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HARVARD COLLEGE LIBRARY
SOUTH AMERICAN COLLECTION
THE GIFT OF ARCHJBALD CABV COOLIDCE, '87
AND CLARENCE LEONARD HAY, '08
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BUENOS AIRES
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BUENOS AIRES
Imprenta de Martin Biedma, 241 Bolívar 535 (noevo)
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CLARENCE LEONARD HAY
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PRIMERA SERIE
índice
^
Prólogo , , .
El primer grano de trigo ....
El. Retiro ... . .*.
Los sesenta. . / , . .
/Hernandarias
. El contrabandista
¡Adiós mulato!'. . • •''
El físico de los tres sietes . . .
Inundación de Buenos Aires .
Peregrinacion.de un árbol. *..
El Virey de las luminarias. . . ,
El dia en que se perdió el rio
Viaje al paísde la sal
El primer dia de glori^t
Ño Norte . . . \ .
•La novia sin cabeza , /v
El abrazo de la muerte
V
5
17
31
39
50
60
89
98
II2
121
132
150
158
176
187
196
f\
. ,- V-
IV ÍNDICE
•
Roque Don 205
/^La primera sangre. ^. 213
^ El primer granadero , 224
•Entre San Juan y Mendoza. 236
1 ^La mesa de Rivadavia. íL-, 246
\ ^ Los veinte y dos 264
•Un país ingobernable 276
é ;-. '^ f^'P' que contó el cuento. C 286
Un rio encadenado 295
¿-f JLa campana de Cabildo^2¿ 314
El pastor irlandés 328
El hijo del amor 343
^El Señor del milagro .U 368
Villanokoff 385
^x Historia que parece cuento. 411
7 Delicias de un viaje de placer 427
^/
PRÓLOGO
— «Híbrido enjendro de indíjenas y españoles, primitiva-
mente, engrosado con los desbordes de naciones del viejo
mundo, derramados sobre riberas que atraen por su nombre,
es este un país sin tradiciones, sin glorias, ni pasado.))
Y quien tales blasfemias pronunciaba ante cultísima reunión
sin que la autoridad policial que pena á los que profieren ma-
las palabras, le llamará al orden, Ministro era, americano por
más señas, yankee de profesión, y muy poco diplomático por
cierto.
Y soto voce murmurábamos para nuestro capote: «Así
paga el Diablo á quien bien le sirve.)) Adoradores de la boca
abierta, ciegos imitadores de cuanto bueno y malo de ellos nos
llega, que siendo americano trae ya sello celestial, apenas pasa
dia sin que recibamos cariños á estos semejantes de nuestros
primos del opuesto extremo, que sino nos tratan como á primos
es solo por hallarse Méjico más cerca.
Y ya el yankee de raza, no como caballo sin freno, que al re-
domón más morrudo solo con bocado doma en pelos gaucho
audaz en plena pampa, sino cual locomotora descarrilada, como
las que en su tierra con azas frecuencia se usan, seguía el ca-
mino de los improperios.
— Pero que piensan Uds? Creen en algún porvenir? que
mañana les espera, si no enmiendan lo andado y torciendo de
rumbo se empinan un poco, bien sea sobre los Andes, á ver de
divisar más anchos y claros horizontes?
Y este inglés refinado, como modestamente se clasifican los
norte*americanos, más coloradote que un tomate, seguía echan-
VI PRÓLOGO
do pestes sobre la tierra que le hospedaba, empinando la ina-
cabable copita de gin.
— «¿Que han hecho desde su decantada independencia?
Ochenta años de lucha por mejorar, y al fin refinaron tanto
la cruza que ya difícil es encontrar un criollo de raza.
«Cien combates dieron por engrandecer la tierra, y un peda-
zo de ella les costó cada victoria, la que hoy estrangeros la
invaden, atraidos por ciega sed de oro, y de ellos vá siendo
por entero?
Ya era mucho, y la paciencia aun en los más cultos centros
tiene sus límites.
Más fosforecente, saltó el primero el General Mayer, no el
único argentino que ayudó allá á estirpar con su sangre la
esclavitud, por venial omisión un siglo retardada en la Repú-
blica modelo, recien abolida sesenta años después que no-
sotros.
— Que hemos hecho? Dar independencia á un mundo y
ejemplo á Uds. de que no puede existir República con escla-
vos. Preparar una nación libre, convirtiendo .en venturosas
realidades los sueños de los más adelantados fílósofos, y resu-
miendo virtudes y defectos, glorias y desengaños, levantar una
nueva mansión libre é independiente para que todos los hom-
bres vengan á gozar de ella. Lchar los cimientos de la gran
nación del porvenir, preparando el país abierto al estrangero,
que llega á levantar su tienda de trabajo en este bello
suelo.
«Precisamente esos altos Andes, sobre los que una vez
nos empinamos para independizar vecinas comarcas, perforamos
al presente con lazos de fíerro que estrechen la familia america-
na. No solo es nuestra tierra de grandioso porvenir, sino
de glorioso pasado.
— Nuestra! Esta tierra será de los ingleses que la cruzan
con sus ferro carriles, á quienes viviendo de empréstitos, tienen
hipotecado hasta el ultimo centavo de sus Aduanas. De los
franceses que la trasforman con sus modas, usos y costumbres.
De los alemanes que la trabajan. De los italianos que la embe-
llecen con sus monumentos y edificaciones; de tantos otros,
antes que del hijo del país, que la convulsiona, absorbido en
todas sus manifestaciones por la nube de estrangeros que no
quieren dejar de serlo, ni para posesionarse del terreno en que
van dejando de lado á los dueños de casa, cumpliéndose el
adajio: «de fuera vendrá — quien de tu casa te echará.»
«Desdoblen el mapa, cuenten por miles cuantas son las le-
guas de propiedad extraña, y convenceránse que en hombres.
PRÓLOGO VII
en industria, en propiedades y en todo, los criollos son los
menos.
«Parece hubieran tocado á arrebato.
«De puro patriotas están rematando la patria, y lo peor es
que ni en pública subasta, al mejor postor, sino al más fa-
vorito. V
— Nuestros país tiene muy bellas y gloriosas tradiciones,
que es indudablemente más fácil negar que desempolvar, ani-
móse á interrumpir tembleque viejecito, patriota del año
diez.
— Cuentos de abuelas, Señor! En América no hay más
santo que San Washington, y todos los que de su evangelio
se apartan, herejes son, y ala hoguera con ellos.
— Debíamos empezar entonces por mandar á pública cha-
musquina á la Union entera, con sus funcionarios á la cabeza,
que se han apartado un tantico de sus principios, observó hu-
mildemente el anciano patriota, resto de aquellas tan contadas
reliquias que aun no honramos con bastante reverencia sobre
el altar de la patria.
Pero, impertérrito perorador hacía caso omiso de interrup-
ciones é indirectas y se le iba la sin hueso, continuando sin
control.
— Sigan batiendo palmas al arribo de esos tropeles que en
confusión desembarcan diariamente de una sola nacionalidad,
no reglamenten la inmigración, procurándose por selección una
de élite, y ya verán lo que les pasa.
«Por haber procedido con igual inesperiencia no nos enten-
demos hoy en Estados-Unidos con cincuenta millones en
opuestas tendencias. Se acaba allá de prohibir la entrada de
todo asiático, obstaculizando la inmigración de Europa, que
nos vacía sus cárceles, pretendiendo convertir la Union en de-
portamiento de cuantos le conviene alejar, como presidio de
todos los rezagados de la humanidad.
cNosotros no imponemos la naturalización, pero en el me-
dio en que vive allí el extrangero: usos, leyes y costumbres, le
asimilan tan instantáneamente á los estantes, que sintiéndose
mal, como Juan de afuera, por mil sutiles é invisibles telas en-
vueltos, sin esfuerzo y de un modo natural, por su propio in-
terés se naturalizan.
«Al reverso, oigo aquí tan encontradas opiniones. Los re-,
presentantes extranjeros contestan c Razonable es incitar á na-
naturalizarse á tanto estrangero, por tantos años en el país
arraigado, pero como mera invitación, no como imposición.»
Mientras sus subditos replican: «Está bien, imponednos la na-
VIII PRÓLOGO
turalizacion, si la necesitáis, de otro modo, no esperéis espon-
táneamente renunciemos nuestra patria, por la de nuestros hi-
jos, pues eso sería simplemente ser traidores á la patria.
cEn esta Capital, al menos, los estranjeros son más que los
nativos. Hospedáis al enemigo dentro de casa. No olvidéis
lo que acaba de suceder en Venezuela. Como mejor arreglo de
cuentas, en las bien embrolladas de un comerciante con el Es-
tado, la Italia envió una escuadra, menos, un buquecillo no
mayor que el que afinaba sus punterías sobre la Aduana de
Montevideo, mientras reclamaba á Volpi y Patroni, y cuando
otra monarquía europea en inesplicable arbitraje dio la razón
¡cosa rara! al subdito de la monarquía europea, la más poderosa
escuadra del mundo en sus múltiples ocupaciones ni tiempo tie-
para mandar siquiera un bote al recíproco saludo de banderas
reconciliadas. Venezuela está muy lejos, y andan moros por
la costa, ó pueden salir duendes en alta mar, y cautivar alguna
de sus naves, en este momento preparándose para más intrin-
cadas aventuras».
Y reflexiones á estas semejantes continuaba lanzando el
yankee, sin acordarse que el engrandecimiento de su patria, dé-
bese á la inmigración, por benéficas leyes allí atraida. Otros
le convencieron de su error, aunque un yankee no se convence
nunca. A la ultima parte de sus despropósitos nos encargamos
contestar, y á probar que este viejo pais de ayer tiene muy glorio-
sas tradiciones, viene este libro.
Resiéntese de la forma dialogada de su oríjen, tema de con-
versación en muchas noches.
Uno de los más fríos inviernos pasados, reuníanse en torno
de hogar amigo, como hasta una docena de jóvenes periodistas,
abogados, magistrados, todos más ó menos cultores de las le-
tras, y entusiastas amigos de las bellas artes.
Se hacía un poco de música, se oía el canto, el arpa, ya el
piano de del Ponteó el arpa de Levano, y como de sobremesa
en la del thé, oíase después con gusto la atrayente palabra de
aquel hábil diplómata que allende los andes llamaban el prítici-
pe de la conversacio7i, Al epigramático Dr. Mont, seguía la
verba del inagotable improvisador, fecundísimo poeta Samper,
ó la muy castiza y mesurada del rimador del Rimac, Paz Sol-
dan.
Edmundo D'Amicis llegó á dejar sentir la suave cadencia de
la música que escribe. Y Rafael Calvo, representaba escenas
admirables de las poesias de Guido Spano, que éste declamaba
allí mejor.
Así la corta reunión inauguradacon jóvenes escritores del
PRÓLOGO IX
barrio, podría decirse, extendiendo fuese por las circunvecinda-
des, y Montevideo, Chile, Perú, Colombia llegó a tener en ella
un eco, y luego España, Francia, Italia y hasta un poeta ruso,
quien más de una vez cantó al piano en su melodiosa lengua,
vino á reemplazar la estrofa vibrante aun de aquel bello romano
amado de las Musas, cuya melodía hace llorar al recordar el
malogrado poeta Pablo Tarnassi.
Aquellas comentarios, posteriormente ampliados, dieron vida
á estas páginas, con recuerdos de tiempo viejo.
Si bajo un nombre coleccionamos tradiciones que comprenden
algunas del Alto-Perú, Paraguay y Banda Oriental, es por-
que en la época tradicionada de la patria grande, toda esa
inmensa zona abarcaba el Vireynato de Buenos Aires, tan ex-
tenso como algún dia los hijos de nuestros hijos volverán á
verla.
. . , .Antiguo como la sociedad, el narrador de cuentos
tiene su asiento previlegiado al rededor del fogón del campa-
mento, en el dorado salón, ó en la rueda de presos en el hú-
medo patio de la cárcel.
Desde la tienda del patriarca Abraham y aun á la sombra
de la palmera del desierto el viejo Noé refería tradiciones an-
tidiluvianas. Homero cuenta cien otras con sus héroes, y el
suave Virgilio, como referencia de sobre mesa, en la célebre
cena de Dido, pendientes de sus labios deja á esta con la boca
abierta su deseado Eneas, relatando la infausta noche, y donde
Troya fué.
Tan antiquísimo abolengo reconoce la forma que hemos
preferido, universalmente generalizada.
Aun al presente, desde los cuentos de la infancia con que la
nodriza arrulla al niño en la cuna, hasta los de las ultimas ve-
ladas, cabe el hogar del achacoso octagenario recordando:
Que siempre el tiempo pasado.
Fué mejor
En alta mar, ó en el desierto, sobre el lomo de la muía ó el
camello, en viaje, en parada, niños y ancianos, hombres y
mujeres, en este país como en todas partes, no solo el niño
inocente ó el gaucho ignorante, la humanidad toda fué siem-
pre dada á cuentos.
En nuestras costumbres nacionales en cuanto se reúnen dos
ó tres personas es siempre solicitado el que enseña deleitan-
do, cuya feliz memoria ó vivaz imaginación, cendal de dulces
reminiscencias borda, á cuyo través deslízanse insensiblemente
las horas en su danza fugitiva, durante la monotonía de larga
espera.
^ URÓLOGO
Por ello hemos preferido escribir tradiciones, juzgando que
hasta en los temas de amena literatura de predilección deben
ser episodios nacionales, pues descollando en ellos tipos de vir-
tud y heroismo á qué irlos á buscar de ejemplo en remotas re-
giones?
La tradición patria veta es aun no explotada, si bien hábi-
les plumas como las de Mitre — López — Sarmiento — Quesada —
Trelles — Carranza — Pelliza — Zeballos — Espora — Palmatoria y
González, muestras de ellas muy ingeniosas publicaron, más
son como muestras de lo mucho que espigar hay en tan
inexplotado campo.
Acaso cual vejeces de Antaño desdéñenlas algunos de esos
sabios de nacimiento juzgando que nada hay que aprender
del pasado, importándoles poco saber quien fué el primero
que sembró trigo, abrió una Escuela ó introdujo el primer in-
migrante, lo que probará únicamente más ingratitud que cor-
dura.
Pero bueno es recordar tenemos ilustres abuelos en las cien-
cias, las letras y la industria, y que con verdad se ha dicho,
en ningún sentido se puede avanzar un paso adelante sin mover el
pie de atrás. Así, ideas hay correlativas que vienen paso á paso
generándose. Se pierde una cosecha, la segunda, y aun la terce-
ra hasta que abonado por completo el terreno fructifica una
muy exhuberante, que á cubierto pone de la miseria, asegu-
rándonos el porvenir.
No menos gratitud merece aquel primer maestro de Es-
cuela, Don Francisco de Victoria, que en 1605 reunía veinte
fuños en la primera Escuela abierta en esta ciudad, que Vertiz
reuniendo doscientos en las que en 1780 fundara, Rivadavia dos
mil, cuarenta años después (i 82 i), al echar las baces de la edu-
cación popular, multiplicados á veinte mil por la propaganda
de Sarmiento, tras cuarenta años (1861), aumentados al pre-
sente en doscientos mil en toda la República, por el Dr. Zorrilla
cuya perseverancia incansable doblará este ultimo número al
cumplirse el tercer período de cuarenta años.
Del mismo modo merece igual grato recuerdo el Capitán
Caro, que confiara á esta tierra el primer grano de trigo, como
los colonos de Santa Fé que cubren hoy sus más ricos cam-
pos de inmensas mieses.
La historia parece injustificables olvidos con frecuencia y este
eco vivo del pasado que se llama tradición venir suele á cor-
regirlo, exhibiendo sobre la superficie de entre los héroes de se-
gunda fila, aquellos que, si más modestos, de más cercana y fácil
imitación son para las masas populares de donde salieron.
PRÓLOGO XI
Apenas imperceptible punto oscuro en medio á océano de
verdura, ó cual gota de carmin diluida en el inmenso Paraná,
es la agrupación de nuestra población, apareciendo como raros
náufragos en el vasto piélago tres millones de habitantes perdi-
ólos en el desierto de tres millones de kilómetros cuadrados; y
mientras con verdad pueda seguir repitiéndose sobre la Repú-
blica Argentina, que tantos vacíos que llenar quedan en su ter-
ritorio como en su cabeza, tradiciones que reflejan costumbres
nacionales, comprobando en diez, veinte y cien episodios y con
el repetido ejemplo decadadia, que el inmigrante de la víspera
es el millonario del día siguiente acaso no sea su lectura del to-
do inútil.
Sin pretenciones literarias de ningún género, de sanas inten*
ciones vá sembrado este libro. Si no conseguimos dar color
de bronce antiguo á cuadros al natural, bruñidos por la intempe-
rie, aun desechando de sus hojas todas esas apergaminadas de
viejo polvo, nos satisfaríamos con que alguna de más fresco ver-
dor, llega á recrearos
Acaso el plan no fuera del todo desacertado si el mal estuvie-
re en su ejecución, iniciada queda senda que más afortunados re-
correrán con mayor provecho.
Como á la sombra de un nombre querido dejamos cada una
•de nuestras tradiciones, inscribiendo sobre ella con cariño el del
•amigo cuya observación, reflexión, ó recuerdo inspiró su inves-
tigación.
E
( Tradición de 1627 )
Recuerdo al poeta colombiano J. M. Samper.
I
La historia del primer grano de trigo conñado al seno fe-
cundo de esta hermosa región que baña el Plata, no es menos
curiosa, que la muy interesante del primer pié de viña trasplan-
tado del viejo mundo.
La introducción del olivo, del lino, del álamo, melocotones y
albaricoques, como de tantas otras buenas cosas que nos vinie-
ron de nuestra cara España, tiene igualmente su tradición un
tanto humorística.
A ellas semejantes, cuéntanse allá en tierra de España, joco-
sas y originalisimas aventuras en el trasplante del maíz, el ta-
baco, los polvos de la Vireyna (quina), y tantos otros descono-
cidos írutos del nuevo Continente, que como la papa, sembrada
fué á la vera de camino por ladrones frecuentado, con prohibi-
ción hasta de pararse á mirarla, arbitrio ingeniosísimo para
universalisar rápidamente tan nutritivo alimento, pues los la-
drones, encuentran por todas partes cofrades y encubridores.
Sabíase que el señor de Altolaguirre, por privilegio especial
de real cédula, introdujo el olivo, en la quinta de los Olivos, á
6 TRADICIONES
cuya sombra de paz escribimos estas tradiciones, hace recien
un siglo, pues hasta entonces solo era permitido exportar
aceites de Sevilla.
Se recordaba que eáe primer benefactor del barrio, hoy Ave-
nida Alvear, hizo sobre estas barrancas el primer ensayo del
lino y otros granos traidos de la risueña Andalucía.
Habíase averiguado que el señor Cobos, abuelo del activo
presidente del Club del Progreso, plantó el álamo en la ciudad
de los álamos, al pié de los Andes.
Pero, no había llegado hasta nuestros dias, tan general es
la ingratitud en todos los tiempos, el nombre del primero que
comió pan en esta tierra, para lo que parece indudable antes
tuvo alguno que sembrar el trigo.
Ese alguno, ó más bien, ese primer grano, sus peripecias y
aventuras, de donde fué trasplantado, en que circunstancia con-
seguido, dónde, cuándo y por quién sembrado, con mil otras
curiosidades de entre empolvadas crónicas desenterradas, — es
lo que leerá quien hasta el fin llegare.
Verdad es que por entonces no habia venido la imprenta á
trastornar estos pacíficos pagos, lo que en algo escusa olvi-
darse, á quien en la concavidad de uno de esos grandes tachos
de plata maciza, hondos y sólidos, que también servir suelen
para señalar horas, salvó el sabroso grano, hasta estas tierras
de poco trigo.
Y aquí, por via de ilustración, consignaremos que doña
María del Escobar, esposa del conquistador don Diego de Cha-
ves, fué quien repartió, á veinte granos por cabeza, hasta me-
dio almud de trigo, entre los vecinos de Lima; el negrito Do-
mingo, de Hernán Cortés, el que sembró tres de sus granos en
Méjico; y la hermosa andaluza Juana Morales, quien dio á su
amante la apetecida espiga, trasportada por uno de los compa-
ñeros de Gaboto, y sembrada, nó entre San Juan y Mendoza,
sino entre los cerros del primero y el fuerte de San Salvador,
en la otra banda.
Sabíamos que el caballero don Francisco de Caravantes, sem-
bró la vid en el Perú; don Gaspar de Alcacer, las primeras
guindas y cerezas; don Antonio de Rivera, olivas y otras frutas,
llegando á producirle las uvas, higos, granadas, melones, naran-
jas y limas por él ¡ntroducidas,hasta doscientos mil pataco-
nes; — mas, traspapelado se había, como el de otros muchos
benefactores, el nombre del primer agricultor de estas ri-
beras.
Pero mientras viaja el primer grano que aquí llegó, hagamos
nosotros rumbo hacia su patria nativa.
DE BUENOS AIRES
II
... .Y al decir su patria nativa, no tema el lector remonte-
mos hasta el origen de ' su primitiva procedencia, engolfándole
en la antiquísima discusión prehistórica, si fué al Norte de la
Fersia, en la Caldea ó la Gran China, donde primero sem-
bróse.
Tan vieja como la tierra es la harina; pero, averiguar el
primero que la amasó. . . .eso. . . .eso es harina de otro costal.
Más dificil investigación sería la del primero que comió pan
en este picaro mundo, como desde qué fecha exacta se usa en
la tierra.
Recordaremos al respecto un cuento, que allá por la vieja
tierra de los Patriarcas, refiriósenos por pálido anciano de
aguda nariz, rico en usuras, mendigo al parecer, y judío de
raza.
Cierto día, la mansa camella preferida de Thare, llegó
á pisar algunos granos de trigo que el viento reuniera bajo
la piedra ó escabel. La humedad de la lluvia pegó aquellos
polvos, masa haciendo de su harina, — y el calor reconcentrado
del suelo la medio coció. Llegó á probar Abraham de seme-
jante amasijo, así por la naturaleza aderezado, y no gustándolo
mal, la viva inteligencia del primer Patriarca, aplicando con
mayor esmero todas esas sabias indicaciones, produjo el pri-
mer pan.
Su esclava trituró entredós piedras mayor cantidad de trigo,
del mismo moldo que sus masticadores le enseñaran desde la
edad de los dientes á masticar y triturar el grano.
El padre le echó la sal.
Su mujer le puso al horno
Y Abraham se lo comió.
Desde entonces, entre los cieguitos de Ur, de los Caldeos,
popular se hizo el cantarcito, que después de cuatro mil años
repítese con su mismo estribillo:
cFué nuestro Patriarca Abraham
Quien primero amasó pan.»
Así descubrimos cerca de la patria del vino, la del pan; aun-
que autores chinos sostienen que, cuando Noé se subió á la
parra, ó los jugos de esta se le subieran á la cabeza, yá en la
China cansados estaban de borrachos y come-panes.
La primera mención de tan apetecible alimento, en el más an-
tiguo libro llegado hasta nosotros, es cuando este mismo Abra-
8 TRADICIONES
ham, regresa vencedor de Chódorlahomor, y el rey de Salem,
Melchisedech, sale á ofrecerle entre los agasajos de la victoria
pan y vino, no encontrando nada más halagador al vencedor,
que el pan de su invención, y del que tanto tiempo no probaba
bocado en la campaña.
Pero, sin andar el camino del primer panadero, hasta la
panificación de enfrente, que divisamos desde esta mesa,
donde en el más perfecto procedimiento mecánico no entran las
manos del hombre para nada, quedaremos á medio camino, y
antes de dar el nombre del primero que hizo pan en Buenos
Aires, escudriñaremos quién sembró el trigo que produjera la
harina de su elaboración.
III
Cierta hermosa tarde de Andalucía, tan espléndida como solo
las que el azulado Guadalquivir reñeja, hacia las afueras del
barrio de Triana, al otro lado de Sevilla la vieja, salía grupo
alegre y retozón de avispados mozetones. Iban en animada
plática descendiendo caminito al embarcadero, entre curvas
estrechas y tortuosidades al amarradero de la barca, para seguir
viaje hasta las caravelas fondeadas en el puerto de San Lucar de
Barrameda, de donde en convoy con otras de Cádiz, de zarpar
tenían para el nuevo mundo.
Entre los alegres andaluces, valencianos, asturianos y algunos
navarros, venía el infortunado Hurtado, cuya fatal estrella deci-
diólo á embarcar su fiel compañera Lucía Miranda, Eva coloni-
zadora de los trigales, por los que hoy Santa-Fé prospera, (su
belleza hizo derramar la primera sangre), Lucía, ó más bien
Lucrecia, del nuevo mundo, cantada por Labarden, cautivada
por Mangora y chamuscada por Siripo.
]Si serían salvajes aquellos salvajes, echar una mujer á las
llamas por bonita, cuando en los tiempos alcanzados muchos
son los que en llamas arden por sus desdenes, achicharrados al
fuego lento de coquetería á la alta escuela!
Seguían también en distintas sendas á las mismas 'naves los
capitanes: Juan Alvarez García, Mena, Rodríguez, Mosquera,
Pérez, Vargas Oviedo, Francisco Rojas, Miguel Rufo, Gerónimo
Caro» Nuñez de Lara, rodeando á Martin Méndez, segundo de
Gaboto, y otros oficiales subalternos de la espedicion.
Poco antes de llegar al embarcadero, donde los maríneros
esperaban impacientes, (pues cada uno tenía por ahí su cada
cual prendida al cuello, por no dejarlo partir á un mundo del
DE BUENOS AIRES 9
que muchos hablaban, pero del que pocos volvían, separóse
casi furtivamente, y como por olvido de última hora, él más
esbelto capitán, don Gerónimo Caro, y saltando mal cercado de
rosas encontróse bajo tupido granado en flor, junto á la Dulci-
nea, que le esperaba con el último amargo beso, entredós lágri-
mas concedido.
Las palabras de miel de despedida en el rosal aquel, no pasa-
ron á la historia, ni los suspiros y llorisqueos de ordenanza cru-
zados de una á otra parte contraria.
Lo que únicamente se recuerda entre los adioses y jimoteos,
al despedirse Caro de su cara mitad en ciernes, deshaciéndose de
los brazos de su bien amada, es que, con la última opresión de
manos, dejó en las suyas la última espiguita del trigo de su
huerto, diciéndole entre tierna y ruboroza, algo á esto pare-
cido:
«Nó la flor del granado, quiero darte, cuyos pétalos rojos pare-
cen gotas de sangre, ni rosas que duran un dia, cuyas espinas
semejan las del camino, sino estos granos, del alimento más
universal — el pan nuestro de cada dia, símbolo del amor fe-
cundo que alimentan las almas verdaderamente apasionadas, y
que al través del océano, menos inmenso que mi cariño, — te
recuerden en su unión la nuestra »
«Guarda esta espiga de trigo, que cual yo sólita y olvi-
dada quedó desde la última cosecha. Grano es el más duro
y benéfico de nuestra tierra y el que más sé multiplica, A
cualquiera otra que llegues, siémbralo en bien preparado suelo,
como está para tu cariño mi corazón.
«No olvides que quien siembra bondades, cosecha prepara de
beneficios.
«Vuelve pronto, mis brazos amantes te esperan»
Si tendría latines y símiles la niña enamorada, aquella del
trigal de Juana, pues Juanunga llamaban á la hija de ese hon*
rado labrador de las riberas del Guadalquivir.
Y un adiós, y un beso y un |á bordo! sonaron á un tiempo,
cuando el grumete volvía en busca del capitán estraviado, que
en malos pasos ó traspiés andará. Y los eslabones de la ca-
dena del ancla, al ser suspendida, pausada y monótonamente,
resonaban cual eco quejumbroso de despedida.
Por aquel entonces no se llegaba en quince dias de España
á Buenos Aires, sí, más bien quince meses demoró alguna de
las espediciones de Cádiz al Plata.
AI presente, la única ancha calle de tránsito tan conocida hasta
en sus genialidades ó alteraciones, puede decirse, está amojo-
lO TRADICIONES
nada, balizada, ya nadie pierde el rumbo, por esos mares de
Dios •..../
IV
Y entre estas líneas de puntos suspensivos, suspenderse pue-
den siete meses de navegación, dos motines á bordo, cuatro
tormentas, muchas peleas, reyertas, trapisondas y hastío, abur-
rimiento y monotonía; pero, al fin de todo llegó Gaboto con
sus espedicionarios, si no donde él quería, donde los vientos
quisieron.
Y cual Colon tropezó con el nuevo mundo sin pensarlo,
piedrecita atravesada en su camino, de diez mil millas de lon-
gitud, y buscando las Indias Orientales, saliéronle al paso las
Occidentales, diciéndole: «Mírenos, señor, que aunque por
tantos siglos olvidadas no somos tan de despreciar ni esta-
mos dejadas de la mano de Dios», salió el Plata asomando su
abierta boca al Océano, como en busca de quien no le buscaba.
Recien entonces, y como si hubiese dado de narices, contra
quein á pesar de sus treinta mil pies de elevación, desapercibida
pasara por los sabios, alzó la vista Colon, cayendo de rodillas
ante la magnificencia de la :
€ Virgen del mundo, América encantada!»
iQue tropiezo, y que tropezón! Roca viva, incrustación de
todos los metales y piedras preciosas, peñón de esmeraldas,
base de diamantes, entrañas de plata, cumbres de oro fino.
iQué perlas en sus mares! Solo una de las de Panamá, la
peregrina^ por ser única en el mundo, de tamaño de un huevo,
tasóse en cien mil ducados, y un solo cerro del Potosí, dio cinco
millares de duros.
¡Cuántas veces redobló España el precio de aquel puñado de
perlas ó avellanas del tocador de su Reina, primitivo fondo
oix^áÁOypero solo ofrecido^ para descubrir estos mares sin fon-
do, y minas sin mucho menos, y nácares y corales, diamantes,
rubíes y cuanta cosa preciosa estaba yá al agotarse en el viejo
mundo! ....
Pero los incautos españoles diéronse tal empacho con la go-
losina esa, que á pocos años del descubrimiento de América
encontrábase más oro en cualquier otra parte que eh España; y
DE BUENOS AIRES II
en ésta, si no habían tocado á despoblarse, al menos disminuían
sus habitantes hasta en una tercera parte.
Mas, á muy lejos caminos Uevaríanos el de tales refle-
xiones
Recordaremos solo que, así como por otra equivocación los
vientos alisios echaron á Cabr^l sobre las costas del Brasil, des-
cubierto por casualidad, por otro capricho de los vientos, des-
cubrióse el gran estuario de nuestro hermoso rio, que no obs-
tante su boquita de ciento y tantas millas, nadie hubo reparado
en ella, antes de Solís; ni siquiera Magallanes, que pasó en
busca de otra cosa por el Estrecho donde dejara su nombre.
Frescas brisas impelieron á Gaboto á esta ancha em-
bocadura, y persiguiendo la ruta de aquel gran navegante dio
con la de Solis, penetrando al mar dulce, hasta el rio Solís, que
él denominó el Plata, desde las nacientes del Paraná que lo en-
gendran
• •
Llegó al ñn Gaboto con todos sus capitanes, y costeando
Santa Catalina, Maldonado, la hermosa colina donde se extien-
de hoy en anfiteatro la ciudad de Montevideo, siguió corrien-
te arriba hasta las islas de San Gabriel, y pasando las barrancas
de la Colonia, como á veinte millas arriba, echó anclas frente
á unos cerros de poca elevación, pero de bellísimo as-
pecto.
Entre verdes faldas y floridas lomas corre allí estrecho rio,
pero no menos que el Guadalquivir. Fangosas márgenes y
profundos pantanos le resguardan; mas, trasparente velo de
aguas refleja en sus cristales, ceibos, sauzales, zarzas y espini-
llos. Alzándose poco á poco las ondulaciones de la campaña
extensa y magnífica, váse elevando la cadena de pequeños cer-
ros, á cuyo pie frescas corrientes incitan á beber, descansando
á la grata sombra de cimas grisadas, que contrastan entre el
azul del Plata y el celeste de un cielo sin nubes.
Fatigados debian estar por tan larga navegación, sin más
peripecias que las discordias de capitanes tan amigos embarca-
dos, como enemistados por el aburrimiento engendrado en la
monotonía de larguísimo viaje, cuando sin otra invitación que
la de la pródiga naturaleza resolvieron acampar, y si no poner
fin, dejar al menos refujio ó escala allí, para sus futuras incur-
siones.
1 2 TRADICIONES
V
Cierta tarde en que los soldados espedicionarios ocupábanse
de asar un venado en la cumbre del cerro más próximo, apa-
recióseles un hombre, aunque salvaje en su aspecto, cham-
purreando mal castellano, entremezclando palabras de lengua
desconocida, para los recien llegados.
De dónde llovía tal muestra semi-civilizada?
Traido al fogón donde Gaboto platicaba con sus compañeros,
hablando trabajosamente, y traduciéndole al vuelo psdabras á
medio pronunciar, comprensibles, más por la mímica que por su
acento, dióles á entender era él uno de los compañeros de So-
lis, á quien no muy lejos de allí chamuscaron los Charrúas, en
tiempo que no podía calcular careciendo de reloj y calendario.
Díjoles que no acamparan en ese lugar, pues los indios de aque
líos pagos, comilones eran y cebados en carne humana, encon*
trándola más tierna que la del ñandú, por lo que trabajo, y no
poco, costóle salvar la suya del asador. Capricho ó curiosidad
de la Cacica, dejóle de muestra para su uso particular.
Después de larga narración, y exajerar sus pellejerías, en la
media lengua en que el regocijado asturiano mentía á sus anchas,
confiado en que no había cronista que lo desmintiera, el bueno de
Gaboto, reasumiendo su admiración, dijo:
« Pues si mi ilustre antecesor llegó hasta aquí, teniendo tan
desastroso fin por estos andurriales, donde andamos á salto de
mata, en aventuras de conquistas y otras cosas que yo me sé,
justo es lleven estos cerros su nombre». Y desde entonces lla-
máronse aquellos los Cerros de San Juan,
Poco más adelante, á la isla que hoy se denomina Sola^ en la
confluencia del Uruguay, cerca de las dos hermanas, denomina-
ron de Solís,
Así quedó nombre y apellido del primer explorador de este
rio, que también se llamó como el Uruguay, rio de Solís. Los
cerros de San Juan, antes de la isla de Solís, como usaba antes
de su apellido, el nombre, ytian Diaz de Solís,
Tarde de bautismos, y en plural fué aquella. Lástima no
hubiera todavía muchachos en América, es decir, con mañas
tales, como los traídos del viejo mundo, que gritar supieran :
padrino pelao I padrino pelao !
El Capitán Gerónimo de Caro, que con cuchillo cabo de ve*
nado cortaba un pedazo de lo mismo, entre uno y otro bocado
decía á su jefe : « Pues si Vuesa Merced prestárame su venia,
DE BUENOS AIRES 13
yo propondría también el nombre de Juan para este rio, en re-
cuerdo de mi prometida ; y para que los charrúas no chamus-
quen más Juanes, ni en la forma que achicharrado me há mi
ardiente Juana, sembraré en esta región los granos de despedida
con tal encargo dados. > Y sacando su gran tacho de horas,
desempolvó los que no se habían perdido, de la espiga de Jua-
na Morales, y luego en preparado lugar los sembró. Desde en-
tonces rio de San Juan llamóse el que, corriendo al pie de los
cerros del mismo nombre, derrama en el Plata el cristalino rau-
dal de sus ricas aguas que vienen de fecundar la verde campiña
oriental.
Poco calentaron asiento los exploradores entre San Juan y
San Salvador, y rodeando de tapias al pequeño fortin, alzaron
campamento, siguiendo corriente arriba, curioseando por esos
mundos.
Remontaron unos el Uruguay^ hasta el país del ñandú, (aves-
truz), hoy Paísandú, de donde como á avestruces los corrieron;
otros penetraron por el Paraná de las Palmas, y de vuelta en
vuelta llegaron hasta la del Carcarañá, fundando el Fuerte de
Santi Espíritu, el dia del Espíritu Santo.
Y mientras el grano germina y el trigal crece, y el tiempo de
la ciega llega, que dejar suele ciego de miseria y espanto al
pobre labrador, en años de seca, echar podemos otro parrañto,
pues para todo hay tiempo en tan pesada y larga navegación.
VI
Si á Juan Diaz de Solís, primer navegante de estas aguas, tú-
vose por el piloto más acreditado de su época, no dejó de irle en
zaga su sucesor, el veneciano Sebastian de Gaboto.
Siendo el más célebre astrónomo de su tiempo, nombróle
Carlos V piloto mayor del Reino, y aunque la desinteligencia
de sus capitanes le impidiera seguir la estela gloriosa de la Vic-
toria, primera nave que acababa de dar vuelta á la tierra, su
audacia de explorador le impelía más allá de donde su sucesor
había llegado.
De los seiscientos hombres con que zarpara de Sevilla en
Abril de 1526 en cuatro navios, despachó con los más de-
cididos en uno de ellos, Uruguay arriba, al Capitán Juan Al-
varez Ramón, quien fué muerto por las tribus Jaras.
Dejó Gaboto á cargo de sus dos más bravos capitanes, los
fortines de Salvador, y Santi-Espíritu. Lara en éste, y Caro en
14 TRADICIONES
el primero, y escojiendo sus cien hombres más decididos^ siguió
con dos pequeñas embarcaciones improvisadas, por el Careara--
nal, hasta la confluencia del Paraguay con el Paraná, continuan-
do al gran salto de sus aguas.
Peripecias y aventuras de todo género no escasearon en tan
dilatada exploración, y habiendo llegado á Angosturas, en el rio
Paraguay, tuvo el intrépido Gaboto que abrirse paso al través
de las trescientas canoas con que los indios Agaces se lo dis-
putaban.
Peleando con unas tribus, celebrando alianza con otras y
alternando, ora la astucia ó la fuerza, arribó hasta el confín de
los Guaraníes.
A recibirlos salieron éstos en son de paz y hospitalidad, más
arriba de la Asunción, apareciendo de mejor aspecto, aunque en
el traje de Adán, que era el de sus dias de fíestas, adornados
de vistosas plumas y fulgentes chapas de plata, sobre las que
se les iban los ojos á los españoles, y á quienes de buen grado
cambalacharon por chucherías, cuentas y abalorios.
Con tan abundante cosecha de pendientes de orejas y narices
reunieron presente, que digno de Rey reputaron; siendo esa la
primera plata de América á España, conjuntamente enviada
con la más grande mentira, de ser apenas débil muestra de la
región de la plata.
Patraña semejante surtió efecto, y, en la Corte de Carlos V,
del Emperador abajo, tomaron^el rábano por las hojas, es decir,
el todo, por la muestra.
Como en cartas y comentarios de antecámara, y correspon-
dencias, empezó á rejpetirse de el rio de la Plata refiriéndose á
éste de donde enviaron la primicia del codiciado metal, Rio
de la Plata quedó.
Y cuando tarde súpose que aquella muestra era todo lo en-
contrado, yá el nombre había volado en alas de la codicia, co-
mo halagadora esperanza á pobladores ingenuos, generalizán-
dose en mapas, cartas y globos, y Rio de la Plata se designaba
desde arriba de la Asunción hasta Montevideo, al que corre por
la única región ^donde no la hay.
VII
Pero mientras Gaboto amansaba guaraníes de blanda índole y
domesticaba timbóes, los charrúas situados en el primer fortín
tenían á mal traer al Capitán D. Diego de García, arribado con
otra espedicion de España al campamento donde quedó Caro
sembrando trigo.
DE BUENOS AIRES 1 5
A tal punto llegado habían las estorsiones contra los pobres
indios de los alrededores, que cansados ya de sufrir, una buena
madrugada se los madrugaron, y asaltando la fortaleza mataron
á unos, despernancaron á otros, dispersaron los más, abando-
nando todo, hasta el trigal de Juana, refujiándose en el Puerto
de San Salvador, donde verdaderamente salvaron en el De-
partamento hoy de Soriano, por donde empezó después la po-
blación estable de la República Oriental.
Y lo más singular del caso, es que hasta dos años más
tarde, cuando triste y cari-acontecido el Capitán Mosquera, pa-
saba de regreso por allí, con los últimos restos de la desastrosa
expedición de Gaboto, yá vuelto él á España, escapados por en-
contrarse ausentes del fortín, la noche que el de Santi-Espíritu
ardia no encontró otros restos ó señales del primitivo asiento,
que el rastrojo del trigal aquel^ espontáneamente resembrado
al caer su segunda simiente, sobre terreno regado yá por el
sudor y la sangre de los conquistadores
Queda así esplicado, cómo á la sombra de los cerros de San
Juan, sembró en 1527 el primer grano de trigo el Capitán D.
Gerónimo Caro, recuerdo de su bella andaluza, la enamorada
Juana,
La pobre desconsolada, cual sospechaba en aquella tristísi-
ma tarde de despedida, no estrechó más á su desgraciado
amante, quien pereció como la mayor parte de sus compañeros,
antes de regresar; pero, el nombre de aquel primer agricultor
del Rio de la Plata, digno es de loable memoria.
Recordádose había alguna vez que los tres granos de trigo
con que el negro Dominguito, asistente de Hernán Cortés, cu-
briera de mieses el vasto Imperio de Montezuma, fueron aquí
arrojados en la costa vecina por uno de los compañeros de
Gaboto; pero, olvidábase que el papel de María Escobar, la Cé-
res peruana, que derramó igual simiente en el no menos vasto
Imperio de los Incas, — estuvo en ésta representada por Juana
Morales, la prometida del Capitán Caro.
Y esto de más noble tuvo el origen de tan modesta sementera.
No el obtener la codiciada joya por Carlos V ofrecida, (dos
largas barras de plata maciza á cada uno de los que aclimataran
semillas de España), sino el recuerdo de joya más preciada, del
amor de una mujer, nos envió el grano apetecido.
Coincidencia de notar es, que la misma Nao, que trasportara
á esta parte del nuevo mundo el más fecundo y nutritivo grano,
retomara conduciendo las cuatro primeras arrobas de plata.
1 6 TRADICIONES
Y aunque documentos, como apuntalamientos históricos no
se exijen á los que no historia, sino meras tradiciones escriben,
quien dude de ésta, leer puede siquiera, la posdata de la carta
que á su padre escribía D. Luis Ramirez, el dia diez de Julio
de 1528 desde el Puerto de San Salvador, en este rio Solís,
poco más arriba del primitivo trigal del Capitán Caro.
cHago saber á vuestra merced, que esta tierra donde agora
estamos, es muy sana y de mucho fruto, porque se sembraron
por esta tierra para probar si daba trigo, y sembraron cincuenta
granos de trigo y cojieron por cuenta quinientos cincuenta gra-
nos, esto en tres meses de tiempo, de manera que se dá dos
veces al año, escríbole á vuestra merced por parecer cosa mis-
teriosa» é
Incrustado este fragmentito como muestra, sino del trigo, de
la anticualla repetición en cartas de Antaño, aquí quede
DK BUENOS AIRES I/
El RETIRO
O
ERMITA DE SEBASTIAN.
1537
Sefior D. Ricardo Trelles
I
— ¿Por qué se llama Retiro?
— Porque así le pusieron, contestó PerogruUo.
Mas, poco satisfecho con tan ingeniosa descifracion, en nues-
tra manfa escudriñadora de papeles viejos, andando y rebus-
cando díceres dimos con el consabido pergamino carcomido,
de donde estraímos la presente tradición, escrita para nuestro
solaz, y sacada hoy á plaza para que sepáis, olvidadizas lecto-
ras, á qué ateneros sobre el origen del nombre de plaza de
tantos nombres.
El perímetro comprendido entre las calles de Arenales y
Charcas, Esmeralda y San Martin, reducido á treinta mil metros
cuadrados, de la doble extensión que contaba, rodeado de ele-
gantes edificaciones, como el chalet del Conde del Castaño, el
castillo de Villar surjiendo entre los cuartujos de las sargentas
del Retiro, los bellos frontis de casas como las de Torquinst,
1 8 TRADICIONES
vis á vis á la ruinosa cuartería de la plaza vieja, — i más de su
denominación oficial Plaza San Martin^ popularmente conocida
por Retiro, há tenido otras muchas:
«Campo de Gloria», «Plaza de Toros», «Campo de Justicial),
«Mercado de Esclavos», «Plaza de Marte», «Cuartel de Grana-
deros», «Ermita, punta ó barranca de San Sebastian», — según
los sucesivos destinos con que fué ocupada. Pocas localidades
como esta soportaron la carga de tan multíplices nombres.
Como de cualquier modo, predominado há el primero, inves-
tigaremos: ¿por qué al Retiro se llama Retiro?
¿Acaso, cual su nombre lo dice, era lo que más afuera ó reti-
rado quedara?
Pero, siempre más distante estuvo la reducción de Recole-
tos, el Hospicio ú Hospital militar de San Martin desde 1605
en San Telmo, la Convalecencia, donde lejos de convalecer enlo-
quecen, los que entre locos viven, y otros sitios así históricos
como de historia.
Tampoco, porque destinado estuviera para retiro ó descan-
so de inválidos los cuarteles de la marina sobre la batería Abas •
cal, fundada por el virey de este nombre, y cuyos cañones
dominaban el canal interior, y los Pozos, célebre combate donde
la escuadrilla brasilera fué deshecha en el Plata.
Retiramos tanto de nuestra vista como de nuestra memoria
á los pobres inválidos, restos gloriosos de los que nos dieron
patria, que nunca ésta acordóse de acordarles un decente re-
tiro.
No mejor informados estaban ramplones papeluchistas al
afirmar que, el nombre este de tanta historia, conmemora la
retirada de los ingleses, quienes por allí dispararon caminito al
embarcadero, cuando los dueños de casa sacáronlos á escapa-
perros, obligándoseles á largar presa de tanto peso, como la
ciudad de Montevideo, con todas las bellezas orientales.
Conquistas y reconquistas, son fechas recientes, y más de cien
años antes de 1807, desde 1702, llamábanse las casas del retiro
de los ingleses^ por el asiento de esclavos que la compañía britá-
nica tenía allí, aleccionándolos en diversos cultivos, en las lade-
ras de tan pintorescas barrancas, hasta repartir todo su carga-
mento de ébano.
II
No queda más, en recuerdo del Buen Retiro de la coronada
Villa, sin duda se puso nombre á tan ameno paraje, á igual dis-
DE BUENOS AIRES 1 9
tancia de la puerta del Sol, en las afueras de Madrid, aquél coló-
cado en la misma situación, como la plaza principal aquí.
Coincidencia de destinos y de nombres vinculan las dos
primas.
Ermitas hubo en ambas, y hasta del mismo San Sebastian.
La estatua de Velarde y Daoiz, primeros héroes de la indepen-
dencia, se alza allí, como acá la del fundador de la independen-
cia americana, San Martin.
Por aquella echaron los españoles á los franceses, y por
« ésta espulsaron nuestros padres á los ingleses. Hubo en am-
bas, plaza de toros. Los jardines del real Retiro, sobre el
estanque del mismo, y aquí el paseo del Retiro.
Por ahí terminaba el ejido de la ciudad, como aquí; y por
no alargar más la lista de añnidades, dejamos para mejor ocasión
otro par de docenas de coincidencias históricas, pues á más
de haber sido ambos retiros, ermitas, fábricas, paseos, campo
de instrucción, de justicia, de abasto, — también fueron sitios
de borracheras, juegos, disputas y riñas, de duelos, suicidios,
asesinatos y fusilamientos, rebeliones, motines, revoluciones y
combates, de asonadas, meetings y rabonas; de estafas y rate-
rías, robos, hurtos y hurtadillas, dé citas, amores y amoríos, es-
calamientos, raptos y campo de amor libre, como feria de
vanidad, de celos, de envidia, de cólera, etc., etc. Todos los
vicios de la corte allí y toda una corte de vicios aquí.
Anotaremos únicamente, que la calle del empedrado subía
hacia el Retiro de Buenos Aires, como la primera allá empe-
drada, (no mucho antes de ésta), descendía al de Madrid ; que
sobre ésta, parte el ferro-carril del Norte, como bajo el nuestro
corre el tren en la misma dirección. Allí hubo la primera
fábrica de porcelanas, de paño de San Fernando; aquí . la pri-
mera fábrica de cerveza, la Cervecería^ de velas, de gas, de
paños, y tiene en ella paño en que cortar quien se dé á cróni-
cas y anticuallas de barrio.
Voló un polvorín allá, por igual esplosion volaron aquí los
cuarteles del Retiro. El poeta Lope de Vega, cantó las
fíestas del Retiro, en su inauguración, — como nuestro épico poeta
de Mayo, también López, cantó las glorias del Retiro en 1807;
y en fin, por ahí empezó el más rico banquero español el mo-
derno barrio de Salamanca, como el más acaudalado de los
jóvenes argentinos alzó en este el primer Chalet rodeado de pre-
ciosos jardines.
No hay másl dimos con la tecla. Retiro se llama éste, por-
que Retiro llamaron á aquél.
Si cuando decimos que, sino gemelas como las de €25 de
20 TRADICIONES
Mayo» y cVictoria», primas por añnidad son las dos plazas,
nadie nos desmentirá.
Pero... . .siempre se atraviesa un pero.
Papelito canta, y si solo el 3 de Octubre de 1632 inauguraba
Felipe IV, con pomposas fiestas dignas del Versalles español, el
real sitio del Buen Retiro, — mal pudo éste, que no tenia nada
de real, tomar el nombre de aquél, cuando vino al mundo, ó á
la historia, con un siglo de anticipación.
Desde el primer documento de que memoria há en nuestros
anales, á acta de bautismo semejante, ó fundación de Buenos
Aires, ya en 1 580 leíase en él: c » las doce cuadras al
norte, llegan hasta la cruz grande de San Sebastian, quedada
como mojón y término del ejido, por aquel lado.
Verdad és, que antes de Felipe IV, el segundo y peor de los
de este nombre, cuarto tuvo allí para llorar sus penas, que siem-
pre el remordimiento siguió de cerca á los tiranos.
Al rededor de ese real sitio se levantaron jardines y estanques,
palacios y paseos, donde hoy el Prado y la Castellana, los Reco-
letos, el Museo y Observatorio, reúnen todo lo más bello é
inteligente déla coronada Villa, en que se fijó la corte, por los
años del nacimiento de Buenos Aires.
Mas, lo que empezó antes de ser el Trianon de los Felipes,
por cuarto del segundo Felipe, donde él, su hijo y su nie-
to, solian retirarse á pasar el tiempo santo, ó con ocasión de
tribulaciones en su casa, y que el cuarto rey de ese nombre dispu-
so se llamara Buen Retiro, antes denominado Gallinero, después
Jardines del real sitio, y al presente Parque de Madrid, — no llega
á fecha anterior de 1 560, — mientras el solar historiado, ya en
1 580 hacía más de veinte años llamábase retiro de San Se-
bastian.
Pero si cuando se fundó la actual ciudad de la Santísima Tri-
nidad, sobre el puerto de Santa María de los buenos aires, ya el
retiro se llamaba Retiro, que ánimas del otro mundo andarán
por estos pajonales para dejar nombre en él?
— Ahí verán ustedes ! era realmente ánima en pena, sino del
otro mundo, quien grabó en aquel sitio su nombre, al pie de
la Cruz, — \y que Cruz! pesada como la de sus pecados. Fué la
primera que en esta tierra se alzó, y la que más duró en
eUa
DE BUENOS AIRES 21
III
Allá por los años de 1608 y hasta mucho después, subsis-
tía hacia el estremo norte de la calle San Sebastian, (hoy San
Martin), sobre la *barranquilla que desciende á la ribera, agreste
y vestuta cruz, derruida y casi cubierta de salvajes enredaderas
que la ocultaban bajo exhuberante vegetación.
Toscamente formada con dos de los innumerables espini-
líos, que en dilatada selva de granos de oro bordaban la ribe-
ra del plateado río, aquella vieja cruz, ó más bien la antigua
ermita de que era vestigio, legó su nombre á ambas locali-
dades: la plaza y la calle.
Cuántas veces tosco lefio, menos, frágil hoja, dura más que
monumental construcción y salva con mayor frecuencia un
nombre, una fecha, una hazafia, no conservada en mármo-
les ó bronces.
El penitente que ocultaba su refugio entre los pajonales de
la costa, haciendo vida de ermitaño, vivió al principio en uno
de los socabones de la barranca, pero perseguido por las fre-
cuentes inundaciones del río, entonces más próximo á ella, su-
bió, y entre el cardal espeso que se extendía en libertad
sobre bajíos y barrancas, alzó el símbolo de la redención, cuya
fé le salvó sin duda por el arrepentimiento.
Colgaban de su demacrado rostro macilento y enflaquecido,
largas y cenicientas barbas. Viejo escuálido y perni-quebrado,
caminaba con diñcultad, apoyado en nudoso tala arrastrába-
se por las diseminadas chozas, más que mendigando caridad,
repartiendo socorros.
Único habitante de salvajes soledades, al entrar la noche
tendía sus redes y trampas de ocultados lazos, y cuando en
las de tierra no caía algún venado ó avestruz, en las del río
bagres ó surubíes, sábalos ó pejereyes, prendíanse siempre al-
gunos, para proveer á los necesitados.
De tanto rastrear por los alrededores, observado había virtu-
des medicinales en ciertas plantas, y así curaba enfermos, como
consolaba aflijidos, llevaba alimento á los más pobres, postrados
por la fiebre ó la estenuacion, derramando consuelos en todas
partes, á punto de convertirse en paño de lágrimas de los afli-
jidos, que por aquellos calamitosos tiempos en esta naciente
población — lo eran todos sus habitantes, escasos restos salvados
del hambre y de la peste, de la guerra y la miseria.
22 TRADICIONES
IV
El viejo ermitaño del retiro, humilde y resignado en su pia-
dosa obra, aparecía confortando al débil, reanimando con su
palabra y su ejemplo, mientras no hallaba para sí consuelo.
A quien por mal camino anduvo, como lógica é inaparta-
ble consecuencia, el remordimiento le espera al fin de la jor-
nada.
¿Pero cuál sería la espiacion de esta alma en pena, en seme-
jantes páramos?
¿Qué grandes crímenes había cometido en desolado esce-
nario?
¿Qué torcedor martillaba su conciencia intranquila, en todas
las horas de existencia tan reducida? Cómo podian abrumar-
le remordimientos de crímenes espantosos, faltando hasta con-
tra quien cometerlos, rodeado únicamente por las fieras del
desierto en que vivia?
Esto era lo que se preguntaban los recien venidos al Real
ó fuerte de la población, levantada hacia la Boca del Riachuelo
de la Matanza, cuando por tortuosas sendas bajaba entre ma-
lezas y cardales para atender á menesterosos, y lo que investi-
gará el lector, si sigue hasta su fin la leyenda, ó tradición de
el Retiro.
Cuan cierto es que aún en la soledad más apartada, teatro hay
suficiente para el crimen. Si no se saben reprimir los malos
instintos, los vicios seducen y atraen de uno á otro, y tras el
primer resbalón una costalada, y vicios, delitos, crímenes
como eslabones inquebrantables formando van la pesada cadena
que se arrastra por toda la vida.
El hombre bueno, humano y caritativo que encontramos ha-
ciendo vida de anacoreta en el aislamiento, y en perpetua ora-
ción ante la cruz que abre sus brazos de refugio al arrepentido,
nó en todo tiempo derramó consuelos y socorros. Aunque mu-
rio casi en olor de santidad, por su austeridad y las penitencias
crueles que él mismo se infringía, la vida ejemplar y edificante
de sus postreros dias, frente á la de disipación y de vicios en la
relajada holgazanería de campamento, contraste hacía, en quien
no siempre hubo seguido por el recto camino.
Mas, tan notable fué la penitencia, con que por muchos años
de sufrimientos rescató su mala vida pasada, que la tradición
popular convertido há en Santo al ermitaño del Retiro.
Este Santo, que no lo es de nuestra devoción, faltó mucho
para que lo fuera.
DK BUENOS AIRES 23
Recordemos un poco su vida non santa, pues tantas obras
buenas hizo en sus postrimerías, como bellaquerías en sus mo-
cedades ,
V
Bajo, rechoncho, de enfermizo y amarillento semblante, aún
se percibía en la mirada sanguinolenta de Sebastian Gómez,
algo de dañina alimaña, y en su torvo mirar, lo siniestro de
una alma atravesada.
En el asalto de Roma, salvó á su capitán Mendoza del tiro
de arcabuz que uno de los centinelas le dirijiéra desde la mu-
ralla, derribándole á tiempo; y salvó también muchos efectos
ágenos, de la rapiña de sus distraidos camaradas, sin duda por
observar la máxima de, quien roba á un ladrón
Habilísimo en todas las artimañas y peripecias de un saqueo,
activo é ingenioso para despojar á asaltantes y asaltados, dis-
tinguióse en esas diversas maniobras durante el cerco y saco de
Roma, en lo que solo imitaba fielmente á su capitán, sin lle-
gar á sobrepasarle, que así en vicios como heroicidades, de
ordenanza es guardar la distancia gerárgica, quedando el escu-
dero siempre atrás ó á espalda de su jefe.
Por aquellas y semejantes astucias, Don Pedro de Mendoza,
retuvo á su lado mozo de tales prendas, alhaja sin igual para
encomendarle fechorías, reservándole á su servicio particular.
Tan diestro en prender fuego á toda una ciudad, como capaz
de prenderle una puñalada al lucero del alba, si cayere éste en
las soledades del desierto americano, que contribuyó á poblar,
y también un poco á despoblar.
Desde el camino empezó derramando sangre, entre bandole-
ros de su jaez. Como guarda espalda ú hombre de conñanza
del gefe de la espedicion, tenía vara alta entre toda la muchi-
changa que le seguía; y así hallábase el primer invitado en toda
empresa arriesgada, á más de muchas otras en que se invitaba
por su propia cuenta.
Recien salía de San Lucar de Barrameda, con la más nume-
rosa espedicion que dio velas hacia estas playas, cuando ya al
arribar á las Canarias, hizo trinar á la que mejor cantaba bajo
una palma de la isla del mismo nombre. Bien que en este pri-
mer robo en comisión, solo por amor al arte echó una manito,
ayudando como otro de los hombres de más empresa al raptor
Don Jorge de Mendoza, sulfurado por los más rabiosos amores
contraía bella hija de la Palma, decidida á morir sin ésta.
24 TRADICIONES
Salieron los vecinos en defensa de su convecina, y como no
pudieran los Canarios volar hasta las gavias de la caravela,
hubo tiros y arcabuces, bombardas, pedreros y esmeriles dis-
parados, y una de palos y puñaladas, tajos y reveces, hasta que
al fín el padre de la codiciada canaria, quien como buen pájaro
exijía algo en cambio de su desdoncellada, descubrió áésta
acurrucadita y acondicionada en el fondo de la bodega, y bien
estivados ambos, con su amartelado raptor.
Llegaron ya algo tarde para deshacer el intringues, y el pa-
dre de la robada, con el padre del buque, (Capellán de la es-
pedicion), le echaron: éste, una bendición entre dos latines con
agua salada para remendar el gatuperio; y el otro, una maldi-
ción más grande que el barco, por aquello de que á doncella
casadera, nadie roba su capital si no se deja robar.
A poco andar Don Pedro de Mendoza, hizo desaparecer,
(calumniado como promotor de motines y bochinches), al que en
su enfermedad nombrara su segundo en el derrotero, y envidio-
sos colgáronle caramillo de quererse levantar con el santo y la
limosna. Aunque cuatro capitanes fueron encargados de la
ejecución, de quien había de ser la diestra ofrecida sino del que
ya estaba más diestro en el oficio para el manejo del puñal.
No muchos dias pasaron sin que sin orden espresa despacha-
ra por la suya, en posta para el otro mundo, á uno de sus com-
pañeros que en la primera reyerta resbaló, (por empujonaito sin
intención), á las profundidades. Era uno de los bandidos asal-
tadores en el saqueo de Roma, contra quien sin duda asaltáronle
celos de oficio, ó de que á sustituirle llegara en la privanza de
su jefe
VI
Esto fué solo como la introducción ó ensayo de sus famosas
hazañas, en el nuevo mundo. Puesto el pie en tierra, su mano
manchó el suelo argentino, con la primera sangre humana sobre
él vertida.
Aún no había terminado la quincena de la fundación de esta
ciudad de Buenos Aires, cuando los Querandíes empezaron á
aburrirse de traer diariamente víveres al Real; y, en mala hora lo
elijió Ruiz Galán, como uno de sus acompañantes en la espedi-
cion á que le enviara Mendoza, pues lejos de solicitar provi-
siones, quitó las que encontrara, pegando de paso tremen-
da puñalada al primero que levantó el gallo. Resultado de
esto, los indios mansos y de buena índole que no recibieron mal
á los espedicionarios, empezaron á retirarles recursos, dieron
DE BUENOS AIRES 25
formal batalla campal, asaltaron las naves, les sitiaron é incen-
diaron reduciéndolos por hambre, y á tal punto atocigáronles,
que viéronse obligados á levantar campamento. Los vencedores
de la señora del mundo, asaltantes de Roma, asaltados fueron
por Querandíes en cueros.
Fué la de Don Pedro de Mendoza, la más grandiosa espedi-
cion que arribó al Plata, conduciendo en sus numerosas embar-
caciones, más de dos mil quinientos vipedos, y setenta y tantos
cuadrúpedos, entre yeguas y caballos. Pero, si estos poblaron,
á poco andar, de inmensas bagualadas las desiertas pampas, los
vípedos fueron reducidos por el fuego, el hambre, la guerra y
la peste, pereciendo con ellos un hermano de leche del Empe-
rador Carlos V, y otro de carne y huesos de Santa Teresa de
Jesús.
Entre las calamidades que desbastaron la reducida colonia,
Sebastian no era la menor.
A los cuatro años, Mendoza se reembarcó con sus cuatro-
cientos elejidos, en busca de mejores campos.
El Capitán Galán, primer tirano de esta tierra, quedó
á cargo del Real de la nueva colonia y de los navios de ul-
tramar, no tuvo que vacilar en la elección entre sus ciento se-
tenta valientes, y nombró como verdugo del reducto, ó primer
Ministro, á Sebastian.
Ya por entonces, dilatádose había su siniestra celebridad,
tanto en el combate del Riachuelo, como en el asalto de las na-
ves, ó en la matanza de Matanzas, á orden del capitán Lujan, que
dio nombre al río, distinguiéndose masque por la defensa de
sus compañeros, por la ligereza de sus manos, en lo de despojar
á propios y estraños, así muertos como moribundos.
VII
Para algo viniera al nuevo mundo aleccionado con los buenos
ejemplos de sus superiores, en el saqueo de la ciudad santa; y,
no era cosa de respetar más las tolderías non-santas.
Estenuado por el hambre y la miseria, los abandonados po-
bladores, las penurias del campamento acrecentaban.
Cierto dia de frió y de escasez, al caer la tarde, lluviosa y
de ventolina, por la senda que conducia á la bajada, subía una
mujer tiritando, que pidióle un bagre recien prendido en el an-
suelo de Sebastian. {Cuándo la necesidad, la suprema caren-
cia no fué incitativo á la prostitución!
«Tanta hambre siento como tú, le contestó; pero en ñn, fuerza
26 TRADICIONES
es ser galante con las Evas de este desierto. Te lo doy, si te
me das».
La pobre mujer desesperada se abalanza, y arrebatándoselo
come crudo el bagre, sin sellar el trato mal cerrado. Sebas-
tian la demanda, y Galán obliga á aquella desgraciada, páli-
da víctima del hambre, á prostituirse, ó devolver lo arreba-
tado. De este mal fecho provino otro Gómez, que la tradición
recuerda por el fUjo del katnbre^ y cuyos descendientes hasta
mediados del siglo pasado eran dueños del campo de la Cruz.
Llegó á tal punto la miseria, que después de haber concluido
con todas las alimañas comibles y nó comibles, desayunábanse
hasta con las suelas de sus zapatos, quienes los tenían.
I Si habría gazuza en la naciente colonia!
Otro dia, unos pobres infelices desesperados comiéronse el
ultimo caballo restante en la guarnición. Los demás habían
tomado campo afuera verdeando por sus respetos. Solian ha-
cerles cabriolas, y sarcásticas burlas, paseando su gordura con
todo garbo, y mientras los vipedos disminuían por la guerra y
la peste, los cuadrúpedos se multiplicaban en paz y gracia de
Dios. Fuertes y rollizos saludaban con relinchos de alegría salvaje
á los soldados, que no podían cazar caballos á pie. Así que-
daron los inteligentes animales, señores de la pampa, y de
aquellos señores hambrientos, quienes habíanles traido para do-
minar el desierto.
Descubierto el hecho, el Gobernador condenó á la horca á
los tres soldados del gatuperio, y Sebastian hizo su oficio. Hizo
más, á la media noche acercóse al racimo humano, y se comió
mal suasada, la nalga menos magra.
Al que se manducó un caballo, le ahorcaron, y á quien se
comió al ladrón le toleraron.
Era el hombre de confianza del jefe, su mano derecha para
toda ejecución. ¿Cómo había de quedar manco ?
Rodeado estaba de guardias é imaginarias el recinto fortifica ^
do, y la línea de centinelas burlada fué en oscura noche, po^
una mujer que desesperada, prefirió ser inmolada entre salvajes»
á seguir sufriendo las torturas inaguantables de esa muerte lenta
y llena de dolores.
Después de algún tiempo esta primera cautiva fué recuperada,
por partida esploradora. Galán, más animal que los animales
que la respetaron, condenóle, pues nadie podía salir sin licencia,
mandándola abandonar más lejos, y fué Sebastian quien la con-
dujo bajo el ombú del primer arroyo.
DE BUENOS AIRES 2/
La tradición refiere que la mísera Maldonado (de quien to-
mó ese arroyo nombre), arrojada alas fieras, salváronla éstas;
y que un hombre de corazón de tigre, vencido quedó por leona
de corazón humano.
Al otro dia, los descubridores del campo, encontraron una
hermosa leona con sus cachorritos rondando sin hacerle daño,
y conmovidos restituyéronla al fortín.
VIII
Descollando Sebastian por su bandalismo, desde asistente de
Mendoza, recorrido había sin tropiezo toda la senda del crimen.
Empezando por jugar á la taba su soldada, siguió emborrachán-
dose para evitar el castigo de las armas empeñadas. Reco-
bradas éstas, peleó con ellas á los que le burlaban en una otra
borrachera; y, del juego á la embriaguez, y de la riña á la lu-
juria, las exigencias de sus queridas le incitaron á la rapiña, al
hurto, y para ocultar éste en el mayor silencio, el robo le pre-
cipitó al asesinato»
¡Cuan cierto es que en toda senda el primer paso es el que
cuesta!
Derramada la primera sangre, todo el campo se le hizo
orégano, y el estileto ñié su ganziüa inseparable para abrir y
cerrar, así puertas como corazones.
Lo hemos visto recorrer parte de su vida de bandolero allá,
sin olvidar sus malas mañas durante el largo trayecto,— y del
modo que perfeccionó la carrera de crímenes en el nuevo-
mundo.
cPero
«Todo se paga en este mundo, todos
Los males que cometemos en el suelo,
Cuando no es en la tierra es en el cielo.
Cuando no es á los hombres es á Dios ...»
Prematuramente estenuado por tal vida de relajación, que-
brantado, vencido, pasó toda su existencia de crímenes y
crápula, entreviendo aterrorizado los abismos en que sus pro- .
píos vicios le sumerjían.
Postrado por la fiebre, la peste de viruela en Buenos Aires
le dejó tuerto, y empezó tan rápidamente su decaimiento
que yá sin ánimos para nada, bien pronto cayó de la gracia
de su tirano, cual mueble inservible que se arroja lejos.
Refujiado en la borrachera como último quita-penas, cierto
28 TRADICIONES
dia que bamboleando y haciendo eses por una de las muy fre-
cuentes que tomaba, resbaló del puente de la Caravela, cayendo
en la Boca del Riachuelo, sacáronle medio ahogado y con una
pierna rota.
Aquel baño forzado en el rigor del invierno, refrescóle un
poco la sangre, y prometió no beber más. Promesa de borra-
cho, no mejor cumplida que la anterior, yá dos veces á
un paso de la tumba habia hecho propósitos de enmienda.
Pocos dias trascurrieron y podía apenas con muletas recorrer
los alrededores, cuando saliendo del bodegón de la Cantinera,
volvió á sus primeros traspiés. Un su viejo amigo, afeábale
cobardía ante el vaso del rojo, y para probar lo contrario, de
una á otra convidada fuese hasta perder el sentido.
Borracho como una cabra dormía la mona á la sombra del
único ombú erguido en la punta de la barranca de San Telmo,
y sin aviso previo, trueno gordo retumbando espantosamente
le despertó, dejándolo sordo de un oído para toda la ciega.
Tomó esa descarga eléctrica como inmediato aviso del cielo,
y el rayo que tocó la oreja tocóle también un poco el corazón,
Recorriendo, á los últimos vislumbramíentos de una concien-
cia adormecida, su existencia que era toda larga página negra,
encontróse sin perdón, é intentó echarse al agua.
Mas, yá encenagado en el vicio, debilitado por la relajación,
á este hombre de tanta enerjía no le quedaba ni la suficiente
para acabar con sus penas.
Un dia acertó á aconsejarle el capellán del reducto, y más
que sus buenas palabras, el resultado de sus malas acciones,
que en abundancia cosechaba, abrieron un poco con la luz del
relámpago su espíritu entenebrecido, llegando á entrever quizá
por el camino del arrepentimiento y la penitencia, el supremo
perdón.
Mucho tiempo vivió perseguido y atormentado entre negras
fantasmas de crímenes sin cuento, y aquella primer puñalada
cuya sangre salpicó su rostro, y el último grito dQ ese otro
camarada que en acalorada disputa arrojó al mar, y aquella
pobre mujer á quién obligó á prostituirse por el hambre, cua-
dros eran, escenas y lamentos inapartables de su vista y de su
oído.
Tuerto, cojo y sordo, decaído de ánimo y de fuerzas, su triple
desgracia, más que los buenos consejos del Capellán, llevóle al
arrepentimiento por la senda de la reparación.
Oh! como la sombra al cuerpo, sigue el remordimiento al
criminal 1
Entonces, á pesar de sus enfermedades y achaques, revivió
/
DE BUENOS AIRES 29
un poco su postrera enerjía, tratanto de sembrar tanto bien como
males derramara en la naciente colonia.
Y llamáronle el arrepentido, las buenas almas. Anacoreta
fué, que de Sebastian el bandolero, convirtióse en ermitaño
ejemplar; recordándose después de sus dias el retiro al que había
retirádose á llorar sus culpas, por la «Ermita de San Sebastian».
IX
Hé aquí la verídica historia con todas sus luces y sus som-
bras, del que dio nombre al Retiro; y aunque la tradición,
lejos está de ser la historia documentada á quien se exije puntal
ó sostén para cada fecha ó fecho, — vaya por apéndice el indis-
pensable parrañto histórico, como testimonio de algunos de los
muchos que en la misma senda que á tal Retiro conduce, nos
precedieron, por el mismo caminito que nos vamos á dormir, si
dormidos no quedaron yá antes lectores de tan enmarañada
tradición
«y se le echaron á la dicha mitad
de frente doce cuadras, de á ciento cincuenta y una varas; y
vino á quedar el mojón nuevo en la cruz grande de la ermita
de San Sebastian, que es un poco más adelante de la dicha pun-
ta, y la dicha cruz se señaló y quedó por mojón en el sitio donde
está», — deletrease en lamas antigua acta sobre rumbos y me-
didas del ejido.
Cuando la cruz se derrumbó fué sustituida por un cañón,
y todavía se lee en la mensura de la ciudad el año 1771
«á las cuatrocientas y cincuenta
varas, que terminaron encima de la barranca grande, se enterró
otro cañón, y desde él se continuó hasta tropezar con los mo-
jones del ejido, que fué un todo de donde está la población de
los herederos de Sebastian Gomes ; dejando otro cañón sobre
la barranca y sitio de la cruz de San Sebastian^ donde acaba el
territorio del ejido».
Y el historiador Domínguez, agrega, al hablar de la estension
que dio don Juan de Garay al ejido demarcado á la ciudad en
1 580: «En el linde del norte había una cruz que se llamaba
la «Ermita de San Sebastian», y estaba situada en la punta de
barranca donde acaba hoy la calle de San Martin».
«Allá en los primeros tiempos vivió en aquellos parajes soli-
tarios alejado de todos, un ermitaño que al decir de las cróni»
cas murió en olor de santidad, y á eso se debe que en aquel
30 TRADICIONES
entonces llamaran el Retiro á los terrenos donde habia buscado
su aislamiento ese desengañado del mundo».
El señor Pillado, autor del párrafo anterior agr^a: «que el
milagro de Sebastian consiste en que su retiro haya prevalecido
sobre todos los nombres con que aquel local se denominó.
Hasta la última Guia de Nolte repite: «Antigua tradición
cuenta que en los más antiguos tiempos de los españoles, retiróse
allí un ermitaño, y que de ahí proviene la denominación del
Retiro».
Y puesto que desde el acta de fundación de la actual ciudad,
hasta su última Guía repite lo que Guzman y Guevara, Cente-
nera y Azara, Funes, Lamas, Trelles, Dominguez, Wilde y
Seguróla dijeron, podemos sin temor de pecar repetirlo también.
Retiro se llama^ porque á ta?i retiradas y desiertas barrancas
se retiró á llorar stis culpas Sebastian el arrepentido
X
Tres siglos y medio há que cuando el sol salía tras del Plata
sereno y majestuoso, su primer rayo iba á dorar la tosca cruz
sobre la cumbre, alumbrando á la vez tocante escena en me-
dio á las soledades de aquel páramo.
Un hombre en contricta oración, arrodillado á su pie, elevaba
fervorosa plegaria implorando perdón y las bendiciones del
cielo para la naciente colonia, cuyos primeros humds matinales
la envolvían en albos ropages.
Desde la punta de San Sebastian, vastísimo panorama se des-
cubría.
Esa inmensa sábana de agua, tenuemente sombreada por li-
geras nubes sonrosadas, en medio á dos inmensidades, contrasta-
ba entre niveos contornos del oscuro azul del río y el celeste
purísimo de nuestro firmamento.
Amarillentos pajales esmaltaba la verde planicie, que el aves-
truz montarás ó el gamo ligero cruzaba en su fuga.
Raras veces las primeras blancas velas que remontaban, ó
descendían del Paraguay, como fugitivas imágenes de la espe-
ranza, animaban el desierto paisaje.
Pero ya al asomar el sol ó despuntar la pálida Ina, hermosa
y consoladora, como una promesa de Dios, el pecador arrepen-
tido, en perpetua oración ante la cruz le encontraba allí, así,
la primavera al revestir de nuevas flores la campiña, como
el aterido invierno, cuyos rigores no detenían en sus obras de
caridad, á pesar de sus achaques, al anacoreta de la «Ermita
del Retiro».
DE BUENOS AIRES 3 1
LOnESEnA
FUNDADORES DE BUENOS AIRES
1580
A mi amigo el popular novelista D. Pedro de Alarcon
I
El miércoles once de Junio de mil quinientos ochenta, ama-
neció en ésta, nublado^ de melancólico aspecto, como fria mañana
de invierno.
Dilatándose la mirada sobre inmensa planicie perdíase en
cardales sin fin, descubriendo campos desiertos, sin vida ni
movimiento.
Sobre claro-oscuro horizonte, destacábanse confusas dos ó
tres sombras, vagando de uno á otro lado; ora se fundían en la
densa cerrazón, ó rasgada ésta á trechos, agigantábanse en pe-
numbres indecisas.
Verde selva extendía cortinaje de aromeros, en la ribera,
esmaltando sus flores de oro encaje de blanca espuma arrojado
por el Plata, y las copas azules de espinosos cardos corona-
ban agrestes barrancas revestidas de silvestres margaritas.
Fué por una de esas laderas del Sud, en cuyo trayecto apenas
se encontraba vestigio de población del primitivo puerto «Santa
María de los buenos aires», que en la mañana de aquel dia sin
32 TRADICIONES
sol, subía audaz explorador, acompañado por pequeño grupo de
animosos soldados, resuelto á fundar permanentemente la ciu-
dad de la «Santísima Trinidad», así denominada, por la conme-
moración religiosa en tal fecha.
La gredosa cuesta, sin senda ni camino, pegajosa á causa de
la humedad, ocasionó más de una costalada ; y como á mitad
de ella, el jefe del pelotón de vanguardia resbaló, cayendo sobre
una piedra hasta allí rodada, sin duda, de los cimientos del pri-
mer fortin. Afirmándose en ella, repitió la frase del César :
«Tierra, ya te tengo asida»; agregando: «Sobre esta piedra edi-
ficaré mi ciudad» .
Cumplió como bueno su promesa; pero, en toda la actual ciu-
dad una sola de sus piedras no recuerda á su fundador.
Por lo alto de la barranca, adelantábanse dos de los explo-
radores, seguidos de otros con cuerdas y estacas. Caminaban,
se paraban, iban, venían, observando y escudriñando todo,
estudiando detenidamente los accidentes del terreno.
Uno hablaba y el otro apuntaba en el pergamino, lo que decía
su compañero.
«Elevaremos aquí el estandarte del real, allá la cruz, más allí
el árbol de justicia, y sobre la barranca más alta las tapias del
reducto».
En esos lugares, que marcan los primeros pasos de la funda-
ción, levantáronse después : el antiguo Fuerte, la Catedral me-
tropolitana, las casas consistoriales, y bajo el Cabildo, la
cárcel.
Siguióse la traza proyectada en el plano, y el alarife y el pi-
loto de la única nave, continufu*on sirviéndose de la cuerda; mi-
diendo á pasos, clavando estacas y elevando montículos de
tierra, dejando así delineado un paralelógramo de dos mil cua-
trocientas diez y seis varas de base, con frente al río, y mil tres-
cientas sesenta de fondo al Oeste, dividido en manzanas iguales
de ciento cincuenta y una varas.
En el centro y por la parte del río, se designaron dos manza-
nas para la plaza, levantándose la fortaleza en la lengua de
agua, como dejamos dicho; subdividiéndose las demás en cuatro
partes, una para cada explorador, á más de la chacra y suerte
de estancia correspondiente, é indios y caballerías que más tarde
se les repartieron.
Designáronse tres manzanas para la iglesia mayor (hoy cate-
dral), y, conventos de Franciscanos y Dominicos, — unapara hos-
pital, y las restantes al reparto particular mencionado, dejando
baldías algunas de las que por la parte exterior cerraban el
t)E BUENOS AIRE^ 35
Cuadro limitado hoy por las calles de Estados-Unidos, Temple,
Salta, Libertad y la ribera.
La nueva población quedaba asentada sobre una colina suave-
mente ondulada, cuyas pendientes llevaban las aguas á las dos
cañadas que han sido encerradas en los terceros.
Extendíase el ejido desde la piedra fundamental encrucijada
hoy, de las calles San Martin y Rivadavia, doce cuadras al
Sud, y doce al Norte, con una legua de fondo, hasta el bajo de
Palacios, por el Oeste.
II
Como á eso de medio dia, al enterrar la piedra del tropezón,
trasportada por Bernal y Rodrigo, primeros medidores y amo-
jonadores juramentados, disipando la bruma, un rayo de
sol descorrió el opaco velo, que la húmeda neblina gris exten-
diera, envolviendo todo en luz esplendorosa, que reanimando la
naturaleza descubrió á las miradas sorprendidas el más es-
pléndido paisaje.
Cayeron de rodillas los actores de aquella muda escena, en el
desierto, implorando las bendiciones del cielo para la naciente
población.
Grandioso, sin la ondulación de una ola, ó la sombra de una
nube, el Plata en toda su majestad, desarrollaba á lo lejos su
azulado espejo. Por el lado opuesto, otra planicie, de un pre-
cioso verde esmeralda, formaba magnífico contraste, completan-
do tan hermoso cuadro la inmensa bóveda celeste, bañada de
brillante luz.
Por todas partes limpios horizontes, barrancas ondulantes, y
allá hacia el Sud, el «riachuelo del Socorro de las canoas», cuyo
canal de entrada aproximábase más á la primitiva fortaleza.
Y sobre su salida, la de los Quilmes, y más arriba, la punta
de la Ensenada de Barragan, en los límites lejanos, al avanzar
hacia la Colonia de la vecina ribera. Aquella curva presentá-
base como la más adelantada de la extensa herradura de bar-
rancas, en el vasto estuario que por el opuesto extremo hacia
el Norte, semicircula enmarañada formación de islas, al través
de cuyo delta derraman por cien bocas el Paraná y el Uruguay
sus corrientes á formar el Plata.
Todo este magnífico paisaje de agua reflejaba el no menos
bello de tan hermosa tierra. En su altura principal se desta-
caba aislado y corpulento ombú, como rey de la pampa,
brillando el sol, en los bajos sobre lagunas pequeñas cual en es-
cudos de plata esparcidos por el campo tras precipitada fuga.
34 TRADICIONES
Donde humeantes penachos de fábricas suben hoy majes-
tuosamente, tornasolados por los rayos del sol, dando testimonio
de laboriosa vida en la ciudad colmena, — nada rompía la mono-
tonía del muerto paisaje.
Solo se divisaba uno que otro árbol diseminado por las lomas,
y allí donde surje un bosque de mástiles, entre el verde sauzal
de la boca del río de la Matanza, descubríase erguida y empave-
sada con los hermosos colores de la madre patria, una sola nave,
conductora de \os sesenta fundadores de la ciudad.
Procedieron los recien llegados á nombrar vecinos que ha-
bian de formar el primer Cabildo, designándose á donjuán Pavón
para el puesto de Alcalde de primer voto, á Don Tomás de
Castro de segundo, y regidores á Don Francisco López Rin-
cón, Don Antonio Ayala, Don Fernando de Molina, Don
Juan de Orué, D. Gaspar de Quevedo, D. Luís de Hoces, D. An-
tonio de Monte Herrera, y D. Tomás Armenteros. A D. Juan
de Santa Cruz confiésele el cargo de alguacil mayor, y á D. Ro-
drigo Villalobos el de procurador; llegando muchos de los nom-
brados, pocos dias después con la gente venida por tierra desde
Santa-Fé.
Así quedó trazada, y constituidas las autoridadas, de la ciudad
de la Trinidad, posteriormente solo conocida por el nombre de
su puerto, originado, como es sabido, por la exclamación de
Sancho, cuñado de Mendoza, al pisar tierra: — «Que buenos
aires son los de este suelo>I
III
I Quién era aquel osado capitán que se atrevía con tan re-
ducido número, á empresa tal, en la que escollara el mis-
mo Mendoza con la numerosa expedición de 2,500 hombres
venidos al Plata en catorce naves, cuando aún los indígenas ca-
recían del caballo de guerra, que asombrosamente reproducido
en sus pampas, servía después para hostilizar á los expedicionarios
llegados en pequeña nave y unas cuantas canoas ?
El bravo vizcaíno D. Juan de Garay, seguido del Adelantado
Martel, y hasta de sesenta mocetones, reunidos bajo el estandarte
de conquista levantado en la Asunción, para dilatar el país que
el cristianismo venía á civilizar.
Pobre, aunque de noble familia, nacido en Bilbao, adivinábase
en su carácter leal, enérgico y honrado, á un vizcaíno de raza
como su compañero Irala.
t)E hUENOS AlRES 35
Poseía, sin duda, más corazón que cabeza, más acción que
cálculo ó reflexión, pero á sus esfuerzos y á los de sus compañe-
ros debióse en gran parte la conquista de la región del Plata.
Desheredado de la suerte, el esforzado aventurero al llegar á
su mayoridad, resolvió embarcarse á buscar fortuna en el nuevo
mundo, trayendo por todo capital, una carta de recomendación
para el Gobernador de la Asunción.
No sabiendo éste qué hacer del inesperto joven, le nombró su
secretario; pero aquél, más inclinado á conquistar con la punta
de su espada, nuevas poblaciones que extendieran los dominios
de su rey, que á registrar planillas mal llevadas de encomien-
das y reparto de indios, {Preocupábase bien poco de la secreta
ría encomendada.
Una tarde primaveral, reflexionando sobre la manera de dar
amplio vuelo á su espíritu emprendedor, paseaba entre los
bosques del Paraguay, por la hermosa senda de naranjeros del
Lambaré, cuando creyó percibir extraño rumor, como eco de
comprimida algazara, llegado espirante, á intervalos, por rá-
fagas.
Trepa sobre elevado árbol, y divisa no muy lejos, en el valle
rodeado de monte, numerosa indiada, esperando, indudablemen-
te, las sombras de la noche para llevar el asalto.
En vez de escapar al peligro, no retrocede. Reúne los veci-
nos más inmediatos, manda aviso á la Asunción, y con escaso
grupo, sorprende á los mismos que preparaban sorpresa.
Repuestos los indios de la confusión introducida en sus filas,
en la lucha á arma blanca, próximo estaba Garay á sucumbir
por el número, cuando entre el abra del bosque asomó el refuer-
zo pedido, y los payaguás huyeron despavoridos á refugiarse
tras lejanas montañas.
IV
Así inició sus proezas el valeroso soldado, que con solo un
grupo de valientes funda pueblos, dilata fronteras, conquista
el desierto, y con suave proceder y atrayente palabra somete
más indios que otros con bombardas y arcabuces.
Pero secreta voz resonábale interiormente repitiendo jaudacia!
que el mundo es de los valientes, y así con pocos de éstos se
lanzó á conquistar un mundo.
Nombrado por el Gobernador de la Asunción, capitán para
adelantar la conquista con nuevas poblaciones, y designado
luego como albacea y tutor de su hija por el Adelantado
Ortiz de Zarate, consiguió finalmente que Torres de Vera
36 TRADICIONES
esposo de aquella, le invistiera interinamente en el propio ca-
rácter de Teniente Gobernador y Capitán General de todo el
país por sus esfuerzos conquistados.
Así desde Chuquisaca, desde el Paraguay, y la frontera del
Brasil hasta Buenos Aires, nadie en menos tiempo extendió
tan rápidamente la fama de sus hazañas.
En las márgenes del Paraná y del Uruguay, del Plata y el
Paraguay, quedó profundamente impresa la huella de su planta
civilizadora, y Buenos Aires, Santa Fé, Villa Rica, Jerez, no
fueron las únicas poblaciones donde sembró y supo hacer fe-
cunda la simiente de civilización.
Más que por sus armas, triunfó por su firmeza y constan-
cia, empleando tanta energía para vencer al célebre caudillo
Oberá en los yerbales del Paraguay, como ardides y sutileza
infinita para desbaratar desde Chuquisaca las intrigas del Virey
de Lima, quien pretendía impedir el casamiento de su pupila,
con persona decidida á fomentar la conquista del Río de la
Plata.
Casó Garay en la Asunción con Dofta Isabel Becerra; y al
morir en la sorpresa de Punta Gorda, Diamante, dejó desposadas
á sus tres hijas: la primera con D. Gerónimo Luís de Cabrera,
quien fundó á Córdoba el mismo dia de San Gerónimo en que
Garay fundaba Santa Fé, (1572); la segunda con Vera, fundador
de la ciudad de San Juan de Vera de las siete Corrientes, y la
tercera con D. Hernandarias de Saavedra; habiéndose casado
antes su primogénito, D. Juan (hijo natural), con la hija de Don
Cristóbal Saavedra.
La antigua familia de Tejada (en Córdoba) desciende de una
Garay.
Ninguno de los exploradores conquistó á la civilización más
extensa zona, ni nombre más brillante y menos sangriento apa-
rece en los anales de la conquista.
Valiente, astuto, humano, no obstante haber ilustrado su
nombre con nobilísimas acciones, hoy no se halla aquél inscrito
en sitio digno de sus merecimientos. Para levantar el doble
sudario de la ingratitud y el olvido que hace trescientos años
pesa sobre la memoria del ilustre fundador de esta ciudad,
iniciamos la idea de elevarle estatua que perpetúe su recuerdo.
Triste es, prestándose á desconsoladoras reflexiones, que en
esta tierra donde hasta la generosa colonia italiana levanta
estatuas á sus tribunos, los nombres de don Juan de Garay y de
don Pedro de Mendoza, solo se encuentren en calles aparta-
das, ó en plazas que nadie nombra.
DE BUENOS AIRES 37
Los amigos de las letras, los que se afanan por que no se
amengüe el brillo de las glorias patrias, no negarán su esfuerzo
y su óbolo para obra tal, y su ejemplo será imitado.
Podría nombrar el Instituto Geográfico una comisión de
su seno, y costear por suscricion popular, el monumento, si-
quiera fuera modesto, que recuerde á Garay y á sus sesenta
compañeros cuyos nombres se grabarían allí conjuntamente con
los de las ciudades por él fundadas.
Mientras llega ese deseado dia de reparación, queden aquí,
ya que no se encuentran en publicación de nuestros dias, los
nombres de los esforzados expedicionarios, cuyos brazos abrie-
ron los cimientos de esta ciudad.
V
Vinieron con don Juan de Garay, y el Adelantado Gonzalo
Martel:
Juan Basualdo, Domingo de Iraola, Juan Dominguez, Geró-
nimo Pérez, Juan Ruiz, Diego de Barrieta, Juan Fernandez de
Enciso, Victor Cano, Juan de Carbajal, Bernabé Veneciano, Juan
Martin, Estévan Alegre, Juan de España, Baltazar de Carbajal,
Juan Rodríguez, Antonio Bermudez, Luis Gaitan, Sebastian
Fernandez, Domingo de Arramendis, Antón de Porras, Ochoa
Márquez, Miguel López Madera, Alonso de Escobar, Miguel
Gómez, Alonso Gómez, Miguel del Cerro, Alonso Varejo,
Miguel Navarro de Zayas, Pedro Avalos, Francisco Bernal,
Pedro Luis, Cristóbal de Altamirano, V. Fernandez, Sebastian
Bello, Pedro Franco, Antonio de Higueras, Pedro de Izarra,
Hernando de Mendoza, Pedro Fernandez de Zarate, Rodrigo
de Ibarrola, Pedro de Jerez, Andrés Vallejos, Pedro de Ibran,
Lázaro Quiriveel, Pedro Rodríguez, Estévan Ruiz, Pedro de
Quiróz, Andrés Méndez, Pedro Moran, Ambrosio de Acosta,
Pedro de Zayas, Rodrigo Gómez, Pantaleon J. de Medina, Pablo
Cimbrón, Pedro de la Torre, Antonio Roberts, jPedro Hernández
y Gerónimo Núflez.
Don Juan de Garay, seguido de su docena de tocayos, y otra
de Pericos, completando sesenta valientes, obtuvo lo que su
precursor, nó Juan como el de Cristo, sino otro Pedro, no había
conseguido con toda una numerosa escuadra y la decidida pro-
tección de Carlos V.
Nadie como Garay, conquistó con menos hombres, tan vastos
dominios, y así, con solo los elementos que reunió su genio
emprendedor, fundó la primera ciudad de Sud-América.
Adviértense en los nombrados, apellidos que han llegado hasta
38 TRADICIONES
nuestros días, y algunas de las familias de Pérez, Gómez, López,
Rodríguez, Hernández, reconocen por sus primogénitos á los
fundadores de esta ciudad, como la de Fernandez, de donde
proviene el popular congresal don José Fernandez, benefactor
de la Boca.
Dentro de breves años, aquellas pobres tiendas levantadas
sobre la pintoresca barranca, habránse suplantado por sesenta
mil edificios, y la naciente población de sesenta expedicionarios
contará dentro su recinto seiscientos mil habitantes.
Y cuando curioso viajero investigue, cuál es la obra y cuáles
los méritos del honrado vizcaino don Juan de Garay, por los
que se le haya levantado la estatua que proponemos, cualquier
tradicionista más feliz, podrá contestar: » De pie sobre la pie-
dra fundamental de esta ciudad, girad vuestras miradas por
todos lados, y cuanto abarca, y más aún, el resultado es de su
obra, fruto de la simiente de civilización que arrojó aquí tal dia
corno hoy, en que pedimos un recuerdo para sus hazañas.
Miércoles 11 de Junio.
DE BUENOS AIRES 39
HEENüNDaiAS
Tradición de 1626
Sefior Doctor Carlos Saavedra Zavaleta
I
Viejo, amarillento, rasgado y con más arrugas que papel de
estrasa, tanto así, carcomido de polilla por un lado, como de-
nunciando decrepitud por todos, tendido sobre la mesa, pues
á niños y á chochos mimados la posición que más acomode —
se permite, es el anciano amigo que consultamos, quien ya
anda cerca de sus trescientas navidades.
— jAve María Purísima! ¿de qué Matusalén nos vá Vd. á
hablar? contestó uno de los oyentes.
— De éste, á quién si casi se le ha extinguido el oído y la
vista, sus lineamientos y su buen color, como si dijéramos la
tinta de su cutis, perdido no há del todo la memoria^ ó huella
de sus buenos pasos. Trazas dejó en calles, plazas y arra-
bales del papel por él desempeñado en la primera planta de
Buenos Aires, ó con más propiedad, en la segunda, pues yá
sus recuerdos no alcanzan á lo que en la ciudad de Mendoza
sucedió.
Ciudad fué esta, si nombre de tal pudo darse, al agrupamiento
de líjeras chosas rodeando el Real, circundado de tapiales en
barro, que apenas contó un lustro.
Sabido es, como los traviesos querandíes, en noche de vento-
40 TRADICIONES
lina prendieron las techumbres de paja, arrojando sobre impro-
visadas cercas, bolas perdidas con manojos inflamados.
Y dejando para otra tradición la de aquellas humildes habita-
ciones de paja y barro, abuelas en línea recta, ó primogénitas de
nuestras confortables moradas, paréntesis históricos abriremos,
satisfaciendo en el corolario la natural curiosidad de cómo hemos
podido conservar sin romper pajita por tanto tiempo, este viejo
y verídico amigo, hoy que la amistad á la moderna dura tan
poco.
II
Apasionamientos históricos ineludibles hay, de que no po-
demos prescindir ó desacirnos á su contaminosa influencia.
Garay y Hernandarias al principio y fin de la conquista, como
Vertiz y Liniers, en los estremos del Vireynato, santos son de
nuestra devoción, á quiénes, no solo vela, sino hacha, hachón y
luminaria perpetua encenderíamos de buena gana ante sus imá-
genes.
Lástima que, á pesar de tantos milagros y buenas obras como
hicieron, no se les haya levantado estatua, por más que cada
once de Junio recordamos en gruesas letras de molde los méri-
tos que para ella tiene el olvidado fundador de esta ciudad.
Hernando Arias de Saavedra, descollante benefactor en la
Asunción como en Santa-Fé y Buenos Aires, fué el primer criollo
que tuvo mando en su tierra, y por el Rey como por sus vecinos,
por elección y reelección, quién sus treinta más floridos años,
llegó á gobernar.
Aunque su cuna se meciera en las agrestes selvas del Paraguay,
por una y otra línea su ilustre alcurnia remonta bien alto,
llegando á entroncar con la segunda, el más grande escritor
de nuestra lengua.
Pocos años antes del nacimiento del héroe de esta tradición,
aquel sublime manco de Lepanto solicitaba plaza de alcabalero
ó cosa parecida, en las reales cajas de Potosí, desairado por
su mala letra, no obstante por ella resplandece hoy en las de su
tierra el libro de la clásica literatura española.
Acertado anduvo el ignorante Rey, menos recordado que
Cervantes y Saavedra, en no encontrarlo bueno para alcalde
de Potosí, — él se encontró mejor para legar á su patria un libro
inmortal.
De seguro no hubiera nacido cDon Quijote», donde la plata
se cría; pero, aquel libro, por lo menos produjo en sus miles de
ediciones y traducciones, otros tantos millones para los espa*
ñoles, como el célebre cerro que le desdeñara.
\
DE BUENOS AIRES 4 1
Y Hernando de Saavedra no acabó su ilustre descendencia
en el Comandante de Patricios, Primer Presidente de las Provin-
cias Unidas, y verdadero Padre de la Patria, pues que á sus es-
fuerzos nació la patria nueva. Siguió á éste su último hijo, uno
de los más progresistas Gobernadores de Buenos Aires, y entre
sus nietos descuella la esbelta figura del doctor Carlos Saavedra
Zavaleta, por su caballerosidad y carácter, uno de los más nobles
tipos de su generación ; y todavía vastagos de aquella progenie
se extienden así por Chile, como por el Paraguay y la América
toda.
Allá por los aflos de 1560 vivía algo á las afueras de la
Asunción, humilde familia de cristiano viejo, que padre, madre
y un solo vastago componían.
Endeble y espigadito, este último larguruchóse de pronto,
y temiendo sus padres por su vida retiráronse un poco tierra
adentro, y cuando precisados eran á bajar á la ciudad, de la
laguna, sin entrar quedaban por las quintas de la Recoleta.
En todas las ciudades del nuevo mundo llegaron del viejo
pisando talones á los conquistadores, muestritas ó ejemplares
de cuantas comunidades rebosaban en la Metrópoli, y así vi-
nieron Franciscanos, Dominicos, Mercedarios, como Agustinos,
Betlemitas, Juandeodanos, por lo que desde Méjico al Plata
tropiézase con las tres primeras, en el referido orden ubicadas.
Pero como el seráfico Solano entreteníase por entonces en
aquellas agrestes comarcas adoctrinando naturales á son de
música, recolección de franciscanos fundado aún no se había
en ésta, y donde hoy es la Recoleta se extendían los frondosos
naranjales, bajo cuya fragante sombra crecía el débil niño que
llegó á ser el más grande hombre de su tiempo, por estas
regiones.
Bien pronto, pasada la edad ingrata, su intelijencia y su cuer-
po al par robustecieron tomando su organismo resistencia y
rectitud tal, que pudo de él decirse:
€ Gentil como una palmera
De las que nacen en su país».
Y esa esbelta planta de raza, llevó siempre adelante sin do-
blegar su paso, su nombre, hasta sus trescientos años en sus
sucesivas generaciones. Nuestro ilustrado condiscípulo á quien
la presente tradición dedicamos, digna muestra es de ello,
42 TRADICIONES
III
Y hoy que están á la moda los viajes al Paraguay,
y que toda niña á la misma guardar tiene alguna tosesita de
invierno para ir á dejarla bajo los bosques de aquella ardiente
zona guaraní, trayendo como amuleto sobre su delicado pecho
los más ricos ñandutíy — recordaremos el más grande paragua-
yo que dejó rastro de su paso sobre aquella tierra.
Y qué tierral Fecunda tierra de promisión la llamó el
autor de las Misiones, y por eso fundó allí su República
modelo. Hasta en el aire brotan flores, como la flor del aire,
y su fertilidad es tal que, refiere el último agrimensor venido de
los bosques de cedros en Jesús, haber hecho su regreso si-
guiendo sendas de espigas de oro, brotadas de los granos caídos
de los cargueros. En el corto tiempo de mensura había germinado
un maizal.
Su flora, su fauna, su clima superior es á todos los que le
rodean. No por otra razón se viajan cuatrocientas leguas hasta
el centro de la América en su busca.
Qué buena tierral y sobre todo tan barata, que se adquiere
por nada, por menos que nada.
Prueba al canto la eterna reclamación Linch, exigiendo como
suya, yá no la mitad del Paraguay, sino todo entero, con
cuantos hombres y cosas guarda. Le pertenece por derecho
divino ó humano, ó por derecho de amor natural.
Así, aquel el más /ré'aWé? fruto de Misiones, descendiente en
línea recta, de los Jesuitas, López, sigue haciendo mal aún des-
pués de muerto, á la tierra que le dio vida.
Sacrificado á su ambición hasta el último de su generación,
condenó á la que seguía, no solo á pagar todas sus deudas,
sino á que hasta sin camisa quedara, no por el mucho calor,
sino por entregar la casa á la Linch, que para eso se había
tomado el trabajo de venir sola, pobre y abandonada, con el
solo capital de su belleza, que bien esplotadita no es chico
capital cuando se llaman Cleopatra, Eugenia ó Elisa quien lo
lleva.
El último López, viendo acercarse á pasos agigantados la
inevitable Parca, y que con él moría el Paraguay , pues la triple
alianza se repartiría sobre su tumba su tierra, que era lo único
que no podía llevarse, pues sus hombres anticipadamente se los
había llevado, — subdividióla en tres zonas, calculando la que
podría tocar al Brasil, la Argentina y la Oriental, escriturando
para los suyos las mejores.
DE BUENOS AIRES 43
Cierta calorosa tarde de su último Diciembre levantándose de
sestiar bajo el hermoso yatay, cuyos flexibles gajos le abanicaban:
— cA ver Centurión! (llamó á su ayudante), en aquella carreta
queda papel sellado que yá ni para taco de cañón sirve, porque
estos macacos del diablo me han clavado el último, dragonee de
escriba, y como buen plumífero sin omitir formalidad ni olvidar
punto ni coma, escriture el Paraguay para la inglesita ésta,
que en tales pellejerías me ha metido por coronarme, nó como
lo hizo con su lejítimo, sino con la doble corona de la ambición
y del martirio.
€ Cuidado no aparezcan como apócrifas las escrituras, ni deje
rastro ó cabo suelto por el que se les vaya á antojar decir des-
pués que no pagó, que bien vale un Perú mi linda Elisa, no
digo un Paraguav».
• •••*••••■•• ««•«•••••••••••••••••••■••••••***■****
Por San Blas! que en la patria de Guaraní de la que es hoy
patrono, encuéntranse sobre todas las cosas, dos buenas: la
fertilidad de su suelo, y la bondad de sus habitantes.
Y si en país tan rico aun vegetan gentes pobres, es por no
tomarse la molestia de enriquecerse.
Ni para qué tener el trabajo de cuidar plata. Verdad, que
al presente no la hay, pues no es déla única región que há emi-
grado, pero hay tierra que sin duda vale más. Si aquella suele
redituar aquí el veinte y cinco por ciento al año, ésta rinde
el quinientos por uno, y en dos cosechas, aun de granos que
nadie siembra ó caen al descuido como anotamos.
El pobre es tan sobrio, que con unos sorbos de mate, ó caña
Paraguaya y pocas naranjas, en la patria de las mismas, satis-
fecho queda.
Fué de aquella nación quien dijo no quería ser Dios, pues
no podía contentar á todos, y de cantar á la sombra de sus jaz-
mines regresaba aquel de nuestros poetas que agregara: «la
noche se ha hecho para dormir y el día para descansar9 .
No es tan cierto que en la patria de la siesta sean allí un tan-
tico perezosos. La laxitud del cálido clima, enerva y difunde
el quietismo é inmobilidad de su naturaleza y ésta, es la pere-
zosa.
Después de veinte años, no llega el Paraguay á contar la mi-
tad de los ochocientos mil habitantes que poblaban sus nueve
mil leguas, antes de la desvastacion de López.
Y aún en los restantes, doble es el número de mujeres, que
si éstas trabajan más en la paz, de aquellos murió toda una
generación en la guerra.
Sin brazos, ni dinero sin inmigración ni iniciativa posible, al
44 TRADICIONES
mejor se la damos, qué puede hacer un pueblo sumiso de suave
índole, dócil, apacible, serióte," taciturno y desconfiado, y la
verdad que tiene porque serlo, tanto fué esplotado.
Llegaron primero los conquistadores, y á sangre y rigor se
llevó la conquista, y en mitas y encomiendas repartióse la
mitad de sus habitantes.
Después los jesuítas con el cuento de que habían descubierto
la República Cristiana, según modelo directamente del cielo en-
viado por Loyola, y tan bueno salió el invento, que convirtió
al hombre en autómata, matando su inteligencia. Así malos
esplotadores desvirtuaron la humanitaria iniciación de Hernan-
darias.
Luego una trinidad de tiranos, blanda masa encontraron en
pueblo de tal modo preparado para sacrificarlo á su ambición,
y de puro patriotismo por salvar la patria se comieron los pa-
tricios.
Triste destino el del sufrido pueblo paraguayo!
Su aprendizage lo ha hecho á hierro y fuego, pero ya ha
pasado el calvario y más risueños horizontes clarean, mejores
tiempos empiezan y en una tierra donde su legua se vende por
lo que en cualquiera otra parte vale uno de sus cedros, cuando
solo faltan brazos que en otras zonas sobran, no puede decirse
de lejano porvenir.
Su raza, de natural ingenio es dócil en la paz y valiente
en la guerra. Pero en región donde hasta sus caminos andan,
cruzada de rios, el hombre no puede quedar inmóvil como sus
palmeros, sino flotar como sus cedros arrastrados por las cor-
rientes civilizadoras que engrandecen la patria.
La actividad es la vida, es la prosperidad y la riqueza.
El Paraguay abre hoy sus puertas á la inmigración, ya no
cree que para enriquecer los que vienen preciso es empobrezcan
los que están. La riqueza es el trabajo y la actividad lo pro-
duce. Cegar hombres como talar campos, no enriquece á
nadie.
El último López, el más cruel de todos sus tiranos, llevó á este
pueblo sumiso y valiente, hasta el borde del precipicio, aluci-
nándolo en la defensa de su independencia, á la que nadie
atentaba. En comprobación de su buena índole y como resto
de las antiguas veinte cuatrias que formaban sus primitivos ca-
bildos en la patria de Hernandarias todavía se llaman hambres
buenos para fallar en justicia en lugar de Jueces en derecho.
La profesía de su primer profeta Tamandaré, se cumple y
desde la hamaca en que perezosamente se mecen, sin agitacio-
nes, sus pacíficos moradores con poco satisfechos, pasan vida
t)E BUENOS AlRÉS 45
tranquila que ven deslizar mansamente como las claras aguas
de sus arroyos a la plácida sombra de sus bosques siempre en
flor.
Cuan cierto es que el principio de la felicidad humana está
en encontrarse con poco satisfecho
Pero observamos que, el aparte, demasiado nos aparta de la
tradición, introduciéndonos en la actualidad.
IV
Un dia de Abril, allá por los años de 1591, reuníanse bajo
el árbol de justicia los más influyentes vecinos de la villa
transportada del Lambaré, que con el andar de los tiempos á
ser llegó Capital de la República del Paraguay, y asiento
por entonces de la gobernación del Rio de la Plata. Ellos
nos dieron la primer leccioncita en cuanto á elecciones popu-
lares, hoy tan en desuso.
Era por entonces Oidor el experimentado legista don Juan
de Vera y Aragón, cuarto adelantado del Paraguay, á quien
sordo habían dejado las repetidísimas reyertas entre curas y
sacristanes, y revolutis sin fin, en que así engrillaba un Obispo
al Adelantado, si éste no se adelantaba á pasar respetuosa-
mente la cadena á los pies de su ilustrísima.
Cansado de tanta trapisonda se retiraba don Juan á descansar
en la Metrópoli. De ella no había llegado el pliego de mortaja
ó sucesión, si bien malas lenguas murmuraban que de propósito
se traspapelara, aunque en realidad, si no había muerto, no se
necesitaba su mortaja.
Fué en esa circunstancia que no acertando sobre quien recaer
debiera la vara de justicia, acordóse el más avisado, de cierto
moceton á quien en más de una vez oído habian despropósitos
á estos semejantes.
El tal paraguayito aseguraba que todos eran iguales; que un
paraguayo y un español eran de la misma masa, y que no había
razas privilegiadas.
Que los payaguás y los guaraníes no tenían obligación de
servir en la mita, ni debian ser repartidos como animales en
encomiendas por manadas.
Que al último de los americanos los mismos derechos asistían
que al primero de los europeos.
Y mil barbaridades de este jaez, que aun á los mismos bár-
baros dejaban con la boca abierta.
Más por curiosidad, que por probar en práctica tan singulares
46 tRAÜICtONES
teorías, en aquella ocasión elijieron entre los elejibles á Hernán
Arias de Saavedra, triple nombre por contracción reducido al
de Hernandarias. Y este hijo de la tierra, el primero que subió
al mando en América, á pesar de sus estrañas ideas, y tal vez
por ellas, llegó á ser el más adelantado de los adelantados
del Paraguay,
Ninguno con menos elementos hizo más grande obra, ni
abarcó en ella tan vasto escenario desde el Paraguay á la Pa-
tagonia, pues hasta doscientas leguas de Buenos Aires llevó su
misión civilizadora.
Y si la grandeza de los hombres se mide por la de sus
obras, metan pluma y súmese, si no resulta de más de quinien-
tas leguas de largo éste, que no titubeamos en llamar el más
grande paraguayo de los primeros tiempos,
Enérjico, activo, de iniciativa incansable, americano de na-
cimiento y de corazón, miró como propias las necesidades de
los suyos, velando cual ningún otro por los intereses de sus
paisanos. Fué recien en su gobierno que empezaron á sentirse
bajo suave tutela los desgraciados hijos del Paraguay, quiénes
parece vinieran al mundo con el sello más remarcable del pe-
cado original sobre sus pálidas frentes.
V
Carácter generoso é inquebrantable, cuando por la buena
senda seguía entusiasta en todo adelanto, tenaz en las más ar-
duas empresas, planteó reformas de progreso en todos los ra-
mos, estirpó los abusos y corruptelas de administraciones
pasadas y de cuantas esplotaciones de los europeos contra
los naturales se habian introducido. Fundó pueblos, adelan-
tó fronteras, alentó el comercio.
El bueno de don Hernán, era hombre y medio para eso de
cortar en lo vivo, y así aherrojó esplotadores, como libertó
indígenas de la servidumbre. Cual su nieto don Cornelio,
doscientos años después, tuvo la rara idea de creer que los hijos
de esta tierra eran superiores á las caras pálidas arribadas
del otro lado de los mares, según ellos para civilizarlos, según
éstos para chuparles la sangre ó engordar y enriquecer á sus
costillas.
Y este hijo de un gobernador y progenitor de otros muchos,
llevó continuas expediciones hacia los cuatro vientos del desierto,
dilatando la conquista por todos lados.
Fundaba en la Provincia de Itatí los pueblos de Farey Bom-
t>E BUENOS AlRES 47
bay y Caaguazü y establecía las Misiones, y mientras que por
un lado emprendía el descubrimiento de todo el territorio del
Gran Chaco, por otro se internaba en la Patagonia, dirijién-
dose al Estrecho. Como todo soldado audaz cuyo con-
sorcio con la victoria no es indisoluble, obtuvo triunfos,
sufrió reveces, soportó con entereza los vaivenes de la fortuna
que le fueron varios. Cayó prisionero, evadiéndose después,
y realizando más tarde nuevos triunfos, nuevas empresas,
cuando de la labor del soldado reposaba, como hábil adminis-
trador con acertadas medidas hacía prosperar las colonias na-
cientes.
Fué su constancia y tenacidad quién obtuvo del Rey la
división del Gobierno del Rio de la Plata, Paraguay y el
Plata, para facilitar las medidas requeridas al más rápido desar-
rollo, y sobre todas sus reformas el primero de sus títulos á la
consideración de los americanos es su inicitiva altamente
humanitaria.
A la espada, la cadena y el bárbaro castigo, suplantó la pala-
bra de persuacion, entreabriéndose aquellos sencillos corazones
de oro á espresiones de amor y fraternidad, y de su ejemplo
magnánimo surgió la más importante conquista que admiraron
propios y estraños, pues él fué el verdadero promotor de las
Misiones en el Paraguay con muy distinto móvil que el que las
esplotó
El historiador Dominguez, refiriéndose al primer mandata-
rio americano, agrega: «Propuso á la Corte, Hernando Arias
de Saavedra, el humano pensamiento de reducir á los indios
por medios pacíficos, abandonando el sistema de repartimientos
destructor de las razas oprimidas. Tal indicación fué aprobada
por el Rey Felipe III en 1605, y en consecuencia de esto en-
viados á la Provincia de Guaira los Jesuitas José Cataldino,
Simón Mazcha, Antonio Ruiz de Montoya y Martin Xavier
Urtosun, quienes empezaron sus trabajos apostólicos por el año
de 1609.
VI
Siempre modesto, á la par que enérgico y reservado, jamás
admitía otro tratamiento que el de su nombre. Verdad es,
agrega otro tradicionista, que habiéndolo hecho tan glorioso
valía él solo más que todos esos dictados de que tanto se pre-
cian los hombres desde que empezaron á ser suplementos del
mérito.
48 tRADlCIONES
• Así en el Paraguay como en Buenos Aires, su paso dejó in-
deleble huella en multitud de adelantos y obras de provecho.
Durante los primeros años del siglo diez y siete, tras larga
estadía en Santa-Fé, fijóse en esta naciente ciudad, y es de aque-
lla época el plano cuyo trazado seguimos, hasta que después de
1620 realizada ya la división de los gobiernos del Paraguay y
del Plata, según él la propuso, pues en tan dilatada zona impo-
sible era la atención de uno solo, descendió por quinta vez del
mando volviendo á entrar satisfecho á la vida privada de la
que bien á su pesar saliera por su genial retracción, modestia
de raza que aún caracteriza á sus descendientes.
Hernandarias fué uno de los héroes más ilustres que pro-
dujo la América, agrega un historiador, y por lo esclarecido
que era en la paz como en la guerra llegó á designársele con el
renombre de padre de la patria, á que se había hecho acreedor
por sus méritos y bellos actoe.
Lleno de gloria y de virtudes se apagó la luz de sus bellos
días en la ciudad de Santa-Fé (en 1634) traspasando la fama
de sus buenas obras las fronteras coloniales alcanzó el honor
de que su retrato fuera colocado en el salón de la casa de con-
trataciones en Sevilla, como el más descollante de los Adelan-
tados, distinción que americano alguno obtuvo.
Y ya que no nos sea dable descolgar de aquellos viejos mu-
ros el descolorido medallón, trascribiremos siquiera su ligero
perfil, cual allí le contemplamos un dia en nuestros viajes por la
vieja España.
De plácida fisonomía bondadosa, su aire marcial y conti-
nente altivo, desprendía como su fisonomía cierto aspecto de
gentileza de antigua raza. Su mirada vivaz y penetrante, ya
algo amortiguada por el tiempo, parecía asomar á ella su noble
alma siempre dispuesta á lo bueno.
Alto, delgado, ojos azules, pelinegro, en una tela de más de
doscientos años, lo poco que de su semblante se percibía lo
encontramos en armonía con los muchos rasgos que de su noble
espíritu generoso recuerda la historia de nuestros primitivos
tiempos.
vil
' — Todo eso está muy bien, nos interrumpió nuestro interlo-
cutor. . . , pero, y el amigo de trescientos años, quien ya cum-
DE feUENOS AIRES 49
plido habrá trescientos uno durante tan larga tradición, que se
ha hecho?
— Ah! se nos quedaba en el tintero . .Pues ese buen ami-
go de cariacontecido semblante por las huellas que sobre él
dejara el paso de los años, es, ó más bien, son restos de un
antiquísimo mapa de Buenos Aires y el Paraguay, para la di-
visión de su gobierno, groseramente trazado por orden de Her-
nandarias en un pedazo de viejo pergamino, por lo que dijimos
que nuestro anciano amigo era de cara apergaminada.
— Pero, también agregasteis que había perdido el color, la
vista, pero no la memoria, porque suponíamos un matusalén
de carne y huesos.
— De carne y huesos fué, por más estrafto que os parezca,
que vicho viviente soñara aquí en esta América doscientos años
antes de nuestra emancipación, y cuando todavía ni en Ingla-
terra, un siglo antes que en Francia, surjiera un Cranwell con la
originalidad de descapitar su soberano, (para como niño curioso,
ver qué tenía por dentro y probar que los Reyes eran de la
misma carnadura que sus subditos.
Y ese hombre que hablaba ahora trescientos años envíos
bosques de América, de la igualdad de los hombres, de los
derechos de los pueblos, de la extirpación de la servidumbre
de la educación de las masas, del trabajo libre y pamplinas seme-
jantes, guaraní puro para las cerradas entendederas de la
madre patria, que no hijos, sino hijastros veía en los Hbres
hombres de este nuevo mundo, oriundo era de este suelo.
Este fué el gran mérito del más ilustre de los paraguayos,
que presintiera los principios de la revolución social tan antici-
padamente, palabras y promesas por él convertidas en venturo-
sas realidades y que él hizo carne desde los primeros dias de su
benéfico gobierno.
Y lo más singular, que aprendió todo esto, no en libros cuya
introducción era estrictamente prohibida en la colonia, sino en
el libro inmortal del corazón humano, que bajo todas las latitu-
des trae impreso el sello de su origen divino.
Tal fué Hernando Arias de Saavedra, cuya huella de
fundaciones, batallas, combates y espediciones hemos seguido
sobre el trazo dejado en el mapa por su orden levantado para
regularizar las divisiones de su extendida región.
Después de él, seis vastagos de su noble alcurnia han ejercido
el gobierno supremo en la región que él civilizó. Buena si-
miente dejó sin duda el frondoso árbol, aquél de la selva del
Paraguay.
50 TRADICIONES
EL CONTRABANDISTA
(Ó el buque del asiento)
Al poeía peruano Sr. Pedro Paz Soldán
I
Érase un portuguesiño sin fondo, en lo de empinar la bota,
pero de peso, bajo, grueso y sólido de su obesa humanidad, y
tan pobre que ni llama tenía. Pero como de algún modo se le
había de llamar, el patrón de su pueblo le prestó el suyo, pues
muchos préstamos de tan poco gasto hacer suelen los santos
patrones, y aún los patrones non- santos.
Mas, si con los años llegó á tener nombre nunca se dio el
lujo de un pronombre, y como entre portugueses plaga hay de
Sebastianes, apellidóse con el de su lugar, dando así en llamár-
sele desde sus primeras calaveradas Sebastianillo de Coim-
bra.
Fué al pie de esa hermosa sierra que decora con fantásticos y
caprichosos recortes, de cimas y lomas el estrecho reino lusi-
tano, donde brotó semejante granuja casi llegada á Santo. Y
tal vez, el parentesco de aproximación ó nacimiento, con aquel
líquido topacio, que corre cual sangre de sus venas, por todas
las vertientes de Portugal, fué quien infiltró en su ser, debilidad
tal de carácter, que apesar de su buena índole arrastrado
vióse por ella á los actos más depravados.
A este hijo sin padres, nacido en las pintorescas laderas de
Coimbra, en cuyas rocallosas faldas cabrillean serpeantes viñas,
t>E feUÉÑOS AÍRES §1
rivales de las que el Duero riega en el vecino Porto, recojiólo
una noche de invierno en las riberas del Mondego cierto bodego-
nero, tras de la Sevelha ó catedral.
Coimbra es tan celebrada por su Universidad como por sus
dorados racimos, y si no era travesura de alguno de sus estudian-
tes en cabeza ^lasta el presente acostumbraban no cubrírsela
ni en la calle), la que le dio paternidad, si fué sin duda, el jugo,
generoso de sus viñas quien le nutrió.
De esta suerte, Sebastianillo, borracho nació, ó poco menos
pues criado por revendedor de lo bueno, viveron de oporto
fué su nodriza, esplicándose con naturalidad cómo la bota que
le amamantó desde su primer día, constituyérase en insepara-
ble compañera de todos los siguientes.
Pero, las malas compañías tienen siempre funesto resultado,
según el padre Cobos y otros teólogos de su jaez, y la botella
dio con Sebastian no solo en tierra, sino casi en el infierno, á
estar al viejo Astéte.
Lo que sí, en tal caso, hallarse há en buena compañía, pues
que si Noé fué el primero, Alejandro no fué el último eslabón
de la cadena de ilustres borrachos, ni el único que en su em-
briaguez mató al ser más querido.
Despechado con el oporto, este fué su vida, por él vivió
fortificado y tan valiente; por él realizó ciento y una barbaridad,
siguió su camino haciendo eses, y en las curvas y zig-zag de su
tortuosa senda, fueron más de él, que de sí propio, sus faltas
todas, caídas, resbalones y estrellamientos, así físicos como mo-
rales.
Parado ó apuntalado como racimo de muestra, sobre el hum-
bral del bodegón donde aguaba el vino en una de las callejas
de la empinada sierra, que sombrea la ciudad de los doctores,
pasó sus primeros años dando traspiés, que no pininos le ense-
ñara el vinillo, nunca para él aguado.
Pero, esa tierra de vino y miel, que tan dulce se prestaba á
amamantar desde su primer vagido á un hijo sin padres, (no
cuenta la tradición los tuviera), había de ser, á la vez que su
nodriza, su perdición.
El era bueno, bien inclinado, generoso cual bastardo de hidal-
go lusitano, de buena índole, ávido de ingenio, fuerte para el
trabajo, laborioso, incansable, constante, honrado en cierto
modo, y hasta valiente.
Sí, sin duda, que Sebastianillo de Coimbra, fué hombre va-
liente.
Como lo veremos en el trascurso de esta verídica tradición
aunque para ciertos lances dábale valor el pajarete,, y en medio
5^ TRADICIONES
de su embriaguez llegó hasta despachar alguno, en el desperta-
miento de su alma, cuando más embotada y enceguecida en
el vino parecía, supo tener el supremo valor de vencerse á sí
mismo.
Desafió los rigores de su ingrata suerte, los calores de la
montaña, las tempestades del mar, el hambre», las flechas de
los Charrúas y hasta las tentaciones de San Antonio.
¿ Sería este aislamiento el que agrió su carácter, ó el vinillo
traicionero, quien le debilitó demasiado?
II
Sucedió que un dia, ó más bien cierta noche, llegó á pasarla
toda en blanco de un tirón, velando entre las cartas y las bote-
llas, dentro el sucio fíjon ó ahumada trastienda, grupo como hasta
de doce marineros del alto Duero, de paso, á embarcarse en el
puerto Betlen, sobre el Tajo.
Alegres, contentos y satisfechos, mecidos por risueñas espe-
ranzas de grandioso porvenir, venían reclutados para emprender
uno de esos atrevidos viajes, tan largos y penosos, que gene-
ralmente no tenían fin; pues si no daban fondo en el del mar,
concluian frecuentemente en la eternidad.
A nadie se forzaba, pero se anunciaba un gran enganche,
una gran borrachera y con tan gran cargamento de esperanzas
fácil era reunir numerosa leva de audaces navegantes.
Tantas cascadas de perlas y esmeraldas, tantos lingotes y
barras de plata pasaron por la mesa de aquella última cena,
tantos brillantes y perlas preciosas contaron traer de «El Do-
rado», del país de los brillantes ó del Rio de la Plata, donde
corría como linfa pura este blanco metal limpio de escoria,
que las cavas de la nave á tripular, estrechas parecian para tan
cuantiosa carga.
Esas narraciones fantásticas, aumentadas por la distancia, el
aguijón de lo desconocido, reforzado con el calorcillo del opor-
to, bastante fué á seducir la imaginación débil del enfermizo
portuguesiño; y á la mañana siguiente, el grupo de marineros
que partía á embarcarse para América, aumentado se hallaba
con Sebastianillo.
Qué dulce noche para los resueltos marineros, aquella última,
pasada en el puerto de donde saliera Vasco de Gama, á
descubrir un mundo! El oporto añejo hacía sus efectos, relam-
pagueando mil ensueños color topacio, regresaba cada uno,
con su barquito cargadito de oro y plata.
DE BUENOS AIRES 53
Lo que sufrió Sebastian en tan larga travesía del uno al
otro continente, no es para escrito.
Mareos, barquinazos, caídas y resbalones, mojicones de los
unos, encontrones de los otros; grumete trepando todo
el dia vergas y velamen, vigía á caballo sobre el bau-
prés en frías noches de viento y oscuridad, dolores y padeci-
mientos sin fin, angustias y temores de cada hora, secáronlo
de tal modo, que sufrió una completa trasformacion.
. De muchacho alegre, listo y decidido que era, aguósele la
sangre, y como chupado por brujas se metamorfoseó el ga-
lopín.
En las jarcias, en el velamen recogiendo risos y largando
paño, entre tajos, reveces y puñaladas dadas y recibidas, al fin
. llegó en la «Esperanza» á la colonia.
Pero, aunque descendió de la barca de ese nombre, no pasó
de esperanzas, en cuanto á lo de inmediata fortuna é inmensos
capitales, como aquella del Santísimo Sacramento, no pasó de
Colonia, ni llegó á Capital.
Curtido de cuerpo y alma en tan rudo aprendizaje, al que
borrachín aguador de vino encontramos, tres años después,
vino á aguar los amores de su patrón, sin duda, por no
perder su primitiva costumbre de aguar todo, y al fin le llama¿
ron agua- fiestas ó agualó todo.
De algo le sirviera lo que aprendió en alta mar y tan buen
contrabandista salió en el «Plata», como fuera buen nadador en
el Duero, Tajo y Mondego.
III
Por aquellos tiempos en que los benditos amos de la me-
trópoli entendían tanto de achaques geográficos, hasta equi-
vocaban en sus cartas si las Filipinas estaban en Argel ó Poto-
sí, proveyó el Rey en su largueza hacia subditos que amaba
con paternal cariño, que los vecinos de Buenos Aires podrían
aprovisionarse por Puerto Cabello (Venezuela,) próximo así
como seis ó siete mil millas; y solo tras muchos trabajos, en
prueba de su benignidad, permitióse á los doscientos años de-
descubierta la América, llegara un buque cada año para los ha-
bitantes de tan apartadas costas. •
Trayendo géneros españoles, y llevando cueros, sebo y
frutos del país para Sevilla ó Cádiz, tardaba más de un año,
en carga y descarga. Sus cavidades parecían las del Averno,
en lo sin fondo, pues nunca acababan de llenarse, tal era el
número de artículos que iban y venían.
54 TRADICIONES
Pero, ahí estaba el busilis del buque sin fondo y es que» fon-
deado en medio de río abierto á todos vientos, así un pampero
echábale sobre la Colonia, como fuerte suestada hacia el puerto
de Santa María; y bote que iba con carga y equivocaba rumbo,
ó que venía á tierra y lo apartaba la corriente, á él llegaba eter-
namente anclado, ó á la capa, con sus estadías y sobre estadías
interminables encubría inmenso contrabando, practicado por todo
el que se animaba á manejar un remo sobre el ancho río, y el
puerto de Santa María de los buenos vientos, sin puerto hasta el
presente.
Y, aquí viene aquello de que, la ocasión hace al ladrón.
Mientras el patrón de Sebastian, portuguesillo más ladrón
que Caco, y casado con garrida moza de Cintra, burlaba la vi-
gilancia de alcabaleros y guarda-costas, enriqueciendo á costa ,
de las gavelas del Rey, el achispado dependiente en algunas de
las más frías noches ensayó calentarse en la misma lumbre
del amo, y como empezara á retardar éste cada vez más el
regreso al hogar, acabó aquel por ocupar del todo, ó casi del
todo, su puesto en él y en todos sus derechos.
Cosas del mundo, ó más bien del demonio ó quizá de la carne,
que así pasean del brazo los tres enemigos del alma por este pi-
caro mundo.
Y sucedió que, descubierta á la larga (por regreso impre-
visto, ó alguna de esas indiscreciones que el Diablo deja como
rastro asufrado de su cola, en clandestinos amores), sospecha
de que el cornudo andaba por ahí aumentando sus cofrades,
quiso poner ñn á ellos, pues aunque contrabandista de la coro-
na no gustaba le contrabandeasen su mujer, ó de otro fuera,
mujer de contrabando.
Áy! cuan cierto que de todos los contrabandos el más per-
nicioso es el de los sentimientos simulados.
IV
Un buen dia so pretesto de habérsele mojado las bayetas
dejando el bote solo mientras buscaba en los socabones del bajo
de Recoletos un su compadre quien le ayudaba á esconderlas,
embarcóse por la noche con Sebastian para que le ayudara al
desembarque.
A mitad de camino, y en plena mar (que tal parece por su
anchura el río aquí de treinta millas de una á otra costa), sacóle
el patrón la conversación del parecido, y de por qué los últimos
hijos más semejantes al ayudante que al marido aparecian.
La disputa se acaloró, y tornando amenazas en vias de hecho,
el patrón desenvainó tremenda daga. Como el incauto de
DE BUENOS AIRES 55
Sebastian no tenía ninguna, ni á quien pedir auxilio, aprove-
chando el primer traspiés 'de su adversario, medio cegado así
por la ira y el manzanilla, héíe aquí como con poco esfuerzo, un
algo de casualidad y otra parte de defensiva, vino á dar el viejo
contrabandista de patitas en el agua, de donde no se apresuró
á sacarlo su sustituto, amenazado de muerte por el verdadero
dueño de la codiciada prenda, origen de la reyerta.
Bien haya por Dios! exclamó el desdichado vencedor. To-
dos los hombres nacen buenos, pero circunstancias cambian-
losen malos.
Veáse este buen hombre, débil de corazón y de cabeza que
empezó por aguar el vino cuyo estipendio se le encomendara, y,
cierta noche de borrachera entróle calorcillo de aventuras ; la
orgía lo echó á bordo, y el contrabando, en sus brazos la mu-
jer de su patrón. Ciego de ira éste, al querer satisfacer su ven-
ganza un váy-vén del bote, dio con él de rebote en el agua, delitos
todos sin querer, puras casualidades y resbalones, consecuencia
del primer traspiés.
Pero la barca siguió serena, como estaba el agua, aquella
oscura noche cuyas nubes sobreaban ya el alma rebelde de este
manso cordero que empezó por beber oporto y acabó por
beber sangre.
Y tan diestro se mostró el discípulo del contrabandista que
no parecía novato.
Fué y vino, y volvió á ir, y á venir de la Colonia á Buenos
Aires, y de ésta á aquella orilla, que ya desde el bajo de la re-
ducción de Recoletos hasta las barrancas de San Telmo, no había
sucucho, albergue, vericueto, ó escondrijo que no lo supiera de
memoria, para guardar sigilosamente cuanto contrabando tras-
portara.
Entonces, como hoy, de la desaparición de un bandolero
más ó menos, nadie ó pocos se ocupaban, por lo que, contestaba
á los preguntones de su patrón, que el reuma lo postraba,
y allá, que los negocios lo detenían en ésta.
Agregábase que la parte contraria no hizo mucho, ni poco
por recuperar su dueño y señor, cuyas largas ausencias habíanla
acostumbrado á la de que no se vuelve. Bien pronto echóse
tierra sobre el desaparecido, si bien lo que sobre él se echara,
era agua.
Así pasaron muchos años, pero la prosperidad en el crimen
poco prospera.
La negra nubecilla, de la primera muerte, (aunque en la exal-
tación de su juventud, casi justificada hallábala por la lejítima
56 TRADICIONES
■
defensa) con el trascurso del tiempo fuese condensando cual
nubarrón preñado de desazones. •
Una que otra puñalada tuvo que coser la boca de importuno
persistente en averiguar qué había hecho de su patrón. Los
cargos á la viuda que al calmar con los años sus devaneos,
turbábase al contestar cuando la interrogaban sus hijos, por
su padre, y los remordimientos que tarde ó temprano des-
cienden en fúnebre cortejo de disgustos ó malestar, con los
primeros temblores de la vejez, todo esto y algunas contusio-
nes y cicatrices, en el alma y en el cuerpo, vinieron á amargarle
sus últimos años
V
De la querida de Sebastian, que yá había muerto, y antes de
ella casi todos sus hijos, en el año de la gran peste, quedaba
solo uno á quien idolatraba, habiendo reconcentrado en él todo
su amor. Sin padres, ni familia, ni círculo alguno, era este
cariño lo único que le uniera á la tierra.
No tenía que robar ya para sí. El contrabando enriqueció-
le. Pero deseando dejarlo en carrera, decidió hacer un último
viaje con su Juanillo.
Era la noche del 24 de Agosto y los fundadores de la Colonia
decian que el Diablo anda suelto hasta el dia siguiente.
Yá en viaje, noche de viento fresco pero favorable, pudo ver
desde su embarcación, un rancho en llamas, por su barrio.
Mal presagio dijo, y se persignó, siguiendo intranquilo.
Al poco rato, bogando rio adentro la ventolina arreció y las
olas encrespadas azotaban con fuerza la estrecha embarcación,
y á las velas inflamadas fué preciso acortar paño.
Subió el joven, como más ágil, al único palo, pero en eso
golpe de agua más violento tumbó de costado la celosa barca
y resbalándose fué al agua.
Quiso virar Sebastian para echar cables, pero nada se veía
en tan densa oscuridad, y embravecido el rio, yá no fué dueño
de su embarcación.
El grito angustioso de socorro penetró á su oído, y en cada
uno de los silvidos del viento, entre las rotas jarcias, creía
repetirse prolongándose entre ayes infinitos, quejumbrosos y
desesperantes.
Loco de dolor Sebastian, á nada atinaba. Su hijo, su único
cariño muriendo allí, dejábalo abandonado, solo como su barca
DE BUENOS AIRES 57
á merced de las olas y la tempestad, arrastrado á la desespera-
ción por la corriente de sus crímenes.
Aquel rio, su riqueza un día, y hoy abriendo la tumba del ser
adorado.
Entonces el remordimiento ancho buraco abrió también en
su conciencia, por tantos años aletargada. Repasaba en un
minuto toda su vida de borracho, de jugador y pendenciero,
de adúltero, de contrabandista y asesino, y blasfemó de Dios y
del Santo de su nombre, pero luego se estremeció viendo los
negros bordes del abismo ensancharse para tragarle.
Tuvo miedo y tembló. Desconocía la travesía tantas veces
cruzada, en tantas tormentas desafiada. Desconfió por primera
vez de su baquía, y solo en medio de la tempestad, del bauprés
á las gavias, de la proa al timón, de una á otra parte, á la luz
fugitiva de los relámpagos se multiplicaba en la maniobra tem-
blándole las carnes de frió y de pavor.
La llamarada de la quemazón de la costa, el grito estridente
y desesperante de un hombre al agua, le perseguían con per-
sistente tenacidad.
Lívidos resplandores siniestros, parecían incendiar las aguas
revueltas. El trueno repercutía precediendo al rayo, y los vientos
impetuosos pasaban silvadores estremeciendo la embarcación.
En tan angustioso momento de su vida, presentósele toda
entera, como rasgado de pronto el denso velo que la envolviera
con todas sus peripecias y contrariedades, con todas sus caídas
y reveces, rodeado de temores supremos y peligros inminentes
que le circuían.
Cómo, de una índole buena, de suave inclinación, de carácter
afable, subiera hasta el nivel de la horca.
Uno por uno todos los grados del crimen casi inconsciente-
mente recorriera, y entonces, sobre la cima de la ola más alta
caía temblando de rodillas con un abismo á sus píes y un remor-
dimiento sobre su conciencia.
Bastaba solo el menor resbalón para descender por siempre
en el hundimiento sin fin.
Allí, cerca de su barca próxima á zozobrar, seguíanle dos
cadáveres flotando. El uno con la espresion de la ira y los ce-
los, estampada en su última sonrisa de venganza que iba ya á
satisfacerse. El otro, con el último resplandor de esa celeste
sonrisa de las almas buenas que se elevan entre sonrosadas
nubecillas.
Aquél lanzábale una maldición. Este en clamor infantil
pedía socorro, y el ahullido del viento en las rotas jarcias pro-
longaba y repetía ese lamento quejumbroso y tenaz.
58 TRADICIONES
Al través del rujido de las olas, de la desesperación, de
truenos y rayos, sólo entre dos inmensidades, impotente el
hombre para luchar contra las iras de la tempestad, y la velo-
cidad del revuelto rio, cual mar enfurecida, conmovido hasta lo
más profundo, muerto de miedo, en el momento que inmensa
ola arrojó su cuerpo contra el timón de la temblante nave cuyas
trepidaciones le llegaban al alma, hizo un voto solemne al santo
de su nombre:
«Santo mió! yo os prometo, si nie salvas de este peligro de
muerte tan cruel, consagrar todos los dias de mi vida á la pe-
nitencia, arrastrar silicios á raíz de las carnes, repartir cuanto po-
seo á los pobres. Oh! San Sebastian, salvadme de este aprieto!»
Llamaba, y á solas en su conciencia murmuraba entre sí:
«Yo también nací bueno, y acaso fuera hombre de bien sin mi
debilidad inapta.
«Esta, me arrastró de la borrachera al juego, al amor, del
juego á la lujuria á la felonía, de ésta al robo, al salteo, y del
contrabando al asesinato.
«Estaban reservados á las furias de este rio, que tantas veces
burlé, mis despojos, que pasto serán de sus peces. Salvadme!
salvadme! San " Sebastian! repetía en los últimos parasismos
del terror.
Un fuerte golpe de viento tronchó el mástil á tiempo que la
embarcación empezó á hacer agua, pues los embates continuos
embarcaban mayor cantidad de la que llegaba á filtrarse por
los costados.
Sebastian, de rodillas prendido á la barra del timón, lleno de
pavorosas alucinaciones clamaba á todos los santos de la
corte celestial.
Envuelto en profunda oscuridad, circundado de masas negras
flotantes, solo divisaba la muerte terrible, despiadada, irremi-
sible é inmediata, rodeándole por todas partes.
VI
A la mañana siguiente el sol alumbraba con descolorida luz
pálida y macilenta, como avergonzado por los disturbios, los
horrores y destrozos de la tormenta pasada.
Entre los árboles quebrajeados de la ribera, flotaban algunos •
restos del San Antonio y un poco más tierra adentro, bajo de
un espinillo desnudo, hecho sopa, tiritando y como dudando
aún si estaba en este mundo, ó despertara en el valle de Josa-
DE BUENOS AIRES 59
fá, encontrábase Sebastian todo machucado, herido, atolondrado
y sin acertar á darse cuenta como llegara á la costa.
Cuando se incorporó el náufrago, estenuado por los tumbos
de que milagrosamente escapara, hincóse bajo el espinillo, y
mirando al primer rayo del sol saliendo tras del Plata, que
venía á confortarle, elevó ferviente plegaria en acción de gracias
al santo de su nombre, repitiendo el voto que hiciera la noche
del naufragio en los momentos de mayor aflicción.
«Haré vida de penitente arrastrando silicios por los dias de
mi vida».
Lo que no agrega la crónica de que estractamos esta tradi-
ción, sino del primero, del más célebre contrabandista de Antaño,
es si los dos pares de silicios á raíz de carnes, que prometiera
arrastrar, eran chinas de dos pies, como los que por entonces
usaban penitentes y penitenciados por la tierra del perulero,
pasados los ayunos y continencias de cuaresma * . . ,
6o TRADICIONES
mn, HDLAIO!
(Tradición de 1749)
Scftor D. H. Gomer
I
¡Adiós, mulato! dijo un andaluz de travesura, al pasar
el mas tieso y prendido oficial de la guarnición en el presi-
dio de San Felipe, á la oración de cierto dia de ventolina, allá
por los años de 1749; y la chuscada aquella levantó más pol-
vareda en archivos y plazas, en la colonia y en el país entero,
que, rodando y girando, fué creciendo y creciendo, como bola
de nieve, llegando el ciclón hasta la Metrópoli, y de rechazo
en sus resultados devastadores por todo el Vireynato.
No menos costó el impertinente saludo, que viajes de torno
y retorno á la corte, é idas y venidas en quejas y desagravios
y sin número de pleitos y querellas, y multas y prisiones, y
apercibimientos, disputas, enredos y desazones sin fin, amen de
alta montaña de espedientes, costas y erogaciones.
Hoy de tan vulgarizado, gentes hay y muy honradas que ni
se dignarían dar vuelta por semejante dicharacho.
Cuan cierto es que no hay palabra mala en sí, ni obra buena,
sin la intención que la dirije.
Generalizado á tal punto á tales incongruencias la gacetilla
t)K BUENOS AIRES 6 1
diaria, propagadora así de tantas cosas buenas como de mu-
chas otras malas, que por su estension desgenera su intensidad,
cual si la repetición volatilizara su esencia.
Palabras son, que de tanto rozarse se desgastan cual las mo-
nedas por escesivo uso desmonetizadas.
Entré ciertas gentes, en chansonetas de novios y camaradas,
el mulatearse, en casos, lejos de ser ya una ofensa, es más
bien como una caricia.
— Mi negro! mi chino! mi mulato! decir suele ardiente mo-
rena á su amartelado impaciente, tostado á fuego lento por la
quemante sangre que dos ojos retenegros ponen en ebullición.
— ¡Mi negrito de ensortijadas crenchas! acariciando el suave
pelo de angelical cabecita, balbucea la joven madre, oprimien-
do sobre su seno el primer fruto del primer amor.
— Si este mi negrito se parece tanto á su padre, hasta en sus
menores movimientos infantiles, que es su vivo retrato! esclama
otra madre en el arrobamiento de su dicha.
Todavía hasta 1 817 el General San Martin, al serle presenta-
do prisionero el Virey de Chile, Marcó, tendíale su diestra de
vencedor, diciéndole:
— «Venga acá esa blanca mano, señor Virey! aludiendo á su
último despacho, en cuya posdata agregaba: ^nñrmo con i/anca
mano» .
Siempre se divisaron del otro lado de la Cordillera más hu-
mos aristocráticos, sospechándose por los godos, mestizos in-
dios y zambos ó mulatos á los hijos de la tierra.
II
Recien marcaba el índice del tiempo, el primer cuarto de si-
glo á la Capital de esa joven República Oriental del Uruguay,
cuya real fortaleza de San Felipe y Santiago, fué la última
fundación en el Plata, cuando aumentando las desavenencias y
malestar de la naciente población, vino á descompajinar á sus
vecinos, el célebre auto de Zavala, resucitando el de pureza de
sangre.
jPues, no se le había puesto entre ceja y ceja á este bravo
soldado, tan encubridor de jesuítas, como sableador de portugue-
ses, que para todo puesto de dignidad exhibirse había blanca
ejecutorial
¡Como si enredos faltaran en pequeños barrios, de tan grandes
chismes, con estos y los de enfrente, murmurando de los vecinos
para que nuevos embroglios llegaran á avinagrar los ánimos
sin dejar la fiesta en paz!
6á TkADlCIOÑÉS
El teniente quería ser capitán, y con un ¡Adiós mulato! arro*
jado á la cara por audaz casquivano que aspirara á la vacante,
presentábale más obstruido el camino que con inmensa mole
de montaña desprendida, y en él atravesada.
Al Alcalde de segundo voto que había puesto los puntos á
la vara alta para el subsiguiente bienio, sordo rumor de sos-
pechas de mulatería por oculto rival esparcidas, hacíanle fra-
casar la elección.
Así, con tanta verdad, esclama el erudito historiador oriental
Bauza, al mencionar esta piedra de toque, ó de retoque:
«Llególe su tumo al famoso auto de Zavala por el que se
disponía la pureza de sangre para ocupar puestos políticos ú
honoríficos, y pudo verse que era una fuente de disturbios la
espresada disposición» .
«Esgrímiéronla como una arma los partidos que se disputa-
ban el mando, hallando en ella un medio de esclusion muy
apropiado á sus miras; quien primeramente la usó para sus
intentos fué el Coronel don Diego Cardoso, ingeniero en jefe
de las Provincias del Plata, que solicitó en 1749 fuese declarado
mulato el teniente de infantería don José Gómez»- .
Cierta noche de invierno (hace yá ciento cuarenta Agostos)
y más fría que en parte alguna, en la pintoresca lomada alta,
abierta á todos vientos, y de todos lados batida por las aguas,
sobre la que asiéntase la hermosa ciudad de Montevideo, rodea-
ban en su cotidiana tertulia de malilla hasta la hora de queda,
al Coronel Cardoso: Don José Milán, — don Felipe Pérez, Duran,
Saavedra, — dos ó tres oficiales, - un su compadre de sacramento
y Rodríguez, sobrino de Cardoso.
Murmurábase de chismes y diretes, si el Cura tenía razón en
persistir que el primer puesto á la derecha del Evangelio corres-
pondía á la autoridad civil y nó á la militar, y otras tan graves
cuestiones de Estado, á esa semejante, preocupando por luengos
dias á los pacíficos moradores de aquella plaza en calma, cuando
el más joven acertó á decir:
((La elección se aproxima, y como andan los tiempos no
será estraño que para formar Cabildo vénganse á llamar á caja
marcial, más que á campana tañida, pues ya no queda Alarife
que no aspire á vara larga».'
— Sí, contestó otro, pero hay algunos oficialitos algo demasia-
do estirados, que encerrándose en la reserva de las Reales Or-
denanzas no hay quién los mueva. Aunque otros de la guar-
nición prestigian y apoyan moralmente, por propaganda en
tabernas y corrillos, buenos candidatos, con ciertos tipos tiesos
Dk feUENOS AIRES 63
Como huso no 'hay que contar. Bien es, de ellos reservarse,
que para nada bueno ni malo sirven, concentrados en mutismo
que á orgullo ó muchos humos trasciende.
— Ya sé á quién se alude, aftadió un tercero, y daría lo que
no tengo por bajar el copete á ese vanidoso. Para él no hay
aquí más gente decente, ni frecuenta otras casas que las de
Herrera, Muñoz, Pagóla y Cáceres, ni se dá con nosotros y
vive como desprendido de sus compañeros, en todo lo que no
reza al servicio.
— Bueno será hacer bajar la prima á ese señor oficial, tan
soberbio y orgulloso que nunca los acompaña, ni en el juego ni
en la intriga, replicó el Coronel, y encastillado con su doña
Juanita, no entiende de francachelas entre sus camaradas, ni de
hacer la corte al Rey, sea de oros ó de copas.
— En verdad os digo, que yo tengo para mí es un poquito
sospechoso el colorcito de teniente tan finchado, contestó uno.
— Pues, no hay más que mulatearlo.
Y si no lo es, lo haremos (replicó el travieso sobrino), que
más difícil le ha de ser probar lo contrario. Su sebruno sem-
blante ya dá visos de verdad, y con dos ó tres testigos de los
que porque sí bastan
— Yo me encargo de esto, dijo el sobrino al despedir los con-
tertulianos que se retiraban el intringuis y sonsonete.
III
A la tarde siguiente, á poco de pasar lista en el batallón de
infanteria, íbase engrosando con los que salian del cuartel en
una de sus inmediatas esquinas, grupo de oficialitos, entre los
que más de un brillante calavera relataba sus aventuras de la
noche anterior, preparándose para correr la tuna en la siguiente.
Concertaban el plan de esta última, cuando acertó á pasar
entre tan alegres camaradas, tieso, erguido y circunspecto, el
oficial más alto de Granaderos, encapotado hasta las narices.
Venía del cuartel y dirijíase á la matriz, pues asistir á la
via-sacra ó Escuela de Cristo entraba en su ordenanza, con la
misma puntualidad que á la academia ó instrucción de re-
clutas.
Por aquellos tiempos los cristianos soldados del Católico Rey
de España, primer hijo de la iglesia por muchos siglos, acos-
tumbraban dar tan buenos sablazos, y por sus tajos y mando*
64 TkADICIOKES
bles echar tantas ánimas al purgatorio, como las que sacaban
ó proponíanse sacar por sus rosarios y padre-nuestros.
A doblar iba la esquina, cuando sintió por la espalda, más
fuerte que traidora puñalada, un ¡adiós, mulato! de voz que no
reconoció pero de boca que á no agacharse alcanza á tapar de
un revés.
Rápido cual estremecido por eléctrico choque, acabó de
desembosarse, volvió dos pasos, y encarándose con el grupo,
increpó al insultador.
— Por quién lo dice el soez?
— Por quien lo es, contestó^el encapado.
— De probármelo há.
— Que más testimonio que su cara, si no la lleva postiza.
— Ni prestada ni tapada como el infame que se emboza^ dijo
Gómez, tirando de la espada, á tiempo que algunos de sus com-
pañeros allí, mudos testigos de tan breve como violento diálo-
go de boca-calle, interponíanse entre uno y otro, evitando que
el altercado acabara á sablazos.
Gómez, en la semi-oscuridad no pudo reconocer la cara media
encubierta de persona que no era de su batallón, pero al ale-
jarse aquél vociferando con otros, le gritó: «Me dará satisfac-
ción el ruin insultador.»
— «Cuando pruebe que no es mulato!» contestó el desconoci-
do,» último insulto lanzado en retirada (como flecha de Partho,
que al clavarse en el escudo quedara retemblando en su cora-
zón).
• Devorando la injuria, Gómez se dio vuelta al grupo de oficia-
les que le rodeaban, diciéndoles: «Señores, Vds. han presen-
ciado el insulto, me acompañarán á la reparación
La justicia tiene cierto imán irresistible que solo no halla eco
en corazón del todo corrompido.
Y la agresión había sido tan brusca é inmotivada que por el
momento, al menos, la simpatía de los estraños estuvo de parte
del agraviado.
— La ira ciega, mi teniente, no es bueno sulfurarse, agregó un
Capitán, en son de consuelo.
— Sí, pero de cualquier modo, si ese hombre no es un misera-
ble, me debe una reparación.
-;— Zelos de oficio, señor! Yo en su lugar haría algo me-
jori...
— Mejor?
—Sin duda. Primero la revindicacion, en pos el castigo.
DE BUENOS AIRES 65
Probaria en seguida la pureza de sangre, después la revancha se-
ría más completa.
— Gracias por el consejo, agregó, pero, quién espera cuando la
sangre desespera!
— Cuestión de temperamento. El frío de la estación traerá la
calma. Si Vd. insiste, mañana estaré á sus órdenes. Pero, en
su caso, diríjiríameal Coronel directamente, en queja.
— ^Bien, señores, alguno de Vds. me vá á hacer el favor de
averiguar quién es el que me ha insultado, pues ni de vista ni
de nombre conozco á mi gratuito calumniador.
— Primero pedir justicia antes de hacérsela por sí mismo, es lo
noble, agregó un tercero.
Fué el último consejo de despedida de falaz condoliente,
remachando el clavo, pues bien se le alcanzaba que hablando á
Gómez de hidalguía, despertaba sus ínfulas.
No mal tejido estaba el intringues entre tio y sobrino y algún
ofícial de la compañía, para que produjera el objeto deseado. . •
Qué noche pasó Gómez! Afrentado ante sus compañeros, ni
podía lavar con sangre la mancha, pues que se haría sospe-
choso, si primero no levantaba la calumnia.
¡Cuántas veces las apariencias acusan, como mirajes engaña-
dores que luego el más ligero soplo desvanecen !
IV
Gómez era alto, flaco, enjuto, puros nervios, seco de cuerpo,
y acaso también un poco lo era de espíritu. Carecía de esos
jugos generosos que expanden y dilatan el alma en el seno de la
confianza, que él jamás daba.
Trigueño de color y de lacio pelo renegrido, distinguíale más
el aire marcial de su ilustre cuna, que la tez tostada por el sol
del campamento en la azarosa vida militar.
Prudente, taciturno y desconfiado de naturaleza, pasaba en-
tonces entre los oficiales de la guarnición, por un tantico fatuo
ó pusilánime para ciertas empresas; mas, una vez en el peligro
era inconmovible y de una sangre fría á toda prueba.
Acaso por su misma cortedad ó apocamiento, que le concen-
traba y aislaba, suponíasele de humilde procedencia, no obstan-
te no haber otro de más acrisolada nobleza, como luego se
probó.
66 TRADICIONES
Carecía de aquel inicial arrojo con que un oñcial audaz y
atropellado pretende llevarse todo por delante, pero no del valor
sereno y mesurado que templa las almas sin entusiasmo, y fun-
da los héroes por la convicción.
Gómez no hubiera dado como el Comandante Lavalle vein-
te y cinco cargas en un dia, ni contestara arrogante á Bolívar
en la brillante petulancia de aquel héroe, pero sí hubiera imitado
en situaciones semejantes á ese otro modesto soldado argen-
tino, General Paz, reputado como el primer táctico.
De frase sobria y pausada, retrataba en ella su alma poco
comunicativa, susceptible y fría como el brillo del acero que el
más ligero soplo empaña. Parecíase en esto también al bravo
Coronel Olavarría, quien no podía ver friamente sufrir á un
compañero de armas, y aunque en el hospital de sangre daba
vuelta, evitando ver cortar una pierna, era sobre el campo de
batalla su lanza la que primero se teñía en la refriega.
Y este mismo episodio de su vida, que narramos con exacti-
tud como reflejando todos los movimientos de su ánimo, com-
pende en sí su vida toda.
Tenaz é irreconciliable contra quienes le ofendieron, persigue
á sangre y fuego en su último refugio al padre, al hijo, al so-
brino, hasta la segunda generación de los que le calumniaron.
Los seca y anonada sin cuartel ni tregua, que él tampoco en-
contrara amparo en sus horas amargas, y vencidos y abatidos,
cuando el ánimo, satisfecho (en naturaleza menos noble), diéra-
se á saborear la venganza, se detiene y reprime, y como otras
tantas veces en la refriega, vuelve sobre sus pasos de vence-
dor, y tiende la mano protectora al caido.
Conjunto de grandes cualidades y pequeños defectos, sus
virtudes eclipsadas fueron alguna vez por estos, que á caso res-
pondían más á orgullo de raza, que á deficiencia de educación
de soldado, en quien las costumbres de campamento nada habían
rozado su brillantez adquirida en la mejor sociedad.
Los de real hidalguía que sentían la nobleza en su sangre y en
su pecho, eran quienes menos hablaban de ella. Pero si hoy se
desdeña esa añeja preocupación de la procedencia, por entonces
hacíase de indispensable investigación cuando el malhadado
auto de Zavala cerraba todas las carreras á quienes no podían
comprobar su linipieza de sangre.
Caminaba siempre envuelto en larga capa, por su frió tempe-
ramento, y en otra invisible pero no menos pesada capa de egoís-
mo, que envolvía todo su ser.
Aún entre aquellos nobles de aldea é inflados señorones,
mirábanse de reojo y muy por sobre el hombro, los hidalgos de
DE BUENOS AIRES 6j
fundación reciente, y de solar conocido solo en la colonia. Tal
vez fueron susceptibilidades de ese género las que como escollos
invisibles, ó á flor de agua, encresparon olas en ese mar
bonancible, que surcaron á velas inflamadas, por la vanidad, los
que como Gómez venían con pergaminos desde el otro mundo .
Larga noche de insomnio, en vueltas y revueltas sobre el le-
cho, teníale ajitado, y en desazón permanente, sin poder con-
ciliar por un momento el sueño.
Su buena compañera desvelada por tal sobresalto, le interro-
gó cariñosamente repetidas veces:
— ¿Pero, tú tienes algo que te ajita?
Gómez, apesar de su reserva, después de mucho tiempo
comprimido, esclamó:
— ¡No puedo más, querida Juana! pues de saberlo más tarde
oírlo has de propia boca. Mi pecho estalla de ira, de ven-
ganza, de vergüenza. Figúrate que me han dicho mulato, y en
plena calle y no he alcanzado á cortar de un sablazo la
lengua que tal profirió! Contóle en seguida la afrenta que le
roía.
Como la mujer prudente del Evangelio, contestó la suya:
— ^No afrenta quien quiere, sino quien puede. No has hecho
ninguna acción innoble, y en tus manos tienes la prueba de lo
contrario á lo que te dicen. No hay que ajitarse, amigo mió, y
sí, miirar las cosas con más calma. Hasta el ser bien nacido
levanta envidia y susceptibilidades.
«Desafiar á ese anónimo villano insultador, sería igualártele.
Probar su ruin proceder, y después obtener su ejemplar castigo,
es lo que corresponde.» Y con otras reflexiones semejan-
tes consiguió calmar un poco el ánimo exaltado de su noble
compañero.
Con todo, á la mañana siguiente, bien temprano, pues im-
posible de todo punto le fué pegar los ojos, dirijióse al
alojamiento del jefe de la plaza.
Solicitado que hubo la venia de su inmediato, se presentó
ante el superior.
V
Vivía por entonces el Coronel D. Diego Cardoso, jefe de
ingenieros y de todas las fuerzas de la guarnición, en casa
propia, que poco después dejó de serlo, teniendo que traspa-
sarla por costas al vencedor, ubicada en la calle de San
Benito, la misma que heredó el primogénito de éste, D. José
68 TRADICIONES
Ignacio Gómez. De construcción moderna, por él mismo
ediñcada, describirse puede en un rasgo como casa típica de la
época.
Sobre anchas paredes de tierra ó tapia, descansaba altísi-
mo techo de tejas asentadas en palmas del Paraguay. Dos
amplias ventanas á cada lado, separaba espaciosa puerta con
morrudos clavos tachonada. Bajo el moginete, avanzaba pe-
queño balcón, del altillo sobre el zaguán.
Pasado éste, entrábase al patio mal enladrillado, edificado en
tres de sus costados; teniendo en el cuarto pared corrida al
pasadizo.
Abría el comedor intermedio, bajo el amplio corredor, á un
segundo patio, otra puerta daba entrada al corral, del que
todavía seguía una huerta.
La casa desahogada y espaciosa aunque de un piso, tenía
todas las comodidades deseables, edificada en un cuarto com-
pleto de tierra, diez y siete varas y media castellanas por setenta
de fondo.
Blanqueada sobre bosta á usanza de aquellos tiempos, todas
las piezas seguían, en interminable recta, á punto de poder
matar de un tiro al cocinero desde la calle, al través de la
ventana de la sala.
Continuaba de ésta, la antesala, después el aposento, otros
dormitorios y demás departamentos de familia. Solo el comedor
cuadraba el patio.
En éste, hermoso y extenso, caía como verde cortinaje sobre
el arco del zaguán tupida madreselva. A la esquina, entre el
aposento y comedor, otro grueso tronco de jazmín del país, des-
colgaba flexibles vastagos revestidos de blancas flores perfu-
madas, ocultando inmensa tinaja de barro enterrada hasta
cerca de la boca,y sobre la que dos gruesos caños derramaban el
agua de lluvia, recojida de las tejas, por una media palma que
hacía de canaleta.
De allí era el gusto de la señora Rospigliosi, hacer sacar con
la negrita del coscorrón, el agua fresca, asentada y cristalina,
en su blanco jarro de plata destilando perlas.
Hermosa mata de cedrón, otra de retama amarilla, y un
grueso floripondio, completaban el jardin de aquel patio-plaza,
donde alegres chiquilines correteaban jugando á las esquinitas
y á gallina ciega por sus rincones, ú oyendo la alborozada
grey infantil cuentos interminables de la negra esclava, entre
la hora de la merienda y del rosario, sentados sobre los um.-
brales en serenas noches de luna llena
DE BUENOS AIRES 69
No faltó beata pispona, vecina á la Matriz, que entre sus
murmuraciones dejara de contar, equivocaron frecuentemente
camino las carretillas que con piedras y materiales iban y
venían en las reparaciones sin fín de las murallas, como
la obra de la Catedral aquí, y que más de un soldado
sin uniforme habíase visto trabajar en la casa de su jefe, sin
otra soldada que la muy escasa y mal paga por el Rey,
pero nunca llegó el caso de información sobre chismes tales,
increibles, sin duda, en la proverbial honradez de aquellos
tiempos
Encontrábase á la sazón el Coronel Cardoso afeitándose, y
ya por el grado subalterno de quien anunciaba su asistente,
como por suponer á lo que venía, pues de todo lo ocurrido
informado estaba desde la noche anterior, le hizo entrar sin
demora.
Expuesto el caso, presentó Gómez formal queja, pidiendo
inmediata formación de sumario contra quien le injuriara, cuando
con fínjida gravedad le interrumpió el jefe en sus primeras frases,
diciendo:
— Pero ante todo, ¿está bien seguro, teniente, que no es Vd.
mulato?
Sin llegar á desconcertarse por tan brusca interrogación,
contestó indignado con voz viril, temblorosa por la emo-
ción:
— «Como lo está V. S. Jurólo por mis cuatro cuarteles.
Aseguro que tengo blanca ejecutoria y sobre mi escudo limpio
reflejar pueden los rayos del sol, pues no se encuentra en mi alta
talla pulgada que no sea de hidalgo. No hace mucho, contraje
matrimonio con una de las señoras de mejor cuna. Doña Juana
de Rospigliosi, hija del noble Capitán de ese nombre, que
honra la guarnición de Buenos Aires y de la antigua prosapia
de Florencia, que dos Pontífices y tres Cardenales han escla-
recido con sus virtudes. Para entrar en tan ilustre familia,
bastante fué exhibir mi fé de bautismo y la de matrimonio de
mis padres, que aún viven, en su antigua casa solariega de Santa
Maria (Castilla la vieja.) Están, aquí señor, todos mis papeles
que traje en forma de España. Mire V. S.»
— «Mírese Vd. en ese espejo, señor teniente, le interrumpió
su jefe, que era un tanto burlón de carácter y más satírico de
lo que á la gravedad de su cargó correspondía, por aquellos
tiempos de poca francachela, y, presentándole el de afeitarse.
70 TRADICIONES
donde asomaba el moreno rostro del demandante, más oscure-
cido por la ola de ira comprimida que le subía
Siguió, dejando el espejo de lado y deteniendo su afeite.
«Todo eso que Vd. me dice está muy bien, y nadie ofende á
mi señora Doña Juana, la más real moza de la vecina orilla, por
que le haya entregado su blanca mano. Mejor para Vd. y sus
cardenales en Roma y loros en el Paraguay.
«Tampoco queja alguna de sus servicios hay. Cierto es que
su comportamiento fué tan notable en el último asalto, que
aún siendo nuevo en el batallón, fué único ofícial que obtuvo
ascenso allí.
«Ni pongo en duda la autenticidad de esos papelotes, ñique
sus padres fueran un poco más blanqueados. Pero Vd. sabe,
casos se han visto, y la ñsiología comprueba más de uno en
que el colorcito salta á la cara, más, saltea una generación, • . •
pero V
Ya no pudo aguantar más.— «-«Está bien, señor, Coronel
No es color de mi raza el que mi rostro refleja, tostado
aquí por el sol de las campañas que contra tapes, mamelu-
cos y portugueses hice en defensa de mi Dios y de mi Rey.
fPero ya que no me es lícito hacerme justicia por mi espada,
ni la encuentro en mis superiores, (agregó en el parasismo de
ira que le cegaba), probaré que la sangre de mis ilustres abuelos
nada ha degenerado su noble origen en mis venas; que no hay
mancha en mi ejecutoria; que puedo presentar mis cuatro
abuelos blancos por los cuatro costados, y que nada de moro,
de judio ó de mulato se ha encontrado en toda mi descenden-
cia, pues que añil hay bastante en mi sangre para azular muchos
escudos descoloridos
— «Orgulloso es el teniente, interrumpió el jefe y
con tales humos se vá lejos, muy lejos, hasta fuera del
cuartel
«Pero por ahora, mientras tales ínfulas no pruebe, queda
exonerado de todo servicio, hasta que sus cuatrocientos abue-
los vengan del otro mundo á sacarle del limbo en que su orgu-
llo le mete
Dijo, y le dio la espalda, entrando á las piezas interiores.
— Vendrán á hundirlo á Vd. en los infiernos por el remordi-
miento y la degradación, contestó Gómez, con voz entrecortada
que no alcanzó su jefe. Girando sobre sus pasos, salió luego
bamboleándose y como borracho de tan irritante confe-
rencia.
DE BUENOS AIRES Jl
VI
Anonadado quedó en la desolación de su espíritu; hasta
pensó algún momento en dispararse un tiro.
Pero, esto sí era hacer cosa de negros, no de mulatos, y se
trataba de probar lo contrario.
Las sierpes de la ira enroscadas en su angustiado corazón
le ahogaban, y en su ofuscación pensó luego después en echarse
al mar vecino, inmediato, un paso de ahí, que con los
deslumbrantes reflejos de su inmenso azul profundo, presentaba
irresistible atracción hacia sus abismos.
Tanta agua apenas suñciente sería para lavar tanta afrenta,
como la que sobre su tostado rostro se arrojaba
Fué, se acercó á la orilla de la gran corriente y, despren-
diéndosela, tiró la espada entre sus ondas, arma inútil yá,
pues de nada le servía para defenderse del ataque brutal é in-
motivado que venía á herirle en lo más íntimo
La venganza, la ira le trastornaba. A dónde iría en su
desesperación? El mismo jefe á quien en reclamo de justicia
ocurría, redoblaba la ofensa. Ni sospechaba en su candidez
de hombre bueno, de qué intriga pudiera ser víctima. A qué
pecho amigo confiar su desconsuelo
Hay heridas que solo el tiempo cierral
Y ya tan largas horas, fijo como una roca contemplaba la
inmensidad del océano, que sus frescas brisas por demás frías en
aquella espléndida mañana de invierno, fueron poco á poco
refrescando sus ideas, serenando el espíritu. Así paso á paso,
volvió sobre la cuna del infante que su hermosa compañera
regaba con lágrimas al mecerlo, juró ante Dios no economi-
zar gota de sangre, ni peso de su peculio, por levantar la
mancha con que se le afectaba.
Primero la reivindicación, después la venganza, como la
mujer y el amigo lo aconsejaran.
Determinado el viaje indispensable á la Metrópoli, desde
aquel instante empezaron sus preparativos. Tan de prisa se
hicieron éstos, que á poco tiempo ya estaba listo, y esperando
en el puerto el primer galeón para España, que con los caudales
del Perú á las reales cajas, era aguardado del Callao, y en el
que en breves dias se embarcara.
— ((Buen viaje, señor teniente, que de oficiales orgullosos no
necesitamos!)), agregaba como posdata al verlo partir, el Coro-
nel Cardoso, siguiendo con su anteojo desde el divisadero los
. •
72 TRADICIONES
movimientos del navio «San Ildefonso», que en convoy condes
más, daba la vela al mar.
«Su madre sabrá si es ó nó mulato, pero cuando vuelva, si,
vuelve, ya estará ocupado el puesto;» y cerrando el anteojo
¡Adiós, mulato! repitió echando la última mirada hacia el océano,
sonriendo al ver cuan fácil había sido, por una ligera informa-
ción entre subalternos, separarlo del servicio, bajo el rumor
hecho correr que así parecía como mulato.
Muy lejos estaba entonces de pensar el jefe de plaza, cuanto
costaría la afrenta á uno de los oficiales más pundonorosos de
la guarnición, como que á punto estuvo de volver loco á este la
calumnia. Pero, entonces como hoy, espíritus raquíticos pulu-
laban en la estrecha colonia, para quienes cegados por la
ambición ó la codicia, todos los medios eran buenos, con tal de
llegar al fin.
No obstante la reserva de los primeros dias, en largas con-
versaciones de un viaje al otro mundo, y tan largo como por
el siglo pasado se efectuaba, en esos diálogos de interminables
paseos sobre el puente, descubrióse un otro pasajero, entre los
pocos de cámara, que también llevaba encargo de sacar la
ejecutoria del señor de Basavilbaso.
A otro godo, y de los menos linajudos, antojósele sospechoso
el color de pergamino usado del fundador de Correos.
— Ahora vamos á saludar al señor don Manuel de Basavil-
baso, que como jefe de Correos también tiene besamanos, decía
un notable, á su vecino que no lo era, al salir del besamanos del
Fuerte, el primer dia del año, en esta muy ilustre y heroica ciu-
dad de Buenos Aires.
— ¿Quién vá á besar la mano á un mulato? contestó el invi-
tado. Yo me quedo á mitad del camino, tomando una jicara
de chocolate con el padre guardián de San Francisco, que muy
aromático y sin mixturas se lo mandan las Clarisas.
Como era de presumir, no tardó mucho en llegar á oídos del
señor don Manuel Basavilbaso, tal chisme, que en tiempo alguno
faltó, el anda vé y dile ala chismografía, tratándose de copetu-
dos antagonistas. Entonces echando mano de un primo de su
mujer, (para algo han de servir los primos), mandó á España al
más avisado de los Urrutuas, mozo listo y de ingenio, como
descendiente de andaluz. Andaluz y reservado! por más reserva
que le encomendaran, no pudo aguantar, y al llegar á la línea
reventó, es decir, escapósele entre los pasajeros el secreto de su
misión.
Eran ya para consolarse^ en el amargo trance, dos, aunque no
las únicas víctimas de Zavala, desde Mendoza hasta Montevi-
DE BUENOS AIRES 73
deo y Buenos Aires, é idéntico plan idearon por el que obtu-
vieron iguales resultados.
Pero el viaje á vela es más largo que la cuaresma y al abur-
rimiento de su monotonía no llevaremos á nuestros lectores
VIÍ
Y mientras que viento en popa á toda vela, como ave acuá-
tica en la soledad de los mares, navega hacia la madre patria
el «San Ildefonso», llevando con los caudales del nuevo mundo
más de un hijo herido de esta ingrata tierra, recordemos, si bien
no sea más que de paso, algún rasgo que acentúe la fisonomía
moral del más atribulado de sus pasajeros.
El teniente don José Gómez, al mando de la compañía de
granaderos del primer batallón del rejimiento de infantería, á la
sazón de guarnición en el presidio de Montevideo, era segundo
hijo de don Francisco Gómez de Montalvo y dofta Isabel del
Canto y Caro, nacido el 20 de Abril de 171 1 en Santa María de
las Nievas, lugar donde sus padres, antiguos vecinos de Arévalo,
habíanse distinguido en diversos puestos consejiles y de admi-
nistración.
Inclinado desde sus primeros años á la noble carrera de las
armas, que sus abuelos ilustraran con abrillantadas hazañas, im-
pulsado por los móviles generosos de su arrogante juventud,
ávido de gloria y deseoso de correr mundo, solicitó y obtuvo,
(no sin naturales resistencias maternales), le permitieran embar-
carse para América con el refuerzo destinado al sitio de la Colo-
nia del Sacramento, por tercera vez asaltada en 1734, y tantas
veces retomada por los bravos soldados españoles, como de
vuelta á los portugueses en bochornosas intrigas diplomáticas,
cuando aún humeaba sobre sus murallas la sangre generosa de los
fieles subditos del Rey de España que sellara la victoria.
Treinta años de irreprochables servicios, dos sitios y otros
tantos asaltos, cuatro batallas campales y doble número de en-
cuentros y continuas refriegas contra charrúas y portugueses,
diéronle mérito bastante para que al morir en la brecha como
un bravo, luciera sobre su uniforme las insignias de Coman-
dante.
Escasos eran por entonces los grados que del olvidadizo sobe-
74 TRADICIONES
rano llegaban á sus lejanos soldados en América, por lo que
frecuentemente encontrábanse temblorosos septuagenarios curva-
dos por los achaques de la azarosa vida de campamento, sin
que su uniforme llegara á ser realzado por más de dos ó tres ga-
lones, al ñn de larga y penosísima carrera.
Aún para los pequeños ascensos de escalafón dentro del
mismo regimiento, preferíase esperar llegara de España el capi-
tán en reemplazo del muerto, ó fuera de combate, que promo-
ver al teniente en turno, si era nativo.
En la época acelerada de vapor, que alcanzamos, todo marcha
más lijero, y con tan devorante actividad se llega á la meta ó se
muere con gloria, á la minuta.
Distinguiéndose en el primer asalto de la Colonia, se le ascen-
dió á alférez, y en la más sangrienta batalla con los charrúas, en
1740, fué nombrado teniente.
En la toma de Santa Tecla - capitán, y al regresar de destruir
el fuerte de Santa Teresa, se le dio el comando del batallón, con
cuyo grado murió en el cuarto sitio de la Colonia, defendiendo
joya tan disputada por ambas coronas.
Mandaba el primer batallón de infantería, donde había pasado
la mayor parte de su vida, y en el que sus hijos, militaron y mu-
rieron en defensa de una patria cuyo culto inculcara en sus des-
cendientes con su ejemplo.
Pero el valiente y pundonoroso Gómez, como sus hijos, estaba
reservado para balas inglesas.
Este moría el 4 de Enero de 1763 al abrir brecha al bergantín
inglés, que consiguió echar á pique con la mayor parte de
sus tripulantes, y, su último hijo, don Lázaro Gómez, capitán de
la misma compañía, espiraba en la madrugada del 3 de Febrero
de 1807 en la brecha por la que asaltaran los ingleses la ciu-
dad de Montevideo.
Idéntico destino tuvieron padre é hijo muertos, defendiendo
los dominios de su Rey, del invasor británico, cubiertos por
el ala de una misma gloria
VIII
Y fué, y estuvo y vino y transcurrieron uno y dos y más
años, que tanto costaba por aquellos tiempos obtener repara-
ción, no como en los que corren, que solo se necesita tener jus-
ticia, saberla defender y que se la quieran reconocer, por lo que
no hay dos pleitos como el de la sucesión de ese mismo Basa-
vilbaso, que apenas cuenta ciento veinte años de trámites, sin
DE BUENOS AIRES 75
haberse aun contestado la demanda. Gastó tiempo y dinero y
paciencia, pero al fin regresó el noble teniente de infantería,
don José de Gómez, — de Canto-de Caro, — de Montalvo, lleno
de dees y pergaminos, escudos y ejecutorias, armas, títulos y
legajos, pues más de un burrito cargado de papeles y compro-
bantes, espedientes y reales cédulas, informes y reconocimien-
tos, le siguió al puerto de San Lúcar deBarrameda, en su reem-
barco.
Si apesadumbrado cabizbajo y cari-acontecido salió desespe-
rado de la colonia, contento, satisfecho y victorioso regresaba,
que así es la vida, variado mosaico de dolores y alegrías, alter-
nando las buenas y malas impresiones; y en prolongar aquellas
y reducir á su menor espresion éstas, estriba la ciencia toda del
saber vivir.
Cuando ya sus calumniadores hasta de su triunfo se habían
olvidado, regresó. Cabildantes y ministriles, oficiales de la
guarnición y puestos . consejiles aterraban con escándalo seme-
jante, á toda cara, que no era de color de nieves si ponía fea
cara á manipulaciones de la administración. Entonces, y
después de tres años, cayó Gómez como bomba en la plaza de
Montevideo, y de ochenta debió parecer, pues á su solo estré-
pito, si no se rompieron los vidrios de la ciudad fué porque ésta no
tenía ninguno, rasgadas quedaron todas esas reputaciones vidrio-
sas que en su daño tanto habian tramado.
Probó . . . ¿pero, qué no probó? Después de muchas idas y
venidas, vueltas y revueltas pudo exclamar como una de sus
bisnietas
— ¡Oh! que dulce es el placer de la venganzal
Más fácil sería enumerar lo que no probó. Fué lo primero
el haber tenido paciencia, calma y fé en la justicia al través del
enmaramiento de trámites* sin fin, nó como hoy que se obtiene
justicia pronta y barata.
En la comprobación de la limpieza de sangre resultó ^jue la
suya era líquida, pura, trasparente y exhibida como al
través de límpidos cristales, después de haber pasado por alam-
bique de escrupuloso examen, el ojo másavisor no había alcan-
zado á descubrir ni la milésima parte de algo que oliera á bar-
raganería en sus ascendientes, ni nada de indio, moro ó
mulato.
Probó, que los cuarteles de sus cuatro abuelos ennoblecidos
estaban por heroicas acciones, así en este como en el otro mun
do, y desde Filipinas á la Colonia y desde Buenos Aires hasta
España, los Gómez, derramado habían por toda la tierra, goma
ó savia para muchas generaciones de héroes. Que así le tocaba
^6 TRADICIONES
por lo Gómez, escudo de oro con tres fajas rojas, orlado de
ocho cruces sinoples de la Orden de Alcántara, en campo de
plata; como por la casa de Canto, (de su señora madre,) escudo
con trece jaqueles de plata orlado de ocho sautores de oro,
en campo de gules, interpuestas ocho piedras de su color
natural, á las que acrecentó Alonso de Canto, abuelo materno
de Gómez, en memoria de los servicios que hizo en la conquista
de Philipinas, (1566) Castillo sobre cuyo homenage, se descu-
bre un hombre armado, que en la mano diestra tiene la espada
desnuda, y la bandera gules en la otra.
Correspondíale también por la casa de Caro, (de donde pro-
venía su abuelo materno), armas de plata con ocho calderas
negras, cruz negra floriada, hechura de la de Calatrava, que aña-
dió en 1 21 2. Don Rodrigo Vicente al hallarse en la batalla de
las Navas, y en una orla de plata estas letras negras:
«Et verbum caro factum est.»
Todavía las armas de los Montalvo escudo azul con águila de
plata desplegada y hermoseada de sable ornaba el cuarto cuartel
del escudo de Gómez, y en los cuatro, estrecho era el campo
para contener la historia de las hazañas de tan ilustre familia.
Y hasta el último, entonces, de sus descendientes, don José
Gómez, que tal información producía, reflejaba en su carácter
prudente y reflexivo, al par que valiente, tenaz y constante, y
noble en todos los movimientos de su ánimo, las más altas vir-
tudes, simbolizadas por los colores de su escudo.
Resplandecían en las armas de sus cuatro familias, entre otros,
el sinople ó verde esperanza, — el gules ó rojo, de hidalguía, —el
sable ó negro de la perseverancia, — remontándose sobre cam-
pos azules el águila, símbolo del más alto valor que se eleva á
las nubes, cual el hombre es hasta ellas sublimado por sus vir-
tudes,y bajo cuyas abiertas alas cobijarse puede el vencido, como
á la generosidad del vencedor cuya hidalguía todo perdona.
La gravedad, la perseverancia, la lealtad y la justicia, como la
integridad y la templanza, descollaban entre las dotes de su
alma, como abrillantaban los cuarteles de su escudo los colores
simbólicos de esas virtudes
IX
Registrados los libros de armerías de las ilustres casas y
solares de hidalgos del reino, fácil fué comprobar que en la re-
DE BUENOS AIRES ^^
gíon Cantabria existía aun la antigua casa solariega de donde
salieron todos los Gómez á poblar la tierra, y que en su anti-
quísimo abolengo contábanse nobles caballeros santosy már-
tires más que los de Zaragoza, aunque por entonces el últi-
mo mártir de la familia, bajo el peso de su nombre, fuera
este don Pepe, sobre quien habían prendido las sierpes de la
envidia.
Pero, al fin salió más blanco que arminio, y probó que era
noble así por la sabana de arriba como por la de abajo.
No era la suya de aquella flamante nobleza de veinte y cinco
años, como los fundadores de Montevideo, ni de la de dos siglos,
la más añeja del nuevo mundo.
Jamás este caballero había descendido de su caballo.
Las raices de la genealojía de los Gómez perdíase en las pro-
fundidades más remotas, ascendiendo con Comet á confundirse
entre los primeros pobladores del planeta.
Más condes, duques y marqueses, hijos-dalgos ó infanzones,
ricos-homes ó grandes de España divisábanse en columna cer-
rada sobre el recto camino recorrido por sus ascendientes, que
todos los nobles llegados del otro mundo al descubrimiento
de éste.
Por un lado, tropezábase con un rico hombre desde el año
930, Gutierrez-Gomez, y el Conde Ruiz Gómez, ricohome
del Rey Alonso VI nieto del anterior, padre de don Gómez
que yá en 1090 acompañaba á Portugal en igual dignidad de
grande, al Príncipe don Enrique hermano del Rey, quedando
allí como progenitor de los Gómez nobles de aquel Reino,
emparentando con la familia de Santa Teresa, yá entroncada á
la suya, en lo de Cepeda.
Por otro, se encontraba aquí un Duque de Vegar, allí un
grande de Montalvo, y más acá un Conde de Peñaflor, y más
allá los marqueses y duques de Alburquerque
Llegaban sus ascendientes á los caballeros Godos que acom-
pañaron en la lid al infante don Pelayo en Covadonga, (714,)
siendo el primero de este nombre que vino á América, el noble
caballero don Alonso del Canto, vencedor en Philipinas y muer-
to en Ananila peleando por Felipe II (1566).
Y por la línea de Caro, descubríase desde ciento cincuenta
años antes de la presente era, un príncipe valeroso, en Segovia,
venciendo al Cónsul Fulvio.
É
El año sesenta y seis, ya un caballero Caro sufría martirio
en la Rioja, y en 11 22 se trasladó don Pedro Caro de Italia,
de cuya familia proceden los Duques de Palma. Cien años
después Rodrigo Vicente Caro, fué uno de los héroes en las
78 TRADICIONES
Navas, de donde tomó la antedicha Mivisa, y Alonso Caro, tic
del Gómez en cuestión, vino al Perú como Secretario del Conde
de Mondava.
Sin llegar al Conde Gómez, padre de doña Gimena, (esposa
del Cid don Rodrigo de Vivar,) pululaban condes á puñados,
que había para prestar.
Hidalgos por todas partes, dos mártires, una santa, ninguna
non-santa en la familia.
Con objeto de resumir tan vasta investigación, introducire-
mos al lector á la tertulia de malilla que, en casa de don Paco
Gómez reunía los vecinos más granados, con motivo del arribo
del señorito don Pepe, llegado á los diez años de ausencia, á
Santa María. Juntábanse entre otros los notables del pueblo,
y el alcalde, y el señor Cura á oir cosas de las Américas, y
cosas oyeron. . . . pero, mejor es que oigamos nosotros las que
entre uno y otro sorbo de chocolate decian.
Cierto viejo que en achaques de historia antigua teníase por
muy leído, salió con esta pata de banco, al copar la banca:
— Pues, verdad es comprobado há Gómez que solar tuvo, y
aún existen derruidas las paredes, yó mismo las he visto, de su
casa solariega cabe al más viejo gomar de la antigua villa.
Probado está que los gomeros que dieron sombra á su casa,
prestaron también savia y nombre á sus descendientes, y nó de
los Gomares moros y príncipes de la Alambra provienen, sino
de los gomeros ó árboles de goma tomó su nombre el primero,
como el vecino Juan le denominamos del Pino, porque dueño es
del más grande de estas comarcas.
— Nó señor, replicó otro leguleyo muy leído, que creía lle-
varse como una gracia la partida.
De más noble origen que el de un árbol de goma ó alcorno-
que, proviene esta genealojía.
Si el marqués, viene de marea, y custodia, limita ó marca el
territorio, el Conde proviene de comet, comitre, compañero de-
Príncipe, guardián de la persona real, y tal es la etimología de
su nombre, porque su primer abuelo fué uno de los primeros
Condes, compañero del Rey, de Come-Gome-Gomez.
Todavía levantóse en medio del conclave de viejos vecinos,
un tercer golilla más profundo, como que era el padre Cura, á
enmendar la plana.
— No hay que andarse por las ramas, señores mios, ni sa-
cando la goma al árbol ó forzando latines, que lo más seguro
es irse al tronco. Abran la Biblia y se convencerán de lo que
voy á decirles.
DE BUENOS AIRES 79
— «En sus primeras páginas encuéntrase el primer Gómez del
mundo, nieto deNoé, primogénito dejapheth y hermanojmayor-
cito de Thuval, primer tocador de flauta en esta humanidad
de tanto viento, cuyos descendientes vinieron á nuestra España
y de cuyo nombre según San Geróninio, denomináronse iberos
nuestros abuelos.
«Lo que sí, que como en aquellos tiempos no se viajaba á va-
por, alguno y largo tardaron en llegar del Asia á estas costas
áridas y ásperas, donde como buenos españoles nuestros ascen-
dientes, en su enérgica y fuerte pronunciación cambiaron la r en
z para pluralizar: de un Gome hicieron muchos Gómez, como
de Lope, López, de Gonzalo González, y hé aquí por ende am-
bos mundos y poblados se han de Gómez.
Si tendría latines y sería padre de campanillas el curital Este
sí que era profundo.
Un poco más y le hace descender de Abel, si no es que encuen-
tra apellido al mismísimo padre Adán, pues algo se dijo de
que alguna vez se llegó á firmar en la corteza del manzano con-
sabido, Adán de Gómez,
Aunque alguno de los chiquillos que cerca de nosotros escribe,
afirma á sus condiscípulos que Obligado es el apellido más an-
tiguo de que memoria ha entre los hombres, pues en esa misma
circunstancia dijo el Creador: Adán! Adán, Obligado queda-
rás á comer el pan con el sudor de tu frente. . • ,1o que por
obligado quedó ....
— Pero tengo para mi capota, que:
Superior á la nobleza que heredamos.
Es la que en propios méritos fundamos.
X
A qué asumir lo que en legajos tan voluminosos se presentó
á su majestad. Basta saber que el Rey de Armas y cronista
de Fernando VI, Don Manuel Antonio Brochero, declaró:
«Que le habían exhibido la real provisión de los Alcaldes de
Hijos dalgos de la Real Cancillería de Valladolid.
«Que por ella constaba que don José Gómez era hijo de don
Francisco y doña Isabel del Canto, nieto de don Francisco II y
doña Agustina Montalvo, bisnieto de don Francisco y doña
Paula González, tataranieto de don Gregorio II, quien obtuvo la
segunda ejecutoria, é hijo éste de don Gregorio I éste de don
Antonio, que obtuvo la primera ejecutoria, éste de don Pedro y
8o TRADICIONES
doña Isabel González de Mellea, hijo éste de Gómez Fernandez
de Sevilla;
«Que todos ellos y diez y veinte generaciones anteriores de la
misma ralea, comprobado habían ejecutorias para obtener los
oficios de tales en los lugares donde vivieran, y que les correspon-
día por su calidad y nobleza el estado de hijos dalgos.
Todo lo cual certificaba el Rey de Armas de la coronada
villa de Madrid, á pedimento de don Francisco Gómez de Mon-
talvo, ante la sala de Hijos dalgos de Santa María la real de
Nieva, de donde á la sazón era vecino y natural del lugar de
Noarre, jurisdicción de la villa de Arévalo.
En los mismos pergaminos se lee, entre otras bellas páginas,
honra y prez délos Gómez. «Que goza de tan excelente y
debida prerogativa, la nobilísima cuanto envejecida familia de
Gómez, en los esplendores y particulares reales de la celebrada
región de Cantabria donde tiene situado su solar, y de cuyo
tronco han procedido todos los solares que se conservan en las
montañas de Burgos, León, Asturias, Galicia, Castilla y otras
partes, vinculando á prosperidad plausibles memorias y proce-
dimientos tan generosos. Héroes que extendiendo copiosa-
mente sus ramas, afianzaron con repetidos actos el crédito de
su elevada nobleza, ilustrando con relevantes servicios los vas-
tos dominios de la monarquía.»
Y más adelante agrega el cronista: «Siendo tan alto
el honor excelente de la familia Gómez, que con emulación de
otras, goza la dicha de tener por sus descendientes á los católicos
Reyes de España, porque el Conde de Bureva don Gómez, fué
padre de doña Gimena Gómez, esposa del valeroso Ruiz Diaz
cognominado el Cid Campeador, de quien provienen»
Munido de todos estos adminículos y otros muchos papeles
viejos y amarillentos pergaminos, agregó á ellos copia de la par-
tida de casamiento asentada en los libros de la Iglesia Parro-
quial en la villa de Santa María la Real de Nieva, por la que
constaba que el 28 de Diciembre de 1709 se desposó y veló allí
don Francisco Gómez, hijo de don Francisco Gómez y doña
Agustina de Montalvo y Tapia, naturales del lugar de Noarres,
tierra de Arévalo, con doña Isabel del Canto, hija de don Ma-
nuel del Canto y de doña Mensia Caro de Ocampo, vecinos de
dicha Villa de Santa María; adjuntó también una segunda par-
tida que certificaba como el 20 de Abril de 1 7 11 fué allí bauti-
zado Josepth, que hoy (1752), se halla casado con doña Juana
Bárbara Josefa Rospigliossi, hija del capitán de infantería don
DE BUENOS AIRES 8l
Claudio Julio Rospigliossi y de doña Petronila Sagúes, siendo
hijos de este último matrimonio, don Joseph Ignacio y don Do-
mingo Joseph Gómez del Canto. Posteriormente hubo otros
dos, don Lázaro y don Santiago, y dos hijas — Andrea y Fran-
cisca. De todo ello impuesto su Real Majestad, el señor don
Fernando VI, examinados y confrontados los papeles é informes
con cuidado por sus oñciales cronistas y ministros de con-
fianza y conocida literatura, el Rey declaró injusta la nota con
que Gómez fuera calumniado.
En la sentencia de S. M. declárase calumniadores á D.
Diego Cardoso yD. Estevan Duran.
Se manda á Cardoso manifieste como por equivocación y sin
fundamento, ha proferido la nota de mulato contra D. José
Gómez, á quien reconoce por legítimo, de claro y limpio origen
y digno de los empleos militares.
Que se le exijan de sus bienes dos mil pesos, y sean expulsa-
dos los dos de tal plaza, y conducidos á España.
Que Sfitisfagan todas las costas y costos, daños y perjuicios,
pagos é intereses por esta causa. Que pague D. Estevan Du-
ran, quinientos pesos.
Que paguen otros dos mil pesos los alcaldes y oficiales de
Montevideo que intervinieron en el informe calumnioso y vo-
taron contra Gómez: D. Pedro Cordobez, D. Felipe Pérez
de Sosa, Ambrosio López y Francisco de la Paz, testigos exa»
"minados por el alcalde de Montevideo á instancia de Cardoso.
Que pague D. Francisco Rodríguez Cardoso quinientos pe-
sos para Gómez, por daños é intereses.
Que estando convocado el Consejo de Guerra de oficiales,
lleve ante él de la mano á Gómez, y exprese lo reconoce por
digno de los honores militares, y haber procedido ligeramente
y sin fundamento en lo que antes expresó ; y que en el mismo
consejo se reintegre á Gómez en el lugar y grado que le cor-
responde, apercibiendo á los oficiales por su ligero anterior pro-
ceder. Que se recojan todos los autos é mformaciones de
este asunto y se remitan originales al Rey, con certificación
de no quedar alguno que pueda suscitar la memoria de esta
causa.
Así lo expedía el Marqués de la Ensenada, el 19 de Ene-
ro de 1752 al señor don Joseph de Andomaegui, Goberna-
dor de Montevideo, para su cumplimiento, por orden de
S. M.
82 TRADICIONES
XI
Justicia fué hecha! Pudo exclamar el calumniado Gómez,
después de dos años, y no era mucho tiempo para aquel en-
tonces, ni aun para estos.
Radiante de jubilo y satisfacción llegó el teniente don José
Gómez del Canto Caro y Montalvo, sin que parara aquí su
desagravio. Cuente por nosotros el desenlace de este peque-
ño drama colonial, el erudito historiador de la República Orien-
tal, Don Francisco Bauza, quien resumiendo tan largo liti-
gio, agrega por conclusión:
«Informaron á petición de Cardoso, dos miembros del cabil-
do de aquel tiempo D. José Millan y D. Pedro Cordobez, en
orden á la voz que corrió en el pueblo de que efectivamente
era mulato el citado Gómez, y de ahí se instauró un pleito
que fué ruidoso. Como que la tacha opuesta inhabilitaba á
Gómez para ocupar puesto alguno en Montevideo, apeló inme-
diatamente al Rey, y éste, después de los trámites del caso, con-
denó á los acusadores.
«Pero, Gómez, apesar de lo actuado no se consideraba bastan-
te satisfecho con la declaración real y el castigo de sus detrac-
tores y anexos á ella, sino que resucitando querellas volvió más
tarde sobre el mismo asunto, pidiendo que el Cabildo tuviese en
acuerdo por infames é indignos de ocupar empleos políticos, ú
honorífico alguno, á los expresados Millan y Cordobez, á sus
hijos y descendientes y á los testigos é intervinientes en el
proceso.
«Tomó carta la autoridad militar á favor de Gómez, y es-
trechado el Cabildo por muchas influencias, se avino, aunque con
alguna repugnancia, á hacer lo que se le pedía.
«Inhabilitados así Millan y Cordobez, y los testigos en el
proceso indicado, protestaron enredando en un nuevo litigio
del cual resultó que D. José Millan y D. Felipe Pérez, regido-
res que á la sazón eran de Cabildo y actuantes que habían sido
en el proceso, fueron expulsados.
«Mas, como á D. Diego Cardoso, D. Estévan Duran y Don
Francisco Rodríguez Cardoso, principales instigadores de todo,
se les había dejado en el goce de sus honores, volvió á susci-
tarse por parte de Millan y Cordobez, que quedaban tan mal
parados, é instaban de paso por D. Felipe Pérez igualmente
condenado, á la infamia como ellos.
«Seria interminable seguir la evolución del litigio.
cLa verdad es que á los piques y enredos que dividen siempre
bfe BUENOS AIRES ^3
las poblaciones pequeñas, vino á añadirse en Montevideo este
elemento de discordia sobre la pureza de la sangre, que sirvió
perfectamente á los que tenían influencias para anular á sus
enemigos.
Justicia le fué hecha, y no se quedó corto el señor de Gó-
mez en la que alcanzó del mismísimo Rey, á la que agregó como
colorarío la que de mala voluntad obtuvo del Cabildo, quien
habíale antes condenado.
Así es la humanidad y el mundo, frágil, en todo variable y
baladí. Los mismos que dos años antes se prestaban para ca-
lumniar á Gómez, apesadumbrado y solo, viéndole retornar
protegido por la justicia bajo la égida real, se dieron vuelta y
no le faltaron aduladores y cortesanos, á quienes él dio la es-
palda.
Entonces el que fué saludado «adiós, mulato! » era ya el
caballero de Gómez, y el más noble de la guarnición, y los
mismos que le habían puesto piedritas en el camino, se afana -
ban por favorecerle en su carrera.
«Para ésto me sobro yo, como me he sido bastante para mi
reivindicación, contestó á los que se le ofrecian.
Años después llegaron en pos de Gómez los emisarios de
Basavilbaso y otros, que lo de hacerse probar la sangre por
encargo siempre es más difícilillo, como todo lo por encargo . . .
Los archivos de ésta como de aquella ciudad vecina, se em-
pezaban á llenar de espedientes semejantes, sobre pedimentos
de ejecutorias, de nobleza para librarse del dictado de mal na-
cido, y sobre probanzas de buen linaje.
Pero la satisfacción alcanzada por Gómez, terrible para sus
calumniadores en su consecuencia, pues hasta sus descendientes
fueron declarados infames, puso coto por algún tiempo á aquel
mal naciente.
Basavilbaso de Buenos Aires, como Corvalan de Mendoza,
comprobaron su hidalguía, consiguiendo lo mismo que Gómez
en Montevideo.
Todo cambia, se muda, pasa ó borra. Y no es por aquello
de: — todos somos iguales (como en República), y que tanto vale
ser negro, blanco ó mulato, que cuatro colores pueblan la
tierra Sino que todo cambia con el girar del tiempo, y
lo que malo se reputaba ayer, boy no es tanto, y lo que noble
fué, plebeyo qiieda. Al presente la nobleza búscase en la per-
sona, no en la ascendencia.
Como que de nobles fué no saber leer, ni escribir, ni traba-
jar en nada. El trabajo, carga era de burros y esclavos; y ahora
84 tRADICIONES
plebeyo y bajo y vulgar es no saber trabajar, ni producir nada,
ni servir para maldita la cosa
Más descuella aquel que para más sirve.
El noble de la edad media que mataba mayor número de
sus semejantes en el torneo, era sin disputa el más notable, y
Pizarros y Almagros hubo que sabian conquistar pueblos, pero
no poner su nombre.
Hoy, si en lugar de aprender á leer y escribir y á manejar
máquinas, solo se enseñara á los niños desde su primer infancia,
únicamente á tirar las armas, no progresaría mucho la humanidad.
La significación de las palabras degenera, y hasta las frases y
las cosas cambian de significación según el sentido.
Flagelar en la ley antigua, no solo era castigar á un hombre,
bastaba que se le tomara de las ropas, se tocaran éstas, para
quedar flagelado.
Hoy dos amigos se encuentran en una boca-calle, se tocan
y se ponen la mano sobre el hombro, sin que á ninguno
ocurra sea esto una flagelación.
Castigábase también con gravísima pena una bofetada, aun-
que no con tanta severidad como un ¡Adiós, mulato! por lo
cual hasta la tercer generación quedaba deshonrada.
Ahora, un hombre puede disparar dos tiros, acertar uno,
salvar su víctima por el canto de un duro, menos blando que
la bala, y apenas castigársele suele (cuando se le castiga), con
ocho dias de arresto, más por no saber usar las armas que usa,
que por su abuso.
Y nos despedimos con un ultimo ejemplo para no ser más
pesados.
— «Vamos á hacer tiempo y mientras llega la hora de ma-
lilla echaremos una siesta», decían á las doce del dia nuestros
pacíficos y cachazudos pero prudentísimos abuelos, en los tiem-
pos coloniales.
Ahora un activo corresponsal ó repórter de gacetilla callejera,
hace tiempo, y se lo dá para todo en inversa forma.
Durante las cuatro largas horas de la siesta del tatarabuelo,
en su devorante actividad, se dá tiempo para tomar todos los
detalles de una de las frecuentes inundaciones de Barracas,
presencia un incendio en Palermo, cerrando el ojo á su
abuela la tuerta por Miserere, pone tres telegramas cifrados
de suma importancia, para Chile, Montevideo y Brasil, notician-
do hasta el número de metros de bruselas ó encajes de Ingla-
terra que lleva en su larga cola la ultima novia, como el menú
y diversas sopas de comida de tres pelagatos, que aun la de-
ben á Sampé; y todavía se ha hecho tiempo para echarle tres
DE BUENOS AIRES 85
piropos á su novia por el panteléfono, (hoy que las paredes
tienen oidos), y surcir con más mentiras de las necesarias, la
crónica de todos esos sucedidos, y no sucedidos, que conten-
drán la gacetilla del dia siguiente.
Eso sí que es hacer tiempo, es decir, alargarlo» estirarlo,
dilatado por la multitud de cosas, que en breve espacio produ-
ce la actividad, en vez de sentarse á esperar que la Parca corte
el hilo, ó dé por terminado el viaje, antes de haber comenza-
do nada útil, como sucede á los más en éste valle. . . ^
XII
Transcurrido habían siete años desde la ingrata noche en
que un j Adiós, mulato ! dejara sin dormir á Gómez, y en desa-
zón á toda su familia, y del dia en que jurara no economizar
gasto, ni ahorrar medio hasta quedar á cubierto su honra, cas-
tigando al calumniador.
Una de esas risueñas mañanas primaverales en que la fra-
gancia de las flores, la trasparencia del más puro aire,
lo azulado de la atmósfera, predispone toda esa alegre fiesta
de la naturaleza á la bondad del espíritu, llamaron á la puerta
de Gómez.
Macilenta, desencajada, rubia y pálida, flaca, débil y ojero-
sa, una mujer desgreñada avanzaba vacilando por el zaguán,
cubriendo con el manto negro que caía desde su cabeza, al hi-
jito dormido en brazos.
Al traspasar aquel umbral un cierto temblor oprimió su co-
razón, y lágrimas silenciosas se deslizaron por su ajado sem-
blante.
Aquel hermoso día de primavera, con todos sus esplendores,
invitaba á la dicha. Aquella pobre mujer enlutada, interesante
con la belleza del dolor, movía á compasión.
Gómez se adelantó, diciéndole: «Entre, buena mujer, qué se
le ofrece»?
— I Oh I señor, una palabra de perdón de sus labios, es todo
mi deseo, y nada más.
— ¿En qué puede haberme ofendido, Vd., á quien no co-
nozco?
—Así es, señor, sin haberle hecho yo nada tiene Vd. que
perdonarme, Vd. es tan bueno y goza en toda la población nom-
bre de bienhechor, no puede hacer conmigo escepcion. Déme
su palabra de perdón y le recordaré todo ......
86 TRADICIONES
— Por perdonada, mujer. Si, yo no soy hombre de odios, ni
miserias, ¿qué necesita?
— Señor, Vd. me ha ofrecido su perdón, no lo retire, no se
vaya á enojar ó arrepentirse. Soy la hija del que fué Coronel
Cardoso, éste es mi hijito y de mi primo y esposo, quien tam-
bién ofendió á Vd. Ven^o á suplicarle de rodillas y por el
alumbramiento tan feliz de su señora anoche, el perdón de
esa ofensa. Mi padre, mi madre, mi hijo, padecemos hambre
por sus consecuencias. Al penetrar por primera vez, después de
tantos años á esta casa, que perdimos en el pleito, se me ha
oprimido el corazón.
«Pero, la buena fama en que Vd. es tenido entre todas las gen-
tes, me ha alentado á llegar, y venir á pedir á sus pies el per-
don de mi padre, de mi marido, de cuantos le ofendieron. Bas-
tante castigados están para que caigan sus faltas hasta este po-
bre pequeñuelo, quien no había nacido cuando se pronunció
la fatal palabra que tanto le hirió
Gómez retrocedió con gesto de disgusto al oír el nombre,
recuerdo de tantos años de amarguras, primero; serenado en
seguida por las palabras desesperantes y la actitud suplicante
de la infeliz, adelantóse para alzarla, y sentándola cerca de sí,
le dijo:
— «Es Vd. hija de Cardoso? Cuánto mal me hizo ese hom-
bre. Verdad que los hijos no son responsables de las faltas de
sus padres. El buen Dios nos manda perdonemos á nuestros
enemigos. Cuatro años, me hizo padecer tortura infinita por su
calumnia, otros cuatro ha sufrido él la afrenta. Todo ello
servirá de ejemplo para evitar la reproducción de lo suce-
dido •
Y diálogo de dolor, de compasión y enternecimiento siguió-
se entre el ofendido y la suplicante, y Gómez iba perdiendo
terreno y dejándose vencer, hasta que por ocultar su debilidad
entró con lágrimas en los ojos al aposento de su mujer.
Allí, otra escena de dolor, de ternura, de llanto y espansion
se reprodujo.
Pero la buena mujer que le aconsejara no parar en medios
para la reparación, alentó su instintiva conmiseración. Avivó
también el recuerdo de escena semejante, como el de la her-
mosa madre de sus hijos, meciendo con sonrisa de complacencia
desde su lecho, la cuna del recién nacido.
Ocho años atrás, una mañana tristísima, Gómez había encon-
trado llorando á la compañera de sus nublados dias, jimiendo
DE BUENOS AIRES 8/
por la afrenta que sombreaba de ignominia la cuna de su
primogénito.
Entonces calmó ésta con sus consuelos á su compañero
atribulado, aconsejándole entre lágrimas, severidad y reposo,
pero perseverancia en la reivindicación.
Al través de tan dulces sonrisas maternales, arrancadas por
el bien nacido con tanta felicidad, predisponiéndole al perdón,
le aconsejó éste.
No obstante ser tan poco espansivo, no pudo Gómez dejar
de conmoverse al oír á su mujer en estos términos:
€ Recuerda cuánto hemos sufrido tanto tiempo por culpa de
ese hombre, y como la extenuación te llevó al borde del
sepulcro.
«La justicia no es la venganza. Cómo sufre esa pobre mu-
jer, por la soberbia y orgullo de su padre! Tiéndele mano
protectora y haz por ella cuanto puedas. Perdona por nues-
tro hijito, por mí, que anoche hube de morir. > . .
Gómez, conmovido se acercó á la cuna regándola con lá-
grimas silenciosas que no pudo evitar, y alzando al niño le dio
el primer beso, diciendo:
— Puesto que tu nombre se invoca, perdonaré por vos, y Lá-
zaro te llamarás porque este nombre significa al que Dios so-
carre^ recordando la resurrección del amigo de Jesús, y porque
has llegado á tiempo de resucitar de la ignominia á una fa-
milia.
Volviendo luego al cuarto donde esperaba la atribulada ma-
dre, entró con faz complaciente, diciéndole más serenado:
«Perdono á su padre el mal que me hizo, la desazón y sufri-
mientos causados á los mios.
«En nombre del nuevo hijo, que acaba de concederme el
cielo, y para que en el porvenir no se hereden odios de raza,
perdono cuantas ofensas recibí de los suyos.
«No puedo devolver esta casa, pues su valor no alcanzó á
pagar los ingentes gastos que los viajes á España y el sacar
la ejecutoria ocasionaron. No puedo dejar sin efecto la sen-
tencia por el Rey pronunciada, pero nada me impide perdonar
desde que fui la víctima de la injuria, y ya se me ha hecho jus-
ticia.
« Vd. sabe que si no perdona el ofendido, no hay autoridad
bastante á levantar la infamia; y la mancha de la deshonra
caerá sobre sus hijos, como lepra indeleble.
«Voy á dar á Vd. en documento escrito, mi perdón á los suyos
y cuantos me ofendieron, para que ocurra donde corresponda,
pues sin él no sería posible la reposición de los destituidos.
88 TRADICIONES
«Mientras que esté sin recursos su hijo, será el pensionado de
mi recien nacido. Venga á mí por cuanto necesite, tiene Vd. mi
beneplácito para solicitar se detenga en sus efectos el auto de
declaración de infames que solicité contra cuantos me calumnia-
ron.
((Por muchos años sangrando ha estado esa herida abierta
en mi corazón, pero su acto de humildad confiando en mi hi-
dalguía apresurará á cicatrizarla, pues los paclres debemos per-
donar por los hijos. Vaya Vd. con Dios, y vuelva mañana por
el memorial prometido»
Loca de contento salió, pues menos que casa y lujo, apetecía
pan y honra, y no había rehabilitación una vez pronunciada
la sentencia, sino en caso cleque perdonara el ofendido
Reconocía ya Gómez que los hijos no eran culpables de la
falta de los padres, y mucho era para época en que vigente
estaba la ley, responsabilizando hasta los descendientes.
Veinte años aun faltaban para que la gran revolución pro-
clamara á faz del mundo los derechos del hombre, y era por
entonces humanamente imposible hacer penetrar en el escaso in-
telectumde linajudos señores, que el esclavo igual en derechos
debía ser á su amo, pues los tiempos se acercaban en que todos
fueran iguales ante la ley.
Solo uno que otro, allá en las cumbres, adelantándose á su
siglo (inteligencias más avisadas,) presentían los primeros albo-
res de esa suspirada aurora al despertamiento de la humanidad,
tras la prolongada noche del oscurantismo y los resabios que
de tiempos bárbaros quedaban. ¡Cuan cierto es que:
cTodo es según el color
Del cristal con que se mira».
PE BUENOS AIRES 89
EL n DE LOS TtES SIETES
Nombres impropios.
Sefior Doctor J. A. Argerich
I
En el año de los tres ochos referimos reminiscencias del año
de los tres sietes. En el de los tres nueves habrá bisnieto que
haga memoria de lo que recordamos de los bisabuelos ?
— Quién dijo que nó?
Pan ! pan 1 pan ! Pesado llamador retumbando en vacía con-
cavidad caía sobre ancha y maciza puerta de umbrales tan vie-
jos como ella.
Y el eco de repetidos golpes, iba á perderse en el silencio de
callada noche, por desiertas calles oscuras, sin que la media hoja
tachonada de férreas cabezas de morrudos clavos, pareciera con-
moverse, por más que resonaran hasta el lejano corral.
La hora de queda aun no había señalado el toque de ánimas
y cubre fuego en la Colonia del Sacramento, y los ladridos de
dos mastines como respondiendo al llamado, despertaron el can-
cerbero, quien con mayor frecuencia que en la puerta encontrá-
base en la pulpería de la esquina.
A la sazón dormía la tranca de costumbre, más pesada que
la del portón, sobre Ip, tabla del albañal, en el oscuro zaguán
90 TRADICIONES
de una de las mejores casas construida por el ultimo jefe por-
tugués de la plaza, en el barrio más central. Nada menos que
un par de negros bozales y dos mastines del mismo color, si
bien de voz más clara, guardaban la puerta de casa, por cuyos
bajos fondos podían entrar cuantos tuvieran ganas.
— Quién es ? se oyó al fin, tras tercer repiqueteo, de voz so-
ñolienta, como despertando de lejano mundo.
— Abra Vusé. Soy eu !
—A que su merced, anuncio al amo ?
— A D. Sebastiao Vasconcellos de Cintra — Preitas — Guima-
rais — Saldaña — Feixaira — Fonseca — Sampallo — Moraira—
Caxias de Pimentel.
— Cascaras ! con las cajas de pimientos ! murmuró entre su
media lengua el mosambique. No hay sillas para tanta gente,
también pudo contestar al portuguesiño muito ñnchau, único
resto de lucitanos que acababan de salir como ratas por tiran-
tes de entre los escombros del ultimo asalto.
— Seu un solo, castigao. Abra presto prieto da os dia-
blos .... y allá á las cansadas entreabrióse como recelosa y
con miedo una media hoja baja y estrecha, cual pequeño bura-
co en el gran portón, agachándose al penetrar el hidalgo y sus
doce nombres, y cerrándose la puerta con mucha más prontitud
de lo que fué abierta.
Poco rato pasara cuando otro tan ! tan ! se oyó en la misma.
— Quién es?
— El veinte y cuatro.
— Cómo! murmuró el esclavo, demasiado ladino para cier-
tas cosas. Si no hay lugar para doce, menos habrá para
veinte y cuatro.
— Nó, negro bruto. Anuncia á D. Julio Espantoso, veinte y
cuatro de la Villa.
Más que espantado salió dando tras pies y con aguarden"
tosa voz anunciando á D. Julio Veinte y Cuatro.
Pero, no bien reponíase el portero de tan sucesivas sorpre-
sas, cuando nuevo tan ! tan ! oyóse, y voz ronca ahuecada
breve, áspera como de persona con cara de pocos amigos,
gritó:
— Anuncia al señor veinte mil.
— Santa Bárbara ! corcobeó el cancerbero, esta noche, como
la de San Bartolomé, el diablo anda suelto en la Colonia. Y
con veinte mil de. á caballo, y otras maldiciones soto-voce,
franqueó la pesada puerta al señor D. Juan, cobrador de almo-
jarifazgos.
DK BUENOS AIRES 9 1
II
Y cuatro y cinco, y seis y más huéspedes, fueron sucesiva-
mente entrando por tan oscuro boquerón, los mismos que al
poco rato con otros ilustres personajes, de tránsito unos, recién
venidos ó estantes otros, rodeaban la alegre mesa del Físico de
los tres sietes^ y entre malilla y chocolate, los más curiosos en-
sayaban la primera taza de thé, sin saber cómo tomarla.
— Pero esto se sorberá con bombilla como el thé de Misio-
nes, preguntaba un criollazo gordo y algo romo de ingenio,
relleno de tocino y peluconas, á dos manos aferrado á su jicara
repleta.
— Nó ! la yerba de la China es diferenre al thé del Paraguay
en su preparación como en sus efectos estomacales, esplicaba
el anfitrión, alto, blanco, esbelto, buen mozo, quien envolvía su
amplia capa de paño grana á la española, con el garbo y ele-
gancia que hoy lleva su nieto el elegante Canónigo O'Gorman
su negro manteo, médico de corta vista y largos alcances.
Como buen descendiente de irlandés, no había podido venir
al Plata sin provisión de su bebida predilecta, empeñoso en
hacerla probar á sus comensales.
Y en las discusiones de lo saludable del thé, y lo anti-higié-
nico de la yerba dejaremos alegando el grupo de la cabecera,
por la atención que reclama grupo más alejado, pero no menos
interesante.
D. Protasio Ibiriquitanga, recien llegado de la Reducción de
Tubichaminí, del Cacique chico, era gran amigóte de D. Deo-
gracias de Concolorcovo, quien le había presentado allí, lleván-
dolo por primera vez á la tertulia de malilla en casa del señor
Cirujano O'Gorman. Alelado el guaicuspua, ( cual gallina en
corral ageno), ante copetudos de tan alto copete, preguntaba á
cada rato en voz baja, á su introductor, algo sobre aquellos
señorones que gastaban tanto nombre.
■ -Pues, tres sietes denominan vulgarmente al médico
O'Gorman, ( díjole al oído, ) porque en el presente año arribó á
esta Colonia con la expedición de Zeballos, como Cirujano
Mayor del Ejército. Con tan hábil mano cortó tañía barriga
da perna, ( pantorrilla portuguesa), por el cañón mangu-
llada, que al Campo Santo nuevo, el de las ánimas fuera
de murallas, han dado en llamar el Cementerio de las piernas
del físico O'Gorman. Está Vd ?
— Yá, yá.
— Vd. sabe que al extremo de su tierra, y por lado opuesto
de las provincias Vascongadas, hállase esa otra de nuestra Espa-
92 TRADICIONES
fta que la llaman anda-Lucía, por cierta Lucía que cuando
vieja la echaban por vieja, cual Doña Luz y Don Sol, de donde
más llegan aquí leguleyos lugareños y ministriles por estar
más cerca del embarcadero, como si el turrón se hubiera he-
cho para ellos solos. Pues, estos señores, todo se han traido
de la tierra, hasta los nombres de sus alcabalas recaudadores
y contadores, en las Lonjas.
Entre estas trasportado han á ciertas villas del Vireynato,
como la Asunción, las veinticuatrias del Ayuntamiento de
algunas ciudades de Andalucía. Allí se nombran los veinte y
cuatro vecinos más respetables para que corran con impues-
tos, gavelas, pesas y medidas de granos, derrames de géneros
y caldos.
Por eso este veinte y cuatro (que en algún año de mala pes-
te llegó á ser Rejidor del Ayuntamiento en su lugarcillo, aun-
que hace muchos, ya no es nada, ni nunca fué sino de los
veinte y cinco y un quemado, el ultimo) jamás se apea el título,
y anda con unos humos que apesta.
—Y el otro de muchas ínfulas del lado ?
— Ah! á ese señor le llaman Don veinte mil, porque mu-
chas veces el pronombre sustituye al nombre, y acaba por
absorverlo.
El fué un chulo andaluz que en cierta ocasión se presentó
al Virey que vireynó en el Perú, á pedirle prestados unos
veinte mil duros para la explotación de minas, no sé si en
Amaneáis ó en la luna, que para el caso es lo mismo, y
como el candido de proyecto de Rey, no quiso creer en las
minas esas de su invención, ni en un nuevo Potosí, le echó
en hora mala : t Vaya Vd. con veinte mil de á caballo I > y
desde entonces le quedó el sobre nombre de veinte mil, del
que se ha hecho su pronombre.
De tal rama descendió posteriormente la afamada poetiza
ecuatoriana Dolores Veintimilla, quien se ahorcó haciendo un
dogal de sus versos. \ Cuántos poetastros merecieran igual
suerte ! y el General, que tanta bulla metió después en esa Re-
pública.
Y el grupo de los seis famosos personajes
que ha poco más pasa á ser grupo histórico ( aunque como
otros muchos nada para ella hicieron), seguían con la mayor
gravedad discutiendo sobre el thé y los nombres propios, que
muchas veces llegan á ser impropios, dándose aires de sa-
piencia y profundo entender, cual si trataran de resolver arduo
problema para bien de la humanidad.
DÉ BUENOS AIRES 93
III
Era el señor Don Miguel O' Gorman, al rededor de cuya mesa
reuníase tanto pozo de ciencia, el primer médico de nuestra
facultad, y ya por aquellos tiempos el de más fama, tanto así
por su humanidad inagotable ( distintivo rasgo de raza en sus
descendientes ), como por su saber,
Fundador de nuestra Escuela de medicina, arribó, como he-
mos dicho, con la más numerosa expedición llegada al Rio de
la Plata el año de 1777.
Concluida la campaña con la toma definitiva de la Colonia,
comisiónesele para el arreglo de los Hospitales, economizar
sus consumos y correjir los abusos notados en los proferores
de medicina y cirujía.
Por Real orden del 18 de Setiembre del año de 1779 nóm-
bresele primer proto-médico en esta ciudad de Buenos Aires,
dirijiendo la Cátedra de medicina, y Don Agustin Ensebio Fa-
vre, la de Cirujía.
Por cerca de cuarenta años, hasta el de i8i6quele sucedió
Don Justo García Valdéz, siguió de proto-medico, rindiendo
importantes servicios al vecindario, no siendo el menor, la
instrucción científica que redactó en 1805 para inocular la va-
cuna, introducida aquel año por el portugués Don Antonio
Machado Carvalho.
El Dr. O^Gorman, fundador de esta ciencia entre nosotros,
tuvo por primogénito en ella al Dr. Don Cosme Argerich, pri-
mer profesor entre los hijos del país, y su sustituto desde
1802 como fundador de la Escuela médica de Buenos Aires.
Desde el principio del presente siglo le ayudaba el Dr. Don
Agustin Eusebio Favre ; pero, el Sr. Don Juan Antonio Fer-
nandez fué su discípulo predilecto, y nieto en línea recta en la
familia médica, de O'Gorman.
Tras de D. Cosme D. Cosmecito y hasta cuatro generacio-
nes de médicos del honrado nombre de Argerich se sucedieron,
y el Dr. D. Pedro Rojas, Alcorta — y Montes de Oca y Cuenca
— y Bosch — y Rawson, y hasta Pirovano y los más célebres
médicos de la actualidad, reconocen con agradecimiento á los
nombrados, como sus abuelos en la ciencia
IV
Y entre mate y chocolate, y chaquete y malilla y murmura-
ción de sobremesa y pelucona de más ó de menos que rodaba
94 tRADÍCIONE55
bajo el tapete, sobre el que entre pura gente honrada desapa-
recían las mejicanas que era un gusto, en acalorada discusión
de política ó indefinidas divagaciones color thé, volviendo y
jirando la conversación, vino rodando hasta la impropiedad de
ciertos nombres, que no de nombres propios, sino de los age-
nos se ocupaban, por aquello de que se vé siempre mejor, paja
en ojo ageno, que viga en el propio.
— Pues mire Vd., mi Sr. Concolorcovo, decía Ibiriguitanga
dirijiéndose al vecino de Tubichaminí, compañero de D. Circun-
cisión, que acababa de perder el ultimo dado, en esto de im-
propiedad de nombres, nada más raro de lo que por esta tierra
pasa.
«Desde que llegué de la mía ando con el nombre al revés, y
no podría garantir si con la cabeza también. Vea Vd. si no
hay para ello motivo y hasta para volverse turumba. Esplí-
quenos Vd., D. Julio Veinte y cuatro ó D. Veinte y cuatro de
Julio, ¿qué quiere decir esto de llamársele Rio de la Plata al
que solo es fango y arena, que eso y no plata se encuentra en
su fondo?
Con razón á cada pamperada los montevideanos reniegan de
los porteños, que les revuelven sus aguas.
— Diré a Vd. Más probable que la versión aquella de
que anduvieran con grandes pedazos del blanco metal de pen-
dientes en las narices los oriundos de allá arriba, es la de que
la primera noche que el compadre Solís entrara á este inmenso
estuario fuera de luna llena, y sobre sus aguas tranquilas, se-
renas, brilladoras, cayendo á plomo, reflejara como sobre
inmensa lámina de fundida plata, y Rio de la Plata llamó.
— Está ingeniosa la decifracion. Todo tiene su vuelta y es-
plicacion más ó menos aproximada á lo cierto ; pero, ver-
dad es que no anduvieron muy acertados nuestros paisanos
para ciertas denominaciones.
La contrariedad de los nombres persiguió desde sus prime-
ros pasos, á los colonizadores, agregó el vecino.
«Llegamos á esta región argentina y nada de argentino que
tiene. Ni bosques, ni minas, ni montañas que pudieran sospe-
charlas ó encubrieran.
Y la murmuración entre los viejos contertulianos se gene-
ralizaba en entreacto del juego mientras que circulaba infusión
de thé falsificado, sin duda.
— Desde el tabardillo hasta el sarampión, continuó el mismo
las congestiones del viento Norte y los constipados del viento
Sur envuelven en sus revueltos pliegues aquellos airecillos,,
t>E BUENOS AIRES 95
más fiebres y malarias sirocos ó zonda que abundan como en
tienda de surtido pulpero, para todos los paladares.
«Cosecha de chuchos é insolaciones al gusto del más delicado
viajero, fiebres tífiís y tifoides, gástricas y gastritis palurdas y
burdas como para los chicos, tisis para los grandes, tabardillos
para los viejos, y en clases de fiebres encuéntranse en la vecina
orilla la colección más completa.
«Desde el estado febriciente y de incesante agitación política
en que vive con frecuencia medio pueblo, por sobreponerse al
otro medio, hasta la fiebre yala ( amarilla ), introducida por
el portugués como todo lo malo, añadió aludiendo al de los
doce nombres, que empezaba á mostrarse yá un tanto amos-
tazado, la hay intermitente — volante — espectante — y galopan-
te, por los aires, por las cloacas ó terceros, — hablando, bebien-
do, respirando por todas partes se aspiran miasmas delectereos
en aquella bendita ciudad de enfrente que llaman Buenos Aires.
fila exclamación de Sancho ( no el de* D. Quijote, que aun
estaba en la mente de Cervantes ), « qué buenos aires son los
de este suelo ! > no es lo que dio nombre á la ciudad de la
otra banda, sino la devoción de los primeros marineros á Santa
María de los buenos vientos, cuya ermita todos hemos visitado
antes de embarcarnos en Cádiz
V
— Y de esta misma ciudad, qué dice Vd., agregó un tercero.
Siguen llamándola Colonia, cuando aquí nunca floreció ninguna?
Fué ello maldición de Gabriel, en los tiempos que andaba
por la isla de su nombre, al remontarse al cielo.
Nunca dejarás de ser Colonia 1 dijo, viendo el buen Ángel
nacer esta población viciada desde su orígen, pues que con-
vertíase en refugio y guarida de contrabandistas. <] Oh 1 mal-
dito nido de reprobos, pasará un siglo, pasarán dos, pasarán
tres y nunca dejarás de ser Colonia, conservando así hasta tus
postrimerías el sello del pecado de tu origen,» y continuó : —
«Violada por portugueses, nacistes del contrabando. Veréis
surjir del haz de la tierra, crecer y extenderse ciudades á tu
alrededor pero oh i tú, nunca dejarás de ser Colonia!
Pocas profecías han tenido tan exacto cumplimiento.
Nació Pando — Paisandú en el país de ñandú * Santo Do-
mingo de Soriano : el primero, Montevideo — Durazno — Dolo-
res — Mercedes, cien jóvenes poblaciones florecieron sobre las
verdes cuchillas orientales y esta caduca desmoronada, siete
g6 tkADICIOÑES
veces retomada por españoles á portugueses, apenas para
palenque de fratricidas luchas quedó luego, vieja y olvidada
languideció en letal atonía, al ñn siempre Colonia.
Y empezaba recien la impropiedad en los nombres ó los nom-
bres propios más largos que cuaresma. Así al sucesor de
Vertiz y Salcedo, llamábase únicamente Nicolás Francisco
Cristóbal del Campo, Maestre Cuesta de Saavedra Rodriguez
de las Varillas de Salamanca y Solís y García de Olalla y
Sánchez de Salvador — Marqués de Loreto, Brigadier de los
Reales Ejércitos, Virey Gobernador y Capitán General de las
Provincias del Rio de la Plata y Presidente de la Real Audien-
cia Pretorial de Buenos Aires.
A este sucedió el Virey de la mujer de los veinte apellidos,
nominándose — Nicolás Arredondo Pelegrini Haedo Zorrilla de
San Martin y Venero, que no era chica carga. Pero la carga de
su mujer, que carga 1
Bien puede decirse que si no fué quien más hermosura aportó,
sin disputa si la que más nombres trajo.
Figúrense Vds. que ala buena de la señora robusta, rolliza y
bien acondicionada, con cimientos bastantes para soportar tan
recargado chapitel llamaban, cuando dedicaban aunque fuere
un catecismo : María Josefa Mioña ( cuidado con leer mal ni
suprimir tilde que linajuda de tantos humillos enemiga era
de malos olores ), Bravo de Hoyos — Delgadillo Gutiérrez Ave-
llaneda Solorzano Henestrosa Acevedo Castillo Muñoz Sotroni
sa. Camino Ossorio Arce Reynoso Albarado de la Cuadra Cor-
raliza Calzada Mata Palacios y. . . . respiro. . . .
Y no es nada, entre otros que les sucedieron, aportando
más nombres que patacones á este Rio de la Plata.
Así que cuando el gallego de arribada al cónclave sapien-
tísimo, criticaba por su significación inconveniente las nuevas
voces oídas á su arribo como pampa — Andrés — Chacra — pul-
pería, no se asustó yá al leer en una lista de arribeños entre
las felicitaciones á Zeballos por la toma de la Colonia, nombres
de vecinos en Catamarca, la Rioja, Salta ó Jujuy, vecinos de
verdad, que se firmaban Caraciolo — Protacio — Filo — Innume-
rables — Degollación y Firuco, teniendo primas tan raras que lo
eran más que sus nombres : Exaltación — Espectacion — Inma-
culada ( por más que la doncella corriera burro. ) Circunci-
sión - Conmemoración — ^Acacia. Y así se levantó el portuguez
despidiéndose el primero de la reunión, diciendo, en esta
tierra todo anda con el nombre al revés.
DE BUENOS AIRES 97
Si algún palurdo pone en duda la verdad de tales nombres,
atribuyéndolo á invenciones de nuestra escasa cosecha, remi-
tírnosle á la tradición de nuestro maestro, Doña Eduvigis
I turriberri torriazpetechea.
Cosas de la tierra ! exclamó el recien venido. Cosas de Es-
paña, debió decir con más propiedad, recordando en él, sino
cada nombre, lo que dijo el más popular de sus poetas :
• • • •
el nombre es el hombre
y es su primer fatalidad su nombre.
98
TRADICIONES
5
( Tradición del ftfto 1780. )
Al escritor humorista Sansón Carrasco
I
Si alguno añrmára hoy que esta ciudad, cuyo fondo se ex-
tiende yá hasta más de una legua de su ribera, fué un día
completamente inundada, por más que rejurára, cualquier ex-
trangero le contestaría: j Miente como un viajero !
Sin embargo, nada más cierto. Verdadera isla rodeada por
todas partes de agua más turbia que conciencia de cartulario
de antaño, apareció por muchos días, en la época á que nos
referimos.
Botes transitaban sus calles, y bateas, baterías de cocina y
y hasta ranchos y casas enteras, navegaban en lugar de aquellos,
apareciendo entre mil destrozos, apenas visibles cimas sobre-
nadando, mástiles, tablas y fragmentos arrastrados por la cor-
riente.
Parece imposible, y sin embargo sucedió!
Esta ciudad, cuyas lomas elévanse en algunas partes hasta
DE BUENOS AIRES 99
sesenta pies sobre el Plata, fué inundada por sus aguas en com-
plicidad con las torrenciales del año más lluvioso de que me-
moria haya.
El río salió de madre, y los terceros desbordados, acabaron
de rodearla de agua.
Pero no era extraño que tal aconteciera en el temporal de
Santa Rosa del año de 1780, pues el pasado siglo fué para
nuestros abuelos el de más extraordinarios sucedidos.
Empezó por el año del cometa, precursor de todas las des-
gracias que agobiaron á estos pobres vecinos, y le siguieron
como plagas : el año de la seca ; el de los terragales ; el de la
peste en los ganados (epizootia), — el año de la guerra del
portugués, repetida en el mismo siglo ; el año de los tres sie-
tes, fatal para aquéllos, como el año de Judas, y todavía apa-
reció el año de la invasión, el del malón grande, de la viruela,
de la inundación, el año en que se perdió el río, el del tempo-
ral, de Tupac-Amarú, y diez años más de públicas calami-
dades.
Fué entonces que se popularizó el repetido refrán : « Bien
vengas mal, si vienes solo». En verdad que eran muchos ma-
les para tan poca gente! Pero los muchachitos callejeros can-
taban otro cantar:
€ Calumnian á Santa Rosa
Y el Sud-Este es quien destroza. «
II
La mañana del 30 de Agosto de 1 780 apareció el cielo de
esta bendita ciudad de Santa María, oscuro, ceniciento y en-
capotado.
Finas flechas aceradas y penetrantes de menuda garúa per-
tinaz y continua, caía sin cesar azotada por fuerte ventolina en
los intermedios de la lluvia.
Bien que esta novedad no lo era para los atribulados estantes
de aquestos barriales, pantanos y lagunones, pues hasta cua-
renta hermanas de esas pálidas y desgreñadas mañanas ha-
bian deslizádose sobre el mismo sucio horizonte nublado y
sombrío.
Ocupado el sol en achicharrar los antípodas, olvidaba aso-
mar su rubicunda faz por cima del extenso río, manso y bo-
nachón generalmente, pero variable é impetuoso á veces, como
los que de sus aguas beben.
ICX) TRADICIONES
Si^bitas é instantáneas llamaradas fulguraban los cielos, cual
sierpes azulinas culebreando entre desteñidas sombras.
Gruesos nubarrones de torvo aspecto, semejando gigantes
aves fantásticas batían por los espacios inmensas alas' de tem-
pestad hacia un lado, mientras que por otro, negras montañas
venían acentuando el claro oscuro de aquella mortecina luz de la
mañana, y á lo lejos tropeles de nubes más ligeras, encimadas
cabalgando unas sobre otras, dirijíanse al naciente.
(( Son las llovedoras que van por más agua al río ! » excla-
maba uno de los pocos transeúntes, alzando la vista y precipi-
tando el paso.
Sobre el claro á trechos de un fondo encapotado aquí,
plateado allá, de cobrizos contornos, grupo más denso, si-
guiendo sin duda sus murmuraciones sobre el viento, la nie-
ve, el frío y demás novedades de tales alturas, tomando la
forma de cono ó invertida espiral en tromba, inclinábase al
río, mientras que en el extremo opuesto, otras de esas pesadas
viajeras de los cielos, rasgadas por el viento, deshacíanse,
recomenzando por centésima vez á caer gruesas gotas, en cha-
parrón y lluvia torrencial.
Y á tal punto amenazaba seguir diluviando, que no faltó
vieja bruja, por el barrio del mondongo, que al asomar á tran-
car la única hoja de su ventana con el grueso barrote de sus
conjuros, exclamara retrocediendo espantada: « | Llueven chu-
zas !! »
Descalza, desgreñada y cari acontecida, una que otra mujer
del pobrerío regresaba apresuradamente de las compras, cha-
paleando entre el barro, aquí caigo, aquí levanto, bajando y
arañando los altos y angostos veredones desmoronados y las
resbaladizas piedras enfiladas, para atravesar las boca-calles.
Destilando agua, que los caños salientes derramaban como
cascadas sobre los pocos transeúntes, arremangadas sus moja-
das polleras en una mano, y sosteniendo con la otra el atado
sobre la cabeza, con enaguas embarradas pegadas á sucios
garrones, ó azotando canillas peladas, iban en diseminada hilera
charlando á gritos, sin que el mal tiempo les quitara el buen
humor.
Y unas tras otras seguían en hilera caminando de prisa,
agazapándose lo más posible á la pared, donde tejas traidoras
goteábanlas á mansalva, murmurando en voz alta sobre el
tiempo, la carestía de los puestos, y la no interrumpida lluvia,
ya con las que caminaban más adelante, ó las que en opuesta
DE BUENOS AIRES lOI
dirección venían por la vereda de enfrente, con algún otro
atado en la mano y un perrito detrás.
Negras, zambas, chinas, mulatas y mulatillas chorreando agua
y dicharachos continuaban su charla, cuando yá los compadritos
del alto, chulos y decidores de oficio, centinelas perpetuos del
poste de la esquina, apenas asomaban sobre la media puerta en-
treabierta en la trastienda, sin pifiarse ni decirles nada.
Miraban silenciosos cruzar de prisa una que otra manóla más
ó menos zaparrastrosa, ó sahumada beata rumiando oraciones
y dirigiéndose á la Iglesia ó á la sacristía, contrastando con
ese alegre mujerío de eterno cotorreo jocoso y locuaz. Cree-
ríase que tan largo temporal de obligada haraganería, para
los hombres dentro sus casas, había puesto de tan mal humor á
esos eternos decidores, qué apodos y cuchufletas se hubiera
llevado el viento, ó que el frío penetrante é intenso congelara
su chispeante genio burlón
III
A eso de las diez de la mañana arreció el temporal. El tan!
tan! tan! de la campanita de socorro, apenas se oían, como
ecos lastimeros esparcidos por bocanadas de la tormenta
entre el rumor de sus ráfagas como llamando á fuego, aunque
en realidad á lo que llamaban era á agua, clamando auxilios
contra su inundación.
El huracán, fuertísimo se desencadenaba.
Pasar de una vereda á otra cruzando barriales y pantanos
sin fondo, era del todo imposible.
El río aparecía desierto de buques, pero sus riberas cubiertas
de destrozos y fragmentos, pescados muertos y embarcaciones
despedazadas.
Botes tumbados con las rotas costillas al aire, mástiles en
astillas, velas flotando, remos hechos pedazos, balandras y go-
letas embicadas, en los apelmazados colchones de gruesa
resaca pajiza y amarillenta; algún cadáver de infeliz náufrago,
triturado sobre las toscas, contra las que lo estrelló la furiosa
ola.
Terroso, iracundo, enfurecido en los ímpetus y estallidos de
nó comprimida cólera^ con toda su salvaje majestad, el Plata
levantaba moles soberbias de agua y espuma con mujidos
espantosos.
En su desierta inmensidad solo se divisaban escuadrones in-
terminables de crestas blanquecinas lechosas y bramadoras.
I02 TRADICIONES
Y de entre ellas, cual jefes que sobresalían en tan ajilado
mar, las olas más altivas, gigantes montañas líquidas coronadas
de espuma, escupían á las nubes, y cayendo luego en prolonga-
do desmayo, venían corriendo á romperse contra las toscas,
deshechas en lluvia ñnísima. arrojada hasta muy lejos de la
orilla.
Ruido atronador de trueno continuo, ensordecía, al que con-
testaba eco lejano de otro, repercutiendo por los espacios,
como si nueva é invisible tormenta se preparase tras el hori-
zonte.
El aire entenebrecido y lleno de pavorosos estruendos in-
fundía miedo, y tan prolongado temporal tenía á todo el
vecindario abatido.
El huracán arreciaba por cielo y tierra, agua y viento, todos
los elementos desencadenados parecían confabularse para
anonadar entre las convulsiones de la naturaleza, ese átomo
imperceptible que se llama el hombre.
Era una hermosa tempestad. El Plata en toda su soberbia
majestad cayendo poderoso, hacía retemblar la ciudad desde
sus cimientos.
No solo sobre la ribera; en el interior, por todas partes,
destrozos de todo género se esparcían.
IV
En uno de los breves intervalos de la lluvia oíanse desde la
esquina del poste blanco las siguientes noticias, que un vecino
trasmitía al de enfrente, en época que la crónica viva de barrio
no ascendía á crónica de gacetilla.
— Vecino, de esta hecha las ranas crian pelos! decía el
pulpero.
— O nos volvemos patos, contestaba D. Procopio, al gigan-
te ño Pancho, el del poste blanco^ mientras freía, sobre el
humeante brasero á la puerta un sábalo, que bien pudo ser
pescado en cualquiera de los charcos ó lagunas de la misma
cuadra.
— Y ha visto que á los dominicos se les ha entrado una ba
landra por los fondos?
— Así oigo: Por no ser menos las Catalinas, otro pailebot,
ha perforado tapias de su huerta.
— Ellas son santas y se entienden. Pero lo que no entiendo
es cómo, por donde entraron las aguas no pueden salir las novi-
cias; al menos, más de una metida contra su voluntad
DE BUENOS AIRES IO3
— Con la ventolina de anoche desapareció el centinela del
pantano, en las cuatro esquinas de Sotoca.
— ¿Qué le habían puesto centinela de vista para que no se
fuera?
— No, para que no siguieran cayendo lecheros en sus pro
fundidades. Mas, parece que el pobre miguelete ha ido á
hacerles compañía.
— Pero, si diluvio como este, ni el universal. La otra ma-
ñana acompañé al padre guardián en su ascensión á la torre
de Santo Domingo, pues no dejaba de tener su miedillo. El
viento englobando sus hábitos elevarle podía hasta más arriba
de la veleta; y, cosa de ver! Era un lago, dos, todo un mar. . . .
En esto, trueno gordo hizo entrar asustado á poste blanco^
así llamado por haber pintado de tal color el de su esquina, y
el leguleyo vecino de la butifarra, se quedó comiendo ésta
solo, sin tener con quien continuar, y entornando más la puerta
pues el aguacero penetraba, lo que era buena seña, cambiando
el viento cambiaría la tormenta.
Los veinte mil habitantes de este desabrigado puerto, seguían
aterrados bajo la impresión del temporal, tiritando de frío, y
temblando por el derrumbe de sus casuchas.
Aquellos que más apartados de la costa no las sentían estre-
mecidas por el golpe y vibración de las olas, sufrían aislada-
mente en las alturas y lomadas lo más fuerte del ventarrón
por las afueras, y la corriente de los terceros amenazaba
derrumbarlas.
Todavía entonces el macizo de la población reducíase á diez
ó doce manzanas al rededor de la plaza mayor, y aun éstas
bien ralas, alternadas de quintas y tapiales.
Las casas bajas de un piso, construidas de adobe crudo, con
tejas en declive sobre palmas del Paraguay, tenían primero,
s^^ndo y tercer patio, además del corral y huerta. En otras,
cuatro solares subdividian la manzana.
Naranjos, retamas y durazneros asomaban como curiosos sus
ramajes sobre las bajas paredes, dominando el negruzco damero
mal construido, las doce torres de otras tantas Iglesias que
coronaban la vieja ciudad por doscientos años estancada.
Pero acababa de designársele Capital de un Vireynato, y
aspiraba 4 pretensiones de .tal.
f Muy noble y heroica ciudad de Buenos Aires, habíala decla-
rado el Rey, al ver que no le metian diente piratas ni contraban-
distas, y ya tenian una segunda Catedral sobre el mismo sitio
104
TRADICIONES
designado ala Matriz, Cabildo para la justicia, que nucan faltó
á nuestros buenos padres, y modernizábase con ornamentacio-
nes superpuestas el alcázar de sus flamantes Vireyes».
V
A eso como de las dos de la tarde la tormenta calmaba un
poco.
En el intermedio del clamor del viento y de las olas, al que
se entremezclaba el de los vecinos y muchachería confundida,
oíase de nuevo el tan! tan! tan! de las campanas.
Desde el lúgubre y solemne tañido de los Recoletos, cuyos
barrancos se desmoronaban sobre las olas que llegaban á su
pie, hasta la tiple y lastimera campanita de Betlemitas, el
diapasón subía en crescendo, elevándose con las siete notas de
la escala.
Los esquinones de Conventos extendidos sobre la ribera, cual
cordón sanitario contra herejes y judaisantes,desde las torres
de la Recoleta, Catalinas, Mercenarios, Franciscanos, Domini-
cos, Barbones ó Betlemitas, llamaban á la oración con sus len-
guas metálicas, abriendo sus puertas á las gentes que se re-
fugiaban al pié de los altares, llenas de tribulación.
San Nicolás, San Miguel, la Concepción hacían coro al
piadoso clamoreo, que no eran iglesias las que por entonces
faltaban, sino otras cosas.
Y á mayor distancia oíase la campanita de las Capuchinas
tocando á maitines, la misma que todavía sorprende con su
vocecita de monja pispona al disfrazado galán, que cual tunan-
te calavera de antaño, pelar suele la pava hasta las tres de la
mañana, embozado en andaluza capa. Allí, dado á los diablos,
ó alas mujeres, reniega contra el siglo de las luces, en que los
faroles alumbraban demasiado, hasta escenas que no requieren
precisamente tanta claridad.
Las gentes desazonadas corrían apresuradamente á los
templos.
Puertas y ventanas se abrían y trancaban con violencia. El
viento arreciaba, rechinando cruces y veletas, y caños y chi-
meneas volaban sobre tejados rodando á los arroyos.
La ciudad entera amenazando desplomarse ó desmenuzarse
sus viejas chozas de adobe, compendio era de lo que en toda
la comarca acontecía, durante aquel invierno, cuyos temporales
seguíanse sin interrupción.
El rio de Barracas había destruido las cabanas de los pes-
DE BUENOS AIRES 10$
cadores, extendiendo ancho tapiz de turbia agua hasta los altos
de la Convalecencia.
El de las Conchas, uniendo su caudal con el mismo Matanzas,
arriba de Morón, ofrecía canal suficiente para navegar cualquier
barca.
Así quedó por breves dias convertida en verdadera isla la
ciudad de la Santísima Trinidad, realizando la naturaleza el pro-
yecto posterior de Rivadavia, y pudiendo salir por la Boca las
embarcaciones que penetraban tierra adentro por las Conchas.
Todos los arroyos de la ciudad y sus afueras, desbordados,
transformábanla en extensa laguna, de las que apenas sobresa-
lían altos albardones verdes.
En Rojas, cayeron diez y ocho rayos en una noche, y hasta
en San Nicolás y Patagones, nacientes poblaciones de ese año,
sintiéronse los destrozos del temporal.
Dominando la voz de sus hermanas, grave y sonora, la
campana mayor de la Catedral empezó á oirse reposada y
solemne.
Desde temprano estaba allí el Sacramento expuesto en el
altar, bajo la gran media naranja.
Velábanlo con cirios encendidos en la mano, dobles parejas
de fieles, aumentando su concurrencia á cada hora.
Pero rosarios, plegarias y trisagios quedaban sin efecto, y
reunidos en coro. Canónigos y Magistriles, el Vicario, el Dean
y Arcediano, Maestresala, &., &., resolvieron sacar en rogativa
al Señor en la Cruz, pidiéndole hiciera cesar la tormenta.
• • •
VI
Serían las tres de la tarde cuando la procesión salió por la
puerta principal de la Catedral.
La cruz y los cirios adelante, larga fila de muchados con
velas apagadas la precedian. Betlemitas salmodiando el trisa-
gio. Hermanos de la buena muerte, la hermandad de ánimas,
los terceros de la orden dominica. Oidores, Alcaldes y Justicias,
Alguaciles, golillas y notarios, que de tanto dar fé quedaran
sin ella, pero que en fin seguian como otros muchos, cuando
la procesión anda por dentro. El visitador de las cajas reales
iba con el Comisario de las Santas Cruzadas. Rodeaban á los
Canónigos grupos de franciscanos y dominicos, mercenarios y
capuchinos, y al final, la cofradía del Rosario y devotas del
Señor de los milagros, y de todos los Señores
I06 TRADICIONES
Cerraba la marcha confuso tropel de negro beaterío gimo-
teando unas, contrictas por el miedo otras, alguna arrepentida
Magdalena, (que ya por entonces había el barrio de las extra-
viadas en esta ciudad, donde solo se pierde quien no quiere
ser encontrada), y pocos hombres viejos enceguecidos en el
vicio, ó en la virtud.
En el centro de la religiosa columna Miflon y medio, más
conocido por este apodo de su alta talla, el tambor mayor del
batallón de Miñones, llevaba la pesada Cruz dominando la suya
aquella selva de descubiertas cabezas.
«El Cristo de Buenos Aires», desde aquel dia así llamado,
era conducido por el famoso gastador.
A su alrededor, y como guardia de honor, notábanse sacer-
dotes de fama que dieron lustre al sabio clero argentino desde
el coloniaje, y al lado del Comisario Apostólico D. Miguel José
de Riglos, quien soñando con el obispado murió sin estrenarse
la mitra que en prevension mandó hacer, seguíail curas de
campanillas como Fernandez de Agüero, — Arroyo, — Ortega, —
y el prefecto del Colegio de San Carlos, D. Luis Chorroarin, —
D. Roque Illesca, vice-rector del mismo, D. José Planchón y
otros.
Velas que no alumbraban, altos faroles tambaleando, cruces,
cirios y pendones, letanías sin fin, lloriqueos entrecortados y una
que otra exclamación; caras descompuestas, facciones azoradas,
amarillentas, pálidas; cabellos negros, pegados por la lluvia
sobre mejillas cadavéricas por el susto, era lo que se veía y
se oía de esa confusa procesión chapaleando entre barriales,
abriéndose camino hacia la bajada del Fuerte.
Sobre la explanada Norte de éste, y al pié de la bandera á
media asta en señal de siniestro, ó de socorro (que bueno es
pedirlo al cielo cuando en la tierra no se encuentra), formaba
el piquete de guardia al lado de boca negra^ cañón de veinti-
cuatro, y doce más de sus gloriosos compañeros que asomaban
la suya, enfilando la calle de las Torres, desembarcados poco
antes, después del ultimo asalto de la Colonia.
Para dominar en esa terrible lucha contra los elementos de-
sencadenados, ni los cañones tenían alcance, ni los hombres
tampoco.
Cual leve caña doblada por vendaval, aparecía allí este gu-
sano pensante que en su vanidad, denomínase Rey de la
naturaleza, y cuyos furores no sabe aplacar.
DE BUENOS AIRES 10/
VII
Agotados los medios de conjurar la tormenta, y viéndose
impotentes para ponerse á cubierto de sus destrozos, acordá-
ronse los cristianos vecinos, de elevar súplicas al único que todo
lo puede.
Al pasar la procesión frente al real Alcázar, antigua forta-
leza de los Vireyes, hoy reformado palacio de Gobierno, los
soldados rindieron las armas, y batieron marcha.
Como la campana de dobles, el parche humedecido del tam-
bor parecía tocar á muertos.
La gran bandera se abatió y enarboló tres veces, saludando
la imagen del Redentor, que pasaba.
Ni faltó venal crítica infundada.
«Mejor sería en lugar de tocar el tambor, viniera el Virey
á tener la vela, sufriendo el barrial y mal tiempo, si no sab^
rezar,» murmuré entre dos Ave-Marías, al oido de su parejai
la vieja beata del perrero de la Catedral ............ . , .
Los niños lloraban, las mujeres rezaban, los frailes salmo-
deaban.
El roce de caftos, cruces y veletas producía continuos chirri-
dos, alternados por los agudos silvidos del viento.
Por fin desembocó la cabeza de la columna tras de la For-
taleza, sobre la esquina calle del Cabildo, después de Villota,
hoy de Victoria, y la desde entonces calle del Santo Cristo,
á la que después la ilustre familia de Balcarce diera nombre.
Miñón y medio, pasando por entre la doble fila arrodillada
avanzó con el Cristo en la Cruz, hasta el bofde, mientras todos
en silencio seguían orando.
Aquel gastador inmenso, de fuerza hercúlea, de fé robusta,
que casos tales inflamaban su naturaleza, llegó sudando á
pesar del viento glacial que helaba, á dar cima á su devota
empresa, elevando la Cruz en lo más alto.
Hasta allí alcanzaban salpicando las olas, pero apesar de
su mancedumbre, aquel Cristo crucificado, al extender sus
brazos, parecía decirles con su intensa mirad,a al verlas enfure-
cidas: «de aqui no pasarás.»
Llegado el temporal á su postrer parasismo, el principio
del ñn se aproximaba.
Todavía sublevadas las aguas por impetuoso viento, el inmen-
so río aparecía cubierto, como vasto campo de espuma, de
I08 TRADICIONES
cuyos hondos valles levantábanse negras olas mujientes, des-
haciéndose en torbellinos, retrocediendo y alejándose luego.
La suestada reinante hacía dias, desatada en toda su furia,
soplaba con mayor violencia remolineando en las aguas, y
saltando entrechocadas á inmensa altura arrojaban millones de
chispas como polvo, produciendo neblina semejante á los
remolinos de tierra.
Como mar embravecida confundía el rio con el cielo su
doble horizonte oscuro, y el mujido de las olas, el silvar del
viento, el fragor lejano de los truenos, poblaban de ecos lú-
gubres la atmósfera entenebrecida.
Estrechado el espacio por un velo gris solo se veíaá muy corta
distancia, desapareciendo las islas del Paraná, la punta de
Olivos, Quilmes, todo tras denso velo, apenas esbozados los
sauzales de la Boca.
Los espinillos de la ribera quedaban dentro del agua, y
ombües y sauces recién trasplantados en la alameda, quebra-
geados y deshechos.
VIII
De repente, un ruido seco, fuerte, como destacándose so-
bre los bramidos de la tormenta, vino á ensordecer á los que
allí rezaban, seguido de gritería inmensa, de hombres y mu-
chachos, y clamores de viejas, y llanto de mujeres, y maldi-
ciones de marineros.
Entre el polvo y el humo y la niebla, se divisó un hombre
lleno de barro y sangre, en medio de los escombros, resba-
lando por las empapadas toscas. Llevaba pequeña cuna, ro-
deado de grupo de granaderos y seguido de una pobre la-
vandera zaparrastrosa, que jimoteando y dando gritos arrancá-
base desgreñadas mechas.
Al dar la espalda á la casa acabada de derrumbarse, el
conductor de esa infantil carga, nuevo Moisés salvado de las
aguas, divisó la procesión en lo alto de la barranca, y la Cruz
negra, con sus brazos abiertos y el Crucificado en ella dispues-
to á estrechar á los que en él se refugian.
Por instintivo movimiento de piedad natural cayó de hinojos
en la húmeda playa, y alzando el niño salvado, lo ofreció al
Señor.
Aquel hombre que aparecía socorriendo á los aflijidos,
enérgico y decidido desafiando los rigores de la tormenta, multi,
DE BUENOS AIRES IO9
plicándose con ardor y actividad incansable acudiendo á todas
partes, era el Virey D. Juan José de Vertiz y Salcedo.
Aquel niño desnudo, y tan pobre que ni apellido llegó á tener,
conocido por Juan el pescador^ y más por su sobrenombre de
poca-ropa^ sin duda porque nunca la tuvo completa, presen-
tado al Cristo salvador de Buenos Aires, fué á su vez con el
tiempo el salvador de esta ciudad, disparando el ultimo caño-
nazo contra los invasores ingleses en la calle, hoy de la De-
fensa.
Desde bien temprano el Virey, seguido de su escolta, había
salido por la puerta del Socorro repartiendo estos, entre los
pobres desvalidos del bajo. Mientras que murmuraban de él
las rezadoras, él rezaba así, á su modo.
A los que la inundación no arrebatara redes, carretas y
cuantos escasos muebles formaban su único bien, la lluvia de
tan largo temporal desmoronara sus casas de paja y barro.
Pocos carretilleros de la ribera, como otros del hueco de ña
Engracia, y el de Cabecitas, precavieron meter sus carretas,
muías y bueyes á cubierto de cierta ceja de monte de talas,
que aun retaceado, todavía formaba uno de los verdes macizos
de las afueras, entre las calles hoy de Venezuela y Lima, del
Rosario y San Bartolomé, Monserrat y San Cosme entonces.
Algunos notables del pueblo, verdaderamente notables por
su piedad y abnegación, ayudaban al Virey.
Muy pocos, como surjiendo entre ruinas donde buscaban,
escudriñando infelices apretados bajo techos ó paredes derrui-
das, vinieron á postrarse en fervorosa oración ante aquella
sublime imagen que aparecía en medio de la tormenta cual
iris de bonanza.
No llegaban por entonces á la Colonia hermanas de cari-
dad, pero existía ya esa larga familia anónima, filántropos de
todos los tiempos, que han honrado la humanidad, y los
precursores de Seguróla, Miguens, Rodríguez cumplian su mo-
desta misión, sin aspirar á la vanagloria de la caridad cantada
y bailada de nuestros dias, ni al campanilleo de crónicas y
gacetillas.
Entre otros respetables vecinos, los señores de Basabilvaso,
Otárola, Sarratea, Gómez, Rocamora y Michelena, mejicanos
como el Virey, estos dos, rodeábanle, siguiendo á Vertiz á
todas partes, concurriendo eficazmente á salvar muchas vícti-
mas déla inundación.
1 10 TRADICIONES
IX
En medio de un cielo opaco iluminado por la vivida vislumbre
serpentina que greteaba el profundo azul, sobre la empinada
barranca de roja greda, la negra Cruz se alzaba en medio de
los fíeles.
Abajo entre la resaca, juncos y visnaga de las verdes toscas
y encaje de blanca espuma que la ola al retirarse bordaba, el
Virey y su pequeña comitiva rogaban por un pueblo lleno de
tribulación.
Aquel doble grupo, formaba cuadro subHme y tocante.
El uno, sobre la barranca dominando el Plata al pie de la
fortaleza, doscientos años antes levantada contra la barbarie,
ofreciendo sus preces.
El otro reducido y desfalleciente suplicando con fé sencilla,
poniendo en acción el adagio de: «ayúdate, que Dios te ayu-
dará»
Recitado solemnemente el Salmo de Moisés, salvado del mar
Rojo, y oraciones del caso, mientras clérigos y comunidades
regresaban con sus letanías por el mismo camino, el Virey y
sus acompañantes volvían por el suyo, salvando en la ribera a
unos, socorriendo á otros, consolando á todos.
Gotas de lluvia pendian de las verdes ramas, y por torren-
telas y canaletas del viejo murallon que rodeaba el Fuerte,
corría negra agua estancada en los baluartes, troneras y casillas
de centinelas.
Los rios y arroyos salidos de álveo y el Barracas y el Plata
y el Maldonado, ceñian con ancha faja de agua los contornos
de la aflijida ciudad, mientras los terceros rebalsados, comple-
taban la inundación .... .
Pero ya no llovía. El viento empezaba á serenarse y la
tormenta entraba por fin de Heno en su período final. La
procesión de rogativa volvía. El crucifijo y acólitos adelante,
el sochantre y monigotes atrás.
Al pasar segunda vez. desembocando por las casas del pique-
te de San Martin, donde se guardaba la carroza del Santísimo,
las muías que lo tiraban, y los perros pensionados que le
anunciaba con la campanilla al cuello, irente hoy á la Bolsa,
oyóse suave música militar, muy lenta al principio, piano, pia-
nísimo, y como en crescendo, subiendo de los fosos de la
fortaleza, ecos mezclados de confuso clamor de cornetas, como
DE BUENOS AIRES III
despertando entre el rumor de las olas que mujían aun á la
espalda, y después más perceptibles, aproximándose más y
más, hasta destacarse clara y sonora banda de clarines.
La real bandera volvió á abatirse y enarbolarse por tres
veces. Los soldados sobre la explanada y merlones, presentaron
sus armas, y el pueblo más consolado empujándose á la
puerta del templo al entrar la imagen de Jesús le aclamó:
cel Salvador de la ciudad inundada. »
X
Tal es la tradición del «Cristo de Buenos Aires» que se vene-
ra en la Metrópoli sobre el altar á la izquierda de la nave
del crucero, y la descripción del temporal de Santa Rosa
terminado el 30 de Agosto de 1780, de ingrata recorda-
ción.
Si lector alguno creyere, no se aplacó la tormenta porque
el mismo Cristo salió á detener el rio, con sus brazos abiertos, y
hasta ser salpicado por las olas, no perdieron estas la fuer-
za, sino que en cuarenta dias habian descargado su furia,
(pues la pobre Santa limeña tan calumniada es como San Fran-
cisco, en la aproximación de equinoccios,) no le contradecimos.
Narramos simplemente lo acontecido, dejando á cada uno en
sus creencias.
La sencillez de tan buenas gentes y su fé ciega, dio la sig-
niñcacion de un milagro á la conclusión del temporal en
aquel dia, que en alguno habia de concluir.
Curioso no ha faltado contemplando la pesada cruz del Cristo
de Buenos Ares que observara: «el verdadero milagro consis-
tió, sin duda, en que un hombre cargara con tan pesada Cruz,
contra todo viento y marea. » A lo que una de esas beatas
de sacristía con más teología que canónigo, agregó: es que la
Cruz de antaño era más liviana que la actual, aunque el Cristo es
el mismo.»
•Tal es una de las más populares tradiciones del siglo pasado,
y el por qué desde entonces se llama el «Cristo de Buenos Ai-
res» al que hace vis á vis en la Catedral de la Metropolitana á
San Sebastian y San Martin, patrones de esta ciudad.
Semejantes tradiciones, más ó menos novelescas, rodean al
«Señor del buen viaje» (Santo Domingo), al «Señor de los
Milagros» (Socorro), y al «Señor de la paciencia», sentado á la
entrada de la Merced, cuya devoción habrá acreditado quien
en su lectura llegue hasta aquí.
112
TRADICIONES
PEEEGtINHION U ON UBOL
Al Sr. Dr. R. Corvalan
I
Esta sí que es bola! ¿Cómo un árbol puede andar
peregrinando?
— Por más de una calle según se verá, y como el de nues-
tro cuento anduvo de la Seca á la Meca, desde Córdoba
(Espafta) á la de esta, de San Juan á Mendoza, y de Buenos
Aires á Belgrano, hasta que deteriorado y estrujado, estro-
peado de tanto correr tierras, apolillado descascarado, lleno
arrugas y asperezas vino á caer sobre la mesa de ojos, en que
escribimos.
— Pero de los árboles por naturaleza inmóviles podría única-
mente decirse que andan ó son trasportados cuando su planta
se mueve, y si se refiere al valle de los temblores, der-
rumbe ü oxcilacion á movimiento parecido, habrá solo podido
observarse en los de allá.
— Nada de eso, verdadera peregrinación; andar, cambiar de
sitio, trasportarse por cientos y miles de leguas.
Solo en alas del vendaval, furioso huracán arrancar suele
joven arbolillo, mal arraigado, sobre pelada loma en abierta
pampa.
— Extraño parecerá el sucedido, pero sin su extraordinarie-
dad no lo recordara la tradición, ni digno de ella fuera, como
sus congéneres de esta colección. Es encaso de un árbol de
verdad cuyas raices profundizado se han por muchos años, y
DE BUENOS AIRES II3
de cuyas esparcidas ramas penden más vastagos ilustres que
monos de los yatays del Paraguay.
— I Se tratará acaso del ceibo desarraigado en la creciente de
este río, y que la furia de sus aguas arrastran corriente abajo
á son de camalote?
— Nó, ni del árbol trasportado en semilla por el pico del
ave errante. Mas, os vais convenciendo cómo á pesar de lo di-
cho, tres de los cuatro elementos trasportar puede el aire, el
agua y la tierra cualquier árbol, pqr naturaleza inmóvil.
Pero como para acertijo basta y sobra con las suposiciones
barajadas, mientras adivina el adivinador, vamos al cuento.
Diálogo a este semejante sosteníamos noches pasadas, cabe
el hogar á cuyo suave calor brillaban dulces miraditas de
curiosos pequeñuelos, al escribir el título de esta tradición:
II
Y érase que era — la vieja en el fuego — y el trigo en la era.
La noche del Jueves 29 de Junio de 1781, alto, enjuto, ne-
gro espigado y majestuoso el señor Licenciado Dr. in utrun-
que D. Martin Sebastian de Sotqmayor de Videla, (Videlas
dulces), de Villafañe, de Salazar y de otras muchas cosas, pres-
bítero capellán magistral de la Sagrada Religión de San Juan
de Malta, natural de la ciudad de Mendoza en el reino de Chi-
le, salía de la Matriz de la misma, abriéndose paso con diñcultad
por entre apiñada y mal oliente multitud, empujando y en
efervecientes oleadas, extrechándose currutacos y rotos ó gua-
sos del barrio de la chimba.
Ensordecían con su fuerte é incesante repiqueteo las campa-
nas, haciéndoles eco, infernal gritería en crecendo, de aquel
tole-tole, verdadero mare-magnum de cabezas en cabeza, y
muchas personas perdiendo la suya, por los gritos, confusión y
atropello de la muchachería pendenciera, disputando con zana
sin igual á mojicón y cachete limpio, por medio más, ó cuartillo
menos, que en el gorgorio apañaban.
Que no fuera para menos la muchichanga sabráse, esplicando
era padre de muchas campanillas el señor canónigo de Soto-
mayor, el mismo que venía de sacar de la pila bautismal al
único vastago de su ultima hermana, mi señora doña Josefa de
Sotomayor, á quien otro señor de no menos campanillas, don
Francisco Xavier Molina, desposara el año anterior.
El abuelo materno del recien nacido, maestro de campo
1 1 4 TRADICIONES
D. José Sebastian de Sotomayor y Villafañe, y su esposa doña
Isabel de Videla y Salazar, habían sido los padrinos, y sus
otras hijas ya casadas las señoras de Correa, de Benegas, de
Corvalan, déla Maza rodeaban el lecho de la hermana conva-
leciente, para cuya casa paterna en la esquina de la plaza de la
antigua ciudad de Mendoza, cruzaba la comitiva familiar, cuan-
do el rumboso Licenciado, alargando sin dar vuelta, la bolsa al
esclavo que le seguía, dijo:
«Toma negro, y tira estos cuartos á esos roñosos, que hoy
ñesta grande hay en el cielo, y gorgorio en la tierra, porque
llegado há un Sotomayor más ; y con arrogancia, y sin disimu—
lar su orgullo de raza, siguió custodiando al recien nacido, ro-
llizo niño dormido, que después dejó tan buen nombre bajo el
deD. Pedro Molina, tres veces nombrado Gobernador de Men-
doza, el mismo puesto que con el andar de los tiempos su hijo
y su nieto habían de honraf.
Pero no tan de prisa atravesara envolviéndose en su amplio
manteo de seda, el de Soto, que dejara de llegar á sus oídos,
por masque no lo deseara, cantarcillo de la muchichanga que
así su magniñscencia humillaba:
«Tú no eres Sotomayor,
Mulatero ó monaguillo,
Sotana, Soto ó Sotillo
De muy dudoso color.»
. . . Por más que el perrero con su roja capa magna y el cru-
cifijero con la suya más corta de esclavina morada, el campa-
nillero sin ninguna, y cuantas largas patas de tero corrieran teas
semejante granuja insolente, no le dieron alcance.
Pero el aludido que no tenía pelo de zonzo, (aunque lo pare-
cía), reconoció al vuelo, más que en la voz, en la letra, al sátiro
de sacristía, su contrincante en el ultimo capítulo, quien casi á
sus barbas, que no usaba, burládose había de ciertos más so-
tes que Sotos, de aristocráticos humillos que sin pasar de Soti-
Uos por su insignificancia, atrevíanse á firmarse de Sotomayor,
Y como lloviera sobre mojado, pues ya en tres solemnidades
indirectas parecidas llegáranle, mal disimuladamente se con-
tuvo. Cual traidora puñalada ó envenenado estileto de ocul-
to condotieri, penetróle la insolencia, y profundamente herido en
lo más hondo de su vanidad, se acoquinó apesar de sus ínfulas,
y cuando todos rodeaban alegres y contentos á la joven madre
con su feliz vastago purificado de pecado que no cometió, ca-
bizbajo y pensativo como si en el camino se le hubiera caído el
DE BUENOS AIRES 11$
gozo al pozo, entró á los aposentos interiores y en el más escon-
dido, largo rato permaneció encerrado con señor padre.
De los suyos nadie oyera la injuria, sino él, pero como él,
su padre, bien seguro de sus pergaminos, achacóla á celos de
sacristía, pues Dominicos y Franciscanos con chismes y directes
se cruzaban todo el dia de coro á coro, y para atacar á los reli-
giosos de San Juan de Dios, se mancomunaban, inventando en
sus celdas epigramas que levantaban roncha.
Fuera que de alli pretexto tomara el joven sacerdote para
hacer aflojar los cordones déla bolsa paterna, ó que realmente
por lo mismo que la de Sotomayor, familia era que miraba
muy por sobre el hombro á nobleza de exportación, hasta Men-
doza llegada, atrayéndose celos, envidias y refrancicos, de cual-
quier mudo, en conferencia á solas, y en el consejo de familia, al
dia siguiente, definitivamente acordado quedó, que para poner
coto á tan repetido anónimo desmán, encargado fuese él, de
ir á la corte en busca de la ejecutoria. Apesar de su voto so-
lemne de humildad, él no creía en las pamplinas de hoy dia, de
que todos somos iguales, ni en quien dijo:
¡Nobleza!
la que en uno empieza.
III
... .Y pues mulato dijiste, á España me voy, y Rey de Ar-
mas de probaros há si es roja ó sangre azul la que por mis
venas corre, dijo, y tomando su mulita cuyana de paso, trepó
la Cordillera y volvió á bajar, embarcándose en Valparaiso, de-
sembarcó en Santander, y después de cruzar Galicia (tierra de
sus abuelos), á la corte llegó.
Si notan breve como el César tVeni-vini-vincit cfué estuvo
y venció, pues aunque el Rey no salió á recibirlo, á la postre
autorizó su ejecutoria, y á la vuelta de pocos años volvió car-
grado de papelotes no con cara más blanca que ellos, pues
sebruno le volviera la revuelta bilis, pero sí, con sangre más lim-
pia que su cara.
.... Era el de su genealogía árbol de los que más profundas
raíces echaran. Remontándose hasta la etimología del
nombre, sacóse en limpio, que ya en el siglo once, uno
de sus antepasados, Don Payo Méndez, caballero de gran valía
(figuraba en primera línea, entre los nobles de más antigua
alcurnia en el Reino de Galicia, de donde provienen los mar-
queses del Carpió), vino á poblar en uno de los más ame-
Il6 TRADICIONES
nos valles de aquel Reino un soto mayor, por ende legó tal
título á sus descendientes.
Soberbio Castillo, á obra romana por su solidez parecida,
dentro su murado recinto levantó, y atraídos por la gran fama
que ya por entonces gozaba, á las magníficas fiestas de su
inauguración, no solo toda Galicia, sino los Grandes del Reino
entero, tuvieron en ellas deudos, y hasta el mismísimo Rey Fer-
nando, el 2"^ de León, mandó su hijo segundo á saludar al ilus-
tre fundador del soto-mayor en Galicia
Y hubo toros y cañas, y más de un caballero rompió lanzas
en honor de su Rey y de su dama, y tal vez seguirían esas fies-
tas hasta la fecha, si un triste suceso no viniera á aguarlas, que
cuándo á la alegría no siguiera de cerca el dolorl
Sucedió, que hacia el séptimo dia de la inauguración de ese
feudal castillo, que todavía se conserva sobre inconmovibles
cimientos, el mismo que el ultimo Rey de España visitara pocos
añoshá, el joven Principe quizo medir lanzas con el señor del lu-
gar, pero con tan poca suerte, era viernes, y trece apunta la
crónica, que á los primeros pases, no pasó, que penetró una
astilla del lanzon de el de Soto al través de mal ajustada celada.
Herida fué esa que á poco andar, mientras los cortesanos
buscaban modo de trasladar al mal herido, la astilla aquella
no salió del ojo, pero sí el alma de tan robusto cuerpo, y así
por tan funesto torneo, voló á la gloria, tronchando su mi-
sión.
Tan profunda pena causó al primer señor del Soto, que su cas-
tillo fuera desde sus cimientos regado con sangre real en aquel
soto del mayor dolor, que desde entonces, y para siempre, y
hasta su ultima generación veló su escudo de fúnebres crespones,
viéndose en el cuartel superior, en campo de plata, tres fajas
jaqueladas de oro iguales, y en cada faja una cinta negra.
Así, después de pasar noble progenie esclarecida y siete ge-
neraciones de bravos capitanes, llegaba por rama recta al
maestre de campo D. José Sebatian Sotomayor y Villafafte,
quien en Doña Isabel de Videla y Salazar procrearan á la sa-
zón siete hijos, de los que el percundante, primogénito era de la
hija Josefa Sotomayor de Molina.
Efectivamente, el padrecito este, noble salia por los cuatro cos-
tados. Si por lo de Viliafañe llevaba en el tercer cuartel de su
escudo cuatro yaqueles de gules en campo de plata, por los nom-
DE BUENOS AIRES II7
bres maternos de Videla, correspondíale escudo partido en par,
tres lis de plata sobre campo azul, y dos lobos sables en campo
de plata; como por lo de Salazar, trece estrellas de oro de ocho
rayos cada una, armas otorgadas por D. Alfonso el onceno á
López de Salazar, en premio de haber dado muerte en singular
combate á un hombron de gran valía, especie de gigante moro,
que vestía martola colorada con fajas de oro.
• • • t
Tras recua de muías cuyanas, logró pasar otra vez la Cor-
dillera, y con montaña de papeles, á la de los Andes parecida,
regresó Soto, cargado de cruces, lanzas y escudos, árboles y
pergaminos, títulos, ejecutorias y papeles, viejos, que buenos
pesotes le costara desempolvar.
Sus ilustres progenitores habían acudido á la toma de Grana-
da y al asalto de Roma, al descubrimiento de un mundo y :á
muchas de sus fundaciones.
Los Condes de Camino Altamira Corrion, desde D. Suero Gó-
mez de Soto Mayor, Grande de España, los Duques de Soto
Mayor, Duques de Alba, los señores de Villa del Carpió,
Marqueses del Carpió, dejaran bien puesto su nombre allá
en el viejo mundo, y la misma línea recta seguían en este.
Desde el fundador de la ciudad de laRioja, don Pedro Tellode
Soto Mayor, quien firmara el acta de su fundación el 24 de
Mayo de 1 591, contábanse multitud de Capitanes, Generales,
Adelantados, Almirantes, Gobernadores y Viso-Reyes de quie-
nes quedaba huella luminosa de su paso.
De hijos dalgos, Rico-Homes é Infanzones hazañas mil abrillan-
taban el escudo de Videla, y mientras que por lo de Salazar su-
bía su excelsa alcurnia hasta el cielo, pues que el San Lorenzo
emparrillado de los Salazares era, con los Villafaftes condes de
Laray de Guzman, no fué Santa Teresa la única tia abuela que
llegara á las mismas alturas, en cuyo honor lleva su nom-
bre una mujer en cada generación de la familia.
Y todo esto, y muchos más primores y noblezas, largo de re-
ferir, comprueba el árbol genealógico que con él al hombro llegó
desde lasEspañas hasta Mendoza el señor D. Martin de Soto-
mayor, según lo firma el Rey de Armas D. Juan Félix Rújula y
cronista en todos los dominios y señoríos de la católica majestad
del señor D. Carlos III, rubricado en la imperial Villa de Madrid
á doce de Diciembre de 1783.
V
Sabido es cómo, á las nueve de la noche del miércoles veinte
Il8 TRADICIONES
de Marzo de 1861 en pos de sordo rumor subterráneo cual eco
amortiguado de trueno lejano, tras breve paso de contradanza,
largóse á galopa tendida la antigua ciudad de Mendoza, hasta
quedar toda ella sobre la tierra tendida.
Un trueno más pronunciado, una trepidación más violenta,
ruido espantoso, desplome ensordecedor, y luego densa nube
que todo lo entenebrecía, por el terragal levantado, alzándose á
los cielos cual fúnebre sudario negro velando la luna.
Después el mudo desierto y el silencio eterno sobre las
mil tumbas, de pronto entreabiertas, los alegres hogares sepul-
tando bajo sus ruinas á sus propios habitantes.
Pero lo que no se sabe, ó apenas se recuerda por alguno de
los náufragos de aquella ingrata noche, es que en una de las
casas más bullangleras no obstante haber ya dejado en ella
su rúbrica la desgracia, bailaban en esa hora, y bailarines hubo
para quienes el abrazo de la danza fué el eterno de la muerte,
y parejas al acaso unidas quedáronlo para siempre entre los
intersticios de una puerta ó los requebrajeados muros.
Y todavía escenas más espantosas que las de las convulsiones
de la naturaleza presentó allí la depravación humana.
A la mañana siguiente cuando alguno de los sobrevivientes
saltaban entre montones de ruinas, y cadáveres y destrozos
buscando restos de sus deudos, auxiliando moribundos, desen-
terrando agonizantes y socorriendo heridos, otra legión de pa-
vorosas fantasmas aparecía como banda de cuervos, cernién-
dose sobre todo campo de destrucción husmeando des-
pojos.
Pobres y ricos, jóvenes y ancianos, buenos y malos, hom-
bres y mujeres, diez mil seres humanos quedaron bajo las
ruinas, y los que no se ahogaron en poca agua, de las acequias
reventadas cuyos desbordes todo lo inundaban, quemados á
fuego lento veiánse por el incendio seguido al terremoto, como
San Lorenzo de Salazar anteriormente recordado.
Y aun entre las recientes ruinas, alma atravesada hubo que
sin dar oidos á los clamores de los moribundos, y apartando
vivos y muertos, ultimaba á los vivos que no se dejaban robar.
Por facineroso un bandido de larga fama se distinguía, anti-
guo cabo de la escolta de D. Nazario Benavidez, viejo soldado
del fraile Aldao, y elevado por aquel á sargenta de la partida
policial.
Pasado el susto con la fresca de la mañana, se acordó que la
noche antes al ir á dejar centinela en la boca-calle de San
Francisco, hoy de Beltran, por ser en la que nació el benemérito
DE BUENOS AIRES II9
fraile de este nombre, para que evitara cualquier desorden en-
tre la chinería agolpada á las ventanas de Da. Luz Sosa, vio á
ésta que era una luz, por los diamantes desparramados sobre
el blanco seno de aquella vieja coqueta.
Y recordándolo con un su amigo y compinche, devotos de
Caco y Baco, no habiendo quedado pulpería en pie donde ofi-
ciar para hacer la mañana, metiéronse á remover escombros, en
la esperanza de que en tanta piedra falsa, con alguna que no lo
fuera pudieran tropezar.
En afán tan descabellado trabajaban sin cesar, cuando descu-
briendo algo que al rayo del sol brillaba, recojieron de entre las
ruinas libróte viejo y por demás empolvado, forrado en an-
tiguo cuero de Córdoba, de filetes dorados y cierros lo mismo,
y aunque no todo lo que relumbra es oro, por tal tomaron los
broches, ala bolsa fué junto con tachos viejos, al parecer relo-
jes, y otros cien despojos de vivos y muertos, y un brillante en
la sortija, que por andar ligero, con dedo y todo cortaron al
cadáver de la Sosa. Ladrón más listo sin duda soliviado ha-
brá los demás.
VI
Para la natural esplicacion de semejante hallazgo, siquiera
ligero rasgo de la topografía del barrio añadiremos. Hacia la
mitad de la cuadra, una y media de la plaza principal para la
alameda (calle hoy Constitución) como adelanto de la época,
hallábase el pasaje de Sotomayor, recien allí abierto por uno
de los jóvenes de este nombre, criado en casa de D. Nicolás
Corvalan, cuyo padre de este, D. Domingo, esposo era de Da.
Manuela Sotomayor.
Los fondos de ambas propiedades de Corvalan y Sotoma-
yor, se confundieron en el revuelto mar de ruinas, con los de
la casa de Sosa, y hé aquí por qué casualidad, buscando el la-
drón de las ruinas cuanto brillaba, desenterró en ese libro el
árbol genealógico de la peregrinación, verdadero brillante ilu-
minando el camino de los esclarecidos antepasados, fundadores
en América, de las familias Corvalan, Videla, Villafañe y Salazar,
entrelazados con los Molina, cuyo escudo lleva rueda del molino
que les dio nombre, con los Maza, ostentando la maza á cuyo ru-
do golpe en cierto momento crítico salvó al Rey y otros mu-
chos. <» .
Años después el hijo del ladrón de las ruinas, jugando
con otros niños de la Escuela, (yá en los tiempos que alcanza-
mos hasta los ladrones mandan sus hijos á la escuela), escepto
I20 TKADICIONKS
los Cuervitos, que no saben ni poner sus nombres, cambió
el libro de los cantos dorados, llevado á clase para diver-
tirse con sus escudos y figuritas, por un puñado de cocos po-
dridos, á un otro su amigo de rabona, Corvalan, travieso mu-
chacho que llegara á deletrear su nombre en una de las páginas
del carcomido pergamino.
Y de las manos de este sobrino de su tio, llegó á las de otro
Corvalan de Mendoza, quien trasmitiólo al Corvalan de Cór-
doba, y éste, un buen dia, tras largo reclamo se lo obsequió al
Dr. D. Rafael Corvalan, honrado vecino que numerosa prole
há educado en la virtud y el honor de su noble ejemplo, hijo del
General D. Manuel Corvalan, siendo este ultimo uno de los veinte
y cuatro hijos del señor D. Domingo, en Da. Manuela de Soto-
mayor, cuarta de los siete hermanos de D. Martin, héroe de esta
tradición.
No hubo pues mucho de cuento en aquello de cómo se
efectuó la peregrinación de este árbol genealógico, que viajó de
Europa á la América y anduvo de la Seca á la Meca, y de San
Juan á Mendoza, y de Córdoba á Belgrano, que no fué arrastra-
do por la corriente, ni llevado en alas de la tempestad, ni si-
quiera su semilla en hueco bastón de un peregrino, como la
del gusano de seda trasportada de la India así, por otro sa-
cerdote.
Verdadero árbol, sus raíces profundas se pierden en las en-
trañas de la tierra, y su vasto ramaje difundido por Europa y
América, sombra dá á más de una casa ilustre.
Lo único omitido, y esto fué poca cosa, es que hablábamos de
un árbol .... un árbol genealógico cuyos renuevos brotan cada
nueve meses, por lo menos, en cada generación de Sotos-Mayo-
res y menores, poblando sotos, valles, montañas y hasta pam-
pas desiertas, con su numerosa descendencia
DE BÜKNÜS AIRES 121
EL mi!Y DI LtS LDIUtlUS
(Crónica de 1784.)
Al seftor Intendente Don Torcaato de Alvear.
I
Retrógrado y mayüscuio enemigo de las luces debió ser
quien tal apodo puso al más progresista de los Vireyes, pri-
mer criollo representante en América de la majestad real.
Bien que por entonces, y desde entonces, cada uno de los
once Viso-Reyes, (pues que no llegaron á la docena del fraile,
durante todo el Vireynato), la malicia populachera marcólos
con mote más ó menos humorístico.
Así, bautizado fué con el apodo de el Virey de los tres sietes^
el primero que llegó en aquel año, reasumiendo su reinado en
1777, por más que el General Zeballos desde antes de presentar-
se á la cabeza de un ejército de diez mil hombres y con la más
poderosa escuadra, desplegando ciento veinte velas sobre el
Plata, títulos tenía bastantes para llamársele el vencedor de los
portugueses.
Vertiz, el precursor de Rivadavia, y por su genio progresista
y talentos estadísticos, el Rivadavia del pasado siglo, entre sus
mil obras que dieron lustre y esplendor dentro y fuera de Bue-
nos Aires, es recordado en la tradición por el Virey de las lu-
minarias.
Loreto^ reverso de la medalla, pues apareció reaccionando
122 TRADICIONES
contra el nuevo espíritu americano, siendo de un peli-rojo subi-
do, se le llamó vkho colorado.
A poco andar, su sucesor Arredondo, designado fué como
e/ Virey de los siete sabioSy no porque lo fuera, que bastante
tenía de su nombre en lo redondo, sino porque en su gobierno
arribara la más numerosa colección de sabios, cinco comisiones
encargadas para entenderse con los portugueses (que nunca se
entendieron, ni hasta la fecha sus descendientes), en la demar-
cación de límites. Resaltaban por sus luces como brillantes en-
garzados al aire, grupo de constelaciones de primer magnitud,
los capitanes de navio D. José Várela y UUoa, D. Diego de Al-
vear, D. Félix de Azara, — y geógrafos y astrónomos como el
Marqués D.José Sourrier de Souillac, D. Antonio Alvarez de
Sotomayor, D. Pedro Cervino y D. Juan Francisco Aguirre.
Al quinto, D, Pedro Meló de Portugal, denominósele el
Virey del puente, y fué quien levantó sobre la calle del empe-
drado, para llegar á la plaza de los toros, esa su única obra, y no
buena, pues que á poco andar desmoronóse, como el Vireynato.
A el Virey de entretelones, por lo afecto á teatros, ó el Virey
interinato, pues nunca llegó á la efectividad, D, Antonio Ola"
guerFeliú, le siguió el coronel cuatro potros, que á tan bárbaro
tormento condenó Aviles á Tupac-Amarú.
Virey arbolito designábase al Mariscal D. Joaquín del Pino\
y al Virey cobarde, Virey tras del Monte, en lugar de Sobre-
monte, que en su mayor espesura traspapeládose había durante
las dos invasiones, sucedió el más popular, Virey déla reconquis-
ta, Z). Santiago Liniers.
El ultimo. . . «el ultimo mono siempre se ahoga, y así Cisneros
que venía de perder en Trafalgar el más grande navio de Es-
paña (la Santísima Trinidad], llegó á tiempo de perder en esta
ciudad del mismo nombre, la mejor joya de su corona.
Virey que no vireynó llamaron á Elio, pues, si bien fué nom-
brado, no llegó. Ya el tiempo había entrado en agua^ y pare-
cióle más prudente comunicarnos su nombramiento, que no
acatamos.
Pero desvíanos tal digresión histórica del caminito recto
de la tradición.
II
Muchas y muy vastas fueron las reformas y progresos en el
adelantado gobierno del General D. Juan José de Vertiz y Sal-
cedo, nombrado en 1778 segundo Virey, por seis años, después
de otros diez de gobernador, siendo quien más largo tiempo
DK BUENOS AIRES I 23
ejerció mando; y aunque verdad es que hasta entonces las ca-
lles de esta bendita ciudad solo alumbradas eran por las estre-
llas, cuando la luna plateaba otro hemisferio, no aquellas ahu-
madas candilejas fuera la más brillante de sus reformas.
Tenorios damiselas y contrabandistas pusieron el grito en el
cielo, por el nuevo impuesto. Repetíase en corrillos y cafés,
aunque por entonces los principales eran nones, y no llegaban á
tres: «A quien pretenderá alumbrar el Virey de las luminaria^,
á media noche, si ni perros transitan los barriales después de la
hora de queda.»
«De noche todos los gastos son pardos, y el gato del Virey
vichoco estará yá para andar á oscuras, murmuraba alguna
beata bendita.
Y agregaba otra- «Ala oración todo el mundo se está en
casita, y si alguna de esas sahumadas viuditas tenidas en olor
de sacristía, en los alrededores de tanto Convento, espera á su
paternidad vecina con la jicara de humeante soconusco, basta
el farolillo del negrito anda-vé-y-dile para los malos pasos.
Y la protesta seguía ensartando pretextos para que dieran
menos luz que la quedaban esas cuatro velitas vergonzantes de
baño amarillo, corridas siempre, lagrimeando débil proyecto
de dudoso resplandor, en lucha bajo espeso penacho de rene-
grída paveza, pues más que luz, arrojaban humo.
Cien años atrás las calles de esta ciudad estaban casi casi á
la altura de las de la coronada Villa, capital de dos mundos.
Gatos muertos por los albañales, y caballos idem en panta-
nos y charcos; barriales por todas las calles, y veredas en nin-
guna. Inclinadas tejas esperando sobre quien caer, parecían cu-
brir techos de media agua, 9t>bre palmas del Paraguay, si bien
más encubrian la miseria de sus habitantes. Rejas saliendo á
llevarse borrachos por delante y altos umbrales rompecanillas,
en aceras de cuatro cantones, sin ninguno.
Pero había toros y cañas, y pato, y procesiones interminables
por todas las festividades, y así se inauguró el alumbrado públi-
co para llegar á la Comedia, y se empedró la calle principal para
ir de toros
III
En medio de un caos de tinieblas apareció, adelantándose
á su siglo, el Sr. D. Juan José de Vertiz y Salcedo, cual astro á
á cuyo alrededor giraban satélites brillantes.
Activo, recto, magnánimo, emprendedor, constante y eco-
nómico, supo rodearse de las inteligencias en flor, primicias de
124 TRADICIONES
toda una generación, ávida por aspirar las primeras brisas del
mundo de nuevas ideas, que se levantaba del otro lado del
océano.
Así, mientras mandaba espíritus emprendedores cual D.
Francisco Biedma y D. Juan de la Piedra, tras las huellas de
pilotos como Villarino y Pavón, á poblar las costas patagónicas,
con el valeroso comandante D. Manuel Pinazo dilataba la fron-
tera.
Al mismo tiempo en la capital del Vireynato, sabía descubrir
entre la joven generación inteligencias, como el primero que
puso la lira bajo el ala de la musa argentina, y nombraba ai
poeta Labarden su teniente Gobernador — Auditor de Guerra,
á Basavilbaso Procurador de la ciudad: ponía al sabio Maciel á
la cabeza de la juventud, para dirijir su enseñanza, mientras
que con el decano Rejidor D. Gregorio Ramos Mejía, levantaba
el más minucioso censo de la ciudad y campaña, (cuarenta mil
habitantes en 1778); fundaba un puerto en las Conchas, un
muelle en el Riachuelo y un fuerte en Santa Tecla.
Y todas esas teclas de tan vasto piano, movíanse armónica-
mente bajo su hábil impulso.
Al tiempo que el progresista Intendente D. Francisco de Paula
Sanz aseaba el interior del municipio, el capitán de ingenieros
D. Joaquin de Mosquera, alarife, y D. Pedro Preciado, deter-
minaban niveles y desagües, levantando planos sobre las calles,
cruzando hileras de piedras en las travesías, terraplenando es-
quinas, &., &.
Inauguró el Colegio de San Carlos, cuna de nuestras prime-
ras inteligencias, y ésta que fué su más grande obra, no le dio
el renombre que el alumbrado público le dejara, de Virey de
las luminarias.
Concluyó Capillas, reconstruyó Iglesias, y hasta la Catedral
recien derruida, y el edificio municipal. Expulsó á los portu-
gueses de la Banda Oriental, y á los indios de las Misiones, de
donde acababan de ser expulsados los jesuítas.
Fundó los estudios reales con fondos de estos y fomentó mil
obras nuevas. Mandó un ejército á Montevideo para la recon-
quista de la Colonia, y otro al Alto Perú, contra la sublevación
general.
Y mandó, más que un tercer ejército, al progresista coman-
dante D. Tomás Rocamora, mejicano como él, á establecer
línea, nó de soldados, sino de poblaciones, siendo ellas la valla
insalvable que se levantó, poniendo fin á la invasión de los
bárbaros.
Todo esto y mucho más hizo. Instituciones de beneficen-
DE BUENOS AIRES 1 25
m
cia,- educación popular, — alumbrado publico, — extinción de
la mendicidad,— fundación del Real Convictorio Carolino, —
Colegio de Huérfanas, — fundación del protomedicato, — cons-
trucción de los grandes edificios públicos, que aun actualmen-
te sirven para Biblioteca, Archivo, Dirección de Escuelas,
alamedas, paseos, todo lo proveyó y fomentó á un tiempo.
Restableció la tranquilidad en la campaña, y antes de termi-
nar su Vireynato, después de quince años del gobierno más
progresista, apenas interrumpido por la breve presencia de
Zeballos, consiguió se exportaran hasta ocho mil cueros al
año, por solo el puerto de Montevideo. Hacía explorar el
Bermejo con Arias y Cornejo, al mismo tiempo que el Rio
Negro, fundando pueblos por todas partes, pues San Nicolás,
Rojas, Patagones, Chascomüs, Ranchos, Lobos, Navarro y
Areco, San Juan y San José sobre el Santa Lucía y Concep-
ción, Gualeguay y Gualeguychú, no fueron los únicos que
erijió en el vasto Vireynato.
Pueblos, fortines, escuelas, muelles y caminos, todo esto, y
mucho más hizo; pero el intolerable espíritu de rutina, de cada
una de sus innovaciones, sacaba motivo para seguir su encar-
nizada crítica.
IV
Vertíz fundó el segundo año de .su Vireynato, (1779), con
otras de importancia, la casa de Expósitos, en las tem-
poralidades, que así denominábase la sucursal de Jesuitas, frente
al Colegio, esquina hoy Alsina y Perú, nombrando primer ad-
ministrador al Sr. D. Martin de Sarratea.
Haciendo cruz á ella instalóse la Casa de Comedias^ dándose
permiso á D. Francisco Velarde, primer empresario de Teatro
para abrirla en la Ranchería^ cuyo producto, en parte, debe-
ría contribuir al sosten de establecimientos de beneficencia,
como fundó con igual objeto en la otra esquina de la
misma manzana, frente á los Calabozos de Oruro, hoy Perú y
Moreno, la primera imprenta, dirijida por el Sr. Sánchez Soto-
ca con los restos de la de los jesuítas, traídos de Córdoba.
Poco después, el trabajo y la industria de esos pobres deshe-
redados, iniciados en honroso camino por el sabio Virey, fueron
los que imprimieron «El Telégrafo», progenitor de todos los
periódicos buenos y malos, cuyas innumerables hojas plagan el
país.
1 26 TRADICIONES
Entonces como hoy, no faltó malicioso chiste tiznando la
fama del Virey filántropo.
Años atrás, cuando el Gobernador Robles fundó un hospi-
tal, apareciera en las paredes cuarteta tan injuriosa como la
siguiente:
«D. Agustín C. de Robles
Con caridad sin igual
Hizo este santo hospital
Y también hizo los pobres».
Veinte años antes de la época que tradicionamos, mano
anónima garabateó sobre la lápida que bajo del torno se lee hoy,
aquella quejumbrosa y tristísima lamentación que no puede
deletrearse sin lágrimas:
«Mi padre y madre
Me arrojan de sí,
La piedad divina
Me recoje aquí».
Esta calumnia no menos infundada, como toda injuria anó-
nima:
«Para los hijos sin madre
Los Expósitos fundó.
El Virey, que con el suyo
Esta casa inauguró . ,»
La musa callejera del siglo pasado, chispeante de malicia y
acrimonia, disparaba en la oscuridad del Vireynato aceradas
flechas, dirijidas á herir de muerte las mejores instituciones.
Diez años después, todavía incorrejible, apareció una mañana
escribiendo á las puertas del hospital de San Miguel donde
guardábanse las huérfanas casaderas, hasta que humilde indus-
trial venía á elejir compañera de entre las honradas educan-
das:
«El Rector de aqueste Hospicio
Como un gallo vive entre ellas,
Y tiene á más de su oficio.
••••••
El de componer doncellas.»
Y así, la Casa de Expósitos venía á facilitar prostituciones
clandestinas, según embozada maledicencia, la escuela á propa-
gar enseñanza perniciosa, los estudios mayores, criaderos de
pleitistas, pues que los cuatro únicos abogados que por entonces
pululaban, tan enredado traían el pandero, que hasta la Cate-
DE BUENOS AIRES 1 27
dral se cayó por aplastar pleitos, según creencias vulgarizadas
desde el pulpito.
El Teatro aumentaba la inmoralidad con los bailes de más-
caras; la imprenta propagaba impiedad; el empedrado venía á
desbazar mulas^ y cada paso de progreso que rompia el pesado
velo del oscurantismo, en motivo de crítica y vituperio conver-
tíase, cayendo sobre el paciente Virey de las luminarias.
«A este Virey de las luces
Colgáronle muchas cruces»
Y dejemos de seguir las huellas de esa chascarrillera musa
mal sonante, que allá vá por esas calles y plazas darramando
sai y pimienta en sus cantarcillos, aunque con frecuencia no
de la mejor índole.
Citamos al pasar dos ó tres de sus dicharachos, como com-
probación de que toda innovación tuvo por primera é inme-
diata recompensa la rechifla y mofa de los mismos beniñ-
ciados.
Pero el activo señor de Vertíz, profesaba las teorías que en
sus postrimerías oimos de boca del honrado hacendista D. Juan
Bautista Peña.
Lamentándose le hallamos cierto día de 1868, pues que un
tropel sin nombre asaltara la Municipalidad, arrojando libros,
papeles y archivos por los balcones, sin duda para que desapa-
recieran cuentas que no debían estar claras.
€ A los pueblos, como á los niños, preciso es hacerles el bien
hasta contra su voluntad, y aunque lloren y zapateen limpiar-
los y ponerlos presentables, sin cuidarse si embadurnan á
quien los envuelve. > .
Y en otra ocasión añadía, como agobiado por su esperiencia
de muchos años, siendo á la sazón Intendente: «La populache-
ría vocinglera y descontentadiza grita sin saber por qué, y
jamás está contenta. Aunque naden en la abundancia profeti-
zan descalabros, y que el mundo se viene abajo. Bien se les
llegara á llenar los bolsillos de onzas de oro, todavía murmu-
rarían, quejándosa de su peso».
Extraño no es, que á los sucesores sigan añejos motes como
á sus antepasados.
V
Aquella primera cuadrita de mala muerte y peor empe-
drada, prolongado se ha en extensión de dos mil. Esa vergon-
zante velita de baño ó candileja humeante, del primer alumbrado
1 28 TRADICIONES
representante de la luz pública, en época de tinieblas, pero
que no llegó á alumbrar tantas picardías como en la presente,
sustituida se halla por el gas, y á punto de serlo por el foco
eléctrico; el desmantelado carro al hueco de la basura, por el
ferro-carril de la misma, que arroja los residuos muy lejos.
Mas, la crítica no cesa. Siempre la malicia trasluciendo, ó
creyendo descubrir el vil interés por todo móvil.
Si Vertiz tenía por su apellido que ver^ á Alvear le dice el
suyo que vea^ y tantas cosas malas ha visto en esta ciudad, de
la que se recibió sucia, pero muy sucia; que venciendo innume-
rables inconvenientes vá dejándola presentable.
En menos de un lustro ha ensanchado y hecho Hospitales,
Manicomios, Asilos ú Hospicios de Mendigos, Inválidos y
Huérfanos, Cementerios, Oficinas Municipales de Ingenieros,
Químicos, Delineadores, Plazas, Parques y Paseos, Calles, Ave-
nidas y Boulevares. Ha abierto doscientas cuadras, y adoquina-
do cuatrocientas, y cuadruplicando la renta municipal.
Fuera de todo esto, que no es poco, y. basta para satisfacer
al más descontentadizo, consiguió algo más. Hizo rico á medio
vecindario, sin perjudicar al otro medio, pues cada propietario
á quien adoquinó la calle, abrió otra trasversal, ó ensanchó la
estrecha en que vivía, hermoseando sus alrededores, duplicó su
renta.
Pero, después de cien años, las costumbres no han cambia-
do del todo en ésta, que cosas tiene de gran Aldea, y el mote
chavacano sigue mofando con tilde chocarrero y de mal gusto
al mejor intencionado.
Así la malicia continúa murmurando como corriente cuesta
abajo, y cual Antaño al continuador de «la obra iniciada por
Vertiz.
Proyecta ancha avenida de circunvalación, por allí ha de tener
terrenos que bonificar, se dice. Endereza algún entuerto
y muchos son ya los enderezados, por ahí ha de haber algún
amigo á quien favorecer. Pero que más, ni adoquinar puede
calle lejana pues no falta vieja pispona que murmure: «no es
por mejorarnos el barrio, sino porque no se le rompa el lando,
cuando viene á lo de la viudita vecina que dá el do de pecho y
otras cosas
Suerte es, y no escasa, que la tela sea de buena pieza, como
que de la misma salió el vencedor de Ituzaingó, que hizo meter
violin en bolsa y poner en línea al vecino Imperio, como el abuelo
delineaba límites y fronteras en la época del Virey de los siete
nE BUENOS AIRES I29
sabios. £1 nieto sigue impertérrito, antiguo oficio de familia,
haciendo entrar en vereda cuantos se salen de linea, chille quien
chille.
La murmuración pasa y el provecho queda en casa, y el
Intendente Alvear tiene por la propia, para su mejoramiento, la
ciudad toda.
En verdad que ha tomado á la de Buenos Aires, como belle-
za de inmenso cuerpo, de grandes dimensiones que es con-
veniente acicalar con adornos de buen gusto, y de quien se halla
perdidamente enamorado, como estilan hacer la corte los de su
nombre, derramando guirnaldas y coronas á los pies de la bien
amada, cual el vencedor de Ituzaingó, á los de la Patria.
Y así como á una belleza del dia, para su mejor parecer vése-
le arreglando un moño en la cabeza, brillantes pendientes en
las diminutas orejitas, por donde deslizase tanta dulce mentira;
una flor en el pecho, ciñece la cintura de amplisima faya, le es-
tira la falda; asi en la ciudad de sus encantos, aprovecha una
cima para coronarla de palmeras, leve ondanada, para hacer
correr cristalinas aguas que la refresquen, paseo aquí, gruta
misteriosa más allá, ancho cinturon de boulevares, estira y pro-
longa sus caminos de entrada, y yá un jardin, una fuente,
una plaza, vá poco á poco adornando su bella apasio-
nada.
Por esto le contesta algún ricacho, después de doce me-
ses de discusión: cEstá bien, le doy dos varas de las cien-
to cuarenta de mi frente, pero hermosee mi calle.» Y otros que
no le dan, ni los buenos días, al entrar un palmo de tierra sus
edificios sobre la línea, se quedan muy creidos que le hacen
importante donación particular, sin llegar á comprender que, si
algo ceden es para el bien del vecindario, de la comunidad, de
su propia conveniencia.
En otras ocasiones los mismos padres de la patria, que un
año autorizan como modesto entretenimiento el juego, y entre
ellos el de la loteria, al siguiente lo prohiben, declarándolo es-
tafa, latrocinio, engaño, sin preocuparse de arbitrar recursos
para el servicio que con sus sendos millones se atendía; y así
tiene que echarse por la calle á defender hasta con sus puños
los impuestos municipales, único recurso para satisfacer tantas
necesidades.
Y la autoridad no le ayuda, y la insensata opinión le zahiere
y la prensa le zangolotea. Pero él, déle que déle, tieso que
tieso, la astilla es de buena madera.
1 30 TRADICIONES
VI
Adelantel no hay que mirar atrás ni atortolarse. Ahí es-
tán sus obras que hablan con mayor elocuencia que sus detrac-
tores.
Siga no más abriendo grandes avenidas, por donde ha de
venir y penetrar el progreso, que modiñca y transforma. Arte-
rias de comunicación por todas partes, plazas y respiraderos, pul-
mones ala agrupada población, fuentes de vida para sus habi-
tantes, y así irán cayendo una á una esas telas de levísimo tisú
que pretenden ceñir y envolvernos, aunque el más ligero viento
deshace, oposiciones de tela-araña, que las sombras agigan-
tan.
Asíverá venir uno tras otro, hombres de buena voluntad co-
mo el señor Lezama, saliendo á ofrecerle más de lo que nece
sita para embellecer los suburbios del sur y llevar el bienestar
á todos los extremos.
Si pertinaz y recalcitrante llegase todavía alguna crítica sin
eco, puede hacinar unas sobre otras todas las obras de su pri-
mer lustro de Intendencia, interrogando sin miedo desde lo
alto de su cima: «alce el dedo quien haya hecho más que yó!»
En la capital del mundo, con los elementos del más poderoso
imperio, relativamente dadas las proporciones del caso, Mr.
Haussmann no hizo más en menos tiempo.
Recordamos en la vecina República, haber encontrado al
más fecundo de los escritores americanos, el chileno que pro-
dujo más obras, así con su pluma y su talento, ocupado en
transformar la vieja capital de Chile, con ardor y perseverancia
infinita. Del uno halagaba la vanidad y el otro no quería serme-
nos que el vecino. A éste inmortalizaba su nombre en lejana
plazuela, cuyo terreno cedía, y para el sordo ó remiso de más
allá hacia tocar las cuatro trompetas de la fama, por donación de
estatuilla insignificante. A aquel incitaba á ceder un terreno, y
quedaba Parque Couciflo, al otro abría una calle que le partía
medio á medio, pero estaba satisfecho porque dejaba en ella su
nombre, y con ayuda, propaganda y tesón, su incansable activi-
dad llegó á trasformar en pocos años la vieja Capital de nuestros
primos, allende los Andes.
Paseos, canales, institutos, todo lo dio vuelta, lo embelleció,
lo transformó. La murmuración le acompañó como insepara-
ble plañidera durante largo trayecto, y aun no faltó quien seña-
lara, no olvidar el negocio propio, pretendiendo escalar la
DE BUENOS AIRES I3I
Presidencia, trepando sobre los andamios de sus multíplices
obras.
Pero cuando éstas han concluido y su vida extinguídose en
el bien público , el nombre de Benjamin Vicuña Mackenna, re-
suena por todas partes dentro y fuera de Chile, su fama pre-
conizan cien monumentos, y hasta el Cerro de Santa Lucía
donde el Cacique Huelen se refugiara, consideran hoy sus con-
ciudadanos estrecho basamento para alzar la estatua que la
postuma gratitud le designa.
Bueno es no olvidar las teorías del Virey de las luminarias,
recordadas desde ese mismo balcón de la Intendencia por el
honrado D. Juan Bautista Peña: «A los pueblos, como á los
niños, preciso es hacerles el bien, aun contra su propia voluntad,
y aunque lloren y zapateen, limpiarlos y ponerlos presentables
sin cuidarse si embadurnan á quien los limpia.»
¿No es verdad señor Intendente, que Antaño como Ogaño
sobraba razón al Virey de las luminarias?,
Pero la historia también tiene estas postumas glorificaciones
que ennoblecen y llegan hasta convertir en brillantes de luces
resplandecientes al carbón que pretendió tiznar la fama de hom-
bre bien intencionado.
Efectivamente, al General D. Juan José de Vertiz y Salcedo,
no por el alumbrado público inaugurado entre sus diversos
adelantos, sino por los resplandores de sus muchas obras de
progreso esparcidas en todo el Vireynato, bien puede recordar-
se, surjiendo entre las tinieblas del coloniaje, como á verdadero
Virey de las luces.
132 TRAmClONES
EL ñ EN QDE SE MÉ El £10
(Tradición de 1792.)
Al Sefior Dr. Ambrosio Mont
I
Es una historia que parece cuento, y sin embargo este cuen-
to histórico de tiempo de poca agua, tan verdad es, como que
en los presentes hasta tres días pasan sin correr nuestras
aguas corrientes.
Nada extraño hubo en que éstas olviden como tantas
otras su misión sobre la tierra, siendo solo la débil obra del
hombre, sino el Plata mismo, grandiosa obra salida directamen-
te de manos del Creador, perdió el rumbo y se fué
á las profundidades del océano.
Como no era cosa que así no más se perdiera rio de tal
magnitud, los vecinos á quienes buenos sustos dá en sus cre-
cientes y tempestades, salieron á buscarlo.
Alarmados ante tan extraordinario suceso, bajaron á la ribe-
ra, treparon las alturas, coronaron azoteas y miradores, subieron
á las torres más altas, estiraron anteojos de largo alcance,
apesar de no tenerse por nada cortos de vista, con todo, por
más que refregaban los de mirar, nada veían, ni descu-
brían.
No había más, el río se había perdido.
Los platenses estaban desesperados, volvían sobre sus pasos,
DE BUENOS AIRES 1 33
daban vuelta al rededor del mismo punto. Idas y venidas,
subidas y bajadas, galope aquí, carreras allá, tras bancos cana-
les y canaletas, valles, médanos y bajíos, por más vueltas y
revueltas, recados y mensajes, averiguaciones é interrogatorios,
caminatas de las barrancas á la playa, y de la ribera á los altos,
nada Ni los vijías en asecho desde los campa-
narios que servian de atalaya á la despoblada ciudad tendida y
silenciosa, sobre la banda de un rio que no lo era, daban señas
de él.
Y aunque tal aventura del Plata parezca cuento, ahí están
eruditos cronistas como los doctores Quesada, Carranza y Ze-
ballos, ya creciditosy sin edad para mentir, quienes en repeti-
dos libros lo recuerdan.
Algunos han observado que tan variable como el Plata y
sus brisas, son sus habitantes, y el refrán «veleta como porteña»,
tiene este origen.
La verdad que es tan impetuoso por Candelaria, Santa
Rosa ó San Francisco, como manso y bonachón lejos de equi-
noccios. Tan bonancible para esta costa con el pampero que se
pierde de vista, haciendo de paso algunas travesuras y revol-
viendo las aguas á los de Montevideo, como encrespado y ma-
ligno en las suestadas.
Si él impregna algo de su genio alternativamente impetuoso ó
suave, á los que de sus aguas beben, ó si por óptica misteriosa
tiene en su cambiante movimiento, espejismos singulares que
reflejar suelen el espíritu de sus hijos, averigüelo Batemann y de-
más ingenieros ingleses que para eso vinieron á estudiarlo, y de
corrido saberlo deben, según los millones que cuestan tan lar-
gos estudios.
Muchos de sus ribereños, así sopla el viento norte, que es
como el zonda tierra adentro, siéntense alelados.
Después del primer arranque de impetuosidad, con la altivez
y el embate de sus olas, cuando los tiempos truenan, eléctrica
conversión vuélvelo manso y suave cuando serena.
En fin, cosas de la tierra, temperatura ó carácter na-
cional.
«Belicosos pero de poca constancia, noveleros y variables co-
mo sus aires, son el Plata y sus habitantes», leo en la ultima
Revista Alemana que acaba de llegar, y siendo tudesca, no
puede mentir
II
En la mañana del 28 de Mayo del año de 1792, el más fu-
rioso pampero se había desencadenado sobre el Plata.
134 TRADICIONES
Empezando ligera ventolina redobló su fuerza por la no-
che, á tal punto, que al rayar el día no dejaba ya espinillo sin
desgajar en la ribera, ni cabeza con sombrero de las pocas que
llegaban á asomar por esas barrancas desiertas, donde fué
el rio.
Completamente perdido éste, el Alcalde de Hermandad en
Maldonado, manso hombre ignorante, bruton pero muy honrado
por cierto, é incapaz de ocultar las cosas ni los casos, menos un
rio cual él Plata que no es de esconder dentro el tintero, tomó
su cálamo de ganzo, calóse las gafas y garabateando al supe-
rior, puso el parte del extraordinario sucedido.
Alto, grueso, mofletudo, enérgico, activo, de constitución atlé-
tica, siempre á medio vestir, y atada la cabeza con ancho pa-
ñuelo á cuadros, era esta justicia en mangas de camisa, como
justicia de barrio, incansable perseguidor de ladrones y roba-
das, aunque antiguas mentas recuerdan que en alguna ocasión
refugió á cierto descomponedor de doncellas de aquellos tiem-
pos, travieso tenorio de fama.
Saltó en su brioso ruano, tio Paco, así más conocido que
porD. Frasquito Buendía, quizá por la costumbre de ofrecer
el frasco para hacer la mañana, y echándose á la espalda su
inseparable naranjero (trabuco de á onza), para un por si aca-
so, caminito arriba, siguió en busca del perdido, por los bajos
de la costa.
Galopó, galopó, desde Medrano á Monte Grande, seguido
de la partida volante, y de los más baqueanos del pago. Des-
parramó sus hombres por todas partes, los volvió á juntar, los
volvió á mandar, no dejó vericueto ni escondrijo, ni viscache-
ra por escudriñar. Rejistró valles, lomas, vueltas, montes, sel-
vas y ensenadas, pidió lenguas á los pescadores en seco, se
empinó sobre sus morrudos estribos de monte, desde las más
elevadas barrancas, recorrió de arriba abajo toda la costa, sin
divisar más que extensos arenales y secas playas sin fin, un
juncal allá, naciente banco más allí y un charco acullá.
Galopó bien adentro por la playa baja, y avanzó, y avanzó
sin alcanzar nada. Allá á lo lejos, muy lejos relampagueando
apenas bajo el sol, á gran distancia, una que otra rezagada faja
de agua, cual olvidada huella por donde acaso escapara el fu-
gitivo.
A una gran creciente sigue una gran bajante.
El Plata, el majestuoso Plata tan decantado por poetas, que
no le conocieron ni de vista y nunca le sintieron, como maldeci-
do por marineros que mucho le sufrieron, extraviádose había
en amorosa aventura, cual ríachuelito casquivano el Manzanares
DE BUENOS AIRES I35
Ó Rimac perderse suele por toda una estación, sino para toda
la siega.
Y bueno es apuntar de paso para quien no hubiere asomado
las narices por esta inmensa planicie sin horizonte, que el Plata,
hijo del Paraná y el Uruguay, nieto del Paraguay y primo lejano
del Amazonas, cubre con ligero velo de aguas estrecha super-
ficie, así como de quince mil millas cuadradas.
Pequeña fuentecilla es el Plata, como para apagar la sed de
cuantos fueron y son.
III
Al fin, cansado de dar vueltas y revueltas por todas partes,
sin adelantar un paso en sus pesquisas el famoso Alcalde D.
Francisco Buendía, que para él no había amanecido bueno el
de aquélla mañana, determinó regresar, cuando topó en su
vuelta con un playero ó pescador que venía de recojer sus redes,
tendidas la noche antes, quien le dio noticias muy interesantes
por sabidas.
— Amigo, de dónde sale? le interrogó la justicia.
— De ande he de salir pues, de acá no más, (contestó el pai-
sano).
-Dígame, no ha visto el rio?
— Cuál, el de la Plata?
— Sí pues, no ha de ser el de España, que en otro mundo
se está.
— Ah! sí Señor, acá no más lo dejé anoche.
— Sí, eso ya lo sabía^ pero y hoy?
— Ahora se ha retirado patrón, retiraito, allicito no más ha de
estar.
— Bueno amigo, si lo encuentra déle memorias.
— Adiós.
Y con un vaya Vd. con Dios á la buena crianza española, dio
vuelta rienda el Alcalde en mangas de camisa, echándose un
poncho para presentarse á sus mercedes, determinó bajar á la
ciudad, por si acá sabían algo.
Contrariado,. cabizbajo y cari acontecido, no satisfecho con su
primer parte de la mañana, llegó á eso del medio día á recti-
ficarlo verbalmente ante el de primer voto, y subiendo la an-
cha escalera de las casas consistoriales, dio cuenta, ampliando
circunstanciadamente, como era cierto que el rio se hallaba per-
dido, no podía averiguarse qué camino llevara, ni nadie le ha-
bía visto, ni podía dar noticia. De todos modos, al fin él solo
1 36 TRADICIONES
era autoridad de tierra, pues, si .todo lo que en ésta desaparecía
sabía encontrar muy bien, aun debajo de ella, como los con-
trabandos de la Colonia, no así con lo que el mar se tragaba,
pues ni era de su incumbencia lo que aguas abajo acón-
tecia.
Añadió, no sin malicia, y mientras que se rascaba tras la
oreja y dando vuelta el sombrero en la mano, que si los seño-
res de Cabildo eran gustosos, podía proporcionar cierto paraguay
más nadador que un peje, (un su amigo, hombre de mucha
confianza y ligereza, y que no había de mentir ni ocultar cosas
como el rio, que se arriesgaria hasta muy adentro y tal vez á
cruzar de un galopito hasta la ribera de enfrente, á ver si por
allá le daban mejores noticias, ó las traía del rio.
IV
Caso de consulta fué, y grave, acalorada y sesuda discu-
sión que intrincaba á golillas y clericalla tamaña desapari-
ción.
Lo sucedido no era para menos, y muchos latines salieron á
volar, y textos van, y citas vienen y consultando viejos libra-
chos, hojeando carcomidos y apolillados pergaminos, el Prior
de Betlemitas mencionando en su exposición la desaparición
del mar Rojo, replicaba á su paternidad franciscana, sobre el
ocultamiento del Ródano y otras corrientes subterráneas, cuando
el ruido y algazara de vocinglería y discusión á gritos, venía
alzándose y subiendo y aproximándose en confuso tropel hacia
los balcones del Cabildo.
Tratábase de convocar Concilio de marinos y sacristanes,
por lo extraordinario, cuando'los diálogos de corrillos, interrum-
pidos fueron por la aparición de dos jóvenes esbeltos, de atrevi-
do aspecto, exponiendo á los allí presentes la apuesta que
acababa de ajustar sobre la piedra fundamental en la esquina
de la plaza, de pasar á la otra banda, á traer el rio, si el río
no los traía á ellos.
Cerrado el pacto con todas las solemnidades, y depositadas
en mano del Alcalde de vara corta las cien peluconas, por uno
y otro lado apostadas, muy garifos y decididos salieron
llevándose los vientos D. Francisco Antonio Herrero, apues-
to mancebo en sus veinte y cinco abriles, y D. Tomás Ba-
lanzuategui, de poco más, vizcaínos ambos, pero de muy
buena vista los dos, y dependientes de la antigua casa de
DE BUENOS AIRES 1 37
comercio del Sr. de Sarratea, cuyo principal les alentaba
en su decisión, porque de su casa fuera y no de otra, quienes
descubrieran el rio, ya que no los contrabandos que sus aguas
encubrían
— Pasarán, ó no pasaran. A que sí! A que nó!
— Qué jóvenes atrevidos. De seguro víctimas del Plata.
— ^Voy á prender dos velas á San Miguel, y dos más cortas
al que tiene abajo, para que Dios ó el Diablo proteja á estos
desalmados, añadió una beata trota conventos que pasaba ha-
ciéndose cruces.
A tales expresiones más ó menos se reducian los diálagos
repetidos por calles, plazas y riberas; y las ofertas multiplicá-
banse doble contra sencillo — de á que nó; y los ociosos y deso-
cupados, que por entonces lo eran todos los de la población,
agrupábanse en corrillos á discutir probabilidades, ya siguiendo
á los de la apuesta, ó descendiendo al bajo por cuyos espini-
líos y sauzales soplaba el pampero cada vez más fuerte.
Y entre que si pasan ó nó pasan, y que si era tentar al malo
tan arriesgada empresa, ó si tendrían pacto con él los que tan
inminente peligro salían á buscar, y apuestas de un lado y
protestas de otro, un ultimo á qtie no se atreven! como anónima
flecha, lanzada de la multitud, chuscada cobarde é incidiosa
recalentó el ánimo de los ya decididos jóvenes, y saltando en
dos magníñcos caballos, hacia los Quilmes, derecho tomaron,
y una vez en su punta más saliente, galoparon por la playa rum-
beando á la Colonia ... ! . •
V
Como lámina de bruñido acero, inmóvil en su adormecido
oleaje, esa inmensa tela de raso azulina, sin límites ni horizontes
se extiende en la cuenca del gran estuario, igual y serena, cual
sábana sin fín, doblándose sobre la rubia playa sin más arru-
gas que las que de vejez las mansas olas ausentes dejaron como
huella dé su vida.
Nosotros que nunca hemos gustado de murallas, ni tapiales,
que siempre vivimos con la puerta abierta para todo el mundo
por horror á cuanto limita la libertad, no teníamos más muros
para el rio que las barrancas sobre él desmoronándose.
Por eso, cuando crecía, eran por entonces frecuentes sus inva-
siones, y las juderías del Plata por un lado, y las crecientes y
138 TRADICIONES
derrames del Barracas de otro, complicados por los terceros
interiores, sobre todo, el más caudaloso de las Granadas, que
aislaba completamente el barrio del Alto de San Pedro en los
Betlemitas, inundaban la Ciudad en muchos casos, á punto de
reducir sus ateridos habitantes á mantenerse de comestibles
secos, dentro de sus casas, pues por agua ni tierra podian
entrar víveres.
Pero en cambio á pocos dias de una gran creciente seguíales
gran bajante, y entonces sin número de pescados podridos
guarnecian la ribera, y como el agua se retiraba también de
los pozos, en uno y otro extremo sitiados por el agua, ó por
la sed, penurias pasaban los buenos vecinos de Buenos Aires
antes que las aguas corrieran, lo que todavía no sucede sino á
intervalos, apesar de tener aguas corrientes.
Cuando el rio está bajo y nebuloso y turbio, é incómodo el
aire sofocante, señal es invariable de mal tiempo, si entonces
se divisan las cimas en la otra costa de los cerros de San Juan,
el observador puede asegurar que á poco rato habrá agua por
demás.
Con todo eso los audaces exploradores entraron al rio, es
decir á su lecho.
Cielo azul ceniciento, y húmeda arena por todas partes.
A la derecha la cenicienta arboleda de la Ensenada, la ver-
de floresta de los Quilmes, atrás, allá á lo lejos, muy lejos,
la casi imperceptible silueta de las islas. Al frente, el desierto,
el valle, la inmensidad, cuyo mutismo solemne era por demás
imponente.
VI
Apenas interrumpía el silvido del viento incesante, cotno rui-
do de olas que no se veían. Oíase en sus intermitencias
repercutir en el vacío el pacatan, pacatan, pacatan, acompasa-
do de los dos caballos que á la par galopaban por la región de
las olas.
Herrero, más audaz que su atrevido compañero, pero aun-
que de carácter serio y reflexivo, no dejaba de ser algo
supersticioso, y confiaba más que en la ligereza de su parejero,
en una especie de amuleto ó escapulario de la Virgen del Car-
men, que el Guardian de San Francisco le colgara al partir
con su bendición.
Luego después, los franciscanos pasaban asi como por algo
DE BUENOS AIRES 1 39
parientes en segundo ó tercer grado del rio, en cuya busca se
exponían.
¿No había sido Solano el único Santo que se bañó en sus
aguas antes que otras muchas non-santas bañaran en las mismas,
sus pecaminosas bellezas?
* Y los buenos hermanos de la seranea orden, sus vecinos, sus
más viejos amigos, no le bendecían todos los años, pasado el
cordonazo de San Francisco, para que bañistas y nadadores,
navegantes y contrabandistas pudieran confiarse á sus olas en
calma, sin temor de jugarles éstas, mala pasada?
Bien que eso no impedia cometieran las mansas aguas del
Plata alguna pequeña felonía, como la de tragarse al descuido
una que otra vieja en pecado, ó doncella que no lo estaba, en
remolino ó improvisada tormenta de verano, cuando entre las ba-
ñistas volvía alguna de menos.
Conñado en tales creencias, y con preservativo tan á raíz de
las carnes, cómo iba á naufragar, por más que navegase á caba-
llo por el lecho enjuto del más ancho rio del mundo?
El otro vizcaino, zorro viejo, tenaz y porfiado como de ralea,
Balanzuategui, más que en todos sus amuletos, seguro iba en la
velocidad de su tordillo y en su baquía y natación.
¿No había llegado Moisés con todo el pueblo de Israel á la
cola, á la opuesta orilla, antes que el mar Rojo en su re-
flujo?
Ancho por ancho, este lo era mucho más, y Napoleón, sin ser
Moisés, pocos años más tarde pasó también el Rojo con el agua
al pecho del caballo • . . .
Patacan! patacan! patacan! oíase resonar en la desierta playa,
el acompasado galope de los caballos, cuyas herraduras estam-
padas, dejaban como largo reguero tras de sí, sobre la húmeda
arena del amarillento valle sin fin, cuyos confines no se alcan-
zaban.
VII
Lo que se encontró bajo del rio.
Qué fué lo que se encontró? Consolaos, queridas lectoras.
Vuestras abuelas no fueron menos curiosas. De Eva descen-
dian directamente, y no de mona ó de Venus, salida de las
aguas, para que las porteñas del otro siglo se metieran en ellas,
asomándose por curiosear qué había en su fondo.
Los audaces exploradores no asomaron, que cruzaron cuan
vasta es, toda su extensión.
Eso sí, iqué maravillas pudieron contar! . . ,
140 TRADICIONES
Como el Plata no tiene todos los dias semejantes caprichos
de irse á pasear, y no estar donde Dios le puso, seguro de que
sus aguas cubrirían sus mentiras qué cosas no vieron, ó creye-
ron divisar, ó mintieron haber visto!
Siempre ha sido refrán viejo, «miente como un viajero*.
Y estos hasta grutas encantadas, Ninfas del Plata y del
Paraná, Delñnes y Tritones arrastrando por entre avenidas de
perlas y corales la carroza de conchas y nácares de la bella
Ondina del Uruguay. Todos esos encuentros misteriosos que
solo tienen viajeros que andan por donde ningún otro, pudieron
ver, sin exajerar descripciones cuya exactitud no era compro-
bable.
Pero por aquellos buenos tiempos no se fantaseaba tanto, sen-
cillas gentes más prácticas, extraían más patacones y menos
mentiras.
No era ninguno de estos audaces vizcainos, pariente ni en
cuarto grado del Capitán Mentirola, ni de Pascualon Diaz, el
hombre de menos verdad que alumbró la farola del cerro, y
cuya tradición ofrecemos para la pascua florida.
VIII
Cuando en las veladas de ese invierno los contertulianos del
ex-vice-Rey interino Olaguer Feliú reunidos noche á noche al
rededor del brasero en la casa frente al campo de ánimas, (actual
Teatro de Colon), reunión y tertulia con humos literarios desde
que leyera en ella el poeta Labarden su Siripo, ante Cervifto
y Vieytes, futuros primeros periodistas, cuando todas esas emi-
nencias de las postrimerías del pasado siglo preguntaban con
creciente interés lo que habían encontrado en su largo camino
diciendo:
— ¿Qué cosas no habrán visto Vds. que son los únicos en el
mundo que han tenido el previlejio de cruzar en seco el estuario
del gran rio?
Contestaban sencillamente los jóvenes expedicionarios, un
tanto cortados en presencia de esos sabios del Coloniaje.
— Nada, señores. Mucha arena, poca agua, arrugas innume-
rables como huellas de olas que no se veían, fango, greda limpia,
bancos en movimiento por la variación de los canales que
continuamente cambian, altos médanos, islas en crecimiento,
arcillas, toscas, piedras por diversos lados, lagunas ó charcos
en los bajos, angosta corriente á un lado, fajas extensas de are-
nal desierto, estrechas franjas de agua, ya largas ó anchas, como
extendida piel leonada, bagres y surubíes, y las pipas^ cordón
DE BUENOS AIRES I4I
de grandes piedras sobre el veril del banco, llano abierto, y
mucho campo sin pasto, cual salitrosa llanura en la que de
pronto hubiera muerto por su esterilidad cuanta hacienda pasta-
ra, sin encontrar dónde pastar.
Solo eso vieron
Pero, en muda contemplación de lo infinito caminaban
entre dos inmensidades, la del cielo azul que les cubría, y la
playa que cruzaban, sucediéndose manchas de agua, alternan-
do arenales, bandas de peces muertos, sábalos en seco y
pequeños pejereyes plateados, esmaltando con el iris tornaso-
lado de su escama de nácar las arenas doradas, algunas plan-
tas acuáticas; yerbas marinas sin vida ni color en árido de-
sierto, botes tumbados al salir de la rada, pocos barcos
acostados, restos de buques á pique en valizas exteriores.
Dejaron el Banco Ortiz á la izquierda y el Inglés á la dere-
cha. Galopando sobre bancos y banquitos, y nadando en
canales y canaletas seguian rumbo este á galope corto mo-
nótono é incansable, pero, sofrenando de cuando en cuando
para no fatigarlos demasiado, y reservar caballo en que vol-
verse, caso que les saliera el rio al encuentro, ó les corriera
repentina creciente.
Bríllasones lejanas deslumhraban á los viajeros, y aquellos
engañosos mirajes atraíanles con la ilusión de un espejismo,
avivando el deseo de coronar su empresa. Ya perdida en bru-
mas apizarradas la costa argentina, empezaron á descubrir entre
jirones de vapores grises los cerros de San Juan, las islas de
San Gabriel y la misma Colonia.
IX
Ensimismados, cabizbajos y pensativos iban los audaces ex-
ploradores cuando uno de ellos divisó, ó creyó distinguir una
más ancha faja de agua brillando á lo lejos.
«Óiganlo al maula, ya te encontré, viejo», gritó, reanimándo-
se D. Francisco, y espueleando su caballo precipitóse á un
charco, pasó con el agua á la cincha, entrando de nuevo en
la zona de arenales sin término á todos rumbos, sin divisar otra
cosa. Tomó un manchón de agua por señas del rio.
Dónde había ido á parar ese inmenso caudal del extendido
estuario que Solis tomó por mar dulce, tal es su boquita de
cien millas de uno á otro estremo, por la que derrama, aumen
tando el océano no menos de cincuenta y tres billones de pies
cúbicos de agua en cada hora. '
No lo creeréis, lector, pero vuestros abuelos lo vieron.
142 TRADICIONES
Este rio, por cuya angostura entre las dos puntas más próxi-
mas le cruzaron los vizcaínos porfiados , y en cuya cuenca como
en el hueco de la mano de la Argentina, cabe más de una
nación del viejo mundo, había desaparecido.
Y á fé, á fé, que por poco profundo que sea el Plata, como
la mayoría de sus habitantes, la cantidad de su agua cubrien-
do la superficie de ciento cuarenta mil millas cuadradas, no
es volumen de ocultarse en el bolsillo!
Ni es el gran rio cual esos riachuelitos serpeantes y casquiva-
nos, que retozando y jugueteando entre malezas, zarzales y
espadañas, ocúltanse á trechos, reapareciendo más allá, y mur-
murando amores á las tímidas florcitas de la orilla asomando á su
paso, llevan su nota silvestre y melodía sin fin á la naturaleza, y
escurriéndose tras la espesura, relampaguea en el valle corriendo
aecharse al mar, como aP seno amoroso de la madre común.
A rio como el que cierra nuestro horizonte, de peso y de
paso, formal y entraditoen años, no pegaba equívocos ó subter-
fugios, ni era bien visto que no se le viera.
— Por fin te encontré! Esta vez quien así gritó á las cansadas,
no fué Francisquito, sino Balanzuategui, al divisar una lengua
de agua, muestra olvidada del perdido canal, con la que saca-
ba la lengua á sus perseguidores, engañándoles falaces mi-
rajes.
Mas, aquella no era una falsa canal sino la que venía del in-
fierno, entre Martin García y la costa oriental, con tal ímpetu
y furia por tan encajonada angostura, que solo de las pro-
fundidades del Averno podía llegar, según la fuerza y ruido
con que salía echando diablos
La travesía no era ancha, pero la correntada traía mucha
fuerza.
Brazo del Uruguay, pasaba frente de las dos Hermanas y
Martin Chico, formando la de su nombre Canal del Infierno
por lo peligrosa, entre la isla de Martín García y la costa
oriental, seguía frente á los Cerros de San Juan, corría en-
tre la Colonia y la isla de San Gabriel é iba á llenar las pipas
del cordón en el Banco Inglés, cuyas cimas descubren á flor de
agua las bajantes.
Un ruido sordo y aterrador estremecía los aires en aquellas
soledades. El viento había cesado y las lagunas y charcos en-
sanchábanse por todas partes.
X
Los exploradores ya no sonreían, empezaban á mirar á todos
DE BUENOS AIRES 143
lados. La costa vecina no estaba lejos, verdeando á la vista
las cuchillas orientales. Pero no se veía una sola alma, ni
huella de ser viviente por parte alguna.
Los dos valientes jóvenes se miraron, pálidos, al borde del
precipicio.
—Qué hacemos? dijo D. Pancho.
— Hemos llegado, hermano! contestó Balanzuategui. Acá
está el rio.
— El Uruguay puede ser, pero el Plata nó. Pasemos, insistió,
i pretendiendo ensayar una falsa sonrisa.
^ — Estamos en la Canal del Inñerno, no tentemos al diablo que
si él nos lleva. .
— Por ese lado es verdad. Prometimos llevar noticias del
rio, y si nos lleva su corriente, no llevaremos nada.
Cuántas veces el guapo ante la multitud palidece, como
cualquier hijo de madre al encontrarse solo, frente á frente con
el peligro.
Y en esto estaban de aquel diálago, á solas, entro^dosf inmen-
sidades desiertas, cuando en una de las empinadas sobre los
estribos queriendo orientarse, vieron á un hombre como salien-
do de las aguas, y que se dirijía á escape hacia ellos.
— Qué veo, compadre! Eso sí que está bueno, ya otro nos
ha tomado la delantera. Quién será este avechucho que sale
de abajo el rio? Adelantemos á reconocerle.
— Aire de paz trae el paisano, y como ancha es la cancha no
hay miedo que nos disputemos la acera.
Prontamente estuvieron al habla, disminuida la distancia por
el galope en opuesto sentido.
— ¿De dónde viene, paisano? De ande sale? Qué nos trae
del otro lado, dijo Herrero.
— Ya lo vé, amigo. Caminito de la Colonia vengo. Hará
una hora, agregó mirando al sol, que partí de la plaza. Salí á
campear el rio, pues aquí estaban las gentes con cuidado de qué
les habría sucedido á los de la otra banda, pues p?irecían de-
jados en seco.
«Desde temprano veíamos clarito las torres y techos blan-
queando, y por aquí la canal cada vez más estrecha corría con
fuerza espantosa y ruido ensordecedor. .A no ser tan ba-
queano un poquito más arriba, me juega mala partida el
maula este. Y ustedes qué andan haciendo por acá?
— Salimos á lo mismo, á llevar noticias del rio.
— Bueno amigo, terció Herrero, pero mejor es que nos lleve-
mos al río mismo que salimos á buscar, como irrefutable com-
probación del resultado de la apuest«i.
144 TRADICIONES
— AUísito no más viene, pero' Vds. no lo van á poder
pasar yá.
— Volvamos, amigo, con más de lo que prometimos.
Y después de un momento de descanso dieron vuelta sus fle-
tes, y á galope tendido, poniendo el corazón en Dios y en la
viuda, desanduvieron apresuradamente todo lo que se habían
internado.
XI
Mientras que ellos contándose sus cuitas é impresiones, vuel-
ven por donde fueron, aprovecharemos de la esterilidad del
camino monótono y sin novedad, para referir durante su travesía,
quién era el desconocido salido de las aguas.
Venia también en traje muy semejante al que usaba el tio
Paco de Maldonado, en mangas de camisa, y con la cabeza
fajada por gran pañuelo en forma de vincha pampa, ó charrúa.
Llamábase José María Otaiza, críollazo viejo de la costa
oriental, nacido en la guarnición de Martin García, y como
brotado en medio de las aguas sabíase de memoria todo el
rio, sus corrientes y canales, bancos y ensenadas, anchuras y
profundidades, le conocía de arriba á bajo como su propia
casa.
Desde chiquito se había hecho tan buen botero, como indo-
mable domador.
Pasarse bola á pie ó á la cola de una yegua el Canal del
Inñernillo, era juguete para él, y aun en los días de pamperada
íbase en pequeña buceta como á su casa, á Martin Chico,
las Vacas ó la isla sola, que por aquel tiempo todas estaban
lo mismo.
Muy niño era, y cuando se aproximaba la degollatina portu-
guesa, pasó como de barrio, y después saltando en pelos se
vino de aficionado á ver la función en palco de primera.
Entró tras de Zeballos, por la brecha que sus cañones
abrieran en los muros de la Colonia, en 1777, (cuatro de
Julio). Cuando éste ordenó buscaran un baqueano para
mandar la noticia de la victoria á la plaza de Buenos Aires,
fué quien en menos tiempo estuvo más listo para atravesar
el rio.
Tendría entonces diez y seis años, y diez y seis años más
tarde pasaba ahora á caballo el mismo paraje que había cru-
zado en bote.
Todavía en 1 806, cuando Liniers buscaba en la Colonia ve«
cinos de buena voluntad que le ayudaran á echar á unos ingle-
t)£ BUENOS AIRES Í4$
ses distraídos, metidos en Buenos Aires, y sin duda por
equivocación pretendiendo quedarse con ella, fué este Martin
Chico, quien como baqueano de toda la costa, se ofreció á pa-
sarlo.
No confiaban mucho del entusiasmo, pero se vino entre los
voluntarios de la Colonia en la improvisada flotilla de Don
Juan Gutiérrez de la Concha, y cuando por la fuerte neblina y
cerrazones de invierno perdió la capitana el rumbo, y sin po-
der ocultarse de la vista de los cruceros ingleses, no le fué
posible yá desembarcar la gente en la punta de los Quilmes,
Otaiza dirijió la embarcación, y apesar de haber cambiado el
viento, pasando sobre bancos, desembarcó la pequeña expedi-
ción por las Conchas, el 4 de Agosto de 1806.
Pocos días después preparaba su bucetita para atravesar otra
vez el Plata, pero estaba de Dios que ni á pié ni á caballo, ni
en bote, lo había de cruzar más.
Liniers lo mandó llamar al Fuerte para darle las gracias y
algunos macuquinos, por su» buenos servicios; y oyendo al
Virey que andaba en apuros, pues no cncontroba. propio que
se animara á pegar un galope hasta el Perú, donde urgía ha-
cer llegar la noticia de la reconquista, todavía el incansable
Otaiza, tomó ánimos para contestar.
— « Si su Merced quiere disponer de mi inutilidad! »
— Te animarías á ir allá ?
— Puede ser, señor, si lo manda.
— Qué me dices I Eres tan diestro ginete como nadador, ya
no se puede desconfiar de tus ofrecimientos, cuando vencistes
al baqueano de la escuadra.
— Yo, señor, traje la noticia desque ya no quedaban más
portugueses en la Colonia, ahora llevaría la de que no hay
más ingleses aquí. El camino no lo sé, pero su merced
ordene.
— Por eso nó, se vá por postas y ahora están bien servidas,
y ya que fuiste el mensajero de la victoria de Zeballos, quiero
lo seas el de la mía, hasta Lima.
— No tenga cuidado, señor, que por lejos que esté yo llega
ré. No en balde se dijo: «quien boca tiene á Roma llega».
Nada corto de lengua ni de piernas era el Mm-tinejo este, cuyo
apodo llevaba de la isla en que nació.
y tres horas después de tal diálogo en la galería del Fuerte,
ensillando un buen ruano, que en Salta cambió por muía de
paso camino del Alto Perú, y después del valle, subiendo y
bajando cerros, comiendo poco y durmiendo menos, á los
treinta y tres días de aquel en el cual Liniers puso el parte de
146 TRADICIONES
la victoria en su mano, y unos pesos en la otra, con reco-
mendaciones de auxilios y pronto despacho á todas las auto-
ridades del largo tránsito, bajaba en la vieja casa de Francisco
Pizarro, que parece éste el cuento de los franciscos, y en el
patio del Virey de Lima, entregaba en las propias manos de
D. José Fernandez de Abascal, la anciada comunicación.
Bien que el viejo patriota Otaiza quedara imposibilitado para
toda la ciega, de volver á montar á caballo, después de haber
recorrido en tan corto tiempo las mil leguas que dista Lima
de esta plaza de la Victoria. Ni antes ni después se ha he-
cho viaje tan rápido. A todo vapor emplean hoy los de ultra-
mar la mitad de ese tiempo para la travesía.
Agrega Palma ( el poeta de las tradiciones ), que el Virey
Abascal, tanto por lo rápido de tan maravilloso viaje, como por
el susto que le quitaba de encima la noticia, encontrándose
en preparativos para visita semejante de los ingleses, vino en
señalarle una pensión vitalicia, pues allí llegó con sus huesos
molidos, que era lo único que tenía y que allí también dejó.
XII
Queréis saber, curiosas lectoras, qué fué lo que impelió las
aguas lejos, muy lejos, hasta perderse de vista ?
Nada más natural. Era época de bajante. Las corrientes
del Paraná y Uruguay venían flojas. El Plata contiene con-
tados canales navegables, y está lleno de bancos que continua-
mente varían, su profundidad es tan escasa que en muchas
partes apenas mide un metro.
Frente á la ciudad, y desde Quilmes, que es donde más
inmediata quedan las dos costas, extiéndese gran planicie de
poco fondo ; se esplica así como el viento en su mayor
ímpetu pudo paralizar las aguas mansas de ambos ríos, cor-
riendo muy poco por estrechos canales algún caudal, que en-
contraron á nado. La hoya del Plata se derramó en el Atlán-
tico, y su gran estuario quedó en seco por breves horas. De
este modo pudo pasarse casi á pié enjuto el segundo río de
la tierra, repitiéndose la aventura de los fujitivos del Faraón,
atravesando el mar Rojo.
Y apesar de tan natural esplicacion, de caso tan extraor-
dinario, cuando por alguna Santa Rosa, ó Santa Bárbara, que
no deja de ser barbaridad los sustos que nos dá el rio
levántase soberbio y airado á tragarse la ciudad, cuando
en medio de enfurecidos temporales cuéntase á un serrano
DE BUENOS AIRES 1 47
recien llegado, cuento como éste, contesta con cierta sonrisita,
así de formal como de incredulidad :
«Si serán diablos estos porteños 1 capaces en sus travesuras
de ocultarse el Ramblon ó Sanjon, pero este es mar embra-
vecida, y con la mar no se juega.
Se pierden de vista en sus exageraciones los ribereños.
Pero, en aquellos tiempos el que se perdió de vista fué el rio.
Más de una semejante chansoneta ha jugado á sus ve-
cinos este muchacho grande y voluntarioso, hinchado de vien-
tos y de vandad. De 1^ beldades que sus aguas baña tie-
ne el porte y altivez, la majestad y dulzura, y un modito
así como cierto sinoes de engañador y soñoliento en sus mi-
rajes, de atrayente y seductor, en su calma sus amorosas
sonrisas, en el suave concierto de su manso oleaje, reunien-
do á la hermosura y majestad de la Emperatriz del Plata,
la delirante impetuosidad, |a insensatez irreflexiva de mal criado;
iras de una hora, irrasibilidad y mansedumbre alternativas,
impaciencia y volublilidad, en una palabra, lleno de todo
aquello que tanto aplicarse puede con referencia á sus aguas,
ó á sus habitantes, las veleidades del Plata.
Bueno, manso, dócil por naturaleza, diríase que en aquella
ocasión se dejaba llevar como por la^ mano, por sus canales
naturales.
Genialidades del Platal Otra vez se entró en son de
guerra, sin decir agua vá, llevándose la población del bajo por
delante.
Hastiado de la monotonía de su vasta soledad, sin duda, en
otra ocasión apareció esmaltada su ancha superficie de pe-
queñas islas verdes flotantes, y en una de las más grandes ere-
crecientes del Paraná, á quinientos metros de la ribera amane-
ció compacta franja verde, formando sólida isla de lianas y
enredaderas, tan resistente y unida que hasta ciervos y tigres
venían navegando en camalotes, ceibos y duraznos. Preciso
fué la fuerza de otra pamperada para poder romper y
arrastrar en fragmentos dispersos las verdes bandas de ca-
malotes entrelazadas con plantas acuáticas, que presentaron
por veinte y cuatro horas, misteriosa isla improvisada ante
los curiosos vecinos de esta ciudad.
Otra de las jugarretas del Plata, y en esto responde á su in-
clinación bonachona y pacífica, es la de alejarse cuando episo-
dio sangriento intenta mancharle.
Siguiendo su índole humanitaria nunca tuvo agua bastante
para sus combatientes.
Cuando afanábanse en esmaltar con sangre sus crista-
/
í
!48 TRADICIONES
les, dejó en seco la Escuadra que pretendiera bombardear,
y cuando los cañones de tierra rodaban ya sobre la arena
para abrir los buques en seco, interponiendo el velo de sus
frescas aguas, vino á refrescar los ánimos y á alejar los com-
batientes.
XIII
Por dos veces ha repetido esta misma gracia. En iSiocon
la escuadra española, y en 1827 con la portuguesa dejó los
buques en tierra á las ávidas miradas de los enemigos, y cuando
éstos se acercaban, crecían sus aguas para retirarlos.
Ahora tenemos el más grande río del mundo, pero solemos
no tener agua en él.
Contamos con el más grande buque que hay hoy en el nue-
vo mundo. Nos falta mandar hacer el río en que ancle, pues
apesar de este inmenso por delante, no hay puerto para su
calado.
Hé aquí sucintamente historiado el dia en que se perdió el
rio, y como simple y naturalmente se esplica su desapari-
ción
— -Y lo encontraron! fué el grito del primer marinero que in-
ternado á pié por el arenal, salió á recibir á los exploradores.
— ^Por toda muestra traemos á él mismo.
— Aquí viene á la cincha, agregó D. Paco. Aunque creían
que en su repunte no galoparía más que sus caballos, el rio les
había salido al encuentro, y en algunos bajíos tenido que na-
dar, y pasar otros pasos con el agua al pecho, por lo que á
rebenque doblado tuvieron que apurar. Las aguas venían
mojándoles las herraduras.
Quedó la apuesta empatada por los exploradores, y tales agasa-
jos y festejos se les hizo, que si no los recibieron con repiques y
campanas, fué sin duda, por quedar todas rasgadas desde el
año de los tres sietes, lanzadas á vuelo, anunciando la victoria
de Zeballos, cuando éste lanzara á los infiernos á los portugue-
ses desde la Colonia, por cuarta vez.
Otro día en que las aguas corrientes no corran, (cosa que
frecuentemente se repite en verano, ) referiremos aquella
aventura del Plata, como por donde hoy proyectan ponerle un
ferro-carril, en 1848 se vino á pié y con grueso tala de bastón
por toda ayuda, el cabo Greda, hasta San Isidro, desde Martin
García, donde sacaba piedras de sus inagotables canteras, como
destinado.
DE BUENOS AIRES 1 49
Rosas, apesar de sus barbaridades, premió esta otra más gran-
de, por ia audacia de la evasión.
No obstante, la severidad en la disciplina castigó al oficial
del presidio, y mandó entregar una cantidad de dinero al au-
daz nadador que cruzó á pié el rio más ancho del mundo.
XIV
— Papá, papá, se está quemando el rio, suelen gritar desde
nuestro jardin, algunos de los chiquillos que divisa altísima hu-
mareda semejando volcan en erupción, tras el horizonte de sus
aguas.
Son los isleños que para hacer carbón prenden una isla en-
tera de las que circundan la embocadura del Plata.
Pero, agitado ó bonancible, inundando ó retirándose, ya refleje
en su manso oleaje el cinto de jardines que rodea la coqueta
ciudad, ó atruene con su música salvaje en desatado pampero
con las armonías de la tempestad, él da vida á un mundo, y
nombre á una región, que si nó es de plata por su rio, lo es
por la fertilidad de los campos que en ambas márgenes fecun-
da el Plata.
1 50 TRADICIONES
IJE il mi DE U SiL
( Tradición de 1797 ).
Al Sr. J. M. Jurado
I
Como al presente se viaja á la región del trigo, al país de la
viña, á la región del oro, cruzando por Santa-Fé, Mendoza ó la
Patagonia, todo el siglo pasado, el anterior, y hasta los comen-
zamientos de éste, cada dos años se hacía un viaje hacia donde
la sal se cría.
De Buenos Aires, de Santa-Fé y hasta de Mendoza, venían
carretas, bueyes y mulada, y en numerosísimo convoy, reuni-
dos con los salineros de Btunos Aires^ partían luego, unas veces
del Lujan, otras de Ranchos, para la travesía del desierto.
Expedición hubo (como la dirigida por el maestro de campo
General D. Manuel de Pinazo) por 1778, que reunió seiscientas
carretas, doce mil bueyes, dos mil seiscientos caballos y mil
hombres, á más de la escolta de cuatrocientos blandengues, par-
dos y milicianos, y hasta cuatro cañones.. Vamos, un verda-
dero ejército con su General y oficiales á la cabeza.
Para la que nos ocupa, bajaron desda Mendoza doscientas
carretas, no sin haber cruzado desiertos, no menos desiertos y
peligrosos que los que iban á cruzar.
DE BUENOS AIRES 1 5 1
II
La del doce de Julio del año 1797, noche clara, fría y de
luna llena, mesa de mantel largo reunía en la Comandancia de
la Guardia de los Ranchos á jefes y oñciales de aquella avan-
zada frontera.
Bien que doble fíesta alegraba al Comandante del punto
D. Miguel Tejedor, pues al honor que se le hacia de nombrar-
le segundo jefe de la expedición de los salineros, uníase la sa-
tisfacción de dejar á su esposa. Doña Manuela Garayo, heroica
como lo eran entonces las valientes compañeras de las oficiales
de frontera, fuera de cuidado. Esa misma mañana habíale
dado, en su tercer hija, una rolliza y buena Juana.
Siguiendo la costumbre de aquellos buenos tiempos cristia-
nos, inmediatamente del nacimiento, se procedió al bautismo,
y al ponerle el óleo sagrado á la recien nacida, llamóle el cape-
llán Castrense de Nuestra Señora del Pilar de la Guardia de
los Ranchos D. Francisco Javier Acosta y Gómez, con los
nombres de Juana María Josefa de la Trinidad del Corazón de
Jesús, pues que en dia de San Juan Gualberto llegara á la
vida.
Y así como era de cajón, cuando varón nacía, en familias de
viso, con la presentación del niño al templo, mandarlo ofrecer á
la Corte, bien fuera desde el desierto anunciando: que «nues-
tro Rey y Señor tiene un soldado más para su defensa»; para su
primogénito, ofrecíase al padrino, cuando chancleta venía al
mundo; si éste no la creía más conveniente para sí propio,
pues no extrañábase casarse una joven con su abuelo, que tal
pareciera un setentón conjtra doncellita de quince. . . ,
La espansion y conversaciones de sobremesa, en aquella
alegre reunión, seguía prolongada hasta altas horas de la no-
che. A la cabecera, el anfitrión hacía los honores de casa.
En el puesto de honor D. Francisco Balcarce, primer Coman-
dante de la frontera, rodeado entre otros oficiales de sus siete
hijos. Cuatro de ellos llegaron á Generales, Antonio, Ramón,
Diego y Marcos, y si los tres más jóvenes, José, Francisco y Lú-
eas, no alcanzaron tan alta graduación, sin duda fué porque la
muerte cortó en flor vidas tan preciosas durante la primavera de
su juventud, en las pámeras batallas de la independencia.
En la opuesta cabecera se hallaba el Comandante Olavarría,
jefe de Blandengues, rodeado entre otros vecinos, oficiales y
paisanos^ de D. Antonio Obligado, más que teniente de Húsa-
152 TRADICIONES
res, recien nombrado por distinción, antiguo Presidente del
gremio de hacendados, quien, como uno de los ricos estancieros
de la vecindad, venía á ofrecer su más gorda tropilla para los
jefes, con el Comandante de la Ensenada D. Lázaro Gómez, tra-
yendo un contingente para la misma.
Y los brindis, chistes y agudeza3 se cruzaban como chispa-
zos ó reflejos de colores, fuegos pirotécnicos al través de las
copas de líquidos topacios y rubíes, vinos generosos, que muy
buenos habíanlos mandado para los expedicionarios los mayo-
ristas de plaza.
III
Coincidía la partida, con la llegada de el buqne del asiento^
sin fondo, al parecer, por la multitud de efectos que de sus
estrechas concavidades salían, sin agotarse nunca.
Y así, las casas de Sarratea, Escalada, Saenz-Valiente, Alza-
ga, Lezica, Arroyo, contribuían con vinos y conservas, man-
tas y frazadas, y hasta con anteojos verdes para los que ex
traian la sal, amortiguando la blanquísima reververacion ence-
guecedora; como los ricos hacendados, Anchorena, Osornio,
Otárola, con sus mejores tropillas y más gordos animales.
La autoridad proporcionaba soldados y armamentos, y el
comercio, los estancieros, el vecindario todo contribuía gusto-
so á equipar la expedición de los salineros, que tenía por doble
objeto, traer ésta de la Salina Grande, y cambalachar viejas
cautivas flacas por yeguas gordas, pues lo que eran las jóvenes
esas no aparecían antes de llegar á viejas
Numerosos fogones animaban el improvisado campamento,
alegrándolo la armonía de las guitarras vibradoras, bajo las
carretas.
Círculos fantásticos se agigantaban en los jiros de la danza
al través del humo y cambiantes de luz. El verde cimar-
rón y el porrón de ginebra circulaban de mano en mano^ y
el gaucho cantor dejaba oír sus interminables décimas entre el
zapateo del gato y la media caña, antecesores del cielito fede-
ral, en los bailes de nuetros campos.
Las banderolas de los guías lanceros, flameaban clavadas en
línea ó cerca de los grupos rodeando al asador, y los fogo-
nes llameantes, esparcidos en gran extensión con sus alterna-
tivas de luces más ó menos claras, seguid se avivaban ó amor-
tiguaban, las sombras que en torno se deslizaban, los gritos de
arrieros, las declaraciones de los unos, lamentos de los otros,
los cantos más lejanos, todo ese mundo de voces, ruido y con-
DE BUENOS AIRES iS3
fusión poblaba de alegres ecos, llenando de movimiento y
vida aquellos campos, desiertos y solitarios otra hora.
Redoblábase el contento antes del ultimo sueño de la par-
tida, fijada para la próxima diana, después de la que muchos
de los acompañantes hasta aquel fortín avanzado del otro
lado del zanjón de San Borombon volverían á sus pagos.
Y dentro el largo rancho de la Comandancia seguía el ruido
de platos y cristales, y el rumor del servicio incesante hasta
después del toque de silencio.
IV
Esto augura el buen resultado de la campaña, había obser-
vado el Capitán Tejedor, lleno de satisfacción ante el feliz
alumbramiento en la víspera de una partida, que con uno ú
otro pretexto hacía dias demoraba.
Pues no era nada lo que faltaba !
Como militar pundonoroso y cumplidor^ por inconvenientes
de familia no podía dejar de estar listo para el dia designado, y
por otro orden de consideraciones, cuesta, y muy arriba se
le hacía alejarse, dejando á su esposa, la buena compañera de
sus más bellos dias, en aquel desamparo, y en tan críticas cir-
cunstancias. .. . ,
La partida no podía retardarse más.
Pero la esperada fué bien venida, é hizo obra buena desde
su primera, con la gracia andaluza que nunca á sus dichos
faltaba, observó el padrino : « Esta hija ha venido haciendo
bien desde antes de nacer, pues su primera obra buena ha sido
llegar á tiempo » . . .
Va el toque de silencio había dado el clarín del Cuartel
General, uno que otro esparcido fogón humeaba expirante,
y algún relincho ó bajo eco perdido en la soledad oíase cuan-
do todavía las copas del prolongado festín resonaban en la
Mayoría de la Comandancia.
Entonces el Anfitrión, deseando poner fin, por lo avanzado
de la hora, alzando la copa y dirigiéndose al padrino, acabó su
ultimo brindis, diciendo :....« Destinada á su hijo, compa-
dre I por que su primogénito me la haga feliz, á mi reden na-
cida».
Sin presentir que tal brindis habría de tener la más inme-
diata realización ( pues el candidato andaba por Chuquisaca,
ejerciendo oficios de vara alta, como alcalde de primer voto ,
de donde trajo sobre su cabeza junto con López y Moreno, sus
colegas en los primeros gobiernos de la Patria, las borlas del
.154 TRADICIONES
doctorado), agradeció el padrino entre bromas y chispeantes
andaluzadas tan prematura dedicatoria.
Con el andar del tiempo, y no mucho antes de tres lustros,
casada fué con el hijo de su padrino. Vivió hasta más de
ochenta años, en la virtud pasados, derramando obras de cari-
dad en su largo camino, conocida por sus contemporáneos
como piadosa fílántropa, alcanzó hasta su cuarta generación,
dejó numerosa prole educada en el honor y en la virtud de su
ejemplo, y murió en otro doce de Julio el día de sus dias, ha-
ciendo la víspera su ultima buena obra.
Y pues que de novias se habla, bueno es no perder la oca-
sión , se dijo para su capota D. Lázaro Gómez, vecino de
mesa, inmediato al padrino. Ya por entonces requebraba de
amores á su linda Paquita, la más pequeña de las tres rubias,
y sin esperar más con tres pasadas á la via-sacra en San Ro-
que, y una semi-aceptacion bajo forma de ramo, flores entre
sonrojos alcanzadas por la alta ventana, como que amor agui-
joneaba al valiente Capitán, apechugó con todo y derechito
se fué á hablar á señor padre, pidiéndole la ihano de su hija
para la vuelta de la expedición^ si Dios sacaba á todos con
vida.
• • •
Con tal motivo, el bonachón del padrino, al fin de fiestas,
después de los postres refirió de sobremesa cuentos más ó
menos graciosos, de lo que por su reyno de Calaftar en bautizos
y caseríos se acostumbraba, acabando poco más ó menos de
esta manera :
« Vean Vdes. lo que son las cosas, quién puede leer en el
porvenir, ni sospecharse el destino de cada cual, ni los enla-
ces y desenlaces cruzados, ajustes y desajustes, ni presentirlo
que resultará con el barajamiento del tiempo en este juego de
la vida, donde cada hombre es una carta, si no anda como carta
de más en la baraja. . . .
« Llegamos á los postres de un siglo en cuyas mocedades
antes que persona de mi familia pensara á estas Américas arri-
bar, cierto día, ayudaba mi padre á embarcarse en San Lucar
de Barrameda, al Capitán D. José Gómez . Procedente, uno
de Castilla la vieja, y oriundo el otro de Andalucía, mera ca-
sualidad reuníales en un puerto de nuestra España.
« Ya hace más de treinta años, yo era muchacho entonces
y recuerdo sus palabras de despedida, como si fueran de ayer:
« Le deseo feliz viaje y toda clase de prosperidades. Que
encuentre en el nuevo mundo, nueva fortuna, y que si alguno
DE BUENOS AIRES 155
de los míos cae por allá, los suyos y los mios sean tan unidos
allá, como hemos sido nosotros acá. »
€ Yo ni pensaba venir por estos mundos. El padre del
seflor, llegó mucho antes, y si no halló fortuna, tropezó tras
brillante carrera con gloriosa tumba, muriendo como un bra-
vo, por su Rey y su bandera. Hoy su hijo quiere formarse
nueva familia en la mia. Sea en buena hora, y felices ellos y
sus descendientes, tan unidos en el siglo que viene, como lo
han sido en éste sus primogénitos. »
Así habló el alegre andaluz, en buen castellano, y los brin-
dis resonaron por ultima vez entre la algazara de festivas vo-
ces que repetían : novios tenemos !
Y así en las evoluciones del tiempo, en menos de un siglo,
cuatro veces, en otras tantas generaciones, entrelazáronse di-
versas ramas de tan buen tronco.
V
Allá por los años de 1668, errante lujanero D. Domingo
Isarza, avanzando dentro los dominios de los pampas, des-
cubrió por casualidad (como la mayor parte de los descubri-
mientos,) la celebrada laguna de Salinas Grandes, cien le-
guas distante, del otro lado de las cierras.
Tan grande fué la afluencia y continuados viajes de sus ex-
pedicionarios que, doscientos años después perdido una noche
en medio de la pampa desierta el que esto escribe, volvió sobre
la rastrillada al encontrar las hondísimas huellas del camino
por miles de carretas, tantos años frecuentado.
Y no era chico descubrimiento, si recordamos que hasta en-
tonces la sal consumida en Buenos Aires no procedía de los
salitrales del Norte, al parecer más cerca, sino únicamente de
los importados de Cádiz.
El mismísimo Rey de España, por Real Cédula, concedió
privilegio y exoneración de impuestos al descubridor de la sal
en Buenos Aires, y sus descendientes, y las familias de Isarzti,
de Colman y de González, avecindadas en el Lujan, gozaron
por muchos años de ellos, sin que nunca las suyas fuera
grabada con la fanega y cuartilla de sal, con que lo eran las
carretas para el consumo. Percibíase esta cisa bajo los porta-
les de Cabildo en la Villa de Lujan, por el recaudador público,
al regresar la expedición, que duraba cuatro y aun cinco me-
ses, por bando anunciada en toda la provincia.
I $6 TRADICIONES
Las tres leguas de agua salada que hondas quebradas unían
en una depresión del terreno, á cien leguas al S. E. de la
Capital de Buenos Aires, eran cuartel general de los indios
pampas, por mucho tiempo sobre el camino á Chile.
Montes seculares de algarrobo blanco rodean la salina, y
espinillos — chañares y acacias los limpiones de muy buenos
pastos del abra. Barrancas rocallosas y á pique, hasta de trein-
ta metros de elevación amurallan la hoya, y en sus fondos en-
cuéntranse depósitos de sal común elaborada por la naturaleza,
hasta de doscientos metros á la ribera del agua salada, y dila-
tada en sábanas, y más allá sal más fína, como flores sonrosadas,
reflejándose sobre mantos de la misma, cuyos cristales chispean
al sol cual facetas de brillantes en el desierto.
Algo más de una legua cuadrada mide la salina grande, en
cuyas mayores crecientes se extiende, cerca de tres. .......
El pesado convoy adelantaba de cinco á seis leguas por jor-
nada, cuando marchaba (que no era todos los dias, por lo
que más de un mes retardaba en el trayecto buscando pasos
para la tropa en los arroyos.
VI
Todo era soledad y silencio, apenas interrumpido por el
chirrido de la pesada carreta tucumana, monótono navio de la
pampa, que parece no avanzar en su despacioso jiro pero que
marcha, marcha y marcha sin cesar, al paso de hoMiga de
sus pacientes bueyes, hasta el fin del desierto. *^*
Uno que otro indio bombero, rodeado de perros cimarrones
asomaba de vez en cuando sobre cuchilla lejana, ó el avestruz
veloz cruzaba en aquellas silenciosas soledades, interrumpida
apenas su monotonía eterna! por el graznido anunciador del
chahajá iallá vá! allá val
Indios amigos iban de vanguardia exploradora. Las bande-
rolas altísimas de los batidores flameaban á los costados,
cuatro cañones rodaban en el centro, y las carretas en fila in-
terminable seguían, seguían sin fin unas tras otras, con sus tres
yuntas de bueyes, plumeros colgando, largas picas, y el guía
conductor adelante. Numerosa caballada cerraba el rodeo,
marchando atrás.
Y así avanzaba poco á poco el pesado convoy, pasando sin
dificultad ríos, arroyos y cañadas. Cruzaron el Salado, des-
puntaron el arroyo de Las Flores, el Tapalquen, cuando al
llegar como á mitad de camino la noche que pernotaron cer-
DE BUENOS AIRES I $7
ca de la Blanca Grande, el jefe de la expedición se acostó,
pero no se levantó.
Sin previo aviso, el Comandante Balcarce amaneció tieso
sobre su cama de campaña.
Que se acercó el físico á tomarle el pulso, y vino el sangra-
dor, y el sanguijuelero, y el Capellán Castrense y todos los
que venían, pero ni curas ni sacristanes, ni sinapismos, ni agua
bendita le volvieron á la vida, que ya la muerte había dado con
él en tierra, y le volvía al polvo de donde salió.
Padecía, el achacoso Comandante, de oculta y traidora afec-
ción al corazón, de la que han muerto la mayor parte de los
Balcarce, y cuando mejor parecía, dijo ésta, hasta aquí no
más.
Lamentable era tan inesperada pérdida. Llorado por sus sol-
dados y sentido por cuantos le conocieron fué el benemérito
militar •
Entonces el Capitán D. Miguel Tejedor, segundo de la expe-
dición, reasumió el comando de ella, siendo su primer acto, dar
cristiana sepultura á los restos de su querido jefe, enterrándole
con los honores de Ordenanza. Celebróse en el desierto solem-
ne misa de cuerpo presente, á la que las mil quinientas personas
acudieron, arrodilladas todas en medio de la pampa, bajo la
grandiosa bóveda azul, inmenso templo de la naturaleza, con
corazón sencillo y lagrimoso semblante. Diósele piadosa se-
pultura al Comandante Balcarce, cabe el verde sauce sombrean-
do la laguna.
Bien marcado dejó Tejedor el sitio de su improvisada tumba
para rescatar de aquellas soledades, á su regreso, esos restos
-queridos, entregándolos á sus deudos en Lujan.
Así lo hizo, y al volver por el mismo camino, los desenterró
con igual solemnidad, y su familia dióles definitiva sepultura en
el campo santo de los Dominicos, que por entonces caía sobre
la calle á que posteriormente sus hijos dieron nombre, ubicada
la casa paterna en la primera cuadra de la de Balcarce.
En la segunda columna de la entrada, á la derecha de ese
mismo templo se hallan los restos de su hijo, el General Don
Diego, cuyas medallas de la Independencia incrustadas sobre
su lápida, han posteriormente desaparecido por mano profana
de anticuario ó ladrón.
Así acabó el viaje al país de la sal, con tanto entusiasmo y
esperanzas tan lisonjeras empezado en la célebre noche del doce
de Julio de 1797, de imborrable recuerdo para tres de las más
antiguas familias del Vireynato.
1 58 TRADICIONES
El Ptll» Dlü DE GLORIA
12 de Agosto de 1806
Al Sr. Contra-almirante D. B. Cordero
I
La tradición es el eco vivo del pasado.
Cuántas veces esa fugaz hija de los recuerdos al través de su
lijero disfraz de chascarrillos y chanzonetas, entre dos refranes
ó cantares callejeros, corrije á la Musa severa de la historia, y
le enmienda la plana, por más documentada y oficialmente fal-
seada que se presente.
Así, tratándose del primer día de gloria para los hijos de esta
tierra, historiadores hay, y talluditas, que juran y perjuran por
esta f que el orgulloso británico cedió solo por capitula-
ción.
Viejos viven, cuya buena memoria recuerda no hubo capitula-
ción, y que tal paparrucha es simplemente una mentira de la
historia.
A ojos vistos y oidos cerrados, quedamos con el testimonio
de los viejos patriotas, porque son viejos testigos oculares, y
porque son patriotas,
A este le dá más fundamento nuestra fé de tradicionista que
al carcomido espediente de entre telarañas exhumado el otro
DE BUENOS AIRES 1 59
dia por nosotros, y nuestro amigo Salvatierra, ó más propiamen-
te, salva espedientes, tnc9xgdAo de custodiar bajo su fé profesio-
nal los cachivaches ó andamios de la patria historia.
La verdad es que no hubo capitulación.
Pero, leed sin malicia, querido lector. Esto no quiere decir
que no hubiera cuartel, pues los argentinos siempre lo dieron al
vencido, aunque poco, ó nunca lo solicitaron.
Títulos bastantes tenían adquiridos en tal sentido, cuando
desde un siglo antes ya el Rey Felipe agregaba al lema de su es-
cudo, el de muy noble y leal ciudad de Bueuos Aires.
Y como lo que se hereda no se hurta, setenta años después
de aquel día de gloria, tras cinco de guerra, de muchos
millones gastados, y lo que es peor, de la flor de toda una ge-
neración segada, remetimos: «La victoria no funda derechos», y
por decir una frase bonita cedimos, no como San Martin, la
mitad de la capa, sino la túnica entera, todo un retazo de la
patria vieja.
Tan generosos portáronse los vecinos armados y novicios
soldados, en aquel bautizo de sangre y fuego, retemple de las
almas en el heroísmo, que los oficiales ingleses, sin salir de la
sorpresa, preguntaban admirados al año siguiente de la salfa-
coca «¿qué tropa es esa de escudo en el brazo tan valiente y
tan generosa?»
Otro no menos bravo escocés, el Coronel Kuistou, exclama al
morir, el dia siguiente del combate: «Quiero ser enterrado en
el cuartel de Patricios, para descansar en el sueño eterno, bajo
la custodia de los valientes que me vencieron.»
Todavía se conserva en el Salón de la Intendencia trasportado
del Hospital de Betlemitas, el gran reloj de bronce, preciosa
obra de arte, ofrenda de los heridos ingleses, enviada desde
Inglaterra á sus salvadores.
General hubo, temeroso de que le batieran el cobre entre los
suyos allá, por sus bellaquerías de por acá, en lo de meterse á
conquistador sin patente, que abusó valientemente de la hidal-
guía de su vencedor, y valiéndose de cierto instrumento cor-
tante y punzante, aunque al parecer inofensivo, velado bajo te-
nues y sedosas pestañas, por intermedio de dos ojos retenegros
bellísimos y de travesura, como que abrillantaban el hermoso,
rostro de la más salerosa del Vireynato, consiguió pavaliente
pelito que significaba algo así somo certificado de hidalgo y de
que no lo solicita quien lo es.
iQué tiempos aquellos!
Los Patricios eran tan Bravos en la pelea, como humanitarios
después de ella.
l60 TRADICIONES
Aun en medio del fragor de la batalla, con tanto denuedo
avanzaban por desalojar al enemigo como por recojer sus
heridos, y los propios.
¿Cuál era el secreto de la victoria en aquellos bellos días
de la patria naciente?
¿Había más patriotismo, más abnegación y perseverancia?
Se repetían las hazañas de la conquista.
Lo que Mendoza no consiguió con dos mil quinientos hom-
bres, lo realizó Juan de Garay con sesenta
Dos buques desembarcaron en la Ensenada un Regimiento
de Escoceses. Marchan á tambor batiente y se meten, como
Juan por su casa, dentro la Fortaleza.
El Virey, digno representante de una majestad por caer,
solo tuvo tiempo para ordenar al Contador de las Cajas rea-
les, entre dos sorbos del chocolate que á la sazón bebía, se
pusiera en fuga con los caudales públicos.
Cuando vino la primer noticia del desembarco de los
invasores, refocilábase Sobremonte de sobre-mes^, y sin dar
crédito á la patraña fuese á la casa de las Comedias. Cuando
llegaban á Quilmes, holgábase en lo de Doña ^fariquita la
catalana; y al aproximarse aquéllos al Fuerte, iba yá el va-
liente Virey caminito á Córdoba del Tucuman. Solo tuvo
tiempo de dar orden le siguieran, nó los cañones, sino los
tesoros.
Así, mil setecientos soldados consiguieron sorprender la ciu-
dad indefensa, y vecinos que en su vida habían oido un tiro.
No todos tienen obligación de nacer oyendo tiros, como
ogaño se estila.
Fué esta la misma, que doce mil soldados aguerridos, no
le metieron diente, un año más tarde.
Ni tanto. Cuarenta días después la reacción habíase pro-
ducido, y grupo de vecinos entusiastas y mal armados (mu-
chos de ellos solo de garrote y tacuaras con cuchillos ó cla-
vos), sacaron á espeta perros á los bravos vencedores de
Napoleón.
Mas, oigamos los cuentos que por aquellos tiempos corrían
en bandolas y corrillos, tertulias y cafés.
II
Antes de la invención de los Clubs, era siempre entre
t)E feUENOS AIRES l6l
nuestros abuelos el Café, resumidero, cuando no fuente de
mentiras y aventuras de todas las novedades del día, y tam-
bién de la noche.
La pulpería, en los campos; la trastienda del almacén de
la esquina, en los pueblitos, fué aquí el origen de la tertulia
de Café, Restaurant, y más tarde Hotel, que en tiempos
de los españoles no pasó de Fonda, ó fondin en el que
describimos.
En cada época tuvo esta ciudad su Café del día, ó á la mo-
da, esclusivo y predominante, sobre todos.
Así, en el orden genealógico, el antecesor del actual Ca-
fé de Paris fué el de Colon, como de éste el de Catalanes, sus
abuelos: el de Marcos, Vereda Ancha, y el Café de Mr. Ra-
món, frente al Convento de Mercenarios, desde 1800. Estaba
en la calle de la Paz, y era donde más guerra se hacía. No
solo al billar, sino también á las damas, aun á las de más
copete, y á cuanto nombre caía sobre la mesa rodando al
precipicio de la murmuración ¡Qué hilachas se sacaban! Ni la
Vireyna vieja escapaba á las tigeras!
Entre las corridas de toros y la casa de las Comedias,
quedaba este mentidero público, de puente intermedio^ canal
bajo el que corrían todos los díceres y murmuraciones, des-
trozando honras y descomponiendo doncellas.
Ocupaba el único piso en una casa esquina, de verdi-negr£i
fachada y aspecto gris, asomando ennegrecidas tejas, cual des-
dentada vieja en fila sobre palmas del Paraguay, cubiertas
de innumerables musgos, yerbas y parásitos que espontá-
neamente crecían entre los intersticios de sus acanalados, hasta
presentar aspecto de espeso jardín silvestre de yuyos y mato
rrales.
Vertía humedad y agua por todas partes. A las tejas que
traidoramente goteaban sobre los transeúntes bajo ellas refu-
jiados, agregábanse los magníficos chorros de caños salientes
en las esquinas, reforzados por la de dos anchos albañales,
donde como arroyo corría en aquel tan crudo invierno, llo-
viendo apenas cinco ó seis dias por semana.
Entre el triángulo del bajo tejado y el techo del único
salón, quedaban unos altillos, guarida, más que habitación, de
patrón y servidumbre.
Al fondo, el sótano bajando á la bodega, y á la derecha la
puerta que abría á los patios donde se hallaba en el ulti-
mo la cocina, después de otras piezas contiguas á las del
billar.
Sobre la puerta principal colgaba el farol, que era la mués-
102 TRADICIONES
tra y coquetería de la casa, pues entre ahumados cristales de
los colores de la bandera francesa, anunciaba en grandes le-
tras: Café.
Ladrillo limpio, cuando lo estaba, en el único piso hun-
dido y desigual, cuatro paredes mal blanqueadas rayadas y
archi-acuchilladas de raspaduras de fósforos, que más pare-
cían huellas de los tajos y reveces que tanto guapo de es-
quina tiraba sobre la honra agena.
Hilera de ordinarias mesas de pino, lustradas por el uso y
abuso que de su tabla se hacía. Largos bancos clavados en
la pared, en prevención, sin duda, de que volaran en las
discusiones que continuamente apasionaban á los concurren-
tes, sillas y silletas despemancadas, y banquitos redondos, de
tres pies, cuando no les faltaba uno.
Grandes velas de baño amarillentas corriéndose, sin más
arañas en el techo de color indefinido, que las muchas hem-
bras de esos insectos de ocho ojos, y sus telas pendientes
de los tirantes, y negro quinqué de aceite hediondo sobre
el mugriento mostrador, en el que ñlas de platos y botellas
asomaban en desorden.
Tras el vasto armazón de botellería con bebidas de todos
colores, en la esquina, alto reloj caja de coco, y diseminados
cuadros de pinturas imposibles, colgados á lo largo de las
paredes.
Esto, y lo que constituía su mayor elegancia, un gran es-
pejo en el fondo, desdorado y rasgado sin duda por algún
vasaso en avinada discusión, más, cuatro mozos y medio, des-
calzos y en mangas de camisa, y solo en las noches de más
frío, bajo corto ponchito, cuyas raidas puntas metíanse sin
licencia dentro las tazas que su torpeza derramaba, comple-
taban el mobiliario y servidumbre del primer café francés,
donde, entre el choque de vasos empañados y platos sucios,
se era servido por mozos más sucios aun.
Sobre todo aquel movible océano de humo, gente y gritos,
marejada de cabezas cubiertas ó no cubiertas, según el tem-
peramento de cada una, predominaban los gritos del lotero,
cantando la lotería de cartón, ora llamando con grotescos
nombres números raros, ya con salida andaluza cuando la
suerte salía.
En otras mesas se jugaba al dominó, las damas ó el cha-
quete, y en los breves intervalos de menor ruido oíase el
continuo ¡allá voyl de Juan sin Vuelto, que nunca llegaba,
mozo tan listo y así sobrenombrado por que olvidaba
siempre darlo.
t)E feUEKOS AlRfeS 1 63
Andaba éste, en continuas burlas con Lambaré, paragua-
yito ingenuo, limpia platos, con la rodilla de Mariquita, que
más ensucia que quita, quien en sus inocentadas había acaba-
do por creer que todo el mundo era Paraguay, pues desde
la Asunción á Buenos Aires (su mundo conocido), todo re-
conocía aquella procedencia.
Allí mismo, desde el techo de palmas del Paraguay, las
mesas, bancos, mostrador y hasta la puerta de calle lo mis-
mo, como de aquella rica comarca era el tabaco, la yerba,
los dulces que se expendían, y hasta el gr^in cofre, donde el
patrón guardaba morrudos macuquinos, de dura madera de
Misiones.
Había también el muchachito de los fiados, que los apun-
taba en la pizarra, de la que pocas veces salian, y esta era
la fracción de los cuatro mozos y medio del juego completo.
Con el patrón á quien frecuentemente hacian salir de sus ca-
sillas, reforzaban el servicio, cuando la concurrencia aumen
taba. Pero yá en las altas horas de la noche, tan travieso
cojuelo como la pierna del diablo, apesar del ruido y vocin-
glería, quedábase dormido sobre el mostrador, al lado del
morrongo barcino que hacía lo mismo.
Más allá, incrustada entre damajuanas y vasos de cerveza,
asomaba la aplastada cabeza, indefectiblemente embonetada de
Monsieur Ramón, francés rechoncho, bajo, regordote y colora-
do, acaso por las continuas pruebas del clarete, para él poco
aguado, que se regalaba.
Al través del murmullo de la mechedumbre, cortada en
ráfagas por las bocanadas de frió viento al abrir y cerrar la
puerta, dejábase oir por intervalos algún verboso orador de
sobre-mesa
III
Reunión indispensable de todos los rumores del día, leíase
allí en alta voz el único periódico de la época. Semanario de
Vieytes, con comentarios sin fin, por el viejo menos viejo >•
más gritón del corrillo; aunque quien llevaba la batuta de
la oposición era otro viejo porfiado, ó Juan de Afuera, godo
acérrimo, si los hubo, que de vez en cuando interrumpía la
lectura con un «miente la Gaceta», por comentario sin ré
plica*
Servíase café con leche, chocolate con tostadas, té chirle
ó infusión de malvas, si algún enfermo ó inglés caía como
llovido; se ofrecía mate, y mate con leche y canela, refinado
104 tR ADICIONES
gusto criollo, y uno que otro vaso de mal vino bien calien-
te. Se hacían castillos en el aire, y otras muchas trampas
bajo las mesas, mordisqueándose en las murmuraciones por
todas partes.
Poco ó nada de comer había, pero sí encontrábanse todas
las bebidas imaginables y aun muchas de las no imaginables.
Con el tiempo, los cafés políticos, cuya recrudecencia au-
mentó hasta el año veinte, fueron desapareciendo como los
políticos de café; pero, los dos mil quinientos cafés y cafe-
tines, diseminados por toda la vasta ciudad, descendientes
son del primitivo en celebridad, «Café de Monsieur Ramón».
Traspasado el frío y abierto zaguán, donde dormitaban en
montón negros esclavos, esperando con el farolito apagado la
salida de sus amos, para alumbrar los malos pasos, que por
entonces lo eran todos los de las altas y embarradas veredas de
esta ciudad, desde el rincón de los paraguas á la entrada, divi-
sábanse las fílas de mesas en las que los concurrentes se
agrupaban por barrios.
Llamaban la mesa del tapón á la primera de entrada, por-
que era la frecuentada noche á noche por e! Capitán Don Agus-
tín Sousa, á quien una bala inglesa tapó el fusil que maneja-
ba. Seguía la de los tres hermanos, sus asiduos parroquianos,
tres capitanes del Fijo, Gómez, destinados á morir dos de
ellos en grupo heroico, tapando con sus cuerpos el pri-
mer buraco por donde abrió brecha el inglés en las murallas
de Montevideo, la noche aciaga del tres de Febrero de 1807.
Y más allí, la mesa del Capellán, donde el del mismo Regi-
miento, canónigo Muñoz, solía juntarse por aquellas noches con
el señor Larrañaga, abnegado Capellán castrense de los orien-
tales.
A la de enfrente, Juan sin Vuelto habíala bautizado con el
nombre de la mesa de los Generales, porque era donde más se
mariscaleaba, ó acaso por intuición llegó á sospechar éste que
Pueyrredon, Irigoyen, Rodríguez, Rondeau, Viamonte y Quin-
tana, que la rodeaban, morirían con los entorchados de tan
alta gerarquía.
La mesa de los de la otra batida^ presidida por D. Victor Gar-
cía de Zúñiga y Cristóbal Salvañac. D. José Grau, Ferrer,
Balbin Obes, D. Juan Méndez y otros vecinos de Montevideo,
voluntariamente venidos á la reconquista.
Vis á vis á ésta, la de los franceses, donde el alférez del
Imperio, Fontín y Mordell, el corsario, llevaban la palabra,
recordando las hazañas de D. Napoleón, Santo de mucha de-
voción por entonces, al que Liniers adoraba en secreto.
DE BUENOS AIRES 1 65
En fin, al fondo, la mesa de la Gaceta, de que ya hemos ha-
blado.
Pero aquella noche, la agitación de los contertulianos en el
café de Mr. Ramón, numerosa como en pocas ocasiones, desde
temprano, reconocía otra causa.
Ni lotería, ni periódicos, ni amorosas aventuras callejeras
poblaban con sus alegres ecos la húmeda atmósfera impreg-
nada de fuerte olor á café y alcohol.
En esos dias de efervecencia popular, que el pueblo desper-
taba ebrio de entusiasmo en su primer victoria, preparándose
para la esperada revancha, oíase entre la algazara atronadora
y estallido de voces, de las que nada se entendía, continuas
carcajadas, semejando derrumbe de apilados platos, y grandes
gritos para pedir. . . . jun paraguayo!
En una de las primeras mesas, pequeño grupo de brillantes
calaveras jugaban al dominó, oñciales de voluntarios de la pa-
tria, que tanto se distinguieron en la reconquista, hasta ser el
cuerpo de la Union^ quien más bajas sufrió entre los doscientos
muertos de ese día.
En la otra vecina, D. Lucas Vivas, Comandante de la caba-
llería de suburbios, contertuliaba con el capitán de dragones
D. Agustín de Arenas y el licenciado D. Pedro Somellera,
ciudadano armado, como el teniente de dragones D. Agustín
Irigoyen, quien dominaba el grupo, por su celebridad, siendo
uno de los cuatro argentinos héroes en Trafalgar sobre el puente
de la € Santísima Trinidad», como oñcial de señales, al lado del
vice-almirante Cisnero.
En otra conversaban con el acaloramiento de buenos por-
teños, D. Juan José Viamont, del Regimiento de Infantería,
con el Coronel D. Agustín Pinedo, Mayor de Dragones.
En todas estas mesas, aunque la conversación era distinta,
y en diversos tonos, el tema era el mismo.
¿Quién había lanzado la especie que por grupos y corrillos
rodaba y empezado como sigiloso rumor propalábase ya de
boca en boca, de que había capitulación ?
¿No se siguieron paso por paso los del héroe del dia?
¿Dónde, cuándo, á qué hora pudo Liniers, firmar tales tra-
tados, cuando todo el pueblo estaba conteste en no haber oido
más voz que la de rendirse á discreción ?
Fué después de mucho alegar, y si es, y no es, y hablar to-
dos á un tiempo, que al llegar el señor D. Martín de Pueyrre-
don, valiente jefe de caballería porteña que arrebatara una de
las banderas enemigas, quien enterado del tema general y úni-
co de la discusión de esa noche, recorriendo con la vista por
1 66 • TRADICIONES
todas partes dijo, dírijiéndose al grupo más inmediato de la
mesa vecina :
— A ver, señor Garayo, qué es lo que Vd. ha oído sobre
esto?
— Nó, que empiece por el principio, y antes cuente todo lo
que vio y oyó, ya que hoy han llegado forasteros de la otra
banda que vieron y oyeron desde su casa lo que ninguno de
los habitantes de esta ciudad. Ahí está el padre capellán
que también se distinguió por su caridad, y no dejará mentir
á quien se le vaya la lengua, dijo uno.
— cSí, que cuente todo con pelos y señales, él dragoneaba
de ayudante del Comandante general», agregó otro oñcial re-
cien venido de Montevideo; pues por allá han llegado envuel-
tas en mentiras las verdades, que cada uno se pinta como héroe,
sin que alcanzásemos lo cierto.
— Pues, allá vá
(( A ver, mozo, un par de botellas de lo ñno, para toda la
rueda^ que la historia es larga, y el gaznate sécase.
Y llenando de nuevo los vasos, empezó de esta manera el
ayudante mayor D. Manual de Garayo, el mismo que rompió
su espada para no servir más, desde el dia en que fusilaron á su
jefe inmediato, entonces General Liniers.
IV
c Indudablemente, señores, empezó, uno no puede estar en
todas partes, y cuando se pelea en ciudad tan abierta como ésta,
escapan á la observación del más perspicaz mil episodios heroi-
cos que debieran compendiarse en el parte.
cPero, la verdad, camaradas, puedo jurarlo por la cruz de esta
espada, no hubo tal capitulación.
cA las diez y media se disparó el primer cañonazo, á las
doce entraba al Fuerte nuestro compañero Quintana, después
otro, ninguno habló con el inglés. ¿Quién puede haber condu-
cido la capitulación? ¿Ante quién se firmó?
«Y, sin embargo, vengo de apostar diez onzas (que no las
tengo, si no se las gano esta noche á Vds.) al inglesito Mayor
Folie, dispuesto á probarme haber conducido el sábado la ca-
pitulación, firmada por Liniers y Berresford, que el jefe de la
escuadra ha enviado á su gobierno.
— No diga Vd., hombre I exclamaron todos, á una voz.
— ¡Estaría borracho el inglés ese! ó ya habría almorzado
fuerte esta mañana, agregó un chusco.
DE BUENOS AIRES 1 67
— No es el único que afirma lo mismo, y Berresford le juega
risa cuando se lo preguntan, dijo Mansilla.
— Pero eche todo el cuento sobre la mesa, que es nuevo
para los que no hemos podido asistir á la fiesta.
— Pues allá vá, que no tengo pelos en la lengua, y el que se
enoje, se enoja.
— ^No hay que amostazarse, Don Picaso, que aquí no se levan-
tan susceptibilidades, y nadie le niega que filé Vd. uno de los
héroes del doce.
■ -Héroe ó nó, fiíí testigo ocular de todo lo que pasó, y
aunque yo no alcancé á ver lo que no pasó, como algunos
desde Montevideo, puedo dar fé de lo que vi y oí.
< Sabido es, como buscándole la vuelta á la escuadra ingle-
sa, les jugamos la manganeta. Cuando Sir Popham, aseguraba
que no pasaría una mosca por el Rio de la Plata, bajo el peso
de sus naves, amanecimos á la entrada de las Conchas, y al
día siguiente, formábamos cuatro mil doscientos milicianos
sobre las barrancas de San Isidro.
«Hasta la mañana del diez que marchamos de la Chacarita á
los mataderos de Miserere, duró el temporal de viento y llu-
via S. E.
«De allí despachóse á Quintana al Fuerte, con la intimación,
y como lo hicieran esperar, él que no aguanta muchas pulgas,
dio vuelta al campamento.
«De pocas ganas regresó segunda vez, por mandato del
General, pero como le dijo al inglés que si no lo despachaba
pronto, no volvería más, al momento hizo á un lado Obispos
y cabildantes, oidores y ministriles, con quienes charlaba, y
dio la contestación: «que se defendería como bueno».
«En cuanto regresó el parlamento, la pequeña expedición
se puso en marcha, dirijiéndonos al Parque improvisado en la
plaza de toros. A las cinco la partida de avanzada de Migue-
letes, reconoció los puestos. La compañía de granaderos, del
Regimiento de infantería, al mando del bizarro capitán Don
Lázaro Gómez, dispersó en poco tiempo á los que guarnecían
el punto.
cPor la calle del empedrado aparecieron como doscientos
petos colorados en su socorro, pero ya era tarde, y nuestros
certeros tiros, y las sombras de la noche vecina, los pusieron
en retirada.
«Al día siguiente ensayábamos en improvisado atalaje uno
de los cañoncitos desembarcados, y tomando como blanco la
Diadema (fragata fondeada más cerca de la barranca), el
primer cañonazo cortó la luna de su mesana, donde tremolaba
1 68 TRADICIONES
la bandera brítáilica, cuya caída al agua tomamos por tan buen
augurio, que queríamos seguir inmediatamente el ataque hasta
la olaza central.
la plaza central
V
«El general nos detenía con esfuerzos supremos, pues los mu-
chachos estaban todos ganosos como caballitos recien enjaeza-
dos, tascando el freno por lanzarse á escape.
Al otro día, como á eso de las diez, se oía un fuerte
tiroteo de los Migueletes avanzados, y temiendo fueran
ellos cortados, dirijióse Liniers con toda la tropa en colum-
nas paralelas por las calles de la Merced y Catedral.
«Diez y ocho cañones guardaban las boca-calles de la plaza,
coronando sus soldados todas las azoteas, recoba y Cabildo.
«Poco á poco, y después de un fuego nutrido, fueron apagán-
dose los de los rifleros escoceses, hasta que tras dos horas de
tiroteo incesante abandonaron la plaza, que en inmensa alga-
zara y tropeles, confundidos vecinos y soldados, ocuparon las
tropas del pueblo.
((Cuando Liniers llegó al pretil de la Merced, Berresford pa-
rado bajo el arco de la recoba vieja, á cuyo lado acababa de
caer muerto su ayudante Kennet, hizo señal con la espada de
replegarse, entrando él ultimo á la Fortaleza, cuyo puente le-
vadizo suspendió.
«En esos momentos se le vino á decir á nuestro general, que
una bandera blanca flameaba en aquel punto. La densa bruma
de un día gris, impedía distinguir bien, por lo que continuaban
los tiros de todas las boca-calles. El atropellamiento de las mul-
titudes, ebrias de entusiasmo, subía en gritería infernal.
«Entonces recibió Quintana orden de adelantarse con un
tambor.
«Berresford, y sus petos rojos, guarnecian los baluartes. Gen-
tes de toda clase, vecinos desarmados arrastraban muebles,
colchones y escaleras para cegar los fosos. Se acercó al puen-
te, y todavía no había concluido el ultimo redoble del tambor
parlamentario, cuando descendió el rastrillo, que si no vuelve
á alzarse tan pronto, éntrase todo el pueblo.
«Allí, en el patio, parece que el inglés quiso hablar de ca-
pitulaciones, á lo que contestó Quintana, con las palabras que
cuarenta y cinco días antes Berresford respondiera á su padre,
en semejante circunstancia.
((No hay otra que la de rendirse á discreción?» y como repli-
cara en su media _ lengua y champurreando francés, le repi-
DE BUENOS AIRES 1 69
tió: «Sí no alza inmediatamente la bandera española, no res-
pondo. »
«Fué entonces, que se sacó el elástico y tiró la espada al foso,
de donde Mordell la devolvió, atada con sus dos pañuelos la
hoja dentro de la vaina.
«Al salir, con marcada desconfianza preguntó Berresford, si
habría seguridad, contestándole Quintana, que como caballero,
respondía, con su vida, de la suya, y tomándole del brazo, lo
sacó.
^Divisando al segundo jefe Gutiérrez Concha, hizo entrega
del prisionero. Diciéndole éste, que quería hablar con Liniers,
volvió nuestro ayudante á subir á caballo saliendo en su busca,
y dando con él, informóle de todo minuciosamente. Se apre-
suró avenir hacia el general rendido, repitiéndole en pocas
palabras, que la justa estimación merecida por su valor, deci-
dianle á conceder los honores de la guerra.
«Efectivamente, el no haber producido hechos de bandalaje
durante los cuarenta y cinco dias de su dominación, pues el
vecindario fué tratado con benevolencia, ni seguido los conse-
jos del Comodoro de su Escuadra, al perder el Retiro, de sa-
quear la ciudad y reembarcarse, ni ametrallado el pueblo desde
los baluartes, le hacían acreedor á consideración.
«Luego después, formando la tropa vencedora en doble ala
desde la entrada del Fuerte hasta la del Cabildo, salieron los
ingleses con sus armas tocando marcha, habiendo perdido en
la acción cuatrocientos doce hombres, cinco oficiales, en muer-
tos y heridos, y nosotros cerca de doscientos.
«Encontramos dentro la Fortaleza treinta y cinco cañones
y mil seiscientos fusiles. A más, tomámosles veinte y seis caño-
nes, cuatro obuses, en las calles, como las banderas del regi-
miento que desde San Juan de Acre en Asia, Europa y
América del Norte habían flameado vencedoras.
«Y aquellos bravos soldados, ante los que la estrella victo-
riosa de Napoleón había palidecido, cabizbajos y abatidos,
desfilaron por entre dos filas de zambos, negros y mulatos, de
criollos de todos colores, mandados por la más arrogante ju-
ventud porteña.
«Contraste hacía su brillante uniforme, su bellísima banda de
música, frente á los pitos y tambores de los vencedores, em-
ponchados y descalzos.
«Aun los pilluelos del pueblo hicieron su Agosto, como que
en ese mes estaban, y los que habían arrastrado cañones, los
muchachos que seguían el ejército llevando balas y cartuchos en
sus ponchitos, y arrojando sus únicos abrigos en la boca de los
1 70 TRADICIONES
caftones, cuando faltaron tacos, siendo guias y avisadores para
nuestros soldados, y estraviando á los ingleses, con falsas noti-
cias, como chicuelos que por todas partes se meten, hasta
éstos, asomaban sus cabecitas desgreñadas, entre la doble fila
de milicianos, sacándoles la lengua á los mister asustados, y
haciéndoles pito catalán.
cfNo hubo, pues, ni tiempo para sentarse á escribir capitula-
ciones».
VI
— Indudablemente está lacónicamente narrado lo sustancial, ó
resumen del hecho de armas, pero omitense dispersos episodios
muy bellos, agregó el Capellán.
— A ver, padre, cuéntenos! Palabra de Cura no miente. Yo
salí de la plaza la víspera para contar á Liniers todo lo
que dentro había, dijo Rondeau, pero acabada la jarana, andu-
ve de un lado á otro, de la Recoleta á San Francisco, en busca
de señor padre, la familia hallábase aflijida porque oyó que
uno de los dos estábamos heridos, y no pude recojer nada de
los comentarios.
— Por ejemplo, el muchacho atrevido aquel, Montes de Oca,
que al ver caer el artillero del cañón apuntado á la plaza, le
prendió fuego y puso en dispersión la inglesada, es soberbio,
t Mucho más si Vds. saben, que cuando le hizo llamar Li-
niers por uno de sus ayudantes, para recompensarlo, andábase
escondiendo de temor que lo arrestaran, por haber hecho fue-
go sin orden.
«La tucumana Manuela, que al espirar ^^ su marido tomó su
fusil y le reemplazó en el cantón, es heroica. Y aquellas tres
generaciones de Márquez (padre, hijo y nieto), arrastrando el
cañón empantanado en los bajos de San Isidro, y trayéndolo
con sus propios bueyes desuncidos del arado para ese fin, no tiene
ejemplo.
Después de haber recordado como, viejos, muchachos y mu-
jeres, todas las clases, todas las edades y condiciones del pue-
blo, habían ayudado al mejor éxito, unos atendiendo heridos,
otros levantando caídos, agregó: «Por todas partes oíanse
exclamaciones de entusiasmo, avancen! avancen!; los ingleses
confesaban que algo de lo que más les perturbaba era la gri-
tería de los muchachos, como la tenacidad de las turbas popu-
lares que resguardándose tras los huecos, portones y ventanas
salientes, se precipitaban puñal en mano, en cuanto la metralla
pasaba, sin dar tiempo á cargar de nuevo; y como de puertas,
DE BUENOS AIRES 17I
ventanas y azoteas, desprendíase granizo de balas contra los
fujitívos, acabando su narración con este cuadro palpitante.
Al dia nebuloso y de cerrazón en que las brumas matinales
habiánse prolongado con el humo y el cañoneo, á gritos y cla-
mores incesantes de todos los muchachos en pandilla de la ciudad
reconquistada por sus naturales guardianes, había sucedido el
silencio solemne é imponente de la más fría y hermosa noche
de invierno.
Apenas de los suburbios lejanos, oíanse en aislados aullidos,
los perros de las quintas, empezados, al descubrir, sin duda,
algún cadáver entre zanjas, cercos ó barríales, extendiéndose en
coro interminable, ladridos sin ñn, de jauría inmensa, por Cor-
rales y huertas de los arrabales, como por calles y plazas, des-
parramados.
Un ¡Centinela alerta! del vijía en la casilla, sobre el
Fuerte, continuado por el i¡Alerta estáll en el desembarcadero,
repetido por el centinela de la batería Abascal, venía á morir
en la avanzada de los cuarteles del Retiro, y era el único eco
que de vez en cuando interrumpía el silencio de la noche.
La hermosa luna llena parecía con su blanco disco presentar
más fria la atmósfera, quebrando su pálida mirada sobre la lím-
pida superficie del Plata, y en charcos y lagunas que en profusión
rodeaban la ciudad, y la serenidad de la azulada esfera, en la
apacibilidad de las altas horas, resaltaba más por el contraste
del estruendo y ajitacion de ese primer día de gloria para Bue-
nos Aires.
Pero hay! cuánto cuesta un poco de ruido y humo de que se
compone la gloria humana!
La mayor parte de los heridos morían helados entre los barria-
les de las calles donde habían caído.
En cada manzana, por lo menos, rodeábase uno ó dos lechos
de dolor, donde agonizaba un valiente.
A eso de media noche, oyóse una campanilla en manos del
monaguillo que de la Catedral salía, presidiendo pequeño grupo
de hombres y mujeres, con faroles encendidos, que salmo-
deaba oraciones por la calle, acompañando el Viático.
Iba el capellán Larrañaga, llevando los últimos sacramentos
al valiente oriental D. Tomás de Valencia, gloriosamente herido
esa mañana, y muerto á la siguiente.
Al pasar bajo los portales del Cabildo, desprendiéronse dos
soldados de la guardia del presidio, escoltando al ministro del
Señor en todo el acompañamiento, los mismos que al regresar
tuvieron que hacer despejar el paso á grupos que por las venta-
nas de la casa de enfrente, divisaban el improvisado baile, con
172 TRADICIONES
que un rico gallego, celebraba la victoria de los oficiales de su
batallón.
Así, unos lloraban y otros cantaban, en breve distancia, y
aquella casa no era la ünica, sino compendio de lo que en la
mayor parte de la ciudad acontecía.
VII
Pero, como á pesar de lo narrado, tanto se hablaba y comen-
taba el run-run que corría, sobre si había ó nó capitula-
ción, á la mañana siguiente, D. Juan Martin Pueyrredon, fué con
el cuento al mismo Cabildo, y tempranito se largó por sus
anchas escaleras, en medio de cuyo descanso encontróse con
el primer Alcalde, su cuñado, Saenz Valiente, y le enteró de los
díceres corrientes.
— iQué oigo! contesto aquél.
— Lo que le cuento, amigo. El inglés dice que él no se ha
entregado, sino después de honrosa capitulación, y que si no la
hacemos nos barre con los cañones de la Fortaleza, y ni el
nombre queda.
— ¿Eso dice?
— Y lo afirma, y lo asegura con el testimonio del jefe de la
escuadra. Hasta Casa-Mayor, que es lo peor, él, que hospeda
ai inglés, asegura haber visto lo que nadie vio, de todos los
que tomamos parte en la danza, sin saber cómo los de afuera
vén más que los de adentro.
— Pues, señor, hoy mismo ordenará el Cabildo, sumaria in-
formación, para investigar tal especie, dejando en claro semejante
habladuría.
Es en este espediente, donde los más importantes jefes y
oficiales de la reconquista, atestiguan no hubo, ni pudo haber
capitulación de ningún género.
Y aunque más tributo paguemos á la fé de la tradición que
á la del papel sellado, que también sellarlo suele la mentira, en
informaciones oficiales, hé aquí el resumen de la ultima declara-
ción (á todas las anteriores, en el fondo, conteste), del desempol-
vado sumario, que hoy queda bajo la torre más alta, vijía de
todo lo que á esta heroica ciudad acecha.
«Comparece el 26 de Setiembre, ante los Alcaldes en el Ca-
bildo, D. Hilarión de la Quintana, jura por Dios y por el Rey
decir verdad, poniendo la mano derecha sobre el puño de su
espada, y declara:
t>E BUENOS AÍRES t/J
tQue sirviendo de Ayudante de campo, el diadoce, al Ge-
neral Liniers, y encontrándose éste frente al pretil de la Iglesia
de la Merced, vinieron á avisarle haberse levantado bandera
blanca en la Fortaleza, mandándole saber de Berresford lo que
solicitaba.
«Penetrando con el tambor de parlamento, un oficial le con-
dujo ante el General, á quien interrogó cuáles eran sus ideas, en
la suspensión á que obligaba la bandera parlamentaría, advirtién-
dole llevaba orden de solo aceptar la rendición á discreción.
«Berresford se avino; y como en ese momento se le avisara
avanzaban al asalto, asomó Quintana con el General, sobre el
puente levadizo, gritando á los grupos de pueblo que en trope-
les agolpábanse vociferando, se retiraran pues todos estaban
rendidos á discreción, que lo avisasen así al general Liniers.
Mas, como la excitación seguía, para aplacarla, se desprendió
Berresford la espada y se la dio dos veces, rehusando recibirla,
por respeto á su persona. Que para calmar el tumulto y la
vocinglería inmensa, por todas partes levantada, aturdiendo
más que los disparos de fusilería, otro oficial tiró la espada del
General, pero él (Quintana), mandó devolvérsela, lo que hizo
Mordell.
«La tropa se replegó sobre la Recoba; mas, tropeles tumul-
tuosos del pueblo desbordado, no obedecían, por lo que sujirió
la idea de enarbolar la bandera española. No se encontrat)^
ninguna dentro del Fuerte, pero alguien descubrió una, flamean-
do en el fusil de un marinero, la que fué inmediatamente enar-
bolada. Al subir, vivo é inmenso palmoteo la saludó.
Aun después de esto, temía salir Berresford, ante la actitud
amenazante del pueblo, que como hormigas rodeaba por todas
partes el Fuerte, trayendo algunas escaleras y muebles para
trepar á los baluartes, hasta que se aproximó media compañía
de soldados de línea, descollando por su porte marcial. Enton-
ces salió al lado de él, á cuyo grupo se agregó el segundo jefe
de la expedición, Gutiérrez Concha, llevándole á presentarlo á
Liniers, que venía por el arco de la Recoba.
En aquel momento, por primera vez hablaba Berresford con
Liniers, sin haberlo hecho antes, por escrito ni por mensaje, y
en esa ocasión ofreció el vencedor al vencido, que sin embargo de
estar rendido á discreción, le concedía los honores de la guerra,
en obsequio ásu persona y brava defensa.
Que así lo repitió Gutiérrez Concha, y otros jefes y oficiales,
á gritos, y por todas partes, haberse rendido á discreción.
A la séptima y ultima pregunta del interrogatorio, contesta
Quintana, que después de muchos días recien oyó ese vago
1 74 TRADICIONES
rumor de haber los generales capitulado Y cinco, diez
veinte testigos más, atestiguan lo mismo
• «
VIII
Pero, al fin: supo ó no escribir Pizarro? Hubo ó nó capitula
cion?
«El pueblo dice que nó
Berresford dice que sí;
Fué el inglés quien traicionó
O el mal de ojos de una hurí
Quien al vencedor venció.»
Esta mala quintilla de la Musa callejera, cantaban por playas
y tambores los muchachos, y ahí queda por aquello de que
siempre algo del buen sentido del pueblo encierran cantares )-
refrancicos.
Ya hemos oido que los cantares populares son la voz del
pueblo, lo que por plazas y cafés susurra, oigamos ahora lo que
refléjala prensa.
La sola dificultad para presentaros, pacientes lectores, este
ultimo testigo, es que por aquellos tiempos, el tal adminículo del
bien público y mal de muchos, no existía entre nosotros, es
decir, entre nuestros bisabuelos.
El único periódico que veía la luz, ya mencionado, dejó la
ciudad á oscuras desde la entrada de los ingleses. Por dos
meses vivimos en tinieblas. A su aparición, como la libertad
de imprenta aun no se había inventado, solo insertó el Sema-
nario lo que á la autoridad convino, y hé aquí por lo que á falta
de esa autoridad ocurrimos á la del papelito roido.
Y así planteada la cuestión, historiadores hay que afirman
hubo capitulación.
La tradición dice que nó. Lo que hubo fué otra cosa.
Algo así como capricho de limeña, pues corrían los tiempos
allá por la tierra del perulero, en que el abanico de tapada,
más poder tenía, que cetro de Virey.
Y en fin, lo que había de suceder sucedió! Quedaba aun
en el genio alegre, espansivo, vivaz y bonachón de mi señor
Don Santiago, un algo de polvorín mal apegado, y un mucho
de fuego de Bengala, ó de cualquier otro fuego; oculto en aquel
par de ojos retenegros, al principio recordados. . . .Vds. me
DE BUENOS AtRES I75
entienden, á la primera fosforescencia se inflamó el Virey, saltó
el polvorín, y una bella transformóse en la bella del Rey,
Desde principio del siglo, en los garitos, que ya no eran
escasos, para tan escasa población, de la Santísima Trinidad,
jugábase al monte, al truco, y á cuanto juego más ó menos
nocivo hasta entonces descubierto, mientras que las tertulias de
malilla y elegantes distraciones introducidas con gran boato en
la mansión llena de negritos, lacayos de galoneadas libreas del
señor Superintendente de Hacienda, Paula Sanz, habían echado
raíces, extendiéndose por los salones de Sarratea, Arroyo,
Escalada, Saenz- Valiente y otros.
La ünica diferencia, que en los bajos fondos del pueblo, cor-
rían roñosos cobres, y en las casas decentes, no era decente
asomaran, ni siquiera mejicanos, doblones, sino relumbrosas
onzas de brillante oro ñno.
En las antiguas casas de Sánchez, O'Gorman, Casamayor y
otras, jugábase de continuo las largas noches de invierno, pues
entre las pacíñcas costumbres de una ciudad de poca vida y
movimiento, era la única distracción, cambiar de dueño rápida-
mente buen número de peluconas, que los negros esclavos so
lían sacar de los zurrones, ó petacas de cuero, á asolear de
cuando en cuando en los extensos patios del amo, sin que fal-
tara una á la cuenta.
En estas mesas de buen tono frecuentadas generalmente por
hombres, lo más granadito de la capital, encontrarse solia por
escepcion una que otra marquesa vieja ó cuja, con humos de
tal, principalmente en la ultima de las casas nombradas, donde
Liniers contertuliaba con Berresford y otros oficiales ingleses,
durante los primeros dias de su cautividad. Fué asiduo par-
roquiano Mr. Perichon, oficial francés, ayudante, y algo más del
Virey, como que fué portador del parte que éste pasó cual
buen francés, al más grande de todos los franceses, sobre con-
quista y reconquista que poco importaba á Napoleón.
Padre era también éste buen señor del más lindo palmito de
aquellos tiempos, y aunque Liniers dos veces viudo, y tan valien-
te como se mostró creeríase invulnerable y ya acorazado para
toda herida (su uniforme recibió dos balazos), todavía fué nue-
vamente flechado por el dulce dardo.
Y .... lo demás se comprende, la intercepción de la bella
por el gentil prisionero originó la capitulación simulada.
1 76 TkADICIONES
10 NORTE
Señor Dor. A. J. Carranza
I
Presento á Vds. i D. Glorio y ño Norte.
Vivía el uno hacia las afueras ó arrabales del sur, y le llama-
ban ño Norte.
Marido fué el otro de corpulenta y mofletuda Gloria, quien
apesar de su nombre, no fueron glorias, sino penas del purga-
torio las que hizo pasar á su cuyo, y perdiendo el del bautismo,
Glorio quedó.
Raquítico vastago de prosapia ilustre, era como en otras
muchas familias la verruga de la familia.
Inclinado por su naturaleza maligna á ser porfiado y camor-
rista, la buena de su mujercita lególe con su nombre su mal
genio, y tales y tan frecuentes fueron las reyertas conyugales,
que fa mal pergeniada Glorita avinagrado le dejó para toda la
ciega.
Largurucho, angosto, apergaminado, seco de cuerpo y tam-
bién de espíritu, reconcentrado y taciturno por lo general,' pero
violento é irascible, cuando se sulfuraba, (lo que apenas
sucedía veinte y cuatro veces cada veinte y cuatro horas), de
larga vista y de cortos alcances, petulante y pendenciero, pero
de exterior caballeresco y ceremonioso, cuando le daba por
DE BUENOS AIRES \^^
recordar su antigua familia de campanillas, fué D. Glorio uno
de aquellos tipos de los que han venido á menos porque sí, balan-
drón y quijotesco, incapaz de mala idea ni buena obra, autor
sí de muchas malas palabras, como que de la reputación for-
mada por ellas vivía, temido, si no respetado.
El reverso de la medalla era ño Norte, pobre paisano hu-
milde y bonachón, trabajador, generoso, desprendido, pruden-
te en demasía y hasta casi infeliz, podría decirse, por la bon-
dad con que á propios y extraños servía á todo el mundo, has-
ta dar la camisa.
Por la eterna ley de las contraposiciones, estos caracteres
diametralmente opuestos se encontraban frecuentemente en su
camino, produciéndose lo que continuamente acontece bajo to-
dos los mares, y aun sobre la tierra también, que el sábalo
más grande se come al más chico.
Lo que sí, que por esta vez, y á pesar de las tragaderas de
Don Glorio, un consejo á tiempo (para algo sirve la amistad),
impidió se tragara del todo al manso surubí de poca espina.
Aunque nacido el uno entre ricos pañales, y el otro sobre la
fría carona de un bueyero, encuentros frecuentes tenían estos
dos vecinos de la quebrada de Lules, y más quebraderos de ca-
beza, y aventuras y peripecias extraordinarias, que barrancos
y tórrentelas, picos y precipicios aquella agreste ladera de
salvaje belleza.
Quien pudiera seguir paso á paso la dramática existencia de
aventuras sin fin de este verídico personaje, pondría en escena
el vaudeville más chistoso, á la par que lleno de prudentes pre-
visiones, aunque sus episodios rayaban en sainetes, cuando
sobrepasaban la comedia.
Narraremos solo la ultima colisión de Don Glorio, con su
sempiterna víctima, pues como si no estuviera avezado por las
anteriores, fué ésta la gota que desbordó la paciencia.
El uno de añeja cuna, con medios bastantes para abrirse ca-
mino en la escabrosa senda, rodó cuesta abajo por su abando-
no á la miseria, después de haberse bebido su fortuna, y mal-
baratado en intrigas y pendencias sin fin sus años y su salud,
que al fin era ésta lo único suyo.
El otro, huérfano gaucho de pocos alcances, pasó su vida
galopando de un lado á otro por ganarse un peso, y de tapera
en galpón, esquilando bajo ellos, ya en la trilla ó el rodeo, ora
conduciendo la pesada carreta tucumana, ó desmontando tron-
cos para el cañaveral, llegaba al fin de sus años con cierto
bienestar, poniendo su vejez á cubierto de la miseria.
1 78 TRADICIONES
II
Cierto día á la caída de la tarde, con afán de hom-
bre muy apurado, cual si fuera perseguido de acreedores (aun-
que cuando se viene á pobre, no quedan ni siquiera acree-
dores), cayó por aquellos pagos, como de paso, la eterna pesa-
dilla del paciente paisano.
— ¡Buenas tardes, ño Norte! ¿Cómo le vá yendo amigaso?
fué el saludo desde el palenque.
— Dios se las dé buenas, señor Don Glorio, contestó aquél
levantándose del tronco de la higuera, bajo la que trenzaba
unos tientos. Pase pá delante: ¿cómo dice que le vá?
— Aquí vamos amigo, cayendo y levantando. Cómo quiere
que me vaya en este picaro mundo donde tanto bribón pulula
como langostas en aquella ciudad; donde entre tantos patriotas se
están acabando la patria. Apenas puede uno respirar cuando
sale por estos alrededores á gozar del aire libre, en la confian-
za de un viejo amigo.
— Dentre señor, y descanse. Petra! Veni. Aquí está el señor
D. Glorio. Pase pa delante. ¿Cómo está la familia?
— ¡Mi familia! Ni sé de ella. Ni nada se le dá de mí
Vd. me conoce, ño Norte. Yo siempre fui así, más indepen-
diente que un nueve de Julio. Desde chiquito lo mismo. Por
independiente deserté de la escuela, y por tal, nunca he que-
rido servir á nadie. Ser yo escalón para que otros suban!
pá los pavos! Ya se acabó el tiempo de los zonzos. Ud. lo
sabe, la única vez que adiqué con mi Gloria (que en gloria
esté), á punto estuvo de echarme al hoyo.
— Pero dentre, A buen tiempo viene cayendo. Ya vamos
á comer. ¡Petra! . . . Y esta Petra que no llega. Nos acom-
pañará. Ya sabe que aunque humildes, siempre nos gusta
obsequiar á los amigos con lo que haya en este pobre ran-
cho.
— Gracias, compadre. Otro dia será. Voy muy de prisa. Me
arrimé de paso no más. Tengo que bajar á la ciudad, por-
que está para llegar de las provincias de abajo mi hermano,
el doctor y coronel.
• Y en esto llegó Petra toda apurada y descuajaringada,
pues había estado en el fondo de la huerta, cuidando sus
tomates. Pidiendo escusas, y con mil instancias, entre ella, ño
Norte y el perrito Canela, que á saltos y ladridos amenazaba
por detrás los garrones de D. Glorio, quiso que no quiso, in-
trodujéronle poco menos que á empujones, y en un santiamén.
DE BUENOS AIRES 1 79
momentos después encontróse á la cabeza de ancha mesa,
donde fué puesto humeante y acaramelado hermoso cabri-
to de la sierra ,
Larga y sabrosa sobremesa, prolongóse hasta bien entrada
la noche, y las aventuras del uno y las peripecias del otro ro-
daban sobre el mantel entre vino y tacos, recordando por
centésima vez cómo el uno, nacido rico se veía en la pobreza,
y, surjiendo el otro de la miseria, había labrado el pasar de
que disfrutaba, hasta poder obsequiar en casa propia al hijo
de su propio patrón, bien que por sus calaveradas y travesu-
ras hubiérase éste convertido en el hijo pródigo de la familia.
Y el sol acabó de hundirse y la luna salió, y borregeados
nubarrones la ocultaron . ..• Cuando tambaleante y
lagrimoso asomó la cabeza bajo el alero, y formando visera
con la mano trataba de divisar la huella blanquecina del ca-
mino culebreando sobre la cuesta, detúvole el dueño de casa
con palabras de cariño.
— ¿Dónde vá á dir á estas horas, D. Glorio, en noche tan
fiera, y por estos andurriales? Mejor es que se quede. Le ha-
remos cama aquí al lado, y mañana tempranito podrá se-
guir, si hay tanto apuro.
— ¡Imposible! Estoy muy de prisa. Y luego después qué
diría mi hermana Monumento, yo que jamás falto de casa.
Un hombre arreglado y de buenas costumbres, como yó, es
siempre metódico, y á sus horas, á la cama
— Ya está hecha en la otra pieza, contestó la afanosa Petra
entrando á reforzar los empeños de su marido, para que se
quedara. Qué vá á salir con esta noche, á tomar un res/riao
por esas lomas del Diablo. Venga, señor, que aunque humil-
de, no lo ha de pasar mal en el rancho de estos pobres viejos.
A la invitación de la amable Petra de llevarlo á la cama,
el gastado sátiro, que era lleno de malicia, y con más retrué-
canos y picardías que un payador, se apresuró á contestar
galantemente.
— Nó, mi señora. Por eso nó, señora Petra. Yo nunca
fui descortés. Por no desairar ni que se me crea orgulloso ó
mal encastado, hará lo que Ud. quiera de mí. Nunca despre-
cio á nadie. Si no es más que por eso, me quedaré, aceptan-
do su cama.
1 8o TRADICIONES
— ¡Gracias á Dios! añadió la vieja semi-sonrosada por el vi-
no ó el equívoco, poniendo su pensamiento en otra parte, á
tiempo que mi D. Glorio se metía dentro las más blancas sá-
banas tan limpias como conciencia de prestamista, y cual de
mucho tiempo atrás no habría visto el petardista.
Aun ocupábase de levantar la mesa la hacendosa Petra
cuando ya se oían por la entre-abierta puerta los ronquidos,
sonorosos é inarmónicos del afortunado huésped
III
Así pasó la noche. Y al otro día y al siguiente se repi-
tió lo mismo que en el anterior.
Por la mañana, siempre era demasiado temprano para irse
sin almorzar, y por la tarde ya demasiado tarde para no de-
morarse á comer. Y la noche muy oscura, y la siesta de mu-
cho sol; y el hospedaje demasiado barato para desairarlo,
y el huésped de pocas palabras y de muchas pulgas, y el due-
ño de blanda pasta y aguantador. Ya aunque los empeños
por retenerle no eran tantos ni tan repetidos, descendiendo
hasta cero, D. Glorio tampoco los necesitaba.
Y así transcurrió un día y otro, y una semana y la siguiente
y fuese quedando, y hubiera quedado hasta la consuma-
ción de los siglos ó de los años de D. Glorio, que no lo eran
tantos como sus picardías, si sus propias genialidades ó diablos
azules, no vinieran á interrumpir aquella paz octaviana entre
tan bonachones huéspedes ;
Sucedió que este hombre francachote y sin rodeos, por ca-
recer de éstos, cierto día, de buenas á primeras, al sentarse á
comer, encaróse con su cara avinagrada y de pocos amigos,
(como que en verdad no tenía uno,) diciendo:
— Mire, amigo fio Norte, ese mantel está sucio!
— ¿Qué quiere amigo, dispense, como somos probes, contestó
el paisano medio turbado.
A lo que muy entero le replicó el huésped:
- Nó, nó, así no se recibe á las gentes. Ud. sabe quien soy
yó! Está lleno de lamparones. Preciso es que mañana lo
mude. Yo no estoy acostumbrado á comer en manteles como
éste, (en lo que mentía solo á medias, porque á lo que estaba
verdaderamente acostumbrado, era, si nó á no comer, porque
siempre encontraba a quien petardear, sí á comer sin man-
teles).
DE BUENOS AIRES l8l
— Si no hay otro en la casa.
— ¿Qué dice? O pone mantel como gente ó le tiro con todo
lo que tenga encima, si vuelvo á encontrar el mismo sobre la
mesa.
El pobre hombre dobló el lazo, tartamudeó tímida disculpa*
y á la mañana siguiente sobre la más blanca sábana sin pecar,
asentábase ancha palangana de lata con la ensalada más sabro -
saltando granos rojos de granada entre verdes lechugas.
Y así siguió un día, y dos, y tres y el estafermo no daba
miras de largarse, si bien antes hacer largar á los dueños,
tomando al pie de la letra aquellos sencillos agasajos de nues-
tros bondadosos paisanos: <(Vd. es dueño». «No incomoda
á nadie». «Esté el tiempo que quiera, que tanto nos honra
con su presencia». «Está Vd. en su casa».
Hasta que otro día se levantó D. Glorió, la cabeza atada con
un pañuelo colorado á cuadros, de muy mal genio, (aunque
nunca lo tuvo bueno), y encarándose al paciente huésped, dí-
jole:
— Mire, ño Norte, estoy con la cabeza atormentada. Ese
maldito trapiche, que toda la noche está trie, trac, trie, trac,
trie, trac, haciendo ruido infernal me tiene loco. Es pre-
ciso que lo haga callar.
— Pero señor, cómo lo voy á hacer callar, si de eso vivo; es
mi trabajo, mi industria, lo que me dá el pan de cada día, y
si no se mueve de noche al día siguiente no hemos faenado
nada.
— ¿Qué dice Vd? hágalo mover á otra hora,wque á mí me
muele la paciencia. No trabaje. ¡Que se yó! Arréglese de
otro modo; — pero, si vuelvo á oírlo á media noche, á esa misma
hora me levanto y cuente Vd. que no habrá más trapiche, ni
trapisondas.
IV
' • •
Lleno de atribulación y desazones, desesperado ya de
huésped tan incómodo, fuese á lamentar donde su consorte,
sin atinar qué resolución tomar contra tan pesado fardo.
Allá á lo lejos, en el fondo de la huerta oíasele canturiar á la
vieja cabeza atada, y con las polleras arremangadas, mientras
retorcía sacudiendo en la batea la ropa que colgaba bajo el sauce,
endecha que así concluía:
1 82 TRADICIONES
. . . .Yen díceres y reflexiones
A la mujer se le oyó,
Juancho! ponte los calzones,
Si nó, me los pongo yó . , . .»
Poco dado á indirectas, no la comprendió ño Norte. Aun
no se había inventado la dinamita para hacer saltar esta-
fermos.
Cuan cierto es que lo peor en la vida, es no tener carácter! Por
debilidad se viene perdiendo el mundo desde nuestro padre
Adán. Un hombre débil, sin carácter, D. Indeciso, Doña Va-
cilaciones no sirve para maldita la cosa. Por esto repetía el otro:
Líbreme Dios de los débiles, que de los fuertes me libro yó» • . . .
Y no muchos días pasaron sin que volviera á la carga, con nue-
vas exigencias, diciéndole:
— Ño Nortel mate el gallo.
— Pero D. Glorio, por Dios!
— Aquí nadie me levanta el gallo, agregó el irascible viejo,
bolsa de jaquecas y otras lacras. Ese gallo no me deja dormir.
Desde antes de venir el día empieza á la madrugada, su coco-
rocól coco-rocó! y yo soy hombre de encocorarme y de no
muchas pulgas.
— En la casa no hay ninguna, todo está limpio, y aunque
con pobreza, aquí tratamos de atenderlo como mejor po-
demos.
— Sí, todo eso está bueno. Yo no le pregunto tanto. Pero
loquees el gallo preciso es matarlo.
— Qué D. Glorio éste, pero si no tengo otro. Luego des-
pués si lo mato no tendremos pollos, ni huevos, ni gallinas, ni
sabremos en qué hora vivimos.
— Yo no sé, acabó con su estribillo de siempre. Arréglese
Vd. como pueda, pero que se abstenga de cantar ese vípedo,
ó de gallo, pollos y gallinas hago tal ensalada que no quedará
un implume, ni plumífero de muestra.
Y el gallo no cantó más. El hermoso gallo de dorada cola
amaneció muerto entre sus bellas ráculas que cacareaban su
viudez, como otras muchas, la primer noche.
Y al otro día cuando tiró el cimarrón, porque no se lo alcan-
zaban bien caliente, ya no pudo aguantar el bonachón de ño
Norte, y apesar de su mansedumbre, se animó á insinuarle con
muy buenos modales esta especie, que de tiempo atrás traíale
trabajando el magin.
— Pero señor, si no se encuentra bien, para estarse alterando
DE BUENOS AIRES iS^
ácada rato, mejor sería mejor sería en fin, ya
Vd mejor sería que fuera donde lo trataran
mejor.
— ¡No sea Vd. bárbaro! Dónde va á ir un hombre como yó,
si ni un animal como Vd. me soporta!
Y después continuó matando las palomas porque se arrulla-
ban, y las calandrias porque cantaban, y el marrano porque
gruñía, y la matanza seguía y seguía sin término, con miras sin
duda de llegar hasta los dueños de casa á disgustos y pesadum •
bres, á gritos y amenazas, hasta que todo atribulado salió el
pobre ño Norte, próximo á volverse turumba por las exigencias
inagotables del insoportable Glorio, á pedir consejos por la ve-
cindad
V
Expuesto el caso, el más sesudo del barrio, dijo:
— Amigo, si á mí me sucediera tal calamidad, yo cantaría
claro.
«Clarito le diría: compadre, con viento fresco á amolar á otra
parte, que aquí ya está demás, ó sino pongo un parte al Al-
calde, que vendrá en su busca».
Contento con tal consejo y haciendo de tripas corazón, toda-
vía aguantó tres dias y tres noches almacenando coraje, cuando
el cuarto, al primer plato de masamorra que voló por los
aires, pues no la encontraba bastante lechosa, decidióse á
decirle:
' — Bien, D. Glorio, ya veo que en más de un mes que está aquí
á pesar de mis afanes por servirlo no hemos podido darle gusto,
ni yó ni mi pobre Petra, que hipocondriaca ha quedado con sus
pesadumbres, al presenciar la degollación que Vd. decretó de
cuanto animalito teníamos. O Vd. se larga, ó yo doy parte á
la autoridad para que se lo lleve.
— ¡Qué dice Vd.! ¡Esas tenemos! Yo creía que ya le había
muerto el gallo. Y Vd. creé que así no más se echa á la calle
á un hombre como yó? Todavía Vd. no me conoce! Vd. no
sabe quien soy yó? Mi familia! <No se acuerda á qué familia
pertenezco? . . .Mi hermano. Coronel y Doctor. Mi padre. . . .
Mire, amigo, si Vd. hace eso que dice, como soy Glorio y por
mi Gloria que en gloria esté, (oiga bien esto que le voy á decir,)
Vd. puede hacerme echar, pero vaya liando sus petates para el
otro barrio, del que no se vuelve.
«¿Qué podrá sucederme? Vendrá el Alcalde, me llevará, tal
1 84 TRADICIONES
vez llegue á tenerme uno ó dos dias arrestado! Vd. sabe que
con la influencia de la familia á que pertenezco he de salir
pronto, al día siguiente téngalo por seguro vengo derechito
y le pego un tiro. ¡Como que tengo cinco dedos en esta mano! Va
Vd. á seguir el mismito camino que tomó su gato, y su gallo y
sus gallinas. Lo mato como á un perro. »
El pusilánime de ño Norte muy lejos de querer probar si las ba-
ladronadas pasarían de tales, dio vuelta todo compunjido y
cariacontecido, volviendo á acudir á sus buenos vecinos en pro-
cura de nueva consulta, y del cónclave resultó el siguiente
consejo:
— «Buen amigo, ya está visto que el vago ese quiere dejar de
serlo. Ha echado raíces, y designado la de Vd. como mejor
casa para hacerla suya. Si Vd. no tiene bastantes calzones
para ponerlo de patitas en el palenque, ni resolución para ha-
cerlo echar por la autoridad, no le queda más que un ultimo
remedio heroico. Mañana tempranito sale Vd. con su mujer
(digo si no se la quiere endilgar),y no le deja ni agua en la tinaja,
que no quede nada en la casa. Cuando se encuentre sitiado por
el hambre y la soledad^ él es bastante haragán para ir á ensayar
áotro rancho su vagabundeo sinfín.
VI
Dicho y hecho. D. Glorío á la mañana siguiente, despertóse
á gritos que se las pelaba desde la cama:
— Pero qué viejo este que no me trae mate ¡ño Norte! ño
Norte! Mire que si me levanto le voy á dar una pateadura,
si no me trae pronto el mate, y con leche y canela.
Vuela^ contestó el eco en la pieza vacía.
— Viejo mandria te queres burlar de mí. Allá voy á hacerte
volar los trastes por la cabeza.
Besa^ volvió á oír el irascible.
— Ya te voy á besar á tu Petra:
Penetra^ repitióse.
— Ahora veras si vuela besa ó penetra Glorito. Y aburrido
de dar gritos, sin más contestación que el eco de quien los pro-
fería, cansado de esperar y desgañitarse, echóse al fin de la cama,
y de un salto, y en camisa, alto, seco y escuálido, nuevo caba-
llero de la triste figura, fué á emprenderla con otras ruedas de
molino de viento, ó de trapiche, recorriendo todo sin tropezar
con ser viviente.
DE BUENOS AIRES 18$
— ¡Viejos picaros! repetía. Me la van á pagar estos maulas.
Capaces son de haberme abandonado su casa, por no aguan-
tarme en ella.
Y después andando de un lado á otro, bajando incierta la
mirada de una á otra parte, convenciéndose de su posición, de-
cíase en mudo monólogo sumando cálculos mentales.
«Algo se ha de sacar de estos cachivaches y trastes viejos,
en buena venta. Y el rancho también.
«Porqué nó? Desde que me lo han dejado para mí solo, es
mió propio. Donación inter-vivos se llama esto. Puede sí
que llegare á haber pequeña dificultadilla por no tener títulos;
pero hay tantos que sin tener títulos para nada, figuran en to-
das partes, hasta en los Ministerios.
«Yá. • . .yá arreglaremos eso. . . .-.
Iban así pasando las horas tras las horas, y como no llegara
la del desayuno, porque al fin una que otra banqueta desper-
nancada difícil era dijerir, fuese convenciendo de la imprescin-
dible necesidad de ir husmeando tras otro asador (no sin la firme
resolución de volver por lo suyo, lo que buena y gratuitamente
se le había abandonado), y saliendo y caminando como distraido
la cuesta abajo insensiblemente llevóle a otro rumbo, sin duda
buscando hacia el norte, algún otro fto Sur, dónde repetir la
misma escena, que nada de nueva, sino muy natural era para
esta verruga de la familia.
VII
Transcurrida una semana, caballero en paciente muía, tan
mansa como su dueño, exploraba el campo ño Norte. Toman-
do todas las precauciones del caso, husmeaba por los alrede-
dores de su rancho, desconfiando hubiera ya quedado tapera;
un sino es temeroso (como buen supersticioso),de que el alma de
D. Glorio, muerto de hambre, según lo suponía, saliera al
encuentro, haciéndole cargos por su injustificable abandono.
El gato flaco barcino, fué el primero que se acercó á morron-
guear, refregándose en las piernas de su alelado amo.
Este, loco de contento al verse dueño nuevamente de lo que
no había sido por gusto y disgusto de D. Glorio, dio vueltas
riendas, y á escape trajo la noticia de un galope, y de otro,
se llevó en ancas á su atribulada Petra.
Los dos buenos viejos contentos y satisfechos celebraron
1 86 TRADICIONES
aquella segunda noche de bodas, con el ultimo cabritillo por
saltarín escapado entre las breñas de la matanza general, no sin
antes trancar con doble barrote la única hoja de la puerta, para
que no fuera á filtrarse ni la sombra de la escuálida ñgura
de D. Glorio. Así me las den todas.
Por entonces, de allí nació el proberbio: «de fuera vendrá,
quien de tu casa te echará:».
DE BUENOS AIRES 1 87
Li
Y BL
MUERTO GALANTE
(Crónica del año 1807)
Al Señor Doctor A. Magarifios Cervantes
I
Que las novias pierdan la chaveta durante su estado de tal,
y no vuelvan en juicio hasta dejar de ser novias, es lo que su-
cede un dia sí y otro también, en este picaro mundo, co-
mo que un galante muera en su ley, es decir, á consecuencia
de sus galanteos, y nó de mal de médicos, sino de mal de
palos, averías ó estrupicio semejante á quien con ellas se mete;
pero, que aun sin cabeza quede novia, ó galante, después de
muerto, caso es que no dejó de llamarnos la atención por los
extraordinarios sucedidos de la tradicional aventura.
Bien que, como cuento al caso, los diarios de hoy refieren
paseaba ayer un muerto vestido correctamente y á la ultima mo-
da, tieso que tieso, sin moverse ni faltar á las conveniencias del
mundo elegante, cuyos alegres grupos cruzaba sin decir nada,
inmóvil en su asiento, y sin haber escapado de entre los muer-
tos como él, seguía manejando su coupé, cual si fuera un ser
de este mundo
1 88 TRADICIONES
Era Victorita Magariños, la más real moza que sentaba
sus reales, allá por las primeras auroras del presente siglo den-
tro la ciudad de San Felipe y Santiago, Fuerte que no resis-
tió más que otro, la doble batería fulminante de un par de
ojos negros, en nada parecidos á los negros bozales de aque-
lla época.
Como que fueron de los ojos más decidores, pues los de
las bellezas orientales, diciendo están de continuo muchas co-
sas, en guiñaditas torcidos y visuales traduciendo y hablando
todas las lenguas conocidas, y no conocidas, como en verdade-
ro puerto franco, que es, recibiendo á todos con verdadera
franqueza.
Palmito más picaresco que una tentación, con un par de
oyuelos, nidos de amor para guardar sus besos, chiquita y
remonona, de morena tez aterciopelada, jamás pisó en Mon-
tevideo pie más chiquitín que el suyo. De sus suaves modales
y gentil presencia, tan airosa al hablar como al andar, de su
traviesa mirada chisporreteando agudezas, como de toda su
graciosa personita, desprendíase cierto aire magnético de se-
ducción atrayente, derramando más efluvios, más imán y más
aquel que, así andaban moscardones tras el panal, co-
mo abejas revoloteando en torno de la dulce corola. Díganlo
Garcías y Bauzas, Zúñigas y Vázquez, Herreras y Obes y las
crónicas y galanteos de aquellos tiempos, donde apenas sa-
lía serenata que no dejara sus ultimas coplas cabe el balcón
de la bella Victoria.
Mas, la Magariños contestaba á todos noms^ y así tenía en
el retortero corazones que se achicharraban al fuego lento
de su ardiente mirada, como brincaban castañas sobre el bra-
sero de Geroma, la castañera de la esquina.
Belleza, juventud, gracia, donaire, chiste, bondad, ilustre
cuna y acaso, acaso algunas de esas codiciadas peluconas de
argentino timbre, sonando allá en el fondo de su canas-
tilla, dotes eran más que suficientes en la naciente ciudad
que apenas lucía una que otra de esas raras estrellas fugi-
tivas ó errantes, caidas entre dos mil pares de varones, para
que la mitad de ellos al menos, no anduvieran perdiendo el
juicio y los zapatos por tan rica fruta pintona, antes que ca-
yera de madura.
II
Y pasadas van, y regalos vienen, cantarcitos vuelan, billeti-
DE BUENOS AIRES 1 89
tos caen, más de un mosalvete gastando botas en su vereda
ó proyecto de tal, pero la niña tiesa que tiesa y siempre no se
alquila el balcón.
Solía en las tibias noches primaverales de luna llena tocar
la quejumbrosa guitarra, desde la azotea, acompañando su me-
lodiosa voz, lanzaba tras lánguidas miradas algún entrecor-
tado suspiro hacia el Cerro, y metíase mustia y contristada,
entre sábanas, rezando á Santa Teresa, de quien era muy de-
vota, y pidiendo por no sé quien al Santo de su devoción.
Extrañaba el vecindario de la plaza, que hoy conmemora
con su nombre el del fundador Zabala, que la recatada doncella
resistiera asedio tan prolongado, no siendo en aquel presidio
donde más vírgenes del Señor contentábanse con oraciones,
yendo á encerrar sus encantos entre las cuatro paredes del
Convento, cuando llegó á saberse, no por la gacetilla, enton-
ces no impresa, sino por el sacristán de la nueva Matriz, ga-
ceta viva, vichando lo que por el barrio pasaba, que la fuerza
de resistencia en tan desdeñosa beldad, y el secreto de su ne-
gativa y desaires á tanto tenorio callejero, acababa de descu-
brirse, apareciendo allá por el Cerro, hacia el que tanto mi-
raba, y que para ella encerraba tesoro más preciado que el de
Potosí.
Encaprichadita hallábase la niña, sabe Dios desde cuando,
con un su primo destacado de vijía en aquel Fuerte recien eleva-
do (1802), de donde menos observábala los ingleses que á los
moscardones de su Hurí, pues ni siendo miope ocultárasele
había Moros en la costa.
El teniente González, le pondremos González, y sea el único
nombre sustituido, por por muchas razones, cons-
tante y de mucha paciencia, ya se le iba acabando ésta, y su
relevo no llegaba, cuando desazonado é inquieto, una buena
noche descendió del Cerro, cruzó en su pequeña buceta la
serena bahía, pasó de prisa por la Vicaría, y estrechado por
el doble asedio, los Moros dentro de casa, y los ingleses por
fuera, confesó al señor Cura, todo .... indecisiones percan-
ces y ansiedades, pidiéndole por todos los Santos apresurara
la cosa, para que su Victorita cambiara cuanto antes de
apellido.
El buen cura Larrañaga declaró muy formalmente esa no-
che, á sus contertulianos de malilla, que de todos los heridos
asistidos por él desde la arribada de los ingleses, ninguno se
hallaba más in-extremís, por la intensidad de su ñebre, que
aquel bravo oñcial enamorado, quien si no sucumbía en la
brecha, moriría por la brecha.
I90 TRADICIONES
En seguida fuese el teniente á lo de su cuya, y trató de
calmar á los futuros padres la zozobra en que toda la pobla-
ción vivía en aquellos dias amargos desde que se avistó la
primera nave invasora, el i8 de Enero de 1807, por Maldo-
nado, é invitado á comer para el dia siguiente, postergó su
regreso al Cerro hacia la hora de levantarse la luna, después
de acostarse el sol tras el alto faro, de donde él vigilaba,
más que á estos dos astros, al de su amor
III
Medio dia habia pasado y al lado de su cara mital futura,
caramelábanse ambos cual dos tortolillas, balanceándose en una
misma flexible rama color esperanza, al suave rumor de dulces
caricias que, empezando acaso por el pianísimo del vedado
beso, (esto no lo dice la crónica, lo supone el cronista), acabó
por estruendo de un cañonazo gordo con el cual los rubios hijos
de Albion desde Punta de Carretas añnaban sus punterías á la
ciudadela, montículo sobresaliendo en medio de las murallas.
Asustóse la novia y semi-desmayada cayó en brazos de su
bien amado (que es de novias no equivocarse y caer siempre en
airosa posición) cuando éste, socorriéndola, trató de incorporarla
y con enérgicas palabras intentó volverla en sí.
La casa de Magariños, cerca de la barranca, daba al puerto.
Actualmente reedificada, es hoy la contigua á la esquina de
Washington, pared por medio de la en que hace poco falle-
ció su sobrino, el ilustrado diplomático Dr. Mateo Magariños
Cervantes. Siendo de las casas más altas, bien pudo servir de
punto en blanco para los buques de guerra ingleses, que tiraban
á mansalva, sin temor de grandes cañones que les contes-
taran.
Un tanto sobrepuestos del primer sobresalto, y cuando los
comensales levantándose abandonaban la mesa para resguardar
en el zótano las damas, y divisar los hombres desde la azotea,
lo que ocurría, el irritado novio propuso un brindis, tratando
de reanimar á su bella prometida, diciendo al alzar la copa:
€ Prometo arrebatar la primera bandera inglesa para que sirva
de alfombra á vuestras plantas, en la ceremonia que pronto nos
unirá»
La medrosa joven, trémula y encendida, alzaba su copa incli-
nando la cabeza para agradecer tan marcial galantería, pero
secreto no llegó á pronunciarse. Fuese con ella al otro
mundo.
DE BUENOS AIRES 19I
Segundo espantoso cañonazo hizo estremecer toda la casa,
al mismo tiempo que la bala entraba por el balcón llevándose
la hermosa cabeza de su bella enamorada.
Por un momento el cadáver quedó tieso, sentado, sin cabeza*
y con la copa en la mano.
Atónitos, aterrados unos bajo la mesa, escaleras abajo otros,
todos refugiándose donde más seguro creían, el vacío se operó
instantáneamente, siguiendo por algunos minutos sobre la ani-
mada mesa de aquel festín, el novio aterrado, loco, desesperado,
frente á su novia sin cabeza y palpitante el tronco en su propio
asiento quedó mudo, espantado, hasta caer inanimado en
brazos de su muerta querida.
La escena de desolación y espanto producida por aquella
intempestiva bala venida á curiosear cuchicheos de amor, no
era para menos.
De estos muertos que no hablan, pero que andan y siguen sin
tropiezo la huella empezada, nos recuerda el célebre correo del
Alto-Perú endurecido por cruelísima nevada en la sierra, que le
heló, camino del Tambo hacia Cochabamba. Llevábale tieso, ca-
minito á la querencia su mansa mulita de paso, ya sin vida, por
que la muerte súbita é improvisadamente sorprendiólo en la
ultima jornada, y le conducia con el mismo cuidado que otras
tantas veces por los senderos de la vida.
Tal ayer el cochero del Coronel Lagos, tropezando de im-
proviso con la muerte en el camino de más vida y movimiento,
principal, arteria de esta ciudad, tieso como estatua, y en sus
manos sin movimientos las riendas, — seguía la mansa yunta su
acostumbrado camino. Y así hubiera seguido hasta su querencia
si á vuelta del paseo, por la calle de todos los dias, el vijilan-
te de facción parándose frente á ellos señaló á los caballos
otra dirección, pues iban contra mano, y entonces tropezando el
muerto con el vivo, aquél cayó del pescante y éste echó á
correr '
IV
Un año no trascurriera, y aquel teniente García, que como el
tigre Pizarro, y Víctor Fernandez — más tarde, mozo era de tra-
vesura, figurando en primera línea entre los brillantes calaveras
de su época, y hasta entonces guitarrista y enamorado nada ti
192 TRADICIONES
morato en lances nocturnos, sin piedad para los muertos, ni
compasión para las vivas pasándose en claro muchas noches
toledanas en jaleo y zambra, de pronto tornádose había en mi-
sántropo, aislado ensimismado, viendo espectros ó mujeres an-
dando sin cabeza, por todas partes, desde la corrida del ca-
ñonazo.
Por aquellos tiempos la depravación de enclaustrados iba en
crecendo, y más de una celda teatro fué de sangrientas escenas.
Ya años antes, la noche que las torres de San Francisco se
vinieron abajo, mientras las beatas del barrio elevaban sus
preces por los pobres padrecitos que apretaran los escombros,
y los policiales, solo recojian entre éstos, destrozados fragmentos
del gran órgano que al debilitar las paredes del frontis con las
perforaciones de su instalación debilitando tal base, derrumbado
había las torres, admirábanse, no tanto del derrumbe, sino de
que, buscándolos frailes por claustros y celdas, ninguno se en-
contrara en la suya.
Desparramados por la vecindad en el momento de la catás-
trofe, sin duda rezaban el rosario con sus vecinas.
¡Inocentes costumbres patriarcales!
Años después, el asesinato de un fraile de nota en el mismo
Convento, se llevó con el silencio de la muerte secretos de al-
coba.
Pero no era solo de los humildes seráficos el privilejio de
nocturnos galanteos.
Cierta noche de aquel mismo año de los ingleses, el más
hermoso Mercenario escalaba las tapias tras de su Convento
cerca de la Virgencita que en la calle de Santa Lucía (hoy Cuyo)
alumbraba moribunda luz del farolito colgado frente al nicho.
Daba la casualidad acertar á pasar al mismo tiempo el Mayor
de Plaza Don Pascual Ibañez, haciendo la ronda.
Al momento de reconocer hábitos volando, comprendió de lo
que se trataba, y viendo al fraile en apuros hizo dar vuelta la
ronda (que no se interiorizara del escándalo), y poniendo el
hombro junto á la derruida tapia, díjole: «Suba pronto, padre,
antes que lo vean». El frailecito no se hizo repetir ofrecimiento
tal, y mientras tartamudeaba la consabida escusa de haber olvi-
dado la llave, saltó sobre el humano escabel dándole las gra-
cias, con un puntapiés gritándole desde arriba: «Viejo chocho, no
se meta á rondar manzanas, que para Vd. ya están verdes».
Irritado el grave Sr. de Ibañez, tanto por su sanguíneo tempe-
ramento, como por su edad y dignidad ofendida, volvióse ira-
cundo á la portería del Convento, echando la puerta abajo á
golpes con el aldabón y el pomo de su espada, retumbando y
DE BUENOS AIRES (93
repitiéndose en ecos prolongados como en el hueco de una
tumba por los vastos claustros.
Al fin, allá alas cansadas, abrieron, á la voz de {la autori*
dad! Vino el lego portero, asomó su paternidad luego, y cuan-
do el Señor de Ibañez imponiendo al Guardian de lo ocurrido
acompañábale á visitar celda por celda, ya todos los padres y
novicios dormian como unos angelitos, colgados sobre el lecho
sus albos trajes virginales.
Ni por asomos se encontró huella del escalador, amigo de la
fruta vedada del cercado ageno.
Pero la espina quedó adentro, y el Mayor de Plaza que pre-
tendía cuidar bien la suya, rondaba más que nunca la dichosa
manzana.
V
Bajo el blanco hábito de los rollizos frailecitos encontrábanse
los más redomados calaveras que no tuvieron cabida en cole-
gios ni Conventos de la madre patria, siempre dispuesta á man-
darnos regalos semejantes.
Esta relajación de la disciplina que no empezó con la revolu-
ción de la independencia, en que todas las clases quisieron
seguir la misma, sino mucho antes, como se vé, dio margen á
la reforma religiosa proyectada por Rivadavia, no para atacar
la religión sino para correjir los religiosos.
«Los frailes á su Convento, dijo, y donde no alcancen á la do-
cena del fraile cierréseles las puertas que ellos abren clandes-
tinamente en sus nocturnas trapisondas».
Los dominicos apenas contando cada fraile gordo por dos
pudieron llegar al quorum. Los franciscanos hicieron recolección
por todos los Recoletos, y hasta de San Lorenzo se pidieron
frailes prestados, los mercenarios ni contando de á tres por uno,
formaban diez y siete, y trancádoles el Convento tuvieron que
irse dejando sus claustros para las abandonadas huérfanas.
Por los tiempos que tradicionamos, costumbre era de herman-
dades y Conventos exponer los muertos en el pretil, con obje-
to de que los transeúntes les rezaran dejando alguna limosna
de oraciones ó moneda, que parece hasta en el otro mun-
do circula.
Media noche era por filo cuando el señor de Ibañez, seguia
con su ayudante González^ saliendo del barrio de las Magdale-
nas, no porque las frecuentaran, sino que por ellas y entre ellas
frecuentes eran las riñas y tirones de mecha en noches de zam-
bra y bochinche, lo que era equivalente á todas.
l94 tRADÍCIONES
Triste, cabizbajo y pensativo seguía los pasos de su jefe, recor-
dando que tal dia como ese quedó su novia sin cabeza, vi-
niéndose abajo el mundo de ilusiones y castillos en el aire que
á su lado levantaba.
Fuera algo de superstición que siempre intervienen un poco
más los muertos, de noche, en cosas de los vivos, ó por ver-
dadera piedad, que en los más llega solo á sus postrimerías,
el Comandante Ibañez, seguido siempre de su ayudante, al
dar vuelta rondando la Merced, entró al pretil, se descubrió y
avanzando, arrojó un doblón en el cepillo de las ánimas.
Cerca de la puerta principal, estaba un ataúd sobre paño ne-
gro, entre cuatro velas que el viento había apagado, pequeña me-
sa con un crucifijo, la bandejitade la limosna al pie, y un bulto
cubierto con un paño negro al lado.
El Ayudante que, si no temía á los vivos, desde la escena
terrible, en que una bala llevara la cabeza de su novia, temía
más á los muertos, se retrazaba á retaguardia de su jefe.
Cuál sería su asombro viendo que todo fué sonar la moneda
de plata é incorporarse de pronto el muerto dentro su estrecha
caja, diciendo con plañidera voz cabernosa: ¡Dios se lo pague,
hermanito! volviendo á quedar tieso rígido y pálido en su
ataúd.
El susto fué mayúsculo, y tal, que el viejo Mayor no paró
hasta la mayoría, donde en la guardia del presidio el centinela
le disparó un tiro, por no detenerse al ¡alto ahí, quién val Re-
cien el silvido agudo de la bala pudo hacerle volver, borrando
el eco de ultratumba.
El ayudante no volvió, que allí mismo cayó redondo, para
no levantarse más.
Había perdido el juicio, y á las pocas horas, la vida. La
conmoción fué terrible, ensimismado y cavilando con su novia
sin cabeza, tenaz recuerdo que le seguía como la sombra al
cuerpo, un muerto galante levantándose de su féretro para
dar las gracias, acabó de trastornarle, y en su estado débil y fe-
briciente perdió la chaveta, y tras ella la vida.
VI
No solo por la descomposición orgánica, envenenando el aire,
los muertos matan á los vivos.
Pero ¿cómo se había operado el milagro de la resurrección
de la carne? Sería que el muerto no estaba bien muerto, al
que el frío de la noche habría hecho volver de su letargo ó
semi muerto?
JbE hÜENOS AIRES ÍqJ
Nada de eso. Era simplemente la venganza de un Cura, y
en la Merced que todos los Párrocos son tan mansos de espíritu.
El galante mercenarito aquel salta conventos, habíase pro-
puesto espantar la ronda, pues para rondar se bastaba.
Observando que todas las noches pasaba el Mayor, como
acto de humildad, por penitencia quiso sustituir en la vela al
lego de la portería.
Aun no era media noche. La alta torre hacía más sombrío
el cancel, pues la luna en menguante reflejaba á medias sobre
la media naranja.
Sentir los pasos de la ronda y rumor de espíidas sobre el
pavimento, y realizar de un golpe rápido su improvisado plan,
fué para el fraile Ramón, obra de un segundo. Separó al
muerto, cuya limosna vigilaba no la soliviaran ánimas en pe-
na, y metiéndose dentro el ataúd se cubrió con la mortaja.
Al ruido de la moneda sobre el platillo, incorporóse de pron-
to y con un ¡Dios se lo pague, hermanol volvió á caer, ponien-
do en pavorosa fuga al donante.
Cuando pasado el susto contaba su tenebrosa aventura en
el cuerpo de guardia, contestaban á Ibañez, que, sin duda el
sacristán con más frío que el muerto habría cambiado de
puesto; pero alelado en kl agitación que le enagenára no acer-
taba á esplicacion natural, pues solo su ayudante le ganó en
susto, y á tal punto que cayó redondo allí mismo.
La demasiada cortesía del muerto galante, había produci-
do el vacío á su a! ededor.
No era más que una broma de Convento, venganza de Cura,
poca cosa, que dejó muerto á un hombre, y á otro poco
menos.
A fuerza de tanto limpiarlos y sacudirlos, los sacristanes
toman demasiada confianza con los Santos y Vírgenes, que les
están encomendadas.
Así, los frailes de la buena muerte, tan acostumbrados están
á verla de cerca, ayudando cada dia á bien morir, que la hos-
pedan con demasiada confianza y la tratan así como de
casa, hasta oeupar su lugar en bromas de carnaval.
196 TRADICIONES
EL temo DE IK MltTE
(Noche aciaga)
Al Sefior F. Gómez
I
Lúgubre y sombría fué aquella noche aciaga del 2 de Febrero
de 1807, dentro los muros de la ciudad de San Felipe y Santiago.
Parece que los buenos apóstoles, su patrones, hubieran olvi-
dado esta bella hija del Plata, hermosa aun en su dolor, y he-
roica en su desesperación.
Densa oscuridad envolvía todos sus alrededores, haciéndolos
más pavorosos el relámpago fugitivo y el trueno lejano.
Al ruido del cañón, al fragor de la lucha por tantos días
recomenzada hasta el pie de las murallas, había sucedido el si-
lencio solemne que precede á la catástrofe.
El humo del cañoneo de la tarde, condensado sobre la ciu-
dadela, confundíase con torvas nubes que anunciaban próxima
tormenta.
Después de la tempestad humana, la tempestad de la natu-
raleza.
Como larvas moviéndose entre sombras ó agigantadas fan-
tasmas de la muerte, alertas centinelas paseábanse sobre los
baluartes.
Escuchas, vigías, patrullas y rondines, en los más altos mira-
DE BUENOS AIRES 1 97
dores, bajo los fosos, en los merlones y bastiones avanzados, en
todas partes la vigilancia se redoblaba durante las primeras ho-
ras, pero la lucha de aquel dia hubo sido más incesante y con ma-
yor ardor que la víspera. Fatigada la guarnición por los aza-
res de tan larga jornada, pasada media noche sin novedad,
empezó aquella á debilitarse.
Burlando con astucia infinita á los ingleses sitiadores el Sub-
Prefecto D. Pedro de Arce, logró el dia antes penetrar dentro
la plaza, con quinientos auxiliares mandados de Buenos Aires.
Fueron éstos á reforzar en la brecha al batallón de infantería
mandado con anterioridad, de esta ciudad.
Temiendo que tal estratagema se repitiera, ya para estre-
char el sitio ó determinar el asalto, esa misma tarde el Brigadier
Achmuty mandó un parlamento exijiendo la rendición de la
plaza, el mismo que el Gobernador de ella, Ruiz Huidobro,
devolvió sin contestar.
Desde aquel momento los artilleros, ñrmes al pie de sus ca-
ñones, permanecieron con las mechas encendidas.
Ya habían transcurrido más de quince dias desde el desem-
barco de los invasores en Punta de Carretas, y el sitio se estre-
chaba cada dia más por las diversas baterías de circunvalación
levantadas hasta seiscientas yardas de sus muros.
Hacia las dos de la mañana, pasada toda la noche en obser-
vación, después de repetidos combates, los soldados debilita-
dos por el hambre y el sueño, cayeron rendidos.
Resistiendo á tan tenaz asalto aquella ciudad dormida, frente
á los cañones enemigos descansaba de las fatigas de un dia
penoso, en la intermitencia de un sueño agitado.
Pero, el que tiene enemigos no duerme
II
En el silencio de la noche, el centinela más avanzado del
cubo del sur, observó, ó creyó divisar, tenue sombra que se
arrastraba á flor de tierra, vacilante, apercibible apenas, como
desvanecida entre brumas ó burogeando á tientas.
Dentro de la ciudad, prohibíase, bajo pena de muerte, tener
la menor luz, que servir pudiera de guía. Afuera, en el campo
enemigo observábase la misma orden.
Sombra larva ó fantasma, aquella seguía sorda y misterio-
samente avanzando, como si el viento la arrojara en jirones,
ya hacia el mar, ó al campo desierto y tenebroso en esas
horas *
198 TRADICIONES
El menor ruido la precedía, ninguna vislumbre le denuncia-
ba, el mínimo rumor la seguía,
De repente paró el centinela. Otra vez fantasma im-
placable como tenaz perseguidor^ reapareció á más corta
distancia. Creyó oír sordo rumor de pasos avanzando, se
paró, montó el fusil, pero nada, el vacío la inmensidad, sombra
y silencio por todas partes.
Se detuvo un rato. Luego ensimismado en tan persistente
visión volvió á sus idas y venidas continuando sus paseos, pero
el receloso granadero no las tenía todas consigo. Valiente y su-
persticioso como la madre patria que allí defendía: «Será el
alma en pena de mi compadre, muerto esta mañana que vie-
ne á recordarme la misa ofrecida, se dijo el soldado, y se
persignó encomendándolo á la virgen del Carmen. Los pasos
del vigía eran amortiguados por el césped humedecido de la
muralla.
La ultima ronda acababa de pasar parte sin novedad.
Burojeando entre tinieblas los ingleses tanteaban la brecha
cuya dirección erraran, cuando sentidos por los centinelas se
retiraron volviendo en seguida.
Después de recibir los primeros tiros del fuego de fusilería el
Capitán Remy, del Regimiento 40, descubrió la boca mal tapa-
da con cueros, y saltó el primero, cayendo muerto, atravesado
por el Capitán de Granaderos Don Lázaro Gómez.
Tras él, salvó la brecha el no menos bravo, Mayor Fucker, del
38, y volteando á Gómez de un balazo, pasaron en pos de su
Jefe sus Rifleros.
El Capitán de la primera compañía del Fijo, D. José Ignacio
Gómez, alcanzó á detener en la punta de su espada, al mata-
dor de su hermano cayendo éste allí, y aquél á su vez, fué muer-
to á pocos pasos por el Comandante Brownigg, quien para ani-
mar á los suyos con su ejemplo, tomó la delantera.
Todavía un tercer Capitán Gómez (Don Santiago, se avanzó
a cubrir el puesto, del que la muerte apartara á sus hermanos,
arrojándose resuelto á interceptar el avance de Brownigg. Esper-
tos tiradores estos dos, un duelo singular se prolongó por algu-
nos minutos dentro el combate general, entre las sombras,
cubiertos de sangre, hasta que cayó sin vida á su pies el britá-
nico, desplomándose luego sobre el enemigo vencido Don
Santiago, desangrando por diez y ocho heridas. La brecha
que los cañones ingleses abrieran por la tarde, ligeramente mal
tapada con los cueros de García Zúñiga, fué lueg^ de asaltada,
nuevamente obstruida por el grupo heroico de estos tres her-
manos.
DE BUENOS AIRES 1 99
La refriega empezaba con todo encarnizamiento áarmablan*
ca. La voz de [A las armas! resonaba demasiado tarde, con-
fundiéndose con mil otros ecos. Los centinelas descargaron sus
fusiles, y cargándolos de nuevo incorporáronse á la guardia.
III
Gritos, maldiciones enérgicas interjecciones que alientan, la-
mentos desfallecientes de los que caen, voces de mando que
ninguno obedece, ayes, tiros, sablazos, puñaladas, acentos de
socorro que nadie oye, todo era confusión y espanto, corriendo
por todas partes fugitivos y asaltantes..
Bien hubieran deseado éstos seguir la invasión á arma blanca,
para que el ruido no llamara sobre aquel único punto la aten-
ción de todas las fuerzas; pero, una vez sentidos, el cañón de
veinte y cuatro, que dominaba el reducto central de la ciudadela,
retumbó espantoso, ensordeciendo el creciente rumor de la
lucha.
Tarde resonaba señal de alarma, pero las sombras se pobla-
ron de sonidos instantáneamente, tambores, cornetas, tiros y
cañonazos producían ruido espantoso estremeciendo la ciu-
dad.
Las tropas invasoras habian penetrado entre la primera y se-
gunda línea de defensa, y á poco andar apercibiéronse los artille-
ros que aquellas largas piezas eran inútiles. El manejo de los
cañones entre calles estrechas y sombrías se hacía imposible.
Envueltos en tropeles confundidos, soldados de uno y otro ejér-
cito, producía su metralla estragos para ambas fílas.
Aquello era una lucha á muerte. Un duelo entre tinieblas.
Las sombras de la noche anticipando y confundiéndose con las
de la muerte.
En pocos minutos la ciudad entera hallóse convertida en el
campo de batalla más encarnizado.
Tras cada esquina, en los huecos, en las plazuelas, de cada
zotea, de cada balcón, un fusil se disparaba sobre los asal-
tantes.
Fuego continuo y vivísimo se propagaba sin interrupción
por las fusilería de todas las trincheras convergentes al punto
asaltado. - .
Pero ¡ay! todos fueron pasados á cuchillo, y así recuerda el
acta que Ortega-Berro y García Zúftiga levantaron en nombre
del Cabildo y Justicia, que forzada la brecha del Sur, atacaron
por el mismo paraje distribuyendo tropas por los flancos, solda-
dos de marina y marineros entre el Cubo y Batería de San
200 TRADICIONES
Juan, subieron por ésta y matando los artilleros, fueron toman-
do las baterías que seguian hasta la de San José, clavando algu-
nos cañones; y por el otro lado de la brecha continuaron en pelo-
tones sin orden á tomar la plaza, los altos de la iglesia y el
Parque de Artillería.
El batallón de milicias pasó de la Plaza de San Francisco,
donde acampaba, á la de la ciudadela, en cuyo reducto fué toma-
do prisionero el Gobernador Huidobro. '
Sir Manuel Auchmuty, jefe inmediato del asalto, reñere lo
mismo en su parte.
De todos los cañones cuyas punterías enfilaban al sur, como
los de la mosquetería, por murallas y alturas convenientemente
apostada, eran detenidos con el más nutrido fuego.
Forzada la estacada, tos soldados se dirijieron al interior de
la ciudad, recibidos por el fuego del cañón resguardado en
batería en cada una de las principales boca-calles.
A bayoneta lleváronse por delante todo obstáculo las nu*
merosas tropas inglesas, derribando barricadas y clavando ca-
ñones, mientras el Regimiento 40 con su Coronel Brown, diri-
jíase al centro. Por el opuesto extremo el Regimiento 87,
no pudiendo forzar la puerta norte, escala las murallas y en-
tra al asalto
A la mañana siguiente, entre las señoras que llenas de aflicción
examinaban muertos y heridos en busca de sus deudos,
doña Francisca Peña de Elorga, buscando su esposo, te-
niente de artillería, y que años después falleció en esta ciudad.
Comandante de la pólvora de Cueli, se encontró con este do-
loroso cuadro.
Los tres capitanes Gómez arrastrándose entre sombras, reco-
nociéndose por el eco de palabras desfallecientes habían forma-
do el grupo heroico del abrazo de la muerte.
Ligados en la vida y en la muerte, fueron hermanos unidos,
y juntos subieron ala gloria en un mismo abrazo.
IV
Era el Capitán D. Lázaro Gómez y Rospigliosi, al comando
de la Compañía de Granaderos del Batallón Fijo de infantería,
á la sazón en la ciudad de Montevideo, si no el más grande hom-
bre, indisputablemente el hombre más grande de la plaza.
Goliat, Sansón, gigante, gigantón, designábanle sus camara-
das, pues que sobrepasaba en cuatro dedos la elevada talla
DE BUENOS AIRES 201
de Mifton y medio, el más alto tambor mayor de la guarni-
ción.
Llevaba la erguida frente bien en alto, pues su conducta sin
tacha y ciertos humillos un tantico vanidosos, recordarle solian
que sangre azul corria por sus venas, aunque la sangre de sus
venas corriera toda entera en defensa de la Patria.
Su padre, (también militar como su abuelo), huérfano deja-
rale en bien tierna edad, y muriendo de la misma muerte á él
reservada, desde los diez años cargó el microscópico espa-
dín de cadete real que para él enviara el Rey á su viuda
madre, como hijo de un valiente militar, en heroica acción
de guerra sacrificado, del mismo modo que después de sus
dias, sus pequeños hijos vistieron igualmente el real uniforme.
Tenía veinte años, cuando en el de los tres sietes, tocando de
arribada en Montevideo la gran Escuadra de Zeballos para ocu-
par definitivamente la Colonia, (espulsando para siempre á los
portugueses), se le presentó recien la ocasión de ser soldado
de verdad, no de parada, como de costumbre en la pacífica
Colonia.
En 1785 nos lo presenta el Dean Funes, (en su historia),
salvando una expedición en el desierto, y rescatando entre otros
prisioneros de los pampas, al Sr. D. León Ortiz de Rosas.
Diez años más tarde, aparece de Comandante de la Ense-
nada de Barragan, hasta que fué Liniers á recibirse de
aquel puerto, el mismo Jefe, que otros diez años después le
distinguiera, ordenándole el 11 de Agosto de 1806 diese la
primera carga con sus granaderos para posesionarse del Retiro.
De allí vuelve á reunirse con sus otros dos hermanos en el
Fijo de Montevideo para caer los tres unidos en el abrazo fatal
de la muerte, sobre la brecha del asalto, la aciaga mañana del
3 de Febrero 1 807.
Aun vivía uno de estos. El más herido todavía respiraba.
A pesar de desangrar por muchas heridas, D. Santiago el me-
nor de los Gómez daba señales de vida.
Medio moviéndose sobre yertos restos de sus hermanos,
intentó incorporarse al oír como entre sueños, eco de mujer que
le llamaba sollozando.
Gómez, ilustre abuelo del inteligente ingeniero D. Fortunato
Gómez había dejado su familia en el Paraguay al pasar de la
Asunción para la defensa de Buenos Aires, y el resto de los su-
yos yacía allí, victimas como él, en aquella noche terrible.
Pero al salir de un tan prolongado letargo, á la muerte pare-
cido, oía el acento de voz amiga que le llamaba á la vida.
202 TRADICIONES
V
Plaza de Montevído, Febrero 5 de 1807.
Señora Francisca O. de Gómez,
Buena amiga:
Sabrás como al fín, después de tan larga defensa, entraron
los ingleses en esta plaza en la madrugada del martes tres.
Esa misma tarde llegaron los refuerzos que de allí nos manda-
ban de vanguardia, y la noticia de que el mismo Liniers venía
ya en marcha de la Colonia con mayores fuerzas.
Pero el cansancio de tan prolongada lucha, tal vez la ale-
gría del resfuerzo recibido, la conñanza de unos, el descuido
de otros, que sé yó, ello es que nuestros dos mil valientes fue-
ron sorprendidos por triple fuerza y los ingleses asaltaron pe-
netrando por la brecha.
Te escribo con el alma desgarrada. En ella estaba mi
Pepe, tu buen Lázaro y sus hermanos. Con qué palabras te
prepararé! El mió apenas sacó un rasguño, D. Santiago, diez
y ocho heridas, D. Ignacio fué muerto, y tu Lázaro ¡ay! cómo
ocultarlo! también está en el seno de la gloria.
Resignación cristiana!
Ya te lo he encomendado al buen Dios, que te dé confor-
midad para llevar el peso de la cruz de los dolores. Y hu-
biera dilatado darte tan infausta nueva, si especial encargo de
Gómez no me obligara.
Mi marido herido y prisionero, todavía no sé qué suerte le
espera. Anda una voz, que lo van á llevar á Inglaterra.
Qué terrible espectáculo se me presentó á la mañana siguien-
te de la toma de esta plaza, cuando buscando entre muertos
y heridos á mi Pepe, tropiezo con ese grupo de tres hermanos
abrazados, hechos pedazos, sobre el que todavía uno respi-
raba.
Trasportamos á D. Santiago, á la casa más inmediata, ha-
ciéndosele la primera cura.
Está que dá miedo. De la cabeza á los pies, no hay pe-
dacito en que no se encuentre una herida. Apesar de ser el
más herido, es el único de los tres capitanes Gómez que no ha
sucumbido. Todos los oñciales del Fijo, y la mayor parte de
su tropa se hallan muertos ó heridos.
DE BUENOS AIRES 203
Aunque poco puede hablar sin agitación, por la mucha san-
gre perdida y la fiebre que le aqueja, anoche me llamó y me
dijo: «Vd. ha de ver áPanchita, la desgraciada esposa de mi
pobre Lázaro, dígale que yo voy á morir, y como la muerte me
impedirá cumplir el ultimo encargue de mi hermano, se lo tras-
mito por su intermedio. Lázaro, aunque herido el primero, fué
el ultimo que murió. Tal vez si lo asisten hubiera salvado;
pero Vd. vé que la situación de nosotros no era mejor. Ape-
nas nos pudimos reconocer, y arrastrándonos entre sombras en
las ansias de la muerte, nos aproximamos. Muero satisfecho, dijo
por haber cumplido como bueno mi misión! Sólo siento á
Panchita y á mis tres hijos. El Rey, en cuya defensa su-
cumbimos protejerá su horfandad. Si más feliz que yo, llegas
á verla, díle que mi ultimo pensamiento ha sido para ella.
Que me encomiende á Dios, eduque mis hijitos en la religión
cristiana para que vivan tan unidos como nosotros. Probable-
mente, como ves, mi estado no es para cumplir tales encargos.
Díle que mi hermano ha muerto pensando en ella y recomendan-
do la unión desús hijos».
Ayer hemos enterrado á los dos en una misma fosa. Yo y
otros amigos asistimos á D. Santiago, quien sigue haciéndo-
nos encargues para su familia en el Paraguay, que cree no verá
más.
A mí no me parece tan grave, apesar de la mucha sangre
perdida.
A vos, querida amiga, qué te diré para tu consuelo? Si no
lo encuentras en nuestra santa religión, qué palabras pueden
distraerte? Eres mujer de fé. Tienes una santa misión de ma-
dre, que cumplir para esos tres pequeñuelos. Qué serían sin
madre! Cuídate por ellos.
Pronto creo estar de regreso allí, y de más cerca te acompa-
ñaré en tus penas.
Adiós, amiga mía. Resígnate. Pronto vá tu amiga á conso-
larte.»
Francisca P. de Elorga,
Posdata :
A ultima hora corre la voz de que todos los prisioneros se-
rán enviados á Inglaterra. Qué desgracia!
Pude hablar con Huidobro, me dice que todo lo que ha
conseguido es que Pepe sea embarcado en el mismo buque con
Gómez, Vedia, Rondeau, Tejedor y Balcarce.
Todavía espero ablandar al inglés para que deje el mió . . .
204 TRADICIONES
Tal concluía la carta de la señora de Elorga, al dar la triste
nueva á su amiga y tocaya, según se le encargaba, de cómo
acabaron dos de los tres hermanos Gómez, unidos en el eterno
abrazo de la muerte, la noche aciaga de Montevideo.
t>É BUENOS AIRES 20$
KOQDÍ DON
(Tradición dei afio 1809.)
Al Poeta argentino Don Luis Dominguez.
El buen cochero ño Roque
Compró mil pesos de Don,
. ••••••••«■••••••• •• •
Ni por esas fué, Don Roque
Y quedó, ño Roque Don,
I
Verso más, verso menos y saltando los que por verdes se
omiten, tal era uno de los cantarcillos populares en las postri-
merías del coloniaje y comenzamiento de este siglo de versos y
cañonazos, repetido en todos los aires callejeros con acompaña-
miento de pitos y morisquetas, por la populachería. Coro de
pilluelos sin fin, le acompañaba como la mala yerba, con sin-
fonía infernal de tachos y calderas, así en la alameda como por
calles, plazas y paseos, cuando por ella pasaba Roque, el ca-
lesero más apuesto que condujo vípedos y cuadrúpedos en
esta no coronada villa, de más humos que usina.
Bien que obtenido el don^ no subió más al pescante, quedando
patrón de empresa de los primeros carruajes públicos, por amor
^o6 tRADiCÍONES
al ofício, calesero nació y calesero había de morir, al itienos
no le apeaba el título el público burlón.
¿Pero, fué ó nó de humos antes de las fábricas que la rodean,
esta aristocrática ciudad?
De investigar esto trátase, más que de dar á conocer el ulti-
mo representante de su sacra-real majestad, ó aclarar si era
cierto ó no le birlaron un ojo en Trafalgar, ó en alguna otra
trastienda.
Tengo para mi capota que fué pobre cosa este confiado Vi-
rey, y que la desgracia seguía sus pasos desde el otro mundo.
Perdió tía Santísima Trinidad», el más grande navio de la Es-
paña, al salir de allí, como aquí en esta ciudad del mismo
nombre, el mejor florón de su corona.
Poco antes, viendo que en este gran Rio de la Plata, á pesar
de su nombre, no había ni una blanca, ni mina era de nada, ni
siquiera de pergaminos, tentar quiso los humillos de vanidad
que pudieran estar adormecidos, ó inexplotados en el fondo de
estos sencillos y honradotes vecinos, quienes tan improvisada
mente habian así aprendido á echarse fuera de casa los ingle-
ses, que no supieron conquistarnos, como los representantes de
un Rey que menos supieron defendernos.
Sugirió, pues, la idea á la Corte, de que á consecuencia de
as guerras del año seis y siete, quedaban las reales cajas tan
alambicadas y llenas de grietas, como de costurones sus guar-
dianes, y mandarse podía como por via de ensayo pequeña par-
tidillade pergaminos, así como de Condes Marqueses, y señorías.
Nada de esto se hallaba en plaza, y acaso estaba sin ex-
plorar veta semejante, virgen en el ánimo de los flamantes ven-
cedores.
¿Hubo ó no hubo aspiración á nobleza ó linajuda ejecutoria,
en los que la tenían limpia en su sangre y en sus hechos?
II
No há mucho vino á esta tierra de Dios, representando á
España, un diplomático Ruano, no de pelo, sino de apellido,
quien si no era hombre de pelo en pecho, no tenía- pelos en la
lengua, y por ella sin duda vivía á salto de mata. Así fué
andando y rodando de Bruxelas á Méjico, de Méjico á la
Plata, y de ésta á la raya divisoria entre Francia y España,
como quien dice entre San Juan y Mendoza, que vieja costum-
bre es de esta ultima tener todas sus cosas indecisas, indefí-
JbE BUENOS AlHES 207
nidas, sin limites ñjos, para lo que deja un Ministro de aguas, ó
de fronteras, con la precisa instrucción de que, cuando su co-
lega, el déla vecina, avise estar Francia pronta para tratar la
cuestión, España no lo esté, y á su turno, cuando ésta comuni-
que tener ya todos los antecedentes para el comenzamiento del
fin, en la indefinida cuestión de límites, sin ellos, por los Piri-
neos, la otra no los haya estudiado bastante.
Acaso aquellas canongías diplomáticas hánlas inventado como
recurso donde mandar diplomáticos cesantes, ó sin destino, lo
que sucede no solo allí.
Ese buen señor, entre los mil cuentos y sucedidos salpicados
de sal andaluza por el narrador, criticaba con desenfado poco
diplomático, que solo éramos republicanos de dientes afuera,
pero in pectore, aristócratas puros. Si á cada argentino, agre-
gaba, se raspa un poquito la epidermis superficial, descúbrese
el godo linajudo de cuatrocientos abuelos, más hidalgo que el
Manchego.
Como apoyo ó confirmación refería ser en más de una casa
interrogado, sobre poco más ó menos y en esta forma, pasados
los saludos de presentación.
— Viene Vd. de España, nó! Es Vd. español?
— Sí, señor, no podría ser su representante aquí, en la tierra,
sin pertenecer á ella
— Efectivamente, todos procedemos de ella. Pero, por ejem-
plo, tengo en mi estancia muchos ruanos que ninguno ha venido
de España. Mire Vd. yo también soy oriundo de aquellos pa-
gos, es decir, mis abuelos, y aquí para entre nos, hablando en
confianza (la primera vez que hablaban), por ahí andan
papeles viejos, que algún parentesco prueban con nobles casas
de allá. Por supuesto que nosotros no hacemos caso de eso,
quien va á reparar en antícuayas, en esta, la mejor de las Re-
públicas.
En otras, le abordaban desde el primer diálogo:
— Si Vd. ha estado en España tiene que conocer á D. Olím-
pides de los Castillos.
— No, señor, no conozco á nadie.
— Nól Cómo es posible? Haga memoria. Un tío curro,
alto, largo, escuálido, angosto, con dos chuletas en la cara.
Es extraño, muy conocido en toda Castilla, como que nació
nuestra abuela cabe el árbol de Guernica, extendiéndose sus
ramas por todas las provincias vascongadas, y después desde
Coruña á Valladolid, y en cada soto había un Castillo, y tan
numerosos eran nuestros ascendientes, hasta el padre Adán, que
2o8 TRADICIONES
llamáronle Castilla á la tierra esa por ser donde más Castillos
teníamos.
Y en otra, admirados quedaban de que no conociera á un don
Polífemo de la vuelta de Toledo.
— Mire Vd., no es por nada, porque nosotros ni caso hacemos
y somos muy despreocupados; pero, cuando se vuelva á su
país le hemos de dar unos papeles que aunque carcomidos
por la polilla, las ratas rastros dejan bastantes para investigar,
y á vuelta de correo, puede enviarnos nuestra ejecutoría, escudo
y blasón, pues aquí donde Vd. nos vé, abuelos tuvimos hijos-
dalgos en Sevilla, mayorazgo en León, y nobles en todas
partes.
III
Y asi iba el chistoso diplomático, tropezando con Olivares,
descendientes por línea recta del Conde Duque de Olivares, Me-
dinas, visnietos de Medina Celi; y apenas hallaba un zapatero
Frias que no proviniera del Duque de Frias, pulpero Vivar — de
Don Rodrigo, y vendedor de huesos, que no fuera Osuna. Cierto
fio Fernán, alarife de ribera, salió primo de Fernán Nuñez, un
Gama, de Vasco, y otro Cabeza, de Vaca.
Y agregaba el chusco andaluz, que no solo le asombraba la
letanía de títulos en tablillas y tarjetas, sino que libre no estaba
de cruzar boca-calle $in escuchar de muchas bocas y al vuelo,
saludos como estos:
— Adiós, doctor, y daban vuelta dos docenas de transeúntes,
pues que en esta tierra creen serlo todos, á más de los mil de
la matrícula.
— Saludo á Vd., Jeneral.
— Beso á Vd. la mano, señor Ministro.
— Adiós mi Presidente (aunque lo sea de un candombe).
— Salud, mi Secretario. Tome Vd. la acera, señor Almi-
rante.
— Vd. la lleva, señor Canónigo, Observando que aquí
la gente es tan cumplida que hasta para entrar en casa no su-
primian el título, habiendo oido:
— ¿Cómo está, señor Portero? ¡Me han traido cartas? ¿Está
sola la señora?
Más de una vez propusimos convencer á Pérez Ruano,
como, desde que nos desprendimos de España, arrojamos to-
das esas vanas libreas, títulos y quincallerías; que cuando
bfe feUENOS AtRÉá ¿09^
el afto de Judas (181 3), abolióse toda anticualla, escudo»
y blasones no fueron ala hoguera, porque no se encontraron,
que poco dados éramos á tales vanidades.
— Puede ser, respondía, rasparon de frontis y puertas los
símbolos nobiliarios, pero no llegaron á borrarlos del inte-
rior.
«Así mismo, San Martin, Belgrano, Rivadavia, sindicados están
de que si no coronaron alguno, fué por no encontrar cabe-
za que viniera bien á corona de nuevo cuño. Habría repu-
blicanos en la emancipación, pero loque es sus descendientes,
descendieron, degeneraron, y tienen más humos que locomotora
desbocada Sobre todo, las señoras de la alta y antigua
socidad porteña, aristócratas puras, de la peineta al tacón. En
sus gustos, en sus ideas, é inclinaciones, pretenden ser nobles
bástala punta del pie.»
••• •■•••••••••••••••••••■•••«•••••• ••«••••••••• •
En balde citábamos autores, y hasta en las páginas del más
concienzudo de nuestros historiadores, le hacíamos leer en Do-
minguez:.cMe propongo demostrar, como se vé bien en el curso
de esta historia, que la verdadera nobleza de que puede y
debe jactarse la democracia argentina, consiste en que ni enton-
ces ni jamás penetró en este suelo la vanidad humana conde-
corada con títulos y blasones de nobleza, y que en esta tierra,
desde el principio de su conquista pareció ser destinada por
Dios, para morada de un pueblo republicano, fundada sobre la
base de la igualdad de los hombres, procedentes todos de un
mismo tronco..
Pero, ni por esas, siempre en sus trece. El diplomático
no se apeaba de su ruano, y montar solía el picaso alguna vez,
agregando si mucho lo apuraban: «Puede ser entonces, que
cuando estos países estaban bajo la monarquía, hubiera más es-
píritu democrático, y como los tiempos cambian, ahora en los
de la República hay más humos aristocráticos. Sin ser un mi-
lagro, habráse operado aquel de la conversión entre el cristiano
y el protestante, declarándose éste convertido ante la propagan-
da y buenos principios de aquel, la víspera en que el cristiano
viejo confesaba haberle convencido su propinante.
Fué entonces que para sacarlo de dudas pusimos punto ñnal
á la controversia, resumiendo el apéndice en este cuento.
IV
Más de una vez en las penurias del tesoro de España, lo que
con asaz frecuencia sucedía, mandábase cargamento de títulos
510 TRADICIONES
y pergaminos, tan codiciados en Méjico como en el Perú, pero
del Plata volvía la partida íntegra, sin encontrar postor.
Algunos nobles arribaron, pero eran nobles de arribada, y
Virey alguno trajo, título que perdió en el camino. Así se re-
cuerda al Conde de poblaciones, quien dejó aquí semilla, pero
qué semilla! en su viznietito el lindo Juan, que despobló de lo
lindo, rozó y arrasó cuanto pudo, Juan Manuel de Rosas. Un
Marqués de la Plata, sin plata, y otro Marqués de la Ensenada,
quedando solo con las dos ultimas sílabas de su nombre.
Entre los Vireyes, el Marqués de Loreto, de Aviles, del Pino
de Sobremonte, quien disparó y andaba á monte, no sobre él,
divisando la victoria de los vasallos, sino escondido tras su
mayor espesura.
Si algunas antiguas familias en el Vireynato como las de
Basavilbaso, Gómez, Sotomayor, tuvieron que promover juicio
para justiñcar noble abolengo y blanca ejecutoria, obligadas
fueron por el auto de Zavala fundador de Montevideo, revivien-
do el ya desusado, que exijía comprobada limpieza de sangre
para ascender en ciertas carreras, tan reducidas para los hijos de
la tierra.
La única escepcion, verdaderamente, y esa, más bien era
un adorno de la victoria, que aspiración nobiliaria, fué la del
Conde de Buenos Aires, ó de la Reconquista, adquirida con la
punta de su espada, por el más audaz de los franceses de la Co-
lonia.
Prueba al canto de nuestro acertó, presentábamos al señor
Ruano, en que del ultimo lote de nobleza consignado á esta plaza
después de la conquista y reconquista, que dejó más despavilados
á los pobres aldeanos, entre una docena de títulos de Condes,
Marqueses y Señoríos apenas hubo postor á un ¿io^y en cierto
cochero, quien tuvo plata y candidez bastante para comprar
títuloque jamás alcanzara, pues nadie le llamó D. Roque, sino
Roque don,
V
Era Roque García, cochero de más campanillas que muía
cuyana.
Demasiado claro para ser mulato, y un poquito de color sos-
pechoso, para pasar por blanco, sin contradicción, sombreaba su
medio tinte de café con leche, ensortijado pelo negro. Alto,
grueso, bonachón y complaciente; pero activo y palangana co-
mo ninguno.
DK BUENOS AIRES 2ll
Hombre de ingenio natural, sin cultivo, tenía más trastienda
y salamerías, que así se atraía marchantes con buenas palabras
y corteses modales.
Sabedor de muchos secretos de ellas, y trapisondas de ellos,
llegó á ser el don preciso de damas y caballeros. Solocon los
muchachos no tuvo paz. Cuando desde su alto asiento hacía
crujir el látigo á su maríscala y Ib, generala, dos muías blancas
con más cascabeles que diligencia manchega, nadie se le cru-
zaba en el camino, porque sus cuadrúpedos tenían la impetuosi-
dad y el arrranque del Roque que les dirijía.
En corralón frente á la Crucecita de San Juan tuvo su
ultimo coche, pero desde 1809, para cortos paseos al ba-
rrio de los tambores á la plaza de toros, como para las me-
riendas del Virey, ó cacerías de patos á cañonazos, sobre la
playa, y punta de los Olivos, no hubo más diestro y servicial
cochero anotes de ser don.
Empezó por dirijir carri-coches, galeras ó diligencia, en so-
pandas suspendidas, á la que por altísimo estribo ascendían,
cuantos en su amplia concavidad bien arrimados en diversas es-
tivas arrellenábanse: Señor padre, su merced, los niños, el Ca-
pellán, las mulatillas, la ama con cría, la negrita del coscorrón,
y toda la numerosísima familia de acaudalado estanciero.
Allá vá repleta de gente y animales, desempedrando la única
calle del empedrado, retumbando cual tren de artillería pesa-
da, saltando y haciendo resonar los vidrios de las bajas casas de
tejas coloradas.
Por aquellos tiempos cada casa principal tenía su galera,
para las jiras campestres ó viajes á la chacra.
No existían volantas de plaza, de que tanto abusan sus co-
cheros, y fué la de Roque la que dio oríjen á las volantas de
alquiler.
Empezó por manejar él la primera, después llegó á ser due-
ño de dos ó tres más.
Se había distinguido en la defensa de la ciudad como oficial
en uno de los tercios, y ya dueño de algunas peluconas, quería
sobresalir, no solo desde su alto pescante, sino sobre la morra-
lla del barrio.
Entonce? le tentó el diablo de la vanidad, y noble quedó, de
flamante cuño por sus pesos.
VI
Desde el momento que compró título perdió su nombre.
Nadie llegó á llamarle D. Roque, sino Roque don.
álá • tRADÍCÍOÑES
Ya no era cochero, ni subía jamás al pescante, patrón de
dos ó tres coches, pero siempre se oía este recado á la negrita
del chisme: € Anda vé y dile á Roque Don^ mande la calesa de
mejores muías para después de la siesta.»
La musa callejera agregó su nota burlona á la sátira continua
de quien nunca consiguió llamarse D. Roque.
Así denominó el pueblo al calesero de más campanillas, pro-
genitor de los coches de plaza, sin que aquel honrado industrial
tuviera la satisfacción de oirse llamar siquiera una vez, Doíi
Roque,
Bendita la era de igualdad republicana en que todos son
dones y señores, aunque no lo parezcan, y en la que hasta pii
cotorrita es Doña Pascana.
Y si por acaso aun no se convenciere el lector de lo infun-
dado de la crítica del Ruano, que montó el picaso, y se sulfuró
más de una vez entre sus bromas verdi-saladas, confirmando lo
de que no hay peor necio que quien de todos se burla, pondremos
ñn á este cuento con sabroso párrafo de criolla literatura, pues el
poeta de las tradiciones no sabe mentir.
cSolo los bonaerenses tuvieron el buen sentido de no gastar
plata en boberías, pues si hay constancia de que en esos pue-
blos se vendiera, y mucho la Bula de la Santa Cruzada, no la
hay de que tuvieran demanda de títulos nobiliarios. En Bue-
nos Aires nadie quiso ser título, ni regalado. Ahí los hombres
estaban conformes con descender de Adán por línea recta, y
de Noé por línea curva»
Con escritores propios y extraños y la misma historia, queda
así con autor de fama, contradicha la de vanidosos con que
pretendió tildarnos el ultimo representante de España, y con-
ñrmada por la tradición, cómo en esta tierra donde hoy todos
son dones, era el único que no fuera, quien tal título compró.
Solo consiguió que la muchachería callejera siguiera pifián-
dole por calles, plazas y riberas, repitiendo al verlo pasar:
c Hasta el don del algodón,
Sépalo el flamante hidalgo,
Para llegar a ser don
Antes debe llevar algo.
DE BUENOS AIRES 21 3
LA PRIMERA SOGRE
(Tradición de 1809.)
Al Dr. G. Udaondo
I
«La primera sangre que hubo de correr por la independencia
de esta tierra, fué la de mis nalgas», nos dijo pestañando un
dia el grave Ministro de Hacienda.
— Cómo! dio Vd. algún gran galope llevándola noticia de la
revolución de Mayo, como D. Gregorio Gómez, dentro del re-
gatón la llevó á Chile?
— Nada de eso^
— O acaso un tropezón en falso le hizo resbalar, y no de
arma blanca^ ni de fuego, sino de arma verde recibieron las de
sentarse sin cuenta heridas de rojo zarzal?
— Nunca fui muy de á caballo, por más que buenas estan-
cias dejo á mis hijos, ni andube en malos pasos, aunque por
mi mal, tropezón más de uno pegué en la vida.
— Creía al teniente Velez (hermano del sabio codificador,
según reza su lápida conmemorativa á la entrada del paseo
Sobremonte, en Córdoba), y al teniente Balcarce (hermano de
los cuatro Generales de este nombre), las primeras víctimas de
la Patria, en el encuentro de Cotagaita, allá por Suipacha.
2 1 4 TRADICIONES
— S¡ en el Alto Perú pero la revolución de Mayo, co-
mo todas las cosas, tuvo su preparación, y hasta hubo una re-
volucioncita de prueba, puede decirse, y sin duda por su cor-
rección salió mejor el 25 de Mayo de 1810. Justamente el
año antes, por aquellas alturas del Cuzco, se puso en ensayo la
escena, y sus primeros papeles aquí bien copiados y allí mal dis-
tribuidos, hubiéronme de costar sangre. »
Diálogo tal oíamos una mañana, acompañando á cierto respe-
table Ministro contemplando la casa en actual demolición. De-
fensa 70, mientras que abriendo sus grandes ojos en blanco,
nos refería el tema de la presente tradición.
< Aquí estaba la Escuela de D. Francisco Argerich, después
que dejara las húmedas bóvedas en cuyo subterráneo inauguró-
se posteriormente la célebre asociación Lautaro. Si estas pare-
des hablarán cuántas curiosidades no oiríamos! Pero, mejor es
como están, así mudas, todo pasa en silencio, lo bueno como lo
malo; de buenas ó malas acciones, ni pizca queda de memoria,
en un pueblo donde al dia siguiente todo se olvida.
f Puesto que de la sabia escuela de la esperiencia, con ser
la que más alecciona, ningún provecho sacamos, y como ines-
perto pueblo, siempre niño, marchamos á tientas, sin brújula
segura, sin mirar más para atrás que para adelante, ni cuidar-
nos más del mañana que del ayer, todo es para el caso la mis-
ma cosa, y así todo en embrollada confusión rueda al
caos.
«Lo mismo, de esta Escuela salieron malas y buenas cabe-
zas. Recuerdo en la ñla de adelante, el banco de los dos
Juanes, donde se sentaron sucesivamente por algunos años, pre-
merojuan el tirano, y luego Juan el mártir. Más atrás, el de
los dos Conchas, el verdugo y el bueno. El banco del Virey,
frecuentado por el ultimo hijo de Liniers, y el otro de Saave-
dra. Escalada, Oromí, y tantos otros aventajados que fíguraron
más tarde.
«Así en una antigua familia de brillantes inteligencias, que
antes y después descollaron entre D. Cosme y D. Cosmecito
Argerich, lumbreras de la ciencia médica, y un Cura y Coro-
nel, y médicos y abogados, y literatos, hubo un maestro de
Escuela que, tanto dejó nombre por su dura disciplina como
por su patriotismo.
Y colgando la palmeta (que más liberales principios rompie-
ron yá, como el cepo), recordaremos su patriotismo, y como á
punto estuvo de perder la cabeza en la conspiración revolucio-
naria, si hubiera perdido la serenidad.
DE BUENOS AIRES 21 J
Por eso nada diremos aquí de otros célebres escueleros ni
del verdugo, así llamado el futuro General Concha, por que
de poste de ignominia servia al pobre designado
Al rincón
Quita calzón
II
Era Juan y Juanito, los dos muchachos de más linda letra en
toda la Escuela. . . El uno, yá salido de ella con tan lindos
rasgos cah'gráñcos, como los de su hermosa ñsonomfa, de cla-
ros ojos azules sobre rosea tez, disimulando todo el infierno de
pasiones que hervían dentro de su pecho. El otro, más mo-
desto, más parco, más moderado, parecía que al venir á susti-
tuir en su asiento al primer Juan de la buena letra, heredara la
de su antecesor.
Alguien ha dicho con más verosimilitud, aquello, de que el
estilo es el hombre, que el carácter es el carácter.
No quisiéramos repetirlo, pues que hombre de muy buen
carácter conocemos de pésimo carácter, y prueba el canto pre-
sentaba la Escuela de D. Francisco Argerich, en el muchacho
más lindo y de más bella letra, pero tirano desde su infancia
sobre cuanto chicuelo caía bajo su férula.
Sea de ello lo que fuere, la verdad es que el año de 1 809, sa-
lido yá Rosas de la Escuela, no había mejor letra en aquella
que la del niño Juanito, después honrosamente conocido por
el señor D. Juan Bautista Peña, Ministro de Hacienda, Presi-
dente de la Municipalidad, del Banco, y de muchas otras cosas
buenas á que su acrisolada honradez, energía, espíritu econó-
mico y hombría de bien en todo sentido, le llevaran á pre-
sidir.
III
Comezón revolucionaria ardiendo venía ya hacía años, por
el Vireynato, y la América toda. Sin duda, lo que es el mal
ejemplo.
Atrevidos yankes, en América, inventado habian para el uso
particular dentro de casa, la igualdad de los hombres y otras má-
ximas nocivas y anti-higiénicas en las viejas sociedades euro-
2l6 TRADICIONES
peas y universalizándolas hábiles franceses de los que todo se
asimilan, ensayaron el traje del nuevo mundo, adaptando á sus
anticuadas costumbres los principios indebidamente llamados
de la revolución francesa^ cuando en verdad lo eran de la ame-
ricana.
Pero, así como de esta centella, chispa saltó prendiendo en
la vieja Francia, y entre ellos un momento la República ilu-
minó al mundo, así de aquella revolución de la Francia, saltó
otra, prendiendo á lo que escapó de las llamas en este nuevo
mundo; pues donde la espada de Lafayette no llegó, alcanza-
ron los resplandores de sus más elocuentes conciudadanos.
En Méjico, en Venezuela, Quito, Cusco y la Plata y el Plata,
empezaron aechar humo sus papeles, y papelito corrosivo de-
jaba olor á papel quemado.
Aquí, por ejemplo, después de la reconquista en 1806, y la
espulsion de los ingleses en el año siguiente, los hijos del país
dijéronse: «Nos bastamos y sobramos para nuestro capote,
no queremos capota agena.»
Poco después, el 1° de Enero de 1809, en un movimiento
local, los criollos probaron un ultimo esfuerzo, (siempre en en-
sayos), y dejaron á los europeos bajo su influencia.
Ya aJ pueblo le iban creciendo alas, y necesitaba las del
Cóndor para remontar por encima de los Andes.
Pero antes de hacer volar sus soldados por tan altos riscos y
precipicios, expuestos á romperse una pierna los pobrecitos, si
no se rompieran las dos, como que saltaban las mayores al-
turas de la tierra, echaron á volar sus ideas, los nuevos prin-
cipios que como chisperos de la revolución, llevarían triunfantes
por toda el haz de la América, en la punta de sus bayo-
netas.
Papelito canta, se dice hoy. Papelito vuela, se decía enton-
ces, y por todas partes apareciendo estos encendidos é infla-
mables, causaban pequeños incendios, que con más ó menos difi-
cultad se conseguian apagar.
No había en Buenos Aires otra imprenta que la de Expósi-
tos, y de ella solo salían catecismos y cartillas. Pequeños pe-
riódicos manuscritos circulaban con cautela, y el boletín de la
revolución, germinando corría, ó más bien circulaba con difi-
cultad y mucho sigilo.
IV
Vireynaba por entonces en el Perú, 1806 á 181 6, aquel
buen mozo, que sin otra carta de recomendación que su gallarda
DE BUENOS AIRES 21 7
ñgura, cautivó tanto á Carlos IV. Viéndole, al pasar en la car-
rosa real, como disciplinaba sus soldados, y sin decir agua
vá, ni para ello dar motivo, de Capitán lo saltó á Coronel, de
Madrid á Méjico y de allí á Virey del Perú. Bien que este favo-
recido de la fortuna y de su Majestad fué tan valiente y tan
fiel, que se cita como uno de los modelos de Vireyes honrados.
Fué este valiente soldado que acababa de dominar con su
presencia la primer chispa de sublevación casera, en el Regi-
miento de la Concordia, y los ensayos revolucionarios en Quito
y Charcas, á quien años después y por un mismo correo llega*
rale á un tiempo:
Consejo de Carlos IV para que desconociera la Majestad de
su hijo Fernando VII. De éste, para que no hiciera caso á
papá. De su hermanita Joaquina Carlota, del Brasil, para
que acatara en ella á la única soberana de la América. De
los insurrectos, para que se insurrecionara. De José Bonaparte
Pepe botellas, para que no conociera más Dios que Napoleón,
y de sus más adulones, para que alzándose con el Santo y la li-
mosna se declarara Rey del Perú.
Verdad que eran demasiadas tentaciones para oo caer un
pobre viejo, á quien no le quedaban más ojos que los de su
Ramonica.
Pero, todavía no le había llegado la época de los acertijos,
como la decifracion de aquellas tres bolsitas, por travieso fraile
criollo dejadas sobre la mesa de su real despacho, conteniendo
sal'habaS'Cal florestal entre • dos vegetales que deletreaban de
corrido sal-Abascal^ moño de aquí y pronto viejo Virey, antes
que os abramos las entendederas, para que comprendas indi-
rectas.
Lo que si le había llegado era un papelito revolucionario, que
lo mal traía sin sombras, por más de ser poco asustadizo el va-
liente y fiel viso-Rey.
Tantas y tan repetidas correspondencias caían á Palacio en
Lima, decomisadas ó sorprendidas en los correos de Potosí,
Chuquisaca, la Paz, el Cusco, Quito, Caracas y aun de Buenos
Aires, que al fin dio por convencerse que el nido estaba en
esta ultima.
<No hay más, se dijo, sin duda que allí está el busilis, y en
ella' funciona la máquina revolucionaria, qué chamusquina ma-
yúscula peor que la inquisitorial, habrá en la plaza mayor para
el primer autor que caiga de estos papelitos.
Y al fin cayó uno.
Sorprendiólo el Mariscal Nieto, que lo era no solo de su
abuela la tuerta, sino para todos, como visnieto para su tata-
rabuelo.
2 1 8 TRADICIONES
Se lo mandaba al Virey de Lima, encontrado en Chuquisaca,
ciudad á la que arribara con algunos patricios engañosamente
llevados.
Antes que él llegaron allí Arenales, Monteagudo y otros bra-
vos chisperos de la emancipación revolucionaria.
Comoque de su doctoral Universidad acababan de salir gra-
duados en derecho, el Dr. D. Mariano Moreno, D. Manuel
Alejandro Obligado, D. Vicente Anastasio Echeverría y otros
hijos de Buenos Aires, yendo desde aquí á lomo de muía, por
graduarse en la Universidad más vecina, pues solo distaba cosa
así como de mil quinientas millas), y el Dr. D. Vicente López y
Planes que recibió las borlas del Doctorado sobre su sahumado
uniforme de Capitán de Patricios, vencedor de los ingleses, lau-
reado cantor de las primeras glorias argentinas, como fué des-
pués el himno de la patria andante
Entre envoltorio de escapularios y otros papeles, uno iba
de clara letra y de más claro espíritu, pues clarito can-
taba:
«Ya somos grandecitos, como que contamos trescientos años
bajo yugo. Tenemos edad para gobernarnos, y es tiempo que
dejemos de engordar á extraños. La América es de los ameri-
canos, como la España de los españoles.
f Bueno es recordar que si los tiranos parecen gigantes, es
porque sus vasallos siguen de rodillas á sus pies.
«Parémosnos y seremos hombres de la misma altura. Ya es
tiempo de sacudir tan funesto yugo. Si con Tupac- Amarú fui-
mos vencidos, y en Quito y Charcas, es porque no estábamos
unidos. Que de la Tierra del Fuego al golfo mejicano se oiga
un solo grito: Emancipación! Tiempo es de enarbolar la ban-
dera de la libertad.»
Estas, y cantinelas por el estilo, repetía el papelito revolu-
cionario, que con otros, bajo grueso sobre recibió el 3 de Febre-
ro de 1 8 10 el Virey Cisneros, del señor Virey Abascal, traído en
cien días de Lima á Buenos Aires.
El Virey del Perú encargaba seguir la pista con suma re-
serva, hasta descubrir al autor del libelo que había sorprendido
el Correo del Alto-Perú, en momentos que al Mariscal Nieto
daban tanto trabajo coyas é insurrectos.
Por todas las esquinas pusieron avisos, ofreciendo morrudo
sueldo al escribiente de mejor letra que se presentara.
Nada, todas eran garabatos de cartulario y patitas de mos-
DE BUENOS AIRES 219
cas. No se encontraba, casi-casi como al presente, plumífero
de buena pluma ni Escribano que supiera escribir, apenas me-
dias-plumas.
Pues Señor! Oidores y Cabildantes, oficiales, aguaciles y mi-
nistriles chamuscábanse la mollera por descubrir al encubri-
dor. Quien será?
Que el papelito partiera de aquí no había duda. No sola-
mente era grueso, feo, ordinario, como todo el que de España
nos mandaban, sino que aun la fecha estaba groseramente ter-
giversada: «Buenos aires, tome Ud.» empezaba, acabando
con la simulada exclamación ¡Santa Maríal
Quien no decifraba correctamente: t Puerto de Santa María
de Buenos Aires.» El seudónimo era más intrincado, pero fue-
ra Pedro ó Diego, de Buenos Aires venía.
V
Por vencidos se daban cuando casualidad rosarina, puso al
inquisidor sobre la pista.
De misa mayor salía compungido y persignándose con agua
bendita de la célebre iglesia de Jesuítas, (Colegio de San Ignacio),
el no menos célebre Fiscal Villota, doctor de campanillas,
graduado in-utrunque, quien con su gerundiana elocuencia
confundir pretendía á los doctorcillos de la revolución.
Iba yá á bajar del cancel al pretil cuando á curiosidad lla-
móle un blanco papel, recien pegado, en el que con bellísi-
ma letra se ofrecía buena gratificación al alma caritativa,
que á más de serlo, fuera también honrada y quisiera en-
tregar en la sacristía grueso rosario con pater-nosters, de oro,
que en la azotaina y tinieblas de maitines, habíase extraviado.
Limpiando, el zorro del Fiscal, sus viejas antiparras, c ó mu-
cho me equivoco (se dijo, arrancando el papel), ó esta es la
misma letra de aquel otro», y doblándolo se lo echó al bolsillo.
Tempranito acudió á la audiencia, al dia siguiente, cotejó
con el Oidor Caspe los dos manuscritos, y ambos encuentran
similitud tal en la letra, que exclamaron contentos: «Ya apa-
reció aquello!»
Mas, llega Leiva, Síndico del Cabildo, y, apenas nota se-
mejanza; viene el Alcalde Lezica, y la encuentra menos. Pe-
ro, en fin, de quien es la letra?
De quién há de ser? de su autor! Que salga el autor! em-
pieza la grita, como en la presentación de cierto principillo
que yó me sé, sospechando el pueblo zumbón gatuperio real,
220 TRADICIONES
empezó ante las mismas barbas del padre legal, á aclamar
al autor del hijo de la Reina. iQue salga el autor! iQue salga
el autor!
Habráse visto barrabasada igual! Ni en Triana, patria de
Pilatos
Y de investigación en investigación, del Coro á la Sacristía,
por Curas y Sacristanes sacóse en limpio: «que el rosario,
en mala hora perdido, era de la Señora de Lezica; que el plu-
mífero de tan lucido aviso, escribiente fué nada menos que su
propio sobrino, el niño Juanito, y que donde tan linda letra
y otras lindezas enseñaban, era en la Escuela del Señor Don
Francisco Argerich.
VI
El Fiscal inquisidor hizo llamar ante la Audiencia al niño, y
entre cariños y halagos, y haciéndole fiestas y dictándole la
misma frase: inCansados estamos de amos^ y tiempo es yá de
que mandemos en casa^» púsole frente al reciente dictado la
carta devuelta por el Virey del Perú.
Tan parecidas eran las dos, que, al ser interrogado Juan
Bautista, ni pestañó.
— De quien es esa letra?
—No sé.
— Pero. . . .es la misma!
— Parecida, no puedo negarlo, pero yó no la hé escrito.
Y de ahí no salía. No le sacaban de sus trece.
Hubo conciliábulo, y el Señor D. Francisco de la Peña vol-
vió á llevar á su hijo, y el Alcalde Lezica (su tio), lo apadrinó, y
Rivadavia, recomendaba al niño, ¡cuidado de revelar nada! y el
otro Señor D. Francisco Argerich, iba y venía, y andaba que
no se le pegaba la camisa al cuerpo, con cerote mayor que
los dados por su palmeta.
Segundo cónclave celebróse, donde Oidores y Ministriles,
y entre ellos Villota y Caspe, con dulces y halagos, primero,
y con amenazas finalmente, volvieron á interrogar al niño de
la hermosa letra.
—Pero, tú has escrito esto? Es el mismo perfil, rasgos, to-
do igual. Confiesa.
Y el niño, enérgico desde la cuna, que nonis: «Esa no es
mi letra.»
bte feÜEÑOS AiRfeS ¿2!
Y recaditos van, y consejos vienen, y por fin dice el Virey
á su Secretario: «Pues bien, si la letra és del. mismo, y no hay
modo de persuadir al niño, aplíquesele el principio de su pro-
pio Maestro, /a letra con sarigre enUa^ y después de una azotai-
na, confesará*. Quién le mete á esos geroglíficos que no en-
tiende?»
No hubo más. Por tercera vez citados fueron, padre, hijo y
espíritu santo, es decir, el Señor de Lezica, marido del rosario,
ó de la Rosario, perdidosa del mismo.
Nada que sospechar daba niño tan formalito. Menos, el
Señor D. Francisco de la Peña, español serióte, grave y más
godo que el Rey, y como aquél ignoraba, llamado era á
presenciar la azotaina de su vastago: «Confiesa niño la verdad»,
repetíale al subir con él de la mano la ancha escalera del
Tribunal.
Y la verdad declaró.
Pero^ cuan maravillados quedaron todos, y cómo alelado el
padre, cuando al ser por ultima vez preguntado: ^«Es de Ud. es-
ta letra, á la suya tan parecida?»
— Sí, contestó Juan Bautista.
— ^Donde la há escrito?
En la escuela.
— Por orden de quién?
— De Señor Maestro.
— Escriba Ud., Señor Escribano.
— Cómo se llama su Maestro?
— D. Francisco Argerich.
— Dónde vive?
— Reconquista núm. 70.
Alguacil! ordenó el Fiscal. Vaya Ud., é inmediatamente con-
duzca aquí al Maestro Argerich
VII
Pero, por mucho que volaron Alguaciles y esbirros, voló
antes el pájaro, y á la sazón, con viento en popa, y sin dete-
nerse en Montevideo, iba Arj-erich muy de prisa, por esos
mares de Dios, á toda vela, y no paró hasta el Brasil, de
donde solo regresara cuando nuestros padres yá tenian patria,
Qué había sucedido?
ÍÍ2 TRADICIONES
Qiie halagando al de la buena letra, el Señor Argerich hizo
copiar por el niño Juan Bautista Peña, las cartas proclamas y
correspondencias que Rivadavia, Moreno y Belgrano envia-
ban, incitando á revuelta á los patriotas del Alto Perú, cuan-
do llegóse á sospechar allá los cabecillas anduvieran por acá,
bajo pena de azotes, que aun sin prometer muchos daba, con-
juróle Argerich al más riguroso secreto sobre el papelito es-
traviado.
Pero, azotes por azotes, compelido el niño entre dos azotainas,
y desconfiando de la frágil naturaleza infantil, el Maestro, ad-
vertido por Rivadavia, que sus amistades en la Secretaría
del Virey, teníanle al corriente de la investigación, aconsejó, á
uno, pusiera pies en polvoroso! aviso, que no se hizo repetir,
y al otro, que confesara la verdad, y cantara de plano, pues
yá no habría peligro, ni para el ¡nocente copista.
En verdad, empezaba siendo mucho niño, el que después
fué mucho hombre, así en finanzas como en moralidad admi-
nistrativa, el renombrado Ministro de Hacienda Señor Don
Juan Bautista Peña, de grata recordación.
Si algún crítico impertinente, llegó á murmurar al verlo
pasar: «sobre esos zapatones, pisando van muchos millones»,
con más exactitud pudo decirse, dentro de esa cabeza ger-
mina un gran financista.
Ministro, Presidente de Banco, de la Municipalidad, de aso-
ciaciones de crédito. Senador, Comerciante, estanciero, no era
de esas reputaciones de vidrio de aumento, pues que á la
distancia, y al través de treinta años acrecienta.
No reconocía más que una moral, y como hombre público
/particular, fué hombre de bien, y honrado á carta cabal.
La misma dedicación ponía en la hacienda pública, que
en sus mtereses, pues miraba á aquélla como cosa suya, no
para hacerla propia (á la usanza del dia), sino para defender
la Patria, hasta de tantos patriotas y galápagos, que de puros
patriotas nos están dejando sin patria. De algo así como esce-
siva economía, se le criticaba y de adagio quedó » más agar-
rado que D. Juan Bautista \y> Pero, si nó sabía tirar la plata, ni
empeñar al Estado en onerosísimos empréstitos, supo, sí, hacer-
lo prosperar dentro del presupuesto.
A punto estuvo, nó de unificar la deuda, sino de extinguir-
la, cuando por espíritu de oposición, con ocultos manejos y
chicanas hizo ésta zozobrar su proyecto.
Aplicaba sencillamente los mismos sanos principios á la ha-
cienda pública con los que levantara por su laboriosidad su
fortuna, y así no salía de su presupuesto, no dejaba ningún
DE BUENOS AIRES ¿23
ramo improductivo ó estacionario, bacía producir la mayor
renta, repetía que no había economía pequeña, pues todas eran
• economías, y que de centavos se forman los tesoros, como de
gotas de agua el mar. Que todo gasto supérfluo es desquicio.
Gastaba menos de lo que entraba. Nada adquiría el Estado,
sino en pública licitación y previo examen de peritos, nom-
brados de cada gremio, con lo que daba participación en la
j cosa pública á la mayor parte de sus honrados conciudadanos,
:' interesándoles en su prosperidad.
I Cuántas veces el simple buen sentido es el mejor adminis-
j tradorl La esperiencia enseña más que los libros.
I Los hombres de su tiempo hicieron época, y estadistas co-
mo Don José Ma. Paz, Don Juan Bautista Peña, Don Francisco
de las Carreras, Don Domingo Olivera, el Dr. Ferreira, no tu-
vieron ediciones. Por eso se repite, mirando melancólicamente
al pasado cuando se recuerdan Ministros típicos en la época
de Don Valentín: escrupuloso y honesto administrador como el
General Paz, recto como Alsina, económico como Peña, brillan-
tes inteligencias que aconsejaban desde sus diversos Ministe-
rios ai primer Gobernador Constitucional, y tan joven que tu-
vieron que habilitarle edad para gobernar
Los hombres honrados no se han acabado en el país, pero
el molde de aquellos honestos y desinteresados ciudadanos,
enérgicos y sinceramente patriotas, sin ostentación, se há
roto yá
Por esto, refiriéndonos candidamente sus primeras travesu-
ras revolucionarias, nos decía un día: «En verdad la pri»
mera sangre que expuesta estuvo á correr en esta plaza, por la
revolución de la independencia, fué la de mis nalgas. >
Si estaría bien sentado el señor Ministro de Hacienda D. Juan
Bautista Peña, sobre sólidos principios, quien con tanta firmeza
desde niño los defendía, hasta exponer en grave é inminente
peligro sus asentaderas.
ÍÍ4 tRADlCÍOKES
EL
Tradición del año I8l3
Sefior Doctor E. Cabral
I
La otra tarde husmeando patrios recuerdos entre las ruinas
del antiguo Cuartel de Granaderos, en actual demolición, sobre
las barrancas del Retiro, tropezamos con una piedra algo más
lisa que las amontonadas ó esparcidas á su alrededor.
Visibles trazos en ella, á letras parecidos, nos hicieron aga-
char cerca del hundido umbral de ñandubay, tantas veces atra-
vesado por el Coronel del Regimiento de Granaderos á caballo,
D. José de San Martin.
A poco andar, y no sin escaso trabajo de limpieza y raspadu-
ras en el ennegrecido fragmento, de lápida que debió ser blanca,
conseguimos descifrar estas cuatro letras a b-r-a; y deletreábamos
aóra, cuando ua ¡cierre! más grande que un susto, á nuestra
espalda lanzado con voz de pocos amigos, por el muletero, hí-
zonos levantar la cabeza. ~
Nada había que cerrar, pero dejando caer la tranquera im-
provisada entre apilados ladrillos: — ¿De dónde es esta piedra?
interrogamos al cancerbero cara de mulita, y más sucia que la
quedaba vuelta á la inmensa rueda, fabricando polvo histórico,
al triturar en su pesado jiro, ladrillos de verdadera historia.
— Mi no entendí; io non parlo niente, contestó.
DE BUENOS AIRES 22$
— Pero hombre, tú solo no hablas aquí, donde todo habla, en
plaza de tantos recuerdos, cuna del {célebre Regimiento que
más dio que hablar, y aun que gritar á los maturrangos. ¿Tú
enmudeces, donde hasta las piedras hablan?
Pero, todo esto era griego puro para el napolitano picape-
drero, y más por señas y propinas, lenguaje en todo el mundo
comprendido, que por palabras ó discursos, conseguimos acaba-
ra de desenterrar la borrageada piedra, en cuyo carcomido
extremo de la derecha llegamos á descubrir una C. De cabra,
á cabro ó cabrito poco adelantábamos, y aunque ni cabrones
suelen ser escasos, oficial alguno de digna recordación se llamó
Cabra. Muy valientes sí hubo: Toros, Vacas, Lobos, Corde-
ros y Leones, pero ningún oficial de Granaderos apellidóse Ca-
bra, ni sobre la tumba de cuadrúpedo semejante pudo tal epitafio
inscribirse.
Sin duda, una ó más letras faltaban, y prosiguiendo nuestra
paciente investigación, la fecha más abajo descubierta — 1813 —
vino á darnos la clave.
El tiempo, en setenta años se había comido con lo demás
de la inscripción una /, y así restaurada, su lectura progresi-
vamente, completábase de aóra^ cabra, Cabral,
Eurekal exclamamos. Ya apareció aquello.
Petrus, tú eres piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia,
dijimos como el buen Dios, cuando andaba por la tierra; y así
sobreestá piedra de mi ultimo tropezón, la presente tradición-
cilla escribiremos, que á recordarnos viene otra histórica incursión
veinte y seis años atrás, y otra arruinada lápida de campo
santo.
Y como fué dable restablecer un nombre histórico, que la
intemperie borrara, de una á otra investigación exhumamos
hazaña inmortal de olvidado héroe de segunda fila, á quien
después de muchos años, á las puertas de la gloria, co-
mo centinela perpetuo, esperando el héroe que salvó, hoy
los valientes correntirios levantan digna estatua, fundida en el
bronce del cañón que al darle muerte, le dio vida en los eter-
nos fastos de la patria histrioa.
II
Entre los veinte y ocho denodados fundadores de San Juan
de Vera de las siete Corrientes, defendiendo con tezon admi-
rable la Cruz de los milagros, uno venía con el nombre de Juan
Cabral. El mismo nombre, y sobre el mismo local, distinguién-
226 TRADICIONES
dose por igual virtud, predominante en su raza, nada nos impide
ver en ese primer Cabral, en Corrientes, al abuelo del abuelo de
nuestro Juan Bautista.
Otra tradición recuerda el padre de éste, D. Francisco, casado
con Carmen Robledo, después de ser fiel servidor de la antigua
familia de Cabral, en la Provincia de Corrientes, hallarse algún
tiempo en la estancia de Matorras, cerca de Yapeyü, donde D.
Juan de San Martin, por entonces Gobernador de Misiones,
tropezó con la cara mitad que le había de dar aquel hijo cuyas
hazañas le inmortalizaran.
Desde su llegada á Buenos Aires, San Martin le distinguía.
No lo sacó de asistente, pero bien pronto le hizo clase. Del
Departamento de Saladas (en Corrientes), lo mandó el Gober-
nador Luzuriaga, en el contingente pedido á las Provincias, el
aflo doce. Su viveza y natural inteligencia le hizo subir á cabo
instructor antes de concluir ese año, y por su puntualidad y dis-
tinción llegó á sargento el siguiente.
Era un bizarro granadero de más de dos metros de alto, su
aire marcial y gentileza, y acaso el recuerdo de ser hijo de
uno de los viejos servidores de su padre, que en Yapeyú más de
una vez entretuvieran los juegos de su infancia, con los cuentos
de las guerras fantásticas de guaraníes y mamelucos, le atrajo
cerca de sí.
Él mismo le aleccionó en los primeros pasos, hasta hacerlo
instructor de reclutas, y puso en sus manos el corvo filoso de
los Granaderos.
Alto, grueso, bizarro, de robusta contestura, el gallardo sar-
gento seguía en todas partes, como la sombra al cuerpo, á su
Jefe y protector, y por esto fué quien en su primer peligro pudo
de más cerca protejerlo .
III
Con las primeras luces de la mañana del tres de Febrero
de 1813, subía ligera columna expedicionaria desprendida de
las fuerzas españolas situadas en Montevideo, las barrancas de
San Lorenzo, por la bajada del Puerto.
Pitos y tambores tocaban á vanguardia. El Capitán Zavala
á la cabeza. Desplegada la bandera al centro y dos pequeños
cañoncitos de á cuatro, rodando á los extremos, dirijíanse los
invasores ápaso redoblado y tambor batiente hacia el Convento,
quinientos metros distante.
No bien ascendian las ultimas filas, cuando la columna toda
fué paralizada como por choque eléctrico.
Dfc BUENOS AIRES 22/
De atrás de las tapias del Monasterio desembocaba á galope
tendido un escuadrón de caballería, y voz sonora de mando se
oyó, en la de San Martin, que ordenaba: «¡A la derecha en
batalla! Sable en mano, carabina á la espalda Trote —
galope — á la carga
Y su gallarda figura descollando al frente de la primera com-
pañía del primer Escuadrón del Regimiento de Granaderos á
caballo, fué la primera en estrellarse contra el enemigo.
Este, pasado el aturdimiento de la sorpresa, oyó la voz de
su Jefe: «A formar martillo!» Y muy luego: «A discreción!
fuego graneado! Rodilla en tierra la primera ñla, recibió los
caballos en la punta de sus bayonetas, mientras las balas de
la segunda desmontaban sus ginetes.
Dividido en dos columnas iguales^ el Escuadrón de Gra-
naderos, saliendo por derecha é izquierda debían cerrar sus
dos mitades el círculo, en el centro del enemigo, donde previ-
no San Martin daría sus segundas órdenes. Pero, teniendo que
recorrer mayor distancia la segunda compañía, al mando del
Capitán Juan Bermudez, quien flanqueara mientras el Jefe
atacara de frente, retardó breves momentos.
Al desembocar, mayor sorpresa fué para la infantería, que
supuso todo el enemigo el ya contenido.
Aquel torbellino de acero, reflejando los rayos del sol na-
ciente tras las verdes islas del correntoso Paraná, aparecía
cual abalancha humana que se despeña, llevándose todo por
delante, y desbarrancando con el encuentro de sus briosos cor-
celes de guerra, los aturdidos invasores.
El choque era espantoso. Ruido de sables y espuelas, fusi-
les agarrados por el caño, cuyas culatas se estrellaban contra
las cabezas de caballos encabritados, derribando á pechadas los
heridos, dominado todo por las voces de mando: cA formar el
sólido! Grupos de á cuatro contra caballería! Fuego graneado,
repetía Zavala». Y caballos disparando sin ginetes, soldados
arrastrándose por el pasto, culatas en alto atajando lluvia de
sablazos, lamentos de caídos, gritos de lucha, choque de armas,
y disparos de fusilería, el fragor de la refriega, á intervalo en-
sordecido por los estampidos del cañón, formaba todo espan-
tosa confusión
IV
Desde sus primeros tiros habian sido felices para los invaso-
res. Fragmentos de metralla llegaron á herir el caballo de
San Martin, y al desplomarse le apretó la pierna derecha.
228 TRADICIONES
Reconociendo oficial en tierra, uno de los más altos gra-
naderos españoles, Sargento Almava, avanzó á ultimarlo, cuan-
do íué alzado en la lanza de Juan Bautista Baigorría.
Otros infantes se desprenden para matarlo, mientras que á
pechadas hacen claro los granaderos, al rededor de su Jefe.
Tan cerca cayera de la línea enemiga, que Zavala sospe-
chando en él al Jefe, avanzó tirándole varios hachazos, del que
no pudo desviar el ultimo, llegando á herirle de refilón en la
mejilla.
Pero, el Sargento Cabral, aunque ya herido, viéndole en inmi-
nente peligro, echa pié á tierra, ata á la cola de su caballo el
de San Martin, y así safado, arrástrale en sentido contrario, de
tal modo salvando con su jefe, el Gran Capitán de la Indepen-
dencia Americana.
En cuanto pudo éste ponerse en pie, creyendo sin duda la
acción perdida, gritó ásus Ayudantes Larrea y Escalada: c Va-
yan á morir, cumpliendo su deber!»
Otra descarga volteó varios soldados y caballos, y viendo
entre el pasto nuevamente herido de un bayonetazo á quien tan
heroicamente debía la salvación, ordenó á su asistente le reti-
rara del campo.
Conmovido Cabral, contestó: cNo se ocupen de mí, somos
pocos, á concluir con los maturrangos; déjenme. Muero contento
por haber batido á los enemigos. ¡{Viva la patriall
Volvióse á oir el corneta de órdenes, y en seguida el toque de
carga. El Escuadrón reunido penetró como cuña la columna.
De su centro arrebató con la vida de su porta, la bandera es-
pañola, el Alférez Hipólito Brouchart; y el segundo Jefe que la
mandaba, en el calor de la lucha, persiguiendo grupos dispersos,
se desbarrancó con su caballo, muriendo dias después de resul-
tas de sus heridas.
Mientras que el teniente D. Mariano Necochea, y el Alférez
D. José Fernandez, sableaban aislados grupos por un lado, el
Alférez Pacheco (después General), D. Manuel Escalada (Ayu-
dante), el cadete D. Pedro Castelli, D.Juan Estévan Rodriguez,
los oficiales Julián Corbera y Vicente Mármol, se distinguían
heroicamente por otro; y como Cabral, San Martin y Bermudez,
caía herido el teniente Diaz Velez.
V
Gritos, ayes y Víctores, todo sigue en confuso remolino, y
apagados los fuegos de los dos cañones por la ultima carga de
DE BUENOS AIRES 229
caballería, el combate á arma blanca se prolongó entre los crio-
llos^ quienes más diestros en el cuchillo, desmontaban, para
hacer uso de él, y los infantes corraín por las barrancas á refu-
jiarse bajo el fuego de sus buques, cayendo muchos al agua.
El cañón de abordo, tirando por elevación, empezó á oirse con
largos intervalos, mas cual fúnebre salva del poder que allí con-
cluía á las orillas del Plata y Paraná, después de trescientos
años de dominación, al tiempo que con las dianas de su primer
victoria anunciaban los clarines de Granaderos:
cSe levanta á la faz de la tierra
Una nueva y gloriosa nación.»
La lucha había sido desigual, y mientras el vencedor de Ta-
cuarí y Paraguarí, Capitán de Artillería Urbana, viscaino D.
Juan Antonio de Zavala, á la cabeza de doscientos cincuenta
hombres desembocaba con dos cañones de la escuadrilla de
Montevideo, y robando animales para el abasto de la sitiada pla-
za de Montevideo; San Martin con solo ciento veinte reclutas
tomó la artillería, cajas y banderas, recojiendo sobre el campo
cuarenta muertos, catorce prisioneros y cuarenta fusiles.
Zavala también había sido alcanzado por la lanza de Baigor-
ria, y herido en la pierna derecha, como sus dos oficiales Martí-
nez y Márquez.
La victoria no pudo ser más completa, si bien en aquel bau-
tismo de sangre el Regimiento de Granaderos, que dio los me-
jores jefes de los Ejércitos de la Patria, al ser ungido con el
óleo sagrado de la victoria, contara entre catorce muertos la
pérdida de los beneméritos oficiales Bermudez y Diaz Velez.
Este fué el único prisionero, al día siguiente cangeado con-
juntamente con dos paraguayos tomados en una pequeña em-
barcación que descendía el Paraná; y uno de ellos, D. Félix Bo-
gado, llegó á ser el ultimo jefe del Regimiento que allí escribía
su primera página de gloria, y quien regresó después de ca-
torce años de batallar continuo al mando de sus restos, entre
los que tan solo volvían catorce de los fundadores. . • . ....
VI
. . . Como á ochenta leguas al Norte de Buenos Aires, su-
biendo el majestuoso Paraná, cerca del arroyo de San Lorenzo,
230 TRADICIONES
que dio nombre al glorioso campo, sobre barrancas á pique
se alzaba aislado el colegio de San Carlos, Convento de fran-
ciscanos hoy, después de multíplices trasformaciones.
Pero capilla, iglesia, monasterio, hospicio, Convento, colegio,
villa, siempre fué refugio, y campo de gloria y de descanso.
Hace ciento doce afios Fray Juan Matud, virtuoso y perse-
verante aragonés de las misiones de Valdivia, salió del colegio
de Clillan, consiguiendo, no sin ímprobo trabajo, una derruida
capilla en la Estancia de San Miguel (Rosario), para levantar
sobre sus escombros otro Convento de propaganda.
En 1775, firmóse en Aranjuez la cédula de su creación, pero
recien el 1° de Enero de 1780 pudo el laborioso Matud tomar
posesión, con dos religiosos y un lego, de la abandonada capi-
lla de los jesuítas, y todavía hasta seis años más tarde no con-
siguió nombrarse el primer Guardian en el ex-custodio Fray
Francisco Altolaguirre dándose principio á la vida conventual.
En 1797, se abandonó la antigua capillita para trasladarla á
los ricos campos abundantes en leña, pasto y agua, donde se
empezó el actual Convento bajo la misma advocación de Cole-
gio Apostólico de San Carlos de misiones franciscanas de pro-
paganda, centro hoy de un floreciente pueblo y una de las futu-
ras capitales mejor situadas.
Maliciosas tradiciones cuentan, que no solo la fé propagaban
los buenos padres por aquellos alrededores, en los descansos
de tan espinosas peregrinaciones.
De los diez monjes allí enclaustrados en 181 3, solo el padre
Cortina y el lego Echagüe eran del país. Pero, apesar de ser
españoles, y acaso, por ser de tan generosa raza, su religión
protegía á todos, amparados por una misma caridad, y así in-
vasores é invadidos fueron por ellos auxiliados.
Su guardián. Fray Pedro García, acompañaba en la madruga-
da del combate á San Martin, que desde el campanario obser-
vaba el desembarco, y en cuanto fué abierta una herida, cien
manos corrieron á cerrarla. Desde el Prior hasta el portero,
no tuvieron momento de descanso, y toda clase de socorros
les fué generosamente ofrecidos.
Al día siguiente del combate de San Lorenzo, en la celda del
Presidente, tendido en el más confortable catre, descansaba San
Martin de sus fatigas, herido y contuso, rodeando el lecho sus
ayudantes, mientras que en la contigua, y antes de llegar el
Dr. D. Cosme Argerich, asistía al bravo Capitán Bermudez, el
Párroco del Rosario Dr. D, Julián Navarro.
DE BUENOS AIRES 23 I
VII
Otra era la escena en el refectorio, pues entre legos y por-
teros, asistentes, milicos y paisanos allí refujiados mientras
arreglaban la mesa de mantel largo, con que los frailes querían
festejará los vencedores, nueva batallase trababa, echando pa-
nes sobre la mesa, y bravatas por todas partes.
— Yó maté dos, dijo un semi tísico que no tenía cara de ma-
tar una mosca.
— ^Apunte la matanza, pero no de platos, que ya vá un pla-
tal en la que ha hecho el borrachin del cabo Palominos, observó
el obeso limosnero del convento, aunque en lo mugriento todos
los del hábito color perdiz parecían lo mismo, es decir limos-
neros.
— Pues, yo tres, replicó otro de esos guapos de postre, des-
pués de la tormenta, y si no es por mi oficial que me llamó á
las filas, no queda maturrango con vida, al que no dejé
perni-quebrado de un mandoble, lo desbarranqué de un caba-
llazo, agregó el que de comedido se había incorporado á la
patriada.
— Eso no es nada, añadió el quintero del Convento, que des-
pués de la tremolina había andado robando á los muertos, yo me
he despachado por lo menos siete, y más
— El enemigo! dijo el vigía de la torre, entrando precipitada-
mente donde está el Coronel. El enemigo á la puerta!
Enemigo dijistes! y pata plum
El más guapo de estos matasiete de sacristía, se escondió bajo
la mesa, y encontrando abierta allí la trampa de la cueva
subterránea, á la bodega cayó con más susto que peludo perse-
guido, y tan morrudo lo tomó, prendiéndosele al barril de amon-
tillado con que tropezó, que borracho como una cabra y ten-
dido entre charco que se le antojó de sangre, peleando siguió
entre sueños. Sin duda el ruido de platos y botellas, y gritos
y vivas, ayes de víctimas destripadas figurábansele, pues cuando
pasó con la tranca el susto, salió otra vez muy guapo de su
escondite, y á contar iba de nuevo todas sus víctimas en la
segunda batalla, cuando otro lego no mucho menos borracho
que él, díjole no había habido tal segunda batalla, ni más
muertos que las gallinas del corral, entre las que casi se conta-
ba él ....
Cuando se anunció á San Martin, que el jefe enemigo, á la
puerta del Convento, pedía hablar, no dejó de sorprenderle tan
232 TRADICIONES
inesperada visita. A pesar de su carácter seco y circunspecto, y
su seria cara de pocos amigos no le impedia ser jovial en la
intimidadle incorporándose sonriente exclamó: cHombre, ven-
drá por el vuelto! que pase».
Y acto continuo se presentó Zavala, alto, bizarro, con el re-
trato del Rey en el morrión, y colorada franja punzó de su pro-
pia sangre, sobre el pantalón blanco.
Venía de parlamento, solicitando se le permitiera comprar
algunos víveres para los heridos, y más que por esto, por
apretar la mano de su propio adversario.
San Martin, á quien sabiendo tocar las nobles ñbras de su
corazón pocos le igualaban en hidalguía, al momento dio orden
de facilitarle cuanto precisara, pidiendo hiciera bajar á sus ofi -
ciales heridos para ser atendidos á la par de los suyos, invitán-
dole momentos después pasara al refectorio, donde los vinos
generosos de la bodega del Convento animaron el improvisado
festín entre vencidos y vencedores, frailes y militares.
VIII
En medio de éste se hallaban, y acaso demasiado exaltados
por el vino y la victoria, cuando el choque de platos y cristB-
les, de risas y alegre chachara fué interrumdido por el triste
tañido de la campaña como un lamento, doblando á muertos.
Entonces San Martin, parándose conmovido, dijo: «Com-
pañeros! El deber ante todo. Bueno es aplaudir la heroici-
dad de los vivos, pero no olvidemos el sacrificio de los que
murieron. Por su esfuerzo alcanzamos la victoria. Ayer fui
alzado en peso y arrastrado por un heroico soldado, nacido en
los bosques que yo nací, quien al salvar mi vida perdió la suya;
voy á alzar por ultima vez á ese bravo, cuyos restos dejo al
cuidado de estos buenos religiosos)).
Y dejó la mesa, y bajó con dificultad cojeando al jardin, y
atravesando la huerta condujo por sí mismo, acompañado de
sus ayudantes, los restos del sargento Juan Bautista Cabral y
Robledo.
Iban cubiertos por el uniforme de Granaderos. Alto mor-
rión con escamada carrillera de metal y verde pompón sobre
la frente, larga casaca azul de vivos encarnados, con palas de
bronce y botonadura dorada. Sobre pantalón azul, la empi-
nada bota granadera, y sus ríjidos miembros, amortajados
en su amplio capote gris de campaña. Siguiendo el fúnebre
acompañamiento, tras los restos de Cabral, su tordo caballo de
DE BUENOS AIRES 233
guerra, también herido, era conducido al paso, llevando las ar-
mas caídas, pero no rendidas, del brazo de aquel cuya heroica
hazaña solo la muerte pudo paralizar.
Y tras el soldado el caballo, y en pos de éste el fiel perro del
Regimiento, (al cuidado de Cabral), quien sin saber lo ocurrido
seguía cabizbajo, y sus tristísimos ahullidos acentuaban la me-
lancólica armonía con los dobles de la campanita en esa nublada
tarde de Febrero.
Cerca del umbroso pino que la brisa mece, produciendo
quejumbrosos gemidos, hacia el estremo N. O. de las tapias del
Convento, sepultóse á Cabral, cuyo Jefe declaró el primer gra-
nadero.
IX
Fué uno de los fundadores del famoso Regimiento, y su pri-
mera víctima.
Coincidencia única para San Martin. A su lado estaba el
adversario que veinte y cuatro horas antes le había herido, y á
su pie exánime el bravo soldado que le salvara.
Hace ya un cuarto de siglo, un día como hoy, nublado, triste
y lluvioso, paseando las históricas barrancas de San Lorenzo,
cierto viejo monge de aquel vetusto Hospicio, nos refería,
sentado al pie del añoso pino, diversas tradiciones antiguas de
la solitaria comarca.
Y las presas del pirata correntino, quien desde las nueve
vueltas hasta la cancha de San Lorenzo, tenía todo asolado,
la Salamanca de las barrancas del Paraná, y la Bruja del Con-
vento, con todas las consejas que la ignorancia de sencillos cam-
pecinos dá forma, nos había minuciosamente detallado, cuando
entre silvestre yerba, cerca del corpulento árbol, descubrimos
una lápida derruida.
Entonces tomando pie de aquel epitafio, nos refirió lo que
sabía de Cabral.
Buscando después antecedentes en nuestros desorganizados
archivos, encontramos el decreto, por el cual, á pedido de San
Martin, le honró el Gobierno.
La breve pero heroica jornada de San Lorenzo, fué el ensayo
de aquel famoso Regimiento que legó hermosas páginas, y de
donde salieron diez y seis de los más notables Generales, sesen-
ta Coroneles y doscientos oficiales, gloria y prés del Ejército
Argentino, llevando su bandera victoriosa desde el Plata al
Ecuador,
234 TRADICIONES
Todos los que sobrevivieron al combate, recibieron un grado,
ascendiendo San Martin á Coronel.
Para los muertos hubo palmas y honores.
A la memoria del Sargento Juan Bautista Cabral y Robledo,
por decreto del seis de Marzo de 1813, se mandó grabar su
nombre en una piedra incrustada sobre el frontis del cuartel,
con esta inscripción:
*Juan Bautista Cabral, murió heroicamente en el campo del
honor».
Allí permaneció muchos años.
Caida y undida cerca de la entrada, fué un fragmento de ella
con el que tropezamos, visitando las ruinas del Cuartel de Gra-
naderos, como en 1861 habíamos casualmente descifrado la
arruinada lápida del modesto cenotafio, bajo el que San
Martin dejó, descansando sus restos en el Campo Santo del
Convento, á pocos pasos de donde cayó sin vida.
X
Desde entonces en periódicos y folletines, tradiciones y Revis-
tas hemos recordado este héroe, que fuimos los primeros en
exhumar.
Cuando se levantó frente al Cuartel la estatua ecuestre de
San Martin, propusimos se grabara su nombre al pie de ese
monumento.
Cuando se erijió otra estatua á Belgrano, recordamos el deber
de revivir héroes humildes de entre las filas de soldados, sin
olvidar hazañas cual las del negro Falucho, y el correntino
Cabral.
•
El Coronel Viejo-Bueno tuvo la patriótica inspiración de
hacer fundir en el Parque Nacional el modelo de Romaironi, y
desde que saludamos sus toscas facciones en el bronce inmor-
tal (Exposición de 188Í), insinuamos debía ser colocada en la
plaza pública de su provincia natal.
Hoy queda allí como centinela perpetuo de esa tierra de
bravos, donde San Martin y Alvear vieron la luz.
Por muchos años en la revista de tarde, el brigada de la com-
pañía á que había pertenecido, al pasar lista, llamaba en alta
voz: «Juan Bautista Cabral».
A lo que contestaba el Sargento más antiguo: «Murió en el
campo de honor, pero existe en nuestros corazones Viva
la Patria Granaderos!!»
Viva que era repetido por toda la compañía.
DE BUENOS AIRES
23S
La visita histórica al campo de batalla de San Lorenzo, y
las ruinas del Retiro, como las conversaciones con los señores
Grenerales Zapiola, Escalada y Pacheco, son los recuerdos que
nos han servido para trazar su tradición.
Recojamos el digno ejemplo que nos legó por su au-
dacia y abnegación este modesto paisano de la campaña de
Corrientes. Su gloria es del pueblo como su orijen.
Que el grito de todos los argentinos, en la paz como en la
guerra, sea siempre unísono y unánime el del Sargento Ca-
bra! .
¡¡Viva la Patria, compañeros!!
236 TRADICIONES
mu m ¡m t henw
Tradición de 1816
Sr. Coronel D. Rufino Ortega
I
¿Cuál es la signiñcacion de este adagio?
¿Será, como otras muchas, frase sin estricto sentido? ó algún
tesoro anda por ahí estraviado entre San Juan y Mendoza?
Recien leemos el decreto nombrando comisión de sabios
para que salgan á buscar, no bueyes perdidos, sino límites na-
turales ó arcifinios marcando definitiva frontera entre San Juan
y Mendoza.
En la célebre velada de Antaño, de que esta tradición es re-
portaje, esbozando más de un grupo, que por poco pasó á ser
grupo histórico, dijo un quidam dado á investigaciones de di-
chos y hechos.
— Claro está, en esa tan larga y arenosa travesía donde ni
sombra se encuentra, no hay frontera ñja, pues ni es la zanja
del Ramblon, pretendiendo separar las dos primas cuyanas,
que juntas corren parejas, cual los rios San Jiuin y Mendoza,
á la larga en uno confundidos, y como nunca tuvieron cuestiones
por cuarta más ó menos, ni celos ó chismes de barrio, cítase
de ejemplo en muchas cosas vagamente terminadas en límites
indecisos, repitiéndose, que andan así como entre San Juan y
Mendoza.
t>E BUENOS AIRES 237
Otro más leído, agregó: «No tal, me lo contó mi abue-
la^ . . • . • • ,
— Tan buen vino llegaron á hacer los frailes catamarque-
nos, cuyo primer pie de viña de Cuyo robaron, pretendiendo no
dejarnos viña en pie, que al probarle catador cuyano, dijo, pa-
leándolo con agridulce semblante: «Bueno ha salido el vinillo,
como entre el de San Juan y Mendoza».
Otros cuentan que el lego Clarete, dado á refranes, y acaso
el más borrachin de la comunidad, agregó en la reunión de
marras:
— No, señores! que deletreado lo hé en nota marginal garaba-
teada sobre viejo misal apolillado, del Convento, que, divisando
á Noé subido á la parra y haciendo eses, corrió el perverso de su
hijoá contará sus hermanos: «padre anda entre San Juan y
Mendoza», lo que entonces de refrán quedó, repitiéndose al
pasar cada ñeque dando traspiés.
«A no menos lejano oríjen remóntase el de semejante dicho,
aplicado al primer borracho, por la historia recordado.
Mentirola, y no Clarete, debieron llamar á tan avispado mo-
naguillo ... ....
Mientras desvisto una de esas hermosas de tinte topacio (vino
de Mendoza), tan semejantes á las rubias hijas del Rin, de lap
gui-cuello, preñadas de néctar color de oro, armemos el ci
garrito, abriendo paréntesis al parrafito histórico
II
En seguida que los hijos de la tierra corretearan á los in-
gleses que husmeaban ésta como buena presa, observaron ya
la vieja España algo caduca para mandarnos desde tan lejos.
Todavía las paredes no tenían oídos. Algo sorda en su cho-
chez no llegaba el eco de tan distantes subditos á los de
España, y apenas si llegó el del cañón de Chacabuco y de
Maipo, más ya era tarde. Pasado había de moda el papel
de subditos, al que mal nosavenimos en trescientos años.
Bendita época aquella del gorro frigio, y del ; Viva la Patria!
Pero no debemos quedar siempre mirando para atrás, sino
alzar la vista bien alto, y ver lejos, no nos suceda lo que á la
otra, tanto decantara aquello de que en sus vastos domi-
nios no llegaba á ponerse el sol, que de mucho mirarlo se
238 TRADICIONES
quedó á oscuras, y hereditaria enfermedad dejó casi bizcos
á sus descendientes.
Bien que aquellos buenos padres, que nos dieron patria, eran
más pobres que Aman, nó que D. Aman Rawson, avecinado
por los tiempos de esta tradición entre San Juan y Mendo-
za, legándonos un tesoro de ciencia en su elocuente hijo Gui-
llermo, sino del Viso-Rey de Persia, al siguiente día de quebrar
platos con su Soberano Assuero. ¡Cuan cierto es que la cons-
tancia y el trabajo hacen brotar tesoros hasta de las mismas
piedrasl
• •
III
A punto estaba de terminar su formación el ejército de los
Andes en el célebre campamento de Piumerillos (ciénaga hoy
abandonada á la salida, hacia el norte de la ciudad).
Toros y cañas, sortijas y carreras, bailes y banquetes, jue-
gos y Te Deum, músicas y repiques, cohetes y campanas, em-
banderamiento y luminarias, globos y buscapies, ó busca ca-
bezas, todo se agotaba ya en los últimos adioses del ejército, pron-
to á levantar campamento.
Era este más visitado que nunca. Por las tardes á la hora
de lista, las señoras Escalada de San Martin y Cavenago de
Luzuriaga acompañadas de las jóvenes más entusiastas, concur-
rían 4 oír música y palabras bonitas en alegres cabalgatas, pa-
triotas amazonas que electrizaban con su presencia y gentileza
á los valientes soldados en vísperas de partir.
Por las noches, serenatas y tertulias de conñanza (cual no
volverán), reunían la brillante oficialidad, dejando más de un co-
razón aprisionado, ó enredado entre negros cabellos.
Resultado de tantas idas y venidas, cantares y cabalgatas,
listas y revistas fueron los casamientos (durante la formación del
ejército), de los bravos oficiales Berutti y Regalado de la Plaza
— Frutos y Ramayo — Pedriel y Nazar — Torres — Millan — Are-
llanos — etc., etc.
Otros quedaron comprometidos para la vuelta, aunque el
soldado no siempre tiene vuelta.
Regresaron sí. La val le — Olazabal— Soler, á rendir sus laureles
á los pies de bellas hijas de los Andes.
Y qué beldades! Algunas hubo como las de Correa — Molina
— Corvalan — ^Jurado —Sosa — Sotomay or — Godoy — Benegas —
Moyano — Delgado- Segura Videla — cuyas flexibles cinturitas
DE BUENOS AIRES 239
parecía cortara la ráfaga del zonda, al galopar, y palmitos de
tentación que hacían exclamar:
«Canela y azúcar fué
La bendita Magdalena» .
No en balde cantó después el poeta Mármol :
.... cLa hermosa mendocina
De cabellera negra y tez alabastrina».
Mas, dejemos tanta belleza para capítulo aparte, que la boca
se hace agua, y bisnieta de aquellas conocemos, reviniéndose
de curiosidad por dar con el por qué del dicho, en entre dicho
El genio fecundo del General San Martín, y el entusiasmo
de los patriotas mendocinos hizo prodigios, creando elemen-
tos para equipar el gran Ejército, suministrando cuanto necesi-
tara al escalar tan empinadas escabrosidades y pelear por todo
descanso, coronando la jornada brillante victoria.
Cooperación de la Nación entera, formó la base de Ejér-
cito de los Andes, pero fué Mendoza inagotable fuente de
recursos infinitos. Sus hombres le alimentaron, (los que no
formaban en sus filas, ) y sus mujeres vistieron aquellas legio-
nes de héroes que flamearon la bandera de la libertad de un
mundo, sobre su mayor elevación
Los niños se hacían soldados, y los soldados — héroes. Las
niñas de las Escuelas cortaban vendas y fajas, y las mujeres
cosían.
Las ricas convertían sus joyas en fu.siles, como hicieron en
Buenos Aires Doña Rufina Ortega, Doña Remedios Esca-
lada, y otras ; mientras que las pobres deshilaban sus ená
guas, trasformando el lienzo en compresas.
Hasta los frailes entusiastas, como el célebre Luis Beltran.
convertíanse en mecánicos, organizando maestranzas y fundi
ciones, y soldando alas á los cañones que volaron sobre las
más altas cimas de la tierra.
La solemne bendición de las banderas para entregarlas al
Ejército, se aproximaba. Seis dias de gorgorio duraron las
fiestas.
En San Juan, en San Luis, en Buenos Aires, habíanse bor-
dado unas. Otras preparaban en Mendoza las familias de
Godoy, Corvalan, y la más hermosa mendocina de su tiempo,
señora de Molina, á quien por su belleza seguíasele en el
paseo y cuantas veces salía á su puerta de la esquina de la
plaza.
1
24Ú TRADICIONES
IV
Se ponía el ultimo sol de Diciembre, el año que en medio
de horizontes oscurecidos, y situación preñada de conflictos y
dificultades los padres de la Patria desde el pie del Tupun-
gato declararon nuestra independencia, haciendo saber al
mundo era la voluntad soberana del pueblo que representaban,
no inclinarse ante otro trono que el de Dios, ni ante otra ma-
jestad que la del pueblo Soberano.
Trasponíase el sol de 1816 entre torvas nubes pardas, para
levantarse el naciente sol de Chacabuco en los primeros dias
de 1817.
La ultima ceremonia sería imponente.
Y era el cinco de Enero de ese nuevo año, cuando el ejér-
cito de tres mil hombres, de gran parada, formaba en la plaza
principal.
San Martin, al pie del altar elevado contiguo á la puerta
lateral de la Matriz, descollaba por su gallarda ñgura entre las
de su brillante Estado Mayor.
Formaban éste, Soler — Balcarce— Luzuriaga — Godoy Cruz
— Zapiola— Olazabal — Layalle — Escalada— Quintana — nom-
bres dorados por destellos de gloria cual cumbres más altas
que los primeros albores sonrosan.
Banderolas y gallardetes de todos colores, poblaban los aires,
y los alamares, las avenidas y los árboles más corpulentos.
Damascos, tapices y colgaduras pendían de puertas y azoteas.
Las más bellas señoritas, de azul y blanco vestidas, coro-
naban todas las alturas. Los niños de las Escuelas con los
colores de la patria en bandas y banderolas, y sus Preceptores.
Medeiros y Morales, ( los dos Franciscos, ) padres intelectua-
les, de dos generaciones de mendocinos. El futuro Doctor
Estrella llevaba el estandarte. A la derecha del altar un
grupo de descendientes de los fundadores. La casualidad
reunía miembros de las familias de Castillo — Villarino — Lemos
— Coria. A la izquierda, jóvenes oñciales mendocinos prece-
didos por el cirujano de Granaderos Doctor Zapata — Villa-
nueva — Morón — Corvalan — Correa— Godoy — Chenaut — Moli-
na y Videla.
Los niños cantan.
Los ancianos lloran.
El Ejército presenta las armas. Los tambores baten
marcha.
DE BUENOS AIRES 24!
El General en Gefe tomando la bandera de la patria de
manos del Capellán Castrense Doctor Giraldes, que acababa de
bendecirla, avanza hasta el borde del tablado, y dice con
voz vibrante.
i Soldados ! Esta es la primera bandera independiente que
se bendice en América. Juráis sostenerla, muriendo en su
defensa, como yó lo juro ?
Lo juramos ! respondieron cuatro mil voces
Y las tres descargas de ordenanza resonaron, y salva de
veinte y un cañonazo se siguió. Y cohetes, bombas y cam-
panas atronaron los aires, y el cañón retumbó al pie de los
Andes, como eco precursor de la próxima victoria.
' Aquel dia fué completo. Bendición de banderas por la ma-
ñana, corrida de toros por la tarde, baile suntuoso á la no-
che . . .» , ,
Qué toros, y qué toreros I El Capitán Mansilla descollaba
entre los capeadores; Don Juan Lavalle, éntrelos picadores.
El Capitán Nazar, primer espada; O'Bríen, ( futuro General, )
engrillado con cintas de seda saltó al bicho, — y Don Juan Após-
tol Martínez Capitán de Granaderos á caballo, el más travieso
genio y mejor catador de pisco, cabalgó sobre el toro, desnu-
cándole de una puñalada. Isidro Suarez, el héroe de Junin,
fué quien más se lució como enlazador. Los dos amigos, te-
nientes entonces, Francisco Crespo y Venancio Ortega, desco-
llaron en lucidas suertes
Por la noche, y como de sobremesa, en la de mantel largo
con que el Licenciado Don Manuel Ignacio Molina, (casa donde
se hospedó siempre San Martin en sus siguientes viajes, comi-
sionado de Cuyo que mandó más recursos desde Buenos Aires,
dineros, armas y auxilios que todos los demás comisionados
juntos), celebraba á la Virgen del Carmen, proclamada solem-
nemente esa mañana patrona del Ejército de los Andes.
Fué á los postres que ocurrió al opulento señor de Vargas,
introductor del primer ..carruage y la primer banda de música,
traer de nuevo la cuestión — entre San Juan y Mendoza, y el
auditor Dr. Vera, con más latines que Lársen, vació toda su
ciencia en las referencias predichas, recordando el convite de
marras. Siguióle el primer Rector del Colegio de la Trinidad,
que no atinó á agregar nada nuevo, cuando Don Pedro Molina,
segundo Gefe del Batallón de « Cívicos Blancos » , agregó, que
la mayor parte de sus soldados con tantos dias de chirivanga
seguían esa noche banboleando, entre Satt Juan y Mendosa,
242 TRADICIONES
Interrogado detenidamente el poeta Godoy, por el Doctor
Rosas, que et-a hombre de mucho peso, contestó con el si-
guiente apéndice histórico en que después de tanto burogear
entre anales patrios llegamos á descubrir el secreto.
« Quien abra cualquier historia del país, convenceráse no
reconoce otra razón tal adagio que la repetida por mí com-
padre :
«Entre San Juan y Mendoza no solo poblaron estos desiertos,
dejados de serlo por la propagación de Juanes y Mendozas,
sino toda la región argentina, y casi la mitad del nuevo mundo.
«Aunque el cuento es viejo, prueba al canto, que la tradi-
ción ratiñca la historia.
«Desde Don Pedro de Mendoza, primer adelantado del Rio
de la Plata, quien trajo del mismo sobre nombre y familia, á
D. Diego, D. Francisco, D. Gonzalo y D. Antón, como pri-
mera andanada de andaluces, introductora del garbo y exa-
geración que heredamos, hasta D. Andrés Hurtado de Men-
doza, primer marqués de Cañete, quien poco después gober-
naba los Reynos del Perú, desparramaron más Pedros y Jua-
nes, Mendozas y Mendocitas en Perú, Cuyo, Paraguay y
Buenos Aires, que mala semilla.
«Hasta el interior de Santiago, llegó de Chile en un respiro
que le dieron los araucanos á D. García Hurtado de Mendoza,
hijo del Virey ante dicho, otro Antón de su ralea, mandando
á D. Pedro del Castillo con los cien bravos que echaron los
cimientos de esta ciudad á la ribera del río, que desde la cum-
bre venían costeando^ dejando su nombre en él, y en la pobla-
ción, en su recuerdo así llamada.
«Dos años después levantaron San Juan á la orilla del río
de su nombre, por el precursor que los guiaba .
«Ahora en cuanto Juanes, la partida es más numerpsa, y de
Juanitos y Juanillos está poblada la tierra.
Por algo se dijo :
« Las sobrinas de los Curas.
« Que se casan con los Juanes
« A los cuatro meses ....
• •
A los cuatro meses qué ?
DE BUENOS AIRES 243
— No sea curiosa joven lectora, que feo pecado es, y el de
la curiosa Eva purgando está toda su descendencia
«De Juanes aparece un cardumen en exploradores, fundado-
res y conquistadores.
fjuan Diaz de Solís abre la lista, el más excelente Juan de
su tiempo, primer Juan sin miedo que asoma las narices por
el rio de su nombre, llamado después impropiamente de ¿a
Plata.
«Al poco rato se presenta por esas tierras, ó más propia-
mente sobre las mismas aguas, Mendoza, con una brillante pla-
na mayor de Juanes tenorios, como que venían del país de
la canela, y del saqueo de Roma.
«Juan de Osorio es el Gefe de su armada, Juan de Ayolas su
alguacil mayor.
«Lo que mal empieza mal acaba; y esta primer expedición de
Mendoza que empezó con el rapto de una rubia canaria, y
por el que los tenerifes persiguieron á un su primo del mis-
mo nombre, seguido fué del asesinato del primer Juan en
América. Y acabo como había empezado. Ni el Gefe llegó
vivo á su tierra.
«Pocos años después, un mi tocayo con sesenta hombres
fundó Buenos Aires, que Mendoza con dos mil quinientos no
pudo sostener.
«Todos los primeros adelantados llevaron ese mismo nom-
bre — Sanabria, Zalazar, Ortiz de Zarate, y cuando Gonzalo
de Mendoza llega de teniente Gobernador de la Asunción, y
hasta que el Capitán Juan Ortega es encargado de aquel Go-
bierno, 1 564, encuentra que aun el primer comunero llamóse
Juan de Padilla.
«El mismo nombre se repite entre los fundadores de las ciu-
dades argentinas, á punto de que la mitad por lo menos, fueron
fundaciones de Juanes.
«Juan Pérez de Zurita, funda á Santiago, y Juan Nuñez del
Prado á Catamarca, Juan Ramirez de Velazco, á la Rioja, y
Juan de Vera á Corrientes.
«El fundador de Santa-Fé y Buenos Aires apenas trajo
treinta pares de su nombre entre los pocos fundadores de esta
ultima.
«Lluvia de Juanes aparece por todo el horizonte, y donde no
se encuentra un Juan es por que no hay habitantes.
VI
«Los primeros cargos, las cabezas visibles en ese mar bor-
rageado de la historia, no solo en la Intendencia de Cuyo,
244 TRADICIONES
sino en todo el país conocido, en cuanto alcanza la vista, de
Buenos Aires al Perú, el mismo nombre es repetido hasta el in-
finito por todas partes.
«Qué familia decente no cuenta al menos un par de Jua-
nes?
«Juan Torres de Vera y Aragón fué el cuarto Adelantado,
y desde el primer Alcalde en la Capital, se llamó Juan Pabon,
bien que allí Don Juan de Garay un regimiento de su nom-
bre sembró por ambas márgenes del Paraná.
«Si estará justificado el refrán cuando afirma que entre San
Juan y Mendoza poblaron la tierra.
«El santo bautizador, por que no permitió le rompieran el
bautismo á ninguno de los precursores en su oficio de civilizar
estos mundos; y Mendoza por el largo reguero de mendoci-
tas y mendocinas que dejó en pos de sí.
cY si agregamos que los Juanes son los que tienen más
hijos y hermanos, podemos asegurar que nunca se extin-
guirán.
«El Señor de Corvalan, aquí presente, testigo es de que su
hermano Juan, no tiene más que veinte y cinco hermanos;
Don Juan Manuel Torrero, solo ha tenido diez y nueve hijos,
y su compadre, el bueno de mi tocayo, Don Juan Manuel Ro-
sas, únicamente veinte y siete hermanos.
«Oh! que desgracia, soy el único Juan infecundo, como mi
Musa»
Así acabó su narración de sobre mesa el poeta más chus-
co y feo, al par que galante y cumplido de cuantos produjo
la cuyana tierra.
Sabéis yá, porque se dice entre San Juan y Mendoza.
Si dijeras lector, no ser comento.
Como me lo contaron te lo cuento
Servido habrá al menos vuestra curiosidad al través de la
histórica investigación, para recordar nombres de tanto nom-
bre, bien que tan ingratamente olvidados
Mas, tengo para mí por cierto, que tal abundancia de Jua-
nes y Mendozas desde los primeros tiempos en las tierras
de Cuyo y en toda la región argentina, poblaron realmente, y
repoblaron el país entero, entre tocayos del Santo Bautista,
DE BUENOS AIRES 245
y del nombre que conmemora la ilustre ciudad de Mendoza,
apareciendo como florido nido de flores sobre verde valle de
esmeraldas.
Pacientes lectoras, que mi cuento, que no lo és, no os
deje mareadas, ya me entienden, así, así : entre San yuan y
Mendoza
246 TRADICIONES
u
(Tradición del año 1822;
Al Sefíor Don Juan Madero
I
Tanto como las loterías se prohiben, las rifas se multipli-
can.
La rifomanía nos sigue, nos persigue, nos rodea é invade y
bloquea, y con rifas de caridad que no la tienen para el prójimo,
ni el transeúnte, tropieza éste por calles plazas y paseos.
Extinguiendo van estas tan sublime sentimiento, como eva-
pórase la publica beneficencia explotada por mendigos de con-
trabando, en lejanas tierras hechos para la exportación.
Así en tiempos de anunciarse en rifa, que no lo és, cierto an-
teojo de larga vista, de San Martin, que nunca llegó álá suya,
sin duda por haberle dejado de corta vista sus largas cam-
pañas, y en la que el agraciado con cualquiera cosa lo será,
menos con anteojo, cáenos á la mano entre papeles de mu-
danzas, estos viejos cuentos de ayer.
El erudito patriarca de nuestras patrias tradiciones, testimo-
nio há de dos vivos y un muerto, en comprobación de auten-
ticidad no disputada, sobre el célebre catalejo.
Pero la mesa que tengo el honor de presentar, es de Riva-
davia legítima, nó hija espúrea, Jacaranda puro de acarame-
lado relumbre, barnizado por el tiempo.
DE BUENOS AIRES 247
De metro y ochenta y seis por uno de ancho, y de setenta y
siete centímetros de altura, sobre sus ocho pies tallados, ahí
está á la cabecera del espacioso salón de la Biblioteca de San
Fernando de Buena Vista, aislada, triste y sola cual reyna des-
tronada, mudo testigo de solemnes escenas, grave y misteriosa,
pero no abatida, creeríasele envuelta en la majestad de pasada
grandeza.
Firme como tabla, y rica tabla toda de una pieza, guardado
han sus cuatro cajones largos y angostos los más importan-
tes proyectos del ilustre procer, que si nó canas lustre le sacó,
en el diario roce de su incesante labor.
Cuando el Sr. D. Bernardino Rivadavia dictaba, paseándose
á largos pasos en el salón de su despacho (antiguo Fuerte de
los Vireyes, trasformado en mansión de Presidentes,) esta mesa
parecía agobiada bajo los pensamientos del gran estadista, en
planos y proyectos, acuerdos y decretos sobre ella espar-
cidos.
Proponía en uno la creación de Bolsa que facilitara tran
sacciones comerciales; fundaba en otro la Universidad, cuaren-
ta años retardada desde su cédula de creación, sobre los ci-
mientos de los calabozos de Oruro, levantados para los que
iniciáronla primera tentativa de independencia en 1780; inau-
guraba con uno de sus más elocuentes discursos la Junta Re-
presentativa; y por otro decreto creaba el Archivo y el Registro
Civil, el Crédito Público, y así proyectaba leyes y decretos
sobre inmigración y colonias, al mismo tiempo que difundía la
educación popular, abriendo escuelas por todas partes, y mejo-
raba las cárceles. Proveía tanto á la pena de los culpables, como
á la recompensa de la virtud, instituyendo premios á la indus-
tria, á la moral, al amor ñlial, al amor maternal, decretaba la
libertad de imprenta y la dignificación de la mujer y del niño,
por la instrucción y el trabajo. Fundaba la sociedad de Bene-
ficencia y la Vacuna, el mismo día que el Crédito Público y la
emancipación de los libertos. Restauraba la Catedral con el
arquitecto de la Cámara Mr. Catelin, y con el hábil ingeniero
Mr. Santiago Bevans, trazaba el ensanche de las fronteras— del
Puerto en balizas ó Ensenada — Canal en San Fernando — canali-
zación de las Conchas canal de los Andes, y ensanchaba plazas
y boulevares, como el del Callao.
Su obra fué larga, y estadística, reforma eclesiástica, —refor-
ma militar, — fomento de agricultura, — reglamentación de Hos-
pitales, — plan de estudios — registro de marcas — Policía maríti-
ma—premio al estudio— Tribunal y Facultad de Medicina —
Sociedad Literaria- Mercados — empréstitos — Colegios de niñas
248 TRADICIONES
— templos en campaña—Colegio de Huérfanas— Escuela de
agricultura — Banco Nacional— Departamento de Ingenieros-
Departamento topográfico — Monumento á la revolución de Ma-
yo — Constitución Nacional — Puerto de Buenos Aires, en fin,
todos sus proyectos nacieron así dictados al paseo, ó de estos
paseos dictados.
II
Esa antesala á la Presidencia, desde su Ministerio en el Go-
bierno del General Rodríguez, filé la era más laboriosa, y acaso
en el porvenir también la más fecunda, pues aquella lejana
simiente ha fructificado.
Sobre la mesa de la presente tradición trazados fueron todos
sus grandes proyectos.
Luego que en su previlegiada cabeza germinaba luminosa idea,
dábale forma corpórea en el papel, y muchas veces dormian ó
se sazonaban en los amplios cajones sus proyectos, donde cual
bajo ánforas sagradas, misteriosa incuvacion trasformábalos, co-
mo al invisible toque de mágica vara, en portentosas obras, solo
por él presentidas.
«El Ministro de los proyectos», llamábale la oposición, por-
que sus adversarios, que eran muchos (siempre fueron más los
ignorantes,) no le dejaron tiempo de realizar la mitad de los que
proponía.
Todavía cuando hoy se propone un dique en San Femando,
— Puerto en la Ensenada — boulevard Callao, ó canal de circun-
valación en Maldonado, Conchas ó Barracas, apenas señálase
obra por el gran estadista insinuada.
Nunca con más verdad vióse aquí que la paradoja de la vís-
pera es la realidad del día siguiente.
Aun creeráse sueño, que, día, acaso no lejano, veránse des-
cender cargados de los ricos frutos del interior, barcos levantan-
do el ancla al pie de los Andes, cruzando toda la vasta región de-
sierta, ó las que hoy remontan el P¡lcomayo~el Bermejo ó el
Negro, llegar haista el pié de las altas cordilleras, y Rivadavia
fué quien desde 1821 lo propuso.
El manuscrito más abajo trascripto, solo es un fragmento en
borrador de su proyecto de canales interiores, y los proyecta-
dos al presente como nuevos y orijinalísimos, de reconocer de-
ben su origen en los estudios, planos y trazados que á su efecto
hizo practicar, y para cuyo objeto contrató ingenieros especia-
les en su ultimo viaje á Europa.
I
DE BUENOS AIRES 249
Todavía se lee como nuevos, viejos proyectos de ayer. Y
hé ahí sobre todas la gran obra de Rivadavia.
El sembrador ha muerto, pero su cosecha nó, apresurémo-
nos á recojerla.
El fué infatigable, en su incesante propaganda saltó sobre
todos los escollos. Liga de caudillos, contra todo lo que hacía
y deshacía el porteño^ desde Buenos Aires, oposición en la pren-
sa, en las Cámaras, en círculos de tembleques pelucones que
temían empujara demasiado de prisa el carro del Estado, em-
pantanado en los andurriales de la montonera, guerra exterior,
guerra interior, oposición de frailes, oposición de militares, y á
pesar de todo, él hizo en solo un año, lo que ni antes ni después
otro sobrepasó.
Al acabar de dictar un decreto, ó nota cualquiera, leíala de la
cruz á la fecha, y después de poner la fírma, pasaba su pañuelo
sobre la tabla, recomenzaba los paseos de uno á otro extremo
del salón y seguía dictando.
Y á quiénes dictaba? A veces era al Sr. D. Domingo Oli-
vera, ofícial primero, — á D. Valentín Alsina, su discípulo, — á D.
Juan María Gutiérrez (su biógrafo después), joven escribiente
entonces, á quien más de una ocasión pilló en infraganti de-
lito de lesa poesía, garabateando silvas ó ditirambos al mar-
gen de una nota.
III
Si cual á Esopo, Lafontaine ó Samaniego fueranos dable ha'
cer hablar, ya no á las piedras, ó animales, que duros caletres
conocemos de hombres á animales parecidos, y sin embargo
hablan, -sino siquiera á los árboles ó sus astillas, en parábolas ó
apólogos contaríamos la tradición de esta histórica mesa, pues á
no dudar, es mesa de mucha historia.
Pero la mesa sin ser mesa parlante, habla sola. Todo está
en saberla interrogar.
Cuántas eminencias, así de las postrimerías del Vireynato,
como de los comenzamientos de nuestra nacionalidad, platicaron
á su alrededor!
Cuántos proyectos de importancia pasaron de embrión á reali-
dad, cosa tangible y útíl, desarrollándose sobre su tablal
Uno solo de los documentos sobre ella escritos, la carta á
D. Juan Harratt, primer introductor del merino en el Rio de la
Plata, llegó á trasformar y centuplicar la riqueza pastoril, ¡cuan
productiva ha sido!
250 TRADICIONES
Cuántas veces agobiada bajo el peso de tan fecundas ideas
descanzó esa gran cabeza, apoyada en el brazo sobre esta
mesa, cuando de la mano fatigada caía la pluma para me-
ditar!
Cuántos suspiros de desaliento, de postración ó desencanto
escapados de aquel pecho tan robusto como su inteligencia, re-
sonaron en las concavidades de esos cajones abiertos para guar-
dar y sazonar sus improvisados proyectos!
Mesa era esta que mucho dio que hablar, como su dueño.
Sobre ella habíamos oido otra más poética tradición.
Antiguas historias cuentan, fué construida de hermoso cedro,
en los frondosos bosques de Misiones, prolijamente trabajada por
el más hábil guaraní, entre los ebanistas salvajes de la Reduc-
ción de Jesús, gran tocador también de caramillo, ó agreste flau-
ta pastoril, adoctrinado en aquella Reducción.
Que cuando en 1 766 se envió á los pobres Misioneros con la
música á otra parte, el primero de los poetas argentinos, cronoló-
gicamente hablando, mandóla aguas abajo, al Gobernador Bu-
careli (su Secretario Labarden), como recuerdo, por haber sido
del General de los Jesuítas en Misiones; y de aquel pasó á Vertiz,
y de Virey en Virey llegó al del Pino, quien repudiándola, pues
no era de su familia (y para que sirva la astilla ha de ser del
mismo palo), entre los cachivaches y vejeces que con su hija dio
ese Virey á Ri vadavía, tocóle en dote.
Así, casualidad mayúscula, á reunir vino á su derredor las ulti-
mas celebridades de la Colonia y las primeras de la Patria na-
ciente, escribiéndose sobre su tabla rasa las ultimas imposicio-
nes de la tiranía, y los primeros decretos de la libertad.
Oh! si esta mesa hablara!
Pero, ahí está, callada, como descansando, en el receso de
su activo trabajo, de tanto importante proyecto sobre ella de-
senvuelto, de tantas ilustradas discusiones á su alrededor susci-
tadas, cual si en las profundidades de los vacíos cajones resonara
aun el eco de tantas elocuentes palabras.
Cierto día que la registrábamos con más minuciosidad, ob-
servando su ensambladura, detalles de ornamentación, filetes y
molduras (notable trabajo para su época), escudriñándola de
arriba abajo, forcejeábamos por abrir el ultimo de sus cuatro
cajones, haciendo juego con otros cuatro figurados. Al ceder
tras larga resistencia, gritó. Chirrido seco, agudo, estridente, se-
mejante á lamento largo tiempo comprimido, sorprendiónos.
Había algo en aquel sordo ruido sin eco de quejido de ultratum
ba en olvidada concavidad, y cual cuerpo muerto que cae,
amarillento arrugado y carcomido pequeño papelito cayó.
DE BUENOS AIRES 25 1
El empleado que nos acompaftaba en la histórica visita, tomó
pie para reprender al portero por dejar papeles sucios hasta
dentro los muebles, y siguió enseñando el contiguo, escritorio de
campaña del Almirante Brown, bajo la primera bala de ochen-
ta que voló sobre el Paraná, en el combate de Obligado. Como
quien recoje insignificante migaja, al canasto destinada, le guar-
damos.
Cuál fué nuestra sorpresa, cuando buscando por la noche algo
con que encender el gas, distinguimos en el ennegrecido enro-
lladito al empezar á prenderse, algunos rasgos, y como á letras
ó patitas de moscas parecidas.
Olvidado en el ajuste de un cajón se había pasado medio siglo
aquella preciosa reliquia.
La curiosidad aguijoneaba, y no con poco trabajo y delicade-
za pudimos desdoblar sus cien repliegues. Por fin tendióse más
grande de lo que aparecía. Amarillenta, rubia y destruida su
escritura, apenas alcanzaba á deletrearse, en uno que otro renglón
menos carcomido. Lo que el tiempo no había borrado, la po-
lilla había viruelado.
Qué hallazgo! Indudablemente autógrafo legítimo de Riva-
davia ! Pero, el papelito aquel no decía nada ; más probable
es fuera fragmento de nota borroneada por alguno de los ilus-
tres escribientes mencionados.
De estadista ó poeta, papelito era de muchos años de exis-
tencia, salvado en la honda huella de un cajón, é infundíanos el
respeto que todo lo antiguo despierta.
Muy poco se cntreleía, pero, tiene tal atracción cuanto deja
algo por adivinar, que sus mismos indescifrables geroglíficos
seducíannos con su misterio.
Por muchas semanas pasamos sin conseguir nada hasta
altas horas de la noche quemándonos las pestañas ante aque-
llas borradas letras.
IV
La casualidad vino á destruir en parte el misterio del inte-
ligible manuscrito.
Publicábamos por entonces «Las estatuas de la Universidad.»
libro conteniendo biografiías de Rivadavia — Saenz — Gómez —
Alcorta y Diaz, fundadores de ese Establecimiento, á quie-
nes el gobierno delDr. Obligado decretó estatuas, cuyos nichos
al respecto en el frontis las esperan aun. Coleccionados todos
los retratos, nos faltaba el ultimo. No existía, pero vivía una
252 TRADICIONES
hermana/su vivo retrato. Era el célebre matemático D. Avelino,
con poyeras. Existia más, un gran artista, hom-bre de talento
y de corazón. El ilustrado ingeniero D. Carlos Pellegrini,
quien había relacionádose frecuentemente con todas las nota-
bilidades del país, desde la época de Rivadavia, conocía y re-
cordaba al Sr. Diaz, de memoria.
El ilustre francés acababa de cantar en la poética lengua
de Lamartine, el más bello himno en honor de Rivadavia,
promotor de tantas obras.
La noche que á nuestra instancia se decidió tentar un es-
fuerzo de su lápiz admirable, reuniendo todos los recuerdos
de la suave imagen de su buen amigo, revivido ante la hermana,
produjo como un milagro de esfuerzo intelectual la plácida
ñsonomía del Sr. Diaz. Hablando de nuestro hallazgo, nos
dijo : «Tráigame el papelito, conozco perfectamente la letra del
Sr. Rivadavia. »
Menos tardó él en expresarse que en desdoblar nosotros la
reliquia.
El buen señor de Pellegrini, tan afable siempre para cuan-
tos se le acercaban, se caló sus anteojos, empezó á deletrear,
y á poco andar, emocionado hasta las lágrimas deslizáronse
estas en silencio.
— ¿ Es Rivadavia hablando después de medio siglo ? inter-
rumpiendo nuestra impetuosidad su emoción.
— No, nos dijo. Es letra para mí muy querida. Es su pen-
samiento, su iniciativa, uno de tantos proyectos surjidos de su
mente poderosa, y trazados por mi señor padre político D.
Santiago Bevans, ingeniero que él hizo contraer expresamente
á la realización de sus grandes obras, penetrando con aquel
tacto especial que Rivadavia tenía las personas y su importan-
cia á primera mirada.
4cEs la letra de padre, reconózcola en su diminuto perñl, y
esto es sin duda un fragmento de tantos de Mr. Bevans, sobre
los trazos que acostumbraba pasar Rivadavia á su estudio,
y que él desarrollaba, proyectando canales de navegación,
facilitando la viabihdad, proporcionando abundante regadío á
zonas inmensas hasta el presente vejetando á la buena de
Dios, y cual los primitivos tiempos de Abraham y los pasto-
res de la Caldea.
Cuando llueve viene la hacienda gorda, y cuando hay seca
su mortandad. Sin perjuicio, que si la lluvia es mucha eng^rosan
por ella los ríos y sus desbordes y la inundación de sus derra-
mes hacen morir animales por millones, cuyos restos putrefac-
tos generan pestes,
DE BUENOS AIRES 253
Todo ello se proponía estirpar el Sr. Rivadavia con este
y otros luminosos proyectos que sus enemigos, más bárbaros
que los de la pampa, impidieron realizar.
Vías de comunizacion cuya escasez esterilizan las naturales
riquezas, amplia y generosa inmigración, por todos los medios
atraida, y educación por todos los extremos difundida, eran los
tres tópicos sobre que fundaba la más rápida y progresista
reforma de la naciente nacionalidad.
A qué repetir en vano que hoy como entonces y como se-
senta años atrás, sobre esos tres factores reposa la trasforma-
cion del país.
Caminos — Inmigración — Educación.
Pero he aquí, después de ímprobo trabajo traduci4o lo que
aquellas patitas de mosca decían, ó de lo que de ellas pudo
entenderse.
V
« ahondar las vertientes del Arroyo Maído-
nado, en cuyas inmediaciones extiende sus aguas por el bajo de
los hornos. Con poco esfuerzo empújanse por el bañado
de Flores sobre el Rio Matanzas, saliendo al Plata por la
Boca.
«El segundo canal de circunvalación no es más difícil :
« El río de las Conchas^ que desembocando al Lujan corren
ambos al Plata, nace en el arroyo del Durazno, y á corta dis-
tancia, en la isla deeste nombre, empieza el Matanzas. Apoco
andar engrosa á este ultimo el Cañuelas, y conjuntamente en-
tran al Plata por la misma Boca. La simple escavacion de
dos ó tres leguas uniría las nacientes de ambos, sin que cues-
te mucho profundizar, luego, los ríos de las Conchas y Ma-
tanzas.
€ Tercera. El río Salado nace arriba de la Mar Chiquita, en
la laguna del Chañar. Para unirlo al arroyo del Sauce hay
estrecho espacio que zanjear, por donde vendría á caer al
río del Salto, y engrosando éste el Arrecifes, desembocaría al
Baradero — por el Norte — afluente del Paraná, y el otro extre-
mo del Salado en el Plata sobre la Ensenada de Sambo-
rombon.
«No lejos de la susodicha laguna del Sauce, naciente del
Salado, llegan cerca de la Guardia de la Esquina los derrames
del Carcarañá, que cae al Paraná — al Norte de San Lorenzo.
cPero por este lado^ y un poco más arriba, está el otro S^a-
254 TRADICIONES
do del Norte, que cruzando las Provincias de Santa-Fé y San-
tiago, con ese nombre recoje las aguas del río Juramento, en
Salta, y las del Rosario en Jujuí.
«Todavía más. Puede seguírselos desagües de los arroyos
Salado y Azul, por un lado, mientras que por otro se recojan las
aguas de las Lagunas Grandes al río Matanzas y las de la de
Lujan al de Navarro, y más al Sur, trazar otro canal con las
lagunas de Guaminí por el Saladillo y Las Flores al mar, ó la
de Navarro, enlazada con el Salado, siguiendo por la Cañada
de las Garzas, atravesando la laguna de Lobos desembocaría
en las encadenadas del Norte.
«Otro canal de navegación podría hacerse desde el Azul por
el Salado y San Borombon, ó desde Guaminí por el Saladillo
ó Las Flores, corriendo un canal artificial al Salado.
«Puede enlazarse igualmente la Laguna Grande con Matanzas
y la de Navarro con el Lujan por canales navegables.
Luego estudiado más el Río Negro del Sur, engendro del
Neuquen y Limay, se verá si es posible remontarlo hasta la
laguna del Nahuel-Huapí, y no será difícil que por sus derra-
mes del otro lado de la Cordillera, llegara la embarcación que
alzara sus anclas en el Carmen de Patagones, á un puerto en el
Pacífico
Renglones menos inteligibles hacían imposible la descifra-
cion en la parte inferior de la hoja carcomida por la polilla y
dobleces.
Así en su camino ascendente, uno y otro proyecto de na-
vegación interior iba generando el del canal de los Andes del
Puerto en la Ensenada y otros
VI
Después de sesenta y cinco años todavía nos abisman los
millones que costará la canalización de una sola de las Pro-
vincias. El vasto genio de Rivadavia abarcaba en sus multí-
plices proyectos canalizar toda la República cuando las vías
férreas no eran aun conocidas.
¿Cuánto tiempo, cuántos brazos y cuántos millones se ne-
cesitarían para todo ello ?
« Este hombre es un iluso, decían las gentes por más sen-
satas tenidas. *
Menos calculaba él eso, que los millones, riquezas y bien-
estar reportable por una de sus menores obras, que no le
dejaron tiempo de implantar.
DE BUENOS AIRES 2$ 5
Pero después de medio siglo de distancia podemos contes-
tar por él.
«Costaría la mitad de los millones gastados en la guerra
civil, la cuarta parte de los brazos esterilizados en ella, la octava
parte del tiempo empleado en matarnos. »
Rivadavia sí fué verdadero claro-vidente, y ante la mirada
de su genio se aclaraban los horizontes del porvenir más
lejano.
No calculaba lo que costaba su portentosa obra de canali-
zación, pero sí sabía cuánto reproduciría.
Convertir en navegables todas esas corrientes, hoy inun-
dando en sus crecientes, utilizar inmensas zonas, llevar la
fertilidad por un sistema hidráulico sencillo hasta las re-
giones más estériles ; facilitar el trasporte ; reemplazar la pe-
sada carreta tucumana, navio del desierto, por canales na-
vegables, extendiendo el tráfico hasta los conñnes del ter-
ritorio ; y dar derecha salida al mar á los productos de las más
remotas tierras ; suprimir al indio y al bárbaro, por la viabi-
lidad; utilizar esa fuerza (hoy perdida) de las mil corrientes,
que cayendo sobre molinos trituraran los granos de toda la
campaña ; convertir todos esos arroyos y lagunas y canales,
en fecundas arterias que vivificarían el interior, por el comercio
y la industria :' dar vida y movimiento á las mil máquinas de la
industria rural, dirijiendo esa fuerza hoy destructora de la
corriente no encauzada: hacer convertir un peligro, en un
beneficio : suprimir la inundación que devasta, y reglamentar la
fuerza que moviliza lo inerte, beneficio parala Nación, para el
mundo entero, para los sobrantes de las viejas naciones, con la
inmigración que yá ensayaba aclimatar, estos eran los puntos
que tenía en vista, y no preguntaba cuánto vale el engrandeci-
miento de un pueblo.
Con solo lo que ha producido uno solo de los factores de pro-
greso introducido por Rivadavia (el refinamiento de la raza
ovina), convertiría en realidad tan portentosos proyectos.
Entonces parecían éstos colosales. Hoy, raquíticos quedan
al lado de los presentados para cortar la Florida desde el
Océano al Golfo de Méjico, proporcionando nueve millones de
hectáreas á la agricultura.
^ Aun después de haberse abierto el istmo de Suez y perfo-
rado Mont-Cenis todavía, entre nosotros se duda pueda la loco-
motora que sale del Plata trasmontar los Andes. Entonces el
sublime visionario llegó á vislumbrar que una barca salida de
este lado del Océano, (Carmen de Patagones), por ejemplo, podía
remontar la Cordillera y echar sus anclas en puertos del Pacífico.
256 TRADICIONES
Después de sesenta años un nieto persigue el derrotero es-
bozado por el genio de su progenitor, y el Comandante Riva-
davia, continuando la estela de la nave del Comandante Obligado
(D. Erasmo), primer marino argentino que llegó á la laguna de
Nahuel-Huapí, sigue el mismo itinerario, luchando por tornar en
realidad benéfica la visión profética del ilustrado abuelo.
VII
Era D. Bemardino Rivadavia, de un feo subido: bajo, grueso
moreno, luciendo muy sin desgarbo con su calzón corto contra-
hechas pantorríllas; pero bajo ancha y espaciosa frente dos ver-
dosos ojos de indefinido tinte en el extremo de su dilatada pupila
iluminaban el amulatado semblante.
Sapo del diluvio^ le había puesto el travieso fray Castañeda,
por su incesante sátira, hasta en el destierro perseguido, y por
su tez sebruna y renegrido pelo ensortijado, mulato, sin serlo,
le llamaban los seráficos, cuando inició la reforma eclesiástica
al grito de: ¡Los frailes á su Conventol
Pero sí bien nada tenía que agradecer á la belleza, su correc-
ción era perfecta en todo sentido, así en su traje como en su
frase. Esa pulcritud de detalles, la gravedad de sus modales,
la majestad de su porte, lo culto en las maneras, su espresion
bien intencionada imprimía como acento de honradez á todos
sus actos y palabras, (maestro en el buen decir), que iba poco
á poco cautivando y disimulando, hasta hacer desaparecer en el
trascurso de su conversación atrayente lo poco favorecido de sus
facciones.
Pero cuando realmente se trasformaba, á punto de llegar á
iluminarle interiormente la llamarada del genio, derramando cla-
ridad y placidez en su semblante, cambiado por la espresion de
entusiasmo, era al exaltarse en defensa de patrios intereses.
Así de pacífico vecino se improvisó valiente Capitán
cuando legiones estranjeras invadieron los hogares. De triun-
viro se convirtió en Dictador, cuando sus colegas Pueyrre-
don y Chiclana, menos enérgicos que él, tituveaban ó andaban un
tanto remisos en colgar los autores de la contra-revolución que
hubo de ahogar la.de la Independencia.
Opúsose el único en los consejos de gobierno á que desde
Buenos Aires se pretendiera mandar hasta en sus mínimos mo-
vimientos á ejércitos que operaban á cuatrocientas leguas, y Bel-
granoySan Martin, con su sublime desobediencia, ordenan las
victorias de «Tucuman» y «Chacabuco». Asediado por todas
DE BUENOS Ai RES ¿57
partes, declara la guerra al vecino Imperio y decreta el triunfo
de Ituzaingó, que Alvear alcanza en campaña de cuarenta
dias.
Su vasto talento rayando en el genio, lo abarca todo. Con
clara mirada sobre el porvenir todo lo previo, lo preparó, lo
estudió y lo ensayó. A qué punto del horizonte no alcanzó
su perspicaz mirada? A dónde no llevó su palabra vehemente,
é iniciativa incansable?
Así tras ímprobos esfuerzos, los suyos atrajeron en torno de
sí la expresión de la más alta ilustración argentina, como errantes
satélites que gravitan al rededor del genio.
Funda una Universidad, y sus primeros Catedráticos se llaman
Saenz — Diaz — Agüero — Lafinur — Alcorta.
Convoca un Congreso que echa los cimientos de nuestra
Constitución, y sus primeros oradores fueron Gómez — Agüero —
Gorriti — Zavaleta, las cumbres más altas del foro.
Tocó á las puertas de la Iglesia para abrirla de par en par
por la tolerancia y la caridad cristiana á todas las creencias,
reformando su disciplina desde antes de la revolución relajada,
y levantando bajo sus naves altar á todas las esperanzas.
Nunca brilló más alto el clero argentino en sus más dignos
representantes y en ilustraciones como Agüero — Gómez — Funes
— Zavaleta — Gorriti — Planchón.
VIII
Todavía mal apagados los ecos del cañón de la Independen-
cia surgió un rompimiento con el vecino Imperio en su camino
absorbente, y á su voz acudieron formando la vanguardia de la
Patria los héroes de cien combates.
Alvear — Soler— Olazábal — Paz -Lavalle - Olavarría — los
más ínclitos guerreros, del otro lado de la frontera fueron á pro-
bar que los sables de los Andes no habían olvidado su oficio
de victoria.
Jamás resonaron en la tribuna, la prensa, ó la lira acentos
más elocuentes que en aquel año de oro de la literatura y la
poética no tenía rival en América durante la época de Riva-
davia.
Porque así en la industria como en las ciencias, en las letras
como en la política, Rivadavia, hizo época.
Tras los poetas de la Revolución — López — Rodríguez — La-
finur— Lucas — los Várela — Echevarría, hacian vibrar en sus liras
de marfil la más dulce y entusiasta poesía.
258 TRADICIONES
Y trasportaba dé Europa ilustraciones como Mosotti — Mora
— Angelis— Catclin— Bevans — Pellegrini, é influía para enviar
á estudiar á aquellos más adelantados centros, jóvenes de espe-
ranzas como Bosch, Pórtela, Bustos y Eclievarría, que muy lue-
go descollaron en la medicina en el ejército y en las letras.
Así su gran obra no está solo en lo que inició, en su
ejemplo de administración honrada, sino á más, y muy princi-
palmente, en los gérmenes mil de progreso que esparció á ma
nos llenas hacia los cuatro vientos.
Abrió de las puertas de la Patria á todos los progre
sos, y así hasta el presente, cuando creemos marchar por no
trillada senda, encontramos roturado el camino, y aun en la
más apartada zona la huella de aquel gran precursor reaparece
en cuanto apartamos la salvaje yerba que la decidia dejó crecer,
pues su genio nos presidió en todo camino. Comerciante, sol-
dado, estadista, abogado, orador, periodista, secretario, triun-
viro. Ministro, Diputado, Diplomático, viajero, financista.
Presidente, todo lo fué, y lo ensayó todo.
Y en las multíplices faces de su talento enciclopédico, probó
el mismo temple y honradez de alma. A su energía y cons-
tancia, á su genio progresista y emprendedor reunía las vir-
tudes de su carácter.
Activo y de una iniciativa sin igual, tenía fé ciega en los
grandes destinos de su país, á cuyo engrandecimiento consa-
gró todos sus esfuerzos, así en la cumbre del poder como en
las tribulaciones del destierro.
Y como recompensa en vida, de toda una vida de sacrifi-
cios, á este gran ciudadano, como á San Martin, llegó un día
en que se le cerraron las puertas de la patria, que él abriera
cuan grandes son á todos, llamando los hombres de buena
voluntad de los cuatro extremos de la tierra á coadyuvar
en su engrandecimiento y prosperidad.
Pobre Rivadavia! Perseguido, burlado, escarnecido como
los que en cualquier sentido se adelantan á su época, no fué
comprendido, y contrariado y execrado por las pasiones,
exaltadas de sus contemporáneos, cuando se le increpaba por
sus obras, con estoicismo catoniano, contestaba:
«Apelo al juicio de vuestros hijosl»
Desterrado, insultado, befado, tuvo que ir á buscar en tierra
enemiga un lecho miserable donde morir.
Ktk verdad que pasamos plaza de ingratos, y justificado he-
mos tai nombre los hijos de esta América.
Apenas aparece un hombre abrillantado por la gloria, que
no sea tildado por sus contemporáneos.
DE BUENOS AtRES 259
Así Otros tantos proceres: San Martin y Rivadavia, mue-
ren en el extranjero, si alguno retarda voluntario ostracis-
mo, es asesinado como Monteagudo ó Sucre; de ningún mo-
do escapan á la miseria y el abandono en la agonía, como Bo-
lívar y Belgrano.
Parece en realidad que no quedara acción buena impune.
Fatal destino humano! No se puede llegar á la cumbre sin pa-
sar el Calvario.
La ingratitud es el mayor crimen en el corazón del hombre,
y más negro y siniestro aun en un pueblo.
Pero la posteridad le ha hecho justicia. Medio siglo ha tras-
currido del dia de la lucha, y hoy aquellos ante quienes apela-
ba, conñrman sus propósitos, y lo aclaman su Redentor.
Aquel cuyos dias fueron nublados por los suyos, hoy es aplau-
dido por todos.
No fué sin emocionarnos hasta las lágrimas^ dejadas correr
sin ocultar, que oimos el ultimo dia de exámenes en las Es-
cuelas:
«Rivadavia fundó las Escuelas.
Donde el niño se instruye y aprende. »
Himno en acción de gracia que un coro de seiscientas niñas
le elevaba al terminar el año, y que los docientos mil niños de
las tres mil Escuelas, repiten desde uno al otro conñn de la
República.
Justicia há sido hecha. En cada escuela se reverencia su
imagen. Cada generación invocando sus manes como al Santo
Patrono fundador de la educación popular: un millón de hom-
bres baten palmas en su aplauso, y si su vida fué un Calvario,
su tumba cubierta siempre de flores renovadas por las manos
de la inocencia, convertido se há en el altar de su apoteosis.
Pero, tarde advertimos que nos llevan á la frontera de la his-
toria reflexiones sobre la mesa de esta tradición:
Retrocedamos á la tradición de la mesa.
IX
Cierta fría mañana de Julio de 1821, salía de su despacho
D. Bernardino Rivadavia, recien nombrado Ministro de Go-
bierno en el del General Rodríguez, ultimo de los veinte Go-.
bernadores del año veinte, y en el que se encontraron hasta tre§
26o TRADICIONES
en un día. Caminito para su casa, tomábala calle de la Defensa,
las manos atrás, como tenía de costumbre, platicando con el
Señor Madero, grave financista, á quien no faltaba chispa an-
daluza, de la que tanto derrocha su nieto Florencio.
Su joven hijo, Don Juan, futuro benefactor de San Fernan-
do, caminaba adelante cuando bajo el balconcito de su puerta,
el mismo que hoy se vé sobre el número 197 Defensa, al des
pedirse de sus acompañantes les detuvo con esta frase:
«Hombre! Atravesemos enfrente. Acompáñenme alo deD.
Guillermo, el de la esquina, pues ya que me encuentro entre
dos Maderos, de los mejores quiero elejir para mi mesa de tra-
bajo.
A pesar de su gravedad, era Rivadavia de maneras joviales
y festivo en el trato privado. Desde su ultimo regreso de Fran-
cia, usar solía de retruécanos semejantes, expresados con tal
seriedad, que la de su semblante contrastaba con la sonrisa
que ellos levantaban.
«Verdad es, agregó, que estos montoneros han hecho tabla
raza, pues ni silla en que sentarse dejaron en el Fuerte.
— Aquí tiene Ud. maderos y maderas del país de todas clases,
se apresuró á decirle Mr. Willams. Desde el pino blanco has-
ta el Jacaranda, caobo, cedro, palo de guindo, blanda, dura, de
hebra fina, lustrosa, fuerte, durable, eterna.
Y viendo y examinando tablas y muebles á medio hacer se-
guía su inspección Rivadavia con los Señores Madero, mien-
tras que masticando en mal castellano su dura lengua, se le iba
la sin hueso al bueno del inglés, que en lo de hacer negocio no
era media lengua.
— Pero qué vá á hacer Señor Ministro, con solo un mueble?
La mesa esta, requiere por lo menos, unas doce sillas que la
hagan lucir.
— Pues, vayan las sillas, pero basta.
— Muy bien, Señor.
— > Aquí se hace desde una silla hasta un mueblaje completo;
más parece que estas doce hermanas gemelas huérfanas y soli-
tos ^ sin un buen sofá que como á venerable padre rodear
deben
— Bien, vaya por la mesa el sofá y los seis sillones.
Y también otros varios ítem y etcéteras que decente mo-
biliario por razón de estado, indispensable es á un Ministro de
Estado, agregaba el mueblero.
Y cómo la mesa esa se iba estirando en dimensiones tales
que de medio juego á mobiliario completo en breves pasos lle-
garía, cortó el diálogo Rivadavia, sintiendo el inglés no ex-
1
DK BUENOS AIRES 261
presarse mejor en castellano para ofrecerse á decorar el Fuerte
todo, como hoy sus compatriotas de ferro-carriles, buques y
máquinas procuran llenar el país entero.
De escritorio Ministro ascendió muy luego con su inventor á
escritorio Presidente, pues estos muebles tan modestos guarne-
cieron el despacho del Presidente Rivadavia, como lo habian he-
cho el de Ministro, y allí quedaron hasta que reemplazados fue-
ron en 1 863 por los de la casa de Gobierno del Presidente de
la Confederación.
X
Y el Señor D. Juan Madero, sí que es testigo ocular, y de
bautismo, pues que conoció esta mesa desde madera.
Testigo fué á su nacimiento, y no la há perdido de vista
siguiéndole uno por uno todos sus pasos, dejándole en su
actual descanso. Así con el cariño de todo aquello que vimos
nacer, la miró, la siguió, la persiguió hasta lo que pudo dar á
tan veneranda reliquia digno sitio á su alta alcurnia, y el lugar
que le correspondia á esta mesa presidencial, no entre me-
sillas de tres al cuarto, y otras contrahechas y despernan-
cadas.
Sus peregrinaciones no pararon en esto. Años después, en-
tre un lote de trastes viejos se mandó vender, y el Señor Co-
misario de Guerra, Don Adrián Rossi, recibió del Presidente
Mitre (que le sabia su historia,) el encargo de comprarla para
él. Pero mientras la ocasión del remate llegaba, el Señor Pe-
reyra, Sub-Secretario del Culto la trasladó á una de las habita-
ciones reservadas de su Ministerio, dejándola cubierta de lega-
jos y espedientes.
En aquel semi-escondite escapó del remate, pues cuando
este tuvo lugar el Presidente Mitre y su Comisario Rossi, ha-
cianla guerra en el Paraguay, precisamente por la presunta
patria de la mesa, pues que es de maderas del país, y el país
este lo era entonces hasta el Paraguay.
Pero la luz de un incendio, (después de haber pasado por
el agua la tierra y el fuego) vino á sacarla de su oscuridad.
Ciertos papeles que no querían dejarse quemar, tal vez por
aquello de que papelito canta, para aclarar misterios, retardo
de pagos, y rendición de cuentas de los ejércitos de la triple
alianza, prendieron fuego á la chimenea de la Contaduría,
(chamusquina de cuentas que apagan enredos).
202 TRADICIONES
La honrada mesa de Rivadavia, á la que se le subían los
colores á la cara, viendo cómo se pagaban cuentas, echando
sus comprobantes al fuego, retiróse avergonzada al ultimo rin-
cón de la casa, pero aun allí alcanzada fué por el elemento
devorador, que señales dejó en sus patas.
Pasado el susto, de nuevo incluyóse en un otro lote de inú-
tiles cachivaches históricos para la venta.
Salvóla esta vez de tal afrenta un su contemporáneo, patrio-
ta como ella, testigo de su veneranda procedencia, y el Señor
Santiago Albarracin, deseoso de hacer cesar sus peregrinacio-
nes la llevó á la Comisaría, oculta bajo montones de piezas de
géneros y uniformes para el ejército.
Mientras tanto, su casi hermano de leche, Don Juan Made-
ro, no la perdía de vista, se le iban los ojos por la muy que-
rida; siguiéndole la pista, buscaba la ocasión de que fuese á
manos, que apartándola del comercio de los hombres, garantiza-
ran su no profanación.
En esto cavilaba cuando el nuevo Ministro de la Guerra,
Señor de Gainza, encarga unas mesas dé corte y confección
para vestuarios de tropa. A pique estaba de soportar afrenta
de tigera, y sobre la misma tabla en que se había firmado
tanta cosa buena, cortar tanta ropa mala, cuando solicitado
fué el tercer comisario D. Martin Campos á que entregase
al Señor Madero, aquella pobre mesa media quemada y en tan
deplorable estado, en cambio de largos y lisos tableros más
apropiados á semejante destino, que su constante apasionado
ofrecía.
Recibir la orden competentemente rubricada, y cargar ese
mismo día con tan asendereada mesa, fué uno para el Sr.
Madero, y aquel el de su mayor goce.
Pulimentada, refaccionada y restaurada en su primitiva
limpieza, presentóla á la Biblioteca de San Fernando, colocán-
dola contigua a la tribuna labrada con el primer eucaliptus allí
plantado.
De los seis sillones (sus hermanos\ perdido hemos el rumbo,
no así del famoso sofí, que vino á morir de vejez y achaques
en Morón, y cuyos restos yacían en la antigua chacra del
Señor Don Domingo Olivera.
Y aquí ponemos punto final á la tradición de la mesa de Ri-
vadavia, sintiendo no sea más poética su leyenda, como la que
primero llegó á nuestros oídos en el introito referida, pero
garantiendo sí, que no puede ser más exacta, pues el testigo
ocular que nos la reñere siguió sus pasos desde su naci-
miento.
DE BUENOS AIRES 263
«La he visto nacer», nos decía el Señor Madero, y nosotros
agregamos, digno fué de que viniera á sus manos por los traba-
jos sin cuenta, los esfuerzos infinitos y la perseverancia en sal-
var del olvido tal reliquia .
La mesa histórica de Rivadavia, entre otros curiosos objetos
coleccionada por la perseverancia é inteligencia de Don Juan
Madero, fundador del Museo y Biblioteca de San Fernando de
Buena Vista, estuvo antes entre el escritorio de campaña del
Almirante Brown, que historiamos en la tradición «El Capitán
Willams» y la del Director Pueyrredon.
Esta, tan vieja como el mundo, perteneció al ultimo Rey de
Granada, y es un poco mayor que el nuevo mundo, pues cuan-
do Colon salía de aquella ciudad para descubrirlo, ya Boabdil
había salido de la misma con rumbo á África, despidiéndose,
mal de su grado, desde la cierra del ultimo suspiro del moro,
frente á la Alhambra, y desde que la madre reprendió al per-
didoso con estas palabras, al oír sus suspiros:
cLlora! llora! como mujer, lo que no suspistes defender como
hombre.»
En Granada le fué ofrecida tan antigua mesa morisca al
General D. Juan Martin Pueyrredon, por la familia de Este-
nada, presentándola al Museo el Sr. Juan Cruz Várela, tan hábil
poeta como anticuario y mumismático.
XI
Imitando la invención de nuestro ilustrado amigo el erudito
Sr. Trelles (pues no pidió privilegio, siquiera por noventa y nue-
ve años), habiendo quedado anticuado, ó poco á la moderna
en cuanto á lo de sacar el jugo al Estado, proponemos al
activo Sr. Madero, habiéndose reservado ciertos derechos en la
donación de la tradicionada mesa, que sin sacarla á pública
subasta, la muestre ó asome en privada rifa, aunque sea solo
á billetes, por cuatro mil pesos. Con su cuarta parte se agra-
ciará á quien obtenga la suerte, y el resto costeará estatua,
busto ó monumento á Rivadavia, para el pueblo de su nombre,
ú otra localidad.
La mesa sin deteriorarse en tal manipulación, como el his-
tórico anteojo, quedará en su propio sitio, y sin moverse ha-
brá contribuido á dilatar la fama de nuestro gran estadista.
264 TRADICIONES
LOS ÍEINIEÍ DOS
(Tradición de Patagones, 1827)
Al Doctor Félix A. Benitez
I
Como lo decimos, veinte y dos argentinos vencieron la co-
lumna de trescientos veinte invasores, fuera de otros tantos de
quienes los corsarios dieron buena cuenta.
— Es mucho cuento, Señor cuentero; pero jurándolo por
los manes de su abuelo, deberemos creerle, como en un
santi-amen despaviláronse unos cuantos gauchos toda una
brillante división del Imperio.
— Pues cierto es. A catorce hombres por barba tocaban, y
aun sobraba un medio hombre, como para postre á cada uno de
los defensores del Carmen de Patagones. Papelito canta, en ai^L
la presente, como en otras tradiciones rezan cartas. ^ '
Apenas es viejo cuento de ayer, y sin embargo, tan olvi-
dado como cuenta de sastre, cual otros muchos gloriosos epi-
sodios que abrillantan nuestros fastos.
Desde que nos invadió la manía de desempolvar vejeces, con
preferencia exhumamos modestas ñguras, que no por serlo, han
modelado menos hábilmente los bajos relieves en la columna
de la patria histórica.
Como Luís Molina, Pancho el ñato, el baqueano Ventura
Miniana, larga línea de héroes de segunda ñla desñlan. Y al
DE BUENOS AIRES 265
lado del Sargento Cabral, mártir en San Lorenzo, y él negro
Falucho— en el Real'del Callao, forman en nuestras tradiciones:
el corneta de Ayacucho,—Obregoso, el'grumete Julián Manrique,
quien primero llevó más lejos, hasta el mar Indico la bandera
azul y blanca, el tambor de San Martin y cien otros soldados
rasos de la gloria.
Los que se elevan sobre las multitudes son como toda cima,
dorados por los primeros rayos del sol, sin llegar á reflejar en
estos pobres desheredados de la gloria, de quienes nadie se
acuerda, aunque apilamiento de sus cadáveres forme su pe-
destal.
Veinte y dosl No es cifra fatídica, pero en muchas ocasio-
nes, menor número ha dado mejor resultado.
Sesenta hombres fundaron esta bella ciudad de «Buenos
Aires» , afianzando la conquista que dos mil quinientos soldados
de Mendoza no pudieron sostener.
Treinta y tres canarios y un papagayo (paraguayo), cimen-
taron la vecina ciudad de San Felipe y Santiago; como allí
mismo treinta y tres denodados patriotas, la joven República
Oriental del Uruguay.
Por aquellos tiempos otros veinte y dos argentinos acorrala-
ban bonitamente fuerte división invasora, mientras los vecinos
de la más lejana población apresaban su escuadra.
Diez aftos antes, los tres Sargentos del Tambo, sorprendían
y llevaban prisionera toda una guardia realista; como diez
años después, el valiente comandante Gerónimo Costa, con
solo ocho soldados y ochenta gorros de diferentes colores, de-
fendió por largo tiempo, tras merlones de improvisada batería,
la isla de Martin García, asaltada por tropas francesas.
De hechos semejantes está esmaltada la historia.
Veinte años ha un General oriental pasaba con tres valientes
á la otra banda, revolucionando hasta volcar toda la situación de
la República.
Verdad es que tras los tres surjieron tres niil, y en pos de
la República, el Imperio; y á apoyar la revolución vino el Bra-
sil, y en defensa de Montevideo marchó el tirano del Paraguay,
y para abatir á éste, la Argentina.
De pequeñas causas grandes efectos.
Así, esos tres hombres, ejército del General Flores, que for-
maban vanguardia centro y reserva, tuvieron por corolario
de su arriesgada aventura, la triple alianza, siete años de guer-
ra, doscientos mil americanos menos, y una nación más, casi
borrada del mapa de las naciones.
Nosotros, rumbosos como de costumbre y derrochadores por
266 TRADICIONES
instinto, por el qué dirán, y no quedar atrás, apenas gastamos
lo más esforzado de toda una generación segada en flor, mu-
chos millones de esterlinas, algunos años de paralización, y des-
pués de vencer al enemigo, ganamos el entregar
un retazo de la propia casa al vencido.
Bella cosa, por cierto! Pues no hubiérase visto más! Pasar
por rofíosos ó poco hidalgos.
Cobrar deudas de sangre ¡disparate! La libertad no se ven-
de, se regala, como la obsequiamos á Chile, al Paraguay, y
á cuantos nuestra ayuda procuraron.
En cambio, inventamos una linda frase, pavoneándonos con
su rotundidad.
La victoria no funda derechos. ¡Habráse visto zánganos
mayores! Y para qué fuimos á la guerra? Para fundar el
derecho del invasor, y vencido, ofrecerle la Villa Occidental y
la mitad del Chaco.
Mas, cuándo no son pascuas para los argentinos rumbo-
sos.
Desde los primeros dias de la patria vieja, siempre lo mismo,
nada aprendemos.
Vencimos las invasiones inglesas, y perdimos el derecho
hasta de nombrar alcaldes.
Victoriosos en el Alto Perú, al regresar, nos traspapelaron
Tanja.
Vencimos en Ituzaingó, y se nos extravió la Provincia Orien-
tal.
Ganamos en el Paraguay, y cedemos el Chaco Occi-
dental.
Por un cuarto de siglo pleiteamos la Patagonia, y un buen
día cansados de oír alegar tanto á los vecinos, que se añxian en
la estrechez de su casa sin zaguán, prendidos de las breñas
para no caer al mar, les damos un pedazo del Estrecho Sur del
Continente, trescientos aftos poseido.
Parece que jugáramos al gana pierde.
Pero nos apartamos de esta ultima, caminito á Patagones,
para ver salir de su plaza, pequeño grupo de paisanos, rindiendo
una de las columnas del ejército imperial.
La historia parece cuento, pero cierto es, y no ninguna bar-
rabasada invención de chuchumecos.
Papelito exhibimos, si bien viejo, amarillento y arrugado, hon-
radote como su dueño, y exhumado lo hemos de entre los ma-
nuscritos de nuestro ¡lustre abuelo el Dr. D. Manuel Alejandro
Obligado, Ministro por muchos aftos (desde 1811), y quien
DE BUENOS AIRES 267
aunque llegó á contar cerca de los ochenta, no llegó nunca á
la edad deja mentira; y de tal documento trascribiremos al
final nombres que no son los de veinte y dos collones.
II
Tronaba el cañón en los campos de Ituzaingó, cuando de las
costas del Brasil se alejaba una escuadrilla de observación re-
corriendo las bocas del Plata, para que por esa boca no en-
trara ni una mosca, ni nave alguna sospechosa. Limpiaba los
mares del Sur, alejando corsarios, y husmeando puertos donde
podia haberse refujiado presa alguna.
Sobre el castillo de popa de la «Duquesa» se entretenían en
hacer castillos en el aire los oficiales de la escuadrilla, en claras
noches que la luna iluminaba las soledades del océano, se-
mejando blanca mortaja inmensa, como la que pronto se exten-
dería sobre sus risueñas ilusiones.
«Caemos como fantasmas en los puertos donde no somos es-
perados (decía el jefe á su segundo), capturamos cuanta presa
haya podido zafar nuestra vigilancia, alzamos cuanto se abar-
que^ prendemos fuego á lo que no quepa, incitamos con algu-
nas esterlinas y barriles de aguardiente á las chusmas de la
pampa, para que saqueando más al interior y haciendo coro
á las otras chusmas del Congreso, acaben por despedazar el
país, y á nuestro empuje, victoriosos en toda la línea, la Colonia
tantas veces disputada vendrá á ser la Metrópoli de nuestra nue-
va provincia cisplatina; y acaso Buenos Aires mismo, colonia
portuguesa 1.
Irrisiones del destino! Precisamente la mañana de esa misma
noche de tan risueñas ilusiones, pegaba el Imperio su primer
tropezón en Ituzaingó. Era el 20 de Febrero de 1827.
M ariscaleando á su gusto navegaban entusiasmados, cuando á
los siete dias de aquel en que la única corona en América estuvo
más cerca del suelo, en los campos en que el argentino venció,
avistaron las costas patagónicas. El Jefe de la expedición lla-
mó abordo de la «Capitana» á todos los Comandantes, repi-
tiéndoles sus instrucciones.
«El Fuerte del Carmen es un pueblito abandonado en el de-
sierto, á doscientas leguas de todo recurso. No hay iortiñca-
ciones ni resistencias que valga. Deben encontrarse en el puer-
to algunos buques apresados. Bajaremos parte de lá tropa al
Sur, otra al Norte, rodeando al pueblo por ambos extremos, á
268 TRADICIONES
la vez que los buque» intiman la población á cañonazos. ¡A po-
nerse las botas, camaradas! No hay que temer, marchamos á
victoria cierta, empresa segura.»
Tales eran las instrucciones repetidas por el Comandante.
Entraron á la barra del Rio Negro el 27 de Febrero, pasan-
do sin dificultad, pero á poco andar baró la «Duquesa». El
viento impetuoso batiéndola toda la noche sobre aquella roca,
abrió rumbo más ancho que manga de fraile limosnero, y
al naufragar hundiéronse con ella cuarenta y cinco solda-
dos.
— Despacio por las piedras, paisano! No se puede andar por
lo desconocido! gritó un críollazo, desde la costa. Pero este
primer contratiempo apenas lo anotaron como el pago de en-
trada.
Para el asalto del indefenso villorio, contaban con la corbeta
«Itaparíca», el bergantín -goleta c Escudero», la goleta «A
Constancia» , con treinta y tres cañones, desde el calibre veinte
y cuatro hasta nueve, y seiscientos cincuenta soldados.
La población parecía acoquinada ante poderosas fuerzas nun-
ca vistas por tan solitarias regiones.
Al Comandante del punto le dio dolor de muelas. El se-
gundo del primero del tercero de los barquichuelos allí bara-
dos, tomó el mando de la «Chiquiña», pues su superior sintió
fuertes retortijones de barriga, y el Coronel Pereyra retiróse
de la batería avanzada donde los brasileros entraron sin resisten-
cia, clavando cañones, y siguiendo adelante.
Así pasó una semana desde el avista miento de los buques
flameando sus gallardetes de guerra, hasta que de sus mástiles
descendió el auri-verde pabellón, para enarbolar las banderas
victoriosas de la República.
Tan remisos andaban los finchados brasileros al ataque ini-
ciado á banderas desplegadas, entrando con todos sus buques
empavesados, como medrosas las autoridades para concertar
defensa alguna.
Pero, como Buenos Aires veinte años antes, el vecindario del
Carmen de Patagones supo defenderse aun sin tutores. Aban-
donados por ellos, confió en sus propios esfuerzos.
Aun marino de tránsito, accidentalmente por aquellas aguas,
y á un gaucho guapo fué debida la heroicidad de la defensa y
la inspiración de la victoria.
III
Era Luis Molina, hombrazo como hasta de dos varas y media
DE BUENOS AIRES 269
de alto, baqueano de toda lá pampa, semi-saivaje como ella, y
su más genuino representante, por esas alturas.
A la bravura natural de su raza, reunía la travesura instinti-
va llena de recursos del gaucho criollo, y donde su valentía no
alcanzaba, llegaban los mil recursos de su astucia.
Alto, grueso, decidido y decididor, ligero y flexible en sus
movimientos, con más pata que un patagón, tipo verdadero de
gaucho de pelo en pecho. No solo en este se notaba aquel;
de la cabeza á los pies aparecía todo pelos. Sus negras cren-
chas lacias y desgreñadas, cuando no erizadas cual flechas por
la furia de la pelea, caían uniéndose á largas barbas, dejándole
como hombre que no tiene dos dedos de frente, y brazos, pecho
y desnudas pantorrillas mostraban más pelos que un peludo,
signo de la fuerza que con asaz frecuencia daban prueba sus
morrudos puños.
Valiente, honradote, rastreador y cuchillero, tiraba tanto al
pecho como á la espalda, y así se le prendía al bagual más re-
domón, como á un guámparo de caña, para desayunarse; y tum-
baba de una pechada al toro más hombruno, como se le atrave-
saba al hombre más toro, hasta acomodarle diestramente su
facón.
Desde las hazañas del cacique Negro, en las silenciosas ribe-
ras del rio de su nombre, no resonaba eco de otra alguna, y su
caudal corría como murmurando el nombre de Villarino, su
primer explorador, y de Biedma, fundador de Patagones, únicos
cristianos que remontaron con provecho aquella corriente de
salvajes.
Apenas cierto guapo de ofício con partida de muchachos ma-
treros, de cuando en cuando hacia resonar su nombradía por
aventura sangrienta ó audaz, pues cuarenta leguas á la redonda
no imperaba otro poder que el de su puñal.
En brazos de su china siesteaba bajo el alero del rancho, á las
afueras de la población, y no muy lejos del parejero, siempre á
estaca, para un por si acaso ^ cuando uno de sus muchachos llegó
con la nueva, de que barcos brasileros habían entrado al rio,
buscando el medio de llevarse la población.
Saber esto, saltar sobre el pingo, é ir á ofrecerse para la de-
fensa fiíé uno.
No faltó viejo alcalde que más hablara de entregarse buena-
mente y dar todos los auxilios exijidos, con tal que dejaran quie-
ta esa pacífica población, oponiéndose seriamente á aceptar
ayuda de semejante beduino.
Pero al presentarse á la autoridad pidiendo aceptaran los ser-
vicios de su partida, más era por fórmula, pues que con autorí-
270 TRADICIONES
zacion ó sin ella no perdería la bolada, Molina proponíase
liacer una de las suyas. En menos de veinte y cuatro horas reu-
nió todos sus elementos, que no eran muchos.
En la iglesia se habian refujiado las más asustadas, no fueran á
cometer estrupicio alguno con las doncellas del Rio Negro.
Los más guapos llegaban á asomar las narices por las
barrancas, y volvian repitiendo : — t No hay más que rendirse.
A la fuerza quien se resiste ? »
IV
Finchado, acicalado y con más relumbrones que cajón fúne-
bre, en el chapeado de su uniforme lleno de cruces, alamares,
franjas y galones, relumbraba como una ascua, entre sus prie-
tos, el General Javier Shephard marchando á la cabeza de
los soldados, rodeado por la columna de tierra levantada en
la marcha.
Venían por caminos escusados, y la sed y el cansancio retra-
saban un poco los culateros. Ya cerca del pueblo se apresu-
raban á incorporarse.
Con las primeras luces, descubrió desde el cerro de la
Caballada, el Sargento Molina á los invasores.
Reorganizados por ultima vez avanzaban á banderas desple-
gadas, y ya el campo se les hacía orégano, cuando de pronto
y bajo el desmantelado Fuerte, tronó la artillería de la plaza,
con tan ñja puntería, que la primera bala dejó á los invasores
con su general sin cabeza.
Aunque cerca de dos años de guerra llevaba el Brasil,
tan á tras mano quedaba el establecimiento de Patagones,
sin camino para ninguna parte, que estaba dejado de la mano
de Dios.
Por casualidad dos ó tres corsarios no pudiendo meter sus
presas dentro del Plata, arribaron allí internándolas Rio arriba,
y sus pedreros y esmeriles, con una culebrina y dos obuses,
sumaban todas las bocas de fuego, menos abiertas que las de
unos cuantos charlatanes ( valientes de ofício en tiempos de
paz ), quienes por aquellos pagos andaban embrollando la lista.
Pero esa era la artillería de los barquichuelos amarrados en
el puerto.
En cuanto á la de tierra, más poderosa, haría temblar de
espanto á la escuadra del Imperio.
En tan pobre aldeucha que entre dos barrancos esparcía
su escasa población de paja y barro, abierta á todos los vientos.
DE BUENOS AIRES 27 1
como á cuantos quisieron entrar, — encontrábase la guarnición,
según nuestra vieja costumbre, completamente desguarnecida.
Apenas contaba la artillería con un viejo cañoncito de á
cuatro, olvidado en la ultima invasión de indios, desenterrado
la noche antes, de las cuatro esquinas de la plaza, en la pobla-
ción donde todo era plaza tan extensa como la pampa.
Lleno de herrumbre y barro, servido por un negro viejo y
tan carcomido como él, antiguo cabo de pieza, rebajado,
más que por sus años por su invalidez, pero de tan buena pun-
tería con su único ojo ( pues quedara haciendo puntería, cer-
rándole una bala para siempre el ojo izquierdo ), que del pri-
mer tiro dejó tendido en el campo al jefe de la invasión.
El negro Ambrosio había retobado con guascas frescas
aquel cañoncito, amarrándolo al tronco de un árbol ; con solo
una mano atacaba, al tiempo que con el dedo grande del pie
tapaba el oído ( el brazo derecho se lo llevó el atacador, en la
calle de la Defensa, defendiéndola de los invasores. Este
esperto artillero donde ponía el ojo, ponía la bala.
Así, á la segunda, picando en el centro de la columna
hizola remolinear, yá la tercera, yá sin jefe y con algunas
bajas empezó á retroceder en desorden.
Los brasileros aun no se daban cuenta del ejército invisible
sin duda con sus baterías ocultas por los cercados, que les es-
peraba con puntos fijos al desembocar sobre las primeras pobla-
ciones.
Veinte y dos hombres mal armados, mal entrazados, peor
amunicionados, y sin más disciplina ni orden que su valentía
formaban la vanguardia, centro y reserva de la resistencia . . .
V
Cuando Molina desplegó todo su ejército, es decir, estos
veinte y dos hombres en guerrilla, tomáronle sin duda por
avanzada de las fuertes columnas emboscadas. La contramar-
cha se iniciaba en desorden, y la bola salvaje y las bolea-
doras del gaucho y su larga lanza sobre los rezagados, lle-
gaban á producir más bajas que los tiros disparados al aire.
Recuérdase que las balas de los fusiles de chispa pegaba en
todas partes, menos en el blanco.
Aquel pequeño grupo de valientes, impidió por su astucia
que una numerosa columna en perfecto orden de ataque, se
posesionara de plaza desguarnecida.
Tomándoles Molina el camino de la costa, desbarató el
2;í tradiciones
plan meditado de los kivasores, echándolos tierra adentro
desconcertadas ya sus rotas ñlas.
Desorganizados por la muerte del jefe, no hubo segundo
que se hiciera oír.
La retirada empetó con precipitación, mientras que los per-
seguidores les seguían de cerca.
De cuando en cuando todavía oíase á lo -lejos un cañonazo,
viniendo á interrumpir la solemnidad del desierto y haciendo
remolinear grupos de los soldados en dispersión.
Atraidos por el imán de cristalinos mirajes, muertos de sed
y fatiga, se internaban, creyendo alcanzar aquella mágica
fuente de salvación.
En tan crítica situación hubieran entregado el Imperto por
un vaso de agua.
Gaucho atrevido hubo que se acercó á enlazar alguno de los
rezagados, mientras todo era confusión y espanto,* gritos y
órdenes encontradas, entre los invasores sin cabeza que los
dirijiera.
Los castillos en el aire de los conquistadores desvanecíanse
más ligero que las nubes de tierra que les envolvían.
De repente otro humo blanquecino, elevándose en medio del
cardal interceptó á los fugitivos. El gaucho astuto de la pam-
pa había hecho caer en el lazo las disciplinadas tropas.
Desbandado en guerrilla el ejército de veinte y dos hom-
bres, al pasar los brasileros un pajonal prendiéronle fuego por
los cuatro extremos, y afíxiados, muertos, fatigados, el can-
sancio les rendía, sofocados por el humo, el polvo y las pajas
y aristas, muriendo muchos achicharrados entre llamas.
Y cada vez más seductoras y engañosas figuraban á la dis-
tancia límpidas lagunas, mirajes y brillazones matinales for-
mando espejismos en lontananza^ alejándose más cuando más
avanzaban, reproduciendo el bárbaro suplicio de Tántalo, y
desesperando á los que morían abrazados por el fuego y la
sed, sin alcanzar una gota de aquellas cristalinas fuentes de
vida. Las ennegrecidas bocas mordian balas de plomo, ya sin
fuerzas para dispararlas.
Convertido en lago de fuego el ancho pajonal, siniestra
nube envolvía la columna en torbellino de llamas, retorcién-
dose flamíjeras espirales coronadas de chispas.
De cuando en cuando súbita explosión hacía volar car-
tucheras incendiadas por una chispa, despedazando las es-
paldas de los fugitivos. Otros se acobardaban tendiéndose á
lo largo, divisando tan lejana la patria y la victoría soñada —
desde aquella vía dolorosa clamando misericordia.
DE BUENOS AIRES if^
Cuadro aterrador, horrible, desesperante, todo era espanto,
desolación y miedo.
• Por repetidas veces pañuelos blancos como banderas de
parlamento, en la punta de las bayonetas alzaban como señal de
rendición. Pero todavía el grupo rendido era mucho mayor
que el de vencedores, para poderlos custodiar, mas, si cual
sospechaba el baqueano Molina, había desembarcado otra di
visión por el opuesto lado del pueblo.
Por fin salieron á un descampado, Allí viéronse estravia-
dos, y aunque los oficiales empezaban á desconfiar que todo
e! ejército fuera el tan reducido grupo, único que veían des-
de la mañana , la tropa en su mayor quebrantamiento no obe-
decía ni las órdenes para volver al embarcadero, del que
se hallaban alejados.
Molina mandó decirles no tuvieran esperanzas de regresar á
bordo, pues sus buques habían sido tomados al abordaje; que
rindieran sus armas y se alejaran de ellas si no preferían ser
pasados acuchillo.
Así se apresuraron á hacerlo, y después de un día de fatigas
al caer la tarde entraba al pueblito la partida custodiando
restos d|e los invasores.
VI
Entretanto, qué había sucedido en éste, durante la lucha ?
Envalentonados sus vecinos con los certeros tiros del tuerto
artillero y la valentía desplegada y audacia de Molina, siguie-
ron su entusiasta iniciativa algunos vecinos. El Capitán Bi-
sson, sin dar crédito á la bajante anunciada por su baqueano,
creyendo tener agua bastante para combatir, salió con sus
tres buques aguas abajo, batió uno por uno de los brasile-
ros, hízoles saber, sin saberlo, que la columna de tierra
estaba rendida, y tomó por su denuedo y pericia con tres bu-
quecillos corsarios los tres de guerra de la expedición.
De este modo por agua y tierra les salió la torta un pan, y
los apresadores quedaron apresados.
Molina y su pequeño grupo, coadyuvado por el bravo negro
, Ambrosio, quien resumía en el suyo todo el cuerpo de artille-
ría del ejército de veinte y dos ginetes, posteriormente au-
xiliados por el Ayudante de la Comandancia Sebastian Olive-
ra, — aprisionaron más de trescientos soldados de infantería,
multitud de fusiles, bagajes, banderas, cajas de guerra, etc.
Mientras tanto D. Santiago Jorge Bisson con los otros corsa-
274 TRADICIONES
ríos, D. Pedro Dontant, D. Jaime Harris y D. Juan Sanlins en
sus goletas Hija de Julio^ de Mayo, Bella Flor, y Chú
quina apresada anteriormente á los brasileros, rindieron otros
tantos buques, echando á pique una corbeta, un bergantin y una
goleta, treinta piezas de artillería é infinidad de armamento.
Si astuto era el criollo con sus pocos bravos, no menos
audaz fué Bisson con los Patrones de los corsarios, y hasta
el vecindario al fin se alentó, distinguiéndose entre otros, con-
tribuyendo á la defensa de Patagones, ya en tierra ó en agua,
siempre en lugar preferente, D. Manuel Alvarez, D. Ramón
Ocampo, EK Fernando Alfaro y D. Blas Urefta.
— Y el Comandante del punto se le queda en el tintero ?
— Ese, ese rezaba el rosario, y como fué quien menos se
distinguió, sirviendo solo su nombre para firmar el parte,
tomaremos la revancha por el bravo gaucho Molina, ya que
ni siquiera mencionó á. éste, no obstante haber sido el alma
de la defensa.
En eso se parece al autor de estas páginas el héroe que
ellas rucuerdan.
Hace sesenta años que la heroicidad de los veinte y dos tuvo
lugar, y hasta ahora veinte y cinco que exhumamos sus nom-
bres del olvido, ni en el parte se habían recordado.
Desde entonces no menos de veinte veces, ya trunca ó en
fragmentos, en diarios, libros, efemérides y periódicos, he-
mos leído reproducida nuestra tradición, sin el nombre del
autor de « La Revista de Buenos Aires », tomo 5^, de donde
se transcribió.
Para evitar continúe la omisión repetiremos por apéndice los
nombres de' esos veinte y dos valientes.
Por intermedio de uno de nuestros ilustres antepasados
el Gobierno hizo bajar á la ciudad á aquel grupo heroico, re-
compensándolo con grados y distinciones.
Andando el tiempo la fama del Capitán Molina fué en au-
mento.
Entonces, un buen día, como á Pancho el ñato, como al
baqueano Ventura Miniana en el campamento del Azul, co-
miendo una torta, con soldados de Rosas, cayó envenenado.
Gracias de Juan Manuel ! No toleraba prestigio alguno fue-
ra del suyo, menos en la campaña, pues hasta el de un gaucho
bravo podía hacerle sombra.
Hé aquí los nombres de los valientes defensores de Pata-
gones : Capitán, José Luis Molina — Sargento, José María Mo-
lina — Cabo, José María Albarito — Cabo, Lorenzo Gómez —
1
DE BUENOS AÍRES 2^5
Soldados : Cornelio Medina, Juan Bautista Montesina, Dioni-
sio Gómez, Juan Leg^izamon, Julián Alvarez, Santiago Ven-
tena, Miguel Rivera, Casimiro Marín, Francisco Delgado, Ino-
cencio Peralta, Jorge Arrióla, Manuel Gamboa, Policarpo Lu-
na, Santos Morales, Manuel Pérez, Raimundo Ramayo, Juan
P. Rojas y Gregorio Ramirez.
Dignos son sin duda, de grata recordación estos modestos
héroes olvidados, como otros muchos
i
2}6 TRADICIONES
Tradición del afío uno
Señor A. Si vori
I
Lo dijo el General San Martin, lo repitió el estadista Rivada-
via, lo comentó el publicista Alberdi, y lo esplicóel historiador
López.
«Este es un país ingobernable!»
— Porque es la tierra de los doctores, que todo lo traen en-
redado con sus cabalas y sus ergos, contestó el General Urquiza
un día de mal humor! De tan larga data compruébalo así la
esperiencia, que justificada estuvo la célebre orden para mandar
salir los primeros del oficio que á punto de arribar estaban, no
obstante comprometerse Cabeza de Vaca, á no traer abogados
ni procuradores, que demostrado había, promueven pleitos y
perturban la paz de la República.
— Si sería vaca ó toro el animalejo ese.
— Porque es la tierra de los caudillos que con su autoritarismo
y mandobles pretenden militarisarlo todo, como medio siglo de
guerras civiles lo patentizan, — replicó el sabio Dr. Velez.
— Porque revuelto anda el pandero, y así queda todo entre
curas y sacristanes, profetizádolo había Belgrano, que tenía algo
de Doctor y de General.
Pero, dado á cavilar sobre tal tema, porque en la Argentina
no puede haber buen gobierno^ según muy seriamente todas las
mañanas lo asegura la oposición, más limpios que patenas salen
DE BUENOS AIRES 277
curas y sacristanes — Abogados y Procuradores — caudillos y
militares libres de toda responsabilidad.
Otro era el intringuis.
«Hemos arado en el mar», exclamó Bolívar al morir, nada
bueno germinará en esta tierra. Pero, de más lejos venía el
quibus. Óiganlo Vds.
II
Cierto día, cansado el buen Dios de tantos chis-
mes y enredos, en la Corte celestial donde pululan más
militares, como Miguel Arcángel, que abogados con San Buena
Ventura, á la que no por estar tan alta dejan de llegar los que
ángeles y serafines llevan y traen de las miradas de mundos visi-
bles é invisibles, descendió á dar una vueltita y ver de más
cerca cómo andaban las cosas por aquí abajo, y distraerse un
poco en este ameno valle de Adán, pues lo monótono siem-
pre igual, siempre lo mismo, hasta en la gloria perenal hastía.
Bajó por donde mismo hubo subido, caminito al cielo, Monte
.de la Ascención, lugar vecino al de la soñada escala de Jacob,
y con más paciencia que Job recorriendo anduvo escabrosida-
des y vericuetos de las calaveradas de sus apóstoles, cuando eran
pescadores, y á la pesca de lo bueno andaban.
Paseólos barrios de la antigua Judea, de los que fué un día
vecino. Belén, Jordán, Tiberiades, todo lo encontró cambiado.
Asomó al Calvario, donde se sacrificó por tantos hombres, de
los que ninguno se sacrifica por su ley, por seguir sus huellas y
practicar su doctrina, y vio que si ya en esta época no col-
gaban déla cruz á los ladrones, del cuello de éstos, colgaban, sí,
las cruces.
Cierta bella jitanilla de Jericó, cantaba en el Café chantant,
recien abierto junto al templo de Salomón, con acompañamien-
to de castañuelas, pandereta y fandanguillo:
(C Allá en tiempos de bárbaras naciones
Colgaban de la Cruz á los ladrones.
Y en éste, que llaman de las luces,
Del cuello del ladrón cuelgan las cruces. :>
— Si será indirecta, ó nos habrá reconocido, dijo para sí San
Pedro, que acompañaba al Señor en la peregrinación.
Pasó cerca del campo de la desesperación, recordando con
tristeza que donde él había dejado un Judas, multiplicado y
extendídose había como planta maldita por toda la superficie
278 TRADICIONES
de la tierra larga familia de ellos, pero que no seguían la costum-
bre de su discípulo.
L03 Judas, los traidores á la moderna, ya no arrojan sus
treinta denarios, ahorcándose luego, siguen oprimiendo la mano
de amigos, á quienes con envenenada difamación, estileto no
menoé mortal, hieren por la espalda entre dos sonrisas.
Si el de Iscariot le vendió una vez, los de la presente época
uno con otro, le traicionan, por lo bajo una vez por día. El
apóstol observó no sin sensatez, que á seguir todos los Judas
el buen ejemplo del primero, acaso hubiera ya fenecido la
humanidad.
Al pasar del Asia al Afrícii, notó cambio %n el pla-
neta, pretendiendo enmendarle la plana al Creador, pues por
donde éste dividía en dos grandes fracciones la humanidad, el
mundo antiguo y el mundo moderno, los descendientes de
Adán sin permiso previo, y de su sola cuenta, abierto habían
un istmo y deslizaban ei canal por donde la Europa moderna
lleva al extremo Oriente la corriente de sus nuevas ideas.
Cruzó cerca de Roma, cabeza de la Iglesia, y del mundo un
día, notando al pasar la espléndida morada de los sucesores
de este pobre pescador que le acompañaba descalzo, rodeada
de magníficos museos, archivo de la más alta espresion del
genio humano, en cada una de sus bellas manifestaciones. Fijó-
se que la más antigua columna del viejo Coliseum, donde allá
por su tiempo arrojaban cristianos á las fieras, sostenía cierta
hilacha casi invisible, pretesto apenas para trasmitir algo im-
palpable, como el pensamiento.
Y allí por los alambres que corriera el velarium, bajo el cual
pueblos y emperadores gozábanse en el despedazamiento de
cuantos como ellos no pensaban, cual imantada corriente fluía
la electricidad, uniendo por la fraternidad del pensamiento los
hombres de los cuatro extremos.
III
— c Qué cambiado está todo esto», decía el buen Dios, y en
verdad que, hasta la barca del pescador de la Galilea veíase
reemplazadapor el magnífico yaht de opulento yankee, quien á
impulso del vapor, llevando la casa consigo, volvía de recorrer
el mundo como suyo en pocos dias.
Del Andes al Ararat divisó muchas cosas nuevas, y á pesar
de la divisa antigua nihil novum sub-sole, descubríanse trasfor-
maciones de tal magnitud que dejaban viejas cosas como
nuevas.
1
DE BUENOS AIRES 279
Las siete maravillas de la antigüedad, eclipsadas eran por las
setenta mil maravillas de la industria moderna.
De asombro en asombro seguía chochando Pedro, con la
boca abierta, cuando al pasar el Rin, tropezó con invención,
no atinamos si diabólica ó celestial, pues tanto propaga el bien
como el mal, universalisando instantáneamente en la rapidez de
su publicidad todos esos progresos, hasta el del cafton Krup.
La palabra de luz y de verdad, cuya propaganda encomendara á
una docena de peregrinos, hoy, en cierto simple mecanismo, un
pequeño niño multiplicaba al infinito, dando alas á los signos
representativos del pensamiento, que vuelan sobre la redondez
de la tierra.
— cEn el cielo no se usa esto, pues no se conoce la libertad de
imprenta», rezongó Pedro.
En fín, rozó sobre una especie de Babilonia moderna, sin el
auje, mas con mayor corrupción que la antigua Rusia.
Alemania, Inglaterra, ¡cómo ha cambiado todo esto! repetía á
cada paso ásu discípulo, que con s€;r quien estuvo más sobre el
planeta, de los dos celestesides turistas, no reconocía los pa-
rajes.
Abismados en tales reflexiones iban, cuando al ascender, des-
plegando la orla de su manto bordado de estrellas, alcanzaron
á divisar entre los Pirineos y el África, un pueblo en muchas
leguas, que ni el lenguaje por ser propio convinieron hacerlo
común; pueblo así medio pastor, medio labriego, algo ingenuo,
viviendo como los abuelos, y encontrando todo bueno sin salir
un paso de sus costumbres, porque sus antepasados las tenían,
viajando en burro, cabalgadura bien conocida del Señor, por
haberla preferido en la entrada triunfal á la ciudad de su sacri-
ficio
Y dijo el Señor, dándose vuelta al elevarse á los cielos: ¿Co-
noces Pedro esa tierra?
— Aquella donde pulula mucho carlista, mucho intransijente,
llena de revolucionarios y Curas, monárquicos y republicanos,
cantonales y liberales, sí que la conozco. Esa esa es la
tierra de Pilatos. Si está como cuando el muy pillo emborra-
chaba en Adalucía!
— ¿Y en qué la conoces?
— En que en nada ha cambiado. En la tierra de la siesta no
varían los garbanzos. Buenas gentes, por cierto, algo inocento-
nas y fanáticas por los toros y otras cosas, que yo me sé, pero
honradota á carta cabal.
Todo cambia, se muda ó se trasforma, menos aquella madre
patria que nos trató como á hijastros. En el pecado lleva la
28o TRADICIONES
penitencia, lo que prueba su desprendimiento y generosidad.
Conquistó un mundo» para otros, y no alcanzó ni la paz interna
para sí
IV
De regreso de tan fantástico viaje, el buen Dios encontróse
de muy buen humor.
El paseito habíale asentado, y nada malo de nuevo vio, que
el mal es tan viejo como el mundo.
Antes de volver á sus ocupaciones ordinarias de oir quejarse
eternamente á los pueblos, pidiendo hoy una cosa y mañana
lo contrario, sin estar nunca contentos con su presente, pues
alcanzaban este deseo y ansiaban lo de más allá, en su ambi-
ción sin fin, concedió un día de gracia.
— A ver, Pedro (dijo) abre las puertas del cielo, y toca á
elecciones generales por toda la tierra, para que cada pueblo
meditando bien sus necesidades, solicite por intermedio de un
delegado lo que constituya su primera necesidad. Dispóngome
á acordar una gracia. Cada Santo pida para su pueblo, y
no cada uno pida para su Santo. Cuidado con cambiar los fre-
nos, como allá abajo estilan.
No sabemos si el Arcángel Gabriel equivocó de pistón, y por
otra, tocó la trompeta del juicio final, que tal parecía el intrín-
gulis y toUe-tolle armado por los pueblos de la tierra, congre-
gados á elecciones para el cielo.
Tratándose de inscripciones, no solo entre los mortales (en-
tre enemigos mortales, que á éstos asemejan los hijos de Adán),
hasta entre ángeles son embarulladas.
Elegíase un Santo, ó bien aventurado (presumimos que todos
los enviados á cualquier parte, al fin lo son ó tienen algo de
bien aventurados), á solicitar una gracia para ' sus representa-
dos, ó desventurados.
Tras reñidas elecciones, lució por fin el gran día, y empeza-
ron á llegar registros falsos ó adulterados.
No hubo parroquia, es verdad, que dejara de levantar la se-
cular protesta, sobre si fué Juan ó fué Pedro quien obtuvo ma-
yoría, pues á los postres el derecho de pataleo es en todas par-
tes tolerado.
Presentóse allí hasta un inventor del cuociente, quisicosa ó
sortilegio por el que gana la representación de las minorías.
La verde Erin mandó á San Patricio, y como buen irlandés
pidió que nunca faltaran las más ricas papas á su rebaño.
DE BUENOS AIRES 28 T
No pedia papa el chiquillo!
— Concedido, dijo el Seftor, pero no olvides que no es lo
único bueno que cual el maíz, el tabaco y el cacao, os ha
mandado la América, y cuando el rebaño acreciente, mandad
vuestros sobrantes á plantar papas a esa fértil región, escasa
de brazos para su cultivo.
Y desde entonces quedó establecido intercambio de papas
por irlandeses, en el Norte y Sud de América.
San Isaac solicitó y obtuvo el más grande imperio para los
rusos; y al pedir pueblos de tantas lenguas, sin entenderse, anda
aquello como merienda de negros, sin llegar al quibus, pues
el cunqtdbus se lo absorbe su dueño, y señor, el Czar de todas
las Rusias.
De cuellito á la degollé y pelado á la malcontant. presentó-
se San Dionisio ante el trono excelso, y saludando, no qui-
tándose el casco de sobre la cabeza (agrega el mentiroso fran-
cés), sino la cabeza de sobre los hombros, como indirecta,
recordando al Padre Eterno, el martirio sufrido por su santo
nombre, dijo:
— Perdón, Señor! pido para la Francia el ejército más hermoso
del mundo.
— Concedido. Hermoso sí, pero preved que por su descuido
ó relajación no se deje aventajar por el prusiano.
Y de rubias barbas partidas, gorrito con pluma y traje esco-
cés, siguióle San Jorge, fijándose el binoquio en el derecho, y
guiñando el zurdo para saludar reverentemente á su majestad.
— Os pido, señor, la primera marina del Océano, para la In-
glaterra.
— Concedido.
— Y los mejores bisteques, agregó San Pedro, que como por-
tero chanzonero, estaba de vena aquel día.
Después de dos soldados sin cabeza, (perdida en el martirio),
acercóse un Santo Obispo sin corazón. Al menos los napoli-
tanos juran y perjuran que se lo guardan en conserva, en cier-
ta reliquia cuya sangre liquídase una vez por año.
— Pido para los italianos, dijo San Genaro, que de entre ellos
salgan los primeros artistas del mundo.
— Saldrán.
— Aunque no quede ninguno en casa, agregó el basto-
nero
V
Así fueron desfilando uno por uno los representantes de
282 TRADICIONES
todas las comarcas, y pidiendo cada cual según sus instruc-
ciones las cosas más raras, muchas de ellas insigniñcantes, pero
siempre con el agregado: el primero^ el más grande, el único
en el mundo; por lo qué un ángel rubio como inglés, que apun-
taba en largo registro todos los pedidos, escribió al margen,
Wanity — Fairl Espejo, ó feria de vanidades.
— Que avance otro.
- No hay más, contestó San Pedro, quien relegando á su
atache las habituales ocupaciones de portería, desde su paseito
á la tierra, dragoneaba de introductor de embajadores:
No puede haber acabado tan pronto la larga letanía de pe-
didos . .
— Allá á lo lejos, muy lejos, divísase algo como burbuja que
se mueve entre nubes de polvo y gasas azules.
San Pedro extendió cual celeste telescopio la cola del más
próximo cometa, alumbrado el camino con su reflejo, y agregó:
Sí, se distingue un caballo blanco á todo galope, que nunca
llega
— Há de ser el enviado de esa ultima tierra, que en nada ha
cambiado, ni en su trasporte, persistiendo en creer la caballería
el más ligero medio de locomoción. Por ñn llegó Santiago, caba-
llero en su caballo blanco.
Siempre atrás, como genuino representante de la tierra de los
toros.
— ¿Qué pide el perezoso.
— El más rico vino que produzca la tierra, dijo Santiago.
— Concedido.
— Las más lindas mujeres, con la sal de Andalucía.
— Hola, galante es el noble hidalgo! Está bien.
— Pido, pido
— Calla, chico, no seas grosero, que la buena crianza es lo
primero, dijo Pedro, tirándole del manto. Y entrecortado y
coloradote terminó Santiago murmurando su postrer pedido.
cQuiero para España un buen gobierno», al que por lo car-
goso se le puso un isno ha lugar -^ y por lo que no hay lugar
en España para buen gobierno.
En esto, entre albas nubes del color de su nombre, apare-
ció coronada de rosas, morena virgen de América, sencilla co-
mo criolla, y hermosa como buena; recatada y humilde sollo-
zó á media voz solicitud velada por el pudor.
Bueno es recordar aquí que el Papa Clemente X ante quien
tramitó la canonización de la bella americana, exclamó aso-
rado: c ¡Limeña y Santa!» Preciso será lluevan rosas para
creerlo.
DE BUENOS AIRES 283
Y rosas llovieron
— Tu humilde sierva pide el mejor clima para su pueblo,
que llegue á ser proverbial, dijo.
— Concedido, Rosa, será tu país un Perú. Es ya hoy un Po-
tosí, y cuando se cansen de sacar plata, les daré sal, y cuando
las limeñas la mermen por su uso y abuso, hasta huano man-
daré.
Rendida y arrodillada, llena de gracias y sonrojos, agregó:
— Pídote Señor, des el más chiquito pie á las limeñas, y
clara inteligencia á todos los hijos de la América, que me han
declarado su Patrona.
— Al fin, mujer en lo pedigüeña! murmuró por lo bajo Pedro.
— Está bien, Rosa, pero cuidado que ese lindo pie, no dé
pie para muchas cosas me entiendes?
— Señor, Señor
— Cómo, todavía
— Concede á mi patria un buen gobierno.
— Vaya, vaya; Rosita, Rosita. No tienes que pedir otra
cosita?
VI
Iban yá á entornar las puertas del cielo, solo abiertas para
las almas candidas, cuando empolvado y jadeante llegó un
tercer militar, bravo y dadivoso como que partía su capa con
el primer pobre que tropezara.
Escusó su retardo, pues hasta tres veces había tenido que
ganar la elección á otro San Sebastian que andaba embrollando
la lista, para ir á representar como su patrono allá en las altu-
ras, la nueva patria Argentina.
Cabalgaba brioso y* magnífico pampa más veloz que el vien-
to de su nombre, y á tal punto saltador, que desde el Tu-
pungato escaló de un salto al cielo.
— Ya sabía, dijo el Señor, que os enviarían los de aquella
joven nación tan valerosa como versátil. Ellos son buenos, pe-
ro un poco variables, como sus aires.
cLes di Vireyes y pidieron República. Clamaban por liber-
tad, y al fin tanto abusaron de ella que la consumieron en po-
co tiempo. Les di hasta un tirano, con quien más constantes
se mostraron. ¿Pretenderán ensayar algún dictador?
— Quieren el rio más ancho y dilatado.
— Lo tendrán.
— Y pueden llamarle de la Plata, aunque no tenga ningu-
na, para satisfacer su vanidad, agregó Pedro,
284 TRADICIONES
— Quieren las pampas más grandes de la tierra,
— Está bien.. . .
— Aunque nada tengan en ella, dijo el portero.
— Quieren, quieren
— Todavía! murmuró amostazado el Altísimo.
— Quieren la montaña más alta déla América.
Y oprimiendo como invisible resorte la pequefta estrellita que
hacía uso de eléctrica campanilla, oyóse:
Tilín, tilín, tilín
A cada chancho le llega su San Martin.
Pero inmutable el pedidoso de este nombre, sin darse por
aludido, seguía impertérrito el Santo patrono de Buenos Aires,
sin que nadie reparara ya en el importuno.
— Lo ultimo, Señor, lo ultimo.
— Pido prosperidad para el pueblo argentino y un buen go-
bierno. Paz, sobre todas las cosas, que debe ser muy buena,
aunque no la tratan ni de vista, pues no saben hasta la fecha
lo que es vivir en pas^ ni conocen á esta Señora más que para
trancarle la puerta.
— Martin, Martin!
Preciso es dejar algo
Para los del otro confín:
Y hé aquí por qué no puede haber buen gobierno en la Re-
pública Argentina.
Otra cosa aconteciera si Santiago, Rosa y San Martin, hubie-
ran empezado por donde acabaron.
Pero vaya Ud. á enmendar el carácter nacional en un dia.
Ni en trescientos años que llevamos, adelantamos un paso al
respecto. No en valde se dijo:
«Genio y figura
Hasta la sepultura.»
VII
Tal es el secreto porque en España, ni en el Perú, ni en la
América toda de la raza latina, más dada á fantasear y al fan-
danguillo, al bien parecer, que á lo sólido y provechoso, pue-
de haber estable y permanente un buen gobierno.
Quedado há yá establecido que cada presidencia oscile co-
mo entre sus dos polos indispensables, entre una revolución y
DE BUENOS AIRES 285
un curso forzoso, que andar hace á los hombres á la carrera,
como en otro curso también forzoso, ó contra la voluntad
de los que lo padecen.
Nuestra es la culpa. En las manos tuvimos el bien estar y
la felicidad común, con todos los elementos para labrarla y
constituirnos libres é independientes en el progreso y la paz;
pero el demonio de la ambición que nos domina, y la vani-
dad que desde nuestros comenzamientos hízonos exclamar:
«Calle Esparta su virtud
Sus hazañas calle Roma.
Silencio! que al mundo asoma
La gran Capital del Sud,
Ese prurito de aparentar nos viene perdiendo sin que pueda-
mos salvar la patria de tanto patriota.
Parece que San Martin, el día de las elecciones para el cie-
lo, yá estaba muy distante de él, y no oyó claro lo de vuelva
Ud, mañana^ por su ultimo pedido, que en buen castellano quie-
re decir, no vuelva nunca.
Fatal nos há sido este mal de oídos, sin dar oídos á la
experiencia, por que nos salen todas las cosas al revés:
Sabéis yá, pacientes lectores, por qué en España como en
América, ni por casualidad suele hacerse cambio alguno de
gobierno sin la revolucíoncita de ordenanza.
Y si parecida á tradiciones
de otros países se encontrara la presente, no es que el autor
plagie áDumas, ni Palma á Lafuente, sino que pintando c^da
uno costumbres de su país, resalta en el fondo algo como
aire de familia ó rasgo de semejanza, pues á la postre,
sub-americanos, españoles y franceses reconocen como prime-
ra madre común la noble estirpe latina, y y
como lo diré:
Quien lo hereda, no lo hurta.
286 TRADICIONES
A la memoria de mi infortunado amigo, Capitán Félix Paz
El que pagó el pato. El ultimo mono siempre se ahoga.
Donde el diablo perdió el poncho, y refranes á estos seme-
jantes, tan hábilmente referidos fueron, cual el muy gracioso
origen, de como merienda de negros que el castizo tradicionista
Pelliza, nos acaba de revelar.
Proponemos hoy hacer lo mismo con el que contó el
cuento^ pues no es chico cuento, que un fusilado, después de
serlo cuente lo que esta tradición resume.
Pero, el cómo, y el cuándo, y el dónde, y por que hoy viene
á los cantos de nuestra pluma, también tiene su cuento.
I
cOs llama la atención esta escarapela azul y blanca que
desprendo del pecho archivándola cual memento de este dia
de reparación, entre esos dos abollados relojes de plata vieja en
el pequeño museo de nuestros recuerdos históricos?
«Poco menos, y el más pequeñuelo de ustedes, acaso pre-
guntara candidamente de qué Nación es la cucarda, si al alzar
la mirada no divisaran los mismos colores en la bandera que
flamea desde lo alto de la casa, hoy que es dia de glorifícacion
para dos Santos de la patria. — Paz y Lavalle, héroes de nues-
tra independencia.
cTan pocas veces acostumbramos reunimos los argentinos
diseminados entre numerosas masas de estranjeros, que en
los hogares donde la religión de la patria, no es una religión,
hasta sus colores se descoloran ó desconocen.
DE BUENOS AIRES 287
En otras secciones americanas, como en Chile,
por ejemplo, cuando un ciudadano construye la casa para su
familia, lo primero que levanta más alto, coronando el frontis,
es el asta-bandera, para izar á las nubes el pabellón sagrado
de la patria, á cuya sombra regocíjanse en los aniversarios glo-
riosos.
En esta gran Capital del sur, su medio millón de habitantes,
construye al año á razón de seis casas por dia; pero, cuántos
son los que reservan en ellas permanente lugar á su ban-
dera?
«Cuando esta pasa por las calles, todo el mundo se descubre,
en cualquier parte. Aquí, se le vé con indiferiencia, si se le vé,
que no poco cuesta descubrir una bandera nacional entre la mul-
titud de estranjeras cubriendo las avenidas de Buenos Aires,
en dias de gala.
«Pues bien, queridos niños, lección de patriotismo práctico
han presenciado hoy quienes concurrieron á esa plaza de ar-
mas, de donde salieron los que afianzaron la independencia na-
cional, y ya que hoy es el dia de la apoteosis de dos de sus
héroes, referiremos el episodio con uno de ellos relacionado,
que nos contó un fusilado.
— Papá! papá! interrumpió el niñito, cuyo padre así hablaba,
eso es cuento, pues un fusilado no puede contar cuentos.
— Efectivamante, cuento es, pero tan verídico como el ham-
bre que voló de las torres de Santo Domingo, y el viaje con
muertos ilustres que hicimos en espléndida noche de luna
llena, remontando el majestuoso Paraná la misma hora del
terremoto que derrumbaba la ciudad de Mendoza, haciendo
naufragar los muertos de nuestro cuento, fusilados en la Cruz
Alta.
— Y, cómo pueden naufragar los muertos?
— Yéndose al agua, de la que no poco costó pescar sus ca-
dáveres. Pero, esos son pormenores de otra tradición, cuyos
detalles impedirán dar cima á ésta. No interrumpáis, si no
queréis alargarla demasiado, y escuchad.
— Somos todos oidos, y aquel burriquito más chico, todo
orejas. Vean como se le estiran y ponen coloradas, concluyó
el de la infantil observación.
II
Era el dia más corto del año, como este en que es-
cribimos, al siguiente de la glorificación, es el más largo.
El General Don José María Paz, volvía á la Capital de Cór-
doba, ciudad de su nacimiento, satisfecho de haber vencido
288 TRADICIONES
en los campos de la Tablada, al más intrépido de los caudi-
llos, el terrible Facundo.
Ligera guerrilla de batidores despejaba al frente. Sus prin-
cipales ayudantes le rodeaban, su pequeño ejército de dos mil
hombres le seguía, con el que derrotara la víspera doble nú-
mero de montoneros. Su segundo, el Coronel Deza, cerraba la
columna.
Todavía restos de la infantería del General Bustos, dentro la
plaza simulaba preparativos de resistencia,
La tarde anterior, mientras á la luz del vivac escribía Paz
perentoria intimación, á su alrededor, y en voz baja, cuchi-
cheando sus ayudantes disputábanse sobre el primero á quien
tocaba entrar.
El Capitán Correa terció la discusión, diciendo: cCuando se
trate de intimar á enemigos que ocupen Buenos Aires, Mendo-
za ó Salta, corresponderá llevarla á nuestros compañeros Pla-
za, Tejedor ó Campero, pero hoy me corresponde á mí, que soy
cordobés, t
«El buen soldado, observó con más prudencia Paunero, no
debe ofrecerse ni esquivarse. En el servicio, estar á toda hora
pronto para ir donde le manden y cumplir con su deber, nada
más. No es bueno andarse ofreciendo.»
Pero ya faltaba el que á sí mismo se había designado, antici-
pándose á la muerte, con que tropezó, en el ultimo tiro después
de la batalla, escapado al acaso de rondín perdido entre las
sombras del bosque.
III
Y briosos y entusiastas, marchaban así á la cabeza los bravos
ayudantes, muy próximos á la entrada de la ciudad, cuando la
voz breve y seca de mando interrumpió el silencio.
— ¡Ayudante Tejedor!
— Ordene, General.
— Avance Vd y lleve esta comunicación al jefe de la plaza, pre-
viniéndole de viva voz se le dá un cuarto de hora para rendirse. »
Orgulloso por la distinción, á punto de no caber en sus grana-
deras, el valiente capitán D. Dionisio Tejedor picó el caballo y
salió á galope, acompañado de pequeña escolta yel trompa de
órdenes.
Como al poco rato no volviera, empezó á distribuirse más mu-
niciones para el asalto, cuando á lo lejos y á galope tendido
DE BUENOS AIRES 289
regresara, contestando que la guarnición estaba pronta á ren-
dirse, con tal que se le garantiese la vida.
A otorgar tal garantía volvía el Ayudante Tejedor, bajo
bandera de parlamento, en busca del Coronel Maure (Jefe de
Plaza), entrando por otra calle, menos quizá por acortar camino,
que en la esperanza de divisar con dos negros ojos nada boza-
les de la gentil Tagle, doblando por aquella calle de su amor
perdido.
Pero, cuándo el amor no es ciego, y por precipitarnos en su
seno, caemos en el de la muerte!
Cortos momentos trascurrieron cuando se oyeron algunos
tiros, y el asistente de Tejedor, á escape volvía, refiriendo
con lágrimas en los ojos, que su capitán acababa de ser ase-
sinado.
«Ahora mismo, exclama después de veinte años el General
Paz, se conmueve dolorosamente mi corazón, al recordar la súbi-
ta desaparición de modo tan extraño, de un oficial inteligente
pundonoroso y único amigo mió, como era el joven Tejedor.
En él y en Correa, hizo la patria y yo dos pérdidas bien sen-
sibles. »
Habría habido refinada perfidia?
En son de ataque entraba la columna por la calle de Santo
Domingo, cuando el Comandante Arguello, de la plaza, se pre-
sentó al General Paz, sorprendiéndose de los preparativos hos-
tiles. Increpado por la muerte del parlamentario, contestó que la
guarnición era extraña al atentado; que ese cantón de donde se
hiciera fiiego, no estaba advertido de la suspensión de armas.
Pero, que con todo, los que sin orden tiraron, quedaban asegu-
rados tras la trinchera.
Cuando las fuerzas de Paz penetraron á la plaza, en la calle
cortada encontraron cinco hombres atados. Eran los de la
zotea que habían hecho fuego al parlamentario.
Al grito de ¡mueran! fueron atropellados, y sin la interven-
ción personal del mismo General que gritó «todo prisionero es
sagradof, hubieran sido hechos pedazos en su presencia.
En la efusión de las primeras felicitaciones se hallaba, y cas-
tigó el caballo adelantándose, al divisar, viniendo hacia él los
entusiastas estudiantes del Colegio de Loreto, que con su Rec-
tor á la cabeza, el ilustre Dr. Ensebio Agüero, salían á reci-
birle, dando vivas y aclamaciones al vencedor.
Momentos después, oyóse una descarga á la espalda, y el Co-
ronel Deza se presentó dando parte haberle sido imposible eyi-
290 TRADICIONES
tar que aquellos miseiables fueran sacrificados en el mismo lu-
gar á la saña de los vencedores.
Arrodillados sobre el borde de la zanja de su propia trinchera,
los cinco cayeron en su profundidad, fusilados á la primera des-
carga.
• •
IV
Es, la del General Paz, una de las figuras más descollantes
de soldado, en nuestra brillante historia militar.
Estudiante de derecho, improvísanle soldado las circunstan-
cias en que apareció.
Mal ginete, siendo uno de los jefes argentinos que peor ca-
balgaba, derrota por su astucia y su táctica al primer caudillo de
caballería, á punto de hacer exclamar á Quiroga:
«Este manco del diablo, me há derrotado con figuras de con-
tradanza. »
Severo, reservado, observa y reflexiona, economiza la tro-
pa. En el sitio de Montevideo, como en el de Buenos Aires,
él fué el alma de la defensa, cual en Ituzaingó, su ultima carga
con Lavalle, la que decidió la victoria.
Desde el Alto-Perú hasta Buenos Aires, largo reguero de san-
gre, de triunfos, de luchas y reveces señala su camino, y Tucu-
man, Salta, Alto Perú, Brasil, las campañas de Oncativo y Ta-
blada, no son los únicos sitios que justifican su pericia, su táctica
y denuedo.
En una ocasión oímos al General Pacheco y Obes, resumir su
juicio sobre estos dos jefes, así:
«Lavalle era apasionado por la elocuencia militar de Napo-
león, y entre todas sus proclamas admiraba más ésta:
«De lo alto de aquellas pirámides, cuarenta siglos os con-
templan».
«Parco hasta en los elojios el General Paz, repetía aquellas her-
mosas palabras del vencedor en Trafalgar:
«La Inglaterra espera que cada uno cumpla con su
deber.»
«Laconismo sublime, nada más que su deber exijía Paz.
«Este rasgo, por la predilección de elocuencia perfila el ca-
rácter de cada uno, repetía Pacheco.
Cierto día acompañábamos en camino al Paraguay al Gene-
ral en Jefe del Ejército de la triple alianza. Llegó á saludar al
DE BUENOS AÍRES :Í9t
General brasilero Osorio; presentándole sus ayudantes, forma-
ba á su lado el capitán D. Félix Paz, nuestro infortunado y va-
liente compañero de armas.
— El Capitán Paz! dijo el General Mitre.
— Oh! sin duda hijo del primer general argentino?
— No señor, sobrino del primer general americano.
— Sí, sí, repitió el braVo brasilero, tuve á mucha honra hos-
pedarlo en mi fasenda, tan bravo como desgraciado.
Mas, no podríamos citar cuanto se ha escrito sobre Paz, que
si bien tras él murmurábase de sus cavilosidades por dar oidos
á ciertos chismes de campamento, cuando tomaba la dirección
del mando revivía la confianza, y todo el mundo esperaba la
victoria.
Resume todo elojio, el de otro valiente, voto en la materia,
en cuyas ((Memorias» recomienda á los jóvenes militares más
de una de sus estrategias.
Llegamos en nuestros viajes á saludar el solitario de Ca-
prera. Después de un momento y hablando de nuestra patria,
preguntó :
— Argentino, nó?
— Sí, señor. De aquella tierra en que la imagen del Gene-
ral Garibaldi tiene un altar en cada corazón.
— Oh! recuerdo muy buenos amigos allá, y en verdad fué en
el Plata donde aprendí á luchar por la libertad. Se peleaba
deveras por entonces.
((Recuerdo, en otra ocasión haberlo dicho, allí encontré el sol-
dado cuadrado que exijía Napoleón.
clnterrogado entre un grupo de oficiales franceses, dijera yo
que había recorrido ambos mundos, cuál era el jefe más comple-
to que conociera, contesté sin esfuerzo lo que ahora á Vd. re-
pito, sin ser en pago de la buena noticia que me há traido.
«Allá en el con fin de la América encontré un soldado de genio,
cuya táctica y disciplina, valor sereno y cálculo, método y or-
den ninguno adelanta. Nadie con tan escasos elementos há
hecho más que el General Paz.»
Paz, lavantó ejércitos, constituyó gobiernos, ordenó sitios.
En el Alto-Perú — en el Brasil — en la Banda Oriental — en la
Argentina, por todas partes escribió su nombre con su sangre su
espada, no siempre vencedora; y lo que es más virtud, que aho-
ra no se aprecia, murió pobre como había vivido, en época de
desquicio y de desorden, sus manos no se mancharon nunca.. •
292 TRADICIONES
V
. . . .Diez años trascurrieron, y era también la noche de San
Juan, cuando á la oración, mendigo inválido se acercaba á una
pequeña tienda de ropa, frente á la Catedral, hoy calle San
Martin.
El limpia-lámparas le despedía con el acostumbrado ¡perdo
ne hermano! ' cuando de adentro en la trastienda del fondo gri-
tó el patrón; cNo, espere, y yendo al cajón del mostrador, de-
cía al amigo con quien tomaba mate: «Hoy hace diez años
mataron á mi hermano, siempre recuerdo dar limosna por su
alma 'en este día.»
Y sacó algún dinero, acercándose á dárselo al pobre en el
umbral, cuando de adentro le gritaron ¡Tejedor!
— Que hay? Voy yá
A este grito recojió la mano el mendigo, y como sobrecojido
mirando fijamente al interrogado, le dijo:
— Vd. se llama Tejedor?
—Sí.
— Que será Vd. del Capitán Tejedor?
— Hermano. Que hay con eso? Eres alguno de sus viejos
soldados? Le acompañastes en sus campañas?
— Soldado, y en sus campañas hé sido; pero no su subalterno.
Fui uno de sus asesinos.
— Hombre! A estos fusilaron en el momento de to-
marlos.
—Efectivamente, y yo fui uno de los fusilados.
— Este hombre há perdido la chaveta. Fusilado y ha-
blando!
— Para qué negarlo. Yo fui fusilado y todavía cuento el
cuento, ya que he dado con un hermano del Capitán Teje-
dor, á cuya muerte, sin querer, contribuí, no le pido limosna,
sino perdón, al primero de sus deudos que encuentro en esta tier-
ra, dijo, cayendo sobre el umbral de rodillas.
— A ver, á ver, levanta, ven acá. ¿Pero este pobre está lo-
co! Dice que há sido fusilado, y lo dice Pide limosna y
retira la mano, y á la tienda de Tejedor viene á contarle
que há sido el matador de Tejedor, agregó entre joco-serio.
Perdido ha la chaveta, compadre, ó ya hemos hecho la
tarde?
— Ni lo uno, ni lo otro; pero todo lo que digo es cierto.
«Hace hoy diez años, hallábame en uno de los cantones á
la entrada de Córdoba, . Se había dado orden de hacer fuego
DE BUENOS AIRES 293
•
sobre cualquier grupo á tiro de fusil. Nadie avisó estar sus
pendidas las hostilidades, ni que iba á entrar parlamento. Es-
taba yo de centinela con cuatro compañeros' más sobre la azo-
tea y á los primeros tiros cayó el bizarro oficial que avanzaba.-
Sus compañeros dieron vuelta.
Pero ya el susto había entrado á los de la plaza, pues la que
nos venideron por victoria los oficiales de Quiroga, Bustos, Al-
dao, era perroidi ^era no más. Por esto, de otros cantones ve-
cinos vinierony nos entregaron amarrados.
«En cuanto pasó el General Paz adentro, nos fusilaron, ca-
yendo sin vida en el hoj^o. Pero, ve/ay lo que son las cosas.
Señor, yo quedé á medio fusilar y por la noche escapé. Toda-
vía la casualidad me perseguía. Arrastrando y gateando pude
medio muerto meterme en la primera casa."
«Parecía hubiera allí algún herido ó enfermo, porque toda,
la noche estuvieron entrando y saliendo á la Iglesia vecina, á la
botica, á traer el Cura, el sangrador, y, cuanto me descubrieron
en el rincón más oscuro del zaguán, fípobrecito^^ exclamó la pa-
trona, sea de cualquier gente llévenlo adentroy cuídenlo. » Se-
me volvió el alma al cuerpo, pues no las tenía todas con
migo.
«Las familias en Córdoba son muy caritativas
«Era la antigua casa de la respetable familia de Tagle.
Quién había de decir! después lo supe, allí estaba desmayada y
de accidente en accidente la niña mayor muy donosita, como
todas ellas. Había sido la novia del Capitaii Tejedor, y no volvía
del mal la pobre.
«Lo que son las guerras entre hermanos. En el cancel de
las Monjas Catalinas yacía entre cuatro blandones el Capitán
Tejedor. En la casa de enfrente la niña Tagle desmayada, y en
continuos soponcios; tirado en el zaguán de su puerta con cua-
tro balas, yó, entre el oficial que había muerto, y la novia que
dejaba muriendo.
VI
Coincidencia de coincidencias. En el mismo dia de San
Juan, diez años antes, cayera sin vida el Capitán Dionisio Te-
jedor, el 24 de Junio de 1839 alcanzaba á su asesino la ultima
limosna que dio en vida su hermano D. Nicolás.
Aquella ingrata noche fueron á decirle cómo se había descu-
bierto la revolución que con otros jóvenes, más exaltados que
previsores, fraguaban para voltear al tirano.
294 TRADICIONES
Pocas horas después del encuentro con el fusilado, era ase-
sinado el Dr. Maza en la Cámara que presidía, entrando á la
eternidad momentos antes que su hijo, el bravo Coronel Maza,
fusilado á la madrugada.
Era aquel el toque de dispersión. Fracasada la revolución
Maza, derrotados los revolucionarios del Sur, los comprometi-
dos fueron de la inmigración á los campamentos de Paz y La-
valle, ultima esperanza de rendición para un pueblo tirani-
zado.
D.Nicolás Tejedor, uno de los jóvenes más entusiastas por la
causa de la libertad, cerró su tienda aquella noche fatal, y aban-
donando al azar de una causa sin suerte, vida, intereses y porve-'
nir, partió para el ejército y luego después le tocó morir entre
los soldados de Lavalle por la misma causa que su hermano
había caido al lado del General Paz.
Derrotado en el Quebracho, con otros prisioneros condu-
cido á San Nicolás de los Arroyos, allí sin piedad y á san-
gre fria, Rosas, vencedor en toda la línea, mandó fusilar jóve-
nes, niños y ancianos.
Y este sí fué bien fusilado, no resucitó al tercer dia como
el que contó el cuento; ganando también en ello á los uni-
tarios, que los federales sabían fusilar mejor.
Hé aquí la ultima coincidencia. La escarapela que hoy hemos
llevado en el pecho los argentinos, al rendir culto á los héroes
desgraciados, en la apeteósis de Paz y Lavalle, viene á queda-
archivada entre el reloj del Capitán Tejedor, ayudante del pri-
mero, muerto por los soldados de Quiroga, y el de su hermano
ayudante de Lavalle, fusilado por los de Rosas.
El uno fué traido por su fiel asistente, desde Córdoba, y el
otro, piadosas vecinas de San Nicolás le recojieron, restituyén-
dolo á la familia.
Se esplica asi, naturalmente cómo un fusilado, después de
serlo, puede contar el cuento .
Desde entonces quedó por apodo al soldado Roque Fu-
nes, el que contó el cuento^ refrán popularizado á cuantos
en su caso se encontraron. En oposición á los fusilados que
no revivieron, los cam iradas repetían en el campamento: ese no
contó el cuento. Cuando salvan de inminente peligro los ca-
miluchos repiten: casi no cuento el cuento^
DE BUENOS AIRES 295
ON
(Tradición de 1846)
Sefior General D. Manuel Obligado.
I
Quién le pone el cascabel al gato? preguntó el más sesudo
de los pericotes, y ante tan irresoluble problema desbaratóse
la conspiración de los protegidos de San Bonifacio.
Hasta ahora se ha descubierto por qué este segundo patrón
de Buenos Aires, lo es también contra las plagas de ra-
tones.
Quién pone puertas al campo? se repite como un imposible,
que no lo fué para Perogrullo, pues cierta ocasión contestó
muy fresco, el que puso cadenas al rio.
Y hubo alguien que se atreviera á tamaño atrevi-
miento?
Aunque no lo parezca, tal es la verdad. No nos referimos
á esejerjes, hijo de Dario, irritable contra el irritado Heles-
ponto, destruyendo el puente de barcas sobre él echado.
Aquél, terminado el pasaje de su ejército de cinco millones,
(jamás en la tierra formó otro mayor), mandó azotar el mar y
encadenarlo por sus bellaquerías.
Pero, el paisano éste intentó montar el río con espuelas, y
Rosas ordenó poner en cadenas al Paraná, (que el mandar
desde lejos no cuesta), sino para que no se moviera y quedase
296 TRADICIONES
quietesito donde Dios lo puso y no pasara el rio, sí, para que no
pasaran por él.
Prosiguiendo el signo fatal de su nombre, después de haber
rozado la pampa, pues no debiera brotar yerba donde su potro
salvaje estampara el casco devastador, pretendió rozar el co-
razón de los argentinos, y que no germinaran en ellos nobles
sentimientos.
Empezó haciendo guerra sin cuartel á los salvajes unitarios
y á sus inmundas crias, y á sus viles aliados; extendiendo sus
odios hasta Santa-Cruz, á quien quemaba en esfinje, como Ju-
das, el Sábado Santo. Después, guerra á los valientes orien-
tales, y al negrero Imperio esclavócrata, y 4 los guardas chan-
chos de Luís Felipe, y después después acabó
por declarar guerra á todo el género humano.
Chico hombre era Juan Manuel, para andar con chicas.
— Los gringos, los estranjeros y carcamanes para qué sirvenl
exclamaba en su desprecio supino. A nosotros nos basta y so-
bra con ser criollos, y no necesitamos de nada ni de nadie,
canejo! que si el mismo Padre Eterno me toce fuerte, le de-
claro salvaje unitario hasta que pinte el cielo de colo-
rado.
Tales eran los sentimientos de igualdad republicana en que
pretendió encaminar á su generación, por veinte años goberna-
da bajo férreo yugo.
Que no prendió la sisaña, ni preparado estaba el terreno á
tan mala semilla, pruébalo como nos apresuramos luego no
más de voltear al tirano, á abrir de par en par las puertas de
la patria al laborioso estranjero, hasta hospedar ciento cin-
cuenta mil inmigrantes por año.
Yá por*entonces, refiriéndose á éstos, cantaba al son de sus
cadenas, un poeta que no tenía palmo de tierra:
«Para ofreceros ¡Oh! tenemos, sí, más tierras
Que espacios en los cielos páralos astros, ves.»
Los ministriles de Rosas, replicaban. La casa ésta es nues-
tra, y por su zaguán no pasa nadie.
Y con palabrotas de mucho sonsonete y deslumbramiento
de americanismo, atentado á la independencia, invasión estran-
jera al suelo sagrado de la patria, y embolismo semejante em-
borrachaban la populachería, como carne de cañón mandada al
matadero.
Los emigrados, por órganos de la prensa vecina, en nombre
del derecho público y del más sagrado derecho de la humani-
DE BUENOS AIRES 297
dad contruvertian: Que la libre navegación de los ríos era una
de las conquistas del derecho moderno; que el Creador hizo
esos caminos que andan, para que sus corrientes arrastrasen
todos los gérmenes y simientes generosas, que como sus
aguas se extienden y desparraman, fecundando las riberas que
riegan.
Que si en tiempos de oscurantismo tomóse á los rios como
términos, límites ó vallas insalvables, el mundo marcha, y hoy
nos enseña, son canales de comunicación extendidos para faci-
litar el intercambio que atrae y solidifica la fraternidad de la
familia humana.
Que no podía cerrarse el país al resto del mundo, como la
Gran China, mal cerrada apesar de su altísima muralla, ni cual
lo pretendía en esa pequeña China el tirano del Paraguay, pues
aunque el Paraná corriera entre riberas argentinas, no había de-
recho á impedirle comerciar al Brasil, á Bolivia y á ese mis-
mo Paraguay, del que era única salida.
Pero Rosas, que no entendía de principios, ni de derecho de
gentes, poco acostumbrado á tratar con éstos, ni de más otros
derechos que los que él se tomaba, contestó arrogante:
• . . .Esas tenemos! jCon que no puedo! Eh! á ver ese
General Mansilla, Vd.que es el más grandotaso de mis valientes,
vaya y póngamele un candadito al rio, y cuidado con que
chiste. — Ustedes, señores franchutes, largo de aquí, so guarda
chanchos. Vayanse con la música á otra parte antes que haga
una de las mias, ó barrasada tal, que ni el nombre les
quede.
Estos y los ingleses que mal comprendieron tan desusado
lenguaje, retrucaron. Con qué no entiende el derecho ni nada
de esto? Si es sordo de ese oído, ó romo de ingenio, yále
abriremos las entendederas, y hablando un poco más gordo lle-
gará á entendernos.
Por entonces los cañones de ochenta eran las voces más al-
tas de la tierra y también de los mares.
El cañón tomó la palabra.
II
Y mientras dejamos al General Mansilla, tocando generala y
convocando á todos los Vulcanos, desde Buenos Aires á San
Nicolás, para que forjaran cadenita de eslabones, apropiada á
encadenar un rio, describiremos el paso del Paraná, á la altura
del cerrito de la cadena.
298 TRADICIONES
Geógrafos hay, que reputan á éste el rio más grande de la
tierra, con el Paraguay que corre perpendicular sobre él; como
el Plata en que se derrama, es el más ancho; no obstante, el
Amazonas, su pariente. Cordillera por medio, pues si el Missisi-
pí se denomina padre de los rios, el Paraná en su poética len-
gua guaraní, apellídase pariente del vtar^ y en realidad cora-
prueba su consanguinidad por el caudal de aguas en su lar-
go descenso de miles de millas.
Después de vueltas y revueltas dejando rinconadas y
puntas y salientes, subiendo las nueve vueltas, pasada la cancha
de San Pedro, se dobla la vuelta de Obligado^ cuarenta
y cinco leguas sobre su desembocadura.
Aquellos que los navegantes llaman zfuelta, sobre el curso del
rio, los gauchos denominan rincón, porque en rinconada queda
respecto al camino real, uniendo los pueblos de San Pedro y
San Nicolás.
Esa punta de tierra que avanza al agua estrechando el canal
entre el cordón de las barrancas á pique y las vecinas islas más
aproximadas, — hállase coronada por dos montes de talas, el
monte grande, y el redondo, y frente á la bajada del ultimo un
cerrito, yá muy carcomido por las aguas, se iergue como olvi-
dado testigo de la sangrienta tragedia. Antes quedaba más
pegado á tierra firme, y sirvió para atar la cadena del costado
de tierra.
Encauzase el Paraná, bajando de N. O. á S. E. y de repente
tuerce hacia la izquierda, y corre de O. á E. formando un mar-
tillo. Desde aquí se navega entre dos islas, en rumbo á una
eminencia formada por la continuación de las barrancas que le
encajonan,^doblando luego á la derecha hasta acercarse á qui-
nientas varas de aquéllas, para salvar la punta de la isla que lle-
va al mismo costado.
La alta cumbre en punta es un barranco ligeramente ondulado
al centro que le divide en dos morros bajos y extendidos cubier-
tos de talas y bosque espeso en el de la izquierda. Uno y otro
al llegar ala orilla descienden rápidamente, semejando murallas
naturales. La ondulación del centro declina hasta el agua por
suave pendiente.
Ancho como de ochocientas brazas y corriente de tres mi-
llas, lleva el rio en aquella época del año.
Mientras el General Mansilla reunía algunas milicias de cam-
paña, y matreros de entre las islas que andaban nutriando, im-
provisando ligeras baterías, el Comandante Alzogaray ataba á
la cola, una de otra, cuanta goleta y balandra bajaba por aque-
llas alturas, como gordas cuentas ensartadas.
DE BUENOS AIRES 299
Ligadas las veinte y tres barquitas por tres cadenas á babor,
estribor y centro, y fondeadas á dos anclas amarró la punta de
tan singular rosario al morro, remachando su extremo opuesto en
la inmediata isla vecina.
El ultimo cañón de la batería á flor de agua, tenía sus pun-
tos fijos áeste remache, mientras que el «Vigilante» vigilaba la
línea de atajo, recorriéndola de uno á otro extremo.
En estos preparativos se hallaba la improvisada defensa,
(solo ocho diasantes anunciada), cuando por chasque volante
súpose venían subiendo á la sordina Paraná arriba, despacito y
en silencio los señores ingleses, en distraida charla, al parecer
indiferentes, con sus aliados y compinches los franceses. Si
estos traían en cinco buques unos quinientos hombres, (infante-
ría marina de desembarque), y otros tantos de abordaje, — aqué-
llos en seis de sus más poderosas naves de alto borde doblaban
tal número.
La primera división del Norte al mando del capitán Trehouart,
formada del bergantin «San Martin», á sus mismas órdenes,
corbeta «Cosmos» Comandante Sglefiel, «Fandour» Teniente
Du Pare y «Dolplin» Teniente Levings. La segunda al
mando del Capitán Sulivan, componíala el bergantin «Philo-
mel», á sus inmediatas órdenes, — Corbeta «Espeditive» , Te-
niente Miniac, bergantin ((Fanny* Teniente Key, y bergantin
«Procida» Teniente Mariane de Ri viere.
Debian ambos fondear según el plan combinado, al Norte y
al Sud, setecientas yardas distantes, mientras los vapores
((Georgen» Capitán Holhan (el más antiguo), «Fulton» Capitán
Moyeres y «Fivebraud» capitán Hope, lo hicieran á mil qui-
nientas yardas de la más avanzada batería.
Para resistir toda esta formidable P2scuadra, con más de
mil hombres de desembarco, protegidos por los cañones de á
ochenta de estos dos últimos grandes vapores, apenas pudie-
ron reunirse unos ciento cuarenta artilleros al servicio de
treinta y cinco cañoncitos, calibre de cuatro, seis y ocho; cua-
tro Escuadrones de milicianos, (quinientos sesenta hombres,)
y hasta seiscientos infantes, de los que solo el Batallón de Pa-
tricios era de soldados; al mando todo de siete Jefes, doce ofi-
ciales de línea y cuarenta y ocho de milicias.
Sin tiempo ni elementos para más, improvisáronse cuatro
baterías. Dos levantadas á sesenta pies del agua, sobre la bar-
ranca, y las otras dos en los bajos intermedios.
La «Restaurador Rosas» sobre el primer morro, seis cañones
al mando del Teniente Brown.
Segunda, «Manuelita Rosas», al mando del Capitán Elizalde.
300 TRADICIONES
La tercera, «General Mansillat, al mando del comandante
Alzogaray, á la orilla del agua, en el bajo intermedio.
La cuarta batería coronaba la cima del segundo cerro.
Cajones de tierra á la altura de una vara, era todo el parapeto,
y zanjas, de dos de profundidad para ocultar los infantes, ro-
deaban las más avanzadas baterías.
El General Mansilla, seguido de sus Ayudantes, Botet — Se-
govia — Garmendia — Quiroga— Barreda y Villar, inspeccionaba
alentando los últimos trabajos, mientras que el Coronel Corti-
nas y los dignos oficiales Virto — Cerezo — Cañete — Serviño —
Sánchez — Rodríguez — Basso — Maldones y otros que como és-
tos se distinguieron en el combate, marchaban intrépidos ani-
mando á sus soldados á ocupar los designados puestos.
TU
— Pero, empezando por el principio. ¿Por qué se llama
Obligado este lugar?
— Ni yó lo sé, aunque referir puedo cierto diálogo entre el ba-
queano y timonel, que así departian cierta noche, en que los
mosquitos no les dejaban dormir sobre cubierta de la goleta
«Esperanza» en el primer viaje que pasamos el célebre paso.
— Desde que éste es paso preciso, inevitable, naturalmente
obligado es de todo barco que remonte ó descienda el Paraná,
y los dueños de estas tierras tomaron el nombre de su propie-
dad, como los del Rincón de San Martin, Monte de Castro —
Rincón de Soto, y otros.
— Todos son pasos precisos, cuando no hay dos, y no lle-
van ese nombre. /
— En la ultima carta geográfica, replicaba el leguleyo, del
erudito historiógrafo Paz Soldán, desígnanse varios puntos y lu-
gares lo mismo: «Arroyo Obligado», al pie de esas barrancas,
«Isla Obligado», conocida por los viejos patrones, á la entrada
del Capitán, «Vuelta de Obligado» sobre el Rio Negro:' «San
Antonio de Obligado» en el Chaco.
— Pues, si no es obligado, por str preciso, y del otro mundo
(Europa) con tal nombre vinieron los Señores de estas tierras,
no sé á qué estará obligado.
Sea de ello lo que fuere, lo que ha de ser será, y de-
jando el desciframiento para el postre, veamos cómo pasó la
cosa y si les costó un ojo de la cara el cortar cadena á los
que no creian en rios encadenados
DE BUENOS AIRES / JO I
Las diez eran, minutos más ó menos, de la mañana del Mar-
tes veinte de Noviembre de 1845, cuando las baterías de tierra
rompieron el fuego sobre el «PhilomeU y toda la división del
Sud. El «San Martin» avanzó con intrepidez sobre ellas, hasta
llegar á tiro de pistola, echando anclas, para atraer sobre sí,
como blanco más aproximado, todos los tiros, mientras los
demás buques pasaban tras él á cortar la cadena.
De gran uniforme, sobre el puente de este bergantin, el Ca-
pitán Trehouart contestaba con sus certeros cañones las des-
cargas que se les dirijian. Media hora después, todos los bu-
ques entraban en línea de combate, y cada cual parecía un
castillo de fuego envuelto en nubes ya se condensara
ó esparciera en rasgados jirones, pues mas de cuatro mil pro-
yectiles cruzaron el espacio en menos de dos horas.
Ciento catorce balas llevaba incrustadas en su casco el San
Martin, cuando cortada por una de ellas su amarra, se sota-
ventó, dejándose ir aguas abajo.
Tales destrozos presentaba, que, temiendo fuera irse á pique,
un vapor francés levantó sus anclas, yendo en su protección.
Muchos muertos y heridos, oficiales y marineros llevaba, y al
retirarse fuera de combate, el Comandante Trehouart se tras-
bordó al «Pandour.»
A su costado pasaba el «Prócida,» que viniendo de barrer
una de las baterías de la izquierda, perdió sus cadenas.
Con vivísimo fuego contestaron las baterías de las barrancas.
Diezmada la dotación la reemplazaban sus reservas, y los claros
abiertos, sin cesar su cubrían.
Bajo el plan de las esplanadas, hallábanse protegidas algunas
fuerzas de infantería, y á retaguardia de ésta .dilatábase larga
fila de caballería, la que después de sufrír impasible por mu-
chas horas el fuego de cañones, que no podian contestar con
el de tercerolas, resintióse en su formación, amenazando des-
bande.
Envuelto en el humo y la tierra y el estruendo y gritos de
entusiasmo, se destacaba la figura del General Mansilla, en-
tre las balas que caían á su alrededor, mientras inalterable y
tranquilo dando sus órdenes con voz enérgica, paseábase to-
mando mate sobre los merlones de la batería de su nombre, al-
canzado por tia María, heroica mujer del campamento.
IV
Como á eso de medio dia el viento aflojó un poCó, y algu-
nos buques fondearon dos cables más distantes. Grito de entu-
305 TRAmclOKES
siasmo resonó entonces sobre toda la línea, y arrancando el Ge-
neral una hoja de su cartera, mandó este parte volante á Ro-
sas, llegando el chasque á mata caballos.
«Hace tres horas nos estamos batiendo con los anglo france-
ses, y aun no se han podido acercar á la línea de atajo, pero
tengo el sentimiento que, empeñado el combate de un modo
violento, tendré que suspenderlo por falta de municiones».
Entre el pasto y el cardal de la ribera hormigueaban las ca-
bezas de la línea colorada, gorro de manga, arroyada en punta,
chaqueta punzó y chiripá caido sobre el blanco y anchísimo
calzoncillo flecado, cruzando el peto doble viricii blanco con la
cartuchera y bayoneta. Ondulaban sus cabezas como sierpe
roja quebrándose entre la humareda azulina desbandadas por las
ráfagas.
Suave brisa primaveral mecía con estremecimiento de nervio-
sidad, ramas y flexibles gajos de talares y espinillos, cuan-
do los más seculares árboles de la selva no se inclinaban tem-
blando heridos por grandes balas, 'saltando en mil astillas que
iban á herir de rebote á fugitivos, bajo su espesura cobijados.
Todavía se encuentran frecuentemente en el monte redondo,
como en el grande, árboles truncados que han seguido su
crecimiento horizontal por llevar incrustadas cuarenta años há,
balas de los franceses. Muchas de las bombas de grueso calibre
rebotando sin reventar iban á enterrarse en la cañada de los
Cueros, en cuyas aguas, aumentadas por la lluvia de la víspe-
ra, salpicaban levantando montañas de fango.
Bombas, balas, granadas, palanquetas encadenadas, cohetes
á la congreve, proyectiles de todas clases y calibres, lanzaban
los buques como lluvia incesante sobre las baterias, el bosque
y el campamento.
Parecía que rápida centella saltando de barranca en bar-
ranca, incendiaba armones, cajas de guerra y de municiones,
desmontando piezas y destruyendo merlones.
Tras súbito relámpago de muerte, pasaba silvando en car-
rera devastadora una bala de ochenta, y el tronido incesante,
continuo, en aumento, hacía desmoronar la greda de las bar-
rancas.
En el momento que Mansilla daba órdenes á su ayudante el
Mayor Garmendia, una bala llevó á este un brazo.
Yá por dos veces barriera la metralla todos los artilleros de
la batería del primer morro.
En la otra, más abajo, á flor de agua, que por su posición
avanzada causaba mayor destrozo á los buques, hallábanse ten-
didos, muertos ó espirantes todos sus soldados ...
DE fiUENOS AIRES ' JÓ^
Cuánto episodio heroico, en aquella olvidada acción! Allí
un soldado de San Nicolás de apodo masamorra hacía, al través
de las balas que cruzaban sin cesar, repetidos viajes hasta la
orilla del rio, alcanzando agua en un saco de cuero. El día
era caluroso y aumentado por el humo pesado lo caliginoso de
la atmósfera, la fatiga del combate acrecía sed debora-
dora.
Otro soldado avanza á su encuentro, muerto de sed. El Te-
niente Brown, Comandante de la batería Manuelita le mata de
un pistoletazo, repitiendo: Hé dicho que nadie se mueva de
las filas.» Era su asistente de diez años que cayó pegado al
saco.
Masamorra entre borracho y burlón al ver derramarse el
agua que con peligro de vida traía para sus compañeros, agre-
gó: «Pues, ya no voy por más agua, y de un salto se puso á
caballo sobre un cañón, cuyas municiones habian concluido,
gritándoles insolencias á los marinos . . .
Poco antes allí mismo Marica la Chacabuco, se sacaba las
enaguas, pasándoselas á su compadre, cabo de cañón, para
servir de taco, concluidos estos. Otra negra vieja parada so-
bre los médanos, entusiasmaba con sus vivas y gritos, incitando
á los soldados á pelear hasta el ultimo cartucho, por mi a^nito
el Restaurador^ fué llevada por una bala, y medio cuerpo que-
dó suspendido entre las ramas del tala más cercano.
Ya al principio del combate, episodio semejante de horrible
singularidad habíase producido. El General en Gefe pasaba á
caballo con todo su Estado Mayor revisando las infanterías, los
artilleros, las caballerías, cuando el loco Gorosito envuelto en
ancha bayeta colorada, gritó á lo lejos; «¡Viejo Mansilla, si la
ganáis tela compro!» y éste dando vuelta, vé una pobre mujer
que salía del campamento llevando un gran atado sobre la ca-
beza y dos negritos de la mano, alcanzada por una de las pri-
meras balas de mayor calibre, madre é hijos quedaron hechos
pedazos.
Ay! la gloria humana es como el disparo del cañón, un poco
de ruido y humo.
. . . .Así sucedió aquel día, entre otros, á esas dos bellas es-
peranzas truncadas en flor.
Valientes y esbeltos, Romero y Rodríguez, jóvenes llenos de
vida y aspiraciones, cayeron al pie del cañón.
Momentos antes del combate acababan de llegar de San Ni-
colás mandados por el Coronel Eréscano, con pliegos urjentes,
y, corrieron á ocupar sus puestos en las avanzadas.
Disparado el ultimo cañonazo el Teniente D. José Romero,
304 TRADICIONES
subido auno de sus cañones observaba de brazos cruzados las
maniobras de los buques, mientras llegaban las municiones pe-
didas, cuando un fragmento de metralla rebotando sobre la es-
planada volteóle sin vida. A ese tiempo caían también el sub-
teniente Francisco Medrano y los alférez Martinez y Sán-
chez.
El combate seguía encarnizado. Los marinos franceses é in-
gleses se disputaban por llegar primero á cortar la cadena.
V
Alas doce el Capitán Thorne, en la goleta argentina «Vigi-
lante» agotadas las municiones y embarcándose en sus botes
con todos los tripulantes, pudo tomar tierra tras la línea de
buques. Entre ellos iba otra valiente mujer que resaltara en
la heroica defensa, Marica vicho feo ^ peleando como veterano al
lado de su hombre, en aquel glorioso combate donde tantos
valientes perecieron.
Para la gloria de la escuadra anglo-francesa aquello fué un
eclipse. Formidables buques de las dos más poderosas nacio-
nes que conmovieran con la voz de sus cañones los más gran-
des Imperios, prolongando su eco por todos los mares, vence-
dores en cien combates, eran detenidos aquí al fin del mundo
por un puñado de valientes.
San Juan de Acre, Amberes, San Juan de UUoa, Tánger
Mogador y otras muchas fortalezas, plazas y castillos de mar
fueron tomados después de dos horas de cañoneo, y aquí en
tierra argentina, tras encarnizada lucha aun no podían vencer
débil obstáculo.
Eljefe argentino contestara á Rosas ocho días antes, cuando
se le ordenó prepararse á resistir la escuadra combinada, que
en tan perentorio tiempo, y con tan débiles elementos solo
podía prometer resistir hasta el ultimo. Ese mismo dia el
arrogante Comandante Hothan, brindaba en el banquete con
que se le despedía en Montevideo, ofreciendo destruir en dos
horas las baterías de Obligado, sin dejar ni huellas de sus
ruinas.
El Capitán Trehouart, anteojo en mano sobre el puente del
«Prócida», ordenaba fuego con una pieza de estribor, al tiempo
que una bala derribaba herido al lado á su segundo y se lle-
vaba la cabeza del marinero que servía al timón, rodando el
cuerpo sobre la obra muerta.
Los buques ingleses de más calado sufrieron menos, dispa-
DE BUENOS AIRES JoJ
rando sus certeros tiros de mayor distancia. Sin embargo, el
«Tirebraud» al avanzar perdió al teniente Brigdale, cuando el
oficial And re vos caía muerto en el «Dolphin».
En ele San Martin» retirado á larga distancia aguas abajo,
espiraba el Teniente Michaud, segundo jefe, y el oficial Helio
yacía moribundo.
La corbeta «Espeditiye» de diez y seis cañones, se dejaba ir
corriente abajo con admirable velocidad, mientras el Gorgony
Tirebfaud rivalizaban en el combate.
Pocos momentos después el fuego recrudecía con mayor
ímpetu; pero á eso de las doce y media cuando la goleta «Vigi-
lante», á quien Thorne prendiera la Santa Bárbara, volaba en
mil pedazos en magnífica erupción de humo y llamas, la de-
fensa en tierra parecía debilitarse.
No todos los dias se cortan cadenas al través de las balas, por
lo que la víspera del combate ensayaban en la capitana ingle-
sa y la francesa el medio más breve de efectuarlo.
De los diversos procedimientos, resultó que si la sierra emplea-
ba cinco minutos en separar cada eslabón, en la mitad del
tiempo el martillo dejábala completamente cortada.
Los botes echados al agua se preparaban para esta final
operación.
En la segunda batería de tierra el ultimo cañón del extremo
izquierdo aun no se había movido. Con los puntos fijos sobre
el remache de la cadena, la perfilaba. Cuando el más audaz,
un maquinista inglés bajó acortarla, dióse fuego á aquel cañón,
mudo hasta entonces. Su única bala dividió en dos al valiente
escocés.
Otros botes ingleses remplazaron sin éxito la tentativa. Las
cadenas eran de gruesos eslabones. Todo esfuerzo parecía
inútil, hasta que al fin, tenaz como buen inglés, el Capitán Su-
livan colocó el yunque sobre la quilla de un bote, asentó el
anillo y bajo la presión de grandes martillazos el fierro saltó
en pedazos, no sin haber antes saltado en muchos más, brazos y
piernas, cuerpos y cabezas de franceses é ingleses que ayuda-
ban la operación.
Sería la una de la tarde cuando el «Fulton» pasaba el pri-
mero, por aquel punto, desembarazado del obstáculo, viniendo
á cañonear de flanco las baterías.
Un hurra! general, y repetido en todos los buques le saludó,
apoyado por el estampido del cañón de tierra, aunque estos
cadavezdemásen más pausados, revelaban que las municiones
se agotaban.
Sin embargo, todavía hasta las cuatro se mantuvo el com-
306 TRADICIONES
bate sin interrumpida contestación. Algunos cañones de fie-
rro, empotrados en troncos, con puntos fijos solo hacían fuego
de frente, sin poder variar su dirección.
Los menos, los mejores, disparaban con un ángulo de 45®,
pero los que no se hallaban desmontados, se encontraban yá sin
cartuchos concluidos en ocho horas de combate.
Dos pequeñas piezas volantes acompañaban en sus tiros á
los cañones de la segunda y cuarta batería, últimos disparos
después del nutrido cañoneo, semejante más á fúnebre salva
por los muertos esparcidos y desangrando sobre los verdes
campos.
Poco después la «Espeditive», elaPandour» y el «Prócida»
alejados con la fuerte correntada, aprovechando la virazón de
la tarde, avanzaron de nuevo, y. echadas al agua las lanchas
de desembarco, la primera compañía de infantería francesa,
bajo el fuego de los vapores ingleses, abordó tierra.
Eran las cinco de la tarde. El General Mansilla, que duran-
te las primeras horas del combate lo había dirijido desde la
más elevada de las baterías paseándose^ fué en aquella hora al-
canzado por un fragmento de metralla y cayendo en tierra, sus
ayudantes le ayudaron á subir sobre el caballo.
Tomó el mando, su segundo, el heroico Coronel Crespo,
viejo veterano de la Independencia, en cuyos ejércitos fuera
condecorado con tantas medallas, que no quedara lugar para
otra más en el peto de su casaca militar.
En Patagones como en Martin García, en Chile como en el
Perú, habíase encontrado en casi todas las batallas de la Inde-
pendencia, y en el puerto del Callao donde su compañero el
Mayor D. Venancio Ortega perdiera una pierna, él hubo de
perder un brazo. Con el que le restaba bueno, supo firmar el
parte del glorioso combate de Obligado, después de dirijir con
su espada sus últimos episodios.
El bravo Coronel Rodríguez (D. Ramón) se puso á la ca-
beza del Batallón de Patricios, y dio la primera carga, lo-
grando detener á los invasores. Estos caían y resbalaban
sobre las gredosas barrancas todavía húmedas, de la lluvia del
dia anterior.
El fuego de los buques redobló por todas partes y protegi-
dos por él los Comandantes Hothan y Frohoward bajaron con
quinientos soldados, reforzando al Capitán Sulivan.
Una segunda carga dada por Rodríguez, los contuvo dentro
las baterías.
Poco dospues se reembarcaron, no animándose á pernoctar
en tierra, y, ni entonces, ni en los once días que permanecie-
DE BUENOS AIRES Jo;
ron los buques allí fondeados, clavando cañones y destruyendo
baterías, osaron salir de éstas, ni alejarse una cuadra de sus
botes, pues los diezmados restos del batallón Rodriguez, les
tenían á raya
\'
En la tarde del doce de Octubre del año 1785, bajo, grueso,
jovial, activo y francachon, caballero en su real muía, bajaba
á la sombra del corpulento ombú que coronaba la más alta
barranca, el Sr. D. Antonio Obligado, quien venía á tomar
posesión de esos campos, á que dio nombre.
Seguíanle hasta una docena de negros esclavos, cuarteadores
unos, baqueanos del pago otros, que tiraban de la altísima galera
en doble sopanda suspendida, cuya inmensa concavidad llena de
cajoncitos y secretos, respondía á su triple destino : dormito-
rio, — comedor, — despensa, — y también vehículo de viaje.
Largo estribo de fierro, hasta de cinco tramos se desarrolla-
ba desde su puerta culatera, calculando por su altura la pro-
fundidad de los rios y arroyos destinados á pasar, y, sobre su
techo mal acomodábanse entre cinchones y lazos uno, dos y
tres mundos^ que por entonces tenían la forma de grandes peta-
cas de cuero, cajas ó arcas y cofres del Paraguay.
Acababa de comprar aquel Rincón del Canónigo Andugar,
con tal nombre conocido, el siglo pasado, y como buen español,
cristiano viejo, devoto de la Vírjen del Pilar, habíase pro-
puesto llegar el día de su celebración, como llegó, no obstante
las crecientes del Arrecifes, el Tala y el Espinillo á dormir en
su nueva propiedad.
Era D. Antonio, hijo único de D. Pedro, nacido en Calañar,
( Reino de Andalucía ) y nieto de D. Estevan veinte y cuatro de
esa Villa, llegado aquí en 1760 en el navio «San Ramón » y
en compañía del Sr. D. Juan Estévan Anchorena y D. Cele-
donio Garay, tronco y origen los tres de otras tantas familias
del barrio de San Francisco.
Antiguas crónicas cuentan, que siendo uno de sus remotos
antepasados Gefe del Resguardando en el Puerto de Gual-
darrama, las vecinas autoridades portuguesas le pasaban los
desertores y contrabandistas apresados por rondas nocturnas
en las confluencias de los dos Reynos, ( España y Portugal ).
Cuando esto sucedía, que era con asaz frecuencia, cortés y
308 TRADICIONES
satisfecho salía el empleado español á dar las gracias á los
guardas portugueses, contestándoles en el idioma que le
hablaban muito obligado ! quedó inuito obligado ! ... y tantas
veces repitió la galante esclamacion — iNuy agradecido^ que
muy obligado quedó, y la costumbre fuélo haciendo Obligado.
Era este buen hombre el más bello tipo de andaluz hacen-
doso y honrado, y, así confiaba en Dios su buena suerte y en
María Santísima, que, al emprender cada una de sus empresas
invocaba, como en sus puños y tesón para toda faena.
Tuvo el presentimiento de su fortuna desde la edad de las
verdes esperanzas, y todas ellas se realizaron, viviéndose de
un tirón casi un siglo, que corto fué para sus buenas obras.
De robusta complexión siempre alegre y vivaz, satisfecho y
contento, sobre la rosea tez aporcelanada, de sanguíneo sem-
blante, resaltaban como grandes cuentas azules, los dos ojos
más parladores y espresivos, esparciendo la serenidad de una
alma bondadosa, y su benévola sonrisa dejaba entrever mag-
níficos dientes blancos, de los que ninguno faltó á la lista
después de sus ochenta y cinco navidades.
Plácido y satisfecho, siempre con su suerte, así apechugaba
con igual ánimo á los buenos como á sus malos trances.
Poco más de veinte años contaba cuando un buen día, que
no lo fué bueno para sus viejos padres presentóse á ellos,
diciéndoles humildemente : c Écheme la bendición, mi padre,
que con la de Dios y la de sus mercedes me voy á correr tier-
ra, y ver si la Virgen del Pilar me ayuda á salir de pobre » .
Alelados quedaron ambos, y sin saber á qué atinar, pues por
entonces había entrado de moda venirse al nuevo mundo á
probar fortuna, y pocos volvian de él.
Una.de llantos hubo, y soponcios tales atacaron á Doña
María de la Rosa y Pineda, madre del joven viajero, que casi
casi le hicieron vacilar en sus estribos.
Pero bien montado estaba sin duda cuando su padrino de
campanillas, el Ilustrísimo Sr. Obispo de Oscenver, de donde
era natural mi señora Da. Mariquita, vino á pedir al ahijado,
pues que Capellanía en ciernes teníale, si como muchacho dis-
puesto, se decidía por la Iglesia.
Eí Capitán D. Matías Sánchez, del Regimiento Real de Guar-
dias, acababa de desposar á su sobrina Catalina, hija de su única
hermana María de los Reyes, y llegaba también á solicitar ve-
nia del señor padre para llevarlo en su Regimiento, á la sazón
de paso á la frontera, é incorporándole de Cadete, salvarlo de
quintos.
El vivaracho Antonillo, que tan mal se inclinaba á la car-
DK BUENOS AIRES 309
rera de las armas, como á la de la Iglesia, únicas dos por
aquellos tiempos seguidas con algún viso, tomó carrera para
el otro mundo, y á la América llegó bueno, sano, solo y con-
tento, que, á marinos del inmediato puerto oído tenía era la
más breve, á todo audaz emprendedor, para h^c^r fortuna, con
la que á poco andar se casó.
Y al propio tiempo que con ella, se casó también con Da.
Fausta Fernandez y García, gentil doncella de una de las más
antiguas familias del Vireynato.
Para huir de tentaciones y lazos, que padrinos y parientes
urdian, una hermosa tarde en que brisas primaverales hin-
chaban las velas del San Ramón, la ultima carga que sobre
el puente del gran navio subió, fué él con un su amigo, Cha-
parro de apellido, y andaluz de profesión, lo más alegre que
vino derramando pimienta de la tierra donde la sal se cría.
Habiendo heredado éste, de un tio vuelto de Indias, su nom-
bre y su caudal, quiso gastarlo, como brillante calavera de
buen tono, en la tierra de donde provenía. Como los rios que
del agua salen para caer en el agua, en un suspiro, los tesoros
que de la tierra salieron, por ella fueron absorbidos.
Nacido el 12 de Enero de 1737, yá el niño contaba más de
veinte primaveras, pero era el único, y para los viej.os siempre
es Benjamín, el señorito de la casa.
A poco de cambiar el viento, fué hombre de más mundo que
elque descubrió Colon.
« Pobrecito mi hijo ! destinado á alimento de indios ó tibu-
rones », jimoteaba la madre, por un rincón; y el padre sus-
pirando fuerte por otro, echándola de valiente, daba ánimos
que él no tenía,
— «No tengas cuidado, mujer, que yá volverá hecho un
hombre. No todos los que se embarcan se ahogan » .
Una vez ausente, todos se volvieron ayes ; y, padre, madre,
tío, padrino y cuñado recomendáronlo á las autoridades para
que se le nombrara oficial de cuentas, que tan hábil era en
sacar las más complicadas, como su padre.
Acompañaba á su buena conducta una muy buena forma
de letra, la que recien tembleque aparece la víspera de la
muerte, al firmar á su hijo Manuel, poder para testar.
De talento natural y bastante cultivado para la época de
atraso en que se educara en España, tuvo la visión del porve-
nir en cuanto á las riquezas naturales de esta América, y
abriéndose ante su larga vista los inmensos campos que la
pampa le ofrecía, dedicóse con ahinco en la persecución de
una fortuna, pedida al trabajo y al ahorro, que no le fué es-
3IO TRADICIONES
quiva. Confiado siempre en el éxito, amigo decidido del pro-
greso y de la ilustración que proporcionó á sus hijos, todo
lo debió á su propio esfuerzo, y á los movimientos de su no-
ble corazón, que fué siempre su genio bueno.
Bien pronto dejó el empleo en las cajas reales, á que su
honradez y competencia le llevaran al arribar joven y solo en
país desconocido y tan lejos de los suyos.
Luego adquirió en la primera cuadra de la plaza principal
un gran solar, donde fundó, hace ciento treinta años, la casa
solariega de los suyos, vinculada yá á ella cinco generaciones
de su nombre, (Defensa 31).
Más tarde, saliendo al campo remató los diezmos é impuestos
que los hacendados pagaban al fisco, y para reunir en especies
los que por toda la campaña recojía, adquirió grandes campos
al Norte, al Centro y Sur en las Brujas, Vívoras, en Arrecifes y
finalmente en este rincón de Andugar.
Su vasto jiro se ramificó por todas partes, y así creaba mu-
ladas que invernando iba en el rincón de Coronda, en Santia-
go, Salta, hasta el Alto-Perú, donde se vendían con grandes
beneficios, y de allí tornaban sus hijos con arreos, trayendo
cobre, sal, plata, azogue y otros renglones. Mandábalos al Potosí
con facturas europeas, donde habilitaban tiendas, mientras que
alguno de ellos estudiando detrás del mostrador llegaba á reci-
bir las borlas de doctor en la Universidad de Chuquisaca.
Luego sin haberse arrepentido en su dicho tan repetido de:
casa cuanto quepas, campos cuantos veas, empezó á comprar
tantas esquinas, terrenos y huecos baldios, en esta ciudad, que
llegaron á llamarle sus convecinos, el Señor de las esquinas.
Presidente del gremio de hacendados, así en cartas como en
correspondencia oficial y extraoficial que con las principales
personas del Vireynato por largo tiempo sostuvo, y que en
gruesos legajos tenemos sobre nuestra mesa, revela sus talentos
para grandes negocios.
Convirtiéndose en especialista en las transacciones de cam-
pos y haciendas, vino á ser preciso asesor del Virey, en todo
lo que al ramo rural concernía
Tal era el hombre que en la tarde del 1 2 de Octubre de 1 785
descendía de su muía en las barrancas, no lejos de una de estas
baterías, quedando admirado de la magnifica perspectiva ante
su vista desplegada, como de los ricos campos que venía de
atravesar, á los que él dio nombre, y á sus descendientes for-
tuna.
Y si nos hemos detenido un momento en los rasgos princi-
pales de ese pioner del siglo pasado, es porque idéntica á
DE BUENOS AIRES 3II
SU fortuna fué el origen de las de Otárola, en el rincón de su
nombre, de Osornio, de Anchorena, de Arroyo» Lagarrota,
Sarratea, Lezica, Escalada y otros comerciantes y hacendados
que supieron por el trabajo obtener el tesoro no escondido en
estos campos vírgenes.
Como apéndice al combate, ó tradición de Obligado, deja-
mos aquí la ultima nota, que es sin duda la más sabrosa.
VI
La bandera devuelta-,
. . .Y fué y estuvo, y volvió, y se vio cómo cuando Dios
quiere, hasta los Seftores ingleses, por tan serios tenidos, ha-
cer suelen planas derechas con pautas torcidas.
A buena hora ocurriósele á cierto Señor de Lorca echárselas
de hidalgo, dándose aires de generoso, que poco cuesta
cuando es con lo ageno.
Un día, sin duda era la tarde, pues yá había hecho las on-
ce con rico pisco de Pisco, sin más, ni más, carta te escribo y
banderolas te mando, y dirijiéndose desde Chile al Señor Du-
que de Cambridge, muy suelto de cuerpo pone á su disposi-
ción la bandera (según el) que perteneció al Regimiento niim.
71 del ejército de línea de S. M. B. prisionera con todos los
que la defendían en esta Ciudad de Buenos Aires el 1 2 de Agos-
to de 181 2, á las doce y veinte y cinco.
Don Cándido, ó Don Santiago, cuenta, fuera tomada por él,
ó su abuela la tuerta, ó el esposo de ella, otro Santiago Fer-
nandez de Lorca y Capitán de artilleros, por más señas, que
nadie conoció, Gefe del contingente que desde Chile vino á
esta plaza, que no llegó.
Y á nosotros que creíamos colgado de la comiza de la me-
dia naranja en Santo Domingo, desde el año doce, tan glorioso
trofeo, bizco dejó tal revelación.
Reuniéronse los siete sabios de Grecia en el Areópago de
Buenos Aires, espulgaron archivos, escarbaron memorias, com-
pulsaron contemporáneos, registraron todos los Registros argen-
tinos, chilenos é ingleses, y después de mucho escarbar, saca-
ron en limpio:
Que la bandera esa, no era tal bandera; que el auxilio no
auxilió á nadie, ni llegó á salir de Chile, que el Orea ó Lorca,
en lugar de tomar bandera ni banderola guía ni pendón, per-
dió dos cañones cerca del puente de Calvez, que no pasó.
3 1 2 TRADICIONES
Aquí quedan dos de ese Regimiento, la principal, una de
guía y dos más de marina inglesa desde el dia 24 de Agosto
en cumplimiento de voto solemne á la Vírjen del Rosario de
ofrecer la bandera que rindiera, las envió al templo de Santo
Domingo el reconquistador, después Virey y, á la sazón Capitán
de Navio de la Real Armada y Caballero del Hábito de San
Juan, Señor D. Santiago de Liniers y Bremont, de dos Regimien-
tos de cazadores de escoceses que mandaba, y entregó su Coro-
nel Deins Pack futuro héroe en Waterlóo, bajo las órdenes del
General Berresford.
La segunda banderola de guía con el núm. 71 fué exhibida
por el Ilustrísimo Seftor Arzobispo, en el depósito de trofeos
que el después General y Director Don Juan Martin de Puey-
rredon, presentó al Cabildo, tomada por él en la primer carga de
Caballería de los hijos de esta tierra, y que aquella corporación
destinó á la Catedral, donde se custodia desde 1806.
Y Curas y Sacristanes, Priores y Mayordomos, Arzobispos é
Intendentes, crónicas y pergaminos aseguraban que, la bandera
y banderola de tal Regimiento, donde se estaban se están.
Y refrendaban lo mismo Mitre — López — Lamas — Trelles- -
Carranza y cuantos historiógrafos y anticuarios de notable guár-
dala tierra.
Pero, de esta mentira resultó una verdad. Argentina ó de-
sargentinizada por los gorros colorados, que en su entusiasmo
federal Rosas agregó á la patria bandera, la que se llevaron los
ingleses de las barrancas de Obligado, volvió á casita por el mis-
mo camino, y haciendo, sí, doble acto de hidalguía el valiente
marino que la ha devuelto.
Es ese mismo Capitán Sullivan que cortó la cadena
y el primero que pisó en tierra, hoy Almirante en la Gran Bre-
taña, quien vá á escribir la ultima palabra de esta tradición,
copiando el siguiente oficio archivado en el libro de actas del
Consulado Argentino en Londres.
VII
«En la batalla de Obligado, en el Paraná, el 20 de Noviem-
bre de 1845, un oficial que mandaba la batería principal, causó
la admiración de los soldados ingleses que nos hallábamos más
cerca de él, por la manera con que animaba á sus hombres
y los mantenía en sus puestos al pie de los cañones, en un
fuerte fuego cruzado, durante el cual esa batería estaba
especialmente espuesta. Más de seis horas se paseó por
el parapeto de su batería, esponiendo su cuerpo entero, sin otra
DE BUENOS AIRES 313
interrupción que cuando de tiempo en tiempo ponía él mismo
la puntería de un cañón. Por prisioneros heridos de su Regi-
miento, supimos después, que era el Coronel Rodríguez, del Re-
gimiento de Patricios de Buenos Aires.
«Cuando todos los artilleros fueron muertps ó heridos, hizo
maniobrar los cañones con soldados de su Regimiento de infan-
tería, hasta que el combate estuvo casi terminado, perdiendo
quinientos muertos y heridos de ochocientos que lo compo-
nían.
«Cuando los marineros y soldados ingleses desembarcaron á
la tarde, y tomaron esa batería, él con los restos de su Regi-
miento solamente y sin otro concurso de las fuerzas defenso-
ras, mantuvo su posición á retaguardia, á pesar del fuerte fue-
go de todos los buques que se hallaban detrás, y fué el ultimo
en retirarse.
«La bandera de esa batería que había defendido tan noble-
mente, arriada por uno de los hombres de mi mando me
fué dada por el oficial inglés de mayor rango. Capitán Hothan
(English sénior Officer.) Al descender cayó sobre algunos de
los cuerpos de ios caidos y fué manchada con su sangre
«He visto últimamente que la bandera de un Regimiento
inglés que se hallaba en poder de una familia argentina desde la
guerra de 1807, había sido restituida al Regimiento por un
miembro de ella.
«Deseoso de seguir ese ejemplo, quiero restituir al Coronel
Rodríguez, si vive, ó sino al Regimiento de Patricios de Buenos
Aires, la bandera bajo la cual y en la noble detensa de su pa-
tria cayeron tantos de los que en aquella época la com-
ponían.
«Si el Coronel Rodríguez há muerto, y si el Regimiento no
existe yá, yo pediría á cualquiera de los miembros sobre vi vien
tes de su familia, que la aceptasen en recuerdo suyo y de la muy
brava conducta de él, de sus oficiales y de sus soldados en
«Obligado.»
«Los que nos habíamos batido contra él y presenciado su
abnegación y bravura, tuvimos grande y sincero placer al saber
después que había salido ileso hasta el fin de la acción. — B.J.
Sullivan. Almirante.»
314 TRADICIONES
Lt
El reloj de Antafloj
Señor Dr. F. Tobal
I
Escríbimos en las alturas.
Sobre todas las gentes y sobre todas las cosas, sobre todas
las casas y sobre todos los casos.
Sin ser orgullosos, tan humildes como nuestro nombre, por
el momento al menos, tenemos todos los hombres abajo.
Y no es mera figura. Como caminito de hormigas, una en pos
de otra, vése desde aquí negra faja culebreando de carros de
playa, de la ribera á los buques, y de éstos á tierra, yendo y
viniendo en su diario trabajo, los hombres cual microscópicas
burbujas apenas móviles arrastrándose sobre la morena costra
de la tierra. Las casas como abiertos buracos en esta gran col-
mena.
La justicia, sobre todas las cosas. Han hecho bien de poner
ésta, desde donde escribo^ la torre más alta en la casa de Jus-
ticia
Falta sí, algo ásu coronamiento. Así como acaban de colo-
car en la mayor altura, á la entrada de la América, la República
■r
DE BUENOS AIRES 31$
iluminando al mundo, falta aquí elevar sobre todos los hom-
bres por sobre todas las pasiones, á la Justicia, no ciega^ sino
con los ojos bien abiertos, dando á cada wno lo que es suyo.
Cuando tal suceda, habráse borrado la líimentacion continua
que á su puerta se oye cantar á un cieguecito:
«Tres cosas há de contar
Quien justiciaba menester:
Justicia, hacerla veer,
Y que se la quieran dar.»
A la torre de justicia subo á respirar más libremente sa-
liendo de la pesada atmósfera de pasiones enconadas, crímenes
y delitos que atroñan el alma de aquellos que tienen por misión
oir las miserias de sus semejantes.
Como nublado dia de esplín ó diablos azules, el de hoy, claro
oscuro grisado caliginoso y apizarrado, sofoca el cuerpo tanto,
como intosiga esa otra, condensada atmósfera de crímenes
dentro la que el Magistrado respira, sin aspirar sus miasmas.
¿Porqué no se crearán Jueces de compensación, veredictos de
virtud para discernir premios á ésta, como se castiga el mal?
Se pena al que mata, al que roba y hasta á quien piensa mal
del prójimo ó hace publico su pensamiento.
Pero la infeliz madre que vive muriendo, pasando larga vida
de miseria por alimentar y educar sus hijitos, la pobre joven
abandonada que saca su virtud ilesa aun entre los arapos de la
miseria, frente al vicio que la incita con su deslumbramiento,
atrayéndola por fácil senda tapizada de flores, el anciano
desfalleciente que há espuesto su vida salvando la del prójimo,
para éstos no hay recompensa.
Cumplieron con su deber y basta, y contentarse deben no les
cobren impuesto por haberse permitido cometer una ha-
zaña.
Pero ay! lejos, muy lejos nos llevaría este caminito. Sigamos
subiendo el de la torre del Cabildo, de este órgano, reloj del
cuerpo urbano, corazón de toda la ciudad.
Péndulo misterioso oxilando en el vacio, regula los movi-
mientos de su vida, señalando sus pasos, y cual en ánfora sono-
ra, todas sus palpitaciones resuenan aquí.
Pasando sobre casas y cosas, dichos y hechos oyese cuanto
dice ó cuchichea el vecindario que á su pie se mueve como si
hubieran levantado los techos, ó si al toque de mágica barita
tornados sus muros trasparentes, diví.sase todo lo que dentro las
casas pasa.
3l6 TRADICIONES
Humeando sus caños largas columnas se elevan desasidas
cual bandas azules perdiéndose en la atmósfera como las ideas
de muchos de sus habitantes.
Indudablemente aquí se hace mucho humo para nada, como
los vecinos piensan mucho para muy poco.
Pero si no á observaciones semejantes, para las astronómicas
y otras que no son celestes, como punto de mira, este no puede
ser mejor punto final.
II
Veamos primero lo que se vé, antes de oir lo que se
oye.
Al naciente, la gran plaza mayor, el palacio de Gobierno, sa-
liendo de su centro como cuña que penetra al rio, el muelle
frente á la Aduana.
Sutil velo de diáfano encaje forma tenue neblina cenicienta.
Pero cuando dorado rayo de sol rasga y traspasa el gris torna-
solado que hoy nos envuelve, allí donde el doble horizonte azul
de cielo y agua, se confunde tras los del Plata, descúbrense
anunciando verdes cuchillas orientales, las elegantes cumbres
de los Cerros de San Juan.
Surje al norte el gran estuario cuya inmensa curva cierra la
punta de los Olivos, abriendo al opuesto extremo otra dila-
tada media luna formada por la Ensenada de Barragán.
Desplégase al Oeste ancho abanico de casas, quintas, huertas
y blancos edificios en extendido damero, cuadras y cuadros
alternados de bosques, y las chacras inmediatas en fondo de
verde-oscuro color cierran los horizontes que circundan al es-
pectador.
Al Sur dos, tres cuatro densos manchones, bosques de eu-
caliptus acentúan el paisaje, sobre que resaltan las torres de
las Lomas y Quilmes, á su izquierda: como al Oeste y Norte
las de Flores y Belgrano, centinelas avanzadas, perdidas en la
extensa campaña.
Si de día esta alta torre del Cabildo es el oido que recoje
todos los murmullos de la gran Capital del Sur, por la noche,
iluminada su amplia esfera, es el ojo de Cíclope que vela por la
ciudad al parecer dormida, (porque en realidad, y no lo. toméis
á broma, Buenos Aires no duerme, sino con un ojo.)
Luz amiga de las embarcaciones en peligro, es el más alto
faro que domina el Plata. Cuando su rastro luminoso váse á
DE BUEKOS AIRE55 317
estinguirse vé la luz eléctrica de Tolosa, ésta sigue hasta alcan-
zar el faro en Punta del Indio, y al perderse su reflejo yá apa-
rece la farola giratoria sobre el cerro de la costa Oriental, por
lo que puede decirse que camino de luces guía la nave á buen
puerto.
Cuantas vidas se extinguieron al sonar la campana de esta
torre, otras tantas salváronse á la luz de su esfera para naufra-
gar nave entre negra tempestad, verdadero destello de espe-
ranza.
Asoman en acecho bajo el simborio de ésta, la más alta torre
de la ciudad, tres campanas como viejas pisponas que han su-
bido más arriba de los tejados para curiosear lo que hacen las
vecinas al alcance desús lenguas que no se vén, pero se oyen de
todas partes.
La una, que antes de la hora primera anuncia sus cuartos,
viva, vigilante, de voz clara y sonora, llámase « Stella Matu-
tina», y está vichando al naciente. En cuanto sospecha allá
en el lejano Oriente vislumbre apenas de la primera hora de
luz, la anuncia con un cuarto de hora de anticipación. Anchos,
sunchos de fierro la amarran á viejas vigas del Paraguay, y el
cuchicheo del viento arriba entre el maderamen, amarras, vigas,
barras y atalaje parece contestar á las murmuraciones de
abajo. Como sus compañeras sin badajo la suena al caer pesa-
do martillo sobre su borde.
Es ella la más moderna ó joven de la aerea familia, (dos
hijas y una madre). Apenas cuenta treinta años que desde su
alto mirador cuenta bajo sus pies cosas que no son para con-
tadas.
Hasta entonces los habitantes de esta Ciudad de mucha bulla
para nada, derrochadores del tiempo, en poco caso tenían sus
fracciones, y de mezquinos apreciaban contar cuartos y medías
horas, cuando aun de las enterasmuchas gastaban en siestear, y
otras tantas en descansar de haber dormido.
. Quién cuenta cuartos cuando no se cuenta con un cuarto
en el bolsillo, ni en qué dormir, apenas si contarse merecen los
cuartos de onza, no de patacones.
En los tiempos que alcanzamos, por más que se diga del
vapor y de la electricidad, no hacemos mucho más caso de él,
pero, en fin, como nuestra tradición es del pasado, punto en
boca y vamos al cuento.
Vése la gran campana, cual la Mariangola ó campana mayor
de la Catedral, por el arco del oeste donde más se extiende
la población.
3l8 TRADICIONES
Suena desde los años de 1763 y se llama nuestra Señora
de la Concepción^ como la Virgen bajo cuya advocación es
patrona de esta Ciudad.
La bautizó el Obispo D. Manuel Antonio de la Torre, sien-
do su padrino el tíobernador D. Pedro de Zeballos. Felipe
Pérez la fundió con el bronce del cañón de los azotes enterra-
do bajo los portales de Cabildo, y al pie de esta torre, ele-
vada en el mismo sitio donde hasta fínes del siglo diez y
siete se levantaba el árbol ó rollo de justicia, plantado por
el fundador.
Su amplia esfera de triple faz mide nueve metros de circun
ferencia, y cada uno de sus minuteros uno de longitud.
La más pequeña de las tres lleva el nombre del patrón de
Buenos Aires, «San Martin»). Fué hecha aquí en 1845 y col-
gada allí por su padre ó autor, Antonio Maza, á los diez años
de vida, por no haber servido para llamar á misa.
III
Al llegar, no sin tropezones, á la campana de Cabil-
do en 171 1 empezado, con cuanta devoción contemplamos
el más viejo bronce que suena en la Ciudad donden ácimos.
Nada amamos^ más sobre la tierra que esta donde nues-
tra frente de niño inclinóse para recibir el agua del bautismo,
y hasta sus campanas nos suenan á gloria.
La campana de la parroquia, la primera que oímos, esta otra
que señaló la primera hora de nuestra existencia, íbamos á
decir qne anunció al mundo nuestra venida pero dejamos el
pensamiento en el tintero.
Después de haber oído sonar la de Roma, la de Moscow,
la de Toledo y todas las grandes campanas, desde la que
Orisis inventó en la China en 2262 para mortificar los oídos,
no renegamos de ellas.
Aun habiendo vivido muchos años vecino á un campanario,
no somos partidarios del poeta que aturdido por el matinal
campaneo sin dejarle escribir, exclamó :
Campanas ! Oh 1 si con vos
Cargara el diablo á dos manos,
Que matas á los cristianos
En son de alabar á Dios.
Por el contrario, amamos el bronce que llama á la oración
y recuerda
Huye jirando sin volver la vida !
DE BUENOS AIRES 319
Ellas nos acompañan en todo el escabroso viaje. Con
alegres voces anuncian la llegada del hombre, celebran nues-
tros triunfos y victorias, y gloriosos aniversarios y todas nues-
tras alegrías con sus ecos más sonoros, y al unirnos, al nacer
ó morir todos nuestros movimientos marcados están por su
rítmico son.
Todavía aun más allá de la vida nos despiden llorando con
lúgubres adioses en tristísimo toque de agonía. Su tañido
es el ultimo eco terrenal, que llega á la distancia, cuando yá
lejos, muy lejos, desde las alturas nos llaman á la región excel-
sa de las almas, donde se estasían en eterna plegaria ante su
Creador.
Pero basta de campanas, no vayamos á dar un campanazo
despeñándonos desde tan alto
IV
Y esta admirable máquina de reloj, compendio es de la
del universo, subdividiendo como la pulsación humana en se
senta golpes los sesenta segundos del minuto.
Tan viejo es como el mundo, el hombre no ha podido vivir
sin reloj, por más que el atorrante repita:
Es mueble inútil para mí el reloj
Otros trabajan por que coma yo.
Los cuatro elementos sirvieron de reloj: el aire — el fuego
— la tierra — el agua — hicieron jirar su máquina.
Hombre sin reloj, nave sin brújula, por lo que desde los
más remotos siglos, desde antes de los Ejipcios, el sol seña-
laba en el cuadrante la hora astronómica.
A la primitiva trompeta del pregonero siguió el reloj de agua,
esta fué sustituida por la tierra, en los polvorines, como el
reloj de rueda por el portátil.
Carlos Magno usó el primer reloj de rueda, y Carlos V. fué
el mejor relojero de su tiempo.
Recien en 1 344 Juan Pondi coloca uno en la torre de Pa-
dua, y hasta 1670 Huygens no dá con el péndulo. El de es-
cape sigue al de muelle, y á éste el de repetición, hasta lo
que en 1840 Reastone inventa en Lóndes el primer reloj
eléctrico, aventajado únicamente por la maravilla horológica, el
320 Tradiciones
gran reloj del siglo XIX del célebre prusiano Cristian Martin
que viene á eclipsar cuántos son y han sido.
Pero desde el de la torre del Cabildo, al de Strasburgo
hay ya gran distancia, para que recorramos la del primer cua-
drante solar hasta el de Cristian, y muy lejos nos llevarian
campanas y relojes si no descendemos de la torre.
Mas, al dar vuelta hacia el Sur, divisamos nuestros barrios
de niño, y allí el más primitivo de los relojes — el pregón.
Antigua calleja á trasmano, allá por la de Santo Domingo,
bajada de los padres para el baño y otras cosas, y bajo cuyo
número doscientos treinta y cuatro salen hoy las más nítidas
impresiones, fué donde este tradicionista vio la primera luz.
Y apuntamos dato de tanta importancia, no como antece-
dente para la historia, sino como soy quien refiero, empezar
debo por donde vi lo que cuento, pues en otros barrios, otras
eran las horas señaladas por el pregón de los vendedores am-
bulantes, como que el tiempo y ellos caminaban.
Y bastando lo que vá de introducción, entro al cuento, re-
cordando que las porteñas fueron siempre tenidas por de muy
buenos dientes, no porque los tuvieran mejores que el resto de
sus compatriotas, que siempre se dijo: c cabelleras, las porteñas
dentaduras, las arribeñas », sino que en tal afán los tenían en
juego todo el día, y aun buena parte de la noche, pues á
todas horas comían.
« Mi estómago anda como un reloj > , repetía la vieja
de buen diente, en lo que solo mentía á medias, pues como no
había otro que el de Cabildo, reloj ó cosa así, que hace un
siglo pretende señalar todos los movimientos de este gran
pueblo en ciernes, era un reloj revolucionario, y cual éstos an-
daba adelantándose á su tiempo.
Atrasada desde el año veinte de tanto convocar su cam-
pana al pueblo soberano para decidir su mejor suerte, hasta
hoy hallada, andaban los estómagos de sus atribulados vecinos
descompuestos como su reloj, que no ganaban para sustos.
Años después vino el célebre relojero Antonini, única víc-
tima de la Inquisición, que no llegó aserio, en la misma calle,
(Santa Clara) de Masculino, el buen mozo, quien puso á la
moda los peinetones, quizá por andar probando tanta cabeza
vacía.
DÉ BUENOS AikES J^l
V
Era el exacto cuadrante en mi barrio, á sol y á sombra el
pregón de los vendedores ambulantes. Antes faltaba el sol
por nubarrones de invierno, que el lechero, ni aun lloviendo á
cántaros.
Así, por la mañana era quien primero llamaba á la puerta,
cuando llamaba, que la mayor parte de las veces dejaba sobre
el umbral huellas de su fuga en la leche derramada, pues me-
nos preocupábase de mirar la medida, sí de enamorar á la des-
greñada china frescachona que en ligerísimo traje entreabría la
puerta, y el reboso. De fijo á su llegada eran las siete en punto.
Oíase el ruido de los panes saltando dentro amplísimas ár-
ganas de cuero, al trote de la mulita color ratón, llegando con
el pan nuestro de cada día, las ocho^ y se oía también el re-
zongo cotidiano de la negra vieja: «Porqué no viene más
tempranol Lo niño se vá á escuela sin la rosquita. »
Pastelitos calientes! Está tapao, caliente! pasaba gritando
el negro pastelero. Las nueve.
Poco después bajaba la estrecha calle, carretilla de agua-
tero, sonando la campanilla pendiente á bueyes flacos que ar-
rastraban una pipa y cuatro pares de canecas. Eran las dieíi.
^A almorzar!
Duraznitos del monte, amarillo y abridor, para las niñas
que tienen calor! cantaba el compadrito del alto á grito y
zumbido, sustituido por el napolitano en invierno «¡narranca
dulchil narranca paraguaya! Eran las once.
«¡Pescado fresco! Curvina de Montevideo! > \js& doce,
Rosquitas de maíz. Alfiñique y mantecao! Daba la una.
Mazamorra! Masamorra! para quitar la modorra, oíase du-
rante la siesta, y señalando las dos,
Asaitú? asaitú! gritaba el negro pastelero de la mañana,
que dejaba el platito de aceitunas compuesto con perejil y oré-
gano, á las tres.
Higos, higos! y uvas! Las cinco,
«Alfajores y macitas! Para dormir las niñitas.» Indicaban
las seis.
Tortas calientes! pasaban vendiendo á las siete^ tortitas ca-
lientes, blanditas y calientes para las tias sin dientes. Las ocho,
A las nueve ya no había grito de comistraja alguno; pero
desde las diez resonaba el del nocturno é invisible guardián que
no se veía, pero se oía por todas partes.
¡Las once han dado, y sereno! . . , ,
322 TRADICIONES
Y esto, fuera del té, almuerzo, comida, café, merienda, cena,
y mate á todas horas.
En verdad, queridas lectoras, no os parece era mucho comer
el de nuestros abuelos?
Y se vivían ochenta años de un tirón buenos y sanos como
un roble, y no se conocían entonces ancianos de veinte, que no
tienen un pelo en la cabeza como los de las cuatro esquinas de
Cueto, y del nuevo mentidero público (gradas de la Confitería
del Águila), aunque ellos simplemente creen no tener un pelo
de zonzos.
VI
Otros gritos de barrio había que si bien no pregonaban co-
milona, señalaban hora con más regularidad que calendario y
los dias de la semana.
Así la mulatita palangana, hija de negra parlanchina, venía
á buscar ropa y disculparse porque en la ultima ventolina, del
rio volado había enagua bordada de amita: Infaliblemente
era lunes,
¡Escoba, plumero! Velas de bañol sabandera y amarillas, pa-
saba gritando el negro escobero, tras el velero. Martes,
Calderiy tachi, componi! berreaban unos rateros disfraza-
dos de vendedores ambulantes. Si no eran vistos, se alzaban
ropas, pájaros ó lo que caía á mano, si importuna sirvienta
curiosa pispábalos al pasar, ó vichaba el vecino, repetia: quiere
te soldi. Algo que soldar quiere ser soldadol Esto sucedía
los miércoles,
— ^Juana, como es que me llamo?
— Manuel, pues hombre!
— Ahí es verdad, y en qué dia estamos?
— Pero no ves salir al niño Dios. Somos jueves.
Tal diálogo se repetía en casa de más de una Juana al oirse
la campanillita de plata que anunciaba visita del Niño Dios
de las Monjas de San Juan, y tras ella entraba el negro char-
latán conduciéndolo en preciosa urna entre encajes y flores
de gusanillo de plata. Al instante rodeado era por todos los mu-
chachos de dentro y fuera de la casa, hasta convertirse en verda-
dero nacimiento de cabezas despeinadas y rodilleras rotas.
Este nunca pedía. La madre Abadesa mandaba preguntar
bolamente por la salud de la Señora, siempre estaba rezando
porque Dios derramara sus bendiciones sobre esa casa. Enterne-
cida vieja madre de familia había que sacaba grueso diamante de
t)fe BÜENOíi AtRÜS 3^3
antigua alhaja é iba á adornar el nicho entre las mil ofrendas
colgantes, donde ella misma lo prendía.
Figuritil ñguritil gritaba un napolitano cantor, de esos que no
llevan el sello de la falsía en la cara, sino en su voz de falsete,
que nunca hablan de frente sino medio cantando.
Y antes que los muchachos curiosos, á escape salía desde el
corral el Canela ó Marfil ó Filonegro, perro que se le prendía
de los garrones y fundillos rotos al figuritero, produciendo
muchas veces una de San Quintin, pues resbalándose del table-
ro sobre la cabeza al intentar correr, caían Cesares y Napoleones
y Jesucristo! Apaciguada la carga de caballería ó perrería en-
tre los sacramentos del gringo y gritería de muchachos, empeza-
ban á recojer los muertos y heridos en aquel campo de batalla y
á ir apareciendo luego de la degollatina, pegada una cabeza de
Napoleón sobre busto del César y otra de éste sobre Je-
sús.
El dia que tales señales de campo de agramante quedaban
sobre tabla del albañal en ancho zaguán, no habíaque preguntar
se comian empanadas de viernes.
Otro tipo sui-generis de la abundancia americana, cerraba
los pregoneros de la semana.
€¡Una limosnita por amor de Dios!», se oía al mendigo que
no lo era, desde su macilento matungo, quitándose el sombre-
ro y tendiéndolo frente á cada puerta después de haber hecho
parar al transeúnte para que tocara al llamador, pues por pocas
no le hacía pedir limosna por él.
Esto sucedía los sábados, aunque para pobres porfiados toda
la semana era de sábados.
El domingo. • .el domingo, no había que preguntar cuándo
era domingo, pues desde la madrugada, se anunciaba á son de
caja y campanas, que por glorificar al Creador, atormentan á
sus criaturas. Desde el alba, desde la víspera era anunciado
con campanas á vuelo y repiqueteo continuo en las treinta
torres de otras tantas Iglesias.
vil
Aun para las estaciones había otro reloj más exacto que cro-
nómetro del cuadrante misterioso, ó del excelente artista en
lo mismo Mr. Bienaimé, (como es bien amado por su nume-
rosa clientela (Victoria 17).
Llamábase el de mi barrio D. Marianito Velarde, escuálida y
macilenta figura, pálida y trasparente por la vida que lle-
vaba.
3^4 TRADICIONES
Veíasele á D. Marianito de pantalón blanco, había llegado el
I2de Octubre, é iba á lucirlo el primer dia de verano en la fiesta
del Pilar en la Recoleta.
Asomaba envuelto en su amplia capa española, era el 21 de
Marzo. Todo ha cambiado entre nosotros, hasta las estaciones.
Hoy hasta Octubre, noches suele haber de cuentos alrededor
de la estufa bien encendida, y aun en Abril, dias de baño.
Este D. Marianito, tan ingenuo como su hermana, que no
obstante su estrema caridad, visitaba todas las enfermas de la
cuadra, aun las viruelentas, menos las de parto, temiendo
se le pegara la enfermedad, reloj era en su exactitud para bar-
rios más lejanos donde los gritos de vendedores no llegaban,
porque no había compradores.
— Qué horas son? preguntaba algún viejo soñoliento, al des-
pertar.
— t Acaba de asomar á la puerta D. Marianito, son las
cinco. t
Viene de la primer misa de Santo Domingo, son las seis^ de-
cia el raspa barbas de la esquina.
Sale para la corona de San Roque, las siete.
Vuelve de la Escuela de Cristo^ las ocko.
Tales eran las costumbres de este asceta y sus hábitos de
conventual sin convento, aunque su casa lo parecía.
También como tipo de casa, merece este tipo yá extinguido
descripción de aquella en que hizo época.
Baja, sucia, mesquina, de morenas tejas rotas destilando ve-
jez, jemía bajo silvestre pastizal germinando parásitos y musgos
en libertad por todas las grietas que eran muchas y sus paredes
avirueladas con los salpiques del pantano de la esquina.
Casa-Convento designábanla beatas más murmuradoras, y lo
era por su vestuto y lúgubre aspecto, por el silencio y enclaus-
tramiento de sus pacíficos moradores, como por la vida y se-
veridad de costumbres en ella seguidas.
Ventanas cerradas á todas las . miradas, puertas jamás abier-
tas, pocas veces entornadas, cerrándose precipitadamente tras
las contadas personas que llegaban á pasar los dos altos um-
brales de entrada, que nadie llegó á ver nunca de par en
par.
Diez y siete y media por sesenta varas de fondo, medía la
vieja esquina Sud Oeste, en la confluencia de Santo Domingo y
Chacabuco, de un piso y altas ventanillas tapiadas y dos puertas
poco menos.
Madre priora y hermanas legas, siempre vestían de hábito por
promesa, — hermano sacristán o lego portero, y hasta novicia
DE BUENOS AIRES 325
con olor á sacristía, nada faltaba ni en sus hábitos ni en sus
rezos, ni en la severa fachada y místico interior alas regladas
costumbres, que á Convento no imitara.
Seguíanse allí todas las novenas, y se nacía asentado en todas
las cofradías. Se murmuraba como en sacristía, se hacía el
mes de María, se vestían Santos y se sacaban ánimas del pur-
gatorio, y eran pobres de espíritu, tilingas, todas y zonzas
de capirote.
VIII
Si no fuera viva imagen de otras muchas representantes del
espíritu retrasado de la época, no merecería recordarse.
Vivían dentro, á más de la madre, tres hermanas y un hijo en
esta casa dos gatos y un faldero.
Se entraba á un húmedo patio mal enladrillado, y en su ma-
yor parte desenladrillado, separándolo tembleque cerco de
duelas del jardincillo de zapallos y flores de retamo, alelí, ber-
gamota, margaritas, toronjil y albahacas, cubierto por sombrío
parral, bajo cuya bóveda se abrían dos ó tres estrechas puertas
de las celdas.
Todo era mezquino y sucio, viejo y negro, paredes, ventanas
y habitaciones. Hasta el sol entraba allí como de prestado
alumbrando avergonzado místicas escenas, siempre haciendo
nacimientos^ componiendo altares, vistiendo Santos y rezando el
rosario, el trisajio, y la corona.
Todo el año se comía de viernes, se oía misa y sermón, se
hablaba un poco del prójimo y se trabajaba menos.
Y este reloj viviente, del antiguo barrio tras de Santo Domin-
go, nacido el primer dia del ultimo mes de año bisiesto, tam-
bién se llamaba Clemente, y lo era más que su hermana del
mismo nombre, hasta en su voz aflautada.
Las otras dos doncellas de sesenta abriles — Bonifacia y Mari-
quita, no tenían otra profesión más que la de contemplar á
madre.
La ingenua octogenaria desde la cama de que pocas veces
salía, más por aprensiones que por otra cosa, seguía con la
vista el arreglo de Santos y nacimientos.
Regalona y pretenciosa, ella se había creado con muchos mi-
mos y de muy distinto modo que á sus hijas criaba.
Decía haber tenido muy buen palmito, del que no que-
daba rastro, recordando de sus lejanas mocedades, que tenorios
y guitarristas cantaban á su ventana:
326 TRADICIONES
Jacintita Velarde
Castillo fuerte,
Querida de los mozos
Hastdla muerte.
Pues esta candida señora de campanillas que había venido á
menos, llamábase á un tiempo Jacinta Velarde Castillo de
Sánchez, y creaba á^ todas sus hijas de haraganas para que no
tuvieran otra ocupación que estarla contemplando; en lo que
también parecían á conventuales, estas monjas desenclaustradas.
A más de componedor de altares, era Marianito Clemente,
citador del Batallón de la Pasiva, y era de reir como en su
media lengua de trapo que todo lo daba vuelta, repetía á cada
vecino.
«De orden del Comendante, que se presente Ud. mañana
temprano al Cuartel, de uniforme y pantalón blanco, con las
botas limpias y el pantalón bien lustrado, dos piedras en el fu-
sil, y una en la cartuchera, y que no deje de faltar,
— Sí hombre, entiendo, contestaba el citado, que para que
salga bien la cosa, debo hacer todo al revés de lo que dices.
Y aunque por inclinación y apatía huía de todo servicio mi-
litar, permaneció muchos años citador de la pasiva, para sal-
varse de mayor servicio, puesto al que su genio bonachón
de poquita cosa, honradez y puntualidad lo hacían acreedor.
Este Don Mariquita, mujerengo y afeminado, desdé la voz
hasta el andar, tenía un su hermano que cierto dia llegó de San
Juan cuando yá vivía en la calle de San Lorenzo, pero por
entonces era, ó creía ser el único hombre de la casa. Nació
pasivo como toda su ralea, citador y hermano mayor de todas
las cofradías. No era hombre de enredos ni mucho menos, pe-
ro en su media voz de tiple enredaba mucho la lengua.
Qué tiempos aquellos!
.Y el nacimiento de Doña Jacinta, premio ofrecido cuando
se supiera la lección en lo de D. José Barbosa ó Don Juan
Peña, en lo de Rodríguez á la vuelta, ó Doña Juana Pestaña y
Doña Josefita, el barrio de los tambores más distantes, y el viejo
reñidero al lado de lo de Masculino, donde nunca entramos, y
el pescado frito que vendía sobre el brasero de su puerta Be-
jarano, y D. Tiburcio el de la esquina, que daba la yapa á los
buenos marchantes, y los cigarrillos del poste blanco de la otra
esquina, que los raboneros decían ser muy buenos cuando
hacían la cortada, y las roscas en el baño y el caballo
del médico donde los muchachos aprendían á galopar en la
DE BUENOS AIRES 327
cuadra mientras lo cuidaban y descuidaban: todos esos tipos
y costumbres de un barrio de antaño se han perdido.
Qué tiempos aquellos!
Ahora todos tienen reloj. No por eso andan mejor.
Y si algún lector creyere que esta tradición mucho se parece
al reloj de estómago de las limeñas, no es que plagio haya, sino
que costumbres eran las mismas ó semejantes, con cierto
aire de una misma familia procedentes, y cuando se pinta del
natural no hay plagio sino imitación ó reflejo del original.
328 TRADICIONES
El rtsm IRLIilDES
Al condiscípulo y convecino de barrio B, Mitre y Vedia.
I
— ^Padre Fahy, me quiero casar.
— Santo propósito, hijo! A ver tu lana.
— ^Todavía no lo hé hecho nunca. Es mí primera intención.
— Oh! creíate viudo. ¿No tenías ovejas?
— Sí. Las de mis ovejas quiere pedirme? Este año no hé es-
quilado aun.
— ¿Cuántas son?
— Tres mil. Una majada al tercio, otra á medias. Ochocien-
tas merinas ñnas, marruecos de raza.
— Ah! bien! exclama el Capellán, y cabalgando sus gafas
sobre inmensa nariz coloradota por el rapé, aproxímase al bal-
cón, á cuya mayor claridad tironea y desfloca, examinando la
hebra del bellon rebuscado en el forro del burdo chaquetón,
mientras el rubio y paciente irlandés con más pecas que pe-
cados, murmura entre dientes: «Cincuenta y cinco, el otro año,
sesenta pesos papel arroba, éste.
— Bueno, exclama el sesudo pastor, después de prolongado
silencio, vuelve el Sábado, estará arreglado tu asunto.
Y como cualquiera otra comisión de corretaje, apuntaba en
su cartera de memorias el encargue, despidiéndose cordialmen-
te los dos pastores.
Dfc BUENOS AIRES 329
II
Entre un buen pastor de almas, y otro no menos esperto en
ovejas, por muchos años repetir oímos diálogos á éste seme-
jante, desde nuestro escritorio de enfrente.
No fué nunca nuestro oñcio espiar al vecino, ni asomando
andábamos sobre tejados para descubrir trapisondas, pero como
desde chiquillos dados fuimos á observar lo que á nuestro alre-
dedor pasaba, las persianas de nuestro Estudio abriendo vis á
vis á esa oscura y estrecha escalera, imponíannos sin intención,
en ciento y una historieta, yá alegre, ora verde, ó espinosa, de
la colonia irlandesa. No menos que toda ella, cuan numerosa
és, pasaba la puertita de su honrado Capellán, si bien modes-
ta, de par en par abierta á todas sus menesterosidades.
De altos cuellos, tiesos y punteagudos, desollando orejas
por almidonados, andrajoso pañuelon ceniciento, en chiripá,
galera alta, que fué blanca, color café con leche por lo mu-
grienta, cayendo sobre sus viejas botas embarradas faldones
de frac vari-color remendado en codos y otras partes, tal ca-
minaba en semejante envoltura sui-generis, biblia en mano y
largo látigo á la espalda, Patricio Kirston, pastor irlandés; si-
guiendo paso á paso los de su majada, y seguido por Wellin-
ton, bravo ovejero salido de la perrada del rincón de San
Martin, y encontrado en el puesto con que fué habilitado.
Leía de cuando en cuando en el Antiguo Testamento, de
tapas negras, que la vieja abuela puso en el fondo de la bolsa
de papas, proveyendo al doble alimento del alma y del cuerpo,
el dia que empujado por el hambre en la mísera patria se pre-
sentó diciendo: «Échame la bendición, mi padre, que me voy
á correr tierras».
Con toda la gravedad de un kuáquero, leía, rezaba, medita-
ba y pastoreaba sus ovejas.
Caminaba un poco y se detenía, yá alzando algún corderito
culatero, arriando con el perro de la majada otra oveja des-
carriada, ó siguiendo despacio la senda cotidiana al arroyo,
ora resguardándose del sol con el cuero de carnero Uavado
bajo el brazo, yá tendiéndose sobre él á la sombra de espino-
so cardal.
330 TRADICIONES
Y tan austero en la observación délos preceptos, leía y cum-
plía al pie de la letra lo de . .... «y el séptimo dia no ha-
rás trabajar ni á tu siervo, ni á tu bestia, ni uncirás tus bueyes,
porque el hombre y los animales descansarán, como descansó
el Señor en el séptimo dia Llevaba aquí la exagera-
ción como en su tierra, no encendiendo fuego ni en la pipa y
comiendo todos sus alimentos frios, preparados de la víspera.
Pero hé aquí que distraído viendo mecer como olas de mar
la yerba en la verde pradera sobre la que saltaban los blan-
cos corderítos á la orilla del cristalino arroyo, cuyo rumor
adormece, de una á otra paradoja tropezó con el cuento de
Lia y Rakel, recordando cómo cuarenta siglos antes, otro pas-
tor de la Caldea trabajó siete aftos por llegar á poseer la hija
de su medianero, y cambiándole éste la prometida por su pri-
mogénita, tuvo que trabajar otros siete, á fin de obtener la
menorsitade su preferencia.
Catorce años de novio! De larga fecha datan los largos no-
viascos! aunque á la postre vinieran á ser los Jacobos de
aquellos tiempos dueños nó de una, sino de dos mitades, bien
fueran hermanas, como dos cascos ó medias naranjas del mis-
mo naranjero.
III
Y siguiendo en su modorra por la siesta, el calor y el ayu-
no, de uno áotro libro como á salto de mata llegó al del c Can-
tar de los Cantares», rehuyéndole la sangre esanota alegre y
retozona entre tantas jeremiadas del poeta, vibrando el agui-
jón y levantando eco en sí, el melodioso cantar de la morena
Sulamita con más subido verdor, que el de la verde pradera
en cuyo blando seno reposaba.
Así aquella melodía hebraica tantos siglos prolongada, venía
desde la Judea á repercutir en la pampa, y en corazón dura-
mente adormecido á todo otro sentimiento, pues hasta enton-
ces únicamente amaba ásus ovejas, ni sentía la necesidad de
otro afecto.
No solo de pan se vive, y el hombre no há' nacido para vi-
vir solo, y cual Adán, sintió Patricio que algo le fal-
taba.
Cómo deseó entonces se le apareciera otra Lila ó Rakel, ó
aunque fuera cualquiera Doña Simona. Pero de qué arbitrio va-
lerse para dar con tino y acierto en este valle tan ancho^ con
su cara mitad.
Rústico estrangero, como planta parásita trasplantada, sin
DE BUENOS AIRES 33 1
vinculación alguna en media pampa, aislado y semi-misántropó
por hábito, y con hábitos inveterados desde el otro mundo, sin
más amigos en éste, que su perro ovejero.
Si era ducho en el aparte en el entrevero de majadas veci-
nas, quedando siempre con la mejor parte, no lo era para bus-
car en el entrevero humano la oveja que había de venir á ha-
cerle feliz en su rebaño,
¿Cómo encontrar una hija de Eva, sin mancha, cortejarla
por largo tiempo hasta ir poco á poco descubriendo las afini-
dades de carácter, tan escondidas entre los repliegues de una
alma de mujer, y después de rondar por dos ó más pues-
tos vecinos, un buen día apechugar por todo y decidirse á pasar
los umbrales del Cura?
Ardua obra era esa, de mucho tiempo, y el cuidado de su
majada no le dejaba ninguno.
Mejor sería ocurrir donde se encontraba la novia hecha, y
confiárselo todo á su Pastor.
Ypocosdias después del que por primera vez le oímos, co-
mo quien vuelve por su cuenta de garbanzos, regresaba el ir-
landés frente á nuestras ventanas.
— Buenos días, padre. Y mi mujer?
— Adiós, hijol Cómo estás? qué apresurado andas. Cuántas
ovejas dijistes?
— Ochocientas finas, en propidad, son buenas, primera cla-
se (como si quisiera recordarle que para de su propiedad bus-
caba de primera), tres mil al tercio, contrata por cinco años,
faltan tres, y dos cuadras de papas.
— Oh! bien! con menos se vuelve rico un yanke. Anda á la
calle de Pichincha . . .pero no andes por la de los Andes, por
esa calle no se puede pasar, encontrarás. ...
— En la puerta de nuestro padre? pues no es chica pichincha,
interrumpió el pastor ingenuo (no excento de chispa irlan-
desa.)
— Nó. Pregunta por Meri que fué doncella de ... .
— Caramba! yá no lo es?
— Salió para casarse.
—Pero hubiera seguido siéndolo. Bueno padre, gracias por
su comisión. Dios se lo pague, y que tenga buena mano.
Y el pastor irlandés sale voleándose con las piernas arquea-
das de tanto andar á caballo, que en su tierra no conoció, lle-
vándose los postes por delante. Allá vá pisando inglesas y mas-
ticando esperanzas.
En la noche de ese dia llueva ó truene encontrarse suele so-
332 TRADICIONES
bre el umbral de cualquier puerta una Meri y un Mero ó meri-
no, oyéndoseles al pasar:
— Buenas noches. Yo soyyó.
— les? Mucho gusto.
— Aquí me manda el padre Fahy.
— Ah! Ud. se llama Juan, el de las merinas, que . . .
— Nó, Mis, yo me llamo como mi padre, Patricio. Y murmu-
ra entre sí el pobre ovejero, «el padre me habló de carneros, y
la elejida de mi corazón, es decir de mi confesor, empieza por
equivocarme por otro Juan lanas.»
— Ahí es verdad contesta entre risas, encendida por rubor
de conveniencia, dejando ver dos blancas hileras de grandes
dientes paletas, parte integrante de la mofletuda irlandesa, ex-
doncella de su Señora, y no menos pecosa que su D. Juan, co-
mo queso fresco de Holanda de hoy. Lo mismo dá. El padre
me habló esta mañana al contestar mi encargue, de un Juan
y otro Patricio. Es lo mismo, Ud. tiene ovejas en las Con-
chitas?
— Sí, Meri. Vos querer ir allá? Hay pasto y agua, patos y
ovejas, hay mucho verde, así como en nuestra tierra. Yó
hacer cinco años que vivo con mis ovejas. No querer ir ha-
cerles compañía?
— A las ovejas, nó, contesta la muchacha sonrosada. A su
dueño, si nos arreglamos, veremos.
— Bueno, y cuándo veremos?
— Para la otra semana, porque se casa mi amiga de la otra
cuadra, que es una muchacha muy buena, vinimos juntas con
mi tia (las domésticas inglesas no siempre tienen madre, pero
nunca les falta tia.) Habíamos convenido casarnos juntas.
— Como! Una con otra, ó las dos conmigo? Bien quisiera,
pero. . . .Es queyá tiene novio la otra?
— Nó, pero hoy cuando me fui á confesar (porque yó me
confieso en San Roque cada quince días, la Señora no me de-
ja más), le recordé á nuestro Capellán mis ganas de casarme,
pues se había casado antes la Guillermina de enfrente, que es
de mi mismo pueblo, y me lleva dos años, él me contestó: «Ten-
go dos pedidos para esa calle Y yó, qué hé
de hacer! Al fin uno es sola en esta tierra, y después si se en-
ferma, ó sucede algo, no tiene ni tras que caerse muerta, ni
quien le dé vuelta, y
— Oh! si es por eso, yó darle muchas vueltas. Pierde cuidado
conmigo estarás muy contenta, yá estar acostumbrado rondan-
do todas las noches la majada andar dando vuelta tras mis
ovejas, será una vuelta más
i
DE BUENOS AIkES 333
IV
Y la rubicunda y pecosa Meri, sonriendo casi resignada á
que se le pastoree entre las ovejas, sin serlo, arregla todo pa-
ra su viaje de bodas en la otra semana, con su desconocido
de la víspera.
Qué doncella casadera cuando se trata de dejar de serlo, no
se encuentra de antemano preparada á pasar por la Vicaría?
Desde aquella hora y en la misma calle, noche á noche y pi-
co á pico, como escuchas perdidas ó centinelas inmóviles de
facción perpetua, llueve ó truene (apetitos matrimoniales, por
lo general fruta es de invierno), todo transeúnte tropieza infali-
blemente con aquel grupo, obstruyendo la vereda.
Pero las conversaciones empezadas á risotadas de la cari-
contenta Patricia, en puerta mal entornada, calle Cuyo, termi-
nan en interminable diálogo á soto voce con su cuyo, y aun-
que más fria que noche de Agosto, siempre inconmovible,
se muestra, que juntarse suelen las manos y estrecharse con
prematuro afecto, y tal vez aproximarse demasiado los picos,
si en irlandés murmuras al oido:
«Tendremos muchos hijitos.
Muertos de hambre, y en cuentos».
Es la breve introducción de un largo matrimonio, feliz por
lo general.
Muchas veces, cuando el viaje del medianero es muy de prisa,
y entre una y otra esquila viene con su carro á la ligera para
proveer sus necesidades de todo el año, vá al Capellán, vé la
novia, álzasela en su carro del umbral de una puerta, y sigue
viaje de retorno, no sin haber al pasar bajado en la Capilla
del Santo de las llagas, y la peste, que también sana el corazón,
y recibido una bendición entre dos latines
A las pocas noches acaba el novio y empieza el marido.
El amante no há existido en ningún período. Para qué? está
demás. Aquél no había aprendido nunca á amar, sino á sus
ovejas.
Diálogo como este oirse suele en casa de la vereda de en-
frente, á la doméstica vecina, diciendo á la hija de su patrona:
— Niña, me voy á casar.
— Sí, María, ¿y con quién?
— Con un pastor que me lleva al campo. Yó estoy tan del
334 TRADÍCIOKES
gada, y luego después de mi enfermedad el médico me há re-
cetado saliera á tomar aire y
— Y novio, también?
— Nó, eso nó, el ultimo que tuve me dejó seca á desazones,
y bolseada. Este me lo receto yo. Me voy mañana con mi ma-
rido.
— Y cómo se llama tu buen mozo?
— Sabe, niña, que no sé. Olvidé preguntarle á mi confesor,
esta mañana; y, como no há venido sino pocas veces
Eso sí, es bueno, como
— Sí, se conoce que le conoces.
— Ahora me acuerdo, Juan se há de llamar, porque el de la
María de enfrente se llama Patricio, y son paisanos. A mí me
há dicho que habían venido de afuera dos paisanos de estos
nombres á buscar mujer, me há de tocar Juan. Mire, es muy
bueno, me há regalado dos mil pesos para comprar ropa. Tó-
melos niña ¿quiere comprarme Ud. que tiene mejor gusto? Ma-
ñana me caso, y
Mañana seré señora . . .
Para llegar á aquel estado, aun en el pueblo pobre, aun en
el país de los salvajes donde cambian pieles y plumas por muje-
res, sobre todas las zonas del globo y en todas las edades, es y
há sido el dinero ó su equivalente el barómetro que aproxima,
ó separa ó nivela condiciones.
Tal es al menos la regla general, lo contrario es la escepcion.
Si Patricio no fuera dueño de tres mil ovejas, no llevaría á Ma-
ría ni fuera su vecina, de Juan
En la mañana del Sábado aquel, el Capellán, después de ha-
ber hojeado el librito de memorias recordado, busca otra lista
de pedidos anteriores entre los revueltos papeles del escritorio,
y libretas por quince ó veinte millones, dinero perteneciente á
la población irlandesa y colocado á su orden en el Banco (lo
que abona su honradez y honorabilidad, pues irlandés ha-
bía que no depositaba ni sacaba un patacón sin su intervención
y consejo); y lee al través de sus grandes anteojos estas partidas:
— I ® Mujer, como para entre mil ó dos mil ovejas.
— 2° De cinco mil á medias, etc. etc.
— 3" Tres majadas finas, al tercio, papas, batatas y otras
cementeras, etc.
- 4® Mujer irlandesa, como para cinco años
DE BUENOS AIRES ^35
de campo, después viene á establecerse aquí, . ,
etc. etc.
— 5' 6°
Y larga columna de pedidos matrimoniales detallaban la lista
de cada Sábado, muy principalmente en los meses de esquila,
de ventas de lana y compra de astas y cueros para importar,
pues según oimos de una amiga que no se tiene por fea, la pla-
za se encuentra abarrotada de cueros.
El buen pastor há buscado, según la situación social, ó más
bien, pecuniaria de sus clientes (siguiendo la corriente de los
tiempos): modistas ó costureras, doméstica ó hija de familia,
para el de dos, cuatro ó cinco mil ovejas.
V
Un año después, el grupo se há aumentado. Ya no es solo el
tímido ovejero de chiripá y cuello degollando orejas, que vuel-
ve á la puerta frente á nuestras ventanas. El, ella y un chiqui-
llo al hombro, blanco, rubio, ojos claros celestes, lindísimo
broto, serio y mudo cual niñito de cera, llegan á tirar de la mis-
ma campanilla del Capellán con campanillas.
— Aquí está el fruto de su bendición. Padre, bendígalo tam-
bién, dice, presentando su hijito la ex-novia avivada por el
matrimonio.
— Ohl bien! Veo que Uds. no han perdido el tiempo. ¿Cómo
se llama el niño?
Todavía no tiene llama. Póngale nombre y óleo.
— Y el Padre, estola en mano, toma el ritual y bendice.
La joven madre suele agregar satisfecha y entre sonrosada
sonrisa por los bordes de sus gordas y rubicundas mejillas re-
tozando, «qué contenta estoy, padre. Cuánto le tengo que agra-
decer toda la vida su elección».
«Yo, que no entiendo de esas cosas no hubiera elej»do mejor».
— Bien, hija, me alegro. ¿Cómo van las ovejas?
— Muy buenas, padre, para servirle. Aumentan, contesta el
ovejero. Este año vienen mejor las lanas. En cuanto esquile
voy á traerle una limosna para la Capilla. Ahí le hemos trai-
do dos corderos. Nacieron en la misma noche que nuestro
hijito.
r '
•■ Y el pastor y la pastora vuelven contentos á su hogar en el
campo, llenos de satisfacción y de bendiciones distrayéndose
en hacer saltar á su rubio , entre los blancos corderitos que
balan y priscan asustando al Jiifto.
33^ TRADICIONES
Al otro año se presentan con otro fruto de aquella primera
bendición á la puerta, y otro, y otro le sigue, que los matri-
monios de los pobres tienen por primer riqueza, la fecundidad.
Y el afecto hace apacible la vida, llena la soledad, estingue
el vacío del aislamiento en las faenas pastoriles, vuelve más
afanoso al padre por el amor á la familia, y acrecienta la for*
tuna.
Verdad es que en nada há entrado el amor conyugal en este
matrimonio. No se conocían la víspera. ¿Puede amarse lo des-
conocido
El primer hijo es el punto de intercepción entre ambos cora-
zones. Sobreviene después la afección al hogar, por el amor de
los hijos.
¿Hubo premeditado estudio en la observación del espíritu,
del genioy de las inclinaciones de dos hijos de confesión, ó fué-
ventura al acaso?
Sin dudadlo era únicamente un buen economista ese piadoso
Capellán, sino sabio también en achaques del corazón.
VI
Fué el reverendo Antonio Fahy (inquilino sin alquiler, pues
no se lo cobraban, de los altos Reconquista y Piedad, esquina
de los tres Bancos, posteriormente, sobre cuyo solar levántase
el muy suntuoso de otro laborioso español, quede simple de-
pendiente convertido se há por su inteligencia y labor en acre-
ditado banquero), el irlandés más serióte, seco y honrado á carta
cabal que hemos conocido, aun después de recorrido toda la
verde Erin y pasado por cuantos países viajan los ingleses, es
decir, por toda la tierra.
La mitad de su vida^ al menos, de la que consagró á ga-
nar almas para el cielo y también neóñtas para San Patricio,
fuimos vecinos. Continuamente le encontramos rodeado de
millones y de lindas muchachas que por lo menos valían otros
tantos, sin que de todas aquellas conversaciones entre puertas,
ó á la media luz de escalera asaz resbaladiza, ni de esos sendos
miles de pesos que por sus manos pasaron, jamás diera su
mano, pie para murmuración.
Secretitos de confesión, consejos de guía espiritual, su opi-
nión para todo solicitada, continuamente encontrábase rodeado
y seguido, si nó perseguido por las más rubias tentaciones del
Santo de su nombre, y el buen padre Fahy, que para llegar
á viejo (aunque no murió de tal ), tuvo sin duda que ser jo-
'
DE BUENOS AtRES Jj;
ven, rodeado de lindos palmitos en flor, ya en su casa, en la
calle, en la Capilla de San Roque, por todas partes, apenas
podía dar paso sin que alguna de sus compatriotas, en estado
interesante siempre, por su belleza ó juventud, no se le cruzara
en son de casamiento, bautismo, ó divorcio, y nunca dio un
paso en falso.
Venido tras las tormentas del año cuarenta, poco antes del
bloqueo de los ingleses, establecióse por el barrio de los mis-
mos.
Sala de residentes, templo inglés, diario inglés, Bolsa ó
Camoatí (como por entonces la llamaban), Hotel inglés, por ahí
cerca del desembarcadero, almacén inglés, al frente, á la
acera : médico inglés, Brown, Dónovan, Coningan, — á la otra
cuadra botica inglesa — Cramvvell — Mu rray, por todas partes su
iengua, su bandera, sus compatriotas, ese era su campo de ac-
ción y atracción para encaminar á sus paisanos (ciegos los más
de ellos) al arribar de tan lejos á playas desconocidas, en su
ignorancia seducidos por el nombre mágico del Rio de
la Plata.
Pasaron pocos años, y el celoso sacerdote, en su propa-
ganda dentro los mismos disidentes ingleses, fué siendo el
centro y punto de intercepción entre sus compatriotas, y tan
ciega confianza le tenían, que yá no solo para los negocios or-
dinarios de la vida, sino como hemos visto, aun para ligar por
siempre su destino los irlandeses no tomaban ni mujer, ni maja-
da, sino elejida por su pastor.
Era vida fecunda en beneficios para sus semejantes, y sus
obras de caridad cada día podian contarse por las horas de su
existencia.
Casaba á unos, aconsejaba á otros, dirijía á todos, como que
para cada cual tenía palabras de consuelo, de aliento, de espe-
riencia, de persuacion ó de ánimo.
Y el que caía bajo su protección, podía contar con inme-
diata fortuna, la prosperidad entraba por las dos puertas de su
casa con el nombre é influencia del padre Fahy, en sus negocios.
Díganlo D. Terencio Moor, el almacenero en mangas de
camisa de la esquina, á quien recomendaba su clientela de
confesionario, para sus compras, al regresar al campo de
donde venía leguas y leguas por un consejo, — Corredores como
Duggan, y Backer. Drysdale y Linch, á quienes proporcio-
naba sus mejores peones, y hasta el mismo D. Tomás Ams-
trong, que reconocido á los servicios prestados á sus compa-
triotas, diole por vida hospedaje gratis en una de sus propie-
dades.
338 TRADICIONES
El primero solo de los vecinos nombrados, D. Terencio,
albacea posteriormente del padre Fahy, llegó á testar dos
millones de duros, sobre cuyo monto el Sr. Carabassa
( banquero hoy en la misma casa que vivió y murió Fahy ),
cobró millón y medio de la antigua moneda, en arreglos
testamentarios.
VII
Por entonces, hacia 1856 empezaba á llegar la fuerte inmi-
gración de Irlanda, con motivo del cruzamiento de la raza
ovina, y siendo inglesas la mayor parte de las cabanas, pre-
ferían sus pastores como más prolijos.
Hanna Lethan, Hardi, traían algunos por su cuenta. Otros
venían por la propia. Al dirijirse á su Capellán, éste les re-
comendaba á White, Clark, Bell, y cuantos ingleses entendían
de carneros y pastores.
El pastor espiritual que empezaba por recomendarlos, era
luego el arbitro en las primeras diferencias con sus patrones,
y en las trapizondas y enredos de contratos, tercerías y media-
nerías.
Después elejíales compañera que alegrara sus soledades,
luego bautizaba las crias, y más tarde era depositario inelu-
dible de sus ahorros.
Verdadero filántropo á la manera del Sr. de Miguens, á
principios del siglo, de Rodríguez, de Cazón y otras modestas
virtudes, hombres buenos, que han derramado beneficios sin
cuento por todas partes, sin que su beneficencia por ser anó-
nima deje de ser meritoria.
La obra del padre Fahy no esta escrita, pero huella imborra-
ble ha quedado en su barrio, en su pueblo, en el corazón de sus
compatriotas, por cuantas partes pasó rastro de su influencia
benéfica, pues la filantrópica misión que se impuso no tuvo fin,
sino con el suyo.
Y todavía después su recuerdo, su espíritu entre sus pai-
sanos cual una esencia que alienta á lo bueno en las familias
irlandesa, de nuestros verdes campos, vive, está presente, se
prolonga aun y se le invoca con cariño como el genio bueno
del hogar, formado por su bendición,
En cuantas largas veladas de invierno al rededor del fogón
congregando la familia bajo pobre cabana, pajizo techo del
pastor irlandés, que vino á poblar nuestras pampas, el viejo
abuelo, achacoso por el frió y la intemperie, que en noches
DK BUENOS AIRES 339
heladas pasó rondando la majada, principio de su fortuna,
mientras la llama chisporroteante de verde leña dora el gordo
corderito, y la nietecilla sin madre prepara el thé, sobre las
rodillas teniendo al más pequeñuelo, cuenta por centésima vez
su venida á América.
« Los señores de las tierras oprimían con arrendamientos
excesivos á los pobres pastores, tanto como la alta Cámara
estorcía á sus primos de Irlanda, mala barca en largo viaje
echóle á la orilla, y si el padre Fahy no tiende mano amiga
cuántas veces hubiera naufragado.
A él como á sus compañeros les recomendó á los cria-
dores, introductores de cruzas finas, quienes prosperaron enri-
queciendo el país donde se enriquecieron. Vino un primer
año de seca, y otro de inundación, la epizootia siguió, y tras
tantos contratiempos, yá desesperaba en el nuevo, como en
el viejo mundo, cuando el consejo del buen padre levantándolo
de la postraccion, ayudóle á mudar de campo.
Anduvo de un lado á otro con la majada, ya reducidas las
pocas ovejas salvadas de la habilitación, de San Antonio de
Areco al Lujan, de las Conchitas á la Capilla de los ingleses,
de uno á otro Partido, aquí caigo, aquí levanto, hasta que los
malos tiempos pasaron.
Cuando vientos más bonancibles soplaron, y en la soledad
del campo empezó á sentir el aislamiento en que se prolonga-
ba, le aconsejó casarse, formar familia, fijar su bienestar.
Él mismo buscó la buena compañera de sus más bellos dias,
con quien entró la dicha, el bienestar y la tranquilidad en su
hogar.
Y como á este pastor irlandés, á cien otros, los casa, les
bautiza sus hijos, los ayuda y conforta en sus aflixiones con su
ejemplo, y su consejo y su palabra fué el sostén y guía de
millares de recien venidos, hasta convertirse en amparo y
verdadero padre de los pobres.
Católicos y protestantes acudían con igual fé á su consejo, y
pobres y ricos ó necesitados siempre encontraron en él la misma
acojida.
Bien se le llamara á media noche lloviendo á cántaros en
auxilio de un pobre en agonía, ó al través de campos áridos
bajo el quemante sol de estío, el paciente Fahy tomaba su
sombrero de copa alta, envolvíase su negro manteo y allá vá
por esos cardales de Dios, llevando la bendición del mismo.
340 TRADICIONES
VIII
Tantos y tan importantes fueron sus servicios dentro su mi-
nisterio y fuera de él, que aun siendo estranjero pronto se le
nombró Canónigo en el Coro de la Catedral.
Desprendido, activo, enérgico en la defensa de los intereses
que se le confiaban, llegó á tener á su nombre en el Banco
más de un millón de duros, dinero de multitud de irlandeses
dado á que se los tuviera sin haber jamás pedido el más simple
recibo.
En cierta ocasión los ingleses reconocidos, se cotizaron para
ofrecerle un obsequio á quien tanto les servía, sin nunca
aceptar ni las gracias, y le presentaron un cheque por mil li-
bras esterlinas.
Menos tardó en llegar á sus manos que en pasarlo á las
Hermanas de Caridad irlandesas, dinero con el que com-
praron el solar esquina de Tucuman y Rio Bamba. Allí
levantaron su Colegio para las hijas de los pastores pobres.
Estrecho ese primer establecimiento, ocupan hoy ala salida del
camino de Flores cuatro manzanas en la confluencia de las calles
Rivadavia y Victoria, antigua chacra del Dr. Ortiz.
En el sitio de honor del gran edificio venérase la vera
imagen del padre Fahy.
La muerte de este filántropo, cuyos imitadores van siendo
cada dia más raros, es el más bello capítulo que compendió todas
las virtudes de su vida.
Murió como había vivido, y fué una víctima, mártir de la cari-
dad.
Derramando obras de misericordia, que como cosa natural
él hacía en el silencio y con modestia, había pasado incólume
dos epidemias en la ciudad de Buenos Aires.
La de 1871 se presentó implacable y aterrante desde el pri-
mer momento.
Todo el que pudo corrió al campo, y así mismo en la casi
desierta ciudad asolada, llegaron á enterrarse hasta ochocientas
víctimas diarias.
Durante la mayor recrudescencia de aquellos tristes dias de
dolor, fué solicitado por una familia italiana, reducida solo al
padre y la madre, pues los hijos todos habian yá perecido de
la fiebre amarilla que asolaba el barrio vecino al puerto.
Trátase de llenar su misión, y por más que pretenden dete-
nerle amigos y servidores, observándole no es él Cura, no es
DE BUENOS AIRES • 34 1
inglés quien llama, contesta sencillamente: La caridad no tiene
color ^ su bandera es la de la humanidad, y mi misión socorrer al
aflijido. Es un pobre quien pide mi auxilio,
Y fué, y volvió y se acostó enseguida á morir tranquilamen-
te la muerte del justo. El febriciente le contajió su aliento
letal.
... .En el magníñco cuadro, que no es dable contemplar sin
lágrimas, del célebre pintor oriental Blanes, resumiendo el
ultimo episodio de aquellos dias de dolor, falta una fi-
gura.
Otros dos filántropos se descubren penetrando al hogar de
la muerte. El Dr. Roque Pérez, se inclina ante aquella escena
desgarradora. El Dr. Manuel Argerich, puro corazón, lleván-
dose la mano á él, alza el sombrero estremecido.
Por la puerta que entra el muchacho que fué á llamarles, y
á la que espera sin animarse á pasar el conductor de los auxi-
lios de la Comisión de Socorros, acababa de salir el padre
Fahy.
Amarillentos restos se divisan sobre despernancado catre, cu-
ya frazada de admirable doblez, como de bulto en la pintura,
colgando, mal cubre el baúl del pobre jornalero del conventillo;
un niñito gatea, forcejeando por desprender la bata del helado
seno maternal, en busca de su alimento, trepa sobre la amari-
llenta madre, quien con su brazo lívido y descarnado, al aban-
donar la cuchara del último remedio, parece querer abrazar su
hijito aun después de muerta. Todo ese vivo cuadro de la muer-
te lo complementaría la evangélica figura del padre Fahy que
salió de allí fulminado como esos otros dos apóstoles de caridad,
mártires de ella, en los tristísimos dias que anublaron esta
ciudad.
No se levanta suntuoso monumento sobre su fosa, ni lápidas
ó publicación han recordado su nombre, que al fin héroe era
de filantropía, pero, en el corazón de sus compatriotas,
está su imagen resplandeciente y viva, de una á otra genera-
ción su nombre piadoso es reverenciado por padres, hijos y
nietos.
Bartoli recibió encargo de hacer diez mil fotografias, y hoy
apenas bajara el viajero á la estancia ó al rancho del más po-
bre puestero irlandés, sin encontrar su retrato como reliquia
de familia, trasmitida y conservada con cariño en el hogar, cual
la de uno de sus penates tutelares.
342 TRADICIONES
VIII
Si al tradicionar costumbres demasiado libres por nuestro
antiguo barrio, al comenzamiento de un siglo de relajación,
recordamos aventuras de mercenario tenorio escalando muros
por pernoctar fuera del Convento, á borrar negra huella viene
éste verídico retrato en miniatura del popular padre Fahy, uno
de los más virtuosos vecinos del barrio de la Merced, allá por
los años de 1858.
Su probidad, y honradez en todo sentido, llegó á hacerle
depositario de los secretos, y refujio de todos los aflijidos en
la laboriosa colonia irlandesa.
Pero observamos que involuntariamente el cuento tradicional,
formalizando váse en biografía de un filántropo, joyas que por
ser hoy más raras que las de brillantes, bien merecen exhumar-
se las pocas que entre nosotros fueron.
Concluimos esbozando de perfil el chistoso cuadrito de cos-
tumbres de Antaño, con interrogación que por entonces se nos
hizo.
... .Y dígame señor tradicionista, no há descubierto esta-
blecimiento á ese parecido de algún padre Fahy, criollo, ó que
de comisiones tales se encargue para las hijas del país, como de
aproximar corazones?
Oimosáunasemi-jamona solterona, que con avidez nuestras
tradiciones sigue.
Cuando las hijas del país lleguen á ser estranjeras en su pro-
pio suelo, lo que no tardará mucho, aparecerá aquello. Por
ahora, yá hay una agencia de matrimonios, cuyo periódico
se publica.
Lástima grande que el padre Fahy no haya dejado cría, es
decir, descendencia apostólica, ó formado escuela en su humani-
taria misión de aproximar al prójimo, ó las prójimas, ó á unas
y otros, á cada uno con su cada cual:
DE BUENOS AIRES 343
El
Señor Tulio Méndez
I
No es historia antigua.
Apenas hará cosa de treinta años entró de moda en mu-
chos padres, aun los más pudientes, mandar á sus hijos todavía
demasiado jóvenes al campo.
nQue vayan á aprender á hacerse hombresi»^ decíase: cSi
no salen del lado de las polleras de la madre, en la ciudad,
no dejarán de criarse afeminados. La intemperie, el caballo,
las faenas rurales les acabarán de desarrollar, convirtiéndolos
en hombres fuertes, de trabajo y de provecho.
Tal era la frase corriente de la época.
Salíamos de una larga tiranía, que tuvo por apéndice la ciu-
dad de Buenos Aires, cerca de un año más de sitio.
Recien roto el cerco, en contraposición de aquella multitud
de muchachos larguiruchos escuálidos, desmadejados, lánguidos
y contrahechos, quienes apesar de sus diez y siete no salían
de la alfombra de la madre en contricta oración durante la mi-
sa, al levantarse el sitio, cual oprimidas aves sedientas de aire
y espacio, desbandáronse por toda la campaña multitud de jó-
venes barbilampiños. Sino sabian jugar el lazo y las bolas,
aprendieron en hora prematura á manejar un fusil, (segim las
exigencias), y por ende creíanse ya dueños del mundo, señores
déla pampa, y capaces de dominar con sus ñnos puños al
gaucho más morrudo.
344 TRADICIONES
Muchos padres, no bien salían sus hijos de la escuela, y sin
llegar á mayotes, donde nunca alcanzaron, cediendo acaso la
debilidad paternal á las exigencias de aquellos, y éstos á sus
ímpetus innatDS de prematura independencia, confiábanlos á
un viejo capataz, honrado á carta cabal, pero incapaz de re-
primir cuanta libertad usabait y abusaban sus futuros patron-
citos.
<í¡Ya sontos hombre sh decían los proyectos de tales y con
tamaño cigarro, echando humo por boca y narices, delante de
sus padres, proclamaban á voz en cuello: — tYa 7io hay
niñoslüí
Padre hubo, y por desgracia no solo uno, que daba eré
dito al pié de la letra á cuanto estos portentosos talentos afir-
maban.
Tal sucedió en el cuento, que no lo és, y que pasamos á re-
ferir.
II
. . . .Como Periquito estaba ya crecidito para continuar yen-
do á la escuela y seguir estudios que no seguía, quedaban solo
dos carreras á elejir, para las que no se necesitaba saber nada:
la militar y la rural.
Sucedia esto allá en época muy lejana. Ahora nó, hoy es
otra cosa.
Nadie puede ser estanciero, qué! chacarero, ni siquiera quin-
tero ó regador de huerta ó jardin, sin haber seguido estric-
tamente curso completo de agronomía, de ganadería y otro de
agricultura, saberse de memoria unos cuantos tratados sobre
la raza ovina, método de la distribución de aguas, conoci-
miento del suelo que pisa, y hasta la formación del subsuelo,
y cien otros cuyo índice únicamente sería de larga numera-
ción.
Para la milicia, no se diga. No es bastante la Escuela Na-
val, la de Cadetes, el Colegio Militar, ó el buque Escuela, si
no se sale del Colegio de Saint Cyr ó del arsenal de Tolón de
Brest ó siquiera de Trieste, no se sirve ni para taco de cañón,
aunque hoy ni estos usan tacos, y apenas si las botas de los
Presidentes bajitos.
Hijo de padres acaudalados y de una de las más anti-
DE BUENOS AIRES ' 34$
guas familias de Buenos Aires, Periquito fué antes de los
diez y ocho años enviado á una de las estancias inme-
diatas.
Su padre, á más de las consideraciones generales predomi-
nantes en la época, que se habían hecho carne y deja-
mos referidas, tenía una otra razón personal, acaso fué
con la que el amor paternal puso sobre sus ojos una
venda.
De carácter fuerte, dominante é impetuoso como buen mi-
litar de raza, pues era de los jefes argentinos que vinieron con
San Martm del Perú, por no tolerar las arbitrariedades del Co-
lombiano, reprendido había severamente al hijo mayor en cier-
tas aventuras cuya continuación contrariaba.
Este,tan orgulloso como su padre, quien lo hereda no lo hurta
no soportó la reprimenda, y sintiéndose profundamente herido,
cegado por excesivo amor propio, cuando estuvo de regreso
en la chacra oríjen de su desgracia, se levantó la tapa de los se-
sos de un balazo.
Tarde lloró aquél la severidad de su amonestación, y como
los extremos se tocan, de padre austero é inflexible cayó al
opuesto extremo.
Desde la muerte de su primogénito, tornóse en el ser más
condescendiente con su ultimo hijo.
Niño engreído y mal inclinado por los mimos que le rodea-
ban, y padre ya entrado en años y quebrantado por tan inespe-
rada catástrofe, el día que reconcentró en el menorcito su ma-
yor cariño, fué niño al agua.
Como que tan cerca de ella anduvo, que en tres ocasiones
hubo de ahogarse, y eso que no era hombre de ahogarse en
poca agua.
De una de ellas conservó permanentemente la señal sobre la
barba.
Cierto día de sumo calor, en lugar de irá la Escuela de D.
Juan A. Peña, se fué al fin de la muralla, entró al río, cuando
ya no podía hacer pie, hizo cola, y prendido en la de un brioso
alazán que el cochero de la casa vecina entraba á bañar, me-
tióse rio adentro. A poco andar encabritóse el caballo por
algún sambuUidor de adelante, tirándole un par de coces, en
las que le alcanzó la herradura en plena barba, dejándolo des-
mayado sobre las duras toscas de la ribera.
Tan frecuentes desventuras se repetían amenudo.
«Que el niño no quiere irá la Escuela, pues que no vaya,»
decía el padre. La buena madre insistía y á fuerza de cara-
melos y confites de Córdoba compraba su consentimiento. Pero
346 TRADICIONES
con más frecuencia en lugar de ir á la escuela se iba á la ra-
bona. Así un dia lo traían de la Boca medio ahogado, pues al
saltar á un buque de naranjas resbaló al agua; y otro, lo con-
ducía el pastero sobre su carreta, en estado miserable, porque
tirando la onda á los pajaritos, había caido en uno de los cien
pantanos sin fondo del camino real á Flores.
III
Pasó uno, y otro y otro afto hasta que el Jefe de Granade-
ros repitió rotundamente al acabar prolongada sobremesa, en
que como de postre se le servía larga lista de las travesuras de
su Benjamin, la pierna de Judas, desde que fué el más mi-
mado:
«Pues señor, si el niño no quiere ir á la Escuela que no va-
ya. No todos han de ser sabios, que al fin y al cabo son éstos
los que vienen embrollando la lista con su sabiduría, desde que
hay tanto doctor.»
Con tan mala preparación tenémosle yá antes de los diez y
ocho años confiado á ño Felipe, viejo capataz de la estancia del
engreido Periquito, que hacía y deshacía, esto quiero, esto no
quiero, con más libertad en el campo que en la ciudad, dispo-
niendo á su antojo de cuanto le daba la gana.
Allí en plena pampa, como otros muchos ricos jóvenes de la
época, no implantó ni trató siquiera de ensayar la introducción
de las buenas costumbres del hombre educado, de buena cuna,
ni de llevar el refinamiento de la vida civilizada.
Por el contrario, asimilóse por completo con todas las malas
costumbres de la campaña.
En poco tiempo recorrió la senda del campesino, yá ginete,
jugador, gallero, domador, etc., etc, llegó á la perfección en todas
las virtudes teologales del gaucho. Nunca mató ni robó á na-
die, pues apesar de la turba en la cual tenía que rolar, la esco-
jida simiente caida en corazón vírjen hacía predominar los
sanos consejos de una santa madre modelo de virtud, y los
nobles ejemplos de su ilustre padre, conseguian surjieran del
fondo de esa alma no mancillada, la esencia que alienta á lo
bueno. Los recuerdos de su infancia pasada en tan honrado
hogar, formaron la éjida que le preservó, impulsado por senti-
mientos generosos.
Pocos le ganaban á jinetear, y ninguno era más diestro é in-
cansable en toda faena rural. Los puebleros al pasar por su
DE BUENOS AIRES 347
Estancia viéndolo domar, lo envalentonaban, repitiéndole: «iAy
gaucho lindo! asi me gusta y debe ser todo porteño cuadrado!
que tan bien sepa danzar en el Club del Progreso, como mane-
jar el lazo y no dejarse sacar la oreja ni en la más ruda faena
rural.»
Y con esto el muchacho se enorgullecía, creciendo en destre-
za y desenvoltura.
Lo de no perder los modales sociales no era tan exacto,
Fué lo primero que olvidó. Se hizo urafto, reconcentrado y
caviloso.
Tal vez en lo de hacer el amor bajo el alero del rancho
propio ó vecino, en la yerra ó la esquila, sí, prontamente so-
bresalió.
Para lances tales no era tan corto ni retraído.
Sucedió, hará cosa como de veinte y cinco años, que llegó
á la Estancia, para la cocina y todo servicio una doña Petro-
na, guapa moza y gaucha de pelo en pecho, ladina y fresca-
chona aun, ligera de lengua y de caderas.
Con su vestido de zaraza ruidoso por lo almidonado, se pre-
sentó trayendo en su patrio, viejo, rabón, robado al Alcalde
vecino, preciosa chiquita, como de siete años, recuerdo de
un su compadre que le dejó al irse á la frontera, ( por más que
rece el refrán de que con comadre .....
Ña Petrona, silvestre flor ajada, aunque bien podría ser flor
de cardo, hacía la cocina, y otras cosas ; mientras la peque-
ña Magdalena, si no lloraba como la desconsolada de su nom-
bre, crecía como ella en belleza y travesura.
Iba el tiempo pasando, como á fé que todo llega, la siega en
pos de la esquila, la siesta tras de la hierra, sin que remota-
mente sea esto indirecta de que es preciso esté ciega una sen-
cilla campecina para que yerre con un pueblero. Pasaron años
tras años y por ñn llegaron los quince de la hermosa Mag-
dalena.
Un poco de descuido de la madre que consentía fuera á
hacer la cama al patroncito, mientras ella iba á ordeñar las
mansas; algo de marearse en pendientes seductoras la pobre
criollita, que de menos nos hizo Dios, y del mismo barro fui-
mos amasados ; poco que se agachaba el patrón por acariciar
la fruta pintona, y, mucho que se empinara ésta por alcanzar el
fruto vedado, en fin ... Vds. me entienden,
El hecho fué que un día sucedió lo que había de suceder,
y una mala noche, que fué peor y malísima para la prime-
riza, dio á luz rollizo muchacho, destinado á víctima desde su
348 TRADICIONES
infancia, tanto del cariño del padre, como de la codicia de la
madre.
— j Y cómo se parece al padre! exclamaba á eada una que
entraba con poco disimulo, la abuela, entre uno y otro rosario
de recriminaciones torturando su pobre hija en tan doloroso
trance. Aunque quizá, y sin quizá, en sus adentros no había
deseado otra cosa la cocinera de patroncito tan rumboso, y
por cuyo mal fecho, de cocinera pasaba á ser algo así como-
semi-suegra, aunque de la mano izquierda.
Pero al fin las madres perdonan. Ya el barro estaba hecho,
y para que salga, no barreal que enloda, sino argamasa que
pega, bueno es á veces echar tierra que seque pronto, y á lo
pasado pisado, más bien que, si te vide no me acuerdo.
Y mucho más fácil se perdona, cuando los malhechores son
dadivosos, sin olvidar al día siguiente, el mal hecho por una
calaverada.
IV
Transcurrieron los años tras los años, y unos llovederos y
otros de seca, si se secó el amor por la Magdalena, no dejaban
de llover beneficios á la madre y abuela, por el nene.
Este bello niño iba creciendo, y sus infantiles caricias atraían
tanto al padre, con la misma fuerza que las liviandades de la
hermosa pecadora le desviaban.
Magdalena, lindo pimpollo desprendido de marchita
planta, creció también en lozanía y robustez, lo que sí, que
al par crecían con ella sus devaneos. Ya no era la per-
fumada flor de su belleza esparcida únicamente en el secreto
retrete del patrón, pues no solo á él, sino al mayordomo, el
capataz, y hasta el peón de confianza, permitíales tales, que
no son para contadas ; y por éstas fué perdiendo las de Pedro,
hasta pervertir su desgarrada hermosura, cayendo grada por
grada de la altura que osó escalar, cual la bella judía de su
nombre.
Y á fé que hay nombres fatales en todo tiempo.
Nadie debería llamarse Judas, ni Magdalena, ni Cain ni
siquiera Cirineo. Pero cuántos con el mayor disimulo y cre-
yendo hacer obra de caridad, ayudan á llevar la cruz en este
picaro mundo.
i Ay 1 alma bellaca ! Sí cuando digo que la pobre no
nace para rica !
DE BUENOS AIRES 349
Mire Vd. haber soñado un día llegará ser la millonaria seño-
ra de D. Pedro, luciendo en la primer sociedad, ocultando
como tantas otras bajo dorada capa de opulencia la debi-
lidad de sus primeros pasos, y revolcarse hoy por propio gusto
en el fango de la degradación. De tan alto despeñada, ro-
dando fué desde los brazos de su primer amaate hasta el reca-
do del primer gaucho matrero que hacía noche en su rancho.
Cuan cierto es en todo, que el primer paso es lo que cuesta,
y que en senda resbaladiza es mejor ni asomar!
Descienden por cubierta senda de flores, aunque á mi-
tad del camino, ó en los más bajos pisos, cardos y abrojos
formen el subsuelo, no lo notan embriagadas por el hechizo
de dicha que absorbe.
Siéntese sí, llegado el frío de la reflexión con el tiempo que
todo lo trasmuda, la espina del remordimiento punzando en
lo más vivo.
De igual modo el joven de nuestro cuento, había también
caído de más elevada cima.
Por su nombre, su rango y su fortuna llamado á figurar
entre sus conciudadanos, no creía hubiera ya más noble aspi-
ración que la de llegar á poseer el parejero más ligero ó el
gallo de más púa.
Patrón que ejemplo de costumbres tales sembraba á su alre-
dedor, no podía alterarse mucho por encontrar seguidores en
su senda.
Sucedió pues cierto día, ó más bien cierta noche, esas
cosas pasan siempre de noche, que vislumbró ó creyó ver, des-
lizarse sombra errante por su jardin, y como no era hombre
que creía en duendes ni aparecidos, fijando más la mirada al-
canzó á descubrir al claror de media luna á su media mitad,
bajo el ombú.
Nada era que allí á tan altas horas de la noche tomara luna
ó fresco ó cuanto quisiera tomar, sino que con ella, y ocu-
pando su lugar, estaba su cocinero.
Por más despreocupado que fuera Pedro, tener por rival su
propio galopin, era cambio un poco demasiado brusco, si bien
para llegar á éste, había pasado ella la escala toda de la degra-
dación.
Aunque mutaíis miitandi presentábasele solo la inversión
de una misma oración, por pasiva. ¿Si en sus primicias el
patrón hubo descendido á buscar sus amores en la cocina,
estraño no era que á los postres su cocinero subiera á recojer
las migajas de su patrón ?
fftÁ
picío^'
^^ ^^ que ni el paisano más dadi-
*'*' bre ^^eicro. y su pareja.
P^ ^^^tic^' ^"S^^' >" J"S^"^^^^ disimulo, la prose-
ú^P^^^tse f^^^^'ái^ mañana siguiente puso su travieso
^ 3in»^^^^ pof^^'^^^el p^^^^^^^'» y á su bella pecadora, no
cicn^ ¿el^^^^-^A 5/0ipJemente en la calle, ó en el camino
p^'^^^^i^iefcici^: ^\a oerdicion ya se había puesto ella por su
jntió m^ dueña de sí, con buenos pesos en el bol-
^. depender de nadie.
í/<^» ^^l^paba contenta en su fortuna, sin acordarse del hijo,
^fL^^do llegó á lo de su madre, más como único refugio,
^^pis cucn^' pfovista de fondos, dióle uno de sus mejores
-gí«i//^' ^ Q ¡os vientos de la pampa, allá vá, cortando lomas.
l^ibfc ^^^^¿ más dueña de sí, con
j^üíic^ ^.^ ííepender de nadie.
^jopando ¡legó i lo de su ma(
y ^^j \^ior del cariño maternal.
^%i aun palpitaba sobre sus labios el ultimo beso que no dio
f nritncr hijo del primer amor. Nada pensó entonces menos
^^J^een reclamar lo que juzgaba pesada carga y permanente
obstáculo á sus amores de cada día.
V
« El hombre no sabe querer > se repite con generalidad.
En balde la historia de la humanidad está ahí para demen-
tir el acertó.
— « Será vanidad, orgullo, efusión de un momento en el
hombre, pero el amor abnegado, noble, constante, irrevocable
sublime y perdurable, es esclusivamente del sexo débil, donde
recide su fuerza, agrégase.
h Y sin embargo, no se ha revelado otra pasión semejante,
que lleve á la monomanía, al frenesí y al suicidio, como esta
inmensa pasión de padre quebrantando toda una organización
viril, robusta, enérgica, carcomiendo día á día su cerebro la
¡dea desesperante de volver á perder su hijo, como la gota ca-
yendo día adía horada la piedra; así fija y persistente perforó
el cerebro del buen padre, y mucho antes que la bala, rom-
piera el cráneo, pertinaz é inapartable como agudo clavo de fue-
go sobre las sienes había horadado su cerebro.
Para quien dio el ser á otro ser, su sangre, su afecto, su vi-
da, es tan hijo de su corazón el hijo de sus amores, como el
hijo de su matrimonio.
DE BUENOS AIRES 3$!
No es que pretendamos presentar precisamente como de
chado de moralidad á quien solo tuvo hijos fuera del matri-
monio.
Pero de dos males el menos, y creemos sí, que quien no
niega sus hijos de cualquier modo habidos, los educa, bien
encamina, y vela por ellos, provee con cariño al doble alimento
del cuerpo y de la inteligencia, forma seres útiles y honorables
para sí y la sociedad, cumpliendo realmente su misión átpater,
si no hace acto de virtud descollante, rescata al menos su falta,
y en mucho tendrásele en cuenta su buen proceder.
Producido el mal á que la inesperiencia, la debilidad, la igno-
rancia y la seducción precipita, ¿qué hacer? ¿Convertirse de
seductor ó seducida, en asesino?
Acaso fuera más correcto ante el criterio de ciertas púdicas
virtudes de conveniencia, jamás puestas á prueba, que la joven
madre antes de ser esposa, con el primer vajido anunciándose á
la vida de dolores el ser de sus entrañas le ahogara en sus re-
torcimientos de desesperación, ocultando así su falta con un
crimen?
No es más noble, no hay más entereza en afrontar las conse-
cuencias de un mal paso y por vida de sacrificios y desvelos
consagrada á la reparación rescatar una falta presentando un ser
digno de serlo.
Lejos, muy lejos estamos de defender las uniones libres,
cáncer que bastardeando viene cada vez más la sociedad mo-
derna.
Aplaudimos sí la recta conducta del que, habiendo caido en
un delito, no pretende encubrirlo conotro mayor.
De aquellos que en vez de llenar los Expósitos con todos esos
hijos sin madre, sobrepónense para no dejarse deslizar en pen-
diente resbaladiza, deteniéndose con amor á enmendar el mal
en sus consecuencias.
«El hombre de la época actual no ama sino por instinto.
La sensación de ese soplo dura apenas lo que la más ligera rá-
faga», ha dicho una escritora desengañada.
«El hombre-sentimiento, sustituido ha sido por el hombre-
cifra. »
Y se sigue repitiendo.
«El amor es solo un episodio en la vida del hombre, mientras
que en la mujer es la vida entera.»
Estas y otras muchas vaciedades ha escrito la mujer contra
el hombre.
Pero casos se vén, y con más frecuencia de lo que fuera de
desear, en que, mujeres bien educadas, ilustradas y aun bien
3S2 TRADICIONES
intencionadas, aman más el lujo, el fausto, los placeres, los es*
pectáculos de vanidad, sus propias comodidades, todas esas
cien mil nadas de complacencia y de molicie tras el bienestar
de que se rodean y amurallan como exijencias indispensables
para la vida, que al hombre que todo eso les propor-
ciona.
Descendiendo de abstracciones generales á la vida prác-
tica, nada es absoluto, ni establecerse puede como regla ge-
neral.
Así es el mundo en que vivimos, malo, perverso y peor.
Tratemos de reducir á su menor espresion estos últimos
casos.
Pero, sigamos la narración que tanto acaba de impresionar y
que descarnadamente presentamos como ejemplo del fin desas-
troso á que conducen las malas pasiones. Caso es de monoma-
nía paternal, quizá halle eco de piedad en alguno de los lectores,
ó servir pueda de edificación á cualquiera de esos empeder-
nidos^ por cuyas hazañas queda en lágrimas y en la miseria
tanta prematura madre abandonada, como la que tan admirable-
mente pintó el poeta:
Soltar al aire su queja
Será su solo consuelo
Y empapar con llanto el pelo
Del hijo que Vd. le deja.
VI
Mas, ah! que nuestros goces son como sombrasl
No mucho tiempo había pasado de la tarde aquella en que
contenta y sonriente galopaba Magdalena por la alta loma hac[a
donde el diablo perdió el poncho, sin miedo ni recelo (que es-
traviado su honor y su vergüenza, ya nada tenía que perder,)
cuando de unos á otros brazos vino rodando á parar en los de
cierto Capitán López, en un fortin de Mendoza, más diestro
para la intriga en lides de amor y (sorpresa de mujeres, que
de indios, para cuya persecución le faltaban siempre ca-
ballos.
En mala noche de frió y hambre la llamó á cuentas, espli-
cándose de esta manera:
— Vamos á ver. No solo de amor se vive, mi querida.
¿Cuánto te ha dado el padre de tu hijo, por qué no te le pre-
sentas?
DE BUENOS AIRES 353
— Mucho dinero, doscientos cincuenta mil pesos.
— ^Bicoca, para quien cuenta medio millón de duros. Pero en
ñn, grano de aniz que bien sembrado producir puede doscientos
cincuenta mil patacones.
— ¡Cómo! y que los pesos se siembran? contestó azorada Mag-
dalena. ¿No se pudre el papel bajo la tierra?
— Siempre ha sido de las bonitas ser tilingas. Y qué tonta
eres Magdalenal No has observado que también fermenta el
grano de trigo y que al brotar la espiga, de un grano salen
ciento.
Por lo visto con tu patrón aquel gastabas el tiempo en otras
cosas, que te sabrás, sin enseñarte agricultura, por más de ser
chacarero.
— Yo algo aprendí á su lado, y él no me trataba mal.
Aprendí á multiplicarme, pero nó á multiplicar el dinero.
— Aprendistes á dividirte. Pero no importa, trae para acá
esos pesos.
— Ya he gastado buena parte, pero si te los doy voy á que-
dar sin nada. El otro me largó hasta sin mi hijo, y algunos
pesos. Tú me dejarás sin estos últimos. Lo primero se puede
tener cuando
cuando Dios quiere. Lo segundo, Dios nunca
quiere que tengamos los pobres.
— Es precisamente para enseñarte el secreto de multiplicar-
los que te los pido. Préstamelos un poco.
«Ño has oido por cuaresma cierto sermón délos milagros, y
de cómo con cinco mil panes el buen Dios, merienda presentó
á cinco personas, ó al revés.
«Mira, sabiéndolo explotar, aquel tu primer paso, que no fué
del todo malo que digamos, bien dirijido en sus consecuencias,
converjtirse puede como en filón de inagotable mina, que mina
inagotable es el placer. Déjame obrar.
— Sí, obra todo lo que quieras, pero déjame mis pesos. ¿No
te doy mi amor, para qué quieres más?
— Agarradita es la niña! Si es por tu bien. Vamos á
gastar hasta la mitad de ese dinero que tan poco trabajo te
costó, en secuestrar tu hijo, que al fin una madre no roba lo que
es suyo.
«Dime ante todo. Tú estás segura que es tu hijo?
— ¿Cómo, si estoy?.
— Bueno, lo esconderemos bien. El cariño maternal lo en-
cubre todo. ¡Ohl amor! cuantos crímenes se cometen en tu
Tfi^^'
^ICI^'
i/v2S^
por tenerte lejos, cuan
;(4 .. ^// ^^c vuelvas por él, al hijo que tan
/f¿^^t< ^^^ ^ s hombres somos unos bellacos. Sólo
^l^at'^^^ d'^ ^"^á fljarca 6 procedencia de cada uno de
^^' ^'^^ la y^^^p parsL ensoráectr el barrio, aunque
^fje^' ^^ que ^"J^ ^^te de algo más, desmintiendo á cada
ü^í^ ^^^ryi'^^ ^^ií<ral de que cada hijo es del marido de su
P^jcf. yoy sospechando tengas talento. Tus razones
'"-¿•S-"'^*^"'"' •
tac''^
' ' * • ha y^» pero con éstas y otras reflexiones del peso de
^ tucuna^"^» no sin largo porfiar, pues la tal Magdalena
caí^^^ ^Qti más amor sus pesos que su hijo, cedió al conoci-
^'•^^ to de que» ^^ algunos patacones bien scmbraditos, cose-
'h'^^e f uelen ciento por uno.
Pruébanlo los usureros, y otros muchos que no lo pa-
recen.
. Resultado: se gastaron cinco mil duretes en comprar espías.
^educir peones, robar al niño, en fin, llevarlo lejos, muy lejos,
rtiásallá de Mendoza, esconderlo, hacer perder la pista del
raptor, echar tierra á la desaparición, y cambiar la escena,
etc., etc.
Se gastaron también en otras muchas etcéteras, de las que
el travieso capitán quedó en dar cuenta, que nunca dio.
Concluido todo eso, sentándose á descansar el bravo militar
director de tan brava campaña, dijo muy satisfecho:
— Magdalena ven á mis brazos y reposa de la fatiga, ya apa-
recerá aquello
«Está tirada la siembra.
— Sí, como reaparezcan mis cinco mili
- Duros tienen que ser para que no aparezcan, redoblados
en doblones, si no es duro el corazón del rico padre, por la rea-
parición de su único hijo
Y en verdad que tal pillete conocía á fondo el noble corazón
de Pedro.
Lectora! ¿Habéis perdido algún hijo? ¿Os lo han ro-
bado?
No hay mayor dolor para quien es verdaderamente padre, y
sabe amar como tal.
Lo repetimos, desgraciado Pedro! Fué el padre más padre
que conocimos.
nt BUENOS AIRES 355
La desesperación que le sobrevino ála desaparición de su hijo
fué espantosa.
VII
Volvía un día del rodeo contento y satisfecho. El re-
cuento había dado buen resultado y de su tirador desborda-
ban los billetes de Banco, importe de quinientas cabezas gor
das, tropa que acababan de apartarle.
Cuan cierto es, que el dinero no constituye la felicidad.
Por más que le apetecemos para muchos goces, en fuente, nó
de deleites, sino de sinsabores, trocarse suele con asaz fre-
cuencia.
Pedro, gozoso al ver el producto de su trabajo y la hábil
dirección del establecimiento, volvía tranquilo á las casas, y
bajando del caballo fué el de su hijo su primer pensa-
miento.
— Ángel! gritó dirigiéndose á su aposento.
¿Donde está el niño? interrogó á la peona, que arrastrando la
alpargata destalonada, llegó diciendo: «Patrón, el niñito no
aparece, desde hoy le buscamos y ahí andan por el monte Ha
mandóle.»
Mira por todas partes é instantáneo y fatal presentimiento
le hiere.
Sobresaltado redobla los gritos, escudriñando por los rinco-
nes, se impacienta, se irrita, mi hijo! mi hijo! exclama sobrexcita-
do, removiendo con furor almohadas, tirando del blanco corti-
naje de su camita, arrancando con furia colchas y cobijas, cre-
yendo aun que, como otras veces, jugando con su padre se
escondiera bajo la cama ó desapareciera bajo sus ropas, y de-
sesperado jime, grita y clama y se abraza llorando á la almoha-
dita tibia aun con el calor de su ultimo sueño de ino-
cencia.
No cree, cierra los ojos á la realidad, y le cuesta pronunciar
la palabra que no quiere oir. Mi hijo! Mi Ángel! donde es-
tás? borbotea entre exclamaciones de insana desespera-
ción.
Ahí, véense desparramados todos los juguetes. El petizo
ensillado en el palenque. El carrito con la rota rueda en el
suelo, y el hilo de acarreto colgando de la mesa. El látigo
bajo el sombrerito de sol suspendido del clavo, á la cabecera.
Todo; todos sus chiches despintados, deshechos ó despernan-
cados, hasta las botitas, aquellas preciosas botitas de charol
356 TRADICIONES
con caña de tafilete punzó y tacos desgastados, uno más que
otro de tanto corretear, preciosas gemelas embarradas como
hijas de las granaderas del padre, formadas en línea las cuatro,
todo está allí, cada cosa en su lugar, menos el niño que no
aparece en parte alguna.
^Por donde anda Ángel? repite en su desesperación, y como
tocado por súbito presentimiento: ¡Me lo han robadol excla-
ma al ñn, deshaciéndose en histérica sonrisa de lágrimas.
Cocinera, capataz, peones, vecinos, desbandase todo el mun-
do en la Estancia y los alrededores, donde Pedro era querido
por su generosidad, galopando en todas direcciones en busca
de aquella idolatrada criaturíta, cuyo padre en su desesperación
á punto estaba de volverse loco.
Ya salta á caballo y corre él primero. Pero, vuelve, creyen-
do niejor esperar en las casas si de algún lado viniera la pri-
mera noticia. Impaciente sale de nuevo al campo á adelantar-
se á ella, y regresa precipitadamente, pues que le cuesta
perder la esperanza de que todo aquello sea una ilusión, y
cree vá á aparecer el niño tras algún árbol donde jugue-
tea.
Pero, la noche se acerca, y con las tristes sombras la fria rea-
lidad que le oprime el corazón. Ya no se puede cerrar los
ojos á la evidencia que golpea rudamente. De todos rumbos
van regresando silenciosos cabizbajos, mensajeros de infruc-
tuosas pesquisas, y apenas el más activo como único rastro,
que á la vez confirma el secuestro, pretende ocultar á la
vista del aflijido padre la galoneada gorrita entre el cardal
encontrada.
Sin duda volósele, y en la carrera de tan precipitada fuga,
por no demorarse, no quiso el raptor bajarse á reco-
jerla.
Pero en fin, cuando esa prenda estraviada le convenció del
robo ya presentido, el más intenso dolor oprimió aquel deshe-
cho corazón, del padre más amante.
— ¡Donde estará mi hijo! exclamaba de cuando en cuando.
Pobre mi hijitol habrá llorado, se habrá prendido de los pies de
la cama, me habrá llamado y yo no le he oido, nadie le ha so-
corrido. Oh! el dolor inmenso que me oprime, más horrible
es que la muerte! Y en aquel descompuesto semblante de-
sencajado y descompuesto asomaba como sarcástica risa ner-
viosa próxima á estallar.
DE BUENOS AIRES 35/
VIII
De la exaltación del amor á la locura, solo medía un paso,
y de esta al suicidio la mitad. El corazón del atormentado
padre por la mayor de las desesperaciones, como péndulo des-
compuesto oscilaba entre dos siniestras determinaciones, vaci-
lando entre matar ó matarse.
— «¡Dios mió! que fatal destino me persigue, exclamaba.
«Acabo de perder dos hermanos. Ya otro me enseñó el ca-
mino por donde se llega al término de todo sufrimiento. Mi
madre, que tanto quería en mi á su hijo regalón, para siem-
pre, como mi buen padre, desapareció en el momento que más
necesitaba de sus consejos.
«Mas, hoy todos estos viejos dolores se aletargan y reábren-
se otros nuevos, absorbidos por este inmenso é inconforma-
ble dolor de su ausencia»
Y volvía á los gritos, exclamaciones é interjecciones de todo
jénero, en un sufrimiento rabioso que no pedía arrancar.
— «Pero, donde está mi hijo? repetía caminando sin cesar, pa-
teando en la mayor ajitacion, y recomenzaba el rosario inter-
minable de recriminaciones contra Dios, contra el Diablo, y
contra cuantos le rodeaban.
— «No puede ser, no puede ser, mi hijito! mi Ángel! donde
estás? El vá á aparecer, no'le reprenderé por su ausencia, voy
á darle un juguete. Es imposible que lo hayan llevado.
«Busquen, galopen, vayan á todas partes. Mi mejor pare-
jero á quien me traiga la primer noticia.»
Y tras breve letargo en que sumíale la fuerza intensa del su-
frimiento, loco, embriagado', absorbido y sin instinto, salía,
entraba, volvía, lanzaba los muebles contra el suelo á su paso
precipitado, rompía de un puñetazo el vaso de agua al dejarlo
nervioso sobre la mesa y en creciente ajitacion exitado, no ati-
naba qué hacer.
Y cuando el mayor tiempo transcurrido posesionándole iba
la idea inevitable de tan terrible desgracia, desesperado, de
nuevo volvía á saltar á caballo. Galopaba una legua al Norte,
daba rienda atrás galopando otra al Sud; estando al naciente
creía podían traer á su hijo por el poniente, hasta que deshe-
cho caía anonadado y sin fuerzas, postrado en el abatimiento
del dolor más intenso.
• • •.•••••••«*•••••• •.•••••..••**• •••••■••••••••••
Luego después, como ráfagas que venían á avivar aquel su-
358 TRADICIONES
frimiento, apenas aletargado un momento, llorando, maldicien-
do, tironeábase los cabellos, furioso y delirante hasta el penúl-
timo parasismo de la desesperación. A punto estuvo de perder
el juicio, y si no se le fué del todo, sin duda era porque lo ne-
cesitaba para algo.
Para emplear el resto de sus dias en buscar aquel hijo que-
rido por quien desespera, llora y clama y patea á la vez, an-
dando desatinado de un lado para otro.
Qué extremos no hizo I
En cuanto encontró al niño, perdió la razón.
Viaje á las provincias, comisionados al interior, busca aquí,
escudriña allá, investigaciones por todas partes. En tierra, en
los rios, por las islas. Avisos, ofrecimiento de gratificaciones al
que siquiera le ponga sobre la pista del raptor, grandes recom-
pensas pregonadas por todas partes, todo fué inútil.
El niño se lo había tragado la tierra, ni la huella del crimen
ni el menor rastro de su paso.
Oh! qué inmenso dolor oprime á Pedrol Pobre padre aflijidol
¿Lectora, os han robado algún hijo?
— Sufrirá hambre y miseria y frió? Dónde estará Ángel? Pe-
dro, el más amante de los padres se retorcía en una aflicción
sin consuelo.
Cuantas veces llevó el revólver á su sien, detenido apenas el
gatillo por vaga y remotísima esperanza.
c Algún dia aparecerá.
«No es mí niño al que quieren, sino mi dinero», exclamaba.
Traspasado de dolor, el inconsolable padre ofrecía su fortu-
na por su hijo, cuando en la primera quincena del segundo
mes de su desaparición, recibió por correo el siguiente billete,
lacónico pero espresivo:
«Si quiere recuperar su niño, jire por la Sucursal de Caraba-
ssa á Montevideo, una letrita de un millón de pesos á X. Ladrón
de Guevara. Puede ver somos moderados, para quien cuenta en
sus rodeos las vacas por millares. (Cuidado con indiscreciones!»
Pero, cata aquí, que un amigo, ¡cuantas veces vale más un
poco de amistad que muchos billetes de Banco! por la letra
del sobre, por el timbre y fechas y estampillas postales, por
algún indicio siempre escapado al más pillo, tuvo como vaga
adivinación ó sospecha, que el niño no había de estar muy
lejos déla dirección señalada para el rescate.
Por un hilo se deshace la madeja, y de deducción en deduc-
ción sacóse en consecuencia debía encontrarse en Montevideo,
y en la casa de un compadre del tio de la suegra de su ex-querí-
da, en actual maridaje con el Capitán López.
DE BUENOS AIRES 359
Vislumbrarlo Pedro ante las reflexiones del amigo, y tomar
su revólver, su cartera y el vapor del mismo dia, todo fué uno,
y á la mañana siguiente, desembarcaba tempranito en el vecino
puerto dirijiéndose derechamente al sitio sospechado.
IX
Magdalena dormía á pierna suelta arrullada quizás entre do-
rados sueños por sus ilusiones de riquezas, cuando en ellos fué
interrumpida por la imponente figura del padre desesperado,
al través de cuyo descompuesto semblante apenas pudo recono-
cerle la soñolienta manceba.
— Dónde está mi hijo? exclamó, penetrando al dormitorio, y
tal era su aspecto de terrible fiereza respirando venganza, que
toda temblante se medio incorporó, señalando allí^ la camita
del niñito, que aun bajo la tempestad de iras y venganzas-
contenidas de sus padres, dormía el sueño tranquilo de la
inocencia.
Y Pedro enajenado, lo arrebata, lo estruja, lo besa, lo abra-
sa, y casi sofoca al niño con sus caricias, quien despertado de
improviso, y asustado por tan vehementes trasportes, se pone
á llorar, y llora el padre loco de alegría, como lo había estado
de desesperación desde el momento en que lo perdiera.
No se detiene á vestirle, envuelto en las ropas y cobijas cor-
re con el niño en brazos hacia la calle.
Pero aquel momento de trasporte inevitable, tiempo fué su-
ficiente para que la sobrecojida madre volviera de su sorpresa,
dando voces en su auxilio.
Por ésto, cuando el padre iba á trasponer la puerta con su
hijo en brazos, aparece del interior el Capitán, interceptándo-
le el paso con esta enérgica interrogación:
— Donde vá con ese niño?
— Qué le importa!
— Deje esa criatura. Ud. no puede robarla á su madre.
— Y Ud. quien és para atajarme el paso?
— Soy el padre de su hijo, es decir, como el marido de su mu-
jer, de esa cuyo hijo Ud. arrebata, y que estoy dispuesto á de-
fender.
— Este es mi hijo, y solo me lo arrancarán con la vida.
— Si Ud. se empeña, contestó al Capitán sacando un revól-
ver.
— Pedro armó también el suj^o, no sin antes depositar con
cuidado al niñito que seguia llorando todo asustado en el rincón
36o TRADICIONES
tras la puerta sobre la tabla del albañal, resguardándolo con
sus ropas y su cuerpo.
— No saldrá Ud. con el nifto.
— Uo será Ud. quien me lo impida.
Y una increpación seguía á otra, y el ultimo insulto fué apa-
gado por el primer tiro, y una vá y otra viene, y balas se cruzan
hasta diez, y ambos ya heridos, Pedro pela su puñal abriéndose
definitivamente paso, habiendo también abierto brecha en el
cuerpo de quien se lo interceptaba.
Suprimido éste ultimo obstáculo, y con el nifto mal envuelto,
sale en precipitada fuga para el muelle.
La sangre del padre derramada por su amor y en su defensa,
caía sobre la frente inocente del hijo, como bautismo de lágri-
mas y sangre que acaso señalaba fatal destino para sus dias.
X
Pobre nifto! Bello ángel rubio y sonriendo á las caricias pater-
nales, á la vez que azorado de toda aquella violenta escena de
un minuto, preguntaba aflijido: — Papá, papá ¿por que te han he
cho nana?
• • •
Llega al puerto. El vapor que le condujera no salía básta-
las seis. Diez horas una eternidad.
Cuántas cosas pueden suceder en tanto tiempo! La Policía en
pos del padre, raptor de su propio hijo. La venganza de la ma-
dre. Las persecuciones de López ....
En diez horas puede cambiar hasta la situación de un país.
En Montevideo cambia en muchas menos. Se acerca á la ribera
y grita á un grupo de marineros: «Mil patacones al lanchon más
velero que me trasporte en menos tiempo á la orilla de enfrente.
El viento es favorable, en la Ensenada podemos desembarcar».
Mil pesos es mucha plata para pobres marineros que no la
ganan en un año. Con mil fuertes se hacen tantas cosas bue-
nas, y muchas malas también.
Dos ó tres lancheros contestan :
« Patroncito, estamos listos, partamos * .
Todavía, una vez embarcado temía que la Policía entera se
echara sobre sus pasos por arrebatarle aquella prenda adorada,
que acababa de defender con su vida.
Después fuese calmando poco á poco, así que se alejaba la
pasada emoción. Apenas atendió en vestir y arropar al niño,
y mal curar sus heridas, cuando loco de placer y entre tras-
DE BUENOS AIRES 36 1
portes inefables, acostó en su mismo improvisado lecho á su
hijito, buscando tras azarosa fatiga un sueño benéñco que hacía
muchas noches no llegaba á sus desvelados párpados.
Pero ni aun este tranquilo. En esa cruzada de breves horas
sobre agua que oleaje alguno rizaba, mundo de encontrados
pensamientos le ajitaban, en aquel otro ajitado mar de las pa-
siones, bajo febriciente letargo habíase adormecido con esta
persistente idea.
¿ En qué lugar de la tierra, en cuál de las cavernas del Para-
ná ocultaré bastante á los ojos de la codicia y la venganza mi
querido hijo ?
Jamás hubo sentido más intenso amor al niño, como en la
breve ausencia, á una eternidad parecida, y en la que se le apa-
reció muchas veces muriente, en la miseria.
Cuántas preguntas le hacía atropelladamente ! Había pade-
cido, había llorado, le había estrañado ?
En otros momentos su imajinacion por los mil confusos y
encontrados sufrimientos que le oprimían, persuadíale tenaz y
perseguidora alucinación. Acababan de enviarle un bracito
pidiéndole un millón de pesos p'or mandarle el resto de su
hijo. Reconociendo aquella preciosa manecita que le acari-
ciaba en sus más bellos dias, apresurábase 4 rescatar su sangre
con su plata, cuando se repetía día á día en solicitud creciente .
cDos millones por el resto», adjuntándole una pierna:
Tres, al enviarle el segundp brazo, y así bajo el peso de exi-
gencias en aumento, caía postrado por el dolor y la desespe-
ración, viéndolo en tantos pedazos dividido, que todos sus
millones no bastaban para salvar el itiás pequeño resto de su
cuerpito con vida.
Fugaces relámpagos de demencia cruzaban el cerebro tra*s-
tornado por el sufrimiento, y en uno de esos súbitos raptos á
punto estuvo de precipitarse con su niño á las profundidades
que cruzaban, y juntos por eterno abrazo estrechados, descen-
der á la eternidad*
A la caida de la noche, la húmeda brisa del mar vecino
vino á refrescar un tanto el estado febriciente del herido, é im-
pelida su ligera barca por vientos favorables, que no todo es
constantemente adverso en la senda de la vida, arribó un poco
más tranquilo á la ribera natal.
XI
Por fin, Pedro volvía con su hijo, y volvía para seguirla
vida de inquietudes, de aparecidos, de miseria, de dolores y
desolación.
362
TRADICIONES
Hé aquí un hijo víctima del amor paterno !
¿Si éste fuera pobre perseguiría aquella desdeñada Mag-
dalena con persistencia tal, restitución de un hijo que se apre-
suró á abandonar como pesada carga ? . . . .
Desde entonces el atribulado padre y el perseguido niño
vivieron en permanente zozobra, y uno y otro eran infelices.
Acaso también lo fué la madre.
La Estancia convirtióse en una fortaleza.
Dobles puertas de fierro. Barrotes de lo mismo por todas
partes. Completo arsenal de armas en los cuartos. Una do-
cena de peones armados á remington, alternando la guardia
todos los dias, y cada mes cambiando la peonada, de temor de
ser comprada ó seducida para robarle su hijo.
El más veloz de sus parejeros permanentemente atado á
soga corta, á la ventana, y el niño, de quien ni de día ni de
noche se separaba el padre, siempre éste con revolver al cinto,
durmiendo en su mismo lecho, y pegado á él como la sombra
al cuerpo.
Pobre padre 1 estenuado por la demencia de un amor te-
naz, toda precaución parecíale poca para evitar repetición del
rapto.
No bien ligera brisa levantaba en espirales polvareda en
lejano horizonte, cuando Pedro que había observado tal movi-
miento de tierra desde el mirador, su constante vijía, salía
alterado gritando: «Alas armas, muchachos», «Prepárense
que ahí vienen á robar mi hijo ».
Los peones extendíanse en guerrilla, avanzando una descu-
bierta. Después temiendo quedar solo en las casas trepaba
con el niño á la azotea, subiendo la escalera, c Peleen, mu-
chachos, hasta el ultimo cartucho, y cuando se acabe la pól-
vora den una carga á fondo» gritaba desde arriba, desaforado
y loco.
tNo me han de sacar mi hijo sino con las entrañas
Otra tarde á la hora de siesta, saltó, en pelos, con Anjel, en
el parejero, no parando en su carrera hasta el Juzgado.
— Señor, señor, protéjanos, que me quieren robar mi hijo»
entró gritando.
Y el Juez y el Alcalde, y la partida lo acompañaban hasta
su Estancia, persuadiéndole que ya los enemigos se habían ido,
apaciguándolo hasta que la exaltación pasaba.
Pero quien estaba verdaderamente ido era el pobre Pedro-
trastornado por la monomanía de las persecuciones.
DE BUENOS AIRES 363
XII
Victima continua de las más estravagantes alucinaciones, exa-
jerado amor paterno le exaltó hasta la demencia, y de ésta al
suicidio suele haber menos de un paso.
Así crecía el bello Anjel entre los mimos exajerados del
padre, al par que éste languidecía estenuándole su continuo
estado de irritabilidad, temiendo acechanzas y desconfiando de
todo el mundo.
Ni el uno era educado debidamente, ni concurría á la Es-
cuela de temor á ser secuestrado, ni el otro atendía sus inte-
reses por no desatender al hijo.
Hé aquí un niño víctima del amor paterno, y á la vez, un
padre que se aniquila por amor á su hijo. Consecuencia y
resultado todo de un primer mal paso.
Madres ! No mandéis vuestros hijos demasiado jóvenes á que
se acaben de formar al campo, pues no es donde mejor se
desarrollan en la senda de la virtud y del honor. Preciso es
llegar á la vida independiente del hacendado con la razón
formada.
Pedro, el padre más padre que hemos conocido, bien ha res-
catado por su inmenso cariño cualquier mal paso ó resbalón en
los primeros de su juventud.
No sé de muchos legítimos padres que hayan amado á sus
hijos hasta el delirio y la locura. Indudablemente representan
un mal social los hijos habidos fuera del matrimonio, pero lo
repetimos: i Será mejor encubrir una falta con un crimen ?
Infelices madres ! Pobres hijos ! Oh I padres que lo sois ante
todo por los vínculos déla misma sangre que corre en las venas,
por el amor innato puesto por Dios en el corazón del hombre,
no abandonéis nó, á esos pobres hijos sin madre que jamás dur-
mieron al abrigo del seno maternal.
La voz de la naturaleza habla más fuerte que la de todo otro
vínculo. ¡ Ah ! jamás neguéis vuestra sangre!
XIII
Pasado algún tiempo los^amigos de Pedro disuadiéronle de
mil estravagantes proyectos que en sus cavilaciones le perse-
guían, llevando á su ánimo la persuacion de que un viaje á
Europa lograrla distraerle, y podría allí velar con más tranqui>
lidad por la educación de su hijo, pues la madre de éste no
tenía medios de seguir sus persecuciones en el viejo mundo.
364 TRADICIONES
No sin diñcultad se resolvió, pero tomando el camino más
largo para hacer perder su huella. Sin bajar en el puerto de
Montevideo, trasbordóse al Paquete inglés del Pacifico, para
seguir su itinerario á' Europa, cruzando por Panamá.
No há muchos dias leíase en uno de nuestros periódicos el
siguiente telegrama : c En la mañana del diez y seis de mayo,
poco antes de llegar al puerto de Iquique el vapor Lautaro,
se suicidó un arjentino de distinción que viajaba con un bello
niño de siete aftos.»
¡ Coincidencia singular ! En aquella hora cumplían treinta y
tres años que su hermano mayor habíase suicidado de igual ma-
nera, estraviado por la misma causa, de un amor desgraciado.
Para que la coincidencia fuera doble, por aquel mismo puerto
que descendían los restos del ultimo hijo, el más mimado, el
más querido, su valiente padre sesenta y cuatro años antes
descendía á la cabeza de los Granaderos á caballo á hacer un
reconocimiento, como vanguardia del Ejército de San Martin,
que fuera á dar la independencia al Perú, cuyas gruesas colum-
nas desembarcaron en Pisco.
i Qué había sucedido al infortunado Pedro, viajando al pare-
cer tranquilo con su hijo, libre de pesares ? Por qué esperaba el
aniversario fatal del suicidio de su hermano, para celebrarlo
imitando su ejemplo, desapareciendo por el mismo camino?
Nó, no era el instinto de la imitación, no respondía á aquel
contajio, fatal herencia, ó predisposición de familia, en que pa-
dre, hijo y nieto se contaminan por la suicidio-manía.
Más tarde se supo.
Fué simple obra de la casualidad.
Después de una de aquellas terribles noches de perpetuo in-
somnio, en la que los sueños más estravagantes ajigantaban pe-
ligros remotos, aumentada su fiebre, acaso por la electricidad
oceánica, habíase levantado muy temprano, alcanzando á di-
visar entre la brumosa neblina de la madrugada, dibujándose
indecisas, las costas del Perú. Luego después, cambiara algu-
nas palabras con el oficial de cuarto, acerca del dia de la llega-
da á Lima, y deteniéndose sobre cubierta un momento, descen-
dió al poco rato, para levantar á su Ángel á tomar el café.
Cual sería su sorpresa al encontrar desarreglado el tibio lecho
donde dejó al niño dormido.
Ni en el camarote, ni en la cámara, ni en el salón, ni en par-
te alguna aparecía. Como un presentimiento fatal golpeó de
nuevo su corazón. — Mi hijo! me lo han robadol fué su única ex-
clamación, y deshecho en lágrimas, furioso, desesperado, recor-
rió el buque de arriba abajo, rejistró por todos los camarotes,
^ DE BUENOS AIRES 365
acercóse á la ventanilla abierta al mar. Un momento alguien
creyó pudiera haber asomado allí y el balance del vapor incli-
nándole de pronto, resbalado hasta sus profundidades.
Pero nó, la idea fija del padre era que le habían vuelto á ro-
bar el hijo de sus amores.
No pudiendo abandonar su puesto el Comandante, en los
preparativos á la entrada del puerto, teniendo la tierra á la vista,
é informado de la ajitacion en que se encontraba tal pasajero,
quien ya había llamado la atención por su misantropía, como
por el tema fijo en sus conversaciones de sobremesa, de ha-
bérsele robado el hijo, y no encontrar precauciones bastantes
para evitar se lo volvieran á esconder, mandó á su segundo á
convencerle que el vijia de guardia no había visto caer nada al
agua, y no habiendo tocado puerto desde Valparaiso, el niño
estaba irremisiblemente abordo, que se tranquilizara, pues
mandaba dos marineros á inspeccionar minuciosamente el
buque, donde aparecería el niño, pnes no tenía como perderse,
ni menos podia ser por nadie escondido.
XIV
El oficial decendía la escalera al salón, cuando oyó un tiro
dentro de uno de los camarotes. Corrió al momento al de Pe-
dro, y por más que forcejeó no fué posible abrirlo. Gritó, na-
die le contestaba, hallábase sólidamente trancado. Por el con-
tiguo camarote se forzó la puerta lateral, y al penetrar encon-
tróse á Pedro, tirado sobre el canapé, pálido y cubierto de sangre.
Al momento acudió el médico, el Capitán, los pasajeros in-
mediatos. ¡Me han robado mi hijo! balbuceó débilmente, yo
no puedo vivir sin él; adiós, compañeros!
— Pero cómo lo pueden haber robado, si no ha bajado nadie
de abordo, contestó el oficial. ¡Ay! no es en la insania que se
ajusta más el razonamiento lójicol
— Lo han de haber metido en alguna barrica para bajarle
ahora á la llegada á puerto y pasarlo delante de mí sin que le
descubra, y mandárselo á su madre.
Luego después como delirando añadió: «Cuanto les ha pagado
ésta porque se le lleven. Yo les doy el doble porque me lo
dejen».
El pobre desfalleciente deliraba. La sangre manada de la
herida en la cabeza no se podía estancar, y el médico del buque
la declaró desde el primer momento niortal.
Todavía el infeliz padre muriendo por amor á su hijo, estaba
366 TRADICIONES
reservado en los pocos momentos de una vida que escapaba
por la ancha herida que su propia mano abriera á torturas más
atroces.
No eran los sufrimientos de un mundo que él ponía en duda
en sus desvarios, no el dolor físico que en su exaltación sopor-
taba, lo que más le martirizó en su ultimo minuto.
Compuesto de ambos, y .«sobreponiendo á todos, fué un dolor
más atroz el de su agonía, cuando al empezar ésta, vio entrar en-
cendido y llorando, aquella rubia cabecita que tanto amaba y
por quien se había roto el cráneo. ^
El niño retrocedió espantado, al verlo todo cubierto de san-*
gre, pero á la señal de su papá moribundo, venciendo infan-
tiles timideces se echó sobre él llorando, y besándolo le decía:
— «Qué te han hecho papacito, quien te ha lastimado, qué
tienes?
Ya el padre por tanta sangre debilitado, apenas en entrecor-
tadas palabras pudo exclamar con las mayores muestras de de-
sesperación: — Mi hijito! mi Ángel adoradol donde estabas? y en-
tre sollozos y besos se prendió con las ansias déla muerte á su
hijo querido
Tarde era yá paraesplicaciones. A qué decirle habia descen-
dido á la cava del buque llevado por el Maitre de Hotel quien
bajaba á sacar galletitas para el café. Que luego pasara á proa
jugando con el corderito y el ternero de la vaca que ordeñaban
todas las mañanas; y después lo hablan detenido unas señoras
del ultimo camarote para que no entrara al de su papá porque
estaba enfermo, y él burlando la vijilancia se había escapado, y
por entre las piernas de la multitud apeñuscada agachando la
cabecita y haciéndose más chiquito deslizádose hasta venir á
sus brazos. Ya el padre no estaba para esplicaciones. Toda pa-
labra llegaba tardía á su oido. Pero en aquella ultima vislumbre
de razón con que llegó á divisar la anjelical aparición del niño
amado por quien moría, debió oprimirle la mayor angustia.
Morir por quien tanto quería.
Había consagrado los últimos años de su vida á precaverlo
de todo peligro, sin despegársele un minuto. Y ahora le dejaba
entre estraños, abandonado por una eternidad. ¿Donde volver
la mirada ó encontrar una cara amiga? A quién recomendarlo!
Había hecho mil locuras por cuidarle, y ahora efectuaba la
mayor, la ultima, la irreparable, abandonándole y para siempre.
La palabra ya no llegaba sino con dificultad á los labios, pero
antes de su postrer parasismo este remordimiento debió hacerle
terrible su ultimo minuto, y acaso la Providencia se lo dejó cono
cer, como castigo.
DE BUENOS AIRES 367
«
Siempre caemos por aquello que más amamosl
Pero, mucho debiósele perdonar, pues mucho había amado
al hijo de su sangre, y de sus únicos amores.
Sarcasmos del destino!
Cuan sabia es la Providencia que castiga á quien de ella de-
sespera, con lo mismo que más ama el culpable. Su vida toda
pasada desvelado por los cuidados de este niño, todo su ser
concentrado en él, la única idea fija que le martillaba dia á dia
con insoportable insistencia era la de perder su único hijito. Y
castigo de un destino implacable, lo perdía abriéndose por su
misma mano la ruta á la eternidad, encaminándose por sus pro-
pios pasos á la separación de que no se vuelve.
Pobre padre! Hé aquí una víctima del amor paternal.
Y aun se repite: «Los hombres no saben querer».
Juzgamos el presente, como caso patolójico de monomanía
amorosa, patermanía ó monomanía de amor paternal.
Podrá llevarse á más alto grado el amor de padre que vá
hasta perder la vida por un hijo cuyo cariño le ha exaltado
hasta la demencia?
Los que se persuadan no escribimos romances y lejos de des-
cribir una fantasía, parcos quedamos en detalles, por debidas
conveniencias, al narrar simplemente del modo más sencillo, el
accidente palpitante aun, si saben apreciar la moral de tan fa-
tal suceso no podrán dejar de repetir.
«Todavía hay padres que saben querer, que aman á sus hijos,
como una madre, hasta la locura, la desesperación y el suicidio».
368 TRADICIONES
EL
NOMBRADO GOBERNADOR EN SALTA
Señor C. L. Fregeíro
I
Comezón de curiosidad no satisfecha traíanos desazonados
desde que oímos, cómo el mismísimo hijo de María Santísima
llegó á ser nombrado Gobernador en la patria del célebre cau-
dillo Güemes.
Y no es falso cuento, pues quien de su verdad dude, leerlo
puede con detalles en la Historia de los Gobernadores de las
Provincias Argentinas, por el autor de esa pequeña obra menos
larga que su nombre: «Efemeridografía Argirometropolitana»
continuación de la «Efemeridografía Argireparquiótica. Si
habrá desarzobispolizado después de desconstantinopolizar al
Arzobispo de Constantinopla, este Seftor que usa de tan cor-
tos nombres? Allí el erudito Señor Zinny, que no obstante
haber pasado cincuenta años desempolvando vejeces, no tiene
edad para mentir, incluye en su cronología entre Moiseses y
Doroteos, Cletos, Celedonios y Anselmos, á «El Señor del
Milagro.»
Estraño creeráse cómo el hijo del Padre Eterno descendió de
su alto trono para venir á ser Alcalde de barrio, y más singu-
lar todavía, fuera solo interinamente nombrado Gobernador, y
no por elección, sino por delegación del Coronel Todd, quien
\
DE 6ÜÉN0S AIkES 369
delegó en él, no digo, aunque diólo á sospechar, por no encon-
trar hombre bueno, sino por ser quien gozara de mayor po-
pularidad.
Mucho hombre fué sin duda el tal héroe de Ituzaingó, donde
dejó tres de sus cinco, no sentidos, sino dedos, para contar con
tales sustitutos, como ministriles de su conñanza.
En las eruditísimas páginas del citado señor Zinny, léese con
puntos y comas, el dia, hora y lugar de la investidura del
mando, las insignias que se le pusieron, el concurso de notables
allí presentes, hasta el discurso de entrega del bastón, y como
ni el Presidente de la República reclamó por tan inconstitucio-
nal candidato, si bien reclamaron los caudillos Várela — Elizondo
— Minuet — Guayamay Chumbita, disputándole el nombramien-
to, empeñosos en suplantarle/pretendiendo que ellos sabian más
de cosas de la tierra y gobernarían mejor á sus anchas y á la
pata la llana por acá abajo.
Al fín, para tal sarta de badulaques, no era mucho más. Se-
ñor de Cielos y Tierras, que por tan extensas no se pueden go-
bernar, que Gobernador de esta Provincia más á mano.
Otros han contado los detalles de la ceremonia desde que
vino el Señor al mundo, pero antes de referir sus méritos y ser-
vicios, los milagros y buenas obras que le llevaron á tan alto
puesto, qontaremos como llegó á ese valle, donde los saltos de
Lerma hicieron surjir á Salta á la voz de los exploradores que
andaban á salto de mata por fundarla entre fangales y michi-
nales.repitiendo álosque detrás venian, salta! salta! para no caer
en el fango.
II
Pesarosos y abatidos vagaban los pacatos peruleros por esos
áridos arenales dando sus ayes al mar, en un año que como otros
muchos lo era de seca, temblores y tempestades.
Mirando la inmensidad del océano, que de pacíñco solo
tiene el nombre, encontrábase el más avispado de sus pescado-
res, y como su estómago seguía cual caja real en estado normal,
es decir, sin un adarme, cavilaba porque, hasta los pescados
habian huido de sus riberas, temerosos sin duda de quedar en
seco. Tan pronto se metia el mar, como Juan por su casa, con
oda violencia tierra adentro, como se retiraba hasta perderse
de vista, á contar sus cuitas en las vecinas riberas de la India,
murmurando por el largo camino sobre lo que dentro los desier-
370 TRADICIONES
tos arenales peruviatnos sorprendiera. En muda contemplación
seguía sobre alta peña, cuando acertó á divisar allá á lo lejos,
muy lejos, algo que sobrenadaba por cima de las remotas olas,
cuyas crestas al sumerjirse confundíanse en azulado hori-
zonte.
Vio. .. .pero, que vio? .. No sea curiosa lectora, que yá
aparecerá aquello.
Guiado por piadoso sentimiento izó la vela de su pequeña
embarcación, que el caritativo pescador de esos mares, arriésga-
se más por salvar náufragos que por tesoros que el mar arroja,
las más de las veces, como burlándose de los pobres, donde no
hay quien los recoja.
Alejado de la ribera viento en popa, á poco navegar acertó
á descubrir dos cajones, resto sin duda de barca despedazada
por borrasca de la noche anterior.
No sin dificultad consiguió pescarlos, y traídos á la ribera,
donde grupo de desocupados, (por entonces lo eran todos,)
curioseaban tan singular pesca, procedieron presurosamente á
su apertura.
Cual no sería la sorpresa de aquellos sencillos coyas, cuan-
do rotas las cajas en presencia del guarda costas, encontraron
bajo la cubierta de madera otra de latón donde se leía: «Un
Señor Crucificado, para la Iglesia Matriz de la ciudad de Salta,
remitido porFr. Francisco Victoria, Obispo del Tucuman,> —
y en el otro: «Una Señora del Rosario para el Convento de
Predicadores de la ciudad de Córdoba - Provincia del Tucu-
man, remitido por Fr. Francisco Victoria Obispo.» . .
Ya apareció aquello! ya tenía nombre y apellido —
calle y número la encomienda. Lo que sí, que todavía cambió
de rumbo pues milagro era, y nó chico que en cuanto la
imagen tocó tierra, dejó esta de tocar redoble.
Un primer temporal de aquellos que por Santa Rosa suelen
hacer rabiar al Plata y sus marinos, impidió al buque salido
de Cádiz, arribar, aun de contrabando, á este puerto, y otro
ventarrón de popa, que zozobrara el navio antes de llegar al Ca-
llao.
Aquel año habíase hecho notable por las pestes, fiebres, se-
cas, borrascas y temblores. Hasta se oyeron truenos en Li-
ma, donde nunca truena, sino cada dos años un Presi-
dente.
Bajaron las buenas jentes de los inmediatos puebluchos de la
montaña; y en numerosa romería, llevaron por la costa hasta
el Callao imagen tan milagrosamente habida, pues ni rastro
de buque náufrago salió á la orilla.
Y si tocante impresión causara la primera adoración del
Señor elevado entre toscas salvajes sobre amarillento arenal
desierto, respaldado por montañas agrestes, frente á la argen-
tada espuma, coronándolas olas de un mar azul, que venía su-
miso á besar sus pies, no menos conmovedoras fueron las es-
cenas del camino.
Indios y pastores, marineros, niños y mujeres postrábanse
en ferviente oración, alzando sus pequeñuelos las piadosas ma-
dres para que alcanzaran á ver al Señor salido de las aguas.
El pescador del descubrimiento, á poco se vuelve tulumba,
pues loco anduvo con su hallazgo encendiendo candelas por
todo el camino, y repartiendo astillas de la caja semi-ben-
dita.
Y tan numerosa se hizo la romería acudiendo á ver tal por-
tento, que los vecinos de Lima empezaron á tener celos, como
mirando entre ojos á sus primos del puerto.
Pues no faltaba más! cómo era eso, que ni en Dios, con ser
Dios, bien visto estaba hiciese milagros por la vecindad á los
ribereños?
Descortesía fuera mandar llamar al Señor, pues que de
sí mismo y por su propia voluntad había llegado solo hasta la
ribera. Por esto salió el Obispo y dignidades, é invitó al Vi-
rey para que en piadosa peregrinación fueran á invitarle pa-
sar por casa á la Catedral, bajo pretesto que entonces no había
en el Callao Iglesia digna de hospedarlo, aunque desde niño
acostumbrase pernoctar en humilde pesebre.
No muy contentos quedaron los vecinos de la costa en que
se le hallara, pero al fin el Virey de los milagros quería tener
cerca de sí al Señor de los mismos.
III
Solemne fué la recepción en la Capital de la ciudad de los
Reyes, en la mañana del veinte y uno de Junio de iS92.
La procesión anda por dentro ^%\x^\t. decirse, cuando disgustos
disimulados, pero de los que no podemos desasirnos, nos opri-
men ó desazonan.
En aquella ocasión la procesión se había echado á la calle, y
por el contrario el gozo salíase por los poros. En puertas y
ventanas, celosías,, alféizares y azoteas, en los árboles racimos
de muchachos y hasta en arcadas sobre los mojinetes de teja
colorada, por todas partes rebalsaba la jente, como en esta re-
bosaba el contento.
372 TRADICIONES
Desde la vieja portada del Callao, tendida línea de tropa de
gran parada formaba,-hasta el soberbio edificio de la Catedral.
Hormigueaban entre empujones sin malicia damas y caba-
lleros de lo más granado que por entonces hermoseaba la Ca-
pital rival en fausto de la Metrópoli, y más rica por sus inagota-
bles minas, de cuyas migajas vivia ésta.
Redoble del tambor dio la seflal del Virey saliendo de Pala-
cio, y el Ilustrísimo Arzobispo con los ornamentos de pontifi-
cal, y cabildantes y consejiles, militares y civiles, todo el mundo
oficial de gran gala, y toda la populachería currutaca con sus
trapitos domingueros apiñábase sobre las gradas de la Catedral,
encrespándose como inmensa ola viviente por tomar mejor
lugar.
Al concluir la misa solemne de Te-Deum, el cañón retumbó
anunciando que el recién venido salía á dar el primer paseito
por los alrededores de su nueva casa.
Y músicas y petardos, tiros y cañonazos, estruendos de todas
clases poblaban de alegres ecos atronadores los aires de aquella
animada ciudad, en uno de sus dias de regocijo. La campana
mayor, llamaba con solemne voz sonora, grave y vibrante á
los fieles de la comarca, y tras ella las cien campanas de to-
las las Iglesias, con sus vocecitas claras y armoniosas repique-
teaban de contento, hasta ensordecer, siendo de cuando en
cuando dominada toda esa confusión de ruidos por el cañón
retumbante prolongando sus ecos en las verdes concavidades
del vecino cerro de San Cristóbal.
Verde alfombra de hinojos y flores silvestres tapizaba plazas
y calles del tránsito y banderas, colchas y cortinajes adamas-
cados colgaban por todas partes. Gallardetes ondeaban de
una á otra acera, matizando los aires de vistosos colores, in-
cienso y benjuí en ondas fragantes se elevaban saturando la
atmósfera.
Música militar y orquesta de flautas y violines precedía y
cerraba la larga comitiva del Señor del Milagro, y acólitos,
muchachería y mujerío, salmodiando oraciones seguían la mu-
chedumbre sin fin, en ondulante cola negra, á paso de hor-
miga.
¿Pero qué celebrábase que tan alborotados traía á los buenos
vecinos de Lima, tan fáciles para salir de quicio, en esos
tiempos todavía no alarmados por el cierra puertas de revolu-
tis diario posteriormente?
El Señor había venido á visitarlos? No el Señor Virey, re-
presentante de su sacra real Majestad, sino el mismo Rey de
los cielos, en la vera imagen de su hijo crucificado.
DE BUENOS AIRES 373
Chico debía ser el recibimiento si tan rumbosos fueron los
peruleros para extender alfombra de plata, barras macizas. á
cualquiera de los Vireycillos que á esquilmarlos venían.
La historia no cuenta saliera pobre ninguno de los gobernan
tes del Perú.
IV
Enanos y jigantones, negros y malachines tarascas, jigan-
tilla, mojigangas, catumbas, papa-huevos y payas pasaban bajo
arcos de flores desfilando cuadrillas de africanos, siguiendo la
cruz con toda la comitiva.
Tras los cirios más altos, los pendones de las veinte her-
mandades.
Los veinticuatro precedidos por su mayordomo con las an*
das de nuestra Señora del Rosario, y la hermandad de domí-
nicQs.
Los Terranovas y Lucumés llevando nuestra Señora de las
Mercedes, y en doble fila los Mercenarios.
Los Mandingas con nuestra Señora de los Reyes rodeada de
franciscanos.
Todos con müsicas tales que formaban verdadera marimba de
negros.
Unos bailaban ante los Santos, otros cantaban, todos grita-
ban. Algunos disfrazados de diablos, lo eran sin disfraz mu-
chos otros, de terribles monstruos dragones, leones y serpientes,
con plumas, cuernos, cueros de animales, todos armados de
arcos, flechas y lanzas.
Las cofradías marchaban en orden de antigüedad, y en la
música de los negros bozales resaltaba por más desentonado
largo caño de tacuara cerrado con cuero por un extremo,
haciendo de bombo, sobre los hombros del conductor.
A los alumbrantes con los faroles coronados de flores seguía
el chinito limosnero, para la cera de nuestro amo y el burrito de
la procesión de palmas.
Tras la pardita de la mistura, el pordiosero de la Virgen^ á
cuyo oido cantaban chiquilines descalzos:
cPara nuestra Señora de la Estrella!
La mitad para mí, la mitad para ella.))
374 TRADICIONES
Por fin el campanillero, el muchachito de la campanilla de
plata, los perreros de larga capa roja, el maestro de ceremo-
nias alineando á todos sin ninguna
Iban en varias andas diversos Santos de la cofradía de
los negros, de los pardos, de los mulatos, de los indios y de
los blancos, y la rivalidad de lujo que habfa en el adorno de
cada hermandad, se reasumía en la mulatitadel sahumador, de
cuyo cuello y orejas pendía su amita las mejores joyas para
que la esclavita de la Vireyna no apareciera con más bri-
llantes.
En aquellos tiempos, tan distantes de estos de igualdad, pa-
rece no había un solo Dios; reconociéndose uno para cada
raza, inventándose hasta Santos negros, como San Benito.
A las andas de Nuestra Señora de los negros, seguía una
tropa de negros mandingas, caricaturando ridículos personajes,
entre ellos el j ¡gante y el papa huevos, representado el primero
por estatua colosal vestida de mujer llevada por un negro, y
el enano, niño, con gran máscara con cuernos, más grande
que su cuerpo, bajo la cual se veían salir las pequeñas
piernas.
En pos de estas largas dobles fílas, cual ángeles vestidos
de albas túnicas venían las vírjenes de Lima, doncellas de las
principales familias arrojando rosas á María, cuya imagen como
la del Señor del Milagro era conducida por los principales per-
sonajes de la Corte.
Entre ambas andas, descubríase en la multitud, grupo que
por su humilde y místico recojimiento llamaba la atención.
Este que no alcanzó á ser grupo histórico, si lo fué divino.
Al Arzobispo Toribio, precedido por un fraile descalzo, se-
guíale humilde sierva del Señor.
Esta pobre vecina de la Catedral, llegó á ser Santa Rosa, pa-
trona de la América. El misionero, después de abrir muchos
espíritus á la luz en los desiertos del nuevo mundo, educando
los indios á son de violin, recuérdasele en el mundo católico
bajo el nombre de San Francisco Solano, (quien luego llegó á
la rejion argentina, y ambos como Santo Toribio merecieron
ser canonizados en mérito de excelsas virtudes.
Toque acompasado del tambor, marcando el paso anunciaba
al Virey, rodeado de todas las corporaciones civiles y militares y
populacho cerraba la marcha tras una sección de artillería,
é infantes de la guardia. Así concluía la procesión que era
precedida por un pelotón de arcabuceros y el capitán de ca-
ballos corazas.
I
k
DK BUENOS AIRES 37S
Las veinte andas delante de la del Señor y la Vírjen,
después de dar vuelta en torno la plaza mayor y pasar por
San Francisco volvieron á la gran Catedral, de la que Pizarro
puso la primera piedra.
Yá se usaban las tapadas y las beatas murmuradoras de
todo tiempo, pero la crónica no refiere ningún desmayo en-
tre los apretones de devotas é indevotos.
Hubo en seguida parada y besamanos^ y toros y cañas, hasta
que caida la noche se prendieron los árboles de fuego que des-
de el mentidero público (gradas de la Catedral), admiraban
con la boca abierta los diez mil curiosos de Lima.
V
Trascurrieron algunos años. El Perú navegaba como en bal-
sa de aceite, y era éste el mayor de los milagros durante la es-
tadía del Señor del mismo nombre, y por lo que se palpaba visi-
ble muestra de directa protección del cielo, pues casi un año
entero pasó sin revolutis ó enfermedad del genero.
Hasta la lección que se aprendió en fa cuna, y se reanudó
poco después, sin interrupción, parecía olvidada.
Ni Atahualpas mataban á Huáscares, ni Pizarros á Atahual-
pas, ni Almagros á Pizarros, ni siquiera un Carrion conspiraba
hasta hacer matar á Monteagudo, Heras á Carrion, y á aquel
su asistente.
Ni un simple carrericidio colgando como racimo de hor-
ca de la torre de la Catedral, donde el Dios de los milagros
impedía á cualquier carrero ó Carreras matara un Balta^ los par-
tidarios de éste á los Carreras, ó un negro á Pardo, (todos tres
Presidentes) cual con el andar de los tiempos sucediera.
. . • .Pasaron otros años y las tapadas pedían al Señor del
Milagro el de la realización de sus amores, y los Ministros de
Hacienda, Oidores y Oficiales de cajas reales, el que no queda-
ran estas como almas de bien aventurados, en lo limpias, y los
mineros, que se convirtieran las suyas en minas sin fondo, cuan-
do lluvia, de reclamos empieza, y pliegos van pliegos vienen, ya
en el buque conductor del cajón de Indias, ó en la mulita cor-
reo de Buenos Aires á Lima, repite que repítese el pedido del
Gobernador de Buenos Aires reclamando respetuosamente al
representante del Rey el envío de dos imágenes enviadas de Es-
paña para esa gobernación, y arribadas al Perú.
No con muchas ganas cedió el señor Virey; pero al fin, la
376 TRADICIONES
justicia es justícia, y aunque ésta anciana señora por ser un
poco coja llegar suele algo tarde, al fín se hizo oir, y el Obispo
Toribió, posteriormente santificado, informó: Pues todos los
que sabian leer, (que eran los menos), leido habían en la tapa
del cofie venían tales imágenes, para Buenos Aires, y allí salían
reclamantes, retener contra voluntad ofrenda tal, temerario
fuera.
El Virey alegaba: puesto que Dios había dispuesto arri-
bara allí, su voluntad manifiesta quedarse allí era, la prueba
estaba en sus milagros, y ya el pueblo acostumbrádose había á
su devoción, y notas van, y notas vienen, preguntas no se que-
dan sin respuestas, y las imágenes no tomaban el camino de su
destino.
Por menos se acudía al Consejo de Indias y hasta al mismísi-
mo Soberano, pero al fin los peruleros cedieron leyendo la ulti-
ma comunicación de Buenos Aires.
En tal documento se comprobaba como dos y tres son cinco;
que esas eran las mismas imágenes que el primer Obispo de
Tucuman, su Señoría Ilustrísíma Fray Francisco de la Victoria,
ofreciera, para Salta la una, y la otra para Córdoba.
Aunque poco contentos por desprenderse de tan benéficos
visitantes, no eran nuestros buenos primos del Perú tan in-
gratos, que omitieran todas las medidas para su mejor con-
ducción, y así, designaron del Cabildo Eclesiástico como de
entre los Regidores dos notables á acompañar las milagrosas
imágenes, hasta hacer de ellas solemne entrega á las autorida-
des de Salta.
VI
Nada de corto tenía el viajecito, y aunque hicieron descanso
en Potosí, las seiscientas leguas de Lima al Valle de Lerma,
á pié se las anduvieron llevando la Cruz á cuestas, vanidosos
linajudos que no hubieran cargado ni con el peso de su propia
bolsa.
En el tránsito uníanseles pueblos enteros de indios fanáticos
por sus nuevas creencias, y cristianos poco menos. Pero árido
y monótono es el estrecho y tortuoso camino, subiendo y ba-
jando, sin ver nunca el fin, por esas montañas de Dios. Hacemos
gracia al lector de crónica sin accidentes.
El mismo entusiasmo de las procesiones que acompañó al
Señor de la Misericordia, para los peruanos, y del Milagro,
DE BUENOS AIRES 377
para los sáltenos, desde la ribera al Callao, y desde Lima al
Potosf, siguió hasta Salta, donde llegó después de muchos dias
de marcha.
Parece que los espertos hijos de esta ilustre ciudad, fueron
siempre más reflexivos, secos ó pacatos, con un tantico
de la frialdad de las nevadas cumbres que les rodean.
Nunca hubieran recibido allí (como en otra parte, que yo sé),
con la boca abierta, á ciertos personajes, ni quedado leles, por
cualquier escritorcillo que pasara pluma en mano cual fujitiva
ave de paso. Por entonces, tratándose de Jesús, hijo de María
le recibieron bien, con decencia, pero no con tanta aldaraca
como tapadas y destapados.
Sin embargo, no faltaron danzas y castañuelas, repiques y
cascabeles, arcos de ramas y árboles de fuego, danzas de indios
y oraciones de cristianos.
Cuando el Señor llegó á su destino, tanto tiempo había pa-
sado, que apenas quedaba uno de muestra de los contem-
poráneos del Obispo del encargue.
Existía sí, no más en ruinas que en la actualidad, la primera
casa allí levantada, y bajo su techo fué hospedado como en
la fundadora, antes de llegar á la Iglesia donde permanecería.
La Virgen siguió viaje para la de Córdoba, donde actualmente
se venera.
Mas, hé aquí, que el gozo se les fué al pozo á los sáltenos.
Viendo no hacía ninguno el Señor del milagro, ó de la mi-
sericordia, pues que sin ésta los seguían tratando los gober-
nantes y arcabaleros, olvidáronse del reclamado con tanto ruido
dejándolo sin ninguno en un rincón oscuro y lleno de tela-ara-
ñas dentro la sacristía del lugar.
Hubo sin duda más de vanidad que de devoción en la insis-
tencia del repetido reclamo.
Y para no ser yo quien trate de remisos ó desmemoriados á
los buenos vecinos del Valle de Lerma, punto menos que en boca
viene aquí manito de historia que servir puede de puntal á
esta verídica tradición.
VII
€ Olvidaron por cien años á su Señor, dice el cronista. Y el
dia 13 de Setiembre de 1692, recien fué por sus males recor-
dado.
cDesdeporla mañana, nevada nubecilla coronaba consigno
378 TRADICIONES
de mal augurio el San Bernardo, cuando de diezá once, espanto-
so temblor ó sacudimiento de tierra puso consternados y fuera
de sí á los habitantes de Salta, huyendo despavoridos hasta los
lugares valdfos para no ser aplastados por los derrumbes que
seguían ensordeciendo, encontrándose toda azorada la pobla-
ción de Salta media asfixiada en su plaza central.
<(Cada uno pedía allí para su santo, ó más bien, se encomen-
daba al santo de su devoción, pues que la postrera hora se mira-
ba ya de muy cerca, entre hijos hechos pedazos, madres mo-
ribundas, los débiles sofocados ya, y los más robustos lace-
rados por todas partes. ^
«Eidero y autoridades que se hallaban entre los afiijidos
llorando y pidiendo misericordia, acordaron, así que cesó el
primer temblor, sacar en procesión al Señor Sacramentado
para consolar la aterrada población que gemía bajo el peso
de atroz aturdimiento. Pero como no obstante todas estas,
y otras demostraciones cristianas, continuaban los temblores,
el Reverendo Padre Fray José Carreon, de la Compañía de Jesús,
varón apostólico y de esclarecida virtud, hizo presente que,
mientras no se sacase en procesión al Señor Crucificado que
tenían olvidado en la sacristía, no cesarían los temblores, por
cuya mediación, aceptada que fué la indicación, los temblores
cesaron.
«Verdad es, agrega posteriormente algún otro cronista incré-
dulo, que los temblores empezados en viernes trece^ no tenían
ya mucho que voltear, y que en aquella hora que sacaban en
andas la imagen del Señor, desaparecía como tragada por la tier-
ra la ciudad entera de Esteco, y aquí se cimbraron las torres
hasta tocarse solas las campanas, pero lo cierto es que acabó la
procesión y acabaron los temblores.»
... .Y sifué aquel el primero, no fué el ultimo de los mila-
gros del Señor, y de su visible y directa protección para los
fieles de este valle, quienes desde entonces declararon fiesta
solemne todos los trece de Setiembre, en honor del Señor Sal-
vador de Salta.
Su ultimo alto en la tablada, al entrar á la ciudad, quedó
grabado por su huella gloriosa, y sin duda por ella destinado
aquel campo á ser el primero de gloria para los argentinos, to-
mando prisionero en él todo el ejército invasor del Alto Perú
(20 de Febrero de 1813)
• • .
i
DE BUENOS AIRES 379
VIII
Medianoche era por fílo en la del 18 de Octubre de 1844,
cuando espantoso sacudimiento de la tierra anunció nuevo ter-
remoto, y el pueblo despavorido y temeroso de que fuese su
ultimo momento corría presuroso á implorar la misericordia de
quien en 1692 había salvado á sus antecesores.
Nada aplacaba la furiosa tempestad terrestre. Durante ca-
torce dias siguieron intermitentes los temblores, viviendo la
población en huecos, plazas f descampados, huyendo de todo
techo.
El 1° de Noviembre se dejó ver recien un cielo sereno y
lleno de esperanzas, dando algún consuelo á los aterrados habi-
tantes que se resolvieron á sacar otra vez en procesión de desa-
gravio al Señor del Milagro.
Y aquí entre incrédulo y creyente dejamos al cronista antiguo
por el de nuestros dias, que agrega, que por entonces en Salta,
como al presente en Córdoba, solo salen las rogativas pidien-
do cese la seca, cuando ya nubes de agua vienen cayendo por
los altos. Agregar debemos que tales procesiones de desagra-
vio eran otras tantas mascaradas, á la que el fanatismo ciego
daba auge.
Tras la cruz entre cirios, acólitos de cada cofradía llevaban en
andas un santo y jimoteando unos, contritos otros, pecadores
é inocentes, fanáticos todos marchaban compungidos.
Grupo de lloronas taloneaban i otro de descalzas ó caminan-
do de rodillas, con sogas al cuello y manos atadas, cabezas y
caras encenizadas y entre barbones y hermanos del buen viaje
y cofradía de terceros, franciscanos y dominicos, iban los peni-
tentes entre una y otra imagen.
Harapiento y en jirones, gaucho melenudo arrastraba pesada
cadena, implorando para los criminales como él, pues salía de la
cárcel. Otro se arrastraba por los suelos y seguía de rodillas
dejando en pos de sí reguero de su propia sangre.
Un tercero laceraba sus carnes con agudos cilicios, gaucho
malo matrero empedernido y recalcitrante, frecuente habitante
de la cárcel con freno mular que le ensangrentaba la boca, en
cuatro pies seguía, tirado por otro no menos animal que el dis-
frazado de tal.
Cien ofros penitentes y penitenciados que se disciplina-
ban á su gusto, pues la pública azotaina y clamoreo confuso
de apeñuscado mujerío en cada boga-calle se extendía por cua-
38o TRADICIONES
dras y cuadras y veíanse arrieros devotos de la Virgen del buen
viaje, que con la muía de la brida se descubrían, hincándose al
pasar.
En los intermedios de las andas, santas y pecadores, conti-
nuaban azoradas y confusas rezando y llorando todas sobre-
saltadas pues aquellas bellaquerías y corcobos de la tierra, no
tenían fín.
Barbaridades tales no creríamos si más de un testigo ocular
no nos las ratificara. Morrudo indio de Oran flajelábase con
garfios de alambre que taita cura (su Párroco), desenterraba
de sus maceradas carnes desganadas á cada diciplinazo.
A una bruja de la sierra coronada verdaderamente de espinas,
coro de vírgenes y no vírgenes, pero todas bajo blancos velos,
la seguían, limpiándole el sudor de sangre que corría de su
ñ-ente despedazada.
Jóvenes y ancianos llevaban velas compuestas, llenas de
adornos de gusanillo de plata y flores, clamando misericordia
por Dios.
Y cerraba tan larga y fantástica procesión otro pobre indio
arrastrando pesado yugo á su cabeza amarrado, pues si don-
de reposa la inteligencia del hombre el buey tiene la fuerza,
aquel tal se asimilaba más á este ultimo.
Si esta procesión salió al concluir los temblores, ó estos ter-
minaron al salir aquella, no lo tenemos bien averiguado, pero
el hecho es que, como éste, milagros repetidísimos tiene exhi-
bidos el Señor de este apellido, para que entre los fieles de
Salta sea el de mayor devoción.
IX
No sabemos si de echar bendiciones ó por otra razón, el
brazo creció al Señor, y los sáltenos que no habían sido deja-
dos de la mano de Dios no querían dejarlo longa-mano.
Cierto relojero escultor, masón y chileno, (Víctor Morales),
se ofreció de cirujano para tan incruenta operación quirúrjica
ó tallista.
No estaban todas las beatas con acto que olía á profanación,
metiéndole cerrucho á la sagrada imagen, pero como al fin, de-
fecto era aquello afeando á quien no debía tener ninguno y que
los largos y resplandecientes rayos de plata con qiie el Señor
en la cruz había sido adornado, no llegaban á disimular, con-
vínose entre Curas y sacristanes hacer la operación de acortar
DE BUENOS AIRES 38 1
el braazo salido más largo entre gallos y media noche.
Algunos creían de buena fé que brotaría sangre, y aunque
la compostura no fué pública, candidos curiosos agrupábanse
sin dejar trabajar al mecánico, yendo hasta poner palanganas
de plata bajo el miembro que se iba á cortar.
No poco alelados quedaron los más fanáticos, viendo que
solo caía acerrin. Pero aun éste, motivo fué de esplotacion,
y acerrin milagroso á carradas vendióse por muchos años, pro-
cedente de la herida del Santo madero.
El relojero se hizo rico, no mercando sus viejos tachos de
cobre por plata maciza vendidos sino por el acerrin milagroso
que era un sanalotodo ó pronto alivio, hasta para salir él de
pobreza.
Y no fué el súbito enriquecimiento del charlatán su ultimo
milagro, que de ellos están llenos los anales de aquella mila-
grosa provincia, viviendo cual San Lorenzo en parrillas entre
continuos temblores.
El lector deducirá si con hechos tales se habría hecho popu-
lar el Señor llegado por tan portentosos medios, generalizán-
dose su devoción hasta el ultimo rancho del más aislado ca-
serío.
Pero, volvamos al principio del fin, de esta ya por demás lar-
ga y procesional tradición
X
En la bella ciudad de Salta, limpia cuna de esclarecidos ar-
gentinos y de tanto nombre ilustre, honra y pres de la patria
vieja, como de la de nuestros dias, rarísimo era no encon-
trar un hombre de bien á quien confiar el mando ó la hábil di-
rección de la nave del Estado. <Que no habían dejado retoños
Güemes y Pintos — Ortiz — Peñas — Solas — Gorritis — Moldes —
Wildes — Araoz — Zorrillas — Zuvirias — Zavalia y Zavaleta ulti-
ma letra todos de la ultima Provincia?
Y se paseaba el Gobernador á grandes pasos, cruzando y
volviendo por su desierto salón, agarrándose la cabeza y excla-
mando de rato en rato: — «No encontrar un hombre bueno que
me acompañe!!»
Y no era que no lo hubiera. Unos espatríados, escondidos
otros, todos retraidos. En la patria de tantos ilustres, ni uno
de mero lustre.
382 TRADICIONES
Su propio aislamiento, alrededor del Gobernador Todd. hacía
el vacío.
— «Pero de dónde saco un hombre honrado que me susti-
tuya?»
Ni aun aquellos tipos de todas las situaciones que aparecen
en cada encrucijida del camino político. Al que le tocaba, es-
taba resfriado, al Presidente de la Cámara había entrado en
darle dolores de barriga, cuando los revolucionarios se acer-
caban.
— «No hay más, será un campanazo, pero será! He dado con
la X. Mañana nombro al «Señor» murmuró en alta voz Todd.
Y el Señor Gefe Político, casualmente presente, se apretó el
gorro, creyendo se referia de él.
Era en 1861. El ejército invasor se acercaba, y el Gobernador
debía salir á campaña.
Este repitió la noche antes en la tertulia de malilla del viejo
Cura:
«Mañana voy á darle una sorpresa y encomiéndenme á Dios,
que me voy á matar salvajes. Mañana dejo de sustituto al
Señor más popular que hay en esta tierra, repitió con énfasis
el Gobernador.
El Coronel D. José María Todd viejo inválido á medias,
solo gobernó seis meses, y corto fué su reinado para tantas bar-
baridades.
Retardando por sus malos manejos el movimiento liberal
de la Provincia de Salta, empezó por su famoso decreto sus-
pendiendo los partidos políticos, siguió nombrándose Magistra-
do Civil, y levantó un ejército de cuatro mil hombres para no
hacer nada.
Delegó su magistratura civUtn el Señor del Milagro, y salió
á campaña para volver como salió, y después de cien otras
barbaridades minúsculas, un nublado viernes trece de Marzo
(1862) de luna menguante, se apretó el gorro, no parando hasta
Jujuy, dejando acéfalo el gobierno en quien había tenido por
colaborador, ministro y sustituto durante la ausencia en campa-
ña, nada menos que al mismísimo Señor.
Y la mañana de su partida á campaña, tan cruenta cual la de
ningunilla ó cuasi-cuasi, á la cabeza de un ejército que se hizo
humo, por más que solo tuvo la misión de perseguir, se oñció
solemne misa, con exposición de la veneranda imagen del Señor
del Milagro.
Concluida la función de iglesia y cuando ya iba á poner el
pie en el estribo para saltar en su caballo de guerra, se acercó
DE BUENOS AIRES 383
el Gobernador de carne al Gobernador de palo, y dirijiéndose
á la concurrencia pronunció el siguiente discurso de investidura
de mando.
» Señor! en estos momentos solemnes (la procesión andaba
por dentro, no de la Iglesia, sino de la barriga), no de las insig-
nias del poder, sino, de su acción se necesita.
«Este bastón que mees inútil en la campaña lo deposito á
los pies del eterno protector de Salta, á quien confio el cuidado
y salvación del pueblo.»
Y por no haber diario en la localidad, pues los tipos de
aquella primitiva imprenta de Jesuitas que de Córdoba vi-
nieron á formar la de Expósitos en Buenos Aires, y de ahí
sus últimos restos en Salta convirtiéronse en balas, para repe-
ler la ultima montonera; por solo esa circunstancia no se pudo
leer en la Gaceta Oficial el decreto refrendado:
«Queda nombrado Gobernador interino el Señor del Milagro,
con el sueldo que la ley del presupuesto le asigna para beático y
demás necesidades.
«Nómbrase por su único Secretario General para escribir lo
que él dictara ó se sirviera mandar, al Gefe Político D. José Ma-
ría Fernandez.
XI
Y supondrán Vdes. curiosas lectoras, que aquello andaría
cual barco sin brújula, ó como mono sin Señor?
¡Que esperanza!
Todo marchaba como un reloj, ó como un milagro.
Durante el breve interinato del Señor del Milagro, no se
anotó una sola entrada á la Policia.
Los borrachos no tomaban, los ladrones no robaban. A
los cuchilleros se les habían pegado los facones en la vaina.
Las beatas no murmuraban del prójimo, ni estos desollaban
sus cuyas; ni siquiera los sacristanes se robaban la cera, como
que era para alumbrar al Señor Gobernador.
Fuese que el populacho por superticioso en su fanatismo te-
miese por invisible don ser inmediatamente descubiertas sus
fechorías y trapizondas, ó que los autores de tales arriados
fueran al ejército, no sabemos el porqué, pero el hecho es que
el milagro se produjo, y durante el gobierno interino de ese
apellido no entró un solo preso ni siquiera un detenido.
384 TRADICIONKS
i Si sería chico milagro que hasta los ingleses desaparecieron
de Salta los sábados!.
Lástima grande que como todo lo bueno, poco duró tal go-
bierno.
Antes del mes, cierta noche de trueno, regresó corriendo el
Gobernador deveras, es decir en propiedad, arrebató el bastón
y escondiéndose primero entre espesas cercas fué á parar des-
pués por los cerros de Ubeda.
Al pasar por Sumalao tropezó con grupo que se le antojó de
conspiradores entre sombras. Arrieros penquistas daban un
esquinazo, como á las nocturnas serenatas llaman los Suma-
laos.
Asi cual Salta potrero fué por muchos años de inmensas
muladas que caminito para el Alto Perú allí invernaban, sigue
este villorio que también tiene su Señor del Milagro, por no
haber querido pasar de él la muía que lo trasportaba siendo
concurridísima feria adonde no solo de las vecinas Provincias
sino hasta de Chile, vienen á proveerse de gordos animales,
allí escasos.
De pronto lluvia de chispas pasó sobre oscuro cielo de tem-
pestuosa noche cual rápido meteoro fugitivo. Asustados los
que venían de dar el gallo ^ el viejo pulpero de la esquina esplicó
naturalmente el fenómeno, diciéndoles pasaba el pájaro eléc-
trico, ave rarísima de aquel lugar que en tiempo reseco cruza
nubes de próxima tempestad desprendiendo chispas al ajitar
sus alas en el negro vacio.
Pero para el Gobernador en fuga era la anunciada más que
tormenta ligera de verano, y á los tres dias, todavía huyendo
por Perico, no el de los palotes sino el del Norte, ofició al
Capellán del Señor del Milagro, diciendo que desde allí contes-
taría loque quisieran preguntarle, pero que le dolía la barriga y
no podía detenerse, pues andaba de prisa, pero muy de prisa
camino parajujuí.
Y hé aquí naturalmente esplicado lo que como enigma apa-
recía, y cuando, donde y cómo el Señor del Milagro fué nom-
brado Gobernador de Salta.
DE BUENOS AIRES 385
ÍILLANOIÍOFF
Al naturalista Doctor Berg
I
La luna de Marzo
El ultimo Miércoles santo por la noche nos encontrábamos
escudriñando las viejas ruinas de la antigua ciudad de Men-
doza.
Siempre hemos creido que la luz de la luna, muerto planeta
reflejando opacamente la del sol, más apropiada es para inves-
tigar entre los muertos la huella de sus pasos.
Así preferimos su albo resplandor cayendo como pálido suda-
río de la muerte sobre blanqueadas columnas desplomadas,
para visitar el Coliseum de Roma, la Acrópolis de Atenas, ó las
piedras más largas del mundo en Balbek.
En América como en África, como en el estremo del Asia,
esa celeste lámpara de la noche fué la misteriosa compañera
que guió nuestros pasos, iluminando el camino, así sobre las
ruinas de Cartago, como entre las de Nínive, y donde Troya
fué.
386 TRADICIONES
Atraídos por la misma luna del terremoto, nos encontrá-
bamos en medio de las más jóvenes ruinas esparcidas ó apila-
das por la más espantosa catástrofe de los tiempos modernos.
Descendíamos del elevado montículo de la Matriz, sobre cuya
cima elévase hoy el mástil del telégrafo, que todo lo anuncia,
y que entonces lejos de allí, no pudo hacer oír la voz del sabio
Bravad, profetizando el terremoto que le sepultó.
Contemplábamos el vasto campo desolado con la penosa im-
presión que conmueve al palpar de cerca lo efímero délas obras
del humano esfuerzo.
Un minuto, menos, breves segundos, un solo estremeci-
miento, bastó para abatir por tierra la soberbia bóveda, como
la modesta construcción de paja y barro.
Teníamos al frente, á la espalda, á nuestro alrededor, bajo
nuestras plantas, los fragmentos entre cuyo polvo mezclábase
el de algunos de los abuelos de mis descendientes, y á la luz me-
lancólica de la luna, divisábamos la morada iluminada un dia
por el genio de San Martin, (casa de Pereyra, contigua á la
Matriz).
Nos sentábamos á la sombra del alto pino de San Francisco
sobre cuyo tronco aquel Jefe, y Conde, Plaza, Bogado, y otros
oficiales de artillería, conferenciaban con frecuencia, al reunirse
á tomar mate después de la siesta, con Fray Beltran, Coman-
pante de la Maestranza, cuyo nombre recuerda hoy esa calle en
que nació» arbitrando ingeniosos medios para hacer rodar los
cañones, como lo consiguiera, sobre las cumbres más altas de
la tierra.
Fué bajo este árbol que un dia, trazando Arcos con la punta
de la espada sobre el suelo el camino de Uspallata, San Mar-
tin, impacfOfite exclamó: — «Necesito para eso que los cañones
tei^n alas»
— Las tendrán, contestó el ingenioso fraile Beltran» y con
ellas volaron sobre las cumbres más altas de la tierra.
Cruzábamos en muda abstracción la plaza rodeada de tama-
rindos, que los guerreros de la Independencia tantas otras no-
ches también cruzaron llenos de bélicos ó amorosos proyectos,
y contemplando la llena luna, clara y serena, despejada de
nubes, como la feliz enamorada que espera venturosa cita, fui-
mos á trazar nuestra meditación, descansando la cartera de tu-
rista sobre el pilón que ya háse derruido en medio de la plaza
principal de la ciudad vieja, resto de antigua fuente que apaga-
ba la sed en otro tiempo, á fatigados oficiales, escapados del
campamento de «Plumerillos», en sus nocturnos galanteos.
t)E fiüENOS AIRES 387
II
Tres rusos en la ciudad de las ruinas
Reflexionábamos conmovidos como veinte y cinco años atrás,
la misma luna bogando sobre límpido cielo en este propio sitio,
había, inmóvil y serena alumbrado la escena más espantosa,
seguida de los gritos desgarradores de desesperación en el jui-
cio fínal de diez mil personas.
Cuan triste impresión apena entre las ruinas de la obra del
hombre, trasportándonos á los momentos desoladores en que
una ola de tierra abriera sus entrañas para tragar vivos en sus
convulsiones á los que no habían perecido bajo los escombros.
Modesta ciudad, fuerte en la guerra y laboriosa en la paz,
trescientos años hacía contemplaba tranquila desde su valle
las más altas cordilleras.
El ruido de sordo trueno subterráneo, el chisporroteo de la
quemazón y el desplome de ruinas que seguían cayendo, im-
pedía oir pequeñuelos desesperados que corrían hundiéndose
entre escombros, sin alcanzar las madres apretadas por las pal-
mas de techos sobre sus hijitos, con las piernas rotas arras-
trándose á corta distancia.
En aquel momento supremo de agonía general, la. convul-
sión de la naturaleza convirtió el valle de Mendoza en el de Jo-
safat, abriendo tumbas por todas partes.
Resonaban bajo la tierra pavorosos rumores cual eco de
trompa, que para muchos fué final. Seguía el trepidamiento pre-
cursor que llenó de pavor é inquietudes breves momentos an
tes de la inesperada catástrofe, ola inmensa osciló la tierra, y
ruido prolongado y estrepitoso derrumbamiento de la ciudad
en masa y gretaduras y deguisamientos fundíanse en un jAy!
inacabable de angustia suprema.
Al aturdimiento general siguió nube de polvo que todo lo
entenebrecía, levantado como inmenso sudario sobre la ale-
gre ciudad de improviso volcada, y convirtiéndose en tumba de
sus habitantes.
Muy luego corría. vi voreteando devoradora llama roja, azu-
lina, entre los intersticios del maderaje que lamía hasta abrirse
paso; y el viento impeliéndola más y más la arrojaba sobre
nuevos combustibles» y el agua desbordada torciendo el curso
388 TRADICIONES
de la rota acequia, detenida por montículos que obstruían el pa-
so, no llegaba su corriente á apagar el elemento devorador; y
la tierra sublevada, en polvareda densa sobre osario de muchas
leguas, alzados todos los elementos contra los hombres, des-
truían en breves segundos su obra de tres siglos, y estos, cha-
muscados, asñxiados, medio enterrados, triturados y deshechos
perecían así la mayor parte de los que aquí vivían.
Todavía la perversidad de unos pocos desnaturalizados au-
mentaba con rasgos de crueldad inaudita, los destrosos que el
terremoto apilaba. Al lado de escenas de abnegación sublime
no faltó el puñal de Cain multiplicando las víctimas entre los
escombros, y ladrones y bandidos, escoria de toda sociedad,
mataban á los moribundos por despojarles hasta de sus ropas.
Y ese tumultuoso espanto desgarrador, preñado de ayes,
compendio y resumen de todos los dolores, era iluminado por
la misma luna bella y serena que hoy alumbra el silencio y so-
ledad del campo apacible que nos rodea.
Ensimismados en tales melancólicas reflexiones, oimos á
nuestra espalda:
— «Que la luna del terremoto será tan poco galante con los
viajeros del Plata, que ni siquiera una muestra de los temblo-
res de la tierra exhibirá en su Exposición, donde tantas cosas
se exhiben ?
-Es probable, contestó un caballero ruso, cuya voz nos era
gratamente conocida por haber sido la que oimos cantar en esa
lengua de las armonías del norte la noche anterior. Antes que
ella acabe habrá temblor* Ningún año la luna de marzo ha
concluido sin recordar las travesuras que por acá hizo hace vein-
te y cuatro años.
Y dando vuelta, divisamos, saltando escombros, grupos en
animados diálogos conversando; y salir de las sombras y apro-
ximándosenos uno, dos y hasta tres rusos entre los alegres
viajeros.
— La Rusia nos invade, gritó un espiritual mendocino.
Breves momentos pasados, el roto pilón de la derruida fuente
que nos servía de escritorio, transformóse en mesa de improvi-
sado pic-nik, y saltando los tapones de algunas botellas de
ese rico néctar. Damas del Plata^ su grato ruido vino á
alegrar el silencio de aquella soledad. Poco después contá-
banse mutuamente sus diversas impresiones reporters, que por
aquellos dias abundaban en la ciudad de los álamos y las
verdes avenidas, acabando por proponer que cada uno refiriera
una aventura de viaje.
Cuando nos tocó el turno, tomando pie de la mano amiga
DE BUENOS AIRES 389
que nos tendía un caballero ruso en aquel misterioso encuentro
á la sombra de ruinas, que acaso por ser las más jóvenes sobre
la tierra americana, eran las ultimas á que llegábamos, referi-
mos la que oímos, en nuestro viaje á Rusia.
III
Argentinos por todas partes
— Bien que temor asalte si el Czar de todas las Rusias ande
rumiando proyecto alguno de invadir esta rica comarca, por
faltar á su colección el dulce vino de la tierra, debo confesar
que lo más estraño que hemos encontrado en la Exposición de
Mendoza, es tres rusos, no expuestos, sino expositores.
Y estrañeza tal, comparable es solo, á otra semejante, en la
que en una exposición rusa encontramos hasta tres argentinos,
en realidad lo más raro que en la feria había.
La heroicidad del argentino llegado ha hasta el opuesto polo.
El comandante Buchardo con «La Argentina» flameó nuestra
naciente bandera por los mares más remotos; y los capitanes
Zacarías Pereyra y Massini en la India, el general de la Barra
en Méjico, Mayer en Norte-América, y San Martin, en ambos
ihundos, dejó bien puesto el nombre. Faltaba que un hijo de
esta tierra llevara con gloria el nombre argentino hasta los con-
fines del Asia.
Cierto es no alcanzamos á apretar la mano del personaje
de que vamos á hablaros, pero es igualmente cierto que él no
es un mito, ni héroe de nuestra invención para vanagloria del
nombre argentino, que no necesita de artificios ni héroes de
novela.
Pero ya (jue en las ruinas de Mendoza nos encontramos,
contaremos la historia de un hijo ó nieto de esta tierra, cuyos
padres vivieron en ese solar, contiguo al de D. Pedro Molina,
escombros que aun se perciben en aquella esquina.
Muchos de los viejos vecinos que nos rodean le han conocido
aquí, hasta después de la batalla de Rodeo del Medio,
En Montevideo, en Méjico, en Rusia seguimos sus huellas sin
390 TRADICIONES
poderle alcanzar, pues la victoria siempre avanza á paso de
vencedor, dejando postrados á los rezagados de la gloria.
No inventamos, somos simples narradores, y como los hé-
roes de nuestras tradiciones no se encuentran en las novelas,
sino en las calles, caminando por sus pies muchos de ellos, aun-
que el de la presente, no come pan hace quince años, por la pe-
queña dificultad que se lo tragó la tierra, oido al cuento y
atención.
IV
Don Benigno Villanueva
Nació el valiente argentino cuyo denuedo y pericia llevóle
hasta ser General ruso, en Buenos Aires, Capital de la Repú-
blica, por los años en que el más joven desús generales llegó
á ser su Director, (Alvear, 1815).
Desde bien temprano empezó á sacar la hilacha dejando ver
puntita de su índole aventurera y traviesa, en los diversos lan-
ces de buen tono durante la vida de brillante calavera en que
descollaba.
Con genio precoz y una viveza de imaginación siempre bri-
llante, tenía facilidad para superar las dificultades de todo aque-
llo á que se dedicaba; únicamente que no se dedicaba á nada.
Así pasó de la Escuela de Don Rufino Sánchez (antigua casa
de baños calle Piedad, salida de escape en el actual Teatro Na-
cional,) á la de Acosta, contiguo al Correo viejo (calle Bo-
lívar).
Desertó del estudio primero, y de la carrera de comercio á
que le dedicaban sus padres, y del hogar en seguida, como
desertó después de todas partes.
Su honrado padre, antiguo vecino de esta ciudad de Mendoza,
Don Miguel de Villanueva, (licenciado,) habíase distinguido en
la reconquista de Buenos Aires, enviado al efecto con el con-
tingente de Cuyo, arrebatando una bandera inglesa, y aunque,
casado en esa Capital con la señora Rafaela Lozada y Reyes-
quien alcanzó á edad muy avanzada hasta pocos años há, si,
guió los estandartes del Regimiento «Granaderos á caballo»
trasmontando la Cordillera, y cuando regresó del Perú, ya te-
DE BUENOS AIRES 39 1
niente coronel, desencantado como tantos otros oficiales de mé-
rito, no quería que ninguno de sus hijos continuara la carrera
en que él se había distinguido, pues los horizontes de la patria
empezaban á entenebrecerse. Hasta las glorias nacionales se
evaporaban ó desconocían, y en adelante, todo soldado que no
ofi'eciera su espada á la contienda fratricida, poco adelantaría.
Pero el joven Benigno, indolente y sin voluntad fija para nada,
persistía en solo este punto. «Puesto que mis dos abuelos se
han distinguido en las armas, decíase, ¿porqué no seguir su hue-
lla luminosa?
La era de lucha sin tregua en que se creaba, y el ejemplo de
deudos y amigos con quienes rolaba, impresionábanle demasiado,
para repeler la atracción de soñadas victorias, y desoir conse-
jos paternos, en edad que no son estos los que más se oyen.
Imprevista circunstancia vino al acaso á facilitar los planes
que su imaginación vivaz sujiriera en la temprana edad de las
verdes esperanzas.
V
Una muerte por un habano
Jugando al billar cierta noche en el antiguo café de Catalanes,
con el hijo del Jefe de Policía, atravesósele otro travieso joven, y
tan calavera como el protagonista.
Notado se ha siempre que nadie es más quisquilloso é inca-
paz de soportar bromas como el jaranero de profesión, que tiene
por costumbre darlas á troche y moche. Y como en los vani-
dosos el falso pundonor de una palabra saca otra, y el ultimo
equívoco hiriente, es á medio pronunciar detenido por el primer
bofetón, fué que de uno á otro improperio, de los tacos pasaron
á los tacazos, no siendo ninguno de los dos manco. — «Empuñe
si es hombre», gritó Villanueva, y saliendo del café, no dejando
bien parados espejos y reverberos, concertaron duelo á sable
con ptmía, (no con espada mocha, como Ogaño se propone),
que tuvo inmediato efecto, no por los diarios, sino frente á la
virgencita tras de la Merced, cuya luz del farolillo reflejó en
sangre.
La cuestión había empezado por mi habano y degenerando
de disputa en riña, y en sí debiera llamarse Juan, por lo lanas,
392 TRADICIONES
el uno, ó Alfonso por lo complaciente el otro, tenaces y testa-
rudos ambos como de la misma ralea, tiraron de sus espadas,
y entre quites pases y paradas, á la primera á fondo vio caer
sin vida á sus pies á su amigo de una hora antes, compañero des-
de la Escuela, muerto por un Jtabatw, confesando Villanueva,
como frecuentemente, pero después de muerto su adversario,
no haber tenido él razón para retarle á duelo.
El joven Benigno corrió á alzar su víctima, pero la Policía,
que entonces como ahora en materia de duelos tenía la misma
tolerancia que la prensa, acostumbraba llegar siempre cinco mi-
nutos después del necesario, corrió con más prontitud sobre el
duelista, siendo el valiente vencedor de su amigo, destinado á
las armas, que tan bien, aunque tan injustamente manejaba.
Y así esta primer sangrienta aventura decidió de su destino.
El llevó con brillo las armas que se leconñaron, pero no siempre
en defensa de una justa causa.
Desde entonces, juró no fumar ni batirse en duelo, pero sus
bellos dias fueron eclipsados por la pálida sombra de su joven
amigo muerto injustamente á sus manos, en los umbrales de la
vida.
Aunque recibido en las tropas como destinado, bien pronto
su valor supo abrirse camino en una carrera, para la que por
entonces solo necesitábase saber no saber nada.
Su constancia en las más rudas tareas de soldado raso hicié-
ronle ascender: de cabo á sargento, de porta á subteniente, y en
la parada del 25 de Mayo de 1839, Don Benigno Villanueva lu-
cía en la plaza de la Victoria vistoso uniforme de teniente pri-
mero de caballería^ á la cabeza del segundo escuadrón de la
escolta del Gobierno.
Por entonces el gallardo cuanto infortunado Coronel Ra-
món Maza, púsose al habla con varios oñciales subalternos del
Regimiento de Granada y otros, para concertar la revolución
Maza, que la historia recuerda con su nombre, pretendiendo
deshacer el Águila en su nido y aplastar el naciente poder- de
Rosas.
Los oficiales Ortega fueron encargados de comprometer á
teniente de tan bellas prendas como Villanueva; pero, en esos
dias recibió uno de ellos orden de marchar urgentemente con
oficios al Azul.
La revolución fué descubierta, de los Maza: el padre asesi-
nado en la Cámara de que era Presidente, el hijo fusilado, y
de los dos tenientes Ortega: D. Manuel, cayó después prisio-
nero en el Quebracho fusilándolo Rosas en la cárcel, y D.
Rufino, Coronel más tarde, como su hijo, con su compañero La-
DE BUENOS AIRES 393
casa pudieron escapar ambos á uña de buen caballo y emigrar
en seguida.
Como el Coronel Granada, Villanueva, esplicó posteriormente
que él no fué hablado para la conspiración, y que por más de-
seos que hubiera tenido de volver sus armas contra el tirano,
le había faltado la ocasión.
Poco tiempo después recibió orden su Regimiento de marchar
para las provincias del interior, hallándose en todas ó la mayor
parte de las batallas del Ejército de Rosas, cuyo reguero de
sangre fratricida no concluía en Jujuí. Granada, Flores, Pa-
checo, Oribe, lo recomiendan en sus partes como oficial distin-
guido.
Tras la derrota de «Rodeo del medio», llegó á esta ciu-
dad de Mendoza, hasta cuyos primeros potreros vino per-
siguiendo al más pequeño de los derrotados, que resultó ser su
hermano.
— Párate, yo te salvaré, gritaba el granadero; pero este her-
mano Pío, salvaje unitario hasta la muerte, bajito y pío de nom-
bre y de carácter, fué derrotado siempre, y el reverso de su
hermano, grandote, benigno de nombre y de espíritu, federal
neto y vencedor de profesión, aquí como entre los rusos.
VI
Promesa cumplida
Aunque no es propia de este lugar su detallada biografía,
por la consonancia que tuvo en toda su carrera, referiremos
algo del diálogo que en aquella casa de allí enfrente tuvo en el
primer baile, al llegar a la ciudad natal de sus padres.
Galanteaba por entonces un interesante oficial de Lavalle á
la más bella hija del ex-Gobernador, á la sazón vicepresidente
de la Cámara, en cuyos salones reuníase brillante oficialidad del
Ejército.
Ella, unitaria por simpatías, aunque de familia contraria,
decíale á Villanueva con la candorosa simplicidad que inspira
siempre la juventud.
— Tan jentil oficial, y sirviendo entre los rosines. En cuanto
tenga ocasión pásese á los unitarios. Vd. está llamado á lucir
entre la jente decente.
— En cuanto tenga ocasión, contestaba Villanueva, sonrien-
do. Lástima que está tarde. Hasta hoy no he visto á núes-
394 TRADICIONES
tros enemigos sino por la espalda, siempre en fuga. ¿Quién se
pasa á los vencidos?
«Por otra parte, decía el apuesto oficialito, yo soy soldado,
bella niña, la obediencia pasiva es mi consigna. Obedezco
al que manda, sin averiguar más. Pensando en lo pasado
creo también que estos pueblos necesitan de una mano un ,
poco algo fuerte para que se les encamine, aun contra su vo-
luntad, por la buena senda, y no se pierdan en los estraviados
senderos que abre el abuso de la libertad.
«Sin el despotismo, poco ó mucho que ejerció San Martin
aquí, no hubiera logrado disciplinar el ejército con que añanzó
la independencia de América.
«Con que así, los que más alardean de liberales son quienes
menos respetan la opinión de los otros. Y esquivando avan-
zar en vidriosa senda el soldado de Rosas, futuro subdito del
Czar, daba otro jiro á la conversación, añadiendo muchas ve-
ces: A mi turno pido á vd. se pase al campo enemigo y no de-
saire á Ortega, pues aunque salvaje unitario es buen hombre,
fué en otro tiempo mi escelente compañero.
No recordaríamos después de cuarenta años este diálogo te-
nido á pocos pasos de donde nos encontramos, si él no com-
pendiara en parte la espresion de aquel vagabundo de la li-
bertad, efectuándose algunos de sus pronósticos.
Cuando tras largos años de lucha el ejército de las provin-
cias del interior regresó acompañando á Oribe á su campa-
mento del «Cerrito», de donde empezó el famoso cerco en que
la libertad fué sitiada por nueve años en la invencible plaza de
Montevideo, iba también el Capitán Villanueva con las tropas
auxiliares que mandó Rosas.
Como había prometido, aprovechando la primera oportunidad
se pasó á los de adentro, ultimo baluarte de la resistencia al tira-
no. Fué allí en el contacto de la lucha diaria que adquirió
gran respeto por los Generales Paz — Pacheco Obes — Gari-
baldi, por oficiales subalternos que descollaron tanto, como
Mitre — Diaz — Conesa y otros muchos de sus camaradas, que
como el Coronel Morales le recuerdan con cariño.
Durante el tiempo que formaba en la guarnición de la plaza
de Montevideo, descolló en las salidas de su escasa caballería.
No tardaron en suscitarse rivalidades entre argentinos y
orientales, que vinieron á producir desacuerdos en los sitia-
dos, como en todo tiempo en el partido unitario, y por ende el
General Paz siguió por un qaminito muy distinto del de La-
V
DE BUENOS AIRES 395
madrid, y la mayor parte délos oficiales argentinos embarcá-
ronse para formar ejército, en Corrientes unos, y otros con dis-
tintos rumbos.
VII
De Méjico á Sebastopol
Recuerda el General Paz en sus «Memorias», y cuando
estas aparecieron figuraba ya Villanueva como General de Bri-
gada de los ejércitos rusos en la guerra de Oriente, (pág. i6i
tomo 4®), que le acompañó hasta después de la victoria de
Caaguazú.
Precisamente en el campamento de su nombre se hallaba
Villanueva (Corrientes), cuando Paz refiere su sensata observa-
ción sobre las tropas de Madariaga. Volviendo de la primera
revista decía sonriendo el Ayudante á su General: tLa instruc-
ción de este ejército se parece .á la de un itombre que hubiese
aprendido aritmética sin saber leer ni escribir, »
El mayor Villanueva, joven de un talento muy despejado tenfja
razón, agrega Paz.
Cuando terminó la campaña de Paz en Corrientes, con media
docena de aventureros tan audaces como él se dirijió al Brasil,
coincidiendo allí su arribo con el del comisionado de Méjico,
reclutando oficiales, en prevención deinmediata invasión yanke.
Allí se encaminó, tomando servicio á las órdenes del General
pierna de palo, Santa Ana.
La defensa de la causa mejicana campo de gloria para Ber-
nabé de la Barra^Diaz — Edelmiro Mayer y otros argentinos
generales mejicanos, fué también cosecha de laureles para D.
Benigno Villanueva.
Terminada la guerra, en la que la voracidad yanke no dejó
bien parada su moralidad, siguiendo este feliz predilecto de
la fortuna los rayos luminosos de su venturosa estrella, pasó á
California donde hizo cierta fortuna^ y después de algunos años
(siempre confiado en su suerte), embarcóse para Europa ávido
de más vasto escenario.
En España se hallaba dando fin á los últimos morlacos de
América llevados, en el juego y la guerra, carreras gemelas por
lo peligrosas, cuando estalló la de Oriente.
Cediento de gloria, su genio inquieto y vivaz fácilmente fué
atraído á aquel Oriente, imán irresistible de poetas y aventu-
396 TRADICIONES
Teros, nacimiento de todas las evoluciones que han engrandeci-
do la humanidad, y donde él preveía más inmediato su propio
engrandecimiento.
Un momento no titubeó acerca del campo en que debiera
formar, según la inclinación de sus aspiraciones.
Los ingleses, franceses, turcos é italianos tenían por demás
numerosa y esperta oñcialidad para pretender sobrepasar ó
abrirse camino entre ellos.
Mas, preciso era dar caza á la fortuna según se presentara la
ocasión, calva señora, cuyo único pelo quedaba siempre en
manos de Villanueva, y aquella no era la de costearse en tren
expreso y por su propia cuenta hasta el Imperio coloso que
ejércitos de cuatro naciones rodeaban.
Por entonces el General Prim empezaba á molestar un poco
al Gobierno de la Reina, en aspiraciones sin cuento, que des-
pués le hicieran tropezar con trájica muerte antes de fundar la
dinastía de Juan I Rey de España.
Para desembarazarse de genio tan turbulento, inventáronle
sus rivales una comisión, encargándolo de estudiar la guerra,
en los campamentos de los aliados.
— Esta es la mía, dijo Villanueva y aunque sea de asistente
me prendo á la cola del caballo de Prim.
Un castizo poeta de nuestra patria, que negó la suya, le fa-
cilitó el camino. Comunicado su deseo á los amigos, de con-
currir como oficial estrangero á guerra que tanto despertaba la
ansiedad del mundo por sus resultados, D. Ventura de la Ve-
ga (porteño) el laureado poeta déla Corte, presentóle á sus
paisanos y amigos los Generales Concha, dos argentinos ya de
fama y valimiento en Palacio, Marqués de la Habana el uno, y
del Duero el otro.
Amigos y camaradas de Prim, no les fué difícil que recibiera
éste á Villanueva en su Estado Mayor, como agregado entre
sus Ayudantes.
Pronto el bello carácter de Prim, generoso, abierto, franco,
catador de valientes, se prendó de él, y en todas partes fué éste
bien acojido por su caballerosidad, su afable trato, su intelijen-
cia y elegantes maneras, la pasmosa facilidad para hablar todos
los idiomas, aunque ni el propio escribía correctamente, por sus
excelentes prendas y atray en tes modales, como por su galante-
ría y buen ^ porte, convirtióse en el niño mimado de su
gefe.
Acaso oculta afinidad de ideas, atraía también á aquellos ca-
racteres y muchos de los conocimientos sobre Méjico, y su pe-
culiar modo de guerrear, decidieron á Prim, cuando años más
DE BUENOS AIRES 397
tarde se le conñara su espedicion, á no avanzar en una guerra
injusta, donde bien pronto encontró su tumba el protegido de
Francia, Emperador Maximiliano.
El General Prim después de haber combatido toda su vida
por cimentar la República en España, anduvo mendigando Corte
por Corte en la Europa entera algún Rey estrangero para que
hiciera el favor de gobernar la República de su invención,
confesando no encontraba español capaz de gobernar la Es-
paña.
El futuro Mariscal de Rusia, no obstante^^ haber pasado todos
los años de su juventud en los campamentos de la democracia,
voluntariamente iba á ofrecer su espada republicana al más
autócrata de los déspotas de la tierra. Misterios del destino!
Versatilidad de su estrellal . . .No, más bien de su carácter,
pues esta permaneció fiel y constante á su fortuna.
VIII
Viuda y Coronel
Partió. . . .Recorrido había todos los campamentos de la
alianza que como cinto de hierro formaban apeñuscados sobre
las fronteras del gran Imperio, vivaqueando muchos días con los
oficiales españoles en el cuartel general de las tropas inglesas,
italianas, turcas, y se dirijían al campamento de las tropas fran-
cesas, en el que Prim quería demorar más, por sus numerosas
relaciones, cuando su ayudante le interrumpió en el ca-
mino.
— A estos los conozco, General, sé como acostumbran pelear,
la estratejia que han traido á Rusia es de vieja escuela. Los
conozco hace años.
De notares queá Villanueva se le había acabado su entu-
siasmo por la infantería francesa desde la dispersión ó desbande
de toda la lejion francesa, que presenció camino del Cerrito en
una de las salidas de Montevideo, á cuyo auxilio tuvo que
correr Garibaldi con la lejion italiana, pues sin tal refuerzo no
vuelve un francés á la Plaza.
Después de muchas vueltas y rodeos se atrevió Villanueva
á confiar á su General, que el campamento de su porvenir lo
veía enfrente; que él no creía del todo justa la agresión de
tantas naciones contra una sola, contra los pobrecitos rusos
quienes no hacían mal á nadie, muñéndose de frío prendidos
398 TRADtCÍONRS
desde lo alto del polo; que se iba, como había aprendido de D.
Quijote, á defender el más débil ....
En honor á la justicia debemos decir que el noble hidalgo
español no aprobó su proyecto, afeándole tal conducta, pues
al ñn aunque oficial estrangero, agregado estaba á la comisión
que él dirijía.
Pero, no hubo que hablar: Villanueva no era hombre que se
paraba en pelillos, y un buen dia, ó con más propiedad, en
mala noche, desatendiendo las reflexiones que le hiciera el hon-
rado catalán, se inmiscuo en la carpeta de cierta tienda y por
medio de algunos griegos que en el mismo campamento turco
tramaban todo el mal posible contra esos sus eternos enemigos,
encubierto y favorecido por la oscuridad de la tormenta, de-
sembarcáronle en el campamento más inmediato á la ribera de
Sebastopol.
Por entonces recibían los rusos con brazos abiertos como á
Providencia bien venida á todos los oficiales que de cualquier
parte del mundo llegaban á ofrecerles sus servicios.
Aventureros norte-americanos pululaban en las tropas mos-
covitas, y este alto y bizarro oficial que manejaba tan bien el
caballo como el inglés, siendo americano y hablando con tanta
precisión de la Union, lo tomaron sin duda por yanke.
Presentados sus papeles que un buen judio tradujo mai, pues
el español es en Rusia tan desconocido como la rejion que baña
el Plata, fué reconocido Teniente Coronel y destinado ala ca-
ballería de vanguardia.
Bien pronto se distinguió en las descubiertas que con prefe-
rencia dirijía sobre el campamento francés, recordando desde
Montevideo el descuido de estos soldados, aun en sus puestos
de avanzadas.
Poco después se hizo gran camarada del Coronel Ponekkine
primo del célebre poeta ruso de ese nombre, en quien encontró
un oficioso protector y del que con el andar del tiempo vino á
heredar su Regimiento y su mujer.
Borrascosa y dramática fué verdaderamente la vida de este
soldado argentino en la campaña rusa, por sus aventuras y pe-
ripecias.
Escasos oficiales instruidos contaba los rusos y en la caba-
llería no tenían mejor fuerza que los cosacos. Aunque
griegos y norte-americanos y alemanes, oficiales de todas
las naciones filtrándose por las endijas del círculo con que
los ejércitos de la alianza pretendan sofocar al gran Im-
perio, pululaban por los campamentos del Czar, muy po-
cos expertos había en el manejo del tazo, las bolas y cuanto
. t)E BUENOS AIRES 399
ardid y estratejia acostumbraba la caballería que apareció en
Tucuman.
El Comandante Villanueva, intrépido como siempre y más
osado que nunca, usó la táctica que en el Plata y Méjico
dieran tan buenos resultados, en las sorpresas con pequeños
frupos de caballería ligera, y así enseñó á enlazar centinelas y
olear bomberos ó espías.
Destinado á las empresas más difíciles y arriesgadas donde
como á uno de los oficiales con menos vinculaciones en el
ejército, se le mandaba á muerte segura, siempre triunfante, de
buena en mejor fortuna, fué grado por grado ascendiendo en
el escalafón y en la estimación de sus gefes y superiores, hasta
recomendársele especialmente en más de un parte
Unos cuantos dias antes de la toma de la torre de Ma-
lakofT, se presentó á la tienda del General, trayendo toda una
ronda prisionera de las avanzadas francesas. En el transcurso
de la guerra fueron muriendo varios de sus gefes inmediatos y
él iba subiendo grado por grado. Posteriormente en una de
las ultimas batallas más reñidas cayó al frente del Regimien-
to su superior, y tomando el mando lo cubrió de brillantes
hazañas por hábil dirección.
Pero sus hechos gloriosos en el ejército ruso no se compen-
dian en breve narración.
Cuando terminó la guerra había ya obtenido el grado de Ge-
neral de caballería, y en 1857 el Duque de Medina Celi (aquel
Grande de España cuyas posesiones son tan grandes que dentro
de ellas hasta ladrones de su propiedad posee en enmarañados
bosques,) al llegar de Embajador á la coronación del Czar
destinado á morir del mal de dinamita, presenció como padri-
no el enlace de nuestro valiente compatriota: en la guerra co-
ronado por la victoria y en las lides de amor por la bella viuda
de su gefe, hermoso vastago de nobleza moscovita.
Dicen que en esto cumplía especial encargo amparando
viuda, que le recomendara en la ultima hora, lo que no encon-
trando mejor medio para ello, hízola de su propiedad, pero la
verdad es que la bella rusa reunia en sí prendas bastantes
á electrizar al portador de la fatal noticia, y de los últi-
mos consejos del morinbundo para que aun sin especial en-
cargo pretendiera sustituirle.
Al casarse con la viuda de su Coronel heredaba por título
directoel mando del primer Regimiento de la División treinta y
una de caballería del Imperio.
400 TRADICIONES
IX
VUlanokoff
Tal fué la tradición de un soldado argentino que nos trasmi-
tió uno de sus compañeros de armas, el Conde Kouhausow Go-
bernador en la villa de su nombre, pues Nijni-Novgorord tanto
quiere decir como Villa nueva.
En la difícil pero armoniosa lengua rusa encuéntranse á
cada paso nombres que coinciden su significación con su
destino, y asíVillanueva— Villanow ó Villanokoff arrusando su
pronombre, equivalente es á Villanueva
El Gobernador Rostopehin incendiario de Moscou, ciudad
sobre el rio Moscou, llamaríase en buen castellano el Señor
Viruta, y fué con un fragmento de este su nombre de viruta que
prendió fuego á la antigua Roma moscovita por no verla presa
de los invasores.
Si es singular coincidencia que aquí entre las ruinas de esta
vieja ciudad, reúnanse al acaso hasta tres rusos, no fué menos
que dos argentinos, tras la huella del primero que allí llegara,
encontraron en la Villanueva de abajo (Nijni-Novgorord), un
ruso refiriendo las aventuras del soldado argentino de ese nom-
bre, cuyos padres nacieron á pocos pasos de donde narramos
su verídica tradición.
— «Le vi hasta que partió para la India, pasando por aquí
con su División, agregó Mr. Kouhausow, todavía el fuego de
sus primeros ímpetus no se había apagado, centellando en su
mirada altiva. De alta y corpulenta talla, esbelto y apuesto
jinete sin igual, es á caballo una de las primeras figuras del
ejército. La nieve del invierno de la vida blanquea suscabe-
líos; pero ni en su físico ni en su espíritu ha envejecido, é im-
paciente aun soñando nuevas glorias militares esperaba con la
reciente guerra del Oriente órdenes para marchar sobre el
Kan de Kiva.
Al verle desfilar un dia á la cabeza de su brillante División,
dijo de él el Emperador Alejandro: — «Es el primer soldado de
caballería de la Europa» y lo que es á mí ganas me daban de
elevarle estatua, viéndole pasar en su caballo de guerra.»
Posteriormente supimos antes de dejar el viejo mundo que
l4^
DE BUENOS AIRES 40 1
tan valiente argentino concluyó sus dias en el grado de Tenien-
te General de División.
Al dia siguiente de contarnos en la ciudad de su nombre, la
novelezca vida del compatriota, cuyas huellas seguíamos, se
presentó á buscarnos á nuestro hotel un ayudante del Gober-
nador de la ciudad, obligándonos á montar en su carruaje y
dar una vuelta por sus alrededores, constituyéndose en nuestro
galante cicerone.
Una de las costumbres que despertó allí más que en ciudad
alguna de la Rusia, nuestra atención, fué la absoluta prohibición
de fumar, en plazas, calles ni avenidas.
Recordábamos al choque de los usos de un país de autócra-
tas la frase de un Príncipe ruso con quien viajábamos en
Nueva- York: — «En mi tierra hay más libertad que aquí, puesto
que hoy me han prohibido hasta tocar el violin en el Hotel,
porque es Domingo.»
Nuestro ilustrado guía nos esplicó como en Nijni-Novgorord
más que en Moscou ó San Petersburgo prohibíase fumar por
las calles, pues la aglomeración de tantas casas de pino de Rusia
hace frecuentes las quemazones, á tal punto, que rara vez no
concluye en llamas la feria anual.
De la residencia del Gobernador y Tribunales frente á los
cuarteles en el interior del Kremlin, pasamos á admirar el
monumento levantado en su centro á Mirin y Pagarko, dos
estusiastas defensores que libraron la patria del yugo de los
polacos.
X
La feria de Nijni-Novgorord
Como en escalonadas zonas rodean la extendida población
hasta sesenta Iglesias de todos los cultos . Desde la torre de
Mirin frente á la Catedral de la Trasfiguracion, se descubre
bellísimo panorama abarcando sus más vastos contornos.
Aparece desde allí la floresta cual inmensa, villa salpicada de
tiendas y bazares hacia el triángulo que cierran el Oka y el
Volga. Ambas riberas vénse llenas de animales raros y viaje-
ros de todas partes, que acuden á ver descender la infinidad
de barcas cargadas con multitud de pasajeros llevando vestidos
de todos los colores del iris.
Las hermosas y grandes puertas de la ciudad, sus blancas y
elevadas torres, las murallas apizarradas del Kremlin,' lá risueña
402 TRADICIONES
campiña de verdi-claro color, cuando la nieve de invierno no
la ha trasformado en blanca sábana, las praderas esmaltadas de
agrestes florecillas que ciñen sus contornos, los ramajes verdes-
gríes pardos aterciopelados de diversos tonos y gradaciones en
diseminados jardines, todo presta á Nijni singular aire de no-
vedad y animación en los dias de la feria; todo es encantador,
hasta la división de las ciudades alta y baja, separadas por el
río más grande de la Europa que corre á derramarse por sus
setenta afluentes sobre el Caspio^ reflejando al pasar cual dos
blancas palomas en su azulado oleaje la sombra de ambas
gemelas.
En el camino de la feria apesar de la esmerada limpieza y
riego incesante, el atropellamiento de la agrupación de popula-
cho sui-generis que no huele á rosas, levanta ligerísimas nubes de
polvo sutil. AlH se encuentran los tipos más raros en una
población diez veces mayor que la habitual. Persas y armenios
turcos y mogoles de todos los colores de la humana especie,
se hacen notables por la inñnidad de preciosos objetos tan be-
llos como inútiles, de sin igual baratura, economía, solidez,
duración y mil otras condiciones que ofrecen al transeúnte.
Contiguo al bazar de manufacturas orientales grandes al-
macenes franceses, otros de sederias de Persia y piedras pre-
ciosas de Basora y Cachemira, grandes malaquitas, granito
ruso, especiales talladuras de la Siberia, y el marfil en tras-
parentes encajes filigranados cual solo en el Japón se trabaja,
mosaicos variados é incrustaciones de turquesas y corne-
linas.
El gran bazar especialmente construido por el Emperador
Nicolás, rodeado de angosto canal que le proteje de los conti-
nuos incendios, levántase en la ribera donde fué lanzado el pri-
mer buque de guerra construido en Rusia en el siglo diez y
siete, por la compañía que obtuvo privilejio esclusivo del mar
Caspio y con la Persia y la India.
Nótanse curiosas máquinas remolcando numerosos buques
del Olga, á más de cuatrocientos vapores del Volga, ascendien-
do á cien millones fuertes (doUars), las ventas que cada año
produce la feria en sus dos meses, desde el 22 de Julio.
Multitud inacabable de mercaderes ambulantes de todas las
naciones, se ven pasar sin interrupción, miles de obreros ocu-
pados en distintos trabajos, grupos de traficantes de larga bar-
ba, pálidos y demacrados judíos, consumidos por su constante
fiebre de lucro, (como tantos sin ser judíos), vendedores de re-
frescos, cambistas de moneda, ruido y confusión y gangolina
en todas las lenguas, babel humana del intercambio, oleadas
DE BUENOS AIRES 4O3
de multitudes trapalientas ó lujosas, perpetuo movimiento en
todas direcciones y hombres, mujeres, camellos, burros, caba-
llos, moros, indios, cristianos, voces, gritos, chillidos, humo y
polvo, es lo que se vé y oye en Nijni-Novgorord y lo que le dá
aire de animación y originalidad tal que la distingue entre todas
las ciudades moscovitas.
Parece que la Rusia entera se afanara por terminar allí á la
brevedad posible todos sus negocios, pues que ya bien pronto
vuelve el frío, caen las heladas, blanquean los campos y tornan
otra vez á quedar aprisionados buques y barcas como en estan-
ques de cristales, ó cual fantasmas petrificados por la cruda es-
tación de los hielos.
Al salir de la feria donde la esposicion del Turquestan, de
Armenia y Yedo, fué loque attajo nuestra curiosidad, en-
contramos cerca del bosque el grupo más cosmopolita que pu-
diera reunirse en tan apartada zona.
Jugaban á los naipes con montón de sucios rublos y kopek
por delante, Abisiníos y Virjilianos de una compañía de
pruebistas seguían las peripecias del juego, cosacos y solda-
dos del Cáucaso agrupábanse con ávidas miradas en escena
de un lenguaje por todos conocido, como el del juego, mientras
que el cochero armenio del ruso que nos guiaba con nuestra
nacionalidad de argentinos formaba grupo, no se habrá reunido
dos veces tan singulares de habitantes de los cuatro estremos
de la tierra.
Por esto, cuando se acaba de observar como lo más extraño
en la Exposición de Mendoza, tres caballeros rusos, el sabio Dr.
Berg, el ilustrado agrónomo Araon Paulosky, y el espiritual
periodista P. Alejandrovich Corvetto, agregamos haber encon-
trado algo más raro, tres argentinos en feria al extremo de la
Rusia, y más estraordinario que todo lo imajinado, un hijo de
esta tierra de mariscal ruso.
Algo más adelante, bella joven circasiana cantaba con aire
plañidero una de esas tristísimas barcarolas que los bateleros
del Volga acompañan al compás de los remos en aquellas no-
ches de luna llena, breve intermedio de un grisado color perla,
compuesto de las medias tintas del crepúsculo y el alba, seme-
jantes á aurora boreal.
Poco entendemos del ruso, pero el lenguaje de la armonía
es como toda belleza universal.
Cantaba acompañada por tres de esos músicos ambulantes
que tocan la guzla, la balabika y el gudok, instrumentos rús-
ticos especie de violines, arpas y guitarras de tres y cinco
cuerdas.
404 TRADICIONES
Por lo que de aquel y otros cantares observamos, parece son
muy afectos en ellos á la repetición de la ultima cadencia, á
las admiraciones y disminutivos en el final de la frase musi-
cal. Prolongan mucho la ultima nota, y en toda ella espárcese
suave melodía melancólica y tierna que contrasta con la aspere-
za del carácter y bruscas costumbres populares.
XI
El desfile de la muerte
Pero á mayor contraste estábamos reservados. Como la
única nota desarmónica del concierto de todas las naciones,
vino á resaltar el lento desfile de pálidos espectros, yendo á des-
vanecerse entre los blancos témpanos del polo, que se llaman
los desterrados i Siberia.
Ohl no hay símil á ese espectáculo tristísimo, ni hallamos
como trasportar al lector siquiera en lontananza, ante semejan-
te escena desgarradora, cual no volvimos á contemplarla en la
vida.
Apenas pudiera compararse con el terrible drama entre estas
ruinas, donde diez mil argentinos encontraron de súbito im-
provisada tumba abierta, cayendo sobre ellos en estrépito es-
pantoso sus propios hogares.
Mas aquí la naturaleza inconsciente sofocó en sus convulsio-
nes todo un pueblo, y allí es la voluntad de un solo déspota la
que aherroja el Imperio más grande del mundo; doscientos
millones de la especie humana sobre la séptima parte de la
tierra habitada.
Acaso no hay un hombre entre tantos?
La prueba afirmativa está en esa lúgubre columna que des-
fila lentamente una ó dos veces cada afto.
Y como ésta, antes y después desde muchos años, la flor de
cada jeneracion paga tributo en sus más conspicuos represen-
tantes á la sed de libertad, por romper las cadenas de yugo ig-
nominioso.
Y cien veces más cruel repetimos era el cuadro que presen-
ciábamos, porque aquí la destrucción, la ruina, el deshaci-
miento, al fin de todo el eterno reposo, tras de una muerte ins-
tantánea; mientras que en esa vía dolorosa que se llama deporl
tacion á la Siberia, encuéntranse reunidas todas las torturas de-
valle de amarguras, una á una libadas en inagotable cáliz, y
DE BUENOS AIRES 40$
reproduciéndose en una y otra generación por siglos de si-
glos.
Quinientos desgraciados de todas las provincias del interior,
marchaban encadenados en ñlas de á seis, unos tras otros, co-
mo empolvada recua cubierta de harapos, bajo el látigo de bár-
baros verdugos.
A su vanguardia, en chorrera, á los costados, y en grupos
de reserva, precedían y cerraban la marcha bandas de cosacos
no menos ssilvajes que pampas.
Mal envueltos en viejos trapos mugrientos, y rotosos colga-
jos en hilachas, con las caras gretadas, los miembros marcados
por el azote y el fierro, arrastrando cadenas, hacinamiento de
carne lacerada, pretesto apenas para retener una alma transida
por el sufrimiento moral que rebalsaba los sufrimientos físicos;
grilletes desollando en su roce la muñeca, y al más leve tro-
pezón de un paso inseguro, hundiéndose los fierros en toda la
fila, así seguían desfallecientes de debilidad, de sed, muertos de
hambre y de cansancio, dirijiéndose por los suburbios, camino
al embarcadero á atravesar el rio por el puente de barcas; y
niños, ancianos, nobles y plebeyos, míseros é ¡nocentes cami-
nando siempre meses y meses, y uno y otro año hasta llegar,
el que llegaba, al fin del mundo.
Solo una tarenta para el Gefe, otro carro. Creeiiase para
los fallecientes . . .no; para conducir repuesto de grillos y cade-
nas, pocas veces refujio de algunos infelices llenos de heridas
hacinados sobre rodado sin elásticos, que á cada una de sus
caídas ó golpes secos^ reabría todas las llagas.
Pequeños caballos siberianos montaban los soldados^ y burros
y camellos cerraban el convoy.
En las heladas de invierno que cuanto más hacia el polo más se
prolongan, tras breve primavera, casi todo el año, convirtiendo
en dilatada tabla raza la campaña, hay estepas de las que los ani-
males no pueden pasar por que el frió hiela la sangre. Sobre la
pulida superficie cristalizada, resbalan los pequeños trineos
arrastrados por caballos. Luego el tiro es cambiado por rení-
feros, y en las más avanzadas zonas sustituyen á estos, per-
ros, de los que hasta doce yuntas se atan en cuadrillas de á
cuatro, para cada uno de esos pequeños cochecitos sin ruedas.
Pero el hombre, animal de todas las zonas, pálido hijo del
dolor bajo todas latitudes, donde se fatiga el caballo, donde no
alcanza el renífero, donde mueren como perros los últimos cua-
drúpedos, sigue y sigue, su camino interminable, á pie, con
fatiga, con hambre, tiritando de frió, anda y anda cual Judío
errante, sin alcanzar el fio de su camino
406 TRADICIONES
XII
Los desterrados á Siberia
La primera etapa esPerin^y suelen venir desde Moscou ó San
Petesburgo.
Hasta allí son más bien los preliminares. Su segundo alto,
la ciudad de Catalina (Ckaterimburgo, y después á Fonk).
Todavía es nada. El viajecito solo alcanza á unos ocho mil
verst ó kilómetros, a pie: Kolgran, Jakousth, Verkne, Ko-
limok, Nijni, Kolinsk y hasta donde el mundo acaba, en el po-
lo Ártico.
Si recordáis que el globo que habitamos solo mide tres mil
leguas de diámetro, veréis cuan poco falta para haber cru-
zado una distancia como de polo á polo, y de Nijni Kolinsk á
San Petersburgo no es menor que de éste ultimo á la de aquí.
Antes iban los desterrados de Fousk á la colonia penitencia-
ria de Kara, y después á Yakonsth,
Este punto se reputa aun algo cerca de San Petersburgo,
(ciudad de Pedro), y hoy van á Verkhoyank, y á Nijni Kolinsk
cerca del invernaje Ártico.
Así aléjanse á los nihilistas siquiera unos nueve mil kilóme-
tros de la presa apetecida, á la que no llega la dinamita ni
la palabra, quedando allí con libertad de conspirar entre los osos
y la nieve.
¿Y crereis de un dia, de un mes ó de un año esta marcha
incesante entre los hielos y las espinas, y piedras de la Vladi-
mirka? (ruta de Siberia).
Nó. Uno, dos y hasta tres años caminan y caminan estos in-
felices para completar cosa así como la cuarta parte de la cir-
cunsferencia terráquea, espacio que el Emperador, benévolo
padre del que todo lo esperan^ interpone entre sus buenos va-
sallos.
Que han hecho estos infortunados?
Algunos nada. Otros menos que nada: aspirar á la libertad,
sentimiento innato en el corazón humano.
Culpables é inocentes, nobles inteligencias y humildes siervos,
ricos que fueron, pobres que son, todos marchan unidos por
una misma cadena cuyo eslabón solo lo rompe la muerte.
Mas, no todos son iguales. Cual^guardia de honor, tras cente-
nares de ladrones marchan los desterrados políticos aquellos
-*-i
DE BUENOS AIRES 4^7
que solo caminan ocho mil millas como comenzamiento de un
viaje que no tiene vuelta. De Siberia no se vuelve.
Vestidos todos de traje gris llevan á la espalda, estos últimos,
el parche amarillo, liberales ó incendiarios, que todos confunden
en unos la inquisitorial policía, designándoles como nihilistas
(hacedores de la nada), fantasmas aterradores de palaciegos,
cuyo rastro dinamitico encuentran en la bugía que alumbra al
autócrata, en el sobre que estalla bajo sus dedos, y hasta en
el pan que al llevar á la boca se convierte en piedra.
Ocho mil millas á pie, algunos andan menos, es verdad, los
que mueren, y estos son los más venturosos.
Un diez por ciento de los que salen, quedan en la ruta se-
ñalando con sus huesos este camino de la muerte, todos los
aftos recorrido por millares de infelices.
A lo largo de él, huellas, manchas de sangre marcan en ca-
da una de las etapas los pasos de los enfermos, (que lo son to-
dos).
Cuando al ñn uno de estos cae en pos de otro, bajo el blanco
sudario de nieve, cuando por la noche vuelven los lobos á de-
senterrarlos compartiendo el festin con los cuervos que siguen
revoloteando sobre la caravana, frecuentemente encuentran á
corta distancia como viva estatua del dolor petrificada por el
frió, á la viuda desamparada que murió, perdido su compañero,
al no tener yá destino en el destierro.
XIII
Nihilistas en el polo
Los hombres llevan con resignación su cadena. Las mujeres
les siguen, arrastrando los pequeñuelos, hasta que al caer postra-
dos les alzan en brazos ó sobre la espalda.
Van cantando los más resignados la Vladimirka (marcha del
deportado), que hasta en la muerte revive el canto, y los tran-
seúntes se descubren ante el desñle de esos desgraciados, y la
piadosa mujer y el pobre campesino se quitan de la boca el ne-
gro pan que brindan, y alcanzan su moneda de cobre al mísero
que ya á veces ni fuerza tiene para estender la mano.
Creeríase que vijilados todos los instantes, y siéndoles pro-
hibido comunicar con persona alguna, inútil les fuera el dinero
en el desierto.
Pero oh! el oro hasta en el desierto es codiciado, y allí aun en
el estremo del polo ablanda cadenas.
408 TRADICIONES
Quién, bastante afortunado reúne en las limosnas del cami-
no algunos rublos puede comprar al grillero la condescendencia
de remachar la cadena con más holgura, para que entre la anilla
y la canilla, relleno de arapos amortigüe desollamiento por el
continuo roce.
Cierto grupo algo apartado del resto de la columna, nos
impresionó mas vivamente.
Un elevado granadero, y tan alto como solo en Rusia se usan,
llevaba pendiente de la cadena de su mano derecha otro pe-
queño enano á su estremo, del pie izquierdo. El contraste fí-
sico que formaba esa pareja^ era menos que el moral. El más
reñnado criminal de los últimos fondos del Neva compañero
de cadena era de un noble Conde cuyo inicuo delito era tener
mujer bonita.
Si martirizado iba materialmente allí, torturas morales más
atroces sufria. No pudiendo quebrantar la virtud de su ñel
compañera, la madre cariñosa de sus hijos, el inquisidor de su
barrio le habia denunciado como nihilista. Tras brevisimo su-
mario con que se pretende cubrir formas legales, condenado
á la deportación, y su mujer^ sola, desamparada, victima del más
infame atentado.
En las aproximaciones del Czar hasta poseer mujer bonita es
delito.
En pos de él seguía otra joven desesperada viendo morir á su
esposo. Llevaba de la mano un hijito, otro en brazos y otro en
sus entrañas. El crimen del padre habia sido clasiñcado como de
los mas graves por haber escrito en la cPalabra» de San Pe-
tesburgo, algunas muy sencillas pero elocuentes, sobre los dere-
chos del pueblo, entidad que por alli no se conoce sino para
esquilmarlo.
Todavia el infeliz desterrado político muriendo en la marcha,
á consecuencia del tóxico que mano compasiva le facilitara
veiase afrentado por el sicario que en su presencia requebraba
á su esposa.
Pero la historia de cada uno de los que allí padecen, sería
interminable como el sufrimiento del deportado.
La columna se perdia evuelta entre las olas de polvo y las
sombras de la oración, esmaltando nubes doradas de la tarde,
risueña campiña extendida como una verde esperanza.
Y yá sin verse, desde allá á lo lejos, el ultimo chirrido de
la seca rueda del carro del moribundo, resonaba en nuestro
oido, cual eco del lamento monótono é incesante de un pue-
blo, que apenas se divisa, pero cuyos ayes llegan al través de
la inmensidad.
DK BUENOS AIRES 409
Oh! joven Rusia. Persistid con brío que la oposición tenaz
y continua é incansable al fín abre brecha. Vuestros sufrimien-
tos tendrán fín, y eres la esperanza resplandeciente de docien-
tos millones de seres.
XIV
El ultimo temblor
. . • «Una hora habia transcurrido de la incursión á la pláci-
da luz de la luna de los Andes, y sus diáfanos destellos que-
brábanse sobre los cristales de nevadas cimas envueltas en
brumas de la hermosa noche. Rodeábamos el piano en la más
elegante sala de aquella coqueta ciudad de los álamos y de los
dulces rumores.
Concluia Mr. Corvetto la nota de la balada rusa que
enseñaba á una dama de Mendoza recordando sus viajes por
la Rusia, á la vez la primera argentina que há dado la
vuelta al mundo, cuando fuimos arrojados de nuestros asien-
tos por subterráneo estremecimiento, acompañado de sordo rui-
do estrepitoso como el de buque que choca con oculto arrecife.
Siempre oportuno,* chispeante de esprit, dijo Mr. Corvetto, sin
conmoverse. «Es la tierra de su nacimiento que se estremece
de gozo y aplaude á su modo el canto de la inteligente hija de
su suelo».
Pero, asomando á la Avenida San Martin, oimos por todas
partes {temblor! {temblor! y corriendo asoradas y confusas muje-
res y niños, madres pidiendo sus hijos, y ancianos testigos del
terremoto asustados, á la vez que los imnumerables huespedes
de la ciudad de las ruinas (en dias de la Esposicion que celebra-
ba del ferro-carril, seguían inmutables en sus asientos.
Cuan cierto es que menos se teme aquello que no se conoce.
Mientras los que recordaban la noche del primer terremoto es-
pantábanse ante la posibilidad de su repetición, los recien lle-
gados eran indiferentes al remesón.
La profesia se habia cumplido. La luna del terremoto fué
bastante galante para dejar ver á los porteños que visitaban
sus ruinas, pequeña muestra de lo que en otra luna de Marzo,
veinte y cinco años antes, habia acontecido,
k .... Pasamos toda la noche acompañando á las autoridades
locales, consolando aíljidos.
4IO TRADICIONES
En otra tradición referiremos la de la mujer del loro.
Nó, porque, (capricho de mujer), hubiera alguna tenido el de
casarse con tal plumifero, sino que temerosa de ver desplomar-
se el techo en un segundo estremecimiento, así como todas las
otras madres habían salido á las plazas con los hijos de sus
entrañas, aquella bella andaluza, la paseaban sentada en media
calle con el hijo. . . .desu amor, el único cariño que tenía en
la tierra, su compañero del Paraguay, quien dormía parado
en una pata sobre el peineton de la asorada cómica de la legua.
Si supierais todo lo que dijo el loro, y las cosas que hubo pre-
senciado de su peña humana, que también hablaba como loro?
Temiendo imitarlo ponemos punto ñnal á tradición tan lar-
ga como de Rusia á Mendoza, recuerdo de aquella noche to-
ledana.
DE BUENOS AIRES 4II
SAUDADES
A mi amigo Edmundo D'Amicis
I
Mucho espacio, campo abierto, verdes planicies, cielo azul,
tiros lejanos de cazadores en retirada, susurro de brisas entre
silvestres pastizales, gritos fujitivos de chajá, aire fresco y puro
con delicia respirado á pulmón pleno, son los rasgos principa-
les del inmenso escenario que nos rodeaba la ultima tarde de
verano.
Encontrábamonos en media pampa, hacia los conñnes de
Buenos Aires, acompañando al ilustre literato italiano Edmun-
do D' Amicis, como quien dice, enseñándole la casa hasta la co-
cina, antigua costumbre criolla.
Parados sobre verde colina de suave ondulación, estáticos
contemplábamos una de las más bellas puestas del sol en el
desierto, arrobados por magnífica sinfonía de luces y co-
lores.
Nada más hermoso que aquella brillante decoración: sobre
océano de verdura sin ñn espléndidos arreboles los más encen-
didos entre todas las gradaciones del iris.
Quejumbroso balido á nuestra espalda, nos hizo dar vuelta
y el espectáculo si más tierno, no era por allí menos intere-
sante.
El ultimo rayo de sol venía á morir sobre agua trasparente
de clara laguna, cuya faz sonrosaba su desvanecido fulgor, en
412 TRADICIONES
la misma hora que al oriente surjía trasmontando majestuosa-
mente la blanca luna llena, como globo de plata sobre azulado
mar sin olas.
En la soledad de la pampa y en el melancólico crepúsculo
de la oración, más resonaba el largo lamento de oveja perdida
cortando por intervalos el silencio solemne.
Única y sola parecía lamentar á sus lejanas compañeras que
saliendo del amarillento cardal llegaban á los corrales.
Fijándonos en ella observamos que aquella pobre madre
desvalida lanzaba sus ayes al viento, como despidiéndose del
sol radiante que acababa de hundirse, pero de quien verdadera-
mente se despedía era del blanco corderito recien muerto, y
que yacía á sus pies tieso y tibio aun.
Imájen de toda madre inconsolable en su dolor y desamparo
olía, y como besaba á su hijito, y dilatando su vaga mirada hú-
meda por los espléndidos horizontes, todavía bellísimos, re-
cargados de luces y colores, reflejándose en la misma laguna
que por la mañana atravesara su cría, parecía clamara al cielo
por aquel sarcasmo del destino. ¡Morir así, tan cerca de su
primer día, y en tal hora, en que los esplendores del cielo da-
ban ñesta real en sinfonía de luces brillantes á la aparición de
la luna Henal
Y más incesantes se repetían sus balidos al divisar en las
alturas revoloteando en círculos concéntricos, cada vez más pró-
ximos, el negro cuervo, gavilán de corvo pico, dejando ver bajo
estendídas alas aceradas garras preparadas al festín que pro-
metía tierno corderito, libre de toda defensa, así que la madre
le abandonara, siguiendo las compañeras de su pradera.
Aumentando mayor contraste en las armonías de esa hermosa
tarde de verano, con lamentos empapados en lágrimas, frías
como la muerte, entremezclábanse chirridos de alegría del pá
jaro negro, ájil tordo burlón. Lanzaba al aire su canto agudo
y bullicioso, parado sobre la misma oveja que caminaba dos
ó tres pasos volviendo cerca de su hijito, cual si no se decidiera
á abandonarle.
De cuando en cuando el pájaro atrevido, de uno y otro pi-
cotazo robaba algún vellón de la aterida oveja, y esta, menos
dolorida por aquel arranque que por lo que la muerte le ar-
rancaba, pateaba sobre la yerba, rodeaba al muertecillo y seguía
balando sin cesar.
Y aquel aereo ladrón de nuestros campos, que los gauchos de-
nominan el perezoso no rasjaba él manto maternal para ablan-
dar cuna de pequeñuelos, que es pérñda costumbre de su
DE BUENOS AÍRES 413
hembra echar los hijos á la inclusa, abandonando sus huevos
en nidos, por más laboriosos pájaros construidos.
Así, desde que nace en casa prestada, costea toda su vida
por el esfuerzo de otro.
Parado sobre las astas del buey, c vamos arando» parece
repetir, y para comer ni para moverse gasta ni el esfuerzo
de sus alas. Alimentase con bichitos que el abierto surco
trae sobre la superficie, y á la sombra del caballo se para á
descansar de su ningún trabajo, resguardado del sol, y todavía
sobre el mismo animal, ola vaca ó la oveja, se trasporta. Viva
imajen de la inercia, apenas habrá gaucho haragán que iguale
ó imite al perezoso
II
El dia anterior navegábamos el Paraná. La poética imagi-
nación de D' Amicis entreveía la multitud de islas florecientes
incitando aquí á la población desbordante de la vieja Europa,
llena de numerosos pueblos y hogares felices.
— Pero, ¿qué habéis hecho en este Paraiso, donde la natura-
leza ofrece espontáneamente tan abundantes frutos á la mano
del hombre? decía el ilustre viajero.
— Imitar al perezoso, contestó uno de los compañeros de
viaje.
— Algo peor, observó otro.
Hemos pasado medio siglo despedazándonos, comiéndonos
los unos á los otros.
— Y yo que no quería creer en antropófagos! replicó
D* Amicis.
A sacarnos de tristes meditaciones llegó voz amiga que
nos interrogaba á la espalda en el armonioso idioma del
Dante.
Llamábamos la atención de ese pequeño cuadro de amor en
el desierto, á ese brillante pintor de la naturaleza, de quien
dijo el poeta Guido, no se pueden leer una docena de pajinas
sin lágrimas en los ojos, tan conmovedora es su suave pluma
empapada en tiernos sentimientos, en los momentos que otro
poeta criollo venía declamando versos^ endechas de Ascasubi,
del Campo y Hernández.
Y enternecido D'Amicis por la escena desgarradora de la
oveja dolorida, y el ladrón de los aires, cambiamos de tema en
414 TRADICIONES
el jiro de la conversación, presentando al turista italiano otro de
nuestros grandes poetas, al repitirle la descripción magistral de
aquella hora solemne:
Era la tarde, y la hora
En que el sol la cresta dora
De los Andes. — El desierto
Inconmensurable, abierto,
Y misterioso á sus pies
Se extiende; — triste el semblante,
Solitario y taciturno.
Como el mar, cuando un instante
Al crepúsculo nocturno.
Pone rienda á su altivez.»
— Quien es ese poeta de genio que asi de un rasgo esbosa
todo un cuadro de relieve? interrogó D' Amicis.
Y espHcado el tema de la «Cautiva», y cómo Echeverría
iniciara escuela romántica desde 1830, seguíamosle declaman-
do fragmentos de nuestros poetas descriptivos, y el «Celiar»,
«La Cautiva» y el «Fausto» salieron á bailar.
Regresábamos con la escopeta al hombro, hacia las ca-
sas.
— Desde que he pisado esta tierra decía el viajero, me
llevan Uds. de sorpresa en sorpresa.
Vengo de presenciar poco más allá una especie de escena
cosaca.
Cuarenta mil yeguas hacían retemblar el suelo de la pam-
pa con su duro casco resonante, y al lanzarse á vadear aquel
arroyo, trepando las barrancas, figurábame el malón de los
salvajes, cuya invasión dirijían á esta Estancia, al saber que
dentro sus veinte y cinco leguas bajo alambrados, pastan ochen-
ta mil vacas. . . «Y todavía me dicen hay otro estanciero ar-
gentino que tiene ochenta leguas decampol ¿Cuántas leguas
acostumbran poseer por aquí cada uno?
— Se mide por leguas lo que las más extensas naciones de Eu-
ropa por hectáreas.
Ese no es el señor de más tierras. El mismo dueño de este
establecimiento, cuyo padre llegó pobre al país, enriqueciéndo-
le su constante laboriosidad, cuenta en varias fracciones hasta
trescientas leguas.
— Pero Uds. exajeran, replicó el viajero asombrado.
DE BUENOS AIRES 415
— Eso no es nada, agregó. Unzué, otro de nuestros compa-
triotas, que solo posee mil quinientas leguas, está próximo
á regresar á Europa, donde cruzará por más de una nación
menos extensa que sus propiedades.
Bien podrá anunciarle travieso garzón: «El Señor de las mil
quinientas leguas», y eso sin mencionará Casado, que solo en
el Chaco cuenta dos mil, ni á Madame Linch que se dice dueña
de cinco mil quinientas.
— Pero, cuántas leguas mide la casa? Qué guardan en tan
inmenso espacio? interrogaba azorado D' Amicis.
— La argentina, achicada así como ha quedado, retaceada, sin
la Villa Occidental, ni la Tierra del Fuego, apenas mide cerca
de tres millones de kilómetros cuadrados. Caben pues dentro
de ella cómodamente la Italia — España— Portugal — Suiza — Ho-
landa — Bélgica — Inglaterra — Turquía — Suecia — Noruega — Di-
namarca — el Austria y la Alemania, en resumen la Europa en-
tera, escepto la Rusia. Solo en la Patagonia espacio hay para
setenta Bélgicas. Exacta es la fígura de que la condensación
de su población aparece sobre el mapa como pequeña gota de
carmín diluida en inmenso océano de verdura, y con razón
se ha observado que el vacío del país no es solo en sus cam-
pos, sino también en sus cabezas.
Desgraciadamente no nos apresuramos mucho á llenarlas de
fructíferas ideas, por lo que cualquier Juan de afuera nos esplo-
ta. Frecuentemente quedamos con la boca abierta, mirando
el provecho que el estrangero saca por su industria, mientras
que la preferida y casi esclusiva de los hijos del país es la
industria revolucionaría para mejorar la tierra.
En cuanto lo que guardamos dentro tan grande espacio, ese
es nuestro secreto. Se lo diré al oido, en voz baja. No guar-
damos nada. Aguardamos sí la inmigración.
f Al reverso de Uds. somos pocos y la casa muy grande; Uds.
por allá son muchos y la habitación les queda estrecha. En
esto hay, sin duda, algún error del Creador.
Podemos enmendarle la plana. Cambiemos btdsos por
tierra y restableceremos el equilibrio.
Cuando el labrador fecundice con el sudor de su frente el
suelo vírjen de estas pampas, el festín será continuo para los
hijos de los hombres.
• %
4Í6 TRADICIONES
ni
Y en estas y otras observaciones llegamos, entrada ya la
noche, á los fogones llameantes, donde corderitos acaramelados
á fuego lento atraían con su llamativo olorcillo á los héroes de
la jornada.
Al rededor de una mulita asada, templaba su guitarra el pa-
yador de la noche anterior, y el bizarro domador de esa ma-
ñana hacía la guardia á gorda vaquillona con cuero suasán-
dose.
Otros que habían lucido su habilidad y baquía en la hierra,
enlace y tiro de bolas, saboreaban un cimarrón, dando vuelta
la rueda el mate.
Algo más retirado de los corrales, en el gran fogón jefe del
improvisado campamento, sobre la verde grama, cansados ha-
llábanse tendidos como hasta una docena de jóvenes periodis-
tas Abogados —Médicos — Militares — Ministros y Magistra-
dos, postrados por la fatiga de dia tan lleno de emociones, divi-
dido entre la caza y la pesca.
Pero el cansancio no era tanto que no se amenizara la espera
de ansiado corderito, con una ó más narraciones.
Tan viejo como la sociedad es el narrador de cuentos, y
en nuestras costumbres nacionales tiene privilegiado asiento
en todas partes.
Así, ya espiritual viajero referido había las aventuras de D.
Hube y D. Cuasi-cuasi. El millonario suicida y el atorrante
feliz con que acababa de topar á la entrada de aquella vieja
puerta de un mundo nuevo^ cual calificó D' Amicis, Santa-Fé, le-
vantando contento su choza de paja éste, con los socorros que
los vecinos le facilitaban, frente al palacio de tres pisos esquina
de la plaza (en «La Esperanza») donde aquel opulento no se
encontró satisfecho. Terminaba otro la fuga del ultimo cautivo
escapado de las tolderías por aquel mismo paraje, no hacía
mucho, cuando á repetida invitación de locuaz asamblea tocó-
nos el turno, empezando la narración de esta manera.
IV
■
El perezoso
. , .((Pues ya que de perezosos nos designa en justicia el
ilustre viajero, observando porque no nadamos en la abun-
DE BUENOS AIRES 4I7
dancia en esta tierra de leche y miel, donde sin esfuerzo al-
guno próbida naturaleza acércanos opimos frutos, y que el
pájaro de este nombre acaba de llamarle la atención; no pája-
ro, sino vípedo, referiremos lo que ayer nos contaron del pere-
zoso de enfrente, allicito no más, en ese rancho blanco
de la loma vecina que desde aquí se descubre bañado por
la luna.
«Llamábanle el perezoso los más buenos, peores dictados
dábanle los demás.
«De Irlanda, vino entre otros pastores, joven, robusto, blan-
co, rubio, ajil, bueno y sano, pero desde sus primeros dias
de inmigrante, agasajado en la sencillez de nuestras paisanas,
él creía que más le aceptaban por su bella presencia, que por
nuestras bondadosas costumbres, y por ende todo el campo se
le hizo orégano.
((Con un su primo, de Dublin Uegarbn á pié, y con la pala al
hombro. El uno halló pronta colocación de zanjeador, y en
esta tan desamparada y abierta campaña, á poco andar, el pa-
trón le ofreció un peso papel por cada árbol que plantara. La
cuadra de tierra valía entonces solo el importe de un fósforo de
cera.
«El tío Williane trabajó, zanjeó y plantó tanto, que á los po-
cos años al ajuste de cuentas con su patrón, toda la Estancia,
puestos y corrales, animales y tierra, no alcanzaba para pagar
á razón de un peso por arbolito prendido, del alto de un
hombre.
«Su padre estaba en Australia, le había dado noticias del
asombroso crecimiento y fácil plantación de eucaliptus, árbol
desconocido entre nosotros. El Gobierno ofrecía cien mil
pesos á quien presentara plantación de cien mil eucaliptus,
pues cuentos nos venían del país de Gales, de que hasta para
atraer lluvia servía su agrupación.
«Willians en lugar de formar bosques los plantó en línea,
haciendo de una vía dos mandados, redundando triple ganan-
cia, la de cercar sus campos^ obtener la prima, y quedarse
'Con la Estancia por el importe de los árboles plantados.
«Negocio redondo en tres años. En qué parte del mundo se
puede repetir esto?
«Pero, todavía su primo había hecho fortuna más rá-
pida.
«Un mes haría que estaba comiendo de valde en la Estancia
donde hizo su primer parada.
«Qué hacía? Esperaba trabajo. El ha de venir, á qué salirlo
á buscar?
41 8 tRADIClOKÉS ^
«Por fin, cansado de descansar fué á recojer huesos. £1 pa-
trón le prestó el carrito. Quien se muere no es de nadie, los
campos abiertos inmenso osario eran de huesos que blanquea-
ban la costa de arroyos y lagunas.
«Los acarreaba al pueblo vecino, pareciéndole pagaban pocos
apesar de lo poco costoso de su recolección. A los cuanto
dias tuvo un buen encuentro. Ajil y hermoso, aunque mal ca-
balgando, iba por el camino del pueblo en la misma dirección
que venía su bella aparición.
«De blanco vestido corto y gran sombrero de paja, bajo sus
anchas alas descubrió la más picante morocha que viera desde
que puso el pie en esta tierra.
«Al pasar la saludó. La paisanita se rió. El creía que por
su varonil belleza de que estaba bien pagado. Ella creyó que
de su maturranguería en tierra que hasta las mugeres parean
nacer á caballo, en la p^ria de los mejores jinetes del mundo.
«Sin embargo quedó flechada, y él deslumhrado por tan
apuesta amazona.
«Los contrastes se complementan!
«Morena, baja, gruesa y apetitosa era la jineta paisanita — y
alto, rubio, blanco el maturrango irlandés.
«Siguióla de lejos y con la vista, hasta descubrir su para-
dero. A la mañana siguiente presentóse en la Estancia, por si
para algo le necesitaban.
«Y aquí te quiero ver escopeta! Aquí estoy porque he ve-
nido. Un rico estanciero viejo y solo salió á recibirlo. Con
el capataz, y dos peones y el muchacho de las mansas sobrado
personal tenía para la reducida Estancia.
«No hacía falta! Pero, á la hija de su padre si que le ha-
cía ... .
«Desde el corredor donde tomaba mate de leche con canela
y azúcar quemada, que en algo había de refínar sus gustos, di-
visólo esta.
— Es irlandés y pastor, porqué no lo tomas para las merinas?
dijo la niña.
«Dicen que los estrangeros las cuidan mejor.
— Yo creo, vá á estar de haragán, replicó el padre, pero si lo
quieres ....
— Si que lo retequiero, se dijo para sí, con poco disimulo
que leve sonrojo traicionaba.
«El padre no sabía decir nó á cuanto capricho tenía la tirana
de la casa.
«Viejo solterón, se miraba como en las niñas desús ojos, en
los de su morena virjen del sol.
• t)E BUfeÑOS Al RES 4Í9
— «Quédese aprueba, le propuso. No quería otra cosa, la
joven como si lo hubiera probado.
«Por supuesto, que el rubio no servía para nada. Solo sabía
ser buen mozo.
«Pero repetimos, los contrastes se complementan.
El era joven, lindo, pobre y perezoso.
Ella solterona, fea, rica y hacendosa.
V
«Al mes dijo el viejo: — «Bien hija, ya lo hemos probado. Tu
protegido no sirve para maldita la c^sa. La majada ñna de
merinas prospera más con el pastor criollo.
— Puede no sirva todavía para mucho, pero como recien ha
entrado. Nadie nace sabiendo, es preciso enseñarle. Me ha-
blas siempre que es bueno hacer obras de caridad. Dónde vá
á ir este pobre? No conoce á nadie en el pago.
— Bueno hija, si es así que siga un poco más.
«Pero, pasados tres meses sucediólo mismo, que el buen
mozo tiraba más al p^cho que á la espalda, y más derrochaba
que trabajaba.
«Vuelta á quererlo despedir el patrón, y á volverlo á defen-
der la patroncita. Que para algo nacen los buenos mozos!
Como por ejemplo para no hacer nada en esta picara tierra.
«Y es lo que hacía el primo de Willians, mirar á su patroncita,
y esta siempre con mil pretestos de tenerlo cerca, y á lazo cor-
to al lado de la ventana, donde hacía ella que cosía, pegándose
por cada dos puntadas tres pinchazos.
«Pero á la tercer tentativa de espulsíon ya no fué conato, sino
formal propósito matrimonial.
«María no se cansaba de mirar al joven pastor, y aunque toda-
vía por la cortedad natural de la muger, sus labios nada decían,
sus ojos decían demasiado.
«El irlandés éste había concluido por acabar de dar balance
mental al establecimiento. Aunque un poco rústica, le conve-
nía la china, y sobre todo, su patrimonio.
«Pronto espicharía el viejo, que ya andaba tecleando, y en-
tonces ¡ay! qué botas! siempre hace falta una muger para lus-
trarlas
.V'-'
426 TRADICIONES
Así fué, que cuando por tercera vez intentóse ya echar for-
malmente al irlandés, come papas, que en té y ginebra gastaba
él solo más que en los vicios y avíos de toda la peonada, co-
mo que no tenía pelos en la lengua, declaró la niña que lo
quería para su uso particular.
— Esas tenemos! Yo ya lo he probado y vemos que cada
vez va para peor y si poco sirvió al principio, menos sirve ahora.
- Yo no lo he probado, pero se me antoja bueno.
— Así, sin conocerlo?
— Mujeres hay que se mueren de viejas tras muchos años
de matrimonio, y cierran el ojo sin conocer qué pieza es su
marido.
— Oh! ¿cómo te quieres casar asi no más con un peón que no
tiene ni tras de que caerse muerto.
— Padre, y no me dic^ Ud. todos los dias que trabaja solo
para mí; que cuanto tiene es mió, y que por complacerme se
despepita. Pues no hay más, yo lo quiero para mí, y mi marido
ha de ser.
— Pero, como?
— Comiendo, y dejémonos de peros, que á más feos veo
se los comen á besos, y nadie se muere de tales empachos.
— Y vos vas á pedir á tu novio, y si te sale casado?
— Valiente chasco! Siempre salen con eso. Por qué no han
de haber gringos buenos también. Siempre con que han de
ser casados en su tierra. Yo ya le averigüé y dijo que no.
Y sobre todo, Ud. dice que en esta casa no se hace más que
mi gusto. El me ha preguntado si lo quiero. Yo le he dicho
que sí, y al Cura,andando ....
— Damasiada cura necesitas, no te creía tan grave!
— Mandando atar la galera, y yendo yo y él á pasar por
la sacristía, que bien cercano está el pueblo, y en fin Ud. no
vá á estar guardando su caudal para el otro barrio, y aflojan-
do la bolsa .se pagan dispensas.
— Vaya! que esto marcha á vapor, se dijo el viejo.
— Sí ya el tiempo de la pesada carreta ha pasado, contestó
altiva la paisanita.
Y con un permiso que anticipadamente preveía, preparó por
sus propias manos su canastillo, puso de nuevo á su novio, y
en menos que canta un gallo, la única hija de uno de los más
ricachos estancieros de la comarca, cambió de nombre, y amen.
— fVaya con las naciones estas, que se han de venir á alzar
hasta la más rica hembra del pago», exclamó el alcalde, y
corrillo de compadres, en la pulpería hicieron coro de maldi-
ciones sobre quien les llevaba prenda tan codiciada.
DE BUENOS AIRES 42 1
VI
Como lo había pensado Willians, no tardó mucho en que su
suegro hiciera el viaje del que no se vuelve.
En poco tiempo quedó dueño de su mujer, de su gran fortuna,
y de un nene. Aunque sietemesino, nacido de un susto, el
muchacho salió de buenos sentimientos.
Su primo, compañero de viaje, vino á verle alguna vez, y
como le dijera acababa de hacer traer sus padres, pobres, de
Irlanda, él también, echándola de rumboso, quiso darse ese
lujo.
Mandó unos pesos á Irlanda, y á la vuelta de Correo, enju-
to y bien acondicionado, recibió su viejo padre, riacía falta un
capataz de confianza, un sueldo menos, pues él no era capaz
de nada.
Con la venida de éste, coincidió la muerte de su mujer. Fue-
ran los disgustos que el buen mozo con sus perrerías le causaba,
porque se lo miraban mucho, y había dado en acompañar á las
carreras á la hija del Juez de Paz, ó que una fluxión del pecho
mal cuidada la precipitó en la tumba, el hecho es, que en breve
abrióse ésta para su suegro y su mujer.
Quedaba desde entonces paseando bajo los anchos corredo-
res que á los cuatro vientos rodeaban la casa principal, padre
hijo y nieto, sirviendo el primero de ama seca al ultimo, que
ama mojada lo fué una cabra, por lo que saliera sin duda tan
saltarín.
Los tres tiraban por su lado, hábilmente concurriendo al
derroche general, peones y vecinos.
Con tan desatendida administración, bien pronto vino la Es-
tancia barranca abajo, y á poco andar vendídose habían sus
mejores haciendas, hipotecado el establecimiento, comido-
se lo mejor de su fortuna, ó más bien de la que sañadita dejó
su mujer, y quedado en estado precario tecleando en el ultimo
puesto de su propia Estancia, por todo alojamiento.
Cuan cierto es, que en esta tierra más cuesta conservar que
adquirir!
En parrandas y borracheras, y riñas de gallos, y también de
mujeres, se evaporó la fortuna en un santí-amen.
422 TRADICIONES
VII
Pasaron algunos años desde la tarde aquella del encuentro
con la patroncita.
Una noche había empinado el codo más de lo regular, ó con
más propiedad, con la regularidad acostumbrada.
Todo le salía mal. Al recorrer el campo encontró muerta la
mitad de la parición en las pocas finas que restaban. A la
lluvia sucedió una helada terrible, blanqueando todo el campo
y quemando la tierna gramilla. Fué al corral, y las mansas
habían sido bebidas, los terneros sueltos no dejaron gota de le-
che, y por consiguiente ni con que hacer queso, ni manteca.
Siguió al palenque, donde estaba su caballo de confianza, y
. .... desaparecido. Por San Patricio! Llueven chuzas!
Era demasiado. Fué á carnear y se encontró á pie. No ha-
llando colgado en la cocina más que un peludo, comió poco,
pero bebió mucho, á punto que en lugar de uno, tomó dos pe-
ludos.
Continuaba la lluvia y la prolongación de sobre mesa, hasta
media noche en la perniquebrada, bajo el rancho que goteaba
como afuera.
Al rededor de ella, y de la única vela de baño sobre limeta
de barro chorreando, solo estaban Willians, su padre, y su hijo.
Más agriado que lo general, su genio arisco é insoportable,
gritaba al padre por cuestión insignificante, y en el que
este tímidamente y con mil rodeos dábale á entender, podía
traerle grave mal la intemperancia, que ni él con ser viejo, y
necesitar fortificar su pobre sangre, se permitía abusar así de
la bebida.
— Basta de sermones! canejo! Me bebo lo mió, contestó alta-
nero. Ya me hé bebido la Estancia, y mientras quede la ultima
cola de vaca no acabaré.
El padre no replicó, se levantó triste y fué á acostarse.
El hijo se empinó el ultimo vaso. Luego después se levantó
también, y al tropezar sobre la cabeza de buey que le servía
de asiento cayó á lo largo, cerca del hogar apagado, pero
donde alguna brasa mal escondida bajo la blanca ceniza, llegó
á quemártelas manos.
Abuelo y nieto acudieron á levantarle. Furioso echó un ter-
no más grande que el rancho, y caliente por la caida y la re-
prensión, dijo, con voz avinada.
t>£ BUENOS AIRES 423
— cYa no aguanto más. Esto es demasiado. No puedo mante-
ner bocas inútiles. Mañana lo pondré en el palenque.
— Hijo, no me eches, dijo el anciano. Ya estoy muy viejo.
Débil y enfermo, antes de llegar al rancho más cercano, ha-
bré muerto.
— Pues á morir á otra parte, gritó con crueldad el borracho.
Ah! el campo es grande. Lo mismo se muere en cualquier par-
te. En esta todo es igual. Se nace sobre una carona, yseen-
tierra bajo el ombú. Hay espacio para todos. Aqui nadie se
muere de hambre. Dios es buen proveedor. Los pájaros que
nada siembran, recojen, y ni á los bichos de la humedad falta
alimento.
Trémulo y lacrimoso dijo el viejo: — No me arrojes de tu lado
hijo. Cuando vos erais así, chiquito, si te hubiera abandona-
do habriais muerto. Así se eslabonan los deberes de la huma-
nidad, pagas una deuda. Sed humano.
— Grandecito está el nifto para sermones. Ya estoy cansado
de reprensiones, y de que me digan borracho. Yo en mi casa
hago lo que se me dá la gana. Y lo repito, no mantengo más
bocas inútiles
«Jorge! Mañana temprano ensilla la rosilla al abuelo, y lo
pones sobre el camino. Buen viaje, y abur.
Dando traspiés encaminóse al otro cuarto, á dormir la
mona, ó el peludo, ó la tranca, no sin antes tropezar en la que
cerraba la puerta, cayendo por segunda vez, sin que nadie le
levantara.
Así pasó toda la noche. Las palabras duras endurecen los
corazones!
Un mometito después el rancho quedó á oscuras.
VIII
Llovía. En los intervalos de la tormenta, oíase al niño que
lloraba en silencio, entre las sombras de su desabrigado lecho.
El viejo temblaba en otro rincón. El padre roncaba.
Y silbador y tremendo pasaba el pampero furioso, desarrai-
gando de cuajo añosos árboles y chozas.
Noche toledana fué aquella para los atribulados habitantes
de ese desierto.
No hubo más, Patricio era de un carácter duro, é irrecon-
424 TRADICIONES
ciliable y vengativo, aunque fuera con el lucero del alba si se
negara á alumbrarle. Lo que él mandaba se hacía, costara lo
que costara.
Apenas aclaraba. Las vacas mujían en el corral, y en las
majadas triscaban los corderitos, por retozar campo afuera, al
balido de sus madres. La yegua estaba ensillada, y el nieto ayu-
dó á montar al trémulo abuelo
El niño lloroso de la noche antes, aparecía de aire resuelto y
continente severo. Acaso la crueldad del padre le contajiaba,
agotando sus sentimientos de buen corazón! Nada contamina
más prontamente que el mal ejemplo.
Dia nublado, gris barroso, seguía lloviendo.
Por el arrugado semblante del anciano, mudas lágrimas se
deslizaban. Donde voy! exclamó. Viejo, enfermo, pobre,
abandonado en el desierto. Por San Patricio! Ah! buen hijo,
quiera Dios no te encuentres en trance á este parecido. Habrá
angustia mayor! Y como contestación vino á aumentar la in-
sistencia del niño.
Pególe un rebencazo á la yegua y esta salió al paso, seguida
por su cría.
— Nó, eso nó, dijo el gauchito, atajando al potrillo. Mí
padre ha dicho que le dé la yegua, pero no éste.
— Déjamelo hijo, de qué les sirve aquí. Qué vale un po-
trillo. Se vá á morir de hambre lejos de la madre.
— Cómo ha de ser! nos moriremos todos de hambre. No
tengo orden de dar más que una yegua, decía el niño, gritando
y acercándose al cuarto donde dormía el padre, para tomar el
lazo colgado en la ventana y enlazar el potrillo.
— Déjamelo llevar, te pido por favor. Mira, á vos note sirve
de nada y á mí sí; tal vez pueda más tarde venderlo y su pro-
ducto prolongue un dia más la vida de tu pobre abuelo.
— Que nó.
— Que sí.
— Nada. Ande; mi padre no me ha dicho que le dé sino
la yegua.
— Por favor, déjame llevar el potrillo también.
— Largo.
— No, Jorge, espera.
Y en eso, medio soñoliento y vacilante apareció el padre,
cayéndosele el chiripá: — Qué es eso? Qué gritos son estos
que no me dejan dormir? Qué hay, porqué alegas con pa-
dre?
DE BUENOS Aires 425
— He cumplido sus órdenes. Mandó Ud. diera la yegua ro-
silla al abuelo, y como la cría le sigue él quiere llevarla. Dice
que la potranca huérfana vá á morirse.
— Déjasela llevar no más, para qué la quieres?
— Nó, eso si que no, (dijo el muchacho resuelto).
— Y para qué quieres un potrillo huacho.
— Para qué? Porque lo necesitaré dentro de poco para que
Ud. se vaya en él cuando tenga que echarlo por boca inútil,
como me enseña debe hacerse, y se largue en el hijo de la ye-
gua en que ha echado á abuelito. Alelados quedaron padre y
abuelo con tal salida.
Las brisas matinales refrescádole habían un poco, y como to-
cado entonces por la piedad en las palabras que aun disimu-
lando la mayor entereza el nieto no pudo tartamudear sin
lágrimas, dijo pegándose fuerte palmada en la frente: ¡Bruto
de mí! Que he mandado echar á mi padre?
Y abalanzándose al que trémulo y lloroso y tintando estaba
á caballo cerca del palenque, bajo la lluvia fría y menuda,
todavía dando traspiés, fué á bajarlo, pero el pobre viejo debi-
litado por el frió y la fíebre y las cavilaciones de toda la helada
larga noche pasada en blanco, vencido por esa ultima emo-
ción, cayó sin sentido entre el barrial, sin poder levan-
tarse.
Mojado y febriciente le llevaron cerca del hogar, prendien-
do un gran fuego, á cuyo calor ayudado con algunos tragos de
ginebra empezó reviviendo poco á poco.
La emoción se había prolongado demasiado, y al caer sin
habla no llegó á extinguirse, pero súbita paralización sobre se-
tenta años de achaques y dolamas de todo género, vino á tra-
barle la lengua.
— Qué bruto soy! repitió Willians. Dios castiga sin palo.
Verdad que bien puede repetirse en mí, ejemplo tal. Pobre
padre! Sin duda anoche he estado borracho. Pero ya no le
separaré de nosotros. Lo atenderé más. Aunque siempre
delante los ojos tenga ¡majen permanente de terrible desgracia
por mí provocada la sufriré resignado, como fijo remordimiento
de mi mal proceder.
«Pobre ó rico lo atenderé hasta su ultimo dia con cuanto ne-
cesite.
Tarde era ya la contrición y el propósito de la enmienda. Su
ultimo dia estaba allí, más cercano de lo sospechado. Acos-
tóse al siguiente, pero no se levantó el anciano.
El sufrimiento concentrado, el frío y el dolor debilitando así
su físico como su moral, doble quebranto le precipitó en la
muerte
426 TRADICIONES
X
La cena nos espera, dijo el generoso anfitrión.
— Pero son ciertos todos estos cuentos que ustedes me refie-
ren, cómo un pionner improvisa gran fortuna en el desierto, ó
fantasean como porteños? preguntaba D' Amicís á cada rato, di-
rigiéndonos al confortable comedor.
Es una historia que parece cuento,
— No, Señor, agregó un serio Ministro rubicundo, y el de más
esprit de la rueda.
Mr. Fritz el rubio suizo que llegó con la pala al hombro á la
Colonia del Baradero y antes de diez años reunía un millón de
pesos de la antigua moneda, yo lo he conocido, como todos he-
mos tratado á Mr. Lehmann uno de los primeros y más pobres
colonizadores que vino á fundar «La Esperanza», y el dia que
tuvo uñ millón de duros se suicidó, sin duda por haber perdi-
do la de ser feliz.
El dueño de este gran establecimiento que también es estan-
ciero del sur, puede contar á Ud. cómo el más rico hacendado
de aquellos pagos empezó su fortuna cual el Jorge del cuento,
sembrando arbolitos á peso cada uno.
Pero mi amigo, no son dos, diez, cincuenta, cien los ejempla-
res en esta nuestra tierra (que de nuestra va teniendo poco,)
de estrangeros laboriosos que se encuentran con gran fortuna
en un santi-amen.
Mañana al regresar por Areco, Capilla del Señor, Cañada
Honda, le contará Mr. Duggan cuántos irlandeses conoce allí no
más de sus alrededores, que vinieron, no ya con la pala al
hombro, pues ni tan ricos eran para comprarla, sinoh ipotecán-
dose á si mismo; á trabajar por un año para pagar el pasaje.
Esos pobres de la víspera son los potentados del presente.
Cómo han enriquecido y hecho prosperar con su trabajo toda
esta parte del norte de la campaña, los pastores irlande-
ses!
De sus compatriotas no digo nada, pues ya los italianos van
siendo más que los naturales, en la capital al menos, de donde
poco gustan alejarse.
Pero basta de cuentos que no lo son. Siga la Italia laboriosa
mandándonos á razón de mil hombres por dia de sus industrio-
sos- hijos, como en Diciembre de 1887, y ^tl regreso á su pa-
tria ya le mandaremos otras como esta, historia que parece
cuento.
t)E BUENOS AIRES 427
DÜLICiliS DE DN VIUi DE PLÜCEa
A mi amigo ausente Doctor S. Kier.
I
. . . . « Y esas eran las delicias de un viaje de placer. Aca-
baba con esta frace su cuento un muy mi amigo que dadas
me tiene tantas pruebas de tal, como que apenas duro trance
le amaga, que no ocurra á que le saque de apuros. Así,
nombrado me tiene padrino perpetuo de cuantos duelos pro-
vocan sus impertinencias, como de cuantos inglests le persiguen,
lo que generalmente se repite todos los sábados, y algunos dias
de entresemana.
Pero si estas miserias de la vida en que unos nacen para
cruz, y otros para cargarla, in^portan poco al lector, precaver-
le puede de iguales pellegerías, el cuento que dejáramos en el
tintero, refiriendo solo su ultima frace, y que con escasa va-
riante tanto repítese al presente como en la época tradicionada.
. . . « Pues señor, ya había viajado medio mundo, (habla
nuestro amigo), faltando poco para cruzar el otro medio, cuan-
do incitado fui á un ultimo viage de placer.
— Pero viajando siempre á vapor, apenas ligerísimamente
observaría lo de más bulto, le interrumpió otro de los circuns-
tantes.
— En tres de los cuatro elementos viajé: por el aire, la tier-
ra y el agua. Turista incansable, todos los medios de loco-
moción me eran conocidos.
428 TRADICIONES
«En América me trasporté á caballo, en muía, en carreta ó
buey, en trenvía, en la ciudad de los mismos, en balsa, y has-
ta en bolsa ó pelota (sin duda cuando más espuesto estuve á
emprender el viaje sin vuelta). En Europa, en trineo, litera,
globo, diligencia, velocípedo, y en turco-mano. En Asia, en
elefante, búfalo, camello, buque de vela y de vapor, carrículo,
carro á vela y ferro-carril; en África, en jirafa, avestruz, á pie,
las pirámides, gateando, en un tronco, bajando el Nilo, y en
burro ó beduino, que para el caso es lo mismo.
«Nada me impelía, pues á otro viaje. La salud era abundan-
te, la bolsa no tanto, que sendos buracos de anteriores incur-
siones dejáronla tecleando, y á más de esto, mis impresiones
definitivas resumiendo lo poco bueno y mUcho malo encon-
trado por toda la tierra, desazonádome habían.
«Pegada al paladar tenia aun la esquisita comida de buques
y hoteles, en todas partes igualmente mala. En mar, como en
tierra, mareábanme aquellos ramos y adornos vaciados en un
mismo molde, sobre todas las mesas, como la eterna propina en
los cuatro ángulos de la tierra, sonando con igual plañidera
cantinela.
«Sobre todo, el recuerdo del ultimo tramo de ferro-carril de
París al embarcadero, tomando el portante á casita, asentóse-
me en el estómago y la retina, que casi desanimábame por
completo.
II
((Figúrense Uds. que en el único wagón largo, á la americana,
el cual, como americano preferí, me encontré con una colección
selecta de los más variados tipos, que á Dios pido no en-
cuentren Uds. nunca jamás.
€ Sentado á mi frente, venía el viajero que lee en voz alta, y
como era el c Times» de sesenta columnas, (cLa Prensa» suele
aparecer con 1 28), recien iba por la diez y seis de la inmensa
sábana impresa, que al desplegarla, á ambos cubría, ¡Podéis su-
poneros qué perspectiva! A su lado, el mudo inglés, pero
fumador en pipa, apestando de lejos.
«La viajera convérsalo todo hacía vis á vis á Madame acciden-
tes^ no porque los padeciera, sino porque los predecía, anun-
ciando inminente catástrofe en cada trepidación.
<(E1 señor piérdelo todo preguntando al corta billetes si se ha-
bría perdido su equipaje, quien en tantas subidas y bajadas
por revisarlo, acababa perdiendo el reloj y la cartera después
t)E BUENOS AIRES 4^9
de haber hecho perder la paciencia á todos sus prójimos, aun-
que el inglés en viaje no tiene prójimos.
«Frente á Mr. papelito, quien á cada momento lo. sacaba
para apuntar lo que apuntado llevaba en su guía, conversaba
sin cesar y en voz alta con Don Hubo, politiqueando con otro
paciente señor que pruebas daba de serlo.
«Hubo de ser Presidente, y Diputado y aun Director, pues si
Thiers hizo lo que hizo, y Gambetta se sacó un ojo, y Bou-
langer echa panes, es todo por atraerlo á su política; pero él
sigue por otras corrientes, aunque la Reina de Inglaterra se
ha declarado Emperatriz de las Indias, solo por conseguir el con-
curso de él á la huella de una más franca política continental.
Pero él hubo de imponer la suya. Mr. fandango^ curro andaluz
que hace el amor á una vieja italiana con cara de macuquinos;
y el señor Agtia fiestas^ para quien siempre el tiempo vá á en-
trar en agua, entreteníase inocentemente en poner sobrenom-
bres que el niño terrible los repetía á todos, en secreto.
«A partir íbamos con tan abigarrado cargamento, cuando uno
de los creyentes, en aquello de que los últimos serán los prime-
ros, que creen en las viudas en viaje ó la bondad de las caras
bonitas que viajan solas, tropezó con un busca rincones, po-
sesionándose del mío. Ni mi mala que bastante buena almo-
hada suele ser, ni mi libro sobre el asiento dejado para contes-
tar uno de esos impertinentes adioses de ultima hora, bastante
fueron á reservar el que me reservaba.
«Al otro extremo, la casualidad reunía los extremos. Es de-
cir, al lado del sabelotodo^ según sus contestaciones, seguía el
viajero preguntón. El cuentero^ sempiterno narrador de aven-
turas, que nunca le sucedieron, muy buscado en largos viajes,
que ameniza con sus mentiras, de la familia del capitán menti-
rola, frente á la viajera gorda, y el jugador, marido de la cabe-
cita negra, asomando al primer ventanillo.
«Estos generales tipos de viaje, más veinte y cinco y un que-
mado por el sol de África, negro de ojos blancos, gangolina
tal hicieron que me quitaron por completo el deseo de viajar en
tren.
«Pero más cierto que aquello de: quien ha bebido beberá, es
lo de: quien ha viajado viajará.
« Y á disipar mis últimos escrúpulos carta me llegó á mi Es-
tancia del Sur, de un amigo desde París, invitándome á inaugu-
rar su instalación fínal allí. Al atractivo que para toda persona
de buen gusto tiene la metrópoli del mundo, á punto de que
prueba no tenerlo, quien pudiendo vivir en ella, vive en otra
parte, reuníase el mayor de la amistad en tan ñnos término^
4ÍÓ TRADICIONES
brindada, al presente que tal sentimiento moneda es desmoneti-
zada.
«La cita era para el ocho de Diciembre, Avenida Wagram,
7 á las 6 p. m. Recibida el ocho de Setiembre, tiempo había
de dar una vueltecita por el mundo, antes de cruzar las seis
mil millas de Buenos Aires á París, pues para quien ha atrave-
sado la tierra, este es breve paseito de vecindad.
«Por masque todas las precauciones fueron tomadas, Ud.
verá si los acotftecimientos me dieron razón para poner punto
final á los viajes, y no preparar otro, que el de casa al cemente-
rio, ultimo al que preparado ó nó, aun no se ha descubierto
medio de evitar.
» Tren expreso, y en él wagón reservado.
«Hielo para refrescar y calorífico para los pies, coupé-lit para
dormir, muelles asientos, portátil biblioteca, tan provista como la
despensa. En fin, las mayores comodidades imaginables, que
traducido al romance tanto quiere decir como lo más caro posi-
ble .
«Con tales incitaciones reabriéronse amortecidos apetitos en
veterano turista, y en fin, decididos, dijimos: — Vamos.
«Ah! Señor, mejor hubiera sido no lo hubiera dicho.
III
c Entro á mi wagón reservado y á poco andar se me presenta
el Guarda con que: si le permito, de una Estación ala inmediata,
aunque sea medio asiento para un su compadre, estanciero de
mi vecindad, quedado en rezago.
«Este, entre los tipos de viajeros está clasificado en la especie
de los que siempre llegan tarde y á la clase de los recomen-
dados.
«El pedido se me hacía con el lindero á la puerta. <Cómo
decirle nó? Aquí entró Cristo á padecer.
«El buen hombre este venía de la Sierra de la Tinta. Qué
hablar de la gruta maravillosa en los campos de Vela, de la ar-
cilla roja en las siete lomas del Diablo ó de Lara, y de las
tierras de engorde en los Sauces de Udaquiola, ningunas en el
mundo como ellas y de la meneadiza^ movible piedra del Tan-
dil, La Paloma, San Justo y otras yerbas.
«La conozco desde guijarro á la piedra esa, le interrumpí, pero
charló y charló tanto él por los codos, que preciso fué pedir
una botella para refrescar.
«De cerveza inglesa marca chancho iban á servirme, cuando
t)E BUENOS AIRES 43 1
alcanzando el vaso me dejaron con el brazo estirado, y el lí-
quido derramándose. El tren empezaba á andar y el mozo
demasiado listo (estaba ya pagado), no había empezado á servir.
«En fín, en la otra parada beberemos, dije á mi huésped.
Mientras nos contentaremos con hielo, ya que el gaznate está
seco.
«Llamo á mi sirviente, gallego muy bruto, pero muy honrado
jamás abortó, sino en sus tentativas de servirme bien. Y hete
aquí que el hielo salido duro y compacto perfecfamente acondi-
cionado no se conservaba ni en estado de líquido sino gaseoso
evaporando. El guarda-encomiendas, rústico, irlandés, tuvo la
precaución de estivarlo bien cerquita á la máquina como para
no enfriarse por lo que ni agua, sino vapor, humo, nada que-
daba del consabido, como de muchos grandes hombres.
«A los cargos sobre los brutos gallegos de Irlanda que hacía
mi irlandés de Galicia, disculpóse el primero señalando la ta-
pa. El letrero decía hilo (habíase corrido como guión la tinta
de la e^ El hilo no se derrite. Aprendan á escribir, rebuznó el
muy tuno.
«Para que percances semejantes al anterior no se repitieran,
desde antes de bien parar el tren, empezamos á gritar en la Es-
tación siguiente: — Agua! agual y con tan buenos pulmones la re-
clamaba mi vecino, pues la sed nos devoraba, que no en vaso,
sino en baldes, estantes y pasantes la alcanzaron, y hasta la
bomba de incendio empezó á rodar, pues creíase en caso de
combustión espontánea en fosforecente viajera de esas donce-
llas que se inflaman solas.
«Conseguimos al fín apagar la sed, perú como una vez satis-
fecha abre el apetito, pedí una pierna de pavo y cuando gozo-
so, cuchillo y tenedor en mano estiraba esta para alcanzar el
plato servido, estirada quedó, porque el tren púsose en marcha
hacia el Norte y el mozo hacia el Sur, que primo era sin duda
de aquel otro de la cerveza.
«Todos los bufets de ferro-carriles son primos hermanos en
cuanto á conservas de la misma mala familia. El pollo semi-tí-
sico no voló, pero también quedó en el tintero ó en el plato. Si
será pavo ó pavi-poyol
«Para no seguir sufriendo el suplicio de Tántalo, resolví acudir
á mis provisiones reservadas, y como por equivocación fueron
puestas en un tren de encomiendas, nos contentamos con un
patéfroid, que si de lo primero tenía poco entre gruesas cajas
de grasa, de frió tenía lo bastante para una indigestión, (olvi'
dada en el fondo de mi mala, que buena se portó en estas y
otras equivocaciones, como cuando entran en sus profundidades
cajas de conservas por de otros polvos. ,
**<
.K<*>
432 TRADICIONES
IV
€ Y seguía y s^^ía la charla interminable cual camino en car-
reta tucumanadel inagotable vecino que á todos puntos llega-
ba, menos al de su llegada.
cYa no pedía nada temiendo nada me dieran, pero como
quien bebe desbebe, (perdonando la Academia si más pulcro
verbo inventam6s por conveniencias de lectoras), á ello me
bajé y tuve que volver corriendo, logrando apenas trepar al
ultimo wagón.
Así con el pie en el estribo colgando iba cuando empezó á
llover y para no mojarme refugiéme bajo el segundo piso del
compartimiento de las ovejas. Resignado iba con tan in-
grata suerte, sin poder cambiar de posición hasta la inmediata
parada más distante que las anteriores, pues no se detenía en
dos ó tres Estaciones, cuando de las cuadrúpedas viajeras del
primer piso á caer empezó lluvia mal olorosa.
cSi desbeberían cerveza las tales ovejitas estas?
«Ya supondrán como me levantaría para r^resar á mi wa-
gón.
«Mohíno y mal acontecido, estrujado y empapado hasta los
huesos, en cuanto di con ellos en el cupé, quédeme profunda-
mente dormido.
c Y recien empezaba á descansar aunque en ajitada pesadi-
lla por las ajitaciones del viaje cuando cara infernal toda llena
de tiznes y carbonilla se me apareció.
(cMedio entre sueños creí la del mismo Lucifer, que vendría
por lo suyo, es decir, por esta alma que di al Diablo cuando
medí á los viajes y haciendo la cruz desapareció. El frió
que entraba por la portezuela de improviso abierta á todos los
vientos en la oscuridad de la noche, ese sí no desapareció de
jándome constipado para todo el viaje. Entre el humo y los
fuegos de dos trenes parados en el desierto y los silbidos atro-
nadores de ambas locomotores alcancé á distinguir un poco más
despierto, la negra cara del guarda que en mal inglés pedía por
centésima vez [boleto!
«A este culto empleado no pudo ocurrírsele más oportuno
momento para controlar boletos de un viaje que acababa al
otro dia.
> Al fín me dormí, y de tan buen tirón, que hasta bien empe-
zado el dia no desperté.
«El tren era expreso pero no por esto andaba más rápido, y
aunque en wagón reservado, no lo era á las atenciones de
DK BUENOS AIRES 433
quien gasta más para mayores comodidades, sino solo á más
continuas molestias.
«Durante el sueño había pasado por la Estación c Ferrari»
desviación á la Plata, de donde necesitaba recojer ciertos docu-
mentos. Para allí que encargara me despertaran, si nadie lo
hizo.
«Por fin queriendo ir á La Plata me trajeron á Buenos Aires, y
á ésta llegué. Pero creerán Uds. que acabaron aquí mis des-
dichas?
«Recien las delicias del viaje de placer iban á empezar, como
que esto solo era de introducción.
«Al llegar al muelle que no llega al embarcadero, ni el rio á
este, un carrero se apoderó de mi persona y otro de mi equi-
paje, y por obra y gracia de no sé quien nos encontramos se-
parados, y yo abordo del paquete inglés, cuando mi boleto era
para el francés.
«Mas, cómo habían de adivinar mis intenciones, si desde los
primeros balances empecé á echar cuanto tenía adentro, con la
misma ligereza que la ballenera recibía cuanta agua le echaba de
afuera el rio.
V
«Más borracho que una cabra, aunque en tres diasno bebía
sino agua, me arrojaron en el peor de los camarotes, bajo, es-
trecho y oliendo á brea. Sobre la cabeza el ruido infernal de
hombres, máquina y animales, bajo la cama el roce diabólico é
incesante de la corredera cadena del timón.
«Al venir el camarero á pedir el boleto, esplíquele la equivo-
cación en la que menos creyó, cuando echando mano á la bolsa
la encontré vacía por la ligereza de manos en especiales cui-
dadores de pasagero recomendado.
«Bien hubiera querido bajar á tierra, pero ya esta se había per-
dido de vista.
«Divíselas!, con entrañable contento á la mañana siguiente,
pasada la pamperada, y tan cerca que entre ella y mi buque
magestuoso y gallardamente balanceándose el paquete fran-
cés, en que debía embarcar y al que trasbordé.
«Allí volví á encontrarme con mi equipaje bien dirigido por
las claras etiquetas de Villalonga, Expreso^ pero como sobre
mí no hubiese inscripto, igual dirección espiicable confusión cau-
só el mareo.
434 TRADICIONES
«Y recontando el equipaje estaba mi gallego. — Uno — dos-
tres — somos nueve bultos, me decía, yo, mi mujer, Ud. y sus
seis baúles, ciando llegué á divisar no lejos del puente la mu-
ger que unos marineros seguían riéndose. En su rebozo se
leía á la espalda, frágil.
— ¿Qué es aquello?
— Es mi mujer, señor, pues para que no le suceda lo que al
patrón, le puse etiqueta en la espalda, y tan segura llegó. Co-
mo que soy muy observador, reparé con cuanto cuidado su-
bían abordo el cajón de ese grande espejo, en cuya espalda han
escrito frágil.
Creo ha de ser alguna otra señal que tienen para cuidar más
las cosas delicadas^ y como lo mejor que tenemos los pobres es
la muger, desde que tal etiqueta puse á la mia, siempre anda
mejor cuidada, rodeada y seguida de los compañeros de cama-
rote que me la cuidan y sonríen.
— Bien! imbécil, cuida tu frágil mujer, pero cuida también
mi bolsa, pues lo que tenía dentro ya ha desaparecido.
«Saliendo de Montevideo se redoblan los corcobos y barqui-
nazos ¡qué olas! ¡qué mareo! ¡qué delicias en viaje de placer!
«En el Plata me achuchaba el frío, y en el Brasil achichar-
raba el calor. Bajo la línea, calma chicha, y sobre todos los
mares, la mar bravia y el continuo mareo.
«La carne salada daba náuseas, y el agua desalada las au-
mentaba. Qué mal de mar, que hastío insoportable que mono-
tonía y aburrimiento sin ñn!
«Para que habré dejado las comodidades de mi casa!
«Vino á distraernos iba á decir, á variar la igualdad de repe-
tidas escenas, un rayo, cierta noche de tempestad, que volteó
el palo mayor, seguido de ventolina que llevó el timón.
«Se apagaron los fuegos, y el buque sin gobierno, hubo de
naufragar, hasta que llegó al golfo de Gascuña, puerto de mi
salvamento. Si allí no quedé pasto de los pescados fué por-
que alguno de los más audaces que de su pesca se ocupan, co-
mo á naufrago me pescaron.
«Y tan hermosa tempestad, una era de las delicias del viaje
de placer.
«Cuantas otras reservaba este viaje!
«Entrar á Europa por España, y á esta por Galicia, es doble
retroceso,
«Cuan diferente la Nación que un dia
poblara inmensa gente!
«Y los nuevos compañeros de diligencia se enojaban si al-
DE BUENOS AIRES 435
gun americano repetía distraido. Cuanda llegue á Europa. Pues
que todavía se cree el África empieza del otro lado de los Pi-
rineos?
«Encontraba todo nuestro atraso y espíritu bullanguero y re-
volucionario, sin nuestra abundancia, extensión y desprendi-
miento.
« — Será, decía, que aun no dejé el pelo de la dehesa, y no hay
dulce más dulce que el de mi tierra?
VI
«Una vez en París encontré varios de mis compatriotas, que
creían haber recorrido el mundo, cuando solo habían recorrido
los boulevares, y en ellos, sino esclusivamente, con predilección,
las horizontales.
«Se admiraban que los franceses no entendieran el criollo,
cuando aquí hasta los chiquitos piden pan en castellano, y ellos
solicitaban en los Restaurants: matambre, carbonada, mazamorra,
y trataban de ignorantes á los franceses (que todo lo saben) por
que no sabían tomar mate, repasando la bombilla muchos
labios enfermos.
«Así oí á dos sabios de aquí, de boca-calle, en la de la Florida,
allí Bóulevard de los Italianos, que platicaban de lo lindo, mur-
murando de cuanto habían, y no habían visto.
« . . .Y en Italia, decían, con ser la patria del arte, no en-
contraron un artista de nota, pues tanto ha dado artistas á todo
el mundo, que se ha quedado sin ninguno.
«Como la Inglaterra, que por ser tan grande ha extendido
tanto su poder por todas partes, que no lo tiene hoy bastante
ni para hacer entrar en vereda á los Irlandeses.
«Y la Francia, con ser la luz de la humanidad se ha quedado
á oscuras en materia de instituciones. República de nobles, ó
monarquía de republicanos. Y la Alemania, con sus montañas
de oro quedado há más pobre que la Nación que se las dio.
«Como la Rusia con su tanto poder que extiende por tres
partes de la tierra, y no alcanza ni para reprimir los nihilistas
que la devoran, predestinado su poderosísimo Emperador á
morir como su antecesor, no de mal de médicos, sino de mal de
dinamita.
«El gran Czar de todas las Rusias para atravesar de una Es-
tación á su Palacio, solo puede hacerlo como criminal, entre do-
ble ñla de bayonetas.
«En ñn, me aparté de mis paisanos, para s^uir solo mi ca-
436 TRADICIONES
mino por la tierra. Y en Paris me enfermaron, y en Londres
me estafaron, y en Ñapóles me asesinaron, que por tal tirado
quedé sobre el Chiado por el Lazaroni que de mi guía se había
disfrazado, con ninguna blanca, y tres puñaladas encima.
cHabiendo ganado una fuerte suma en la ruleta, el más hon-
rado comercio, que solo la ilustrada Europa permite entre la ñor
y nata de la más alta nobleza, un Príncipe napolitano compa-
ñero de viaje en el mismo pequeño compartimento, brindóme
con toda ñnura su pañuelo perfumado en cloroformo, que me
sospeché soliviándome en el súbito adormecimiento cuanto
había ganado.
«Y fué esta que á punto de]espíchar me tuvo, otra de las deli-
cias de un viaje de placer.
«... .Fui, estuve y vine. Concluida la comida ofrecida, retorné
con la mayor felicidad. Solo que al salir de Mont-Cenis, choca-
ron dos trenes, escapando del subterráneo medio chamuscado.
Por oir una gran artista llegué á un teatro, y vi lo que no fui á
ver, una gran quemazón.
«Reembarqué en Paquete inglés P. SN. C. y estallóla caldera.
«Por lo demás, encontré todas las ciudades en el mismo lugar
que las había dejado. Solo en América cambian de sitio como
Chicago ó Mendoza.
«Los mismos hombres, las mismas pasiones ansiando, impe-
liendo tras el vellocino de oro, igual codicia por lo ageno, mu-
jer ó dinero, la misma vaciedad y palabreo que nos invade, la
mayor versatilidad, la palabra disfrazando la verdad, el mismo
orgullo y vanidad, que todos.
«Aseguro á ustedes que después de haber recorrido toda la
tierra por conocer un poco de más cerca la armazón de esta
gran obra del Creador, antes de acabar mi viaje en el valle de
lagrimas, sin ser pariente de Diógenes, vuélvome á mi retirado
tonel, aislándome de todo el mundo, y apago mi linterna á cu-
ya luz no hé encontrado lo que buscaba.
«Dormir siempre á solas con su conciencia tranquila. Si Ud. vá
á hacer algo por que le agradezcan, boleado vá!
«Después de haber disecado la vida, descarnada de las ilusio-
nes que revolotean cual aladas mariposas brillantes al través
del prisma fascinador déla primera edad, se comprende, y obser-
vamos como muchos de los pocos sabios que en el munglo han
sido, prefirieron á todos los encantos engañadores, encerrarse
en los desiertos solitarios de la Tebaida.
«Y los referidos, fueron los menores percances, que los mayús-
culos, como lo que me robó mi encargado, y reumas y fiebres
del camino^ me los callo.
DE BUENOS AIRES
437
«Con que así, precaveos entusiastas viajeros, á la Exposición
del centenario, no vayáis á sufrir encontrón alguno, apesar de
mi advertencia, como por ejemplo: la guerra continental, única
cosa que faltó á la colección de mis delicias de un viaje de
placer.
?
[
SEGUNDA SERIE
El primer maestro de Escuela.
1605
El primer inmigrante.
La bandolita frente á San Roque.
El sereno de Antaño.
La Escuela de Don Juan Peña.
El hueco de ña Engracia.
La calle de los mendocinos.
El barbero Hermenejildo.
Don Juan de las casas blancas.
La negra de los alfajores.
Los nacimientos del barrio del alto.
Las siete maravillas modernas.
El millonario suicida, y el atorrante feliz.
Frente á la cnicecita de San Juan.
El primer olivo.
1700
Un café del siglo XVH.
El tigre Pizarro.
Los calabozos de Oruro.
1788
La casa de la Vireyna vieja.
1800
440 TRADICIONES
La más grande mujer del siglo XIX.
El Cardenal Howar y la monjita de Flores.
La carabina de Ambrosio.
El pescador de la Recoleta.
La Virgencita de la calle Santa Lucía.
Él baratillo de la rondanita.
¡Qué bu^na vista!
1805
El hombre que voló.
1807
Los dos Dioses, ó el Capitán de gallegos.
1808
Una aventura amorosa del ultimo Virey.
1809
Un fusilamiento infantil.
1811
Los dos Gervasios, (Posadas y Artigas).
Los dos frailes (Beltran y Aldao).
1816
La ultima corrida de toros.
1817
El tambor de San Martin.
La bandera argentina en el Mar Indico.
1818
El cañón de la Recoleta.
Boca negra.
El caudillo Chileno. Asalto al Salto.
1820
Ningunilla y Cuasi*cuasi, dos batallas famosas.
1861
Del Cusco á Heliopolis.
Tacuavé en Mandisoví.
El abrazo de Concordia.
Julia de Negri.
(incendiario por amor).
El caudillo Belzú.
La Virgen del Lujan.
El sueño realizado.
Un domingo en las islas.
El Valle de Santa Ana.
DE BUENOS AIRES 44 1
Un Rey Santo y un Santo labrador.
El cacique rubio.
La bella de Bella Vista.
El cacique negro.
La mesa de Pueyrredon.
El ultimo charrúa.
(en las ruinas de Cayastá).
jNo hay mal que por bien no venga!
Sal, si puedes!
Víctor Fernandez.
Perdido en media pampa.
Cuentos bajo la carpa.
La primera gota de sangre.
1810
El tambor mayor.
(Real y medio— Miñón y medio).
La revolución de la trenza.
1811
El corneta de Ayacucho.
1824
La batalla de las langostas.
(24 de Setiembre de 181 2).
El soldado Chapaco.
Cabo Cartucho.
El brigada canana.
El espadin del cadete.
1807
Grumete Manrique.
1817
El Alférez Caramañola.
Teniente Mata siete.
El Capitán Mentirola.
El Mayor de plaza. j
El Comandante Bouchardo.
1818
Coronel Papas-queman.
El ultimo granadero.
El General pierna de palo.
El primer Almirante.
(continuación del Capitán Willians).
El Himno de la patria.
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