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VALENCIA ÁRABE
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VALENCIA
ÁRABE
POR
DON ANDRÉS PILES IBARS
REGEXTR DE LA NORMAL DE MAESTROS
DE S1COOVIA,
HIJO ADOPTIVO DE CULLERA,
t PREMIADO POR LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
É INDIVIDUO
CORRESPONDIENTE DE LA MISMA.
O t-^
TOMO I
VALENCIA— 1 90 1
IMPRENTA DE MANUEL ALUFRE
Pellicers, 6.
Z?-po-<c\ 1>1
*,£
HARVARD
UNIVERSITY
U D R ARY
MAR 7 1963
'Rjservados los aeréelas de
propiedad.
DEDICATORIA
Al Illmo. Ayuntamiento' de la Ciudad de Chilera
Illmo. Sr.:
$i cuantío esa población ostentaba el título be uilla,
modesto, sí, pero Ijonroso, llenábame be noble orgullo el ser
¡jijo suyo por abopción, ¿cuánto majo* no Ije be sentirle aljo-
ra, cuanbo el mérito be su gloriosa Ijistoria le Ija babo títulos
sobrabos para ser eleuaba á la categoría be ciubab? fíicn
quisiera ser bigno bel alto cuanto inmerecibo Ijonor con que
me fauoreció la bonbab be esa ilustre Corporación; mas ya
que con el talento no lo pueba conseguir, no bejarc be inten-
tarlo al menos con la noluntab. ^cepta, filmo, ayuntamien-
to, representación la más genuína be esa mi amaba patria
aboptiua, este pobre obsequio que en su altar beposita el más
Ijumilbc be sus Ijijos.
fcgouia, 12 be flayo be 1901.
PRÓLOGO
No doy á este libro el título de Historia , porque más bien le cuadra
el de Apuntes ó Notas; pero no me atrevo á llamarle asi, por temor á
que este proceder se atribuya, no á la convicción que abrigo del escaso
mérito que encierra, sí á modestia afectada, siempre más odiosa que el
propio orgullo: corra, pues, con el que impensadamente, y porque
alguno tuviera, le puse de Valencia Árabe, por indeñnido y vago que
resulte.
Bien revela esta indicación que aquí no ha de buscarse un trabajo
que responda con fidelidad al significado de la palabra Historia tomada
en su acepción más genuína: no un cúmulo de noticias depuradas en
grado tal que adquieran la categoría de axiomas; no entre ellas la traba-
zón y enlace tan ajustados que á la vista se ofrezca, cual todo, sin solu-
ción de continuidad el conjunto-, no la manifiesta relación entre los
hechos y sus causas; no el exacto desarrollo del plan divino en su apli-
cación al género humano.
Ello reclama que al hombre se le observe en todas las manifestacio-
nes de su actividad; que no sea tan sólo objeto de estudio el curso de los
acontecimientos políticos, si bien es innegable que, de ordinario,
constituyen ellos la resultante de todas aquellas manifestaciones: la
religión, leyes y costumbres, las ciencias, letras y artes, la agricultura,
industria y comercio..., todo esto, y aun algo más de orden secundario,
ha de abarcar un libro de Historia, para que merezca este nombre;
porque sólo así se descubren las causas donde en realidad existen, pues
todas las facultades, cuál más, cuál menos, influyen en la marcha de los
pueblos, como es la resultante el efecto común, la suma de todas las
faerzas concurrentes; sólo así se comprende si el hombre cumple una
ley, de que mal puede estar exento, cuando 'hasta en la mera materia
— VIII —
nada hay que se sustraiga á una regla; sólo asi se explica por qué á la
observancia de esa ley está vinculada la prosperidad de nuestra especie y
por qué es secuela indefectible de su transgresión la inestabilidad en la
vía del progreso, á semejanza del cuerpo en que la vertical que pasa por
su centro de graveded cae fuera de la base que le sustenta.
Sólo ajustada la Historia al concepto acabado de exponer es útil, y
llena, además, todas nuestras aspiraciones: para el que busca en ella
esparcimiento y grato solaz, ofrece escenas más interesantes y cuadros
no menos animados que la misma novela; tiene para el hombre pensador,
el mérito de mostrarle el origen y punto inicial de los sucesos; es para
quien ama la educación moral, limpísimo espejo en que la humanidad se
refleja con el atractivo de la virtud ó con ia repulsión del vicio; para
el hombre que tiene conciencia de que lo es, para el hombre religioso,
Dios se le muestra guiando la humanidad á su destino á través de gene-
raciones no siempre dóciles á su voluntad, como pilotó hábil que aun
en medio de las encrespadas olas de un mar embravecido conduce la nave
al puerto.
Mis aspiraciones, en harmonía con las aptitudes y fuerzas que poseo,
son bastante más humildes: ya que nuestros arabistas de profesión, que
muy competentes los hay valencianos, desdeñan, según parece, en-
garzar preciosas noticias que escaparon á la diligencia de nuestros
cronistas, interesantes relatos que ulteriores descubrimientos han puesto
de manifiesto, valiosos materiales que en gran copia se han aportado al
pie de un monumento aún por levantar, yo, simple obrero, animado de
un buen celo, en alas del afán por depositar mi pobre óbolo en el altar
de la Patria, intento narrar, con llaneza y sin atavíos, en orden crono-
lógico y á modo de escuetos anales, del más hermoso periodo de
nuestra historia, de un pueblo que ya no es y habitó en nuestros
hogares, aquellos episodios cuyo conocimiento deparóme la suerte, ó
que á costa de algunos desvelos, no pocos afanes y penosos esfuerzos
he adquirido. ¡Ojalá que lo imperfecto de esta labor despierte dormidas
energías! ¡Quién sabe si para gloria de Valencia y esplendor de España
habré contribuido con este ensayo á que en no lejano día asome quien,
poseyendo las dotes necesarias, consigne cual cumple en los anales de
la Historia los fastos de nuestra incomparable región!
Por más que, midiendo la desproporción entre el verdadero objeto de
— IX —
la Historia y mi insuficiencia para poderle alcanzar, jamas tuve tal
pretensión, no, por ello, he dejado de inspirarme en tan alto ideal,
anoque descontado tenia que los resaltados, aun vaciado el trabajo en
más estrecho molde, habían de ser quedarme á la honesta distancia que
media entre el modelo acabado y su copia más imperfecta.
Asi, por lo que dice relación al esclarecimiento de las noticias, á la
apreciación de calidad en los materiales, los he sometido siempre que
ha sido posible (y en muchas ocasiones lo ha sido) á la por todos reco-
nocida como mejor prueba, á la piedra de toque de versiones tan dife-
rentes cual son el testimonio árabe y el cristiano, no, por cierto, muy
distanciados en lo que atañe al fondo, en lo que afecta á lo intimo y
esencial.
Tanta importancia concedo á esta especie de contraste, y muchos
convendrán conmigo en que la tiene muy grande, que tal vez se llegue
á juzgar que incurro en nimiedad: porque, no satisfecho con dar á co-
nocer el espíritu, digámoslo asi, del texto original, desconfiando de mi
mismo, para evitar que de mis labios salgan, involuntariamente, desfi-
gurados los hechos, transcribo, -de autores árabes, extensos párrafos,
vertidos, como es consiguiente, al habla castellana, por quienes entre
nosotros gozan de alta y merecida reputación de expertos en labor tan
difícil; y de los cronistas nuestros, sendos trozos latinos, al pie de las
páginas, á guisa de notas. No es de esperar haya quien malicie no ser
esto algo más que uno de tantos recursos para llenar algunos pliegos.
Desde los mal compaginados fragmentos que, por fortuna, se con-
servan de Isidoro de Beja, del tiempo de la invasión sarracena, hasta el
último codicilo de Jaime el Conquistador, es decir, en el transcurso de
cinco siglos y medio, rara vez se verá interrumpida la versión latina; y
á la par con ella marcha el testimonio árabe, que comienza con el
Ajbar Machmuá, manuscrito, según se cree, el más antiguo de la histo-
ria de nuestros muslimes, y acaba en los muy preciosos datos de Aben
al Abbar, testigo de mayor excepción, por haber asistido al término de
la dominación agarena en Valencia.
Entre los varios autores á quienes cito, es digno de especial men-
ción el de la Historia de Denia; de El Archivo, revista de ciencias histó-
ricas cuya importancia nunca se encarecerá bastante; de los Monumentos
históricos de Valencia y su Reino, en que hasta hoy se han publicado las
♦*
— X —
coa justicia encomiadas Antigüedades de Falencia del P. Teixidor, y,
por último, de la Historia de Gandía, próxima á darse á la estampa, ó
ya en prensa, según ésta anuncia.
El ilnstre é ilustrado canónigo de la Basílica Metropolitana de Va-
lencia, cronista de Alicante y académico de la Real de la Historia, el
doctor D. Roque Chabás y Llóreos, que es el autor en cuestión, ha
puesto en claro, con la maestría que le distingue, las más intrincadas y
arduas cuestiones de nuestra historia. Ha desvanecido, por de pronto ,
el error que sobre una soñada cultura mahometana se padecía, preocu-
pación nacida, más bien que al calor de la ignorancia, casi siempre dis-
culpable, del ostensible y marcado empeño en algunos por mermar al
Catolicismo, principio civilizador por excelencia, su innegable superiori-
dad sobre todo otro principio; firme, sin embargo, en su propósito de no
rebasar la linea del justo medio, no vacila en arrostrar las iras de quie-
nes, animados de un celo indiscreto, de resultados contraproducentes,
como ya demostró el erudito Feijóo, cuya pura ortodoxia nadie pondrá
en duda, desconsiderados con quien ha consagrado su vida entera á
expurgar de lunares que no embellecen, nuestras glorias patrias, se em-
peñan en arrimar á una obra imperecedera de suyo, carcomidos punta-
les, temiendo una ruina que no ha de sobrevenir, de lo cual es augurio
infalible la lógica abrumadora de los siglos.
Otro de los trabajos del sabio canónigo que nunca se tendrán en la
debida estima, es su acabado estudio sobre los muzárabes valencianos.
Sin negar en absoluto que los muslimes invasores fuesen tan cerriles y
lanudos como sus antepasados del desierto, según ha dicho con frase
feliz un autor musulmán, ni que las posteriores avenidas de almorávides
y almohades dejaran de ser tan bárbaras como hoy lo son los mahome-
tanos de allende el mar, prueba con documentos fehacientes y con ar-
gumentos irrecusables, que en nuestro suelo hubo cristianos, no sólo
hasta bien entrada la dominación sarracena, sino hasta en vísperas de la
misma reconquista.
Ha corregido inseguras pinceladas en cuadros hábilmente pintados,
y ha conseguido, con imperceptibles retoques y de no-nada, al parecer,
acentuar el claro-oscuro de la acertada combinación de luz y sombra,
hacer más salientes las figuras, que resultaran visibles como en justicia
les correspondía: un £eid, v. g., estimado antes por cristiano incierto,
— XI —
que luego resalta católico efectivo y real, convencido, y, como tal, fer-
voroso; una doña Teresa Gil de Vid aura, valga también por ejemplo,
que, de manceba primero del Conquistador, según la fantasearon, en-
tiéndase bien, románticos novelistas y trovadores, qae hasta pudieron
invocar en so apoyo producciones cuyo argumento no es la verdad
relativa, aparece ahora que, con arreglo á la legislación entonces en
vigor, fué tan mujer legitima de don Jaime, cuanto pudieron serlo sus
dos primeras esposas, doña Leonor de Castilla y doña Violante de
Hungría, y tan monja ella, abadesa ó no abadesa, como fraile su último
marido.
Seria interminable si á consignar fuera muchos y muchos otros títu-
los que al Sr. Chabás le asisten para la admiración y reconocimiento de
muchos, pero con especialidad, de los buenos valencianos. Diré, por
conclusión, que tampoco ha dejado de poner mano en la difícil tarea
de dar fijeza cronológica á los interesantes episodios de que es prota-
gonista é historiador el rey D. Jaime, episodios narrados, es cierto,
con una sencillez é ingenuidad que encantan, pero con tanto desorden
y abandono en cuanto á la expresión de tiempo, que era obra de roma-
nos acomodarlos á las épocas en que se realizaron. Esa labor, iniciada
con bríos por Diago, no descuidada por el P. Teixidor, proseguida por
Tourtoulón, extranjero admirador de nuestras glorias, ha tenido, si no
su perfeccionamiento acabado, un gran paso de avance con el empuje
que le ha dado el docto canónigo. En medio de las dudas á que se pres-
tan los diversos cómputos seguidos en los siglos medios, en lo cual,
justo es confesarlo, fueron más afortunados nuestros muslimes; tan
desvanecidas están, que si alguna sombra queda, en retirada, es sólo en
el período comprendido entre la Natividad y la Encarnación del Señor,
última é infranqueable guarida en que se ha metido un enemigo á quien
por todos lados se le acosa.
Causará extrañeza á muchos, que, siendo tan general el descrédito
en que va envuelto el nombre de Conde, cuando los más se guardan
de mentarle en su apoyo, sean tantas las citas que de él hago. Nótese,
lin embargo, el buen cuidado que tengo en no dejarle solo; pues á
manera de centinela de vista casi siempre le acompaña algún otro autor
que inspira confianza. Son frecuentes los pasajes cuya certeza queda
testimoniada á la vez por Conde y por el más implacable de sus detrac-
— XII —
tores, el holandés Dozy. Ya caerá el lector en la cuenta de que si, en
tales casos, Conde yerra, podrá decirse de su compañero aquello del
ciego que se deja guiar de otro ciego. Pero ya se van convenciendo
muchos de que no es tan fiero el león como Dozy le pinta, de que
muchos de los errores que en Conde se descubren, los compartieron con
él, ó los originales que tuvo á la vista, ó las deficiencias que van anejas á
toda obra que, muerto el autor, se publica por vez primera. Después de
todo: ¿quién tiene, aun en lo humano, la dote de infalibilidad? ¿No
obligó Simonet á Dozy á que rectificase conceptos equivocados?
Casiri, Conde, Chabás, Chabret, Dozy, Fernández y González,
Malo de Molina, Moreno Nieto y, por modo principal, el malogrado
Pons, me han suministrado materiales para dar á este libro carácter dis-
tinto del que suelen tener las obras de su clase. Y4 no son los guerre-
ros tan sólo quienes absorben la atención del lector; largas listas de
literatos, geógrafos, historiadores, médicos y naturalistas, harán menos
dolorosa la lectura de nuestros fastos. Hora es ya de que se estudien,
por igual cuando menos, las conquistas del corazóay del entendimiento,
más eficaces y menos sensibles que las de las armas.
Á fuer de agradecido, debo consignar en este lugar, que me ha
parecido el más oportuno, mi reconocimiento al sabio cuanto bonda-
doso catedrático de Árabe en la Universidad Centra], D. Francisco
Codera, quien, defiriendo gustoso á ruegos, que también agradezco, de
D. Pedro Roca, ha puesto á mi disposición el libro inédito del mencio-
nado Pons sobre médicos y naturalistas. Tenía razón el Sr. Codera al
anunciarme que no serían muchos los datos del citado libro que para
éste podría utilizar. No pasan, con efecto, de veinte las biografías de
que he tomado apuntes; pero ese mismo silencio es para mí tan elo-
cuente y significativo como si hubieran sido copiosos los datos reco-
gidos. Hay que renunciar una vez más, en presencia de la realidad, á
la seductora imagen de un soñado progreso, de una instrucción que no
hubo, de una civilización imaginaria. Fuera del Cristianismo, ó no hubo
adelantos, ó si los hubo permanecen estacionarios como las aguas que
dejó estancadas fuera del cauce un río salido de madre.
La epigrafía, que tanta utilidad presta á la Historia tratándose de
períodos como el romano, es de escaso ó ningún provecho en el caso
presente. Más cuidadoso de los intereses eternos que de los temporales
— XIII — ,
el pueblo musulmán, mejor dicho, desentendiéndose casi en absoluto
de las cosas terrenas, apenas habria dejado huella de su paso por
nuestro suelo, si no fuese por los abundantes nombres geográficos de
raíz arábiga que aún se conservan y por lo mucho que dejaron escrito
sus sabios. De inscripciones suyas apenas llegan á media docena las
conocidas en nuestro reino: en Valencia, Manises, despoblado de Xara
(ermita de Santa Ana, junto á Simat de Valldigna), Denia, partida de
Benimasot (distrito de Cocentaina) y Elche (i). Si en alguna de ellas
asoma fecha, ó es de ningún valor, ó es de tiempo de moriscos: así
que de ninguna utilidad, ó poco menos, son á la Historia las sentencias
tomadas del Corán que contienen. Mucho habrá contribuido á que des-
apareciesen algunas la natural inquina de los cristianos; pero cabe atri-
buir la parte principal al escaso ó ningún interés que los propios mus-
limes tuvieron por que su memoria se transmitiese por ese medio á la
posteridad: pruébalo el que utilizaron para ello el barro corrido, no la
piedra natura], como los romanos.
Esto no obstante^ aun es tan considerable el número de fechas que
aqui van apuntadas, que resulta bien reducido el de los años que dejan
de consignarse, circunstancia ésta, dicho sea de paso, por la cual el
nombre de Anales, si se hubiera aplicado á este libro, estaría tan justi-
ficado como tratándose de obras que con dicho titulo son conocidas.
Ahora bien: como las fechas vienen á constituir otros tantos centros en
derredor de los cuales giran los acontecimientos, el intervalo de fecha
á fecha supone, en orden á la relación entre los sucesos, una distancia
fácil de franquear á la razón, sin necesidad de que la imaginación supla,
con sus fantásticas creaciones, huecos y vacíos, ó faltos de realidad, ó
apenas perceptibles.
Por manera que, superponiendo esa serie de acontecimientos, cuyo
principio se descubre, cuyo término es conocido y cuyos puntos inter-
medios se ven, con la recta que figura el progreso, linea cuyos extre-
mos asoman, el inicial, en la cuna de nuestra especie, en el acreced
y multiplicaos», y el que marca el remate, en el ased perfectos como
mi Padre, que está en los Cieloso, si aquella serie coincide con dicha
recta, que la razón vislumbra y la revelación proclama, que comenzó
(i) El archivo, I.ajc,; V, 306; III, 293; 11, 23; I1J, 42 y IV, 1x8.
— XIV —
en el Paraíso y acabará en el Cielo, habrá progreso en la dominación
agarena; mas, si de esa linea se aparta, la obra musulmana será en si
factor negativo, por más que, negativo y todo, multiplicado por otro,
no suyo, que también sea negativo, producirá una cantidad positiva, dis-
tinta, bien se comprende, del Islamismo: que la ley de economía, que
preside á las fuerzas físicas, no puede menos que regir á otras energías,
que ni están faltas de realidad, ni ceden, por cierto, en importancia al
mundo de la materia.
Las consideraciones expuestas bastarán á que se comprenda que hay
aquí un problema, que yo planteo, mas no resuelvo, que siento las pre-
misas de un silogismo, pero que no deduzco la consecuencia. Y si á
veces algún tanto declaro cuál es mi criterio, es con el fin de contrarres-
tar opiniones que estimo aventuradas en razón de su poco ó ningún
fundamento, con el de neutralizar argucias hijas del apasionamiento,
no argumentos que descansan en base firme.
La dominación sarracena ¿fué una necesidad? ¿contribuyó al pro-
greso de nuestro país? ¿fué instrumento de cor/ección á un pueblo
decadente que quedó regenerado para la obra de la civilización?
Y cierro estos preliminares, tan imprescindibles como enojosos,
recordando lo que al comenzarlos dije. La empresa, aun reducida á su
expresión más modesta, supera al alcance de mis facultades. Suplico,
pues, benevolencia al lector, siquiera sea en gracia á los buenos propó-
sitos que me animaron al acometerla, al deseo de hacer algo en obse-
quio al hermoso suelo en que nací, comarca privilegiada de España,
la Patria amada.
SI. 0tí* JtÓKf
Segovia, 12 mayo de 1901.
ALENCIA ÁRABE
Tarimera parte
3noasióit hasta la § ¡solución &tl jalifato
(7l:i-103S.
CAPITULO I
Invasión
na
el libra de Utit LimiaxM, le H.'Mt.M d, W,mi.,,,
il C^m 0KWI
DMCHb de le protincít Gallego Seimiia. íijaif..
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llien.— Le Aribi»; Muuiu: propagas ion del Jila mi
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Airé Zon: Tu» ••■ ZneD.~TiaK.miD: iu UtlU
I.J, fílsK !»(■
ir escasos. é inseguros que sean lo'idíitn1, rjn
arrojan la hoja del códice ovetense que c/.¡'
te en el Escorial, escrita en el año 7fío, <:/
10, al parecer, de las di vi .¡orí':'; li'-'-li-r. j/
hrí (747-756) \0\:r^('¡yy}^t)'.\i I lamí'!
Wamba (672-^0), *lj\\':rA'A fny/i.' ■*-"<
del libro dé lia::', Ltrr.lv.r.:t (y/>-\7>,
— 2 —
y el XVI concilio de Toledo, celebrado el año 693;
ellos constituyen el único guia para orientarnos en el
conocimiento de la geografía de nuestra región durante
el periodo de la invasión sarracena.
La analogía entre el libro de Idacio y la división
de Yúsuf salta á la vista con sólo confrontar la última,
que exponemos en el texto, con el primero, que puede
verse al pie de la página (1). Copiamos, como es na-
tural, la parte que nos interesa, como propia de nues-
tra región. Principales ciudades de la segunda provin-
cia, Tolaitola, llamada antes de Cartagena: Tolaitola,
Úbeda, Bayeza, Mentiza, Wadiacix, Basta, Murcia, Bo-
castra, Muía, Lorca, Auriola, Elixe, Xátiba, Denia, Lu-
cante, Cartagena, Valentía, Valeria (cerca de Cuenca),
Segovia, Segobrica, Ercabica (Arcos, junto á Medina-
celi), Wadilhijara, Secunda (Sigüenza), Ocxima (Os-
ma), Colounia, Cauca (Coca, en Segovia) y Balan-
cia (2).
Daremos ahora á conocer la «Hitación de Wamba».
Para mejor acomodar estos datos á los sucesos que á
comienzos del siglo VIII se desarrollan en el oriente
de España, presentaremos en dos grupos las diócesis
enclavadas en drcha región: en la parte meridional
aparecen Elche y Bigastro; y en el resto, Játiba, De^-
hiá, Valencia, Valeria, Segorbe y Tortosa. Ésta, cóm-
prendida en la Tarraconense, provincia cuya deño-
(1) Nomina ciuilaium Ispanie sedes episcopolium, In provincia cartaginieniis
spartarie: Toleto: oveto: biuata: mentesa: acci: bastí: urci: begastra: üiord:
ilici: sctabi: dianio: ualeniia: ualeria: segobia: segobriga: arcabica: compluto:
segontia: oxuma: palencia. (£1 Archivo, IV, 105).
(2) Conde. Hist, de la D#n. de los Árabes en España, I, 37.
minación se trocó luego en la de Sarkosta (Zara-
goza).
Bigastro se dilataba desde Pugilla (Pozo-rubio,
norte de Albacete), hasta Losóla (quizá Torrevieja); y
desde Serta (castillo de Selda, confín de la provincia ,
de Murcia con las de Almería y Granada), hasta Lum-
Ja (Hondón de los Frailes y Estrecho de las Ventanas,
nordeste de Abanilla). Elche se extendía desde Oróla
(Orihuela), hasta Usto (Agost, al este deMonóvar); y .
desde Beta (Pétrola), hasta Lumba.
Denia limitaba con Sosona (Jijona) y Ninita (Sie-
rra Aítana, entre Sella y Confrides); y con Silva (la
Selva) y Gili (Torre Aguiló, al este de Villajoyosa).-r
Játiba tenia por confines: Usto y Moleta (El Molatón"
noroeste de Almansa y nordeste de Higqeruelas); To-m
pía (Cogullada, cerca de Carcajente) y Ninita (i)..
Para Valencia estaban: Silva (Chelva) y Murvetum
(Sagunto); el mar y Alpont (Alpuente). Parax Valeria:
Alpont y Tarahuela (¿Teruel?) (2). Para Segorbe: Modo
(Moya) y Tarahuela; Toga (junto á. Espadilla) y Briga
(Sinarcas). Y para Tortosa: Portella, Denia (?), Tor-,
moga y Caiena (3).
Bien se descubre que las más de tales adscripcio-. %
nes no tienen otro fundamento que razones de seme-
janza en los sonidos, no despreciando, como es lógi-
co, la situación de los lugares cuyos nombres nuevos
responden á los antiguos. Al parecer, la línea divisoria
tre ambas secciones, coincide con la que puso tér-
^1) El Archivo, IV, 105 y 106.
2) Escolano, II, 5.
j) Flórez, España Sagrada, VII, 58 y 210; VIII, 172
— 4 —
mino á la contienda entre Jaime I y Alfonso X. Abde-
láziz, hijo de Muza, no pasa más al norte de Orihue—
la; de los dominios de Teodomiro era Alicante, y á
esta amelia (jurisdicción ó provincia) pertenecía Ca-
llosa de Ensarriá. Tárik, en su marcha de norte á sur,
se detiene en Denia. Entre Denia y Callosa estaba
también el limite de las conquistas de Aragón y
Castilla.
Algunos puntos más señala uno de nuestros ve^-
nerandos fueros: «desde Fuente la Higuera á Burria-
harón; desde allí, á Almizra y -at puerto de Biar, qu§
parte término con Villena; desde allí, hasta la Muela
y hasta el mar, que parte con Busot y con Aguas»*
En la limitación que del reino de Valencia se hizo por
los años 1565 á 1572, quedan aclarados algunos pun-
tos de la anterior demarcación: desde Garamoxent,
castillo muy enriscado puesto á una legua larga al
oeste de Mójente, hasta el puerto; desde el puerto
hasta Almansa; desde Fuente la Higuera hasta la sie-
rra de Borea-harón, comprendida entre el repetido
puerto y la Fuente; Almizra debe ser un cabo de la
sierra en cuyo otro extremo está Villena; desde el
puerto de Biar, por la sierra del mismo nombre, hasta
h del Cid, al este de Elda, y desde la punta Raneza,
cuatro leguas al oeste del mar, hasta la desembocadura
del riachuelo que baja de Aigües. Tenía la dicha línea
sobre 15 leguas (1).
Fuerza es contentarnos con demarcación tan inse-
gura, de igual modo que dejamos de empeñarnos en
(1) ElArch., IV, 374 y 375.
precisar la linea que limita el alcance de nuestra vista
al extenderla por espacioso horizonte.
La «Hitación», obra, al parecer, del siglo XII, nos
da, cuando menos, los nombres de las diócesis cuyos
prelados concurrieron al concilio de Toledo celebrado
el ano 693: algún fondo, pues, de verdad encierra; y
esos mismos nombres se repiten en la primera divi-
sión que de nuestra península hicieron los árabes. Al
concilio XVI acudieron: Eppa, ú Opas, de Elche; Mar-
ciano, de Denia; Isidoro II, de Játiba; Gaudencio, de
Valeria» Witisclo, de Valencia, y Anterio, de Segorbe (1).
Descrito, siquiera sea co.n lineas poco salientes, el
teatro de acción de los sucesos que pronto vamos
relatar, expondremos, aunque sea también á la ligera,
algunas generalidades acerca del estado político y so-
cial que precedió, si no fué causa de la tremenda jor-
nada en que sucumbió la España cristiana.
Nunca la integridad de territorio en una nación, y
hasta su misma independencia, corren más grave peli*
gro, que cuando en ella se agita la discordia civil. Va-
rios motivos puede haber para producirla, pero ningu*
no tan ordinario como la ambición de mando, máxime
cuando con ella se aspira á la más encumbrada magis-
tratura. Influye no poco en ese desequilibrio el siste-
ma de gobierno por que el pais se rige.
Las monarquías, con sus reyes, y con sus presi-
dentes las repúblicas, casi todas fueron, en un princi-
'd, electivas; más tarde acabaron, con especialidad
quéllas, por ser hereditarias. Ello es muy lógico, pues
i) Flórez, España Sagrada, loe. cit.
— 6 -r
que, en teoría, nada hay tan puesto en razón conjo la
elección del más digno, para el mando supremo; la
experiencia, con sus lecciones, no menos duras que
elocuentes, ha obligado á restringir cada vez más el
alcance de aquella bellísima utopia. No poco ha con-
tribuido á tal metamorfosis, justo es confesarlo, el
egoísmo de los reyes en transmitir como patrimonio
de familia intereses generales que tienen bien distinto
carácter. También este abuso tiene en su abono argu-
mentos no despreciables.
De los funestos males de la elección estuvo en
todo tiempo tocada la monarquía visigoda; y á la
postre dieron al traste con ella, sometiendo á dura
prueba de ocho. siglos la virtualidad de esta nación,
nunca feliz, grande siempre. Dos bandos se disputan
el trono; apartada de él la parcialidad vencida, no re-
para en buscar aliados, asi fueran éstos los más temi-
bles, para de nuevo escalar el puesto-de que se la des-
poseyera: el interés personal se antepone á los de
religión y patria; y si el principio cristiano, y civilizador
por esencia, no sucumbe, es porque la verdad no pe-
rece; y si el sentimiento nacional surge con mayores,
bríos, es porque lucha á la sombra de la Cruz.
Después de un reinado de quince años, murió Wi-
tiza en el invierno de los años 708 y 709. Como Égi-
ca asoció á Witiza en el mando, Suintila á Racimiro,
Sisebuto á Recáredo II, Leovigildo á Hermenegildo y
Recaredo I, y Liuva I á Leovigildo; Witiza había con-
fiado á su hijo predilecto Achila el gobierno de las
provincias Narbonense y Tarraconense, si bien bajo
el cuidado de un procer, llamado Rechesindo, do-
tado de gran prudencia y versado en los negocios
públicos, y hermano, tal vez, de Witiza.
A la muerte de éste, en pacífica posesión del tro-
no, quedó por sucesor Achila, niño aún, que en fe-
brero de 709 comenzó por acuñar moneda en Tarra-
gona y Narbona. Tutor del niño-rey lo fué Rechesindo.
Unidos á éste quedaron: la reina viuda; otros dos hi-
jos, Olmundo y Artavasdes; un hermano del monarca
difunto, don Opas, arzobispo de Sevilla, y otro perso-
naje, Sisberto, si no hermano, muy afecto á la familia
del rey muerto.
Como desde Wamba había, de hecho, no de dere-
cho, sustituido, en virtud de la asociación del sucesor
al mando, la monarquía hereditaria á la electiva, este
falseamiento del principio de sucesión arrancó-mani-
festaciones de protesta á muchos magnates, amigos
de restaurar, decían, las leyes y costumbres antiguas.
Los derechos de .Achila fueron defendidos valerosa-
mente por Rechesindo. Año y medio gastaron en es-
téril lucha los del bando contrario al monarca entro-
. nizado; y, al cabo, en una -gran reunión, convocada al
efecto, salió proclamado rey el famoso don Rodrigo,
hombre muy versado en . las "cosas de la paz y de la
guerra* y que tenía á la sazón el mando de la Bética:
«hombre resuelto y animoso, que no era dé estirpe
real, sino caudillo y caballero» (1).
La proclamación de Rodrigo se hizo hacia el ve-
rano de 710. Poco anteSj la reina viuda, con sus dos
jos, expulsados de Toledo, se había refugiado -en
1; Ajbar Maehmud, fol. 52.
— 8 —
Galicia. En un encuentro habido entre Rechesindo y
Rodrigo, con quien estaban los más diestros hombres
de armas, fué aquél vencido y muerto. La familia de
Witiza tuvo que huir al África, y su patrimonio fué
aplicado al fisco. Entonces, según el autor de quien
tomamos estas noticias (i), comienza la fama de Wi-
tiza á convertirse de gloriosa en infame, en contempo-
rizador él con licencias en el clero y amigo de judíos.
Si había ó no corrupción en el clero, dícen-
lo el único escritor contemporáneo con aquellos ca-
lamitosos sucesos, y los hechos, confirmados, de
un don Opas y de otros prelados, que, á true-
que de conservar la temporalidad de sus dignidades,
no vacilaron en condenar como imprudentes á már-
tires hoy venerados en los altares: y cuando el
mal afecta á la cabeza, los otros miembros no suelen
estar exentos de dolencia. «En el año 711, el sexto
del califa Walid, escribe El Pacense, el obispo metro-
politano Sinderedo no estimula con el celo de la san-
tidad á los ancianos y venerables sacerdotes á quienes
encuentra en la diócesis puesta bajo su gobierno; sino
que, impulsado por Witiza, no cesó, durante el reina-
do de éste, de causarles continuas vejaciones. Poco
después, temeroso de la invasión de los árabes, apar-
tándose del ejemplo de sus mayores, obrando, no como
pastor, sino cual mercenario, abandona las ovejas de
Cristo y se traslada á Roma» (2). Ocupaba la cátedra
de San Pedro el siró Constantino, cuya exaltación fué
(1) Saavedra (D. Eduardo). Estudio sobre la Invasión de los Árabes en Espa-
ña y II, p. 24-37.
(2) Isidoro )de Vieja, 35 .
— 9 —
el 25 marzo de 708, y murió en 9 abril de 715. Sin-
deredo, Opas, Hostigesio y algunos otros, como que
debían sus prosperidades á la perniciosa ingerencia del
poder secular en los asuntos privativos de la Iglesia,
cuidaron más bien de favorecer los intereses políticos
de sus protectores, que de los eternos. Fueron: ó pas-
tores que abandonaban cobardes la grey cuando el
lobo saltaba en el apriscó, ó miserables que luchaban
contra el lábaro santo de la Cruz y en defensa de Ma-
Jioma, ó infames que excomulgaban á quienes confe-
saban á Cristo derramando generosos su sangre. Pre-
lados de tal Índole ¿cómo no serian capaces de
transigir con licencias en el clero que fuese de su
parcialidad?
Hecho repelidas veces mencionado por los cro-
nistas árabes es la connivencia de los judios españoles
<:on los invasores de la Península. Varias fueron las
ciudades cuya custodia, después de conquistadas por
los mahometanos, fué confiada á los israelitas. Pudo
Witiza no ser amigo de los israelitas; pero de la amis-
tad entre la familia del penúltimo rey godo y los ami-
bos de los judios, hay pruebas demasiado concluyentes
para que deje de admitirse por hecho el más evi-
dente. La representación del pueblo deicida en España
atesoraba en el pecho grandes odios que vengar, y di-
fícil era que la víbora dejase de inocular letal ponzoña
*n el momento en que se le ofreciera ocasión pro-
veía.
Hubo, por último, en los visigodos una falta im-
>lítica en alto grado: transcurrió siglo tras siglo sin
ue se produjera la fusión entre las gentes que pobla-
— 10 —
ban la Península. La separación entre dominadores y
dominados, entre godos é hispano-romanos, subsistió
hasta la desaparición de don Rodrigo. En la venida de
los árabes, no vieron los españoles sino el cambio de
señor. Luego abundan ya los apellidos españoles ara-
bizados. Harto divididas estaban las gentes de este
reino para que su conservación se prolongara mucho
tiempo.
¿Qué faltaba, pues, á este carcomido árbol para que
se viniera al suelo? Que dé cualquier lado soj>lase
viento algo impetuoso. El vendabal del Islamismo
arreciaba del otro lado del Estrecho y amenazaba des-
encadenarse sobre la mísera é infortunada España. La
traición facilitó el paso. «Contra Agila llamó Atana-
gildo a los imperiales, á costa de dejarles entre las
manos buena parte del territorio; contra Suintila trajo
Siseriando á los francos aprecio de oro; desventura-
damente ensayó Paulo igual recurso contra Wamba; y
como Justiniano II reinaba en Bizancio por la ayuda
de búlgaros y esclavones, así los adversarios de Rodri-
go pusieron su esperanza en la vecina costa dé África,
donde se habían amparado.» Era gobernador de
Ceuta, en la España Tingitana, el conde don Julián,
ya dependiente de Bizancio, ya de la Península, ya
tuviese independencia propia. Existiera ó nb el ultraje
inferido al conde en la persona de su hija, asunto del
cual hablan diversos cronistas árabes, es lo cierto que
al amparo de don Julián se acogió la familia de Witi-
ka, y qué d gobernador de Ceuta acabó por entenderse
con Muza ben Noséir para proteger á la fáfnilia pros-
crita. Ésta y el conde tuvieron en la Península largas
—«II —
posesiones concedidas por Muza, y respetadas por los
demás emires (i).
Conozcamos ahora el nuevo pueblo que durante
nueve siglos, desde 711 hasta 1609, sentó su planta
en nuestro suelo.
En el ángulo sudoeste de Asia se extiende una
vasta península cuyas costas besan los mares Pérsico,
índico y Rojo. Elevadas y largas cordilleras y extensí-
simas llanuras forman su superficie. Climas los más
variados se experimentan en aquel país; las esta-
ciones seca y lluviosa se suceden en regular contraste;
vegetación exuberante y estériles arenales hállanse
contiguos. Esa península es la Arabia.
Sus moradores, aparte el nombre que toman del
país en que viven (2), llámanse también agarenos é
ismaelitas, de Agar é Ismael, esclava é hijo de Abraham.
También ios invasores de España se llamaron muslimes
ó musulmanes (creyentes). Nosotros los conocemos,
además, por mahometanos, ó seguidores de la doctrina
del pseudo-profeta, por moros (de Mauritania) y afri-
canos (de África), regiones de donde inmediatamente
pasaron á España.
Toda religión, desde el Sabeísmo hasta la fundada
por" el . divino Salvador, tuvo en aquella península
secuaces. A principios del siglo VII habíase llegado. al
más alto grado de superstición. Un hombre extraordi-
nario destierra el Paganismo; mas no para sustituirle
I Saavedra, loe. cit. — pozy (Investig., II) sostiene que el conde teqfa
el imperio de Bizancio el gobierno de Ceuta.
) Los árabes son llamados, además, sarracenos, no de Sara, mujer de
ahara, sino de Sarcbia. ú oriente.
— 12 —
con dogmas cuya totalidad sea más aceptable 4que la
idolatría. Hacia el año 570 nace en la Meca el compila-
dor de heterogéneos principios religiosos; al lado de
sublimes verdades, tomadas del Evangelio, aparecen
monstruosos errores, preocupaciones hijas de la igno-
rancia, consejos al calor de los cuales crecen instintos
crueles, preceptos que halagan á las más bajas pasio-
nes: recursos no mal discurridos para que surgieran
numerosos prosélitos, y para que la nueva religión con
rapidez se extendiera.
La familia de Mahoma, ese es el nombre del inno-
vador, estaba al cuidado del Casbah, templo edificado,
al decir de los musulmanes, por Abraham. Era su tribu
una de las más poderosas, la de los Coraixitas. Dos
años contaba Mahoma cuando Abdallah, su padre, bajó
al sepulcro; la madre, Amina, sobrevivió poco ai mari-
do. El huérfano fué entregado á una nodriza-. Todo el
patrimonio del niño lo constituían una esclava etiope
y cinco camellos. Después paró en poder de su tía
Abú Taleb, mercader; y mercader fué también el
sobrino. Ya joven, revelaba talento y era de gracioso
continente, por lo que, siendo él de veinticuatro años>
se prendó de sus gracias Cadigia, opulenta viuda que
contaba cuarenta años, al servicio de la cual, y en
calidad de mancebo , había entrado Mahoma. La.
coyunda del matrimonio hizo común la suerte de
entrambos.
En sus viajes mercantiles crecieron sobremanera
los bienes terrenos. No eran éstos, sin embargo, los
que llenaban el corazón de Mahoma. Al acabar cada
excursión, retirábase á parajes solitarios, y consagraba
— 13 —
á la oración y meditación horas interminables. El
arcángel Gabriel le visitó y mandóle predicase el
Islamismo (consagración á Dios). Contra el más gro-
sero Fetichismo, que tenía 300 ídolos en el Casbah,
donde tampoco faltaba el sacrificio de victimas huma-
nas, sentó este principio fundamental de monoteísmo:
«no hay más Dios que Dios» (la ilaha il-la állaho); y á
favor del falso profeta quedó la terminación: «Mahoma
es nuestro enviado» (Mohámmadon ra^ulona). La
oración, el ayuno, la limosna y la peregrinación, fue-
ron los primeros preceptos.
La persuasión, la propaganda pacifica, dio mezqui-
no resultado: el número de conversos no pasó más
allá del pequeño circulo de la familia del Profeta: la
mujer; la hija, Fátima, casada con Alí; Abú Becr, sue-
gro de Mahoma; Ornar y Zaid. Hízose necesario
aumentar, corregir y enmendar el código sagrado, y el
arcángel siguió entregando más hojas sueltas escritas.
El Profeta las coleccionó en suras ó capítulos, y formó
el Corán (la Lectura), libro religioso, jurídico, civil,
militar, etc., confuso embrollo de materias, sin orden
ni concierto. La poligamia, sancionada y reglamentada
por la religión; y élgihed ó guerra santa, tras la cual
asomaban las delicias del paraíso, poblado de encanta-
dores huríes, de eternal virginidad, próximo y seguro
premio reservado á quien sucumbiese en campo de
batalla, fueron poderosos estímulos para que del
cieno brotase el sinnúmero de muslimes, que pron-
to poblaron porción considerable de la haz de la
ierra.
Pero, como nadie es profeta en su patria, y Maho-
— i4 —
ma en la suya atentaba á las beneficios materiales que
las ofrendas presentadas en el templo de la Meca ren-
dían á su familia, sus parientes fueron los primeros
en perseguirle. Huyó á Yetreb, que desde entonces se
llamó ¡Medina, esto es, la Ciudad por excelencia. Fué
la Jiuída ó Hegira, el 16 de julio del año 622 (1). Dos
años más tarde se apoderó de la Meca y derribó los
ídolos. Todas las tribus arábigas se agruparon en
torno suyo. Cuando se disponía á invadir la Siria y la
Persia, la muerte le sorprendió junto á su amada
Ayescha, en lunes, 12 de rabié primera del año n
(7 junio, 632).
Dos años bastaron al califa (vicario) Abú Becr
para que sus tropas invadieran la Siria y la Persia.
Ornar se hizo dueño del Egipto, y murió en dilhagia
del año 23 (oct.-nov. 644). Othmán, que murió á
manos de conspiradores (655-56) extendió las corre-
rías al norte de África. Durante el reinado de Yezid
ben Moaviah (680-83), el caudillo Ókba llegó á com-
batir á Tánger y pereció en la empresa. Al ocupar el
trono Walid, á la muerte de Abdelmélic su padre
(8 oct. 7o5); en consideración á que el caudillo Muza
ben Noséir, el futuro conquistador de España, había
llegado hasta el Atlántico y tocado en los grandes de-
siertos (697), le confirmó en el gobierno de Ifrikiya y
países contiguos. En el año 89 (708-9) escribía al califa
noticiándole que toda la tierra del Magreb quedaba
(1) Para verificar las fechas de la Hegira, nos valemos de las tablas que
D. Francisco Codera y Zaidía acompaña á su Tratado de Numismática %Ard-
bigo-española.
sujeta y tributaria. Lanzóse contra la España Tingi-
tana; pero la valerosa defensa de los cristianos man-
dados por el conde don Julián, le obligó á desistir de
la empresa (i). Los sarracenos no tardarían en lograr,
merced á la traición, lo que no habían podido alcan-
zar con las armas.
Por entonces ocurrió la muerte de Witiza; la suce-
* sión de Achila no tuvo buena aceptación del pueblo,
y se eligió á Rodrigo. Los escritores árabes, sin excep-
ción, refieren, con sencillez, el agravio que el rey
infirió al conde don Julián en la persona de su hija,
ofensa á la cual se atribuye el repentino cambio en el
gobernador de Ceuta: de celoso defensor que Hasta
entonces había sido de la España Tingitana, se trocó
en aliado de los mahometanos. Parécenos que otra
debió ser la causa de la mudanza: pues que, compara-
das las fechas de la proclan*ación de don Rodrigo
(verano de 710), y de la sumisión del conde á Muza, á
fines del año 90 (noviembre de 709), resulta la ven-
ganza anterior al agravio. Lo cierto es que don Julián
estimuló á Muza á que procurase la conquista de
España (2).
Consultado el califa Walid acerca de tal empresa,
éste aconsejó se explorase con las debidas precauciones
la costa española. "En ramádhan del año 91 (julio
de 710), el liberto Tarif Abú Zora desembarcó en el
punto que de su nombre se llama Tarifa, con 400 hom-
bres, 100 de los cuales eran de caballería, según un
1 i.
> * t
(1) Ajbar Mackmud, p. 4.
(¿) Ibídem, p. 5.
— i6 —
autor árabe (i), y, según otro (2), con 400 peones y
100 ginetes. Pasaron el Estrecho en cuatro barcos-
Hizo una correrla á Algecira al Hadra (la Isla Verde),
recogió cautivas mujeres tan hermosas cual nunca los
moros habían visto; y con mucho botín, regresó sano
y salvo al África. El entusiasmo por la conquista de
España rayó hasta el delirio en los muslimes.
Utilizando los mismos bajeles desembarcó al pie
de la roca de Calpe el caudillo Tárik ben Ziyed, persa
del Hamadán, ó de la tribu de Sadif, con 7.000 mus-
limes, berberiscos y libertos en su mayor parte. Desde
entonces la montaña de Calpe se llama Gibraltar
{Gebal-Tárik). El pasaje del futuro conquistador de
Valencia se hizo el año 92 (oct. 710-11); un sábado
de xaában (may.-jun.), según unos; algo antes, el 5
de récheb (28 abril), según otros (3).
Distraído don Rodrigo en apaciguar á Pamplo-
na (4), pocas fueron las tropas cristianas que pudie-
ran oponerse á las correrías de los molestos agarenos.
El duque Teodomiro, cuyo valor se había probado ya
en los reinados de Égica y Witiza, desbaratando á los
griegos bizantinos, que con pujante armada traían
resolución de sublevar y esclavizar la provincia Aura-
riola, antes Orospeda, de la cual era gobernador, es el
primero en acudir á atajar el paso del invasor (5).
Con 1.700 combatientes, sostiene tres días algunas
(1) Ibfdetn, p. 6,
(2) AI-Makkari, 1. 1, p. 159.
(3) Ajbar, p. j.—Al-Mokkari, I, 159,
(4) Ibíd.
(5) El Pacense, j8.
— 17 —
escaramuzas con los musulmanes; y, como era de
esperar, fué vencido y puesta en fuga su reducida
hueste- Entonces avisó á don Rodrigo del grave
peligro que España corría: ((Señor, aquí han llegado
gentes enemigas de la parte de África, yo no sé si del
cielo ó de la tierra: yo me hallé acometido de ellos de
improviso. Resistí con todas mis fuerzas para defender
la entrada; pero me fué forzoso ceder á la muchedum-
bre y al ímpetu suyo. Ahora, á mi pesar, acampan en
nuestra tierra, Ruégoos, Señor, pues tanto os cumple,
que vengáis á socorrernos con la mayor diligencia y
con cuanta gente se pueda allegar. Venid vos, Señor,
en persona, que será lo mejor» (i).
El aviso causó espanto en Rodrigo, y con ejército
que se hace subir á cien mil combatientes corrióse al
mediodía hasta reunirse con las pocas tropas que man-
daba Teodomiro. Tárik en tanto había pedido refuerzos
á Muza, y éste se apresuró á enviarle 5.000 soldadcfc.
Pocas eran, por aguerridas que fuesen esas fuerzas,-
para contrastar el empuje de Jas cristianas. Entre los
musulmanes estaba don Julián, con bastante gente del
país, la cual señalaba los puntos indefensos y servia
el espionaje. A pesar de ello, Teodomiro hizo prodi-
gios de valor, y en las sangrientas escaramuzas que
hubo entre ambas huestes, el triunfo quedó por los
cristianos, como asegura el Anónimo Latino (2).
Los ocho días de continuo batallar comenzaron el
domingo, restando dos noches de ramadhán (19 julio);
(1) Coode, I, 9.
2) El Pacense, 38.
— i8 —
y el triunfo de Tárik, ó la defección de los parciales
del hijo de Witiza, entre los cuales se contaba el
obispo de Sevilla, don Opas, fué en domingo, 5 de
xawal (26 de julio) (1).
Envidioso Muza de la gloria alcanzada por Tárik,
asegurado que hubo el gobierno de África, del cual
encargó á su hijo Abdeláziz, vino á España en rama-
dhán del año 93 (jun.-jul. 712). Por Sidonia, Car-
mona y Sevilla, marchó á Mérida, que se rindió el día
del Fitr, salida del ramadhán, principio de xawal
del 94 (30 junio, 713).
Durante el sitio, vino de África Abdeláziz, con un
refuerzo de 7.000 caballos y muchos ballesteros ber-
beríes (2). Para apaciguar á Sevilla, que se habia
sublevado, le envió Muza; acabada felizmente la comi-
sión, recibió encargo de continuar la conquista por la
parte meridional (3).
* Antes de la rendición de Mérida fué la capitulación
de Teodomiro en Orihuela. Contra los muslimes
hacia frontera el caudillo de los cristianos Todmir,
Tadmir, Theudimer ó. Teodomiro, «varón amador de
las Sagradas Letras, admirable por su elocuencia y
experto general» (4). De esto dio claras muestras en
los reinados de Égica, Witiza y Rodrigo. Tuvo la
gloria de fundar en España, después de la Invasión,
(1) %Ajbar, p. y.—Al-Makkari, p. 16?.— Conde, I, 10.
(2) Conde, I, 13.
(3) En este punto, hay más conformidad entre Conde, el texto de El
Pacense y *Ad Dhdbi, que entre éstos y El *Ajbar y Al-Makkari.
(4) Fuit enim Scripturarum amator, eloquentia mirificas, in praliis expeditos.
{El Tácense, loe. cit.)
— i9 —
el primer reino cristiano. No se contentó con retirar
las reliquias del destrozado ejército junto al lago de
Janda, sino que, al entender que contra él se dirigían
las armas de Abdeláziz, luchó en los parajes donde el
terreno le era favorable, no empeñando batalla formal
ni aun en campo llano, porque sus tropas, aunque nu-
merosas, peleaban con flojedad. A pesar de sus altas
cualidades de mando, Abdeláziz, que comprende la
conveniencia de aniquilar aquel núcleo de ejército,
logró alcanzarle en campo raso, la llanura de Lorca,
al parecer: los musulmanes hicieron una matanza tal,
que casi exterminaron á los cristianos. No todo, estaba
perdido; aun quedaba la inagotable astucia de Teo-
domiro.
Con los pocos soldados que pudieron escapar del
desastre, se retiró á Orihuela, cuya defensa dejaba
mucho que desear. Viendo que las escasas fuerzas que
le quedaban de nada le servían, ordenó que las mujeres
dejasen sueltos sus cabellos, armólas de cañas que
semejasen lanzas, é hízolas subir á las murallas, para
que pareciesen un ejército, mientras él pactaba las
paces con el enemigo. Salió, pues, como parlamen-
tario, cuando admirado estaba Abdeláziz al verse ante
una ciudad dispuesta á resistirle, lo cual él no se
prometía. Fué el mensajero bien recibido del caudillo
árabe; pidió la paz y le fué otorgada; «y no cesó de
insinuarse en el ánimo del jefe del ejército musulmán,
hasta conseguir una capitulación para si y sus súbdi-
os, en virtud de la cual se entregó pacíficamente todo
1 territorio de Todmir, sin que hubiese que cónquis-
ar poco ni mucho: y se les dejó el dominio de sus
— 20 —
bienes» (i). Conozcamos ahora la famosa capitula-
ción (2).
«En el nombre de Dios clemente y misericordioso.
Escritura de Abdeláziz, hijo de Muza, hijo de Noséir,
para Teodomiro, hijo de Ergobaudo, según la cual
éste se acoge á la paz bajo la garantía de Dios y su
profeta (a quien Dios salude y dé la paz). Ni él ni sus
nobles tendrán obligación de seguir á ningún jefe;
ni será destituido ni arrojado de su gobierno; y nin-
guno de ellos será muerto ni cautivado; ni serán apar-
tados de sus hijos ó mujeres; ni serán molestados en
su religión, ni quemadas sus iglesias; ni quedará sus-
traído de su dominio lo que cultive por sus esclavos,
sus fieles ó colonos quien se haya sometido á este
pacto. Y queda libre en las siete ciudades de Orihuela,
Valentela, Alicante, Muía, Begastro, Anaya (3) y
Lorca, á condición de que no se dé asilo á nuestros
fugitivos ni á nuestros contrarios, ni se hostigue á
nuestros protegidos, ni se nos oculten las noticias
que haya de nuestros enemigos. Tanto él como sus
nobles pecharán cada año un diñar, cuatro almudes
de trigo, cuatro almudes de cebada, cuatro azumbres
de mosto, cuatro azumbres de vinagre, dos azumbres
de miel, dos azumbres de aceite; y la mitad de esto
(1) *Ajbary p. 13. — lAU&Cakkari, p. 166.
(2) Utilizamos la versión del Sr. Saavedra, c. VI.
(3) Luis del Mármol (2, 10) confunde á Valentila con Valencia, y á
Anaya con Denia. Lo propio, respecto de la primera, hace don P. Sandoval
(Notaciones sacadas de escrituras y memorias antiguas, etc., p. 83). Es de notar
que los dos atribuyen la conquista de Orihuela á Abdeláziz, y no 4 algún
subordinado de Tárik, como leemos en el Ajbar y Al-Makkari, y también
en algunos de nuestros historiadores generales.
— 2r —
los siervos. Fueron testigos, Otmán, hijo de Abú
Abda, el Coraixl; Habib, hijo de Abú Obeida, el Fihrí;
Abdallah, hijo de Maicera, $1 Fahmi, y Abú '1 Cásim,
el Hodzall. Fué escrito en el mes de récheb del año 94
de la Hégira (3 abr.-mayo, 713).»
El primero en publicar este famoso documento
fué Casiri, que lo encontró en Dhabbi. Le copió en
su historia de ios hombres del Ándalos, conservada
en la Biblioteca del Escorial. El tratado debió conser-
varse en los archivos de las iglesias ó mezquitas de
Orihuela. En algunos autores llega á determinarse el
día de la fecha, 4 de récheb (6 de abril), y no el 5,
como equivocadamente traduce Dozy, al igual que al
señalar la rendición de Mérida. De ese pacto hace
mención el Pacense (1).
Acerca del valor y alcance de la capitulación, sus-
téntanse dos opiniones bien encontradas, por los seño-
res Saavedra y Fernández Guerra. Dice el primero:
«Teodomiro no creó ni conservó un reino indepen-
diente, ni un estado tributario, como los muchos que
hubo en la Edad Media en España, y en los cuales el
principe pagaba un subsidio determinado y único á su
vencedor; aquí el tributo era personal de todos los
habitantes, como subditos del Califa, salvo que se les
dejaba el uso de su libertad y de sus bienes, con el
ejercicio de su autonomía en el gobierno de sus ciu-
dades. De autonomía parecida gozaban los cristianos
de otros pueblos, que obedecían á sus condes y obis-
(1) Casiri, II, 106.— El Arch., IV, 101.— *Ajbar, p. 240 (ap.)— iww-
f., I, 98.— El Pacense, loe. tít. — Conde, I, 1$.
— 22 —
pos; pero en Orihuela se hizo la dignidad inamovible
y hereditaria, á diferencia de otras partes, en que el
jefe se cambiaba á voluntad de los gobernantes La
extensión de los dominios de Teodomiro no abarca-
ban tampoco una provincia gótica entera, según se ha
dicho, ni siquiera la totalidad de la actual de Murcia;
pues, de lo contrario, no se hubieran podido reservar
para el Califa las tierras regadas por el Segura, más
tarde distribuidas á los soldados egipcios de la expe-
dición de Balch, que en tiempo de Abú'l Jatar se
mostraron tan amigos de Atanagildo, hijo y sucesor
de Teodomiro No es esto negar ni rebajar el mé-
rito real y efectivo de los cristianos del sudeste, sino
colocarlo en su justa medida: el jefe godo no pudo
soñar en restauración ni independencia política, y se
contentó con la puramente administrativa y reli-
giosa» (i).
Del Sr. Fernández Guerra: «Admira, suspende y
pasma al invasor el ver tan bravamente guarnecida á
Aurariola; teme y brinda con la paz. Admítela y
conciértala el Duque %ey con buenas condiciones;
y afianza desde aquella hora por reino suyo cristiano y
pacífico su misma provincia, tributario de los alárabes
El reino de Teodomiro limitábase á ¡a provincia Aura-
riola El territorio de las siete ciudades condales de
Teodomiro se identifica á maravilla con el de las siete
diócesis eclesiásticas Al año 579 corresponde la
división de España en ocho provincias famosísimas,
que se nombraron Galecia, Asturia, Antrigonia, Iberia,
(1) Estudio sobre la Invasión, etc., c. VI.
— 23 —
Lusitania, Bética, Hispalis y Aurariola, si reducida,
fértil y admirable por su belleza» (i).
Por lo visto, los dominios de Teodomiro si abar-
caban una provincia entera. Ya se verá por qué causa
se hizo la distribución de tierras á los egipcios de
Balch, y cómo se reparó tal infracción del pacto de 6
abril de 713. La forma del tributo pagado á los califas
por Teodomiro y sus subditos, tuvo casos análogos
entre los señores de Valencia para con los reyes cris-
tianos; y nadie negará que los almorávides, en el
año 1 122, período al cual nos referimos, no fuesen
dueños de la ciudad del Turia. Diremos, por último,
que en El Pacense, única autoridad en que se apoya
el conocimiento de Atanagildo, sucesor de Teodo-
miro, ni consta que éste fuera padre de aquél, ni que
por herencia ocupase el trono.
Concluyamos, antes de anudar el hilo de la inte-
rrumpida relación de los sucesos ocurridos ante Ori-
huela, con la reseña geográfica de la Tierra de Todmir.
Sus plazas fuertes formaban en la ciudad de Valentela,
antecesora de Murcia, como una cruz figurada por la
linea de Alicante, Orihuela, Valentela y Lorca, junto
con la de Anaya, Valentela, Muía y Bigastro, apoyán-
dose unas á otras y defendiendo todas á la capital (2).
En los geógrafos é historiadores árabes aparece
bien deslindada la región de Todmir, que se extendía
desde Cartagena á Alicante, y desde Chinchilla y
Segura hasta la Sierra Mágina, cerca del Guadal bu-
(1) El Arch., IV, 99-107,
(2) Saavedra, loe. cit.
— 24 —
llón, frontera de la dé Jaén. Sus ciudades eran: Ori-
huela, capital de la Oróspeda y suntuosa residencia del
duque, fortificada por los visigodos; Valentila, confun-
dida con Valencia por varios autores, lo mismo que
Anaya con Denia; Lecant, cuya jurisdicción abrazaba á
Callosa; Mola, de la cual todavía quedan vestigios de
su antigua denominación, en Mont-roy, junto á Villa-
ricos; Anaya, quizá el Ello, ep el Monte Arabí; Begas-
tro, cuya hitación queda señalada, y horca, una de
las más famosas villas de Murcia, como escribe Ar-
Razi (i).
Firmado ya el convenio, el parlamentario cristiano
se descubrió á Abdeláziz, quien, lejos de mostrar
disgusto, alabó la prudencia del duque; y comieron
juntos aquel día, como si de largo tiempo fuesen
amigos. Venida la noche, j Teodomiro se entró en
Orihuela, y ordenó que, á la hora del alba del dia 7
de abril, se abriesen las puertas de la ciudad. A la
mañana siguiente salieron Teodomiro y sus princi-
pales caudillos á recibir á Abdeláziz y los más notables
de entre los suyos. Entrados en Orihuela, maravillóse
el hijo de Muza de las pocas tropas que la guarnecían,
y preguntó á Teodomiro la causa de la falta de fuer-
zas, cuando tan numerosas eran las que un día antes
coronaban los muros. Reveló el duque la estratagema,
y mereció, según Conde (2), la aprobación de ios
muslimes, al paso que en otros autores (3) se lee que
(1) El Arch., IV, 103-10$.
(2) P. I,c. XV.
(3) ±Ajbar, p. 13.— *Al-Makkarif p. 167.
— 25 —
i los mahometanos les pesó lo hecho; mas todos
convienen en que cumplieron lo estipulado. Tres días
los obsequió Teodomiro, y luego se retiraron, por las
sierras de Segura, á Baza, Guádix, Jaén, Elvira, Gra-
nada, Antequera y Málaga.
Lograda la conquista de Mérida, á fines de xawal
(últimos de julio de 713) Muza se dirigió á Toledo,
donde encontró á Tárik. Restituido á éste, por orden
de Walid, el mando de las tropas que para gloria del
Islam había guiado al combate, dispuso Muza que
sin dilación partiese Tárik hacia la España oriental.
Buscó las fuentes del Tajo; atravesó las sierras de
Arcábica (Arcos, junto á Medinaceli), Molina y Si-
güenza, y bajó á las vegas y campos regados por el
Ebro. Puso sitio á Zaragoza, que resistió hasta que
con su hueste acudió Muza. Mientras éste enseñoreaba
la Tarraconense, Tárik bajó por el Ebro á Tortosa; y
luego, siguiendo por la costa con dirección al medio-
día, entró en Murviedro, Valencia, Játiba y Denia, las
cuales se sujetaron á las condiciones del Islam, que-
dando sus moradores, bajo la fe y amparo de los
muslimes, dueños pacíficos de sus bienes. Fortuna fué
para esta comarca, se encargara su conquista á Tárik,
y no á Muza. La avaricia de éste y la prodigalidad de
aquél, fueron causa de que mutuamente se acusaran
á Walid como defraudadores del quinto del botín que
al califa correspondía. Ambos fueron llamados á jus-
tificarse á Damasco, y en sáfer del año 95 (26 oct, 23
v. 713) salieron para Oriente (1).
r) Apéndices del Ajbar9 p. 225.— Conde, I, 17.
4
— 26 —
Tan rica en detalles como es la sumisión del reina
de Todmir á las armas agarenas, es pobte, cual se acaba
de ver, la del resto de la comarca valenciana; y no es
que falten los suficientes para poner el relato de la
conquista del norte y centro a la altura del de la parte
meridional, sino que esa narración se apoya en auto-
ridad que inspira escasa confianza. Parécenos que na
debemos omitir esa relación, por fabulosa que parezca,
ya en consideración á que ulteriores descubrimientos
han venido á probar la certeza de hechos antes apre-
ciados como falsos, ya porque hasta en los sucesos
juzgados por más apócrifos, de ordinario suele en-
cerrarse cierto fondo de verdad. Obligación del histo-
riador es, sin embargo, en tales casos, prevenir al lector
del peligro que corre al otorgar crédulamente su asenso
á sucesos sombreados con la duda, ó cuya falsedad
resulta confirmada hasta la evidencia.
En el año 1589 publicó Miguel de Luna una
«Historia verdadera del rey don Rodrigo» que supone
traducida de una crónica árabe escrita por cierto Abul-
cásim Tarif Aben Tarique, testigo presencial de la
Invasión. Dicha historia, según alguno de nuestros
ingenuos cronistas, se tradujo por orden de S. M. (Fe-
lipe II), del arábigo, de#la librería de San Lorenzo del
Escorial, donde estaba incógnita y sepultada (1). Las
márgenes están llenas de citas de palabras del original,
para abonar lo dicho en la historia, algunas de las
cuales citas delatan al falsario. No obstante el valor
negativo del tal libro, antiguamente le utilizó Lope
(1) Escolano, 1. II, c. XV.
— 27 —
de Vega, y en tiempos más recientes, Washington
Irving (i).
Cuenta el real ó supuesto Abulcásim (2), que Muza
y Tárik no encontraron en largos trechos seria resis-
tencia hasta Zaragoza, que tampoco se obstinó en la
defensa. Formando ejércitos separados, después de
cruzar y repasar los Pirineos, siguieron la costa del
Mediterráneo, sin detenerse en ninguna parte hasta
parar en una llanada, donde se alzaba, á cuatro millas
pequeñas del mar, una hermosa ciudad, Valencia, ro-
deada de muchos jardines y arboledas, y dotada de
aguas corrientes, cuyo conjunto alegraba en extremo
la vista.
Pusieron los muslimes sitio á Valencia; y, al ver
que se les resistia, enviaron un mensajero á los sitiados
prometiéndoles dejarlos vivir en paz, sin hacerles
agravio ni zozobra, si se rendían, como había hecho el
resto de España. Un centinela, apostado en una torre
del muro, ni dio oídos ai mensaje ni avisó ai goberna-
dor de la ciudad. Disparó el cristiano su arco, y herido
se retiró al campamento el soldado moro. Sentido Tárik
de tanto descomedimiento, ordenó á sus tropas diesen
el asalto; mas los cristianos se defendieron con tal
valor, que obligaron á retirarse á los mahometanos,
con pérdida de 250 combatientes. De los valencianos
murieron 80.
Ignoraba el gobernador, Agrescio, el incidente del
mensajero y del centinela; y, como viese que la guarni-
) Saavedra. Invasión, etc., c. 111.
* Lib. U, cap. XIV y XV.
— 28 —
ción de Valencia no alcanzaba á resistir un largo cerca
y que sola ella no podía subsistir en medio de tanta
morisma, envió un parlamentario al caudillo sarraceno
excusándose del percance ocurrido al moro y pidiendo
tres días de tregua para resolverse en semejante conflic-
to. Tárik otorgó lo que Agrescio había solicitado, y de
común acuerdo pactaron estas condiciones de rendi-
ción: los cristianos entregarían la ciudad, pero queda-
rían salvos é inmunes, en posesión de sus bienes, y
sería respetada su profesión religiosa; y los que no se
acomodasen con estas condiciones, podrían marchar,
con sus mujeres y familia, al punto que mejor les pa-
reciera, para lo cual se les daría salvedad y guiaje^
Firmada por ambas partes la capitulación, las llaves
de la ciudad fueron entregadas á Tárik, y él dejó, con
suficiente guarnición, á Abú Maicera el Hozdalí (i).
El caudillo árabe tomó el camino de Murcia y se retir6
á Córdoba.
Esta relación tiene muchos puntos de contacto coi>
la de Conde. Sabido es que este autor, desde que con
notoria injusticia fué tratado por Dozy, merece poca
crédito á extranjeros y nacionales. Ya comienza á re-
conocerse su mérito, y creemos no está lejano el día
en que se le conceda reparación completa. Con esto no-
queremos decir que su obra no adolezca de lunares,
muy naturales si se tienen en cuenta las circunstancias
que concurrieron en la producción de su obra.
(i) Mis adelante se le llama Abulcácer el Hodzalí, nombre que se aproxi-
ma al de uno de los caudillos que suscribieron la capitulación de Orihuela,
Abukasim el Had^aU; así c orno el de Maicera es el patronímico de Abdallah el
Fahmí, otro de los testigos.
— 29 —
El comportamiento de los invasores era el que la
prudencia aconseja á los que aun carecen de fuerza para
imponer su yugo. Conducta que se sintetiza en la
alocución de Abu Becr, sucesor de Mahoma, á las
tropas que con Yezid partían á la conquista de Siria:
«Si Dios os da la victoria, no abuséis de ella, ni tifiáis
vuestras espadas con la sangre de los rendidos, de los
niños, de las mujeres y de los débiles ancianos. En las
invasiones y correrías, no destruyáis los árboles, ni
cortéis las palmeras, ni abatáis los verjeles, ni asoléis
sus campos ni sus casas. Tomad de ellos y de sus
ganados lo que os haga falta; tratad con piedad á los
abatidos y humildes; no empleéis ni doblez ni falsía
en vuestros tratos con los enemigos; y sed siempre,
para con ellos, fieles, leales y nobles; cumplid religio-
samente vuestras palabras y promesas; no turbéis el
reposo de los monjes ni destruyáis sus moradas.» Esta'
misma templanza y moderación trocábase en crueldad
contra los vencidos que osaron resistir á los muslimes:
«Arrasad las ciudades y fortalezas que puedan servir
de asilo á vuestros enemigos; oprimid á los sober-
»
bios, á los rebeldes y á los que sean traidores á
vuestras condiciones y convenios; tratad con rigor á
muerte á los enemigos que cqn las armas en la mano
resistan á las condiciones que nosotros les impon-
gamos» (i).
Hasta los más entusiastas admiradores de la tole-
rancia sarracena, hanse visto obligados á confesar que
invasores sólo eran generosos cuando no contaban
) Conde, I, 3.
— 3o —
un triunfo seguro (i). Dignas de consignarse sora las
palabras de Dozy, cuyo amor á todo lo que trasciende
á enemiga contra la pura ortodoxia, es harto manifiesto:
«Desde que los árabes afirmaron su dominio, obser-
varon los tratados menos escrupulosamente que cuan-
do su poder no estaba aún bien establecido. Sucedió
en España lo que en todos los países que los árabes
conquistaron: su dominación, de dulce y humana que
había sido en un principio, degeneró en un despotismo
intolerable,.. Los conquistadores de la Península si-
guieron al pie de la letra el consejo del califa Ornar,
que había dicho crudamente: «Nosotros debemos co-
mernos á los cristianos y nuestros descendientes deben
comerse á los suyos mientras dure el Islamismo.»
Contra la gratuita afirmación de que los árabes
vinieron á la Península «saturados de mil conocimien-
tos adquiridos durante* sus correrías» (2) están los
testimonios del tantas veces citado Saavedra, según el
cual había ya aquí, entre los cristianos, «una gente cuya
ilustración es innegable» (3); de Dozy, que trata á los
invasores de cerriles, zafios é ignorantes (4); de La-
fuente y Alcántara, que sostiene ser de fines del siglo*
IX el primer cronista árabe español (5), cuando al
tiempo de la Invasión teníamos nosotros á Isidoro de
Beja, tan alabado por el arabista holandés; de Pons,
que escribe haber transcurrido 254 años desde la Inva-
(1) Saavedra, pág. 128.
(2) Marzal.— Cultura Árabe Española, p. 11.
(3) Obra citada, c. VI.
(4) Investigaciones, t. I, c. III.
(5) Ajbar (Apéndices), p. 221.
_ 3I —
sión basta que Al Háquem II mandó recopilar la histo-
ria de los Moros (i), etc.
La moral mahometana ha merecido á doctos ara-
bistas el título de «moral de manga ancha» (2). Y del
amor ala libertad en los musulmanes, es prueba irre-
fragable Ja mitad de la especie humana' más digna de
solicites cuitados, la mujer, obligada á compartir con
odiadas compañeras el tálamo nupcial, sepultada en el
harem, convertida en instrumento de placer, en cosa
cuya custodia está confiada á seres desgraciados en
quienes se practica execrable mutilación, la más con-
traria á la naturaleza.
Europa, cristiana, y África, musulmana, son baró-
metro del valor civilizador de las religiones fundadas
por el divino Jesús y el pseudo-profeta Mahoma.
Razón tenía Isidoro de Be ja al llorar con amargas lá-
grimas y lastimero acento la ruina de España: «¿Quién
podrá narrar tanta calamidad? ¿quién contar tan ines-
perada invasión? Que, aunque todos los miembros se
convirtiesen en lenguas, no podría la naturaleza humana
referirtantos y tan grandes males, la inmensa ruina que
España ha padecido. Para que con breves palabras haga
comprender al lector el azote, diré: «Cuantas innu-
merables calamidades ha causado al mundo, en sus infi-
nitas regiones y ciudades, el enemigo inmundo y cruel,
desde Adán hasta ahora; cuanto se refiere de Troya des-
truida; cuanto padeció Jerusalén, anunciado por lospro-
\ Ensayo bio-bibliogrdfico sobre Jos historiadores y geógrafos arábigo-españoles,
ir afía n.° i.
, Ribera, Textos aljamiados. Prólogo, III.
1
— 32 —
fetas; cuanto se consumó en Roma, ennoblecida con el
martirio de los Apóstoles: todos esos y tan grandes
estragos ha padecido España, en algún tiempo deli-
ciosa, y ahora tan desgraciada, en su honor y en su
renombre...» (i).
(i) Isidoro Pacense, jj.
CAPÍTULO II
Walíes dependientes de Damasco
(713^754)
Supuestos «alies de Vetareis: hechos que se les atribnyto.— Confinna el Califa el pacto de Orí huela.—
Alabes y berberiscos, bekdies y sirios.— Abdelmélk beo Katan: los Beni Cssim: Atpuente.— Abul-
jaur: infracción del pacto de Orftwela: Atanatldo, su protesta: los sirios, campeones del derecho.—
Yesaf el FBui: partido que sigue Valencia. —Ciudades de la provincia Tolaitola.
roauE no de poca importancia, no son mu-
chos los acontecimientos ocurridos en esta
región propios del periodo comprendido
entre la Invasión y la venida de los Ommiadas al
Ándalos, que historiadores y cronistas, árabes y cris-
tianos, registran. Ese vacío le llena, en parte, con su
imaginación, el Abulcásim: si, por casualidad, acierta
con tal ó cual nombre, en alguno que otro hecho
aislado, al pretender por nuestra parte concordar el
conjunto con sucesos estimados como auténticos,
hay que cejar en la empresa agotadas las energías
que con semejante intento se emplearon.
Ya queda dicho que Abdjeláziz ben Muza fué á la
comarca de Todmir y la conquistó, lo mismo que á
Granada y Málaga. También está hecha relación de
( , dejada á un lado la enemiga que había entre
] za y Tárik, encargóse éste de la vanguardia, y
] ieron á la conquista de Aragón. Entraron en Bar-
— 34 —
celona, penetraron en Narbona y llegaron hasta el
Ródano. Desde los Pirineos retrocedieron, y poco
después no quedaba á Muza otra comarca que someter
al Islam, sino Galicia. En tal empresa andaba ocupado,
cuando obedeciendo á un segundo aviso del califa
Waiid ben Abdelmélic, volvió á Sevilla, dejó como
gobernador de España á su hijo Abdeláziz, y en
dylcada del año 95 (ag. sept. de 714), pasó el mar,
junto con Tárik, para ir á Oriente. Ya llegados allá,
murió Walid y le sucedió en el imperio su hermano
Suleimán, que fué proclamado á mediada luna de
giumada postrera del año 96 (25 de febrero- de
7i5)(0.
Durante el gobierno de Abdeláziz, supónese que
ocurrió el hecho siguiente:
Sujetada toda España, el general Muza se volvió á
su gobierno de África, y Tárik se fué á la corte del
Califa. Quedó por gobernador de España Abdelá-
ziz. Estando en Sevilla con poderoso ejército, tuvo
aviso de que el gobernador de Valencia, llamado
Abulcácer el Haudali (¿Abu Cáim el Hadalí?), natural
de Arabia la Feliz, se había alzado y rebelado con toda
esta tierra, y hacía mucho daño en las comarcanas.
Recibió la noticia el gobernador general de España, y
sintió gran contrariedad, por ser ese movimiento el pri-
mero que se intentó contra el Amir al Mumenin (el
Principe de los Creyentes). Alzó el sitio que tenia
puesto á Sevilla, y con 10.000 infantes y 800 caballos,
tomó el camino de Murcia, donde se le unió, con más
(1) AlMakkari, I, p. 172-174.— Conde, I, 18.
— 35 —
tropas, su alcaide Ibrahim el Azcanderi, y siguieron
con dirección á Valencia. Animoso el Haudalí, no
esperó á que llegasen las fuerzas mandadas por Abde-
láziz; salió á su encuentro, pero fué vencido y prisio-
nero. Cortada que le fué, como á rebelde, la cabeza,
fué, para escarmiento, puesta sobre una de las puertas
de la ciudad; ésta fué saqueada por la soldadesca.
Hecha averiguación de los alcaides y capitanes que
habían tenido parte en el alzamiento, en todos se hizo
pública justicia. Se nombró nuevo wali, y lo fué un
caudillo famoso llamado Muhámad ben Becr. Pacifi-
cada Valencia, el gobernador general volvió á Anda-
lucia (i).
El nombre del supuesto walí rebelde, llamado antes
Abumacer el Audali, participa de los de dos caudillos
que suscribieron la capitulación de Orihuela; parécese
la denominación última Abu'l Cácer el HaudaU> en
cuanto ai nombre y al determinativo de tribu, á la de
Aba Cditn d Hadali. En Al-Makkari (2) se lee que,
conquistada Mérida, Abdeláziz fué con un ejército
contra Sevilla, que se habia rebelado y la conquistó
de nuevo.
Mal remate tuvo el gobierno de Abdeláziz. El
motivo fué que, habiéndose prendado de Egilona,
mujer de Rodrigo, la tomó por esposa. De tal modo
condescendió con los deseos de la viuda del último
rey godo, que hasta llegó á hacer uso de las insignias
reales, lo cual fué, naturalmente, interpretado en el
Escolado, I ib. I, cap. 21 y 22.
Tomo I, pig. 171.
- 36 -
sentido de que había abrazado el Cristianismo y aspi-
raba á restaurar el gobierno de España con indepen-
dencia de los califas. Ello fué bastante para que le
acometieran y mataran en récheb del año 97 (marzo
de 716) (1).
No por la muerte de Abdeláziz, sino por el adve-
nimiento del califa Suleimán quizá, ó porque fuera
condición indispensable para la validez de la capitula-
ción acordada entre.Teodomiro y el hijo de Muza,
acude el soberano de la Aurariola ante el Principe de
los Creyentes, á cuyos ojos aparece el príncipe cris-
tiano como hombre muy prudente, y le colma de
beneficios, no siendo el de menor importancia la con-
firmación del pacto que antes había celebrado con
Abdeláziz. La capitulación permaneció estable hasta
los tiempos de Isidoro de Beja (754), sin que el lazo
del convenio se aflojara, ni dejasen de respetarle los
sucesores de los árabes que realizaron la conquista.
Motivo tuvo Teodomiro para volver gozoso á sus
estados, y razón poderosa asistía á sus subditos, para
dar gracias á Dios, pues, en medio de tiempos tan
calamitosos, les había concedido un príncipe de tan
nobles prendas, siendo la principal la constancia en la
verdadera fe (2). Aquí se ve cuan equivocado va Luis
del Mármol (3), cuando, como copia Escolano (4),'
«después de roto el rey don Rodrigo, los moros se
dividieron en tres ejércitos, para combatirnos á la par
(1) Ajbar, p. 20.— Apéndices, p. 226.
(2) El Pacense, 38.
(3) Lib. II, c. 10.
(4) Lib. II, cap. 15.
— 37 —
por todos los cuarteles de España, sin darnos espa-
cio (i). El uno destos se encomendó d un renegado
godo, llamado Tudemiro.»
Asi como el bueno de Abulcásim nos cuenta la
rebelión del primer walí de Valencia y la muerte que
aquél tuvo, alarga el gobierno del segundo hasta el
año ni de la hégira, que corresponde ai 730 de la
era cristiana. Durante su largo waliato, caso raro en
tiempos tan revueltos, hubo diferentes califas, y mu-
chos más gobernadores generales de España, Suleimán
falleció en 10 de sáfer del 99 (22 septiembre 717);
Ornar, en 25 de récheb de 101 (10 febrero 721);
Yezid, en 25 de xawan de 105 (27 enero 724), é
Hixem, en 6 de rabié segunda de 125 (6 febrero 743).
Mayor es el número de los waiíes generales de Espa-
ña. A Abdeláziz siguieron: Ayub, que acabó en dilcada
del 97 (agosto 716); Al-Horr, en ramadhán del 100
(mar.-abr. 719); A£-£amh, en dilagia de 102 (junio
721); Abderrahmán, en sáfer de 103 (agosto 721);
Ajibara, en xaavan de 107 (enero 726); Ódzra, en
xawai de 107 (febr.-mar. 726); Yahya, en rabié i.a
de 110 (jun.-jul. 728); Hodzaifa, en xaaban de 110
(nov.-dic. 728); Otsman ben Abi Ni?a, en muhárram
de ni (abr. 729); Al-Haitsam, en dilcada de 111
(en.-febr. 730); Mohámmad, en sáfer de 112 (mar.-
abr. 730), y Abderrahmán al Gafekí, en ramadhán de
114 (oct. 732).
Copiemos á Abulcásim. Á la muerte del califa Ya-
') al Manzor, en el año 725 (¿Yezid?), el gobernador
) Esto también se lee en el Ajbar, p. 10.
- 38-
general de aquí (¿Anba^a?) trató de alzarse con el
mando de España. Varios fueron los walies que se
negaron á reconocerle, el de Valencia, Muhámad Aben
Becr, entre ellos. Hizo más éste: pactó treguas de un
año con el de Zaragoza, y al frente de 6.000 infantes y
1.200 caballos, quiso apoderarse de Murcia (¿y el res-
peto á la tierra de Todmir?); pero su wall, Ibrahim el
Azcandari, se previno aliándose con el de Baeza. Tu-
vieron un encuentro en el río Segura, cerca de Murcia,
y el resultado se mantuvo indeciso el primer día; se
empeñó el combate al amanecer del siguiente, y á las
tres de la tarde Abú Becr tuvo que escapar á uña de
caballo. De una caída y por el disgusto de la derrota,
murió á los pocos dias (730).
Se alzó con el mando, atosigando á un niño de
pocos años que dejó Aben Becr, un deudo suyo, lla-
mado Abú Bácer ben Becr; pero los cadíes de Murvie-
dro y del Valle de Ricote, Ali el Cinhigí y Ali Berit
Huchman, no sólo se negaron á reconocerle, sino que
se declararon vengadores de la muerte del niño.
Vinieron contra Valencia v la estrecharon con
vigoroso sitio. Quiso el de Murviedro sacar partido de
la revuelta; reclamó auxilios de su pariente Hassán,
wali de Túnez, y tuvo el Cinhigí á sus órdenes 12.000
infantes y 1.500 caballos. Su consocio Ali Berit Huch-
man adivinó la bastarda intención de su aliado y se
alejó de los muros de Valencia, merced á cuya retirada
pudo escapar su tercer wali y refugiarse en Zaragoza.
Tiempo fué el transcurrido desde la Invasión hasta
el del gobierno de Okba, del mayor desorden; pero
no hallamos en ningún autor relación de sucesos con
— 39 —
los cuales guarden analogia los que acabamos de
anotar.
Más fundamento tiene la de los sucesos aquí
• ocurridos desde enero de 741 hasta mayo de 745, ó4
sea, durante los waliatos de Abdelmélic bén Katan,
\ Balch ben Bixr, Tsaalaba ben £alama y Abuljatar al
Hoc&am ben Dhirar. La concordancia entre Escolano
y los modernos arabistas es manifiesta; y no lo es
menos la que existe entre los últimos y el Pacense.
«Luis del Mármol y los demás modernos, que
siguen á otros coronistas árabes, no hazen mención
de successos de Valencia hasta el año 740, en que
cuenta Mármol, que después de Óccuba, que gover-
naba en Córdoba, el halifa Gualid embió, por virrey,
un alárabe llamado Abubéquer, con grande ejército, ;
por apaziguar algunas discordias que andaban encen-
didas entre los caudillos moros de las provincias de
España. Mas ellos no le quisieron obedecer; y vinien-
do á juntarse los de Córdova con los de Toledo, Ara-
gón y Valencia, le dieron batalla y le mataron; y aun
tentaron de quitar la obediencia al halifa de Arabia, y
hazer halifa en España de por sí. Lo qual, sabido por
Gualid, mandó aprestar una gruesa armada en Egypto
y otra en África, y las embió sobre España con su
general Reduán, que se dio tan buena maña en redu-
cirla, que sin derramamiento de sangre sosegó los
pueblos alterados, y los tornó á la obediencia del
Halifa (1).»
Okba ben al Hachchach a<; £elolí murió en sáfer
1) Escolano, II, 16.
— 4<> —
de 123 (dic. 740-en. 741) (1); y el califa Yezid, su-
cesor de Walid ben Yezid, fué proclamado en 28 de
giumada2.*de 126 (18 abril 744) (2). El wali enviado
á España muerto Okba, fué Abdelmélic ben Katan; no
Abú Becr, si Aben Bixer, ó sea Balch, que vino en auxi-
lio de Abdelmélic. Éste, después de acabar con la in-
surrección de los berberiscos, que, como sus hermanos
de África, habían también elegido su Imam, fué sor-
prendido por Balch y crucificado. Valencia, y todo el
oriente de España, siguió el partido de los Beni
Cásim. Muerto Balch, aunque vencedora su hueste,
el dominio musulmán amenazaba extinguirse aquí en
medio de la anarquía en que la tenían revuelta árabes
y berberiscos, beledíes y sirios, cuando Walid y el
.gobernador de África, Hantala ben Sefudn (el Reduán
de nuestros cronistas), atendiendo las súplicas de los
honrados muslimes de España, pusieron remedio al
mal y sin efusión de sangre. Esto, que muy en sínte-
sis apunta Escolano, está en harmonía con lo que vamos
á exponer más por extenso.
Cercano á la muerte Okba, designó por sucesor á
Abdelmélic ben Katan, quien, al fallecer Hixem, en 6
de rabié postrera del 125 (6 febrero 743), fué confir-
mado en el cargo. Los berberiscos derrotaron en las
riberas del rio Masfa (África), á los caudillos árabes
Thaalaba ben (galerna, Baleg ben Baxir y Hantala ben
Sefuan. Apurado Balgen Ceuta, donde se había refu-
giado, solicitó amparo del emir Abdelmélic, quien se
(1) Ajbar (Apead.;, 241.
(2) Conde, I, 3 1 .
— 4i —
complació en hacer más desesperada la situación de
los sirios: crueldad que luego costó cara al emir de
España.
Los berberiscos españoles, cansados de la poster-
gación de que eran objeto, no obstante haber sido
ellos quienes habían cargado con el peso principal de
la conquista, provocaron un alzamiento al saber la
prosperidad de las armas de los berberiscos africanos.
Estalló la insurrección en todo el norte de la Penín-
sula, menos en Zaragoza, donde los árabes estaban en
mayoria. Permanecieron fieles al emir, Córdoba, donde
estaba de gobernador Abderrahman ben Okba, y Tole-
do, cuyo wali era Omeya, hijo de Abdelmélic. Valencia
siguió el bando de Abdelmélic, lo mismo que toda la
España oriental, cuyos gobernadores y alcaides eran
amigos y hechura suya (i). De la común parciali-
dad de Zaragoza, Toledo, Valencia y Córdoba, habla
también Escolano (2).
La necesidad obligó á Abdelmélik á solicitar el
paso de Balch á España, no sin estipulación de con-
diciones entre heledles y sirios. Merced al valor de
éstos, la insurrección berberisca fué sofocada en san-
gre. Ni sirios ni beledíes se cuidaron entonces de
cumplir el pacto convenido. Los últimos quisieron
obligar á sus auxiliares á que se embarcaran en expe-
diciones parciales en Algeciras; y los sirios se opusie-
ron á ello, no mostrándose dispuestos á repasar el
mar sino juntos y desde Todmir ó Elvira. La mal
(1) Dozy. Historia, I, u.— Conde, I, 30.
2) Loe. cit.
6
- 42 —
cicatrizada herida del odio enconado que mutuamente
se tenían, se abrió de nuevo. Aprovecharon los sirios
el abandono en que vivía en Córdoba el emir, para
arrojarle del palacio y proclamar á Balg gobernador
de España (20 septiembre 741), al principiar el mes
dilcada de 123 (1). Abdelmélik fué crucificado entre
un cerdo y un perro.
Del infortunado Abdelmélik eran descendientes los
Beni-Cásim, poseedores de vastos dominios en las
cercanías de Alpuente, en nuestra provincia. Cerca de
Castellón de la Plana hay un pueblo que conserva el
nombre de tan antigua como poderosa familia. Las
ambiciosas esperanzas de los hijos de los defensores de
Mahoma, se redujeron, por lo que toca á una de sus
ramas, á un pequeño estado enclavado en el ángulo
noroeste de nuestra provincia (2). Cúpole también la
triste gloria á ese rincón, de ser el albergue del último
califa Omeya.
No fué de larga duración el gobierno de Baich. Los
hijos de Abdelmélik, ó sean Katan y Omeyya, con los
mismos berberiscos, á quienes se habían unido para
vengar la afrentosa muerte dada á su anciano padre,
se encontraron con Baich en las inmediaciones de
Córdoba. En el combate fué herido de tanta gravedad
el caudillo sirio, que falleció á los pocos días, xawai
de 124 (ag.-sept. 742) (3).
Muerto Baich, los sirios nombraron por su jefe á
(1) Dozy, loe. QM.—Ajbar (apéndices, p. 238).— Conde, I, 30, dice fué
en fio del año 125.
(2) Dozy, loe. cit. — Al Makkari, II, p. 11.
(*) Al MnHwri, If, p. 13.
— 43 —
Tsaálaba ben £abema. Los gobernó bien, mas hubo de
retirarse á Mérida, pero en una salida, sorprendió á los
sitiadores y les hizo muchos prisioneros. La suerte
que á éstos esperaba tenía poco de lisonjera. Cuando
no tenían otra esperanza que la de ser cortadas sus
cabezas, un incidente imprevisto los salvó del peligro.
A los diez meses de waliado de Tsaálaba, ó sea en
récheb de 125 (mayo 743), siendo califa Walid ben
Yezid, fué Abuljatar Ho^am ben Dihrar al Kelbí, nom-
brado wali por Hantala ben Sefuán, gobernador de
África. Su bandera salvó de una muerte segura á los
prisioneros beledíes y berberiscos (1).
Al walí nombrado por Hantala ben Sefuán, el Re-
duan de nuestros cronistas, le cupo la gloria «de darse
tan buena maña en reducir á España, que sin derra-
mamiento de sangre sosegó los pueblos alterados, y
los tornó á la obediencia del Kálifa (2).» «No obstante
su genio militar, era buen poeta; y en los primeros
tiempos de su mando, se mostró equitativo y justo,
obedeciéndole toda España (3).» «Era Abuljatar un noble
siriaco, natural de Damasco, y todos le atendieron y pres-
taron obediencia, siriacos y beledíes. Dio libertad á los
prisioneros y cautivos, llamándose, por esta causa, su
ejército el de la salvación, y aunándose todas las volun-
tades Acomodando á los siriacos en las diferentes
comarcas, aquietóse el estado de los españoles (4).»
Dio en feudo á los sirios tierras del dominio pu-
to Al Makkari, II, p. 14.
(2) Escolado, loe. cit.
(3) Al Makkari, loe. cit.
(4) Ajbar, p. 46.
— 44 —
buco, ordenando á los siervos que las cultivaban
pagasen desde entonces á los sirios el tercio que de
las cosechas habían venido satisfaciendo al Estado.
Los egipcios se establecieron en los distritos de Ocso-
noba, de Beja y de Todmir (i). Cuando vieron las
tierras señaladas tan semejantes á las de los países de
donde procedían, dieron gracias á Dios de su ventu-
roso estado y bendijeron á Muza ben Noséir y á Balch
ben Bexir, que tantos bienes y fortuna les habían faci-
litado (2).
El repartimiento de tierras de Todmir se hizo con
infracción del pacto de Orihuela, convenido entre
Teodomiro y Abdeláziz ben Muza (6 abril 713).
Poco antes había muerto el duque-rey, y ocupó el
trono el príncipe Atanaildo, de quien no dice el texto
de el Pacense fuese hijo de Teodomiro, como asegura
el sabio académico don Eduardo Saavedra (3). Tan
aventurada opinión es admitida también por Dozy (4).
La versión que del texto en que todos han bebido la
interesante noticia hace el académico Sr. Fernández
Guerra, es traducción libre de un pasaje del Anó-
nimo Latino:
«A Teodomiro sucedióle Atanaildo, opulentísimo
entre los magnates, y entre ellos el más pródigo de
las riquezas, generosidad que le valió ceñir la corona,
electiva de suyo. Devorábanse, por aquellos días, los
invasores unos á otros en exterminadora guerra civil,
(1) Dozy.— üftj/oría, I, n.
(2) Conde, I, 33.
(3) Estudio sobre la Invasión de los Árabes en España, c. VI.
(4) Historia, III, 10.
— 45 -
pretendiendo el berberisco, el egipcio, el siró, el
árabe, cada cual de por si, que sólo á él le pertenecía
esquilmar y empobrecer la tierra avasallada. Con reso-
lución de apaciguarlos vino aquí el gobernador Abul-
jatar, acudiendo al expediente gustoso á la tiranía,
de oprimir y desangrar al débil oprimido. «Tomó
(dice Rasis) á todos los christianos que eran en
Espannya, la tercia parte de quanto avíen, así en
mueble como en raíz, et diólo todo á los que vinieron
con él.» Eso si, liberal y artístico, puso atención
grande y especial esmero en que cada una de las
invasoras tribus lograra acomodarse .y fincar, sin
desembolso ninguno, por supuesto, en región seme-
jante á la suya nativa. Los egipcios (misr) quedaron
repartidos por la Alpujarra; y los que no cupieron
alli, por la provincia de Todmir ó Murcia. A desa-
fuero semejante, opuso, enérgico, Atanaildo lo pac-
tado entre Abdeláziz y Teodomiro (713), con la
sanción del califa Suleimán (715); pero el soberbio y
desvanecido gobernador le multó, como á irrespetuoso
y desobediente, en más de dos millones de reales.
Por fortuna, las huestes de siros que arribaron dos
años antes con el caudillo Balch para atacar el desen-
freno de los berberíes, hácense campeones del derecho,
y en horas todo lo preparan, de suerte que Atanaildo
vuelve á la gracia de Abuljatar y sube á mayor gran-
deza todavía. No descuidó el príncipe godo enviar sus
mandaderos al califa Meruán pidiéndole nueva confir-
nación de los tratados, la cual obtuvo llena dé gozo
3ara España. Durante cuarenta y dos años ni siquiera
se aflojó el, menor de los benéficos lazos en esta capi-
-46-
tulación de Teodomiro, según afirma Isidoro Pacense
(754); antes bien, por benignidad de los califas, vióse
templada la dureza del pactado tributo (1).»
Poco se alargó el periodo de tranquilidad: asi como -
la imparcialidad de Abuljatar logró la pacificación, su
amor de tribu dio margen á tenaz lucha entre yeme-
níes y moraditas. So pretexto de que po había obrado
en justicia en cierta cuestión un individuo de su tribu
y otro de otra, Somail, que sentía el despecho de no
haber recaído en él el nombramiento para el gobierno
de Zaragoza, se unió con Tsuaba ben Yézid; hicieron
(1) El Archivo, IV, 106. —Véase ahora el texto latino, advirtiendo que
transcribimos el párrafo relativo á Átanaildo y eí que le precede, porque A
ambos comprende la paráfrasis del Sr. Fernández Guerra. cNomine Theudi-
mer, qui in Hispa ui se partibus non módicas Arabum intulerat neces, et díu
exagitatis, pacem cum eis foederat habendim. Sed etiam sub Egica et Witiza,
gothorum regibus, ¡n Grascos qui asquorei navalique descenderant, sua in
patria de palma victorias triumphaverat. Nam et multa ei dignitas et honor
refertur, necnon et á christianis orientalibus perquisitus laudatur, cum tanta
in eo inventa esset veras fídei constan tía, et omnes Deo laudes referen t non
módicas: fuit enim Scripturarum amator, eloquentia mirificus, in prasliis expe-
ditos, qui et apud Almiralmuminin prudentior ínter ceteros inventus, utiliter
est honoratus, et pactum quod dudum ab Abdaliaziz acceperat, firmiter ab
eo reparatur. Sicque hactemh permanet stabilitum, ut nullatenus á successori-
bus Arabum tantas vis proligationis solvatur, et sic ad Hispaniam reraeat
gaudibundus. — 39. Athanaildus, post mortem ipsius, multi honoris et ma-
gnitudinis habetur. Erat enim in ómnibus opulentissimus dominus, et in ipsis
nimium pecunias dispensator; sed, post modicum, Alhoozzam, rex, Hispaniam
adgrediens, nescio quo furore arreptus, non módicas injurias in eum attulit,
et in ter novies millia solidorum damnavit. Q.uo audito exercitus qui cum duce
Belgi adv eneran t, sub spatio fere trium dierum omnia parant, et citius ad
Alhoozzam, cognomento Abulchatar, gratiam revocant, diversisque muniñca-
tionibus remunerando sublimant.»
Don Emilio Lafuente (Apéndices Ajbar, p. 149, n.*i) y Dozy (Investig.,
I, i), sustentan la opinión de que estos dos párrafos están fuera de su lugar, y
que pertenecen á otro capitulo de la crónica de Isidoro de Bsja, ya perdido,
ó á otra crónica distinta.
— 47 —
prisionero, en el Guadalete, á Abuljatar, y le llevaron
preso á Córdoba, en récheb de 127 (abr.-mayo 745).
Abderrahmán ben Ha^an logró libertar de la cárcel á
Abuljatar. Cuando más inminente era una batalla, el
buen sentido prevaleció sobre la pasión, y Tsuaba-fué
confirmado en el waliato, á fin de récheb (principios
de mayo).
Tranquilo poseedor del waliato Tsuaba, su parcial
Samail, con nombre de wali de Zaragoza, tomó para
si el gobierno de las provincias orientales, entre las
cuales se contaba Valencia.
Ese cambio frecuente de gobernadores llegó de
nuevo á cansar á los muslimes. A la muerte de Tsuaba
(septiembre de 746), después de cuatro meses de
anarquía, fué elegido, por consejo de Samail, en rabié
segunda del año 129 (dic. 746-en. 747), Yúsuf al
Fihrí.
No, por la elección de Yúsuf, se logró la ansiada
pacificación. Abuljatar se sublevó, pero fué vencido, y
la cabeza le fué cortada. También se rebeló Abderrah-
mán beñ Alkama al Lajmí, el mejor caballero de
España, gobernador de la frontera de Narbona, y
hombre de gran esfuerzo y que gozaba de gran cré-
dito. Todos estos alzamientos tenían su apoyo en los
cristianos muzárabes (1). Los cristianos aprovecharon
la interminable guerra civil de los muslimes para
adelantar en su noble empresa de la reconquista. En
Al año 133 (750-751) eran ya de su dominio Asturias,
Galicia y gran parte de León; y en el 136 (753-754),
(1) Al Makkarí, II, p. 16 y 17.
— 50 —
tros principales y 74 ciudades ó diócesis, equivalentes
á otros tangos condados (1). Era natural: la inmensa
mayoría de los habitantes eran todavía cristianos. En
las más de las ciudades seguían los obispos renován-
dose. Así, en Játiba, por ejemplo, lo eran en 697,
Jacobo II, que pudo ser contemporáneo con la Inva-
sión; en 729, Pedro II; en 731, Acacio; en 803, Julia-
no, y en 826, Severino II (2). Ya se hará mención de
un obispo muzárabe de Elche.
Tres años llevaba de gobierno Yú^uf, cuando en
Oriente una revolución entronizaba á la familia Abas-
sida (25 oct. 749). Meruán II pereció en un combate
(6 agosto 750). Los Ommiadas fueron casi extermina-
dos. Yú^uf, aunque gobernaba con independencia de
los califas, aún fué confirmado por Meruán. Entonces
fué cuando Amir ben Amrú, sacando partido del cam-
bio de dinastía, solicitó del abbassida Abdallah la desti-
tución de Yú$uf, y se apoderó de Zaragoza (754), de
donde arrojó al hijo de Samail. Los capitanes de las
fronteras llevaron sus banderas hacia lo interior, v
toda' k España oriental se perdió para Yú^uf (3).
Y ¿cuál era la situación de los muzárabes, ó cris-
tianos que vivían entre musulmanes? Continuaron
viviendo según sus propias leyes y bajo autoridades
instituidas con arreglo á su antiguo código. Ejercían
el poder eclesiástico superior los obispos y metropoli-
tanos, llamados betharcath (patriarcas) por los maho-
metanos. El poder civil le tenían magistrados elegidos
(i) Gebhardt, II, 5.
(2) Boix. — Xátiva, Saetabis Goda.
<3) Conde, I, 38 y 40.
— 51 —
en conformidad con los principios del Fuero Juzgo, y
• conservaban los antiguos nombres de condes, duques,
etcétera: conocían de las causas civiles y criminales,
juzgaban á los cristianos según sus leyes, y sin inter-
vención de los musulmanes decidían sus pleitos; ellos
eran también los recaudadores de los tributos que
habían de pagarse al fisco árabe y de los particulares
que á si mismos se imponían (ó para la conservación
de sus iglesias, ó para atender á los gastos de muchas,
poblaciones exclusivamente ocupadas por cristianos),
con la sola vigilancia de un alcaide musulmán (i).
Eran los dominadores muy pocos, y muy débiles
á causa de su interminable guerra civil. Los cristianos
eran muchos, pero dormían tranquilos, alucinados con
una tolerancia hija de la necesidad. Cuando los muzá-
rabes despertaron de su torpe sueño, era ya tarde para
llevar acabo una empresa justa que al principio les.
hubiera sido bien fácil realizar.
., Gebhardt, P. III, c. IV
CAPÍTULO III
Fundación del Emirato de Córdoba
Abdexubmin bm yiaawiy*, 1» bijo* de Yituf'en Valmcle y Todoúr, fÉit Aponer» «I Otaeyt:
Símil, vencido, luje 1 Todmir: ultima «fwu de Vbnf es Ual j Todnir.-TrulKlon del
cuerpo da Sí» Viieult Miilir: liiuidón de loi rnuiiribei tu jooeril: ig'nu de la musitaba
»lrsd>D«.— Vnide de Abdtrnbmdn 1 Vilcndai el SekeleM en Tono».— Vuu eonjur» contra.
el Emir: dncmbaTCD y dcTlOU del Eil.vo.-AWcTr.lrajiíi I cu Dcnii: lumilüii de Cirila el Fibrl.
— L« willeí de Velencil }■ d< Todmir jonn i.H¡«ra par I«I»[ Je Abderrehmin: el reina de
Todniir. — Un lílentn aribe gohermdor di Alciri.
jekes de las tribus árabes, sirias y egipcias
qui establecidas, convencidos de la inevi-
able ruina que, de persistir la anarquía, alr
Islam amenazaba en España, y sabedores de que se
habia salvado de la implacable saña de los Abassidas
un soto vastago de los Ommeyas, refugiado á la sazón
no lejos de Ceuta, entre los zenetas, á él acudieron
para que empuñara el timón de esta nave, pronta á
zozobrar.
En el mes de rabié 2.a del año 138 (1) (13 sep-
tiembre-n octubre 755), desembarcó, en Almuñécar,
Abderrahmán ben Moáwiya (2). Yúsuf, que en fin del
año 137(15 junio 75 5) habia, al rendirse Zaragoza,
acabado con la insurrección que había arrancado á su
(i) En Conde (II, j) se lee 10 de rabié i.» {1% agosto); y en el A ¡bar
(apéndices, 3)9), i principios de rabié 1.' ó 3.* (agosto o septiembre),
(a) Jflar, fol. 80.
— 53 —
poder el ángulo nordeste y costa oriental de España,
tiene noticia de la venida de Abderrahmán estando de
regreso de Aragón, en Wadaramla, cincuenta millas al
norte de Toledo, y se apresta á resistir al intruso (ad
Daghel); para lo cual, al mismo tiempo que dio órde-
nes á su hijo Abderrahmán á fin de que defendiese la
ciudad y comarca de Córdoba, y él, con Samail, alle-
gaba gentes de las provincias de Mérida y Toledo,
envió á sus hijos Muhámad, á la provincia de Valen-
cia, y al Cásim, á la de Todmir, para que previniesen
la gente de ellas y en ellas mantuviesen su partido (i).
Esto es prueba, no sólo de que toda esta comarca había
sido recobrada por Yúsuf, sino de que la autonomía
del estado que fundara Teodomiro, ó no existia, ó
estaba ya en una dependencia lastimosa. Y esta verdad,
indicada por el falsario Abulcásim y confirmada por
el injustamente desprestigiado Conde, está puesta fuera
de duda por el mismo Dozy (2).
El joven príncipe lleva ceñida á sus banderas la
palma de la victoria. Yúsuf es derrotado, y las huestes
vencedoras llegan hasta Córdoba, á la cual estrechan
con apretado cerco. Solicita el Fihrí el socorro de su
fiel amigo Samail para hacer levantar el sitio; sábelo
Aben Moáwiya, confía el mando de las tropas que
circunvalan k Córdoba á Temam, y con 10.000 caba-
llos vuela al encuentro del ejército enemigo, numeroso
y aguerrido, y capitaneado, además, por caudillos tan
expertos como Samail y Yúsuf. La batalla de Muzara,
( 1) Conde, II, 4 y 6.
(2) Historia, I, 16.
~ 54 —
dada eldia de la Fftsta de las Víctimas, 10 de dilagía
de 138 (14 mayo de 755), fué terrible para Yúsuf y
Samail: dejaron el campo cubierto de cadáveres, y
cada uno huyó por donde mejor pudo: para el occi-
dente, Yúsuf, y para la tierra de Todmir, Samail.
Córdoba abrió sus puertas á los vencedores, y al día
siguiente, sábado, Abderrahmán fué proclamado emir
de España. Comprendieron Yúsuf y Samail que era
temeridad oponerse á la fortuna de Abderrahmán, y
pactaron con él tratos de avenencia; y, concedidos,
entraron juntos en Córdoba (julio 756). Para Conde,
se ajustó y otorgó la avenencia el miércoles, á 2 de
rabié 2.a del año 139 (3 septiembre 756).. Se retira-
ron los vencidos á tierra de Todmir, donde mandaba
Muhámad Abulaswad, hijo de Yúsuf, y después á la de
Toledo (1).
Contra el convenio celebrado, Yúsuf se rebeló el
año 141 (mayo 758-759). Pudo reunir un ejército
de 20.000 combatientes, de los cuales eran los más
beledíes, y también algunos sirios, y luego se corrió á
la tierra de Todmir, ó de Lecant (2), donde se habia
hecho fuerte el principal núcleo de tropas rebeldes.
Abdelmélic, general de Abderrahmán, le alcanzó, en
los campos de Lorca, y Yúsuf murió cubierto de heri-
das y rodeado de crecido número de cadáveres. En
Ajbar se lee que Yúsuf pudo escapar después de la
derrota y que, reconocido á cuatro millas de Toledo,
(1) *Ajbar, fol. 84-88.— Dozy, I, 15.— Conde, II, 6-8.
(2) Dozy traduce Fuente de Cantos (I, 16), y lo mismo el Sr. Lafuente
Alcántara, en la versión del Ajbar (Apéndices, p. 253).
— ss —
le fué cortada la cabeza. Al año siguiente, 142 (759- "
760), Samail murió estrangulado en la cárcel (1).
Ya apartado el peligro de dos rivales tan podero-
sos, hubo de defenderse contra las tentativas de los
Abbasidas. Antes vamos á tratar el asunto de la trasla-
ción del cadáver de San Vicente. Al mismo tiempo
que Abderrahmán, libre, siquiera sea momentánea-
mente, de cuidados interiores, pactaba, con ciertas
condiciones, parecidas á signo de vasallaje por parte
de los cristianos, en 3 de sáfer de 142 (5 junio 759),
paz y seguro (2), comenzó á lanzar la máscara de
tolerancia que se venía dispensando á los muzárabes.
Muy dignas de consideración' son la$ reflexiones que
acerca de tal asunto hace autor cuyo entusiasmo por
la causa musulmana es harto manifiesto.
■
cPara ser justos, debemos añadir que si ésta conquista fué
un bien bajo muchos aspectos, fué un mal bajo de otros. Asi, el
culto era libre, pero la Iglesia estaba sometida á una dura y ver*
gonzosa servidumbre. El derecho de convocar concilios, como el
de nombrar y deponer á los obispos, habia pasado de los reyes
visigodos á los sultanes arábigos, lo mismo que en el norte pasó
á los reyes de Asturias; y este derecho fatal, confiado á un ene-
migo de la religión cristiana, fué para la Iglesia fuente inagotable
de males, de oprobios y de escándalos. Cuando había obispos
que no querían asistir á un concilio, los sultanes hacían sentar
en sn lugar judíos y musulmanes. Vendían la dignidad episcopal
al mayor postor: de modo que los cristianos tenían que confiar
sus más caros y sagrados intereses, á herejes ó libertinos que,
aun durante las fiestas más solemnes de la Iglesia, concurrían á
'~s orgías de los cortesanos árabes, á incrédulos que negaban
{i) Ajbar, fol. 88-91. — Conde, II, 10-12.— Dozy, loe. cit.
(2) Conde, II, 11.
públicamente la vida futura, ó á miserables que, no contemos
con venderse, vendían también á su rebaño Desde que los
árabes afirmaron su dominio, observaron los tratados menos
escrupulosamente que cuando su poder no estaba aún bien esta—
blecido Habiendo aumentado la población de Córdoba con
la llegada de los árabes de Siria, y hallándose las mezquitas
demasiado pequeñas, los sirios opinaron que debía hacerse en
Córdoba lo que en Damasco, en Emesa y en otras ciudades de
su país, esto es, quitar á los cristianos la mitad de sus catedrales
para convertirlas en mezquitas (i) Además, como los docto-
res (muslimes) enseñaban que el gobierno debía manifestar su
celo religioso aumentando las contribuciones á los cristianos,
tantas extraordinarias se les impusieron, que ya en el siglo IX
muchas de sus poblaciones se encontraban hambrientas. En otras
palabras: sucedió en España 1o que en todos los países que los
árabes conquistaron: su dominación, de dulce y humana que
había sido en un principio, degeneró en un despotismo intole-
rable. Desde el siglo IX los conquistadores de la Península
siguieron á la letra el consejo del califa Ornar, que habia dicho
crudamente: «Nosotros debemos «comernos* á los cristianos, y
nuestros descendientes deben «comerse» á los suyos mientras que
dure el Islamismo» (2).
Los muzárabes valencianos tuvieron, como es
consiguiente, la suerte que cupo á los del resto de
España. El moro Rasis escribe en su crónica, que
cuando el primer Abderrahmán estuvo en Valencia
en 760, huyeron los cristianos de ella con el cuerpo
de San Vicente Mártir, y le colocaron en el Trotnon-
torio Sacro de Portugal, llamado en adelante, por esta
razón, Cabo de San Fícente. De otras dos traslaciones se
(1) Los Árabes solían llamar i Sevilla ÍUmts*y y á, Elbira la de Granada, Damasco, y á Jaén,
Quimerina y como recuerdo de las ciudades de'su patria (Conde, II, 9, nota). Por igual razóu llamaron
mar de Siria al Mediterráneo.
(a) Dozy, Historia , II, 2.
— 57 —
hace mención: al monasterio de Castres (Francia),
en 855, y á Capua (Italia), en 970. Resulta, de todo
esto, que, en testimonio de españoles, portugueses,
franceses é italianos, se veneró en aquellos tiempos en
Valencia tan sagrada reliquia. Dozy publicó un calen-
dario arábigo-cordobés con su traducción antigua
latina. Es del año 961, y está dedicado á Al Háquem II,
hijo del primer califa español. Dicho calendario bilin-
güe prueba lo vivo que estaba el culto de San Vicente
entre los muzárabes españoles de aquel tiempo, y
parece insinuar que la gran fiesta (22 enero) era en
Valencia.
Según parecer de uno de nuestros cronistas, que
dice seguir en esto á Mármol, Béuter y otros, los
muzárabes de Valencia habitaron el cuartel de la parro-
quia de San Bartolomé, y tuvieron por iglesia la del
Santo Sepulcro, monasterio entonces de Basilios ó
Benitos, y ahora parroquia de San Bartolomé (1).
Más atendibles son las razones que militan en favor
de que fuese templo de los muzárabes valencianos
San Vicente de la Roqueta. Según Aimonio, monje de
Castres, al llegar á Valencia su compañero Audaldo,
encargado de retirar el cuerpo, del Santo, se hospedó
en el suburbio, casi abandonado por los cristianos,
cuya iglesia estaba arruinada. Pero en 11 72, al poner
sitio á Valencia Alfonso II de Aragón, la iglesia de
San Vicente aun se conservaba, pues ella, con sus
diezmos y primicias y demás derechos, quedaba á dis-
posición del abuelo de Jaime I. De ahí que Alfonso II
(1) Escolano, II, 15.
-■S8-
concediese, en octubre de 1177, al monasterio de San
Juan de la Peña la iglesia de San Vicente, «que era
entonces, como oportunamente apunta el P. Teixidor,
la iglesia matriz y como catedral, á cuyo prelado, que
es el obispo, y á su cabildo, pertenecen los diezmos.»
En 1 2 12 aun continuaba en posesión de la referida
iglesia el monasterio de San Juan de la Peña; y cuando
Valencia estaba en vísperas de su reconquista por los
cristianos, tenían éstos su iglesia en San Vicente de
la Roqueta, distante un kilómetro de la puerta más
próxima, la de la Boatella, ó de San Vicente. Siendo
práctica constante de los mahometanos no permitir
edificación de nuevas iglesias á los cristianos , ha-
biendo estado siempre abierta al culto la de San
Vicente de la Roqueta, esa, y no la de San Bartolomé,
pudo ser la de los muzárabes valencianos (1).
Digamos ahora, con brevedad, lo que acerca de una
de las traslaciones leemos en uno de nuestros cro-
nistas. Tomándolo del moro Rasis, dice que en el
año 759 toda España, excepto Valencia, estaba ya ava-
sallada al rey Abderrahmán; y. para someterla, partió al
frente de un grueso ejército. Temerosos los muzárabes
valencianos de que el Emir repitiese aquí las profana-
ciones que en otros puntos había cometido con las
reliquias de los santos, trataron de poner en salvo las
de San Vicente Mártir, y, al efecto, las trasladaron secre-
tamente y por mar al Algarbe. La ciudad se le rindió,
pero fué fieramente castigada por la obstinación en
(1) £1 Archivo, IV, 14-17. Al llegar al punto de la Reconquista, anota-
remos mayores particularidades, tomadas de los Monumentos Históricos de
Valencia y su Reino (lib. V, cap. IV).
— 59 —
resistir su imperio. Después de imponer á sus habi-
tantes, en castigo, pechos y tributos, dio la vuelta á
Córdoba (i).
La Poesía, que suple naturales deficiencias, las
reclamadas por la severidad histórica, arrancando á la
paleta de la imaginación vistosos colores, ha tomado
por argumento el que acabamos de reseñar; y echando
mano, con poco acierto, en verdad, de fechas, que
con frecuencia suele también equivocar la Historia,
nos presenta el siguiente y animado cuadro:
Corría el año 780. Ocupaban los muzárabes valen-
cianos un barrio extremo de Valencia: agrupados
vivían en torno á la iglesia del Sanio Sepulcro, hoy
San Bartolomé. Un domingo, después del medio día,
algunos muzárabes se habían reunido en el indicado
templo, como para deliberar sobre gravísimo asunto.
Un decreto de Abderrahmán I ordenaba se convir-
tiesen los templos de Cristo en árabes mezqui-
tas. Un venerable sacerdote, el último deán de la
catedral, propone se tome el cuerpo del Santo, se le
traslade al Grao y sea transportado á tierra de As-
turias.
Diez ó doce dias más tarde surcaba una nave el
Mediterráneo, cruzaba luego el estrecho gaditano y
paraba, por fin, al pie del Monte Sacro. Allí quedaron
el sagrado depósito y el deán y numerosos muzárabes
de la ciudad del Turi^. Levantaron un humilde tem-
nlo, donde fueron instalados los venerandos restos
..ortales del invicto mártir, y en torno del pequeño
1) Escolino, n, 1 6.
— 6o —
templo alzaron pobres chozas que les sirviesen de
rústico albergue.
Hacia el año 1 1 12, reinando en Portugal su primer
monarca cristiano, Alfonso Enriquez, un caudillo
moro, Abulhassán, penetró hasta la colonia cristiana,
hizo cautivos á sus míseros habitantes y hasta los
cimientos arrasó chozas y templo. Entre los pri-
sioneros que el regio lusitano nieto de Alfonso VI
hizo en la famosa batalla de Campo-Ourique (25
julio 1139), contábanse algunos de aquellos infelices
cristianos reducidos á cautiverio. Oyó el relato de
sus infortunios conmovido el rey, y formó propósito
de recoger el cuerpo del Santo. Dueño ya de Lis-
boa (1 148), hizo por mar un paseo hasta el Promon-
torio Sacro, y, guiado por aquellos cristianos, descu-
brió, bajo bóveda cubierta de escombros, el ansiado
tesoro. En 1173 fué su traslado á la iglesia mayor de
la capital del reino, y tres años después se le llevó á
Braga (1).
(1) Tradiciones Españolas (Bibl. Encicl. Pop. Ilustr.), I, 153-168.
El estudio sobre un sepulcro que hasta 1865 estuvo sirviendo de pila en
el patio de la ciudadela de Valencia y que en la actualidad se conserva en el
Museo de Pinturas de la misma, merece ser conocido, por lo que reproduci-
mos lo que guarda estrech?. relación con el asunto de la traslación de los
restos del invicto mártir.
cEl sepulcro es de piedra y afecta la forma de una caja rectangular, si a
tapa, con las siguientes dimensiones, que bastan, por sí sc!asp á determinar el
carácter sepulcral del monumento: longitud,* 1*91 m.; latitud, 0*63, y pro-
fundidad, 0*57.
» Aunque carece de inscripción, puede también precisarse su carácter cris-
tiano, por los símbolos que en el frontis ostenta esculpidos, tales cora 3 el
crismón, que representa la persona de Cristo; la cruz, por h muerte y mar*
tirio; la láurea, por la victoria; las palomas, por el dolor de los vivos; el
— 6r —
La venida de Abderrahmán á Valencia fué en el
año 768. Tranquilo ya de los cuidados que le dieron
Yúsuf y sus hijos, pues las rebeliones de éstos, en 760,
762 y 766, fueron ahogadas en sangre, causáronle
continuo malestar las tentativas de los Abassidas, para
ciervo, por la humildad, y el cordero, por la redención. El primero de ellos,
<5 sea, el monograma de Cristo, no se ha hallado en ningún monumento
gentílico, i no haber sido superpuesto, porque forma parte de la composición.
»No se necesitan grandes conocimientos arqueológicos para referir, desde
luego, este sepulcro cristiano á la época romana: su estilo no deja lugar á
duda; y fácil es hallar similares que lo comprueben en cualquiera de las
importantes colecciones que dan á conocer los sepulcros de este género, muy
en particular los hallados en las catacumbas de Roma.
»Lo que importa es averiguar la fecha del monumento: y ésta ha de ser
determinada por los símbolos que aquél lleva esculpidos. £1 crismón afecta
una forma característica de los siglos III y IV; la cruz latina fué de rarísimo
uso en los monumentos anteriores i Constantino, y la sencilla composición
del dibujo no prevaleció muchos años después de la paz dada á la Iglesia por
este Emperador. Con tales datos, que se desprenden del estudio comparativo
de otros sepulcros de indubitada fecha, podemos reducir la del que ahora nos
ocupa, á fines del siglo III, ó principios del IV.
»Pero hay probabilidades todavía de mayor precisión. Los cristianos de
Valencia fueron indudablemente los que ejecutaron esta monumental obra,
puesto que su magnitud, peso y olvido en que estuvo, obligan á rechazar la
idea de que fuese modernamente importada de muy distinto lugar. Ningún
indicio hay que permita reconocer la existencia de cristianos en Valencia
antes del siglo IV. Nuestra ciudad, como importante colonia romana que era,
se inspiraba en los mismos sentimientos paganos del Imperio: no han queda-
do restos ni memorias de catacumbas; sufrieron persecución los cristianos en
d año 304, y no pudieron practicar una decente sepultura hasta la paz dada
por Constantino en 312, según afirma el inmortal poeta Aurelio Prudencio.
Ahora bien: ¿puede admitirse que antes de esta última fecha labraran tan
ostentoso sepulcro? En manera alguna: y he aquí, por consiguiente, fijado el
origen de éste en los primeros años de la paz cristiana.
»Lo notable es qne á ninguno de nuestros historiadores, eclesiásticos y
"afanos, antiguos y modernos, haya llamado la atención un testimonio de
•nejante importancia, cuando tanto y con tal calor se ha defendido la auten-
idad de otros coetáneos.
•Tan esplendida cep^tara debió estar destinada á contener los restos mor-
.£$ de algún cristiano esclarecido y eminente en virtud ó en jerarquía. No se
— 62 —
quienes Abderrahmán era ad Daghel, un intruso. Diez
gruesos bajeles, en los cuales venia el caudillo Abda-
llah ben Habib el Sekelebí, aportaron á la desemboca-
dura del Ebro al principio del año 151 (en.-feb. 768).
Los alcaides de la comarca de Tortosa dieron aviso al
sa be que en aquella épcca hubiese obispos en nuestra ciudad ni que floreciese
algún santo ni algunas de esas eminencias que dejan siempre en la historia
la huella de su paso. Pero ¿i qué otro pudieron dedicar los cristianos de
V alencia sus primeras prodigalidades sino al invicto mártir San Vicente, pasmo
y admiración de toda la cristiandad? ¿Qué otro sepulcro puede ser éste que el
mencionado por el principe de los poetas cristianos en su inspirado himno al
glorioso diicono? Esto es tan' lógico y natural, que lo único de extraño es que
nadie haya pensado en semejante probabilidad.
» Dicen las actas, que los fíeles de nuestra ciudad sepultaron en la arena, y
con sigilo, el cuerpo de San Vicente Mártir, adornando de continuo con flores
aquel lugar, para distinguirlo en todo tiempo; y que, obtenido el triunfo por
Constantino, construyeron una espléndida sepultura, sobre la cual levantaron
sagrado altar y su correspondiente basílica, cuyo emplazamiento corresponde
á la actual iglesia denominada de San Vicente de la Roqueta. — La veneración
que en tiempo de los árabes dieron los cristianos al sagrado cadáver, se revela
por las siguientes palabras del moro Rasú: «E quando él (Abderrahmán)
entró en Valencia, teníen y los chrhtianos que y moravan un cuerpo de un
hombre que hab/e nombre Veceinte e honrávanlo como si fuese Dios. £ los
que teníen aquel cuerpo, facíen creyente á otra gente, que facíe ver los
ciegos, e fablar los mudos e andar á los zopos.»
»Pero el temor de que el citado Abderrahmán se apoderase de él, obligó
á los cristianos á extraerlo furtivamente de la ciudad, quedando, por consi-
guiente, vacío el sepulcro desde el siglo VIII, en que se verificó esta trasla-
ción; pues no es posible suponer, dadas aquellas circunstancias, que los
devotos ciistianos llevaran también consigo, en tan largo viaje, la monu-
mental sepultura.
>Cuando Jaime I conquistó á Valencia, puso un especial cuidado en sus*,
tituir la antigua iglesia que contuvo los restos del santo mártir, con otra más
suntuosa. Después sufrió el edificio diversas restauraciones, y modernamente
fué demolido en parte para regularizar la calle. En alguna de estas obras
debió ser trasladado el venerado sepulcro al no muy disunte lugar que ocupó
en la ciudadela» (i).
(1) El Arthivo, I, 514-316, tomado de Las Proi ¡veías, diario en coyas columnas publicd el trabajo
don José Martínez Aloy.
-63 ~
walí de la ciudad, y éste, á los gobernadores de Tarra-
gona y Barcelona. Al tener noticia del desembarco
Abderrahmán, seguido sólo de sus caballos zenetas y
de los wazires y caudillos que se hallaban en Córdoba,
partió hacia tierra de Todmir y ,de Valencia, engro-
sando, al paso, su hueste. Antes de llegar el Emir á
Valencia, supo que el ejército rebelde que había desem-
barcado en los Alfaques había sido roto y disperso por
el walí de Tortosa, y que los africanos vagaban por los
montes, por no haber podido reembarcarse, pues las
naves habían sido incendiadas por la flota salida de
Tarragona. Quiso el Emir, no obstante las halagüeñas
noticias, proseguir su marcha, por visitar las ciudades
que t%n buen servicio le habían hecho. Así lo hizo:
fué á Tarragona y á Barcelona, y por Huesca, Zarago-
za y Toledo volvió á Córdoba, siendo el día de su
entrada en ella día de gran fiesta (1).
Desde los montes de Afrank hasta las costas de
Andalucía púsose en conmoción la España oriental
diez años después. Uno había transcurrido desde que
Abderrahmán sofocara, como él sabía hacerlo, una
insurrección abortada estando él en Badajoz, cuando
en Todmir se levantó Abderrahmán ben Habib el
Fihri, llamado el Eslavo, quien escribió á Suleimán el
Arabí, de la tribu de Quelb, que estaba en Barcelona,
invitándole á que abrazase su causa. Contestóle bien
Suleimán; pero, en vista de que éste retrasó el auxilio
nrometido, el Eslavo le atacó, bien que con mala
irte, pues fué vencido y obligado á retirarse á
) Conde, II, 18.
_64~
Todmir, adonde el Emir acudió y asoló su comarca.
Uil traidor, natural de Oreto, asesinó después al
Fihrí (i).
No fué éste un movimiento aislado, sino que tenía
grandes ramificaciones, y que, á no haberse descu-
bierto el plan, hubiese, de un solo golpe, acabado con
el poderío de Abderrahmán ben Moáwiya. Los miem-
bros de la conjura eran los ya dichos Suleimán ben
Yacdhan el Arabi, gobernador de Barcelona, y Abde-
rrahmán ben Habib, yerno de Yúsuf el Fihrí, apellida-
do el «Eslavo»; además, Muhámad Abulaswad, hijo
de Yúsuf, que muchos años había estaba encerrado en
una cárcel de Córdoba. Descuidaron los guardas y car-
celeros su custodia y, compadecidos, le permitieron
gozara de la luz del sol. Fingióse ciego, y pudo enga-
ñar á sus guardianes. Muhámad aprovechó el descuido,
y, en inteligencia con sus parciales, pasó el Guadal-
quivir á nado, y, en caballos que le tenían preparados,
llegó sin obstáculo á Toledo (2).
Los tres caudillos marcharon á Paderborn (777),
residencia de Carlomagno, y le propusieron una alian-
za contra el emir de España. El Emperador franquea-
ría el Pirineo con numerosas tropas; el Arabí y sus
aliados le reconocerían por soberano, y el «Eslavo »,
reclutadas tropas berberiscas en África, las conduciría
á la tierra de Todmir y secundaría el movimiento del
norte enarbolando el estandarte del califa abassida,
aliado de Carlomagno.
(1) Ajbar% fol. 94-95.
(2) Dozy, Historia, I, 16.— Conde, 11, 21.
-ós-
Conde refiere lo que Dozy confiesa ignorar, ó sea,
la parte de España en que debía operar Muhámad el
Aswad. El fuego de la rebelión se inició én las sierras
de Cazorla y Segura. En ellas se desplegaron las ban-
deras de los Fihries, á cuya sombra se recogieron 6.000
soldados aguerridos y bien armados. Al mismo tiempo
que Abderrahmán salía de Córdoba contra los rebel-
des, avisó á los walíes de Todmir y de Jaén, para que
fuesen á deshacer las taifas de enemigos. El incendio
se propagó á la serranía de Ronda, en la cual andaba
Cásim, otro hijo de Yúsuf, y en los montes de Jaén,
el caudillo Hafila. Sin resultado decisivo se prolongó
por mucho tiempo esta guerra.
El «Esjavo», siguiendo el plan acordado, desem-
barcó, con un ejército berberisco, en la tierra de Tod-
mir. Pidió socorros al Arabí, y éste, sin negarlos,
contestó que su acción se reduc ' 1 á obrar en combi-
nación con Carlomagno, que no nabía atravesado aún
el Pirineo. El no extinguido odio entre fihritas y yeme-
níes recrudeció de nuevo. Culpáronse de traición el
«Eslavo» y el gobernador de Barcelona; salvó el
desembarcado en Todmir la distancia que los separaba,
y en el encuentro fué derrotado el caudillo del ejército
berberisco, que se retiró á la tierra de Todmir. Poco
después, la traición, comprada, tal vez, por Abderrah-
mán, le libraba de aquel enemigo.
Tampoco tuvo mejor resultado la tardía venida de
Carlomagno. Su retirada por Roncesvalles es famosa,
íes los vascos probaron una vez más que no impu-
emente se cruzan en son de guerra sus desfi-
deros.
— 66 —
Aconsejaban á Muhámad Abulaswad sus parciales,
que se entregase á merced del Emir, que le pidiese
perdón y excusase su fuga de Córdoba. Muhámad
contestaba que una fuerza secreta se lo impedia. Supli-
cáronle que si la batalla se empeñaba, que, al menos,
se pusiese en salvo apelando á la fuga. Dos días des-
pués, ó sea el 4 de rabié i.a de 168 (24 septiem-
bre 784), por traición del que mandaba su ala derecha,
4.000 de sus compañeros sirvieron de pasto á los
lobos y á los buitres junto al Guadialhamar. Un año
más tarde murió Muhámad en Alarcón (1).
Aun quedaban Cásim, el hijo menor de Yúsuf, y
Hafila. Sosteníanse en la tierra de Todmir, y Abde-
rrahmán acudió á apagar aquel fuego. La persecución
activa de los walies de aquella región dio por resultado
que Cásim cayera prisionero. Visitó el Emir el castillo
de Segura, especie de ciudad inaccesible edificada en
la cumbre de un monte de cuya raíz nacen dos ríos
tan caudalosos como el Guadalquibir (el Rio Grande)
y el Guadalabiad (el Rio Blanco), el antiguo Táder, el
actual Segura. Éste bañaba, por último, la población
Almodwar. Desde Segura pasó Abderrahmán á Denia,
y allí le fué presentada la cabeza del infortunado
Hafila. Se trasladó á Lorca, después á Murcia, donde
se detuvo algún tiempo, y, por último, á Córdoba, en
la cual hizo su entrada corriendo ya el año 170
(jul. 786-jun. 787). A los pocos días de llegar á la
capital, le presentaron cargado de cadenas el hijo me-
nor de Yúsuf. Abderrahmán, considerando la incons-
(i) Dozy, loe. cit. — Conde, II, 22.
-67~
tancia de la. suerte humana, le miró con ojos de lásti-
ma, pues de su natural era compasivo. Cásim imploró
perdón y besó, en señal de humildad, la tierra á los
pies del Emir, y éste mandó le quitasen los hierros.
Cásim, á quien Abderrahmán dio largas posesiones
fn tierra de Sevilla, se mantuvo siempre en obediencia
á su bienhechor (i).
Al fin del año 170 (junio de 787) hizo Abderrah-
mán se congregasen en Córdoba los walíes de las seis
provincias, Toledo, Mérida, Zaragoza, Valencia, Gra-
nada y Murcia, los gobernadores de las doce ciudades
principales y los veinticuatro wazires de éstos, para
que prestasen juramento de fidelidad á su hijo Hixem
como sucesor del imperio. La postergación de que
fueron objeto Suleimán y Abdallah, hermanos mayo-
res de Hixem, fué causa de larga guerra civil que tuvo,
en parte, por teatro la región de levante. Pocos días
después de la jura, partió el Emir á Mérida, y allí bajó
al sepulcro el 22 de rabié 2.a del año 171 (10 octu-
bre 787) (2). *
Las fáciles entradas y salidas de los musulmanes
en armas en la tierra de Todmir, suponen que el reino
que aun se conservaba en tiempo de Isidoro de Beja
(754), había dejado de existir. Presúmese que Atana-
hildo, ó sus sucesores, se entendieron con los señores
de España. Al detenerse el célebre Almanzor en Mur-
,cia cuando su expedición á Cataluña (985), se hospedó
" casa de Aben Khattab, ya fuese simple particular,
1) Conde, II, 25.
2) Conde, II, 24. Eq Casiri (II, 33) se lee que Hi*;m sucedió á su padre
mo 172, ó sea, el 30 de septiembre de 788.
— é8 —
ya tuviera el cargo de cáhdi. Las propiedades del
murciano eran grandísimas, y sus rentas, enormes»
Cliente de los Omeyas, procedía probablemente de
origen visigodo; y, acaso, descendía de Teodominx
En tiempo de Aben al Abbar (siglo XIII), los Beni
Kbattab se suponían árabes; pero sus antepasados del
siglo X no pensaban aún en arrogarse semejante ori-
gen (i).
El primer literato árabe de quien sepamos floreció ei>
nuestro país, fué Rhatis ben Solimán ben Abdelmélic
Abu Solimán, al cual dedica elogios Aben al Abbar.
Según Rasis, entró en España con Abderrahmán ben
Moáwiya; fué gobernador de Alcira y Cabra, y luego
tuvo con el mismo emir la dignidad de wazir (minis-
tro). Reinando Hixem, con quien tuvo igual cargo,,
bajó al sepulcro (2).
(1) Dozy, Historia, 111, 10.
(2) Casiri, II, 33-40.
CAPÍTULO IV
Guerras de Sucesión
%Mím de Zaid ben Hc^ain btn Yahya el oiusari: muerte del wali de Valencia: muerte de Zaid.—
Primera guerra Je Sucesión: derrota de los principes rebeldes: Abdallah el Valenciano. — En» efianzar
obligatoria del idioma y escritura Árabes á los muzárabes. -—Segunda guerra de Sucesión: retiranse
hada Todmir los rebeldes: su derrota, y muerte de Solimán: refugiase Abdallah en Valencia: hon-
rosas condiciones de paz. — Al Heqtum I en Valencia,— El reino de Todmir islamizado.— Tercera y
a/tíma guerra de Sucesión; test obligado Abdallah á correrse i tierra de Todmir y encerrarse en
Valencia: sitíala Abderrahmin II: la mezquita de Bab Todmir: generosidad del Emir, y terminación
de la guerra: Abdallah, señor de Todmir: supuesto origen de Gandía.— Despotism o de los Emires: las-
madrisas ó escuelas públicas: la circuncisión obligatoria á los muzárabes.
¡ON preferencia á Conde, hemos venido uti-
lizando los trabajos de su impugnador
Dozy (i). El carácter propio de las obras
de ambos autores nos pone en el caso de alterar el
orden en aquella preferencia. Dozy es tan propenso á
generalizar, á remontarse á las regiones de la filosofía
de la Historia, como Conde lo es á no despreciar los
más menudos detalles; y nosotros necesitamos en
adelante más de éstos que de las consecuencias que
el autor holandés deduce de premisas no siempre
bien sentadas. Con este procedimiento, fácil es obte-
[i) Hoy, sin embargo, está ya comprobado que es calumniosa la especie
que fuera Conde un falsificador. Cotejados sus manuscritos con los origi-
les de qne se sirvió, se ha observado entre ellos la más exacta confor-
lad.
— 7o —
ner un instrumento acomodaticio, fácil es desna-
turalizar los hechos, tergiversar conceptos, revestirlos
con ropaje que no es el suyo propio. A pesar de la
mal disimulada inquina que ya desde las primeras
páginas descubre el arabista holandés contra ciertas
cosas, á las cuales, ó no ha comprendido bien, ó á
sabiendas las calumnia, no renunciamos en absoluto
á utilizar su valioso concurso, echando mano de los
materiales que él aporte y en la medida que la oportu-
nidad y la prudencia de consuno aconsejen.
Desde Mérida se trasladó Hixem á Córdoba, y,
obligado del comportamiento dudoso de sus herma-
nos Solimán y Abdallah, walies respectivos de las
provincias Toledo y Mérida, fueron sus primeras me-
didas ordenar á los gobernadores y cadhies se tratara á
sus hermanos como rebeldes. Entonces se reprodujo
un fuego que equivocadamente se consideraba ya
extinguido.
En el último capítulo se habló de la parte que en
los sucesos de allende el Ebro tuvo Abderrahmán ben
Habib el Fihri, llamado el Eslavo, que desembarcó con
un ejército en la tierra de Todmir. Disgustados enton-
ces el Arabi y el Eslavo, llegaron á las manos, y la
fortuna no sonrió al último, el Fihri. Inconstantes en
sus odios y amistades, por subordinar sus actos á las
necesidades del momento, pactaron luego alianza, y
juntos se alzaron con Zaragoza contra Abderrahmán
ben Moáwiya. Contaban con el apoyo de Cario Magno,
y contra él, como contra el Emir, lucharon después
cuando uno y otro intentaron arrebatarles la presa. La
ambición de Ai Hozain no consentía compañero en el
~ 71 —
mando, é hizo asesinar en la mezquita y en viernes á
su consocio Al Arabí. Si bien Cario Magno se había
visto obligado á retirarse de los muros de Zaragoza
con las manos vacías, el Emir apretó tanto á Al
Hozain, que éste pidió la paz, y le fué concedida, entre-
gando en rehenes" á su hijo Zaid.
Era Zaid de ánimo no apoqado y mañoso, y tuvo
trazas para huir y reunirse al día siguiente con su
padre, que se rebeló de nuevo en Zaragoza. Combatida
ésta otra vez por el Emir, á tanta estrechez se vio
reducida, que sus moradores imploraron la clemencia
del soberano y le entregaron el rebelde, quien pagó
con su cabeza el haberlo sido del motín (1). El hijo
Zaid, que vivía retirado en Murviedro, deseoso de
llevar adelante la bandera de la rebelión, aprovechó la
guerra de sucesión, muerto el primer Omeya; hizo un
llamamiento á los yemeníes, á quienes había favore-
cido, y, con el auxilio de tales tropas, fué á Tortosa,
se apoderó de la ciudad y destituyó á su gobernador,
Yúsuf el KeicL
Apenas tuvo noticia de ello Hixem, dispuso que
el walí de Valencia corriese á Tortosa para sofocar la
insurrección. Reunió el walí la caballería de la ciudad
y, al paso, recogió la de Murviedro y la de Nules. No
esperó Zaid llegasen á Tortosa las tropas enviadas
contra él: salió á su encuentro, y en la empeñada lucha
que se trabó, fué derrotado y hubo de apelar á la fuga,
si no fué esto una de tantas estratagemas que facil-
ite discurría su astucia. Lo cierto es que tras las
xAjbar, fol. 96 y 97.
— 72 —
vencidas tropas de Zaid se precipitó el walí de Valen-
cia, y cayó en una emboscada. De ambas partes fué
grande la matanza, pero el daño que los valencianos
padecieron fué mayor, por cuanto su gobernador
quedó muerto en el campo de batalla, y ellos, diezma-
dos y abatidos, hubieron de replegarse al punto de
donde habían salido.
Dícese por unos, que el walí muerto se llamaba
Muza ben Hodeira el Keicí, y que esta triste jornada
ocurrió en el año 172 (jun. 788-may. 789). Dícese
más: que, avisado del desmán el rey Hixem, para
cortar el ánimo y osadía á los rebeldes, encargó á los
walíes de Granada y de Murcia que enviasen sus
gentes á Valencia y que, unidos á su nuevo gober-
nador, Abú Otmán, escarmentasen á los rebeldes. En
el año 174 (mayo 790-791), Abú Otmán venció á
Zaid, el cual murió en la batalla, y su cabeza, enviada
á Córdoba, fué mandada poner por Hixem en un
garfio del muro.
Barcelona, Huesca, Tarazona y Zaragoza, que se
habían sublevado, abrieron sus puertas. Agradeció
Hixem los buenos servicios del gobernador de Valen-
cia, y le mandó esperase en los montes de Afranc,
adonde se le enviarían refuerzos. Coincidió con tan
próspera campaña la terminación de la guerra provo-
cada por los hermanos del Emir (1).
Casiri habla de ésta: «Abdallah ben Abderrahmán
ben Moáwiya, más conocido por el Valenciano^ se
O) Abu Alcatir, VI, 8o-8i.— Aben Adhuí.— Al Makkarí.— Conde, II,
25-27 —Las dos primeras citas están tomadas de la Historia de Sagunto, por
don Antonio Chabret, I, 158-159.
— 73 —
apropió, muerto su padre, el principado de Valencia.
A esta ciudad se retiró, reducido por Hixem y renun-
ciados los derechos de aquél al trono. Renovada- la
disensión, huyó á Toledo, donde su hermano Solimán
se había rebelado. Vencidos los dos, fueron enviados
al África, é Hixem, gozando ya de tranquilidad, con-
sagró sus afanes á la buena administración de sus
estados y á la propagación de su imperio, hasta que,
después de un reinado de siete años, nueve meses y
dieciocho días, murió enel de la Hégira 180 (mar. 796-
797) (0-»
. Clara ya y manifiesta la rebelión de sus hermanos,
mientras Abdallah se encargó de conservar á Toledo,
Solimán salió á oponerse al Emir, que desde Anda<-
lucia acudía á apagar aquel incendio. .Solimán fué
vencido en Hisn Bulche (?), y obligado de los cam-
peadores de Córdoba, se replegó á tierra de Todmir el
año 173 (may. 789-790). Defendíase con tesón en
Toledo el Valenciano; pero, al ver que su hermano
Solimán no le auxiliaba y que la plaza tenia apurados
todos los medios de defensa, él mismo, disfrazado, fué
á Córdoba y se entregó en brazos de Hixem. El Emir
le concedió que pudiese morar en una casa, situada en
ameno sitio y en las cercanías de Toledo. No faltaba
sino reducir á Solimán, que andaba en tierra de Tod-
mir levantando los pueblos y allegando gentes. Acudió
con buen ejército Hixem y confió la vanguardia á su
hijo el joven é impetuoso Al Háquem. Éste sorpren-
c , en los campos de Lorca, al ejército de Solimán
Casiri, II, 33.
10
— 74 —
en ocasión de hallarse este principe ausente. Las
tropas rebeldes fueron vencidas antes de que pudiese
acudir el ejército de Hixem. Recibida por Solimán la
inesperada noticia del desastre de sus armas, después
de vacilar acerca de la resolución que tomaría, empren-
dió la marcha hacia Denia. En las cercanías le alcan-
zaron los campeadores de su hermano, y se entró en
Alcira, «Gezira-Xúcar, lugar fuerte y rodeado del rio.»
Escribió á Hixem le recibiese en su gracia con iguales
ú otras, condiciones que á Abdallah. El Emir se holgó
mucho de este allanamiento, y concertaron: que Soli-
mán viviría en Tánger ú otra ciudad de Almagre^ y
que con el producto de sus posesiones de España
podría adquirir otras en Berbería. Dicese que de Hixem
recibió, por sus posesiones, sesenta mil mitcales ó
besantes de oro. La avenencia se concluyó el mismo
año en que Abú Otmán, el walí de Valencia, venció al
rebelde Zaid ben Huseín, ó sea, en 174 (may. 790-
79i (0-
Casiri, tomándolo de Aben ai Abbar, encarece la
buena administración á que Hixem I se consagró ya
tranquilo de la guerra que le habían suscitado sus
hermanos. Fué, pues, una de sus medidas, poner en
Córdoba y en otras ciudades de España enseñanzas de
la lengua arábiga, y obligar á los cristianos á que no
hablasen otra ni escribiesen con caracteres latinos (2).
Esa disposición dictatorial y atentatoria á derechos
que estaban ai amparo de pactos solemnes, no sabe-
(1) Conde, II, 26.
(2) ídem, II, 29.
— 75 —
mos haya arrancado censura alguna al profesor de
leiden, así como tiene calificativos los más duros
contra los Concilios Toledanos, por las disposiciones
contrarias á los judíos. Tampoco se han fijado en ella
los que condenan la pragmática dada en 1566 por
Felipe II contra los moriscos, cuando no hizo sino
imitar el ejemplo que ocho siglos antes le diera
Hixem I. De la ley en cuestión habla el historiador
arábigo Abu Meruan ben Haiyan, dictada contra millo-
nes de españoles, cuando la de los Concilios sólo abar-
caba á algunos miles de judíos, y la de Felipe II, á
pocos más moriscos ya familiarizados con el idioma
y caracteres españoles, por el trato frecuente con los
cristianos. Cristianos y musulmanes obraron como
acostumbran todos los pueblos: fueron tolerantes
mientras no echaron profundas raíces en el país con-
quistado; fueron tiranos y opresores, cuando contaron
con fuerzas para imponer su idioma y creencias: aspi-
raron á esto mismo, porque la unidad nacional es
difícil de conservar donde no hay unidad religiosa,
á menos que el escepticismo sea el virus que corroa
las entrañas del país.
Toda opresión provoca levantamientos: la de Fe-
lipe III dio margen á la sublevación de los moriscos;
la de los Omeyas causó la insurrección de los mala-
dos ó renegados. Hixem I murió el 12 de sáfer del
año 179 (7 mayo 795).
Dos días después fué aclamado por rey su hijo Al
iquem, apellidado Al Mudhaffar (Vencedor feliz y
rtunado). No fué más afortunado ni más feliz,
ipero, que el padre ni el abuelo, en cuanto á las
-76 -
pretensiones de sus tíos Solimán y Abdallah. Ni el
uno ni el otro se lanzaron á la lucha sin probabilidades
de buen éxito,
Abdallah no reparó en aliarse con Cario Magno.
En los Anales de Eginhardo se lee que en el año 797,
de regreso el Emperador á su palacio de Aix, recibió
en él á Abdallah, sarraceno, hijo del Emir Aben Moá-
wiya, que venia de África. Como Abdallah vivía, con
arreglo á la paz que puso fin á la guerra con Hixem,
en la Península, su venida de Mauritania, para lo cual
no estaba facultado, supone que su ida allá lo fué en
secreto y para tener inteligencias con su hermano
mayor Solimán, que vivía en Tánger desde 790. Cario
Magno recibió allí á un embajador de Alfonso II el
Casto, rey de Asturias y de Galicia, y después de la
entrevista que celebró con sus hijos Pepino y Luis,
envió éste á la Aquitania, y con él mandó que fuese el
sarraceno Abdallah, quien después, como él mismo
deseaba, fué puesto en*España y en manos de hombres
que eran de su confianza (1).
Como se ve, los pretendientes no se aventuraron
á una intentona, sin seguridad de que Al Háquem se
vería envuelto en tales dificultades de que no saldría
bien librado. Mientras que Abdallah excitaba á la rebe-
lión á los pueblos de las provincias Toledo, Todmir
y Valencia, que no respondieron mal, pues, particular-
mente, en la última contaba con numerosas simpatías;
Solimán, que había con sus grandes riquezas logrado
reunir en Tánger un buen ejército, desembarcaba en
(x) Egioh. Anna!., ad aun. 797.
— 77 —
España, como es natural, allí donde tenia más par-
tido, probablemente en Valencia y Denia; y, como
hijo mayor de Abderrahmán ben Moáwiya, se procla-
mó emir. A marchas forzadas corrió á Toledo, y se
unió á su hermano Abdallah.
No intimidó al Emir el porvenir incierto de una
guerra larga, peligrosa y sangrienta, y marchó hacia
Toledo. En sus inmediaciones estaba, cuando le llegó
noticia de que la provincia Sarkosta se le había suble-
vado: ya se tocaban las consecuencias de la entrevista
que en Aix iiabía tenido Abdallah con Cario Magno;
y, como este peligro era mayor que la insurrección de
sus hermanos, con ser ésta tan grave, envió á uno
de sus mejores caudillos á que reforzase al walí de
Zaragoza. Esto sucedió entrado el año 181 (mar. 797-
feb. 798). Como los walies del país comprendido entre
el Ebro y los Pirineos estaban acostumbrados á vivir
con cierta independencia, seguían la política de incli-
narse al bando que les ofrecía'mayor seguridad para
conservarse en sus gobiernos; y, al presumir que
entonces no saldría bien Al Háquem, todos se decla-
raron contra el Emir. Penosa impresión causó en éste
la noticia, dejó algunas tropas que mantuviesen el sitio
de Toledo y partió hacia la España oriental con la flor
de su caballería.
La ausencia del Emir facilitó que el ejército de sus
tíos se acrecentase con numerosos voluntarios que de
Valencia y de Todmir les acudían. Pueblos y comar-
co enteras se adherían á su bando. Había frecuentes
nbates con los walies de Mérida y de Córdoba, pero
eran decisivos. En tanto, la campaña de Al Háquem
- 78 -
había tenido feliz resultado; y, dominada la España
oriental, ló cual le valió el título de Almudhaffar (Ven-
cedor feliz y afortunado), volvió á Castilla seguido
de aguerridos soldados, acostumbrados á las penosas
fatigas de la guerra y que, en punto á valor, podían
competir con los mejores soldados del mundo. Desde
entonces mejoró la suerte de las armas contra sus
tíos: los venció y echó de tierra de Toledo, y los
obligó á retirarse á tierra de Todmir y de Valencia.
Esto ocurrió el año 183 (feb. 799-800).
Entrado el año siguiente (feb. 800-ea. 801), llegó
con poderoso campo á la tierra de Todmir el emir Al
Háquem, y estando en Chinchilla, recibió la satisfac-
toria nueva de que Toledo se había rendido á las
tropas leales, parte de las cuales acudió á reforzar el
ejército de Al Háquem. Así y todo, todos sus esfuer-
zos sólo alcanzar lograron durante algunos meses
contener, mas no vencer, al partido de sus tíos, con
los campeadores de urfo *de los cuales, Solimán, sos-
tuvo algunas escaramuzas. Aquella situación no podia
prolongarse, y ambos contendientes se resolvieron á
fiar al resultado de una batalla general el desenlace de
aquella guerra.
Movió su cuartel general de Chinchilla el Emir, y
como de común acuerdo se trabó largo combate, pues
que se mantuvo por espacio de tres días, y muy encar-
nizado, ya que el campo, para alegre pasto de aves
y carnívoras fieras, quedó sembrado de cadáveres.
Peleábase con tesón por uno y otro campo, pero la
suerte de la victoria permanecía sin inclinarse á nin-
guno de los dos ejércitos. Á la tarde del último día,
— 79 —
el primer cuerpo de ejército de Solimán fué desbara-
tado, á pesar del valor que dicho príncipe y su her-
mano Abdallah desplegaron, demostrando que no en
vano corría por sus venas sangre de Abderrahmán
ben Moáwiya. Solimán acude á rehacer sus desorde-
nadas tropas; se opone al avance de sus enemigos, y
él solo restaura el equilibrio de fuerzas. Corre enton-
ces á su lado el Valenciano, que aquellos momentos
eran supremos. Ebrio de furor Al Háquem al obser-
var que un puñado de valientes es el único obstáculo
que impide la marcha al carro de la victoria, antes
declarada á su favor, pónese á la cabeza de sus terribles
zenetas y acomete desesperadamente al núcleo en que
sobresalen las interesantes figuras de sus tíos. En mo-
mento tal, una flecha atraviesa el cuello de Solimán,
quien cae del caballo y es atropellado y muerto por
su propia caballería. Abdallah, que presencia el contra-
tiempo, desespera del triunfo; es arrastrado por sus
vencidas huestes, y el campo fué teatro de la más
horrible matanza.
Sobrevino la noche, que puso tregua á tanta deso-
lación, y facilitó al príncipe rebelde la retirada á los
montes; se corrió hacia Denia, y no paró hasta refu-
giarse entre sus entusiastas valencianos. Contaban los
vencedores con que al alumbrar la nueva aurora com-
pletarían su obra; mas apareció el siguiente dia, y sólo
reinaba el silencio de los muertos. Mostraron alegría,
porque el anterior triunfo no le adquirieron á poca
)sta. Mayor contratiempo habían experimentado los
míranos: entre los cadáveres se descubrió el del tío
1 Emir. Amargo desconsuelo se apoderó de Al Há-
— 8o —
quem al contemplar tan triste trofeo: derramó sobre
él abundantes lágrimas, y no alzó de allí el campo
hasta darle honrosa sepultura.
No era menguada la hueste que con Abdallah se
había metido en Valencia, donde era muy amado-
Comprendieron sus habitantes que era temeridad opo-
nerse á la feliz estrella del Emir, y exhortaron al prín-
cipe rebelde á que entrara en avenencia con el sobrino.
Él, por evitar á la ciudad las calamidades que de con-
tinuar la guerra la amenazaban, sacrificios inútiles
además, envió sus mensajeros á Al Háquem ofrecien-
do desistir de sus pretensiones", quedar á merced del
Emir y pasar á vivir en África ú otrtf cualquier sitio*
Y, como en el soberano había interés en que la gue-
rra acabase aquel mismo año, otorgó la paz con estas
condiciones: que Abdallah morase donde quisiera y le
entregara en rehenes sus hijos.
La caballerosidad del vencedor para con el vencido,
hacia quien sentía entrañable cariño, por el gran pare-
cido que tenía con su padre, se demostró con permitir-
le viviese en alguna casa de campo en Valencia ó en
Todmir, y señalarle de rentas mil mitcales al mes y
cinco mil al fin de cada año. Perdonó, además, á todos
los jekes y wazires que habían seguido la parcialidad
de sus tíos, y, amén de hacer merced á todos los caba-
lleros africanos que del ejército rebelde quedaban, ad-
mitió á no pocos en su guardia. Abdallah pasó á Tán-
ger, trajo á sus hijos Esfáh y Cásim y los entregó
al Emir, que los recibió con señaladas muestras de
amor y dio al mayor por esposa á su propia her-
mana, Al Kinza (el Tesoro), cuyo nombre cuadraba
— 8i —
con sus recomendables dotes, pues era discreta y her-
mosa.
Terminadas felizmente estas guerras, Al Háquem
hizo en Córdoba su triunfal entrada en fin del año
184 (enero de 801) (1). *
Es notable la conformidad que con la relación de
Conde guarda la de Escolano: «Á los principios (del
reinado de Aljatan), pasaron de Berbería, donde se
habían entretenido, sus dos tíos, Suleimán y Abdalla,
con grande favor de alárabes y africanos, á hacerle
guerra. Abdalla se apoderó de todo el reino de Valen-
cia: desde ella salían á correrle la tierra ú sobrino.
Suleimán se metió en el de Toledo, y acabó con los
toledanos, que tomasen su voz y matasen á los de Al-
jatan. Mas Aljatan le vino á buscar y le venció en ba-
talla; y, quedándose Abdalla por rey de Valencia, se le
rindió é hizo su vasallo. En conformidad de las paces,
embió sus hijos á la corte de Córdoba por que se cria-
sen en ella, y casó el uno con una hermana de Alja-
tan... Fué tratado que Abdalla (Valentín, señor de
Valencia) se quedase con título de rey, y que le diese
Aljatan tanta tierra en el contorno de Valencia, que le
pudiese rentar diezisiete mil morabatines» (2). Tam-
poco disuena la relación que con el laconismo acos-
tumbrado hace Casiri, siguiendo á nuestro paisano
Aben al Abbar: «Llegada á oídos de Solimán y de
Abdallah la nueva del fallecimiento de Hixem, con
crecida flota surcaron el mar y disputaron el trono á
x) Conde, II, 30 y 31.
v2) Lib. II, cap. 16.
11
- 82 -
Al Háquem. En combate que sostuvieron por espacia
de tres días, Solimán fué muerto; y Abdallah empren-
dió-la fuga con las tropas africanas y se retiró á
Valencia» (i).
Incansable el Emir, partió á las fronteras de Afranc
(Francia), pues los cristianos llegaban en sus algaras
hasta Tortosa. Después de siete meses de sitio, Barce-
lona cayó en su poder en fin del año 185. (enero
de 802). Entró en Zaragoza y en Pamplona, ocupó. á
Huesca, por las riberas del Ebro bajó hacia Cataluña*
recobró á Tarragona, y cerca de Tortosa derrotó al
traidor Bahlul. Aseguradas las fronteras, vino por
Tortosa á Valencia; y por Játiba, Denia y Todmir se
restituyó á Córdoba, en la cual hizo su entrada el
año 188 (dic. 803-804) (2).
No cejaban los cristianos de Afranc en su noble y
tenaz empeño de arrancar al Islam la provincia Sar-
costa. Pusieron sitio á Tortosa, y el Emir hizo que su
hijo Abderrahmán, que estaba en Zaragoza, fuese, con
cuanta gente pudiese, á libertar aquella plaza. Iguales
órdenes se comunicaron al gobernador de Valencia.
Reunidas las dos huestes bajo el mando de Abde-
rrahmán, los sitiadores, capitaneados por Ludovico
Pío, el marqués de la Gothia y algunos condes de la
Marca Hispana, el de Barcelona, entre ellos, tuvieron
que alejarse dejando el campo cubierto de cadáveres,,
para agradable pasto de las aves y carnívoras fieras-
Fué esto el año 193 (oct. 808-809) (3).
(1) Casirt, II, 33.
(2) Conde, II, 32.
(3) Conde, II, 35.
-83 -
Hemos visto que durante las mencionadas guerras
de sucesión, leales y rebeldes cruzaban la tierra de
Todmir. Este hecho no es, sin embargo, una prueba
concluyente de que no subsistiese el reino fundado
por el príncipe cristiano: esas y mayores arbitrarie-
dades puede cometer la violencia, sin que resulte
menoscabado el derecho. Otra razón aduce, en testi-
monio de haber cesado dicho reino, don Aureliano
Fernández Guerra:
cÁ principios del siglo EX, escribe el sabio académico, había
dejado de existir el reino católico é independiente de Teodo-
rairo, sin duda por la apostasía de muchas familias ambiciosa!
de cargos públicos, ó atentas á no pagar el doro tributo que
pesaba sobre los fíeles. Ya hacia el año 814 aparecen allí cadhies,
ó sean jueces eclesiástico-civiles, por donde se ha de suponer
islamizado el territorio: consecuencia, quizá, de las guerras de
que fué palenque reinando Hixem y su hijo Al Háquem, á quienes
una vez y otra disputaron la corona los príncipes Suleimán y
y Abdallah, prole de Abderrahmán, fundador del imperio de
Córdoba» (1).
Con efecto: al fin del año 198, ó principios del
siguiente (agosto 814), murió en Todmir el cadhí de
aquella tierra Fadel ben Amira ben Raxid el Canení,
varón insigne que, por su virtud y nobleza, fué muy
estimado de Al Háquem. Por memoria del padre y por
la misma integridad y doctrina del hijo, también
llamado Abú Alafia, dióle el Emir el mismo cadhiazgo
de Todmir. Murió el hijo el año 227 (oct. 841-842),
y también fué confiado el cadhiazgo á su hijo Aben
idal (2).
(1) El Archivo, IV, 107.
(2) Conde, II, 3S y 44-
-84-
Otra razón más concluyente y decisiva de haber
acabado dicho reino apunta el Sr. Fernández; pero el
lugar oportuno donde ha de hacerse constar, no es
éste.
Turbulento fué el reinado del primer Al Háquenv
casi todo él gastado en lucha con los muzárabes y
mulados ó* renegados cristianos. La tolerancia mu-
sulmana se ponía ya de relieve en matanzas como
la famosa «jornada del foso» en Toledo, año 190
(nov. 805-806), y la no menos horrible destrucción
del arrabal de Córdoba, el jueves, 14 de ramadhán del
^iño 202 (26 marzo 818), suceso éste relacionado^
como se verá, con los supuestos orígenes de Gandía.
El carácter turbulento de los árabes se revela en suble-
vaciones como la de Mérida, donde Esfáh, hijo de
Abdallah el Valenciano, sin consideración al estrecho
parentesco con el Emir, ni al señalado favor que de él
recibiera casándole con la bella y discreta Al Kinza,.
como una de tantas prendas que afianzasen la paz tras
las revueltas de Valencia, no repara en rebelarse contra
su primo y cuñado, movimiento que acabó pacífica-
mente merced á la oportuna intervención de la esposa
de Esfáh y hermana de Al Háquem. Éste, que fué
implacable con los cristianos, tanto como indulgente
con los muslimes, no fué sin propiedad llamado Al
Mudhaffar, pues, como él mismo decía en elegantes
versos á su hijo Abderrahmán, se había servido de la
espada para juntar sus provincias desunidas, como de
la aguja el sastre para coser los pedazos de tela. «Te
dejo pacíficas mis provincias, hijo mío, decía al suyo:
son un lecho sobre el que puedes dormir tranqui-
- 85 -
lo » (i). En este vaticinio se engañó: á su muerte,
ocurrida el jueves 25 de dilagia del año 206 (21
mayo 822), la guerra civil ensangrentó nuestro suelo,
repitiéndose aquí la escena del comienzo de los reina-
dos de los primeros Hixem y Al Háquem.
«El emir Abderrahman ben Al Háquem comenzó á reinar
cuando el estado estaba tranquilo y firme, y dedicóse exclusiva-
mente á sus diversiones y placeres, viviendo como uno de los
habitantes del paraíso, donde encuentra reunido todo lo que
puede desear el alma, y halagar los sentidos* (2).
También, como su padre y como su abuelo, co-
menzó el reinado envuelto en la discordia que el
primer Abderrahman legó á sus sucesores. Asi relata
la última guerra de sucesión nuestro Escolano: «En
el año 820 de Cristo Nuestro Señor, comenzó á reinar
un moro llamado Abderrahman,' que fué el segundo
de aquel nombre de los reyes de Córdoba y heredero
del rey Aliatan, su padre, que falleció el año 819 (3).
Y el belicoso Abdalla, rey de Valencia, que con buenos
partidos habia asentado de nuevo paces con Aliatan,
las rompió con el hijo, recién heredado. Sobre que
vinieron á batalla, y, saliendo vencido el de Valencia,
vino á ella y murió. Entonces Abderrahman envió
por sus mujeres é hijos, y dióles hacienda y tierras,
que fueron dellos para siempre, excepto el reinox que
se quedó con él» (4). En cambio, tuvo, el corto
' ) Dozy, Historia, II, 4.— *Ajbart fol. 104.
i iAjbar, fol. xo$.
1 Eq la computación de los años de la Hégira, hay equivocación, por
t ir como base un año de la era cristiana que no es el verdadero.
r) Lib. II, cap. 17.
— 86 —
tiempo que sobrevivió, la tierra de Todmir: «Abdalla,
muerto Al Háquem, y elevado al solio su hijo Abde-
rrahmán; recogidas de África nuevas huestes, repro-
dujo la guerra civil. Abderrahmán, celebradas paces
con él, le dio en feudo la ciudad Todmir, y alli, por
fin, murió Abdallah el año 208 (may. 823-824)!» (1).
Conozcamos mayores detalles de dicha guerra y
su conclusión:
Apenas supo Abdallah ben Abderrahmán ben Moá-
wiya, residente á la sazón en Tánger, que su sobrino
Al Háquem había muerto, como la nieve de sus canas
no hubiese aún entibiado el fuego de ambición que
en su pecho ardía desde la juventud, vino con crecido
ejército á España y se proclamó Emir, mas sólo en el
campo y lugares abiertos, no en las ciudades y casti-
llos murados. También confiaba, aunque fué en vano,
en el auxilio de sus hijos, Esfáh y Cásim, que tanta
privanza tuvieron con el Emir difunto y de quien
protección tanta recibieron.
Salió contra el principe rebelde el nuevo rey, le
venció en algunas escaramuzas y encuentros de poca
monta, y fuéle empujando, primero, á la tierra de
Todmir, y, por último, á Valencia. Puso á ella estrecho
sitio Abderrahmán, con ánimo de no alzarle hasta que
en sus manos cayera su porfiado tío. Por fortuna para
éste, hallábanse en el campo de los leales sus hijos
Esfáh y Cásim, quienes, movidos, al parecer, del deseo
de poner pronto* término á la guerra civil, habían
acudido á la hueste de Abderrahmán. Bien conocían
(i) Casiri, II, 33.
-87-
ellos la natural clemencia y generosidad del Emir;
fundados en ello, prometíanse de sus gestiones el más
lisonjero resultado, y el cielo, siempre propicio á los
buenos deseos, bendijo su obra.
Reducido Abdallah al último extremo, aun quiso
probar fortuna, siquiera fuese por vez postrera. Un
jueves manifestó á sus tropas hacer una salida, con
toda su gente, contra los de Córdoba; y, al efecto, dijo
á sus soldados: «Mañana, si Dios quiere, compañeros
mios, haremos nuestra oración de juma (viernes), y,
con la bendición de Allah, partiremos el sábado, y
pelearemos, si fuere su divina voluntad.»
Llegado el viernes, día para pedir á Dios manifes-
tara su voluntad, congregó sus huestes Abdallah frente
á la mezquita de Bab Todmir 6 Tuerta de Murcia, les
hizo una plática, y, acabada, añadió: «¡Oh nobles
compañías de varonesl Que Dios os sea misericor-
dioso. Creed que nos conviene pedir á su divina bon-
dad, que nos enseñe el camino que debemos seguir,
y el partido que nos conviene tomar, sin otra preten-
sión que conformarnos con su divina voluntad. Yo
espero de su clemencia que nos la muestre y nos haga
entender lo que más conviene.»
Alzando, en ademán de súplica, sus manos al
cielo, pronunció estas palabras: «Dios, mío, Señor
Allah: si tengo razón y es justa mi demanda, si mi
derecho es mejor que el del nieto de mi padre, ayú-
dame y dame victoria contra él; y si él tiene más
idado derecho al trono que su tío, bendícele, y no
rmitas las desgracias y horrores de la guerra y dis-
dia que hay entre nosotros; apoya su poder y
— 88 —
estado, y ayúdale.» Todos los de la hueste, y muchos
de la ciudad que alli estaban presentes, contestaron:
«asi sea.»
En aquel mismo instante, comenzó á soplar un
viento muy frío, impropio del clima, de los más apaci-
bles, v de la estación, el verano. Un súbito accidente
derribó en tierra al anciano Abdallah y le privó del
uso de la palabra. Acabóse sin él' la oración pública,
le trasladaron al alcázar, y sin habla permaneció algu-
nos días. Cuando Dios le soltó la lengua, dijo á sus
caudillos y wazires: «Dios ha declarado este negocio:
así, que no quiera Dios que yo intente cosa contra su
divina voluntad.»
Al punto escribió al Emir declarándole su sumi-
sión, envió un wazir al campo sitiador llamando á sus
hijos, y mandó abrir las puertas de la ciudad. Entre-
gadas las cartas á Abderrahmán, Esfáh y Cásim, éstos,
habida licencia del Emir, montaron á caballo y corrie-
ron á la ciudad, al mismo tiempo que ya su padre,
por aviso que de ello le dio el wazir, salía á recibirlos
seguido de sus caballeros.
En compañía de Abdallah salieron sus hijos lle-
vando en medio al venerable anciano. Partieron hacia
el pabellón de Abderrahmán; y cuando llegaron, Esfáh
y Cásim se apearon, asió el uno de la brida del caballo
de su padre, y el otro, para que éste descabalgara,
echó mano del estribo. Entraron á Abdallah á pre-
sencia del Emir; fué aquél á besar la mano al rey, y
Abderrahmán le recibió en sus brazos y le dispensó
toda suerte de honras. Paz jerpetua quedó asentada
entre ellos, y al hijo del primer Abderrahmán le fué
-89-
concedido el gobierno y señorío de Todmir por los
días que el anciano viviese, que no fueron muchos,
pues allí falleció dos años después, en el de 208
(may. 823-824). Parte de la gente que con Abdallah
había venido de África, quedó en Todmir, y parte
volvió á Tánger (1).
Razón tuvo el ilustrado académico Sr. Fernández
Guerra al escribir: «Rebelado el anciano Abdallah
contra el nuevo monarca Abderrahmán II, sobrino
suyo, vuelve á ser vencido, sométese, y, como prenda
de paz, recibe el gobierno y señorío de Todmir (821).
Así vino á tierra la generosa obra de Teodomiro.y
Atanaildo» (2). Cuando Esfáh y Cásim dieron á Abde-
rrahmán noticia de haber fallecido su padre, el Emir,
les concedió que heredasen todos sus bienes (3).
En el relato anterior se hace mención de una
puerta de Valencia llamada *Bab Todmir, 6 Puerta de
Murcia. Ésta debía corresponder á la actual calle de
San Vicente, cuyo portal llamábase antes, Puerta de la
Tioatella. Es probable fuese, por la orientación de la
misma, la antiquísima Puerta Sucronense. El Sr. Malo de
Molina fija la situación de la Boatella, en las inmedia-
ciones de San Martin, entré las calles de Cerrajeros y
el Horno de la Pelota. En cuanto al significado de la
palabra Boatella, que el Sr. Malo quiere sea Casa de
Dios (Beit-al-lah) (4), tiene en contra la autorizada
opinión de don Julián Ribera, quien, sin darnos su
(1) Conde, II, 38.
(2) El ^Archivo, IV, 107.
(3) Conde, II, 39.
'4) Rodrigo el Campeador, Apéndice, 163.
12
— 90 —
equivalencia, se contenta con acudir á Aben al Abbar,
que escribía el nombre no recurriendo al Bát-al-lah.
El distinguido orientalista apunta no ser aquel nombre
palabra árabe, sino, como lo indica la terminación,
diminutivo lemosín (i). Y al parecer del último
remite el suyo el ilustrado académico Dr. D. Roque
Chabás (2). Ya se ofrecerá ocasión oportuna de insis-
tir sobre tan interesante asunto de topografía local.
De la suerte que cupo á los soldados que de África
se trajo Abdallah, habla Escolano: «Como el rey don
Ramiro de León (debe ser Alfonso II) hiciese treguas
con Abderrahmán (824), que duraron muchos años,
los árabes que moraban en el reino de Valencia y
habían servido en la guerra al rey Abdallah contra
Aliatan y también al sucesor, impacientes del ocio,
pidieron á Abderrahmán que les diese licencia para ir
á conquistar algunas provincias de cristianos; y, puesta
á punto una buena armada^ tomaron la derrota de la
isla de Córcega, con un caudillo llamado Mumén
Abdimaro. Y, como cuentan algunos historiadores, se
apoderaron de buena parte de la isla; pero vino armada
de Italia contra ellos, y, matando á Mumén en batalla,
(1) Eí xArchivo, I, 211.
(2) Monumentos Históricos de Falencia y su %eino> lib. I, c. IV.
El propio autor de los Monumentos nos da en trabajo anterior la etimo-
logía de la palabra Boatella. tLa Boatella de los árabes era el mercado de don
Jaime, como lo había sido de los moros y, acaso, de los romanos; pues la
Boatella de Valencia, lo mismo que la Boatella de Urgel (Bofarul), Condes de
Barcelona, I, 22), era el forum 'Boartum de los latinos, que, aunque propia-
mente toma el nombre de los toros, boves, sirve generalmente para señalar
el mercado de ganados, que es donde se tenía el mercado general cada semana
en Valencia {El Archivo, IV, 270).»
— 9i —
los echaron de toda la isla el año del Señor, 826. Otra
vez armaron los propios alárabes, y ganaron la isla de
Candía» (1). Coincide Dozy con nuestro cronista en
cuanto á la fecha de pasar á dicha isla musulmanes
procedentes de España, mas no en la circunstancia de
que fuesen los africanos compañeros de Abdallah.
Después de la horrorosa matanza decretada por AI
Háquem contra los moradores del arrabal de Córdoba,
obligó á que saliesen de España los habitantes que
quedaron. Unos 15.000 de ellos tomaron el rumbo
de Egipto, se apoderaron de Alejandría y, aunque
atacados diferentes veces, supieron mantenerse hasta
el año 826. Obligados á capitular por un general del
califa Mamún, se comprometieron á pasar á Creta y
acabaron su conquista (2).
Y en otra parte escribe el mismo Escolano: «Vien-
do los moros valencianos la quietud de sus príncipes,
motivada por las treguas del rey de León don Ramiro I
con Abderrahmán II, rey de Córdoba, determinaron
continuar sus conquistas capitaneados por Mumén
Abdimaro; pero, muerto éste en una batalla en Cór-
cega, fué elegido capitán Candaix Achape, quien dio
sobre Creta el año 827, á la que llamaron sus secua-
ces, para recuerdo de su conquistador, Candaix ó
Candía. Á fines de aquel siglo ó principios del inme-
diato, perdieron la isla, y retirados á este reino, atraí-
dos por las dulzuras de la patria, se establecieron en
la Conca de Zafor, y fundaron una población que
Lib. n, c. 17.
Dozy, Historia, II, 4.— Conde, II, 36.
— 92 —
titularon Candía, en memoria de los triunfos que
alcanzaron en aquella isla» (i).
Mayor antigüedad, al parecer, tiene Gandía, como
* se desprende de las siguientes palabras: «Que no la
fundaron los cristianos después de la Reconquista,
está fuera de duda. Su nombre, que no tiene resabios
de árabe, nos demuestra que tampoco la fundaron
éstos. Los restos romanos allí encontrados, le dan
seguramente más antiguo abolengo» (2).
Tampoco es cierto que fuesen largos los años de
paz de que gozó este país, si alguna tuvo, después de
la sumisión de Abdallah. En la tierra de Todmir hubo
una guerra, que duró siete años, entre yemenitas y
maádditas. Cuando, por astucia y por sorpresa, se
apoderó de Toledo el Emir, antes de que Hixem ó
Hachim tomara ruidosa venganza (828), en el distrito
de Murcia tenia su campo Abdderrahmán (3). Por-
que si bien es cierto que consagró parte de sus cuida-
dos á obras laudables, tales como la de dotar con
buenas rentas las madrisas ó escuelas de muchas ciuda-
des (4), no lo es menos que su yugo se hizo inso-
portable á los cristianos, que recibían agravios bien
reales: contra ellos se expidieron órdenes que herían
sus convicciones religiosas y su dignidad personal,
por ejemplo, el declarar la circuncisión igualmente
obligatoria para ellos que para los musulmanes (5).
(1) Lib. VI, cap. XX.
(2) El •Archivo, I, 363.
(3) Dozy, Historia, II, 5.— Conde, 11, 42.
(4) Conde, II, 40.
(5) Dozy, Historia, II, 6.
— 93 —
La persecución más feroz se había desencadenado
contra los infelices muzárabes. El mismo dia en que
la muerte asaltó al tirano Abderrahmán, al anochecer
del jueves, último dia de safer del año 238 (20 agosto
de 852) (1), pudo descubrir, desde el terrado de su
palacio, los mutilados cuerpos de algunos mártires,
clavados en postes á las orillas del Guadalquivir.
(1) Conde, II, 4¡>.— Doiy señala por fecha de la n
re til, 9).
CAPÍTULO V
Luchas por la Independencia
ReseSa GioanAFiCA del Mono Rasis.— Tudemir; Oribuela, Alicante y Benicadell.— Valencia'. Játiba,
Alcira, Valencia, Murviedro y Burriana.— Riotí el de Valencia, el Júcar y el Segura.— El tercbk
rey db Valencia: traslación del cuerpo de San Vicente: sumisión de Todmir y Valencia al emir
.MubJmad I.— Los normandos en Orihnela ¿ inmediaciones de Valencia. — Tkeuátguto^ obispo de
Elche, en el concilio de Córdoba.— Los xbnegados: trágico fin de Zeid ben Casim: el principe Mon-
dhir en Valencia: Daisam y Aslami.
Untes de reseñar los hechos acaecidos durante
los reinados de Muhámad I, Mondhir v
Abdallah que interesan á nuestro reino, por
haber tenido en él su teatro y de los cuales tenemos
conocimiento, creemos pertinente exponer la descrip-
ción que de la región de Levante hace el moro Rasis,
geógrafo el más próximo á dichos sucesos.
Es su verdadero nombre Áhmed ben Mohámmad
ar Razi, más conocido por at Tarigi, esto es, el histo-
riador por excelencia. Nació el año 274 (may. 887-888)
y murió en récheb del 344 (oct.-nov. 955). Tan
grande como la fama de que goza, es lo poco que de
él nos queda. Sólo una obra suya se conserva en una
traducción española, ó sea, la primera parte del libro
conocido bajo el titulo «Crónica del Moro Rasis». La
versión castellana de la «Descripción de España» se
hizo sobre una traducción portuguesa, y no se sabe
- 95 —
por quién. La versión al idioma lusitano, hoy perdida,
se escribió de orden del rey don Dionisio (12 79-1 325)
por el clérigo Gil Pérez y con el concurso de muchos
moros: y, ccímo, al parecer, ni el clérigo entendía el
árabe, ni los moros sabían bien el portugués, la traduc-
ción había, por fuerza, de resultar imperfecta (1).
Como se verá en la parte que alcanza á nuestra región,
la descripción está plagada de errores, fáciles de subsa-
nar con la superior ilustración de los lectores. Así y
todo, resulta el primer trabajo de geografía regional que
encierra curiosos pormenores. Copiemos ahora la des-r
cripción siguiendo la marcha de sur á norte, ó sea,
el orden mismo que se siguió por los sarracenos al
invadir nuestro territorio.
«Parce el término de Jaén con el de Tudemir. Et Tndemir
yaze al sol de levante de Córdoba. Ec Tudemir es muy presciado
lugar et de muy buenos árboles, et toda su tierra riega el río
(Segura), como face el rio de Nil en la tierra de Promisión. É ha
buena propiedad de tierra natural, que ha y veneros de que sale
mucha plata. Et Tudemir ayuntó en sí todas las bondades de la
mar et de la tierra. Et ha y buenos campos, et buenas villas et
castillos, et muy defendidos. De los cuales es el uno Lorca; et el
otro, Murcia, et el otro, Auricla, que es muy antiguo lugar, en
que moraron los antiguos por luengo tiempo; et el otro es Ali-
cant. Et Alicant yaze en la sierra de Ben al Catil (Benicadell), et
de ella salen otras muchas sierras, en que ficieron muchas villas
buenas, et en que labraban muchas buenas telas de paños de seda;
et los que y moraban, eran muy sotiles en sus obras. Et una de
las cibdades es Cartagena (2), á que llamaban los moros al Quero-
Pons, Ensayo bio-bibliográfico sobre los historiadores y geógrafos arábigo-
ty des, núm. 23.
( Los árabes escriben de igual modo Cartagtna que Caruyana 6 Coritya, ciudad que estuvo edi-
ta ni pie de Gibrsltar (Dozy, Hirt.y II, n. A).
_ 96 -
ne; et otro es un puerto á que llaman de Uca, et es muy bueno et
muy antiguo. Et de Tudemir á Córdoba hay andadura de siete
días de homes á caballo, et catorce á huestes.
í Parte el término de Tudemir con el de Valencia. Et Valencia
yaze al levante de Tudemir et al levante de Córdoba. Et Valencia
ha muy grandeS términos et buenas villas que la obedescen. Et
las bondades de los que en ellas moran son.muchas. Et Valencia
ha en si la bondad de la mar et de la tierra; et es tierra llana; et
ha grandes sierras en su término; et ha otrosí grandes villas
fuertes et castillos, et con grandes términos. De los cuales es el
uno el castillo de Tierra (?), et el otro es el de Al Gecira (Alcira).
Et Valencia yaze sobre el rio de Chúquer. Et en su término yaze
un castillo á que llaman Xátiba: et Xátiba yaze cerca de la mar;
et es muy antigua villa et muy buena. Et el otro es un castillo á
que llaman Morviedro, que es lugar muy presciado, et muy
bueno, et muy fermoso et muy deleitoso; et fallan en él rastros
de población muy antigua; et en Morviedro ha un palacio fecho
sobre la mar, por tan gran maestría, que mucho se maravillan las
gentes de lo que veen por qué arte fué fecho. Et ayúntase el
término de Morviedro con el de Borriana: et Borriana es tierra
muy ahondada, et es toda regantía; et ha y muchas naturas de
buenas fructas et de buenas naturas. Et en el término de Valencia
ha tantos castillos, que sería gran sciencia en los contar todos;
et otrosí ha y tanto azafrán, que ahondaría á toda España; et
dende lo lyevan los mercaderes á todas las partes del mundo. Et
de Valencia á Córdoba ha doscientos y dosmigeros (i).
Una de las equivocaciones que saltan á la vista, es
la de situar á Valencia sobife el río Júcar, circuns-
tancia que únicamente concurre en cuanto á Alcira ó
Cullera. Valencia tiene su asiento junto á otro rio,
acerca de la significación de cuyo nombre, en tiempo
de los árabes, reina diversidad de opiniones. Uuad-al-
(x) La autenticidad de la «Crónica del Moro Rasis» ha sido probada, en la Memoria de don Pas-
cual Gayangos. Véase el tomo VIII de las Memorias de la Real Academia de la Historia, p. 40.
— 97 ~
-mar vale tanto como «fio de los lugares cenagosos,»
cual son aquellos en donde nace; uad-al-ud'yar, «rio
de las cavernas», por las que atraviesa el Turia hasta
-el Salto de Chulilla, y uad-al-abiad, «río blanco». Esta
significación (iene, para su acepción, dificultades tales
como la de no ser legitima ni frecuente la corrupción
de la d en r. El P. Cañes, en su "Diccionario español
latino arábigo, adopta la lectura uad-al-aviar, «río de
-los pozos»; igual lectura se le da en unas papeletas ó
apuntes conservados en la biblioteca de la Real Acade-
mia de la Historia. Á pesar de esto, el autor que apunta
dichos datos, fundándose en razones de consideración,
se atiene al primer significado de uad-al-viar, esto es,
«rio de los lugares cenagosos.» Es de advertir que
tino de los arroyos afluentes del Turia, al cual se
une cerca de Ademuz, se llama «Río Blanco».
Un distinguido arabista, tratando de la etimología
de la palabra Turia; dice que ésta puede venir del vas-
congado Zuña ó T^uria, que significa Blanco. En el
siglo IV, Avie no le cita con el nombre Canus, el que
seguramente tenía entre los hispano-latinos de aquel
tiempo. En el del bajo latín y en las lenguas romá-
nicas, dicha palabra equivalía á la nuestra, Blanco. De
-ahí que, para él aludido arabista, nada más lógico que
el que los árabes aceptasen dicho determinativo, con la
denominación Guadalaviar, que también significa Rio
Blanco (i). Según el etimologista á quien primero
hacemos referencia, no ha visto en ninguna crónica
árabe tal nombre aplicado el Turia (2). El de 7(za
(1) El xArchivOy JV ', 143-144/
(2) Malo, Rodrigo el Campeador, Apéndice, 153-154, nota.
13
-98-
Blanco, ó sea Guadalaviad, teníale el Segura, según eí
Núblense, á quien tradujo Conde (i). De igual modo
se llamaba el Serpis (2).
No será de sobra recordemos que el rio más cauda-
loso de nuestra región, el Júcar, es el único que, A
través de las generaciones que en ella tuvieron asiento,,
conserva su primitivo nombre ibero.
Digamos, para acabar esta descripción á que brinda
la oportunidad, que en todo tiempo los árabes enca-
recieron la belleza, fertilidad y apacible clima del
suelo valenciano. «Alabado sea Dios, porque nos ha
dado esta tierra», tenían estampado las monedas del
siglo XII (3). En sentidos versos ponderaba sus envi-
diados privilegios el poeta que lamentaba el asedio
puesto por los cristianos del Cid. Y esto mismo repetía
con su atildada dicción nuestro Aben al Abbar, cuando-
su coetáneo Jaime el Conquistador calificábala, con su
elocuente sencillez, de «la mejor tierra del mundo...»
Y> á fin de que no haya dudas respecto «al palacio-
de Morviedro fecho sobre la mar por tan gran maestría
que mucho se maravillaban las gentes de lo que veían
por qué arte fué fecho,» diremos que no era otro que
su grandioso teatro romano (4), fábrica de un pueblo-
cuya cultura superaba en mudio á la de los muslimes.
Con la proclamación de Muhámad I, hecha en
agosto ó septiembre de 852, coincidió la muerte de*
Abdelmélic ben Habib, á una crónica del cual es pro-
co Conde, II, 23.
(2) Escolan?, VI, 20.
(3) Gebhardt, III, 9.
<4) Chabrct, Sagunto, P. I, c. XV.
— 99 —
bable pertenezca un relato de la venida de Muza ben
Noséir, copiado por nuestro cronista Sandoval. Es
notable que nuestros modernos arabistas no se hayan
fijado en el autor español, cuando especifica la sumi-
sión de Orihuela y su provincia en términos casi
idénticos á lo que descubrimientos ulteriores y esti-
mados como originales han fijado como cierto (i).
Contemporáneo con Muhámad, fué el llamado
tercer rey de Falencia. También de él hablan con bas-
tante uniformidad nuestro Escolarlo, á quien tan poca
importancia se concede, y Dozy, que de tan justa y
alta reputación goza. Véase lo que dice el primero:
«Estuvo el reino de Valencia por el rey Abderrahmán hasta
d año 832, en que Muza Abenhcázin, ó Bencásim, dio batalla
con un ejército innumerable de paganos al rey don Sancho García
de Sobrarbe y le mató en ella. Fué Muza, tercero rey de Zara-
goza, é hijo de padres cristianos, según Blancas; y, habiéndose
tomado moro, se alzó contra el rey de Córdoba, y puso debajo
de su imperio á Toledo, Zaragoza, Tudela, Huesca, Valencia y
buena parte de E-paña en diferentes tiempos: tanto que tuvo
presumpción de llamarse Miramamolin. Mármol le hace hijo de
padre alárabe, y lo confirma con el sobrenombre de Abencá-
cim, que quiere decir hijo de Cácim, nombre propio de moro.
Éste fué el tercero rey de Valencia, y comenzó á reinar sobre
ella el año 832; y dice Blancas, que aún vivía en el de 842.
Mármol cuenta que en el año 850 fué la toma de Toledo, y que
prosiguiendo desde allí sus conquistas hasta Zaragoza, Huesca,
Cataluña y Francia, vino á morir en el año 855 á manos de los
españoles y del rey don Ordoño de León. Que, según esto, la
tierra primera en que reinó fué Valencia. Mdhamete, rey que
itonces era de Córdoba, como entendió la muerte de Muza,
só con poderoso» ejército á cobrar las ciudades de Zaragoza y-
'1) Pons, Ensayo, etc., núm. 1.
— IOO —
Valencia que Muza teni? ocupadas, y las, redujo á sil dominio.
Y, copio en el año 857 el rey don Ordoño fuese sobre taragoza
y se la quitase á los alárabes, con los lugares comarcanos; en ei
siguiente de 858, Mahamete envió sus alfaquís y embajadores á
pedir socorro á los reyes de África contra los cristianos. Los
cuales enviaron gran número de infantería y caballería. Los de
Tingitahia entraron en España por Gibraltár, y los de Túnez,
por el reino de Valencia; y, recogiendo la gente del, se juntaron
todos en Córdoba en el año 859. Dieron la batalla al rey Ordoño
y venciéronle: de qué salió tan soberbio Mahamete, que se entró
por Castilla la Vieja haciendo diabólico estrago; y, atravesando
Navarra, corrió la tierra de Francia hasta, la ciudad de Tolosa;
de donde se volvió á Andalucía á invernar; y después de muchas
guerras murió en Córdoba el año 88op (1).
La autoridad musulmana fué acatada en las gran-
des ciudades, y no en todas; era disputada en las
demás partes, y casi se la desconocía qn las provincias
lejanas. El espíritu turbulento y anárquico de los ára-
bes contribuyó á que en Aragón, provincia que bajo la-
dominación arábiga se llamaba «la frontera superior»,,
una antigua familia visigoda, la de los^ Beni-Cásim^
fundase un principado independiente. Cuando la Inva-
sión, apostató de la ♦religión cristiana, y, hechos
clientes del califa Walid, sus individuos conservaron
los vastos dominios que poseían en la margen derecha
del Ebro. En la primera guerra de sucesión, Muza I,
hijo de Fortún y casado con una hija de íñigo Arista^
primer rey de Pamplona, siguió el bando de Hixem
y arrebató Zaragoza á los adversarios del Emir. Al
Háquem I, que consiguió someter á todos los rebel-
des, no pudo subyugar á los Beni-Cásim, que dejaron
(1) EscoUno, II, 17.
— 101 —
de reconocer el poder de Córdoba. A mediados del
siglo IX dicha familia alcanzó tanta importancia, gra-
cias á las relevantes dotes de Muza II, que podía
sostenerla competencia con las casas soberanas (i).
Su nombre era Muza ben Zeyat el Godaí (2), lo
que revela su origen godo, y había nacido cristiano;
renegó de la fe, ,y con toda- su familia abrazó el Isla-
mismo. Por eso se le conoce también con la denomi-
nación de «Muza el Renegado» (3). Siendo gobernador
de Tudéla,- mandaba los ejércitos de Abderrahmán II
cúandcLjban á asolar las fronteras francesas. Indis-
- puesto con un caudillo que gozaba de favor con el
Emir, se sublevó, hizo alianza con el rey de Navarra
y derrotó el ejército del Emir. Tuvo éste necesidad de
su auxilio contra los normandos, que en 844 se habían
apoderado de Sevilla, y, si bien de pronto se mostró
rehacio á las súplicas de Abderrahmán, luego cayó de
improviso sobre aquéllos y los obligó á embarcarse.
Cuando subió al trono Muhámad I, era dueño de Zara- •
goza, de Tudela, de Huesca, de toda la frontera supe-
rior, y hasta Toledo había hecho alianza con él, ciudad
de la cual era cónsul su hijo Lope. Siguiendo una
política muy acomodaticia, lo mismo volvía las armas
contra el conde de Barcelona, que contra los soberanos
de Castilla y de Francia. El monarca de ésta Carlos el
Calvo, nieto de Cario Magno, pudo comprar á precio
de oro una paz bochornosa. El mismo Emir no pudo
(1) Dozy, Historia, II, 10.— Investigaciones (Ensayo sobre la Historia de
los Tódjibitas,etc.)
(2) Conde, II, 48.
(3; Lafuente, Ií, 1 1 .
102 —
arrancarle Toledo, de cuyos tnuros hubo de retirarse
Mondhir, hijo de Muhámad, batido por Muza. Pudo
éste darse airqs de soberano, sin que nadie se atreviera
á contrastárselo; y. siéndolo de hecho, no vaciló en
arrogarse el pomposo título de «tercer rey de Espa-
ña» (i). Ahí está, sin duda, el título de tercer rey de
Valencia que también le conceden nuestros cronistas
regionales. Cierto es también quex Valencia, como
encavada en la provincia Tolaitolá, siguió casi siempre
la suerte de ésta, inclinada, además, fcn todo tiempo á
desprenderse del poder central, para constituirse en
estado autónomo, favorecida á ello por la Naturaleza
como ningún otro país del mundo.
Esa misma prosperidad de Muza II le malquistó
con sus auxiliares los cristianos, entre los que se
contaba entonces el rey de Asturias, Ordoño I. Ene-
mistado con éste, tai vez por su avenencia con los
navarros, con quienes estaba disgustado Ordoño,
estaba otra vez en buenas relaciones con Muhámad,
como lo prueba el hecho de que, deseando el Emir
propagar el Islam y contener el incesante avance de
los cristianos, encargó á Muza allegase gentes y pene-
trara en tierras de Francia. De la empresa volvía
cuando el rey de Asturias destacó un cuerpo de tropas
sobre Hisn Albelda, en la Rioja, y el mismo Ordoño
salió contra Muza. Éste sufrió la más espantosa derrota
en el monte Laturce, junto á Clavijo, y la victoria es
atribuida, por error, á Ramiro I. No murió entonces
(i) Un de, ob tantas victoria? cansara, untura in su per bi a iuturauit, ut se á
suis tertium regem inHispania appellari prseceperit (Sebast. Salm. Chr., n. 26).
— 103 —
Muza, como se ha dicho: pues, si bien recibió tres
golpes de lanza, medio vivo, y*merced á la generosidad
de un amigo que tenia entre los contrarios y que le
facilitó un caballo, pudo escapar. Quien acabó allí sus
días, como dicen Escolano y nuestros historiadores
generales, fué el primer rey de Navarra, Sancho García,,
aliado de Muza II. Esto fué el año 240 (854-855).
Los émulos de Muza en la corte de Muhámad,
atribuyeron, á los tratos de aquél con los cristianos, el
desastre y la pérdida de Albaida, en la Rioja. El Emir
le depuso á él del gobierno de Zaragoza, y del de To-
ledo á su hijo Lobia ó Lope. Éste buscó la protección
de Ordoño, en cuya corte se refugió cuando Toledo,
después de una guerra de tres anos, cayó en poder de
Muhámad, en el de 24.5 (abr. 859-mar. 860).
Valencia siguió la suerte de la capital de su pro-
vincia, pues ella y su vecina Todmir estaban sumisas
el año 252 (en. 866-867) al poder central de Córdoba.
Muhámad, que trataba á los cristianos con verdadera
saña, pudo infundir miedo en los de Valencia, que
bajo el dominio de Muza II, cristiano en el fondo,
vivirían con la tranquilidad de que pudieran gozar los
subditos de Ordoño. Á' su tiempo se atribuye una
de las traslaciones del cuerpo de San Vicente Mártir:
natural era que los*muzárabes, se afanasen por evitar
la profanación de tan preciada reliquia.
Dos monjes franceses, Usuardo y Odilardo, que
pertenecían á la abadía de San Germán de los Prados>
llegaban á Córdoba el año 858. Hilduino, su abad,
los había enviado á Valencia para que buscaran e)
cuerpo del Santo. Informados, en el camino, de que la
sagrada reliquia había sido' trasladada á Benevento
(Italia), desde Barcelona torcieron la marcha hacia
Toledo, en armas á la sazón contra el Emir (i).
Dos anos después (86o) $íuza murió á manos de
su yerno Izrac, walí de Guadalajara. Después de la
muerte de este hombre extraordinario pudo Muhámad
recobrar á Zaragoza, y*á Valencia, añade Escolano;
pero, como observa oportunamente Dozy, el gozo del
Emir fué poco duradero. Diez años más tarde, los
hijos de Muza, apoyados por los* habitantes de Ja
provincia y. al amparo de Alfonso III de Asturias;
arrojaron á los musulmanes (2).
Como si fuesen pocos los males de que ambas
comarcas se vieron 'afligidas con los de la guerra
acabada de narrar, otra calamidad "vino al mismo
tiempo á hacer más amarga la situación de las> pobla- .
ciones asentadas en el litoral. También aquí hicieron
sentir sus estragos los normandos. Eran de la mi§ma
raza y del mismo idioma que los Francos, divididos
en dos grandes familias desde que una parte de ellos
abrazó el Cristianismo. Bárbaros é idólatras aún los
normandos, la pasión de combatir, la necesidad de una
vida errante y la insaciable std de botín, los impulsa-
ban á bajar de sus montañas y á abandonar sus islas
en busca de aventuras. Eran, porsasí decirlo, la reta-
guardia de las naciones que invadieron el Imperio
Romano, y no eran más cultos y civilizados que los
suevos, vándalos y alanos. En frágiles embarcaciones
(1) Dozy, Historia, II, q.
(2) Historia, II, 10. — Investigaciones, Ensayo sobre la Historia de los
Todjibitas, etc., I.
— 105 —
se lanzaban, siguiendo las costas, á merced de las
inconstantes olas del proceloso Océano; penetraban
por la desembocadura de los ríos en lo interior de la
tierra; por las márgenes hacían talas espantpsas; acu-
chillaban á los infelices que tenían la dicha de no
quedar cautivos, sin respetar á mujeres, niños ni ancia-
nos, ni aun á los animales domésticos; recogían toda
clase de ganado; incendiaban las casas, y se complacían,
sobre todo, en degollar á los sacerdotes, en robarv los
ornamentos sagrados y en profanar los templos, que
convertían en establos.
El año 843 devastaron la costa comprendida entre
los ríos Tajo y Guadalquivir, con 54 naves: y Abde-
rramán II mandó, para evitar tales estragos,' que
hubiese en el litoral capitanes de veredas con cierto
número de correos á caballo que prontamente avisasen
el arribo del temido enemigo y al momento transmi-
tiesen las órdenes del gobierno. Para perseguir á las
naves normandas, mandó construir en Cádiz, Carta-
gena y Tarragona, numerosos bajeles.
Ello no obstante, visitaron, con 62 barcos, el año
859, las costas meridionales de España. Ahuyentados
por la caballería que en su persecución envió Muhá-
mad, pasaron al litoral africano; pero volvieron al
nuestro, en el año 860. Hicieron el desembarco en
la costa de Todmir, después que una tempestad que
los sorprendió en la travesía les hizo perder algunas
naves. Entraron por la desembocadura del río Segura,
avanzaron hasta Orihuela, cuya guarnición huyó des-
pavorida, y se posesionaron del castillo. Retrocedieron
por el Guad al Abiad (Segura) al mar de Siria (Medi-
— io6 —
terráneo); le surcaron hacia el- norte y fueron á parar
m43 abajo de Arles, en la Camarga, delta formado en
la desembocadura del Ródano. Allí pasaron el invierno
de los años 86o y 86 1.
Desde aquel punto, convertido en centro de opera-
ciones, mejor dicho, en nido de aves de rapiña, ó en
cueva de foragidos, corrieron nuestras costas de levante,
y la misma Valencia pudo presenciar la devastación
más horrorosa en sus inmediaciones. Claramente lo
expresan las palabras del obispo Prudencio: «Estos
dacios, moradores del Ródano, llegan hasta Valencia
causando ruinas; y desde ella, ya saqueadas sus inme-
diaciones, vuelven á albergarse en el punto en que
antes fijaron su asiento» (i).
No fué muy afortunada ^dicha expedición para los
normandos. En la tempestad que-k>s sorprendió antes
de la llegada á Orihuela, dfc 62 bajeles se les extravia-
ron unos 40. Al embocar, en la retirada ásu país, por
el estrecho de Gibraltar, tropezaron, frente á Medina
Sidonia, con una escuadra de Muhámad, y, obligados
á combatir, perdieron otros cuatro bajeles cargados
de riquezas, dos de los cuales fueron pasto de las
llamas (2).
Pruebas más duras habían de soportar los infelices
muzárabes. A los padecimientos que les causaban los
enemigos de la Cruz, se agregó otro más sensible sufri-
miento: tuvieron que apurar el cáliz de amargura al
(1) «Hi vero Dasi, qui in Rodhano morabantur, usque ad Valentiam
civitatem vastando perveniunt; un de, direptisquae circa erant ómnibus, rever-
ten tes, ad insulana in qua sedes posuerant, redeunt».
(2) Dozy, Iftvestigaciones, 2.a invasión de los Normandos.
— 107 —
verse calificados de imprudentes por indignos obispos
que andaban en buena amistad coft los gobernantes
musulmanes; No bastaba á los desdichados la presen-
cia de los fanáticos sectarios de Mahoma; eran poco las
medidas para que abandonasen sus nativos idioma y
escritura; tenían 'que aguantar la tiranía de arrancarles
jjjflsus pequeñuelps para ser educados en las madrisas ó
Í escuelas de los dominadores y habían de soportar la
ignominia de obligarlos á la circuncisión. . . . ¿Cómo no
*■ habían de sacudir una dominación con la que se tenían
— en completo olvido solemnes pactos.de sumisión? El
jM sordo rumor que precede á toda conmoción, percibióle
C Muhámad, y quiso conjurar la tormenta valiéndose de
PS menguado instrumento, cual eran. algunos obispos
•' especie de lobos con piel de oveja metidos en el
^ aprisco.
I Hostigesio, que lo era de Málaga y había conver-
* tido su palacio en inmundo lupanar, que se apropiaba
* las limosnas y oblaciones de los fieles, que excitaba al
J Emir á que impusiese nuevas gabelas á los cristianos
5 de su diócesis, que malversaba los bienes del clero y que
* propalaba herejías acerca de la naturaleza de Cristo....,
1 ese monstruo de iniquidad instó á Muhámad para que
» convocase un concilio en Córdoba, y se celebró el
* • año 862. -Pretendía el infame obispo se condenara á
T Z Samsón, integérrimo y celoso defensor de la fe cris-
it« tiana: el dolo, la violencia, ejercidos sobre tímidos
^ ancianos, lograron de pronto el resultado que el pre-
m lado malagueño perseguía; provocada, empero, nueva
9 declaración, los débiles é incautos se retractaron de la
» * primera, y prevaleció la inocencia. Theudeguto, obispo
— lo8 —
de Elche (i), asistió, con los de Cabra, Medina Sido-
nia, Écija, Almería y Córdoba, á ese concilio (2). Toda-
vía eran, no obstante las naturales y frecuentes apos-
tasias,x muy numerosos los muzárabes en nuestro
reino. Señales de vida les veremos dar bien pronto.
A mediados del siglo XII, uno antes de la reconquista,
aun dieron que hacer á los almorávides. Una orden de
expulsión dictada entonces, los redujo á la nada.'No de
otro modo se arranca planta cuyas raices son pro-
fundas.
Gran consuelo es para los que no ven otro remedio
sino en lo alto, saber que los mártires que entonces
derramaron su sangre por confesar en público á Jesús,
hoy son venerados en los altares; y que los indignos
obispos que se empeñaron en que esos honores no se
les concedieran, tienen sobre sí el estigma de la repro-
bación temporal y eterna.
Los muzárabes, que, nt> por serlo, dejaban de ser
ciudadanos, y los renegados, cristianos de corazón, aun-
que débiles, pero no malvados, comprendieron que
era llegado el momento.de sacudir el yugo. Se insu-
rreccionaron los cristianos y renegados de las monta-
ñas de Málaga, y la sublevación se extendió á toda la>
Península. No fué ajeno ai alzamiento parte de núes-,
tro reino, que en la parte meridional del mismo se
mantuvo enhiesta la bandera de la libertad hasta el
momento en que prevaleció el despotismo. El ordeln
cronológico reclama se haga mención de un hecho en
(1) Flóreí, España Sagrada, VIL, 234.
(2) Lafuente, P. II, c. 11.
— 109 —
el que, erradamente al parecer, intervienen como pro- %
tagonistas un walí de Valencia y el nuevo Viriato ,
español. •
Corría el año 252 (en 866-867), y hacia dos que
el héroe que intentó restaurar la independencia nació-
nal, arrojado de Andalucía, había provocado la insu-
rrección en la provincia Sarkosta. Sus armas habían
avanzado hasta el Ebto, y, para contener su marcha,
había el Emir ordenado á su nieto Zeid ben Cásim,
que, con la gente de Murcia y Valencia, secundara el
movimiento del ejército mandado por Muhámad, que
había llegado á Toledo.
Comprendiendo Ornar ben Hafsún, que ése era el
nombre del héroe, la desigualdad de sus fuerzas para
resistir ai Emir, escribió á éste suplicándole paz y amis-
tad, y que si le auxiliaba con las gentes de Valencia ó
con las de la frontera oriental, él rompería, para bien
del Islam, con los cristianos de Afranc. El cronista
árabe á quien sigue Conde, exclama: «¡Soberano Alah,
que cuanto tienes determinado, en tus ciertos y eter-
nos juicios, el trastornar un estado, ó la ruina y cala-
midad de un pueblo, te agrada el poner la culpa de
ello en nuestra ignorancia, y nosotros mismos damos
prisa y armas á nuestros enemigos, ó corremos apresu-
rados al precipicio á despeñarnos!».
Cayó Muhámad. en la red: ofreció á Ornar ayudarle
con las tropas que acaudillaba Zeid ben Cásim, y al
tiempo que el Emir retrocedía á Andalucía, ordenaba
á su nieto siguiera las órdenes del rebelde. Avanzó,
pues,, el joven é inexperto príncipe, cuya edad frisaba
en los dieciocho años, hasta los montes de Alcañiz, é,
— 110 —
'incorporado á Ornar, confiado dormía una noche, con
sus soldados de Murcia y de Valencia, cuando de
improviso cayeron sobre ellos los rebeldes, y los lea-
les perecieron en su mayor parte, sin que escapara
el mismo Zeid, que sucumbió defendiéndose con
un valor impropio dé sus tiernos años. El principe
heredero Mondhir tomó terrible venganza en los de
Ornar (i).
El tantas veces citado autor holandés traslada al
año 883 el alzamiento de Ornar y señala, como teatro
de sus operaciones, las provincias meridionales. Si
realmente ocurrió el suceso acabado de relatar, el trai-
dor pudo ser, no Ornar, sino Lope, ú otro de los hijos
de Muza el Renegado, cuando no fuera este mismo*
cuya muerte alargan algunos al año 257 (nov. 870-
871). Para oponerse á Lobia, ó Lope, que era, como
su padre, caudillo de -mucho valor y experiencia, hubo
necesidad de que Mondhir acudiera varias veces al
norte de la Península, en una de las cuales, el año 270
(jul. 883-884), vino á Valencia desde Toledo, con la
caballería de Andalucía, y marchó á Tortosa, donde
se detuvo (2).
¿Á qué causa pudo obedecer el que el ejército de
Andalucía no viniera, como de costumbre, por Tod—
mir? En dicha comarca había repercutido el grito de
guerra lanzado por Ornar (880-881), el héroe español
que por espacio de treinta años desafió á los inva-
sores de su patria y que en más de una ocasión hizo
(1) Conde, II, 50, 51 y 52,
(2) ídem, II, 57.
\
— III —
temblar á los Omeyas en su trono. También tuvo eco
en el rpsto del país, valenciano el grito del nuevo •
Viriato (i). Pero donde estaba el más poderoso núcleo
de patriotas, era en Tbdmir; y donde se defendieron
invocando el mágico nombre de libertad los últimos,
fué en las- escabrosas sierras que forman la línea divi-
soria entre las modernas provincias Alicante y Valen-
cia. En ellas se mantuvo hasta el año 928, cuando
menos, dos antes que Abderrahmáa III pacificara sus
estados, el jeke Aslami, señor de Alicante y Callosa,
calificado, como Ornar, de bandido por los realistas;
á quienes una y otra vez hicieron morder el polvo.
También al principio de este siglo daban ese epíteto
y otros no menos denigrantes los franceses y afrance-
sados á ios valientes guerrilleros que luchaban* contra
los que, cometiendo mil felonías, habían invadido
nuestro suelo. Si, como árabe el caudillo Aslami (2),
era de origen poco noble, la calidad de Ornar ben
Hafeún, ó Aben Hafsún, no era sino de gran estima:
su quinto abuelo era .visigodo, llamóse Alfonso y. llevó
el titulo de Conde (3). Fué el mantenedor del fuego
sagrado en Todmir, su señor el jeke Daizán ben
Ishac, que allí se resistió hasta el año 916, en que
Orihuela se rindió á las armas de Abderrahmán III (4).
Muhámad I, que murió el 4; 5 ó 6 de agosto
de 886, pues los autores no están de acuerdo, no
pudo ver sofocado el 'alzamiento. Lo propio sucedió
(1) Dozy, Historia, II, 18.
<2) Ibídem, 18.
(3) Ibídem, n.
(4) Ibídem, 17.
— 112 —
á Mondhir, que acabó sus días en junio de 888. Su
• hermano y sucesor Albdallah vióse á principios de 891
en situación tan comprometida, que apenas le quedaba
sumiso su propio palacio.
La mejor harmonía había reinado entre Ornar ben
Hafsún y Daizán, *el jeke de la provincia Todmir;
Pruébalo el hecho siguiente: sentado ya en el trono
Abdallah, vino de Necur (África) un segundón de la
familia allí reinante, para tomar parte en la guerra
santa. Apenas desembarcó, fué atacado por Ornar,
todos los de su escolta fueron muertos, y él solo
pudo incorporarse al Emir. Combatió luego contra
Daizán, y perdió la vida (1).
Por desgracia para la causa nacional, el acuerdo
entre ambos caudillos se rompió cuando más apurada
era la situación del Emir. Como Ornar hiciese cortar
la cabeza á Khaír, señor de Jódar y aliado de Daizán,
sólo aquél, pudo Abdallah derrotarle, el 16 de abril
de 891. Hubo un corto respiro para el Omeya. Pe
excelentes cualidades Daizán y Ornar, cada uno por
su lado procuraron anular los efectos del desca-
labro.
Por la dulzura de su carácter, por su gran gene-
rosidad, habíase Daizán conquistado el afecto de
sus inmediatos vasallos. Escribía elegantes versos,
pero no menos experto capitán que hábil poeta, supo
organizar un numeroso ejército, del cual eran parte
5.000 caballos. Tanto llegó su prosperidad á inquietar
al Emir, que contra él corrió la voz de que iban desti-
(1) Dozy, Historia, III, 2.
/
— ii3 —
nadas las tropas reales que en 895 tantos estragos
causaron en los sublevados cristianos de Sevilla.
Era Ornar cristiano en el fondo de su alma; pero,
á imitación de Recaredo, no juzgó prudente hacer de
sus creencias pública declaración, sino cuando creyó,
equivocadamente, asegurado el triunfo de la nobilí-
sima causa que defendía. Al volver al gremio de la
Iglesia (899), trocó' su nombre por el de Samuel. Las
aguas del bautismo recibieron sus padres, y su hija
Argéntea voló con la palma del martirio al cielo en el
reinado del primer califa (931). Un año antes, en
el 898, hubo momentos en que los buenos muslimes
juzgaron perdida su causa en España, al tratar los Be^
Cásim, señores del norte, de entenderse con Ornar,
dueño del mediodía. No pudo, por desgracia, la alianza
llevarse á cabo. Sin embargo, la insurrección era toda-
vía imponente cuando la muerte sorprendió á Abda-
llah, al principio de rabié i.a del año 300 (15 octubre'
<le 912) (1).
i) Dozy, Historia, II, 16, 17 y 18.— Conde, II, 67.
15
CAPITULO VI
Califato de Córdoba
(»ia-ioos)
Stm,uu U uCié* .'< IflwHtt Daiían j Adaal: Abdernbnaii III.— &>;■«• A SiIMmkc; el w»li de
Valanda: lo» Beni Geh«f_— Lw ulaiw: los Ekoi Ciiiiu.— -lí H.ju». i/: iu adnciciAn por el vdoa-
d»0 Omil el NttMfc Influencia del tadl nlcnciano AWtiribmio ten Gehaf; aiulo de riego ea
Yalauia.— üiim //; aM> del Ugib Giaiar bes Oimlo 7 «nmlumlenlD de AbuunT: Tigesinu
tetda eipcd^tóni atpladldaí de Abned ben Al Ktainab.— Bmtm süAní: Abu Abdallib: Aben al
Mi.iih Al MourJm BihU: Abdímhmai. Abu Mairc¡,h: Abe» Al Faiadai.— Laa «míí™ n ccnm-
terioi nmlalmaDH de Valencia.
5 de rabié i> del año 300 (20 octubre
de 912) fué con general alegría aclamado
por sucesor de Abdallah su nieto el joven
Abderrahmán, hijo de una cristiana llamada María..
Comenzó su reinado entrando en tierra de Toledo; y,,
no contándose allí seguro Aben Hafsún, se retiró á la
España oriental. Por más que el caudillo cristiano-
tenia á sus órdenes los hombres más aguerridos de
esa región y de las sierras de Elbira y de Todmir, fué
vencido, y desde Guadarrama hasta Murcia, en todas
partes se reconoció al legítimo soberano (1).
Corriéronse los rebeldes á tierra de Todmir, y con
incansable actividad los perseguía Al Mudhaífar, tío
del monarca: Orihuela, centro de operaciones del
( i) Conde, II, 68.
— lis —
caudillo Daizán, fué conquistada el año 916 (í).
Pidió el valeroso Al Mudhafíar que se le permitiera
tratar sin blandura á los de Ornar, que se habían refu-
giado en las fragosidades de las sierras. Abderrahmán,
convencido de las razones de su tío, escribió á los
alcaides de las comarcas de Valencia y de Todmir, que
tuviesen prevenido su contingente de guerra, porque
él en persona visitada y allanaría la tierra (2).
La muerte vino entonces, año 917 (3), á librar de
su más peligroso enemigo á Abderrahmán. El terrible
Ornar, que por espacio de treinta años tuvo en jaque
el poderío musulmán, acabó sus días. Fué héroe cual
no le tuvo España desde los tiempos de Viríato, pues
su rebelión tuvo carácter de levantamiento general
para sacudir el yugo mahometano. Cristiano fué él,
cristianos fueron sus padres, y por confesar en público
á Cristo Aigentea su hija, voló, en 931, al cielo con la
palma del martirio. Gran satisfacción despertó en Cór-
doba la muerte de Ornar, pues, con tal accidente,
podía la insurrección darse por terminada en plazo no
lejano (4). Cúpoles á las comarcas de Todmir y
Valencia la gloría de que en ellas resonara por último
«1 grito de libertad é independencia.
Después del 21 de marzo de 918, Abderrahmán III,
seguido de la caballería de Andalucía, entró en tierra
de Todmir y visitó sus ciudades Murcia, Orihuela,
1) Conde, 1. c— Doiy, Historia, U, 18.
1) Conde, II, 70 y 71. i
';) Conde pone U fecha de su muerte al fin -del año jo6 (2 Junio 919)
■) T>ozy, Historia, I¡, 17.
— n6 —
Lórca y Cartagena, en todas las cuales fué recibida
con vítores y aclamaciones. Los ^principales de ellas
solicitaban del Emir los admitiese en su hueste. Entró
también en Elche y Denia, pasó á Játiba, y vino á
descansar en Valencia, donde se detuvo algunos días.
Las* manifestaciones de alegría se repitieron en
Murviedro (primavera de 918) (j), Nules y Tortora.
Remontando el curso del Ebio, subió hasta Alcañiz,
y desde allí, hasta Zaragoza, que acabó por abrir, sus
puertas. La expedición del Emir no tuvo por objeto el
recreo ni el conocimiento de sus dominios, sino acabar
con una insurrección que en bien poco estuvo no
acabara con la dominación sarracena en España {2).
Aún transcurrieron algunos años hasta que se
logró la pacificación. En 924 fueron obligados á some-
terse muchos rebeldes del país valenciano (3). A la
rendición de Jaén asistió la hueste de Todpiir; y lá de
Valencia, al sitio de Toledo. H¿sta que ¡la :hueste de1
Valencia no estuvo junto á la ciudad del Tajo, Abde-
rrahmán no se puso en camino. Sometida.. Toledo
(927"), antes que las tropas leales entrasen en la ciudad, .
fueron despedidas las de Valencia (4);
Por más que en general la comarca de Levante
reconociera el dominio del Emir, la sumisión del país
• aún no era completa. En 928 hubo necesidad de enviar
un ejército que acabase con las correrías del Jeké
Aslamí, señor de Alicante y de Callosa. Era el rebelde,.
(i). Chabret, Sagunto,!, 12.
<a) Conde, II, 71.
(3) Dozy, Historia,
(4) Conde, II, 73.
— ii7 —
al decir de los árabes, un bandido del peor género,
quien, con capa de religiosidad, supo encubrir instintos
los más perversos. Llegado á la vejez, so pretexto de
que no en otro quería entender sino en la "salvación
de su alma, era asiduo en la asistencia á las manifesta-
ciones externas del culto; mas ello no era obstáculo á
que de cuando en cuando causara estragos pn las tierras
de sus vecinos. Muerto Abderrahmán sú hijo, en quien
había delegado sus funciones, el cual pereció luchando
con las tropas del Emir, encargóse nuevamente del
mando, que ya le fué de corta duración: el caudillo
Áhmed ben Ishac le tomó una á una todas sus forta-
lezas, le obligó á pedir la paz, y fué, con toda su
familia, conducido á Córdoba (i).
Libre ya de cuidados Abderrahmán III, ordenó
que desde el viernes, 16 enero de 929, se ledieran en
las oraciones, y actos públicos los títulos dé Califa,
Principe de los Creyentes y Defensor de la Fe- La Numis-
mática confirma eso mismo: en las monedas de Abde-
rrahmán desde el año 316 (feb. 928-929), aparecen
los sobrenombres Amir al Muminin y An Nasir hdin
Allab (2), Desde esa fecha, no antes, comienza el
Califato de Córdoba. No falta quien le dé mayor anti-
güedad, aunque sin salir del reinado de Abderrah-
mán III: «En el año 302 (julio 914-915), mandó el
rey Abderrahmán An Nasir mudar el cuño de la
moneda de oro y de plata. Sus antecesores habían
reservado el mismo tipo y forma de la moneda de
A üozy, Historia, IU, 2."
Codera, Tratado de Numismática Arábigo- Española, sección tercera, I
— n8 —
los Califas de Danjasco , y (Abderrahmán) ordenó
que se pusiese por un lado su nombre y títulos, y por
otro la confesión de la unidad de Dios y la misión
profética Asimismo hizo poner en sus títulos en
ella el de Imam, 6 Príncipe de la Religión, como hacían
los Califas de Oriente» (i).
« Los cristianos del Norte no cejaron en su noble
empresa de arrancar comarcas á los dominios musli-
mes, no obstante que aquéllos ya no contaban en su
auxilio con las guerras intestinas de sus enemigos.
Las huestes de Todmir y de Valencia concurrieron á
la famosa batalla de Simancas, que á tanta altura puso
el nombre de Ramiro II.
Para repeler las continuas y atrevidas incursiones
del rey de León, publicó Abderrahmán III el algihed
ó guerra santa. En el tercer cuerpo de ejército y á las
inmediatas órdenes del Califa, iban las huestes de que
va hecho mérito. El walí de Valencia quedó con
Abdallah ben Gamrí, quien, con 20.000 muslimes
tenia sitiada á Zamora.
En la sangrienta batalla del 5 de agosto del
año 939 (2) (no del 22 de julio, ó sea, tres días
después del eclipse de xawal del año 327, como
asegura Conde, que, sin duda, toma esta fecha del
Masudí), pereció á la vista de Abderrahmán III, que
mandaba el cuerpo de reserva, en que estaban las
huestes de Todmir y de Valencia, el cadi de ésta,
Gehaf ben Yemen. No quedó sin recompensa para su
(O Conde, II, 68.
(2) La víspera de los santos Justo y Pastor (Sarapiro, c. XXII y XXIII).
— ii9 —
familia el sacrificio del cadi. Estando de regreso en
Córdoba el Califa, después que en Mérida despidió
aquellas huestes, dio á Giafar, el hijo, el mismo cargo
eclesiástico-civil que el difunto había desempeñado (i).
Tiene, pues, razón la Crónica General, cuando, al
relatar los hechos del Cid que interesan á nuestra
región, afirma que los ascendientes de Aben Gehaf, el
mandado quemar por Rodrigo, en mayo de 1095,
hablan desde tiempo muy antiguo desempeñado en
Valencia las funciones de cadi. «Era de buenos ornes,
ca sus abuelos é su padre, des que fuera Valencia de
moros, siempre fueron alcaides uno empós de otro
fasta su tiempo: e eran ornes sabios é muy ricos» (2).
Hijo del cadi Giafar, el recompensado á causa de
la muerte de su padre en 5 agosto de 939, pudo ser
Abderrahmán ben Gehaf, que fué cadi de Valencia
durante el reinado de Al Háquem II. De su impor-
tancia hablaremos al tratar de dicho reinado. Cono-
cense de Abderrahmán dos hijos, Abdallah y Giafar.
Tuvo Abdallah un hijo, también llamado Abderrah-
mán, nacido el año 383 (febrero 993-994) y muerto
en el 472 (1079-1080). De él cuenta Ad Dabj, que
fué cadi de Valencia, que pertenecía á un linaje que se
distinguía por su principalidad y ciencia, y cuyos indi-
viduos se sucedían unos á otros en el gobierno de la
ciudad. De su sobrino Abu Ahmed Giafar Aben Gehaf
ya nos ocuparemos detenidamente en su lugar opor-
tuno, ó sea, al narrar los hechos de Rodrigo Díaz de
ti) Conde, II, 80 y 81.
(2) Crónica genera), ío!. 324.
— 120 —
Vivar* Es, como se ha visto, notable la concordancia
entre Conde, la General y un distinguido arabista
valenciano, todos ellos conformes en cuanto á la im-
portancia de los Beni Gehaf/ célebre familia de entre la
esplendorosa nobleza musulmana de Valencia (i).
En el Ajbar Machmua se dá la razóq de esa derrota
y se señala el comienzo de la influencia de los eslavos
sobre la de la orgullosa aristocracia árabe. Lo uno y
lo otro importa sea conocido, por la relación que tiene
con sucesos privativos de nuestra región.
«El Califa, á quien Dios perdone, se acabó de entregar á los
placeres, y sus triunfos le llenaron de vanidad. Desde entonces
concedió los empleos al favor y no al mérito; eligió para minis-
tros á personas incapaces, é irritó á los nobles elevando á las
i
más altas dignidades á hombres salidos de la nada Los gene-
rales de nQble alcurnia acordaron entíe si dejarse derrotar, pro-
yecto que llevaron á cabo en la campaña del año 326 (2). El
Califa, que había llamado á sus banderas un número inmenso
de soldados y que había gastado enormes sumas en esta expedi-
ción, la habia bautizado de antemano con el nombre de campaña
del poder supremo; pero sufrió la más vergonzosa derrota. Durante
muchos dias consecutivos los enemigos persiguieron á sus solda-
dos de etapa en etapa, llevando la muerte por todas partes y
haciéndoles un gran número de prisioneros. Muy pocos oficiales
lograron reunir bajo sus banderas una parte de sus soldados
dispersos y volverlos á conducir á sus hogares. Desde entonces
el Califa rennnció acompañar al ejército cuando' iba á cam-
paña, y desde aquel día sólo se ocupó de sus placeres y de sus
barcos» (3).
Al cesar la aristocracia árabe de tener importancia
(1) El Archivo, I, 349-357.
(2) Debe ser 527 (octubre 958-959).
(O Ajber, fol.
— 121 —
en los negocios del Estado, los Beni Cásim, descen-
dientes del gobernador de España Abdelmélic ben
Katan (741), se retiraron á Alpuente, provincia de
Valencia, donde tenían vastos dominios. Todavía
queda en la de Castellón un pueblo que se llama Beni
Cásim (1).
¿Y quiénes eran los eslavos, que llegaron á dominar
en toda la región de Levante? (2). Al principio el
nombre de eslavos se aplicaba á los prisioneros que
los pueblos germánicos hacían en sus guerras contra
las naciones asi llamadas, y que vendían á los sarra-
cenos españoles. Con el tiempo, cuando se comen-
zaron á comprender bajo el nombre de eslavos una -
multitud de pueblos que pertenecían á otras razas, se
dio este nombre á todos los extranjeros que servían
en el harem ó en el ejército, cualquiera que fuese su
origen. Según el precioso testimonio de un viajero
árabe del siglo X, los eslavos que tenia á su servicio
el califa español, eran gallegos, francos (franceses y
alemanes), lombardos, calabreses y procedentes de la
costa septentrional del Mar Negro. Algunos habían
sido hechos prisioneros por los piratas andaluces; otros
habían sido comprados en los pueblos de Italia; por-
que los judíos, especulando can la miseria de los pueblos,
compraban niños de uno y otro sexo y los llevaban á
los puertos de miar, donde naves griegas y venecianas
iban á buscarlos para llevárselos á los sarracenos; otros,
esto es, los eunucos, destinados al servicio del harem,
) Dozy, Historia, IV, 362.
) Ibídem, IV, 1.
f — 122 —
llegaban de Francia, donde había grandes manufacturas
dí eunucos dirigidas por judias* Era muy famosa la de
Verdún; y había otras en el Mediodía.
cComo la mayor parte de estos cautivos eran pequeños,
cuando llegaban á España, adoptaban fácilmente la religión, la
lengua y las costumbres de sus señores. Muchos de ellos recibían
una educación esmerada; de suerte que más adelante gustaban
de reunir bibliotecas y componer versos. Siempre habían sido
numerosos los eslavos en la corte y en el ejército de los emires
de Córdoba; pero nunca lo fueron tanto como en tiempo de
Abderrahmán III. Su número se elevaba entonces á 3.750,
según unos; á 6.087, según otros, y hay quien los hace subir
á 13.750. '
* Esclavos ellos, tenían, sin embargo, otros esclavos á su
servicio, y poseían tierras muy extensas. Abderrahmán los invistió
con las más importantes funciones militares y civiles; y, en su
odio hacia la aristocracia, obligó á las gentes de alta alcurnia,
que contaban entre sus ascendientes los héroes del desierto, i
humillarse ante estos advenedizos^ á quienes despreciaban sobe*
ranamente» (1). % .
Abderrahmán III, el primer califa español, murió
en la noche del miércoles, 16 octubre de 961,7 dejó
por sucesor á su hijo Al Háquem, segundo de este
nombre.
Se ha dicho, y no sin motivo, que cuando la His-
toria calla está la humanidad de enhorabuena. Concre-
tándose dicha ciencia en la antigüedad, y hasta en
nuestros mismos tiempos, salvo muy contadas excep-
ciones, á narrar los hechos que fascinan al vulgo,
amigo de sucesos ruidosos, tales como guerras, y
despreciando el curso de la cabeza y del corazón,
(1) Dozy, Historia, til, 3.
— 123 — ~
cuyas conquistas se realizan en el silencio y sin efusión
de sangre; poco interés ofrecería á nuestros lectores el
reinado del segundo califa, si la ilustración de los
mismos no comprendiese que fuera de las desgarra-
doras escenas del campo de batalla, es donde ha de
buscarse de ordinario el verdadero- y legitimo pro-
greso.
No pequeña parte de la gloria de Al Háquem II
alcanza á Valencia, pues que valenciano fué su maes-
tro. Las sabias lecciones de Ozmán el Moshafí, sacaron
á un aprovechado discípulo, al más ilustrado y bené-
fico de los califas españoles. Contribuyendo en no*
poco la educación del príncipe, y gracias también al
natural desarrollo de los acontecimientos políticos, es
lo cierto que las artes de la paz tuvieron una protec-
ción que hasta entonces no se les había dispensado, y
el efecto de esta preciosa labor, por lo que atañe á las
letras, pudo en nuestra región palparse durante el
reinado del indefinible Hixem II.
Fué durante el reinado de Al Háquem II cadí de
Valencia, Abderrahmán ben Gehaf, yde la estimación*
que en la corte se le tenia, es testimonio el hecho '
siguiente: un principe destronado del norte, llamado
Ordoño, vino á implorar la ayuda del Califa. En el
trayecto salieron varios destacamentos de brillante
caballería, para festejarle y otorgarle los honores debi-
dos á su alto rango. Por indicación del Califa salieron
á recibirle en las inmediaciones de Córdoba, con nume-
¿os regimientos, los cadíes de Valencia y de Gua-
cara. Ellos fueron también, después de la solemne
)ública recepción en el palacio de Az Zahra, en la
— 124 —
cual se prometió el apoyo al príncipe cristiano, los
designados para acompañarle y restablecerle en el
tronó (i).
Entonces llegó el Califato al apogeo de esplendor.
Al Háquem recordó, al efecto de hacer lo menos cruen-
tos posible los necesarios horrores de la guerra, las
obligaciones del muslim en ella; prohibió el uso del
vino, muy generalizado al amparo de ciertos pretextos,
y mandó arrancar las viñas, hasta dejar sólo una ter-
cera partej para pasa, arrope y otras composiciones líci-
tas y saludables; y á beneficio de la prolongada paz
de que disfrutó, acudió al fomento de la agricultura.
No tuvo en olvido, como es consiguiente, la canaliza-
ción para el riego, y fueron abiertas, como en otras
provincias, acequias en la de Valencia. Este buen rey,
como dicen sus justos ó apasionados admiradores,
trocó en rejas de arado y en azadones las lanzas y
espadas; y volvió los espíritus inquietos y guerreros de
los muslimes en pacíficos pastores y campesinos (2).
¡Cuan pocos han sido los gobernantes que hayan
tomado á empeño resucitar los hermosos tiempos de la
Arcadia! ¡Bendito sea el valenciano Ozmán, que supo
formarían noble corazón en el nobilísimo Al Háquem!
Así como el sentimiento de humanidad fácilmente
nos hace otorgar aplausos á todo lo que dice favor á
nuestra especie, el espíritu de justicia, que debe presi-
dir á quien sólo viene obligado á relatar hechos, nos
pone en el caso de moderar los entusiasmos que en
(1) El Archivo, I, 249-250.
(2) Conde, II, 90 y 94.
— I2J —
nosotros despierta el cuadro que, como él sólo sabe
hacerlo, ofrece á nuestra contemplación el sapientí-
simo Conde.
No falún quienes ciegamente, ó movidos á impul-
sos de espíritu sectario, mal de que no juzgamos
exento á dicho autor, como puede verse en el prólogo
de otro libro suyo, establezcan parangón entre ia
influencia cristiana y algunas otras, saliendo, como de
intento se propuso, no bien parada la primera. Porque
es en nosotros un deber ineludible dejar las cosas en
su puesto, hacemos nuestras las siguientes observa-
ciones, muy pertinentes al caso de la influencia sarra-
cena en la propiedad material de nuestro suelo.
• Quisiéramos que se nos hubiera demostrado fuesen los ára-
bes los que establecieron los riegos de la provincia, pues nos viene
cuesta arriba que los esfuerzos individuales de aquel pueblo apá-
tico (el árabe) realizasen lo que suponen no pudieron hacer los
ricos poseedores de los iatifundia romanos. Seria de desear ma-
yor certidumbre respecto á la trasmisión de las costumbres agrí-
colas, industriales y comerciales, pues no vemos en Ao que se
propone relación de continuidad. Muchas cosas son ahora tales
espontáneamente, porque salen de su naturaleza íntima, no por
propagación. Veimoslo.
» Viene la Reconquista, y los lugares fuertes son ocupados
exclusivamente por cristianos', y los pequeños y rurales, por los
moros, que tienen, además, morerías en las capitales. Los cris-
tianos, catalanes ó aragoneses en su mayor parte, seguían, natural-
mente, el estilo de sn país, acomodándose á las exigencias del
suelo y clima valenciano. Los moros, aislados, poca influencia
:ieron en sus vecinos, superiores en civilización, con sus pre-
gones de dominio sobre aquéllos. Nótese que los moros no
ietoo nunca cristianos á sueldo, y el amo es el que impone la
na de la labranza, y no e! criado.
^
\
— X26 —
*Pero demos por sentado que los moros nos trajeran de
Marruecos, ó los árabes, de los desiertos, el modo de regar arti-
ficialmente los campos, aprovechando las aguas de los ríos, y que
fueron tan buenos agricultores, que llegaran á convertir en un
verjel la provincia.... ¿Cómo se explica que al ser arrancados de
cuajo y trasplantados á estas regiones los catalanes y aragoneses,
/ no se convirtió en páramo todo este reino?» (i).
Para los que hayan tenido ocasión de registrar
nuestros archivos, Vio será tarea pesada precisar las
fechas á partir de las cuales arranca la apertura de
canales de riego en la región de Levante. Ignoramos
si en el resto de la Península" sucedería lo propio,
y á pensarlo asi nos inclinan los comunes elogios con
que se envuelve la decantada prosperidad del suelo
valenciano y la de toda España en los tiempos de
Al Háquem II. Entiéndase qne no tenemos empeño
en eclipsar el brillo de las glorias árabes; sentimos,
por lo contrario, no pequeño cariño á sus cosas, pues
difícil es dar un paso, sin tropezar con mil y mil restos
suyos. <
Á la muerte ,de Al Háquem II, ocurrida á 2 de
sáfer del año 366 (30 de septiembre de 976), subió
al trono su hijo Hixem II, cuyo reinado fué de los
más largos, pues alcanza hasta el 22 de abril de 1013^
en que Suleimán «hizo de él lo que se ignora, pues
nunca más pareció vivo ni muerto, ni dejó sucesión
sino de calamidades y discordia civil» (2).
Hijo del sabio berberisco valenciano Ozmán de
(1) El %/inhiiv, IV, 190-191.— Tampoco son despreciables las reflexiones que en el mismo
libro (II 232-23$) se hacen acerca déla influencia sarracena en la prosperidad agrícola de nuestro
reino.
(2) Conde, II, 108.
— 127 "~
Mo'shafi, maestro de Al Háquem II, el más ilustrado
de los califes españoles, fué el poeta Giafar, desgraciado
ministro de Hixem II y que preparó la exaltación del
famoso Almanzor (i).
La personalidad del desdichado é inepto Hixem II,
fanatizado é intencionadamente embrutecido por el
omnipotente ministro y la sultana madre Zobh, ó
Aurora, viuda de Al Háquem II, queda oculta en el
serrallo y envuelta en las sombras del misterio.
Reaparece luego dando rienda suelta á instintos de
crueldad, esparce la semilla de que surgen los reinos
de Taifas ó de las Pequeñas Dinastías, y, sin que
á ciencia cierta nada se sepa, yace poco después sepul-
tado por siempre en la noche del olvido.
Para tropezar con algo- que para nosotros encierre
algún interés, hemos de trasladarnos al año 985, fecha
de la vigésima tercia expedición del llamado por anto-
nomasia Al Manzor (El Victorioso). Llamóse Muhá-
mad ben Abdallah ben Abu Ahmer el Moaferi; era
biznieto de Abdelmélic de Wasit, que con Tárik entró
en España, y abuelo de Abdeláziz, el primer emir
independiente que tuvo Valencia. Por su afabilidad,
gentileza, valor y consumada prudencia, comprendió
la viuda que convenía depositar en sus manos las
riendas del Estado.
, No faltó quien censurara, bien que en secreto,
la elección: y fué Giafar ben Ozmán, que miró la
elevación de Muhámad como menosprecio de sus
indes y antiguos servicios. Y, como el mayordomo
.) El Archivo, I, 169.
— 128 —
I p
y ministro de Sobehía rompiera los pactos de paz que
el último califa tuviera con los cristianos de Asturias
y del resto de España, y, en cambio, entrara en amis-
tad con los que fueron enemigos de Al Háquem II, las
murmuraciones y censuras del ex-hágib Abulhassán
Giafar ben Ozman el Moshafi y de algún otro, fueron
en aumento. El poeta valenciano fué puesto en prisión,
y sus bienes quedaron aplicados al fisco el año 368
(978-979) (1).
El año 985 resolvió Almanzor volver sus armas
contra Cataluña, feudo del rey de Francia, sabedor de
que ésta era presa de la anarquía feudal y que mal
podia, por tanto, auxiliar á los condes catalanes. Hasta
entonces habían los califas respetado el ángulo nor-
deste de la Península, pues no ignoraban que al com-
batir al territorio habían de medir también sus armas
con las de allende el Pirineo.
Después de reunir crecido número de tropas y
seguido de unos cuarenta poetas que cantasen sus
victorias, salió de Córdoba el 12 de dilhagia del año
374 (5 mayo de 985). Pasó por Elbira, Baza y Lorca,
y vino á parar en Todmir. Allí se detuvo hasta que
acudiesen las gentes y naves del Algarbe . Estuvo apo-
sentado en casa de Áhmed ben Al Khattab ben
Dagim, amil de la ciudad, según amos, y simple parti-
cular, según otros. Sus propiedades eran grandísimas,
y enormes sus rentas. Era cliente de los Omeyas y, lo
más probable, de origen godo. Acaso descendía de
Teodomiro, el principe que en abril de 713 acabó
(1) Conde, II, 96 y 97.
— 129 —
capitulación tan honrosa con Abdeláziz ben Muza.
En la primera mitad del siglo XIII, los Ben i Khattab
se suponían árabes; pero sus antepasados del siglo X
no pensaban siquiera en atribuirse semejante abolengo.
Trece dias estuvo Almanzor hospedado en casa dé
Áhmed. Durante ellos, el hágib, los caballeros y caudi-
llos, y los jinetes y peones de los mismos, tuvieron
abundante comida, y jamás por segunda vez se pre-
sentó en la mesa del ministro manjares de que ya
hubiese comido ni vajilla de que ya hubiera hecho uso.
La esplendidez de Aben Khattab llegó al extremo de
servir delicados baños de agua de rosa y con profusión
<le aromas á los principales caudillos. En blandos
lechos de preciosos paños de seda entretejida con oro
se entregaban al sueño.
Por más que Almanzor estuviese acostumbrado al
lujo, causóle admiración el que Áhmed había desple-
gado. De ahí que exclamara ante sus caudillos y caba-
lleros: «En verdad que Áhmed no sabe aposentar
gente de guerra; yo me guardaré de enviar por aquí
tropas de algihed ni fronteros,, para quien sus arreos
son las armas, y el descanso, d pelear. Pero también
es cierto que no ha nacido para vulgar pechero un
hombre de tan generosa condición: y, así, en nombre
de nuestro señor, el rey Hixem, yo íe hago franco de
pagar tributos durante su vida.»
Cuando Almanzor estuvo de regreso en Córdoba,
convidó á Khattab, le honró mucho, le tituló «el
bsequioso,» le regaló una linda esclava de su alcázar
hizo que el Califa le otorgara grandes privilegios.
>lvió el cadí á su amelia ó gobierno no descontento
17
* — 130 —
de la buena recompensa á su nada común generosidad*
Tampoco faltó de entre los poetas que formaban ef
corteo de Almanzor, quien perpetuase con elegantes
versos el suceso: fué el trovador Omeya ben GaJib.
Contemporáneo de Áhmed fué Abu Becri, caba-
llero muy favorecido de la reina madre, y tan rico,
que se contaban como suyas en tierra de Todmir más
de mil alquerías (1).
Dejando á Murcia, alcaidía de Todmir, prosiguió
Almanzor su marcha hacia el norte, engrosando el
ejército con tropas de á pie y de á caballo que re-
cogió al paso por Valencia, Tortosa y Tarragona.
Después de haber batido al conde Borrell II, llegó
delante de Barcelona el miércoles, i.° de julio; y el
'lunes siguiente, día 6, la tomó por asalto. Conquistada
la ciudad condal, en la marcha hacia Córdoba por
lo interior de España, despidió las huestes de Todmir
y Valencia (2).
Como si los laureles de las glorias militares
hubieran nacido para entrelazarse con los de las letras,
asoman los primeros frutos de lá nunca bastante
alabada administración de Al Háquem II.
Abu Abdallah, hijo de padre valenciano, fué muy
competente y feliz en juzgar de las cosas ocultas
y venideras. Aziz Bihla, rey de Egipto y el segundo de
los califas fathimitas, le distinguía con su familiaridad
en los consejos y prestaba el mayor asentimiento-,
á sus indicaciones. NEn gracia ante el monarca superó
(1) Conde, II, 97.
(2) Dozy, Historia, III, 10.— Conde, II, 98.
— i3i —
en mucho á los mismos egipcios. Acabó sus días en la
primavera de 996 (1).
También es digno de mención Aben al Maxath.
Por las recomendables dotes que le adornaban, sobre
todo por la manera con que explicaba el Corán, se
captó las simpatías de Aimanzor: de ahí que le confiara
la dirección de importantes funciones administrativas,
tales como los cadiazgos de Écija, Osuna, Carmona,
Morón, Jaén y Valencia. Murió el año 397 (septiem-
bre 1006- 1 00 7) (2).
Floreció, igualmente, en el siglo IV de la Hegira
(912-1008), Muhámad ben Man ben Somadeh, de
la familia Abu Yahya, de los Todgibitas, llamado
Al Motacim Bihla y Al Watec Bihla. Nacido en Zara-
goza, cuj/b gobierno tuvieron su padre y su abuelo,
wali que fué éste de Huesca; cuando la guerra civil, se
amparó en Valencia, junto á su primer emir; Abde-
láziz, á quien poco después dio en matrimonio una
hija (3).
En el siglo X de t nuestra era, un autor árabe,
Abderrahmán Abu Matreph, escribió un libro de
Agricultura, en el cual trata, principalmente, de las
plantas que nacen en el litoral de Denia, no pasando
por alto, como es consiguiente, las laderas del Mongó,
al que da ya el nombre Caun, como el Nubiense. Del
libro del autor granadino, varón docto y de buenas
costumbres, nada más se sabe (4).
(1) Casiri, 1, 407.
(2) Pons, Ensayo bio-bibliogrdfico sobre los historiadores y geógrafos arábigo -
pañoles y nútn. 61.
(3) Casiri, I, 4jo.
(4) Casiri, II, 130.
— 132 —
Algo semejante á la ninguna utilidad que á nuestra
reino resulta de la obra del citado autor, ocurre res-
pecto del historiador Aben al Faradhi. Nació en Cór-
doba en dilcada del 3 5 1 (diciembre de 962); en el 3 82.
(992-993) se dirigió á Oriente y, á su regreso, rei-
nando ya el Modhi Bihla (el conciliador de los ánimos
desavenidos), ó sea Muhámad II (marzo de 1009)^
desempeñó el cadiazgo de Valencia. Ésta y Todmir
siguieron el bando de Múhámad ben Hixeni. Al escri-
bir el docto biógrafo cordobés su erudita crónica dé-
los sabios moros españoles, no había de olvidarse de
los valencianos, entre quienes vivió. La desgracia
quiere que no haya aparecido aún ningún códice de
la obra de Aben al Faradhi, muerto en 20 abril;
de 1013, al apoderarse de Córdoba los berberiscos (1).
Por ningún lado asoma la influencia civilizadora
délos mahometanos en nuestro reino, hasta que llega
para el Califato la época más tormentosa. Mientras los.
elementos naturales del país no se asocian á los domi-
nadores, ni un solo autor arábigo-valenciano figura
en la serie de sabios musulmanes españoles. Ese hecha
innegable prueba hasta la evidencia, que no« fué la
cultura mahometana la que civilizó el país, sino que el
progreso cristiano aún despidió algunos destellos, no
obstante la acciófi refractaria del Islamismo.
Al producirse la amalgama arábico-hispana, apa-
rece la larga serie de sabios valencianos. Muy del caso
es señalemos, siquiera sea con la generalidad que
permiten los datos, el sitio adonde fueron á repo-
(1) Pons, núm. ji.—E¡ archivo, I, 209.— Conde, II,
— 133 —
sar los restos mortales de la mayor parte de esos
sabios.
Cuatro ó cinco eran las macboras ó cementerios
musulmanes de Valencia: el de las Chocas ó Cabanas
(macbora al jiamí), el de la Puerta Boatella, el de la
Puerta de la Culebra y el de la Mossala. Su situación
correspondía: el de las Cabanas, al término de la calle
San Vicente; elde la Boatella, á la plaza de San Fran-
cisco; el de la Culebra, á las afueras del portal de
Valldigna, y el de la Mossala, estarla, tal vez, en las
de la Xarea, hacia el levante, no lejos del Fosar de
Benimaclet. Asi se desprende de algunas biografías
sarracenas y del libro de apuntes para el repartimiento
de Valencia (1).
Mientras vivió el ministro favorito de la sultana
Sobehia, mantúvose fuerte y vigoroso el imperio fun-
dado por- Abderrahmán I, afirmado en la dinastía por
Abderrahmán II y robustecido por Abderrahmán III,
en cuyo tiempo sucumbió la independencia española.
Muerto Almanzor el lunes, 16 de julio de 1002, á
consecuencia de las heridas que recibió en la para el
Islam funesta jornada de Calatañazor, ó el 10 de
agosto del mismo año, efecto de su avanzada edad,
sonó para el Califato la señal de su próxima ruina (2).
\
(1) El Archivo, I, 209-219.
(2) Conde, II, 102. — Dozy, Historia.
CAPITULO VII
Disolución del Califato
(104)2-1031)
OüMyji.— Ei hfgit Widhi logrí Je Hix,
vor de los e*l>vos de Todmic, Ctmgcaí, 1
vilj-¡todideJit¡b..-Iiix<
la muerte de Almanzor, Hixem II traspasó
las funciones del ministro á su hijo Abdel-
mélic al Mudháfar;-y no lo hizo del todo
mal el nuevo hágib, pero la estrella de los Meruades
declinaba con marcha .apresurada al ocaso. No sin
sospechas de haberle envenenado su hermano Abde-
rrahmán, tan presuntuoso como inepto, murió en
Córdoba en octubre de 1008.
Al morir Mudháfar en la flor de sus- años, le suce-
dió su hermano Abderrahmán, odiado de los faquies,
porque su madre era hija de un conde de Castilla ó
de Navarra, llamado Sancho, de donde le vino al hágib
el titulo despectivo Sanchuelo; porque amaba con pasión
los placeres y hacía pública ostentación de- impiedad,
y porque se le acusaba de haber sido él quien con
una manzana envenenada había causado la muerte á
su hermano.
- 135 -
" Había en los musulmanes otro motivt* de disgusto.
Elevado Almanzor á la cumbre del poder con el apoyo
de la formidable clientela de los generales bereberes y
eslavos, éstos eran objeto de gran aversión por los
árabes de alta alcurnia, que se veían alejados del
mando.
Una imprudencia de Sanchuelo ocasionó su caída
y mísero remate. Pidió á Hixem II, que no tenia hijos,
le declarase sucesor. El Califa, después de alguna
vacilación y previa consulta á varios teólogos, que
opinaron favorablemente, accedió, por noviembre del
mismo año 1008, á la pretensión del hágib.Al cundir
la noticia de semejante atrevimiento, el odio dejos
cordobeses llegó al colmo.
No tardó sino dos meses el producirse una revo-
lución, principio de la porfiada guerra civil que acabó
con el Califato. El viernes, 14 enero de 1009, salió
Abderrahmán á campaña contra los Jeoneses: las
nieves le obligaron á cejar en la empresa. El martes,
15 de febrero, estalló en Córdoba la insurrección, y
en menos de veinticuatro horas se derrumbó el pode-
río de los clientes ameríes, que eran numerosos y
fuertes. El 26 de febrero, ' Muhámad el Mohdi Bihla
despojaba ,del trono á su primo Hixem II, y gracias á
los ruegos de Wadha, le perdonó la vida, si bien le
condenó á reclusión perpetua.
Abandonado de los suyos Abderrahmán San-
chuelo, se sometió á Muhámad él 4 de marzo. Envió
á Córdoba su harem, compuesto de 70 mujeres. No
tardó él tampoco en llegar á la capital del Califato.
Un día después, martes, 18 de récheb de 399 (17
-i36-
marzo de 1009), era asesinado Sanchuelo, padre del
primer emir autónomo de Valencia, y clavado en una
cruz (1).
Ya aclamado por rey Muhámad II, como primer
acto de soberanía ordenó la salida de la guardia afri-
cana. Berberiscos y zenetas se opusieron con las armas
en la mano, pero fueron vencidos y expulsados de la
ciudad el 7 de "junio. La cabeza del jefe fué lanzada
fuera del muro. Eligieron por vengador á Suleimán,
primo del decapitado, y, considerando que eran pocas
sus fuerzas, reclamaron auxilios del rey de León,
Alfonso V; derrotaron á Muhámad II el 7 de noviem-
x bre, y tuvo él que refugiarse en ^Toledo, de donde era
walí su hijo Obeidaláh. Suleimán hizo su entrada en
Córdoba el 7 de diciembre.
Por mediación del hijo, alcanzó Muhámad soco-
. rros de Ramón y /Armengol, condes de Barcelona.
Cuando Suleimán supo que Muhámad, con escogida
gente de Toledo, Valencia y Murcia y de catalanes, se
. acercaba á marchas forzadas, quiso oponérsele y fué "
derrotado. Hizo Muhámad su entrada en Córdoba.
Creyéndose ya seguro, despidió á sus auxiliares cata-,
lañes. Trató, en una salida, de acabar con los africanos,
pero experimentó la más espantosa derrota, y se vio
obligado á encerrarse en la capital (2).
El Gel Wadha juzgó aquél el momento más opor-
tuno para libertar á su amo, Hixem II. Hízolo así el
domingo 21 de julio de 1010, puesto de acuerdo con
(1) Doiy,III, 1?.
(2) Conde, II, 106.
— 137 —
los eslavos, y el hijo dé Al Háquem II fué restable-
cido en el trono t(i). El pueblo, que ya le tenía por
muerto, al verle prorumpió en estruendosos vítores y
aclamaciones- Como primer acto de su restauración
hizo cortar la cabeza á su primo Muhámad ir y lan-
zarla fuera del muro. Ya dijimos que durante el corto
reinado del primo de Hixem II, desempeñó el cadiazgo
de .Valencia Aben al Faradhí.
Wadha fué desde entonces el arbitro de la volun-
tad de Hixem II, que le nombró su hágib. La influen-
cia del ministro con el Califa llegó á su apogeo,
cuando venció también á Obeidalah, que desde Toledo
y movido á excitaciones de Suleimán, acudía á vengar
la muerte de su padre, Hixem le llenó entonces de
recompensas y le concedió,- para sus eslavos y amiríes,
alcaidías y tenencias perpetuas: entre otras, los gobier-
nos de Todmir, Cartagena, Alicante, Almería, Denia
y Játiba, y confirmó en otras á los que las tenían (2).
Ya al salir Wadha de Córdoba para oponerse al
paso del hijo de Muhámad II, dejó el mando de la
gente de, la capital á los caudillos eslavos Tahor y
Anbaro, ó sean, el Modháffar y Mobarac, quienes
á principios del siglo, V de la Hegira (1009) aparecen
como señores de Valencia. El historiador Aben Bassam
es el unido que habla de ellos. Primero fueron esclavos
de Mojarec el Amirí, quien, á su vez, debió serlo
de Almanzor, ó de Almudháfar su hijo. Eran, al parecer,
^«cargados de la acequia de Valencia, antes del año
) Dozy, III, 14.
) Conde, II, 108.
18
- i38 -
401 (10 1 o), en que entraron al servicio del wacir
Abderrahmán ben Yazir. De una moneda suya consta
que en el 407 (1016-1017) eran ya dueños de Valen-
cia. El poeta Abu Obadlah les dedica unos versos.
Los valencianos se rebelaron contra ellos, robaron
el palacio de Mobarac ó Anbaro, quien siempre ocupa
lugar preferente, y proclamaron á Lebib, también
eslavo y señor de Tortosa (1).
De ellos se valió Wadha para ahuyentar de Cór-
doba á los africanos de Suleimán el año 401 (1010-
10 1 1). Como Suleimán invocara el auxilio de los
walíes de la España oriental, Wadha recurrió á Alí ben
Hamud, gobernador de Ceuta, á quien prometió la
sucesión de Hixem. Encontrada la carta en que conte-
nía la promesa, el Califa le hizo cortar la cabeza
(16 octubre de ion), y le sustituyó en el cargo de
hágib con Khairán, eslavo señor de Almería. Á pesar
de la diligencia y valor del nuevo ministro, Suleimán
entró en Córdoba él lunes, 6 de xawal de 403 (20 de
abril de 1013). Entre los muchos que entonces
sucumbieron víctimas del furor africano, se cuenta
al sabio Aben al Faradhí, autor de un precioso diccio-
nario biográfico y cadí que haljía sido de Valencia
durante el reinado de Muhámad II el Mohdi. El voto
que había formulado en un momento de entusiasmo
religioso se había cumplido: había alcanzado la palma
del martirio. Dos días después, Suleimán era dueño del
palacio de Hixem II. Á pesar de las súplicas que par-1
conservar su vida hicieron los eslavos que formabar
(1) Dozy, IV, Cronología de los príncipes musulmanes del siglo XI.
— 139 —
su servidumbre, lo que de él hizo Solimán, no se
sabe (i).
Desde el principio de la guerra civil, muchos
gobernadores se habían declarado independientes. La
toma de Córdoba por los berberiscos dio el último
golpe á la unidad del Imperio, Los generales eslavos
se apoderaron de las grandes ciudades del Este. Á esos
tiempos alcanza la fundación de un estado que juega
papel importante en los sucesos que posteriormente
se desarrollan en nuestro reino. Entrado el año 404
(julio 1013-1014) el eslavo Aslao ben Razin, ó sea
Abu Mohámed ftodail I ben Khalaf ben Lope ben
Razin, reedificó y pobló el fuerte y villa de Santa
María de Oriente, que, de su nombre, se llamó
Santa María de Aben Razin, ó Albarracin, capital de la
Sahla (la Llanura), cuyos dominios se extendían por
parte de las actuales provincias Teruel, Castellón y
Valencia (2). /
Khairán, curado secretamente de sus heridas, se
amparó en Orihuela, entre sus parciales y amigos.
Pasó á Ceuta el año 405 (julio 1014-junio 1015) é
hizo que el señor "de ella, Aly ben Hamud, ayudase á
sacar de la prisión á Hixem II, ó á vengar su muerte.
Vino Aly, y se le unieron todos los alamiríes. Dícese
que entonces, creyendo Suleimán que el encarcelado
Hixem II era el fautor del levantamiento de gentes
enemigas, le asesinó. Quiso Suleimán venir á batalla
formal, y sin poderlo evitar, fué vencido, por defec-
Dozy, Historia, III, 15.— Conde, II, 108.— Pons, núro. 71.
Doiy, Historia, IV, Cronología, etc.— Conde, II, 109.
— i4o —
ción^e los suyos; y en Córdoba fué, por orden de
Aly, degollado el domingo, 17 de junio de 1016, sia%
que se le pudiese arrancar la confesión del fin que
había dado á Hixem II (1).
Á fines del mismo año, Khairán hizo se procla-
mase Califa al auxiliar africano, pues Aly sostenía que
Hixem II le había nombrado príncipe heredero del
trono hispano-musulmán. Entonces fué cuando el
walí ó gobernador de Denia, siguiendo el ejemplo de
casi todos los de las provincias, se negó á reconocer
la autoridad de los Beni Hamud y se declaró indepen-
diente en su waliato. Entonces fué cuando Mugehid,
de quien hablaremos más por extenso, emprendió las
conquistas de las Baleares y de ¿erdefta. En el año
siguiente 408 (mayo 1017-1018), le vemos ya en la
Península, tomando parte en la empresa de resta-
blecer la dinastía legítima (2).
Despechado Khairán porque Aly, temiendo de su
influjo en Córdoba, le mandó retirarse á su gobierno
de Almería, concibió el proyecto de restablecer la anti-
gua dinastía de los Omeyas. Buscó un pretendiente,
y le encontró, por marzo de 1017; en la persona de
un biznieto de Abderrahmán II, del niismo nombre
de su bisabuelo y que á la sazón vivía en Valencia (3).
Abderrahmán ben Muhámad ben Abdelmélic ben
Abderrahmán an Nasir, llamado al Mortadhí y Abu '1
Motaraf, era, además de insigne caballero de los Ome-
yas, hombre virtuoso, de grandes riquezas, liberal y
(1) Conde, II, 109.
m
(2) El Archivo, II, 297-298. — Conde, II, 110.
(3) Dozy, Historia, III, 17. Era biznieto de Abderrahmán III.
— I4I —
de buen "ánimo, por lo que en toda Andalucía se le
amaba. El solo nombre del biznieto de Abderrahmán
el Grande, el primer Califa, bastó para que muchos le
prometieran el apoyo, de cuyo número fué Mondhir,
gobernador de Zaragoza, de los Beni Háchim, que
marchó con su aliado Ramón, conde de Barcelona,
hacia el Mediodia.
El solemne acto de la proclamación de Abderrah-
mán IV se hizo en la ciudad de Valencia, desde donde,
unidos los contingentes de los walíes aliados, mar-
charon hacia Córdoba. El walí de Denia, siempre;
dispuesto á favorecer las empresas de los amiríes,
tampoco negó su concurso á la obra de Khairán (i).
Los defensores de la legitimidad fueron derrotados
cerca de Baza, y el hágib tuvo que esconderse, por lo
que le contaron por muerto ó preso. Con gran alegría
súpose por los suyos cuál era su paradero, le envió
Abderrahmán algunos caballeros para que le acompa-
ñaran y juntos le entraron como en triunfo en Alme-
ría. Allí se reunieron los alcaides de Denia, Todmir,
Játiba y muchos alameríes y eslavos. No sólo Valencia
y Zaragoza siguieron la voz de Abderrahmán IV, sino
también Tortosa, Tarragona y otras provincias, cuyos
walíes enviaron sus cartas de obediencia. Los musli-
mes españoles, que siempre oyeron con cariño el
nombre de los Omeyas, aceptaron con júbilo la pro-
clamación de Al Mortahdi; y su entrada en Almería
fué un día de gloria.
Preparábase Aly á combatir con Abderrahmán IV,
El archivo, II, 298.
— 142 —
que se hallaba en Jaén, y tenía á punto en las afueras
de Córdoba sus guardias y acémilas, cuando al tomar
un baño, el 17 de abril de 10 18, le ahogaron en él
los eslavos que le servían • Mientras los berberiscos
andaban discordes respecto del sucesor de Aly, por
querer unos á Yahya y otros á Cásiro, hijos ambos de
aquél; Khairán y Mondhir, en reunión del 30 de
abril, á laque concurrieron muchos jekes y faquies,
resolvieron que el Califato fuera electivo, y ratificaron
la elección de Abderrahmán ÍV (1). Poco después fué
éste derrotado, cerca de Granada, por Zawi, gober-
nador de la ciudad, que seguía la parcialidad de los
Beni Hamud. Los ejércitos coligados se desbandaron;
y, aunque murió el Califa, aún siguieron hacia Cór-
doba Khairán y Mugehid, al intento de ocuparse en
la sucesión del Califato. Se separaron sin venir á
acuerdo, y el wali de Denia, después de apoderarse de
Tortosa, que abandonó muy pronto, volvió á sus
dominios (2). Tan breve fué el reinado de Abderrah-
mán al Mortahdi, que no se sabe se conserve de él
moneda ninguna (3).
Tras los breves reinados de Abderrahmán IV, her-
mano de Muhámad II, proclamado aquél en ramadhán
de 414 (noviembre-diciembre 1024) y que sólo ocupó
el trono 47 días; de Muhámad III, que escuchó los
elegantes discursos de Abdel Wahidi de Córdoba,
wali '1 coda de Játiba (4) y oriundo de Cabra, monarca
(1) Do«y, Historia, III, 1 6.— Conde, II, ni.
(2) El Archivo, II, 298-299.
(3) Codera, Tratado de Numismática, sección 3.a
(4) Conde, II, 115.
— «43 —
que no reinó más de diecisiete meses, y de Yahya ben
Aly, que murió en batalla* el 7 de muhárram de 417
(28 febrero de 1026), llegamos al de otro biznieto de
Abderrahmán III, hermano aquél de Abderrahmán IV:
llamábase el principe, Hixem ben Muhámad ben Abdel-
mélic ben Abderrahmán an Nasir. Al ser proclamado,
en fin de rabié i.a de 417 (21 mayo de 1026), tomó
el título de Motad Bihla.
A la muerte de Yahya ben Alí (28 febrero de 102$),
atravesado por la lanza de Aben Abed, de Sevilla,
disgustados de la dominación africana los cordobeses,
se reunió el mejuar ó consejo supremo, y, merced á
las solicitaciones del wacir Abu '1 Hezami, prestóse oído
á los emisarios de los señores eslavos del este, Muge-
hid, de Denia, y Khairán, de Almería, cuyos embaja-
dores les prometieron el auxilio de sus amos, si se
atrevían á sacudir el yugo africano. En mayo de 1026
cumplieron ^u ofrecimiento, y los africanos fueron
lanzados de Córdoba. Desavenidos los príncipes auxi-
liares, en 12 de junio se retiró á Almería el caudillo
Khairán y poco después Mugehid á Denia, sin que
hubieran llevado á cabo el restablecimiento de la
monarquía legitima.
Abu '1 Hazm ben Djahawar, el más influyente del
consejo, puesto de acuerdo con los jefes de las fronte-
ras, se resolvió á elevar al trono á Hixem, hermano
primogénito de Abderrahmán IV. Contaba más que
éste cuatro años, y tenía á la sazón 51, pues había
..do en el 364 (septiembre 974-975). En abril
1027 prestaron á Hixem III juramento de obedien-
los habitantes de Córdoba; pero aún se gastaron
\
— M4 —
cerca de tres años en allanar las dificultades paraixupar
el trono (i).
Como á su hermano Abderrahmán IV le alcanzó
la proclamación en Valencia, él recibió el ofrecimiento
de la corona estando retirado en un rincón de nuestra
provincia. Á la muerte de su hermano se refugió en
Hisn Albonte (2), ó sea Alpuente (3), junto á Abda-
llah ben Cásim el Fihrí, alcaide de aquella fortaleza.
No era despreciable el abolengo del alcaide Aben
Cásim; y tanto más digna de admirar es la protec-
ción que dispensara al Omeya, si se tiene en cuenta
que sus antepasados sostuvieron encarnizada lucha
con Abderrahmán I. Los señores de Alpuente descen-
dían de Abdelmélic ben Katan el Fihrí, que ftié dos
veces emir de España por los califas de Damasco.
Vino á la Península en ramadhán de 114 (octubre-
noviembre de 732), y duró su gobierno, la primera
vez, hasta xawal de 116 (nov. de 734), y la segunda,
desde sáfer de 123 hasta dilcada del mismo año
(enero-septiembre de 741).
Por su mala conducta, pues era de carácter despó-
tico é injusto en sus sentencias, fué relevado primero,
por más que se había distinguido en la guerra con los
vascones. Se sublevó contra Ocba, que. vino á reem-
plazarle y tuvo que abandonar el Ándalos; pero, á la
venida de Balch, con los sirios, le venció é hizole
crucificar, en Córdoba, al otro lado del Guadalquivir,
y entre un perro y. un cerdo.
(1) Dozy, Historia, III, 17.
(2) Conde, II, 117.
(3) Dozy, loe. át.
— H5 —
Hermano de Abdelmélic era el padre de Yúsuf.
Yúsuf fué el último gobernador que tuvo España á la
venida de los Omeyas; y su padre, ó sea el hermano
de Abdelmélic, vino á España con Habib ben Abú
Obeida el Fihrí, uno de los testigos que subscribie-
ron, en abril de 713, el pacto entre Teodomiro y
Abdeláziz (1).
Con la muerte de Abdelmélic concluye el impor-
tante papel que en la historia musulmana desempeñan
los hijos de los «defensores de Mahoma». Se conven-
cieron, tras tantos reveses, de que sus ambiciosas espe-
ranzas eran irrealizables. Numerosos y ricos, vivieron
condenados á la obscuridad en sus vastos dominios.
Descendientes del gobernador Abdelmélic eran los
Beni Cásim, que poseían vastos dominios cerca de
Alpuente, provincia de Valencia. En el siglo XI, los
Beni Cásim eran señores independientes en el pequeño
estado en que vivía retirado Hixem III. Cierto es que
aquélla fué la época en que, hundido el califato de
Córdoba, todo propietario territorial se daba aires de
soberano (2).
Todavía puede precisarse cómo tenía tanta impor-
tancia entonces el protector del último Omeya. «Y
hay en Ándalos otra frontera además de ésta (el
poniente), en la que no se estableció Aben Abed, y
en ella está el país de As-Sahla (la Llanura), que lo
tomó para sí Hodzail ben Jalf ben Ratsim en el primer
¿ño de la quinta centuria (1010), cuando el llama-
Afbar Macbmua.
) Dozy, Historia, I, 342-343.
19
— 146 —
miento de Hixem (II), y se apellidó Muiiad ed Daula
y murió en la guerra en el año 50. Después de él
reinó su hermano Jisaam ed Daula Abdelmélic ben
Khalaf, sin que dejara de haber emir allí hasta que se
apoderaron de ella los almorabides, quitándosela de
sus manos cuando se apoderaron del Ándalos. Y de
aquella frontera es el pueblo de Albont (Alpuente) y
Aled'ya (Aliaga). Se apoderó de ella Abdallah ben
Cásim el Fihri cuando la división de los reinos, y se
apellidó Nodhzam ed Daula; y él fué el que ayudó á
Hixem (III) cuando estaba con él, y, á su vez, éste le
nombró walí de la aljama de Córdoba; y desde aqui
se volvió á su frontera, muriendo en el año 21 (1030).
Después de él reinó su hijo Mohámed loman ed
Daula, que sostuvo guerra con Mugehid (de Denia);
y después de éste reinó su hijo Ahmed Hodhad ed
Daula, que murió en el año 40 (junio 1048-1049).
Reinó luego Abdallah Ionaj ed Daula hasta que lo
destronaron los almorabides en el año 85 (febrera
de 1092-1093)» (1).
Ya que del anterior precioso fragmento de Aben
Jaldún venimos en conocimiento de los sucesores del
que amparó á Hixem III, parécenos oportuno apuntar
la protección que el hijo del walí de la aljama de
Córdoba prestó á los literatos.
Llamábase el hijo, según queda dicho, Abú Abda-
llah Mohámmad ben Abdallah ben Cásim. En carta
que Aben Rabib el Temení, de Cairoán (en África),
dirigía á un primo de Aben Hazam, se lamentaba de
(1) Malo de Molina, %pdrigo el Campeador, págs. 65*66.
— M7 —
la negligencia de los españoles en perpetuar las noti-
cias de sus sabios, las hazañas de sus personajes
ilustres y las biografías de sus reyes. Por encargo del
Aben Cásim señor de Alpuente, contestó nuestro
Aben Hazam á la acusación depresiva del autor
africano.
Después de saludar á su antagonista y de hacerse
cargo de las inculpaciones lanzadas contra los espa-
ñoles» le arguye que había aquí una asamblea literaria
de hombres versados en todas las ciencias, un alcázar
do residía toda suerte de excelencias, una mansión de
toda elegancia y pulcritud, una morada de todo honor
y dignidad: la corte del ilustre y honrado Abú Abda-
Uah Mohámmad ben Abdallah ben Cásim, señor de
Alpuente.
Algo más allá en la defensa fué el primo da Aben
Hazam, pues que éste habia muerto. Después de reba-
tir los argumentos del Temení, evidencia las ventajas
que España presenta sobre África, y acaba demos-
trando la superioridad literaria de los españoles con
una relación de las obras concernientes á teología,
jurisprudencia, ciencia de las tradiciones, gramática,
lexicografía, poesía, historia, medicina, filosofía y bio-
grafía que se poseían en España (i).
De perfecto acuerdo con la relación de Aben Jal-
dún, son las indicaciones que acerca de los sucesores
del protector de los sabios hace Dozy. Dice que le
sucedió su hijo Ahmed ad Hod ad Doía, quien reinó
ta 1049; y á éste, su hermano Abdallah II Djana
Pons, Ensayo, etc., p. 400-402.
— 148 —
ad Dola (1049-1092), quien alcanza los tiempos de
Rodrigo Diaz de Vivar (1).
Puesto que del último Omeya nos toca el comien-
zo de su corto reinado, justo es consignemos sucin-
tamente lo más notable.
Retirado vivia en agreste rincón de nuestra pro-
vincia el último vastago de los Meruanes. Era sabio,
y, por lo mismo, se había alejado de Córdoba, aquel
hervidero de ambiciones desapoderadas, lugar de crí-
menes espantosos, ciudad corroída por los vicios.
Mensajeros de la capital del Califato corrieron á anun-
ciarle la, para otros menos avisados, grata noticia; mas
él recibióla con tristeza. Pretextando su avanzada
edad, rehusó aceptar el más honroso cargo con que un
pueblo en masa le brindaba. Á su noble alma era
doloroso abandonar la tranquila existencia que en
aquella soledad se deslizaba. Tampoco ignoraba que
los males del Imperio eran incurables. Ruegos y más
ruegos doblegaron su voluntad; pero aplazó su ida á
Córdoba hasta que contuviese las correrías que con
impunidad practicaban Alfonso V de León y García
Sánchez de Castilla.
Día de inmenso júbilo fué para Córdoba el 18 de
diciembre de 1029. En él hizo su triunfal entrada
Hixem III. Apiñada multitud le rodeaba; en todos los
semblantes estaba pintada la alegría; vítores y aplau-
sos resonaban por doquiera: era la momentánea satis-
facción que experimenta el enfermo postrado en lecho
del cual no ha de levantarse. Aquel pueblo, amigo de
(1) Historia, IV, p. 362.
— *49 —
escenas ruidosas, no pudo apreciar el mérito de un
hombre que vestia ropas humildes y montaba en mal
caballo.
Era Hixem bueno y dulce, pero también, débil,
irresoluto é indolente. Amaba los placeres de la mesa,
é idolatraba á sus mujeres é hijos. Brillaban en él
felices disposiciones para la vida doméstica; su mano
no estaba acostumbrada á empuñar el timón del Estado.
Su falta de costumbres políticas quedaron al descu-
bierto en la primera recepción de palacio: pensa-
mientos vulgares se descubrieron en su mente, frases
incoherentes asomaron á sus labios: quedaron sin
contestar los brillantes discursos con que le saludaron.
Tuvo el mal gusto de elegir para su primer ministro
á un pobre hombre que en sus primeros años habia
sido tejedor.
Á la vez que eran objeto de la predilección del
Califa las casas de los pobres, los hospicios y las
escuelas, trató de corregir con mano fuerte los abusos.
Quiso reducir á la obediencia los walies; pero ellos,
que, como medida política, acariciaban con larguezas
á sus inmediatos subditos; que en calidad de reinos
hereditarios transmitían sus posesiones á los hijos, y
que acuñaban moneda, signo de la realeza, desoyeron
ia voz del deber. Se empeñó, durante dos años, en
someterlos, y no pudo; apeló luego á la persuasión, y
le despreciaron. Hubo de resignarse á que los aconte-
cimientos empujaran la nave al paraje que en el libro
i destino estaba señalado.
Estalló un motín, y el ministro fué degollado. El
j 'ico se apoderó de Hixem, y corrió, con sus muje-
— iSo —
res, á ampararse en una torre. «Haced de mí lo que
os plazca, pero respetad á mis mujeres», gritaba el
infeliz. Burló la vigilancia de los que, no teniendo
valor para matarle, le habían confinado en una cárcel •
Salió de ella el año 422 (diciembre 1030-103 1). Paró,
por fin, en Lérida, que estaba en poder de Solimán
ben Hud, y allí le alcanzó la muerte en diciembre
de 1036 (i).
(i) Dozy, III. 17.— Conde, II, 117.
Segunda liarte
f esbe la disolución bel jalifato I) asta la Reconquista.
11038-1232)
CAPÍTULO I
Región de Levante durante la primera dinastía de Denla
(1013-1074*)
Mugéhid, liberto de Al Maozor. — Wali de Denia.— Declárase independiente.» Su fidelidad i 1a
dinastía legítima.— Dominios de Mugéhid.— Sus expediciones marítima»: á las Baleares, á Cerdeña,
X Italia.— Benedicto VIH.— Contrariedades que sufre Mugéhid.— Vuelve á las Baleares y á España.
— Su amistad con los condes de Barcelona.— Toma parte en la proclamación de Abderrahraán IV.—
Abdeláziz, primer emir de Valencia. — Causa de la enemistad entre Abdeliziz y Mugéhid — El de
Valencia hereda 4 Zohair, de Almería.— Vasta extensión de los dominios de Abdeliziz — Muerte de
Mug¿hid.-r-Su carácter. — Sus hijos AH y Hazan.— Casamientos entre los principes musulmanes de
esta región.— Guerras entre los emires de Toledo y de Sevilla.— Distinta parcialidad que siguen
Valencia y Denia.— Amistad de Ali con los condes de Barcelona.— Abdclmélic, sucesor de Abde-
liziz.— Fernando I de Castilla y de León sitia 4 Valencia. — Al Mamón, emir de Toledo y suegro
de Abdelmélk, despoja de sus estados 4 éste y los agrega 4 Toledo.— Al Moktidir, de Zaragoza, se
apodera de Denia.
¡no de los libertos á quienes Almanzor hizo
se diese esmerada instrucción en el Corán,
fué el cordobés de origen rumi ó cristiano
M"géhid, fundador del emirato de Denia. Habia sido
ula ó familiar del hágib Abderrahmán Sanchuelo,
0 de Almanzor y padre del primer emir de Valencia;
1 mismo dia en que Muhámad II fué muerto (2 1
— 152 —
julio i oí o), con todos los libertos amiritas salió de
Córdoba. Al año siguiente (ion) fué confirmado á
título de perpetuidad en el waliato de Denia por el
fiel Wadha. Decapitado éste por orden del ingrato
Hixem II (octubre del mismo año) y vencido el hágib
Khairán (abril de 1013), era de presumir que Hixem
habría muerto á manos del africano Suleimán. Ocasión
oportuna se ofreció á Mugéhid para realizar sus sueños
de gloria; y, para declararse independiente, bastóle
trocar el titulo de wali, que hasta entonces usara, por
el de hágib, que tuvo Almanzor, y acuñar moneda en
su nombre. La fidelidad de Mugéhid á la dinastía
legitima de los Omeyas, decláranla con exacta confor-
midad los escasos datos que arrojan la numismática,
pues en todas sus monedas se reconoce como Imam,
ó jefe supremo de la religión del Estado, á Hixem II,
aceptando la farsa de los Abbadíes, y la historia, que
presenta al emir de Denia siempre dispuesto á restau-
rar el imperio de los Meruanes.
Pero los estados de Mugéhid Edim ben Abdallah,
que tomó los bélicos sobrenombres de Abu'l Geix
(padre del ejército) y Al Muafec (el que prospera por
la gracia de Dios), eran sobrado reducidos para que
llenasen su ambición. Mudháffar era gobernador de
Valencia; de Játiba lo era Mobarac, y de Murcia,
Khairán. No es ello decir que, aunque corto en exten-
sión el territorio de Denia, dejase de encerrar riquísi-
mos pueblos, tales como Bairén (castillo de San Juan,
junto á. Gandía), Oriba (Oliva ú Orba), Attaya
(Altea), Cocentania (Cocentaina), Potros (Pedreguer,
ó Petracos, junto á Laguar), Zácram (Sagra), Forcosa
— 153 —
(Barcheta, la de Alcoy) y algunos otros, cuya prin-
cipal riqueza entonces, como ahora, consistía en pasa,
higos y almendras.
La situación de Denia, la capital, dotada de un
hermoso puerto, á que daban los árabes el significativo
nombre de Sommam (ave de paso), convidaba á surcar
el Mediterráneo. Desde la cumbre del inmediato gebel
Cao% el mons Caon de los latinos, el alto Mongó,
descubríase en dia sereno una de las islas Yebisath (las
Baleares), y hacia ellas se lanzó el que sería famoso
pirata del Mediterráneo (i).
Confió la custodia de sus posesiones continentales
á persona que fuese capaz de regirlos en tiempos tan
revueltos, Al efecto, echó mano de Abdallah el Moaití,
quien, huyendo el año 403 (julio 1012-1013) de la
persecución de Suleimán, se había refugiado en Denia,
y á quien Mugéhid le había tratado con gran conside-
ración, hasta el punto de darle parte en el gobierno.
Acabó Mugéhid por resignar, en giumada 2.a de 405
(diciembre de 10 14), el mando supremo en él: ó, lo
que es igual, por mandato del soberano se le juró
obediencia, se hizo por él chotba ú oración pública en
los pulpitos ó mimbares y se acuñó moneda. Mugéhid
no recobró la autoridad suprema de que entonces
voluntariamente se despojaba, hasta que en 1018,
habiendo fallecido Al Moaití, volvió á Denia (2).
'•> El Archivo, I, 251-254.
El Archivo, II, 298.— Conde, de acuerdo con Al Makkarí, dice: «En
a mandaba Abdallah el Moa y tí, y era llamado rey y labraba moneda con
rapio cuño, pero no pasó mucho tiempo en venir de Mayorcas el señor
mellas islas, Mugéhid, que le privó de la soberanía y le desterró de Denia,
20
— 154 —
Después que Mugéhid preparó una buena flota,
con sus gentes y otras que tomó á sueldo, acompañado
de Al Moaití, navegó, en ramadhán de 405 (marzo de
1015), hacia las islas Baleares, se apoderó fácilmente
de ellas y las fortificó. La ambición del caudillo dia-
nense era insaciable. Obrando también de acuerdo con
Al Moaití, preparó una escuadra de 120 velas, y en
rabié i.a del año siguiente (agosto-septiembre de
1015), pasó á la isla grande de los rumies (cristianos)
llamada Cerdeña. Por fuerza de armas ocupó la mayor
parte de ella y se apoderó de sus fortalezas (1).
Toda la isla cayó en poder del atrevido corsario,
excepto la capital, Caller. Tampoco en Cerdeña se detu-
vo el caudillo dianense. Entrado el año 10 16, aprove-
chando la ausencia del emperador Enrique II, ó sea,
mientras los písanos sometían en Regio de la Pulla á
los sarracenos de Calabria, desembarcaron los de Mugé-
hid en Toscana, se apoderaron de una extensión con-
siderable del país y se establecieron en Luni, castillo
del obispo de Milán. Una noche sorprendió Mugéhid á
la misma Pisa, y de ella se hubiese apoderado, si una
heroína, llamada Kinzica, no hubiese llamado el pueblo
á las armas, logrando los ciudadanos rechazar y ahu-
yentar á los invasores, no sin que la ciudad experimen-
tase dolorosos estragos (2).
y se pasó 4 tierra de Cutema y no volvió á alzar cabeza en este mundo, que
allí falleció, año 432 (II, 117).» Si Al Moaití hubiese usurpado el poder supre-
mo, no se hubiera Mugéhid contentado con imponerle el destierro.
(1) Es admirable la conformidad entre Ad Dabi (El Archivo. V, 94) y
Conde (II, 109).
(2) Dice Cantú (Hist. Univ. X, 3 ) que el hecho de la sorpresa de Pisa, si es
— 155 —
Temió el Papa, Benedicto VIII, mejor guerrero
que pontífice, el peligro que amenazaba á la misma
Roma. Reunió á todos los obispos y vizcondes de las
iglesias. Como entonces no se trataba para el Supremo
Pastor sino de defender á sus ovejas de los asaltos de
lobos rapaces, él mismo se puso al frente de numero-
sos cruzados y marchó contra los que se habían
establecido en Luni. Tampoco descuidó equipar mu-
chos barcos para que cortasen la retirada al enemigo.
Conocidas de Mugéhid estas disposiciones, temió caer
vivo ó muerto en poder de los cristianos, y aún pudo
escapar con muy pocos de los suyos. El resto del
ejército sarraceno peleó con obstinación y hasta logró
durante los tres primeros días grandes ventajas; mas
al cuarto tuvo que ceder, y experimentó tan espantosa
derrota, que, confusos y desordenados los infieles al
verse cercados por todas partes, todos ellos quedaron
en el campo de batalla. El número de los muertos no
se pudo contar, ni valuar el precio del botín. Entre los
despojos se encontró una diadema que valía mil libras
de oro, y el Papa la regaló á Enrique II. Cayó en poder
de los cristianos la reina, la mujer del jefe sarraceno,
y fué decapitada. Irritado Mugéhid, sintiendo, más que
todo, el trato inhumano dado á su esposa, envió al
Papa un costal de castañas, como dando á entender
que en el verano siguiente volvería contra él con igual
~ 'mero de soldados que el de los objetos contenidos
el saco. Recogió el pontífice el guante, contando
to, dio origen i la Fiesta del Puente, batalla que todos los años se empeñaba
^re el puente del Amo, y que, aunque fingida en cuanto i la intención, con
cuencia paraba en verdadero y luctuoso combate.
-i56-
con que podía dignamente contestar á semejantes jac-
tancias: le remitió un costal de trigo, ó de maíz, para
indicarle con cuántos guerreros se proponía rechazarle
si volvía otra vez, no contento con su primera expe-
dición.
Viendo el Papa la necesidad que había de ahuyen-
tar de Cerdeña á los soldados de Mugéhid, quienes no
sólo habían amenazado á la misma Roma, sino que
sorprendieron y saquearon á Genova, se habían apode-
rado de Tarento y habían llegado hasta las murallas de
Salerno; consultado el parecer del Sacro Colegio y
demás clero, envió el obispo de Ostia como legado á
Pisa en súplica de colaboración contra el enemigo
común. Los ruegos del Pontífice no se perdieron en el
vacío: los nobles y feudatarios de Pisa suministraron
naves y soldados; la república de Genova, los Malespi-
na, marqueses de la Lunigiana y hasta el conde de
Mútica en España (i), equiparon una escuadra. Los
písanos, que habían alcanzado del Papa el privilegio de-
la Cruzada y recibido el estandarte de San Pedro, des-
pertaron el entusiasmo en Genova, cuyo auxilio recla-
. marón, y los soldados de ambas repúblicas pusieron á
Mugéhid, que había sido proclamado rey de Cerdeña
y había allí alzado fortalezas y reunido un numeroso ejér-
cito, en el trance de abandonar aquella su amada presa.
(i) Según la crónica de Ademar, por entonces llega roa los normandos á
Cataluña bajo el mando deRogerio. Entraron al servicio de Ermesinda, la cual
gobernaba en nombre de su hijo menor el condado de Barcelona. Dice que
pelearon contra muchos príncipes sarracenos, entre los cuales se contaba Mu-
géhid, señor de Denia y de las Baleares, el mayor pirata de su época, destruc-
tor de Pisa y dueño de Cerdeña (Dozy, Los Normandos en España, VII). ¿Sería
Rogerio el conde de Mútica?
— 157 —
Volvamos ahora á las fuentes arábigas, que sumi-
nistran mayor copia de datos acerca de Mugéhid hasta
que vuelve á Denia. El mismo año en que, por consejo
del eslavo Khairán, fué en Córdoba aclamado Ali ben
Hamud como rey de España (13 de giumada 2.a de
408=13 noviembre de 1017), Mugéhid, que estaba en
Cerdeña, notó que á los entusiastas y frecuentes aplau-
sos con que antes le aclamaban sus tropas, cansadas
del clima de la isla, de la prolongada ausencia de Espa-
ña y de la porfiada guerra que los cristianos les hacían,
sucedieron mal comprimidas murmuraciones contra
su ambición y codicia. «No bastan, decían, á este emir
las riquezas y fertilidad de sus estados en lo más ame-
no y delicioso de España y en las islas Yebisath, y
pasa el bravo mar acometiendo sus continuos y grandes
peligros por hacer nuevas adquisiciones. Y de todas
ellas ¿qué provecho redunda á los que con tanto trabajo
seguimos sus banderas y servimos á sus temerarias
intenciones? El ser despojo de la muerte y pasto de
las voraces fieras.»
La desmoralización de un ejército es manifiesta
cuando discute y aprecia las órdenes de sus caudillos.
Se le rebeló la milicia y marchó á engrosar las filas de
los rumies. Gran muchedumbre de éstos, naturales de
la isla y auxiliares de la coalición provocada por el
Santo Padre, se aproximaban, apoyados, á la vez, por
tnerosa flota. Pensó entonces abandonar lo que ya
e escapaba de las manos, Cerdeña, y volver á Espa-
para aniquilar la facción adversa de los Hamudíes;
3 ya era tarde, porque los rumies le salieron al
uentro.
-iS8-
Allegó cuantas riquezas pudo, en objetos preciosos,
cautivos y ganados, y, no obstante el parecer en con-
trario de Abu Harub, almirante de la escuadra sarrace-
na, que le aconsejaba era preferible aventurar en tierra
el riesgo de una batalla con el enemigo á entregarse á
merced de las olas del mar, prontas á embravecerse,
por amenazar furiosa tempestad, entró en sus naves.
De repente se levantó un viento impetuoso- Olas como
montes se alzaron, y tan pronto las naves subian hasta
las nubes, como caían en lo profundo de los abismos.
La siniestra luz del relámpago se mezclaba con el
horrísono bramar de las aguas y el pavoroso retumbar
del trueno. Por todas partes y á cada instante no aso-
maba sino la imagen de la -muerte.
Contra el parecer del jefe de la escuadra se había
entrado en un mal puerto, y las naves iban una á una
á estrellarse en la costa: de modo que los rumies no
tenían otro trabajo que coger á los náufragos, para
hacerlos prisioneros ó cebar en ellos sus armas sedien-
tas de venganza. Tenía Mugéhid el corazón traspasa-
do de pena, más que á causa del peligro que él corría,
por la tristísima suerte que cabía á aquellos infelices.
Cada vez que una nave caía en poder de los enemigos,
rompía á llorar, lanzaba desgarradores gritos y profería
terribles amenazas contra los que á mansalva ejercita-
ban los más feroces instintos. A pesar de las extraor-
dinarias manifestaciones de dolor á que se entregaba
Mugéhid, ni los vientos cesaban, ni el mar recobraba
la deseada calma. Entonces se acercó Abu Harub á
Tabit el Guageni, y le recitó estos versos:
— 159 —
«Llora el pobrecito: ¡que Dios no le perdone jamás!
»Miradle, llora; llora por cobardía, y no por otra cosa.»
Y continuó en prosa: cYa le habla advertido yo que no se
metiese aquí, pero no quiso escucharme» (i).
Las escuadras de Pisa y Genova abordaron á Cerde-
ña y, favorecidas por los cristianos allí residentes,
fueron reconquistando la isla, hasta el punto de obligar
á Mugéhid á que abandonase buena parte del cuantio-
so botín de que se había apoderado. Al ser arrojados
los sarracenos, quedaron en poder de los cristianos la
madre de Mugéhid y el hijo de éste, Ali, que más tarde
se sentó en el trono. La madre, como cristiana que
era, prefirió permanecer entre los de su profesión reli-
giosa, cuando Mugéhid quiso rescatarla. Ali, por quien
hubo el padre de pagar crecida cantidad, abrazó el
Islam. Se empeñaron los písanos en ceder á sus auxi-
liares de Genova el tesoro cogido á los mahome-
tanos, obsequio á cuya aceptación se negaron los
genoveses; ofrecieron la soberanía de Cerdeña al
Emperador de los Romanos, y la Santa Sede los
invistió con el dominio de la isla (2). Can tú
(1) El relato anterior es casi idéntico cu Conde (II, no) y en Kd Dibí, por lo que es seguro que
«sene pesaje aquel autor ha bebido en buenas fuentes (El %Archivo, V, 94-95).
(2) Mochas de estas noticias están tomadas del Cronicón Ugeliano, como
vamos á ven cAnno 1017. Venerabilis Benedictas, papa, una cum universo
dericatn et senatu, Iegatum ostiensem episcopum ad civitatetn pisanam misit,
ttMogettum, regem, de Sardinia expelleret. — 1020. Mugettus recepit castra m
tañáis, quod sub mediolano episcopatu erat. Et in alio anno Mugettus in
S~J*niam est reversus. Et pisa ni , iterum, cum januensibus, fuga ver unt eum,
0 ¿sauram quem secum tulerat, habuerunt, et totnm januensibus, conven-
t¡ , concesserunt; aliter vero venire noluerunt. — 10$ o. Mugettus, rex, cum
■ jo exerátu reversus est in Sardíniam, et edifica vit dvitates et coronatus
« d. Pisani, vero, una cum Romana Sede firm ni, inde cum privilegio, et cum
— iéO —
dice que Cerdeña fué repartida entre los vencedo-
res (i).
«Asi que i duras penas salvamos nuestras vidas, concluía
Tabit, con pocas naves. Mugehid volvió á las islas de Espa-
ña» (2). cSosegada la tempestad y recogidas las reliquias de la
flota, volvió el emir á las islas Yebisát, donde descansó y se
reparó de aquella grave calamidad» (3).
Hay que despreciar los anacronismos é inexacti-
tudes que arrojan los cronicones cristianos, haciendo
guerrear todavía á Mugéhid, cuando ya había bajado
al sepulcro. Tampoco quedó prisionero el padre, sino
su hijo Ali, que, según los cronistas árabes, acompañó
á Mugéhid en la desgraciada expedición de Cerdeña y
cayó en poder de los isleños á causa de haber embes-
tido en la playa el barco que le conducía. Siete años
de edad contaba al caer en poder de los cristia-
nos, y fué rescatado, por una gruesa suma, el año 423
(marzo 1023-1024), ó sea, cuando tenia dieciséis 6
diecisiete años. Es de presumir que se trataría de
catequizarle al Cristianismo en los diez que perma-
neció en poder del señor á quien en el reparto del
botín cupo en suerte, pero luego fué por su mismo
padre instruido en el Islam; y, circuncidado, vióse
afligido de enfermedad grave. Yacut afirma que Mugé-
vexillo sancti Petri accepto, invaserunt regem, et ceperunt illura et totara
terram, et coronam Romano Imperatori dederunt, et Pisa fuit fírmala de tota
Sardinia i Romana Sede. No falta quien haya escrito castillo de Juan (Joan ni s)
por castillo de Luni. — (El Archivo, II, 299-300).
(1) Cantú, HisL Univ.y X, 3. — Berault-Bercastel, Hist. Gen, de la Iglesia»
XXX, 4S-
(2) El Archivo, V, 94-95.
(3) Conde, II, 110.
— i6i —
hid era rumí ó de origen cristiano: hijo fué, con efecto,
de cristiana, á la cual conservaba en su compañía; y
al caer, con toda la familia del Emir, prisionera en
Cerdeña, no quiso ser rescatada, prefiriendo vivir entre
la gente de su religión (i).
Fuese por afecto ó por razón de Estado, pues
muchos eran sus subditos muzárabes en la Península
y en las Baleares, Mugéhid tuvo estrechas relacio-
nes de amistad con los condes de Barcelona. En un
documento del hijo, se lee que viviendo el caudillo
de Denia llamado Mugéhid, por mediación del obispo
de Barcelona, cuyo nombre era Gislaberto, redujo y
sometió las Baleares á la jurisdicción y diócesis de
Barcelona, estableciendo y mandando que ningún
clérigo, cualquiera que fuese su grado, establecido en
dichas islas, solicitara de otro prelado que el de
Barcelona algún orden sagrado, ó unción de crisma,
ó consagración del mismo, ó dedicación de templo, ú
otro servicio de cosa eclesiástica» (2). Esto, como
veremos, pudo ser antes de la expedición á Cerdeña,
pues luego aparece un conde Centilio de Mútica en
España (3), que pudo ser Rogerio, el jefe de los nor-
mandos entrado al servicio de Ermesinda, la cual, en
nombre de su hijo menor, gobernaba el condado de
Barcelona (4), luchando contra Mugéhid en Cerdeña,
y el emir dianense ocupando en 10 18 á Tortosa y
luchando con los condes de Barcelona (5).
(1) El Archivo, II, 300-301; V, 9, 90 y 95.
) Chabás, Hist. de Denia, P. II, aclaración IV.
} Cantú, Hist. Universal, X, 3.
) Dozy, Los Normandos en España, cap. VII .
i) El Archivo, V, 95.
21
— l62 —
Las Baleares siguieron, desde entonces, unidas á
la suerte de Denia. Gobernador de Mallorca, por lofc
emires de Denia, durante el reinado de Mugéhid, lo fué
un sobrino del atrevido corsario. Abdallah, que asi
se llamaba el walí, desempeñó su importante cargo
durante quince años, ó sea hasta que en el de 428
(octubre 103 6-103 7) murió el hijo del hermano de
Mugéhid. El sobrino fué reemplazado en el gobierno
de Mallorca por el liberto Al Aglab, maula del propio
Mugéhid y sujeto de su entera confianza. Al frente
del gobierno se hallaba aún cuando la muerte sorpren-
dió á Mugéhid. Según Aben al Abbar, fué, durante el
mismo reinado, walí de Mallorca un murciano llamado
Muhárriad ben Rose Abul Abbás, que murió en 440
(junio 1 048- 1 049) y que bien pudo ser el Áhmed
ben Raxik, de quien habla el historiador Abdel Wahid.
¿Seria gobernador antes ó después de Abdallah y del
Aglab, ó sólo de parte de las islas sujetas al emir
dianense? (1).
En prueba de la fidelidad de Mugéhid á la dinastía
legitima de los Omeyas, está el hecho del interés que
por aniquilar á la parcialidad de tos Hamudíes mostró
cuan.do la suerte comenzó á mostrársele adversa en
Cerdeña. El 30 de abril de 1018 le vemos en Valencia
tomando parte en la proclamación de Abderrahmán IV,
al Murtadhá, á quien prestó juramento. En el mismo
año, poco después, fueron derrotados Mugéhid, KhaL
rán y otros de la facción amirita, por Zawi, en la
vega de Granada, y allí murió el Califa (2).
(1) El Archivo, II, 300-301; V, 95.— Conde, III, 1.
(2) El archivo, II, 298, V.
- 1 63 -
Por entonces comienza á figurar en Valencia Abde-
láziz Abu'l Hasán ben Abderrahmán ben Abi Áhmer,
hijo de Abderrahmán el Sancho!, muerto en una cruz
el 17 de marzo de 1009, y nieto del célebre ministro
Almanzor, que falleció en 1002. El año 412 (abril
102 1 -1 022) era walí y señor de Valencia. Lebun y
Mobaric, señor de Murviedro (que también llegó á
serlo de Tortosa) el primero, y de Játiva el segundo,
gobernadores que fueron de Valencia antes de serlo el
nieto de Almanzor, en tiempo de Suleimán (1009-
1016), tenían el año 412 por Abdeláziz dichas ciuda-
des. Era tan político, que acabó por ganar á todos los
alameríes, y, en especial, á Zohair, todos le miraban
como su principe y los heredó á todos; y eratanto.su
poderío y nobleza, que se intituló amir (rey) y al
Manzor (el Victorioso) (1). Por entonces también
Mugéhid ocupó á Tortosa y, poniendo en juego á
Almuaití, se proclamó emir de dicha ciudad y de
Denia, Mallorca, Menorca é Ibiza. Esto fué el año 413
(abril 1022-marzo 1023) (2). Dicenos Conde que
«en Denia mandaba Abdallah el Moaiti, y era llamado
rey y labraba moneda con su propio cuño. Pero no
pasó mucho tiempo en venir de Mayorcas el señor de
aquellas islas, Mugéhid, que le privó de la soberanía
y le desterró de Denia; y se pasó á tierra de Cutema
(África), y no volvió á alzar cabeza en este mundo,
que allí falleció año 432 (1040-1041)» (3). Esa misma
Dozy, Historia, IV, i.«— Conde, III, i.
El Archivo, V, 95.
P. II, c. 117.
— 164 —
noticia confírmala Aben Jaldún (1). Sin embargo,,
parece lo más probable lo que afirma un historiador*
según el cual, al arribar, desde las Baleares, al puerta
de Denia Mugéhid y tener noticia del fallecimiento-
de Al Moaití, que había muerto durante la ausencia
del emir, asumió nuevamente la soberanía, de que
antes se había desprendido (2).
No obstante la muerte de Abderrahmán IV, a]
Murtadhá, siempre los amiritas dispuestos á restaurar la
dinastía legítima de los Omeyas, en mayo de 1026 se
dirigieron Mugéhid y Khairán hacia Córdoba; sin em-
bargo, desconfiando uno de otro ambos caudillos, el de
Almería se dirigió en junio hacia la capital del Califato,
y el de Denia, algo más tarde (3). Khairán, cuyos domi-
nios abrazaban también el reino de Murcia, en el cual
estaba comprendida casi toda la actual provincia de
Alicante, murió el año 1028, ó sea, á la entrada de
Aben Hamud en Córdoba. Entonces Zohair, también
amirí, ocupó por fuerza de armas el trono. Mientras
vivió Zohair, hubo buenas relaciones entre los prime-
ros emires de Valencia y de Denia (4).
Poco después murió, por causa bien rara, el emir
de Sevilla- Su hijo Muhámad estaba casado con una
hija de Mugéhid, y era la más querida de sus 870
mujeres. Al dar á luz un niño, el abuelo paterno con-
sultó á los astrólogos acerca de lo porvenir del recién
nacido. Fuéle contestado que en el ocaso de la vida
(1) El Archivo, V, 95.
(2) El Archivo, II, 298.
(3) El archivo, V, 9S.
(4) Dozy, Historia, IV, 2.— Conde, III, 1.
— 165 —
palidecería su antes feliz estrella. Afectó en tal grado
á Aben Abed el triste vaticinio, que de pesar murió
en la noche penúltima de giumada i.a de 433 (24 enero
de 1032) (1).
Tres años más tarde aún obran de acuerdo Mugé-
hid y Abdeláziz. En las guerras entre los emires de
Sevilla y de Toledo, se dio á conocer como aliado del
último, el emir de la Sahla, cuya capital era Albarracin,
ciudad fundada el año 404 (julio 1013-1014) por el
eslavo Aslao ben Razin, ó sea, Abu Mohámed Hodail I
ben Khalaf ben Lope ben Razin. El emir de Toledo
Ismail ben Dhi'n Nun, de familia berberisca, y que se
había hecho dueño de aquella ciudad en 1036, aspiraba
nada menos que á la soberanía total de España. Aliados
el de Toledo y el de Albarracin, los dos despreciaron
el aviso de Gewar para que le reconociesen como califa;
y hasta fueron afortunados en la campaña de Andalu-
cía. Despechado por la derrota el emir de Sevilla, hizo
que un esterero de Calatrava, de gran semejanza con
Hixem II, dijera ser este mismo infortunado principe;
y, aunque los más se resistieron á admitir la superche-
ría, fué motivo bastante para que Calatrava se rebelase
contra el emir de Toledo. Logró Ismail recobrar aque-
lla ciudad; mas el fingido Hixem pudo refugiarse en la
corte de Aben Abed, y como á legítimo califa le juraron,
entre otros, en noviembre de 103 5, los emires de Valen-
cia y Denia (2). Esto mismo acusan las monedas de
Denia acuñadas en 436 (julio 1044-1045), último año
..) Conde, III, 2-3.
2) Dozy, Historia, IV, i.— Conde, III, i.
— 166 —
del reinado deMugéhid (i). Lo propio ocurre con las
de Valencia; pero es de notar que, si bien en una del
año 435 (agosto 1043-julio 1044), decimoquinto
del reinado de Abdeláziz Al Mansor, este emir procla-
ma á Hixem II, á los remates de su reinado reconoció
por Imam á Abdallah, siervo de Allah, nombre simbó-
lico ó verdadero de algún califa de Oriente (2).
El rompimiento de relaciones entre Mugéhid y
Abdeláziz, asegura Dozy que ocurrió á la muerte de
Zohair, después de la derrota que éste experimentó el
3 de agosto de 1038. Entonces, el de Valencia, cuñado
de Zohair, so pretexto de que era de justicia el que el
emir de Almería le devolviese los estados, pues había
sido cliente de su familia, se apoderó de ellos, desper-
tando su prosperidad el encono del emir de Denia (3).
El literato Muhámad ben Somadeh, de la familia
Abu Yahya, de los Todjebitas, llamado Al Motacim
Bihla y ai Watec Bihla, nacido en Zaragoza, cuyo
gobierno habían tenido su padre y su abuelo, al
producirse la sedición de los árabes dejó el gobierno
de Huesca y se amparó en Valencia junto á Abdeláziz.
Poco después dio en matrimonio una hija al emir
valenciano (4). Para que más afianzada quedase entre
ellos la amistad, el de Valencia dio por esposas dos
hijas suyas á Abulahuas Man y á Samida Abu Otba,
hijos de Muhámad. Éste, acabadas las bodas, se
embarcó para Oriente, y á poco túvose noticia de que
(1) Codera, Tratado de Numismática Arábigo-Española, sección 4.a, cap. 8.
(2) Ibfdem, cap. 6.
(3) Dozy, Historia, IV, 1-2. — Conde, III, 1,
(4) Casiri, I, 40.
- 1 67 -
había perecido ahogado. Abdeláziz puso por adelan-
tado suyo en Almería, al yerno Abulahuas (i).
La fidelidad era en aquellos tiempos prenda muy
rara. Aprovechando Mugéhid la ida de Abdeláziz á
Almería, atacó sus dominios de Valencia. Tuvo el
emir de ésta que abandonar á Almería y trasladarse á
la ciudad del Turia para establecer la paz con Mugé-
hid; pero mientras tanto, el yerno Abú'l Ahuas Man
se declaró independiente, y por emir le reconocieron,
entre otras ciudades, Lorca, Baeza y Jaén (1041) (2).
Nada más sabemos del primer emir de Denia, si
no es que falleció el año 436 (julio 1 044-1045), según
Aben Jaldún (5). También tuvo Mugéhid sus afi-
ciones á la literatura; y bueno será demos á conocer
el retrato moral del insigne caudillo, tal y como nos
le pintan los escritores árabes:
«Fué Mugéhid el héroe entre los emires de su tiempo, el eru-
dito entre los reyes de su siglo por los conocimientos que adqui-
rió en las ciencias coránicas. Él cultivó tales ciencias desde su
adolescencia, y desde los principios de su carrera hasta la edad
madura. Las muchas guerras en que se vio envuelto por tierra y
por mar, jamás le distrajeron de tales estudios, en los cuales vino
i ser modelo de doctrina único, más bien que raro. Su corte fué
más escogida y frecuentada que cualquiera otra, porque él hon-
raba la ciencia y el ingenio. Doctos en varios ramos del saber
corrieron hacia él desde Córdoba y desde otras grandes ciudades,
y permanecieron gustosos á su lado, erigiendo las tiendas á la
sombra de su poderío, hasta el punto que pudieran compararse
Conde, III, 2.
Dozy, Historia , IV, 3. — Conde, III, 2-3.
El xArchivoy V, 96.
— 168 —
con ejército de generosos corceles puestos en fila y prontos á la
carrera.
»Y, sin embargo, Mugéhid, siendo tan culto y literato, vino
á ser el critico más rígido que hubo en el mundo tocante á poesía,
el hombre menos accesible á los poetas y el más sospechoso que
hubo jamás contra los rapsodas. Cuando iba alguno de éstos á
recitarle alguna composición, Mugéhid se la desmenuzaba palabra
por palabra para encontrar algún defecto, ya fuese la impropiedad
de la frase, ó bien el plagio: no se le escapaba una rima que
cojease. Mas si te ocurría que salías sano de tales tormentos y
llegabas á conseguir su benevolencia, con todo esto, no llegabas
á sacarle un cuarto ni tenias que pensar en recibir cualquier frio-
lera como regalo. De aquí que los poetas se retrajeron de alabarle,
y su nombre no se conserva en los versos.
* A pesar de esto, fué tan esforzado guerrero, que bien puede
comparársele con firmísima roca. Fué el más docto del mundo en
la ciencia de las lecturas alcoránicas. No se rodeó jamás de caba-
lleros que no fuesen valientes á toda'prueba. Tampoco se esforzó
nunca por acreditarse de espléndido. Cuando alguno trató de
inspirarle esta virtud y, no consiguiéndolo, le reprochó el vicio
contrario, Mugéhid alargó un poco la mano: así que apareció
bajo dos aspectos distintos, ya como generoso, ya como tacaño:
diríase que se esforzaba por hacer cuanto bastaba para que no se le
tratase de avaro y miserable. Con el transcurso del tiempo, cambió
muchas veces de conducta, de forma que mezcló lo bueno y lo .
malo: vésele unas veces austero, y otras, disoluto. Absorto en los
ejercicios de piedad y lleno de escrúpulos, rechaza á veces hasta
la sombra de toda mala costumbre, sólo ocupado en adquirir y
descifrar viejos pergaminos; y luego, en otras ocasiones, aparece
licencioso y violento, no tratando siquiera de ocultar la lascivia
ni los vanos antojos, no privarse del vino ni de otras diversiones
menos honestas, vivir como ajeno á toda grande empresa y auh á
todo deber. Por lo demás, todos los reyezuelos españoles de
aquel tiempo eran asi» (i).
(i) El ¡Archivo, V, 03-94.
— i¿9 —
La habilidad política de Mugéhid no sólo se revela
por sus actos realizados en vida, sino que se traduce
en su previsión para dejar asegurada en sus descen-
dientes la posesión de los dominios que conservaba
él ai morir en su ciudad de Denia el año 1044. Como
razón de estado, explotó, al igual que todos los reye-
zuelos de su tiempo, los enlaces matrimoniales suyos
y los de sus hijos. Así, vemos que casó una hija con
Muhámad, hijo del emir de Sevilla, y otra, con el de
Almería; su hijo Alí casó con una hija del principe de
esta ciudad y con otra de, Al Moktádir ben Hud, emir
de Zaragoza (1). No dejó de comprender la necesidad
apremiante en que estarían sus sucesores de auxiliarse
de los príncipes amiritas y todjibitas. Pero, como por
encima de los cálculos de la previsión humana están
los designios de la Providencia, el mismo medio
puesto en juego por Mugéhid para afianzar el trono
en su hijo Alí, contribuyó á que le fuera arrebatado.
Dejó Mugéhid dos hijos, Alí y Hazán, y, al pare-
cer, quiso dividir el reino entre los dos hermanos.
Según resulta de algunas monedas y de una ligera
indicación de autor árabe, Hazán debió ocupar por
algún tiempo el trono. Sin embargo, la desavenencia
surgida al fallecimiento del padre, si es que la hubo,
cesó pronto, ya que un año después vemos que Alí,
á imitación de Mugéhid, acuña monedas en Denia y
en las Baleares.
El Hazán, hijo de Mugéhid, no puede confundirse
otro emir del mismo nombre que reinó en Málaga
I Conde, III, i y 5.— £/ ^Archivo, I, 378; II, 301; V, 96.
22
— 170 —
y Ceuta desde 431 (1039) hasta 434 (1043). En las
monedas de Hazán de Denia se reconoce el imanato
de Hixem II, como hizo Mugéhid; mientras que el de
Ceuta se da á si mismo los títulos de amir al tnuminin
y de imam (1).
Lo que fué de Ali hasta que su padre le rescató
del poder de los cristianos que le cautivaron en Cer-
deña, ya se ha visto. De él dice un reputado cronista
arábigo: «No sé que hubiese uno más probo que Ali,
ni más limpio de fama, ni más continente en la vida
doméstica. No bebía vino ni se familiarizaba con los
que le bebían; cultivaba las ciencias y respetaba á sus
amantes» (2).
En tiempo de Ali vivió una insigne poetisa,
Ommol Kiram, hija de Aben Man, de Almería, yerno %
de Abdeláziz el de Valencia y suegro de Ali. Es digna
de mención, entre sus composiciones, la dedicada al
bello Samar, de Denia (3). No de menos fama ni de
menos justa celebridad goza Abú Amrú Othman ben
Said, alamí y aimocrí, más conocido por Al Serafí,
y también por el Dianense. Era natural de Córdoba,
donde nació el año 371 (julio 98i-junio982), y murió
en Denia, á los setenta y uno de su edad, ó sea, en la
feria 7, á 15 de xawal de 444 (sábado, 6 febrero
de 1053). El año 397 (1006-1007) hizo un viaje á
Oriente, y en Karván y en el Cairo, donde se detuvo
(t) Codera, Tratado de Numismática Arábigo- Española, sección IV, capi-
tulo VIII.— El archivo, I, 378; IV, 6, 25 y 26.
(2) El Archivo, I, 379.
(3) Chabás, Historia de *Denia> I, 190. Allí puede verse una desús poesías,
vertida del francés al castellano en no malos versos.
— iyx —
cuatro meses, oyó á muchos de los más célebres
maestros. De regreso á España (1009), después de su
peregrinación á la Meca, puso cátedra en Denia, donde
se dio á conocer como uno de los mejores comenta-
dores del Corán. Su amena conversación y la gran
pureza de costumbres le captaron general simpatía,
que se demostró en su entierro, yendo presidido por
el mismo Ali el fúnebre cortejo (1).
Ya asegurado Alí en el trono, el primer asunto en
que tuvo que entender, fué en el de arreglar el gobierno
de las Baleares. Á la muerte de Mugéhid, el liberto Al
Aglab, que desde el año 428 (octubre 1036-103 7)
estaba al frente de ellas, habiéndose dedicado á la
piratería y á correr tierras de cristianos, pidió á Alí
permiso para ir en peregrinación á Oriente. Le obtuvo,
y, llegado á Denia, su señor le dispensó del oíicio; y
confirmó en el cargo de gobernador de las islas, á
Suleimán ben Markián, yerno de Al Aglab y por éste
nombrado. Suleimán se mantuvo en el cargo cinco
años, ó sea, hasta su fallecimiento, en 1050 (2).
Aben Jaldún, de quien son estas indicaciones
acerca del gobierno de las Baleares, supone que á
Suleimán sucedió Mobaxir; sin embargo, parece lo
más probable que entonces fué nombrado para dicho
waliazgo Al Mortadha Abdallah, lo cual está plena-
(t) Aunque sus obras excedían en número i 120, sólo se tiene noticia de
éstas: I, Libro de los tumultos y batallas sangrientas: II, un Fihrist. III, Clases
<* 'fctores y maestros de lectura alcoránica. Y IV, Método ficilde leer el
( áo, donde trata extensamente de las varias interpretaciones del Corin,
s ¡endo los siete métodos mis notables. Pons, n.° 91.— Casiri, I, 504;
I to, 130 y 145.
El Archivo, II, 302; V, 95-96.
— 172 —
mente confirmado en numerosas monedas acuñadas á
su nombre, por la .expresión clara de un cronicón
cristiano y por ligeras citas de cronistas muslimes.
La misma numismática acusa que continuaba en el
gobierno cuando Alí fué depuesto del trono por su
suegro Al Moctádir; y es de suponer que, á conse-
cuencia de tan deplorable suceso, se constituyera en
régulo independiente (1).
Dice Aben Jaldún que después recayó el gobierno
de las Baleares en Mobaxir, titulado Násir ad Daulah,
ó sea el Nasiredolus del poema de Lorenzo Vernés-
Era Mobaxir oriundo de la región oriental de España,
y, cautivo en su niñez y hecho eunuco, luego vino,
con los prisioneros de Cerdeña, á poder de Mugéhid.
En marzo de 11 15 se apoderaron de Mallorca los
písanos, y del año 507 (junio 1113-1114) se con-
servan monedas de Mobaxir ben Suleimán. En las de
Mobaxir y en las de Suleimán se reconoce el imamato
de Abdallah, nombre del califa que por entonces rei-
naba en Oriente (2),
Por rastrear el tiempo en que las Baleares estuvieron
dependientes de Denia, nos hemos alejado bastante
del punto en que dejamos los sucesos de la Península.
Veamos ahora lo que ocurría en Valencia á mediados
del siglo XI.
Como ya indicamos, estaban entonces muy en
boga los casamientos entre los príncipes de las dinas-
tías reinantes: los resultados no fueron siempre los
(1) Codera, obra citada, sección IV, cap. VIII. — El oirchivo, II, 302.
(2) Codera, 1. c— El Archivo, II, 302; IV, 8; V, 96.
— 175 —
i
que se prometían, y ocasión tendremos de observar
que, por lo que respecta á Valencia, fueron de efecto
contraproducente. Abdeláziz, el emir de Valencia, casó
á Abdelmélic, su hijo, con una hija de Al Mamún,
emir de Toledo desde el año 430 hasta el 468 (1038-
1075) y señor de Cuenca, á cuyo territorio pertenecía
también la parte de la actual provincia de Valencia
comprendida en aquella diócesis. Al parecer, Abde-
láziz era feudatario del de Toledo por el territorio de
Cuenca.
En guerra Al Mamún con los caudillos de Córdoba
y de Sevilla, quiso hacer una terrible entrada en Anda-
lucía. Al efecto, el año 440 (jun. 1 048-1049) escribió
i sus alcaides y á su yerno Abdelmélic, como también
al walí que en Cuenca tenia el emir de Valencia,
que le enviasen las huestes de la expresada comarca
del Júcar, de Alarcón y de Chelva. El mismo Abdeláziz
aconsejó á su hijo no desatendiera las órdenes del sue-
gro, y hasta escribió á sus alcaides que acompañaran al
de Toledo en la expedición.
A Gehwar, que quiso castigar á los que habían
jurado por legítimo califa en noviembre de 1035 al
fingido Hixem II, ó sea, el esterero avecindado en
Calatrava, comenzando por los más débiles (y como tal
consideraba á Husam Daulah ben Huzeil Abú Muhá-
mad, señor de Albarracín), no lográndolo, pues antes le
alcanzóla muerte (viernes, 15 agosto-14 septiembre
de 1043), k sucedió su hijo Muhámad IV (1).
Conocedor Muhámad IV de los grandes preparati-
Conúe, III, 2 y $,
~ *74 —
vos del de Toledo, no descuidó buscar aliados, y los
encontró en los emires de Sevilla y del Algarbe
(jul.-ag. de 105 1). Aun cuando los comienzos de la
campaña fueron favorables á Al Mamún y á sus aliados
de Valencia y de Sahlá, en muy sangrienta batalla,
debido á la fuga que emprendieron las tropas auxiliares
de Valencia, sufrió el de Toledo la derrota más espan-
tosa, no obstante la tenaz resistencia qu los albarraci-
neses opusieron. Allí se distinguió ya, por su valor
personal y alta habilidad estratégica, el privado del emir
de Sevilla, el famoso Aben Ornar, de quien más ade-
lante habremos de ocuparnos (1).
¿Qué bando seguía en esta encarnizada contienda
el sucesor de Mugéhid? Ali, que comenzó por llamarse
Ikbalo ad Daulah (Fortaleza del Estado) y agregó más
adelante á este título el no menos pomposo áeMoi^pad
Daulah (el que honra al Estado), títulos que mal con-
forman con sus actos, pues nada se sabe acerca de las
causas que pudieran merecerle tales dictados, gustaba
poco, al parecer, de guerras y enemistades. A lo más,
conservó las relaciones de amistad que su padre man-
tuvo con los emires de Sevilla y con los condes de
Barcelona. Como su padre, reconoció de pronto el
imamato del falso Hixem II; á partir del año 467
(ag. 1 074- 1 07 5), aceptó el de Abdallah, siguiendo el
ejemplo de Al Motámid, de Sevilla (2).
En testimonio de la amistad que Alí conservó con
los condes de Barcelona y de su tolerancia con los
(1) Conde, III, 3 y 4.
(2) El ^Archivo, I, ? 7 8- 3 79; IV, 7-8.— Codera, 1, c, sección IV, capí-
tulo VIII.
— I7S —
muzárabes residentes en las Baleares y término de la
jurisdicción de Denia, en 26 de diciembre de 1058
(7 de las kalendas de enero), año 450 de la hégira,
decía:
c En el nombre de Dios Todopoderoso, Yo, Alí, caudillo de la
ciudad de Denia y de las islas Baleares, hijo deMugéhid, caudillo
que fué de la misma ciudad» oído el parecer de mis hijos y de mi
consejo, entrego y doy á la sede de Santa Cruz y Santa Eulalia de
Barcelona, y á su prelado Gislaberto, las iglesias y obispado de
nuestro reino, asi en las Baleares como en Denia, para que por
siempre queden en la jurisdicción eclesiástica de Barcelona. Por
manera que todos los clérigos, presbíteros y diáconos, moradores
en dichos lugares, de cualquier dignidad y edad que fueren, nopue-
dan, desde hoyen adelante, pedir á ningún otro obispo, orden, ni
consagración de crisma, ni servicio de cualquier cargo eclesiástico,
como no sea al obispo de Barcelona ú otro á quien él designare.
Y si alguno, lo que Dios no quiera, con dañada intención procurare
quebrantar ó anular esta donación, incurra en la ira del rey del
cielo y quede fuera del amparo de toda ley, permaneciendo ello,
no obstante, firme y estable en todo tiempo . Esta carta de donación
fué hecha en Denia, por orden de Alí y con asentimiento y firmas
de sus hijos y de los de su corte, el 26 de diciembre del año
citado (1).
m
Tuvo buen cuidado el obispo Gislaberto de que
esta concesión , que en si no tenía fuerza canónica,
fuese reconocida y aceptada por los obispos que acudie-
ron á la dedicación de la catedral de Santa Cruz y Santa
Eulalia (2); pues aprueban la concesión del señor de
Denia los obispos de Arles, Magalona, Narbona yUrgel,
De este curioso diploma, «cerca de coya autenticidad no cabe dudar, han tratado Dameto,
Z , Diago, el P. Cayetano de Mallorca, Villanueva, Flórez, Víctor Balaguer y Chabás (Hist. de
1 . I> '91-193, 7 26s-*69; El Archivo, I, 379; II, joj; V, 9).
) El Archivo, I, 579.
- i76 -
presentes en Barcelona con motivo de la inauguración
del templo catedral (i). Compréndese que, á causa del
aislamiento y escasez de relaciones entre los muzárabes
mallorquines y los cristianos peninsulares, desaparecie-
ran las de dependencia que ligaban al clero de las
Baleares con el prelado ó prelados del continente de
quienes. fueron en otro tiempo subditos religiosos, y
que, para desvanecer las dudas ó cuestiones que se
suscitaron, buscó Gislaberto la protección laica, impe-
trando, al efecto, la protección de los principes musul-
manes en cuyo territorio moraban los muzárabes suso-
dichos (2).
Poco más vivió el primer emir de Valencia. Á su
muerte, ocurrida el año 452 (1060), ocupó el trono
su hijo Abdelmélic, llamado Al Mudháfar (el Victo-
rioso), título que le cuadra tan bien como á su
contemporáneo Alí los retumbantes que el último
adoptara. Ya se vio que Abdeláziz reconoció durante
gran parte de su reinado el imamato del falso Hixem II,
y que, según acusa una moneda del Museo Arqueoló-
gico, á la postre prescindió del nombre de aquel ca-
lifa y adoptó el de Abdallah. Abdelmélic al Mudháfar, ó
también Ath Tháfir, reconoce, en el primer año de su
reinado, por Imam Amir al Muminin, al referido Abda-
llah (siervo de Allah) Aben Aglab. De Al Mudháfar se
conocen monedas de los años 455, 456 y 457 (diciem-
bre 1064-1065), pues su suegro Al Mamún, de
Toledo, le depuso á fines del último año (3).
(1) El Archivo, V, 9.
(2) El Archivo, II, 303.
(3) Conde, III, 3.— Codera, obra citada, sec. IV, cap. VI.
\
— 177 —
Entre los escritores notables que sobresalieron
durante el brevísimo reinado de Al Mudháfar, figuran
Abdelmélic ben Gaznín, nacido en Guadalajara, quien,
pudiendo escapar de la cáfcel de Toledo en que le
puso Al Mamún, se vino á Valencia, pasó á Cór-
doba, y de allí á Granada, donde murió el año 454
{en. 1062-1063) (1); y Abú Abdallah Muhámad ben
Meruán ben Abdeláziz, nacido en Córdoba. Tanta era la
-sabiduría del último, que bien joven tuvo el gobierno
de Valencia durante el reinado de Abdeláziz; y el
hijo, Abdelmélic, no sólo le respetó en el cargo, sino
que le elevó al envidiable puesto de hágib ó primer
ministro. Del resultado que para el Emir tuvieron sus
consejos y de la tristeza y desesperación que le produjo
la desgracia de su señor, pronto hablaremos (2).
Entre suegro y yerno no reinaban las mejores
relaciones, como lo prueba el hecho arriba apuntado
de refugiarse en Valencia los que escapaban de Toledo.
El poder absorbente de Al Mamün, como más tarde
le manifestó también Al Moktádir, tenía al emir de
Valencia en una dependencia humillante. Quiso el de
Toledo lavar la ofensa que sus armas habían padecido
cuando su anterior entrada en Andalucía. Con tal
motivo escribió á sus alcaides, al nuevo emir de
Valencia y á los walies de Murcia, Cuenca y algunos
otros, que se le reuniesen con sus respectivos contin-
gentes. El wazir de Valencia, ó sea, Abdallah Muhá-
mad ben Meruán, aconsejó á su señor que no le
(1) Fons, núm. 96.
(2) Casiri, II, 30.
23
- i78-
convenia declararse enemigo de un rey tan poderoso
como el de Sevilla, con quien, además, estaban aliados
sus vecinos los señores de Castellón (?), Murviedro,
Játiba, Denia y Almería. Abdelmélic siguió al pie de
la letra el consejo de su ministro, y excusó, con frivo-
los pretextos, el auxilio á su suegro. Al Mamún se
llenó de saña al tener noticia de la determinación de
Al Mudháfar y se propuso hacerle pagar caro el atrevi-
miento. Una incursión de cristianos en la vega del
Turia, le impidió poner en obra su venganza tan
pronto como él hubiese querido.
Fernando I de Castilla y de León, después de hacer
sentir el peso de sus armas sobre Coimbra y en las
comarcas del Duero y del Mondego, quiso que también
Valencia experimentara los efectos de su acción. Se
dirigió al territorio de la antigua Celtiberia; taló cam-
piñas, saqueó poblados, quemó cosechas y destruyó
cuanto fuera de las ciudades amuralladas encontró al
paso. Paseó victorioso sus pendones, pues siempre
arrolló á la morisma, y cual avalancha irresistible,
avanzó, en la primavera del año 1065, hasta las mismas
puertas de Valencia.
Por más que allí estaba encerrado el débil é indo-
lente Abdelmélic Al Mudháffar, pronto comprendieron
leoneses y castellanos que no era empresa fácil la de
tomar aquella ciudad, ceñida de altos baluartes y nu-
trida de numerosos defensores, suministrados éstos en
gran parte por el mismo Al Mamún. Los cristianos ape-
laron entonces á una estratagema que rio estuvo lejos
de darl.es el resultado que ansiaban. Simularon, como
desconfiados ya de rendir la ciudad, una retirada hacia
— 179 —
t\ norte, hacia las lomas de Paterna, distantes como
una legua.
Cayeron los muslimes en el lazo tan hábilmente
preparado. Con su rey á la cabeza y engalanados con
sus mejores ropas, salieron en tropel siguiendo á los
-que suponían fugitivos, que, en su concepto, no de
otro se trataba que de repartirse el abundante botín
que en el campo dejaría el enemigo. ¡Cuál no sería la
sorpresa de los ilusos, al ver, cuando ya estuvieron
alejados de los muros de la capital, que los cristianos
volvieron cara y acometían con irresistible empujel La
llanura quedó sembrada de cadáveres muslimes, y si
Abdelmélic logró penetrar en el recinto de la capital
de sus dominios, tuvo que agradecerlo á la velocidad
4el corcel que cabalgaba.
Se renovó el sitio. Poco más podían los cuitados
moros alargar la defensa, cuando el marido de doña
Sancha se sintió atacado de la enfermedad que le
llevó al sepulcro, «No quiso Dios, exclama un autor
moderno, darle la alegría de que viese ondear los
estandartes de León y Castilla sobre los muros de la
ciudad del Turia; y el monarca hubo de regresar á su
capital resignado, como cumplía á su religiosidad, á
los altos designios de la Providencia». La retirada
del ejército cristiano se hizo antes del día 9 de dilagia
del año 457 (12 noviembre de 1065). Poco más vivió
Fernando I: el 24 de diciembre estaba ya en León, y
el 27 entregó su alma al Eterno (1).
[1) Dozy, Historia, IV, 8. Dicho autor, que sigue á Al Makkiri y á Ben
aam, coloca, como éstos, tales sucesos en él año 456 (diciembre 1063-
>4), siendo de llamar la atención que uno y otro nombran i Paterna, como
— i8o —
Irritado sobremanera Al Mamún, pretextando auxi-
liar al emir de Valencia, por juzgarle incapaz de con-
servar su reino, con el mayor sigilo reunió su caba-
llería, y á marchas forzadas se dirigía contra Valencia;,
mas, sabedor deque los cristianos la tenian sitiada, se
detuvo en Cuenca hasta que leoneses y castellanos
volvieron á sus tierras. Sin comunicar á nadie su
determinación, caminó de noche y de día, entró en
Valencia cuando menos se esperaba; ocupó el alcázar
por sorpresa, defendido por Abú Wahib ben Lebún;
se apoderó de las torres, y depuso á su yerno del
gobierno y soberanía de Valencia y de sus dependen-
cias. Esto fué el mencionado 9 de dilagia, ó sea, el \n
de noviembre de 1065. Asi quedó el reino de Valencia
unido al de Toledo, estado de cosas que duró hasta
la muerte dé Al Mamún (junio de 1075), envenenado
en Córdoba.
Merced al cariño que el de Toledo profesaba á la
esposa del emir destronado, hija suya, le envió deste-
rrado al castillo de Chelva con cargo de walí. El pros-
crito, con su familia y acompañado del walí de Cuenca
y del señor de Santa María de Aben Razín, que
no quisieron abandonar en el dia del infortunio al
amigo, se trasladó al lugar del destierro. El ministro
de Abdelmélic, el aventajado literato Abú Abdallah
Muhámad ben Meruán, al ver las fatales consecuencias
que sus consejos habian traído a su señor, murió
clavándose un puñal en el pecho (1).
nosotros (Malo de Molina, Rodrigo el Campeador, p. 6o y 63).— Conde, III, 5
da la fecha- que coincide con la de las crónicas cristianas.
(1) Casiri, II, 30.
— 181 —
No falta autor que diga haber sido el emir Al
Mudháffar traicionado por su primer ministro Abú
Becr ben Abdeláziz, por lo que éste recibió, en recom-
pensa, el gobierno de Valencia, y que el emir destro-
nado tuvo su encierro en Cuenca (i). Be esa opinión
disiente otro escritor, según el cual, Al Mamún defó
en Valencia por wali, para que la tuviera en su nombre,
á Isa ben Lebún ben Abdeláziz ben Lebúh, que era
de los arrayaces de Murviedro y de sus parciales.
Ambos historiadores convienen, sin embargo, en que
desde entonces quedó Valencia agregada al reino de
Toledo (2).
Fin semejante tuvo la primera dinastía de Denia.
El dia 20 de febrero de 1069, sábado, falleció Motád-
hid de Sevilla, eterno rival del de Toledo. También
murió durante el mismo año el señor de la Sahlá, el
conocido por Aben Aslao, Abú Muhámad Huzeil Aben
Razin; y le sucedió su hermano Abdelmélic ben Khálaf
Abú Meruán- Así que Al Mamún tuvo conocimiento
de haber muerto el sevillano, encendióse nuevamente
la guerra. Al Mamún, allegadas gentes de Valencia y
de Albarracin, seguido de las huestes de Murviedro,.
Játiba, Denia y Cuenca, más los auxiliares castellanos,
entró por tierras de Murcia y de Todmir. El princi-
pado de Murcia había formado parte de los estados de
Zohair; luego, del reino de Valencia, y erav indepen-
diente en la época que nos ocupa.
Durante los reinados de Zohair, Abdeláziz y Abdel-
oélic, había gobernado el territorio, á nombre de
(1) Do* y, Historia, IV, 8. — Investigaciones, El Cid de la Realidad, 3*
(2) Conde, III, 5.
— l82 —
éstos, Abú Becr Áhmed ben Tahir, árabe de la tribu
de Cais. Muerto en 1063, ocupó el puesto su hijo
Abú Abderrahmán ben Tahir, inmensamente rico,
pues poseía la mitad del territorio; y, aunque muy
ilustrado, disponía de pocas tropas, circunstancia que
hacía de fácil conquista su principado. Cometió la
imprudencia de abandonar el partido de la neutralidad,
y se afilió al bando de Motámid, el emir de Sevilla. De
ahí que Al Mamún invadiera el territorio de Murcia,
de cuya ciudad se apoderó, lo mismo que de Orihuela
y Muía. Aben Tahir tuvo, pues, que ponerse bajo la
fe y amparo de Al Mamún, si bien con buenas condi-
ciones. Sosegadas estas cosas, el vencedor volvió á
Toledo, dejando bien recompensados á sus auxiliares,
muslimes y cristianos (1).
Durante el reinado de Ali floreció Abú Ornar ben
Abdelbar, nacido en Córdoba el 30 de octubre de 978.
Visitó las regiones occidental y oriental de la Penín-
sula, permaneció algunos años en Denia y también
estuvo luego en Valencia y Játiba. Fué, al parecer,
cadí en Lisboa y Santarén. En Játiba acabó sus días
el 3 de febrero de 1071. Puesto que en nuestro reino
residió largos años y en él terminó su existencia, bien
podemos considerarle como una de nuestras glorias.
Dejó escritas una porción de obras, una de educación,
entre ellas (2).
(1) Dozy, Historia, IV, u.— Conde III, 5-6.
(2) Se le atribuyen: I. Tratado del completo conocimiento de los compa-
neros del Profeta. — II. Libro de las Perlas: compendio de la vida y guerras
de Mahoma.— III. Libro de las Memorias para las creencias religiosas de los
sabios de las provincias. — IV. Libro del ornato de las asambleas y de la fami-
- i83 -
Era por entonces conde de Barcelona, Ramón
Berenguer I, pues que murió en 27 de mayo de 1076.
Éste acudió en auxilio de Al Motámid, figurando, por
tanto, en opuestos bandos el emir de Denia y el conde
de Barcelona, fenómeno raro. «No deja de causarnos
extrañeza el ver á Ali y al conde de Barcelona pelear
en opuestos bandos, exclama un historiador; pero
sobre la amistad, aunque cuente largos años, suele
poner la política sus necesidades. Lo que dio motivo
á esta anomalía, no está á nuestro alcance el poderlo
apreciar ahora, que son pasados muchos siglos y nos
vemos privados de las noticias que podrían darnos
alguna luz» (1). Es lo cierto que el haber tomado
Ali, pacífico de suyo, parte en aquella contienda entre •
los emires de Toledo y de Sevilla, fué causa de su
total ruina.
Aben Ornar, astuto ministro de Al Motámid, había
pactado las negociaciones con Ramón Berenguer I; y,
como éste, al ver que las tropas sevillanas no acudie-
ron á libertar á Murcia cuando estaba asediada de
las tropas de Al Mamún y sus auxiliares, sé creyera
victima de un engaño, se retiró á sus"! estados respi-
rando venganza contra el supuesto traidor. Para apla-
liaridad del que asiste á ellas.— V. La intención y el propósito de conocer la¿
genealogías de los ira bes y délos bárbaros.— VI. Selecta: sobre la historia de
los tres íaquíes. — VII. Excitación para referir los orígenes de las tribus y el
conocimiento de las genealogías. — VJII. Fihríst. — IX. Lo que es suficiente
"crea de los nombres de los conocidos por la cunia entre los hombres cien»
eos.— X. Lo que se ha de evitar del Corán. — XI. Al Tacadha.— - XII. Al
nhid.— XIII. Al Cafl.— Y XIV, una disertación pedagógica, probable-
ate.— (Pons, biografía núm. ni).
(1) Chabás, Historia de Denia, II, 4-
— 184 —
carie y retirar un hijo de Motámid, que en rehenes
tenía el Conde, fué Aben Ornar á Barcelona. Prosi-
guiendo su empresa de sembrar la discordia entre los
enemigos de su señor, llegó á Zaragoza, donde reinaba
Al Moctádir, suegro de Ali. Al paso por Lérida, de
cuya ciudad era gobernador Al Mutamín, hijo de Al
Moctádir, suscitó allí ciertas discordias y persecuciones
de familias poderosas, las cuales, obligadas á abandonar
la ciudad y salir de aquella tierra, se ampararon en la
corte de Alí.
Aben Ornar incitó entonces al emir de Zaragoza
contra él de Denia, cuyo corazón tan nobles senti-
mientos de hospitalidad albergaba. El príncipe de
Zaragoza, mientras el zizañero Ornar ocupó algunos
fuertes, en xaban del año 468 (marzo-abril 1076),
después de atropellar los derechos de la noble hospita-
lidad de Ali, le venció en sangrienta batalla é intentaba
entrar en Denia para dar muerte á los refugiados en
ella. Enviado por Moez ad Daulah, señor de Almería,
con cuya hija estaba casado Alí, llegó al campo de Al
Moctádir con un alcaide con cartas en que rogaba al
emir de Zaragoza desistiese' de aquella guerra que
tanto le desacreditaba, por tratar de derramar sangre
inocente, y que emplease contra los enemigos del
Islam, que infestaban las mismas fronteras de Zaragoza,
sus vencedoras insignias. Estas razones persuadieron
al rey, que volvió á sus tierras, pero confiando la fron-
tera de Denia á dos alcaides suyos de Bardania. Éstos,
que eran hijos de Sahail, llamados Ibrahim y Abdelge-
bar, engañados por Aben Ornar, vendieron las fortalezas,
que tampoco pararon en manos de los walíes Isa ben
-i8$-
Lebún y su hermano Abdallah, que las ambicionaban
por caer cerca de sus señoríos. Esta es una versión (i).
Semejante á ésta, aun cuando menos rica en deta-
lles, es la de que Al Moctádir de Zaragoza, se apoderó
de Denia en iaban del año 468 de la hegira destronando
á Ikbalo ad Daulah Ali ben Mugéhid; lo cual está
confirmado, como ya dijimos, por la numismática, por
no pasar de aquella fecha las monedas que de Ali han
llegado á nuestros dias (2).
En Aben Jaldún se lee: que, casado Ali con una
mujer de la dinastía de Al Moctádir ben Hudf señor de
Zaragoza, este mismo le hizo salir de Denia é ir á
Zaragoza, y que Ali murió, poco más ó menos, al
mismo tiempo que Al Moctádir, hacia el año 474
(junio 1 08 1- 1 082). Otra versión del propio autor es
la de que Ali, queriendo escapar de Al Moctádir,
cuando éste trataba de echarle la mano encima, llegó
áBugíah, donde se detuvo al ladod el señor de aquella
ciudad, Yahya ben Hamud, y alli murió.
Continuaremos copiando del mismo autor la suerte
que cupo á la familia del infortunado Ali. Cuando en
Denia cayó su gobierno, aprovechando Mobaxir, el
gobernador de Mallorca, aquel torbellino de guerras
civiles, se declaró independiente; compadecido de la
suerte de la familia de su señor, la envió á pedir, y,
enviada que le fué desde Denia, le tributó grandes
honores. Mobaxir murió en el trigésimo cuarto año de
cn reinado y poco antes de que los condes de Barcelona
i apoderasen de Mallorca, el año 508 (1114-1115).
(1) Conde, III, 6.
(2) Dozy, Loa de lAbbadiiú, II, 106 — E\Jir<Mvo% IV, 26.
24
— i86 —
Téngase en cuenta la opinión, no destituida de funda-
mento, de que ei agradecido principe fuese Al Mur-
tadhah.
Un hijo de Ali, titulado Sirach ad Daulah (lámpara
ó espejo de la Dinastía), permaneció por algún tiempo
cerca de los condes de Barcelona, quienes entablaron
pactos con él y le ayudaron á recuperar algunas forta-
lezas. Poco sobrevivió á estos triunfos, por cuanto
el año 469 (agosto 1076-julio 1077) murió á causa
del veneno que le hizo propinar el inhumano Al
Mpctádir (1).
Por el mismo tiempo en que cesa la primera di-
nastía de Denia, comiénzala segunda que ocupa el trono
de Valencia, por haberse declarado independiente á la
muerte de Al Mamún. En el próximo capítulo, trata-;
remos de la tercera dinastía de Valencia, más los hechos
que incidentalmente se comprenden privativos del
emirato de Denia (2).
(1) El Archivo, II, 302 y V, 96. )
(2) Conde (III, 7), y lo mismo Casiri (II, 45), aseguran que el cizañero
Aben Ornar, ministro del emir de Sevilla, logró enemistar con el emir de Tole*
do, al wizir de Murviedro, Abúlsa Lebún benLebún, cuya lealtad á Al Mamún
le valió el gobierno de Valencia al ser depuesto Abdelmélic en 469 (agosto 10J6-
julio 1077); y con sus dos hermanos Abu Muhámad Abdallah y Abu
Zaji, abandonaron su patria y estado. Fueron bien recibidos por el emir
de Sevilla, que les ofreció cadiazgos y gobiernos. En el mismo año
falleció Abu Isa, y Abu Muhámad y Abu Zaji fueron respectivamente
gobernadores de Lorca y de Úbeda. Las intrigas de Aben Ornar dieron
lugar i que Abdelmélic recobrara el cetro, y al morir, al año siguiente, 470
(julio 1077-1078), había declarado por sucesor á su hijo Abu Becr, confirmado
en sus tenencias al walí de Cuenca, Said ben al Faraig, y á otros walíes,
y puesto alcaides de su confianza en Liria, Chelva y Gandía. Hay en esto
una confusión lamentable de nombres, sucesos y fechas, como indica Doxy
(Loa de Abbadidis, t. I, p. 100). De Abú Isa ben Lebún se hablará al referir
los hechos del Cid relacionados con Valencia.
CAPITULO 11
Dinastías 2.* y }-• di Valencia.
Bw txn AMeUiii, tributario ám AI Hvfts, j d«To4j iidapndinic.— Pag» tributo i Alfa.-
[.— TcmitiTU A* Abco O™, mininro Jri tmir di SniUi, uiiti el reino di Harria.—
Tahir k refugSa tn Valencia. — Proclama de Aban Ornar á kc valenciana!, pin
■t laUe*» coatí» n cnic— MoaoUi, trnii da Denla, Lirio* j Ton™..— Guana, un h
■tw Huíala, tale <W 2*i*gon.— BI CU derrou á llMnkir en Almena».— Manlli j
i de Chinen.— On denota jumo al Eon.— Concha 4c liondairpot Coninegra bana Medina
cía, incorporada á Toledo desde el des-
lamiento de Abdclmélic, en 1065, lo
ivo hasta la muerte de Al Mamún,
rrida en Córdoba y por envenenamiento en dil-
1 del año 468 (junio-julio 1076), sexto mesdespués
íaberse hecho dueño de aquella ciudad (1).
El primer ministro de Abdelmélic al Mudháffar
la recibido de Al Mamún, en recompensa del
añopara con su amo y del apoyo que habla prestado
le Toledo, el gobierno de Valencia. Once años
> el cargo Abu Becr ben Abdeláziz; y á la muerte
VI Mamún, que tuvo por sucesor á su nieto Cádir,
lasiado débil para contener á sus vasallos, en la
Doiy, Historia, IV, io.—EI Cid, II, 3.— Conde, III, 7.
— 188 —
obediencia se apresuró á declararse independiente y á
ponerse bajo la protección de Alfonso VI. Prometió
pagar á éste un tributo anual; y, como el patronato
del Emperador fuese precario, Alfonso, que no reparaba
en vender sus clientes y estados de los mismos,
cuando en ello descubría algún interés, enajenó, en el
mismo año 1076, el gobierno de Valencia, por cien
mil monedas de oro, á Moctádir, el emir de Zaragoza,
que acababa de apoderarse del emirato de Denia (1).
Púsose Alfonso VI en camino para Valencia. Inca-
paz para defenderse Aben Abdeláziz, salió solo y
sin armas al encuentro del monarca cristiano; y supo
ser tan elocuente, elocuencia que bien pudo consistir
en buenas monedas contantes y sonantes, que decidió
á Alfonso á abandonar su proyecto y á romper el
pacto celebrado con Al Moctádir. También pudo
obligar á Alfonso á desistir de su propósito la idea de
que vender Valencia, equivalia á matar la gallina de
los huevos de oro (2). :
Por la relación que con los sucesos ocurridos en
nuestro reino tiene la historia de Cataluña, conviene
saber que en 27 de mayo de este mismo año, 1076,
murió Ramón Berenguer I. Pro indiviso dejó los es-
tados á sus hijos Ramón Berenguer II y Berenguer
Ramón II, hermanos gemelos nacidos en 1053.
Proseguía en tanto la guerra entre Tokdo y Sevi-
lla, y después de tres años de inútiles esfuerzos, logró
Motámid reconquistar á Córdoba (4 de septiembre
(1) Dozy, Investigaciones, El Cid de la realidad, III.
(2) Dozy, 1. c.
F
— 189 —
de 1078). Pudo luego el astuto Aben Ornar, ministro
del sevillano, alejar el peligro de que Alfonso VI se
apoderase de los dominios de Motámid.
Quiso Aben Ornar hacer algo más por su sobera-
no. Trat6 de agregar á sus dominios el reino de Mur-
cia, que primero habia formado parte de los estados
de Zohair, después, del reino de Valencia, y ahora
constituía un principado independiente. Era el princi-
pe que reinaba allí un árabe de la tribu de Cais llamado
Abu Abderrahmán ben Tahir. Aunque era muy rico,
pues poseía la mitad del territorio, contaba con esca-
sas tropas para defender sus dominios.
Sabedor de esto Aben Ornar, pues pudo apreciarlo
cuando pasó por allí para avistarse con el conde
de Barcelona Ramón Berenguer II, llamado Cap d*
Estopa, á causa de su abundante y blanca cabellera,
quiso aprovechar la amistad que ya entonces trabara
con algunos nobles murcianos, que estaban dispuestos
i vender á Aben Tahir, no obstante ser nada común
su reconocida cultura.
Presentóse á Ramón Berenguer II y le ofreció diez
mil doblas de oro si le ayudaba á conquistar á Murcia.
Para el más exacto cumplimiento del contrato, el Con-
de entregó en rehenes á un sobrino, y Aben Ornar
prometió que Raxid, hijo de Motámid* quedarla en
poder de Ramón si el dinero ofrecido tardaba en en-
tregarse.
Cumplió el Conde su promesa y atacó á Murcia;
3mo el de Sevilla, con su natural indolencia, tarda-
en cumplir á Ramón Berenguer II la entrega del
ero, el príncipe catalán se creyó engañado y, colé-
— 190 —
rico, hizo prender á Aben Ornar y á Raxid, q$e esta-
ban en su compañía. Trataron los soldados sevillanos
de libertarlos, mas fueron batidos y obligados á reti-
rarse. Los dispersos pudieron poner en conocimiento
de Motámid, que habla llegado á la orilla del Guadia-
na menor, aquel suceso, y Motámid retuvo prisionero
al sobrino del Conde.- Diez dias después Aben Ornar
recobró la libertad y, admitido á la presencia del Emir,
logró apaciguar al Conde devolviéndole su sobrino y
entregándole, además de las diez mil doblas estipula-
das, otras veinte mil, aunque de baja ley, fraude que
de pronto no descubrió el catalán.
Aben Ornar, no obstante el fracaso de su primera
tentativa contra Murcia, la intentó de nuevo, solicita-
do, según decia, por algunos nobles de aquella tierra»
Continuando sus jornadas, llegó cerca de un castillo
llamado Balch, nombre del caudillo de los árabes sirios
venidos á España en el siglo VIII. Juntos los dos, mar-
charon á poner sitio á Murcia, y poco después se les
rindió Muía, pérdida gravísima, pues iban por allí los
víveres á Murcia. Rindióse esta ciudad, Aben Tahir
fué preso y los habitantes prestaron juramento á Mo-
támid.
Aben Ornar, que á la sazón estaba en Sevilla, co-
rrió á Murcia, y comenzó á darse aires de soberano.
Esto, unido á que Aben Tahir contaba con un amigo
muy poderoso, el emir de Valencia, Abu Becr ben Ab-
deláziz, fué causa de la total ruina del ensoberbecido
ministro.
Qjjíso Aben Ornar congraciarse con el príncipe
depuesto, pero Aben Tahir rehusó sus obsequios y le
— iji —
ofendió recordándole su humilde cuna. Le hizo ence-
rrar en el castillo de Monteagudo, i una legua de Mur-
cia. El emir de Valencia influyó con Motámid para que
se diera libertad á Aben Tahir, pero Aben Ornar, no
obstante la orden del sevillano, le retuvo preso. Abu
Becr ben Abdeláziz puso en juego todas sus mañas, y
Abo Tahir salió del castillo y se refugió en Valencia.
Presa de furor Aben Ornar, excitó á los valencianos á
que se rebelasen contra su emir, enviindoles, al efec-
to, el siguiente poema:
«Hibiumes de Valencia: sublevaos todos contra ios Beni
Abdeláziz, proclamad vuestras justas quejas y elegid otro rey, un
rey que sepa defenderos contra vuestros enemigos. Ya sea Mohá-
tned ó Áhmed (esto es, sea Juan ó sea Pedro), siempre será
mejor que ese visir que ha entregado vuestra ciudad al oprobio,
como un marido sin vergüenza que prostituye á su propia mujer.
Ha ofrecido asilo al que ha sido abandonado por sus propios sub-
ditos. Haciéndolo, os ha llevado un pájaro de mal agüero, os ha
dado por conciudadano un hombre vil é infame. ¡Ay! es preciso
lavarme la cara en la que una muchacha sin brazalete me ha dado
on bofetón. ¿Crees escapar, Aben Abdeláziz, á la continua ven-
ganza de un hombre que marcha siempre en persecución de su
enemigo y que continúa su ruta, aunque no le alumbre ninguna
estrella? ¿Con qué astucia pnede sustraerse á las manos vengado-
ras de un bravo guerrero de los Beni Ornar que lleva tras si un
bosque de lanzas? (Esperad verlo llegar enseguida rodeado de un
innumerable ejército! ¡Valencianos: os doy un buen consejo:
marchad como un solo hombre contra ese palacio que cubre tan-
tas infamias tras de sus muros; apoderaos de los tesoros que en-
rran sus cuevas; derribadlo hasta los cimientos de modo que
o las ruinas atestigüen que existió un día!»
Al tener Motámid conocimiento de esta compo-
— I92 —
sición, ya muy irritado contra Aben Ornar, la parodió
asi:
«¿Con qué astucia podrá sustraerse i las manos vengadoras
de un bravo guerrero de los Beni Ornar, de esos hombres que
se prosternaban antes con'inaudita bajeza á los pies de todos los
señores, de todos los príncipes, de todas las testas coronadas*
que se creían dichosos cuando recibían de sus amos una parte
algo mayor que los demás criados; que, despreciables verdugos*
cortaban las cabezas á los criminales, y que se han elevado de la
condición más ínfima á las dignidades más altas?*
Esta paráfrasis llenó de gozo al emir de Valencia y
puso furioso á Aben Ornar, que no vaciló en empañar
la honra de Motámid con las calumnias más viles; yv
á pesar de que sólo enseñó el libelo á sus más íntimos,,
no pudo evitar que uno de ellos, judío emisario de
Aben Abdeláziz, se procurase una copia y la enviase al
emir de Valencia. Por medio de una paloma fué envia-
da al de Sevilla (i).
Obligado Aben Ornar á abandonar á Murcia, pues
las tropas pidieron las pagas atrasadas y se le subleva-
ron, se retiró á la corte de Alfonso VI. De allí huyó á
Zaragoza, y entró al servicio de Moctádir. Trasladóse á
Lérida, y volvió á Zaragoza, apenas muerto Moctádir
(octubre-noviembre de 1081) (2). Un mes más tarde
(6 diciembre), Ramón Berenguer II fué asesinado por
orden de su hermano, Berenguer Ramón II, á quien
veremos tomar parte activa en los importantes sucesos
del Cid relativos á Valencia, pues elFratricidase trasladó
en 1097 á Tierra Santa á expiar su horroroso crimen.
(i) Dozy, Historia, IV, n.— Conde, III, 8.
(2) Conde, 1. c.
— 193 —
Repartió Moctádir sus estados entre sus hijos
Mutamin, á quien cupo Zaragoza, y Mondzir, titulado
Imado-d-Daulah, que heredó el trono de Denia. De
ninguno de los reyes de Taifas han llegado, fuera de su
padre, tantas monedas hasta nuestros dias, todas ellas
de vellón y cobre, y en ellas se declara simplemente
bágib. El dictado Imado-d-Daulah, significa columna
dd Estado (i).
Al Mondhir fué instituido heredero, no sólo de
Denia, sino también de Lérida y de Tortosa. Esa divi-
sión del territorio español en sinnúmero de pequeños
estados, fué causa de guerras interminables, lo mismo
entre musulmanes, que entre cristianos. Unos y otros
principes buscaban valedores, asi entre los de su creen-
ciareligiosa, como entre los que la profesaban distinta.
Mutamin y Mondhir, en vez de valerse como
hermanos, desde que se sentaron en el trono, se trataron
como enemigos, y buscaron aliados. Del emir de Zara-
goza lo fué Rodrigo Díaz de Vivar, y con el de Denia
se unieron Sancho Ramírez, rey de Aragón y de
Navarra, y Berenguer Ramón II, conde de Barcelona.
Al célebre castellano le vemos, como confirma el
fuero de Sepúlveda, en su país natal el año 1076. En
los primeros meses de 1081 se puso al servicio de
Moctádir, después de haber estado algún tiempo en
Barcelona. Desavenido, sin que se sepa la causa, con
Berenguer Ramón II, se dirigió á Zaragoza, y el Emir le
dio favorable acogida.
Al Mutamin utilizó el auxilio de Rodrigo orde-
(1) El Archivo, IV, 26-27.
25
— 194 —
nándole que talase y corriese las tierras de Sancho
Ramírez. Quiso éste impedir las algaras de Rodrigo, y
en ocasión en que el rey estaba á la vista de Monzón
y había jurado que elcastellano no entraría en dicha
villa, el Campeador entró en ella, sin que Sancho,
ni su aliado Berenguer osaran estorbarle el paso.
Convenía al emir de Zaragoza reconstruir el cas-
tillo de Almenara, entre Lérida y Tamariz. Hizolo
Rodrigo; y, como su presencia estorbase á Mondhir,
éste se concertó con los condes de Barcelona y de
Cerdaña, y con los señores de Vich, Ampurdán, Rose-
llón y Carcasona. Juntos fueron á sitiar á Almenara,
y Rodrigo, en vista de que el cerco se prolongaba,,
fué á apoderarse del castillo deEscarps, entre el Cinea y
el Segre. Cuando lo hubo conseguido, recibió aviso
de que . los sitiados se hallaban en grave apuro, por
escasez de agua principalmente, y dio aviso á Muta-
min, con quien tuvo una entrevista en Tamariz.
Quería el Emir que Rodrigo atacase á los aliados,
pero el Campeador aconsejó se les diese alguna
cantidad con tal que se retirasen. Con sorpresa de
Rodrigo, rechazaron la proposición, é indignada
aquél, los atacó con el denuedo y prontitud que
acostumbraba; no tuvieron tiempo para defenderse:
fueron degollados en gran parte, y el resto apeló á
precipitada fuga. Fué inmenso el botín, y entre los mu-
chos prisioneros que hizo, fué uno Berenguer Ramón II,
á quien dio libertad cinco días después. Mutamín hizo
que al vencedor se le recibiera en Zaragoza en medio de
las más entusiastas aclamaciones de triunfo y le otorgó
distinciones que ni á su propio hijo había concedido,
— 195 —
llegando á darle honores de señor de todo el rei-
no (1082).
Los estados de Mondhir continuaron siendo objeto
de las devastaciones de Rodrigo. Después de haber
permanecido algunos meses junto á Alfonso, á quien
fué á consolar por la traición de que fué objeto en
Rueda (9 junio 1084), cuando se convenció de que
el corazón de su rey aún no estaba curado de la herida
que recibió con la jura de Santa Gadea, volvió á Zara-
goza, mereciendo de Mutamin la buena acogida que
siempre le dispensara. Acordaron hacer daño á Sancho
Ramírez, que otra vez estaba sobre Monzón, y con la
prontitud de sus ataques, en el breve espacio de cinco
iiías taló la tierra, entró en la villa y con cuantioso
botín y seguido de muchos prisioneros volvió cubierto
de laureles á Zaragoza.
La devastación se dejó sentir enseguida en los
estados de Mondhir, el emir de Denia. Taló Rodrigo
los campos de Tortosa, llegó á Morella y la sitió,
se apoderó del castillo de Alcalá de Chisvert y allí
se fortificó. Mondhir entabló alianza con Sancho
Ramírez, y asentaron sus reales no lejos del campa-
mento de Rodrigo, junto al Ebro. Sancho le ordenó
desalojase los estados de Mondhir, y Rodrigo le con-
testó que si sus intenciones eran pacíficas, no sólo
le dejaría pasar, sino que aún le daría cien caballeros
para que le acompañasen; y que, en otro caso, no
se movería de donde estaba. Los dos príncipes se
sintieron de la contestación, y emprendieron su mar-
cha contra el intrépido castellano. Empeñada furiosa
batalla, por largo rato se mantuvo indecisa la victoria;
— 196 —
mas, al fin, redoblaron sus esfuerzos los soldados del
Campeador, y el triunfo quedó por suyo. El campo
quedó cubierto de cadáveres, los aliados se pusieron
en fuga, dejando en poder del vencedor dieciséis
nobles aragoneses (1), dos mil soldados prisioneros
y un inmenso botín.
Mutamin le recibió en Zaragoza con los honores
acostumbrados: el entusiasmo de los moros llegó
á extremo tal, que hasta los mismos hijos del Emir
salieron á esperar al invicto caudillo á cuatro leguas de
la capital, al pueblo llamado Fuentes de Ebro, para
aclamarle y festejarle. Este memorable triunfo ocurrió
entre la rota de Rueda y antes de la muerte de Muta-
min, ocurrida en el año 478 (abril 1085-1086). Le
sucedió su hijo Mostahín, á cuyo servicio pasó Ro-
drigo (2).
A pesar del descalabro sufrido, no desistió de
la guerra el emir de Denia. «En este treceno año
(1085, a contar desde el 1072, en que murió' San-
cho II), ovo batalla el rey don Alfonso con Aben
al Fange en Consuegra, e fué vencido Aben al Fange>
e metióse en el castillo: e en esta batalla morió Diego
Rodríguez, su fijo del Cid Ruy Díaz. E luego, en
este año, lidió Alvar Fáñez con este Aben al Fange
en Medina del Campo. E, según cuenta la estoria,
(1) £1 obispo Ramón Dalmáu, el conde Sancho Sánchez de Pamplona,
el conde Ñuño de Portugal, Gustio hijo de Gustio Ñuño Suártz de León,
Anaya Suárez de Galicia, Calvet, Iñigo Sánchez de Mcnteduso, Simón Gar-
cía de Boil, Pipino Aznar, su hermano García, Ulan Pérez de Pamplona,
nieto del conde Sancho, Fortún García de Aragón, Sancho García de
Aleara z, Blasco García, mayordomo del rey, y García Diéguez de Castilla.
(2) Historia Leonesa.
— 197 —
dize que tenia don Alvar Fáñez dos mil e quinientos
de cavallo, e Aben al Fange, quinze mil; mas, por la
virtud de Dios, venció don Alvar Fáñez, e dio un
gran golpe Aben al Fange de la espada en el rostro,
e fué muy maltrecho e muy quebrantado. E don Alvar
Fáñez fincó mucho honrado» (i).
El nombre de Aben al Fange, que da la Crónica
General á Mondhir, es el mismo de Ai Fagio, corrup-
ción de la palabra Al bágib, titulo que realmente tuvo,
como puede verse en sus monedas.
Las tropas de Alvar Fáñez no eran sino una parte
de las de Alfonso VI, ocupado á la sazón en el sitio
de Toledo, destacadas para contener el avance del
terrible Mondhir. Peleando el hijo de Rodrigo por
don Alfonso, no es extraño que el padre también
estuviera ocupado en la importante empresa contra
Toledo, y que nada se sepa de sus expediciones
desde 1085 hasta 1088, en que celebró, con objeto de
apoderarse ¿le Valencia, un convenio con Mostahin.
Abu Ahmer Jucéf al Mutamin «honró y confió
(á Aben Ornar) empresas de intriga y adquisición de
fuertes de frontera en lo de Valencia y Murcia.» Quiso,
pues, procurar á Mutamin la posesión de Segura. El
rey de Sevilla, temeroso de que descubriese sus secretos
y negociaciones, encargó su prisión, lo cual consiguió
por industria de Abu Becr ben Abdeláziz, de Valencia.
(j) Crónica General, f. 309. — De la muerte del hijo del Cid se lee
en la genealogía de Rodrigo: «Este mío Cid ovo por mugier á doña
Ümena, nieta del rey don Alfonso, filia del conde don Diego de Asturias,
et ovo della un filio et dos filias, et el filio ovo nombre Diago Rozy, et
matáronlo en Consuegra los moros.»
— 198 —
Fué preso el 2 de julio de 1085, en el castillo de
Segura. Esta fortaleza habia logrado conservarse inde-
pendiente desde los tiempos en que Moctádir se apoderó
de los estados de Alí, el emir de Denia. Un hijo de
este príncipe llamado Siradj-d-Daulah, la poseyó por
-algún tiempo; y, como acababa de morir, los Beni
Sohail, tutores de sus hijos, querían vender Segura á
cualquier príncipe vecino. Allí, pues, mediante hábil
estratagema, quedó Aben Ornar en poder de los Beni
Sohail.
Resolvieron venderle al mejor postor, juntamente
con el castillo, y ambos pararon en manos de Motámid.
Cargado de cadenas se le condujo hacia Córdoba. Por
todas partes le insultaba el populacho, y el emir de
Valencia envió un judío, gran andador, para que le
diese unos versos que contra él escribió, y le alcanzó
en Caria Jumín, cerca de Córdoba, donde entró el
viernes 6 de régeb (28 octubre-) Llegado á Sevilla, el
mismo Aben Ábed le cortó la cabeza alyprincipio del
año 479 (abril de 1086) (1). *
En el mismo año en que ocurrió la prisión de
Aben Ornar, murió el príncipe Mutamin, á quien el
infortunado ministro prestaba últimamente sus ser-
vicios de intriga; y le sucedió en el trono su hijo
Áhmed al Mostahín. Poco antes de morir el padre, casó
el hijo con una hija del emir de Valencia, esperando
por este medio heredar á Abu Becr ben Abdeláziz. Las
bodas fueron de lo más suntuoso que se conoció en
España. El casamiento le utilizó el emir de Valencia,
(1) Dozy, Historia, IV, 10 y n. -Conde, III, 8.
— 199 —
para tener, en Mutamin, un aliado poderoso contra
Alfonso VI, que había vendido Valencia á Cádir, último
emir de Toledo.
Véase el relato que de las bodas hace un autor
árabe: «Y luego que la hija del noble uatsir Abu Becr
ben Abdeláziz fué conducida á Zaragoza con toda la
pompa necesaria para desposarse con Al Mostahin
Bil-lah, Al Mutamin Bil-lah invitó á los más nobles y
principales de Ándalos, á los héroes más bravos y
distinguidos, á los escritores, hadgibes, uatsires y
emires, para que asistiesen á las bodas; y todos contes-
taron á su llamamiento y se apresuraron á concurrir;
y hubo convites y fiestas, en términos que durante
ellas en Zaragoza no se pudo entregar nadie al sueño;
y no fué tan magnífico en sus fiestas Al Maamún (el
califa Abbasida) cuando se casó con Burán, la hija de
Al Hasan. Le acudieron riquezas considerables, y todo
lo que deseó lo logró abundantemente: y el mundo le
prodigó lo útil y lo superfluo, y reunió en él las alegrías
de todas sus gentes; y Zaragoza abrió á los deseosos de
placeres todos sus hipódromos.»
Entre los que se excusaron de asistir á las bodas, á
causa de su extremada vejez, se cuenta á Aben Tahir,
quien escribió en tal sentido una carta á Mutamin (i).
Poco después murió Aben Abdeláziz, tras un reina-
do de diez años, en el de 478 (abril 1085-1086). Le
sucedió su hijo Ozmán el Cadí, sin duda porque
desempeñó este cargo durante la vida del padre. Abu
Becr había gobernado primero como wali de Al Ma-
(1) Malo de Molina, Rodrigo el Campeador, IL
— 200 —
mún, el emir de Toledo; y luego se reconoció tribu-
tario de su hijo Cádir, si bien obrando con cierta
independencia.
Ya enemigos en vida del padre Ozmán y un herma-
no, á su muerte se disputaron el gobierno, pues ambos
contaban con partidarios. De ahi que muchos se incli-
naran á reconocer la soberanía del emir de Zaragoza.
Prevaleció, por fin, el de Toledo, que, como argumen-
to el más poderoso, se acercó á Valencia seguido de
numeroso ejército castellano,
Al aproximarse las tropas auxiliares de Cádir, se
apaciguaron las disensiones en Valencia, reunióse la
asamblea de notables y fué depuesto Ozmán, el hijo
mayor de Abu Becr ben Abdeláziz, temiendo que al
Cádir los entregase á Alfonso (i).
i^^^^^^^^^m^^^
(i) Dozy, El Cid de la realidad, 3.— Malo, ll.odrigo el Campeador, II.
CAPÍTULO III
Yahya al Kádir, antes de la venida del Cid
(i osé- ios»)
Yahya bea Dzin Nun, al Kádir Bill*b,<— Sale de Toledo para Valencia. —Hospédate en Cuenca.—
Los Bcsi Faraig.— Muerte de Aba 3ecr ben Abdeláziz. - G «ierra civil entre rus hijo*.— El gober-
nador de Murviedro.— Yahya y Alvar Fáñez en Serra.— Es depuesto por la aljama el cadi Osmán.—
Estrada de Yahya en Valencia.— Privanza y prudencia de Aben Lebun.— Falsos obsequios de los
valencianos á Yahya.— Pídenle que despida á los auxiliares castellanos.— El impuesto de la cebada.
—Aben Mahcor, gobernador de Jáüba.— Sitíenla Yabya y Alvar Fáñez. — Pide socorro Aben Mafacor
al emir de Denia.— Retírase de Játibe el emir de Valencia.— Llega basta las puertas de Valencia
Mondbir.— Vese obligado i retirarse A Tortosa.— Crueldad de las tropas de Alvar Fáñez. — Son
encarcelados los hijos de Abu Becr. — Logran huir á Murviedro. — Yahya escribe 4 Yusuf ben Taxfin.
—Parte que toma en la jornada de Zalaca.— Sitia Mondbir á Valencia.— Prudente consejo de Aben
Tahir.— Mostahin, emir de Zaragoza, y el Cid obligan á Mondbir á levantar el sitio. — Disgusto que
recibe Mostahin.
la muerte de Al Mamún, ocurrida en dil-
cada del año 468 (jun.-jul. de 1076), le
sucedió en el trono su sobrino Al Kádir,
como lo prueba el hecho de que del mismo año 468
hay monedas del último acuñadas en Toledo (i).
Llamábase Yahya ben Dzin Nun, y tenia por título
Al Kádir Billah (El Poderoso por Dios) (2). Acerca
del grado de parentesco con Al Mamún, reina la
mayor diversidad de pareceres: la opinión más admi-
tida es la del arzobispo don Rodrigo, que dice era
hermano de Hixem, también apellidado Kádir, inme-
diato sucesor de Mamún; y, muerto Hixem, ocupó el
(i) Codera, Tratado de Numismática Arábigo-Española, sección IV, 5
(2) Malo, Rodrigo el Campeador y Apéndice XX.
26
— 202 —
trono Yahya. Su carácter duro y cruel, hizole perder
los dos tronos en que se sentó, el de Toledo y el de
Valencia (i).
Ya en dilcada de 472 (may.-jun. de 1080) se albo-
rotó la plebe de Toledo, y tuvo que huir á Cuenca,
que también era de sus dominios, lo mismo que
buena parte de la provincia de Valencia. Imploró
el auxilio de Alfonso VI: dos años duró el sitio que á
la ciudad del Tajo puso el rey de Castilla, y el Emir
quedó restaurado en el trono. So pretexto de ayudarle
contra sus enemigos, le fué poco á poco arrancando el
oro y las fortalezas; y, temiendo el Emir un acto
de desesperación de los suyos, le ofreció, por último,
á Toledo, mas con pacto «de ganar á la rebelde
Valencia reduciéndola á sumisión, y que se abstuviese
de defenderla, para que él redujera por la fuerza á
su obediencia al régulo que la mandaba» (2).
En muhárram ^478 (29 abril-28 mayo 1085), ó,
como se lee en la Crónica General, el 25 de mayo,
hizo su entrada en la ciudad el rey de León y de
Castilla. Mientras tanto, Yahya, que era muy supers-
ticioso, consultaba en un astrolabio la hora favorable
para emprender su marcha, lo cual le atrajo las burks
de musulmanes y de cristianos. Los castillos se le
cerraban, y las posadas le despedían; halló, por fin,
un asilo en la fortaleza de Cuenca, cerca de sus pa-
rientes los Beni Faraig, quienes, entre los walies de
su reino, le eran más afectos y le facilitaron la entrada
(1) Ibídem.
(2) Malo, 1. c.
— 203 —
«
en Valencia. Uno de ellos llegó á dicha ciudad y, uti-
lizando las mañas propias de los políticos de baja
estofa, hízose intimo amigo de Abu Becr ben Abde-
láziz, al objeto de observar cuál fuese el estado de
los ánimos (i). Era entonces cuando se celebró la
boda del hijo del emir de Zaragoza con la hija del de
Valencia; y, «como el mundo rueda siempre y las
órdenes de Dios son perennes y tienen siempre cum-
plimiento, llegó la noticia de la muerte de Aben
Abdeláziz, y de que, con este motivo, sus hijos se
disputaban el gobierno de la ciudad. Entonces salió
Aben Dzin Nun para Valencia, con más precipitación
que los katás se precipitan sobre el agua; y llegó á
ella como llega el celoso cuando sorprende los colo-
quios de dos amantes» (2).
El emisario Aben Faraig, que, hospedado en casa
de Abu Isa ben Lebún, gobernador de Murviedro,
había, aunque en vano, tratado de sondear las disposi-
ciones del emir de Valencia, á la muerte del mismo
corrió á Cuenca para comunicar á Yahya tan alegre
nueva. Cansado de tantas pretensiones Abu Isa ben
Lebún, trató de retirarse á su castillo de Murviedro;
pero su amigo íntimo, el cátib ó secretario Abu
Mohámed Abdallah el Aroschi, hízole desistir del
propósito, y convinieron en esperar el desenlace de
aquellos sucesos y en auxiliarse mutuamente, si era
necesario. Con objeto de tener, si las circunstancias
lo reclamaban, más desembarazado el paso y más
(1) Malo, 1. c.
(a) Malo, Rodrigo $1 Campeador, II.
— 204 —
seguro el asilo, envió sus mujeres, hijos, parientes
y allegados, á Murviedro, Castro, Santa Cruz y otros
castillos suyos (i).
Ido ya á Cuenca el emisario Aben Faraig, reunió
Yahya sus tropas y las de sus parciales. Reclamó de
Alfonso VI el cumplimiento de h promesa. Recibió de
(i) Era Abu Isa bep Lebún uno de los más notables poetas de España.
Para maestra de sus composiciones, copiamos algunos fragmentos de sus
versos. Desde una de las piezas ó habitaciones más elevadas del alcázar de
Murviedro, de donde se dominan los alrededores de la ciudad y en uno de
esos días en que á la alegre campiña se la ve vestida de sus adornos primave-
rales, las nubes como el brocado reflejaban espléndidos colores; al contemplar
Abu Isa ben Lebún aquellos deliciosos huertos de admirable y peregrina
belleza, respirar los gratos aromas y suaves fragancias que despedían y ver
descollar entre los árboles el granado de encendidas ñores tintas en sangre,
que alegra el corazón de los comensales, compuso los versos siguientes:
«Ea, ea, comensal amigo, corran en círculo las copas del espirituoso vino:
acaso ¿no ves las flores que matizan el campo,
«La rosa y el narciso, que traen á la memoria los gratos amores,
«La flor del granado, que recuerda la sangre fresca de los campos de
batalla,
«Y el suave jazmín de límpida corola, que semeja las gotas del rocío de la
mañana?»
En otra ocasión estaba bebiendo en compañía de los wazires y altos em-
pleados de la administración en Lorca, en casa de su hermano. Era una de
esas tardes en que, ai propio tiempo que llovía como si el cielo llorase sobre
(a tierra, los valles se engalanaban con sus vistosas tintas, donde la flor del
narciso lucía sus galas, la luz pálida y azafranada del sol poniente doraba las
alturas y los montes; era, en fin, el despedir brillante de hermosísima tarde
como el atractivo cerrar de unos ojos heridos de intensa luz, y escribió á su
amigo Aben al Yesa, que estaba ausente:
«¡Ah, amigo mío! si hubieses estado aquí en esta tarde hubieses visto de
tiempo en tiempo derramar á las nubes la grata lluvia que hace correr el agua
por sus cauces naturales.
«La tierra amarillenta y azafranada que las nubes con sus gotas cubrían,,
figuraba extensa superficie dorada que salpica una lluvia de perlas.»
Como ya se verá, á trueque de las rentas de un año cedió sus estados al
señor de Aben Razín. Arrepentido luego, lamentó su pasada grandeza, y el
infortunio hízole arrancar sentidas notas á su envidiable lira:
— 2oj —
él un lucido cuerpo de ejército mandado por Alvar
Fáñez, que, después de la conquista de Toledo, había
estado de embajador en la corte de Sevilla. Con las
tropas auxiliares capitaneadas por el pariente del Cid,
se dirigió á marchas forzadas hacia Valencia, no parando
hasta Serra, donde sentó sus reales. Desde allí dio aviso
i
A tris. ¡Dejadme que corra
Al ocaso y al oriente!
¡Venga el fia de mi dolor
ó venga pronto la muerte!
Un cubil y un hueso bastan
Para que el can se contente;
Mas el i güila real
Será menester que vuele.
Desde lo sumo del aire
Eq que altanera se cierne,
Con los penetrantes ojos
Campos busca, espía reses,
Ó remontándose al cielo
La tierra de vista pierde;
Yo como el águila vivo,
Volando, aspirando siempre.
Cuando una región me cansa,
El mejor de los corceles
Me lleva cual torbellino
Á otras regiones y gentes.
Los amistosos consejos
No consiguen detenerme;
Espuelas doy al caballo,
Voy donde nadie se atreve,
Soy como el sol, que en un punto
Del ancho cielo amanece
Y en la extremidad opuesta
Entre las ondas se duerme.
II
¿Dónde se ocultan los soles
Que cerca de mí lucieron
Mientras que el mundo envolvían
Las sombras en negro velo?
¿Dó las noches que á tu lado
Pasé con dulce misterio
Cuando dormía el celoso
Y no espiaban sus celos?
I Qué placer cuando tu diestra
£1 vaso me daba lleno
Del áureo vino, encendido
Cual flor del algarrobero!
III
Seguidme al desierto, amigos,
Para que busque en la arena
De la mansión de mi amada
Las ya derruidas piedras.
Recordar quiero las noches
Que alegre pasé con ella,
Y llorar el tiempo hermoso
Que para siempre se aleja.
Lozano vastago verde
Entonces mi vida era,
Que crece en planta jugosa
Y se dilata con fuerza.
Á mí en paz con el destino
Dichas lograba completas;
Rico vino me escanciaba
Mañana y tarde mi bella.
Estrechándola en mi seno
Ebrio de vino y terneza,
Beber pensaba en sus ojos
El fulgor de las estrellas.
£1 deleite sobre ambos
Quiso desplegar su tienda;
I
— 206 —
de su llegada á los valencianos y les hizo grandes
promesas (i).
Reunióse en consejo la aljama de la ciudad para
deliberar sobre la pretensión de Yahya. De común
acuerdo resolvieron acceder á sus deseos, y no porque
ks halagase tener por señor á quien acababa de perder
Allí pláticas sabrosas,
Risas, cantares y tiernas
Caricias, y dulces besos,
Y el sonar de la vihuela,
Y tener en abundancia
Cuanto la mente desea,
Á fin que el anhelo, en goces,
Apenas nacido, muera.
¿Quién pensara que ven /a
El infortunio tan cerca?
No hay que fiar, ¡oh iortunal
En tus falaces promesas.
Quien gusta licor suave,
Nunca las heces sospecha.
Me embriagaste con tus dones
Trastornando mi cabeza,
Y luego de hiél amarga
Me diste la copa llena.
¡Cuánto dolor sobre mí
Desde aquel instante pesa!
¡Ay, cuinta noche de insomnio
Pasé sintiendo mis penasl
¿Cómo pensar que mis planes
En mi daño se volvieran?
¿Por qué me castiga el cielo?
¿Por qué culpa me condena?
Cuando me llamó la gloría
No reposé hasta tenerla,
Llevando en nobles arranques
Á todos la delantera.
Aunque era cruel fortuna,
Justo es que yo te agradezca
Que arrancaste de mis ojos
Alucinados la venda.
Antes soñando vivía;
Ya tu mano rae despierta
De los hombres y del mundo
Mostrándome la vileza.
IV
Basta, basta, ya del mundo
Para siempre me separo;
Sus mentiras no me ciegan,
He roto todos sus lazos;
Ya mi horizonte limita
De un pobre huerto el vallado.
En mis libros, confidentes
Y amigos tan sólo hallo;
Noticias me dan del mundo
Y de los siglos pasados.
Y su tesoro de verdades
Me ofrecen y desengaños;
Mas sentiré que en la huesa
Le den los hombres descanso,
Sin saber qué corazón,
Qué ingenio habrán sepultado.
(Chabret, Sagunto, Apéndices).
(i) Crón. Gral. f. 3 14 y 315. — Las poblaciones llamadas Serra más pró-
ximas á Valencia, eran las de Naquera y la de Turís. Los autores opinan que
sería la primera.
¿*¿jf
por evitar los males que, en caso de
evendrían á la ciudad. Fué otro de los
aljama deponer del mando de cadí á
) de Abu Becr; y, dado cumplimiento al
ó a Yahya, que Valencia, incluso el
su castillo, Abu Isa ben Lebún, le
¡oberano. El mismo gobernador, cuyas
in allanado el camino al trono á Kádir,
0 de los notables de la ciudad á Serra
1 nuevo rey la resolución, y á la vez le
no demorase la entrada en Valencia (i).
en medio de las aclamaciones de la
, y el Emir, con sus mujeres, fueron
n las mejores piezas del alcázar, las
.ebún tenia preparadas. También los
>n lujosas habitaciones, y los ballesteros
los se alojaron en la plaza situada entre
l mezquita. Alvar Fáñez y sus tropas
tlbergaron en Ruzafa. Al temor que
:llos cristianos cubiertos de hierro y
ipadas centelleaban á los rayos del sol,
s que al afecto, el entusiasmo demos-
ibimiento.
i que Yahya dispuso fué nombrar su
d, ó wazir mayor, al señor de Murviedro.
n público le honraba mucho, pues el
:saba general estimación, interiormente
cierta prevención, por la gran intimidad
A.bu Becr, el emir difunto. A la perspi-
'o el Campeador, 11,
— 208 —
cacia de Aben Lebún no escapó que las atenciones que
le prodigaba el Emir dejaban de ser sinceras: buen
político el ministro, se decidió, después de algunas
vacilaciones, á desempeñar con toda lealtad su cargo;
y tal vino á ser su proceder, que Yahya le cobró gran
afición y formó propósito de no retirarle su gracia ni
seguir otro consejo que el suyo. Le colmó, además, de
toda suerte de favores (i).
Los moros señores de los castillos deshacíanse en
tales obsequios al Emir, que éste, á ser menos avisado,
pudiera dafse por satisfecho del amor de sus subditos
y de la firme estabilidad de su trono. Aquellos agasa-
jos iban sólo encaminados á que despidiese, por inne-
cesarias, las tropas auxiliares, cuyo sostenimiento era
la ruina de la ciudad, pues costaban al dia 600 dinares
ó monedas de oro.
Manifestóse al rey, que, pues de buen grado se había
aceptado su señorío, ningún inconveniente había en
que Alvar Fáñez y los suyos abandonasen á Valen-
cia. Yahya, que además de notar que aún daban de
cuando en cuando señales de vida los bandos en que
la ciudad estuvo dividida, comprendió que bajo el velo
de tan halagüeñas manifestaciones se ocultaban inten-
ciones no tan lisonjeras, en vez de acceder á la
petición, como los ordinarios tributos no bastasen al
sostenimiento del ejército cristiano, añadió uno más,
que vino á poner el colmo á la desesperación de los
valencianos. So pretexto, ó porque en verdad lo recla-
mase el pasto de la caballería auxiliar, gravó á nobles y
(1) Crón. Gral. 1. c
— 209 —
plebeyos con el para ellos inusitado pecho de la cebada.
En son de burla saludábanse al topar los unos con los
otros diciendo «daca la cebada»; y hasta amaestraron al
perro de una carnicería á ladrar cuando le acosaban con
el consabido estribillo: por lo que en tono satírico excla-
maba un poeta de aquel tiempo: «á fé que no es sólo
ese perro el que rabia en la ciudad cuando se pide la
cebada» (i).
Tan predispuestos estaban los ánimos de todas
las clases á la rebelión, que bastaba una sola chispa
para que se produjese un incendio general. Una guerra
indiscreta y de éxito fatal, vino á hacer estallar la
insurrección. Todos los señores de castillos enclavados
en la jurisdicción de Valencia se habían apresurado á
acudir á la corte para rendir al Emir personalmente vasa-
llaje. Hubo uno, sin embargo, el de Játiba, llamado Aben
Mahcor, que, desoyendo órdenes apremiantes de Yahya,
se concretó á felicitarle enviándole, por conducto de
un mensajero nombrado al efecto, una carta y añadió
varios regalos. Excusó su no comparecencia, con sus
muchas ocupaciones; pero que constase tenía el
castillo por Yahya y que no tenía inconveniente en
cumplir su voluntad; y que hasta haría entrega del
mando, si el Emir así lo quería, siempre que Yahya
atendiera á su subsistencia (2).
; (1) Crón. Gral., f. 315.
! (2) Ibídem.— De Aben Mahcor hablan también incidentalmente los auto-
! res árabes. De él dice Aben Bassam, que cuando Mutámid hizo poner
<n 1084 en prisión A visir Aben Ornar, era ya gobernador de Játiba y pidió,
con otros muchos, el indulto del infortunado ministro. «Si no nos es infiel
la memoria, escribe Dozy, Aben Bassam ha copiado la carta que Aben
27
— 210 —
Irritó sobremanera al Emir la contestación, por
creer que en su fondo había mal encubierto espíritu
de rebeldía. Con todo, no quiso arrojarse á castigar lo
que él juzgaba desacato á su majestad, sin antes
tomar consejo de su ministro. Aben Lebún dijo
que convenía disimular, antes que lanzarse á una
aventura peligrosa, por la inseguridad en el buen
éxito y por lo expuesta á gravísimos contratiempos.
No lo entendió así el Emir, y se apartó del cuerdo
parecer de su leal ministro: era que los hijos de
Abu Becr, que ya habían vuelto á la gracia del rey,
ansiosos de perderle y émulos de la privanza que
gozaba Aben Lebún, al ser consultados, obraron con
perfidia é insistieron en que era atentatoria á la dignidad
de la realeza la respuesta del walí de Játiba y en que no
era prudente quedara sin castigo (i).
Previendo Aben Mahcor la tormenta que iba á
venirle, se había preparado á la defensa fortificándose
en el castillo, en las torres y en buena parte de la
villa. Acompañado de Alvar Fáñez corrió Yahya contra
Játiba, y fácil le fué apoderarse de la parte baja de
la población, por haberla abandonado el rebelde. No
sucedió lo mismo con el castillo, donde Aben Mahcor
Mahcor escribió á Mutámid en esta ocasión, y tenemos i la vista el
extracto de otra que Mutámid hizo escribir en respuesta á la de Aben
Mahcor. Este extracto se encuentra en la enciclopedia de Nawairi, man. de
.Ley den, núm. 273, p. 549. £1 gobernador de Játiba se halla allí nombrado
por error Aben Yahfur; mas, por lo demás, la pronunciación de la Crónica es
enteramente exacta, pues los árabes de España apenas dejaban percibir la
b, dando, además, al wau el sonido de o (Investigaciones, El Cid según ¡os
documentos modernos, i.« parte, las Fuentes, II).
(1) Ibídem.
. í
— 211 —
resistió por espacio de cuatro meses, á pesar de los
combates, escaramuzas y asaltos, y de la escasez de
bastimentos, principalmente de agua. Esta contrariedad
inesperada por Yahya, le encendió en cólera contra
los hijos de Abu Becr: prendió á uno de ellos y
á un judio mayordomo del otro hermano, y para
alimentar durante un mes al ejército castellano, les
quitó cuanto tenían, con lo cual respiraron un poco
los valencianos (i).
Cuando Aben Mahcor apuró todos los medios de
defensa, antes que rendirse ai emir de Valencia, recu-
rrió á una resolución extrema: propuso á Mondhir, el
emir de Denia, entregarle Játiba, si acudía en su
auxilio. Aceptó Aben Hud el ofrecimiento, y, para
alentar en la resistencia á los setabenses, envió á su
general Al Aisar (El Izquierdo). Entró este caudillo
una noche en la alcazaba, y allí encontró al gober-
nador de Al Menara, que también había acudido al
lado de Aben Mahcor (2).
Mientras tanto, el emir de Denia reunió otro ejér-
cito cristiano para oponerle al de Alvar Fáñez: tomó,
al efecto, á sueldo al barón de Cervellón, Giraldo de
Alemany, que tenía á sus órdenes muchos caballeros
t catalanes. Marchó hacia Játiba, y no atreviéndose el
emir de Valencia á sostener un choque con las tropas
acaudilladas por Mondhir, batióse en retirada hacia
Alcira, y poco después entraba en Valencia cubierto de
oprobio. Mondhir agregó Játiba á sus dominios, y
(1) Croo. Gral., f. 316.
(2) Crónica General, 1. c.
1
.■
— 212 —
Aben Mahcor pasó á vivir en Denia, cuyo emir le
trató con gran consideración y le dio muchas pose-
siones (i).
Natural era que Mondhir procurase sacar de la
retirada de Yahya el mayor partido posible. Franqueó
por Alcocer, desaparecido en el siglo XVIII, el paso
del Júcar, atravesó la fértil llanura que se extiende
hasta Valencia, y sentó sus reales en la Xarea, nom-
bre también de una puerta de la ciudad situada por
donde hoy se alza la parroquia de Santo Tomás.
Allí había una mezquita donde los moros cele-
braban sus fiestas. Mondhir se aproximó aún más á
Valencia, á fin de reconocer su sitio. Temeroso Yahya,
rodeado de sus amigos y valedores, observaba desde el
muro los movimientos del enemigo. Alvar Fáñez, con
sus escuadrones formados, estaba dispuesto á rechazar
á las tropas catalanas, si le provocaban ai combate. El
emir de Denia tuvo durante algunos días en continua
alarma á los valencianos; y, viendo que la ciudad no
abría las puertas, como se le había prometido, alzó el
sitio y marchó á Tortosa, sitiada por Sancho Ramí-
rez, rey de Aragón (2).
Pasado el peligro, volvió el emir de Valencia, obli-
gado por la necesidad, á sus ordinarias exacciones.
Apremiándole Álbar Fáñez á que le satisficiera las
pagas atrasadas, Yahya, exhausto de recursos, propuso
á los castellanos se establecieran en su reino; y, admi-
(1) Ibídem.
(2) Ibídem. — Malo (Apéndice, XVIII).— El Archivo, I, 217.— Chab¿s,
Mon., 1. 1, c. IV.
— 213 —
tida por el caudillo cristiano la proposición, tuvieron
él y sus soldados extensos terrenos (i).
Divulgada esta noticia, muchos moros abjuraron
de su religión y tomaron partido por Alvar Fáñez.
Como voluntarios que sólo obraban por el cebo del
sueldo, de la rapiña ó del botín, eran malhechores del
peor género. «Las taifas de Alvar Fáñez (dice un
escritor árabe), ¡maldígale Dios y maldígalos á ellos
también!, cortaban á los hombres y á las mujeres sus
partes... Eran todos los más malos de los muslimes, y
los malvados, y los sin vergüenza, y los viciosos de
los mismos, y, además, muchas gentes de las comarcas
de los cristianos... Sostuvieron contra los muslimes
muchas algaras, y violaron sus haremes, y mataron
sus hombres, y forzaron mujeres y niños, abjurando
muchos de ellos el Islam, y despreciaron la religión
del Profeta ¡la paz de Dios sea con él!; hasta el punto
de vender un muslim cautivo, por un pan, ó por un
vaso de vino, ó por una libra de pescado; y al que no
se rescataba él mismo, le cortaban la lengua, ó le
sacaban los ojos, ó le echaban perros de presa...» (2).
Esto mismo se lee en la Crónica General: «e davan
un moro por un pan e por un terrazo de vino.» Estas
tropas, llamadas cid Dazuar, se reunieron después al
Cid Campeador. Valencia, como dice la misma Cróni-
ca, estaba «como en poder de cristianos». De ahí que,
desesperados los moradores de hallar remedio á sus
males, la abandonaban, y las tierras perdieran su valor
(1) Ibídem.
(2) Malo, Rodrigo el Campeador, Apéndice XXI.
— 214 —
acostumbrado. Alvar Fáñez, contando á sus órdenes
con un tan crecido ejército de moros y de cristianos,
salió por la parte de Burriana á correr las tierras del
emir de Denia, y volvió á Valencia con riquísima
presa de ropas y de ganados.
La opresión se dejó sentir más sobre los que tenían
mayor poder. Ya queda expuesto que los hijos de
Abu Becr, á consecuencia del fracaso contra Játiba,
sufrieron las iras de Yahya y fueron encarcelados.
Hasta el gobernador de Murviedro, sin que rompiera
su amistad con el Emir, vivía apartado de la corte.
Gracias á la intervención del judío que había sido
embajador de Castilla en Valencia durante el corto
reinado de Ozmán, éste, por mediación de Alfonso VI,
vivía como en libertad y en buenas relaciones con
Alvar Fáñez. La generosidad de Alfonso tenía poco
de desinteresada, puesto que el beneficio á Ozmán no
le alcanzaba sino mediante la promesa de entregar
cada año al rey de Castilla treinta mil monedas de
oro; así y todo, por más que Yahya en apariencia
trataba bien á Ozmán, teníale como preso en su
propia casa.
Cuando el hijo de Abu Becr supo que Aben Lebún
y el judío le esperaban en Murviedro, rompió una
pared y, disfrazado de mujer, escapó una noche; pasó
el día oculto en la huerta; á la noche siguiente montó
en un caballo que le tenían preparado y se refugió en
Murviedro. Convino con el judío en entregarle enton-
ces, como así lo hizo, quince mil monedas en dinero,
sortijas, collares y telas preciosas, y las otras quince
mil, cuando, disfrutando de entera libertad en Valen-
— 215 —
cia, percibiera las rentas de sus posesiones. El judío
volvió á la corte de Alfonso.
Ya el otro hermano de Ozmán había, por media-
ción del emir de Zaragoza, recobrado la libertad; y los
caballeros moros, sabedores del sitio en que los Beni
Abdeláziz se habían refugiado, allí acudieron, por no
tener en Valencia seguras sus vidas ni sus haciendas.
De igual modo que Alfonso VI tenia avasallado al
emir de Valencia, estábalo igualmente el de Sevilla; y,
como toda la España musulmana presentía la total
destrucción que de ella tenia pensada el rey de Castilla,
no viendo esperanza de salvación en la Península, se
tomó la extrema resolución de entregarse en brazos
de los fanáticos almorávides, dueños á la sazón del
norte de África. Fué el emir de Valencia uno de los
muchos que subscribieron la misiva en que se soli-
citaba el auxilio de Yúsuf ben Texufín, el rey de
Marruecos- (i).
En el interlunio de rabié primera del año 479
(30 junio de 1086) vino Yúsuf á España, con tanta
gente, «que sólo su Criador puede contarla... La fama
de esta venida de los moros almorávides voló al campo
y hueste del rey Alfonso, que estaba sobre Zaragoza;
y luego levantó el cerco pensando salir al encuentro
del rey de los muslimes. Hubo Alfonso su consejo con
los caudillos y escribió al rey de los cristianos Aben
Radmir (Sancho Ramírez), ¡maldígale Alah!, y al
Barhanis (Alvar Fáñez), que el primero tenía cercada
í medina Tartuxa (Tortosa), y el segundo andaba en
(1) Conde, III, u.
— 2í6 —
tierra de Valencia; y los dos vinieron con sus gentes
en su ayuda, y se juntaron con él» (i).
En la para los cristianos funesta jornada de Zalaca,
ocurrida el 14 de récheb del año 479 (23 octubre
de 1086), el rey Yahya formaba parte de la hueste de
Sevilla, y Alvar Fáñez, de la segunda de Alfonso VI.
Diez mil cabezas de cristianos fueron en Valencia testi-
monio triste y elocuente del triunfo alcanzado por los
muslimes (2).
((Alfonso el tirano ¡quebrántele Dios sus miembros!, escribe
un historiador árabe, sufrió aquella derrota tan memorable en
día de viernes. Entonces se volvió á su país (maldígale Dios);
pero llevaba yá los brazos cortados, y su imperio había yá
finalizado. Con este motivo, se ensanchó libremente el pecho de
Yahya ben Dzin Nun, respiraba el aire vital con facilidad y se
regocijó de que aún le quedase sangre en las venas; y entró en
la alianza con Emir al Moslemín, como lo habían hecho los demás
principes (3).
m
Se vé que Yahya, aunque ocultamente se enten-
diera, como todos ellos, con el jefe de los almorávides,
aparentó sumisión á Alfonso VI mientras Alvar Fáñez
estuvo en Valencia; y luego, inclinándose del lado
que mayores ventajas le ofrecía, se emancipó del
soberano de Castilla. Si bien quedó libre de las terri-
bles mesnadas de Alvar Fáñez, no tardó en ver confir-
mados sus temores de que, sin la protección de ios
castellanos, pronto se le rebelarían los gobernadores
de sus castillos.
(1) Conde, III, 15.
(2) Conde, III, 16.
(3) Malo, Rodrigo el Campeador, Apéndice XX.
— 217 —
Pocos días después de la jornada de Zalaca, Yúsuf
volvió á África á causa de habérsele muerto un hijo.
En cuanto los cristianos se aseguraron de la marcha
de Yúsuf, se diseminaron por la España oriental, y
comenzaron sus correrías por Zaragoza, dirigiéndose
luego á Valencia, Denia, Játiba y Murcia. Eran dueños
de Aledo, fuerte á maravilla, y las algaras que desde
allí hacían, eran más terribles que las tronadoras
tempestades.
El emir de Sevilla, Motámid, con tres mil ginetes
que le había dejado Yúsuf, aprovechó el espanto que
de los vencidos se había apoderado, y reconquistó á
Uclés, Huete, Consuegra, Cuenca y otros. No estuvo
tan afortunado en lo de Murcia: le salieron al encuen-
tro ciertas compañías de cristianos y le desbarataron,
y se retiró á Lorca. Allí le obsequió su gobernador,
Muhámad ben Lebún, pariente del de Murviedro,
que tenia por Motámid aquella ciudad y había peleado
como bueno en Zalaca. También Abu Isa ben Lebún
murió en la guerra santa al año siguiente, 481 (marzo
1088-1089). Clamaba el emir de Sevilla por el inme-
diato retorno de Yúsuf; pues «en especial le hablaba de
las algaras del Cambitor (Campeador), príncipe cris-
tiano que infestaba las fronteras de Valencia» (1).
Entrado ya el año 1088, cansados de su emir los
moros valencianos, se le sublevaron, y los más princi-
pales llamaron á Mondhir, para dársele por vasallos.
Con gentes suyas y con algunos catalanes que tomó
á sueldo, salió de Lérida para Valencia al mismo
(1) Conde, III, 18. — Chabret, Sagunto, I, 165, n.
28
— 2l8 —
tiempo que encargó á un tío suyo acudiese desde
Denia, con otro ejército, en día prefijado hacia la
ciudad del Turia. Temiendo Yahya verse combatido á
la vez por las dos huestes, aprovechó para atacar á
la de Denia la circunstancia de haberse ella adelantado
al dia que se le señalara; pero fué vencido y obligado
á encerrarse en la ciudad.
Mondhir tuvo noticia del triunfo de los suyos
cuando no estaba de Valencia sino á una jornada.
Durante la noche se aproximó á ella con ánimo de
combatirla; sin embargo, por causa que se ignora, dejó
de hacerlo, y permaneció en la inacción durante algu-
nos dias. Vióse Yahya reducido á tan extrema nece-
sidad, que resolvió salir del apuro entregándose á los
sitiadores; mas de ello le disuadió Abderrahmán ben
Tahir, el ex-rey de Murcia, y le aconsejó que solici-
tase la protección de los reyes de Castilla y de, Zara-
goza (i). Dicho Abderrahmán vivió largo tiempo, «en
términos de sobrevivir á los principales régulos de sus
días, y presenció la calamidad de los muslimes en
Valencia causada por el tirano Campeador jquebrante
Dios sus miembros!» (2). El emir de Valencia,
siguiendo los consejos de Abderrahmán ben Tahir,
había enviado mensajeros á los reyes de Castilla y
de Zaragoza. Por entonces había llegado á la corte
de Mostahín el arráez Aben Cañón, que procedía de
Cuenca, y fué uno de los que salieron de Valencia:
para proponer al emir de Zaragoza que él haría de
(1) Crón. Gral., f. 321.
(2) Malo, Rodrigo el Campeador, Apéndice XX.
— 219 —
modo que la ciudad se le entregase, é igualmente
Segorbe, de cuya fortaleza era gobernador un hermano
suyo. Mostahín dio oídos á la embajada é hizo
concierto con el Campeador para venir sobre Valencia:
convinieron en que serían de Rodrigo las riquezas
que se ganaran, y de Mostahín la ciudad. Empreña
dieron, pues, la marcha, con 400 jinetes el Emir y
con 3.000, más 4.000 peones más, el Campeador.
Cuando Mondhir tuvo conocimiento del acuerdo,
resolvió abandonar su proyecto; mas no ^lzó el sitio
hasta que su tío estuvo cerca. En este año, 481
(mar. 1088-1089), murió en la guerra santa el cadí
Abu Isa ben Lebún; y por octubre del mismo año, 1088,
ocurrió una gran avenida del Guadalaviar, la cual
devastó á Valencia y destruyó el fuerte de su puente.
Hallándose Mondhir con fuerzas inferiores á las
desús enemigos, hizo de la necesidad virtud: no se
apartó de Valencia hasta que. envió á Yahya un
mensaje diciéndole que, no sólo levantaba el sitio,
sino que quería trabar amistad con él, con tal que
no rindiera la ciudad á Mostahín, y que, unidas las
huestes de Denia y de Valencia, no habría en el
mundo príncipe, por poderoso que fuera, que se
atreviese á derribar del trono á Yahya. Harto com-
prendió Al Kádir la causa á que obedecía el cambio de
conducta en Mondhir; sin embargo, firmó con él
capitulaciones de amistad, y el emir de Denia se
retiró á Tortosa (1).
No tardaron en llegar \ Valencia los aliados, y
(1) H&\g* Rodrigo el Campeador, Apéndice XXI.— Crón. Gral., f. 321, v.
— 220 —
Yahya, ignorante del pacto que existía entre Rodrigo
y Mostahín, salió a recibirlos como á sus libertadores,
les agradeció la señalada prueba de amistad que con
el socorro le daban, hízolos aposentar en la huerta
mayor del arrabal llamada Villanueva, «que era adonde
agora están los barrios de los Tintes, hacia el monas-
terio de la Corona,» (i) y poco después, en su propio
alcázar.
En vano esperó Mostahín á que se le entregase
el castillo de Segorbe, y otro tanto le sucedió respecto
de Valencia.. Reclamó de Rodrigo el cumplimiento de
las promesas hechas por él y por el arráez de Cuenca;
pero el Cid se negó á ello alegando que Yahya era
vasallo ó tributario del rey de Castilla, su legítimo
soberano, y añadiendo que acceder á sus deseos equivalía
á despojar de Valencia á Alfonso VI, en lo cual no
podía consentir, á menos que Mostahín declarase la
guerra á aquel soberano, único caso en que Rodrigo
ayudaría al rey de Zaragoza contra el de Castilla (2).
No porque Rodrigo contrariase los deseos de
Mostahín, dejó éste de sacar su partido, pues Yahya le
dio, como en feudo, el castillo y villa de Liria, y
contra aquellos á quienes el emir de Zaragoza quiso
castigar, empleó el Cid su brazo. Con todo, volvió
despechado á la capital de sus estados, alimentando
aún, sin embargo, el intento de dominar á Valencia:
para lo cual, dejó en ella, so color de que prestasen
(1) Escolano.— Malo (Apéndice XXIII) sostiene que estaba en San Juan
de la Ribera.
(2) Crón. Gral., f. 321, v.
— 221 —
auxilio á su emir, uno de sus capitanes con varios
jinetes, á fin de que le tuviesen al tanto de los sucesos
que ocurrieran y de que le sirvieran de punto de apoyo
en ocasión oportuna.
Esto sucedió antes de marzo de 1089.
-^" ^■^^^^N^^^rf-1 1-
CAPÍTULO IV
Yahya al Kaadir protegido por el Cid.
lOH»-lO0-¿.
litio de Je.¡e..-H.bilidid del Cid.— Pesa i Culilli.- Vuelve i V.lencij.— Torrei-Torrei.— Rodrigo
unirle i Alfonso VI, y no b contigue.— Elehe, Polos, Titbena y Ondnre.— Su eotrada ca Velan-
eii.-BurriíDeyMorelle.— Tobar del Pio«.— Pu con Bercaguei R.rsóo ti.— El Campeador en el
Puig.— Muerta de ílondhir.— Su hijo Snldmia.— Lot Beni Betyr J> Aben Montad.- Piole ccioo
que leí diipeau ti Cid— Tributos que ptK¡htl al Cid.— Sitio de Liria.-Se une Rodrigo i k
(■pedición da Allomo Vleomii Aüd.lueli.-EDeiniíunie reyy imllo.— Benicadet!.— Enfermedad
da Yabya.— llarehe el Cid 4 Zangón.- Sitie Alfonso VI i Valencia.— Vengan M de Rodrigo.—
Hítenle dueño» da Horeiiy de Deuirt lo> ilmoriirides.— Aben Geh.f. -Revolución oue provoca en
Vítesela.— Alefbeto da Ttnhya.
rante las negociaciones de Mostahín y del
Cid en Valencia, compro metióse el señor
de Murviedro á entregar este castillo al
emir de Zaragoza. Como Aben Lebún no diera cum-
plimiento á su promesa, encargó Mostahín á Rodrigo
le castigase. El Campeador emprendió contra Jérica
sus operaciones, castillo enclavado en la jurisdicción
de Murviedro y centro que podría servir de base contra
la misma capital de los dominios de Aben Lebún.
Aunque Jérica estaba desprovista de defensores y de
víveres, no, por ello, dejó de presentar tan firme resis-
tencia, que Rodrigo prescindiera de formalizar un sitio .
en toda regla.
Siguió Aben Lebún el ejemplo de Aben Mahcor,
el gobernador de Játiba: cuando se vio en el mayor
— 223 —
apuro, hizo saber á Mondhir, que si lograba romper el
cerco, se le declararía su vasallo. Voló el emir de Denia
en auxilio de Jérica, y Rodrigo tuvo que levantar el
campo. Es más: por temor de que Mondhir se dirigiese
contra Valencia, se retiró á ella.
Entonces puso el Cid en juego su gran habilidad
para obrar con entera* independencia, en medio de
tantos enemigos que aspiraban al dominio de Valencia.
Prometió á Yahya defenderle contra todos, si á nadie
hacía entrega de la plaza; ofreció á Mostahín, é igual-
mente á Mondhir, guardarla para cada uno de ellos; y
al rey de Castilla decíale que era su servidor y vasallo y
que sustentaba en provecho de Alfonso aquellas guerras,
por cuanto entretenía y debilitaba á los moros, man-
tenía á costa de los mismos un ejército cristiano y
esperaba poner pronto á Valencia en poder de su amado
monarca. Libre de enemigos el Campeador, se ocupaba
en hacer algaras por los países limítrofes. Al pregun-
tarle por qué obraba así, «dezíe él que porque oviese
qué comer» (i). Dice el libro de donde tomamos las
noticias que á continuación apuntamos, que «las
guerras llevadas á cabo por Rodrigo, sus compañeros
y soldados, no todas están en él escritas» (2).
Es lo cierto que el Cid se dirigió entonces á la
corte de Castilla y fué muy bien recibido por Alfonso,
que le guardó las más exquisitas atenciones. Le dio
los castillos Dueñas, Gormaz, Ibia, Campos, Gaña,
Bnbiesca y Berlanga; y, además, le otorgó privilegio de
,«
1) Crónica General, fol. 321.
2) Crónica Leonesa.
— 224 —
de que serían para él y para sus sucesores las tierras y
fortalezas que arrancase á los moros.
Entrado ya el año 1089, ó sea, en la era 1127,
reunido en Castilla un ejército de 7.000 combatientes,
se encaminó hacia el reino de Valencia, atravesó el
Duero, sentó su campo en un lugar llamado Fresno,
marchó luego con su ejército y fué á parar á Calamo-
cha, en territorio de Albarracin. Allí celebró la Pascua
de Pentecostés (13 mayo). Solicitó con él una entre-
vista Al Issaam ad Dahula, señor de Santa María, y la
tuvieron en la misma Calamocha: el musulmán se
declaró tributario de Alfonso VI (1).
Prosiguió Rodrigo su marcha hacia Valencia y
descansó en un valle, el de Torres-Torres (2), próximo
á Murviedro. La venida del Cid no podía ser de mayor
provecho al emir Yahya. Desengañado Mostahin de que
no podía con el Campeador para la posesión de Valen-
cia, hizo alianza con el conde Berenguer Ramón II.
Vinieron ambos sobre la ciudad, y mientras el de
Barcelona combatía á la ciudad, Mostahin hizo dos
campos atrincherados en el Puig y en Liria, preten-
diendo levantar otro en la Albufera: los tres fueron
dados al emir de Zaragoza cuando con el Cid^vino á
libertar á Yahya (3).
Apenas Berenguer supo que la hueste castellana
se acercaba, se llenó de miedo y alzó el sitio. Sus
soldados desahogaron su enojo profiriendo contra
(1) Crónica Leonesa.
(2) Risco le llama Torrente, pero es Torres-Torres, ó sea el Tales, ó
Tares, de la Crón. Gral., fol. 321 v.
(3) Crón. Gral., íq). 321.
— 225 —
Rodrigo palabras de burla y supliendo la impotencia
con amenazas de cautiverio, cárcel y muerte, que, por
cierto, nunca pudieron realizar. Súpolo Rodrigo; mas,
por consideración al parentesco entre el conde y
Alfonso, no le quiso atacar. Se concretó a rogarle
alzase el sitio. Después de algunas contestaciones
vinieron á acuerdo, conviniendo en que el conde se
retiraría de Burjasot (Borg as sort), donde estaba, á
Requena, y desde allí, sin tocaren tierras de Zaragoza,
á Barcelona. Dejó, pues, en paz á Valencia, y más que
de prisa fué á Requena, de donde se trasladó por
Zaragoza á sus dominios (i).
El Cid, que durante esas negociaciones no se había
movido de Torres-Torres, se encaminó á Valencia, sin
que tampoco Mostahín le estorbase el paso. Ya en
Valencia, Yahya le envió un mensaje y muchos rega-
los. Establecieron pacto de que Rodrigo pelearía contra
todos los enemigos del emir, sometería á los goberna-
dores que se hablan sublevado, depositaría en Valencia
la presa que hiciese y en ella tendría su centro de
operaciones. En cambio, Yahya le pagaría mil mone-
das de oro al mes, esto es, se le hizo tributario. El
señor de Murviedro siguió el ejemplo del emir de
Valencia (2).
Después marchó el Campeador hacia las montañas
de Alpuente, donde reinaba Djanáh a<d Daula Abdallah.
Sucedió á su hermano el año 440 (1048-1049) y reinó
hasta el 485 (1092-1093), en que los almorávides
(1) Croa. Leonesa. — Croo. Gral., 1. c.
(2) Crón. Gral., I. c. — Crón. Leonesa.
29
— 226 —
absorbieron sus dominios. Guerreó en ellos el Cid cau-
sando horrorosa devastación, y allí permaneció gran
parte del año. Luego paso con su ejército á Requena,
donde también se detuvo mucho tiempo. Después obli-
gó á los gobernadores de castillos á que satisficiesen
al emir de Valencia las pagas atrasadas, lo cual, por
congraciarse con el Cid, se apresuraron á cumplir (i).
A excitación del emir de Sevilla habia desembarca-
do en España Yúsuf ben Texufin en la luna de rabié
primera de 481 (mayo-junio de 1088). Enseguida
escribió á los emires españoles convocándolos á la
guerra santa y señalando para punto de reunión los
campos de Aledo (Murcia). Era éste un castillo fuerte
á- maravilla y puesto sobre un monte alto y escarpado
en una peña tajada. De todas partes había acudido
innumerable muchedumbre de muslimes, entre los
cuales se contaba el esforzado Muhámad ben Lebún
ben I$a, el gobernador de Lorca. La guarnición cristiana,
formada de 12.000 infantes y 1.000 caballos, se defen-
día con tesón admirable (2).
Comenzó, sin embargo, á escasearles el agua, y
lo que no habían los sitiadores alcanzado con las
armas, iban á lograrlo por la falta que experimentaban
los cristianos. Súpolo Alfonso VI, y se propuso sal-
varlos- Escribió á Rodrigo diciéndole que tan luego
recibiera la carta se pusiera en camino para Aledo,
socorriera á sus defensores y peleara con Yúsuf y
con los demás sarracenos que combatían el castillo.
(1) Crón. Gral., 1. c— Crón. Leonesa.
(2) Conde, III, 1 8. .
— 2TJ —
Rodrigo contestó por conducto de los mismos que le
trajeron el aviso: «Venga el rey mi señor, según ha
prometido, que yo preparado estoy á socorrer de buen
grado el castillo; suplicóle, sin embargo, tenga la
bondad de darme conocimiento de su venida».
Al instante salió de Requena el Cam peador y pasó
á Játiba. Allí le alcanzó un mensajero del rey, el cual
le dijo que Alfonso estaba con gran ejército, de
18.000 combatientes, en Toledo. Y, como se le hu-
biera dicho que esperase en Villena, por donde con
seguridad pasaría el monarca, se trasladó á Onteniente
y allí se detuvo por ser más abundante en pastos que
Villena; mas, para estar al tanto del paso del rey, envió
destacamentos á la expresada villa y á Chinchilla. Estas
medidas fueron de ningún efecto, porque, apartándo-
se Alfonso del itinerario que había anunciado, bajó
por distinto camino al Segura.
Gran disgusto padeció Rodrigo al saber que el rey
ya iba delante. Desde Hellin, donde tuvo la noticia,
corrió, ansioso de averiguar el paradero del monarca;
adelantándose con unos pocos á los suyos, llegó á Mo-
lina. No esperaron los muslimes la llegada del ejército
castellano, sino que, á la fama de su venida, Yúsuf, ha-
bido consejo, se fué rttirando hacia Lorca; y, no cre-
yéndose seguro en España, en Almería se embarcó
para África. Hasta cien caballeros sacó de Aledo Alfon-
so: todos los demás habían perecidode hambre ó pelean-
do. Esto fué ya entrado el año 483 (marzo de 1090) (1).
Rodrigo, muy abatido, pasó á Elche, donde estaba
(0 Crón. Leonesa.— Conde, III, 19.
— 228 —
su ejército. Con permiso suyo, algunos de los soldados
que se trajo de Castilla, regresaron á ella. Alfonso
volvió á Toledo. Los émulos del Cid le acusaron al rey
de vasallo infiel,, pérfido y traidor, y de que si no se
había unido á la expedición, fué con propósito de que
los castellanos murieran á manos de los sarracenos.
Alfonso, que bien poco había de menester para irritarse
contra el Campeador, mandó se le privase de los casti-
llos, villas y honores que le había otorgado; hizo que
se le despojara hasta de su mismo patrimonio, y, no
respetando ya nada, ordenó se le tomara todo el ora
y plata que se descubriera fuesen suyos, y que su mujer
é hijos fueran encarcelados. El enojo que por tan in-
justos atropellos se apoderó de Rodrigo es indecible.
Al momento envió al rey por mensajero á uno de sus
más fieles servidores, para que por las armas probase
la inocencia de Rodrigo. Cuatro testimonios diferen-
tes presentó el enviado del Cid; mas el rey se negó á
dar satisfacción alguna.
En Elche estaba Rodrigo el día de la Natividad del
Señor (25 diciembre de 1090). Celebrada allí dicha
Pascua, siguió hacia el norte por la costa, y llegó á
Polop, castillo en que había una cueva llena de dinero.
Le sitió y combatió, y al cabo de pocos días fué toma-
do por asalto. Encontró gran cantidad de oro, plata y
telas preciosas; y, con tantas riquezas, siguió hasta el
puerto deTárbena, á poca distancia del cual, ya en la
jurisdicción de Denia, en el sitio llamado Ondara,
reparó un castillo y le hizo fuerte (1).
(f) Crónica Leonesa.
— 229 —
Allí tuvo el ayuno de la Cuaresma y celebró la
Pascua de Resurrección (13 abril de 1091). Bien dice
la Crónica general que entonces fué á guerrear con el
señor de Denia y de Játibá; que cerca de la primera
pasó el invierno; que cada día enviaba sus algaras á
correr la tierra; que causó tantos males y quebrantos,
que desde Orihuela hasta Játiba «non fincó pared», y
que con infinitos cautivos y presa de vacas, ovejas y
muchas otras cosas, vino á Valencia, vendió lo que
quiso y tomó lo que él y sus terribles soldados
habían de menester (1).
El emir de Denia, en cuyo territorio estaba Rodrigo,
le envió en solicitud de paz un mensajero: estable-
cida que fué, se apartó de allí el Cid y vino hacia
Valencia. Cuando el emir de ésta supo que el de Denia
había pactado paces con el Cid, llenóse de miedo, y,
celebrado consejo con los suyos, envió muchos rega-
los al caudillo castellano: la amistad entre los dos
quedó afirmada. De igual modo, recibió Rodrigo in-
numerables tributos de todos los castillos rebeldes al
rey de Valencia, que parece desdeñaban su imperio (2).
Al tiempo que el Campeador entraba en Valencia,
Mondhir salió de Lérida y Tortosa y vino á Murvie-
dro. Al saber el emir de Denia que entre Rodrigo y el
de Valencia se habían pactado las paces, poseído de
espanto, salió de Murviedro á media noche y se alejó.
El Cid, queriendo hacer una correría hacia Tortosa,
salió del territorio de Valencia y llegó á Burriana. Allí
(1) Crón. Gral., f. 321, v.
(2) Crónica Leonesa.
y
— 230 —
supo que Al Hágib, ó Mondhir, andaba en tratos con
Sancho Ramírez, con Berenguer Ramón II y con
Armengol, conde de Urgel, para arrojarle de su tierra
y obligarle á salir de su reino. Pero ni el rey de
Aragón ni el conde de Barcelona se mostraron dispues-
tos á escuchar los ruegos del emir de Denia.
Rodrigo se detuvo en Burriana inmóvil como
piedra, esto es, sin preocuparle las gestiones que en
contra suya practicaba Mondhir. Después se corrió
hacia el norte y subió á los montes de Morella, donde
había, no sólo abundancia de pastos, sino también
innumerables rebaños. Al ver Mondhir que le estragaba
la tierra, «ca non le avíe dejado nin pan, nin podíese
sembrar», solicitó el auxilio de el Fratricida, y éste,
ya recibida gran cantidad de dinero, con su ejército
salió al instante de Barcelona y se corrió hacia Zara-
goza. Por fin, puso su campo en Calamocha, territorio
de Albarracín (1).
Acompañado de unos pocos el conde, se adelantó
hasta Daroca, donde estaba Mostahín, el emir de
Zaragoza, y habló con él al objeto de establecer paz.
No sólo consiguió esto, sino que recibió además algún
dinero. Mostahín, atendiendo á los ruegos del conde,
marchó con él á la Rioja, donde estaba Alfonso VI, y
le pidieron que les facilitase soldados contra Rodrigo;
pero el rey de Castilla se negó á ello. Entonces,
Berenguer, con sus compañeros de armas, Bernardo,
Giraldo de Alemany y Dorea, seguidos de numeroso
ejército, fueron á parar á Calamocha.
(i) Crón. Gral., f. 321.
— 231 —
Rodrigo estaba acampado en Tobar del Pinar, valle
en el cual sólo podía penetrarse por una cañada muy
angosta.* El emir de Zaragoza, bien fuese por amistad,
ó por estar á la ganancia con el vencedor, le dio aviso
de que estuviese preparado á luchar con el conde de
Barcelona. Rodrigo, como dice la General, contestó:
«venga, ca esperarlo he»; ó, como dice la Leonesa:
«Rodrigo con sonrisa contestó al mensajero: doy
expresivas gracias á mi fiel amigo Mostahin, el emir de
Zaragoza, porque me ha revelado el propósito de
atacarme que abriga el conde de Barcelona; pero des-
precio al conde y á todos los suyos, y muy á gusto,
confiado en Dios, le espero aquí: si viene, tenga por
cierto que combatiré» (i).
Berenguer, seguido de su crecido ejército, llegó
por la montaña hasta cerca del sitio en que Rodrigo
había acampado, y clavó sus tiendas no lejos <^e las del
castellano. Una noche envió espías que explorasen la
situación del Cid, y hallaron que la tenía al pie de
un elevado monte. Al día siguiente escribió á Rodrigo
una carta concebida en estos términos: «Yo, Beren-
guer, conde de -Barcelona, junto con mis soldados,
digo á tí, Rodrigo, que hemos leído la carta que en-
viaste á Mostahin, á quien dijiste que nos la mostra-
se, y en ella hacías mofa de nosotros y nos llenabas de
vituperios, cosa que nos hizo encender en ira. No eran
pocas las injurias que en otras ocasiones nos inferiste,
por lo cual ya sentíamos contra ti grandísimo enojo.
¿Cuánto mayor no le abrigaremos ahora, cuando de
(i) Crón. Gral., f. 322.— Crón. Leonesa.
— 232 —
nosotros acabas de hacer mayores burlas y escarnios?
Aún obra en tu poder el dinero que ha poco nos has
quitado; y Dios, que es poderoso, nos vengará de
tantos agravios. Más grave es todavía el habernos
comparado á nuestras mujeres; y, no queriendo que
tú ni los tuyos hagáis tanta burla, rogamos y supli-
camos al Señor, que te ponga en nuestras manos,
para probarte que valemos algo más que nuestras
mujeres. También dijiste al rey Mostahin que si no
íbamos á combatirte, saldrías tú á nuestro encuentro
antes de que él volviese á Monzón, y que si retrasá-
bamos el salirte al paso, tú nos buscarías. Encareci-
damente te suplicamos que no nos vituperes por
semejante causa; que hoy no hemos bajado adonde
estás, porque hemos querido cerciorarnos de la pre-
sencia de tu ejército: ya vemos que al amparo de ese
monte qo rehuyes la pelea. También vemos que los
montes, los cuervos, las cornejas, los gavilanes, las
águilas y toda suerte de aves, son tus dioses, porque
más confías en sus augurios que en Dios; nosotros,
pues, creemos y adoramos á un solo Dios, el cual nos
vengará de ti y te entregará en nuestras manos. Maña-
na, Dios mediante, nos verás muy cerca de tí y aun
enfrente de tí. Si eres el mismo Rodrigo á quien
llaman guerrero y Campeador, saldrás al llano á
nuestro encuentro y te apartarás de ese monte; y, si
así no lo hicieres, mereces te llamen, en castellano,
alevoso, y en catalán, bau^ador y embustero. De poco ha
de servirte la ostentación que haces de tu poder;
iremos contra ti y no hemos de apartarnos hasta que
pares en nuestras manos muerto, ó cautivo y aprisio-
— 233 —
nado con cadenas de hierro. En fin: haremos de tí
al-bara^, aquello mismo que escribiste haber hecho tú
de nosotros. Y Dios vengará á sus iglesias, las cuales
rompiste y violaste.»
Leída que fué dicha carta en presencia de Rochigo,
al instante mandó escribir otra, que fué remitida al
conde. Decía asi: «Yo, Rodrigo, junto con mis compa-
ñeros, á ti, Berenguer y a los tuyos, salud. Sabe que
oí tu carta y quedo enterado de su contenido. Por lo
que respecta á lo de la carta que escribí á Mostahín y
á que en ella hacía mofa de ti y de los tuyos, es cierto.
Hice burla, y aún la hago. Te diré el motivo: cuando
estuviste con Mostahín hacia Calatayud, le dijiste que
por miedo á tí no me atrevía á penetrar en estas tierras.
Los tuyos, á saber, Ramón de Barán y otros caballeros
tuyos, repitieron esto mismo haciendo burla en Casti-
lla ante el rey Alfonso y en presencia de castellanos. Tú
mismo, estando con Mostahín, dijiste al rey Al-
fonso que me habías de combatir, que vencido me
arrojarías de las tierras de Mondhir y que no me
atrevetía á esperarte en ellas; pero que, por amor al
rey, habías dejado de hacerlo hasta ahora, pues era yo
su vasallo. De ahí que no pudiera contener la risa, y
aún la tengo, y que os haya comparado á vuestras
mujeres, pues sólo fuerzas de mujer mostráis. Ahora
no puedes excusar pelear conmigo, si es que así lo
deseas. Si lo .rehuyes, todo el mundo me tendrá en la
estimación que merezco; y si quieres salir á mi encuen-
tro, ya he venido, y no te temo. Supongo que no
ignoras el daño que os he causado. Tampoco yo
ignoro que has hecho pacto con Mondhir y que te dio
30
— 234 —
dinero para que me expulsases y arrojases de sus
dominios. Creo, pues, que vienes obligado á cumplir
tu compromiso, pero que no te atreverás á hacerlo:
no temas lanzarte contra mí, que te espero en lo más
llano1* de estas tierras. También te aseguro que de
nada os ha de aprovechar el rehuir el combate. Si os
atrevéis, no he de negaros el sueldo que acostumbro
pagaros. Y, si no venís, escribiré al rey Alfonso y
enviaré mensajeros á Mostahín diciéndoles que cuanto
prometiste y te jactabas de realizar, por miedo á mí
dejaste de cumplirlo. Y no sólo á dichos dos reyes,
sino que también á todos los nobles, cristianos y
moros lo haré saber: bien que todos ellos saben que te
hice prisionero y que en mi poder obra aún el dinero
tuyo y el de tu gente. Ahora te espero sin temor
en este llano: si te atreves á venir contra mí, te mos-
traré parte de tu dinero, no para tu provecho, sino
para tu daño. Te has jactado, con vanas palabras, de
tenerme en tus manos vencido, prisionero, ó muerto:
esto, pues, está en la mano de Dios, no en la tuya.
Con gran falsedad me llamaste aleve, según el fuero de
Castilla, ó bauqa, con arreglo al de Francia. Nunca yo
lo fui; quien lo fué, según consta, es uno á quien tú
conoces, y no le desconocen cristianos ni moros. Pero
dejémonos de palabras, y, como es costumbre entre
buenos caballeros, decidan las armas tales cuestiones.
Ven, no tardes. Recibirás la paga que acostumbro
darte.»
La lectura de esta carta encendió en cólera y rabia
á Berenguer y á los suyos. Tuvieron consejo y deci-
dieron que á la noche siguiente fuesen algunos sóida-
— 235 —
dos al monte á cuya falda tenía Rodrigo sus tiendas,
y que subiesen á la cumbre y la ocupasen: pensaban
asi romper el campamento castellano y apoderarse de
sus tiendas. Venida la noche, ocuparon el monte, sin
que Rodrigo lo supiese. ,
Al amanecer del día siguiente, el conde y los suyos
corrieron hacia el campamento cristiano lanzando
gritos. Rodrigo, vista la villanía del enemigo, braman-
do de coraje, mandó á los suyos se vistiesen al
momento ks lorigas y que, ordenadas las haces, estu-
viesen á punto. Acometió Rodrigo á la del conde, y la
rompió y venció en el primer encuentro. Sin embargo,
estando el Cid peleando, cayó del caballo; pero su
cuerpo quedó ileso, aunque maltratado.
No por tal incidente dejaron sus soldados de
seguir luchando, sino que continuaron con mayor
esfuerzo, hasta que el conde y su ejército fueron
vencidos. Los muertos fueron innumerables; el conde
y 5.000 soldados suyos quedaron prisioneros, los
cuales fueron conducidos á la presencia de Rodrigo.
Éste mandó que Berenguer y algunos otros, á
saber, Bernardo, Giraldo Alemany, Ramón Muróm
Ricardo Guillem y algunos otros, fueran tenidos á
buen recaudo. Los soldados de Rodrigo entraron en
el campamento enemigo: recogieron muchos despojos,
vasos de oro y de plata, telas preciosas, mulos, caba-
llos, lanzas, lorigas, escudos y otros muchos objetos,
todo lo cual fué por entero presentado á Rodrigo.
Viéndose Berenguer herido y cautivo en poder del
Campeador, fué humilde y confuso á pedir misericor-
dia á Rodrigo, que estaba sentado en su tienda. Con
— 236 —
muchos ruegos le pidió perdón; mas el castellano no
quiso recibirle con benignidad, ni aún le permitió
sentarse en su tienda, sino que mandó que sus solda-
dos le custodiasen fuera de la tienda; hizo, sin em-
bargo, que se le proporcionaran solícitamente alimen-
tos. Por fin, le consintió que volviese librea sus estados.
Pocos, días después, ya recobrada por Rodrigo la
salud, convino con Berenguer y con Giraldo Alemany,
en que por su redención pagarían 80.000 doblas de
oro de Valencia. Los demás prisioneros se obligaron á
enfregar dentro de algún tiempo cierta cantidad.
Volvieron luego con el dinero del rescate; y, como no
tuvieran lo bastante para completar la cantidad, dejaban
en rehenes á sus hijos y padres. Enternecido Rodrigo
con semejante escena, no sólo les permitió que fuesen
libres á sus tierras, sino que les perdonó lo que
íaltaban á entregar. Reconocidos ellos á tanta magna-
nimidad, dieron gracias á su nobleza y piedad, prome-
tieron, á la vez, servirle con todo lo suyo, y gozosos
volvieron á su tierra (1).
Rodrigo se dirigió después hacia Zaragoza, y en
un lugar llamado Salarca, ó Schacarca, inmediato á
aquella ciudad, se detuvo por espacio de dos meses.
Pasó luego á Daroca, donde había abundancia de
pastos y de ganado. Allí estuvo mucho tiempo, pues
adoleció de grave enfermedad. Entonces Rodrigo
envió algunos de sus caballeros con cartas para Mos-
tahín, á quien encontraron en Zaragoza, y se las
entregaron. Hallábase también allí Berenguer Ramón II.
(1) Crón. Gral., f. 322. — Crón. Leonesa.
— 237 —
Al saber éste que aquellos caballeros eran enviados
del Campeador, habló con ellos y les dijo: «Saludad
de mi parte á mi amigo Rodrigo, pues quiero ser
su amigo y auxiliarle en todas sus necesidades: no
dejéis de manifestárselo».
Ya recobrada la salud, los mensajeros le dieron á
entender lo que el conde les habia dicho. Mas él
negóse á condescender con lo que Berenguer pretendía.
Sorprendidos los allegados del Cid, le dijeron: «¿Qué
es esto? ¿qué mal te ha causado el conde, para que
rehuses establecer alianza con él? Le has tenido ven-
cido, prisionero y cautivo; le has arrebatado sus
tributos y riquezas, ¿y te niegas á tener paz con él?
No eres tú quien la quiere, sino él.» Tales razones
inclinaron, por fin, el ánimo de Rodrigo, y prometió
"que los deseos de el Fratricida se verían cumplidos.
Sabida por ^1 conde y por los suyos la resolución del
Campeador, se alegraron sobremanera.
Entonces salió de Zaragoza Berenguer y acudió ai
campamento del héroe castellano: allí se estableció paz
y amistad entre los dos. Puso el conde todos sus
dominios bajo la protección del burgalés, y juntos
bajaron hasta la costa. Rodrigo sentó sus reales en
Burriana, y Berenguer, apartándose de él, cruzó el
'Ebro y volvió á su tierra. El Campeador permaneció
ralli algún tiempo, y se vino á Cebolla (gebal, ó mon-
taña) ó el Puig, donde celebró la Pascua (28 marzo
de 1092) (1).
Dice la Crónica General, que cuando el señor de
(0 Crón. Leonesa.
— 238 —
Denia y de Tortosa tuvo noticia de la rota que
su aliado había experimentado en Tobar del Pinar,
hubo grandísimo disgusto, de que adoleció y murió.
Su reinado duró nueve años, pues comenzó á reinar
al fallecimiento de su padre, Moctádir, en el 474
(junio 1081-1082). Dice muy bien un historiadpr,
que «fué su vida una continua guerra. Atacado por
todos lados, á todos hace frente, ya sea el rey de
Zaragoza, ó bien Rodrigo de Vivar, ó al Cádir de
Valencia, ó el poderoso monarca de Castilla; bien
vengan solos, ó ya se junten en su daño: nunca
consiguen que se declare vencido, pues, infatigable
siempre, reúne recursos, allega gentes, contrae alian-
zas, y siempre presenta la frente al enemigo; y no
sólo se defiende, sino que va lejos á presentarle el
ataque, conduciendo sus haces en persona» (1).
A diferencia de su padre, que reconoció, según
acusa la numismática, el imanato de Hixem II, no
menciona en las suyas imanato alguno, si bien se con-
tenta con el modesto titulo de ministro (háchib,
fagib ó fange), muy usado en la época de los reyes de
taifas y por éstos, como antes por los primeros minis-
tros de los Omeyas. Mondhir toma, además, el
dictado sultánico de Columna del Estado (Imado-d-
Daulah).
Dejó Mondhir un hijo de pocos años, llamado
Suleimán Cido-d-Daulah (Salomón, Principe del Esta-
do). También, como su padre, se ó tituló sencilla-
mente háchib y no reconoció imanato de nadie. De su
(1) Chabis, Hist. de Denia, II, $.
— 239 —
tutela se encargaron los Beni Betyr, uno de los cuales
se encargó del gobierno de Tortosa; otro, del de
Játiba, y un primo, del de Denia (i).
El Cid volvió áx Valencia, y dijo «que ói apremiarle
á cuantos señores eran en la Andalucía (España), de
manera que todos serien suyos.» Entonces llegó á su
apogeo de gloria. Comprendiendo los Beni Betyr que
mal podrían conservar los estados de Suleimán sino
estando en paz con el Cid, se pusieron humildemente
bajo su protección y le prometieron cuanta contribu-
ción les impusiese. El Cid les pidió 50.000 maravedíes
al año: lo aceptaron, y túvoles la tierra, desde Tor-
tosa hasta Orihuela, en su defendimiento y á su
mandato.
Además, le daban: Abezay (Aben Hodzail), señor
de Albarracín, 10.000; Aben Cásim, señor de Alpuente,
otros 10.000; el de Murviedro, 8.000; el castillo de
Segorbe, 6.000; el de Jérica, 4.000; el de Almenara,
3.000, y el de Liria, 2.000. Pero «en aquel tiempo
non pechó Liria, ca era del señorío de Zaragoza; é el
Gd teníe en corazón de lidiar con él.» No tardó en
ponerlo en práctica (2).
Por más que Berenguer Ramón II le motejó en
su carta de impío, la piedad religiosa del Cid salta á la
vista en no pocos sucesos de su vida. «E de Valencia
tomaba el Cid 12.000 maravedís cada año, é, más, de
cada 1. 000, ciento para un obispo, que decíen Alai al
Manan (debe leerse al Ma/rdn=obispo) por su arábigo:
(1) Crón. Grah, f. 323.
(2) Groo. Gral., fol. 323.
— 240 —
asi que lo que el Cid mandaba en Valencia, eso era
fecho; e lo que él vedaba, eso era vedado» (1).
El castillo de Liria, por más que hubiera sido dado
por Yahya* en calidad de feudo á Mostahín, venia
obligado á pagar cada año 2.000 maravedíes, adinares
ó monedas de oro. Como se negara á su cumplimiento,
Rodrigo trató de hacerle entrar en razón- Próximo á
Valencia, le puso sitio, y no con ánimo de alzarle
pronto, puesto que alli distribuyó con largueza víveres-
á sus soldados. Tuvo, sin embargo, que apartarse
por haberle llegado cartas de la reina de Castilla
(doña Constanza) y de los amigos del Cid exhortán-
dole á que se uniera á la expedición mandada por
Alfonso VI contra Andalucía: ese acto, le deoían,
le reconciliaría con el rey. Por más que Liria, obligada
de los frecuentes combates y del hambre y de la sed,
no podía tardar en rendirse, Rodrigo no desoyó el
ruego de los amigos y de la reina, siempre dispuesto
á probar su lealtad á su monarca (2).
Haciendo el Cid largas jornadas con su ejército,
encontró el de Alfonso VI en Martos, territorio de
Córdoba. Al tener noticia de su llegada, el rey salió á
recibirle y le otorgó las mayores honras. No tardaron
mucho en separarse desavenidos.
El rey fijó su campamento en lo alto del monte;
y Rodrigo, para mejor defenderle, hizo poner en el
llano sus tiendas. Entonces, tocado de envidia Alfonso,
dijo á los suyos: «Ved y considerad cuánta injuria y
(1) Crón. Gral., 1. c.
(2) Crón. Leonesa.
— 241 —
afrenta nos ha inferido Rodrigo. Acaba de unirse
á nuestro ejército después de un largo camino, y llega
fatigado; y sin embargo, planta sus tiendas delante de
las nuestras.» Todos ellos, tocados del mismo mal,
émulos mal disimulados del Cid, respondieron al rey
que tenía razón y que Rodrigo pecaba de sobrado
presuntuoso. El rey permaneció allí durante seis días.
Dice la Crónica Leonesa que Yúsuf, rey de los
-almorávides (mohabitas), sabedor de que le esperaba
Alfonso, poseído de espanto y no atreviéndose á
medir sus armas con las de los cristianos, huvó con
su ejército alejándose de aquel paraje. La General no
habla de tal expedición. Es de notar que Yúsuf,
después de levantar el sitio puesto á Aledo, se volvió
al África, en ramadhan de 483 (octubre-noviembre
de 1090), y no vino á España hasta el 496 (octu-
bre 1102-1103). Es cierto, según testimonio de un
historiador árabe, que en el año 485 (febrero 1 092-1093)
reunió Alfonso sus ejércitos y corrió el país de Jaén.
Una donación de que habla el P. Risco, fechada el 12
<ie junio de 1092, habla de una jornada que entonces
se hacia contra los moros (1).
El autor árabe dice que Alfonso experimentó tan
seria derrota, que los muslimes tuvieron aquel triunfo
-como el más brillante después del alcanzado en Zalaca.
En tal caso, se explica el mal humor de que Alfonso
se hallaba poseído al regreso á Toledo (2).
Al llegar á Úbeda, junto al Guadalquivir, mandó
(1) Malo, Rodrigo el Campeador, II.— Risco, Hist. de Rodrigo Dia^ IX.
(2) Malo, I. c.
31
— 242 —
Rodrigo que allí fijaran sus tiendas los suyos. Alfonso,,
fundándose en malas razones, le increpó con palabras
duras. Montado en cólera, quiso y decretó que se le
aprisionara. Por más que Rodrigo tuvo de ello algún
conocimiento, dejó hablar al rey; pero, llegada la
noche, se apartó con bastante miedo y volvió á su
campamento. Muchos de los suyos le abandonaron y
fueron á engrosar el ejército de Alfonso.
Mientras el rey volvía á Toledo respirando ven-
ganza contra el Campeador, éste, poseído de tristeza,
pudo, tras muchas dificultades, entrar en el reino de
Valencia. Permaneció allí por largo tiempo. Habiendo
tropezado con un castillo, llamado Benicadell, que los
moros habían demolido, le puso en admirables con-
diciones de defensa, así en muros y torres, como en
víveres y número de soldados. Dicho castillo, tan
célebre en los tiempos del Cid como en los de Jaime I
de Aragón, estuvo en opinión de un docto arabista,
en la sierra de Mariola (1).
Desde Benicadell bajó el Cid á Valencia. Como
Yahya padeció una larga enfermedad, hasta el punto
de que todos le juzgaban como muerto, hubo el Cid
de cargar con el peso del gobierno (2). En tanto, las
armas de los almorávides estaban pujantes bajo la
dirección de Aben Aixa. Ya en 25 de xaban del año
484 (12 octubre de 1091), al apoderarse de Almería,
se congratulaba, en carta que escribió á Yúsuf, de que
en poco más de un año,^ cinco reinos habían sido
(1) Crón. Leonesa.
(2) Crón. Gral., f. 323
— 243 —
avasallados, y que sólo le faltaba dominar los de Denia,
Valencia y Zaragoza. Ya entrado el año 485 (febre-
ro 1092-1093), recibió aviso de que continuara sus
conquistas comenzando por Denia. Las dotes del
-caudillo africano eran las más á propósito para que los
deseos de Yúsuf se vieran realizados, sin que ello
requiriera el empleo de las armas: porque, siendo
«muy esforzado y virtuoso, sabio, justo y de apacible
trato,» hizo con su moderación y prudencia tantas
conquistas como con las armas (1).
La entrada de los almorávides en Murcia, despertó
en Valencia impresiones muy distintas. Los sarracenos *
corrieron á aquella ciudad para que Aben Aixa no se
detuviera en su marcha, sino que prosiguiera hasta
libertarlos del yugo de los cristianos; Rodrigo solicitó
de Mostahín una entrevista para contener el avance
de los africanos. Dejó en Valencia, en la Alcudia
(Tosal), una buena guarnición, á su wazir Aben al
Faraig, al obispo don Jerónimo, francés de nación, con
muchos cristianos, y á un enviado de Sancho Ramí-
rez, rey de Aragón y de Navarra, con 40 caballeros (2).
Salió el Cid hacia Morella, donde, según la Cró-
nica Leonesa, aún estaba el 25 de diciembre. Sucesos
de gran importancia se desarrollaron en la ciudad del
Turia mientras Rodrigo anduvo fuera de ella. No
pudiendo Alfonso VI apoderarse del Cid, resolvió
-castigarle arrebatándole á Valencia. Ello equivalía á
despojarle de la más hermosa de sus posesiones, á
herirle en la fibra más sensible de su corazón.
(1) Conde, III, 21.
(2) Crón. Gral., f. 323.
— 244 —
Comenzó por entenderse con las repúblicas de
Genova y Pisa , para que con sus escuadras impi-
diesen á Valencia todo auxilio por mar. No desoyeron
sus ruegos, y 400 barcos se presentaron en las costas
de Levante; pero, como en Valencia y en las demás
plazas del litoral había cundido la noticia, su presen-
cia fué de ningún efecto; además, una tempestad los
puso en dispersión (1).
Alfonso, que había acudido por tierra con nume-
roso ejército, no llegó á tiempo de ver la armada
auxiliar; y tuvo que retirarse más que deprisa á Cas-
tilla, por reclamarlo la defensa de susestados. El
Campeador se irritó y dejó sentir en laRioja el rigor
de su venganza.
Estando en Morella, donde celebró solemnemente
la Pascua de la Natividad, le visitó uno que le pro-
metió entregarle el castillo de Borja, poco distante de
Tudela. Yendo por el camino, le salió al paso un
mensaje del emir de Zaragoza anunciándole que
Sancho Ramírez le tenia desde el año anterior (109 1}
en gran opresión. Cambió Rodrigo de camino, y
con unos pocos se trasladó á la corte de Mostahin.
No se detuvo allí, sino que pasó á Fraga y pudo-
avenir al rey de Aragón con el emir de Zaragoza.
Rodrigo se detuvo en dicha ciudad bastante tiempo.
No permanecieron allí ociosas sus armas.
Sentido de que Alfonso VI, tras echarse con su
ejército sobre el castillo del Puig, pidiese á los gober-
nadores de los demás castillos de Valencia el tributo
(1) Malo, III.— Apéndices, XXI.
— 245 —
de cinco años que debían pagar al Cid, y, como las
respetuosas protestas de que al principio hizo uso no
lograran detenerle, hizo una entrada en la Rioja, que
era provincia del rey de Castilla. Gobernaba dicho
país el conde don Garcia Ordóñez, enemigo del Cam-
peador. Salió de Zaragoza con numeroso ejército
Rodrigo. Entró en tierras de Calahorra y de Nájera.
Se apoderó de Alberite y de Logroño. Taló y abrasó
con el mayor furor aquel país, y causó en los cristia-
nos gravísimos daños. Y luego se dirigió sobre Alfaro,
que no tardó en ser suyo.
Allí le llegó aviso de García Ordóñez, diciéndole
que si se detenia una semana, le darían batalla el
conde y los suyos. Contestó Rodrigo que venia gus-
toso en ello. Desde Zamora hasta Pamplona se reco-
gieron infinitos soldados, que llegaron hasta Alberite;
pero la imperturbable serenidad del Cid llenó de
miedo á su enemigo, y tuvo por más acertado retirarse
del sitio que Rodrigo ocupaba. Entonces salió de
Alfaro el Cid y regresó á Zaragoza, donde permaneció
muchos días agasajado y honrado por el Emir (i).
Al tiempo que Alfonso abandonaba las inmedia-
ciones de Valencia, las naves de Genova y de Pisa se
dirigieron sobre Tortosa, obrando en combinación por ,
tierra con Sancho Ramírez y con Berenguer Ramón II;
pero Dios la protegió y se retiraron de ella sin lograr
sus intentos.
Los almorávides, mandados por el caid Muhámad
ben Aixa, después de tener un encuentro con los
(i) Crón. Leonesa. — Malo, Rodrigo el Campeador, Apéndice XXI.
— 246 —
cristianos, en que éstos fueron derrotados, destronaron
al emir de Murcia y se dirigieron contra Denia, como
así lo había dispuesto Yúsuf. Su régulo huyó por mar
y se refugió entre los Hamudíes, cuyo rey era enton-
ces An Náhser ben Gálnaas, el cual le protegió y
dispensó honores.
«Embió luego (Aben Gehaf) sus mandaderos á Aben Axa,
■el adelantado de los almorávides, que era señor de Murcia, que
finiese e que le daríe á Valencia; e ovo su consejo cómo el
alcaide de Algezira de Júcar que embiase á decir otrosí á Aben
Axa que se apresurase á venir, ó que embiase su alcaide con
poder, e que veniesen para Algezira, que es cerca, e que se verníe
luego á Valencia. Aben A-xa, cuando vio los mandaderos, apresu-
róse á venir; e por quantos castiellos pasó por la carrera, todos
se dieron á él e le obedescieron. Cuando el alcaide de Denia sopo
•como veníe aqueste Aben Axa e como se le oviesen los castiellos
todos dados, non osó y fincar, e apoderóse Aben Axa en Denia.»
Estando Davud Aben Aixa en Denia, de la cual,
a*sí como de Játiba, siendo su gobernador Aben
Monead, se apoderó el almoravide sin mucha dificultad
ni efusión de sangre, el cadí de Valencia, Aben
Gehaf, fué á buscarle y le pidió que se viniese
con él á Valencia; mas no pudo lograr sino que le
diese algunos soldados al mando del caid Abu Náhser.
Aben Aixa, se lee en Conde, partió desde allí á Secura
{quizá Júcar, ó Alcira, como dice la General) (1).
<rE embió á Algezira de Júcar el su alcaide e apoderóse de
ella. E quando este mandado llegó á Valencia, fuxeron todos los
cristianos que estavan y del Ruiz Díaz mío Cid, e el obispo que
era y del rey don Alfonso, e el mandadero que estaba otrosí del
(1) Conde, 1. c. — Malo. Rodrigo el Campeador, Apéndice XXI.
— 247 —
rey don Ramiro (Sancho Ramírez) con los 40 cavalleros; e lieva-
ron lo que podieron lievar de lo suyo, e non quesieron y fincar.
^Estonces ovo grand miedo Aben al Farax, e non sabíe qué-
fazer. El rey de Valencia non cavalgava nin parescíe fuera; mas se
sabie que era guarido de aquel mal que oviera. E Aben al Farax
iva e veníe al alcázar, e fizo encender al rey la cuyta en que esta-
van. E ovieron su consejo que sacasen sus averes de Valencia e
que se fuesen. E embiaron á un castiello que dezíen Segorbe
muchas bestias cargadas de aver, e de sus riquezas, e de sus cosas,
con un sobrino de Aben al Farax; e embiaron otrosí otras muchas
cargas á un castiello que dizen Benaecab (al Acab, ú Olocáu), que
quiere dezir el castiello del Águila, e que fuese en encomienda
del alcaide que le teníe. E embiaron luego mandado á Zaragoza,
al Cid, que viniese. E el Cid detóvose en Zaragoza, según ha
dicho la estoria: e pasaron bien veinte días en este bollicio» (1).
De perfecto acuerdo con la General, dice Conde
que ((pasó el ejército (almoravide) á Valencia y la
cercó. Defendía esta ciudad el rey Yahye ben Dilnün
ayudado de los cristianos, que eran sus aliados, ó,
más bien, sus señores. Como valiente y sabio caudillo,
defendió y disputó, con sangrientas salidas y rebatos,
la entrada en ella. Viendo que era imposible mante-
nerla, los cristianos se retiraron de ella; y al Cádir,
ayudado del esforzado caudillo Aben Táhir, señor de
Tadmir, la defendió hasta la muerte. Y hubiera cos-
tado mucho tiempo y mucha sangre entrar en ella;
pero, por inteligencias con el cadí de la ciudad,
Áhmed ben Gehaf al Maferí, se abrieron las puertas
de la ciudad, y los almorávides entraron espada en
mano haciendo gran matanza en la gente de al Cádir;
y el mismo príncipe pereció con muchos nobles
(1) Crón. Gral., f. 3*4.
— 248 —
caballeros peleando como un león» (1). Dejando á
un lado la hipérbole del valor y de la soñada sucesión
de al Cádir á Yahya, que son un mismo personaje,
bastante queda de realidad en el fondo. Sigamos
copiando á la General, ya que tan abundantes y tan
seguros detalles nos proporciona.
«Movióse aquel alcaide Aldebahaya, que era en Algezira
alcaide, á la prima noche, con 20 cavalleros de los almorávides
e otros tantos de Algezira con ellos, e venieron todos vestidos de
unas vestiduras por que semejasen almorávides. E amanescióles
en Valencia á una puerta qual dizen la Puerta de Tudela (2); e
truxeron sus atambores; é sonó por toda la villa que veníen bien
500 cavalleros almorávides. E Aben al Farax ovo gran miedo,
e fuese para el alcázar á verse con el rey: e o vieron su consejo
que cerrasen las puertas de la villa e que non se reptasen fasta
que viesen qué era. E cerraron las puertas e pusieron sobrel
muro peones e ballesteros que guardasen.
>E fueron los ornes del rey á casa de Aben Jaf, aquel que
avernos dicho que enviara por el señor de los almorávides, e
llamáronle que saliese; e él estaba tremiendo en gran cuyta, que
non osava salir. Desi llegó M ayuda de los de la villa: e quando
vio qué compaña teníe que le ayudarle, salió; e fué contra el
alcázar con aquella compaña, e encontráronse con aquel Aben al
Farax, aquel alguacil del Cid, e presiéronle.
1E fueron todos los de la villa á las puertas, e embiaron los
ornes del rey dende. E querien abatir las puertas, mas non podie-
ron; e pusiéronles fuego, e ardieron; e otros echaron sogas por
el muro, e acogieron los almorávides dentro.
^Estonces el rey vestióse con vestiduras de mujer, e salióse
del alcázar en compañía de sus mujeres, e metióse en una casa
pequeña cerca del llano. E los de la villa metieron aquel alcaide
de los almorávides en el alcázar: e robaron quanto y fallaron
(1) Conde, 1. c.
(2) Frente á U vU de San Vicente estaba I a Fuerta dt TauUt (El Archivo, III, 224).
— 249 —
por las casas del rey, e mataron on cristiano que guardava la
puerta e otro que avíe y de Sancta María de Albarrazín que
guardava una de las torres del muro. Ésta fué una de las principales
por que se perdió Valencia e toda su gente fasta que la ganó el
Cid. E en una casa pequeña estudo el rey acogido.
*Des que este alcaide fué metido en el alcázar, tornóse Aben
Jaf á su casa. E quando vio que todo el puebro teníe con él, e
que '1 ayudavan, e que eran todos de su parte e á su manda-
miento, e vido que teníe preso á Aben al Farax, alguacil del Cid,
cresjció mucho su corazón e enloquesció. E presciábase, que
desdeñaba á los otros que eran tan buenos como él e mejores,
porque oviera todas las cosas que cobdiziaba; pero diz que era
de buenos ornes, ca sus abuelos e su padre, des que fuera Va*
lencia de moros, siempre fueron alcaides, uno em pos de otro,
fasta su tiempo: e eran ornes sabios e muy ricos.
>Desi sopo este Aben Jaf como el rey de Valencia non era
ido de la villa, empezó '1 á buscar, e fallólo ascondido en aque-
lla casa pequeña, con ya quantas mujeres de las suyas. E quando
saliera este rey del alcázar, sacara consigo, de sus tesoros, del
más presciado e nobre aljófar que podríe ser, que lo non podríen
fallar en ningún logar tal nin tan mejor; otrosí de piedras pres-
ciadas, e de zafires e de esmeraldas. E sacara una arqueta que
era toda de oro, muy llena de todas estas cosas. E teníe en su
cinta un sartal de piedras preciosas e de aljófar: tal, qual nunca
rey oviera nin cosa tan rica nin tan preciada como aquel sartal
era. E diz que fué de Seleyda (Zobaiha), mujer que fué de Aben
ar Rexit (Harún ar Raschid), el que fué señor de Belcab (Bagdad);
e que pasó después á los reyes Benivoyas (los Omeyas), que
fueron señores de Andalucía; e después fué este sartal, de Alí
Maimón (al Mamún), señor que fué de Toledo; e oviera '1 este
Yaya, rey de Valencia.
*De aquel sartal e de las otras cosas muy preciadas que teníe
este que fué rey de Valencia, cresció '1 á Aben Jaf gran cobdicia,
e luego cuidó en su corazón cómo lo averie e no '1 sopiese nin-
guno. E asmó que non podríe ser encubierto, si no '1 matase.
E puso sobrél guardas que '1 guardasen todo '1 día e la noche, e
32
— 250 —
que '1 matasen. E quando fué la noche, cortáronle la cabeza
aquellos que lo guardavan. E mandólo echar en una laguna que
era cerca de su casa. E tomó aquel tesoro e apoderóse dello; e
aquellos que lo guardavan, otrosi lo que pudieron aver, ascen-
diéronlo e toviéronselo.
»E fincó el cuerpo en aquel logar onde lo mataron, fasta otro
día mañana. E vino gran compaña, e tomó el cuerpo e puso '1
en las trezes (unas angarillas) del lecho, e cobrió '1 con una
acitara (gualdrapa) vieja, e llevó '1 fuera de la villa, e fizo '1 una
fuesa en un logar do yazien los camellos; e soterráronle allí, sin
mortaja, como á otro orne vil.* (1)
De conformidad con esto se lee en autor árabe, á
quien, sin duda, ha copiado Conde: «El faquí Abu
Áhmed ben Gehaf, que por entonces era cadí en Va-
lencia, cuando vio que el ejército de los almorávides
se acercaba y se cercioró de que por otro lado estaba
este tirano (el Cid), á quien Dios maldiga, excitó los
ánimos á una rebelión y quiso imitar las agudezas del
ratero cuando hay bulla y ruido en el mercado; y de-
seó llegar al poder engañando á los dos contendientes»
pero olvidó el lamido del zorro y las dos cabras mon-
teses. Y antes de realizar este proyecto, rogó al Emir
ai Moslemín (Yúsuf ben Taxíin) que le diese algunos
pocos de sus soldados; y con ellos sorprendió el pala-
ció de Ben Dzin Nun, hombre duro é inicuo al par
que negligente, que se miraba desamparado de sus
mejores compañeros y cuyo poder se bamboleaba en
términos de no tener más defensores que sus lágrimas
ni nadie que le llorase sino el hierro de su lanza. En-
tonces le mató, dicen que por manos de uno de los
(i)Crón. Gral., f. 324.
— 2JI —
Beni Jadidí, deseoso de vengar á sus parientes, que,
ó habían perecido á las órdenes de al Cádir, ó les
había privado de sus honores. Y con ocasión del ase-
sinato de Ben Dzin Nun al Cádir, dijo Abu Abde-
rrahmán ben Tháher:
«¡Oh, tú, el que tienes un ojo azul y otro negro: vete des-
pacio, porque has cometido un grave crimen! His asesinado al
rey Yahya y te has vestido su túnica. Llegará el día de darte tu
merecido, sin que tengas poder bastante para impedirlo» (i).
Según un autor, la muerte de Yahya ocurrió en el
año 845 (febrero 1092-1093) (2); y de la carta que
Rodrigo escribió á Aben Gehaf, se desprende que fué
á la salida del ramadhán de dicho año, en la noche del
4 al 5 de noviembre de 1092 (3). Pero esta fecha no
concuerda con el hecho de la acometida de Alfonso VI
á Valencia, ni con la permanencia del Cid en Morella
el 25 de diciembre del mismo año.
A ser cierto lo que dice Conde, el mismo Abde-
rrahmán ben Táhir no se limitó á lamentar el triste fin
de quien se había sentado en dos tronos; sino que des-
pués de la horrible muerte que padeció Aben Gehaf,
se trasladó á Murcia y se llevó consigo los restos mor-
tales de Yahya y les dio honrosa sepultura (4).
(1) Malo, 1. c— Conde, III, 1. c.
(2) Conde, III, 21. — Malo, Rodrigo el Campeador, apéndice XXI.
($) Crón. Gral., f. 324.
(4) Conde, III, 22.
CAPÍTULO V
período republica.no
<nov. 10»'£-jul. ÍOOB).
Tieie ti Cid conocimiento de la muerte de Y.nya.-Su venida il Puíg.-Sítio de esta fortaleza.—
Incapacidad de Aben Gehefparael mando.— C>n« de Rodrigo al «di.— Orden comunicada por
el Cid n loa altillos de I. jurisdicción de Valencia.— El tenor dt Morvitdco tntrtga loa joyos al
de Alb.tr.cic— Algarai en 1. butrta de Val toca.— Reaptto y consideración a los trabijidoréi del
campo. — Ejérci ta de detenta ca Valentía.— Cuna civil eo la eludid.— Loa Beni Gtiicliib.— El
alcaide dt Carita.— Fomenta Rodrigóla diicordíi en la ciudad.— Procura ganarse il cadi.— Se
apoderada tesoro enviado á Aben Aiva — Rendición del Puig y reedificación de la villa y caa-
(tllo.— Establece Rodrigo su campamento en la Derramada.— El wallif dt Moat.hln. — Apodirnnat
rrió la aciaga muerte de Yahya al Cádir
n el año 485 (feb. 1092-1093) (1), á la
ilidadel ramadhán, ó sea en la noche del
4 al s de noviembre de 1092, como lo indica la carta
de Rodrigo á Aben Gehaf, según luego se verá.
Los criados, eunucos y soldados que permanecie-
ron fieles al infeliz Yahya, huyeron al Puig, castillo
que estaba á la sazón en poder de un natural de Alba-
rracin, que tenia la fortaleza en nombre de los Beni
Cásim. Á los salidos de Valencia los recibid un judío
llamado Al Mojife.
Algunos otros, partidarios también de Yahya, fue-
ron á Zaragoza, donde se hallaba Rodrigo, á ponerle
al tanto de los sucesos ocurridos en Valencia. Al ins-
(i) Malo de Molina, apéndice XXI.
— 253 —
tante emprendió la marcha hacia Valencia y se enca-
minó al Puig, cerca de cuyo castillo estableció su cam-
pamento. Se le unieron los partidarios de Yahya que
habían abandonado á Valencia, pactaron alianza con
él y se pusieron incondicionalmente á sus órdenes (i).
Según la versión árabe, «tan luego como esto (lo
sucedido en Valencia) llegó á noticia del Campeador,
que se encontraba cercando á Zaragoza, se encolerizó,
y su ánimo se irritó, y cesó en él la amistad de Aben
Gehaf; porque Valencia, en su opinión, estaba en su
obediencia, pues Al Cádir le pagaba de tributo cien
mil adinares (2) por año. Caminó, pues, desde Zara-
goza hasta Valencia, y la sitió por espacio de veinte
meses, hasta que la tomó por fuerza» (3).
Dice el autor á quien acabamos de citar, que Ro-
drigo estaba cercando á Zaragoza, ó que estaba ene-
mistado con Mostahín; mientras que en la Crónica
General no consta semejante falta de harmonía, lo cual
confirma otro autor árabe. Después de la muerte de
Yahya, cuenta lo que sigue: «Cuando Ájmed ben Yúsuf
ben Hud, el que en estos mismos momentos se agita
-en Zaragoza, se cercioró de que los soldados de Emir
al Moslemín (Yúsuf ben Taxfín) salían de todos los
desfiladeros y se subían por todas partes á los puntos
más elevados, excitó á un cierto perro de los perros
gallegos (un cristiano de los de Castilla), llamado
Rodrigo, y apellidado el Campeador. Era éste un
(1) Crónica General, f. 324, v.
(2) Medio millón de reales, según la equivalencia de Malo de Molina.
(3) Malo de Molina, 1. c.
— 254 —
hombre muy sagaz, amigo de hacer prisioneros y muy
molesto. Dio muchas batallas en la Península, y causó
infinitos daños de todas especies á las thaifas que la
habitaban, y las venció y las sojuzgó. Los Beni Hud,
en tiempos anteriores, fueron los que le hicieron salir
de su oscuridad. Le pidieron su apoyo para sus grandes
violencias, para sus proyectos viles y despreciables; le
habían entregado en señorío ciertas comarcas de la
Península, y puso su planta en los confines de sus cinco
mejores regiones, y plantó su bandera en la parte más
escogida de ellas, hasta el punto de robustecer su impe-
rio; y, semejante á un buitre, depredó las provincias
cercanas y las más apartadas. Al ver (Ájmed) lo que
les sucedía (con la venida de los almorávides), temiendo
la caída de su reino y cerciorándose de que sus asuntos
iban mal, trató de poner al Campeador entre él y la
vanguardia de los ejércitos de Emir al Moslemín, y le
facilitó (á Rodrigo) el paso para las comarcas de Valen-
cia, y le proporcionó dinero y le mandó después hom-
bres. Descendió, pues, á las inmediaciones de Valen-
cia, en donde se aposentaba la discordia y sus habi-
tantes estaban divididos, á causa de que el fakih Abu
Ájmed ben Gehaf, que por entonces era kaadhi en
Valencia, cuando vio el ejército de los almorávides que
se acercaba y se cercioró de que por otro lado estaba
este tirano (Rodrigo), á quien Dios maldiga, excitó los
ánimos á una rebelión »
El mismo autor, después de narrar la muerte de
Yahya, añade: «Y luego que terminó su proyecto
Abu Ájmed y que, según su modo de ver, estaba
firme su poderío, estallaron tumultos, y las puntas de
— 255 —
Jas espadas se volvieron irritadas unas contra otras,
porque, como se veía obligado á dirigir su vista hacia
los asuntos públicos del reino, que no los habia
manejado antes, estaba en la oscuridad de sus secre-
tos; y, debiendo arreglar la marcha de los asuntos
administrativos, no tenia ciencia para abordarlos con
presteza y para entrar en lo estrecho de sus sinuosi-
dades. Él no sabía más que hacer comprender la ley á
los litigantes, conducir al combate los negros pendo-
nes, declarar la mavor solemnidad de los contratos
entre si y escoger (la verdad) entre diversos testigos.
Se cuidaba sólo de recoger lo que restaba aun del
tesoro de Ben Dzin-Nun y se olvidaba de reunir
soldados y de atender á los asuntos de sus pro-
vincias» (i).
De la incapacidad de Aben Gehaf para el manejo
de las riendas del Estado, da, en consonancia con el
autor árabe, testimonio la Crónica General: «Abenjaf
estava en su casa con muy lozano continente de rey,
e non tornava cabeza en ninguna cosa de quanto era
menester para mantener su estado que él cuidava tener.
E metía mientes en librar sus cosas e en poner guardas
que le guardasen en derredor de su casa, los unos
de noche, e los otros de día. E ordenó cuáles fuesen
escribanos de su poridad (sus ministros) que le
fiziesen las cartas para embiar. E escogió de los ornes
buenos de la villa que oviessen á estar con él e guar-
darle. E quando cavalgava iban muchos cavalleros e
monteros con él armados. E quando iba por la calle
(i) Malo de Molina, apéndice XX
— 2$6 —
davan las mujeres grandes alegrías con él, e salían
á otearle, e pagávase él mucho destas vanidades: e
fazíe todas sus cosas como por rey; e esto fazíe por
abajar preyto de un su hermano que era alcalde de la
villa; e por mostrar que él era señor; e no '1 preciaba
nada, nin mandava, nin vedava, fueras que le dava
que espendiese él e toda su compaña mucho escasa-
mente» (i). Pocos son aquellos á quienes no deslum-
hra y desvanece el mando supremo, y aun el no
supremo.
Había Rodrigo, según apunta la Historia Leonesa,
salido de Alfaro y llegado á Zaragoza, donde perma-
neció durante algún tiempo muy honrado por Mos-
tahin. Estando luego en camino para Valencia seguido
de su ejército, tropezó con un mensajero, el cual le
anunció que los almorávides habían llegado á las
comarcas de Levante, las cuales habían sido devastadas,
y que habían entrado en Valencia, en cuya posesión
seguían; y, lo que era más de lamentar, los propios
subditos de al Cádir, rey de Valencia, le habían traicio-
nado, y había sido muerto. Al oir Rodrigo esto,
marchó velozmente hacia el Puig, y al instante le
puso sitio. Esto, que explica por qué sentó sus reales
junto al castillo, como se lee en la General, termina,
con arreglo al escritor árabe: «si Rodrigo no hubiese
llegado tan pronto á las inmediaciones de Valencia,
los almorávides se hubieran adelantado hasta ocupar
toda España, sin escapar Lérida y Zaragoza» (2).
(1) Crónica General, 1. c.
(2) Historia Leonesa.
Aunque fué breve la resistencia que el Piiic opt:>o
á Rodrigo, duró lo bastante para que coincidiera con
los primeros ataques contra Valencia. <*E embió (Ro-
drigo) su carta á Abeniaf desdenadamente: e de.^:e en
la carta, que ;!oado Dios que le ayudara ayunar su
quaresma e que cumpliera su ayuno con buen sacri-
ficio en matar su señor! E embiava 1 reptar que t;/ie-
ra muy mala cosa en echar la cabeza de su señor en
la laguna, e el cuerpo al muladar, e soterrarle, E en ün
de la carta embió 1 dezir que le diese su pan que
dejara en Valencia en su almacén.»
Contestó Aben Gehaf, que el trigo habia sido todo
robado; que Valencia era del emir de los almorávi-
des, y que si él quería estar á las órdenes de Yúsuf
ben Taxfin, Aben Gehaf interpondría su valimiento
para que el Emir le recibiera. Este insulto llenó de
indignación a Rodrigo: tuvo por «necio e por torpe»
al cadi, esto es, por incapaz para conservar el reino
de que violenta é injustamente se habia apoderado.
Escribióle de nuevo anunciando grandes amenazas;
denostaba al cadi y á sus parciales y juró que no
dejaría de la mano causarle el mayor daño que
pudiese, hasta dejar vengada la muerte del rey de
Valencia (i).
Enviada la carta al cadi, pasó aviso á todos los
castillos situados en derredor de Valencia, para que
abasteciesen de provisiones con abundancia á su ejér-
cito, y esto sin demora, so pena de que el que retra-
sara cumplir la orden experimentaría su enojo. Entre
(i) Crónica Genera], fol. 324 v. y 325.
33
— 258 —
tantos, sólo el señor de Murviedro, hombre entendido
y previsor, se opuso al mandato del Cid.
Abu Exa Aben. Lupón, como le llama la General, y
de quien ya hablamos al relatar la venida de Yahya á
Valencia, sabía bien que, ya hiciese lo que el Cid
mandaba, ya se resistiera á cumplirlo, no podría con-
servar sus estados y que nadie sería capaz de impe-
dirlo. Envió, pues, á decir al Cid que sus órdenes
serian cumplidas; pero al mismo tiempo escribió al
señor de Santa María de Albarracin manifestándole
que quería estar bajo su dominio y que viniese á entrar
en posesión del castillo de Murviedro y de los otros
que estaban comprendidos en su término. Aconsejá-
bale, además, que mantuviera buenas relaciones con el
Cid, y terminaba la carta haciendo constar que él,
Aben Lupón, no quería cuestiones con Rodrigo y que
deseaba unirse al ejército del señor de Albarracin.
Mucho se alegró el de Santa María de Oriente, y
al instante marchó á entregarse del castillo de Mur-
viedro. Esto ocurrió pasados veintiséis días después de
la muerte de Yahya, ó sea en i.° de diciembre de
1092. Se avistó luego con Rodrigo, con quien pactó
alianza bajo estas condiciones: los gobernadores de
sus castillos venderían al Cid cuantos víveres hubiere
de menester para su ejército; él compraría el botín
que Rodrigo recogiera en tierras de Valencia, y no
recibiría el de Santa María mal ni guerra en sus
castillos.
Se extendieron documentos en que se diera fe del
mutuo contrato, y el de Albarracin volvió á sus tierras
dejando en su nombre un gobernador en Murviedro.
I
— 259 —
Aben Lupón le acompañó, con sus mujeres é hijos,
sus haberes v su hueste, seguro de que ganaba mucho,
pues escapaba con su cuerpo; y que no quería tratos
con el Cid (1).
También de este suceso hablan los cronistas ára-
bes. En Casiri se lee: «Abu Isa ben LebúnDulvairraíin,
uno de los domésticos é íntimos familiares del rev
Yahya ben Di 1 Xun, obtuvo el gobierno de Sagunto»
más conocido por Morviedro, y entre los árabes,
Murvéter. Después, cediéndolo á Abu Meruán Abd el
Malee ben Razin, de Santa María de Oriente, marchó
á Sevilla, donde se recuerda el día en que murió.
Tuvo tres hermanos: Abu Mohámmed Abdallah, go-
bernador de Lorca; Abu Vaheb, prefecto de la corte
de Valencia, y Abu Schiag, capitán de Ubeda, cuyas
vidas el mismo Aben Lebún narró en verso» (2).
cEI señor de Santa María de Aben Razin, que era Abu Me-
ruin Abdeimélik ben Huzeil, aliado y pariente de al Cádir,
excitó 'á los arrayaces de Murbiter, Xátiba y Deoia, que asimismo
estaban ofendidos de los almorávides, y todos éstos se juntaron
con Rudenk, caudillo de los cristianos, conocido por el Cambi-
tor, que se preciaba de ser amigo y aliado del rey al Cádir, de
Abu Meruán y de sus parientes. Juntaron una escogida tropa de
caballeros y peones, asi muslimes como cristianos, y, acaudillados
del Cambitor, cercaron la ciudad de Valencia» (3).
Comenzaron, con* efecto, las operaciones contra
Valencia haciéndose en su huerta dos algaras al dia:
una, por la mañana, y la otra, á la caida de la tarde. Se
(1) Croma» Genera], f. 325.
(2) Casiri, II, 30.
0) Conde, III, 22.
— 26o —
robaban ganados, y eran reducidos á cautiverio cuantos
eran encontrados con armas en la mano. Ordenó
Rodrigo, sin embargo, que ningún daño se causara á
los que se dedicaban á las faenas del campo: para el
más exacto cumplimiento de esta disposición exigió
juramento á los caballeros, adalides y almocadenes.
Encarecióles que los halagaran y les asegurasen que
podían entregarse tranquilos á sus ocupaciones. Decía
que, así, cuando llegase el tiempo de la recolección
del trigo, si ellos, los sitiadores, padecían algún con-
tratiempo, tendrían con que alimentarse; y, aun cuando
no les vinieran bastimentos de otro lado, tendrían
con qué sustentarse algún tiempo.
Á la vez sostenían el cerco puesto al Puig, pero tan
apretado, que nadie podía entrar ni salir. Los moros
estaban seguros de que no habían de defenderse largo
tiempo, y sólo aspiraban á una resistencia honrosa.
Es más: habían secretamente pactado con Rodrigo que
se le entregarían; y no podían prolongar mucho la
defensa, por cuanto los víveres les escaseaban. Muy al
revés ocurría en el campamento de Rodrigo: allí era
depositado cuanto los almogávares robaban en las
inmediaciones de Valencia; era llevado á vender á Mur-
viedro, con arreglo al convenio con el señor de Alba-
rracín, y volvían á la hueste mjichas recuas cargadas
de alimentos. La abundancia reinaba en el campo cris-
tiano. Así se pasó algún tiempo (i).
La situación de Aben Gehaf era cada vez más com-
prometida. Organizó un ejército de defensa con los
(i) Crónica General, 1. c.
— 261 —
caballeros valencianos que habían sido vasallos de
Yahya, con los otros que se fueron á Denia y con los
almorávides que de esta ciudad vinieron capitaneados
por Abu Násir: en total, trescientos. Manteníalos con
el trigo que había dejado Rodrigo, con las rentas del
patrimonio real y del almojarifazgo y con algunas
otras.
La presencia délos almorávides no le era de mucho
agrado, por lo que «desdenava á su alcaide e nunca
los metió en su consejo de ningún fecho que queríe
fazer, nin dava por ellos nada.» Los almorávides,
viendo que, dueño Aben Gehaf de Valencia, procuraba
crearse una situación independiente, se disgustaron, y,
en su despecho, no vacilaron en entrar en componen-
das con los enemigos del cadi y en fomentar la guerra
civil dentro de la ciudad. Pusiéronse de acuerdo con
los «fijos de Aboégib» y tenían sus conciliábulos; y,
como esto lo trasluciese Aben Gehaf, enojóse con ellos.
Dozy (i) y Malo de Molina (2) quieren que los
Aboégib fuesen los Beni Táhir. Cierto es que éstos no
estaban contentos del trato que les daba Aben Gehaf.
El ex-walí de Murcia Abderrahmán ben Táhir escribía
á un primo del ensoberbecido cadi: «En cuanto á tu
primo, aumente Dios su talento, desde que realizó su
rebelión, con la cual cree haber alcanzado hasta las
estrellas y haberse sobrepuesto á los reyes, me miraba
de mal ojo y me juzgaba envidioso y su rival; pero
maldiga Dios á quien envidie la gloria de su rebelión:
(1) Investigaciones, II, el Cid déla realidad, V.
(2) %odrigo el Campeador, III.
— 262 —
«Ella no era á propósito sino para él, y él no era á
propósito sino para ella.» Después ha descargado sobre
mí el lleno de su poder y me ha prodigado todos los
sinsabores que han estado en su mano; y, con todo
esto, he devorado en silencio el dolor de su proceder
y he despreciado sus intenciones; he cuidado de su
bien y no me he vindicado de sus malas obras; pero
hoy ha querido, por la maldad de sus pensamientos,
que se colme la medida con sus falsas interpretaciones
y sus violencias. Estoy próximo á una cosa extraña
que no sé apreciar y cuya causa desconozco. Cuando
se le ha presentado mi mensajero deseando saber sus
opiniones, se ha mostrado serio y disgustado, se ha
incomodado y vuelto la espalda; sin embargo, me he
contenido conservando la estimación y obrando de un
modo digno. En verdad, que el respeto por Abu Ajmed
me ha hecho obrar así, sin que sus procederes para
conmigo me hayan impulsado ¡Que la elevación de
Aben Gehaf no te perjudique, y que su caída te sea
agradable! Porque los que son como él, no tienen larga
duración ni se sostienen mucho tiempo, y nunca obran
con descanso» (i).
Acerca de los «fijos de Aboégib» sostiene otra
opinión uno de nuestros arabistas modernos (2):
dBoégib, dice, es transcripción casi literal, según la antigua
ortografía, de la palabra guáchib. Los fijos de Aboégib de la Crónica,
se nos presentan como jefes de un partido que cifraba la salvación
de Valencia, no en entregarla al rey de Zaragoza, como antes se
(x) Malo de Molina, apéndice XX.
(2) Don Julián Ribera, catedrático de Árabe en la Universidad de Zaragoza.
— 263 —
la habían entregado al de Toledo; no en que campase por sus
respetos una familia de antigua prosapia, orgullosa y decadente,
los Beni Gehaf, que se creían bastantes á sí propios para librarla
del conflicto; sino en que se sometiera á los almorávides,
excitando á las masas populares, más religiosas y fanáticas, para
que no consintieran las debilidades de los gobernantes con el
cristiano Rodrigo...
» Ellos, es verdad que se hacían pasar por Caisies y, como
tales, por árabes de pura raza; pero fueron tantos en aquellos
tiempos los que se daban esa clase de abolengo cuando convenía
á sus intereses ocultar la obscuridad de su origen español, que es
menester no dar crédito á pies juntillas á todo aquello que de
«se respecto nos quieran decir...
»La nobleza de los Beni Guáchib era de fecha reciente,
modernamente adquirida: pues, á menos que se hayan perdido
los pergamino; ú olvidado el nombre de sus abuelos, no es
posible encabezar su genealogía conocida, con personaje que
baya vivido más allá del siglo IV de la Hégira (913-1008); ni su
•casa solariega, si los árabes la tenían, había de estar muy distante
de esas encantadoras riberas del Guadalaviar, cuyo ambiente
templan las suaves brisas del Mediterráneo...
* Ornar ben Guáchib, que es el primero de quien tenemos
noticia, nació muy á los principios del siglo V. Dedicóse con
afán al estudio de las tradiciones mahométicas, y hubo de
-distinguirse de tal manera, que vino á ocupar una de las princi-
pales magistraturas en el gobierno de la ciudad de Valencia.
JMurió en el año 470 de la Hégira (julio 1 077-1078)...
>Su hijo, Abu '1 Hassan Mohámmed, fué uno de les hombres
más queridos y populares en esta ciudad, y gozaba fama bien
merecida por su carácter generoso y liberal y por la escrupulosa
honradez en el ejercicio de sus cargos. Ocupó la alcaldía de
Valencia, con atribuciones para nombrar los alcaldes de Alcira,
Mnrviedro, etc. Murió en el año 519 (1125-1126)...
»El nombre de Guáchib es tan raro, que no recuerdo haberlo
visto usado fuera de esta familia; y las noticias de los individuos
de la misma no pudo leerlas Dozy, por haber sido publicadas
— 264 —
con posterioridad á sus trabajos. De fijo que no hubiese dudado,,
si hubiera sabido que existió esa familia valenciana* (i).
Seguían, en tanto, por mañana y tarde, las algaras
de los cristianos y sus aliados en la huerta, ó tnunya (2}
de Valencia, y, por más que trataba Aben Geháf de
impedirlo con sus 300 caballos tomados á sueldo y
los demás de la ciudad, quedaban siempre escarmen-
tados, pues «matavan los cristianos muchos dellos:
así que en la villa cada día fazíen llanto e davan vozes
por los muertos que metíen cada día.»
Entre los caballeros moros á quienes se cautivó
entonces, se hace mención de un rico-home alcaide
de Alcalá, «que era cerca de Torralva.» Después
de someterle á grandes castigos, se obligó con ef
Cid: .á pagarle diez mil maravedíes al año, á entre-
garle unas casas que tenía en Valencia, llamadas de
Añaya, de modo que si se apoderaba Rodrigo de la
ciudad, dichas casas serían suyas (3).
Malo de Molina, fundándose en que cerca de la
Torralba situada, dice él, entre Jérica y Viber, no hay
ningún Alcalá, se inclina á pensar que fuese Torralba
de los Sisones, en Aragón (4). Si hubiera conocido
dicho autor los apuntes ó anotaciones para la reparti-
(1) El Archivo, IV, 86-91.
(2) En la General se lee: cEl Cid toviera por bien de fazer omenaje á los
cavalleros, e á los adalides e á los almocadenes, que non farien mal á los de
tierra de Moya nin á los labradores (f. 325).» Malo de Molina (Rodrigo el
Campeador, III) opina con Dozy, que en el original árabe diría Moya, y que
se pronunciaría Monya, pronunciación de la voz árabe al tnunya, que signi-
fica huerta,
(3) Crónica General, f. 325 v.
(4) El Cid Campeador, 1. c.
— 265 —
ción del reino de Valencia, habría caído en la cuenta
de que uno de los valles del mismo era el llamado de
Alcalá, ó de Carlet, cerca del cual había entonces un
pueblo llamado Torralba. Son varias las ocasiones en
que se hace la indicación de Torralba en dicho libro:
Eleidua, alquería del valle de Alcalá, cerca de Torralba;
Torralba, cerca de la alquería de Eleidua (t). Formaban
parte de ese valle: Turis, Serra (subsiste el castillo, en
término de Turis), Montroy, Real ó Rahal, Monserrat,
Lombay, Catadáu, Alfarb, Aledua (también se conserva
sólo el castillo, al norte del río y enfrente de los tres
últimos pueblos), Torralba (sin rastro ninguno),
Carlet y Alcudia: es decir, el valle regado por el río que
forman el Magro y Buñol unidos hasta que desemboca
en el Júcar cerca de Algemesi. El señor de Torralba de
los Sisones, ya fuese el de Albarracín ó el de Zaragoza,
«taba en paz con Rodrigo; probable es que no lo estu-
viese el de Carlet, próximo á Alcira y de su jurisdicción
casi siempre, pues Alcira, Cullera y Játiba estaban en
.poder de los almorávides, enemigos del Cid.
En todas esas correrías murieron muchos caballeros
de Valencia y también de los almorávides; mas no, por
ello, daba la ciudad trazas de rendirse. Hábil político
-el Cid, y zizañero, además, sólo reservaba á las armas
los asuntos que no podía ventilar con la diplomacia.
Sabedor, pues, de la desavenencia que había entre los
Beni Guáchib y el cadi, procuró con gran secreto enten-
derse con Aben Gehaf. Envióle á decir que si quería
ser señor de Valencia, le ayudaría con todas sus fuerzas,
(1) El Archivo, III, 88 y 9$.
34
— 266 -r
según hizo con Yahya, y que á ello estaba dispuesta
con una sola condición: la de que hiciese que los almo-
rávides abandonasen la ciudad. No pareció mal al cadi
la proposición de Rodrigo, y pidió consejo á Aben
Faraix, ex-alwatsir de Yahya y del Cid, y á quien aún
retenia preso Aben Gehaf. Aben Faraix aconsejó al
cadi que siguiese la línea de conducta trazada por el
Cid. Aben Gehaf contestó á Rodrigo á satisfacción
de éste.
El cadi empezó entonces á emplear medios indi-
rectos con que apremiase á los almorávides á huir de
Valencia. Escaseábanles cada dia los víveres, y no por-
que se careciese de ellos, pues los había en abundancia.
La situación del cadi era, sin embargo, tan comprome-
tida, que á cada momento variaba de resolución.
' Aben Aixa, general almoravide que estaba acanto-
nado en Denia y á quien, sin duda, infundían no poco
respeto los soldados del Cid, envió repetidas cartas á
Aben Gehaf pidiéndole parte de los tesoros que perte-
necieron á Yahya, con objeto de enviar recursos á Yúsuf
ben Taxfín, quien así podría organizar un buen ejér-
cito, venir de África y libertar á Valencia. Reunió Aben
Gehaf todo el pueblo, y después de encontrados pare-
ceres, pues la aljama se inclinaba á cumplir las órdenes
de Aben Aixa, mas no los jóvenes y la plebe, el peso
del voto de Aben Gehaf inclinó los ánimos de todos
á enviar el dinero á Denia.
Reunióse, pues, una buena suma, aunque nunca
se pudo averiguar el total á que ascendía. Los porta-
dores del caudal, y mensajeros á la vez, fueron: un hijo
de Abdeláziz, tal vez el emir de Valencia antes de
— 267 —
Yahya; uno de los Beni Guáchib; un pariente de Aben
Gehaf; otro, llamado Albaga ben Orab, y Aben Faraix*
Salieron de Valencia guardando las mayores precau-
ciones, á fin de que el Cid no dificultara la marcha.
Pero Aben Faraix tuvo buen cuidado de que Ro-
drigo lo supiese, y al efecto le envió un mensajero.
El Cid destacó caballeros que siguiesen los pasos de
los que salían para Denia, y no tardaron en apoderarse
de cuanto los mensajeros llevaban. Agradeció sobre^
manera el buen servicio de Aben Faraix y prometió
recompensarle con buen gaktrdón (1).
El castillo del Puig, rudamente combatido, se rin-
dió entonces á las armas cristianas. Rodrigo construyó
y pobló allí una villa, la rodeó de muros y de. torres
muy altas, y la dejó bien abastecida de víveres. Fueron
sus habitantes los que acudieron de las poblaciones
inmediatas, que llegaron en gran número. Esto fué
antes del mes de julio de 1093 (2). De conformidad
•con esto, se lee en la General: «E en esta sazón dio el
alcaide de Jubala (Gebal ó Puig=montaña) el castiello
al Cid, e fincó él con el Cid. E dejó el Cid su alcaide
en Jubala, e vínose con él con toda la hueste para Va-
lencia, e posó en una aldea que dezien la Derramada.»
Debía estar entre el Grao y la Villanueva de entonces.
Llegado el mes de julio de 1093, ó sea cuando
los trigos estaban para segar, Rodrigo se adelantó
hacia Valencia y fijó sus reales junto á la ciudad.
Mandó quemar todas las aldeas que estaban en su
■ 1
•I : ■ .'.
(1) Crónica General, fol. 325 v. y 326.
(2) Historia Leonesa. •<.,<;.. .; .-. . o
— 268 —
vega, principalmente las que pertenecían á Aben
Gehaf y á su familia (i); redujo á cenizas los molinos
y barcas del río; hizo segar los trigos, cercó por todas
partes la ciudad y derribó cuantas casas y torres halló
(i) Del libro del Repartimiento consta que en la vega de Valencia había
estos raffales ó rahales: Abenadin, Abenhapdulmech, Abenimanhor, Aben-
jehuir, Abimbedel, Abinferro, Abiogeme, Abinmoérez, Abinsancho, Abixal-
beto, Abrahitel, Acehuy, Alagací, Alarif, AI baca f, Albogadir, Alborgf.
Albuysí, Alcurantí, Almatarí, Al pon tí, Amambro, Amogeyt, Axacobí, Axa-
vich, Axat, Axeta, Axuterní, Benicabo, B¿nimocrefo, Canac, Carpesí, Fayo,
H aben eme, Henna, Hoyx, Lomerí, Ludea, Oezmen, Pinos, Ralimichaclí^
Saxón y Terra 5. Y las siguientes alquerías ó aldeas y partidas: Abenyamar,
Addaya, Adorep, Ahlarei, Alaquaz, Alaxebí, Albalat al Fauquia, Albalat ac.
Ciflia, Albirayatz, Alboayal, Alboixech, Alboradix, Alburxech, Alfada r, Aliara».
Alfofar, A'gero^, Algezir, Al hará, Alhaz, AHozar, Almadies, Alm^alla,
Al macera, Almagdel, Almu£il, Alquellelim, Alqueixia, Alule, Amagrel,
Andarella, Ared al Maxaraquí, Arrióla, Aucel, Beilota, Benanel, Benaynó,
Benexejut, Beniacaf, Beniadet, Beniador, Beniamen, Beniaya, Benibahari,
Beni^aca, Benicayxe, Benicalapec, Benigamo, Benigno, Benicidavi, Benicu-
^en, Beniemen, Beniferri, Beniloco, Benilopo, Beniraac.ot, Benimglet, Beoi-
mahabar, Benimahabet, Benimahor, Benimoraix, B¿nioreix, Benitahin,.
Benivolesar, Benixaix, Benixanut, Benixent, Benjahaf, Benjayó, Benjair,
Benjemén, Berialfamen, Boatella, Barbatur, Bargaladí, Bjrja^ot, Cahadía^
Cactus, Campanar, Canaxet, Cortexí, Cárcer, Carpesa, Cas&én, Castellón»
Cilla, Cinquayros, Cocellas, Coscoylar, Cot de Rambla, Chilbella de Y Algar-
bia, Favara, Fernalis, Foyos, Gayubel, Godayla, Ladea, Macalfa^éo, Ma^aK
mardá, Mac,alterra£, Ma^amagrel, Ma^amoyos, Ma 5 arroyos, Maniata, Malilla,
Mancelnizar, Maniscs, Marchilena, Meliana, Men$el Acen, Menimanhor,.
Milleriola, Moneada, Mormáo, Naquarella, Oylla, Oteil, Pala, Pardínez»
Paterna, Pe Benjadet, Perancisa, Petra, Petraher al Fauquia, Petraher Aci-
flia, Piccacéo, Portade, Quart, Rambla, Rascayna, Raycol, Rayosa, Riba-
rroya, Ruzafa, Roteros, Roylo, Rusayna, Trage, Truylar, San Vicente, Villa-
nova, Xilbella, Zoayr y Zuaqua Caxac. {El Archivo, III, 96-97). Jaime I
señaló por límites de la ciudad de Valencia, los términos de Cu llera, Alcira,.
Monserrat, Turís, Buñol, Chiva, Olocau y Murviedro. Pasaron muchos años
sin que los mojones se fijaran; y al dar esto, como no podía menos, lugar á
escisiones y graves altercados entre Valencia y aquellas poblaciones, Jaime 11
dio comisión, en i.° de Marzo de 1321, a Guillermo Bosch, vecino de Játiva
y i Enrique de Quintavalle, para señalar la línea divisoria. (Hist. de Cutiera y
págs. 265, 266 y 288).
— 269 —
al paso. La piedra y la madera eran enviadas al Puig
para la construcción de la villa y reedificación de la
fortaleza (1).
Al ver los moros de Valencia que sus campos eran
devastados y que las casas situadas en las afueras
quedaban destruidas, enviaron mensajeros al Cid rogán-
dole que les otorgase la paz, pero había de consentir
en que los almorávides continuaran ocupando la
ciudad; y Rodrigo contestó que, á menos que los
africanos no marcharan, de ningún modo tendría paz
con los valencianos. Negáronse á la petición del Cid
y se encerraron en la ciudad (2).
Llegó entonces al campamento cristiano un minis-
tro del rey de Zaragoza con sesenta caballos (3), y
dijo al Cid que Mostahín le enviaba con una gran
suma destinada al rescate de los cautivos moros, lo
cual hacía movido á lástima y por tener galardón de
Dios en la otra vida. Otro era el objeto de la venida
del ministro: vino á tratar con Aben Gehaf para que
entregase Valencia al emir de Zaragoza y éste le defen-
dería contra el Cid y contra cuantos le guerreasen;
pero que había de expulsar de la ciudad á los almorá-
vides. No se pudo acabar nada, y el mensajero de
Mostahín anunció que no tardaría en arrepentirse,
por haber dejado de seguir su consejo (4).
Al segundo día de la llegada del ministro de
Mostahín, acometió el Cid con su ejército al arrabal
(c) Crónica General, f. 326.
(2) Historia Leonesa.
(3) Malo de Molina, 1. o, dice que los jinetes eran 300.
(4) Crónica General, 1. c.
— 270 —
de Valencia llamado Villanueva, al norte del rio, en el
paraje donde hoy se alza San Juan de la Ribera. Fué
la embestida tan violenta, que entró por fuerza de
armas, y fueron muchos los muslimes españoles y
almorávides los que allí sucumbieron. Los vencedores
se entregaron al pillaje, y fué muy cuantioso el botín
que se recogió en dinero y en toda otra suerte de
riquezas. Las casas fueron derribadas, y la madera,
transportada al Puig. Se dejó allí guardas que impi-
diesen recobraran los moros el arrabal (i).
Al día siguiente se acometió á otra parte de la
ciudad, ó, más bien, á otro arrabal de la misma situado
al mediodía del Guadalaviar, llamado Alcudia, hoy
día conocido por el Tosal. Numerosos eran los moros
que le defendían; pero los cristianos entraron con
denuedo por enmedio de ellos matando á muchos de
los enemigos. Tropezó entonces el caballo del Cid, y
el cabalgador quedó desmontado; recobró el caballo y
volvió á montar, y la carnicería en los muslimes fué
tanta, que, espantados, comenzaron á replegarse á la
ciudad.
Al mismo tiempo que duraba el fragor del combate
en la Alcudia, una parte de las tropas de Rodrigo, aco-
metieron á los moros que defendian la puerta de Alcán-
tara ó del Puente (2) y dieron muerte á muchos de los
que estaban sobre el muro. Pero entonces las mujeres
que estaban en las torres y los moros que coronaban
(1) Histeria Leonesa. — Crónica General, 1. c.
(2) Recuérdese que el puente estaba destruido desde la avenida en octubre
de 1088, según se lee en el Quitabal Ictifd (Malo de Molina, apéndice XXI).
— 271 —
el muro lanzaron contra los cristianos nutrida grani-
zada de piedras y dieron tiempo á que salieran de la
ciudad muchos caballeros, los cuales sostuvieron junto
al río, y en el paraje donde estuvo el puente, una terri-
ble batalla que duró desde la mañana hasta el medio
dia. Después de dejar el campo cubierto de cadáveres
de enemigos, el Cid volvió á su campamento.
*A la fcaída de la tarde se renovó la acometida al
arrabal de la Alcudia, y puso el Cid en tanta apretura
* á los moros, que éstos temían que de un momento á
otro los cristianos entrarían por fuerza. Clamaron los
muslimes con el aman, ó sea gritando ¡paz! ¡paz! Gran
alegría causaron en Rodrigo estas voces. Permitió que
saliesen á conferenciar con él los del arrabal, y les
otorgó cuantas seguridades le pidieron. Aquella misma
noche se apoderó del arrabal; puso en él sus guardias;
mandó á su ejército que no se causara daño ninguno
á los rendidos, amenazando con cortar la cabeza á
quien sus órdenes contraviniera, y se retiró á su
campamento.
Al amanecer del día siguiente volvió á la Alcudia.
Hizo que se congregasen sus moradores; templó con
palabras de consuelo el dolor que padecían; dióles
seguridades para sus vidas y haciendas, y les prometió
que les haría bien y merced, que no los oprimiría,
que cada uno podría con tranquilidad entregarse á
sus ocupaciones y que no les exigiría otro tributo que
el diezmo de los frutos, según permitía la ley del
Koran.
Puso un almojarife moro, llamado Aben Abdús,
á quien constituyó en administrador de sus derechos
— 272 —
y en recaudador de los tributos que allí había de per-
cibir. La buena organización dada por Rodrigo al arra-
bal, dábale semejanza de ciudad. Dio seguro á cuantos
á él acudiesen. Comestibles v toda otra suerte de mer-
candas, en gran abundancia eran llevados allí de todas
partes (1).
Esto mismo dice con breves palabras la Historia
Leonesa: «Los hombres que habitaban en la Alcudia,
se sometieron á Rodrigo y se sujetaron á su señorío é
imperio. Ya subyugados, los restituyó en paz libres
con todos sus bienes.» Y añade: «Los moradores de
Valencia, al ver esto, llenáronse de espanto; y al ins-
tante, de conformidad con lo que Rodrigo pidió, los
almorávides (moabitas) fueron expulsados de la ciu-
dad, y los valencianos quedaron sometidos al yugo del
Cid. Y él permitió á los almorávides retirarse á Denia
libres, en paz y tranquilos.»
Dice la General, que de tal modo estrechó á Valen-
cia el Cid, que prohibió la entrada en ella y que tam-
poco de ella podía salir nadie. El temor se apoderó de
sus moradores, y no sabían qué consejo seguir. En
alto grado estaban ya arrepentidos de no haber puesto
en práctica el consejo del ministro del emir de Zara-
goza. También á los almorávides ponía en cuidado la
falta de recursos que de día en día notaban, así en ellos
como en los otros caballeros.
Á todo esto, los tratos de acomodamiento entre
Aben Gehaf y Rodrigo, aunque sostenidos con gran
secreto, no se habían interrumpido. Los almorávides,
(1) Crónica General, fol. 326 y 326 v.
; Eq la General se lee mili maravedís; pero, como Dozy observa (Inves-
tí jones, II; El Cid de la realidad, III), fundándose en que lo que dicen el
K b al ¡cíifd y la Crónica del Cid, es un error del copista ó del editor, y debe
le e din mil.
■ -i
M
— *73 — *
los demás caballeros y todo el pueblo, con el apremio
de la necesidad, se reunieron para ver de salir de aquella ; f|
situación angustiosa; y no hallaron otro medio que el \|
de establecer paz con el Cid, cualesquiera que fuesen - • ;!
las condiciones, siempre que quedasen en la ciudad y
durase la tregua hasta que viniese orden y contestación
de Yúsuf ben Taxfin. , ,
Enviaron aviso al Cid de que querían entrar Nen 4
avenencia con él. Á lo cual contestó que estaba dis- fj
puesto á ello, con tal que echasen de la ciudad á los
almorávides, pues, de otro modo, no tendrían tregua
ni composición con él. Hizose saber á los africanos la 1'
exigencia del Cid: ellos, ya disgustados del trato que
se les daba, contestaron que también ellos querían
marchar y que nunca para ellos había asomado día
tan feliz. Salvada esta dificultad, pactáronse las siguien-
tes bases de paz: 1.a los almorávides saldrían de la
ciudad dándoles salvo-conducto; 2.a Aben Gehaf daría
al Cid el valor del trigo que tenía en Valencia cuando la
muerte de Yahya, y además los diez mil maravedís men-
suales que percibía (1), pagados desde el comienzo de la
guerra y también en lo sucesivo; 3 .a los arrabales que
él había tomado por fuerza de armas serían suyos, y
4.a su hueste, mientras permaneciera en la tierra, ten-
dría su residencia en el Puig.
Enseguida salieron de Valencia los almorávides, y
se les socorrió y dio caballeros que los acompañasen y
MÍ
.1-
35
1
— 274 —
pusiesen en salvo. Los moros. quedaron en paz. El Cid,,
con su hueste, se retiró al Puig, y no quedaron de los
suyos en la Alcudia sino los que habían de entender
en el gobierno de la misma, juntamente con el moro
almojarife que había de cobrar sus rentas (i).
De la retirada de los caballeros almorávides da
también cuenta Abu '1 Hassán, escritor contemporá-
neo: «Se separó de él (Aben Gehaf) la pequeña y esco-
gida partida de almorávides que le servía de sostén; y
á las gentes les hizo creer, con este motivo, que su
modo de obrar había sido bondadoso para con ellos,
y que era malvado el de los que calificaba de enemigos
presentes» (2).
(1) Crónica Genera), fol. 326 v.
(2) Malo de Molina, apéndice XX.
CAPÍTULO VI
PERÍODO REPUBLICANO
ijul. lü»»-nnr. !«»*).
Provocación del Cid el jefe de Les jlmoitvides. — Inceligeacii de Rodriga y d
caudillo! de Játibc y de Culmen,— Cisiigo el de Alcirc, par aegaisr: i en
Correiübciu Villene.-ElCiden Benicedcli.— TtilM de Aben Rizin con
GcMt— Indicuíiowujpográfiíal.— Prec.adooi.de deteui ¡onlij |M ill
el Cid. — Retirada de loa ehnoraridei.— Apurada limación de Valen;!*.— .
Hayan.— Arleriu de Aben Geb.
;n Gehaf procuró enseguida cumplir con
iodrigo e! compromiso contraído. Convino
on los señores de los castillos compren-
término de Valencia, en que le pagasen el
los productos del campo y de las demás
entonces la época de la recolección de los
lid buscó personas competentes que los
ue tomasen á su cargo el cobro del trigo
íeros. Designó mayordomo sobre dichos
* cada oficio agregó dos cristianos al almo-
más, nombró un fiel, ó secretario, para que
ntabilidad: «ordenó muy bien su almoja-
(t) Crónica General, fol. 327.
— 276 —
• » Poco antes de retirarse á Denia los almorávides
que había en Valencia, Yúsuf había escrito al Cid
prohibiéndole la entrada en la ciudad del Turia. Encen-
dido en cólera el Campeador, le contestó desprecián-
dole y haciendo burla de sus palabras. Para más picar
el orgullo del caudillo almoravide, escribió á los gober-
nadores y capitanes de España manifestándoles que
Yúsuf, por miedo no pasaba el mar ni se atrevía á
venir á Valencia. Sabido ello por el jefe de los almo-
rávides, mandó congregar un numeroso ejército en
África y que sin dilación viniese á España. Rodrigo
dijo entonces á los hombres de la ciudad: «Valencianos:
ós concedo treguas hasta el mes de agosto. Si en ese
tiempo Yúsuf viniese y os socorriera y me venciera
arrojándome de estas tierras y librándoos de mi imperio,
servidle á él y quedad bajo el suyo; mas si sus fuerzas
no alcanzan á tanto, estaréis bajo mi señorío.» No des-
cuidaron los moros en enviar en tal sentido sus cartas
á Yúsuf y á los demás caudillos almorávides de
España (1).
No tardó Rodrigo en tener aviso de que los almo-
rávides estaban para venir sobre Valencia y de que su
detención sólo obedecía á que había de capitanearlos
el mismo Yúsuf. Puso la noticia en cuidado al caudillo
cristiano, y discurrió el medio de impedir la ve- /
nida de los africanos. Con el mayor secreto dijo á
Aben Gehaf que no diera acogida á los almorávides,
porque si venían, acabaría el señorío del cadi sobre
la ciudad; y más valia que él le tuviese, que no otro
( 1 ) Historia Leonesa.
— *77 —
para lo cual le ayudaría contra cuantos trataran de
hacerle daño. /
Agradó á Aben Gehaf el consejo, y al instante
buscó medios para que los deseos del Cid se vieran
cumplidos. Habló con los capitanes almorávides que
tenían los castillos de Játiba y de Cullera, y acataron
por establecer alianza de mutua defensa. Acudieron á
Valencia, y con gran secreto se cerró y firmó el trato.
También cuidó el cadi de ganarse al capitán almora-
vide de Alcira, llamado Aben Maimún; mas no pudo
conseguirlo. El Cid envió contra él sus huestes, que
talaron los campos, y, por último, al castellano del
Puig para que pusiera sitio á Alcira. El trigo fué segado
y depositado en el Puig.
Éste había adquirido las condiciones de una gran
ciudad, con buen caserío, iglesias y torres. Allí esta-
ban guardados los diezmos y demás riquezas del Cid.
Reinaba la abundancia en todas las cosas necesarias á
la vida. Maravillábanse las gentes de que en tan poco
tiempo hubiera aquella población crecido y prospe-
rado tanto (i).
Como en la General, al tratar de los caudillos
almorávides que entraron en inteligencia con Aben
Gehaf, se diga Cobaira y más adelante Cervera, que pu-
dieran confundirse respectivamente con Corbera y con
Cervera, no son de despreciar las razones que han
obligado á Dozy y á Malo á leer en uno y en otro caso
Cullera. «Hay, en verdad, escribe el historiador holan-
d , un Cervera en el reino de Valencia; pero se encuen-
Crónica General, fol. 327.
— 278 —
tra cerca de Morella, y los almorávides no habían aún
penetrado hasta allí. Hay también un Corbera á cinco
leguas de Valencia, sobre el río Júcar: yse puede creer
que se trate aquí de este último sitio; pero la Canción
(verso 1.375) habla, en otra ocasión, de un castillo
que llama Guyera. Ésta no puede ser sino Cullera, junto
á la desembocadura del río Júcar; y yo creo que, en
nuestro texto, se trata de la misma fortaleza. Véase
porqué: i.° Edrisí habla de Cullera; 2.0 el lugar en
cuestión debe haber sido un castillo, una fortaleza, ya
que allí se encuentra un capitán y una guarnición, pues
Edrisí dice, xcon efecto, que el castillo de Cullera es
muy fuerte; y 3.0 cuando se adopta esta explicación,
compréndese por qué se lee una vez Cobaira en la
General: el lector habrá leído Cobira, en vez de Colira,
equivocación muy frecuente en los manuscritos ára-
bes» (1).
El señor Malo, que rarísima vez disiente de Dozy,
opina de igual modo que éste (2). Y, si la razón cali-
gráfica y h estratégica abonan el pensar de tan eximios
autores, la fonética confírmala hasta desvanecer toda
duda en contrario. La c y la g9 asi en nuestro idioma,
como en el latino, se sustituyen con harta frecuencia;
y el pronunciar y por // es caso muy común en ambas
Castillas. Por último: la gran importancia que Beni-
cadell (Peña Cadiella), Játiba y Cullera tenían enton-
ces, revélase en que aparecen tan asociados en el Poema
(1) Esta aclaración no se encuentra en la versión al castellano. Pued
verse en el t. II de Recherches, p. 166 y 205, y en la nota XXII del Apéndice
(2) Rodrigo el Campeador, III. »
- 2?9— : ;
del Cid (i), como en la Generadlos de Játiba y
Cullera.
Hecha esta digresión, proseguiremos el relato
narrando el castigo impuesto por Rodrigo al señor de
Albarracin, del cual hablan igualmente la General y la
Historia Leonesa. Ésta refiere otra empresa del Cid,
pasada por alto en la General.
Mientras Rodrigo andaba conjurando, de acuerdo
con Aben Gehaf, la tormenta que asomaba con la ira
despertada en Yúsuf, abandonó las inmediaciones de
Valencia; y, escarmentado el capitán almoravide «acan-
tonado en Alcira, contando con la protección de los de
Cullera y de Játiba, se trasladó, con el ejército, á Beni-
cádell (Pinnacatel), pasando también á Villena (Bellie-
na). Devastó aquel territorio, hizo muchos cautivos,
fueron inmensos los despojos, y los víveres que pudo
recoger, considerables. Depositó efi el castillo de Beni-
cádell el botín, dejó en él una buena parte del fruto de
la correría y retornó hacia Valencia.
Poco tiempo permanecieron ociosas las armas del
invicto castellano. Salió de Valencia y subió hacia las
fuentes del Guadalaviar, pues el señor de Albarracin le
había negado el tributo. Causó en aquel país terrible
estrago, se apoderó de cuantos frutos allí encontró, é
hizo que fuera depositado en el Puig. Luego se restau-
ró á dicho punto (2).
Véase ahora cómo refiere esa devastación la Gene-
ral y la causa que la motivó. El señor de Albarracin
(1} Versos 1.169, I,I72> I-I73 Y 1»I74»
(2) Historia Leonesa. Dozy ha leído en ella Albarracin^ qui ex «venditus*
fuerat, en vez de umentitus».
— 28o —
hizo avenencia cc>n Sancho Ramírez, de Aragón, para
que le ayudase á ganar á Valencia, y, en recompensa,
daría á Sancho grande haber, entregándole, por adelan-
tado y en prenda de la alianza, el castillo Torralba de
los Sisones, poco distante de Daroca (i). Nada gana-
ron los moros, pues perdieron dicho castillo. Rodrigo,
que tuvo conocimiento de la alianza, juzgó que le
hacía traición el que antes había pactado ser su amigo,
y resolvió castigarle de una manera ejemplar.
Después que hubo depositado en el Puig los frutos
robados en el campo de Alcira (2), movió su ejército
sin que á nadie descubriera el objeto de la nueva
correría. En una forzada marcha que hizo de noche,
se trasladó junto á Santa María de Albarracítvy aun
al nacimiento del Guadalaviar ó «á la fuente». Los
naturales de la comarca, fiados en la amistad que con
el Cid tenia su señor, vivían descuidados. Sorprendió-
les la algara que se hizo por toda la tierra, en la que
todo fué robado. Fueron muchos los cautivos; y el
ganado vacuno, lanar y caballar que se recogió, inmen-
so. Todo lo hizo Rodrigo conducir al Puig. Fué tanto
el botín, de trigo como de todo lo demás, «que se
fenchió Jubala, e Valencia e todo su término, deL
ganado e de los cativos que llevaron»
En una escaramuza que el Cid sostuvo con doce
caballeros moros, quedó él herido de gravedad en el
cuello y le mataron dos caballeros de los suyos; pero
(1) Doxy, Investigaciones , «El Cid de la realidad,» VI. — Malo, I. c.
(2) No sabemos cómo Malo ha podido leer Liria en la Algecira del júcar de
la Crónica General.
— iSi —
de los contrarios no se salvaron sino dos. En todas
estas empresas se gastaron como unos tres meses, ó
sean los de julio, agosto y septiembre (i).
Ya pasado el mes de agosto, los habitantes de
Valencia supieron por cierto, que los almorávides, en
numeroso ejército, acudían á socorrer á Valencia y á
romper el yugo que le tenía puesto Rodrigo; y al
momento se sustrajeron .al pacto que con él tenían,
declarándosele rebeldes y enemigos (2).
Cundió por la capital la voz de que la hueste de
los almorávides se acercaba á ella, que ya se hallaba en
Lorca y que venia acaudillada por un yerno de Yúsuf,
Abu Becr ben Ibrahim (3), por no ser posible la venida
del Emir, á causa de una enfermedad que padecía.
Tales nuevas causaron entre los de Valencia inmensa
alegría.
Los enemigos del cadi hablaban de él con menos-
precio y anunciaban que se vengarían. Todo esto ponía
■en gran cuidado á Aben Gehaf. Con el mayor secreto
despachó un mensajero al Cid anunciándole que ense-
guida regresase á la ciudad. Rodrigo, que aún estaba
sobre Santa María de Albarracín causando cuantos
males podía, cejó en la empresa, y con el ejército se
vino para el Púig.
Allí acudieron al momento los gobernadores de
los castillos de Játiba y de Cullera y Aben Gehaf. Con-
firmaron la alianza ofensiva y defensiva que los unía
1) Crónica General, f. 327.
[2) Historia Leonesa.
3) Dozy, Investigaciones, 1. c.
96
— 282 —
y acordaron enviar una carta á Abu Becr, el caudillo-
de los almorávides, para intimidarle con estas noti-
cias: que el Cid había pactado con Sancho Ramírez
que éste le ayudaría; que si los almorávides llegaban á
Valencia,' tendrían que luchar con 8.000 caballeros
cristianos cubiertos de hierro, los mejores guerreros
del mundo, y que si se atrevía á lidiar con ellos, que
continuara la marcha, pero que mirase bien lo que
hacia.
Con el doble objeto de probar hasta qué punto-
estaban dispuestos los valencianos á estarle sumisos
y de significar á los almorávides la adhesión que le
tenían, hizo á Aben Gehaf una demanda bien singular:
que le permitiera pasar con una parte de su ejército,
para estar algunos días, á la huerta que era de Aben
Abdeláziz (1), situada junto á la ciudad. La otra parte
de su hueste estaba en Ruzafa. El cadi condescendió-
con la petición de Rodrigo, y éste pidió, además, que
se abriese en el huerto una puerta, porque tenía la
entrada «por unos logares estrechos, por unas calles
muy angostas; e el Cid non se queríe meter por aque-
llas estrechuras.»
Dicho huerto ó tnunia estaba en el paraje donde
más tarde se construyó el Real, palacio destruido por
los franceses en 181 1, en el terreno que hoy se conoce
como jardín del Real patrimonio, cercado por la parte
de Benicalaf y Benimaclet por tortuosos callejones, los
que daban estorbo al Cid, y despejado por el lado del
río. Esta huerta, aunque más próxima al portal qu<
(1) Nieto de Almanzor.
luégo fué de la Trinidad, conducía á la puerta de Bel-
sahanes ó de la Culebra, portal de Valldigna (i).
Á todo cuanto el Cid pidió, prestóse gustoso Aben
Oehaf: púsolo en conocimiento de los de su casa,
mandó abrir la puerta solicitada por Rodrigo, y convi-
nieron los dos en el día en que el Campeador seria
huésped de Aben Gehaf. La puerta se abrió, «aderezó-
la muy bien e fizo poner muchos estrados de muchas
ropas preciadas, e mandó echar juncos por toda la cerca
<Ie la casa e fizo muchos manjares bien adobados.» .
Todo el día estuvo Aben Gehaf esperando la venida
<le Rodrigo, y Rodrigo* no vino. Llegada la noche,
-excusó su falta con estar algo indispuesto, y rogó no
se tomara á mal el que no hubiese acudido. Aben
Gehaf, despechado, como es consiguiente, abandonó
-el huerto y se entró en la ciudad: «e el Cid fizo '1 por
ver qué diríen los de la villa, e si se quejaríen por ello:
e así fué, que se quejaron, ende, mucho los fijos de
Aboégib e todo el puebro; e se querien alzar contra
Aben Gehaf; mas non osaron, por miedo del Cid; nin
-querien aver más desabor con él de lo que avíen, por
miedo que les astragase quanto avien fuera de la
villa» (2).
La ansiada venida de los almorávides no llegaba:
un día se decía «ya están ahí», y al siguiente decían
(1 ) Malo de Molina, apéndice XXI.
(2) Cree Malo que el nombre de Real que aún conserva el paraje del
aerto ó huerta, será de alguna casa ó palacio de recreo que allí tendrían los
eyes de Valencia; derívase, sin embargo, de Raffal, ó Roa!, 6 casa de campo,
\ombre aplicado á muchos caseríos, entre los cuales podemos citar, por
j ?mplo, á Raffal de Montroy, también hoy llamado Real.
— 284 —
«ya no vienen». Así pasaron algunos días. Y cuando
la murmuración por el desaire del Cid al cadi se había
calmado, de improviso entró Rodrigo en la huerta y se
apoderó del arrabal ó raffal que junto á ella se alzaba.
Los moros, sus moradores, no mostraban gran disgusta
al tropezar á cada momento con los cristianos de la
hueste.
Entonces llegó á Valencia aviso cierto de la proxi-
midad del ejército libertador: los almorávides estaban
en Lorcay se venían hacia Murcia haciendo largas jor-
nadas. Estas noticias tenían llefio de satisfacción al
bando enemigo de Aben Gehaf, los Beni Guáchib.
El cadi no sabia cómo acallar los murmullos que
contra él se producían. Y, por prevenirse para cualquier
revuelta, decía que él no había cedido en absoluto la
huerta al Cid, sino tan sólo para que en ella se sola-
zase algunos ratos. Hizoles saber que deseaba romper
la alianza con Rodrigo y que le enviaría á decir que
buscara quién cobrase sus rentas, pues él queria desen-
tenderse de semejante encargo: esto es, que se hallaba
en un todo identificado con el pueblo. Sin embargo,,
no pudo reconciliarse con él.
La gente se inclinó del bando enemigo: tumul-
tuosamente y en altas voces así lo declaró, mostrán-
dose dócil á los consejos de los Beni Guáchib. Resol-
vieron cerrar las puertas de la ciudad. Cuando Aben
Gehaf oyó esto, no se atrevió á oponerse á tan atre-
vida resolución. «E entonces se comenzó la guerra del
Cid de cabo con los de Valencia, e fueron desavenidos
con él e desacordados». Habiendo durado el sitio
nueve meses y terminado á mediados de junio de 109^
- 28S -
y la guerra, veinte meses, que comenzaron a contarse
en noviembre de 1092, habiendo ya transcurrido once,
el sitio debió comenzar en octubre de 1093.
Para la más clara inteligencia de los hechos que
durante el mismo ocurrieron, no pecarán de supér-
fluas algunas noticias de topografía local. Algo se
dijo sobre las macboras ó cementerios muslimes de
Valencia (1). Para formarnos idea aproximada de lo
que entonces era la capital de nuestro reino, expon-
dremos lo que acerca de sus muros, puertas, mezquitas,
mercados, valladares y puentes han escrito diligentes
investigadores.
Del muro que la rodeó desde los dos primeros
califas, cuando menos, hasta 1356, pueden determi-
narse como puntos principales: la torre de Ali Bufat,
ó del Temple, á buscar, por la calle del Horno del
Vidrio, la de la Congregación, plaza de las Comedias,
por junto á la Universidad, plaza de las Barcas y teatro
Principal, á la plaza de San Francisco; desde allí, por
la acera de la derecha, á la calle de Barcelonina, plaza
del mismo nombre, por la de Cajeros y calle de San
Vicente, á salir,, cortando el Trench, al actual Mer-
cado; por delante de la Lonja, calle de la Bolsería y
plaza del Esparto, á encontrar el portal de Valldigna,
aún en pié, calle del Horno Quemado, plaza de Santa
Cruz, calle de Santa Eulalia, la de Roteros, margen
derecha del río, á cerrar por la plaza de Trinitarios (2).
Del libro de notas para el repartimiento, se ve que
(1) Terminación del c. VI de la i.» parte.
(2) El Archivo, V, 411,
— 286 —
había entonces, y también en los tiempos del Cid, las
siguientes puertas: la de Boatella, al poniente, que
corresponde á la calle de San Vicente, inmediaciones
de San Martín, entre las calles de Mañáns ó Cerra-
jeros y Horno de la Pelota, llamado en otro tiempo,
de la Boatella; la de Exerea, al mediodía, enfrente de
Ruzafa, en lo que hoy es puerta de la Congregación ó
de Santo Tomás; la Bab as Scharki, ó de levante, tam-
bién llamada Bab al Birac, ó Puerta de la Hoja, que
corresponde al Portal de la Trinidad; y la de la Cule-
bra, ó Bab al Janesch, la Belsahanes de la Crónica
General, situada antes de llegar á Serranos, en la
Espartería, frente al rabat llamado entonces al Cudiay
ó Tosal, en la parroquia de San Miguel, y corresponde
al actual Portal de Valldigna.
Estas cuatro puertas merecían tal nombre ó de
*Bab, según el Sr. Malo de Molina; á diferencia de
otras más pequeñas que comunicaban con el campo y
estaban reforzadas con fortalezas, por lo que se las
llamaba Borg, ó torres. Por su importancia, no puede
contarse entre estos portillos el Bab a\ Zahar, ó Puerta
de la Aurora, situada en el Temple, convento en que
más tarde fué convertido el palacio del rey moro. Alli
estaba la alta torre de Ali Bufat (¿Ali Abu Fadl?),
célebre por la elegía de que luego se hablará. Otra
puerta era la de al Gadá, que tal vez fuese la Ferrisa.
Digna de llamar la atención es la llamada de al Cán-
tara, ó del Puente (i).
(i) En cuestión de etimologías de los nombres de las puertas, no siempre
están de acuerdo los autores. Boatella, es Beit al hh% ó Casa de Dios, para.
— 287 —
Equivocadamente se ha creído que tomaría el nom-
bre de algún puente tendido sobre el río. Si así fué,
esto es, si en otros tiempos le hubo, de la Crónica del
Cid se desprende que no le había entonces, y sí unas
barcas para vadear el río. Tampoco el rey D. Jaime
hace mención de puente alguno. Por el, testamento de
Bernardo Cardona, otorgado en Valencia á 6 de diciem-
bre de 1254 (VlIIidus), y por el de Ferrando Pérez, hijo
de£eid, de 22 de octubre de i262(XIkalendasnovem-
bris), se deduce que ya por entonces había dos puentes.
Vistos ciertos privilegios concedidos á Valencia, resulta
que en 1279 se estaba construyendo un tercer puente >
el de la Trinidad ó de Catalanes, y se pretendía hacer
otro, también de piedra, para pasar del Temple al ReaL
Uno de los dos que con anterioridad- á éstos se resta-
bleció, fué el de Serranos, del cual se cree que existían
los asientos de piedra, y sólo tramadas de madera en
tiempo de moros, lo cual está confirmado con la ave-
nida de que habla el Quitab el Ictifd, ocurrida en octu-
bre de 1088. El de Catalanes se llamó así,Nporque en la
distribución de calles que se hizo por D. Jaime, tocó á
los de Lérida la que venía á parar á dicho puente; y el
de Serranos tomó este nombre porque correspondía á
la calle ocupada por los nuevos pobladores venidos de
Teruel, y no porque tuviera dirección hacia la Serranía.
Malo; Ribera cree que es diminutivo de nombre lemosfn. Xarea es, para aquel
*"tor, así como puerta judiciaria\ el último le desmiente, y trata de señalar
trios significados. Cree Malo que Valldigna se deriva de Bab eJ din, y Ribera
► contradice. Más de acuerdo estin respecto de Bab al Birac, Bab a% Zahar y
b al Aix ó Janescb, el autor de c Rodrigo el Campeador», y el de los cMo~
¿uñemos Históricos de Valencia y su Reino».
— 288 —
Era, más bien, la puerta de Al Cántara una torre
destinada á defender el puente que ponía en comuni-
cación aquella parte de la ciudad con el campo. El
puente servia para salvar la acequia de Ruzafa, cuyas
aguas daban empuje á las que salian por las cloacas ó
valladares. t
Según Béuter, el valladar mayor se dividía en dos
brazos al exterior de los muros: el primero entraba por
la Espartería, se dirigía ai Mercado de hoy, al Trench,
calle de Calabazas, de San Vicente, Barcelonina, Trán-
sits y Barcas, y en el Colegio de Santo Tomás se
reunía el otro brazo, que, partiendo de la calle de la
Cerrajería ó Calderería, venía por la de Al Fandech á
Santa Cruz, Roteros, Temple, Gobernador, Comedias
y Nave: unidos los dos brazos, salía la acequia ó valla-
dar común á fecundar las huertas de Ruzafa.
Otra puerta célebre era la de Roteros, ó de Tro-
teros, por donde dice la General que se sacó el cadáver
del Cid al abandonar en 1 102 los cristianos á Valen-
cia. Se hallaba en las iinediaciones de la que hoy se
dice de Serranos, por e' horno y carnicerías de Rote-
ros (1).
Existiendo medio año después de la conquista, en
abril de 1239, varias iglesias, éstas fueron mezquitas.
Había ya entonces las iglesias, ó mezquitas purificadas,
Santa María de la Seo, San Andrés, San Bartolomé,
Santa Catalina, Santa Cruz, San Esteban, San Jorge,
San Lorenzo, Santa Maria Magdalena, San Martín, San
Miguel, San Nicolás, San Salvador, Santa Tecla y Santo
(1) Crón. Gral., fol. 361. -£/ Archivo, III, 224.— Malo, apéndice XXIIL
— 289 —
Tomás. Se citan, además: la de la Boatella, que nos
recuerda el interesante pasaje de la tercera guerra de
sucesión de que se habló en el capitulo IV de la pri-
mera parte; la de Roteros, la situada en Alcalipbi, y es
de creer que también tuvieran las suyas las órdenes
militares y las mendicantes. Todas esas parroquias se
establecieron al entrar los cristianos, y acaso fueron
designadas todas al mismo tiempo, incluyendo la de
San Miguel, suprimida para fundar la Moreria y que,
al desaparecer ésta, volvió á ser una de las parroquias.
La mezquita mayor fué convertida en catedral, lo
mismo en tiempo del Cid que en el de Jaime L El ana-
cronismo de que se hace cargo el autor de quien uti-
lizamos estas indicaciones, al comparar la donación
del Cid á la catedral y su obispo con la fecha de la
entrada de Rodrigo, le explica satisfactoriamente el
P. Risco, explicación confirmada con los hechos de
1098 relatados en la Historia Leonesa. En ambas ocasio-
nes fué dedicada á la Bienaventurada siempre Virgen Ma-
ría, y no á San Pedro, como lo prueba el documento
de donación hecha por el Cid y confirmada por su espo-
sa, y la inscripción sobre la puerta de la segunda pieza
de la sacristía principal. El peligro de ruina de que
amenazaba la primitiva catedral, obligó á fabricar el se-
gundo tempío, cuya primera piedra fué puesta en 22 de
junio de 1262 por el obispo Fray Andrés de Albalat (1)
1) Malo de Molina, apéndice XXIII.— El Archivo, I, 211.— Chabás,
numtntos Históricos de Valencia, t. 1, 1. I, c. III y IV; 1. II, c. I y II.— Al
.mpo de la Reconquista, y es probable que también en tiempo del Cid,
»bía muchísimas mezquitas en Valencia. Se concedieron algunas para casas
hasta para establos (El Archivo, VI, 243).
37
— 290 —
De los muzárabes valencianos queda probado que
vivian en el arrabal de San Vicente de la Roqueta.
Resta, pues, digamos algo también sobre los judíos,
que hasta 9 de julio de 1391 formaron parte del
vecindario de Valencia. Además de las cuatro grandes
puertas, de las que sólo quedan las torres de Cuarte y
de Serranos, había ocho portillos: uno de ellos se
llamaba de los Judios. Su extensa barriada estaba com-
prendida entre la calle del Mar y el Valladar Viejo, en
lo que es hoy plaza de las Barcas. En donde se edificó
el convento de Santa Catalina de Sena, al otro lado
del Valladar, estuvo el cementerio judío. El portillo
de los Judíos se llamó deis Cabrerots (?), y también de
San Andrés, por estar en el recinto de esta parroquia.
Ni de judios ni de muzárabes valencianos se hace
mención expresa en la parte de la Crónica General
concerniente á los hechos del Cid: el silencio que de
los muzárabes guarda no desvirtúa en nada lo dicho
acerca de su existencia en aquellos tiempos en la
revista que con frecuencia venimos citando (1).
El mercado público de los moros no estaba en la
hoy llamada Plaza de la Constitución y demás plazue-
las que rodean á la catedral; estaba, desde remotísimas
edades, en la Boatella. En 1261 estaba inmediato al
convento de las Hermanas de la Penitencia, desde
donde se extendía hasta la puerta de la Boatella, por
la que se iba al monasterio de San Vicente. En conce-
sión de Jaime I, de 1271, dice que el mercado estat"
junto á la Puerta Nueva, al remate de la calle de
(1) El Archivo, V, 408-409.
— 291 —
mismo nombre ó de San Vicente. En 1274 dispone
se tuviera mercado donde siempre se celebró, ó sea,
desde el cementerio de San Martín, hoy calle de San
Fernando, hasta ciertas casas situadas, lo más probable,
junto á San Juan (1).
Hecha esta descripción, que si en un todo no se
ajustara á la realidad, tampoco se apartará mucho de
ella, volvamos á apuntar los hechos cuya relación
quedó interrumpida.
Se tuvo otro aviso de que los almorávides habían
llegado á Játiba. En Valencia despertó la noticia gran
alegría, pues ya sus naturales se tenían por salidos de
la gran cuita en íjue estaban. El Cid, con tales nuevas,
m >
abandonó la huerta de Aben Abdeláziz y se trasladó
al paraje llamado la Xarosa, donde estaba su hueste, y
sentó allí su campo. Vaciló un momento entre aguar-
dar en aquel punto al enemigo, ó salir á su encuen-
tro, y, por fin, se resolvió á esperarle allí. No des-
cuidó, empero, utilizar toda clase de medios para
impedir la llegada de los almorávides: mandó derribar
los puentes, que no podían ser los del rio, pues no
los tenía, é hizo inundar la vega, no dejando descu-
bierto de agua sino un camino muy angosto.
Otro mensajero hizo saber á los de Valencia que
ya el ejército libertador estaba en Alcira. El entusiasmo
en la ciudad del Turia rayó en delirio: todos subieron
á las torres para descubrir la hueste africana. Sorpren-
dióles en este cuidado la noche, y, aunque era muy
scura, pudieron descubrir, por las muchas hogueras
(x) El Archivo, IV, 269-270.
— 292 —
que habían encendido los almorávides, ó por las que
servían de aviso en las atalayas, que el ejército de sal-
vación estaba cerca de Alcacer (i). Los moros dirigían
sus preces á Alá, y,' por aquello de «á Dios rogando y
con el mazo dando», al mismo tiempo que suplicaban
al Eterno ayudase á los africanos, estaban ellos prepa-
rados á salir y robar las tiendas y aposentos del Cid
cuando hubiese comenzado el combate entre muslimes
y cristianos.
«Mas Nuestro Señor Dios dio tal agua aquella
noche, qual nunca orne vio, nin tan fuerte diluvio.»
Noche fué aquélla de terrible ansiedad en los valencia-
nos. Confiaban descubrir las banderas amigas á las
primeras ráfagas de luz del nuevo día; mas «non vie-
ron ninguna cosa; e fueron muy maravillados e muy
cuitados, e non sabíen qué fazer: e estuvieron asi como
la muger que está de parto, bien fasta hora de tercia.»
Á las nueve de la mañana se les desvaneció toda
sombra de esperanza. Tuvieron aviso de que los
almorávides habían desistido de venir á Valencia, y
desde Alcacer habían emprendido la retirada. Los
valencianos «estonces se tovieron por muertos; é anda-
van así como beodos: de guisa que non entendíen el
uno al otro; e denegreciéronse sus rostros así como
si fuesen cobiertos de pez; e perdieron toda la memo-
ría, así como el que cae en las ondas del mar» (2).
(1) La Crónica General dice Bafer.— Malo de Molina y D jzy lo traducen
por el nombre apuntado en el texto.
(2) Crónica General, fol. 328.— Dozy (1. c), con el afán de cercenar mé
rito á todo lo que sea español, dice que las palabras que acabamos de tram
cribir, son de autor árabe á quien sigue.
— 293 —
¿Cómo, estando tan próximos á Valencia los almo-
rávides, no llegaron á ella? Aben Aixa, el caudillo
africano acantonado en Denia, y los valencianos refu-
tados en ella escribieron á los «fijos de Aboégib»,
que los almorávides no se habían retirado por miedo
ní por cobardía, sino porque en su marcha les hablan
faltado los víveres y porque las aguas torrenciales les
habían estorbado el paso; pero que se preparaban de
nuevo á emprender otra expedición para libertar á
Valencia de la opresión de Rodrigo: que se esforzasen
y no entregasen la ciudad á los cristianos (i).
El P. Risco es de pareter que el miedo á las espa-
das cristianas fué la causa de la retirada. Eso mismo se
lee en la fuente que él ha utilizado para la mayor
iarte de las noticias. «Cuando Rodrigo se cercioró de
¡ue los valencianos se le habían rebelado quebran-
ando el pacto que con él habían establecido sitió la
iudad y la combatió rudamente por todos lados. Sábe-
e que el hambre causó en ella horrorosos estragos. Un
jército de almorávides corrió á socorrerla y llegó de
:11a á muy corta distancia; pero, poseídos de espanto
.1 saber que tendrían que medir sus armas con el Cid,
itilizaron las sombras de la noche para retroceder al
mnto desde el cual emprendieran la marcha» (2).
Cuanto fué el abatimiento de los mQros, tanto fué
1 valor en que se encendieron los soldados de Rodrigo.
>e arrimaban al muro y, con voces de trueno y con
menazas de relámpago, gritaban á los muslimes:
) Crónica General, fol. 328 v
) Historia Leonesa.
— 294 —
«falsos, traidores, renegados, dad al Cid Ruy Díaz la vi-
lla, ca non podedes escapar con ella.» Los moros, amila-
nados, guardaban sepulcral silencio. Y ya los artículos
de primera necesidad comenzaron á picar alto (i).
Por más que el rompimiento con el Cid no fué
de una manera franca y abierta, procedían como ene-
migos declarados. De lo que pertenecía á Rodrigo,
robaban lo más que podían, y, auxiliados de sus muje-
res, depositábanlo en sus casas. De ahí que el Cid, al
convencerse de la retirada de los almorávides, volvió
á aposentarse en la huerta de Aben Abdeláziz, ó del
Real, y mandó á sus soldados que, en desquite, robasen
los arrabales de la ciudad. Sus moradores, atemori-
zados, entráronse en Valencia, juntamente con sus
mujeres é hijos y cargando con lo más que pudieron
llevar. Los de la ciudad siguieron el ejemplo, y los
cristianos derribaban las casas, no respetando sino
aquello que estaba al alcance de los arcos apostados
en el muro, y, aun asi, aprovechando la obscuridad de
la noche, prendían fuego á lo que durante el día no
pudieron destrozar. Por más que los moros, para estor-
bar el peligro del fuego, retiraron á la ciudad la madera
de los edificios arruinados, los cristianos volvían y
cavaban hasta los cimientos: asi hallaron riquezas,
ropas y silos de trigo.
(i) Valían: un cahíz de trigo, 12 maravedís de oro; 1 de cebada, 6 mará»
vedis; 1 marón (medida de aceite), 1 maravedí; 1 arroba de miel, 1 '/, mr--
vtdis; 1 quintal de higos, 5 maravedís; 1 arroba de algarrobts (fruto 1
algarrobo), l/% de maravedí; 1 arroba de queso, 2 */» maravedís; 1 libra i
carnero, 6 dineros de plata, y 1 libra de vaca, 4 dineros de plata (Cró* 1
General, f. 328).
— *95 ~
El ejército cristiano se extendió entonces en torno
de la ciudad, y, como los moros tratasen de impedirlo,
menudeaban los combates. Las cartas de Aben Aixa y
de los valencianos residentes en Denia, dieron ánimo
á los sitiadores. Empeñados los Beni Guáchib en ani-
quilar á la parcialidad de los Beni Gehaf, condenada
entonces al ostracismo, culparon de la retirada de los
almorávides al cadi. Aben Gehaf y los suyos acecha-
ban ocasión de derribar del poder á sus contrarios. Al
malestar de la discordia intestina se agregó la rápida
subida de precfos en los alimentos (i).
El ejército cristiano se habia ido aproximando de
tal modo á la ciudad, que ésta se vio como ceñida de
un anillo de hierro: nadie podía entrar ni salir de ella.
Se mandó cultivar los campos y- que el almojarife de
la Alcudia (Tosal) percibiese el tributo que venian
obligados á pagar sus moradores. «Aquella puebra que
fizo el Cid en el Alcudia, era así como villa; e los
moros que y moravan, estavan seguros que les non
ferie ningún tuerto, nin les tomava ninguno de lo
suyo nin de sus heredamientos. E fizo y tiendas e
mercados para todas las mercaderías. E veníen y de
todos los logares que eran ende en derredor, e enri-
quesció mucho los que moravan en aquella puebra.
E fazíen tan gran justicia e tan gran derecho, que
nunca y ovo ninguno que oviese querella del Cid,
nin de su almojarife, nin de ningún otro orne suyo: e
[i) Valían: cahíz de trigo, 18 m.; de cebada, 9; de panizo, 18; de legum-
es, 9; quintal de higos, 8; arroba de aceite, 10; de miel, 9; de queso, 3;
: algarrobas, %; de cebollas, 1; libra de carne, 8 dineros de plata, y de
"a, 6 (Crónica General, f. 329).
— 296 —
juzgávalos según su ley de los moros e según se
solien juzgar; e non les apremiava. E con esto que les
fazie fizóles aquel logar muy rico e muy bueno.» Así
sabía gobernar Rodrigo en tiempo de paz. La tranqui-
lidad y la abundancia reinaban en las poblaciones suje-
tas á su dominio: la seguridad imperaba también fuera
de ellas.
Por entonces se supo que ya los almorávides habían
abandonado á Denia y se habían retirado á su tierras
había, pues, que renunciar á toda esperanza de soco-
rro. Los señores de los castillos de la comarca, faltos
del auxilio que con la venida de los africanos se pro-
metían, volvieron muy humildes al Cid á renovar con
él la amistad. Rodrigo, por más que descubriese cuánto
había de hipocresía en aquella sumisión, «recibiólos e
segurólos a quantos quissiesen andar por los caminos,. t
que andodiessen seguros.»
De ellos se valió Rodrigo para hacer más apurada
la situación de Valencia. Pidióles sus ballesteros y
peones para combatir la ciudad, y no hubo uno que
desoyese el mandato. Creció de este modo en tal grado
el ejército sitiador, que los sitiados se vieron en trance
el más apurado. Nadie podía salir ni entrar y «estavan
en las ondas de la muerte.»
Un moro «muy sabio e muy entendido» subió á.
la torre más alta, la de Ali Bufat ó del Temple, y
expresó con esta elegía la tribulación que padecía
Valencia (1):
(1) La traducción libre en verso, se halla en el 'Romancero dd Cid, página
207, edición de Barcelona, 1884. Dice así:
— 297 —
«Apretada está Valencia,
-puédese oía! defensa r,
porque los almorávides
no la quieren ayudar.
Viendo aquesto nn moro viejo,
-que soiía adivinar,
su hiérase á un aita torre,
para bien la contemplar.
Cnanto más la mira hermosa,
más te crece su pesar.
Sospirando con gran pena,
aquesto fué á razonar:
-(i y 2).— tOh Valencia! |Oh Valencia!
(3). —Si Dios de tí no se duele,
digna de siempre reinar,
tu honra se va apocar,
;y con ella fas holganzas
• qne nos suelen deleitar.
<4).— Las cuatro piedras caudales
do fuiste el muro á sentar,
para llorar, si pudiesen,
se querrían ayuntar.
Tus muros tan preminentes,
•que fuertes sobre ella están,'
de mucho ser combatidos
todos los veo temblar.
"(5). — Las torres, que las tus gentes
de lejos suelen mirar,
que su alteza ilustre y clara
los solía consolar,
poco á poco se derriban
sin podeiias reparar;
<6).— y las tus blancas almenas,
que lucen como el cristal,
su lealtad han perdido
y todo su bel mirar.
(7). — Tu río tan caudaloso,
tu río Guadalaviar,
con las otras aguas tuyas,
de madre salido ha;
(8).— tus arroyos cristalinos
turbios ya siempre vendrán,
tus fuentes y manantiales
todos secado se han.
(9).— Tus verdes huertas viciosas
á ninguno gozo dan,
que la raíz de sus hierbas
bestias roído las han;
(10). — tus prados de cien mil flores
olores de sí no dan,
mustios andan y marchitos,
sin color ni olor están.
(11). — Aquel honrado provecho
de tu playa y de tu mar,
en deshonra y daño torna,
¡mal te puede aprovechar!
(i 2).— Los montes, campos y tierras
que tú solías mandar,
el humo de los sus fuegos
tus ojos cegado han.
(13).— Es tan grave tu dolencia
y tanta tu enfermedad,
que los hombres desesperan
de salud podette dar.
(14).— ¡Oh Valencia! (Oh Valencia!
{Dios te quiera remediar 1
que muchas veces predije
lo que agora veo llorar».
(1) «Valencia!... Valencia!... Vinieron sobre tí muchos que-
brantos e estás en hora de morir; pues si ventura fuere que tú
escapes, esto será gran maravilla á quienquier que te viere.
»Ay! pueblo de Valencia: venidas son sobre tí muchas tribu-
ciones e muchos quebrantos del gran poder de nuestros ene-,
igos, que nos cuidan astragar en derredor, ca estamos en hora
.j perescer; e será gran maravilla si desto podemos estorcer; e
— 298 —
todos aquellos que desta vez nos vieren libres desta cuita (lo que-
non puede ser) lo ternán mucho por extraño.
(2) *E si Dios fizo merced algún logar, tengo por bien de lo-
facer á tí, ca fueste nombrada alegría e solaz en que todos los
moros folgaban e avien prazer e sabor.
*E, por ende, pido yo merced á Dios, que, así como él fizo
muchos miraglos e muy grandes e tan maravillosos fechos como
éste en que nos estamos, que asi nos libre él desta vez del poder
destos nuestros enemigos en este logar que nos dio grao fulgu-
ra, e alegría e solaz en que todo el puebro de Valencia vevimos
á gran pra£er de nos. *
(3) »E si Dios quisier que de todo en todo te ayas de perder
esta vez, será por los tus grandes pecados e por los grandes atre-
vimientos qpe oviste con tu sobervia. t
*Ca de todo en todo non vernie sobre el puebro de Valencia
esta tribulación nin lo ven^eríen sus enemigos, sinón por los sus
muy grandes pecados e por la muy gran sobervia que mantuvie-
ron; e por este pecado han á perder tan nobre cibdad como
Valencia, en que eran apoderados.
(4) ¿Las primeras quatro piedras cabdales sobre que tú fueste
formada, quiérense ayuntar por facer gran duelo por tí, e ñor*
pueden.
¿Por las quatro piedras cabdales, digo yo en el mi corazón,,
que se quieren ayuntar por facer muy gran duelo, e non pueden»
E esto digo yo por la primera piedra cabdal sobre que Valencia fué*
formada: que es por nuestro señor el rey, que te mucho pre-
ciaba. E la segunda piedra, el infante fijo de nuesto señor el reyr
que cuidava heredar á Valencia e ser señor della. La tercera pie-
dra es el rey de Zaragoza, que era mucho amigo e consejero de
nuestro señor el rey, que se duele tanto de Valencia como si él
la perdiese. La quarta piedra es el muy nobre Arráyaz, vasallo e
consejero de todos sus fechos de nuestro señor el rey. E por
cada uno destos nombres, ya fuerte piedra cabdal sobre que este-
vas, Valencia, muy bien segura e bien guardada, e por el muy
nobre muro que sobre estas cuatro piedras fué levantado, digo
yo por el muy nobre puebro de Valencia, que era de las muchas
— 299 —
gentes muy escogidas, que eran fuertes, e ricos e servien bien su
señor e amparavan á Valencia, e agora son astragados.
(5) iLas tus muy altas torres e muy fermosas, que de lueñe
parearen e confortavan los corazones del puebro, poco á poco se
-van cayendo.
*Por las muy altas torres, digo yo por los muy ricos-ornes, e
nobres e mucho-honrados defendedores de nuestro señor el rey
-e de ti, Valencia, con muy gran lealtad: así eres tú, Valencia.
(6) iLas tus brancas almenas que de lueñe muy bien relum-
bra van, perdido han la su lealtad con que bien pares;íen at rayo
del sol.
»Por las tus brancas almenas, e resplandientes al rayo del sol,
-digo yo por las palabras de estos nobres señores que las dezíen
con entendimiento de que se aprovechara el tu puebro, e era más
apuesto en los fueros e en las otras cosas que por estos señores
nos da va nuestro señor el rey, e porque las sus palabras eran
-dichas con derecho e con razón, páresete bien el tu puebro: asi
eran resplandientes e brancas de muy gran apostura, porque seme-
javan almenas del tu puebro, bien asi como esta cibdad non
podíe ser sin almenas apuesta sin las mercedes e sin los demos*
tramientos de tan nobres señores á Dios, que es rayz de justicia,
se tiene por servido de quanto en tí fazíen.
(7) »El tu muy nobre rio cabdal Guadalaviar, con todas las
otras aguas de que te tú muy bien servíes, salido es de madre, e va
-onde non deve.
•Valencia: por el tu río cabdal, digo yo por el muy noble
4ibro de los otros fueros que en tí eran, Valencia: ca, bien asi
como los árboles é las otras cosas de que los ornes han govierno
de vianda, que se non pueden mantener sin agua, así el tu pue-
bro, Valencia, non puede ser mantenido sin este libro de nuestra
ley, onde sabien muchos governadores para ti e todo el tu reyno
en cómo devíes obrar, de que agora andamos desordenados e
obramos de lo que non deviemos obrar.
(8) //Las tus acequias muy cralas e á las gentes mucho a prove-
chosas» se tornaron torvias, e, con la mengua de las limpiar, van
llenas de muy. gran cieno.
— 3°° —
»E por las tas acequias cralas e ferraosas de que te tú a pro—
vechavas cada día, digo yo por buenos alcaydes que en tí eran»,
que davan muy buenos juizios, que es cosa muy crala juyzio
derecho, de que el puebro era muy bien governado e mantenido
en justicia e en derechura de igualdad, cada uno en su derecho,,
que eras muy bien governada de derecho govierno.
(9) »Las tus muy nobres e viciosas huertas que en derredor de
ti son, el lobo rabioso les cavó las rayzes, e non pueden dar
(rucho.
• Por las muy nobres huertas, dezíe yo e digo de todo mi
corazón, por las grandes alegrías que rescebíamos cada día en el
muy noble puebro de tí, Valencia, e de los grandes vicios que
avernos entre nos cada uno con sus compañas en los buenos
casamientos que fazíamos á nuestros fijos e á nuestros parientes^
de que rescebiemos después muy grandes honrras e acrescimiento
de linage, que es muy buen frucho de huertas, e con los otros
pra^eres que se levantan por esta razón; e por el lobo ravioso
que cava las rayzes á las tus huertas por que non puedan dar
froles, digo yo por el muy fuerte enemigo que avernos en el Cid,
que es muy poderoso e nos astraga cada día con poder de cava-
Hería.
(10) »Los tus muy nobres prados en que muy fermosas froles
e muchas avíe, con que tomavael tu puebro muy grande alegría,,
todos son yá secos.
• Por los tus muy nobres prados, digo yo por las muy grandes
riquezas del tu puebro, Valencia, de que ellos eran ahondados^
e siempre andavan compridos de alegría; e agora todo lo han
perdido manteniendo guerra. E, por las muy nobres froles que
en el reyno eran, digo yo por los muy sabios ornes que en pue-
bro moravan, e agora son muy más.
(11) »EI muy nobre puerto de mar de que tú tomavas muy
grande honrra, ya es menguado de las nobrezas que por él te solíen
venir á menudo.
>Por el tu muy nobre puerto de mar, digo yo por nuestro
señor el rey, que nos aduzíe al puebro de Valencia muchas mer-
cedes e libertades, en que hay todas las cosas que le pidamos.
— 3^1 —
para honrra del puebro de Valencia» onde éramos libres, e ricos,,
« bien estimados e sin ninguna mala sujeción, de los cuales suje-
tos non deben aver fijos d'algo; e por este puerto nos solfeo
venir tan grandes mercedes, que nunca se nos podríe olvidar
mientra que bivamos.
(12) 1EI tu muy gran término de que te tú llamavas señora,
los fuegos lo han quemado, e á ti llegan los grandes fumos.
»Por el tu gran término, digo yo en el mi corazón por la
muy buena fama de la grandeza del puebro de Valencia e por el
gran saber que en ella era, que siempre se sabie defender con
sabiduría e con poder, á todos aquellos que contra el puebro de
Valencia veníen.
(13) > A la tu gran enfermedad non le pueden fallar maleaba,
e los físicos son ya desesperados de te nunca poder sanar.
»E, por ende, á la tu gran enfermedad non pueden fallar
melezina de guar ¡miento, e los físicos te han ya desamparada
aquellos que solien guardar, ca agora non pueden.
(14) ^Valencia!... Valencia!... Todas estas cosas que te he
dichas de tí, con gran quebranto que yo tengo en el mi corazón,
las dixe e las razoné» (1).
Y ¿quién es el autor de la composición? En la
General se lee: en un punto, «el que fiziera e trovara
las razones en razón de Valencia, avíe nombre Al
Faraxi»; en otro, «fué el que fizo los versos un alcaide
que avíe nombre Al Hugí»; en otro, al comienzo de la
interpretación de la elegía, «palabras de Al Hágib Al
Faqui», y, por último, en otro, «estos versos que fizo
el Bataxí.»
Tenemos, pues, que, siendo uno mismo el autor,
aparece con tres nombres diferentes: Faraxi, Bataxí y
~lugi. Todos tres, dada la inseguridad con que ama-
(1) Crónica General, ff. 319, 339 v. y 330.— Hemos puesto á continuación de cada frase de la.
fclegia, la explicación que de la metáfora da el propio autor.
— ' 302 — J.
nueñses poco cuidadosos pudieron alterar los nombres
arábigos al traducirlos al castellano, pueden reducirse
auno solo, al último: Bataxí. La escritura de esté
nombre es muy fácil confundirla con la de Guacaxí.
En este caso, resultaría que su patria era Guacax, aldea
de Toledo. Era, además, faqui notable y alcaide nom-
brado por el Cid.
En ad Dabi se habla de un íaquí sobresaliente en
materias lingüísticas, Hixem ben Áhmed el Quinen!
Abu '1 Gualid el Guacaxi, que murió el año 489
(dic. 1095-96). De él dice Aben Pascual, que «era el
hombre más universal de su tiempo, uno de los más
sabios gramáticos, entendido en materias de lengua,
en el sentido de los versos, arte métrica, y en la elo-
cuencia; y á la actividad de orador ilustre, reunia la de
buen versificador.» Abú Bahr el Asadi, originario de
Murviedro, dice que «era hombre de conocimientos
tan vastos, que, como si supiera todas las cosas en su
realidad, respondía sobre cualquier punto de que se le
preguntara.» Atic ben Abdelhamid, mocri de Denia,
señala el año de su nacimiento y precisa el día de su
muerte: nació el año 408 (mayo 1017-18) y murió el
27 de chumada último de 489 (23 junio 1096). Y en
Yácut se lee que escribió un opúsculo, La derecha via,
Inversión del orden del rango, El orden adecuado de los
sobrenombres, Las asambleas y una obra especial sobre la
Providencia. «Estaba en Valencia cuando se apodera-
ron de ella los cristianos, y vino á ocupar la alcaldía
de los musulmanes en ese tiempo.» Ai Maccari le
llama filósofo alcalde, y recuerda, entre sus discípulos/
al mencionado Alie ben Abdelhamid, rector de la mezr
— 303 —
quita al jama de Denia; á los individuos de la noble
familia valenciana los Beni Abdeláziz; á Ben Jairón y
Ben Junus, alcaides de Murviedro; a los Jarifes de
Jérica; á Ben Jaravia, rector de la jama de Valencia; á
Ben Almohalem, recto* de la mezquita Rabhat al Cadi,
cuando el Cid convirtió en catedral la aljama, y á
algunos otros.
«Es de presumir, escribe el autor* de quien tomamos estas
investigaciones (i), que fuese el personaje de más talla y que
mis consideración merecía en Valencia por su sabiduría, por su
edad, trato cortesano y genio conciliador y transigente, algo
tocadillo de aires cristianos, filosóficos y hasta libre-pensadores,
que le habilitaban para atraerse el afecto y confianza del Cid, at
par que el respeto de los musulmanes por su carácter sacerdotal:
es decir, el hombre necesario de aquel tiempo, del que se apro-
vechó la sagacidad de Rodrigo al elegirle alcalde.»
Cree el mismo autor que no es otro que el respe •
tado faquí Al Guatan, que intervino como mediador
en las turbulencias interiores, á la vez que de mensa-
jero cerca del Cid (2).
Contemporáneo de Hixem ben Áhmed el Qjuineni
Abu '1 Gualid el Guacaxí, fué Abdallah ben Jaian, ó
sea el Mahómad Abenhayen Alaronja de la Crónica
General, uno de los faquies de Valencia. Nació el año
409. (mayo 1018-19) y murió en el 487 (en. 1094-
95). Fué autor de algunas biografías y tuvo gran afán
por la adquisición de libros (3).
(x) D.JolU* Ribera.
(2) El Archivo, I, 380-396.
(j) Malo de Molina, Rodrigo el Campeador, 46, nota. «Abu Muhánud ben
¿yyen ben Farhon ben Ilm ben Abdallah ben Musa- ben Male ben Hamdon
en Fayyén al Ansarí al Aruxa, habitante de Valencia, escuchó por mucho
— 3^4 —
Político de talla no vulgar Aben Gehaf, natural era
-que no perdiese la oportunidad que le brindaba el
malestar de Valencia, para ver de derribar de la presi-
dencia de la república á sus rivales. Contemplaba con
gozo el quebranto que padecía la ciudad, y se prome-
tía que disminuiría la parcialidad de sus enemigos.
Para dar calor á los descontentos, decía que él no podía
meterse á dar consejo si no se le pedía; que si se
hubiera seguido su parecer, Valencia no hubiera pade-
cido la calamidad que sobre ella pesaba, que el mal
estuvo en dejarse guiar por los Beni Guáchib, que
aeran de poco recado, e nin eran mañosos, nin sabios,
para estar bien con ninguno, nin en lo que oviesen de
fezer.» Esto lo murmuraba en su casa al oído de cuan-
tos iban á visitarle; y, al esparcirse fuera las especies
que soltaba, todos, grandes y pequeños, decían que
era verdad cuanto hablaba.
Seguía en tanto la ciudad padeciendo vigorosos
ataques de los cristianos, y el hambre hacía sentir en
ella sus estragos. La estrechez que padecían sus mora-
dores contribuyó á que se apartasen de la familia
encumbrada en el mando, á la cual atribuían el que-
branto que experimentaban. Voluble el pueblo y obe-
deciendo á las sugestiones de los Beni Gehaf, pidió
tiempo las lecciones de Abu Ornar Abdelbarr, y asimismo las de Ostman ben
Abi Béquer el de Sifacos, Abu'l Quésim al Afilí, Abu'l Fadl al Bagdadf y
otros. Tenía gran solicitud en lo tocante á adquirir libros y reunirlos en biblio-
teca, allegando de ellos gran número. Murió á mediados de xawal del año 487
de la hegira (últimos de sept. de 1094). De él hace mención Abu Mu h amad
ar Roseti Abdallah ben Muhámad ben Áhmed el Arabí el Moáferí, natural de
Sevilla (Fernández y González, Los mudejares de Castilla, pág. 150, nota 2,
nos da la traducción ésta, que va precedida del texto árabe).
— 3o5 —
perdón al cadi, rogóle que le diera consejo y buscase
salida á la deplorable situación en que se\hallaba.
Aben Gehaf, para más* avivar el empeño de tales
manifestaciones, replicó que no quería abandonar la
vida privada; que tampoco él estaba libre de los males
que afligían á los demás, y que no podía dar consejo
á hombres desavenidos. Sin embargo, encarecíales la
unión y que todos se decidiesen por estas dos cosas:
ó apartarse de los Beni Guáchib, ó que estuviesen dis-
puestos á hacer lo que él ordenase, que cuando él viese
esto, bascaría la manera de que renaciese la paz; que
recordasen cuan bien les fué cuando él ocupó la presi-
dencia, y que confiaba en Dios hacer desaparecer la
guerra con el Cid y no tenerla con otro ninguno.
Todos contestaron á una voz que le obedecerían y
creerían y que no saldrían de lo que él mandase, porque
siempre que siguieron su consejo tuvieron bienan-
danza.
Y á pesar de los buenos deseos, no era empresa
fácil llevar á cabo la resolución; porque el bando ene-
migo, aunque desprestigiado y malquisto en fuerza de
las circunstancias, todavía era numeroso; pero Aben
Gehaf no vaciló en alzar bandera de rebelión. No quiso
dar el paso sin antes tener seguridad de que no habían
de abandonarle sus adeptos. Pidió que se extendiese
un documento obligándose á ello los principales de
los que le estimulaban á tomar el mando de la repú-
blica.
Logrado esto, Aben Gehaf trató con el Cid el
medio de expulsar de la ciudad á los Beni Guáchib y
á sus parciales. Convinieron en que Rodrigo se acer-
39
— 3c6 —
caria al muro y diría que mientras los Beni Guáchib
estuviesen dentro.de Valencia él no tendría paz con
sus habitantes: por tanto, que los expulsaran y procla-
masen de nuevo presidente á Aben Gehaf. Hízolo así
el Cid, y después de hacer esa declaración, añadió que
sentía lá tribulación en que estaban los moros, pues
los amaba; que los protegería como en tiempos de
Al Mamún y de Yahya, «e que parasen mientes en
su facienda, enon se dejasen así perder.»
Las . maquinaciones de Aben Gehaf tuvieron el
resultado que él apetecía: los de su familia y algunos
otros más le proclamaron presidente de la república.
Exigiéronle que lograra la paz con el Cid, según él
había prometido; mas excusóse con que, á menos que
de la ciudad no se lanzara á los Beni Guáchib, el Cid
no lá concedería. Mala impresión causó en el pueblo
la condición que Rodrigo ponía, tanto, que murmu-
raban que antes que cometer tamaña juindad, prefe-
rían la muerte. Así pasaron unos días, mostrándose el
pueblo rehacio á las aspiraciones de Aben Gehaf.
No era el cadi hombre que se detuviera á mitad
del camino que estaba decidido á recorrer. Viendo que
no podía valerse del pueblo para deshacerse de sus
enemigos, se entendió secretamente con el Cid y con
los caballeros y parciales suyos, acerca del modo de
apoderarse de los Beni Guáchib, y se acordó este
expediente: uno de los notables del bando de Aben
Gehaf, llamado At Tetoín, según la General, y At
Tecorní, como quiere Dozy (i), y uno de cuyos
(i) El Cid, P. i.t, II.
— 3°7 —
antepasados, Abú Ahmer ben At Tecorní, fué minis-
tro dé\ régulo de Valencia Abdeláziz, el hijo de
Almanzor (i); acompañado de hombres armados de .
á caballo y de á pie, fué á reducir á prisión á los Beni
Guáchib. Se habían amparado en casa de un faquí que
gozaba de alta reputación entre los moros, casa que
estaba bien fortificada y cercada de adarbes. Los perse-
guidos, aunque no contaban allí sino con un puñado
de valientes, trataron de defenderse hasta tanto que
por la ciudad cundiese la voz de la revuelta, pues
contaban con que tendrían valedores.
Los que iban á las órdenes de At Tecorní pren-
dieron fuego á las puertas del adarbe, y entonces acu-
dió, mucha gente menuda, de esa que obra sin con-
ciencia y al impulso del más audaz ó afortunado. Se
refugiaron los Beni Guáchib en el patio y bajo el
alero de un tejado; pero sus perseguidores treparon á
lo alto y comenzaron á lanzar tejas, penetraron otros
por fuerza en la casa, que fué saqueada, y los Beni
Guáchib fueron reducidos á prisión. Cuando se supo
lo inesperado de aquel ataque, ya todo había acabado.
No quedó ninguno de la familia vencida que no fuera
preso. Túvoselos encarcelados aquel día, y en la noche
fueron trasladados á la Alcudia, donde estaba el Cid,
á quien fueron entregados. «E quando fué otro día
mañana, fué gran roydo en el puebro de la villa, e
ovieron todos muy gran pesar por aquel fecho tan
malo e tan feo» (2).
(1) Dozy, I. c, y Malo de Molina, Rodrigo el Campeador, III.
(2) Crónica General, fol. 330, 330 v. y 331.
— 308 —
Fundado el escritor holandés en que los «fijos de
Aboégib, ó Aboegid,v no podían ser otros que los Beni
Táhir, se vale de Abu '1 Hasán para precisar la fecha
de la revuelta acabada de narrar. Aun cuando las razo-
nes arriba apuntadas nos hayan obligado á tomar por
los «fijos» en cuestión,, á los Beni Guáchib, es indu-
dable que los Beni Táhir siguieron el bando enemigo
á los Beni Gehaf, y también la suerte de aquéllos.
Dice Abú '1 Hasan que Abderrahmán ben Táhir,
el ex-emir de Murcia, vivió tantos años, que pudo
contemplar h caída de las pequeñas dinastías, de los
reyes de taifas, y que presenció la calamidad que á Va-
lencia causó el Campeador. Desde ella escribió á sus
parientes una carta en la cual decía: «Escribo al mediar
la luna de safar (de 487, ó sea, el 6 de marzo de 1094);
he sido reducido á prisión por causas que no se han
visto en los tiempos pasados. Si vieseis á Valencia
¡dirija Dios sobre ella su mirada y aumente en ella
sus antorchas! y lo que los tiempos han hecho de ella
y de sus moradores, de seguro que os doleríais y llo-
raríais por ella: porque el infortunio la ha dañado en
los cimientos de sus casas y en sus gentes, y ha eclip-
sado sus lunas y sus estrellas. Mas no me preguntéis
qué es lo que por mi pasa, con mis contrariedades y
mis desesperaciones; ahora necesito rescatarme des-
pués de haber presenciado la dureza con que ha sido
derramada la sangre de muchas gentes; no me resta
sino la bondad derDios, á la cual nos ha acostumbrado,
y su munificencia, que nos ha enseñado. He departido
con vos como departen los amigos sinceros, porque
estoy cierto de vuestra nobleza y de vuestra cuidadosa
solicitud, y para demandar de vuestra parte, una fer-
viente oración, porque ella puede ser la causa de que
me encuentre con alegría y en libertad, si á Dios le
place: ¡á Él, cuya gloria va siempre en aumento, que
engrandece las plegarias de los que le rueganl ¡No deje
nunca vuestra residencia, y gocéis en ella.de sus ben-
diciones!» (i).
(i) Malo de Molina, apéndice XX,
CAPITULO Vil
PERIODO REPUBLICANO
(GoadUfiAa).
ninno junio l(l»4¡.
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el Cid en la VillmiKv*.— Condicione!
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de U rendición de V.leoci. .1 Cid.— La
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midióte
uiiiib*.
a logrado el cadí anular á sus contrarios,
lico fin de su política, y poco ó nada le
iportaban las censuras del pueblo, por
merecidas que fuesen. Para avistarse con el Cid, que
estaba en la Villanueva (San Juan de la Ribera), salió
«á la glera, cabe la puerta» del puente, derrumba-
deros ó cascajares de la muralla. Le recibió el obispo
de Albarracin, á quien acompañaban sus caballeros.
Allí acudieron también los capitanes de la hueste
cristiana, y deshaciéndose en obsequios y honras á
Aben Gehaf, «cuidando que les daríe algo.» También
Rodrigo confiaba en que no saldría con las manos
vacias, prometiéndose le diera algo del tesoro arreba-
tado á Yahya al Cádir.
Aben Gehaf y el obispo, seguidos de los caballeros
que á éste acompañaron, cruzaron el río y pasaron á
la huerta de la Villanueva. Rodrigo salió á recibir al
— 3ii -
cadí á la entrada de la huerta, y al bajar del caballo
hizo ademán de tenerle el estribo, y le abrazó, haiagó
y honró sobremanera. Le instó á que se quitara el
tailesán, capirote ó montera distintivo de los cadíes
«e que vestiese vestiduras de rey, ca rey era.»
Pasóse largo rato sin que la conversación recayera
sobre el asunto que mayor interés tenía para Rodrigo.
Viendo, pues, que no había regalos ni algo que afian-
zase sú dominio sobre la ciudad, le habló de condi-
ciones sin las cuales la amistad no seria duradera. Era
una de ellas que la mitad de las rentas de Valencia, así
en la ciudad como en el territorio de su jurisdicción,
había de ser para el Cid, y que, para el cobro de ellas,
nombraría un almojarife, que residiría en la capital.
Esta condición fué aceptada de buen grado.
No asi una segunda condición, como los hechos
declararon, por más que entonces el cadí mostrase
también estar conforme. Para seguridad del contrato
había de entregar en rehenes su hijo, á quien el Cid
retendría en el Puig. Convinieron en que al día siguien-
te, 8 de marzo, habían de reunirse en el mismo sitio y
se extendería documento de aquellos pactos.
Aben Gehaf entró en Valencia con el corazón
oprimido de pena: era padre. «Estonces vio cuánto
mal seso ficiera en echar los almorávides de la tierra
e en segurarse en ornes de otra ley: e tóvose estonces
por desesperado de todos los bienes del mundo, e por
muy engañado, por su mal seso» (i).
(i) Estas palabras, que sonde la Crónica General (fol. 331), las traduce
Dozy (£1 Cid de la realidad, VII) y dice que las toma del autor árabe i quien
Llegado el nuevo día, impaciente Rodrigo con la
tardanza en la salida de Aben Gehaf, pasóle aviso para
que acudiese á suscribir el pacto antes convenido. El
infeliz cadí, decidido á no poner en peligro la vida de
su hijo, contestó resueltamente que, así le cortara la ~
cabeza, no estaba en disposición de entregarle. Grande
fué el enojo que la respuesta causó en el Cid: en
carta amenazadora hízole saber que, pues había faltado
á su palabra, ya nunca estaría con él en amistad ni
jamás daría crédito á sus promesas. Como primera "
medida de venganza ordena al moro Al Tecoronní,
el mismo á quien confiara la custodia de los Beni
Guáchib, que saliese de la villa (i) y se retirase al
castillo de Alcalá (2). El moro obedeció al momento
la orden de Rodrigo.
La habilidad de que á fines del siglo XV dieron
muestra los Reyes Católicos fomentando por medio de
Boabdil y de su tío el Zagal la discordia en Granada,
púsola mucho antes en práctica Rodrigo, tan astuto
político como experto é intrépido caudillo. Honró en
gran manera á los Beni Guáchib y á sus parientes; '
hizo que se les facilitase cuanto hubiesen de menes-
ter, dióles vestidos y prometióles ayuda. Por este lado
disminuyó la satisfacción que Aben Gehaf pudo expe-
rimentar con el fallecimiento que por entonces ocurrió
de tres hombres principales de la ciudad, «los más
sigue. En Ben Besaam se lee que del cadí se separó la pequeña y escogida
partida de almorávides que le servia de sostéa.
(1) Valencia, segúu Dozy; al Cudia, según Malo de Molina.
(2) Probablemente, Carlet.
— 3*3 —
acabados e los más sesudos que y avie», con lo cual
quedaba el cadi sin nadie que le contradijese.
El Cid renovó sus ataques, menudearon las esca-
ramuzas, y el circulo de hierro que oprimía á la ciudad
hacíase cada día más estrecho: el hambre dejó sentir
sus horrores (i). En tanto, Aben Gehaf, atento sólo
á la satisfacción de mando, «desdeñaba mucho los
ornes, e quando algunos le vcnien á querellar e deman-
dar, maltraieles e denostávalos. E él estava apartado
asi como rey: e estavan antél los cobradores, e los
visitadores, e los maestros de azotes departiendo quál
diría mejor, estando en grandes solazes.» En medio
de las críticas circunstancias en que se hallaba, no
quería renunciar al placer muy en boga entonces entre
los régulos moros: saborear los dichos agudos de los
literatos y celebrar las improvisaciones de los poetas.
A los males del hambre, de la peste y de la guerra,
tenían sus míseros vasallos que añadir las arbitrarie-
dades de un déspota sólo cuidadoso de acaparar rique-
zas. Devorado por la más sórdida avaricia, no respe-
taba ni las tumbas ni lo sagrado del hogar doméstico.
A los que morían de hambre, arrancábales de sus
propias casas cuanto en ellas se encontraba. A los
buenos como á Jos malos, á todos aplicaba igual
medida, á todos, con mil pretextos, sometíalos á inicuo
despojo; y si se oponían, se los prendía y azotaba: «e
non avie vergüeña ninguna á pariente nin á conos-
) Valían: cahíz de trigo, 40 maravedís; de cebada, 30; de panizo, 25;
<J rgarabres, 25; quintal de higos, 13; arroba de algarrobas, 13; quima) de
■ lj 16; arroba de queso, 14; terrazo (medida) de aceite, 13; arroba de
c >lias, 3, y carne de bestia, 1. (Grónrca General, f. 331 v.)
40
— 3'4 —
viente: e todos passavan por una regra: de guisa, que
non despre^iava nada robar nin otras cosas». Y, como
los artículos de primera necesidad alcanzaban un
precio exorbitante (i), faltos de ahorros, pues los
apuró el cadi con sus medidas tiránicas para hacerse
con dinero con que comprar comestibles, había mu-
chos vendedores de bienes de fortuna y ningún com-
prador.
A todos estos males agregóse el resistir á las
continuas acometidas de los sitiadores. Tanto se
aproximaron éstos al muro, que á mano lanzaban
piedras dentro de la ciudad, y las saetas disparadas
cruzaban del un extremo al otro. Hizo el Cid cons-
truir un manganel y le plantó frente á una de las
puertas. Viendo los moros el daño que causaba, mon-
taron dos máquinas, y con ellas inutilizaron el ingenio
de los cristianos.
Y ¿qué hacía Aben Gehaf? Mostrarse sordo á los
lamentos, empeñarse en prolongar una resistencia
cuyo pronto y aciago término podía calcularse. Como
el precio de los comestibles se elevara hasta el punto
de ser sólo accesibles á los de posición muy desaho-
gada, la mortandad en los pobres era aterradora.
«Tornáronse á comer los perros, e los gatos e los
mures; e abríen las tristrigas e los caños (al báñales) de
la villa, e sacavan, ende, el borujo de las uvas; e lavá-
vanlo e comíenlo; e los ornes que avíen algo, comíen
(í) Precios: cahíz de trigo, 90 m ; de cebada, 61; de legumbres, 60;
arroba de higos, 7; de miel, 20; de queso, 18; de algarrobas, 16; jarro de
aceite, 20; arroba de cebollas, 12; carne de bestias ni de otra clase 00 se
encontraba. (Crónica General, f. jji, y,).
— 3»5 -
•
las bestias (i).» Esto mismo se lee en autores árabes:
«Después de haber contrariado (el Cid) en todo este
tiempo (veinte meses) á sus habitantes, de tal manera
que no se veia uno que no hubiese sufrido el hambre
ó las privaciones, hasta el punto de venderse los rato-
nes por dinero, hizo su entrada en ella (Valencia) el
año 487 (enero 1094-95)» (2).
Número considerable de hombres, mujeres y niños
acechaban la ocasión de abrirse las puertas, para huir
de la ciudad, sin íemor á caer en manos de los sitia-
dores, que mataban á unos, y á otros los vendían á
los moros de la Alcudia. Por un pan ó por un jarro
de vino se compraba á uno de aquellos desdichados.
Mercaderes que de todas partes acudian allí por mar,
compraban para esclavos á los más ricos, como menos
ajados por el hambre. Los que imprudentemente la
saciaban, caian muertos.
«Si vieseis á Valencia, exclamaba Abderrahmán ben Táhir,
(dirija Dios sobre ella su m<n*da y aumente en ella sus antorchas)
y lo que los tiempos h«n hcihv> de tila y de sus moradores, de
seguro que os doleríais y lloraríais por eüa; porque el infortunio
la ha dañado en los cimientos de sus casas y en sus gentes y ha
eclipsado sus lunas y sus estrellas» (3).
A este concierto de voces lastimeras no podía faltar
«
la del autor de la elegía dicha desde la torre más alta
de Valencia: «Si fuese á diestro, matarme ha el agua-
ducho; e si fuese a siniestro, matarme ha el león; e si
(1) Crónica General, f. 331 v.
(2) Malo de Molina, apéndice XXI,
(3) Mate de Molí**, apéndice XX.
- 3X6 -
fuese adelante, moriré en el mar, e si quisiere tornar
atrás, quemarme ha el fuego.» Lo cual quiere decir, si
nos queremos guiar por nuestra ley, nos acabará el
gran poder de nuestros enemigos, que está sobre
nosotros; si seguimos la de nuestros enemigos, incu-
rriremos en la ira de Mahoma, por apartarnos del
camino que nos señaló hasta su muerte, y será contra
nosotros fortisimo león; si no abandonamos la senda
por donde vamos, moriremos sufriendo sobremanera,
pues con ningún socorro contamos; y si queremos
persistir sufriendo ante nuestros enemigos é ir contra
nuestra ley, seremos escarnio á las gentes, por haber-
nos desviado de la linea que seguíamos y por haber
renegado de nuestra religión. «|Ay, pueblo de Valencia!
Todo esto digo aquí porque no nos podemos librar
del poder del Cid, que nos ha de entregar en poder de
cristianos; y hemos de quedar en sus manos nosotros
y tú, Valencia, por nuestro pecado y por nuestra mala
ventura» (i).
Por más que en la Dzajra de Ben Bessaam se lea
que «Abu Ájmed, aunque recordaba el lazo en que
había caído, no facilitaba ni abria puerta alguna», es lo
cierto que procuró salir de aquel trance recurriendo á
los principes vecinos, como allí mismo se insinúa (2).
El primero á quien acudió en demanda de auxilio,
pintándole con los colores más vivos la critica situa-
ción en que Valencia se hallaba, fué el emir de Zara-
goza. Buscó un hombre que llevase una carta á Mos-
(1) Crónica gener?l, f. 332,
(2) Malo de Molina, 1. c.
— 317 —
tahín, recomendó al portador la mayor reserva, y le
aseguró que en cuanto el Emir viese la carta le regalaría
un vestido y le daría, para el regreso, un caballo y un
mulo. Aben Gehaf, además, le halagó con la promesa
de que mientras viviese «le íaría mucho algo.»
Son, en verdad, dignos de ser conocidos los porme-
nores relativos á esta comisión. ¿Qué tratamiento se
daría á Mostahin? Se consultó con los «ornes buenos»
de la ciudad el caso, y, después de gastados tres dias
en buscarle solución, se acordó, para que no demorase
la venida, escribirle «á Vos, Señor», esto es, recono-
ciéndosele vasallo, decisión que fué poco del agrado del
cadi; pero, apremiado de las circunstancias, hizo de la
necesjílad virtud y se acomodó al consejo de los nota-
bles. La miseria seguía entretanto causando estragos
en la ciudad, y el trigo se vendía, no por cahíces, sino
por onzas y, á lo más, por libras (i).
Llegado que hubo el mensajero á Zaragoza, estuvo
por espacio de tres semanas aguardando día tras día
contestación, y ni ésta se le daba ni el Emir volvía
siquiera la cabeza para mirarle; ni aun agua para beber
se le ofreció. Por miedo á que asesinos pagados por
Mostahin le salteasen en el camino y á que el mismo
Aben Gehaf le quitase la vida si volvia sin respuesta,
el pobre mensajero comenzó á lanzar ayes lastimeros
junto al pajado del Emir. Cansados los oficiales/ de
palacio, rogaron á Mostahin pusiera término á tantas
i) Valían: libra de trigo, i J/i m-J de cebada, i */§"» de panizo, i */%; de
1 utnbres, i; onza de queso, 3 m. de plata; onza de aj >% 1 dinero; libra de
' ¡as, 5 d. de plata; de carne de bestias, 6 m.; libra de cuero de vaca, 5 dine-
1 de plata, y de algarrobas, 1 m. (Crónica General, f. 332 v.) .
• /
— 318 —
importunidades. Hízolo asi él Emir, pero 'la contesta-
ción se redujo á una evasiva: le dijo que, á menos que
Alfonso VI no le enviase un buen golpe de caballeros*
no se atrevía á condescender con la petición del cadi;
que resistiese algún tiempo más, que se defendiera del
mejor modo posible y que no dejase de comunicarle
la situación en que se hallaba. «E tornóse el manda-
dero con la carta, muy lazerado e con gran miedo, de
guisa que non cuidó de llegar á Valencia vivo. E veníe
él muy malandante, porque ninguna cosa dequanto'l
dezíe Aben Jaf non le dieron, e todo aquello que el rey
embiara de^ir Aben Jaf, todo era prolongamiento de non fa^er
ninguna cosd. •
Igual resultado dieron las gestiones cerca de Yúsuf:
«Imploró los socorros del Emir at Moslemin y de los
vecinos que rodeaban sus ceñíanlas. Mas, como aquél
estaba lejos, demoró su venida; y, como algunas veces
pudo dejarse oir, el cadí se conmovió de él; y otras
veces no pudo' lograrlo, y no alcanzaron hasta él sus
quejas. Sin embargo: en el corazón del Emir al Mosle-
min había piedad, y se condolía de sus males prestán-
dole oído; mas fué tardo en prestarle socorro, porque
se encontraba muy lejos de la ciudad, y sin poder para
otra cosa. jCuando Dios dispone un suceso, abre sus
puertas y allana sus obstáculos (i)! «Lo cierto es que
nadie se atrevía á arrancar de las garras dp aquel lobo
rabioso» la presa.
Valencia ofrecía escenas las más desgarradoras. Los
hombres caían muertos de hambre por las calles. Si:
(i) Malo de Molina, apéndice XX.
— 3»9 —
cuidarse para nada de los males del cautiverio ó de la
muerte misma, abandonaban la ciudad y se entregaban
á los cristianos. El cadi en persona registraba las casas
en busca de víveres, y no permitía los tuviesen para
más allá de quince dias. Cuando las gentes se quejaban
«por esta desmesura e por este mal que les fazíe»,
diciéndole «este mal ¿por qué nos lo íacedes?» él con-
testaba que no se alborotasen, porque ya venia el rey
de Zaragoza, cuyo retardo obedecía á la impedimenta
de las muchas viandas que conducía. A nadie consentía
comprar más de lo necesario al día. De lo que él se
apoderaba, á unos pagaba, y á otros, no. De ahí que,
para librarse de sus rapiñas, los que aún conservaban
trigo, le ocultaban bajo de tierra: por manera que ni
caro ni con sobreprecio se le pudo ya encontrar. Los
ricos comían hierbas, cueros, nervios y hasta los lectua-
rios de los drogueros, comprado á gran precio; los
pobres se alimentaban con la carne de los muertos... (i).
No contento el cadí con solicitar repetidas veces
de Mostahín auxilio, para lo cual cada noche le enviaba
hombres con cartas, siempre contestadas alentando en
la defensa, bien que de un modo vago, acudió con
idéntico objeto al rey de Costilla. Alfonso VI anunció
que al frente de numerosa caballería enviaba á García
Ordóñez, en pos del cual acudiría él en persona. Den-
tro de la carta puso el monarca un billete escrito de
su propia mano, para que los nobles de la ciudad le
viesen y leyesen en secreto. A la vez que daba las
n yores seguridades de acudir en breve á libertarlos,
Crónica General, f. 352 v.
— 320 —
mostrábase apenado de la angustiosa estrechez á que
estaban reducidos. Ansioso Aben Gehaf de escudriñar
las intenciones del político Alfonso, no cesaba de
preguntar á los ministros, uno de los cuales hízole
saber, con natural ó fingida cautela, que el mo-
narca pensaba alzar una torre de vigía en la Alcudia.
Picado de mayor curiosidad preguntó el cadí «en qué
logar ferie aquella torre», y el privado de Alfonso
no fué más explícito, quizá por no pecar de indis-
creto.
A Mostahin no le era indiferente la suerte de los
muslimes valencianos, por más que para librarlos de
las molestias del Cid nada hubiese hecho en el terreno
de las armas. Con ese fin empleó los recursos que las
circunstancias le permitían. Envió á Rodrigo dos men-
sajeros en súplica de que suavizara el trato á los sitia-
dos; y, para ablandarle, le hizo un presente de ricas
joyas. Otro fin se perseguía, además, con el mensaje:
entrar en relaciones con Aben Gehaf, para lo cual
hablan los embajadores de tener urui entrevista secreta
con él; mas no lo consiguieron, por el recelo que
inspiraron al Campeador. Sin embargo, aún pudieron
hacer que llegase á manos del cadí una carta, y en ella
se leía: «Sepadesque yo envió rogar al Cid que vos
non apremie tanto; e, por que lo faga, embíole yo mis
joyas e muy gran presente: e tengo que el mío ruego
será habido, e que fará lo que le yo embio rogar; e
que non se muestre contra vos e que avenga convusco.
E si esto non quisiere fazer, catad que luego vo
embiaré gran hueste que lo saque de toda la tierra,
folgaredes del.» Esto, como apunta la Crónica, no ei
— 321 —
sino «palabra encobierta.» (i) ¿Qué perdía Mostahín
<:on tener en Rodrigo tan fuerte antemural contra los
almorávides? ¿qué iba á ganar Alfonso con inutilizar
la espada del Cid?
Viendo Rodrigo que la resistencia se prolongaba
más allá de lo que él calculara, procuró encender de
nuevo la guerra civil en la ciudad. Estimuló al más
•caracterizado de los Beni Guáchib (2) á que se alzase
contra Aben Gehafy le defendería por señor de Valen-
cia y del territorio que se extiende hasta Denia. Tuvo
Aben Guáchib sus inteligencias con sus parciales, y se
mostraron dispuestos á secundarle; mas, aunque fueron
llevadas con el mayor secreto , Aben Gehaf tuvo
noticia de la conspiración, *e apoderó de sus fautores
y á todos los puso á buen recaudo.
Confió la custodia á dos hombres de su mayor
confianza; pero toda la entereza y lealtad de los guar-
dianes cayó á los golpes de un ariete irresistible. Pro-
metiéronles favores con largueza los reclusos, y no
tuvieron inconveniente los hombres de la confianza
del cadí en cooperar al plan de los facciosos. El grito
de sedición «real del rey de Zaragoza somos» se había
de dar en el alcázar, y se prometían que el pueblo en
(1) Crónica General, f. 333.
(2) Dozy quiere que sea Aben M thtch, cuando claramente le llama la
Crónica General « quel que dezíen Aboeg d»; y, si, según él, antes eran los
Beni Tahir, también deberían serlo ahora; no siendo obstáculo que hubieran
sido reducidos á prisión, porque desde es momento en que Aben Gthaf se
1 gó A dar en rthnes i su hijo, RoJrig mandó i TV cor on ni se retirase á
. ala y trató con o *r sideraciones á los rivales de Aben G haf. Hizo entonces
J Irigo lo que los Reyes Católicos cuando soltaron i Bjabdil después de
J «ríe prisionero.
41
— 322 —
masa se agolparía en torno de la bandera dé rebelión
y que á la primera embestida darian con el cadi en la
cárcel. Los sucesos no respondieron al plan ni á las
esperanzas.
Dígase lo que se quiera, Aben Gehaf era algo más
que una medianía como político, en lo cual acierta
Boix, que no en todo ha de errar. El Cid le venció, más
por la astucia que por la violencia de las armas. A los
enemigos interiores, con ser tantos y tan poderosos,
los tuvo siempre á raya. Cometió violencias: las que
practica todo hombre investido con la dictadura; y la
dictadura en circunstancias excepcionales, cuando la
patria peligra, como entonces, es un recurso legítimo
y supremo. A pesar de la mala voluntad que siempre
tuvo Abderrahmán ben Táhir al cadi; rindiendo culto
á la justicia, haciéndose superior en \m momento al
estrecho espíritu de partido, acaba por reconocer y
confesar el mérito nada común de Aben Gehaf. El
pueblo musulmán español le atribuyó habilidad y
valor^ santidad y patriotismo.
Fueron los amotinados una noche al alcázar, sona-
ron los atambores, y el muedín anunció desde la torre
de la mezquita el grito convenido. Ese ruido á altas
horas de Ja noche causó en los primeros momentos
sorpresa y miedo; interpretado luego, no lo que era,
sino ataque de los sitiadores, mientras los unos se
aprestaron á la defensa en sus propias casas, los más
corrieron á coronar muros y torres. La indecisión se
apoderó de los mismos que estaban en expectativa de
la asonada y dispuestos á apoyarla. Aben Gehaf, sin
atinar de pronto la causa de aquel movimiento, depone
— 323 —
el temor, pregunta á cuantos á las puertas de sus casas
asoman curiosos y asustados las cabezas y, seguido de
algunos peones y caballos, cada vez más numerosos,
corre al alcázar á sofocar el alzamiento.
Un grupo de hombres en medio de los cuales apa-
rece Aben Guáchib, ocupa la entrada del palacio.
Esperaba, aunque en vano, que la ciudad corriese á su
lado. Acomételos con brío toda la tropa leal al cadi, y,
sin oponer seria resistencia los contrarios, pues juzgan,
y no mal, abortada la sedición, se dispersan, hecha
excepción del caudillo, que nunca abandonó el lugar
del peligro. Él y otros cuatro más son empujados á la
casa de Aben Gehaf. Éste fué generoso con su rival,
pues le perdonó la vida; no fué indulgente con los
demás, que fueron decapitados. Las cárceles se llenaron,
de aquellos sobre quienes recayó sospecha de estar
comprometidos; los bienes de los más fueron aplicados
al fisco.
Aprovechó el cadí este motín, para dar patentes de
sumisión al emir de Zaragoza. De los pocos caballeros
que aún conservaban sus corceles, envió unos cuantos
á que entregasen á Mostahin, aquél que intentaba
arrebatarle el dominio que tenía sobre Valencia. A la
vez que de conducir á Aben Guáchib, tuvieron encargo
de averiguar las intenciones del Emir, acerca de lo
cual escribirían á Valencia; y, en el supuesto probable
de que viniese á libertarla, le acompañarían en la
marcha.
Grande era la impaciencia que por esto dominaba
J cadi. La resistencia se había llevado hasta un limite
rayano en heroísmo: «estava ya todo el püebro en las
— 3^4 —
ondas de la muerte.» Los víveres escaseaban hasta el
punto de que para los más podían considerarse agota-
dos- Los hombres caían muertos en las calles. La plaza
del alcázar estaba llena de fosas en toda la extensión
del muro, y ninguna contenía menos de diez cadá-
veres (i).
Como no pocos se sustraían á ese género de
muerte abandonando la ciudad y entregándose cauti-
vos á los sitiadores, presumió el Cid fuese, más que
recurso para conservar la vida, medio de disminuir
consumidores, haciendo, así, que la resistencia fuese
más duradera y más largo el plazo durante el cual
viniera socorro de los almorávides. Cuando esto pen-
saba, sentíase abrumado de pena; pero al oir de labios
de los moros principales que la situación de Valencia
era insostenible de todo punto y que bastaría, par*
rendirse, el más ligero ataque, la esperanza en el pró-
ximo triunfo llenábale de alegría.
Pudo haber recta intención en quienes hicieron tan
halagüeñas manifestaciones, pero el resultado de uti-
lizar las armas no fué el que Rodrigo se prometía. Los
cristianos ccfizieron una espolonada á la parte que dizen
Belsahanes, que quiere dezir Puerta de la Culebra,»
ó de Valldigna. Grandísimo tropel de moros acudió á
la defensa, una nube de saetas y de piedras salía por la
puerta, no menor era el número de las que se dispa-
raban desde lo alto del muro, y ninguna cayó en vacio.
El Cid y los suyos tuvieron que guarecerse en un bañ<
, (l) Valían: libra de trigo, 3 m.; de legumbres, 2; onxa de queso, 1; c
higos, 2 dineros de plata; libra de berzas, 1 m. (Crónica General, f. 333 v.
— 3*5 —
situado cerca del muro (i). Salieron entonces Aben
Gehaf y sus soldados, y acometieron al paraje en que
Rodrigo y sus compañeros se habían metido. La per-
manencia allí era peligrosa, y, no pudiendo salir por la
puerta, abrieron un portillo en la pared opuesta, y pu-
dieron escapar, aunque no sin pérdidas considerables.
Comprendió Rodrigo que no había otro recurso
para apoderarse de Valencia que rendirla por hambre.
Mandó echar pregón, que fuese oído de los que coro-
naban el muro, diciendo que cuantos habían abando-
nado la ciudad serían forzados a entrar en ella, y que
á cuantos se hallara de los que estaban en este caso,
como también á los que en adelante saliesen, los man-
daría quemar. Dieciocho infelices que menospreciaron
la orden del Cid perecieron de ese modo frente al muro
en un solo día. Otros eran despedazados por perros
de presa. Ignorándolo el Cid se descolgaban no pocos
por el muro, y eran acogidos por sus tropas. Muchos
fueron vendidos en calidad de cautivos. De éstos, los
más eran jóvenes de buenas familias; que de los otros
ningún caso se hacia- Se retuvo á muchas solteras,
«mozas vírgenes,» cuyos padres podían pagar rescate»
Sometíanlas á tormento, se las colgaba de las torres
de las mezquitas situadas fuera de la ciudad, y eran
apedreadas. Cuando los moros veían esto, las resca-
taban, y quedaban ellas viviendo entre los de la Al-
cudia (2).
La conformidad de este relato con el de un autor
i) En el libro del repartimiento, se citan quince baños (El Archivo, III,
>-220).
i) Crónica General, fot. 333 v. y 334.
— 326 —
árabe, no puede ser más exacta. «Durante este tiempo,
se reunieron al Campeador y á los suyos todos los
más malos de los muslimes, y los malvados, y los sin
vergüenza, y los viciosos de los mismos y, además,
muchas gentes de las comarcas de los cristianos, quie-
nes tomaron el nombre de xAd Dauar. Sostuvieron
contra los muslimes muchas algaras, y violaron sus
haremes, y mataron sus hombres, y forzaron mujeres
y niños, abjurando- muchos de ellos el Islam, y des-
preciaron la religión del Profeta (la paz de Dios sea
con él), hasta el punto de vender un muslim cautivo
por un pan, ó por un vaso de vino, ó por una libra de
pescado; y al que no se rescataba él mismo, le cortaban
la lengua, ó le sacaban los ojos, ó le echaban perros de
presa» (i).
«Rodrigo, escribe otro autor árabe, redobló su deseo de
tomar á Valencia, y la persiguió como se persigue á un deudor,
y la estimó con la estimación que los amantes tienen á los vesti-
gios de sus amores. Le cortó los víveres, mató á sus defensores,
puso en juego toda clase de tentativas y se presentó sobre ella de
todas maneras. ¡Cuántos soberbios y elevados lugares cuya pose-
sión tubía sido envidiada por tantas gentes y que las lunas y los
soles habían desesperado de alcanzar tanta belleza como ellos,
ocupó este tirano y profanó sus misterios cuando se posesionó
de ella! ¡Cuántas jóvenes de cuyos rostros manaba sangre al
lavarse con la leche y que causaban envidia al sol y á la luna y
daban celos al coral y á las perlas, amanecieron en las puntas de
sus lanzas como hojas marchitadas por las pisadas de sus envile-
cidos y bárbaros soldados! Llevó la miseria y el hambre á sos
habitantes, en términos que consideraron lícita la prohibición de
comer los animales inmundos» (2) .
(1) Malo de Molina, apéndice XXI.
(a) lUlo de éáolitu, «péndice XX.
— 327 —
El P. Risco, no obstante la conformidad entre la
General y los mencionados autores árabes, tiene por
exagerada la pintura de los males causados con el
hambre. «La Crónica General y la particular del Cid
(son sus palabras) cuentan á este propósito cosas
muy individuales y maravillosas, que creo haberse
fingido por los romanceros, no menos que otros
sucesos que refieren las mismas historias inventados
para hacer más prodigioso al héroe que celebraban.
Tal es lo que refieren del punto á que subió la carestia
de bastimentos cuando la ciudad estaba en el mayor
' aprieto. «E en este día, dicen, pujó mucho la vianda
más que non era antes; e en toda la villa non había
más de una muía de Abenjaf e un caballo de un moro
v que vendió á los carniceros por trecientas y ochenta
doblas en oro, e que le diesen diez libras de carne del.
, E valía la libra pequeña diez maravedís al comienzo, e
después á doce maravedís, e valía la cabeza veinte
doblas de oro» (i).
Ya en Valencia no quedaban, según la General,
sino dos caballos, uno de ellos del hijo del cadi; un
mulo, de un moro, y una muía, de Aben Gehaf. Conta-
dos eran ya los que tenían fuerzas para subir al muro.
• Hasta los más tenaces en continuar la defensa, como
• los parientes y parciales del cadí, se convencieron de
que, abandonados, como estaban, del emir de Zara-
goza y de los almorávides, era vano empeño el prose -
guir la lucha: «antes querían pasar la muerte que
p ar aquella lazería.» Era preciso suspender las hos-
j La Castilla y el tnás famoso castellano , XI.
— 3*& —
tilidades y entrar en negociaciones de paz con Ro-
drigo (i).
Había que doblegar el ánimo de Aben Gehaf á esta
solución. ¿Quién se atrevería á proponerla? Un tal
Aben Habet y algunos otros buscaron al faqui Al Wat-
thán, «que era orne bueno e honrrado,» y le dijeron:
«Vete nuestra miseria y sabéis también que en vano
hemos procurado ser socorridos, bien fuese por el rey
de Zaragoza, bien por los almorávides. Os rogamos
que habléis con Aben Gehaf y hagáis de modo que
tenga término nuestro sufrimiento.» Admitió el vene-
rable faquí la comisión que se le confiaba, no sin mar- '
cada complacencia al ver el aprecio general en que se
le tenía. Contra lo que se esperaba, en la larga entre-
vista entre el faquí y el cadí, éste se mostró propicio
<(á fazer aquello que el puebro tuviese por bien», y
resignó el mando de aquel desgobernado gobierno en
Al Watthán .
Para que viniesen á un acomodo la ciudad y el Cid,
comenzó por verse con Aben Abdús, el almojarife,
persona á quien tenían en igual estima Valencia y
Rodrigo. La paz se concertó bajo estas bases: i.a Los
valencianos enviarían mensajeros á Mostahín y á Aben
Aixa, á la sazón en Murcia, para que los socorriesen
en el plazo de quince días; y si el auxilio no se recibía,
entregarían la ciudad á Rodrigo. 2.a Llegado este caso,
el cadí conservaría su alta dignidad, y ni él, ni sus hijos
ni sus mujeres padecerían daño en sus personas ni
menoscabo en sus bienes. 3.a Aben Abdús seria el ins-
to Crónica General, íol. 334.
— ?*9 —
pector de impuestos. 4.a Muza, el mismo que fué
gobernador de Valencia durante el reinado de Yahya,
seria el wazir de la ciudad. 5/ El Cid tendría su resi-
dencia en el Puig. Y 6.a Se respetarían la religión,
costumbres y monedas de los moros.
Con arreglo á la primera condición, salieron al día
siguiente cinco mensajeros al emir de Zaragoza, y otros
á Murcia. Se había tratado que ninguno llevase más de
cincuenta maravedís, los necesarios para elviaje, y que
los enviados á Murcia irían por mar hasta Denia en
nave de cristianos. Rodrigo avisó al capitán de la nave
que no abandonara el puerto sin que antes registrase
el Cid á los mensajeros. Hízolo asi; y, como llevaban
un gran tesoro, de ellos y de algunos mercaderes, dejó
á cada uno los cincuenta maravedís y se retuvo lo
demás. Hasta el dinero justamente retenido entonces
por el Cid, fué luego devuelto.
En tanto, gozaban los valencianos de relativo bien-
estar, por haber cesado los ataques y por el pronto
auxilio que se prometían de Mostahín y de los almo-
rávides. Sin embargo, el hambre seguía causando estra-
gos (1). Entonces ocurrió la venta del caballo por el
precio y condiciones que tan • exagerados parecieron
al P. Risco.
Transcurridos los quince días, ni hubo socorro, ni
volvieron los mensajeros. Quiso Aben Gehaf que los
moros esperaran tres días más, pero ellos le con tes-
(1) Valían: libra de trigo, $ rn.; cebada, i1/,; panizo, 2*/4; onza de queso,
3 dineros; de cañamones, 4; libra de berzas, 1 m. y 2 d. de plata; de cuerno
Tacaño, 1 (Crónica General, f. 335 v.)
42
— 330 —
taron que ni querían ni podian. El Cid manifestó que,
terminado el plazo, si retrasaban un solo momento la
rendición, se consideraría desligado de cumplir las
condiciones estipuladas. Como transcurriese un dia
más, el Campeador dijo que no venía obligado á nada.
Llenos de mansedumbre, exclamaron que se querían
entregará discreción, y que obrase según le pluguiese.
Tanta humildad desarmó el justo enojo del Cid, y el
pacto fué respetado.
Al dia siguiente salió el cadí, se confirmó el con-
venio, y le suscribieron los más notables cristianos
y muslimes. Entró Aben Gehaf en Valencia, y fueron
abiertas las puertas á las doce del día. Se agolparon á
ellas los moros, y sus rostros estaban tan demudados,
que semejaban cadáveres que salían de las tumbas,
como dicen que abandonarán sus sepulturas todos los
muertos el día del juicio final (i).
En cuanto á la fecha de ese famoso aconteci-
miento, es, salvo muy raras excepciones, común la que
señalan los historiadores. La Historia Leonesa, los
Anales Toledanos y una memoria muy antigua que
cita Sandoval en su historia de Alfonso Vil, convienen
en la era 1132, equivalente al año 1094 de la Encar-
nación. Ese mismo año aparece en Casiri y en Conde,
tomado de autores árabes. Conde llega á señalar el mes,
giumada i.a, Ben al Abbár precisa el día del mes y de
la semana: el último jueves del mes indicado en Conde.
Ahora bien: como el año de la Hegira 487, comenzó
en sábado y en 21 de enero, el último jueves de giu-
(1) Crónica General, f. 335 v.
— 33i —
mada i.a fué, como dice Dozy, el 15 de junio. Y esa
misma fecha fué la que debió tener á la vista el autor
de la Crónica General. «E esto fué, dice, en día de
jueves el postrimero día de junio después de la fiesta
deSantJuan á que los moros dicen Alhazaro.» O, lo
que es lo mismo: el último jueves del mes árabe ter-
minado en junio, ó sea el mes de San Juan, después
de Pascua de Pentecostés, del 28 de mayo (1).
¿Había muzárabes en Valencia, ó no los había? En
un interesante estudio hecho por diligente escritor de
nuestros días, leemos: «En una de las capitulaciones
del Cid con los de Valencia, se convinieron en que la
guarnición de ésta, hasta la entrega definitiva, se com-
pondría de cristianos escogidos entre los muzárabes que
habitaban la ciudad y arrabales.» El escritor á quien alu-
dimos concluye con estas palabras: «¡Lástima que el
autor que nos da la noticia, no acote su procedencia!»
No está, sin embargo, equivocado al presumir que se
ha tomado de la Crónica General de Ocampo (2).
Malo de Molina é, igualmente, Dozy, han bebido la
noticia en dicha Crónica, pero el catedrático holandés,
además de señalar la procedencia, reproduce fielmente
el texto de la Crónica: «La guarnición se compondría
de cristianos sacados de los muzárabes que vivían
entre los musulmanes (3).» Véanse ahora las palabras
de la Crónica: «E que fuese alguacil de la villa un
moro que avíe nombre Muza. E este Muza avíe de
ver todas sus cosas en tiempo del rey de Valencia.
(1) Malo de Molina, 124-125, nota.
(2) El tArchtvo, V, 10. .• ;vl<.i -i\
(3) El Cid de la Realidad , VIII. a: •.,:...»■> /* ...,;r..i ;•..<
— 33* —
E después que el rey fué muerto, nunca se quitó del
Cid, e fedéralo alcaide de un castiello, e fallólo siem-
pre leal. Por esto queríen que toviese éste las puertas
de la cibdad e que fuese guarda con almocadenes e con
peones christianos de los al mofara ves que eran criados
en tierra de moros» (i). Resulta, pues, que el señor
Malo de Molina, de quien son las palabras «escogidos
entre los mozárabes que habitaban la ciudad y sus arra-
bales» (2), no ha expresado bien el sentido de la Cró-
nica. ¿Había muzárabes fuera de la ciudad, en el resto
del reino? Al hablar de la expedición de Alfonso I de
Aragón, el Batallador, á Andalucía, en los años 1125
y 1 126, tendremos ocasión de convencernos de esa
verdad. El mismo nombre de villas de Alcanicia que
aparece en la donación hecha por Rodrigo en i.°de
julio de 1098 á favor de la catedral de Valencia y de su
obispo don Jerónimo, lo confirma.
(1) Folio 335. .- 1 . '" .
(2) Rodrigo el Campeador , III. i ¡ ( . v
CAPÍTULO VIII
El Cid
(1O94-IO05)
odrigo Din de Vitar.— Lugir 7 fecbi de 1U rjicimienlo.— S
« padres. -ImBor,anci. de Rodrigo
uta Je li baratía de Umlid..— Golpej.r— El C.mpcidor
Krbrini de Alfonso VI.— Aprecia en que bu» 1076 le .u.o ■
Rodrigo. — Dniieiio do Rodrigo.— Pan 1 ofrecer nu servicio:
1 i Id, condes de Barcelona.— Le •oc-
prende en Zango» U muerie de el Hociidir.— Reoditioo de
limos.— lir.inu. del Ijd.— Primer discurso de) Cid i ios sor
al de Valencia. -B.nl 1. de Ciiui.-
:¡0 de Aben AbJ ti.- -Prisión y mucre
de Aben Gebaf.— Fija el Cid en Vileneii 10 morid*.— Alibi
nui de Aben Tibir .1 ctdí.— Tercer
pecará de inoportuno el que demos á cono-
cer á Rodrigo Diaz de Vivar hasta que se
destaca su interesante figura en el cuadro de
los sucesos políticos de Valencia durante el reinado de
Yahya al.Cádir: sólo asf se tendrá concepto cabal del
personaje típico del valor, caballerosidad, lealtad é
hidalguía española.
La historia y la poesía llegaron en este caso con-
creto á compenetrarse de tal modo, que no ha de cau-
sar extrañeza el que algunos historiadores, tales como
Viardot, Quintana y Masdéu (i), faltos de suficientes
medios y voluntad para distinguir entre lo ficticio y lo
- (1) De éste dice Dosy que, no obstante su caricter de sacerdote y discí-
pulo de Sen Ignacio de Loyola, estaba inoculado del virus volteriano de la
¿poca. No desperdicia ocasión de dar salida i su mal comprimido despecho
— 334 —
real, salieran de la dificultad condenando la memoria
del Cid cual si fuese engendro de la fantasía. Docu-
mentos que no fueron vistos, autores árabes que fue-
ron ignorados, han venido, con su peso, á disipar la
ligereza y atrevimiento de negar hasta la existencia del
célebre castellano.
Todavía quedan sombras que ahuyentar, y no son
las menos espesas las que envuelven la cuna de Ro-
drigo. ¿Dónde nació? «El apellido de Vivar dio ocasión
á los autores de cantares y romances antiguos, para
decir que este famoso castellano nació en la aldea de
aquel nombre y que fué de gente humilde; no faltando
quien dijese que su padre fué molinero. Este cuento
y otros semejantes, que se inventaron para exagerar
más la fortuna á que fué elevado Rodrigo Díaz, deben
despreciarse como contrarios á los más autorizados
documentos que nos dan conocimiento de su familia,
la que estuvo avecindada en Burgos y fué de las más
ilustres de España. Su casa se ha conservado con el
nombre de las Casas del Cid, heredadas por el monas-
terio de Cárdena y cedidas por el mismo á la ciudad de
Burgos por un corto censo anual y con la condición
de mantener en ellas las armas del Cid, para memoria
del que tanto esclareció á su patria» (i).
De la opinión del continuador de la obra del padre
M. Enrique Flórez disiente el Sr. Malo de Molina:
«Creemos que la denominación de el de Vivar lá debió
Rodrigo á haber tenido su nacimiento en esta aldea, si
bien su educación y primeros años los pasara en Bur-
il ) Risco, Historia de Rodrigo 'Dia^ I.
• .* • *.*
— 335 —
gos, donde habitaba su padre... La exención de tributos
que acordó á esta villa D. Alfonso VI en 1075, cuyo
privilegio dice Berganza se conserva en ella, fué por
respeto á Rodrigo; y todo esto nos confirma en la idea
de que Vivar fué el lugar del nacimiento del famoso
castellano de Risco- Y comprueba de un modo indu-
dable esta nuestra opinión la Crónica rimada, docu-
mento antiquísimo y apreciable:
«El Rey con la melanconía por el corazón quería quebrar;
demandó por Rodrigo, el que nació en Bivar...* (1).
Igual incertidumbre hay acerca de la fecha del
nacimiento. Aunque ha llegado á particularizarse como
tal el 18 de octubre de 1026, es lo más probable que
no viese la luz del dia hasta el periodo comprendido
entre los años 1040 y 1050(2). Respecto de su ilustre
genealogía y noble prosapia hay testimonio auténtico,
el cual, conocido, ha causado la más perfecta unifor-
midad de pareceres. Fué su padre, Diego Láinez, des-
cendiente de don Diego Porcelós, poblador de Burgos,
y de Lain Calvo, juez de Castilla. Su madre fué doña
Teresa Rodríguez, hija de don Rodrigo Álvarez, conde
y gobernador de Asturias (3).
Al mencionar la expedición de Fernando I á Valen-
cia, dijimos que murió poco después, en diciembre
de 1065. Algo antes, en un diploma del mismo rey,
ya aparece, por primera vez, el nombre de Rodrigo.
Dicha circunstancia explica la importancia de sus
(1) Rfiirigo ti Campibr, I.
(2) Risco, Hist. de Rodrigo Díaz, I. — Malo de Molina, 1. c.
(3) Risco y Malo, 1. c.
— 33* —
estados y los buenos servicios que su padre prestó al
rey en la guerra con su hermano don García de Na-
varra, Antes, pues, de la partición de los estados de
Fernando I, ya Rodrigo tenía edad para intervenir en
los negocios del Estado, lo cual desmiente el dicho de
que su tierna edad al faltar su padre, impulsó á
Sancho II á llevarle á su palacio y perfeccionar la
educación que su padre, Diego Láinez, le diera en
su casa.
En la guerra civil que se produjo á la muerte de
doña Sancha, la esposa de Fernando I, se hace figurar
á Rodrigo desempeñando papel importante. El primer
choque entre los hermanos Alfonso VI, rey de León,
y Sancho II, de Castilla, se tuvo el 19 de julio
de 1068, en Llantada, riberas del Pisuerga. Si, como
quiere Dozy, llevado siempre del poco noble propósito
de hacer odiosa la memoria de una de nuestras más
preciadas glorias, se comprometieron los dos monarcas
en fiar al éxito de una sola batalla el decidir en cuál
de las dos cabezas habían de quedar ambas coronas,
Alfonso VI, que fué el derrotado, no debió dar ocasión
al consejo atribuido al Cid.
Tres años más tarde encendióse otra vez la guerra
entre castellanos y leoneses. En los últimos días de
diciembre de 107 1, ó en los primeros de enero de
1072, se renovó la lucha, que tuvo trances muy
diversos. El teatro de aquellos tristes sucesos fué
Golpejar, pueblo de la comarca de Carrión. Primero
fueron vencidos los leoneses; en otro combate fueron
deshechas las tropas castellanas, y á la postre, seguido
el consejo de Rodrigo, fué Alfonso derrotado y cayó
— 337 —
prisionero de Sahcho II. Sandoval confunde en una
sola acción las tres diversas de Golpejar, y con la de
Llantada. Ello ha bastado para que Dozy haya dirigido
á Rodrigo los más duros calificativos. En esa misma
equivocación se funda Lafuente para tratar de no mejor
modo al nobilísimo caudillo (i).
cDebemos observar, dice el traductor español de las Investi-
gaciones, que el autor exacerba sus censuras en ocasiones sin
motivo bastante: así, por ejemplo, le acusa de pérfido por acon-
sejar á su soberano Sancho que caiga sobre las descuidadas
huestes de Alfonso, bajo pretexto de que aquél no respetó el
pacto que supone celebrado entre ambos hermanos de ceder su
reino el que perdiese la batalla. Pero es lo cierto que ni com-
prueba la existencia de tal pacto, ni Sancho se creyó vencido, ni
el Cid hizo otra cosa que dar un consejo á su soberano, dictado
por el amor á la independencia del suelo en que naciera; y, por
último, á ser cierto todo lo que cuenta el señor Dozy, la nota de
perfidia recaería sobre Sancho, nunca sobre Rodrigo, que ni lo
celebró ni era hombre de tratos semejantes» (2).
Durante el sitio de Zamora, ya Rodrigo es el hom-
bre de confianza del monarca, de Castilla. «El rey
Sancho amaba con entrañable afecto á Rodrigo Díaz,
por lo que le constituyó en caudillo de sus huestes.
Era fortísimo guerrero y el Campeador (Campidoctus)
en la corte del rey. En las guerras que don Sancho
sostuvo con don Alfonso, en las batallas de Llantada
y Golpejar, de que resultó vencido el rey de León,
Rodrigo tuvo la enseña real. Habiendo Sancho sitiado
á Zamora, fué el Campeador sorprendido por quince
(i) Doiy, 2.a P., El Cid dt la realidad, I.— Lafuente, II, i.«
(a) Prólogo.
- 338 -
caballeros enemigos: mató auno de ellos1 é hirió y
derribó á otros dos; los demás apelaron á la fuga.»
Los que, como Lafuente, atribuyen á la interven-
ción de Rodrigo en la jura de Santa Gadea la ojeriza
con que siempre le miró Alfonso VI, no están en lo
cierto. «Después de la muerte del rey D. Sancho, que
tanta protección y amor dispensó á Rodrigo, Alfonso
le recibió por su vasallo, le trató con señalada honra y
le distinguió con muestras de estimación. Le dio por
esposa á su sobrina doña Jimena, hija de Diego, conde
de Oviedo» (i). De la carta de arras se sabe que el
casamiento se celebró el 19 de julio de 1074. Testi-
fican del casamiento, el rey, sus dos hermanas Urraca
y Elvira, y la principal nobleza del reino (2).
En marzo de 1075 aún seguía Alfonso VI distin-
guiendo con su predilección al famoso castellano. Por
entonces acompañó ai rey y á su hermana doña Urraca
en la visita que hicieron á las reliquias de la catedral de
Oviedo. En el mismo año le concedió Alfonso un pri-
vilegio confirmándole en la posesión de su patrimonio
y declarando libre y exenta de tributos la villa de Vivar.
Á los tres años y cuatro meses después de la muerte
de Sancho II, esto es, en febrero de 1076, hace el rey
una donación en favor del abad Licinio, pariente de
(1) Hist. Leonesa.
(2) En ellas se ve que Rodrigo tenía posesiones en estos lagares de Cas-
tilla: Cavia, Máznelo, Villaizin de Candemunio, Madrigal, Villasaoce, Esco-
bar, Grijalva, Judego, Quintanilla de Morales, Boada, Manciles, Villagato,
Villaizán de Treviño, Villamayor, Villahernando, Vallecillo, Melgosa, Alcedo,
Fuenterevilla, Santa Cecilia, Espinosa, Villanuez, Nuez, Qnintana-Lainez,
Villanueva, Cerdiños, Vivar, Quintanahortuño, Ruseras, Pesquerino, Ubierna,
Quintanamontana, Moradillo y Laimbistia (Risco, apéndice III).
— 339 —
Rodrigo, y aún prodiga á éste frases del más puro
afecto. En este mismo año acontecieron las supuestas
ida de Rodrigo á la corte de Sevilla y batalla de Cabra,
hechos ambos calificados de fabulosos por Malo de
Molina; y, sin embargo, en ellos se basan los califica-
tivos de avaro y traidor que le dirige Dozy, que equi-
vocadamente atribuye á tal causa la expulsión de
Rodrigo de los estados de Castilla. Otra fué la causa.
Estando el rey pacificando tierra de moros que se
le había rebelado, quedó Rodrigo en Castilla á causa
de quebranto en la salud. Por entonces hicieron una
entrada los infieles y se apoderaron del castillo deGor-
maz. Cuando el Cid tuvo noticia de la irrupción, dijo
lleno de enojo: «perseguiré á esos ladronzuelos, y
quizá los haga prisioneros.» Penetró con su hueste en
tierra de Toledo, causó en ella gran devastación, reco-
gió mucho botin é hizo 7.000 cautivos, entre hombres
y mujeres. La envidia de que era objeto por parte de
algunos consejeros del rey, se manifestó murmurando
al oído del monarca, que Rodrigo se había propuesto
con su correría concitar el odio de los infieles y, por
este medio, que pereciesen Alfonso y los demás cris-
tianos que se habían internado en Andalucía. El rey
se irritó contra su más leal vasallo, y le desterró de
Castilla (1).
Malo de Molina niega la realidad del viaje á Sevilla
y el hecho de San Esteban de Gormaz: «Desde el casa-
miento (19 julio de 1074) hasta el destierro, nada
hallamos en los autores más dignos de fe que pueda
(1) Hist. Leonesa.
— 340 —
ser verosímil ni, menos, verdadero. Muchas hazañas
se atribuyen á Rodrigo, ya con motivo de un supuesto
viaje á Sevilla y Granada para recibir las parias que
los reyes moros de aquellas ciudades debían al rey de
Castilla, ya á causa de las correrías que los árabes ara-
goneses hicieron por San Esteban de Gormaz cuando
don Alfonso tomaba parte en la guerra civil, que los
muslimes andaluces sostenían, con el fin de apaci-
guarlos. Si, en efecto, estas excursiones se hubiesen
hecho y nuestro héroe hubiera tomado parte en ellas,
hallaríamos algún recuerdo, ya que no una descripción
formal, en las memorias árabes que tan clara y minu-
ciosamente nos hablan de las guerras entre los Beni
Abed de Sevilla y Beni Dzin-Nun de Toledo; pero,
lejos de esto, no se encuentra la menor indicación en
los autores árabes de las derrotas sufridas por el rey de
Granada, ni de las causadas por el Cid en San Esteban
de Gormaz Si el Campeador hubiera tomado parte
en estas empresas y causado los daños que se le atri-
buyen, su nombre se vería en las memorias árabes,
como se ve más adelante en los anales de Aragón,
Murcia y Lorca; y atendida esta falta de conformidad
en documentos que la guardan absoluta en otros pun-
tos no menos interesantes, no vacilamos en calificar
de fábulas cuanto hace relación á los hechos atribuí-
dos al Cid, desde que contrajo matrimonio el año
1074, hasta el 1081, en que salió desterrado del reino
por don Alfonso» (1). En la primera de esas fábulas
se apoya Dozypara descolgarse con que1 Rodrigo fu£
(x) Rodrigo el Campeador, I.
— 34* —
acusado, con ra%ón ó sin ella, de haberse apropiado gran
parte de los regalos destinados al Emperador.
Dejando sumidos en el mayor desconsuelo á sus
amigos, marchó, en un principio, á Barcelona, donde
reinaban á la vez desde 27 de mayo de 1076, época en
que murió Ramón Berenguer I, sus dos hijos Ramón
Berenguer II, apodado Cap £ Estopa, por lo blondo y
blanco de su cabello, y Berenguer Ramón II, llamado
el Fratricida, á causa de la muerte que hizo dar á su her-
mano gemelo Ramón Berenguer II en 6 de diciembre
de 1 08 1. Poco antes salía de Barcelona para Zaragoza
el héroe castellano, pues que en Zaragoza le sorpren-
dió la muerte de al Moctádir, ocurrida en giumada
i.a del año 474 (oct.-nov. de 1081) (1).
Ai llegar á este punto exclama el traductor de las
Investigaciones: «También censura Dozy al Cid el haber
entrado al servicio de los reyes árabes de Zaragoza,
sin observar que esto no ocurrió hasta que D. Alfonso,
que jamás le perdonó ni la pérdida de sus reinos ni
el juramento de Santa Gadea, lo desterró malamente
de sus estados movido por las pérfidas insinuaciones
de García Ordóñez, que combatía á las órdenes del
rey moro de Granada contra Mutamín de Sevilla, tri-
butario de D. Alfonso. Rodrigo sólo entró al servicio
de los árabes cuando le fué imposible vivir entre los
suyos, cuando fué desatendido por el conde Berenguer;
jamás combatió contra su rey, y, como decía con razón,
las luchas intestinas de los árabes en que tomó parte,
fueron favorables á Castilla. Procuró muchas veces
1 Hist. Leonesa.— Conde, III, 8.
i 1
— 342 —
volver á la amistad de su rey, que siempre le tuvo oje-
riza y le hizo cuanto daño pudo; viviendo siempre
entre enemigos, gente pérfida comúnmente» (i).
Atinadas son las reflexiones que acerca de las
alianzas entre cristianos y muslimes hace un historia-
dor: «Menester es confesar, por más que nos sea dolo-
roso, que esas alianzas con los mahometanos que
nuestra severidad histórica nos obliga á condenar, eran
tan frecuentes en aquellos tiempos, que debemos creer
se miraban como sucesos ordinarios, ó, por lo menos,
no se consideraban como crímenes graves contra la
patria, puesto que magnates, caudillos, príncipes los
más ilustres y gloriosos, monarcas como los Sanchos,
los Fernandos, los Alfonsos, se aliaban frecuentemente
con los musulmanes contra otros cristianos, cuando
la necesidad ó la conveniencia se lo aconsejaban;
lamentable necesidad y triste conveniencia, pero que
no, por eso, deja de constituir uno de los caracteres
y una parte de las costumbres de aquellos calamitosos
siglos» (2).
Narrados ya los sucesos posteriores que tienen
relación con la marcha política de nuestro reino, salta-
remos, para reanudar la relación en el punto en que
la dejamos interrumpida, al día 15 de junio de 1094,
fecha de la rendición de Valencia á las armas del Cid.
El último jueves de giumada i.a de 48 7 (15 junio
de 1094), firmada la capitulación para la entrega de
Valencia, á las doce en punto se abrieron sus puertas.
(1) Prólogo.
(2) Lafuente, II, 6.
— 343 —
Á la parte de adentro estaba Aben Gehaf, con fuerza
armada de su mesnada y también de la hueste* de la
ciudad, formando un ejército regular. Á medida que
los cristianos entraban subían á ocupar los muros y
torres, sin cuidar'se de que el cadi les advertía que
aquello era infringir el pacto. Acudieron con pan y
habas los vendedores de la Alcudia, y, sin esperar á
tanto, salían de la ciudad los moros á dicho arrabal, y
cada uno compraba cuanto permitían los recursos de
que disponía. Los más pobres, no contando con dinero
para adquirir comestibles, se alimentaban de hierbas.
Todo el mundo entraba en la ciudad v con entera
libertad salía de ella. La mortandad, sin embargo,, no
disminuyó, y todos los campos se llenaron de sepul-
turas: pues, si bien los más avisados se abstuvieron
de comer cuanto el hambre pedia, los más, como que
á la carestía propia de los días del sitio había sucedido
la abundancia, se alimentaron con exceso, y los victi-
mas de la voracidad fueron numerosas.
Al día siguiente al en que los cristianos se apode-
raron de la ciudad (16 junio), entró en ella el Cid
seguido de fuerzas considerables. Subió á la torre de
Ali Bufat ó del Temple, la más alta del muro, y desde
allí estuvo contemplando su preciada conquista. Acu-
dían allí los moros, le besaban la mano y le daban la
bienvenida; él correspondía á tales atenciones prodi-
gándoles toda suerte de honras. Para captarse más la
voluntad de los valencianos, mandó tapiar de los
muros y torres las ventanas que tenían vistas á la ciu-
dad, evitando, asi, las miradas indiscretas de los cris-
tianos dirigidas á las casas de los moros. Agradecieron
— 344 —
éstos sobremanera la moderación del vencedor, lle-
gando al colmo su júbilo cuando el Cid mandó á los
suyos que guardasen la mayor consideración á los
moros, significándola con- saludarlos y cederles el paso.
Decían: «que nunca tan buen orne vieran, nin tan hon-
rrado, é que tan mandada gente troxiese.»
También Aben Gehaf trató de ganarse la voluntad
del Campeador. Recordaba la saña que del Cid se apo-
deró cuando fué á visitarle á la Villanueva y no le llevó
ningún presente ni donativo. Tomó para borrar aquel
enojo una gran cantidad de dinero de los que vendie-
ron caro el pan durante el cerco de la ciudad y la llevó
al Cid. De aquellos comerciantes á quienes arrebató
el dinero, habia algunos de las Baleares. El Cid no
quiso recibir el presente, por más que se mostró agra-
decido al cadí. Por qué obró así, no tardó Rodrigo en
manifestarlo. Por medio de un heraldo convocó á todos
«los ornes honrrados é los cavalleros» á una reunión
que habia de celebrarse en la huerta de la Villanueva
(San Juan de la Ribera), «do morava estonces el Cid.»
Á pesar de que muchos muslimes que tenían recur-
sos para morar lejos de los incircuncisos abandonaron
la ciudad al entrar en ella los cristianos, trasladándose,
con especialidad muchos nobles y doctores, á Liria,
Murcia y Jaén, aún acudieron en gran número á la
Villanueva. Cuando va estuvieron reunidos, salió el
Cid á un sitio preparado con tapetes y con esteras,
hízolos sentar, y comenzó á hablarles en esta forma y
sobre cosas diversas (i):
(i) Dozy se ha valido de la traducción que Mr. de Circourt (Hist. des
Mores Mudejares et des ¡Korisques, t. I) ha hecko de este dbcurso y de otros
— «345 —
cYo só orne que nunca ove rey na do, nin orne de tai linaje
non lo ovo. E el día que vi esta villa, pagúeme mucho della,
e cobdiciéla e rogué á Nuestro Señor Dios que me la diese.
E ved cuál es el poder de Dios, que el día que yo posé sobre
Jubala (Cebolla ó el Puig), non avie mis de quatro panes; é fizó-
me Dios merced que gane á Valencia, ¿ só apoderado della. Pues
si yo derecho fiziere en ella e enderezare las sus cosas, dejármela
ha Dios; é si yo mal y fago, ó tuerto, ó soberbia, bien sé que
me la toldrá. — E de oy más, vayase cada uno á sus heredades
é áyalo asi como solíe aver: é el que fallare su viña» ó su tierra,
ó su huerta, vazía, éntrela luego; é el que fallare su heredad
labrada, de aquel que la labró pagúele la costa que fizo, é tómela
su dueño, asi como lo manda la ley de los moros. E, otrosí,
mando á los que han de tomar derechos de la villa, que non
tomen más del diezmo, así como manda la costumbre de los
moros. — E yo tengo que he de ver vuestras faciendas dos días
dos que pronunció el Cid. Malo de Molina hace la versión al castellano mo-
derno, «poniéndolo todo lo más parecido al estilo que en la Crónica general
se guarda». A nosotros nos ha parecido más conveniente transcribir ad pedem
liittra ules discursos, porque, á pesar del tiempo transcurrido desde Alfonso
el Sabio, resultan las voces y giros del castellano de entonces bastante inte-
ligibles. Si alguna palabra ofrece sentido oscuro, el contexto le aclara. Ese
•castellano y el de la época del Cid han de guardar poca ó ninguna diferencia,
por el poco tiempo transcurrido. Dos siglos van pasados, valga por ejemplo,
.desde que escribió el P. Feijóo, y el castellano suyo es casi idéntico al de
nuestros días. Resulta, pues, que el castellano de la General es el que real-
mente habría empleado Rodrigo en sus discursos si es que los pronunció»
Es vergonzoso y ridiculo que, teniendo nosotros á mano el original, hayamos
.venido dando tumbos del castellano antiguo al francés escrito por un alemán,
y del francés al castellano moderno por medio de traducciones no siempre
recomendables. Hay, además, otra razón para que hayamos copiado tex-
tualmente los discursos y aun otras palabras, frases y períodos de la Crónica
de Alfonso X: para nosotros es más dulce, suave y armonioso el castellano de
los siglos medios que el de nuestros días. Estamos, en esta parte, de perfecto
acuerdo con Dozy, y hacemos, por tanto, nuestras las palabras que siguen: «La
.Crónica tendría derecho á nuestra estimación, aun cuando no fuese más que
.por el solo mérito de haber creado la prosa castellana, no la prosa descolorida
de hoy, falta de carácter y de individualidad, que con frecuencia no es más
— 34* —
en la semana, el lunes é el jueves; é si algunos preytos viéredes
que son presurados, venid quando quisiéredes á mi, ca yo os
pyré: ca yo non me aparto con mujeres á cantar nin á beber,
como fazen los vuestros señores, que los non podedes ver; e yo,
por mi quiero ver las vuestras cosas todas; é servos he así como
compañero, é guardarvos he así como amigo á amigo, e pariente
á pariente. E yo quiero ser alcalde é algualzil; é cada que alguna
querella oviéredes unos de otros, yo lo faré luego emendar.»
Y añadió: «Dijéronme que Aben Jaf que fizo tuerto á alguno
de vosotros: que vos tomó los averes para presentar á mi, é que
vos los tomó por razón que vendiérades el pan muy caro; é yo
non le quis tomar tal aver nin tal presente, é quando yo de tal aver
quisiera, yo lo tomaré, ca non lo demandaré á él nin á otro nin-
guno; mas |non mande Dios que yo cosa de mala parte tomase á
ninguno é sin razón! E quantos alguna cosa ganaron é vendieron
de lo suyo bien, Dios les ponga y en ello cobro; é á cuantos
alguna cosa tomó, vayan áél, que yo ge lo mandaré tornar todo.»
Y, por último, dijo: «¿Vistes el aver que tomé de los man*
que francés traducido palabra por palabra, sino la verdadera prosa castellana, la
de los buenos tiempos, aquella prosa vigorosa, rica, grave, noble y sencilla á
un tiempo» pero que etpresa un fácilmente el carácter españoi; y esto en una
época en que los demás pueblos de Europa, inclusa Italia, estaban bien lejos
de producir una obra en prosa que se recomendase por* su estilo. Pero hay
más aún: al tiempo en que hemos llegado, gracias á Dios, en el cual hemos
vuelto á los severos juicios clásicos; en el que se estudian con ardor los mag.
níñcos monumentos de la Edad Media; en el que se busca con avidez lo que
aún queda de las poesías que encantaban á nuestros padres; en un tiempo en
que la Historia de la Edad Media no debe ni puede limitarse á citar fechas,
á relatar guerras y sitios, á analizar leyes, sino que, por el contrarío, se estu-
dia en toda clase de monumentos levantados por el genio levantado del
pueblo ó de los grandes maestros; en un tiempo en que no se satisface la
curiosidad con indicaciones parciales, sino que se quiere conocer la Edad Media
con todo lo que ha producido de bello, de grandioso y de sublime; sería un
espectáculo gracioso, si no fuera menos triste, ver á los historiadores citar el
libro en el cual se han conservado las muestras de una multitud de poemas
épicos que nos serían desconocidos, si en él no se hallasen sólo para depri-
mirlo y contrariarlo: libro tan admirable y que tan alta idea nos da del moví*
miento literario en la Península».
- un -
daderos que yvan á Murcia? Mío era por derecho, ca ge lo tomé
en guerra, porque falsaron el prejrto que posieron comigo; em-
pero que por derecho que lo tomé, quiero ge lo tornar todo fasta
el postrimero dinero, que non pierdan dello ninguna cosa.-—
E quiero que me fagades preyto é omenaje de las cosas que vos
yo diré, é que vos non tiredes dellas, é que obedezcades mi man*
dado, é que me non salgades de postura ninguna que pongades
comigo, é quanto yo dixiere é feziere, que sea tenido, ca yo amo
á vos, é quiero tornar sobre vos, é he pesar de vos, é duélome
de vos é de quanto mal é quanta lazeria levastes de gran fanbre
é mucha mortandad. E si lo que agora fezistes oviérades fecho
antes, non llegárades á lo que llegastes, nin comprirades el trigo
por mili maravedís. — Pues sed en vuestra tierra muy segurados
é bien sosegados, ca yo he defendido á mis ornes que non entren
en vuestra villa á mercar nin vender, ca yo les he mandado que
merquen en el Alcudia quanto ovieren de mercar. E esto fago yo
por vos non fazer enojo. — E mando que non metan cativo nin-
guno en la villa; é si lo metieren, tomalde el cativo ¿ soltalde,
¿matad aquel que lo llevase ó y metiere, sin caloña ninguna.—
Yo non vos quiero entrar en vuestra villa nin morar en ella, mas
quiero fazer sobre la puente de Alcántara un logar en que deporte
á las vezes, é que la tenga presta si menester me fuere para que-
quier que acaezca*»
4
Esto último estaba muy puesto en razón, por
cuanto, sin tener asegurado el paso del rio, ni él, en
un momento dado, podría sostener el dominio sobre
la capital, ni impedir que un enemigo temible, como
los almorávides, corriese fácilmente hasta el mismo
campamento cristiano. En octubre de 1088 hubo una
gran inundación que devastó á Valencia y destruyó el
borg al Kantara, ó torre del puente (1), En el libro
del Repartimiento sólo se habla de un puente de ma-
co Malo de Molina, apéndice XXI.
- j48 -
dera, con dos torres y barbacanas á la cabeza; nada se
dice de puente de piedra. Resulta que de esta clase no
le había en tiempo de moros. No habiéndole en los
sitios que ahora ocupan los del Real y del Mar, para
pasar el río era necesario seguir por las orillas del rio
hasta junto al Grao. En 1250 concedió Jaime I á
Valencia que hiciese un puente de madera ó de piedra
cerca de la Villanueva; y en 16 de abril de 1274 se la
autorizó para recoger ciertos derechos durante dos
años, con destino á las obras del puente nuevo de
piedra, que es el de la Trinidad (1).
Así como por junio de 1099, poco antes de morir
el Cid, se hizo general la orden de que se trasladasen
á la Alcudia los moros á quienes alcanzó en 1095 el
privilegio de morar dentro de la ciudad, disposición
hija del peligro que á la conservación de Valencia ofre-
cía la permanencia de los muslimes en ella (2), la
traslación parcial de 1095 (3) debió obedecer á igual
causa: la batalla de Cuart de Poblet se dio en la era
1 132 (4), ó sea, á raíz de la entrada del Cid (5)*
Comenzaremos, pues, por relatar dicha batalla.
Los escritores árabes y los cronistas cristianos están
contestes en que Yúsuf ben Texufin tomó á empeño
recobrar la ciudad perdida. «Cuando el Emir al Mos-
lemín supo esta grave noticia y se apercibió de tan
gran desdicha (la de haberse perdido Valencia), hizo
(1) El archivo, IV, 270-271.
(2) Crón. General, f. 359.
(3) Dozy, Investigaciones.
(4) Hist. Leonesa.
(5) Crón. General, 1. c.
— 349 —
todos sus esfuerzos, porque Valencia era para él una
mota en su ojo; y reunió sus medios y puso en movi-
miento sus manos y su lengua. Despachó contra la
ciudad gentes y dineros, y mandó á ella los hombres
más intrépidos. La guerra entonces ofreció diferentes
suertes: á veces se decidía por los enemigos, á veces
por los del Emir al Moslemín» (i). **
Yúsuf ben Texufín, sabedor de que Valencia había
sido tomada por el Cid, se irritó y entristeció sobre-
manera. Tenido consejo con los suyos, designó por
caudillo de España á un hijo de su hermana llamado
Muhámad. El cual, seguido de infinita muchedumbre
de bárbaros, almorávides y muslimes españoles, fué
enviado á sitiar á Valencia y á apoderarse de Rodrigo,
que, cargado de cadenas, había de ser conducido á
la presencia de Yúsuf. El ejército musulmán llegó
á acampar en Cuart de Poblet, distante de Valencia
cuatro mil pasos. El entusiasmo que la presencia del
ejército despertó en ios habitantes de la comarca de
Valencia, se evidenció con la prontitud con que de
todas partes acudieron á abastecerle de víveres, dados
graciosamente en parte, y también en parte vendidos.
El número de combatientes se aproximaba á
150.000, de los cuales había 30.000 de á pie. Al ver
Rodrigo cuan numeroso era el ejército que vino á
combatirle, tuvo algún cuidado. Los almorávides per-
manecieron diez días con sus noches en las inmedia-
ciones de Valencia. Todos los días daban vueltas en
torno de la ciudad dando aullidos, y á la vez dispara-
to Malo de Molina, apéndice XX.
— 350 —
ban sus arcos sobre las tiendas del campamento de
Rodrigo, como apremiándole á combatir. El Cid, sin
perder su serenidad y valor acostumbrados, animaba
á los suyos y rogaba sin cesar á Nuestro Señor Jesu-
cristo le asistiese con su auxilio.
Cierto día en que los mahometanos iban, como
de costumbre, en torno de la ciudad dando gritos,
creyendo que no tardaría en caer en sus manos, Ro-
drigo, el invencible guerrero, confiando ciegamente en
la clemencia del Señor, se lanzó bruscamente contra
el enemigo. Después de un combate encarnizado,
alcanzó, por mediación del cielo, la más completa vic-
toria. Los almorávides, volviendo la espalda, enco-
mendaron á la fuga su salvación, lo cual no les libró
de que las espadas cristianas se cebaran en ellos.
Fueron muchos los que, con sus mujeres é hijos,
cayeron prisioneros, y fueron conducidos al campa-
mento de Rodrigo. El botín que en el campamento
de los vencidos se halló fué inmenso, en oro, plata,
vestidos preciosos y toda suerte de riquezas. Esta vic-
toria se alcanzó el año 1094, según la Historia Leo-
nesa.
De esa misma batalla habla la General. Dice que
vino contra Valencia el rey Búcar, quien asentó su
campo en Cuart, «ques una legua de Valencia.» Los
almorávides eran 30.000. Un moro de Alcira llamado
Jimén, fué enviado por Búcar para que hablase con el
Cid. El caudillo mahometano era hermano de Junes,
rey de Marruecos. Rodrigo triunfó' en la batalla (1).
(i) Fol. 344-345.
^ 351 -
Ahora se comprenderá con cuánta prudencia obró
el Cid al poner guarnición cristiana en Valencia y por
qué obligó á que la abandonasen aquellos moros que
al Campeador no inspiraban confianza. De otro modo,
el entusiasmo que las tropas de Sir ben Abu Becr, que
recibió el mando de todos los almorávides á su segun-
da venida á España, ó de Muhámad ben Aixa, desperta-
ron en toda la comarca, le hubieran sentido los mora-
dores de Valencia, y hubiera sido ilusorio el señorío
del Cid sobre la misma.
Fueron después los moros á recobrar sus hereda-
des; pero los cristianos que las tenían, fundándose,
unos, en que las habían recibido por un año á cambio
de sus pagas no satisfechas, y otros, en que las habían
dado en arriendo y aún no había transcurrido el plazo
de compromiso, se negaron á restituirlas á sus dueños.
No es de sorprender que impensadamente tropezase
el Cid con semejante dificultad, cuando siglo y medio
después Jaime I se encontró con que había dado más
tierra que la que había disponible y cortó el nudo redu-
ciendo la medida. Contrariados los moros, esperaron
la llegada del jueves próximo, para exponer al Cid
las causas que impedían fuesen sus órdenes cum-
plidas.
Llegado el día, no tardó Rodrigo en presentarse
en el jardín de la Villanueva. Tomó asiento en sil
estrado y comenzó á presentarles unos ejemplos y á
divagar de modo que sus palabras no guardaban con-
cordancia con las razones que seis días antes les expuso.
Su situación era comprometida: hallábase entre su
palabra públicamente empeñada y la necesidad de no
— 3S* —
enajenarse los brazos sin los cuales su posición era
insostenible.
«Si yo fincase, les dijo á los moros, sin los míos ornes, serie
á tal como el que ha perdido el brazo diestro, ó como los lidia-
dores que non han espadas cin langas; pues la primera cosa que
yo he ver é aderezar en este preyto de mis ornes, es fazer las cosas
que sean más apuestas ¿ más complidas con que yo é ellos sea-
mos mrjur guardados. Ca, pues Diostovo por bien que yo fuese
apoderado en la cibdad de Valencia, non quiero que haya otro
señor sinón yo. Pero digo que si vos comigo bien queredes é que
vos siempre faga merced, guisad como metades Aben Jai en mi
poder, ca bien sabedes todos la gran traygión que él fizo al rey
de Valencia su señor, é el gran lazerio que le fizo pasar é á vos
todos mientra que vos tove cercados.*
Cuanto fué el júbilo que los moros tuvieron á
causa del razonamiento anterior, fué terrible el desen-
canto que padecieron ahora. No podian explicarse
aquel cambio en tan pocos días. Contestaron que deli-
berarían acerca de la grave proposición que les acababa
de hacer y que le darían noticia del acuerdo que toma-
sen. Treinta de los más notables se dirigieron al almo-
jarife Aben Abdús, y le dijeron: «Pedírnoste merced
que nos consejes del más leal é mejor consejo que en
ti oviere; ca, pues de nuestra ley eres, tenemos debes
ser más tenido de lo fazer. E la razón de que te con-
sejo pedimos, es ésta: el Cid nos prometió la otra vez
muchas cosas, é vemos agora que no nos dize nada
de todo aquéllo, é que nos mueve otras razones. E
tú sabes más las sus costumbres, ca nos fiziestes
saber la su voluntad; ca, aunque nos ál quisiésemos
fazer, non estamos en tiempo de fazer sinón lo que
él quisiere.»
— 35? —
Aben Abdús les habló asi: «Ornes buenos, este
consejo rahez es de fazer, ca bien vedes que Aben Jaf
fizo gran traygión contra su señor; é guisad agora
cómo lo metades á él en poder del Cid, é non vos
re<;eledes nin catedes en ál fazer: ca yo bien sé que
después nunca cosa demandaredes que vos la él non
otorgue.» Mostráronse dispuestos á seguir el consejo
del almojarife, y manifestaron al Cid que se pondría
en ejecución lo que él habia propuesto.
Tomaron luego muchos hombres armados y entra-
ron en la ciudad; fueron á las casas de Aben Gehaf (i),
rompieron las puertas y entraron dentro; prendiéronle
á él y á los suyos, y los llevaron á la presencia del
Cid. Enseguida mandó Rodrigo que el cadi y cuantos
tomaron parte en el asesinato del emir Yahya fuesen
encarcelados.
Hecho esto, el Cid dijo á los notables moros:
«Pues que agora vos avedes fecho lo que vos yo
mandé, vos demandad lo que queredes que vos yo
cumpra agora guisado, é yo comprir vos lo he; pero
en tal manera que la mi morada sea en la villa, en el
alcázar, é que los míos cristianos tengan las fortalezas
todas de la cibdad;» Cuando los moros oyeron esto,
dijeron: «Señor Cid, tú ordena lo que tovieres por
bien: é nos lo otorgamos.» Rodrigo les contestó que,
por lo que hacia relación á las costumbres de ellos,
pidiesen lo que quisieran; y en cuanto al señorío, si
(i) H*Día, coa efecto, según se ve en las notas para el libro del Reparti-
miento, una c<lle del nombre de Atxn Geh<<f, calificada, unas veces, de
cucac, v, otras, de vicus, títulos que significan menos importancia que carra-
Ha {El Archivo, III, 218).
46
— 354 —
I
bien le quería tener completo, no quería sino el
diezmo de los frutos que cogiesen en sus heredades.
Mucho les plugo este nuevo razonamiento, y pidié-
ronle que les pusiese alguacil, rogando, además, se les
nombrara para alcaide Al Hugí: «é éste fué el que fizo
los versos, según que lo ha contado la estoria.»
Un mes se gastó en ultimar estas diligencias entre
vencidos v vencedores. Ya acabadas, montado á caballo
penetró en la ciudad seguido de su hueste muy bien
ataviada y precedido de su bandera, dándose estruen-
dosos vivas. Bajó al llegar al alcázar, y él y los suyos
tomaron habitaciones muy buenas junto al palacio.
Mandó poner, por último, su bandera en la torre más
alta del alcázar. No sólo Valencia, sino todas las for-
talezas que eran del señorío de la ciudad, reconocieron
al nuevo señor. Quedó Rodrigo tranquilo en la pose-
sión de los nuevos dominios, y él y los suyos cele-
braron con grandes festejos el acontecimiento.
«E luego, otro día, mandó el Gd llevar Aben Jaf i Jubala
(el Puig), é diéronle muy grandes penas, hasta que llegó $erca
de morir; é toviéronle en Jubala dos dias. E des y tornáronlo i
Valencia, é toviéronle en la huerta del Cid en prisión. E mandól
que escriviese una carta por su mano de quantas cosas avie. E ¿1
ízol asi: é escrivió en aquella carta las sartas, é las sortijas, é los
paños preciados, é las ropas nobles que avie, é otras cosas
muchas preciadas de casa, é de las debdas que tenie. E esto le
mandara el Cid fazer, por ver si averie en lo suyo tanto como en
lo que en aquello que fuera del rey de Valencia. E quando esta
carta leyeron ante el Cid, mandó que veniesen los moros que
eran ornes buenos é honrrados, é que jurase ante ellos que non
avíe más de aquéllo: é él fízol así» (i).
(i) Crónica General, lol. 337 y.
— 355 -
La conformidad entre la General y la relación de
Abu'l Hassán no puede ser más exacta: «Á la entrada
del Cid el cadi se hizo obediente á sus órdenes y
reconoció la dignidad que le daba la posesión de la
ciudad, y contrató con él pactos que, en su concepto,
debían guardarse por Rodrigo; pero que no tuvieron
larga duración. Ben Gehaf permaneció con el Cam-
peador poco tiempo; y, como á éste le disgustaba su
compañía, buscaba el medio de deshacerse de él, hasta
que pudo lograrlo, dícese que á causa de un tesoro
considerable, de los que habían pertenecido á Ben
Dzin-Nun. — Sucedió que Rodrigo en los primeros
días de su conquista preguntó á Ben Gehaf por el tal
tesoro, y le tomó juramento en presencia de varias
gentes de las dos religiones, acerca de que no lo
poseía. Respondió jurando por Dios y testificartdo
solemnemente de su inocencia, sin cuidarse <le los
males que debía esperar de su ligereza. Exigió Rodrigo
al cadi que se extendiese un contrato con anuencia de
los dos partidos, y firmado por los más influyentes de
las dos religiones, en el cual se convino que si Rodrigo
encontraba ó averiguaba el paradero del tal tesoro,
retiraría su protección á la familia del cadi y podría
derramar tu sangre» (i).
Y después, al otro jueves, mandó que acudiesen al
alcázar los moros y él se sentó en un rico estrado,
haciendo lo mismo en su presencia los convocados.
Mandó que se trajese allí á Aben Gehaf y á los demás
que con él estaban presos. Preguntó al faquí y alcaide
(i) Malo, apéndice XX.
- 3S6 -
Al Huxí y á los notables qué género de castigo debía,
según la ley de los moros, aplicarse á los que asesi-
naron al emir Yahya al Cádir su señor, y ellos, sin
vacilar, contestaron: «Señor, segund la nuestra ley,
deven ser apedreados.» Y el Cid mandó que la ley
fuese cumplida. Y eran los que estaban con Aben
Gehaf, 330. Nada más dice la Crónica General (1).
Según un autor árabe, el Cid «encerró después en
una cárcel ai cadi y á su familia y parientes y comenzó
á pedirles los tesoros de Ben Dzin Nun sin cesar de
quitarles cuanto poseían, ya por medio de azotes, ya
por malos tratamientos, y ya por suplicios crueles.
Luego mandó encender una gran hoguera, que abra-
saba el rostro de los que pasaban cerca de ella, y llevó
al cadi Abu Áhmed sujeto con grillos y rodeado de su
familia y de sus hijos, y ordenó que todos fueran
quemados. Los cristianos y los musulmanes empeza-
ron á gritar, y se reunieron para esto, y quisieron que
se librase á los esclavos y á los hijos, y lo consiguieron
después de gran resistencia. Se cavó una fosa en la
parte más baja de la huerta de Valencia, y se le metió
en ella hasta el pescuezo, y se apisonó la tierra de su
alrededor, y se le aproximó la lumbre. Cuando la tuvo
cerca y se quemaba su cara dijo: «en el nombre de
Dios clemente y misericordioso», y cogió los tizones
ardiendo y se los aproximó á su cuerpo para acelerar
su muerte: en su consecuencia, se quemó. ¡Tenga
Dios de él compasión! Sucedió esto en giumada al
aüel del año 488 (9 may.-7 jun. 1095); y el jueves, al
(1) Fol. 337 ▼.
— 357 —
finalizar el mismo giumada al aüel del año precedente,
fué la entrada del referido Campeador en Valencia» (i).
El género de muerte que padeció el cadi le atrajo
las simpatías de los muslimes, que antes le juzgaban
monstruo de iniquidad. Entre los escritores de aquel
tiempo, es digno de que se transcriban los encontra-
dos juicios, antes y después de la muerte de Aben
Gehaí, del ex-gobernador de Murcia Aben Táhir.
«¡Oh tú, el que tienes un ojo azul y otro negro: vete despa-
cio, porque has cometido un grave crimen! Has asesinado al rey
Yahya, y te has vestido su túnica. Llegará el dia de darte tu
merecido, sin que tengas poder bastante para impedirlo» (2).
El mismo Abderrahmán ben Táhir escribía des-
pués de la muerte del cadi á un primo de éste: «La
desgracia ha permitido ¡quiera Dios librarte de sus
males y defenderte de sus asechanzas!, que el faqui, el
cadi Abu Áhmed ¡perdónele Dios sus pecados! se vea
abatido y muerto y destituido de su dignidad. Por mi
vida que las estrellas de la gloria se han oscurecido
con su ruina, y los cielos de la nobleza han derra-
mado lágrimas á su muerte y á su desaparición. Cier-
tamente que por la belleza de su carácter y por los
socorros que prestaba á los desgraciados, era como la
lluvia en un año estéril, como la leche en los tiempos
de preñez. No era de carácter duro; perdonaba los
errores; era afable con sus vecinos; amigo de sus ami-
gos; se atraía los corazones por sus buenos modales,
(1) Malo de Molina, apéndice XX. — La relación de Conde (III, 22) es
exactamente igual á la que acabamos de transcribir de Aben al Abbar.
(1) Ifcdo, I. c.
- 358 -
y subyugaba á los hombres libres, por su bondad.
jPor cierto que el mundo lleva luto desde que él no
existe! Cuando se acercaba á su infortunio dobló su
altivo cuello para gobernar bien á Valencia, humi-
llando de tal modo á sus enemigos. Asi ella derrama
lágrimas por él semejantes á la lluvia de la primavera
y le encomia por todas partes. Mas ¡ay! que la muerte
le ha arrebatado bien pronto, cuando por su causa
vivían entre vosotros los placeres, cuando os había
ceñido el magnifico collar de gloria y elevado vuestro
poder sobre todos los poderes. Mas somos criaturas
de Dios, y volveremos á él, por muy grande que sea
nuestra desgracia; y á Dios pediremos por él, pues que
era noble de origen y de principios: era una montaña
inaccesible y un asilo en la altura» (i).
Las versiones acerca del género de muerte que
padeció Aben Gehaf, abren ancho campo á dudas, no
fáciles de desvanecer en nuestro concepto. Un testigo
presencial, el autor árabe á quien, según los más
competentes arabistas, tuvo á la vista Alfonso el Sabio
al escribir la cuarta parte de su Crónica, dice, con
gran laconismo, que el cadi, cumpliéndose la ley de
los moros, fué por ellos condenado á lapidación, y
que ellos mismos ejecutaron la sentencia. Nuestro
Aben al Abbar, ministro que fué del walí £eid y del
emir Zaén, copia á un autor también contemporáneo
con aquellos sucesos, y nos da la relación del horripi-
lante fin que se dice tuvo el cadi. ¿Á cuál de los dos
historiadores daremos fe?
(i) Malo, 1. c.
r
— 3S9 —
Dozy, cuya parcialidad en más de una ocasión
hemos podido apreciar, con el empeño de hacer anti-
pática la más alta figura del pueblo español, se desen-
tiende de la Crónica General, cuya autenticidad él más
que nadie ha hecho resplandecer, y se esfuerza por que
prevalezca la versión que más perjudica al nombre de
Rodrigo. «El autor (á quien siguió Alfonso X) parece
haber escrito la historia de su tiempo hasta el mo-
mento en que Aben Gehaf fué arrojado en prisión, y
creo que no pudo continuarla porque fué uno de aque-
llos á quienes el Cid hizo quemar á fines de mayo ó
principios de junio del año 1095, juntamente con Aben
Gehaf. — En efecto, el relato es exacto hasta la época
en que éste fué puesto en prisión; pero su muerte se
cuenta de un modo singular. El Cid lo hizo juzgar por
el faqui que habia nombrado el cadi y por los patri-
cios de Valencia, los cuales decidieron que, puesto que
habia matado á su rey, merecía, según la ley musul-
mana, ser muerto á pedradas. Á este relato pueden ha-
cerse dos objeciones: primera, que están en contradic-
ción con el testimonio de Aben-Bassán, autor contem-
poráneo, y con el de Aben al Abbar, historiador muy
exacto y, además, valenciano; segunda, que no hay ley
musulmana, al menos que sepamos, que diga tal cosa.»
La primera objeción acusa, á nuestro entender,
lógica que se presta á fácil redargución: porque si en
Aben Bassán se lee lo contrario que en la General,
puede también deducirse que será falso lo que aquel
autor dice, por cuanto tiene en contra suya el testimo-
nio de la General. Es, además, cierto que nuestro Aben
al Abbar fué tan excelente historiador como político
— 360 —
acomodaticio, pero escribió como siglo y medio des-
pués de los sucesos que relata, y pudo tener como
fuente de información autor ó autores cuya parcialidad
y fanatismo religioso les hiciesen falsear la verdad. En
cuanto á la segunda objeción, se nota en el lenguaje
de Dozy, que no sabe á ciencia cierta si la pena de
lapidación estaba ó no admitida en el código maho-
metano.
Véase ahora con cuánta razón escribe el traductor
español de la obra Recherches ó Investigaciones del profe-
sor de la universidad de Leiden: «El señor Dozy,
fundado en textos árabes las más veces, cuando no
cristianos y de enemigos del Cid, infama á éste con un
simple se supone ó se cree, como lo hace en más de una
ocasión.» El parece y el creo aparecen, pues, en el caso
presente.
Intencionado Dozy, pero con intención que no
debe anidar en cabeza de quien busca de buena fe la
verdad, pretende deshacer la observación de que Al-
fonso, no obstante ser cristiano, fué enemigo del Cid,
y, como tal, tocado de igual parcialidad que los auto-
res árabes: «¿Supondremos, acaso, que Alfonso alte-
rase la narración del suplicio de Aben Gehaf porque
presentaba al Cid bajo un aspecto muy desfavorable?
No lo creemos; Alfonso no pudo tener este motivo,
toda vez que no ha disimulado otros hechos en que
el Cid se manifestaba más cruel todavía que en estas
circunstancias» (i).
(i) Ignoramos que autores árabes ni cristianos apunten acto más cruel
que el de la muerte dada á Aben Gehaf. Se trata de presentarnos, no el Cid
de la realidad, sino el Cid de una poesía al estilo de la que gasta Dozy,
-36f-
Y de premisas tan falsas, deduce esta consecuen-
cia: «Preciso es, pues, admitir que la crónica árabe
(de que se valió el Sabio) no* contaba el suplicio de
Aben Gehaf; que Alfonso lo tomó de una obra cris-
tiana y, especialmente, de la leyenda de Cárdena, y,
por último, que el cronista musulmán se vio obli-
gado, por un accidente cualquiera, á interrumpir brusca-
mente su trabajo.» Es decir: el amor de los monjes
de Cárdena al Cid los llevó al extremo de mentir
presentándole en el caso en cuestión bajo el aspecto
más favorable; y, ¿por qué el desamor, más bien,
el odio que con frecuentes maldiciones se expresa,
de los autores árabes no los obligó á desfigurar los
hechos, para presentarnos un ¿Rodrigo monstruo de
crueldad?
* De suposición en suposición, Dozy viene á expli-
carnos d accidente cualquiera que interrumpió brusca-
mente el trabajo del autor árabe á quien siguió Alfonso
el Sabio: «Ahora está fuera de duda que el Cid hizo
quemar vivos en 1095, no s°lo á Aben Gehaf y sus
parientes (1), sino á otros muchos: entre estos desdi-
chados se encontraba un hombre de letras que había
desempeñado el empleo de secretario cerca de un visir,
y se llamaba Abu Djafar Battí, es decir, originario de
(1) Esto no es cierto, según los mismos autores árabes. Aben Besaam, en
so ad-Dzajira, dice: «También pensó Rodrigo, al que Dios maldiga, en que-
mar á su mujer y á sus hijas; pero le habló por ellas uno de sus parciales, y,
después de algunas dificultades, no desoyó su consejo, y las libró de las
manos de su fatal destino.» Y en el manuscrito de Aben al Abbar se lee;
«Quisieron (los cristianos y los musulmanes) que se librase á los esclaros y á
los hijos, y lo consiguieron después de gran resistencia.»
— $62 —
Batta, uno de los pueblos situados en los alrededores
de Valencia (i). ¿No podría suponerse (2) que este
escritor es el autor del relato traducido en la Crónica?
Admitido esto (3), naturalmente se explicaría por qué
este relato se interrumpe tan bruscamente y por qué
no se hace mención en él del suplicio de Aben
Gehaf» (4). Quedamos igualmente convencidos de
las dos consecuencias que deduce Dozy, del género
de muerte aplicado al cadi según algunos autores
árabes, y de quién fuera aquel á quien copió Alfonso
el Sabio: es decir, que no lo estamos, porque no pode-
mos, ni de lo uno ni de lo otro.
Tampoco fueron los tesoros de Yahya la causa del
fin trágico del cadi. La General asegura que antes de
(1) Examinado el índice de pueblos, alquerías y aldeas enclavados en la
jurisdicción de Valencia (publicado en El Archivo, III, 74-98), no aparece
'Batta ú otro nombre que se le parezca. Malo de Molina piensa si será <B¿tera%
inmediato á Liria. Y dice que ad Dhabbí, en su Diccionario "biográfico, escrito
át fines del siglo XII, trae un artículo concebido en estos términos: «Ajraet ben
G'Abd el Ualí al Battí Abu D'yagfar, nombrado así de Batta, uno de los
pueblos de la comarca de Valencia; caátib, poeta y hombre de gran inteli-
gencia, fué quemado por el Cambitor ¡maldígalo Dios!, cuando se apoderó
de Valencia: sucedió la quema en el año 488. Habla de él ar Rischathí en su
libro».— En el 'Diccionario biográfico de los gramáticos y lexicógrafos, por as
Soiutí, se encuentra el artículo siguiente: cAjmed ben G'Abd el Ualí, el
Balensí el Battí, Abu D'yagfar: Dice G'Abd el Mélic que había estudiado las
bellas letras, y escrito libros de gramática, y un diccionario y poesías; que era
caátib y poeta, y que fué secretario de algunos watsires; y que le quemó el
Cambitor ¡maldígalo Dios! luego que se apoderó de Valencia en el año 88,
y hay quien dice que en el 90 (Malo de Molina, %odrigo el Campeador, III,
nota).»
. (2) Caben hipótesis hasta de lo más absurdo.
(3) Aunqne sea con fundamento tan deleznable como el presente.
: (4) Sí se hace mención, mas no de que fuese quemado, sí de que faé
apedreado y con arreglo á la ley de los moros, que Rodrigo había de respetar
según la capitulación para la entrega de la ciudad.
+ - 3<3 ~
la muerte de al Cádir fueron trasladados al castillo
Benaeeab, Castillo del Águila (i), y luego la Historia
Leonesa confirma que fueron encontrados en dicho
castillo, ó de Olocáu (2). ¿Cómo esta circunstancia, no
ignorada del Cid, pudo servir de pretexto para la
muerte de Aben Gehaf?
Que los tesoros públicos obraban en poder del
cadi, está confirmado por la General, por Casiri y los
otros autores de que va hecha mención. ¿Pudo el cadi
ser castigado como defraudador de los caudales públi-
cos? Sí; pero su muerte obedeció al crimen de regi-
cidio, que en ninguna nación ha dejado de tener su
castigo, y las circunstancias agravantes del asesinato
del emir de Valencia y la participación muy directa
que en él tuvo el que en primer término venia obli-
gado á amparar y defender al primer magistrado de la
nación, merecían un castigo ejemplar.
Ya expiado el asesinato de. Yahya con el castigo
impuesto á los que causaron su muerte, Rodrigo
mandó que al día siguiente acudiesen ante él los
moros de Valencia para establecer definitivamente las
relaciones que entre señor y vasallos habían de mediar.
Ya reunidos en el alcázar y en .torno del Cid, que
ocupaba un estrado, les habló así:
«Ornes buenos de la aljama de Valencia: vos sabedes quinto
yo serví é ayudé al rey de Valencia, é quánto lazerio pasé en
(1) Fol. 524 v, .
(2) «Cepit Rodericus castrum qui dicitar Olokabet, in qus quidem mul-
tum thesaurnm qui fuit regis al Cádir invenir, quem cnm suis bona fidé
divisit.» v
— 3*4 ~
ganarla. E agora, quando Dios tovo por bien que yo fuesse señor
della, quiérola para mí é para aquellos que me la ayudaron á
ganar, salvo el señorío de mío señor, el rey don Alonso. E vos
todos en mío poder sodes, para fazer de vos lo que quisiere é por
bien toviere! e podríe vos tomar quanto en el mundo avedes, é
los cuerpos, é las mujeres, é los fijos; mas yo non quiero así, é
tengo por bien é mando que los ornes honrrados de vos que
fuestes siempre leales, que moredes en Valencia en las vuestras
casas con las vuestras compañas; ¿ que ninguno de vos non
tenga más de una bestia, e que sea muía, é un orne que vos
sierva; e que non usedes de armas nin las tengades, sinón quando
fuere menester £yo mandare. E toda la otra gente, que me vazie-
des de la cibdad; e que moredes fuera en el Alcudia, onde yo
solía estar. E que ayades vuestras mezquitas en Valencia ¿ fuera
en el Alcudia; e que ayades vuestros alfaquíes; e que usedes de
vuestra ley; é que ayades vuestro alcayde ¿ vuestro alguazil, e
asi los he puestos; e que ayades vuestras heredades; é que me
dedes á mi el señorío de todas las rentas; é la justizia que sea
mía; ¿ yo, que me mande fazer mi moneda. E los que quisieren
fincar comigo en este señorío, fincad; é los que non quisiéredes
fincar, yd en buena ventura con los cuerpos solamente, é yo vos
mandaré poner en salvo. »
Cuando los moros oyeron estas razones quedaron
muy tristes y abatidos; mas no tuvieron otro remedio
que el de acomodarse á las circunstancias. Al momento
comenzaron á salir de la ciudad todos aquellos que no
reunían las condiciones señaladas para poder perma-
necer en ella. A medida que desalojaban sus moradas,
ocupábanlas los cristianos que hasta entonces vivían
en Alcudia. Dicese que fueron tantos los moros salidos
de Valencia, que estuvieron dos días desfilando por
sus puertas. El Cid y los suyos celebraron con de-
mostraciones de gozo este acontecimiento. «E duró
assí esto bien dos meses», dice la General. Y añade:
-3*5 -
«E de allí adelante fué llamado el Cid, mío Cid
Campeador, señor de Valencia,»
Desde ese momento comenzó Rodrigo á ser llama-
do Gid, que es el Seid, ó Qeid, equivalente á Señor,
tratamiento que se le dio por los valencianos al ser
subditos suyos.
El titulo de Campeador, ó Campidoctus, según la
Historia Leonesa, le tuvo desde los primeros tiempos
conocidos de su vida política. En documentos anti-
guos se escribe Campidátor y Campeiador. Los árabes
le llamaron también Canbithor, efecto de la Índole
especial de su alfabeto. El estudio más acabado acerca
de la significación y etimología de dicha palabra es
debido á Dozy. «Inútil es decir, escribe, que Campea-
dor nada tiene que ver con la palabra latina campus,
pues se deriva de la teutónica champf, que responde á
las voces duellum y pugna; el verbo kampjan corres-
ponde á praliari, y el sustantivo karnfo ó kamfjo, á las
palabras gladiador, atleta, tiro, púgil, pugilldtor, agonista,
vendtor, miles, encontrándose estos términos en los
más antiguos documentos de la lengua alemana» (i).
El título de Campeador cuadra con Rodrigo, puesto
que ejercitó su brazo en defensa de la Religión, de la
Patria y del Re^ (2).
(1) Investigaciones, «Las fuentes» III.
(2) Malo de Molina, Rodrigo el Campeador, I.
CAPÍTULO IX
El Gd
(10B5-1099)
(Cmclmió*).
Den Jerónimo en Valencia: purificación de melquitas 7 consajTacion de ellaa ■■ eolio católico.—
Venid. de duna J hueñi.— Conouiíu de loj caiiilloi Oloeiu y Serré. — Alian» de Pedro I d*
Aragón y el CU.— SntMtntU rn Burriana.— Eipedición 4 Benicedell y batalla de Barren.— Con-
quiíu de Almenara y rendición, da llurrledro.— Cilebje domínenlo de doución i ti utedral y
obitpo de Valencia: Plcaieni, Alcuicia, el Pnlg, Farnalt, Almcn.rn y Burriana.— Derrota de Airar
Fáfiei en Ceenea, y de un cuerpo de ejereito del Cid en Aid r..— Mu™ del Cid. -Fecha de 1.
míenla. — Injusticia cao fue >e le ha tratado por bilioriadoreí citranjeroi: Víanlo! y Doiy.—
Proee» de bíilificadim del Gd y Felipe II.— VlndieuiAa.— El Cid de le realidad.- Valencia debe
se dijo que el obispo don Jerónimo y los
cristianos que con él estaban en Valencia
«viendo el emir Yahya al Cádir, la aban-
donaron cuando los almorávides se aproximaban á
dicha ciudad (i). Á ella volvió el prelado cuando supo
que el Cid era señor de la misma. Rodrigo fué á
visitarle lleno de alegría. Convinieron en que al dia
siguiente las mezquitas serian purificadas y converti-
das en iglesias. Que las iglesias fuesen nueve, como
asegura la General, ó que fuesen más ó menos, no lo
disputaremos; pero iglesias hablan de tener los cris-
tianos. El Cid las dotó, é, igualmente, señaló rentas al
obispo y á los clérigos. Dicese que la principal de las
(i) CtÓh., f, 333 V.
— 3*7 —
iglesias fué dedicada á San Pedro. Claro es que en la
escritura de dotación que luego se verá se nombra al
principe de los Apóstoles; pero, según en ella se dice,
la consagración de la iglesia lo fué á la Bienaventurada
siempre Virgen María, y no enseguida, sino después
de ganado Murviedro (i).
También vemos en Valencia á doña Jimena muerto
su marido. Cuándo llegó, con sus dos hijas, la Gene-
ral lo refiere. Se hallaban en el monasterio de San
Pedro de Cárdena, y Rodrigo fenvió á Alvar Fáñez
Minaya y á Martín Antolínez, de Burgos, para que,
con licencia de Alfonso VI, ellas viniesen acompaña-
das de dichos caudillos. Encontraron en Palencia al
rey de Castilla, y, entre otras razones, habláronle éstas:
«Señor, después que de Vos se partió el Cid la pos-
trimera vez, rompió tres faciendas capdales que ovo
con moros, é ganó estos castiellos: Xérica, Onda é
Peña Cadiella; e, con éstos, la nobre cibdad de Valen-
cia; é hala fecha obispado; é de las ganancias que él
fizo, embíavos $ien cavallos, como á su señor natural.»
Alfonso correspondió á la fineza del Cid consintiendo
la marcha á doña Jimena y á sus hijas, y ordenando
que se las honrase y custodiase mientras cruzaran
tierra de Castilla. Y dijo: «Entrególe yo á Valencia é
todo lo al que fasta oy ha ganado; e lo que de aquí
adelante ganare, que se llame dello señor, e que á otro,
señorío non faga, sinón á mí, que só su señor natu-
ral» (2). Doña Jimena fué recibida en Valencia por su
(1) Crán., f. 338.
(2) Crón., 1. c.
— 368 —
marido y por el obispo don Jerónimo, con gran alegría
de moros y de cristianos (i). Lo más regular es que
doña Jimena acudiera á Valencia así que Alfonso VI
le dio libertad para volver á la compañía de Ro-
drigo (2).
Sosegado el Cid con la posesión y arreglo de
Valencia, llevó sus armas á los dominios de Abu
Merwán Abdelmélic II Hosamo-d-Daulah, señor de
Albarracin. El castillo de Olocáu (Olokábet), al nor-
deste de Liria, fué el primero en ser combatido, y allí
encontró un gran tesoro, el que fué del rey al Cádir, y
le repartió con equidad entre los suyos. Corrióse por
la misma cordillera hacia levante, y rindió el castillo
de Serra, al norte y á poca distancia de Naquera, en
la hoy denominada sierra de Portacoeli. Ambos casti-
llos eran como las llaves de Murviedro, cuya posesión
ambicionaba al Cid (3).
En este mismo año, 1096, murió Sancho Ramírez,
rey de Aragón de buena memoria, que vivió cincuenta
y dos años y fué sepultado en el monasterio de San
Juan de la Peña. Después fué elevado al trono su hijo
Pedro L Desde 1094 combatía á Huesca el rey Sancho.
En una salida que hicieron los sitiados, no sólo des-
truyeron las máquinas de los cristianos, sino que el
mismo monarca fué herido de una saeta. Antes de
morir exigió á sus hijos que no abandonarían el sitio
(1) Crónica del Cid, CCXVII.
(2) Hist. Leonesa.
(3) Hist. Leonesa. — También en la General (fol. 324) se lee: *E embiaron
otrosí (Yahya y sus consejeros) otras muchas cargas (de riquezas) á un cas*
tiello que dizen 'Benaecab, que quiere decir el Castielh del Águila.»
— 3*9 —
hasta que la ciudad cayera en sus manos. Áhmed al
Mostahín ben Yúsuf, emir de Zaragoza, á quien perte-
necía Huesca, al ver el apuro en que se hallaban los
muslimes, salió de la ciudad, y para obligar á los cris-
tianos á que alzasen el cerco, allegó muchas gentes y
pidió auxilio á los emires de Albarracin y de Játiba y
Denia. Esto prueba que á Solimán ben al Mondhir
aún quedaban estados en la Peninsula. También pidió
Mostahín refuerzos á Alfonso VI, y el rey de Castilla
le envió un cuerpo de tropas al mando de Garda
Ordóñez, conde de Nájera.'Los cristianos salieron al
encuentro del ejército de los aliados, y alcanzaron
sobre él en Alcoraz un señalado triunfo el 1 8 de
noviembre de 1096. Ocho días después, el día 25,
martes, Huesca se entregó á Pedro I (1),
Reunidos los principales nobles de Aragón, dijeron
al rey: «ínclito monarca, unánimes te suplicamos que
te dignes oir nuestro consejo: es á saber, creemos ha
de serte útil y de provecho que tengas paz y amistad
con Rodrigo el Campeador; y de acuerdo con. nuestro
consejo está, indudablemente, la opinión general.»
Agradó sobremanera al rey la petición, y envió al Cid
embajadores pidiéndole la alianza. Dijeron á Rodrigo:
«Nos envía á ti nuestro señor el rey de Aragón, para
que te unas con él y establezcas con el mismo paz y
amistad perpetua; para que estéis unidos contra vues-
tros enemigos y contra cualquiera de ellos.» También
á Rodrigo pareció bien lo de la alianza, y manifestó
que asi se haría.
(1) Dozy, investigaciones, t. 2.0, V.— Conde, III, lü.—Hist. Leonesa.—
Chabis, Historia de Denia, P. 2.«, VI.
47
— 37o —
Sentados estos preliminares, Pedro I bajó al cas-
tillo de Montornés, en la costa del Mediterráneo y
próximo á Castellón de la Plana. De la importancia
que dicho castillo tenia en 1364 es testimonio el uso
que de él hizo contra Pedro I de Castilla Pedro IV de
Aragón, utilizándole, en combinación con el cimborio
de la catedral de Valencia, para anunciar los movi-
mientos de la poderosa armada castellana (1). Pedro I
de Aragón continuó la marcha hasta Burriana, punto
en el cual se encontró con el Cid, que desde Valencia
habla salido á esperarle: Allí pactaron, con ánimo
bueno v sincero, ayudarse mutuamente contra todos
mi * «r •
sus enemigos. Pedro I volvió á su tierra, y Rodrigo, á
Valencia. Con arreglo á este convenio, á mediados
de 1097 vino el de Aragón con su ejército á Valencia
para auxiliar contra los almorávides al Cid, y fué reci-
bido por el invicto burgalés con las mayores honras.
Reunidas las huestes aragonesa y castellana, sus intré-
pidos caudillos tomaron el camino del castillo de
Benicadell al objeto de dejarle bien abastecido. La
importancia que en aquellos tiempos le concedió el
Cid y la que dos siglos y medio después le daba el
Conquistador, prueban que aquella fortaleza no era
despreciable.
Pero ¿dónde estuvo situado el castillo de Beni-
cadell? Malo de Molina y Dozy, engañados con una
orientación que no es la rigorosamente científica, le
colocan entre Játiba y Cullera, dando lugar á con-
fusas ideas la lectura de la Historia Leonesa. Chabret
(1) HisU de Cullera, XVI.
-371-
está más acertado al fijar su situación entre Játiba y
Cocentaina. Nadie como el inteligente arabista y docto
catedrático de la universidad de Zaragoza don Julián
Ribera ha precisado el punto en que se alzó la célebre
fortaleza. Justo es, pues, que transcribamos sus pala-
bras sobre tan interesante materia.
«En los límites meridionales de la provincia de Valencia y
separando los hermosos valles de Albaida y Cocentaina alza
erguido sa cima el picacho de Benicadeli. Su altiva cumbre
domina orgullosa los montes vecinos, que no le ocultan las
llanuras valencianas hasta la misma capital. Notable como es por
su altura y buena posición, frescos manantiales y hermosas
vistas, tiene para mi el mayor, atractivo en los venerandos recuer-
dos que ofrece de tiempos pasados. Sqs más gloriosos timbres,
sin embargo, han permanecido desconocidos ú olvidados.
» Sábese que Ruy Díaz de Vivar, vuelto de una excursión por
Andalucía, reedificó un castillo que los moros habían destruido
hasta sus cimientos, rodeándole de muros y baluartes hasta con-
vertirle en vasta é inexpugnable fortificación que habitó por
bastante tiempo. De allí salía en constantes algaras y excursiones
atrevidas, para volver cargado del botín que pillaba en las comar-
cas vecinas, teniendo en continuo sobresalto y amenaza á los de
Játiba y Cultera. Llamábase de Pinnacatel ó Peña Cadiella (i).
»Los historiadores, como leían en la Crónica Latina, que de
este castillo se iba á Bairén (2), en dirección al mediodía, versas
meridiem, cayeron en la cuenta de que debía hallarse en las riberas
del Júcar. Malo de Molina, que pasa como autoridad en esta
materia, al hablar sobre este punto se expresa así: clnduda ble-
mente deberla encontrarse muy cerca del Júcar, entre Játiba y
Valencia, ya porque asi lo exige que estuviera el camino que el
Cid hizo desde Úbeda para ocuparlo antes de llegar á Valen -
(1) Debía ser esto en 1092, antes de conquistar el Cid 4 Valencia y, seguramente, coa inimo d c~
hacer de Pinnacatel el centro de sus operaciones,
(a) Castillo al lado de Gandia.
— 37* —
cía (i), ya también por lo que se lee en los versos 1157 y 1174
del «Poema»; y confiesa que la fortaleza «desapareció y no dejó
rastro ni aun de la posición que ocupaba» (2).
»A1 pronto juzgué falaz la semejanza exterior de los nombres
Pinnacatel y Benicadell, creyendo imposible tan grande error
geográfico; pero al fin me convencí, yendo en averiguación de la
cosa, de que no sólo había similitud en los sonidos, sino también
identidad en el objeto. Los mismos textos meló probaban:
Daban sus corredores ¿ íacien las trasnochadas.
Legan i Guyera é legan á Xativaí
Aun más ayuso, k Deina la casa.
Cabo del mar, tierra de moros firme la quebranta.
Ganaron Peña Cadiella, las exidas ¿ las entradas.
»¿Cómo puede buenamente suponerse que el castillo viniese
á estar entre Játiba y Valencia, si las palabras aun más ayuso (de
Játiba, lo contradicen? Sin embargo, no hubiese hecho caso de
la indicación del Poema, si no hubiese encontrado un clarísimo
texto de la Crónica Leonesa, casi itinerario
»Ella nos cuenta que don Pedro I de Aragón, para auxiliar i
su amigo Rodrigo, vino á Valencia, en donde se unieron los
ejércitos de ambos. Al dirigirse hacia Pinnacatel yípasar por las
cercanías de Játiba, Mahómet, sobrino del rey Yúsuf, salióles
con innumerable ejército en ademán de pelear; pero, felizmente»
aquel día no quisieron trabar batalla, contentándose con gritar y
alborotar desde las montañas vecinas durante todo el día. Apro-
vechándose de esta actitud don Pedro y el Campeador, escogieron
el botín que á mano se les presentaba y ganaron atrevidamente
el camino del castillo cuyo amparo iban á buscar.
*Y me parece indudable que si Pinnacatel se encontrase á
cuatro leguas antes de llegar á Játiba, como suponen, no se
hubieran encontrado en las inmediaciones de esta ciudad yendo
en dirección á aquel castillo, ni se hubiese celebrado su valor
por haber logrado entrar en él ejército y botín. El encuentro no
(1 ) Como ti entre esa» dos ciudades no mediase más que el Jocar,
(a) D017 acepta la conjetura de Malo.
— 373 —
sólo es regalar, sino hasta necesario, para llegar i la sierra de
Benicadell, donde tengo por seguro que reedificó el Cid sn
fortaleza .
«Dos únicos caminos hubiese podido tomar que conducen de
las llanuras valencianas á estos sitios: el de Játiba y el de Gandia
por Callera,
Cuando el Cid Campeador ovo Peña Cadiella,
Males pesa en Xativa fc dentro en Guyera.
Y estas son
las exidas é las entradas
que con feliz expresión recuerda el Poema.
iEI Cid debió probar fortuna por la más importante, y atre-
vidamente se dirigió por Játiba para tomar posiciones que le
aseguraran la vuelta al llano; y, al ver que las tenian ocupadas
los almorávides, no fué pequeña la hazaña que llevó á feliz
término atravesando los desfiladeros que conducen al valle de
Albaida y, por consiguiente, á Benicadell. Una vez allí, debió
apresurarse á ocupar la otra salida, la de Gandia; pero, compren-
diendo los* almorávides que poco habían de lograr si, al guare-
cerse aquél en su nido de águilas metido entre los montes,
adonde aún hoy sólo estrechas sendas conducen, le dejaban libre
y fácil acceso á las llanuras, fueron á darle la batalla en los
alrededores del castillo de Bairén é impedirle que estuviese sobre
Valencia.
aOtros pasajes hay en las crónicas que se refieren á tiempos
anteriores á los que nos ocupan, que señalan claramente su
afición á estos lagares:
cEn pos desto fué el Cid guerrear al señor de Denia é de
Xátiva: é tovo y el invierno cerca de Denia é de Xátiva: é
embiava cada día sus algaras á correr tierra; é fizóles mucho
mal é machos quebrantos, de guisa que dende Origüela fasta en
Xátiva, non fincó pared en fiesta de puebra ninguna, que todo
non lo astragó; é tenia muy gran robo ayuntado de cativos é de
vacas, etc.» (i).
(i) Creo. Gnu., f. 321 t.
— 374 —
»Puhto central entre Denia, Játiba y Orihuelá es nuestro
Benicadell.
iPero hay en el citado texto latino una afirmación que con-
tradice gravemente mi conjetura, si han de entenderse material-
mente y en su acepción común las palabras Egredientes indc ver sus
merldüm, ad marítima loca, páriter descender untt et contra cBéyrem
castra sua fixerunt (i). Pero, teniendo eñ cuenta que las crónicas
en esta parte siguieron la escrita por Aben Alcama (2), que se
supone traducido por Alfonso el Sabio, pude fácilmente resolver
la dificultad que ha hecho tropezar á nuestros historiadores.
i>Los árabes, en nuestro país, y especialmente en el reino de
Valencia, estaban equivocados en la orientación, hasta punto tal,
que parece inverosímil. Benallabbar, historiador muy ilustrado
y discreto, que no solía creer de ligero cualquier viento de pala-
bras y gustaba de cerciorarse personalmente, en lo que podía, de
la verdad de las cosas, al nombrar á Paterna, pueblo inmediato
á Valencia, imposible que dejase de saber dónde se hallaba, dice
que está al oriente de la ciudad (3), cuando, en realidad, está
al N. O. De igual conformidad declara de Silla y Culi era, que
se encuentran al occidente (4), cuando están al mediodía, la
última con inclinación á oriente. Este error no puede ser juzgado
como exclusivo de persona tan sabia, y sí inducido por las
especiales ideas geográficas de aquel tiempo. En el apreciable
geógrafo Edrisí aparece la misma desviación: Bocairente supone
que está el ocaso de Játiba, y se encuentra hacia el sud; Valencia,
para él, se halla al poniente de Murviedro. Y aun hoy día los
marinos de las playas valencianas, habiéndolo recibido de los
árabes, que nos dejaron la palabra, señalan e) vent agarbí en
dirección S. E.
»Sin duda alguna, al decir versus meridiem, no significaron
otra dirección que la correspondiente á la dicción quiblí: y,
(1) Saliendo de allí hacia ti sud, hacia la cosu, bijaroa juntos y sentaron sus reales Trente á
Bairen.
(2) Crónica de la conquista de Valeacia por el Cid. Algunos fragmentos pasaron traducidos 4 la
Crónica General en su 4.a parte.
(3) Bi-xa»qui Valensia.
(a) Bi-garbi Valensia.
— 375 —
entendiéndolo de esta manera, viene exactamente i coincidir con
el punto fijado; dejando sin contradicción los textos que vienen
á esclarecer la materia. Para que no quedase duda alguna en este
asunto, nos recuerda Benallabbar el pueblo de Rugat, indicando
su posición geográfica al mediodía del tosal ó cabero (i), en la
misma dirección en que se halla el camino de Bairén.
^Colocado en Benicadell el Cid, estaba en sitio por demás
estratégico para la Índole de sus hazañas, y, cual otro Ornar ben
Hafsún, amenaza seriamente la dominación musulmana desde su
fuerte é inexpugnable castillo
* ¿Cómo ha venido á convertirse en el moderno Benica-
dell el Peñacadiel de don Jaime, que en Berganza se llama Teña
Cadiellay lo mismo que en las Crónicas y en el Poema del Cid,
y que la Crónica Leonesa apellida Pinnacatel? Toda la dificultad
está en la primera parte del nombre, que es la que ha mudado.
Pues bien: cerca de Benicadell está Penáguila; y de esta pobla-
ción y castillo hallamos (2), que al tiempo de la reconquista se
le llama, unas veces, Tennáguila y, otras, licniaguila. La misma
razón hay para que Pennacatdl se convierta en benicadell.
*>¿Qué es en la actualidad de castillo de tan sólidas construc-
ciones, recuerdo de nuestro más insigne guerrero? ¡Ah! si fuéra-
mos á buscar por las orillas del Jilear, seguramente diríamos:
«desapareció sin dejar rastro de la posición que ocupaba»; pero
allá en las faldas del Tosal de mich-dia (3), en la umbría de Beni-
cadell, no lejos de Beniatjar, Otos y Carneóla, aún se guardan
las derruidas murallas de argamasa granítica, secos algibes y des-
hechos baluartes del fuerte de la Carbonera (4), que promete
completa ruina dentro de poco, si no paran de cultivar y destruir
lo poquísimo que queda (5).
(z) QoibU si fách. Al mediodía del picacho de Benicadell.
(a) Repartimiento de Valencia, p. J46.
(3) Como te le conoce en el valle de Albaida.
(4) Ya se llamaba asi al tiempo de la Reconquista.
(5) El Archivo, I, 97-10*.— A continuación de lo que va copiado, se' lee: «Á últimos del siglo
pasado, ó principios del presente, existía aun un baluarte ú obra avanzada de dicho castillo en una
pequeña eminencia que domina A Beniatjar, cuyas obras fueron arrancadas por el ptoaarador del
duque de Villa-hermosa, señor del pueblo, para emplazar allí el calvario» que aún existe. Personas
andanas del mismo aseguran que hsbia en dicho punto fosos subterráneos, algibes y otras obras. En
— 376 —
Hecha esta digresión, que disipa errores patroci-
nados por autores que gozan de subida y merecida
fama, reanudemos el hilo de la interrumpida relación
histórica. Desde Valencia tomaron el camino de Játiba
los cristianos, y cruzaron, en dirección siempre al
mediodía, aquellos desfiladeros, sin que Muhámad,
sobrino de Yúsuf ben Texufín, que capitaneaba 30.000
soldados, les disputara el paso, contentándose los
mahometanos con lanzar desde los montes, terribles y
continuos aullidos. Impertérritos Pedro y el Cid,
llegaron á Benicadell, y en su castillo dejaron abun-
dantes provisiones. Debieron los africanos dejar á los
cruzados libre el paso, creyendo asi dejarlos imposibi-
litados, encerrados en aquel laberinto de sierras, de
franquear el paso hacia Valencia (1). Provisto ya de
este panto habla un lienzo de muralla, del cual apenas quedan vestigios i través de campos cultivados,
que va, precisamente, en dirección al Castellet, en donde presumo que se hallarla el fuerte principal.—
La fortaleza, como puede juzgarse por las cortas noticias que me he podido proporcionar, debidas,
principalmente, i la atención del Sr. Gil, de Albaida, debió consistir en una extensa, linea de fortifi-
cación apoyada por defensas varias construidas á trecho!; pero, para poderla reconstruir y aproximarse
á la inteligencia de lo que fué, seria preciso recorrer paso á paso el camino traxado por las ruinas, sin
fiarse de relaciones de personas imperitas. — Además: muchas de las huellas están borradas, por
haberse reducido i cultivo los terrenos y porque la mano del hombre, mas destructora que el tiempo,
no ha tenido inconveniente en arruinar las obras más grandes, para aprovecharlos escombros. —
En términos de Otos y Beniatjar (en el término divisorio está el CasielUt) se encuentran muchas
ruinas, de donde se han extraido barros y otros objetos, que señalan el sitio de poblaciones
desaparecidas...»
Acerca de la etimología de Benicadell, se lee en El Archivo, II, 71; «La palabra puta no la cono-
cieron los antiguos latinos, y pertenece al bajo latin, hallándola citada en una carta de 781 con el
significado de peña. Du Cange dice que aún hoy día llaman los bretones peni los remates de los
montes, y que esta voz, de donde tomó el nombre el monte Apenino, viene de los antiguos galos. Los
Benedictinos tienen por españólala pilabra penna (transcripción latina de la forma española peña), y
le dan el significado de peñasco, collado. Carpentier disminuye este significado, atribuyéndolo á ana
roca y hasta á castillo roquero. No hay duda, pues, que Pen&cadell es el castillo que se llamó Beni-
cadell, y que, por su significado, debia estar sobre monte roquero. — Ea cuanto á la segunda parte, el
nombre es clásico, pues catullus fué usado por Cicerón con significado de cachorro. Si, pues, Pcnacaddl
es, por consiguiente, Peña cachorra, la peña madrt será Mariola... En S. Isidoro (lib. 19 de sus
Orígenes, cap. 31), encontramos la especie de que en su tiempo se decían catell* los montes que
formaban lo que ahora llamamos sierras, cordilleras, etc., es decir, montes escalonados y unidos
como por cadena...»
(1) El historiador de Sagú tito (XIV) dice que el caudillo almoravide era
— 377 —
víveres Benicadell, Rodrigo y Pedro, para burlar al
enemigo si esperaba en los desfiladeros de Játiba,
buscaron nuevo camino pordon4e volviesen á Valencia.
Siguieron, pues, por el valle de Albaida á desem-
bocar en el de Bairén. Á pesar de la rapidez con que
los cristianos practicaron aquella evolución, para que
el enemigo desconociera el itinerario de la marcha de
regreso, Muhámad, que vigilaba atentamente á los
expedicionarios, se corrió por el Fandech, valle de
Marinen ó de Aguas Vivas, á cortarles el paso (Valí-
digna), y sentó sus reales junto á un monte grande
cuya longitud era, al parecer, de cuarenta estadios.
Ese monte era el llamado, con igual significación,
Gebalcóbra, distinto del Gebal agQogra (monte pequeño),
ambos cerrando parte del valle.
Del mismo, limitado por el sud hacia el mar con la
Conca de Zafor ó de Bairén, y por el norte con el
término de Cullera, hizo donación Jaime II en 15 de
marzo de 1297 á los Bernardos, para que fundasen un
monasterio; y mandó se llamase de Váll-digna. El
valle de Marinen, así llamado en tiempo da la Recon-
quista, está situado entre las vertientes septentrio-
nales del Mondúber y las agrestes prolongaciones de
la sierra de las Agujas, que miran hacia el mar. Sobre
la enhiesta punta de un cerro que asoma por los
barrancos de la Umbría, descansaba un ruinoso castillo
(al Calat), denominado de al Fandech, ó sea, del Ba-
rranco. Al pie de los montes, grande y pequeño, que
Aben Aixa y que tenia á sus órdenes 9.000 hombres, lo cual está en des-
acuerdo con la Historia Leonesa.
48
— 378 -
dominaban el castillo, debieron encontrarse las alque-
rías moras Eyrb al Cobra y Egip a? £ogra, tantas
veces nombradas en los apuntes ó notas para el libro
del Repartimiento. Del nombre del castillo principal,
se llamó el valle, de al Fandech. En él sentarían los
almorávides sus reales, para salir hacia el llano de
Jaraco, por donde forzosamente habían de pasar los
cruzados.
Muhámad concibió bien el plan: los expediciona-
rios habían de seguir el mismo camino que 4.1a ida, y
entre aquellos riscos y desfiladeros podrían con faci-
lidad ser destrozados, ó tomarían el camino de la
costa, entre 4speras sierras, en lugares pantanosos y
junto 4 la costa, vigilada por numerosa escuadra
mahometana. Nunca el Cid pudo luchar en circuns-
tancias más difíciles.
Cuando los cristianos, ya en el valle de Bairén
(cerca de Gandía), vieron que los soldados almorá-
vides ocupaban las montañas y que en el mar había
una numerosa escuadra enemiga, por lo que de uno y
otro punto les podían alcanzar las armas arrojadizas,
se llenaron de espanto (i). Comprende el Cid lo
(i) La distancia entre el mar y el tnons magnas, ó chébal cobra, es bastante
grande, para que los cristianos no tuvieran suficiente espacio por donde
pasar sin que les alcanzaran las armas arrojadizas del enemigo. No es des-
preciable la explicación que salva la dificultad, suponiendo la existencia de
un lago paralelo á la costa (pues allí aún existen largos trechos de aguas
estancadas), en el cual los moros colocarían ligeros barquichuelos desde los
cuales pudieran ofender á los cristianos.
La escuadra que atacó á los cristianos pudo ser la enviada en este tiempo
por Syr ben Abi Becr, el Búcar de la General, para apoderarse de las Balea-
res (Conde, III, 22). ¿Será esa misma la batalla en que, según la Crónica
(fol. 341), fué herido el rey Junes, venido de Marruecos, y se refugió en el
— 379 —
terrible de aquellos momentos, monta á caballo y
recorre y electriza con su presencia las filas de sus
tropas, y las arenga en esta forma: «Mis muy amados
y dulcísimos compañeros: permaneced firmes y pode-
rosos en el combate, sed valientes, no os acobar-
déis, ni os intimide la muchedumbre de enemigos; que
Jesucristo Nuestro Señor los pondrá ho.y en nuestras
manos y en -nuestro poder.»
Eran las doce del día, y Pedro I y Rodrigo, seguidos
de todo el ejército cristiano, cayeron sobre los almo-
rávides arrostrando el peligro de las armas arrojadizas
que lanzaban desde el monte y desde las naves. Los
musulmanes no pudieron resistir el empuje de aque-
lla valerosa acometida,, y, gracias á la protección divi-
na, que se mostró clara y patente, los almorávides, ven-
cidos, abandonaron el campo. Parte de ellos fueron pa-
sados á cuchillo, y otros cayeron en el rio; pero los más
se entraron en el mar, en el cual murieron ahogados.
El botín que allí dejaron los vencidos, en oro,
plata, caballos, muías, armas riquísimas y otras cosas,
fué cuantioso.* Dieron alabanzas, con todo su ejército,
al Señor los dos ilustres, caudillos, y sin dificultad
ninguna pudieron volver á Valencia (i). No descan-
castillo llamado Cur quera (Corbera, ó Chébal Cobra), hasta el cual duró el
alcance? De ser esa Ja etimología de Corbera, tiene fácil explicación la del
monte en cuyas faldas descansa Culi era, llamado de las Zorras, ac Qogra,
6 pequeño, como lo es comparado con la sierra de Corbera. Conde fija entre
los>iños 488 y 493. (en. 1095-nov. 1100) la expedición á las Baleares; y la
de Pedro I y del Cid i Benicadell debió ocurrir en la segunda mitad de 1097,
puesto que aprovisionaron el castillo con los víveres adquiridos en la Ribera.
(1) Es muy interesante el articulo que acerca de esta expedición publicó en
El Archivo (II, 258-261) el distinguido arabista don Julián Ribera.
— 38o —
saron en ella muchos días. Juntos fueron á poner
sitio al castillo de Montornés, que, enclavado en los
estados de Pedro I, se le había rebelado: no tardó en
rendirse. El rey de Aragón volvió gozoso á su reino,
y Rodrigo, á Valencia.
Cierto día en que Rodrigo salió á descubrir y reco-
nocer el parajje por donde andaban sus incansables
enemigos los almorávides, vio que Abu '1 Fatáh,
gobernador de Játiba, salió de este castillo y se entró
en Murviedro. Esto era á fines de 1097. Y es que los
de Murviedro, temerosos de que las armas del Cid
reanudaran por allí sus operaciones de conquista en
los dominios de Aben Razín, ó que anhelaran que los
almorávides reforzasen su guarnición, es lo cierto que
el gobernador de Játiba se entró en Murviedro. Rodrigo
le persiguió hasta que le obligó a entrarse en Alme-
nara. Le puso sitio y le combatió por espacio de tres
meses, probablemente, los primeros de 1098. Al cabo
de ellos, se apoderó por fuerza de armas. A pesar de
esta circunstancia, permitió que marchasen libres todos
aquellos que estaban dentro. Mandó que allí se
edificase en honor de la Beatísima Virgen María una
iglesia y un altar.
Dadas gracias á Dios por tan favorable suceso,
salió de Almenara seguido de su hueste diciendo y
fingiendo que quería ir á Valencia, cuando en su
corazón estaba resuelto á cercar y combatir el castillo
de Murviedro. Con las manos extendidas hacia el
cielo, oró al Señor diciendo: «Dios eterno, tú, que
sabes todas las cosas antes que sucedan y á quien nada
hay oculto; tú sabes, Señor, que no querría entrar en
-38i -
Valencia, sin antes sitiar á Murviedro y combatirle, y,
una vez ganado por fuerza de armas, con auxilio de tu
poder, y entrado en posesión del mismo, hacer que en
él se celebrase en honor tuyo el más augusto sacrificio.»
Acabada la oración, al momento le sitió y comba-
tió con toda suerte de máquinas, y prohibió que nadie
entrase en el castillo ni saliese de él. Los defensores
y los habitantes, al verse atacados por todas partes y en
tan grande aflicción, decíanse los unos á los otros:
*¿Qjié vamos á hacer, miserables? Este tirano Rodrigo
de ningún modo ha de permitirnos que vivamos ó
habitemos aquí: hará con nosotros lo que hizo con
los moradores de Valencia y de Almenara, que no
pudieron resistirle. Veamos, pues, qué vamos á hacer.
¡Nosotros, y nuestras mujeres, y nuestros hijos y
nuestras hijas, moriremos de hambre; nadie habrá que
pueda librarnos de sus manos!»
No ignoraba Rodrigo la apurada situación á que
los sitiados estaban reducidos: y, de ahí, que los
ataques menudeasen, y los constriñó al apuro más
grave. Al verse puestos en tanta amargura, clamaron á
Rodrigo, diciendo: «¿Por qué nos causas tantos y tan
grandes males? ¿Por qué nos matas con lanzas, saetas
y cuchillos? Suaviza y mitiga tu corazón, y compa-
décete de nosotros. Todos te suplicamos que, movido
á piedad, nos otorgues treguas de algunos días. Entre-
tanto enviaremos mensajeros al Emir y á nuestros
señores, para que vengan á socorrernos. Si durante
cierto tiempo nadie puede librarnos de tus manos,
seremos tuyos, y te serviremos. Y sabe que si no nos
concedes esas treguas, preferiremos morir á ser tuyos.
— 382 — ,
No has de conseguirlo, sin que nos destruyas á
nosotros y á nuestras cosas.»
Comprendiendo Rodrigo que el recurso de la
tregua de nada les habla de servir, la dio de un mes.
Acudieron k Yúsuf ben Texufin, y á los almorávides,
á Alfonso VI, á Mostahín el emir de Zaragoza, al señor
de Albarracín y al conde de Barcelona, diciéndoles que
no dejaran de socorrerlos durante aquellos treinta dias;
porque, de otro modo, no tendrían más remedio que
entregarse á Rodrigo. El rey de Castilla les contestó:
«Creedme, en verdad, que no os socorreré, porque
más quiero que el castillo de Murviedro esté en poder
de Rodrigo, que no en el de cualquier rey sarraceno.»
Al Mostahin dio esta respuesta: «Id y defendeos cuanto
podáis, que Rodrigo es duro de cerviz y peleador
fortisimo é invencible, y no quiero tener guerra con
él.» Ya el emir de Zaragoza estaba prevenido del Cid,
que le había dicho: «Sabe, al Mostahín, que si inten-
tares venir con tu ejército contra mí y trabares conmigo
combate, tú y tus» nobles, ó muertos ó cautivos no
habéis de escapar de mis manos.» Mostahín, poseído de
miedo, no se atrevió á venir. El señor de Albarracín
dijo: «Permaneced firmes lo más que podáis y resistidle,
que yo no puedo socorreros.» Los almorávides contes-
taron: «Si Yúsuf nuestro emir quisiere venir, todos
iremos con él, y gustosos os socorreremos; no siendo
guiados por él, no nos atrevemos á guerrear con el
Cid.» Y el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III,
á pesar de que habían los mensajeros procurado
ganarle pagando un enorme tributo, dijo: «Sabed que
no me atrevo á pelear con Rodrigo, pero iré pronto
á sitiar el castillo de Oropesa; y mientras él viene á
combatir conmigo, podréis vosotros entrar en vuestro
castillo los víveres necesarios.» El Conde cumplió lo
que prometió. Al saberlo Rodrigo, no quiso ir en
auxilio de su castillo, sino que, despreciando al Conde,
envió á éste un falso espía y le dijo que sabia por
cierto que el Cid le iba á combatir. Sin pararse á
averiguar la verdad del caso, el Conde alzó el sitio y,
poseído de miedo, huyó á su tierra- Si esto del temor
que á todos inspiraba la espada del Cid no estuviera
confirmado por los mismos cronistas árabes, podría
calificarse de manifiesta exageración; pero es preciso
darle asenso, cuando en escritos de sus enemigos se
lee: «El poder de este tirano creció hasta el punto de
ser gravoso á los lugares más elevados y á los más
cercanos del mar, y de llenar de miedo á los nobles
y á los pecheros» (i).
• Transcurridos los treinta días de treguas, Rodrigo
'dijo á los sitiados: «¿Por qué tardáis en entregarme la
población?» Y ellos, mintiendo, contestaron: (r Aún no
han vuelto los mensajeros, por lo que esperamos de
tu nobleza alargues la tregua.» Por más que Rodrigo
no ignoraba que le hablaban en falso, les dijo: «Para
que conste á todo el mundo que no tengo miedo á
ninguno de vuestros reyes, para que ninguna excusa
tengan de no venir á socorreros, alargo las treguas
doce días más. Pasados ellos, os aseguro que, si no
me entregáis enseguida el castillo, á cuantos de vos-
otros pueda apresar, he de atormentarle, y, ó le que-
(i) Malo de Molina, ap. XX.
- 384 "-
maré, ó le degollaré.» Transcurrieron los doce días, y
Rodrigo preguntó á los sitiados: «¿Por qué retrasáis
tanto hacerme entrega del .castillo?» Y ellos respon-
dieron: «He aquí que vuestra Pascua de Pentecostés
está próxima (14 mayo de 1098); en estedia haremos
la entrega, pues nuestros reyes no nos quieren soco-
rrer. Y tú, con los tuyos, podréis entrar siempre que á
ti te plazca.» Él, seguro de que la presa no se le habla
de escapar, añadió: «No entraré en el castillo en el día
de Pentecostés, sino que os doy treguas hasta el día'
de San Juan, Durante ese tiempo, tomad á vuestras
mujeres, y á vuestros hijos é hijas, y todos vuestros
bienes, y con todo ello id á donde mejor os pareciere.
Y yo, Dios mediante, tomaré posesión del castillo el
día de San Juan.» Los sarracenos no dejaron de mos-
trarse agradecidos á tan señaladas muestras de un
corazón tan compasivo y generoso.
El 24 de junio de 1098 mandó el Cid á sus solda-
dos que subiesen al castillo. Después entró él y
mandó que allí se celebrase una misa y que se diesen
ofrendas. Ordenó que allí se alzase un hermoso tem-
plo dedicado á San Juan; y á sus tropas, que custo-
diasen con solicitud las puertas, los muros, el castillo
y cuantos lugares fuertes había en la ciudad. En el
castillo encontraron muchas riquezas. Desentendién-
dose del aviso que el Cid dio á los habitantes de
Murviedro de que dentro de cierto plazo abandonasen
la población, quedaron algunos; pasados tres días,
Rodrigo les dijo: «Ahora os mando que cuanto
quitasteis á vuestros compañeros y lo que, en daño
mío, disteis á los almorávides, me lo entreguéis á mi;
- 38s -
si asi no lo hiciereis, no dudéis que os haré entrar en
las cárceles y que se os cargue de cadenas.» No
pudiendo ellos cumplir lo ordenado por el Cid, fueron
despojados de sus bienes, y, por mandato del mismo,
conducidos atados á Valencia (i).
Después de esto, Rodrigo se trasladó á Valencia,
y la mezquita mayor fué con magnificas &bras conver-
tida en Iglesia, que fué dedicada á la Virgen Maria,
madre de nuestro Redentor. Hizo donación á la
misma de un cáliz riquísimo y de vestiduras preciosas.
Una semana después de la rendición de Murviedro,
el i.° de julio de 1098, dotaba espléndidamente á
dicha catedral y á su obispo y clérigos (2).
(1) El P. Risco traduce asf el pasaje de la Historia Leonesa: «Aunque
i los vecinos de Murviedro dio el Campeador licencia de sacar consigo' los
'bienes qne poseían, con todo eso se hallaron dentro de la ciudad muchas y
ricas alhajas. Pero sucedió que algunos sarracenos que perra rascieron -en
Murviedro, robaron varias cosas y dieron otras con gran perjuicio del Cin-
quistador á los almorávides. Mandóles el Campeador que las restituyesen por
entero, amenazándoles que, si no lo ejecutaban, los encarcelaría y cargaría
tie prisiones. No cumplieron, como debían, el mandamiento; y, en castigo
de su culpa, fueron despojados, y llevados á Valencia en la formí que
Rodrigo les había dicho (Hist. de Rodrigo Díaz, XIII).» El texto latino da,
en verdad, lugar á confusión. Dice así: Post triduum vero capiti Roiericus ait
ülis: Nunc vobis ómnibus modis praxpio, ui cuneta, qua in eis hominibus abstu-
litis, etea, qua contra me, et ai meum dedecus, et meum damnum Moabitit
contulistis, tnibi rediatis: quod si faceré nolueritis, vos in carcerem intrudi, es ,
vinculis ferréis diré Maquear i y nequiquam dubitetis. lili vero quasita reddere
non valen tes y divitiis suis omnino nudati, et vinculis vincti ad Valentiam proti-
nus Roderici mandato sunt directi.
• (a) Rodericus Didaci, Valentía sarracenis erepta, ecclesiam et epjsco-
patem sedem restituit et dotat. Anno 1098. — Cuna divinam prsejentiam
cathoücorum nullus arabigat, ubique potentialiter adesse, . qu aclara tamen
prae caeteris loca ad propiciandum fídelibus sibf legitur Omnipetens elegisse:'
israelítico namque populo legalibus ceremoniis obumbrato, et tabernáculo
Silo, ubi Deus habitaverat in hominibus, ex filiorum Heli nequitia reprobato,
49
— 386 —
Es un documento notable. Desde luego hay que
rectificar la fecha, pues fácilmente se comprende que
Rodrigo no habría sin condición dado rentas de pobla-
ciones que aún estaban en poder de mahometanos; y
in monte Sien domum orationM cunctis gentibus instituir, in cujus tempfi
dedica tione ad robdranda simfl^km corda, Domini gloria in nébula patenter
apparuit, et Deo imperinm, Q^r mc<m*ros koc ^ucrat> ia aeternum pro
muñere constituir, ut autem acópente plenitudine temporis, de térra orta est
ventas, et mentita est sibi judeorum iniquitas, atque in Sponsi et Redemptorís
sui thalamum ingressa, et redempta plenitudo gentium, profecto claruit, quod
scilicet jaepius per Malachice piaedixerat vaticinium: á solis ortu usque ad
occasnm, msgnum est nomen meum in gentibus, et in omni loco sacrifícatur
et offtrtur nomini meo oblatio munda. Repulsa que primum, ut oportuit,
judea perfidia, apostólicas sonitus prasdicationis ab orientali Sion in fines prbis
exienf, toum íub occiduo rcpltvit Hiípaniam; qcae firmiur ad Dei cultum
eruditissimis iníbrmata doctoribus, abjectis supersthionibus, extirpatis erro-
ribus, nemine resistente, nonnullis in pace quievit temporibus. At ubi prorsus
ex Dei doto abscessit adversitas, et ad votum cuneta successit prosperitas,
refriguit chantas, abundavit iniquitas, et sectando otium horrendum Dei oblita
judidum,repentinum est perpessa exterminium, et crudeli filiprum Agargladio'
sjecuraris dignitas funditus corruit pariter cum sanctuario; et qui líber servisse
noluit Demino deminorum, jure cegitur fieri servus naturalium servorum.
Itaque ancor um ferme CCCC. in hac calamitate líbente curriculo, tándem
dignatus ckmenmsimus Pater suo misereri populo, invictissimum principem
Rodericum Campidoctorcm, oprobiii servorum suorum suscitavit ultorem, et
christitrae reiigicnis pie paga torero; qui poit multíplices, et eximias, quas
divinitus assequutus est, piaeliorum victorias, divitiarum gloria, et hominnm
copia, opulcntissimam urbem cepit Valcntiam, necnon et innumerabili moa*
bita i uro, et totius Hispanice barbaroiura exercitu superato, velut in momento,
ultra quam cu di potest, sine sui detrimento, ipsam meschitam, qua apud
agarenes de mus oraticnis habtbatur, Deo in ecclesiam dicavit, et venerabili
Hierocymo, presbytero, concordi et canónica acclamatione, et electione per
remaní pontiñeis manus in episcopum ccnsccrato, etspecialis privilegii líber.
tate sublimato, praelibatam ecclesiam ex suis facultatibustali dote ditavit. Anno
siquidem Incarnationis Dominicas LXXXV1II. post millessimum: Ego, Rude-
ricus Campidoctcr, et principes, ac populos, quos Deus, quaediu ei placuerit,
mese potestati cemmissir, donamus ipsi Redemptori nostro, qui solus domi-
natur in regno heminuro, et tuicumque voluerit, dat illud, et Matri Nostra?
Eccles'se sedi viddicet Valtntirae, et vecera bili pastori nostro Hieronymo
p.ontifki, villím qi se dicitur Pigacen, cum villís, et terris, et vineis cultis,
— 387 —
da Picasent, las Alcanicias del reino, las muñías ó
huerto de Sabalek, el que estaba junto á la catedral y
otro del Puig, la \Jilla de Farnals, en término del Puig,
y posesiones en Murviedro, Almenara y Burriana*
vel incultis, et cum diversi generis arboribus, et cam cunctis ad eam quo«
cnmque modo pertincntibus. Similiter quoqae villas de Alcanitia, ómnibus
cum molendinis, et aquas ductibus, et cam caaais síbi pertiaeatibus. Muni-
tíonem etiam quam dicunt Almuaia de Sabaleckem, cum suis molendiais, et
aquas dactibns, et quodara campo ad merídiem sito, et cum cuactis ad eam
quoquo modo pertinentibus. Donamus quoque prasscríptae sedi atque ponti-
fica aliam Almoniam quas est justa ecclesiam Beatas Marías extra murara
prasfatae urbis. Post mortem meam concedí mus. Almuáiam quae est infra ter-
minum castri quod vocatur Cepolla, de qua nostra excellentia domino Hiero*
nymo, pontifici, quamdam partem tradiderat antequam ad pontiíicatus hono-
rem ascenderet, eo adveniente de Susanna. Plaenit iasuper sublimitati nostra?,
cunctisque principibus nostris, augere villana quas dicitur Frénales, cum ómni-
bus sais adjacentiis, infra terminum ejusdem castri Cepollas sitara, et duodecim
parríliatus infra terminum Muri-veterís, et alias duodecim infra terminum
castri quod vocatur Almanar. Si mili modo, in pago Burrianas parríliatus duo-
decim. Concessimus etiam quod quicumque ñdelium pro remedio animas suae,
vel parentorum suorum, daré ex his qua? ex hereditario jure, vel ex dono
n ostro, sive cualibet justa acquisitione adeptas est, Matrí nostras Ecclesia?, vel
pontifici, voluerit, liberam dimittendi facultatem habeat. Hae; autem omnia
saperias pertaxata, Domino Deo et Ecclesiae Valentinas in honorem B satas et
Gloríosae semper Virginis Geñitrícis Dei Marías consecratas, liberé, et absoluté,
remota omnium posteriorum nostrorum, totiusque successionis nostra? callida
argnmentatione, obstrusa omnium perversorum voce, compilataque iniquorum
machinatione, sopita omni contradictione, donamus in manu pastoris nostñ
Híeronymi ab Urbano papa secundo canonicé ordinati, et á D¿o, ut credimus,
ad restaarandam eamdem ecclesiam, prasiestinati, quatenus püssimus Dominas
á vinculis peccatorum nostrorum immunes officiat, simulque potenter ab ho -
stium nostrorum, tam visibilium, quam invisibilium, insidiis el era ínter exp e-
diat. Quod si quis diabólico instinctu, vel aliquid contra hae; nostra dona >
vel instituta, venire ad disrumpendum tentaverit, mille libras auri cogantur
solvere pontifici vel ecclesiae, et ut, qui tentaverint, se po>se rainime adimplere
confidant, prascamur episcopum, quatenus eos gl adió anathsmatis fáriat, et
animadversionis ultimas jaculo distrícte confodiat. Ego vero Hisronymu?,
Valentinas ecclesiae episcopus, cum ómnibus presb/teris mihi subditis, exigente
justitia, et pus precibus nostri Principis, optimatunqus illius, auctoritate D¿i
Patris Oranipotentis, et Filii, et Spiritus Sincti, et Beatas Marías semper Vir-
— 388 —
porque, como cosas propias, puede disponer de ellas.
Y, como estas conquistas no las terminó hasta
junio de 1098, la fecha del documento es posterior á
dicho mes. Es de advertir que <Al Cánida es vocablo
arábigo que en la España musulmana se usaba para
significar templo cristiano ó. iglesia. Lps moros emplea-
ban esa dicción á modo de denuesto, con arreglo á
sus ideas, de igual modo que nosotros entendemos
por Sinagoga el lugar en que se falta á la verdad, á la
virtud y á la religión, ó, aun, en peor sentido (1). Es,
según ese testimonio, indudable la existencia de muzá-
rabes fuera de la capital; lo cual quedará comprobado
al tratar de la famosa expedición de Alfonso el Bata-
llador en 1 125 •
Esta escritura de dotación y la que en 21 de mayo
de noi otorgó doña Jimena, se cree que fueron saca-
das de Valencia al abandonar esta ciudad los cristia-
nos, y que fueron llevadas á Salamanca, en cuyo ,
gifiis, et Beatorum A postolor um Petri et Pauli, potestate á Deo divinitus
fio bis per eos, eorumque su cees? ores collata, excomroucicamus, et anathema-
tizamus, et separa idus á sinu Matris nostrse Ecclesiae, et ab omni consonio
christianorum, et jurgimus díabolo et satelitibus ejus omnes homines utriusque,
sexus, qui res, ve) r aec dona ecclesiae nestrse auferre, disrumpere, vel alienare
prsesumpserint, doñee resipiscant, et canonice episcepo et clericis nostrse sedis
satisfaciam. Ego Ruderico, si muí cum conjuge mea, affirmoboc quod superius
"scriptum est. Martinus, qui hoc sciipsit die et anno quo supra cum litteris
** superius rasis in vigessima secunda linea. Ranimirus rob. Munio rob. Rude-
,rico rob. Martinus conf. Fredinando conf. Didaco cenf. Petro test. Fredirundo
test. Joannes test. Martinus scripsit. (Ríko, Histeria de Rodrigo Día?, apén-
dices, IV. — Berganza, Antig . de España, parte 2.8, ap. sec. 3.*, cap. XIV).
(1) El *Archvo, II, 60.— Según Pons y Boigues (D. Francisco), Apuntes
sobre las escrituras mozárabes toledanas que se conserven en el Archivo Histórico
Nacional, pág. 27, nota 2, la metátesis Cansía por Canisa,es muy frecuente.
Con efecto; en la escritura de la p**g. 192, aparece la palabra Can isa y y en et
-documento déla pág. 248, está repetido el vocablo Cansía.
- 389 — '
archivo fueron depositadas por D. Jerónimo, obispo
que fué de la misma (í). /
En la crónica á la cual hemos seguido principal-
mente en este capítulo, se dice que si se fueran á
escribir todos los hechos de armas y conquistas de
poblaciones realizados por el Cid, resultaría un trabajo
muy extenso, y pesado, por consiguiente, al lector; y
•que se ha limitado á consignar lo que se tiene admi-
tido como verdad certísima. «Venció á cuantos desa-
fiaron sus armas, y él no fué vencido por nadie» (2):
Las tropas del Cid sufrieron un ccmtratiempo; y,
aunque no iban guiadas por él, el disgusto que por
ello padeciera influyó en su salud y le causó la muerte.
«El emir de los creyentes, dice un autor árabe, tomó la direc-
ción contra los enemigos, y desde luego dirigió hacia Cuenca lo
más escogido de su ejército. Precedióle Muhámad ben Aixa, y
trabó batalla con Alvar Fáñez ¡maldígale Dios! Puso en huida á
sus delanteros y ocupó sus reales, quedando regocijados y con-
tentos los muslimes con la victoria. Enseguida se dirigió hacia
Gezira Xdcar (Alcira) contra el enemigo, y se le dijo que éste la
codiciaba. Hallóse con la flor de las huestes del Campeador, y le
atacó, y le causó muchos muertos, sin que escapasen sino muy
pocos de esta escogida gente. Luego que los que escaparon
llegaron hasta él (el Campeador), murió de pena. ¡Que Dios no
le tenga compasión!» (3).
(1) Risco, Historia de Rodrigo Dia%t XV.
(2) Historia Leonesa. No están mal empleados los versos escritos en el
sepulcro que en 1272 hizo labrar Alfonso el Sabio: <Belliger invictos, famosus
Marte trivmphis, — Chuditur hoc túmulo magnus Didaci *Rj¡dericus. Y donde
mis campea el sentimiento de nacionalidad es en los siguientes: Quantum
Rottia fotetis beUicis extolh'tur actis,~Vivox Arthurusfit gloria quanta 'Britannis,
—Ncbilis e Carolo quantum gaudet Francia Magno, Tantum Iberia duris Cid
INViCTUS CLARET.
(3) Malo de Molina, %odrigo el Campeador, III.
• — 39o —
Que falleció de muerte natural, confírmalo Abul
Hassán: «El poder de este tirano (Rodrigo) creció
hasta el punto de ser gravoso á los lugares más eleva-
dos y á los más cercanos del mar, y de llenar de miedo
á los nobles y á los pecheros. Y me contó uno haberle
oído decir cuando su imaginación estaba exaltada y su
avidez era extremada: «En el reinado de Rodrigo se
conquistó esta Península, y otro Rodrigb la liber-
tará» (i): palabras que llenaron de espanto los cora-
zones y que infundieron en ellos la certeza de que
estaban próximos los sucesos que tanto habían temido.
Con todo, esta calamidad de su época, por la gran
suspicacia, por la firmeza de su carácter y por su
heroico ánimo, era uno de los milagros de su Dios,
precipitándolo aquellas cualidades á su muerte natu-
ral, que sufrió á poco en Valencia» (2).
Conozcamos ahora los últimos momentos de Ro-
drigo tal y como los relata la General. El Cid conoció
que su existencia había de prolongarse poco, y un
mes antes de que terminara, se despidió de sus caba-
lleros anunciándoles su próxima muerte. Fué á la
catedral y ante numeroso concurso de fieles hizo su
última confesión al obispo don Jerónimo. «Dessi espi-
dióse de todas las otras gentes. É, llorando mucho de
sus ojos, fuese para el alcázar é echóse en su cama, é
nunca se ende más levantó. É cada día enfraquefió
á
(1) Aunque no en forma tan altanera, esa misma expresión dirigida i sn
señor se halla en el romance: «No soy tan mal vasallo, dijo á Alfonso: pues
si hubiera otros muchos como yo, se conseguiría recuperar en bre?e lo que
el rey godo perdió.»
(2) Malo de Molina, apéndice XX.
— 39i —
más, fasta que non fincó del prazo más de siete días.»
Por último se despidió de su esposa, y ordenó su
testamento, mandando, entre otras cosas, que su
cuerpo fuera sepultado en San Pedro de Cárdena, «do
agora yaze.»
Las últimas palabras puestas en su boca son éstas:
«Señor Jesucristo, cuyo es el poder é cuyos son los
reynos: Tú eres sobre todos los reynos, é Tú eres
sobre todas las gentes, é todas las cosas son á tu
mandado: pues, por esto, Señor, pidote por merced
que la mi alma sea en la fin que non ha fin.» Y
cuando esto hubo dicho Ruy Díaz, «el nobre Varón,
dio á Dios Ja su alma sin manziella» (i).
Respecto del. año, mes y día en que murió, reina
la mayor discordancia. La General dice que fué en la
Era 1 1 32. El Cronicón Burgense, los Anales Compos-
telanos y los Toledanos, señalan la Era n 37, de per-
fecto acuerdo con la Historia Leonesa, según la cual
«Rodrigo murió en Valencia en la Era 1137 (io99)>
en el mes de julio» (2). Es indudable que la General con-
funde el año de la muerte del Cid, con el de su entrada
en Valencia. En cuanto al mes y día, la General apunta
el mes de mayo, lo mismo que el Poema del Cid,
pero en el dia no están de acuerdo, puesto que res-
pectivamente señalan el día 15 y el 29, día éste en
que cayó la Pascua de Pentecostés el año 1099. La
(1; Fol. 360 y 361.
(2) En el Cronicón Burgense, se lee: «Era MCXXXVII, obijt Roderícos
Campidoctor»; en los Anales Compos télanos, «Era MCXXXVII, Rodericus
Campidnctor», y en los Toledanos primeros, «Murió Mió Cid el Campiador en
Valencia, Era MXXXVII.» En estos últimos falta la letra C.
— 392 —
Crónica impresa del Cid coincide con la Historia
Leonesa en el año y en el mes, y llega hasta á deter-
minar el día, 10 de julio de 1099.
¿Fué el Cid digno de ser venerado en los altares,
como pretendió uno de nuestros reyes, ó un monstruo
de crueldad, según opinión de casi todos los. extran-
jeros y de algunos nacionales?
, Viardot le califica de digno jefe de una banda de mer-
cenarios, y dice que fué duro, avaro, vengativo, atrevido
en sus palabras como en sus acciones, lleno de un orgullo
salvaje, poco preciado de justicia y de lealtad (1). A este
autor, que incurre, al referir la conquista de Valencia
en 1094, en errores y omisiones de consideración,
contestan cumplidamente los Sres. Boix y Lafuente.
Algo más acreedor á que se tomen en considera-
ción, sus acusaciones, es Dozy, porque no se limita á
formularlas, sino que aduce las razones en que se
funda. Ya hemos tenido ocasión de rebatir algunas.
Vamos ahora á hacernos cargo de otras.
Cuando al Mostahín fué á apoderarse de Segorbe,
ccfué engañado por su aliado, el Cid, que se había
dejado corromper por los magníficos regalos que
Cádir le había hecho sin que lo supiese Mostahín:»
En el Quitab al Ictifá no se particulariza ni que el Cid
estimulara á Mostahín á apoderarse de Valencia, ni que
se dejara corromper de Yahya. En la General aparece
el arráez Aben Cañón, no el Cid, dando aquel con-
sejo; y si bien allí se dice que «el rey de Valencia
pusiera su amor con el Cid é enviárale sus dones é
(1) Historia de los árabes y de los moros de España.
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c rcc a ar-srav* :>c ^ ^ •;
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cTrrs iLrnasa TI cae ¿ssíccrr sl cevjscaooo: ¿<f ¿ü ¿f se*
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iis ic iair^r, ¿ ccoie Girc¿* Orici^r. cuns* ccc«v
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ce*
Pisa, y ssa respeto al ccci^rcczao ccct:ra:io px ¿ wr d* Casera
MA1 i Yahra en *a posesioa d¿ re~s> de Vadéese***
curera ¿e Rodrigo tocaba a su rus; acaso ex auss» \>
; as£, al o>»3$. dos iaclim-aas a creerá, cuarvio *<
ocepaio en edificar Lcesias, el. ^ce habrá ^¿errudv* raitt¿$
cuando ñria de augurios v servia *M»o a bandera de cu rr.scuví
masclTtin.» ¿Q^en acusa al Gd de quemador de ¡g*e^Jt$ y de
vivir de augurios? Paes nada menos que un coa Je conocido por *s
Fr&idia, y en guerra con Rodrigo. Bereoguer Ramón II era
quien, despees de haber experimentado la generosidad de) Cid%
le apostrofaba diciendo: cVemos también y sabemos <;ue los
montes, ios cuervos, las cornejas, los gavilanes, las águilas y
casi toda suerte de aves, son tus dioses, pues ñus que en P:o$
confias en los augurios de ellas. Y Dios vengará sus iglesias* poi
ti violadas y destruidas» (1).
Dispuesto Dozy á no respetar al Cid en vivía, tam-
poco había de guardarle consideraciones bajado al
sepulcro; y de paso ofende como por incidencia la
memoria del monarca que tuvo el defecto capital de
haberse con demasía identificado con el sentimiento
de su pueblo. De ahí que, asi como los historiadores
musulmanes se desatan en maldiciones contra el Cid
y Alvar Fáñez, pesados martillos contra el Islamismo,
(x) Hist. Leonesa.
— 394 —
Felipe II, martillo contra la herejía, mereció de todos
los heterodoxos el pueril é injusto titulo de demonio
del' mediodía. «Á medida que pasaban días, escribe
Dozy, el Cid iba ganando opinión de santo en la con-
ciencia popular; los soldados se procuraban pedazos
de su ataúd, creyéndolos preservativos contra los peli-
gros de la guerra. Faltábale sólo la canonización en
forma, y ésta la reclamó Felipe II. Los acontecimien-
tos de la época obligaron al embajador español á
abandonar á Roma de improviso, y las negociaciones
quedaron interrumpidas. Es,- sin embargo, digno de
llamar la atención que fuera el sombrío y austero
Felipe II quien pidiese que se colocara al Cid etí el
catálogo de los santos: ai Cid, más musulmán que
católico y que, aun en su tumba, llevaba un vestido
árabe; al Cid, á quien el poderoso monarca hubiese
hecho quemar por sus iniquidades como herético y
sacrilego, si hubiera vivido bajo su reinado; al Cid, á
quien la nación idolatraba por considerarlo el campeón
de la libertad, de esa libertad que Felipe supo ahogar
en España.» Dozy, á pesar de ser un buen arabista,
desconoce á Felipe II, ó afecta desconocerle, aparte de
que á nada conduce detenernos en vindicar al monarca
más grande que España tuvo. Si la guerra con los
infieles, tanto como las virtudes personales, elevaron
á la categoría de santos á Fernando III y á Luis IX,
no hubo desacierto al promover ó activar el proceso
de beatificación de aquel cuya vida pública fué conti-
nuo batallar con los mahometanos teniendo á raya en
las comarcas de levante á los almorávides, y cuyas
costumbres privadas no consta fuesen merecedoras de
5*5
Dozv, lo f¿e coz^o Xarc^eon v César, ¿uk-^es* r.o rv>r
serlo, ¿t]m de ser hombres veriaieramer.te grandes*
Lo que se trata ie saber en ¿ G JL es, no si cnerdo i
dos literatos mas ó menos: el CiJL como Rodrigo
Díaz, nada nos importa; nos importa en unto one es
representación ¿el sentimiento nacional: ra;:on por !a
que nos explicamos que Felipe 1L mas español que
católico, no Tuviera reparo en canonicato, quemara ó
no ouemara iglesias v vistiera ó no vistiera Je moro**
Hacemos, pues? nuestras las palabras del $i\ Malo
de Molina: «Creemos habernos acercado al verdadero
tipo del Cid de la historia: al hombre que. criado y
educado al lado de los monarcas, aprendió a respetar-
los y á hacer la guerra con todo el ardor que habia
visto en los revés D. Fernando v O, Sancho de Casli-
Ha: al subdito leal, que, á pesar de que sus inclinacio-
nes le conducían á obrar en beneficio del pueblo, cuyo
origen recordaba haber sido el de sus progenitores, no
se excedía en sus peticiones: al patricio que, antepo-
niendo el interés de este mismo pueblo al particular
de los reyes, representaba con entere/a las necesidades
de las clases menos elevadas, sin hollar la dignidad de
su soberano: al guerrero que no podía dejar pasar
mucho tiempo sin que su brazo blandiese la lanza ó
la espada: al cristiano de la Edad Media que, poseído
del celo religioso de aquellos tiempos, no concedía
descanso á los enemigos de su fe: al político de su
siglo, que no miraba como ignominioso el hacer
alianzas con un enemigo, siempre que tuvieran por
objeto la destrucción de otro mayor; pero al político
— 396 —
que desde que pudo obrar por su cuenta, fué perseve-
rante en su propósito, cruzándose en mil empresas
diversas, si bien todas vienen á descubrir un fin, la
posesión de Valencia y de su reino, como la joya más
codiciada de los régulos del Islam. Le hemos visto
respetuoso siempre hacia su rey D. Alfonso, á pesar
de los sufrimientos que este monarca te infirió más de
una vez; y, lo que es más de admirar aún: teniéndose
y proclamándose por su vasallo, cuando, radiante de
poder y atacado por toda la morisma valenciana, podia
haber competido con los demás reyes sus vecinos y
haberse igualado á ellos, si la ambición hubiera sido
el móvil desús conquistas. Pudo proclamarse rey de
Valencia y proporcionar grandes disgustos á la corona
de Castilla; y, al abstenerse de hacerlo, contrajo un
mérito, á nuestro pobre juicio, tan grande, que esto
solo, puede borrar las ligeras manchas que se notan en
su vida» (i).
Conocedores del mérito excepcional del Cid y del
reconocimiento á que su vida le hace acreedor, algunos
valencianos trataron no ha mucho de elevarle una
estatua en la ciudad ilustrada con sus más legendarias
proezas. Á la bondad de ese pensamiento no ha fal-
tado quien haya puesto reparos, dificultando, tal vez,
la realización de un acto que nosotros juzgamos de
perfecta justicia.
«Otra estatua tenemos en puerta: la del Cid Cam-
peador. GLue nos perdonen los iniciadores del pensa-
miento lo que vamos á decirles. El Cid es héroe bur-
il) %pdri%o el Campeador, III.
— 397 —
gales, no valenciano. Sus hechos sobre Valencia tienen
mucho que depurar para hacérnoslos aceptables: comen-
zando por sus talas, que eran robos en gran escala, y
acabando por el asesinato de Aben Gehaf, el moro más
importante de aquellos tiempos. Y, además: el Cid
¿qué ha dejado en Valencia que le recuerde? Nada. No
asi D. Jaime, quien, si bien no nacido en Valencia, se
identificó con nosotros en religión, patria y letras. El
Conquistador destruyó aquí el Islamismo y estableció
el culto católico: pobló y dio fueros al suelo valen-
ciano, y, por fin, nos dio lengua y hasta monumentos
escritos de su mano» (i).
Sentimos no estar de acuerdo con el autor de este
párrafo. Si el Cid es héroe burgalés, el Conquistador
¿no fué provenzal? Si las talas de Rodrigo fueron robos
en gran escala, ¿qué fueron las correrías de D. Jaime á
Burriana, Valencia, Cuilera y Játiba? Si fué asesinato
el suplicio de Aben Gehaf, ¿no le atenúa nada la
rudeza de aquellos tiempos y el modo de tratar enton-
ces á los musulmanes? ¿Cuánto más horrible no fué
mandar cortar la lengua al obispo de Gerona? Dejó el
Cid en Valencia lo que hubiera dejado D. Jaime si, en
vez de sobrevivir á su conquista treinta y ocho años,
sólo hubiese vivido después cinco y siempre rodeado
de almorávides. No pudo el Cid ser legislador, pero
fué lo que las circunstancias le permitieron ser: «cam-
peador famoso, paladín ilustre, capitán invencible, sub-
dito leal; y si no se conservó Valencia para el cristia-
nismo después de su muerte, ya no pudo ser culpa
(f) El ^Archivo, IV, 41-42.
suya; seríalo de las circunstancias, ó seríalo de Alfonso,
que la destruyó y abandonó» (i). Cierto es que don
Jaime nos dio su lengua; pero, ¡lástima que no nos diese
la de Aragón, más á propósito, como más semejante á
la de Castilla, que se habla hoy en casi toda España,
para constituir nuevo y poderoso vinculo de unión
con el resto de la Península!
Hay, después de todo, entre ^sas dos grandes figuras
muchos puntos de semejanza. Hasta en los últimos
dias de su existencia resulta grandísimo parecido. El
Conquistador enfermó en Alciray murió en Valencia;
falleció el Cid en Valencia á causa del disgusto que
experimentó por la rota de sus huestes en Alcira. Una
revolución cosmopolita y extraña en su origen á
nuestra tierra, alteró también el reposo que los restos
de los dos héroes tenían en Poblet y en Cárdena.
Valencia no guarda las cenizas de ninguno de los dos:
tienen esa gloria la catedral de Tarragona y la capilla
del ayuntamiento de Burgos. Pero Valencia ha suplido
en parte esa falta: se ha honrado alzando una estatua
á Jaime I. Debe completar la obra elevando otro
monumento igual al Cid Campeador. Además, que
«fasta que ganó á Valencia el rey don Jaymes, siempre
fué llamada Valencia la del Cid» (2).
(1) Lafuente, II, 7.
(2) Crónica General, fol. 362. La edición que hemos tenido i la vista se
titula: «Las quatro partes enteras de la Crónica de España que mandó com-
poner el Serenísimo rey don Alonso llamado el Sabio. Donde se contienen
los a con tes pimientos y hazañas mayores y mis señaladas que sucedieron en
España; desde su primera población, hasta casi los tiempos del dicho señor
rey.— Vista y emendada mucha parte de su impresión por el maestro Florián
Docampo, cronista del emperador é rey nuestro señor. — Zamora, 1541.»
CAPITULO X
DoíU JlMXA
Jimena Díaz había de probar que era
;na esposa del invicto Campeador v mi-
: del joven que á manos de los moros
acaudillados por al Mondhir murió cerca de Consue-
gra, cuando la atrevida correría del emir de Denia
hasta Medina del Campo. Aunque aislada Valencia
en medio de la inundación general de almorávides,
no, por el duro contratiempo de la muerte de Rodrigo,
pensó su esposa abandonarla; sino que, siguiendo los
consejos del obispo don Jerónimo y apoyada por
Alvar Fáñez y otros notables caudillos, se mantuvo
en ella hasta fines de abril de 1102, esto es, cerca
de tres años.
La ilustre viuda residía junto á su marido desde
la batalla de Cuart, época en que, al parecer, junta-
mente con sus dos hijas doña Elvira y doña Sol,
ó doña Cristina y doña María, vino á Valencia (1);
(t) Malo de Molina, Rodrigo el Campeador, IV,
— 400 —
sin embargo, es lo más probable que se trasladase
á dicho punto tan luego como Alfonso VI le dio
libertad para volver á la compañía de Rodrigo (i).
Que Alvar Fáñez cargó con el peso de la defensa
de la ciudad, dícelo el testimonio de un autor árabe:
«Luego que vio el emir Syr ben Abi Becr lo que podía
esperar del amor del enemigo y que no había más
que desgracias en el país, dispuso su partida y salió
en busca de Alvar Fáfíez, y le batió juntamente con
su ejército, y Dios rompió su poder: por lo cual
tuvieron miedo los cristianos y conocieron que la
sumisión á los almorávides no estaba lejana» (2).
cYúsuf ben Texufín hizo todos los esfuerzos imaginables por
recobrar á Valencia, pues la posesión de ella por los cristianos
era para él una mota en el ojo. Contra ella envió los hombres
más intrépidos, y la guerra ofreció diferentes suertes, decidién-
dose i veces por los cristianos, y á veces por los almorávides» (3).
Ese mismo caudillo Syr ben Abi Békir, con una
' buena armada se había apoderado de las Islas Baleares,
las cuales desde el año 440 (jun. 1048-49) estaban
en poder de los Beni Xuheid, ilustres jekes de Murcia
que las tenían por los emires de Valencia y de Denia
y las gobernaban en paz y justicia. «Acabada la expe-
dición á las Islas, con aviso que hubo Syr ben Abi
Békir de la entrada de los cristianos en Valencia, que
le comunicó el gobernador de Almería, hijo de Áhmed
ben Gehaf, el quemado por el Cambitor, envió toda
su armada de naves y saetías, con mucha gente de
(1) Risco, Historia de Rodrigo Dla^ XVII.
(2) Malo de Molina, apéndice XXI.
(3) Ibidem, XX.
— 401 ~
desembarco y gran ballestería de alárabes, de moros
de Lamtuna y masamudes, y vino sobre la ciudad de
Valencia; y los cristianos y los muslimes . sus aliados,
viendo que no la podían mantener y que no esperaban
socorro, la abandonaron después de largo cerco, en que
hubo sangrientas batallas y reñidas escaramuzas» (i).
«Después de la muerte del Cid, su esposa se man-
tuvo en Valencia al frente de numerosa guarnición de
caballeros é infantes. Sabida la muerte del Cid, todos
los sarracenos que habitaban en las costas, reunido .
un crecido ejército, al momento acudieron sobre Va-
lencia» (2). Nueve días, después que el hijo del rey
Búcar plantó sus reales junto á la ciudad, saliendo
los cristianos una noche por la puerta de Troteros
(Roteros), atacaron de improviso ai campamento
enemigo, y Búcar (Becr q Békir) experimentó una
derrota espantosa, teniendo que refugiarse más que de
prisa en sus naves (3).
Vista la harmonía que guardan ciertos hechos
considerados hasta hoy como fabulosos con otros
tomados de los cronistas árabes y calificados de ciertos,
¿quién será capaz de precisar en ellos la línea divisoria
entre lo llamado ficticio y lo que es real?
Parece que los régulos españoles musulmanes,
visto el incremento que tomaban los almorávides,
depondrían su actitud de continua revuelta y se fijarían
en el peligro que á todos amenazaba. Mas no fué así:
por los días en que los africanos procuraban derrocar
(1) Conde, III, 22.
(2) Hist. Leonesa,
(3) Crónica General, fo). 631-632.
— 402 —
el baluarte alzado por el potente brazo del Cid, el
señor de Murviedro y un yerno suyo ofrecían al
mundo un espectáculo nada edificante.
Poco antes de morir Abú Merwán, señor de Santa
María de Albarracín, el mismo á quien cedió sus
retados Abú Isa ben Lebún, estuvo á pique de perder
la vida á manos de Obeidallah, cuñado suyo y señor
de Alarcón (Adzcón). Era Abú Merwán muy amado
de sus gentes: el fuego de la hospitalidad ardía noche
• y día en su casa, trataba con la mayor afabilidad al
pueblo, era su más seguro amparo en las necesidades.
Reunía, además, otras prendas no menos recomenda-
bles en. un buen muslim: era en la guerra animoso,
valiente y audaz, amaba al soldado y se confundía con
él en el traje, en la montura y en ocupar el sitio de
mayor peligro: era, pues, el ser predilecto de aquellos
á quienes acaudillaba en el campo de batalla.
En safar de 493 (última quincena de 1099 y pri-
mera de 1 100), Obeidallah, su cuñado, de acuerdo
con Abú Isa ben Lebún y con otros muchos, se
propuso heredar, de grado ó por fuerza, al señor de
Albarracín; y, al efecto, le invitó á una entrevista.
Acompañado de su hijo, que estaba para casar -con
una hija de Abú Merwán, y seguido de la taifa de los
suyos, visitó al cuñado: hízole tan extrañas peticiones
y demandas, para que le designara por heredero de sus
estados y le sirviera con tropas y dinero, que Abú
Merwán, no pudiendo sufrir por más tiempo tantas y
tales importunidades, hubo de reprenderle con aspe-
reza; y Obeidallah le replicó con otras razones no
menos duras.
— 403 —
Ya en semejante trance, padre é hijo, acalorados
los ánimos, esgrimieron los aceros y acometieron
contra AbúMerwán. Comenzó á lanzar gritos pidiendo
socorro una hermana, ó una hija, esposa del de Alarcón,
ó prometida de su hijo, y al momento acudieron la
familia y gente de Abú Merwán. Se lanzaron sobre
los agresores, y hubieran acabado con padre é hijo, á
no haberlos contenido el señor de Albarracín, cubierto
de heridas. A Obeidallah se le clavó en una cruz,
sacados los ojos y cortados pies y manos; y al hijo se
le condenó á perpetua reclusión, según unos, ó se le
dio libertad, amputado un pie, según otros.
No es fácil que Abú Isa ben Lebún lo pasara bien
si paró en manos de Abú Merwán, el Humanitario.
Quizá, pereciera en la refriega, puesto que de él ya no
vuelve á hacerse mención. Abú Merwán murió poco
después; y al heredar Yahya, su hijo, los estados, que-
daron dependientes de Valencia, de la cual eran ya
dueños los almorávides (i). En 1170 los cedió Aben
Sad á D. Pedro Ruiz de Azagra.
No obstante el cuidado en que á doña Jimena
había de poner el tenaz empeño de los almorávides
.por recobrar á Valencia, no menos religiosa la ilustre
viuda que su marido, dotaba, en 21 de mayo de 1101,
á la iglesia catedral, consagrada «á la bienaventurada
siempre Virgen María,» y no á San Pedro, como sin
fundamento se ha venido diciendo. Es más: ni ella ni
el obispo dan señales de querer abandonar á Valencia;
y, sin embargo, á contar de la fecha de esa donación
(1) Conde, 1. c— Chabret, Sagunto, XIV.
— 404 —
hasta que Mazdali se puso sobre la ciudad con ánimo
de hacerse dueño de ella, no transcurrieron sino cuatro
meses. Doña Jimena no hizo al otorgar su carta más
que confirmar lo que* su marido hiciera en i.° de
julio de 1098; pues ya en aquella fecha señaló dota-
ción á la misma iglesia catedral, dotación aceptada por
su obispo don Jerónimo (1).
Al caudillo Abu Muhámad Mazdali, «punta de
lanza y cordón de que Yúsuf ben Texufin se servía
para ensartar sus perlas,» cupo la gloria de recobrar
para el Islam la ciudad de Valencia* Habiendo durado
(i) Principium scripti muncatur sub nomine Chrísti. Ego denique Exi-
men a Didaz, inspirante me divina clementia, nullius cogentis imperio,
ñeque suadentis artículo, sed propria atque spontanea mea volúntate, una
cum cunctis fíliis atque fíliabus, necnon et raéis bonis hominibus, fació hune
titulum scriptionis et donationis ad honorem Dei et Beatas semper Virgin i s
valentinas sedis. Concedimus Deo et gloriosas Dei genitricis prasdictas atque
patri nostro domino Hieronimo, pontifici, ejusque successoribus, per reme-
dium animas domini et viri mci Ruderici Campidatoris, sive per remedium
animas meas, vel ñliis atque fíliabus, et nepotibus meis, non solum illis
decimis quas prasdictus dominus et vir meus donavit, sed remota omnt
occasione, adimpleta decimas omnium rerum quas adqui siena per totum
meum honorem, quem modo et á fíliis vel fíliabus et nepotibus raéis habe-
mus, vel deinceps per térra, sive per mare, auxiliante Deo, adquisituri sumus.
Imprimís de pane, et vino, oleo, vel fructus de hortis et arboribus, vel omnia
quas tellus fructífera profert, adhuc etiam de molendinis, et balneis detentis,'
vel cabernis, de alfondicis, vel de domibus, de furnis, sive de illas máximas et
minimas alcabalas, insuper et quinta pars quam usum visumque est acápere
de meis hominibus, vel etiam de ómnibus rebus, tam de forjs, quam de
intrinsecis meis urbibus, vel castris maximis et minimis acquisituri sumus;
damus Deo et prasdictas Dei genitrici, et ómnibus sanctis ejus, et patri nostro
reveré ndissimo Hieronimo, episcopo, ejusque successoribus, donanda conce-
dimus. Ideo, ego, prasfata Eximena, base omnia, libenti animo, do; et juro
fíliis, fíliabusque et nepotibus meis jurare atque firmare prascipio, ut quandiu
vita vixero et honorem tenuero, ita adinplebo in ómnibus, sicut proraissi Deo
et matri nostras Ecclesias. Quando autem eis istum honorem dimissero Ipsís
meis fíliis et fíliabus, hoc totum per scriptum adimpleant quemadmodum
— 4<>S —
%\ sitio siete meses, que terminaron al mediar récheb
del año 495 (5 mayo de 1102), comenzó Valencia á
ser combatida por los almorávides, en los primefos
días de octubre de 1101. Al verse doña Jimena, la
viuda de tan esclarecido marido cual fué el Cid, en
situación tan angustiosa, y no hallando á su infeli-
cidad remedio por ningún lado, envió el obispo de. la
ciudad *á Alfonso VI, para que la amparase en aquella
extrema necesidad. Apenas el rey oyó el mensaje,
se puso al frente de su ejércitq y corrió á Valencia. La
desgraciada doña Jimena mostró su gratitud al rey
Deo juravimus et promi&simus; et non tantum modo ego, et filiis vel filiabus
meis ista donarla Deo concedí mus, sed et nostris principibus, quanto jure
sont constituía, siraili modo illud quod es nobis tenentur, in eodera haere-
ditario decimis Deo promittant acque concedan t; nos autem, non solum hanc
paginam firmamus, sed et alus privilegiis quos dominus et vir meus Ruderi-
cus donavit atque firma vi t, et nosmet ipsas paginas firmavimus, et filiis, et
filiabas et principibus nostris firmare praecipimus; et, ut firma; permaneant,
propriis nostris muneribus prsesignavimus. Quod si quis, diabólico instinctu
vel aliqua contra haec nostra dona venire ad dirumpendum teataverit, centum
libras aurí cogantur persolvere pontifici vel Ecclesiae; et ut quae tentaverint, se
posse tninime adimplere confidant. Precamur episcopum quateous eos gladio
anathematis feriat et animadversionis ultimas jugulo districte confodiat. — Ego,
fíieronimus, Ecclesiae episcopus, cum ómnibus clericis mihi subditis, authori-
tate 0ei Patris omnipotentis, et Pilii et Spiritus Sancti, et B. Marías semper
Virginis, et beatorum apostolorum Petri et Pauli, á Deo divinitus nobis per
1 eos,^eorumque succesores potestate collata, excomunicamus, et anatemati-
zara us et separamus á sinu matris nostrse Ecclesiae, et ab omni consortio
christianorum sequestramus, et jungimus diáfcolo et satellitibus ejus omnes
homines utriusque sexus, qui iis sacris institutis re bel les vel inobedientes
obstiterint, doñee re si piscan t et digne Deo, et Sanctae Ecclesiae, et nobis, vel
successoribus nostris satisfaciant, Facta carta hujus donationis duodécimo
V kalendas junii, era 1139, anno Domini Nostri Jesu Christi, 1101. Ego, Exi-
mena prsedicta, qui hanc paginam fieri jussi, manu mea firma vi. — Ramirus,
robora vi t.—Munio, rob.<— Fredinando, rob,— Petrus, confirmas.— Rudericus,
conf.— -Santius, conf. — Pelagio, testis*. — Didaco, t. — Nuno, t. — Martinus,
scrípsit. (Risco, ap. V.— Chabás, Mon. hist, de Val. y su Reino, II, 1-2).
_ 4o6 _
besándole llena de júbilo los pies, y le suplicó que
á ella y á los cristianos que con ella estaban los
socorriese. Se procuró, de pronto, conservar la ciudad,
mas no se halló á nadie que pudiera defenderla de los
sarracenos, por caer demasiado apartada de Castilla. Se
resolvió, pues, tomar el partido de abandonarla y de
que doña Jimena, con los restos de su marido, con los
cristianos que allí estaban y con sus bienes y riquezas, ,
se trasladase 4 Castilla. Y ésa fué también la dispo-
sición que en sus últimos momentos dejó Rodrigo:
«Pues que todos fueron llegados en uno, enderes^aron su
camino para Castiella, assí como el Cid les mandara. E alber-
garon aquella poche en una aldea que dezíen Siete-aguas, que es
á nueve leguas de Valencia, contra Castiella. Dize la Estoria,
que quando la compaña del Cid se partieron de Siete-aguas,
enderesgaron su camino faciendo sus jornadas muy pequeñas,
que llegaron á Salvacañete.t
Una vez ya salidos todos de la ciudad, lo cual no .
fué difícil, pues los almorávides habían alzado el sitio
y huido al aproximarse Alfonso VI, éste mandó que ;
se la prendiera fuego, y libertados y libertadores, sin •
que nadie se atreviera á estorbarles el paso, llegaron á :
Toledo (i). i
Los almorávides, luego que los cristianos salieron, í
entraron en Valencia, aunque incendiada, y «ya nunca
la perdieron», dice la Historia Leonesa. Los moros de
la Alcudia fueron los primeros en entrar, no sin pre-
(i) Esto sucedió en mayo de noa, según se lee en los Anales Toledanos:
«El Rey D. Alfonso dexó deserta á Valencia en el mes de mayo, Era MCXL.»
El año aparece confirmado en las Memorias antiguas de Cárdena: «Era de
MCXL. perdieron los cristianos á Valencia.»
±- 407 —
cauciones, por temor de caer en alguna celada. Los
moros fueron dueños de Valencia «fasta que la ganó
el rey don Jaymes de Aragón. E non ovo tan "poco
tiempo que la tovieron los moros, según cuentan las
estorias: que non ha bien siento é sesenta años; pero,
qué la ganó el rey don Jaymes, siempre fué llamada
Valencia la del Cid.»
No paró en Toledo- la comitiva que acompañaba á .
D.a Jimena. Ésta, con sus caballeros, trasladó el cuerpo
de Rodrigo al monasterio de San Pedro de Cárdena;
y allí, celebrados solemnes funerales en sufragio de su
alma, se le dio honrosa sepultura (1).
No será de sobra hacer constar lo que se sabe
acerca del cadáver del Cid y de los que fueron sus
compañeros en las gloriosas proezas que llevó á cabo.
Pareciendo á Alfonso el Sabio sobrado modesto el
primer sepulcro en que estuvo el cuerpo del Cid, en
1272 hizo construir uno nuevo, con dos piedras gran-
des, y le colocó al lado izquierdo del altar mayor. En
1447, al reconstruir la iglesia, fueron los restos del
Campeador colocados en otro sepulcro, sobre cuatro
leones y al frente de la sacristía. En 14 de enero de
1 541 fueron trasladados á la pared del lado del Eván-
* gelio, y en octubre de aquel mismo año hizo Carlos V
que se colocasen en el centro de la capilla mayor (2).
(1) Historia Leonesa.— Crónica General, f. 362.— Malo de Molina, apén-
dice XX.
(2) Es digno de conocerse el decreto por el cual se colocó el sepulcro en
medio déla capilla mayor á fin de octubre de 1 541. —Dice asi:
El Rey.
Venerable Abad, Monges y Convento de San Pedro de Cárdena. Ya sabéis
como Nos mandamos dar, y dimos una nuestra Cédula para vosotros, del
— 408 —
En 1835 desaparecieron preciosos monumentos de
nuestra gran importancia religiosa y política en los
siglos medios. Ni las cenizas del Cid ni las de Jaime I
fueron respetadas* Las del héroe castellano fueron
trasladadas en 1842 á Burgos, y se las depositó en la
capilla de las Casas Consistoriales, donde se las guarda
tenor siguiente: El Rey. — Concejo, Justicia, y Regidores, Caballeros, Escude-
ros, Oficiales y homes buenos de la ciudad de Burgos, ha sido hecha rela-
ción, que bien sabíamos, y á todos es notorio, la fama, nobleza, é hazañas
del Cid, de cuyo valor á toda España redundó honra, en especial á aquella
ciudad onde fué vecino, y tuvo origen y naturaleza; y que asi los naturales de
estos Reynos como los Extranjeros de ellos, que pasan por la dicha dudad,
de las principales cosas que quieren ver en ella, es su sepulcro, y lugar donde
él y sus parientes están enterrados, por su grandeza é antigüedad; é que
había treinta, ó quarenta dias, que vosotros, no teniendo consideración á io
susodicho, ni mirando á que el Gd es nuestro proditor, y los bienes que
dezó á esta casa, y la autoridad que de estar él ahí enterrado se sigue al dicho
Monasterio, habéis desechado y 'quitado su sepultura de en medio de la
Capilla Mayor, donde ha más de 400 años que estaba, y le habéis puesto
cerca de una escalera y lugar no decente, y muy diverso en autoridad, y
honra del lugar, y honra, que es fama. También habéis quitado de con él á
doña Ximena Díaz su muger, y puéstola en la Calostra del dicho Monasterio,
muy diferente de como estaba. Lo qual aquella ciudad, así por lo que toca á
nuestro servicio, como por la honra de ella, ha sentido mucho: y que como
quiera que luego que se supo, fueron á ese Monasterio el Corregidor é tres
Regidores de ella, á procurar con vosotros que restituyésedes ios dichos cuer-
pos al lugar en que solían estar, no lo habéis querido hacer; y que si esto así
pasase, la dicha ciudad se tenía por muy agraviada: allende de que es cosa de
mal exemplo para Monasterios, i Religiosos, que viendo la facilidad con que
se muda la sepultura de una tan famosa persona, tomarán el atrevimiento de
alterar y mudar qualesquier sepulturas, y memorias, de que se seguirá mucho
daño á nuestros Reynos: Suplicándonos y pidiéndonos por merced, fuése-
mos servidos de mandar que restituyésedes los cuerpos del Cid y su
muger en la sepultura, lugar, é forma, que antes estaban. É porque
habiendo sido el Cid persona tan señalada, como está dicho, y de quien la
Corona Real de Castilla recibió tan grandes y notables servicios, como es
notorio, estamos maravillados de cómo habéis hecho esta mudanza en sus
sepulturas, vos mandamos que si es así que los dichos cuerpos, ó sus enterra-
mientos, están mudados, luego que ésta recibáis, los volváis al lugar, y de la
— 4°9 —
cual tesoro de inmensa valía (i). J^nto al sepulcro
del Cid está el de su esposa, que murió el año .1104.
Pon Jerónimo fué consagrado obispo de Valencia
por el papa Urbano II (1088-1099). Apenas llegado á
Toledo fué nombrado obispo de Salamanca y de
Zamora: Raimundo de Borgoña y su esposa doña
Urraca le hicieron donación de las iglesias y clérigos
de aquella diócesis en 22 de junio de 1102. Murió
en 30 de igual .mes de 1 120 (2).
Tuvo el Cid dos hijas, llamadas, en la General,
doña Elvira y doña Sol, de las cuales dice que casaran
con los infantes de Garrión. Hoy está probado que
forma, y manera que estaban; y en caso que no estuvieren mudados, no los
mudéis, ni toquéis en ellos, agora, ni en ningún tiempo: y habiendo cumplido
primero con \p susodicho, si alguna causa, ó razón tenéis para hacer la dicha
mudanza, enyiárnoseis relación de ello, y de como volvisteis los dichos cuer7
pos, y sepulturas á su primero lugar dentro de quarenta días, para que lo
mandemos ver, y proveer en ello lo que más convenga: Fecha en Madrid á
ocho días del mes de Julio de mil quinientos y quarenta y un años. Joannes
Cardinalis. Por mandado de su Magesud, el Gobernador en su nombre. Pedro
de Cobos. (Risco, Historia de Rodrigo Dia^ XVI). ,
(z) Malo de Molina, apéndice XX.—H¡st. Leonesa.— Crónica General,
361-362.
(2) RÍS.CO, Historia de Rodrigo Diai, XVII y XVIIL— Por lo que escribe
Sandoval (Chrónicadel ínclito Emperador de España don %Alonso Vil, cap. XIV),
aún vivía en la Era 1164 (1126); «Se le dio la ¿illa (de Salamanca) a don
Gerónynio, obispo de Valencia, quando se perdió por muerte del Cid, que fué
después de la Era 1 139 (1101), como, por papel original de doña Ximena
Díaz, muger de Rodrigo Díaz el Cid, he visto que lo tiene la santa Yglesia
de Salamanca; y del saqué un tanto, que tengo... Y en este año de la Era
1 164 (1 126), queriendo el rey don Alonso conservar y aumentar lo q ue su
padre avía comentado, en Salamanca, á treze de Abril, estando en esta ciudad,
dio su carta, en que dize: que, assí como sus padres honraron y heredaron la
santa Yglesia de Salamanca, quando poblaron la ciudad, assí él, por el remedio
de su alma, le haze gracia y merced á la dicha Yglesia y á su obispo don
Gerónymo, de todas las Yglesias y Clérigos,, assí de la dicha ciudad como de
toda su Dieces i, para que siempre las tenga en su poder y señorío...»
52
— 410 —
sus verdaderos nombres eran doña Cristina y doña
María. La primera casó con don Ramiro, infante de
Navarra, el cual murió en la Era 1148 (11 10), de cuyo
matrimonio nació García Ramírez, el restaurador de
dicho reino á la muerte de Alfonso el Batallador; y
doña María, con Ramón Berenguer III el Grande,
conde de Barcelona • Estas bodas se concertaron en
Valencia (1).
De Alvar Fáñez, el Albarhanis de los cronistas
árabes, se halla mención en el relato de la triste batalla
de Uclés, en que pereció el príncipe don Sancho, úni-
co heredero varón de Alfonso VI. A la venida de
Ali ben^Yúsuf en 1107, dio á su hermano Temim,
wali que había sido del Magreb, el gobierno de Va-
lencia* Deseoso Temim de realizar alguna empresa
de importancia, se propuso tomar el castillo y ciudad
de Uclés. Para ahuyentar á los almorávides, Alfonso
envió, con un buen ejército, á su hijo, niño de once
(1) «Este mío Cid el Campiador ovo por raugier i dona Ximena, nieta
del rey don Alfonso, filia del conde don Diago de Asturias, et ovo della un
filio et dos filias; et el filio ovo nombre Diago Roy2, et matáronlo en Con-
suegra los moros; de las filias la una ovo nombre dona Christina, la otra,
dona María; casó dona Christina con el infant don Ramiro, casó dona María
con el cont de Barcelona: el infant don Ramiro ovo en dona Christina filio
al rey don García de Navarra, al que dixieron Garci Ramírez; el rey don *
García tomó por mugier á la reina dona Magelina, et ovo della filio al rey
don Sancho de Navarra; este rey don Sancho tomó por mugier la filia del
Emperador de Espanna, et ovo della filio al rey don Sancho que agora es
rey de Navarra (Genealogía de Rodrigo Díaz escrita en tiempo del santo rey
don Fernando.— Malo de Molina, ap. Il).—Crón. General, fol. 346. -~En
una historia portuguesa á que se remite Sandoval (Hist. de los Reyes de
Castilla y de León, Doña Urraca), dice del rey don García, el que murió en
Atapuercá: «Este Rey Don Garda ouvo dous fillos, Don Sancho, et Don
Ramiro, que casou despois con á filia do Cide.»
— 4" —
«
años. Fueron los de Castilla derrotados, y pereció el
tierno infante (1108). Alvar Fáñez fué uno de los
nobles que, al verlo todo perdido, corrieron al lado
del abatido monarca, que murió ai año siguiente
(30 junio 1 109).
Pocos años alcanzó del turbulento reinado de
doña Urraca. Al asomar las escandalosas discusiones
entre ella y su marido en Segundas nupcias Alfonso I
de Aragón, logró, entre ellos, establecer momentánea
concordia (1). Mediado enero de un, estando los
monarcas en Oña, Alvar Fáñez confirma la donación
hecha por ellos á favor del monasterio de la expresada
villa (2). Encendida ya la guerra civil en Castilla, siguió
de pronto el bando aragonés. El día 19 de abril, después
de las famosas rotas que los castellanos experimenta-
ron en Cantespino (Segovia) y en Viadangos, fué
jurado rey de Castilla en Toledo el monarca de Ara-
gón, «siendo mucha parte Alvar Fáñez, que tenía
algunos castillos del reino». Poco después, reunió un
buen ejército, fué sobre Cuenca y la tomó por fuerza
en el mes de julio (3),
Una de las páginas más gloriosas de su brillante
historia constituyela el buen uso que hizo de alcaide
de Toledo, cargo con que le había investido el rey de
Aragón. Asi lo demostró en la defensa que de aquella
(1) Fernández y González, Los Mudejares de Castilla, V.
(2) Sandovai, Hist. de los Reyes de Castilla y de León, Doña Urraca.
(3) Sandoval, O. C— En el cap. IV de las Adiciones y Tabla de
la Chronica del Ínclito Emperador de España don Alfonso Vllt del propio
autor, se lee: «Alvar Fáñez prisó Cuenca de Moros en el mes de julio,
Era 1 149».
— 4il —
ciudad hizo contra los almorávides, capitaneados pri-
mero por Mazdalí y luego por el mismo Ali.
En el año 507 de la Hegira (jun. 1113-14), el cau-
dillo Mazdalí corrió la comarca de Toledo, hizo
espantosas algaras, taló campos, quemó alquerías
y llegó á combatir durante ocho días la ciudad.
Guando Alvar Fáñez tuvo noticia de tales estragos,
llegó con poderosa hueste en socorro de Toledo.
Mazdalí levantó el campo, mostró salir al encuentro
del caudillo castellano, pero aprovechó la oscuridad
de una noche y se retiró hacia Córdoba, adonde llegó
cargado de despojos (1).
Alguna mayoj importancia tuvo otra expedición de
los almorávides contra la ciudad de los Concilios. Ali
ben Yúsuf, aprovechando el desorden que á la muerte
de Alfonso VI había en España, desembarcó, acompa-
ñado de Texufín su hijo, en Sevilla, seguido de
algunos miles de caballos, ballesteros y peones. En
pocos días se trasladó á Córdoba, y allí se le incorpo-
raron los soldados muslimes de España. El ejército de
Ali cruzó por tierras de Alvar Fáñez Mináya, tomó'
castillos fuertes y ciudades, parte de los cuales fueron
destruidos y parte fortificados. Llegados á Toledo los
mahometanos, destruyeron también los castillos de
San Servando y de Azeca. Se aproximaron á la ciudad
y con máquinas lanzaron á ella toda suerte de armas
(1) Conde, III, 25. — Eq Sandoval, La Reinz D .* Urraca, se lee: «Y en el
año siguiente Era 115 1, conforme i unas memorias, cercaron i Alvar Fiñéz,
ño dice si Moros ó Christianos, en Montsant.% Y en otro punto: «Dice una
memoria, Era 1151, el rey moro Hazmaldali prisó Oreja, y hubo nn temblor
en la tierra al anochecer martes.»
— 4*3 —
arrojadizas. Pero estaba dentro el esforzado capitán
Alvar Fáñez al frente de una guarnición tan numerosa
como decidida. Ésta contestó al ataque de los enemi-
gos sembrando en ellos la muerte. Despechado Ali,
hizo por la noche animar haces de leña á una torre muy
alta situada á la cabeza del puente, frente á San Ser-
vando. Disparaban los sitiadores saetas con las puntas
recubiertas de alquitrán encendido, para prender fuego
al combustible hacinado ál pie de la torre; los cristia-
nos le apagaron vertiendo gran cantidad de vinagre.
Rodeaban á Alvar Fáñez personas encanecidas y muy
diestras en tan difíciles circunstancias. Terco Ali, al
ver que los medios hasta allí empleados de nada
le habían aprovechado, ordenó que á la mañana
siguiente sus tropas, comenzando los zenetas, tras los
cuales seguirían los moros españoles, y después de
éstos los almorávides, colocasen las máquinas de
guerra al pie de los muros. Los cristianos opusieron
otras, de modo que jugando unas y otras por espacio
de siete días, nada padeció la ciudad. Al séptimo,
salieron guerreros cristianos por las puertas de po-
niente y pusieron fuego á las máquinas enemigas,
obligando antes á huir á los zenetas y á los muslimes
de España. Con la ayuda de Dios, la ciudad quedó ilesa.
Ali se retiró de Toledo y causó daños en Madrid,
Talavera y otras poblaciones; volvió á Córdoba, y,
después de encomendar las cosas de España á Texufín,
en Sevilla se embarcó para Marruecos (i).
Poco después murió en Segoviá Alvar Fáñez.
(i) Chron. Adef. Imp,
Fué, dicen, su fin aciago, y se atribuye á diversas
causas* Lafuente asegura que se afilió al bando
aragonés, y en una expedición que hizo á aquella
ciudad le asesinaron 'los parciales de Castilla durante
la octava de Pascua de la Era 1152 (29 mar. -5 abr.
11 14) (1). Además de que no fué durante dicha
semana, sino después, resulta, de escritura de dona-
ción hecha por doña Urraca á favor del monas-
terio de San Isidro de Dueñas, que Alvar Fáñez
suscribe con la reina aquel documento, que lleva la
fecha de 18 de enero de 11 14: luego estaba afiliado á
la causa castellana, y no ala parcialidad aragonesa (2).
El obispo Fr. Prudencio de Sandoval, copiando
las meiiíorias sacadas del Tumbo Negro de la catedral
de Santiago, escritas en tiempo de Alfonso el Sabio,
deja consignado, entre otras cosas: «No sabemos por
qué razón matavan los de Segovia un caballero tan
valiente y señalado». Dice esta mesma relación (la del
Tumbo), de la ciudad de Segovia: «La ciudad de
Segovia fué muchos tiempos yerma, et después poblá-
ronla, Era 1 126 (1088)». Y, según esto, los vecinos
de Segovia eran nuevos moradores y de diversas
gentes, como de ordinario lo son los que de nuevo
pueblan algún lugar; y, así, sería gente arriscada para
motines y sediciones, como los burgeses de Seagún y
otras partes. Quería Alvar Fáñez reformar sus cos-
tumbres, ó no les pudo dar contento: y, asi, le quita-
(1) Lafuente, II, 4.
(2) Sandoval O. C, VII; dato tomado del libro llamado Becerro de la
catedral de Astorga, f. 169.
— 4iS —
ron la vida, aviéndola él siempre empleado en defensa
del Reyno.»
Colmenares, el historiador de Segovia, se esfuerza
por borrar esa mancha que empaña la brillantez de los
gloriosos anales de aquella ciudad. Al efecto, escribe:
«En unas memorias que publicó por antiguas don
Frai Prudencio de Sandoval, en la historia de nuestro
rey don Ramón y de doña Urraca, su madre, dice:
«Los de Segovia, después de las otavas de Pascua
mayor mataron á Alvar Fáñez, Era 1152.» Es año
1114, en que va nuestra historia. Discurre Sandoval
que le matarían porque, como á gente advenediza y
bulliciosa, les quería corregir. En el hecho de que
fuese muerto por nuestros segovianos, hay mucha
duda, por la poca autoridad de aquellas memorias y
la mucha variedad de opiniones que hay sobre el lugar
donde este ca vallero está sepultado. Pero, cuando la
muerte sea verdadera, dejamos bien probado que los
pobladores de nuestra ciudad fueron los mismos ciu-
dadanos que poco antes habían huido del poder de
Almanzor: y, así, presumimos que la muerte fuese
sobre repartimiento de los términos, queriendo nues-
tros segovianos retener los heredamientos cuyo domi-
nio no se podía juzgar de cierto» (1).
En medio de tanta incertidumbre y variedad de
hipótesis, lo único firme que queda es que á comienzos
de 1 1 14 aún vivía y permanecía leal á su reina aquel
que acompañó, por encargo de su rey, al emir Yahya
desde Toledo hasta Valencia, donde estuvo hasta
(1) Colmenares, Hist. de Segovia, XIII, § X.
— 4i6 —
que en Zalaca peleó al lado de su njonarca. Desde el
año 1 1 14 ya no hallamos hecho en que aparezca quien,
desde sus tiempos hasta nuestros días, ha sido llamado
«insigne capitán, el más famoso de los guerreros
castellanos de la época de Alfonso VI, si se exceptúa
el Cid» (1). ; .
Con ser caballero modelo de lealtad el caudillo de
este nombre y capitán á cuya espada ninguna superó
(í) Lamente, I. c. — Cerrando la Chron. Adef.lmp. hay unos versos,
«de estilo duro y áspero, como de poeta bárbaro y de boca de hierro», según
don Nicolás Antonio, mal llamados Prefacio, en los cuales, comenzando á
cantar las hacañas de un nieto de Alvar Fáñez, se expresa también el alto y
merecido concepto en que al ultimo tuvo el autor;
Alvarus ecce venit Roderici ñlius alti,
Intulirhic laethum, multis tenuitque Toletum,
£ pater innato laudatur natus, et ipse,
. Fortis at ille íuit, nec nati gloria cedit,
Pater patri magnus, natus sed pollet avo plus,
Cognitus est ómnibus est avus Alvarus Aix probitatis
Nec minus hostibus extitit impius urbis bonitatis,
Audio sic dici, quod est Alvarus ille Fanici,
Hismaelitarum gentes domuit, nec earum
Oppida vel turres, potuerunt stare fortes.
Fortia frangebat, sic fortis ille premebat.
Tempore Roldani si tertius Alvarus esset
Post Oliverum fateor sine crimine rerum.
Subjuga Francorum fuerat gens Agarenorum,
Nec socii chari jacuissent morte perempti,
Nullaque sub coelo melior fuit hasta sereno,
Ipse Rodericus, mió Gd semper vocatus,
De quo cantatur, quod ab hostibus haud superatus,
Qui domuit Mauros, Comités domuit quoque nostros .
Hunc cxtollebat se laude minore ferebat,
Sed fateor vkura quod tollet nulla dierum,
Meo Cidi primus juit; Alvarus atque secundüs (i).
(i) Se ha tenido á U vista la edición de 1600 de la Chrónica del ínclito Emperador de Sandoval, la
Cbron. sAdtph. Imp. de la España Sagrada y de Berganza, y la edición de 179a de U Historia de ¡a
'Sjyes dt Castilla y de León, también de Sandoval.
— 4i7 —
en buen temple sino la de su contemporáneo el Cid,
como se canta en aquel verso del mal llamado Prefacio
de Almería
Meo Cid pritnus fuit, Alvaros atque secundas y
nadie, que sepamos, de entre los modernos ha inten-
tado devolver á su envidiable fama el brillo de que ei
descuido, más bien que la malicia, la despojara.
Lafuente, Zamora y, tal vez, algún otro, no han
hecho sino reproducir una de las opiniones que acerca
■del problemático fin de sus días sustentaron ya los
-antiguos. Tal proceder de nuestros más conspicuos
historiadores generales, reconoce como causa la des-
proporción entre la magnitud de la empresa que acor-
metieron y la falta de materiales adecuados que para
llevarla á cabo tuvieron á mano. Faltos de acabados
estudios de interés local, de monografías de sucesos
aislados, de biografías completas de los personajes más
salientes de esos hechos, ó, lo que es lo mismo, por
no disponer de tiempo ó de ocasión para recoger
la última palabra pronunciada acerca de ellos, la cual
^ólo puede formularse cuando se han agotado las
fuentes de información, dejaron correr como verda-
des innegables especies de dudosa certeza ó de false-
dad notoria.
Asi merece calificarse lo que acerca del caso con-
creto que ahora estudiamos escribe Zamora, con-
vertido las más de las veces en repetición más ó
menos consciente de las inexactitudes y prejuicios
admitidos por alguien que dista mucho de merecer
ia ciega confianza que comúnmente se le otorga.
53
— 418 —
En prueba de esto, léase de Zamora el pasaje si-
guiente:
«Este ilustre capitán (Alvar Fáñez), á quien un moderno histo-
riador llama el más insigne y famoso de los guerreros castellanos
de la época de Alfonso VI, si se exceptúa el Cid, después de-
haber realizado tantas y tan gloriosas hazañas contra los enemi-
gos de su Patria y de su Fé, murió desastrosamente víctima de
las contiendas civiles que desgarraban el seno de Castilla.»
Presumirán, sin duda, nuestros lectores, que el his-
toriador moderno á quien alude Zamora sea alguno de*
los escritores de nuestros días: y, con efecto, lo es
Lafuente; mas, en prueba de la ninguna originalidad
que en esta parte hay en él, esas mismas palabras
pueden verse en Berganza, que dice:
«En este año (1114), nuestro Alvar Fáñez, heredero del
valor y del gobierno en Toledo del héroe Rodrigo Díaz el Cam-
peador, fué muerto por los segovianos después de la Octava de
Resurrección. A un escritor moderno pasó por la imaginación que
los segovianos, leales á la Reina, quitaron la vida á Alvar Fáñez,
porque pasó á persuadirles á que siguiesen el partido del rey de
Aragón. »
Y eso mismo repite Zamora al escribir
«Contábase entre los partidarios de Alfonso el Batallador; y,
habiendo hecho una expedición á Segovia, fué asesinado por los
parciales de doña Urraca, el mismo año n 14, en que tan brava-
mente rechazó de Toledo á los almorávides. »
Resulta, pues, que el autor de quien Zamora reco-
gió la noticia del asesinato, no sólo resucitó una espe-
cie vieja, y, por falsa, ya en descrédito, sino que la de
ser sólo inferior al Cid la supuesta victima, nueva tam-
bién atribuida á un moderno historiador, alcanza, nada
— 419 —
menos, que al promedio del siglo Xfl, época en que
^e compuso el verso latino que al principio qued.a
transcrito .
El primero en lanzarse, en alas de Ja fantasía, á
inquirir la causa de la muerte de Alvar Fáñez, fué fray
Pedro* de Sandoval, obispo de Pamplona; y el funda-
mento que tuvo para aventurarse con tan atrevida y
ofensiva suposición, fueron estas dos lacónicas indi-
caciones de los ^Anales Toledanos:
cLa Ciudad de Segovia fué muchos tiempos hierma, é des-
pués pobláronla, Era MCXXVI. — Los de Segovia después de las
Octavas de Pasqua mayor mataron á Albar H¿nnez, Era MCLIL >
Al ínclito Colmenares, tan diligente investigador
como admirador entusiasta de las glorias de su patria,
sonáronle mal el fundamento de la noticia y lo aven-
turado y ofensivo de la hipótesis. Por lo que opuso á
ésta el oportuno, reparo de que va hecho mérito.
Dicho sea con todo el respeto debido á Colmena-
res, después de hacer resaltar lo aventurado y ofensivo
de la suposición de Sandoval y lo absurdo que es
admitir que Segovia estuviese despoblada cerca de un
siglo, parécenos que tampoco debió él formular nueva
hipótesis ni presentar como razón la duda que en su
tiempo había acerca del paradero de los restos mor-
tales de Alvar Fáñez; ulteriores investigaciones podrían
arrojar bastante luz hasta dejar esclarecido este último
punto.
De todos modos, la defensa de Colmenares hizo
variar de rumbo á los que se arriesgaron á navegar
por el inseguro piélago de las suposiciones. Y tampoco
fueron afortunados en el nuevo derrotero. Entonces,
— 420 —
brotó la nueva hipótesis de que la muerte obedecería
al empeño en imponer á los segovianos el bando ara-
gonés. Salióles Berganza al encuentro, y la fantástica
nave fué á pique; pero ha salido á flote en nuestros
tiempos, merced á descuidos de nuestros historiadores
coetáneos.
Con gran oportunidad observa Berganza:
«Lo que se imagina por factible y conjeturable en Historia,,
se ha de comprobar con razones; parece que el nuevo autor no
las tuvo, pues no las alega.»
Esto mismo puede echárseles en cara á Zamora y á
su guía en esta parte, Lafuente, quienes dan carácter
de realidad á lo que sólo presenta aspecto de hipótesis
no razonable. Y añade Berganza:
«Más factible es que Alvar Fáñez, como persona tan princi-
pal del Reyno y como governador de Toledo, fué uno de los
señores que salieron por fiadores en los pactos que se otorgaron
entre el Rey de Aragón y la Reyna; y que cumplió con el jura-
mento de entregar la ciudad de Toledo, que estaba á su cargo,
por aver faltado el Rey á su palabra. Conócese que entregó la
Ciudad á la Reyna, pues queda visto que en el año ir 13 se dezia
que reynaba en Toledo.»
Lamentable fuera que hubiese coronado con una
infamia su vida de heroísmo el caudillo compañero de
alfonso yi en los casos prósperos y en los trances
adversos; que con fidelidad y eficacia secundó las
órdenes de su soberano; que, llegado éste á la vejez,
aquél economiza prudentemente las energías, para
salvar á la patria, puesta al borde del precipicio; que„
bajado al sepulcro el anciano y lloroso monarca, asi
como antes fiara al Cid la noble tarea de contener el
— 42i —
avance de los almorávides en las comarcas de Levante,
él defiende de las bárbaras acometidas del feroz afri-
cano á la inmortal Toledo, hasta que por la parte de
Aragón asoma Alfonso el Batallador y en Castilla pre-
ludia sus gloriosas hazañas el ínclito emperador hijo
de doña Urraca.
Mas no: el que en 25 de mayo, domingo, de 1085
entraba con su amado rey en Toledo; el que acepta el
compromiso, y admirablemente le realiza, de sentar y
sostener en el trono de Valencia, rebelde á Castilla, al
último emir de la ciudad del Tajo; el que en los
momentos de mayor peligro vuela al lado de Alfonso
y con él comparte, el 23 de octubre de 1086, la triste
suerte de Zalaca, no vacilando en ese tremendo dia
probar su lealtad luchando con el mismo emir á quien
poco antes sentara en un trono y le defendiera contra
todos sus enemigos; el que en 1092 sostuvo reñida
batalla con los africanos, orgullosos por su famoso
triunfo alcanzado seis años antes; el que á la muerte
del tierno infante D- Sancho, en Ucles, 29 de mayo
de 1 108, renuncia al bello morir, por no abandonar
en el desamparo al acongojado y decrépito monarca;
el que, vacio el trono de Castilla, cuyo seno desga-
rraba la guerra civil, es respetado en el gobierno de
Toledo por Alfonso I de Aragón, fineza a la cual
corresponde reparando con la conquista de Cuenca la
derrota que doce años antes, en 1099, padeciera junto
á ella, y salvando á la misma Toledo del furor desbor-
dado de Ali ben Yúsuf, el emperador de Marruecos; el
que tres años más tarde, en posesión ya de la ciudad
de los concilios la calumniada D.;l Urraca, resiste con
— 422 —
valentía la última acometida formal de los africanos, á
quienes mandaba el hasta entonces invicto Mazdalí, la
aguja de que se valía el emir al Muminín para engar-
zar las perdidas perlas del Ándalos: el que fué salva-
ción de España, no podía morir traidor á su patria; el
que tan buenos'servicios prestara á Alfonso VI y á los
regios consortes doña Urraca y Alfonso el Batallador,
no podía cerrar su brillantísima historia coronándola
con la infamia de la deslealtad para con su reina.
Y esa mancha no enturbia, en verdad, el esplendor
de su gloriosa existencia. Pocos días antes de las
Octavas de Pascua Mayor de que hacen mención los
Anales Toledanos, estando ya separados doña Urraca y
el Batallador y en Peñafiel la reina, en escritura de
donación que ella otorga, en 15 de febrero de 1114, á
favor de D. Gonzalo Díaz y de su mujer, suscribe el
r _
documento Alvar Fáñe\ de Zorita. Con su ya. temblo-
rosa mano, pues ya en 1085 era experto general, con-
firma su lealtad al rey, el que siempre empleó su
potente brazo, ó en la reconquista, ó en la salvación
de España.
No va desatinado el eximio Colmenares al dudar
de la certeza en las indicaciones de los repetidos Ana-
les, las que han dado margen á suposiciones tan absnr-
das como ofensivas al buen nombre del caudillo cuyas
hazañas acabamos de bosquejar, y al de Segovia, en la
cual hubo, no la supuesta plebe díscola é insubordi-
nada, sino que de ella salieron las aguerridas huestes
que, ó sucumbían con gloria entre la morisma infiel,
ó coronadas de inmarcesibles laureles tornaban á sus
lares. Hay en esos Anales apuntamientos que tienen
— 425 —
subido valer, y son los más; los hay inciertos, y tam-
poco faltan los notoriamente falsos. Frente á la noticia,
dada en ellos, de la muerte violenta de Alvar Fáñez,
está la que suministran las Memorias ^Antiguas de Cár-
dena, ya que en éstas se lee:
ERA DE MCUI, FINÓ ALVAR FANXEZ MINAYA, E YACE...
Confirmase su fallecimiento en 1114; mas no 4ue.
fuera matado por los segovianos .
Aunque no se completa en las referidas Memorias
la noticia del paradero de su cadáver, descorre el velo
un privilegio de Enrique IV, de 10 de enero de 1473,
donde se dice que en, el monasterio de Cárdena «yace
sepultado D. Alvar Fdñe^ Minaya, el que ganó á Cuenca
de Huete de los Moros. » En el año 1 $ 66, el abad fray
Antonio Hurtado colocó en el lado izquierdo del cru-
cero de la iglesia del monasterio, entre el sepulcro de
Gonzalo Núñez, nieto del conde Fernán González, y
el de Pedro Bermúdez, sobrino del Cid, el de «SDon
Alvar Fáñe% Minaya: tiene por armas cinco róeles de
oro en campo de sangre.»
Como frente á frente estaba la capilla de los Santos
Mártires, víctimas de la saña mahometana, á esos atle-
tas de la Religión y al legendario Alvar Fáñez son
aplicables aquellos versos que en el archivo de Cárdena
estuvieron:
«Toda tu gente es de guerra:
Maguer que si guerrearon,
Unos vencieron moriendo
Otros vencieron matando. >
CAPITULO XI
Almorávides
(HOI-1 144)
Entredi de Iqi «l morí «del en Velencie.— El potu ultlreBo Abtn Jifadu.— CuU ir Abderzíhmin
ben Táiiir. — Fechi de la entrede de l« ilmoriTides. — Mori miento lileri rio. —Gobierna de Temim.
De Hubinnrl ben Alhug.— Mostibiu, emir de Zeugma y 111 bija Imedo d' Dolab — Cocqulita de
Morelli.— Rendición de Zengou 1 Alian» I.— Eituel. de Abu All en Jiribe.— Colinde.— Baftal
y Segorbe iribuutloi ac Angón.— Emende de Alfon.o el Beulledor heHe JirJt».— Siiioide Veln-
di. Akln y Denii, y tan» de BenIudelWltoiimiento liierario.— S.if .d Doleh.— Ab;U Guie,
nlf de Víleocii, en Fraga y en Toledo.— El poete ilcireio Abu Telib Abd el Gewir.
breves palabras confirma la Historia Leo-
esa que los cristianos prendieron fuego al
endonarla, y añade que ya nunca los
almorávides la perdieron (i). Éste es también el argu-
mento de unos versos del poeta alcireño Abu Ishac
ben Jafacha, nacido en la isla del Júcar el año 1058 y
cuya muerte acaeció en el 1159:
«Las puntas de las espadas se han esgrimido en tus patios,
¡oh palacio!; y han destruido tus preciosidades la miseria y el
fuego.
sCuando viene uno á mirar tus contornos, largo rato reflexio-
na; y llora sobre ti ¡oh ciudad infortunada!
(1) Egressis amera ómnibus ab urbe, loum urbera igne tremad rti
prxcepit, et curo his ómnibus Toletum pervenit. Sirractoi, lutem, qoi,
propter ad venturo regis, fugerant et urbem obsessam rcliqucratit, post regis
recessum, mox, urbem, quíravis arsam, intraveruut; el eam, Cltm ómnibus
ejuí tinibus, habiuveruoE; et mioquam eam ulterius perdideront.
— 4*5 —
•Tos habitantes han sido el juguete de los desastres; y las
tordas han recorrido tns desiertas calles.
tLa mano de la desgracia ha escrito sobre tns atrios: «tú no
eres té, y tns casas no son ya casas) >
Y añade: «cuando el Emir al Moslemin supo esta
grave noticia y se apercibió de tan gran desdicha, hizo
todos sus esfuerzos, porque Valencia era para él una
mota en su ojo, y reunió sus medios y puso en mo-
vimiento sus manos y su lengua. Despachó contra la
ciudad gentes y dinero, y mandó á ella los hombres
más intrépidos. La guerra entonces ofreció diferentes
suertes: á veces se decidía por los enemigos, á veces
por el Emir al Moslemin, hasta que éste oscureció la
vergüenza que sobre Valencia pesaba, y lavó sus
ultrajes. El último de los generales que envió allí á la
cabeza de un ejército numeroso, fué el emir Abu
Muhámad Mazdali, la punta de su lanza y el cordón
de que se servia para ensartar sus perlas. Dios le con-
cedió que la ganase y permitió que ella le debiese la
libertad en el mes de ramadhán del año 95 (19 jun.-
18 jul. 1 102) (i), ¡Señale Dios al Emir un puesto en
el séptimo cielo, y recompense su celo y sus combates
en la guerra santa y acuérdele los beneficios reservados
á los virtuosos» (2).
(i) Esta fecha no es exacta, por no haber interpretado bien la de la carta
de Aben Tihir.
(2) Malo de Molina, apéndice XX.— Doiy, Investigación**; cEI Gd»,
i.» parte; Fuentes históricas, I.— Este último autor dice que Aben Besaam,
Aben Jacin y Aben Jalicin, han consagrado artículos al poeta alcireño. Su
Dlwan se halla en la biblioteca del Escorial, núm. 376; en la del Museo Asia*
tico, en San Petersbuigo; en la de Copenhague; en la dt Cid Hammuda, ea
Constantina y, pbr fin, en h Imperial.
— 426 —
El ilustre anciano Abu Abdallah ben Táhir, dis-
puesto siempre á patentizar su fecundo estro poético,
no había de despreciar la ocasión que para pulsar su
bien templada lira le ofrecía el recobro de Valencia.
En carta dirigida al wisir Abu Abdelmélic ben Abde-
láziz, le decía: «Te escribo al mediar el bendito mes
(ramadhán; 3 jul. n 02). Hemos conseguido la victo-
ria con la toma de Valencia. Purifiquela Dios después
de la vergüenza que la cubría! El enemigo ha incen-
diado la mayor parte de los hogares y la ha dejado con
señales evidentes de devastación y de llanto. Se ha
tejido vestidos tan negros como los hierros con que
él la vistió; su mirada está todavía oscura, y de su
corazón salen suspiros, porque se agita sobre ascuas
encendidas; pero aún le queda su esbelto cuerpo, sus
feraces tierras, semejantes al musgo oloroso y al oro'
rojo, sus magníficos jardines, poblados de árboles, y
su limpio rio. Mas, por la buena estrella del Emiral
Moslemín y de los cuidados que le dispensará, se disi-
parán sus tinieblas y recobrará sus elegantes vestidos
y sus collares de perlas, y se levantará por la mañana,
y se presentará como el Sol en el primer signo del
Zodíaco (Aries, al comienzo de la primavera). (Ala-
banzas á Dios, rey del universo, que la libró de los
que dan socios á su Dios (aludiendo al misterio de la
Trinidad). Y con su restitución al Islam, gozamos un
placer y un consuelo, á causa de los males que había
alcanzado, por la fuerza del destino y de la voluntad
de Dios!» (1).
(1) Doiy y Malo de Molina, 1. c.
— 4*7 —
Conde, siguiendo á Aben al Abbar, señala con
exactitud el mes de la entrada de los almorávides en
Valencia: «Por la constancia de los almorávides* Dios
la restituyó venturosamente al Islam en la luna de
régeb del año 495 (21 abr.-ao may. 1102)» (1).
Los Anales Toledanos (I) determinan el mes nues-
tro, pues dicen: «El rey don Alfonso dexó deserta á
Valencia en el mes de mayo, Era 1140 (110A* Aben
al Jatib precisa el dia del citado mes. Por lo que da
también á conocer las cualidades del afortunado cau-
dillo y sus hechos más notables, transcribimos el
texto del mencionado autor:
«Fué el emir Mazdali (2) el sostenedor más firme
de la dinastía Lamtuni de Yúsuf ben Texufin v de sus
parientes. Los dos (Mazdali y Yúsuf) pelearon valero-
samente con Tarkut, cabeza de esta dinastia, y le
igualó y le honró, y le hizo admirable. Fué jeke de la
dinastia Lamtuni y jefe de las cohortes, Sanajad'yies,
esforzado, perseverante, valiente entre los valientes,
sin presunción, de gran firmeza, célebre en sus narra-
ciones, original en sus pensamientos, y de gran expe-
riencia. Fué larga su vida, y glorificó sus combates, y
prolongó las algaras, y fueron numerosos sus encuen-
tros con el enemigo, y siempre obedeció las órdenes
de su sultán. Ganó i los cristianos por su ingenio Ja ciudad
de Valencia, y la restituyó al Islam, para su mayor
honra y gloria, al mediar régeb del año 495 (5 de mayo
(1) Conde, III, 22.— Doxy, 1. c.
(2) Era berberisco, como lo revela su nombre completo: MaidaH ben
Beni Lantun, ben Jasan, ben Mohámed, ben Tarkut, ben Uria bithfa, ben
Mansur, ben Noskalo, ben Omeia, ben Uaiatín es Shanajad'yí el Lamtuni.
- 428 —
de 1102). Entró en Granada; fué walí de Córdoba y
de Granada y sus cercanías, después de Yúsuf ben
Texufin, en el* año 505 (jul. mi-jun. 11 12).» Dice
Ben es Sherfi: «murió en la noche del martes 17 de
xawal del año 508 (13 febrero de 11 15) (j) peleando
en las cercanías de Hisn Cosantaina (no la villa de
Alicante), y se le llevó á Córdoba, llegando allí en día
de miércoles, segundo después de su muerte; y rogó
por él y sus restos en la oración del Hashar (tres de
la tarde) el faquí cadi de Córdoba Abu'l Cásim ben
Jamdín, y se le enterró junto á su padre, y se cons-
truyó allí un jardín hermosísimo. Dios le concedió el
privilegio sin igual de perseverar en la amistad del
Emir de Muslemín Yúsuf» (2).
La predicción de Abderrahmán ben Táhir de que
á Yúsuf ben Texufín cabria la gloria de restaurar á
Valencia, tuvo, según nuestros cronistas, exacto cum-
plimiento. Es cierto que acompañado de sus hijos
Temim y Ali, vino por cuarta vez desde el Magreb á
España el año 496 (oct. 1102-1103), ó sea, cuando
los dominios musulmanes en ella estaban pacificados,
y «recorrió todas las provincias» (3). Según Escolano,
al encontrar á Valencia arruinada de los trastornos
(1) Esa misma fecha, con may pequeña diferencia, aparece en las adicio-
nes y cabla del libro de Sandoval titulado Chrónica del Ínclito Emperador don
Alonso VII: «Era 1153 (11x5) se hizo otra arrancada (que es una gran
matanza y destrozo) sobre los almorávides, y mataron á Al M¿zdali, é murie-
ron muchos de los almorávides en el mes de enero...* Los meses xawal y
enero se dan la mano en el afio 508 de la Hegira, 11 53 de la Era de España
y 1 1 1 5 de la Era de Cristo. — Es de advertir llama con frecuencia memorias
antiguas á los Anales Toledanos, como sucede en este caso.
(2) Malo de Molina, 1. c.
(j) Conde, III, 23.
— 429 —
pasados, muy de propósito la mandó engrandecer y
reedificar (i). Diago refiere que Yúsuf engrandeció á
Valencia con sus obras y la reparó de muchas cosas
que estaban mal puestas de las pasadas guerras (2).
Boix atribuye ai anciano Yúsuf el derribo de las
murallas y el ensanche de la ciudad, encerrada hasta
entonces en el estrecho recinto que ya tenia en
tiempo de romanos (3).
Malo de Molina, fundándose en que los años que
mediaron desde la conquista del Cid hasta la- de
Jaime I no fueron bastantes para variar por completo
la posición de Valencia; en que los recursos disponi-
bles durante ese periodo de 136 años no alcanzaban á
cubrir los gastos de abatir murallas y construir otras
nuevas; en que el sosiego de que entonces disfrutaron
los muslimes no les permitía dedicarse á obras de
tamaña importancia, y en que, lo que tiene más
fuerza, los cronistas de los régulos que dominaron á
Valencia nada dicen de tal obra, cuando tienen muy
buen cuidado en hablar de las mejoras que realizaron
en las ciudades; asegura, sin temor de equivocarse,
dice, que las murallas de Valencia en tiempo del Cid
contenían el mismo ámbito que en los de don Jai-
me (4). Con el ensanche de 1356, obra de Pedro IV,
apareció un trozo de la muralla que rodeaba á Valen-
cia en 1238, encontrado en un derribo de la plaza de
Serranos, y «es un resto del segundo recinto amura-
(i) Escolano, ni, 1.
(2) Diago, VI, f. 254.
(3) Hist. de la Ciudad etc., lib. II.
(4) Apéndice, XXUL
— 430 —
liado construido por los moros para el ensanche
de la ciudad romana;» pero fué uno mismo el muro
«que lograron traspasar primero el Cid y después
el rey don Jírime» (i). En apoyo de esa opinión está
el testimonio innegable de la obra de los valladares,
que rodeaban ios muros de la ciudad. Su construcción
se debió, sin duda, á los Omeyas Abderramán III y Al
Háquem II, en los años de 300 á 366 (913-977) (2).
Documentos fehacientes patentizan que rl tiempo
de la reconquista había dos clases de muralla, una
antigua y otra nueva: Béuter, que atribuye nada
menos que á Gneo Escipión (218-212 a. J. C.) la
fábrica del muro viejo, dice que estaba formado de
cal y canto; á diferencia del nuevo, que, según él,
estaba compuesto de dos paredes paralelas, con espe-
sor de medio ladrillo cada una, y con el espacio inter-
medio relleno de tierra apisonada (3).
Al entrar los almorávides en Valencia ,vol vieron á
ella muchos nobles y doctores que la abandonaron,
marchando á Liria, Murcia y Jaén, cuando los cristia-
nos la ocuparon. Es digno de mención, entre aquellos
sabios y prohombres, Muhámad ben Bahr ben Aasi,
el Ansarí, natural de Liria y jeke de su patria, que
huyó á Jaén y allí estuvo como siete años. Con Abu
Hegag al Kefiz y Merwán Aben Zerag, se dedicó á las
letras. Al regreso á Valencia, fué lector ó mocrí de la
mezquita mayor, ó sea, la catedral que los cristianos
habían consagrado á la bienaventurada siempre Virgen
( 1 ) El Archivo, V, 411.
(2) Malo de Molina, I. c.
(?) Chabás, Mon. Hist., I, 3.
— 43i —
María. Escribió sobre las variantes del Corán una obra
muy critica, y después se retiró á su patria, Liria, donde
murió, á los 74 años de su edad, á la hora del alba del
domingo 6 de xawal de 547 (4 enero de 1153), cuando
ya era emir de Valencia el famoso Aben Sad, abuelo de
Zaén. El mocrí fué enterrado en la macbora llamada
Beni Zenún (Benisanó), é hizo por él la oración fúne-
bre su hermano Abu Muhámad (1).
En el mismo año de la venida de Yúsuf murió
Abdelmélic Abu Merwán, señor de Aibarracín; le suce-
dió su hijo Yahya, pero como dependiente del gobierno
de Valencia (2). Dos años después murió Yúsuf ben
Texufin, á la salida de muhárram del año 500 (i.° octu-
bre de 1 106), á la avanzada edad de cien años y tras
un reinado que duró cerca de cuarenta. Antes de morir,
estando aún en España, hizo se jurase por sucesor suyo
al más joven de sus dos hijos mayores, Abu'l Hassán
Ali, de madre cristiana, nacido en Ceuta el año 1084.
El primero en prestarle juramento fué su hermano
mayor, Abú Táhir Temim, príncipe de nobles prendas
que poco después tuvo el gobierno de Valencia (3).
(1) Conde III, 22. — Para apreciar la exactitud de estos datos biográficos,
00 hay mis que compararlos con los que proporciona el célebre historiador
valenciano Aben al Abbar: cMojimed ben Yagia ben Mojámed ben Abi
Ysjak ben G'Amrú ben el G'Ashi el Anshaarí, de las gentes de Liria, gobierno
de Valencia, conocido por Abn Abdallah, fué discípulo de jekes de su país.
Luego abandonó éste en la alfatena (escisión) del año 488 (1095-96), des-
pués de haber ganado los cristianos á Valencia. Permaneció en faén cerca de
7 años, y aprendió en ella las bellas letras de Abu' i Jad'yad'ye el Calif, y
aprendió la elocuencia de Abu Merwán ben Sirad*ye y de otros. Después se
volvió á Valencia el año de su conquista, que fué en récheb del año 49$.»
(Malo de Molina, pág. 13a).
(2) Conde, 1. c.
(3) Conde, III, 23.
— 43* —
Muerto sin hijos en 28 de septiembre de 1104
Pedro I de Aragón, ocupó el trono su hermano Al-
fonso I, con justicia llamado el Batallador. Acababa éste
de ganar 4 los moros muchos lugares y castillos, y,
apenas tuvo noticia del fallecimiento de Yúsuf, se
corrió hacia Valencia y le puso muy apretado sitio.
Los de la ciudad, viendo que de todas partes sé le ren-
dían, vinieron en acomodo con él y le pagaron parias.
Pronto se negaron al cumplimiento de esta obligación.
Como los cristianos andaban revueltos entre si, con-
vidaron á Ali ben Yúsuf para que se aprovechase de la
discordia entre los cristianos. Vino á España el mismo
año 500 (1 106-7), y su presencia bastó para que las
ciudades y reinos tributarios de los mismos, uno de
los cuales, como va dicho, era Valencia, se les rebe-
lasen (1).
Al año siguiente, "501 (ag.- 1107-8), vino Ali
segunda vez á la Península, habiendo antes enviado á
ella, confiándole el gobierno de Valencia, á su her-
mano Abu Táhir Temim, al cual reemplazó en el de
Magreb el wali Abu Abdallah ben Alhag, gobernador
también de Valencia poco después.
Uno de los primeros cuidados de Temim fué con-
tener las correrías de los dos Alfonsos, el I de Aragón
y el VI de Castilla. Se propuso apoderarse de Uclés, de
triste celebridad, por lo que ahora se dirá, y por la
muerte que allí tuvo más tarde Aben Ayadh, uno de
los emires de Valencia. Logró Temim hacerse dueño
de la ciudad, mas no de la ciudadela, en la cual se había
(1) Escolino, 1. c¿
— 433 —
refugiado la guarnición castellana. Para sacar a los
cristianos del apurado extremo á que se hallaban redu-
cidos, Alfonso VI, no pudiendo él ir en persona á liber-
tarlos, confió el mando del ejército á su único hijo
varón don Sancho, niño de once años. Temim logró
un triunfo completo el 10 de junio de no8, y el
tierno infante quedó muerto en el campo de. batalla.
* Oprimido de dolor, bajó al sepulcro un año después
el anciano monarca de Castilla (i).
La guerra civil se encendió en dicho reino, y Al-
fonso el Batallador, casado con doña Urraca, la viuda
de Raimundo de Borgoña, tomó parte en esa desas-
trosa lucha, distrayendo su atención de la noble em-
presa de la reconquista. 'No en absoluto se desentendió
de ella, como lo prueba el hecho de que en el año 502
(ag. 1108-jul, 1 109), para repeler los estragos que
Áhmed al Mostahín ben Yúsuf, emir de Zaragoza, le
causaba en sus estados, entró por la ribera del Ebro
hasta las puertas de la misma Zaragoza. Con pretexto
de ayudar al citado emir, mas, en realidad, con inten-
ción de que ese principe tuviese por los almorávides
sus estados, ordenó Temim á Muhámad ben Alhag, ya
gobernador de Valencia, que partiese de esta ciudad
hacia la capital de los dominios de Mostahín. La orden
fué cumplida, y la ida no pudo ser más próspera: al
aproximarse el caudillo almoravide á Zaragoza, los
cristianos levantaron el sitio, y Aben Alhag entró en
la ciudad. No fué tan afortunado á la vuelta: en su
(1) Conde, III* 24.— Gebhardt, III, 25.— En los Anales Toledanos se
señala otra fecha á aquella batalla: «Mataron al Infante Don Sancho, é al
Conde Don García cerca de Veles, iii. dfa Kal. de junio, Era mcxlvi.»
55
— 434 —
terrible excursión á tierras de Cataluña, le sorprendió
Ramón Berenguer III, el hijo de Cap £ Estopa, y en
las fragosidades de los montes quedaron casi todos los
soldados muslimes, pudiendo á duras penas librarse
de la muerte el walí de Valencia (i). Para vengar la
derrota, envió Ali contra la ciudad condal á Abu Becr
ben Ibrahim ben Tafelut, walí de Murcia. Pasando
por Valencia, Tortosa y Fraga, pudo llegar sin que-
branto al campo de Barcelona; pero también en la
retirada, hacia Zaragoza, estuvo desgraciado: salióle al
encuentro el terrible Alfonso I, y 700 muslimes alcan-
zaron la corona del martirio (2).
Viendo Ali el mal sesgo qué para el Islam toma-
ban los asuntos de. España, quiso intervenir directa-
mente en la marcha de los sucesos: al efecto, vino
desde Ceuta el 15 de muhárram de 503 (14 ag. de
1 109). «Deste Ali ben Jusef cuenta el coronista moro
Cásim, en la descripción dejativa, que labró de nuevo
su gran castillo, que avia quedado asolado de las gue-
rras pasadas» (3). No cejaba Alfonso I en su tenaz
empeño de reconquistar para la cruz las posesiones
del emir de Zaragoza. Quiso Mostahín acudir en auxi-
lio de Tudela, sitiada por los cristianos. Trabóse reñido
combate, y de una lanzada voló el alma del emir á
gozar de las inefables delicias del paraiso (24 enero
(1) Asi lo dice Gebhardt (III, 24), mientras Conde (III, 24) asegura que
el walí pereció con casi todos los caballeros lamtunts. Parece más puesto
§a ratón lo dicho por el primero, puesto que más tarde, tres años después, le
veremos tomar parte en la empresa de despojar de sus estados al emir de
Zaragoia. *
(a) Conde, 1. c.
(3) Escolarlo, 1. c— Boix, Xdtiva, IV.
— 43$ —
1 1 1 o) (i). Escolino contunde con U muerte Je! emir
de Zaragoza la de Ali ben YúsuÉ «entonces el rey AH,
acompañado de todos los caudillos y reyes moros de
Andalucía, fué en busca del rey don Alonso, y le dio
batalla, en la cual fué el Miramamolin (corrupción de
Emir al Mumenin) muerto, y con él mas de 30.000
moros. Y, como en África se entendió su rota v desas-
trada muerte, al punto saludaron por rey i su hijo
Brahim ben Ali— Mas los caudillos moros á quien su
padre Ali había dejado encomendadas las ciudades y
reinos de España, se alzaron con ellos, y se hicieron
llamar reyes» (2). A continuación habla del emirato
de Aben Sad.
El hijo y sucesor de Ali ben Yúsuf lo fué Texuftn
ben Ali, y éste no comenzó á reinar hasta el año 539
(jul. 1144-jun. 1 145), como, aparte las crónicas ára-
bes, lo declaran las monedas de Ali, entre ellas, los
dinares acuñados en las zecas de Murcia, Denia y Va-
lencia (3).
Si alguna duda queda, desvanécela un autor, que,
además, relaciona la muerte de Mostahin con la con-
quista que de lá primera plaza de nuestro reino hizo
el vencedor.
En el mismo año n 10 revolvió contra el reino de
Valencia sus armas el infatigable Alfonso I. Impetró y
alcanzó del pontífice Pascual II el privilegio de la Cru-
(1) Conde, III, 25.— Doxy, Investigaciones, «Relato de Abd'l Hassán.»—
En los Anales Toledanos se lee: «Murió el Rey Almottayen en Valencia»
Era MCXLVin.» No fué en Valencia, sino en Valtierra.
(2) Escolano, 1.' c.
(3) Codera, sección V, 1.
— 436 —
zada. «Apoderándose de la sierra (de Zaragoza), escribe
Zurita, y convocando los ricos-hombres y caballeros
de sus reinos, propuso de poner cerco sobre Zaragoza
y proseguir hasta sacar aquella ciudad del yugo y ser-
vidumbre de los infieles; y, según algunas memorias
antiguas, parece que en el año i no fué por él vencido
en batalla Abu Calen, rey de Zaragoza, junto á Val-
tierra. Y ganó entonces á Morella; y de la toma de este
lugar, que está en el reino de Valencia, en los . confi-
nes de Aragón, se hace mención en los anales antiguos
de Castilla, en que se dice haberse tomado en 1114.
Aunque muchos destos lugares hallamos que queda-
ron en poder de moros reconociéndose tributarios» (.1).
Por este tiempo murieron algunos muslimes nota-
bles. En el año 507 (jun. 11 13-14), falleció en Sevi-
lla el caudillo Syr ben Abi Békir, el llamado en la Gene-
ral, como también en el Poema y en el Romance del
Cid, el rey Búcar (2). También murió en el mism'o
(1) Zurita, I, 41 . — En Sandoval (Hist. de los Reyes de Castilla y de León,
Doña Urraca), tomándolo de esas memorias antiguas, escribe: «Hicieron este
aáo (Era 1153=1115) los Christianos una gran entrada y maunza, que la len*
gua antigua llama arrancada, contra los almorávides por el mes de Enero, y
les tomaron la villa de Moriella.» — De conformidad con esto, escribe Esco-
lano (III, i), que sigue i Mármol, (II, 32): «Bolvióse Ali i Barbería; y el año
siguiente de 1114, rebolvió con mayor armada, y, hallando! nuestros prín-
cipes discordes y abrasados en guerras, tuvo licencia de talar buena parte de
España. Entendió el rey don Alonso de Aragón que se apercibía el Moro para
venir á sitiar la ciudad de Toledo por segunda vea, en el año 11x5; y habién-
dole concedido el papa Pascual, segundo deste nombre (1099-1118), la Cru-
zada, juntó un poderoso ejército; y, por divertirle de aquella empresa, se le
entró por el rey no de Valencia, y se puso sobre la villa de Morella, y la ganó
por fuerza de armas.»— Los anales antiguos de Castilla á que se refiere Zurita,
no son otros que los Toledanos, que dicen: «Fué presa Moriella (le Christia-
nos Era mcliii »
(2) Conde, III, 2$.
— 43.7 —
año, en Mallorca, después de haber permanecido algún
tiempo en Almería, el ilustre literato Aben al Labbana,
nacido en Denia. Es notable la correspondencia que
sostuvo con Motámid, el infortunado emir de Sevilla»
cuando éste, en su destierro de Agmat, sq vio, con sus
queridas hijas y mujeres, reducido á la más extre-
mada miseria (i).
En el año siguiente, 508 (jun. 1114-may. 1115),
murió en Murcia el wazir Abu Abderrahmán ben
Táhir. No obstante haber pretextado sus muchos
años para no asistir á las bodas de Mostahín, hijo del
emir de Zaragoza, con una hija del que lo era de
Valencia, Abu Becr ben Abdeláziz (1086), toma parte
activa en el agitado periodo, del gobierno de Aben
Gehaf. En elogio de Aben Táhir decia en 1095 Abu'l
Hassán: «Abu Abderrahmán ha compuesto tantas obras
excelentes y sus acciones son tan bellas, que sus
hechos no cabe referirlos aquí, ni tampoco desenvol-
ver toda la nobleza de su carácter; pero yo he copiado
la mayor parte de sus composiciones en un libro aparte,
al que he puesto el titulo de Hilo de Perlas, sobre las
cartas de Aben Táhir. En este momento vive en
Valencia, y, aunque tiene cerca de 80 años, ha conser-
vado el uso completo de sus facultades, tiene buen
oído, aún vierte sobre el papel ideas que roban todo
su brillo á los collares de perlas, y en comparación de
(1) Además de numerosos versos, compaso: i.— Rocío de perlas y amon-
tonamiento de flores de la poesía de los Beni Abbed. 2.— El apoyo sobre la
historia de la misma dinastía. 3.— El libro de los caminos de la guerra civil.
Y 4.— Libro de la serie de perlas sobre exhortaciones á los reyes (Pons, bio-
grafía núm. 138).
— 4j8 -
las cuales las noches iluminadas por la hermosa luna
son oscuras. Y lo que hemos escrito debe bastar: por-
que ¿qué hombre podrá agotar todo lo que hay que
decir sobre el asunto?» (i). Desde la muerte del cadi
vivía retirado ea Murcia (2),
En el año 509 (mayo 1115-16) dejó de-existir
Aben al Kama, quien, como poeta y prosista distin-
guido, alcanzó entre sus coetáneos gran celebridad.
Nació en Valencia el año 428 (oct. 1036-37), donde
hizo sus estudios, y de ella escribió una historia que
versaba sobre la toma de los cristianos antes del año
500 (sept. 1106-oct. 1 107), acontecimiento sólo
aplicable á la entrada del Cid (3).
Y por el año 510 (mayo 11 16-17) murió en Mur-
viedro, cuyo cadiazgo desempeñaba, Abu Muhámad
Abdallah ben Abderrahmán ben Abdallah ben Yunus,
el Codai, de Onda, más conocido por Aben Fairó. Le
nombró para el expresado cargo el entonces cadi de
Valencia Abu'l Hassán Muhámad ben Guáchib, «uno
de los hombres más queridos y populares en dicha
ciudad y que gozaba fama bien merecida, por su carác-
ter generoso y liberal y por la escrupulosa honradez
en el ejercicio de sus cargos.» Tenía, como cadi de
Valencia, atribuciones para nombrar los de Alcira,
Murviedro, etc.; y murió en el año 519 (feb. 1125-
enero 1126) (4). También el de Murviedro gozaba
(1) Dozy, 1. c.
(2) Conde, 1. c. y 22.
(3) Tenia por título Descripción clara sobre el accidente desgraciado ó infausto.
(Pons, biogr. n.« 140).
(4) El .Archivo, IV, 87.
— 439 —
de envidiable reputación como jurisconsulto, huma-
nista, orador y poeta (i).
Para bien de la España cristiana, pudo Alfonso I
en 1 1 13 entregarse con ardor á la guerra con los infie-
les. En 1 1 14 puso sitio á Zaragoza, dispuesto i no
alzarle, á menos que no se le rindiera. Para estorbarlo,
vino desde Granada á Valencia, con buen número de
tropas de caballería, Abu Muhámad Abdallah ben Maz-
dali. Después de haber descansado algún tiempo en
Valencia, ya entrado el año 510 (mayo n 16-17) pasó
á Zaragoza, puesta por el de Aragón en grandísimo
apuro. Después de recios combates, Alfonso se vio
obligado á alzar el cerco. Libre ya del peligro el
emir, se retiró á Rueda. Comprendiendo que tenia
necesidad de un aliado, optó por la amistad con el
Batallador.
Ocupaba el trono vacío por la muerte de Mostahin,
su hijo Abdelmélic ben Áhmed, apellidado Imado-d-
Daulah (columna del Estado). Negáronse sus subditos
á reconocerle por emir, á menos que no despidiese de
su ejército á los soldados cristianos sus auxiliares.
Acceder á la pretensión, equivalía á entregar su reino
á los almorávides: negóse, pues, á la exigencia. Los
descontentos anduvieron en tratos con Ali para que se
apoderase de Zaragoza. Consultó el príncipe africano
el caso con los faquíes de Marruecos, y unánimes con-
testaron que debía admitirse el ruego. Ali ordenó al
gobernador de Valencia que fuese á apoderarse de
Zaragoza. Huyó el Emir y suplicó á Ali cumpliese la
(1) Chabrct, Sagunto, apéndices, «Cpoca árabe».
— 44o —
última voluntad de Yúsuf, segúti la cual había de res-
petarse á los Beni Hud de Zaragoza. Se envió contra-
orden al gobernador de Valencia; pero, según se dice,
llegó tarde. Con posterioridad á esa fecha, aún vemos
al hijo de Mostahín dueño de Zaragoza (i).
Los muslimes de esta ciudad no se contentaron
con demandar auxilio al califa Ali. Apelaron á otro
recurso para sacudir el yugo -de Abdelmélic.
Disgustados de la alianza los de Zaragoza, escri-
bieron al caudillo lamtuní Muhámad ben Alhag, walí
de Valencia, por quien, apenas llegado á aquella ciu-
dad, se declararon todos. En batalla que dio á.los cris-
tianos el 4 de ramadhánde 512 (19 dic. n 18) (2), ven-
cieron los muslimes. Alfonso I, que había concebido
grandes esperanzas de su amistad con el emir de Zara-
goza, allegó un numeroso ejército, derrotó al enemigo
cerca de dicha ciudad, y Lérida, con todo el norte de
aquella tierra, cayó en su poder. Aben Hud entró en
Zaragoza, puesto bajo la protección de Alfonso.
Desentendiéndose ya Alfonso de todo compromiso
con el emir de Zaragoza, se abalanzó sobre tan codi-
ciada presa, no sin que antes pidiese á Imado-d-Dáu-
lah su entrega pacífica; y, como el Aben Hud se
negara á ello, el monarca cristiano acumuló por mayó
de 11 18, sobre la ciudad, tantos y tan poderosos
medios de ataque, que, al fin, cayó en poder de Alfonso
el día 18 de diciembre del mismo año. Muchos nobles
muslimes abandonaron á Zaragoza y fijaron en Valen-
(1) Conde, III, 23 y 30.— Dozy, Hist. t. IV.— Gebhardt, III, 24.
(2) También los Anales Toledanos señalan por año de la rendición de
Zaragoza, no el 11 18, sino el 11 19.
$
«
s-
— 441 —
cía v Murcia su nueva residencia. Imado-d-DauUh se
retiro en absoluto á Rueda (i).
Purificada la mezquita aljama de Zaragoza, el dia
6 de enero de 1119 fué consagrada al culto católico.
Don Pedro de Librana, ya electo obispo de la ciudad
antes de ser ganada, fué después su primer prelado, y
recibió la confirmación del papa Gelasío II (111S-
1 1 19). A Gastón, vizconde de Bearne, se le dono el
barrio de los muzárabes, y á Rotrón, conde de Alper-
che, otro barrio comprendido entre la catedral y la
iglesia de San Nicolás. A fines del siglo XVI aún con-
servaba el nombre de Barrio del Cottde de A*t>¿rclje*
Hallándose el Batallador embarazado con las guerras
de Castilla, hicieron en sus estados varias incursiones
los muslimes, y, para tenerlos a raya, llamó en su
auxilio á Rotrón. Vinieron con el conde los francos,
que confirmaron una vez más la fama que gozaban de
valerosos. Esto fué el año 11 10. No tuvieron el pago
que les prometiera Alfonso y al cual se habían hecho
acreedores. Despechados, volvieron á Francia. Con su
ausencia reprodújose la osadía de los infieles, y de
nuevo reclamaron su venida á España los aragoneses,
Rotrón dio al olvido los pasados agravios, vino á la
Península y escarmentó á los infieles. Debió ser esto
el año 1 1 13, lo más tarde, ya que aún estaba Toledo
(1) S ando val (Historia de los Reyes de Castilla y de León, Doña Urraca)^
dice: «En este año de la Era 1156 (in&) ponen la toma de Zaragoza, miér-
coles, día de Nuestra Señora de la O.» Sigue á Garibay, XXIII, 7.— Zurita,
I, 44. — Según el historiador aragonés, Temim trató de hacer levantar el sitio;
' mas, después de haber sentado sus reales en la ribera del Güerba, retiróse sin
atreverse á medir sus armas con los cristianos.
56
— 442 —
en obediencia del rey de Aragón. Etj agosto de 1114,
Rotrón se apoderó de Tudela, y le fué dada en feudo.
Con dicha empresa facilitó la conquista de Zara-
goza (1); De propósito nos, hemos detenido en dar
á conocer á don Pedro de Librana, á Gastón de Bearne
y á Rotrón de Alperche, porque ellos fueron los que
en el verano de 1122 se corrieron atrevidamente hasta
Benicadell, y por emularlos hizo Alfonso el Batallador
su famosa excursión en los años 1125 y 1126 hasta
las playas de Andalucía.
La pérdida de Zaragoza puso en conmoción á todos
los muslimes. El mismo Ali se preparó á volver á
España. Dispuso que su hermano Temim, que seguía
con el gobierno de la Ajarquia, reuniese un poderoso
ejército y fuera á socorrer á los muslimes de las fron-
teras de Afranc. En Valencia se congregaron, con
Temim, su pariente Abu Yahya ben Texufln, gober-
nador de Córdoba, Muhámad ben Alhag, que aún lo
era de Valencia, muchos nobles jeques de Lamtuna,
los caballeros almorávides, que, con arreglo á las últi-
mas disposiciones de Yúsuf, debian ser 4.000 en la
España oriental, y otra mucha gente de guerra. Fué
en tierra de Lérida el encuentro de este ejército con
el de Alfonso; estuvieron tan desgraciadas las tropas
de Temim, que éste hubo de suspender la jornada,
retirándose á Valencia con poco más de 10.000 com-
batientes.
Las circunstancias que concurren en esta batalla,
le dan visos de no ser otra que la famosa de Cutanda.
(1) Crónica de Olderico Vital, 1-3.— Zurita, I, 41-46.
— 443 —
Procuró Alfonso sacar de su famosa conquista el
mayor partido posible. Trató Temim de contener el
avance del rey de Aragón, y no hizo sino proporcio-
narle nuevos laureles; 20.000 muslimes mordieron el
polvo en Cu tanda, y el resto del ejército desbaratado
huyó á Valencia. En esta batalla, d^a, según las
mayores probabilidades, el día 19 de rabié i.a de 514
(18 junio 1 120) (1), selló con su sangre el testimo-
nio de su fe religiosa el faqui valenciano Áhmed ben
Ibrahim Abu Ali ac £adafí, que forma época en el
movimiento literario de nuestro pais.
Por el año 444 (1052-53) nació en Zaragoza. No
contento, en su noble afán de saber, con frecuentar las
escuelas de Valencia y de Murcia, se trasladó á la
Meca al objeto de recoger en su más pura fuente la
ciencia oriental. Vuelto á España, vivió en Murcia,
Játiba, Valencia y Denia, y en todas ellas se consagró
al ministerio de la enseñanza. Rehusó, ó desempeñó
breve tiempo, el oficio de cadi, que en más de una
ocasión le fué ofrecido.
Su genio activo, lo vasto de su ilustración, su pro-
bidad acrisolada, su humildad y mansedumbre, captá-
ronle las simpatías generales; todos se disputaban el
honor de recoger sus palabras y de profesar su doc-
trina. Es, sin disputa, uno de los que más honraron
el Islamismo en España. No debe sorprender que los
(1) Según Zurita, la batalla de Cutanda precedió á la rendición de Zara-
goza. Dice qne ya entrado diciembre de 1118, Temim envió, con objeto de
hacer levantar el sitio, á un sobrino suyo (tal vez Abu Yahya ben Texofío,
el gobernador de Córdoba), y que Alfonso le hizo sufrir la más espantosa
derrota, quedando el mismo hijo de Ali tendido en el campo de batalla.
' — 444 —
más eximios escritores árabes le hayan consagrado
trabajos encomiásticos (i).
Abu Ali se hallaba en Játiba de paso para Cutanda
en el mes de sáfer del año 514 (2-30 mayo 1120).
La ciudad contenía en su seno multitud de combatien-
tes que iban á campaña contra los cristianos. Lo
extraordinario de las circunstancias no sirvió de obs-
«
táculo para que en torno suyo se apiñase la juventud
setabense, ávida de que entre ellos resonara la autori-
zada palabra del insigne maestro.
Entre sus discípulos de Játiba se cuenta una plé-
yade gloriosa de literatos, tales como Áhmed é Ibra-
him al Moaierí, hermanos, Ibrahim ben Yonaca,
Táhir y Muhámad ben. Haidara, también hermanos,
los Beni Abi Talid, familia de noble estirpe, Muhá-
mad an Nafzí, Muhámad as Salami, Aben Moncaral,
Muhámad al Yahssabi, Aben Barca y algunos otros
de quienes ya se tratará.
Debieron ser en semejantes conferencias los temas
obligados, la unión entre los muslimes, la necesidad
de acudir al campo de batalla, el premio en la otra
vida. Y, acompañando á la palabra la obra, exhaló en
Cutanda su último aliento, admirado por sus correli-
gionarios, que le otorgan sitio distinguido en el libro
de sus mártires (2).
(1) Aben Pascual, %Assilah, biogr. 327; ad Dhabbi, Deseo del que busca ¡a
historia de ¡os varones del pueblo español, biogr. 625; al Makkari, I, 520; Aben
al Abbar, El Moacham, exclusivamente consagrado á Abu Ali y á sus discí-
pulos.
(2) El archivo, II, 2-5. — Pons, biogr. núra. 143. — Conde, 1. c— Los
Anales Toledanos siguen, al mencionar la rendición de Zaragoia y la batalla
— 445 —
anronesas tirdircn roco en cernerse
hada nuestro reino. La anticua B.Ir:":s* Calatavui >
rindió i. lis zizzis de Alfonso el Bateador se;> d;a>
después, eí 24 de junio. Fué poblado con gente de
guerra, como frontera contra el reino de Va! encía v
para contener las algaras que en tierras de Aragón
hadan los moros de las serranías de Cuenca y de
Molina. Una de las importantes poblaciones que
cayeron bj:o los vencedoras armas cristianas, fué
Daroca, en la ribera del Jiloca: asi que el poco antes
tan reducido reino de Aragón, debido á los esfuerzos
del Batallador, que habia reducido el emirato de
Zaragoza á microscópica representación, se extendia
hasta las fronteras de Castilla y Valencia (1).
No sólo para estar á la defensiva fortificaba aquella
linea Alfonso. Desde ella corría y talaba las tierras de
los muslimes (2). Daroca, lugar fortisimo entonces,
circunstancia por la cual, además de su situación, se
consideraba como llave para la conquista de Valencia,
fué objeto preferente de los cuidados del monarca*
Cerca de allí edificó el castillo de Monreal y puso de
guarnición á los ya famosos caballeros templarios.
Estas son las palabras de Zurita: «Considerando
que desde Daroca hasta la ciudad de Valencia, por las
continuas entradas y guerras todos los lugares estaban
de Cutanda el mismo orden, pero difieren en las fechas respectivas; «el rey
de Aragón, con ayuda de Dios é de sus Christianos, en el mes de mayo prisó
4 Zaragoza de Moros, EraiiCLVii.»— «Fué la batalla de Co tanda, Era mclix.»
(i) Gebhardt, III, 24.— Fernández y González, Les Mudtjans de Castilla,
apéndice I.
(2) Conde, 1. c.
— 446 —
deshabitados é yermos, y no se labraba y culturaba la
tierra, y todo se dejaba desamparado y desierto, mandó
(el rey) poblar aquel lugar (los Ojos) y que se llamase
la ciudad de Monreal, que ahora se dice del mismo
nombre, en la que la nueva milicia, dedicada al ser-
. vicio y aumento de nuestra Fe, tuviese su principal
morada y convento, y fuese cierta guarida para todos
los cristianos circunvecinos, y se asegurasen desde
allí los caminos y pasos, y la conquista contra los
moros de los reinos de Valencia y Murcia se prosiguiese
y se facilitase con aquella comodidad. Para sustentar
este convento, á honra de Nuestro Señor y de aquella
santa milicia, le señaló el rey ciertas rentas de muchos
lugares principales que aún estaban en poder de los
moros que eran sus tributarios, á donde llevaba la
mitad, de sus rentas, que eran Segorbe, Buñol (i),
Cuenca, Molina y uno que llaman Burbaca (Bubierca),
y de otros lugares que había desde el puerto de Cari-
ñena hasta Monreal» (2).
Al comienzo de este libro se dijo que Teodomiro,
por más que él y sus subditos pagaran tributo á los
califas, creó y conservó un reino independiente: *La
forma del tributo pagado á los califas por Teodomiro
y sus subditos, tuvo casos análogos entre los señores
(1) El término general de Buñol, en cuya jurisdicción estaban Sieteaguas,
Hiatava, Montrotón (desaparecido y situado en lo que aún se llaman los Cas-
tillejos^, Amacasta y Alboraig, se daba la mano con el de Cuenca, en el cual
estaba comprendido Requena, y con el del castillo de Al Calat (Carlet), del
que formaban parte, en su extremo occidental, Turís y Serra (queda parte de
su castillo), separados del término privativo de Alboraig por el arroyo deno-
minado Zaida ó Seda.
(2) Anales de Aragón, I, 4$.
— 447 — '
m
de Valencia para con los reyes cristianos; y nadie
negará que los almorávides, en el año 1122, período
al cual nos referimos, no fuesen dueños de la ciudad
del Turia» (1). Dueños de Buñol, Cuenca y Segorbe,
eran en 1122 los almorávides, y, sin embargo, la mitad
de sus rentas percibíala Alfonso I, que así pudo cederla
á los caballeros del Temple. En prueba de que no se da
interpretación inexacta á las palabras de Zurita, ahí está
el testimonio de quien ha hecho de los mudejares un
estudio detenido: «Conquistadas Tudela, Zaragoza,
Calatayud, Daroca, Tarazona y Medinaceli, pagaban
tributo al monarca aragonés las comarcas de Lérida,
Segorbe y Buñol. Para acelerar la conquista del reino
de Valencia, mandó el de Aragón poblar la ciudad de
Monreal, donde estableció un convento de la orden
del Temple, concediéndole la mitad de los tributos
de aquellos pueblos, que, estando todavía gobernados
por moros, eran sus tributarios » (2).
Durante el mismo año 1122, Alfonso I penetró,
con un buen ejército, en la Gascuña francesa y sitió
á Bayona. Mientras el autor anónimo de la Crónica
de Alfonso VII dice que el Batallador volvió sin honor
á Aragón, esto es, sin haber logrado apoderarse de
aquella ciudad, en otro punto se lee que el conde Cas-
tulo de Bigorra se le declaró vasallo (3); y esto mismo
parece confirmado por el anónimo, ya que entre los
caballeros que acompañaron al rey en su expedición á
(1) p. i, c. i.
(2) Fernández y González, obra y 1. c.
(3) Gebhardt, 1. c.
- 448 -
Andalucía, cita á dicho conde. La ausencia del rey no
fué obstáculo á que gentes suyas entraran á correr la
tierra dé Valencia y de Játiba, hasta la Serranía, por
más que no sp escribe que hicieran, cosa de importan-
cia (i). Las circunstancias eran favorables para que el
Batallador abrillantase su título con empresas más
patrióticas que las á que brindaba Castilla. Valencia
estaba falta de un buen caudillo que antes habia des-
empeñado su gobierno. Abu Táhir Temim, el valeroso
é inteligente hermano de Ali, había pasado á África á
luchar con los fanáticos almohades* y allí estaba en
octubre de 1122 (2).
Dice Escolano que aunque Alfonso el Batallador
estaba en 11 22 ocupado en empresa cuyo teatro estaba
situado allende el Pirineo, gentes suyas entraron á
correr la tierra de Valencia y Játiba y llegaron hasta la
Serrania, y esto es cierto; mas yerra al añadir que no
realizaron hecho de importancia, á no ser que para
ello fuera necesario que se hubiese realizado alguna
batalla ó conquista de. excepcional importancia.
Rotrón de Alperche, con los francos, Gastón de
Bearne, con los gascones, y don Pedro Libratia, obispo
de Zaragoza, con los caballeros templarios, entraron,
á mediados del año 1122, por el reino de Valencia y
llegaron hasta Benicadell, fuerte en el cual había dos
torres inexpugnables; se apoderaron de él, y allí per-
manecieron por espacio de seis semanas. Se corrieron
luego hacia las inmediaciones de Játiba, y salió á su
(1) Mariana, X, 12. — Escolano, 1. c.
(2) Conde, III, 27.
— 449 —
encuentro Meruán, walí de Valencia, pero huyó antes
que se llegara á las manos. Los valerosos caudillos
cristianos, confiada á sesenta de los suyos la conser-
vación de Benicadell, volvieron á Aragón.
Obedeciendo órdenes de Air ben Yúsuf, soldados
almorávides y muslimes de España pusieron sitio á
Benicadell. Duró el cerco los días 12, 13 y 14 de
agosto. Cuando los sitiados se juzgaron faltos de todo
humano auxilio, buscaron la protección del cielo.
Durante aquellos tres días hicieron penitencia y prac-
ticaron el a3'uno. Al amanecer del día 15, invocando el
nombre de Dios, se lanzaron contra el enemigo. Bre-
garon todo el día, y á la caída de la tarde se declaró
por los cristianos la victoria. Dispersos los muslimes,
aprovecharon la oscuridad de la noche para perderse
por extraviadas sendas, por las cuales no pudieron los
vencedores seguirles el alcance (1).
Tres años más tarde, Benicadell, que había vuelto
á perderse, fué reconquistado por Alfonso el Batalla-
(1) Para prueba de cuan adulterados aparecen en la Crónica de OÍ dedeo
Vidal los nombres de personas y lugares que intervienen en* estos hechos, nos
permitimos transcribir el párrafo relativo á los mismos: cTunc Rotro, comes
Moritoni¿e, cum francis, et episcopus cjesaraugustanus, cum fratribus de Paimis,
et Gua^so de lüara, cum gasconibus, Penecadel, ubi sunt du ae turres inex-
pugnabiles, munierunt, et sex septimanis tenuerunt* Tándem, pugnantes
contra Amorgan, regem Valentías, per Satinam urbem convenerunt; sed paga ni,
amequam ferirentur, fugerunt. Relictis autem in munitione Penecadel lx
satellitibus, redierunt. Sed amoravii et andeluciani de África raissi á rege Alis,
filio Insted, eis obviaveruat, triduoque in castro Serraliis obsederunt. Christiani
vero his tribns diebus peccatorum suorum pceaitentiam egerunt; jejunaverunt
et, Deum invocantes, xvm Kal. Septembris pugnaverunt et, adminiculante
coelesti virtute, post diurnum certamen, cum sol oceumberet, vicerunt; stá9
fogientes paganos, nocturna formidantes pericula, per incógnita itinera diu
persequi non ausi fuerunt (Ord. Vit., 3).»
57
— 4S0 —
dor, según lo declaran aquellas palabras de los Anales
Toledanos: «Fué presa Peña-Cadiella, Era mclxiii» (i).
Los almorávides seguían dejando sentir su férreo
yugo, lo mismo sobre los muzárabes que sobre los
muslimes de España. Unos y otros suspiraban por
sacudirle. Los primeros, sabedores de los prodigiosos
hechos realizados por el Batallador, á él acudieron
para que rompiese la cadena de su esclavitud. Los
muslimes españoles acabaron ppr derribar el edificio
almoravide^ ya cuarteado á causa de las sacudidas
que le dio otra secta africana no menos cruel é into-
lerante.
«Bajo el reinado de los almorávides, cuando las armas del rey
Aben Radmir, enemigo de Dios, eran todavía victoriosas, los alia-
dos cristianos de esta provincia concibieron la esperanza de saciar
su odio y de erigirse en dueños del pais. Dirigiéronse, pues, i
Aben Radmir; le enviaron carta sobre carta y mensajero tras
mensajero, para suplicarle que se aprestase al combate y que vi-
niese á Granada. Al verle vacilar, le presentaron una lista con los
nombres de 12.000 de sus mejores guerreros, en la cual no había
inscrito ningún viejo ni'celibatario. Trataron también de excitar
su codicia describiéndole todas las excelencias de Granada, que
(1) No cabe confundir la excursión de 1122 con la de 1125. La distinción
entre ellas márcala bien otro texto de la crónica citada, como vamos á ver:
«Anno ab Incarnatione Domini mcxxv postquam Rotro comes cum suis sate-
llitibus et auxiliariis in Galiana remeavit, aragonensis rex, vi sis insignibus
gestis quae Franci sine illo super Paganos in Hispania fecerant, invidit; laudis-
que cupidus, ingentem suae gentis exercitum arroganter adunavit. Remotas
quoque regiones usque ad Cordubam peragravit (Ord. Vit., 6).» La i.» expe-
dición se hizo en 1122; fa 2.* en 1125: en aquélla, no. estuvo Alfonso; en la
última, sí. £1 error en haberlas confundido el autor del artículo inserto en
El Archivo, II, 249-251, no reconoce otra causa que el haber seguido ciega-
mente á Dozy, á quien se cita; de ahí que aparezcan nombres y dignidades
barajados.
— 4Si —
hadan de esta ciudad el más bello país del mundo. En resumen:
se dieron tan buenas trazas, que consiguieron su objeto» (i).
Comenzó Alfonso por allegar sus gentes, y escogió
4.000 caballeros que, seguidos de sus gentes de amias,
se juramentaron de seguir el pendón real, no volver
nunca la espalda al enemigo, y, en una palabra, ven-
cer ó morir. A principios de jaban de 519 (primeros
de septiembre de 1125), fué el rey á Zaragoza, y en
ella permaneció hasta el día último de mes (2).
Mientras esa tormenta se formaba, perdía Valencia
uno de sus hijos más ilustres. El n de jaban (12 sep-
tiembre) bajó al sepulcro Abu Becr Muhámad Aben
Fathún, hijo de Jalaf ben Suleimán ben Fathún, naci-
dos ambos en Orihuela. Uno y otro escucharon las
sabias explicaciones de Abu Ali, el que murió en Cu-
tanda. Desempeñó el padre los cadiazgos de Játiba,
Orihuela y Denia; se retiró á la vida privada, y murió
el año 505 (jul. nn-jun. 1112). No menos modes-
to que el padre su hijo, negóse á admitir el cadiazgo
de Denia; y, como se le apremiara á que aceptase el
(1) Dozy, Investigaciones, t. II, c. VII, n.° XIV.
(2) Dice Zurita (I, 47): cHallamos haber ido con él i esta empresa, Gas-
tón, vizconde de Bearne, don Pedro, obispo de Zaragoza, y don Esteban,
obispo de Huesca; y es verisímil que no cabía faltar ninguno de cuenta en
«osa tan señalada, de los que podían poner las manos en ella.» Esto mismo
se lee en la Cbronica %Adefonsi ltnperatoris: «Congregavit exercitura magnum
de térra sua et de Gasconia, et consilio habito cura optimatibns suae región is,
ad augendam vim suam junxit sibi viros fortissimos et potentes, in quibus fuit
episcopus de Lascar, cui nomen erat Guido, et episcopus de Jacca Donao,
episcopus de Sancto Vincentio de Rhodas, et abbas de Sancto Indriano, et Gas»
ton de Bearne, et Centul de Bigorra, et alii fortes viri auxiliara Francorum
et multi alienigenarum. Movitque exercitum suum et abiit in Caesaraugustam
civitatem maguara, et alus civitatibus et cistellis quse ipse tulerat sarracenis.»
— 452 —
cargo, se ocultó hasta que desapareció lo que él juz-
gaba grandísimo peligro. Fué, como su padre, sabio
jurisconsulto , poseedor del Cprán y tradicionero :
estaba dotado de feliz memoria y de clara inteli-
gencia (i).
El día último de jaban (y también de septiembre)
Alfonso I salió de Zaragoza ocultando su marcha á los
muslimes, y no se detuvo en parte alguna hasta llegar
junto á Valencia (2). La combatió durante algunos
días, aunque sin provecho, por la buena defensa de la
guarnición almoravide hábilmente dirigida por el wali
de la ciudad, él jeke Abú Muhámad ben Bedr ben Warca.
Durante las operaciones del sitio, se incorporaron al
ejército expedicionario numerosos voluntarios muzá-
rabes naturales del país (3). El concurso de estos es-
forzados cristianos, que comprendieron cuál era su
obligación, aunque debieran haberla cumplido cinco
siglos antes, fué de grandísima utilidad á la expedición:
porque, muy conocedores de la región, sirvieron de
excelentes guías y señalaban las poblaciones en que
convenía tocar ó no. El juntársele á Alfonso estos
(1) Se citan como producciones suyas: — i. Compañeros del Profeta. — 2„
Opiniones sobre el mismo libro.—- Y 3. Continuación del Mocham de Aben
Kania (Pons, biogr. n.° 145.— El ^Archivo, II, 5-7).
(2) Según El Edrbí «de medina Valensia hasta Sarcusta (se cuentan)
nueve jornadas.» Por tanto, los valerosos cruzados pudieron contemplar el
bellísimo panorama que ofrece la no menos hermosa ciudad del Turia, al ter-
minar la primera decena de Octubre.
(3) Esto explica la donación de Cánidas de esta comarca hecha por el Cid
y confirmada por su esposa doña Jimena, a* favor de la ex-mezquita aljama
de Valencia y de su esclarecido obispo don Jerónimo.— Seguimos en esto la
opinión de Dozy, y no la de Conde, según el cual los muzárabes se agregaron
después.
— 453 —
rnuhahidines, fué cosa que le animó á pasar adelante,
dice Conde.
Los cristianos alzaron el campo y corrieron hasta
Alcira (Gezira Xúcar). También la combatieron por
espacio de algunos días, é, igualmente, sin resultado,
como no fuese el perder allí numerosos cruzados. De-
bieron seguir el curso del rio, pasarle por Cullera, se-
guir la costa del Mediterráneo, tocando el valle de Al
Fandech (Valldigna) y cruzando el de Bairén ó Conca
de Zafor (Gandia), y en la noche del rompimiento del
ayuno, i.° de xawal (31 de octubre), pararon junto á
Denia. Aquella misma noche fué la capital objeto de
un ataque. Después dé algunos inútiles rebatos y aco-
metidas, se alejaron de Denia y fueron á sentar el cam-
po junto á un castillo, ya célebre en los tiempos del
geógrafo moro Rasis (887-955), famoso en los de Ro-
drigo Díaz de Vivar y de reconocida importancia es-
tratégica en los del glorioso Jaime I de Aragón. Reco-
nocida siempre la necesidad de poseerle, so pena de
exponer á gran riesgo el ejército, Alfonso I, á guien no
debieron ser extraños los hechos de su hermano Pe-
dro I, compañero del Cid en la comprometida batalla
del Fandech, ó de Bairén, combatió también la fortaleza
de Benicadell; allí fué más afortunado: «en la Era 116}
(1 125) dize la relación que fué presa Peña cadielav (1).
Sin la toma de ese castillo, la expedición no
hubiera pasado adelante, porque ya Castilla había
(1) Sao do val, Adiciones y tabla de la Chrónica del Ínclito Emperador don
Alfonso Vil (cap. XII del índice ó tabla), edición del año 1600. — La relación
i que se refiere Sandoval no es otra que los Anales Toledanos.
— 454 —
escapado al dominio del Batallador (i). Asegurado el
paso difícil de aquel laberinto de sierras, tranquilos
recorrieron los expedicionarios la costa, haciendo
pequeñas jornadas y correrías en todos los distritos
que encontraban al paso. Por el desfiladero (fax) de
Játiba, al cual se llega por el valle de Albaida, se in-
ternaron, á los últimos de noviembre, en el reino de
Murcia (2).
Mientras los valerosos cruzados se cubren de gloria
.en los campos de Andalucía poniendo en gravísimo
apuro el poderío musulmán, esto es, mientras no
reaparecen en nuestro territorio, volvamos la vista á
Valencia para apreciar su movimiento literario en el
promedio de la dominación alnjoravide»
«El viernes, último día de xawal del año 519 (29 diciembre
de 1 125), venase salir por la puerca Boatella (calle de San
Vicente, por junto á San Martín) el féretro del hombre ilustre,
de provecta edad, zaragozano, envidia de oradores y retóricos,
docto tradicionista Aben Alaufar, á quien el entonces alcadi de
Valencia, Abu'l Hassan ben Guáchib, había distinguido nom-
brándole muftí, consejero del gobierno de la ciudad y reino,
etcétera, etc. Por el camino de Ruzafa le conducirían al vasto
cementerio de la puerta Boatella, donde le depositaron al lado de
su paisano y amigo Aben Manuel. Su entierro fué concurridísimo,
(1) Antes de la muerte de doña Urraca (7 diciembre de 1126), ya
Alfonso VII estaba en tranquila posesión de sus dominios. — En dichos Anales
se lee: «Alfonso Raymondo entró en Toledo, é regnó en xvx. días Kal. de
Decerabre, Era mclv.»
(2) Del modo de hacer entonces la guerra, da clara idea el anónimo de
la Chronica %Aiefonsi Imperatoris: «DepraeJatusque est (res Aragonensium)
totam terram Va lea ti se et Murcias, et totam Granadam; et predatorias cohor-
tes ejus fuerunt in térra Almarise, et íecerunt magnan csedem, et icagnam
captivatisnem, et cremaverunt totam illam terram.»
— 455 —
como merecía su probada virtud, su celosa piedad, su valor mos-
trado en defensa de la religión musulmana, su carácter afable y
suave trato. Procedente de Zaragoza, donde había ejercido ele-
vados cargos, vino á Valencia cuando los cristianos conquistaron
aquella ciudad (ni8)> (i).
Antes del año 520 (27 enero 1126) murió Abu
Abdallah Muhámad ben Áhmed ben Abdallah ben
Hisn, el Ansarí, oriundo de Jérica y descendiente de
Sad ben Obada, uno de los compañeros más ilustres
de Mahoma. Discípulo y amigo intimo de el Bataxi, á
quien se atribuye la famosa elegía sobre Valencia
durante el sitio puesto por el Cid, permaneció á su
lado desde el año 481 (mar. 1088-89) hasta el 484
(feb. 1091-92) (2).
En el 520, restando tres días de giumada postrera
(20 junio 1 126), murió en Córdoba, su patria, ^ofián
ben Alaci, más conocido por Abu Bahr el Asadi. Nació
el año 444 (1052-53). Era originario de Murviedro.
Adquirió en Valencia su instrucción) aunque tuvo en
la capital del antiguo califato su ordinaria residencia.
Es juzgado como sabio de los más ilustres y de los
mejores literatos de España (3). ,
Nacido el mismo año que el anterior, murió el
521 (en 1127-28) Aben as Sid, que, si bien vio por
vez primera la luz del día en Badajoz, vivió algún
tiempo en Valencia (4).
Diez años depués que Aben as Sid, nació en
Valencia Abu Zaid ben a? Qahar. Con su padre se
(1) El Archivo, I, 209-219.
(2) Chabret, Sagunto, Apéndices, época árabe.
(3) Chabret, 1. c— Pons, biogr. núm. 147: compuso un Fihrist.
(4) Pons, biogr. núm. 151.
~ 456 —
0
trasladó á Almería, donde, bajo la dirección de Abu
Babr £ofián ben Alaci, hizo sus estudios, que perfec-
cionó en Granada, Málaga, Córdoba, Sevilla, Ceuta y
Fez. En esta ciudad se dedicó al tráfico de libros. Com-
pendió algunas obras de historia, entre ellas la de Abu
Giafar at Thabarí. Por último, se estableció en
Marruecos, y allí le alcanzó la muerte (i).
Algunos años después, en el de 529, el día 10 de
muhárram (últirqo de octubre de 1134), bajó al sepul-
cro Omeya ben Abdeláziz, nacido en Denia el año 460
(1067-68). Abrazó conocimientos los más variados,
y fué notable en medicina, filosofía, matemáticas,
astronomía, música y poesía. Se trasladó á Egipto el
año 489 (1095-96). Fué reducido á prisión, y escribió
su Risala hacia 50$ (1111-12). Obligado á abandonar
á Alejandría, se estableció en el Magreb, en Mahadia.
El soberano, Ali ben Yahya ben Temim, le otorgó
benévola acogida y colmóle de honores (2).
Al llegar aquí al apogeo la cultura del pueblo
musulmán, no podía la amena poesía quedar sin cul-
tivadores, ya que el bárbaro al Corán tuviese proscritas
otras bellas artes. Aquí, donde un cielo incomparable,
un suelo alfombrado de flores, humedecido con nume-
rosos manantiales, abundantes arroyos y caudalosos
ríos; donde la naturaleza ostenta sus más ricas galas,
contribuyendo, cada una de por sí, y todas, en conjunto,
á despertar, alimentar y exaltar la imaginación; no con-
tando otro medio de salida al entusiasmo del alma que
(1) Pons, biogr. núm. 152.
(2) Pons, biogr. núm. 159.
— 457 —
la poesía, no podían faltar poetas en el. suelo valen-
ciano. Brillaron, pues, en ese tiempo: los valencianos
Abu Abdallah Muhámad Abderrahmán al Háquem,
qne hizcv sus estudios en Murcia, y en Denia acabó
sus días; Abu'l Awas Áhmed ben Muhámad ben Albo-
rax, el Tochibí, oriundo de Algecira; Abu Ornar ben
Kalil, el Afadita; Abú Muhámad Abdallah ben Al
Kálaf; Aben al Kama, as Sadíl; el dianense Abu'l Hokm
Giafar ben Yahya, y el cordobés Abu'l Hassán Muhá-
mad ben Alobaid ben Alasbag, vecino de Játiba (i).
Parando atención otra vez al ruido de las armas,
asistamos al término déla generosa y titánica. empresa
llevada á cabo por Alfonso el Batallador, cuyo relato
dejamos interrumpido. Le perdimos de vista.al desfilar
por el fax de Játiba- para internarse en Murcia. Ocho
días gastó en cruzar la capital de ese reino-, pasar el
rio Almanzora, tocar en Vera, próxipio al mar, Pur-
chena y el río Tíjola. Atacó inútilmente á Baza, y des-
pués á Guadix, el último viernes di dilcada (4 diciem-
bre); abandonó el sitio el lunes siguiente (día 7); el
martes (día 8) preparó emboscadas á los del territorio
de Senet, al norte de la sierra, entre Guadix y Gra-
nada, y, por último, el miércoles (día 9) se paró en
Graena (al oeste de Guadix, á corta distancia), á donde
á miles acudían los muzárabes granadinos á engrosar
las filas de aquellos intrépidos cruzados y libertadores.
Comprendiendo el ex-gobernador de Valencia Abu
Táhir Temim ben Yúsuf el gran .peligro que Andalu-
(i) Casiri, Poetar um áliquot ex eodem opere excerptorum index} núms. 1,3,
5, 9, 10 y 17.
58
-45» -
cia corría, vino de África al tiempo que Alfonso se
dirigía, al frente de 50.000 combatientes, hacia Gra-
nada, circunstancia que puso en tal consternación á los
muslimes de la ciudad, que rezaron la azalá del temor
el día de la fiesta del sacrificio (10 de dilagia-7 enero
de 1 1 26). Errado el golpe de tomar por sorpresa á
Granada, á causa de que lluvias torrenciales obligaron
al ejército cristiano á permanecer inactivo hasta el 25
de dilagia (22 enero), se alzó el campo en medio de las
muchas recriminaciones que muzárabes y aragoneses
se dirigían.
Había fracasado el objeto capital de la empresa:
constituir allí un reino independiente. Ya no cabía otro
resultado que el de quebrantar las fuerzas almorávides:
el día 9 de marzo experimentó Temim un serio desca-
labro en Lucena (1). Por la inclemencia del tiempo, á
causa de tantas y Jan penosas marchas y contramarchas
y obrando sus naturales efectos la escasa é irregular ali-
mentación, la peste se cebó en los expedicionarios; que,
además, tuvieron, al retirarse, que tener siempre á raya
á los almorávides, de quienes incesantemente se vieron
acosados. Siguiendo el mismo itinerario que ala ida,
volvieron por Guadix y Murcia; y por Játiba, donde
dejaron de venir á los alcances los africanos, entraron
en nuestro reinó.
Si la expedición duró quince meses, habiendo
comenzado en septiembre.de 1 125, debió acabar á fines
del año siguiente. Mal se compagina con tanta dura-
(1) Eq los Anales Toledanos se lee: «Entró el Rey de Aragón con grand
hnest en tierra de Moros, é lidió, é venció i Zi. Reyes de Moros en Aran-
xael, Era mclxi.»
— 459 —
ción el hecho que apunta Zurita de que el rey estaba
ya en Alfaro por junio de 1 126 (1). i
Alfonso tuvo, de su atrevida correría, la satisfacción
de que le siguieran 10.000 muzárabes, que prefirieron,
á los intereses materiales que dejaron en su pais natal,
la tranquilidad con que en comarcas cristianas podrían
entregarse al libre ejercicio de su religión. El Batalla-
dor procuró aliviar la aflictiva situación a que quedaron
reducidos aquellos consecuentes cristianos. «De las
entradas que hizo en tierras de moros, sacó de su poder
gran número de cristianos que vivían debajo de su
servidumbre, y los llamaban mozárabes. Estando en la
villa de Alfaro, por el mes de junio de 1126, dio á los
mozárabes grandes exenciones y franquezas, conside-
rando que por servicio de Nuestro Señor y por su
respeto dejaban los heredamientos y haciendas que
tenían en diversas ciudades sujetas á los moros; y se
ordenó que ellos, y sus hijos y descendientes, en las
tierras que les señalaban, gozasen de toda exempción,
y fuesen juzgados por sus jueces y dellos tuviesen
recurso al rey: y, asi, hubo algunos que conservaron
el nombre por linajes, y se llamaron mozárabis» (2).
(1) Dozy, Investigaciones, I, sobre la expedición de Alfonso el Batallador.
— Conde, III, 29.— Anales de Aragón, I, 47. Téngase en cnenta que el his-
toriador aragonés trae muy equivocadas las fechas de la expedición del Bata-
llador.
(2) Zurita, 1. c— En la crónica de Olderico Vital hay detalles respecto al
modo como los muzárabes andaluces se unieron á Alfonso para trasladar á
tierras de cristianos su residencia: «Nos, inquiunt, et patres nostri hactenus
ínter gentiles educad sumus et baptiza ti; chrístianam legem libenter teñera us,
sed perfectum diva; Religíonis dogma numquam ediscere potuimus. Nam
neqne nos, pro subjectione infídelium, á quibus jamdiu oppressi sumus, roma-
nos sen gallos expetere doctores ausi sumus, ñeque ipsi ad nos venerunt,
— 462 —
Bien claro se dice aquí que los muzárabes fronte-
rizos, sin ninguna excepción, y en este caso se hallaban
comprendidos los valencianos, fueron internados en
Andalucía, y que aquellos que coadyuvaron á la expe-
dición (y fueron en gran número los que de esta
comarca acudieron á engrosar las filas de Alfonso
cuando combatía á Valencia), fuesen transportados á
África; puede muy J)ien asegurarse que los muzárabes
valencianos desaparecieron, si no por completo, casi
todos á raíz de la famosa excursión de Alfonso. De
ahí qué de las Canicias de que hace mérito general el
Cid en su donación, sólo queda al tiempo de la recon-
quista, un siglo después, reminiscencia en la de Alcira,
en la de Benifairó de Valldigna, en la del castillo
de Pop, en la comprendida entre Trullas y Torre de
Romani, y, tal vez, en Turis. Los habitantes que en
tiempo de Jaime I las abandonaron, con seguridad
que no serían muzárabes.
Se ha dicho que Ali ben Yúsuf, hijo del fundador
de la dinastía de los almorávides, extremó su amor y
protección á los cristianos de España, y que también
los distinguieron con su aprecio los monarcas del im-
perio fundado por el Mahdi: celo que hay de verdad, se
concluye diciendo, en el asunto de la traslación de los
se aproximaban i cien mil, no quedaban vivos sino la cuarta parte; «Murie-
ron, señaladamente, muchos del término de Jitiva, de Co fren tes, de la sierra
cíe Espadan, de las tierras del rio de Mijares, de Carlet, de Segorbe, de la
valle de Uxó, de la valle de Segó, y de Buñol. Quedan muy pocos de Gestal-
gar, de Pcdralva, Bogarra, de Villamarchante, de O loca u, de Naquera, de
Chilet, Petrex y de Albaida. No hay rastro de los principales de Bétera, Be-
naguazil, Ben iza non ni de los de Chiva.» (Fonseca, %elación de la expulsión
de los moriscos del reino de Falencia, XIII.)
— 4*3 —
mozárabes á África, ha sido el aprecio con que mira-
ron las milicias cristianas los principes de la dinastía
de Yúsuí ben Texufin y de la fundada por Abdelmu-
meo» (i)* En ésto hay confusión de ideas: cierto es
que almorávides y almohades se valieron de los servi-
cios de milicias cristianas de España y de Sicilia; mas
ello no desvirtúa el concepto del rigor con que, según
los mismos autores árabes, fueron tratados los muzá-
rabes españoles (2): bien leídos los textos en que se
funda la opinión de la supuesta tolerancia, no otra cosa
dicen (3). Agradecido Abdelmumen al servicio que la
(1) El archivo, V, 29.
(2) Dosy, Recberches..., t. I, p. 343.— Conde, III, 29.
(3) Siendo Alvar Fiñez alcaide de Toledo, intento Ali apoderarse de dicha
dadad; y, no consiguiéndolo, entregó el gobierno de España á so hijo Texu-
fin y se trasladó á Marruecos arrastrando consigo á todos los cristianos que
había hecho cautivos en sus correrías por España, y, además, «omnes captivos
qoos potuit invenire in totam terrara agarenorum viros et mulieres.» £n esta
última parte p atece se hallan comprendidos también los muzárabes. De todos
esos cautivos se habla lo siguiente, ocurrido en el reinado de doña Urraca:
tTempore antem illo dedit Deus gratiam captivis qui erant in curia regali regis
Hali, domíni sui; et versum est cor ejus ut beuefaceret christianis, et dilexit
eos super pmnes homines orientalis gentis su se. Nan\ quosdam fecit cubicula-
rios secreti sui; quosdam vero mi Íleo arios, et quiogenarios et centenarios qui
prseerant militiae regni sui; constituit autem illis aurum et argentum, ci vita tes
et castella munitissima, cum quibus possent lubere supplementum at facien-
da praelia contra muzmotos et regera assyriorum nomine Abdelmoraeo, qui
expugnabat partes ejus sine intermissione.» Texufin, por no ser menos, hizo
lo propio en 1 1 37: «Rex Texufínus abiit traas mare, in civitatem qu« dicitur
Marrocos, in domum patris sui regis Hali, et transtulit secum mu I tos enrís-
canos quos vocant muzárabes, qui habitabant ab annis antiquis in térra aga-
renorum, et ítem tulit secum omnes captivos quos invenit in omnem terram
que erat sub dominio ejus, et posuit eos in urbibus et in castellis cum ceteris
christianis á facie illarum gentium quos vocant muzmotos, qui debellabant
omnem terram moabitarum (Chroniea %Adefonsi Imperatorts).— Prueba del ca-
rácter del servicio nada voluntario de aquellas milicias, es el hecho de que
muerto Reverter, su valeroso caudillo, y al ver que los almohades apretaban
— 464 —
milicia cristiana le había prestado facilitándole la entra-
da en Marruecos, engrosó con ella sus ejércitos; sin
embargo, el trato que los más de aquellos soldados
cristianos recibieron, los obligó á recogerse durante el
mismo año á Castilla, y á Castilla se retiraron la mayor
parte de los muzárabes andaluces huyendo del com-
portamiento brutal de los bárbaros almohades (1). Un
autor árabe asegura que los pocos muzárabes que que-
daron en Granada después de la expulsión de 1126,
se aumentaron en gran manera merced á la protección
que les dispensaban ciertos principes, tal vez los mis-
mos almorávides, que á todo recurrieron al verse per-
didos; pero que en una batalla que se dio en 1164,
quizá una de las que perdió Aben Sad (pues la diferen-
cia de fecha es insignificante), fueron casi todos exter-
minados. Y añade: «hoy (mitad del siglo xn) no que-
da sino una pequeña porción, acostumbrada há tiempo
á la humillación y al desprecio» (2). Es de presumir
que la correría de Ramón V, ó sea Alfonso II, en 1 1 72,
también hasta Andalucía, se hizo en connivencia con
4 »
en el sitio puesto i Marruecos, se entendieron con los sitiadores, y la ciudad
fué entregada el 18 de xawal de 541 (23 mar. 1147) (Conde, III, 40). No tardó
en obligárseles á que huyeran i España.
(1) Eodem vero anno (1147) quo supradicta victoria Cordubae á Deo facta
est, gentes quas vulgo vocant muzmotos, venerunt ex África et transierunt
mare Mediterraneum, et facto magno ingenio, ímpetu tallando, praeocupave-
runt Sibilliam, et alias civitates munitas, et oppida, in circuitu et á longe, et
habitaverunt in eis; et occiderunt nobiles ejus, et christianos quos vocabant
muzárabes, et judeos, qui ibi érant ex antiquis temporibus, et acceperunt
uxores eorura, et domos et divitias. Qpo tempore multa mülia militum et pe-
ditum christianorum cum suo episcopo, et cum magna parte clericorum qui
fuerant de domo regís Hali et filii ejus Texuñni, transierunt mare et venerunt
Tole tu m (Ckronica %Aiefonsi Imperatoris).
(2) Dozy, 1. c.
V
— 465 -
los pocos muzárabes que aún quedaban en este reino.
Medio siglo después intenta Jaime I una excursión se-
mejante, y sólo pudo llegar hasta Cullera: los cam-
pos estaban más deslindados» (i). En conclusión:
fueron tolerantes con los muzárabes los mahometanos,
mientras no pudieron dejar de serlo, esto es, mientras
los hubieron de menester; cuando les fué permitido
acabar con ellos, los exterminaron; de otro modo, los
de Valencia, como los de otros puntos, hubieran dado
señales de vida á la entrada de. Jaime I en la ciudad
del Turia.
Muerta doña Urraca, la madre de Alfonso VII, en
7 de diciembre de 1 126 (2), estuvo el Batallador como
dos años distraído de la guerra con los infieles. Luego,
desentendiéndose* de los asuntos de Castilla, reanudó
sus campañas contra los moros, y sujetó las comarcas
de Molina y de Cuenca. En el mismo año 520 (ea
1126-27) murió en Granada Abu Táhir Temim, el
hermano de Ali ben Yúsuf, en, quien el emir habia
descargado el gobierno de España desde antes de la
expedición del Batallador. Vino en lugar de Temim,
Texiífin, el hijo de Ali. Poco después, año 522 (1128),
los cristianos entraron con poderosa hueste hacia los
montes de Alcaraz, y Texufín salió á su encuentro.
Entonces entró al servicio de Aben al Arabí, que se
dirigia en ademán de guerra á las comarcas valencia-
nas, un personaje de la ilustre familia de los Beni
Guáchib. Abu'l Kattab, hijo de Ornar y nieto de
(t) El *At chivo , V, io-ii.
(2) Segti'i Zurita ^1, 49), fué su muerte el día 10 de marzo.
— 4«6 —
Abu '1 Hassán Muhámad, el cadi puesto por los almo-
rávides á su entrada en Valencia, año 1102. Abu1!
Kattab fué, en recompensa, nombrado cadi de Orihue-
la y de Elche; en uso de las facultades que le fueron
concedidas, nombró á su vez, cádi de Elche á su her-
mano Abu '1 Hassán (1).
Desentendiéndose ya el Batallador de los asuntos
de Castilla, en 1129 empleó su actividad sujetando las
comarcas de Cuenca y de Molina; reunió un buen
ejército y, cruzando el Pirineo, entró en la Gascuña y
sitió á Bayona, de la cual' se hizo dueño en 1131 (2).
Ocupado andaba también entonces el conde Ramón
Berenguer III en la conquista de Mallorca. Aprove-
charon la ausencia de los soberanos de Aragón y de
Cataluña los walíes de Valencia, Tobosa y Lérida,
quemaron la tierra del Principado y sitiaron á Barce-
lona. Volvió el conde, dio batalla á los moros y los
venció é hizo tributarios. Repasó al mismo tiempo
Alfonso el Pirineo, y los escudos de Aragón volvieron
á reflejar en las aguas del Ebro, del Cincay del Segre.
Así como á Valencia vino á parar el último emir
de Toledo, también se sentó en su trono el que aban-
donó los estados de Zaragoza. En jaban de 524 (julio-
agosto 1 130) murió en Rot al Yehud (Rueda de los
Judíos) Abu Meruán Abdelmélic, apellidado Amad
(i) Conde, III, 30.— El Archivo, IV, 87.
(2) Sin embargo, la Chronica Adefonsi Imperaioris dice que no lo 'pudo
conseguir: «Oppugnavit civitatem illarn, et non potuit eam capere. Reversus
est inde in terram suam sine honore». Pero el autor va en esto equivocado,
siendo manifiesto el desorden y cor fusión que en hechos y orden cronológico
padece en este punto.— Zurita dice que se apoderó de Bayona en octubre.
\
— 467 —
Dolah. Vivia en aquel retiro como despreciado de sus
mismos vasallos, á causa de su amistad con el joven
rey de Castilla* llamado el Suftanito; de quien recibía
protección en sus empresas contra los almorávides.
Heredóle su hijo Seif ó Saif ad Daulah (Espada del
Estado), ó sea Áhmed Abu Giafar ben Abdelmélic,
que tomó, además, los retumbantes títulos al Mostan-
^ir Billah y al Mo^tahin Billah (el Protegido del
Señor); «pero no quiso Dios ayudarle ni favorecerle,
por sus torpes alianzas con los cristianos» (1). El rey
Zafadola, como le llama la crónica latina, el cual perte-
necía á una de las más gloriosas familias de España,
la de los Beni Hüd, cuando tuvo noticia de los hechos
de armas de Alfonso VII contra el rey de Aragón, y
al ver, por otro lado, que el Batallado?, en vez de res-
taurarle en el dominio de sus estados, según jura-
mento, érale perjuro; reunió sus hijos, mujeres, wazi-
res, cadíes y personajes más ilustres entre los suyos,
y les habló así: «¿Conocéis los hechos de Alfonso, el
rey de León, contra el de Aragón y sus rebeldes?». —
«Los conocemos», le contestaron. — Y añadió: «¿Qué
vamos á hacer? ¿Hasta cuándo estaremos encerrados
aquí?» Allí estaban en aquella miseria y estrechez, por
miedo á los almorávides, que de todos los estados
musulmanes del Ándalos se habían apoderado. «Escu-
chad mi consejo, continuó: Vayamos al rey de León
y reconozcámosle por soberano, señor y amigo nues-
tro, porque, según entiendo, logrará dominar los
países musulmanes, pues el Dios del cielo ha sido su
(1) Conde, III, 33.
- 468 -
libertador y está en su ayuda Dios excelso, y sé que,
con su auxilio, recobraremos yo y mis hijos mayor
prosperidad, aquella de que á mi, á mis padres y á mis
gentes nos despojaron los almorávides.» Todos á una
contestaron: «Excelente es tu consejo, y tu razona-
miento, inmejorable nos parece á todos.»
No era fácil la salida de Rueda, á menos que fuer-
zas cristianas se encargasen de ahuyentar á los almo-
rávides. «Envíame algunos de tus mejores capitanes,
á fin de que pueda con seguridad llegar á tu corte»,,
dijo el emir á Alfonso. Alegróse sobremanera del
mensaje el rey, y al momento envió á Rueda al conde
Rodrigo Martin y á Gutierre Fernández. Los recibió
Áhmed otorgándoles grandes honores y colmándolos
de regalos. C<?n ellos se trasladó á la corte de Castilla.
. Alfonso le recibió cual se debía á un monarca, com-
partió con él el solio y mandó que se le proporcionase
cuanto hubiera de menester. Viendo esto los magna-
tes del emir, se llenaron de admiración y unos á otros
se decían: «¿Qué rey podrá igualarse con el de León?.»
Al ver Safadola la sabiduría que resplandecía en
. los actos de Alfonso, sus riquezas, la tranquilidad que
había en su palacio y la paz de que en todo su reino
se disfrutaba, no pudiendo contenerse, exclamó diri-
giéndose al rey: «Lo que pregonaba Ja fama acerca de
tu sabiduría y nobleza de corazón, y de la paz y abun-
dancia en tus estados, es cierto; bienaventurados los
magnates que moran junto á ti y dichosos tus vasallos
y cuantos en tu reino viven.» Alfonso le dio valiosos
regalos, entre los cuales se contaban preciosísimas
joyas; armólos caballeros á él y á sus hijos, prome-
,>
— 4*9 —
tiendo ellos estar al servicio del joven monarca mien-
tras viviesen. Dio Safadola el castillo de Rueda al rey,
y éste dio al emir castillos y ciudades en tierra de
Toledo, en Extremadura y en la ribera del Duero, á
donde se trasladó y sirvió al rey (i).
cEl astuto AIÍÚDS ben .Remund, escribe Conde, logró, con
malos tratos, que al Mostánsir beñ Hud, Saif Dola, rey de la
España oriental, cediese la fortaleza Rot al Yehud y otras muy
importantes que tenía, dándole, en cambio, muchas posesiones
en Toledo y la mitad de aquella ciudad. Estos conciertos se
hicieron en dilcada de aquel año de 527 (3 septiembre-2 octu-
bre 1 133)' (2). Movióse á esto Saif Dola porque temía que sus
mismos vasallos entregasen sus fortalezas á los caudillos almorá-
vides, porque aborrecían sus tratos y alianzas con el rey Alfonso
ben Remund, y, por otra parte, no confiaba mucho poderlas
mantener si este tirano se apartaba de su alianza, como le amena-
zaba muchas veces. d
Según otro autor, la proposición de cambio de
estados partió de Alfonso VIL Manifestó á Aben Hud
la conveniencia que á éste resultaría con trocar sus
dominios por otros más próximos á aquellos en que
aún no dominaban los cristianos, y que, poniéndole
(1) Que el libro de donde copiamos tan particulares detalles se escribió
durante el reinado de Alfonso Vil, decláranlo estas palabras de la Chronica
Adefonsi Impera toris: «Qua (Rota) Res accepta, dedit eam filio suo Regí
Domino Sanctio Castellano, et populata est á christianis, et cceperunt invo-
care íbi* nomen Sanctae Trinitatis, et granara Sancti Spiritus. Hoc autem tiento
novit viventium quod in %(>ta esset invocatum nomen Domini fmblice, nisi modo,
(a) En una nota del autor se lee: «Asi Abdel Halim; aunque Alcodai dice que estos conciertos fue-
ron año S34(*g. 1139-40); pero entonces ya no vi via Alfonso beñ Remund.» Con efecto, Aben al
Abbar escribe: «Y permaneció en Rueda hasta que la desocupó al tirano Adhcfonx ben Remond, el
conocido por el Sultanito, á quien la dio trocándola por la mitad de la ciudad de Tolétula en el mes de
dzulcaada del año $34. (Fernandez y González, Los Mudejares de Castilla, 63, nona. 2).» Se equivoca
Conde al decir que Alfonso ben Remund, ó sea Alfonso Vil, murió en el año 1x39-40: es indudable que
le confunde con el Batallador ó Aben Radmir, como se ve al darnos el relato de la batalla de Fraga
(1134), en que murió el de Aragón. El emperador no falleció basta el 21 de agosto de 1157.
— 47o —
al frente de tropas castellanas, estaría en condiciones
de luchar con ventaja con los almorávides, recobrar el
poderío de sus mayores y erigirse en emir de todos
los musulmanes de España (i). No va descaminado
el autor de Los ¡Mudejares ai sentar esta conclusión:
«Puede colegirse, con probabilidad de acierto, queSei-
fadola obtuvo de D. Alfonso el puesto de alguacil de
los mudejares, Sahb al Medina, . ó presidente de la
aljama ó comunidad toledana.»
En el año séptimo del reinado de Alfonso VII, ó
sea en el de nuestra era 1133, trató el rey de vengar
agravios recibidos deTexufln, que había hecho algu-
nas entradas en tierra de Toledo, haciendo gran devas-
tación y efusión de sangre y muchos cautivos. Tomó
consejo de Saifadola, y éste con el rey entraron por
Puerta Real en Andalucía. Junto al castillo sarraceno
llamado Gallel se les unió el otro cuerpo de ejército
que iba klas órdenes del conde Rodrigo González. Las
campiñas de Córdoba, Carmona y Sevilla sufrieron la
devastación más horrorosa (2). La venganza se acen-
tuó al cruzar el Guadalquivir.
(1) Kitab al Iclifd.
(2) Para los que se escandalizan del modo de guerrear empleado por el
Cid, no será de sobra conozcan cómo procedía Alfonso VII, no obstante ir en
su compañía Saifadola: «Quotidie exibant de castrís magnas turbas militum,
quod nostra lingua dicimus algaras, et ibant á dextris et á sin ¡s tris, et prseda-
verunt totam terram Sibiliae, et Cordubae, et Carmona?, et miseruot ignera
in totam illam terram, et in ci vita tes et castella, quorum multa inveniebaotur
absque viris; omnes enim fugerant, et captivationis quaoa fecerunt virorom
et mulierum, non est nomerus. Sed et praedationis equorum et equarum,
camellorum, et asinorum, boum qnoque et ovium, et caprarum non est nume-
ras; frumemi, vini, et olei abundantiam in castra ferebant. Sed et omnes sina-
gogas eorum quas inveniebant, destructse sunt. Sacerdotes vero, et lejis sü*
Los caudillos musulmanes andaluces enviaron
mensajes á Saifadola y le decían: «Habla con el rey de
los cristianos, y con su auxilio libranos de las manos
de los almorávides, y satisfaremos al rey de León los
tributos reales, y hasta mayores que los pagados por
nuestros padres á los del rey; contigo le serviremos
con fidelidad,, y tú y tus hijos reinaréis sobre nosotros.»
, Áhmed» obrando con aprobación de Alfonso y con
consejo de sus .ministros, contestó á los. mensajeros:
«Id y decid á mis hermanos los principes de los mus-
limes españoles: apodéraos de algunos castillos de los
' más fuertes, haced lo mismo con los castillos de las
principales ciudades, y moved guerra por todo lugar;
que yo y el rey de León acudiremos al momento en
vuestro auxilio.». Los expedicionarios volvieron por
Talayera-, muy contentos de la venganza tomada en
los infieles (i). •
i
Tampoco el Batallador, aunque en desacuerdo con
I Castilla, dejaba de ejercitar su potente brazo en los
1 muslimes de la España oriental. En junio del mismo
! año 1 133 se apoderó de Mequinenza, y un mes más
! tarde ponía sitio á Fraga, cerca de la confluencia de los
i ríos Cinca y Segre, plaza importante por su posición y
i por los abundantes medios de. defensa que en ella se
¡ habían acumulado. Contra la bien sostenida defensa
doctores, quoscumque inveniebant, gladio trucidabant; sed et libri legis suae
in sioagogis igne combusti sunt (Chronica %Adcfonsi Impera torisj.» Hay que
apreciar los hechos, do según nuestras costumbres, sino á través del prjsma
del tiempo en que se realizan.
(1) Chronica Adefonsi /m/wd/orú.— También de esta entrada hay mención
en los Anales Toledanos: «Entró el Emperador con el Rey Zcfudoba en tierra
de Moros, Era mclxxi.j
— 472 —
de los muslimes eran inútiles todos los esfuerzos del
rey de Aragón; así -que el sitio se alargó hasta el
verano del año siguiente.
Tenía entonces el gobierno de la región de Levante,
ó sean los reinos de Valencia y Murcia, el ya famoso
caudillo almoravide Abu Zacaría Yahya ben Ali Aben
Gania (i). Reunió este general muchos almorávides y
moros españoles, y fué ai auxilio de" Fraga, £ero el
Batallador le venció por dos veces, y huyendo Aben
Gania, dejó muchos despojos á los cristianos. Estos
descalabros no desanimaron ai almoravide. Pidió más
refuerzos á África, y de allí acudieron nuevos almorá-
vides y otros moros africanos, los cuales, unidos á las
huestes de Córdoba, Sevilla, Granada, Valencia, Lérida
y á «todas las gentes de esta parte del mar», formaban
un ejército muy crecido, con el que Aben Gania fué
otra vez á libertar á Fraga. Como centro de opera-
cipnes tenían los muslimes á Lérida; pero Aben Gania,
escarmentado ya con las derrotas que había sufrido,
estaba á la expectativa y, á lo más, limitábase á correr
la* tierra y á estorbar que llegasen provisiones al campo
enemigo.
Zurita, al contrario de lo que escribe el anónimo
de la crónica latina, señala como derrotas para el Bata-
llador los encuentros que tuvo con Aben Gania antes
de la batalla dfe Fraga. Dice que, puesto el sitio á dicha
villa en julio de 1 133, un mes después de la rendición
de Mequinenza, Alfonso acudió en agosto al campo
(1) «Magnus princeps Valentías et Murcias», como le llama la Chronica
Adefonsi Imperatoris.
— 473 —
sitiador, y tuvo que retirarse ante la bien sostenida
defensa de la plaza. Reanudó las operaciones del sitio,
que sostuvo durante los meses febrero, marzo y parte
de abril de 1134, y, derrotado, tuvo que levantar
segunda vez el campo. El día de Santa Justa y de
Santa Rufina (19 de julio) vinieron á las manos Aben
Gariia y Alfonso junto á Fraga, y el de Aragón expe-
rimentó segunda derrota (1).
Los muslimes, envalentonados, estragaban la co-
marca de Monzón, y Alfonso salió con 400 caballos á
castigarlos, si bien dio á fuerzas mayores orden de
que se le unieran* Estaban los escuadrones que seguían
al rey bastante apartados del grueso de su ejército.
Súpolo Aben Gania y atacó con fuerzas muy superio-
res á la reducida avanzada en que iba Alfonso. Á pesar
de la notable desigualdad de fuerzas, se trabó encarni-
zada pelea, pero á la postre triunfó el número. En esa
triste jornada del 7 dé septiembre (2) sucumbió el
(1) Sandoval considera esta batalla como definitiva. En las adiciones y
tabla, al cap. XXVII, dice: «Viene puntualmente esta memoria con lo que
dize el capítulo del día en que fué la desdichada muerte del valeroso rey don
Alonso de Aragón. Dize así: «Fué la batalla de Fraga, que fizo el rey
Daragón con Aben Gama, día de santa Justa é Rufina; é fué vencido el rey
Daragón, é perdióse allí.» (Anales Toledanos).
(2) Anales de Aragón, I, $2.— -Esa misma fecha da Sandoval en el texto,
por mis que en las adiciones y tabla señala el 19 de julio. El autor castellano
y el aragonés se remiten á una memoria antigua de Castilla, y nuestros histo-
riadores generales han adoptado la fecha 7 de septiembre.— A Sandoval no
se le escapó la diferencia que hay entre esa fecha y el día de las santas Justa
y Rufina, por lo que en otro logar (El Emperador Don Alonso el VIJ) escribe:
«El tombo negro dice asimesmo la muerte del Rey Don Alonso de Aragón
en este año, aunque no dice el día, ni mes, Era 1172, fuit interjectio christtit-
norum in Fraga. No sé si entonces se celebraba la fiesta de Santa Justa y
Rufina i 7 de Septiembre, que agora celebramos 4 19 de Julio.»
eo
-*■ 474 —
Batallador y, con él, murieron otros muchos, entre
ellos Centulio de Bearne, Aimerich de Narbona, don
Gómez de Luna y Lope Cajal (i).
En lo de que Alfonso peleó tan sólo acompañado
de parte de su ejército, están conformes Zurita y Conde.
Según éste, «el rey Alfonso, viendo aquel tropel de
caballeros (que seguían á Aben Gania) que venían á
toda rienda á herir en los suyos, sacó parte de su
batalla y les salió á encontrar; pero no fueron pode-
rosos para contener el ímpetu de la caballería de Aben
Gania. Aquellos valientes almorávides rompieron y
atrepellaron á los cristianos, que huyeron vencidos
después de horrible matanza, que pocos escaparon de
la muerte, y entre ellos y de los primeros murió el
rey Alfonso, cruel enemigo de los muslimes.»
Y ese mismo detalle se consigna en la crónica
latina: «Al amanecer del 17 de julio, los centinelas
cristianos que custodiaban el campamento, descubrie-
ron innumerables escuadrones sarracenos, y corriendo
fueron á avisar esta novedad al rey. Alfonso mandó á
los prelados, caudillos, caballeros é infantes, que estu-
viesen en el campamento á punto y armados. »Hubo
muchos nobles aragoneses y otros muchos caballeros
que con permiso del rey habían ido á sus casas y ya
volvían á incorporarse al ejército, mas no llegaron á
tiempo de tomar parte en la batalla.»
(1) Según la Chronica Adefonsi Imperatoris, murieron los obispos de Jaca
y de Rhodes, el abad de San Adrián y los caudillos Garzón de Gavescam,
Béltrin de Lanuza, Fortún de Folch, Obgel de Marimón, Ramón de Talar,
Calvet de Sua, Gastón de Bearne, Centulio de Bigorra, Aimerich de Narbona,
no pocos caballeros de Francia y otros muchos extranjeros, todos los de Ara-
gón y 700 valerosos infantes que formaban la escolta real.
— 475 —
En lo de que el campamento cristiano cayó en
poder del enemigo, están conformes la citada crónica
y el autor árabe á quien sigue Conde. Se lee en aquélla;
«Los almorávides y demás muslimes cercaron el cam-
pamento y comenzaron á pelear y lanzar toda clase de
armas arrojadizas, con las cuales dieron muerte á con-
siderable número de personas y de caballos. Viendo
esto los caudillos, los que podían empuñar las armas
y los prelados que no podían , defenderse dentro del
campamento, salieron fuera y se trabó reñido combate;
pero, estando en la lucha, tropas que estaban escon-
didas, se apoderaron del campamento, y el obispo de
Lascar (?), los sacerdotes y demás clero, con cuantos
estaban en las tiendas, fueron hechos cautivos.» «Los
muslimes, dice Conde, robaron el campo de los cris-
tianos, en donde hallaron muchas riquezas, y persi-
guieron las miserables reliquias de sus vencidas gentes.
Entonces Aben Gania escribió esta gloriosa victoria y
venturoso suceso de sus armas al emir Taxfín, que
holgó mucho de ello; y fué famoso el día de Fraga,
que no le olvidarán los cristianos. Fué esta gran bata-
lla año 528 (nov. 1133-oct. 1134)» (1).
(1) En la crónica se dice que Alfonso, al verlo todo perdido, escapó seguido
de solos diez caballeros, uno de los cuales era García Ramírez, que luego
restauró el reino de Navarra; pasó por Zaragoza, mas no se detuvo en ella,
sino que se encaminó al monasterio de San Juan de la Peña; cayó enfermo de
tristeza y murió á los pocos días, en el 25 de enero de 11 34 (?), sin disponer
quién le sucediese en el trono. — Escolano (III, 1), que presenta como rey de
Almería, Jaén y Granada á Aben Gania en 1125, cuando la correría del Bata-
llador, ahora da ya como emir de Valencia á Aben Sad, el rey Lobo. Estas
son sus palabras; «Andando ya en los años n 37, el rey moro Aben Gumeda
hizo liga con otros reyes moros de España; y con el ejército de la liga y
ayuda de los almorávides africanos que su rey Brahim les había embiado,
— 47¿ —
, El tratamiento que*á los cautivos se daba en
Valencia era el que podía prometerse de tiempos en
que tan enardecidos estaban los ánimos de muslimes
y cristianos: asi, al obispo Guido le afligieron con
muchos tormentos á fin de que renegase del bautismo
y de aquel que por nosotros padeció muerte de cruz;
le circuncidaron, según la ley mahometana, y sólo
pudo escapar á tanta persecución rescatándose por
treinta mil morabatines de oro, con lo cual pudo
volver á su sede episcopal (i).
El gobierno de Valencia estuvo confiado algunos
años al vencedor de Fraga, cosa rara en los tiempos
entró sujetando las tierras que obedecían al rey don Alonso. Era una de ellas
Valencia, por la amistad que su rey Aben Lobo mantuvo siempre con los
cristianos aragoneses. Pero los moros sus vasallos, como vieron el poderoso
ejército de su secta, les abrieron las puertas y metieron dentro. Defendiéronse
los del alcázar, que, sin duda, serían el rey y sus valedores; y, al cabo de
algunos combates, fueron entrados y muertos, y el rey Lobo debió escaparse,
pues años adelante le hallamos otra vez rey de Valencia. De allí se p¿só Aben
Gumeda á socorrer la villa de Fraga, que era del rey moro de Lérida, uno
de los confederados y la tenía cercada el rey don Alonso. Llegados á vista
los dos campos, se presentaron la batalla á 17 de julio de 1137, en que fueron
los cristianos vencidos, y el rey, muerto. Así lo siente Luis Mármol; pero que
acaeciese su muerte en el dicho año, no da lugar á creerlo un privilegio
otorgado por el rey don Alonso (VII) su entenado, que es el postrero de sus
privilegios en Zaragoza y está guardado en el archivo della, cuya fecha dize
que pasó ea la era 1 162 y en el mesmo año que le mataron, que viene á ser
en el de 1034 de Cristo Nuestro Señor (Escolano, 1. c.).» En la Era se ha
impreso sesenta por setenta, y al restar las centenas se ha prescindido de las
del minuendo. — Lamente, siguiendo á Zurita, escribe que Aben Gañía era
walí de Lérida, contra lo que repetidas veces se lee en la Chronica xAdefonsi
Imperatoris, llamándole «principem Valen ti se», «magnus princeps Valentise et
Murciae», «princeps militiae Valentiae» y «regem Valentiáe». — Conde, sin decir
de dónde fuese walí, sólo dice que estaba en Lérida cuando entendió lo que
pasaba en el cerco de Fraga, ó sean las reñidas escaramuzas que se trababan
entre sitiados y sitiadores.
(1) Chronica *Adefonsi Itnperaloris.
— 477 —
de la dominación sarracena. Poco después de esa triste
jornada, en octubre del mismo año 1 134, se despidió
de Alfonso VII el alcaide de Toledo conde Rodrigo
González, que se indispuso con el rey, no obstante
los buenos servicios que le había prestado en correrías
contra los infieles. Pasó á Jerusalén y se distinguió
como valeroso cruzado. Después de entregar á los
caballeros del Temple una fortaleza que alzó frente á
Ascalón, volvió á España, mas no á Castilla, sino á la
corte de Ramón Berenguer, conde de Barcelona, y á la
de García, el rey de Navarra. Se amparó en Valencia,
junto á su wali Aben Gania, con qtiien estuvo algunos
días. Diéronle los moros una bebida, y se llenó de
lepra. Volvió á Jerusalén, y allí acabó sus días (1).
Corriendo aún el año 1 134, marchó Alfonso VII á
la Rioja y recobró, sin necesidad de apelar á las armas,
todo el territorio de que durante su minoridad se
había apoderado el Batallador. García Ramírez, el de
Navarra, se le declaró feudatario. Sabedor el de Casti-
lia del temor que dominaba á los aragoneses por la
muerte de su rey, dijo á sus caudillos: ((Vayamos á
Aragón, establezcamos paz con nuestro hermano el
rey Ramiro (el Monge) y démosle consejo y auxilio.»
Se le recibió de paz en Zaragoza, donde dejó una
buena guarnición de caballeros é infantes para que
guardasen la ciudad. Del feudo y homenaje que desde
este tiempo prestaron los monarcas de Aragón á los
de Castilla, fueron relevados cuarenta y tres años
después, ó sea cuando Alfonso II el Casto concurrió,
(1) Chronica lAdefonsi Imperatoris.
-478-
en auxilio de Alfonso VIII el de las Navas, á la rendi-
ción de Cuenca (21 sept. n 77). Tenia Alfonso VII á
su, devoción todos los príncipes cristianos de España,
la Gascuña, el L'angüedoc y parte de la Provenza, y
aun de los musulmanes al futuro emir de Valencia, á
Saifadola: sus dominios se extendían desde el Atlán-
tico hasta el Ródano. Quiso tomar el titulo de Empe-
rador, y como tal fué coronado en León el 2 de junio
del año siguiente, ó sea el día de Pascua de Pentecos-
tés (1). A 11 de agosto de 1137 se concertó en Bar-
bastro el casamiento de Ramón Berenguer IV el Santo,
con doña Petronila, hija de Ramiro II el Monge (2).
Aún seguia en el cargo de walí de Valencia en
abril de 1139 el famoso caudillo alinoravide Abu
Zafaría Yahya ben Ali Aben Gania, según se com-
prueba con el hecho siguiente. En paz el emperador
con todos los príncipes cristianos al llegar al décimo-
tercio año de su reinado, trató de castigar en los mus-
limes algunas entradas que habían hecho en sus
dominios. Antes de que Texufin, hijo del emir Ali,
pasase á África, llamado por su padre, corrió la tierra
de Huete y Alarcón y entró en Cuenca, cuyos mora-
dores se le habían rebelado (n 3 7) (3). Las algaras
continuaron en tierra de Toledo aún después de ido
Texufin á África á mejorar el estado de las cosas
(1) Chronica %Aáejonsi Imperatoris. — Dozy (Hist. %Abbadidarum, II, 144)
dice que hay equivocación en esta fecha, porque Alfonso no entró en Rueda
hasta 534 (ag. 1139-40); la equivocación no es de la citada crónica, sino de
Aben a) Abbar, como ya se vio arriba.
(2) Zurita, I, 46.
(3) Conde, 1. c.
— 479 —
almorávides. Constituían verdadera calamidad y con-
tinua desazón para la ciudad del Tajo, los almorávi-
des y demás muslimes de la guarnición de Oreja, cas-
tillo que se alzaba en la margen izquierda de aquel
rio, á unos doce kilómetros y al oriente de Aran juez.
Poseíanle los mahometanos desde los revueltos tiem-
pos de doña Urraca. Propúsose, pues, su hijo, el empe-
rador, acabar con aquel nido de aves de rapiña.
Oído el parecer de sus consejeros, mandó á los
hermanos Gutierre y Rodrigo Fernández, que cada
uno, seguido de su respectiva hueste, aumentadas con
la guarnición de Toledo y con las milicias de la Extre-
madura de entonces (i), pusiesen cerco á aquel cas-
tillo. Se estableció en el mes de abril, y á poco acu-
dió el emperador con un grueso ejército formado de
gentes de Galicia, León y Castilla. Menester era todo
aquel aparato de fuerza, porque el castillo, además de
ocupar una posición excelente, realzada con el auxilio
de sus altos muros y torres, encerraba una guarnición
numerosa y decidida, á cuyo frente estaba el intrépido
Ali, gobernador de quien recuerdos harto tristes guar-
daban los toledanos. El emperador hizo construir
máquinas de combate, que incesantemente jugaban
contra la fortaleza, é hizo que fuertes destacamentos
(i) Aún ostenta Segovia en su escudo una cabeza, alusiva al Caput Extre-
madura, título que en los tiempos de Alfonso tenía aquella antiquísima ciu-
dad.— En documento de la catedral de Valladolid, de 21 de noviembre de
1 1 22 se nombra á Extremadura, y'Sandoval (El Emperador Don ^Alonso Vil)
dice que eran las riberas extremas del río Duero á la parte del mediodía,
«donde entran las tierras de Osma, Segovia, Ávila, Salamanca, Zamora y
Ciudad-Rodrigo.»
— 48o —
custodiasen la orilla del río, para impedir que los
sitiados continuaran surtiéndose de sus aguas.
Supieron con turbación y tristeza el apuro en que
estaban los de Oreja, Aben Gania, caudillo de los
muslimes de Valencia, Azuel, gobernador de Córdoba,
y Aben Zeid, que lo era de Sevilla. Trataron de sal-
var á los sitiados, y, al efecto, convocaron á todos los
walies de la Península y de sus islas; reunieron asi un
poderoso ejército, que fué reforzado con otro enviado
de África por Texufín, del que formaba parte una
gran muchedumbre de zenetas, á quienes seguían
interminables recuas de camellos cargados de harina
y de otros comestibles.
Movióse el ejército musulmán desde Córdoba,
contándose en él, aparte la turba innumerable de
peones, 30.000 caballos. Siguió el camino real de
Toledo y fué á sentar sus reales en los Pozos de Al-
godor, nombre del rio que desemboca en el Tajo y
junto á la población así llamada. Prepararon una em-
boscada contra el emperador, haciendo que en paraje
á propósito se ocultara con su hueste el walí de Valen-
cia, á quien dijeron: «Si el emperador traba combate
con nosotros, saldrás tú durante la lucha, subirás al
campamento cristiano, pasarás á degüello á cuantos
allí encuentres y prenderás fuego á las tiendas; pro-
veerás de soldados al castillo, de armas y de cuantos
víveres y agua les sean necesarios, tomados de los que
llevan los camellos; y después te unirás á nosotros,
que iremos á Toledo, donde confiamos luchar con el
emperador.
Con efecto: la mayor parte del ejército musulmán
— 481 —
se corrió á Toledo; pero Alfonso, que supo por los
espías, el plan del enemigo y habia dejado á doña
Berenguela con buena guarnición en aquella ciudad,
no dio lugar á otro día de luto como el de Fraga, que
hubiera sido fatal á la causa cristiana. Se combatió el
castillo de San Servando, sin otro resultado que la
destrucción de una torre, en que murieron cuatro de
sus defensores; los mahometanos desahogaron en las
vinas y arbolado su rabia y despecho.
Subió éste de punto, cuando la emperatriz, con-
fiada en el valor de la guarnición, que tenia bien
defendidas las puertas y coronados de guerreros los
muros y torres, envió este mensaje á los caudillos .
almorávides: «¿Qué honor vais á reportar de pelear
conmigo, con una mujer? Si, en verdad, os sentís
animados del deseo de cruzar vuestras espadas, á bien
poca costa lo conseguiréis, sólo con trasladaros á
Oreja, donde el Emperador, os aguarda con las huestes
preparadas.»
Alzaron al alcázar su vista Aben Gania y los demás
caudillos, y observaron, con sorpresa, que la emperatriz,
engalanada con las mejores preseas y joyas, estaba
sentada en un trono, y que en derredor suyo estaban
^ sus damas; y amenizando aquella ostentación de sere-
nidad, doncellas cantaban con acompañamiento de
cítaras y campanas, címbalos y salterios. Entre sus-
pensos y avergonzados, los caudillos moros incli-
naron, á guisa de saludo á la egregia dama, sus
cabezas, se alejaron de allí, y, sin causar otros daños
en aquella tierra, volvieron «sin honor y sin vic-
toria» á la suya, ó sea, sin haber medido sus armas ni
%í
- 48* —
libertado el castillo. Éste se rindió por capitulación
en octubre, y sus defensores, á quienes los toledanos
querían dar muerte, fueron custodiados, é ilesos, basta
Calatrava (i).
En el año 537 (jul. 1142-43) sucedió á Ali ben
Yúsuf ben Texufín, su hijo Texufin ben Ali ben
Yúsuf, que sólo reinó basta 539 (jul. 1144-jun. 1145).
Supo Texufin que los asuntos de España iban de mal
en peor. Convocó á los jefes de los cristianos que
estaban á su servicio y á los de los almorávides y de
los demás sarracenos, y les preguntó: «¿Qué consejo
me dais? qué haré de España, que está sin goberna-
dor?» Y todos le contestaron: «Aquí está Aben Gania,
tu fiel amigo: en ninguna parte hallarás otro mejor.»
Le nombró wali de Córdoba, Carmona, Sevilla y Gra-
nada, y de toda la tierra de España, y le dijo: «Toma
de mis tesoros dinero en abundancia, ve á tierra de
cristianos y toma venganza de los walíes nuestros
hermanos que han sido muertos (marzo de 1143):
no perdone tu cuchillo comarca alguna, y pon bajo
mi yugo y bajo el tuyo toda ciudad y todo castillo
que ofrezca resistencia» (2). En uso de los amplios
poderes que le fueron otorgados, Aben Gania debió
nombrar gobernador de Valencia á ' su sobrino Abu #
Muhámad Abdallah, hijo de su hermano Muhámad
ben Ali Aben Gania, puesto que allí estaba en el des-
empeño de aquel cargo cuando estalló la sublevación
(1) Chronica Adefonsi Impera toris. —Según los Anales Toledanos fué la
rendición en septiembre: «Prisieron á Oreja los Christianos de Moros en el
mes de Septiembre, Era mclxxvii.»
(2) Chronica Adefonsi lmperatoris.
_483 -
contra los almorávides el 24 de dilagia de 538 (30
junio de 1144).
Comenzóse este capitulo transcribiendo unos ver-
sos de Aben Jafacha, ilustre vate alcireño. Vamos á
cerrarle con los de otro poeta, hijo también de la isla
del Júcar, Ábu Talib Abdel Gewar, con los cuales
elogiaba á los almorávides, en general, y, muy en
particular, al principe Texufín, cuando su poderlo,
asi en África como en España, estaba amenazado de
muerte:
Cuando Allah, eterno y poderoso, quiso
Que su divina ley fuese ensalzada,
Los ánimos unió de los mortales,
Para elegir un adalid valiente
Que acaudillase del Islam las tropas. '
Éste fué de Taxfin noble pimpollo,
De tan insigne planta procedido;
Al mundo pareció cual clara aurora
Que á la tiniebla de la noche sigue,
Puro y resplandeciente como el agua
De clara fuente, que aura matutina
Orea y esclarece y nunca admite
Mancilla en sí que su cristal enturbie.
Abú Jacub fué tal, y su venida
Fué de águila caudal; su presto vuelo
Hacia Zalaca encaminó; la espada
Allí esgrimió la diestra vencedora.
Día feliz y campo venturoso,
Lo que nos diste tú, ¿quién nos ha dado?
Vuelve otra vez, Señor, tan fausto día.
¡Oh célebre giuma, día dichoso!
Cuando la santa ley, atropellada
Del arrogante infiel, con victoriosas
Armas se levantó, y á los infieles
_ 484 - ,
Dia de juicio fué y -allí quedaron
Como viles y miseros terrones.
No te valió aquel dia tu potencia ,
Soberbio Alfonso, pues allí cumplióse
Lo que grabado en tablas de diamante
La eterna voluntad de Dios tenia,
Y protegió con su divina sombra
La gente fiel, y el rayo de la guerra
Abrasó á los infieles como fuego;
Aseguró el Islam cual otras veces,
En los antiguos tiempos venturosos,
Y en todas partes libres y seguros,
A lá alba, á medio dia y á la noche,
Y en su tiniebla oscura sin temores
Andaban por doquiera los muslimes.
Después tomó las riendas del estado
El hijo de Jusef, el animoso
Aly, sabio, prudente y justiciero;
El cual, siguiendo las paternas huellas,
Alcanzó su virtud, no su fortuna.
Hubo después las riendas del imperio
Su hijo Taxifín el esforzado,
Como bravo león, león rabioso
Cercado de crueles cazadores:
Tiranos ambiciosos, á porfía
Sus estados invaden; los rebeldes
Su señorío usurpan; tantos males
Y sin justicia, violencia y robo,
De vos, potente Allah, remedio esperan (i).
^^^^^^^^^^^^^^^
(i) Conde, 1. c.
CAPÍTULO XII
Ihterregno almoravide-almohade
(t 145-1 i? 2).
é
UBRWÁN, SAIPADOLA. Y ABEN AYADH
fabr. xi4S-ug. 1147).
Revolución contri los almorávides. — Bl sobrino de Aben Gania abandona 4 Valencia y ae hace fuerte
r. en Jfciba.— Proclamación de Merwán. —Muerte de Abu'l Kattab (de los Beni Guáchib), en Orihuela.
— Duración del sitio de Játiba: interrupciones que sufre el auxilio de Aben Giaíar al emir de Valen-
¡ cía.— Rendición de Jatiba y solemne entrada de Mérwán en Valencia.— Destronamiento de Aben
i Táhlr y de Merwán.— El castillo de Montroy.— Saifadola, emir de Murcia y de Valencia.— Su
ingratitud y muerte. — Movimiento literario.— Muerte del arráez de Cuenca, Abdaliah ben Faraig.—
Breve reinado de Aben Ayadh eu Murcia y en Valencia. — Obispo de Denia á mitad del siglo XII.
¡arias causas contribuyeron al alzamiento
general de los muslimes españoles contra
los almorávides. La gran masa, de aquéllos,
como procedente de los muí adíes ó renegados cristia-
nos, era refractaria á quienes ni un momento desmin-
tieron la justa fama de bárbaros é incultos. Asi los
pintan árabes y cristianos. Causaban todo género de
agravios á los andaluces: les robaban sus bienes, les
estragaban sus jardines, entraban en sus casas y for-
zaban á sus hijas y mujeres: eso se lee en los autores
árabes; y eso mismo repiten nuestras crónicas (i). La
suerte de los almorávides era poco halagüeña en África,
donde los almohades ó unitarios tomaban cada dia
mayor incremento. Una nueva secta mahometana habla
( i ) Conde, III, i .—De la Chronica lAdefonsi Imptlatoris: 4 Moa vi tas medullas
terne comedant; et possessipnes nostras, aurum et argentuna nobis tollunt;
uxores nostras et filios nostros opprimunt.»
— 486 —
asomado la cabeza en el Algarbe ú occidente de España.
Los manejos de Saifadola tenía enardecidos los áni-
mos y dispuestos á romper con los odiados africanos.
En septiembre de 1144 entró Alfonso VII cop un gran
ejército en Andalucía y repitió en ella los estragos de
once años antes, quedando destruida la región com-
prendida entre Almena y Calatrava (1). Las huestes
de Toledo, Segovia, Ávila, Salamanca y de otras ciu-
dades, habían impresionado de tal modo á los mus-
limes de España, que, reunidos en sus mezquitas, diri-
gían fervorosas súplicas á Mahoma, para que les ayu-
dase en su empresa, y estimulaban á Saifadola y á los
descendientes de los reyezuelos de taifas para que se
lanzasen á la lucha contra los almorávides.
El combustible estaba hacinado.- Una sola chispa
que prendiera, se produciría un incendio, quedando
reducido á cenizas el imperio de los almorávides en
España. Á la hora del alba del 12 de sáfer de 539
(14 ag. de 1 144) se sublevó Aben Cosai en el Algarbe.
Cundió el movimiento de sedición en Sevilla, y á sofo-
carle acudió, al frente de numerosas tropas, el ya célebre
Aben Gania. Alcanzó el caudillo almoravide á los rebel-
des más allá del Guadiana, y los escarmentó. Cansados
(1) Destruxeruntque omnes vineas, et oliveta, et ficulneas, et omnia poma*
ría inciderunt, et combusserunt igne, et dederunt igoem in civitatibus eorum,
et in villis, et in viculis; et multa castella eorum flamma combusserunt, cepe-
runtque viros, et mulieres, et párvulos eorum, et magnam prasdam equorura
et equarum, et camelorum, et mulorum, et asinorum, boum et vaccarum, et
omnia pécora; aurum et argentum, et omnia pretiosa quae in domibus eorum
erant, et cuneta supellectili?, etquidquid habere poterant. — En los Anales To-
ledanos se lee esta lacónica indicación: «Entró el Emperador con su Huest en
tierra de Moros, é atravesó toda Andaluz, Era MCLXXXII.»
- 487 -
estaban sus soldados del sitio de tres meses puesto á
Xilbe y disgustados de la inclemencia del invierno,
cuando supieron que también Córdoba se había rebe-
lado. Se apoderó de la. ciudad Abu Giafar Hamdain.
Á esta noticia, Aben Gania levantó el campo, que
tenía puesto sobre Niebla, y por. Sevilla se encaminó
hacia Córdoba.
Saifadola era el alma de la sublevación; y ésta se
extendió á Valencia y Murcia, á Lérida y Tortosa, y á
Jaén, Übeda, Baeza, Andújar, Sevilla, Granada y Alme-
ría: en todas estas revueltas corrió abundantemente la
sangre de los almorávides, aunque vendieron acaras
sus vidas. La plebe de Córdoba depuso á los catorce
días del gobierno al walí Hamdain, faquí de la ciu-
dad, que contaba muchas riquezas (1). Ese cambio
fué obra de la trama y liberalidades del bando que allí
se suscitó' á favor de Saifadola, que estaba en la fron-
tera de Toledo favorecido por los cristianos. Se pro-
clamó emir á Aben Hud, llamándole al Mostánsir
Billah Saifadola entró en Córdoba enmedio de las
aclamaciones del pueblo. Poco después le fué for-
zoso salir huyendo, porque el pueblo se cansó de las
violencias que él y sus auxiliares cristianos come-
tían (2). Aben Hamdain había llamado á Faraig, de
Calatrava, y á todos sus parientes y amigos, y pro-
puso se diera muerte á Saifadola para ocupar su puesto.
(1) Iq illo te ñipo re erat quidam sacerdos in Corduba secundum legem
Mahometi et de semine agarenorum, et nomen ejus Abefandi, et erat dives
su per omnes homiaes qui morabantur ia Corduba (Chronica Adefonsi Itnpc-
ratoris).
(2) Conde, 1. c.
— 488 —
4
Súpolo el ex-emir de Zaragoza y, llamando á su lado
á los cristianos, sus. auxiliares, salió de Córdoba con
ellos y con el de Calatrava..Á éste dijo el emir: «Puesto
que te has empeñado en causarme daño, yo haré que
tu resolución no prevalezca. » Enseguida mandó a los
cristianos que le matasen. Hamdain y los cordobeses,
indignados, quisieron acabar con Aben Hud y le per-
siguieron; mas pudo escapar y se retiró á Jaén.
Hamdain volvió á ser proclamado caudillo de Cór-
doba (i).
Mientras Aben Gania acudía del Algarbe hacia Cór-
doba para sofocar la sedición, supo que también Valen-
cia se habia sublevado. Era wali de ella su sobrino
Abu Muhámad Abdallah, hijo de su hermano Muhá-
mad ben Ali. Trató el gobernador de Valencia de aca-
llar los gritos de los amotinados utilizando el ascen-
diente que sobre la ciudad tenía su sabio cadí Merwán
ben Abdallah ben Merwán ben Kattab, nacido en la
capital el año 505 (1111-12) y puesto en el cargo por
Texuíín ben Ali como un año antes, el 24 de dilagia
de 538 (28 jun. 1 144). Era el cadi muy celebrado por
su ilustre cuna, por su reconocido valor y por su cien-
cia nada común.
Teníale en cuidado la revolución de Córdoba, cuya
aljama habia proclamado emir de España al faquí Abu'l
(1) Chronica Adejonsi Imperatoris.— En los Anales Toledanos se refiere del
siguiente modo la entrada, permanencia y salida de Saifadola: «Fue Cahedola,
en el mes de Janero á Qordovr, é mató á Farach Adalil, é fuxó á Granada;
é pues que fuxó Qahedola, levantaron á Aben Hamdio, Rey en Cordova, en
el mes de marcio, Era MCLXXXUI.»— Conde fija la muerte de Faraig en
jueves s de ramadhán (4 abr. 1145) y 1* salida de Córdoba de Saifadola en 26
de abril.
— 489 —
Giafar ben Hamdain; estaba bien lejos de recelar el cadi
que el movimiento de sedición se extendiese también
á Valencia. Obedeciendo á las indicaciones del wali y
esforzándose por que no se le juzgase comprometido
en el motín, fué á la mezquita, subió á la tribuna y
exhortó á su numeroso auditorio á que depusiese la
actitud rebelde á los almorávides. Recordó los grandes
servicios que habían prestado á la causa del Islam sal-
vando á España cuando ya toda ella la tenían escla-
vizada los cristianos, acudiendo con oportunidad en
auxilio de Alcira y arrancando á los infieles la misma
Valencia, aherrojada por el Cid. Pero ni el respeto
debido al cadi, ni la elocuencia arrebatadora de su pala-
bra, fueron parte á desviar al tumultuoso pueblo de la
senda. que había emprendido.
El vulgo, amigo de novedades, por peligrosas que
sean, y más inclinado al desorden que á la paz, pro-
rrumpió en gritos de guerra contra los africanos; y la
ciudad se llenó> de terror y espanto. Esto sucedía el
miércoles 18 de ramadhán de 539 (17 abr. 1145).
Viendo el sobrino de Aben Gania que no contaba con
elementos suficientes para sofocar el alzamiento, lle-
gada la noche abandonó, con su familia, la ciudad, y á
uña de caballo corrió á refugiarse en Játiba, adonde
llegó al amanecer del jueves.
No todos los soldados del walí almoravide pudie-
ron seguirle en su precipitada fuga, y en ellos se cebó
el furor del populacho. El cadi veía con malos ojos
aquellos excesos, y para que no se le juzgara en con-
nivencia con los amotinados, se ocultó. Como el walí
hiciera conv sus algaras desde Játiba grandes estragos
62
— 490 —
en los amenos campos y huertas dé Valencia, acudie-
ron sus naturales al cadi rogándole los amparase y
defendiera. Receloso él de la inconstancia del pueblo
y temeroso, además, de que los almorávides le conta-
ran en el número de los rebeldes, con sus numerosos
parciales abandonó la ciudad, sentó su campo en Loxa
(¿la Llosa, junto á Játiba?) y quedó bajo la protección
del sobrino de Aben Gania.
Los ruegos de Abdallah ben Mardónix, que se había
hecho dueño de Almería, y del suegro de éste, Aben
Ayadh, le movieron á abrazar el partido nacional, á
ponerse al frente de los, valencianos y á repeler las
correrías del walí acantonado en Játiba. Sacrificando su
comodidad y regalo en aras del bien público, siguió el
consejo de aquellos dos caudillos. Volvió á Valencia,
y fué proclamado su emir el 3 de xawal (2 mayo).
Una de sus primeras disposiciones consistió en confiar
la conservación del país y el cuidado de las fronteras
á Aben Ayadh, quien, además de asegurar las suyas
propias, se encargó de hacer lo mismo respecto de las
de su yerno y contra los lamtuníes, que reclutaban
gentes- en tierras de Albacete y ocupaban sus forta-
lezas.
La sublevación se había extendido á la vez á Mur-
cia, donde Hamdain, el de Córdoba, fué también pro-
clamado. Desde el 17 de ramadhán (16 de abril); uñ
día antes de la sublevación de Valencia, estaban Jos
murcianos divididos con motivo de la elección de su
adelantado. El pueblo señalaba para el cargo, á Muhá-
mad ben Abderrahmán ben Táhir el Kaisí, de la
nobleza de Todmir, á Abu Muhámad ben Alhag, de
**3
r
Lorca, y á Abderrahmán ben Giafar ben Ibrahim.
El nombramiento recayó á favor del último, debido á
que, pasando por junto á Murcia el alcaide de Cuenca,
Abdallah ben Fetáh, el Thogray, que iba á incorpo- •
rarse con Hamdain, supo la división de ánimos que
reinaba en la ciudad del Segura y decidió la elección
según se ha dicho.
No contento Aben Giafar con el cargo que debía
al alcaide de Cuenca, aspiró al mando supremo, y, al
efecto, el martes, 15 de xawal del año 539 (14 mayo),
promovió un alboroto contra los almorávides.' Los
que de éstos habían entrado bajo palabra de seguro
en Orihuela, fueron alevosamente asesinados. Víctima
de esa matanza fué el cadi Abu'l Kattab, hijo de
Ornar, que, ásu vez, lo fué del cadi puesto en Valen-
cia por los almorávides á su entrada en dicha ciudad.
Cuando en son de guerra se dirigía hacia la misma en
522 (1 128) Aben al Arabí, se pasó á su servicio, y en
recompensa, se le dio el cadiazgo de Orihuela con
facultad para nombrar al que le desempeñase en Elche.
En uso de semejante atribución, nombró para él á su
hermano Abu'l Hassán, de cuyo remate no se tiene
noticia. Más hábil un tercer hermano, ó, mejor dicho,
menos consecuente que sus hermanos, padre y abue-
lo, los famosos Beni Guáchib; Abu Becr, que así
se llamaba, se acomodó á las circunstancias, y fué
cadi- de uno de los distritos de nuestra provincia.
Cuando con el triunfo de los almohades cayó el par-
tido nacional, fué del consejo de Valencia y tenien-
te del cadi Abu Temim Maimón ben Chobair, por
los años 568-581 (ti 72-84). Era Abu Becr muy com-
— 492 —
pétente en asuntos administrativos (i). Abu Giafar
ben Abi Giafar hizo que entrase en Murcia la gente de
su huerta y aldeas, y fué proclamado emir, so pretex-
to de hacer esto á nombre de Hamdain, el emir de
Córdoba. Ocupó el alcázar y se apellidó an Násir
Ledinallah. Conservó al Thogray en el cargo de alcaide
de la caballería.
Para combatir á los almorávides de Játiba, que
robaban y quemaban las alquerías de Valencia y cauti-
vaban á las mujeres, formó hueste en dicha ciudad su
emir. El 28 de xawal (27 mayo) se puso sobre Játiba
y pidió socorros al nuevo emir de Murcia. Al día si-
guiente, postrero de xawal, formalizó el sitio, pero el
sobrino de Aben Gania y sus almorávides se defendían
con valor.
Nuevos disturbios ocurridos en Murcia impidieron
á su emir acudir en auxilio del de Valencia. El Tho-
gray y Aben Táhir alborotaron al pueblo y proclama-
ron á Saifadola el mismo día 28. Triunfó Aben Giafar;
Aben Táhir y Aben Alhag pudieron escapar; el Thogray
quedó preso y encarcelado, y la alcaidía de la caballería
se dio á Zaonún, de Orihuela. En lo que restaba del
año y. hasta el 22 de agosto, acabó Abu Giafar de
hacerse dueño de la tierra de Todmir. Voló al cam-
pamento del emir de Valencia* Apenas sus soldados
tomaron parte en los combates contra los almorávides
de Játiba, supo que Aben Táhir había sacado de la cárcel
al Thogray, y que ambos conmovían á la plebe. Abu
Giafar acudió con 'su caballería á Murcia y sosegó el
(1) El Archivo, IV, 87-88.
— 493 —
alboroto. El Thogray pudo escapar, pero ardiendo en
deseos cíe venganza (i).
Segunda vez acudió Abu Giafar al cerco de Játiba,
y los almorávides, que hasta entonces se habían de-
fendido .en la plaza, se retiraron al castillo. En auxilio
. del emir de Valencia acudió también Aben Ayadh, el
alcaide de las fronteras. Decayó entonces el ánimo de
los sitiados, pactaron honrosas condiciones de rendi-
ción y abandonaron á Játiba aquellos valerosos solda-
dos. Entró Merwán, fortificó la ciudad, colmó de re-
galos á sus auxiliares, á. quienes despidió, y volvió á
Valencia.
Era ya entrado el mes sáfer de 540 (24 juL-22
ag. 1 145). Hizo su entrada en Valencia montado
sobre hermoso dromedario, empuñando lucientes ar-
mas y vestido con preciosas ropas. Los jeques y nobles
caballeros le rodeaban, y aclamábale la muchedumbre,
ebria de gozo. Aquél fué un día de gloria para el emir
de Valencia, el más feliz, el único dichoso de que dis-
frutó en un reinado de tres meses... La jurisdicción
de Alicante quedó entonces agregada á la provincia de
Játiba, y ésta á Valencia.
Al mes siguiente murió en un encuentro con los
almorávides, que abandonaron la alcazaba de Granada,
el emir de Murcia. Los restos de su ejército que
pudieron volver á Murcia, proclamaron emir á Abder-
rahmán ben Táhir al remate de rabié 1.a (20 sep-
tiembre). Muy aficionado éste á la familia que durante
(c) Todos estos cambios de Murcia están confirmados en el apéndice nú-
mero 11 de la obra del Sr. Codera que venimos citando.
• ■•■*
— 494 —
largos años tuvo el gobierno del Sarcosta ó España
oriental, cedió el emirato á Saifadola y se reservó el
titulo de naib en Murcia. Prevaleciendo esta parcia-
lidad, que contaba con la protección de Alfonso VII,
la de Hamdain, que aspiraba á la independencia abso-
luta, juzgó traición el traspaso que de la corona de
Murcia había hecho Aben Táhir. Quiso éste ganarse el
apoyo de Aben Ayadh, mas éste se valió del alcaide de
la caballería, Zaonún el de Orihuela, el cual fué á Mur-
cia y proclamó emir al mismo Aben Ayadh. Aben Táhir
se retiró al alcázar pequeño, y en el grande se instaló
el nuevo emir. Esto fué el 10 de giumada i.a de 540
(29 octubre). Efímero fué el reinado de Aben Táhir:
sólo duró cincuenta días. Por más que ya no quiso
intervenir en los asuntos políticos, sus émulos procu-
raron, en diversaá ocasiones, que Aben Ayadh le diese
muerte. Jamás consintió en ello el nuevo emir de
Murcia. Lo más que hizo fué prenderle y enviarle
cargado de cadenas al castillo Maternis, ó Motronios,
hoy llamado Montroy. El mismo paradero acabará por
tener el emir de Valencia.
Inconstantes también los de esta ciudad en sus
entusiasmos, ó, mejor dicho, Huyendo, como los
murcianos, del protectorado del monarca de Castilla,
comenzaron á murmurar de su poco antes ensalzado
emir. Los prohombres de Valencia y los alcaides de
Murviedro, Liria, Alcira y Alicante, escribieron á
Aben Ayadh para que acudiese á tomar las riendas de
.un estado que estaba como sin cabeza y en el mayor
• desconcierto.
Tales maquinaciones no se llevaron tan ocultas
— 495 —
que las desconociera Merwán ben Abdallah ben Mer-
wán ben Kattab; y no las hubiese pasado sin impo- *
ner el debido correctivo, á no ser tan general el des-
contento' y tan pronunciado el deseo de nuevo emir.
Juzgó preferible disimular y estar en acecho de opor-
tunidad para sustraerse á las iras de un pueblo tan
inconstante como las olas del mar. Se adivinaron sus
intenciones, y estalló grandísimo alboroto. Sigilosa-
mente abandonó el cuitado emir su palacio y se refugió
en la casa de un amigo.
Todas sus precauciones acabarían por ser inútiles
ante el persistente empeño de sus injustos enemigos
en averiguar su escondite. Aprovechando las sombras
de obscura noche, la del 25 al 26 de giumada i.a (14
al 15 de noviembre), se descolgó por el muro y, disfra-
zado, se trasladó á Cullera.* Creyó, equivocadamente,
que ya se habría extinguido el furor popular, y volvió
á Valencia. Pensó, como Aben Táhir, que encerrado
en su casa y no tomando participación en los negocios
públicos, se le respetaría; mas no pudo disfrutar del
gran placer por que suspiraba.
Pronto salió del error. Buscado con exquisita dili-
gencia, tuvo que abandonar, también en secreto y dis-
frazado, por segunda vez á Valencia. Huyó por Murcia
á Sevilla; pero fué conocido. Se le cargó de cadenas
y fué trasladado al fuerte castillo de Montroy, «en el
reino de Valencia.» Allí estaba también Aben Táhir,
el ex-emir de Murcia. Á éste le ocasionaron el más
acerbo . disgusto privándole de sus amados libros. De
poco habían de servirle allí, ya que á los nobles cau-
dillos se los sepultó en prisión tan obscura, que ni aún
— 49^ —
distinguían de la noche el dia. Por fin, lograron los
egregios reclusos salir de aquella mazmorra. Uno y
otro pagaron un fuerte rescate: trescientas mil doblas
ó monedas de oro cada uno (i).
Juzgando Merwán que la ciudad de Marruecos
seria para él lugar seguro, pues todo en España era
guerra y confusión, en ella se refugió y allí acabó
tranquilamente sus días el año 578 (may. 1182-
abr. 1 183). Tuvo allí por compañeros á Aben Táhir
y á otros señores del Ándalos. Favorecidos por el
wisir Aben Atia, se reunían todas las noches en su
casa, y consumían las veladas relatando apacibles
cuentos y recitando elegantes poesías (2). Aquel que
amó á Valencia como soberano y como buen patricio,
«amor que no pudo apagar el hielo de su vejez,
personaje de noble prosapia, digno por su valor y
famoso por la ciencia», murió á los setenta y tres años
(1) Casiri, II, 30. — Conde, III, 37. — De tres puntos llamadas Montroy
venios hecha mención que se hallaran en la comarca de levante: Montroy,
junto á Villaricos (El Archivo, IV, 104); Montroy, alquería en término de
Denia en 1348 (El Archivo, IV, 324), y Montroy, castillo y villa, entre Mon-
serrat y Alcalá en el valle de este nombre (El Archivo, III, 91).
(2) Conde, III, 41.— En una novela histórica cuyo argumento es la vida
del emir Merwán, léese que pasó los últimos años entregado al cultivo de la
poesía, ocupación que le servía de lenitivo á los pesares, que nunca le aban-
donaron. Así se describen los últimos momentos de Merwán: «Corría el año
1 182, cuando el ex-rey Abdeláziz bajó al sepulcro en la ciudad de Mequínez,
rodeado de muchos y respetables personajes de gran distinción, por haber
desempeñado altos puestos en el ejército y en la política y prestado brillantes
servicios al Estado. Los más de ellos eran hijos de Valencia, y los restantes,
naturales de Murcia, y todos, servidores de Abdeláziz ó adictos á su dinastía.
—Rodeábanle en su lecho de muerte, para recoger de sus labios el nombre
del heredero á quien legase sus derechos de monarca, al cual apoyarían todos
los personajes allí reunidos ayudándole á recobrar su perdido trono.de Va-
— 497 —
de edad, pues nació en 505 de la Hegira (m t-12) (j).
Con el destronamiento del ilustre príncipe coincide
«el nacimiento del célebre geógrafo é historiador Aben
Chobair, oriundo de Játiba, donde hizo sus estudio? (2).
Cuando en Valencia se tuvo conocimiento de
la fuga de Merwán, se proclamó emir á Abu Muhámad
Abdallah ben Sad Aben Mardónix, que era naib de
Aben Ayadh en la comarca de dicha ciudad, y fué
aposentado" en el alcázar. Estando Aben Ayadh de
camino para Valencia, supo lo de la proclamación de
Aben Sad. Llegó á ella el día último de giumada i.a
de 540 (18 noviembre), y se detuvo algún tiempo
cuidando del gobierno y seguridad de las fronteras. •
Luego volvió á Murcia y dejó en ella por naib á4su
suegro Abu Muhámad ben Sad, tío de Abu, Abdallah
ben Sad, cono.cido por el de Albacete, á causa de lo
que ya se dirá (3).
Aben Ayadh preparó la proclamación de Saifadola
al Mostán^ir Billah (4), tanto en Murcia como en
Valencia. Dijimos que Aben Hud, ayudado de los de
1
leñera. Oponíase Abdeláziz á nombrar sucesor, pues no podía olvidar el vene-
rable anciano las grandes penalidades que había sufrido al descender de aquel
trono que nunca codiciara y que tan adverso le había sido. — «Los derechos
que puedo legar, dijo, no son los que están reservados á los monarcas, sino
á los príncipes proscritos, cuya vida es siempre mis azarosa y llena de pena-
lidades que la reservada i los mendigos y i los desheredados de la fortuna.
Dejad, añadió, que mis hijos vivan felices en la oscuridad y no me obliguéis á
arrojarlos en los abismos de sus desdichas.» (Biblioteca Encidopédica-Popular-
Española. — Tradiciones de Valencia, p. 215).
(1) Casirí, II, 30.
(2) Pons, biogr. núm. 225.
(3) Conde, III, 37.
(4) Ese mismo titulo se le dá en moneda de que trata el Sr. Codera,
sec. V.» c. II, núm. 6.
■ »
63
-498-
su bando, que cada día se le juntaban, marchó á Jaén
y ganó el ánimo de su alcaide. Juntos, llegaron a
Granada, cuyo cadi, para más honrarle, salió á pie á
recibirle, le saludó como emir de la ciudad y les dio á
él y á su hijo Amad-Dollah (Columna del Estado),
espléndido hospedaje. Eran dueños de la alcazaba los
almorávides, y en un combate, que con ellos sostuvie-
ron los de Aben Hud, pereció el hijo de éste. Com-
prendiendo el padre cuántas desgracias ocasionaba su
permanencia en aquella ciudad, después de estar allí
un mes, levantó el campo una noche y se retiró á
Jaén. (i).
Llegaron mensajeros de Murcia-dándole obedien-
cia? á nombre de aquel reino y rogándole que sin
dilación fuese á tomar posesión del mismo. Anunció
á Aben Ayadh el día en que llegaría á Murcia, y le
llamaba amigo, honroso título que bien merecía, pues
que había granjeado con sus gestiones é inteligencias
el emirato de toda la Ajarquia ó comarca de levante*
Seguido Aben Hud de numerosos caballeros, hizo su
entrada en Murcia el viernes 18 de récheb de 540
(4 en. 1 146). Aben Ayadh, con su hijo Abu Becr y
con la caballería 'de la ciudad, salió á recibirle. El
pueblo le vitoreó enmedio de los mayores trans-
portes de júbilo •
Igual manifestación se repetía poco después en Va-
lencia. Denia siguió el ejemplo de Valencia y Murcia,,
y se aposentó en el alcázar. Volvió á Murcia y se alojó
en el palacio grande (Alcázar quibir), al paso que
(1) Conde, III, 37.
— 499 —
Aben Ayadh, con arreglo á cuyas disposiciones se
dirigía todo el gobierno, se aposentó en el palacio
pequeño (Alcázar ságuir).
Dice muy bien un autor: «Pasó (Aben Hud) de
allí (Córdoba) á Jaén y á Granada, poblaciones que,
-como las del reino de Valencia, reconocieron por el
momento su imperio, si bien fué su adquisición más
importante la del reino de Murcia, que le recibió por
rey voluntariamente. Eran éstos los últimos triunfos
del capitán ilustre, que de abatido régulo de una
ciudad pequeña, y de gobernador mudejar de Toledo,
había pasado á constituirse, bajo los auspicios del
Emperador, en vengador de los agravios de la raza
¿rabey fundador de una extensa monarquía» (i).
El buen éxito en todas estas empresas era debido,
por modo principal, á la protección de Alfonso VII.
Con tropas castellanas había el Emir'entrado en Murcia
y en Valencia, y con ellas se hizo dueño de Jaén,
Úbeda y Baeza. Cuando Hamdain le obligó á huir de
Córdoba, envió mensajeros al Emperador diciéndole:
«La tierra de Übeda y la de Baeza, y sus castillos, ni
¿ mí quieren obedecerme, ni á tí pagarte tributo.» Ei
Emperador llamó á los condes Manrique, Armengol,
Ponce y Martín Fernández, y les dijo: «Id y subyugad
para mí y para "el rey Saifadola, á Baeza, Úbeda y Jaén,*
y á todos los rebeldes, y no perdone vuestra espada á
ninguno de ellos.» Ellos fueron con un gran ejército
y destruyeron toda la tierra rebelde v
(i) Fernández y González (D. Francisco), Los Mudejares de Castilla,
parte I, capítulo V.
1
— joo — :
Al verse los muslimes en tan duro aprieto, enviaron
una epibajada á Saifadola rogándole que los librase de
las manos de los cristianos, y le servirían sumisos.
Recogió numerosas huestes y. salió al encuentro de los
condes. Fué de paz al campamento de éstos, y les
dijo: «Devolvedme los cautivos y el botín que habéis
recogido; iré con vosotros al Emperador y haré cuanto
él me mandare.» Los condes contestaron: «De nin-
gún modo haremos lo que tú quieres. Tú mismo
enviaste a decir al Emperador: «Los subditos de
Úbeda se nos han rebelado á mí y á ti; envía, un
ejército que los destruya á ellos y á su tierra.» Y
el Emperador nos ha mandado que hiciéramos lo
que tú solicitaste.» Replicó Saifadola: «Si no me
entregáis los cautivos y el botín, al momento seré
en batalla con vosotros.» Y ellos dijeron: «Nunca
mejor ocasión.» ,
Al momento prepararon unos y otros sais huestes^
y se trabó una batalla muy. sangrienta. Á la postre vol-
vieron la espalda los muslimes: fueron vencidos, y el
mismo Saifadola quedó prisionero. Al conducirle á las
tiendas de los condes, se acercaron unos caballeros
llamados los Pardos, y, al conocerle, diéronle muerte.
Cuando los condes vieron esto, se entristecieron
sobremanera. Enviaron mensajeros al Emperador, que
estaba en León, v le dieron minuciosos detalles sobre
aquella inesperada batalla. Por último, le dijeron: «Tu
amigo el rey Saifadola ha muerto.)) Alfonso se entris-
teció y exclamó: «Limpio estoy de la sangre de mi
amiga Saifadola.» Y todos los cristianos y sarracenos,
desde la Arabia hasta el Atlántico, conocieron que
— soi —
ninguna parte tuvo Alfonso en la muerte del rey
m Saifadola (i).
Esta es la versión cristiana sobre el fin del emir»
Algo diferente es lo que acerca de ello escribió nues-
tro Aben al Abbar, á quien sigue Conde.
Parecióle al emir que podia prescindir ya de la
tutela del Emperador, mal vista, como es natural, por
los musulmanes. Encendióse en justo enojo Alfonso
al ver con cuánta facilidad Saifadola rompia unos lazos
que el rey cristiano juzgaba inquebrantables, y envió
un ejército* contra aquel que se apartaba de su vasallaje.
No bien llegados á Murcia Aben Hud y Aben
Ayadh su wazir, supieron que el alcaide de Cuenca
corría las tierras de Játiba, al mismo tiempo que los
cristianos, poco antes sus auxiliares, -talaban y estraga-
ban aquellos hermosos campos. Pocos días después,
Abdallah Aben Sad, el naib de Valencia, escribía al
emir y á su ministro, que las huestes del Thogray y
de su aliado el rey de Castilla tenían puesto sitio á
Játiba. Al punto avisaron al naib para que con la gente
de Valencia saliese contra los enemigos. El emir reco-
gió la caballería de Murcia, Lorca y Alicante, y fué á
unirse á las tropas salidas de Valencia.
Comprendiendo los cristianos el apuro en que se
verían si luchaban con aquel núcleo de fuerzas ene-
migas, procuraron medir antes sus armas con la divi-
sión de Murcia, la más temible; prometíanse destro-
zarla; y logrado esto, revolverían contra la de Valencia.
Alzaron el sitio puesto á Játiba, mas no llegaron á
(i) Cbronica Adefonsi Imperaiotis.
— 502 —
tiempo de impedir que formasen un solo cuerpo de
ejército aquellas dos huestes. Se reunieron el jueves,
19 de jaban (4 febrero), merced á la diligencia de los
valencianos.
En la vasta llanura de Albacete, en las inmediacio-
nes de Chinchilla, en el campo llamado de Lüg, vi-
nieron á las manos, el dia 5, moros y cristianos. Tanta
era en ambds campos la impaciencia por pelear, que
al apuntar el alba se inició la batalla, cruel y sangrienta
ya en los primeros momentos. Con tal furor se lucha-
ba, que más que hombres, los combatientes semejaban
fieras sedientas de sangre. Allí estaban los más dies-
tros y esforzados campeadores muslimes y cristianos,
el odio en unos y en otros era implacable, y en valor y
constancia rivalizaban los más aguerridos soldados.
El esforzado emir de Valencia, que bregaba en el
sitio de mayor peligro, recibió un terrible golpe de
lanza: por la profunda herida del pecho salió con la
sangre su noble alma. También murió luchando como
león bravo en las primeras filas, el naib de Valencia,
sobrino de Muhámad ben Sad ben Mardónix, naib de
Murcia. Con la muerte de estos dos Ínclitos caudillos,
decayó el ánimo de los guerreros valencianos y mur-
cianos: así que, á pesar de los esfuerzos de Aben
Ayadh, abandonaron el campo. Las sombras de la
noche pusieron tregua á la matanza y favorecieron la
retirada de los vencidos (1).
(1) Conde, III, 38.— Aunque con la concisión que les es propia, los Anales
Toledanos convienen con las crónicas árabes en la clase y época de la muerte
de Saif-adola: «Lidió Qahedola con Christianos, é matáronlo en el mes de
Febrero, Era MCLXXXIV.»
— 5°3 —
Victima de la guerra que agitaba i todos los países
musulmanes de España, fué este año un hijo ilustre
de Alcira. Llamábase Muhámad ben Massud ben Kha-
lassat. Hizo sus estudios v floreció en Córdoba v Gra-
nada. Fué notable en todas las ciencias: se distinguió
como orador y poeta sobresaliente, filósofo, teólogo,
jurisconsulto y aventajado historiador. Asi se des-
prende de sus escritos, aunque sólo quedan, por des-
gracia, algunos fragmentos de Retórica y Poética.
Wació el año 465 (sept. 1072-75). y fué muerto por
los almorávides el sábado, 12 de düagia de 540 {26
mayo 1, en el camino Faraónico de Córdoba, no lejos del
campo Alabana, junto á la puerta de AbdJ^cbar (i)-
Los almorávides eran dueños del alcázar, desde el cual
hacían" frecuentes salidas.
Lleno de consideraciones murió en tierra aparta-
da, al año siguiente (jun. 1146-47), el célebre viajero
valenciano apodado el Chino. Sad el Jair visitó el
apartado imperio de la China, adelantándose á las
embajadas de Inocencio IV al kan de Tartaria, y a
Marco Polo. Ávido de saber, estuvo en Bagdad, flore-
ciente á la sazón en toda clase de estudios. Fijó su
residencia en Ispahán, contrajo matrimonio y tuvo á
Fátima, que heredó del padre su saber extraordinario.
Volvió á Bagdad y allí murió. En prueba del alto apre-
cio en que alli se le tenia, están las circunstancias de
haberse encargado de la oración fúnebre el jeque pre-
dicador de la mezquita del alcázar, y de haber presi-
dido el gran cadi de la ciudad el entierro (2).
(i) Casiri, II, núm. 1668.
(2) Ei Archivo , I, 139-140.
— 504 —
Abdallah ben Ayadh, cuya parte en la proclamación
de Merwán y de Aben Hud ya conocemos, tuvo el
triste honor de retirar las reliquias del ejército vencido
en Chinchilla. Respirando venganza recorría su tierra
y allegaba gentes que oponer á sus ensoberbecidos
contrarios. Supo que el alcaide de Cuenca habla
entrado en Murcia después de vencer en sus inme-
diaciones á su naib Muhámad ben Sad, que pudo
escapar en un buen caballo y ampararse, con parte de
' los suyos, en Alicante. Contando Aben Ayadh cdh
que dentro de Murcia tendría por auxiliares á sus
mismos habitantes, descontentos del Thogray, por
su amistad con los cristianos, sus aliados y compa-
ñeros, recogió numerosas tropas en Valencia, Alicante
y Lorca, y se dirigió á Murcia.
Apenas llegó junto á la ciudad, todo el pueblo se
alzó en armas contra el arráez Abdallah ben Faraig (i).
Estaba el Thogray sin saber á dónde acudir, si al
muro, contra Aben Ayaah, ó á sofocar el motín de
los sublevados. Él, que estaba luchando como bueno
contra las tropas enemigas recién llegadas, al notar
el alboroto en la ciudad y la confusión en los suyos,
no vio otro recurso que el de apelar á la fuga.^Estuvo,
sin embargo, ^an poco afortunado, que, al salir, por
la puerta de África, recibió su caballo en la cabeza una
piedfa lanzada desde el muro. El caballo cayó atolon-
drado en el Segura arrastrando al jinete.
Más atentos sus soldados á la salvación propia
(i) De la entrada y señorío de Murcia por el Thogray es testimonio una
moneda de que se hace mención en la citada obra del Sr. Codera, cap. XI.
— 5os —
.que á la de su jefe, le abandonaron en su precipitada
fuga. Se apoderó del Thogray un tal Aben Feda, le
acabó de matar y presentó la cabeza á Aben Ayadh,
que recompensó con largueza el obsequio. El venga-
dor de Saifadola entró en Murcia el 7 de récheb de
541 (13 dic. de 1146). Hieo decapitar á los prisio-
neros cristianos, perdonó á los muslimes de la parcia-
lidad contraria y colmó de honores á los de su bando.
Por segunda vez fué proclamado emir de Murcia y de
toda la Ajarquia (1).
Poco sobrevivió al triunfo el nuevo emir de Va-
lencia. Anduvo algún tiempo persiguiendo á los ven-
cidos y conteniendo á los cristianos, que no cesaban
de hacer entradas en tierra de Murcia. Para ampararla
#de las algaras de los enemigos y de los rebeldes Berii
Giomail, penetró con buena hueste de caballería hacia
Cuenca. Cierta noche cruzaba un desfiladero, próximo
á Uclés y dominado por una gran altura. Apostados
en ella los enemigos, lanzaban contra el emir y su
ejército toda suerte de armas arrojadizas. De tal gra-
vedad hirió una de ellas á Aben Ayadh, que al día
siguiente, viernes, 22 de rabié i.*de 542 (21 ag. 1147),
pasó á la misericordia de Dios. %
No quedó á los suyos otro consuelo que el de
vengar su muerte. Embalsamado su cuerpo y ence-
rrado en preciosa caja, fué llevado á Valencia. Toda
la ciudad hizo por él gran llanto, se derramaron abun-
dantes lágrimas y se hizo con señalada pompa su
(1) Es sorprendente la conformidad del libro de Conde con lt obra del
Sr. Codera, apéndices IX y XI.
64
— 506 —
entierro: su mérito excepcional reclamaba de justicia
aquel extraordinario tributo, pues, además de exce-
lente caudillo, como lo probó en la defensa de las
fronteras, fué en extremo liberal y generoso.
Cumpliendo los de Valencia lo que Aben Ayadh
dispuso en sus últimos momentos, proclamaron en-
seguida emir á Abu Abdallah Muhámad ben Sad Aben
Mardónix, el náib de Murcia. Su largo reinado, pues
duró, cuando menos, hasta el año 566 (sept. 1 170-71),
según confirma la Numismática (1), y los muchos é
importantes sucesos que durante él ocurrieron, recla-
man capítulo aparte.
Por los años en que se realizaron los hechos acaba-
dos de apuntar, aún se halla rastro de un obispo de
Denia, que bien pudo serlo sin el carácter de in par-
tibus. En las deportaciones anteriores de muzárabes no
todos fueron transportados al África. Las palabras de
autor árabe «hoy (mitad del siglo xn) no queda sino
una pequeña porción acostumbrada ha tiempo al des-
precio y humillación», claramente lo indican (2). Poco
antes de la muerte de Ali ben Júsuf ben Texufin
(enero de 1 144), al pasar á Marruecos su hijo Texufin,
se llevó, además de la flor de la caballería almoravide
(1) Codera, apéndices IX, X y XI. — Conde, III, 40.
(2) Dozy, Recherches, etc., I, p. 343. — Sus costumbres, habida conside-
ración al medio en que vivían, dejaban bastante que desear: «En este tiempo
(1 106), escribe Sandoval (Cuatro %tyes, XXIF), había muchos mozárabes
malos cristianos, tan estragados y peores que los moros en los lugares fron-
teros, donde más convenía haber cristianos ñeles, seguros á su Dios y á su
rey. Teniendo, pues, el rey (Alfonso VI) aviso de lo poco que en los tales
hay que fiar, los echó de Málaga y de las demás fronteras donde estaban, y
los hizo pasar á África.» Eran los muzárabes para los países cristianos, lo que
los mudejares y moriscos para los africanos.
— 5°7 —
que había en España, cuatro mil mancebos cristianos,
muy diestros en las armas, los cuales servían en la
caballería de la guardia del príncipe (i). Los almoha-
des trataron con saña á estos muzárabes y de igual
. modo á los de España en 1147 (2)- Esos pocos mu-
zárabes que quedaron á mediados del siglo xn no
pudieron ser maltratados en tiempo de Saifadola ni
de Aben Sad, porque uno y otro se sostuvieran con
la protección de Alfonso VII y Alfonso VIII de Cas-
tilia y de Alfonso II de Aragón.
No son, sin embargo, despreciables las. razones
aducidas en pro del carácter de in partibus que pudo
tener ese obispo de quien hay rastro. La concesión
hecha por los emires de Denia Mugéhid y Ali en
favor del obispo de Barcelona y la actitud de los pre-
lados de la Tarraconense, reunidos con motivo de la
dedicación de la iglesia de Santa Cruz y de Santa
Eulalia, no podían ser del agrado de la provincia ecle-
siástica de Toledo, á la cual perteneció en tiempo de
los vi^odos la diócesis de Denia. Es lo más probable
que, en contraposición á las pretensiones del obispo
(1) Conde, III, ^ó.— Fernández y González, Los Mudejares de Castilla,
P. i.*, c. I.
(2) Eodem vero anno quo supradicu victoria Cor dubas á Deo facta est,
gentes qoas vu'go vocant muzmotos, venerunt ex África, et transierunt mare
. Mediterraneum, et facto magno ingenio, ímpetu bellando práeoccupaverunt
Sibilliam, et alias civitates munitas, et oppida in circuitu, et á longe, 'et
habitavernnt in eis, et occiderunt nobiles ejus, et christianos quos vocabant
muzárabes, et judeos, qui ibi erant ex antiqnis temporibas, et acceperunt sibi
uxores eorum, et domos, et divitias. Quo tempore multa milliá militum et
peditnm christianornm cum sno episcopo, et cum magna parte clericorura,
qui fuerant de domo regis Hali et filii ejus Texufíni, transierunt mare, et
▼enerunt Toletum (Cbronica %AdeJonsi Imperatoris).
— 508 —
de Barcelona en lo de Denia, habría un obispo de
ésta, con residencia en Toledo, el cual hasta cabe se
entendiera con los pocos muzárabes que en Denia y
en su jurisdicción quedasen. Y que ese obispo de
Denia residía en Toledo, pruébanlo sus posesionéis ,
enclavadas no lejos de la ciudad del Tajo. La rivalidad
entre los arzobispos de Toledo y de Tarragona acerca
de á cuál de las dos provincias había de pertenecer
Valencia, se hizo muy patente al ser conquistada por
ios cristianos (i).
(i) El oirchivo, V, 20.— VII, 140.
CAPÍTULO XIII
Interregno Almorayide-Almohadb
(1 1451 líl!)
TS^S"*™
ABEN SAO
11*7-1173
Mino de Vílraeú k
gím el Niibíenie.— Verdulero nombre di Aben
S.dyd
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EXICDIÍÚD
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Aben S*J, -Lo» almohadn duafioi de V
Itnrii
reinado de Aben Sad, el rey Lobo de nues-
tros cronistas, es, sin disputa, de los mil
importantes, ahora se atienda á su lar^a
duración, ya á los muchos sucesos que durante ¿I ocu-
rrieron, ó también á la gran resonancia de esos mísrnM
hechos. Bien merece, pues, nos detengamrw en su
.estudio. De aquel tiempo hay una preciosa descripción
geográfica de España, obra de Muhámad ben Muhá-
mad, llamado también Xeríf ai íidrísf, ó el N'obís
Edrisita, conocido, ademas, con el titulo de el >íiibi«avs.
Para no alterar luego la relación de los %nctvA po!;?i-
eos, comenzaremos este capitulo entresacando y i»r,4o
á conocer lo que su libro encierra referen** á r, ,<r>íra
comarca.
J
- 5io -
Huyendo de la persecución de Mahadrel Fatimita,
se refugió el año 548 (mar. 1153-54) en la corte de
Roger I el Conquistador (1130-1154), rey de Sicilia.
Para corresponder, en parte, á la benévola acogida del
monarca, le dedicó un libro titulado «Recreación del
deseo, de la división de las regiones», y con otro nom-
bre, «Libro de Roger». Hacíase en él la explicación de
una esfera terrestre de plata que el príncipe había man-
dado construir (1).
Al Edrisi escribió su geografía por el estilo de
Estrabón, añadiendo á cada uno de los climas su tabla
de longitudes. Solían los geógrafos antiguos hacer la
descripción del mundo dividiéndole en siete climas, y
cada uno en secciones. El geógrafo árabe comienza á
hablar de España en la primera sección del cuarto
clima. Fija la situación del Ándalos, ó España, en el
extremo occidental, y dice que le bañan el mar Tene-
broso (Atlántico) y el de Xam ó de Siria (Medite-
rráneo), que emana de aquél. Llámase asi el mar de
Siria, por los árabes que con Balg fijaron su asiento
en la región de Todmir ó Murcia. -
En la costa del mar de Xam, después del clima
Elbira (Granada), sigúese el país de Todmir, en el
cual se alzan las ciudades Mursia, Aunóla, Cartghena,
Lurca, Muía y Chinchilla. Dice que este país linda con
(1) £1 primero en dar una versión latina fué el P. M. Enrique Flore?, en
la España Sagrada, VIII, 54.— Conde le tradujo directamente del árabe, y
publicó la traducción, con el texto original, en 1799.— Dosy et Goege han
publicado otra versión en su Dtscripticn dé T Afrique et deV Espagne.— También
se ha ocupado detenidamente de ese libro nuestro malogrado amigo D. Fran-
cisco Pons y Boigues en la importante obra que con frecuencia se ha venido
dtando.
— S" —
el de Cuenca, donde están Aunóla, ya nombrada
antes, Elx, Le can t, Cuneca y Segura. Sigue el clima
Argira ó Erguirá (i), donde se alzan Xateba, Xucra
(Alcira) y Denia, habiendo en él muchos castillos.
Pasa luego al clima Murbéter, donde se encuentran
Valensia, Murbéter y Burriana, con muchas fortalezas.
Dirigiéndose á lo interior ó hacia el norte (i), sigue
el clima de Cásim, y en él están Alpont y Santa Maria
de Aben Razim (3).
Desde el país más septentrional, ó sea desde la
caída del nahr Ebra hasta Rabeta Castaly, al occidente,
hay 16 millas, y desde ella hasta el castillo de Penis-
cola (hisn Beniskela), 6 millas. Es Peñiscola castillo
fuerte, desde el cual se cuentan 7 millas hasta cumbre
Abixat (¿Cbivert?); y hasta medina Burriana, al occi-
dente, 25 millas. Desde Burriana hasta Murviedro se
cuentan 20 millas. Hay en Murviedro, cercano al mar,
muchas alquerías, edificios, arboledas bien cuidadas y
aguas no mal repartidas.
Desde Murviedro hasta Valencia, al /occidente, 12
millas.. Medina Valencia es metrópoli de las de España,
Está sobre rio corriente, cuyas aguas se aprovechan en
el riego de sembrados, en sus jardines y en la frescura
de sus huertas y casas de campo. Está edifícala en un
llano y bien habitada. Viven aüí muchos comercian-
tes y agricultores. Hay mercados, y es ! jfjar de pr'Ha
(2) Lo» ir*x% tr.zziíz itvxztt t'-~ ivü^'/t «. *í Of. *:*•'./**> t*jr'>, ut
y llegada de las naves- Está situada á tres millas del
mar, al cual se llega siguiendo el curso del rio.
Desde Valencia hasta Sarcusta (Zaragoza), 9 jomadas
sobre Kenteda; desde Kenteda hasta hisn ar Riahin,
2 jornadas, y desde hisn ai Riahin hasta Alcanit, 2 días.
Desde Valencia hasta Gezira Xúcar, 18 millas.
Alcira está sobre el río y tiene muchos árboles fruta-
les. Desde Alcira hasta medina Xáteba, 12 millas.
Játiba es ciudad hermosa, tiene alcazaba, se bate en
ella mitkal hermosa y,acendrada (1), y se fabrica papel
que no le había más precioso: por lo que se manda á
oriente y occidente (2). Desde Játiba hasta Denia,
hay 25 millas; desde Játiba hasta Valencia, 32; desde
Valencia has^a Denia, por la costa, 65; desde Valencia
hasta hisn Golira, 25, y desde; Cullera hasta Denia, 40.
El castillo de Cullera está cercado del mar. Es castillo
inaccesible, sobre la caída de nahr Xúcar.
Al mediodía del castillo hay un gran monte redon-
do, llamado Gebal Káum (mons Caon, él Mongó),
desde el cual se descubre Gebal Yebisat (Ibiza). Desde
Cuenca hasta Calaba (Jalance), 3 días. Este último. lugar
está fortificado y construido sobre las laderas de mon-
tes abundantes en pinos. Cortada la madera, se la lleva,
por conducción fluvial, hasta Denia y Valencia. Por el
(1) Según Codera, O. C, sección V, también entonces se acuñaban en
Valencia, Denia y Murcia dinares con caracteres muy elegantes.
(2) Hasta que Jaime I se apoderó de Játiba, se usó, para nuestros docu-
mentos, el pergamino. Después, aún continuó mucho tiempo la importancia
papelera de Játiba. Era su papel muy grueso y lustroso, por lo que se con-
serva muy bien después de 600 años. £1 registro de las donaciones de Valen-
cia, concluido en 1249, se escribió en papel, y es el primero qne se encuentra
en el archivo de Barcelona (El Archivo, I, 373, nota).
— si3 —
rio de Jalance (Júcar), va á Alcira, y desde allí, hasta
el castillo de Cultera, por donde baja al mar. Se la em-
barca para Denia, donde se emplea en la fabricación
de buques, ó para Valencia, para la construcción de
casas (i).
Denia es hermosa ciudad marítima, con un arrabal
bien poblado. Está cercada de altas murallas, que se
prolongan con mucho arte é inteligencia por la parte
de oriente hasta el mar. Está defendida por fuerte alca-
zaba. Rodéanla abundantes viñas é higuerales. Es puerto
de mar muy frecuentado, y tiene astillero, donde se
(i) Es indudable que el Júcar fué navegable en la antigüedad. Se cree que
la vuelta que hace rodeando á Alcira, es artificial, y así aparece de reconoci-
miento pericial en 1505. En la trova 193 de masen Fevrer (se ve qué desde
¿ollera subían las naves hasta las inmediaciones de Játiba. Las presas para el
riego y molinos han inutilitado en su mayor parte la navegación por el río.
A 16 de junio de 1255 se concedió á Alcira que pudiese aprovechar el agua
del río de los Ojos, ó sean las acequias de Alasquer y Masalavés; sin embargo,
•en 16 de febrero de 1 271 se decretó lo necesario para que la navegación se
conservase, esto es, que en cada presa hubiese un portillo, con su compuerta,
de 25 palmos. En 1315 hubo necesidad de que Jaime II hiciese guardar las
prescripciones de su abuelo. Cuando Pedro el Ceremonioso, en guerra con
Pedro el Cruel, tuvo consejo, estando en Cuitara, acerca del plan de campa-
ña qué debía seguirse, el parecer del infante D. Pedro fué que el rey debía
levantar el campamento de Cullera y que el vizconde de Cardona, con las 17
galeras, podía remontar el curso del Júcar y detenerse en Alcira (20 mayo de
1364). De un privilegio de Fernando el Católico, expedido en Édja el 4 de
diciembre de 1501, se deduce que la navegación fluvial había cesado. En 15
de noviembre de 1393 Juan I concedió á Valencia autorización para tomar
en Tous agua del Júcar; en 16 de enero de 1404 la otorgó Martín el Humano
i la misma ciudad para que utilizase la acequia real de Alcira prolongándola
desde Guadasuar, por Alginet, Sollana, Trullas, Alcaida, Torre de Romaní,
Almusafes, Benifayó, Espioca, Silla, Picasent, Alcacer, Beniparrell y Al bal,
hasta Catarroja. El privilegio para sacar aguas del Júcar, le alcanzó Cullera
en 15 de junio de 1415, otorgado por Fernando el de Antequera; Sueca, en* 2
de abril de 1484; Escalona, en 159?» y Carcagente, en 1654 (Historia de
Cutiera, XVIII, — El Archivo, VII, 306-3 13).
65
— 5H —
fabrican embarcaciones. Desde allí parten naves hasta
las regiones más remotas de Oriente, y la flota, en
tiempo de guerra.
Desde Játiba hasta Bocairente (Bekirén), al occi-
dente, 40 millas, y desde Denia hasta Alcant, por el
mar, y al occidente, 70 millas. Alicante es ciudad
pequeña, pero bastante poblada. Tiene un mercado
y dos mezquitas (1), una mayor ó principal. El suelo
produce abundantes frutas, y, con especialidad, le-
gumbres, higos y uva. El esparto que allí crece se
exporta á todos los paises marítimos. El castillo que
defiende á esta ciudad es muy fuerte, y su ascensión,
muy penosa. Es Alicante, no obstante su pequenez,
sitio en que se construyen buques para el comercio y
barcas. En sus inmediaciones está la isla llamada
Eblanesa (isla Plana). Dista de la costa una milla, en-
frente del río, y es puerto excelente y ensenada en que
las naves tienen muy buen abrigo.
Desde la punta an Nedhur hasta Alicante, 10 mi-
llas. Desde Alicante hasta medina Elche, por tierra,
una jornada corta. Desde Alicante hasta las emboca-
duras Belx, 57 millas; y Belx, desde principios de sus
bocas entran en él muchos ríos y naves. Y de Belx á
Gezirath al Firén, una milla.
Segura es como ciudad edificada por sus morado-
res sobre la cumbre de un monte inaccesible; y es de
fábrica buena y hermosa. De las laderas del monte
salen dos ríos, uno de ellos es el de Córdoba, llamado
(1) De una de ellas se hace mención en la Crónica de Jaime el Conquis-
tador (Traducción de Flotats y BofaraU, capítulo CCLVHI).
WTW
— s*s —
mhr al Kibir (el rio grande), y el otro, cuyo nombre
es nahr al Abiad (el rio Blanco), va de la fuente del
mediodía á Hosain al Fered, lu£go A hisn Muía, des-
pués á Murcia, capital del pais de Todmir, en una lla-
nura, á orillas del rio Blanco, y por último, después
de pasar por Auriola, desemboca, por al Modwari en el
mar.
Hecha esta reseña geográfica, comencemos por
averiguar la duración del reinado de Aben Sad y cu¿\l
fué su verdadero nombre. La Numismática confirma
loque dicen los autores árabes á quienes sigue Conde,
ó sea que comenzó su emirato en 1 147 y acabó en
1 172 (1), y que se llamó Abú Abdallah Muhámad
ben Sad (2). Reconoció por Imam á Abíi Alnlalluh
Muhámad el Muktafa, de los Abasidas (3). También
cuenta entre sus antepasados á un Mardanis, Mardenis
ó Merdénix. Lo cual ha dado lugar á la siguiente
conjetura, no desprovista de fundamento: «Descono-
cernos si realmente era cristiano bautizado, aunque
es muy probable que lo fuese, el famoso rey don
(1) Del año 542 (¡ao. 1147-may. 1148) aún aparecen moneda* <!« A\uñ
Ayadh como emir de Morcía; 7 de Aben Sad, emir de Valencia y de Murcia,
las hay desde el mismo 542 ha su 566 (sept, 1170-71) (Codera, »p, firtm, ')),
(2) Eo an diñar se jo dei año 553 (11 58-59,, *n excelente eitjdtt d« ton-
se lee en la 1.» irea: «So hay Dios sin ó Allab;— M«h';rrii §l
de Alian. — Se adhiere i la cnerda de AíJah, el amir A bu Abdallab—
Mnháraad bea £aad, ijtúclc A lab » £0 la i*. «Ei \mtm—K\tu Ab'l*,lj»h-«
Mohimud al H< ai* Kainrí— AlUh, amír— de los cre/ent**, al Abb*',' t V
est la leseada drcafax: c£a d nombre de A/bh, el cíemente, el mmñvri*
fm¿ araéyfo este dioax ea Hará*, *ño } J Í&J $ (O, C,f let^^n Vj, 0
m tt i~t-mo fin. c, 40, p, KL \jy% *ece» teytt* mi* m*%mo
'>& ::',y,4, **#* 04 (nte'h)<
(3) Así se *e por rnmrfú» *sj*% *
(O. C, ap. afeas, r 7 *>
s
1j
o
i
i fl
\ "
-5ií-
Lupo de la España, llamado Abo- Abdillah, hijo de
Saad Aben Merdénix ó Aben Mardenis, general de los
ejércitos de los hijos del emperador Alfonso VII, y
que hasta su muerte, en 1172, conservó buena parte
de los estados de Valencia y Murcia con independen-
cia de los almohades; pero no es dudoso que perte-
necía á una antigua familia española, ora se interprete
su apellido, según pretende Aben Jalicán, por una voz
latina de significado soez, ora por Aben Martinus, que
es la explicación adoptada por D'Slare» (1). Se le
conoce, igualmente, por Aben Lebón, Lupón, Lobo y
Lope. Por más que uno de nuestros cronistas asegure
que «á este rey Mahómad llamaron los cristianos el
rey Lobo ó Lupón, aunque la causa dello no la den
nuestros historiadores» (2), uno de éstos, posterior á
aquel cronista, dice que es «en razón de su carácter
emprendedor y valiente» (3).
El historiador que da esta etimología, evidencia,
con un documento sacado de los archivos de Genova,
que en el año 1149, -dos después de la toma de Alnje-
ria, Abu Aballah Muhámad ben Said ben Mordanisch,
llamado Boabdil en aquel documento, «había llegado
á ser rey de Valencia por una serie de vicisitudes cuya
(1) El Archivo, V, 29. — De esta misma opinión del Sr. Fernández y
González ts el Sr. Simonet, según el cual, Aba Abdallah Muhámad ben Sad
ben Muhámad ben Ahraed ben Mardanix ó Mardonix, cuyo apellido equivale
al español Martines era de origen cristiano, y «aunque, sin abjurar de la ley
de Mahoma, en que había sido educado, conservaba el espíritu nacional here-
dado de sus mayores, estrechando relaciones con los príncipes cristianos,
coadyuvaba eficazmente á la restauración de España* (El Arclnvo% VI, 173)»
(2) Escclano, III, 1.*
(3) Gebhardt, t. III, p* 355. .- .
,*
(i) Gc¿fejr£c, III, J47-J^
Lapo maihi por cf já<s : :é* es VLvtá&, V*a*sU* j v/k, 4* tvC**** 4* fe
X'
\
* 1*
— $17 —
explicación no nos ha conservado la historia» (i). lín V
el último capitulo se vio qué parte tuvo en el alza-
miento general contra los almorávides y en los breves
reinados de Merwán, Saifadola y Aben Ayadh, y cómo
vino á suceder á éste. Aun en los tiempos de su
decadencia, «pasaba lo más del tiempo en Valencia, y
desde allí recorría sus estados y las ciudades de su
señorío, que eran todas las de la costa del mar Medi-
terráneo desde Tarragona hasta Cartagena al Ilalfe, y
las fortalezas de Murbíter, Júcar (Alcira), Játiba,
Denia, Lecant, Segura, Lorca y la ciudad de Murcia,
con todas sus comarcas, y muchas villas en las fron-
teras» (2). ¿Cómo, en medio de almorávides y de
almohades, entre las pretensiones al emirato general
por parte de Aben Hamdain y el avance de los reyes
de Castilla y de Aragón, pudo conservar tantos estados
y por tan laígo tiempo? La protección que esos mo-
narcas le dispensaron hízole sostener en situación tan
comprometida; cuando le faltó ese apoyo, se conjura
ron contra él miembros ingratos de su propia familia,
sus mismos subditos y los almohades, que sólo a*f
hicieron venir al suelo la arriesgada obra del abuelo
del último emir de Valencia.
Á la muerte de Aben Ayadh, ocurrida, cuma ya
se dijo, en día de giuma (viernes), 22 de raUU; i** An
542 (21 ag. de 1 147), los de Valencia, cijrrif/lí';ri'Jo la
última voluntad del difunto, proclamaron por emir al
,'j
t.
- 5i8 -
caudillo Aben Sád (i). En Murcia, donde quedó
investido con el cargo de walí el naib de la misma Ali
ben Obeidallah Abúl Hassán, así que llegó el nuevo
emir proclamado ert Valencia, dicho waK le saludó '
con estas palabras: «Ya sabes, señor, que por tí entré
en esta ciudad y por tí la he tenido: tuya es.» Aquel
mismo día fué proclamado con gran solemnidad en
Murcia el rey Lobo. Uno de los que le visitaron fué
su suegro Aben Hamusek, señor de Segura, Era su naib
en Valencia y le dejó por walí de Murcia, por tener en
él gran confianza el Emir. Acabadas las fiestas de la
proclamación, que fueron muy ruidosas, volvió á Va-
lencia. Fué la proclamación de Aben Sad en Murcia el
primer día de giumada i.a de 542 (29 sept. 1147 (2).
(1) Así describe Escolano el comienzo de su reinado: «Como en África
se entendió la rota y desastrada muerte de Ali ben Yiisuf, ai punto saludaron
por rey á su hijo Brahim ben Ali, que, por la misma razón, comenzó i serlo
de Valencia en dicho año de 1 1 15; mas los caudillos moros i quien su padre
Ali había dejado encomendados los reinos y ciudades de España, se alzaron
con ellos y se hicieron llamar reyes. Estaba por adelantado en Murcia un
valiente moro por nombre M-haraete Aben Zihat, que había servido i los
reyes almorávides padre y agüelo de Abrahim con mucho valor y fidelidad en
las guerras del reino de Valencia, y, con la mudanza de nuevo rey, la hizo él
de su condición y costumbres, y se alzó con los dos reinos de Valencia y
Murcia el año n 17, ó, lo más largo, 11 18 (Escolado, III, 1 y 2).» Si á dichas
fechas se añade treinta, se acierta en los años de la muerte de Ali y de la
proclamación de Aben- Sad. Ibrahim fué hijo y sucesor, no de Ali, sino de
Tcxufín, su hijo. Durante su reinado fué, con efecto, la sublevación de los
muslimes de España, que procuraron restablecer, y en parte lograron, los
llamados reinos de taifas. Como se ha visto, Aben Sad era, con efecto/ ade-
lantado ó naib de Murcia. En 1140 se acuñaron ya monedas suyas en Murcia.
(2) Conde, III, 40.— El señor de Segura, que también lo era de Jaén,
Úbeda y Baeza, tenía por nombre Ibrahim ben Áhmed ben Mofrig,. y por
apellido Aben Hamusek, ó Harauxco. Era capitán muy valeroso y, aunque
de origen cristiano, nacido en el Islamismo. Estuvo durante mocho tiempo
á las órdenes de Aben Sad (Simonet, 1. c).
- S«9 -
Por entonces daba. pruebas de gran valor y astucia
política el que fué gobernador almoravide de Valendia
desde 113 4 hasta 1139, cuando menos* Aben Gania,
tío del walí que cedió el puesto á Merwán, estaba em-
peñado en derribar del poder al emir Hamdain, émulo
que había sido de Saifadola. No pudiendo Hamdain
sostenerse en Córdoba contra Aben Gania, él y los
suyos se recogieron a Andújar. Persiguiólos el caudillo
almoravide y puso en gran aprieto la ciudad en que se
habían refugiado. Cuando Hamdain se vio perdido,
envió mensajeros al Emperador, diciéndole: «Aben
Gania y su ejército- me tienen cercado; compadécete de
mí según tu gran misericordia y acude á libertarme,
que yo y mis parciales te serviremos con lealtad.»
Alfonso llamó á uno de sus mejores capitanes, y le
dijo: «Escoge de entre mis soldados aqueltos que mejor
te parecieren, y corre á Andújar; conservad esta ciudad
tú y Hamdain, que yo iré en pos dé tí.» Un lucido
ejército castellano fué á Andújar, y fuera de ella sos-
tuvo con Aben Gania muchos encuentros, en los que
de uno y otro campo perecieron no pocos (1).
Esto fué en la Era 1184 (1146). Como el Empe-
rador prometiera, entró en Andalucía. Era tan pode-
roso 5u ejército, que no pudiendo Aben Gania resis-
tirle, tuvo que entregar las llaves de Córdoba el día
último de jaban (12 febrero) (2). Saquearon los cris-
(1) £1 autor 4 quien sigue Conde (III, 40), confunde el auxilio prestado i
Hamdain, diciendo que se dio á Aben Gania.
(2) También en el año ha de liaber equivocación al señalar el $41, pues
resultaría la entrega de Córdoba. «2 d% febrero de 1147, cuando hay docu-
mentos fehacientes que acreditan, fuá en 1146. Así, Castro escribe en la Cró-
#99
v>.
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— 520 —
tianos una parte de la ciudad y su mezquita mayor.
Quería Alfonso quedarse con aquella capital; pero Aben
Gañía le convenció de que le convenia más la ciudad
de Baeza, por caer más cerca de las fronteras de Tole-
do (1). Aceptó el Emperador este partido, porque,
venidos á España los almohades en muhárram de 540*
(jun.-jul. 1 146), y dueños de Jerez, Medina-Sidonia y
Sevilla, en la cual habían entrado en 12 de jaban (6
enero), acordó retirarse para allegar gentes y oponerse
con todo su poder á los almohades (2).
Con la muerte de Ibrahim (24 marzo), Aben Gania
se entregó en brazos del Emperador y le sirvió con
lealtad. Era entonces Almería albergue de piratas,
cuyas depredaciones se hacían sentir en las costas de
nica del Rey de Castilla Don Sancho el Deseado, c. V: «Este ezerdto que for-
maua el Emperador, era para conquistar la ciudad de Coria, que la ganó en
este año, y después las de Baeza y Cordoua, donde auia estado untos siglos
la corte de los sarrazenos, que desde aquí la passaron i Granada. Estas dos
ciudades fueron ganadas en este año, antes del mes de Agosto, como consta,
en un privilegio del mesmo Emperador, su fecha en Toledo en la Iofraoctaaa
de la Assumpción de nuestra Señora, donde dize que le otorgó poco después
que ganó á Cordoua, y hjzo su vasallo á Abingania, Príncipe de los Moabitas.
El siguiente año de 1147 g*°ó ^ Emperador la ciudad de Almería....» — Y en
carta de donación expedida en 19 de agosto de 1 1 50 en el monasterio de E si onza,
se lee: «Post redditum fossati quo prsenominatus Imperator principem mauro-
rum Abioganiam sibi vasallum fecit et quandam partem Cordubae depraedavit
cum mezquita maiori... (Sandoval, Chrónica del ínclito Emperador, etc., LV.)»
(1) Conde, 1. c. — Sobre la conquista de Baeza, dice don Rodrigo: «Mauri
íncolas quia resistere non valuerunt, eius dominio se dederunt, et ei urbts
prassidium dederunt, quod ipse incontinenti replevit bellatoribus et incolts
christianis; et remanserunt mauri sub tributo (Parte Vil, cap, XI).»— Zuri-
ta, II, 6.
(2) Conde, 1. c— En los Anales Toledanos Primeros, se refiere de este
modo la entrada de Aben Gania en Córdoba y su sumisión al Emperador:
«El Rey Abengama sacó al Rey Aben Hamdín de Cordova en e4 mes de
Febrero: después en el mes de Mayo prisó el Emperador á Córdova, é des-
pués dióla á Abengama, Era MCLXXXIV.»
— 5*1 —
Siria, del Imperio Bizantino, Sicilia, Genova, Pisa,
Francia, Cataluña, Portugal, Galicia y Asturias. El Em-
perador envió el obispo de Oviedo, Arnaldo, al conde
de Barcejona y á Guillermo, señor de Mompeller,
rogándoles que para salvación de sus almas, acudiesen
el día i.° de agosto á destruir aquel nido de piratas.
Prometieron, con la república de Genova, que no
harían falta en aquella empresa (i).
En mayo comenzaron á moverse las huestes de las
diferentes comarcas sometidas á Alfonso, á cuyo frente
iban los más ilustres capitanes. A engrosar aquel ejér-
cito acudió el rey de Navarra, García V. Vino de Francia,
entre otros, el conde Guillermo VIII de Mompeller.Las
naves de Barcelona, Genova y Pisa, mandadas por Ra-
món Berenguer IV, fueron. á completar por el mar el
cerco. Aben Gania, con sus almorávides y los descon-
tentos de Murcia, entraron, en unión con el Empera-
dor, en Andalucía, talaron los campos, robaron los gana-
dos y se pusieron sobre Almería. «Venía por caudillo el
Embalatur Aladfuns con infinita chusma de caballería y
^ de infantería que cubría montes y llanos, y no les basta-
ba para bebida toda el agua de fuentes y ríos, y para
mantenimiento las yerbas y plantas de aquella tierra:
temblaban y retumbaban los montes debajo de sus
pies... Cercaron la ciudad por mar y tierra, que no podían
entrar en ella sino águilas» (2).
( 1) Chronica Adefonsi Imperatoris,
(2) Conde, III, 41. — Algo más lejos vaa en la hipérbole los versos con
que el autor de la Chronica Adefonsi Imperatoris da término i su precioso tra-
bajo. Sólo de las huestes de la Extremadura de entonces, canta:
Si coeli stelas, turbati vel marís uadas,
Si pluvias guttas, caraporum necnon et herbas,
66
— 522 —
¿Quién era el que en Almería desafiaba las iras de
aquella coalición? No eran almorávides, que, con Aben
Gariia, estaban en el campo sitiado*; tampoco los
almohades, ni menos los vasallos de Hamdain. Era
Yahya Aben Hud, familia que en España pretendía, a
despecho de muslimes y cristianos, conservar el lustre
de sus antepasados, y con igual objeto ponía en África
en gran aprieto al califa Abdelmumen. *\lmeria des-
pués de un cerco de tres meses, se rindió por avenen-
cia á Alfonso el día 17 de octubre de 1147 (1), cuando
ya había perdido en las salidas la flor de su caballería
y cuando no quedaba en la ciudad quien la defendiese.
En África, Muhámad Aben Hud, hijo de Abdallah
Aben Hud, después de haber/ reducido los dominios
de Adelmumen á solas las ciudades Marruecos y Fez,
pereció en la batalla que sostuvo poco después del
primer día de dilcada de 542 (24 abril 1148) (2).
Ordine quis nosset, populum numerare valeret.
Vina bibens multa largo cum pane suflulta,
Ferré valet pondus, sestatis despícit sestus.
Opperit hoc terram velut innumerata locusta,
Coelum sí ve mare non suíTicít hoc satiare,
Disrumpunt montes, exsiccant ordine fon tes,
Quando consurgunt, coelorum lumina tollunt
Gens fera, gens fortis, metuens non pecula mortis.
(i) Esta es la fecha que da Sandoval, en el cap. LII de la Cbrónica del
Ínclito Emperador don Alfonso VIL Si el sitio comenzó en i.° de agosto,
según se lee en la crónica latina, y duró el sitio tres meses, como se ve en
Conde, Almería se rindió en i.° de noviembre, fecha poco diferente de la
consignada en el texto. Pero Conde, que consigna la duración del sitio, dice
que terminó en fin del año 542 (21 mayo de 1148), lo cual mal se acomoda
con aquella fecha,— -Zurita, 1. c— En los Anales Toledanos sólo se lee: «Pri-
sieron Christianos Genueses Almerfa en el mes de Octubre, Era MCLXXXV.»
(2) Conde, III, 41.— Fernández y González, Los Mudejares de Castilla, V,
v«
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— 523 —
Aún siguió Aben Gania corriendo la tierra y sojuz-
gando pueblos, para lo cual no vacilaba en respetar en
sus empleos á los alcaides del bando de Hamdain.
Todo era menester para contener á los almohades,
que llegaron á establecer sitio sobre Córdoba. Se
defendió con admirable tesón Aben Gania, pero tuvo
que abandonar la capital, que no tardó en rendirse.
Imploró el caudillo almoravide el auxilio de Al-
fonso VII, y el rey de Castilla le envió alguna caba-
llería con él conde D. Manrique (1).
Relacionado con esto se lee en las adiciones y
tabla del libro de Sandoval (2): «Deste año de la Era
1 186 (1 148) no hay otra memoria en este libro mas
que de un notable peligro en que se vio el Empera-
dor, por trayción que Abengami, aquel valiente moro
de Córdoba, le armó, deseando, por este medio, matar
á tan señalado principe, ya que por otro no era pode-
roso. Dize esta memoria: «dixo Abengama al Empe-
rador que fué con él, é quel daríe Jaén, e quísolo
prender á trayzón. E fué con el conde don Manrich,
é prisieron lo allá, e otros ricos-ornes muchos con él
á trayzón; mas después murió Abengama, é los que
los guardavan, dieron los de mano al conde, é á todos
los otros, Era 1186 (1148)...» (3).
Receloso Aben Gania del Emperador, imploró el
auxilio de los almohades, los cuales le persuadieron á
(1) Conde, 111, 41 y 42.
(2) Cap. LIV.
(3) Y continúa Sandoval: cCon tanta brevedad díze un caso tan notable;
ni hallo qué dezír, mis de lo que cada uno puede imaginar de lo que en esta
maraña dd moro de Córdova huvo. V lo que $aco deUa, qae fué »u merecida
muerte.»
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— S*4 —
que les cediera Córdoba, á fcambio del señorío de
Jaén. Débil para la resistencia Aben Gania, apeló á la
astucia. Prometió al Emperador entregarle la alcazaba
de la capital. No pudo apoderarse de Alfonso mediante
aquella traición, de la cual fueron víctimas el conde
don Manrique y muchos otros ricos hombres. Se
vieron libres de la prisión después de muerto aquel
mismo año, cuando intentaba la alianza del almora-
vide Al Maymún con los almohades (i).
No había Ramón Berenguer IV descansado aún
de la empresa de Almería, acabada con tanta prospe-
ridad, y ya se preparaba para otra. Volvió el conde
con la armada genovesa á la playa de Barcelona,
y, como era tiempo de invierno, se detuvieron allí
la mayor parte de los genoveses, y su armada pasó
á Italia á prevenirse para el verano siguiente. Quería
el esposo de doña Petronila ensanchar sus estados
á costa de los muslimes y destruir otra guarida de los
corsarios de occidente. El 29 de junio se hizo á la
vela la armada de los aliados, desde Barcelona, y
el i.° de julio llegó á la boca del Ebro. Por mar y por
tierra se puso sitio á Tortosa. Prodigios de valor
hicieron los sitiados; pero se vieron precisados á soli-
(1) Fernández y González, Los Mudejares de Castilla, P. I, c. V. — Esta expli-
cación desvanece las dudas que se manifiestan en las adiciones y. tabla del
libro de Sandoval; que en el índice, cap. LVI, escribe: «La muerte deste
Abengami fué, según la memoria referida, en la Era 1186 (1148), quando
urdió aquella trayción en Jaén; si no es que se anticipó á dezirla, pudiendo
aver sido la trayción aquel año, y la muerte del traydor, en éste; ó que,
después de él muerto, el Emperador fué con su exército á tomarle la tierra y
vengar la ofensa hecha á sus cavalleros; y, así, sucedió la batalla con los
muzraitas.» Esta presunción está confirmada por los autores á quienes sigue
Conde.
- 5*5 —
i
citar una tregua de cuarenta dias al fin de los cuales,
si no les acudía el socorro que. esperaban del emir
de Valencia, rendirían la plaza, como así lo hicieron
el Hía último del año 1148. Lérida y Fraga se entre-
garon el 24 de octubre de 1 149; y á Mequinenza le cupo
igual suerte en el mismo año (1).
No entraba en el plan del principe de Barcelona
terminar ahí su obra, cuando en dicho año 1149
premió á don Guillen Ramón de Moneada sus buenos
, servicios haciéndole merced de Peñíscola. «Puede pre-
sumirse que la había ya conquistado, porque en la
escritura de donación no se usa la fórmula de cos-
tumbre indicando que el beneficio se otorgaba para
cuando el objeto donado saliese del poder de los
moros. En este caso, necesario será advertir que
dicho castillo volvió más tarde al poder de los sarra-
cenos» (2).
En este mismo año, el emir de Valencia se
declaró vasallo de Ramón Berenguer IV, y, en recono-
cimiento de feudo y homenaje, le daba todos los
años cierta cantidad en oro (3). Bien necesitaba Aben
Sad el auxilio de dos vecinos tan poderosos como los
reyes de Aragón y de Castilla; porque, de otro modo,
imposible le hubiera sido resistir el empuje de los
almorávides, quienes al valor de la barbarie nnhu
el ardor del fanatismo. Xi el uno ni el otro aban do-
(i) Znriu, ^Anales é¿ *A*Q£<m, JI, % y y —Ut <*to* fcteho* ó* Vtmbx
Bereogoer IV, se kapl* «j ií* Aoait* T'jled*wK *K« p'*** 'Jvm*a,
Era MCLXXXVL— Fue pr«» Jt*j$* • l*r>¿», • M^utw, J>r* M'XXX/VJi*
(2) Historia de CttoUlét/r., y, #,.
(3) Zorita, +Antúei dt lAtagxm, ¡1**7
— $26, —
naron al emir de Valencia, que de tanto provecho les
era en aquellas circunstancias.
«Entrado el año 545 (abr. 1 151-52), el rey Aladfuns de
Toledo partió en ayuda de Aben Gania y de sus almorávides; y,
aunque ya sabia su muerte, se declaró amparador de los de
su bando, y no paró hasta que vino á los campos de Córdoba y
cercó la ciudad; sus campeadores talaban la comarca y quemaban
los pueblos, y robaban los ganados y mataban á los infelices
moradores de Andalucía» (t).
Dice Sandoval que el Emperador entró con pode-
roso ejército en Andalucía y llegó hasta Córdoba, á la
cual puso sitio, durante el cual murió el obispo de
Burgos, dia de San Juan (24 de junio). Dice más:
«que el 23 de julio pelearon en batalla campal junto á
Córdoba los cristianos contra 30.000 almohades y
otros moros andaluces, y que éstos fueron vencidos
y rotos» (2).
El avance simultáneo de los monarcas de Castilla
y de Aragón podría algún dia ocasionar disensiones
entre ambos reinos, las cuales convenía prevenir y
evitar. Este fué uno de los puntos que trataron
Alfonso Vil y Ramón Berenguer IV en la entrevista
que tuvieron en Tudelín, cerca' de Aguas Caldas,
en Navarra, el 27 de enero de 1151, Además de con-
venir en el modo de hacer la guerra al rey de Navarra
y en el repartimiento de los despojos, resolvieron qitó
de las tierras que aún quedaban en poder de infieles,
tocarían al principe de Aragón: Valencia, con toda
. (1) Conde, III, 4a.— Fué el año lijo, según los Anales Toledano»: «Cercó el Emperador Cor-
dova, Era MCLXXXVlIl.i
(2) Chrónica del ínclito Emperador den •Alfonso Vil, c. LV.
— 5^7 —
la tierra que hay desde el Júcar hasta los límites del
reino de Tortosa, y Denia y su señorío, con el mismo
reconocimiento y homenaje que Sancho Ramírez y
Pedro I hicieron por el rey de Navarra á Alfonso VI;
y, además, la ciudad de Murcia y su reino, con excep-
ción de los castillos Lorca y Vera, con sus términos,
con condición de que el Emperador le ayudaría á
la conquista y que el príncipe de Aragón y los suyos
tuviesen á Murcia y su reino de la manera que tenían
por Alfonso VII la ciudad de Zaragoza y su reino;
pero si Ramón Berenguer conquistaba á Murcia sin
auxilio del Emperador, la tendría con igual pacto que
á Valencia (i).
Influyera ó no este acto en el ánimo de Aben Sad,
es lo cierto qu? al año siguiente, en fin de 1152, apa-
rece ya el emir de Valencia como vasallo del rey de
Aragón. Á estos tiempos atribuye la tradición un
.suceso que tiene por comienzo unas negociaciones de
paz entabladas por Aben Sad con el conde de Barce-
lona (2). Lo cierto es que, en testimonio de autores
(1) Zurita, II, 10.— Diago, VI, 20.— Sandoval (c. LVIII) escribe qne el
convenio se celebró en fin de enero de la Era 1 190 (1152). El tino con que
los dos primeros proceden, nos hace adoptar como verdadera la fecha qne
ellos señalan. — En cambio, en \* Historia de don }dime> traducción de Flotáis
y Bofarull, pág. 301-302, nota, se hace constar que el convenio se celebró
seis días antes de las calendas de febrero del año 1150. — Téngase en cuenta
que las fechas de los documentos comprendidos entre los días 25 de diciem-
bre y 24 de marzo, se prestan á la mayor anfibología.
(2) Lobo, rey moro de Valencia, llamó un día á Áhmed, hijo segundo
del arráez de Carlet, y le encargó que fuese á ajustar un armisticio con Ramón
Berenguer IV. Áhmed, seguido de cuatro caballeros, penetró en Cataluña. Al
cruzar un espeso bosque, le sorprendió una tempestad. Á pesar del viento
huracanado y del continuo retumbar del trueno y de uua lluvia torrencial,
llega á sus oídos el rumor de un canto harmonioso. Aprovechando la des-
— 5*8 —
cristianos y árabes, poco después obraba Aben Sad
secundando los planes de los monarcas de Aragón y
de Castilla, declarado vasallo de Alfonso VII y de
Ramón Berenguer IV.
Por carta de donación que de unas casas deL emir
Aben Razín hizo Alfonso VII, se ve que el día n de
julio de '1151 estaban el Emperador y sus hijos
Sancho y Fernando en Jaén esperando que las naves
lumbradora é instantánea luz del relámpago, aquellas voces le atraen como el
imán al hierro. Cuando menos lo esperaban los monjes de Poblé t, sorprén-
deles la presencia de Áhmed. Conviértele el abad á la religión del Crucificado,
y poco después, Bernardo, el que antes se llamara Áhmed, edificaba con su
vida austera y santidad de costumbres á sus mismos compañeros de claustro.
Muchas fueron las conversiones de los moros de la comarca, debidas al celo
evangélico del nuevo apóstol de Cristo. Es pródigo de limosnas, y, sin em-
bargo, los bienes de la comunidad van en aumento. Sus compañeros le aman,
los pobres le bendicen, los que detestaron los errores del falso Profeta le
miran como ángel de salvación, todos le admiran. E[ que con los extraños se
porta como hermano, no había de tener en olvido ni podía mirar con indife-
rencia la suerte eterna de sus hermanos. Anuncia al abad su propósito de
visitar la casa paterna para anunciar allí el Evangelio, y el abad le predice su
próxima muerte. Durante el tiempo que Bernardo estuvo ausente de su casa,
su padre había bajado al sepulcro, y el primogénito había heredado la cuan-
tiosa fortuna de sus mayores. Las dos hermanas, Zaida y Zoraida, reciben como
los campos sedientos la lluvia, la celestial doctrina que su buen hermano les
anuncia. Almanzor, en cambio, persiste tenaz en sus errores. Brama de coraje
en presencia del cambio tfe fe de sus hermanos, y ellos, antes que ser vícti-
mas de las amenazas que profiere Almanzor, abandonan el hogar paterno,
pretenden ganar el Júcar, entrar en una barquilla, surcarle y vivir tranquilos
profesando la nueva religión en los estados de Ramón Berenguer. Fué mayor
que su fortuna la diligencia de Almanzor en alcanzarlos: degüella á María y
Gracia, y Bernardo muere murmurando palabras de perdón con la frente atra-
vesada por un clavo. (Víctor Balaguer, Contes espagnols, ed. París, 1889, pági-
nas 145-149).— Hay que leer con prevención cuanto escriben los más de los
novelistas históricos, que de ordinario tienen poco respeto á la verdad; y no
es el escritor catalán quien menos peca de este mal. — Poco importa que en
esta parte vaya de acuerdo con algunos de nuestros cronistas, afanosos de
milagrerías, que tanto daño causan á la Religión,
de Cataluña llegasen á Sevilla; y en el mismo docu-
mento se confirma la victoria que aquel mismo año
alcanzó de los almohades junto á Córdoba (i).
Tampoco entonces faltó á su deber Ramón Be-
renguer IV, En marzo de 1152 había vuelto á Zara-
goza, después de haber ido, con su ejército, en
socorro del rey de Valencia, que era s\i vasallo,
contra los almohades, moros muy poderosos enemigos
de Lobo (2).
En el año 546 (abr. 115 1-52) vino á España Abu
Hafs, y con él, Cid Abu Said, hijo del emir Abdelmu-
men, con propósito de rescatar de manos de cristia-
nos á Almería. Sitiáronla por mar y por tierra. Para
impedir la salida á los sitiados y evitar¿ á la vez, que
les llegase auxilio, Cid Abu Said mandó alzar una
cerca en torno de los muros. Alfonso VII y su cuñado
Ramón Berenguer no habían dé dejar que fácilmente
se perdiera una plaza que tantos esfuerzos les había
costado conquistar. El primero envió- en auxilio de la
plaza á su vasallo Aben Sad con otros capitanes, y
alzaron otra cerca con que dejaron encerrados á los
mismos almohades. Todos los dias se trababan san-
grientas escaramuzas, en que los de la plaza, los almo-
(i) Facta carta quando Imperator iacebat su per Jaén expectante ñau
Francorum, quae debebant venirc ad Siviliam. Era M.C.LXXXIUj. quinto
Idus Julii. Et eodem auno quo Imperator puguavit in lilis Mutmitis super
Cordubam et divicit eos, (Los Mudejares de Castilla, p. 302).— Por los Anales
Toledanos se ve que Alfonso VII estaba en Jaén el año 1151, y en Gua-
dix, el 1152.
(») • Zurita, ^Anales de *Aragón, II, n. — El vasallaje con Ramón Beren-
guer IV y con Alfonso VII le tuvo Aben Sad hasta la muerte de aquellos
monarcas. En escritura otorgada enPaletítia en 11 56, confirman con título
vasalli lmperatorisy entre otros» Rfix Murciíe (España Sagrada, XXII).
en
— 530 —
hades y las tropas que acaudillaba el emir de Valencia
realizaban insignes proezas. Los de Aben Sad se con-
vencieron de que el hijo de Abdelmumen no alzaba el
sitio, y se retiraron (i).
En otro libro se lee que Aben Sad, «dotado de
actividad infatigable, restituyó á la obediencia la ciu-
dad de Almería, que se había perdido en 1152, ponién-
dola bajo la autoridad de un sobrino suyo» (2), Según
esto, Almería, ganada en 1147, se perdió en 11 52; se
ganó poco después, y volvió á perderse en 1157. Del
sobrino á quien confió la custodia de Almería, dice
más adelante el mismo autor, que engañó á Aben Sad;
lo cual, unido á la traición de Amusek, el suegro, y á
la falta de apoyo de Aragón, causó la caída del famoso
emir de Valencia.
Aprovechando el descanso en que, al parectr, que-
daron por espacio de algunos años las armas de Aben
Sad, daremos una ojeada al movimiento literario de
nuestro país en aquel tiempo.
El año 543 (may. 1148-49) murió en Marruecos
un hijo de la culta Játiba, nacido el 464 (septiembre
1071-72). Abbad ben Sarhán, que asi se llamaba,
estudió en su país natal, siendo aleccionado por los
Mofawaz y otros. Pasó á Oriente, residiendo algún
tiempo en la Meca y en Bagdad, y, al regreso, fijó su
asiento en Córdoba. Se dedicó á la enseñanza y sacó
discípulo tan aprovechado como Aben Pascual, á quien
autorizó para difundir sus lecciones (3).
(1) Conde, III, 43.
(2) Fernández y González, Los Mudejares de Castilla, VI.
(3) Se le atribuye un Fihrist y algunos otros libros (Pons, biogr. núra. 173).
— S3i —
No podia Denia dejar* de tener representación en
periodo de tanto florecimiento literario. Omeva ben
Abdeláziz, nacido el año 1067, fué médico notable,
filósofo, matemático, astrónomo, poeta y hasta músico,
ya que tocaba con admirable destreza el laúd. Fué
preso en Egipto, á donde se había trasladado en 1095,
y en la cárcel, por el año 11 n, escribió su T(isala.
Obligado á abandonar la capital, Alejandría, se esta-
bleció en Mahadia (Magreb), y el soberano, Ali ben
Yahya ben Temim, le acogió con benevolencia, y
hasta su muerte, ocurrida en 1151, le colmó de
honores (1).
Falleció por entonces, año 546 (abr. 115 1-52),
Aben ad Dabag. En su país ejerció por algún tiempo
el ministerio de la predicación. Vivió en Murcia, y fué
considerado como el «término y coronamiento de los
tradicioneros de España» (2).
El día 4 de enero de n 53 murió en Liria, su
patria, Muhámad ben Bahr ben Aasi el Ansari, á los
84 años- Fué jeke de Liria, y á la entrada del Cid en
Valencia, huyó á Jaén; donde permaneció por espacio
de siete años. Se dedicó, bajo la dirección de Abu
Hegag al Kefiz y de Merwán Aben Zerag, á las letras.
Volvió á Valencia en 1 102, ó sea cuando la recobra-
ron los almorávides, y fué en ella mocrí ó lector de
la mezquita mayor ó aljama. Se retiró á Liria, donde
murió á la hora del alba del domingo y se le enterró
(1) Pons, biogr. núra. 159.'
(2) Entre las producciones que se le atribuyen merecen citarse: un Fihrist;
«Obscuridades y vaguedades»; «Clases de tradicioneros»; «Clases de los princi-
pales jurisconsultos» y «Nombres de los Hafices» (Pons, biogr. núm* 176).
en aquella población, en lá macbora de Beni Zenún
(Benisanó) (i).
Son dignos de mención dos poetas notables: Abu
Giafar Áhmed ben Ibrahim ben Salam, el Mohaferí,
de Játiba, que murió el año 550 (mar. 1 1 5 5-feb. 1 1$6),
y Abu Muhámad Abdallah ben Obaid ar Rhomán ben
Higiarf, también Mohaferí, de Valencia, que falleció
el 551 (feb. 1156-57) (2).
Hijo de Abdeláziz y nieto de Abu'l Hassán Muhá-
mad, el cadi puesto en 1 102 en Valencia por los almo-
rávides, fué Muhámad, que, por su virtud y saber, gozó'
envidiable fama en su tiempo. Fué cadi de Cocentaina
y de algunas otras poblaciones, y murió en Bairén
(junto á Gandía) el año 553 (feb. 1158-en. 11 59) (3).
Tuvo un- hijo del mismo nombre, y su extremada
hombría de bien le hacía mirar con horror el desem-
peño de todo cargo público. Síi instrucción nada
común en las ciencias coránicas, le elevó á maestro de
la mezquita de Hisn Bala, en Valencia. Consagraba los
ratos de ocioá trabajos caligráficos y al dorado de
libros, ocupaciones de mucha estima entre los árabes y
en las cuales sobresalió (4). '
Ornar, otro hijo del cadi de Valencia en 1102, fué
sabio jurisconsulto, mufti de gran autoridad, honrado,
modesto y exacto en ei cumplimiento de sus deberes
religiosos; y tan amigo del retiro, que huía, no sólo de
(1) 'Escribió una obra muy crítica sobre las variantes del Corán (Con-
de, III, 22.-— Malo de Molina, p. 132, nota 2).
(2) Casirj, Toetarum..., núms. 20 y ai.
(3) Ei jircUvo, IV, 87-88.
(4) El %Ar chivo 1 1. c.
— 533 —
las vanidades de la corte-, sino también del trato de
las gentes. Fué uno de los primeros magistrados de
Valencia y desempeñó eLcadiazgo de Denia. Nacido
el 476 (may. 1083-84), murió en 557 (diciembre
1 161-62) (1).
Y ya que de los Beni Guáchib tratamos, aun
cuando sea saliendo del periodo que historiamos,
mencionaremos á otros dos individuos de esa famosa
familia. El uno, conocido sólo por Guáchib, fué cadi
de algunos distritos de Valencia, y el otro, Áhmed
Abu '1 Kattab, es muchas veces citado, y con respeto,
por Aben al Abbar, el célebre ministro y gloria de
historiadores, discípulo del uno y del otro (2).
Muhámad ben Abdallah, oriundo de Cuenca, vivió
en Játiba y se distinguió por su competencia en
historia. Fué su muerte en el año 558 (dic. 1162-
nov. 1 163) (3).
Al año siguiente, 559 (nov. 1163-64), Aben al
Kazaz acabó sus dias en Valencia. Durante algún
tiempo residió en Liria, y en sus últimos años fué
cadi de Segorbe (4).
En el mismo año falleció Abu Amir, insigne y
erudito historiador, el cual permaneció largo tiempo
en Murcia (5).
(1) Ibtáera.
(2) Ibídem.
(3) Escribió una «Compilación sobre los sabios españoles,» continuación
de la obra de Aben Pascual (Pons, biogr. núm. 184).
(4) Pons, p4g. 406.
(5) Sus producciones fueron: 1. Margaritas de los collares y esplendores
de las utilidades.— 2. Libro de las perlas ordenadas y de los brazaletes sella-
dos.—Y 3. La curación ó el remedio (Pons, biogr.- núm. 187).
\
— 534 -
Por último, Aben an Nimat murió en ramadhán
del año 567 (abr.-may. 1172). Aunque nacido en
Almería, habitó casi siempre en Valencia. Sobresalió
en la ciencia del derecho, en la interpretación del
Corán, en gramática y en la biografía de musulmanes
más notables. Fué considerado como el más aventa-
jado sabio de la región de levante (1).
Bien lejos de ceder Aben Sad al empuje de los
almohades, no se contentaba con tenerlos á raya, sino
que, aprovechando sus descuidos, procuraba ensan-
char por Andalucía sus estados de Valencia y Murcia.
El ejército de los almohades corrió á tierra de Gra-
nada, y Ali, príncipe de los almorávides, huyó de ella
y se refugió en Almuñécar. Se entregó por avenen-
cia el año 551 (feb. 1156-57). Apenas habían salido
las tropas, alborotado el populacho, merced á las ins-
tigaciones del emir de Valencia, degolló parte m de la
guarnición con su wali. Aben Sad se hizo dueño de
Granada con auxilio de los cristianos de su suegro
Aben Hamuseck, señor de Segura y wali de Murcia (2).
Abdelmumen tomó á empeño recobrar á Gra-
nada, y así lo significó á su hijo Cid Abu Said. Éste,
venido el año 552 (feb. 1157-58), apretó tanto el cerco
á aquella ciudad, que la obligó á rendirse, si bien ase-
gurando á los cristianos que la guarnecían el paso á
sus tierras. El ejército almohade, reforzado con el de
(1) Soq sus obras: i. Una exposición del Corán, en varios tomos.— 2,
Comentario á una obra del Nisaf, en diez tomos. — Y 3. Un Barnamech, ó
catálogo de las biografías de sus maestros (Pons, biogr. mira. 192).
(2) En Los Mudejares se dice «que arrojó á los almohades de Jaén y faci-
litó la entrada de su suegro Aben Homoxq en Granada (P. I, c. VI). >
— 535 —
Cid Yúsuf, otro hijo de Abdelmumen, y el del caudillo
Otmán, habia entrado en la vega de Granada. También-
del Algarbe hablan acudido más tropas á reforzar
las huestes africanas, y se puso cerco á la ciudad.
Aben Sad, Hamusek y los auxiliares castellanos se
defendieron bastante tiempo; y después de muchos
combates y continuos asaltos,, fué entrada por fuerza,
muriendo los cristianos y el conde que los acaudillaba.
El emir de Valencia y su suegro escaparon a uña
de caballo, librándose asi de una muerte segura. Los
pocos almorávides que aún quedaban en Andalucía,
al verlo todo perdido, se pasaron á las Baleares, de
las cuales eran dueños (i).
Con arreglo al convenio de repartición de tierras
convenido en 1151 entre los monarcas de Castilla
y de Aragón, Ramón Berenguer IV y doña Petronila,
su esposa, podían disponer del castillo de Cullera.
Por esto, no degenerando de sus antepasados en
religiosidad, daban en 1157 á Dios Todopoderoso,
á la orden de San Juan del Hospital de Jerusalén y á
su reverendo maestre, entre otras cosas, el castillo de
Cullera ó el de Cervera, con todos sus territorios
y pertenencias, tan prorito como cayesen en poder
de dichos monarcas ó de sus sucesores. Y, como la
intención que presidía á esta liberalidad no podía ser
más santa, puesto que se hacía para mayor honra
y gloria de Dios, en sufragio de las almas de sus
progenitores, para exaltación de la Iglesia, propagación
de la fe y devoción de la Trinidad Beatísima, confusión
(1) Conde, III, 44.
— 536-
y destrucción de los infieles, invocaban la ira del cielo
contra toda persona, eclesiástica ó seglar, que en poco
6 en mucho intentase anular la donación, la cual
persona habría de quedar fuera de la comunión cris-
tiana mientras, condignamente no satisficiera. Este
acto se celebró en el castillo de Estopañán (i). El prin-
cipe de Aragón habla ganado en 24 de agosto de 11 53
el castillo de Miravet, frontero con nuestro reino (2).
Para contener á los almohades entró el Emperador
. en Andalucía acompañado de su hijo don Sancho.
Sintióse enfermo Alfonso, y al volver á sus estados,
después de confiar al hijo el cuidado de la guerra,
le asaltó la muerte el 21 de agosto de 1 157. La confe-
deración de Tudelín y el repartimiento de tierras de la
conquista se había renovado el año antes, todo ello
confirmado por Sancho y Fernando, hijos de Al-
fonso, en abril del mismo año 1 1 57. Cuando murió
Alfonso, su hijo don Sancho, que había quedado en
guarda de Baeza, Andújar y Quesada, estaba poniendo
sitio á Murcia, sin que se sepa la causa. En febrero
de 1 1 $8 se renovó la confederación entre Sancho el
Deseado y Ramón Berenguer IV. De ahí que el prín-
cipe de Aragón acudiera en auxilio de Sancho el
Deseado recién muerto su padre. En 11 59, Lobo, el
rey moro de Murcia, se declaró vasallo del conde de
Barcelona, y, en reconocimiento de señorío, le daba
cada año cierta cantidad de maravedises mayores en
oro. El poderío de Ramón Berenguer IV había llegado
(1) HisL de Culkra, IX.
(2) Zurita, II, 14.
— 537 —
á ser tan grande, que no sólo Aben Sad, sino que
también otros revés moros sus comarcanos le eran
tributarios. Mientras el emir de Valencia contó con
la protección de los príncipes cristianos, pudo soste-
nerse contra los almohades. Yendo el .príncipe de
Aragón hacia Turín, murió en la aldea de San Dalma-
cio el 6 de agosto dé 1162. En manos de dos niños
los cetros de Aragón y de Castilla, Aben Sad rompió
el vasallaje que con el primero tenía, dejando desde
entonces de pagar á Alfonso II las parias que á su
padre daba; y la antes feliz estrella del emir de Valen-
cia se eclipsa. Asi lo prueban las batallas de As Sabi-
ca, Übeda y Agelab que contra los almohades sos-
tuvo (1).
Se propuso recobrar á Granada. Con numerosas
fuerzas de caballería é infantería recogidas en Jaén,
Guadix, Almuñécar y las Alpujarras, acaudilladas por
su suegro Ibrahim ben Áhmed Hamusek, señor de
.Segura y de Jaén, por un hijo de éste, Abu Ishak, y
por Áhmed Abu Giafar, hijo de Abderrahmán el Oskí,
esforzado alcaide éste y wali que había sido* de las
fronteras) de Murcia, Granada y Jaén, se acercó Aben
Sad á Granada. Los almohades le salieron al encuen-
tro. Ordenadas con la mayor destreza las haces de uno
y de otro campo, dióse una de las batallas más san-
grientas que se registran en los anales de la historia.
La caballería del emir de Valencia realizó prodigios
de valor, pero los más de sus soldados no lograron
(1) Zurita, 17 y 19. — Castro, Coránica del Rey di Castilla Don Sancho el
Deseado, c. XV.
68
-S38-
otro resultado que sucumbir con gloria. Tampoco, sin
pérdidas numerosas y sensibles, alcanzaron el triunfo
los almohades. Tantos fueron los muertos de uno y
otro ejército, que verdaderos arroyos de sangre brota-
ban de los montones de cadáveres: por lo que aquella
funesta jornada para el Islam, fué bautizada con el
título de As Sabicat, ó de la efusión de Sangre. Fugitivas,
mermadas y en desorden, se refugiaron en las sierras
aquella tristisima noche del jueves, 28 de régeb -de
557 (x3 Ju^° de IX^), las tropas de Aben Sad. Ha-
musek huyó á Jaén, njas no se detuvo allí, sino que,
dejando confiada la custodia de esta ciudad, bien for-
tificada, al caudillo Áhmed Abu Giafar, se retiró á
Murcia, cuyo gobierno desempeñaba.
Poco diferente de esta relación es la de otro autor.
Aben Sad se puso, de acuerdo con los muzárabes y
judíos de Granada, igualmente descontentos de los
almohades. Para atacar á la guarnición africana, refu-
• giada en la Alcazaba Cadina, ó Antigua, situada al
lado opuesto del río Darro, Aben Sad, con numerosa
hueste ' de castellanos, navarros, catalanes y moros,
ocupó las alturas llamadas entonces de la Xarea, situa-
das sobre la parte superior de dicha Alcazaba y del
Albaicín. Por la circunstancia de haber ocupado dicha
loma el emir valenciano, se llamó, hasta el siglo xii
Alcudia de Aben Sad, y con más frecuencia de Aben
Marddnix. Hoy se llama Cerro de San Cristóbal. El vale-
roso caudillo muladí Aben Hamusek, señor de Jaén,
Úbeda y Baeza, se había fortificado y acampaba en la
Alcazaba Alhamrá ó Roja, y en la vecina explanada y
loma de la Sabica, con 2.000 caballeros cristianos y
A
»T:
— 539 —
t
muchos peones moros. Distinguíanse entre los caba-
lleros cristianos un nieto de Alvar Fáñez llamado
Alvar "Rodríguez, célebre ya en la toma de Almería
en 1147, Armengol, conde de Urgel, y su hermano
Galcerán.
Mientras Hamusek disparaba desde la Alhamrá sus
catapultas ó almajaneques contra los almohades refu-
giados en la Alcazaba opuesta, Aben Sad los acosaba
desde el cerro de San Cristóbal. Sobrevino entonces
el ejército venido de África en auxilio de los apurados
almohades, y en el campo de la Sabica se decidió al
rayar el alba del 13 de julio la suerte de esta em-
presa.
Se cogió de sorpresa á los caballeros cristianos, y
á muchos de ellos los precipitaron los almohades en
el río Darro, cuyo cauce es profundo al pie de aquellas
alturas. Entre los que asi perecieron, se nombra al
nieto de Alvar Fáñez y á otro castellano notable
llamado Pedro García. Aben Sad y Aben Hamusek
huyeron con el resto de sus escuadrones. Los almo-
hades se juzgaron vengados de una terrible derrota
que pocos días antes les había hecho experimentar
Hamusek en la vega de Granada.
Este fué el último^esfuerzo que el espíritu nacio-
nal inspiró á los muzárabes y muslimes andaluces de
aquellos tiempos (1).
Quisieron los vencidos tomar el desquite, y su-
(1) Dozy, Rechercbes, 3.» edición, I, 365-367 y 375; Hist. dts mus. d'Es-
pagne, 1. II, c. 12. — El Archivo, VI, 167-1 76. —En los Anales Toledanos se
lee: t Lidió el Rey Lop con los revellados en Granada, e mataron 4 Pedro
García la Lacian, Era MCC.»
— 54» — ■
frieron un nuevo y mayor descalabro. Para salir Aben
Sad airoso en la empresa, dirigió un llamamiento á
sus partidarios % De las Alpujarras acudió mucha gente
á la campiña de Córdoba y llanos de Übeda; lo propio
hicieron muchos caballeros de Guadix y de otras ciu-
dades. Se pidió, como de costumbre, auxilio de cris-
tianos, y no les hizo falta. Tampoco se descuidaron
en prevenirse los almohades. Al encontrarse los dos
ejércitos enemigos, se lanzaron como tigres y rabiosos
leones á la pelea. Aben Sad y los cristianos sus auxilia-
res fueron rotos con grave matanza. Dióse la batalla
el domingo, 12 de xawal de 557 (24 sept. de 1162).
Pocos meses más tarde (14 mayo 1163) murió
en África el emir Abdelmumen, después de haber
puesto bajo su dominio á Almería, Ébora, Béjar¿
Baeza, Badajoz, Córdoba, Granada y Jaén. Esta últi-
ma, después del triunfo último alcanzado sobre Aben
Sad y sus aliados. Le sucedió en el imperio su hijo
Yúsuf Abu Jacúb, cuyo feinado se prolongó seis
años después de la muerte de Aben Sad.
Dos años tardó aún Yúsuf en ser proclamado
emir al Muminín* y en ese tiempo permanecieron en
sosiego las armas del emir de Valencia y "de Murcia.
A otra causa que al advenimiento de nuevo emir en
África se atribuye el reposo en que por ese tiempo
quedaron las armas de Aben Sad. Dice una llamada
tradición que el emir de Valencia tenía de su esposa
Sobeiha (¿\urora), hija de Hamusek, una niña de
singular hermosura, llamada Zaida (Dichosa). El cau-
dillo almohade Cid Abu Said tuvo noticia de la belleza
de Zaida; y, aunque sólo contaba diez años, quedó,
— 54* —
por lo que de sus gracias pregonaba la fama, alta-
mente prendado el hijo de Abdelmumen. Anduvo
con Ibrahim, el suegro de Aben Sad, en tratos de
acomodo mediante su casamiento con la princesa
valenciana. El señor de Segura y wali de Murcia, pre-
viendo el desenlace fatal de aquella guerra entabló
negociaciones de paz con aquellos á quienes sonreía
la fortuna.. Dormido en esta esperanza, no puso el
cuidado necesario para conservar las plazas fronterizas
ni en disputar el paso al enemigo, que con toda
impunidad logró correrse hasta las inmediaciones de
Murcia (i).
Aben Sad, que siempre se negó al casamiento de
su hija con el africano Cid Abu Said^ voló al socorro
•del suegro, que aún seguía embobado con el acari-
ciado matrimonio de su nieta Zaida. Pidió el emir de
Valencia auxilio á los cristianos, y 13.000 de ellos
acudieron á engrosar sus filas. Al apuntar el alba del
sábado 8 de.dilagia del año 560 (15 oct. 1165), avis-
táronse los dos ejércitos en un espacioso y ameno
campo de las inmediaciones de Murcia donde cada
año se celebraban concurridas ferias: de ahí que la
batalla que vamos narrando se llamase de al Gclab.
Venidos á las manos, era tal el horrísono estruendo
de voces y alaridos que los combatientes lanzaban,
que á algunas leguas de distancia percibíase el rumor
de la pelea. Quedaron cubiertos de cadáveres la llanura
teatro del reñido combate y los campos vecinos.
También los de Aben Sad fueron vencidos, y pocos
(1) Bibl. Encidop. Popular ílustr. —Tradiciones di Valencia, p. 192.
— 54* —
de sus auxiliares escaparon al furor de las armas ene-
migas. El afortunado caudillo de los almohades, Cid
Abu Said, se apresuró á escribir á su hermano el emir
Yúsuf Abu Yacúb, esta memorable batalla. «Es fama
que algunos días después de la pelea, se oían en aquel
campo alaridos y estruendo de batalla, y por esta razón
se llamó desde entonces Fohios Agelab» (i).
En prueba de la enemistad que había entonces
entre Aben Sad y Alfonso II, cuando apenas había éste
empuñado las riendas del poder, está el hecho elocuente
de que tropas catalanas tomaron parte á favor de los
almohades en la batalla que se acaba de referir. Escribe
Zurita: «En este mismo año (1165) parece en memo-
rias antiguas, que fué muerto un capitán principal
catalán, y muchos cavalleros con él, porlos moros, en-
una entrada que hicieron por el reyno de Murcia,
y llamábase Guillen" Despugnolo: y fué la batalla á
quinze del mes de Octubre» (2).
Atribuyó el emir de Valencia á flojedad en el
suegro la derrota, y no pudiendo contener el enojo,
para con más intensidad herir al suegro en la fibra más
sensible del corazón, le devolvió Zobeiha, «como hija
de un caudillo cobarde.» Trató, además, muy mal
al Oski, que se retiró á Málaga, y de allí á Marruecos
para con más libertad seguir el bando almohade.
También Hamusek, como no podía .menos, se apartó
de la obediencia al yerno. Ya fuese que la razón
de Estado entrara en los cálculos de Aben Sad, ya que
(1) Conde, III, 47.
(2) Zurita, II, 25.
— S43 —
renaciera el tierno amor que en todo tiempo sintió
hacia su esposa, volvió á recibirla, trató de renovar la
amistad con Hamusek y hasta escribió al Oskí ofre-
ciéndole los más altos cargos. Estrechó su alianza con
Alfonso VIII, y de castellanos era la guarnición que
en Valencia tenía.
La presencia de los cristianos en Valencia era causa
de gran disgusto en los muslimes, quienes, por no
estar en contacto con los castellanos, salíanse á morar
en los campos y pueblos circunvecinos. Esto ocurrió
entre los años 561 y 564 (nov. 1165-oct. 1168) (1).
La protección que mutuamente se 'prestaban en
determinadas ocasiones muslimes y cristianos tendía
más bien á salvar dificultades del momento, la propia
conservación cuando estaba amenazada de peligro real
ó imaginario, que crear un estado de cosas contrario
al fin últilmo que unos y otros perseguían. Aben Sad
se amparaba de los cristianos, porque, en otro caso, su
ruina hubiera sido tan cierta como inmediata. El
auxilio que los cristianos le dispensaron tuvo por único
objeto entorpecer, si no impedir, el avance de los
(1) Conde, III, 47 y 48.— En esa llamada tradición, que mis bien reviste
los caracteres de novela del género histórico, se lee: «Aquel pueblo, voluble
como ninguno, sentíase aherrojado por la mano del rey, dispuesto siempre á
salir al encuentro de los almohades, cuya dominación apetecían las masas,
para librarse de la presencia de las tropas castellanas auxiliares de Aben Sad,
sin las cuales fuérale imposible resistir la invasión africana, acaudillada por el
príncipe Said, obstinado en penetrar en los estados de Valencia.» En estas
apreciaciones acerca de los hechos en cuestión, la tradición supuesta tiene, en
este caso concreto, más de historia que de novela. — De la buena amistad que
el emir de Valencia mantenía con Alfonso VIII, dan también testimonio los
Anales Toledanos, pues dicen: «Entró el Rey Lop en Toledo, Era MCCV
(1 167).»
— 544 —
almohades, que, pujantes, como sesenta años antes los
almorávides, amenazaban reducir á la nada la obra
iniciada en las venerandas crestas del Pirineo. De ahi
que los príncipes cristianos de España, cuando el trono
de Aben Sad se bamboleaba, no obstante la innegable
utilidad que de él habían reportado, en vez de acudir á
sostenerle, afirmarle y cimentarle, no parece sino que
les faltaba tiempo para repartirse los despojos de un
manto pronto á rasgarse. Perfecto derecho les asistía á
recoger una herencia que se perdió en 711, porque
á Dios, para castigo de la corrupción española, así
le plugo.
Alfonso II 'de Aragón, llamado el Casto, por la
severidad de sus costumbres, cuando apenas contaba 19
años de edad y estaría sentado en el trono unos 7,.
ó sea desde la muerte de su padre, Ramón Beren-
guer IV, ocurrida en 6 de agosto de 1162; dio en 1169
á los caballeros del Temple los castillos Chivert y
Oropesa (Castellón), para cuando él ó sus suceso-
res los ganasen á los moros. Fué admitida la donación
por el. procurador de la orden, frey Jofr¿ de Folcalquer
y por frey Arnaldo de Torroja, ministro de los tem-
plarios en la Provenza y en España (1).
Aben Sad, aprovechando los pocos años que tenía
, el rey de Aragón á la muerte de su padre, había
dejado de pagarle el tributo que, en reconocimiento
de feudo y homenaje se había obligado á dar á Ramón
Berenguer IV y á sus sucesores. La buena harmonía
que hubo entre los monarcas cuñados, rompióse asi
(1) Diago, ¥1, 22.
— 545 —
que murió el último conde privativo de Barcelona.
Castilla favoreció á Aben Sad en perjuicio de Aragón,
y Aragón prestó auxilio á los almohades con daño del
-emir de Valencia. La Iglesia, siempre protectora de la
reconquista española, logró que ese común daño que
recibían, que padecía la España cristiana con la disen-
sión entre sus monarcas, se atájase, en la entrevista
que en septiembre de 1170 tuvieron en Tarazona los
jóvenes monarcas Alfonso VIII de Castilla y Alfonso II
de Aragón (1).
Quejábase el Casto, de que Lobo, rey de Murcia,
no había pagado las parias y tributos que solía dar,
desde la última ida de Ramón Berenguer (11 62) á la
Provenza, y sé había confederado con Alfonso VIII
para hacer guerra al de Aragón. El de Castilla se
-comprometió á que Lobo cumpliría lo que estaba
estipulado y pagaría el tributo como lo declarasen
Guillen Ramón de Moneada y Guillen de Jorba, que
le recibían en tiempo de Ramón Berenguer IV; y que
en cuanto á otras quejas que el de * Aragón tenía
de Lobo, estaría á lo que determinasen el conde de
Urgel y los condes don Ñuño, don Gómez y don
Pedro, ó á lo que' la mayoría resolviera. Prometió
Alfonso II que, cumpliéndolo así, guardaría á Lobo
la paz que su padre, Ramón Berenguer IV, tuvo con
(1) Entrado ei año j 170 fué Alfonso II á. Sahagún á ver á Alfonso VIH.
Desde allí pasaron lps dos á Zaragoza, de donde se trasladaron á Tarazona,
para recibir á doña Leonor de Inglaterra, futura esposa del de Castilla. Fué
padrino el de Aragón, y las bodas se celebraron en septiembre. Estando
dichos monarcas en Zaragoza s% confederaron contra todos los príncipes
excepto el de Inglaterra (Castro, Coránica del %ey de Castilla Don Jílonso
Octavo, XII).
«9
— S4* —
él y no daría favor á los almohades, enemigos del
emir de Valencia. Juraron esto, de parte del rey de
Aragón, Ramón FoJch, Ramón de Moneada y Guillen
de San Martin; y, por el de Castilla, los condes Armen-
gol, don Ñuño y don Lope (i).
Ya fuese que los buenos oficios de Alfonso VIII
no diesen el resultado que él se prometía, ya que en
Aragón quedaran aún algunos muslimes no sujetos
al domihio de Aben Sad, es lo cierto que, después del
anterior pacto, Alfonso II entró en son de guerra por
las riberas del Alhambra y del Guadalaviar. Por octu-
bre de este año, 1 171, edificó en la del Guadalaviar una
fortaleza contra los moros de Valencia. Dio el feudo
de Teruel, que asi se llamó la nueva población, á un
rico-hombre de Aragón llamado don Berenguer de
Entenza; y concedió á sus nuevos pobladores el fuero
que á Sepúlveda otorgaron los condes Fernán González
y Garci Fernández y el rey don Sancho, y confirmaron
Alfonso VI, Alfonso el Batallador y su esposa doña.
Urraca (2).
Uno de los caballeros cristianos que estuvieron al
servicio de Aben Sad, fué el castellano don Pedro Ruiz
de Azagra, hijo de Rodrigo* señor de Estella, y feudo
del rey de Navarra (3). Agradecido á-sus buenos oíi-
(1) Zurita, II, 28.
(2) Zurita, II, 29. — Castro, Coránica del %ey de Castilla Don %Ál<m&
Octavo, XIII.
(3) Don Rodrigo de Azagra, padre del primer señor de Albarracin, acom-
pañó á Alfonso VII en la entrada que en 1147 hizo este rey en Andalucía,
siguiendo al rey de Navarra. Era Don Rodrigo caballero muy principal de
este reino y se señaló mucho en aquella campaña, que tuvo por resultado el
vasallaje de Aben Gañía, la rendición de Bacía y la toma de Almería (Zurita,
II, 6).
— 547 —
<ios en lo de Murcia el emir de Valencia, le recom-
pensó con el señorío de Albarracin. Don Pedro contaba
<:on la protección del rey de Castilla. Por los leales ser-
vicios que había prestado á Alfonso VIII, este monarca
le hizo merced, estando en Toledo á mediado noviem-
bre de 1 167, de la aldea de Mazagán, en territorio de
aquella ciudad, y de unas casas en la misma Toledo.
En el año 1171, estando en España el cardenal
Jacinto, legado de la Santa Sede, dio licencia á don
Pedro, para que fuese catedral la iglesia de Santa
María de Albarracin, y fué su primer obispo D. Martin.
Ya se recordará la intervención de un obispo de Alba-
rracin en las negociaciones entre el Cid y el cadi de
Valencia. Dícese que en 11 71 se restauró el obispado
-de Segorbe y que, como esta ciudad aun estaba en
poder de infieles, se colocó provisionalmente la silla
-en Albarracin. Don Martín dio en 11 76 llamarse
obispo arcohricense, de Arcobriga; mas, por sentencia
que en Toledo dio el metropolitano, se declaró que
el territorio de Albarracin, más Segorbe, con el suyo,
-constituían lo que en tiempo de los godos se llamó
Segobriga: por lo que el nuevo obispo había de titu-
larse segobricense, y de ningún modo arcobricense. Por
letras apostólicas de Inocencio IV y de Alejandro IV,
fué agregado Segorbe á Albarracin. Susténtase la
opinión de que, si bien la nueva diócesis se llamó
segobricense , á causa de estar en ella comprendido
Segorbe, creóse en 1171 un nuevo obispado distinto
del que en tiempo de los godos se llamó* segobri-
cense".
La situación de Albarracin y el proceder de don
/
- 54« -
Pedro Ruiz de Azagra pudo, ser causa de disensión
entre Aragón y Castilla. Estaba Albárracin en el reino
de Aragón y en confines de Castilla. Viéndose don
Pedro señor absoluto de aquella ciudad, esto es, que
la poseía dje los moros y sin dependencia del rey de
Aragón, se quiso tratar como soberano, no recono-
ciendo vasallaje á don Alfonso el Casto,, y se intituló
«vasallo de la Santísima Virgen y señor de Albárracin.»
No le sentó bien al de Aragón que dentro de su reino,
como él decía, hubiese un avasallo y señor», ó, más
bien dicho, un vasallo exento de toda sujeción: alga-
rabia que sólo la ceguedad de la ambición podía enten-
derla, y, sí no entenderla, á lo menos sólo ella podia
ejecutarla.» En la entrevista . que tuvieron los dos
' Alfonsos el año anterior, resolvieron castigar el orgullo
de aquel reyezuelo, y convinieron en que Albárracin
fuese de Aragón, y de Castilla los demás pueblos. Sea
por lo que quiera, don Pedro conservó sus estados, y
en el sitio que á la capital de sus dominios tenia puesto
en 19 de julio de 1220 Jaime I, probó que sabía y
tenía valor para conservarlos.
La causa por qué don Pedro se salió con 'la suya,
apúntala a guisa de conjetura el historiador don Alonso
Núñez de Castro.
« Zurita^Carrillo, Mariana y otros dicen que, hallán-
dose el rey de Aragón falto de medios para reducir á
su obediencia á don Pedro Ruiz de Azagra, pidió favor
al de Castilla; y, conseguido, le obligó á que le diese
vasallaje."» No les niego su autoridad á tan graves his-
toriadores; pero le toca á la del rey don Alonso", cuya
historia escribo, el que no prescriba en la lisura de su
— S49 —
trato este borrón; que, aunque no se suele tener por
mancha en las púrpuras el quebrar los fueros de la
amistad, el rey don Alonso de Castilla, como debió
desde la cuna á los leales la corona, fué muy leal con
los leales, nó tomándose licencia de señor para ajar la
correspondencia. Don Pedro de Azagra sirvió siempre
con tanta fineza al rey de Castilla, que no hubo em-
presa en que pudiese contarse entre los más leales
vasallos por segundo, y en muchas anduvo tan bizarro,
que le cuentan los anales por primero. Pues ¿cómo de
un rey tan agradecido se pueden presumir semejantes
correspondencias? Antes es lo más verosímil que el
rey de Aragón no se atrevía á romper con don Pedro
de Azagra, por cuerda presunción de que le haría som-
bra el rey de Castilla: porque, de otra suerte, ¿qué
ejército, qué defensa de muros incontrastables tenía
% don Pedro para resistir á la potencia de un rey de
Aragón? .....El constar llanamente que este mismo año
de 1 1 72, en que estos autores desavienen á don Pedro
con el rey don Alonso de Castilla, se halla á su lado
firmando los privilegios Lo ¿^ue parece más con-
forme á razón es que el rey don Alonso de Castilla le
propusiese á don Pedro las dificultades de mantener
^señorío en el distrito de un rey poderoso y enojado,
y que era fuerza que por fuerza obrase presto sin
- mérito, lo que hecho luego espontáneamente, era nueva
obligación para el Rey.... Conoció la razón don Pedro,'
y cedió el título de señpr soberano: con lo que el rey
de Aragón consiguió su intento, y el de Castilla no
faltó á las leyes de rey amigo favoreciendo al contra-
rio; antes, hizo la acción más estimable de ayudar á
]
— sso —
tiempo con un consejo, que suele importar más que las
armas y el dinero» (i).
Firme Alfonso II en el propósito de conquistar i
Valencia; para' facilitarla hizo nuevas donaciones á los
caballeros de la orden militar de San Juan del Hos-
pital de Jerusalén. Aunque su padre no les había dado
en 1 157 más^que uno solo de estos dos castillos, el
de Cullera ó el de Cervera, Alfonso II les cedió los
dos en abril de 1171, por carta entregada en Gerona
al reverendo Guido de Mahú, preceptor de la orden (2}.
Ya Se dijo algo acerca el malestar que en Valencia
se sentía á causa de la guarnición cristiana que Aben
Sad tenía en ella. Los personajes más notables del
reino fraguaron una conspiración para dar entrada á
los almohades. El primer chispazo de rebelión, asomó
en Alcira. Áhmed ben Muhámad ben Giafar ben
Sofían, el Makzumí, varón preclaro por la progenie,
ciencia y virtud, que tenia un hermoso palacio en la
isla del Júcar, viendo, de un lado, que disminuían las
fuerzas del emir Abu Abdallah ben Muhámad Aben
,Sad y, temiendo, además, que le atrepellase, escribió
á los almohades prometiéndoles obediencia si le aco-
gían bajo su protección y amparo. Veíase que en la
(t) Castro, Coránica del rey de Castilla Don Alonso Octavo, ViJ, VIII, XIII,
XIV y XV.-Zurita, II, 29.— Diago, VI, 23.~Escolano, VIII, 12.— El Ch. de
Tourtoulón (I, 5) escribe que desde entonces se llamó Santa María de Alba-
rracin la capital de los dominios de don Pedro. Ya antes del año* de la Hegira
404 (jul. 1013-14) llamábase Santa María de Oriente, para distinguirla de otra
que había en Occidente. Fundó dicha ciudad el eslavo Aslao ben Raqin, por
lo que aquélla se llamó Santa María de Aben Ra^in, ó de Albarracin, Vide, c. I'
de esta 2.* parte.
(2) Hist. Cullera, 1. c.
* - 55i -
lucha con los africanos, había la fortuna abandonado
al Emir. Los njismos caudillos que con él habían
compartido los azares de la guerra, se le apartaban
con cualquier pretexto: volvían la espalda á un astro
pronto á hundirse, en la inmensidad del Océano. Sus
propios vasallos le negaban la sumisión echándole en
cara que su gobierno había sido una serie no inte-
rrumpida de calamidades para el Estado.
El Makzumí se fortificó en Alcira, llevó á ella
á- muchos de sus parciales, entre ellos, al austero y
valiente Abu'l Awas Áhmed ben Maad, de Uclés, y á
otros arrayaces de su confianza. Depuso públicamente
á Aben Sad y llamóle mal muslim y amigo de infie-
les. Por entonces era también cuando Ibrahim ben
Hamusek se retiró de- Murcia ofendido, se alzó con
su ciudad de Segura y fortificó contra el yerno algu-
nos castillos. '
Aben Sad envió contra el walí da Alcira á su hijo
Abu'l Hegiag Yúsuf (i), caudillo de la caballería, con
encargo de que ocupase las tierras del rebelde y le
sitiase en Alcira. Fué el hijo al frente de muchas
tropas, y estableció tan riguroso cerco, que desde
mediada luna de xawal (17 junio 1171) hasta mitad
de dilagia de 566 (16 agosto), fio pudieron sino las
águilas entrar en la isla. Ya un mes antes, mitad
de mayo, la tierra había sido talada y estragada.,
El hambre comenzó á dejar sentir sus efectos, y
públicamente se murmuraba de quien en mal hora
(1) En monedas de Aben Sad acuñadas en Murcia el año 5 66 (sept. 1 1 70-7 1),
aparece su hijo como príncipe heredero (Codera, Numismática Arábigo-Espa-
ñola, ap. n.° 10).
/
tiempo con un consejo, que suele importar más que las?,
armas y el dinero» (i) • ' " • Mv
Firme Alfonso II en el propósito de conquista i
Valencia; para facilitarla hizo nuevas donaciones a »;
caballeros de la orden militar de San Juan del B«j
pital de Jerusalén. Aunque su padre no les habla»
en 1 1 57 más .que uno solo de estos dos castillos,
de Cullera ó el de Cervera, Alfonso II les ce^°
dos en abril de 117 1, por carta entregada en o
al reverendo Guido de Mahú, preceptor de la ora \
Ya se dijo algo' acerca el malestar que en ^ ^
se sentía á causa de la guarnición cristiana ^lfiS ¿,
Sad tenia- en ella. Los personajes más nota
reino fraguaron una conspiración para aa* ^oa^
los almohades. El primer chispazo de reb ¿iafar !*•
en Alcira. Áhmed ben Muhámad ben r0gePiCi
Sofían, el Makzumi, varón preclaro poT \iC\o e° la
ciencia y virtud, que tenia un hermoso P ^oia11 *a"
isla del Júcar, viendo, de un lado, que f^ad Aber
fuerzas del emir Abu Abdallah ben ^í^e, eS¿rÍ
^Sad y, temiendo, además, que \e attoPe s\ le *L
á los almohades prometiéndoles obedi^1 qüe en
gían bajo su protección y amparo. ^
(1) Castro, Coránica del rey de Castilla Don AV** rt0 VX& J¿fr¿'
XIV y XV.-Zurita, II, 29.^D\ag0l VI, 2V^8C°^Ó5^ ¡>*»'
Tourtoulóa (I, 5) escribe que desde eaxcmces se tt* ^ ¿¿V^
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404 (Jal. 1013-14) llamábase Santa M ^ * ^ ^ '
que había en Occidente ♦ F^iand^ <\v
Jo que aquélla ss llamó Sa.rxtc¿ Kíaria
de esta 2.« parte.
(2) Hist. Cullera, 1. c.
. — 552 —
había provocado la sedición. El respetable Abu Ayab
ben Hilel se puso de acuerdo con Iqs alcireños más
importantes para entregar la fortaleza. Persuadióles
de que, no obstante la natural defensa de Alcira, era
imposible prolongar la resistencia, Con efecto: por
falta de provisiones, los mejores soldados apenas
podían sostener el aeso de las ármas,*y hombres los
más robustos quedaron inútiles el resto de su vida.
Del Makzumi dice Casiri que aún se conservaba en su
tiempo el códice que contenia varios y muy elegantes
versos suyos con los que pedía auxilio y ponderaba
las calamidades que. padecieron los sitiados. Descen-
diente suyo fué el notable historiador Aben Amira,
•que viene á cerrar la gloriosa pléyade de atildados
escritores que tuvo Alcira (i). Como á la reducción
de. ésta había contribuido Aben Hilel, Aben Sad le
llevó consigo á Murcia y le tuvo en gran estimación,
y ■ dio á un hermano suyo el cuidado de aquella
frontera.
Logró el hijo de Aben Sad entrar en Alcira, y
pudo escapar el Mukzumí y refugiarse entre los
ahnohades. No cesó en sus manejos para derrocar al
abuelo del último emir de Valencia. Aprovechando- el
general descontento que contra Aben Sad se sentía en
ella, logró, por su industria y secretas inteligencias,
que la capital de sus dominios siguiese el ejemplo de
Alcira. Aben Sad envió contra Valencia al que había
reducido aquella población, hermano de Modef y de
la hermosa Zaida, futura esposa del califa. Puso sitio
(i) Pons, biogr. n.° 250.— Casiri, II, 30.
~ 553 —
á Valencia por mar y tierra durante tres meses; pero
tuvo que alzarle, por acudir contra Alfonso II, que
amenazaba anexionarse la parte del reino confinante
con Cataluña, Favara, Maella, Macaleón, Val de Tor-
mo,' la Fresneda, Val de Robres, Beceite, Monroy,
Peñarroja y Caspe, cayeron en su poder (i). Abu'l
Hegiag quedó al frente de las fuerzas de tierra y se
colocó entre Tortosa y Tarragona. Mientras tanto
venció Aben Cásim por mar á los cristianos, quemó
muchas naves, echó á pique no pocas y apresó algu-
nas (2).
Al abandonar la escena política el rey Lobo,
sucédenos algo semejante A lo que ya notamos en él
antes de entrar en ella. ¿Dónde murió? ¿cuándo murió?
Opiniones las más encontradas se sustentan acerca
de esos dos enigmas. Acerca de esto escribe un autor:
«Engañado (Aben Sad) por su sobrino y vendido por
Aben Homox^ (Hamusek), llovieron sobre él calami-
dades é infortunios, viendo al par sitiadas las dos
capitales que le permanecían fieles; y, con todo, se
resistió en Murcia heroicamente, hasta que, sabida la
rendición de Valencia á los sectarios de Al Mahdi,
vencido del dolor, murió de pena antes de entregarse.
Tuvo lugar este acontecimiento el año 1172» (3). Su
muerte, según esto, ocurrió en Murcia el año que
(1) Zurita, Anales de Aragón, II, 25.
(2) Conde, III, 48. * .
(3) Fernández y González, Los Mudejares de Castilla, IV. — Y en una nota
escribe el propio autor, t Los Anales Toledanas, no desconformes con nuestras
crónicas, que llaman á Aben Merdenix don Lup ó don Lobo, dicen: «Murió
el rey don Lop Era MCCX.»
70
— S54 —
va dicho. En otro autor se lee que el emir Yúsuf Abu
Yacub vino á España y que hizo en su Axarkia ó
región de levante expediciones muy venturosas, sojuz-
gando muchos pueblos, unos de grado y otros por
fuerza: en donde asoma algo de la resistencia de
Murcia mientras vivió Aben Sad. Pero léase lo que
á continuación escribe el mismo autor: «En 567
(sept. 1171-ag. 1 172) falleció en Mallorca el emir
de España oriental Abu Abdallah Muhámad ben Sad;
otros dicen que murió el año 569 (ag. 1173-74),
y otros, que el 571 (jul. 1175-76), en que le sucedió
Abu'l Hegiag Jusef ben Muhámad ben Sad ben Mar-
denis en toda España oriental» (1).
La avenencia entre los Beni Sad y los almohades
dio término á la guerra, por más que el emir de éstos
comenzara á titularse rey de Valencia: «Los valencia-
nos, muerto su rey Lotho, entraron en grandes bandos
y disensiones, en razón de que unos querían por rey
á un hijo del muerto, y otros á Aben Jacob, hijo
heredero del Miramamolín; y, prevaleciendo esta parte,
comenzó Aben Jacob á llamarse rey de Valencia en el
año 1 1 72» (2). Conforme con esto, pero añadiendo el
medio que se empleó para acabar la guerra, está lo que
sigue: «Dice Abu'l Feda que después de la muerte
del emir Aben Sad ben Mardenis, señor de España
oriental, de Valencia y de Murcia, y de otras muchas
ciudades, que entonces sus hijos se acogieron al rey
Juzef Abu Jacub de África', y le entregaron todas sus
(1) Conde, III, 49.
(2) Escolano, III, 2.
— sss —
tierras, recelando ellos que no las podian mantener,
porque de una parte les hadan cruda guerra los
cristianos (aragoneses), y los almohades africanos los
incomodaban por otra: de suerte que tomaron este
partido, y pusieron en manos de Abu Jacub todos sus
estados; y la fortuna le dio de grado, lo que no espe-
raba ya conseguir por fuerza. Dio á los Aben Sades
nuevos titulos y estados, y casó con una hermana
de dichos príncipes: esto acaeció después de la muerte
de Aben Sad.» Cuándo sucedió el casamiento que puso
término á la guerra, también lo expresa el mismo
autor: «En el año de 570 (ag. 1174-jul. 11 75),
deseoso el rey Juzef Abu Jacub de asegurar la paz
y tranquilidad de los muslimes de España, casó amir
Amuminín Juzef Abu Jacub con la hermosa hija
de Aben Sad ben Mardenis, hermana del señor de
Denia y Játiva, y de gran parte de España oriental; y,
para recibirla y obsequiarla, hizo labrar una miher-
ghána magnífica, que no hay lengua que pueda descri-
bir su preciosidad y grandeza... Se detuvo cuatro años
y diez meses en Andalucía, y se tornó á Marruecos
en jaban bendito del año 571 (feb.-mar. 1 176» (1).
( 1 ) Conde III, 49. — «El emperador Yócuf recibió con tanta pompa y osten-
tación á la princesa valenciana, y con tal pasión se prendó de ella, que mandó
construir, para su mansión y recreo, un suntuoso palacio que eclipsase las
riquezas y esplendor de la Zaidía, donde la sultana no echase de menos
aquella mansión de su infancia.» Zaida, añade la tradición, no era feliz en
Marruecos. Enfermó de tristeza, y, pof consejo de los médicos, la trajo el
Emir á* Valencia, y ambos se instalaron en el palacio de la Zaidía. En él
murió y fué sepultada la infortunada hija de Aben Sad. Por indicación de
Sobeiha, la esposa de éste, dicho palacio había sido regalado á Zaida, hermosa
de cuerpo, bellísima de espíritu y tan desgraciada como graciosa y encanta-
dora. Nuestros cronistas (Boix II; Escolano III, i, que cita i Béuter) atribu-
En privilegio expedido por Jaime I desde Lérida
á^io de abril de 1255, concedió para siempre á doña
Teresa Gil de Vidaura, su tercera esposa, el que fué
palacio de los reyes moros Aben Sad y su nieto Zaén.
Eran, al parecer, nueve casas, las cuales también
pertenecieron á la madre de £eid y al faqui Moahac (1).
El documento en que tan preciosos datos se consignan,
le vio el P. Teixidor en efc archivo de la Zaidía, que
fué también dada por don Jaime desde Lérida, á
5 de abril de 1260, á la misma doña Teresa (2).
Aún sonará el nombre de los Beni Sad cuando
y en á Aben Sad la fundación de otro palacio, comprendido en lo que es hoy
casa del Marqués de Dosaguas, junto á la mezquita que luego se convirtió en
iglesia de San Martín.
(1) Dichas casas estaban en las inmediaciones de la catedral, incircuiiu
Ecclesie Beate Alarte, y se las indica en el Repariimiento (p. 576 y 636) coa
estas palabras: «Corpus domini Regís: domus Zahén III, et alias matrís
Qcyt Aboceyt nomine, et alia Aceyt Abeyubron et Res Lupus I, juxta in
Alcafar, ubi stabat Guillem de Vic, Cayt Abolabez et £eyt Abdellaziz, et
cameras alias que íuerunt de Mohac alfaqui Almezano, ubi sunt lavan-
deras VIH.» Al diligente investigador Chabás pareció que dichas casas del rey
Lobo estarían en la manzana donde hoy se abra el palacio arzobispal; mas
luego, después de probar que tampoco estuvieron en el sitio del actual
Almudín, según pretende el P. Teixidor, sospecha estuviesen en la manzana
comprendida entre dicho edificio y la plaza de la Almoina (Chabás, EU Archi-
vo, VI, 25. — Monum. Hist, de Valencia y su Reino, t. II, pág. 172-177, 198-200.
(2) Escola no (lib. 5, col. 943, núm. 12) escribe: «Llamóse la Zaydía esta
casa, por ser jardín y casa de campo de un moro llamado Zaydi, tan principal,
que Proa z a, le hace rey.» £1 P. Teixidor dice que todo eso está escrito sin
fundamento; y después de recordar que ya la Zaidia existía eu tiempo de
Zaén, como se ve en el ofrecimiento hecho por dicho emir para alejar de la
conquista á don Jaime, acepta la etimología de Covarrubias Orozco, que dice:
«Voz arábiga derivada de Qaida, i vale tanto como Dama, Señora, Princesa,
como Qayd, Señor, que corruptamente llamamos Cid: de aquí se dijo Qaydia
al monasterio de religiosas Bernardas de Valencia, casa de Señoras princi-
pales, de donde tomó el nombre.» (Chabás, El Archivo, VI, 26.— Mon. Hist.,
t. II, p. 138).
— S57 —
el pendón musulmán tremole por última vez sobre
las torres y minaretes de la ciudad, reclinada junto
al Guadalaviar y acariciada por las brisas del mar de
Siria.
Siguiendo el plan de dar á conocer el remate de
los personajes principales que toman parte en los
sucesos reseñados en cada capitulo, cerramos el pre-
sente marcando el paradero de Aben Hamusek y del
Oski. Abu Ishac Ibrahim Aben Hamusek murió
en Mekinez en la luna de sáfer de 572 (9 ag.-
6 sept. 1 1 76). Áhmed ben Abderrahmán el Oski de
Talavera vivió algunos años en Marruecos después de
la desavenencia con Aben Sad; volvió á España y falle-
ció en Málaga el año 574 (jun. 1178-79). Era tan
buen poeta como valiente caballero, y sus admira-
dores le dieron sepultura con 'mucha pompa en la
vega de dicha ciudad (1).
(1) Conde, 1. c.
CAPITULO XIV
Almohades
(1 1-73-12ÜO)
C111 An Aidiiuh.— Pone «lio i Ytlcadl Alfonso II.-Diefmos y príraicui de te igleeii de S» Vicente
Hinlr.— Aujiliedo Altooio del mil de V.lench, i¡ii« i Jliibi.— Sele telan nibuierio el iei« de
Murcie.— Qnebrsnurn lento de psi. — Somete dt nuevo Alfonso i Jiiibi y Vilaa'i.- Dormían de los
lucimos y primicial de U 'gle sis de Sin Vicente al monasterio de Sin Jilin de ll PeBi.— Enlrtgite
Valencia j Murcie.— El cánsenlo de Citoria,- Hovimleoio Utcmb.— DtnvM de los triHUnoi
junto i Requeai.— Trasladen del cuerpo de Su Vírente Manir desde el Promontorio S.cnr I
Lisboa.— Sillo de S> curen. -ÚUIme eunpiñi de Alfonso II contra Valencia.— N«™ convenía
entre Pedio II y Allomo VIH en orden i I» conquiíui de Valencia y Mirci*.— Trtguti con el
emir de leu llo.on.del.— Moyi miento liurerio.— Confirmación de donaciones i los s.n]usnistsi. -
Retoñan liu de Ademni.— Entrada de Alfosio VIII hasta Jaiibs.- Ultima donación de Pedro ti
samiento que siempre dominó á Alfonso II
l Casto (1162-1196), hijo de Ramón Be-
snguer IV y de doña Petronila, fué el de
someter á la Cruz el reino de Valencia. Cuando, para
extinguir las guerras que durante los primeros años de
su reinado hubo con Castilla en la menor edad de
Alfonso VIII, fué á Sahagún á mitad de junio de 1170,
vinieron juntos los dos jóvenes monarcas á Zaragoza
y en ella permanecieron los meses de julio y agosto.
Pasaron luego á Tarazona, y en septiembre, Alfon-
so VIII se comprometió á que Aben Sad pagaría al de
Aragón el tributo que, en reconocimiento de feudo y
homenaje, daba á Ramón Berenguer IV, tributo que el
emir dejó de pagar desde 1162, ó sea, desde la ida del
principe catalán á la Provenza. En 11 70 sojuzgó
— 559 —
Alfonso II á los moros de las comarcas bañadas por el
Alhambra y el Guadalaviar, y en octubre de 1171 edi-
ficaba y poblaba en las riberas del último una muy
principal fortaleza, llamada Teruel, adelantando así las
fronteras contra los moros de Valencia. Ya se dijo que
Teruel se dio en feudo y honor á don Berenguer de
Entenza y que se concedió á los nuevos pobladores el
que se rigiesen por el fuero de Sepúlveda (1).
Valencia, al entrar en ella los almohades (1172),
se apartó del vasallaje que debía al rey de Aragón.
Estando, por febrero del mismo año, Alfonso II en
Zaragoza, propuso hacer guerra á los moros del reino
de Valencia, con quienes desde el principio de su
reinado había tenido treguas, por habérsele entonces
declarado sus vasallos y tributarios. Con ocasión de la
muerte de Aben Sad en aquel año, entró con muy
poderoso campo hasta llegar á los muros de Valen-
cia (2).
Asentaron los expedicionarios su campo contra la
ciudad, (da más populosa y rica de la morisma», y
talaron y quemaron su vega. Intimidado el walí, para
¡ (1) Zurita, II, 31.
(a) ' Figuraban en dicho ejército: don Pedro, obispo de Zaragoza; don Este-
ban, de Huesca; don Bernardo, hermano del Rey; abad de Montaragón,
obispo electo de Tarazona y que llegó á serlo efectivo de Lérida; Arnaldo Mir,
conde de Pallas; Blasco Roraéu, Jinaeno de Artusella, alférez del Rey; Pedro
de Castellezuelo, Jimeno Roraéu, Pedro de Arazuri, Berenguer de Entenza,
Blasco Maza, Jimeno de Urrea, Pedro Ortiz, Artal de Alagón, Galín Jiménez,
Beltrán de Santa Cruz de Luesia, Pedro López de Luna, ex-maestre del Hos-
pital de Jerusalén en Aragón y Cataluña y maestre de Amposta cuando la
orden estaba en aumento; Gombal de Benavente, Sancho Garcés, justicia de
\ Aragón; Sancho lñiguez, Peregrin de Castellezuelo y Fortún de Estrada
(Zurita, II, 32).
— 56° —
evitar mayores males, se obligó á pagar los gastos de
aquella expedición, á ayudar contra los moros de Mur-
cia y á dar en adelante doblado tributo. Aceptó Alfonso
aquel partido, y le recibió por vasallo (i).
Otra condición estipulada para levantar el sitio,
fué la de que por el rey de Aragón quedaría la iglesia
de San Vicente mártir, con sus diezmos, primicias y
demás derechos, de los cuales podría disponer con
entera libertad. «Estd nos prueba, escribe un autor,
que dicha iglesia nunca había dejado de estar abierta
al culto católico, pues práctica constante de los maho-
metanos fué el no permitir nuevas edificaciones de
iglesias á los cristianos» (2).
Al retirarse de Valencia Aben Sad, pasó á Murcia,
y al morir en 567 (sept. 1171-72), le sucedió con
todo lo que aún conservaba de la España oriental su
hijo Abu'l Hegiag Yúsuf ben Muhámad. Hasta el año
570 (ag. 1174-jul. 1 175), en que el emir almohade
casó con la hermosa hija de Aben Sad ben Mairdenis,
hubo guerra entre éste y los almohades, pero era dueño
de Denia, Játiba y gran parte de España oriental el
hijo del rey Lobo. Son prueba de que Murcia conti-
nuaba siendo suya, y no de los almohades, el auxilio
que éstos, dueños de Valencia, se comprometieron á
dar contra el señor de aquélla al rey de Aragón, y el
haber muerto entonces en tierra extraña los murcianos
Abderrahmán ben Táhir y Al Oskí, enemigos de Aben
Sad y amigos de los almohades (3).
(1) Zurita, 1. c.
(2) El Archivo, V, 16.— Chabás, híon. hist% de Valencia y^u Rtino, V, 4.
(3) Conde, III, 49. .
— j6i —
Dispuesto como estaba Alfonso á hacer cruel
guerra á los infieles, con el refuerzo del wali de Valen-
cia siguió hacia el mediodía talando y destruyendo los
pueblos que no se le rendían ó no le reconocían por
señor. Por mayo de aquel año se puso sobre Játiba. Poco
después tuvo que pactar treguas con los moros y con-
tentarse con que el rey de Murcia le pagase el mismo
tributo que acostumbró darle el rey Lobo. Sancho VI,
rey de Navarra, creyendo que el de Aragón corría gran
peligro por haberse internado tanto en tierra de moros,
juntó la más gente de guerra que pudo é invadió los
estados de Alfonso, á pesar de las treguas poco antes
asentadas. El de Aragón tuvo que suspender la em-
presa contra los infieles; pero el daño que éstos habían
de padecer le sufrieron los dominios de Sancho, en .
los cuales entró Alfonso destruyendo algunos lugares
y castillos. Se apoderó de Arguedas y dejó fortificadas
las fronteras; y en julio de 1 173 se apoderó del castillo
de Milagro y le asoló (1).
Era natural que las condiciones de paz impuestas
por el Casto á los muslimes fuesen por éstos quebran-
tadas tan pronto como para ello se les ofreciera ocasión
oportuna, y no tardaron en tenerla. En el año 568
(ag. 1172-73) entró el principe Cid Abu Becr en.
tierra de Toledo, mató y cautivó gentes, destruyó
pueblos, quemó alquerías y aldeas, y destruyó un
ejército castellano con muerte de su caudillo y de
36.000 de sus soldados. En el año siguiente, 569
(1) Zurita, 1. c. — Castro, Corpnica del Rey de Castilla Don Alonso Oc-
tavo, XVII.
71
\
fc
— $62 —
(ag. 1173-74), el mismo emir Yúsuf Abu Jacob entró
por la costa del Mediterráneo, conquistó la ciudad de
Tarragona, y sus vencedoras tropas penetraron como
espantosa tempestad de truenos y relámpagos, talaron
y arrasaron á sangre y a fuego, mataron y cautivaron
gentes, robaron ganados y estragaron frutos. Después
de tan venturosa jornada volvió el Emir á Sevilla,
casó al año siguiente, 570 (ag. 1174-jul. 1175), con
la hermosa hija de Aben Sad ben Mardenis, hermana
del señor de Denia, de Játiba y de gran parte de la
España oriental; y en el 571 (jul. 1175-76) volvió á
Marruecos (1). .
Comprendieron Alfonso VIII y Alfonso II cuan
necesaria les era la más estrecha unión. Poco después
de la muerte de doña Petronila (13 oct. 11 73)," la
viuda de Ramón Berenguer el Santo, despreciando el
Casto el matrimonio que tenia comprometido con
una hija de Manuel, emperador de Constantinopla,
casó con doña Sancha, tia del rey de Castilla é hija de
Alfonso VII (18 en. 1174). Prueba de que Tarragona
no siguió en poder de infieles, es que, con otras
ciudades, se dio en arras á doña Sancha. El cronista
de Alfonso VIIÍ dice que en consideración al nuevo
parentesco con Alfonso II, le relevó del feudo y
homenaje que desde 113 5 tenia Aragón con Cas-
tilla (2). A otra causa obedeció la absoluta indepen-
dencia de Aragón.
Deseaba «con deseo grande» el rey de Castilla,
(1) Conde, 1. c.
(2) Castro, O. C, XIX-XX1L— Zurita, II, 32-33.
I
- 563 -
como se expresa en documento de 29 de noviembre
de 1 173, someter á lds sarracenos de Huete y Cuenca,
que tenían en continuo sobresalto á Toledo. Para el
feliz éxito en su empresa, no descuidó Alfonso VIII
ninguna diligencia: «avia echado los años antece-
dentes las lineas, prevenido los ricos-hombres, arzo-
bispos y obispos de su reino y hecho llamamiento de
los concejos, para ver lo que podía juntar, assi de
gente, como de víveres y dinero para las pagas de los
soldados; y, pareciéndole que para tan arduo empeño
no bastavan sus fuerzas, pidió socorro al rey de Ara-
gón: y le halló, no sólo ayudándole con soldados,
sinfr viniendo en persona á la conquista» (1).
Gastaron el año 1175 en hacer pagar al rey de
Navarra el papel indigno de entenderse con los mus-
limes en perjuicio de aragoneses y castellanos. En
este año daba el rey de4 Aragón, durante el mes de
febrero, estando en Anglesola (Lérida), á los monjes
de Poblet la villa y lugar del Puig, para cuando esta
población fuese conquistada. Era la voluntad de Al-
fonso II que se fundara en el Puig un monasterio del
orden del Cister y de la regla de San Benito para
cien religiosos. Debería estar el nuevo monasterio
sometido al de Poblet. Era la intención del rey que
se le enterrase en el de Poblet, ó en el del Puig.
Quince años más tarde manifestaba igual voluntad
que Alfonso II su hijo el infante don Pedro, que seis
años después heredó el trono (2).
(1) Castro, I. c.
(2) ChaWs, Monumentos históricos de Valencia y su %einot IV, 3.
*1
— 564 —
Después de haber pasado Alfonso II parte del año
1 1 76 en la Provenza y de dejar bien aseguradas sus
fronteras con Navarra, reunió un buen ejército para ir
en auxilio del rey de Castilla, que habia de poner sitio
á Cuenca (1). Juntos castellanos y aragoneses, pusie-
ron cerco á Cuenca á fines de 1 176. Es tal la situación
de aquella plaza y era tan numerosa y aguerrida su
guarnición, que más que á las armas hubo de recu-
rrirse, para rendirla, al hambre. También á los sitia-
dores llegaron á escasear los víveres: tanto, que
Alfonso de Castilla hubo de trasladarse á Burgos en
busca de recursos'. Mientras tanto quedó el de Aragón
dirigiendo las operaciones del sitio: y de tal manera
se vigilaron las entradas y salidas, para que ni entra-
sen víveres ni saliesen consumidores, y con tanto
acierto jugaron las máquinas de combate, que los de
Cuenca entraron en tratos de rendirse si, transcurrido
cierto plazo, no recibían auxilio.
Ya en agosto habia vuelto al campo sitiador el
rey de Castilla, y agradecido al buen servicio del de
Aragón y obrando con consejo de los prelados y
ricos-hombres que allí habia, se concertaron los dos
monarcas en orden á valerse y ayudarse contra moros
y cristianos, exceptuando á Fernando II, rey de León
y tío del de Castilla, y respecto de que, anulados los
compromisos anteriores, cada uno tuviese para sí y
sus sucesores, con entera libertad, las villas y castillos
([) Fueron con el rey de Aragón: don Berenguer de Vilademuls, arzobispo
de Tarragona; don Pedro, obispo de Zaragoza; Sancho Duerta, Fernando
Ruiz de Azagra, señor de Daroca; Anal de Foces, Hugo deMataplana, Pernee
de Guardia, Guillen de Beranuy y otros ricos-hombres de Aragón y Cataluña.
- S^S -
que entonces poseían: entonces quedó Aragón exento
del deudo que desde 113 5 tenía con Castilla. Que-
daba por resolver la cuestión del señorío de Molina,
y la fiaron al fallo del conde don Manrique de Lara:
la decidió adjudicándosele a sí mismo, puesto que
Molina había sido antes patrimonio de sus mayores.
Cuenca, tras un sitio de nueve meses, se rindió
á las armas cristianas el 21 de septiembre de n 77.
Quiso Alfonso II dejar asegurados á sus vasallos
moros de Murcia antes de volver á Aragón. Llegó
hasta Lorca, y logró que el emir de aquella tierra le
pagase el tributo de su conquista. Por el mes de
octubre ya estaba en Teruel (1).
En un diploma se hace constar que en octubre
de 1 1 77 concedió Alfonso II, que estaba en Teruel, á
Dodón, abad del convento de San Juan de la Peña, y
á los monjes del mismo, la iglesia de San Vicente mártir
de Valencia (2). Dando el rey la iglesia de San Vicente
con diezmos y primicias, dice el citado abad Briz, supo-
ne que había actualmente fieles parroquianos de aquella
iglesia] «y hubiera podido añadir, continúa el P. Teixi-
(1) Zurita, II, 35. — Castro, 1. c. — De la conquista de Cuenca hallamos
otras tres fechas diferentes. Se lee: en el Cronicón Burgense, «Era MCCXV, fuit
capta Conca;» en los ^Anales Complutenses, «Era MCCV, capta fuit Concha, et
ibi Comes Nuni, III. Non. Aug.,» y en los %Anales Toledanos, «En el mes de
Octubre prisó el Rey D. Alfonso á Cuenca, Era MCCXVII. Escureció el Sol,
Era MCCXV.» Esta Era es también la en que se tomó la ciudad.
(2) Placuit mihi, pro servitio quod mihi feas ti in illa hoste de Valentía,
-quod dono atque in perpetuum concedo pomino Deo, et jam dicto monasterio
sancti Joannis de Pinna et fratribus ibidem Deo servientibus, prassentibus
atque futuris, Ecclesiam S. Vincentii de Valentía, cum ómnibus directis suis
que modo habet, ?el habere debet, et cum decimis et primitiis, ut sit semper
libere et absolute, de jure sancti Joannis de Pinna (Briz, Hist. de San Juan de
la Peña, /, si)-
— 566 —
don (i), que era entonces la iglesia matriz y
como catedral, á cuyo prelado, que es el obispo,
y á su cabildo, pertenecen los diezmos.» Todavía
continuó algunos años, á lo menos hasta 12 12,
en posesión de dicha iglesia el monasterio de San
Juan de la Peña. Por manera, que no es cierto
el dicho de Aimonio, según el cual cuando á Va-
lencia llegó Audaldo, el encargado de llevarse el
cuerpo de San Vicente, se hospedó en uno de los arraba-
les, ya del todo abandonado de los cristianos, y cuya
iglesias tenia casi arrasadas las paredes, si bien aún
estaba intacto el sepulcro del Santo (2).
Por este tiempo bajaron al sepulcro algunos mus-
limes de nuestra región notables por su saber ó por los
acontecimientos politicos ocurridos en ella de los cua-
les fueron protagonistas: en el año 569 (ag. 1173-74),
Abu'l Ahwas Áhmed ben Abderrahmán, de Zaragoza,
que vivió algún tiempo en Valencia y acabó sus días
desempeñando el cadiazgo de Sevilla; en el 571
(jul. 1175-76), también en Sevilla, el valenciano
Abu'l Hassán Ali ben Ibrahim ben Sad al Khair, y
en 572 (jul. 1176-jun. 1 1 77), en Málaga, Abu Abda-
llah Muhámad ben Galib, ar Ra^ifl, de la Ruzafa
de Valencia (3). En el mismo año, un insigne literato
granadino presentaba á la academia de su ciudad una
(1) ^Antigüedades de Valencia, Ms. t. II, p. 346.
(2) El Archivo, 1. c— En las pags. 6062 reprodujimos un artículo del
Sr. Martínez Aloy sobre el sepulcro existente en el Museo de Valencia. Son
también dignos de leerse los trabajos que acerca del mismo asunto se publica-
ron en El Archivo, I, 321, 323, 404 y 409; II, 129 y 131, y Mon. Hist., t, II,
p. 44I-4S*.
(3) Casiri, Poeta rura, números 26, 28 y 31.
- 5^7 -
colección de preciosas poesías de alabanza, amatorias
y morales, labor de Abui Rabi ben Abi Muhámad,
también hijo de Valencia (i).
En la luna de sáfer del mismo año 572 (9 ag.-
6 sept. 1 1 76) murió en Mequinez el célebre Abu
Ishac Ibrahiíji ben Hamusec, el suegro de Aben Sad,
á quien tanto daño causara; y en el año 5 74 (jun. 1 1 78-79),
en Marruecos, Abderrahmán ben Táhir, el walí de
Murcia, depuesto por Aben Ayadh. Escribía Aben-
Táhir muy buenos versos, y aún se conservan los
morales que el Ziezaré leía en Valencia en sus pláticas
y sermones (2).
Para cortar las diferencias que por causa del
repartimiento de tierras que cada uno pretendía eran
de su conquista se hablan suscitado entre los reyes de
Castilla y de Aragón, concertaron en 11 78 verse
al año siguiente en Cazorla. Llegado el año • 1 1 79,
entró Alfonso II con poderoso ejército en el reino de
Valencia y puso su campo sobre Murviedro. Desde
allí fué atravesando hacia Andalucía, y en Cazorla,
á 20 de marzo, se avistó con el rey de Castilla (3).
Convinieron en que todo el reino de Valencia
(1) Tenia por titulo: «Ramillete de Margaritas y Adorno del vestido
elegante» (Casiri, t. I, p. 135).
(1) Conde, Le.
(3) Colmenares (Hist. de Stfovia, c. XVIII, § I) dice que las vistas se
señalaron para el 20 de mayo. En 1 5 de mana estaba aún en Toledo el rey de
Castilla con su esposa doña Leonor; y el mismo dia 20 de marxo, (Era
MCCXVIL 13 Kalendas Aprilis, anno tertio ex qno Serenissimus Rex Alphon-
sus Conchara cepit) estaba en Huerta.— Acompañaban al de Aragón, don
Pedro, obispo de Zaragoza, Arnaldo de Tarraja, maestre del Temple, Pedro
de Castellezuelo, Blasco Roméu, Arnaldo de Pons, Artal de Alagon, alférez
del rey, Sancho Duerta, mayordomo, Miguel de Santa Cruz, Berenguer de
— 568 —
fuese de la conquista y señorío de Aragón; lo mismo
la ciudad de Játiba y Biar, con sus términos, hasta
el puerto de Biar, y, además, la ciudad y reino de
Denia: esto es, desde el rio de la. Cenia, al norte,
hasta la sierra de Biar, al mediodía. Serian de la
conquista de Castilla las ciudades y demás poblaciones
situadas al sur de la expresada sierra, esto es, lo que
formaba entonces el reino de Murcia (i).
Esta distribución era á todas luces perjudicial a
Aragón, por lo que, apenas sentado Pedro II en el
trono (i 6 mar. 1 196), logró se modificara en términos
más aceptables el arreglo de Cazorla. Entonces que-
daron comprendidos en el reino de Valencia la ciudad
de Alicante y algunos territorios que se detallan en la
sentencia de 26 de febrero de 1305 pronunciada por el
arbitro don Dionisio, rey de Portugal (1279-13 2 5) (2).
Al año siguiente, n 80, por marzo, estando en
Ariza el rey de Aragón, dio la villa de Ajcañiz y sus
términos á don Martin Ruiz de Azagra, maestre de
Calatrava, para que, como lugar frontero de otros
muchos de moros del reino de Valencia, hiciese
guerra ó que se respetara la paz ó treguas que se
Enteriza, Pedro de San Vicente, Fortún de Berga y García de Albero. — Y al
de Castilla, Cerebruno, arzobispo de Toledo, Ramón, obispo de Paleada,
Pedro, de Burgos, Rodrigo, de Nájera, Sancho, de Ávila, Gonzalo, de
Segovia, Miguel, de Osma, los condes don Pedro, don Gómez y don Fernando,
Pedro Ruiz de Azagra, Pedro de Arazuri, Diego Jiménez, Pedro García,
Pedro Gutiérrez, Tello Pérez, Pedro Ruiz'de Guzmán, Lope Díaz, mayordomo,
Rodrigo Gutiérrez, mayordomo, Gómez García de Roa, alférez, Garda de
Puér tolas, Martín Ruiz de Azagra, Suer Pelayo y García, Muñoz (Zurita, II,
37.— Castro, XXVII).
(1) Zurita, 1. c.
(2) Escolano, I, 22.
pactasen. Dueño ya de Olocáu, á tres leguas de Mo-
rdía, hizo, en agosto del mismo año, merced á los
caballeros de San Juan del Hospital de Jerusalén.
Obedeciendo las órdenes militares á los altos fines de
su institución y á los estímulos de los príncipes cris-
tianos, hicieron los templarios varias entradas en
tierra de infieles. Llegaron á apoderarse del fuerte*
castillo de Pulpis y su villa, próximos al mar y á
corta distancia de Peñiscola (i). En enero de 1181
les dio Alfonso esta conquista. En noviembre del
mismo año se ganó el castillo de Villel, último de los
de Aragón colindantes con el reino de Valencia (2).
En una de estas entradas murió Yúsuf ben Abda-
llah, llamado también Abu Ornar ben Ayadh. Nacido
en Liria, hizo sus estudios en Valencia bajo la
dirección de Aben Hudzeil, Abu'l Walid ben ad
Dabag y otros muchos. Sábese por Aben al Abbar
que fué curioso en tomar notas biográficas de sus
maestros, así como en apuntar sus anécdotas y poe-»
sias. Con toda fidelidad transmitió también cuanto
(1) Diago, VI, 26. — Ca varilles marca con exactitud y minuciosos detalles
la situación del castillo de Pulpis. «Entre la llanura de las Cuevas y el Medi-
terráneo hay quatro montes casi paralelos, que se extienden de norte á me-
diodía. El más oriental, cuyas raíces baña el mar, se llama Hirta, que empieza
en jas cercanías del sitio que ocupó Alcocéver, lugar hoy día destruido, y,
elevándose á mayor altura que los otros, se prolonga hasta Peñiscola. Casi
paralelo á éste corre otro llamado de Polpis y Chiven, por conservarse aún
en la falda occidental los castillos que pertenecieron á dos pueblos de corto
vecindario: tiene su principio en varías lomas que se desvanecen antes de
llegar á Alcocéver, pero que aumentan considerablemente de volumen hacia
el norte reuniéndose por aquella banda con el citado Hirta para formar el
monte de San Antonio (Tomo I, pig. 42 , n.° 59).»
(2) Zurita, II, 38.
72
— S7° —
habia aprendido en las mejores fuentes históricas.
Buen muslim, empuñó las armas y en su misma
patria peleó con los cristianos. Murió cubierto de
heridas en el año 575 (jun. 1179-may. 1180) (1).
Durante ""el mismo año murió en Egipto el Yasa
el Gafiqui, nacido en Valencia, si bien su familia pro-
cedía de Jaén. Con su padre se trasladó s á Almería,
donde aprendió los rudimentos del saber mahome-
tano. En Valencia tuvo por maestro al célebre Aben
Jafacha, el famoso poeta de Alcira. Residió, en testi-
monio de Al Makkari, algún tiempo en Málaga, y
llegó hasta á desempeñar el alto cargo de cátib ó
secretario de los emires de la España oriental. Em-
prendió el año 560 (1164-65) un viaje á Oriente, se
estableció en .Alejandría y pasó hiégo á la corte de
Saladino (1174-93), de quien recibió protección y
toda suerte de obsequios, como escribe Aben ai
Abbar (2). *
Siguiendo el orden cronológico en dar á conocer
el fallecimiento de los escritores valencianos, nos
vemos á cada paso en la imperiosa necesidad de sus-
pender el relato de los sucesos políticos, testimonio
elocuente del alto grado á que durante el siglo xn de
nuestra era alcanzó la cultura muslímica valenciana.
El 30 de octubre de 1182 murió en Valencia Abu
(1) De sus producciones se citan: — i. Continuación de ac, £ilah de Aben
Pascual. — 2. Clases de jurisconsultos desde Abd el Barr hasta su tiempo. — Y
3. Libro de lo suficiente acerca de las clases ú órdenes de tradiciones (Pons,
biogr. n.* 195).
(2) Á, ruegos de Saladino escribió un libro, cuyo titulo era: «El que habla
claramente sobre la historia de las excelencias de la gente magrebina» (Pons,
biogr. n.o 196).
- 57i -
Muhámad Abdallah ben Yahya el Hadrhamí, nacido
en Palma, cerca de Gandía. Fué vecino dé Játiba, y
se distinguió como historiador, filólogo y poeta (i).
También falleció en 578 (may. 1182-abr. 1183)
otro hijo ilustre dé Palma, distrito de Bairén. £ahib
a$ £alat, que asi se llamaba, murió en Valencia, pero
SB6 restos mortales fueron trasladados al lugar de su
nacimiento (2). Bajó entonces al sepulcro, como ya
se dijo, Merwán, el emir de Valencia, depuesto en
6 de enero de 11 46. Y en ramadhán del mismo año
(dic. 1182-en. n83)dejóde existir, en Córdoba, el céle-
bre historiador Aben Pascual, oriundo de Sorrión,
cerca de Játiba (3).
De dos hechos ruidosos, ocurridos casi al mismo
tiempo, vamos á ocuparnos ahora: glorioso y afortu-
nado el uno, y relacionado, según se dice, con los
venerandos restos del invicto mártir de Valencia, San
Vicente; no menos ruidoso el otro, pero de éxito
nada favorable á las armas cristianas.
En el capítulo III de la primera parte escribimos,
tomándolo del moro Rasis, «que cuando el primer
Abderrahmán estuvo en Valencia en 760, huyeron de
ella los cristianos con el cuerpo de San Vicente Már-
tir, y le colocaron en el Promontorio Sacro de Portugal,
llamado en adelante, por esta razón, Cabo de San Vi-
unte.» Y algo más adelante, siguiendo una llamada
tradición, anadiamos que, dueño ya de Lisboa (1148)
(1) Casiri, Poetarum, n.° 37.— Pons, biogr. n.° 199. — Chabás, Hist. de
Denia, I, 260.
(2) Pons, p. 407. *
(j) Pons, biogr. rnSpi. 200. — El Archivo, VII, 370.
< - 572 -
Alfonso Enríquez, hizo por mar un paseo hasta el
Promontorio Sacro, y, guiado por aquellos cristianos
(que quedaron después de la horrorosa devastación
del caudillo Abu'l Hassán en 1112), descubrió, bajo
bóveda cubierta de escombros, el ansiado tesoro. En
1 1 73 fué su traslado á la iglesia mayor de la capital
del reino, y tres años después se le llevó á Braga.»
Según el cronista de Alfonso VIII, ocurrió este
suceso, qye tanta relación tiene con Valencia, diez
años después. Estas son sus palabras:
cEn este año (1183), escribe el P. Juan de Mariana fué
la Translación del cuerpo de San Vicente Mártir, desde el Pro-
montorio Sacro, á la ciudad de Lisboa, por el cuidado y devoción
de el rey don Alonso de Portugal. Premióle Dios este buen zelo,
con darle felizes sucesos, entrando triunfante por las tierras de la
otra parte de el Tajo, que confinan con Guadiana; y consiguió
grandes victorias de los moros, hasta dar vista á Sevilla, tomán-
doles á Ylipa, que es Niebla. Y, queriendo satisfacerse los moros,
.entraron en Portugal, hasta sitiar á Samaren; pero, saliéndoles
al encuentro, por una parte el rey don Alfonso, y por otra su
hijo don Sancho, iueron vencidos y desbaratados, y su caudillo
Aben Jacob se ahogó en el rio Tajo» (i).
Es admirable la concordancia que guarda esta rela-
ción con la de autor árabe á quien sigue Conde. Dice
que venido el año 579 (abr. 1183-84) el emir Yúsuf
Abu Jacob vino á España á su tercera jornada de santa
guerra; Salió de Marruecos el sábado 25 de xawal
(14 febr. 1 184); de Salé, en jueves 30 de dilcada
(16 marzo); de Fez, el 4 de muhárram de 580 (17
(1) Castro, Coróttiea del Rey de Castilla Don Alonso Octavo, XXXII. -Harían* (XI, 16) úfala
por techa de la muerte del Emir el año 1 1 84.
— 573 —
abril); de Ceuta, después del embarque de zenetas,
masamudes, magaravas, zan hagas, owaras y otras
tribus berberíes, y almohades, algazáces y ballesteros,
el jueves 5 de sáfer (18 mayo). Entró en Sevilla des-
pués que pasó el jiuma ó viernes 23 de sáfer (5 junio),
y con su. hijo Cid Abu Ishac, seguidos de aquel nu-
meroso ejército, caminaron á su gazua hacia medina
Sant-Arén del Algarbe de España, frente á cuyos
muros sentaron el campo el día 7 de rabié i.*( 18 junio).
Por espacio de medio mes se la cercó y combatió
con diferentes máquinas é ingenios: de día y de noche
se la daban continuos rebatos, de modo que se la
estrechó y apuró mucho. Se le ocurrió al Emir mudar
el campo al norte y poniente de la ciudad en la noche
del 22 de aquel mes (3 julio). Mandó á su hijo
que al hacerse de día hiciese con los muslimes espa-
ñoles una cabalgada á Lisboa. Entendió Cid Abu
Ishac que aquella misma noche partiese para Sevilla,
y el diablo esparció en el ejército sitiador la voz de
que se había mandado levantar el campo y marchar
aquella noche. Taifa tras taifa fueron desfilando antes
que amaneciera.
Al salir el sol el 4 de julio, el Emir, que había
estado en su pabellón sin saber lo que pasaba, encon-
tróse, frente á una plaza de guerra, sin más gente que
unas pocas tropas andaluzas, la gran impedimenta
de su bagaje y toda la chusma del campamento, que
sólo sirve de estorbo. Desde los muros de Santarén y
desde las atalayas descubrieron los cristianos aquel
pequeño grupo de enemigos. Abrieron las puertas y se
lanzaron con ímpetu sobre los muslimes: la guardia
^ — 574 —
fué acuchillada, se hizo trizas los paños y cortinas del
pabellón del Emir, algunas doncellas de su harem
fueron alanceadas, y él mismo quedó cubierto de
heridas.
Acudieron tropas almohades y recobraron á gran-
dísima costa los miserables restos y personas que
quedaban de su campamento. Silenciosos y tristes, y
sin darse cuenta de aquel terrible contratiempo,
entraron en Sevilla. En el camino espiró desangrado
el ínclito Yúsuf Abu Jacob. Dicese que murió en
sábado 12 de rabié 2.a (9 agosto 1184) cerca de
Algeciras, seguí! Matruc; otros afirman que no murió
hasta llegar á Marruecos, y, por último, «dice Yahye,
que el rey Juzef murió al pasó del Tajo, levantado el
campo de Sant-Arén» (1).
Si el triunfo enorme alcanzado por Alfonso I de
Portugal fué, como cree Mariana, recompensa al ser-
vicio que hizo trasladando el cuerpo de San Vicente
desde el Promontorio Sacro á Lisboa, grato recuerdo
deben guardar del mártir valenciano los portugueses.
Y vamos á reseñar ahora el trágico suceso ocurri-
do en la misma frontera de nuestro reino. Armengol,
conde de Urgel, cuñado. de Alfonso II, por estar
casado con una hermana, y que poseía gran estado,
en Aragón y en Cataluña, y hasta en Castilla, pues
era señor de Valladolid (2), queriendo distinguirse
« <
(c) Conde, III, $0.
(2) De una donación, otorgada en Burgos, en noviembre de 1172, por
doña María de Almenara, hija del conde Armengol de Urgel, casada con don
Lope, hijo del conde del mismo nombre, resulta que los moros de Huete
estaban entonces muy envalentonados. Lo cual explica el descalabro que ahora
se apunta (Castro, Coránica del %ey de Castilla don Alonso Octavo, XVII).
— 575 —
en servició d$ la Religión, con su hermano Galcerán
de Salas y con otros caballeros, esto es, con sus gentes
particulares, hizo una entrada contra los moros del
reino de Valencia, cautivó á muchos y recogió botin
abundante. Al retirarse, cayó en una emboscada que
junto a Requena le tenían preparada diversas compa-
ñías de zenetas y de los lugares circunvecinos y otra
gente de guerra del reino de Valencia. Este lamentable
suceso ocurrió el n de agostQ de 1184. Alli murieron
el Conde, su hermano y otros muchos expedicionarios.
Algunos cronistas afirman que su venida obedecía,
más que á deseo de ejercitar las armas, al noble y
santo propósito de rescatar á numerosos cristianos
que en Valencia gemían en duro cautiverio y, además,
á desempeñar cerca de su wali cierta comisión que
le Ifabía confiado Alfonso II. Dicen más: que el Conde
y cuantos de los suyos murieron, no lo fueron á
manos de moros, sino á las de unos caballeros caste-
llanos que por allí andaban retraídos. Tras acalorada
disputa que el Conde y los suyos sostuvieron en
defensa de sus reyes, apelaron á las armas, y ocurrió
el trágico suceso (1).
«La pública voz y fama, escribé Mariana,, fué
que los moros le mataron, lo que parece más proba-
ble, y es más justo que se tenga por verdad» (2).
Esto mismo sustenta otro autor: «No faltan algunos
que quieren dezir le mataron castellanos; pero no
tiene apariencia de verdad, porque el Conde en nada
(1) Zurita, II, 40.
(2) Mariana, 1. c.
- 576 -
había deservido al rey de Castilla. Dejó un hijo, que
el año siguiente le hallaremos mayordomo del rey
don Fernando de León» (i). Treinta y cinco años
después sufrieron en el mismo sitio las armas cristia-
nas otro descalabro con circunstancias análogas á las
que concurren en el presente.
Algo atrás, hicimos constar que Alfonso II donó
en febrero de 1 175 á los monges de Poblet la villa y
lugar del Puig, para cuando fuesen conquistados; y
lo mismo repetía en diciembre de 11 90 su hijo el
infante don Pedro, luego Pedro II. Padre é hijo
manifestaron su voluntad de ser enterrados en Poblet,
siempre que no conquistasen á Valencia; que, si esto
conseguían, fundarían un monasterio en Cebolla, ó el
Puig, y en él deberían recibir sepultura (2).
Nuestros cronistas regionales atribuyen á Al-
fonso II una entrada en nuestro reino realizada en
1 1 91.. Según ellos, acompañado del rey de Castilla,
(1) Castro (Coránica del rey de Castilla don Alonso Octavo, XXXIII) dice
que el conde Armen gol había heredado ¿u gran posición por ser biznieto dé
conde don Pedro Ansúrez, y que fué su- muerte en 12 de agosto.
(2) £1 documento en que Alfonso II hace constar su voluntad acerca del
lugar en que debía recibir sepultura, dice así: «Id nomine Domini. Notum
sit cunctis quod ego, Ildefonsus, Dei gratia rex Aragonum, comes Birchtao-
nae et marchio Provincias. Pro salute animas mese et in redemptione pecca»
tórum meorum, doqo et concedo me ipsum ad sepeliendum in monasterio
Sanctas Mari» de Populeto. Hoc laudo et af firmo. Ita, tamen, quod, si
Valentía m capere possera et de meo proprio faceré monasterium in loco quod
vocatur Cepolla, quod eidem monasterio donavi, retineo me ibi posse sepeltri,
si vellera; et ratum et ñrmum habeatur: ita, ut de cetero nullam aliara possim
eligere sepulturam, prseter illam de Populeto, sive pr áster illara de Cepolla,
ubi monasterium construendum delibera vi. Et ipsum, tamen, sit in subjecáo-
ne et ordinatione monasterio Populeti. Et hoc mando ita esse ubicu ñique vita
decessero. Quod est actum mense februarii anno Domini M.°C.»LXX.°V.°,
— 577 —
se metieron por los reinos de Murcia y de Valencia,
dañaron en gran manera á los moros y cargados de
despojos volvieron á sus tierras (i). No han reparado
en que á fines de 1 190 se celebraron las bodas de
Alfonso IX de León con doña Teresa, hija del rey de
Portugal (2), y en que á principios del año siguiente,
1 191, se realizó entre ellos y el de Aragón un tratado
de alianza en daño de Alfonso VIII (3).1La reconci-
liación entre Aragón y Castilla no se hizo hasta
después de la muerte de Alfonso II, ocurrida en Per-
piñán el 25 de abril de 11 96. En su testamento '
dispuso se le diera sepultura en el monasterio de
Poblet y que el convento tuviera, enti 2 otros bene-
ficios, el dominio sobre Vinaroz (4).
Dijimos que el arreglo de Cazorla fué poco satis-
factorio á Aragón y que apenas sentado en el trono
Pedro II, fué modificado en términos más acepta-
bles (5). Para que ahora prevaleciera lo que er* equi-
apud Angterolam etc.i —En el mismo día había Alfonso II dado á Hugo,
abad de Poblet, y á los frailes del mismo, la villa y lugar del Puig.— Este es
el documento en que el infante don Pedro expresa su voluntad de ser enterra-
do en el monasterio del Puig: «In nomine Domini. Notum sit cunctis quod
ego, Petras, infans, Dei gratia ñlius domini Ildefonsi, regís Aragonum, pro
salute animas meas (lo demis, como el doc. anterior, y termina:)... Quod est
actnm meóse decembri anno Domini M.°C.0XC.<> etc.» (Biblioteca provincial
de Tarragona, Cartulario del Monasterio de Poblet, núms. 29 y 30). — A
pesar de la donación del Puig i Poblet, éste no fué heredado en el Puig, si
bien lo fué en Valencia, Cuart y otras partes.
(1) Diago, VI, 26.
(a) Florea, %einas Católicas, 1. 1.
(3) Zurita, JI, 43 y 44.
(4) Lafuente, II, 11. — Tocertoulón (f. I, p» $2) pone la muerte dei rey
de Aragón en 5 de abril.
(5) Así lo expresa Mariana (1. c): «En estas platicas (de 1179), no sólo
ganó el rey de Aragón (Alfonso II) loa de pacificador^ Isin ó también de
73
- 578 —
tativo y justo, fué necesario que Alfonso VIII se
hallase rodeado de circunstancias difíciles en extremo.
La memorable é infausta jornada de Aiarcos (miér-
coles, 19 de julio de 1 195) (1), ,había amenguado
por modo notable los bríos del monarca de Castilla.
Sucesos posteriores é inmediatos pusiéronle en situa-
ción desesperada. Entrado el año 592 (dic. H95-
nov. 1 196), el emir de los almohades* repitió la corre-
ría del año anterior: tomó á Calatrava, Guadalajara y
otras fortalezas próximas á Toledo, y aun esta misma
ciudad, donde estaba Alfonso, estuvo sitiada por '
espacio de diez. días. Pudo el monarca presenciar la
devastación que en la vega del Tajo causaron los
almohades. Triunfante, lleno de despojos y seguido
de innumerables cautivos, volvió el Emir á Sevilla en
sáfer de 593 (24 dic. 1196-21 en. 1197) 00- Sin
tener en cuenta esas calamidades, confederáronse,
después de la rota de Aiarcos, los reyes de León y de
Navarra é invadieron los estados del castellano. En
momentos de tanta angustia para Alfonso VIII, pasó
á Castilla el rey de Aragón é hizo entrar en razón
modestia, ca se contentó con lo que le señalaron para su conquista, que fué
sola aquella comarca que desde Aragón llega hasta Valencia; dado que, por
agraviarse el rey don Pedro, su hijo; que en esta confederación y concordia se
le hizo sinrazón, alcanzó que los términos de la conquista de Aragón llegasen
y se extendiesen hasta Alicante.»
(1) Castro (XLIX), sin precisar día ni mes, escribe: «Consta que aquesta
guerra fué desde 18 de octubre hasta 23 de noviembre (de 1194).» Zorita
(II, 46) dice que fué la batalla á 18 de julio de 119$. «Dióse la batalla junto
i Atareos (dice el P. Mariana, XI, 18), á 19 de julio, que fué miércoles, el año
de 1 195).» Fecha exactamente igual á la de Conde (III, 53), miércoles, 9 de
xabán de 591; y i la de los •Anales Toledanos; «Arrancada sobre el Rey Don
Alfonso en Aiarcos día Mercores, en XIX días de Julio, Era MCCXXXIH.»
(2) Conde, 1. c. ■
— S79
á Alfonso IX y á Sancho VII, monarcas respectivos
de León y de Navarra (i).
La confederación de 1196 se renovó en 30 de sep-
tiembre de 1200, en Ariza, adonde pasó Alfonso VIH
y donde tuvo la entrevista con Pedro II. Poco antes,
1 1 99, habia el de Castilla pactado treguas de diez
años con el emir Jacob ben Yúsuf. El principe maho-
metano necesitaba todas sus fuerzas para defenderse
del rey don Sancho I de Portugal, y don Alfonso,
« para mover guerra contra el navarro. No le fué muy
bien á éste. Por iniciativa de Pedro II se emprendie-
ron negociaciones de acomodo. Insistió sobre ello su
madre doña Sancha, y se logró en la entrevista que
tuvieron en Alfaro los reyes de Castilla, León, Aragón
y Navarra. HabU tomado parte muy activa en esta
red de desavenencias don Diego López de Haro,
señor de Vizcaya. Primero quiso vengar los agravios
que el rey de León infería a su madrastra, doña .Urraca
López, hermana de don Diego. Al reconciliarse los
reyes de León y de Castilla, se amparó en Navarra.
Cuando hubo concordia entre los cuatro reyes, tuvo
que refugiarse entre los moros de Valencia, y comenzó
á hacer guerra contra Aragón (2). Siguiendo ahora
Aragón iguales alternativas que Castilla en virtud de
la confederación que los tenia unidos, disfrutó los
diez años de treguas pactadas con Al Mansur Yácub
ben Yúsuf, emir de los almohades proclamado en
1184(3).
(1) Zurita, II, 53.— Castro, XLIX.
(a) Zurita, 1. c.
(3) Castro, Coránica del %ey de. Castilla dan ^Alonso Octavo, Ll.
L
— 580 —
Utilicemos ese extraordinario descanso de las
armas, para ocuparnos en el movimiento literario, no,
por menos ruidoso, menos trascendental que la guerra
en el progreso de la humanidad.
Aben Afiún, nacido en Játiba el año 518 (1124-25),
aprendió en ella derecho y literatura, sobresaliendo en
el ejercicio del primero. Ocurrió su muerte por el año
584(1188-89) (1).
Aben Hobaix, lumbrera de la ciencia en su tiempo
y último de los tradicioneros del Magreb, nació en Alme-
ría el año 504 (iiio-ii), pasó después 530 (1135-36)
á Córdoba, donde permaneció tres años, y se restituyó
á su patria. Estuvo en ella hasta el 1 7 de octubre de
1147,0 sea, hasta que Alfonso VII se apoderó de
Almería. Salió para Murcia, y á los pocos días paró en
Alcira. Dirigió en ella, por espacio de doce años, las
preces públicas. Fué después mocri y cadi en Murcia,
y en el desempeño de tan importantes cargos, le sor-
prendió la muerte ei 14 de sáfer de 584 (14 abril
de 1 188) (2).
Abdallah ben Muhámad ben Abdallah ben Sofián,
llamado el Tochibí. Sus antepasados, y aún él mismo,
procedían de Cuenca, pero él tuvo en Játiba su ordi-
naria residencia. Fué muy competente en escritos en
(1) Escribió: sobre el ejercicio de su profesión; acerca de las maravillas dd
mar; un libro con noticias de ios varones ascetas y piadosos, y una colección
de las poesías de Aben Chobair (Pons, biogr. n.° 204).
(2) Las producciones suyas de que se tiene conocimiento, son: 1. Libro
de las expediciones bélicas.— 2. Compilación de lachas ó sobrenombres.— Y
3. Varios escritos continuación de la af Qilab de Aben Pascual (Pons,
biogr. n.° 205). — Un hijo suyo, no menos ilustrado, dio testimonio de su fe
religiosa muriendo en la batalla de las Navas.
- 58i -
prosa y en verso, desempeñó el cadiazgo de Lorca y
murió en 590 (1193-94) (1).
Dejó de existir en el 592 (1195-96) Abu'l Hegiag
Yúsuf ben Abdallah ben Ayub el Fahari, nacido en
Denia y que vivió en Valencia (2).
Murió en el año 596 (1199-1200) Abu'l Cásim
Muhámad ben Ali el Hamdainí, más conocido por
Al Barrak. Sin que se sepa la caus,a, Muhámad ben Sad,
señor de Guadix, de donde era natural este autor, le
desterró á Murcia y á Valencia. Permaneció en esta
ciudad hasta que murió su rey Lobo, y entonces vol-
vió á Guadixv donde acabó sus días (5).
Al año siguiente (1200-1201) falleció Abu Muhá-
mad Abdelmumen ben Muhámad, el Khazragi, cadi de
Granada, nacido de familia nobilísima de Jérica, peque-
ña villa del reino de Valencia. En los anales arábigo-
españoles, Jérica es conocida con el nombre de castillo
de los jerifes ó de los nobles, por haberse establecido en
ella una rama de los Beni Sad ben Obaida, noble y
valeroso jefe de la tribu Khazrach. Ésta y la de Aus
fueron las* primeras que auxiliaron á Mahoma cuando
era objeto de mofa y de persecución por los de su
patria y hasta por su misma familia: por esto mismo
fueron llamados ansaries 6 defensores del Profeta los indi-
viduos de ambas tribus. Era llamado á ser el primer
Califa el jeke de la tribu Khazrach contemporáneo del
Profeta; pero quedó postergado á otros más atrevidos
ó astutos. Sad ben Obaida ocultó su vergüenza en la
(1) Compuso una cColectánea sobre sus maestros» (Pons, biogr. n.° 207).
(2) Casia, Toetarum, n.«45.
(3) Ibídem, n.° 46.— Pons, biog. n.° 209.
— 582 —
Siria. Sus descendientes sé" alejaron de Oriente. España
se llenó de familias ansafíes. Era una de ellas la que se
instaló en Jérica, y á la misma pertenecía nuestro bio-
grafiado (1).
Por el mismo tiempo floreció Abu Abdallah ben
Muhámad ben Ibrahim, el Gimini (del Yemen), valen-
ciano, más conocido por Aben as Schevasch (2); y
también Abu '1 Maali Maged ben Mahfuth, varón ilus-
tre de Valencia (3).
En el año 597 (oct. 1200-1201), murió Muhámad
ben Sáidr el Codal, natural de Bairén (Gandía), en la
jurisdicción de Denia (4).
. Aben Ayad nació en Liria el año 544 (1149-50).
Bajo la dirección de su padre (el que murió á conse-
cuencia de las heridas que recibió en lucha con los
cristianos) y aleccionado, además, por otros maestros,
salió tan ilustrado, que llegó á dominar las ciencias
musulmanas, aunque se dedicó, con preferencia, á las
biografías y tradiciones. Murió en su país natal el
año 603 (1206-1207) (5).
Célebre era entonces Muhámad ben Sad Rai Abdet-
huahab Abu Báker, valenciano, de ilustre familia y
famoso por su virtud y doctrina. Distinguióse en la
guerra con los cristianos, á quienes venció en dos oca-
siones y les arrancó en giumada de 587(may-jun. 1191)
(1) Casiri, Toetarum, n.° 48. — El •Archivo, II, 201-202.
(2) Casiri, Toetarum, n.° 51.
(3) Ibídcm, n.° 56.
(4) Pons, pág. 407.
(5) Dejó un trabajo biogrifico, en forma de diccionario, sobre los maes-
tros* de su padre, obra que Aben al Abbar utilizó para su Tecmila (Pons,
biogr. n.° 214).
— 583 —
el castillo Al Fath, después de haber estado durante
treinta y un años en poder de infieles. Con tal motivo
escribió un poema. Cultivaron también con provecho
la poesía una hermana suya y otro hermano que mu-
rió en 30 de julio de 1228 (1).
Son también escritores del siglo vi (1 107-1203),
Muhámad ben Abi Báker ben Ali, setabense, y el
docto valenciano Abu '1 Cásim Abdallah ben Muhámad
•ben Nakia (2).
Por este tiempo fundó Pedro II una nueva orden
militar, la de San Jorge de Alfama, nombre que tomó
del desierto así llamado, situado á seis leguas de Tor-
tosa, cerca de Ampolla, entre el mar y Coll de Bala-
guer. De él hizo el Rey donación al primer maestre,
frey don Juan de Almenara, en 24 de septiembre de
1 20 1. Esta orden, que, como las demás militares, tanto
se distinguió en las empresas contra los muslimes de
nuestro reino, acabó por ser incorporada á la de
Montesa, en 13 de abril de 1399 (3).
El 9 de septiembre de 1208/desde Huesca, con-
firmó Pedro II, á ruegos, de doña Sancha, su madre,
al maestre de la orden de San "Juan del Hospital de
Jerusalén, Fr. Jinieno de Lavata, todos los privilegios
concedidos á dicha orden por sus antecesores, en con-
sideración á las obras de caridad y misericordia, hos-
pitalidad y fervor religioso con que florecía en la Tierra
(1) Casiri, II, 30.
(a) El primero es autor de un libro intitulado «Auxilio* para la verdad»,
dividido en 25 capítulos, y discurre, sobre el gobierno de la monarquía, las
«
virtudes de los reyes, cualidades de sus ministros, etc. ; y el segundo escribió
un comentario sobre el Corán (Casiri, I, 230; II, 502).
(3) Samper, Montesa Ilustrada, 1.» parte, división 2.a
— S»4 —
Santa y en España, y teniendo en cuenta, además, el
solicito cuidado que siempre tuvo la orden en defen-
der y propagar la fe cristiana, y en memoria del espe-
cial amor y buena voluntad con que la distinguieron
sus gloriosos predecesores Ramón Berenguer IV y doña
Petronila, sus abuelos, y Alfonso II, su padre (i).
Terminados los diez años de treguas pactadas con
el emir de los almohades, Alfonso VIII, interesado
como el que más en estar prevenido contra ellos y en
vengar la rota de Alarcos, tuvo "en Alfara sus vistas
con los reyes de Aragón, León y Navarra. Delante
de Mallén, en un campo, el día 4 de junio de 1209, se
vieron Pedro II y Sancho VII, que eran los más ene-
mistados. Concordadas sus diferencias, el de Navarra
prestó, como muestra de amistad, al de Aragón, veinte
mil monedas de oro, quedándole la devolución del di-
nero garantizada con los castillos y villas de Pina, Esco,
Pitilla y Gallur. Fueron entregados á D. Jimeno de la
Rada, quien los tendría en depósito hasta 25 de diciem-
bre próximo, con condición de que si entonces no se
habla devuelto la cantidad, pasarían á poder del rey de
Navarra hasta que se" reintegrase de la suma prestada.
Llama justamente la atención que, habiendo nacido el
año antes (2 de febrero de 1208) Jaime I, ninguna
mención hiciese de él su padre, cuando designaba por
herederos de aquellos pueblos y castillos al conde de la
Provenza y al infante don Fernando (2).
Á fines de marzo de 12 10 ya estaba Pedro II en
(1) Hist. (UCullera, c. IX.
(2) Zurita, II, 59.
— 5«5 —
fc. Monzón, punto prefijado para reunirse las huestes que
flu. habían de seguirle en la guerra con los moros de
it: Valencia (i). Con fuerte campo invadió la parte de la
ipr actual provincia de Valencia comprendida entre las de
iV Cuenca y Teruel, y ganó, por fuerza de armas, tres
(: \ fortalezas importantes, Ademuz, Castielfabib y Sertella.
Distinguióse, por su valor, en el sitio de Castielfabib, el
señor de Quinto, don Atorella. Aquel día hizo, á pre-
sencia del Rey y del obispo de Zaragoza, y en manos
del maestre del Temple, voto de entrar en esta orden.
Mientras dichas fortalezas se rendían, otro cuerpo
de ejército hacia por la frontera con gran furia la gue-
rra, causando gran terror y espanto en los muslimes.
rk Parece que en una de las algaras se aproximaron á
Valencia y que el Rey estuvo en peligro de caer en
manos de los infieles. En un combate que se dio á la
ciudad, fué herido el caballo de don Pedro y quedó
el cabalgador desmontado. Sucedió esto frente al paraje
cuya defensa se había encomendado á don Diego López
de Haro, señor de Vizcaya, llamado el Bueno. Y no des-
mintió tan honroso calificativo en esta ocasión: olvi-
dando los agravios que todos los príncipes cristianos
de España le habían inferido y pensando sólo en el
gran peligro que corría el de Aragón, dio á don Pedro
otro caballo, y con él se puso en salvo. Su noble
(i) Acompañaron al rey en esta campaña: don Ramón de Castellezuelo,
obispo de Zaragoza; don García, de Huesca, don Garda, de Tarazona, don
Jimeno Cornel, don García Roméu, don Artal de Al agón, don Blasco Romea,
Pedro Sesé, don Atho de Foces, don Guillen de Cervelló, don Guillen de
Peralta, Arnaldo Palavicini, Arnaldo y Adán de Alascón, don Atorella, don
Sancho de Antillón, don Guillen y don Guillen Ramón de Moneada, senescal
éste de Cauduña.
74
— 586 —
acción despertó gran enojo en los moros de Valencia,
mas él se excusó diciendo «que no quisiese Dios que
él fuese causa, por aquella guisa, que el nieto del Empe-
rador (i) fuese preso.» Recelando de los moros y para
sincerarse de aquel acto, pasó á Marruecos y ante el
emir Muhámad ben Jacub, apellidado Anásir, que ocu-
paba el trono desde la muerte de su padre, en 22 de
enero de 1 199, dio razón de sí y defendió por derecho
y por las leyes su inocencia. Acabado el pleito y
aplacado el enojo de sus enemigos, quedó rehabi-
litado á los ojos de Alfonso VIH, y se restituyó á
Castilla (2).
El día 6 de septiembre de aquel año, 12 10, ya estaba
Pedro II de vuelta en Teruel, como lo declara la dona-
ción que de Burriana hizo en aquella fecha y lugar á
los sanjuanistas, con prohibición de que á ninguna otra
orden le fuera permitido alzar iglesia ú oratorio en
aquella villa. Desde Villafeliz dio el día 19 la ciudad
de Tortosa, con todos sus derechos, esto es, sin rete-
(1) Lo era de Alfonso VII por su madre doña Sancha.
(2) Con respecto á la fecha de este suceso escribe Zurita: «Por no decla-
rarse los tiempos, no se puede seguramente añrmar si esto fué antes que el
rey de Navarra, viendo que no era poderoso á resistir á los reyes de León y
Castilla, embió sus embajadores al Miramomelín de África y se passó con
algunos ricos-hombres de su reyno (II, 53).» — Sancho VII, ó sea el llamado
rey de 'Bayona por los autores árabes, estuvo en Sevilla hasta poco antes que
de ella saliera hacia Salvatierra el emir an Násir, en i.° de sifer de 608
(15 jul. 121 1) (Conde, III, 54 y 55). — Mariana (XI, 22) dice de don Diego
López de Haro, que «volvió dende (de África) á Castilla el año, como yo
pienso de 1209.»— Pero esto tieae en contra que ni el rey de Aragón tomó
parte activa en la guerra con los moros, ni podía tomarla, por llamar
atención los asuntos de la condesa Aurembiaix y de la Provenía. — Lo cierto
que don Diego mandaba la vanguardia cristiarh en la batalla de las Na
(Mariana, XI, 24).
- 5«7 —
nerse más que el supremo dominio, al maestre del
Temple, don Pedro de Montagudo, y a sus caballeros;
por lo mucho que.se habían distinguido en la anterior
campaña, y en consideración á lo que Nuestro Señor
era servido de aquella orden, al esfuerzo con que
cooperaba á la reconquista y al valor con que defendía
las posesiones cuya defensa le era encomendada (i). El
dia 22 otorgaba, desde Perpiñán, señaladas franquicias
á los nuevos pobladores de Ademuz. En 5 de noviem-
bre hizo donación de la Ruzafa de Valencia y de una
torre situada junto á dicha alquería,, á la milicia de San
Juan del Hospital de Jerusalén. La donación de Ruzafa
y de Burriana fué condicionada, ó sea, para cuando
fuesen rescatadas del poder de infieles. En enero de
12 1 1, Pedro II aún estaba en Mompeller (2).
En aquellos días tenían en movimiento á los mus-
limes de nuestro reino las armas de Alfonso VIII.
Mientras se reunían las gentes que habían de formar la
gran expedición, con deseo de poner espanto se corrió
ala ribera del Júcar y ganó á los moros algunas plazas.
Con el infante don Fernando, su hijo, y seguido sólo
de las milicias de Madrid, Guadalajara, Huete, Cuenca
y Uclés, penetró atrevidamente por la as Sarchia de
Játiba, ú oriente de esta importante ciudad, y llegó
(1) Estaban en Villafeliz con el Rey: don García, obispo de Tarazona; don
García Roraéu, don Jimeno Cornel, don Miguel de Luesia, Jimeno de Eibar,
naldo de Al aseó n, don Ladrón Aznar Pardo, mayordomo; Atho de Foces,
al do de Gúdar, Pedro de Creixell, Pedro de Falces y otros muchos caba-
os.
2) Zurita, II, 60.— Escolano, III, 3.— Diago, VI, 28 y 38.— Tour-
"üón, I, 3 .
- 588 -
hasta la playa del Mediterráneo por mayo de aquel año,
^211 (i).
En dicho mes ya estaba en Cuenca, que cae no
muy distante de las tierras adonde se había hecho
aquella correría, y allí se vio con el rey de 'Aragón, á
quien comunicó sus grandes preparativos en orden á
la guerra. ¡Hermoso espectáculo el de los príncipes
cristianos en vísperas del glorioso triunfo de las
Navas! (2).
En Marruecos estaba an Násir el año 605 (julio
1208-1209) cuando supo que el maldito Alfonso había
vuelto á levantar cabeza, corría las tiernas de los mus-
limes, talaba sus campos, estragaba sus frutos, quemaba
los pueblos, ocupaba las fortalezas y cautivaba y mataba
las gentes. Hizo el Emir llamamiento para la guerra
santa y congregó un ejército innumerable como de
langostas esparcidas en bandas que cubrían montes,
campos, llanos y profundos valles. Salió de Marruecos
el 19 de xabán de 607 (? febr. 121 1), desembarcó en
Tarifa el 25 de dilcada (11 mayo) y el 17 de dilhagia
(i.° junio) llegó á Sevilla. Salió de ella para Salvatierra,
el i.° de sáfer de 608 (15 julio). Se detuvo comba-
tiendo esta fortaleza más de ocho meses. En la memo-
rable jornada de las Navas (14 de sáfer de 609-16 julio
12 12) (3), que todavía celebra la Iglesia con el título
(1) anales Toledanos: «El Rey D. Alfonso, e su filio el Infant D. Ferrando
con las gientes de Madiit, e dé Guadafajara, e de Huepte, c de Cuenca, e de
Veles, e fueron Alaxarch, e á Xativa, e allegaron á la mar en el mes de M
é tornáronse ende... Era MCCIL.»
(2) Zurita, II,6i. — Mariana, XI, 23.— Diago, VI, 29.
(3) Conde apunta que la batalla fué en lunes, 1$ de sáfer, día de mes q
corresponde i nuestro 17 de julio. Mariana escribe que fué en lunes, á 16 t
T 589 -
de El triunfo de la Santa Cru%, acabó sus días un hijo
ilustre de Játiba, Áhmed ben Harán el Nafcí. Nació en
dicha ciudad el año 542 (1 147-48). Tuvo varios maes-
tros, entre ellos, á su propio padre, Aben Hobaix.
Cumplió el precepto de la peregrinación á la Meca, y
recogió, de paso, las enseñanzas de los más famosos
sabios de Oriente. Fué literato de señalada competen-
cia, de feliz memoria para las tradiciones y uno de los
más notables jurisconsultos. Tenían los setabenses en
tal estima su saber, que sostenían podía, como tradi-
cionero, competir con el famoso Abu Ornar ben Abd
el Barr. El más elocuente testimonio de su fervor reli-
gioso es el haber perecido en la para los muslimes
triste jornada del Ocab. Ni muerto ni vivo se le pudo
encontrar (1).
Un año antes murió el poeta Abu'l Hassán Ali ben
Áhmed ben Abi Cobat, el Azadi, de Denia (2).
Contemporáneo fué Muhámad ben Abderrahmán
el Tochibi, nacido por los años 540 (1145-46) en
Alicante la pequeña. Su padre residió en Orihuela.
Comenzó el hijo sus estudios en Murcia y luego pasó
á Oriente. En Alejandría se detuvo mucho tiempo. Fué
tan buen muslim como culto y laborioso. Por los años
574 (1178-79), visitó varias poblaciones de África,
julio. Y esta es la verdadera fecha: el año 609 comenzó en domingo y á j dé
junio; fueron, pues, lunes en julio, los días 2, 9, 16, 23 y 30; comenzó sáfer
en 3 de julio y en martes: luego si la batalla fué en lunes, no pudo ser el 1$ de
fer, sino el 14.
(1) Escribió: el Libro de Recreo, reseña de los jekes del país, y el ^Arrayán
la respiración y quietud del espirilut sobre los jekes del Ándalos. De sus
.ras se aprovechó Aben al Abbar (Pons, biogr. n.° 218).
(2) Casiri, Poelarum} n.° 66.
— 590 —
Ceuta, entre ellas, y, por fin, fijó su residencia en Tre-
mecén, donde murió el año éio (1213-14) (1).
También murió durante el mismo año el poeta
valenciano, oriundo de Zaragoza, Abu Abdallah
Muhámad ben Muhámad ben Solimán, el Ansari,
llamado Abi al Baca (2).
En el transcurso de poco tiempo bajaron al sepul-
cro los protagonistas de la batalla de las Navas. «Se
dice que de los reyes que asistieron á la batalla de Ala-
cab y entraron en Úbeda, no quedó uno de ellos en
aquel año, que todos murieron de mala muerte» (3).
Con efecto: hecha excepción de Sancho VII, todos mu-
rieron en poco más de un año. Pedro II, con motivo
llamado el Católico, ya que, aparte otros testimonios
de su religiosidad, tales como confirmar en 12 12 la
donación que de la iglesia de San Vicente mártir, en
Valencia, hizo en octubre de 1 177 Alfonso el Casto al
monasterio de San Juan de la Peña (4), en 2 de mayo
de 121 3 daba á la orden del Hospital el castillo de
Culla, próximo á Villahermosa (Castellón), cuando
fuese conquistado de los moros (5); murió el día 13
(1) Dejó escritas más de 130 obras de historia, siendo celebrado su
Mocbam, ó diccionario biográfico de sus maestros. Se sirvió también de ese
libro para su Tecmila el valenciano Aben al Abbar cuando éste estuvo en
Túnez el año 640 (1243-44). Escribió, además, dos <B<eruatmcht mayor y
menor. Se citan, también, como suyos: — 1. Elogio de la pobreza, amor de
Dios y excelencia de la oración.— 2. Excelencias de los meses régeb, xawán
y ramadhán.— 3. Panegírico de al Hassán y al Hosain, nietos de Mahoma. —
Y 4. Libro de la excitación al gihed ó guerra santa (Pons, biogr. n.° 220).
(2) Casici, Poetarum, n.° 70.
(3) Conde, III, 55.
(4) El xArchivoy V, 16. — Chabás, Mon. hist de Falencia y su Reino, 1. <
(5) Diago, VI, 22.— Balbás (El Archivo, V, 81) dice que esta donaciót.
hizo al Temple el día 22.
de septiembre, no como hereje, sino en defensa de
los intereses políticos de vasallos suyos, aunque, por
desgracia, albigenses (i). También falleció poco
después, el n de jaban de 610 (26 de diciembre de
121 3) el emir de los almohades an Násir, á causa de
una bebida que se le dio (2). El día 6 de octubre'
de 12 14 dejó de existir Alfonso VIII (3). Todos tres
dejaron por sucesores á niños de corta edad: Pedro II,
á Jaime I, que sólo tenia cinco años; an Násir, á
Yúsuf al Mostánsir Billah, que contaba once, y Alfonso
VIH, á Enrique I, de la misma edad que el príncipe
almohade. Ello fué causa de alteración y revueltas en
toda España.
Dícese que luego que fué proclamado en Marruecos
el joven Yúsuf al Mostánsir Billah, más conocido por
Abu Jacub, vino á España por walí de Valencia su tío
Cid Abu Muhámad Abdallah ben Almanzor; que éste
tenia como suyas las ciudades de Játiba, Denia, Murcia
y sus dependencias, y que en su nombre llevaba el peso
de los negocios su naib el jeke Zaid ben Bargán, uno
de los principales caudillos almohades (4). También
Mariana escribe: «El rey Mahómad, por sobrenombre
el Verde, después que perdió aquella memorable jor-
nada de las Navas de Tolosa, acordó, para rehacerse
de fuerzas, pasar en África. Entre los moros, más que
entre otras gentes, ningún respeto se guardan de
) Tourtoulón, 1, 2, dice equivocadamente que fué el día 12. — Zu-
,H, 63.
) Conde, III, 55.
3) Mariana, XII, 3.
4) Conde, III, 56.
— 59* -
lealtad y parentesco. Zeit Abenzeit, su hermano, tomó
ocasión de aquella ausencia, para apoderarse de la
ciudad de Valencia y de Monviedro, con toda aquella
comarca.» Y añade: «Lo mismo hizo un su primo,
por nombre Mahómad Zeit, en las ciudades de Cór-
doba y de Baeza, que se alzó con ellas con color que
era nieto de Abdelmón de parte de un hijo suyo
llamado Abdalla, y por esta causa le pertenecían los
reinos de África y España, que fueron de su abue-
lo» (i). Ya veremos que el wali de Baeza era, con
efecto, no primo, sino hermano del de Valencia, y los
dos acabaron por declararse vasallos de Fernando el
Santo.
No disputaremos que las ciudades de Játiba y Denia
pasaran de los Beni Sad, dueños aún de ellas cuando
la expedición de Alfonso II en 1 1 72, á poder de los
almohades, porque á ellos las arrancó Aben Hud en
las postrimerías del gobierno de £eid. Lo que no es
cierto es que Cid Abu Muhámad Abdallah ben Alman-
zor, si así se quiere que se llamara el padre de £eid,
pasase por primera vez al waliato de Valencia ya
entrado el año 12 14. Además de que el joven emir
respetó en sus cargos á ios catibes, wizires y walíes que
le dejó su padre an Násir (2), está puesto fuera de
duda, por documento de n de diciembre de 1268, que
el último gobernador almohade de Valencia, £eid,
tuvo por antecesor á su padre, Cid Abu Abdallah, fon
Cid Abu Hafs, ben Abdelmumen, cuyo gobierno ab?r^A
(1) Mariana, 1. c.
(2) Conde, 1. c.
— 593 —
parte del reinado de Alfonso II, muerto en abril de
1 196, todo el de Pedro II y aún parte del de Jaime I,
ya que con los tres celebró tratados de paz (1). En la
entrada que Alfonso II hizo en 1172 en el reino de
Valencia, el walí de esta ciudad se le declaró su vasallo.
Otro tanto resultó en 1177, á raíz de la rendición de
Cuenca: en ambas ocasiones, ó en la última, al menos,
pudo ser el convenio con el padre de £eid. Pudo
celebrarle con Pedro II, solidario de Alfonso VIH, al
pactar las treguas de diez años que terminaron en
1209. Y para que le concertase con Jaime I, preciso es
que aún estuviese al frente del gobierno de Valencia
á fines de 12 1 3. Cuando menos, pues, le estuvo desem-
peñando Cid Abu Abdallah ben £id Abu Hafs ben
Abdelmumen, desde 1177 hasta 12 13 (2).
Pudo el padre de £eid, y debió concurrir á la
batalla de las Navas, como dicen, equivocadamente,
(1) Dice el documento en cuestión: «Per nos et nostros laudamus, conce-
dimus et confirmamus tibí..., Mahometi Abderramint, xariqui nostro de
Richa, et aliis fratribus... Mahometi, et vobis, Mu^a et A^mal, fratribus dicti
Mahometi et íiliis quondam de Abzeit Abderramint, patris ipsius Mahometi,
orones franquitates sive libertates et omnia privilegia quas et quae fuerunt
concessa ab illustrissimo domino Ildefonso, rege Aragonum, bonae memoria;,
ovo nos tro 7 et ab Ínclito domino Petro, rege Aragonum, felicis recordationis,
paire nostro, et a nobis, Mahometo praedicto et vobis, fratribus suis supradictis,
ac etíam patri et ovo ves tris } ut ipsis prívilegiis continetur. Unde nos, reci-
pientes vos, sarracenos praedictos, ut nostros proprios et speciales xarícos,
cntn hereditatibus ac aliis bonis vestris, tam movilibns quam immovilibus,
habitis et habendis, ut praefati antecessores vestri erant, raandamus... Dat. Ca-
lathajubo, III ydus decembris anno Domini MCCLXVIII» (El Archivo, V, 303).
(2) Aben al Abbar, nacido en Valencia el año 595 (1198-99), desempeñó
4 cadiazgo de la misma durante los gobiernos de £eid y de su padre, Sid
Vbu Abdallah ben Sid Abu Hafs. Por muy joven que fuese el historiador,
no contaría menos de veinte años al desempeñar cargo tan importante. De
ser así, el gobierno del padre llegó, cuando menos, al año 1220.
75
— 594 —
del hijo algunos historiadores y cronistas (i). Muy
propio era que en aquella guerra santa tomase parte
Cid Abu Abdallah, cuando un simple musulmán, el
ilustre setabense Áhmed ben Harún el Nafci sacrificó
su vida, como todos los voluntarios, que fueron exter-
minados.
Para evidenciar que el real ó supuesto Cid Abu
Muhámad Abdallah ben Almanzor que vino de wali á
Valencia á la muerte de an Násir, es de rama distinta
que nuestro Qeid, el investigador que ha esclarecido
este piínto, ha dicho: «Mohámad Abdala, hermano de
Almamún, era hijo de Jacub, nieto de Abu Yúsuf y
biznieto del emir Abdelmumen. Nuestro Qeid era hijo
de Abu Abdala, nieto de Abu Hafs y biznieto del emir
Abdelmumen, como el otro, pero por otra rama» (2),
(1) «El rey moro (an Násir), escribe Mariana, por amonestación de Zeit,
su hermano, se salvó en un mulo, con que huyó hasta Baeza (XI, 24).» —
«Hallóse Zeyte Abuzeyte, dice nuestro Escola no, según algunos, en la dicha
batalla de las Navas, al lado del Miramamolín; y, como vio rotas ciertas
cadenas, por los aragoneses, con que estaba atrincherado su real, juzgando
que por allí había de ser vencido, como lo fué, hizo esfuerzo con el Mirama-
molín, que salvase su persona, y, para ello, le dio su caballo (III, 3),» En
Conde, es un alárabe el salvador del Emir; si hubieran sido Ceid, ó su padre,
bien se hubiese expresado:» Anásir se estaba sentado sobre su adarga entnedio
de su pabellón diciendo «sólo Dios es veraz, y Satán es pérfido»; y cuando
ya casi llegaban á él los cristianos y los que le defendían perecían peleando,
tantos que, de los diez mil de su guardia, muy pocos quedaban, vino á él un
alárabe con una yegua y le dijo: «¿Hasta cuándo te estarás sentado, ¡oh
Amirl Ya está decidido el juicio de Dios, y cumplida su voluntad. Los mus-
limes acaban de ser vencidos.» Entonces Anásir se levantó y fué á cabalgar de
presto en su caballo que allí tenía; y el alárabe le dijo: c monta en esta castiza,
que no sabe dejar mal al qué la cabalga, y quizá Dios te librará., que en *
vida consiste la seguridad de todos.» Y montó en ella Anásir y el alárabe <
su caballo, y huyeron envueltos en el tropel de la gente que huía, miserafa
reliquias de sus vencidas guardias (III, 55).»
(2) El Archivo, V, 144-145.
— 595 —
El mismo autor, cuyas investigaciones han puesto
en claro lo que tan obscuro se presentaba en cuanto á
los walíes de Valencia durante el periodo almohade,
da un paso más para marcar con más aproximación
la época de separación entre el gobierno de Qeid y el
de su padre. Ya se ha visto que con posterioridad al
año 1213 aún le tenia el último. £eid murió entre los
años 1263 y 1268, y puede calcularse su nacimiento
á principios del siglo xni, ó á últimos del anterior.
Por tanto, debió comenzar su gobierno por cerca del
año 1220. Ya á principios de 1223 se hace de él
mención expresa. Incluiremos en el presente capítulo
el relato del hecho siguiente, si bien con la incerti-
dumbre de si fué £eid ó su padre quien se hallaba
entonces al frente del gobierno de Valencia.
Expondremos antes la pintura que de la adminis-
tración almohade en España hacen los propios autores
árabes. Siguiéndolos Conde, escribe:
«Cid Abu Abdallah mandaba en España como absoluto sobe-
rano, daba gobiernos, alcaidías y tenencias como quería y como
sus wizires y consejeros le inspiraban, sin atender á la virtud y
mérito de los que llevaban los empleos, sino á las dádivas que
le ofrecían.
*De aquí resultaron injusticias y vejaciones en los pueblos y
general descontento en el común de las gentes. Los ricos y
poderosos torcian á su sabor la balanza de la justicia, y con sus
tesoros alcanzaban cuanto deseaban, y hasta la impunidad de sus
delitos. No permanecía un alcaide ó cadi en su empleo, sino
mientras no se presentaba un pretendiente que pagase más la
tenencia ó judicatura. Así no había en los pueblos defensores de
justicia y mantenedores de la equidad, sino mercenarios codi-
¿osos y mercaderes avaros de la fortuna, gente toda violenta
venal
— 596 —
>Los parientes de al Mostánsir se repartieron todas las pro-
vincias de África y de España, no con intención de gobernarlas y
mantenerlas en justicia durante su menor edad, sino para disfru-
tarlas y destruirlas con extrañas vejaciones que inventaba la
codicia -desmedida de los wazires y walies; porque todos se
cebaban en el general desorden y no trataban sino de aprovechar
la ocasión de enriquecerse y mantener con dádivas y presentes el
inicuo mando que les confiaban.
»En tanto que su mal gobierno empobrecía las provincias,
los cristianos corrían y talaban los campos, quemaban los
pueblos, mataban y cautivaban á los infelices moradores de
Andalucia, ocupaban las fortalezas y quedaban sin defensa las
fronteras de los muslimes» (i),
Enmedio de las prosperidades de los cristianos,
sufrieron éstos algunos quebrantos en el mediodía y
levante durante el año 616 (mar. 1219-20). Pasando
por alto la derrota que experimentaron junto á Cáce-
res, por no ser propio de este trabajo, copiaremos
textualmente lo que relativo á nuestra región escri-
bieron los árabes: «La misma suerte (que en Cáceres)
tuvieron (los cristianos) en sus entradas en lo de
Valencia; que después de haber talado los campos de
Almanza y Requina, entraban cargados de despojos
en tierra de Valencia; salieron contra ellos los fronte-
ros y les dieron batalla en Canabat (2), y los rompie-
ron y los destrozaron quitándoles toda la presa y
cautivos, y haciendo en ellos cruel matanza» (3). De
(1) Conde, III, 56; IV, 1.
(2) De Canabat hay mención en dos ocasiones en las Adiciones de 1*
Crónica del Ínclito Emperador Don Alfonso Vil, de Sandoval (cap. 47 y jr
Sabido es que dicho autor no hace en tales indicaciones mas que copiar 1
Anales Toledanos.
(3) Conde, III, 56.
— 597 —
este suceso, del qué no hace mención en su historia
el arzobispo don Rocfrigo, silencio que también guarda
el P. Mariana, da Zurita curiosos pormenores.
El arzobispo en cuestión predicó la santa cruzada
contra los infieles, y reunió un ejército que no bajaba
de 200.000 combatientes, entre caballeros é infantes.
Por la parte de Aragón penetraron en tierra de moros
el dia de San Mateo Evangelista (21 sept. de 12 19) y se
apoderaron de tres castillos: Sierra, Serrezuela y Mira.
El día de San Miguel (29 septiembre) se puso sitio á
Requena. Por espacio de seis semanas fueron comba-
tidos sus muros con las máquinas llamadas almajane-
ques, algarradas y delibra. Aunque las torres y acitaras
fueron desmanteladas, no pudieron entrar en la ciudad,
y con pérdida de más de 2.000 soldados alzaron el
sitio el dia de San Martin (11 noviembre) (1).
(1) Zurita, II, 73.— Este amor no ha hecho sino transcribir la terminación
de los primeros Anales Toledanos, sacados de una Copia que está en la 'Biblio-
teca del Monasterio de San Martin de Madrid. En ellos se lee: «El Arzobispo
D. Rodrigo de Toledo fizo cruzada, e ayuntó entre peones e Cavalleros mas
de ducentas vezes mil, e entró á tierra de Moros de part de Aragón dia de
, Matheus Evangelista, e prisó tres Cas li el los, Sierra, e Serrezuela, e Mira,
íspues cercó á Requena dia de S. Miguel , e lidiáronla con almajanequis, e
m algarradas, e con delibra, e derri varón torres, e azitaras, e non la pudie-
ra prender, e murieron y mas de dos mil Christianos, e tornáronse el dia de
. Martin. Era MCCLVII.»
CAPITULO XV
Almohades
(c™;,„,«).
(i sao-i asa)
■>D Ahí Cuq.-Thu.Io j nombre del «Iñmo mil .l,„f,W, i. V.leoci.: » uc
eadeacU: n don.
uitcter y culiurt— Médicoi y nitomjisui iribigo-vileoeiinot.-Conliooi
(Hindú en lier» de Vileneil. -Ceid y Fcrninda III ea Moví: deciiiue "i.l
0 del re* de Canilla
ti principe iltnobide: "generil disgulto que en Arigán ciuiaimg, — Giran,
ivil «i» loi motll-
mea de Eipiñi 1 l> muerte del emir Al Moitiniir: Al Adel Billib ei proclimid
tlio de Ceid.- Jaime 1 tilla por ni y Üern i Peí. molí.— Abindoi» Ctid >u
tuelli)e i Ctttilli y
te hice irlbutirio de Angón.- Gjem civil ea Angón por la entera*! de jutae
1 ea que te cumplir.
Ui ireguu picndu ton Ceid.— D. Blu» de Aligan en Vileaci».— Conven ¡6
de Ceid .! Crinií-
nitmo.— ProcltmncioB di Al Kouwiquü <n Uurcu: el reconocida en Jitiba
j Deoii. — Lev.nu
ademo de Ziío. Ceid en Cilitiyud.— Coiieri. de Ziea bitw Tarto». -Recobr
i Dtnií. —Termino
ínbe ea VnJenc».
ecisar con exactitud la fecha en que
comenzó en Valencia el gobierno del llama-
do £eid AbuQeid, será imposible, á- menos
que nuevos descubrimientos vengan á descorrer el velo
que oculta ese punto de nuestra historia. Lo que no
admite duda es que su mando existia ya á la muerte
del emir Al Mostánsir, ocurrida en Marruecos el 13 de
dilhagia del año de la Egira 620 (8 diciembre de 1223).
Acerca de esta verdad deponen de común acuerdo los
historiadores árabes y cristianos.
Parécenos oportuno dar á conocar ahora su ver-
dadero nombre, la significación del titulo con que
vulgarmente se le conoce, su real prosapia y lo po>
que acerca de sus prendas personales se ha consignad
El titulo Ceid A bu Ceid, ó, lo que es igual, Cid k
— 599 — . ,
Cid, ó, también, Zeyle Abu^eyte, no significa más que
Señor hijo del Señor. Cid es el título del emir almohade
y de sus descendientes; y, por ser esto último nuestro
biografiado, también le lleva. Tiene el aditamento Abu
Cid, ó hijo del Señor, por referirse, en último término,
á Abdelmumen, el inmediato sucesor del Mahdi, fun-
dador de la secta almohade.
El verdadero nombre del referido príncipe, según
se verá en documento que en lugar oportuno dare-
mos á conocer, fué el de Abderrahmán. Llamóse su .
padre, de cuyo gobierno ya se trató en el capítulo ante-
• rior, Cid Abu Abdalluh. Fué su abuelo, Cid Abu Hafs, y
su bisabuelo, el califa y Amir al Muminin Abdel-
mumen (i).
Algunos mayores detalles nos es dado proporcio-
nar acerca de Cid Abu Hafs, el abuelo de nuestro Qeid.
Nació en jueves, el 3 de régeb de 533 (6 marzo de
1 139). Aixa, su madre, era hija de Abu Amram, faqui
y cadi de Tinmal. Era hermano mellizo de Abu Jacub,
quien, á la muerte de su padre, Abdelmumen, fué
jurado califa el miércoles, 11 de giumada 2.a de 558
(17 mayo de 1163). El año 565 (sept. 1169-70) vino
Cid Abu Hafs á España con 20.000 caballos almoha-
des á correr las fronteras de cristianos, y sostuvo con
éstos reñidas escaramuzas. Al año siguiente (septiem-
bre 1 170-71) mandó edificar Alcántara Tensifa, cuyas
obras comenzaron el domingo 3 de sáfer (16 octubre),
.n Marruecos murió de peste el año 571 (julio de
[75-76) (2).
(1) El ^Archivo, IV, 298; V, 144.
(2) Conde, III, 46-49 •
— 6oo —
Dicese de £eid, que «era hombre muy bien criado
y comedido, humano y justo; alto de cuerpo, de
aspecto real, ojos muy hermosos, rostro venerable y
lleno de majestad; tenía el cabello largo, traía un
bonete d$ seda en la cabeza y andaba siempre vestido
de grana y acompañado de muchos cristianos y de sus
hijos» (i). Tampoco falta quien le atribuya relevantes
dotes de literato y naturalista (2).
Á pesar de que el autor del libro inédito Ensayo
bio-bibliogrdfieo sobre los médicos y naturalistas arábigo-
españoles menciona unos veinte autores de esta clase
propios del reino de Valencia, nada dice de £eid con-
siderado como naturalista; y no es extraño, porque
si bien el título de dicho libro parece anunciar que ha
de abarcar á los cultivadores de las tres ramas de la
Historia Natural, del examen de la obra resulta que
sólo trata de la Botánica en lo que tiene úe aplicación
á la Medicina, esto es, para la adquisición de drogas y
confección de electuarios.
No obstante que el malogrado Pons nada diga de
nuestro £eid como naturalista, expondremos ahora,
antes de emitir juicio sobre el valor de la cultura
árabe en nuestro país, la lista de autores que sobre-
salieron aquí en el campo de la Medicina y de la rama
de la Historia Natural más relacionada con aquella
ciencia. De seguro que el número y calidad de ellos
dejará poco satisfechos á nuestros lectores, decepción
que también nosotros hemos padecido, acostumbrr
(1) Escolano, 1. c.
(2) Jerónimo Paulo dice, en confirmación de esto, que escribió una bis
ria de los animales, obra que figuraba entre las del famoso Avicena (Escolan.
— 6*oi —
dos como estamos á oir ponderar la envidiable altura
á que llegaron en España los árabes admiradores de
Hipócrates y Galeno. Y este título bien les cuadra á
nuestros médicos arábigos, porque en los libros grie-
gos bebieron sus primeros conocimientos.
En primer término aparece Aben a$ Caffar, que,
después de haber estudiado en Toledo las Matemá-
ticas y la Astronomía, habiendo sido su maestro Mos-
4
lema de Madrid, se trasladó á Córdoba, y en ella
permaneció hasta que la guerra civil acabó con el
Califato. Se amparó entonces en la corte de Mugéhid.
Tuvo en Denia muchos discípulos, y se le atribuyen
un tratado del astrolabio y un compendio de las tablas
astronómicas con arreglo al sistema del Sendhand.
Hay dudas acerca de la parte que Aben a? Aaffar tuvo
en el cultivo de la Medicina. Otro autor figura en el
siglo xi: el médico ilustre Aben ads Dsahabi, que,
además, estudió las ciencias filosóficas, y, con espe-
cialidad, la Alquimia. Murió en Valencia en giumada
2.a de 456 (may.-jun. 1064) (1).
En el siglo xn toca en el apogeo la ciencia que
venimos estudiando, por lo que dice relación á los
muslimes valencianos. Abdallah ben Yúsuf ben Chau-
xan nació en Denia, pero residió la mayor parte de su
vida en Játiba. En ésta, como también en Zaragoza y
Córdoba, hizo sus estudios, llegando á adquirir grandes
conocimientos, no sólo en Medicina, sino también en
^-adiciones, Lexicografía, Lengua Árabe, Poesía y en
Poós, O. C, n.os 41 y 53.— El último autor dejó escrita una diser-
1 ta cuyo tftulo era «El agua no nutre, ó no es alimento».
76
— 602 — .
la ciencia del Kalam. Murió antes de los cuarenta años
de su edad, en el de 514 (abr. 1120-mar; 1121). De
Muhámad ben Sad ben Zacaría, que aún vivía en el año
516 (mar. 1122-23), cuenta Aben al Abbar que era
habitante de Denia y fué entendido en Medicina (1). Es
fenómeno muy frecuente en los escritores árabes abarcar
conocimientos de materias diversas, aun de aquellas en
cuyo fondo ninguna analogía se descubre. Eso mismo
se nota en Omeya ben Abdeláziz, de quien ya hemos
hablado estudiándole como historiador (2). Tuvo su
cuna en un lugar de la jurisdicción de Denia, en el año
460 (nov. io67:oct. 1068). De t?l modo entendió la
Medicina, que llegó á abarcar cuantos conocimientos se
tenían de ella en su tiempo. Fuéronle de igual modo
familiares la Filosofía, las Matemáticas, la Astrono-
mía, la Música y la Poesía. De los demás detalles de
su interesante existencia ya se trató en el lugar indi-
cado. De tránsito para España murió en Mahadia el
10 de muhárram de 529 (31 ote. n 34) (3). Al año
siguiente, 530 (oct. ii35-sept. 1136), bajó también
al sepulcro, un hijo de Picasent; muy experto, según
Aben al Abbar, en Derecho Canónico, Matemáticas y
Medicina. También se distinguió en esta ciencia Aben
(1) De su nombre, escribió un libro titulado «Saadia».
(2) Vide pág. 53 1. Se nota gran diferencia en la fecha de su muerte en
las obras impresa é inédita.
(3) Se citan como obras suyas:— i. Risalah, ó epístola Egipcia, — 2. El
libro de los medicamentos simples. — 3. £1 libro de la victoria de Honain ben
Jshak, contra Aben Redwan, sobre el estudio de éste acerca de las cuestiones
de Honain. — 4, Jardín de la Literatura. — 5. Sal del tiempo, sobre los ps is
de España. — 6. Diwan, ó colección de sus poesías. — 7. Risalah acerca A la
Música.— 8. Un tratado de Geometría. — 9. Risalah sobre el uso del astro) >.
— Y 10. Otro tratado sobre Lógica.
— ¿?5 —
al Chañan, uno de les grandes Mtcratc^s. c-aic^es t
poetas de su rempo. Era natural de ;ct;>JL y infrió
-en el año 559 (:ul. 1144-rjn. 114O. A n:ei idos del
siglo xn murió Aben Comparath, originario de VjLes-
cia, por mis que vivió en Córdoba, Cor.: o rru¿:\a de
su competencia en Medicina, baste citar e*. hecho de
haber sido uno de los nuestros del cé^bre AvctTvXñ.
Aben al Abbar habla en la 77* ^:7a y en e" A' v\r- de
un hijo célebre de Burriana: Abul Rebia. Después cue
hizo á la Meca la peregrinación le^al. se estableció
en Valencia, de donde luéuo pasó á Córdoba. En el
un punto y en el otro ejercitó la profesión medica.
Después fijó su residencia en Elche, jurisdicción de
Murcia, y hasta que murió, á los 70 años de su edad.
en el de 550 (mar. 1155-íebr. 115O* se consagró i la
predicación en su mezquita. Del aprecio en que Aben
Sad, ó el rey Lobo, tuvo a los médicos, es testimonio
Aben al Barrak, natural de Guadix, á quien se le trajo
á Valencia. Permaneció en ella hasta la muerte de su
. protector, en 567 (sept- 1171-ag. 1172), lecha en la
cual volvió el sabio á su ciudad natal. Pocos años
después, en el de 574. ó 575 (jun. iijS-may. nSo\
bajó al sepulcro Aben al Hilad, también médico de la
escuela valenciana (1).
Fué también médico de gran renombre el valen-
ciano Abdeláziz ben Muhámad ben Abdeláziz ben
Saadún, contemporáneo de Aben Chobair. Parece que
murió en el año 605 (jul. 1 208-1 209). Médico de la
Driosa escuela valenciana fué Ali bfcn Muza ben
) Pons, O. C, biografías n.°* 6q, 70, 73, 74, 77, lofr, So, 92 y $$-
/ — 604 —
Muhámad ben Xaluth. Peregrinó á la Meca y estudió
en algunas poblaciones del tránsito. También residió
algún tiempo en Tremecén, y, ganaba la vida ejer-
ciendo la Medicina. Aben al Abbar le cita entre sus
maestros. Murió cerca del año 610 (may. 121 3-14).
Fué otro de los maestros del famoso biógrafo, y
amigo suyo, además, Muhámad ben Béquer el Fihri,
natural de Valencia, médico y matemático distinguido
y hafiz de tradiciones é historias. Aben al Abbar, en
las breves líneas que en la Teftnila le dedica, se com-
place en llamarle su maestro y su amigo, y dice
también que con él cotejó la obra 'de Abu Muhámad
ben Masud titulada Libro de las lámparas ó antorchas, y
que de sus labios escuchó narraciones históricas y
poesías. Murió en 618 (febr. 1221-22). Al año
siguiente, 619 (febr. 1222-23), falleció un famoso
médico de Murviedro, de quien hablan, Aben al
Abbar, en la Tectnila, y Aben Abi Ossaibia. Llamóse
Abu'l Hachach Yúsuf. Después de haberse consa-
grado por algún tiempo á las tareas, literarias, se
dedicó con tanto entusiasmo al estudio de la Medi-
cina, que logró ponerse á la cabeza de cuantos con él
compartían el ejercicio de la profesión. En los servi-
cios que prestó á reyes y magnates, percibió crecidos
estipendios. No podía Alcira, tan célebre por otros
conceptos durante la dominación sarracena, dejar de
estar representada entre los que cultivaron tan im-
portante ramo del saber. Aben Thomlús, ó Abu'l
Hachach, nacido en la isla del Júcar, llegó á ser «ui
de los sabios y el último de los médicos del Levan
de España.» De un comentario suyo, conservado \
— 60$ —
la biblioteca del Escorial, resulta que fué entusiasta
peripatético; pero su devoción á las doctrinas de
Aristóteles no le impidió atesorar conocimientos gra-
maticales nada comunes, así como también se distin-
guió por su piedad y afable carácter. Oyó las doctas
explicaciones de Averroes y de otros sabios de su
tiempo. Murió en el año 620 (febr. 1223-en. 1224),
Fué también médico notable el dianense Abu Ishak
Ibrahim, oriundo de Bugia. Se trasladó á Marruecos,
y allí murió durante el reinado de Mostánfir ben án
Ná$ir (1213-1223), habiendo tenido á su cuidado el
hospital de aquella ciudad. Debió ser esto antes del 16
de julio de 12 12, pues un hijo suyo, Abu Abdallah
Muhámad, después de suceder al padre en el desem-
peño del referido cargo, murió en la batalla de las
Navas. Fué sucesor del fervoroso musulmán, un her-
mano menor. Durante el período de la reconquista
emprendida por don Jaime, floreció Abdallah ben
Áhmed ben Abdallah, también hijo de Denia, el cual
residió algún tiempo en Játiba. Hechos algunos estu-
dios en su país, marchó al Oriente. Al paso por
Alejandría, Damasco y Mosul, oyó de los sabios de
sus celebradas escuelas excelente doctrina. No por la
predilección que sintió por la Medicina, dejó de cul-
tivar otras ciencias. Esto y sus recomendables dotes
de carácter captáronle las simpatías de altos perso-
najes. El mismo Aben al Abbar le llama su amigo, y
laestro, de quien hace este gran elogio: «Yo oí de él
nicho, y él de mi poco.» En Túnez fueron compa-
iros. Emprendió un segundo viaje á Oriente, y antes
e que le acabara, le sorprendió la muerte, en el
— 6o6 —
Cairo, año 645 (may. 1247-abr. 1248). Habla nacido
en 590(1193-94) (1).
Ya entrado él siglo vin de la Hegira, cuyo prin-
cipio coincide con el comienzo del xiv de nuestra era,
aún aparece en la corte de Granada el famoso médico
Abu'l Acbag ben Sada, natural de Valencia; y, con
posterioridad á él, otro compatricio suyo, de quien
no se sabe más sino que contrajo amistad con el
príncipe del Korasán, el cual, queriendo aprovechar
los vastos conocimientos del sabio valenciano en el
arte de curar, le retuvo en su corte (2).
Á la muerte de Al Mostánsir, la guerra civil dejó
sentir sus horrores, lo mismo en África que en España.
Estimulado Fernando III por su madre, doña Beren-
guela, aprovechó la discordia que entre los muslimes
ardía, para acrecentar los dominios de Castilla.
Las ^milicias de Cuenca, Huete, Uclés, Moya, Alar-
cón y algunas otras de la comarca, conocedoras de la
'voluntad del Rey, entraron con poderoso ejército en
tierra de Valencia, talaron campos, saquearon pobla-
dos, robaron la tierra y volvieron cargadas de botín á
sus casas. Bien se ve que el fracaso del sitio puesto á
Requena por el célebre arzobispo de Toledo don Ro-
drigo Jiménez de la Rada, empresa de la cual no sacó
otro provecho que el haber talado diferentes pueblos
de la Mancha y reino de Murcia, en nada eíitibiaron el
entusiasmo castellano por aumentar sus estados á
expensas de los mahometanos. Es más: el buen éxitri
(1) Pons, O. C, biogr. núms. 118, 119, 121, 122, 123, 138 y 128.
(2) Pons, O. C, biogr. núms. 167 y 184.
— 6o7 —
en la empresa del presente año (1224), alentó á Fer-
nando el Santo á empuñar las armas contra el wali de
Valencia, para lo cual reunió un crecido ejército en el
que iban el arzobispo don Rodrigo y los maestres de
las órdenes religiosas (1).
Pasado el invierno, resolvió Fernando III proseguir
la Campaña por el reino de Valencia. A la sola fama
de la empresa, fueron innumerables los que acudieron
á alistarse bajo sus banderas, con especialidad, de
Moya, Huete, Alarcón, Cuenca y sus merindades,
confinantes con Valencia. Por plaza de armas se
eligió á Cuenca.
£eid no olvidaba el daño que un año antes causa-
ron los castellanos en su tierra. Poníale en gran
cuidado la entrada que en ella hacía por entonces el
joven monarca de Aragón. Tenía que defenderse de
los secretos manejos de sus contrarios los Beni Sad.
Había de arrostrar, á la vez, las iras de su gánente Al
Adel, emir de Marruecos, cuya soberanía se negaba á
reconocer. Falto de fuerzas para contrarrestar á tantos
enemigos, acudió, por la vía pacífica, á desarmar á
aquellos que más de cerca le amenazaban. Viendo el
aparato de guerra que por la parte de Castilla asomaba,
envió embajadores á Fernando III pidiéndole licencia
para verse con él en Cuenca. Oyólo con agrado el Rey,
condescendió con la súplica y le señaló día para la
entrevista. Llegado el plazo, Fernando, acompañado
de muchos caballeros y ricos. hombres de su corte,
salió á recibirle.
/
(1) Mariana, XII, ii.— Núñez de Castro, Vida del Santo Rey Don Fer-
nando, cap. IV.
— 6o8 —
Fué el encuentro en Moya, adonde se había ade-
lantado el principe almohade, y en mayo de 1125. En
señal de amor y cariño á £eid, Fernando le abrazó é
hizole sentar junto á él en el solio. Tanta afabilidad
en tanto poder, llenó de admiración al musulmán, que,
rendido no menos que de las armas del agasajo, ofreció
al cristiano vasallaje perpetuo y crecidas parías. Fernan-
do le prometió, en cambio, su protección contra todos
sus enemigos. £eid besó la mano al Rey y á su madre,
doña Berenguela, y dio alegre la vuelta á su reino (1).
Como el reino de Valencia pertenecía, con arreglo
á anteriores pactos, á la conquista de Aragón, los de
esta tierra, dolidos de la mencionada* entrevista y de la
tala que los castellanos habían hecho el año anterior,
enviaron, á nombre de su rey don Jaime, embajadores
en son de queja á Castilla; y, sin aguardar contestación,
dióse orden para que diferentes compañías entrasen
por la parte de Soria. No se pasó del amago, porque al
de Aragón le distrajeron las discordias intestinas en
que anduvo envuelto desde el fracasado sitio puesto á
Peñiscola, hasta que se lanzó á la gloriosa conquista
de las Baleares (2),
(1) De este importante suceso se habla en la Cránica general, fol. 405, y,
además, en dos documentos, latino el uno y castellano el otro. En el Bulla-
rium ordinis Sancti Jacóbi (anno MCCXXV, script. I) hay una carta que termi-
na así: «Facta carta apud Toletum XXVI die maii, Era MCCLX tertia, anno
mei octavo, eo, videlicet, quo Zeyt *Abuieyt, rex Valentía, accedens ad me apud
Moyam, devenit vasallus meus, et oscúlatus est manus meas. Et ego, praedictus rex
Ferdinandus, » Y en documento de donación de 23 de mayo de 1125, se
lee: «Esto fué el anno que ti rey don Ferrando entró en tierra de moros, é
g ano por vasallos al rey de Valencia é su hermano el rey de Baeza» (Fernán-
dez y González, Los Mudejares de Castilla, ap. II, doc. justif., XIV).
(2) Mariana, XII, 11.
— 6r>9 —
Poco después, el wali de Baeza, llamado Abu
Muhámad, biznieto de Abdelmumen, siguió el ejemplo
de su hermano Abu Ceid; viendo que tampoco podía
oponerse á las armas de Fernando, en Guadalimar se
ofreció á pagarle tributo y ayudarle en sus conquis-
tas (1).
Dijimos que absorbía la atención de £eid la
guerra con su pariente Al Adel, emir de Marruecos,
cuyo imperio se negaba á reconocer. Estragado con los
placeres había muerto el 13 de dilhagia de 620 (8
dic. 1223), á los veintiún años de su edad, el emir Al
Mostánsir, Yúsuf ben Muhámad. Como no dejó suce-
sión, se apoderó del tfono su tío Abd el Wahid ben
Yúsuf ben Abdelmumen. Fué proclamado, á la vez, en
. Murcia, el sabio y virtuoso Abdallah ben Yácub, al
Adel Billah, el cual logró que sus parciales depusieran
en Marruecos dos meses después, febrero de 1224, al
emir Abdel Wahid. Sin embargo, la oposición de £eid
y de su hermano el Baeci á Al Adel, traían perturbados
los dominios muslimes de España y favorecieron las
empresas de Fernando III (2).
Las armas aragonesas dejaban también sentir sus
efectos en el norte del reino de Valencia. Jaime I de
Aragón, que sólo contaba de edad diecisiete años,
había impetrado y obtenido del papa Honorio III el
(1) Núñez de Castro, Vida del Santo Rey Don Fernando, IV.— Este autor
coloca en el año 1224 la sumisión de £eid y de su hermano el Baeci; pues
dice que acabaron ya entrado el otoño anterior i 1 ia>. En ello va de acuerdo
con Conde (III, 56), según el cual dichas empresas comenzaron ya entrado el
año 621 y después del día 13 de sáfer (8 marzo de 11 24).
(2) Conde, 1. c\
77
privilegio de la Cruzada, y partió de Zaragoza, donde
estaba el 14 de marzo de 1225, para Tortosa, punto
en que se hallaba el 26 de abril, de paso á Horta, lugar
del Temple, y todo esto después de establecida paz y
tregua con sus reinos al objeto de hacer guerra á los
infieles.
El día 30 de junio estaba en Lérida, y el 3 de
septiembre, después de causar grandes daños en los
lugares fronterizos, se hallaba frente á Peñíscola, á la
cual tenia sitiada por mar y por tierra. Con el Rey
estaban los proceres y prelados más distinguidos de
sus dominios (1).
En consideración al- daño que con aquella entrada
habían padecido los pueblos de la comarca de Tortosa
y á los gastos que para la guerra había hecho su
obispo, don Jaime le concedió que su diócesis llegase
hasta Almenara, á una legua de Murviedro y cinco de
Valencia (2). Desde Barcelona expidió veinticinco años
después, el 2 de noviembre de 1241, un privilegio de
dotación á la catedral de Valencia, señalando á esta
diócesis por límite septentrional la línea divisoria entre
los términos de Almenara y Murviedro, y por el
mediodía, á Biar, ó hasta donde llegase la conquista de
Aragón (3). Ya antes había hecho donación á dicho
(1) De un documento expedido por don Jaime en i.° de octubre de 1225,
consta que con él estaban: los obispos de Zaragoza, Lérida y Barcelona, Guillen
de Moneada, vizconde de Bearné, Ramón de Moneada, Ramón de Cervera,
Guillen de Cervelló, Pedro Ahones, Atho de Foces, Atho Arella y Pedro
Pérez, justicia de Aragón (Zurita, II, 80).
(2) Diago,VII, 3.
(3) Arch. de la Catedral de Valencia. Aguirre, Cóllectio máxima concüiorum
omnium Hispania, t. III, p. 497-498,
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de Rin:-cc!x, y, temeros ie ¿es reveses ¿c rortur.JL
se hab:a ccr.ce^jio con el rey Gicjr.* ¿e "v"> cr:s;:Ji-
ees queió Peñisco-j en rvxierie h^::o^í:;v\ l< Je
notar que don Jaime nada dice de e<ta e:r.? esa en sa
crónica, v hasta insinúa mas adelante cue, no obstante
su vehemente deseo de ver moros de cu erra. nc> lo
había logrado. Lo cierto es que el la de noviembre
ya estaba de vuelta en Daroca (j)-
Deseaba don Jaime reanudar la campaña contra el
reino de Valencia, y, al efecto, convocó para Teruel
y dentro de tres semanas á los i icos-hombres de
Aragón. Llegó el dia señalado de antemano, y solo
acudieron don Blasco de Alagón, don Artal de Luna
y don Atho de Foces. Durante aquellas tres semanas
se agotaron los recursos que para ki expedición pro-
yectada suministró don Pascual Muñoz, uno de los
ricos-hombres más principales y mejores de Teruel,
y privado que había sido de Pedro 1L Por fortuna para
don Jaime, £eid, al notar sus preparativos bélicos,
(i) Diiigo, I. c.
(a) Conde, III.
(3) El Archivo, VII, 240.
— 6l2 —
hizo con él lo que poco antes habla hecho con Fer-
nando III. Solicitó treguas, y le fueron otorgadas con
la condición de que pagana el quinto de las rentas de
Valencia y Murcia. Esclavo de su palabra el Rey, cas-
tigó, como debía, en don Pedro Ahones, hermano del
obispo de Zaragoza, no obstante haber ambos acudido
al sitio de Peñíscola, el empeño en quebrantar la paz
ajustada.
Acompañado de cincuenta ó sesenta caballeros iba
el altivo aragonés, cuando acertó á encontrar á don
Jaime en una aldea próxima á Calamocha. Sospe-
chando el Rey cuál fuese el propósito de don Pedro,
preguntóle que á dónde se encaminaba, y le fué con-
testado que á hacer con su hermano el obispo una
entrada en Valencia. Rogóle don Jaime que desistiese
de aquel pensamiento y que retrocediera con él para
hablar de tal asunto. Contestó don Pedro que le era
imposible suspender la marcha. — «Don Pedro, insis-
tió el monarca: por ir con Nos una legua, no perderéis
mucho tiempo; y hemos de advertiros que, al habla-
ros, querríamos fuese en presencia de ricos hombres
de Aragón.» Cedió, 'por fin, el magnate, y juntos
fueron á Burbáguena, lugar de los templarios puesto
en término de Teruel.
Entrados en una casa donde estaban don Blasco y
don Artal de Alagón, don Atho de Poces, don Asaldo
de Gúdar, don Peregrín de Bolas y don Ladrón, diri-
giéndose el Rey al de Ahones, le habló en esta forma:
«Don Pedro, os hemos esperado en Teruel más de
tres semanas á contar desde el plazo que habíamos
señalado, pues ya sabéis que con vos y con los ricos
hombres de Arazcn teníame recs^i^ hacer u-jl bueza
caba*ga¿a: y .1 _jL^ian:os a>: oviena carabea», ror-
que aún no hemcs visto moros de guerra, cce ;" ¿1¿
los hubiésemos visto y aqui estuvieran! (;\ \\ como
vos faltasteis, aconsejónos todo e¡ mundo cue, coa
a.
tan pocos caballeros como temimos en Teruel no
entrásemos en tierra de inlieles, donde, s: D:os no
nos ayudaba, podríamos hallar muy fielmente nues-
tra vergüenza, si no nuestra muerce. Sobre tal asunto,
nos hizo hablar Ceid Abaceid diciendo que nos iarta
los quintos de Valencia y de Murcia, para que tuvié-
ramos tregua con él, á lo que no hemos tenido din-
cuitad en acceder. De consiguiente. Nos os pedimos,
y os mandamos, don Pedro Ahones, que sostengáis
también esta tregua y que de ningún modo la rompáis-»
Replicó don Pedro que le costaban mucho los pre-
parativos para aquella expedición, proyectada de acuerdo
con su hermano el obispo, y que mirara bien el rey
que no era justo viniese á perder lo que tamo le cos-
taba. «Don Pedro Ahones, insistió el monarca: razón
no tenéis en hablar asi, pues la tregua que hicimos fué
sólo por culpa vuestra, por no haber comparecido el
dia señalado; y eso nos hace extrañar digáis ahora que
no dejaríais de emprender vuestra marcha, á pesar de
nuestro mandato. Tened cuenta con lo que hacéis,
don Pedro; pues, según veo, os desentendéis de nues-
tro señorío, cosa que no esperábamos. Y Nos quere-
(i) Es de notar que don Jaime nada diga del sitio puesto á PeñiscoU y
que ahora, no obstante haber visto «moros de guerra» en tal sitio, diga que
no había tenido tal fortuna. No es éste el único hecho que en su Historia pisa
en silencio, como son también frecuentes en ella los anacronismos.
— 614 —
mos saber ahora si necesitáis, para desistir de tal mar-
cha, de nuestros ruegos ó de nuestros mandatos.»
Tenaz don Pedro, repuso que no desatendía ruegos
ni mandatos, pero que no podía prescindir de hacer
entrada en tierra de moros, con lo cual creía prestar
buen servicio á su rey. «Mal servicio será, repuso don
Jaime, si nos rompéis la tregua que hemos concedido.
Sepamos, pues, ahora, de una vez, si queréis ó no obe-
decernos en esto.» Respondió con resolución el de
Ahones, que no. — «¿No? dijo el Rey: pues, ya que
romper nos queréis cosa tan estimable con es ésta, desde
ahora os decimos, don Pedro, que os deis á prisión.»
No bien el Rey, joven de diecisiete años, acabó de
pronunciar estas palabras, acometióle don Pedro, espa-
da en mano, y luego con la daga; pero la serenidad y
fuerzas nada comunes de don Jaime impidieron que
el soberbio magnate realizara su infame villanía. Suje-
tóle con las manos el Rey y le estorbó que hiciera uso
de las armas. Y, á todo esto, presenciaban impasibles
aquella escandalosa escena los ricos-hombres que en la
casa estaban!! Es más: ni siquiera se opusieron á que
los de la mesnada de don Pedro le desasieran de los
brazos del monarca y con aquél se alejaron del sitio.
Vistióse el Rey el perpunte, tomó sus armas, montó
el corcel de un caballero de Alagón y marchó en per-
secución de don Pedro . Ya se había adelantado, para
esto mismo, á don Jaime, don Atho de Foces. Esperó
á éste don Pedro, y sus compañeros hirieron á don
Atho, sin que fuesen parte á impedirlo los que seguían
al subdito leal. Al tiempo que don Jaime se pasó á
contemplar las heridas del de Foces, llegaron don
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no ruiieren t'.ziir cue el rev v su comitiva, i los cr*:os
* » « « •».
de ¡Ari£¿n! ¡Aragón *, !¿nraJo5 ror el rv'sn^ don
Jaime, ganasen !a altura. Viose don Pedro aKindonadc^
de los suvos. v Sancho Martínez de Luna le sepultó
el hierre de la lanza en el pecho- Abracóse a! cucüo
del cabaüo v cayó al suelo. Riio del suvo el Rew v
tendiéndole los brazos le dijo: uEn mal punto vinisteis
á parar, don Pedro Ahones: vaha más que hubieseis
creído lo que Nos os aconsejábamos.^ 1 n aquellos
críticos momentos Ileso don Blasco de Alaron v dijo:
«Ah, Señor, dejad á ese león para nosotros, que nos
vengaremos de cuanto nos ha hecho.» Pero el Rew tan
generoso con el vencido como terrible con el soberbio,
exclamó, dirigiéndose ¿i don Blasco: «Diosos contunda
por las palabras que habláis; y os dii;o ahora que antes
que á don Pedro Ahones hiráis, tendréis que herirnos
á Nos, y por Nos habréis de pasar si tal intentáis: os
lo prohibo, pues, absolutamente^ Se colocó con el
— 6x6 —
9
mayor cuidado sobre una caballería al herido; mas todo
cuidado fué inútil, porque murió antes de que se llegase
á Burbáguena (i).
Todo Aragón, si se exceptúa Calatayud, se alzó en
armas contra el Rey. Esta guerra, que terminó, por
medio de un arbitraje, con la sumisión de la altiva
nobleza, tuvo ocupado á don Jaime hasta el i.° de
abril de 1227 (2). Todavía figura junto al monarca,
don Blasco de Alagón. Según este personaje, estuvo
desterrado por el Rey más de dos años en Valencia (3).
A raíz de la pacificación general del reino debió ser el
destierro, puesto que en 20 de abril de 1229 ya apa-
rece confirmando el convenio entre don Jaime y £eid,
celebrado en Calatayüd.
Al ser desterrados de Aragón don Blasco y don
Artal de Aragón, se ampararon, con otros caballeros
sus parciales, en la corte de £eid, el walí almohade de
Valencia (4). Prestáronle tan buen servicio, que sólo
(1) Hist. del rey de ^Aragón don Jaime I el Conquistador , XXIV, XXV,
XXVI y XXVII.
(2) Tcurtoulón, don Jaime 1 el Conquistador, rey de xAragón^ I, 6.
(3) Hist. del Rey de ^Aragón don Jaime 1 el Conquistador , CVII.
(4) Hist. de don Jaime I de Aragón, XXIV-XXXIII.— En este tiempo
fijan nuestros cronistas el martirio de los Santos Juan de Perusa y Pedro de
Saxoferrato. San Francisco de Asís envió al reino de Aragón á cuatro de sus
discípulos. Dos se detuvieron en Lérida, y los otros, Fr. Juan, sacerdote, y
Fr. Pedro, lego, que dieron muestras de santidad, pasaron i Teruel. Hízoles
trasladarse á Valencia su ardiente celo por ganar almas i la luz del Evangelio.
Con licencia de Qtiá entraron en la ciudad, y fueron á hospedarse entre los
muzárabes, cuya iglesia era la del Santo Sepulcro (a). Trabaron amistad con
algunos caballeros cristianos, entre los cuales se contaban don Blasco y don
Artal de Alagón. Éstos, por estar enemistados con don Jaime, vivían allí retí-
(a) La iglesia muzárabe fué, no la del Santo Sepulcro ó de San Bartolomé, como ae ha venido
diciendo, sino la de San Vicente de la Roqueta, extramuros.
-6i7-
se sostuvo en el mando mientras le defendieron con
sus espadas dichos caudillos. Por este tiempo se fija el
martirio de los santos Juan de Perusa y Pedro de Saxo-
ferrato. Se cuenta de ellos, que anunciaron á £eid su
conversión ai Cristianismo. Poco después ocurrió,
según se dice, el milagro de Caravaca, y á él se atribuye
el cambio de creencias religiosas del príncipe almo-
hade. Se asegura también que mantuvo por algún
tiempo oculta su profesión cristiana. Lo cierto es que
rados(a). Al amparo de estos cristianos comenzaron á predicar el Evangelio
á los infieles. Los faqnfes se quejaron de tanta libertad á £eid, que vivía en un
palacio situado donde más tarde se alzó el convento de San Francisco fb).
£eid llamó á los dos religiosos, y, como ni ruegos ni amenazas los hiciesen
callar, les mandó cortar la cabeza el mismo día de la degollación de San
Juan Bautista (29 ag. 1226). Desde el lugar del suplicio anunciaron i £eid,
que moriría cristiano (c). Pasó después £eid á visitar el reino de Murcia y
llegó á Caravaca, asentada sobre unos montes ásperos. Tiene un castillo
fuerte, y debajo muchas cuevas abiertas en peña viva, las cuales servían de
mazmorras i cautivos cristianos. Vio algunos £eid, y, movido á compasión,
mandó que los sacaran de aquella prisión y que pudiera cada uno dedicarse
al oficio en que antes se ejercitara. Había un sacerdote, y £eid le preguntó
cuál era su ocupación, y él corifestó que la suya era superior en alteza á la
de los mismos reyes. Revistióse el sacerdote los ornamentos sagrados, perma-
neció largo rato sin comenzar el sacrificio de la misa, y preguntándole Abde-
rrahmán por qué no daba principio á su ocupación, repuso que por faltarle
una cruz. Se abrió de improviso una piedra, aparecieron dos ángeles y depo-
(a) Es cierto que don Blasco y don Artal de AUgón, con sus deudo* y «migo», se ampararon en la
corte de Abderrahraán el año 1226, y permanecieron dos años en ella, 6 sea, hasta que les llegó el
perdón de don Jaime (El Archivo, V, 364).
(b) En la donación hecha á la orden de San Francisco, en 11 enero de 12)9, no se hace mención
de ningún palacio: «Noverint universi quod nos Jacobus, etc., per nos, etc., ob rcnicdium anímx nos-
trac, etc., damus perpetuo, etc., vobis, ira tribus ordtnis Minorum in Valentía commorantibus et
nniversis alus permansuris, octuaginta quinqué brachiatas térra: in longitudinem contiguas vía: publicx
qujc vadit ad Rocafam ex una parte et totidem ex altera, et quiuquaginta quinqué in latitudinem ex
osnnt parte in loco ¡11o qui est ante portara de Boatella, prope cimitcriura; quera locum habcatis ad
opas edificando domus vestrx, teneatis, etc. D*t. Val. III idus jan. Era 1277.» Si no se nombra el
palacio de£eid es por que estaba en otra pirte (/:/ Archivo, IV, 2 16-2 17).— Padecieron el martirio en
la llamada en 1383 Plaza de la Higuera, que trocó el nombre por el de Santa Tecla, y hoy te llamó
de la Reina (El ArchhvtVt 366).
(c) Al recibir £eid las aguas del Bautismo se llamó Vicente.
78
— 6i8 —
en documento cuya fecha es de 22 de abril de 1236,
. se llama á sí mismo, Vicente, Rey de Falencia, nieto dd
Emir al Mumenin (1).
El mayor desorden reinaba en tanto entre los
almohades. Descontentos del gobierno del emir Al
Adel, porque, no teniendo fuerzas para contener el
avance de los cristianos auxiliados de Abu Muhámad,
el Baezí, el hermano de Qeid, se había concertado con
Fernando III; le trataron de mal muslim y le ahoga-
ron (2). Proclamaron en 024 (dic. 1226-27) a^ Cid
al Memón, hermano de Al Adel. Conocedor de los
males del Estado, trató de poner correctivo á los
mismos que le habían proclamado. Se le rebelaron y
le depusieron; mas él los venció, contuvo á los caste-
llanos en sus entradas, y el 22 de xawai (5 octubre
1227) se trasladó al África, y sometió y castigó
sitaron el signo de nuestra redención sobre el ara. Esto fué el 3 de mayo
de 1227. Hasta aquí el cronista Escolano (a).
(1) El Archivo, V, 160-162. ^
(2) Indignados los moros de Córdoba por el comportamiento del Baezí, se
levantaron contra él, le persiguieron hasta Almodóvar del Río y le asesinaron.
Presentaron, para disculpa suya, la cabeza de Muhámad á Al Memón y le
dijeron: «Este, Señor, era el que hospedaba y acogía á los cristianos y nos
obligaba á recibirlos y darles provisiones.»
(a) En el archivo del santuario de Carayaca bailó el académico don , Quintín Bas Martínez la
siguiente relación, que tiene visos de original y auténtica: cComo en el tiempo del Rey Cid Abu-
ceite, siendo ala sazón poderoso Rey, en Caravaca: tenia captiuo un Clérigo de Missa, yun día acaecía
quistión entre el Rey y el Clérigo: de la ley.de los cristianos y de la secta de los moros, esobre todo
le 'preguntó el Rey, que le dixese qué cosa era Clérigo, ó por qué dezta Missa, y el Clérigo respondió
al Rey ele dixc: Señor, debes saber que todo Clérigo, que es ordenado de Missa, después que es bes-
tido con aquellas vestiduras Sagradas, y dlze aquellas Sancus palabras, que Jesucristo dúo por su
boca el juebes de la cena: que deaquella Ostia, que alza, que haze Carne: y del Vino que esté en
el Cáliz, pura Sangre; y asi haze el Clérigo el Cuerpo de Dios puro ebefdadero: y el Rey dixoj que
no lo creía, mas que lo quería ber: y el Clérigo di(jo, Señor si tój hazes traer todos los Ornamentos
que son menester, p(ara dezir Mi)ssa, yo haré que lo beas: y luego el Rey mandó al Clérigo, que Jo
pusiese todo por memoria y Recepta, y el Clérigo hizolo assí, salvo la Cruz que se le olvido: y enton-
zes el Rey, embió su mensagero, y traido todos los Ornamentos, saluo la Cruz: y luego que el menta-
— ¿19 —
duramente á los que traían revuelta aquella pro-
vincia (i).
No bien habia Al Memón puesto los pies en África,
se levantó en España un poderoso partido contra los
almohades. Abu Abdallah Muhámad ben Yúsuf ben
Hud, al Motawaquil, árabe de linaje, y descendiente de
los antiguos emires de Zaragoza, muy esforzado y
virtuoso, aprovechando la oportunidad que se le ofrecía
de recobrar los antiguos derechos de su familia, logró,
con su elocuencia y liberalidad, reunir en torno suyo
muchos y valerosos caballeros dispuestos á morir en
su defensa.
Se hizo su proclamación y jura solemne en Murcia
en fin de récheb de 625 (5 jul. 1228) (2). Puesto al
frente del partido nacional, anunció que aspiraba á
restituir la libertad á los pueblos oprimidos con injus-
tas vejaciones, y que en la imposición de tributos y
gabelas se atemperaría á la equidad y justicia. Predica-
gero vino, otro día en la mañana, el Clérigo selebantó, Rezó sus Oras, y púsose con ti Rey, en esta
torre, que al presente en ella la Santa Reliquia, y el Clérigo se rebistió, y dicha la Confesión ¿cho-
tamente, se Usgo áel Artar, para adorar la Cruz: y no halló ninguna, y en aquella ora, se entristeció
el Clérigo, y se bolbió acia el Rey, é le dijo: Seño(r) una de las mego res cosas, que son menester para
decir Mrssa, (alta, y dijo el Rey, qué cosa es, y dijo el Clérigo, Señor, la Cruz, yes de esta manera:
y señósela con sus dedíos: ento)nzes el Rey miró Acia el Altar: é bido la Sancta Vera Cruz (édijo
esesta?) que (está en el) Artar? y entonzes el Clérigo miró áci(a el Altar y tomó la Cruz que milagro-
samente le habiasido e(nviada é adoró la Cruz con grande )boción, y comenzó aducir Missa; é cuando
altóla hostia, el)Rey paró mientres, y vld(o en las manos del Clérigo una criatura)mul blanca, y
hermosa: y (el Clérigo acabó su Missa, y el Rey vio) que era Sancta cosa la le(y de los cristianos; é
aforró al Clérigo) y tornóse cristiano, el Rety é sus vasallos, aquel'os que quisieron, ¿ dio) toda su
tierra 4 los Cristianos, é al Rey dieron la torre de Abuceite, que es cer)ca de Cuenca, en que se
m(antu viese, é alli yace el su cuerpo enterrado; y es)taes la primera istoria de(Ja Sancta Vera Cruz)»
{El Archivo, II, 142).
(1) Conde, III, 56 y 57.— Fernández y González, Los Mudejares de C<u-
tilla, Vil.
(2) En Los Mudejares etc., 1. c, se lee que fué la proclamación en 4 de
agosto. Esta fecha, equivalente al 1 .° de ramadhán, la da también Conde, IV, 1 .
ban, al mismo tiempo, los faquies que las mezquitas
habían sido profanadas, y las purificaban con lustra-
ciones y públicas ceremonias. Plebeyos y nobles, y
hasta el mismo emir Aben Hud, vistieron de luto. Es
que la inmensa mayoría de los muslimes españoles,
procedentes, como repetidas veces se ha dicho, de los
muladies ó cristianos renegados, aveníase mal con el
exaltado fanatismo de los almohades; y, á imitación de
lo que sucedió cuando la disolución del Califato y al
declinar la estrella de los almorávides, se procuró, con
especialidad en Valencia y Murcia, constituir estados
autónomos cuyas leyes estuviesen en harmonía con el
Islamismo híbrido que ellos profesaban.
Intentó Al Memón sitiarle en Murcia, pero, hallán-
dose sin fuerzas para acallar el entusiasmo que por
todas partes despertaba la causa de Aben Hud, pasó al
África. No bien había salido de Sevilla, esta misma
ciudad envió su reconocimiento al descendiente de los
emires de Zaragoza. No contento con el dominio de
Murcia, penetró en Játiba y Denia y avanzó en tierras
de Granada. Volvió Al Memón, y entre almohades y
muslimes españoles hubo el 6 de ramadhán de 626
(31 jul. 1229), una sangrienta batalla en Tarifa. Allí
murió un poeta notable, valenciano de nacimiento,
Ibrahim ben Edrís ben Abi Ishac ben Giame, walí que
fué de Ceuta el año 621 (1224). Era pariente de Al
Memón y hermano de Abu'l Hassán, gobernador de
Andalucía, con quien estuvo en la famosa jornada. Los
almohades vendieron cara la victoria. Aben Hud acabó
— 621 —
de arrojar de la Península á los africanos que vinieron
en 1 145 (1).
Apenas partió de España la primera vez el califa
Al Memón, se levantó contra Qeid en Valencia un
nieto de Aben Sad, lfamado Abu Giomail Zeyán ben
Mudafe al Giuzamí. Echó de la ciudad á £eid, que no
abandonó sus estados sino dando algunas batallas,
en que peleó valerosamente, aunque sin fortuna.
Vióse abandonado de los más de los suyos, y se acogió
al amparo de Jaime I, con quien estaba apazguado.
«El tirano Gaimis, como enemigo mortal de los mus-
limes, aunque le recibió bien, no pensó en vengarle
ni en restituirle en su estado, si bien se valió de este
pretexto para hacer mal y daño en la tierra, entrando
en ella como defensor del agraviado walí y ocupando
en su nombre las fortalezas. Fué el levantamiento de
Giomail en Valencia año 627 (nov. 1229-30)» (2).
Disputábanse la soberanía de las regiones orienta-
les, en las cuales escasa trascendencia habían tenido
(1) Casiri, apud Aben al Abbar, oúm. u. — Conde, III, 47; IV, 1.— Dice
la Chronica de don Ferrando: «En aquel tiempo era Aben Suc un moro que
se levantara en Ricot, un castiello de Murcja, que se aleó contra los almohades,
qne apremia van cruelmente los moros de aquén mar, é ellos, con la gran
premia de los almohades, levantáronse con Aben Suc é rescribiéronle por
señor en la tierra de Murcia, é en otros muchos lugares; é quantos almohades
pudo aver, descabezólos todos; é tovo que las mezquitas eran ensuciadas
dellos, é fizo esparcir agua sobre ellas é zafumarlas, bien como facen los
chrístianos por las igresias quando reconcilian las que son violadas; é ñzo las
señales de sus armas, negras; é en poco tiempo ganó todo el Andalucía, é fué
ende señor, fueras Valencia é su tierra, quel amparara Zahel (Zaén), que era
de abolorio de reyes.»
(2) Conde, IV, 1. En otra parte (III, 57) dice que el levantamiento de
Valencia fué en fin del año 629 (oct. 1231-32). Ninguna de las dos fechas es
exacta.
— 622 —
las disensiones de la casa real de Marruecos, Jaime I y
Zaén. El llamamiento de Aben Merdénix tuvo eco,
porque Valencia había pasado del señorío de Castilla
al de Aragón. Zaén aprovechó el descontento del
aumento del quinto en los tributos, y sin resistencia
se apoderó del reino de Valencia, hecha excepción de
Segorbe (i).
Poco antes de embarcarse el Rey para la conquista
de Mallorca, llegó £eid, destronado, acompañado del
célebre historiador de Valencia y cadi de la misma
Aben al Abbar, á Calatayud, donde estaba Jaime I. El
día 20 de abril de 1229, se confederó Qeid, por sí y por
su hijo Abu Muhámad, con el monarca de Aragón y
con su hijo Alfonso, bajo estos pactos (2): de todas
(1) Fernández y González, 1. c— Zurita (III, 2) dice respecto de esto:
«Hallo en las chrónicas que compuso en latin un obispo de Burgos, que la
principal causa por que Zeyt Abuzeyt fué echado del reyno, era porque embió
muy secretamente sus embazadores al Papa y al rey de Aragón, á ofirecer que
se quería bolver christiano y por la devoción que mostrava á nuestra Religión.»
(2) Manifestum sit ómnibus, presentí bus et futuris, quods nos, £eid Aba-
tid, rex Valentía;, per nos et per nostrum íilium Qeid Abahomad, prom mi-
mus ñrma stipulatione et in bona fíde vobis, dompno Ja cobo, Dei grada regí
Aragonum, comiti Barchinonae et domino Montispesulani, et Alphonso,
ñlio vestro, quod de ómnibus terrís et locis, castris et villis quse pertineant ad
regnum Valentías et ad conquista m vestram sicut per antecessores vestros et
regem Castellaa et inter vos et ipsum est ordinatum et continetur in cartis
vestris, quod nos poterimus adquirere per nos ipsos, vel per potentiam aut
ingenium nostrum, vel reddantur nobts gratis aut vi ab hac die in autea,
dabimus vobis fídeliter semper quartam partem libere sine vestra expensa et
misione, omnium exituum, reddituum et proventuum qui inde gratis vel vi
percipi potuerint et haberi. Praeterea, laudamus et concedimus vobis, Jacobo,
regi, et Alphonso, ñlio vestro, quod qusecumque loca, villas vel castra qoac
pertineant vel pertinere habeant ad regnum Valen ti ae et ad conquistan) vestram
capere ac adquirere poteritis per vos ipsos, vel per potentiam vestram aut
ingenium vestrum, vel redderentur vobis gratis vel vi, ea libere perpetuo
habeatis per proprium alodium vestrum et ad omnes vestras volunta tes, cura
— 623 —
las tierras y lugares, castillos y villas que de grado ó
por fuerza ganase £eid, daría á don Jaime la cuarta
parte; y el rey de Aragón se retendría. por suyo lo que
él conquistase ó se le quisiera rendir. Y, para el exacto
cumplimiento de este contrato, daría en rehenes el
almohade los castillos Peñíscola, Morella, Culla, Al-
puente, Jérica y Segorbe; y don Jaime, para dar segu-
ridad á su palabra de amparar y defender á Qeid y á su
hijo contra sus enemigos, entregaría en garantía los
castillos Ademuz y Castielfabib, conquistados por su
padre, Pedro el Católico.
Uno de los testigos de este convenio es don
Blasco de Alagón, lo cual prueba lo que ya se ha dicho,
ó sea, que había vuelto á la gracia del Rey, y que, á
suis pertinentibus universis, sine nostra retentione aliqua quam non facimus
ullo modo.— Et pro hiis ñdeliter attendendis promittimus poneré, et mi t tere
ac tradere in mana ñdelium qui sint de Aragonia generosi ac naturales vestrí
qaos vos elegeritis, sex castra, videlicet, Peniscola, Morella, Cuillar, Al pon t,
Exericha et Segorb, qui ea teneant in ñdeiitate per nos et vos sub faac forma:
quod si non compleverímus supra dicta, vel venen mus contra aliquid eorum-
dem, tradant ipsa castra vobis libere et sine aliquo contradicto, in pleno jure
proprietatis ad vos deveniant et pertineant perpetuo possidenda cum suis per-
tinentibus universis sine aliqua nostra retentione, ad omnes vestras voluntates
perpetuo faciendas. Dum vero prasdicta castra in manu ñdelium fuerint cons-
tituía, habeatis vos et percipiatis quartam partem omnium exituum et reddi-
tuum eorundem, levata primo custodia castrorum duabus vero alus partibus
nobis et nostro ñlio retinen ti bus.— -ítem: promittimus vobis quod quascumque
loca, villas vel castra ab hac die in antea per nos ipsos vel per poten tiam aut
ingenium nostrum capere vel adquirere poterímus, vel redderentur nobis
aliquo modo, quse sint de regno Valentía; vel de conquista vestra, ponemus
et mittemus in manu ñdelium qui sint de Aragonia generosi et naturales
vestri ad coguítionem quatuor nobilium de Aragonia quos vos eligatis et ad
cognitionem duorum nobilium vestrorum quos nos eligamus qui teneant in
ñdeiitate ea doñee prasdicta sex castra sint pos sita et tradita in manu ñdelium
ut superíus dictum est: quibus traditis et possitis in manu ñdelium alia omnia
reenperemus et revertantur ad nos, salva semper vestra quarta parte omnium
— 624 —
partir de 1227, deben contarse los dos años que per-
maneció en Valencia sosteniendo el vacilante imperio
de los almohades. También se celebró el contrato á
presencia del cardenal obispo de Santa Sabina, legado
de la Santa Sede, enviado á la corte de Aragón, para
instruir el proceso y pronunciar sentencia de divorcio
entre don Jaime y doña Leonor de Castilla, descen-
dientes ambos de Alfonso VIL
Bien examinado el anterior pacto, descúbrese la
sagacidad del rey de. Aragón, cuando apenas contaba
veintiún años. A punto de salir para la conquista de
Mallorca, deja preparada la de Valencia. Para aquélla,
pretexta ofensas recibidas; para ésta, además de agravios,
toma el carácter de defensor de un soberano legitimo.
Con aquélla halaga á Cataluña; á Aragón, con la de Va-
lencia. Las dos grandes empresas de Jaime I, la catalana
exituura, reddituum et proventuum ut superius con ti ae tur.— Proraittimus
etiam in bona fide, quod si aliquid vel aliqua de jam dictis sex castris ant
iüorum duorum quae vos poneré debetis in manus fidelium venirent in nostro
posse, vel redderentur no bis, aul traderentur clam vel oculte, vel caperentur
ab horainibus vestris (f. nostris) aliquo modo, illae vel illa rever temor et
ponemus sine aliquo contradicto in manus ñdelium prsedictorum. — Et si qais
veniret contra conquistara vestrara, vel vobis inde gerram faceret vel offen-
sam, promittimus vobis illa deffendere et vos contra otnnes nomines, presen-
tes vel futuros, juvare bona fide fídeliter nostro posse.-— Hsec autem omnia
supradicta et singula promittimus in bona fide attendere et complere vobis,
praedicto Ja cobo, regi Aragón um, et Alphonso, ñlio vestro. Pro quibus firmi-
ter attendendis, facimus vobis homagium junctis manibus. Ita quod si forte
contra aliquid praedictorum ullo tempore veniremus, possitis nos reptare
ubique, nec possimus inde in curia, vel judicio, vel extra, armis vel lingua,
nos salvare vel excusare.— Ad haec, nos, Jacobus, rex praedictus, per nos et per
nostrum filiura Alphonsum, promittimus vobis, pr se dicto Qtxá Abuc.eid et
Qeid Abahomad, filio vestro, quod juvabimus vos et defensabimus contra
omnes homines et faeminas qui vobis facerent gerram vel molestia m super
regno Valentías et super aliquo de conquista vestra. Et pro hiis firmiter atten-
A
— 62$ —
y la aragonesa, se proyectaron sin otra diferencia de
tiempo que la que media entre los días 23 de diciem-
bre de 1228 y 20 de abril de 1229. No todo, sin
embargo, fué efecto de la astucia; el estado desastroso
en que á los muslimes tenían puestos sus discordias
intestinas, favorecieron en mucho á los cristianos. El
mismo califa Al Memón compraba poco antes la
protección de Fernando el Santo mediante sacrificios
no menos onerosos y depresivos que los que á £eid
imponía el Conquistador (1).
El pacto concertado entre £eid y don Jaime surtió
sus efectos. Mientras los catalanes se cubrían de gloria
én las Baleares; estando de acuerdo el príncipe almoha-
de, don Pedro Fernández de Azagra, señor de Albarra-
cín, y don felasco de Alagón, pusiéronse en campaña
dendis, ponimus et tradimus in manus ñdelium qui sint de Aragonia géneros i
ac naturales nostri quos vos eligatis, dúo, videlicet, castra: Castrura Fabib et
Darmuz, qui ea teneant in fídelitate per nos et per vos, et hac conditione:
auod quamcumque tria castra des u per dictis sex castris erunt posita et tradita
in manu fidelium dúo praedicta castra ponentur similiter et tradantur in
rnanu ñdelium qui sint de Aragonia generosi et naturales nostri et qui sint
etiam vasalli vestri, Agfydi supraedicti. — Promittimus etiam quod si aliquid
vel aliqua de lilis sex castris aut de duobus praedictis venirent in nostro posse,
vel aliter redderentur nobis, vel traderentur aliquo modo, reddereraus, et
tornabimus ac ponemusin manu ñdelium ut superius continetur. — Hasc omnia
facta sunt apud Calatajubum, Xll kalendas madii Era MCCLXVII, salvo in
ómnibus honore et auctoritate Romana? Ecclesias de volúntate utriusque partis
in praesentia domini Jacobi, Dei gratia Sabinensis episcopi, Apostolicae Sedis
lega ti, et dominorum S., Tarrachonensis archiepiscopi, et Bn., Ilerdensis, et
G., Terasonensis, episcoporum, praesentibus, pro testibus fratre Campanius,
tenente Iocum magistri Templi, fratre Eximino Cornelii, fratre Poncio Menes-
calco, fratre Arquimbaldo de Sayns, Blascho de Alagone, Alhone de Focibus,
majori domo Aragonias, Petro Cornelii, Sancio Ferrandiz, Assalito de Gual,
Garc/ia Peric de Miranda, acdompno F., infante Aragonia.— Etc.
(1) Fernández y González, Los Mudejares de Castilla, VIL
79
— 6i6 —
las milicias de la ciudad de Teruel y algunos señores
aragoneses. Comenzaron las operaciones por la parte
en que algo conservaba el almohade. En carta que
escribió al califa Al Memón, dábale cuenta de haber
recobrado en la frontera de Valencia á Bejís, conquis-
tado, al parecer, por don Pedro Fernández de Aza-
gra (i). Cuestiones de puro interés local servían de
motivo para pasarse de un bando á otro. Así, Uxó y
Eslida, por cuestión de aguas, seguían partidos opues-
tos, de Zaén y de Abderrahmán respectivamente, á
pesar de que Eslida había tambiép seguido antes la
parcialidad de Zaén (2).
En 1236 seguían en poder de £eid, Árenos, Mon-
tan, Castielmontán (Montanejós), Cirat, Tormo, Ayó-
dar, Fuentes de Ayódar, Villamalefa, Villa malur, Ter>
dellas, Arcos, Bueynegro y Villamalea, y confiaba
recobrar Onda, Nules, Uxó, Almenara, Segorbe, Al-
puente, Cárdelhes, Andilla, Tuéjar, Domeño, Chulilla
( 1 ) El Archivo, V, 145.
(2) Así consta en documento que lleva por fecha 12 noviembre de 1260.
Acudieron ante don Jaime los moros de Eslida representando que teniendo
ellos derecho al agua por compra que hicieron á los de Uxó, regaban éstos sin
licencia de aquéllos. Los de Uxó dijeron que cuando Eslida se rebeló contra
Zaén, este emir les quitó el agua y la cedió á Uxó. Replicaban los de Eslida
que después de haberse rebelado contra Zaén, se avinieron con él y les devol-
vió el derecho que antes tenían. Y con arreglo á esta soberana disposición del
nieto de Aben Sad, sentenció don Jaime en la fecha indicada (El Archivo, I,
262-263). — Son también notables la carta-puebla de Eslida, Ahín, Veho,
Sengueir, Pelmes y Zuera (Fernández y González, O. C, p. 315-316), y la
del Valle de Uxó (O. C, p. 322-324), en latín aquélla y en leraosin la otra,
fecha la i.a en Artana el 29 de mayo de 1242, y la última «en lo mes Jumet
Alahir (giumada 2.»), segóns compte de moros, en lany de 648 (31 ag. -28
sept. 1250), conjunt lo dit kalendari en lo mes de Agost en lany 1250, segóns
kalendari de christiáns.»
— 627 —
y Liria. En 1238 ya dispone de Alpuente, Tuéjar,
Domeño, Azagra, rahal de Abdallah Aben Salvo, de
la munia de la Xarea, de las heredades que en Cullera
y Corbera tenía su padre, Cid Abu Abdallah ben Cid
Abu Hafs ben Cid Abdelmumen, y de una casa de
Valencia que tenia su madre. En 1239 figuran como
suyos el castillo y villa de Ganalur, junto á Bueynegro,
y una Aldaya próxima á Benaguacil. En 1245 trueca
en su nombre don Jimén Pérez de Árenos con don
Jaime, Cheste y Villamarchante á cambio de Castalia;
si bien dos años más tarde aún aparecen en poder de
£eid aquellas dos villas y Castalia^ con sus términos
Ibi, Tibi y Onil (1). También contaba en 125 1 algunas
posesiones en Murcia. Por fin, en octubre de 1262
cedió, con ciertas condiciones, á Castalia. Un hijo
suyo disponía en el mismo año, de la torre de Argelita
y de Villamarchante (2). De todo esto resulta que
muy poco pudo adelantar en su empresa de recobrar
los dominios perdidos.
Dotado Zaén de actividad incansable, digno des-
cendiente, por tanto, de su abuelo Aben Sad, no se
limitaba á mantener á raya á Qeiá y á sus valedores.
, «En la parte de oriente, Abu Giomail ben Zeyán, para
vengar la derramada sangre de los muslimes, corrió la
tierra de Aragón, talando los campos y quemando y
destruyendo aldeas y lugares hasta llegar á hisn Am-
posta y Tortosa, y volvió de la cabalgada con muchas
(1) Además, Arenoso, la Muela, Montan, Tormo, Cirat, Toga, Espadi-
lla, Bueynegro, Villamakfa, Villahermosa, Cortes de Arenoso, Villamalur,
Ayódar, Villafaleva y Tortoniscb, y en otra, parte, Andilla,
(2) El ^Archivo, V, 160-164, 284-301 y 366-368.
— 628 —
riquezas y cautivos» (i). No negó en septiembre de
1238 el daño causado en esta correría. En una de las
conferencias preliminares de la rendición de Valencia,
celebradas entre el arráez Abdeimélic y don Jaime,
lamentábase el embajador de Zaén, de que no habiendo
su señor hecho nada que pudiera despertar el enojo
del Conquistador, hubiese éste lanzado contra él sus
huestes- «Respondímosle á esto», dijo don Jaime, «que
no era cierto que nada hubiese hecho contra Nos;
pues cuando fuimos ala conquista de Mallorca (5 sep-
tiembre 1229-28 oct. 1230), habia corrido nuestra
tierra, viniendo hasta Tortosa y Amposta, haciendo
todo el mal que pudo, y lo mismo sus hombres, en
nuestra gente y ganado, y, además, combatiendo á
Ulidecona, que está dentro de nuestros dominios» (2).
No sólo contra Qeid y contra Jaime I daba muestras
de valor Zaén; procuraba también ensanchar sus domi-
nios á expensas del Aben Hud que se había hecho
dueño del antiguo reino de Murcia y de parte del de
Valencia. Abu Abdallah Muhámad ben Yúsuf ben
Hud al Motawaquil logró apoderarse, como ya se
dijo, de las ciudades Játiba y Denia en julio de 1228.
Puso de gobernador en Játiba, á Áhmed ben Isa Abu'l
Husein el Khazragi, y en Denia, á un hijo de éste,
llamado Yahya Abu'l Husein. Pertenecía á una fami-
lia de Denia muy distinguida, rama de los jarifes de
Jérica, los Beni Isa, trasladados á Denia, según se
cree, á mediados del siglo v de la Hegira (por el
O) Conde, IV, 3.
(2) Historia del rey de Aragón don Jaime I el Conquistador, CLXXXVI.
— 629 —
año 1050 de nuestra era). Benisa toma, probable-
mente, su nombre de esa rama de los «nobles defen-
sores del Profeta» (1). Otra etimología da Escolano
á Benisa. El gobernador de Denia estaba muy ver-
sado en la oratoria y en el arte de versificar, si bien
escribió más en prosa (2),
Convencido £eid de que no le era posible cumplir
la promesa de su primer tratado con don Jaime, ó sea
el de 20 de abril de 1229, celebrado en Calatayud,
renunció, estando en Teruel, el 30 de enero de 1232,
á favor de don Jaime todos los derechos que por aquel
tratado se reservaba. Decía, pues, que en correspon-
dencia á los continuos servicios que de don Jaime
había venido recibiendo y recibía, cedía en beneficio
del mismo lo que en la ciudad de Valencia y en su
reino se retuvo en la avenencia de Calatayud, y que
absolvía al Rey y á los suyos de aquella obligación,
quedando á salvo las demás cláusulas favorables al
almohade y á los suyos (3).
(1) El Archivo y II, 201-205.
(2) Casiri, II, 6o.— Conde, IV, i.
(3) «Sit ómnibus manifestum quod ego, Qeyd Abu^iyd, rcx Valentía;,
per me et per omnes ñlios ac successores meos, bona volúntate, et bono,
libenti corde, propter multa et magna servida quae a vobis, domino Jacobo,
rege Aragonum, suscepi et suscipio incessante, absolvo, remito, concedo et
dono vobis, prsedicto regí Aragonum, et vestris successoribus in ¿eternum,
totam illam partem exitum quam retinueram in Valentías civitate et suis
terminis, in alus, scilicet, cartis qure sunt inter vos et me, quae factae fuerunt
transactis temporibus apud Calatajubum: ita quod omne jus et rationem
quam, ratione illarum cartarum et convenientiarum, vel alio ullo modo,
habebam vel habere debebam in civitate Valentía?, vel in exitibus ullo modo et
in suis terminis, absolvo vobis et vestris, et dono et concedo per ísecula
cuneta, per propriam haereditatem vestram, ad omnes vestras voluntates et
vestrorum faciendas perpetuo, sine aliqua mea et meorum retentione, sicut
— 6$o —
No menos importante que el convenio de 30 de
enero de 1232, es el acto realizado por don Jaime en
19 de marzo del mismo año á favor del monasterio
de San Victorián, en Aragón. En el documento,
expedido en Monzón, se lee que concede al Abad
(Arnaldo) y á toda la comunidad, el lugar é iglesia de
San Vicente de Valencia, con las posesiones y perte-
nencias suyas, para cuando fuese dueño de dicha
ciudad (1). Lo cual viene en confirmación de lo que
en el prólogo se dijo, esto es, que está probado «con
documentos fehacientes y con argumentos irrecu-
sables, que en nuestro suelo hubo cristianos, no
sólo hasta bien entrada la dominación sarracena, sino
hasta en vísperas de la misma reconquista.» En fin
de dilhagia de 659 (17 oct. 1232) ocurrió la muerte
melius dici potest ad vestrum commodum et vestrorum, sal vis alus conve-
nientiis raei et meis quse sunt et continentur in illis primis jam dictis cartis.
Dat. apud Turolium, III. kal. februarii. Era MCCLKX. (Perg. de don
Jaime I, n.° 480).
(1) tManifestura sit ómnibus quod Nos, Jacobus, Dei gratia rex Aragonum
et regni Majoricarura, comes Barchinonae ac dominus Montis pesulani, atten-
dentes multa grata servitia quas á vobis, dilectis nostris abbate et convento
Sancti Victoriani, recipimus continué et meminimus recepisse; cognoscentes,
etiam, voluntatem et devotionem quam geritis et habetis ad omnem nostrum
servitium faciendum: ideirco, cum Hac carta, cum cogn osea mus Nos existere
debitores monasterio Sancti Victoriani in omni honore et beneficio confe-
rendis, per Nos et omnes successores nostros, donaraus, concedimus et
laudamus vobis, dilecto nostro A., abbati, et toti conventui monasterii Sancti
Victoriani, et vestris successoribus, in aeternum, per propriam hsereditatem,
liberam et francham, locum illura, sive ecclesiam quae est apud Valentiam,
laudabilem civitatem, qui locus, sive ecclesia, vocatur et dicitur Sanctus
Vincentius. Ita, quod statim quando Dominus dederit praedictam civitatem in
nostro posse, gratis vel vi, aut plácito vel alio ullo modo, habeatis et accipiatis,
de concessione nostra et dono irrevocabili, praedictam locum et ecclesiam,
cum... et possessionibus ac pertinentiis suis, et cum ómnibus aiiis quae per
i
del califa Al Memón, y con ella puede decirse que
acabó en España el imperio de los almohades (i)«
Por más que Aben Hud fué investido desde Oriente
en 631 (oct. 1233-sept. 1234) (2), tuvo que luchar
con Aben al Áhmar, fundador de la dinastía naserita
de Granada, y con el Begí, quienes, disputándole la
soberanía de España, arrancaron á su poder Carmonn,
Córdoba y Sevilla. Y, como le disputasen, á la vez, la
posesión de Andalucía los pretendientes al trono que
había dejado vacante Al Memón, Zaén aprovechó estos
cuidados, que distraían la atención de Aben Hud, para
dilatar sus estados de Valencia.
Ocupó la ciudad de Denia, y puso de gobernador
en ella á su primo Muhámad ben Sobaye ben Yúsuf
al Gezamí, poeta de no escaso mérito, que murió en
Túnez el 28 de rebiá 2.a de 653 (6 jun. 1255) (3).
El wali puesto por Aben Hud en Denia, al ser
depuesto por Zaén, se retiró á Játiba junto á su padre,
Áhmed ben Isa el Khazragí, walí de esta ciudad por
terram vel per mare pertinuerint unquam aliquo tempore, vel pertinent aut
pertinere debent ad dictum locum sive ecclesiam, de consuetudine vel de jure;
quae omnia habeatis, teneatis, possideatis et expletetis perpetuo, trancha et
libera, ad dandum, concedendum, et collocandum ac statuendum, et ad omnes
vestras voluntates perpetuo faciendas. Mandantes ñrmiter et districte nostrum
locum tenentibus et subditis nostris universis, tam praesentibus quam futuris,
quod hanc donationem et concessionem nostram, firmara habeant, et obser-
ven!, et faciant ñrmiter observan, et non contraveniant in aliquo, si conñdant
de nostri gratia vel amore. Datis apud Monsonem, Xíllj.o kal. aprilis.
Era M.aCOLXX.a» (Chabás, El Archivo, IV, 292.— Ato», hist., t. I,
p. 406-407).
(1) Conde, 1. c.
(2) Codera, Numismática, p. 281.
(3) Casiri, apud Aben al Abbar, n.° 13.
— 632 —
Al Motawaquil. Padre é hijo eran naturales de Denia.
Las riquezas y servicios del primero y su parentesco
con Abu Ornar ben Ati, le alcanzaron el cargo que
desempeñaba. El hijo recobró después de 1239, Y con
auxilio del padre, á Denia, cuyo gobierno, como tam-
bién el de Játiba, que heredó por muerte del último,
conservó hasta que de ambas se apoderaron los cris-
tianos (1).
Y cerramos este capítulo, término de la segunda
parte, dando una ojeada al movimiento literario y emi-
tiendo nuestro juicio sobre el valor é influencia de la
cultura mahometana en nuestro reino.
Aben Hauthallah, ó sea Abdallah ben Suleimán,
nació de familia principal, en Onda, en muhárram
de 548 (mar.-abr. 115 3), ó en récheb de 549 (sept.-
oct. 1 1 54). Hizo sus estudios bajo la dirección de
Averroes, Aben Pascual (2), Sohalí, Aben Hobaix y
otros sabios notables, nacionales y extranjeros. Por
sus recomendables dotes de piedad y saber, fué nom-
brado maestro dejos hijos de Almanzor (Yúsuf Abu
Jacub, hijo de Abdelmumen). Ejerció nuestro biogra-
fiado la judicatura en Sevilla, Córdoba, Murcia, Ceuta,
Salé, Mallorca y Granada. Allí murió el 4 de rabié
i.a de 612 (3 jul. 121 5), y sus restos mortales fueron
trasladados á Málaga, donde recibió honrosa sepui-
(1) Conde, IV, 2.
(2) Dijimos que Aben Pascual era oriundo de Sorrión, en Valencia. Ea
Cavanilles (Observaciones sobre la Historia Natural, Geografía, Agricultura,
población y frutos del Rey no de Valencia, 1795, tomo I, pág. 223, n.« 171), se
lee: «Con tal conjunto de aguas se da riego á los términos de Valles, Roglá,
Ayacór, pueblos de la Costera, y á los de Sorió, la Llosa, etc.»
tura el 1 8 de xabin (12 diciembre). Aben al Abhar le
cita á menudo ¿cmo fuente histórica (j V
En el año 614 (1217-1S), murió en Valencia»
cuyo cadiaz¿:o hab:a desempeñado, el natural de la
misma, poeta distinguido, AKfl Casim Muhimad ben
Muhámad ben Xub, el Gaíequi (2).
Aben Cbcbair, llamado el Kineni, por proceder de
la tribu Kinena sus ascendientes, nació en Valencia
en rabié i.a de 540 (ag.-sept. 1145). Sus padres eran
originarios de Jitiba, y en esta ciudad estudió con el
suyo jurisprudencia, tradiciones, adab y poesía* Hizo
tres viajes 2 Oriente, siendo la causa del primero
digna de conocerse, por lo que evidencia cómo enten-
dían los muslimes españoles la abstinencia de vino*
Era el Kineni cátib ó secretario de Cid Abu Cid, hijo
de Abdelmumen y gobernador de Granada. Sorprendió
en cierta ocasión a su amo haciendo libaciones a Baco,
y el secretario quedó maravillado. Al leer Cid en el
rostro del cátib el escándalo que padecía, le instó á
que siguiera su ejemplo; y, como se resistiera á beber
una sola copa, le obligó á que apurase ésa y otras seis.
Luego le dio el wali tantas monedas de oro cuantas
eran las que cabían siete veces en la copa. Aben
Chobair quiso purificarse, y, acompañado de Áhmed
ben Al Hasán el Codai, salió de Granada el 3 de
(1) Se le atribuyen los siguientes trabajos literario*; i. Anales de Valen*
cu.— 2. Una biblioteca aribico-hispana.— 3. Un Ttomuwftft, ó un Fibüt*—
Y 4. Sobre los tradidoneros Al Bojarí y Moslim, Abú Daud, An Nisaí y el
Tirmidsí, obra no terminada, por haberle sorprendido la muerte (Pons,
biogr. n.« 223).
(2) Casiri, Toetaram, n.» 74.
00
— 634 —
febrero de 1 183 en peregrinación á la Meca. En Tarifa
se embarcó para Ceuta, y desde ésta, en una nave
genovesa, para Alejandría. Ocupado á la sazón por
los cruzados el istmo de Suez, lengua de tierra que
utilizaban los peregrinos para pasar á la Ciudad Santa,
el nuestro remontó el curso del Nilo hasta Cus, de
donde pasó á la Meca. Después de visitar á Cufa,
Bagdad, Mosul, la Mesopotamia, Aiepo y Damasco,
se embarcó en San Juan de Acre con unos franceses,
naufragó en el estrecho de Mesina y, pasando por mil
contratiempos, como los que de Ulises canta Homero,
desembarcó en Cartagena y pisó de nuevo á Granada
el 25 de abril de 1185. Las dificultades del primer
viaje debieran, al parecer, entibiar sus entusiasmos de
peregrinación; mas no fué asi. Al saber que Saladino
había ocupado á Jerusalén, repitió el viaje á Oriente
585 (1189-90). Volvió también a Granada. Muerta su
muj,er en 614 (1217-18), emprendió su tercero y últi-
mo viaje, pues, ya de regreso, murió en Alejandría con
fama de santo. Los musulmanes supersticiosos vene-
raban su sepulcro y decían que eran muy gratas á
Allah las oraciones sobre su tumba. Los sabios
europeos tienen en gran estima la relación de sus
viajes (1).
Son poetas dignos de mención, Abú'l Hagiag
Yúsuf ben Muhámad ben Thalmo, de Alcira, que
murió el año 620 (1223-24), y Abúcl Rabi Solimán
(1) Ha sido publicada por los ingleses. Sus principales obras son: i.° Cor-
dón de perlas sobre la acusación de los hermanos del tiempo. — Y 2.0 Descrip-
ción de su primer viaje (Pons, biogr. n.° 225.— £7 Archivo, I, 139).
i
- «3S ~
ben Áhmed ben Ali ben Galeb, el Abdari, escritor
nacido en Den i a y cadi de Málaga (i).
Dawud ben Suleimán Aben Hauthallah, hermano
del Abdallah antes biografiado, y, como él, nacido en
Onda, fué también una de las primeras figuras de su
tiempo. Hizo los estudios bajo la dirección de su padre
y de su hermano. Para oir á los más reputados docto-
res de su época, recorrió muchas ciudades españolas,
Valencia, Játiba, Murcia, Córdoba, Granada, Málaga,
Almuñécar y Sevilla, entre otras, y sostuvo, además,
relaciones con varios sabios de Oriente. Fué cadi de
Algeciras y de Valencia, y murió en Málaga en rabié
2.a de 621 (abr.-may. 1224) (2).
Tampoco deben pasarse en olvido: Abu Ishac
Ibrahim ben Isa ben Asbag el Azadita, cordobés y cadi
de Denia, que murió en el año 627 (nov. 1229-30) (3);
Obaidallah el Tochibí, valenciano, que en 626 (1228-
29) escribió un «Viaje literario hispano-africano», con
noticias bio-bibliográficas, fruto de sus excursiones
científicas por las escuelas españolas y orientales (4);
y Abu Temam Galeb ben Muhámad ben Ismail, el
Ansari, valenciano, que falleció el año 629 (octubre
1251-32) (5).
La circunstancia que se ha tenido en cuenta al
dar á conocer las notabilidades científicas y literarias
(1) Casiri, Poetar um, n.°* 79 y 80.
(2) Escribió ootas biográficas de más de 200 de sus maestros, y de este
trabajo se aprovechó Aben al Abbar para su Tecmila (Pons, biogr. n.o 229).
(3) Casiri, Poetar um, n.o 81.
(4) Pons, biogr. n.o 231.
(5) Casiri, Poetar um, n,« 84.
— 636 —
de nuestro reino, la fecha de su muerte, nos obligaría,
por lo que toca á la reseña del movimiento intelec-
tual, á guardar silencio hasta bien adelantado el
periodo de la Reconquista; mas, como lo que queda
por decir en esa materia es tan poco, y, como, además,
con la presencia de un nuevo pueblo cambia por
completo la decoración, éste juzgamos que es el lugar
más á propósito para emitir nuestro voto acerca de la
cultura del pueblo que va á abandonar la escena.
Expondremos antes las biografías de otros tres sabios,
dos de los cuales alcanzan talla de primera fila entre
los más notables geógrafos é historiadores.
El primero, Aben Amira, más conocido por el Maj-
zumí, por descender de Áhmed ben Muhámad el Majzu-
mí, el que en 566 (1 170-71) hizo entrega de Valencia
á los almohades (1), nació en Alcira en ramadhán
de 582 (nov.-dic. 1186). Muy joven aún, se dedicó al
estudio de la Historia, é hizo en ella tan rápidos
progresos, que sus conocimientos han sido compa-
rados, por lo vastos y profundos, á lo anchuroso é
insondable del Océano. Al apoderarse de Valencia
los cristianos, se trasladó á Marruecos, donde entró al
servicio de Abd el Wahid ar Raxid, undécimo sultán
almohade, que le nombró su cátib. Tuvo los cadiaz-
gos de Ailena, Salena y Micnesa az Zeitún. Cuando la
guerra entre almohades y benimerines pasó á Ceuta,
la caravana en que iba fué acometida y robada, y
quedó reducido él á la mayor miseria. Súpolo el
gobernador de Bugía; proporcionóle buen hospedaje
(1) Véasela pág. 552.
— ¿37 —
y le recorriendo al sultán de Túnez, que le confió
cargos muy lucrativos. Es muy incierta la fecha de su
muerte: ocurrió, según unos, el año 648 (1250-51);
en opinión de otros, el 656 (1258), y no faltan
quienes digan que fué en 658 (1259-60) (1).
Como cerrando la serie de notables escritores
valencianos del período de la dominación musul-
mana, aparece el tan celebrado Aben al Abbar.
Su padre, buen literato y persona de valer, nació
en Onda y murió el año 619 (1122-23). Desempeñó
el cadiazgo de Valencia durante el gobierno de los
principes almohades Cid Abu Abdallah ben Cid Abu
Hafs y de su hijo Cid Abu £eid, el llamado por
nosotros Ceid. Cuando fué éste á Calatayud á la
entrevista que tuvo con don Jaime el 20 de abril
de 1229 para entenderse contra Zaén, que le había
despojado del poder, llevó á Aben al Abbar en su
compañía. La consecuencia política en tiempos.de
decadencia ó de ruina nacional es prenda rara, y la
lealtad para con el príncipe caído, supone un valor
rayano en heroísmo. Antes de que el príncipe almohade
se declarase cristiano, accidente en que podría haber
fundado su apartamiento un buen muslim, se pasó
nuestro biografiado al bando de Zaén, el cual pagó la
defección del sabio elevándole al cargo de cátib ó
secretario suyo. Cuando los cristianos sitiaron á
(1) De las varias obras que escribió, se citan: i. La historia de Mallorca. —
2. Un compendio de. la historia de los almohades.— 3. Una colección de
cartas, en prosa y en verso, á príncipes almohades y hafsidas. — 4. Una
colección de sermones á semejanza de los del Jauzí. — Y 5. — Una disertación
sobre el conocimiento de la elocuencia (Pons, biogr. n.° 250).
- 638 -
Valencia fué á Túnez á solicitar auxilios de su emir,
Abu Zakariya, comisión que surtió sus efectos, aunque
no los que se prometían los muslimes. Volvió á
Valencia y permaneció en ella hasta la entrada del
rey don Jaime. Con su familia emigró después á
Túnez, y Abu Zakariya Abu Hafc le confió el honroso
oficio de poner la subscripción á los diplomas y cartas
reales. Bien porque su habilidad caligráfica fuese
inferior á la de algún otro cuya pericia llenara mejor
jas aspiraciones del Sultán, ó por otra cualquier causa,
fué relevado del cargo. Sintióse tanto de la posterga-
ción, que se desató en improperios contra el bienhe-
chor. Como consecuencia, fué relegado á la cárcel,
y en ella, cual otro Cervantes, escribió la «Restitución
de la gracia á los cátibs,» que á él le valió se la
otorgara el Sultán, que le repuso en su anterior empleo.
Al morir Abu Zakariya, el año 647 (1249-50), le
sucedió Al Mostán^ir. Siguió el ejemplo del padre,
y nombró á Aben al Abbar su wazir. Diez años serían
pasados, cuando se tramó contra Al Mostáncir una
conspiración, y apareció, por documentos, complicado
el escritor valenciano. Después de haberle sometido
á flagelación, el 15 ó 20 de muhárram de 658 (i.° ó
6 enero de 1260) fué decapitado. Su cabeza colgada de
una pértiga, quedó expuesta al público en una de
las plazas, y, lo que es aún más sensible, los libros
que de España llevó allá, fueron echados al fuego.
De él se ha dicho: «Notable este último (Aben Pas-
cual), y puede asegurarse el más completo y exacto
de cuantos conocemos en los siglos V y VI, recibió
como complemento una obra que lleva el nombre de
— 639 —
Tekmila, que tanto vale como continuación ó comple-
mento, escri^ por el Príncipe de los biógrafos espa-
ñoles, el valenciano Ibn Alabar. Este docto escritor
compuso, además, otras obras análogas, de las cuales
su Biografía de los principes y nobles de España y
África que se distinguieron por sus talentos poéticos,
es la más conocida y estimada. Pocos trabajos, sí
algunos, podrán citarse de los andaluces, tan notables
y acabados como éste del ilustre biógrafo. Su estilo
rápido y nervioso, su juicio seguro, el instinto de las
grandes cosas, la intención viva de los tiempos que
narra y el conocimiento del carácter de su raza y de su
manera de ver v sentir, todo le coloca á buena distan-
cia de los biógrafos sus compatriotas, y, nos atreve-
remos á decirlo, al igual del más distinguido de los
biógrafos orientales, el conocido Ibn-Jalicán» (i).
Aparece en último término el Abderi. Si no es que
fué valenciano, poco más se sabe de él; sin embargo,
se conoce lo más importante, que es su obra. Dos veces
recorrió el camino desde Marruecos á la Meca, á la ida
y á la vuelta: por tanto, cruzó el Magreb en su mayor
extensión, esto es, desde el Atlántico hasta Alejandría
(i) Moreno Nieto (D. José), Discurso leído ante la Real Academia de la
Historia el día 29 de mayo de 1864.— Son obras de Aben al Abbar de autenti-
cidad reconocida las siguientes: « — 1. La capa ó túnica recamada de oro.— 2.
La Tectnila, complemento de la <z? Zila, de Aben Pascual. — 3. El Mocham, ó
diccionario sobre los discípulos de Abu Ali az Zadafí.— 4, Restitución de la
gracia á los cátibs. — 5. Regalo al que llega.— 6. Utilidad del mensaje.— 7. Ful-
gor del relámpago, sobre los literatos de Oriente. — 8. El manantial puro sobre
las enseñanzas de Moawiya ben Galib.— 9. Catálogo alfabético de sus maestros.
— 10. Ídem de los discípulos de Aben al Arabí.— Y 11. El libro de la mina
(Pons, biogr. n.° 25}).— Casiri publicó un extracto de interesantes noticias
históricas que suministran las obras de este autor.
— 640 —
y en sentido contrario. De ahi que su producción
esté consagrada, por modo principal, á describir el
África (1).
Para apreciar de un solo golpe de vista el valor é
influjo de la cultura árabe en nuestro país, nada más
propio que condensar en breves párrafos el juicio que
acerca de ella han emitido quienes para ello tienen pro-
bada competencia. Desde luego que si para haber de
fallar fuera motivo bastante el número de obras escri-
tas, la sentencia, y sentencia favorable, no se tardaría á
pronunciar; mas, si se ha de juzgar teniendo en cuenta
el cuerdo consejo non multa, sed múltum, «no la canti-
dad, y si la calidad,» mucho ha de bajar el nivel del
entusiasmo que el número despertara. Pero es más: ese
número tiene no poco de aparente, porque las más de
las obras, según confesión de los inteligentes, ó se per-
dieron, ó no son más que compilaciones: por manera
que, reducido el número á las debidas proporciones, á
las que sean expresión de originalidad, viene á ser tan
exiguo, que apenas se le descubre. El mismo Dozy,
queriendo calmar el dolor que causa el recuerdo de
tantos y tantos libros que se perdieron, exclama con
frase feliz: «reunidos veinte volúmenes sobre una ma-
teria cualquiera, sin esfuerzo se produce el vigésimo-
primero» (2).
Y aun hay que rebajar bastante del mérito, de los
pocos autores que quedan, hecho ya el debido espurgo.
Pasando por alto lo que no hay derecho á exigir habida
(1) «Itinerario occidental» se titula el libro en que se relata el mencio-
nado viaje, hecho durante el año 688 (en. 1289-1290). Pons. biogr. n.°26i.
(2) Pons, pig. 377.
— 641 —
consideración á los vuelos que entonces pudo alcanzar
la ciencia histórica, por ejemplo; es decir, haciendo
caso omiso de la falta de harmonía entre las partes y
de la unidad en el plan, ha de tenerse en cuenta: de
un lado, que, por regla general, se dio crédito á futili-
dades y supersticiones que hoy pugnan, no sólo con
los más rudimentarios principios de las ciencias, sino
hasta con el mismo sentido común; y por otra parte,
1 as composiciones tendian á agradar á una moral tan
inmoral cual era la de unos principes entregados á la
bebida y á los cantares, á la molicie y á ciertos place-
res, criminales, desde el momento en que no están de
acuerdo con la recta razón. Por algo se ponen en boca
del Cid estas palabras: «yo non me aparto con muje-
res á cantar nin á beber, como fazen los vuestros seño-
res, que los non podedes ver. » Y si la literatura árabe
está impregnada de ese sensualismo capaz de enervar
y matar todas las energías corporales y del espíritu, en
pasiones también nada recomendables está fundada la
finalidad que los más de sus historiadores, por no
decir todos, persiguieron. Pons ha retratado con pocas
palabras la parcialisima imparcialidad de tales autores.
Para ellos, la Historia es «el gran pebetero donde se
quema la esencia de la verdad, para producir el per-
fume embriagador de la adulación y de la lisonja.»
No, porque esos autores dejen de remontar su vuelo
hasta abarcar de una sola mirada el conjunto, no por
que dejaran de filosofar sobre la Historia, en lo cual
llevan ventaja á los que nos venden su propia filosofía
en vez de la filosofía verdad, y no porque sacrificaran
de ordinario la realidad en aras de la adulación, por
81
-« j .
— €42 —
recabar del principe este favor ó el otro, dejan de ser
muy interesantes sus trabajos; porque con sus minu-
ciosas relaciones de nacimientos y muertes y de otros
sucesos, el esmero que pusieron en determinar las
fechas y lugares, han proporcionado unos materiales
que, por regla general, no se descubren en los autores
latinos. No es ello decir que puedan y deban admi-
tirse sin desconfianza todos los datos cronológicos
y geográficos que aquéllos suministran.
Pero ese mérito que en ellos se descubre, ¿es real-
mente suyo? Tampoco falta quien pretenda arrancár-
selo. «AI llegar á nuestro suelo el pueblo musulmán,
traia, sin duda, grandes alientos para pelear y dominar
por la fuerza; pocos, muy pocos estímulos para impo-
nerse por la ciencia y por una superior cultura. Dos
siglos transcurren, sin que logremos encontrar otras
muestras de sus aficiones históricas, que los cantos
bélicos y las relaciones en prosa con que las nuevas
generaciones se animaban al combate recordando y
celebrando las hazañas de los antiguos guerreros» (1).
(1) Ensayo trio-bibliográfico sobe geógrafos i historiadores arábigo-españoles,
pág. 364. — Su autor, don Francisco Pons y Boigues, natural de Carcagente
(Valencia), ha bajado, á la temprana edad de 38 años, al sepulcro el 6 de
septiembre de 1899, cuando comenzaba á dar sazonados frutos de una ciencia
arábiga tan general como profunda y exacta. Ha dejado escrito, aunque iné-
dito, como ya se ha dicho, el Ensayo bio-bibliográficc sobre los médicos y natu-
ralistas arábigo-españoles. Era su propósito formar una Biblioteca bio -biblio-
gráfica DE LA CIENCIA Y LITERATURA ARÁBIGO-ESPAÑOLA, para lo Cual,
aparte las dos obras arriba indicadas, hubiera escrito otras dos, sobre filósofos
v jurisconsultos y sobre matemáticos y astrónomos: estos copiosos frutos de
la semilla que depositara el inmortal Casiri con su 'Bibliotheca arábico-hispana
Escurialensis, hubiera sido, para el autor, preciadísimo timbre de gloría, y para
España soberbio monumento nacional (Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos,
año IV, págs. 496-512, 609-624).
- 643 -
Con frase inimitable, por lo expresiva y propia, ha
dicho Aben Jaldún: «Es que los berberiscos eran
tan cerriles y lanudos como sus dominadores los
árabes» (i).
Éstos no empezaron en España hasta los tiempos
de Abderrahmán I á fijar por escrito las narraciones
históricas. La primera en que concurre esta circuns-
tancia es de Abd el Mélic ben Habib, nacido el año 180
(mar. 796-97) y muerto en Córdoba el 4 de ramadhán
de 238 (17 feb. 852) (2). Protegen las letras Al
Háquemll y Al Mansur, el ministro de Hixem II. En
tiempo de Abderrahmán III dejó el cultivo de las cien-
cias de ser patrimonio exclusivo de la aristocracia,
comenzando entonces á entender en ella los eslavos.
Los reyes de taifas, émulos del esplendor de los cali-
fas, rodeáronse de literatos que transmitiesen á la pos-
teridad el recuerdo de sus más ó menos legítimas
glorias. Los almorávides y almohades nada hicieron,
efecto de su ruda barbarie, que no tuvo, por sus
propias discordias y el avance de los cristianos,
tiempo para tocar el límite á que habían llegado
sus dominados. El mayor florecimiento literario ma-
hometano en España, su apogeo en la carrera del
progreso, abarca el periodo comprendido entre los
siglos xi y xiii.
Pero también entonces había llegado á completarse
la fusión de los heterogéneos elementos que constituían
la sociedad arábigo-española. Cuando, según testimo-
(1) El archivo, V, 229.
(2) Véase la pig. 99 de este tomo.
— 644 —
nio del propio Aben Jaldún, árabes y berberiscos
estaban envueltos en la más crasa ignorancia, los
españoles estaban muy adelantados en toda suerte de
disciplinas. Los indígenas, hispano-romanos en su
mayor parte, con el poderoso ascendiente de su litera-
tura latina y de su civilización cristiana, llegaron á
predominar sobre los árabes, cuyo número era muy
exiguo, y sobre el más copioso de mauritanos y berbe-
riscos. Entonces, como antes, se cumplió esa ley de la
Historia, según la cual un pueblo más ilustrado,
vencido en el terreno de la fuerza bruta, más pronto
ó más tarde acaba por prevalecer en un orden más
elevado (i). Los romanos fueron conquistadores de
los griegos, pero la cultura helena se sobrepuso á la
del Lacio; vencieron los godos á los hispano-romanos,
mas la civilización romana ahuyentó la ignorancia
visigoda; triunfaron Táric y Muza y, sin embargo,
árabes y berberiscos, igualmente rudos, quedaron á
merced de los mosalemas, muzárabes y muladíes. El
ya citado Aben Jaldún, de Túnez, escribía á principios
del siglo xv: «Un pueblo vecino de otro que le sobre-
puja en cultura intelectual y al cual debe la mayor
parte de la suya propia, no puede menos que copiarle
y remedarle en todo. Esto pasa hoy mismo en los
moros andaluces (españoles) por sus relaciones con
los gallegos (cristianos castellanos): pues tú los verás
cuánto se les asemejan en los trajes y atavíos, en usos
y costumbres; llegando al extremo. de poner imágenes
y simulacros, tanto en lo exterior cuanto en lo más
(i) El ^Archivo, I. c.
— 645 —
retirado de sus alcázares v edificios. Quien observe
esto con ojo de sabiduría, lo habrá de estimar como
resultado forzoso de extranjera superioridad y pre-
dominio» (i).
El nombre ó apellido hispano-latino ó godo que
llevan muchos autores árabes, revela su procedencia
cristiana, como que la mayor parte de la nación estaba
poblada de hispano-latinos ó godos. Éstos, después
de apostatar de la religión de sus mayores, tomaron
nombres musulmanes y se engalanaron con falso
abolengo arábigo, pero siempre en su fondo conser-
varon, más ó menos atenuado, un espiritualismo qire
no tuvo su cuna en la Arabia ni procedía de los agrestes
é incultos riscos del Atlas. En nada se revela tanto la
influencia cristiana como en el carácter típico y muy .
especial de la mujer arábigo-española. «Mientras que
allí (en Oriente), escribe el barón Adolfo Federico de
Schak, con raras excepciones el amor se funda en la
sensualidad, aquí arranca de una más profunda incli-
nación de las almas y ennoblece las relaciones entre
ambos sexos.» Hijas de muzárabes fueron laf mujeres
que más sobresalieron en la España Árabe: vascongada
era la princesa £obh, esposa de al Háquem II y madre
de Hixem II. De raza indígena era, probablemente, una
dama que á mitad del siglo xi floreció en Valencia, la
cual aprendió de su marido, el literato Abu'l Motháricf,
gramática y lexicología árabe: sobresalió en la métrica,
(i) El Archivo, V, 269, nota.— A pesar de la declaración que Aben Jal-
dita hace de que los moros se asemejaban en sus trajes á los cristianos, Dozy
dice del Cid que era más musulmán que católico, porque aun en su tumba
llevaba vestido árabe (Véase la pág. 394 de este tomo).
— 646 —
y estuvo dotada de memoria tan feliz, que recitaba
y explicaba las obras clásicas de al Mobárrad y del
Calí. Y entrado el siglo xii, otra literata, natural de
Valencia, hija de Abdeláziz ben Muza ben Tháhir,
llamada por nombre Tona, ó Antonia, y por sobre-
nombre arábigo Habiba, la cual murió en 1112, es
celebrada de Aben Pascual por su mucho saber,
letra gallarda y, más aún, por su religiosidad y
honradez (1).
El argumento con que procura evidenciar el señor
Eguílaz la superioridad é influencia de la civilización
cristiana, es concluyente. Los árabes, dice, conquis-
taron y dominaron simultáneamente el África y España:
¿por qué mientras las ciencias, las letras y las artes
florecen en nuestro suelo, siguen nuestros vecinos
sumidos en la barbarie? Convencido de la supremacía
intelectual de los indígenas sobre sus dominadores
el alemán Lübke, ha dicho: «Si el arte árabe se
desarrolló en España con más perfección que en los
otros países islamizados, se debe, sin duda alguna,
á las relaciones intimas de moros y cristianos, pues
éstos comunicaron á aquéllos algo de lo noble,
amable y caballeresco que resplandece en todos los
ramos de su civilización, ciencias, artes y poesía» (2).
(i) Ei Archivo, V, 265 273. — En el discurso de don Víctor Balaguer
ante la Academia de la Historia sospecha que «la poesía provenzal pudo nacer
de la misma fuente que la española toda, es decir, de la poesía árabe;» pero
contra esto dice Renán en su Hist. des langues semitiques: «Ni la poésie
proveozale ni la chevalerie ne doiveot rien aux rausulmans; un abime separe
la forme et l'esprit de la poésie romaine de la forme et de l'esprit de la
poésie árabe. j>
(2) El Archivo, V, 229-230.
— «47 —
Las pruebas concluyentes que sobre tal asunto ha
presentado Simonet, han hecho confesar a Dozy
paladinamente que padeció error al defender la preten-
dida superioridad de la cultura arábiga sobre la
hispano-latina.
Resumiendo. En los comienzos dijimos que al
principio del siglo vm era general en España la
corrupción de costumbres. Entraba, al parecer, en el
plan de la Providencia que esta nación no muriese
entonces. De ahí que si al primer soplo del huracán
del desierto cae junto al lago de Janda, al momento
asoma en las crestas del Pirineo convertida en
gigante. Extiende sus ya vigorosos brazos, y Toledo
y Zaragoza caen 'en poder de Alfonso VI de Castilla
y de Alfonso I de Aragón. El eclipse que en Zalaca,
Fraga y Alarcos sufren las armas cristianas, realza
el brillo del triunfo que en las Navas alcanzan
Alfonso VIII, Pedro II y Sancho VIL Con las perlas al
Islam arrancadas en Mallorca, Valencia y Murcia,
en Córdoba, Jaén y Sevilla, aumentan Jaime el Con-
quistador y Fernando el Santo el valor de sus coronas.
El casamiento de los Reyes Católicos es prenda de
la tan suspirada unidad nacional. España, unida,
da cima á una regeneración de ocho siglos al clavar el
lábaro santo de la Cruz en la alcazaba de Granada,
postrer baluarte que al último rey moro de España
quedaba. Y, por si tanto laurel y el brillo de tanto
esplendor aqui no fuera posible encerrar, un Nuevo
Mundo arranca á los mares Colón, y el laurel de
España ciñe á la tierra y á todo el Mundo se extiende
la gloria de España. Estaba moribunda, sanó y ejerció
— 648 —
el más sublime apostolado empuñando la antorcha de
la civilización. La dominación agarena fué el instru-
mento de que la Providencia se valió para realizar tan
estupendo prodigio.
,-<H$B^H
ÍNDICE
Páginas.
Dfdicatokia. . . V
Prólogo vn
PRIMERA PARTE
Desde la Invasión hasta la Disolución del Califato
(713-1038).
Capítulo I. — Invasión (7/^). — Reseña geográfica: el libro de
Idacio Lemicense, la Hitación de Wamba, el Códice Ovetense
y la División de Yúsuf el Fihri. — Diócesis de la provincia
Cartago Spartaria: Bigastro y Elche; Denia, Játiba, Valencia,
Valeria y Segorbe; Tortosa. — Estado político y social de
España durante las postrimerías de la monarquía visigoda; los
males del sistema electivo; Witiza y Achila; Rodrigo.— EÍ
clero: Sinderedo y Opas. — Connivencia de los judíos con los
árabes. — Indiferencia de los hispano-romanos. —El conde don
Julián. — La Arabia: Mahoma; propagación del Islamismo.—
El califa Walid; Muza ben Noséir; Tarif Abu Zora; Tárik ben
Ziyed. — Teodomiro; su fidelidad, valor é ingenio; Abdeláziz
y capitulación de Orihuela; el reino y tierra de Todmir. —
Correría de Tárik desde Tortosa hasta Denia. — Cultura, mora-
lidad y tolerancia de los árabes. — Lamentos del único autor
testigo presencial de la ruina de España 1
Capítulo \\.*—Wal\es dependientes de 'Damasco (7/^-7/4). —
Supuestos walies de Valencia: hechos que se les atribuyen. —
Confirma el Califa el pacto de Orihuela. — Árabes y berbe-
riscos, beledíes y sirios. — Abdelmélic ben Katan: los Beni
Cásim: Alpuente. — Abu'l Jatar; infracción del pacto de Ori-
huela: Atanahildo, su protesta: los sirios, campeones del
82
derecho. —Yúsuf el Fihri: partido que sigue Valencia. — Ciu-
dades de la provincia Tolaitola 33
Capítulo III.— Fundación del Emirato de Córdoba (7J/-7^7)-~—
Abderrahmán ben Moáwiya, los hijos de Yúsuf en Valencia y
Todmir, para oponerse al Omeya: Samail, vencido, huye á
Todmir: último esfuerzo de Yúsuf en Lecant y Todmir. —
Traslación del cuerpo de San Vicente Mártir: situación de los
muzárabes en general: iglesia de los muzárabes valencianos. —
Venida de Abderrahmán á Valencia: el Sekelebí en Tortosa.
— Vasta conjura contra el Emir: desembarco y derrota del
Eslavo. — Abderrahmán I en Denia: sumisión de Cásim el
Fihri. — Los walíes de Valencia y de Todmir juran á Hixem
por sucesor de Abderrahmán: el reino de Todmir. — Un
literato árabe gobernador de Alcira 52
Capítulo W .—Guerras de Sucesión (787-852). — Rebelión de
Zaid ben Hozain ben Yahya el Ansari: muerte del wali de
Valencia: muerte de Zaid. — Primera guerra de Sucesión:
derrota de los principes rebeldes: Abdallah el Valenciano. —
Enseñanza obligatoria del idioma y escritura árabe á los muzá-
rabes,— Segunda guerra de Sucesión: retíranse hacia Todmir
los rebeldes: su derrota, y muerte de Solimán: refugiase
Abdallah en Valencia: honrosas condiciones de paz. — Al
Háquem I en Valencia. — El reino de Todmir islamizado. —
Tercera y última guerra de Sucesión: vese obligado Abdallah
á correrse á tierra de Todmir y encerrarse en Valencia: sitíala
Abderrahmán II: la mezquita de Bab Todmir: generosidad del
Emir, y terminación de la guerra: Abdallah) señor de Todmir:
supuesto origen de Gandía.— Despotismo de los Emires: las
madrisas ó escuelas públicas: la circuncisión obligatoria á los
muzárabes 69
Capítulo V. — Luchas por la Independencia (¿j 2 -9 12).— Reseña
geográñca del moro Rasis. — Tudemir: Orihuela, Alicante y
Benicadell. — Valencia: Játiba, Alcira, Valencia, Murviedro y
Burriana. — Ríos: el de Valencia, el Júcar y el Segura. — El
tercer rey de Valencia: traslación del cuerpo de San Vicente:
sumisión de Todmir y Valencia al emir Muhámad I. — Los
Normandos en Orihuela é inmediaciones de Valencia. —
Theudeguto, obispo de Elche, en el concilio de Córdoba. —
Los Renegados: trágico fin de Zeid ben Cásim: el principe
Mondhir en Valencia: Daisam y Aslami 94
Páginas.
Capítulo VI. — Califato de Córdoba (912-1002).— Sométese la
región de Levante: Daisam y Aslatni: Abderrahmán III. —
Batalla de Simancas: el wali de Valencia: los Beni Gehaf. —
Los eslavos: los Beni Cásim.— Al Háquem II: su educación
por el valenciano Ozmán el Moshafí: influencia del cadi
valenciano Abderrahmán ben Gehaf: canales de riego en
^Valencia. — Hixem II: calda del hágib Giafar ben Ozmán y
exaltación de Almanzor: vigésima tercia expedición: esplen-
didez de Áhmed ben ai Khattab. — Hombres célebres: Abu
Abdallah, Aben al Maxath al Motácim Bihla, Abderrahmán
Abu Matreph, Aben al Faradhi.— Las macboras ó cementerios
musulmanes de Valencia, ........... 114
Capítulo VIL— Disolución del Califato (1002-1018).— Abder-
rahmán Sanchuelo, padre del primer emir independiente de
Valencia. — Los señores eslavos de la región de Levante
siguen la parcialidad de los Omeyas. — El hágib Wadha logra
de Hixem II la concesión de alcaidías y tenencias perpetuas á
favor de los eslavos de Todmir, Cartagena, Alicante, Denia y
Játiba. — Mudháfar, Mobarac y Lebib, señores de Valencia y
de Tortosa. — El alcaide Aben al Faradhi. — La Sahlá.— *
Solemne proclamación de Abderrahmán IV en Valencia. —
Abd el Wahidi, walí'i coda de Játiba.— Hixem III en Al-
puente.— Ilustre genealogía de los Beni Cásim 134
SEGUNDA PARTE
Desde la disolución del Califato hasta la Reconquista
(1038-1232).
Capítulo I. — %egión de Levante durante la primera dinastía de
'Denia (1013-1076} . — Mugéhid, liberto de Al Manzor.— Wali
de Denia. — Declárase independiente. — Su fidelidad á la dinas-
tía legitima. — Dominios de Mugéhid. — Sus exp liciones ma-
rítimas: á las Baleares, á Ccrdeña, á Italia. — Benedicto VIH. —
Contrariedades que sufre Mugéhid. — Vuelve á las Baleares y
á España. — Su amistad con los condes de Barcelona. — Toma
parte en la proclamación de Abderrahmán IV. — Abdeláziz,
primer emir de Valencia. — Causa de la enemistad entre
Abdeláziz y Mugéhid.— El emir de Valencia hereda á Zohair,
Piginai.
de Almería.— Vasta extensión de los dominios de Abdeláziz.
—Muerte de Mugéhid.— Su carácter. — Sus hijos Ali y Hazan.
Casamientos entre los principes musulmanes de esta región. —
Guerras entre los emires de Toledo y de Sevilla. — Distinta
parcialidad que siguen Valencia y Denia.— Amistad de Ali coa
los condes de Barcelona. — Abdelmélic, sucesor de Abdeláziz.
— Fernando I de Castilla y de León sitia á Valencia. — Al
Mamún, emir de Toledo y suegro de Abdelmélic, despoja de
sus estados á éste y los agrega á Toledo.— Al Moctádir, de
Zaragoza, se apodera de Denia 151
Capítulo II.— Dinastías 2.» y j*de Valencia (1076-1086).— Abu
fiecr ben Abdeláziz, tributario de Al Mamún, y después inde-
pendiente.— Paga tributo á Alfonso VI. —Tentativas de Aben
Ornar, ministro del emir de Sevilla, contra el reino de Mur-
cia.— Aben Thábir se refugia en Valencia. — Proclama de Aben
Ornar á los valencianos, para que se subleven contra su emir.
— Mondhir, emir de Denia, Lérida y Tortosa. — Guerras cqn \
su hermano Mutamin, emir de Zaragoza. — El Cid derrota á \
Mondhir en Almenara.— Morella y Alcalá de Chisvert. — Otra
derrota junto al Ebro. — Correrla de Mondhir por Consuegra
hasta Medina del Campo.— Prisión de Aben Ornar.— Carta
que le envia el emir de Valencia. — Casamiento de Mostahin,
hijo de Mutamin, con una hija del emir de Valencia. — Rei-
nado de Ozmán.— -Guerra civil.— Es depuesto Ozmán. . . 187
Capítulo III. — Yahya al Kádir, antes de la venida del Cid
(jo£6-ro<??).— Yahya ben Dzin Nun, al Kádir Biilah.— Sale
de Toledo para Valencia. — Hospédase en Cuenca. — Los Beni
Faraig.— Muerte de AbuBecr ben Abdeláziz.— Guerra civil
entre sus hijos. — El gobernador de Murviedro.— Yahya y
Alvar Fáñez en Serra. — Es depuesto por la aljama el cadí
Ozmán.— Entrada de Yahya en Valencia. — Privanza y pru-
dencia de Aben Lebún. — Falsos obsequios de los valencianos
á Yahya. — Pidenle que despida á los auxiliares castellanos. —
El impuesto de la cebada.— Aben Mahcor, gobernador de
Játiba. — Sitianla Yahya y Alvar Fáñez. — Pide socorro Aben
Mahcor al emir de Denia.— Retirase de Játiba el emir de Va-
lencia.— Llega hasta las puertas de Valencia Mondhir. — Vese
obligado á retirarse á Tortosa. — Crueldad de las tropas de Alvar
Fáñez. — Son encarcelados los hijos de Abu Becr. — Logran
huir á Murviedro.— Yahya escribe á Yásuf ben Taxfin. — Parte
Piginas.
que toma en la ¡ornada de Zalaca. — Sitia Mondhir á Valencia.
— Prudente consejo de Aben Tháhir.— Mostahin, emir de
Zaragoza, y el Cid obligan á Mondhir á levantar el sitio. —
Disgasto qne recibe Mostahin 201
Capítulo IV. — Yahya al Kádir protegido por el Cid (1089-1092).
— Sitio de Jérica. — Habilidad del Cid. — Pasa á Castilla. —
Vuelve á Valencia. — Torres-Torres. — Rodrigo ahuyenta de
Valencia al conde de Barcelona. — Expedición á los montes de
Alpuente. — Pretende unirse á Alfonso VI, y no lo consigue.
— Elche, Polop, Tárbena y Ondara. — Su entrada en Valen-
cia.— Burriana y Morella. — Tobar del Pinar. — Paz con Beren-
guer Ramón II.— El Campeador en el Puig.— Muerte de
Mondhir.- -Su hijo Suleimán. — Los Beni Betyr ó Aben Mon-
ead.— Protección que les dispensa el Cid. — Tributos que per-
cibía el Cid.— Sitio de Liria. — Se pne Rodrigo á la expedición
de Alfonso VI contra Andalucía. — Enemistanse rey y vasallo.
— Benicadell. — Enfermedad de Yahya.— Marcha el Cid á Zara-
goza.— Sitia Alfonso VI á Valencia. — Venganza de Rodrigo.
— Hácense dueños de Murcia y de Denia los almorávides. —
Aben Gehaf. — Revolución que provoca en Valencia. — Asesi-
nato de Yahya 222
Capítulo V. — Periodo republicano (nov. 1092'jul. 109 ¿).— Tiene
el Cid conocimiento de la muerte de Yahya. — Su venida al
Puig. — Sitio de esta fortaleza.— Incapacidad de Aben Gehaf
para el mando. — Cartas de Rodrigo al cadi. — Orden comuni-
cada por el Cid á los castillos de la jurisdicción de Valencia. —
El señor de Murviedro entrega los suyos al de Albarracin. —
Algaras en la huerta de Valencia. — Respeto y consideración k
los trabajadores del campo.— Ejército de defensa en Valencia.
—Guerra civil en la ciudad. — Los Beni Guáchib. — El alcaide
de Carlet. — Fomenta Rodrigo la discordia en la ciudad. — Pro-
cura ganarse al cadi. — Se apodera del tesoro enviado á Aben
Aixa. — Rendición del Puig y reedificación de la villa y castillo.
Establece Rodrigo su campamento en la Derramada. — El
watsir de Mostahin. — Apodéranse de la Villanueva los cristia-
nos.— Toma de la Alcudia. — Sométese Valencia al dominio
de Rodrigo 252
Capítulo VI. — Periodo republicano (Continuación) (jul. 109 j-
mar. 1094). — Provocación del Cid al ¡efe de los almorávides.
— Inteligencia de Rodrigo y de Aben Gehaf con los caudillos
Páginas.
de Játiba y de Cutiera. — Castigo al de Ale ira, por negarse á
entrar en la coalición. — Correrla hasta Villena. — El Cid en
Benicadell. — Tratos de Aben Razin con Sancho Ramírez: in-
cursión de Rodrigo en tierras de Albarracin. — Aproximase á
Valencia un ejército de almorávides, y sus moradores se rebe-
lan contra el Campeador. — La munia de Aben Abdeláziz. —
Caída de Aben Gehaf. — Indicaciones topográficas. — Precau-
ciones de defensa contra los almorávides tomadas por el Cid.
— Retirada de los almorávides. — Apurada situación de Valen-
cia.— La elegía y comentarios sobre ella de al BataxL — Abda-
Hah ben Hayan. — Arterías de Aben Gehaf para suplantar en el
mando á los Beni Guáchib. — Inteligencias del cadi con el Cid.
—Son reducidos á prisión los Beni Guáchib.—- Exaltación de
Aben Gehaf. — Carta de Abderrahmán ben Tháhir 275
Capítulo Vil.— Periodo republicano (Conclusión) (marzo-junio
1094). — Entrevista de Aben Gehaf con el Cid en la Villanueva.
— Condiciones de paz que impone Rodrigo.— Niégase el cadi
á entregar en rehenes su hijo. — Protección que el Cid dispensa
al bando opuesto al cadi. — Renuévase el sitio.— Despotismo
de Aben Gehaf. — Triste situación de los sitiados. — Máquina de
guerra empleada por los cristianos. — Hambre desoladora en
los muslimes.-— Testimonio de escritores árabes. — Petición de
socorro hecha al emir de Zaragoza, al rey de Castilla y al jefe
de los almorávides. — Revuelta en la ciudad.— Queda sofocado
el alboroto. — Miserable situación á que se ven reducidos ios
sitiados. — Ataque de los cristianos á la Puerta de la Culebra
(Valldigna). — Peligro que corre el Cid. — Crueldad á que son
sometidos los cautivos. — La tropa Ad Dawar. —Aben Habet y
al Wattah.— Aben Abdús. — Condiciones de rendición. — Men-
sajes á Zaragoza y Murcia. — Fecha de la rendición de Valencia
al Cid.— La guarnición muzárabe 310
Capítulo VIII.— El Cid (Í094-J09J).— Rodrigo Díaz de Vivar.
— Lugar y fecha de su nacimiento.— Sus padres. — Importancia
de Rodrigo antes de la batalla de Llamada.— Golpe jar.— El
Campeador en Zamora. — Su casamiento con la sobrina de
Alfonso VI.— Aprecio en que hasta 1076 le tuvo el Rey.—
Rompimiento de don Alfonso con Rodrigo. — Destierro de
Rodrigo. — Pasa á ofrecer sus servicios á los condes de Barce-
lona.— Le sorprende en Zaragoza la muerte de al Moctádir. —
Rendición de Valencia al Cid.— Entrada de los cristianos.
Pigints.
— Entrada del Cid.— Primer discurso del Cid á los moros
de Valencia. — Batalla de Cuart. — Traslación de moros á la
Alcudia. — Segundo discurso. — Consejo de Aben Abdús. —
Prisión y muerte de Aben Gehaf. — Fija el Cid en Valencia su
morada. — Alabanzas de Aben Tháhir al cadi. — Tercer discur-
so.— £1 Cid Campeador 333
Capítulo IX. — El Cid (Conclusión), (ío^j-zo??).— Don Jeró-
nimo en Valencia: purificación de mezquitas y su consagra-
ción al culto católico. — Venida de doña Jimena. — Conquista
de los castillos Olocáu y Serra. — Alianza de Pedro 1 de
Aragón y el Cid, — Entrevista en Burriana. —Expedición á
Benicadell, y batalla de Bairén. — Conquista de Almenara, y
rendición de Murviedro. — Célebre documento de dotación á
la catedral y obispo de Valencia: Picasent, Alcanicias, el
Puig, Farnals, Almenara y Burriana. — Derrota de Alvar Fáñez
en Cuenca, y de un cuerpo de ejército del Cid en Alcira. —
Muerte del Cid.— Fecha de la misma. — Injusticia con que se
le ha tratado por historiadores extranjeros: Viardot y Dozy.
— Proceso de beatificación del Cid, y Felipe II. — Vindicación.
— El Cid de la realidad. — Valenda debe perpetuar con un
monumento la memoria de Rodrigo Díaz de Vivar. . . . 366
Capítulo X. — "Doña Jimena (ioyy-noz).— Empeño de Yúsuf
ben Texufín en recobrar á Valencia. — Syr Ipen Abi Becr y
Alvar Fáñez. — Concordancia entre la General, Conde y la
Historia Leonesa. — Episodio trágico árabe. — Confirma doña
Jimena la donación de su marido á la catedral de Valencia y
á su obispo. — Abu Muhátnad Mazdalí. — Último sitio puesto
por los almorávides á Valencia. — El obispo don Jerónimo
acude á Alfonso VI en demanda de auxilio. — Los cristianos
abandonan á Valencia y la incendian. — Traslaciones del
sepulcro del Cid.— Doña Jimena. — Don Jerónimo. — Las hijas
del Cid. —Alvar Fáñez 399
Capítulo XI. — ^Almorávides (1102-1144). — Entrada de los
almorávides en Valencia. — El poeta alcireño Aben Jafachá. —
Carta de Abderrahmán ben Tháhir. — Fecha de la entrada de los
almorávides.— Movimiento literario. — Gobierno de Temim.
- De Muhámad ben Alhag. — Mostahin, emir de Zaragoza, y
su hijo Imado d'Dolah. — Conquista de Morella. — Rendición
de Zaragoza á Alfonso I. — Escuela de Abu Ali en Játiba. —
Cutanda.— Buñol y Segorbe tributarios de Aragón. — Entrada
Páglnw.
de Alfonso el Batallador hasta Jitiba. — Sitios de Valencia,
Alcira y Denia, y toma de Benicadell.— Movimiento literario,
— Saif ad Dolah. — Aben Gania, walí de Valencia, en Fraga y
en Toledo. — El poeta alcireño Abu Talib Abd el Gewar. . • 424
Capítulo XII.— Interregno almoravide almohadi {1145-1172). —
Merwán, SaifaJola y ^Aben %Ayadb (abr. 1145-ag. 1147). —
Revolución contra los almorávides. — El sobrino de Aben
Gania abandona á Valencia y se hace fuerte en Játiba. — Pro-
clamación de Merwán. — Muerte de Abu'l Kattab(de los Beni
Guáchib) en Orihuela. — Duración del sitio de Játiba: inte*
rrupciones que sufre el auxilio de Aben Giafar al emir de
Valencia.— Rendición de Játiba y solemne entrada de Merwán
en Valencia. — Destronamiento de Aben Tháhir y de Merwán.
—El castillo de Montroy.— Saifadola, emir de Murcia y de
Valencia. — Su ingratitud y muerte. — Movimiento literario. —
Muerte del arráez de Cuenca, Abdallah ben Faraig. — Breve
reinado de Aben Ayadh en Murcia y en Valencia.— Obispo
de Denia á mitad del siglo XII 485
CapItulo XIII. — Interregno almoravide-almobade (114^1172),
(Conclusión). — ¡Aben Sad (1 147- 1 172). —El reino de Valencia
según el Nubiense. — Verdadero nombre de Aben Sad, y dura-
ción de su reinado. — Su proclamación en Valencia y en Murcia.
— Hechos de Aben Gania, antiguo wali de Valencia.— Conquista
de Almería.— Remate de Aben Gania. — Ramón Berenguer IV
conquista las plazas de Cataluña fronterizas con Valencia. —
Donación de Peñíscola. — Aben Sad, vasallo de Castilla y de
Aragón. — Movimiento literario durante su reinado. — El emir
de Valencia se apodera de Granada. — Donación de Cutiera ó
Cervera á los hospitalarios.— Convenio de partición de con-
quistas entre Aragón y Castilla. — Batallas de as Sabica,
Úbeda y al Gelab. — Defección de Hamusec— Á la muerte de
Ramón Berenguer IV, deja Aben Sad de pagar las parias á
Aragón. — Donación de Chivert y Oropesa á los templarios. —
Entrevista de Alfonso VIII y Alfonso II en Tarazona. — Alba-
rrac'in. — Rebelión de Alcira. — ídem de Valencia. — Incerti-
dumbre acerca del año y punto en que murió Aben Sad.-— Los
almohades dueños de Valencia 509
Capítulo XIV. — ^Almohades (1172-1220). — Cid Abü Abdallah.
— Pone sitio á Valencia Alfonso II. — Diezmos y primicias
de la iglesia de San Vicente Mártir. — Auxiliado Alfonso del
Vigtnis.
walí de Valencia, sitia á Játiba. — Se le declara tributario el
señor de Murcia. — Quebrantamiento de paz. — Somete de '
nuevo Alfonso á Játiba y Valencia. — Donación de los diezmos
y primicias de la iglesia de San Vicente al monasterio de San
Juan de la Peña. — Entrégase Cuenca á los cristianos. —
Arreglo entre los monarcas de Aragón y Castilla acerca de la
conquista de Valencia y Murcia. — El convenio de Cazorla. —
Movimiento literario. — Derrota de los cristianos junto á
' Requena. — Traslación del cuerpo de San Vicente Mártir
desde el Promontorio Sacro á Lisboa. — Sitio de Santarén. —
Última campaña de Alfonso II contra Valencia. — Nuevos
convenios entre Pedro II y Alfonso VIII en orden á las
conquistas de Valencia y Murcia. — Treguas con el emir de los
almohades. — Movimiento literario. — Confirmación de dona-
ciones á los sanjuanistas. — Reconquista de Ademuz. — Entrada
de Alfonso VIII hasta Játiba. —Última donación de Pedro el
Católico. — Inmoralidad en el gobierno de los almohades. —
Otra derrota en Requena 558
Capítulo XV. — ^Almohades (Conclusión) (1220-1232). — Qeid
Abu Qew. — Título y nombre del último walí almohade de
Valencia: su ascendencia: sus dotes, carácter y cultura. —
Médicos y naturalistas arábigo-valencianos. — Continúan los
castellanos sus entradas en tierra de Valencia. — £eid y Fer-
nando III en Moya: declárase vasallo del rey de Castilla el
príncipe almohade: general disgusto que en Aragón cansa
ese acto. — Guerra civil entre los muslimes de España á la
muerte del emir Al Mostánsir: Al Adel Billah es proclamado
en Murcia á despecho de £eid. — Jaime I sitia por mar y
tierra á Penis cola. — Abandona £eid su vasallaje á Castilla y se
hace tributario de Aragón. — Guerra civil en Aragón por la
entereza de Jaime I en que se cumplan las treguas pactadas
con Qtiá. — Don Blasco de Alagón en Valencia. —Conversión
de^eid al Cristianismo. — Proclamación de Al Motawaquil en
Murcia: es reconocido en Játiba y Denia. — Levantamiento de
Zaén. — Qzii en Calatayud. — Correría de Zaén hasta Tortosa.
— Recobra á Denia. — Término de la dominación almohade. —
Movimiento literario. «-Juicio sobre el valor y alcance de la
cultura árabe en Valencia 598
63
FE DE ERRATAS
DICE
LÉASE
vamos
1
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encantadores
encantadoras
y los
y á los
Guádix
Guadix
f abema
galerna
Somail
Samail
tropas hacer
tropas deseos de hacer
Aúnela
Aúnela
(en 866-867)
(en. 866-867)
cuanto
cuando
de
el
corteo
cortejo
Meruades
Meruanes
ladod el
lado del
Mondzir
Mondhir
Tamariz
Tamarite
Escarps
Escarpe
Cinea
Cinca
Rozy
Royz
se ó tituló
se tituló
por estas
por una de estas
Dunar
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Habel
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los
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izol
fízol
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al
el
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de
ábstulitis
abstulistis
es
et
Plaenit
Placuit
hune
hunc
discusiones
disensiones
Páginas.
Lineal.
5
13
13
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20
25
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1
46
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95
23
109
4
109
20
126
28
130
3
134
13
185
18
193
2
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8 y 18
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197
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28
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8
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13
310
13
312
11
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18
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