  fecunda,  generosa.  A  todos  alcan- 
za; á  todos  llega.  Y  llegó  á  esta  casa,  cerrada 
como  sepulcro  á  toda  luz,  y  alumbró  con 
la  suya  hasta  los  últimos  rincones.  Y  puer- 
tas y  ventanas  se  abrieron,  para  que  entrase 
y  sahese  el  aire  de  la  vida:  de  la  vida  alegre, 
de  la  vida  buena,  de  esta  vida  que  se  nos 
dio  para  que  nosotros  le  demos  digno  y  sa- 
broso empleo. 

Coxs.  ^igue,  sigue  hablándome  así. 

Julio  Seguiré...  diciéndote  lo  que  nos  decimos  sin 

palabras  á  todas  horas.  Te  quiero:  me  cj[uie- 
res.  Me  enamoraste  el  día  aquel  en  que 
contabas  que  habías  volteado  la  campana 
del  Carmen,  porque  tenías  el  alma  llena  de 
alegría  y  querías  llevársela  de  alguna  ma- 
nera á  unos  campesinos  que  trabajaban  le- 
jos. ¡Alegrar  el  trabajo  de  los  hombresl 
¡Bendita  tú,  que  eres  capaz  de  pensarlo  y 
de  hacerlo!  En  aquel  momento  debí  caer  á 
tus  pies  de  rodillas  y  decirte  que  te  quería. 
Porque  vi  claro  entonces,  que  tu  alma  era 
grande,  porque  era  alegre,  que  era  buena, 
porque  era  alegre,  y  que  tu  alegría,  bienhe- 
chora y  fecunda,  podría  recoger  toda  la  de 
mi  alma,  perdida,  desparramada,  estéril... 
Y  mira  como  no  me  engañé. 

CONS.  Suspirando  con  amor  satisfecho.  ¡Ay!   ¡Ya  era  hora! 

Julio  ¿Qué  dices? 

CoNS.  ¡  Ya  era  hora  de  que  te  oyera  yo  decir  todo 

eso! 

Julio  Consolación,  ¿pero  no  lo  sabías? 

Coxs.  ¿Sabes  tú  que  te  quiero? 

Julio  Sí. 

Coks.  Pues  no  te  lo  digo,  y  ya  verás  qué  buen  rato 

se  pasa. 

Julio  ¡Consolación! 

CoNs.  Pero  sí  te  lo  digo.   Te  c[uiero...   Bueno,  pri- 

mero, porque  te  c{uiero. 

Julio  ¿Y  después? 


—  76  — 

CoNs.  Después...  porque  á  tnivéí^de  tu  buen  humor 

y  de  tus  ligerezas,  he  adivinado  el  corazón 
de  un  hombre  capaz  de  sentir  todo  eso  que 
me  has  dicho,  y  capaz  también  de  algo  más 
que  de  tomar  unas  copas  de  vino  con  Chiri- 
biqui  ó  con  Petaca.  Y  te  quiero  además — 
voy  á  confesártelo  todo — porque  no  hay 
mujer  á  la  que  no  le  halague  ser  la  última 
á  quien  quiera  un  hombre  que  ha  querido  á 
muchas. 
Jui.io  ¡Qué  tiene  que  ver!... 

Coxs.  Por  si  tiene...  y  porque  supongo  que  seré  la 

última. 
Julio  ¡La  última!  ¿Y  si  yo  te  dijese  que  la  pri- 

mera? 
(JoNs.  No  lo  creería. 

Julio  ¡Pues  por  eso  no  te  lo  digo!  Faltaba  aquí  la 

alegría  del  amor,  y  ya  está  entre  nosotros. 
Somos  y  seremos  felices. 
CoNs.  Tenemos  el  deber  de  serlo. 

Jumo  Mi  casa,  será  nuestra  casa;  mi  madre,  será 

nuestra  madre;  mis  hijos,  serán  nuestros 
hijos... 
('oxs.  ¡No  faltaría  más! 

Julio  Diez,  doce,  catorce,  dieciséis... 

CoNS.  ¿Qué  estás  contando,  loco?  ¿Las  macetas? 

Julio  ¡Los  hijos  que  tendremos! 

OoNs.  ¡Ave  María  Purísima! 

Julio  Y   todos    fuertes,   sanos,   limpios,    alegres, 

amando  la  vida... 
CoNS.  De  eso  me  encargo  yo.   Antes  de  mandar  á 

ninguno  á  la  escuela  le  preguntaré:  «Niño, 
¿qué  es  lo  mejor  que  hay  en  la  vida?»  Y  cuan- 
do él  me  responda:  «La  vida»,  entonces  lo 
mandaré  á  la  escuela  á  que  el  maestro  le  en- 
señe paparruchas. 
Julio  ¡Ja,  ja,  ja! 

Coks.  Así  me  educaron  á  mí:  en  esta  alegría  crecí 

yo.  Recuerdo  que  mi  padre,  siempre  que  le- 
vantaba en  alto  una  copa  de  vino— y  esto 
era  á  menudo,  porque  le  gustaba  bebérsela 
después, — entre  l>urlas  y  veras  decía:  «¡Ale- 
grémonos de  haber  nacido! » 
Julio  ¡Alegrémonos,  sí!  Si  en  mi  vida  no  hubiera 


-  77  — 

más  que  este  moniento,  por  él  solo  la  ben- 
deciría. A  doña  Sacramento,  que  sale.  ¡Mamá! 

D.a  Sac.       ¿Qué  quieres? 

Julio  Ven  aquí. 

CoNS.  Tía,  venga  usted. 

D.a  Sac.       ¿Qi^é  queréis? 

Julio  Que  estamos  muy  contentos,  y  hace  falta 

que  tú  lo  estés  con  nosotros.  ¿Vamonos  al 
campo  los  tres? 

D.a  Sac.       ¿Ahora? 

JcLio  Ahora,  sí. 

CoNS.  Vamonos. 

Julio  Anda,  mamá,  daremos  un  paseo;   charlare- 

mos de  muchas  cosa';;  te  contaremos  nues- 
tros sueños,  nuestra  ventura... 

D.a  Sac.       ¿Pero  os  habéis  vuelto  locos? 

Coks.  Sí,  tía  Sacramento;  y  queremos  que  usted 

se  vuelva  también. 

D.a  Sac.  ¿No  basta  con  dos  en  la  casa?  ¿Para  qué  ha 
de  haber  tres? 

Julio  ¡Para  mantear  entre  todos  á  don  Eligió! 

D.a  Sac.       ¡Calla! 

CoNS.  No  le  haga  usted  caso;  este  está  más  loco 

que  yo.  Llamando.  ¡Coralito!  ¡Coralito!  Suba 
usted,  tía;  suba  usted  á  arreglarse.  Coralito 
le  ayudará. 

Baja  Coralito. 

D.a  Sac.       ¿Corahto? 

CoNS.  Coralito,  sí.  Anda,   Coralito,  acompaña  á  la 

señora  á  su  cuarto. 
Cor.  a  la  disposisión  de  usté. 

D.a  Sac.         Entre  confundida   y    gozosa.    ¡JeSÚS,    JeSÚS,    DioS 

mío!...  ¡Yo  con  Coralito  de  doncella!...  ¡Este 
es  el  fin  del  mundo! 

Kncamínase  hacia    la   escalera.    Coralito  la  sigue.  Con- 
solación y  Julio  se  ríen  de   la    in(»ccnte   tribulación  de 
la  marquesa 
Cor.  Viendo  lo  esponjada   que   está  su  .señorita,  le  dirige  al 

pasar  á  su  lado  esta  breve  pregunta:  ¿  xa.'^ 

CoNS.  Ya. 

Cor.  ¡Ay!...  En  este   momento  sale  Lucio  de  la  casa  de  la- 

bor. Coralito  lo  ve  y  suelta  uu  suspiro  muy  distinto 
del  otro.  ¡Ay!...  Únese  á  doña  Sacramento  y  sube  la 
escalera  con  ella. 


—  78  — 

Lucio  Bamboleando  ligeramente  el  cuerpo,  y  en  la  seguridad 

de  su  triunfo,  se  arrnnea  á  decir  su  romance   sin  enco- 
mendarse á  Dios  ni  al  diablo. 

«Todas  las  flores  der  campo 

ze  han  puesto  er  traje  de  gala...» 

Julio  ¿Qué  dices  tú? 

Lucio  ¡Cayarze  ahora! 

Consolación    y    .lulio   lo    escuchan    sonrii^ndo   compla- 
cidos. 

«Todas  las  llores  der  campo 
ze  han  puesto  er  traje  de  gala., 
y  también  c  zó  ze  ha  puesto 
zu  corona  de  oro  y  plata. 
En  er  cielo  está  la  luna 
y  laz  estreyas  más  claras, 
y  una  alondra  por  loz  aires 
va  cantando  estas  palabras: 
A  la  puerta  de  un  })alacio 
3'egó  una  roza  lunaria, 
y  er  zeñorito  don  Julio 
ze  enamoró  de  mirarla. 
Le  dijo  que  la  quería 
por  hermoza  y  por  cristiana, 
y  eya  ze  quitó  una  perla; 
le  mandó  que  la  guardara. 
Zalió...  zali(')...» 

Deteniéndose  perplejo  y  ocongojadísimo. 

]Ze  me  ha  orvidao! 

Recordando    de    pronto    y    prosiguiendo   lleno  de  ale- 
gría. 

«Zalió  de  la  perla  luego 

una  maripoza  blanca, 

y  azín  le  dijo  á  don  Julio 

volando  por  la  armohada: 

Conzolación  zerá  tuya 

zi  fne  cumples  la  palabra 

de  que  ziempre  has  de  quererla 

como  á  la  Virgen  zagrada. 

Y  er  zó  ze  vistió  de  oro, 

y  la  luna  de  oro  y  naca, 

y  todos  los  ruinzeñores 

cantaron  en  la  enramada.» 
Esto  de  la  enramada  me  lo   ba  puesto  er 
procuraó. 


—  79  — 

i.os  enamorados  sueltan  francamente  la  risa.  Lucio' 
animado,  «e  ríe  también. 

Julio  Poeta,  vé  por  tu  sombrero,  que  vas  ;i  acom- 

pañarnos al  campo,  donde  te  coronaremos 
de  espigas. 

Lucio  ¡Ju,  ]U,  ]U!  Vaso  corriendo  y  riéndose. 

Coks.  ¿Y  á  dónde  iremos,  tú? 

Julio  A  donde  tú  quieras. 

CoNS.  Pues  déjate  guiar,  que  acaso  no  conozcas  el 

sitio  donde  voy  á  llevarte.  f;Has  subido  al- 
guna vez  al  cerro  de  las  AguilasV 

Julio  Nunca. 

CoNs.  Desde  él  se  ve  toda  la  vega-  los  huertos,  los 

prados,  los  valles,  la  cinta  del  río,  los  pue- 
blecillos  del  contorno.  Dejaremos  á  tu  ma- 
dre descansar  á  su  falda  y  treparemos  nos- 
otros de  la  mano  monte  arriba.  Y  ya  en  lo 
más  alto,  mirando  al  cielo,  vamos  á  repetir 
gritando,  para  que  tu  madre  desde  abajo  lo 
oiga,  aquello  que  mi  padre  decía:  «¡Alegré- 
monos de  haber  nacido!» 


fin  de  la  comedia 


Madrid,  JuniO;  J906. 


OBRAS  DE  LOS  MISMOS  AUTORES 


Esg'rlina  y  amor,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

Belén.  12,  principal,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

Ciilito,  juguete  cómico  lírico.  Música  del  maestro  Osuna. (2. •edición.) 

lia  media  naranja,  juguete  cómico.  (2."  edición.) 

El  tío  <le  la  flauta,  juguete  cómico.  (3.*  edición.) 

El  ojito  derecho,  entremés.  (3."  edición.) 

laa  reja,  comedia  en  un  acto.  ("4.*  edición.) 

lia  buena  sombra,  saínete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Brall.  (6.*  edición  ) 

El  pereg:rlno,  zarzuela  cómica  en  un  acto.  Música  del  maestro 
Gómez  Zarzuela.  (2.*  edición.) 

fia  vida  íntima,  comedia  en  dos  actos.  (3."  edición.) 

liOS  borrachos,  saínete  en  cuatro  cuadros,  con  música  del  nlaes- 
tro  Giménez.  (3."  edición.) 

El  chiquillo,  entremés.  (5.*  edición.) 

lias  casas  de  cartón,  juguete  cómico.  (2."  edición.) 

El   traje  de   luces,  saínete   en  tres  cuadros,  con   música  de  lo 
maestros  Caballero  y  Hermoso. 

El  patio,  comedia  en  dos  actos.  (4.*  edición.) 

El  motete,  pasillo  con  música  del  maestro  José  Serrano.  (2.*  edi- 
ción.) 

El  estreno,  zarzuela  cómica  en  tres  cuadros,  con  mvisica  del  maes- 
tro Chapi. 

lios  Oaleotes,  comedia  en  cuatro  actos.  (3.'  edición.)  Traducida  al 
italiano  con  el  titulo  de  I  Galeoti  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 

Ija  pena,  drama  en  dos  cuadros.  (2.»  edición.)  Traducida  al  italiano 
con  el  mismo  título  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 

Ija  azotea,  comedia  en  un  acto. 

El  género  ínfimo,  pasillo  con  música  de  los  maestros  Valverde 
(hijo)  y  Barrera. 

El  nido,  comedia  en  dos  actos.  (2.*  edición.)  Traducida  al  catalán  con 
el  titulo  de  Un  niu  por  Joaquín  María  de  Xadal. 

lias  flores,  comedia  en  tres  actos.  (2.*  edición.)  Traducida  al  italiano 
con  el  título  de  I  fiori  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 

IjOS  piropos,  entremés. 

El  flechazo,  entremés.  (2*  edición.^ 

El  amor  en  el  teatro,  capricho  literario  en  cinco  c\iadros,  pro 
logo  y  epílogo. 

Abanicos  y  panderetas  ó  ¡A  Sevilla  en  el  botijo!  humorada 
satírica  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro  Chapi. 


La  dicha  ajena,  comedia  en  tres  actos  >  uu  prólogo.  (2/  edición.; 
Traducida  al  alemán  con  el  titulo  de  Das  fremde  Gl'úck  por  J.  Gusta- 
vo Ruhde. 

Popita  Reyes,  comedia  en  dos  actos.  (2.*  edición). 

Lio.s  meritorios,  pasillo. 

£.a  zahori,  entremés. 

Lia  reina  inora,  saínete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro 
José  Serrano.  (2."  edición.) 

Zarag'atas,  sainete  en  dos  cuadros. 

Lia  za;;ala.  comedia  en  cuatro  actos 

lia  casa  de  Uarcía,  comedia  en  tres  actos. 

Ija  contrata,  apropósito. 

El  amor  «jue  pasa,  comedia  en  dos  actos.  Traducida  al  italiano 
con  el  titulo  de  Vamore  che  passa  por  Griuseppe  Paolo  Pacchiorotti. 

El  mal  de  amores,  sainete  con  música  del  maestro  José  Serrano. 

El  nuevo  servidor,  humorada. 

Mañana  de  sol,  paso  de  comedia.  Traducido  al  alemán  con  el  titu- 
lo de  Ein  sonniger  Margen  por  Mary  v.  Haken. 

Fea  y  con  g:racia,  pasillo  con  música  del  maestro  Turina. 

La  aventura  de  los  g^aleotes,  adaptación  escénica  de  un  capí- 
tulo del  Quijote. 

La  musa  loca,  comedia  en  tres  actos. 

La  pitanza,  entremés. 

El  am<»r  en  solfa,  capricho  literario  en  cuatro  cuadros  y  un  pró- 
logo, con  música  de  los  maestros  Chapi  y  Serrano. 

Los  chorros  «leí  oro,  entremés. 

Blorritos.  entremés. 

Amor  á  «>scuras,  paso  de  comedia. 

La  mala  sombra,  sainete  con  música  del  maestro  José  Serrano. 

El  genio  alegre,  comedia  en  tres  actos.  (2.*  edición). 

£1  niiío  prodigio,  comedia  en  dos  actos. 

Nanita,  nana...  entremés  con  música  del  maestro  José  Serrano. 

La  zancadilla,  entremés. 

La  bella  Luccrito,  entremés  con  música  del  maestro  Saco  del 
Valle. 

La  patria  chica,  zarzuela  en  un  acto,  con  música  del  maestro 
Chapi. 

La  vida  que  vuelve,  comedia  en  dos  actos. 

A  la  luz  «le  la  luna,  paso  Je  comedia. 

La  escondida  senda,  comedia  en  dos  actos. 

El  agua  milagrosa,  paso  de  comedia. 

Las  buñoleras,  entremés. 


Voiiipas  y  honores,  capricho  literario  en  verso  por  El  diablo  oo- 

jiieXo. 
La  madrecita.  novela  publicada  en  El  cuento  semanal. 


SERAFÍN  í  JOÁftüÍN  ÁLVAHEZ  (jUINTERO 


1  niño  prodigio 


COMEDIA  EN  DOS  ACTOS 


SOCIEDAD  DE  AUTORES  ESPAÑOLES 
NúAez  de  Balboa,  12 

1©06 


EL  NIÑO  PRODIGIO 


A^, 


A 


Esta  obra  es  propiedad  de  sus  autores,  y  nadie  po- 
drá, sin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla 
en  España  ni  en  los  países  con  los  cuales  se  hayan 
celebrado  ó  se  celebren  en  adelante  tratados  interna- 
cionales de  propiedad  literaria. 

Los  autores  se  reservan  el  derecho  de  traducción. 

Los  comisionados  y  representantes  de  la  Sociedad 
de  Autores  Españoles  son  los  encargados  exclusivamente 
de  conceder  ó  negar  el  permiso  de  representación 
del   robro  de  los  derechos   de  propiedad. 

Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 


EL  NIÑO  PRODIGIO 


COMEDIA  EN  DOS  ACTOS 


serafín  i  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


Estrenada  en  el  TEATRO  LAR  A  el  13  de  Noviembre  de  1006 


-*• 


MADRID 

«.  TBL.4800.  lUP.,  UABQUÉB  OB  BAHTA  AMA,  íl  DVP." 
TeU/ono  número  jf/ 

I906 


fil  5r.  D.  Franeiseo  Rodríguez  JVíarin 
y  al  Baehillep  F^aneiseo  de  Osuna, 

yarec/aros  //z^e/z/os  se¿////a/íos,  ^¿/e  ¿v?  //?- 

////^a  ^  J^cu/íc/a  co/aforac/d/^,  ^a/í  e/za/^ 

/ec/c/o  /as  /¿/ras  es/fa/ío/ás  ^  aí^a/brac/c 

efr/co  /esoro  c/e  //¿/es/ra  /loes/a  />op¿//ár. 

S^¿/s  f¿/e/zos  am/^os  ¿/  ac/zn/rac/ores. 


RKPARTO 


PERSONAJES 


ACTORES 


DOÑA  MANUELA Sea.    Rodríguez. 

DOÑA  GUILLERMINA Valyerde. 

CLARA Ruiz. 

ROSAURA Seta.  Tosca:  o. 

FERNANDA  PEÑAFLOR Alba. 

NIEVES Latobre. 

MANOLÍN Niño  Pepito  López. 

QUIJANO Se.       Rubio. 

ROSALES Palanca. 

LISONJERO Simó-Raso. 

DON  ELÍAS La  Riva. 

JORGE Calle. 

BONIFACIO Baubaycoa. 

DON  VICENTE  DE  LA  SOSA  .  Romka. 

VILLACORNEJO Zoekilla. 

CASTILLO Mata. 

DON  ANDRÉS Pacheco. 

ISIDORO García  Oeejoela. 


ACTO  PRIMERO 


La  escena  es  en  Guadalema,  capital  de  Castilla,  y  en  la  trastienda 
de  la  sastrería  de  Quijano,  uno  de  los  más  acreditados  sastres  de 
la  localidad.— A  la  derecha  del  actor,  puerta  con  cortina  japonesa 
de  varillas,  que  da  á  la  tienda.  A  la  izquierda,  dos  puertas:  la  del 
primer  término,  más  chica  que  la  otra,  y  tapada  por  una  cortinilla 
de  yute,  comunica  con  el  taller  de  la  sastrería;  la  del  segun- 
do, con  el  interior  de  la  casa  del  sastre.  Al  foro,  bHlcón  de 
antepecho,  con  vidrieras,  al  través  de  las  cuales  se  ve  la  calle.  Es 
piso  bajo.  Eu  el  rincón  de  la  derecha  del  foro,  y  de  frente  á  la 
pared  de  la  izquierda,  mesa  y  sillón  de  Doña  Guillermina,  admi- 
nistradora de  la  sastrería  y  cuñada  del  dueño.  A  la  altura  de  la 
mano,  en  la  pared,  vanos  portapapeles  con  facturas,  y  un  alma- 
naque. Junto  al  sillón  un  cesto  de  papeles.  Hacia  el  centro  de  la 
habitación  una  camilla,  A  la  izquierda  del  foro,  una  anaquelería, 
en  la  que  se  ven  piezas  de  tela,  cajas  de  muestrarios,  etc.  En  un 
rincón  un  maniquí  con  una  prenda  concluida.  Sillas  y  butacas. 
Estera  de  cordelillo.  En  las  paredes,  cubiertas  de  papel  modesto, 
algur.os  cuadros  de  figurines  masculinos. 

Es  por  la  mañana,  en  un  día  templado  de  invierno. 

Quijano  el  sastre,  padre  de  Manolín,  está  sentado  á  la 
camilla  leyendo  un  periódico.  Doña  Guillermina,  su 
cuñada,  hace  cuentas  en  su  rincón.  Quijano  es  un  viejo 
bonachón  y  simpático;  Doña  Guillermina  una  vieja  do 
pies  y  de  cabeza  firmes,  y  de  ojos  sagaces  é  inquietos: 
está  en  todo.  Usa  gafas,  manguitos  y  delantal. 

D.a  Gui.  Sumando.  Doí-,  ccho,  diez,  diez  y  nueve,  vein- 
ticinco, treinta  y  cuatro,  cuarenta  y  una,  cin- 
cuenta y  dos,  y  llevo  cinco.  Cinco,  eiete,  ca- 
torce, veintiuna,  veintiocho,  treinta  y  cua- 
tro, y  de  treinta,  tres.  Tres  mil  cuatrocientas 


_  s  - 


Nieves 

Quij. 

Nieves 

Quij. 

D.a  Gui. 

Nieves 


Quij. 
D.a  Gui. 


Nieves 

Quij. 
D.a  Gui. 
Nieves 


BoN. 


NlE^  ES 

BoN. 

Nieves 

BUN. 

Nieves 
BoN. 
D.a  Gui. 

BOM. 

Nieves 

BoN. 


venticinco  pesetas,  justas  y  cabales,  (^omo 
trampa,  ya  es  trampa.  ¡Está  buena  la  sangre 
azul! 

Del  taller  sale  Nieves,  oficiala  tan  linda  (lue  linn  imanas 
de  rediniiilii  del  dedal  y  la  aguja.  Trae  una  americana 
en  la  rnauo. 

Maestro. 
¿Qué  hay? 

¡Otra  vez  la  americana  de  Don  Antonio! 
¿Otra  vez? 

¿Otra  vez?  ¿Pues  qué  se  le  ofrece  de  nuevo? 
Lo  de  siempre:  que  le  saque  de  donde  mis- 
mo le  metí.  8e  conoce  que  engorda  un  día  sí 
y  otro  no,  y  nunca  le  caen  bien  las  prendas. 
Es  pesadito  el  buen  señor. 
Y  paga  á  plazo?.  Y  hay  que  arrancarle  los 
plazos  con  sacacorchos.  Y  no  se  le  sacan.  Y 
el  mes  pasado  dio  un  duro  filipino.  Compos- 
tura de  percha. 

Esa  le  iba  3^0  á  dar,  pero  como  luego  don 
Ventura  se  enfada... 
No  me  gusta  engañar  á  nadie. 
¡Cuidado  si  eres  infeliz!  Ya  lo  sabes,  Nieves. 
De    mi   cuenta   corre,    Doña    Guillermina. 

Sale  Bonifacio  de  la  sastrería,  cuando  Nieves  va  á 
irse.  Es  un  joven  ingenuo  y  pálido,  futuro  sucesor  de 
Quijano.  Sobre  los  hombros  trae  un  metro  que  parece 
que  le  ha  nacido  allí. 

¡Jesús,  qué  posiual   a  la  otiuiaia.   Vaya  usted 
con  Dio?,  Nievecitas.   Ya  era  hora  de  que 
me  diese  usted  los  buenos  díaá. 
Si  no  le  he  visto  á  usted  hasta  ahora... 
¿No?  Pues  yo  la  he  visto  á  usted  esta  maña- 
na muy  tempranito. 
¿A  mí? 

En  la  fotografía  de  la  calle  Nueva.  ¡Je!  Como 
está  usted  allí  retratada... 
¡Ay,  qué  pillo! 
Heu'ular.  Oiga  usted. 

¿Qué  es  eso?  Nieves,  al  taller.  Bonifacio,  á  la 
tienda. 
No  se  incomode   usted.  Doña  Guillermina. 

Hasta  luego.  Se  entra  eu  el  taller. 

Hasta  luego.  Aunque  no  sea  más  que  por 


—   9  — 

que  hay  oficialas  así,  vale  la  pena  de  ser 
sastre.  Bajaudo  la  voz.  ¡Permítanme  ustedes 
este  respirillo!  ¡Me  trae  frito  ese  liombre! 

Quij-  (j,Quién? 

BoN .  Machuca:  el  de  la  fábrica  de  sardinas. 

D.a  Gui.       ¡Otro  que  tal  baila: 

Quij  Pues  es  buen  pagador;  no  critiquéis. 

D.a  Gui.  8í,  pero  t'do  su  dinero  trae  un  tufillo  que 
trasciende  á  sardinas  desde  una  legua. 

Bo>.  ¡Dígamelo  usted  a  mí:  El  día  que  liquida  se 

me  llena  la  tienda  de  gatos.  ¡.Je! 

Quij  Anda,  anda,  no  míenlas,  ()Ue  te  pereces  por 

charlar.  Y,  sobre  todo,  que  va  á  enterarse  el 
hombre. 

BoN.  No  se  entera.  Coge  un  muestrario.  Un   mes  lle- 

va eligiendo  un  chaleco.  Va  el  muestrario  á 
su  casa;  lo  examinan  todos  allá;  da  su  dic- 
tamen la  mujer — bueno,  la...  mujer; — torna 
aquí  el  muestrario;  manda  corriendo  á  la 
criada  otra  vez  i)ara  que  se  lo  lleve...  ¡Jesús, 
qué  ir  y  venir!  ¡Como  si  fuera  cosa  tan  difí- 
cil elegir  un  chaleco! 

Qu.j  A  la  titnda  y  chitón,  ó  me  enfado. 

BoN.  Ya,  ya  voy   a  la  tienda.  Marchase,  en  efecto,  em- 

pezando una  frase  en  tono  complaciente.  Le  decía  á 

usted,  querido  Machuca... 

Quij  Es  bueno  de  veras  este  muchacho. 

D.a  Gui.     Y  fiel  como  un  perro. 

Quij  Y  no  tiene  hiél  para  nadie.  ¡Que  parece  men- 

tira, datlos  sus  principios!  ¿Verdad,  Guiller- 

ininar  Deja  el  periódico  y  se  asoma  á  los  cristales  dil 

balcón  Manolín  se  tai  da. 

D.fiGui.  Como  hace  tan  l)uen  sol,  y  de  estos  días 
caen  pocos  en  el  invierno  de  Guadalema, 
andará  paseándose  con  el  maestriv 

Quij  Bien  puede  ser  así.  Me  alegraría...   Que  res- 

pire aire  puro,  que  se  fortalezca  ese  cuerpe- 
cito.  No  todo  se  ha  de  volver  estudio  y  tra- 
bajo, ¿verdad?  Yo  celebro  que  dé  la  lec- 
ción en  casa  del  maestro,  porque  así,  quie- 
ras que  no,  todos  los  días  sale  á  la  calle. 

BoN.  Apareciendo  nuevamente.  Don  Ventura. 

Quij.  ¿Que  ocurreV 

BoN.  El  señor  Machuca,  que  desea  que   le   diga 


—   10  " 

xisted  mismo,  v^^i  pe  lleva  más  la  lista  que  <  \ 
cuadro  ..  y  si  va  mejor  el  botón  de  pasta,  ó 
el  de  tela...  ¡ó  el  de  cuerno! 

Quij  Con  mil  amores;  sí.  vase. 

D.»  Gur.     Sumando.  Ocho,  diez  y  seis,  veinticinco... 

BoN.  ¡Ije  digo  á  usted  que  iiay  que  tener  una  pa- 

ciencia!... 

D  aGui.  Cállese  usted  ahora. — Veintisiete,  treinta  y 
cuatro... 

BoN.  Doña  Guillerujina,  es  que  ciertas  cosas... 

D.aGui.  ¡Que  se  calle  usted,  hombre!  Cuarenta  y  dos, 
cuarenta  y  nueve... 

BoN.  Ah,  3'a.  Se  marcha  también. 

D.aGui.  Cincuenta  y  cuatro,  cincuenta  y  ocho,  y 
llevo  cinco,  y  siete  doce.  Mil  doscientas 
ochenta  y  nueve  pesetas  con  treinta  cénti- 
mos. Tampoco  es  mala  trampa.  lEstá  buena 

la  clase    media!    Distribuyendo   las  facturas  en   los 

portapapeies.  ¡Vayfi!  Pondremos  estas,  entre  las 
que  puede  que  se  cobren;  estas  entre  la.s 
que  puede  que  no  se  cobren,  y  estas  otras 
entre  las  que  no  se  cobran  ni  yendo  á  Lour- 
des á  pedirlo.  ¡Bah!  ¡Cómo  abusión  de  mi 
pobre  cuñado!  Conmigo  habían  de  dar.  A 
son  de  tambores  publicaba  yo  por  las  ca- 
lles á  los  tiam  posos.  Escribe. 

Por  la  puerta  de  la  sastrería  salen  de  la  mano  Don 
Klías  y  Manolín,  y  se  van  por  la  que  conduce  á  la  casa. 
Don  Elias,  antiguo  violinista  de  café  y  actual  profesor 
de  Manolín,  es  un  viejecillo  infantil  y  tembloroso.  Vis 
te  modestamente.  Kn  la  mano  trae  la  caja  del  violin 
del  chico.  Manolín,  el  niño  prodigio,  es  un  pequeñuclo 
de  seis  años  de  edad,  bonito  y  despierto.  Usa  gabán - 
cito  de  esclavina  y  sombrcrito  flexible. 

D.  Eli'ns     Buenos  días.  Doña  Guillermina. 

D.aGui.  Sin  dejar  de  escribir.  ¿Se  viene  de  dar  un  pa- 
seo, cli? 

D.  Eií*s  Sí,  señora;  hasta  los  Alamillos  llegamos; 
pero  después  de  dar  la  lección.  Vamos  á  ver 
á  la  hermanita. 

J^.a  Gui.  Levantando  los  ojos  y  contemplando  á  Manolín  mien- 
tras se  retira.  jQué  gloria  de  criatura!  ¡\  qué 

suerte  de  padre?!  signe  escribiendo.  En  el  ta- 
ller canturrea  una  oficiala.  Doña    Guillermina,  á  poco 


—  11  — 

de  oiría,  grita.  |SÍlenCÍo!  La  oficiala  párete  no  ente- 
rarse. ¡Silencio  he  dicho,  Nieves! 

Nieves  Desde  dentro.  ¿Me  hablaba  usted,  Doña  Gui- 
llermina? 

D.a  Gui.     ¡Dale  más  á  la  aguja  y  menos  al  canto! 

Nieves  ¡Si  es  Aurora! 

D.aQui       ¡Quien    sea!    ¡Parecéis   grillos   todo  el  día! 

Continúa  escribiendo.  En  el  taller  se  oyen  risas  conteni- 
das, que  luego  cesan. 

Desde  la  calle,  se  asoma  Lisonjero  á  los  cristales  del 
balcón  y  llama  con  los  nudillos. 

'--'    Lis.  ¡Ahora  vengo! 

ü.aGui.  Levantándose.  ¿Eh?  ¿Quién?  Alborozada  al  verle. 
¡Ahí    ¡Señor    Don    Jacobd!    Abre    las    vidrieras. 

¿Cómo  está  usted?  ¿Por  qué  no  pasa? 
—     Lis.  No  puedo  en   este   instante.  Volveré  dentro 

de  diez  minutos.  Me  están  e^perandc  en 
ocho  sitios  Pero  dígale  usted  al  señor  Quija- 
no  que  vuelvo,  que  tenemos  mucho  que  ha- 
blar. 

D.í'Ciui.     Perfectamente:  así  se  lo  diré.   Antes  pasó 
Uf-ted  hacia  arriba. 
^ —    L:s.  Hacia  arriba  y  hacia  abajo  qué  sé  yo  las  ve- 

ces: toda  Guadalema  he  andado  ya.  ¡Y  hay 
que  ver  los  pasos  que  tiene  esta  humilde 
capital  de  provincia!  ¡Caray,  caray!  Conque 
hasta  luego. 

O.»  líui.  Vaya  usted  con  Dios,  Don  Jacobo;  que  us- 
ted siga  bien,  cierra  las  vidrieras  y  torna  á  su  sitio. 
Por  la  puerta  de  la  casa  sale  nuevamente  don  Elias, 
acompeñado  ahora  de  Doña  Manuela,  madre  del  prodi- 
gio. Esta  señora  es  física  y  moralmeute  la  media  na- 
ranja de  Quijano.  Se  vieron  y  se  entendieron  hace  vein 
te  años.  Estaba  escrito-,  tenía  que  nacer  Manolín. 

D.  Ei.iA.     Aprovechándome  de  que  hoy  tenemos  sol... 
D.aGui.      Oye,    Manuela:   acaba   de    hablar  conmigo 

por  el  balcón  el  señor  Don  Jacobo. 
D.a  Man.      ¿y  cómo  no  ha  entrado? 
D.a  Gui.       Porque    iba    muy    deprisa:   con^o   siempre. 

Pero  me  ha  dicho  que  luego  volverá. 
D.a  Man.      ¡Cuánto  me  alegro!  ¡Qué  persona  más  finae.^í 
D.  ElÍas     Pues  decía  ()ue  aprovechándome  de  que  hoy 

tenemos  sol,   me  alargué  con   él  hasta  los 

Alamillos.  Me  gusta  oirlo  hablar...  Dice  a 


—   12   — 

veces  cosas  que   me  dejan  atónito.  Ks  un 
privilegio  de  criatura. 
D.aMAN.      Unted  habrá  vípIo,  Don  Elias,  que  á   mí  se 
me  está  cayendo  la  baba.  tSiéntt'se  usted  un 

ratito.    A  Quijano,  que  vuelve  de  la   sastrería.    ¿TÚ 

oyes  esto,  Quijano? 
Quij.  ¿Qué? 

D.a  Man.      Don  Elias,  chocho  con  nuestro  hijo. 
Quij  Como  tú  y  como  yo. 

D.a  (titl.  ¡Y  como  yo!  Se  levanta  y  se  acerca  al  grupo  forma- 
do por  los  otros  tres.  ¿Adelanta  mucho,  maes- 
tro? 

D.  El  ÍAS  ¡Adelantar!  ¡adelantar!...  ¿Qué  es  adelantar 
para  él?  No  es  ya  que  corre;  es  (jue  salta,  que 
vueln... 

()UIJ.  Maquinalmente.  QuC  VUCla... 

1).  Elí\s  Que  no  hay  quien  lo  siga,  señor  Quijano; 
doña  Manuela,  que  no  hay  quien  lo  siga... 
Es  menester  rendirse  á  la  realidad  y  recono- 
cerlo: no  estamos  ante  un  niño  habilidoso  y 
listo,  que  muestra  vocación  decidida  por  un 
arte  cualquiera:  estamos  en  frente  <ie  un 
prodigio;  de  un  fenómeno  de  la  Naturaleza. 

Qnij.  De  un  fenómeno,  tú. 

D.a  Man  Ya  ves:  de  un  fenómeno.  Tan  bonito  como 
es  Manolin...  y  es  un  fenómeno. 

D.a  Gui.  Lo  dije,  lo  dije.  ¿Verdad  que  lo  dije,  Ventu- 
ra? No  me  quitéis  la  gloria  de  haberlo  di- 
cho. Lo  dije:  «Este  muchacho  se  sale  del 
montón;  se  destaca.  Hay  que  ponerle  un 
n)aestro  en  seguida.»  Lo  dije,  lo  dije.  Vuel- 
ve á  su  tarea,  sin  perjuicio  de  ir  y  venir  siempre  que 
mete  cucharada. 

(iu  j.  Lo  dijo,  lo  dijo. 

D.a  Man      Y  lo  sigue  diciendo.  ¡.Je! 

1).  Elias  ¡Bueno  está  el  maestro  de  Manolin!  ¡Maes- 
tro! ¡Maestro!  Yo,  cuando  se  pone  á  tocar, 
me  cruzo  de  brazos  y  pienso  entre  mí:  «Aquí 
no  hay  maestro  y  discípulo;  de  haberlos  es 
tan  trocados  lo.^  papeles:  él  es  (piien  pue- 
de enseñar  algo;  yo  no.  Aquí  no  hay  más 
que  un  pobre  músico  de  cafe,  mandado  reti- 
rar como  guitarra  vieja,  que  tiembla  de  emo- 
ción y  llora  viendo  y  oyendo  lo  que  nunca 


-is- 
ba visto  ni  oído,  [Es  mucho  Manolínl  se  en- 
juga Qiia  lágrima  con  el  pañuelo. 
QuiJ  .  Repitiendo  frase  y  ademán  de  don  Elias.  ¡Es  mucbo 

Manolín! 
D.a  Man.     lo  mismo.  ¡Es  mucho  Manolín! 
Quij-  A  üjí,  de  cuando  en  cuando,  me  asalta  el 

temor  de  que  las  telarañas  del  cariño  nos 
cambien  los  colores  de  las  cosas. 
D.a  Gui.       ¡Cal 
Quij.  ¿Ca? 

D.a  Gui.       ¡Ca! 

D.a  Man  ¡Pues  naturalmente,  Quijano!  Te  pasas  de 
modesto.  Has  tenido  siempre  esa  falta.  Y  así 
como  veo  las  tuyas,  vería  también  bis  de 
Clarita,  las  de  Manolín. 
D.  Elias  Amigo  don  Ventura,  pronto,  muy  pronto^ 
será  la  primera  exhibición  pública  de  esa 
maravilla  del  cielo  que  ha  caído  en  esta 
casa:  usted  verá  si  Guadalema  entera  tiene 
ti^nbién  las  telarañas  qne  usted  dice. 
D.í^  Gur.       Maestro,  ¿y  componer?  ¿No  le  dará  el  naipe 

por  componer? 
D.  Elías      Cal  aja,  calma...  Deje  usted  que  muela  el 

molino 
D.a  Gui        ¡Mire  usted   que  si  hiciera  una  ópera!  Eso 

deja  muchísimo  dinero. 
D.*  Man      ¿Quieres  callar,  hermana?  ¿Quién  piensa  en 

el  dinero? 
Quij.  ¿Quién  piensa  en  tales  porquerías? 

D.a  Gui.       Yo,  yo.  Yo  pienso,  porque  debo  pensar;  por- 
que ahí  está   el  porvenir  del   niño.  Hazte 
cargo:  Puccini,  con  sólo  La  Bohémc... 
Quij.  Vamos,  calla;  que.no  me  gusta  oirte  desba- 

rrar. Nosotros,  gracias  á  Dios,  tenemos  un 
pasar  que  muchos  quisieran:  para  eso  he  tra- 
bajado yo  toda  mi  vida.  A  mí  no  me  hace 
falta  dinero:  á  mí  lo  único  que  me  importa 
ya,  lo  que  me  ilusiona,  lo  que  me  hace  so- 
ñar dormido  y  despierto,  es  que  se  sepa  en 
Guadalema,  en  España,  en  el  mundo  todo, 
que  Quijano  eksastre  tiene  ese  hijo. 
D.a  Man  ¡Que  Quijano  y  su  mujer  tienen  ese  hijo! 
Dices  bien,  Quijano.  Guillermina  es  una 
.-    .     '  roñosa.  .        ; 


—  14  — 

D>  Gci.       Sí,  sí,  roñosa.  Lo  que  hago  es  mirar  lejos. 

D^  Man  ^:Qné  mayor  satisfacción,  qué  mayor  gloria 
puede  cabernos  á  nosotros  (\\\e  la  de  haber 
parido  á  Manolín?  Tu  apellido  inmortali- 
zado, el  niño  recibiendo  íivaciones  aquí  y 
allá,  asombrando  á  las  gentes  en  Madrid,  en 
el  extranjero...  Esta  noche  he  soñado  que 
tocaba  delante  del  Kaiser.  Tengo  al  Kaiser 

aquí.  Montado  en  las  narices. 

D.  Elias  ¡Je,  je!  Oiga  usted,  doña  Manuela,  sueños 
más  difíciles  se  han  vuelto  realidades.  Con 
Manolín  irán  ustedes  donde  quieran. 

D.a  Gui  Lo  que  no  sabéis  es  lo  mejor.  Por  supuesto, 
descendemos 'del  mono  en  línea  recta:  tenía 
razón  David. 

D.  Elias      ¿David? 

D.a  Gui  8í.  No  hacemos  más  que  imitarnos  los  unos 
á  los  otros.  ¿Pues  no  sale  la  panfila  de  la 
droguera  queriendo  tener  ella  también  otro 
niño  prodigio? 

D.a  Man.     ¿La  droguera?  ¡.Jesús! 

Quij.  ¡Qué  disparate! 

D.a  ]\Ian       Veamos,  ahora... 

Quij  Ahora  cada  uno  va  á  descubrir  en  su  casa 

un  fenómeno.  ¡Lo  que  son  las  envidias! 

D.a  Man  La  droguera  sí  tiene  un  fenómeno  en  su 
casa:  pero  no  es  el  niño;  es  el  marido. 

Quij  Para  murmurar  baja  la  voz. 

D.a  M^N      ¿Y  cuál  es  la  habilidad  del  angelito  ese? 

D.a  Gui       Dicen  que  pinta. 

D.a  Man  ¡Bah!  ¡I^a  de  todos  los  chicos:  pintarrajear 
por  la  pared! 

DaGui.      ¡Cualquier  cosa! 

D.  Ei.ÍAs  Levantándose.  Y  en  Último  extremo,  señor: 
pongamos  que  ese  niño  vnl^a  todo  lo  que  se 
le  antoje  á  su  madre:  pero,  ¿es  lo  mismo 
nintnr  en  un  lienzo  cu:itro  monigotes  que 
.arrancar  de  las  cuerdas  secas  de  un  violín 
las  más  sublimes  melodías?  El  arte  de  la 
música  es  el  arte  de  los  elegidos:  donde  ter- 
mina el  poder -y  el  alcance  de  la  palabra 
humana,  allí  empieza  la  música.  Que  no 
me  hablen,  que  no  me  digan:  Manolín  es 
único,  único.  Dios  ha  (juerido  que  lo  sea. 


—    16  — 

Su  gloria  es  mi  gloria.  Porque  rodíirá  el 
tiempo;  Manolín  llenará  los  siglos  con  su 
nombre;  ¿y  quién  me  quita  á  mí,  oscuro 
músico  de  cate,  pobre  viejo  que  soñó  con  la 
gloria  sin  encontrarla  nunca,  quién  me  qui- 
ta á  uií  haber  sido  el  primero  que  le  enseñó 
al  prodigio  á  mover  los  deditos  'iernos  en 
un  violín  de  juguete?  Nadie,  nadie:  he  sido 
yo.  Esa  gloria  es  mía;  mía.  Y  ya  no  charlo 
más.  Hasta  mañana,  padres  felices. 

D.a  Gui.      Adiós,  maestro. 

D.a  Man.     Vaya  usted  con  Dios;  hasta  mañana. 

D.  Elias  Páselo  bien,  Doña  Guillermina.  Hasta  ma- 
ñana. 

D.a  Gui       Hasta  mañana. 

Vase    Don    Elias,    dojáudolos    á    todos    enternecidos. 

Quij.  ¡Está  hechizado  el  pobre  viejo! 

D.a  Man      ¿Y  tú? 

Quij.  ¿Yo?  Dame  un  abrazo,  Manolilla.  se  abrazan. 

En  el  taller  vuelven  á  oírse  risas. 

D.a  Gui,  Bueno,  bueno;  bien  están  los  abrazos  y  las 
ternuras,  pero  no  olvidéis  lo  que  he  dicho: 
una  ópera:  que  escriba  Manolín  una  ópera. 
(^avalleria  Rusticana  produjo  el  primer  año... 

Q'Jij.  ¡Un  dineral;  todo  lo  que  tú  quieras;  pero  no 

nos  hables  ahora  de  ochavos,  Guillermina! 

Las  risas  del  taller  se  acentúan. 

D.a  Guí.  ¡Vaya!  Esa  es  otra.  Hoy  tenemos  revuelto  el 
taller.  Cuando  viene  la  bizca,  tiemblo.  Esta- 
ré un  ratito  de  centinela.  Entrase  en  el  taller. 
Cesan  las  risas. 

Hale  Clara  del  interior  de  la  casa.  Trae  una  cestilla  de 
labor.  Es  una  rnuchachita  muy  mona,  todo  modestia  y 
serenidad.  , 

Clara  Mamá. 

Da  Man.     ¿Qué  quieres? 

Clara  .Manolín,  desde  que  es  prodigio,   ¡da  unas 

contestaciones!...  Vé  ala  cocina,  porque  está 
poniendo  á  Teodosia  como  un  trapo. 

D.a  M  \N.     ¡Diablo  de  chico! 

Quij.  ¡Es  gracioso  de  veras! 

Clara  Sí;  muy  gracioso,  y  muy  artista,  y  toca  muy 

bien  el  violín,  pero  yo,  si  fuera  hijo  mío,  le 
crirtaba  un  poquito  las  alas.  Le  ha  dicho  una 


16  — 


desvergüenza  á  la  mujer  que  no  se  le  puede 
pasar  ni  á  Sara^ate. 
D.a  Man      Ya  me  figuro  la  que  es;  porque   no  sabe 

Olra...  Voy  allá,  voy  allá...  Vase  ai  interior  de  la 
casa. 

Qüij  A  reírle  la  gracia,  por  supuesto...  Nos  tiene 

bobos  Manolín,  No  hay  modo  de  reñirle 
nunca. 

Sale  Bonifacio  de  la  sastrería. 

BoN.  Maestro. 

Quij  Discípulo.  ¡Je! 

BoN.  Haga  usted  el  favor  un   instante,  que  el  se- 

ñor Machuca... 

Quij.  ^.t  ero  está  ahí  todavía? 

BoN.  ¡Todavía!  A  raí  me  va  á  dar  fiebre.  El  señor 

Machuca  quiere  saber  á  punto  fijo, y  bajo  pa- 
lal)ra  de  honor  de  usted,  ei  la  trencilla  viste 
en  los  chalecos  ó  no  viste. 

Quij.  ¡El  demonio  del  hombre!  Habrá  que  sacar- 

lo de  dudas...   Vase  á  la  sastrería. 

BoN .  Yo  me  quedo  un  ratito  aquí.  ¡Valiente  cata- 

plasnial 

Clara  ¿Quién  es? 

BoN.  Machuca:  el  de  las  sardinas.  Boquerón,  co- 

mo le  dicen  los  chiquillos. 

Clara  Ya.  Se  sienta  á  hacer  labor. 

BüN .  Encaminándose    a!   taller    y    volviéndose    de    repente. 

Oiga  usted,  Clara. 

Clara  Diga  usted,  Bonifacio. 

BcN.  No  le   cuente   usted   á 

que  entro  en  el  taller. 

Clara  Vo  no  le  contaré  nada, 

BoN.  ¿Cómo? 

Clara  Porque  está  en  ej  taller, 

BoN.  iAh,  canario!  Entonces  no  entro. 

Clara  Ya  sé  que  le  gusta  á  usted  Nievecitas. 

BoN.  ¿No  me  ha  de  gustar?  ¡Si  es  de  lo  mejor  que 

se  fabrica  en  su  clase! 

<,Yara  .        Bi  que  es  muy  monina  esa  muchach?. 

BoN.  ¿Le  agrada  á  usted? 

Clara  No  tanto   como  á  usted;  pero  me  es  muy 

.'simpática.  ¿Y  usted  va  con  buen  fin,  Boni- 
facio? 

BoN.  Yo  voy  con  el  fin  de  casarme;  ¡lo  que  no  sé 


Doña  Guillermina 
pero  va  á  enterarse. 


—  i:  — 

8Í  ese  fin  será  bueno!  Hay  tantas  opinio- 
nes... |Jel  ¿Y  usted,  cuándo  nos  da  un  gran 
día? 

Clara  ¡tíuy!...  ¡Largo  le  va! 

BoN .  ¿Y  eso? 

Clara  Mire  usted,  Bonifacio:  que  Jorge  y  yo  no 

nos  entendemos  del  todo.  Y  bien  sabe  Dios 
que  me  duele;  porque,  al  íin  y  al  cabo,  co- 
mo es  el  primer  novio  que  he  tenido...  esas 
cosas  echan  raices...  Pero  de  alyún  tiempo 
á  esta  parte  salimos  á  pelotera  fiiaria. 

BoN.  ¿A  pelotera  diaria?  Para  novios,  es  mucho. 

Clara  Pues  así  andamos. 

BoN.  Ya,  ya.  Yo  no  me  precio  de  zahori,  pero 

bien  podría  escribir  ce  por  be  lo  que  á  usted 
le  sucede  con  Jorge.  |Si  lo  oigo  respirar  en 
la  cervecería  de  las  camareras!  Usted  es  una 
mujer  de  su  casa,  muy  prudente,  muy  dis- 
creta, muy  tranquila,  muy  enamorada  de  su 
rincón,  y  él. ..él...  ¿lo  Higo? 

Clara  Dígalo  u.«ted. 

BoN.  No  me  atrevería,   si  no  la  estimase  á  usted 

tanto.  El  es  indigno  de  usted,  Clara:  él  es 
un  ambicioso  vulgar.  ¿Estamos  conformes? 

Clara  hace  un  gesto  para  no    contestar.    PerO  en  el 

pecado  lleva  la  penitencia.  Yo  sé  bien  en 
lo  que  paran  todas  esas  bambollas.  ¿No  ve 
usted  que  yo  he  sido  genio  antes  de  ser 
sastre?  ciara  lo  mira.  Genio,  genio:  asi  como 
suena. 

Clara         Sí,  si  lo  sé. 

BoN.  Por  eso  dudo  entre  reirme  ó  indignarme, 

cuando  escucho  las  baladronadas  de  su 
novio  de  usted,  y  por  eso  me  indigno  sin 
reirme  cuando  veo  lo  que  aquí  se  hace  con 
Manolin.  Opóngase  utted,  Clara;  opóngase 
usted  á  cuanto  se  trama  con   su  heimanito. 

Clar.\  Esa  ya  es  harina  de  otro  costal.  Yo  pienso 

como  usted,  y  como  Rosales:  creo  que  Ma- 
nolin debiera  jugar  con  los  otros  chicos  al 
esconder  ó  al  marro,  y  estudiar  su  violín  y 
acostarse  á  las  oraciones;  pero  cuando  niis 
padres  no  lo  entienden  así,  tendrán  razón 
ellos.  Ahora,  que  si  fuera  hijo  mío,  á  las 

2 


—  18  - 

ocho  lo  metía  en  l;i  cama;  y  si  los  socios  del 
Casino  y  los  vagos  de  Guadalema  querían 
divertirse,  que  bailaran  un  minué. 

BoN.  Por  usted  habla  la  voz  de  la  razóu:  yo,  que 

he  sido  genio,  puelo  asegurarlo.  ¡Ay!  A  mí 
me  dio  por  la  poesía:  yo  era  poeta.  A  los  cin- 
co años  cantaba  al  sol,  y  á  la  luna,  y  al  Ve- 
subio —sin  liaberlo  visto, — porcjue  el  sol  y 
la  luna,  menos  mal, — y  á  Napoleón  prime- 
ro, y  al  moro  Muza.  ¡Con  decirle  á  usted  que 
llegué  á  mirar  con  lástima  á  Kspronceda! 
Veinte  presas 
hemos  hecho, 
á  despecho 
del  inglés... 
I A  mí  esto  me  parecía  malísimo!  Y  yo  tam- 
bién tuve  veladas  en  el  Centro  Republicano 
de  mi  pueblo,  d(in<le  canté  á  í'orrijos,  yá 
los  Comuneros  de  Castilla...  ¡Todos  los  cro- 
mos de  mi  caFa!  Y  hubf)  para  mí  flores,  y 
palomas,  y  aun  coronitas  de  laurel...  ¡Ay! 
Cuando  se  acabaron  las  gracias  del  niño,  y 
me  vi  en  la  necesidad  de  hacer  algo  capa/ 
deque  lo  admiraran  los  hombrts,  tuve  con- 
ciencia de  todo  lo  falso  de  mi  aureola  in- 
fantil, y  pasé  las  horas  mas  negras  de  mi 
vida.  Pero  el  sentido  común  me  salvó.  Por- 
qne  ya  empezaba  á  torcerme,  y  á  envene- 
narme, y  á  mfirder  á  diestro  y  niniestro,  3'  á 
negarlo  todo,  «¡('a,  homl)re,  cal* — me  dije 
un  día  en  que  tuve  que  purgarme  dos  ve- 
ces.— «jEsto  no  va  copmigd!  ¡Que  sea  genio 
otro  tonto  cualquiera!  Yo  me  dedico  á  sas- 
tre.» Y  aquí  me  tiene  usted.  Soy  vulgar, 
pero  soy  feliz:  en  vez  de  cantar  el  caos  —que 
también  lo  canté— canto  el  cuerpo  de  .Nie- 
vecitas.  Y  ella  me  lo  agradece.  Y  no  hay 
quien  me  tosa. 

Claua  Hizo  usted  bien.  Hubiera  usted  sido  un  ge- 

nio de  pega,  y  así  es  usted  un  hombre  de 
})rovecho. 

BoN.  Usted  me  ha  comprendido    Soy  un  pobre 

hombre  que  en  breve  podrá  poner  al  frente 
de   esta  noble   casa  un  letrero   que   diga; 


-    19   — 

«Bermejo,  sucesor  de  Quijano».  Y  no  falta- 
rár.  g<^i)io3  que  rae  lo  envidien. 

Sale  Doña  Guillermina  del  taller. 

D.a  Gui.  Pero,  señor,  ;,que  no  se  halla  usted  más  que 
fuera  de  la  tienda? 

BoN.  \J^,  je!  ¡Doña  Guillermina!  Es  que  hablába- 

mos Clarita  y  yo,  y  decía  Ciarita... 

D.a  Gui.  Lo  que  decía  Clarita  no  me  im')orta:  lo  que 
digo  yo  es  que  se  vaya  usted  al  mostrador 
ahora  mismo. 

BoN.  Y  yo  la  obedezco  á  UFted  como  un  ángel. 

Cuando  era  genio,  me  fasti<li>ib  i  obedecer; 
per»  ahora  que  sov  una  vulgaridad. .  ¡en- 
cantado! Se  va  á  la  sastrería. 

D.a  Gui.  ¡^anto  Dios,  lo  que  goza  en  pegar  la  hebra 
ese  bendito! 

BoN.  Asomando  la  cabeza  un  instante  por  entre  las  varillas 

de  la  cortina,    le    dice  con   acento  misterioso  á  Clara. 

Allí  viene  su  novio  de  usted. 
D.a  Gui.       ¿Qué  ha  dicbo? 
C'.ARA  Que  ahí  viene  Jorge. 

D.aGui.       Va. 

Hay  una  pausa.  Doña  Guillermina  trabaja  en  su  mesa; 
Clara  hace  labor.  Llega  Jorge,  con  cara  de  pocos  ami- 
gos. Es  un  muchacho  que  era  muy  simpático  y  se  ma- 
lea por  puntos,  porque  ha  acabado  la  carrera  de  leyes 
y  cree  que  el  mundo  no  le  hace  justicia. 

Jorge  Hila. 

Cl'Ra  V<-n  con  Dios. 

Jorge  Felices,  Doña  Guillermina. 

D.a  Gui.       Dios  te  guarde. 

Clara  Buf^n  día,  ¿verdad? 

JoKGE  Calor  al  eol  y  fresco  á  la   sombra:  lo  mejor 

para  coger  una  pulmonía,  se  sienta. 

Ci.ARA  ¿Estás  enfadado? 

Jorge  N  >. 

Clara  Pues,  hijo,  las  señas  son  mortales. 

JoinGE  Si  opinar  lo  contrario  que  tú  es  indicio  de 

enfado,  avipa. 

Clara  Cuando  digo  (lue  hay  mar  de  fondo...  ¿Vie- 

nes del  bufete? 

Jorge  No. 

Clara         ¿No? 

Jorge         ¡No! 


—  20  - 

D.a  Gui.       Del  bnff^te,  no;  pero  bufando,  sí. 

Jorge  ¡Qué  bonito  juego  de  palabras!   a  su  uovíh. 

Ni  vengo  del  bufete,  ni  vuelvo  m^^. 

(  "lara  ¿Por  qué? 

.'üRGE  Porque  no  ha  nacido  el  hijo  de  mi  madre 

para  echar  alU  el  quilo  trabajando,  y  que  se 
hiere  un  caballero  i)articular,  ipie  debiera 
t  star  tirando  de  un  tranvía.  Ya  lo  sabes 
¿Tienes  otra  cosa  que  objetar? 

Sale  Quijano  de  la  sastrería,  y  al  observar  la  actitud 
de  los  novios  se  va  al  interior  de  la  casa  moviendo  la 
cabeza  con  disgusto. 

CALARA  Dulcemente.  ¿Por  qué  eres  apí,  Jorge?  Digo,, 

¿por  qué  te  has  vuelto  así?  ¿Es  que  ya  nó 
me  quieres? 

Jorge  Lagoterías,  no. 

Clara  ¿Ves  como  has  pisado  mala  yerba?  ¿Qué  te 

pasa?  Si  yo  no  soy  tu  novia  para  saber  lo- 
que te  pasa,  y  tú  mi  novio  para  cont  írme- 
lo, riñamos  de  una  vez. 

Jorge  se  levanta  y  da  un  par  de  resoplido."?    iiaseaudo. 

l\a  Gui.       Hombre,   hombre,  que  van   á  volar   estas 

cuentas,  y  están  por  cobrar. 
Jorge  Déjese  usted  de  bromas,  señora  mía. 

Claka          Jorge.  Jorge,  ven  aquí.  Ven  a(]uí,  le  ruego. 

Jorge  vuelve  al  lado  de  ella  como  á  remolque.  No- 
te mereces  el  cariño  con  que  te  trato,  a  una 
mirada  de  61.  No;  no  te  lo  mereces.  ¿Qué  te 
ocurre?  Di  meló. 

JokGE  Nervioso.  ¡Me  ocurre...  me  ocurre...  que  la  bu- 

manidad  se  ha  propuesto  freirme  la  sangre! 

(■LARA  ¡La  humanidad  no  se  ocupa  de  til    No  seas 

presuntuo.-o, 

JORGK  Sintiendo  la  herida.    ¿No  Se  OCUpa  (le  mi?  ¡PueS 

ya  se  ocupará  con  el  tiempo! 

Clara  Con  el  tiempo  yo  no  lo  dudo;  pero  lo  que  es 

ahora.,.  De  tí  sólo  nos  ocupamos  tu  madre 
y  yo.  ¿Y  quién  mejor,  después  de  todo? 

Jorge  Mira,  nena,  queriendo  consolarme  me  está-* 

diciendo  lo  que  más  me  puede  ninitificar. 
¡No  parece  sino  que  no  te  enteras  ó  que  }'(» 
hablo  en  chino!  ¿De  modo  (jue  me  oyes  re- 
petir á  diario  que  quiero  luchar,  que  quitro 
subir,  que  quiero  ser  alguien,  que  no  quiera 


—  2]    — 

morirme  oscurecido  en  Guadalema,  y  to- 
davía me  sales  con  frasecitas  de  eomediit 
cursi?  Las  mujeres  á  lo  mejor  perdéis  el 
sentido  de  las  cosas,  por  no  decirlo  deotrn 
modo  más  crudo. 

Clara  Creéis  los  hombres  que  lo  perdemos,  cuando 

no  halaga-nos  vuestra  vanidad  ó  vuestro  ca- 
pricho. ¡Dices  til  que  quieres  luchar!... 

Jorge  ¡Y  quieto  lunhar! 

Clara  No,  Jor-íe;   lo  que  tú  quieres  no  es  luchar. 

Ks  a'go  más  cómodo:  es  no  lucli.ir,  precisa 
mente:  ee  plantarte  tle  un  salto  donde  Cbté 
el  que  esté  más  arrilia;  donde  ee  llega,  si  .st; 
llega...  dt^spués  de  luchar. 

Jorge  ¡Bah,  l)ah!  No  sahes  loque  dices,  ni  entien- 

des una  p'tlal)ra  de  esto.  Estás  muy  atraca- 
da de  noticias.  Vives  con  las  ideas  de  tu-; 
abuelos,  y  gracias.  Antiguamente  se  anda- 
ban los  caminos  en  galeras  aceli-radas,  y  :i. 
fuerza  de  tiempo;  ahora  ea  en  el  tren,  y  ya 
el  tren  nos  va  [»areciendo  un  carromato. 
Hay  que  ahorrarle  molestias  y  panoramas. 
El  camino  importa  un  pitoche:  la  cuestión 
es  llegar. 

Clara  ¡Llegar!  No  se  te  cae  de  la  boca  esa  palabra. 

¿Qué  es  lo  que  tú  entiendes  por  llegar? 

Jorge  ¡Está  bien   claro,  hija  de  mi  vida!  Pasar  de 

no  ser  nada,  á  ser  algo;  de  que  i  adié  me 
vea,  á  que  todo  el  mundo  me  mire.  ¿Cómo? 
¿En  qué  esfera?  ¡Me  es  indiferente!  Lo  mis- 
mo se  me  da  llegar  de  una  manera  que  de 
otra:  estrenando  un  drama  ó  publicando  un 
libro  dn  cocina;  pronunciando  un  discurso 
elocuente  ó  ensartando  á  un  ministro  en 
desafio. 

Clara  Calla,  calla. 

JoKGE  |La  cuestión  es  llegar! 

Ciara  Te  ruego  que  calles.  Me  entristece  oirte.  No 

eres  el  que  era?.  ¿Con  qué  amigotes  te  re- 
unes  que  así  te  han  vuelto? 

Jorge  No  son  amigotes  los  que  me  abren  loa  ojos: 

es  la  vida,  que  dice  verdades  muy  amargas. 
Esta  vida  febril,  inquieta,  complicada,  ver- 
tiginosa, que  vivimos  los  hombres  de  este 


22  — 


Clara 

Jorge 
Clara 
Jorge 


Clara 
Jorge 


Clara 


Jorge 


Clara 
Jorge 


Clara 

Jorge 
('lar  A 

•  loRGE 

Clara 


siglo.  jAy  del  qne  se  cruce  de  brazos  y  se- 
poi  ga  á  niiriir  la  luna!  ¡Lucido  tstái 
'J  ú  í-í  (^ue  estíis  ho}'  fuera  de  quicio,  Jorgre. 
¿No  acal)aráH  de  deciruje  lo  que  t'enesr*  Por- 
que hay  al^o  más  que  esta  uianía  de  llegar 
y  llegar  que  te  ha  entrado  ahora  como  un. 
sarampión. 

¡Como  un  sarampión!...  ¡Como  una  enfer- 
n)e(lad  incurabU ! 

¿Ee  quizás  el  viaje  á  Madrid  lo  que  así  te 
revuelve  la  hilis? 

¡Ni  más  ni  menos!  Acertaste  ef-ta  vez.  El 
viaj*-  á  \ladrid,  que  no  se  me  cuaja  como- 
qui.-iera. 

¡Dichoi-o  viaje  á  Madrid! 
¡E'O  es:  dichoso  viaje!  Lo  primero  es  el  «me 
quieres^»  «te  quiero»   del   novio  y  la  novia. 
¡Mi  porvenir  que  se  lo  lleve  Pateta!  jQré 
egoÍMuo  niás  refinado  y  más  si-icida! 
No  disi  arates,  Joige  Si  yo  viese  en  tu  viaje 
á  Madrid  un  propósito  noble  y  seno,  yo  se- 
ría  la   primera  a  an'maite;  p»  lo  s'  veo  que 
vana  ir  ala  |  ara  tu  ahsilnta  i  erdición;  para 
la  coiiipleta  ruina  del  Jorge  de  lü'ce  cuatro 
añiifi...  del  uiío...  del  bueno  ..  ¿cómo  quieres 
que  vea  con  buenos  ojos  ese  viaje? 
¿I.agriruitas  ahora?  ¡Era  lo  único  que  me 
faltaba!  ¡Delicias  del  hogar!  De   mi  casa  he 
Sil  ido  huyendo,  por  no  escuchar  á  mi  fami- 
lia, que  también  toca  de  cuando  en  cuando 
la  nota  sensible.  Llego  aqui.  y  más  sensible- 
ría. ¡Esti'y  mejor  que  quiero!  ¿Por  uué  no 
me  habré  quedado  yo  en  la  canja? 
¿Luchando? 

Mira,  Clf-ra;  lo  único  que  no  sufro,  es  que- 
ni  de  cerca  ni  de  lejos,  mis  afanes  te  sirvan 
de  burla. 

Perdona,  hombre:  ha  sido  una  broma  ino- 
cente. 

I'nes  no  lo  olvides. 

No  lo  olvidaré.  Y  hablemos  de  otra  cosa. 
O  no  hablemos,  que  será  preferible. 
Hoy,  sin  duda  alguna. 

Jorge  se  levanta  y  empieza  á  pasearse    para    dar  sali- 


—  23  — 


da  al  fluido  nervioso  Quiere  liar  uu  cigarrillo,  se  le 
enredan  los  dedos,  y  acaba  por  tirar  tabaco  y  papel. 
Clara  lo  mira  con  tristeza  Doña  Guillermina  canturrea 
zumbonamente  al  cabo  de  un  rato. 

D.a  Gui       Dos  y  dos  son  cuatro,  cuatro  y  dos  son  seis, 
seis  y  dos  sen  ocho  y  ocho  diez  y  seis  .. 

Jorge  la  mira  á  punto  de  soltarle  una  fresca,  pero  se 
contiene,  traga  saliva  y  sigue  sus  paseos.  Sale  Bonifa- 
cio con  una  pieza  de  tela  que  le  muestra  á  Doña  Oui- 
llermina. 

Diga  usted:  ¿se  puede  dar  este  pantalón  en 
cinco  durosV 

Sf;  pero  pida  usted  ocho. 
Había  pedido  diez. 
Así  me  gustí'. 
¿Quién  eí-tá  en  la  tienda? 
Paco  Uodríguez,  hace  ya  un  ratillo.  Y  el  se- 
ñor Kosales,  que  acaba  de  llegar  se  retira. 
¡Caranibh!  ¡ya  tenemos  ahí  al  ir  evitable  se- 
ñor  Koí-ale.-!   Entre  los  contertulios  de  la 
tienda  y  de   la  trastienda,   el  que  más  me 
molesta  ts  él,  ¿Y  tus  papas,  andan  por  allá 
dentro? 

Allá  estarán  con  iManoIín. 
Pues  alia  voy  yo  ú  coniarles  un  cuento,  ca- 
balmente del  tal  Rosales  y  de  Manolín. 
Pues  ¿qué  ocurre? 

Ocurre  que  es-e  Galeno  de  Cinco  Villas,  va- 
lido de  su  autoridad  de  médico,  y  haciendo 
alarde  de  f-u  ingenio  baturro,  en  la  trastien- 
da de  la  botica  de  Quiroga,  y  en  el  estanco, 
y  donde  viene  á  pelo,  hace  chacota  del  niño 
pro'ligio,  y  del  padre  del  niño  prodigio, 
y  de.. 

Clar\  No  lo  creo. 

Jorge  Pues  ciéelo,  poique  lo  digo  yo.  Estás   hoy 

levantisca,  paloma.  Voy  allá  dentro. 

D.a  Gui  l'ejaudo  el  trabajo  y  yéndose  tras  él.  A  ver,  á  ver... 

Esto  me  interesa. 
Clara  ¿Usted  también?  ¡Bah! 

Se  marchan  al  interior  de  la  casa  Jorge  y  Doña  Gui- 
llermina. De  la  sastieria  sale  Rosales,  Este  Rosales, 
de  nombie  Don  Pascual,  es  uno  de  los  médicos  más 
queridos    de    la    población.  Hombre  fuerte  y  robusto. 


BON. 

D.a  Gui. 
BoN. 
DaGui 
Clara 

BON. 

Jorge 


Clara 

•lORGE 

Clara 
.Jorge 


~  24  — 

aragonés  de  raza,  habla  con  el  acento  de  su  país  y  uo 
tiene  pelos  en  la  lengua,  usa  capa  y  sombrero  flexible. 

Ros.  Aquí  eótoy  yo. 

Clara  Don  Pascual,  buenos  días. 

Ros.  ¿Qué  hay? 

Clara  Lo  de  siempre. 

Ros.  Pues  lo  de  siempre  es  que  lo  mejor  de  Gua- 

dalema  es  la  Plaza  de  los  Soportales,  y  lo 
mi-jor  de  los  Soportales  la  casa  de  Quijano. 
¿Dónde  se  ha  metido  ese  hombre? 

Clara  Con  mi  novio  e^tá  por  allá  dentro. 

Ros.  ¿Con  tu  novio? 

Clara  tíi.  .Siéntese  ut-ted,  que  no  tardarán  en  salir. 

Ros.  Lo  que  es  tu  novio,  con  perdón,  aun(]ue  no 

salya  no  me  importa.  ¡Leña!  ¡ijué  antipá- 
tico ei-! 

Clara  Será  para  usted,  Don  l'ascual. 

Ros.  Pues  para  mí  habió.  Anoche  por  poco  le 

abro  la  cabeza  en  el  casino. 

Clara  ¡Ay,  Jesú>! 

Ros.  Luejío  I-e  la  hubiera  tenido  que  cerrar,   por 

ser  el  médico  que  pillal>a  mas  cerca,  pero 
nunca  habría  perdido  el  tiempo  con  más 
íiusto. 

Clara  Bueno,  sí;  dejemos  á  mi  novio.  Ya  sé  que 

no  se  quieren  ustedes  bien.  ¿Hay  muchos 
enfermos? 

Ros.  Menos  h  ibría,  si  hubiera  menos  médicos. 

Clara  Basta  que  usted  lo  diga.  ¿Ha  ido  usted  3'a  á 

casa  de  don  Acisclo? 

Ros.  Dh  allá  vengo.  ¡Bien  tristecico  lo  he  dejado! 

Cl^ra  ¿Está  peor  su  sefiora? 

Ros.  Al  revés:  de  esta  no  se  le  muere,  no. 

Clara  ¿Y  por  eso  está  triste?  ¡Vamos!   ¡Dice  usted 

unas  herejías!  ¿Tan  mala  persona  es  doña 
Prudencia? 

Ros.  R-gularica  es.  Y  su  marido  no  me  puede 

ver  a  mí  ni  en  pintura. 

Clara  ¿Porque? 

Ros.  Porque  dos  años  antes  que  él  fui  yo  novio 

de  ella. 

Clara  ¿Y  eso  qué  importa?  ¿Ahora   va   á   acor- 

darse...? 

Ros.  Sí  se  acuerda,  sí.  ¡Floja  señalica  le  ha  que- 


—  25  — 

dado!  Pude  yo  cargar  con  ella  y  cargó  é!: 
tiene,  tiene  motivos  para  m;il  quf-rerme. 

Clara  ¡Ja,  Ja,  ja!  Pero  si  usted  también  se  casó 

luego. 

Ros.  ¡Diferencia  va!  Algo  daría  él  por  encerrarse 

en  casa  con  mi  mujer  en  vez  de  con  la  suya. 

Clara  ¡Ya  lo  creo!  Es  que  con:o  Posario  hay  pocas. 

Ros.  No  hay  más  que  ella:  se  rompió  el  molde. 

Pero  alguna  falta  había  de  tener:  e.^  arrima- 
dica  á  la  cola.  Como  yo:  lo  mismo  que  yo. 
Así  nos  han  salido  los  hijos, poiirecicos  míos: 
que  clavan  los  clavos  con  la  cal)eza. 

Clara  ¡Jesús,  por  Dios!  í^e  divierte  usted  hasta  de 

su  sombra. 

Ros  Digo  la  verdad  .siempre. 

Clara  Pues  niegue  usted  que  es  guapísimo  Pas- 

cualín. 

Ros.  No  lo  niego,  no:  es  igual  á  su  madre.  Pero 

tiene  seis  años,  y  le  preguntas  quién  ha  he- 
cho el  mundo  y  se  encoge  de  h^mibros.  En 
fin,  con  tal  que  sean  buenos, y  bu^no.?  lo  son, 
¡adelante  con  el  iLclona!!  Todos  lo.s  hombres 
sirven  para  algo  en  el  mundo:  no  han  de  ser 
ellos  menos.  AJédico  soy  yo,  y  nadie  se  ha 
opuesto  á  que  lo  zea.  ¡Los  que  pudieran  vo- 
tar en  contra  se  mueren!... 

Clara  Cual(|uiera  que  lo  oyese  á  usted,  creería  que 

era  usted  un  matasanos. 

Ros  Aún  los  hay  ppores. 

Por  la  puerta  del  interior  de  la  casa  van  saliendo  su 
cesivameute  doña  Guillermina,  doña  Manuela  y  Quiji- 
no.  Saludan  muy  serios  á  Rosales,  se  sientan,  y  no  le 
dirigen  la  palabra.  El  los  mita  un  poco  perplejo. 

D.a  Gui.  Buenos  días. 

Ros  Buenos  días,  Doña  Guillermina. 

D.a  Ma^'.  Buenos  días. 

Ros.  Salud,  Doña  Manuela. 

Quij.  Buenos  día.'^. 

Ros  ¡Hola,  hombre,  hola!  ¡Ya  pareciste! 

Quij.  Ya  parecí. 

Ros.  ¿Qué  es  eso?  ¿Vienes  disgustado? 

Quij.  No. 

Ros.  ¿Cómo  que  no?  Pues  esa  no  es  tu  cara.  ¿Te- 
nemos alguna  novedad,  doña  Manuela? 


D.a 

Man. 

Ros 

D.a 

Gui 

Ros 

Clara 

Da 

Man. 

-    26    — 

No. 

¿No  hay  ninguno  malucho? 

Eso  qnifiera  usted. 

¿Yo?  ¿A  qué  panto,  señora?  ¡Si  aquí  no  co- 

l)ro  las  visitas! 

¿Y  Jorge? 

Poniendo   en    sus   palabras  toda   la    ironía    de   que    es 

capaz.  Se  ha  quediido  con  Mancjlin;  con  el 
pobrecito  Manolii»;  con  ese  de.«dichado  de 
iManulín.  Porque  ahora  resu'ta,  ¿stibe  usted, 
Don  Pascual?  (|ue  Manolín  es  un  pollino  y 
nosotros  unos  mentecatos. 
Ros.  ¿Qué  dice  usted? 

QuiJ.  En  el  mismo  tono    que  su  esposa.    Y    OtrO    mente- 

cato el  novio  de  Clara,  que  ahora  mismo 
ePtá  con  la  boca  aldt-rta  oyéndole  tocar  el 
vinlín. 

Ros  Del   novio  de  esta  va  bien   todo  cuanto  se 

diga.  ¡Luía!  ¡qué  antipático  e^! 

Clara  Más  antipátifo  es  usted,  ¡caramba!  y  lo  de- 

JHu  jjasar.  Ya  nje  canfé  yo. 

Hos.  No  te  enojes  por  él  conmigo,  que  no  lo  vale. 

D.a  Gui  No  lo  valdrá,  pero  cuando  njeuos  es  un  hom- 
l)ie  que  no  tieiie  dos  caras. 

Ros  Pues  es  un  dolor;  porque  le  van  á  romper  la 

que  tiene  el  día  menos  pensado.  Y  á  ver  qué 
8e  liHCe. 

D.a  Man.     ¿Quién  ge  la  va  á  romper? 

Ros  Puede  que  sea  yo,  ¡leña!    Porque  me  estoy 

oliendo  qué  ese  ha  venido  aquí  con  algún 
chisme,  y  los  chismes  no  van  conmigo,  ¡A 
nií  se  me  habla  claro!  ¡Caras  tiesas  y  medias 
]  alttbras  no  se  las  aguanté  ni  a  nii  padre! 
¿Qué  tienen  que  decirme,  leña?  ¿Quieren  us- 
le  les  reventar  de  una  vez? 

Se  desborda  la  iudignapión  en  lorma  de  improperios, 
que  oye  Rosales  sin  contestar  palabra. 

Quij.  ¡.Si,  señor;  tenemos  que  decirte...! 

Da  Max.  j  llenemos  que  decirle  á  u=ted  que  es  un  mal 

amigo! 

D.a  Gui  ¡Un  infame! 

Qi  ij.  ¡Un  traidor! 

Da  Man.  ¡Kso;  un  traidor! 

Quij  ¡Nunca  pude  esperarlo  de   tí,   i'ascual!    ¡Sé 


—  27  — 

que  te  vas  á  la  botica  de  Quiroga,  y  al  es- 
tanco, y  allí  te  ríes  de  mi  mujer  y  de  mí,  y 
de  las  ilusiones  que  nos  forjamos  con  nues- 
tro hijo! 

D.a  MvN.     ¡Con  nuestro  hijo,  que  es  un  fenómeno,  aun- 
que usted  no  quiera! 

D.a  Gui.       ¡Eso  no  pe  hace:  eso  es  una  porquería  en 
Li  da  tierra  de  garbanzo?! 

Clara  Por  Dios,  tía;  por  Dio?,  mamá;  que  parecéis 

gnllos  inglesen. 

Hos.  No  doy  media  vuelta  ahora   mismo  y   sacu. 

do  los  zapatos  al  salir  de  la  casa,  porque  se- 
ría tan  majadero  como  ustedes.  Y  tan  mal 
amigo.  ¡Ksii»  sí  que  me  e-^cuece,  leña!  ¿Es 
decir  que  el  primer  zascandil  que  llegue  con 
una  invención,  tira  por  tierra  una  amistad 
de  treinta  años?  Pues  si  es  así,  di  tú  que  no 
ha  debido  s»rlo  ni  de  un  día.  sulfurándose. 
^,Quién  ha  trüído  ese  cuento?  ¿A  que  delan- 
te de  mí  no  dice  palabra? 

Clara  No  se  sufoque  Ut*ted,  Don  Pascual. 

Ros.  Trndría  qui-  taparme  los  oídos,  muñeca. 

D.«  Gui.       ¡"^í;  si  ya  contábamos  con  los  puñetazos  y 
¡as  bravata:-! 

Ros  l'ero  ¿es  que  insiste  usted,  señora?  ¿Voy  yo 

á  tener  que  d»fenderme  aquí  de  una  calum- 
nia? ¿No  basta  ser  quien  soy,  y  que  lo  nie 
gue  encima?  silencio  general.  ¡Bucno,  hombre, 
bueno!  Ya  veo  f]ue  no  basta.  Este  si  que  es 
un  desengaño.  Lo  que  yo  he  dicho  de  Ma- 
nolín  y  de  ustedes,  en  la  botica  y  en  el  es- 
tanco y  en  todas  paites  donde  me  piden 
opinión,  es  lo  mismo  que  digo  aquí  siempre 
que  viene  á  cuento:  que  protesto  con  toda 
mi  alma  de  lo  que  hacen  con  él. 

D.a  Man.     ¡Manolín  es  un  artista  eminente;   lo  dice  su 
ujaestro;  lo  dice  todo  el  que  lo  oye! 

Ros.  Por  lo  mismo  que  quizá  sea  un   artista,  es- 

más  doloroso  que  se  le  mate  en  flor. 

D.íi  Man.     ¿Pero  tú  oye«,  (iuij.nno? 

Ros.  Tuviera  yo  en  lugar  de  los  cuatro  zoquetes 

que  he  traído  al  mundo  un  hijo  como  él,  y 
puede  que  rascara  el  violín  una  hora  del 
día,  pero  ya  cuidaría  yo  de  que  triscara  por 


—   28   ~ 

los  montes  lo  menos  ocho,  como  un  cor- 
derico. 

Quij.  ¡Y  dale!  ¡Si  es  que  este  niño  es  especial! 

D.:'  Man.     ¡Si  ijuitarle  el  violin  es  matarlo! 

D.í*  Gui.  ¡Si  no  le  gusta  jugar  como  á  los  otros  chi- 
cos! 

Rus.  ¡i.eña!  ¿Pues  no  dice  que  no  le  gur-ta  jugar 

y  tiene  seis  años?  J^o  que  es  que  le  han  me- 
tido ustedes  en  la  cabera  que  es  un  hombre- 
cico,  y  que  es  un  fenómeno.  ¡I^eña,  qué  ma- 
nía esta  de  anticipar  la  vida,  de  coger  el 
fruto  a  destiempo!  Tienen  un  niño,  y  ya 
quieren  tener  un  homlue.  Por  supuesto:  no 
es  de  ustedes  toda  la  culpa:  ustedes  marchan 
empujados.  E.ste  mal  es  dfl  siglo.  Todo  el 
niimdo  tiend^^  á  estrellarse.  No  sé  en  (\ué 
consiste.  Puede  que  lo  hayan  traído  los  auto- 
nióviles. 

Clara  (oh  cierta  vehemencia.  Sí,  señor;  sí,  seüor:  tiene 

u>ted  mas  razón  que  un  santo. 

D  íi  Man.     Tú  te  calla?,  mocosa. 

Clara  Yo  me  callo,  porque  tú  m^  lo  mandas,  pero 

estoy  conforme  con  Rosales.  No  hay  nada 
en  sus  quicios. 

Ros.  ¡Bien  dice-,  leña!  Aquí  se  siega  ya,  sin  que 

grane  la  espiga.  En  M-molín  lo  ves.  Echa 
á  un  lado  el  estrujar  su  cuerpecico — que 
ya  es  echar; — ;  ero  si  alK.ra  se  le  empieza  á 
exhibir  y  á  deslumhrar  con  la  gloria  tem- 
prana, ^,qué  aplausos  le  van  á  halagarandan- 
do  el  tiempo?  ¿Qué  le  dejan  usteiies  paia 
esa  edail  en  que  más  se  sueña  que  se  vive; 
para  esa  edad— acuérdate,  Ventura  en  que 
charlábamos  tú  y  yo  como  locos  f)or  las  ca- 
lles de  Zaragoza,  yo  de  mi  Kosario,  (pie  en- 
tonces era  Hosarico,  y  tú  <ie  doña  Manuela 
aquí  presente,  que  f  arece  mentiraí 

D.a  M/  N      ¡Oiga  usted! 

Ros.  Ahora  le  toca  á  usted,  señora.  Hemos  de 

oir  por  turno.  Este  es  mi  pensar,  y  así  lo 
soltaré  donde  quiera  mondo  y  lirondo,  me 
pongan  buena  ó  mala  cara.  Y  si  ustedes  no 
lo  quieren  oir,  tendrán  que  atrancar  la  puer- 
ta de  la  calle  y  no  dejarme  entrar;  porque 


—   20    — 

como  entre  y  se  hable  del  caso  [leña,  que  lo 
digo!  ¡De  buena  raza  vengo!  Mi  ]iadre  se 
llamaba  Andrés,  dijo  un  día  por  una  dispu- 
ta que  se  llamaba  Antonio,  y  Antonio  se  lla- 
mó ya  toda  su  vida.  La  esquela  de  defun- 
ción nos  dejó  escrita  llarasindose  Antonio. 
Y  Antonio  le  pusimos  en  la  lápida,  porque 
sabíamos  que  si   no  Fe  llevaba  un  disgusto. 

D.a  Gli.  ¿y  todavía,  después  de  decir  eso,  quiere  us- 
ted que  a.juí  se  le  tome  en  cuenta  cuando 
(la  en  una  testarudez? 

D  a  Man.  En  este  caso  se  fastidia  usted,  señor  mío. 
¡No  faltaría  más,  sino  que  porque  usted  hava 
dicho  que  se  llama  Pedro,  le  hayamos  de  lla- 
mar Pedro  nosotros,  sabiendo  que  se  llama 
Pascual  Bailón!  Ya  cono*  emos  bien  el  puño. 

Quii.  Sí,  sí;  tenemos  en  esta  cuef-tión  criterio  muy 

distinto.  Tú  ves  negro  lo  que  nosotros  rosa. 
Acaso  estemos  engañados;  pero  déjanos  con 
nuestra  ilusión.  Y  perdona  si  un  poco  cie- 
gos por  el  cariño  á  Manolín,  pusimos  en  tela 
de  juicio  tu  amistad. 

Ros  Calla,   Ventura,  calla,  que  yo  soy  siempre 

el  misnif).  La  pruel)a  es  que  discuto.  Y  oye 
un  instante  ese  cornetín  que  suena  lejos. 
Ni  de  encargo  viene. 

En  efecto,  óyese  á  lo  lejos  un  cornetín,  que  toca  una 
jota.  Todos  escuchan. 

Quij.  ¿Y  eso  qué  es? 

Ros,  tise  es  el  cornetín  de  unos  titiriteros,   que 

van  rodando  por  el  mundo.  Ahora  les  ha  to- 
cado caer  en  Guadalem^.  Al  son  de  esa  jota, 
bailan  dos  chiquitines,  niño  y  niña,  de  la 
edad  de  tu  Manolín.  Esta  mañana  me  los 
encontré  en  la  Plaza  Grande,  cansadicos  ya 
de  bailar,  y  me  dieron  pena.  Pensé  en  mis 
hijos,  y  pensé  también  en  el  tuyo. 

QuTj.  ,;Ves  tú? 

D.a  Man  .     ¿Ves  tii?  ¡PJsto  es  lo  que  exalta! 

D.í'  Gui.       ¡listo  es  lo  que  no  puede  oir.=e! 

Quij.  ¿^^as  á  atreverte  á  comparar?... 

Ros.  No,  no  comparo:   tú  no  tienes  la   disculpa 

que  esos  padres.  El  hambre  puede  mucho, 
¡leña! 


—  30  — 

Quij  ¿F,'^  que  tú  piensas  fjue  nosotros...? 

D.a  Max,     ¿Es  que  usted  ^e  figura. .? 

Ros  ¡No  me  figuro  nada:  no  hago  icás  que  de- 

^  cir  lo  que  veo! 

Quij.  ¡Pups  nos  ofendes,  atribuyéndonos  ideas  de 

explotación! 

D.a  M'N.     ¡Sí,  señor:  nos  ofende! 

Ros.  ¿Pero  quién  ha  pensado  tal  cosa? 

D.a  Gui.       ¡ü-ted! 

D.a  Man.     ¡Usted! 

Quij.  ¡Tú! 

Eos.  ¿Y..? 

Quij .  ¡Tú! 

Ci.ARA  Calma,  por  la  virgen  bendita.   Y  si  quieren 

ustedes  hacerme  cüso,  quede  esto  aquí.  Ni 
[■{opales  ba  tenido  la  intención  (]ue  vosotros 
pensáis,  ni  vosotros  sois  ca|iaces  «le  nada  feo. 
Pero  cuando  se  ponen  las  personas  así  no  se 
entienden  nunca. 

Ros.  Hablas  como  un  libro,  muñeca  Siempre  he 

dicho  que  eres  tú  lo  mejor  de  la  <asa. —  V03' 
al  taller  á  que  me  cosan  estft  l)otón  de  la 
americana,  que  está  un  poco  flojo. 

D.a  Gui.  ¡Todos  los  dias  ba  de  traer  usted  un  botón 
flojo! 

Ros.  Si  las  oficialas  tuvieran  la  cara  como  usted, 

ya  vendrían  bien  seguros,  ya 

Entrase  en  el  taller.  El  cornetín  de  los  titiriteros  deja 
de  oirse.  Quijano,  Doña  Manuela  y  Doña  Guillermina,  se 
agrupan  indignados,  y  á  media  voz  truenan  contra  el 
baturro. 

D.a  Gui.  A  este  lo  planto  yo  el  mejor  día.  No  soy  yo 
quien  le  sufre  todas  las  barliaiidades  que 
quiera  decirme,  poique  sea  de  Aragón. 

Quij.  Pero  ¿habéis  visto  igual  terquedad? 

D.a  Man.     ¡Oh!  ¡Es  una  cabeza  de  bronce! 

D.a  Gui.  Pues  por  más  vueltas  que  le  deis,  en  el  fon- 
do no  hay  más  que  envidia,  y  envidia,  y  en- 
vidia. ¡Como  que  en  su  casa  en  vez  de  cua- 
tro ó  cinco  chicos  tiene  un  juego  de  bolos! 

Clara  Callad,  por  los  clavos  de  Cristo;  (jue  viene 

ahí  Jorge,  y  está  con  Rosales  á  tres  pullas, 
y  va  á  haber  aquí  toros  y  cañas. 

.-jale  Jorge  haciendo  demostraciones  de  entusiasmo. 


31    - 


Jorge  ¡Oh!  ¡oh! 

Quij.  f!,Qu(^? 

D.a  Man      ¿Qué? 

JoKGE  ¡Oh!  ¡una  maravilla!  ¡Un  asombro! 

D.sA  Gui.       ¿Manolín,  verdad? 

Jorge  ¡Espanta!  ¡Kptremecel  ¡Da  fritt! 

Quij.  (íOye?,  Clarita?  ¿Oyes  á  Jorge? 

D.a  Man      ¡Para  que  nos  vengan  con  dimes  y  diret'-;-!... 

Jorge  ¡Vamos!   ¡hJI  que  niegue  eso,  que  es  coim» 

negar  la  hiz  del  sol,  ó  es  ciego  del  todo,  ó  es 
un  animal  de  bellotas...  ó  es  algo  más  malo! 

Clara  Bueno,  bueno;  no  chilles. 

Bonifacio  se  asoma  á  la  puerta  de  la  sastrería. 

BoN  .  El  señor  Lisonjero  pregunta  por  usted,  don 

Ventura. 

La  Boticia  le  produce  á  la  familia  gran  regocijo  y 
cierta  turbación. 

<qiuij.  ¡Hombre,  •  1  señor  Lisonjero! 

D.a  M  \N.  ¡El  señor  Lisonjero! 

D.R  (iui.  ¡Que  pase!  ¿Verdad? 

Quij .  ¡Si,  si,  que  pase! 

D.a  .Man  ¡Que  pase  en  seguida! 

Se  retira  Bonifacio.  Quijano,  Doña  Guillermina  y  Doña 
Manuela,  se  retocan  ligeramente. 

Jorge  Yo  me  voy. 

(^LARA  ¿Te  vas? 

Jorge  Sí.  A  ese  señor  de  Lisonjero  lo  masco,  pero 

no  lo  trago. 

Clara  ¿Vendrás  á  la  tarde? 

JokOE  No  sé.  Según  esté  de  pulgas. 

Clara  Tranquilízate,  hombre. 

Jorge  ¡Ojalá  pudiera!  Hasta  luego, ó  hasta  mañana. 

Clara  Adiós,  coge  su  labor  y  se  va  al  interior  de  la  casa. 

Jorge  Ala  familia.  Buenos  días. 

Quij.  Adiós,  Jorge. 

D.a  Man.  Ha.-ta  luego. 

D.a  Gui.  Adiós. 

A  tiempo  de  irse  Jorge  llega  Lisonjero. 

Jorge  Pase  usted. 

Lis.  Usted. 

Jorge  Muchas  gracias,  se  va. 

Jacobo  I  isonjero  es  hombre  joven,  despierto,  activí- 
simo, bullidor,  inquieto,  de  fácil  palabra  y  persuasi- 
vos ademanes:  capaz  de  emprenderlo  todo  y  de  llegar 


—   32  — 

á  todos  lados.  Viste  con    elegancia    personal.  Los  pii- 
iTieros  botines  que  se  vieron  en  Guadaleiua  los  llevó  él. 

Li?.  ¡Famili?.  dichosa!...  ^:Qné  tal? 

Quij.  ¡Señor  Lis^oniero!  ¡Tniito  gusto! 

Lis.  Doña  Manuelfi,  Doña  Guillermina — nosotros 

ya  nos  hemos  visto, — querido  Quijano...  ¿Y 

el  monstruo  de  la  casa? 
Quij.  Kn  su  estudio.  ¡No  deja  el  violín! 

Lis.  ¡Eetupenda  criatura! 

D.a  Man      Je. 
Lis.  <;Y  esa  mariposilla  blanca  que  á  veces  veo 

revolotear  por  este  balcón? 
D.H  Man.     Allá  dentro.  Llámala,  Guillermina. 
I^is.  ¡Nunca!   Prohibido  que  por  mi  se  moleste  á 

nadie. 
D.a  Gui.       ¡Pero  siéntese  usted! 
Quij.  ¡Es  verdad;   que  estamos  aquí  como  bobos! 

Siéntese  usted. 
IjIs.  No  puedo;  muchas  gracias.  Tengo  veintisie- 

te cosas  que  hacer  todavía  antes  tie  las  doce, 

y  son  las  doce  menos  cuarto. 
Quij.  Pues  ya  que  no  se  siente,  deje  el  sombrero 

y  el  gabán. 
Jvis.  Eso  sí. 

Quij.  Muy  arrugadillo  está  el  forro.   Enviémelo 

mañana  y  lo  i)lancharemos. 
Lis.  Se  hará  como  usted  quiere.   Antes  que  se 

me    olvide.    Dando   voces   hacia    la   tienda.    ¡Boni- 
facio! ¡Bonifacio! 

Quij-  ¡Bonifacio! 

D.a  Man.     ¡Bonifacio!  . 
. Bo^'.  Asomándose.  Ser»'idor. 

Lis.  ¿Usted  conoce  á  Paco  Rivera? 

BoN.  ¡Ya  lo  creo! 

Lis.  Si  pasa  por  la  calle,  llámelo  usted  y  avíse- 

me en  seguida. 

BoN.  Perfectamente.  Me  fíguro  que  no  pasará. 

Lis,  ¿Por  qué? 

BoN.  Porque...    porque...    Doña    Guillermina    lo 

sabe.  Se  marcha. 

D.a  Gu!.  No  pasa,  no. 

Lis.  ¡  Ah,yal  ¡Es  un  perdis  incorregible!  Otra  cosa. 

Quij.  ¡Bonifacio! 

Lis.  Ño;  no  es  con  Bonifacio. 


—  33  — 

BON .  Asomándose  otra  vez.  ¿Qué  hay? 

Quij.  Nada,  nada.  Vete. 

Bonifacio  se  va. 

I^is.  ^Tienen  ustedes  aquí  teléfono? 

D.a  Man.     Lo  vamos  á  poner  á  primero  de  año. 
=:^      Lis.  ¡Kntonces  no  me  sirve  ahora!  ¡.Je!   Ii)a  á  ha- 

blar con  la  redacción  de  El  Débate...  Luego 
me  llegaré.  A  lo  nuef^tro. 

Quij.  ¡Cuánto  tenemos  que  agradecerle! 

D.a  Man      ¡Cuánto  se  molesta  por  nosotros! 

Lis.  ¿Quiere  usted  callar?  Para  nal  es  un  honor 

y  un  gusto.  Y  primero  que  nada  es  un  de- 
ber: el  deber  en  que  está  todo  ciudadano 
que  ama  á  su  país  de  contribuir  á  que  sus 
glorias  más  legítimas  redplandezcan  á  la  luz 
del  sol. 

Quij.  ¿Usted  fuma? 

—  IjIS.  No,  señor;  me  falta  esa  virtud.   ¡.Jamás  he 

incurrido  en  la  vulgaridad  de  llamarle  vi- 
cio! Aquí  del  cuento:  «Si  fuera  vicio,  lo  ten-' 

drías.»  Dando  de  improviso  una  carrera  y  asomándo- 
se al  balcón.  Aguarde  usted  un  minuto.  No, 
no  es  Perales.  Me  pareció  Perales:  un  ciuda- 
dano á  quien  necesito  para  catorce  cosas. 
Por  cierto  que  hoy  es  el  santo  de  la  herma- 
na y  no  le  he  mandado  tarjeta.  Escribiendo  en 
un  cuadernillo  de  apuntos.  Felicitar  á  María 
Luisa.  A  })ropósito:  ¿ustedes  tratan  al  alcal- 
de de  Valladolid? 

QuiJ.  Consternado.  No... 

—  Lis.  Yo  tampoco.  Y  me  hace  falta  echarle  un  pe- 

rro de  presa.  Ya  lo  buscaré.  A  lo  nuestro. 
D.a  Gui.       ¡Jesús,  Don  Jacobo!  me  aturde  usted  con 

esa  actividad.  Y  lo  admiro,  lo  admiro  con 

toda  mi  alma. 
—     Lis.  ¡Señora,  qué  remedio!   Los  hombres  de  este 

siglo  ni  podemos  callar,  ni  podemos  comer, 

ni  podemos  dormir,  ni  podemos  estarnos 

quietos.  ¡En  la  brecha  siempre!   Al  asunto. 

r)ecididamente,  el  veinticuatro. 
Quij.  ¿,E1  qué? 

—  Lis.  La  velada:  la  presentación  de  Manolín. 
Quij.  ¡Ah! 

D.a  Man.     ¿El  veinticuatro? 


-    34  — 

D.aGui.       El  veiniiciiatro  ee  marte?,  Don  Jacobo. 

Lis.  Mejor.  Así  de  un  día  que  todos  tienen  por 

aciago,  haremos  un  día  memorable  en  los 
fastos  de  Guadalemít.  Íbamos  n  darla  el 
Véintitrfs,  pero  lU)Siiura,  la  marquesita,  ha 
organizado  para  ese  día  no  sé  qué  ]ira  en 
automóvil  y  me  ha  escrito  dos  letrns  supli- 
cándome que  traslademos  la  fiesta  al  día  si- 
guiente. Porque  de  ninguna  manera  quiere 
faltar.  Está  encantada  con  el  pequeño.  ¡Sólo 
de  oirme! 

D.a  Man.     ¿Es  decir  que  irá  la  señora  marquesa? 

Lis.  ¿No  oye  usted?  ¡Si  tiene  más  empeño  que 

yol  Ella  es  muy  entusiasta,  muy  amante 
del  arte,  y  sueña  ya  materialmente  con  epa 
noche  El  marido  también  irá:  el  señor  mar- 
qués Pero  ese  es  lo  mismo  (lue  si  no  fuera, 
porque  no  se  enteía  de  nada.  Y  más  vale. 
Digo,  no  es  lo  mismo:  al  fin  y  al  cabo  es  un 
nombre  en  la  lista:  le  da  lustre,  le  da  esplen- 
dor... Por  supuesto,  exijo  traje  de  etiqueta. 

Quij.  ¿De  etiqueta? 

Lis.  ¡Ah,  ya  lo  creo!  Es  lo  primero  que  me  ha 

preguntado  Rosaura;  la  marquesita.  Ento- 
nan mucho  los  escotes  y  las  pecheras  blan- 
cas. Y  nos  quitamos  de  encima  una  porción 
de  cursis.  Cuidado  que  el  casino  •  s  un  cen- 
tro eminentemente  liberal;  pero  yo  sé  con 
qué  bueyes  aro,  y  sé  también  que  la  alta 
clase  es  la  que  da  la  patente,  la  <|ue  impri- 
me el  sello.  No  en  balde  es  la  espuma,  señor. 

D."'i  Man.     Justo,  justo. 

D.!'  Gui.       Muy  bien  pensado,  señor  Lisonjero. 

Quij.  Dice  usted  muy  bien. 

Lis.  ¿De  modo  que  estamos  conformes? 

Quij.  Y  verdaderamente  reconocidos. 

Lis.  El  reconocimiento  es  de  mí  para  ustedes, 

ya  que  me  proporcionan  el  éxito  mayor 
que  ha  podido  soñar  un  secretario  de  casi- 
no de  provincia  de  segunda  clase.  Entre  pa- 
réntesis, y  que  no  salga  de  nosotros:  sospe- 
cho que  Rosaura,  la  marquesita,  algo  trama 
con  motivo  de  Manolín  en  aquella  monísi- 
ma cabecita  de  pájaro.  Sea  lo  que  sea,  no 


—  35  — 

les  pesará  á  ustedes.  ¡Ah!  Invitaciones  de 
señora,  las  que  quieran;  ustedes  primero 
que  nadie,  ¡claro  es!  pero  les  rue^o  que  sean 
parcos,  porque  estoy  abrumado  de  compro- 
misos. ¡Señores,  qué  nul)e!  ¡Y  no  se  ha  anun- 
ciado todavía!  iDial)lo!  Se  me  olvidaba  lo 
mejor.  Mañana,  en  El  Debite,  saldrá  una 
nota  artística,  una  impresión,  cuatro  letras, 
consagradas  á  Manolin  }'  haciendo  atmósfe- 
ra nara  la  velada.  Aquí  tengo  las  pruebas. 
Tomen  ustedes:  léanlas  á  su  sabor. 

<iu'j.  ¡Señor  Lisonjero,  qué   bueno  es  usted  con 

nosotros! 

D:^  Man.     ¡Qné  amable!  ¡qué  atento! 

Lis.  Repito  que  cumplo    un    deber.    Buscando  en  la 

cartera  el    artículo.    EstO    UO    eS;    ni    estO.  ¡Dios 

mío  de  mi  vida!  Necesito  dos  días  lo  menos 
para  contestar  tantas  cartas.  ¿Saben  ustedes 
que  me  ha  tocado  la  lotería?  Qn  premio 
chico:  diez  duretes.  Menos  da  una  piedra. 
Aquí  está. 

D.a  Gur.       A  ver,  á  ver. 

■Qüij.  Trae. 

Lis  Les  suplico  qne  no  lo  lean  basta  que  yo  me 

vaya.  Que  va  á  ser  ahora  mi^mri,  porque  si 
no  voy  á  quedar  mal  con  siete  personas. 
Compadézcanme:  estoy  convidado  á  ahiior- 
zar  en  tres  casas:  ó  se  me  pican  dos  fami- 
lias ó  he  de  almorzar  tres  veces.  ¡El  delirio! 
Despidiéudose.  Doña  Manuela,  Doña  Guiller- 
mina, querido  Q.iijano...  Un  bes  >  en  la  fren- 
te al  prodigio,  y  dos  en  los  diminutos  pies 
de  la  señorita  de  la  casa,  Y  mandar  cuanto 

gusten.  Suyísimo.  corriendo  hacia  el  balcón  nue- 
vamente. No,  no  es  Perales.  Suyísimo. 

•Quij.  ¡Adiós,  señor  Lisonjero! 

Da  Max.     ¡Vaya  usted  con  Dios! 

D.a  Gui.       ¡Que  usted  lo  pase  bien,  señor  Lisonjero! 

El  señor  Lisonjero  hace  una  reverencia  exquisita,  y  se 
va  á  la  calle  como  alma  que  lleva  el  diablo. 

■Quij.  ¡Qué  hombre!  ¿eh?  ¡'^ué  hombre! 

D.a  Man.     A  ver,  á  ver  eso  que  va  á  salir  en   el  perió- 
dico. 
D.a  Gui.       ¡Vaya  un  confite  para  algunos! 


—  36  — 

D.a  Man.     Ya  tragará  quina  la  droguera.  Anda,  Quija- 

no,  léelo. 
Quij.  Aguarda  que  me  ponga  lo.s  lente?,   mujer. 

Palé  Rosales  del  taller  y  eruza  decidido  hacia  la  tienda. 
Quijano  oculta  las  cuartillas  ndeiitras  pasa. 

Ros.  ¡Ea,  ya  voy  listo!  Hasta  luego,  que  me  e?pe- 

ra  mi  gente  para  volcar  la  olla.  V  no  me 
guarden  rencor  por  lo  del  pequeño,  que  ha- 
blo de  buena  voluntad. 

Quij.  Adióp. 

D.a  Man.  Vaya  usted  con  Dios,  a  Quijano,  apcna.s  desapa- 
rece Rosales.  Anda,  lee  efo. 

l).a  GuT.      Lee,  lee. 

QuiJ.  Empezando  á  leer  con    voz   temblorosa   de  emoción  y 

alegría.  v<El  niño  prodigio  9 

D.a  Man.     ^.E1  niño  prodigio  lo  titula? 

Quij.  «Kl  niño  prodigio.»  Ya  ves:  no  le  llamairios 

otra  cosa  nosotros,  y  sin  embargo,  el  verlo 
puesto  en  letras  de  molde,  nos  sorprende, 
nos  impresiona... 

I). a  Man.  Sigue,  sigue.  A  mí  se  me  saltan  las  lágri- 
mas. 

D.a  Gui.       Sigue. 

Quijano  lee.  En  la  calle,  más   cerca  que  antes,  vuelve 
á  sonar  el  cornetín  de   los  titiriteros  tocando  la  jota 
Abstraídas  en  la  lectura,  ninguna  de  las  tres  personas 
de  la  casa  presta  atención  á  la  miisica  callejera. 

(iüij.  «En   el   hogar  de  los  señores  de  Quijano^ 

honrados  y  antiguos  comerciantes  de  eí-ta 
localidad,  ha  entrado  un  rayo  de  sol  de 
primavera,  que  con  su  luz  ilumina  los  más 
apartados  rincones,  y  alegra,  con  la  más  pu- 
ra de  las  alesrias,  aquellos  corazones  senci- 
llos. Hace  tieujpo  que  se  viene  hablando  en 
los  círculos  artísticos  de  Guadalema...» 

Cae  el  telón,  cortando  la  palabra  de  Quijano. 


KIN    DEL    ACTO    PRIMERO 


rrwTtinnifiriiirinninfirirw^ 


ACTO  SEGUNDO 


Ante  escenario  en  el  Teatro  del  casino  de  Guadalema.  Una  puerta  á 
la  derecha  del  actor  y  á  la  izquierda  otra.  Al  foro,  y  á  convenien- 
te altura,  se  supone  que  está  el  escenario,  cuya  entrada  oculta  a 
los  ojos  del  público  un  telón  de  forillo  visto  del  revés  Entre  este 
y  la  pared  del  foro  hay  una  gradilla  que  por  la  derecha  y  por  la 
izquierda  da  acceso  al  escenario.  Un  par  de  butacas,  algunas  sillas 
y  una  mesa  con  servicio  de  agua.  El  suelo  alfombrado.  Es  de 
noche.  Luces. 

Estamos  en  la  noche  de  la  presentación  de  Manolín 
ante  el  público.  Lisonjero,  de  coi  recto  frac,  vuela  por 
el  casino:  es  el  alma  de  la  velada  y,  como  üios,  está 
on  todas  partes.  Los  demás  personajes  visten  también 
Je  etiqueta,  pero  es  claro  que  con  arreglo  á  su  clase  y 
condición. 

Sale  Lisonjero  por  la  puerta  de  la  izquierda,  sube  co- 
rriendo por  la  gradilla,  habla  algunas  palabras  en  el 
escenario,  detrás  del  forillo,  baja  por  la  derecha  y  se  va 
á  escape  por  la  puerta  del  mismo  lado. 

Lis:.  tía  inútil  anunciai-  á  las   nueve:  hasta  las 

diez  no  viene  nadie.  ¿No  digo?  ¡Nadie  toda- 
vía! Cuatro  gatos  en  el  salón.  Así  como  asi 
la  velada  es  corta.  Voy  á  prevenir...  Llaman- 
do. ¡Isidoro!  Por  luás  (^ue  antes...  Pero,  no; 
bien  está  prevenir...  ¡Isidoro!  saie  en  esto  por  la 

puerta  de  la  derecha  Don  Vicente  de  la  Sosa,  el  presi- 
dente del  Casino,  y  casi  se  tropieza  con  él.  Es  un  señor 
atildado  y  correcto,   que  gasta  en  cosmético    más    que 

en  pan.  ¡Olí,  señor  presidente! 
D.  Vic.       ¡Querido  Lil^onjero! 


-  38  - 

"        Lis.  ¿Aún  hay  escaso  público,  verdad? 

D.  Vic.        Ya  irán  llegando  todop:  no  tema  usted,  ce- 
losíí-inic  secretario.  El  snlón  del  teatrito  del 
casino  de  Giiadalenia  lucirá  esta  noolíeromo 
en  las  ocasiones  más  solemnes. 
'^-      Lis.  Asi  lo  espero  yo.  MeL'.tiria  hi  dijera  otra  cosa. 

Habrá  que  señalar  la  fecha  de  hoy  con  pie- 
dra blanca.  Sobre  todo,  los  que  somos  aman- 
tes del  a¡te... 

D.   Vic.       ¿Del  ¡irte  por  e!  arte,  amisro  Jacobo? 

Lis.  N(»  alcanzo  la  intención  de  usted,  señor  de 

la  Sosa. 

D.  Vic.  ¿^o,  verdad?  Es  raro,  en  tan  sutil  injenio. 
¿Me  va  usted  á  persuadir  á  mi,  joven  amigo,, 
de  que  en  esta  velada,  organizada  con  tanta 
ardimiento  por  la  marquesita  «le  Villacor- 
nejo  y  por  usted,  para  presentar  al  niño 
prodigio,  es  amor  al  arle  todo  lo  que  reluce? 

Lis.  Sí,  señor,  sí;  amor  al  arte. 

D.   Vic.       En  ritíor,  no  esta  mal.  Como  obra   de  arte, 
la  marquesita  me  gusta  más  que  todo  lo  del 
Greco. 
■ —       Lis.  Sintiéndose  haiflgado.  Vaya,  vaya,  quede  usted 

con  Dios,  señor  presidente. 

D.  Vic.       El  le  proteja  á  usted,  señor  secretario.  ¡Je, 

"¡e!  Ríen  los  dos.  Lisonjero  se  va  por  la  puerta  de  la 
derecha,  corriendo. 

...Y déjale  al  amor  sus  glorias  ciertun  .. 
Voy  a  ofrecerle  mi.«  respetos  á  la  familia  de 

JVJanolín.  Vase  por  la  puerta  de  la  izquierda,  con- 
trastando su  parsimonia  con  Ja  agitación  del  secretario. 
Sale  don  EUa.s  por  la  puerta  de  la  derecha. 

1).  Elías  ¡Qué  noche!...  ¡qué  nocbe'...  Y  ahora  empie- 
za. Yo  tiemble  de  cabeza  á  pies.  Tengo  la 
boca  más  amarga...  Bien  han  hecho  en  po- 
ner aquí  agua  abundante.  Se  sitve  agun  y  bebe. 
¡Qué  orgullo  el  mío!  Todo  el  mundo  me  fe- 
licita: todo  el  mundo. 

Vuelve  Lisonjero  por  donde  se  fué,  y  después  de  ha- 
blar con  don  Elías,  se  va  por  la  puerta  de  la  izquierda. 

"""     Lis.  Ese  Ramírez  no  está  en   nada:  va  á  haber 

que  darle  pasaporte.  ¡Qué  brutísimo  es!  Ah, 
maestro:  que  no  se  le  olvide  el  retratito;  que 
Jo  necesito  mañana;  que  quieto  que  salga 


—  39  - 

con  el  de  Manolín  en  el  suplementD  de  El 
Debate. 

D.  Em'as  Señor  Lisonjero,  pí  ya  le  he  dicho  á  usted 
que  no  tengo  más  que  un  retrato,  y  ese  es 
del  tiempo  de  Maricastaña.  Figúrese  usted: 
de  cuando  se  usaban  aquellos  cuellos  que 
parecían  balcones. 

Lis.  No  importa:  eso  mismo  será  una  nota  muy 

bonita.  ¡Y  ahora  que  me  acuerdo!...  Vaseá  es- 
cape dejando  á  don  Kiías  estupefacto.  ¡Perico!  ¡Pe- 
rico! 

D.  Elías  Es  admirable  este  don  Jacobo.  ¡Qué  hom- 
bre! Y  quiere  bien  al  niño...  lo  quiere  bieii. 

Sale  Don  Andrés  por  la  puerta  de  la  derecha.  Es  un 
señor  que  pasa  por  poeta  en  la  localidad,  pero  que  no 
lo  es  ni  tiene  facha  de  ello.  Es  tan  sordo,  que  ni  en 
el  tiro  de  pichón  oye  nada.  Todo  el  mundo  le  habla 
por  señas,  en  vista  de  que  es  inútil  levantarle  la  voz. 
Viene  abstraído,  mouologueando,  y  no  ve  á  don  Elías. 
Este  le  toca  con  la  mano  en  un  hombro. 

D.  An.         Volviéndose.  Hola.  ¿Qué  hay? 

D     ElÍ\S      Ayudándose   con    la    mímica    para    hacerse    entender. 

\luy  dÍ!-traido  va  usted,  señor  den  Andrés... 

¿Y  eso.s  versos?  iMe  han  dicho  que  son  muy 

bonitos. 
D.  An.         ¿Mis  versos?  Ya  veremos  lo  que  resultan. 

Sentidos.  Oí  al  chico  en  casa  de  Férez,  y  me 

conniovió. 

Es  un  fenómeno. 

Muchas  gracias. 

Digo  que  el  chico  es  un  fenómeno. 

Repito  las  gracias.  Y  felicito  á  usted  cordia- 

lísiniamenle.  Hasta  luego. 
D    Elías     Es  usted  muy  amable,  don  Andrés...  Hasta 

luego.  Y  muy  sordo,  ¿i'ues  no  dice  que  n\ó 

al  niño  en  casa  de  Pérez?..   ¿Qué   habí  >  de 

oir,  si  es  como  una  tapia? 

Don  Andrés  le  vuelve  la  espalda,  y  abstraído  como  sa- 
lió, y  hablando  solo,  se  va  por  la  puc-rta  de  la  izquier 
da.  Don  Ellas  va  a  seguirlo,  pero  se  ve  obligado  á  de- 
tenerse y  á  echarse  á  un  lado  para  dejar  que  pase  Li- 
sonjero, el  cual  sale  como  una  bala  en  dirección  á  la 
puerta  de  la  derecha. 

—     Lis.  Perdone  usted,  maestro. 


D 

Elías 

D. 

Ak. 

ü 

Elí^s 

D. 

An. 

—  40    - 

D.  Elías     No  hay  de  qué...  ¡Jesús!  ¿dónde  irá?   Ac.iso 
huya  llegado  la   marquesita...    Voy  yo  con 

mi  nene.  Vase  por  la  puerta  de  la  izquierda. 
Saleu  por  la  de  la  derecha  Rosaura,  que  viene  del  bra- 
zo de  Lisonjero,  y  Villacornejo,  que  viene  detrás  pa- 
pando moscas.  Rosaura  es  guapa,  insiiniante,  vanido- 
sa, coqueta;  Villacornejo,  su  marido,  lo  dol)la  la  caad 
y  no  se  entera  de   nada. 

RoSAU.         Hace  un  siglo  que  yo  no  entro  por  aqni, 
querido  Jacobo. 

Lis.  Para  desdicha  de  estas  cuatro  paredes,  bellí- 

sima Rosaura. 

Vil.  Yo  también  hace  mucho  que  no  vengo.  La 

última  vez  que  estuve,  fué  cuando  habló 
aquel  mantenedor  de  los  juegos  florales  qun 
echó  un  discurso  de  dos  horas  hirgas.  ^Se 
acuerda  usted?  Se  desc mch»"!  el  techo  del 
salón  3'  se  desafinó  el  piano  de  cola.  ¡Qué  pe- 
sado! 

RosAU.         Calla,  Gorito. 

Lis.  El  marqués  FÍempre  tan  ocurrente. 

RosAu.         ¿Y  ustf^d  cree  oportuno,  Jacol)n,  presentar- 
me ahora  á  los  padres  de  Manolín? 

Lis.  ¡Oportunísimo!  Les  halagará  como  una  ca- 

ricia. Por  mi  parte  le  ¡uiuncio  á  usted  que 
la  velada  ya,  mal  que  pese  á  los  que  no  sa- 
ben poner  sino  faltas,  es  un  éxito  enorme, 
envidiable:  sobre  todo  para  usted,  insigne 
marquesita.  Para  mí.  como  no  podía  men"S, 
es  á  la  par  que  un  éxito  un  semillero  de  ene- 
mistades. Con  las  invitaciones  se  me  ha  pi- 
cado media  Guadalema. 

RosAU.        ¿Sí? 

ÍjIS.  cicada  la  de  Robledal;  picada  Teie.gita  Ca- 

lero; picada  la  hermana  de  don  Justo;  pica- 
da la  de  Sánchez;  picada  la  de  Pérez;  picado 
su  marido...  ¡Qué  Fé  yo!  Es  el  cuento  de  nun- 
ca acabar.  Diez  y  sei.s  disgustos  llevo  hasta 
ahora,  y  uno  que  voy  á  tener  dentro  de  un 
rato,  diez  y  siete.  Pero  todo  lo  doy  por  bien 
empleado  con  tal  que  esté  usted  satisfe.-.iii. 
Ros.au.  Lo  estoy;  si,  señor:  ¿á  «^ué  negarlo'^ 
V^ii..  Mande  usted  áfreir  monas  á  la  gente.  Esto 

es  un  poblacho  ridículo. 


-   41  — 

RosAU.         Me  lisonjea  el  considerar  que  por  mi  inter- 
vención directa  en  este  asunto,  surgirá  aquí 
esta  noche  una  futura  gloria  de  Guadalemn. 
¿Se  va  á  telegrafiar  á  Madrid? 
-^—    Lis.  ¿Cómo  no,  Rosaura?  De  eso  me  encargo  y» . 

RosAL'.         ;?í,  sí;  encargúese  usted,  Jacobo,   pira  que 
salgan  los  telegramas  como  es  debido. 

Vil.  y,  diga  usted;  el  niño  ese,  ¿toc.i   tan   bien 

Corno  todos  dicen,  ó  es  una  castaña  de  las 
que  usamos  por  acá? 

—  Lis.  No,  no,  no:  castaña  no  es  castaña.   Para  la 

edad  que  tiene  es  muy  de  estimar  lo  que 
hace.  Ahora,  que  más  adelante  resulte  un 
artista  ó  se  quede  en  agua  de  borrajas,  eso 
yo  no  lo  sé. 

Vil.  Lo  que  le  pido  á  usted,  Jacobito,  ya  que 

aquí  mangonea,  es  que  esta  noche  toque  el 
pay-pay,  ó  el  pon-pon,  ó  los  raías...  Cosas  así 
alegre.^.  Porque  si  la  toma  con  Beyerber  ó  con 
Metoven,  nos  vamos  á  aburrir  como  ostras. 

Rosal.         Gorito,  no  seas  cafre.  Si  no  entiendes  una 
palabra  de  música,  ¿para  qué  hablara  de  e¡-oV 

Vil.  ¿Que  no  entiendo  de  música?    Mire  usted, 
Jacobo:  de  lo  único  que  entiendo  yo  en  esta 
vida  es  de  música.  Bueno,  y  de  perros  tam- 
bién. 
Lis  ¡Hombre! 

Vil.  La  música,  es  probado:  cuanto  más  sueño 

me  da,  más  sublime;  y  los  perros,  cuanto 
más  feos  y  más  asquerosos,  más  mérito.  No 
falla. 

RosAU.         ¡.Jesús,  Dios  mío! 
Lis.  ¡Este  marqués!...  ¡este  marqués!... 

Vil.  Si  todos  fueran  francos,  dirían  lo  que  yo  de 

las  dos  cosas.  V03'  á  asomarme  por  el  telón 
á  ver  qué  gente  hay. 

—  Lis.  Ya  estará  el  saló:i  casi  lleno. 

Sube  Villacornejo  por  la  derecha  de  la  gradilla.  Ro- 
saura y  Lisonjero  aprovechan  la  ocasión  para  hablar 
más  intimamente. 

RoSAU.         ¡Qué  salidas  tiene  Goro!  ¿verdad? 

Lis.  Da  pena,  Rosaura,  pensíir  que  toda  la  vida 

haya  usted  de  {¡asarla  con  ese  hombre. 
RosAu.         ¡Siltnciol  Baje  usted  la  voz. 


—    .2   — 

Lis.  Con  ese  hombre  vnlsíar,  adocenado,  ^'rosero, 

incapaz  de  apreciar  el  aroma  fínisimo  de 
e.^íta  flor  que  le  ha  tocado  en  puert^. 

RosAU.         Calle,  calle;  le  pido  que  calle. 

Lis.  No  puedo,  Rosaura:  cuando  me  veo  solo  con 

usted  no  me  sé  dominar. 

RosaI".  Si  no  estamos  solos,  Jacobo...  Se  le  acerca  com» 

si  lo  estuvieran. 

Lis.  Se  le  manda  á  la  amistad,  á  la  cortesía:  á  lu 

pasión,  no.  Y  pasión  es  esto,  Rosaura:  pa- 
sión que  ya  ha  echado  raíces,  que  no  se  re- 
signa, que  busca  su  premio. 

Vil.  Desde    dentro.    ¿Dónde    está    el  agujero  del 

telón? 

Lis  ¿KhV 

RosAu.        ¿Qué? 

Lis.  Ahí  á  la  derecha,   marqués.  Está  un  poco 

'^^^.lo»  y  por  eso  no  lo  liabrá  visto. 

Vil.  Ah,  si:  ya  lo  veo.  ¡Demonio,  qué  incómodo 

e-tá! 

RosAU.  Por  poco  nos  sorprende,  .Jacf)bo:  sea  usted 
más  prudente...  y  más  disitiiulado. 

Lis.  No  se  entera.  Sobre  que  la  culpa  es  de  usted. 

RosAU.         ^;Mía? 

Lis.  ¿Por  qué  es  usted  tan  linda?  ¿Por  qué   sus 

ojos  tienen  esa  misteriosa  atracción  que  de 
todo  me  habla,  de  todo,  menos  de  su  ma- 
rido? 

Vil.  Siempre  dentro.  ¡Te  VCO,  besugo! 

Rosal-.         ¿Cómo? 

Lis.  Sobresaltado.  ¿Di(^e  usted,  marqués? 

Vil.  ¡Era  al  teniente  Ilios,  que  está  amelonado 

con  la  novia,  y  no  cueuta  con  que  yo  lo  miro 

desde  aquí! 

Rosaura  y  Lisonjero,  se  ríen. 

Lis.  ¿Usted  ve  como  vive  en  el  limbo? 

RosAu.         Calle  usted  ahora. 

Lis.  a  don  Elias,  que    sale    por    la  puerta  de  la  izquierda. 

¡Insigne  don  Elias!  Venga  usted  acá,  que 

voy  á  presentarlo  á  la  señora   manjutsa  de 

Villacornejo. 
I).  Elí\s     Honradísimo... 
Lis.  A  Rosaura.  Aquí  tiene  usted  al  gran  maestro 

de  nuetitro  Manolín. 


_  43  — 

D.  Elías     Señora... 

RosAU.  Déme  usted  esa  mano;  para  mí  es  vm  placer 
muy  grande  estrecharla. 

D.  Elías  Señora,  yo  recibo  un  honor...  Esta  noche  es- 
toy gozando  como  nunca  en  mi  vida.  Yo  no 
soy  maestro  de  ese  niño:  la  casualidad  ha 
unido  mi  suerte  á  la  suya,  y  un  rayito  de  su 
gloria  temprana,  llega  ha^ta  mi. 

Vil.  Apareciendo  nuevamente.  Esta  de  bote  en  bote 

el  salón  Ahí  nos  vamos  á  ahogar  como  no 
abran  los  boquetes  del  ttciio.  Estas  fiestas 
las  prefiero  en  la  Plaza  de  Toros. 

RosAU.  ¡Por  Oíos,  Gorito!  ¿ün  concierto  de  violín  en 
la  Plíiza  de  Toros? 

Vil.  Ya  tú  me  entiendes:  aquí  lo  de  menos  es  el 

violín.  La  cuestión  es  lucir  los  trapos. 

RoSAU.  No  digas   tonteras.    Presentándole  á  don  Elias.  El 

señor  es  el  maestro  de  Maiiolín.  a  don  Eiías. 
Mi  marido. 

D.  Elias     ¡Oh!  ¡Tanto  gusto!... 

Vil.  Me  alegro  conocedo  á  usted.  Encargúele  us- 

ted al  chico  que  nos  toque  cosas  ligeritas:  el 
pay-pay,  los  ratas,  los  lunares...  Cosas  aí-í. 

RoSAU.  Volada.  Anda,  vamos  á  saludar  á  los  padres 
del  niño;  que  tengo  en  ello  un  gran  interés. 
Hasta  luego,  maestro, 

D.  El  ÍAS     A  los  pies  de  usted,  señora  marquesa. 

RosAu.         ¿Quiere  usted  guiarnos,  Jacobo? 

iiis.  Con  mil  amores  Por  aquí;  por  aquí.  Entrase 

por  la  puerta  de  la  izquierda,  dando  el  brazo  á  Rosaura. 
Villacornejo  los  sigue  tarareando  alguno  de  sus  cantos 
favoritos. 
D.    Elias      Mirándolo  ir,  con  desdeñosa    indignación.  ¡(JCU''ren- 

cia  es!...  ¡Los  rafas!...  \e\  pay-pay!...  ¿Se  figu- 
ra que  es  ManoWn  el  ciego  que  toca  en  los 
soportales  de  la  Plaza? 

Por  la  puerta  de  la  derecha  llegan  Rosales,  Bonifacio  y 
Castillo,  á  tiempo  que  por  ella  se  va  don  Elías.  Casti- 
llo es  un  muchacho  simpático,  de  hablar  apasionado  y 
vehemente. 

Ros.  ¡Felices,  maestrico! 

Cas.  Maestro,  que  sea  enhorabuena. 

BoN.  Que  sea  enhorabuena,  don  Elías. 

J).  Elías  Gracias,  señores,  gracias;   muchísimas  gra- 


—  44  — 

cias.  La  recibo  de  todo  corazón.  Alucliísimas 
gracias...  se  va. 

Cas,  ¡Pobre  viejol  En  el  café  me  pone  nervioso, 

porque  el  desdichado  es  un  rascatripas,  y 
toca  unas  cosas  muy  cursis;  pero  aquí  me 
conmueve  su  emoción. 

Ros.  Como  chiquillo  con  zapatos  nuevos   está  el 

hombre  esta  noche. 

BoN.  Esta  noche  se  quita  de  encima  treinta  años. 

Ros  En  cuanto  se  quite  el  frac,  que  tenibá  esa 

fecha. 

BúN.  ¡Je,  je!  Hombre,  Castillito,  cuéntale  á  Rosa- 

les la  jugada  que  le  has  pre[)arado  á  don 
Andrés.  Anda;  que  va  á  reirse. 

Cas.  Ni  á  Rósale.*!,  ni  á  tí,  que  estás  rabia ndopor 

saberla.  Si  la  pulilico,  pierde  toda  la  gracia. 

Ros.  Pero,  chico,  ¿tii  no  eras  los  )>ies  y  las  manos 

de  don  Andrés?  ¿Pues  qué  mudanza  es  esta? 

BoN.  Está  furioso,  porque  le  ha  quitado  la  novia. 

Ros.  ¿La  noviaV 

Cas.  ¿Q^^é  me  ha  de  quitar  á  mí  ese  gaznápiro? 

En  primer  lugar,  yo  no  tengo  novia.  Lo  que 
hay  es  que  ningún  espíritu  delicado  puede 
ver  en  paciencia  que  venga  un  cerdo  car- 
gado de  millones  á  meter  las  patas  y  el  ho- 
cico donde  hny  una  flor. 

BoN.  ¿Eh,  qué  tal? 

Ros  Muchacho,  no  t3  entiendo.  Explícame  esa 

indignación. 

Cas.  ¿No  sabe  usted  que  se  quiere  casar  con  la 

Venus  de  Nieve? 

Ros.  ¿I^on  Andrés  Ramales? 

Cas.  ¡El  n)ismo!  ¡Con  la  V^enus  de  Nieve!  ¡Con 

esa  idealidad,  que  recuerda  la  monja  de  las 
Tres  fechas!  ¡Cou  la  única  mujer  á  qu-en  yo 
he  querido! 

Ros.  Me  dejas  turulato,   Pepe.   Esto  es  peor  que 

lo  de  la  Torre  Nueva  de  Zaragoza.  Yo  no  !o 
tolero. 

Cas.  ]í\i  yo! 

BoN.  ¡Ni  yo,  qué  diablo! 

Cas.  ¡Si  los  padres  son   unos  mercachifles  indig- 

nob,  aquí  está  Castillo  el  poeta,  p;ira  opo- 
nerse á  esa  profanación,   en  nombre  de  la 


—   45   - 

belleza  y  del  arte.  A  mí  no  me  querrá  nun 
ca  ella,  porque  soy  un  perdis  y  un  bohe- 
mio, pero  ¡vive  Dios  que  menos  que  mía 
sera  de  Don  Andrés  Ramales!  Esta  noche  lo 
desacredito;  lo  hundo;  lo  poníro  en  el  ri- 
dículo mas  espantoso.  Va  á  tener  que  irse 
de  Guadalema.  Porque  usted  lo  sabe,  y  tú 
también,  y  toda  la  provincia:  la  mitad  de 
los  versos  que  publica  ese  mentecato,  son 
míos.  Se  los  escribo  yo,  y  él  los  firma;  ¡pero 
f-on  míos!  Y  me  los  pa^a  bien,  e?o  es  aparte. 
Tengo,  pues,  en  mi  mano  su  reputación,  su 
aureola  de  poeta  escultural:  está  perdido. 
¡Esta  noche  acabo  con  ella! 

BoN.  Tú  has  comido  fuerte. 

(Jas.  He  comido  fuerte,   y  he  bebido  fuerte,  y 

traigo  un  frac  que  me  han  prestado.  Las  tres 
cosas  me  honran. 

BoN.  ¿Y  qué  has  hecho?  ¿Darle  quizás  unos  ver- 

sos muy  malos  para  que  los  lea  y  decir  lue- 
go que  son  tuyos? 

Cas.  ¡Hombre,  no!  ¡Vaya  una  venganza! 

Ros.  Eso  no  se  le  ocurre  más  que  á  un  genio  que 

ha  acabado  en  tonto,  como  tú. 

BoN.  ¡Je! 

Cas.  Lo  mío  es  diabólico;  refinado;  felino:  pare- 

ce que  lo  ha  discurrido  una  mujer.  No  sien- 
to más  sino  que  cualquier  casualidad  pue- 
de dar  al  traste  con  ello.  Pero,  en  fin,  si  me 
protege  la  fortuna  y  llega  á  realizarse,  esta 
noche  hay  que  sangrar  á  Don  Andrés. 

BoN.  ¡Hu}!  Aquí  viene. 

En  efecto  sale  Don  Andrés  por  donde  se  marchó  y 
pasa  hacia  la  puerta  de  la  derecha.  Seguros  de  que  no 
los  oye,  lo  saludan  con  los  siguientes  insultos,  á  los 
que  él  contesta  coif  gestos  de  agrado  y  de  cortesía. 

Cas.  ¡víala  bestia! 

P>oN.  ¡Melón! 

(Jas.  ¡Elefante! 

Ros  ¡Anda  á  tirar  de  un  carro! 

BoN.  ¡Pavo  real;  que  no  sabes  hacer  una  aleluya! 

Cas.  ¡Adoquín! 

BoN.  ¡Estafador! 

Ros.  ¡Bandido! 


—  46  — 

Cas.  ¡Te  casarás  con  el  ama  de  llavea! 

Ros  ¡Leña,  no,  que  esa  me  gusta  á  mí! 

Sueltan  la  risa  al  desaparecer  Don  Andrés. 

BoN.  Si,  hoaibre,  sí;   bien  empleado   le  e.stá.  Si 

quiere  t-er  genio,  que  lo  sude. 

Ros  ¿Y  de  qué  cabeza  ha  salido  que  en  la  vela- 

da de  esta  noche  haya  lectura  de  versitos  á 
Manolíu,  como  ni  fuese  pnco  la  velada? 

Ca?.  ¡Qué  sé  yo!   De  la  de  Lisonjero,  probal)le- 

raente;  que  eso  no  es  cabeza:  eso  es  un  cor- 
cho de  champagne.  Con  todo,  3^0  le  agradez- 
co en  el  alma  la  inicialiva. 

Boa.  ¿También  lee  versos  Fernanda  Peñaflor? 

Vas.  ¡También! 

BoN.  ¿L'f^s  conoces  tú? 

O.AS.  Sí:  anoche  me  los  dio  para  que  los  llevara  al 

periódico.  Como  todo  lo  suyo:  una  narta  de 
incongruencias  y  de  vulgaridades.  Pero  no 
suenan  mal.  Se  irá  á  su  casa  con  ovación  y 
oreja. 

BoN.  ¿De  íjué  te  ríes? 

Cas.  De  nada. 

Ros.  ¡Pobre  Manolín!  A  los  seis  años  apenas  cura- 

püdos,  lo  emptijan  ya  á  esta  vida  de  hala- 
gos, y  de  vanidades,  y  de  mentiras...  ¿Qué 
prisa  tenían,  leña?  Van  á  destrozarlo.  ¿No 
pif^nsas  tú  lo  mismo  que  yo? 

Cas.  Lo  mismo.  La  vida  del  arte,  amiao  Rosales, 

no  es  para  niños.  Parece  tranquila  y  dioho- 
sa;  pero  es  vista  por  fuera.  Dentro  de  tila  se 
lucha  con  todo  el  odio  y  con  toda  la  pasión 
de  que  son  capaces  los  hombres. 

Lisonjero  pasa  otra  vez  como  una  bala  desde  la  puerta 
de  la  izquierda  á  la  de  la  derecha,  dando  al  aire  los 
faldones  del  frac. 

Ros.  ¡Allá  va  eso! 

BoN.  Este,  este  saltamontes,  es  el  que  más  ha  in- 

fernado en  casa  de  mi  principal. 

Cas.  Amigo,  está  en  turno.  La  marquesita  es  un 

poder  en  Guadalema,  y  Don  .Jacotio  es  el 
que  aspira  ahora  al  Uavin  de  la  puerta  falsa. 

BoN.  ¿  \spirar?  Yo  creo  que  ya  tiene  el  llavín 

Cas.  Allá  ellos.    Rosaura  no  perdona  medio  de 

liallarse  siempre  de  actualidad.  Y  ahora  el 
pretexto  es  el  niño  prodigio. 


-   47    - 

Ros  ¡Leña!  eso  es  lo  que  más  me  irrita  y  me  sa- 

ca de  tino:  que  no  hay  en  todo  este  belén, 
ni  un  asomo  de  cariño  á  la  criatura,  ni  de 
amor  al  arte,  ni  de  cosa  que  valga  la  pena; 
sino  vanidad  y  vanidad,  cuando  no  algo 
peor. 

Cas.  Usted  pone  el  dedo  en  la  llaga;  pero  no  es 

cosa  de  tomar  el  asunto  a)uy  á  i)echos.  ¿Va- 
mos á  dar  una  vuelta  por  el  salón? 

Ros.  Vamos  á  dalla. 

BoN.  Yo  no  acompaño  á  ustedes. 

Cas.  ¿Por  qué? 

HoN.  Está  Doña  Guillermina  en  la  última  fila  de 

butacas,  y  á  todo  el  que  llega  que  no  ha  pa- 
gado el  frac,  le  echa  los  gemelo?.  Y  á  mí  me 
da  vergüenza.  Les  debía  dar  vergüenza  á 
los  que  no  han  pagado,  pero  me  la  da  á  mí. 
No  voy;  no  voy. 

Cas.  l'ues  vamos  nosotros.  Antes  nos  tom:treinoH 

dos  copitas,  .:no? 

Ros  ¿Otras  dos  copitas?  Castillo,  Castillo,  que 

torres  más  altas  han  caído.  Pero,  fin  fin,  sea. 

BoN.  Hasta  luego. 

rosales  y  Castillo  se  van  por  la  puerta  de  la  derecha. 
Por  la  de  la  izquierda  sale  Clara. 

Clara  Hola,  Bonifacio. 

BoN.  ('larita. 

Clara  ¿Hay  mucha  gente  ya? 

BoN.  Mucha:  no  cabe  un  alfiler  en  el  snlón.  Pero 

á  quien  usted  viene  buscando  no  ha  venido. 

Clara  No...  yo  no  vengo  bascando  á  nadie.  Ya  sa- 

be usted  que  no.  He  salido  aquí  con  un  pre- 
texto, porque,  la  verdad,  la  charla  de  la 
marquesita  me  fastidia. 

BoN.  ¿Está  allá  dentro  la  marquesita? 

Clara  Sí.  Ha  entrado  á  conocer  á  mis  padre?.  Y 

me  choca  que  no  ha  hecho  más  que  saludar- 
los y  ya  parece  que  los  quiere  entrañahle- 
mente.  Como  usted  comprende,  no  puede 
ser  verdad.  ¿Ha  visto  usted  á  Jorge? 

BoN.  ¡Ejem! 

Clara  No  tosa  usted,  no... 

EoN.  ¿Es  cierto  que  se  va  mañana  á  Madrid? 

Clara         En  eso  anda. 


—  48  -- 

B  )N.  \Y  es  cierto  que  han  terminado  ustedes? 

Clara  No... 

lioN,  r;N'o?  Me  han  engañado.  Pero  .. 

Clara  Pero  ¿qué? 

üoN.  Nada,  nada;   no   me  gusta  ser  inoportuno. 

^;Quiere  usted  que  salga  por  alií  fuera  y  ei 
'o  encuentro  le  diga  que  estA  u&ted  aquí? 

Clara  El  debe  saberlo. 

BoN.  Con  todo,  yo  lo   hago  de  muy  buena  gana. 

Clara  Si  se  em¡)eña  usted... 

Bonifacio  echa  á  andar  hacia  la  puerta  de  la  derecha, 
pero  antes  de  irse,  se  vuelve  con  resolución  para  de- 
cirlo á  Clara  algo  que  le  bulle  en  el  cuerpo. 

HoN.  ¡Me  lo  va  usted  á  oir,  aunque  se  enfade!  ¡Se 

merece  usted  un  hombre  cabal,  y  no  ese 
majadero  forrado  de  lo  mismo,  que  tiene 
usted  por  novio!  He  dicho.  Vase. 

Clara  ¡Qué  ingenuidad  mas  graciosa!   Cosa  que  se 

le  ocurre,  la  suelta.  Mirando  hacia  la  puerta  déla 

izquierda.  ¡Vaya!  Aquí  viene  toda  la  comitiva. 

Salen  Rosaura,  Doña  Manuela,  Quijano  y  el  afable  Vi- 
llaeoniejo. 

RüSAi'.  Por  Dios,  no  se  molesten  más:  vuélvanse 
con  el  niño. 

Quij.  Es  una  satisfacción  y  un  deber... 

D.a  Man.     Ha  sido  usted  tan  buena  con  nosotros... 

Vil.  No  les  choque  á  ustedes:  esta  es  así  con  todo 

el  mundo  Favor  (jue  ella  puede  hacer,  lo 
hace  sin  mirar  nada. 

Clara  Pues  ojalá  se  lo  agradezcan  todos  como  mis 

padres. 

D.a  Man.  ^íe  lo  has  quitado  de  la  boca.  Estoy  aturdi- 
da, temblando;  se  me  ocurren  las  cosas  y  no 
atino  con  las  palabras  para  decirlas.  Usted 
me  disculpará  si  he  cometido  aliruna  falta. 

RosAU,        Ninguna, señora;¿quién  habla  de  faltas  aqui? 

Quij.  Pues  se  lo  dice  á  u.-ted  de  buena  fe:  y  yo  se 

lo  repito  con  ella.  Somos  dos  infelices:  us- 
ted no  tiene  más  que  vernos. 

D.a  Man.     Dos  pedazos  de  pan... 

Quij .  Dos  padres  dichosos,  que  han  tenido  la  ven- 

tura de...  de... 

Clara  Más  vale  que  no  sigas,  papá,  si  no  quieres 

soltar  el  trapo. 


—  49  — 

RoSAU.  Se  ve  que  son  muy  buenos  sus  papas  de  us- 
ted, señorita.  Pero  esta  no  es  uoche  de  ge- 
mir, sino  de  estar  todos  muy  contentos. 
^,Verdad,  Jacobo?  Ah,  que  no  está  Jacobo. 
Ellos,  por  padres  del  niño  prodigio;  usted, 
por  hermana;  yo,  por  iniciadora  de  esta 
fiesta,  que  es  mi  orgullo. 

Da  Man.     Dice  que  es  su  orgullo,  Quijano. 

QtJj.  Ya,  ya. 

RosAu.  Mi  orgullo,  sí.  ¿Quién  no  lo  siente,  al  dar  la 
mano  á  un  genio  que  nace?  Apreciar  lo  que 
vale  ese  niño,  ya  es  algo... 

Vil.  Sobie  todo  sin  halierlo  oído. 

RosAU.  Calla,  Pero  contribuir  á  que  se  dé  á  luz, 
allanarle  el  camino  de  la  gloria,  eso  es  mo- 
tivo para  lisonjear  el  amor  propio  de  la  per- 
sona más  modesta. 

D.a  Man.    ¡Oh!... 

Qv].  ¡Oh!... 

Vil.  Hombre,  ¿y  á  cuál  de  ustedes  .'■ale  el  chico 

con  esa  afición?  Porque  esas  facultades  sue- 
len ser  heredadas. 

Ql'ij.  Ahí  verá  usted,  señor  marqués.  Lo  grande 

es  que  en  Jas  dos  familias  no  ha  habido  uno 
solo  que  sepa  tocar  ni  la  zambomba.  ¡Y  to- 
dos un  oído  infernal!  ¡.Je! 

Vil.  Fues  sí  que  es  cosa  extraordinaria.   Porque 

lo  frecuente  es  salir  á  lo:^  antepasados.  Yo  he 
sacado  todo  lo  de  mi  (ladre.  Mire  u.>-ted:  mi 
afición  á  la  caza:  de  mi  padre;  el  quedar- 
me dormido  leyendo  el  Quijote:  de  mi  pa- 
dre; á  los  treinta  años  le  empezaron  á  salir 
canas  á  él:  á  mí  lo  mismo;  él  se  casó  á  los 
cuarenta:  yo  también;  él  no  tuvo  hijos:  yo 
tampoco... 

Ros  .u  ¿Que  tu  padre  no  tuvo  hijos,  Gorito? 

Vil  .  Bueno,  me  tuvo  á  mi;  pero  yo  no  me  cuento. 

RosAU.  íáiempre  con  este  humcjr.  Es  incorregible. 
Vamonos  al  salón;  ¿te  parece? 

Vil.  Pues  desde  que  me  casé,  todo  igual  que  mi 

padre:  somos  dos  gotas. 

RosAU,  Vamonos,  vamonos.  Despidiéndose.  Hasta  lue- 
go, señora;  hasta  luego,  s^ñor  Quijano. 
Adiós,  señorita.  Ya.  sé  yopoi  nuestro  amigo 


—  60   - 

Lisonjero  que  usted  completa  el  tesoro   de 

aquel  honrar.  Seretuos  amigas. 
CL'^RA  Será  una  honra  para  mi. 

J).a  Man.     Adiós,  señora  marquesa... 
Quij.  Señora  marquesa,  mil  gracias...  Adiós,  señor 

marqués... 
Vil.  Yo  si  me  aburro  daré  una  vuelta  por  acá. 

UoSAU.         (iQi^ié  has  de  aburrirte, hombre?  Hasta  luego. 
D.^  Man.     Hasta  luego. 

ROSAU.  Cogiéndose  del  brazo  de  su  marido,  como  si  estuviera 

en  la  luna  de  miel.  ¿No  los  envidias?  Tener  uu 
hijo...  y  un  hijo  como  Manolín.  jAy!  Hace  una 

monería  de  despedida  y  se  va  sonriéndoles  á  todos. 

Quij.  ¿Tú  hns  visto,  Manuela?  ¡Qué   finura!    ¡qué 

amabilidad! 

D.«'  Man.  ¡Qué  don  de  gentes!  ¡qué  distinción  ¡qué  bo- 
nitos modales! 

Clara  ¡Pero  cómo  se  perfuma!  Yo  al  principio  creí 

que  me  daba  algo 

Qi'ij.  ¡Y  hay  quien  critique  de  una  señora  tan  se- 

ñora! 

D.a  Man.  Critican  porque  vale,  porque  es  la  primera 
donde  va,  porque  pone  el  mingo. 

Qüij.  Ni  más  ni  menos. 

D  ^  Man.  Si  criticaran  del  marqués,  que  aquí  inter  nos 
se  me  figura  algo  arrimado  á  U  cola... 

Qv¡].  ¿Qué  sabes  tú,  infeliz?  El  marqués  lo  que  es 

un  hombre  de  mundo,  un  hombre  corrido, 
que  habla  siempre  con  buen  humor. 

Clara         Pues  ha  tenido  dos  ó  tres  caiditas... 

D.^  Man.  Anda,  vamos  allá;  que  Manolín  está  sólito 
con  el  maestro. 

Quij.  Vamos,  vamos  con  él. 

D.a  Ma^í.  ¿y  la  droguera?  ¿Qué  dirá  esta  noche  la  dro- 
guera? 

Quij.  Olvida  á  la  droguera,  mujer:  al'á  cada  uno 

con  sus  ])asiones. 

D.a  Man.     ¿'1  u  te  quedas,  Clara? 

Clara  Sí.  Viene  aquí  Jorge,  y  quiero  hablar  con  él. 

D.a  Man.     No  te  entretengas  mucho. 

Quij.  ¡Como  que  esto  irá  á  empezar  de   un   mo- 

mento á  otro! 

Se  van  Doña  Manuela  y  Quijano  por  la  puerta  de  la 
Izquierda.  Por  la  de  la  derecha  llega  Jorge. 


—   51  — 


Clara 
Jorge 


Clara 
Jorge 

Clara 


Jorge 

Clara 
Jorge 


Clara 

Jorge 
Clara 
Jorge 


Hola,  hombre.  Dichosos  los  ojos.  Hoy  no  te 
he  visto  en  todo  el  día. 
¿Tú  sabes?  No  he  dispuesto  de  dos  minutos 
Despidiéndome  de  este,  visitando  á  aquel, 
cumpliendo  con  una  porción  de  mamarra- 
chos por  no  disgustar  á  mi  familia,  y  sobre 
todo,  consolando  á  mi  madre,  que  imagina 
la  pobre  que  irse  á  Madrid  es  irse  á  ios  in- 
fiernos. 

¿Y  te  vas  mañana,  por  fin? 
¡Mañana!   ¡Gracias  á  Dios!  Se  me  hacen  si- 
glos los  momentos. 

Calma,  hombre,  calma;  que  ya  estás  á  la 
puerta  de  la  felicidad.  En  veinticuatro  ho- 
ras no  ha  de  ocurrir  nada  que  te  lo  eche 
todo  por  el  suelo, 

¡Oh!  Es  que  en  estos  últimos  días  se  me  ha 
exacerbado  la  fiebre  de  salir  de  aquí,  y  el 
odio  á  esta  tierra  antipática. 
¿Pero  no  hay  nada  en  Guadalema  que  te 
baga  dejarla  con  sentimiento? 
|Bah!  Ya  pitaste  por  donde  pitfis  siempre. 
De  modo  que  me  lleva  á  Madrid  la  sola 
idea  de  trabajar,  de  luchar  por  un  p  >rvenii' 
para  ofrecértelo,  de  llegar,  en  una  palabra, 
y  te  me  sales  echando  de  menos  un  suspi- 
rito  dedicado  á  tí  al  silbar  la  locomotora. 
¡Vamos,  hombre!  Tenéis  las  mujeres  el  don 
ridículo  de  empequeñecerlo  todo  en  la  vida; 
de  no  ver  irás  campo  de  acci(^n  para  el 
hombre  qu*^  el  círculo  que  podéis  trazar  ex- 
tendiendo los  brazos. 

No  te  enfades;  no  grites.   Lo  que  nos  pasa  á 
las  mujeres  es  que  cnando  nos  dice  el  no- 
vio que  rabia  ptu*  marchíirse  de  donde  esta- 
mos... pues...  francamente...  en  nuestra  pe- 
quenez... no  nos  hace  gracia. 
Bueno,  bueno.  .A.  otra  cosa.  No  quiero  entrar 
contigo  en  discusiones  que  siempre  acaban 
de  mala  manera.  ¿Y  Manolín? 
Con  mis  padres,   esperando  su    hora  el  po- 
brecito.  Ya  ves  tú:  á  ese,  sin  querer,  lo  ha- 
cen llegar  ú.  los  seis  años. 
¡No;  si  eso  está  muy  mal;  si  lo  deben  meter 


—  62     - 

en  alcanfor  para  que  no  se  pique,  como  pro 
pone  el  sabio  de  Kosales! 

Clara  Ro'^ales  no  propone  eso.  Pero  dejemos  tam- 

l)ién  al  niño.  Óyeme. 

Jorge  Qué. 

t.'LARA  Sé,  aun(jue  no  por  ti,  que  has  recibido  una 

credencial. 

JoRGK  ¡Contento  me  tiene  la  credencial! 

Clara  ¡Kspantaiame   yo!   ¿Xo  es  la  (jue  habías  pe- 

dido? 

Jorge  ¿Qué  ha  de  ser?  ¡He  de  darle  un   millón  de 

gracias  á  mi  tío  Paco!  ¡Nos  ha  matado  mi 
tío  Paco!  |Ya  ves  tú  mi  tío  Paco!  ¡el  brazo 
derecho  del  ministro!  Pues  por  todo  favor 
se  me  desoielga  soltándome  un  destino  en 
que  hay  que  ir  á  la  oñcina  todos  lo-  días. 

Clara  ¿Los  domingos  también? 

Jorge  Ah,  ¿te  hurlat^? 

v'lap.a  Pero,  Jor^íe,  ¿qué  destino  esperabas? 

Jürge  ¡Ay,  qué  inocente!  ¡Uno  como  hay  iiiUcho^» 

para  no  parecer  por  la  oficina  má>  que  á 
firmar  la  nómina,  si  es  que  no  te  la  llevan 
á  casa! 

Clara  J£;-o  no  lo  sabía  yo. 

Jorge  ¡Tú  no  sabes  nada  de  nada!  Mira:  Evaristo 

Rey,  un  amigo  de  ayer,  como  (luien  dice, 
me  ha  ofrecido  una  plaza  de  l)arrendero. 

Clara  ¿De  barrendero? 

Jorge  ¡Hay  que  agarrarse  á  todo!   No  es  <iue  yo 

vayaáoarrer  las  calles,  como  comprende- 
rás; ¡pero  cobro  lo  mismo  que  si  las  barrie- 
se! [Y  siempre  es  una  ayuda! 

Clara  ^Ave  María  purisima!  Te  confieso,  Jorge,, 
que  nunca  sospeché  que  en  tu  afán  de  lle- 
gar, como  dices  tú,  llegaras  á  eso. 

Jorge  ¡No,  que  me  voy  á  andar  con  aquí  la  puse  y 

con  remilgos  de  empanada!  ¡Ya  le  acusaré 
yo  las  cuarenta  á  mi  tío  Paco!  Con.'^idera 
que  voy  á  Madrid  á  jugarme  el  todo  por  el 
todo:  pues  lo  prin.ero  que  necesito  es  tener 
el  estómago  lleno:  fuego  en  la  caldera.  Poi- 
que yo  no  me  bago  ilusiones,  niña.  Sé  cómo 
está  Madrid:  sé  lo  dura  y  lo  difícil  c^ue  es 
allí  la  pelea.  Todos  los  puestos  están  toma- 


—  53  — 

dos.  Vas  á  un  periódico  á  eolicitar,  y  no  hay 
periódico  que  no  tens;a  íu  director  y  sus  re- 
dactores; vas  í^  un  teatro  con  una  c<jmedia, 
y  en  cada  teatro  hay  sesenta  comedias  de 
loá  paniaguados  y  amigos;  abres  un  bufete, 
y  no  sut'ñe.s  que  nadie  vaya  á  encomendar- 
te un  asunto:  han  de  ir  á  casa  de  Fulano, 
de  Zutano  ó  de  Perengano.  Los  conocidos 
¿sabes?  ios  de  fama.  [A  los  demás  que  nos 
coja  un  tranvía!  ¡Este  es  un  país  desprecia- 
ble! Si  yo  hubiera  nacido  en  Francia.  . 

Clara  Por  lo  menos  sabrías  francés  ahora,  que  lo 

sabes  muy  mal. 

Jorge  ¡Caramba! 

(JLARA  Jorge,    es   que   te   escucho    con   verdadero 

asombro.  Tú  no  e«iás  bueno  de  la  cabeza. 
¿Qué  quieres?  ¿Que  los  periódicos  no  tengan 
redactores  hasta  que  tú  elija^i  redacción,  ni 
los  teatros  comedias  hasta  ver  si  tú  escrilips 
una,  y  que  los  abogados  de  nombre  se  va- 
yan á  su  pueblo  á  arar  y  te  dejen  á  tí  el 
bufete? 

Jorge  ¡No  es  eso! 

Clara  ¡Sí  es  eso!  Eso,  al  menos,  es  lo  que  tú  dice-. 

JoRGK  ¡Lo  (.\ne  yo  quiero  es  que  se  mueran  los  vie- 

jos, que  obstruyen  el  camino  de  la  juvenlui! 

Clara  Ya  saltaste  con  el  tema  de  los  viejos.  Cuan- 

do tocas  á  él,  no  puedo  escucharte  con 
calma. 

Jorge  Pero  ¿no  es  una  ley  natural  que  se  mueran? 

¡Pues  que  se  mueran  ya,  que  se  mueran  to- 
dos y  nos  dejen  lil)res  los  puestos! 

Clara  Qué  duda  cabe  en  que  se  morirán:  hoy  uno, 

mañana  otro...  ¿Qué  remedio  les  quedaV 
¡Pobrecitos!  Pero  reflexiona  que  fueron  jóve- 
nes como  tú,  y  que  lucharon  para  descan- 
sar cuando  fueran  viii-jos;  sin  sospechar  que 
vendrían  al  mundo  otros  jóvenes  de  tan  poco 
valer  que  necesitan  que  haya  una  epidemia 
para  (^ue  se  sepa  que  ellos  viven. 

Jorge  jCstás  agresiva. 

Clara  Lo  estoy.  Me  duele  que  triunfe  en  tu  alma 

ese  odio  á  los  viejos.  ¿No  llegarás  tú  á  serlo 
alguna  vez? 


—  61   — 

Jorge  ¡(-liando  yo  sea  viejo  que  me  tiren  á  la  ba- 

sura! 

Clara  Y  que  te  barra  un  compañero  de  escoba,¿no? 

Jorge  ¿Eh?  Pues  tómalo   como   quieras  tomarlo;, 

pero  lo  que  es  una  campañita  rabiosa  en 
un  periódico  de  esos  de  escándalo,  de  esos 
que  muerden  por  morder,  contra  tanto  ve- 
jestorio inútil  como  está  infestándolo  todo, 
¡esa  la  hace  el  bijo  de  mi  ujacbe!  ¡Y  si  me 
denuncian,  encantado;  y  si  voy  á  la  cárcel^ 
mejor;  y  ?i  ten>:o  que  batirme  con  cuatro  ó 
sein,  miel  sobre  iiojnelas! 

(^f.AP.A  Bien,   bien,  Jorge.    Haz   enhorabuena    esa 

cam|»aña,  y  mata  á  quien  se  deje,  y  vé  á  la 
cárcel,  ya  que  eso  parece  balagavte,  y  chi- 
lla, y  vocifera,  y  muerde,  y  escupe;  pero  to- 
das las  victorias  que  logres,  f^i  logras  alguna» 
sea  con  la  plun  a,  ó  con  la  espada,  ó  con  la 
escoba,  ofréceselas  á  otra  mujer. 

•loRGE         ¿Qué  dices? 

Clara  Que  no  quiero  seguir  engañándome.   Hay 

entre  nosotros  ahora  mismo  mucha  más 
distancia  que  la  que  el  tren  va  á  poner  ma- 
ñana. Vete,  y  vive,  y  triunfa;  pero  no  te 
íicuerdes  de  mí. 

•Jorge  Ah,  ¿es  que  intentas  amargarme  el  viaje? 

Clara  Al  contrario:  necesitas  mucha  inde|ienden- 

cia;  mucha  libertad.  Mi  cariño  podría  pe- 
sarte: vete  sin  él. 

Jorge  Y  a  tí,  ¿no  ))odría  pesarte   de  otra  manera 

este  paso  que  das? 

Clara  Nunca.  P]n  todo  caso,  si  tú  fueras  capaz  de 

volver  á  eer  el  de  antes.  Pero  entonces...  tú 
me  buscarías. 

.íokOE  ¿iiloras? 

Clara  No. 

Jorge  Mira  que  no  estoy  en  el  caso  de  suplicar. 

Clara  Ni  yo  en  el  de  escuchar  tu^^  súplicas. 

Jorge  ¿Quiere  decir  que  esto  acabó? 

Claka  Quiere  decir  que  tú  no  eres  Jorge;  que  tú 

eres  ot:o...  y  que  ese  no  es  el  mío. 

Jorge  Más  claro,  agua.   Bien  está.  No  lo  esperaba, 

pero  bien  está.  Después  de  todo,  razón  te 
Eobra:  ¡menos  peso  para  el  cauíinol 


—  5i  — 

Clara  Poco  ujeno?,  pero  menos  al  fin. 

JuRGE  Adiós^  Clara. 

Clara  Adió?,  Jorge.  Te  deseo  fortuna. 

Jorge  Y  á  tí  yo.    Vase   por  la  puerta  de  la  derecha  miran, 

dola.  Ella  se  va  por  la  de  la  izquierda. 
Sale  por  la  de  la   derecha  Fernanda  Peñaflor,    soltero- 
na  y  poetisa,    del  tarazo   de  Don   Vicente  de  la    Sosa. 
Lisonjero  sale  tras  ellos. 

Fek.  Usted  siempre,  señor  de  la  Sosa,  pródigo  de 

galantería. 

D.  Vic.  Traer  á  usted  de  mi  brazo  y  no  elogiarla, 
fuera  incultura  manifiesta. 

Lis.  Con  la  venia  de  usted,  señor  presidente,  ya 

creo  que  debemos  comenzar. 

D.  Vic  Ah,  si,  sí:  u-jted  manda,  querido  Lisonjero. 
¿No  falta  nadie? 

Lis.  Nadie. 

D.  Vic        Pues  á  comenzar  en  seguida. 

Fer  ¿y  mi  colega  don  Andrés,  ha  venido? 

Lis.  ¿Cómo  no,  si  es  uno  de  los  números  del  pro- 

gramar Voy  corriendo  por  Manolín  y  su 
familia.  Pero  no...  Pero  sí...  Antes  es  conve- 
niente..  Llamando.   Isidoro!  ¡Isidoro! 

IsiD  Presentándose  en  la  puerta  de  la  derecha.  Señor  Se- 

cretario. 

Liis.  Va  á  empezar  la  fiesta.  Mucho  ojo:  aquí  no 
entra  nadie  más  que  las  personas  de  la  casa. 

ísiD.  Entendido,  señor  secretario. 

Lis.  ¿Los  del  telón  están  arriba? 

Isio.  Hace  media  hora,  f-eñor  secretario. 

Lis.  Af^í  me  gusta  Pueiles  retirarte. 

IsiD.  Con  permiso  de  usted,  señor  secretario. 

Lis.  ¡Ah! 

IsiD.  Señor  secretario, 

i^is.  Prevenidos  muchos  vasos  de  agua. 

IsiD.  Doce  tengo  dispuestos,  señor  secretario. 

Lis.  Está  bien.  Pued'-s  retirarte. 

IsiD.  Servir  á  usted,  señor  secretario. 

Lis.  ¿Qué  más?  ¿Qué  más,  señor  secretario?  ¡Ah! 

La  otra  puerta.  Vasc  por  la  de  la  izquierda,  lla- 
mando. ¡Perico!  ¡Perico! 

J^'er.  ¿Va  usted  á  hablar  largo  tiempo,  señor  pre- 

sidente? 

D.  Vic         Oh,  no:  sólo  cuatro  palabras. 


—   58  — 

Fer.  ¿Cuatro  palabras?  Cuatro  perlas. 

D.  Vic.  ¡Oh!  Perlas,  las  que  usted  verterá  en  correc- 
tos endecasílabos. 

Fer  ¡Ohl 

D.  Vic.  Precisamente  he  de  hablar  yo  poco,  para  no 
dilatar  el  momento  de  su  lectura. 

Fek.  ¡Oh!  Hay  dos  Lisonjeros  en  el  casino:  el  se- 

cretario y  el  presidente. 

D.  Vic.  ¡Oh!  No  son  lisonjas  mis  palabras,  si  bien 
celebro  el  juego  del  vocablo.  Contadas  es- 
trofas conozco  yo  en  el  lenguaje  de  Zorrilla 
que  puedan  igualarse  al  primoroso  soneto 
(jue  va  usted  á  leer. 

Fer.  ¡Oh!  Se  aventaja  usted  en  amabilidad  cada 

día.  Pero  aunc^ue  fuera,  como  usted  dice,  un 
primor  mi  pol)re  soneto,  ¿qué  valdrá  com- 
parado con  el  discurso  que  le  ha  de  prece- 
der? Yo  no  soy  más  que  modesta  artífice  de 
la  rima:  usted  es  soberano  artista  de  la  pa- 
labra. Yo  bebo  en  mi  vaso,  como  Mu^set; 
usted  bebe  en  el  rio. 

D.  Vic.        ¡Oh! 

Fer.  ¿Q"é  digo  en  el  río?  ¡En  el  mar! 

D.  Vic.        lOh! 

Fek  De  ahí  las  sales  de  su  prodigiosa  elocuencia. 

D.  Vic.        ¡Abrumado,  Fernandita,  abrumado! 

Fek.  ¡Porque  el  genio  abrumal 

D.  Vic.        ¿Pues  cómo  puede  usted  vivir? 

Fer.  ¡Abrumada  yo! 

D.  Vic.        ¡Oh! 

Fer.  ¡Ohl 

D.  Vic.  (E:íta  señorita  y  yo  nos  damos  unos  honibcs 
interminables.) 

Sale  Rosales  por  la  puerta  de  la  flerecha.  Lo  sigue  Isi- 
doro. A  poco,  por  la  misma  puerta,  sale  ñon  Andrés. 

Ros.  Fernandita,  señor   presidente,   buenas   um- 

ches. 

D.  Vic.        Bien  venido,  señor  Rosales. 

Ros.  Isidoro  no  quiere  dejarme  pasar;  pero  ¡leña! 

yo  le  he  curado  al  chico  la  escarlatina,  el 
sarampión  y  unas  gástricas:  tengo  más  de- 
recho que  nadie  á  estar  aquí. 

J).  Vic.  Y  nosotros  recibimos  en  ello  una  gran 
merced. 


—  57  — 

Ros.  Se  agradece,  a  Isidoro.  Ya  lo  oyes,  tú. 

Is!D.  Señor  Rosales,  usted   me  ha  de  dispensar; 

pero  á  mí  me  mandan... 

Ros.  Sí,  hombre,  sí. 

IsiD,  Y  como  me  mandan...  no  puedo  hacer  más 

que  lo  que  me  mandan.  Usted  me  ha  de  dis 
pensar,  señor  Rosales.  Con  permiso,  se  va. 

Ros  Además,  amigo  don  Vicente,  hay  otra  razón 

para  que  yo  esté  aquí.  Va  á  leer  unos  ver- 
sos don  Andrés  Ramalea;  puede  ocurrir  un 
cataclismo...  3'  siempre  es  bueno  que  haya 
un  médico  cerca. 

FtR  Por  Dios,  Rosales,  que  ahí  llega  don  An 

drés... 

Ros  ¡Que  llegue!  ¡No  se  enterará,  no!  ¡Leña,  qué 

sordo  está  el  infeliz!  Hay  que  hablarle  con 
banderitas  como  á  los  barcoí. 

D.  An.  Fernandita,  acaban  de  decirme  que  la  com 

posición  de  usted  es  una  joya.  No  me  ha 
8orprendid(\ 

FeR.  Apelando,  naturalmeute,  á  la  mímica.    ¡Oh I    La    de 

usted,  la  de  usted  es  la  que  creo  que  es  ad- 
mirable. 

D.  An.  Alia  veremos. 

Ros  Como  no  es  suya,  no  sabe  qué  decir. 

Fer  jDon  Pascual! 

Ros.  ¡Si  no  oye  un  cañonazo! 

F'er.  Pero  ¿usted  cree  en  esas  calumnias? 

Ros.  Desde  que  usted  me  lo  dijo, 

Ker,  Este  Rosales  es  terrible. 

D.  Vic.        ¡Oh! 

Lis.  ¡Ajajá!  Ya  viene  todo  el  mundo.  Son  las  diez 

menos  dos.  Vamos  á  empezar  al  momento. 
A  mí  se  me  ocurre,  salvo  mejor  opinión  de 
cualquiera... 

Sale  don  Elias  por  la  puerta  de  la  izquierda.  En  la 
mano  trae  el  violín  del  niño. 

D.  Elías  Ligo,  señor  Lisonjero,  que  yo  estoy  á  la  dis- 
posición de  usted  y  de  todos,.,  que  mi  papel 
aquí  se  reduce  á  servirlos  á  todos... 

Lis.  Gracias  mil  en  nombre  de  todos,  querido 

don  Elías  Pues  á  mí  se  me  ocurre,  salvo 
mejor  opinión  de  cualquiera. . 

Llega  Bonifacio  por  la  puerta  de  la  derecha.  Lo  sigue 
Isidoro, 


—  58  — 

BoN.  Don  Jacobo,  tájietiie  upted  la   boca  y  los 

oídos,  si  teme  (]ue  sea  inconveniente  ó  mo- 
lesto; áteme  usted  á  la  pata  de  una  silla, 
pero  déjeme  usted  que  me  quede  aquí  con 
los  padres  del  niño.  Yo  he  vislo  á  esa  cria- 
tura nacer;  yo  avipé  al  médico  cuando  se 
puso  mala  doña  Manuela— y  aquí  está  el 
médico,  que  no  rae  dejarn  mentir; — yo... 

Lis.  Ni  una  palabra   más,   Bonifacio.  Complaci- 

dísimo yo  en  complacerlo. 

BoN.  Dios  se  lo  pague,   a  Isidoro.  Tú,  ya  lo  oyes. 

IsiD.  Don   Bonifacio,  usted   me  ha  de  dispensar; 

pero  á  raí  me  mandan...  y  como  me  man- 
dan... no  puedo  hacer  más  que  lo  que  me 
mandan.  Usted  me  ha  de  dispensar,  don 
Bonifacio. 

Lis  Estás  dispensado:  retírate. 

IsiD  Obedeciendo.  (¡Qué  ptiís!   ¡No  se  cumple  una 

ordenl) 

Lis.  Pues...  á  mí  se  me  ocurre,  salvo  mejor  opi- 

nión de  cualquiera... 

Por  la  puerta  de  la  izquierda  salen  en  esto  doña  Ma- 
nuela, Clara,  Qnijaiio  y  Mauolín,  á  quien  han  vestido 
de  rantalón  corto  y  smoking. 

Quij.  Víiraos,  varaos  allá,  valiente. 

I).  Vil.        ¡Oh! 

Fer.  ¡Oh! 

D.  Vic.        ¡A(]uí  está  el  héroe  de  la  jornada! 

Fer.  ¡A<]UÍ  está  el  prodi.sio!  ¡Qué  preciosidad  de 

criatura!  ¡qué  encanto!  ¡(pié  ra^'o  de  inteli- 
gencia en  su  mirailn!  Permítanme  ios  felices 
padres  que   estampe  un  ósculo  en  la  frente 

del  genio.  Lo  hace  como  lo  dice. 

D.»  Man.      Gracias,  señora. 

I).  VlC.  Besando  también  a  Manolín.  ¿Esta  nOChe  tOCarás 

mejor  que  nunca,  veriiadV 

Man.  Encogiéndose  de  hombros,  oí. 

Quij.  ¡Dice  (lue  si! 

D.a  Man.     ¡Dice  que  sí!  No  se  corta,  no;  no  se  corta. 

D.  Vic.  la  seguridad  del  genio  prematuro.  Todos 
los  genios  han  dicho  (pie  sí. 

Fer.  ¡."^í!  Divina  palabra.  ¿Quién  no  aspira  á  de- 

cir que  sí  alguna  vez? 

D.!i  Man.     ¡Hijo  de  mi  corazón  bonito!  Lo  besa. 


—  50  — 
QuiJ.  iHijO  de  mi  alma!  Lo  besa  también. 

1).  Elias      ¿Y  para  el  maestrilio  viejo,  no  ha  quedado 

ninguno?  ¡Jel  Lo  besa. 

Lis.  Vaya,  vaya,  no  me  lo  imnresionen  más,  que 

pudieran  perjudicarle.  Decía  yo,  que  salvo 
la  mejor  opinión  de  cualquiera,  veo  la  ve- 
lada en  la  forma  siguiente:  Ya  está  arriba 
el  telón.  El  escenario  íiparece  solo.  Allí  no 
quiero  nunca  más  que  dos  per^onap.  Acto 
seguido,  usted,  señor  presidente,  sube  con 
Manolin.  Aplauso.  Cuatro  palabras  presen- 
tando al  chico.  Aplauso.  Deja  á  Manolin  y 
baja  por  Fernandita.  Aplauso.  Lee  Fernan- 
dila.  Aplauso.  Baja  Fernandita  y  sube  don 
Andrés.  Aplauso.  Lee  don  Andrés.  Aplauso. 
Baja  don  Andrés  y  sube  don  Elíab.  Aplauso. 
Pone  los  papeles  sobre  el  atril  y  empieza  á 
tocar  el  niño  el  programa  impreso.   ¿Es  así? 

D.  Vic,         Menos  los  aplausos  a  mi  discurro  .. 

Fer.  Meiíos  los  aplausos  á  mi  poesía... 

Lis.  Bueno,  bueno;  ya  veo  que  es  a-í.  Prevenidos 

todos,  que  voy  á  levantar  el  telón. 

Emoción  general.  Los  padres  dan  tooueeitos  á  Mano- 
lia  en  la  cabellera  y  en  el  traje;  don  Elias  parece 
aturdido;  la  muchacha  tiembla;  Bonifacio  va  de  aquí 
para  allá;  Rosales  se  sienta,  y  observa  el  curso  de  la 
velada  cou  creciente  disgusto;  Fernanda  repasa  sus  ver- 
sos; don  Andrés  parece  que  rumia  los  suyos,  y  el  pre- 
sidente, un  tanto  azorado,  se  estira  los  puños,  se  afila 
el  bigote  y  como  que  ordena  en  la  imaginación  sus 
ideas,  isonjero  sube  por  la  izquierda  un  escalón  de  la 
gradilla  y  toca  dos  veces  un  timbre  aue  hay  en  la 
pared  del  foro. 

D.a  Man.      Animo,  hijo  mío, 

Quij.  No  le  (ligas  nada,  mujer. 

BoN.  ¿Tiene  usted  miedo,  Clara? 

Clara  Alucho:    mire   usted   cómo   tiemblo.  No  sé 

cómo   mi  tía  Guillermina  puede  estar  en  el 

público. 

Lis.  Prevención,  suena  el  timbre.    Ejecución.  Vuelvo 

á  sonar  el  timbre.  Oyese  el  ruido  que  el  telón  al  le- 
vantarse produce.  Por  ambos  lados  del  forillo,  entra 
alguna  luz  del  salón.  Oyese  luego  el  rumor  del  públicO' 
y  un  largo  siseo  que  impone  silencio  general. 


—  60  — 

Ros.  Ya  no  tiene  remedio. 

Lis.  Bajando  la  voz.  Cuando  usted  guste,  señor  pre- 

.<i(lente.  Yo  me  voy  al  |)úblico  á  romper  el 

primer  aplauso.  Vaso  precipitadamente  por  la 
puerta  de  la  derecha. 

D,  Vil.         Vamos  allá.  Dame  la  mano,  Manolín. 

La  emoción  aumenta.  Doña  Manuela  se  santigua.  El 
presidente,  llevando  de  la  mano  á  Manolln,  sube  al 
escenario.  Estalla  un  aplauso,  que  se  mantiene  unos 
instantes,  y  que  ya  sabemos  que  rompe  Lisonjero. 

BoN.  (¡Como  á  mí:  lo  u)ií-mo  que  á  mí!) 

Por  el  hueco  de  la  izquierda  miran  con  ansiedad  los  pa- 
dres del  niño,  y  por  el  de  la  derecha  Clara  y  Don  Elias. 
Inútil  es  decir  que  toda  la  atención  está  en  el  escenario. 
Don  Andrés,  no  obstante,  como  es  sordo,  no  vive  más 
que  para  sus  versos. 

D.  Vic.  L'na  vez  que  cesa  el  aplauso.  «Señor.is:  Señoritas: 
iseñoreF.  No  creáis  que  voy  á  hacer  un  dis- 
curso.» 

Ros.  (¿No  lo  han  de  creer  ¡leña!   si  siempre  em- 

piezas así,  y  siemftre  lo  hacesV) 

D.  Vic.  «Nada  máá  lejos  de  mi  ánimo,  ni  más  ino- 
portuno en  estos  momentos.  Ks  mi  inten- 
ción sólo,  es  mi  deber,  es  mi  obligación,  ñ 
queréis,  haceros  la  presentación  ofí'-ial  por 
así  decirlo,  de  este  niño  artista,  verdadera 
maravilla  de  la  naturaleza,  que  ya,  á  buen 
seguro,  lia  cautivado  vueslro.s  corazones  y 
vuestros  ojos  con  los  encantos  indudables 
de.'-u  presencia  de  ángel  de  Murillo.» 

BuN.  (Como  á  mí  ) 

Fer.  |Es  una  palabra  de  oro!  ¡de  oro! 

D.  An.         ,Qné  bien  habla  ese  hombre! 

Ros  ¿Usted  qué  sabe? 

Quij.  ¡Ssssch! 

Silencio  largo. 

Fer.  ¿Por  qué  no  sigue? 

Clara  Porque  está  bebiendo. 

Fer  ¿Ya? 

D.  Vic.  ^< Pronto,  cuando  escuchéis  embelesados  las 
melodías  f-uaves,  las  melodías  valientes,  las 
melodías  sublimes  que  arran<)ue  el  niño  de 
las  cuerdas  de  su  violin,  comprenderéis  que 
no  es  hiperbólica  mi  palabra   al  calificar 


—  61  — 

como  califico  á  nuestro  pequeño  conterrá- 
neo.» 

D.a  Man.     a  Quijano.  (¿Conté  qué  ha  dicho? 

Quij.  Conterráneo. 

D.a  Man      ¿Y  qué  es  eso? 

Quij.  Será  vioHnista.) 

D.  Vic.  «¿Os  acordáis  de  la  niñez  de  Mozart?  Pues 
aquí  tenéis  el  segundo  tomo.» 

D.  Elías      Muy  bien,  muy  bien... 

Quij.  ¡Sssschl 

D.  Vic.  «Pudiera  yo  extenderme  ahora,  abusando 
de  vuestra  tenevolencia,  en  altas  considera- 
ciones á  propósito  de  la  influencia  educatriz 
que  la  música  ejerce  en  el  espíritu  de  los 
hombres  que  forman  las  naciones  que  se 
dicen  cultas.  I'ero  os  hago  gra'ia  de  esta 
digresión  erudita,  por  iuh  ya  vfi-  en  vues- 
tros ojos  la  impaciencia  legítima  de  que  yo 
abandone  este  sitial  que  inmerecidamente 
ocupo,  para  deleitaros  en  escucbar  al  niño 
prodijiio.^o,  y  antes  que  á  él,  las  inspiradísi- 
mas poesías  á  él  dedicadas  por  nuestra  ilus- 
tre conterránea  Fernanda  Peñaflor,  y  por  el 
inspirado  literato  Don  André-i  Ramales» 
también  nuestro  querido  conteriáneo.» 

D.a  Man.     a  Quijano.  (Hay  que  averiguar  lo  que  es  eso.) 

D.  Vic.  «Dejo,  pues,  de  molesta i-  vnesira  atención 
y  os  doy  las  gracias  por  vuestra  condescen- 
dencia y  cortesía:  y  al  marcha;  me  de  aquí, 
fija  la  mirada  en  la  frente  del  niño,  me  atre- 
vo á  exclamar:  Honra  y  prez  á  quien  ha  po- 
<íido  á  los  seis  años  y  tres  meses  de  bu  edad, 
por  la  magia  de  su  mérito  indiscutible,  reu- 
nir en  el  modesto  salón  de  esta  modestísi- 
ma casa  á  la  sociedad  de  Guadnlema  en  su 
representación  más  culta  y  esjmmosa.  He 
dicho.» 

Estalla  dentro  un  nuevo  aplauso  prolongado.  Baja 
nuestro  hombre  con  las  mejillas  como  tomates.  Todos 
lo  felicitan. 

D.a  Man  ¡Muy  bien,  señor,  muy  bien! 

Q  ij.  ¡Admirable,  admirable! 

Fer.  ¡Oh!  ¡De  oro!  ¡De  oro  y  muchas  piedras! 

BoN.  ¡Enhorabuena,  Don  Vicente! 


-    fi2    — 

Ros  ¡Enhorab'iena! 

D.  K'  t»s      ¡Muy  bonitol 

D.  Vic.  Nada...  cuatro  palabras..  Presentar  al  chi- 
co... salir  del  ])aS0.  .  A  Clara,  que  no  le  ha  dicho 
nada  ¿Verdad? 

Clara  Maquinaimente.  Muy  bien,  muy  bien... 

Por  la  puerta  de  la  derecha  sale  Isidoro  á  reponer  el 
agua.  Por  la  misma  puerta  llega  Lisonjero  como  una 
exhalación,  y  estrecha  entre  sus  brazos  á  Don  Vicente. 

Lis.  ¡Bravo,  maestro,  bravo!  ¡Cumo  de  usted! 

D.  Vic.        ¡Oh!... 

Lis.  Quedamos  en  que  ahora  sube  usted  del  bra- 

zo á  Fernandita  y  vuelve  aquí. 

D.  \'ic.        De  acuerdo. 

Lis.  Yo  me  voyá  romper  el  aplauso,  Vase  corriendo. 

D.  Vic .        ¿Fernandita? 

Fer.  Cogiéndose  de  él,  Con  mil  amores.  Cada  día 

hay  mayor  belleza  en  su  palabra,  de  la 
Sosa, 

D.  Vic.  ¡Oh!  Las  bellezas  de  la  velada,  ])rincipian 
con  usted. 

Fer.  ¡Oh! 

Suben  al  escenario.  Aplauso  caluroso.  Durante  él  vuelve 
Don  Vicente. 

D.  Vic.        Escuchemos,  porque  tiene  que  oír. 

Fer.  Sacando,  no   se   sabe  de  donde,  una  voz   que  no  es  la 

que  usa  á  diario, 

«AL  NIÑO  PRODIGIO. — SONETO 

¡Salvo,  niño  genial,  sol  de  tu  casa! 
¡Salve,  gloria  de  España  venidera, 
clavel  de  anticipada  primavera, 
cuyo  aroma  los  ámbitos  traspasa! 

En  los  comi^'nzo^^  de  tu  edad  escafa, 
alumbras  ya  cual  fúlgida  lumbrera, 
y  ven  absortas  tu  veloz  carrera 
aristocracia,  clase  media  y  masa. 

De  tu  fama  los  límpidos  alliores 
el  cielo  d9  las  glorias  ya  han  teñido 
de  vivos  é  irisados  resplandores. 

¡Surge,  y  eleva  al  cielo  tu  sonido! 
¡Callen  todos  los  pájaros  cantores! 
¡Música  celestial,  ya  te  han  vencido!» 


—  63  — 

Nuevo  aplauso  dentro,  más  caluroso  aún  que  el  ante- 
rior, porque  el  soneto  ha  durado  menos  tiempo  que  el 
discurso.  Don  Vicente  va  á  recoger  á  Fernanda,  con 
quien  vuelve  en  seguida. 

R(S  (Y  si  Manolín  tuviera  mi  edad,  ¿qué  pensa- 

ría de  todo  esto,  leña?) 

D.  Vic.        ¿Y  era  usted  quien  hablaba  de  piedras,  Fer- 
nandita? 

Ffr.  ¡Oh! 

D.»  Man.      ¡Precioso,  señora,  precioso! 

Quij.  Nuestro  hijo  no  merece  tanto. 

D.  Ei.ÍAS      A  mí  me  ha  hecho  llorar. 

Fer  [Oh! 

ü.  Elías      Eh  verdad  que  no  haeo  más  que  llorar  esta 
noche. 

líos,  íSon  muy  sentidos;  mucho. 

BoN.  ¡Mucho!    •- 

Fer.  Eso  sí;  corazón  he  puesto, 

Clar\  Suenan  muy  bien,  muy  bien... 

D.  An.         Enhorabuena,  maestra. 
-=5^    Lis.  Llegando  com(^  antes.  ¡Princorosísimo!  ¡Primoro- 

sísimo! ¡Es  la  perla  de  la  velada! 

Fer  ¡Oh,  cuantísima  amabilidad! 

D.*  Ma.n'.      Ya  nos  dará  usted  una  copia  de  su  puño  y 
Jetra. 

Fer.  ¡Ya  lo  creo!  Una  á  cada  uno.  ¿Y  ha  visto 

usted,  Jacobo,  con  cuánta  seriedad  lo  escu- 
cha todo  Manolín? 
— -    Lis.  ¡Como  que  tiene  muchísimo  talento!   a  dou 

Andrés,  que  sigue  abstraído  con  su  poesía.  Señor  Ra- 
males, ha  llegado  su  turno. 
D.  An.         ¿Eh? 
—    Lis.  Usted,  usted  ya. 

D.  An.         ¿Yo? 
—     Lis.  Sí. 

D.  Ak.  Allá  voy.  Se  dispone  á  subir,  después  de  cerciorarse 

de  que  lleva  los  versos  en  el  bolsillo. 

Lis.  Yo  me  salgo  á  romper  el  aplauso.  Es  inútil, 

porque  no  ha  de  oirlo;  pero  no  importa. 
Se  va.  . 

BoN.  a  Rosales.  (¿Qué  Ic  pasa  á  usted,  Don  Pascual? 

Ros.  ¡Que  me  está   entrando  la  calentura!  ¡leña! 

¡Que  esto  es  contra  mis  nervios!) 

Tibio  aplauso  dentro,  á  la  presentación  de  Don  Andrés. 


—  64  — 

Sale  Castillo  por  la  puerta  de  la  derecha  y  habla  rá- 
pida y  misteriosamente  eoii  Bonifacio.  Trae  el  gabán 
i\l  hombro. 

Cas.  Bonifacio. 

BoN.  ¡Hola! 

Cas  .  lo  me  voy  al  Suizo.  Si  Don  Andrés  nombra 

padrinos,  allí  te  espero. 

Boa.  ¿Q'ié  dicesí' 

Cas.  Ahora  lo  verás:  es  de  lo  que  no  tiene  solu- 

ción; porque  te  advierto  que  la  V'enus  de 
Nieve  está  en  el  público. 

Quij.  ¡Ssssch! 

D.  An,  Comenzando  á  leer. 

«AL  NIÑO  PRODIGIO  7— SONETO.» 

Fer.  ¡Oiffa!  .¡Hemos  coincidido  en   la  combina- 

cióo! 

Don  Andrés  empieza  á  leer  á  grandes  voces,  para  que 
no  quede  duda  de  que  uo  es  suyo,  aunque  él  lo  hace 
para  lo  coulrario,  el  mismo  soneto  que  acaba  de  leer 
la  poetisa.  La  cara  de  esta  en  primer  término,  su  in- 
dignación, el  asombro  de  todos  los  presentes  y  el  re- 
vuelo que  se  arma  en  el  público  con  rumores,  comen- 
tarios y  carcajadas,  son  indescriptibles.  Al  llegar  á  lo 
de  la  masa,  Don  Andrés  nota  que  algo  extraño  sucede 
allí,  y  á  las  señas  que  el  presidente,  llamándolo,  le 
hace,  baja  á  enterarse  de  lo  que  ocurre  sin  acabar  de 
leer  el  soneto.  Castillo,  que  so  frotaba  las  manos  de 
gusto,  se  va  de  estampía.  Bonifacio,  durante  todo  el 
lance,  se  ve  acometido  de  una  risa  nerviosa,  que  no 
puede  el  hombre  contener.  El  diálogo  que  va  escrito  á 
continuación,  -es  el  que  se  habla  durante  la  lectura  de 
los. dos  euiirteto.s. 

Fer.  ¡Ese  verso  es  mío! 

D.  Vic.  ¿Qué  e.-)  esto? 

Fer.  |Y  ese  también! 

Bov.  ¡Atiza! 

Quij.  ¡Es  igual! 

D.a  Man.  ¡Es  lo  mismo! 

Clara  ¿Por  qué  lee  lo  mismo? 

Fer,  ¿Usted  se  explica  este  despojo? 

Ros.  ¡La  Ijroma  es  de  ursulinas!  ¡leña! 

D.  Vio.  ¡Qué  escándalo! 

Fer  ¡Qué  abuso! 

D.  Elíab  Pero  ¿cómo  ha  ocurrido  esto? 


—   65  — 

Quij.  ¡Y  el  público  lo  está  tomando  á  burla! 

Ros,  ¡Naturalmente! 

D.a  Man.      ¡Ay,  Dios  mío!  ¡Pobre  Manolínl 

D.  Vic.        ¡Calma;  silencio;  calma! 

Clar^  ¡Que  le  digan  á  ese  señor  que  ebtá  haciendo 

el  ridiculo! 

Fer.  ¡y  que  lo  metan  preso! 

D.  Elías      ¡Jesús!  ¡Jesús! 

D.  Vic.  Llamando  al  poeta.  [íScñor  Ramales!  ¡señor 
Ramales! 

Cas.  Satisfecho  del  efecto  de  sti  jugada.    jHasta   maña- 

na, si  Dios  quiere!  ¡Buenas  noches!  se  va. 

BoN.  ¡Es  el  deuionio  que  anda  suelto! 

D.  Vic  .        ¡beñor  Ramales,  baje  usted! 

D.  Elías      Ya  parece  que  se  ha  enterado. 

D.  An.  Desde  dentro  aun.  ¿Qué  pasa?   ¿Qué  paí-a? 

D.  Vic.        ¡Baje  ustedl 

D.  An.  lEh? 

D.  Vic .        ¡Baje  usledi 

D.  An.  Apareciendo   por    la  izquierda   de   la   gradilla,  ftsiista- 

dísimo.  Pero  ¿qué  sucede?  ¿Es  que  hay  fuego? 

Feh  ¡Lo  que  hay  es  que  el  soneto  es  mío! 

D.  An.  ¿Eh? 

Fer.  ¡Que  el  soneto  es  mío! 

D.  Vic.  ¡No  se  entera! 

D.íi  Man.  ¡Ha  estropeado  usted  la  función! 

D.  An  .  ¿Eh? 

Fer.  Mostrándole    su    manuscrito,    indignada.    ¡Mire    US- 

ted:  para  que  lo  entienda  de  algún  modo! 

D.   An.  ¿Eh?   Fijándose    en    el    manuscrito.    ¿Cómo?    ¿Es 

posible?  ¿Dónde  etlá  L astillo? 
Fer.  ¡Qué  sé  yo! 

Res.  ¡Hay  paia  irse  de  Eí-pañfi! 

D.  An.        ¿L(''nde  está  Castillo? 

Al  tiempo  que    va  á  marcharse    "n    bi;sca  de  Castillo, 
echando  venablos,  llega    Lisonjero  y  se  encara  con  él. 

Lis.  ¡Cuando  se  es  tan  sordo  como  usted,  señor 

mío,  se  escriben  versos  originales!  ¡Es  Uhted 
un  zampatortas! 
D.  An.         ¡No  tolero  que  me  grite  nadie! 
— •      Lis.  ¡Pues  le  griía  á  usted  todo  el  mundo! 

D.  An.  Pero  ¿dónde  esta  ese  Castillo?  ¡Se  va. á  acor- 
dar de  mí!  ¡Lo  descalabro!  ¡Lo  reviento! 

Vase  el  homlac  como  perro  con  lata. 


—  66  — 

Lis.  ¡Valiente  escándalo! 

D.  Vic.        ¡Valiente  cinismo! 

Fer.  ¡Es  una  broma  estúpiíla! 

Lis.  ¡Ha  sido  un  borrón  en  la  fiesta! 

Quij-  ¿Y  Manolír.P^Qué  ha  hecho  Manolín? 

Lis.  ¡Reirse,  como  todo    el  mundo!    Por  Dios, 

maestro,  suba  usted,  A  ver  si  con  su  presen- 
cia se  normaliza  el  curso  de  esto  y  se  acalla 
esa  marejada  al  comprender  que  el  chico 
va  á  tocar. 

D.  Elias      Si,  señor;  sí,  señor.  Voy  corriendo. 

D.ii  Man.      Ande,  sí,  querido  don  Elias. 

D.  Elias        Tropczanrlo  al  subir  la  grada.  ¡Dcmonches! 

Ls.  (íQué  ha  sido? 

Clara  ¿Se  ha  hecho  usted  daño? 

D.  ElÍaS      Nada,  nada;  no  ha  sido  na^a. 

D.a  Man.      ¡Ay,  Virfíen  María! 

Quij.  Tranquilízate  tú:  no  te  excites. 

Lis.  ¿Ve  usted?  Está  la  gente  distraída.  No  aplau- 

den al  maestro,  como  á  los  demás,  porque 
yo  no  he  roto  el  aplauso.  Voy  á  escape  fuera. 
¡Qué  trajín!  ¡Qué  noche!  ¡Bien  mere7-co  el 

premio  soñado!  Vnse  como  siempre. 

D.  Vic.        Ya  se  vuelve  á  hacer  el  silencio. 

Clara  Sí,  sí:  ya  se  calman. 

Quij.  Callemos  todos,  por  el  amor  de  Dios. 

D.!i  Man.     Callemos;  callemos  todos. 

D.  Vic.  Todos.  Va  á  empezar  á  sonar  el  lenguaje 
divino,  como  celeste  voz  ante  la  cual  se  rin- 
den todas  nuestras  paciones. 

Ros.  ¡Silencio! 

En  efecto,  en  este  momento  hay  silencio  absoluto  den- 
tro y  fuera.  Principia  á  oírse  el  violín  del  niño,  acom- 
pañado por  don  Elias  al  piano.  Los  padres  están  abra- 
zados. Clara  escucha  con  emoción  profunda.  Los  de- 
más personajes  oyen  también  silenciosos  y  quietos. 
Al  acabar  la  pieza  musical,  una  verdadera  ovación 
resuena  allá  dentro,  en  la  que  se  mezclan  voces  de 
¡bravo:  ¡bravo!  También  aplauden  don  Vicente,  Boni- 
facio y  Fernanda.  Quijano  y  doña  Manuela  se  besan 
y  se  abrazan  llorosos  de  alegría. 

D.a  Man.     ¡Hijo  de  mi  vida! 

Qujj .  ¿Tú  oyes,  Manuela?  ¡Cómo  aplauden! 

Ü.a  i\1an.     ¡Cómo  lo  vitorean! 


Quij.  ¡Con  entusiasmo!  ;con  frenesí! 

D.aMAN.     ¡Dios  lo  bendiga! 
Fkr.  ¡Portentoso!  ¡portentoso! 

D.  Vic.         Usted  lo  ha  dicho:   ¡portentoso!   Es  la  pala- 
bra justa. 

£1  corazón  de  Clara,  vencido  por  sentimientos  nuevos 
y  complejos,  estalla  en  llanto.  Los  padres  acuden  ¡í 
ella. 

D.a  Man  .     Clara,  hija  raía,  ¿qué  es  eso? 

Quij.  ¿Qi^ié  tienes,  niña? 

D.a  Man  .     ¿Qué  tienes? 

Qui.i .  ¿Por  qué  lloras? 

Clara  Entre  lágrimas.  No  sé  explicármelo...   pero  los 

aplausos  á  Manolín...  me  han  dado  de  pron- 

to  muclia  pena. 
Quij.  Vamos,  no  seas  niña:  serénate... 

D.a  Man.     Estás   muy    nerviosa;   mny    emocionada.. 

Haz  un  esfuerzo  sobie  ti... 
Quij.  Vamos,  vamo^... 

D    VlC.  A    Fernanda,    con    quien    entusiasmado    comenta    el 

éxito.  Dice  usted  bien:  ¡asi  salen  los  grandes 

artistas! 
Ros.  ¡No,  señor,  no:  así  se  matan! 

Quij.  ¿Kh^ 

D.!*  Man  .     ¿Qué? 
1).  Vio.         ¿Así  se  matan? 
Ros.  ¡Así  se  matan! 

Fer.  ¡Silencio!  Vuelve  á  hablar  otra   vez  el  niño 

prodigio. 
1).  Vic.         ¡Silencio! 

Reina  otra  vez  silencio  absoluto  y  todos  atienden 
como  antes.  Oyese  de   nuevo    el  violín. 

BoN.  A  Rosales.  (¿Asombrará  al  mundo  con  su  ge- 

nio, ó  acabará  lo  mismo  que  yo? 

Ros.  A    Bonifacio.   ¡Sea  lo  que  quiera  y  llegue  á 

donde  llegue,  yo  te  digo  que  esto  es  inhu- 
mano!) 

Qijii.  ¡Silencio! 

El  telón  cae  con  lentitud. 

FIN  DE  LA  C0MP:DIA 


Fueuterrabía.  -Madrid,  Agosto  y  Octubre,  190(5. 


El  siguiente  nocturno  de  Chopin,  abre- 
viado según  las  exigencias  escénicas,  es  el 
que  ha  de  tocarse  en  el  momento  indicado 
en  la  obra.  El  otro  número,  cuvo  comienzo 
debe  oirse  al  final  del  segundo  acto,  queda  al 
arbitrio  del  director  de  escena. 


0>ií'''ií.ii 


OBHBS  DE  íiOS  MISMOS  RÜTOfiES 


Esgrima  y  amor,  juguete  cómico.  (2."  edición.) 

Bel^n,  13,  principal,  ju^aete  cómico.  (2.*  edición.) 

trilito,  juguete  cómico-lírico.  Música  del  maestro  Osuna.  (2.* edición.; 

láH  media  naranja,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

El  tío  de  la  flauta,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

El  ojito  derecho,  entremés.  (3."  edición.) 

Ea  reja,  comedia  en  un  acto.  (4.*  edición.) 

Ea  buena  sombra,  saínete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Brnll.  (6.*  edición.) 

El  pereg'rino,  zarzuela  cómica  en  un  acto.  Música  del  maestro 
Gómez  Zarzuela. 

Ea  vida  intima,  comedia  en  dos  actos.  (3.'  edición.) 

Eos  borracho.s,  sainóte  en  cuatro  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Giménez.  '2.*  edición.) 

El  chiquillo,  entremés.  (5.*  edición.) 

Eas  casas  de  cartdn,  juguete  cómico. 

El  traje  de  luces,  saínete  en  tres  cuadros,  con  música  de  los 
maestros  Caballero  y  Hermoso. 

El  patio,  comedia  en  dos  actos.  (3."  edición.) 

El  motete,  pasillo  con  música  del  maestro  José  Serrano.  (2.*  edi- 
ción.) 

El  estreno,  zarzuela  cómica  en  tres  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Chapí. 

Eos  Oaleotes,  comedia  en  cuatro  actos.  (3."  edición.)  Traducida  al 
italiano  con  el  título  de  I  Galeoti  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 

Ea  pena,  drama  en  dos  cuadros.  (2.»  edición.)  Traducida  al  italiano 
con  el  mismo  título  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 

Ea  azotea,  comedía  en  un  acto. 

£1  género  ínfimo,  pasillo  con  música  de  los  maestros  Valverde 
(hijo)  y  Barrera. 

El  nido,  comedia  en  dos  actos.  (2.*  edición.)  Traducida  al  catalán  con 
el  titulo  de  Un  niu  por  Joaquín  María  de  Nadal. 

Eas  flores,  comedia  en  tres  actos.  ^2.*  edición.)  Traducida  al  italiano 
con  el  titulo  de  I  fiori  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 

Eos  piropos,  entremés. 

El  flechazo,  entremés.  (2.*  edición.^ 

£1  amor  en  el  teatro,  capricho  literario  en  cinco  cuadros,  pró- 
logo y  epílogo. 

Abanicos  y  panderetas  <$  \\.  íievilla  en  el  botijo!  humorada 
satírica  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro  Chapí. 


lia  «lidia  ajcaa,  comertiH  on  tres  actos  y  un  prólogro.  Traducida  al 
aleinán  con  el  lítalo  de  Dan  fremdn  Olück  por  .1.  Gustavo  Rolide. 

Pepita  Il«»ye.s.  comedia  en  dos  actos.  (2.*  edición). 

Ei4»s  iiieritorio.s,  pasillo. 

La  Katiorf,  entremés. 

La  reina  mora,  sainete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro 
José  Serrano.  (2."  edición.) 

Xara$;ata<«,  sainóte  en  dos  cuadros. 

La  zag'ala.  comedia  en  cuatro  actos. 

La  ca.sa  «lo  <>arcfa,  comedia  en  tres  actos. 

La  contrata,  apropósito. 

El  amor  «|ue  pa.sa,  comedia  en  dos  actos.  Traducida  al  italiano 
con  el  título  de  Vamure  che  passa  ])or  fíiuseppe  Paolo  Pacchiorotti. 

El  mal  «le  aiii«>re.s,  sainete  con  música  del  maestro  José  Serrano. 

El  nuevo  servitlor,  humorada. 

.Vañana  «le  sol,  paso  de  comedia.  Traducido  al  alemán  con  ol  titu- 
lo de  Ein  sonniger  Margen  por  Mary  v.  Haken. 

Fea  y  con  gracia,  pasillo  con  música  del  maestro  Turina. 

La  aventura  «le  los  (galeotes,  adaptación  escénica  de  un  capí- 
tulo del  Quijote. 

La  musa  l«>ca,  comedia  en  tres  actos. 

La  pitanza,  entremés. 

El  amor  en  solfa,  capricho  literario  en  cuatro  cuadros  y  un  pró- 
logo, con  música  de  los  maestros  Chapi  y  Serrano. 

Los  chorros  «leí  oro,  entremés. 

9Iorritos.  entremés. 

Amor  á  «tscuras,  paso  de  comedia. 

La  mala  s«>mbra,  sainete  con  música  del  maestro  Serrano. 

El  niiio  pro«lig'io,  comedia  en  dos  actos. 


serafín  y  JOAQUÍN  ÁLYAREZ  QUINTERO 


Nanita,  nana... 


ENTREIvIKS 


con  música  del  tnaestro 


JOS:^    «ERfRAJVO 


^^^<^^^ 


SOCIEDAD  DE  AÜTOREe  ESPAÑOLES 
Núftez  de  Balboa,  12 

1S07 

Copyriglh  by  the   authors,   19C7 


JVAIVITA,    IV^^JVA, 


Esta  obra  es  propiedad  de  sus  autores,  y  nadie  po- 
drá, sin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla  en 
España  ni  en  los  países  con  los  cuales  se  hayan  cele- 
brado, ó  se  celebren  en  adelante,  tratados  internacio- 
nales de  propiedad  literaria. 

Los  autores  se  reservan  el  derecho  de  traducción. 

Los  comisionados  y  representantes  de  la  Sociedad  de 
Autores  Españoles  son  los  encaríjados  exclusivamente 
de  conceder  ó  negar  el  permiso  de  representación  y 
del  cobro  de  los  derechos  de  propiedad. 

Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 


Droits  de  représentation,  de  traduction  et  de  repro- 
daction  reserves  pour  tous  les  pays,  y  compris  la  Sui- 
da, la  Norvége  et  la  Hollande. 


NANITA,  NANA... 


ENTRE  rvIES 


SERAFÍN  I  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  ftülNTERO 


con  música  del  maestro 


JOSÉ   SERRANO 


Estrenado  en  el  TEATRO  DE  APOLO  el  27   de  Febrero 
de  1907 


■* 


MADRID 

R,  Velasco,  impresor,  Marqués  de  Santa  Ana,  11 
Teiefono  número  55J 

1»07 


RKPARTO 


PERSONAJES  ACTORES 

MAGDALENA Srta.  Del  Pino. 

MARÍA  LUISA Goeita  Novo. 

SEÑOR  LEANDRO Se.       Meskjo. 

JOSÉ ...  Caehekas. 

EL  SERENO Ruiz  de  Akana. 


NANITA,  NANA... 


Alcoba  blanca  y  pobre,  en  casa  de  Magdalena,  en  Sevilla.  Una  puer* 
ta  á  la  derecha  y  otra  a  la  izquierda.  Al  foro,  hacia  la  derecha, 
una  ventana  que  da  á  la  calle,  y  cuyas  vidrieras  están  cerradas. 
Junto  á  la  ventana  una  cunita,  donde  duerme  María  Lu''sa.  Varias 
sillas,  una  cómoda  y  una  mesa.  Sobre  la  cómoda  un  cuadro  con 
alguna  imagen  de  la  Virgen,  ante  la  cual  arde  una  lamparilla. 

Es  de  noche.    Cerca  de  la  ventana,  en  la  calle,  un  farol  encen- 
dido. 

MaG.  Acabando    de   cantarle    la    nana   a   María   Luisa,    que 

duerme. 


Nanita,  nana, 

duénijete  tú,  rosita 

ds  mi  ventana. 

La  arropa  con  mimo  y  cuidado.  Hija  de  Vai  arma: 

ya  se  quedó  otra  vez  dormidita...  ¡Qué 
presiosa  eres!  Dio.s  te  bendiga  y  te  dé  más 
suerte  que  á  tu  madre,  ánger  mío.  La  besa. 
Con  la  cansión  de  la  niña  que  se  vuerve 
rosH,  se  queda  siempre  cuajaíta...  La  es- 
cucha embelesa.  Oomo  no  se  la  cante,  no 

se    duerme    á   gusto.   Se  sienta  junto  á  la  ventana 

y  suspira.  ¡Ea!  ¡A  esperá  á  esos  bigardones 
ahora!  Es  mucho  sino  er  m1o:  mi  padre, 
borracho;  por  er  vino  se  pierde:  se  pierde, 
y  no  párese  en  ocho  días;  mi  madre,  que 
no  lo  despresia  tampoco;  mi  cuñao...  qU'- 
jvamos  aya!...  y  mi  marío...  que  ve  una  caña 


—  6  — 

y  es  capaz  de  cantarle  una  eaeta.  Y  cnidao 
que  es  bueno.  Poique  JoBé  ew  bueno...  Qui- 
tándole la  bebía...  quitándole  er  juego... 
quitándole  er  tabaco...  y  quitándole  que  pa 
di  á  los  toros  empeña  hasta  la  voz...  es  más 
bueno  que  er  pan  er  pobreí^ito.  Lo  que  se 
dise  en  otras  mujeres,  no  piensa  é:  eso  lo 
tengo  á  orgujo.  l'a  mi  José  no  iiay  más  que 
su  Madalena.  Fué  que  sea  porque  no  tiene 

tiempo...  Mirando  por  los  cristales  á  la  calle.  ¿A 
vé?...  ¿Viene  ahí?...  Se  ve  pasar   al   señor  Leandro 

daudo  tumbos.  No,  no  es  José...  ¡Ks  er  gandu- 
laso  de  mi  papá!...  Y  me  paese  que  vif^ne 
como  paatravesá  er  río  por  sima  un  alambre. 

Se  va  por  la  puerta  de  la  derecha   del  actor,  y  á  poco 
se  la  oye  discutir  dentro  con  el  señor  Leandro,  que  trae 
una   borrachera   como   para   tres  ó  cuatro  personas,  y 
sobra  vino. 
Sr.  IjEAN.      Saliendo    con    Magdalena   y    hablando  á  gritos.  ¡Qué 

monserga  de  que  me  caye  ni  que  me  caye! 
iToas  las  noches  hemos  de  tené  la  misma 
historia! 

.Mag.  ¡Chssf-s! 

Sr.  Lean.  ¡No  quiero!  ¿No  estoy  en  mi  casa?  ¿eh?  ¿No 
soy  er  jefe  de  la  casa?  ¿eh?  ¿No  soy  yo  er 
que  suerla  la  guita  pa  paga  la  casa?  ¿eh? 

Mag.  vSí,  sí... 

Sb.  Lean.  Entonses,  ¿á  qué  canastos  me  dises  que  me 
caye? 

Mag.  Porque  está  dormida  la  niña...  y  se  va  á  des- 

perta  el  angelito... 

Sr.  Lean.    ¡Que  se  despierte!  ¡Soy  su  abuelo! 

Mag.  Pos  paese  mentira. 

Sr.  Lean.  ¡Pos  es  verdá!.  .  ¡Y  esa  niña  es  tuya  porque 
yo  he  querío!...  ¿te  enteras?...  porque  yo 
me  casé  con  tu  madre...  Y  yo  me  casé  con 
tu  madre  exchisivatnente  pa  (jue  tú  vinie- 
ras ar  mundo...  porque  si  no  yega  á  té  pa 
eso...  ¡qué  canastos  me  había  yo  de  casa  con 
tu  madre! 

Mag.  Bueno,  f-í;  tienes  mucha  rasón...    Cava    y 

vete  á  la  cama. 

Sr.  Lean.  ;Ahora  sí  me  cayo!  chinando  más  que  nunca.  ¡Me 
cayo,  porque  se  me  pide  por  las  buenas!  Si 


no,  ¡qué  canastos  había  yo  de  cayarmel 
¡Pero  por  las  buenas  me  cayo!  ¡me  cayo!  ¡ya 
lo  creo  que   me  cayo!  ¡Leandro,  á  vé  si  te 


cayas! 

M.  Luisa     ¡Mamá!  ¡noamá! 

Mag.  ¿Ves?  ¡Ya  se  ha  despertao  la  pobresita! 

Sr.  Lean.    ¡Que  se  despierte!  ¡Soy  su  abuelo! 

Mag.  Vas  á  dá  luga  á  que  venga  er  sereno  á  los 

gritos. 

Sr.  Lean.   ¡Que  venga!  ¡Soy  su  abuelo! 

Mag.  ¿Der  sereno  también? 

Sr.  Lean.  ¡Y  de  lo^^  Hércules  de  la  Alamea!  ¡Soy  su 
abuelo!  Y  sobre  to,  ¿no  estoy  en  mi  casa? 
¿eh? 

Mag.  Anda,  anda  pa  dentro... 

Sk.  Lean.   ¿No  soy  el  amo  de  mi  casa?  ¿eh? 

Mag,  Anda,  condenasión,  anda  ya...  Lo  mete  á  em- 

pujones por  la  puerta  de  la  izquierda. 

M.  Luis^     ¡Mamá!  ¡man.aital 

Mag.  Aya  voy,  hija  mía,  aya  voy. 

M.  Luisa     ¡Mamá! 

Mag  .  Acercándosele  y  acariciándola.  Si  CStoy  aqUÍ,  ton- 

tiya:  no  te  asustes  tú.  Anda,  duérmete,  glo- 
ria. Vaya,  á  serrá  los  ojitos...  Er  que  gritaba 
era  el  abuelo,  que  venia...  con  un  amigo  de 
confiansa.  No  te  asustes.  Ea,  ea,  á  serrá  los 
ojitos  y  á  dormí:  hasta  mañana  si  Dios  quie- 
re. ¿Se  va  á  dormí  mi  niña,  verdá? — Está 
asustaíta,  la  pobre. — ¿Qué  quieres  tú,  reina, 
qué  quieres  tú?  ¿Te  canto  otra  vez  la  can- 
sión  de  la  niña  que  convirtió  la  Virgen  en 
rosa  porque  le  pegaba  su  madre?  ¿Te  la  can- 
to? ¿Se  la  canto  á  mi  nena?  La  niña  asiente  con 

la  cabecita.  ¿Que  SÍ?  Pos  vaya  que  sea:  se  la 
voy  á  canta  mejó  que  nunca.  Le  da  muchos 
besos.  ¡Si  no  te  tengo  más  que  á  tí  en  er 
mundo!... 

Música 


A  una  niña  bonita 
como  una  estreya, 

le  pegaba  su  madre: 
¡mardita  eya! 


—  8  — 

Ar  saberlo  la  Virgen, 

madre  cristiana, 
vorvió  a  la  niña  rcsa 

de  la  ventana. 

Nana,  nanita, 
¿en  dónde  esta  la  pobre 

niña  bonita? 


La  buscaba  su  madre 

con  desconsuelo: 
«¿Quién  se  yevó  á  mi  niña, 

Virgen  der  sieloV» 
Y  regando  sus  flores 

una  mañana, 
le  dio  un  beso  á  la  roea 

de  la  ventana. 

Y  er  beso  dando, 
de  la  rosa  la  r)iña 

salió  cantando. 


La  madre  ar  vé  que  un  beso 

se  la  vorvia, 
besándole  la  cara 

se  yevó  er  dia. 
Y  no  vorvió  á  pegarle, 

¡bendita  eya! 
á  la  niña  bonita 

como  una  estreya. 

Nanita,  nana, 
duérmete  tú,  rosita 

de  mi  ventana. 

Cesa  la  música. 

Contemplando  á  María  Luisa.    Ya  está  dormidita. 

¡Ay.ánger  mío,  lo  que  rae  base  canta  toas  las 
noches!  Voy  A  toma  una  poquita  e  agua.  Bebe 

de  un  vaso  que  hay  encima  de  la  cómoda.  Dentro,  eu 
la  calle,  óyese    poco   después  ruido  de  cristales   rotos. 

¡JesÚBJ   Ya  está  ahí  ese.   Un   faro  menos. 
¡Misto  que  la  manera  de  yamá!  Y  mañana, 


—  9  — 

naturarmente,  vorverá  er  guindiija  *ler  Juz- 
gao.  ¡Ay,  qué  pasensia  base  farta,  Dios  mío, 

qué  pa^ensia!  Vase  por  la  puerta  de  la  derecha.  En 
seguida  vuelve  cou  José,  que  no  digamos  que  trae  ud-i 
borrachera  como  la  de  su  señor  suegro,  pero  que  no 
le  faltan  tres  copas  para  igualarla. 

José  Con  voz  llorosa  y  triste.  ¿Vle  perdonas,  raujé? 

¿me  perdonas? 
Mag.  Habla  bajo,  que  duernae  la  niña. 

José  ¿Me  perdonas? 

Mag.  Sí,  te  perdi)iio,  sí;  pero  ¿de  ande  vienes  de 

esa  manera? 
José  De  infurta  ar  río,  que  está  cresiendo  nna 

barbaridá.  El  agua  en  Seviya  es  la  perdisión 

de  los  pobres. 
Mag.  ¡Miá  si  er  vino  que  bebes  se  te  vorvieía  sá, 

pa  que  te  yevaras  un  año  seguío  pidiendo 

agua! 
José  ¡Agua  no! 

Mag.  Agua,  agua. 

José  ¡Auua   no,  Madalena,  agua  no!  ¡To  lo  que 

tú  quieras  menos  agua! 
Mag  .  Estás  que  te  caes...  Anda  á  dormirla  pronto. 

¿Va.  qué  demonios  belierás? 
José  Mujé,  porque  al  agua  le  tengo  tirria;  y  des- 

cartando el  agua,  si  no  bebo  vino,  ¿qué  vi  á 

bebé?  ¿aseite? 
Mag.  Pero  ¿no  me  dijiste  ayé  que   te   matara  si 

cogías  otra  borr^cbera,  bribón? 
José  Sí,  Madalena,  pero  acuérdate  di-r  sordao  der 

cuento:  e«ta  no  es  otra;  es  la  misma  de  ayé. 
Mag  .  Tienes  rasón,  José,  tienes  rasóu:   anda  pa 

dentro...  anda...  anda  á  acostarte. 
José  Pero  ¿tú  estás  enfada  conmigo? 

Mag.  ¡Qué  disparate,  lioml)re! 

José  Muy  afligido.   ¡Sí!  ¡sí  estás   enfada!  ¡Si  yo  soy 

un  mal  esposo!  ¡si  soy  un  sinvergüensal  ¿Pa 

qué  bebo  yo,  teniendo  una  mujé  que  es  una 

santa? 
Mag.  Bueno,  déjame  á  mí.   Y   caya,  que  se  va  á 

despertá  la  niña. 
José  ¿Pa  qué  bebo  yo,  teniendo  ahí  ese  cacho  e 

gloria? 
Mag.  ¿Quiés  ca,yarte,  José? 


—  10  — 

José  Llorando.  ¡No!  ¡SÍ  yo  me  porto  mu  malamente 

con  ustedes!  Sladalena,  déjame  que  te  con- 
vide esta  noche. 

Mag.  No,  no;  muchas  grasias. 

José  Anda;  que  á  tí  tamhién  te  gusta  toma  una 

copíta  de  vez  en  cuando. 

Mag.  ¿Quiés  cayarle?  Si  á  mí  también  me  gustara 

bebé...  esa  criatura  en  vez  de  sé  una  niña 
sería  una  uva  en  aguardiente.  ¡Anda  á  la 
cama,  pirandón! 

JüSÉ  I\)s  consiénteme  que  primero  le  dé  un  besi- 

to á  mi  pimpoyo. 

Mag.  ¡En  seguía!  ¡Pa  que  la  despiertes! 

José  No  la  despierto,  no.  ¡Soy  su  padre! 

Mag.  ¡Vamos,  hombre! 

José  ¡DéJHme,  Madalena,  déjame! 

Mag.  ¡Jesús! 

J  OSÉ  Logrando  al  fin  acercarse  á  María  Luisa.  ¡Hija  G  mi 

sangre,  qué  desgrasiá  has  nasio,  con  este 
padre  que  es  un  pirata!  ¡que  es  un  crimina! 

.Mag.  ¡Jesús,  Dios  mió! 

José  ¡Kr  patíbulo  es  poco  pa  el  hombre  que  pisa 

una  taberna!  ¡Dios  te  libre,  hija  de  mi  arma, 
de  un  bebedó!  Madalena,  píele  tú  á  la  Vir- 
gen que  le  dé  un  marío  boticario. 

Mag  ,  ¿Boticario? 

José  ¡Boticario!  ¡Pa  que  lo  arregle  to  con  agua 

der  poso! 

Mag.  ¿Quiés  acostarte  ya?  ¡No  pararás  hasta  des- 

pertarla! 

José  Voy  á  darle  er  beso  y  me  voy.  ¡Adiós,  pim- 

poyo mío!  Al  agacharse  para  besarla  está  a  punto  de 
caerse  al  suelo.    La  niña  se  despierta.    ¡lüUJa,    hija 

tnía,  toma! 

Mag.  Bueno  está,  José:  vamos  á  la  cama. 

M.  Lti';^     ,Mamá! 

Mag.  ¿Ves  tú?  Ya  la  has  despertao. 

M.  Luisa     ¡Mamá! 

José  ¿Pa  qué  bebo  yo?  ¿Pa  qué  bebo?  ,  Permita 

Dios  que  una  copa  de  vino  que  tome  se  me 
güervari  dos  en  er  cuerpo,  pa  que  me  hagan 
daño!  ¿Pa  qué  bebo  yo?  ^ 

Mag.  Arsa,  arsa  pa  dentro.  Lo  empuja  y  lo  mete  por  i 

puerta  de  la  izquierda,  como  al  otro. 


—  11  — 

M.  Luis       ¡Mamá! 

Mag.  Aquí  estoy,  corasón,  aquí  estoy.  No  tengas 

tú  miedo.  Era  papá...  que  ha  venio  también 
con  el  amigo  de  toas  las  noches.  Suspirando. 
¡Es  que  ya  me  fartan  las  fuersas,  Dios  mío! 
Ahora  mismo  sierro  er  portón,  y  le  digo  ar 
sereno  que  como  venga  mi  cuñao  borracho 

lo   yeve   á   la   Casiya.    Asomándose  á  la  ventana  y 

llamando.  ¡Juan!  ¡Juan!  ¡Sereno!  a  la  niña.  Es- 
pérate un  momentito,  arma  mía:  ya  vuervo 

á   tu    lao.    Al   sereno,    que   aparece   tras  la  ventana. 

Oiga  usté,  sereno. 

Ser.  Dejando  chicos  á  los  otros.   ¡Benditas  sean    las 

mujeres  (jue  pelan  la  pava  con  er  sereno! 

Mag.  ¿Eh? 

Ser.  ¿Quiere  usté  que  le  cante  la  hora,  reina  de 

la  caye? 

Mag.  ¡Jesús!   ¡Pero  si  está  más  borracho  que  los 

otros  dos  juntos! 

Ser.  Es  una  vez  al  año,  IVIardalena.  Onse  de  Fe- 

brero: proclamasión  de  la  república.  ¿Le 
canto  á  usté  La  Marseyesa? 

Mag  .  Cerrando    las    puertas    de    la    ventana    de    un    golpe. 

¡Cántesela  usté  á  su  niujé,  si  no  se  la  está 
cantando  otro!  ¿Habráse  visto?  ¡Ay,  Virgen 
mía,  tú  que  lo  puedes  to,  haz  que  este  año, 
en  vez  de  uvas  nazcan  dátiles  en  las  viñas, 
pa  que  ni  á  martiyasos  suerten  jugo!  volvien- 
do al  lado  de  la  niña.    AqUÍ    estoy    otra  VeZ,  CO- 

rasón.  Siempre  á  tu  cabesera.  Esos  borra- 
chones  á  despertarte,  y  yo  á  cantarte  cuan- 
tas veses  lo  quieras  tú  la  cansión  de  la  niña 

que  se  VOrviÓ  rO?a.  suspira  y  principia  á  cantar. 

Música 

A  una  niña  bonita, 

como  una  estreya, 
le  pegaba  su  madre: 

¡mardita  eya! 
Ar  saberlo  la  Virgen, 

madre  cristiana, 
vorvió  á  la  niña  rosa 

de  la  ventana 


—   J2   — 

Nana,  nanita, 
¿en  dónde  está  la  pobre 
niña  bonita?... 
Ei  telón  lia  ido  cayendo  lentamente. 


FIN 


Madrid,  Diciembre,  1902.— Febrero,  1907. 


ADVERTENCIA  IMPORTANTE 


Las  empresas  que  pongan  en  escena  este 
entremés,  pagarán  por  derechos  de  propiedad 
la  mitad  de  los  correspondientes  á  una  zar- 
zuela en  un  acto. 


OBRAS  DE  IiOS  WISIVIOS  RÜTORES 


Esgrima  y  amor,  juguete  cómico,  (á.*  edición.) 

Belén,  12,  principal,  jug-aete  cómico.  (2.*  edición.) 

Crlllto,  juguete  cómico-lirico. Música  del  maestro  Osuna. (2.* edición.) 

JLa  media  naranja,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

El  tío  <le  la  flauta,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

El  ojito  «lerecho,  entremés.  (3.*  edición.)  • 

Ea  reja,  comedia  en  un  acto.  (4.'  edición.) 

Ea  buena  sombra,  sainete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro BruU.  (6.*  edición  ) 

El  peregrino,  zarzuela  cómica  en  un  acto.  Música  del  maestro 
Gómez  Zarzuela. 

Ea  vida  intima,  comedia  en  dos  actos.  (3.*  edición.) 

Eo.s  borrachos,  sainete  en  cuatro  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Giménez.  (2.*  edición.) 

El  chiquillo,  entremés.  (5.*  edición.) 

Eas  casas  «le  cartón,  juguete  cómico. 

El  traje  de  luces,  sainete  en  tres  cuadros,  con  música  de  lo« 
maestros  Caballero  y  Hermoso. 

El  patio,  comedia  en  dos  actos.  (3.*  edición.) 

£1  motete,  pasillo  con  música  del  maestro  José  Serrano.  (2.*  edi- 
ción.) 

El  estreno,  zarzuela  cómica  en  tres  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Chapi. 

Eos  Galeotes,  comedia  en  cuatro  actos.  (3.*  edición.)  Traducida  al 
italiano  con  el  titulo  de  I  GaleoH  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 

Ea  pena,  drama  en  dos  cuadros.  (2.*  edición.)  Traducida  al  italiano 
con  el  mismo  titulo  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 

Ea  azotea,  comedia  en  un  acto. 

El  g-énero  Ínfimo,  pasillo  con  música  de  los  maestros  Valverde 
(hijo)  y  Barrera, 

El  nido,  comedia  en  dos  actos.  (2.*  edición.)  Traducida  al  catalán  con 
el  título  de  Un  niu  por  Joaquín  María  de  Nadal. 

Eas  flores,  comedia  en  tres  actos.  (^2.*  edición.)  Traducida  al  italiano 
con  el  titulo  de  7  fíori  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 

Eos  piropos,  entremés. 

El  flechazo,  entremés.  f2.*  edición.^ 

El  amor  en  el  teatro,  capricho  literario  en  cinco  cuadros,  pró- 
logo y  epilogo. 

Abanicos  y  panderetas  ó  ¡4  Sevilla  en  el  botijo!  humorada 
satírica  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro  Chapí. 


lia  dicha  ajena,  comedia  en  tres  actos  y  uu  prólogo.  Traducida  al 
alemán  con  el  titulo  de  Das  frenide  Glüclc  por  J.  Gustavo  Robde. 

l*ci>ita  Reyes,  comedia  eu  dos  actos.  (2."  e<licióii). 

I^ON  meritorios,  pasillo. 

LiH  zahori,  entremés. 

lia  reina  mora,  saínete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro 
José  Serrano.  (2."  edición.) 

Zarag'atas,  sainete  en  dos  cuadros. 

lia  zag'ala,  comedia  on  cuatro  actos. 

l^a  casa  <le  <iiarcfa,  comedia  on  tres  actos. 

lia  contrata,  apropósito. 

Kl  amor  que  pasa,  comedia  en  dos  actos.  Traducida  al  italiano 
con  el  titiilo  de  L'amore  che  passa  por  Giuseppe  Paolo  Pacchiorotti. 

El  mal  «le  amores,  sainete  con  música  del  maestro  José  Serrano* 

El  nuevo  servidor,  humorada. 

jMañana  «le  sol,  paso  de  comedia.  Traducido  al  alemán  con  el  titu- 
lo de  Ein  sonniger  Morgen  por  Mary  v.  Haken. 

Fea  y  con  g'racia,  pasillo  con  música  del  maestro  Tu  riña. 

lia  aventura  «le  los  jcaleotes,  adaptación  escénica  de  un  capi- 
tulo del  Quijote. 

lia  musa  loca,  comedia  en  tres  actos. 

lia  pitanza,  entreraés. 

El  amor  en  solfa,  capricho  literario  eu  cuatro  cuadros  y  un  pró- 
logo, con  música  de  los  maestros  Chapi  y  Serrano. 

lios  chorros  del  oro,  entremés. 

Morritos,  entremés. 

Amor  &  oscuras,  paso  de  comedia. 

lia  mala  sombra,  sainete  con  música  del  maestro  José  Serrano. 

El  g'enio  aleare,  comedia  en  tres  actos. 

El  niño  prodij^io,  comedia  en  dos  actos. 

Nanita,  nana...  entremés  con  música  del  maestro  José  Serrano. 

lia  zancadilla,  entremés. 


SERAFÍN  I  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


Lfl  ZANCADILLA 


e)ntrbm:bs 


SOCIEDAD  DE'AÜTOREB  ESPAÑOLES 
Núñez  de  Baiboa.  12 

Copyrlgth  by  the  authors,   1907 


J^A.    ^AJVO^\r>II^I^A 


Esta  obra  es  propiedad  de  sas  autores,  y  nadie  po- 
drá, sin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla  en 
España  ni  en  los  países  con  los  cuales  se  hayan  cele- 
brado, ó  se  celebren  en  adelante,  tratados  internacio- 
nales de  propiedad  literaria. 

Los  autores  se  reservan  el  derecho  de  traducción. 

Los  comisionados  y  representantes  de  la  Sociedad  de 
Autores  Españoles  son  los  encarofados  exclusivamente 
de  conceder  ó  negar  el  permiso  de  representación  y 
del  cobro  de  los  derechos  de  propiedad. 

Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 


Droits  de  représentation,  de  traduction  et  de  repro- 
duction  reserves  pour  tous  les  pays,  y  compris  la  Sué- 
de,  la  Norvege  et  la  Hollande. 


LA  ZANCADILLA 


ENTRE  rvIES 


SERAFÍN  I  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


Estrenado    en    el    TEATRO    ESPAÑOL    el    23   de    Marzo 
de  1907 


■*■ 


MADRID 

R,  Velasco,  impresor.  Marqués  de  Santa  Ana,  11 
Teiefono  número  ¿iiJ 

1907 


vJÜCMc,'^ 


REPARTO 


PERSONAJES  ACTORES 

REFUGIO Ska.    Pino» 'V^/¿/ 

ANTONIA Caeo.  „  -J%^^ 

ILDEFONSO Sr.       Ramíbez.  /*-^/¿3 

JUAN Aguibbe  .  =5  j^Í22 


LA  2ÍANCADILLA 


Calle  solitaria,  en  Sevilla.  Puerta  de  la  casa  de  Refugio.  Junto  á  ella, 
arrimada  á  la  pared,  una  silla  basta.  Es  una  noche  clara  del  mes 
de  Julio.  Un  farol  próximo  alumbra  la  escena. 


Salea  por  la  derecha  del  actor  Ildefonso  y  Juan.  Son  dos  mo- 
citos del  pueblo,  jactancioso  y  presumido  el  uno,  y  modesto  y 
guas6n  el  otro. 

ÍLD.  ¿Lo  estás  viendo,  tú?  Miá  la  ziya. 

Juan  La  eiya  sí  la  veo;   pero  no  veo  más  que  la 

siya. 
Ild.  Hombre...  déjate  di...  Lo  primeio  que  nece- 

zita  una  reina,  ez  er  trono.  Con  eza  ziya  en 

zemejante  zitio,  quié  decirme  que  zale. 
Ju  ^N  Tar  vé,  tar  vé;  pero  mientras  no  te  diga  otra 

cosa... 
Ild.  También  me  la  dirá.  Tiempo  ar  tiempo. 

Juan  ¡Límpiate! 

Ild.  ¿Va  la  cena  pa  tos? 

Juan  Va  la  sena  pa  tos. 

Ild.  Pos  ya  pues  di  juntando,  porque  tú  tienes 

que  pagarla. 
Juan  ¡Qué  ilusiones  te  hasesl  Tú  no  sabes  con 

quién  te  juegas  er  dinero.  Esa  niña  no  sabe 

ciesí  que  sí;  no  se  lo  han  enseñao. 
Ild.  ¿Va  la  cena  pa  tos? 

Juan  Esa  niña  tiene  la  cabesa  yena  e  muñecos. 


—  6  — 

Esa  niña  está  esperando  un   Rey  Mago... 

Esa  niña... 
Ild.  ¿Va  la  cena  pa  tos? 

Juan  Va. 

Ild.  Pos  no  hables  más  5'  quítate  de  enraedio, 

que  me  paece  que  zale  ahí.  De  aquí  á  doz 

horas  estoy  yo  en  er  café... 
Juan  ¿Quiés  que  te  mande  un  carriyo  e  mano? 

Ild.  ¿Pa  qué? 

Juan  Pa  que  te  yeves  en  é  las  calabasaa. 

Ild.  Pespués  de  mirar  el  reloj  con  mucha  sorna.  La  Con- 

testación á  las  doce  y  diez. 
Juan  ¡Y  que  nos  vamos  á  reí  poco! 

Ild.  ¡Zí,  ar  contrario! 

Juan  Hasta  luego.  Vase  por  la  izquierda. 

Ild.  Hasta  luego.  Esta  gente  ze  ha  creío  que  yo 

no  tengo  idea;  que  me  veni;o  aquí  cruzao  de 
brazos...  Zeis  ó  ziete  noches  na  más  yevo  ha- 
blando con  la  mocita  y  está  ya  más  zuave 
qne  razo  der  güeno.  Y  por  zi  ezo  fuea  poco... 

Pe  quita  con  mucha  precaución  el  sombrero  y  saca  una 

rosa  de  él.  ¡Na!  ¡No  le  traigo  na!  To  er  día  la  ije 
tenío  en  agua:  azín  ze  ha  puesto.  No  hay  otra 
más  pompoza  en  toa  Zpviya.  Y  lueL'o  la  ma- 
licia  pa   preztntarla...    Clava  la   ílor  en  el  asiento 

de  la  silla.  ¿Qué  tá?...  Como  zi  hubiea  nació  en 
las  neas...  Prestando  oído.  Me  paece  (pie  zale  la 
niña.  Yo  de  espardas,  zin   darle  á  la  coza 

ValÓ...  Se  vuelve  de  espaldas,  en  efecto,  y  se  pone 
presuntuosamente  á  encender  un  puro.  Mientras  tanto 
sale  Antonia,  abuela  de  Refugio,  muy  vieja  y  muy  fea, 
repara  en  él  y  se  sienta  con  mal    modo  en  la  silla  sin 

fijarse  en  la  rosa.  Ya  está  allí,  ya  está  ahi...  Ya 
me  ha  visto...  Ya  ha  visto  la  fló...  Ya  la  ha 
cogió. .  Ya  la  güele  ..  Me  vi  á  gorvé  de  pron- 
to con  er  puro  encendió,  y  le  vi  á  paecé  un 

faro.  Anda,  irdefonzo.  Da  la  vuelta  y  se  le  corta 
la  respiración  al  ver  á  Antonia.  ¡Agüela! 

Ant.  Dios  guarde  á  usté,  Irdefonso. 

Ild.  (¿I.e  paece  á  Ubté?...   ¡Y  están   to.s  los  días 

cayendo  rayos  en  er  campo!)  ¿Y  Refugio? 
Ant.  Güeña. 

Ii  D.  ¿Y...  zeñó  Manué? 

Ant.  Güeno. 


Ild.  ¿y...  usté,  güeña? 

Ant.  Güeña. 

Ild.  La  noche  está  güeña. 

Ant.  Güeña. 

Ilü.  ¡Güeno,  hombre,  güeno!... 

Ant.  ¿Qué  lo  trae  á  usté  por  aquí? 

Ild.  Na;  zino  que  pazaba  y  dije:  zi  está  Refugio 

ahí,  la  zaludaremos. 
Ant.  Fué  que  tarae  en  bajá. 

Ild.  Daré  una  güerteciya,  porque  ya  que  he  ve- 

nío  me  paece  feo  no  zaludarla... 
Ant.  Aya  usté. 

Ild.  (¡Demonio  e  vieja!  ¡Me  ha  espachurrao  la 

roza  y  to  er  principio  e   la  converzación!) 

Se  aleja  lentamente  por  la  derecha  canturreando. 

Ant,  Para  si,  viéndolo  marcharse.  Anda  ya,   esaborío, 

que  te  la  das  de  alegre  y  eres  un  fnnerá... 

Sale  de  la  casa  Refugio  hecha  un  clavel.  Trae  otra 
silla. 

Ref.  ¿Corre  aquí  aire? 

Ant.  Ér  que  había  se  lo  acaba  e  yevá  Irdefonso 

con  er  meneo  e  los   brasos.   Miálo  como  va. 

Ref.  ¡A}',  Jesús,  si  no  cal)e  en  la  caye!  ¿Se  ha  ido 

pa  gorvé? 

Ant.  No  que  no.  Si  tú  no  le  dieras  palique... 

Ref.  ¡Pero  bi  es  la  única  diversión  (¡ne  tengo  este 

verano!  ¿No  ve  usté  que  no  hay  sirco? 

Ant.  Pos  mira  lo  que  liases...  y  no  juegues  coa 

las  cosas  der  queré,  que  es  jugá  con   fuego. 

Rsf.  Agüela,  por  Dios,  no  le  yame  usté  fuego  á 

ese  hombre,  que  hasta  los  sigarros  se  le  apa- 
gan de  soso  que  es. 

Ant.  Yo  lo  que  te  digo  es  que  muchas  veses  se 

empiesa  riendo  y  se  acaba  yorando. 

Ref.  Pos  miste  que  estará  presioso  aÜigío. 

Ant.  ¿y  si  á  quien  le  toca  yorá  es  á  ti? 

Ref.  Como  no  me  entre  un  mosquito  en  un  ojo 

no  yoro  yo  por  es^e  perina.  Pierda  usté  cui- 
dao. 

Ant.  Güeno,  güeno. 

Ref  Miste,  agüela;  es  que  son  tos  los  hombres  á 

juuá  con  una,  porque  una  ar  prinsipio  no 
mira  más  que  si  le  petan  y  no  pué  carcnlá 
las  intensiones;  y  cuando  se  ofrese  por  ca- 


sualidá  que  un  fachendoso  de  estos  yeve  un 
revor<óu  y  se  vaya  chafao,  no  va  una  á  defi- 
perdisiá  la  vez...  Porque  son  mu  malos:  miste 
Jo  que  le  ha  pasao  á  Mariquiya  Ja  Pelusa... 
Y  mu  traisioneros:  miste  er  chasco  de  Isahé 
Molina...  Y  mu  vengativos:  miste  lo  de 
xAsunsión  la  guapa...  Y  mu  perros;  niu  pe- 
rros... ¡Ay,  yo  Jes  tengo  un  coraje,  agüela... 
que  si  no  fuea  porque  quiero  casarme  y  ca- 
sartue  prontito,  tos  estaban  de  más  pa  mil 
Usté  no  sal)e  Jo  que  yo  gosaría  con  trae  ar 
retortero  á  seis  ó  siete  .. 

Ant.  ¡Chiquiya! 

Kef.  i"^í,  agüela,  sí:  y  toavía  he  dicho  pocos.  Pero 

haliían  de  está  siegos,  trastornaos,  sin  ga- 
nas e  come,  sin  ganas  e  dormí,  sin  ganas  de 
afeitarse,  sin  ganas  e  na...  El  uno  que  se  pe- 
gara un  tiro;  el  otro  que  se  tiraia  de  la  Girar- 
da;  el  otro  que  se  gorviera  loco  y  le  diera  por 
escribí  mi  nombre  por  las  paredes;  dos  que 
se  rebanaran  er  peí-cueso  por  causa  mía;  uno 
que  se  fthorcara  de  un  árbo...  ¡Ay,  qué  gusto, 
qué  gusto! 

Ant.  Levantándose.  [Jesús,  Jesús,  Jesús! 

tÍEF.  ¿Adonde  va  usté? 

Ant.  A  desirle  á  tu  padre  que  busque  un  médico 

en  seguía,  porque  tú  no  estás  güeña. 

PtEF.  ¡.Ja,  ja,  ja! 

Ant.  Kieie,  nete. 

Ref.  Ayí  viene  ya  don  Juan  Tenorio, 

Ant.  Si  por  eso  me  c^uito  de  aquí...  Plántale  Ja 

boleta,  niña:  fíirmá  te  lo  aconsejo;  que  he 
sabio  que  se  está  dando  tono  á  costa  tuya,  y 
que  toas  las  noches  apuesta  una  sena  á  que 
tú  le  dises  que  sí. 

Ref.  Mejó:  asi  traga  luego  más  guita...  y  le  sargo 

más  cara. 

Ant..  Espántalo  de  una  vez  y  no  seas  tonta. 

Ref.  Esté  Usté  tran()uila,  que  esta  noche  yeva  su 

meresii'.  Calabazas  de  Rota,  que  son  las 
que  más  gusto  le  dan  á  la  bersa. 

\nt..  Me  alegraré  como  si  me  cayera  er  |)remio 

gordo.  Entrase  en  la  casa. 
Reí.  "Viendo    acercarse  á  Ildefonso  en  actitud  de  pavo  real 


—  9  •— 

y  burlándose  de  él.  Ya  está  aquí  mi  hombre... 
¡Ole  los  brasos  bien  movíosl  Paese  que  está 
nadando.  ¿A  que  da  un  resbalón  en  esa 
hojita  de  lechuga? 

Sale  Ildefonso  contoneándose,  y  apenas  sale,  se  resbala 
en  efecto.  Refugio  se  tapa  la  cara  con  el  abanico, 
riéndose. 

Ild.  (¡Mardito  zea  el  Ayuntamiento,  que  no  lim- 

pia estas  cayes!) 

Rek.  fiQué  fué? 

Ild.  Una  broma,  pa  que  usté  ze  riyera. 

Ref.  Muchas  grasias.  Pos  sí  que  me  he  reío. 

Ild.  Tenga  usté  güeñas  noches,  á  to  esto. 

Ref.  Güeñas  noches. 

Ild.  Ya  la  veo  á  ueté  tan  zuperió... 

Kef.  No  estoy  mala,  á  Dios  grasias.  ¿Y  usté,  cómo 

está? 

Ild.  Ar  prezente,  mejó  que  usté. 

REt  ¿Por  qué"? 

Ild.  Porque  á  usté  le  toca  verme  á  mí,  y  á  mí  me 

toca  verla  á  u-té,  que  ya  iiay  diíeriencia. 

Ref.  Fingiendo   que    la    cautiva    la   galantería.    A}',    qué 

bien  está  eso...  .se  queda  mirándolo  como  encan- 
tada. 

Ild.  (i<'arciná.  Y  no  ze  acuerda  de  que  le  dije  lo 

mismo  la  otra  noche.) 
Ref.  ¡Tiene  usté  unas  ocurrensias  más  bonitas, 

Irdefoneo!...  • 

Ild.  ¿Le  ha  gustao  á  usté  eza? 

Ref  Mucho...    ¿La    aprendió    usté   en   viernes, 

verdá'? 
Ild.  Desconcertado  por  el  golpe.  No...  en  zábado...  ¡Je! 

(¡Pos  zí  que  ze  acordaba!) 

Silencio.  Los  dos  se  miran  sonriéndose. 

Ref.  (jVa  usté  á  cresé? 

I;.d.  Zi  á  usté  le  paece  que  zny  chico... 

Ref.  ¡Qué  disparate!   Miste:  tanto  así  de  más,  ya 

sobraba;  y  tanto  así  de  menos,  ya  no  estaba 

bien.    ÍSe   ha   quedao   usté   en    er   tamaño 

justo. 
Ild.  ¿De  veras?  ¡Ez  usté  más  gracioza  que  la  mál 

Ref.  Siéntese  usté,  si  no  tiene  prisa:  aquí  á  mi 

lao,  que  yo  no  me  como  á  la  gente. 
Ild.  ¿No,  eh?  ¿Qué  más  quiziea  la  gente? 


—  10  — 

Ref.  lAy,  qué  fino  está  er  tiempo!...    Vaya,  hom- 

bre, eiénte-^e  usté. 

Ild.  Jactancioso.  (¡Digo!) 

Ref.  Fijiliidosti  en  la    flor    cuando    Ildefonso  va  á  sentarse. 

A  vé,  espérese  usié:  ¿qué  es  esto? 
Ild.  Una  roza  paece. 

Ref.  ¿Quién  la  habrá  puesto  aquí? 

Ild.  Argún  amigo  que  iiaiga  pazao. 

Ref.  Tirela  usté...  ¡Sabe  Dios  en  qué  moño  se 

habrá  visto!... 

Ild.  Obedeciéndola  con  oculto  dolor.    (|Y  pa  esto  la  he 

tenío  yo  en  agua  to  er  día!..,)  Se  sienta,  se  quita 

el  sombrero  y  se  atusa  los  tufos  con  intención  de  que 
ella  le  vea  uua  sortija. 

Ref  ¡Jesús!  ¿Hay  relámpagos? 

Ild  .  ¿Relá  m  pagos? 

Ref.  Me  ha  clao  un  resplandó  así  en  los  ojo?... 

Ild.  ¿No    zerá   er    briyante?  Mostrándoselo  candorosa- 

mente. 

Ref.  Pos  miste,  es  verdá:  er  briyante  es;  no  había 

yo  caío. 

Ild.  Tiene  mu  güeñas  luces. 

Ref.  ¡Pa  pare.-erme  á  mí  relámpagos! 

Ild.  Pero  ¿quién   ha  visto  relámpagos  con  er  zó 

fuera?     . 

Ref.  ¿Con  er  só  fuera,  si  es  de  noche? 

Ild.  ros  por  ezo  está  fuera. 

Ref.  Ah,  vamos;  usté  quié  desí  que  está  de  viaje. 

Ild.  No  zea  usté  burlona.   Lo  que  yo  quieo  decí 

es  que  como  usté  zale  de  noche  á  la  puerta 
e  zu  caza...  por  ezo  está  er  zó  fuera. 

Ref.  ¡Ay,  vaya  un  dicho  presioso  que  me  ha  di- 

cho u.?té!  Levantándose.  Se  lo  ví  á  referí  á  mi 
agüela. 

Ild.  ¡No  ze  vaya  usté  ahora!... 

Uef.  ¿Usté  no  quiere?   Pos  ya  no  hay  más  que 

habla.  Se  sienta. 
Ild.  Como  antes.  (¡Digo!) 

Callan  de  nuevo. 

Ref.  Irdefonso... 

Ild.  Me  yamo. 

Ref.  Oiga    usté    una   cosa,    con    extremada  zalamería. 

Güeno,  pero  prométame  usté  no  engañarme. 
Ild.  ¿Engañarla  yo  á  usté?  ¡Vamos!  ¿Qué  zucede? 


—  11  — 

Ref  Anoche...  Ei*  caso  es  que  me  da  cortedá.*.. 

Ild  .  Le  arvierto  á  usté  que  yo  tampoco  me  como 

á  nadie.  (¡Ez  una  tortolitaO 

Ref.  Pos  anoche...  ¿Pero  de  veras  no  me  va  usté 

á  engaña?... 

Ild.  ¡Primero  me  lastimen  las  botasl 

Ref.  Pos  anoche... 

Ild.  ¿Qué? 

Ref.  Estaba  yo  acostá...  ¿sabe  usté?...  y  de  la  par- 

te afuera  de  mi  ventana...  oí  unaguitaria 
de  pronto... 

Ild.  (¡Ejem!  ¡ejem!) 

Ref.  Una  guitarra...  que  sonaba  á  gloria  bendi- 

ta... Las  cosas  hay  que  decirlas  como  son. 

Ild.  (¡Qué  bien  vi  yo  á  cena  esta  noche!) 

Ref.  y  acompañándose  de  la  guitarra...  oí  á  un 

mosito  que  cantaba  esta  copla: 

liiitonáiidola. 

«No  sé  como  no  floresen 
las  tejas  de  tu  tejao, 
estando  tú  ebajn  de  eyas, 
prima  veri  ta  de  Mayo.» 
Ild.  ¿Zí,  verdá?  Tierno.  ¡Qué  cozitas  pazan  á  ezas 

horas,  mi  arma!... 
Ref.  Güeno,  Irdefonso,  pos  no  me  engañe  usté: 

¿era   usté,   por  casualidá,   er   que  cantaba 
y  er  que  tocaba? 
Ild.  Yo  mismito.  Y  zintiendo  no  zé  un  canario 

y  no  tené  por  istrumento  un  larpa. 
Ref.  Es  que  me  lo  dio  er  corasón...  Y  si  usté  su- 

piera una  cosa... 
Ild  .  ¿Qué? 

Ref.  Que  estuvo  en  tanto  así... 

Ild.  ¿Que  usté  ze  azomara? 

Ref.  Dejando  la  zalamería  y  turbando  con  la  salida  al  galán. 

To  lo  contrario:  que  se  asomara  mi  papá  á 

tirarle  una  bota. 
Ild.  ¡.Jel...    ¡Ez   usté  más  guazona  que   la  má! 

¿No  le  agrada  á  zu  papá  de  usté  que  á  usté 

la  ronden? 
Ref.  Le  gusta  más  que  lo  dejen  dormí. 

Ild.  ;.Y  á  usté...  princeza? 

Ref.  Yo  sargo  á  mi  papá. 

Ild  .  ¿Es  decí  que  no  debo  gorvé  con  la  guitarra? 


—  12  ~ 

Ref.  Cou  súbita  tristeza.   [Ay,  eso  110,  lidefoiiso!. . 

¿Pero  le  va  usté  á  dá  ese  való  á  una  broma 

mía?  ¿No  somos  nniigos?...  Vaya,  que  ya  me 

pesa  habértjela  gystao. 
ÍLD.  Refugio,  no  lo  tome  usté  azi  tampoco. .  Por 

lo  mismo  que  zemos  amigos,  en  mí  estaba 

no  molestarla  á  usté. 
Ref.  Suspirando.  ¡Ay!,.. 

Ild.  ¿Qué  quié  decí  eze  zuspirito? 

Ref.  Que  usté  debía  sabe  de  memoria...  que  á  mí 

no  me  molesta  nunca. 
Ild.  Mirando  su  reloj.  (¡Y  no  zon  más  que  laz  once 

y  cinco!) 

Rek.  Después  de  desahogar  la  risa  detris  del  abanico.  ¿liiS* 

tuvo  usté  ayé  de  mañana  en  la  bañóla  de 

la  ('hielan era? 
Ild.  (¡Hola!  ¡Celitos  ya!)  Estuve. 

Kef  Fingiéndose  celosa.  Espautárame  yo. 

Ild.  Me  gustan  mucho  los  buñuelos. 

Ref.  ¡y  quien  los  hii>e! 

Ild.  Quien  loz  hace  me  tiene  zin  cuidao. 

Ref.  Con  vehemencia  y  satisfacción.  ¿OÍ? 

Lld.  Zí,  mi  arma. 

Ref  ¿De  verdá? 

Ild.  De  verdá. 

Rek.  Por  más  que,  después  de  to,   ¿á  mí  qué  se 

me  daba?...  Claro  que,  como  amiga  de 
usté,  me  intereso... 

Ild.  Dios  ze  lo  pague... 

Ref,  Porque  la  Chiclanera  no  será,  pero  á  mí  me 

han  dicho  que  anda  usté  que  bebe  los  vien- 
tos por  una  mujé. 

Ild.  Pos  cuando  er  río  zuena... 

Ref.  ¡Ah!...    ¿De    manera   que    no   me    han  en- 

gañao? 

Ild.  No  zeñora. 

Ref.  ¿y...  es  der  barrio  este,  Irdefonso? 

Ild.  Que  ze  quema  usté. 

Ref.  No  me  diga  iií-té  quién  es,  á  vé  si  la  asierto. 

¿Es  Anita  la  Rubia? 

Ild  .  Frío. 

Ref.  ¿María  Juana,  la  der  Serero? 

liD,  Frío. 

Ref  ¿Mi  amiguiya  Clotirde? 


—  13  — 

Ild.  Ya  ze  va  usté  templando. 

Ref.  ¿Me  voy  templando  ya? 

Ild.  Un  poco,  un  poco... 

Ref.  ¿Mi  primiya  Remedios? 

Ild.  ¡Que  ze  quema  usté! 

Rkf.  c  mo  emocionada.    Oiga   usté:   ¿vive   en   esta 
caye? 

Ild.  ¡Que  ze  quema  usté!  Enciende  una  cerilla  para  el 

cigarro  y  se  queda  con  ella  en  la  mano  sin  tomar  lum 
bre  subyugado  enteramente  por  el  interrogatorio  de 
Kefugio. 

Ref.  ;En  esta  caye?... 

Ild.  Zí. 

Ref.  ¿Será  quisa...  Milagritos  la  de  ahí  enfrente? 

Ild.  Oámbieze  usté  de  cera. 

FCef  ¿Pero  es  en  esta  sera,  Ildefonso? 

Ild.  En  esta,  Refugio. 

Ref  ¡Que  se  quema  usté! 

Ilp.  .  Tirando  la  cerilla.  ¡Que  ya  me  he  quemao! 

Rkf.  ¡Ay,  pobresilo!...  ¿Quiere  usté  que  vaya  por 

una  telaraña? 
Ild.  Estimíuido,  niña;   pero  esta  quemaura,  no 

vale  pa  que   usté  ze  mueva.  Quemaura  la 

que  yevo  aquí  dentro. 
Ref.  ¿En  dónde? 

Ild.  ¡En  medio  er  corazón! 

Ref  ¿y  quién  la  ha  causao? 

Ild.  ¡Usté  cüü  ezoz  ojos!    Basta  de  dizimulosya. 

Ref.  ¿Yo? 

Ild.  Usté,  que  es  más  bonita  que  la  má,  y  más 

zimpática  que  la  má...  y  á  quien  yo  quiero 

más  que  la  má. 
Ref.  ¡Irdefonso! 

Ild.  Ya  lo  zabe  usté  con  toas  zus  letras,  zerrana. 

Ahora  déme  usté  la  arzolución...  ó  er  pun- 

tiyazo.  Lo  que  usté  quiera.  En  ubté  está  que 

yo  no  me  cambie  por  nadie  ó  que  me  deje 

coge  de  un  tranvía. 
Ref.  Ay,  por  Dio.-',  Irdefonso,  no  haga  usté  eso. 

Ild.  ¿Ufcté  no  quiere  que  lo  haga? 

Ref  Yo  no. 

Ild.  Esponjado.  ¿Eutonces...  es  que  no  le  paezco  á 

usté  ningún  zaco  e  papas? 
Ref.  No  señó;  ni  machísimo  menos. 


—   J4    - 

Ii.D.  ¡Olel 

Ref.  Ssssfi.,.  SP8S8...   no  se  entuBinsme  usté   tan 

pronto;  pare  usté  er  cohete...  que  le  vi  á  dá 
á  nsté  unas  calabasae...  que  la  má. 

Ii.D.  ¡Graciozal 

Ref.  ^.Grasiosa,  eh? 

Ild.  ¡Zi  no  pué  usté  dizitnulá  la  alegría  que  tie- 

ne en  er  cuerpo! 

Ref.  Ni  la  pueo  disimula  ni   quieo  disimularla 

tampoco;  que  pa  disimulo  basta  con  lo 
pasao. 

Ild.  Receloso.  ¿Qué? 

Ref.  Tenía  yo  muchas  ganas  de  ponerle  er  pie  pa. 

que  se  cayera  de  boca,  á  uno  de  estos  mosi- 
tos  jacarandosos  que  apuestan  en  la  taberna 
con  los  amigos  si  logran  ó  no  logran  er  ca- 
riño de  una  mujé. 

Ild.  Azoradisimo.  Pero,  oiga  usté,  Refugio,  ¿y  quién 

ha  apostao? 

Ref.  Usté,  so  mal  auge...  Y  ha  debió  usté  mira 

antes  de  esponé  su  dinero,  que  con  ese  coló 
de  argarroba  y  ese  labio  de  arriba,  que  pae- 
86  un  tordo  der  de  abajo,  ninguna  mujé  que 
se  presie  lo  pué  mira  á  la  cara... 

Ild.  Niña,  niña... 

Ref.  No,  si  yo  no  vargo  dos  cuartos:  no  es  que  yo 

me  alabe;  pero,  hijo  mió,  ar  lao  de  usté  soy 
una  pintura.  Además,  usté  se  cree  que  tiene 
mucha  grasia,  y  dise  usté  un  chiste  y  se 
apagan  las  luses;  usté  se  la  da  de  que  toca,  y 
coge  la  guitarra  y  paese  que  están  rayando 
pan;  usté  presuuie  de  que  canta,  y  f^e  arran- 
ca usté  y  se  j^aran  tos  los  relojes;  y  sobre  to, 
usté  se  figura  que  tiene  solimán  en  los  ojos 
y  armiba  en  la  boca  y  mucha  malisia  y  mu- 
cha escuela  pa  las  mujeres,  y  una,  niña  de 
nueve  años  le  da  á  usté  quinse  güertas.  Con- 
que aire,  aire,  pa  que  se  le  pase  á  usté  er 
sofoco;  y  si  no  basta  el  aire,  una  sangría.  A 
la  taberna  ó  ar  café,  donde  estén  los  ami- 
gos; á  paga  la  senita  aposta;  á  habla  mala- 
mente de  las  mujeres;  á  contá  cosas  (pie  no 
han  pasao  pa  darse  tono.,,  y  á  comprarse 
unos  ¡entes  pa  otra  vez,  que  tiene  usté  me- 


—  16  — 

nos  vista  que  un  gato  viejo.  Hace  ademán  de 
irse. 

Ild.  ¡Pero  escuche  UFtél... 

Ref.  Ya  he  escuchao  bastante. 

Ild.  Es  que  no  está  ni  medio  bien... 

Ref.  ¿Erque? 

Itr.  Tratarlo  á  uno  con  tanta  finura...  pa  zortar- 

le  después  eza  rocia... 

Ref.  Hijo  mío,  yo  estoy  por  lo  moderno.  Y  ahora, 

hasta  las  muelas  se  sacan  sin  doló.  ¡De  ve- 
rano. Éntrase  en  su  casa  riéndose. 

Ild.  Furioso.  ¡Mardita  zea  la  má!...  ¡Me  cazo  con  la 

má!...  ¡Y  que  una  arma  mía,  que  después  e 
to  ez  una  loir.brí  con  moño,  le  haiga  hecho 
este  dezaire  a  Irdefonzo  Crezpo!  ¡Mardita 
zea  la  má!...  ¡Me  cazo  con  la  má'...  ¡Y  no  es 
que  á  mí  me  importe  pngá  la  cena!  ¡Lo  malo 
es  que  tengo  que  aguanta  las  guazas  de  toz 
eyos...  y  que  encima  no  pueo  proba  ni  una 
pescaiya;  porque  cuando  tengo  este  humó 
to  me  hace  daño!  ¡Mardita  zea  la  má!...  ¡Me 
cazo  con  la  mii! ..  ¡Hay  pa  pegarle  fuegc...  á 

la  má!...  Va?e  de  estampía  maldiciendo  de  todo  li> 
existente.  ♦ 

Refugio  y  Antonia  salen  de  la  casa  muertas  de  risa. 

Ref.  Místelo,  agüt^la,   místelo;   miste    qué   paso 

yeva. 

Ant.  Er  demonio  eres. 

Ref.  Le  digo  á  usté  que  se  las  he  dao  á  mi  satis- 

fasión.  Esta  noche  vi  á  dormí  mucho  mejó 
que  é,  que  de  seguro  no  pega  un  ojo.  can- 
tando y  bailando  con  alegría. 

«Tengo  unas  calabasas 
puesta^  al  humo; 
ar  primero  que  pase 
se  las  emplumo.» 

Ant.  ¡  íesús,  Jesús,  qué  loca  estás,  chiquiya! 

Rff.  Lo  que  estoy  es  deseando  que  venga  otro. 

Ant.  ¿Pa  qué? 

Rf.f.  Pa  lo  mismo,  si  no  es  de   mi  agrado.  Goso 

yo  lo  que  u.'-té  no  sabe  echándoles  la  sanca- 

diya  á  los  hombres. 


—   16  - 
Al  público. 

Si  le  gusto  á  argún  presente, 
que  me  lo  venga  á  desí, 
que  seré  mu  complaf=iente, . 
Yo  no  trato  malamente 
más  que  á  los  tipos  asi. 


FIN 


Madrid,  Febrero  1904. 


ADVERTENCIA  IMPORTANTE 


Las  empresas  que  pongan  en  escena  este 
entremés,  pagarán  por  derechos  de  propiedad 
la  mitad  de  los  correspondientes  á  una  pieza 
en  un  acto. 


OBRBS  DE  ÜOS  WISIVIOS  ROTORES 


Esgprlma  y  amor,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

Belén,  12,  principal,  jus^aete  cómico.  (2.*  edición.) 

Güito,  jug'uote  cómico  lírico. Música  del  maestro  Osuna.  (2.* edición  ) 

lia  media  naranja,  ju»Tiete  cómico.  (2."  edición.) 

El  tío  de  la  flauta,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

El  ojito  derecho,  entremos.  (3.*  edición.) 

Ea  reja,  comfdia  en  un  acto.  (4.*  edición.) 

Ea  buena  sombra,  saínete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Brull.  (6.*  edición  ) 

El  pereg^riiio,  zarzuela  cómica  en  un  acto.  Música  del  maestro 
Gómez  Zarzuela. 

Ea  vida  intima,  comedia  en  dos  actos.  (.5.*  edición.) 

Eos  borrachos,  saínete  en  cuatro  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Giménez.  [2.^  edición.) 

El  chiquillo,  entremés.  (.5.*  edición.) 

Eas  casas  de  cartdn,  juguete  cómico. 

El  traje  de  luces,  saínete  en  tres  cuadros,  con  música  de  los 
maestros  Caballero  y  Hermoso. 

El  patio,  comedía  en  dos  actos.  (3.*  edición.) 

El  motete,  pasillo  con  música  del  maestro  José  Serrano  (2.*  edi- 
ción.) 

El  estreno,  zarzuela  cómica  en  tres  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Chapí. 

Eos  Oaleotes,  comedia  en  cuatro  actos.  (3.*  edición.)  Traducida  al 
italiano  con  el  titulo  de  I  Galeoti  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 

Ea  pena,  drama  en  dos  cuadros.  (2.»  edición.)  Traducida  al  italiano 
con  el  mismo  titulo  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 

Ea  azotea,  comedia  en  un  acto. 

El  género  ínfimo,  pasillo  con  música  de  los  maestros  Valverde 
(hijo)  y  Barrera, 

El  nido,  comedia  en  dos  actos.  (2."  edición.')  Traducida  al  catalán  con 
el  titulo  de  Vn  niu  por  Joaquín  Maria  de  Nadal. 

Eas  flores,  comedia  en  tres  actos.  (2.*  edición.)  Traducida  al  italiano 
con  i;l  título  de  I  fiori  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 

Eos  piropos,  entremés. 

El  flechazo,  entremés.  (2.*  edición.^ 

El  amor  en  el  teatro,  capricho  literario  en  cinco  cuadros,  pro 
logo  y  epílogo. 

Abanicos  y  panderetas  6  ¡  k.  Sevilla  en  el  botijo!  humarada 
satírica  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro  Chapí. 


lia  dicha  ajena,  comedia  en  tres  actos  y  un  prólogo.  Traducida  al 
aleináii  con  el  titulo  de  Das  fremde  Glück  por  J.  Gustavo  Rolide. 

Pepita  Reyes,  comedia  en  dos  actos.  (■2.*  edición). 

LiOS  meritorios,  pasillo. 

lia  zahori,  entremés. 

I^a  reina  inora,  sainete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro 
José  Serrano.  (2."  edición.) 

Zaras^atas,  sainete  en  dos  cuadros. 

La  za;;ala,  comedia  en  cuatro  actos. 

La  casa  «le  <iarcia,  comedia  en  tres  actos. 

La  contrata,  apropósito. 

El  amor  que  pasa,  comedia  en  dos  actos.  Traducida  al  italiauo 
con  el  titulo  de  Vamore  che  passa  por  Giuseppe  Paolo  Pacchiorotti. 

El  mal  ele  amores,  sainete  con  música  del  maestro  José  Serrano* 

El  nuevo  servidor,  humorada. 

Mañana  de  sol,  jiaso  de  comedia.  Traducido  alalejuán  con  el  titu- 
lo de  Ein  sonniger  Margen  por  Mary  v.  Haken. 

Fea  y  con  ;;racia,  pasillo  con  música  del  maestro  Turina. 

La  aventura  de  los  galeotes,  adaptación  escénica  de  un  cajii- 
tulo  del  Quijote. 

La  musa  loca,  comedia  en  tres  actos. 

La  pitanza,  entremés. 

El  amor  en  solfa,  capricho  literario  en  cuatro  cuadros  y  un  pró- 
logo, con  música  de  los  maestros  Chapi  y  Serrano. 

Los  chorros  del  oro,  entremés. 

]IIorrit4»s,  entremés. 

Amor  i&  oscuras,  paso  de  comedia. 

La  mala  sombra,  saínete  con  música  del  maestro  José  Serrano. 

El  g'enio  ale$;re,  comedia  en  tres  actos. 

El  niño  prodijj^io,  comedia  en  dos  actos. 

Nanita,  nana...  entremés  can  música  del  maestro  José  Serrano. 

La  zancadilla,  entremés. 

La  bella  Lucerlto,  entremés  con  música  del  maestro  Saco  del 
Valle. 


SERAFÍN  Y  JOAQUÍN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


La  bella  Lucerito 


E  NTREMES 


CON  MOSICA  DRL  MAESTRO 


SACO    T^UJ^    ^STA^J^I^l^ 


^^i^>^<^^ 


m"**' 


SOCIEDAD  DE  AUTORES  ESPAÑOLES 
Núñez  dtt  Balboa,  12 

Copyriglh,    by   the  authors,   1907 


LA  BE[XA  LUCERITO 


Ksta  obra  es  propiedad  de  sus  autores,  y  nadie  po- 
drá, sin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla  en 
España  ni  on  los  países  con  los  cuales  se  hayan  cele- 
brado, ó  se  celebren  en  adelante,  tratados  internacio- 
nales de  j)ropiedad  literaria. 

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iluction  reserves  pour  tous  les  pays,  y  compris  la  Sue- 
de,  la  Norvége  et  la  HoUande. 


LA  BELLA  LUCERITO 


ENTRENIES 


SERAFÍN  Y  JOÁPN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


con  iiiúsicd  del  maestfo 


SJCO   DEIi  VAI.L.E 


Estrenado  en  el  TEATRO  DE  APOLO  el  10  de  Abril  de  1907 


*- 


MADRID 

VELASCO,    IMP.,   MABQÜÉS    DE   SANTA   ANA,  H  DUP." 
Teléíono  número  líl 

1907 


Jl  Jyfariquita  palou 


teína  del   c^a^i^o  h  dei  óaieío. 


'4.0 á  CH^uiúieá. 


REPARTO 

PERSONAJES  ACTORES 

GLORIA. Seta.  Palou. 

DOÑA  FELISA Sea.     Vidal. 

EL  SEÑOR  BAENA Se.       Careekas. 

EL  MAESTRO  DE  BAILE Mihura  Ai.vaeez; 

PEPE  EL  PIANISTA Rodrigue/. 


L\  BELLA.  LUCERITO 


Gabinete  en  casa  de  Gloria,  calle  de  Jacometrezo,  en  Madrid.  Uua 
puerta  al  foro,  otra  á  la  izquierda  riel  actor  y  un  balcón  en  frente 
de  osla.  Muebles  de  diversas  clases  y  categorías,  como  pagados  por 
distintos  bolsillos.  Eii  el  rincón  de  la  derecha  un  piano,  adornado 
con  un  gran  mantón  de  Manila.  Sobre  todas  las  sillas  y  butacas  hay 
algo  que  impide  sentarse:  una  caja  de  sombreros,  dos  ó  tres  pares 
de  zapatos  de  raso,  unas  medias  de  seda,  varios  trajes  de  «cuple- 
tista», un  capote  de  torero  y  una  montera,  un  sombrero  de  ala  an- 
ch;i,  un  corsé,  etc.,  etc.  Se  ve  que  en  la  casa  reina  el  orden  mis 
absoluto.  Es  de  día,  á  Dios  gracias. 


Aparecen  Doña    Felisa,  el  Maestro  de  baile  y  Pepe  el  pianista. 

Doña  Felisa,  madre  de  Gloria,  era  conocida  en  su  pueblo— San 
Juan  de  Aznalfaraehe— por  la  tía  Gañote,  pero  ha  mejorado  de  po- 
sición, gracias  á  la  niña,  y  se  ha  plautado  un  doña  como  una  casa, 
que  le  sienta  lo  mismo  que  á  un  Santo  Cristo  dos  pistolas.  No  obs- 
tante el  doña,  viste  á  lo  popular  y  tiene  voz  de  hombre  El  Maes- 
tro de  baile,  individuo  ya  entrado  en  años,  y  andaluz  también, 
es  una  pirueta  humana.  Jamás  adopta  una  postuia  que  no  esté 
pidiendo  á  voces  la  fotografía.  Pepe,  el  pianista,  no  es  más  qne 
una  prolongación  del  asiento  del  piano.  Cuando  se  le  llama  asoma 
la  cabeza  por  detrás  de  este,  y  entonces  se  le  ve.  Si  no  se  le  lla- 
ma, sólo  se  sabe  de  él  porque  el  piano  suena. 

Dentro,  hacia  el  foro,  se  oye  ladrar  á  un  perro  con  faria. 

D.fi  Fel.  ¿Oj'e  usté,  maestro?  Ya  está  ahí.  Ya  está  la- 
drando rito.  Ya  está  ahí.  Pero  miste  que  ez 
orí'aio  er  de  eze  anima:  yaman  á  la  puerta 
unas  fardas,  y  no  ladra  nunca;  yaman  unos 
calzones,  y  ze  jace  porvo  ladrando. 


Maes.  Pos  sí  que  tiene  trabajo  el  aniraalito. 

D.a  FüL.      Verdá  que  lo  tiene:  desde  que  mi  niña  zeha 

noetío  h  estreya...  Asomándose  á  la  puerta  del  foro. 

¡Gáyate,  condenao!  ¡Marina!  ¡abre  er  portón, 

mujé,  y  yévate   á    Hito!    Asomándose  á  la  puerta 

de  la  izquierda.  ¡Gloria!  ¡bija  mia!  ¡menéate  un 
poco,  que  ya  está  aquí  eze  cabayero!  \'amo6 
á  vé  qué  ])inta  trae. 

El  perro  ha  dejado  de  ladrar.  El  Sr.  Baena  se  presenta 
cu  la  puerta  del  foro.  Ks  un  hombre  de  cierta  edad^ 
retocadito  y  no  mal  trajeado. 

Sb.  B.  ¿Se  puede  pasar? 

D.íi  Fel.  Paze  usté  adelante,  zeñó.  Está  usté  en  zu 
caza. 

Sk.  B.  Mucbas  gracias,  señora.  ¿Hal)rán  ustedes  re- 

cibido \ina  caita  mia...? 

D.a  Fel.  Zí,  zeñó,  que  la  hemos  recibido.  Y  lo  espe- 
rábamos á  usté:  como  ya  es  la  hora  que  usté 
dice  en  la  carta...  Este  zeñó  ez  er  maestro  de 
baile. 

Maes  Servido  de  usté.  Franeisco   Macluica,  San 

Marcos  veintiséis,  segundo... 

Sr.  B.  Muchas  gracias. 

Maes.  Lersiqnes  á  domisilio... 

Sr.  B.  Muchas  gracias. 

Maes.  Presios  módicos;  academia  en  casa  por  las 

noches,  menos  los  domingos... 

Sr.  B.  Repito  las  gracias.  Yo  no  pienso  aprenderá 

bailar.  Vengo  aquí,  á  tratar  con  ustedes,  por 
complacer  á  un  amigo  mío,  á  quien  nada 
puedo  negarle.  Ha  debido  buscar  persona 
más  apta,  porque  3-0,  francamente,  no  en- 
tiendo palabra  de  estas  cosas.  Ni  fé  lo  que 
es  contratar  á  una  artista  del  género  ínfimo, 
ni  distingo  las  peteneras  del  tango;  pero,  en 
fin,  la  amistad  obliga... 

D.a  Fei        Ziénteze  usté,  zeñó. 

Sr.  B.  Buscando  con  la  vista  un  asiento  vacío.  ¿Dónde? 

D.a  Fel.  Es  verdá,  que  está  to  ocupao.  Como  anda- 
mos ya  de  preparativos...  Quita  de  una  silIa  unos 
zapatos  de  raso  y  los  pone  sobre  el  piano.    Zlénteze 

usté  aquí. 
Sr.  B.  Gracias.  ¿Y  está  la  Bella  Lucerito? 

D.a  Fei  .      Pa  zervirle. 


—  9 


Sr. 

B. 

D.a 

Fel, 

.«R. 

B. 

D.a 

Fel. 

8r. 

B. 

D.a 

Fel. 

Gloria 
Sr.  B. 
Gloria 

Sr.  B. 


Sr.  6. 

Gloria 

Sr.  B. 

Gloria 

Sk.  B. 
Gloria 


Sr.  B. 
Gloria 
Sr.  B. 
D.a  Fel. 
Gloria 


Levantándose  del  susto.  ^^Es  USted? 

¡Zeñó,  qué  disparate!  Quieo  decí  que  la  niña 

está  pa  zervirle.  ¿Yo  cómo  vi  á  zé  la   Lu- 

cerito? 

([En  todo  caso  la  Osa  Mayor!) 

Yo  zoy  zu  madre  de  eya. 

(¡Pues  por  la  voz  parece  su  padre  lo  menos!) 

Aquí  zale  ya. 

En  efecto,  por  la  puerta  de  la  izquierda  llega  Gloria, 
á  quien  hay  que  mirar  con  lentes.  Parece  mentira  que 
sea  hija  de  su  madre.  Viste  un  caprichoso  traje  de 
•cupletista»,  y  basta  verla  andar  para  compiender  que 
será  una  estrella  en  su  género.  En  honor  de  la  verdad, 
al  amigo  Baena  se  le  corta  la  respiración. 

Güeñas  tardes.  ¿Cómo  sigue  usté? 
Bien  ¿y  usted? 

Me  esiaba  probando  este  vestío,  y  por  no  ha- 
serlo  á  usté  espera  no  he  querío  quitármelo. 
Ha  hecho  usted  admirablemente.  El  vesti- 
do es  precioso. 

¿Le  agrada  á  usté?  Pos  toavía  le  fartan  dos 
gorpes:  un  laso  aquí,  y  otro  aquí,  que  van  á 
quita  er  flato.  Y  luego,  miste,  miste  si  tiene 
gasa...  La  modista  se  ha  queao  sola  echando 
fru-fru... 

Yo  t-imbién  me  quedaría  solo,  no  crea 
usted... 

Le  iba  á  dá  á  usté  miedo.  Pero  ba  tenío  usté 
ange. 

Me  alegro  mucho.  (¡Qué  mujer,  Dios  de  las 
alturas!) 

Como  habrá  usté  reparao,  vi  á  salí  encueros. 
Un  ojo  me  he  gastao  en  ropa. 
Pues  ya  vale  el  dinero  un  ojo  de  usted. 
Así  está  la  casa;  que  por  toas  partes  hay 
vestios,  ^evo  ensima  más  gasa  que  una  de- 
corasión  de  ópera.  Pero,  siéntese  usté. 
Con  permiso.  ¿Y  usted,  no  se  sienta? 
¡Digo!  Y  á  su  vera  de  usté. 
Dios  se  lo  pague,  Lucerito. 
Enzéñale  las  postales  á  este  zeñó. 
¡Ya  las  habrá  visto  de  sobra!   Si   no  se  ve 
otra   cosa  por  to  Madrí.  Hasta  en   las  sa- 
cristías. 


—  10  — 

Sr.  B.  Es  cierto.   Y  hay  una  de  gitana  que  me 

tiene  usted  que  firmar. 

GLf)RiA  Si,  señó:  en  cuantito  venga  mi  hermaniyo 
se  la  firmo  á  usté. 

Sr.  B.  ^,Las  guarda  su  hermanillo? 

Gloria  No;  pero  es  el  único  que  sal)e  firma  en  toa 
la  casa. 

Sr.  B.  Ah,  ya.  Bueno,  pues...    como  le  indicaba   á 

usted  en  mi  cartita,  mi  amigo  Don  l^ruden- 
cio  Martorell,  propietario  de  Barcelona,  ha 
edificado  un  teatrito  para  explotar  única- 
mente el  género  que  u.sted  cultiva. 

Glori.-\  Que  pienso  curtivá;  porque  toavia  no  he  sa- 
cudió er  porvo  de  ningún  tablao. 

Sr.  B.  Cabalmente  eso  es  lo  que  pretende  mi  ami- 

go: que  empiece  usted  allí.  Ha  visto  las  pos- 
tales de  usted,  que  son  estupenda?,  se  ha 
vuelto  loco...  y  me  ha  encargado  á  mí  q;ie 
la  contrate  sin  pérdida  de  tiempo. 

Gloria        ¿Usté  cómo  se  yama? 

Sr.  B.         Ezequiel  Baena. 

Glcki  \  Pos  miste,  señó  Baena,  vi  á  hablarle  á  usté 
clarito:  como  á  mí  me  gusta  er  chocolate.  Yo 
estoy  metiendo  mucha  buya  antes  de  debu- 
ta; y  yo,  puesta  en  este  camino,  no  sargo  á 
un  tablao  á  b'agá  viruta,  sino  á  darle  ar  pú- 
blico lo  suyo:  Er  j)úb]ico  de  Barselona  disen 
que  tiene  guasa;  vamos,  que  tiene  arate;  que 
se  las  trae  con  las  artistas  (^ue  yegan  de  Ma- 
drí;  ¿usté  me  comprende?  Y  á  mí  aquer  pú- 
blico, por  er  carté  que  ya  me  he  formao,  uie 
va  á  resibi  con  lo  suyo;  y  yo,  naturarmente, 
voy  con  lo  mío.  Escuclie  usté:  yevo  una  dan- 
sa  mora,  que  tiene  lo  suyo;  y  una  farruca, 
que  tiene  lo  suyo;  y  un  cake-vá...  que  tiene  lo 
suyo;  y  cuatro  tangos...  que  tienen  lo  suyo;  y 
un  bolero,  que  tiene  lo  suyo.  Y  \o,  á  tos  esos 
bailes,  ¿usté  me  comprende?  les  doy  lo  mío; 
porque  á  los  bailes — y  aquí  está  er  maestro 
— una  tiene  que  darles  lo  suyo;  y  la  cosa  es- 
tá en  tené  auge  ó  en  no  tené  ange.  Y  á  mí  me 
párese  que  yo  tengo  ange,  y  que  por  eso  á 
los  bailes  les  doy  lo  mío.  Y  la  (|ue  no  tenga 
lo  suyo  pa  los  bailes,  que  no  sarga  á  baila, 


—  11  — 

pori^ue  va  á  traga  mncha  viruta.  Por  eso  yo, 
ó  pargo  á  darle  ar  público  lo  suyo,  pa  que  er 
púi)lico  rae  dé  lo  mío,  ó  me  qneo  en  mi  casa 
con  lo  mío,  pa  que  er  público  no  me  dé  lo 
suyo.  ¿Qué  le  párese  á  usté? 

Sr.  B.         ¡Que  efto}'  encantado  con  lo  suyo  y  lo  mío! 

D.a  Fei..       |Hija  de  mi  arma! 

Maes.  Aquí  la  señorita  se  ha    explicao    perfeta- 

mente. 

Sr.  B.         ¡Perfetamente! 

Maes.  ¡O  como  se  digal  A  los  bailes,   la  artista  ne- 

sesita  darles... 

Sr.  B .         ¡Lo  suyo:  lo  suyo!  ¡Si  no  hay  otra  palabra! 

M.AEs .  Eso  es;  .sí,  señó. 

Gloria  Levantándose.  Un  poné,  pa  que  usté  se  entere. 
Rosa  la  C'laveyina,  que  me  paese  que  tiene 
carté,  base  así  la  salía  der  tango.  Da  unos  pa- 
sos imitando  á  la  otra.  Pa  mí  eso  llene  guasa. 

Sr.  B.         Tiene  guasa. 

Gloria        Elisa  Campo,  la  Torrente,  sile  así...  La  imita. 

Sr.  B.  ¡Pues  también  tiene  guasa! 

Gloria  ^;Verdá  que  tiene  guasa?  Atienda  usté  ahora 
á  mi  salla.  Tacatac,  tacatac,  tacatac... 

Maes.  ¡No,  no!  Marcándolo  él  con  verdadero  lujo    de  taco- 

nes. Tacatac,  tac  tac,  tacatac,  tac  tac... 

Gloria  Es  verdá:  me  había  yo  confundió.  ¡Yeva  una 
tantos  pasos  en  la  cabesa!  ¿Usté  ve?  Tacatac, 
tac  tac,  tacatac,  tac  tac... 

Sr.  B.  «¡Vaya  cardo!»  ¡Eso  es  salir  de  tango  y  lo 

demás  es  música! 

Gloria        ¿De  veras  le  ha  gustao  á  usté? 

D.^Fel.  ¡Déjame  que  te  beze,  hija  mía!  ¡Lo  que  go- 
zaría tu  primer  padre,  z'  viviera! 

Sr.  B.         ¿Cómo  su  primer  padre'?  ¿Tiene  dos? 

D.fi  Fel.       ¡Mi  primer  marío,  he  querío  decí! 

Sr.  B.         ¿Ks  hija  de  su  primer  marido? 

D.a  Fel.  No,  zeñó;  ez  hija  der  zegundo;  pero  ai  pri- 
mero le  gustaba  mucho  er  baile. 

Sr.  B.  Ya. 

Gloria  Pos  güeno,  señó...  ¿Cómo  ha  dicho  usté  que 
se  y  ama? 

Sr.  B.         Baena. 

Gloria  Po-»  güeno,  Baena:  lo  mismo  me  pasa  con 
to.  ¿Usté  ve  er  garrotín?  Ar  garrotín  también 
le  doy  lo  mío. 


Sr.  B.         ¿Quién  es  el  Garrotín? 

Gloria        Kr  garrotín  es  otro  baile. 

Sr.  B.         ¡Ah!  Me  había  parecido  un  banderillero. 

Gloria  Riéndose.  Hombre,  eso  tiene  ange.  ¿Verdá  que 
ha  tenío  ange,  mamái'  ai  Maestro.  Ha  tenio 
ange. 

Maes.  8í  que  ha  tenío  ange. 

Sr.  B.         Muchas  gracias. 

Gloria  Sin  grasias:  la  pura.  Ha  tenío  usté  nvge. 
Hay  quien  tiene  ange  y  quien  no  tiene  aw^e, 
como  hay  quien  ÚGwe  pata  y  quien  no  tiene 
pata.  Y  usté  tiene  ange. 

Sci.  B.         Pues  nunca  me  lo  han   dicho  en  la  oficina. 

Maes.  Aquí  la  señorita  se    ha  explicao  perfeta- 

mente.  Eya  ha  querío  desí  que  usté...  va- 
mos, que  usté  tiene  ange. 

Sr.  B.  Eso  es  lo  que  ha  querido  decir  y  lo  que  ha 
dicho. 

D-a  Fei..  a  mí  ze  me  figura,  niña,  que  pa  que  este 
zeñó  ze  haga  una  idea  de  to  tu  trabajo,  le 
debes  canta  arguna  coza  y  le  debes  baila  ar- 
guna  coza. 

Gloria        Ahora  mismo.  ¿Usté  trae  mucha  prisa? 

Sr.  B.  ¡Ninguna! 

Glori  \  Pos  verá  usté:  le  vi  á  canta  A  usté  unos 
cuplés  que  me  han  dedicao,  que  pa  mí  que 
tienen  lo  suyo;  y  le  vi  á  baila  á  usté  uno  de 
mis  bailes,  er  porvorín,  que  me  gusta  mu- 
cho bailarlo,  porque  le  doy  lo  mío. 

Ss.  B.  ¡Vamos  allá! 

Gloria  Vi  á  basé  salía,  pa  que  la  ilusión  sea  com- 
pleta. Se  pone  un  mantón  de  Manila  y  un  sombrero 
ancho.  Pepe. 

Pepe  Asomando  la  cabeza  por  cima  del  piano.  ¿Eh.'' 

Sr.  B.  (¡Corcho!  ¡Había  ahí  detrás  un  hombre!  ;Me 

luzco  si  hablo  mal  de  los  pianií-tai-!) 

Gloria  Toca  primero  er  paso  doble  de  la  Canela  y 
luego  mis  cuplés. 

Sr.  B.  ¡Vamos,  vamos  allá! 

Música 


La  bella  Lucerito,  al  son  del  indicado  ptiso  doble,  da 
varias  vueltas  por  la  escena,  arrogante  y  graciosa.  Al 
señor  Baeua  se  le  van  los  pies  detrás  de  ella. 


—  13  — 

Maes.  ¿Eh?  ¿Hay  trapío?  ¿Hay  clase? 

D.íi  Fel.       ¡Hija  de  mi  armal 

Sr.  B.  (¡Yo  voy  á  Barcelona  al  debut!) 

Deja  Gloria  mantón  y  sombrero  y  canta  los  siguientes 
«couplets»: 

Gloria        Entérese  U8lé,  señó  Baena. 

Sr.  B.  Ya,  ya  me  voy  enterando,  Lucerito. 

Gloria  cantando. 

En  un  pitio  que  no  es  para  dicho, 
tengo  yo  mu  rebién  señala 
una  fre^a  que  fué  de  un  capricho... 
de  un  capricho  que  tuvo  mamá. 
Y  un  paisano  vino  ayé 
y  rae  dijo  en  andalú: 
— Que  la  fresa  me  enseñe  usté; 
¡se  lo  pío  por  su  salú! 

Y  le  dije  yo 
ar  paisano  cansada  de  oirlo: 
— Ño  le  enseño  la  fresa  yo  .. 
poique  no... 
porque  no... 
porque  no... 
¡Lo  demás  no  puedo  desirlo, 
que  rae  murta  er  gol)ernadó! 
D.aFEL.      ¿Qué  ta?¿Qiiétá? 
Sr.  B,  ¡Que  la  contrato  en  blanco,  señoral 

Gloria  volviendo  á  cantar. 

En  un  ))ueblo  rabiaban  dos  novios 
por  casarse  cuanto  antes  raejó, 
y  á  un  San  Roque  abogao  de  bodas 
Je  cfresieron  yevarle  un  faro. 
Lo  corgaron  con  gran  fé 
ensendido  ante  el  arta, 
y  jnnlitos  delante  de  é 
se  abrasaban  para  rogá. 

Y'  ya  tanto  dio 
la  pareja  rogando  to  er  día, 
que  er  San  Roque  se  sufocó, 

se  indi  riló, 

se  quemó, 

se  atufó, 
¡y  en  cuantito  á  los  novios  vía 
le  pegaba  un  so])lo  ar  faro! 

Cesa  la  música. 


—  J1  — 

Sk,  B.  ¡Bravo!  ]l)ravü!  ¡\'ii  usted  á  causar  una  revo- 

lución donde  quiera  que  llegue!   ¡Contrata- 
da deí^de  este  Diouientol 

Gloria        ¡Pos  toa  vía  no  me  ha  visto  usté  baila! 

Sr,  B,  iNoim¡)orta!  ¡Contratada!  ¡Vengan  las  con- 

diciones! 

D.a  Fkl       ¿Tú  estás  oyendo,  niñ:i? 

Maes.  ¡Como  que  es  una  arquisisiónl 

Sr.  B.  ¡Pero  una  arquisisión! 

Maes.  ¡O  como  se  diga! 

8«.  B.  ¡Condiciones,  vengan  Ins  condiciones! 

Gloria  Contrato  por  un  mes;  dos  mir  reales  de  an- 
tisipo; viaje  de  ida  y  güerta  en  primera  y 
con  lipin  |ia  mi  madre  y  pa  mí;  peñera  pa 
er  perro,  y  quinse  machacantes  diarios. 

Sk.  B.  ¿Quince  machacantesf 

Gloria        Si,  señó;  ni  uno  menos. 

ü.a  Fel       ¿Ks  mucho,  quizá? 

íSr.  B.  ¡No,  señora! 

I). a  Fel.      ¡Como  ze  extraña  usté! 

Sr.  B.  ¡Porque  no  sé  lo  que  son  quince  machacantes! 

Maes.  Pos  quinse    machacantes,  señó   Baena,   son 

quinse  chulés. 

Sr.  B.  Ahora  ya  está  más  claro. 

Gloria        ¡Quinse  duros,  hablando  en  españó! 

Sr.  B.  ¡Ah!  ¿Quince  duros  son  quince  machacantesf 

Es  machacará  un  empresario,  ¡caramba! 

Gloria  La  Be^a  Luserito  no  se  mueve  de  su  casa 
por  menos. 

Sr.  B.  y  está  en  su  derecho  la  Bella  Lucerito. 

D.a  Fel.      ¡Que  te  vea,  que  te  vea  bailí»! 

Sr.  B.  ¡Sí,  sí,  baile  usted!   ¡Desde  luego  queda  us- 

ted contratada,  pero   baile  u^ted!  (¡ilí'o   me 
gasto  con  esla  mujer  todos  mis  ahorros!) 

Coge   entusiasmado  el  corsé  que  hay  sol)re  una  silla  y 
lo  oprime  contra  su  pecho,  ¡.^y.  Bella  Lucerito! 

Gloria        ¡.Josú!  ¿Que  hase  usté? 

Su.  B.  ¡Demostrarle  á  usted  todos  los  machacantes 

que  vale! 
Hisas, 

Gloria  Mamá,  por  Dios,  yévate  tu  corsé,  que  siem- 
pre está  rodando. 

Sr.  B.  Peri.icjo.  Ah,  ¿pero  el  corsé  es  de  usted,   se- 

ñora? 


—  16  — 


D.a  Fel.      y  de  usté. 

Sr.  B.  ¡Yo  no  Jo  quiero  para  nada!  ¡Venga,    venga 

ese  baile! 

Gloria        Ahora  mismo.  Pepe. 

Pepe  ¿Eh? 

Sh.  B.  (¡Corcho!  ¡qué  sustos  me  da  Pepe!  ¡Siempre 

se  me  olvida  que  está  ahí!)  ai  Maestro.  (Oiga 
usted:  ¿es  de  cuerpo  entero  el  pianista?) 

CLORn  Toca  er  porvorín.  Haserse  tos  pa  un  lao,  pa 
dejarme  sitio. 

Sr.  B.  ¡Lo  que  usted  quiera,  salerosa!  Vamos  á  vél- 

ese polvorín. 

Bail,i  Gloria  al  son  del  piano  entre  los  comentarios  del 
señor  Baena  y  de  su  madre,  }•  las  indicaciones  profe- 
sionales del  Maestro. 

Maes.  Salida.  Grasis.  Sonrisa. 

Sr.  B.  Le  da,  le  da  lo  suyo. 

Maes.  Caderita. 

S><.  B.  Eí^o;  caderita. 

Maes,  Más  caderita. 

Sp,  B.  ¡Más  caderita! 

D.a  Fei..  ¡Ay  qué  cuerpo!  ¡qué  cuerpo! 

Mae?.  Sortura.  Su  mijita  de  aqué. 

Sr.  B.  ¡Ole!  ¡ole! 

Maes.  Grasia.  Alegría.  Saracatepeque.  Su  gorpesito- 

de  gurugú. 

Sr.  B.  ¡No  respondo  de  las  butacas  de  orquesta! 

D.a  Í'el.  ¡Hija  de  mi  arma! 

Acaba  el  baile. 
Sf.B.  Aplaudiendo    con      frenesí.     ¡BraVo!      ¡bravísimo! 

¡Permítame  usted  que  la  abrace!  ¡Es  usted 
una  estrella!  ¡Quince  machaca)) tes  es  ))OCo! 

Maes.  ¿Ha  visto  usté?  ¿Ha  visto  usté  qué  brasos? 

Sr.  B.  Me  he  fijado  más  en  las  pierna?;  pero  en 

fin...  he  visto  los  brazo«.  He  visto  los  brazos..^ 
y  he  visto  un  porvenir  de  rosa...  y  he  visto 

también...  Cantando. 

Lo  demás  no  jmedo  desirlo, 

que  me  mmia  er  gobernado- 
Gloria        ¡Ja,  ja,  ja!  Este  hombre  tiene  aiíge. 
Da  Fei  .      Tiene  ange. 

Sr.  B.  ¿y  quien  no  tiene  a)ige  al  lado  de  usted?  Se- 

ñora, la  felicito  á  usted  por  este  pimpollo. 
D.a  Fel.       Muchas  gracias. 


—  16  - 

í?R.  B.  Maestro,  lo   felicito  á   ii?ted  por  esta  diecí- 

pula. 

Maes.  Se  alerta  con  fausto. 

Sr.  B.  y  á  usted...  ¡Bueno,  á  u^ted  la  acompaño  yo 

á  Barcelona!  ¡Yo  veo  el  debut!  Hasta  luego. 
Despídanme  ustedes  del  piauifrta. 

<jlobia        Pero  ¿se  va  usté  ya? 

Sk.  B.  Sí,  señora. 

Gloria        ¿A  dónde? 

Sb.  B.  a  teléfonos.  A  ponerle  un  telefonema  al  em- 

presario, que  va  á  decir  poco  más  ó  menos: 
«Vista  Lucerito.  Adquisición.  Contrato  fir- 
mado. Tien3  lo  suyo.  Tengo  lo  mío.  Quince 
machacantes.  Lleva  un  pobwrín.  Díguili  qui 
vingui.  Baena.»   Buenas  tardes.   Vase  por  u 

puerta  del  foro. 

<jrLORiA        ¡Vaya  usté  con  Dios! 

D.íi  Fel.      ]Ya  nos  traerá  usté  la  razón  que  haya! 

Gloria        ¡Ya  sabe  usté  dónde  tiene  su   cat^a  y    una 

amiga! 
ü.a  Fel.      ¡Hija  de  mi   corazón!   ¡Hija  de   mi  zangre! 

¡Ven  aquí,  que  te  achuche! 
Glorl-^        ¡Josú!  ¡Josúl  ¡Qué  alegría!  ¡Miste  que  quinee 

duros! 
Maes.  Hay  pa  está  contenta. 

Gloría        ¿Pero  gustaré?  ¿gustaré? 
D.a  Fel.      ¿No  has  vibto  como  va  eze  hombre? 
Gloria         ¿Me  entenderán  los  catalaneí-? 
Maes.  ¿Pos  no  la  han  de  entendé,  criatura,  si  usté 

con  las  piernas  habla  er  volopukt? 
D.»Fei.      y  zi  quiés  zalí  más  pronto  de  dudas,   pre- 

gúntazelo  á  estos  st  ñores. 
Gloria        Es  verdá.  ai  público. 

¿Tengo  yo  grasia  y  trapío? 
¿Canto  y  bailo  con  sentío? 
¿Atcrruyo  ó  no  atorruyo? 
¿Le  doy  al  arte  lo  mío? 
I  Pos  denme  ustedes  lo  suyo\ 


FIN 


Madrid,  Marzo  1)07. 


ADVERTENCIA  IMPORTANTE 


Las  empresas  que  pongan  en  escena  este 
entremés,  pagarán  por  derechos  de  propiedad 
la  mitad  de  los  correspondientes  á  una  zar- 
zuela en  un  acto. 


OBRAS  DE  líOS  IVIISMOS  AUTORES 


K.s;rriiiia  y  amor,  juguete  cómico.  (2."  edición.) 

ttelén,  12,  priaioipal,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 

■<íilito,juí,'uetc  cómif",)  lírico.  Música  del  maestro  Osuna.  (2."  edición  > 

I^a  iiieclia  naranja,  juo-uete  cómico.  (2.*  edición.) 

Kl  tío  «le  la  flauta,  juguete  cómico.  (2.* edición.) 

Kl  ojito  «lereolK»,  entremés.  (3."  edición.) 

lia  reja,  comedi;i  en  un  acto,  (i."  edición.) 

1.a  buena  .soiiiltra,  s;i¡neto  en  tres  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro BruU.  (6.*  cdici(Jn  ) 

Kl  perejjrino,  zarzuela  cómica  en  un  acto.  Música  del  maestro 
Gómez  Zarzuela. 

I^a  vUla  fntíina,  comedia  en  dos  actos.  (3."  edición.) 

Ii0.s  borrachos,  saineto  en  cuatro  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Giménez.  '^2.*  edición.) 

Kl  cbiquillo,  entremés.  (5.*  edición.) 

lias  rasas  de  eartón,  juguete  cómico. 

Kl  traje  «le  lucos,  saínete  en  tres  cuadros,  con  música  de  los 
maestros  Caballero  y  Hermoso. 

Kl  patio,  comedia  en  dos  actos.  (3.'  edición.) 

Kl  motete,  pasillo  con  música  del  maestro  José  Serrano  (2.*  edi- 
ción.) 

Kl  estreno,  zarzuela  cómica  en  tres  cuadres,  con  música  del  maes- 
tro Ohapi. 

Kos  <j!alcotes,  comedia  en  cuatro  actos.  (3.*  edición.)  Traducida  al 
italiano  con  el  titulo  de  I  Galeoti  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 

Ka  pena,  drama  en  dos  cuadros.  (2.»  edición.)  Traducida  al  italiano 
con  el  mismo  titulo  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 

I.ia  azotea,  comedia  en  un  acto. 

Kl  género  ínfimo,  pasillo  con  miísica  de  los  maestros  Valverde 
(hijo)  y  Barrera, 

Kl  nido,  comedia  en  dos  actos.  (2.'  edición.)  Traducida  al  catalán  con 
ol  titulo  de  Vn  niu  por  Joaquín  María  de  Nada!. 

Kas  flores,  comedia  en  tres  actos.  (,2.*  edición.)  Traducida  al  italiano 
con  el  título  de  I  fio r i  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 

Kos  piropos,  entremés. 

Kl  flechazo,  entremés.  (2."  edición.^ 

Kl  amor  en  el  teatro,  capricho  literario  en  cinco  cuadros,  pro 
logo  y  epilogo. 

Abanicos  y  pantleretas  «$  ¡  k  Sevilla  en  el  botijo!  humorada 
satírica  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro  Chapí. 


I^a  «lidia  ajena,  comedia  eu  tres  actos  y  un  i)rc'>lQn:o.  Traducida  al 
aleim'in  con  el  titalo  do  Das  fremde  Glück  por  J.  Gustavo  Rulide. 

Pepita  Keycs,  comedia  en  dos  actos.  (í."  edición). 

IjOS  iiieritori«>.s,  pasillo. 

I^a  zaliori,  entremés. 

La  reina  mora,  sainóte  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro 
José  Serrano.  ("2."  edición.) 

Zaraj^'atas,  saínete  en  dos  cuadros. 

I^a  zaj^ala,  comedia  en  cuatro  actos 

I^a  easa  <le  <íarcia.  comedia  en  tres  actos. 

L.a  contrata,  apropósito. 

Kl  amor  «|uc  i>a.*ia,  comedia  on  dos  actos.  Traducida  al  italiano 
con  el  titulo  de  Vamore  che  passa  por  Giuseppe  Paolo  Pacchiorotti. 

Kl  mal  de  amores,  saínete  con  música  del  maestro  José  .Serrano. 

Kl  nuevo  .servidor,  humorada. 

Stauana  «le  .sol,  paso  de  comedia.  Traducido  al  alemán  con  el  titu- 
lo de  Ein  sonniger  Morgcn  por  Mary  v.  Haken. 

Fea  y  con  g^racia,  pasillo  con  música  del  maestro  Turiua. 

La  aventura  de  los  g-aleotes,  adaptación  escénica  de  un  capi- 
tulo del  Quijote. 

L.a  musa  loca,  comedia  en  tres  actos. 

1.a  pitanza,  entremés. 

El  amor  en  solía,  capricho  literario  en  cuatro  cuadros  y  un  pró- 
logo, con  música  de  los  maestros  Chapi  y  Serrano. 

liOS  chorros  del  oro,  entremés. 

Klorrltos,  entremés. 

Amor  á  oscuras,  paso  de  comedía. 

La  mala  sombra,  saiuote  con  música  del  maestro  José  Serrano. 

Kl  g'enio  ale;;re,  comedia  en  tres  actos. 

JEl  I1ÍU4»  pro4lijSrio,  comedia  en  dos  actos. 

Nanita,  nana...  entremés  con  música  del  maestro  José  Serrano. 

La  zancadilla,  entremés. 

La  bella  I^ucerito.  entremés  cou  música  del  maestro  Saco  del 
Valle. 


serafín  í  JOAftüÍN  ÁLVAREZ  (JülNTERO 


Ixa  paíria  ehica 


ZAEZUELA  EN  UN  ACTO 


MÚSICA  DB 


rui»:bi«to  ohaf»! 


SEaUMDA   EDICIÓN 


SOCIEDAD  DE  AUTORES  ESPAÑOLES 
Núftez  fl«  Balboai  12 

lexo 

Copyriglit,    1907, 
by  8.  y  J.  Álvarez  Quintero, 


LA  PATRIA  CHICA 


Esta  obra  es  propiedad  de  sus  autores,  y  nadie  po- 
drá., sin  su  permiso,  reimprimirla  ni  representarla  en 
España  ni  en  los  países  con  los  caales  se  hayan  cele- 
brado, ó  se  celebren  en  adelante,  tratados  internacio- 
nales de  propiedad  literaria. 

Los  autores  se  reservan  el  derecho  de  tradacción. 

Los  comisionados  y  representantes  de  la  Sociedad  dt 
Autores  Españoles  son  los  encargados  exclusivamente 
de  conceder  ó  negar  el  permiso  de  repressntación  y 
del  cobro  da  los  derechos  de  propiedad. 


Droits  de  represen tation,  de  traduction  et  de  repro- 
daction  reserves  pour  tous  les  pays,  y  compris  la  Sni- 
de,  la  Norvegre  et  la  HóUande. 


Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley 


LA  PATRIA  CHICA 


ZARZUELA  EN  UN  ACTO 


SERAFÍN  f  JOA()ülN  ÁLVAREZ  QUINTERO 


MÜSICA   DE 


RUPERTO    CHAPÍ 


Estrenada  en  el  TEATRO   DE   LA   ZARZUELA  el  15  de 

Octubre  de  1907 


SEGUNDA  EDICIÓN 


MADRID 

«.  TBLASOO,  IMP.,    MARQUÍS   DB  SANTA  ANA,  11  DOr.° 

Teléfono  n amero  551 
1910 


AL  INSIGNE  PINTOR 

íDon  %3osé  Pilleó  as 


deV-iuauo  ualó  u  eáfiaüoi  ueio,  a 
muía  d  (JH  jiaitia. 


ue 


REPARTO 


PERSONAJES  ACTORES 

PASTORA Joaquina  del  Pino^ 

MARÍA  PILAR Pilar  Pérez. 

SEÑA  MANUELA Irene  Alba. 

CONCHITA Paz  Calzado. 

JOSÉ  LUIS Juan  Gil  Rey. 

MARIANO Francisco  Meana. 

MISTER  BLAY. . .    Carlos  Rufart. 

ESPAÑITA Antonio  González. 

CARRANQUE ,..  Felipe  Agulló. 

GREGORIO Ricardo  Güell. 

ANSÚREZ Rafael  Díaz. 

MEDINA Carlos  Tojedo. 


El  canto  de  José  Luis  con  que  principiaba  esta  zarzuela,  y 
que  fué  escrito  fóIo  en  atención  á  circunstancias  especiales 
dereparto,  queda  suprimido. — N.  dk  los  AA. 


^3,>.BIBIBIBIBIBIBlBIBiaiBIBI5IBi¿iaigiBiiJj!^ 


IB^ 


LA  PATRIA  CHICA 


Estudio  en  París  de  José  Luis  Romero,  piutor  español.  A  la  dere- 
cha del  actor  la  puerta  de  entrada.  Ante  ella  un  biombo  desplegado. 
A  la  izquierda  una  puertecilla  con  cortina  que  da  á  una  habitación. 
Al  loro  dos  ventanas  grandes,  sin  reja,  por  las  cuales  se  ve  un  jar- 
dincillo alegre.— Como  el  estudio  es  pobre  no  hay  nada  en  él  que 
valga  dinero.  La  mayor  riqueza  está  en  los  cuadros  y  bocetos  de 
José  Luis  y  de  algunos  colegas  que  hay  por  todas  partes,  colgados 
unos,  y  otros  arrimados  á  la  pared  en  el  suelo.  Dos  ó  tres  figuras  y 
bustos  de  yeso,  varias  armas,  una  tarima,  y  sobie  ella  aii  maniquí 
con  una  chaquetilla  de  luces,  etc  ,  etc.  Diversidad  de  bancos  y  sillas. 

JOSÉ  I.ÜIS,  mozo  simpático,  pinta  entusiasmado  en  nu  gran  lien- 
zo que  representa  una  figura  de  mujer  andaluza,  de  tamaño  natural, 
envuelto  el  cuerpo  en  vistoso  mantón  de  Manila.  Colocado  en  un 
maniquí  análogo  al  que  hay  en  la  tarima,  esta  el  mantón  que  le 
ha  servido  de  modelo. 

Preséntase  en  ia  puerta  de  entrada  ESPAÑITA,  viejecülo  andaluz 
alegie  y  animoso. 

Españita.  ¿Se  puede? 

José  Luis.  ¿Quién?  ¡Adelante,  Españita! 

Españita.  Dios  guarde  á  usté,  don  José  Luis. 

José  Luis.  Ven  acá.  A  ver  qué  te  parece  esto. 

Españita.  ¿Lo  acabó  usté  ya? 

José  Luis.  Ahora  mismo. 


—  b  — 
Españita.      Admirando  el  cuadro.  ¡Presíoso!  ¡presiosol 

José  Luis.     ¿De  veras  tegu^staV 

Españita.  ihté  va  á  haserse  rico  en  París.  Se  lo  dise 
á  usté  un  modelo  viejo.  Ese  ñeco  está  pintao  de  mano 
maestra. 

José  Luis.     ¿Y  la  cara?  ¿Qué  dices  de  la  cara? 

Españita.  Que  yo  no  he  conosío  A  esta  mu  Jé,  pero 
que  debe  de  está  hal)lando. 

José  Luis.  ¡Hablando  está!  No  es  pasión  de  artista. 
Es  que  Dios  ha  dicho  vas  á  acertar,  y  he  acertado  en 
ñrme.  Te  aseguro,  Españita,  que  nunca  soñé  que  pin- 
tando á  esta  mujer  de  memoria  pudiera  salirme  tan  pa- 
recida. 

Españita.  Sí  que  es  milagroso  de  veras.  ¿Lo  ha  visto 
mister  BlayV 

José  Luis.  Todavía  no.  Luego  he  quedado  en  ir  por 
él  para  que  venga  á  verlo.  ¡No  te  digo  nada  cuando  lo 
vea!  ¡El  está  que  sueña  con  el  cuadro!... 

Españita.     ¿Se  lo  pagará  á  usté  á  peso  de  oro? 

José  Luis.  Según  lo  encuentre.  A  mí  me  ha  dicho 
que  si  acierto  con  lo  que  él  lleva  en  la  imaginación,  me 
entierra  en  libras  esterlinas  de  pie. 

Españita.     ¡Ja,  ja!  Y  es  nmy  capaz  de  haserlo. 

Asoma  CARK.'^NQUE  en  la  ventana  de  la  derecha  del  foro.  Es  un 
joven  pálido  y  triste,  que  iuma  en  pipa.  Habla  con  afectado  desdén 
de  las  cosas.  Viste  con  desaliño. 

Carranque.     Hola,  José  Luis. 
José  Luis.     Hola,  Carranque.  Pasa. 
Carranque.    No  estoy  de  humor. 
Españita.     Espantárame  yo,  don  Manué. 
Carranque.     Adiós,  líspañita. 
José  Luis.     ¿Tra))ajas  mucho? 

Carranque.     Nada.  ¿Para  qué?  No  creo  en  el  trabajo. 
José  Luis.     ¿Has  heredado  á  alguien? 
Carranque.     Tampoco  creo  en    las   herencias,  mu- 
chaclio.  Me  meto  en  mi  estudio,  á  zambullirme  estúpi- 


-  9  — 

damente  en  mi  pereza.  Huyo  de  ese  nauseabundo  Pa- 
rís, que  me  ataca  los  nervios,  con  asco.  ¡Bah! 

José  Luis.  Te  compadezco,  chico.  Lo  que  es  así  vas 
á  entregarla  pronto. 

Carranque.  Sería  una  soluci('>n.  Pero  tampoco  creo 
en  la  muerte. 

Españita.  Ah,  pues  no  tenga  usté  duda:  se  muere  la 
gente  por  ahí. 

Carranque.     Oye  una  cosa,  tú,  flor  de  optimismo. 

José  Luis.     ¿Qué  quieres? 

Carranque.     Mira  cómo  estudias  una  parada. 

José  Luis.     ¿Es  que  vas  á  pedirme  dinero? 

Carranque.     ¡Nunca!  No  creo  en  el  dinero.  ¡Bah! 

Españita.  ¡Claro!  Pa  creé  en  siertas  cosas  hay  que 
conoserlas. 

Carranque.  Te  decía  lo  de  la  parada,  porque  ahí  fuera 
disputan  con  madame  la  concierge  tres  españoles  que  se 
me  figura  que  quieren  saludarte  de  modo  expresivo. 

José  Luis.     Con  sorpresa.  ¿Tres  españoles? 

Carranque.  Un  español  y  dos  españolas.  El  viste  de 
baturro.  En  ellas  no  he  parado  mientes.  Porque  son 
guapas,  ¿sabes?  pero  con  aquella  belleza  tosca,  ordina- 
ria, de  nuestras  pobrecitas  compatriotas. 

Españita.     n.  José  Luis.  (¡Tírele  usté  argo!) 

José  Luis.  Pero  hombre,  ¿cómo  no  te  has  detenido 
á  ver  qué  querían?  Estoy  por  salir  yo. 

Carranque.  Haz  lo  que  te  plazca.  Yo  me  he  venido 
huyendo.  ¡Bah!  Les  españoles  me  molestan  en  casa  y 
fuera  de  casa. 

Españita.     ¿De  qué  pueblo  es  usté,  don  Manué? 

Carranque.  De  un  pueblo  de  cuyo  nombre  no  quiero 
acordarme.  Y  siento  haber  citado  el  Quijote;  ese  libraco 
soporífero.  Un  pueblo  de  la  España  negra,  triste,  inqui- 
sitorial... ¡Qué  país!  ¡No  se  come  más  que  cocido!  ¡Bah! 
Hasta  luego.  Me  voy  á  mi  torre  de  marfil.  Hasta  luego. 

Vase. 


—    10  — 

José  Luis.  Adiós,  hombre,  adió.s.  a  Españita.  ¿Qué  te 
parece? 

Españita.  (¿ue  no  le  vendría  mal  argunos  días,  en  lii 
torresita  de  marfí,  un  po({UÍto  de  cosido  do  ese  que  se 
come  en  España. 

José  Luis.  Es  un  majadero  forrado  de  lo  mismo.  ¿Y 
quiénes  serán  esos  compatriotas?...  Dos  mujeres...  im 
aragonés...  Me  sorprende  mucho. 

Españita.  Pues  va  usté  á  salí  muy  pronto  de  dudas. 
Porque  ir('(>  que  ya  están  ahí.  ¿No  oye  usté? 

José  Luis.     En  efecto;  aquí  llegan. 

Pastora.      Dentro,  llamando  á  la  puerta.  ¿Se  pué  pasá? 

José  Luis.     Adelante, 

Pastora.      Después  de  abrir  la  puerta,  sin  asomar  aún.    ¿Hay 

permiso? 

José  Luis.     ¡Adelante,  adelante! 

Salen  PASTORA,  MARlA  PILAR  y  MARIANO.  Pastora  es  anda- 
luza y  Maria  Pilar  y  Mariano  aragoneses.  Visten  pobremente  los  tra- 
jes peculiares  del  pueblo  en  sus  respectivas  regiones. 

José  Luis.      Sorprendidísimo.  ¡Pastora!  ¿TÚ? 

Pastora.  Yo  misma,  don  José.  Dichosos  los  ojos  que 
lo  están  viendo. 

Se  estrechan  Ins  manos  con  efusión. 

José  Luis.     Pero,  muchacha,  ¿tú  en  París? 

Pastora.  Suspirando.  Yo  en  Parí,  por  mi  mala  for- 
tuna. 

Mariano.     Güenos  días  á  to  esto,  siñor  artista. 

María  Pilar.     Güenos  días. 

José  Luis.  Felices.  Siéntense  ustedes  donde  quieran. 
Esta  es  su  casa.  Basta  que  vengan  con  Pastora  y  que 
sean  españoles. 

Mariano.     Se  estima. 

María  Pilar.     Falta  que  nos  hace.  Yo  estoy  rindida. 

Se  sienta. 

Pastora,  i.o  mismo  Yo  también,  ¡Ay,  qué  tres  días 
yevamosl 


-li- 
jóse Luís.     Sentándoselo  jimio.  Aliora  me  coiitarás,  mu- 
jer. Porque  te  aseguro  que  lo  que  menos  esperaba  era 
verte  aquí.  ¡Vaya,  vaya  con  mi  primer  modelo!  Estás- 
más  guapa  cada  día.  a  Mariano.  ¿Usted  no  se  sienta? 

Mariano.  Sí,  siñor;  pero  antes  va  usté  á  consentime 
que  le  dé  un  abrazo. 

José  Luis.      Levantándose  á  ello    ¡Ahora  mismo! 

Mariano.  Dios  se  lo  pague:  y  apriete  usté  como  si 
fuera  de  la  familia. 

José  Luis.  ¡Compadre,  usted  es  el  que  aprieta  conio 
si  yo  no  fuera  de  la  suya! 

Mariano.  Perdóneme  usté.  Es  que  lo  hi  cogido  con 
ganas.  ¡Gracias  á  Dios  que  nos  pone  en  sitio  donde  nos 
entiendan  lo  que  hablemos! 

Se  sientan  los  dos. 

María  Pilar.  Sí  que  es  antipática  esta  tierra:  ¡hasta 
los  letreros  de  las  calles  están  en  francés! 

Mariano.  Si  eso  sucediera  en  España,  ya  nos  critica- 
rían, ya. 

José  Luis.  Yo,  cuando  vine,  pasé  también  los  gran- 
des apuros. 

Pastora.  Don  José  de  mi  arma,  ¡qué  angustia  de 
idioma!  ¿Querrá  usté  creé  que  á  mí  ni  los  loros  me  en- 
tienden? ¡Miste  que  enseñarles  fransés  á  los  loros! 

José  Luis.  Bueno,  bueno,  vamos  á  ver:  ¿qué  viento 
te  ha  traído  por  París? 

María  Pilar.  Viento  de  tronada,  siñor.  Xunca  hu- 
biera soplao. 

Pastora.  A  Parí  me  ha  traío  mi  mala  fortuna,  coma 
ya  le  he  dicho  á  usté  antes,  y  los  consejos  de  miás  de 
cuatro  que  me  yenaron  de  humo  la  cabesa.  Usté  sabe 
que  yo,  viendo  que  de  modelo  no  se  come,  me  metí  á 
cantaora.  Armé  un  arboroto,  eso  sí;  pero  el  arboroto  fué 
mi  perdisión.  Porque  empesó  to  er  mundo  á  desirme: 
«No  seas  tonta  y  vete  á  Parí.  Tu  suerte  está  en  Parí.» 
Y  dale  con  Parí.  Y  torna  con  Parí.  Y  tanto  hablaron»- 


—   12  — 

•que  me  vine  á  Parí.  Y  ya  estoy  en  Parí...  y  mardita  la 
íírapia  que  me  hase  á  mí  Parí. 

María  Pilar.     Ni  á  ti  ni  á  nadie. 

Mariano.  ¡Condenao  París!  ¡Qué  malamente  nos  ha 
recibiilol 

María  Pilar.     ¡Cuándo  lo  perderemos  de  vista! 

Pastora.  ¡Cuándo  querrá  Dios!  ¡Ay,  er  día  (\ne  yo 
r-arga  de  Parí,  vi  á  sortá  un  suspiro  como  pa  hincha  un 
gloho! 

Mariano.  ¡Malhaya  París!  a  Espafüta.  ¿TTsté  no  será 
de  París^ 

Españita.    No,  señó;  no  soy  de  París. 

Mariano.     ¡Porque  se  había  lucido! 

Españita.  con  júbilo.  Yo  soy  españó,  como  ustedes. 
Paisano  de  esta  señorita  tan  guapa. 

Pastora.  ¡Ole!  En  la  manera  de  escucharme  había 
yo  conosío  que  era  usté  andaluz  ¿Es  usté  der  Puerto? 

Españita.  No,  señora,  que  soy  der  mismo  Cadi.  Der 
barrio  e  la  Viña. 

Pastora.     Y^o  soy  de  Málaga:  perchelera. 

José  Luis.  Pues  nos  juntamos  aquí  tres  andaluces; 
<iue  yo,  aunque  no  lo  parezca,  también  nací  por  allá 
atrajo. 

Pastora.    Ya  lo  sé. 

Españita.  Me  casé  con  una  fransesa,  y  por  eso  me 
he  quedao  aquí.  Las  mujeres  tiran  más  que  uno. 

Mariana.  Entonces...  disimule  usté  lo  que  se  ha  ha- 
iilao.  Aunque  de  las  mujeres  francesas  na  malo  himos 
-dicho. 

Españita.  De  la  mía  puén  ustés  desí  lo  que  se  les 
^mtoje. 

Mariano.     ¿Está  usté  separao? 

Españita     ¡Ojalá! 

María  Pilar.  ¿Es  también  de  las  que  al  recogérselas 
£ayas  enseñan  las  piernas? 

Españita.     ¡También!  ¡Pero  más  valía  que  no  las  en- 


—  13  — 

señara!  Risas.  Por  desgrasia,  mi  mujé  no  podría  serví  de 
modelo,  como  yo  sirvo. 

Pastora.    ¿Sirve  usté  de  modelo? 

Españita.  Sí,  señora.  Elegí  este  ofisio,  porque  tan 
pronto  me  veo  de  rey,  como  de  fraile,  como  de  torero^ 
como  de  majo...  ¡y  to  sin  moverme!  ¿Se  pué  duda  de 
que  yo  sea  españó? 

Nuevas  risas. 

José  Luis.  Bueno,  Pastorilla,  cuéntame  ya  cuál  es  tu 
desgracia  y  la  de  tus  amigos,  por  si  de  algo  puedo  yo- 
servir. 

Pastora.     Cuéntalo  tú,  María  Pila. 

María  Pilar.  Lo  que  nos  ocurre,  siñor,  es  que  un  im- 
presario  sinvergüenza  nos  sacó  de  España  con  engaños, 
y  nos  trajo  á  París  en  compañía  de  unos  cuantos  artis- 
tas más.  Mi  hermano  aquí  presente  y  yo,  cantamos 
jotas.  En  vez  de  llevarnos  al  teatro  que  habíamos  con- 
vinido,  nos  llevó  á  una  barraca  que  está  allí  donde 
Cristo  dio  las  tres  voces  y  no  lo  oyeron.  Fracasó  el  ne- 
gocio— claro  es,— y  lo  pior  de  to  es  que  el  muy  granuja 
se  escapó  con  una  bailadora,  se  llevó  mucha  de  nuestra 
ropa,  y  nos  dejó  en  esta  Babel  sin  más  amparo  que  el 
que  nos  quiera  llover  de  allá  arriba.  Pero  se  conoce  que 
los  santos  aquí  también  son  franceses,  y  por  más  que 
les  pidimos  cosas,  como  se  las  pidimos  en  español  no- 
nos entienden  y  no  nos  hacen  caso.  ¡Ya  podían  tener 
un  interpretico  allá  arriba,  ya! 

Pastora.  Van  dos  ó  tres  días  que  de  milagro  dormi- 
mos bajo  techao  y  comemos  caliente.  En  er  Consulao 
de  España,  como  son  tantos  á  pedí,  no  sabemos  lo 
que  podrán  hasé.  Y  nuestra  situasión  no  armite  C'^- 
pera.  Anoche  vagábamos  desesperaos  por  esas  cayes,  y  * 
quiso  la  casualidá  que  me  encontrara  á  aquer  mucha- 
cho seviyano,  también  pintó,  que  usté  me  presentó- 
en  Madrí. 

José  Luis.     Ah,  sí:  Molina. 


—  H    - 

Pastora.  Molina.  Pero  er  poljre  Molina  está  tan  pe- 
ralto á  la  paré  que  no  lo  despegan  ni  con  agua  caliente. 
No  pudo  darme  na.  Me  dijo  que  usté  vivía  aquí  y  que 
usté  quisa  pudiera  socorrernos.  Y  apenas  salió  er  S() 
echamos  pa  acá.  Ahí  en  un  banco  de  esa  plasa  que  hay 
á  la  güerta,  se  han  quedao  esperándonos  los  compañe- 
ros. Por  lo  que  usté  más  quiera,  don  José,  si  usté  no 
tiene,  discurra  usté  argo:  mándenos  usté  á  España  Yo 
le  dejo  á  usté  que  me  dé  un  beso,  y  si  usté  me  deja  á 
mí,  se  lo  yevo  a  su  madre.   ¡Mándenos  usté  á  España! 

Sileucio. 

José  Luis.  ¿Dónde  dices  que  se  han  quedado  los 
otros  compañeros? 

Pastjra.  Ahí...  en  la  plasa  esa...  derpalasio  ese...  de 
la  estatua  esa. 

Nuevo  silencio.  La  andaluza  y  los  aragoneses  esperan  con  gran 
ansiedad  á  que  hable  José  Luis. 

José  Luis.  Pues,  hija,  si  valieran  deseos,  esta  misma 
tarde  se  iban  ustedes  para  España.  Pero,  la  verdad,  aun 
que  he  venido  aquí  á  hacerme  rico...  todavía  no  he  con- 
seguido sino  mal  comer,  trabajando  mucho.  Ando  por 
ol  estilo  de  Molina.  Españita  lo  sabe.  Y  tú  me  conoces 
■de  sobra.  Lo  que  yo  tuviera  sería  tuyo;  de  u.stedes;  pero 
no  tengo  un  cuarto. 

Gran  aljatimiento. 

Pastora.     ¡Ay,  madresita  mía  der  Carmen! 

Mariano.     ¡Toas  las  puertas  se  cierran! 

María  Pilar.     ¿Qué  ti  hemos  hecho,  Virgen  del  Pilar? 

José  Luis.      Abriendo  camino  á  la  esperanza.  Ahora... 

Pastora.  ¿Ahora,  qué? 
José  Luis.     Hay  un  rayo  de  luz  todavía. 

Españita.  ¡Hay  más  que  un  rayo:  ya  sé  yo  por  don- 
de va  usté! 

Pastora.  ¿Por  d(tnde? 

José  Luis.     Vuelve  la  cara  y  mira  el  cuadro  ese. 

Se  levantan  todos. 


—  15   - 

Pastora.       Asombrada,  mirándolo.    ¡JeSÚS,  DioS  mío!  ¡Qué 

retebién  está! 

José  Luis.     ¿La  conoces? 

Pastora.  ¡Digo!  ¿No  la  he  de  conosé?  ¡Esta  es  Mer- 
seditas  la  Caramela! 

José  Luis.     Loco  de  alegría.  ¡La  Caramela!  ¡-Justamente! 

Pastora.  ¡Si  se  sale!  ¡Si  es  estarla  viendo!  ¡Qué  mujé 
más  bonita  ha  sio  siempre! 

José  Luis.  ¡Déjame  que  te  abrace,  Pastora!  ¡No  nece- 
sito escuchar  más!  ¡Déjame  que  te  abrace!  ¡Vengan 
esas  manos,  simpáticos  aragoneses!  ¡Choca,  Españita, 
choca  tú  también! 

Pastora.     Pero  ¿qué  le  susede  á  usté? 

Mariano.     Pero  ¿qué  le  pasa? 

José  Luis.  Lo  más  grande,  lo  mejor  que  puede  pa- 
sarle á  un  artista.  ¡Que  soy  creador:  que  le  doy  alma  á 
una  criatura  con  mis  pinceles!  Oigan  ustedes  la  historia 
de  este  cuadro. 

Pastora.     Hable  usté,  por  los  ojos  de  su  cara. 

José  Luis.  Hay  en  París  un  extranjero,  mister  Blay, 
hombre  extraordinario,  rarísimo,  con  más  oro  que  pesa 
y  que  tiene  gran  pasión  por  las  cosas  de  nuestra  tierra. 
En  prueba  de  ello,  el  castellano  lo  habla  como  tú  y 
como  yo.  Bueno,  pues  este  mister  Blay— estoy  nervioso 
de  alegría,  estoy  fuera  de  mí, — conoció  en  Granada 
una  noche  á  la  Caramela.  El  es  hombre  de  pasiones 
ardientes,  y  se  enamoró  de  ella  como  un  mahometano. 
La  chiquilla  por  supuesto  lo  merecía:  estaba  hecha  un 
capullo  de  rosa.  Al  día  siguiente  de  conocerla,  desaten- 
tado, ciego,  la  buscó  para  ofrecerle  su  fortuna,  su  mano, 
su  vida  entera...  ¡qué  sé  yo!  Pero  Mercedes  había  des- 
íiparecido  no  sabemos  con  quién,  y  esta  es  la  hora  en 
que  nuestro  hombre  no  ha  vuelto  á  encontrarla  viva  ni 
muerta. 

Pastora.  En  Méjico  disen  que  está,  con  Paco  er  mc- 
lonero. 


—   16  — 

José  Luis.  Eso  dicen,  pero  vaya  usted  á  averiguarlo. 
El  hecho  es  que  mister  Blay,  charlando  conmigo  una 
tarde,  se  enteró  con  asombro  de  que  yo  fui  gran  amigo 
de  Mercedes,  y  me  dijo  así:  «Yo  lo  entierro  á  usted  de 
pie  en  libras  esterlinas  — que  son  monedas  de  cinco  du- 
ros,—si  rae  pinta  un  buen  retrato  de  aquella  mujer. » 
i  Y  aquí  está  el  retrato!  ¡Y  tú  la  has  reconocido  apenas 
has  vuelto  los  ojos!  Excuso  decirte  que  se  me  figura 
estar  ya  tocando  las  libras  esterlinas,  Y  excuso  decirte 
también  que  las  primeras  que  coja  en  mis  manos  irán 
á  las  de  ustedes  para  que  se  vuelvan  á  España  y  dejen 
de  sufrir. 

La  alegría  del  artista  se  ha  ido  comuuicaudo  á  sus  oyentes. 

Pastora.  ¡Ay,  don  José  de  mi  corasón!  ¡Lo  que  acaba 
usté  de  desirnos!  ¡Vaya  usté  corriendo  por  ese  inglés! 

José  Luis.     Sí  que  voy  á  ir,  no  te  creas. 

Mariano.  Y  risulte  lo  que  risulte.  Dios  le  pague  á 
usté  su  intinción. 

María  Pilar.  Y  permítame  usté  á  mí  que  le  bese  la 
mano  con  que  ha  hecho  esa  pintura. 

José  Luis.     ¡Mujer! 

María  Pilar.  Tengo  en  España  un  hijico  que  se  me 
está  muriendo;  y  si  gracias  á  usté  llego  á  tiempo  de 
verlo  vivo,  pa  mí  que  se  me  salva,  siñor  artista;  que  de 
otros  males  plores  lo.  ha  sacao  su  madre.  Permítame 
usté  que  le  bese  la  mano. 

José  Luis.  ¡Bah!  ¡bah!  ¡No  hay  que  pensar  en  cosas 
tristes!  ¡Hoy  ya  es  todo  de  color  de  rosa! 

Mariano.  ¡Sí,  siñor;  dice  usté  muy  bien!  ¡Paice  que 
sernos  otros! 

María  Pilar.  ¡Y  sernos  otros!  ¡Y  ahora  mismo  voy  :v 
llévales  la  noticia  á  los  compañeros! 

José  Luis.     |Y  que  con  usted  se  vengan  aquí! 

Españita.     ¡Eso!  ¡eso!  ¡Que  se  vengan  aquí! 

Pastora.  ¡Bendita  sea  la  madre  que  lo  trajo  á  usté 
ar  mundo,  don  José  Luis!  ¡Pinta  usté  mejó  que  Muriyo 


-  17  — 

y  et?  usté  más  güeno  que  tos  los  santos  que  pint()  jMu- 
riyd!  ¿i 'os  no  estoy  yorando  de  alegría? 

Españita.  ¡Si  estoy  yorando  yo,  señora!  ¡Viva  la  Re- 
pública! 

Mariano.     ¡A  ver  si  vamos  á  la  cárcel! 

Españita.  ¡Ca,  hombre!  ¡Aquí  se  pué  grita  eso  á  toas 
lloras!  Por  gritarlo  una  vez  na  más  en  España  yevo  yo 
en  Fransia  cuarenta  y  sinco  años. 

Muchas  risas. 

José  Luis.  Españita,  el  momento  lo  merect;  y  lo 
pide:  ¡cántanos  tu  canción  española! 

IVIariano.     ¿Qué  canción  es  esa? 

Españita.  Una  que  yo  he  sacao  pa  consolarme  der 
destierro  y  der  matrimonio,  y  que  canto  tos  los  días 
cuando  me  levanto  y  cuando  me  acuesto...  y  cuando 
peleo  con  mi  mujé.  Van  ustés  á  oiría. 

Mariano.     ¡Venga,  venga! 

Se  sientan  todos  á  escuchar  á  Españita. 

Música 

£spañita,  poseído  de  gran  entusiasmo,  y  con  todo  el  aire  gallardo 
y  calavera  que  sus  flojas  piernas  le  permiten,  da  un  par  de  pasees, 
admirado  por  todos.  Luego  rompe  á  cantar. 

Españita.  Yo  soy  españó: 

yo  soy  de  la  tierra  dichosa 
der  vino  y  der  só. 

Para  haser  en  el  aire  castiyos 

me  basta  un  guitarro; 
para  estarme  tendido  en  la  cama 

me  basta  un  catarro; 
para  vé  como  pasan  las  hora.s 

me  basta  un  sigarro; 
para  darle  mir  güertas  ar  mundo 
me  basta  una  copa  de  vino  y  un  jarro. 

—  2 


—  18  — 

¡Chitón!  ¡Chitón! 
¡Me  carga  la  Costitusion! 

Paladín  soy  que  no  caya 
en  defensa  de  su  fe; 
soy  ministro  que  no  haya 
ni  un  escoyo  en  cuanto  ve; 
general  soy  que  avasaya, 
y  sin  tropas  ni  metraya, 
yo  no  pierdo  una  bataya 
en  la  mesa  der  café. 


Yo  tengo  tesoros 

de  supertisión; 

un  naipe  de  oros 

es  un  fortunen. 

Me  encantan  los  moros 

y  la  Inquisisión, 

y  voy  á  los  toros 

y  luego  ar  sermón. 

Dándose  golpes  de  pecho. 

— ¡Santo,  santo,  santo, 
Señor,  yo  pequé! 
<Jritanc1o,  como  si  estuviera  en  los  toros. 

-  ¡Señor  presidente, 
no  lo  entiende  usté! 

-  ¡Santo,  santo,  santo, 
misero  mortá! 

-  ¡Vayase  usté  ar  toro! 
¡Granuja!  ¡morra! 

Yo  nunca  estoy  triste: 
yo  soy  españó. 


—  19  — 

A  todo  infortunio  mi  patria  resiste. 

Es  la  única  tierra  que  ersiste 

que  vendo  y  revende  la  sombra  y  er  só. 

Yo  soy  españó: 
yo  soy  de  la  tierra  dichosa 
der  vino  y  der  só. 

<,'esa  la  música  entre  aplausos  y  aclamaciones  á  Españita. 

María  Pilar.     ¡Mira  qué  bonica  es! 

Mariano.     ¡Bonica  de  veras! 

Españita.  Cuando  estoy  enfadao  con  mi  mujé  y  se 
la  canto,  le  sienta  peo  que  unas  banderiyas  e  fuego. 
¡Ja,  ja! 

María  Pilar.  ¡Conque,  yo  me  voy  á  llegar  por  los 
otros! 

Españita.  ¡Y  yo  la  acompaño,  que  me  gusta  mucho 
dá  güeñas  notisias! 

José  Luis.  ¡Pues  yo  estoy  aquí  con  mister  Blay  antes 
de  media  hora! 

María  Pilar.     ¡Pues  andando! 

José  Luis.     ¡Andando! 

Se  van  anhelantes  por  la  puerta  <le  la  derecha.  María  Pilar  delan- 
te, y  Españita  y  José  Luis  abrazados  detrás  entonando  la  canción  de 
Españita.  Pastora  va  con  ellos  hasta  la  puerta,  y  luego,  con  orgullo 
atisfecho,  se  dirige  á  Mariano. 

Pastora.  ¿No  se  lo  dije  á  usté?  ¿Hisimos  malamente 
en  vení  aquí?  Ahí  tiene  usté  lo  que  son  las  cosas:  un 
andaluz  es  er  que  va  á  sarvarnos.  ¡Un  andaluz!  Pa  que 
usté  se  entere:  ¡un  andaluz!  ¡Métase  usté  ahora  con  los 
andaluses!  ¡Eso,  eso  es  un  andaluz! 

Mariano.     Ya  ha  dicho  él  que  no  lo  parecía. 

Pastora.  ¿Sí,  verdá?  Con  que  no  lo  parezca  y  lo  sea.,. 
Usté  tampoco  paese  bruto...  y  pué  dá  lersiones. 


—  20  — 

Mariano.  ¿Ya  empezamos'?  ¡Que  siempre  liimos  de 
estar  riñendo! 

Pastora.     No  ge  meta  usté  con  mi  tierra. 

Mariano.     Si  es  usté  la  que  se  mete  con  la  mía. 

Pastora.     Porque  usté  la  quié  compara. 

Mariano.  ¿Comparala  yo?  ¡Dios  me  libre!  ¿Qué  com- 
ytaración  ha  de  haber  entre  un  país  que  no  da  más  que 
embusteros  y  otro  que  dice  las  verdades  claras? 

Pastora.  ¡De  boquiya!  Mucha  palabra  gorda,  mucho 
puñetaso  en  er  pecho,  mucho  maño  pa  arriba,  mucha 
maña  pa  abajo...  y  eso  es  lo  que  tienen  ustés:  mucha 
maña...  pa  engaña  á  to  er  mundo. 

Mariano.     ¡Usté  quié  oíme! 

Pastora.  Poro  conmigo  se  la  lía  usté  ar  deo,  compa- 
dre; que  ya  ha  querío  usté  varias  veses  entra  por  uvas... 
y  se  ha  encontrao  usté  con  un  perro  en  la  viña. 

Mariano.  Siempre  le  hará  usté  caso  á  algún  flamen- 
co escucliimizao,  de  esos  que  vienen  con  no.sotros. 

Pastora.  A  cuarquiera,  menos  á  un  liombre  que  se 
ensiende  los  fósforos  en  la  cabesa. 

Mariano.      Dándose  en  ella  un  puñelazo.  ¡Es  que    hav    qUO 

ver  bien  la  caecica! 

Pastora.  Der  país.  Tienen  ustedes  que  usa  pañuelo 
en  vez  de  sombrero,  porque  los  sombreros  se  lastiman... 

Mariano.  Gracia  me  hace  usté  á  veces:  la  verdá  sea 
dicha. 

Pastora.  ¡Pos  es  raro;  porque  nasi  no  me  acuerdo 
dónde!... 

Mariano.  ¡Anda  con  Dios!  No  se  le  pué  echar  á  usté 
un  piropo:  en  siguida  se  engríe.  ¡Cristo,  qué  humos  con 
la  gracia!  ¡Estoy  ya  de  la  tierra  e  la  gracia  hasta  los 
mismos  pelos!  Y  dispués  de  to,  si  va  usté  á  míralo,  por 
cada  andaluz  que  sale  gracioso,  já  cuánto  pelmazo  hay 
que  aguantar!  ¡Por  aquello  de  que  son  de  la  tierra  e  la 
gracia! 

Pastora.     No,  no,  si  eso  es  sabio:  pa  grasia,  los  arago- 


—  21  — 

neses.  imitáudoio  con  exageración.  «¡Chiquio!  ¿Cómo  has 
podio  comerte  un  cabrito  tú  solo?  ¡Ahi  tiés  tú:  entró  á 
juerza  e  pan!»  Vaya  grasia...  y  va3'a  finura. 

Mariano.  ¡De  la  finura  no  se  ha  hablao!  ¡Usté  quié 
oime! 

Pastora.  Ni  de  la  finura  ni  de  na  debía  hablarse. 
Yo  no  sé  pa  qué  discuto  con  usté.  ¿Dónde  se  va  á  pone 
tierra  con  tierra?  Er  día  que  va3-a  usté  á  Seviya,  y  oiga 
usté  repica  las  veintisinco  campanas  de  la  Girarda... 

Mariano.  ¡Joroba  con  las  veinticinco  campanas,  si- 
ñora!  ¡La  Campana  de  Huesca  no  es  más  que  una,  y  es 
más  soná  que  toas  las  veinticinco  de  usté!  ¡Y  no  se  la 
refriego  á  usté  tanto  por  los  hocicos! 

Pastora.  Che,  che,  che;  que  yo  no  tengo  hosicos; 
que  me  confunde  usté  con  la  burra,  como  en  toas  las 
•coplas  de  amores  que  canta  usté. 

Mariano.    ¿También  se  va  usté  á  meter  con  las  coplas? 

Pastora.      Volvleudo  á  imitarlo. 

La  burrica  de  mi  suegra 
y  el  burrico  de  mi  suegro, 
tuvieron  una  burrica 
y  yo  les  hice  el  cuarteto. 
Eso  es  una  fió  y  lo  demá  es  un  cardo. 
Mariano.     ¡Usté  quié  oíme! 

Pastora.  Siempre  cambian  ustés  á  la  novia  por  la 
burrica.  Por  argo  será. 

Mariano.     ¡Repaño,  esas  son  gromas!  ¡Y  cuando  uno 
está  de  groma...  dice  lo  que  siente!   ¡Dispués  de  to,  pre- 
feribles son  esas  salidas  á  los  yorigoris  del   cante  jondo 
que  usan  ustés  por  Andalucía! 
Pastora.     ¿Cómo  gorigoris? 

Mariano.  Remedando  los  ademanes  de  los  cantadores  de  fla- 
menco. Que  entré  en  el  cimenterio  y  pisé  un  güeso;  que 
mi  madrecita  se  me  muere;  que  á  mi  padrecito  le  dan 
garrote;  que  si  el  presidio,  que  si  el  hespital...  ¿Eso  es 
■estar  de  jota  ó  es  estar  de  iideum? 


—  22  — 

Pastora.     Lo  que  hay  en  mi  tierra  son  unos  cantares^ 
(le  cariño  que  ni  soñando  los  ha  escuchao  usté  nunca. 
Mariano.     ¡Pues  anda  que  en  la  mía! 
Pastora     Lo  primero  que  farta  en  la  de  usté  es  quien. 
sejia  (jueré  de  ley. 

Mariano.  ¡También  es  inorancia!  Siñora,  vaya  usté 
á  Teruel,  y  vea  usté  las  momias  de  los  amantes.  ¡Toa- 
vía  se  están  mirando! 

Pastora.  En  Andalusía  nos  aprovechamos  antes  de- 
yegá  á  momias.  Oiga  usté  esta  coplita: 

Dies  años  después  de  nmerta 
y  á  la  vera  de  mi  hoyo, 
has  de  encontrar  unas  ñores 
con  er  coló  de  tus  ojos. 
Mariano.     ¡Está  bien!  ¡Pero  no  salimos  del  cimente- 
rio y  de  sus  alredores! 

Pastora.     Pos  oiga  usté  esta  de  otro  estilo. 
He  visto  una  marvaloca 
en  un  campito  andaluz, 
tan  gayarda  y  tan  bonita 
que  me  paresiste  U'i. 
Mariano.     ¿Eso  es  á  mí? 

Pastora.  ¡No,  hombre!  ¡No  sea  usté  anima!  Eso  es  de 
un  enamorao  á  su  novia:  en  luga  de  desirle  que  no  va 
á  verla  porque  está  en  er  pesebre  trabao,  que  es  lo  que 
usté  diría. 

Mariano.     ¿Ah,  sí?  Ya  que  me  pica  usté  el  amor  pro-^ 
pió,  a  ver  si  entre  tos  sus  cantares  saca  usté  uno  de  su 
tierra  como  este  que  canto  yo  de  la  mía. 
Pastora.     Vamos  á  verlo. 

Música 

Mariano.  Apoyando  un  pie  en  un  banquillo  y  simulando  que 
toca  la  guitarra. 

En  Aragón  hi  nació 
porque  así  lo  quiso  Dios: 


—   23  — 

si  me  consultan  mi  gusto 
también  nazco  en  Aragón. 

Pastora.  Esa  es  mu  bonita, 

varga  la  verdá; 
pero  oiga  usté  una 
que  le  va  á  gana. 


Aquer  pueblesito  blanco 
(¡ue  está  entre  los  olivares, 
vale  más  que  er  mundo  entero 
porque  ayí  tengo  á  mi  madre. 


Mariano-  A  eso  de  la  madre 

le  hi  de  contestar; 
que  la  madre  es  cosa 
para  tos  igual. 


Viejecica,  viejecica, 
á  tu  Virgen  que  es  tan  suena, 
dile  tú  que  me  perdone 
que  te  quiera  más  que  á  ella. 

Pastora.  De  Virgen  sé  yo  una 

que  es  un  portento. 
No  hay  en  otra  ninguna 
más  sentimiento. 


Los  ojos  con  que  lo  miro 
te  ofrezco  yo,  Virgen  mía, 
porque  no  miren  á  otra 
los  ojos  conque  ér  me  mira. 


—   24  — 
Mariano.     ¡Pues  allá  va  esta  de  carino! 

Es  tanto  lo  que  la  quiero, 
que  cuando  la])ro  la  tierra, 
mi  arado  escribe  en  el  surco 
su  nombre  letra  por  letra. 

Pastora.     ¡Pos  aya  va  esta  otra! 

Lo  yevo  tan  en  el  arma, 
que  cuando  yoran  mis  ojos, 
en  cada  lágrima  mía 
va  una  imagen  <lerque  adoro. 

Mariano.  De  cariño  una  rosa 

planté  en  mi  pecho, 
y  los  celos  me  espinan: 
¡malditos  celos! 

Pastora.  Kr  cariño  es  un  niño 

que  yora  y  ríe: 
er  cariño  sin  yanto 
no  echa  raíses. 


Mariano.      Vo  bendigo  á  todas  horas 
la  tierra  donde  nací... 

Pastora.       interrumpiéndole. 

¡Eso  es  de  mi  tierra! 
Mariano.  ¡No,  que  es  de  la  mía! 

Pastora.  ¡Siempre  se  ha  cantao 

por  Andalusía! 
Mariano.  ¡Pues  en  Zaragoza 

ya  lo  escucharía! 
Pastora.  ¡Eso  es  de  mi  tierra! 

Mariano.  ¡No,  que  es  de  la  mía! 


—  25  — 

Yo  bendigo  á  todas  horas... 

Pastora.  Yo  bendigo  á  todas  horas.., 

Mariano.  La  tierra  donde  nací... 

Pastora.  La  tierra  donde  nasí... 

Mariano.  Porque  por  algo  mi  madre., 

Pastora.  Porque  por  argo  mi  madre. 

Mariano.  Hizo  que  naciera  alH... 

Pastora.  Hiso  que  nasiera  ayi. 


Mariano 


¡Siempre  se  ha  cantao 
por  Andalusía! 
¡Pues  en  Zaragoza 
va  lo  escucharla! 


Cesa  la  música. 


¡Bien  ha  estao  de  copUcas! 

Pastora.     ¡Bien  ha  estao! 

Mariano.     Pero  no  himos  dicho  ninguna  contra  la-s 
suegras. 

Pastora      Como  ni  usté  ni  yo  nos  hemos  casao,  toavia 
no  ha}'  motivo. 

Mariano. 
muy  sabida: 


Miste  esta  que  me  ricuerdo  ahora  y  que  es 


Aquel  que  quiera  mandar 
mmiorias  á  los  infiernos, 
la  ocasión  la  jñntan  calva: 
mi  suegra  se  está  muriendo. 
Pastora.     Pos  atienda  usté  á  esta,  que  oí  yo  en  un 
bautiso  en  Seviyp: 

Guando  se  muera  mi  suegra 
que  la  entierren  boca  abajo, 
por  si  escarba  pa  salirse 
que  se  vaya  más  pa  abajo. 
Mariano.     ¡Cristo  qué  ideíca! 


—  26  — 

PSStora.  Mirando  por  una  de  las  veutanus.  ¡Ahí  está  nues- 
tra gente!  Tendrá  que  oí  la  seña   Manuela.  Encaminase 

bacía  la  puerto. 

Mariano.     Escuehe  usté,  Pastora. 

Pastora.     Deteniéndose.  ¿Qué  hay,  Mariano? 

Mariano.  Que  lo  pior  de  to  será  que  le  toque  á  usté 
una  suegra  de  mi  tierra. 

Pastora.  Lo  pior  será  que  me  toque  un  marido, 
¡(i  üerva  usté  por  otra!  vase, 

Mariano.  Se  mi  está  metiendo  en  el  seso  esta  mujer. 
Y  mientras  más  riñimos,  más  me  gusta.  ¡Y  riñimos  tos 
los  días  veinticuatro  veces!  Pero  ¡anda!  que  hasta  que 
no  me  diga  que  Aragón  vale  más  que  su  tierra,  no  li  he 
de  decir  yo  lo  que  estoy  pasando. 

Capitaneados  por  ESPAÑITA,  PASTORA  y  MARÍA  PILAR,  llegan 
auimosos  y  alegres  la  SEÑA  MANUELA,  CONCHITA,  xMEDlNA, 
ANSÚREZ  y  GREGORIO,  andaluces  todos  menos  este  último.  La  será 
Manuela,  madre  de  Conchita,  es  una  vieja  agitanada;  Conchita,  es 
bailadora;  Ansúrez,  cantador,  y  Medina,  tocador.  Lleva  consigo  una 
guitarra  enfundada.  Es  l:omV)re  entrndo  eu  años  y  habla  siempre  en- 
tre lágrimas  y  sollozos.  Gregorio  es  un  mozo  b.iilador  aragonés. 

Españita.  Por  aquí;  vengan  por  aquí.  Llevándolos  ante 
el  cuadro  de  José  Luis.  Este  cs  cr  rctratito  que  va  á  hasé  er 
milagro. 

Todos  lo  contemplan  con  admiración.  Algunos  materialmente  em" 
bobados.  Pausa, 

Conchita.     ¡Ay,  qué  cosa  más  presiosa! 

Seña  Manuela.     ¡Ay,  qué  manos  de  hombre! 

Ansúrez.  ¡Vaya  asúcar  cande!  No  le  farta  más  que 
er  parpagueo. 

Medina.  Yo  no  pueo  vé  estas  cosas  sin  echarme  á 
3'orá.  ¡Seviya  e  mi  arma! 

Seña  Manuela.    Er  mantón  está  hablando. 

Pastora.     f-;La  conoseis? 

Ansúrez.     ¡Pos  ya  lo  creo! 

Conchita.     ¿No  la  tenemos  de  conosé? 


—  27  — 
Gregorio.      Que  no  ha  pestañtíado  hasta  ahora.    ¿Es  la  RipÚ- 

blica? 

Todos  se  ríen. 

Espafiita.     ¡Ja,  ja!  La  República,  dise. 

Mariano.     ¡Qué  bruto  eres,  Grigorio! 

Gregorio.     ¡Del  roce  con  tú! 

Ansúrez.     ¡Es  Merseditas  la  Caramela! 

Medina.     ¡Si  es  verla  en  persona! 

Conchita.     ¡Como  que  paese  que  nos  va  á  habla! 

Seña  Manuela.  Ganas  me  dan  de  preguntarle  qué 
ha  hecho  de  unos  pendientes  que  le  presté. 

María  Pilar.  ¡Güen  respiro  ha  tenido  la  seña  Ma- 
nuela! 

Seña  Manuela.  Respiro  cuando  nos  veamos  en  er 
ferrocarrí.  ¡Ay! 

Pastora.  No  me  hable  usté  de  eso,  que  me  paese- 
mentira 

María  Pilar.     Y  á  mí  también.  Lo  veo  y  no  lo  creo. 

Ansúrez.  Yo,  ¡mardito  sea  er  mundo!  como  faye  la 
combinasión  me  tiro  ar  Sena. 

Seña  Manuela.  ^;A  qué  sena?  ¿Quién  habla  de  senas 
ahora,  si  toavía  está  en  el  aire  el  armuerso? 

Españita.     ¡Ja,  ja! 

Gregorio.  ¡Lo  pior  será  que  nos  den  billete  de  ida  y 
güelta!  ¿Qué  hacemos  3ntonces? 

Mariano.  ¡Amontarnos  en  tú,  paque  nos  lleves  uno 
á  uno! 

Medina.  Compañeros,  yo  estoy  entregao.  Me  acuerdo 
e  mi  casa,  me  acuerdo  e  mi  gente,  y  como  ya  soy 
viejo... 

Seña  Manuela.  ¡Puñales!  ¡no  nos  meta  usté  er  cora- 
sen en  un  puño! 

Vuelve  JOSÉ  LUIS  en  esto.  Los  recién  llegados  se  deshacen  en. 
cumplimientos  y  bendiciones. 

José  Luis.     ¡Paisanos,  salud! 

Españita.     ¡Este  cabayero  es  er  padrino! 


—  28  - 

Seña  Manuela.  ¡Ay,  señó  padrino!  ¡Bendita  sea  la 
iiiiulrc  ([Ue  lo  parió  á  usté! 

Ansúrez.  ¡Dios  le  premie  á  usté  lo  que  va  á  hasé  con 
•estos  pobres  desterraos! 

José  Luis.     Vaya,  vaya.. 

Medina.  ¡Crea  er  señorito  que  es  una  ohra  i;  ca- 
ri, lá  I 

Conchita.  ¡xVrgún  día  se  la  pagaremos,  ca  uno  como 
puea! 

José  Luis.     No  se  hable  de  e.so,  por  amor  de  Dios. 

Seña  Manuela.  ¡Esta  hija  mosita  tengo:  si  la  quié 
usté,  se  pué  casa  con  eya  esta  tarde! 

Conchita.  ¡Y  lo  mismo  le  digo  yo  á  usté  de  mi 
■mamá! 

Medina.  ¡Yo  no  tengo  más  que  esta  guitarra,  hereda 
de  mi  padre,  y  es  de  usté! 

Ansúrez.  ¡Yo  no  tengo  más  que  un  corasón  pa  agra- 
-deserle  su  servisio! 

María  Pilar.     ¡Grigorio,  di  tú  algo! 

Gregorio.  ¡Si  no  me  dejan  estos,  que  hablan  tos  á  la 
vez! 

José  Luis.  Bueno,  bueno,  basta  de  gratitudes  ya... 
No  me  emocionen  más  de  lo  que  estoy.  El  extranjero 
■que  va  á  pagar  el  cuadro  se  ha  detenido  á  la  puerta  del 
estudio  con  un  amigo...  Apártense  ustedes  á  un  lado 
para  no  llamarle  la  atención  cuando  entre. 

Obedecen  todos  con  gran  solicitiid. 

Españita.  Yo  me  voy  ahí  junto,  al  estudio  der  señó 
i  )urand;  que  es  mi  hora.  Si  nesesita  usté  argo,  ya  sabe 
<l<')nde  estoy. 

José  Luis.     Gracias,  Españita. 

Españita.     Paisanos,  hasta  luego. 

Pastora.     ¡Hasta  luego! 

María  Pilar.     Vaya  usté  con  Dios. 

Mariano.     Que  le  veamos,  ¿eh?  » 

Medina.     ¡Que  le  demos  á  usté  un  abraso! 


—  29  — 

Se  va  Españita  por  ¡a  puerta  de  la  derecha.  A  poco  se  lo  ve  cru- 
zar hacia  la  izquierda  por  el  jardín. 

José  Luis.  Moviendo  un  poco  el  caballete  que  sostiene  el  cua- 
dro. Así  parece  que  le  da  mejor  luz.  ¿Verdad,  Pastora'? 

Pastora.  Xo  tenga  usté  cuidao  ninguno,  que  le  va  á, 
encanta,  Conchita  y  Ansúrez  y  Medina  y  tos  se  han 
quedao  con  la  boca  abierta. 

Ansúrez.     Verdá  que  sí:  es  un  cuadro  presioso. 

Medina.  A  mí  se  me  sartan  las  lágrimas  na  más  e 
lo  miro. 

Gregorio.     ¡Y  aguarde  usté  que  le  pongan  el  marco! 

José  Luis.  Mister  Blay  viene  ilusionadísimo,  soñan- 
do con  la  primera  impresión.  .Al  fin  y  al  cabo  es  ui> 
enamorado.  Aquí  llega.  Adelantándose  á  recibirlo.  Pase  el 
ilustre  mister  Blay  á  honrar  una  vez  más  mi  modesto 
estudio. 

El  grupo  de  los  españoles  está  al  lado  opuesto  del  cuadro.  Pastora, 
delante  de  todos  ellos,  en  primer  término.  Llega  MISTER  BLAY.  Sis- 
figura  es  noble  y  simpática;  su  rostro  encendido.  Es  hombre  de  me- 
diana edad,  y  no  es  rubio  ni  tiene  patillas.  Usa  monoclo.  Viste  ele- 
gantemente de  americana.  Habla  con  calma  inalterable  y  con  leve 
acento  extranjero. 

Mister  Blay.     Buenos  días. 

Todos  contestan  á  su  saludo  con  la  misma  frase,  aunque  no  á  la 
vez,  naturalmente. 

José  Luis.  Mister  Blay,  he  acjuí  mi  humilde  obra,-. 
esperando  su  aprobación. 

IVIister  Blay.  Vamos  á  verla  En  este  momento,  cuando  se 
cala  el  monoclo  ¡tara  mirar  el  cuadro,  tropiezan  sus  ojos  con  la  figu- 
ra de  Pastora,  que  le  subyuga  y  que  le  atrae.  No  puede  contener  nna 
ligera  exclamación  de  asombro:  ¡Ah!  Permanece  un  rato  admiran- 
dola.  La  inquietud  del  pintor  aumenta  por  segundos.  No  sabe  qué 
hacer  para  llamarle  la  atención  hacia  el  lienzo. 

José  Luis.     ¡Ejem!...  Mister  Blay... 
Mister  Blay.     Absorto.  Peregrina  hermosura...  Tipo  de 
espaüola  perfecto... 


—   30   — 
José  Luis.     Mistcr  lilay... 

Pastora  se  retira  un  tanto,  esquivando  la  pertinaz  mirado  del  ex- 
tranjero. Este  la  sigue  con  los  ojcs. 

Misten  Blay.  Tiene  aquella  noble  bizarría  de  las  an- 
daluzas. J.o  que  los  españoles  llaman  garbo. 

José  Luis.      Cada    vez    más    desconcertado.  ¡Ejem!    ¡ejem!. 

Mister  Blay...  mister  Blay... 

Misten  Blay.    ¿Qué  pasa? 

José  Luis.    El  cuadro... 

Mister  Blay.  Ah,  el  cuadro.  Es  verdad,  que  he  veni- 
do á  verlo.  Aparta  su  vista  de  Pastora  y  se  encara  fríamente  con 
cl  lienzo.  Está  un  minuto  contemplándolo.  Nadie  respiía.  .losé  Luis 
tiembla.  Al  cabo,  volviéndole  la  espalda,  dice:  No  me  gUSta.  Y  se 
encamina  hacia  Pastora. 

José  Luis.    ¿Eh? 

Misten  Blay.     Que  no  me  gusta. 

Consternación  general.  Ninguno  puede  reprimir  una  exclamación, 
y  casi  simultáneamente  salen  todas  ellas  de  sus  labios. 

Manía  Pilan.    ¿Que  no  le  gustaV 
Conchita.     ¿Que  no  le  gusta? 
Seña  Manuela.     ¡No  le  gusta! 
Medina.       ¡No  le  gusta! 
Ansúnez.     ¡La  jisimos!  ¡No  le  gusta! 
Gregonio   ¿No  le  gusta? 

Misten  Blay.      volviéndose  hacia  ellos,   algo    sorprendido.  No, 

señores ,  no;  no  me  gusta. 

Maniano.  (¡Como  que  ya  estoy  viendo  yo  lo  que  le 
gusta!) 

Misten  Blay.     a  Pastora.  ¿Es  usted  española,  .señorita? 

Pastona.     Si,  señó:  soy  de  Málaga. 

Misten  Blay.  ¡Oh,  de  Málaga!  Honra  usted  á  su 
tierra. 

Pastona.     Grasias:  es  favo. 

Misten  Blay.    Yo  no  hago  favores. 

Gnegonio.     ¡Ya  lo  estamos  viendo! 

Misten  Blay.    ¿Eh? 


—  al- 
iviaría Pilar.     ¡Calla,  borrico! 
José  Luis.     De  modo...  mister  Blay  ..  querido  mister 

Hlay... 
Mister  Blay.     ¿Qué  es  eso?  ¿Qué  le  sucede  á  usted, 

que  está  tan  triste,  teniendo  aquí  tan  buena  compañíaV 
José  Luis.     Como  me  ha  dicho  usted  c[ue  no  le  gusta 

«1  cuadro... 

Mister  Blay.     ¡El  cuadro!  ¡el  cuadro!...  No  tome  nada 

tan  á   pechos...    Abrazándolo    cariñosamente.    La    Culpa  de  lo 

sucedido  es  de  usted...  La  belleza  real  es  siempre  supe- 
rior á  la  pintada;  aunque  se  llamara  usted  Velázquez. 
El  cuadro  de  usted  puede  que  me  guste,  que  me  entu- 
siasme, mañana  ó  pasado:  hoy  es  imposible,  vuelve  junto 
ú  Pastora.  ¿Couquc  malagueña,  verdad? 

José  Luis.  (¡Vaya!  ¡Por  ahora  lleva  las  de  perder  el 
cuadrito!) 

Pastora.     Sí,  señó;  malagueña.  Recriá  en  Seviya, 

Mister  Blay.     ¿Y"  su  papá  de  usted? 

Pastora.     Mi  papá  era  de  Córdoba. 

Mister  Blay.     ¿Y  su  mamá? 

Pastora.     Mi  mamá  de  Cadi. 

Seña  Manuela      (¿Le  va  á  hasé  er  padrón?) 

Mister  Blay.  Sangre  de  toda  Andalucía  corre  por 
sus  venas  de  usted. 

Pastora.     Así  párese. 

Mister  Blay.    ¿Y  qué  hace  usted  aquí? 

Seña  Manuela.     ¡Esperando  er  santo  arvenimiento! 

Mister  Blay.     ¿Quién  es  esa  señora  que  habla? 

Conchita.     Mi  mamá. 

Mister  Blay.    ¿Y  usted  quién  es? 

Conchita.     Yo  soy  la  hija  de  esa  señora. 

Mister  Blay.    Eso  tiene  gracia. 

En  vista  de  esta  favorable  opinión,  se  ríen  todos  para  halagar  á 
Mister  B!ay. 

AnSÚreZ.      Animándose,  seguro  de  su  ingenio.  MosiÚ,  ya  que 

no__ha  visto  usté  bien  el  otro  cuadro,  miste  er  cuadro 


—    32    - 

este,  de  unos  cuantos  artistas  de  tablao  (jue  están  aquí 
pasando  las  moras. 

Nlister  Blay.    Eso  no  tiene  gracia. 

María  Pilar.  Güen  hombre,  con  licencia  de  usté,  le 
diré  yo  que  semos  unos  infilices  desterraos  de  España, 
que  suspiramos  por  golver  á  ella.  El  que  más  y  el  que 
menos  tiene  allí  de  quien  acordarse,  y  siente  unos  tiro- 
nes en  el  corazón  que  le  hacen  mucho  daño. 

Mariano.  ^,A  qué  le  cuentas  al  siñor  lo  que  no  le 
importa? 

Misten  Blay.  ¿Quién  le  ha  dicho  á  usted  que  no  me 
importaV 

Pastora.  A.  mi  se  me  ocurre,  que  en  luga  de  yoraríe 
plagas  á  este  cabayero,  lo  que  debemos  es  bailarle  y 
cantarle  una  mijita,  pa  que  apresie  nuestro  trabajo.  ¿No 
opina  usté,  don  José  Luis? 

La  iniciativa  de  Pastora  aiiiiDa  y  rei?ocija  á  todos. 

José  Luis.  ¡Claro!  Mister  Blay  gusta  mucho  de  todas 
las  cosas  de  España. 

Mister  Blay.  Sobre  todo,  de  lo  que  lleva  aroma  po- 
pular. Acepto  esa  fiesta,  señorita.  Ya  presumía  yo  que 
usted  diría  lo  mejor  de  cuanto  se  hablase.  ¿Usted 
canta? 

Pastora.     Maliy amenté,  pero  canto. 

Maria  Pilar.     Yo  también  canto:  cot.as  de   mi  tierra. 

Ansúrez.     Y  yo. 

Medina.     Y  yo  toco. 

Conchita.     Y  yo  bailo. 

Gregorio.  Y  yo  bailaba  jotas,  pero  se  mi  ha  fugao 
la  pareja  con  el  impresario.  ¡Ajolá  discarrilen! 

Mister  Blay.    a  Mamno.  ¿Y  usted? 

Mariano.     Yo  hago  lo  que  se  tercie. 

Mister  Blay.     a  la  seña  Manuela.  ¿Y  usted,  señora? 

Seña  Manuela.  Yo  no  hago  mas  que  tené  cuidao 
con  mi  niña;  que  no  es  poco  trabajo. 

Mister  Blay.     Eso  tiene  gracia,  vuelven  á  reírse  todo?. 


—  33  - 

como  antes.  Dígame  algún  chiste  de  su  país.  Algún  golpe, 
como  ustedes  les  llaman. 

Seña  Manuela.     ¿No  se  va  usté  á  enfada? 

Mistar  Blay.  No,  señora;  aunque  se  meta  u.sted  con- 
migo. 

Seña  Manuela.  Pos  entonses  le  vi  á  desi  una  cosa: 
([Ue  se  quite  usté  ese  crista  que  yeva  en  el  ojo,  porque 
paese  que  va  usté  asomao  á  un  camarote. 

Fíe  de  bueua  gana  el  extranjero  y  todos  lo  acompañan. 

Mister  Blay.     ¡Muy   bien;   muy    justa    observaciónl 
Diga  usted  todo  cuanto  se  le  ocurra. 
Conchita.     (Este  no  sabe  lo  que  píe.) 
Mister  Blay.     Y  vamos  á  ver  esa  fiestecita. 
Pastora.     \^amos  aya,  vamos  aya, 

Gran  animación  y  alegría.  En  un  decir  Jesús,  quedan  todos  colo- 
cados convenientemente,  sin  duda  por  la  fuerza  de  la  costumbre. 
Ansúrez  y  Medina  se  sientan  en  dos  sillas  que  colocan  sobre  la  ta 
rima,  y  los  demás  se  agrupan  eii  torno  de  ellos,  unos  de  pie  y  otros 
sentados  en  la  propia  tarima.  Mister  Blay  no  le  quita  ojo  á  i'astora. 
ni  Mariano  á  Mister  Blay.  Durante  todn  la  fiesta  Mariano  permanece 
callado. 

Música 

Seña  Manuela.  Ande  usté,  Paco:  tóquele  usté  argo  á 
mi  Conchiya,  pa  que  eya  baile. 

Ansúrez.  Deje  usté,  seña  Manuela.  Haré  yo  boca 
con  unas  soleares.  ¡La  copita  e  casaya! 

Medina.  Eso  está  más  propio.  A  vé  si  sacas  lo  me- 
jorsito  der  baú. 

Principia  á  tocar  con  verdadero  lujo  de  dedos, 
Ansúrez.      cantando  al  son  de  la  guitarra. 

Un  dolorsito  que  tengo 
no  lo  curan  melesinas; 
lo  curan  tus  ojos  negros. 


—   34    - 
Los  compañeros  lo  jalean. 

Mister  Blay.     Xo  me  gusta. 
Ansúrez.     ¿No  le  gusta? 

Pastora.     Es  que  ha  cantao  con  un  poquiyo  e  mieo. 
Seña  Manuela.     Baila  tú,  Conchiya,  baila  tú. 
Ansúrez.     Aguarde  usté,  agüela.   ¡Cambiaremos  hi 
bebía!  a  Medina.  Pásate  ar  moyate. 
Medina.     ¿Un  tanguiyo? 
Ansúrez.     Un  tanguiyo. 
Conchita.     ¡Vamos  á  verlo! 

Ansúrez.      volviendo  á  cantar. 

La  estreyitas  que  hay  en  er  sielo 
me  dan  consuelo  de  cuando  en  cuando, 
y  las  estreyas  que  hay  en  tu  cara 
me  tienen  siempre  desconsolao. 

Mándame  un  besibitibito 

de  la  tu  boquibitil)ita, 

que  estoy  enfermibitibito 

de  calenturibitibita. 

Los  compañeros  se  entusiasman  á  ver  fi  contagian  á  Mister  Blay. 

Mister  Blay.     No  me  gusta. 

Ansúrez.      como  quien  se  traga  una  pildora   sin  agua.  ¿Tauí- 

pocoV 

Seña  Manuela.     ¡Que  baile  mi  Conchiya,  ó  .-^e  va  á 
cansa  este  señó! 

José  Luis.     Sí,  sí;  que  baile,  que  baile. 

Pastora.     Anda,  Conchiya,  baila  cuarquier  cosa. 

Conchita.     Volandito.  Toque  usté  Las  Pamplinas. 

La  seña  Manuela  coge  el  manlóu  de  Manila  que  hay  en   el  mani- 
quí y  se  lo  ooloc.i  á  su  hija. 

Ansúrez.      a  Medina,  mientras  Conchila  se  prepara.    (Estaba 

por  desirle  ar  tío  ese  que  se  pusiera  er  crista  en  la  oreja. 
Medina,     a  Ansúrez,  Cármatc,  por  tu  salú,  que  nos  va 
er  viaje.)  Conchiya,  Las  Pamplinas.  ¡Vamos  aya! 


-   35   - 
'Conchita.     ¡Vamos  aya! 

AnSÚreZ.      olvidando  todo  resentimiento.  ¿HagO  parmitas? 

Mister  Blay.     Mejor  será  que  no  liaga  usted  nada. 

Ansúrez.  Güeno  está.  (¡La  ha  tomao  conmigo  el  in- 
glés!) 

Seña  Manuela.  Verá  usté,  verá  usté  mi  niña.  Y  eso 
■que  con  este  traje  no  luse. 

Baila  Conchita  'Las  Pamplinas»,  jaleada  por  todos,  pero  ptiuci- 
pálmente  por  Pastora,  por  la  seña  Manuela  y  aun  por  el  propio  An- 
súreí,  á  quien  la  situación  y  el  temperamento  le  impiden  callar. 

Mister  Blay        AsI  que  termina    Conchita.    Esto    ha    estado 

mejor. 

Conchita.     Muchas  grasias. 

Seña  Manuela.  Lo  ha  bailao  demasiao  desente. 
¡Como  no  trae  las  medias  güeñas! 

María  Pilar.  Vaya,  Grigorio,  coge  tú  la  guitarra  aho- 
ra, y  cantaré  yo  alguna  cósica  de  nuestra  tierra. 

Gregorio.     ¡Ni  visto  ni  oído!  lo  hace. 

Los  demás  secundan  la  iniciativa  con  todo  calor  en  vista  de  que 
■el  extranjero  parece  ablandarse. 

María  Pilar.     El  Baturrico;  ¿sabes,  maño?    . 
Gregorio.     Ya  estoy. 

María  Pilar.      cantando. 

Oiga  usté  lo  que  le  dijo 
una  baturra  al  llevar 
á  preséntale  su  hijo 
á  la  Virgen  del  Pilar. 

Como  si  tuviera  un  niño  en  brazos  y  \i  hablara  á  la  Virgen. 

Ampara  á  este  retoño 

que  mi  ha  nacido 
de  unas  conversaciones 

con  mi  marido. 
Quiero  que  saque  el  genio 

como  su  madre. 


—  36  — 

y  la  cabeza  dura 

como  su  padre. 
Quiero  que  cuando  sienta 

la  sangre  moza 
se  lo  rifen  las  chicas 

de  Zaragoza. 
Quiero  qvie  nunca  pase 

la  pena  negra: 
quiero  que  si  se  casa 

no  tenga  suegra. 
Quiero  que  sea  alegre 

para  el  trabajo, 
y  español  y  baturro 

de  arriba  abujo. 

Esto  fué  lo  que  le  dijo 
una  l^aturra  al  llevar 
á  preséntale  su  hijo 
á  la  Virgen  del  Pilar. 

Gran  entusiasmo. 

Mister  Blay.     Es  muy  bonita  la  canción. 

María  Pilar.     Hi  hecho  lo  que  sé. 

Pastora.     ¿Le  ha  gustao  á  usté  de  veras? 

MiSter  Blay.  Yo  no  miento  nunca  si  no  hace  falta; 
y  aquí  no  hace  falta  Lo  que  deseo  es  que  cante  usted. 

José  Luis.     Anímate,  Pastora;  anímate. 

Pastora.  ¡Pos  ya  lo  creo!  Nunca  me  hago  yo  de  rogá. 
Coge  la  guitarra,  Medina. 

Gregorio.    Vaya. 

Medina.     Venga. 

Seña  Manuela.  (El  inglés  con  Pastora  tiene  los  ojos 
encandilaos:  er  der  crista  y  el  otro.) 

Medina.    ¿Qué  toco? 

Pastora.     Acompáñame  er  Te  quiero  y  me  quiere^i. 

Medina.     ;01e!  ¡La  alegría  e  la  casal 


--  37  — 
Pastora        Ctinlaudo 

Te  quiero 
cuando  por  mi  caye  arriba 
vienes  vendiendo  salero. 

Me  quieres 
cuando  me  asomo  á  mi  puerta 
de  veintisinco  arfileres. 

Te  quiero 
porque  teniéndote  ar  lao 
me  orvío  der  mundo  entero. 

Me  quieres 
porque  en  estando  á  mi  vera 
se  acabaron  las  mujeres. 

Te  quiero 
porque  mirando  me  hieres: 

me  quieres 
porque  mirando  te  hiero. 

Por  lo  grasioso  que  eres, 
por  mi  charla  salamero, 
porque  entre  sien  me  prefieres, 
.   porque  entre  mil  te  prefiero; 

¡ay,  compañero 

de  mis  quereres! 
por  eso  tanto  me  quieres; 
por  eso  tanto  te  quiero. 

Se  repiten  las  muestras  de  entusiasmo  y  cesa  la  música. 

Mlster  Blay.     ¡Bravo!  ¡bravo!  También  es  muy  linda 
canción. 

Pastora.     Yo  me  alegro  de  haber  asertao. 

MJSter  Blay.      Levantándose  y  llamando  aparte  al  pintor.  José 

Luis. 
José  Luis.     Mister  Blav. 


—  38  — 

Misten  Blay.     ¿Es  usted  mi  amigo? 
José  Luis      ¿Y  usted  lo  duda? 

Mister  Blay.     Pues  bien:  venga  la  prueba.  Necesito- 
lialilar  ahora  mismo,  y  á  solas,  con  esta  mujer. 
José  Luis.     Es  lo  más  sencillo  del  mundo. 
IVIister  Blay.     Perfectamente. 

Se  dedica  á  ver  las  pocas  curiosidades  del  estudio.  Los  demás  lo 
observan  todo  con  extrañeza,  sin  explicarse  bien  lo  que  ocurre. 

José  Luis.  (¡Qué  hombre  más  raro!  Me  parece  que- 
se  ha  salvado  esta  pobre  gente.)  a  Ansárez,  con  resolución.. 
Amigo,  ¿me  hace  usted  el  favor? 

Ansurez.     ¿Habla  usté  cormigo? 

José  Luis.  Sí,  señor:  y  con  su  compañero.  Tengan  la 
bondad.  Éntrase  por  la  puerta  de  la  izquierda,  seguido  de  Ansu- 
rez y  de  Medina. 

Pastora,     a  Matia  piíar.  (¿Qué  pasará,  tú? 
María  Pilar,     a  Pastera.  No  sé,  chica.) 

AnSÚreZ.       Asomándose  a  la  puerta.  Gregorio. 

Gregorio.     Mande  usté. 

Ansúrez.     Venga  usté  también. 

Gregorio.     Allá  voy.  ¡Ridiez,  qué  misterio!  Éntrase  ea; 

la  haliitacióu  tras  Ansúrez. 

Conchita,     a  la  seña  Manuela.  (¿Has  visto,  mamá? 

Seña  Manuela,     a  Conchita.  Viendo  estoy. 

Conchita.  Pa  mí  que  el  inglés  se  ha  chiflao  por  Pas- 
tora. 

Seña  Manuela.  Pos  como  eya  no  se  ponga  román- 
tica, me  veo  en  er  tren.) 

Gregorio.  Asomándose  como  Ansúrez.  Seña  Manuela.  Con- 
chita. Entren  u.stés  aquí,  que  tinemos  una  disputa. 

Conchita.     (Digo,  ¿eh? 

Seña  Manuela.  Mariano  está  como  las  sopas  de  las 
estasioncs:  que  echa  humo.) 

Siguen  á  Gregorio  las  dos. 

Mariano.  (¡Güeno,  hombre,  güeno!  ¡Se  conoce  que 
ahí  dentro  dan  algo!) 


—  39  — 

S6ñá  M&nU6la.       Asomándose    también,    como    los    anteriores. 

Mariano.  María  Pila.  Don  José  Luis  los  y  ama  á  us- 
tedes. 

Mariano.     ¿Nos  llama  don  José  Luis? 

María  Pilar.     Vamos,  tú. 

Mariano.  (Está  visto:  quié  hablar  con  ella  el  extran- 
jero. Allá  veremos  lo  que  sale  de  aquí.)  Éntrase  en  la  ha- 

l'itaeión. 

Mana  Pilar.      Deteniéndose  un   punto   con   Pastora,    autes    de 

seguirlo.  (Escucha,  Pastora. 

Pastora.     ¿Qué  quieres? 

María  Pilar.     Ese  hombre  se  ha  prendao  de  tú. 

Pastora      ¡Vamos! 

María  Pilar.  Ya  lo  verás.  En  tu  mano  está  nuestra 
suerte:  ya  lo  verás.  Na  te  digo,  sino  que  te  acuerdes  del 
hijo  e  mi  alma.  Mia  que  tengo  en  la  caeza  que  si  lo 
veo  lo  salvo.) 

Mariano.     Dentro.  ¡María  Pilar! 

María  Pilar.     ¡Allá  voy!  Éutrase  con  todos. 

Mister  Blay.  Después  de  una  pausa,  La  han  dejado  á 
usted  sola  conmigo. 

Pastora.     Ahora  me  yaraarán  á  mí. 

Mister  Blay.     ¿Y  usted  irá? 

Pastora.  Según.  Si  es  pa  arguna  urgensia...  Porque 
carcule  usté  que  hay  fuego  en  ese  cuarto... 

Mister  Blay.  El  fuego  no  está  en  ese  cuarto.  Pastora 
se  ríe.  ¿De  qué  se  ríe  usted? 

Pastora.     De  una  cosa  que  me  ha  hecho  grasia. 

Mister  Blay.  Le  suplico  á  usted  que  no  se  pitonee 
conmigo.  Me  haría  mucho  daño. 

Pastora.  Descuide  usté,  que  no  me  pitoneo.  Esté  usté 
seguro. 

Mister  Blay.  Escamado.  ¿No  es  pitoneo  como  ustedes 
dicen? 

Pastora.  No,  señó;  desimos  pitoryeo.  Pitoneo  me 
suena  más  bien  á  otra  cosa. 


-^  40  — 

Mister  Blay  Lamento  la  equivocación.  ¿Quiere  us- 
ted decirme  de  lo  que  se  reía?  ¿Era  de  mi  lente  quizás, 
como  la  vieja? 

Pastora.     Vamos  á  que  fuera  der  lente,  sc  sienta. 

Mister  Blay.  Las  andaluzas  y  los  andaluces  son 
muy  salados. 

Pastora.     Menos  er  que  sale  jyatoso. 

Mister  Blay.  ¿Patoso...  patoso?...  ¿Qué  es  patoso?  ¿Pa- 
toso, por  ejemplo,  es  ese  flamenco  aburrido  que  cant(') 
imtes? 

Pastora.  No  me  gusta  habla  malamente  de  mis  com- 
liañeros,  pero  sí,  señó:  ese  flamenco  es  un  patoso.  Tiene 
pato. 

Mister  Blay.     ¿Se  dice  tiene  pato  ó  tiene  pata? 

Pastora.  Las  dos  cosas  Y  lo  que  es  ese,  tiene  pato  y 
pata  y  han  hecho  cría. 

Mister  Blay.  ¡Ja,  ja,  ja!  Con  permiso  de  usted  voy  á 
sentarme  al  lado  suyo. 

Pastora.     ¿Por  qué  no? 

Mister  Blay.  Gracias.  Sc  sientn,  y  In  mira  atentamente  en 
silencio,  acorcáudose  mucho  á  ella. 

Pastora.     ¿Es  usté  moípe? 

Mister  Blay.     ¿Moípe? 

Pastora.     Corto  e  vista;  segato. 

Mister  Blay.     Ah,  vamos;  miope. 

Pastora.     Eso.  ¡Como  me  miraba  usté  tan  serca!... 

Mister  Blay.  Mucho  más  cerca  quisiera  3^0  mirarla 
todavía. 

Pastora.     ¿Pa  qué? 

Mister  Blay.  conteniendo  un  suspiro.  Permita  usted  que 
me  reserve  la  contestación.  Pausa.  Señorita:  ¿qué  cree 
usted  que  es  lo  más  triste  que  hay  en  este  mundo? 

Pastora.  ¿Lo  más  triste?  suspirando.  ¡Ay!  ¡Verse  lejos 
<lc  la  tierra  de  una! 

Mister  Blay.  Hay  algo  más  triste.  Un  caballero  ena- 
morado y  no  correspondido. 


--  4J     - 

Pastora.  Eso  es  otra  cosa.  Ya  me  ha  contao  don 
José  Luis  que  anda  usté  chalaíto  por  la  der  cuadro. 

Mister  Blay.  Anduve.  Pero,  como  Romeo,  he  cono- 
cido á  JuHeta  y  he  olvidado  el  otro  amor. 

Pastora.    ¿Quién  es  Julieta? 

Mister  Blay.     Julieta  es  usted. 

Pastora.     Yo  me  yamo  Pastora. 

Mister  Blay.  Pues  bien:  yo  estoy  enamorado  de  Pas- 
tora. 

Pastora.    ¿Usté? 

Mister  Blay     Yo. 

Pastora.  ¡Ave  María  Purísima!  Pausa.  Mister  Blay  espera 
cou  cierta  ansiedad.  MlSte... 

Mister  Blay.     Guillermo  es  mi  nombre. 

Pastora.     Si  no  lo  yamo  á  usté 

Mister  Blay.     Como  dijo  usted  mister... 

Pastora.  No,  señó,  no;  dije  miste.  En  mi  tierra  de- 
simos:  miste  esto,  miste  lo  otro...  Y  yo  iba  á  desí:  ¡misto 
que  me  suseden  á  mí  unas  cosas! 

Mister  Blay.  ¿Se  refiere  usted  á  mi  enamoramiento? 
¿Hay  nada  más  natural,  atendiendo  á  todas  las  cir- 
cunstancias? Yo  no  tengo  patria:  yo  soy  de  todo  el 
mundo.  Pero  mi  amor  por  España  es  grande.  Mi  cora- 
Z('»n  está  siempre  pronto  á  sentir  cuanto  le  hable  de  Es- 
paña. Yo  siempre  he  dicho,  que  si  España  es  una  mu- 
jer hermosa,  sus  ojos  son  Andalucía.  Usted,  para  mí, 
es  toda  Andalucía.  Ahora  me  parece  que  España  entera 
me  mira  con  sus  ojos. 

Pastora.  ¡Qué  salidas  tiene  usté,  mister  Blny!  i  Y  qué 
cosas  tan  bonitas  inventa! 

Mister  Blay.  Hablo  con  absoluta  sinceridad.  Prefe- 
riría que  se  me  hubiera  ocurrido  lo  áoípato  y  \?ípata. 

Pastora.     Vamos,  ¿quié  usté  cayarse? 

Mister  Blay.  Si  usted  ha  de  hablar  me  callaré  con 
mucho  gusto.  ¿Qué  me  responde  á  mi  declaración? 

Pastora.     Mister  Bla}',  ¿qué  quié  usté  que  yo  le  res- 


—  42  - 

ponda?  EbO  es  nna  locura  de  usté.  Mentira  párese  que 
ponga  los  ojos  en  mí,  cansao  como  estará  de  vé  mujeres 
l)onitas  en  toas  partes  der  mundo. 

Mister  Blay.     Por  lo  mismo. 

Pastora.  Piénselo  usté  un  poco  y  se  convenserá  de 
que  eso  no  es  más  que  un  arrechucho  de  usté, 

Mister  Blay.  Yo  no  pienso  nunca  las  cosas»  del  amor^ 
las  siento  solamente.  Levántase.  Veo  que  no  le  inspiro  á 
usted  ninguna  simpatía. 

Pastora.  ¿Qué  tiene  que  vé?...  Póngase  usté  en  m^ 
caso,  don  Guiyermo.  se  levanta  también.  Yo  soy  una  pobre 
mujé  que  suspira  por  verse  en  España.  Suspiro  yo,  y 
suspiran  tos  los  que  están  ahí  dentro.  Ya  se  lo  refirií)  á 
usté  María  Pila.  El  empresario  que  nos  trajo  á  Parí  nos^ 
ha  abandonao,  y  nos  vemos  aquí  sin  amparo  de  nadie. 
Esa  pobre  mujé  tiene  en  su  tierra  un  chiquiyo  enfer- 
mo... y  está  que  no  vive. 

Mister  Blay.  Basta.  Yo  les  daré  lo  necesario  para 
la  vuelta 

Pastora.       Resistiéndose  á  creerlo  de  pura  alegría.  ¿De  verdá?" 

Mister  Blay.  Le  repito  á  usted  que  nunca  miento,  á 
no  ser  preciso. 

Pastora.  ¡Se  van  á  gorvé  locos  cuando  se  enteren! 
¡Lo  van  ;i  harta  á  usté  de  Dendisiones! 

Mister  Blay.     Pues  esta  misma  tarde  podrán  partir^ 

Pastora.     ¿Todos? 

Mister  Blay.     Todos,  con  una  sola  excepción. 

Pastora.      Temerosa.  ¿Cuál? 

Mister  Blay.     ¿No  la  adivina? 

Pastora,  comprendiendo.  ¿La  mía,  quisas?  ¿He  de  que- 
darme yo  en  Parí? 

Mister  Blay.  ¿A  qué  menos  puede  aspirar  un  enamo- 
rado que  al  placer  de  verla  á  usted  y  de  tratarla  algúi-^ 
tiempo? 

Pastora,     con  angustia.  Mister  Blay... 

Mister  Blay.     No  signiñca  esto  que  usted   haya  de 


—  43    ~ 

quererme  por  fuerza:  esto  no  es  más  que  un  poco  de- 
egoísmo de  mi  parte.  El  amor  es  absolutamente  egoísta. 
¿Qué  tiene  usted? 

Pastora.      serenándose.  Nada. 

Mister  Blay.    ¿Está  llorando? 

Pastora.     No,  señó,  no. 

Mister  Blay  Me  había  parecido.  ¿Por  qué  vacila  ^ 
entonces?  París  es  muy  hermoso,  muy  hermoso...  ¿En 
qué  piensa  usted? 

Pastora.     En  el  hijo  de  María  Pila. 

Mister  Blay.     ¿Qué  quiere  decirme  con  eso? 

Pastora.     Que  sí:  que  aserto.  Que  me  quedo  en  Parí- 

Entrase  decidida  en  la  habitación  de  la  izquierda.  ¡María  Pila! 

Mister  Blay.  Estas  andaluzas  son  todo  corazón.  Yo- 
tal  vez  haya  sido  un  poco  bellaco:  pero  el  amor  lo  dis- 
culpa todo.  Y  un  poeta  español  lo  ha  dicho: 

En  guerra  y  en  amor,  es  lo  })>  imero 

el  dinero,  el  dinero  y  el  dinero. 

Sale  José  Luis.  Luego  salea  los  demás  uno  detrás  de  otro,  con 
gran  emoci5n  y  algazara. 

José  Luis.  Mister  Blay,  ¿qué  dice  Pastora?  ¿Manda 
usted  á  España  á  mis  paisanos? 

Mister  Blay.     ¡Oh,  sí! 

José  Luis.     ¡Siempre  el  mismo!  Noble  y  generoso. 

Mister  Blay.     Y  un  poco  bellaco. 

José  Luis.     ¿Bellaco,  por  qué? 

Mister  Blay.     Yo  me  entiendo. 

María  Pilar.  ¡Siñor  inglés,  la  Virgen  del  Pilar  le  pa- 
gue su  obra!  ¡Esto  que  hace  usté  no  se  olvida  nuncal 
¡A  mi  hijico  le  hi  de  enseñar  á  bendecir  su  nombre! 

Seña  Manuela.  ¡Ay,  mcsiv,  mosiú,  la  Virgen  de  Regla 
lo  acompañe  á  usté  siempre! 

Conchita.  ¡La  Virgen  de  la  Esperansa  le  ha  tocao  á 
á  usté  en  er  corasón,  señorito! 

Ansúrez.  ¡Eso  es  sé  güeno!  ¡Er  Señó  der  Gran  Podé 
no  lo  deje  á  usté  nunca! 


—  41    — 

Medina.  ¡Dichosos  los  ricos,  que  puén  sacíi  de  apuros 
:'i  l(is  ])iil)res! 

Gregorio.  ¡Viva  usté  mil  años,  siñor!  ¡Y  yo  que  lo 
vea! 

Mariano.  ¡Usté  nos  salva,  caballero!  ¡Usté  nos  da  la 
vida!  ¡Si  hay  Dios  en  el  cielo,  satisfecho  estará  de  ver  lo 
que  usté  hace! 

Gregorio.     ¡Y  si  no  lo  hay,  El  se  lo  pierde! 

Pastora.     ¿Estáis  contentos? 

Mariano.  ¡Qué  preguntas  tiene  usté,  Pastora!  ¿No  lo 
hinios  de  estar?  ¿Es  poca  dicha  encontrar  en  el  mundo 
un  tal  caballero  y  pitar  tos  pa  España  esta  tarde? 

Pastora.      Fingiendo  tranquilidad.    No,    no:    todoS,  UO.  Yo 

me  quedo  en  Parí. 

Mariano.     ¿Que  usté  se  queda? 
María  Pilar.    ¿Que  tú  te  quedas? 
Seña  Wanuela.    ¿Que  se  queda  usté? 
Jo^é  Luis.     ¿Que  tú  te  quedas,  dices? 
Pastora.     Si,  sí:  me  quedo. 
Mister  Blay.     ¡Oh,  si!  Se  queda. 

Silencio.  Todos  se  mirau  consultándose. 

Mariano,  sauando  con  resolución.  Me  paice  á  mí  que  no 
se  queda. 

M'ster  Blay.    ¿Cómo? 

Mariano.  No,  siñor,.  no:  á  no  ser  muy  á  gusto  suyo, 
no  se  queda.  Y  la  cara  que  tiene,  no  es  de  quedarse 
muy  á  gusto. 

Pastora.     Yo  le  diré  á  usté,  Mariano... 

Mariano.  No  me  diga  u.sté  na,  que  aunque  liruto,  ya 
estoy  al  cabo  de  la  calle. 

Ansúrez.     Güeno,  pero... 

Mariano.     Usté  se  calla  ahora. 

María  Pilar.     No  te  precipites,  hermano. 

Mariano.  Tú  también  te  callas.  Y  se  calla  to  el  mun- 
do. '^'  lialilo  yo  solo. 

Misten  Blay.     Vamos  á  ver  lo  que  usted  dice. 


—  46  — 

Mariano.  Con  usté  va.  V  me  alegro  que  entienda 
usté  el  español,  porque  sería  una  lástima  que  no  me 

comprendiera  bien.  Hay  un  murmullo  cotao  de  censura  y  temor 

en  los  compañeros  ¡Ya  he  dicho  que  se  calle  to  el  mundo' 
A  Mister  Biay.  Esta  mujer  se  queda  en  París  haciendo  un 
sacrificio,  por  salvarnos  á  los  demás. 

Misier  Blay.     Sí,  señor;  es  muy  cierto. 

Mariano.  Pues  si  es  tan  cierto,  yo  le  juro  á  usté  por 
mi  madre,  que  no  va  por  ahí  el  agua  á  la  fuente.  Mar- 
charnos tos  á  España  contentos  y  dejala  á  ella  aquí 
llorando,  eso  no  pué  ser.  O  ella  se  viene  á  España  con' 
nosotros,  ó  tos  nos  quedamos  aquí  con  ella.  Y  cuenta 
que  ella  y  yo  andamos  siempre  de  pelea:  que  si  tu  tierra» 
que  si  la  mía;  que  si  mi  gente  vale  más  que  tu  gente; 
que  si  las  campanas  de  mi  pueblo  suenan  mejor  que 
las  del  tuyo.  Pero  ahora  ¿quién  se  acuerda  de  esas  niñe- 
rías? Ahora  es  otra  cosa.  Vamos,  yo  no  me  sé  expresar,, 
pero  pa  algo  himos  pasao  las  mismas  penas,  y  pa  algo 
himos  nacido  en  la  misma  tierra,  aunque  ella  sea  de  un 
barrio  y  yo  del  de  enfrente.  ¡Aquí  no  hay  más  barrio- 
que  España,  contra!  ¡O  ella  se  viene  á  España  con  nos- . 
otros,  ó  tos  nos  quedamos  aquí! 

Mister  Blay.     Debo  advertirle  á  usted... 

Mariano.  ¡O  tos  nos  quedamos  aquí,  ij  ella  se  viene  á 
España  con  nosotros! 

José  Luis.     Pero,  comprenda  usted,  Mariano... 

Mariano.     ¡O  ella  se  viene  á  España  con  nosotros,  (V 

tos  nos  quedamos  aquí!  a  un  movimiento  de  algúu  compañero. 

!  Y  el  que  no  esté  conforme  que  lo  diga,  que  ese  sí  que 
se  queda  en  Francia  pa  siempre!  Enseñando  ei  paño  cerrado. 
¡Yo  me  encargo  de  ello! 

Gregorio,     imitándolo.  ¡Y  yo  con  tú! 

Seña  Manuela.  ¡Y  nosotros  también!  ¿Qué  se  han 
figurao  ustés  con  los  puños?  ¡Tos  tenemos  puños! 

En  el  grupo  de  los  desterrados  estalla  repentinamente  gran  algara- 
bía, producida  por  las  más  vivas  protestas  de  patriotismo. 


~  48  — 

Míster  Blay.  Silencio.  ¡Silencio!  caiian  todos  y  escuchan. 
Acepto  la  lección  que  me  ha  dado  este  homltre,  que  es 
un  hombre  de  corazón,  y  un  patriota.  Todos  ustedes 
sin  excepción  alguna,  partirán  esta  tarde  para  su  país. 

Pastora.     Mister  Blay  ..  Dios  se  lo  pague  á  usté. 

Misten  Blay  Todos,  ¿eh?  Ya  está  dicho.  Todos.  Y 
yo,  i)ür  supuesto,  detrás.  Siguiendo  á  esta  mujer,  que 
me  ha  cautivado,  a  Mariano.  Esto  no  me  lo  impide  á  mí, 
ni  usted,  ni  Falafox. 

Mariano.  Nc,  siñor;  ni  yu  lo  pretendo.  Ese  es  otro 
cantar  Loque  vale  tiene  muchos  golosos...  Y  si  le  falté 
■en  algo... 

Mister  Blay.  En  nada.  Tanto  es  así,  que  le  ruego  á 
usted  que  me  consienta  estrechar  su  mano. 

Mariano.     ¡Ahí  ^a! 

Mister  Blay.     Muchas  gracias. 

Se  estrechan  las  manos. 

Mariano.     ¡Es  usté  fuerte! 

Mister  Blay.  ¡Oh,  pues  usted  no  es  ílojo!  —José  Luis, 
pase  luego  por  el  Hotel,  y  recogerá  cuanto  les  sea  pre- 
ciso á  sus  compatriotas.  Me  ha  conmovido  el  arran- 
■que  de  este  hombre. 

José  Luis.     ¿De  veras,  mister  Blay?  ¿Qué  es  esoV 

Mister  Blay.  Eniugándose  una  Ingrima.  ¡Oh!  Cada  día  que 
■pasa  me  cuesta  una  lágrima.  La  de  hoy  ha  sido  para 
los  españoles.  Salud,  vase 

Mariano.     ¡Vaya  usté  con  Dios! 

María  Pilar.     ¡Dios  le  dé  to  el  bien  que  merece! 

José  Luis      ¡Viva  mister  Blay! 

Todos.     ¡Vivaaan! 

Pastora.     ¡Viva  también  don  José  Luis! 

Todos.     ¡Vivaaaa! 

I'I.stalla  la  alegría  general:  los  unos  cantan  y  bailan  jotas,  los  otros 
tangos,  y  todos  chillan  q\io  se  las  pelan. 

Pastora.  Usté  nos  ha  sarvao.  l'sté  ha  sío  nuestra 
Providensia. 


—  47  - 

José  Luis.  No  sabes  tú  la  satisfacción  que  3^0  tengo, 
Pastorilla. 

María  Pilar.  Y  ese  hombre  le  compra  á  usté  el  cua- 
dro: ese  hombre  es  muy  güeno.  ¡Ay,  siñor,  me  paice 
mentira! 

Cruza  Espaüiía  cantando  por  el    jardín,  en   sentido  contrario  que 

antes. 

José  Luis.     ¡Españita!  ¡Ahí  vuelve  Españita! 
María  Pilar.     ¡Lo  que  \'a  á  alegrarse  cuando  lo  sepa! 
Mariano,     a  Pastora,  aparte.  ¿Cuál  es  mejor  tierra,  Pas- 
tora: la  tuya  ó  la  mía? 

Pastora.    Dándole la  mano.  Las  dos  juiítas,  ¿no  te  párese? 
Mariano.     ¡Me  paice! 

Llega  ESPAÑITA, 

José  Luis.     ¡Españita! 

Seña  Manuela.     ¡Señó  Españita,  nos  vamos  á  España! 

Pastora.     ¡Mister  Blay  nos  paga  er  viaje! 

Españita.  ¡Pues  que  sea  enhoragüena!  ¡Van  ustés  á 
«ogé  la  vía  poco  á  gusto! 

Medina.  ¡Como  si  to  er  camino  fuea  cuesta  abajo! 
¡Mi  Girarda! 

Españita.  Yo  no  les  encargo  más  sino  que  arguna 
que  otra  vez  se  acuerden  de  Españita,  y  que  á  tos  los 
cursilones  que  les  digan  á  ustés  que  nuestra  tierra  es  la 
peo  der  mundo,  les  contesten  que  se  vayan  á  otra  cuar- 
•quiera,  y  que  se  casen  ayí,  como  yo  me  he  casao.  ¡Y  ya 
tienen  bastante! 

Mariano.  No,  siñor,  no:  á  esos  lo  mejor  será  cantales 
esta  coplica,  que  aunque  paezca  mentira  la  hi  sacao  yo. 
No  sé  si  de  la  caeza  ó  de  dónde,  pero  la  hi  sacao. 


—   18  — 

Música 

Cantando. 

Aquel  que  hable  mal  de  España 
un  castigo  ha  de  tener: 
echarlo  á  una  tierra  extraña 
y  no  dejarlo  volver. 


FIN 


Fnenlerrabía,  Agesto,  1CC7. 


OBRAS  DE  LOS  HUSMOS  AUTORES 


K^ig^riiua  y  amor,  juguete  cómico.  (2.*  edición.) 
Belén,  13,  principal,  j  aguate  cómico.  (2.*  edición.) 
Olllto,  juguete  cómico-Úrico.  Música  del  maestro  Osuua.  (2.*  edición.) 
lia  media  naranja,  juguete  cómico.  (3.*  edición.) 
El  tío  «le  la  llanta,  juguete  cómico.  (3.*  edición.) 
El  ojito  derecho,  entremés.  (3.*  edición.) 
lia  reja,  comedia  en  un  acto.  ('•4.*  edición.) 

lia  buena  sombra,  sainóte  en  tres  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Brull.  (6."  edición  ) 
El  perejfrino,  zarzuela  cómica  en  un  acto.  Música  del  naaestro 

Gómez  Zarzuela.  (2.*  edición.) 
lia  vida  intima,  comedia  en  dos  actos.  (3.^  edición.) 
f^os  borrachos,  saínete  en  cuatro  cuadros,  con  música  del  maes- 
tro Giménez.  ;,3.*  edición.) 
El  chiquillo,  entremés.  (6.*  edición.) 
Eas  casas  «le  carttín,  juguete  cómico.  (2."  edición.) 
El   traje   «le   luces,  saínete   en  tres  cuadros,  con   música  de  loe 

maestros  Caballero  y  Hermoso.  (2."  edición.) 
El  patio,  comedia  en  dos  actos.  (4.*  edición.) 

El  motete,  pasillo  con  música  del  maestro  José  Serrano.  (2.*  edi- 
ción.) 
El  estreno,  zarzuela  cómica  en  tres  cuadros.  Música  del  maestro 

Chapi. 
ItOS  Cíaleotes,  comedia  en  cuatro  actos.  (.3."  edición.)  Traducida  al 
italiano  con  el  titulo  de  I  Galeoti  por  Giusoppe  Paolo  Pacchierotti. 
Ea  pena,  drama  en  dos  cuadros.  (2."  edición.)  Traducido  al  italiano 

con  el  mismo  titalo  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 
Ea  azotea,  comedia  en  un  acto.  (2.*  edición.) 
El  granero  ínfimo,  pasillo  con  música  de  los  maestros  Valverde 

(hijo)  y  Barrera, 
El  nido,  comedía  en  dos  actos.  (8.'  edición.)  Traducida  al  catalán  con 

el  titulo  de  Un  niu  por  Joaquín  María  de  Nadal. 
Eas  flores,  comedía  en  tres  actos.  (2."  edición.)  Traducida  al  italiano 

con  el  titulo  de  I  fiori  por  Giuseppe  Paolo  Pacchierotti. 
Eos  piropos,  entremés. 
El  flechazo,  entremés.  (2*  edición.) 

El  amor  en  el  teatro,  capricho  literario  en  cinco  cuadros,  pró- 
logo y  epilogo.  (2.*  edición.) 

Abanicos  y  panderetas  6  ¡  i  Sevilla  en  el  botijo!  humorada 
satirica  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro  Chapi. 

Ea  dicha  ajena,  comedia  en  tres  actos  y  un  prólogo.  (2.*  edición.; 
Traducida  ai  alemán  con  el  titulo  de  Das  fremde  Glück  por  J.  Gusta- 
vo Kohde. 

Pepita  Reyes,  comedia  en  dos  actos.  (2.*  edición.) 

Eos  meritorios,  pasillo. 

Ea  zahori,  entremés. 

Ea  reina  mora,  sainete  en  tres  cuadros,  con  música  del  maestro 

José  Serrano.  (2.*  edición  ) 
Zaragratas,  sainete  en  dos  cuadros. 
Ea  zangala,  comedia  en  cuatro  actos. 


l.í\  casa  «le  García,  comedia  on  tres  actos. 

I. a  contrata,  apropósito. 

I'.l  aiii«»r  que  pasa,  comedia  en  dos  actos.  (2."  edición.)  Traducida 
al  italiano  con  el  titulo  de  L'amort  che  paasa  por  Giuseppe  Paolo 
Pacchiorotti. 

Kl  mal  (le  aiiiore.4,  sainete  con  mvisica  del  maestro  José  Serrano. 

Kl  lluevo  servidor,  humorada. 

.ffañana  de  sol,  paso  de  comedia.  Traducido  al  alemán  con  el  títu- 
lo do  Ein  sonniger  Margen  por  Mary  v.  Haken. 

Fea  y  coi»  gracia,  pasillo  con  mixsica  del  maestro  Turina. 

lia  aventura  de  los  galeotes,  adaptación  escénica  de  un  capí- 
tulo del  Quijote. 

I^a  musa  loca,  comedia  en  tres  actos. 

I<a  pitanza,  entremés. 

El  amor  en  solfa,  capricho  literario  en  cuatro  cuadros  y  un  pró- 
logo, coa  música  de  los  maestros  Chapi  y  Serrano. 

liOS  chorros  del  oro.  entremés. 

Morrltos,  entremés. 

Amor  á  oscuras,  paso  de  comedia. 

I^a  mala  sombra,  sainete  con  música  del  maestro  José  Serrano. 
(i'  edición.) 

El  g'enlo  alegrre,  comedia  en  tres  actos.  (2.*  edición.)  Traducida  al 
italiano  con  el  titulo  de  Anima  allegro  por  Juan  Fabré  y  Oliver 
y  Lui<íi  Motta. 

El  niño  pr<»dlsrio,  comedia  en  dos  actos. 

Nanita,  nana...  entremés  con  música  del  maestro  José  Serrano. 

I<a  zancadilla,  entremés. 

La  bella   Lucerito.  entremés  con  música  del  maestro  Saco  del 

Valle. 
La  patria  chica,  zarzuela  en  un  acto.  Música  del  maestro  Chapi. 

Ci.*  eiliciini.) 
La  vida  que  vuelve,  comedia  en  dos  actos. 
A  la  luz  de  la  luna,  paso  Je  comedia. 
La  escondida  senda,  comedia  en  dos  actos. 
El  ag'ua  mila«;rosa,  paso  de  comedia. 
Las  bnuolera.s,  entremés. 
Las  de  Caín,  comedia  en  tres  actos. 
lias  mil  maravillas,  zarzaela  cómica  en  cuatro  actos  y  un  pró- 

losro.  Música  del  mnestro  '.  hapi. 
Sanu're  ^orda.  entremés. 

Amores  y  amorfo.s,  comedia  en  ciiatro  actos. 

El  patinillo,  sainóte  con  música  del  maestro  Gerónimo  Giménez. 
lloiía  Clarines,  comedia  e"  dos  actos.  Traducida  al  italiano  con  el 

titulo  do  Siora  Chiareta  por  Giulio  de  Krenzi. 
El  centenario,  comedia  en  tres  actos. 
La  muela  «leí  Key  FarfAn.  zarzuel.'i  infantil.  cómico-lanti'i«tica. 

Música  del  maestro  Amadeo  Vives. 
Herida  de  muerte,  paso  de  comedia. 
El  últiiiio  capítulo,  paso  de  comedia. 


Pompas  y  honores,  capricho  literario  en  verso  por  Kl  diablo  co- 

¡uelo. 
La  inadrecita,  novela  putilicad.i  en  Kl  mentó  semanal. \ 


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