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Full text of "Tesis El Delito y el Delincuente según la Escuela Criminológica Positiva"

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EL  DELITO  Y  EL  DELINCUENTE 

SBGÚN   LA   ESCUELA  CRIMINOLÓGICA  POSITIVA 


TESIS 


PARA  I^A  UICKNCIATURA  BN  UEYBS 


ENRIQUE  MARTÍNEZ  SOBRAL 


1895 


GUATEMALA 


Tipografía  «SXnchez  y  de  Guise.-Octava  Calle  Poniente,  Nüm.  S 
Teléfono  Núm.  205 


Cottcdón  Lul$  lujan  Muñoz 

Uflívwtídad  f  raríCisco  Ma<f  oqwín 

www.ufm.eclo  -  Guatemtla 


sólo  los  candidatos  son  responsables  de  las  doctrinas  consig-nadas  en  las 
tesis. — (Ley  de  Instrucción  Pública.) 


A  LA  MEMORIA  DE  MI  PADRE 


F-L  LlCDO,    DON 


éi^^iaue  9lía^twe^  So&^aí. 


A  mi  madre, 

lema  ©Batía  ^cMa  bu  ^ad:í:^e^  ño^i^cví. 


AhOGUGION  PREItlMINAR 


3ConotaGrc  ^^cinl"ci  ""i)!  reclina, 
Heflorew: 

En  realidad,  la  prueba  á  que  voy  á  someterme  en  breve,  y  á  la 
que  honráis  con  vuestra  presencia,  envuelve  para  mí  proporciones 
jrraves  y  trascendentales  y  representa  uno  de  los  actos  más  serios 
de  mi  existencia. 

No  en  vano  he  dedicado  mi  juventud  á  una  labor  continua,  á 
un  perenne  y  asiduo  estudio,  á  una  investi^^ación  infatigable  de  la 
verdad  y  de  la  ciencia  y  no  en  vano  he  visto  transcurrir  en  el  aula 
los  días  más  dulces  y  más  tranquilos  de  mi  vida,  haciendo  sacrifi- 
cio de  todo,  y  procurando  que  todo  converja  hacia  el  cumplimiento 
y  la  realización  de  un  ideal,  de  una  esperanza,  de  un  porvenir  hala- 

Yo  me  siento,  francamente,  impresionado,  y  aún  estoy  por  de- 
cir afligido,  al  colocarme  ante  mis  jueces,  pretendiendo  un  título  y 
aspirando  á  una  posición  honrosos,  es  verdad,  pero  ocasionados  tam- 
bién á  un  sin  número  de  responsabilidades,  de  obligaciones  y  de 
compromisos  con  la  sociedad  y  conmigo  mismo. 

Creo  que  el  que  llega  á  merecer  el  nombre  de  abogado,  de- 
ja de  pertenecerse  á  sí  mismo,  deja  de  ser  libre  en  todos  sus  actos 
y  en  todas  sus  facultades,  para  deberse  á  los  fueros  sacrosantos  del 
derecho,  de  la  libertad,  de  la  justicia  y  del  progreso. 

He  aprendido  aquí  que  el  derecho  es  condición  de  vida  y  la 
única  atmósfera  respirable  para  el  hombre,  y  si  he  de  ser  conse- 
cuente, tengo  el  deber  de   procurar   siempre,  en  cualquiera  de  las 


situaciones  en  que  me  encuentre  colocado,  porque  el  derecho  llegue 
á  realizarse  en  todo  lugar  y  tiempo,  y  porque  bajo  su  ala  protecto- 
ra se  cobijen  y  se  amparen  todos  los  que  ocurran  á  mí  en  demanda 
de  consejo  ó  de  justicia. 

He  aprendido  aquí  que  la  libertad  es  derecho  inalienable  del 
hombre,  y  que  sin  ella  su  inteligencia,  su  propiedad  y  su  vida  se 
agostan  y  esterilizan,  y  es  mi  deber  en  su  consecuencia,  gestio- 
nar en  todo  tiempo  porque  la  libertad  en  sus  múltiples  é  interesan- 
tes manifestaciones,  sea  siempre  un  hecho  y  brille  siempre  con  es- 
plendor y  sin  mancha  de  ningún  género,  derramando  como  sol  be- 
néfico, sus  rayos  vivificantes  por  todos  los  ámbitos  de  la  sociedad  y 
de  mi  patria. 

Aquí  se  me  ha  enseñado  que  la  justicia  es  la  voluntad  constan- 
te de  dar  á  cada  uno  lo  que  es  suyo,  y  el  título  que  va  á  conferírse- 
me, quizás  me  coloque  más  tarde  en  el  sitial  de  Juez,  á  donde  acu- 
dan mis  conciudadanos,  reclamando  de  mí  que  dé  á  cada  uno  lo  que 
le  pertenece,  y  juzgad  si  entonces  no  será  deber  mío  y  muy  impe- 
rioso, el  poseer  un  criterio  recto,  una  suma  de  conocimientos  exten- 
sa y  una  voluntad  inquebrantable  de  aplicar  las  reglas  eternas  de 
la  justicia. 

He  oído  siempre  y  aquí  también  se  me  ha  ensenado  que  el  pro- 
greso es  la  ley  de  la  humanidad  y  que  todos  los  individuos  tenemos 
la  obligación  de  coadyuvar  en  la  suma  de  nuestras  fuerzas  al  pro- 
greso del  amado  suelo  en  que  se  meció  nuestra  cuna;  y  decid  si  en- 
tonces no  es  asimismo  deber  mío  el  contribtir  con  todo  lo  que  soy  y 
todo  lo  que  valgo  al  progreso  moral,  intelectual  y  material  de  esta 
patria  tan  amada,  y  si  no  tengo. obligación  ineludible  de  ayudarla  y 
de  servirla  siempre  que  reclame  mis  servicios  y  me  pida  el  contin- 
gente que  le  debo. 

Cada  uno  de  estos  deberes  importa  una  responsabilidad,  res- 
ponsabilidad ineludible  para  el  que  lleva  un  título  y  ejerce  una  pro- 
fesión que  supone  conocimiento  de  esos  deberes  y  promesa  y  com- 
promiso de  cumplirlos. 

No  sé  si  en  el  curso  de  mi  existencia  ulterior  vayan  á  flaquear 
mis  fuerzas, y  si  la  posesión  del  título  que  pretendo  vaya  á  ser  para 
mí  fuente  de  males  y  disgustos  cruentos;  mas  como  quiera  que  sea, 
protesto  que  siempre  ha  de  vérseme  del  lado  de  la  razón  y  de  la  jus- 
ticia y  que  cumpliré  fielmente,  aún  con  sacrificio  mío,  el  juramen- 
to que  voy  á  prestar  dentro  de  poco,  y  del  cual  vosotros  seréis  tes- 
tiíí<>^  y  guardadores. 


—  7  — 

He  subido  á  esta  tribuna,  honrada  por  multitud  de  talentos 
que  en  su  uso  me  han  precedido,  no  sólo  para  cumplir  con  un  sen- 
sato precepto  leg-al,  sino  también  para  hacer  una  manifestación 
sincera  y  expontánea  de  todo  á  lo  que  aspiro,  y  de  todo  á  lo  que  me 
considero  obligado  y  formalmente  comprometido,  ahora  que  voy  á 
dar  mi  primer  paso  en  la  senda  del  hombre,  ahora  que  voy  á  prepa- 
rarme para  no  ser  un  elemento  inútil,  una  rueda  inoficiosa  en  la 
maquinaria  complicada  de  la  sociedad. 

Sé  bien  que  no  he  llegado  al  término  de  mi  carrera,  y  que 
apenas  si  es  el  presente  el  primer  paso  que  doy  en  ella;  pero  tengo  fé 
en  el  estudio  y  en  el  trabajo  y  abrigo  la  esperanza  grata  de  que  en 
fuerza  de  estos  elementos,  podré  portar  con  lucimiento  y  con  honra 
el  título  de  abogado  que  va  á  conferírseme. 

Antes  de  Címcluir,  séame  permitido  el  abstraerme  siquiera  por 
un  momento  del  cúmulo  de  consideraciones  y  de  ideas  que  bullen  en 
mi  mente,  para  dedicar  un  sentido  recuerdo  á  la  memoria  de  mi 
padre.  Fué  su  última  ilusión  la  de  presidir  este  acto  y  si  el  desti- 
no no  quiso  depararle  esa  que  para  él  hubiera  sido  alta  ventura, 
justo  es  que  el  hijo  que  lo  tiene  presente  en  este  instante,  lo  dedi- 
que á  sus  manes  venerados. 


AÜYERTENCIü. 


Este  trabajo  ha  sido  escrito  rápidamente,  y  es  el  resultado  de 
un  estudio  aun  más  rápido,  y  estoy  por  decir,  superficial. 

Las  tesis  para  la  licenciatura,  no  son,  ni  por  su  naturaleza  es 
posible  que  sean,  obras  de  aliento. 

De  más  está  el  advertir  que  nada  se  hallará  de  original  en  las 
lineas  que  sij^uen. 

Tan  sólo  lo  será  su  forma;  y  es  que  no  he  tenido  otra  mira  si- 
no la  de  hacer  una  sinopsis  ligerísima  de  las  doctrinas  de  la  nueva 
escuela  penal,  sin  que  mi  falta  de  competencia  me  permita,  en  mu- 
chos casos,  ni  aun  externar  una  opinión  que  no  tengo  todavía  for- 
mada y  que  puede  cambiar  en  otros  con  los  estudios  que  me  pro- 
meto címtinuar. 

Si  he  logrado  hacer  un  bosquejo  de  las  nuevas  doctrinas  ita- 
lianas, habré  llenado  mi  papel. 


g.  m.  s. 


CAPITULO  I 

EL  DELITO  NATURAL,  SEGÚN  GAROFALO 


Garofalo  ha  estudiado  el  delito,  bajo  un  aspecto  completamen- 
te nuevo  en  el  Derecho  Criminal.  No  quiere  este  autor  ver  en  el  he- 
cho delictuoso  una  suma  de  circunstancias  que  concurren  á  produ- 
cir una  violación  de  la  ley  penal:  no  es  eso  para  él  todo  lo  que  es  de- 
lito, ni  sólo  lo  que  es  delito.  Ha  buscado  un  carácter  genérico,  uni- 
versal, humano,  del  delito,  prescindiendo  de  las  legislaciones  po- 
sitivas, y  como  consecuencia  de  sus  observaciones,  ha  dado  á  luz  la 
teoría  del  ''Delito  Natural''  desarrollada  en  su  obra  "La  Crimi- 
nologfía." 

Entraré  directamente  en  el  examen  de  esta  teoría. 

Es  necesario  prescindir,  antes  de  todo,  del  concepto  que  la  es- 
cuela jurídica  ó  clásica  se  ha  formado  del  delito.  Para  ésta,  el  he- 
cho delictuoso  no  es,  en  último  análisis,  sino  la  violación  voluntaria 
de  una  ley  penal.  Ahora  bien:  las  leyes  varían,  cambian,  se  modifi- 
can según  los  tiempos,  según  los  países  y  según  las  costumbres  y, 
en  su  consecuencia,  el  concepto  del  delito,  tiene  que  variar  de  con- 
formidad con  esa  multitud  de  circunstancias. 

Pero  'el  delito  es  un  hecho  superior  ó  mejor  dicho,  anterior  á 
la  ley.  Esta  no  es — en  la  mayoría  de  los  casos — sino  un  simple  ca- 
tálogo de  hechos  que  considera  punibles.  El  delito  en  sí,  el  mal, 
existe  antes  de  que  haya  una  ley  que  lo  castigue  ó  un  Tribunal  que 
lo  reprima. 

Debe  buscarse,  pues,  una  serie  de  hechos,  que  sean  universal- 
mente  considerados  como  delitos,  para  poder  llegar  á  lo  que  se  lla- 
ma "delito  natural,"  bien  diferente  por  cierto  de  lo  que  nosotros 
llamaremos  "delito  positivo,"  que  es  aquel  predeterminado  por  los 
Códigos  y  las  leyes. 


—  12  — 

Ahora  bien:  ¿existen  hechos  universalmente,  y  en  todo  tiempo 
tenidos  como  delitos?  Creemos  con  Garofalo  que  no,  y  la  Historia 
va  á  darnos  su  demostración. 

En  todos  tiempos  ha  existido  en  los  pueblos  de  la  tierra  el 
concepto  del  delito,  del  hecho  punible.  Sin  embargo,  cuántas  dife- 
rencias en  el  modo  de  apreciarlo!  Lo  que  era  delito  gravísimo  en  la 
antigüedad,  es  hoy  acción  meritoria;  lo  que  hoy  se  tiene  como  acto 
de  heroísmo,  era  entonces  delito. 

Mas  no  es  necesario  recurrir  á  la  comparación  entre  diversas 
épocas  para  convencerse  de  que  no  existen  hechos  universalmente 
reputados  delictuosos. 

Comparemos  las  diferentes  razas:  para  unas  el  delito  religioso 
asume  caracteres  gravísimos:  para  otras,  ésto  no  es  más  que  una 
manifestación  de  la  libertad  de  pensar. 

Kn  pueblos  salvajes,  no  son  delito  el  homicidio,  el  robo  y  el  pi- 
llaje, universalmente  reputados  como  crímenes  en  países  de  mayor 
civilización.  Kn  la  India,  la  virgen  se  ofrece  como  presente  al 
huésped:  en  Europa  eso  sería  una  corrupción  de  menores.  El  pa- 
rricidio es  crimen  horroroso  en  todos  los  países  civilizados:  los  in- 
dios de  Panajachel  (Guatemala)  como  nuevos  Escitas,  dejan  morir 
de  inanición  al  enfermo  que  ya  recibió  los  óleos.  Y  así  podrían  mul- 
tiplicarse los  ejemplos  hasta  lo  infinito;  ejemplos  que  tienden  á  de- 
mostrarnos, y  que  real  y  efectivamente  nos  demuestran  que  no  hay 
ningún  hecho,  ni  el  más  grave,  que  se  haya  tenido  y  actualmente 
se  tenga  por  todo  el  mundo  como  delito. 


II 


De  lo  que  dejamos  someramente  expuesto,  deduce  Garofalo 
que  es  necesario  prescindir  por  completo  de  los  hechos  para  llegar 
á  una  noción  general  del  delito  natural.  En  efecto,  los  hechos  no 
nos  suministran  ni  uno  solo  que  haya  sido  delito  en  todo  tiempo 
y  en  todo  espacio.  Debemos,  pues,  abandonarlos  y  buscar  el 
delito  en  otra  fuente.  Esta  fuente  son  los  sentimientos.  *^'  Para 
ello  es  necesario  investigar  si  hay  alguna  especie  de  sentimientos 
comunes  á  todos  ó  á  la  mayor  parte  de  los  hombres,  cuya  violación 
repugne  á  la  mayoría.     Desde  luego — y  esto  es  fácil  de  compren - 

(1)  Recuérdese  que  en  todo  este  capítulo  soj'  simple  expositor  de  la  doctrina  de  Garofalo. 


—  13  — 

der— hay  que  hacer  á  un  lado  algunas  razas  que  ocupan  ínfimo  lu- 
frar  en  la  escala  de  la  humanidad,  y  en  las  cuales  puede  decirse  que 
está  tan  poco  desarrollado  el  sentido  moral,  que  casi  carecen  de 
sentimientos. 

El  hombre  tiene  cierta  clase  de  afectos,  nacidos  de  sus  propias 
conveniencias  y  del  medio  en  que  se  encuentra  colocado. 

Así,  al  principio,  que  se  encontraba  aislado,  solo,  en  lucha  con- 
tra la  naturaleza,  sus  afectos  y  sus  aspiraciones,  su  amor  y  sus  de- 
seos, se  deben  de  haber  circunscrito   al  yo,  al  individuo   mismo, 
pues  dado  su  atraso  y  su  cortedad  de  medios,   le  era  imposible  de- 
jar de  sentir  sus  necesidades  en   C(mtra(licción  y  en  pugna  con  las 
necesidades  de   sus  semejantes.    Este  es  un   estado   de   perfecto 
egoísmo,   llamado  así  por  oposición  al  de   perfecto  altruismo,  que 
constituirá  un  estado  del  cual  estamos  aun  muy  distantes.    Enton- 
ces el  círculo  de  hechos  que  repugnaban  al  hombre,   era  por  consi- 
guiente, muy  limitado.     Alcanzaba  tan  sólo  á  aquellos  hechos  que 
se  dirigían  contra  su  persona  misma  y  contra  sus  cortos  y  exiguos 
intereses.    Poco  le  importaba  (jue  á  su  semejante  lo   devorara  una 
fiera,  lo  asesinara  otro  hombre;  le  saqueara  un  hambriento  salvaje 
la  caverna  donde  tenía  escondidos  los  frutos  que  hubiera  recogido. 
En  conservándose  él,  en  poseyendo  el  fruto  de  su  labor,  de  su  rapi- 
Ba  quizás,  bien  podía  perecer  el  prójimo.     No  chocaban,  pues,  con 
los  sentimientos  del   hombre  primitivo  tal  cual  hemos  venido  figu- 
rándolo, los  ataques  que   se  dirigían  á  otra  persona  diferente  de  la 
suya.    Pero  una  vez,  sintió  el  hombre  la  necesidad  de  reproducirse; 
se  unió  con  otro  individuo  de  vsu  especie,  y  se  procreó.    El  círculo 
de  sus  afectos  creció  entonces,  y  se  aumentó  á  la  mujer  y  á  los  hi- 
jos.   Amando  como  amaba  á  aquellos  seres,  formados  con  carne  de 
su  carne  y    sangre  de    la  suya,  no  podía  por  menos  de  sufrir,   y  de 
sentir  violados   sus  afectos,  cada    vez  que    se  atentara,    ya  no  sólo 
contra  su  vida  y  propiedad,  sino  contra  la  de  su  mujer  é  hijos.  Debe 
pues,   de  haber  consiaerado  estos  hechos  como  atentatorios,  y  ya 
no  sólo  los  que  contra  él    se  dirigían,  pues  hiere  el  afecto  del   pa- 
dre y  del  esposo   todo  acto  que  perjudica  á  la  mujer  ó  á  los  hijos. 
A  este  afecto   nuevo,  llamó  Garofalo  Bg-o  altruismo  es  decir,  una 
combinación  del  amor  al  yo  personal,  con  el  amor  al  prójimo,  ó  sea 
á  otro  individuo:  á  otro,  porque  sus  hijos  son  en  realidad  personas 
diferentes  de  la  suya;  al  "yo,"  porque  los  hijos  no  son  más  que  una 
continuación  de    la    personalidad    del    padre,    por  manera  que  el 
amor  á  la  prole  tiene  algo  de  egoísta.  Fácil  es  comprender  que  en 


—  14  — 

esta  nueva  etapa,  creció  el  número  de  sentimientos  humanos,  for- 
mando ya  dos  órdenes  de  afectos:  el  que  se  siente  por  el  individuo 
mismo,  y  el  que  se  dirige  á  la  prole  y  á  la  esposa. 

Los  individuos  que  se  hallan  unidos  por  unos  mismos  vínculos, 
por  coexistencia  en  un  lugar,  por  idénticas  necesidades  ó  acaso  por 
proceder  de  un  tronco  común,  formaron  en  un  principio  la  tribu. 
En  un  grado  de  mucha  mayor  civilización  el  hombre  sintió  afecto 
hacia  los  miembros  de  su  tribu:  hacia  aquellos  que  con  él  compar- 
tían alegrías  y  pesares.  La  tribu  es  quizás  una  ampliación  de  la 
familia,  ampliación  que  se  ha  verificado  á  través  de  cientos  de 
anos,  quizás  cuando  el  hombre  abandona  la  caza  y  la  pesca  para  ha- 
cerse pastor  y  domar  á  los  animales  antes  salvajes.  Dn  el  estado 
de  tribu,  si  bien  ha  crecido  mucho  el  sentimiento  de  altruismo, 
pues  se  extiende  á  todos  los  individuos  que  la  componen,  se  encuen- 
tra aun  muy  limitado:  no  chocan  con  los  afectos  del  hombre,  ni  re- 
pugnan con  su  modo  de  ser  los  actos  que  se  cometen  contra  los  in- 
dividuos de  la  tribu  enemiga,  como  que  él  mismo  los  comete  y  los 
perpetra. 

No  seguiremos  á  Garofalo  paso  por  paso  en  su  elucubración 
para  averiguar  cómo  se  han  desarrollado  los  sentimientos  altruis- 
tas; pero  es  innegable  que  éstos  han  ido  aumentando  á  medida  que 
la  humanidad  progresa.  Así,  en  el  estado  de  nación  (Grecia,  Roma) 
ha  aumentado  mucho;  pero  aún,  la  regla  no  comprende  más  que  al 
griego  ó  al  romano,  y  el  altruismo  deja  de  existir  respecto  del  bár- 
baro. Kn  la  edad  moderna,  hemos  llegado  á  creer  que  todos  los 
hombres  son  nuestros  semejantes,  hemos  roto  las  barreras  que  se- 
paraban al  griego  del  bárbaro,  al  blanco  del  negro,  al  libre  del  es- 
clavo; los  sentimientos  altruistas  se  encuentran  mucho  más  des- 
arrollados; y,  si  bien  no  han  llegado  á  su  perfección,  no  faltan  hom- 
bres y  sociedades  que  lo  lleven  hasta  los  animales. 

El  altruismo  se  manifiesta  por  dos  clases  de  sentimientos:  be- 
nevolencia ó  piedad,  y  justicia. 


III 


Palta  averiguar  lo  que  sea  sentido  moral.  Es  innegable,  que 
al  par  que  existe  una  moral  universal,  no  hay  reglas,  ni  hechos 
morales  admitidos  como  tales   por   todos   los  pueblos.      "Es  inútil 


—  15  — 

"aducir  ejemplos  para  mostrar  las  enormes  diferencias  que  bajo 
"distintos  respectos  existen  entre  la  moral  de  pueblos  diferentes, 
"ó  en  la  de  un  mismo  pueblo  en  diferentes  épocas.  Ni  siquiera 
"hay  necesidad  de  citar  las  tribus  salvajes  anticruas  y  modernas. 
"Basta  con  recordar  ciertos  usos  del  mundo  clásico,  el  cual  está, 
"no  obstante,  tan  cerca  del  nuestro  por  el  g-énero  y  el  grado  de  su 
"civilización.  Recuérdese  el  realismo  con  que  se  celebraban  ciertos 
"misterios  de  la  naturaleza:  el  culto  de  Venus  y  de  Príapo  etc."  '^' 

Pero  hoy  día  el  sentido  moral,  y  nótese  que  por  sentido  mo- 
ral, no  se  entiende  la  manera  de  Címcebir  y  de  practicar  la  moral, 
sino  simplemente  el  sentimiento  del  altruismo,  es  universal,  salvo 
lij^eras  excepciones  de  razas  ínfimas  que  confirman  en  vez  de  des- 
truir la  réjala. 

(iarofalo  averij^ua  en  que  forma  se  manifiesta  el  sentido  moral 
en  la  mayoría  de  los  hombres  contemporáneos.  Esta  averiguación 
tiene  por  objeto  determinar  cuáles  son  aíjuellos  hechos  que  violan 
el  sentido  moral,  y  por  consiguiente,  cuáles  son  los  hechos  que  de- 
ben calificar.se  de  delitos. 

La  religión,  la  patria,  el  pudor  y  el  honor,  son  los  sentimien- 
tos á  cuyo  examen  se  dedica  preferentemente. 

¿Será  la  religión  un  sentimiento  universal  en  sus  formas  y 
manifestaciones?  (iarofalo  responde  que  no,  y  en  mi  concepto  tie- 
ne razón.  Lo  que  es  y  ha  sido  moral  ])ara  ciertas  religiones  y  para 
ciertos  tiempos,  no  lo  es  en  otras  creencias  ni  en  épocas  diferentes. 
Hoy  se  consideraría  inmoral  la  prostitución  religiosa  áque  se  dedi- 
caban las  hijas  de  Militta,  y  va  poniéndose  en  duda  la  moralidad 
de  las  instituciones  monásticas. 

Bajo  otro  aspecto:  ¿infiuye  la  religión  en  la  moralidad  de  un 
individuo?  ó  más  bien  dicho  ¿es  el  criterio  religioso  el  que  nos  sir- 
ve para  juzgar  de  su  moralidad?  Tan  no  es  así,  que  ya  no  se  con- 
sideran como  delitos  las  violaciones  de  las  leyes  religiosas  (herejías, 
blasfemias,  lectura  de  libros  prohibidos,  etc.)  y  que  éstas  ya  no  in- 
fluyen en  la  consideración  de  un  hecho  como  delictuoso,  sino  cuando 
se  traducen  en  actos  que  ofenden  los  sentimientos  altruistas. 

Lejos  estamos  ya  de  las  épocas  en  que  los  hombres  derrama- 
ban su  sangre  en  batallas  libradas  en  pro  de  una  creencia  más  ó 
menos  defendible:  y  lejos  también,  y  no  es  poca  fortuna,  de  los 
días  luctuosos   en  que  se  enviaban   los    hombres  al  tormento,  sólo 

(1)  Sócrates  hubiera  sido  hoy  un  libertino  repugnante:  y  Solón,  un  legislador  digno 
de  ser  enviado  al  manicomio. 


—  16  — 

por  el  hecho  de  no  pensar  como  pensaban  los  jueces  de  la  Inqui- 
sición. 

E)n  consecuencia  de  lo  expuesto,  podemos  afirmar  que  no  es  el 
sentimiento  religioso  el  que  nos  lleva  á  la  concepción  del  delito  na- 
tural, y  que  la  violación  de  estos  sentimientos  sólo  podrá  ser  tenida 
como  delito,  cuando  se  traduzca  en  hechos  que — ora  por  inducir 
falta  de  piedad,  ora  porque  supongan  carencia  de  probidad — ata- 
quen el  altruismo. 

¿Será  el  amor  de  la  patria  el  que  nos  suministre  una  justa 
medida  capaz  de  determinar  si  un  hecho  es  delictuoso? 

No:  el  amor  de  la  patria  es  una  gran  virtud  y  es  justo  el  hom- 
bre que  se  sacrifica  en  aras  de  la  tierra  que  le  vio  nacer;  pero  se 
viene  ya  comprendiendo  que  la  humanidad  está  por  encima  de  las 
divisiones  territoriales,  y  que,  en  su  consecuencia,  la  falta  de  ese 
sentimiento,  no  es  una  fuente  de  delitos.  ívl  hombre  que  milita 
contra  su  patria  v.  g.  no  inspira,  ni  con  mucho,  el  horror  y  la  re- 
pugnancia que  nos  infunden  el  asesino  y  el  que  se  apodera  de  lo 
ajeno. 

Y  es  que  el  sentimiento  de  la  patria  ha  "venido  desvaneciéndo- 
se: ha  venido  perdiendo  aquel  carácter  de  localista  orgullo  que 
lo  distinguía  en  la  antigüedad.  Consideramos  como  hermanos  á  los 
hijos  de  naciones  diferentes,  y  si  pretendemos  la  ventura  de  nues- 
tro suelo,  es  porque  ella  implica  nuestra  propia  bienadanza. 

Sea  de  ello  que  lo  fuere,  es  lo  cierto  que  el  sentimiento  de  la 
patria  se  ha  venido  debilitando,  por  manera  tal,  que  los  hombres 
del  día  tienen  mucho  de  cosmopolitas. 

"Tocante  2X  patriotismo ,  puede  decirse  que  en  nuestros  tiem- 
"pos,  no  ^^absolutamente  necesario  para  la  moralidad  del  indivi- 
"duo.  Nadie  es  inmoral  por  preferir  un  país  extranjero,  ó  porque 
"no  vierta  dulces  lágrimas  á  la  vista  de  la  bandera  nacional.  Cuan- 
"do  se  desobedece  al  gobierno  constituido,  cuando  se  acepta  un 
"empleo  de  un  gobierno  extranjero,  puede  uno  merecer  que  vse  le 
"moteje  de  mal  ciudadano,  pero  no  de  hombre  malvado.  Ahora, 
"nosotros  nos  ocupamos  de  la  inmoralidad  del  individuo,  considera- 
"do  como  miembro  de  la  humanidad,  no  de  su  inmoralidad  como 
"miembro de  una  asociación  particular." 

Pasando  al  sentimiento  del  pudor,  diremos  que  es  por  tal  ma- 
nera vago,  y  se  siente  por  modo  tan  diverso  según  los  diferentes 
países  y  clases  sociales,  que  apenas  si  se  tiene  como  transgresión 
cuando  los  actos  que  lo  ofenden  se  practican  en  público. 


—  17  — 

KI  sentimiento  del  honor  es  otro  sentimiento  va^o  y  eminente- 
mente variable.  "Todos  tenemos  nuestro  puntillo  de  honor"  y  ca- 
da uno  lo  entiende  á  su  manera,  al  extremo  que  hay  ladrones  que 
fundan  su  honor  en  no  matar,  y  asesinos  que  se  enorgullecen  de  no 
.ser  ladrones. 

Sobre  estos  dos  últimos  puntos  pudiera  extenderme  y  demos- 
trar con  copia  de  ejemplos  y  de  argumentos  que  son  perfectamen- 
te inútiles  para  determinar  lo  que  es  delito;  pero  baste  con  lo  di- 
cho, que  no  intento  escribir  un  trabajo  propio,  sino  simple- 
mente expímcr  á  grandes  rasgos,  las  doctrinas  de  los  maestros  de 
la  ciencia. 

Séamc  permitido  resumir,  diciendo  que,  en  mi  concepto,  los 
sentimientos  de  religión,  patria,  pudor  y  honor  no  coadyuvan  al 
propósito  de  descubrir  la  noción  del  delito,  por  las  siguientes  ra- 
zones fundamentales: 

V  Por  sus  diferentes  conceptos  ¿n  tiempos  y  países,  en  luga- 
res, razas  é  individuos. 

2^  Por  su  falta  de  universalidad. 

3?  Porque  extralimitan  el  dominio  del  derecho  y  lo  hacen  inva- 
dir el  de  la  moral. 

IV 

Sólo  los  sentimientos  altruistas  son  universales,  salvo  rarísi- 
mas excepciones.  Hemos  visto  ya  como  se  forman  y  desarrollan 
estos  sentimientos.  Pues  bien:  se  encuentran  en  todas  las  razas 
que  pueblan  el  globo.  Hay  en  ellas  ya  cierto  grado  de  progreso, 
que  les  hace  detestar — en  general — todo  ataque  á  la  vida  ó  á  los  in- 
tereses del  hombre. 

Dos  son  las  manifestaciones  del  altruismo:  benevolencia  (pie- 
dad) y  probidad. 

Tal  dice  Garofalo;  pero  si  he  podido  seguirle  y  adoptar  sus 
ideas  en  todo  el  curso  de  los  párrafos  anteriores,  no  me  encuentro 
decidido  á  prestar  mi  aquiescencia  á  la  afirmación  de  que  los  sen- 
timientos altruistas  sean  universales. 

En  efecto:  el  altruismo  se  manifiesta  por  una  especie  de  horror 
ó  de  repugnancia  á  todo  aquello  que  atenta  contra  la  personalidad 
ó  contra  la  propiedad  del  prójimo. 

Y  bien:  ese  altruismo  no  existe  universalmente. 

No  quiero  hablar  de  las  tribus  salvajes,  fidjianos,  tuaregs,  etc. 


—  18  — 

que  desconocen  por  completo  el  altruismo  y  en  los  cuales  nuestro 
autor  ve  solamente  excepciones,  es  decir,  seres,  anti-humanos. 

Pero  ¿y  la  guerra?  y  la  guerra  que  existe  aún  en  los  pueblos 
que  marchan  á  la  vanguardia  de  la  humanidad?  ¿Cómo  pueden  ar- 
monizarse la  guerra  y  el  altruismo?  ¿Cómo  es  posible  que  se  con- 
sidere eminentemente  altruista  al  pueblo  que  con  las  armas  en  la 
mano  destruye  las  propiedades  del  vecino  y  siega  las  vidas  de  sus 
hombres?  Véase  pues,  como  el  altruismo  no  es  perfectamente  uni- 
versal, puesto  que  tiene  una  excepción  más   universal  todavía. 

¿Y  qué  diremos  de  la  pena  de  muerte,  qué  de  las  innumera- 
bles usurpaciones  y  confiscaciones,  muchas  veces  legales,  que  son 
otras  tantas  excepciones  del  altruismo? 

Por  de  pronto  deben  exceptuarse  de  la  categoría  de  altruis- 
tas todos  los  pueblos  salvajes.  He  ahí  una  octava  parte  de  la  hu- 
manidad. 

¿Serán  altruistas  los  indios?  ¿Lo  serán  los  chinos  cerrados  á 
todo  el  mundo?  ¿Lo  serán  ciertos  pueblos  modernos,  capaces  de  sa- 
crificarlo todo  ante  la  idea  del  lucro? 

Ah!  yo  dudo  mucho,  de  que  la  humanidad  se  encuentre  ya  en 
ese  estado  de  perfección  que  parece  suponer  Garofalo  al  afirmar 
que  el  altruismo  existe  universalmente!  Veo  lo  contrario:  veo  al 
hombre  en  lucha  con  el  hombre;  en  los  países  civilizados  con  me- 
dios de  destrucción  cultos,  por  decirlo  así:  en  los  pueblos  salvajes, 
con  toda  la  horrible  desnudez  de  la  bestial 

Nosotros  mismos:  ¿no  sacrificamos  continuamente  el  altruis- 
mo en  aras  del  egoísmo?  No  inmolamos  al  criminal  que  nos  amena- 
za? ¿Qué  similitud  hay  entre  una  sociedad  que  ultima  á  un  reo — 
acto  supremo  de  egoísmo — y  aquel  "perdonad  á  vuestros  enemi- 
gos, amadlos"  que    predicaba  el   divino    fundador   del    altruismo? 

No:  el  altruismo  no  es  universal.  Hechas  las  anteriores  obser- 
vaciones, que  me  sugiere  simplemente  la  lectura  de  la  Criminolo- 
gía de  Garofalo,  y  que,  quien  sabe  si  sean  acertadas,  sigamos 
exponiendo  el  sistema  de  nuestro  autor. 


Y 


Los  sentimientos  altruistas  están   diversamente   distribuidos 
entre  los  hombres. 

El  individuo  que  llevando  hasta  el  grado  más  elevado,  y  hasta 


—  19  — 

la  quinta  y  última  esencia  su  amor  por  el  hombre  y  por  los  seres 
vivientes;  el  que  se  sacrifica  en  aras  del  prójimo  y  se  halla  domina- 
do por  el  deseo  constante  de  favorecerlo,  de  atender  á  sus  necesida- 
des, y  de  hacer  su  existencia  dulce:  ese  es  un  filántropo,  y  puede 
llegar  á  ser  á  las  veces  un  zoófilo.  Es  pues,  una  excepción  en  senti- 
do de  exagerar  el  altruismo:  es  un  hombre  que  se  ha  anticipado  á 
su  época. 

Hay  otros  hombres,  que  sin  estar  dominados  por  el  constante 
deseo  de  favorecer  al  prójimo,  sin  buscar  la  ocasión  de  hacerlo,  no 
se  niegan  á  verificarlo  cuando  á  ellos  se  recurre.  Estos  individuos 
son  simplemente  generosos. 

Hay  otra  suerte  de  hombres,  que  pudieran  denominarse  neu- 
tros, que  no  hacen  el  bien  ni  el  mal,  (¡ue  son  indiferentes. 

Tal  es  el  común  de  la  humanidad.  Sin  duda  no  se  puede  juz- 
gar del  criminal  por  la  medida  del  filántropo  ni  del  generoso.  Le- 
» jos  estamos  de  un  tiempo  utópico  en  que  sería  delito  el  hecho  de 
no  arrojarse  á  las  llamas  de  un  incendio  para  salvar  á  un  prójimo. 
Lejos  el  tiempo  en  que  sea  punible  el  hecho  de  negar  á  un  mendigo 
la  limosna. 

Pero  sí  son  delitos  los  hechos  que  hieren  el  término  medio.  El 
altruismo  de  la  generalidad  no  pasa,  v.  g.,  de  respetar  la  vida  del 
hombre:  privar  á  otro  de  su  existencia  es  un  hecho  que  repugna  al 
modo  de  sentir  de  la  generalidad  de  los  hombres.  Tenemos  pues 
una  cuarta  categoría.  La  de  aquellos,  que  no  sólo  no  practican 
el  bien,  sino  (|ue  ni  aún  son  neutros,  sino  más  bien,  activos  para  el 
mal.  La  de  los  que  cometen  hechos  que  repugnan  al  modo  de  sen- 
tir de  la  generalidad.  Este  cuarto  tipo  es  el  criminal,  el  enemigo 
formidable  del  hombre  y  de  la  sociedad. 

Tal  es  el  primer  aspecto  del  delito:  violación  del  sentimiento 
altruista  medio,   en  cuanto  se  manifiesta  como  benevolencia. 


VI 


Examinemos  su  segunda  manifestación. 

Quiero  vseguir  á  Garofalo,  sin  hacer  comentario  ni  observación 
ninguna. 

Igualmente  que  el  sentimiento  de  benevolencia  que  nos  obliga 
á  amar  y  respetar  al  prójimo  se  encuentra  desarrollado  el  senti- 
miento de  justicia. 


—  20  — 

Sabido  es  lo  que  Roma  llamaba  justicia:  Constant  voluntas 
suum  quique  tribuendi. 

La  humanidad,  por  regla  general,  según  nuestro  autor,  está 
dominada  por  esa  voluntad  constante  de  dar  á  cada  uno  lo  que  es 
suyo. 

Aquí  parece  que  no  hay  grados,  porque  el  altruismo  se  tradu- 
ce en  este  solo  acto:   no  despojar,  ó  sea  no  apoderarse  de  lo  ageno. 

Bste  es  un  sentimiento  de  justicia,  aunque  justicia  no  sea  so- 
lo lo  que  por  tal  entendían  los  romanos. 

Y  este  sentimiento  justo,  se  llama  probidad. 

¿Cuáles  son,  pues,  los  caracteres  distintivos  del  delito? 

Son  dos,  es  decir,  que  puede  haber  ó  hay  dos  clases  de  delitos: 
(a)  violaciones  del  sentimiento  medio  de  piedad:  (b)  violaciones  del 
sentimiento  de  probidad. 

Kl  primero  de  estos  caracteres  tiene  como  distintivo,  la  cruel- 
dad; el  segundo,  la  falta  de  justicia. 

Puede,  pues,  hacerse  ya  una  clasificación  de  los  delitos  natu- 
rales. 

Dn  primer  término  van  aquellos  actos  que  ofenden  el  senti- 
miento de  piedad  y  que  acusan  crueldad  en  el  agente  que  los  co- 
mete y  aquí  se  clasifican  los  atentados  contra  la  existencia  en  todas 
sus  formas:  (homicidio,  parricidio,  lesiones,  abortos,  etc.)  todo  lo 
que  tiende  á  amenguar  la  vida:  (provocación  de  enfermedades,  ca- 
lumnias, etc.)  y  todo  loque  produce  dolor  físico  ó  moral. 

En  la  segunda  categoría  se  comprenden  los  actos  que  atentan 
contra  el  sentimiento  de  probidad,  y  que  demuestran  falta  de  sen- 
timientos de  justicia  en  el  agente  que  los  verifica:  actos  que  violan 
ese  sentimiento  con  violencia,  con  fuerza  (robo,  etc.)  otros  que  lo 
hacen  sin  fuerza  (estafa)  y  otros  indirectos  que  á  la  larga  vienen  á 
producir- ese  mal  (revelación  de  secretos,  prevaricato.) 


VII 


Como  se  vé,  en  esta  clasificación  no  entran  el  delito  polítícOr 
(rebelión,  revolución,  sedición)  ni  el  contrabando,  ni  la  defrauda- 
ción de  hacienda  (bienes,  tabacos,  ramos  estancados.)  Es  que  estos 
son  delitos  sólo  bajo  el  punto  de  vista  particular  de  los  gobiernos. 
Es  que,  como  dice  Tarde  *^'  el  delincuente  político  es  tal  delincuen- 

(1)     El  delito  Político. 


—  21  — 

te  cuando  se  le  hecha  mano  y  se  le  fusila,  no  lo  es  cuando  triun- 
fa y  se  apodera  del  gobierno,  que  entonces  se  llama  "libertador"  ó 
cuando  menos  "rej^jenerador." 

Y  es  que  el  delito  político,  y  aún  el  contrabando,  no  atacan 
los  sentimientos  altruistas. 

A  veces  serán  ocasión  de  cometer  otros  delitos,  como  cuando 
los  revolucionarios  cometen  asesinatos  y  defraudaciones. 

Para  el  concepto  público  el  faccioso,  el  revolucionario,  el  con- 
trabandista no  stm  verdaderos  delincuentes:  la  sociedad  no  les  tie- 
ne horror,  ni  les  abruma  con  su  vcrj^üenza. 

Es  delincuente  realmente,  el  revolucionario  que  asesine,  el 
que  robe,  el  que  viole  los  sentimientos  altruistas  vso  pretexto  de 
ideales  políticos. 

Por  lo  demás,  el  concepto  público  no  tiene  á  los  delincuentes 
políticos  como  tales  criminales,  los  sentimientos  de  la  sociedad  pa- 
decen cuando  se  les  ultima,  y  en  su  címsecuencia  no  puede  ser  más 
feliz  la  expresión  de  Garofalo  al  calificarlos  como  "delincuentes 
desde  el  punto  de  vista  particular  de  un  Gobierno." 


VIII 


Resumamos:  el  delito  natural,  para  Garofalo,  se  puede  definir 


así: 


"Violación  de  los  sentimientos  medios  altruistas." 
Más  tarde  tendremos  ocasión  de  comprobar  hasta  qué  punto  es 
aceptable  esta  teoría. 


CAPITULO  II 

El  delito  Heflriíii  la  omcii<*Iíi  «-láHlc-a — Objeciones  de  «liversos  aii 
torcH  á  la  doctrina  de  Garofalo.— Observaciones. 


El  ca!)allen>  Cayetano  Filanj^neri,  nos  da,  á  mi  juicio,  el  con- 
cepto del  delito,  se^ún  los  fundadores  de  la  escuela  clásica.  Imbui- 
do, sej^ún  he  podido  colej^ir  de  su  lectura,  en  la  doctrina  rousseau- 
niana,  considera  como  fundamento  del  derecho  de  penar,  la  exis- 
tencia primitiva  y  anterior  á  toda  ley,  del  pacto  ó  contrato  social. 

Para  él,  los  individuos  al  asociarse  han  celebrado  varios  pac- 
tos, varias  convenciones.  Por  una  de  ellas  viven  en  sociedad;  por 
una  segunda,  se  comprometen  á  prestarse  mutuo  auxilio:  por  una 
tercera,  á  respetar  su  vida;  por  una  cuarta,  ii  sujetarse  á  un  poder 
central  y  así  sucesivamente. 

Ahora  bien:  el  principio  2''  de  Filanjrieri  "'  dice  así:  "Si  los 
"pactos  sociales  no  vson  más  que  las  obligaciones  que  cada  ciuda- 
*'dano  contrae  C(m  la  sociedad  en  compensación  de  los  derechos  que 
"adquiere,  toda  violación  de  un  pacto  debe  ser  seguida  de  la  pér- 
"dida  de  un  derecho." 

De  aquí  se  infiere  que,  para  la  escuela  á  que  el  ilustre  filósofo 
italiano  pertenece,  no  hay  delito,  sino  en  cuanto  un  individuo  viola 
los  pactos  que  tiene  celebrados  con  la  sociedad.  Ahora  bien:  esos 
pactos  se  encuentran  determinados  en  la  legislación  positiva  que 
indudablemente  tiene  que  determinar  cuáles  vSon  los  hechos  que  los 
violan. 

Desacreditada  como  está  la  doctrina  del  pacto  ó  contrato  so- 
cial, la  hipótesis  de  Filangieri,  que  en  ella  se  funda,    no  es  defen- 


(1)     Ciencia  de  la  Leg-islación.— Pág^.  303  vol.  II.  Madrid— ViUalpando— 1821. 


—  24  — 

dible,  aunque,  en  último  análisis,  veng-a  su  definición  del  delito  á 
quedar  reducida  á  lo  siguiente:  "hechos  que  violan  la  ley,"  puesto 
que  sólo  la  ley  puede  determinar  cuales  sean  los  pactos  que  el  hom- 
bre ha  celebrado  con  la  sociedad. 

No  es  necesario  insistir  en  la  falsedad  y  escasos  fundamentos 
histórico  y  filosófico  de  la  doctrina  del  pacto  social,  que  por  lo 
demás,  no  encaja  cumplidamente  en  mi  propósito  refutarla,  tan- 
to más,  cuanto  que  ya  pasó  si  así  pudiera  decirse,  en  autoridad  de 
cosa  juzgada. 

Diremos  pues,  que,  para  Filangieri,  cualquiera  que  sea  el  ca- 
mino por  donde  llega  á  esta  conclusión,  y  por  falsa  que  sea  la  hi- 
pótesis en  que  se  funda,  el  delito  no  es  sino  la  violación  de  la  ley, 
ó  sea  la  práctica  de  lo  prohibido. 

Según  Bentham,  el  concepto  del  delito  se  relaciona  íntimamen- 
te con  la  idea  de  utilidad. 

Conocida  es  la  doctrina  utilitarista  de  este  filósofo,  y  su  méto- 
do de  pensar  llega  hasta  el  modo  de  concebir  el  delito. 

Para  explicarme  someramente  basta  con  decir  que,  en  la 
sociedad  existen  actos  que  le  son  útiles,  otros  que  no  lo  son  y 
por  último  otros  que  la  perjudican. 

Lo  que  viole,  pues,  el  principio  de  utilidad  social  y  general,  lo 
que  sea  inútil,  ó  mejor  lo  que  sea  perjudicial  á  la  sociedad,  eso 
será  delito.  '^' 

Inútil  me  parece  decir  que  esta  doctrina  nos  conduce,  en  último 
resultado,  á  un  concepto  idéntico  al  de  la  anterior.  En  efecto,  es 
necesario  que  exista  un  poder,  una  ley  positiva  que  determine 
cuales  son  los  actos  útiles,  cuales  los  inútiles  y  cuales  los  perjudi- 
ciales. Sin  duda  esa  ley  debe  prohibir  los  actos  perjudiciales;  por 
manera  que  el  que  los  cometa,  violará  la  ley,  y  el  delito  no  vendrá 
á  ser  otra  cosa  sino  la  comisión  de  actos  perjudiciales,  es  decir,  la 
violación  de  la  ley. 

Beccaria  dice  que  el  delito  es  lo  contrario  al  bien  público.  Ks- 
ta  definición  se  enlaza  íntimamente  con  la  doctrina  de  la  utilidad 
y  viene  á  dar  idéntico  resultado. 


(1)  Nuestro  disting-uido  literato  don  Antonio  J.  de  Irisarri,  nos  ha  pintado  en  un  so- 
berbio artículo  la  doctrina  utilitarista.  Este  artículo  se  llama  «El  principio  utilitarista.» 
Un  hombre  se  está  ahog-ando:  otro  lo  ve,  y  desea  salvarlo.  Consulta  en  un  momento  á  to- 
dos los  filósofos,  y  ning-uno  le  ayuda.  Bentham  le  dice:  "Si  salvas  á  ese  hombre,  serás  un 
héroe:  si  perece,  un  ser  inútil:  si  mueres  tú  y  no  lo  salvas,  serás  un  bandido;  habrás  co- 
metido un  crimen."  Esta  doctrina  que  juzg-a  de  los  hechos  por  la  utilidad  de  sus  resul- 
tados,  no  necesita  comentarios. 


—  25  — 

Es  indudable  que  el  concepto  del  "bien  público" -debe  determi- 
narse de  alguna  manera,  y  no  lo  es  menos  que  sólo  la  ley  puede  ha- 
cer tal  determinación. 

En  su  consecuencia,  el  delito  viene  á  ser  el  hecho  que  atenta 
á  lo  que  la  ley  llama  bien  público,  es  decir,  un  acto  violatorio  de  la 
ley  positiva. 

Ortolán  "  define  así  el  delito:  "Toda  acción  ó  inacción  exte- 
"rior  que  vulnera  la  justicia  absoluta,  cuya  represión  importa  para 
"la  conservación  ó  el  bienestar  social,  que  ha  sido  de  antemano  de- 
"finida,  y  á  la  que  la  ley  ha  impuesto  pena." 

Las  últimas  palabras  de  la  anterior  definición  nos  dan  su  cla- 
ve, y  nos  permiten  observar  que,  cualquiera  que  sea  el  camino  por 
donde  áella  llega  Ortolán,  el  delito  para  serlo,  debe  estar  penado 
por  ley  anterior  á  su  perpetración. 

A  igual  resultado  conduce  D.  Juan  Manuel  Orti  y  Lara,  cuan- 
do define  el  delito  "como  todo  acto  moralmente  malo  que  ofende  á 
otro  en  algún  derecho  perfecto  protegido  por  la  ley."  '^^ 

De  nada  sirven  las  palabras  "moralmente  malo,"  si  en  resu- 
men la  calificación  de  la  inmoralidad  de  un  acto  queda  encomen- 
dada á  la  ley. 

Romagnosi  dice  que  el  delito  es  un  acto  de  persona  libre  é  in- 
teligente, nocivo  á  los  demás,  é  injusto;  definición  que,  como  puede 
verse,  fué  aceptada  por  Ortolán  y  por  Trebutien,  Guizot,  Bertault, 
Hayes  y  Mittermaicr.   '^ 

Rossi  añade  el  concepto  de  utilidad,  cuando  dice  que  el  delito 
es  la  violación  de  un  deber  para  con  la  sociedad,  exigible  y  útil 
para  el  orden.  **' 

Por  último,  réstanos  examinar  las  legislaciones  positivas.   '"^ 

Las  Partidas,  el  vetusto  monumento  de  don  Alfonso  el  Sabio, 
definen  el  delito  como  "malos  fechos  que  se  facen  á  placer  de  la 
una  parte,  et  a  daño  et  a  deshonra  de  la  otra." 

El  Código  español:  "Es  delito  ó  falta  toda  acción  ú  omisión 
voluntaria  penada  por  la  ley." 

El  Código  francés:  "La  infracción  que  castigan  las  leyes." 

El  austriaco:  "acciones  contrarias  á  la  ley." 


(1)  Tratado  de  Derecho  Penal.  Yol.  I.  pag^.  84.— Madrid.— Leocadio  López,  1878. 

(2)  Introducción  al  estudio  del  Derecho.  Pag.  289.— Pascual  Conesa.  1874. 

(3)  Citados  por  Garofalo.— La  Criminolog^ía. 

(4)  Ibidem. 

(5)  Tomo  estas  citas  de  Pacheco. 


—  26  — 

Bl  brasileño:  "toda  acción  ú  omisión  voluntaria,  contraria  á 
las  leyes  penales." 

Resulta  pues  que,  ora  tomemos  las  definiciones  de  los  autores, 
ora  nos  concretemos  á  lo  que  dicen  las  leyes  positivas,  el  delito  no 
es  otra  cosa  sino  la  infracción  de  una  ley. 

Unos  llegan  por  el  camino  del  contrato  social,  otros  por  el  de 
la  utilidad,  otros  por  diversos  senderos  y  por  argumentaciones  di- 
ferentes; pero  todos  vienen  á  parar  á  este  punto,  y  ello  me  parece 
muy  lógico,  cuando  el  mismo  Garofalo,  con  todo  y  la  pretendida 
novedad  de  su  doctrina,  con  todo  y  lo  que  de  él  dice  Lombroso: 
"que  ha  venido  á  destruir  la  antigua  escuela  jurídica,  para  susti- 
tuirla con  otra,"  no  ha  podido  escaparse  de  la  fuerza  incontrastable 
de  los  hechos,  y  ha  venido  á  parar  en  último  análisis,  al  mismo  re- 
sultado que  los  clásicos.  Más  adelante  procuraré  demostrar  este 
aserto,  que  por  ahora,  cumple  que  examine  las  objeciones  que  se 
han  hecho  á  la  doctrina  de  Garofalo  en  sí  misma  y  en  lo  que  ella 
pretende  hacer  pasar  como  delito. 

II 

Aramburu  y  Lozano  hacen  objeciones  á  la  doctrina  de  Garo- 
falo. Este  autor  considera  el  delito,  como  violación  de  los  senti- 
mientos de  altruismo,  el  cual  se  manifiesta  en  dos  órdenes  de  ideas: 
la  benevolencia  y  la  probidad.  El  acto  que  ofende  el  primero  de 
estos  sentimientos,  tiene  como  nota  dominante  la  crueldad;  el  que 
ofende  el  segundo,  la  injusticia. 

Ahora  bien,  los  autores  anteriormente  citados  arguyen  contra 
CvSta  división  de  Garofalo,  diciendo  que  todo  acto  injusto  envuelve 
una  crueldad,  y  que  todo  acto  cruel  lleva  consigo  una  injusticia. 

En  su  consecuencia,  dicen  ellos,  la  división  de  Garofalo  no  es 
filOvSÓfica,  puesto  que,  lo  que  él  pretende  separar  y  presentar  como 
hechos  diferentes,  se  encuentra  por  su  naturaleza  unido  y  los  he- 
chos no  son  sino  compuestos  de  un  mismo  todo.  Las  lesiones,  por 
ejemplo,  que  importan  consigo  una  crueldad,  son  también  un  acto 
de  injusticia;  y  el  robo,  injusto  y  carente  de  probidad,  es  así  mismo 
cruel. 

Yo  pienso  que  ésta  es  una  mera  cuestión  de  palabras,  pues  na- 
die me  negará  que  el  concepto  de  ambos  órdenes  de  hechos,  se  en- 
cuentra perfectamente  deslindado,  y  que  ambos  militan  en  diferen- 
tes disciplinas. 


El  mismo  sentido  común  nos  indica  que  existe  gran  diferencia 
entre  aquellos  hechos  que  atentan  contra  el  amor  al  prójimo,  ma- 
nifestado en  lo  que  á  su  persona  se  refiere,  y  aquellos  que  atentan 
contra  la  propiedad  del  prójimo. 

Creo  yo  que,  en  resumen,  y  en  ésto  doy  la  razón  á  los  críticos 
de  la  doctrina  de  Garofalo,  ambos  órdenes  de  hechos  vienen  á  ser 
en  el  fondo  idénticos,  aunque  sus  manifestaciones  sean  diferentes. 
Y  ésto,  no  precisamente  porque  toda  injusticia  importe  crueldad 
y  vice-versa,  sino  porque  la  propiedad  y  los  intereses,  no  son  sino  el 
reflejo  de  la  personalidad  humana;  y  porque,  en  su  consecuencia, 
tanto  los  hechos  que  atentan  contra  la  existencia  material  del  hom- 
bre, como  los  que  se  encaminan  contra  sus  intereses,  no  son  sino 
ataques  á  su  personalidad  en  alguna  de  sus  formas. 

La  cuestión  de  palabras  me  parece  que  pudiera  resolverse  en 
estos  términos:  "todo  acto  de  improbidad,  toda  falta  de  benevolen- 
*'cia,  importan  crueldad  é  injusticia;  pero  no  toda  falta  de  benevo- 
'Mencia  importa  falta  de  probidad,  aunque  ambas  faltas  importen 
"carencia  de  respeto  á  la  personalidad  humana." 

Ad.  Prank  dice  criticando  á  (jarofalo,  que  su  doctrina  consi- 
dera la  violación  de  los  sentimientos  y  no  la  de  los  derechos.  Es- 
ta objeción  parece  á  primera  vista  cierta,  con  tanta  mayor  razón 
cuanto  que  el  mismo  (iarofalo  dice  que  para  él,  el  delito  es  una 
violación  de  sentimientos. 

Sin  embargo,  el  propio  Garofalo  nos  dice  que  las  violaciones 
del  sentido  moral,  han  impresionado  menos  á  los  hombres  de  los  pa- 
sados tiempos  de  lo  que  actualmente  impresionan;  y  que  probable- 
mente, impresionarán  más  en  el  porvenir,  lo  que  demuestra  que, 
en  tanto  se  considera  ofendido  un  sentimiento,  en  cuanto  se  halla 
erigido  en  derecho;  porque  si  no  existe  derecho  de  que  se  respete 
nuestra  vida  y  el  recíproco  deber,  no  puede  impresionar  una  vio- 
lación que,  en  nuestra  conciencia,   no  ofende  ningún  sentimiento. 

La  distinción  de  Garofalo  entre  hechos  y  sentimientos,  ade- 
más de  ser  prácticamente  irrealizable,  es  á  mi  juicio,  punto  de  pa- 
labras. Imposible  es  prescindir  de  los  hechos;  y  los  hechos  no  son 
sino  la  traducción  al  exterior,  de  los  sentimientos.  Por  manera  que 
la  violación  de  un  sentimiento  no  será  repugnante,  sino  cuando  el 
hecho  en  que  este  sentimiento  se    traduce,  sea  erigido  en  derecho. 

Los  sentimientos  además,  han  variado  muchísimo,  como  po- 
dremos verlo  adelante,  ya  que  ahora  mi  propósito  no  es  otro,  sino 
demostrar  que  Garofalo,  aunque  diga  lo  contrario,  al  considerar  la 


—  28  — 

violación  de  los  sentimientos,  considera  forzosamente  la  violación 
de  los  derechos. 

Bra  delito  en  épocas  remotas,  y  en  concepto  de  tal  se  tenía  por 
la  opinión  pública,  la  profesión  de  cierta  fé  religiosa,  porque  vio- 
laba los  sentimientos  de  la  generalidad  y  porque  esos  sentimientos 
se  encontraban  erigidos  en  derechos. 

Por  el  contrario,  la  mera  violación  de  sentimientos  no  consti- 
tuidos en  derechos,  nunca  ha  sido  delito,  ni  el  mismo  Garofalo  la 
considera  como  tal.  DI  sentimiento  de  patriotismo  se  encuentra 
aún  muy  desarrollado  y  generalizado  entre  los  hombres,  y  la  prefe- 
rencia que  un  hombre  otorgue  á  un  país  extranjero,  la  cual  prefe- 
rencia ofende  á  la  mayoría  de  sus  conciudadanos,  no  es  un  delito, 
porque  tal  sentimiento  no  se  encuentra  erigido  en  derecho.  En 
cambio,  en  otras  épocas  en  que  la  idea  ó  el  sentimiento  patrióticos 
se  encontraban  erigidos  en  derecho,  su  violación  constituía  un  de- 
lito. ^^^  Ahora  bien:  el  mismo  Garofalo,  al  confesar  que  las  viola- 
ciones de  esos  sentimientos  no  constituyen  delito,  se  encuentra  de 
acuerdo  con  Franck,  aunque  pretenda  lo  contrario,  por  no  consen- 
tirle su  amor  propio  el  sacrificio  de  su  doctrina  de  los  sentimientos. 

Ninguno  mejor  que  Garofalo  puede  comprobar  mi  ante- 
rior afirmación.  Me  tomo  la  libertad  de  transcribir  sus  propias 
palabras:  "M.  Ad.  Franck  ha  substituido  á  la  de  Rossi  la  propo- 
"  sición  correlativa:  éste  habla  de  la  violación  de  un  deber,  aquel 
"  de  la  violación  de  un  derecho.  La  sociedad  no  puede  perseguir  y 
"  castigar  legítimamente  una  acción,  sino  cuando  esta  es,  no  ya  la 
'*  violación  de  un  deber,  sino  la  violación  de  un  derecho,  de  un 
"  derecho  individual  ó  colectivo,  fundado,  como  la  sociedad  mis- 
"  ma  sobre  la  ley  moral.''  "Probablemente,  aquí  no  existe  más 
"  que  una  cuestión  de  palabras  (adviértase  que  se  trata  de  Pranck 
y  Rossi.)  por  más  esfuerzos  que  M.  Franck  haga  por  demos- 
"  trar  que  se  trata  de  una  diferencia  substancial.  M.  Frank  cri- 
"  tica  la  definición  de  Rossi,  aduciendo  ejemplos  de  deberes  aun 
"  para  con  la  sociedad,  y  cuya  violación,  aunque  sea  nociva,  no  pue- 
"  de  merecer  la  persecución  ó  la  represión  de  la  justicia."  "Tal 
"  sucede  con  el  deber  que  tenemos  de  consagrar  á  nuestro  país 
"  todo  cuanto  poseemos  de  fuerza  y  de  inteligencia.'^  '^^ 

Y  bien,  ¿qué  otra  cosa  quieren   decir  esas  palabras  "cuya  vio- 


(1)  Delito  cometía  seg-ún  la  ley   mosaica  y    seg-ún  el  criterio  del  pueblo  hebreo,  el  is- 
raelita que  se  casaba  con  una  extranjera. 

(2)  Criminolog-ía,  pag-.  93. 


—  29  — 

lación  aunque  sea  nociva  no  puede  merecer  la  persecución  ó  la  re- 
presión de  la  justicia,"  sino  que,  aun  cuando  se  viole  un  senti- 
miento, ésto  no  es  reprensible  sino  cuando  el  sentimiento  se  halla 
erigido  en  derecho? 

¿A  quién  se  le  ocurriría  tachar  de  delicuente  á  un  hombre  que 
no  dá  á  su  país  **todo  lo  que  posee   de  fuerza  y   de  inteligencia?" 

Y  sin  embargo,  este  hombre  viola  los  sentimientos  de  la  gene- 
ralidad. 

Sí;  pero  no  viola  los  sentimientos  altruistas,  se  me  responde- 
rá, y  yo  lo  admito  sin  concederlo,  porque  mi  propósito  ha  sido  úni- 
camente demostrar  que  no  es  delito  la  violación  de  un  sentimiento, 
cuando  no  existe  derecho  para  hacer  respetar  este  sentimiento.  Si 
el  respeto  á  los  sentimientos  altruistas  no  estuviera  erigido  en  de- 
recho, no  podría  exigirse  ni  sería  delito  su  violación.  La  prueba 
es  que  no  fueron  delitos  tales  violaciones,  en  las  épocas  en  que  el 
altruismo  no  estaba  constituido  en  derecho. 

¿Se  quiere  un  ejemplo  más?  Pues  voy  á  indicarlo  someramen- 
te. ¿Qué  cosa  puede  haber  más  contraria  al  altruismo  que  la  gue- 
rra?  Es  indudable  que  la  guerra  viola  los  sentimientos  altruistas. 

Y  sin  embargo,  el  General  que  hace  perecer  á  un  número  crecido 
de  hombres  en  una  batalla;  el  soldado  que  mata  á  su  semejante  en 
una  acción  de  armas,  no  son  tenidos  como  delincuentes,  aunque  ha- 
yan violado  todos  los  sentimientos  altruistas.  La  razón  es  clara:  el 
altruismo  entonces  no  se  halla  erigido  en  derecho:  el  que  se  encuen- 
tra en  una  guerra,  en  una  acción  de  armas;  los  ejércitos  beligeran- 
tes, las  naciones  que  disputan  por  cualquier  motivo,  no  tienen  un 
derecho  que  traduzca  sus  sentimientos  altruistas,  no  tienen  en  su 
consecuencia  un  deber  correlativo  que  exigir,  no  pueden  calificar,  no 
califican  como  delitos,  los  hechos  que  aunque  ofenden  sus  senti- 
mientos no  son  correlativos  de  sus  derechos. 

Supongamos  que  uno  de  los  ejércitos  beligerantes  se  ceba  en 
los  heridos,  fusila  á  los  niños  indefensos  y  á  las  mujeres,  saquea  los 
templos  y  las  ciudades;  pues  bien,  aquí  no  sólo  se  han  violado  los 
sentimientos  altruistas,  y  por  eso  son  delitos;  se  ha  violado  el  dere- 
cho en  que  esos  sentimientos  se  traducen:  se  ha  violado  ya  la  ley, 
internacional  si  se  quiere,  se  ha  delinquido,  aunque  no  se  imponga 
castigo. 

Concluyo,  pues,  que  la  mera  violación  de  sentimientos,  de 
cualquier  naturaleza  que    sean,    no  constituye  delito,  sino   cuando 


—  30  — 

esos  sentimientos  se  hallan,  dispénsese  la  repetición  de  esta  frase, 
erigidos  en  derechos. 

Esto  no  quiere  decir  que  yo  no  esté  de  acuerdo  con  el  ilustre 
magistrado  italiano,  en  que  el  delito  es  hoy  día  la  violación  de  los 
sentimientos  altruistas.  Lo  único  que  pretendo  demostrar  es  que, 
si  no  hubiera  un  derecho  que  ordena  respetar  tales  sentimientos, 
su  violación  no  constituiría  delito. 

Si  atendiésemos  sólo  á  los  sentimientos,  haríamos  que  el  Dere- 
cho invadiera  los  dominios  de  la  Moral. 

Tal  es,  además,  el  modo  de  pensar  de  M.  G.  Tarde,  cuando  ha- 
ciendo observaciones  á  la  doctrina  de  Garofalo,  pregunta:  "¿ívs 
''delictuoso  un  acto,  sólo  porque  ofende  al  sentimiento  medio  de 
"piedad  y  de  justicia?  No;  si  no  lo  juzga  delictuoso  la  opinión.  La 
"presencia  de  una  degollación  belicosa  provoca  en  nOvSotros  más 
"horror  que  la  presencia  de  un  solo  hombre  asesinado;  más  nos  do- 
"lemos  de  las  víctimas  de  una  razzia  que  las  de  un  robo,  y,  sin 
"embargo,  el  General  que  ha  ordenado  esta  matanza  y  este  pillaje, 
"no  es  un  criminal.  Kl  carácter  lícito  ó  ilícito  de  las  acciones,  por 
"ejemplo,  del  homicidio  en  caso  de  legítima  defeuvsa,  ó  de  vengan- 
"za  y  del  robo,  en  caso  de  piratería  y  de  guerra,  se  halla  determi- 
"nado  por  la  opinión  dominante,  acreditada  en  el  grupo  social  de 
"que  se  forma  parte.  Kn  segundo  lugar,  algún  acto  prohibido  por 
"esta  opinión,  si  se  realiza  en  perjuicio  de  un  miembro  de  este  gru- 
"po,  ó  aún  de  un  grupo  más  extenso,  se  convierte  en  un  acto  per- 
"mitido  más  allá  de  estos  límites."  ^'^ 

Tomemos  nada  más  el  caso  en  que  un  hombre  mate  á  otro 
en  legítima  defensa.  Creo  innegable  que  este  hombre  ha  hecho  la 
ofensa  suprema  á  los  sentimientos  altruistas. 

Me  pregunto  pues:  ¿llegará  el  altruismo  hasta  el  extremo  de 
sacrificar  el  egoísmo?  Seguramente  no;  y  esto  nos  demuestra  más 
todavía  que  no  basta  la  violación  de  un  sentimiento,  sino  que  es 
necesario  que  este  sentimiento  se   encuentre  erigido  en  derecho. 

Doña  Concepción  Arenal,  la  distinguida  escritora  española 
que  tan  en  desacuerdo  parece  estar  con  la  escuela  criminológica 
italiana  y  que  tan  agudas  sátiras  le  dirige  en  el  curso  de  sus  obras, 
está  sin  embargo  de  acuerdo  con  Garofalo,  cuando  dice  que  el  de- 
lito es  un  acto  supremo  de  egoísmo.'-' 


(1)  Tarde. -"La  Criminalidad  comparada. 

(2)  "El  Visitador  del  preso." 


31 
III 


He  dicho  ya  que  en  último  análisis,  el  concepto  que  del  deli- 
to se  forma  Garofalo,  nos  conduce  á  un  resultado  casi  igual,  en  la 
práctica,  al  que  han  llegado  los  clásicos. 

Sea  que  el  delito  se  considere  como  una  violación  de  senti- 
mientos, ora  se  tenga  como  una  violación  de  derechos,  lo  cierto  es 
que  debe  existir  alguna  norma  que  nos  diga  cuales  son  los  hechos 
que  violan  los  sentimientos  altruistas.  De  lo  contrario  el  delito 
quedaría  al  criterio  variable  y  fácilmente  influible  de  cada  uno  de 
los  individuos. 

No  se  puede  prescindir  de  la  ley:  ella  es  la  única  que  puede 
determinar  cuáles  son  los  hechos  que  violan  el  altruismo,  porque 
no  hay  otra  entidad  capa/,  de  hacer  tal  determinación. 

Por  manera  que  si  la  ley  es  la  (pie  debe  determinar  en  qué 
consiste  el  altruismo  y  cuáles  son  los  hechos  que  lo  violan,  el  deli- 
to no  puede  ser  otra  cosa,  sino  la  comisión  de  un  acto  prohibido 
por  la  ley. 

Creo  pues,  que  para  distinguir  la  escuela  criminológica  posi- 
tiva de  la  escuela  clásica  y  ya  (jue  ambas  concuerdan  en  que  el 
delito  es  la  comisión  de  hechos  prohibidos  por  la  ley,  la  cuestión 
debe  trasladarse  á  otro  terreno. 

Yo  preguntaría:  ¿cuáles  s(m  los  hechos  que  la  ley  debe  prohi- 
bir? Pilangieri  me  contesta:  lo  que  viole  el  pacto  social;  Bentham: 
lo  perjudicial;  Beccaria,  lo  que  viole  el  orden  público;  Garofalo,  lo 
que  viole  los  sentimientos  altruistas. 

Y,  á  mi  juicio,  ninguno  tiene  hasta  ahora  más  razón  que  Ga- 
rofalo. Convengamos  en  que  siempre  el  delito  seguirá  siendo  lo  que 
la  ley  prohibe;  pero  determinemos  precisamente,  qué  hechos  son 
los  que  la  ley  debe  prohibir. 

En  realidad  de  verdad,  ningún  hecho  es  delito  natural  (no  po- 
sitivo) hoy  día,  (y  no  podemos  hablar  sino  del  presente)  sino  en 
cuanto  viola  el  altruismo. 

Pero  habría  que  establecer  una  norma  fija,  una  base  para  me- 
dir el  delito,  que  no  estuviera  sujeta  á  la  mudable  opinión  de  las 
generalidades. 

Así,  para  mí,  el  delito  es  tal,  cuando  los  sentimientos  que  vio- 
la se   erigen  en   derechos   y    por  consiguiente,  cuando,  aunque    no 


—  32  — 

consten  todavía  en  la  ley  positiva,  se  encuentran  ya  admitidos  en 
la  legislación  universal  ó  filosófica.  *^^ 

Fácilmente  se  puede  comprender  que  la  intención  de  R.  Garo- 
falo  al  formular  su  teoría  del  delito  natural,  ha  sido  la  de  buscar 
los  caracteres  del  delito,  tales  y  como  éstos  deben  ser,  independien- 
temente de  toda  ley  positiva  y  de  todo  prejuicio  histórico. 

No  es  nueva  la  idea  elevada  ya  á  la  categoría  de  doctrina  de 
que  las  ciencias  sociales,  en  cuanto  á  los  métodos  que  á  su  estudio 
presiden,  no  se  diferencian  de  las  naturales  sino  en  la  mayor  com- 
plicación que  en  las  primeras  se  observa,  siendo  á  ellas  aplicables 
los  métodos  de  desenvolvimiento  y  de  observación  que  norman  las 
segundas,  por  tal  manera  que  su  tendencia  es — y  ya  se  va  realizan- 
do— la  de  convertirse  en  ciencias  experimentales. 

Buscar,  pues,  los  caracteres  universales  del  delito;  ó  más  bien 
dicho,  considerar  como  delito  todo  aquello  que  tenga  actualmente 
caracteres  universales  de  tal,  esa  ha  sido  la  labor  de  Garofalo. 

Se  dirá,  y  con  razón,  que  lo  que  es  hoy  delito  no  lo  ha  sido  en 
épocas  anteriores. 

Por  eso,  la  doctrina  de  Garofalo  se  refiere  sólo  á  la  época  con- 
temporánea, aunque  también  sería  oportuno  contestar  que,  dere- 
chos considerados  hoy  como  inalienables,  eran  desconocidos  y  vio- 
lados en  la  antigüedad. 

E}1  delito  natural,  ha  sido  siempre  el  mismo:  una  violación  de 
sentimientos  erigidos  en  derechos.  Los  hechos  considerados  como 
delictuosos  son  los  que  han  variado  según  los  diferentes  sentimien- 
tos y  las  diversas  prescripciones  del  derecho  en  tiempos  radical- 
mente opuestos. 

Expuesta  como  está,  siquiera  en  estas  mal  escritas  líneas  y  á 
grandes  rasgos  como  la  índole  de  este  trabajo  lo  requiere,  la  doc- 
trina del  delito  natural  según  la  escuela  criminológica  positivista; 
comparada  ésta  con  la  clásica  en  cuanto  á  su  manera  de  compren- 
der el  delito  y  hechas  por  mi  incipiente  pluma  las  observaciones 
que  un  estudio  atento  me  ha  sugerido,  cumple  que,  continuando 
por  la  senda  ya  emprendida  y  para  llevar  avante  la  misión  que  me 
fué  encomendada,  me  ocupe  en  los  siguientes  capítulos  en  el  suje- 
to del  delito,  en  el  criminal;  en  esa  excepción  de  la  raza  humana 
á  quien  M.  Lévy  Bruhl  no  quiere  considerar  como  semejante 
nuestro. 


(1)  La  naturaleza   de   este   trabajo  me  impide  dar  á  mis  ideas  toda  la  extensión   que 
desearía.     Quizás  en  otra  oportunidad  tenga  ocasión  de  exponerlas  en  toda  su  amplitud. 


CAPITULO  III 


De  cómo  la  eHciiela  |ioHÍtÍva  ooiiHidcra  al  criminal.— El  tipo  cri- 
minal.   Clasificación. 


I 

A  la  verdad,  es  difícil  determinar  claramente  el  concepto  que 
la  escuela  criminalista  italiana  se  ha  formado  del  criminal. 

Fundada  ésta  por  distinguidos  antropóloj^os,  ha  dado  á  sus 
estudios  un  carácter  puramente  naturalista;  ha  hecho  una  obser- 
vación y  un  minucioso  é  interesante  estudio  de  factores  materia- 
les: ha  considerado  la  delincuencia  como  una  resultante  de  diversas 
fuerzas. 

El  criminal  es  para  ellos  un  sujeto  aparte,  un  individuo  harto 
diferente  del  resto  de  los  hombres.  Kn  resumen,  es  una  raza  den- 
tro de  otra  raza. 

Así  como  nacen  hombres  inteli^rentes,  familias  de  músicos  y 
de  artistas,  poetas,  hombres  de  estado,  locos,  fatuos,  cretinos,  así 
mismo  nacen  los  criminales. 

Han  querido  dar  á  la  cuestión  un  aspecto  puramente  material. 
La  criminalidad  depende  de  cierta  conformación  en  el  cráneo,  en  la 
nariz,  en  las  orejas:  cierta  manera  de  composición  de  las  células 
y  lóbulos  del  cerebro:  la  herencia  y  por  último,  el  medio  social. 

La  escuela  positiva,  en  primer  lugar,  se  ha  propuesto  estu- 
diar al  delincuente  para  poder  de  ese  estudio  descender  al  del  delito 
mismo. 

Ya  no  es  aquel  estudio  del  hecho  delictuoso;  aquella  medición 
de  cierto  número  de  circunstancias  que  se  observa  en  los  clásicos. 
Ahora  se  trata  de  estudiar  el  delito  en  sus  causas,  en  su  agente 
mismo,  como  se  estudia  la  enfermedad,  ya  no  en  sus  manifestacio- 
nes externas,  sino  en  su  origen  y  causas  individuales. 


—  34  — 

La  tendencia  de  la  escuela  clásica  fué  generalizar;  hacer  en- 
cajar todos  y  cada  uno  de  los  hechos  que  pueden  cometerse  en 
cierto  molde  de  antemano  determinado,  con  ciertas  circunstancias 
fijadas  de  una  vez  para  siempre.  La  escuela  positiva  se  propone 
individualizar:  aplicar  el  remedio,  ó  sea  la  represión  del  delito,  se- 
gún cada  uno  de  los  diferentes  individuos  y  de  las  diferentes  cir- 
cunstancias: encontrar  un  tratamiento  especial  para  cada  delincuen- 
te, de  acuerdo  con  la  diagnosis  que  permitan  hacer  su  constitu- 
ción física,  sus  antecedentes  hereditarios,  sus  antecedentes  per- 
sonales, el  medio  en  que  haya  vivido  y  la  naturaleza  misma  del 
delito. 

Enrique  Ferri  lo  dice  en  una  conferencia  que  dio  en  Ñapóles 
y  que  corre  inserta  en  su  obra  "Nuevos  estudios  de  Antropología." 
"La  escuela  positiva  considera  la  criminalidad  como  un  fenómeno 
"natural;  y  por  consiguiente,  en  vez  de  la  delincuencia  estudia  al 
"delincuente,  adaptando  sobre  todo  á  éste  las  precauciones  defen- 
"sivas  y  teniendo  el  delito  cometido  sólo  como  un  indicio  de  la  po- 
"tencia  maléfica  de  quien  lo  ejecuta." 

"La  escuela  positivista  estudia  la  vida  del  organismo  social  en 
"sus  manifestaciones  patológicas  ó  criminales." 

Se  hace,  pues,  una  individualización,  sobre  cuya  práctica  no 
quiero  anticipar  opinión  alguna:  se  estudia  al  criminal  mismo,  co- 
mo se  estudia  á  un  enfermo. 

Desde  luego,  la  escuela  positiva  prescinde  por  completo  del  li- 
bre albedrío  y  déla  responsabilidad  moral.  Para  ella  el  delito  es  el 
resultado  de  un  proceso  psíquico,  en  relación  directa  con  la  orga- 
nización física  del  criminal. 

Así  como  en  Química  la  presencia  de  ciertos  reactivos  y  de 
ciertas  sales  produce  indefectiblemente  un  precipitado  de  tal  ó 
cual  color,  así  en  el,  delincuente,  ó  mejor  dicho,  en  el  hombre,  la 
presencia  de  ciertos  caracteres  antropológicos  y  de  determinadas 
circunstancias  exteriores  produce  indefectiblemente  el  delito. 

Para  Lombroso,  el  criminal  nace;  hereda,  ó  adquiere  sus  ten- 
dencias; pero  siempre  lleva  consigo  el  germen  delictuoso.  E)l  que 
no  ha  nacido  criminal,  no  cometerá  un  delito  en  ninguna  circuns- 
tancia de  su  vida. 

Lo  prueba  Garofalo,  aduciendo  el  hecho  de  que  en  ciertas  y 
determinadas  circunstancias  hay  individuos  que  delinquen,  en  tan- 
to que  otros  no  lo  hacen,  de  donde  se  sigue  que,  si  los  medios  exte- 
riores, la  educación,  las  influencias  son  iguales,  y  sin  embargo,    no 


—  35  — 

producen  resultados   idénticos  es  porque  hay  que  buscar  la   causa 
por  otro  lado. 

No  quiere  esto  decir  que  se  niegue  toda  influencia  á  la  educa- 
ción, á  la  igfnorancia,  á  la  embriai^uez  y  á  una  multitud  de  agentes 
físicos,  morales  ó  compuestos  exteriores.  Significa  sólo  que  el  de- 
lincuente lleva  ya  en  sí  el  germen  de  su  delincuencia  y  que  el  que 
no  lo  es,  no  delinquirá  nunca,  ni  aún  en  igualdad  de  circunstancias. 

Enrique  Ferri,  en  su  ya  citada  conferencia,  acude  á  reforzar 
á  sus  compañeros  citando  entre  otros,  el  caso  que  se  sabe  del  psi- 
quiatra Morel,  quien  refiere  de  sí  mismo  que,  un  día,  pasando  por 
un  puente  de  París  sintió  de  improviso  la  tentación  de  tirar  al 
río  á  un  obrero  que  se  hallaba  reclinado  en  el  antepecho  y  huyó  á 
todo  correr,  por  miedo  á  dejarse  arrastrar  por  tal  aberración,  cir- 
cunstancias en  que,  indudablemente,  dice,  hubiera  delinquido  un 
criminal. 

Niégase,  pues,  por  los  positivistas  el  libre  albedrío  y  se  niega, 
en  su  consecuencia,  la  responsabilidad,  dándose  á  la  pena  un  carác- 
ter de  mera  defensa  social. 

No  es  este — que  se  hallará  más  adelante — el  sitio  en  que  yo  me 
extienda  sobre  el  libre  albedrío  y  la  responsabilidad  moral,  cuya 
negación,  tan  abjoluta,  me  parece  audaz  y  osada  por  todo  extremo; 
y  para  la  cual  creo  que  aún  no  se  ha  llegado  á  reunir  el  cúmulo  de 
hechos  necesarios  para  hacerla  salir  de  la  categoría  de  hipótesis. 

Y  en  efecto:  yo  creo  que  de  la  observación  de  un  cierto  núme- 
ro de  casos,  por  extensos  que  sean,  y  de  la  observación,  por  más 
sensata  y  profunda  que  se  la  suponga  de  determinados  órganos  en 
cierto  número  de  delincuentes,  no  se  puede  inducir,  hasta  conver- 
tirla en  regla  general  de  la  humanidad,  que  las  condiciones  obser- 
vadas en  cierto  número  de  hombres  sean  universales  y  no  puedan 
ser  contradichas  sin  incurrir  en  la  cólera  de  los  mantenedores  de 
las  nuevas  teorías. 

A  mí  se  me  hace  muy  difícil  creer  que  cuando  nacemos  lleve- 
mos ya  sobre  nuestra  frente,  como  aureola  ó  como  infamante  estig- 
ma, el  signo  de  lo  que  hayamos  de  ser  durante  nuestra  vida;  y  se 
me  hace  más  duro  aún  el  creer  que  ni  la  educación,  ni  los  ejem- 
plos, ni  la  clase  de  vida,  ni  el  dominio  siempre  fuerte  de  la  volun- 
tad, puedan  ser  parte  á  modificarnos  y  á  impedir  que  á  pesar  de 
nuestros  esfuerzos  caigamos  en  el  báratro  insondable  del    crimen. 

¡Qué!  ¿Entonces  el  hombre  no  es  sino  el  esclavo  de  las  células 
de  su  cerebro,   de  la   conformación  de  sus  orejas?    ¿Estamos   por 


—  36  — 

ventura  sujetos  á  esta  fatalidad  abrumadora  que  priva  nuestros 
actos  de  todo  mérito  y  nuestros  crímenes  de  todo  horror?  ¿Somos 
acaso,  como  con  tanto  acierto  dice  Proal, 

"Virtuosos  sin  mérito  y  viciosos  sin  culpa."? 

Ksto  es  negar  al  hombre  todo  lo  que  tiene  de  hermoso  y  esto 
es  asignar  á  la  materia,  á  la  célula,  todo  el  papel  que  en  nuestros 
actos  representan  la  inteligencia  y  la  voluntad. 

¡Cuánto  siento  que  mi  reconocida  incompetencia,  y  la  circuns- 
tancia de  ser  un  mero  principiante  en  estudio  de  tantísima  impor- 
tancia, me  impida  hacer  aquí  un  estudio  concienzudo  y  extenso  de 
las  modernas  doctrinas!  Mas  ya  que  por  ello  no  me  es  dado  hacer- 
lo debo  sí  decir  en  puridad,  que  á  mis  convicciones  repugna  la  idea 
de  que  el  bien  y  el  mal  no  consistan  sino  en  una  simple  manera  de 
agruparse  las  células. 

Otros  positivistas  llegan  á  decir  que  el  criminal  no  es  un  se- 
mejante nuestro.  '^' 

Y  en  efecto,  si  los  unos  nacen  buenos,  con  cierta  forma  en  el 
cerebro,  con  las  orejas  en  otra  determinada:  y  si  los  otros  nacen 
malos,  si  sus  órganos  están  diversamente  conformados,  claro  es 
que  ambas  clases  de  hombres  no  serán  enteramente  semejantes. 

Pero  el  criminal  no  lo  ha  sido  siempre:  ha  sido  antes  hombre 
honrado:  quizás  habrá  sido  ejemplarisísima  su  conducta.  .  .  .  ¿Es 
que  cambiaron  sus  órganos?  Si  ya  había  nacido  con  ciertas  disposi- 
ciones, ¿por  qué  no  se  habían  antes  manifestado? 

A  los  que  se  contenten  con  defender  como  hipótesis  la  doctri- 
na del  nacimiento  criminal  no  hay  motivo  para  criticarles.  Sin  ser 
misoneistas,  sin  embargo,  creo  que  es  de  nuestro  deber  no  aceptar 
estas  doctrinas  como  ciertas,  ni  menos  creerlas  demostradas,  hasta 
que  la  experiencia  constante  y  no  desmentida  no  las  abonen  como 
tales. 

Kntre  tanto,  es  importantísimo — prescindiendo  de  esos  pre- 
juicios— el  punto  de  vista  desde  el  cual  se  coloca  la  escuela  italiana. 

Habíase  olvidado  realmente  el  estudio  del  delincuente  mismo. 
Cualquiera  que  sea  el  resultado  que  arroje  ese  estudio  es  seguro 
que  ha  de  se?  interesantísimo;  y  tan  pronto  como  con  él  se  demues- 
tre palmariamente  cualquier  afirmación,  ha  de  ser  indudablemente 
aceptada. 

(1)    Lévy  Bruhl:  V.  Lombroso.  Aps.  judiciales  y  médicas  de  la  Antropolog-ía. 


—  37  — 

La  escuela  positiva  se  ha  trasladado  al  campo  del  combate  que 
contra  la  sociedad  libran  los  criminales. 

Cualesquiera  que  sean  las  circunstancias  que  determinen  la 
formacidn  de  un  delincuente:  ora  éste  nazca:  ora  se  haga:  ora  de- 
penda su  delincuencia  del  cráneo,  ora  de  cualquier  otro  motivo,  es 
innegable  que  el  lugar  de  observación  y  el  sitio  de  estudio  están 
allí,  al  lado  del  delincuente  mismo.  A  él  es  á  quien  hay  que  estu- 
diar preferentemente  y  no  al  delito  únicamente.  Y  es  que,  para 
mí,  no  hay  clasificación  posit)le  de  los  delitos.  Es  tan  variada  la 
especie  humana,  aún  en  medio  de  su  unidad,  que  todos  los  hechos 
delictuosos  tienen  entre  sí  caracteres  generales  y  cada  uno  en 
particular  circunstancias  especialísimas,  condiciones  tan  singula- 
res, modos  de  ser  tan  personales,  que  es  imposible,  sin  dejar  por 
eso  de  agruparlos  en  cierto  orden  de  hechos,  medirlos  con  igual 
sistema. 

Entre  tanto:    ¿qué  es  el  delincuente  para  la  escuela  positiva? 

Garofalo  en  su  tantas  veces  citada  obra  "La  Criminología," 
nos  da  €l  siguiente  concepto. — El  delincuente  es  un  hombreen  el 
cual,  por  cualesquiera  circunstancias,  los  sentimientos  de  altruis- 
mo faltan  ó  se  encuentran  eclij)sados  ó  sólo  en  estado  de  debilidad. 

Hemos  visto  que  el  delito  es  para  los  positivistas  una  mera 
violación  de  los  sentimientos  de  piedad  y  de  probidad  que  consti- 
tuyen el  altruismo.  Consecuente  con  esta  idea,  Garofalo  tiene  que 
considerar  al  criminal  como  el  hombre  que  comete  tales  violacio- 
nes. Y  hasta  aquí  todo  es  muy  lógico.  La  dificultad  está  en  acep- 
tar la  definición  en  los  términos  en  que  se  encuentra  concebida,  los 
cuales  términos  llevan  implícita  la  idea  de  diferencias  substanciales 
y  fundamentales  psíquicas  y  físicas,  entre  el  criminal  y  el  hombre 
honrado. 

En  efecto:  se  habla  de  hombres  que  carecen  del  sentimiento  de 
altruismo  y  se  afirma  por  otro  lado  que  el  altruismo  es  ya  univer- 
sal: por  consiguiente,  los  primeros  son  monstruos,  seres  aparte, 
salvajes  cuando  menos. 

Otros  no  carecen  del  sentimiento  altruista,  sino  que  lo  tienen 
simplemente  eclipsado  ó  debilitado,  lo  cual  parece  dar  alguna  ma- 
yor importancia  á  circunstancias  exteriores  que  pueden  influir  en 
tal  eclipse  ó  en  esa  debilidad. 

Esta  parte  de  mi  estudio,  que  es  un  simple  examen  de  las  nue- 
vas doctrinas,  va  á  girar  y  á  desenvolverse  sobre  las  causas  que,  en 


—  38  — 

el  sentir  de  la  escuela  moderna  italiana,  producen  tal  carencia,  tal 
eclipse  ó  tal  debilidad. 

Pero  antes  me  parece  oportuno  dedicar  algunas  páginas,  si- 
quiera sean  breves,  al  estudio  de  lo  que  Lombroso  ha  llamado  "el 
tipo  del  criminal"  y  al  de  la  clasificación  que  él  y  Ferri  hacen  de 
los  diversos  criminales. 

He  estudiado  la  escuela  positivista  sediento  de  conocerla.  Con- 
fieso que  me  ha  sido  imposible  ya  no  por  la  premura  del  tiempo,  si- 
no por  falta  de  muchos  conocimientos  médicos,  antropológicos  y 
psiquiátricos,  llegar  á  abarcarla  en  toüa  su  extensión  y  á  com- 
prenderla en  todas  sus  manifestaciones. 

Sin  embargo,  mi  estudio  ha  sido  de  buena  fe  y  las  observa- 
ciones queme  ha  sugerido  no  obedecen  á  prejuicio  alguno. 

Por  último,  y  para  acabar  de  conocer  el  concepto  que  del  de- 
lincuente se  forma  la  escuela  antropológica  de  Lombroso,  transcri- 
biré las  siguientes  líneas  de  M.  Vidal,  que  lo  expone  como  nunca 
podría  hacerlo  mi  incipiente  pluma.  Dice:  '^^  "El  doctor  Lombroso, 
"profesor  de  Medicina  de  la  Universidad  de  Turín,  fundador  de  la 
"nueva  escuela  de  criminalistas  positivos,  ha  expresado  sobre  el 
"origen  del  delito  ideas  poco  más  ó  menos  semejantes  á  las  prece- 
"dentes  (se  refiere  á  Letorneau  y  á  sus  doctrinas  sobre  el  materia- 
lismo, naturalismo,  moral  utilitaria  y  transformismo)  aunque  más 
"profundas  y  más  extensas,  porque  el  doctor  italiano  no  se  ha  con- 
"tentado  con  pedir  datos  á  las  costumbres  salvajes,  sino  que  tam- 
"bién  ha  consultado  y  estudiado  con  cuidado  las  costumbres  nor- 
"males  y  anormales  de  los  animales  y  aun  de  las  plantas"  (para  ha- 
llar entre  aquellos  y  aun  entre  ambos  últimos  y  los  criminales,  ana- 
logías más  de  una  vez  peregrinas.) 

"La  conclusión  de  las  investigaciones  de  Lombroso  es:  1?  que 
"tenemos  en  los  actos  que  preceden  (los  cometidos  por  animales  ó 
"por  plantas)  la  analogía  exacta  con  el  delito  humano,  es  decir, 
"una  serie  de  actos  contrarios  á  la  conducta  de  la  generalidad  de 
"los  seres;  2?  que  el  delito  está  ligado  á  ciertas  condiciones  del  or- 
"ganismo,  del  cual  es  efecto  directo."  '^^ 

Continuando  esa  interesante  lectura  se  llega  á  descubrir  la 
idea  de  la  escuela  positiva  de  que  el  delito  es  el  estado  natural  de 
los  animales,  de  los  salvajes  y  aun  de  los  niños,  lo  cual  nos  abre 
desde  luego  la  puerta  para  ocuparnos  en  las  doctrinas   del  atavis- 


(1)  Jorg-e  Vidal. — "Principios  Fundamentales  de  la  Penalidad."    Baylly  Baylliére. 
(2[  Lombroso. — Uomo  delinquente  cit.  por  Vidal. 


—  39  — 

mo  y  de  la  regresión  ó  selección  al  revés,  que  formarán  los  ulterio- 
res capítulos  de  este  estudio. 

II 


Innegable  importancia  tiene  para  conocer  perfectamente  al 
criminal  el  estudiarlo  á  él  mismo,  en  sus  caracteres  físicos  y  mo- 
rales, porque  sólo  una  observación  constante  y  tan  general  como 
sea  posible  nos  puede  llevar  al  conocimiento  y  á  la  posesión  de  la 
verdad,  ideal  á  que  deben  dirigirse  todos  nuestros  esfuerzos  y  to- 
dos nuestros  estudios. 

La  escuela  positivista,  como  dije  antes,  se  ha  constituido  al 
lado  del  criminal  para  estudiarlo,  para  analizarlo,  dividiéndolo 
parte  por  parte  con  el  escalpelo  finísimo  de  la  observación  sensata, 
estudiando  en  cada  uno  de  sus  órganos  sin  despreciar  los  detalles 
más  insignificantes  ni  las  circunstancias  mínimas  en  apariencia. 

No  digo  yo  que  se  haya  llegado  al  dominio  absoluto  de  la  ver- 
dad, al  extremo  de  poderse  afirmar  que  un  individuo  es  delincuen- 
te por  el  mero  hecho  de  que  tenga  tal  ó  cual  tipo.  El  mismo 
Lombroso  confiesa  que  las  reglas  que  él  sienta  no  son  absoluta- 
mente exactas  ni  se  presentan  siempre  con  identidad  de  caracte- 
res en  los  diversos  criminales;  y  es  querer  anticipar  un  porvenir 
incierto,  el  afirmar  que  podrá  llegarse  á  la  determinación  del  gra- 
do de  criminalidad  de  un  individuo  por  el  mero  aspecto  exterior 
suyo. 

Kntre  tanto,  la  labor  de  la  escuela  positiva  tiene  grandísima 
importancia,  no  sólo  porque  se  propone  buscar  la  verdad  y  encon- 
trar brújula  segura  en  asunto  por  tal  manera  delicado,  sino  tam- 
bién, y  ésto  es  á  mi  juicio  principalísimo  y  laudable,  porque  del 
estudio  del  criminal  mismo,  cualquiera  que  sea  el  resultado  que 
arroje,  tiene  que  nacer  mucha  luz  y  que  originarse  un  acervo  de 
conocimientos  apreciable  en  aito  grado. 

De  ahí  la  idea  de  la  escuela  positiva  que  abonan  Tarde  y 
Aramburu,  '*'  de  que  el  estudio  del  derecho  penal  debiera  hacerse, 
no  sólo  en  códigos  y  textos,  sino  en  verdaderas  clínicas  peniten- 
ciarias á  donde  los  jóvenes  que  aspiran  á  ser  criminalistas  debe- 
rían ir  á  hacer  un  estudio  práctico  sobre  la  llaga  social,  ni  más  ni 
menos  que  el  cursante  de  medicina  lo  hace  sobre  el  cadáver  humano. 


(1)  "La  Criminalidad  comparada."— Notas  de  A.  Posada  á  la  misma  obra. 


—  40  — 

Esta  idea  me  ha  seducido  á  mí  que  amo  como  el  que  más  todo 
lo  que  sea  un  progreso  en  las  ciencias  que  constituyen  la  carrera 
del  Abogado  y  á  la  verdad,  no  sé  como  entre  nosotros  no  se  ha 
dado  paso  alguno  para  substraer  al  estudiante  á  la  discusión  árida 
del  Código  y  llevarlo  á  la  prisión  y  á  los  Tribunales,  á  que  obser- 
ve por  sí  mismo,  aunque  con  dirección  atinada,  y  de  cerca,  los 
fenómenos  que  ofrece  el  delincuente. 

Por  más  que  sea  ajeno  á  la  índole  de  este  trabajo,  no  puedo 
por  menos  de  iniciar  la  idea  de  que  entre  nosotros  se  establezca 
ese  curso  práctico  para  preparar  así  una  atinada  reforma  de  la  ley 
penal. 

Hecha  esta  digresión,  y  ya  que  mi  objeto  al  presente  es  hablar 
de  lo  que  se  ha  llamado  el  tipo  del  criminal  siquiera  sea  somera- 
mente y  de  los  caracteres  morales  é  intelectuales  del  mismo,  per- 
mítaseme que  me  disculpe  de  no  presentar  aquí,  en  sinopsis  siquie- 
ra, los  caracteres  físicos  del  criminal,  no  sólo  porque  carezco  de 
observaciones  propias  que  son  las  únicas  que  pudieran  ser  intere- 
santes, sino  porque — y  tratando  en  particular  de  lo  que  dice  la  Es- 
cuela positiva — no  he  tenido  en  mi  poder  una  obra  que  condense 
las  observaciones  y  doctrinas  existentes  sobre  ese  particular.   ^^' 

¿Tienen  los  criminales  caracteres  diferentes — sean  físicos  ó 
morales  —  (fijémonos  ahora  en  los  físicos)  de  los  del  hombre 
normal? 

Lombroso  responde  que  sí,  y  ofrece  para  ello  un  cúmulo  de 
observaciones  confirmadas  con  los  retratos  que  acompañan  á  su 
obra  "El  hombre  delincuente." 

Tarde  '^^  afirma  que,  habiendo  examinado  esos  retratos,  por  sí 
mismo,  en  todos  encontró  caracteres  de  repugnante  fealdad,  con 
excepción  de  una  mujer  que  era  regularmente  bella. 

Los  brazos  largos,  las  orejas  en  asa,  la  dolicocefalia  en  los 
ladrones,  la  braquicefalia  en  los  asesinos,  la  mirada  torva  y  ob- 
tusa en  los  primeros,  fija  en  los  segundos,  el  color  generalmente 
moreno  en  los  criminales  así  como  la  carencia  de  barbas,  de  donde 
talvez  viene  el  refrán 

"Ni  mujer  con  barbas 
Ni  hombre  sin  ellas" 


(1)  Imposible  me  fué  conseg-uir  la  obra  "Uomo  delinquente"  donde  Lombroso  expo- 
ne sus  observaciones  sobre  el  tipo  criminal,  y  he  tenido  que  contentarme  con  lo  que  por 
referencia  se  lee  en  Tarde  y  en  Garofalo. 

(2)  Criminalidad  Comparada. 


—  41  — 

y  otra  multitud  de  caracteres,  son  los  que  ha  observado  Lombroso, 
encontrándolos  en  proporción  de  70  por  ciento  en  los  criminales,  é 
infinitamente  menor  en  los  hombres  honrados. 

Otro  de  sus  caracteres  es  la  aptitud  sumamente  débil  para 
resistir  impresiones  morales,  al  paso  que  tienen  una  gran  fuerza 
de  resistencia  para  el  dolor  físico. 

Por  medio  del  platismój^rafo  y  de  otros  instrumentos  se  ha 
llegado  á  descubrir  la  mayor  ó  menor  influencia  que  en  ellos  ejer- 
cen la 'electricidad,  el  frío  y  otros  agentes  físicos. 

Me  declaro  ingenuamente  falto  de  competencia,  ya  no  para 
hacer  un  análisis  de  estas  observaciones,  sino  también  para  hacer 
de  ellas  una  exposición  detallada  y  completa,  pues  carezco  de  los 
conocimientos  antropológicos  y  médicos  que  para  ellos  serían  ne- 
cesarios. 

Por  lo  qu^  mi  observación,  puramente  vulgar  y  superficial 
ha  podido  dictarme  en  la  práctica  que  he  hecho  en  nuestros  tribu- 
nales, he  podido  comprobar  el  carácter  de  fealdad  repugnante  que 
distingue  á  los  homicidas,  '"  así  como  la  mirada  fija.  En  ninguno 
encontré  la  franqueza  cínica  para  confesar  su  delito,  que  algunos 
creen  carácter  del  criminal  nato,  excepto  en  el  caso  citado  en  mi 
nota  anterior. 

Respecto  de  otras  observaciones  que  pudieran  hacerse,  es  do- 
loroso reconocer  que  no  sólo  nos  faltan  elementos  y  estadísticas, 
sino  que  hasta  ahora  no  existe  nada  y  lo  que  nosotros  pudiéramos 
aprovechar  está  todavía  por  crearse. 

Entre  las  mujeres  no  observé  más  que  dos  ó  tres  de  facciones 
regulares  y  éstas  eran  reos  de  hurto.  Las  demás  (como  puede  ver- 
se en  la  Casa  de  Recogidas)  tienen  un  aspecto  verdaderamente  re- 
pugnante y  hay  algunas  á  quienes  sin  exageración  pudiera  califi- 
carse de  monstruosas. 

Respecto  de  otros  criminales  ó  sea  respecto  de  aquellos  lla- 
mados políticos  ó  á  quienes  domina  una  idea  para  cometer  un  cri- 
men— cualquiera  que  sea  esta  idea — como  los  anarquistas  por 
ejemplo,  dice  Lombroso  que  en  ellos  no  se  observan  los  caracteres 
de  los  criminales  comunes. 

Algunos  de  ellos  son  hermosos,  á  otros  se  les  observa  fisono- 
mía inteligente  y  por    lo  general  es  menor  en  ellos  el  tipo  criminal 


(1)  A  este  particular  no  encontré  más  excepción  que  un  preso  demasiado  conocido  en 
esta  sociedad  cuyo  nombre  no  es  el  caso  de  mencionar. 


^      -42- 

que  aún  en  los  hombres  normales  (0..S7  por  100  en  vez  de  2  por  100 
en  los  hombres  comunes.)  '^' 

De  entre  los  hombres  de  la  revolución  francesa,  muchos  de  los 
cuales  se  hicieron  solidarios  de  horrorosos  crímenes,  sólo  Marat 
tenía  un  tipo  verdaderamente  criminal  y  algunas  degeneraciones 
se  observaban,  por  extraña  coincidencia,  en  el  de  Carlota  Corday, 
su  matadora.   '^' 

Tarde  '^'  se  burla  y  ridiculiza  en  una  de  sus  obras  la  doctri- 
na del  tipo  criminal,  lo  cual  no  es  óbice  para  que  en  otra  '^^  haga 
de  él  un  verdadero  estudio,  si  bien  no  del  todo  la  admite. 

Doña  Concepción  Arenal  ^''  protesta  contra  la  idea  de  que  el 
tipo  pueda  servir  en  manera  alguna  para  determinar  el  grado  de 
criminalidad  de  un  individuo. 

Yo  por  mi  parte,  he  dicho  ya  mi  opinión  humildísima.  La 
observación  detenida  y  sensata  del  criminal  puede  conducirnos  á 
fecundos  resultados;  pero  hasta  ahora  no  arroja  un  resultado  com- 
pletamente práctico  ni  puede  servirnos  para  determinar  si  un 
individuo  es  ó  no  culpable. 

De  ayuda,  de  presunción  moral  puede  servir  en  gran  número 
de  casos;  pero  nunca  los  resultados  que  arroje  el  platismógrafo 
pueden  servir  para  fundar  una  sentencia  condenatoria. 

Por  otro  lado,  no  existe  aún  una  regla  fija:  no  existe  todavía 
una  norma. 

Las  observaciones  hechas,  localizadas  á  ciertos  países  y  razas, 
no  se  puede  afirmar  que  sirvan  ya  para  toda  la  humanidad. 

Pasemos  ahora  á  hacer  un  ligero  diseño  de  las  cualidades  y 
defectos  del  delincuente  por  lo  que  á  su  parte  moral  respecta. 

Hablando  á  este  respecto,  Garofalo  comienza  por  asignar 
como  caracteres  de  los  criminales,  la  impasibilidad,  y  la  instabi- 
lidad en  las  emociones,  los  gustos  y  además  una  desenfrenada 
pasión  por  el  vino  y  por  el  juego.  ^^^  Se  distinguen  por  los  dos  ca- 
racteres de  imprudencia  é  imprevisión  por  "suexajerada  tenden- 
"cia  á  la  burla  y  á  la  farsa,  carácter  que  de  largo  tiempo  se  ha 
"reconocido  como  uno  de  los  signos   más    seguros  de   maldad  ó  de 

(1)  Lombroso. — El  tipo  del  anarquista. 

(2)  Ibidem.— Réplica  á  Gabelli. 

(3)  El  Delito  Político. 

(4]     Iva  Criminalidad  Comparada. 

(5)  El  Derecho  de  Gracia. 

(6)  Aparte  de  los  muchos  delitos  que  se  cometen  al  calor  del  vino  y  el  jueg-o,  es  un 
hecho  que  yo  he  podido  comprobar,  que  los  criminales  sienten  todos  gran  pasión  por  el 
alcohol.     Cuando  salen  de  la  cárcel,  no  desperdician  la  ocasión  de  emborracharse. 


—  43  — 

"inteligencia  limitada  y  que  se  revela,  sobre  todo,  en  la  jerga,  en 
'Ma  necesidad  de  poner  en  ridículo  las  cosas  más  santas  y  más  que- 
"ridas  disfrazándolas  con  nombres  absurdos  ú  obscenos."  ^^' 

Carecen  además  de  sensibilidad  moral  como  lo  demuestran  el 
cinismo  y  la  imprudencia  de  sus  relaciones  y  los  detalles  á  las  ve- 
ces espantosos,  con  que  exornan  sus  más  repugnantes  crímenes.  '^' 

De  esto  abundan  los  ejemplos  y  muchos  nos  ofrece  Garofalo 
en  su  preciosa  obra  "La  Criminología." 

Por  mí,  he  visto  un  caso  en  que  tratándose  de  un  horroroso 
delito  que  Címmovió  hondamente  á  esta  sociedad,  y  que  no  tenía 
circunstancia  alguna  que  lo  hiciera  siquiera  excusable,  el  reo  lo 
confesó  y  lo  detalló  con  terrible  sangre  fría  y  aún  llegó  á  jactarse 
de  él  en  presencia  del  Juez. 

El  abate  Moreau,  en  su  obra  "Le  monde  des  prisons,"  da  la 
descripción  siguiente:  "Cuando  uno  los  trata  de  cerca,  es  cuestión 
"de  preguntarse  si  tienen  alma.  Vista  su  insensibilidad,  su  cinis- 
"mo,  sus  instintos  naturalmente  feroces,  se  inclina  uno  más  bien 
"á  consi(}erarlos  como  animales  con  rostro  humano  que  como  hom- 

"bres  de  nuestra  raza Es  muy  triste   confesar   que  no   hay 

"nada  que  pueda  despertar  en  estos  miserables,  sentimientos  hu- 
"raanos:  ni  la  idea  cristiana,  ni  siís  intereses,  ni  la  presencia  de 
"los  males  de  que  son  ellos  la  causa;  nada  toca  su  corazón,  nada 
"detiene  su   brazo  aunque  en  ciertos  momentos  descubren  buenos 

"instintos Estas  gentes  tienen  una  óptica  distinta  de  la  nues- 

"tra.  Su  cerebro  tiene  lesiones  que  lo  imposibilitan  para  la 
''transmisión  de  ciertos  despachos.  Únicamente  las  pasiones 
"malsanas  son  las  que  lo  hacen  vibrar."  *^' 

Dostoyusky,  '^'  escritor  ruso,  hace  una  descripción  del  crimi- 
nal ruso,  detenido  ó  preso  en  Siberia,  que  concuerda  bastante  con 
la  que  da  Lombroso  del  criminal  italiano. 

"Esta  extraña  familia,  dice,  tiene  un  aire  acentuado  de  seme- 
"janza  que  se  distingue  al  primer  golpe  de  vista.  Todos  los  dete- 
"nidos  son  melancólicos,  envidiosos,  horriblemente  vanidosos, 
"'Presuntuosos,  susceptibles  y  formalistas  con  exajeracióny 


(1)  Lombroso. 

(2)  Por  lo  general,  en  los  procesos,  niegan  los  delitos  y  se  sostienen  á  veces  con 
admirable  sangre  fría,  aún  en  los  más  imponentes  careos.  Esto  no  impide  que  los  más 
criminales  sean  los  "presidentes"  de  sus  secciones  respectivas,  acreedores  al  respeto  de 
los  otros  presos,  de  donde  infiero  que,  entre  ellos  mismos,  deben  confesar  y  aún  hacer 
alarde  de  sus  crímenes. 

(3)  Abbé  Moreau.— Le  monde  des  prisons.— París  1887, 

(4)  Id. 


—  44  — 

Añade  que  nunca  observó  arrepentimiento  alguno,  ni  la  menor 
señal  de  vergüenza  en  ellos,  ni  el  más  peqtieño  disgusto^-^or  el  de- 
lito cometido,  ni  el  síntoma  más  fugaz  de  pesar  ó  de  sufrimiento 
moral. 

Por  su  frivolidad  y  por  múltiples  detalles,  los  delincuentes  pa- 
recen niños  ó  fatuos:  no  hace  en  ellos  mella  el  razonamiento  y  se 
distinguen  por  su  perfecto  egoísmo. 

Según  doña  Concepción  Arenal  ^^'  son  excesivamente  desconfia- 
dos y  de  cualquiera  creen  que  les  engaña  y  que  les  miente. 

Kstos  caracteres  pueden  observarse  ampliamente  en  ciertas 
prisiones  en  que  faltan  todo  régimen,  todo  concierto  y  toda  clasi- 
ficación y  en  que  los  reos  se  encuentran  hacinados  y  confundidos 
como  ganado  humano  y  en  que  no  presiden  algún  fin  científico  ni 
ideal  ninguno. 

Habla  el  mismo  Dostoyusky  de  algunos  penados  en  quienes  ob- 
servó rasgos  excepcionales  y  caracteres  que  les  hacían  diferentes 
de  los  otros  reos;  pero  éstos  eran  delincuentes  políticos  y  no  verda- 
deros criminales.  » 

III 

De  la  definición  que  Garofalo  da  del  delincuente  nace  su  clasi- 
ficación. Este  autor  considera,  según  dije  más  arriba,  á  los  crimi- 
nales como  hombres  que  carecen  del  sentido  moral  ó  en  que  éste  se 
encuentra  debilitado  ó  eclipsado. 

Existen  pues,  hombres  á  quienes  falta  el  sentido  moral,  que 
según  la  escuela  positiva  nacen  así  sin  ese  elemento  humano  y  otros 
en  quienes  tal  sentido  se  debilita  y  se  ofusca  por  circunstancias 
exteriores  variables  hasta  lo  infinito. 

Su  clasificación  depende,  pues,  del  grado  y  de  la  forma  en  que 
les  falta  el  sentido  moral. 

Ferri  y  Lombroso  dividen  á  los  criminales  así: 

1? — Delincuentes  natos  é  incorregibles.  ^ 

2? — Delincuentes  por  hábito  adquirido. 

3? — Delincuentes  de  ocasión. 

4? — Delincuentes  por  ímpetu  de  pasión. 

Los  dos  últimos  no  son  verdaderos  criminales  y  les  dan  el 
nombre  de  criminaloides.  Para  Garofalo  sin  embargo',  sí  son  cri- 
minales, puesto  que  ora  sea  por  efecto  de  una   pasión   cualquiera, 

(1)  "El  Visitador  del  preso." 


-  45  - 

ora^^por  circunstancias  exteriores,   su   sentido  moral   se  encuentra 
eclipsado  ó  cuando  menos  debilitado. 

La  primera  clase,  la  de  los  criminales  natos,  constituye  el  tipo 
del  criminal  en  toda  su  fealdad  y  repugnancia. 

.Seres  á  quienes  no  se  sabe  en  puridad  si  aborrecer  ó  detes- 
tar como  á  un  enemigo,  preservarse  de  ellos  como  de  una  bestia 
dañina  ó  compadecerlos  como  á  monstruosidades  naturales,  como 
á  salvajes  trasplantados  á  la  época  y  á  la  civilización  modernas. 

Desde  el  vientre  de  su  madre  se  han  venido  acumulando  en 
ellos  sangre  y  elementos  dañados  y  nocivos.  Quizás  desde  su 
ascendencia  más  remota  se  viene  transmitiendo,  de  generación  en 
generación,  como  horroroso  legado,  el  germen  que  en  ellos  ha  de 
fructificar  y  de  producir  sus  terribles  resultados. 

Nacen  con  la  frente  estigmada,  marcados,  condenados  de 
antemano. 

Ni  la  educación,  ni  el  medio  social  y  político,  ni  las  circuns- 
tancias de  su  vida  pueden  cambiarles  la  sangre,  ni  cambiar  su  ár- 
bol genealógico  sangriento. 

Se  sienten  arrastrados  hacia  el  crimen,  muchas  veces  sin  cau- 
sa, sin  objetivo  aparente,  sin  provocación  ninguna  y  entonces  ma- 
tan, violan  lo  más  sagrado,  pasan  sobre  las  leyes  santas,  despre- 
cian los  derechos  más  preciosos  y  se  convierten  en  instrumentos 
de  la  fatalidad  y  de  un  destino  ciego  como  el  de  la  leyenda  helena, 
que  los  ha  condenado  en  sus  inapelables  juicios  á  ser  los  verdu- 
gos y  el  horror  de  la  humanidad. 

Ningún  sentimiento  bueno  se  pudiera  encontrar  ni  germina- 
ría aún  sembrándolo  con  cuidado,  en  aquellas  almas  putrefactas, 
ciegas  para  el  bien,  carentes  de  sentido  humano,  víctimas  de  una 
especie  de  lepra  moral,  al  par  que  de  imperfecciones  y  monstruo- 
sidades físicas. 

La  conciencia  no  existe  en  ellos;  carecen  de  ese  guardián,  de 
ese  consejero  incansable  que  nos  mide  los  actos  que  cometemos;  no 
oyen  su  voz  ni  sus  llamamientos,  ni  sienten  los  agudos  torcedores 
de  un  santo  arrepentimiento. 

E)n  colocándose  en  cierta  posición  las  células  de  su  cerebro  en- 
fermo; en  estableciéndose  ciertas  corrientes  sean  físicas,  psíquicas 
ó  psicoíísicas,  el  criminal  siente  ante  sus  ojos  un  vendaje  de  san- 
gre: sus  narices  se  dilatan  como  las  de  la  fiera  á  la  vista  de  segura 
presa;  su  cabeza  vacila,  sus  pensamientos  se  ofuscan,  su  razón  se 
desvanece,  el  amor  huye,  el  temor  se  oculta  y  sólo  queda  en  medio 


—  46  — 

de  aquel  caos,  el  acceso  de  rabia  homicida,  que  se  traduce  en  un 
hidrófobo  que  con  puñal  en  mano  se  arroja  sobre  el  objeto  de  sus 
iras  y  le  ultima  y  bebe  de  su  sangre. 

Y  en  realidad,  la  pintura  que  acabo  de  hacer  existe  y  hay  se- 
res en  quienes  toma  ser  y  formas  humanas. 

Los  antropólogos,  con  un  número  respetable  de  observaciones, 
nos  aseguran  que  hay  individuos  por  tal  manera  organizados,  que 
la  resultante  de  las  fuerzas  de  su  naturaleza  no  es  otra  sino  el 
delito. 

En  su  consecuencia,  los  hombres  no  nacemos  iguales.  Así  co- 
mo hay  algunos  que  al  venir  al  mundo  llevan  en  sí  los  gérmenes  de 
la  locura,  de  la  inteligencia,  de  la  estupidez,  ó  de  enfermedades  é 
idiosincracias  diferentes,  así  hay  criminales  congénitos  que  nacen 
con  una  especie  de  enfermedad  moral  ó  de  idlosincracia  del  crimen. 

En  realidad  es  doloroso  para  el  orgullo  humano  y  choca  con 
todas  nuestras  afecciones  y  tradiciones,  con  todo  el  concepto  que 
desde  luengos  años  hemos  venido  formándonos  de  nosotros  mismos 
y  de  nuestra  omnisciencia, el  pensar  que,  en  resumen,  apenas  si  nos 
diferenciamos  de  los  animales  sino  por  un  poco  de  menos  imperfec- 
ción en  ciertos  órganos  físicos. 

Y  pensar  que  ni  la  educación,  ni  el  castigo,  ni  una  constante 
voluntad,  ni  un  sostenido  esfuerzo  puedan  modificar  el  sentido  mo- 
ral, es  asimismo  desconsolador. 

Yo  me  siento  tentado  á  creer  en  la  existencia  de  los  crimina- 
les natos. 

Se  ven  tantos  crímenes  horrorosos  que  apenas  si  pueden  creer- 
se; se  ven  en  ciertos  individuos  tales  tendencias  al  delito,  se  ob- 
serva en  otros  una  afición,  una  disposición  por  tal  manera  antihu- 
manas, que  no  se  puede  uno  explicar  esas  aberraciones,  sino  por 
un  germen  de  maldad  existente  en  la  organización  de  los  que  las 
cometen. 

Sin  embargo:  existen  por  otro  lado  tantas  influencias  diferen- 
tes, tantos  agentes  exteriores;  la  educación,  la  falta  de  todo  freno 
religioso  ó  social,  las  necesidades  y  los  pocos  medios  de  satisfacer- 
las, los  vicios,  los  malos  ejemplos,  las  peores  compañías,  la  impu- 
nidad en  fin,  que  cabe  preguntar  si  no  serán  parte  á  veces  á  deter- 
minar la  formación  de  un  delincuente. 

Pasemos  ahora  al  segundo  grupo  de  la  primera  clase  de  crimina- 
les: los  delincuentes  por  hábito. 

De  éstos  dice  Enrique  Ferri  ^^^  lo  siguiente: 

(1)  Discurso  citado  antes. 


—  47  — 

"Todo  el  que  visita  las  cárceles  con  propósito  científico  en- 
"cuentra  muy  á  menudo  una  fij^ura  macilenta  de  malhechor,  por  lo 
"común  ladrón,  cuya  vida  no  es  más  que  una  serie  de  caídas  y  re- 
"caídas;  una  ida  y  venida  á  la  cárcel,  á  la  taberna  y  al  burdel;  pe- 
"ro  que  no  estaba  aún  verdaderamente  predestinado  al  delito  por 
"un  impulso  tan  profundo  é  invencible  como  el  de  los  delincuen- 
"tes  natos." 

"Son  individuos  que  caen  la  primera  vez  más  bien  por  una 
"ocasión  desjrraciada;  pero  que  llevados  á  la  cárcel  encuentran  allí, 
"en  vez  de  corrección  la  corrupción  moral  y  material;  '*'  y  cuando 
"abandonados  jK)r  la  sociedad,  faltos  de  trabajo,  sospechosos  para 
"los  honrados,  se  entrejjan  al  alcoholismo,  á  la  ociosidad,  y  recaen 
"de  nuevo,  para  volver  á  la  misma  vida  apenas  se  ven  de  nuevo  li- 
"bres,  y  llej^rando  así,  de  cárcel  en  cárcel,  de  recidiva  en  recidiva, 
"á  la  completa  ruina  moral,  á  la  delincuencia  única,  incorregible. 
"Esto  es,  son  delincuentes  de  ocasión,  (jue  sólo  llegan  á  ser  incor- 
"regibles  por  la  complicidad  del  ambiente  social,  pero  que  mejor 
"atendidos,  habrían  abandonado,  de  seguro,  la  senda  del  crimen  des- 
"pués  de  la  primera  caída."  * 

Nada  tengo  que  agregar  á  las  anteriores  palabras  de  Ferri,  si- 
no que,  en  los  criminales  por  hábito,  tiene  naturalmente  mucha  ma- 
yor influencia  el  medio  ambiente  (¡ueen  los  delincuentes  congénitos. 

Las  malas  cárceles  son,  en  realidad  una  fábrica  de  delincuen- 
tes donde  el  que  llega  condenado  por  delitos  leves,  vsale  apto  para 
los  más  sangrientos;  donde  las  facultades  del  criminal  y  sus  dispo- 
siciones para  el  crimen  se  depuran  y  se  aquilatan.  Más  adelante 
tendré  ocasión  de  insistir  sobre  la  influencia  perniciosa  de  las  ma- 
las cárceles  y  de  indicar  los  medios  de  evitar  que  el  delito  llegue  á 
constituirse  en  hábito. 

En  cuanto  á  la  segunda  especie  de  delincuentes,  hemos  visto 
ya  que  no  se  les  considera  sino  como  criminaloides,  palabra  nueva 

(1)  Esto  es  desgraciadamente,  perfectamente  cierto  y  más  aún  entre  nosotros,  donde 
un  sistema  penitenciario  casi  primitivo  ha  hecho  á  nuestra  Penitenciaría  acreedora 
al  nombre  de  cE&cuela  del  Crimen.» 

Tuve  ocasión  de  observar  en  ella  niños  de  diez  ó  doce  años,  condenados  á  prisión  por 
«vag-os»  por  dos  ó  tres  años. — ¿Con  qué  g-rado  de  criminalidad  saldrán  de  ese  antro  tales 
inocentes? 

Individuos  conozco  (i>or  ejemplo  un  Bonifacio  Barrientes)  á  quienes  se  volvía  á  hacer 
Ueg-ar  á  la  prisión  al  día  siguiente  de  su  salida. por  nuevos  delitos.  Barrientes  estuvo— me 
consta— seis  ó  siete  veces  consecutivas  y  creo  que  ahora  está  nuevamente. 

(2)  Cuando  existía  entre  nosotros  la  viciosa  práctica  de  conceder  indultos  á  destajo, 
pude  observar  toda  la  certeza  de  los  conceptos  de  Ferri.  Criminales  hubo  á  quienes  se 
indultó?  y  más  veces. — Conozco  un  tal  G.  para  quien  la  falsedad  en  todas  sus  manifes- 
taciones ha  lleg-ado  á  convertirse  en    necesidad. 


—  48  — 

quesignifica  cierta  afinidad,  cercanía  y  parecido  entre  los  crimina- 
les 3^  estos  últimos.  ^^' 

Los  criminaloides  son  de  dos  clases:  delincuentes  por  ocasión  y 
delincuentes  por  pasión. 

El  delincuente  por  ocasión,  cae  sin  tener  malos  y  pervertidos 
instintos,  por  la  influencia  de  una  serie  cualquiera  de  circunstan- 
cias, ó  por  la  tentación  que  le  ofrece  y  la  provocación  que  le  infie- 
re cierto  estado  exterior. 

Delincuente  de  ocasión  será  el  que  robe  impulsado  por  el  ham- 
bre ó  por  la  necesidad,  por  ejemplo,  el  que,  á  no  habérsele  ofrecido 
esa  circunstancia,  no  hubiera  cometido  un  delito. 

Los  delincuentes  de  ocasión  son  fáciles  de  corregir;  pero  si  no 
se  les  aplica  un  oportuno  remedio,  es  muy  fácil  que,  por  obra  de 
los  ejemplos,  de  las  compañías  funestas  y  de  otra  multitud  de  cau- 
sas degeneren  en  delincuentes  habituales. 

Los  delincuentes  más  humanos,  es  decir,  los  que  menos  se  di- 
ferencian del  resto  de  los  hombres,  son  los  delincuentes,  por  ímpe- 
tu de  la  pasión. 

El  amor,  los  celos,  la  envidia,  la  ambición,  el  juego,  la  bebida, 
todas  las  pasiones,  en  fin,  en  llegando  á  un  cierto  grado  de  exalta- 
ción combinadas  con  medios  externos,  pueden  producir  una  explo- 
sión violenta,  que  á  veces  se  traduce  en  el  suicidio,  y  muchas  otras 
en  el  delito. 

¡Cuántos  crímenes  se  cometen,  entre  los  vapores  alcohólicos  al 
rededor  de  una  mesa  de  juego!  Y,  ¡cuántos  no  son  los  delitos  en 
que  el  amor  y  los  celos  desempeñan  papel  importantísimo!  Algunas 
veces  á  los  delitos  cometidos  por  pasión,  sigue  inmediatamente 
el  suicidio  ó  una  reacción  violentísima. 

Cumple  ahora  que  entrando  en  otra  materia,  examine  las  doc- 
trinas de  la  escuela  positiva,  en  lo  que  éstas  se  refieren  al  atavis- 
mo, la  herencia  y  las  influencias  de  todas  clases,  examen  que  será 
materia  de  los  capítulos  ulteriores. 


(1)  Así,  de  metal,  decimos  metaloide,  de  esfera,  esferoide,  de  astro,  asteroide,  de  álcali, 
alcaloide,  etc.  etc. 


CAPITULO  IV 

EL  ATAVISMO  Y  LA  HERENCIA 
I 

Después  de  fijar  la  escuela  positiva  el  concepto  del  delito  y  de 
determinar  en  qué  consiste  la  anomalía  del  criminal,  intenta  averi- 
guar sus  causas  y  busca  sus  orígenes. 

De  la  naturaleza  misma  de  las  doctrinas  que  la  escuela  italia- 
na defiende,  se  puede  inferir  harto  fácilmente  que  las  causas  que 
ella  asigna  á  la  criminalidad  no  residen  las  más  veces  en  el  delin- 
cuente mismo,  ni  provienen  de  actos  y  voliciones  de  su  "yo"  moral 
interno,  sino  que  tienen  su  asiento  en  circunstancias  materiales,  la 
mayor  parte  de  los  casos  individuales  del  criminal. 

Una  de  las  causas  que  la  escuela  en  que  me  ocupo  asigna  para 
la  delincuencia,  es  el  atavismo. 

El  atavismo  no  es  otra  cosa  que  la  regresión  á  individuos  y 
seres  anteriores  á  nosotros.  El  criminal,  según  Lombroso,  hereda 
sus  tendencias  y  su  organización  de  nuestro  predecesor:  el  hombre 
primitivo  y  de  nuestros  primeros  padres:  los  animales. 

Doctrina  es  esta  atrevidísima,  que  supone  como  demostrada 
y  cierta  la  del  inglés  Darwin  y  que  por  el  hecho  de  fundarse  en 
meras  hipótesis  no  podemos  aceptar  como  cierta,  aunque  debamos 
examinarla  siquiera  sea  con  la  ligereza  que  la  índole  de  este  tra- 
bajo exige  naturalmente. 

Cree  el  célebre  doctor  que  entre  el  hombre  prehistórico  y  los 
actuales  delincuentes  existen  signos  de  conformación  por  tal 
manera  semejantes,  que  nuestros  rudos  antecesores  no  pudieron 
por  menos  de  ser  criminales. 

En  persecución  de  pruebas  para  esta  peregrina  idea,   ha    exa- 


—  50  — 

minado  cráneos  de  hombres  antiguos  y  cotejádolos  con  los  de  los 
modernos  delincuentes;  y  si  bien  su  observación  le  deparó  casos  de 
cráneos  viejos  con  mandíbulas  enormes,  signo  al  parecer  de  im- 
portancia trascendental  en  la  materia,  no  lo  es  menos  que  otras 
observaciones  vinieron  á  demostrar  que  la  mayor  parte  de  los  vie- 
jos y  fósiles  cráneos,  apenas  si  se  diferencian  de  los  del  hombre 
normal  del  siglo  XIX. 

Ya  que  tal  observación  no  podía  abrir  camino  que  condujera 
rectamente  al  ideal  pretendido,  buscáronse  parecimientos  entre  el 
delincuente  y  el  salvaje:  y  se  supuso  que  el  hombre  primitivo  y  el 
salvaje,  son  iguales  de  todo  en  todo.  No  creo  yo  que  sea  admisi- 
ble esta  identidad;  pero  el  hecho  es  que,  como  el  mismo  Garofalo 
confiesa,  la  observación  aquí,  no  ha  rendido  todavía  el  número  de 
pruebas  necesarias  para  establecer  el  silogismo  que  Lombroso  sien- 
ta y  que  expresaría  yo  en  estos  términos: 

E^l  criminal  y  el  salvaje  son  iguales: 

Es  así  que  el  salvaje  es  igual  al  hombre  primitivo: 

Luego  el  criminal  y  el  hombre  primitivo  son  iguales. 

Como  se  ve,  y  lo  han  demostrado  no  sólo  sabios  criminalistas, 
sino  también  naturalistas  de  nombradía,  las  dos  premisas  en  que 
se  funda  la  conclusión  de  la  moderna  escuela  son  falsas  ó  por  lo 
menos  aún  no  han  llegado  á  demostrarse. 

Pues  bien:  ya  que  los  salvajes  no  bastan  hay  que  recurrir  á 
los  niños. 

,  Esta  idea  es  peor  todavía,  porque  al  decirse  que  el  niño  tiene 
gran  analogía  con  el  criminal,  se  supone  que  todos  hemos  naci- 
do con  instintos  criminales  y  se  echa  por  tierra  la  doctrina  de 
Lombroso  respecto  de  la  clasificación  de  criminales,  pues  si  todos 
nacemos  delincuentes  y  después  ya  no  lo  somos,  hay  que  recono- 
cer que  la  educación  y  mil  influencias,  tienen  más  poder  que  los 
caracteres  físicos  y  antropológicos. 

Prueba  esto  simplemente  que  existen  contradiciones  en  las 
doctrinas  del  doctor  Lombroso,  defecto  que  ya  le  echa  en  cara 
Tarde  en  "Kl  Duelo." 

Pero  concretándome  al  punto,  diré  que  me  parece  inadmisi- 
ble, y  aún  estoy  por  decir  disparatada,  la  hipótesis  de  que  los 
niños  sean  criminales;  y  que  menos  aún  concuerda  con  mis  ideas, 
la  de  que  el  hombre  primitivo  y  el  niño  sean  iguales. 

Pues  esta  igualdad,  caso  de  que  fuera  admisible,  vendría  á 
probar  precisamente,  que    el  hombre   primitivo  no  fue    criminal  y 


—  51  — 

que  con  educación  y  diferente  vida  y  costumbres,  un  niño  de  la 
época  del  rengífero  v.  ^.  llegaría  á  ser  tan  adelantado  como  el 
más  perfecto  ciudadano  del  siglo  XIX. 

Pero  donde  la  hipótesis  del  atavismo  es  menos  admisible,  es 
cuando  quiere  suponer  que  los  animales  son  delincuentes. 

En  primer  lugar  es  esto  reconocer  en  los  animales  la  posibi- 
lidad de  experimentar  sentimientos  altruistas  que  puedan  violar 
con  lo  cual  les  equiparan  de  todo  en  todo  con  el  hombre,  pues  si 
entre  ellos  hay  delincuentes,  no  puede  ser  sino  porque  exista  entre 
ellos  la  idea  contraria  de  moralidad  y  de  altruismo  que  siendo  pro- 
ducto de  la  avanzada  civilización  moderna,  vendría  á  poner  al  ani- 
mal á  una  altura  idéntica  de  la  nuestra.  En  segundo  lugar,  nin- 
guna observación  ha  sido  hasta  hoy  bastante  para  demostrar  esa 
famosa  criminalidad  de  los  animales,  ni  creo  yo  que  hubiera  alguien 
por  tal  manera  ocurrente,  que  quisiera  establecer  un  código  para 
los  caballos,  bueyes  y  demás  individuos  de  esa  especie. 

En  tercer  lugar  como  ya  dije,  esta  doctrina  supone  que  el 
darwinismo  se  encuentra  probado,  demostrado,  elevado  á  la  cate- 
goría de  verdad  científica:  y  ésto  ni  el  mismo  Darwin  lo  pretende. 
¿Cómo  se  ha  demostrado  que  descendemos  en  línea  recta  de  los 
animales?  La  exageración  de  esta  teoría  llevada  á  su  colmo  por 
Lombroso  es  perjudicial  sin  duda  y  no  conduce  sino  á  errores  y 
á  consecuencias  que  no  pueden  aceptarse  sin  previa  demostración 
de  las  premisa.s. 

Supongamos  que  el  hombre  primitivo  hubiera  sido  realmente 
un  criminal  típico  y  demos  así  mismo  por  demostrada  otra  de  las 
doctrinas  favoritas  de  Lombroso:  la  herencia.  ¿Cómo  entonces, pre- 
gunto, hemos  podido  heredar  los  modernos  constitución  y  caracte- 
res ''no  criminales''  de  individuos  perfectamente  ''criminales^' 
Yo  creo  que  es  un  hecho,  tanto  en  la  ley  civil  como  en  la  orgánica 
que  nadie  puede  legar  sino  aquello  que  posee;  y  si  nuestros  prede- 
cesores fueron  todos  criminales,  á  la  verdad  no  me  explico  cómo  sus 
descendientes  hemos  heredado  de  ellos  virtudes,  afectos  y  senti- 
mientos harto  distintos  de  los  criminales. 

Conviene  fijar  en  esto  la  atención  porque  no  sólo  nos  demues- 
tra la  falsedad  de  la  doctrina  del  atavismo,  sino  que  también  pone 
de  manifiesto  una  contradicción  más  en  las  ideas  de  la  nueva  escuela. 

Voy  á  explicarme  más  todavía.  Supongo  demostrada  la  doctri- 
na de  la  herencia,  en  que  después  me  ocuparé,  y  la  cual  es  otra  de 
las  defendidas  por  la  nueva  escuela. 


—  52  — 

Pues  bien:  todos  los  hombres  primitivos  eran  criminales:  es 
así  que  los  descendientes  heredamos  las  cualidades  y  defectos  de 
los  ascendientes  y  que  nosotros  descendemos  de  los  hombres  primi- 
tivos: luego,  al  heredarlos  en  lo  que  ellos  poseían,  debemos  haber 
heredado  instintos  criminales.  E)ntonces  todos  los  hombres  debería- 
mos ser  delincuentes  y  no  habría  necesidad  de  recurrir  al  atavismo. 

¿Por  qué  causa  un  individuo  viene  á  recibir,  después  de  milla- 
res de  años,  la  herencia  de  sus  ascendientes  del  período  mioceno? 
¿y  por  qué, si  sus  padres  ni  los  otros  intermediarios  no  han  hereda- 
do nada? 

Significa  esto  que  no  se  hereda  nunca,  ni  indefectiblemente,  to- 
do lo  bueno,  ni  todo  lo  malo,  y  que  siempre  hay  en  el  hombre  algo 
personalísimo  que  se  debe  éste  á  sí  mismo  y  que  ninguna  relación 
tiene  con  su  descendencia. 

Respecto  del  atavismo,  confieso  ingenuamente  que  no  puedo 
explicarme,  ni  aún  por  medio  de  un  esfuerzo  de  imaginación  cómo 
el  instinto  criminal  ha  venido  trasmitiéndose  y  conservándose  en  mi- 
llares de  generaciones,  y  á  través  de  verdaderos  ciclos  geológicos, 
sin  producir  resultado  alguno  hasta  millares  de  siglos  más  tarde, 
y  eso  que  según  Garofalo,  en  la  quinta  generación  se  concluye  la 
herencia. 


Luis  Proal,  Magistrado  del  Tribunal  de  Apelación  de  Aix  y 
autor  de  una  notable  crítica  de  las  nuevas  doctrinas  italianas,  de- 
duce las  siguientes  proposiciones  de  la  doctrina  del  atavismo: 

"La  explicación  del  atavismo  supone:  1?  Que  la  moralidad  no 
"existía  en  el  hombre  primitivo,  que  el  delito  no  era  la  excepción 
"sino  una  regla  general. — 2'^  Que  el  hombre  prehistórico  presenta- 
"ba  caracteres  físicos,  y  singularmente  cerebrales,  que  le  distin- 
"guen  del  hombre  contemporáneo. — 3?  Que  los  criminales  de  aho- 
"ra  presentan  los  mismos  caracteres  especiales,  las  mismas  anoma- 
"lías  que  el  hombre  pre-histórico.  4"  Que  el  atavismo  que  se  mani- 
"fiesta  bastante  á  menudo,  cuando  los  antepasados  no  son  muy  le- 
"janos,  se  hace  sentir  después  de  millares  de  años,  y  luego  que  las 
"razas  prehistóricas  están  separadas  de  nosotros  por  otras  razas 
"que  han  desaparecido:  5p — En  lo  referente  al  atavismo  prehuma- 
"no,  que  el  hombre  proviene  de  animales  inferiores:  6? — Que  el  de- 


—  53  — 

"lito  no  puede  explicarse  por  las  inclinaciones  del  hombre,  por  su 
"complexa  naturaleza."  '*' 

Someramente  voy  á examinar  estas  proposiciones  queme  pare- 
cen la  consecuencia  lój^ica  de  la  doctrina  del  atavismo. 

¿Existía  la  moralidad  en  el  hombre  primitivo?  ¿Era  en  él  la 
regla  el  delito  y  la  honradez  la  excepción? 

Hay  que  examinar  las  leg^islaciones  antiguas.  Proal  cita  una 
multitud  de  leyes,  las  de  Moisés,  Zoroastro,  Manú  y  otros  legisla- 
doresí  para  demostrar  que  la  moralidad  sí  existía  en  los  pueblos 
primitivos  y  que  el  delito  no  era  en  ellos  la  regla  general. 

Disto  yo  de  estar  de  acuerdo  con  esta  afirmación  que  llevada 
á  su  último  extremo,  no  viene  á  ser  sino  la  baila  teoría  helénica  de 
la  edad  de  oro.  Tengo  para  mí  que  todos  los  pueblos  y  todas  las 
razas  han  tenido  sus  épocas  de  moralidad  y  de  corrupción.  No  se 
puede  decir  que  la  humanidad  haya  sido  en  un  principio  inmo- 
ral, y  que  sucesivamente  haya  venido  moralizándose.  La  Historia 
nos  presenta  ejemplo  constante  de  ello  en  todos  los  pueblos  y  en  to- 
das las  razas;  y  nos  enseña  que  éstas  han  sido  morales,  de  puras  y 
sencillas  costumbres  en  un  principio;  y  que  luego  el  lujo,  la  civiliza- 
ción, las  conquistas,  la  corrupción,  han  venido  desmoralizándolas 
hasta  destruirlas  y  dar  lugar  á  nuevas  razas  y  á  nuevos  pueblos 
que  han  seguido  la  misma  suerte  que  sus  predecesores. 

Los  persas,  los  hebreos,  los  judíos,  los  romanos,  los  bárbaros, 
todos  los  pueblos  de  la  historia,  presentan  esta  serie  de  caídas  y  re- 
caídas, siendo  de  observar  que  algunos,  como  los  persas  y  los  ju- 
díos, perecen  en  las  últimas  y  otros  sólo  son  sangrados,  cauteriza- 
dos, por  decirlo  así  y  vuelven  á  levantarse. 

La  cuestión  de  la  moralidad  me  parece  á  mí  que  sólo  puede  es- 
tudiarse con  sujección  á  determinados  pueblos,  individualizando, 
por   decirlo  así  y  nunca  generalizándola  á  toda  la  humanidad. 

En  la  época  en  que  los  griegos  y  los  fenicios  eran  pueblos  co- 
rrompidos é  inmorales,  los  romanos  formaban  una  república  de 
costumbres  puras  y  estoicas. 

Verdad  es  que  todos  los  pueblos  han  tenido  la  creencia  en  Dios 
y  en  la  vida  de  ultratumba,  pero  no  es  menos  cierto  que  esta  creen- 
cia no  ha  podido  impedir  que  lleguen  á  corromperse  y  que  en  su 
cuerpo  se  formen  repugnantes  llagas. 

Lo  que  ha  faltado  á  los  hombres  antiguos  es  el  sentimiento  de 
caridad,  el  altruismo  que  se  debe  á  Cristo,  y  que  aun  no  es  univer- 

(1)  Proal.— El  delito  y  la  pena. 


—  54  — 

sal:  bajo  este  último  aspecto,  creo  que  sí  se  puede  afirmar  que   los 
pueblos  primitivos  carecían  de  sentido  moral. 

Pero,  fijémonos  en  que  no  se  trata  de  pueblos  relativamente 
modernos:  no  se  trata  de  épocas  históricas,  conocidas  de  ayer  por 
decirlo  así.  Se  trata  del  hombre  prehistórico,  del  individuo  de  la 
época  pétrea,  quizás  del  hombre  fósil. 

Bajo  este  punto  de  vista,  reina  á  mi  ver,  perfecta  oscuridad. 
Hay  que  trasladar  la  cuestión  á  millares  de  siglos  antes  de  los  pue- 
blos conocidos,  y   aquí  nos  faltan  leyes,  documentos  y  testigos. 

Sin  embargo,  lógicamente  y  suponiendo  como  no  puede  menos 
de  suponerse,  que  el  hombre  primitivo  no  era  más  perfecto  que  el 
hombre  del  siglo  XIX,  creo  que  no  es  aventurada  afirmación  la  de 
que  estos  hombres  carecían  de  sentido  moral. 

Si  los  pueblos  históricos  nos  presentan  irrecusables  testimo- 
nios de  esta  falta:  si  los  contemporáneos  apenas  si  van  sintiendo  el 
altruismo,  no  es  lógico  suponer  que  el  hombre  primitivo  se  encon- 
trara en  un  estado  que  ahora  es  el  ideal  de  la  humanidad.  ^^' 

Si  pasamos  al  segundo  punto  de  la  proposición  de  Proal,  he- 
mos de  ver  que  la  afirmación  de  la  escuela  positiva  tiene  muchos 
visos  de  ser  cierta. 

Se  trata  de  saber  si  el  delito  era  el  estado  permanente  del 
hombre  primitivo. 

Para  evitar  confusiones  es  necesario  advertir  que  el  delito  á 
que  nos  referimos,  es  el  delito  actual  y  no  el  delito  antiguo,  pues 
fácil  será  comprender  que  en  la  antigüedad  no  eran  delitos  los  he- 
chos que  lo  son  ahora. 

Citando  Proal  las  leyes  antiguas,  intenta  demostrar  que  en  los 
pueblos  primitivos  existía  no  sólo  un  alto  grado  de  moralidad,  sino 
una  sabia  y  prudente  represión  de  los  delitos. 

Y  yo  concedo  que  fueran  reprimidos  prudente  y  sabiamente 
los  delitos  que  las  leyes  consideraban  como  tales.  Así,  en  Dgipto 
se  ultimaba  al  que  daba  muerte  á  los  animales  sagrados,  gran  deli 
to  reprimido  sabia  y  prudentemente;  y  pudieran  citarse  numerosos 
ejemplos  de  que  en  la  antigüedad  existieron  leyes  penales  y  de  que 
los  delincuentes  sufrían  la  pena  en  que  habían  incurrido. 

Veamos  si  pasaba  lo  mismo  con  los  sentimientos  altruistas.  Iva 
violación  de  éstos  no  era  delito  en  la  mayor  parte  de  los  casos.  Las 
leyes  de  Manú,  tan  decantadas,  no  castigan  la  muerte  del  tchin- 
dala,  ni  legislación  alguna  de  la  antigüedad  impuso  por  la  muerte 

(1)     A  este  respecto  me  remito  á  lo  que  dije  en  el  Capítulo  I. 


—  55  — 

de  un  esclavo,  otra  pena  que  la  indemnización  al  dueño.  Los  mis- 
mos helenos  no  consideraban  como  delito  el  ataque  contra  el  bár- 
baro. 

Cuanto  á  los  indios,  era  por  tal  manera  profunda  la  divi- 
sión de  castas  y  existían  por  modo  tan  bien  determinadas  las 
diferencias  entre  los  individuos  de  las  diferentes  clases,  que  se 
puede  afirmar  sin  temor  aljruno,  que  desconocían  el  altruismo. 

Los  judíos  que  se  encerraron  entre  sus  leyes  y  sus  montes  y  no 
consintieron  sino  á  la  fuerza  el  comercio  con  los  extranjeros,  no 
eran  tampoco  altruistas,  y  lo  mismo  con  li<^eras  variantes  pudiera 
decirse  de  los  demás  pueblos  antij^uos. 

El  delito  (tal  como  hoy  se  le  considera)  era  el  estado  casi  per- 
manente de  los  antijTuos  y  aun  de  los  hombres  de  la  Kdad  Media, 
si  bien  conviene  advertir  que  al  violar  el  altruismo  era  porqne  no 
lo  sentían,  y  que  por  otro  lado  no  violaban  con  ese  acto  ningún  pre- 
cepto legal. 

Del  hombre  prehistórico  pienso  que  no  pudiendo  lógicamente 
ser  más  perfecto  que  el  hombre  moderno,  sino  al  contrario  más  im- 
perfecto, tiene  por  regla  general  que  haber  vivido  en  lucha  con  sus 
semejantes  y  con  la  naturaleza. 

Esto  no  me  lo  indica  la  observación  de  carácter  físico  alguno, 
sino  que  lo  dicta  la  lógica  y  es  lo  que  me  autoriza  la  historia  á  con- 
siderar como  verdadero. 

Ahora  bien:  de  que  el  hombre  primitivo  haya  desconocido  el 
altruismo,  ¿puede  deducirse  en  buena  lógica  la  doctrina  del 
atavismo? 

Creo  que  no,  en  manera  alguna;  y  sin  marchar  demasiado 
lejos,  citaré  á  la  Historia  que  en  todas  sus  páginas  nos  está  demos- 
trando lo  contrario. 

Lo  primero  que  observa  quien  atentamente  estudia  los  anales 
de  la  humanidad,  es  que  el  hombre  es  por  naturaleza  perfectible; 
y  quien  niegue  el  progreso,  negará  la  luz  del  día,  la  evidencia  de 
los  hechos,  y  sostendrá  que  no  hay  diferencia  entre  el  hombre  pre- 
histórico que  cubierto  de  hojas  pescaba  con  las  manos  y  el  más 
acicalado   petimetre  moderno. 

La  perfectibilidad  del  hombre  explica  por  qué  siendo  en  un 
principio  egoísta,  ha  llegado  hoy  á  ponerse  en  camino  de  ser  per- 
fectamente altruista. 

La  historia  nos  ensena  que  en  las   diversas   razas    ha    habido 


^-56  — 

individuos  criminales  y  otros  que  no  lo  son,  sino  todo  lo  contrario; 
y  esto  mismo  nos  demuestra  nuestra  experiencia  diaria:  nos  demues- 
tra asimismo  que  entre  un  delincuente  de  esta  raza  moderna  y 
sus  antecesores  del  período  de  piedra,  han  mediado  millares  de 
generaciones  de  individuos  que  no  han  sido  delincuentes:  nos  ense- 
ña asimismo  que  el  proceso  de  la  delincuencia  se  forma  en  el  cri- 
minal mismo,  con  relaciones  al  tiempo,  á  la  época  y  á  la  raza,  y 
que  para  hallar  la  causa  de  un  delito  no  precisa  ocurrir  en  busca 
de  los  hombres  primitivos. 

Digamos  por  último  y  para  concluir  estas  brevísimas  observa- 
ciones que  el  hombre  primitivo  violaba  el  altruismo  porque  no  lo 
conocía,  mientras  que  el  moderno  criminal  lo  hace  con  perfecto 
conocimiento  de  las  leyes  y  preceptos  que  viola. 

Por  lo  demás  el  atavismo  se  funda  en  la  idea  de  que  la  crimi- 
nalidad proviene  de  formas  orgánicas  de  los  individuos;  y  entonces, 
ésto  es  negar  toda  influencia  á  una  multitud  de  elementos  que  no 
pueden  transmitirse  por  herencia  porque  no  dependen  del  indivi- 
duo mismo  sino  del  medio  en  que  éste  se  agita. 

Verdad  es  que  se  observa  el  fenómeno  de  la  herencia  de  los 
gustos,  de  las  virtudes,  y  aún  de  las  tendencias  criminales;  pero 
esto  depende,  como  más  adelante  me  propongo  demostrar,  de  que 
los  hijos  reciben  la  educación  que  sus  padres  quieren  darles  y  se 
forman  al  calor  de  los  ejemplos  y  de  las  enseñanzas  que  éstos  les 
comunican. 

Mientras  no  se  demuestre  que  el  crimen  reside  en  accidentes 
puramente  orgánicos,  el  atavismo  no  pasará  de  ser  una  hipótesis. 

Respecto  del  atavismo  prehumano,  cualesquiera  que  sean  las 
tendencias  criminales  que  se  ha  creído  descubrir  en  los  animales, 
he  de  decir  que  no  puede  admitirse  sino  como  otra  hipótesis  funda- 
da en  las  doctrinas  de  Darwin  que  están  muy  lejos  de  haber  llega- 
do á  la  categoría  de  verdad  científica  y  demostrada. 


II 


Pasemos  á  la  herencia. 

Ds  ésta  otra  de  las  causas  que  la  escuela  positivista  italiana 
asigna  á  la  criminalidad. 

Según  su  modo  de  pensar,  se  nace  criminal,  lo  mismo  que  se 
nace  negro  ó  blanco,  canceroso,   sifilítico,  tonto  ó  inteligente. 


—  57  — 

El  hombre  no  es  responsable  de  sus  actos,  la  virtud  y  el  vicio 
no  pueden  ser  parte  á  aumentar  su  mérito  ó  su  demérito,  porque  su 
esfuerzo  personal,  su  libre  albedrío  (que  la  moderna  escuela  niega 
rotundamente)  no  han  tenido  influencia  alguna  en  ellos,  ni  es  posi- 
ble que  pudieran  influir  en  el  abolengo  y  en  las  circunstancias  que 
presidieron  á  la  concepción  y  al  nacimiento  del  individuo. 

Así  como  los  padres  transmiten  á  sus  hijos  las  formas  orgáni- 
cas, las  enfermedades,  la  locura,  así  también  les  transmiten  el  cri- 
men y  el  delito,  que  no  son  para  la  escuela  italiana,  sino  traduccio- 
nes al  hecho,  de  una  determinada  forma  orgánica  monstruosa  ó 
imperfecta. 

Garofalo  quiere  ver  esta  idea  encarnada  ya  en  la  conciencia 
de  los  pueblos  antiguos  mismos  y  cita  para  comprobar  su  aserto, 
las  maldiciones  que  según  la  Biblia  recaían  sobre  los  criminales  y 
sus  descendientes  hasta  la  (|uinta  generación,  pretendiendo  ver  en 
esto  la  idea,  que  según  él  tenían  Kjs  judíos,  de  que  el  delito  se 
hereda. 

En  lo  que  todos  están  de  acuerdo  es  en  la  cuasi  generalidad  de 
la  herencia  física. 

Desde  los  pueblos  más  antiguos  y  en  todo  tiempo,  ha  existido 
la  creencia  de  que  los  padres  transmiten  á  sus  hijos,  algo  de  su  con- 
formación orgánica:  algo  de  su  fuerza:  algo  de  sus  enfermedades  y 
de  sus  defectos,  algunas  de  sus  dotes  intelectuales,  rasgos  de  feal- 
dad ó  de  belleza,  una  organización  física,  en  fin,  parecida  á  la  de 
sus  padres,  aunque  diversa  de  ella  en  aquello  personalísimo  en  que 
un  individuo  difiere  siem¡)re  de  otro,  cualquiera  que  «sea  la  semejan- 
za que  entre  ellos  se  suponga. 

Manu,  el  viejo  legislador  de  la  India  brahamánica  decía  que 
una  mujer  da  siempre  á  luz  un  hijo  dotado  de  las  mismas  cualida- 
des que  el  que  lo  engendró  y  recomendaba  á  los  reyes  que  no  to- 
masen por  esposas  á  mujeres  atacadas  de  tisis,  dispepsia,  epilepsia, 
lepra  blanca  y  elefantiasis.  Este  legislador  admitía  que  las  cuali- 
dades morales  se  trasmiten  lo  mismo  que  las  físicas:  "de  matrimo- 
**nios  irreprochables  nace  una  posteridad  irreprochable,  como  de 
"matrimonios  reprensibles  una  posteridad  reprensible." 

"En  nuestros  tiempos,  dice  Proal  '^'  esta  cuestión  ha  sido  di- 
"lucidada  por  los  médicos  más  distinguidos:  de  sus  trabajos  resul- 
"ta  que  las  cualidades  físicas,  la  salud  y   la  enfermedad,   la  longe- 


(1)  Op.  citada. 


58 


'vidad,  la  fisonomía,  la  estatura,  el  color  de  los  ojos,  de  los  cabe- 
llos, etc.,  etc.  se  trasmiten  de  padres  á  hijos." 

"La  trasmisión  de  la  locura  ha  sido  también  objeto  de  traba- 
'jos  notables  por  parte  de  los  doctores  Morel,  Legrand  du  Saulle  y 
'Ball.  No  queriendo  hablar  al  lector,  sino  de  lo  que  sé  por  mis  es- 
'tudios  personales,  lo  remito  á  las  obras  de  aquellos  médicos  dis- 
'tinguidos.  En  este  punto  deseo  tan  sólo  quitar  una  confusión  que 
'se  ha  establecido  algunas  veces  entre  la  herencia  de  la  locura  y 
'la.  herencia  del  delito.  Cuando  bajo  la  influencia  de  una  enferme- 
'dad  mental  transmitida  por  el  padre,  el  hijo  ha  cometido  como 
'aquel  un  acto  criminal,  hase  dicho  que  había  herencia  del  delito: 
'sin  embargo,  en  este  caso  no  hay  en  verdad  herencia  del  delito, 
'porque  éste  no  existe,  sino  herencia  de  la  locura.  Para  saber 
'si  el  delito  es  hereditario,  es  necesario  examinar  únicamente  los 
'casos  en  los  cuales  el  acto  criminal  no  va  acompañado  de  la  lo- 
'cura." 

"Los  médicos  no  están  de  acuerdo  acerca  de  la  proporción 
'numérica  de  la  locura  por  la  herencia:  la  transmisión  de  la  locura 
'por  herencia  parece  cierta,  por  más  que  no  sea  fatal:  es  una  posi- 
'bilidad;  si  se  quiere  una  probabilidad,  pero  no  una  necesidad:  al- 
'gunas  veces  se  ven  hijos  de  locos,  exentos  por  completo  de  toda 
'enfermedad  mental.  Aún  á  pesar  de  la  predisposición  orgánica  á 
'la  locura,  es  necesario  tener  en  cuenta,  cuánto  puede  hacer  el  in- 
'dividuo  para  regular  su  vida  y  apartarse  de  las  causas  perturba- 
'doras." 

"La  locura  transmitida  al  hijo,  toma  por  lo  común  la  misma 
'forma  que  afecta  á  sus  padres:  así  un  padre  loco  que  se  suicida, 
'con  frecuencia  tiene  un  hijo  que  se  vuelve  loco  y  se  suicida  tam- 
'bién.  ¿Debe  irse  más  lejos  y  sentar  que  la  locura  hereditaria  que 
'conduce  á  un  acto  criminal,  puede  revestir  en  él  hijo  la  misma 
'forma  que  en  sus  padres  existió,  y  llevarle  á  la  comisión  de  actos 
'criminales  de  igual  naturaleza?  Así  parece  que  puede  deducirse  á 
'primera  vista,  por  un  proceso  que  hace  poco  fallé  en  el  Tribunal 
'de  Aix:  en  1888,  un  señor  O.  .  .  .,  que  sufría  la  manía  de  las  per- 
'secuciones,  creyéndose  espiado,  perseguido  por  los  sacerdotes, 
'disparó  varios  tiros  de  escopeta  al  anciano  cura  de  Mentón,  á 
'quien  no  conocía;  en  el  proceso  encontré  que  su  padre,  que  fué  de- 
'mente,  había  disparado  sobre  una  procesión  que  pasaba  por  debajo 
'de  sus  ventanas.  ¿Debe  suponerse,  cabe  afirmar  que  este  odio  sin 
'motivo  contra  los  sacerdotes  y  las  creencias   religiosas,  fué    tras- 


—  59  — 

"mitido  con  la  demencia  de  padre  á  hijo?  No  lo  creo  en  modo  al- 
aguno: al  contrario,  loque  me  parece  probable  es  que  este  odio 
"por  fanatismo  anti-reli^ioso,  es  debido  á  la  educación  que  se  dio 
'*al  hijo." 

"De  que  la  enfermedad  se  trasmite  por  lo  común  por  heren- 
"cia,  de  padres  á  hijos,  ¿debe  deducirse  que  existe  la  transmisión 
"de  los  vicios  y  de  los  delitos?  ¿Es  cierto  que  hay  una  clase  de 
"hombres  predispuestos  al  homicidio,  ó  al  robo,  por  una  fatalidad 
"fisiológica,  inexorable,  hereditaria,  al  lado  de  otra  clase  de  hom- 
"bres  inclinados  al  bien,  por  efecto  de  una  feliz  casualidad  denaci- 
"miento?  ¿Los  padres  pueden  transmitir  á  sus  hijos  sus  cualidades 
"morales,  como  su  herencia?  ¿La  bondad,  la  rectitud,  el  valor,  el 
"espíritu  de  sacrificio,  pasan  de  una  generación  á  otra  con  las  cua- 
"lidades  físicas  de  los  padres?  Si  para  ser  virtuoso  bastara  nacer 
"de  padres  honrados,  si  el  esfuerzo  personal  es  inútil,  la  virtud  se- 
"ría  cosa  muy  fácil.  Si  la  casualidad  del  nacimiento  diese  á  los 
"unos  no  sólo  la  riqueza  y  la  salud,  sino  además  la  virtud,  y  á  los 
"otros,  sólo  la  pobreza,  la  enfermedad  y  los  vicios  ¡qué  desigual - 
"dad  más  espantosa  entre  los  hombres!  Si  el  hijo  de  un  ladrón  ó 
"de  un  asesino,  había  á  su  vez  de  ser  ladrón  ó  asesino,  ¿podría 
"imaginarse  nadie,  destino  más  cruel?  ¿No  es  bastante  desconso- 
"ladora  la  transmisión  de  las  enfermedades,  para  que  también  lleve 
"consigo,  la  de  los  vicios  y  los  delitos?  Algunos  médicos  transpor- 
"tando  al  dominio  moral  lo  que  han  observado  en  el  físico,  no  va- 
"cilan  en  afirmar  que  la  criminalidad  es  hereditaria,  y  para  preve- 
"nirel  delito,  proponen  que  se  impida  la  procreación  á  los  crimi- 
"nales  '*'  El  Dr.  Le  Bon,  está  tan  convencido  de  que  los  hijos  de  los 
"criminales  se  convierten  en  tales,  que  propone  transportar  á  las 
"regiones  más  apartadas  á  los  reincidentes  y  con  ellos  á  su  pos- 
"teridad.  {Revista  filosófica,  mayo  1881.)" 

Es  necesario  hacer  una  cuidadosa  distinción  y  separar  lo  más 
precisamente  posible,  si  quiere  hacerse  el  examen  de  las  doctrinas 
de  la  herencia,  la  transmisión  física  de  la  intelectual  y  moral. 

Como  he  dicho,  la  herencia  fisiológica  parece  innegable  como  re- 
gla general,  y  principalmente  la  de  ciertas  enfermedades  ó  defec- 
tos que  pudiera  decirse  que  se  encuentran  diluidos  en  la  sangre  del 
progenitor.  Pero  aun  esta  herencia  fisiológica  no  es  siempre  un  he- 
cho y  pueden  existir  casos,  que  efectivamente  se  han   presentado 


(1)  €B.  Tompson  citado  por  el  Dr.  Despine  en  su  obra  sobre  la  locura  pag-.  645. 


—  60  — 

muchas  veces,  en  que  no  sólo  los  hijos  pueden  corregir  por  medio 
de  cierto  régimen  los  gérmenes  morbosos  que  sus  padres  les  trans- 
miten, sino  en  que  ni  aun  heredan  defecto  alguno  de  ellos. 

La  herencia  intelectual  y  moral  son  aún  menos  sujetas  á  re- 
glas que  la  herencia  puramente  fisiológica,  por  manera  que  sería 
sumamente  difícil  determinar  en  un  caso  dado  si  las  cualidades  ó 
defectos  de  un  individuo  se  deben  á  circunstancias  de  la  naturaleza 
misma,  á  la  educación  y  ejemplos  que  ha  recibido  ó  á  una  simple 
transmisión  hereditaria. 

Por  de  pronto,  la  herencia  del  delito  supone  que  éste  reside  y 
es  efecto  ó  traducción  de  circunstancias  puramente  orgánicas  que 
son  las  únicas  que  pueden  trasmitirse  con  la  sangre,  y  sabido  es 
que  esta  tesis  aun  no  ha  llegado  á  demostrarse,  ni  se  ha  probado 
aun  la  ninguna  ingerencia  del  espíritu  en  los  actos  que  realiza  la 
materia,  ni  que  las  voliciones,  afectos  y  demás  atributos  morales 
é  intelectuales  residan  simplemente  y  dependan  en  lo  absoluto  de 
una  determinada  conformación  física. 

Se  ha  observado  por  el  Dr.  Lombroso  que  un  gran  número  de 
los  hijos  de  los  ladrones,  son  también  ladrones,  y  de  allí  y  de  otros 
ejemplos  quiere  deducirse  que  estos  hijos  han  heredado  de  sus  pa- 
dres el  delito  de  apoderarse  de  lo  ageno.  Quizás  hasta  cierto  punto 
haya  en  ello  una  herencia,  un  legado  ó  un  efecto  de  la  acción  que 
el  padre  ejerce  sobre  el  hijo;  pero  lo  que  no  creo  que  sea  admisi- 
ble es  que  la  sola  transmisión  orgánica  baste  para  producir  delitos. 

"Sin  duda,  dice  d'  Haussouville  criticando  á  Lombroso,  un 
"gran  número  de  hijos  de  ladrones,  son  igualmente  ladrones.  Esto 
"es  innegable:  según  el  último  volumen  de  la  estadística  peniten- 
"ciaria,  de  8.227  niños  menores  de  diez  3^  seis  años  detenidos  en  las 
"colonias  correccionales,  2.573  descendían  de  padres  que  habían 
"sufrido  condenas.  ¿Pero  qué  conclusión  conviene  deducir  de  esta 
"cifra?  Kn  estos  niños  criminales  ¿qué  parte  de  influencia  han  te- 
"nido  los  ejemplos  y  también  quizás  las  lecciones;  en  una  palabra 
"el  medio  y  la  educación?  No  es  muy  extraordinario  que  los  hijos 
"de  los  ladrones  sean  ladrones,  cuando  sus  padres  les  han  ejercita- 
"do  desde  edad  temprana  en  el  latrocinio.  Lo  contrario,  sería  lo 
"que  también  causaría  sorpresa.  Para  tener  el  derecho  de  hablar 
"de  herencia,  sería  preciso  que  se  hubieran  sustraído  estos  niños  á 
"la  influencia  de  sus  padres  y  que  se  hubiera  hecho  ésto  desde  la 
"infancia,  porque  los  que  se  han  ocupado  de  la  educación  de  los  ni- 
"ños,  no  como  filósofos  sino  como  padres,  saben  con  cuanta  facili- 


—  61  — 

•'dad  se  contraen  en  edad  temprana  hábitos  morales  por  estos  pe- 
"queños  seres,  y  cómo  se  desarrolla  el  sentimiento  de  la  conciencia 
"con  las  primeras  y  vacilantes  luces  de  la  razón.  Sería  preciso,  co- 
•*mo  en  las  novelas  de  Ducray  Duminil,  que  cada  uno  de  estos  ni- 
"ños  arrebatado  á  su  familia  desde  la  cuna,  hubiera  sido  confiado 
**á  una  familia  honrada  y  educado  en  la  ignorancia  de  su  nacimien- 
•'to  y  de  sus  padres." 

'*Si  á  pesar  de  estas  precauciones  se  hubiera  hallado,  sin  em- 
*'bargo,  la  mayoría  de  estos  niños  en  las  colonias  correccionales, 
* 'entonces  sería  decisiva  la  experiencia.  Pero  mientras  que  no  se 
"haya  hecho  así,  será  perfectamente  arbitrario  explicar  por  la 
"herencia  lo  que  debe  ser  más  verosimilmente  cargado  en  la  cuen- 
"ta  del  medio  social  ó  de  la  educación." 

"Podemos  añadir,  dice  M.  Jorge  Vidal  '*'  para  completar  la 
"argumentación  de  Mr.  de  Haussomville,  lo  que  él  mismo  hacía 
"constar,  según  la  estadí.stica,  relativamente  á  la  situación  moral 
"de  los  niños  presos  en  las  casas  de  corrección,  en  su  notable  infor- 
"me  sobre  los  establecimientos  penitenciarios,  redactado  con  moti- 
"vo  de  la  información  penitenciaria  ordenada  por  la  Asamblea 
"Nacional  en  1872.  Un  número  bastante  grande  de  estos  niños 
"son  el  fruto  de  uniones  ilegítimas:  1030  hijos  naturales  contra 
"5873  hijos  legítimos  para  los  varones;  320  contra  1292  para  las 
"hembras  ó  sea  un  14  por  100  y  19  por  100  respectivamente.  Es 
"decir,  (|ue  cerca  de  1400  niños  han  sido  creados  en  el  espectácu- 
"lo  de  la  inmoralidad  y  han  perdido  en  edad  temprana  las  ilusio- 
"nes  y  el  respeto,  que  son  uno  de  los  preservativos  de  la  infancia. 
"Pero  no  todos  han  tenido  para  subvenir  á  sus  necesidades  la  asis- 
"tencia  y  cuidados  de  sus  padres,  cualesquiera  que  fuesen.  En 
"efecto,  2191  niños  y  1612  niñas  eran  huérfanos  de  uno  de  sus 
"padres;  625  niños  y  122  niñas  eran  huérfanos  de  padre  y  madre  ó 
"sea  una  proporción  total  de  37.92  para  los  niños  y  de  42.74  para 
"las  niñas.  Por  lo  demás  se  puede  preguntar  hasta  qué  punto  y 
"cuáles  son  entre  ellos  los  huérfanos  más  expuestos  y  más  dignos 
"de  lástima,  cuando  se  estudian  los  datos  que  la  estadística  nos  dá 
"sobre  la  situación  de  las  familias.  De  ellos  resulta  que  de  cada 
"100  niños,  el  1  por  100  de  ellos  solamente  (entre  varones  y  hem- 
"bras)  proviene  de  familias  acomodadas,  es  decir,  que  han  recibi- 
"do  ó  debido  recibir  la  educación  moral  completa  y  (salva  excep- 
"ción)  no  han  sido  arrastrados  al  mal  sino  por  los  instintos  excep- 

(1)     Principios  fundamentales  de  la  Penalidad. 


—  62  — 

"cionaltnente  viciosos  de  su  naturaleza.  Por  el  contrario  33  por 
"100  para  los  niños  y  48  por  100  para  las  niñas  se  han  hallado  en 
"una  situación  en  la  que,  según  todas  las  apariencias,  no  han  podi- 
"do  recibir  más  que  malos  ejemplos  y  malas  lecciones.  Nos  halla- 
"mos  por  consiguiente  convencidos,  y  otras  cifras  que  pudiéramos 
"citar  servirían  para  afirmar  esta  opinión:  que  se  puede  evaluar 
"en  las  tres  cuartas  partes  y  quizás  en  más  también  el  número  de 
"los  niños  que  ingresan  en  las  colonias  correccionales  sin  haber 
"recibido  los  gérmenes  de  una  educación  moral." 

Supóngase  una  familia  de  ladrones,  ó  en  la  cual,  por  lo  menos, 
el  padre  ó  uno  de  los  hermanos  mayores  sean  ladrones.  Ks  casi 
seguro  que  la  educación,  los  ejemplos  y  las  enseñanzas  que  los  hijos 
de  esa  familia  reciban,  serán  adecuados  y  conformes  con  el  modo 
de  ser  suyo,  y  llevarán  con  sigo  la  tendencia  á  encaminarlos  por  la 
misma  senda  que  han  seguido  sus  mayores. 

No  pretendo  yo  negar  en  lo  absoluto  la  influencia  de  la  trans- 
misión hereditaria. 

Los  mismos  opositores  de  las  doctrinas  italianas,  reconocen 
que  el  padre  puede  transmitir  á  sus  hijos  sus  inclinaciones,  sus 
defectos  y  sus  cualidade's,  en  una  palabra,  su  carácter  ó  por  lo  me- 
nos parte  de  su  carácter.  Yo  creo  que  cualesquiera  inclinaciones  y 
caracteres  pueden  ser  combatidos  é  inclinados  en  otro  sentido  ó 
por  lo  menos  modificados  por  el  ejemplo,  educación  3^  la  fuerza  de 
la  voluntad  y  de  ello  vemos  á  cada  paso  numerosos  ejemplos,  tanto 
históricos  como  contemporáneos.  Muchos  de  los  mártires  cristia- 
nos, los  cenobitas  y  monges  de  la  Tebaida  que  se  encerraban  en  el 
desierto  para  hacer  el  sacrificio  de  su  carne,  y  los  muchos  casos 
que  hoy  mismo  podemos  ver  de  hombres  que  se  dominan  y  saben 
vencer  las  funestas  inclinaciones  á  que  los  impulsan  su  mala  educa- 
ción ó  la  forma  de  su  naturaleza,  son,  siquiera  se  consideren  excep- 
ciones, ejemplos  al  fin  de  que  el  hombre  es  susceptible  de  vencer, 
no  sólo  los  defectos  de  una  mala  educación  sino  aún  los  de  un  pési- 
mo carácter. 

Pero  como  quiera  que  sea,  la  herencia  del  carácter  ó  de  las 
inclinaciones,  sin  ser  herencia  del  delito  mismo,  viene  á  tener  su 
influencia  en  el  modo  de  ser  del  individuo.  Y  es  que  éste  se  for- 
ma de  una  multitud  de  elementos  por  tal  extremo  complejos,  que 
hasta  ahora  no  ha  sido  posible  separarlos,  ni  menos  determinar  con 
exactitud  la  parte  que  á  cada  uno  de  estos  elementos  corresponde 
en  la  comisión  de  un  acto  cualesquiera. 


—  63  — 

La  raza,  la  época  de  la  concepción,  el  estado  de  los  padres,  su 
edad,  la  educación,  la  alimentación,  los  ejemplos,  las  necesidades 
y  una  multitud  de  circunstancias  más  vienen  á  cooperar  á  la  forma- 
ción de  aficiones  y  caracteres  determinados. 

Muchos  hay  que  han  nacido  con  áspero  carácter  y  con  fatales 
propensiones  y  que  por  efecto  de  la  educación  y  de  la  voluntad  han 
logrado  correj^irse;  y  no  son  pocos  los  que  dotados  de  perfecta  edu- 
cación y  de  envidiables  cualidades  han  descendido  al  vicio  y  aún  al 
crimen  por  circunstancias  de  su  vida. 

Pero  como  quiera  que  sea,  al  reconocerse  que  se  pueden  here- 
dar el  carácter  y  las  inclinaciones  se  concede  cierta  influencia  á  la 
herencia,  puesto  que  el  carácter  y  las  inclinaciones  del  individuo 
toman  también  su  parte  en  su  modo  de  ser  y  en  los  actos  que 
ejecuta. 

Lo  que  estimo  verdaderamente  difícil,  si  no  imposible,  es 
determinar  la  parte  que  tenjifa  la  herencia  en  los  actos  del  crimi- 
nal. Y  si  bien  creo  que  la  herencia  pueda  influir  en  ellos  en  algu- 
nos casos,  no  lo  es  menos  que  hay  otros  muchos  en  que  absoluta- 
mente tiene  ésta  que  hacer  y  otros  en  que,  á  pesar  de  la  herencia, 
ésta  no  produce  resultado  alguno. 

Criminales  se  ven  que  son  hijos  de  padres  de  acrisolada  hon- 
radez, (jue  ahora  se  lamentan  de  los  crímenes  de  sus  hijos  y  se 
reprochan  no  haberles  sabido  dar  una  perfecta  educación. 

En  estos  casos  en  que  no  es  posible  suponer  una  herencia  que 
no  existe,  porque  nadie  puede  ser  causante  de  lo  que  no  posee, 
hay  que  recurrir  á  otros  elementos  para  explicarse  el  motivo  que 
pudo  convertir  en  delincuentes  á  los  que  tienen  un  limpio  abolengo. 

Existen  en  cambio,  hijos  de  criminales  que  substraídos  á  la 
influencia  perniciosa  de  sus  padres,  educados  en  otro  medio  am- 
biente, no  heredan  el  legado  infamante  de  sus  progenitores.  Más 
raros  son  estos  casos  que  los  anteriores;  pero  al  fin  suceden  y  en- 
tonces no  podemos  explicarnos  porqué  regla  desconocida  ó  porqué 
excepción  aún  no  descubierta,  aquellos  niños  que  debieron  heredar 
tendencias  criminales,  salieron  dignos  y  honrados. 

No  es  menos  cierto  que  por  regla  general  los  hijos  de  crimi- 
nales son  también  criminales;  pero  si  aún  de  padres  honrados  pue- 
de resultar  un  delincuente  ¿qué  mucho  que  lo  sea  el  que  desde 
su  infancia  no  vio  otra  cosa  sino  funestos  ejemplos  ni  recibió  otras 
enseñanzas  que  las  del  crimen  y  pasó  sus  primeros  años  en  una 
ociosidad  perjudicialísima  y  no  tuvo  jamás  quien   le  impusiera    de 


—  64  — 

lo  mucho  que  todo  ser  humano  debe  á  Dios,  á  sí  mismo  y  á  sus 
semejantes? 

Puede,  pues,  haber  influencia  hereditaria;  no  como  transmi- 
sión del  delito,  porque  el  carácter  se  puede  vencer  y  modificar  por 
la  educación  y  la  voluntad,  sino  por  la  transmisión  del  carácter  y 
de  las  inclinaciones;  pero  ni  la  herencia  es  regla  general,  ni  se  pue- 
de determinar  la  parte  que  tenga  en  los  actos  criminales,  ni  expli- 
ca los  casos  en  que  el  hijo  es  reverso  de  su  padre,  ni  se  ha  formula- 
do siquiera,  ni  creo  posible  que  se  formule,  una  "ley  de  la  heren- 
cia" que  pudiera  en  algún  caso  tener  utilidad  práctica. 

Kl  Dr.  Le  Bon  proponía  que  se  trasladara  á  los  criminales  y  á 
su  posteridad  á]ugaves  de  áeport'dcíón.  Privaríase  así  á  los  hijos 
de  los  criminales  de  los  medios  preventivos  para  no  llegar  á  serlo  y 
nada  se  lograría,  pues  hay  tantos  padres  honrados  que  engendran 
hijos  criminales,  que  nunca  se  lograría  realizar  esta  selección  ar- 
tificial. 

Para  comprobar  que  la  herencia  no  sólo  no  es  una  ley  fija,  si- 
no que  ni  aún  es  ley,  pregunta  Proal,  cuál  sea  la  causa  de  que  así 
como  se  hereda  el  vicio,  no  sea  hereditaria  la  virtud?  Y,  efectiva- 
mente; si  la  regla  es  que  los  padres  transmiten  á  sus  hijos  todo  lo 
que  poseen,  deberían  cuando  son  virtuosos  y  honrados,  transmitir  á 
sus  hijos  la  virtud  y  la  honradez  que  les  adornan  y  tener  en  su  con- 
secuencia hijos  perfectamente  honorables;  pero  precisamente  lo  con- 
trario se  observa  en  una  multitud  de  casos,  por  manera  que  las  bue- 
nas cualidades  no  se  heredan,  sino  que  si  bien  influye  en  ellas  el  ca- 
rácter con  que  se  nace,  son  asimismo  fruto  de  la  educación,  de  los 
esfuerzos  y  de  muchos  otros  elementos  combinados. 

Pero  Lombroso,  á  quien  varios  autores  critican  que  de  sus  ob- 
servaciones solo  aprovecha  lo  que  le  favorece  y  no  lo  que  le  es  ad- 
verso, piensa  que  el  individuo  nace  criminal  ú  honrado  por  minis- 
terio de  la  sangre  y  como  corolario  de  una  serie  de  generaciones  más 
ó  menos  viciosas. 

He  ahí  preconizado  el  fatalismo,  y  el  peor  de  los  fatalismos. 

He  ahí  que  entonces  el  hombre  se  convencerá  de  que  nada  pue- 
de lograr  por  más  que  luche  y  que  se  esfuerce,  porque  está  de 
antemano  condenado  y  porque  tiene  que  correr  forzosamente 
por  la  senda  fatal  que  le  señaló  un  destino  que  no  ve  ni  dis- 
tingue. 

He  ahí  que  entonces  la  virtud  ha  perdido  su  mérito  y  el  vicio 
deja  de  ser  repugnante,  porque   no    tiene    mérito  nacer  virtuoso, 


—  65  — 

como  se  nace  rico,  ni  merece  crítica  el  nacer  delincuente,  como  se 
nace  pobre  ó  leproso. 

Por  fortuna  para  la  humanidad,  esta  doctrina  funesta  en  sus 
últimas  consecuencias,  no  ha  sido  la  que  presidiera  sus  destinos,  ni 
ha  inspirado  á  los  hombres  y  á  las  razas  que  la  han  hecho  marchar 
hacia  adelante. 

Véanse  con  ojo  imparcial  y  con  criterio  recto,  los  pueblos  fa- 
talistas, los  que  se  creen  de  antemano  fijados  con  férrea  mano  en 
una  senda,  los  que  desprecian  la  lucha,  los  que  no  esperan  salva- 
ción; y  el  desconsolador  espectáculo  del  atraso,  de  la  corrupción  y 
de  la  muerte  se  presenta  ante  los  ojos  del  lector  atónito  que  no 
puede  explicarse  porqué  extraña  ley,  pueblos  que  viven  en  idénti- 
cas zonas  y  con  ij^uales  condiciones  caminan  de  suerte  tan  diversa. 

Y  no  sólo  es  fatalista  la  doctrina  de  la  herencia  como  la  del 
atavismo,  sino  que  en  mi  concepto  humildísimo,  ambas  son  in- 
morales. 

Y  no  dij^o  que  esa  inmoralidad  consista  en  que  preconiza  la 
desigualdad  más  monstruosa  entre  los  hombres,  ni  porque  estable- 
ce que  nacemos  de  diferente  manera,  ya  .que  esta  desigualdades 
congénita  en  la  especie  humana,  pues  no  hay  absolutamente  hom- 
bres que  nazxan  en  iguales  condiciones,  ni  dos  talentos,  fortunas  ó 
desgracias  que  puedan  ser  otra  cosa  que  semejantes,  sino  porque 
establece  la  inacción,  la  indiferencia,  la  aceptación  de  ciertos  pre- 
juicios y  la  preconización  en  fin  de  todos  los  vicios,  de  que  ya  no 
somos  respouvsables,  que  no  dependen  de  nuestra  naturaleza  y  á  los 
cuales  por  eso  mismo  no  nos  es  dado  combatir,  como  no  sería  posi- 
ble castigar  al  que  no  cometió  otro  delito  que  el  de  nacer  en  signo 
funesto. 

Pero,  se  me  dirá:  ¿qué  importa  que  esa  doctrina  sea  inmoral 
según  el  criterio  que  hoy  día  de  la  moral  se  tiene,  si  en  cambio  es 
cierta? 

Y,  á  la  verdad,  que  si  así  fuera,  poco  importaría  que  estuviera 
en  choque  con  todas  las  creencias  y  con  todas  las  ideas  morales  y 
religiosas;  pero  dista  mucho  de  ser  cierta,  ó  por  lo  menos  de  estar 
comprobada,  y  mientras  tanto  está  en  oposición  con  lo  que  hoy  con- 
sideramos como  verdades  morales. 

Repito  que  la  herencia  puede  influir  en  parte;  pero  afirmo  asi- 
mismo que  todos  los  otros  elementos  pueden  también  influir  en  la 
formación  del  criminal,  y  que,  en  ningún  caso  se  heredan  actos,  si- 
no solo  un  carácter  tal,  que,  dirigido  en   cierto  sentido,    combatido 


—  66  — 

con  más  ó  menos  fuerza,  inclinado  hacia  cierta  parte  coa  mayor  ó 
menor  presión  ó  dominado  por  una  voluntad  constante  y  fuerte, 
puede  ser  el  carácter  de  un  criminal  ó  el  de  un  hombre  de  honra- 
dez acrisolada. 

Refiriéndose  especialmente  á  los  niños  en  quienes  se  cree  ver 
más  de  cerca  la  influencia  de  los  padres,  dice  el  por  mí  tantas  ve- 
ces citado  Vidal: 

"Son,  pues,  la  influencia  del  medio  social,  los  malos  ejemplos, 
'el  abandono  y  los  malos  consejos,  la  explotación  misma  de  los  pa- 
'dres,  mucho  más  que  la  acción  fatal  de  la  herencia,  las  causas 
'que  impelen  á  los  niños  á  llevar  una  vida  de  vagancia,  de  mendi- 
'cidad,  de  latrocinio;  y  más  tarde  el  contacto  de  malos  camaradas, 
'las  malas  pasiones  y  los  perniciosos  efectos  de  la  vida  común  de 
'las  prisiones,  los  conducen  casi  naturalmente  al  robo  y  á  los  ma- 
'yores  crímenes.  Todos  los  malhechores  no  son  ladrones  de  naci- 
'miento,  y  sí  muchos  nacieron  honrados,  es  preciso  atribuir  á  los 
'malos  ejemplos,  á  la  debilidad  de  sus  facultades  para  resistir,  la 
'vida  culpable  en  la  que  acaban  por  hallarse  á  su  gusto,  dice  con 
'muchísima  exactitud  Mr»  Máximo  du  Camp,  que  ha  estudiado  de 
'cerca  su  manera  de  vivir  y  sus  costumbres.  Los  que,  como  Le- 
'maire,  como  Firou,  como  Troppmann,  empiezan  por  el  asesinato, 
'representan  casos  aislados,  en  los  que  es  muy  difícil  basar  una 
'teoría.  La  educación  es  lenta,  sucesiva,  y  el  cadalso  tiene  muchos 
'escalones  que  es  preciso  subir  uno  á  uno  antes  de  llegar  á  la  te- 
'rrible  plataforma.  El  niño  deja  de  ir  á  sus  clases  de  la  escuela, 
'adquiere  el  hábito  de  la  pereza  y  del  juego,  vuelve  tarde  á  su  ca- 
'sa,  es  castigado  por  su  padre  y  jura  que  no  lo  volverá  á  hacer. 
'Empieza  de  nuevo  porque  le  gusta  esa  funesta  libertad  que  le  ale- 
'ja  de  los  libros  fastidiosos,  del  importuno  pedagogo,  ae  la  casa 
'severa.  Se  acuerda  de  la  corrección  paterna,  no  se  atreve  á  vol- 
'ver  á  casa  y  se  va  á  acostar  al  abrigo  de  una  puerta;  si  se  libra 
'de  las  rondas  de  los  agentes  de  la  autoridad  pública,  se  vuelve  á 
'encontrar  al  amanecer  en  las  calles  de  París  sin  una  blanca  ó  sin 
'un  céntimo;  pero  como  tiene  hambre  roba  un  salchichón  de  una 
'tienda  de  tocinería.  Se  dio  el  primer  paso,  y  aun  cuando  niño,  ha 
'adquirido  ya  una  fuerte  y  falaz  experiencia  al  acabar  de  hacer 
'un  aprendizaje  completo;  y  comprendiendo  la  ganancia  que  ha 
'realizado  sin  trabajo,  advierte  que  no  se  puede  poseer  sin  adqui- 
'rir.  Desde  entonces  casi  siempre  está  ya  perdido;  el  vicio  se  apo- 
'deró  de  él  y  el  crimen  le  aguarda.    Al  llegar  á  la  edad  de  las  pa- 


—  67  — 

*'síones  de  la  juventud,  se  ve  solicitado  é  impelido  por  ellas.  Desde 
'Muego  roba  el  dinero  á  su  padre,  á  su  patrón,  á  un  tendero  y  si  es 
"cogido,  cae  bajo  la  acción  de  la  justicia  que  se  apiada  de  su  edad 
**que  le  defiende.  Cumple  su  condena  de  dos  años  de  prisión,  du- 
"rante  los  cuales  vive  en  contacto  con  todo  lo  peor  de  la  sociedad 
"en  los  patios  de  las  cárceles,  donde  no  oye  más  que  el  relato  de 
"bribonerías  criminales  porque  en  ellos  los  que  están  procuran  en- 
"vanecerse  de  las  acciones  más  espantosas  y,  como  un  aprendiz  que 
"quiere  pasar  á  maestro,  se  perfecciona  en  su  arte.  Al  salir  de  la 
"cárcel  vuelve  á  encontrar  á  sus  compañeros.  Las  tímidas  opera- 
"ciones  de  otro  tiempo  le  causan  risa.  Piensa  ya  en  robos  con  frac- 
"tura,  en  grandes  negocios  que  hacen  correr  un  grave  peligro,  pe- 
"ro  que  en  cambio  producen  al  menos  importantes  utilidades.  Se 
"decidió  al  crimen;  pero  un  imprudente  es  testigo  de  él  por  casua- 
"lidad  y  grita:  ¡al  ladrón,  al  ladrón!  Es  asesinado,  y  el  pequeño 
"vagabundo  de  otro  tiempo  que  ha  llegado  á  ser  asesino,  va  á  en- 
"contrar  bajo  la  guillotina  el  mundo  inexplicable  de  los  Poulman, 
"de  los  Avril  y  de  ios  Norlx^rto."  "' 

Y  en  puridad,  tal  es  la  historia  de  una  multitud  de  criminales 
que  quizás  comenzaron  su  vida  bajo  auspicios  de  todo  en  todo  di- 
ferentes. 

La  influencia  de  las  malas  cárceles  es  sobre  todo  perniciosísi- 
ma, y  no  lo  es  menos  la  de  las  malas  compañías  y  la  de  cierto  necio 
orgullo  ó  emulación  que  se  descubre  entre  los  criminales.  Los  vi- 
cios: el  alcohol  y  el  juego,  originan  en  las  personas  de  que  se  apo- 
deran muchísimo^  crímenes  que  en  vano  se  pretendería  atribuir  á 
la  herencia.  '^' 

La  misma  escuela  positivista  italiana,  no  ha  podido  por  menos 
de  reconocer  esta  verdad,  cuando  en  su  clasificación  estableció  la 
especie  de  criminales  por  hábito,  en  los  cuales  sin  que  la  herencia 
tenga  que  hacer  cosa  alguna,  la  educación,  las  costumbres  y  otros, 
son  los  factores  del  delito. 

Existen  pues  muchas  y  muy  complejas  fuerzas  que  tienen  como 
resultante  el  delito:  la  herencia  del  carácter  (no  la  de  los  hechos) 
influye  algunas  veces  en  él;  pero  no  es  regla  general,  ni  está  sujeta 

(1)  Max  du  Camp.  París  sus  órganos,  sus  funciones  y  su  vida. 

(2)  Esto  lo  confirma  una  experiencia  casi  contemporánea.  Nosotros  mismos  conoce- 
mos demasiado  bien  tres  ó  cuatro  casos  de  individuos  pertenecientes  á  familias  por  todo 
extremo  honorables,  que  nada  pudieron,  pues,  heredar  de  sus  padres  y  á  quienes  tan  solo 
una  educación  libre  y  la  influencia  de  los  vicios  y  las  pasiones,  han  arrastrado  hasta  los 
crímenes  más  horrorosos. 


—  68  — 

á  leyes  ni  es  otra  cosa  sino  un  atrevimiento  difícil  de  sostener  en 
el  terreno  de  los  hechos  y  sobre  todo  no  comprobado  aún,  la  pre- 
tensión de  que  por  sí  misma  pueda  ser  bastante  para  producir  de- 
lincuentes. 

III 

Apesar  de  lo  dicho  hay  que  confesar  que  la  misma  escuela  ita- 
liana no  desprecia  por  completo  á  la  educación  como  factor  de  la 
criminalidad;  y  no  podría  ser  de  otro  modo,  porque  ello  implicaría 
negar  lo  que  dice  la  experiencia  y  lo  que  una  observación  constan- 
te demuestra. 

La  cuestión  es  saber  hasta  qué  punto  pueda  ser  la  educación 
parte  de  esa  resultante  de  fuerzas  que  constituye  el  hecho  delic- 
tuoso. 

Como  he  dicho,  el  hombre  nace  con  carácter  y  con  disposicio- 
nes determinadas  y  especiales,  en  cuya  formación  ó  génesis  influ- 
yen sin  duda  circunstancias  meramente  orgánicas,  y  en  cuyo  des- 
arrollo tiene  inflencia  innegable  la  educación. 

La  escuela  positiva,  sin  embargo,  sin  negar  esta  influencia  la 
quiere  circunscribir  á  los  primeros  años  de  la  vida  del  hombre,  es 
decir,  á  los  individuos  que  aun  no  han  salido  de  la  infancia. 

"Una  vez  que  el  carácter  se  ha  fijado,  dice  Garofalo,  lo  mismo 
que  cuando  se  ha  fijado  la  fisonomía  en  lo  físico,  permanece  duran- 
te toda  la  vida.  Y  hasta  es  dudoso  que  en  el  período  de  la  prime- 
ra infancia  pueda  crearse  por  la  educación  un  instinto  moral  de 
que  carece  el  individuo,"  lo  cual,  en  último  análisis  no  significa 
otra  cosa,  sino  que  ninguna  circunstancia  tiene  fuerza  ni  capaci- 
dad para  modificar  el  carácter  y  el  modo  de  ser  de  los  individuos. 
Ksto  es  suponer  al  hombre  fijado  de  una  vez  para  siempre,  á  par- 
tir de  la  época  de  su  nacimiento  ó  cuando  más  de  la  de  su  primera 
infancia.  Ahora  bien:  para  mí  la  educación  no  es  solo  aquella  que 
se  recibe  en  los  institutos  de  enseñanza  ó  en  el  hogar  doméstico. 
Creo  que  todos  los  actos  que  nos  toca  en  suerte  presenciar  ó  reali- 
zar, y  que  todos  los  hechos  por  los  cuales  pasamos,  contribuyen  á 
educarnos  y  á  formar  nuestro  carácter. 

Es  así  como  un  escritor  ruso  ha  podido  decir  que  no  hay  ruso 
que  no  haya  sido  nihilista  á  los  20  años,  y  monarquista  á  los  40  y 
es  así  como  pueden  explicarse  ciertas  tendencias,  hechos  y  aspira- 
ciones que  sentimos  en  la  juventud  y  que  desaparecen  con  la  madu- 
rez de  edad.  Negar  que  el  carácter  se  modifica,  y  que  se  modifica 
por  ministerio  de  la  educación,  paréceme  qu-e  es   negar  lo   eviden- 


-,69  — 

te,  lo  palpable,  lo  que  á  la  vista  salta.  Y  no  podría  de  otro  modo 
explicarse  el  hecho  de  que  individuos  que  han  sido  honrados  y  de 
conducta  intachable,  se  corrompan  y  cambien  por  completo  de 
carácter. 

Creo  pues,  poder  establecer  que  el  carácter  "no  se  fija  como 
"la  fi.sonomíd  en  lo  físico,  ni  permanece  el  mismo  durante  toda  la 
"vida." 

Algunos  objetan  á  la  doctrina  positiva,  el  hecho  de  que  los 
niños  parecen  por  lo  general  desprovistos  de  sentido  moral  y  que 
si  no  asumen  igual  carácter  en  la  adolescencia  es  por  efecto  de  la 
educación.  Garofalo  se  pregunta  si  este  cambio  no  será  dependien- 
te de  evoluciones  orgánicas,  semejantes  á  las  evoluciones  embrio- 
génicas  que  hacen  recorrer  determinadas  formas  á  los  fetos. 

Entiendo  que  en  esta  materia  pecaríamos  de  exagerados  tanto 
sosteniendo  lo  primero  como  lo  último. 

Si  los  niños  carecieran  de  sentido  moral,  sería  imposible  que 
lo  adquirieran,  ni  por  educación  ni  por  efectos  orgánicos  y  si  la 
escuela  positiva  sostiene  otra  cosa,  es  innegable  que  se  halla  en 
contradicción  consigo  misma. 

En  la  formación  del  carácter  ejercen  influencia,  no  sólo  los 
elementos  orgánicos  sino  también  la  educación  y  otros  muchos;  lo 
difícil,  como  el  propio  (iarofalo  lo  dice,  es  determinar  en  que  can- 
tidad concurren  los  diversos  factores  de  la  delincuencia  á  la  for- 
mación de  un  determinado  hecho. 

Existen  otros  elementos  que  coadyuvan  á  la  formación  del  de- 
lincuente y  que  constituyen  el  campo  de  las  investigaciones  de  los 
modernos  positivistas. 

Tales  son  el  temperamento,  el  sexo,  la  raza,  la  alimentación, 
el  clima,  la  imitación. 

Estos  factores  no  son  de  carácter  universal,  ni  la  escuela  ita- 
liana ha  llegado  á  formular  respecto  de  ellos  conclusiones  definiti- 
vas, ni  son,  en  último  análisis,  otra  cosa  sino  fases  diversas  de  las 
cuestiones  ya  examinadas. 

Por  otra  parte,  para  el  efecto  de  descubrir  cuáles  sean  los  me- 
dios de  influir  en  la  persona  del  delincuente  y  de  corregirlo,  son  de 
poca  importancia  las  que  pudieran  atribuirse  al  clima  y  á  otras 
causas  que  puede  decirse  que  no  está  en  la  mano  del  hombre  el  va- 
riarlas. '^' 


(1)  Cuando  comencé  á  escribir  este  trabajo,  abrig-aba  el  propósito  de  dedicar  un  ca- 
pítulo á  la  pena  seg-ún  la  escuela  italiana.  Empero  ha  resultado  por  tal  manera  largo, 
que  ni  el  tiempo  me  alcanzaría  para  hacerlo,  ni  me  lo  permitirían  consideraciones  y  di- 
ficultades de  otra  naturaleza. 


CONGLUSIONEIS 


De  las  anteriores  líneas  se  infiere  lo  siguiente,  que  yo  presen- 
to como  conclusiones  definitivas  del  punto  de  tesis  que  me  fué  se- 
ñalado: 

I. — La  escuela  positiva  considera  el  delito  como  una  violación 
de  los  sentimientos  altruistas. 

II. — Para  ella,  estos  sentimientos  son  dos:  piedad  y  probidad. 

III. — Esto  no  puede  aceptarse  en  toda  su  extensión,  pues  hay 
y  ha  habido  sentimientos  cuya  violación  no  constituye  delito. 

En  su  consecuencia,  hay  que  aj^regar  á  los  sentimientos  un 
nuevo  carácter:  el  de  que  estén  erigidos  en  derechos. 

IV. — La  escuela  positiva,  lo  mismo  que  la  clásica,  no  puede 
eximirse  de  determinar  el  delito  por  medio  de  la  ley. 

V. — De  lo  contrario,  la  doctrina  del  "Delito  Natural"  carece 
de  valor  práctico. 

VI. — La  escuela  italiana  cree  que  el  delincuente  es  la  resul- 
tante de  ciertas  fuerzas  físicas,  psíquicas  y  psicofísicas. 

VIL — Y  según  ella  el  organismo  material  influye  por  manera 
muy  apreciable  en  la  delincuencia. 

VIII. — La  escuela  italiana  cree  que  existe  el  "tipo  criminal." 

IX. — Este  tipo  no  ha  sido  aún  determinado,  ni  los  estudios  he- 
chos sobre  el  particular  han  dado  resultados  apreciables  en  la  prác- 
tica y,  en  su  consecuencia,  estamos  autorizados  para  no  admitir  su 
existencia  como  verdad  científica. 

X. — El  atavismo  no  es  causa  de  delincuencia  ni  puede  admi- 
tirse que  lo  sea,  tanto  por  fundarse  en  meras  hipótesis,  como  por 
hallarse  en  contradicción  con  la  Moral,  con  la  Historia  y  con  la 
ley  del  progreso. 


—  72  — 

XI. — La  herencia  tampoco  puede  ser  admitida  como  causa  de 
los  delitos,  por  decir  lo  contrario  la  experiencia. 

XII.— La  herencia  puede  influir  en  la  formación  del  carácter, 
nunca  en  la  producción  de  los  hechos. 

XIII. — La  escuela  italiana  tiene  el  gran  mérito  de  aplicar  el 
sistema  positivo  al  estudio  de  las  cuestiones  penales;  de  observar  y 
estudiar  al  delincuente,  al  sujeto  del  delito. 

XIV. — El  sistema  seguido  por  la  escuela  positivista  es  el  úni- 
co que  puede  conducir  á  la  verdad  y  tenemos  derecho  á  esperar  que 
— si  la  verdad  en  esta  materia  está  al  alcance  del  hombre — la  es- 
cuela italiana  será  quien  la  descubra. 


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