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Full text of "Valencia árabe"

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VALENCIA   ÁRABE 


— -    X>40+,- 


VALENCIA 


ÁRABE 


POR 


DON  ANDRÉS  PILES  IBARS 

REGEXTR     DE     LA    NORMAL     DE    MAESTROS 

DE     S1COOVIA, 
HIJO    ADOPTIVO     DE    CULLERA, 
t  PREMIADO  POR  LA  REAL  ACADEMIA  DE  LA  HISTORIA 

É     INDIVIDUO 
CORRESPONDIENTE     DE     LA    MISMA. 


O    t-^ 


TOMO    I 


VALENCIA— 1 90 1 

IMPRENTA    DE    MANUEL    ALUFRE 

Pellicers,  6. 


Z?-po-<c\    1>1 


*,£ 


HARVARD 
UNIVERSITY 

U  D  R ARY 
MAR   7  1963 


'Rjservados  los  aeréelas  de 
propiedad. 


DEDICATORIA 


Al  Illmo.  Ayuntamiento'  de  la  Ciudad  de  Chilera 


Illmo.  Sr.: 

$i  cuantío  esa  población  ostentaba  el  título  be  uilla, 
modesto,  sí,  pero  Ijonroso,  llenábame  be  noble  orgullo  el  ser 
¡jijo  suyo  por  abopción,  ¿cuánto  majo*  no  Ije  be  sentirle  aljo- 
ra,  cuanbo  el  mérito  be  su  gloriosa  Ijistoria  le  Ija  babo  títulos 
sobrabos  para  ser  eleuaba  á  la  categoría  be  ciubab?  fíicn 
quisiera  ser  bigno  bel  alto  cuanto  inmerecibo  Ijonor  con  que 
me  fauoreció  la  bonbab  be  esa  ilustre  Corporación;  mas  ya 
que  con  el  talento  no  lo  pueba  conseguir,  no  bejarc  be  inten- 
tarlo al  menos  con  la  noluntab.  ^cepta,  filmo,  ayuntamien- 
to, representación  la  más  genuína  be  esa  mi  amaba  patria 
aboptiua,  este  pobre  obsequio  que  en  su  altar  beposita  el  más 
Ijumilbc  be  sus  Ijijos. 


fcgouia,  12  be  flayo  be  1901. 


PRÓLOGO 


No  doy  á  este  libro  el  título  de  Historia ,  porque  más  bien  le  cuadra 
el  de  Apuntes  ó  Notas;  pero  no  me  atrevo  á  llamarle  asi,  por  temor  á 
que  este  proceder  se  atribuya,  no  á  la  convicción  que  abrigo  del  escaso 
mérito  que  encierra,  sí  á  modestia  afectada,  siempre  más  odiosa  que  el 
propio  orgullo:  corra,  pues,  con  el  que  impensadamente,  y  porque 
alguno  tuviera,  le  puse  de  Valencia  Árabe,  por  indeñnido  y  vago  que 
resulte. 

Bien  revela  esta  indicación  que  aquí  no  ha  de  buscarse  un  trabajo 
que  responda  con  fidelidad  al  significado  de  la  palabra  Historia  tomada 
en  su  acepción  más  genuína:  no  un  cúmulo  de  noticias  depuradas  en 
grado  tal  que  adquieran  la  categoría  de  axiomas;  no  entre  ellas  la  traba- 
zón y  enlace  tan  ajustados  que  á  la  vista  se  ofrezca,  cual  todo,  sin  solu- 
ción de  continuidad  el  conjunto-,  no  la  manifiesta  relación  entre  los 
hechos  y  sus  causas;  no  el  exacto  desarrollo  del  plan  divino  en  su  apli- 
cación al  género  humano. 

Ello  reclama  que  al  hombre  se  le  observe  en  todas  las  manifestacio- 
nes de  su  actividad;  que  no  sea  tan  sólo  objeto  de  estudio  el  curso  de  los 
acontecimientos  políticos,  si  bien  es  innegable  que,  de  ordinario, 
constituyen  ellos  la  resultante  de  todas  aquellas  manifestaciones:  la 
religión,  leyes  y  costumbres,  las  ciencias,  letras  y  artes,  la  agricultura, 
industria  y  comercio...,  todo  esto,  y  aun  algo  más  de  orden  secundario, 
ha  de  abarcar  un  libro  de  Historia,  para  que  merezca  este  nombre; 
porque  sólo  así  se  descubren  las  causas  donde  en  realidad  existen,  pues 
todas  las  facultades,  cuál  más,  cuál  menos,  influyen  en  la  marcha  de  los 
pueblos,  como  es  la  resultante  el  efecto  común,  la  suma  de  todas  las 
faerzas  concurrentes;  sólo  así  se  comprende  si  el  hombre  cumple  una 
ley,  de  que  mal  puede  estar  exento,  cuando  'hasta  en  la  mera  materia 


—  VIII   — 

nada  hay  que  se  sustraiga  á  una  regla;  sólo  asi  se  explica  por  qué  á  la 
observancia  de  esa  ley  está  vinculada  la  prosperidad  de  nuestra  especie  y 
por  qué  es  secuela  indefectible  de  su  transgresión  la  inestabilidad  en  la 
vía  del  progreso,  á  semejanza  del  cuerpo  en  que  la  vertical  que  pasa  por 
su  centro  de  graveded  cae  fuera  de  la  base  que  le  sustenta. 

Sólo  ajustada  la  Historia  al  concepto  acabado  de  exponer  es  útil,  y 
llena,  además,  todas  nuestras  aspiraciones:  para  el  que  busca  en  ella 
esparcimiento  y  grato  solaz,  ofrece  escenas  más  interesantes  y  cuadros 
no  menos  animados  que  la  misma  novela;  tiene  para  el  hombre  pensador, 
el  mérito  de  mostrarle  el  origen  y  punto  inicial  de  los  sucesos;  es  para 
quien  ama  la  educación  moral,  limpísimo  espejo  en  que  la  humanidad  se 
refleja  con  el  atractivo  de  la  virtud  ó  con  ia  repulsión  del  vicio;  para 
el  hombre  que  tiene  conciencia  de  que  lo  es,  para  el  hombre  religioso, 
Dios  se  le  muestra  guiando  la  humanidad  á  su  destino  á  través  de  gene- 
raciones no  siempre  dóciles  á  su  voluntad,  como  pilotó  hábil  que  aun 
en  medio  de  las  encrespadas  olas  de  un  mar  embravecido  conduce  la  nave 
al  puerto. 

Mis  aspiraciones,  en  harmonía  con  las  aptitudes  y  fuerzas  que  poseo, 
son  bastante  más  humildes:  ya  que  nuestros  arabistas  de  profesión,  que 
muy  competentes  los  hay  valencianos,  desdeñan,  según  parece,  en- 
garzar preciosas  noticias  que  escaparon  á  la  diligencia  de  nuestros 
cronistas,  interesantes  relatos  que  ulteriores  descubrimientos  han  puesto 
de  manifiesto,  valiosos  materiales  que  en  gran  copia  se  han  aportado  al 
pie  de  un  monumento  aún  por  levantar,  yo,  simple  obrero,  animado  de 
un  buen  celo,  en  alas  del  afán  por  depositar  mi  pobre  óbolo  en  el  altar 
de  la  Patria,  intento  narrar,  con  llaneza  y  sin  atavíos,  en  orden  crono- 
lógico y  á  modo  de  escuetos  anales,  del  más  hermoso  periodo  de 
nuestra  historia,  de  un  pueblo  que  ya  no  es  y  habitó  en  nuestros 
hogares,  aquellos  episodios  cuyo  conocimiento  deparóme  la  suerte,  ó 
que  á  costa  de  algunos  desvelos,  no  pocos  afanes  y  penosos  esfuerzos 
he  adquirido.  ¡Ojalá  que  lo  imperfecto  de  esta  labor  despierte  dormidas 
energías!  ¡Quién  sabe  si  para  gloria  de  Valencia  y  esplendor  de  España 
habré  contribuido  con  este  ensayo  á  que  en  no  lejano  día  asome  quien, 
poseyendo  las  dotes  necesarias,  consigne  cual  cumple  en  los  anales  de 
la  Historia  los  fastos  de  nuestra  incomparable  región! 

Por  más  que,  midiendo  la  desproporción  entre  el  verdadero  objeto  de 


—   IX   — 

la  Historia  y  mi  insuficiencia  para  poderle  alcanzar,  jamas  tuve  tal 
pretensión,  no,  por  ello,  he  dejado  de  inspirarme  en  tan  alto  ideal, 
anoque  descontado  tenia  que  los  resaltados,  aun  vaciado  el  trabajo  en 
más  estrecho  molde,  habían  de  ser  quedarme  á  la  honesta  distancia  que 
media  entre  el  modelo  acabado  y  su  copia  más  imperfecta. 

Asi,  por  lo  que  dice  relación  al  esclarecimiento  de  las  noticias,  á  la 
apreciación  de  calidad  en  los  materiales,  los  he  sometido  siempre  que 
ha  sido  posible  (y  en  muchas  ocasiones  lo  ha  sido)  á  la  por  todos  reco- 
nocida como  mejor  prueba,  á  la  piedra  de  toque  de  versiones  tan  dife- 
rentes cual  son  el  testimonio  árabe  y  el  cristiano,  no,  por  cierto,  muy 
distanciados  en  lo  que  atañe  al  fondo,  en  lo  que  afecta  á  lo  intimo  y 
esencial. 

Tanta  importancia  concedo  á  esta  especie  de  contraste,  y  muchos 
convendrán  conmigo  en  que  la  tiene  muy  grande,  que  tal  vez  se  llegue 
á  juzgar  que  incurro  en  nimiedad:  porque,  no  satisfecho  con  dar  á  co- 
nocer el  espíritu,  digámoslo  asi,  del  texto  original,  desconfiando  de  mi 
mismo,  para  evitar  que  de  mis  labios  salgan,  involuntariamente,  desfi- 
gurados los  hechos,  transcribo,  -de  autores  árabes,  extensos  párrafos, 
vertidos,  como  es  consiguiente,  al  habla  castellana,  por  quienes  entre 
nosotros  gozan  de  alta  y  merecida  reputación  de  expertos  en  labor  tan 
difícil;  y  de  los  cronistas  nuestros,  sendos  trozos  latinos,  al  pie  de  las 
páginas,  á  guisa  de  notas.  No  es  de  esperar  haya  quien  malicie  no  ser 
esto  algo  más  que  uno  de  tantos  recursos  para  llenar  algunos  pliegos. 

Desde  los  mal  compaginados  fragmentos  que,  por  fortuna,  se  con- 
servan de  Isidoro  de  Beja,  del  tiempo  de  la  invasión  sarracena,  hasta  el 
último  codicilo  de  Jaime  el  Conquistador,  es  decir,  en  el  transcurso  de 
cinco  siglos  y  medio,  rara  vez  se  verá  interrumpida  la  versión  latina;  y 
á  la  par  con  ella  marcha  el  testimonio  árabe,  que  comienza  con  el 
Ajbar  Machmuá,  manuscrito,  según  se  cree,  el  más  antiguo  de  la  histo- 
ria de  nuestros  muslimes,  y  acaba  en  los  muy  preciosos  datos  de  Aben 
al  Abbar,  testigo  de  mayor  excepción,  por  haber  asistido  al  término  de 
la  dominación  agarena  en  Valencia. 

Entre  los  varios  autores  á  quienes  cito,  es  digno  de  especial  men- 
ción el  de  la  Historia  de  Denia;  de  El  Archivo,  revista  de  ciencias  histó- 
ricas cuya  importancia  nunca  se  encarecerá  bastante;  de  los  Monumentos 
históricos  de  Valencia  y  su  Reino,  en  que  hasta  hoy  se  han  publicado  las 

♦* 


—  X  — 

coa  justicia  encomiadas  Antigüedades  de  Falencia  del  P.  Teixidor,  y, 
por  último,  de  la  Historia  de  Gandía,  próxima  á  darse  á  la  estampa,  ó 
ya  en  prensa,  según  ésta  anuncia. 

El  ilnstre  é  ilustrado  canónigo  de  la  Basílica  Metropolitana  de  Va- 
lencia, cronista  de  Alicante  y  académico  de  la  Real  de  la  Historia,  el 
doctor  D.  Roque  Chabás  y  Llóreos,  que  es  el  autor  en  cuestión,  ha 
puesto  en  claro,  con  la  maestría  que  le  distingue,  las  más  intrincadas  y 
arduas  cuestiones  de  nuestra  historia.  Ha  desvanecido,  por  de  pronto  , 
el  error  que  sobre  una  soñada  cultura  mahometana  se  padecía,  preocu- 
pación nacida,  más  bien  que  al  calor  de  la  ignorancia,  casi  siempre  dis- 
culpable, del  ostensible  y  marcado  empeño  en  algunos  por  mermar  al 
Catolicismo,  principio  civilizador  por  excelencia,  su  innegable  superiori- 
dad sobre  todo  otro  principio;  firme,  sin  embargo,  en  su  propósito  de  no 
rebasar  la  linea  del  justo  medio,  no  vacila  en  arrostrar  las  iras  de  quie- 
nes, animados  de  un  celo  indiscreto,  de  resultados  contraproducentes, 
como  ya  demostró  el  erudito  Feijóo,  cuya  pura  ortodoxia  nadie  pondrá 
en  duda,  desconsiderados  con  quien  ha  consagrado  su  vida  entera  á 
expurgar  de  lunares  que  no  embellecen,  nuestras  glorias  patrias,  se  em- 
peñan en  arrimar  á  una  obra  imperecedera  de  suyo,  carcomidos  punta- 
les, temiendo  una  ruina  que  no  ha  de  sobrevenir,  de  lo  cual  es  augurio 
infalible  la  lógica  abrumadora  de  los  siglos. 

Otro  de  los  trabajos  del  sabio  canónigo  que  nunca  se  tendrán  en  la 
debida  estima,  es  su  acabado  estudio  sobre  los  muzárabes  valencianos. 
Sin  negar  en  absoluto  que  los  muslimes  invasores  fuesen  tan  cerriles  y 
lanudos  como  sus  antepasados  del  desierto,  según  ha  dicho  con  frase 
feliz  un  autor  musulmán,  ni  que  las  posteriores  avenidas  de  almorávides 
y  almohades  dejaran  de  ser  tan  bárbaras  como  hoy  lo  son  los  mahome- 
tanos de  allende  el  mar,  prueba  con  documentos  fehacientes  y  con  ar- 
gumentos irrecusables,  que  en  nuestro  suelo  hubo  cristianos,  no  sólo 
hasta  bien  entrada  la  dominación  sarracena,  sino  hasta  en  vísperas  de  la 
misma  reconquista. 

Ha  corregido  inseguras  pinceladas  en  cuadros  hábilmente  pintados, 
y  ha  conseguido,  con  imperceptibles  retoques  y  de  no-nada,  al  parecer, 
acentuar  el  claro-oscuro  de  la  acertada  combinación  de  luz  y  sombra, 
hacer  más  salientes  las  figuras,  que  resultaran  visibles  como  en  justicia 
les  correspondía:  un  £eid,  v.  g.,  estimado  antes  por  cristiano  incierto, 


—   XI   — 

que  luego  resalta  católico  efectivo  y  real,  convencido,  y,  como  tal,  fer- 
voroso; una  doña  Teresa  Gil  de  Vid  aura,  valga  también  por  ejemplo, 
que,  de  manceba  primero  del  Conquistador,  según  la  fantasearon,  en- 
tiéndase bien,  románticos  novelistas  y  trovadores,  qae  hasta  pudieron 
invocar  en  so  apoyo  producciones  cuyo  argumento  no  es  la  verdad 
relativa,  aparece  ahora  que,  con  arreglo  á  la  legislación  entonces  en 
vigor,  fué  tan  mujer  legitima  de  don  Jaime,  cuanto  pudieron  serlo  sus 
dos  primeras  esposas,  doña  Leonor  de  Castilla  y  doña  Violante  de 
Hungría,  y  tan  monja  ella,  abadesa  ó  no  abadesa,  como  fraile  su  último 
marido. 

Seria  interminable  si  á  consignar  fuera  muchos  y  muchos  otros  títu- 
los que  al  Sr.  Chabás  le  asisten  para  la  admiración  y  reconocimiento  de 
muchos,  pero  con  especialidad,  de  los  buenos  valencianos.  Diré,  por 
conclusión,  que  tampoco  ha  dejado  de  poner  mano  en  la  difícil  tarea 
de  dar  fijeza  cronológica  á  los  interesantes  episodios  de  que  es  prota- 
gonista é  historiador  el  rey  D.  Jaime,  episodios  narrados,  es  cierto, 
con  una  sencillez  é  ingenuidad  que  encantan,  pero  con  tanto  desorden 
y  abandono  en  cuanto  á  la  expresión  de  tiempo,  que  era  obra  de  roma- 
nos acomodarlos  á  las  épocas  en  que  se  realizaron.  Esa  labor,  iniciada 
con  bríos  por  Diago,  no  descuidada  por  el  P.  Teixidor,  proseguida  por 
Tourtoulón,  extranjero  admirador  de  nuestras  glorias,  ha  tenido,  si  no 
su  perfeccionamiento  acabado,  un  gran  paso  de  avance  con  el  empuje 
que  le  ha  dado  el  docto  canónigo.  En  medio  de  las  dudas  á  que  se  pres- 
tan los  diversos  cómputos  seguidos  en  los  siglos  medios,  en  lo  cual, 
justo  es  confesarlo,  fueron  más  afortunados  nuestros  muslimes;  tan 
desvanecidas  están,  que  si  alguna  sombra  queda,  en  retirada,  es  sólo  en 
el  período  comprendido  entre  la  Natividad  y  la  Encarnación  del  Señor, 
última  é  infranqueable  guarida  en  que  se  ha  metido  un  enemigo  á  quien 
por  todos  lados  se  le  acosa. 

Causará  extrañeza  á  muchos,  que,  siendo  tan  general  el  descrédito 
en  que  va  envuelto  el  nombre  de  Conde,  cuando  los  más  se  guardan 
de  mentarle  en  su  apoyo,  sean  tantas  las  citas  que  de  él  hago.  Nótese, 
lin  embargo,  el  buen  cuidado  que  tengo  en  no  dejarle  solo;  pues  á 
manera  de  centinela  de  vista  casi  siempre  le  acompaña  algún  otro  autor 
que  inspira  confianza.  Son  frecuentes  los  pasajes  cuya  certeza  queda 
testimoniada  á  la  vez  por  Conde  y  por  el  más  implacable  de  sus  detrac- 


—   XII  — 

tores,  el  holandés  Dozy.  Ya  caerá  el  lector  en  la  cuenta  de  que  si,  en 
tales  casos,  Conde  yerra,  podrá  decirse  de  su  compañero  aquello  del 
ciego  que  se  deja  guiar  de  otro  ciego.  Pero  ya  se  van  convenciendo 
muchos  de  que  no  es  tan  fiero  el  león  como  Dozy  le  pinta,  de  que 
muchos  de  los  errores  que  en  Conde  se  descubren,  los  compartieron  con 
él,  ó  los  originales  que  tuvo  á  la  vista,  ó  las  deficiencias  que  van  anejas  á 
toda  obra  que,  muerto  el  autor,  se  publica  por  vez  primera.  Después  de 
todo:  ¿quién  tiene,  aun  en  lo  humano,  la  dote  de  infalibilidad?  ¿No 
obligó  Simonet  á  Dozy  á  que  rectificase  conceptos  equivocados? 

Casiri,  Conde,  Chabás,  Chabret,  Dozy,  Fernández  y  González, 
Malo  de  Molina,  Moreno  Nieto  y,  por  modo  principal,  el  malogrado 
Pons,  me  han  suministrado  materiales  para  dar  á  este  libro  carácter  dis- 
tinto del  que  suelen  tener  las  obras  de  su  clase.  Y4  no  son  los  guerre- 
ros tan  sólo  quienes  absorben  la  atención  del  lector;  largas  listas  de 
literatos,  geógrafos,  historiadores,  médicos  y  naturalistas,  harán  menos 
dolorosa  la  lectura  de  nuestros  fastos.  Hora  es  ya  de  que  se  estudien, 
por  igual  cuando  menos,  las  conquistas  del  corazóay  del  entendimiento, 
más  eficaces  y  menos  sensibles  que  las  de  las  armas. 

Á  fuer  de  agradecido,  debo  consignar  en  este  lugar,  que  me  ha 
parecido  el  más  oportuno,  mi  reconocimiento  al  sabio  cuanto  bonda- 
doso catedrático  de  Árabe  en  la  Universidad  Centra],  D.  Francisco 
Codera,  quien,  defiriendo  gustoso  á  ruegos,  que  también  agradezco,  de 
D.  Pedro  Roca,  ha  puesto  á  mi  disposición  el  libro  inédito  del  mencio- 
nado Pons  sobre  médicos  y  naturalistas.  Tenía  razón  el  Sr.  Codera  al 
anunciarme  que  no  serían  muchos  los  datos  del  citado  libro  que  para 
éste  podría  utilizar.  No  pasan,  con  efecto,  de  veinte  las  biografías  de 
que  he  tomado  apuntes;  pero  ese  mismo  silencio  es  para  mí  tan  elo- 
cuente y  significativo  como  si  hubieran  sido  copiosos  los  datos  reco- 
gidos. Hay  que  renunciar  una  vez  más,  en  presencia  de  la  realidad,  á 
la  seductora  imagen  de  un  soñado  progreso,  de  una  instrucción  que  no 
hubo,  de  una  civilización  imaginaria.  Fuera  del  Cristianismo,  ó  no  hubo 
adelantos,  ó  si  los  hubo  permanecen  estacionarios  como  las  aguas  que 
dejó  estancadas  fuera  del  cauce  un  río  salido  de  madre. 

La  epigrafía,  que  tanta  utilidad  presta  á  la  Historia  tratándose  de 
períodos  como  el  romano,  es  de  escaso  ó  ningún  provecho  en  el  caso 
presente.  Más  cuidadoso  de  los  intereses  eternos  que  de  los  temporales 


—  XIII  —    , 

el  pueblo  musulmán,  mejor  dicho,  desentendiéndose  casi  en  absoluto 
de  las  cosas  terrenas,  apenas  habria  dejado  huella  de  su  paso  por 
nuestro  suelo,  si  no  fuese  por  los  abundantes  nombres  geográficos  de 
raíz  arábiga  que  aún  se  conservan  y  por  lo  mucho  que  dejaron  escrito 
sus  sabios.  De  inscripciones  suyas  apenas  llegan  á  media  docena  las 
conocidas  en  nuestro  reino:  en  Valencia,  Manises,  despoblado  de  Xara 
(ermita  de  Santa  Ana,  junto  á  Simat  de  Valldigna),  Denia,  partida  de 
Benimasot  (distrito  de  Cocentaina)  y  Elche  (i).  Si  en  alguna  de  ellas 
asoma  fecha,  ó  es  de  ningún  valor,  ó  es  de  tiempo  de  moriscos:  así 
que  de  ninguna  utilidad,  ó  poco  menos,  son  á  la  Historia  las  sentencias 
tomadas  del  Corán  que  contienen.  Mucho  habrá  contribuido  á  que  des- 
apareciesen algunas  la  natural  inquina  de  los  cristianos;  pero  cabe  atri- 
buir la  parte  principal  al  escaso  ó  ningún  interés  que  los  propios  mus- 
limes tuvieron  por  que  su  memoria  se  transmitiese  por  ese  medio  á  la 
posteridad:  pruébalo  el  que  utilizaron  para  ello  el  barro  corrido,  no  la 
piedra  natura],  como  los  romanos. 

Esto  no  obstante^  aun  es  tan  considerable  el  número  de  fechas  que 
aqui  van  apuntadas,  que  resulta  bien  reducido  el  de  los  años  que  dejan 
de  consignarse,  circunstancia  ésta,  dicho  sea  de  paso,  por  la  cual  el 
nombre  de  Anales,  si  se  hubiera  aplicado  á  este  libro,  estaría  tan  justi- 
ficado como  tratándose  de  obras  que  con  dicho  titulo  son  conocidas. 
Ahora  bien:  como  las  fechas  vienen  á  constituir  otros  tantos  centros  en 
derredor  de  los  cuales  giran  los  acontecimientos,  el  intervalo  de  fecha 
á  fecha  supone,  en  orden  á  la  relación  entre  los  sucesos,  una  distancia 
fácil  de  franquear  á  la  razón,  sin  necesidad  de  que  la  imaginación  supla, 
con  sus  fantásticas  creaciones,  huecos  y  vacíos,  ó  faltos  de  realidad,  ó 
apenas  perceptibles. 

Por  manera  que,  superponiendo  esa  serie  de  acontecimientos,  cuyo 
principio  se  descubre,  cuyo  término  es  conocido  y  cuyos  puntos  inter- 
medios se  ven,  con  la  recta  que  figura  el  progreso,  linea  cuyos  extre- 
mos asoman,  el  inicial,  en  la  cuna  de  nuestra  especie,  en  el  acreced 
y  multiplicaos»,  y  el  que  marca  el  remate,  en  el  ased  perfectos  como 
mi  Padre,  que  está  en  los  Cieloso,  si  aquella  serie  coincide  con  dicha 
recta,  que  la  razón  vislumbra  y  la  revelación  proclama,  que  comenzó 


(i)    El  archivo,  I.ajc,;  V,  306;  III,  293;  11,  23;  I1J,  42  y  IV,  1x8. 


—   XIV   — 

en  el  Paraíso  y  acabará  en  el  Cielo,  habrá  progreso  en  la  dominación 
agarena;  mas,  si  de  esa  linea  se  aparta,  la  obra  musulmana  será  en  si 
factor  negativo,  por  más  que,  negativo  y  todo,  multiplicado  por  otro, 
no  suyo,  que  también  sea  negativo,  producirá  una  cantidad  positiva,  dis- 
tinta, bien  se  comprende,  del  Islamismo:  que  la  ley  de  economía,  que 
preside  á  las  fuerzas  físicas,  no  puede  menos  que  regir  á  otras  energías, 
que  ni  están  faltas  de  realidad,  ni  ceden,  por  cierto,  en  importancia  al 
mundo  de  la  materia. 

Las  consideraciones  expuestas  bastarán  á  que  se  comprenda  que  hay 
aquí  un  problema,  que  yo  planteo,  mas  no  resuelvo,  que  siento  las  pre- 
misas de  un  silogismo,  pero  que  no  deduzco  la  consecuencia.  Y  si  á 
veces  algún  tanto  declaro  cuál  es  mi  criterio,  es  con  el  fin  de  contrarres- 
tar opiniones  que  estimo  aventuradas  en  razón  de  su  poco  ó  ningún 
fundamento,  con  el  de  neutralizar  argucias  hijas  del  apasionamiento, 
no  argumentos  que  descansan  en  base  firme. 

La  dominación  sarracena  ¿fué  una  necesidad?  ¿contribuyó  al  pro- 
greso de  nuestro  país?  ¿fué  instrumento  de  cor/ección  á  un  pueblo 
decadente  que  quedó  regenerado  para  la  obra  de  la  civilización? 

Y  cierro  estos  preliminares,  tan  imprescindibles  como  enojosos, 
recordando  lo  que  al  comenzarlos  dije.  La  empresa,  aun  reducida  á  su 
expresión  más  modesta,  supera  al  alcance  de  mis  facultades.  Suplico, 
pues,  benevolencia  al  lector,  siquiera  sea  en  gracia  á  los  buenos  propó- 
sitos que  me  animaron  al  acometerla,  al  deseo  de  hacer  algo  en  obse- 
quio al  hermoso  suelo  en  que  nací,  comarca  privilegiada  de  España, 
la  Patria  amada. 

SI.    0tí*  JtÓKf 


Segovia,  12  mayo  de  1901. 


ALENCIA  ÁRABE 
Tarimera  parte 

3noasióit  hasta  la  §  ¡solución  &tl  jalifato 


(7l:i-103S. 

CAPITULO  I 

Invasión 

na 

el  libra  de  Utit  LimiaxM,  le  H.'Mt.M  d,  W,mi.,,, 

il  C^m   0KWI 

DMCHb  de  le  protincít  Gallego  Seimiia.    íijaif.. 

.  j  ff*tq  UMie 

jmfa,-  r<nw>.— E>tik>  fOLlTice  i  tocm  n  Einl 

llien.— Le  Aribi»;  Muuiu:  propagas  ion  del  Jila  mi 

■•no.-  PJcaiiie 

Airé  Zon:  Tu»  ••■  ZneD.~TiaK.miD:  iu  UtlU 

I.J,  fílsK  !»(■ 

ir  escasos. é  inseguros  que  sean  lo'idíitn1,  rjn 
arrojan  la  hoja  del  códice  ovetense  que  c/.¡' 
te  en  el  Escorial,  escrita  en  el  año  7fío,  <:/ 
10,  al  parecer,  de  las  di  vi  .¡orí':';  li'-'-li-r.  j/ 
hrí  (747-756)  \0\:r^('¡yy}^t)'.\i  I  lamí'! 
Wamba  (672-^0),  *lj\\':rA'A  fny/i.' ■*-"< 
del  libro  dé  lia::',  Ltrr.lv.r.:t  (y/>-\7>, 


—    2    — 

y  el  XVI  concilio  de  Toledo,  celebrado  el  año  693; 
ellos  constituyen  el  único  guia  para  orientarnos  en  el 
conocimiento  de  la  geografía  de  nuestra  región  durante 
el  periodo  de  la  invasión  sarracena. 

La  analogía  entre  el  libro  de  Idacio  y  la  división 
de  Yúsuf  salta  á  la  vista  con  sólo  confrontar  la  última, 
que  exponemos  en  el  texto,  con  el  primero,  que  puede 
verse  al  pie  de  la  página  (1).  Copiamos,  como  es  na- 
tural, la  parte  que  nos  interesa,  como  propia  de  nues- 
tra región.  Principales  ciudades  de  la  segunda  provin- 
cia, Tolaitola,  llamada  antes  de  Cartagena:  Tolaitola, 
Úbeda,  Bayeza,  Mentiza,  Wadiacix,  Basta,  Murcia,  Bo- 
castra,  Muía,  Lorca,  Auriola,  Elixe,  Xátiba,  Denia,  Lu- 
cante,  Cartagena,  Valentía,  Valeria  (cerca  de  Cuenca), 
Segovia,  Segobrica,  Ercabica  (Arcos,  junto  á  Medina- 
celi),  Wadilhijara,  Secunda  (Sigüenza),  Ocxima  (Os- 
ma),  Colounia,  Cauca  (Coca,  en  Segovia)  y  Balan- 
cia (2). 

Daremos  ahora  á  conocer  la  «Hitación  de  Wamba». 
Para  mejor  acomodar  estos  datos  á  los  sucesos  que  á 
comienzos  del  siglo  VIII  se  desarrollan  en  el  oriente 
de  España,  presentaremos  en  dos  grupos  las  diócesis 
enclavadas  en  drcha  región:  en  la  parte  meridional 
aparecen  Elche  y  Bigastro;  y  en  el  resto,  Játiba,  De^- 
hiá,  Valencia,  Valeria,  Segorbe  y  Tortosa.  Ésta,  cóm- 
prendida  en  la  Tarraconense,  provincia  cuya  deño- 


(1)  Nomina  ciuilaium  Ispanie  sedes  episcopolium,  In  provincia  cartaginieniis 
spartarie:  Toleto:  oveto:  biuata:  mentesa:  acci:  bastí:  urci:  begastra:  üiord: 
ilici:  sctabi:  dianio:  ualeniia:  ualeria:  segobia:  segobriga:  arcabica:  compluto: 
segontia:  oxuma:  palencia.  (£1  Archivo,  IV,  105). 

(2)  Conde.  Hist,  de  la  D#n.  de  los  Árabes  en  España,  I,  37. 


minación  se   trocó  luego  en  la  de  Sarkosta  (Zara- 
goza). 

Bigastro  se  dilataba  desde  Pugilla  (Pozo-rubio, 
norte  de  Albacete),  hasta  Losóla  (quizá  Torrevieja);  y 
desde  Serta  (castillo  de  Selda,  confín  de  la  provincia  , 
de  Murcia  con  las  de  Almería  y  Granada),  hasta  Lum- 
Ja  (Hondón  de  los  Frailes  y  Estrecho  de  las  Ventanas, 
nordeste  de  Abanilla).  Elche  se  extendía  desde  Oróla 
(Orihuela),  hasta  Usto  (Agost,  al  este  deMonóvar);  y  . 
desde  Beta  (Pétrola),  hasta  Lumba. 

Denia  limitaba  con  Sosona  (Jijona)  y  Ninita  (Sie- 
rra Aítana,  entre  Sella  y  Confrides);  y  con  Silva  (la 
Selva)  y  Gili  (Torre  Aguiló,  al  este  de  Villajoyosa).-r 
Játiba  tenia  por  confines:  Usto  y  Moleta  (El  Molatón" 
noroeste  de  Almansa  y  nordeste  de  Higqeruelas);  To-m 
pía  (Cogullada,  cerca  de  Carcajente)  y  Ninita  (i).. 
Para  Valencia  estaban:  Silva  (Chelva)  y  Murvetum 
(Sagunto);  el  mar  y  Alpont  (Alpuente).  Parax  Valeria: 
Alpont  y  Tarahuela  (¿Teruel?)  (2).  Para  Segorbe:  Modo 
(Moya)  y  Tarahuela;  Toga  (junto  á. Espadilla)  y  Briga 
(Sinarcas).  Y  para  Tortosa:  Portella,  Denia  (?),  Tor-, 
moga  y  Caiena  (3). 

Bien  se  descubre  que  las  más  de  tales  adscripcio-.  % 
nes  no  tienen  otro  fundamento  que  razones  de  seme- 
janza en  los  sonidos,  no  despreciando,  como  es  lógi- 
co, la  situación  de  los  lugares  cuyos  nombres  nuevos 
responden  á  los  antiguos.  Al  parecer,  la  línea  divisoria 
tre  ambas  secciones,  coincide  con  la  que  puso  tér- 


^1)    El  Archivo,  IV,  105  y  106. 
2)    Escolano,  II,  5. 
j)    Flórez,  España  Sagrada,  VII,  58  y  210;  VIII,  172 


—  4  — 

mino  á  la  contienda  entre  Jaime  I  y  Alfonso  X.  Abde- 
láziz,  hijo  de  Muza,  no  pasa  más  al  norte  de  Orihue— 
la;  de  los  dominios  de  Teodomiro  era  Alicante,  y  á 
esta  amelia  (jurisdicción  ó  provincia)  pertenecía  Ca- 
llosa de  Ensarriá.  Tárik,  en  su  marcha  de  norte  á  sur, 
se  detiene  en  Denia.  Entre  Denia  y  Callosa  estaba 
también  el  limite  de  las  conquistas  de  Aragón  y 
Castilla. 

Algunos  puntos  más  señala  uno  de  nuestros  ve^- 
nerandos  fueros:  «desde  Fuente  la  Higuera  á  Burria- 
harón;  desde  allí,  á  Almizra  y  -at  puerto  de  Biar,  qu§ 
parte  término  con  Villena;  desde  allí,  hasta  la  Muela 
y  hasta  el  mar,  que  parte  con  Busot  y  con  Aguas»* 
En  la  limitación  que  del  reino  de  Valencia  se  hizo  por 
los  años  1565  á  1572,  quedan  aclarados  algunos  pun- 
tos de  la  anterior  demarcación:  desde  Garamoxent, 
castillo  muy  enriscado  puesto  á  una  legua  larga  al 
oeste  de  Mójente,  hasta  el  puerto;  desde  el  puerto 
hasta  Almansa;  desde  Fuente  la  Higuera  hasta  la  sie- 
rra de  Borea-harón,  comprendida  entre  el  repetido 
puerto  y  la  Fuente;  Almizra  debe  ser  un  cabo  de  la 
sierra  en  cuyo  otro  extremo  está  Villena;  desde  el 
puerto  de  Biar,  por  la  sierra  del  mismo  nombre,  hasta 
h  del  Cid,  al  este  de  Elda,  y  desde  la  punta  Raneza, 
cuatro  leguas  al  oeste  del  mar,  hasta  la  desembocadura 
del  riachuelo  que  baja  de  Aigües.  Tenía  la  dicha  línea 
sobre  15  leguas  (1). 

Fuerza  es  contentarnos  con  demarcación  tan  inse- 
gura, de  igual  modo  que  dejamos  de  empeñarnos  en 


(1)    ElArch.,  IV,  374  y  375. 


precisar  la  linea  que  limita  el  alcance  de  nuestra  vista 
al  extenderla  por  espacioso  horizonte. 

La  «Hitación»,  obra,  al  parecer,  del  siglo  XII,  nos 
da,  cuando  menos,  los  nombres  de  las  diócesis  cuyos 
prelados  concurrieron  al  concilio  de  Toledo  celebrado 
el  ano  693:  algún  fondo,  pues,  de  verdad  encierra;  y 
esos  mismos  nombres  se  repiten  en  la  primera  divi- 
sión que  de  nuestra  península  hicieron  los  árabes.  Al 
concilio  XVI  acudieron:  Eppa,  ú  Opas,  de  Elche;  Mar- 
ciano, de  Denia;  Isidoro  II,  de  Játiba;  Gaudencio,  de 
Valeria»  Witisclo,  de  Valencia,  y  Anterio,  de  Segorbe  (1). 

Descrito,  siquiera  sea  co.n  lineas  poco  salientes,  el 
teatro  de  acción  de  los  sucesos  que  pronto  vamos 
relatar,  expondremos,  aunque  sea  también  á  la  ligera, 
algunas  generalidades  acerca  del  estado  político  y  so- 
cial que  precedió,  si  no  fué  causa  de  la  tremenda  jor- 
nada en  que  sucumbió  la  España  cristiana. 

Nunca  la  integridad  de  territorio  en  una  nación,  y 
hasta  su  misma  independencia,  corren  más  grave  peli* 
gro,  que  cuando  en  ella  se  agita  la  discordia  civil.  Va- 
rios motivos  puede  haber  para  producirla,  pero  ningu* 
no  tan  ordinario  como  la  ambición  de  mando,  máxime 
cuando  con  ella  se  aspira  á  la  más  encumbrada  magis- 
tratura. Influye  no  poco  en  ese  desequilibrio  el  siste- 
ma de  gobierno  por  que  el  pais  se  rige. 

Las  monarquías,  con  sus  reyes,  y  con  sus  presi- 
dentes las  repúblicas,  casi  todas  fueron,  en  un  princi- 
'd,  electivas;  más  tarde  acabaron,   con   especialidad 
quéllas,  por  ser  hereditarias.  Ello  es  muy  lógico,  pues 


i)    Flórez,  España  Sagrada,  loe.  cit. 


—    6   -r 

que,  en  teoría,  nada  hay  tan  puesto  en  razón  conjo  la 
elección  del  más  digno,  para  el  mando  supremo;  la 
experiencia,  con  sus  lecciones,  no  menos  duras  que 
elocuentes,  ha  obligado  á  restringir  cada  vez  más  el 
alcance  de  aquella  bellísima  utopia.  No  poco  ha  con- 
tribuido á  tal  metamorfosis,  justo  es  confesarlo,  el 
egoísmo  de  los  reyes  en  transmitir  como  patrimonio 
de  familia  intereses  generales  que  tienen  bien  distinto 
carácter.  También  este  abuso  tiene  en  su  abono  argu- 
mentos no  despreciables. 

De  los  funestos  males  de  la  elección  estuvo  en 
todo  tiempo  tocada  la  monarquía  visigoda;  y  á  la 
postre  dieron  al  traste  con  ella,  sometiendo  á  dura 
prueba  de  ocho. siglos  la  virtualidad  de  esta  nación, 
nunca  feliz,  grande  siempre.  Dos  bandos  se  disputan 
el  trono;  apartada  de  él  la  parcialidad  vencida,  no  re- 
para en  buscar  aliados,  asi  fueran  éstos  los  más  temi- 
bles, para  de  nuevo  escalar  el  puesto-de  que  se  la  des- 
poseyera: el  interés  personal  se  antepone  á  los  de 
religión  y  patria;  y  si  el  principio  cristiano,  y  civilizador 
por  esencia,  no  sucumbe,  es  porque  la  verdad  no  pe- 
rece; y  si  el  sentimiento  nacional  surge  con  mayores, 
bríos,  es  porque  lucha  á  la  sombra  de  la  Cruz. 

Después  de  un  reinado  de  quince  años,  murió  Wi- 
tiza  en  el  invierno  de  los  años  708  y  709.  Como  Égi- 
ca  asoció  á  Witiza  en  el  mando,  Suintila  á  Racimiro, 
Sisebuto  á  Recáredo  II,  Leovigildo  á  Hermenegildo  y 
Recaredo  I,  y  Liuva  I  á  Leovigildo;  Witiza  había  con- 
fiado á  su  hijo  predilecto  Achila  el  gobierno  de  las 
provincias  Narbonense  y  Tarraconense,  si  bien  bajo 
el  cuidado  de  un  procer,  llamado  Rechesindo,  do- 


tado  de  gran  prudencia  y  versado  en  los  negocios 
públicos,  y  hermano,  tal  vez,  de  Witiza. 

A  la  muerte  de  éste,  en  pacífica  posesión  del  tro- 
no, quedó  por  sucesor  Achila,  niño  aún,  que  en  fe- 
brero de  709  comenzó  por  acuñar  moneda  en  Tarra- 
gona y  Narbona.  Tutor  del  niño-rey  lo  fué  Rechesindo. 
Unidos  á  éste  quedaron:  la  reina  viuda;  otros  dos  hi- 
jos, Olmundo  y  Artavasdes;  un  hermano  del  monarca 
difunto,  don  Opas,  arzobispo  de  Sevilla,  y  otro  perso- 
naje, Sisberto,  si  no  hermano,  muy  afecto  á  la  familia 
del  rey  muerto. 

Como  desde  Wamba  había,  de  hecho,  no  de  dere- 
cho, sustituido,  en  virtud  de  la  asociación  del  sucesor 
al  mando,  la  monarquía  hereditaria  á  la  electiva,  este 
falseamiento  del  principio  de  sucesión  arrancó-mani- 
festaciones de  protesta  á  muchos  magnates,  amigos 
de  restaurar,  decían,  las  leyes  y  costumbres  antiguas. 
Los  derechos  de  .Achila  fueron  defendidos  valerosa- 
mente por  Rechesindo.  Año  y  medio  gastaron  en  es- 
téril lucha  los  del  bando  contrario  al  monarca  entro- 
.  nizado;  y,  al  cabo,  en  una -gran  reunión,  convocada  al 
efecto,  salió  proclamado  rey  el  famoso  don  Rodrigo, 
hombre  muy  versado  en .  las  "cosas  de  la  paz  y  de  la 
guerra*  y  que  tenía  á  la  sazón  el  mando  de  la  Bética: 
«hombre  resuelto  y  animoso,  que  no  era  dé  estirpe 
real,  sino  caudillo  y  caballero»  (1). 

La  proclamación  de  Rodrigo  se  hizo  hacia  el  ve- 
rano de  710.  Poco  anteSj  la  reina  viuda,  con  sus  dos 
jos,  expulsados  de  Toledo,  se  había  refugiado  -en 


1;    Ajbar  Maehmud,  fol.  52. 


—  8  — 

Galicia.  En  un  encuentro  habido  entre  Rechesindo  y 
Rodrigo,  con  quien  estaban  los  más  diestros  hombres 
de  armas,  fué  aquél  vencido  y  muerto.  La  familia  de 
Witiza  tuvo  que  huir  al  África,  y  su  patrimonio  fué 
aplicado  al  fisco.  Entonces,  según  el  autor  de  quien 
tomamos  estas  noticias  (i),  comienza  la  fama  de  Wi- 
tiza á  convertirse  de  gloriosa  en  infame,  en  contempo- 
rizador él  con  licencias  en  el  clero  y  amigo  de  judíos. 
Si  había  ó  no  corrupción  en  el  clero,  dícen- 
lo  el  único  escritor  contemporáneo  con  aquellos  ca- 
lamitosos sucesos,  y  los  hechos,  confirmados,  de 
un  don  Opas  y  de  otros  prelados,  que,  á  true- 
que de  conservar  la  temporalidad  de  sus  dignidades, 
no  vacilaron  en  condenar  como  imprudentes  á  már- 
tires hoy  venerados  en  los  altares:  y  cuando  el 
mal  afecta  á  la  cabeza,  los  otros  miembros  no  suelen 
estar  exentos  de  dolencia.  «En  el  año  711,  el  sexto 
del  califa  Walid,  escribe  El  Pacense,  el  obispo  metro- 
politano Sinderedo  no  estimula  con  el  celo  de  la  san- 
tidad á  los  ancianos  y  venerables  sacerdotes  á  quienes 
encuentra  en  la  diócesis  puesta  bajo  su  gobierno;  sino 
que,  impulsado  por  Witiza,  no  cesó,  durante  el  reina- 
do de  éste,  de  causarles  continuas  vejaciones.  Poco 
después,  temeroso  de  la  invasión  de  los  árabes,  apar- 
tándose del  ejemplo  de  sus  mayores,  obrando,  no  como 
pastor,  sino  cual  mercenario,  abandona  las  ovejas  de 
Cristo  y  se  traslada  á  Roma»  (2).  Ocupaba  la  cátedra 
de  San  Pedro  el  siró  Constantino,  cuya  exaltación  fué 


(1)  Saavedra  (D.  Eduardo).  Estudio  sobre  la  Invasión  de  los  Árabes  en  Espa- 
ña y  II,  p.  24-37. 

(2)  Isidoro )de  Vieja,  35 . 


—  9  — 

el  25  marzo  de  708,  y  murió  en  9  abril  de  715.  Sin- 
deredo,  Opas,  Hostigesio  y  algunos  otros,  como  que 
debían  sus  prosperidades  á  la  perniciosa  ingerencia  del 
poder  secular  en  los  asuntos  privativos  de  la  Iglesia, 
cuidaron  más  bien  de  favorecer  los  intereses  políticos 
de  sus  protectores,  que  de  los  eternos.  Fueron:  ó  pas- 
tores que  abandonaban  cobardes  la  grey  cuando  el 
lobo  saltaba  en  el  apriscó,  ó  miserables  que  luchaban 
contra  el  lábaro  santo  de  la  Cruz  y  en  defensa  de  Ma- 
Jioma,  ó  infames  que  excomulgaban  á  quienes  confe- 
saban á  Cristo  derramando  generosos  su  sangre.  Pre- 
lados de  tal  Índole  ¿cómo  no  serian  capaces  de 
transigir  con  licencias  en  el  clero  que  fuese  de  su 
parcialidad? 

Hecho  repelidas  veces  mencionado  por  los  cro- 
nistas árabes  es  la  connivencia  de  los  judios  españoles 
<:on  los  invasores  de  la  Península.  Varias  fueron  las 
ciudades  cuya  custodia,  después  de  conquistadas  por 
los  mahometanos,  fué  confiada  á  los  israelitas.  Pudo 
Witiza  no  ser  amigo  de  los  israelitas;  pero  de  la  amis- 
tad entre  la  familia  del  penúltimo  rey  godo  y  los  ami- 
bos de  los  judios,  hay  pruebas  demasiado  concluyentes 
para  que  deje  de  admitirse  por  hecho  el  más  evi- 
dente. La  representación  del  pueblo  deicida  en  España 
atesoraba  en  el  pecho  grandes  odios  que  vengar,  y  di- 
fícil era  que  la  víbora  dejase  de  inocular  letal  ponzoña 
*n  el  momento  en  que  se  le  ofreciera  ocasión  pro- 


veía. 


Hubo,  por  último,  en  los  visigodos  una  falta  im- 

>lítica  en  alto  grado:  transcurrió  siglo  tras  siglo  sin 

ue  se  produjera  la  fusión  entre  las  gentes  que  pobla- 


—    10   — 

ban  la  Península.  La  separación  entre  dominadores  y 
dominados,  entre  godos  é  hispano-romanos,  subsistió 
hasta  la  desaparición  de  don  Rodrigo.  En  la  venida  de 
los  árabes,  no  vieron  los  españoles  sino  el  cambio  de 
señor.  Luego  abundan  ya  los  apellidos  españoles  ara- 
bizados.  Harto  divididas  estaban  las  gentes  de  este 
reino  para  que  su  conservación  se  prolongara  mucho 
tiempo. 

¿Qué  faltaba,  pues,  á  este  carcomido  árbol  para  que 
se  viniera  al  suelo?  Que  dé  cualquier  lado  soj>lase 
viento  algo  impetuoso.  El  vendabal  del  Islamismo 
arreciaba  del  otro  lado  del  Estrecho  y  amenazaba  des- 
encadenarse sobre  la  mísera  é  infortunada  España.  La 
traición  facilitó  el  paso.  «Contra  Agila  llamó  Atana- 
gildo  a  los  imperiales,  á  costa  de  dejarles  entre  las 
manos  buena  parte  del  territorio;  contra  Suintila  trajo 
Siseriando  á  los  francos  aprecio  de  oro;  desventura- 
damente ensayó  Paulo  igual  recurso  contra  Wamba;  y 
como  Justiniano  II  reinaba  en  Bizancio  por  la  ayuda 
de  búlgaros  y  esclavones,  así  los  adversarios  de  Rodri- 
go pusieron  su  esperanza  en  la  vecina  costa  dé  África, 
donde  se  habían  amparado.»  Era  gobernador  de 
Ceuta,  en  la  España  Tingitana,  el  conde  don  Julián, 
ya  dependiente  de  Bizancio,  ya  de  la  Península,  ya 
tuviese  independencia  propia.  Existiera  ó  nb  el  ultraje 
inferido  al  conde  en  la  persona  de  su  hija,  asunto  del 
cual  hablan  diversos  cronistas  árabes,  es  lo  cierto  que 
al  amparo  de  don  Julián  se  acogió  la  familia  de  Witi- 
ka,  y  qué  d  gobernador  de  Ceuta  acabó  por  entenderse 
con  Muza  ben  Noséir  para  proteger  á  la  fáfnilia  pros- 
crita. Ésta  y  el  conde  tuvieron  en  la  Península  largas 


—«II  — 

posesiones  concedidas  por  Muza,  y  respetadas  por  los 
demás  emires  (i). 

Conozcamos  ahora  el  nuevo  pueblo  que  durante 
nueve  siglos,  desde  711  hasta  1609,  sentó  su  planta 
en  nuestro  suelo. 

En  el  ángulo  sudoeste  de  Asia  se  extiende  una 
vasta  península  cuyas  costas  besan  los  mares  Pérsico, 
índico  y  Rojo.  Elevadas  y  largas  cordilleras  y  extensí- 
simas llanuras  forman  su  superficie.  Climas  los  más 
variados  se  experimentan  en  aquel  país;  las  esta- 
ciones seca  y  lluviosa  se  suceden  en  regular  contraste; 
vegetación  exuberante  y  estériles  arenales  hállanse 
contiguos.  Esa  península  es  la  Arabia. 

Sus  moradores,  aparte  el  nombre  que  toman  del 
país  en  que  viven  (2),  llámanse  también  agarenos  é 
ismaelitas,  de  Agar  é  Ismael,  esclava  é  hijo  de  Abraham. 
También  ios  invasores  de  España  se  llamaron  muslimes 
ó  musulmanes  (creyentes).  Nosotros  los  conocemos, 
además,  por  mahometanos,  ó  seguidores  de  la  doctrina 
del  pseudo-profeta,  por  moros  (de  Mauritania)  y  afri- 
canos (de  África),  regiones  de  donde  inmediatamente 
pasaron  á  España. 

Toda  religión,  desde  el  Sabeísmo  hasta  la  fundada 
por"  el .  divino  Salvador,  tuvo  en  aquella  península 
secuaces.  A  principios  del  siglo  VII  habíase  llegado. al 
más  alto  grado  de  superstición.  Un  hombre  extraordi- 
nario destierra  el  Paganismo;  mas  no  para  sustituirle 


I  Saavedra,  loe.  cit. — pozy  (Investig.,  II)  sostiene  que  el  conde  teqfa 
el  imperio  de  Bizancio  el  gobierno  de  Ceuta. 

)  Los  árabes  son  llamados,  además,  sarracenos,  no  de  Sara,  mujer  de 
ahara,  sino  de  Sarcbia.  ú  oriente. 


—    12  — 


con  dogmas  cuya  totalidad  sea  más  aceptable  4que  la 
idolatría.  Hacia  el  año  570  nace  en  la  Meca  el  compila- 
dor de  heterogéneos  principios  religiosos;  al  lado  de 
sublimes  verdades,  tomadas  del  Evangelio,  aparecen 
monstruosos  errores,  preocupaciones  hijas  de  la  igno- 
rancia, consejos  al  calor  de  los  cuales  crecen  instintos 
crueles,  preceptos  que  halagan  á  las  más  bajas  pasio- 
nes: recursos  no  mal  discurridos  para  que  surgieran 
numerosos  prosélitos,  y  para  que  la  nueva  religión  con 
rapidez  se  extendiera. 

La  familia  de  Mahoma,  ese  es  el  nombre  del  inno- 
vador, estaba  al  cuidado  del  Casbah,  templo  edificado, 
al  decir  de  los  musulmanes,  por  Abraham.  Era  su  tribu 
una  de  las  más  poderosas,  la  de  los  Coraixitas.  Dos 
años  contaba  Mahoma  cuando  Abdallah,  su  padre,  bajó 
al  sepulcro;  la  madre,  Amina,  sobrevivió  poco  ai  mari- 
do. El  huérfano  fué  entregado  á  una  nodriza-.  Todo  el 
patrimonio  del  niño  lo  constituían  una  esclava  etiope 
y  cinco  camellos.  Después  paró  en  poder  de  su  tía 
Abú  Taleb,  mercader;  y  mercader  fué  también  el 
sobrino.  Ya  joven,  revelaba  talento  y  era  de  gracioso 
continente,  por  lo  que,  siendo  él  de  veinticuatro  años> 
se  prendó  de  sus  gracias  Cadigia,  opulenta  viuda  que 
contaba  cuarenta  años,  al  servicio  de  la  cual,  y  en 
calidad  de  mancebo ,  había  entrado  Mahoma.  La. 
coyunda  del  matrimonio  hizo  común  la  suerte  de 
entrambos. 

En  sus  viajes  mercantiles  crecieron  sobremanera 
los  bienes  terrenos.  No  eran  éstos,  sin  embargo,  los 
que  llenaban  el  corazón  de  Mahoma.  Al  acabar  cada 
excursión,  retirábase  á  parajes  solitarios,  y  consagraba 


—  13  — 

á  la  oración  y  meditación  horas  interminables.  El 
arcángel  Gabriel  le  visitó  y  mandóle  predicase  el 
Islamismo  (consagración  á  Dios).  Contra  el  más  gro- 
sero Fetichismo,  que  tenía  300  ídolos  en  el  Casbah, 
donde  tampoco  faltaba  el  sacrificio  de  victimas  huma- 
nas, sentó  este  principio  fundamental  de  monoteísmo: 
«no  hay  más  Dios  que  Dios»  (la  ilaha  il-la  állaho);  y  á 
favor  del  falso  profeta  quedó  la  terminación:  «Mahoma 
es  nuestro  enviado»  (Mohámmadon  ra^ulona).  La 
oración,  el  ayuno,  la  limosna  y  la  peregrinación,  fue- 
ron los  primeros  preceptos. 

La  persuasión,  la  propaganda  pacifica,  dio  mezqui- 
no resultado:  el  número  de  conversos  no  pasó  más 
allá  del  pequeño  circulo  de  la  familia  del  Profeta:  la 
mujer;  la  hija,  Fátima,  casada  con  Alí;  Abú  Becr,  sue- 
gro de  Mahoma;  Ornar  y  Zaid.  Hízose  necesario 
aumentar,  corregir  y  enmendar  el  código  sagrado,  y  el 
arcángel  siguió  entregando  más  hojas  sueltas  escritas. 
El  Profeta  las  coleccionó  en  suras  ó  capítulos,  y  formó 
el  Corán  (la  Lectura),  libro  religioso,  jurídico,  civil, 
militar,  etc.,  confuso  embrollo  de  materias,  sin  orden 
ni  concierto.  La  poligamia,  sancionada  y  reglamentada 
por  la  religión;  y  élgihed  ó  guerra  santa,  tras  la  cual 
asomaban  las  delicias  del  paraíso,  poblado  de  encanta- 
dores huríes,  de  eternal  virginidad,  próximo  y  seguro 
premio  reservado  á  quien  sucumbiese  en  campo  de 
batalla,  fueron  poderosos  estímulos  para  que  del 
cieno  brotase  el  sinnúmero  de  muslimes,  que  pron- 
to poblaron  porción  considerable  de  la  haz  de  la 
ierra. 

Pero,  como  nadie  es  profeta  en  su  patria,  y  Maho- 


—  i4  — 

ma  en  la  suya  atentaba  á  las  beneficios  materiales  que 
las  ofrendas  presentadas  en  el  templo  de  la  Meca  ren- 
dían á  su  familia,  sus  parientes  fueron  los  primeros 
en  perseguirle.  Huyó  á  Yetreb,  que  desde  entonces  se 
llamó  ¡Medina,  esto  es,  la  Ciudad  por  excelencia.  Fué 
la  Jiuída  ó  Hegira,  el  16  de  julio  del  año  622  (1).  Dos 
años  más  tarde  se  apoderó  de  la  Meca  y  derribó  los 
ídolos.  Todas  las  tribus  arábigas  se  agruparon  en 
torno  suyo.  Cuando  se  disponía  á  invadir  la  Siria  y  la 
Persia,  la  muerte  le  sorprendió  junto  á  su  amada 
Ayescha,  en  lunes,  12  de  rabié  primera  del  año  n 
(7  junio,  632). 

Dos  años  bastaron  al  califa  (vicario)  Abú  Becr 
para  que  sus  tropas  invadieran  la  Siria  y  la  Persia. 
Ornar  se  hizo  dueño  del  Egipto,  y  murió  en  dilhagia 
del  año  23  (oct.-nov.  644).  Othmán,  que  murió  á 
manos  de  conspiradores  (655-56)  extendió  las  corre- 
rías al  norte  de  África.  Durante  el  reinado  de  Yezid 
ben  Moaviah  (680-83),  el  caudillo  Ókba  llegó  á  com- 
batir á  Tánger  y  pereció  en  la  empresa.  Al  ocupar  el 
trono  Walid,  á  la  muerte  de  Abdelmélic  su  padre 
(8  oct.  7o5);  en  consideración  á  que  el  caudillo  Muza 
ben  Noséir,  el  futuro  conquistador  de  España,  había 
llegado  hasta  el  Atlántico  y  tocado  en  los  grandes  de- 
siertos (697),  le  confirmó  en  el  gobierno  de  Ifrikiya  y 
países  contiguos.  En  el  año  89  (708-9)  escribía  al  califa 
noticiándole  que  toda  la  tierra  del  Magreb  quedaba 


(1)  Para  verificar  las  fechas  de  la  Hegira,  nos  valemos  de  las  tablas  que 
D.  Francisco  Codera  y  Zaidía  acompaña  á  su  Tratado  de  Numismática  %Ard- 
bigo-española. 


sujeta  y  tributaria.  Lanzóse  contra  la  España  Tingi- 
tana;  pero  la  valerosa  defensa  de  los  cristianos  man- 
dados por  el  conde  don  Julián,  le  obligó  á  desistir  de 
la  empresa  (i).  Los  sarracenos  no  tardarían  en  lograr, 
merced  á  la  traición,  lo  que  no  habían  podido  alcan- 
zar con  las  armas. 

Por  entonces  ocurrió  la  muerte  de  Witiza;  la  suce- 
*  sión  de  Achila  no  tuvo  buena  aceptación  del  pueblo, 
y  se  eligió  á  Rodrigo.  Los  escritores  árabes,  sin  excep- 
ción, refieren,  con  sencillez,  el  agravio  que  el  rey 
infirió  al  conde  don  Julián  en  la  persona  de  su  hija, 
ofensa  á  la  cual  se  atribuye  el  repentino  cambio  en  el 
gobernador  de  Ceuta:  de  celoso  defensor  que  Hasta 
entonces  había  sido  de  la  España  Tingitana,  se  trocó 
en  aliado  de  los  mahometanos.  Parécenos  que  otra 
debió  ser  la  causa  de  la  mudanza:  pues  que,  compara- 
das las  fechas  de  la  proclan*ación  de  don  Rodrigo 
(verano  de  710),  y  de  la  sumisión  del  conde  á  Muza,  á 
fines  del  año  90  (noviembre  de  709),  resulta  la  ven- 
ganza anterior  al  agravio.  Lo  cierto  es  que  don  Julián 
estimuló  á  Muza  á  que  procurase  la  conquista  de 
España  (2). 

Consultado  el  califa  Walid  acerca  de  tal  empresa, 
éste  aconsejó  se  explorase  con  las  debidas  precauciones 
la  costa  española.  "En  ramádhan  del  año  91  (julio 
de  710),  el  liberto  Tarif  Abú  Zora  desembarcó  en  el 
punto  que  de  su  nombre  se  llama  Tarifa,  con  400  hom- 
bres, 100  de  los  cuales  eran  de  caballería,  según  un 


1  i. 
>  *  t 


(1)    Ajbar  Mackmud,  p.  4. 
(¿)    Ibídem,  p.  5. 


—  i6  — 

autor  árabe  (i),  y,  según  otro  (2),  con  400  peones  y 
100  ginetes.  Pasaron  el  Estrecho  en  cuatro  barcos- 
Hizo  una  correrla  á  Algecira  al  Hadra  (la  Isla  Verde), 
recogió  cautivas  mujeres  tan  hermosas  cual  nunca  los 
moros  habían  visto;  y  con  mucho  botín,  regresó  sano 
y  salvo  al  África.  El  entusiasmo  por  la  conquista  de 
España  rayó  hasta  el  delirio  en  los  muslimes. 

Utilizando  los  mismos  bajeles  desembarcó  al  pie 
de  la  roca  de  Calpe  el  caudillo  Tárik  ben  Ziyed,  persa 
del  Hamadán,  ó  de  la  tribu  de  Sadif,  con  7.000  mus- 
limes, berberiscos  y  libertos  en  su  mayor  parte.  Desde 
entonces  la  montaña  de  Calpe  se  llama  Gibraltar 
{Gebal-Tárik).  El  pasaje  del  futuro  conquistador  de 
Valencia  se  hizo  el  año  92  (oct.  710-11);  un  sábado 
de  xaában  (may.-jun.),  según  unos;  algo  antes,  el  5 
de  récheb  (28  abril),  según  otros  (3). 

Distraído  don  Rodrigo  en  apaciguar  á  Pamplo- 
na (4),  pocas  fueron  las  tropas  cristianas  que  pudie- 
ran oponerse  á  las  correrías  de  los  molestos  agarenos. 
El  duque  Teodomiro,  cuyo  valor  se  había  probado  ya 
en  los  reinados  de  Égica  y  Witiza,  desbaratando  á  los 
griegos  bizantinos,  que  con  pujante  armada  traían 
resolución  de  sublevar  y  esclavizar  la  provincia  Aura- 
riola,  antes  Orospeda,  de  la  cual  era  gobernador,  es  el 
primero  en  acudir  á  atajar  el  paso  del  invasor  (5). 
Con  1.700  combatientes,  sostiene  tres  días  algunas 


(1)  Ibfdetn,  p.  6, 

(2)  AI-Makkari,  1. 1,  p.  159. 

(3)  Ajbar,  p.  j.—Al-Mokkari,  I,  159, 

(4)  Ibíd. 

(5)  El  Pacense,  j8. 


—  17  — 

escaramuzas  con  los  musulmanes;  y,  como  era  de 
esperar,  fué  vencido  y  puesta  en  fuga  su  reducida 
hueste-  Entonces  avisó  á  don  Rodrigo  del  grave 
peligro  que  España  corría:  ((Señor,  aquí  han  llegado 
gentes  enemigas  de  la  parte  de  África,  yo  no  sé  si  del 
cielo  ó  de  la  tierra:  yo  me  hallé  acometido  de  ellos  de 
improviso.  Resistí  con  todas  mis  fuerzas  para  defender 
la  entrada;  pero  me  fué  forzoso  ceder  á  la  muchedum- 
bre y  al  ímpetu  suyo.  Ahora,  á  mi  pesar,  acampan  en 
nuestra  tierra,  Ruégoos,  Señor,  pues  tanto  os  cumple, 
que  vengáis  á  socorrernos  con  la  mayor  diligencia  y 
con  cuanta  gente  se  pueda  allegar.  Venid  vos,  Señor, 
en  persona,  que  será  lo  mejor»  (i). 

El  aviso  causó  espanto  en  Rodrigo,  y  con  ejército 
que  se  hace  subir  á  cien  mil  combatientes  corrióse  al 
mediodía  hasta  reunirse  con  las  pocas  tropas  que  man- 
daba Teodomiro.  Tárik  en  tanto  había  pedido  refuerzos 
á  Muza,  y  éste  se  apresuró  á  enviarle  5.000  soldadcfc. 
Pocas  eran,  por  aguerridas  que  fuesen  esas  fuerzas,- 
para  contrastar  el  empuje  de  Jas  cristianas.  Entre  los 
musulmanes  estaba  don  Julián,  con  bastante  gente  del 
país,  la  cual  señalaba  los  puntos  indefensos  y  servia 
el  espionaje.  A  pesar  de  ello,  Teodomiro  hizo  prodi- 
gios de  valor,  y  en  las  sangrientas  escaramuzas  que 
hubo  entre  ambas  huestes,  el  triunfo  quedó  por  los 
cristianos,  como  asegura  el  Anónimo  Latino  (2). 
Los  ocho  días  de  continuo  batallar  comenzaron  el 
domingo,  restando  dos  noches  de  ramadhán  (19  julio); 


(1)    Coode,  I,  9. 
2)    El  Pacense,  38. 


—  i8  — 

y  el  triunfo  de  Tárik,  ó  la  defección  de  los  parciales 
del  hijo  de  Witiza,  entre  los  cuales  se  contaba  el 
obispo  de  Sevilla,  don  Opas,  fué  en  domingo,  5  de 
xawal  (26  de  julio)  (1). 

Envidioso  Muza  de  la  gloria  alcanzada  por  Tárik, 
asegurado  que  hubo  el  gobierno  de  África,  del  cual 
encargó  á  su  hijo  Abdeláziz,  vino  á  España  en  rama- 
dhán  del  año  93  (jun.-jul.  712).  Por  Sidonia,  Car- 
mona  y  Sevilla,  marchó  á  Mérida,  que  se  rindió  el  día 
del  Fitr,  salida  del  ramadhán,  principio  de  xawal 
del  94  (30  junio,  713). 

Durante  el  sitio,  vino  de  África  Abdeláziz,  con  un 
refuerzo  de  7.000  caballos  y  muchos  ballesteros  ber- 
beríes (2).  Para  apaciguar  á  Sevilla,  que  se  habia 
sublevado,  le  envió  Muza;  acabada  felizmente  la  comi- 
sión, recibió  encargo  de  continuar  la  conquista  por  la 
parte  meridional  (3). 

*  Antes  de  la  rendición  de  Mérida  fué  la  capitulación 
de  Teodomiro  en  Orihuela.  Contra  los  muslimes 
hacia  frontera  el  caudillo  de  los  cristianos  Todmir, 
Tadmir,  Theudimer  ó. Teodomiro,  «varón  amador  de 
las  Sagradas  Letras,  admirable  por  su  elocuencia  y 
experto  general»  (4).  De  esto  dio  claras  muestras  en 
los  reinados  de  Égica,  Witiza  y  Rodrigo.  Tuvo  la 
gloria  de  fundar  en  España,  después  de  la  Invasión, 


(1)  %Ajbar,  p.  y.—Al-Makkari,  p.  16?.— Conde,  I,  10. 

(2)  Conde,  I,  13. 

(3)  En  este  punto,  hay  más  conformidad  entre  Conde,  el  texto  de  El 
Pacense  y  *Ad  Dhdbi,  que  entre  éstos  y  El  *Ajbar  y  Al-Makkari. 

(4)  Fuit  enim  Scripturarum  amator,  eloquentia  mirificas,  in  praliis  expeditos. 
{El  Tácense,  loe.  cit.) 


—  i9  — 

el  primer  reino  cristiano.  No  se  contentó  con  retirar 
las  reliquias  del  destrozado  ejército  junto  al  lago  de 
Janda,  sino  que,  al  entender  que  contra  él  se  dirigían 
las  armas  de  Abdeláziz,  luchó  en  los  parajes  donde  el 
terreno  le  era  favorable,  no  empeñando  batalla  formal 
ni  aun  en  campo  llano,  porque  sus  tropas,  aunque  nu- 
merosas, peleaban  con  flojedad.  A  pesar  de  sus  altas 
cualidades  de  mando,  Abdeláziz,  que  comprende  la 
conveniencia  de  aniquilar  aquel  núcleo  de  ejército, 
logró  alcanzarle  en  campo  raso,  la  llanura  de  Lorca, 
al  parecer:  los  musulmanes  hicieron  una  matanza  tal, 
que  casi  exterminaron  á  los  cristianos.  No  todo,  estaba 
perdido;  aun  quedaba  la  inagotable  astucia  de  Teo- 
domiro. 

Con  los  pocos  soldados  que  pudieron  escapar  del 
desastre,  se  retiró  á  Orihuela,  cuya  defensa  dejaba 
mucho  que  desear.  Viendo  que  las  escasas  fuerzas  que 
le  quedaban  de  nada  le  servían,  ordenó  que  las  mujeres 
dejasen  sueltos  sus  cabellos,  armólas  de  cañas  que 
semejasen  lanzas,  é  hízolas  subir  á  las  murallas,  para 
que  pareciesen  un  ejército,  mientras  él  pactaba  las 
paces  con  el  enemigo.  Salió,  pues,  como  parlamen- 
tario, cuando  admirado  estaba  Abdeláziz  al  verse  ante 
una  ciudad  dispuesta  á  resistirle,  lo  cual  él  no  se 
prometía.  Fué  el  mensajero  bien  recibido  del  caudillo 
árabe;  pidió  la  paz  y  le  fué  otorgada;  «y  no  cesó  de 
insinuarse  en  el  ánimo  del  jefe  del  ejército  musulmán, 
hasta  conseguir  una  capitulación  para  si  y  sus  súbdi- 
os,  en  virtud  de  la  cual  se  entregó  pacíficamente  todo 
1  territorio  de  Todmir,  sin  que  hubiese  que  cónquis- 
ar  poco  ni  mucho:  y  se  les  dejó  el  dominio  de  sus 


—    20    — 

bienes»  (i).  Conozcamos  ahora  la  famosa  capitula- 
ción (2). 

«En  el  nombre  de  Dios  clemente  y  misericordioso. 
Escritura  de  Abdeláziz,  hijo  de  Muza,  hijo  de  Noséir, 
para  Teodomiro,  hijo  de  Ergobaudo,  según  la  cual 
éste  se  acoge  á  la  paz  bajo  la  garantía  de  Dios  y  su 
profeta  (a  quien  Dios  salude  y  dé  la  paz).  Ni  él  ni  sus 
nobles  tendrán  obligación  de  seguir  á  ningún  jefe; 
ni  será  destituido  ni  arrojado  de  su  gobierno;  y  nin- 
guno de  ellos  será  muerto  ni  cautivado;  ni  serán  apar- 
tados de  sus  hijos  ó  mujeres;  ni  serán  molestados  en 
su  religión,  ni  quemadas  sus  iglesias;  ni  quedará  sus- 
traído de  su  dominio  lo  que  cultive  por  sus  esclavos, 
sus  fieles  ó  colonos  quien  se  haya  sometido  á  este 
pacto.  Y  queda  libre  en  las  siete  ciudades  de  Orihuela, 
Valentela,  Alicante,  Muía,  Begastro,  Anaya  (3)  y 
Lorca,  á  condición  de  que  no  se  dé  asilo  á  nuestros 
fugitivos  ni  á  nuestros  contrarios,  ni  se  hostigue  á 
nuestros  protegidos,  ni  se  nos  oculten  las  noticias 
que  haya  de  nuestros  enemigos.  Tanto  él  como  sus 
nobles  pecharán  cada  año  un  diñar,  cuatro  almudes 
de  trigo,  cuatro  almudes  de  cebada,  cuatro  azumbres 
de  mosto,  cuatro  azumbres  de  vinagre,  dos  azumbres 
de  miel,  dos  azumbres  de  aceite;  y  la  mitad  de  esto 


(1)  *Ajbary  p.  13. — lAU&Cakkari,  p.  166. 

(2)  Utilizamos  la  versión  del  Sr.  Saavedra,  c.  VI. 

(3)  Luis  del  Mármol  (2,  10)  confunde  á  Valentila  con  Valencia,  y  á 
Anaya  con  Denia.  Lo  propio,  respecto  de  la  primera,  hace  don  P.  Sandoval 
(Notaciones  sacadas  de  escrituras  y  memorias  antiguas,  etc.,  p.  83).  Es  de  notar 
que  los  dos  atribuyen  la  conquista  de  Orihuela  á  Abdeláziz,  y  no  4  algún 
subordinado  de  Tárik,  como  leemos  en  el  Ajbar  y  Al-Makkari,  y  también 
en  algunos  de  nuestros  historiadores  generales. 


—  2r  — 

los  siervos.  Fueron  testigos,  Otmán,  hijo  de  Abú 
Abda,  el  Coraixl;  Habib,  hijo  de  Abú  Obeida,  el  Fihrí; 
Abdallah,  hijo  de  Maicera,  $1  Fahmi,  y  Abú  '1  Cásim, 
el  Hodzall.  Fué  escrito  en  el  mes  de  récheb  del  año  94 
de  la  Hégira  (3  abr.-mayo,  713).» 

El  primero  en  publicar  este  famoso  documento 
fué  Casiri,  que  lo  encontró  en  Dhabbi.  Le  copió  en 
su  historia  de  ios  hombres  del  Ándalos,  conservada 
en  la  Biblioteca  del  Escorial.  El  tratado  debió  conser- 
varse en  los  archivos  de  las  iglesias  ó  mezquitas  de 
Orihuela.  En  algunos  autores  llega  á  determinarse  el 
día  de  la  fecha,  4  de  récheb  (6  de  abril),  y  no  el  5, 
como  equivocadamente  traduce  Dozy,  al  igual  que  al 
señalar  la  rendición  de  Mérida.  De  ese  pacto  hace 
mención  el  Pacense  (1). 

Acerca  del  valor  y  alcance  de  la  capitulación,  sus- 
téntanse  dos  opiniones  bien  encontradas,  por  los  seño- 
res Saavedra  y  Fernández  Guerra.  Dice  el  primero: 
«Teodomiro  no  creó  ni  conservó  un  reino  indepen- 
diente, ni  un  estado  tributario,  como  los  muchos  que 
hubo  en  la  Edad  Media  en  España,  y  en  los  cuales  el 
principe  pagaba  un  subsidio  determinado  y  único  á  su 
vencedor;  aquí  el  tributo  era  personal  de  todos  los 
habitantes,  como  subditos  del  Califa,  salvo  que  se  les 
dejaba  el  uso  de  su  libertad  y  de  sus  bienes,  con  el 
ejercicio  de  su  autonomía  en  el  gobierno  de  sus  ciu- 
dades. De  autonomía  parecida  gozaban  los  cristianos 
de  otros  pueblos,  que  obedecían  á  sus  condes  y  obis- 


(1)    Casiri,  II,   106.— El  Arch.,  IV,  101.— *Ajbar,  p.  240  (ap.)— iww- 
f.,  I,  98.— El  Pacense,  loe.  tít. — Conde,  I,  1$. 


—  22  — 

pos;  pero  en  Orihuela  se  hizo  la  dignidad  inamovible 
y  hereditaria,  á  diferencia  de  otras  partes,  en  que  el 

jefe  se  cambiaba  á  voluntad  de  los  gobernantes La 

extensión  de  los  dominios  de  Teodomiro  no  abarca- 
ban tampoco  una  provincia  gótica  entera,  según  se  ha 
dicho,  ni  siquiera  la  totalidad  de  la  actual  de  Murcia; 
pues,  de  lo  contrario,  no  se  hubieran  podido  reservar 
para  el  Califa  las  tierras  regadas  por  el  Segura,  más 
tarde  distribuidas  á  los  soldados  egipcios  de  la  expe- 
dición de  Balch,  que  en  tiempo  de  Abú'l  Jatar  se 
mostraron  tan  amigos  de  Atanagildo,  hijo  y  sucesor 
de  Teodomiro No  es  esto  negar  ni  rebajar  el  mé- 
rito real  y  efectivo  de  los  cristianos  del  sudeste,  sino 
colocarlo  en  su  justa  medida:  el  jefe  godo  no  pudo 
soñar  en  restauración  ni  independencia  política,  y  se 
contentó  con  la  puramente  administrativa  y  reli- 
giosa» (i). 

Del  Sr.  Fernández  Guerra:  «Admira,  suspende  y 
pasma  al  invasor  el  ver  tan  bravamente  guarnecida  á 
Aurariola;  teme  y  brinda  con  la  paz.  Admítela  y 
conciértala  el  Duque  %ey  con  buenas  condiciones; 
y  afianza  desde  aquella  hora  por  reino  suyo  cristiano  y 

pacífico  su  misma  provincia,  tributario  de  los  alárabes 

El  reino  de  Teodomiro  limitábase  á  ¡a  provincia  Aura- 
riola  El  territorio  de  las  siete  ciudades  condales  de 

Teodomiro  se  identifica  á  maravilla  con  el  de  las  siete 

diócesis  eclesiásticas Al  año  579  corresponde  la 

división  de  España  en  ocho  provincias  famosísimas, 
que  se  nombraron  Galecia,  Asturia,  Antrigonia,  Iberia, 


(1)     Estudio  sobre  la  Invasión,  etc.,  c.  VI. 


—  23  — 

Lusitania,  Bética,  Hispalis  y  Aurariola,  si  reducida, 
fértil  y  admirable  por  su  belleza»  (i). 

Por  lo  visto,  los  dominios  de  Teodomiro  si  abar- 
caban una  provincia  entera.  Ya  se  verá  por  qué  causa 
se  hizo  la  distribución  de  tierras  á  los  egipcios  de 
Balch,  y  cómo  se  reparó  tal  infracción  del  pacto  de  6 
abril  de  713.  La  forma  del  tributo  pagado  á  los  califas 
por  Teodomiro  y  sus  subditos,  tuvo  casos  análogos 
entre  los  señores  de  Valencia  para  con  los  reyes  cris- 
tianos; y  nadie  negará  que  los  almorávides,  en  el 
año  1 122,  período  al  cual  nos  referimos,  no  fuesen 
dueños  de  la  ciudad  del  Turia.  Diremos,  por  último, 
que  en  El  Pacense,  única  autoridad  en  que  se  apoya 
el  conocimiento  de  Atanagildo,  sucesor  de  Teodo- 
miro, ni  consta  que  éste  fuera  padre  de  aquél,  ni  que 
por  herencia  ocupase  el  trono. 

Concluyamos,  antes  de  anudar  el  hilo  de  la  inte- 
rrumpida relación  de  los  sucesos  ocurridos  ante  Ori- 
huela,  con  la  reseña  geográfica  de  la  Tierra  de  Todmir. 
Sus  plazas  fuertes  formaban  en  la  ciudad  de  Valentela, 
antecesora  de  Murcia,  como  una  cruz  figurada  por  la 
linea  de  Alicante,  Orihuela,  Valentela  y  Lorca,  junto 
con  la  de  Anaya,  Valentela,  Muía  y  Bigastro,  apoyán- 
dose unas  á  otras  y  defendiendo  todas  á  la  capital  (2). 

En  los  geógrafos  é  historiadores  árabes  aparece 
bien  deslindada  la  región  de  Todmir,  que  se  extendía 
desde  Cartagena  á  Alicante,  y  desde  Chinchilla  y 
Segura  hasta  la  Sierra  Mágina,  cerca  del  Guadal  bu- 


(1)  El  Arch.,  IV,  99-107, 

(2)  Saavedra,  loe.  cit. 


—  24  — 

llón,  frontera  de  la  dé  Jaén.  Sus  ciudades  eran:  Ori- 
huela, capital  de  la  Oróspeda  y  suntuosa  residencia  del 
duque,  fortificada  por  los  visigodos;  Valentila,  confun- 
dida con  Valencia  por  varios  autores,  lo  mismo  que 
Anaya  con  Denia;  Lecant,  cuya  jurisdicción  abrazaba  á 
Callosa;  Mola,  de  la  cual  todavía  quedan  vestigios  de 
su  antigua  denominación,  en  Mont-roy,  junto  á  Villa- 
ricos;  Anaya,  quizá  el  Ello,  ep  el  Monte  Arabí;  Begas- 
tro,  cuya  hitación  queda  señalada,  y  horca,  una  de 
las  más  famosas  villas  de  Murcia,  como  escribe  Ar- 
Razi  (i). 

Firmado  ya  el  convenio,  el  parlamentario  cristiano 
se  descubrió  á  Abdeláziz,  quien,  lejos  de  mostrar 
disgusto,  alabó  la  prudencia  del  duque;  y  comieron 
juntos  aquel  día,  como  si  de  largo  tiempo  fuesen 
amigos.  Venida  la  noche,  j  Teodomiro  se  entró  en 
Orihuela,  y  ordenó  que,  á  la  hora  del  alba  del  dia  7 
de  abril,  se  abriesen  las  puertas  de  la  ciudad.  A  la 
mañana  siguiente  salieron  Teodomiro  y  sus  princi- 
pales caudillos  á  recibir  á  Abdeláziz  y  los  más  notables 
de  entre  los  suyos.  Entrados  en  Orihuela,  maravillóse 
el  hijo  de  Muza  de  las  pocas  tropas  que  la  guarnecían, 
y  preguntó  á  Teodomiro  la  causa  de  la  falta  de  fuer- 
zas, cuando  tan  numerosas  eran  las  que  un  día  antes 
coronaban  los  muros.  Reveló  el  duque  la  estratagema, 
y  mereció,  según  Conde  (2),  la  aprobación  de  ios 
muslimes,  al  paso  que  en  otros  autores  (3)  se  lee  que 


(1)  El  Arch.,  IV,  103-10$. 

(2)  P.  I,c.  XV. 

(3)  ±Ajbar,  p.  13.— *Al-Makkarif  p.  167. 


—  25  — 

i  los  mahometanos  les  pesó  lo  hecho;  mas  todos 
convienen  en  que  cumplieron  lo  estipulado.  Tres  días 
los  obsequió  Teodomiro,  y  luego  se  retiraron,  por  las 
sierras  de  Segura,  á  Baza,  Guádix,  Jaén,  Elvira,  Gra- 
nada, Antequera  y  Málaga. 

Lograda  la  conquista  de  Mérida,  á  fines  de  xawal 
(últimos  de  julio  de  713)  Muza  se  dirigió  á  Toledo, 
donde  encontró  á  Tárik.  Restituido  á  éste,  por  orden 
de  Walid,  el  mando  de  las  tropas  que  para  gloria  del 
Islam  había  guiado  al  combate,  dispuso  Muza  que 
sin  dilación  partiese  Tárik  hacia  la  España  oriental. 
Buscó  las  fuentes  del  Tajo;  atravesó  las  sierras  de 
Arcábica  (Arcos,  junto  á  Medinaceli),  Molina  y  Si- 
güenza,  y  bajó  á  las  vegas  y  campos  regados  por  el 
Ebro.  Puso  sitio  á  Zaragoza,  que  resistió  hasta  que 
con  su  hueste  acudió  Muza.  Mientras  éste  enseñoreaba 
la  Tarraconense,  Tárik  bajó  por  el  Ebro  á  Tortosa;  y 
luego,  siguiendo  por  la  costa  con  dirección  al  medio- 
día, entró  en  Murviedro,  Valencia,  Játiba  y  Denia,  las 
cuales  se  sujetaron  á  las  condiciones  del  Islam,  que- 
dando sus  moradores,  bajo  la  fe  y  amparo  de  los 
muslimes,  dueños  pacíficos  de  sus  bienes.  Fortuna  fué 
para  esta  comarca,  se  encargara  su  conquista  á  Tárik, 
y  no  á  Muza.  La  avaricia  de  éste  y  la  prodigalidad  de 
aquél,  fueron  causa  de  que  mutuamente  se  acusaran 
á  Walid  como  defraudadores  del  quinto  del  botín  que 
al  califa  correspondía.  Ambos  fueron  llamados  á  jus- 
tificarse á  Damasco,  y  en  sáfer  del  año  95  (26  oct,  23 
v.  713)  salieron  para  Oriente  (1). 


r)    Apéndices  del  Ajbar9  p.  225.— Conde,  I,  17. 

4 


—   26  — 

Tan  rica  en  detalles  como  es  la  sumisión  del  reina 
de  Todmir  á  las  armas  agarenas,  es  pobte,  cual  se  acaba 
de  ver,  la  del  resto  de  la  comarca  valenciana;  y  no  es 
que  falten  los  suficientes  para  poner  el  relato  de  la 
conquista  del  norte  y  centro  a  la  altura  del  de  la  parte 
meridional,  sino  que  esa  narración  se  apoya  en  auto- 
ridad que  inspira  escasa  confianza.  Parécenos  que  na 
debemos  omitir  esa  relación,  por  fabulosa  que  parezca, 
ya  en  consideración  á  que  ulteriores  descubrimientos 
han  venido  á  probar  la  certeza  de  hechos  antes  apre- 
ciados como  falsos,  ya  porque  hasta  en  los  sucesos 
juzgados  por  más  apócrifos,  de  ordinario  suele  en- 
cerrarse cierto  fondo  de  verdad.  Obligación  del  histo- 
riador es,  sin  embargo,  en  tales  casos,  prevenir  al  lector 
del  peligro  que  corre  al  otorgar  crédulamente  su  asenso 
á  sucesos  sombreados  con  la  duda,  ó  cuya  falsedad 
resulta  confirmada  hasta  la  evidencia. 

En  el  año  1589  publicó  Miguel  de  Luna  una 
«Historia  verdadera  del  rey  don  Rodrigo»  que  supone 
traducida  de  una  crónica  árabe  escrita  por  cierto  Abul- 
cásim  Tarif  Aben  Tarique,  testigo  presencial  de  la 
Invasión.  Dicha  historia,  según  alguno  de  nuestros 
ingenuos  cronistas,  se  tradujo  por  orden  de  S.  M.  (Fe- 
lipe II),  del  arábigo,  de#la  librería  de  San  Lorenzo  del 
Escorial,  donde  estaba  incógnita  y  sepultada  (1).  Las 
márgenes  están  llenas  de  citas  de  palabras  del  original, 
para  abonar  lo  dicho  en  la  historia,  algunas  de  las 
cuales  citas  delatan  al  falsario.  No  obstante  el  valor 
negativo  del  tal  libro,  antiguamente  le  utilizó  Lope 


(1)    Escolano,  1.  II,  c.  XV. 


—  27  — 

de  Vega,  y  en  tiempos  más  recientes,  Washington 
Irving  (i). 

Cuenta  el  real  ó  supuesto  Abulcásim  (2),  que  Muza 
y  Tárik  no  encontraron  en  largos  trechos  seria  resis- 
tencia hasta  Zaragoza,  que  tampoco  se  obstinó  en  la 
defensa.  Formando  ejércitos  separados,  después  de 
cruzar  y  repasar  los  Pirineos,  siguieron  la  costa  del 
Mediterráneo,  sin  detenerse  en  ninguna  parte  hasta 
parar  en  una  llanada,  donde  se  alzaba,  á  cuatro  millas 
pequeñas  del  mar,  una  hermosa  ciudad,  Valencia,  ro- 
deada de  muchos  jardines  y  arboledas,  y  dotada  de 
aguas  corrientes,  cuyo  conjunto  alegraba  en  extremo 
la  vista. 

Pusieron  los  muslimes  sitio  á  Valencia;  y,  al  ver 
que  se  les  resistia,  enviaron  un  mensajero  á  los  sitiados 
prometiéndoles  dejarlos  vivir  en  paz,  sin  hacerles 
agravio  ni  zozobra,  si  se  rendían,  como  había  hecho  el 
resto  de  España.  Un  centinela,  apostado  en  una  torre 
del  muro,  ni  dio  oídos  ai  mensaje  ni  avisó  ai  goberna- 
dor de  la  ciudad.  Disparó  el  cristiano  su  arco,  y  herido 
se  retiró  al  campamento  el  soldado  moro.  Sentido  Tárik 
de  tanto  descomedimiento,  ordenó  á  sus  tropas  diesen 
el  asalto;  mas  los  cristianos  se  defendieron  con  tal 
valor,  que  obligaron  á  retirarse  á  los  mahometanos, 
con  pérdida  de  250  combatientes.  De  los  valencianos 
murieron  80. 

Ignoraba  el  gobernador,  Agrescio,  el  incidente  del 
mensajero  y  del  centinela;  y,  como  viese  que  la  guarni- 


)    Saavedra.  Invasión,  etc.,  c.  111. 
*    Lib.  U,  cap.  XIV  y  XV. 


—   28  — 

ción  de  Valencia  no  alcanzaba  á  resistir  un  largo  cerca 
y  que  sola  ella  no  podía  subsistir  en  medio  de  tanta 
morisma,  envió  un  parlamentario  al  caudillo  sarraceno 
excusándose  del  percance  ocurrido  al  moro  y  pidiendo 
tres  días  de  tregua  para  resolverse  en  semejante  conflic- 
to. Tárik  otorgó  lo  que  Agrescio  había  solicitado,  y  de 
común  acuerdo  pactaron  estas  condiciones  de  rendi- 
ción: los  cristianos  entregarían  la  ciudad,  pero  queda- 
rían salvos  é  inmunes,  en  posesión  de  sus  bienes,  y 
sería  respetada  su  profesión  religiosa;  y  los  que  no  se 
acomodasen  con  estas  condiciones,  podrían  marchar, 
con  sus  mujeres  y  familia,  al  punto  que  mejor  les  pa- 
reciera, para  lo  cual  se  les  daría  salvedad  y  guiaje^ 
Firmada  por  ambas  partes  la  capitulación,  las  llaves 
de  la  ciudad  fueron  entregadas  á  Tárik,  y  él  dejó,  con 
suficiente  guarnición,  á  Abú  Maicera  el  Hozdalí  (i). 
El  caudillo  árabe  tomó  el  camino  de  Murcia  y  se  retir6 
á  Córdoba. 

Esta  relación  tiene  muchos  puntos  de  contacto  coi> 
la  de  Conde.  Sabido  es  que  este  autor,  desde  que  con 
notoria  injusticia  fué  tratado  por  Dozy,  merece  poca 
crédito  á  extranjeros  y  nacionales.  Ya  comienza  á  re- 
conocerse su  mérito,  y  creemos  no  está  lejano  el  día 
en  que  se  le  conceda  reparación  completa.  Con  esto  no- 
queremos  decir  que  su  obra  no  adolezca  de  lunares, 
muy  naturales  si  se  tienen  en  cuenta  las  circunstancias 
que  concurrieron  en  la  producción  de  su  obra. 


(i)  Mis  adelante  se  le  llama  Abulcácer  el  Hodzalí,  nombre  que  se  aproxi- 
ma al  de  uno  de  los  caudillos  que  suscribieron  la  capitulación  de  Orihuela, 
Abukasim  el  Had^aU;  así  c  orno  el  de  Maicera  es  el  patronímico  de  Abdallah  el 
Fahmí,  otro  de  los  testigos. 


—  29  — 

El  comportamiento  de  los  invasores  era  el  que  la 
prudencia  aconseja  á  los  que  aun  carecen  de  fuerza  para 
imponer  su  yugo.  Conducta  que  se  sintetiza  en  la 
alocución  de  Abu  Becr,  sucesor  de  Mahoma,  á  las 
tropas  que  con  Yezid  partían  á  la  conquista  de  Siria: 
«Si  Dios  os  da  la  victoria,  no  abuséis  de  ella,  ni  tifiáis 
vuestras  espadas  con  la  sangre  de  los  rendidos,  de  los 
niños,  de  las  mujeres  y  de  los  débiles  ancianos.  En  las 
invasiones  y  correrías,  no  destruyáis  los  árboles,  ni 
cortéis  las  palmeras,  ni  abatáis  los  verjeles,  ni  asoléis 
sus  campos  ni  sus  casas.  Tomad  de  ellos  y  de  sus 
ganados  lo  que  os  haga  falta;  tratad  con  piedad  á  los 
abatidos  y  humildes;  no  empleéis  ni  doblez  ni  falsía 
en  vuestros  tratos  con  los  enemigos;  y  sed  siempre, 
para  con  ellos,  fieles,  leales  y  nobles;  cumplid  religio- 
samente vuestras  palabras  y  promesas;  no  turbéis  el 
reposo  de  los  monjes  ni  destruyáis  sus  moradas.»  Esta' 
misma  templanza  y  moderación  trocábase  en  crueldad 
contra  los  vencidos  que  osaron  resistir  á  los  muslimes: 
«Arrasad  las  ciudades  y  fortalezas  que  puedan  servir 
de  asilo  á  vuestros  enemigos;  oprimid  á  los  sober- 

» 

bios,  á  los  rebeldes  y  á  los  que  sean  traidores  á 
vuestras  condiciones  y  convenios;  tratad  con  rigor  á 
muerte  á  los  enemigos  que  cqn  las  armas  en  la  mano 
resistan  á  las  condiciones  que  nosotros  les  impon- 
gamos» (i). 

Hasta  los  más  entusiastas  admiradores  de  la  tole- 
rancia sarracena,  hanse  visto  obligados  á  confesar  que 

invasores  sólo  eran  generosos  cuando  no  contaban 

)    Conde,  I,  3. 


—  3o  — 

un  triunfo  seguro  (i).  Dignas  de  consignarse  sora  las 
palabras  de  Dozy,  cuyo  amor  á  todo  lo  que  trasciende 
á  enemiga  contra  la  pura  ortodoxia,  es  harto  manifiesto: 
«Desde  que  los  árabes  afirmaron  su  dominio,  obser- 
varon los  tratados  menos  escrupulosamente  que  cuan- 
do su  poder  no  estaba  aún  bien  establecido.  Sucedió 
en  España  lo  que  en  todos  los  países  que  los  árabes 
conquistaron:  su  dominación,  de  dulce  y  humana  que 
había  sido  en  un  principio,  degeneró  en  un  despotismo 
intolerable,..  Los  conquistadores  de  la  Península  si- 
guieron al  pie  de  la  letra  el  consejo  del  califa  Ornar, 
que  había  dicho  crudamente:  «Nosotros  debemos  co- 
mernos á  los  cristianos  y  nuestros  descendientes  deben 
comerse  á  los  suyos  mientras  dure  el  Islamismo.» 

Contra  la  gratuita  afirmación  de  que  los  árabes 
vinieron  á  la  Península  «saturados  de  mil  conocimien- 
tos adquiridos  durante* sus  correrías»  (2)  están  los 
testimonios  del  tantas  veces  citado  Saavedra,  según  el 
cual  había  ya  aquí,  entre  los  cristianos,  «una  gente  cuya 
ilustración  es  innegable»  (3);  de  Dozy,  que  trata  á  los 
invasores  de  cerriles,  zafios  é  ignorantes  (4);  de  La- 
fuente  y  Alcántara,  que  sostiene  ser  de  fines  del  siglo* 
IX  el  primer  cronista  árabe  español  (5),  cuando  al 
tiempo  de  la  Invasión  teníamos  nosotros  á  Isidoro  de 
Beja,  tan  alabado  por  el  arabista  holandés;  de  Pons, 
que  escribe  haber  transcurrido  254  años  desde  la  Inva- 


(1)  Saavedra,  pág.  128. 

(2)  Marzal.— Cultura  Árabe  Española,  p.  11. 

(3)  Obra  citada,  c.  VI. 

(4)  Investigaciones,  t.  I,  c.  III. 

(5)  Ajbar  (Apéndices),  p.  221. 


_  3I  — 

sión  basta  que  Al  Háquem  II  mandó  recopilar  la  histo- 
ria de  los  Moros  (i),  etc. 

La  moral  mahometana  ha  merecido  á  doctos  ara- 
bistas el  título  de  «moral  de  manga  ancha»  (2).  Y  del 
amor  ala  libertad  en  los  musulmanes,  es  prueba  irre- 
fragable Ja  mitad  de  la  especie  humana'  más  digna  de 
solicites  cuitados,  la  mujer,  obligada  á  compartir  con 
odiadas  compañeras  el  tálamo  nupcial,  sepultada  en  el 
harem,  convertida  en  instrumento  de  placer,  en  cosa 
cuya  custodia  está  confiada  á  seres  desgraciados  en 
quienes  se  practica  execrable  mutilación,  la  más  con- 
traria á  la  naturaleza. 

Europa,  cristiana,  y  África,  musulmana,  son  baró- 
metro del  valor  civilizador  de  las  religiones  fundadas 
por  el  divino  Jesús  y  el  pseudo-profeta  Mahoma. 

Razón  tenía  Isidoro  de  Be  ja  al  llorar  con  amargas  lá- 
grimas y  lastimero  acento  la  ruina  de  España:  «¿Quién 
podrá  narrar  tanta  calamidad?  ¿quién  contar  tan  ines- 
perada invasión?  Que,  aunque  todos  los  miembros  se 
convirtiesen  en  lenguas,  no  podría  la  naturaleza  humana 
referirtantos  y  tan  grandes  males,  la  inmensa  ruina  que 
España  ha  padecido.  Para  que  con  breves  palabras  haga 
comprender  al  lector  el  azote,  diré:  «Cuantas  innu- 
merables calamidades  ha  causado  al  mundo,  en  sus  infi- 
nitas regiones  y  ciudades,  el  enemigo  inmundo  y  cruel, 
desde  Adán  hasta  ahora;  cuanto  se  refiere  de  Troya  des- 
truida; cuanto  padeció  Jerusalén,  anunciado  por  lospro- 


\    Ensayo  bio-bibliogrdfico  sobre  Jos  historiadores  y  geógrafos  arábigo-españoles, 
ir     afía  n.°  i. 

,    Ribera,  Textos  aljamiados.  Prólogo,  III. 


1 


—  32  — 

fetas;  cuanto  se  consumó  en  Roma,  ennoblecida  con  el 
martirio  de  los  Apóstoles:  todos  esos  y  tan  grandes 
estragos  ha  padecido  España,  en  algún  tiempo  deli- 
ciosa, y  ahora  tan  desgraciada,  en  su  honor  y  en  su 
renombre...»  (i). 


(i)    Isidoro  Pacense,  jj. 


CAPÍTULO  II 

Walíes  dependientes  de  Damasco 

(713^754) 


Supuestos  «alies  de  Vetareis:  hechos  que  se  les  atribnyto.— Confinna  el  Califa  el  pacto  de  Orí  huela.— 
Alabes  y  berberiscos,  bekdies  y  sirios.— Abdelmélk  beo  Katan:  los  Beni  Cssim:  Atpuente.— Abul- 
jaur:  infracción  del  pacto  de  Orftwela:  Atanatldo,  su  protesta:  los  sirios,  campeones  del  derecho.— 
Yesaf  el  FBui:  partido  que  sigue  Valencia. —Ciudades  de  la  provincia  Tolaitola. 


roauE  no  de  poca  importancia,  no  son  mu- 
chos los  acontecimientos  ocurridos  en  esta 
región  propios  del  periodo  comprendido 
entre  la  Invasión  y  la  venida  de  los  Ommiadas  al 
Ándalos,  que  historiadores  y  cronistas,  árabes  y  cris- 
tianos, registran.  Ese  vacío  le  llena,  en  parte,  con  su 
imaginación,  el  Abulcásim:  si,  por  casualidad,  acierta 
con  tal  ó  cual  nombre,  en  alguno  que  otro  hecho 
aislado,  al  pretender  por  nuestra  parte  concordar  el 
conjunto  con  sucesos  estimados  como  auténticos, 
hay  que  cejar  en  la  empresa  agotadas  las  energías 
que  con  semejante  intento  se  emplearon. 

Ya  queda  dicho  que  Abdjeláziz  ben  Muza  fué  á  la 
comarca  de  Todmir  y  la  conquistó,  lo  mismo  que  á 
Granada  y  Málaga.  También  está  hecha  relación  de 
(  ,  dejada  á  un  lado  la  enemiga  que  había  entre 
]  za  y  Tárik,  encargóse  éste  de  la  vanguardia,  y 
]     ieron  á  la  conquista  de  Aragón.  Entraron  en  Bar- 


—  34  — 

celona,  penetraron  en  Narbona  y  llegaron  hasta  el 
Ródano.  Desde  los  Pirineos  retrocedieron,  y  poco 
después  no  quedaba  á  Muza  otra  comarca  que  someter 
al  Islam,  sino  Galicia.  En  tal  empresa  andaba  ocupado, 
cuando  obedeciendo  á  un  segundo  aviso  del  califa 
Waiid  ben  Abdelmélic,  volvió  á  Sevilla,  dejó  como 
gobernador  de  España  á  su  hijo  Abdeláziz,  y  en 
dylcada  del  año  95  (ag.  sept.  de  714),  pasó  el  mar, 
junto  con  Tárik,  para  ir  á  Oriente.  Ya  llegados  allá, 
murió  Walid  y  le  sucedió  en  el  imperio  su  hermano 
Suleimán,  que  fué  proclamado  á  mediada  luna  de 
giumada  postrera   del   año    96   (25    de   febrero- de 

7i5)(0. 

Durante  el  gobierno  de  Abdeláziz,  supónese   que 

ocurrió  el  hecho  siguiente: 

Sujetada  toda  España,  el  general  Muza  se  volvió  á 
su  gobierno  de  África,  y  Tárik  se  fué  á  la  corte  del 
Califa.  Quedó  por  gobernador  de  España  Abdelá- 
ziz. Estando  en  Sevilla  con  poderoso  ejército,  tuvo 
aviso  de  que  el  gobernador  de  Valencia,  llamado 
Abulcácer  el  Haudali  (¿Abu  Cáim  el  Hadalí?),  natural 
de  Arabia  la  Feliz,  se  había  alzado  y  rebelado  con  toda 
esta  tierra,  y  hacía  mucho  daño  en  las  comarcanas. 
Recibió  la  noticia  el  gobernador  general  de  España,  y 
sintió  gran  contrariedad,  por  ser  ese  movimiento  el  pri- 
mero que  se  intentó  contra  el  Amir  al  Mumenin  (el 
Principe  de  los  Creyentes).  Alzó  el  sitio  que  tenia 
puesto  á  Sevilla,  y  con  10.000  infantes  y  800  caballos, 
tomó  el  camino  de  Murcia,  donde  se  le  unió,  con  más 


(1)    AlMakkari,  I,  p.  172-174.— Conde,  I,  18. 


—  35  — 
tropas,  su  alcaide  Ibrahim  el  Azcanderi,  y  siguieron 
con  dirección  á  Valencia.  Animoso  el  Haudalí,  no 
esperó  á  que  llegasen  las  fuerzas  mandadas  por  Abde- 
láziz; salió  á  su  encuentro,  pero  fué  vencido  y  prisio- 
nero. Cortada  que  le  fué,  como  á  rebelde,  la  cabeza, 
fué,  para  escarmiento,  puesta  sobre  una  de  las  puertas 
de  la  ciudad;  ésta  fué  saqueada  por  la  soldadesca. 
Hecha  averiguación  de  los  alcaides  y  capitanes  que 
habían  tenido  parte  en  el  alzamiento,  en  todos  se  hizo 
pública  justicia.  Se  nombró  nuevo  wali,  y  lo  fué  un 
caudillo  famoso  llamado  Muhámad  ben  Becr.  Pacifi- 
cada Valencia,  el  gobernador  general  volvió  á  Anda- 
lucia  (i). 

El  nombre  del  supuesto  walí  rebelde,  llamado  antes 
Abumacer  el  Audali,  participa  de  los  de  dos  caudillos 
que  suscribieron  la  capitulación  de  Orihuela;  parécese 
la  denominación  última  Abu'l  Cácer  el  HaudaU>  en 
cuanto  ai  nombre  y  al  determinativo  de  tribu,  á  la  de 
Aba  Cditn  d  Hadali.  En  Al-Makkari  (2)  se  lee  que, 
conquistada  Mérida,  Abdeláziz  fué  con  un  ejército 
contra  Sevilla,  que  se  habia  rebelado  y  la  conquistó 
de  nuevo. 

Mal  remate  tuvo  el  gobierno  de  Abdeláziz.  El 
motivo  fué  que,  habiéndose  prendado  de  Egilona, 
mujer  de  Rodrigo,  la  tomó  por  esposa.  De  tal  modo 
condescendió  con  los  deseos  de  la  viuda  del  último 
rey  godo,  que  hasta  llegó  á  hacer  uso  de  las  insignias 
reales,  lo  cual  fué,  naturalmente,  interpretado  en  el 


Escolado,  I  ib.  I,  cap.  21  y  22. 
Tomo  I,  pig.  171. 


-  36  - 

sentido  de  que  había  abrazado  el  Cristianismo  y  aspi- 
raba á  restaurar  el  gobierno  de  España  con  indepen- 
dencia de  los  califas.  Ello  fué  bastante  para  que  le 
acometieran  y  mataran  en  récheb  del  año  97  (marzo 
de  716)  (1). 

No  por  la  muerte  de  Abdeláziz,  sino  por  el  adve- 
nimiento del  califa  Suleimán  quizá,  ó  porque  fuera 
condición  indispensable  para  la  validez  de  la  capitula- 
ción acordada  entre.Teodomiro  y  el  hijo  de  Muza, 
acude  el  soberano  de  la  Aurariola  ante  el  Principe  de 
los  Creyentes,  á  cuyos  ojos  aparece  el  príncipe  cris- 
tiano como  hombre  muy  prudente,  y  le  colma  de 
beneficios,  no  siendo  el  de  menor  importancia  la  con- 
firmación del  pacto  que  antes  había  celebrado  con 
Abdeláziz.  La  capitulación  permaneció  estable  hasta 
los  tiempos  de  Isidoro  de  Beja  (754),  sin  que  el  lazo 
del  convenio  se  aflojara,  ni  dejasen  de  respetarle  los 
sucesores  de  los  árabes  que  realizaron  la  conquista. 
Motivo  tuvo  Teodomiro  para  volver  gozoso  á  sus 
estados,  y  razón  poderosa  asistía  á  sus  subditos,  para 
dar  gracias  á  Dios,  pues,  en  medio  de  tiempos  tan 
calamitosos,  les  había  concedido  un  príncipe  de  tan 
nobles  prendas,  siendo  la  principal  la  constancia  en  la 
verdadera  fe  (2).  Aquí  se  ve  cuan  equivocado  va  Luis 
del  Mármol  (3),  cuando,  como  copia  Escolano  (4),' 
«después  de  roto  el  rey  don  Rodrigo,  los  moros  se 
dividieron  en  tres  ejércitos,  para  combatirnos  á  la  par 


(1)  Ajbar,  p.  20.— Apéndices,  p.  226. 

(2)  El  Pacense,  38. 

(3)  Lib.  II,  c.  10. 

(4)  Lib.  II,  cap.  15. 


—  37  — 

por  todos  los  cuarteles  de  España,  sin  darnos  espa- 
cio (i).  El  uno  destos  se  encomendó  d  un  renegado 
godo,  llamado  Tudemiro.» 

Asi  como  el  bueno  de  Abulcásim  nos  cuenta  la 
rebelión  del  primer  walí  de  Valencia  y  la  muerte  que 
aquél  tuvo,  alarga  el  gobierno  del  segundo  hasta  el 
año  ni  de  la  hégira,  que  corresponde  ai  730  de  la 
era  cristiana.  Durante  su  largo  waliato,  caso  raro  en 
tiempos  tan  revueltos,  hubo  diferentes  califas,  y  mu- 
chos más  gobernadores  generales  de  España,  Suleimán 
falleció  en  10  de  sáfer  del  99  (22  septiembre  717); 
Ornar,  en  25  de  récheb  de  101  (10  febrero  721); 
Yezid,  en  25  de  xawan  de  105  (27  enero  724),  é 
Hixem,  en  6  de  rabié  segunda  de  125  (6  febrero  743). 
Mayor  es  el  número  de  los  waiíes  generales  de  Espa- 
ña. A  Abdeláziz  siguieron:  Ayub,  que  acabó  en  dilcada 
del  97  (agosto  716);  Al-Horr,  en  ramadhán  del  100 
(mar.-abr.  719);  A£-£amh,  en  dilagia  de  102  (junio 
721);  Abderrahmán,  en  sáfer  de  103  (agosto  721); 
Ajibara,  en  xaavan  de  107  (enero  726);  Ódzra,  en 
xawai  de  107  (febr.-mar.  726);  Yahya,  en  rabié  i.a 
de  110  (jun.-jul.  728);  Hodzaifa,  en  xaaban  de  110 
(nov.-dic.  728);  Otsman  ben  Abi  Ni?a,  en  muhárram 
de  ni  (abr.  729);  Al-Haitsam,  en  dilcada  de  111 
(en.-febr.  730);  Mohámmad,  en  sáfer  de  112  (mar.- 
abr.  730),  y  Abderrahmán  al  Gafekí,  en  ramadhán  de 
114  (oct.  732). 

Copiemos  á  Abulcásim.  Á  la  muerte  del  califa  Ya- 
')  al  Manzor,  en  el  año  725  (¿Yezid?),  el  gobernador 


)    Esto  también  se  lee  en  el  Ajbar,  p.  10. 


-  38- 

general  de  aquí  (¿Anba^a?)  trató  de  alzarse  con  el 
mando  de  España.  Varios  fueron  los  walies  que  se 
negaron  á  reconocerle,  el  de  Valencia,  Muhámad  Aben 
Becr,  entre  ellos.  Hizo  más  éste:  pactó  treguas  de  un 
año  con  el  de  Zaragoza,  y  al  frente  de  6.000  infantes  y 
1.200  caballos,  quiso  apoderarse  de  Murcia  (¿y  el  res- 
peto á  la  tierra  de  Todmir?);  pero  su  wall,  Ibrahim  el 
Azcandari,  se  previno  aliándose  con  el  de  Baeza.  Tu- 
vieron un  encuentro  en  el  río  Segura,  cerca  de  Murcia, 
y  el  resultado  se  mantuvo  indeciso  el  primer  día;  se 
empeñó  el  combate  al  amanecer  del  siguiente,  y  á  las 
tres  de  la  tarde  Abú  Becr  tuvo  que  escapar  á  uña  de 
caballo.  De  una  caída  y  por  el  disgusto  de  la  derrota, 
murió  á  los  pocos  dias  (730). 

Se  alzó  con  el  mando,  atosigando  á  un  niño  de 
pocos  años  que  dejó  Aben  Becr,  un  deudo  suyo,  lla- 
mado Abú  Bácer  ben  Becr;  pero  los  cadíes  de  Murvie- 
dro  y  del  Valle  de  Ricote,  Ali  el  Cinhigí  y  Ali  Berit 
Huchman,  no  sólo  se  negaron  á  reconocerle,  sino  que 
se  declararon  vengadores  de  la  muerte  del  niño. 

Vinieron  contra  Valencia  v  la  estrecharon  con 
vigoroso  sitio.  Quiso  el  de  Murviedro  sacar  partido  de 
la  revuelta;  reclamó  auxilios  de  su  pariente  Hassán, 
wali  de  Túnez,  y  tuvo  el  Cinhigí  á  sus  órdenes  12.000 
infantes  y  1.500  caballos.  Su  consocio  Ali  Berit  Huch- 
man adivinó  la  bastarda  intención  de  su  aliado  y  se 
alejó  de  los  muros  de  Valencia,  merced  á  cuya  retirada 
pudo  escapar  su  tercer  wali  y  refugiarse  en  Zaragoza. 

Tiempo  fué  el  transcurrido  desde  la  Invasión  hasta 
el  del  gobierno  de  Okba,  del  mayor  desorden;  pero 
no  hallamos  en  ningún  autor  relación  de  sucesos  con 


—  39  — 

los  cuales  guarden   analogia  los   que  acabamos   de 
anotar. 

Más  fundamento  tiene  la  de  los  sucesos  aquí 
•  ocurridos  desde  enero  de  741  hasta  mayo  de  745,  ó4 
sea,  durante  los  waliatos  de  Abdelmélic  bén  Katan, 
\  Balch  ben  Bixr,  Tsaalaba  ben  £alama  y  Abuljatar  al 
Hoc&am  ben  Dhirar.  La  concordancia  entre  Escolano 
y  los  modernos  arabistas  es  manifiesta;  y  no  lo  es 
menos  la  que  existe  entre  los  últimos  y  el  Pacense. 

«Luis  del  Mármol  y  los  demás  modernos,  que 
siguen  á  otros  coronistas  árabes,  no  hazen  mención 
de  successos  de  Valencia  hasta  el  año  740,  en  que 
cuenta  Mármol,  que  después  de  Óccuba,  que  gover- 
naba  en  Córdoba,  el  halifa  Gualid  embió,  por  virrey, 
un  alárabe  llamado  Abubéquer,  con  grande  ejército, ; 
por  apaziguar  algunas  discordias  que  andaban  encen- 
didas entre  los  caudillos  moros  de  las  provincias  de 
España.  Mas  ellos  no  le  quisieron  obedecer;  y  vinien- 
do á  juntarse  los  de  Córdova  con  los  de  Toledo,  Ara- 
gón y  Valencia,  le  dieron  batalla  y  le  mataron;  y  aun 
tentaron  de  quitar  la  obediencia  al  halifa  de  Arabia,  y 
hazer  halifa  en  España  de  por  sí.  Lo  qual,  sabido  por 
Gualid,  mandó  aprestar  una  gruesa  armada  en  Egypto 
y  otra  en  África,  y  las  embió  sobre  España  con  su 
general  Reduán,  que  se  dio  tan  buena  maña  en  redu- 
cirla, que  sin  derramamiento  de  sangre  sosegó  los 
pueblos  alterados,  y  los  tornó  á  la  obediencia  del 
Halifa  (1).» 

Okba  ben  al  Hachchach  a<;  £elolí   murió  en  sáfer 


1)    Escolano,  II,  16. 


—  4<>  — 

de  123  (dic.  740-en.  741)  (1);  y  el  califa  Yezid,  su- 
cesor de  Walid  ben  Yezid,  fué  proclamado  en  28  de 
giumada2.*de  126  (18  abril  744)  (2).  El  wali  enviado 
á  España  muerto  Okba,  fué  Abdelmélic  ben  Katan;  no 
Abú  Becr,  si  Aben  Bixer,  ó  sea  Balch,  que  vino  en  auxi- 
lio de  Abdelmélic.  Éste,  después  de  acabar  con  la  in- 
surrección de  los  berberiscos,  que,  como  sus  hermanos 
de  África,  habían  también  elegido  su  Imam,  fué  sor- 
prendido por  Balch  y  crucificado.  Valencia,  y  todo  el 
oriente  de  España,  siguió  el  partido  de  los  Beni 
Cásim.  Muerto  Balch,  aunque  vencedora  su  hueste, 
el  dominio  musulmán  amenazaba  extinguirse  aquí  en 
medio  de  la  anarquía  en  que  la  tenían  revuelta  árabes 
y  berberiscos,  beledíes  y  sirios,  cuando  Walid  y  el 
.gobernador  de  África,  Hantala  ben  Sefudn  (el  Reduán 
de  nuestros  cronistas),  atendiendo  las  súplicas  de  los 
honrados  muslimes  de  España,  pusieron  remedio  al 
mal  y  sin  efusión  de  sangre.  Esto,  que  muy  en  sínte- 
sis apunta  Escolano,  está  en  harmonía  con  lo  que  vamos 
á  exponer  más  por  extenso. 

Cercano  á  la  muerte  Okba,  designó  por  sucesor  á 
Abdelmélic  ben  Katan,  quien,  al  fallecer  Hixem,  en  6 
de  rabié  postrera  del  125  (6  febrero  743),  fué  confir- 
mado en  el  cargo.  Los  berberiscos  derrotaron  en  las 
riberas  del  rio  Masfa  (África),  á  los  caudillos  árabes 
Thaalaba  ben  (galerna,  Baleg  ben  Baxir  y  Hantala  ben 
Sefuan.  Apurado  Balgen  Ceuta,  donde  se  había  refu- 
giado, solicitó  amparo  del  emir  Abdelmélic,  quien  se 


(1)  Ajbar  (Apead.;,  241. 

(2)  Conde,  I,  3 1 . 


—  4i  — 

complació  en  hacer  más  desesperada  la  situación  de 
los  sirios:  crueldad  que  luego  costó  cara  al  emir  de 
España. 

Los  berberiscos  españoles,  cansados  de  la  poster- 
gación de  que  eran  objeto,  no  obstante  haber  sido 
ellos  quienes  habían  cargado  con  el  peso  principal  de 
la  conquista,  provocaron  un  alzamiento  al  saber  la 
prosperidad  de  las  armas  de  los  berberiscos  africanos. 
Estalló  la  insurrección  en  todo  el  norte  de  la  Penín- 
sula, menos  en  Zaragoza,  donde  los  árabes  estaban  en 
mayoria.  Permanecieron  fieles  al  emir,  Córdoba,  donde 
estaba  de  gobernador  Abderrahman  ben  Okba,  y  Tole- 
do, cuyo  wali  era  Omeya,  hijo  de  Abdelmélic.  Valencia 
siguió  el  bando  de  Abdelmélic,  lo  mismo  que  toda  la 
España  oriental,  cuyos  gobernadores  y  alcaides  eran 
amigos  y  hechura  suya  (i).  De  la  común  parciali- 
dad de  Zaragoza,  Toledo,  Valencia  y  Córdoba,  habla 
también  Escolano  (2). 

La  necesidad  obligó  á  Abdelmélik  á  solicitar  el 
paso  de  Balch  á  España,  no  sin  estipulación  de  con- 
diciones entre  heledles  y  sirios.  Merced  al  valor  de 
éstos,  la  insurrección  berberisca  fué  sofocada  en  san- 
gre. Ni  sirios  ni  beledíes  se  cuidaron  entonces  de 
cumplir  el  pacto  convenido.  Los  últimos  quisieron 
obligar  á  sus  auxiliares  á  que  se  embarcaran  en  expe- 
diciones parciales  en  Algeciras;  y  los  sirios  se  opusie- 
ron á  ello,  no  mostrándose  dispuestos  á  repasar  el 
mar  sino  juntos  y  desde  Todmir  ó  Elvira.  La  mal 


(1)    Dozy.  Historia,  I,  u.— Conde,  I,  30. 
2)    Loe.  cit. 


6 


-  42  — 

cicatrizada  herida  del  odio  enconado  que  mutuamente 
se  tenían,  se  abrió  de  nuevo.  Aprovecharon  los  sirios 
el  abandono  en  que  vivía  en  Córdoba  el  emir,  para 
arrojarle  del  palacio  y  proclamar  á  Balg  gobernador 
de  España  (20  septiembre  741),  al  principiar  el  mes 
dilcada  de  123  (1).  Abdelmélik  fué  crucificado  entre 
un  cerdo  y  un  perro. 

Del  infortunado  Abdelmélik  eran  descendientes  los 
Beni-Cásim,  poseedores  de  vastos  dominios  en  las 
cercanías  de  Alpuente,  en  nuestra  provincia.  Cerca  de 
Castellón  de  la  Plana  hay  un  pueblo  que  conserva  el 
nombre  de  tan  antigua  como  poderosa  familia.  Las 
ambiciosas  esperanzas  de  los  hijos  de  los  defensores  de 
Mahoma,  se  redujeron,  por  lo  que  toca  á  una  de  sus 
ramas,  á  un  pequeño  estado  enclavado  en  el  ángulo 
noroeste  de  nuestra  provincia  (2).  Cúpole  también  la 
triste  gloria  á  ese  rincón,  de  ser  el  albergue  del  último 
califa  Omeya. 

No  fué  de  larga  duración  el  gobierno  de  Baich.  Los 
hijos  de  Abdelmélik,  ó  sean  Katan  y  Omeyya,  con  los 
mismos  berberiscos,  á  quienes  se  habían  unido  para 
vengar  la  afrentosa  muerte  dada  á  su  anciano  padre, 
se  encontraron  con  Baich  en  las  inmediaciones  de 
Córdoba.  En  el  combate  fué  herido  de  tanta  gravedad 
el  caudillo  sirio,  que  falleció  á  los  pocos  días,  xawai 
de  124  (ag.-sept.  742)  (3). 

Muerto  Baich,  los  sirios  nombraron  por  su  jefe  á 


(1)  Dozy,  loe.  QM.—Ajbar  (apéndices,   p.  238).— Conde,  I,  30,  dice  fué 
en  fio  del  año  125. 

(2)  Dozy,  loe.  cit. — Al  Makkari,  II,  p.  11. 
(*)    Al  MnHwri,  If,  p.  13. 


—  43  — 

Tsaálaba  ben  £abema.  Los  gobernó  bien,  mas  hubo  de 
retirarse  á  Mérida,  pero  en  una  salida,  sorprendió  á  los 
sitiadores  y  les  hizo  muchos  prisioneros.  La  suerte 
que  á  éstos  esperaba  tenía  poco  de  lisonjera.  Cuando 
no  tenían  otra  esperanza  que  la  de  ser  cortadas  sus 
cabezas,  un  incidente  imprevisto  los  salvó  del  peligro. 
A  los  diez  meses  de  waliado  de  Tsaálaba,  ó  sea  en 
récheb  de  125  (mayo  743),  siendo  califa  Walid  ben 
Yezid,  fué  Abuljatar  Ho^am  ben  Dihrar  al  Kelbí,  nom- 
brado wali  por  Hantala  ben  Sefuán,  gobernador  de 
África.  Su  bandera  salvó  de  una  muerte  segura  á  los 
prisioneros  beledíes  y  berberiscos  (1). 

Al  walí  nombrado  por  Hantala  ben  Sefuán,  el  Re- 
duan  de  nuestros  cronistas,  le  cupo  la  gloria  «de  darse 
tan  buena  maña  en  reducir  á  España,  que  sin  derra- 
mamiento de  sangre  sosegó  los  pueblos  alterados,  y 
los  tornó  á  la  obediencia  del  Kálifa  (2).»  «No  obstante 
su  genio  militar,  era  buen  poeta;  y  en  los  primeros 
tiempos  de  su  mando,  se  mostró  equitativo  y  justo, 
obedeciéndole  toda  España  (3).»  «Era  Abuljatar  un  noble 
siriaco,  natural  de  Damasco,  y  todos  le  atendieron  y  pres- 
taron obediencia,  siriacos  y  beledíes.  Dio  libertad  á  los 
prisioneros  y  cautivos,  llamándose,  por  esta  causa,  su 
ejército  el  de  la  salvación,  y  aunándose  todas  las  volun- 
tades   Acomodando  á  los  siriacos  en  las  diferentes 

comarcas,  aquietóse  el  estado  de  los  españoles  (4).» 

Dio  en  feudo  á  los  sirios  tierras  del  dominio  pu- 


to Al  Makkari,  II,  p.  14. 

(2)  Escolado,  loe.  cit. 

(3)  Al  Makkari,  loe.  cit. 

(4)  Ajbar,  p.  46. 


—  44  — 

buco,  ordenando  á  los  siervos  que  las  cultivaban 
pagasen  desde  entonces  á  los  sirios  el  tercio  que  de 
las  cosechas  habían  venido  satisfaciendo  al  Estado. 
Los  egipcios  se  establecieron  en  los  distritos  de  Ocso- 
noba,  de  Beja  y  de  Todmir  (i).  Cuando  vieron  las 
tierras  señaladas  tan  semejantes  á  las  de  los  países  de 
donde  procedían,  dieron  gracias  á  Dios  de  su  ventu- 
roso estado  y  bendijeron  á  Muza  ben  Noséir  y  á  Balch 
ben  Bexir,  que  tantos  bienes  y  fortuna  les  habían  faci- 
litado (2). 

El  repartimiento  de  tierras  de  Todmir  se  hizo  con 
infracción  del  pacto  de  Orihuela,  convenido  entre 
Teodomiro  y  Abdeláziz  ben  Muza  (6  abril  713). 
Poco  antes  había  muerto  el  duque-rey,  y  ocupó  el 
trono  el  príncipe  Atanaildo,  de  quien  no  dice  el  texto 
de  el  Pacense  fuese  hijo  de  Teodomiro,  como  asegura 
el  sabio  académico  don  Eduardo  Saavedra  (3).  Tan 
aventurada  opinión  es  admitida  también  por  Dozy  (4). 
La  versión  que  del  texto  en  que  todos  han  bebido  la 
interesante  noticia  hace  el  académico  Sr.  Fernández 
Guerra,  es  traducción  libre  de  un  pasaje  del  Anó- 
nimo Latino: 

«A  Teodomiro  sucedióle  Atanaildo,  opulentísimo 
entre  los  magnates,  y  entre  ellos  el  más  pródigo  de 
las  riquezas,  generosidad  que  le  valió  ceñir  la  corona, 
electiva  de  suyo.  Devorábanse,  por  aquellos  días,  los 
invasores  unos  á  otros  en  exterminadora  guerra  civil, 


(1)  Dozy.— üftj/oría,  I,  n. 

(2)  Conde,  I,  33. 

(3)  Estudio  sobre  la  Invasión  de  los  Árabes  en  España,  c.  VI. 

(4)  Historia,  III,  10. 


—  45  - 

pretendiendo  el  berberisco,  el  egipcio,  el  siró,  el 
árabe,  cada  cual  de  por  si,  que  sólo  á  él  le  pertenecía 
esquilmar  y  empobrecer  la  tierra  avasallada.  Con  reso- 
lución de  apaciguarlos  vino  aquí  el  gobernador  Abul- 
jatar,  acudiendo  al  expediente  gustoso  á  la  tiranía, 
de  oprimir  y  desangrar  al  débil  oprimido.  «Tomó 
(dice  Rasis)  á  todos  los  christianos  que  eran  en 
Espannya,  la  tercia  parte  de  quanto  avíen,  así  en 
mueble  como  en  raíz,  et  diólo  todo  á  los  que  vinieron 
con  él.»  Eso  si,  liberal  y  artístico,  puso  atención 
grande  y  especial  esmero  en  que  cada  una  de  las 
invasoras  tribus  lograra  acomodarse  .y  fincar,  sin 
desembolso  ninguno,  por  supuesto,  en  región  seme- 
jante á  la  suya  nativa.  Los  egipcios  (misr)  quedaron 
repartidos  por  la  Alpujarra;  y  los  que  no  cupieron 
alli,  por  la  provincia  de  Todmir  ó  Murcia.  A  desa- 
fuero semejante,  opuso,  enérgico,  Atanaildo  lo  pac- 
tado entre  Abdeláziz  y  Teodomiro  (713),  con  la 
sanción  del  califa  Suleimán  (715);  pero  el  soberbio  y 
desvanecido  gobernador  le  multó,  como  á  irrespetuoso 
y  desobediente,  en  más  de  dos  millones  de  reales. 
Por  fortuna,  las  huestes  de  siros  que  arribaron  dos 
años  antes  con  el  caudillo  Balch  para  atacar  el  desen- 
freno de  los  berberíes,  hácense  campeones  del  derecho, 
y  en  horas  todo  lo  preparan,  de  suerte  que  Atanaildo 
vuelve  á  la  gracia  de  Abuljatar  y  sube  á  mayor  gran- 
deza todavía.  No  descuidó  el  príncipe  godo  enviar  sus 
mandaderos  al  califa  Meruán  pidiéndole  nueva  confir- 
nación  de  los  tratados,  la  cual  obtuvo  llena  dé  gozo 
3ara  España.  Durante  cuarenta  y  dos  años  ni  siquiera 
se  aflojó  el, menor  de  los  benéficos  lazos  en  esta  capi- 


-46- 

tulación  de  Teodomiro,  según  afirma  Isidoro  Pacense 
(754);  antes  bien,  por  benignidad  de  los  califas,  vióse 
templada  la  dureza  del  pactado  tributo  (1).» 

Poco  se  alargó  el  periodo  de  tranquilidad:  asi  como  - 
la  imparcialidad  de  Abuljatar  logró  la  pacificación,  su 
amor  de  tribu  dio  margen  á  tenaz  lucha  entre  yeme- 
níes  y  moraditas.  So  pretexto  de  que  po  había  obrado 
en  justicia  en  cierta  cuestión  un  individuo  de  su  tribu 
y  otro  de  otra,  Somail,  que  sentía  el  despecho  de  no 
haber  recaído  en  él  el  nombramiento  para  el  gobierno 
de  Zaragoza,  se  unió  con  Tsuaba  ben  Yézid;  hicieron 


(1)  El  Archivo,  IV,  106. —Véase  ahora  el  texto  latino,  advirtiendo  que 
transcribimos  el  párrafo  relativo  á  Átanaildo  y  eí  que  le  precede,  porque  A 
ambos  comprende  la  paráfrasis  del  Sr.  Fernández  Guerra.  cNomine  Theudi- 
mer,  qui  in  Hispa ui se  partibus  non  módicas  Arabum  intulerat  neces,  et  díu 
exagitatis,  pacem  cum  eis  foederat  habendim.  Sed  etiam  sub  Egica  et  Witiza, 
gothorum  regibus,  ¡n  Grascos  qui  asquorei  navalique  descenderant,  sua  in 
patria  de  palma  victorias  triumphaverat.  Nam  et  multa  ei  dignitas  et  honor 
refertur,  necnon  et  á  christianis  orientalibus  perquisitus  laudatur,  cum  tanta 
in  eo  inventa  esset  veras  fídei  constan  tía,  et  omnes  Deo  laudes  referen  t  non 
módicas:  fuit  enim  Scripturarum  amator,  eloquentia  mirificus,  in  prasliis  expe- 
ditos, qui  et  apud  Almiralmuminin  prudentior  ínter  ceteros  inventus,  utiliter 
est  honoratus,  et  pactum  quod  dudum  ab  Abdaliaziz  acceperat,  firmiter  ab 
eo  reparatur.  Sicque  hactemh  permanet  stabilitum,  ut  nullatenus  á  successori- 
bus  Arabum  tantas  vis  proligationis  solvatur,  et  sic  ad  Hispaniam  reraeat 
gaudibundus. — 39.  Athanaildus,  post  mortem  ipsius,  multi  honoris  et  ma- 
gnitudinis  habetur.  Erat  enim  in  ómnibus  opulentissimus  dominus,  et  in  ipsis 
nimium  pecunias  dispensator;  sed,  post  modicum,  Alhoozzam,  rex,  Hispaniam 
adgrediens,  nescio  quo  furore  arreptus,  non  módicas  injurias  in  eum  attulit, 
et  in  ter  novies  millia  solidorum  damnavit.  Q.uo  audito  exercitus  qui  cum  duce 
Belgi  adv eneran t,  sub  spatio  fere  trium  dierum  omnia  parant,  et  citius  ad 
Alhoozzam,  cognomento  Abulchatar,  gratiam  revocant,  diversisque  muniñca- 
tionibus  remunerando  sublimant.» 

Don  Emilio  Lafuente  (Apéndices  Ajbar,  p.  149,  n.*i)  y  Dozy  (Investig., 
I,  i),  sustentan  la  opinión  de  que  estos  dos  párrafos  están  fuera  de  su  lugar,  y 
que  pertenecen  á  otro  capitulo  de  la  crónica  de  Isidoro  de  Bsja,  ya  perdido, 
ó  á  otra  crónica  distinta. 


—  47  — 

prisionero,  en  el  Guadalete,  á  Abuljatar,  y  le  llevaron 
preso  á  Córdoba,  en  récheb  de  127  (abr.-mayo  745). 
Abderrahmán  ben  Ha^an  logró  libertar  de  la  cárcel  á 
Abuljatar.  Cuando  más  inminente  era  una  batalla,  el 
buen  sentido  prevaleció  sobre  la  pasión,  y  Tsuaba-fué 
confirmado  en  el  waliato,  á  fin  de  récheb  (principios 
de  mayo). 

Tranquilo  poseedor  del  waliato  Tsuaba,  su  parcial 
Samail,  con  nombre  de  wali  de  Zaragoza,  tomó  para 
si  el  gobierno  de  las  provincias  orientales,  entre  las 
cuales  se  contaba  Valencia. 

Ese  cambio  frecuente  de  gobernadores  llegó  de 
nuevo  á  cansar  á  los  muslimes.  A  la  muerte  de  Tsuaba 
(septiembre  de  746),  después  de  cuatro  meses  de 
anarquía,  fué  elegido,  por  consejo  de  Samail,  en  rabié 
segunda  del  año  129  (dic.  746-en.  747),  Yúsuf  al 
Fihrí. 

No,  por  la  elección  de  Yúsuf,  se  logró  la  ansiada 
pacificación.  Abuljatar  se  sublevó,  pero  fué  vencido,  y 
la  cabeza  le  fué  cortada.  También  se  rebeló  Abderrah- 
mán beñ  Alkama  al  Lajmí,  el  mejor  caballero  de 
España,  gobernador  de  la  frontera  de  Narbona,  y 
hombre  de  gran  esfuerzo  y  que  gozaba  de  gran  cré- 
dito. Todos  estos  alzamientos  tenían  su  apoyo  en  los 
cristianos  muzárabes  (1).  Los  cristianos  aprovecharon 
la  interminable  guerra  civil  de  los  muslimes  para 
adelantar  en  su  noble  empresa  de  la  reconquista.  En 
Al  año  133  (750-751)  eran  ya  de  su  dominio  Asturias, 
Galicia  y  gran  parte  de  León;  y  en  el  136  (753-754), 


(1)    Al  Makkarí,  II,  p.  16  y  17. 


—  50  — 

tros  principales  y  74  ciudades  ó  diócesis,  equivalentes 
á  otros  tangos  condados  (1).  Era  natural:  la  inmensa 
mayoría  de  los  habitantes  eran  todavía  cristianos.  En 
las  más  de  las  ciudades  seguían  los  obispos  renován- 
dose. Así,  en  Játiba,  por  ejemplo,  lo  eran  en  697, 
Jacobo  II,  que  pudo  ser  contemporáneo  con  la  Inva- 
sión; en  729,  Pedro  II;  en  731,  Acacio;  en  803,  Julia- 
no, y  en  826,  Severino  II  (2).  Ya  se  hará  mención  de 
un  obispo  muzárabe  de  Elche. 

Tres  años  llevaba  de  gobierno  Yú^uf,  cuando  en 
Oriente  una  revolución  entronizaba  á  la  familia  Abas- 
sida  (25  oct.  749).  Meruán  II  pereció  en  un  combate 
(6  agosto  750).  Los  Ommiadas  fueron  casi  extermina- 
dos. Yú^uf,  aunque  gobernaba  con  independencia  de 
los  califas,  aún  fué  confirmado  por  Meruán.  Entonces 
fué  cuando  Amir  ben  Amrú,  sacando  partido  del  cam- 
bio de  dinastía,  solicitó  del  abbassida  Abdallah  la  desti- 
tución de  Yú$uf,  y  se  apoderó  de  Zaragoza  (754),  de 
donde  arrojó  al  hijo  de  Samail.  Los  capitanes  de  las 
fronteras  llevaron  sus  banderas  hacia  lo  interior,  v 
toda'  k  España  oriental  se  perdió  para  Yú^uf  (3). 

Y  ¿cuál  era  la  situación  de  los  muzárabes,  ó  cris- 
tianos que  vivían  entre  musulmanes?  Continuaron 
viviendo  según  sus  propias  leyes  y  bajo  autoridades 
instituidas  con  arreglo  á  su  antiguo  código.  Ejercían 
el  poder  eclesiástico  superior  los  obispos  y  metropoli- 
tanos, llamados  betharcath  (patriarcas)  por  los  maho- 
metanos. El  poder  civil  le  tenían  magistrados  elegidos 


(i)    Gebhardt,  II,  5. 

(2)     Boix. — Xátiva,  Saetabis  Goda. 

<3)     Conde,  I,  38  y  40. 


—  51  — 

en  conformidad  con  los  principios  del  Fuero  Juzgo,  y 
•  conservaban  los  antiguos  nombres  de  condes,  duques, 
etcétera:  conocían  de  las  causas  civiles  y  criminales, 
juzgaban  á  los  cristianos  según  sus  leyes,  y  sin  inter- 
vención de  los  musulmanes  decidían  sus  pleitos;  ellos 
eran  también  los  recaudadores  de  los  tributos  que 
habían  de  pagarse  al  fisco  árabe  y  de  los  particulares 
que  á  si  mismos  se  imponían  (ó  para  la  conservación 
de  sus  iglesias,  ó  para  atender  á  los  gastos  de  muchas, 
poblaciones  exclusivamente  ocupadas  por  cristianos), 
con  la  sola  vigilancia  de  un  alcaide  musulmán  (i). 

Eran  los  dominadores  muy  pocos,  y  muy  débiles 
á  causa  de  su  interminable  guerra  civil.  Los  cristianos 
eran  muchos,  pero  dormían  tranquilos,  alucinados  con 
una  tolerancia  hija  de  la  necesidad.  Cuando  los  muzá- 
rabes despertaron  de  su  torpe  sueño,  era  ya  tarde  para 
llevar  acabo  una  empresa  justa  que  al  principio  les. 
hubiera  sido  bien  fácil  realizar. 


.,     Gebhardt,  P.  III,  c.  IV 


CAPÍTULO  III 

Fundación  del  Emirato  de  Córdoba 


Abdexubmin  bm  yiaawiy*,  1»  bijo*  de  Yituf'en  Valmcle  y  Todoúr,  fÉit  Aponer»  «I  Otaeyt: 
Símil,  vencido,  luje  1  Todmir:  ultima  «fwu  de  Vbnf  es  Ual  j  Todnir.-TrulKlon  del 
cuerpo  da  Sí»  Viieult  Miilir:  liiuidón  de  loi  rnuiiribei  tu  jooeril:  ig'nu  de  la  musitaba 
»lrsd>D«.— Vnide  de  Abdtrnbmdn  1  Vilcndai  el  SekeleM  en  Tono».— Vuu  eonjur»  contra. 
el  Emir:  dncmbaTCD  y  dcTlOU  del  Eil.vo.-AWcTr.lrajiíi  I  cu  Dcnii:  lumilüii  de  Cirila  el  Fibrl. 
— L«  willeí  de  Velencil  }■  d<  Todmir  jonn  i.H¡«ra  par  I«I»[  Je  Abderrehmin:  el  reina  de 
Todniir. — Un  lílentn  aribe  gohermdor  di  Alciri. 


jekes  de  las  tribus  árabes,  sirias  y  egipcias 
qui  establecidas,  convencidos  de  la  inevi- 
able  ruina  que,  de  persistir  la  anarquía,  alr 
Islam  amenazaba  en  España,  y  sabedores  de  que  se 
habia  salvado  de  la  implacable  saña  de  los  Abassidas 
un  soto  vastago  de  los  Ommeyas,  refugiado  á  la  sazón 
no  lejos  de  Ceuta,  entre  los  zenetas,  á  él  acudieron 
para  que  empuñara  el  timón  de  esta  nave,  pronta  á 
zozobrar. 

En  el  mes  de  rabié  2.a  del  año  138  (1)  (13  sep- 
tiembre-n  octubre  755),  desembarcó,  en  Almuñécar, 
Abderrahmán  ben  Moáwiya  (2).  Yúsuf,  que  en  fin  del 
año  137(15  junio  75 5)  habia,  al  rendirse  Zaragoza, 
acabado  con  la  insurrección  que  había  arrancado  á  su 


(i)    En  Conde  (II,  j)  se  lee  10  de  rabié  i.»  {1%  agosto);  y  en  el  A  ¡bar 
(apéndices,  3)9),  i  principios  de  rabié  1.'  ó  3.*  (agosto  o  septiembre), 
(a)    Jflar,  fol.  80. 


—  53  — 

poder  el  ángulo  nordeste  y  costa  oriental  de  España, 
tiene  noticia  de  la  venida  de  Abderrahmán  estando  de 
regreso  de  Aragón,  en  Wadaramla,  cincuenta  millas  al 
norte  de  Toledo,  y  se  apresta  á  resistir  al  intruso  (ad 
Daghel);  para  lo  cual,  al  mismo  tiempo  que  dio  órde- 
nes á  su  hijo  Abderrahmán  á  fin  de  que  defendiese  la 
ciudad  y  comarca  de  Córdoba,  y  él,  con  Samail,  alle- 
gaba gentes  de  las  provincias  de  Mérida  y  Toledo, 
envió  á  sus  hijos  Muhámad,  á  la  provincia  de  Valen- 
cia, y  al  Cásim,  á  la  de  Todmir,  para  que  previniesen 
la  gente  de  ellas  y  en  ellas  mantuviesen  su  partido  (i). 
Esto  es  prueba,  no  sólo  de  que  toda  esta  comarca  había 
sido  recobrada  por  Yúsuf,  sino  de  que  la  autonomía 
del  estado  que  fundara  Teodomiro,  ó  no  existia,  ó 
estaba  ya  en  una  dependencia  lastimosa.  Y  esta  verdad, 
indicada  por  el  falsario  Abulcásim  y  confirmada  por 
el  injustamente  desprestigiado  Conde,  está  puesta  fuera 
de  duda  por  el  mismo  Dozy  (2). 

El  joven  príncipe  lleva  ceñida  á  sus  banderas  la 
palma  de  la  victoria.  Yúsuf  es  derrotado,  y  las  huestes 
vencedoras  llegan  hasta  Córdoba,  á  la  cual  estrechan 
con  apretado  cerco.  Solicita  el  Fihrí  el  socorro  de  su 
fiel  amigo  Samail  para  hacer  levantar  el  sitio;  sábelo 
Aben  Moáwiya,  confía  el  mando  de  las  tropas  que 
circunvalan  k  Córdoba  á  Temam,  y  con  10.000  caba- 
llos vuela  al  encuentro  del  ejército  enemigo,  numeroso 
y  aguerrido,  y  capitaneado,  además,  por  caudillos  tan 
expertos  como  Samail  y  Yúsuf.  La  batalla  de  Muzara, 


( 1)  Conde,  II,  4  y  6. 

(2)  Historia,  I,  16. 


~  54  — 

dada  eldia  de  la  Fftsta  de  las  Víctimas,  10  de  dilagía 
de  138  (14  mayo  de  755),  fué  terrible  para  Yúsuf  y 
Samail:  dejaron  el  campo  cubierto  de  cadáveres,  y 
cada  uno  huyó  por  donde  mejor  pudo:  para  el  occi- 
dente, Yúsuf,  y  para  la  tierra  de  Todmir,  Samail. 
Córdoba  abrió  sus  puertas  á  los  vencedores,  y  al  día 
siguiente,  sábado,  Abderrahmán  fué  proclamado  emir 
de  España.  Comprendieron  Yúsuf  y  Samail  que  era 
temeridad  oponerse  á  la  fortuna  de  Abderrahmán,  y 
pactaron  con  él  tratos  de  avenencia;  y,  concedidos, 
entraron  juntos  en  Córdoba  (julio  756).  Para  Conde, 
se  ajustó  y  otorgó  la  avenencia  el  miércoles,  á  2  de 
rabié  2.a  del  año  139  (3  septiembre  756)..  Se  retira- 
ron los  vencidos  á  tierra  de  Todmir,  donde  mandaba 
Muhámad  Abulaswad,  hijo  de  Yúsuf,  y  después  á  la  de 
Toledo  (1). 

Contra  el  convenio  celebrado,  Yúsuf  se  rebeló  el 
año  141  (mayo  758-759).  Pudo  reunir  un  ejército 
de  20.000  combatientes,  de  los  cuales  eran  los  más 
beledíes,  y  también  algunos  sirios,  y  luego  se  corrió  á 
la  tierra  de  Todmir,  ó  de  Lecant  (2),  donde  se  habia 
hecho  fuerte  el  principal  núcleo  de  tropas  rebeldes. 
Abdelmélic,  general  de  Abderrahmán,  le  alcanzó,  en 
los  campos  de  Lorca,  y  Yúsuf  murió  cubierto  de  heri- 
das y  rodeado  de  crecido  número  de  cadáveres.  En 
Ajbar  se  lee  que  Yúsuf  pudo  escapar  después  de  la 
derrota  y  que,  reconocido  á  cuatro  millas  de  Toledo, 


(1)  *Ajbar,  fol.  84-88.— Dozy,  I,  15.— Conde,  II,  6-8. 

(2)  Dozy  traduce  Fuente  de  Cantos  (I,  16),  y  lo  mismo  el  Sr.  Lafuente 
Alcántara,  en  la  versión  del  Ajbar  (Apéndices,  p.  253). 


—  ss  — 

le  fué  cortada  la  cabeza.  Al  año  siguiente,  142  (759-  " 
760),  Samail  murió  estrangulado  en  la  cárcel  (1). 

Ya  apartado  el  peligro  de  dos  rivales  tan  podero- 
sos, hubo  de  defenderse  contra  las  tentativas  de  los 
Abbasidas.  Antes  vamos  á  tratar  el  asunto  de  la  trasla- 
ción del  cadáver  de  San  Vicente.  Al  mismo  tiempo 
que  Abderrahmán,  libre,  siquiera  sea  momentánea- 
mente, de  cuidados  interiores,  pactaba,  con  ciertas 
condiciones,  parecidas  á  signo  de  vasallaje  por  parte 
de  los  cristianos,  en  3  de  sáfer  de  142  (5  junio  759), 
paz  y  seguro  (2),  comenzó  á  lanzar  la  máscara  de 
tolerancia  que  se  venía  dispensando  á  los  muzárabes. 
Muy  dignas  de  consideración'  son  la$  reflexiones  que 
acerca  de  tal  asunto  hace  autor  cuyo  entusiasmo  por 
la  causa  musulmana  es  harto  manifiesto. 

■  

cPara  ser  justos,  debemos  añadir  que  si  ésta  conquista  fué 
un  bien  bajo  muchos  aspectos,  fué  un  mal  bajo  de  otros.  Asi,  el 
culto  era  libre,  pero  la  Iglesia  estaba  sometida  á  una  dura  y  ver* 
gonzosa  servidumbre.  El  derecho  de  convocar  concilios,  como  el 
de  nombrar  y  deponer  á  los  obispos,  habia  pasado  de  los  reyes 
visigodos  á  los  sultanes  arábigos,  lo  mismo  que  en  el  norte  pasó 
á  los  reyes  de  Asturias;  y  este  derecho  fatal,  confiado  á  un  ene- 
migo de  la  religión  cristiana,  fué  para  la  Iglesia  fuente  inagotable 
de  males,  de  oprobios  y  de  escándalos.  Cuando  había  obispos 
que  no  querían  asistir  á  un  concilio,  los  sultanes  hacían  sentar 
en  sn  lugar  judíos  y  musulmanes.  Vendían  la  dignidad  episcopal 
al  mayor  postor:  de  modo  que  los  cristianos  tenían  que  confiar 
sus  más  caros  y  sagrados  intereses,  á  herejes  ó  libertinos  que, 
aun  durante  las  fiestas  más  solemnes  de  la  Iglesia,  concurrían  á 
'~s  orgías  de  los  cortesanos  árabes,  á  incrédulos  que  negaban 


{i)    Ajbar,  fol.  88-91. — Conde,  II,  10-12.— Dozy,  loe.  cit. 
(2)    Conde,  II,  11. 


públicamente  la  vida  futura,  ó  á  miserables  que,  no  contemos 

con  venderse,  vendían  también  á  su  rebaño Desde  que  los 

árabes  afirmaron  su  dominio,  observaron  los  tratados  menos 
escrupulosamente  que  cuando  su  poder  no  estaba  aún  bien  esta— 

blecido Habiendo  aumentado  la  población  de  Córdoba  con 

la  llegada  de  los  árabes  de  Siria,  y  hallándose  las  mezquitas 
demasiado  pequeñas,  los  sirios  opinaron  que  debía  hacerse  en 
Córdoba  lo  que  en  Damasco,  en  Emesa  y  en  otras  ciudades  de 
su  país,  esto  es,  quitar  á  los  cristianos  la  mitad  de  sus  catedrales 
para  convertirlas  en  mezquitas  (i) Además,  como  los  docto- 
res (muslimes)  enseñaban  que  el  gobierno  debía  manifestar  su 
celo  religioso  aumentando  las  contribuciones  á  los  cristianos, 
tantas  extraordinarias  se  les  impusieron,  que  ya  en  el  siglo  IX 
muchas  de  sus  poblaciones  se  encontraban  hambrientas.  En  otras 
palabras:  sucedió  en  España  1o  que  en  todos  los  países  que  los 
árabes  conquistaron:  su  dominación,  de  dulce  y  humana  que 
había  sido  en  un  principio,  degeneró  en  un  despotismo  intole- 
rable. Desde  el  siglo  IX  los  conquistadores  de  la  Península 
siguieron  á  la  letra  el  consejo  del  califa  Ornar,  que  habia  dicho 
crudamente:  «Nosotros  debemos  «comernos*  á  los  cristianos,  y 
nuestros  descendientes  deben  «comerse»  á  los  suyos  mientras  que 
dure  el  Islamismo»  (2). 

Los  muzárabes  valencianos  tuvieron,  como  es 
consiguiente,  la  suerte  que  cupo  á  los  del  resto  de 
España.  El  moro  Rasis  escribe  en  su  crónica,  que 
cuando  el  primer  Abderrahmán  estuvo  en  Valencia 
en  760,  huyeron  los  cristianos  de  ella  con  el  cuerpo 
de  San  Vicente  Mártir,  y  le  colocaron  en  el  Trotnon- 
torio  Sacro  de  Portugal,  llamado  en  adelante,  por  esta 
razón,  Cabo  de  San  Fícente.  De  otras  dos  traslaciones  se 


(1)  Los  Árabes  solían  llamar  i  Sevilla  ÍUmts*y  y  á,  Elbira  la  de  Granada,  Damasco,  y  á  Jaén, 
Quimerina  y  como  recuerdo  de  las  ciudades  de'su  patria  (Conde,  II,  9,  nota).  Por  igual  razóu  llamaron 
mar  de  Siria  al  Mediterráneo. 

(a)     Dozy,  Historia ,  II,  2. 


—  57  — 

hace  mención:  al  monasterio  de  Castres  (Francia), 
en  855,  y  á  Capua  (Italia),  en  970.  Resulta,  de  todo 
esto,  que,  en  testimonio  de  españoles,  portugueses, 
franceses  é  italianos,  se  veneró  en  aquellos  tiempos  en 
Valencia  tan  sagrada  reliquia.  Dozy  publicó  un  calen- 
dario arábigo-cordobés   con  su    traducción   antigua 
latina.  Es  del  año  961,  y  está  dedicado  á  Al  Háquem  II, 
hijo  del  primer  califa  español.  Dicho  calendario  bilin- 
güe prueba  lo  vivo  que  estaba  el  culto  de  San  Vicente 
entre  los   muzárabes  españoles  de  aquel  tiempo,  y 
parece  insinuar  que  la  gran  fiesta  (22  enero)  era  en 
Valencia. 

Según  parecer  de  uno  de  nuestros  cronistas,  que 
dice  seguir  en  esto  á  Mármol,  Béuter  y  otros,  los 
muzárabes  de  Valencia  habitaron  el  cuartel  de  la  parro- 
quia de  San  Bartolomé,  y  tuvieron  por  iglesia  la  del 
Santo  Sepulcro,  monasterio  entonces  de  Basilios  ó 
Benitos,  y  ahora  parroquia  de  San  Bartolomé  (1). 
Más  atendibles  son  las  razones  que  militan  en  favor 
de  que  fuese  templo  de  los  muzárabes  valencianos 
San  Vicente  de  la  Roqueta.  Según  Aimonio,  monje  de 
Castres,  al  llegar  á  Valencia  su  compañero  Audaldo, 
encargado  de  retirar  el  cuerpo,  del  Santo,  se  hospedó 
en  el  suburbio,  casi  abandonado  por  los  cristianos, 
cuya  iglesia  estaba  arruinada.  Pero  en  11 72,  al  poner 
sitio  á  Valencia  Alfonso  II  de  Aragón,  la  iglesia  de 
San  Vicente  aun  se  conservaba,  pues  ella,  con  sus 
diezmos  y  primicias  y  demás  derechos,  quedaba  á  dis- 
posición del  abuelo  de  Jaime  I.  De  ahí  que  Alfonso  II 


(1)    Escolano,  II,  15. 


-■S8- 

concediese,  en  octubre  de  1177,  al  monasterio  de  San 
Juan  de  la  Peña  la  iglesia  de  San  Vicente,  «que  era 
entonces,  como  oportunamente  apunta  el  P.  Teixidor, 
la  iglesia  matriz  y  como  catedral,  á  cuyo  prelado,  que 
es  el  obispo,  y  á  su  cabildo,  pertenecen  los  diezmos.» 
En  1 2 12  aun  continuaba  en  posesión  de  la  referida 
iglesia  el  monasterio  de  San  Juan  de  la  Peña;  y  cuando 
Valencia  estaba  en  vísperas  de  su  reconquista  por  los 
cristianos,  tenían  éstos  su  iglesia  en  San  Vicente  de 
la  Roqueta,  distante  un  kilómetro  de  la  puerta  más 
próxima,  la  de  la  Boatella,  ó  de  San  Vicente.  Siendo 
práctica  constante  de  los  mahometanos  no  permitir 
edificación  de  nuevas  iglesias  á  los  cristianos ,  ha- 
biendo estado  siempre  abierta  al  culto  la  de  San 
Vicente  de  la  Roqueta,  esa,  y  no  la  de  San  Bartolomé, 
pudo  ser  la  de  los  muzárabes  valencianos  (1). 

Digamos  ahora,  con  brevedad,  lo  que  acerca  de  una 
de  las  traslaciones  leemos  en  uno  de  nuestros  cro- 
nistas. Tomándolo  del  moro  Rasis,  dice  que  en  el 
año  759  toda  España,  excepto  Valencia,  estaba  ya  ava- 
sallada al  rey  Abderrahmán;  y.  para  someterla,  partió  al 
frente  de  un  grueso  ejército.  Temerosos  los  muzárabes 
valencianos  de  que  el  Emir  repitiese  aquí  las  profana- 
ciones que  en  otros  puntos  había  cometido  con  las 
reliquias  de  los  santos,  trataron  de  poner  en  salvo  las 
de  San  Vicente  Mártir,  y,  al  efecto,  las  trasladaron  secre- 
tamente y  por  mar  al  Algarbe.  La  ciudad  se  le  rindió, 
pero  fué  fieramente  castigada  por  la  obstinación  en 


(1)  £1  Archivo,  IV,  14-17.  Al  llegar  al  punto  de  la  Reconquista,  anota- 
remos mayores  particularidades,  tomadas  de  los  Monumentos  Históricos  de 
Valencia  y  su  Reino  (lib.  V,  cap.  IV). 


—  59  — 

resistir  su  imperio.  Después  de  imponer  á  sus  habi- 
tantes, en  castigo,  pechos  y  tributos,  dio  la  vuelta  á 
Córdoba  (i). 

La  Poesía,  que  suple  naturales  deficiencias,  las 
reclamadas  por  la  severidad  histórica,  arrancando  á  la 
paleta  de  la  imaginación  vistosos  colores,  ha  tomado 
por  argumento  el  que  acabamos  de  reseñar;  y  echando 
mano,  con  poco  acierto,  en  verdad,  de  fechas,  que 
con  frecuencia  suele  también  equivocar  la  Historia, 
nos  presenta  el  siguiente  y  animado  cuadro: 

Corría  el  año  780.  Ocupaban  los  muzárabes  valen- 
cianos un  barrio  extremo  de  Valencia:  agrupados 
vivían  en  torno  á  la  iglesia  del  Sanio  Sepulcro,  hoy 
San  Bartolomé.  Un  domingo,  después  del  medio  día, 
algunos  muzárabes  se  habían  reunido  en  el  indicado 
templo,  como  para  deliberar  sobre  gravísimo  asunto. 
Un  decreto  de  Abderrahmán  I  ordenaba  se  convir- 
tiesen los  templos  de  Cristo  en  árabes  mezqui- 
tas. Un  venerable  sacerdote,  el  último  deán  de  la 
catedral,  propone  se  tome  el  cuerpo  del  Santo,  se  le 
traslade  al  Grao  y  sea  transportado  á  tierra  de  As- 
turias. 

Diez  ó  doce  dias  más  tarde  surcaba  una  nave  el 
Mediterráneo,  cruzaba  luego  el  estrecho  gaditano  y 
paraba,  por  fin,  al  pie  del  Monte  Sacro.  Allí  quedaron 
el  sagrado  depósito  y  el  deán  y  numerosos  muzárabes 
de  la  ciudad  del  Turi^.  Levantaron  un  humilde  tem- 
nlo,  donde  fueron  instalados  los  venerandos  restos 
..ortales  del  invicto  mártir,  y  en  torno  del  pequeño 


1)    Escolino,  n,  1 6. 


—  6o  — 

templo  alzaron   pobres  chozas  que  les  sirviesen  de 
rústico  albergue. 

Hacia  el  año  1 1 12,  reinando  en  Portugal  su  primer 
monarca  cristiano,  Alfonso  Enriquez,  un  caudillo 
moro,  Abulhassán,  penetró  hasta  la  colonia  cristiana, 
hizo  cautivos  á  sus  míseros  habitantes  y  hasta  los 
cimientos  arrasó  chozas  y  templo.  Entre  los  pri- 
sioneros que  el  regio  lusitano  nieto  de  Alfonso  VI 
hizo  en  la  famosa  batalla  de  Campo-Ourique  (25 
julio  1139),  contábanse  algunos  de  aquellos  infelices 
cristianos  reducidos  á  cautiverio.  Oyó  el  relato  de 
sus  infortunios  conmovido  el  rey,  y  formó  propósito 
de  recoger  el  cuerpo  del  Santo.  Dueño  ya  de  Lis- 
boa (1 148),  hizo  por  mar  un  paseo  hasta  el  Promon- 
torio Sacro,  y,  guiado  por  aquellos  cristianos,  descu- 
brió, bajo  bóveda  cubierta  de  escombros,  el  ansiado 
tesoro.  En  1173  fué  su  traslado  á  la  iglesia  mayor  de 
la  capital  del  reino,  y  tres  años  después  se  le  llevó  á 
Braga  (1). 


(1)     Tradiciones  Españolas  (Bibl.  Encicl.  Pop.  Ilustr.),  I,  153-168. 

El  estudio  sobre  un  sepulcro  que  hasta  1865  estuvo  sirviendo  de  pila  en 
el  patio  de  la  ciudadela  de  Valencia  y  que  en  la  actualidad  se  conserva  en  el 
Museo  de  Pinturas  de  la  misma,  merece  ser  conocido,  por  lo  que  reproduci- 
mos lo  que  guarda  estrech?.  relación  con  el  asunto  de  la  traslación  de  los 
restos  del  invicto  mártir. 

cEl  sepulcro  es  de  piedra  y  afecta  la  forma  de  una  caja  rectangular,  si  a 
tapa,  con  las  siguientes  dimensiones,  que  bastan,  por  sí  sc!asp  á  determinar  el 
carácter  sepulcral  del  monumento:  longitud,*  1*91  m.;  latitud,  0*63,  y  pro- 
fundidad, 0*57. 

»  Aunque  carece  de  inscripción,  puede  también  precisarse  su  carácter  cris- 
tiano, por  los  símbolos  que  en  el  frontis  ostenta  esculpidos,  tales  cora 3  el 
crismón,  que  representa  la  persona  de  Cristo;  la  cruz,  por  h  muerte  y  mar* 
tirio;  la  láurea,  por  la  victoria;  las  palomas,  por  el  dolor  de  los  vivos;  el 


—  6r  — 

La  venida  de  Abderrahmán  á  Valencia  fué  en  el 
año  768.  Tranquilo  ya  de  los  cuidados  que  le  dieron 
Yúsuf  y  sus  hijos,  pues  las  rebeliones  de  éstos,  en  760, 
762  y  766,  fueron  ahogadas  en  sangre,  causáronle 
continuo  malestar  las  tentativas  de  los  Abassidas,  para 


ciervo,  por  la  humildad,  y  el  cordero,  por  la  redención.  El  primero  de  ellos, 
<5  sea,  el  monograma  de  Cristo,  no  se  ha  hallado  en  ningún  monumento 
gentílico,  i  no  haber  sido  superpuesto,  porque  forma  parte  de  la  composición. 
»No  se  necesitan  grandes  conocimientos  arqueológicos  para  referir,  desde 
luego,  este  sepulcro  cristiano  á  la  época  romana:  su  estilo  no  deja  lugar  á 
duda;  y  fácil  es  hallar  similares  que  lo  comprueben  en  cualquiera  de  las 
importantes  colecciones  que  dan  á  conocer  los  sepulcros  de  este  género,  muy 
en  particular  los  hallados  en  las  catacumbas  de  Roma. 

»Lo  que  importa  es  averiguar  la  fecha  del  monumento:  y  ésta  ha  de  ser 
determinada  por  los  símbolos  que  aquél  lleva  esculpidos.  £1  crismón  afecta 
una  forma  característica  de  los  siglos  III  y  IV;  la  cruz  latina  fué  de  rarísimo 
uso  en  los  monumentos  anteriores  i  Constantino,  y  la  sencilla  composición 
del  dibujo  no  prevaleció  muchos  años  después  de  la  paz  dada  á  la  Iglesia  por 
este  Emperador.  Con  tales  datos,  que  se  desprenden  del  estudio  comparativo 
de  otros  sepulcros  de  indubitada  fecha,  podemos  reducir  la  del  que  ahora  nos 
ocupa,  á  fines  del  siglo  III,  ó  principios  del  IV. 

»Pero  hay  probabilidades  todavía  de  mayor  precisión.  Los  cristianos  de 
Valencia  fueron  indudablemente  los  que  ejecutaron  esta  monumental  obra, 
puesto  que  su  magnitud,  peso  y  olvido  en  que  estuvo,  obligan  á  rechazar  la 
idea  de  que  fuese  modernamente  importada  de  muy  distinto  lugar.  Ningún 
indicio  hay  que  permita  reconocer  la  existencia  de  cristianos  en  Valencia 
antes  del  siglo  IV.  Nuestra  ciudad,  como  importante  colonia  romana  que  era, 
se  inspiraba  en  los  mismos  sentimientos  paganos  del  Imperio:  no  han  queda- 
do restos  ni  memorias  de  catacumbas;  sufrieron  persecución  los  cristianos  en 
d  año  304,  y  no  pudieron  practicar  una  decente  sepultura  hasta  la  paz  dada 
por  Constantino  en  312,  según  afirma  el  inmortal  poeta  Aurelio  Prudencio. 
Ahora  bien:  ¿puede  admitirse  que  antes  de  esta  última  fecha  labraran  tan 
ostentoso  sepulcro?  En  manera  alguna:  y  he  aquí,  por  consiguiente,  fijado  el 
origen  de  éste  en  los  primeros  años  de  la  paz  cristiana. 

»Lo  notable  es  qne  á  ninguno  de  nuestros  historiadores,  eclesiásticos  y 
"afanos,  antiguos  y  modernos,  haya  llamado  la  atención  un  testimonio  de 

•nejante  importancia,  cuando  tanto  y  con  tal  calor  se  ha  defendido  la  auten- 

idad  de  otros  coetáneos. 
•Tan  esplendida  cep^tara  debió  estar  destinada  á  contener  los  restos  mor- 

.£$  de  algún  cristiano  esclarecido  y  eminente  en  virtud  ó  en  jerarquía.  No  se 


—   62  — 

quienes  Abderrahmán  era  ad  Daghel,  un  intruso.  Diez 
gruesos  bajeles,  en  los  cuales  venia  el  caudillo  Abda- 
llah  ben  Habib  el  Sekelebí,  aportaron  á  la  desemboca- 
dura del  Ebro  al  principio  del  año  151  (en.-feb.  768). 
Los  alcaides  de  la  comarca  de  Tortosa  dieron  aviso  al 


sa  be  que  en  aquella  épcca  hubiese  obispos  en  nuestra  ciudad  ni  que  floreciese 
algún  santo  ni  algunas  de  esas  eminencias  que  dejan  siempre  en  la  historia 
la  huella  de  su  paso.  Pero  ¿i  qué  otro  pudieron  dedicar  los  cristianos  de 
V  alencia  sus  primeras  prodigalidades  sino  al  invicto  mártir  San  Vicente,  pasmo 
y  admiración  de  toda  la  cristiandad?  ¿Qué  otro  sepulcro  puede  ser  éste  que  el 
mencionado  por  el  principe  de  los  poetas  cristianos  en  su  inspirado  himno  al 
glorioso  diicono?  Esto  es  tan'  lógico  y  natural,  que  lo  único  de  extraño  es  que 
nadie  haya  pensado  en  semejante  probabilidad. 

» Dicen  las  actas,  que  los  fíeles  de  nuestra  ciudad  sepultaron  en  la  arena,  y 
con  sigilo,  el  cuerpo  de  San  Vicente  Mártir,  adornando  de  continuo  con  flores 
aquel  lugar,  para  distinguirlo  en  todo  tiempo;  y  que,  obtenido  el  triunfo  por 
Constantino,  construyeron  una  espléndida  sepultura,  sobre  la  cual  levantaron 
sagrado  altar  y  su  correspondiente  basílica,  cuyo  emplazamiento  corresponde 
á  la  actual  iglesia  denominada  de  San  Vicente  de  la  Roqueta. — La  veneración 
que  en  tiempo  de  los  árabes  dieron  los  cristianos  al  sagrado  cadáver,  se  revela 
por  las  siguientes  palabras  del  moro  Rasú:  «E  quando  él  (Abderrahmán) 
entró  en  Valencia,  teníen  y  los  chrhtianos  que  y  moravan  un  cuerpo  de  un 
hombre  que  hab/e  nombre  Veceinte  e  honrávanlo  como  si  fuese  Dios.  £  los 
que  teníen  aquel  cuerpo,  facíen  creyente  á  otra  gente,  que  facíe  ver  los 
ciegos,  e  fablar  los  mudos  e  andar  á  los  zopos.» 

»Pero  el  temor  de  que  el  citado  Abderrahmán  se  apoderase  de  él,  obligó 
á  los  cristianos  á  extraerlo  furtivamente  de  la  ciudad,  quedando,  por  consi- 
guiente, vacío  el  sepulcro  desde  el  siglo  VIII,  en  que  se  verificó  esta  trasla- 
ción; pues  no  es  posible  suponer,  dadas  aquellas  circunstancias,  que  los 
devotos  ciistianos  llevaran  también  consigo,  en  tan  largo  viaje,  la  monu- 
mental sepultura. 

>Cuando  Jaime  I  conquistó  á  Valencia,  puso  un  especial  cuidado  en  sus*, 
tituir  la  antigua  iglesia  que  contuvo  los  restos  del  santo  mártir,  con  otra  más 
suntuosa.  Después  sufrió  el  edificio  diversas  restauraciones,  y  modernamente 
fué  demolido  en  parte  para  regularizar  la  calle.  En  alguna  de  estas  obras 
debió  ser  trasladado  el  venerado  sepulcro  al  no  muy  disunte  lugar  que  ocupó 
en  la  ciudadela»  (i). 

(1)    El  Arthivo,  I,  514-316,  tomado  de  Las  Proi  ¡veías,  diario  en  coyas  columnas  publicd  el  trabajo 
don  José  Martínez  Aloy. 


-63         ~ 

walí  de  la  ciudad,  y  éste,  á  los  gobernadores  de  Tarra- 
gona y  Barcelona.  Al  tener  noticia  del  desembarco 
Abderrahmán,  seguido  sólo  de  sus  caballos  zenetas  y 
de  los  wazires  y  caudillos  que  se  hallaban  en  Córdoba, 
partió  hacia  tierra  de  Todmir  y  ,de  Valencia,  engro- 
sando, al  paso,  su  hueste.  Antes  de  llegar  el  Emir  á 
Valencia,  supo  que  el  ejército  rebelde  que  había  desem- 
barcado en  los  Alfaques  había  sido  roto  y  disperso  por 
el  walí  de  Tortosa,  y  que  los  africanos  vagaban  por  los 
montes,  por  no  haber  podido  reembarcarse,  pues  las 
naves  habían  sido  incendiadas  por  la  flota  salida  de 
Tarragona.  Quiso  el  Emir,  no  obstante  las  halagüeñas 
noticias,  proseguir  su  marcha,  por  visitar  las  ciudades 
que  t%n  buen  servicio  le  habían  hecho.  Así  lo  hizo: 
fué  á  Tarragona  y  á  Barcelona,  y  por  Huesca,  Zarago- 
za y  Toledo  volvió  á  Córdoba,  siendo  el  día  de  su 
entrada  en  ella  día  de  gran  fiesta  (1). 

Desde  los  montes  de  Afrank  hasta  las  costas  de 
Andalucía  púsose  en  conmoción  la  España  oriental 
diez  años  después.  Uno  había  transcurrido  desde  que 
Abderrahmán  sofocara,  como  él  sabía  hacerlo,  una 
insurrección  abortada  estando  él  en  Badajoz,  cuando 
en  Todmir  se  levantó  Abderrahmán  ben  Habib  el 
Fihri,  llamado  el  Eslavo,  quien  escribió  á  Suleimán  el 
Arabí,  de  la  tribu  de  Quelb,  que  estaba  en  Barcelona, 
invitándole  á  que  abrazase  su  causa.  Contestóle  bien 
Suleimán;  pero,  en  vista  de  que  éste  retrasó  el  auxilio 
nrometido,  el  Eslavo  le  atacó,  bien   que  con  mala 

irte,   pues   fué   vencido   y  obligado  á  retirarse   á 


)    Conde,  II,  18. 


_64~ 

Todmir,  adonde  el  Emir  acudió  y  asoló  su  comarca. 
Uil  traidor,  natural  de  Oreto,  asesinó  después  al 
Fihrí  (i). 

No  fué  éste  un  movimiento  aislado,  sino  que  tenía 
grandes  ramificaciones,  y  que,  á  no  haberse  descu- 
bierto el  plan,  hubiese,  de  un  solo  golpe,  acabado  con 
el  poderío  de  Abderrahmán  ben  Moáwiya.  Los  miem- 
bros de  la  conjura  eran  los  ya  dichos  Suleimán  ben 
Yacdhan  el  Arabi,  gobernador  de  Barcelona,  y  Abde- 
rrahmán ben  Habib,  yerno  de  Yúsuf  el  Fihrí,  apellida- 
do el  «Eslavo»;  además,  Muhámad  Abulaswad,  hijo 
de  Yúsuf,  que  muchos  años  había  estaba  encerrado  en 
una  cárcel  de  Córdoba.  Descuidaron  los  guardas  y  car- 
celeros su  custodia  y,  compadecidos,  le  permitieron 
gozara  de  la  luz  del  sol.  Fingióse  ciego,  y  pudo  enga- 
ñar á  sus  guardianes.  Muhámad  aprovechó  el  descuido, 
y,  en  inteligencia  con  sus  parciales,  pasó  el  Guadal- 
quivir á  nado,  y,  en  caballos  que  le  tenían  preparados, 
llegó  sin  obstáculo  á  Toledo  (2). 

Los  tres  caudillos  marcharon  á  Paderborn  (777), 
residencia  de  Carlomagno,  y  le  propusieron  una  alian- 
za contra  el  emir  de  España.  El  Emperador  franquea- 
ría el  Pirineo  con  numerosas  tropas;  el  Arabí  y  sus 
aliados  le  reconocerían  por  soberano,  y  el  «Eslavo », 
reclutadas  tropas  berberiscas  en  África,  las  conduciría 
á  la  tierra  de  Todmir  y  secundaría  el  movimiento  del 
norte  enarbolando  el  estandarte  del  califa  abassida, 
aliado  de  Carlomagno. 


(1)  Ajbar%  fol.  94-95. 

(2)  Dozy,  Historia,  I,  16.— Conde,  11,  21. 


-ós- 
Conde  refiere  lo  que  Dozy  confiesa  ignorar,  ó  sea, 
la  parte  de  España  en  que  debía  operar  Muhámad  el 
Aswad.  El  fuego  de  la  rebelión  se  inició  én  las  sierras 
de  Cazorla  y  Segura.  En  ellas  se  desplegaron  las  ban- 
deras de  los  Fihries,  á  cuya  sombra  se  recogieron  6.000 
soldados  aguerridos  y  bien  armados.  Al  mismo  tiempo 
que  Abderrahmán  salía  de  Córdoba  contra  los  rebel- 
des, avisó  á  los  walíes  de  Todmir  y  de  Jaén,  para  que 
fuesen  á  deshacer  las  taifas  de  enemigos.  El  incendio 
se  propagó  á  la  serranía  de  Ronda,  en  la  cual  andaba 
Cásim,  otro  hijo  de  Yúsuf,  y  en  los  montes  de  Jaén, 
el  caudillo  Hafila.  Sin  resultado  decisivo  se  prolongó 
por  mucho  tiempo  esta  guerra. 

El  «Esjavo»,  siguiendo  el  plan  acordado,  desem- 
barcó, con  un  ejército  berberisco,  en  la  tierra  de  Tod- 
mir. Pidió  socorros  al  Arabí,  y  éste,  sin  negarlos, 
contestó  que  su  acción  se  reduc '  1  á  obrar  en  combi- 
nación con  Carlomagno,  que  no  nabía  atravesado  aún 
el  Pirineo.  El  no  extinguido  odio  entre  fihritas  y  yeme- 
níes  recrudeció  de  nuevo.  Culpáronse  de  traición  el 
«Eslavo»  y  el  gobernador  de  Barcelona;  salvó  el 
desembarcado  en  Todmir  la  distancia  que  los  separaba, 
y  en  el  encuentro  fué  derrotado  el  caudillo  del  ejército 
berberisco,  que  se  retiró  á  la  tierra  de  Todmir.  Poco 
después,  la  traición,  comprada,  tal  vez,  por  Abderrah- 
mán, le  libraba  de  aquel  enemigo. 

Tampoco  tuvo  mejor  resultado  la  tardía  venida  de 

Carlomagno.  Su  retirada  por  Roncesvalles  es  famosa, 

íes  los  vascos  probaron  una  vez  más  que  no  impu- 

emente   se   cruzan   en   son   de  guerra    sus   desfi- 

deros. 


—  66  — 

Aconsejaban  á  Muhámad  Abulaswad  sus  parciales, 
que  se  entregase  á  merced  del  Emir,  que  le  pidiese 
perdón  y  excusase  su  fuga  de  Córdoba.  Muhámad 
contestaba  que  una  fuerza  secreta  se  lo  impedia.  Supli- 
cáronle que  si  la  batalla  se  empeñaba,  que,  al  menos, 
se  pusiese  en  salvo  apelando  á  la  fuga.  Dos  días  des- 
pués, ó  sea  el  4  de  rabié  i.a  de  168  (24  septiem- 
bre 784),  por  traición  del  que  mandaba  su  ala  derecha, 
4.000  de  sus  compañeros  sirvieron  de  pasto  á  los 
lobos  y  á  los  buitres  junto  al  Guadialhamar.  Un  año 
más  tarde  murió  Muhámad  en  Alarcón  (1). 

Aun  quedaban  Cásim,  el  hijo  menor  de  Yúsuf,  y 
Hafila.  Sosteníanse  en  la  tierra  de  Todmir,  y  Abde- 
rrahmán  acudió  á  apagar  aquel  fuego.  La  persecución 
activa  de  los  walies  de  aquella  región  dio  por  resultado 
que  Cásim  cayera  prisionero.  Visitó  el  Emir  el  castillo 
de  Segura,  especie  de  ciudad  inaccesible  edificada  en 
la  cumbre  de  un  monte  de  cuya  raíz  nacen  dos  ríos 
tan  caudalosos  como  el  Guadalquibir  (el  Rio  Grande) 
y  el  Guadalabiad  (el  Rio  Blanco),  el  antiguo  Táder,  el 
actual  Segura.  Éste  bañaba,  por  último,  la  población 
Almodwar.  Desde  Segura  pasó  Abderrahmán  á  Denia, 
y  allí  le  fué  presentada  la  cabeza  del  infortunado 
Hafila.  Se  trasladó  á  Lorca,  después  á  Murcia,  donde 
se  detuvo  algún  tiempo,  y,  por  último,  á  Córdoba,  en 
la  cual  hizo  su  entrada  corriendo  ya  el  año  170 
(jul.  786-jun.  787).  A  los  pocos  días  de  llegar  á  la 
capital,  le  presentaron  cargado  de  cadenas  el  hijo  me- 
nor de  Yúsuf.  Abderrahmán,  considerando  la  incons- 


(i)    Dozy,  loe.  cit. — Conde,  II,  22. 


-67~ 

tancia  de  la. suerte  humana,  le  miró  con  ojos  de  lásti- 
ma, pues  de  su  natural  era  compasivo.  Cásim  imploró 
perdón  y  besó,  en  señal  de  humildad,  la  tierra  á  los 
pies  del  Emir,  y  éste  mandó  le  quitasen  los  hierros. 
Cásim,  á  quien  Abderrahmán  dio  largas  posesiones 
fn  tierra  de  Sevilla,  se  mantuvo  siempre  en  obediencia 
á  su  bienhechor  (i). 

Al  fin  del  año  170  (junio  de  787)  hizo  Abderrah- 
mán se  congregasen  en  Córdoba  los  walíes  de  las  seis 
provincias,  Toledo,  Mérida,  Zaragoza,  Valencia,  Gra- 
nada y  Murcia,  los  gobernadores  de  las  doce  ciudades 
principales  y  los  veinticuatro  wazires  de  éstos,  para 
que  prestasen  juramento  de  fidelidad  á  su  hijo  Hixem 
como  sucesor  del  imperio.  La  postergación  de  que 
fueron  objeto  Suleimán  y  Abdallah,  hermanos  mayo- 
res de  Hixem,  fué  causa  de  larga  guerra  civil  que  tuvo, 
en  parte,  por  teatro  la  región  de  levante.  Pocos  días 
después  de  la  jura,  partió  el  Emir  á  Mérida,  y  allí  bajó 
al  sepulcro  el  22  de  rabié  2.a  del  año  171  (10  octu- 
bre 787)  (2).  * 

Las  fáciles  entradas  y  salidas  de  los  musulmanes 
en  armas  en  la  tierra  de  Todmir,  suponen  que  el  reino 
que  aun  se  conservaba  en  tiempo  de  Isidoro  de  Beja 
(754),  había  dejado  de  existir.  Presúmese  que  Atana- 
hildo,  ó  sus  sucesores,  se  entendieron  con  los  señores 
de  España.  Al  detenerse  el  célebre  Almanzor  en  Mur- 
,cia  cuando  su  expedición  á  Cataluña  (985),  se  hospedó 
"  casa  de  Aben  Khattab,  ya  fuese  simple  particular, 


1)  Conde,  II,  25. 

2)  Conde,  II,  24.  Eq  Casiri  (II,  33)  se  lee  que  Hi*;m  sucedió  á  su  padre 
mo  172,  ó  sea,  el  30  de  septiembre  de  788. 


—  é8  — 

ya  tuviera  el  cargo  de  cáhdi.  Las  propiedades  del 
murciano  eran  grandísimas,  y  sus  rentas,  enormes» 
Cliente  de  los  Omeyas,  procedía  probablemente  de 
origen  visigodo;  y,  acaso,  descendía  de  Teodominx 
En  tiempo  de  Aben  al  Abbar  (siglo  XIII),  los  Beni 
Kbattab  se  suponían  árabes;  pero  sus  antepasados  del 
siglo  X  no  pensaban  aún  en  arrogarse  semejante  ori- 
gen (i). 

El  primer  literato  árabe  de  quien  sepamos  floreció  ei> 
nuestro  país,  fué  Rhatis  ben  Solimán  ben  Abdelmélic 
Abu  Solimán,  al  cual  dedica  elogios  Aben  al  Abbar. 
Según  Rasis,  entró  en  España  con  Abderrahmán  ben 
Moáwiya;  fué  gobernador  de  Alcira  y  Cabra,  y  luego 
tuvo  con  el  mismo  emir  la  dignidad  de  wazir  (minis- 
tro). Reinando  Hixem,  con  quien  tuvo  igual  cargo,, 
bajó  al  sepulcro  (2). 


(1)  Dozy,  Historia,  111,  10. 

(2)  Casiri,  II,  33-40. 


CAPÍTULO  IV 

Guerras  de  Sucesión 


%Mím  de  Zaid  ben  Hc^ain  btn  Yahya  el  oiusari:  muerte  del  wali  de  Valencia:  muerte  de  Zaid.— 
Primera  guerra  Je  Sucesión:  derrota  de  los  principes  rebeldes:  Abdallah  el  Valenciano.  —  En» efianzar 
obligatoria  del  idioma  y  escritura  Árabes  á  los  muzárabes.  -—Segunda  guerra  de  Sucesión:  retiranse 
hada  Todmir  los  rebeldes:  su  derrota,  y  muerte  de  Solimán:  refugiase  Abdallah  en  Valencia:  hon- 
rosas condiciones  de  paz. — Al  Heqtum  I  en  Valencia,— El  reino  de  Todmir  islamizado.— Tercera  y 
a/tíma  guerra  de  Sucesión;  test  obligado  Abdallah  á  correrse  i  tierra  de  Todmir  y  encerrarse  en 
Valencia:  sitíala  Abderrahmin  II:  la  mezquita  de  Bab  Todmir:  generosidad  del  Emir,  y  terminación 
de  la  guerra:  Abdallah,  señor  de  Todmir:  supuesto  origen  de  Gandía.— Despotism o  de  los  Emires:  las- 
madrisas  ó  escuelas  públicas:  la  circuncisión  obligatoria  á  los  muzárabes. 


¡ON  preferencia  á  Conde,  hemos  venido  uti- 
lizando los  trabajos  de  su  impugnador 
Dozy  (i).  El  carácter  propio  de  las  obras 
de  ambos  autores  nos  pone  en  el  caso  de  alterar  el 
orden  en  aquella  preferencia.  Dozy  es  tan  propenso  á 
generalizar,  á  remontarse  á  las  regiones  de  la  filosofía 
de  la  Historia,  como  Conde  lo  es  á  no  despreciar  los 
más  menudos  detalles;  y  nosotros  necesitamos  en 
adelante  más  de  éstos  que  de  las  consecuencias  que 
el  autor  holandés  deduce  de  premisas  no  siempre 
bien  sentadas.  Con  este  procedimiento,  fácil  es  obte- 


[i)    Hoy,  sin  embargo,  está  ya  comprobado  que  es  calumniosa  la  especie 
que  fuera  Conde  un  falsificador.  Cotejados  sus  manuscritos  con  los  origi- 
les  de  qne  se  sirvió,  se  ha  observado  entre  ellos  la  más  exacta  confor- 
lad. 


—  7o  — 

ner  un  instrumento  acomodaticio,  fácil  es  desna- 
turalizar los  hechos,  tergiversar  conceptos,  revestirlos 
con  ropaje  que  no  es  el  suyo  propio.  A  pesar  de  la 
mal  disimulada  inquina  que  ya  desde  las  primeras 
páginas  descubre  el  arabista  holandés  contra  ciertas 
cosas,  á  las  cuales,  ó  no  ha  comprendido  bien,  ó  á 
sabiendas  las  calumnia,  no  renunciamos  en  absoluto 
á  utilizar  su  valioso  concurso,  echando  mano  de  los 
materiales  que  él  aporte  y  en  la  medida  que  la  oportu- 
nidad y  la  prudencia  de  consuno  aconsejen. 

Desde  Mérida  se  trasladó  Hixem  á  Córdoba,  y, 
obligado  del  comportamiento  dudoso  de  sus  herma- 
nos Solimán  y  Abdallah,  walies  respectivos  de  las 
provincias  Toledo  y  Mérida,  fueron  sus  primeras  me- 
didas ordenar  á  los  gobernadores  y  cadhies  se  tratara  á 
sus  hermanos  como  rebeldes.  Entonces  se  reprodujo 
un  fuego  que  equivocadamente  se  consideraba  ya 
extinguido. 

En  el  último  capítulo  se  habló  de  la  parte  que  en 
los  sucesos  de  allende  el  Ebro  tuvo  Abderrahmán  ben 
Habib  el  Fihri,  llamado  el  Eslavo,  que  desembarcó  con 
un  ejército  en  la  tierra  de  Todmir.  Disgustados  enton- 
ces el  Arabi  y  el  Eslavo,  llegaron  á  las  manos,  y  la 
fortuna  no  sonrió  al  último,  el  Fihri.  Inconstantes  en 
sus  odios  y  amistades,  por  subordinar  sus  actos  á  las 
necesidades  del  momento,  pactaron  luego  alianza,  y 
juntos  se  alzaron  con  Zaragoza  contra  Abderrahmán 
ben  Moáwiya.  Contaban  con  el  apoyo  de  Cario  Magno, 
y  contra  él,  como  contra  el  Emir,  lucharon  después 
cuando  uno  y  otro  intentaron  arrebatarles  la  presa.  La 
ambición  de  Ai  Hozain  no  consentía  compañero  en  el 


~  71  — 

mando,  é  hizo  asesinar  en  la  mezquita  y  en  viernes  á 
su  consocio  Al  Arabí.  Si  bien  Cario  Magno  se  había 
visto  obligado  á  retirarse  de  los  muros  de  Zaragoza 
con  las  manos  vacías,  el  Emir  apretó  tanto  á  Al 
Hozain,  que  éste  pidió  la  paz,  y  le  fué  concedida,  entre- 
gando en  rehenes"  á  su  hijo  Zaid. 

Era  Zaid  de  ánimo  no  apoqado  y  mañoso,  y  tuvo 
trazas  para  huir  y  reunirse  al  día  siguiente  con  su 
padre,  que  se  rebeló  de  nuevo  en  Zaragoza.  Combatida 
ésta  otra  vez  por  el  Emir,  á  tanta  estrechez  se  vio 
reducida,  que  sus  moradores  imploraron  la  clemencia 
del  soberano  y  le  entregaron  el  rebelde,  quien  pagó 
con  su  cabeza  el  haberlo  sido  del  motín  (1).  El  hijo 
Zaid,  que  vivía  retirado  en  Murviedro,  deseoso  de 
llevar  adelante  la  bandera  de  la  rebelión,  aprovechó  la 
guerra  de  sucesión,  muerto  el  primer  Omeya;  hizo  un 
llamamiento  á  los  yemeníes,  á  quienes  había  favore- 
cido, y,  con  el  auxilio  de  tales  tropas,  fué  á  Tortosa, 
se  apoderó  de  la  ciudad  y  destituyó  á  su  gobernador, 
Yúsuf  el  KeicL 

Apenas  tuvo  noticia  de  ello  Hixem,  dispuso  que 
el  walí  de  Valencia  corriese  á  Tortosa  para  sofocar  la 
insurrección.  Reunió  el  walí  la  caballería  de  la  ciudad 
y,  al  paso,  recogió  la  de  Murviedro  y  la  de  Nules.  No 
esperó  Zaid  llegasen  á  Tortosa  las  tropas  enviadas 
contra  él:  salió  á  su  encuentro,  y  en  la  empeñada  lucha 
que  se  trabó,  fué  derrotado  y  hubo  de  apelar  á  la  fuga, 
si  no  fué  esto  una  de  tantas  estratagemas  que  facil- 
ite discurría  su  astucia.  Lo  cierto  es  que  tras  las 


xAjbar,  fol.  96  y  97. 


—  72  — 

vencidas  tropas  de  Zaid  se  precipitó  el  walí  de  Valen- 
cia, y  cayó  en  una  emboscada.  De  ambas  partes  fué 
grande  la  matanza,  pero  el  daño  que  los  valencianos 
padecieron  fué  mayor,  por  cuanto  su  gobernador 
quedó  muerto  en  el  campo  de  batalla,  y  ellos,  diezma- 
dos y  abatidos,  hubieron  de  replegarse  al  punto  de 
donde  habían  salido. 

Dícese  por  unos,  que  el  walí  muerto  se  llamaba 
Muza  ben  Hodeira  el  Keicí,  y  que  esta  triste  jornada 
ocurrió  en  el  año  172  (jun.  788-may.  789).  Dícese 
más:  que,  avisado  del  desmán  el  rey  Hixem,  para 
cortar  el  ánimo  y  osadía  á  los  rebeldes,  encargó  á  los 
walíes  de  Granada  y  de  Murcia  que  enviasen  sus 
gentes  á  Valencia  y  que,  unidos  á  su  nuevo  gober- 
nador, Abú  Otmán,  escarmentasen  á  los  rebeldes.  En 
el  año  174  (mayo  790-791),  Abú  Otmán  venció  á 
Zaid,  el  cual  murió  en  la  batalla,  y  su  cabeza,  enviada 
á  Córdoba,  fué  mandada  poner  por  Hixem  en  un 
garfio  del  muro. 

Barcelona,  Huesca,  Tarazona  y  Zaragoza,  que  se 
habían  sublevado,  abrieron  sus  puertas.  Agradeció 
Hixem  los  buenos  servicios  del  gobernador  de  Valen- 
cia, y  le  mandó  esperase  en  los  montes  de  Afranc, 
adonde  se  le  enviarían  refuerzos.  Coincidió  con  tan 
próspera  campaña  la  terminación  de  la  guerra  provo- 
cada por  los  hermanos  del  Emir  (1). 

Casiri  habla  de  ésta:  «Abdallah  ben  Abderrahmán 
ben   Moáwiya,  más  conocido  por  el  Valenciano^   se 


O)  Abu  Alcatir,  VI,  8o-8i.— Aben  Adhuí.— Al  Makkarí.— Conde,  II, 
25-27  —Las  dos  primeras  citas  están  tomadas  de  la  Historia  de  Sagunto,  por 
don  Antonio  Chabret,  I,  158-159. 


—  73  — 
apropió,  muerto  su  padre,  el  principado  de  Valencia. 
A  esta  ciudad  se  retiró,  reducido  por  Hixem  y  renun- 
ciados los  derechos  de  aquél  al  trono.  Renovada-  la 
disensión,  huyó  á  Toledo,  donde  su  hermano  Solimán 
se  había  rebelado.  Vencidos  los  dos,  fueron  enviados 
al  África,  é  Hixem,  gozando  ya  de  tranquilidad,  con- 
sagró sus  afanes  á  la  buena  administración  de  sus 
estados  y  á  la  propagación  de  su  imperio,  hasta  que, 
después  de  un  reinado  de  siete  años,  nueve  meses  y 
dieciocho  días,  murió  enel  de  la  Hégira  180  (mar.  796- 

797)  (0-» 
.  Clara  ya  y  manifiesta  la  rebelión  de  sus  hermanos, 

mientras  Abdallah  se  encargó  de  conservar  á  Toledo, 
Solimán  salió  á  oponerse  al  Emir,  que  desde  Anda<- 
lucia  acudía  á  apagar  aquel  incendio.  .Solimán  fué 
vencido  en  Hisn  Bulche  (?),  y  obligado  de  los  cam- 
peadores de  Córdoba,  se  replegó  á  tierra  de  Todmir  el 
año  173  (may.  789-790).  Defendíase  con  tesón  en 
Toledo  el  Valenciano;  pero,  al  ver  que  su  hermano 
Solimán  no  le  auxiliaba  y  que  la  plaza  tenia  apurados 
todos  los  medios  de  defensa,  él  mismo,  disfrazado,  fué 
á  Córdoba  y  se  entregó  en  brazos  de  Hixem.  El  Emir 
le  concedió  que  pudiese  morar  en  una  casa,  situada  en 
ameno  sitio  y  en  las  cercanías  de  Toledo.  No  faltaba 
sino  reducir  á  Solimán,  que  andaba  en  tierra  de  Tod- 
mir levantando  los  pueblos  y  allegando  gentes.  Acudió 
con  buen  ejército  Hixem  y  confió  la  vanguardia  á  su 
hijo  el  joven  é  impetuoso  Al  Háquem.  Éste  sorpren- 
c    ,  en  los  campos  de  Lorca,  al  ejército  de  Solimán 

Casiri,  II,  33. 

10 


—  74  — 

en  ocasión  de  hallarse  este  principe  ausente.  Las 
tropas  rebeldes  fueron  vencidas  antes  de  que  pudiese 
acudir  el  ejército  de  Hixem.  Recibida  por  Solimán  la 
inesperada  noticia  del  desastre  de  sus  armas,  después 
de  vacilar  acerca  de  la  resolución  que  tomaría,  empren- 
dió la  marcha  hacia  Denia.  En  las  cercanías  le  alcan- 
zaron los  campeadores  de  su  hermano,  y  se  entró  en 
Alcira,  «Gezira-Xúcar,  lugar  fuerte  y  rodeado  del  rio.» 
Escribió  á  Hixem  le  recibiese  en  su  gracia  con  iguales 
ú  otras,  condiciones  que  á  Abdallah.  El  Emir  se  holgó 
mucho  de  este  allanamiento,  y  concertaron:  que  Soli- 
mán viviría  en  Tánger  ú  otra  ciudad  de  Almagre^  y 
que  con  el  producto  de  sus  posesiones  de  España 
podría  adquirir  otras  en  Berbería.  Dicese  que  de  Hixem 
recibió,  por  sus  posesiones,  sesenta  mil  mitcales  ó 
besantes  de  oro.  La  avenencia  se  concluyó  el  mismo 
año  en  que  Abú  Otmán,  el  walí  de  Valencia,  venció  al 
rebelde  Zaid  ben  Huseín,  ó  sea,  en  174  (may.  790- 

79i  (0- 

Casiri,  tomándolo  de  Aben  ai  Abbar,  encarece  la 

buena  administración  á  que  Hixem  I  se  consagró  ya 
tranquilo  de  la  guerra  que  le  habían  suscitado  sus 
hermanos.  Fué,  pues,  una  de  sus  medidas,  poner  en 
Córdoba  y  en  otras  ciudades  de  España  enseñanzas  de 
la  lengua  arábiga,  y  obligar  á  los  cristianos  á  que  no 
hablasen  otra  ni  escribiesen  con  caracteres  latinos  (2). 
Esa  disposición  dictatorial  y  atentatoria  á  derechos 
que  estaban  ai  amparo  de  pactos  solemnes,  no  sabe- 


(1)  Conde,  II,  26. 

(2)  ídem,  II,  29. 


—  75  — 

mos  haya  arrancado  censura  alguna  al  profesor  de 
leiden,  así  como  tiene  calificativos  los  más  duros 
contra  los  Concilios  Toledanos,  por  las  disposiciones 
contrarias  á  los  judíos.  Tampoco  se  han  fijado  en  ella 
los  que  condenan  la  pragmática  dada  en  1566  por 
Felipe  II  contra  los  moriscos,  cuando  no  hizo  sino 
imitar  el  ejemplo  que  ocho  siglos  antes  le  diera 
Hixem  I.  De  la  ley  en  cuestión  habla  el  historiador 
arábigo  Abu  Meruan  ben  Haiyan,  dictada  contra  millo- 
nes de  españoles,  cuando  la  de  los  Concilios  sólo  abar- 
caba á  algunos  miles  de  judíos,  y  la  de  Felipe  II,  á 
pocos  más  moriscos  ya  familiarizados  con  el  idioma 
y  caracteres  españoles,  por  el  trato  frecuente  con  los 
cristianos.  Cristianos  y  musulmanes  obraron  como 
acostumbran  todos  los  pueblos:  fueron  tolerantes 
mientras  no  echaron  profundas  raíces  en  el  país  con- 
quistado; fueron  tiranos  y  opresores,  cuando  contaron 
con  fuerzas  para  imponer  su  idioma  y  creencias:  aspi- 
raron á  esto  mismo,  porque  la  unidad  nacional  es 
difícil  de  conservar  donde  no  hay  unidad  religiosa, 
á  menos  que  el  escepticismo  sea  el  virus  que  corroa 
las  entrañas  del  país. 

Toda  opresión  provoca  levantamientos:  la  de  Fe- 
lipe III  dio  margen  á  la  sublevación  de  los  moriscos; 
la  de  los  Omeyas  causó  la  insurrección  de  los  mala- 
dos  ó  renegados.  Hixem  I  murió  el  12  de  sáfer  del 
año  179  (7  mayo  795). 

Dos  días  después  fué  aclamado  por  rey  su  hijo  Al 

iquem,  apellidado  Al  Mudhaffar  (Vencedor  feliz  y 

rtunado).  No  fué  más   afortunado  ni  más  feliz, 

ipero,  que  el  padre  ni  el  abuelo,  en  cuanto  á  las 


-76  - 

pretensiones  de  sus  tíos  Solimán  y  Abdallah.  Ni  el 
uno  ni  el  otro  se  lanzaron  á  la  lucha  sin  probabilidades 
de  buen  éxito, 

Abdallah  no  reparó  en  aliarse  con  Cario  Magno. 
En  los  Anales  de  Eginhardo  se  lee  que  en  el  año  797, 
de  regreso  el  Emperador  á  su  palacio  de  Aix,  recibió 
en  él  á  Abdallah,  sarraceno,  hijo  del  Emir  Aben  Moá- 
wiya,  que  venia  de  África.  Como  Abdallah  vivía,  con 
arreglo  á  la  paz  que  puso  fin  á  la  guerra  con  Hixem, 
en  la  Península,  su  venida  de  Mauritania,  para  lo  cual 
no  estaba  facultado,  supone  que  su  ida  allá  lo  fué  en 
secreto  y  para  tener  inteligencias  con  su  hermano 
mayor  Solimán,  que  vivía  en  Tánger  desde  790.  Cario 
Magno  recibió  allí  á  un  embajador  de  Alfonso  II  el 
Casto,  rey  de  Asturias  y  de  Galicia,  y  después  de  la 
entrevista  que  celebró  con  sus  hijos  Pepino  y  Luis, 
envió  éste  á  la  Aquitania,  y  con  él  mandó  que  fuese  el 
sarraceno  Abdallah,  quien  después,  como  él  mismo 
deseaba,  fué  puesto  en*España  y  en  manos  de  hombres 
que  eran  de  su  confianza  (1). 

Como  se  ve,  los  pretendientes  no  se  aventuraron 
á  una  intentona,  sin  seguridad  de  que  Al  Háquem  se 
vería  envuelto  en  tales  dificultades  de  que  no  saldría 
bien  librado.  Mientras  que  Abdallah  excitaba  á  la  rebe- 
lión á  los  pueblos  de  las  provincias  Toledo,  Todmir 
y  Valencia,  que  no  respondieron  mal,  pues,  particular- 
mente, en  la  última  contaba  con  numerosas  simpatías; 
Solimán,  que  había  con  sus  grandes  riquezas  logrado 
reunir  en  Tánger  un  buen  ejército,  desembarcaba  en 


(x)    Egioh.  Anna!.,  ad  aun.  797. 


—  77  — 
España,  como  es  natural,  allí  donde  tenia  más  par- 
tido, probablemente  en  Valencia  y  Denia;  y,  como 
hijo  mayor  de  Abderrahmán  ben  Moáwiya,  se  procla- 
mó emir.  A  marchas  forzadas  corrió  á  Toledo,  y  se 
unió  á  su  hermano  Abdallah. 

No  intimidó  al  Emir  el  porvenir  incierto  de  una 
guerra  larga,  peligrosa  y  sangrienta,  y  marchó  hacia 
Toledo.  En  sus  inmediaciones  estaba,  cuando  le  llegó 
noticia  de  que  la  provincia  Sarkosta  se  le  había  suble- 
vado: ya  se  tocaban  las  consecuencias  de  la  entrevista 
que  en  Aix  iiabía  tenido  Abdallah  con  Cario  Magno; 
y,  como  este  peligro  era  mayor  que  la  insurrección  de 
sus  hermanos,  con  ser  ésta  tan  grave,  envió  á  uno 
de  sus  mejores  caudillos  á  que  reforzase  al  walí  de 
Zaragoza.  Esto  sucedió  entrado  el  año  181  (mar.  797- 
feb.  798).  Como  los  walies  del  país  comprendido  entre 
el  Ebro  y  los  Pirineos  estaban  acostumbrados  á  vivir 
con  cierta  independencia,  seguían  la  política  de  incli- 
narse al  bando  que  les  ofrecía'mayor  seguridad  para 
conservarse  en  sus  gobiernos;  y,  al  presumir  que 
entonces  no  saldría  bien  Al  Háquem,  todos  se  decla- 
raron contra  el  Emir.  Penosa  impresión  causó  en  éste 
la  noticia,  dejó  algunas  tropas  que  mantuviesen  el  sitio 
de  Toledo  y  partió  hacia  la  España  oriental  con  la  flor 
de  su  caballería. 

La  ausencia  del  Emir  facilitó  que  el  ejército  de  sus 
tíos  se  acrecentase  con  numerosos  voluntarios  que  de 
Valencia  y  de  Todmir  les  acudían.  Pueblos  y  comar- 
co enteras  se  adherían  á  su  bando.  Había  frecuentes 
nbates  con  los  walies  de  Mérida  y  de  Córdoba,  pero 

eran  decisivos.  En  tanto,  la  campaña  de  Al  Háquem 


-  78  - 

había  tenido  feliz  resultado;  y,  dominada  la  España 
oriental,  ló  cual  le  valió  el  título  de  Almudhaffar  (Ven- 
cedor feliz  y  afortunado),  volvió  á  Castilla  seguido 
de  aguerridos  soldados,  acostumbrados  á  las  penosas 
fatigas  de  la  guerra  y  que,  en  punto  á  valor,  podían 
competir  con  los  mejores  soldados  del  mundo.  Desde 
entonces  mejoró  la  suerte  de  las  armas  contra  sus 
tíos:  los  venció  y  echó  de  tierra  de  Toledo,  y  los 
obligó  á  retirarse  á  tierra  de  Todmir  y  de  Valencia. 
Esto  ocurrió  el  año  183  (feb.  799-800). 

Entrado  el  año  siguiente  (feb.  800-ea.  801),  llegó 
con  poderoso  campo  á  la  tierra  de  Todmir  el  emir  Al 
Háquem,  y  estando  en  Chinchilla,  recibió  la  satisfac- 
toria nueva  de  que  Toledo  se  había  rendido  á  las 
tropas  leales,  parte  de  las  cuales  acudió  á  reforzar  el 
ejército  de  Al  Háquem.  Así  y  todo,  todos  sus  esfuer- 
zos sólo  alcanzar  lograron  durante  algunos  meses 
contener,  mas  no  vencer,  al  partido  de  sus  tíos,  con 
los  campeadores  de  urfo  *de  los  cuales,  Solimán,  sos- 
tuvo algunas  escaramuzas.  Aquella  situación  no  podia 
prolongarse,  y  ambos  contendientes  se  resolvieron  á 
fiar  al  resultado  de  una  batalla  general  el  desenlace  de 
aquella  guerra. 

Movió  su  cuartel  general  de  Chinchilla  el  Emir,  y 
como  de  común  acuerdo  se  trabó  largo  combate,  pues 
que  se  mantuvo  por  espacio  de  tres  días,  y  muy  encar- 
nizado, ya  que  el  campo,  para  alegre  pasto  de  aves 
y  carnívoras  fieras,  quedó  sembrado  de  cadáveres. 
Peleábase  con  tesón  por  uno  y  otro  campo,  pero  la 
suerte  de  la  victoria  permanecía  sin  inclinarse  á  nin- 
guno de  los  dos  ejércitos.  Á  la  tarde  del  último  día, 


—  79  — 
el  primer  cuerpo  de  ejército  de  Solimán  fué  desbara- 
tado, á  pesar  del  valor  que  dicho  príncipe  y  su  her- 
mano Abdallah  desplegaron,  demostrando  que  no  en 
vano  corría  por  sus  venas  sangre  de  Abderrahmán 
ben  Moáwiya.  Solimán  acude  á  rehacer  sus  desorde- 
nadas tropas;  se  opone  al  avance  de  sus  enemigos,  y 
él  solo  restaura  el  equilibrio  de  fuerzas.  Corre  enton- 
ces á  su  lado  el  Valenciano,  que  aquellos  momentos 
eran  supremos.  Ebrio  de  furor  Al  Háquem  al  obser- 
var que  un  puñado  de  valientes  es  el  único  obstáculo 
que  impide  la  marcha  al  carro  de  la  victoria,  antes 
declarada  á  su  favor,  pónese  á  la  cabeza  de  sus  terribles 
zenetas  y  acomete  desesperadamente  al  núcleo  en  que 
sobresalen  las  interesantes  figuras  de  sus  tíos.  En  mo- 
mento tal,  una  flecha  atraviesa  el  cuello  de  Solimán, 
quien  cae  del  caballo  y  es  atropellado  y  muerto  por 
su  propia  caballería.  Abdallah,  que  presencia  el  contra- 
tiempo, desespera  del  triunfo;  es  arrastrado  por  sus 
vencidas  huestes,  y  el  campo  fué  teatro  de  la  más 
horrible  matanza. 

Sobrevino  la  noche,  que  puso  tregua  á  tanta  deso- 
lación, y  facilitó  al  príncipe  rebelde  la  retirada  á  los 
montes;  se  corrió  hacia  Denia,  y  no  paró  hasta  refu- 
giarse entre  sus  entusiastas  valencianos.  Contaban  los 
vencedores  con  que  al  alumbrar  la  nueva  aurora  com- 
pletarían su  obra;  mas  apareció  el  siguiente  dia,  y  sólo 
reinaba  el  silencio  de  los  muertos.  Mostraron  alegría, 
porque  el  anterior  triunfo  no  le  adquirieron  á  poca 
)sta.  Mayor  contratiempo  habían  experimentado  los 
míranos:  entre  los  cadáveres  se  descubrió  el  del  tío 
1  Emir.  Amargo  desconsuelo  se  apoderó  de  Al  Há- 


—  8o  — 

quem  al  contemplar  tan  triste  trofeo:  derramó  sobre 
él  abundantes  lágrimas,  y  no  alzó  de  allí  el  campo 
hasta  darle  honrosa  sepultura. 

No  era  menguada  la  hueste  que  con  Abdallah  se 
había  metido  en  Valencia,  donde  era  muy  amado- 
Comprendieron  sus  habitantes  que  era  temeridad  opo- 
nerse á  la  feliz  estrella  del  Emir,  y  exhortaron  al  prín- 
cipe rebelde  á  que  entrara  en  avenencia  con  el  sobrino. 
Él,  por  evitar  á  la  ciudad  las  calamidades  que  de  con- 
tinuar la  guerra  la  amenazaban,  sacrificios  inútiles 
además,  envió  sus  mensajeros  á  Al  Háquem  ofrecien- 
do desistir  de  sus  pretensiones",  quedar  á  merced  del 
Emir  y  pasar  á  vivir  en  África  ú  otrtf  cualquier  sitio* 
Y,  como  en  el  soberano  había  interés  en  que  la  gue- 
rra acabase  aquel  mismo  año,  otorgó  la  paz  con  estas 
condiciones:  que  Abdallah  morase  donde  quisiera  y  le 
entregara  en  rehenes  sus  hijos. 

La  caballerosidad  del  vencedor  para  con  el  vencido, 
hacia  quien  sentía  entrañable  cariño,  por  el  gran  pare- 
cido que  tenía  con  su  padre,  se  demostró  con  permitir- 
le viviese  en  alguna  casa  de  campo  en  Valencia  ó  en 
Todmir,  y  señalarle  de  rentas  mil  mitcales  al  mes  y 
cinco  mil  al  fin  de  cada  año.  Perdonó,  además,  á  todos 
los  jekes  y  wazires  que  habían  seguido  la  parcialidad 
de  sus  tíos,  y,  amén  de  hacer  merced  á  todos  los  caba- 
lleros africanos  que  del  ejército  rebelde  quedaban,  ad- 
mitió á  no  pocos  en  su  guardia.  Abdallah  pasó  á  Tán- 
ger, trajo  á  sus  hijos  Esfáh  y  Cásim  y  los  entregó 
al  Emir,  que  los  recibió  con  señaladas  muestras  de 
amor  y  dio  al  mayor  por  esposa  á  su  propia  her- 
mana, Al  Kinza  (el  Tesoro),  cuyo  nombre  cuadraba 


—  8i  — 

con  sus  recomendables  dotes,  pues  era  discreta  y  her- 
mosa. 

Terminadas  felizmente  estas  guerras,  Al  Háquem 
hizo  en  Córdoba  su  triunfal  entrada  en  fin  del  año 
184  (enero  de  801)  (1).     * 

Es  notable  la  conformidad  que  con  la  relación  de 
Conde  guarda  la  de  Escolano:  «Á  los  principios  (del 
reinado  de  Aljatan),  pasaron  de  Berbería,  donde  se 
habían  entretenido,  sus  dos  tíos,  Suleimán  y  Abdalla, 
con  grande  favor  de  alárabes  y  africanos,  á  hacerle 
guerra.  Abdalla  se  apoderó  de  todo  el  reino  de  Valen- 
cia: desde  ella  salían  á  correrle  la  tierra  ú  sobrino. 
Suleimán  se  metió  en  el  de  Toledo,  y  acabó  con  los 
toledanos,  que  tomasen  su  voz  y  matasen  á  los  de  Al- 
jatan. Mas  Aljatan  le  vino  á  buscar  y  le  venció  en  ba- 
talla; y,  quedándose  Abdalla  por  rey  de  Valencia,  se  le 
rindió  é  hizo  su  vasallo.  En  conformidad  de  las  paces, 
embió  sus  hijos  á  la  corte  de  Córdoba  por  que  se  cria- 
sen en  ella,  y  casó  el  uno  con  una  hermana  de  Alja- 
tan... Fué  tratado  que  Abdalla  (Valentín,  señor  de 
Valencia)  se  quedase  con  título  de  rey,  y  que  le  diese 
Aljatan  tanta  tierra  en  el  contorno  de  Valencia,  que  le 
pudiese  rentar  diezisiete  mil  morabatines»  (2).  Tam- 
poco disuena  la  relación  que  con  el  laconismo  acos- 
tumbrado hace  Casiri,  siguiendo  á  nuestro  paisano 
Aben  al  Abbar:  «Llegada  á  oídos  de  Solimán  y  de 
Abdallah  la  nueva  del  fallecimiento  de  Hixem,  con 
crecida  flota  surcaron  el  mar  y  disputaron  el  trono  á 


x)    Conde,  II,  30  y  31. 
v2)    Lib.  II,  cap.  16. 


11 


-   82    - 

Al  Háquem.  En  combate  que  sostuvieron  por  espacia 
de  tres  días,  Solimán  fué  muerto;  y  Abdallah  empren- 
dió-la fuga  con  las  tropas  africanas  y  se  retiró  á 
Valencia»  (i). 

Incansable  el  Emir,  partió  á  las  fronteras  de  Afranc 
(Francia),  pues  los  cristianos  llegaban  en  sus  algaras 
hasta  Tortosa.  Después  de  siete  meses  de  sitio,  Barce- 
lona cayó  en  su  poder  en  fin  del  año  185. (enero 
de  802).  Entró  en  Zaragoza  y  en  Pamplona,  ocupó. á 
Huesca,  por  las  riberas  del  Ebro  bajó  hacia  Cataluña* 
recobró  á  Tarragona,  y  cerca  de  Tortosa  derrotó  al 
traidor  Bahlul.  Aseguradas  las  fronteras,  vino  por 
Tortosa  á  Valencia;  y  por  Játiba,  Denia  y  Todmir  se 
restituyó  á  Córdoba,  en  la  cual  hizo  su  entrada  el 
año  188  (dic.  803-804)  (2). 

No  cejaban  los  cristianos  de  Afranc  en  su  noble  y 
tenaz  empeño  de  arrancar  al  Islam  la  provincia  Sar- 
costa.  Pusieron  sitio  á  Tortosa,  y  el  Emir  hizo  que  su 
hijo  Abderrahmán,  que  estaba  en  Zaragoza,  fuese,  con 
cuanta  gente  pudiese,  á  libertar  aquella  plaza.  Iguales 
órdenes  se  comunicaron  al  gobernador  de  Valencia. 
Reunidas  las  dos  huestes  bajo  el  mando  de  Abde- 
rrahmán, los  sitiadores,  capitaneados  por  Ludovico 
Pío,  el  marqués  de  la  Gothia  y  algunos  condes  de  la 
Marca  Hispana,  el  de  Barcelona,  entre  ellos,  tuvieron 
que  alejarse  dejando  el  campo  cubierto  de  cadáveres,, 
para  agradable  pasto  de  las  aves  y  carnívoras  fieras- 
Fué  esto  el  año  193  (oct.  808-809)  (3). 

(1)  Casirt,  II,  33. 

(2)  Conde,  II,  32. 

(3)  Conde,  II,  35. 


-83  - 

Hemos  visto  que  durante  las  mencionadas  guerras 
de  sucesión,  leales  y  rebeldes  cruzaban  la  tierra  de 
Todmir.  Este  hecho  no  es,  sin  embargo,  una  prueba 
concluyente  de  que  no  subsistiese  el  reino  fundado 
por  el  príncipe  cristiano:  esas  y  mayores  arbitrarie- 
dades puede  cometer  la  violencia,  sin  que  resulte 
menoscabado  el  derecho.  Otra  razón  aduce,  en  testi- 
monio de  haber  cesado  dicho  reino,  don  Aureliano 
Fernández  Guerra: 

cÁ  principios  del  siglo  EX,  escribe  el  sabio  académico,  había 
dejado  de  existir  el  reino  católico  é  independiente  de  Teodo- 
rairo,  sin  duda  por  la  apostasía  de  muchas  familias  ambiciosa! 
de  cargos  públicos,  ó  atentas  á  no  pagar  el  doro  tributo  que 
pesaba  sobre  los  fíeles.  Ya  hacia  el  año  814  aparecen  allí  cadhies, 
ó  sean  jueces  eclesiástico-civiles,  por  donde  se  ha  de  suponer 
islamizado  el  territorio:  consecuencia,  quizá,  de  las  guerras  de 
que  fué  palenque  reinando  Hixem  y  su  hijo  Al  Háquem,  á  quienes 
una  vez  y  otra  disputaron  la  corona  los  príncipes  Suleimán  y 
y  Abdallah,  prole  de  Abderrahmán,  fundador  del  imperio  de 
Córdoba»  (1). 

Con  efecto:  al  fin  del  año  198,  ó  principios  del 
siguiente  (agosto  814),  murió  en  Todmir  el  cadhí  de 
aquella  tierra  Fadel  ben  Amira  ben  Raxid  el  Canení, 
varón  insigne  que,  por  su  virtud  y  nobleza,  fué  muy 
estimado  de  Al  Háquem.  Por  memoria  del  padre  y  por 
la  misma  integridad  y  doctrina  del  hijo,  también 
llamado  Abú  Alafia,  dióle  el  Emir  el  mismo  cadhiazgo 
de  Todmir.  Murió  el  hijo  el  año  227  (oct.  841-842), 
y  también  fué  confiado  el  cadhiazgo  á  su  hijo  Aben 
idal  (2). 


(1)      El  Archivo,  IV,  107. 

(2)    Conde,  II,  3S  y  44- 


-84- 

Otra  razón  más  concluyente  y  decisiva  de  haber 
acabado  dicho  reino  apunta  el  Sr.  Fernández;  pero  el 
lugar  oportuno  donde  ha  de  hacerse  constar,  no  es 
éste. 

Turbulento  fué  el  reinado  del  primer  Al  Háquenv 
casi  todo  él  gastado  en  lucha  con  los  muzárabes  y 
mulados  ó*  renegados  cristianos.  La  tolerancia  mu- 
sulmana se  ponía  ya  de  relieve  en  matanzas  como 
la  famosa  «jornada  del  foso»  en  Toledo,  año  190 
(nov.  805-806),  y  la  no  menos  horrible  destrucción 
del  arrabal  de  Córdoba,  el  jueves,  14  de  ramadhán  del 
^iño  202  (26  marzo  818),  suceso  éste  relacionado^ 
como  se  verá,  con  los  supuestos  orígenes  de  Gandía. 
El  carácter  turbulento  de  los  árabes  se  revela  en  suble- 
vaciones como  la  de  Mérida,  donde  Esfáh,  hijo  de 
Abdallah  el  Valenciano,  sin  consideración  al  estrecho 
parentesco  con  el  Emir,  ni  al  señalado  favor  que  de  él 
recibiera  casándole  con  la  bella  y  discreta  Al  Kinza,. 
como  una  de  tantas  prendas  que  afianzasen  la  paz  tras 
las  revueltas  de  Valencia,  no  repara  en  rebelarse  contra 
su  primo  y  cuñado,  movimiento  que  acabó  pacífica- 
mente merced  á  la  oportuna  intervención  de  la  esposa 
de  Esfáh  y  hermana  de  Al  Háquem.  Éste,  que  fué 
implacable  con  los  cristianos,  tanto  como  indulgente 
con  los  muslimes,  no  fué  sin  propiedad  llamado  Al 
Mudhaffar,  pues,  como  él  mismo  decía  en  elegantes 
versos  á  su  hijo  Abderrahmán,  se  había  servido  de  la 
espada  para  juntar  sus  provincias  desunidas,  como  de 
la  aguja  el  sastre  para  coser  los  pedazos  de  tela.  «Te 
dejo  pacíficas  mis  provincias,  hijo  mío,  decía  al  suyo: 
son  un  lecho  sobre  el  que  puedes  dormir  tranqui- 


-  85  - 

lo »  (i).  En  este  vaticinio  se  engañó:  á  su  muerte, 

ocurrida  el  jueves  25  de  dilagia  del  año  206  (21 
mayo  822),  la  guerra  civil  ensangrentó  nuestro  suelo, 
repitiéndose  aquí  la  escena  del  comienzo  de  los  reina- 
dos de  los  primeros  Hixem  y  Al  Háquem. 

«El  emir  Abderrahman  ben  Al  Háquem  comenzó  á  reinar 
cuando  el  estado  estaba  tranquilo  y  firme,  y  dedicóse  exclusiva- 
mente á  sus  diversiones  y  placeres,  viviendo  como  uno  de  los 
habitantes  del  paraíso,  donde  encuentra  reunido  todo  lo  que 
puede  desear  el  alma,  y  halagar  los  sentidos*  (2). 

También,  como  su  padre  y  como  su  abuelo,  co- 
menzó el  reinado  envuelto  en  la  discordia  que  el 
primer  Abderrahman  legó  á  sus  sucesores.  Asi  relata 
la  última  guerra  de  sucesión  nuestro  Escolano:  «En 
el  año  820  de  Cristo  Nuestro  Señor,  comenzó  á  reinar 
un  moro  llamado  Abderrahman,' que  fué  el  segundo 
de  aquel  nombre  de  los  reyes  de  Córdoba  y  heredero 
del  rey  Aliatan,  su  padre,  que  falleció  el  año  819  (3). 
Y  el  belicoso  Abdalla,  rey  de  Valencia,  que  con  buenos 
partidos  habia  asentado  de  nuevo  paces  con  Aliatan, 
las  rompió  con  el  hijo,  recién  heredado.  Sobre  que 
vinieron  á  batalla,  y,  saliendo  vencido  el  de  Valencia, 
vino  á  ella  y  murió.  Entonces  Abderrahman  envió 
por  sus  mujeres  é  hijos,  y  dióles  hacienda  y  tierras, 
que  fueron  dellos  para  siempre,  excepto  el  reinox  que 
se  quedó  con  él»   (4).  En  cambio,  tuvo,  el  corto 


'  )    Dozy,  Historia,  II,  4.— *Ajbart  fol.  104. 

i      iAjbar,  fol.  xo$. 

1    Eq  la  computación  de  los  años  de  la  Hégira,  hay  equivocación,  por 
t     ir  como  base  un  año  de  la  era  cristiana  que  no  es  el  verdadero. 
r)    Lib.  II,  cap.  17. 


—  86  — 

tiempo  que  sobrevivió,  la  tierra  de  Todmir:  «Abdalla, 
muerto  Al  Háquem,  y  elevado  al  solio  su  hijo  Abde- 
rrahmán;  recogidas  de  África  nuevas  huestes,  repro- 
dujo la  guerra  civil.  Abderrahmán,  celebradas  paces 
con  él,  le  dio  en  feudo  la  ciudad  Todmir,  y  alli,  por 
fin, murió Abdallah  el  año  208  (may.  823-824)!»  (1). 

Conozcamos  mayores  detalles  de  dicha  guerra  y 
su  conclusión: 

Apenas  supo  Abdallah  ben  Abderrahmán  ben  Moá- 
wiya,  residente  á  la  sazón  en  Tánger,  que  su  sobrino 
Al  Háquem  había  muerto,  como  la  nieve  de  sus  canas 
no  hubiese  aún  entibiado  el  fuego  de  ambición  que 
en  su  pecho  ardía  desde  la  juventud,  vino  con  crecido 
ejército  á  España  y  se  proclamó  Emir,  mas  sólo  en  el 
campo  y  lugares  abiertos,  no  en  las  ciudades  y  casti- 
llos murados.  También  confiaba,  aunque  fué  en  vano, 
en  el  auxilio  de  sus  hijos,  Esfáh  y  Cásim,  que  tanta 
privanza  tuvieron  con  el  Emir  difunto  y  de  quien 
protección  tanta  recibieron. 

Salió  contra  el  principe  rebelde  el  nuevo  rey,  le 
venció  en  algunas  escaramuzas  y  encuentros  de  poca 
monta,  y  fuéle  empujando,  primero,  á  la  tierra  de 
Todmir,  y,  por  último,  á  Valencia.  Puso  á  ella  estrecho 
sitio  Abderrahmán,  con  ánimo  de  no  alzarle  hasta  que 
en  sus  manos  cayera  su  porfiado  tío.  Por  fortuna  para 
éste,  hallábanse  en  el  campo  de  los  leales  sus  hijos 
Esfáh  y  Cásim,  quienes,  movidos,  al  parecer,  del  deseo 
de  poner  pronto*  término  á  la  guerra  civil,  habían 
acudido  á  la  hueste  de  Abderrahmán.  Bien  conocían 


(i)    Casiri,  II,  33. 


-87- 

ellos  la  natural  clemencia  y  generosidad  del  Emir; 
fundados  en  ello,  prometíanse  de  sus  gestiones  el  más 
lisonjero  resultado,  y  el  cielo,  siempre  propicio  á  los 
buenos  deseos,  bendijo  su  obra. 

Reducido  Abdallah  al  último  extremo,  aun  quiso 
probar  fortuna,  siquiera  fuese  por  vez  postrera.  Un 
jueves  manifestó  á  sus  tropas  hacer  una  salida,  con 
toda  su  gente,  contra  los  de  Córdoba;  y,  al  efecto,  dijo 
á  sus  soldados:  «Mañana,  si  Dios  quiere,  compañeros 
mios,  haremos  nuestra  oración  de  juma  (viernes),  y, 
con  la  bendición  de  Allah,  partiremos  el  sábado,  y 
pelearemos,  si  fuere  su  divina  voluntad.» 

Llegado  el  viernes,  día  para  pedir  á  Dios  manifes- 
tara su  voluntad,  congregó  sus  huestes  Abdallah  frente 
á  la  mezquita  de  Bab  Todmir  6  Tuerta  de  Murcia,  les 
hizo  una  plática,  y,  acabada,  añadió:  «¡Oh  nobles 
compañías  de  varonesl  Que  Dios  os  sea  misericor- 
dioso. Creed  que  nos  conviene  pedir  á  su  divina  bon- 
dad, que  nos  enseñe  el  camino  que  debemos  seguir, 
y  el  partido  que  nos  conviene  tomar,  sin  otra  preten- 
sión que  conformarnos  con  su  divina  voluntad.  Yo 
espero  de  su  clemencia  que  nos  la  muestre  y  nos  haga 
entender  lo  que  más  conviene.» 

Alzando,   en  ademán  de  súplica,  sus  manos  al 
cielo,   pronunció  estas  palabras:   «Dios,  mío,  Señor 
Allah:  si  tengo  razón  y  es  justa  mi  demanda,  si  mi 
derecho  es  mejor  que  el  del  nieto  de  mi  padre,  ayú- 
dame y  dame  victoria  contra  él;  y  si  él  tiene  más 
idado  derecho  al  trono  que  su  tío,  bendícele,  y  no 
rmitas  las  desgracias  y  horrores  de  la  guerra  y  dis- 
dia  que   hay  entre  nosotros;  apoya  su   poder  y 


—  88  — 

estado,  y  ayúdale.»  Todos  los  de  la  hueste,  y  muchos 
de  la  ciudad  que  alli  estaban  presentes,  contestaron: 
«asi  sea.» 

En  aquel  mismo  instante,  comenzó  á  soplar  un 
viento  muy  frío,  impropio  del  clima,  de  los  más  apaci- 
bles, v  de  la  estación,  el  verano.  Un  súbito  accidente 
derribó  en  tierra  al  anciano  Abdallah  y  le  privó  del 
uso  de  la  palabra.  Acabóse  sin  él'  la  oración  pública, 
le  trasladaron  al  alcázar,  y  sin  habla  permaneció  algu- 
nos días.  Cuando  Dios  le  soltó  la  lengua,  dijo  á  sus 
caudillos  y  wazires:  «Dios  ha  declarado  este  negocio: 
así,  que  no  quiera  Dios  que  yo  intente  cosa  contra  su 
divina  voluntad.» 

Al  punto  escribió  al  Emir  declarándole  su  sumi- 
sión, envió  un  wazir  al  campo  sitiador  llamando  á  sus 
hijos,  y  mandó  abrir  las  puertas  de  la  ciudad.  Entre- 
gadas las  cartas  á  Abderrahmán,  Esfáh  y  Cásim,  éstos, 
habida  licencia  del  Emir,  montaron  á  caballo  y  corrie- 
ron á  la  ciudad,  al  mismo  tiempo  que  ya  su  padre, 
por  aviso  que  de  ello  le  dio  el  wazir,  salía  á  recibirlos 
seguido  de  sus  caballeros. 

En  compañía  de  Abdallah  salieron  sus  hijos  lle- 
vando en  medio  al  venerable  anciano.  Partieron  hacia 
el  pabellón  de  Abderrahmán;  y  cuando  llegaron,  Esfáh 
y  Cásim  se  apearon,  asió  el  uno  de  la  brida  del  caballo 
de  su  padre,  y  el  otro,  para  que  éste  descabalgara, 
echó  mano  del  estribo.  Entraron  á  Abdallah  á  pre- 
sencia del  Emir;  fué  aquél  á  besar  la  mano  al  rey,  y 
Abderrahmán  le  recibió  en  sus  brazos  y  le  dispensó 
toda  suerte  de  honras.  Paz  jerpetua  quedó  asentada 
entre  ellos,  y  al  hijo  del  primer  Abderrahmán  le  fué 


-89- 

concedido  el  gobierno  y  señorío  de  Todmir  por  los 
días  que  el  anciano  viviese,  que  no  fueron  muchos, 
pues  allí  falleció  dos  años  después,  en  el  de  208 
(may.  823-824).  Parte  de  la  gente  que  con  Abdallah 
había  venido  de  África,  quedó  en  Todmir,  y  parte 
volvió  á  Tánger  (1). 

Razón  tuvo  el  ilustrado  académico  Sr.  Fernández 
Guerra  al  escribir:  «Rebelado  el  anciano  Abdallah 
contra  el  nuevo  monarca  Abderrahmán  II,  sobrino 
suyo,  vuelve  á  ser  vencido,  sométese,  y,  como  prenda 
de  paz,  recibe  el  gobierno  y  señorío  de  Todmir  (821). 
Así  vino  á  tierra  la  generosa  obra  de  Teodomiro.y 
Atanaildo»  (2).  Cuando  Esfáh  y  Cásim  dieron  á  Abde- 
rrahmán noticia  de  haber  fallecido  su  padre,  el  Emir, 
les  concedió  que  heredasen  todos  sus  bienes  (3). 

En  el  relato  anterior  se  hace  mención  de  una 
puerta  de  Valencia  llamada  *Bab  Todmir,  6  Puerta  de 
Murcia.  Ésta  debía  corresponder  á  la  actual  calle  de 
San  Vicente,  cuyo  portal  llamábase  antes,  Puerta  de  la 
Tioatella.  Es  probable  fuese,  por  la  orientación  de  la 
misma,  la  antiquísima  Puerta  Sucronense.  El  Sr.  Malo  de 
Molina  fija  la  situación  de  la  Boatella,  en  las  inmedia- 
ciones de  San  Martin,  entré  las  calles  de  Cerrajeros  y 
el  Horno  de  la  Pelota.  En  cuanto  al  significado  de  la 
palabra  Boatella,  que  el  Sr.  Malo  quiere  sea  Casa  de 
Dios  (Beit-al-lah)  (4),  tiene  en  contra  la  autorizada 
opinión  de  don  Julián  Ribera,  quien,  sin  darnos  su 


(1)  Conde,  II,  38. 

(2)  El  ^Archivo,  IV,  107. 

(3)  Conde,  II,  39. 

'4)  Rodrigo  el  Campeador,  Apéndice,  163. 

12 


—  90  — 

equivalencia,  se  contenta  con  acudir  á  Aben  al  Abbar, 
que  escribía  el  nombre  no  recurriendo  al  Bát-al-lah. 
El  distinguido  orientalista  apunta  no  ser  aquel  nombre 
palabra  árabe,  sino,  como  lo  indica  la  terminación, 
diminutivo  lemosín  (i).  Y  al  parecer  del  último 
remite  el  suyo  el  ilustrado  académico  Dr.  D.  Roque 
Chabás  (2).  Ya  se  ofrecerá  ocasión  oportuna  de  insis- 
tir sobre  tan  interesante  asunto  de  topografía  local. 

De  la  suerte  que  cupo  á  los  soldados  que  de  África 
se  trajo  Abdallah,  habla  Escolano:  «Como  el  rey  don 
Ramiro  de  León  (debe  ser  Alfonso  II)  hiciese  treguas 
con  Abderrahmán  (824),  que  duraron  muchos  años, 
los  árabes  que  moraban  en  el  reino  de  Valencia  y 
habían  servido  en  la  guerra  al  rey  Abdallah  contra 
Aliatan  y  también  al  sucesor,  impacientes  del  ocio, 
pidieron  á  Abderrahmán  que  les  diese  licencia  para  ir 
á  conquistar  algunas  provincias  de  cristianos;  y,  puesta 
á  punto  una  buena  armada^  tomaron  la  derrota  de  la 
isla  de  Córcega,  con  un  caudillo  llamado  Mumén 
Abdimaro.  Y,  como  cuentan  algunos  historiadores,  se 
apoderaron  de  buena  parte  de  la  isla;  pero  vino  armada 
de  Italia  contra  ellos,  y,  matando  á  Mumén  en  batalla, 


(1)    Eí  xArchivo,  I,  211. 

(2)  Monumentos  Históricos  de  Falencia  y  su  %eino>  lib.  I,  c.  IV. 
El  propio  autor  de  los  Monumentos  nos  da  en  trabajo  anterior  la  etimo- 
logía de  la  palabra  Boatella.  tLa  Boatella  de  los  árabes  era  el  mercado  de  don 
Jaime,  como  lo  había  sido  de  los  moros  y,  acaso,  de  los  romanos;  pues  la 
Boatella  de  Valencia,  lo  mismo  que  la  Boatella  de  Urgel  (Bofarul),  Condes  de 
Barcelona,  I,  22),  era  el  forum  'Boartum  de  los  latinos,  que,  aunque  propia- 
mente toma  el  nombre  de  los  toros,  boves,  sirve  generalmente  para  señalar 
el  mercado  de  ganados,  que  es  donde  se  tenía  el  mercado  general  cada  semana 
en  Valencia  {El  Archivo,  IV,  270).» 


—  9i  — 

los  echaron  de  toda  la  isla  el  año  del  Señor,  826.  Otra 
vez  armaron  los  propios  alárabes,  y  ganaron  la  isla  de 
Candía»  (1).  Coincide  Dozy  con  nuestro  cronista  en 
cuanto  á  la  fecha  de  pasar  á  dicha  isla  musulmanes 
procedentes  de  España,  mas  no  en  la  circunstancia  de 
que  fuesen  los  africanos  compañeros  de  Abdallah. 
Después  de  la  horrorosa  matanza  decretada  por  AI 
Háquem  contra  los  moradores  del  arrabal  de  Córdoba, 
obligó  á  que  saliesen  de  España  los  habitantes  que 
quedaron.  Unos  15.000  de  ellos  tomaron  el  rumbo 
de  Egipto,  se  apoderaron  de  Alejandría  y,  aunque 
atacados  diferentes  veces,  supieron  mantenerse  hasta 
el  año  826.  Obligados  á  capitular  por  un  general  del 
califa  Mamún,  se  comprometieron  á  pasar  á  Creta  y 
acabaron  su  conquista  (2). 

Y  en  otra  parte  escribe  el  mismo  Escolano:  «Vien- 
do los  moros  valencianos  la  quietud  de  sus  príncipes, 
motivada  por  las  treguas  del  rey  de  León  don  Ramiro  I 
con  Abderrahmán  II,  rey  de  Córdoba,  determinaron 
continuar  sus  conquistas  capitaneados  por  Mumén 
Abdimaro;  pero,  muerto  éste  en  una  batalla  en  Cór- 
cega, fué  elegido  capitán  Candaix  Achape,  quien  dio 
sobre  Creta  el  año  827,  á  la  que  llamaron  sus  secua- 
ces, para  recuerdo  de  su  conquistador,  Candaix  ó 
Candía.  Á  fines  de  aquel  siglo  ó  principios  del  inme- 
diato, perdieron  la  isla,  y  retirados  á  este  reino,  atraí- 
dos por  las  dulzuras  de  la  patria,  se  establecieron  en 
la  Conca  de  Zafor,  y  fundaron  una  población   que 


Lib.  n,  c.  17. 

Dozy,  Historia,  II,  4.— Conde,  II,  36. 


—  92  — 

titularon  Candía,  en  memoria  de  los  triunfos  que 
alcanzaron  en  aquella  isla»  (i). 

Mayor  antigüedad,  al  parecer,  tiene  Gandía,  como 
*  se  desprende  de  las  siguientes  palabras:  «Que  no  la 
fundaron  los  cristianos  después  de  la  Reconquista, 
está  fuera  de  duda.  Su  nombre,  que  no  tiene  resabios 
de  árabe,  nos  demuestra  que  tampoco  la  fundaron 
éstos.  Los  restos  romanos  allí  encontrados,  le  dan 
seguramente  más  antiguo  abolengo»  (2). 

Tampoco  es  cierto  que  fuesen  largos  los  años  de 
paz  de  que  gozó  este  país,  si  alguna  tuvo,  después  de 
la  sumisión  de  Abdallah.  En  la  tierra  de  Todmir  hubo 
una  guerra,  que  duró  siete  años,  entre  yemenitas  y 
maádditas.  Cuando,  por  astucia  y  por  sorpresa,  se 
apoderó  de  Toledo  el  Emir,  antes  de  que  Hixem  ó 
Hachim  tomara  ruidosa  venganza  (828),  en  el  distrito 
de  Murcia  tenia  su  campo  Abdderrahmán  (3).  Por- 
que si  bien  es  cierto  que  consagró  parte  de  sus  cuida- 
dos á  obras  laudables,  tales  como  la  de  dotar  con 
buenas  rentas  las  madrisas  ó  escuelas  de  muchas  ciuda- 
des (4),  no  lo  es  menos  que  su  yugo  se  hizo  inso- 
portable á  los  cristianos,  que  recibían  agravios  bien 
reales:  contra  ellos  se  expidieron  órdenes  que  herían 
sus  convicciones  religiosas  y  su  dignidad  personal, 
por  ejemplo,  el  declarar  la  circuncisión  igualmente 
obligatoria  para  ellos  que  para  los  musulmanes  (5). 


(1)  Lib.  VI,  cap.  XX. 

(2)  El  •Archivo,  I,  363. 

(3)  Dozy,  Historia,  II,  5.— Conde,  11,  42. 

(4)  Conde,  II,  40. 

(5)  Dozy,  Historia,  II,  6. 


—  93  — 
La  persecución  más  feroz  se  había  desencadenado 
contra  los  infelices  muzárabes.  El  mismo  dia  en  que 
la  muerte  asaltó  al  tirano  Abderrahmán,  al  anochecer 
del  jueves,  último  dia  de  safer  del  año  238  (20  agosto 
de  852)  (1),  pudo  descubrir,  desde  el  terrado  de  su 
palacio,  los  mutilados  cuerpos  de  algunos  mártires, 
clavados  en  postes  á  las  orillas  del  Guadalquivir. 


(1)    Conde,  II,  4¡>.— Doiy  señala  por  fecha  de  la  n 
re  til,  9). 


CAPÍTULO  V 


Luchas  por  la  Independencia 

ReseSa  GioanAFiCA  del  Mono  Rasis.— Tudemir;  Oribuela,  Alicante  y  Benicadell.— Valencia'.  Játiba, 
Alcira,  Valencia,  Murviedro  y  Burriana.— Riotí  el  de  Valencia,  el  Júcar  y  el  Segura.— El  tercbk 
rey  db  Valencia:  traslación  del  cuerpo  de  San  Vicente:  sumisión  de  Todmir  y  Valencia  al  emir 
.MubJmad  I.— Los  normandos  en  Orihnela  ¿  inmediaciones  de  Valencia. —  Tkeuátguto^  obispo  de 
Elche,  en  el  concilio  de  Córdoba.— Los  xbnegados:  trágico  fin  de  Zeid  ben  Casim:  el  principe  Mon- 
dhir  en  Valencia:  Daisam  y  Aslami. 


Untes  de  reseñar  los  hechos  acaecidos  durante 
los  reinados  de  Muhámad  I,  Mondhir  v 
Abdallah  que  interesan  á  nuestro  reino,  por 
haber  tenido  en  él  su  teatro  y  de  los  cuales  tenemos 
conocimiento,  creemos  pertinente  exponer  la  descrip- 
ción que  de  la  región  de  Levante  hace  el  moro  Rasis, 
geógrafo  el  más  próximo  á  dichos  sucesos. 

Es  su  verdadero  nombre  Áhmed  ben  Mohámmad 
ar  Razi,  más  conocido  por  at  Tarigi,  esto  es,  el  histo- 
riador por  excelencia.  Nació  el  año  274  (may.  887-888) 
y  murió  en  récheb  del  344  (oct.-nov.  955).  Tan 
grande  como  la  fama  de  que  goza,  es  lo  poco  que  de 
él  nos  queda.  Sólo  una  obra  suya  se  conserva  en  una 
traducción  española,  ó  sea,  la  primera  parte  del  libro 
conocido  bajo  el  titulo  «Crónica  del  Moro  Rasis».  La 
versión  castellana  de  la  «Descripción  de  España»  se 
hizo  sobre  una  traducción  portuguesa,  y  no  se  sabe 


-  95  — 

por  quién.  La  versión  al  idioma  lusitano,  hoy  perdida, 
se  escribió  de  orden  del  rey  don  Dionisio  (12  79-1 325) 
por  el  clérigo  Gil  Pérez  y  con  el  concurso  de  muchos 
moros:  y,  ccímo,  al  parecer,  ni  el  clérigo  entendía  el 
árabe,  ni  los  moros  sabían  bien  el  portugués,  la  traduc- 
ción había,  por  fuerza,  de  resultar  imperfecta  (1). 
Como  se  verá  en  la  parte  que  alcanza  á  nuestra  región, 
la  descripción  está  plagada  de  errores,  fáciles  de  subsa- 
nar con  la  superior  ilustración  de  los  lectores.  Así  y 
todo,  resulta  el  primer  trabajo  de  geografía  regional  que 
encierra  curiosos  pormenores.  Copiemos  ahora  la  des-r 
cripción  siguiendo  la  marcha  de  sur  á  norte,  ó  sea, 
el  orden  mismo  que  se  siguió  por  los  sarracenos  al 
invadir  nuestro  territorio. 

«Parce  el  término  de  Jaén  con  el  de  Tudemir.  Et  Tndemir 
yaze  al  sol  de  levante  de  Córdoba.  Ec  Tudemir  es  muy  presciado 
lugar  et  de  muy  buenos  árboles,  et  toda  su  tierra  riega  el  río 
(Segura),  como  face  el  rio  de  Nil  en  la  tierra  de  Promisión.  É  ha 
buena  propiedad  de  tierra  natural,  que  ha  y  veneros  de  que  sale 
mucha  plata.  Et  Tudemir  ayuntó  en  sí  todas  las  bondades  de  la 
mar  et  de  la  tierra.  Et  ha  y  buenos  campos,  et  buenas  villas  et 
castillos,  et  muy  defendidos.  De  los  cuales  es  el  uno  Lorca;  et  el 
otro,  Murcia,  et  el  otro,  Auricla,  que  es  muy  antiguo  lugar,  en 
que  moraron  los  antiguos  por  luengo  tiempo;  et  el  otro  es  Ali- 
cant.  Et  Alicant  yaze  en  la  sierra  de  Ben  al  Catil  (Benicadell),  et 
de  ella  salen  otras  muchas  sierras,  en  que  ficieron  muchas  villas 
buenas,  et  en  que  labraban  muchas  buenas  telas  de  paños  de  seda; 
et  los  que  y  moraban,  eran  muy  sotiles  en  sus  obras.  Et  una  de 
las  cibdades  es  Cartagena  (2),  á  que  llamaban  los  moros  al  Quero- 


Pons,  Ensayo  bio-bibliográfico  sobre  los  historiadores  y  geógrafos  arábigo- 
ty   des,  núm.  23. 

(      Los  árabes  escriben  de  igual  modo  Cartagtna  que  Caruyana  6  Coritya,  ciudad  que  estuvo  edi- 
ta   ni  pie  de  Gibrsltar  (Dozy,  Hirt.y  II,  n.  A). 


_  96  - 

ne;  et  otro  es  un  puerto  á  que  llaman  de  Uca,  et  es  muy  bueno  et 
muy  antiguo.  Et  de  Tudemir  á  Córdoba  hay  andadura  de  siete 
días  de  homes  á  caballo,  et  catorce  á  huestes. 

í Parte  el  término  de  Tudemir  con  el  de  Valencia.  Et  Valencia 
yaze  al  levante  de  Tudemir  et  al  levante  de  Córdoba.  Et  Valencia 
ha  muy  grandeS  términos  et  buenas  villas  que  la  obedescen.  Et 
las  bondades  de  los  que  en  ellas  moran  son.muchas.  Et  Valencia 
ha  en  si  la  bondad  de  la  mar  et  de  la  tierra;  et  es  tierra  llana;  et 
ha  grandes  sierras  en  su  término;  et  ha  otrosí  grandes  villas 
fuertes  et  castillos,  et  con  grandes  términos.  De  los  cuales  es  el 
uno  el  castillo  de  Tierra  (?),  et  el  otro  es  el  de  Al  Gecira  (Alcira). 
Et  Valencia  yaze  sobre  el  rio  de  Chúquer.  Et  en  su  término  yaze 
un  castillo  á  que  llaman  Xátiba:  et  Xátiba  yaze  cerca  de  la  mar; 
et  es  muy  antigua  villa  et  muy  buena.  Et  el  otro  es  un  castillo  á 
que  llaman  Morviedro,  que  es  lugar  muy  presciado,  et  muy 
bueno,  et  muy  fermoso  et  muy  deleitoso;  et  fallan  en  él  rastros 
de  población  muy  antigua;  et  en  Morviedro  ha  un  palacio  fecho 
sobre  la  mar,  por  tan  gran  maestría,  que  mucho  se  maravillan  las 
gentes  de  lo  que  veen  por  qué  arte  fué  fecho.  Et  ayúntase  el 
término  de  Morviedro  con  el  de  Borriana:  et  Borriana  es  tierra 
muy  ahondada,  et  es  toda  regantía;  et  ha  y  muchas  naturas  de 
buenas  fructas  et  de  buenas  naturas.  Et  en  el  término  de  Valencia 
ha  tantos  castillos,  que  sería  gran  sciencia  en  los  contar  todos; 
et  otrosí  ha  y  tanto  azafrán,  que  ahondaría  á  toda  España;  et 
dende  lo  lyevan  los  mercaderes  á  todas  las  partes  del  mundo.  Et 
de  Valencia  á  Córdoba  ha  doscientos  y  dosmigeros  (i). 

Una  de  las  equivocaciones  que  saltan  á  la  vista,  es 
la  de  situar  á  Valencia  sobife  el  río  Júcar,  circuns- 
tancia que  únicamente  concurre  en  cuanto  á  Alcira  ó 
Cullera.  Valencia  tiene  su  asiento  junto  á  otro  rio, 
acerca  de  la  significación  de  cuyo  nombre,  en  tiempo 
de  los  árabes,  reina  diversidad  de  opiniones.  Uuad-al- 


(x)    La  autenticidad  de  la  «Crónica  del  Moro  Rasis»  ha  sido  probada,  en  la  Memoria  de  don  Pas- 
cual Gayangos.  Véase  el  tomo  VIII  de  las  Memorias  de  la  Real  Academia  de  la  Historia,  p.  40. 


—  97  ~ 

-mar  vale  tanto  como  «fio  de  los  lugares  cenagosos,» 
cual  son  aquellos  en  donde  nace;  uad-al-ud'yar,  «rio 
de  las  cavernas»,  por  las  que  atraviesa  el  Turia  hasta 
-el  Salto  de  Chulilla,  y  uad-al-abiad,  «río  blanco».  Esta 
significación  (iene,  para  su  acepción,  dificultades  tales 
como  la  de  no  ser  legitima  ni  frecuente  la  corrupción 
de  la  d  en  r.  El  P.  Cañes,  en  su  "Diccionario  español 
latino  arábigo,  adopta  la  lectura  uad-al-aviar,  «río  de 
-los  pozos»;  igual  lectura  se  le  da  en  unas  papeletas  ó 
apuntes  conservados  en  la  biblioteca  de  la  Real  Acade- 
mia de  la  Historia.  Á  pesar  de  esto,  el  autor  que  apunta 
dichos  datos,  fundándose  en  razones  de  consideración, 
se  atiene  al  primer  significado  de  uad-al-viar,  esto  es, 
«rio  de  los  lugares  cenagosos.»  Es  de  advertir  que 
tino  de  los  arroyos  afluentes  del  Turia,  al  cual  se 
une  cerca  de  Ademuz,  se  llama  «Río  Blanco». 

Un  distinguido  arabista,  tratando  de  la  etimología 
de  la  palabra  Turia;  dice  que  ésta  puede  venir  del  vas- 
congado Zuña  ó  T^uria,  que  significa  Blanco.  En  el 
siglo  IV,  Avie  no  le  cita  con  el  nombre  Canus,  el  que 
seguramente  tenía  entre  los  hispano-latinos  de  aquel 
tiempo.  En  el  del  bajo  latín  y  en  las  lenguas  romá- 
nicas, dicha  palabra  equivalía  á  la  nuestra,  Blanco.  De 
-ahí  que,  para  él  aludido  arabista,  nada  más  lógico  que 
el  que  los  árabes  aceptasen  dicho  determinativo,  con  la 
denominación  Guadalaviar,  que  también  significa  Rio 
Blanco  (i).  Según  el  etimologista  á  quien  primero 
hacemos  referencia,  no  ha  visto  en  ninguna  crónica 
árabe  tal  nombre  aplicado  el  Turia  (2).  El  de  7(za 

(1)  El  xArchivOy  JV ',  143-144/ 

(2)  Malo,  Rodrigo  el  Campeador,  Apéndice,  153-154,  nota. 

13 


-98- 

Blanco,  ó  sea  Guadalaviad,  teníale  el  Segura,  según  eí 
Núblense,  á  quien  tradujo  Conde  (i).  De  igual  modo 
se  llamaba  el  Serpis  (2). 

No  será  de  sobra  recordemos  que  el  rio  más  cauda- 
loso de  nuestra  región,  el  Júcar,  es  el  único  que,  A 
través  de  las  generaciones  que  en  ella  tuvieron  asiento,, 
conserva  su  primitivo  nombre  ibero. 

Digamos,  para  acabar  esta  descripción  á  que  brinda 
la  oportunidad,  que  en  todo  tiempo  los  árabes  enca- 
recieron la  belleza,  fertilidad  y  apacible  clima  del 
suelo  valenciano.  «Alabado  sea  Dios,  porque  nos  ha 
dado  esta  tierra»,  tenían  estampado  las  monedas  del 
siglo  XII  (3).  En  sentidos  versos  ponderaba  sus  envi- 
diados privilegios  el  poeta  que  lamentaba  el  asedio 
puesto  por  los  cristianos  del  Cid.  Y  esto  mismo  repetía 
con  su  atildada  dicción  nuestro  Aben  al  Abbar,  cuando- 
su  coetáneo  Jaime  el  Conquistador  calificábala,  con  su 
elocuente  sencillez,  de  «la  mejor  tierra  del  mundo...» 

Y>  á  fin  de  que  no  haya  dudas  respecto  «al  palacio- 
de  Morviedro  fecho  sobre  la  mar  por  tan  gran  maestría 
que  mucho  se  maravillaban  las  gentes  de  lo  que  veían 
por  qué  arte  fué  fecho,»  diremos  que  no  era  otro  que 
su  grandioso  teatro  romano  (4),  fábrica  de  un  pueblo- 
cuya  cultura  superaba  en  mudio  á  la  de  los  muslimes. 

Con  la  proclamación  de  Muhámad  I,  hecha  en 
agosto  ó  septiembre  de  852,  coincidió  la  muerte  de* 
Abdelmélic  ben  Habib,  á  una  crónica  del  cual  es  pro- 


co Conde,  II,  23. 

(2)  Escolan?,  VI,  20. 

(3)  Gebhardt,  III,  9. 

<4)  Chabrct,  Sagunto,  P.  I,  c.  XV. 


—  99  — 

bable  pertenezca  un  relato  de  la  venida  de  Muza  ben 
Noséir,  copiado  por  nuestro  cronista  Sandoval.  Es 
notable  que  nuestros  modernos  arabistas  no  se  hayan 
fijado  en  el  autor  español,  cuando  especifica  la  sumi- 
sión de  Orihuela  y  su  provincia  en  términos  casi 
idénticos  á  lo  que  descubrimientos  ulteriores  y  esti- 
mados como  originales  han  fijado  como  cierto  (i). 

Contemporáneo  con  Muhámad,  fué  el  llamado 
tercer  rey  de  Falencia.  También  de  él  hablan  con  bas- 
tante uniformidad  nuestro  Escolarlo,  á  quien  tan  poca 
importancia  se  concede,  y  Dozy,  que  de  tan  justa  y 
alta  reputación  goza.  Véase  lo  que  dice  el  primero: 

«Estuvo  el  reino  de  Valencia  por  el  rey  Abderrahmán  hasta 
d  año  832,  en  que  Muza  Abenhcázin,  ó  Bencásim,  dio  batalla 
con  un  ejército  innumerable  de  paganos  al  rey  don  Sancho  García 
de  Sobrarbe  y  le  mató  en  ella.  Fué  Muza,  tercero  rey  de  Zara- 
goza, é  hijo  de  padres  cristianos,  según  Blancas;  y,  habiéndose 
tomado  moro,  se  alzó  contra  el  rey  de  Córdoba,  y  puso  debajo 
de  su  imperio  á  Toledo,  Zaragoza,  Tudela,  Huesca,  Valencia  y 
buena  parte  de  E-paña  en  diferentes  tiempos:  tanto  que  tuvo 
presumpción  de  llamarse  Miramamolin.  Mármol  le  hace  hijo  de 
padre  alárabe,  y  lo  confirma  con  el  sobrenombre  de  Abencá- 
cim,  que  quiere  decir  hijo  de  Cácim,  nombre  propio  de  moro. 
Éste  fué  el  tercero  rey  de  Valencia,  y  comenzó  á  reinar  sobre 
ella  el  año  832;  y  dice  Blancas,  que  aún  vivía  en  el  de  842. 
Mármol  cuenta  que  en  el  año  850  fué  la  toma  de  Toledo,  y  que 
prosiguiendo  desde  allí  sus  conquistas  hasta  Zaragoza,  Huesca, 
Cataluña  y  Francia,  vino  á  morir  en  el  año  855  á  manos  de  los 
españoles  y  del  rey  don  Ordoño  de  León.  Que,  según  esto,  la 
tierra  primera  en  que  reinó  fué  Valencia.  Mdhamete,  rey  que 
itonces  era  de  Córdoba,  como  entendió  la  muerte  de  Muza, 
só  con  poderoso»  ejército  á  cobrar  las  ciudades  de  Zaragoza  y- 


'1)    Pons,  Ensayo,  etc.,  núm.  1. 


—   IOO  — 

Valencia  que  Muza  teni?  ocupadas,  y  las,  redujo  á  sil  dominio. 
Y,  copio  en  el  año  857  el  rey  don  Ordoño  fuese  sobre  taragoza 
y  se  la  quitase  á  los  alárabes,  con  los  lugares  comarcanos;  en  ei 
siguiente  de  858,  Mahamete  envió  sus  alfaquís  y  embajadores  á 
pedir  socorro  á  los  reyes  de  África  contra  los  cristianos.  Los 
cuales  enviaron  gran  número  de  infantería  y  caballería.  Los  de 
Tingitahia  entraron  en  España  por  Gibraltár,  y  los  de  Túnez, 
por  el  reino  de  Valencia;  y,  recogiendo  la  gente  del,  se  juntaron 
todos  en  Córdoba  en  el  año  859.  Dieron  la  batalla  al  rey  Ordoño 
y  venciéronle:  de  qué  salió  tan  soberbio  Mahamete,  que  se  entró 
por  Castilla  la  Vieja  haciendo  diabólico  estrago;  y,  atravesando 
Navarra,  corrió  la  tierra  de  Francia  hasta,  la  ciudad  de  Tolosa; 
de  donde  se  volvió  á  Andalucía  á  invernar;  y  después  de  muchas 
guerras  murió  en  Córdoba  el  año  88op  (1). 

La  autoridad  musulmana  fué  acatada  en  las  gran- 
des ciudades,  y  no  en  todas;  era  disputada  en  las 
demás  partes,  y  casi  se  la  desconocía  qn  las  provincias 
lejanas.  El  espíritu  turbulento  y  anárquico  de  los  ára- 
bes contribuyó  á  que  en  Aragón,  provincia  que  bajo  la- 
dominación  arábiga  se  llamaba  «la  frontera  superior»,, 
una  antigua  familia  visigoda,  la  de  los^  Beni-Cásim^ 
fundase  un  principado  independiente.  Cuando  la  Inva- 
sión, apostató  de  la  ♦religión  cristiana,  y,  hechos 
clientes  del  califa  Walid,  sus  individuos  conservaron 
los  vastos  dominios  que  poseían  en  la  margen  derecha 
del  Ebro.  En  la  primera  guerra  de  sucesión,  Muza  I, 
hijo  de  Fortún  y  casado  con  una  hija  de  íñigo  Arista^ 
primer  rey  de  Pamplona,  siguió  el  bando  de  Hixem 
y  arrebató  Zaragoza  á  los  adversarios  del  Emir.  Al 
Háquem  I,  que  consiguió  someter  á  todos  los  rebel- 
des, no  pudo  subyugar  á  los  Beni-Cásim,  que  dejaron 


(1)    EscoUno,  II,  17. 


—    101   — 

de  reconocer  el  poder  de  Córdoba.  A  mediados  del 
siglo  IX  dicha  familia  alcanzó  tanta  importancia,  gra- 
cias á  las  relevantes  dotes  de  Muza  II,  que  podía 
sostenerla  competencia  con  las  casas  soberanas  (i). 
Su  nombre  era  Muza  ben  Zeyat  el  Godaí  (2),  lo 
que  revela  su  origen  godo,  y  había  nacido  cristiano; 
renegó  de  la  fe,  ,y  con  toda-  su  familia  abrazó  el  Isla- 
mismo. Por  eso  se  le  conoce  también  con  la  denomi- 
nación de  «Muza  el  Renegado»  (3).  Siendo  gobernador 
de  Tudéla,-  mandaba  los  ejércitos  de  Abderrahmán  II 
cúandcLjban  á  asolar  las  fronteras  francesas.  Indis- 
-  puesto  con  un  caudillo  que  gozaba  de  favor  con  el 
Emir,  se  sublevó,  hizo  alianza  con  el  rey  de  Navarra 
y  derrotó  el  ejército  del  Emir.  Tuvo  éste  necesidad  de 
su  auxilio  contra  los  normandos,  que  en  844  se  habían 
apoderado  de  Sevilla,  y,  si  bien  de  pronto  se  mostró 
rehacio  á  las  súplicas  de  Abderrahmán,  luego  cayó  de 
improviso  sobre  aquéllos  y  los  obligó  á  embarcarse. 
Cuando  subió  al  trono  Muhámad  I,  era  dueño  de  Zara-  • 
goza,  de  Tudela,  de  Huesca,  de  toda  la  frontera  supe- 
rior, y  hasta  Toledo  había  hecho  alianza  con  él,  ciudad 
de  la  cual  era  cónsul  su   hijo  Lope.  Siguiendo  una 
política  muy  acomodaticia,  lo  mismo  volvía  las  armas 
contra  el  conde  de  Barcelona,  que  contra  los  soberanos 

de  Castilla  y  de  Francia.  El  monarca  de  ésta  Carlos  el 
Calvo,  nieto  de  Cario  Magno,  pudo  comprar  á  precio 

de  oro  una  paz  bochornosa.  El  mismo  Emir  no  pudo 


(1)  Dozy,  Historia,  II,  10.— Investigaciones  (Ensayo  sobre  la  Historia  de 
los  Tódjibitas,etc.) 

(2)  Conde,  II,  48. 
(3;    Lafuente,  Ií,  1 1 . 


102   — 

arrancarle  Toledo,  de  cuyos  tnuros  hubo  de  retirarse 
Mondhir,  hijo  de  Muhámad,  batido  por  Muza.  Pudo 
éste  darse  airqs  de  soberano,  sin  que  nadie  se  atreviera 
á  contrastárselo;  y.  siéndolo  de  hecho,  no  vaciló  en 
arrogarse  el  pomposo  título  de  «tercer  rey  de  Espa- 
ña» (i).  Ahí  está,  sin  duda,  el  título  de  tercer  rey  de 
Valencia  que  también  le  conceden  nuestros  cronistas 
regionales.  Cierto  es  también  quex  Valencia,  como 
encavada  en  la  provincia  Tolaitolá,  siguió  casi  siempre 
la  suerte  de  ésta,  inclinada,  además,  fcn  todo  tiempo  á 
desprenderse  del  poder  central,  para  constituirse  en 
estado  autónomo,  favorecida  á  ello  por  la  Naturaleza 
como  ningún  otro  país  del  mundo. 

Esa  misma  prosperidad  de  Muza  II  le  malquistó 
con  sus  auxiliares  los  cristianos,  entre  los  que  se 
contaba  entonces  el  rey  de  Asturias,  Ordoño  I.  Ene- 
mistado con  éste,  tai  vez  por  su  avenencia  con  los 
navarros,  con  quienes  estaba  disgustado  Ordoño, 
estaba  otra  vez  en  buenas  relaciones  con  Muhámad, 
como  lo  prueba  el  hecho  de  que,  deseando  el  Emir 
propagar  el  Islam  y  contener  el  incesante  avance  de 
los  cristianos,  encargó  á  Muza  allegase  gentes  y  pene- 
trara en  tierras  de  Francia.  De  la  empresa  volvía 
cuando  el  rey  de  Asturias  destacó  un  cuerpo  de  tropas 
sobre  Hisn  Albelda,  en  la  Rioja,  y  el  mismo  Ordoño 
salió  contra  Muza.  Éste  sufrió  la  más  espantosa  derrota 
en  el  monte  Laturce,  junto  á  Clavijo,  y  la  victoria  es 
atribuida,  por  error,  á  Ramiro  I.  No  murió  entonces 


(i)    Un  de,  ob  tantas  victoria?  cansara,  untura  in  su  per  bi  a  iuturauit,  ut  se  á 
suis  tertium  regem  inHispania  appellari  prseceperit  (Sebast.  Salm.  Chr.,  n.  26). 


—  103  — 

Muza,  como  se  ha  dicho:  pues,  si  bien  recibió  tres 
golpes  de  lanza,  medio  vivo,  y*merced  á  la  generosidad 
de  un  amigo  que  tenia  entre  los  contrarios  y  que  le 
facilitó  un  caballo,  pudo  escapar.  Quien  acabó  allí  sus 
días,  como  dicen  Escolano  y  nuestros  historiadores 
generales,  fué  el  primer  rey  de  Navarra,  Sancho  García,, 
aliado  de  Muza  II.  Esto  fué  el  año  240  (854-855). 

Los  émulos  de  Muza  en  la  corte  de  Muhámad, 
atribuyeron,  á  los  tratos  de  aquél  con  los  cristianos,  el 
desastre  y  la  pérdida  de  Albaida,  en  la  Rioja.  El  Emir 
le  depuso  á  él  del  gobierno  de  Zaragoza,  y  del  de  To- 
ledo á  su  hijo  Lobia  ó  Lope.  Éste  buscó  la  protección 
de  Ordoño,  en  cuya  corte  se  refugió  cuando  Toledo, 
después  de  una  guerra  de  tres  anos,  cayó  en  poder  de 
Muhámad,  en  el  de  24.5  (abr.  859-mar.  860). 

Valencia  siguió  la  suerte  de  la  capital  de  su  pro- 
vincia, pues  ella  y  su  vecina  Todmir  estaban  sumisas 
el  año  252  (en.  866-867)  al  poder  central  de  Córdoba. 
Muhámad,  que  trataba  á  los  cristianos  con  verdadera 
saña,  pudo  infundir  miedo  en  los  de  Valencia,  que 
bajo  el  dominio  de  Muza  II,  cristiano  en  el  fondo, 
vivirían  con  la  tranquilidad  de  que  pudieran  gozar  los 
subditos  de  Ordoño.  Á'  su  tiempo  se  atribuye  una 
de  las  traslaciones  del  cuerpo  de  San  Vicente  Mártir: 
natural  era  que  los*muzárabes,  se  afanasen  por  evitar 
la  profanación  de  tan  preciada  reliquia. 

Dos  monjes  franceses,  Usuardo  y  Odilardo,  que 
pertenecían  á  la  abadía  de  San  Germán  de  los  Prados> 
llegaban  á  Córdoba  el  año  858.  Hilduino,  su  abad, 
los  había  enviado  á  Valencia  para  que  buscaran  e) 
cuerpo  del  Santo.  Informados,  en  el  camino,  de  que  la 


sagrada  reliquia  había  sido'  trasladada  á  Benevento 
(Italia),  desde  Barcelona  torcieron  la  marcha  hacia 
Toledo,  en  armas  á  la  sazón  contra  el  Emir  (i). 

Dos  anos  después  (86o)  $íuza  murió  á  manos  de 
su  yerno  Izrac,  walí  de  Guadalajara.  Después  de  la 
muerte  de  este  hombre  extraordinario  pudo  Muhámad 
recobrar  á  Zaragoza,  y*á  Valencia,  añade  Escolano; 
pero,  como  observa  oportunamente  Dozy,  el  gozo  del 
Emir  fué  poco  duradero.  Diez  años  más  tarde,  los 
hijos  de  Muza,  apoyados  por  los*  habitantes  de  Ja 
provincia  y.  al  amparo  de  Alfonso  III  de  Asturias; 
arrojaron  á  los  musulmanes  (2). 

Como  si  fuesen  pocos  los  males  de  que  ambas 
comarcas  se  vieron  'afligidas  con  los  de  la  guerra 
acabada  de  narrar,  otra  calamidad  "vino  al  mismo 
tiempo  á  hacer  más  amarga  la  situación  de  las>  pobla-  . 
ciones  asentadas  en  el  litoral.  También  aquí  hicieron 
sentir  sus  estragos  los  normandos.  Eran  de  la  mi§ma 
raza  y  del  mismo  idioma  que  los  Francos,  divididos 
en  dos  grandes  familias  desde  que  una  parte  de  ellos 
abrazó  el  Cristianismo.  Bárbaros  é  idólatras  aún  los 
normandos,  la  pasión  de  combatir,  la  necesidad  de  una 
vida  errante  y  la  insaciable  std  de  botín,  los  impulsa- 
ban á  bajar  de  sus  montañas  y  á  abandonar  sus  islas 
en  busca  de  aventuras.  Eran,  porsasí  decirlo,  la  reta- 
guardia de  las  naciones  que  invadieron  el  Imperio 
Romano,  y  no  eran  más  cultos  y  civilizados  que  los 
suevos,  vándalos  y  alanos.  En  frágiles  embarcaciones 


(1)  Dozy,  Historia,  II,  q. 

(2)  Historia,  II,   10. — Investigaciones,  Ensayo    sobre  la  Historia  de  los 
Todjibitas,  etc.,  I. 


—  105  — 

se  lanzaban,  siguiendo  las  costas,  á  merced  de  las 
inconstantes  olas  del  proceloso  Océano;  penetraban 
por  la  desembocadura  de  los  ríos  en  lo  interior  de  la 
tierra;  por  las  márgenes  hacían  talas  espantpsas;  acu- 
chillaban á  los  infelices  que  tenían  la  dicha  de  no 
quedar  cautivos,  sin  respetar  á  mujeres,  niños  ni  ancia- 
nos, ni  aun  á  los  animales  domésticos;  recogían  toda 
clase  de  ganado;  incendiaban  las  casas,  y  se  complacían, 
sobre  todo,  en  degollar  á  los  sacerdotes,  en  robarv  los 
ornamentos  sagrados  y  en  profanar  los  templos,  que 
convertían  en  establos. 

El  año  843  devastaron  la  costa  comprendida  entre 
los  ríos  Tajo  y  Guadalquivir,  con  54  naves:  y  Abde- 
rramán  II  mandó,  para  evitar  tales  estragos,'  que 
hubiese  en  el  litoral  capitanes  de  veredas  con  cierto 
número  de  correos  á  caballo  que  prontamente  avisasen 
el  arribo  del  temido  enemigo  y  al  momento  transmi- 
tiesen las  órdenes  del  gobierno.  Para  perseguir  á  las 
naves  normandas,  mandó  construir  en  Cádiz,  Carta- 
gena y  Tarragona,  numerosos  bajeles. 

Ello  no  obstante,  visitaron,  con  62  barcos,  el  año 
859,  las  costas  meridionales  de  España.  Ahuyentados 
por  la  caballería  que  en  su  persecución  envió  Muhá- 
mad,  pasaron  al  litoral  africano;  pero  volvieron  al 
nuestro,  en  el  año  860.  Hicieron  el  desembarco  en 
la  costa  de  Todmir,  después  que  una  tempestad  que 
los  sorprendió  en  la  travesía  les  hizo  perder  algunas 
naves.  Entraron  por  la  desembocadura  del  río  Segura, 
avanzaron  hasta  Orihuela,  cuya  guarnición  huyó  des- 
pavorida, y  se  posesionaron  del  castillo.  Retrocedieron 
por  el  Guad  al  Abiad  (Segura)  al  mar  de  Siria  (Medi- 


—  io6  — 

terráneo);  le  surcaron  hacia  el-  norte  y  fueron  á  parar 
m43  abajo  de  Arles,  en  la  Camarga,  delta  formado  en 
la  desembocadura  del  Ródano.  Allí  pasaron  el  invierno 
de  los  años  86o  y  86 1. 

Desde  aquel  punto,  convertido  en  centro  de  opera- 
ciones, mejor  dicho,  en  nido  de  aves  de  rapiña,  ó  en 
cueva  de  foragidos,  corrieron  nuestras  costas  de  levante, 
y  la  misma  Valencia  pudo  presenciar  la  devastación 
más  horrorosa  en  sus  inmediaciones.  Claramente  lo 
expresan  las  palabras  del  obispo  Prudencio:  «Estos 
dacios,  moradores  del  Ródano,  llegan  hasta  Valencia 
causando  ruinas;  y  desde  ella,  ya  saqueadas  sus  inme- 
diaciones, vuelven  á  albergarse  en  el  punto  en  que 
antes  fijaron  su  asiento»  (i). 

No  fué  muy  afortunada  ^dicha  expedición  para  los 
normandos.  En  la  tempestad  que-k>s  sorprendió  antes 
de  la  llegada  á  Orihuela,  dfc  62  bajeles  se  les  extravia- 
ron unos  40.  Al  embocar,  en  la  retirada  ásu  país,  por 
el  estrecho  de  Gibraltar,  tropezaron,  frente  á  Medina 
Sidonia,  con  una  escuadra  de  Muhámad,  y,  obligados 
á  combatir,  perdieron  otros  cuatro  bajeles  cargados 
de  riquezas,  dos  de  los  cuales  fueron  pasto  de  las 
llamas  (2). 

Pruebas  más  duras  habían  de  soportar  los  infelices 
muzárabes.  A  los  padecimientos  que  les  causaban  los 
enemigos  de  la  Cruz,  se  agregó  otro  más  sensible  sufri- 
miento: tuvieron  que  apurar  el  cáliz  de  amargura  al 


(1)  «Hi  vero  Dasi,  qui  in  Rodhano  morabantur,  usque  ad  Valentiam 
civitatem  vastando  perveniunt;  un  de,  direptisquae  circa  erant  ómnibus,  rever- 
ten tes,  ad  insulana  in  qua  sedes  posuerant,  redeunt». 

(2)  Dozy,  Iftvestigaciones,  2.a  invasión  de  los  Normandos. 


—  107  — 
verse  calificados  de  imprudentes  por  indignos  obispos 
que  andaban  en  buena  amistad  coft  los  gobernantes 
musulmanes;  No  bastaba  á  los  desdichados  la  presen- 
cia de  los  fanáticos  sectarios  de  Mahoma;  eran  poco  las 
medidas  para  que  abandonasen  sus  nativos  idioma  y 
escritura;  tenían  'que  aguantar  la  tiranía  de  arrancarles 
jjjflsus  pequeñuelps  para  ser  educados  en  las  madrisas  ó 

Í  escuelas  de  los  dominadores  y  habían  de  soportar  la 
ignominia  de  obligarlos  á  la  circuncisión. . . .  ¿Cómo  no 
*■  habían  de  sacudir  una  dominación  con  la  que  se  tenían 
—  en  completo  olvido  solemnes  pactos.de  sumisión?  El 
jM  sordo  rumor  que  precede  á  toda  conmoción,  percibióle 
C    Muhámad,  y  quiso  conjurar  la  tormenta  valiéndose  de 
PS  menguado  instrumento,  cual  eran. algunos  obispos 
•'  especie  de  lobos  con  piel  de  oveja  metidos  en  el 
^  aprisco. 
I        Hostigesio,  que  lo  era  de  Málaga  y  había  conver- 
*  tido  su  palacio  en  inmundo  lupanar,  que  se  apropiaba 

*  las  limosnas  y  oblaciones  de  los  fieles,  que  excitaba  al 
J  Emir  á  que  impusiese  nuevas  gabelas  á  los  cristianos 
5     de  su  diócesis,  que  malversaba  los  bienes  del  clero  y  que 

*  propalaba  herejías  acerca  de  la  naturaleza  de  Cristo...., 
1  ese  monstruo  de  iniquidad  instó  á  Muhámad  para  que 
»      convocase  un  concilio  en  Córdoba,  y  se  celebró  el 

*  •  año  862.  -Pretendía  el  infame  obispo  se  condenara  á 
T  Z  Samsón,  integérrimo  y  celoso  defensor  de  la  fe  cris- 
it«  tiana:  el  dolo,  la  violencia,  ejercidos  sobre  tímidos 
^  ancianos,  lograron  de  pronto  el  resultado  que  el  pre- 
m  lado  malagueño  perseguía;  provocada,  empero,  nueva 
9  declaración,  los  débiles  é  incautos  se  retractaron  de  la 
»  *    primera,  y  prevaleció  la  inocencia.  Theudeguto,  obispo 


—  lo8  — 

de  Elche  (i),  asistió,  con  los  de  Cabra,  Medina  Sido- 
nia,  Écija,  Almería  y  Córdoba,  á  ese  concilio  (2).  Toda- 
vía eran,  no  obstante  las  naturales  y  frecuentes  apos- 
tasias,x  muy  numerosos  los  muzárabes  en  nuestro 
reino.  Señales  de  vida  les  veremos  dar  bien  pronto. 
A  mediados  del  siglo  XII,  uno  antes  de  la  reconquista, 
aun  dieron  que  hacer  á  los  almorávides.  Una  orden  de 
expulsión  dictada  entonces,  los  redujo  á  la  nada.'No  de 
otro  modo  se  arranca  planta  cuyas  raices  son  pro- 
fundas. 

Gran  consuelo  es  para  los  que  no  ven  otro  remedio 
sino  en  lo  alto,  saber  que  los  mártires  que  entonces 
derramaron  su  sangre  por  confesar  en  público  á  Jesús, 
hoy  son  venerados  en  los  altares;  y  que  los  indignos 
obispos  que  se  empeñaron  en  que  esos  honores  no  se 
les  concedieran,  tienen  sobre  sí  el  estigma  de  la  repro- 
bación temporal  y  eterna. 

Los  muzárabes,  que,  nt>  por  serlo,  dejaban  de  ser 
ciudadanos,  y  los  renegados,  cristianos  de  corazón,  aun- 
que débiles,  pero  no  malvados,  comprendieron  que 
era  llegado  el  momento.de  sacudir  el  yugo.  Se  insu- 
rreccionaron los  cristianos  y  renegados  de  las  monta- 
ñas de  Málaga,  y  la  sublevación  se  extendió  á  toda  la> 
Península.  No  fué  ajeno  ai  alzamiento  parte  de  núes-, 
tro  reino,  que  en  la  parte  meridional  del  mismo  se 
mantuvo  enhiesta  la  bandera  de  la  libertad  hasta  el 
momento  en  que  prevaleció  el  despotismo.  El  ordeln 
cronológico  reclama  se  haga  mención  de  un  hecho  en 


(1)  Flóreí,  España  Sagrada,  VIL,  234. 

(2)  Lafuente,  P.  II,  c.  11. 


—  109  — 

el  que,  erradamente  al  parecer,  intervienen  como  pro-  % 
tagonistas  un  walí  de  Valencia  y  el  nuevo  Viriato  , 
español.  • 

Corría  el  año  252  (en  866-867),  y  hacia  dos  que 
el  héroe  que  intentó  restaurar  la  independencia  nació- 
nal,  arrojado  de  Andalucía,  había  provocado  la  insu- 
rrección en  la  provincia  Sarkosta.  Sus  armas  habían 
avanzado  hasta  el  Ebto,  y,  para  contener  su  marcha, 
había  el  Emir  ordenado  á  su  nieto  Zeid  ben  Cásim, 
que,  con  la  gente  de  Murcia  y  Valencia,  secundara  el 
movimiento  del  ejército  mandado  por  Muhámad,  que 
había  llegado  á  Toledo. 

Comprendiendo  Ornar  ben  Hafsún,  que  ése  era  el 
nombre  del  héroe,  la  desigualdad  de  sus  fuerzas  para 
resistir  ai  Emir,  escribió  á  éste  suplicándole  paz  y  amis- 
tad, y  que  si  le  auxiliaba  con  las  gentes  de  Valencia  ó 
con  las  de  la  frontera  oriental,  él  rompería,  para  bien 
del  Islam,  con  los  cristianos  de  Afranc.  El  cronista 
árabe  á  quien  sigue  Conde,  exclama:  «¡Soberano  Alah, 
que  cuanto  tienes  determinado,  en  tus  ciertos  y  eter- 
nos juicios,  el  trastornar  un  estado,  ó  la  ruina  y  cala- 
midad de  un  pueblo,  te  agrada  el  poner  la  culpa  de 
ello  en  nuestra  ignorancia,  y  nosotros  mismos  damos 
prisa  y  armas  á  nuestros  enemigos,  ó  corremos  apresu- 
rados al  precipicio  á  despeñarnos!». 

Cayó  Muhámad.  en  la  red:  ofreció  á  Ornar  ayudarle 
con  las  tropas  que  acaudillaba  Zeid  ben  Cásim,  y  al 
tiempo  que  el  Emir  retrocedía  á  Andalucía,  ordenaba 
á  su  nieto  siguiera  las  órdenes  del  rebelde.  Avanzó, 
pues,,  el  joven  é  inexperto  príncipe,  cuya  edad  frisaba 
en  los  dieciocho  años,  hasta  los  montes  de  Alcañiz,  é, 


—    110  — 

'incorporado  á  Ornar,  confiado  dormía  una  noche,  con 
sus  soldados  de  Murcia  y  de  Valencia,  cuando  de 
improviso  cayeron  sobre  ellos  los  rebeldes,  y  los  lea- 
les perecieron  en  su  mayor  parte,  sin  que  escapara 
el  mismo  Zeid,  que  sucumbió  defendiéndose  con 
un  valor  impropio  dé  sus  tiernos  años.  El  principe 
heredero  Mondhir  tomó  terrible  venganza  en  los  de 
Ornar  (i). 

El  tantas  veces  citado  autor  holandés  traslada  al 
año  883  el  alzamiento  de  Ornar  y  señala,  como  teatro 
de  sus  operaciones,  las  provincias  meridionales.  Si 
realmente  ocurrió  el  suceso  acabado  de  relatar,  el  trai- 
dor pudo  ser,  no  Ornar,  sino  Lope,  ú  otro  de  los  hijos 
de  Muza  el  Renegado,  cuando  no  fuera  este  mismo* 
cuya  muerte  alargan  algunos  al  año  257  (nov.  870- 
871).  Para  oponerse  á  Lobia,  ó  Lope,  que  era,  como 
su  padre,  caudillo  de  -mucho  valor  y  experiencia,  hubo 
necesidad  de  que  Mondhir  acudiera  varias  veces  al 
norte  de  la  Península,  en  una  de  las  cuales,  el  año  270 
(jul.  883-884),  vino  á  Valencia  desde  Toledo,  con  la 
caballería  de  Andalucía,  y  marchó  á  Tortosa,  donde 
se  detuvo  (2). 

¿Á  qué  causa  pudo  obedecer  el  que  el  ejército  de 
Andalucía  no  viniera,  como  de  costumbre,  por  Tod— 
mir?  En  dicha  comarca  había  repercutido  el  grito  de 
guerra  lanzado  por  Ornar  (880-881),  el  héroe  español 
que  por  espacio  de  treinta  años  desafió  á  los  inva- 
sores de  su  patria  y  que  en  más  de  una  ocasión  hizo 


(1)  Conde,  II,  50,  51  y  52, 

(2)  ídem,  II,  57. 


\ 


—  III  — 


temblar  á  los  Omeyas  en  su  trono.  También  tuvo  eco 
en  el  rpsto  del  país,  valenciano  el  grito  del  nuevo • 
Viriato  (i).  Pero  donde  estaba  el  más  poderoso  núcleo 
de  patriotas,  era  en  Tbdmir;  y  donde  se  defendieron 
invocando  el  mágico  nombre  de  libertad  los  últimos, 
fué  en  las-  escabrosas  sierras  que  forman  la  línea  divi- 
soria entre  las  modernas  provincias  Alicante  y  Valen- 
cia. En  ellas  se  mantuvo  hasta  el  año  928,  cuando 
menos,  dos  antes  que  Abderrahmáa  III  pacificara  sus 
estados,  el  jeke  Aslami,  señor  de  Alicante  y  Callosa, 
calificado,  como  Ornar,  de  bandido  por  los  realistas; 
á  quienes  una  y  otra  vez  hicieron  morder  el  polvo. 
También  al  principio  de  este  siglo  daban  ese  epíteto 
y  otros  no  menos  denigrantes  los  franceses  y  afrance- 
sados á  ios  valientes  guerrilleros  que  luchaban* contra 
los  que,  cometiendo  mil  felonías,  habían  invadido 
nuestro  suelo.  Si,  como  árabe  el  caudillo  Aslami  (2), 
era  de  origen  poco  noble,  la  calidad  de  Ornar  ben 
Hafeún,  ó  Aben  Hafsún,  no  era  sino  de  gran  estima: 
su  quinto  abuelo  era  .visigodo,  llamóse  Alfonso  y.  llevó 
el  titulo  de  Conde  (3).  Fué  el  mantenedor  del  fuego 
sagrado  en  Todmir,  su  señor  el  jeke  Daizán  ben 
Ishac,  que  allí  se  resistió  hasta  el  año  916,  en  que 
Orihuela  se  rindió  á  las  armas  de  Abderrahmán  III  (4). 
Muhámad  I,  que  murió  el  4;  5  ó  6  de  agosto 
de  886,  pues  los  autores  no  están  de  acuerdo,  no 
pudo  ver  sofocado  el  'alzamiento.  Lo  propio  sucedió 


(1)  Dozy,  Historia,  II,  18. 

<2)  Ibídem,  18. 

(3)  Ibídem,  n. 

(4)  Ibídem,  17. 


—   112  — 


á  Mondhir,  que  acabó  sus  días  en  junio  de  888.  Su 
•  hermano  y  sucesor  Albdallah  vióse  á  principios  de  891 
en  situación  tan  comprometida,  que  apenas  le  quedaba 
sumiso  su  propio  palacio. 

La  mejor  harmonía  había  reinado  entre  Ornar  ben 
Hafsún  y  Daizán,  *el  jeke  de  la  provincia  Todmir; 
Pruébalo  el  hecho  siguiente:  sentado  ya  en  el  trono 
Abdallah,  vino  de  Necur  (África)  un  segundón  de  la 
familia  allí  reinante,  para  tomar  parte  en  la  guerra 
santa.  Apenas  desembarcó,  fué  atacado  por  Ornar, 
todos  los  de  su  escolta  fueron  muertos,  y  él  solo 
pudo  incorporarse  al  Emir.  Combatió  luego  contra 
Daizán,  y  perdió  la  vida  (1). 

Por  desgracia  para  la  causa  nacional,  el  acuerdo 
entre  ambos  caudillos  se  rompió  cuando  más  apurada 
era  la  situación  del  Emir.  Como  Ornar  hiciese  cortar 
la  cabeza  á  Khaír,  señor  de  Jódar  y  aliado  de  Daizán, 
sólo  aquél,  pudo  Abdallah  derrotarle,  el  16  de  abril 
de  891.  Hubo  un  corto  respiro  para  el  Omeya.  Pe 
excelentes  cualidades  Daizán  y  Ornar,  cada  uno  por 
su  lado  procuraron  anular  los  efectos  del  desca- 
labro. 

Por  la  dulzura  de  su  carácter,  por  su  gran  gene- 
rosidad, habíase  Daizán  conquistado  el  afecto  de 
sus  inmediatos  vasallos.  Escribía  elegantes  versos, 
pero  no  menos  experto  capitán  que  hábil  poeta,  supo 
organizar  un  numeroso  ejército,  del  cual  eran  parte 
5.000  caballos.  Tanto  llegó  su  prosperidad  á  inquietar 
al  Emir,  que  contra  él  corrió  la  voz  de  que  iban  desti- 


(1)    Dozy,  Historia,  III,  2. 


/ 


—  ii3  — 

nadas  las  tropas  reales  que  en   895    tantos  estragos 
causaron  en  los  sublevados  cristianos  de  Sevilla. 

Era  Ornar  cristiano  en  el  fondo  de  su  alma;  pero, 
á  imitación  de  Recaredo,  no  juzgó  prudente  hacer  de 
sus  creencias  pública  declaración,  sino  cuando  creyó, 
equivocadamente,  asegurado  el  triunfo  de  la  nobilí- 
sima causa  que  defendía.  Al  volver  al  gremio  de  la 
Iglesia  (899),  trocó'  su  nombre  por  el  de  Samuel.  Las 
aguas  del  bautismo  recibieron  sus  padres,  y  su  hija 
Argéntea  voló  con  la  palma  del  martirio  al  cielo  en  el 
reinado  del  primer  califa  (931).  Un  año  antes,  en 
el  898,  hubo  momentos  en  que  los  buenos  muslimes 
juzgaron  perdida  su  causa  en  España,  al  tratar  los  Be^ 
Cásim,  señores  del  norte,  de  entenderse  con  Ornar, 
dueño  del  mediodía.  No  pudo,  por  desgracia,  la  alianza 
llevarse  á  cabo.  Sin  embargo,  la  insurrección  era  toda- 
vía imponente  cuando  la  muerte  sorprendió  á  Abda- 
llah,  al  principio  de  rabié  i.a  del  año  300  (15  octubre' 
<le  912)  (1). 


i)    Dozy,  Historia,  II,  16,  17  y  18.— Conde,  II,  67. 

15 


CAPITULO  VI 

Califato  de  Córdoba 
(»ia-ioos) 


Stm,uu  U  uCié*  .'<  IflwHtt  Daiían  j  Adaal:  Abdernbnaii  III.— &>;■«•  A  SiIMmkc;  el  w»li  de 
Valanda:  lo»  Beni  Geh«f_— Lw  ulaiw:  los  Ekoi  Ciiiiu.—  -lí  H.ju».  i/:  iu  adnciciAn  por  el  vdoa- 
d»0  Omil  el  NttMfc  Influencia  del  tadl  nlcnciano  AWtiribmio  ten  Gehaf;  aiulo  de  riego  ea 
Yalauia.— üiim  //;  aM>  del  Ugib  Giaiar  bes  Oimlo  7  «nmlumlenlD  de  AbuunT:  Tigesinu 
tetda  eipcd^tóni  atpladldaí  de  Abned  ben  Al  Ktainab.— Bmtm  süAní:  Abu  Abdallib:  Aben  al 
Mi.iih  Al  MourJm  BihU:  Abdímhmai.  Abu  Mairc¡,h:  Abe»  Al  Faiadai.— Laa  «míí™  n  ccnm- 
terioi  nmlalmaDH  de  Valencia. 


5  de  rabié  i>  del  año  300  (20  octubre 
de  912)  fué  con  general  alegría  aclamado 
por  sucesor  de  Abdallah  su  nieto  el  joven 
Abderrahmán,  hijo  de  una  cristiana  llamada  María.. 
Comenzó  su  reinado  entrando  en  tierra  de  Toledo;  y,, 
no  contándose  allí  seguro  Aben  Hafsún,  se  retiró  á  la 
España  oriental.  Por  más  que  el  caudillo  cristiano- 
tenia  á  sus  órdenes  los  hombres  más  aguerridos  de 
esa  región  y  de  las  sierras  de  Elbira  y  de  Todmir,  fué 
vencido,  y  desde  Guadarrama  hasta  Murcia,  en  todas 
partes  se  reconoció  al  legítimo  soberano  (1). 

Corriéronse  los  rebeldes  á  tierra  de  Todmir,  y  con 
incansable  actividad  los  perseguía  Al  Mudhaífar,  tío 
del  monarca:  Orihuela,  centro  de  operaciones  del 


( i)    Conde,  II,  68. 


—  lis  — 
caudillo  Daizán,  fué  conquistada  el  año  916  (í). 
Pidió  el  valeroso  Al  Mudhafíar  que  se  le  permitiera 
tratar  sin  blandura  á  los  de  Ornar,  que  se  habían  refu- 
giado en  las  fragosidades  de  las  sierras.  Abderrahmán, 
convencido  de  las  razones  de  su  tío,  escribió  á  los 
alcaides  de  las  comarcas  de  Valencia  y  de  Todmir,  que 
tuviesen  prevenido  su  contingente  de  guerra,  porque 
él  en  persona  visitada  y  allanaría  la  tierra  (2). 

La  muerte  vino  entonces,  año  917  (3),  á  librar  de 
su  más  peligroso  enemigo  á  Abderrahmán.  El  terrible 
Ornar,  que  por  espacio  de  treinta  años  tuvo  en  jaque 
el  poderío  musulmán,  acabó  sus  días.  Fué  héroe  cual 
no  le  tuvo  España  desde  los  tiempos  de  Viríato,  pues 
su  rebelión  tuvo  carácter  de  levantamiento  general 
para  sacudir  el  yugo  mahometano.  Cristiano  fué  él, 
cristianos  fueron  sus  padres,  y  por  confesar  en  público 
á  Cristo  Aigentea  su  hija,  voló,  en  931,  al  cielo  con  la 
palma  del  martirio.  Gran  satisfacción  despertó  en  Cór- 
doba la  muerte  de  Ornar,  pues,  con  tal  accidente, 
podía  la  insurrección  darse  por  terminada  en  plazo  no 
lejano  (4).  Cúpoles  á  las  comarcas  de  Todmir  y 
Valencia  la  gloría  de  que  en  ellas  resonara  por  último 
«1  grito  de  libertad  é  independencia. 

Después  del  21  de  marzo  de  918,  Abderrahmán  III, 
seguido  de  la  caballería  de  Andalucía,  entró  en  tierra 
de  Todmir  y  visitó  sus  ciudades  Murcia,  Orihuela, 


1)  Conde,  1.  c— Doiy,  Historia,  U,  18. 

1)  Conde,  II,  70  y  71.  i 

';)  Conde  pone  U  fecha  de  su  muerte  al  fin -del  año  jo6  (2  Junio  919) 

■)  T>ozy,  Historia,  I¡,  17. 


—  n6  — 

Lórca  y  Cartagena,  en  todas  las  cuales  fué  recibida 
con  vítores  y  aclamaciones.  Los  ^principales  de  ellas 
solicitaban  del  Emir  los  admitiese  en  su  hueste.  Entró 
también  en  Elche  y  Denia,  pasó  á  Játiba,  y  vino  á 
descansar  en  Valencia,  donde  se  detuvo  algunos  días. 

Las*  manifestaciones  de  alegría  se  repitieron  en 
Murviedro  (primavera  de  918)  (j),  Nules  y  Tortora. 
Remontando  el  curso  del  Ebio,  subió  hasta  Alcañiz, 
y  desde  allí,  hasta  Zaragoza,  que  acabó  por  abrir,  sus 
puertas.  La  expedición  del  Emir  no  tuvo  por  objeto  el 
recreo  ni  el  conocimiento  de  sus  dominios,  sino  acabar 
con  una  insurrección  que  en  bien  poco  estuvo  no 
acabara  con  la  dominación  sarracena  en  España  {2). 

Aún  transcurrieron  algunos  años  hasta  que  se 
logró  la  pacificación.  En  924  fueron  obligados  á  some- 
terse muchos  rebeldes  del  país  valenciano  (3).  A  la 
rendición  de  Jaén  asistió  la  hueste  de  Todpiir;  y  lá  de 
Valencia,  al  sitio  de  Toledo.  H¿sta  que  ¡la  :hueste  de1 
Valencia  no  estuvo  junto  á  la  ciudad  del  Tajo,  Abde- 
rrahmán  no  se  puso  en  camino.  Sometida.. Toledo 
(927"),  antes  que  las  tropas  leales  entrasen  en  la  ciudad, . 
fueron  despedidas  las  de  Valencia  (4); 

Por  más  que  en  general  la  comarca  de  Levante 

reconociera  el  dominio  del  Emir,  la  sumisión  del  país 

•  aún  no  era  completa.  En  928  hubo  necesidad  de  enviar 

un  ejército  que  acabase  con  las  correrías  del  Jeké 

Aslamí,  señor  de  Alicante  y  de  Callosa.  Era  el  rebelde,. 


(i).  Chabret,  Sagunto,!,  12. 

<a)  Conde,  II,  71. 

(3)  Dozy,  Historia, 

(4)  Conde,  II,  73. 


—  ii7  — 

al  decir  de  los  árabes,  un  bandido  del  peor  género, 
quien,  con  capa  de  religiosidad,  supo  encubrir  instintos 
los  más  perversos.  Llegado  á  la  vejez,  so  pretexto  de 
que  no  en  otro  quería  entender  sino  en  la  "salvación 
de  su  alma,  era  asiduo  en  la  asistencia  á  las  manifesta- 
ciones externas  del  culto;  mas  ello  no  era  obstáculo  á 
que  de  cuando  en  cuando  causara  estragos pn  las  tierras 
de  sus  vecinos.  Muerto  Abderrahmán  sú  hijo,  en  quien 
había  delegado  sus  funciones,  el  cual  pereció  luchando 
con  las  tropas  del  Emir,  encargóse  nuevamente  del 
mando,  que  ya  le  fué  de  corta  duración:  el  caudillo 
Áhmed  ben  Ishac  le  tomó  una  á  una  todas  sus  forta- 
lezas, le  obligó  á  pedir  la  paz,  y  fué,  con  toda  su 
familia,  conducido  á  Córdoba  (i). 

Libre  ya  de  cuidados  Abderrahmán  III,  ordenó 
que  desde  el  viernes,  16  enero  de  929,  se  ledieran  en 
las  oraciones,  y  actos  públicos  los  títulos  dé  Califa, 
Principe  de  los  Creyentes  y  Defensor  de  la  Fe-  La  Numis- 
mática confirma  eso  mismo:  en  las  monedas  de  Abde- 
rrahmán  desde  el  año  316  (feb.  928-929),  aparecen 
los  sobrenombres  Amir  al  Muminin  y  An  Nasir  hdin 
Allab  (2),  Desde  esa  fecha,  no  antes,  comienza  el 
Califato  de  Córdoba.  No  falta  quien  le  dé  mayor  anti- 
güedad, aunque  sin  salir  del  reinado  de  Abderrah- 
mán III:  «En  el  año  302  (julio  914-915),  mandó  el 
rey  Abderrahmán  An  Nasir  mudar  el  cuño  de  la 
moneda  de  oro  y  de  plata.  Sus  antecesores  habían 
reservado  el  mismo  tipo  y  forma  de  la  moneda  de 


A    üozy,  Historia,  IU,  2." 

Codera,  Tratado  de  Numismática  Arábigo- Española,  sección  tercera,  I 


—  n8  — 

los  Califas  de  Danjasco ,  y  (Abderrahmán)  ordenó 

que  se  pusiese  por  un  lado  su  nombre  y  títulos,  y  por 
otro  la  confesión  de  la  unidad  de  Dios  y  la  misión 

profética Asimismo  hizo  poner  en  sus  títulos  en 

ella  el  de  Imam,  6  Príncipe  de  la  Religión,  como  hacían 
los  Califas  de  Oriente»  (i). 

«  Los  cristianos  del  Norte  no  cejaron  en  su  noble 
empresa  de  arrancar  comarcas  á  los  dominios  musli- 
mes, no  obstante  que  aquéllos  ya  no  contaban  en  su 
auxilio  con  las  guerras  intestinas  de  sus  enemigos. 
Las  huestes  de  Todmir  y  de  Valencia  concurrieron  á 
la  famosa  batalla  de  Simancas,  que  á  tanta  altura  puso 
el  nombre  de  Ramiro  II. 

Para  repeler  las  continuas  y  atrevidas  incursiones 
del  rey  de  León,  publicó  Abderrahmán  III  el  algihed 
ó  guerra  santa.  En  el  tercer  cuerpo  de  ejército  y  á  las 
inmediatas  órdenes  del  Califa,  iban  las  huestes  de  que 
va  hecho  mérito.  El  walí  de  Valencia  quedó  con 
Abdallah  ben  Gamrí,  quien,  con  20.000  muslimes 
tenia  sitiada  á  Zamora. 

En  la  sangrienta  batalla  del  5  de  agosto  del 
año  939  (2)  (no  del  22  de  julio,  ó  sea,  tres  días 
después  del  eclipse  de  xawal  del  año  327,  como 
asegura  Conde,  que,  sin  duda,  toma  esta  fecha  del 
Masudí),  pereció  á  la  vista  de  Abderrahmán  III,  que 
mandaba  el  cuerpo  de  reserva,  en  que  estaban  las 
huestes  de  Todmir  y  de  Valencia,  el  cadi  de  ésta, 
Gehaf  ben  Yemen.  No  quedó  sin  recompensa  para  su 


(O    Conde,  II,  68. 

(2)    La  víspera  de  los  santos  Justo  y  Pastor  (Sarapiro,  c.  XXII  y  XXIII). 


—  ii9  — 

familia  el  sacrificio  del  cadi.  Estando  de  regreso  en 
Córdoba  el  Califa,  después  que  en  Mérida  despidió 
aquellas  huestes,  dio  á  Giafar,  el  hijo,  el  mismo  cargo 
eclesiástico-civil  que  el  difunto  había  desempeñado  (i). 

Tiene,  pues,  razón  la  Crónica  General,  cuando,  al 
relatar  los  hechos  del  Cid  que  interesan  á  nuestra 
región,  afirma  que  los  ascendientes  de  Aben  Gehaf,  el 
mandado  quemar  por  Rodrigo,  en  mayo  de  1095, 
hablan  desde  tiempo  muy  antiguo  desempeñado  en 
Valencia  las  funciones  de  cadi.  «Era  de  buenos  ornes, 
ca  sus  abuelos  é  su  padre,  des  que  fuera  Valencia  de 
moros,  siempre  fueron  alcaides  uno  empós  de  otro 
fasta  su  tiempo:  e  eran  ornes  sabios  é  muy  ricos»  (2). 

Hijo  del  cadi  Giafar,  el  recompensado  á  causa  de 
la  muerte  de  su  padre  en  5  agosto  de  939,  pudo  ser 
Abderrahmán  ben  Gehaf,  que  fué  cadi  de  Valencia 
durante  el  reinado  de  Al  Háquem  II.  De  su  impor- 
tancia hablaremos  al  tratar  de  dicho  reinado.  Cono- 
cense  de  Abderrahmán  dos  hijos,  Abdallah  y  Giafar. 
Tuvo  Abdallah  un  hijo,  también  llamado  Abderrah- 
mán, nacido  el  año  383  (febrero  993-994)  y  muerto 
en  el  472  (1079-1080).  De  él  cuenta  Ad  Dabj,  que 
fué  cadi  de  Valencia,  que  pertenecía  á  un  linaje  que  se 
distinguía  por  su  principalidad  y  ciencia,  y  cuyos  indi- 
viduos se  sucedían  unos  á  otros  en  el  gobierno  de  la 
ciudad.  De  su  sobrino  Abu  Ahmed  Giafar  Aben  Gehaf 
ya  nos  ocuparemos  detenidamente  en  su  lugar  opor- 
tuno, ó  sea,  al  narrar  los  hechos  de  Rodrigo  Díaz  de 


ti)    Conde,  II,  80  y  81. 

(2)    Crónica  genera),  ío!.  324. 


—    120    — 

Vivar*  Es,  como  se  ha  visto,  notable  la  concordancia 
entre  Conde,  la  General  y  un  distinguido  arabista 
valenciano,  todos  ellos  conformes  en  cuanto  á  la  im- 
portancia de  los  Beni  Gehaf/ célebre  familia  de  entre  la 
esplendorosa  nobleza  musulmana  de  Valencia  (i). 

En  el  Ajbar  Machmua  se  dá  la  razóq  de  esa  derrota 
y  se  señala  el  comienzo  de  la  influencia  de  los  eslavos 
sobre  la  de  la  orgullosa  aristocracia  árabe.  Lo  uno  y 
lo  otro  importa  sea  conocido,  por  la  relación  que  tiene 
con  sucesos  privativos  de  nuestra  región. 

«El  Califa,  á  quien  Dios  perdone,  se  acabó  de  entregar  á  los 
placeres,  y  sus  triunfos  le  llenaron  de  vanidad.  Desde  entonces 
concedió  los  empleos  al  favor  y  no  al  mérito;  eligió  para  minis- 
tros á  personas  incapaces,  é  irritó  á  los  nobles  elevando  á  las 

i 

más  altas  dignidades  á  hombres  salidos  de  la  nada Los  gene- 
rales de  nQble  alcurnia  acordaron  entíe  si  dejarse  derrotar,  pro- 
yecto que  llevaron  á  cabo  en  la  campaña  del  año  326  (2).  El 
Califa,  que  había  llamado  á  sus  banderas  un  número  inmenso 
de  soldados  y  que  había  gastado  enormes  sumas  en  esta  expedi- 
ción, la  habia  bautizado  de  antemano  con  el  nombre  de  campaña 
del  poder  supremo;  pero  sufrió  la  más  vergonzosa  derrota.  Durante 
muchos  dias  consecutivos  los  enemigos  persiguieron  á  sus  solda- 
dos de  etapa  en  etapa,  llevando  la  muerte  por  todas  partes  y 
haciéndoles  un  gran  número  de  prisioneros.  Muy  pocos  oficiales 
lograron  reunir  bajo  sus  banderas  una  parte  de  sus  soldados 
dispersos  y  volverlos  á  conducir  á  sus  hogares.  Desde  entonces 
el  Califa  rennnció  acompañar  al  ejército  cuando'  iba  á  cam- 
paña, y  desde  aquel  día  sólo  se  ocupó  de  sus  placeres  y  de  sus 
barcos»  (3). 

Al  cesar  la  aristocracia  árabe  de  tener  importancia 


(1)  El  Archivo,  I,  349-357. 

(2)  Debe  ser  527  (octubre  958-959). 

(O      Ajber,  fol. 


—   121   — 

en  los  negocios  del  Estado,  los  Beni  Cásim,  descen- 
dientes del  gobernador  de  España  Abdelmélic  ben 
Katan  (741),  se  retiraron  á  Alpuente,  provincia  de 
Valencia,  donde  tenían  vastos  dominios.  Todavía 
queda  en  la  de  Castellón  un  pueblo  que  se  llama  Beni 
Cásim  (1). 

¿Y  quiénes  eran  los  eslavos,  que  llegaron  á  dominar 
en  toda  la  región  de  Levante?  (2).  Al  principio  el 
nombre  de  eslavos  se  aplicaba  á  los  prisioneros  que 
los  pueblos  germánicos  hacían  en  sus  guerras  contra 
las  naciones  asi  llamadas,  y  que  vendían  á  los  sarra- 
cenos españoles.  Con  el  tiempo,  cuando  se  comen- 
zaron á  comprender  bajo  el  nombre  de  eslavos  una  - 
multitud  de  pueblos  que  pertenecían  á  otras  razas,  se 
dio  este  nombre  á  todos  los  extranjeros  que  servían 
en  el  harem  ó  en  el  ejército,  cualquiera  que  fuese  su 
origen.  Según  el  precioso  testimonio  de  un  viajero 
árabe  del  siglo  X,  los  eslavos  que  tenia  á  su  servicio 
el  califa  español,  eran  gallegos,  francos  (franceses  y 
alemanes),  lombardos,  calabreses  y  procedentes  de  la 
costa  septentrional  del  Mar  Negro.  Algunos  habían 
sido  hechos  prisioneros  por  los  piratas  andaluces;  otros 
habían  sido  comprados  en  los  pueblos  de  Italia;  por- 
que los  judíos,  especulando  can  la  miseria  de  los  pueblos, 
compraban  niños  de  uno  y  otro  sexo  y  los  llevaban  á 
los  puertos  de  miar,  donde  naves  griegas  y  venecianas 
iban  á  buscarlos  para  llevárselos  á  los  sarracenos;  otros, 
esto  es,  los  eunucos,  destinados  al  servicio  del  harem, 


)    Dozy,  Historia,  IV,  362. 
)    Ibídem,  IV,  1. 


f  —   122  — 

llegaban  de  Francia,  donde  había  grandes  manufacturas 
dí eunucos  dirigidas  por  judias*  Era  muy  famosa  la  de 
Verdún;  y  había  otras  en  el  Mediodía. 

cComo  la  mayor  parte  de  estos  cautivos  eran  pequeños, 
cuando  llegaban  á  España,  adoptaban  fácilmente  la  religión,  la 
lengua  y  las  costumbres  de  sus  señores.  Muchos  de  ellos  recibían 
una  educación  esmerada;  de  suerte  que  más  adelante  gustaban 
de  reunir  bibliotecas  y  componer  versos.  Siempre  habían  sido 
numerosos  los  eslavos  en  la  corte  y  en  el  ejército  de  los  emires 
de  Córdoba;  pero  nunca  lo  fueron  tanto  como  en  tiempo  de 
Abderrahmán  III.  Su  número  se  elevaba  entonces  á  3.750, 
según  unos;  á  6.087,  según  otros,  y  hay  quien  los  hace  subir 
á  13.750.    ' 

*  Esclavos  ellos,  tenían,  sin  embargo,  otros  esclavos  á  su 
servicio,  y  poseían  tierras  muy  extensas.  Abderrahmán  los  invistió 
con  las  más  importantes  funciones  militares  y  civiles;  y,  en  su 
odio  hacia  la  aristocracia,  obligó  á  las  gentes  de  alta  alcurnia, 
que  contaban  entre  sus  ascendientes  los  héroes  del  desierto,  i 
humillarse  ante  estos  advenedizos^  á  quienes  despreciaban  sobe* 
ranamente»  (1).  %  . 

Abderrahmán  III,  el  primer  califa  español,  murió 
en  la  noche  del  miércoles,  16  octubre  de  961,7  dejó 
por  sucesor  á  su  hijo  Al  Háquem,  segundo  de  este 
nombre. 

Se  ha  dicho,  y  no  sin  motivo,  que  cuando  la  His- 
toria calla  está  la  humanidad  de  enhorabuena.  Concre- 
tándose dicha  ciencia  en  la  antigüedad,  y  hasta  en 
nuestros  mismos  tiempos,  salvo  muy  contadas  excep- 
ciones, á  narrar  los  hechos  que  fascinan  al  vulgo, 
amigo  de  sucesos  ruidosos,  tales  como  guerras,  y 
despreciando  el  curso  de  la  cabeza  y  del  corazón, 


(1)    Dozy,  Historia,  til,  3. 


—  123  — ~ 

cuyas  conquistas  se  realizan  en  el  silencio  y  sin  efusión 
de  sangre;  poco  interés  ofrecería  á  nuestros  lectores  el 
reinado  del  segundo  califa,  si  la  ilustración  de  los 
mismos  no  comprendiese  que  fuera  de  las  desgarra- 
doras escenas  del  campo  de  batalla,  es  donde  ha  de 
buscarse  de  ordinario  el  verdadero- y  legitimo  pro- 
greso. 

No  pequeña  parte  de  la  gloria  de  Al  Háquem  II 
alcanza  á  Valencia,  pues  que  valenciano  fué  su  maes- 
tro. Las  sabias  lecciones  de  Ozmán  el  Moshafí,  sacaron 
á  un  aprovechado  discípulo,  al  más  ilustrado  y  bené- 
fico de  los  califas  españoles.  Contribuyendo  en  no* 
poco  la  educación  del  príncipe,  y  gracias  también  al 
natural  desarrollo  de  los  acontecimientos  políticos,  es 
lo  cierto  que  las  artes  de  la  paz  tuvieron  una  protec- 
ción que  hasta  entonces  no  se  les  había  dispensado,  y 
el  efecto  de  esta  preciosa  labor,  por  lo  que  atañe  á  las 
letras,  pudo  en  nuestra  región  palparse  durante  el 
reinado  del  indefinible  Hixem  II. 

Fué  durante  el  reinado  de  Al  Háquem  II  cadí  de 
Valencia,  Abderrahmán  ben  Gehaf,  yde  la  estimación* 
que  en  la  corte  se  le  tenia,  es  testimonio  el  hecho  ' 
siguiente:  un  principe  destronado  del  norte,  llamado 
Ordoño,  vino  á  implorar  la  ayuda  del  Califa.   En  el 
trayecto   salieron   varios  destacamentos  de  brillante 
caballería,  para  festejarle  y  otorgarle  los  honores  debi- 
dos á  su  alto  rango.  Por  indicación  del  Califa  salieron 
á  recibirle  en  las  inmediaciones  de  Córdoba,  con  nume- 
¿os  regimientos,  los  cadíes  de  Valencia  y  de  Gua- 
cara. Ellos  fueron  también,  después  de  la  solemne 
)ública  recepción  en  el  palacio  de  Az  Zahra,  en  la 


—   124  — 

cual  se  prometió  el  apoyo  al  príncipe  cristiano,  los 
designados  para  acompañarle  y  restablecerle  en  el 
tronó  (i). 

Entonces  llegó  el  Califato  al  apogeo  de  esplendor. 
Al  Háquem  recordó,  al  efecto  de  hacer  lo  menos  cruen- 
tos posible  los  necesarios  horrores  de  la  guerra,  las 
obligaciones  del  muslim  en  ella;  prohibió  el  uso  del 
vino,  muy  generalizado  al  amparo  de  ciertos  pretextos, 
y  mandó  arrancar  las  viñas,  hasta  dejar  sólo  una  ter- 
cera partej  para  pasa,  arrope  y  otras  composiciones  líci- 
tas y  saludables;  y  á  beneficio  de  la  prolongada  paz 
de  que  disfrutó,  acudió  al  fomento  de  la  agricultura. 
No  tuvo  en  olvido,  como  es  consiguiente,  la  canaliza- 
ción para  el  riego,  y  fueron  abiertas,  como  en  otras 
provincias,  acequias  en  la  de  Valencia.  Este  buen  rey, 
como  dicen  sus  justos  ó  apasionados  admiradores, 
trocó  en  rejas  de  arado  y  en  azadones  las  lanzas  y 
espadas;  y  volvió  los  espíritus  inquietos  y  guerreros  de 
los  muslimes  en  pacíficos  pastores  y  campesinos  (2). 

¡Cuan  pocos  han  sido  los  gobernantes  que  hayan 
tomado  á  empeño  resucitar  los  hermosos  tiempos  de  la 
Arcadia!  ¡Bendito  sea  el  valenciano  Ozmán,  que  supo 
formarían  noble  corazón  en  el  nobilísimo  Al  Háquem! 

Así  como  el  sentimiento  de  humanidad  fácilmente 
nos  hace  otorgar  aplausos  á  todo  lo  que  dice  favor  á 
nuestra  especie,  el  espíritu  de  justicia,  que  debe  presi- 
dir á  quien  sólo  viene  obligado  á  relatar  hechos,  nos 
pone  en  el  caso  de  moderar  los  entusiasmos  que  en 


(1)  El  Archivo,  I,  249-250. 

(2)  Conde,  II,  90  y  94. 


—  I2J  — 

nosotros  despierta  el  cuadro  que,  como  él  sólo  sabe 
hacerlo,  ofrece  á  nuestra  contemplación  el  sapientí- 
simo Conde. 

No  falún  quienes  ciegamente,  ó  movidos  á  impul- 
sos de  espíritu  sectario,  mal  de  que  no  juzgamos 
exento  á  dicho  autor,  como  puede  verse  en  el  prólogo 
de  otro  libro  suyo,  establezcan  parangón  entre  ia 
influencia  cristiana  y  algunas  otras,  saliendo,  como  de 
intento  se  propuso,  no  bien  parada  la  primera.  Porque 
es  en  nosotros  un  deber  ineludible  dejar  las  cosas  en 
su  puesto,  hacemos  nuestras  las  siguientes  observa- 
ciones, muy  pertinentes  al  caso  de  la  influencia  sarra- 
cena en  la  propiedad  material  de  nuestro  suelo. 

•  Quisiéramos  que  se  nos  hubiera  demostrado  fuesen  los  ára- 
bes los  que  establecieron  los  riegos  de  la  provincia,  pues  nos  viene 
cuesta  arriba  que  los  esfuerzos  individuales  de  aquel  pueblo  apá- 
tico (el  árabe)  realizasen  lo  que  suponen  no  pudieron  hacer  los 
ricos  poseedores  de  los  iatifundia  romanos.  Seria  de  desear  ma- 
yor certidumbre  respecto  á  la  trasmisión  de  las  costumbres  agrí- 
colas, industriales  y  comerciales,  pues  no  vemos  en  Ao  que  se 
propone  relación  de  continuidad.  Muchas  cosas  son  ahora  tales 
espontáneamente,  porque  salen  de  su  naturaleza  íntima,  no  por 
propagación.  Veimoslo. 

»  Viene  la  Reconquista,  y  los  lugares  fuertes  son  ocupados 
exclusivamente  por  cristianos',  y  los  pequeños  y  rurales,  por  los 
moros,  que  tienen,  además,  morerías  en  las  capitales.  Los  cris- 
tianos, catalanes  ó  aragoneses  en  su  mayor  parte,  seguían,  natural- 
mente, el  estilo  de  sn  país,  acomodándose   á  las  exigencias  del 
suelo  y  clima  valenciano.  Los  moros,   aislados,   poca  influencia 
:ieron  en  sus  vecinos,  superiores  en  civilización,  con  sus  pre- 
gones de  dominio  sobre  aquéllos.  Nótese  que  los  moros  no 
ietoo  nunca  cristianos  á  sueldo,  y  el  amo  es  el  que  impone  la 
na  de  la  labranza,  y  no  e!  criado. 


^ 


\ 


—   X26  — 

*Pero  demos  por  sentado  que  los  moros  nos  trajeran  de 
Marruecos,  ó  los  árabes,  de  los  desiertos,  el  modo  de  regar  arti- 
ficialmente los  campos,  aprovechando  las  aguas  de  los  ríos,  y  que 
fueron  tan  buenos  agricultores,  que  llegaran  á  convertir  en  un 
verjel  la  provincia....  ¿Cómo  se  explica  que  al  ser  arrancados  de 
cuajo  y  trasplantados  á  estas  regiones  los  catalanes  y  aragoneses, 
/     no  se  convirtió  en  páramo  todo  este  reino?»  (i). 

Para  los  que  hayan  tenido  ocasión  de  registrar 
nuestros  archivos,  Vio  será  tarea  pesada  precisar  las 
fechas  á  partir  de  las  cuales  arranca  la  apertura  de 
canales  de  riego  en  la  región  de  Levante.  Ignoramos 
si  en  el  resto  de  la  Península"  sucedería  lo  propio, 
y  á  pensarlo  asi  nos  inclinan  los  comunes  elogios  con 
que  se  envuelve  la  decantada  prosperidad  del  suelo 
valenciano  y  la  de  toda  España  en  los  tiempos  de 
Al  Háquem  II.  Entiéndase  qne  no  tenemos  empeño 
en  eclipsar  el  brillo  de  las  glorias  árabes;  sentimos, 
por  lo  contrario,  no  pequeño  cariño  á  sus  cosas,  pues 
difícil  es  dar  un  paso,  sin  tropezar  con  mil  y  mil  restos 
suyos.  < 

Á  la  muerte  ,de  Al  Háquem  II,  ocurrida  á  2  de 
sáfer  del  año  366  (30  de  septiembre  de  976),  subió 
al  trono  su  hijo  Hixem  II,  cuyo  reinado  fué  de  los 
más  largos,  pues  alcanza  hasta  el  22  de  abril  de  1013^ 
en  que  Suleimán  «hizo  de  él  lo  que  se  ignora,  pues 
nunca  más  pareció  vivo  ni  muerto,  ni  dejó  sucesión 
sino  de  calamidades  y  discordia  civil»  (2). 

Hijo  del  sabio  berberisco  valenciano  Ozmán  de 


(1)  El  %/inhiiv,  IV,  190-191.— Tampoco  son  despreciables  las  reflexiones  que  en  el  mismo 
libro (II  232-23$) se  hacen  acerca  déla  influencia  sarracena  en  la  prosperidad  agrícola  de  nuestro 
reino. 

(2)    Conde,  II,  108. 


—  127  "~ 

Mo'shafi,  maestro  de  Al  Háquem  II,  el  más  ilustrado 
de  los  califes  españoles,  fué  el  poeta  Giafar,  desgraciado 
ministro  de  Hixem  II  y  que  preparó  la  exaltación  del 
famoso  Almanzor  (i). 

La  personalidad  del  desdichado  é  inepto  Hixem  II, 
fanatizado  é  intencionadamente  embrutecido  por  el 
omnipotente  ministro  y  la  sultana  madre  Zobh,  ó 
Aurora,  viuda  de  Al  Háquem  II,  queda  oculta  en  el 
serrallo  y  envuelta  en  las  sombras  del  misterio. 
Reaparece  luego  dando  rienda  suelta  á  instintos  de 
crueldad,  esparce  la  semilla  de  que  surgen  los  reinos 
de  Taifas  ó  de  las  Pequeñas  Dinastías,  y,  sin  que 
á  ciencia  cierta  nada  se  sepa,  yace  poco  después  sepul- 
tado  por  siempre  en  la  noche  del  olvido. 

Para  tropezar  con  algo- que  para  nosotros  encierre 
algún  interés,  hemos  de  trasladarnos  al  año  985,  fecha 
de  la  vigésima  tercia  expedición  del  llamado  por  anto- 
nomasia Al  Manzor  (El  Victorioso).  Llamóse  Muhá- 
mad  ben  Abdallah  ben  Abu  Ahmer  el  Moaferi;  era 
biznieto  de  Abdelmélic  de  Wasit,  que  con  Tárik  entró 
en  España,  y  abuelo  de  Abdeláziz,  el  primer  emir 
independiente  que  tuvo  Valencia.  Por  su  afabilidad, 
gentileza,  valor  y  consumada  prudencia,  comprendió 
la  viuda  que  convenía  depositar  en  sus  manos  las 
riendas  del  Estado. 

,  No  faltó  quien  censurara,  bien  que  en  secreto, 

la  elección:  y  fué  Giafar  ben  Ozmán,  que  miró  la 

elevación   de   Muhámad  como   menosprecio  de  sus 

indes  y  antiguos  servicios.  Y,  como  el  mayordomo 


.)    El  Archivo,  I,  169. 


—   128  — 

I  p 

y  ministro  de  Sobehía  rompiera  los  pactos  de  paz  que 
el  último  califa  tuviera  con  los  cristianos  de  Asturias 
y  del  resto  de  España,  y,  en  cambio,  entrara  en  amis- 
tad con  los  que  fueron  enemigos  de  Al  Háquem  II,  las 
murmuraciones  y  censuras  del  ex-hágib  Abulhassán 
Giafar  ben  Ozman  el  Moshafi  y  de  algún  otro,  fueron 
en  aumento.  El  poeta  valenciano  fué  puesto  en  prisión, 
y  sus  bienes  quedaron  aplicados  al  fisco  el  año  368 
(978-979)  (1). 

El  año  985  resolvió  Almanzor  volver  sus  armas 
contra  Cataluña,  feudo  del  rey  de  Francia,  sabedor  de 
que  ésta  era  presa  de  la  anarquía  feudal  y  que  mal 
podia,  por  tanto,  auxiliar  á  los  condes  catalanes.  Hasta 
entonces  habían  los  califas  respetado  el  ángulo  nor- 
deste de  la  Península,  pues  no  ignoraban  que  al  com- 
batir al  territorio  habían  de  medir  también  sus  armas 
con  las  de  allende  el  Pirineo. 

Después  de  reunir  crecido  número  de  tropas  y 
seguido  de  unos  cuarenta  poetas  que  cantasen  sus 
victorias,  salió  de  Córdoba  el  12  de  dilhagia  del  año 
374  (5  mayo  de  985).  Pasó  por  Elbira,  Baza  y  Lorca, 
y  vino  á  parar  en  Todmir.  Allí  se  detuvo  hasta  que 
acudiesen  las  gentes  y  naves  del  Algarbe .  Estuvo  apo- 
sentado en  casa  de  Áhmed  ben  Al  Khattab  ben 
Dagim,  amil  de  la  ciudad,  según  amos,  y  simple  parti- 
cular, según  otros.  Sus  propiedades  eran  grandísimas, 
y  enormes  sus  rentas.  Era  cliente  de  los  Omeyas  y,  lo 
más  probable,  de  origen  godo.  Acaso  descendía  de 
Teodomiro,  el  principe  que  en  abril  de  713   acabó 


(1)    Conde,  II,  96  y  97. 


—  129  — 

capitulación  tan  honrosa  con  Abdeláziz  ben  Muza. 
En  la  primera  mitad  del  siglo  XIII,  los  Ben  i  Khattab 
se  suponían  árabes;  pero  sus  antepasados  del  siglo  X 
no  pensaban  siquiera  en  atribuirse  semejante  abolengo. 
Trece  dias  estuvo  Almanzor  hospedado  en  casa  dé 
Áhmed.  Durante  ellos,  el  hágib,  los  caballeros  y  caudi- 
llos, y  los  jinetes  y  peones  de  los  mismos,  tuvieron 
abundante  comida,  y  jamás  por  segunda  vez  se  pre- 
sentó en  la  mesa  del  ministro  manjares  de  que  ya 
hubiese  comido  ni  vajilla  de  que  ya  hubiera  hecho  uso. 
La  esplendidez  de  Aben  Khattab  llegó  al  extremo  de 
servir  delicados  baños  de  agua  de  rosa  y  con  profusión 
<le  aromas  á  los  principales  caudillos.  En  blandos 
lechos  de  preciosos  paños  de  seda  entretejida  con  oro 
se  entregaban  al  sueño. 

Por  más  que  Almanzor  estuviese  acostumbrado  al 
lujo,  causóle  admiración  el  que  Áhmed  había  desple- 
gado. De  ahí  que  exclamara  ante  sus  caudillos  y  caba- 
lleros: «En  verdad  que  Áhmed  no  sabe  aposentar 
gente  de  guerra;  yo  me  guardaré  de  enviar  por  aquí 
tropas  de  algihed  ni  fronteros,,  para  quien  sus  arreos 
son  las  armas,  y  el  descanso,  d  pelear.  Pero  también 
es  cierto  que  no  ha  nacido  para  vulgar  pechero  un 
hombre  de  tan  generosa  condición:  y,  así,  en  nombre 
de  nuestro  señor,  el  rey  Hixem,  yo  íe  hago  franco  de 
pagar  tributos  durante  su  vida.» 

Cuando  Almanzor  estuvo  de  regreso  en  Córdoba, 

convidó  á  Khattab,  le  honró  mucho,  le  tituló   «el 

bsequioso,»  le  regaló  una  linda  esclava  de  su  alcázar 

hizo  que  el  Califa  le  otorgara  grandes  privilegios. 

>lvió  el  cadí  á  su  amelia  ó  gobierno  no  descontento 

17 


*         —  130  — 

de  la  buena  recompensa  á  su  nada  común  generosidad* 
Tampoco  faltó  de  entre  los  poetas  que  formaban  ef 
corteo  de  Almanzor,  quien  perpetuase  con  elegantes 
versos  el  suceso:  fué  el  trovador  Omeya  ben  GaJib. 

Contemporáneo  de  Áhmed  fué  Abu  Becri,  caba- 
llero muy  favorecido  de  la  reina  madre,  y  tan  rico, 
que  se  contaban  como  suyas  en  tierra  de  Todmir  más 
de  mil  alquerías  (1). 

Dejando  á  Murcia,  alcaidía  de  Todmir,  prosiguió 
Almanzor  su  marcha  hacia  el  norte,  engrosando  el 
ejército  con  tropas  de  á  pie  y  de  á  caballo  que  re- 
cogió al  paso  por  Valencia,  Tortosa  y  Tarragona. 
Después  de  haber  batido  al  conde  Borrell  II,  llegó 
delante  de  Barcelona  el  miércoles,  i.°  de  julio;  y  el 
'lunes  siguiente,  día  6,  la  tomó  por  asalto.  Conquistada 
la  ciudad  condal,  en  la  marcha  hacia  Córdoba  por 
lo  interior  de  España,  despidió  las  huestes  de  Todmir 
y  Valencia  (2). 

Como  si  los  laureles  de  las  glorias  militares 
hubieran  nacido  para  entrelazarse  con  los  de  las  letras, 
asoman  los  primeros  frutos  de  lá  nunca  bastante 
alabada  administración  de  Al  Háquem  II. 

Abu  Abdallah,  hijo  de  padre  valenciano,  fué  muy 
competente  y  feliz  en  juzgar  de  las  cosas  ocultas 
y  venideras.  Aziz  Bihla,  rey  de  Egipto  y  el  segundo  de 
los  califas  fathimitas,  le  distinguía  con  su  familiaridad 
en  los  consejos  y  prestaba  el  mayor  asentimiento-, 
á  sus  indicaciones.  NEn  gracia  ante  el  monarca  superó 


(1)  Conde,  II,  97. 

(2)  Dozy,  Historia,  III,  10.— Conde,  II,  98. 


—  i3i  — 

en  mucho  á  los  mismos  egipcios.  Acabó  sus  días  en  la 
primavera  de  996  (1). 

También  es  digno  de  mención  Aben  al  Maxath. 
Por  las  recomendables  dotes  que  le  adornaban,  sobre 
todo  por  la  manera  con  que  explicaba  el  Corán,  se 
captó  las  simpatías  de  Aimanzor:  de  ahí  que  le  confiara 
la  dirección  de  importantes  funciones  administrativas, 
tales  como  los  cadiazgos  de  Écija,  Osuna,  Carmona, 
Morón,  Jaén  y  Valencia.  Murió  el  año  397  (septiem- 
bre 1006- 1 00 7)  (2). 

Floreció,  igualmente,  en  el  siglo  IV  de  la  Hegira 
(912-1008),  Muhámad  ben  Man  ben  Somadeh,  de 
la  familia  Abu  Yahya,  de  los  Todgibitas,  llamado 
Al  Motacim  Bihla  y  Al  Watec  Bihla.  Nacido  en  Zara- 
goza, cuj/b  gobierno  tuvieron  su  padre  y  su  abuelo, 
wali  que  fué  éste  de  Huesca;  cuando  la  guerra  civil,  se 
amparó  en  Valencia,  junto  á  su  primer  emir;  Abde- 
láziz,  á  quien  poco  después  dio  en  matrimonio  una 
hija  (3). 

En  el  siglo  X  de  t  nuestra  era,  un  autor  árabe, 
Abderrahmán  Abu  Matreph,  escribió  un  libro  de 
Agricultura,  en  el  cual  trata,  principalmente,  de  las 
plantas  que  nacen  en  el  litoral  de  Denia,  no  pasando 
por  alto,  como  es  consiguiente,  las  laderas  del  Mongó, 
al  que  da  ya  el  nombre  Caun,  como  el  Nubiense.  Del 
libro  del  autor  granadino,  varón  docto  y  de  buenas 
costumbres,  nada  más  se  sabe  (4). 

(1)  Casiri,  1,  407. 

(2)  Pons,  Ensayo  bio-bibliogrdfico  sobre  los  historiadores  y  geógrafos  arábigo  - 
pañoles y  nútn.  61. 

(3)  Casiri,  I,  4jo. 

(4)  Casiri,  II,  130. 


—  132  — 

Algo  semejante  á  la  ninguna  utilidad  que  á  nuestra 
reino  resulta  de  la  obra  del  citado  autor,  ocurre  res- 
pecto del  historiador  Aben  al  Faradhi.  Nació  en  Cór- 
doba en  dilcada  del  3  5 1  (diciembre  de  962);  en  el  3  82. 
(992-993)  se  dirigió  á  Oriente  y,  á  su  regreso,  rei- 
nando ya  el  Modhi  Bihla  (el  conciliador  de  los  ánimos 
desavenidos),  ó  sea  Muhámad  II  (marzo  de  1009)^ 
desempeñó  el  cadiazgo  de  Valencia.  Ésta  y  Todmir 
siguieron  el  bando  de  Múhámad  ben  Hixeni.  Al  escri- 
bir el  docto  biógrafo  cordobés  su  erudita  crónica  dé- 
los sabios  moros  españoles,  no  había  de  olvidarse  de 
los  valencianos,  entre  quienes  vivió.  La  desgracia 
quiere  que  no  haya  aparecido  aún  ningún  códice  de 
la  obra  de  Aben  al  Faradhi,  muerto  en  20  abril; 
de  1013,  al  apoderarse  de  Córdoba  los  berberiscos  (1). 

Por  ningún  lado  asoma  la  influencia  civilizadora 
délos  mahometanos  en  nuestro  reino,  hasta  que  llega 
para  el  Califato  la  época  más  tormentosa.  Mientras  los. 
elementos  naturales  del  país  no  se  asocian  á  los  domi- 
nadores, ni  un  solo  autor  arábigo-valenciano  figura 
en  la  serie  de  sabios  musulmanes  españoles.  Ese  hecha 
innegable  prueba  hasta  la  evidencia,  que  no«  fué  la 
cultura  mahometana  la  que  civilizó  el  país,  sino  que  el 
progreso  cristiano  aún  despidió  algunos  destellos,  no 
obstante  la  acciófi  refractaria  del  Islamismo. 

Al  producirse  la  amalgama  arábico-hispana,  apa- 
rece la  larga  serie  de  sabios  valencianos.  Muy  del  caso 
es  señalemos,  siquiera  sea  con  la  generalidad  que 
permiten  los  datos,  el  sitio  adonde  fueron  á  repo- 


(1)    Pons,  núm.  ji.—E¡  archivo,  I,  209.— Conde,  II, 


—  133  — 

sar  los  restos  mortales  de  la  mayor  parte  de  esos 
sabios. 

Cuatro  ó  cinco  eran  las  macboras  ó  cementerios 
musulmanes  de  Valencia:  el  de  las  Chocas  ó  Cabanas 
(macbora  al  jiamí),  el  de  la  Puerta  Boatella,  el  de  la 
Puerta  de  la  Culebra  y  el  de  la  Mossala.  Su  situación 
correspondía:  el  de  las  Cabanas,  al  término  de  la  calle 
San  Vicente;  elde  la  Boatella,  á  la  plaza  de  San  Fran- 
cisco; el  de  la  Culebra,  á  las  afueras  del  portal  de 
Valldigna,  y  el  de  la  Mossala,  estarla,  tal  vez,  en  las 
de  la  Xarea,  hacia  el  levante,  no  lejos  del  Fosar  de 
Benimaclet.  Asi  se  desprende  de  algunas  biografías 
sarracenas  y  del  libro  de  apuntes  para  el  repartimiento 
de  Valencia  (1). 

Mientras  vivió  el  ministro  favorito  de  la  sultana 
Sobehia,  mantúvose  fuerte  y  vigoroso  el  imperio  fun- 
dado por-  Abderrahmán  I,  afirmado  en  la  dinastía  por 
Abderrahmán  II  y  robustecido  por  Abderrahmán  III, 
en  cuyo  tiempo  sucumbió  la  independencia  española. 
Muerto  Almanzor  el  lunes,  16  de  julio  de  1002,  á 
consecuencia  de  las  heridas  que  recibió  en  la  para  el 
Islam  funesta  jornada  de  Calatañazor,  ó  el  10  de 
agosto  del  mismo  año,  efecto  de  su  avanzada  edad, 
sonó  para  el  Califato  la  señal  de  su  próxima  ruina  (2). 


\ 


(1)  El  Archivo,  I,  209-219. 

(2)  Conde,  II,  102. — Dozy,  Historia. 


CAPITULO  VII 

Disolución   del   Califato 
(104)2-1031) 


OüMyji.— Ei  hfgit  Widhi  logrí  Je  Hix, 

vor  de  los  e*l>vos  de  Todmic,  Ctmgcaí,  1 


vilj-¡todideJit¡b..-Iiix< 


la  muerte  de  Almanzor,  Hixem  II  traspasó 
las  funciones  del  ministro  á  su  hijo  Abdel- 
mélic  al  Mudháfar;-y  no  lo  hizo  del  todo 
mal  el  nuevo  hágib,  pero  la  estrella  de  los  Meruades 
declinaba  con  marcha  .apresurada  al  ocaso.  No  sin 
sospechas  de  haberle  envenenado  su  hermano  Abde- 
rrahmán,  tan  presuntuoso  como  inepto,  murió  en 
Córdoba  en  octubre  de  1008. 

Al  morir  Mudháfar  en  la  flor  de  sus- años,  le  suce- 
dió su  hermano  Abderrahmán,  odiado  de  los  faquies, 
porque  su  madre  era  hija  de  un  conde  de  Castilla  ó 
de  Navarra,  llamado  Sancho,  de  donde  le  vino  al  hágib 
el  titulo  despectivo  Sanchuelo;  porque  amaba  con  pasión 
los  placeres  y  hacía  pública  ostentación  de-  impiedad, 
y  porque  se  le  acusaba  de  haber  sido  él  quien  con 
una  manzana  envenenada  había  causado  la  muerte  á 
su  hermano. 


-  135  - 
"  Había  en  los  musulmanes  otro  motivt*  de  disgusto. 
Elevado  Almanzor  á  la  cumbre  del  poder  con  el  apoyo 
de  la  formidable  clientela  de  los  generales  bereberes  y 
eslavos,  éstos  eran  objeto  de  gran  aversión  por  los 
árabes  de  alta  alcurnia,  que  se  veían  alejados  del 
mando. 

Una  imprudencia  de  Sanchuelo  ocasionó  su  caída 
y  mísero  remate.  Pidió  á  Hixem  II,  que  no  tenia  hijos, 
le  declarase  sucesor.  El  Califa,  después  de  alguna 
vacilación  y  previa  consulta  á  varios  teólogos,  que 
opinaron  favorablemente,  accedió,  por  noviembre  del 
mismo  año  1008,  á  la  pretensión  del  hágib.Al  cundir 
la  noticia  de  semejante  atrevimiento,  el  odio  dejos 
cordobeses  llegó  al  colmo. 

No  tardó  sino  dos  meses  el  producirse  una  revo- 
lución, principio  de  la  porfiada  guerra  civil  que  acabó 
con  el  Califato.  El  viernes,  14  enero  de  1009,  salió 
Abderrahmán  á  campaña  contra  los  Jeoneses:  las 
nieves  le  obligaron  á  cejar  en  la  empresa.  El  martes, 
15  de  febrero,  estalló  en  Córdoba  la  insurrección,  y 
en  menos  de  veinticuatro  horas  se  derrumbó  el  pode- 
río de  los  clientes  ameríes,  que  eran  numerosos  y 
fuertes.  El  26  de  febrero, '  Muhámad  el  Mohdi  Bihla 
despojaba  ,del  trono  á  su  primo  Hixem  II,  y  gracias  á 
los  ruegos  de  Wadha,  le  perdonó  la  vida,  si  bien  le 
condenó  á  reclusión  perpetua. 

Abandonado  de  los  suyos  Abderrahmán  San- 
chuelo, se  sometió  á  Muhámad  él  4  de  marzo.  Envió 
á  Córdoba  su  harem,  compuesto  de  70  mujeres.  No 
tardó  él  tampoco  en  llegar  á  la  capital  del  Califato. 
Un  día  después,  martes,  18  de  récheb  de  399  (17 


-i36- 

marzo  de  1009),  era  asesinado  Sanchuelo,  padre  del 
primer  emir  autónomo  de  Valencia,  y  clavado  en  una 
cruz  (1). 

Ya  aclamado  por  rey  Muhámad  II,  como  primer 
acto  de  soberanía  ordenó  la  salida  de  la  guardia  afri- 
cana. Berberiscos  y  zenetas  se  opusieron  con  las  armas 
en  la  mano,  pero  fueron  vencidos  y  expulsados  de  la 
ciudad  el  7  de  "junio.  La  cabeza  del  jefe  fué  lanzada 
fuera  del  muro.  Eligieron  por  vengador  á  Suleimán, 
primo  del  decapitado,  y,  considerando  que  eran  pocas 
sus  fuerzas,  reclamaron  auxilios  del  rey  de  León, 
Alfonso  V;  derrotaron  á  Muhámad  II  el  7  de  noviem- 
x  bre,  y  tuvo  él  que  refugiarse  en  ^Toledo,  de  donde  era 
walí  su  hijo  Obeidaláh.  Suleimán  hizo  su  entrada  en 
Córdoba  el  7  de  diciembre. 

Por  mediación  del  hijo,  alcanzó  Muhámad  soco- 
.  rros  de  Ramón  y  /Armengol,  condes  de  Barcelona. 
Cuando  Suleimán  supo  que  Muhámad,  con  escogida 
gente  de  Toledo,  Valencia  y  Murcia  y  de  catalanes,  se 
.  acercaba  á  marchas  forzadas,  quiso  oponérsele  y  fué " 
derrotado.  Hizo  Muhámad  su  entrada  en  Córdoba. 
Creyéndose  ya  seguro,  despidió  á  sus  auxiliares  cata-, 
lañes.  Trató,  en  una  salida,  de  acabar  con  los  africanos, 
pero  experimentó  la  más  espantosa  derrota,  y  se  vio 
obligado  á  encerrarse  en  la  capital  (2). 

El  Gel  Wadha  juzgó  aquél  el  momento  más  opor- 
tuno para  libertar  á  su  amo,  Hixem  II.  Hízolo  así  el 
domingo  21  de  julio  de  1010,  puesto  de  acuerdo  con 


(1)  Doiy,III,  1?. 

(2)  Conde,  II,  106. 


—  137  — 

los  eslavos,  y  el  hijo  dé  Al  Háquem  II  fué  restable- 
cido en  el  trono  t(i).  El  pueblo,  que  ya  le  tenía  por 
muerto,  al  verle  prorumpió  en  estruendosos  vítores  y 
aclamaciones-  Como  primer  acto  de  su  restauración 
hizo  cortar  la  cabeza  á  su  primo  Muhámad  ir  y  lan- 
zarla fuera  del  muro.  Ya  dijimos  que  durante  el  corto 
reinado  del  primo  de  Hixem  II,  desempeñó  el  cadiazgo 
de  .Valencia  Aben  al  Faradhí. 

Wadha  fué  desde  entonces  el  arbitro  de  la  volun- 
tad de  Hixem  II,  que  le  nombró  su  hágib.  La  influen- 
cia del  ministro  con  el  Califa  llegó  á  su  apogeo, 
cuando  venció  también  á  Obeidalah,  que  desde  Toledo 
y  movido  á  excitaciones  de  Suleimán,  acudía  á  vengar 
la  muerte  de  su  padre,  Hixem  le  llenó  entonces  de 
recompensas  y  le  concedió,- para  sus  eslavos  y  amiríes, 
alcaidías  y  tenencias  perpetuas:  entre  otras,  los  gobier- 
nos de  Todmir,  Cartagena,  Alicante,  Almería,  Denia 
y  Játiba,  y  confirmó  en  otras  á  los  que  las  tenían  (2). 

Ya  al  salir  Wadha  de  Córdoba  para  oponerse  al 
paso  del  hijo  de  Muhámad  II,  dejó  el  mando  de  la 
gente  de,  la  capital  á  los  caudillos  eslavos  Tahor  y 
Anbaro,  ó  sean,  el  Modháffar  y  Mobarac,  quienes 
á  principios  del  siglo,  V  de  la  Hegira  (1009)  aparecen 
como  señores  de  Valencia.  El  historiador  Aben  Bassam 
es  el  unido  que  habla  de  ellos.  Primero  fueron  esclavos 
de  Mojarec  el  Amirí,  quien,  á  su  vez,  debió  serlo 
de  Almanzor,  ó  de  Almudháfar  su  hijo.  Eran,  al  parecer, 
^«cargados  de  la  acequia  de  Valencia,  antes  del  año 


)    Dozy,  III,  14. 
)    Conde,  II,  108. 


18 


-  i38  - 

401  (10 1  o),  en  que  entraron  al  servicio  del  wacir 
Abderrahmán  ben  Yazir.  De  una  moneda  suya  consta 
que  en  el  407  (1016-1017)  eran  ya  dueños  de  Valen- 
cia. El  poeta  Abu  Obadlah  les  dedica  unos  versos. 
Los  valencianos  se  rebelaron  contra  ellos,  robaron 
el  palacio  de  Mobarac  ó  Anbaro,  quien  siempre  ocupa 
lugar  preferente,  y  proclamaron  á  Lebib,  también 
eslavo  y  señor  de  Tortosa  (1). 

De  ellos  se  valió  Wadha  para  ahuyentar  de  Cór- 
doba á  los  africanos  de  Suleimán  el  año  401  (1010- 
10 1 1).  Como  Suleimán  invocara  el  auxilio  de  los 
walíes  de  la  España  oriental,  Wadha  recurrió  á  Alí  ben 
Hamud,  gobernador  de  Ceuta,  á  quien  prometió  la 
sucesión  de  Hixem.  Encontrada  la  carta  en  que  conte- 
nía la  promesa,  el  Califa  le  hizo  cortar  la  cabeza 
(16  octubre  de  ion),  y  le  sustituyó  en  el  cargo  de 
hágib  con  Khairán,  eslavo  señor  de  Almería.  Á  pesar 
de  la  diligencia  y  valor  del  nuevo  ministro,  Suleimán 
entró  en  Córdoba  él  lunes,  6  de  xawal  de  403  (20  de 
abril  de  1013).  Entre  los  muchos  que  entonces 
sucumbieron  víctimas  del  furor  africano,  se  cuenta 
al  sabio  Aben  al  Faradhí,  autor  de  un  precioso  diccio- 
nario biográfico  y  cadí  que  haljía  sido  de  Valencia 
durante  el  reinado  de  Muhámad  II  el  Mohdi.  El  voto 
que  había  formulado  en  un  momento  de  entusiasmo 
religioso  se  había  cumplido:  había  alcanzado  la  palma 
del  martirio.  Dos  días  después,  Suleimán  era  dueño  del 
palacio  de  Hixem  II.  Á  pesar  de  las  súplicas  que  par-1 
conservar  su  vida  hicieron  los  eslavos  que  formabar 


(1)    Dozy,  IV,  Cronología  de  los  príncipes  musulmanes  del  siglo  XI. 


—  139  — 

su  servidumbre,  lo  que  de  él  hizo  Solimán,  no  se 
sabe  (i). 

Desde  el  principio  de  la  guerra  civil,  muchos 
gobernadores  se  habían  declarado  independientes.  La 
toma  de  Córdoba  por  los  berberiscos  dio  el  último 
golpe  á  la  unidad  del  Imperio,  Los  generales  eslavos 
se  apoderaron  de  las  grandes  ciudades  del  Este.  Á  esos 
tiempos  alcanza  la  fundación  de  un  estado  que  juega 
papel  importante  en  los  sucesos  que  posteriormente 
se  desarrollan  en  nuestro  reino.  Entrado  el  año  404 
(julio  1013-1014)  el  eslavo  Aslao  ben  Razin,  ó  sea 
Abu  Mohámed  ftodail  I  ben  Khalaf  ben  Lope  ben 
Razin,  reedificó  y  pobló  el  fuerte  y  villa  de  Santa 
María  de  Oriente,  que,  de  su  nombre,  se  llamó 
Santa  María  de  Aben  Razin,  ó  Albarracin,  capital  de  la 
Sahla  (la  Llanura),  cuyos  dominios  se  extendían  por 
parte  de  las  actuales  provincias  Teruel,  Castellón  y 
Valencia  (2).  / 

Khairán,  curado  secretamente  de  sus  heridas,  se 
amparó  en  Orihuela,  entre  sus  parciales  y  amigos. 
Pasó  á  Ceuta  el  año  405  (julio  1014-junio  1015)  é 
hizo  que  el  señor  "de  ella,  Aly  ben  Hamud,  ayudase  á 
sacar  de  la  prisión  á  Hixem  II,  ó  á  vengar  su  muerte. 
Vino  Aly,  y  se  le  unieron  todos  los  alamiríes.  Dícese 
que  entonces,  creyendo  Suleimán  que  el  encarcelado 
Hixem  II  era  el  fautor  del  levantamiento  de  gentes 
enemigas,  le  asesinó.  Quiso  Suleimán  venir  á  batalla 
formal,  y  sin  poderlo  evitar,  fué  vencido,  por  defec- 


Dozy,  Historia,  III,  15.— Conde,  II,  108.— Pons,  núro.  71. 
Doiy,  Historia,  IV,  Cronología,  etc.— Conde,  II,  109. 


—  i4o  — 

ción^e  los  suyos;  y  en  Córdoba  fué,   por  orden  de 
Aly,  degollado  el  domingo,  17  de  junio  de  1016,  sia% 
que  se  le  pudiese  arrancar  la  confesión  del  fin  que 
había  dado  á  Hixem  II  (1). 

Á  fines  del  mismo  año,  Khairán  hizo  se  procla- 
mase Califa  al  auxiliar  africano,  pues  Aly  sostenía  que 
Hixem  II  le  había  nombrado  príncipe  heredero  del 
trono  hispano-musulmán.  Entonces  fué  cuando  el 
walí  ó  gobernador  de  Denia,  siguiendo  el  ejemplo  de 
casi  todos  los  de  las  provincias,  se  negó  á  reconocer 
la  autoridad  de  los  Beni  Hamud  y  se  declaró  indepen- 
diente en  su  waliato.  Entonces  fué  cuando  Mugehid, 
de  quien  hablaremos  más  por  extenso,  emprendió  las 
conquistas  de  las  Baleares  y  de  ¿erdefta.  En  el  año 
siguiente  408  (mayo  1017-1018),  le  vemos  ya  en  la 
Península,  tomando  parte  en  la  empresa  de  resta- 
blecer la  dinastía  legítima  (2). 

Despechado  Khairán  porque  Aly,  temiendo  de  su 
influjo  en  Córdoba,  le  mandó  retirarse  á  su  gobierno 
de  Almería,  concibió  el  proyecto  de  restablecer  la  anti- 
gua dinastía  de  los  Omeyas.  Buscó  un  pretendiente, 
y  le  encontró,  por  marzo  de  1017;  en  la  persona  de 
un  biznieto  de  Abderrahmán  II,  del  niismo  nombre 
de  su  bisabuelo  y  que  á  la  sazón  vivía  en  Valencia  (3). 

Abderrahmán  ben  Muhámad  ben  Abdelmélic  ben 
Abderrahmán  an  Nasir,  llamado  al  Mortadhí  y  Abu  '1 
Motaraf,  era,  además  de  insigne  caballero  de  los  Ome- 
yas, hombre  virtuoso,  de  grandes  riquezas,  liberal  y 


(1)  Conde,  II,  109. 

m 

(2)  El  Archivo,  II,  297-298. — Conde,  II,  110. 

(3)  Dozy,  Historia,  III,  17.  Era  biznieto  de  Abderrahmán  III. 


—  I4I  — 

de  buen  "ánimo,  por  lo  que  en  toda  Andalucía  se  le 
amaba.  El  solo  nombre  del  biznieto  de  Abderrahmán 
el  Grande,  el  primer  Califa,  bastó  para  que  muchos  le 
prometieran  el  apoyo,  de  cuyo  número  fué  Mondhir, 
gobernador  de  Zaragoza,  de  los  Beni  Háchim,  que 
marchó  con  su  aliado  Ramón,  conde  de  Barcelona, 
hacia  el  Mediodia. 

El  solemne  acto  de  la  proclamación  de  Abderrah- 
mán IV  se  hizo  en  la  ciudad  de  Valencia,  desde  donde, 
unidos  los  contingentes  de  los  walíes  aliados,  mar- 
charon hacia  Córdoba.  El  walí  de  Denia,  siempre; 
dispuesto  á  favorecer  las  empresas  de  los  amiríes, 
tampoco  negó  su  concurso  á  la  obra  de  Khairán  (i). 

Los  defensores  de  la  legitimidad  fueron  derrotados 
cerca  de  Baza,  y  el  hágib  tuvo  que  esconderse,  por  lo 
que  le  contaron  por  muerto  ó  preso.  Con  gran  alegría 
súpose  por  los  suyos  cuál  era  su  paradero,  le  envió 
Abderrahmán  algunos  caballeros  para  que  le  acompa- 
ñaran y  juntos  le  entraron  como  en  triunfo  en  Alme- 
ría. Allí  se  reunieron  los  alcaides  de  Denia,  Todmir, 
Játiba  y  muchos  alameríes  y  eslavos.  No  sólo  Valencia 
y  Zaragoza  siguieron  la  voz  de  Abderrahmán  IV,  sino 
también  Tortosa,  Tarragona  y  otras  provincias,  cuyos 
walíes  enviaron  sus  cartas  de  obediencia.  Los  musli- 
mes  españoles,  que  siempre  oyeron  con  cariño  el 
nombre  de  los  Omeyas,  aceptaron  con  júbilo  la  pro- 
clamación de  Al  Mortahdi;  y  su  entrada  en  Almería 
fué  un  día  de  gloria. 

Preparábase  Aly  á  combatir  con  Abderrahmán  IV, 


El  archivo,  II,  298. 


—  142  — 

que  se  hallaba  en  Jaén,  y  tenía  á  punto  en  las  afueras 
de  Córdoba  sus  guardias  y  acémilas,  cuando  al  tomar 
un  baño,  el  17  de  abril  de  10 18,  le  ahogaron  en  él 
los  eslavos  que  le  servían  •  Mientras  los  berberiscos 
andaban  discordes  respecto  del  sucesor  de  Aly,  por 
querer  unos  á  Yahya  y  otros  á  Cásiro,  hijos  ambos  de 
aquél;  Khairán  y  Mondhir,  en  reunión  del  30  de 
abril,  á  laque  concurrieron  muchos  jekes  y  faquies, 
resolvieron  que  el  Califato  fuera  electivo,  y  ratificaron 
la  elección  de  Abderrahmán  ÍV  (1).  Poco  después  fué 
éste  derrotado,  cerca  de  Granada,  por  Zawi,  gober- 
nador de  la  ciudad,  que  seguía  la  parcialidad  de  los 
Beni  Hamud.  Los  ejércitos  coligados  se  desbandaron; 
y,  aunque  murió  el  Califa,  aún  siguieron  hacia  Cór- 
doba Khairán  y  Mugehid,  al  intento  de  ocuparse  en 
la  sucesión  del  Califato.  Se  separaron  sin  venir  á 
acuerdo,  y  el  wali  de  Denia,  después  de  apoderarse  de 
Tortosa,  que  abandonó  muy  pronto,  volvió  á  sus 
dominios  (2).  Tan  breve  fué  el  reinado  de  Abderrah- 
mán al  Mortahdi,  que  no  se  sabe  se  conserve  de  él 
moneda  ninguna  (3). 

Tras  los  breves  reinados  de  Abderrahmán  IV,  her- 
mano de  Muhámad  II,  proclamado  aquél  en  ramadhán 
de  414  (noviembre-diciembre  1024)  y  que  sólo  ocupó 
el  trono  47  días;  de  Muhámad  III,  que  escuchó  los 
elegantes  discursos  de  Abdel  Wahidi  de  Córdoba, 
wali  '1  coda  de  Játiba  (4)  y  oriundo  de  Cabra,  monarca 


(1)  Do«y,  Historia,  III,  1 6.— Conde,  II,  ni. 

(2)  El  Archivo,  II,  298-299. 

(3)  Codera,  Tratado  de  Numismática,  sección  3.a 

(4)  Conde,  II,  115. 


—  «43  — 

que  no  reinó  más  de  diecisiete  meses,  y  de  Yahya  ben 
Aly,  que  murió  en  batalla*  el  7  de  muhárram  de  417 
(28  febrero  de  1026),  llegamos  al  de  otro  biznieto  de 
Abderrahmán  III,  hermano  aquél  de  Abderrahmán  IV: 
llamábase  el  principe,  Hixem  ben  Muhámad  ben  Abdel- 
mélic  ben  Abderrahmán  an  Nasir.  Al  ser  proclamado, 
en  fin  de  rabié  i.a  de  417  (21  mayo  de  1026),  tomó 
el  título  de  Motad  Bihla. 

A  la  muerte  de  Yahya  ben  Alí  (28  febrero  de  102$), 
atravesado  por  la  lanza  de  Aben  Abed,  de  Sevilla, 
disgustados  de  la  dominación  africana  los  cordobeses, 
se  reunió  el  mejuar  ó  consejo  supremo,  y,  merced  á 
las  solicitaciones  del  wacir  Abu  '1  Hezami,  prestóse  oído 
á  los  emisarios  de  los  señores  eslavos  del  este,  Muge- 
hid,  de  Denia,  y  Khairán,  de  Almería,  cuyos  embaja- 
dores les  prometieron  el  auxilio  de  sus  amos,  si  se 
atrevían  á  sacudir  el  yugo  africano.  En  mayo  de  1026 
cumplieron  ^u  ofrecimiento,  y  los  africanos  fueron 
lanzados  de  Córdoba.  Desavenidos  los  príncipes  auxi- 
liares, en  12  de  junio  se  retiró  á  Almería  el  caudillo 
Khairán  y  poco  después  Mugehid  á  Denia,  sin  que 
hubieran  llevado  á  cabo  el  restablecimiento  de  la 
monarquía  legitima. 

Abu  '1  Hazm  ben  Djahawar,  el  más  influyente  del 
consejo,  puesto  de  acuerdo  con  los  jefes  de  las  fronte- 
ras, se  resolvió  á  elevar  al  trono  á  Hixem,  hermano 
primogénito  de  Abderrahmán  IV.  Contaba  más  que 
éste  cuatro  años,  y  tenía  á  la  sazón  51,  pues  había 
..do   en  el   364   (septiembre  974-975).  En  abril 
1027  prestaron  á  Hixem  III  juramento  de  obedien- 
los  habitantes  de  Córdoba;  pero  aún  se  gastaron 


\ 


—  M4  — 

cerca  de  tres  años  en  allanar  las  dificultades  paraixupar 
el  trono  (i). 

Como  á  su  hermano  Abderrahmán  IV  le  alcanzó 
la  proclamación  en  Valencia,  él  recibió  el  ofrecimiento 
de  la  corona  estando  retirado  en  un  rincón  de  nuestra 
provincia.  Á  la  muerte  de  su  hermano  se  refugió  en 
Hisn  Albonte  (2),  ó  sea  Alpuente  (3),  junto  á  Abda- 
llah  ben  Cásim  el  Fihrí,  alcaide  de  aquella  fortaleza. 

No  era  despreciable  el  abolengo  del  alcaide  Aben 
Cásim;  y  tanto  más  digna  de  admirar  es  la  protec- 
ción que  dispensara  al  Omeya,  si  se  tiene  en  cuenta 
que  sus  antepasados  sostuvieron  encarnizada  lucha 
con  Abderrahmán  I.  Los  señores  de  Alpuente  descen- 
dían de  Abdelmélic  ben  Katan  el  Fihrí,  que  ftié  dos 
veces  emir  de  España  por  los  califas  de  Damasco. 
Vino  á  la  Península  en  ramadhán  de  114  (octubre- 
noviembre  de  732),  y  duró  su  gobierno,  la  primera 
vez,  hasta  xawal  de  116  (nov.  de  734),  y  la  segunda, 
desde  sáfer  de  123  hasta  dilcada  del  mismo  año 
(enero-septiembre  de  741). 

Por  su  mala  conducta,  pues  era  de  carácter  despó- 
tico é  injusto  en  sus  sentencias,  fué  relevado  primero, 
por  más  que  se  había  distinguido  en  la  guerra  con  los 
vascones.  Se  sublevó  contra  Ocba,  que. vino  á  reem- 
plazarle y  tuvo  que  abandonar  el  Ándalos;  pero,  á  la 
venida  de  Balch,  con  los  sirios,  le  venció  é  hizole 
crucificar,  en  Córdoba,  al  otro  lado  del  Guadalquivir, 
y  entre  un  perro  y.  un  cerdo. 


(1)  Dozy,  Historia,  III,  17. 

(2)  Conde,  II,  117. 

(3)  Dozy,  loe.  át. 


—  H5  — 

Hermano  de  Abdelmélic  era  el  padre  de  Yúsuf. 
Yúsuf  fué  el  último  gobernador  que  tuvo  España  á  la 
venida  de  los  Omeyas;  y  su  padre,  ó  sea  el  hermano 
de  Abdelmélic,  vino  á  España  con  Habib  ben  Abú 
Obeida  el  Fihrí,  uno  de  los  testigos  que  subscribie- 
ron, en  abril  de  713,  el  pacto  entre  Teodomiro  y 
Abdeláziz  (1). 

Con  la  muerte  de  Abdelmélic  concluye  el  impor- 
tante papel  que  en  la  historia  musulmana  desempeñan 
los  hijos  de  los  «defensores  de  Mahoma».  Se  conven- 
cieron, tras  tantos  reveses,  de  que  sus  ambiciosas  espe- 
ranzas eran  irrealizables.  Numerosos  y  ricos,  vivieron 
condenados  á  la  obscuridad  en  sus  vastos  dominios. 
Descendientes  del  gobernador  Abdelmélic  eran  los 
Beni  Cásim,  que  poseían  vastos  dominios  cerca  de 
Alpuente,  provincia  de  Valencia.  En  el  siglo  XI,  los 
Beni  Cásim  eran  señores  independientes  en  el  pequeño 
estado  en  que  vivía  retirado  Hixem  III.  Cierto  es  que 
aquélla  fué  la  época  en  que,  hundido  el  califato  de 
Córdoba,  todo  propietario  territorial  se  daba  aires  de 
soberano  (2). 

Todavía  puede  precisarse  cómo  tenía  tanta  impor- 
tancia entonces  el  protector  del  último  Omeya.  «Y 
hay  en  Ándalos  otra  frontera  además  de  ésta  (el 
poniente),  en  la  que  no  se  estableció  Aben  Abed,  y 
en  ella  está  el  país  de  As-Sahla  (la  Llanura),  que  lo 
tomó  para  sí  Hodzail  ben  Jalf  ben  Ratsim  en  el  primer 
¿ño  de  la  quinta  centuria  (1010),  cuando  el  llama- 


Afbar  Macbmua. 
)    Dozy,  Historia,  I,  342-343. 

19 


—  146  — 

miento  de  Hixem  (II),  y  se  apellidó  Muiiad  ed  Daula 
y  murió  en  la  guerra  en  el  año  50.  Después  de  él 
reinó  su  hermano  Jisaam  ed  Daula  Abdelmélic  ben 
Khalaf,  sin  que  dejara  de  haber  emir  allí  hasta  que  se 
apoderaron  de  ella  los  almorabides,  quitándosela  de 
sus  manos  cuando  se  apoderaron  del  Ándalos.  Y  de 
aquella  frontera  es  el  pueblo  de  Albont  (Alpuente)  y 
Aled'ya  (Aliaga).  Se  apoderó  de  ella  Abdallah  ben 
Cásim  el  Fihri  cuando  la  división  de  los  reinos,  y  se 
apellidó  Nodhzam  ed  Daula;  y  él  fué  el  que  ayudó  á 
Hixem  (III)  cuando  estaba  con  él,  y,  á  su  vez,  éste  le 
nombró  walí  de  la  aljama  de  Córdoba;  y  desde  aqui 
se  volvió  á  su  frontera,  muriendo  en  el  año  21  (1030). 
Después  de  él  reinó  su  hijo  Mohámed  loman  ed 
Daula,  que  sostuvo  guerra  con  Mugehid  (de  Denia); 
y  después  de  éste  reinó  su  hijo  Ahmed  Hodhad  ed 
Daula,  que  murió  en  el  año  40  (junio  1048-1049). 
Reinó  luego  Abdallah  Ionaj  ed  Daula  hasta  que  lo 
destronaron  los  almorabides  en  el  año  85  (febrera 
de  1092-1093)»  (1). 

Ya  que  del  anterior  precioso  fragmento  de  Aben 
Jaldún  venimos  en  conocimiento  de  los  sucesores  del 
que  amparó  á  Hixem  III,  parécenos  oportuno  apuntar 
la  protección  que  el  hijo  del  walí  de  la  aljama  de 
Córdoba  prestó  á  los  literatos. 

Llamábase  el  hijo,  según  queda  dicho,  Abú  Abda- 
llah Mohámmad  ben  Abdallah  ben  Cásim.  En  carta 
que  Aben  Rabib  el  Temení,  de  Cairoán  (en  África), 
dirigía  á  un  primo  de  Aben  Hazam,  se  lamentaba  de 


(1)     Malo  de  Molina,  %pdrigo  el  Campeador,  págs.  65*66. 


—  M7  — 

la  negligencia  de  los  españoles  en  perpetuar  las  noti- 
cias de  sus  sabios,  las  hazañas  de  sus  personajes 
ilustres  y  las  biografías  de  sus  reyes.  Por  encargo  del 
Aben  Cásim  señor  de  Alpuente,  contestó  nuestro 
Aben  Hazam  á  la  acusación  depresiva  del  autor 
africano. 

Después  de  saludar  á  su  antagonista  y  de  hacerse 
cargo  de  las  inculpaciones  lanzadas  contra  los  espa- 
ñoles» le  arguye  que  había  aquí  una  asamblea  literaria 
de  hombres  versados  en  todas  las  ciencias,  un  alcázar 
do  residía  toda  suerte  de  excelencias,  una  mansión  de 
toda  elegancia  y  pulcritud,  una  morada  de  todo  honor 
y  dignidad:  la  corte  del  ilustre  y  honrado  Abú  Abda- 
Uah  Mohámmad  ben  Abdallah  ben  Cásim,  señor  de 
Alpuente. 

Algo  más  allá  en  la  defensa  fué  el  primo  da  Aben 
Hazam,  pues  que  éste  habia  muerto.  Después  de  reba- 
tir los  argumentos  del  Temení,  evidencia  las  ventajas 
que  España  presenta  sobre  África,  y  acaba  demos- 
trando la  superioridad  literaria  de  los  españoles  con 
una  relación  de  las  obras  concernientes  á  teología, 
jurisprudencia,  ciencia  de  las  tradiciones,  gramática, 
lexicografía,  poesía,  historia,  medicina,  filosofía  y  bio- 
grafía que  se  poseían  en  España  (i). 

De  perfecto  acuerdo  con  la  relación  de  Aben  Jal- 
dún,  son  las  indicaciones  que  acerca  de  los  sucesores 
del  protector  de  los  sabios  hace  Dozy.  Dice  que  le 
sucedió  su  hijo  Ahmed  ad  Hod  ad  Doía,  quien  reinó 

ta  1049;  y  á  éste,  su  hermano  Abdallah  II  Djana 


Pons,  Ensayo,  etc.,  p.  400-402. 


—  148  — 

ad  Dola  (1049-1092),  quien  alcanza  los  tiempos  de 
Rodrigo  Diaz  de  Vivar  (1). 

Puesto  que  del  último  Omeya  nos  toca  el  comien- 
zo de  su  corto  reinado,  justo  es  consignemos  sucin- 
tamente lo  más  notable. 

Retirado  vivia  en  agreste  rincón  de  nuestra  pro- 
vincia el  último  vastago  de  los  Meruanes.  Era  sabio, 
y,  por  lo  mismo,  se  había  alejado  de  Córdoba,  aquel 
hervidero  de  ambiciones  desapoderadas,  lugar  de  crí- 
menes espantosos,  ciudad  corroída  por  los  vicios. 
Mensajeros  de  la  capital  del  Califato  corrieron  á  anun- 
ciarle la,  para  otros  menos  avisados,  grata  noticia;  mas 
él  recibióla  con  tristeza.  Pretextando  su  avanzada 
edad,  rehusó  aceptar  el  más  honroso  cargo  con  que  un 
pueblo  en  masa  le  brindaba.  Á  su  noble  alma  era 
doloroso  abandonar  la  tranquila  existencia  que  en 
aquella  soledad  se  deslizaba.  Tampoco  ignoraba  que 
los  males  del  Imperio  eran  incurables.  Ruegos  y  más 
ruegos  doblegaron  su  voluntad;  pero  aplazó  su  ida  á 
Córdoba  hasta  que  contuviese  las  correrías  que  con 
impunidad  practicaban  Alfonso  V  de  León  y  García 
Sánchez  de  Castilla. 

Día  de  inmenso  júbilo  fué  para  Córdoba  el  18  de 
diciembre  de  1029.  En  él  hizo  su  triunfal  entrada 
Hixem  III.  Apiñada  multitud  le  rodeaba;  en  todos  los 
semblantes  estaba  pintada  la  alegría;  vítores  y  aplau- 
sos resonaban  por  doquiera:  era  la  momentánea  satis- 
facción que  experimenta  el  enfermo  postrado  en  lecho 
del  cual  no  ha  de  levantarse.  Aquel  pueblo,  amigo  de 


(1)    Historia,  IV,  p.  362. 


—  *49  — 

escenas  ruidosas,  no  pudo  apreciar  el  mérito  de  un 
hombre  que  vestia  ropas  humildes  y  montaba  en  mal 
caballo. 

Era  Hixem  bueno  y  dulce,  pero  también,  débil, 
irresoluto  é  indolente.  Amaba  los  placeres  de  la  mesa, 
é  idolatraba  á  sus  mujeres  é  hijos.  Brillaban  en  él 
felices  disposiciones  para  la  vida  doméstica;  su  mano 
no  estaba  acostumbrada  á  empuñar  el  timón  del  Estado. 
Su  falta  de  costumbres  políticas  quedaron  al  descu- 
bierto en  la  primera  recepción  de  palacio:  pensa- 
mientos vulgares  se  descubrieron  en  su  mente,  frases 
incoherentes  asomaron  á  sus  labios:  quedaron  sin 
contestar  los  brillantes  discursos  con  que  le  saludaron. 
Tuvo  el  mal  gusto  de  elegir  para  su  primer  ministro 
á  un  pobre  hombre  que  en  sus  primeros  años  habia 
sido  tejedor. 

Á  la  vez  que  eran  objeto  de  la  predilección  del 
Califa  las  casas  de  los  pobres,  los  hospicios  y  las 
escuelas,  trató  de  corregir  con  mano  fuerte  los  abusos. 
Quiso  reducir  á  la  obediencia  los  walies;  pero  ellos, 
que,  como  medida  política,  acariciaban  con  larguezas 
á  sus  inmediatos  subditos;  que  en  calidad  de  reinos 
hereditarios  transmitían  sus  posesiones  á  los  hijos,  y 
que  acuñaban  moneda,  signo  de  la  realeza,  desoyeron 
ia  voz  del  deber.  Se  empeñó,  durante  dos  años,  en 
someterlos,  y  no  pudo;  apeló  luego  á  la  persuasión,  y 
le  despreciaron.  Hubo  de  resignarse  á  que  los  aconte- 
cimientos empujaran  la  nave  al  paraje  que  en  el  libro 
i      destino  estaba  señalado. 

Estalló  un  motín,  y  el  ministro  fué  degollado.  El 
j     'ico  se  apoderó  de  Hixem,  y  corrió,  con  sus  muje- 


—  iSo  — 

res,  á  ampararse  en  una  torre.  «Haced  de  mí  lo  que 
os  plazca,  pero  respetad  á  mis  mujeres»,  gritaba  el 
infeliz.  Burló  la  vigilancia  de  los  que,  no  teniendo 
valor  para  matarle,  le  habían  confinado  en  una  cárcel  • 
Salió  de  ella  el  año  422  (diciembre  1030-103 1).  Paró, 
por  fin,  en  Lérida,  que  estaba  en  poder  de  Solimán 
ben  Hud,  y  allí  le  alcanzó  la  muerte  en  diciembre 
de  1036  (i). 


(i)     Dozy,  III.  17.— Conde,  II,  117. 


Segunda  liarte 

f  esbe  la  disolución  bel  jalifato  I)  asta  la  Reconquista. 


11038-1232) 


CAPÍTULO  I 


Región  de  Levante  durante  la  primera  dinastía  de  Denla 


(1013-1074*) 


Mugéhid,  liberto  de  Al  Maozor. — Wali  de  Denia.— Declárase  independiente.» Su  fidelidad  i  1a 
dinastía  legítima.— Dominios  de  Mugéhid.— Sus  expediciones  marítima»:  á  las  Baleares,  á  Cerdeña, 
X  Italia.— Benedicto  VIH.— Contrariedades  que  sufre  Mugéhid.— Vuelve  á  las  Baleares  y  á  España. 
— Su  amistad  con  los  condes  de  Barcelona.— Toma  parte  en  la  proclamación  de  Abderrahraán  IV.— 
Abdeláziz,  primer  emir  de  Valencia. — Causa  de  la  enemistad  entre  Abdeliziz  y  Mugéhid  — El  de 
Valencia  hereda  4  Zohair,  de  Almería.— Vasta  extensión  de  los  dominios  de  Abdeliziz  — Muerte  de 
Mug¿hid.-r-Su  carácter. — Sus  hijos  AH  y  Hazan.— Casamientos  entre  los  principes  musulmanes  de 
esta  región.— Guerras  entre   los  emires  de  Toledo  y  de  Sevilla.— Distinta  parcialidad  que  siguen 
Valencia  y  Denia.— Amistad  de  Ali  con  los  condes  de  Barcelona.— Abdclmélic,  sucesor  de  Abde- 
liziz.— Fernando  I  de  Castilla  y  de  León  sitia  4  Valencia. — Al  Mamón,  emir  de  Toledo  y  suegro 
de  Abdelmélk,  despoja  de  sus  estados  4  éste  y  los  agrega  4  Toledo.— Al  Moktidir,  de  Zaragoza,  se 
apodera  de  Denia. 


¡no  de  los  libertos  á  quienes  Almanzor  hizo 
se  diese  esmerada  instrucción  en  el  Corán, 
fué  el  cordobés  de  origen  rumi  ó  cristiano 
M"géhid,  fundador  del  emirato  de  Denia.  Habia  sido 
ula  ó  familiar  del  hágib  Abderrahmán  Sanchuelo, 

0  de  Almanzor  y  padre  del  primer  emir  de  Valencia; 

1  mismo  dia  en  que  Muhámad  II  fué  muerto  (2 1 


—  152  — 

julio  i  oí  o),  con  todos  los  libertos  amiritas  salió  de 
Córdoba.  Al  año  siguiente  (ion)  fué  confirmado  á 
título  de  perpetuidad  en  el  waliato  de  Denia  por  el 
fiel  Wadha.  Decapitado  éste  por  orden  del  ingrato 
Hixem  II  (octubre  del  mismo  año)  y  vencido  el  hágib 
Khairán  (abril  de  1013),  era  de  presumir  que  Hixem 
habría  muerto  á  manos  del  africano  Suleimán.  Ocasión 
oportuna  se  ofreció  á  Mugéhid  para  realizar  sus  sueños 
de  gloria;  y,  para  declararse  independiente,  bastóle 
trocar  el  titulo  de  wali,  que  hasta  entonces  usara,  por 
el  de  hágib,  que  tuvo  Almanzor,  y  acuñar  moneda  en 
su  nombre.  La  fidelidad  de  Mugéhid  á  la  dinastía 
legitima  de  los  Omeyas,  decláranla  con  exacta  confor- 
midad los  escasos  datos  que  arrojan  la  numismática, 
pues  en  todas  sus  monedas  se  reconoce  como  Imam, 
ó  jefe  supremo  de  la  religión  del  Estado,  á  Hixem  II, 
aceptando  la  farsa  de  los  Abbadíes,  y  la  historia,  que 
presenta  al  emir  de  Denia  siempre  dispuesto  á  restau- 
rar el  imperio  de  los  Meruanes. 

Pero  los  estados  de  Mugéhid  Edim  ben  Abdallah, 
que  tomó  los  bélicos  sobrenombres  de  Abu'l  Geix 
(padre  del  ejército)  y  Al  Muafec  (el  que  prospera  por 
la  gracia  de  Dios),  eran  sobrado  reducidos  para  que 
llenasen  su  ambición.  Mudháffar  era  gobernador  de 
Valencia;  de  Játiba  lo  era  Mobarac,  y  de  Murcia, 
Khairán.  No  es  ello  decir  que,  aunque  corto  en  exten- 
sión el  territorio  de  Denia,  dejase  de  encerrar  riquísi- 
mos pueblos,  tales  como  Bairén  (castillo  de  San  Juan, 
junto  á.  Gandía),  Oriba  (Oliva  ú  Orba),  Attaya 
(Altea),  Cocentania  (Cocentaina),  Potros  (Pedreguer, 
ó  Petracos,  junto  á  Laguar),  Zácram  (Sagra),  Forcosa 


—  153  — 

(Barcheta,  la  de  Alcoy)  y  algunos  otros,  cuya  prin- 
cipal riqueza  entonces,  como  ahora,  consistía  en  pasa, 
higos  y  almendras. 

La  situación  de  Denia,  la  capital,  dotada  de  un 
hermoso  puerto,  á  que  daban  los  árabes  el  significativo 
nombre  de  Sommam  (ave  de  paso),  convidaba  á  surcar 
el  Mediterráneo.  Desde  la  cumbre  del  inmediato  gebel 
Cao%  el  mons  Caon  de  los  latinos,  el  alto  Mongó, 
descubríase  en  dia  sereno  una  de  las  islas  Yebisath  (las 
Baleares),  y  hacia  ellas  se  lanzó  el  que  sería  famoso 
pirata  del  Mediterráneo  (i). 

Confió  la  custodia  de  sus  posesiones  continentales 
á  persona  que  fuese  capaz  de  regirlos  en  tiempos  tan 
revueltos,  Al  efecto,  echó  mano  de  Abdallah  el  Moaití, 
quien,  huyendo  el  año  403  (julio  1012-1013)  de  la 
persecución  de  Suleimán,  se  había  refugiado  en  Denia, 
y  á  quien  Mugéhid  le  había  tratado  con  gran  conside- 
ración, hasta  el  punto  de  darle  parte  en  el  gobierno. 
Acabó  Mugéhid  por  resignar,  en  giumada  2.a  de  405 
(diciembre  de  10 14),  el  mando  supremo  en  él:  ó,  lo 
que  es  igual,  por  mandato  del  soberano  se  le  juró 
obediencia,  se  hizo  por  él  chotba  ú  oración  pública  en 
los  pulpitos  ó  mimbares  y  se  acuñó  moneda.  Mugéhid 
no  recobró  la  autoridad  suprema  de  que  entonces 
voluntariamente  se  despojaba,  hasta  que  en  1018, 
habiendo  fallecido  Al  Moaití,  volvió  á  Denia  (2). 


'•>    El  Archivo,  I,  251-254. 

El  Archivo,  II,  298.— Conde,  de  acuerdo  con  Al  Makkarí,  dice:  «En 
a  mandaba  Abdallah  el  Moa  y  tí,  y  era  llamado  rey  y  labraba  moneda  con 
rapio  cuño,  pero  no  pasó  mucho  tiempo  en  venir  de  Mayorcas  el  señor 
mellas  islas,  Mugéhid,  que  le  privó  de  la  soberanía  y  le  desterró  de  Denia, 

20 


—  154  — 

Después  que  Mugéhid  preparó  una  buena  flota, 
con  sus  gentes  y  otras  que  tomó  á  sueldo,  acompañado 
de  Al  Moaití,  navegó,  en  ramadhán  de  405  (marzo  de 
1015),  hacia  las  islas  Baleares,  se  apoderó  fácilmente 
de  ellas  y  las  fortificó.  La  ambición  del  caudillo  dia- 
nense  era  insaciable.  Obrando  también  de  acuerdo  con 
Al  Moaití,  preparó  una  escuadra  de  120  velas,  y  en 
rabié  i.a  del  año  siguiente  (agosto-septiembre  de 
1015),  pasó  á  la  isla  grande  de  los  rumies  (cristianos) 
llamada  Cerdeña.  Por  fuerza  de  armas  ocupó  la  mayor 
parte  de  ella  y  se  apoderó  de  sus  fortalezas  (1). 

Toda  la  isla  cayó  en  poder  del  atrevido  corsario, 
excepto  la  capital,  Caller.  Tampoco  en  Cerdeña  se  detu- 
vo el  caudillo  dianense.  Entrado  el  año  10 16,  aprove- 
chando la  ausencia  del  emperador  Enrique  II,  ó  sea, 
mientras  los  písanos  sometían  en  Regio  de  la  Pulla  á 
los  sarracenos  de  Calabria,  desembarcaron  los  de  Mugé- 
hid en  Toscana,  se  apoderaron  de  una  extensión  con- 
siderable del  país  y  se  establecieron  en  Luni,  castillo 
del  obispo  de  Milán.  Una  noche  sorprendió  Mugéhid  á 
la  misma  Pisa,  y  de  ella  se  hubiese  apoderado,  si  una 
heroína,  llamada  Kinzica,  no  hubiese  llamado  el  pueblo 
á  las  armas,  logrando  los  ciudadanos  rechazar  y  ahu- 
yentar á  los  invasores,  no  sin  que  la  ciudad  experimen- 
tase dolorosos  estragos  (2). 


y  se  pasó  4  tierra  de  Cutema  y  no  volvió  á  alzar  cabeza  en  este  mundo,  que 
allí  falleció,  año  432  (II,  117).»  Si  Al  Moaití  hubiese  usurpado  el  poder  supre- 
mo, no  se  hubiera  Mugéhid  contentado  con  imponerle  el  destierro. 

(1)  Es  admirable  la  conformidad  entre  Ad  Dabi  (El  Archivo.  V,  94)  y 
Conde  (II,  109). 

(2)  Dice  Cantú  (Hist.  Univ.  X,  3 )  que  el  hecho  de  la  sorpresa  de  Pisa,  si  es 


—  155  — 

Temió  el  Papa,  Benedicto  VIII,  mejor  guerrero 
que  pontífice,  el  peligro  que  amenazaba  á  la  misma 
Roma.  Reunió  á  todos  los  obispos  y  vizcondes  de  las 
iglesias.  Como  entonces  no  se  trataba  para  el  Supremo 
Pastor  sino  de  defender  á  sus  ovejas  de  los  asaltos  de 
lobos  rapaces,  él  mismo  se  puso  al  frente  de  numero- 
sos cruzados  y  marchó  contra  los  que  se  habían 
establecido  en  Luni.  Tampoco  descuidó  equipar  mu- 
chos barcos  para  que  cortasen  la  retirada  al  enemigo. 
Conocidas  de  Mugéhid  estas  disposiciones,  temió  caer 
vivo  ó  muerto  en  poder  de  los  cristianos,  y  aún  pudo 
escapar  con  muy  pocos  de  los  suyos.  El  resto  del 
ejército  sarraceno  peleó  con  obstinación  y  hasta  logró 
durante  los  tres  primeros  días  grandes  ventajas;  mas 
al  cuarto  tuvo  que  ceder,  y  experimentó  tan  espantosa 
derrota,  que,  confusos  y  desordenados  los  infieles  al 
verse  cercados  por  todas  partes,  todos  ellos  quedaron 
en  el  campo  de  batalla.  El  número  de  los  muertos  no 
se  pudo  contar,  ni  valuar  el  precio  del  botín.  Entre  los 
despojos  se  encontró  una  diadema  que  valía  mil  libras 
de  oro,  y  el  Papa  la  regaló  á  Enrique  II.  Cayó  en  poder 
de  los  cristianos  la  reina,  la  mujer  del  jefe  sarraceno, 
y  fué  decapitada.  Irritado  Mugéhid,  sintiendo,  más  que 
todo,  el  trato  inhumano  dado  á  su  esposa,  envió  al 
Papa  un  costal  de  castañas,  como  dando  á  entender 
que  en  el  verano  siguiente  volvería  contra  él  con  igual 
~ 'mero  de  soldados  que  el  de  los  objetos  contenidos 

el  saco.  Recogió  el  pontífice  el  guante,  contando 


to,  dio  origen  i  la  Fiesta  del  Puente,  batalla  que  todos  los  años  se  empeñaba 
^re  el  puente  del  Amo,  y  que,  aunque  fingida  en  cuanto  i  la  intención,  con 
cuencia  paraba  en  verdadero  y  luctuoso  combate. 


-i56- 

con  que  podía  dignamente  contestar  á  semejantes  jac- 
tancias: le  remitió  un  costal  de  trigo,  ó  de  maíz,  para 
indicarle  con  cuántos  guerreros  se  proponía  rechazarle 
si  volvía  otra  vez,  no  contento  con  su  primera  expe- 
dición. 

Viendo  el  Papa  la  necesidad  que  había  de  ahuyen- 
tar de  Cerdeña  á  los  soldados  de  Mugéhid,  quienes  no 
sólo  habían  amenazado  á  la  misma  Roma,  sino  que 
sorprendieron  y  saquearon  á  Genova,  se  habían  apode- 
rado de  Tarento  y  habían  llegado  hasta  las  murallas  de 
Salerno;  consultado  el  parecer  del  Sacro  Colegio  y 
demás  clero,  envió  el  obispo  de  Ostia  como  legado  á 
Pisa  en  súplica  de  colaboración  contra  el  enemigo 
común.  Los  ruegos  del  Pontífice  no  se  perdieron  en  el 
vacío:  los  nobles  y  feudatarios  de  Pisa  suministraron 
naves  y  soldados;  la  república  de  Genova,  los  Malespi- 
na,  marqueses  de  la  Lunigiana  y  hasta  el  conde  de 
Mútica  en  España  (i),  equiparon  una  escuadra.  Los 
písanos,  que  habían  alcanzado  del  Papa  el  privilegio  de- 
la  Cruzada  y  recibido  el  estandarte  de  San  Pedro,  des- 
pertaron el  entusiasmo  en  Genova,  cuyo  auxilio  recla- 
.  marón,  y  los  soldados  de  ambas  repúblicas  pusieron  á 
Mugéhid,  que  había  sido  proclamado  rey  de  Cerdeña 
y  había  allí  alzado  fortalezas  y  reunido  un  numeroso  ejér- 
cito, en  el  trance  de  abandonar  aquella  su  amada  presa. 


(i)  Según  la  crónica  de  Ademar,  por  entonces  llega  roa  los  normandos  á 
Cataluña  bajo  el  mando  deRogerio.  Entraron  al  servicio  de  Ermesinda,  la  cual 
gobernaba  en  nombre  de  su  hijo  menor  el  condado  de  Barcelona.  Dice  que 
pelearon  contra  muchos  príncipes  sarracenos,  entre  los  cuales  se  contaba  Mu- 
géhid, señor  de  Denia  y  de  las  Baleares,  el  mayor  pirata  de  su  época,  destruc- 
tor de  Pisa  y  dueño  de  Cerdeña  (Dozy,  Los  Normandos  en  España,  VII).  ¿Sería 
Rogerio  el  conde  de  Mútica? 


—  157  — 
Volvamos  ahora  á  las  fuentes  arábigas,  que  sumi- 
nistran mayor  copia  de  datos  acerca  de  Mugéhid  hasta 
que  vuelve  á  Denia.  El  mismo  año  en  que,  por  consejo 
del  eslavo  Khairán,  fué  en  Córdoba  aclamado  Ali  ben 
Hamud  como  rey  de  España  (13  de  giumada  2.a  de 
408=13  noviembre  de  1017),  Mugéhid,  que  estaba  en 
Cerdeña,  notó  que  á  los  entusiastas  y  frecuentes  aplau- 
sos con  que  antes  le  aclamaban  sus  tropas,  cansadas 
del  clima  de  la  isla,  de  la  prolongada  ausencia  de  Espa- 
ña y  de  la  porfiada  guerra  que  los  cristianos  les  hacían, 
sucedieron  mal  comprimidas  murmuraciones  contra 
su  ambición  y  codicia.  «No  bastan,  decían,  á  este  emir 
las  riquezas  y  fertilidad  de  sus  estados  en  lo  más  ame- 
no y  delicioso  de  España  y  en  las  islas  Yebisath,  y 
pasa  el  bravo  mar  acometiendo  sus  continuos  y  grandes 
peligros  por  hacer  nuevas  adquisiciones.  Y  de  todas 
ellas  ¿qué  provecho  redunda  á  los  que  con  tanto  trabajo 
seguimos  sus  banderas  y  servimos  á  sus  temerarias 
intenciones?  El  ser  despojo  de  la  muerte  y  pasto  de 
las  voraces  fieras.» 

La  desmoralización  de  un  ejército  es  manifiesta 
cuando  discute  y  aprecia  las  órdenes  de  sus  caudillos. 
Se  le  rebeló  la  milicia  y  marchó  á  engrosar  las  filas  de 
los  rumies.  Gran  muchedumbre  de  éstos,  naturales  de 
la  isla  y  auxiliares  de  la  coalición   provocada  por  el 
Santo  Padre,  se  aproximaban,  apoyados,  á  la  vez,  por 
tnerosa  flota.  Pensó  entonces  abandonar  lo  que  ya 
e  escapaba  de  las  manos,  Cerdeña,  y  volver  á  Espa- 
para aniquilar  la  facción  adversa  de  los  Hamudíes; 
3  ya  era  tarde,  porque  los  rumies  le  salieron  al 
uentro. 


-iS8- 

Allegó  cuantas  riquezas  pudo,  en  objetos  preciosos, 
cautivos  y  ganados,  y,  no  obstante  el  parecer  en  con- 
trario de  Abu  Harub,  almirante  de  la  escuadra  sarrace- 
na, que  le  aconsejaba  era  preferible  aventurar  en  tierra 
el  riesgo  de  una  batalla  con  el  enemigo  á  entregarse  á 
merced  de  las  olas  del  mar,  prontas  á  embravecerse, 
por  amenazar  furiosa  tempestad,  entró  en  sus  naves. 
De  repente  se  levantó  un  viento  impetuoso-  Olas  como 
montes  se  alzaron,  y  tan  pronto  las  naves  subian  hasta 
las  nubes,  como  caían  en  lo  profundo  de  los  abismos. 
La  siniestra  luz  del  relámpago  se  mezclaba  con  el 
horrísono  bramar  de  las  aguas  y  el  pavoroso  retumbar 
del  trueno.  Por  todas  partes  y  á  cada  instante  no  aso- 
maba sino  la  imagen  de  la -muerte. 

Contra  el  parecer  del  jefe  de  la  escuadra  se  había 
entrado  en  un  mal  puerto,  y  las  naves  iban  una  á  una 
á  estrellarse  en  la  costa:  de  modo  que  los  rumies  no 
tenían  otro  trabajo  que  coger  á  los  náufragos,  para 
hacerlos  prisioneros  ó  cebar  en  ellos  sus  armas  sedien- 
tas de  venganza.  Tenía  Mugéhid  el  corazón  traspasa- 
do de  pena,  más  que  á  causa  del  peligro  que  él  corría, 
por  la  tristísima  suerte  que  cabía  á  aquellos  infelices. 
Cada  vez  que  una  nave  caía  en  poder  de  los  enemigos, 
rompía  á  llorar,  lanzaba  desgarradores  gritos  y  profería 
terribles  amenazas  contra  los  que  á  mansalva  ejercita- 
ban los  más  feroces  instintos.  A  pesar  de  las  extraor- 
dinarias manifestaciones  de  dolor  á  que  se  entregaba 
Mugéhid,  ni  los  vientos  cesaban,  ni  el  mar  recobraba 
la  deseada  calma.  Entonces  se  acercó  Abu  Harub  á 
Tabit  el  Guageni,  y  le  recitó  estos  versos: 


—  159  — 

«Llora  el  pobrecito:  ¡que  Dios  no  le  perdone  jamás! 
»Miradle,  llora;  llora  por  cobardía,  y  no  por  otra  cosa.» 

Y  continuó  en  prosa:  cYa  le  habla  advertido  yo  que  no  se 
metiese  aquí,  pero  no  quiso  escucharme»  (i). 

Las  escuadras  de  Pisa  y  Genova  abordaron  á  Cerde- 
ña  y,  favorecidas  por  los  cristianos  allí  residentes, 
fueron  reconquistando  la  isla,  hasta  el  punto  de  obligar 
á  Mugéhid  á  que  abandonase  buena  parte  del  cuantio- 
so botín  de  que  se  había  apoderado.  Al  ser  arrojados 
los  sarracenos,  quedaron  en  poder  de  los  cristianos  la 
madre  de  Mugéhid  y  el  hijo  de  éste,  Ali,  que  más  tarde 
se  sentó  en  el  trono.  La  madre,  como  cristiana  que 
era,  prefirió  permanecer  entre  los  de  su  profesión  reli- 
giosa, cuando  Mugéhid  quiso  rescatarla.  Ali,  por  quien 
hubo  el  padre  de  pagar  crecida  cantidad,  abrazó  el 
Islam.  Se  empeñaron  los  písanos  en  ceder  á  sus  auxi- 
liares de  Genova  el  tesoro  cogido  á  los  mahome- 
tanos, obsequio  á  cuya  aceptación  se  negaron  los 
genoveses;  ofrecieron  la  soberanía  de  Cerdeña  al 
Emperador  de  los  Romanos,  y  la  Santa  Sede  los 
invistió    con    el    dominio    de    la   isla   (2).    Can  tú 


(1)  El  relato  anterior  es  casi  idéntico  cu  Conde  (II,  no)  y  en  Kd  Dibí,  por  lo  que  es  seguro  que 
«sene  pesaje  aquel  autor  ha  bebido  en  buenas  fuentes  (El  %Archivo,  V,  94-95). 

(2)  Mochas  de  estas  noticias  están  tomadas  del  Cronicón  Ugeliano,  como 
vamos  á  ven  cAnno  1017.  Venerabilis  Benedictas,  papa,  una  cum  universo 
dericatn  et  senatu,  Iegatum  ostiensem  episcopum  ad  civitatetn  pisanam  misit, 
ttMogettum,  regem,  de  Sardinia  expelleret. — 1020.  Mugettus  recepit  castra m 
tañáis,  quod  sub  mediolano  episcopatu  erat.  Et  in  alio  anno  Mugettus  in 
S~J*niam  est  reversus.  Et  pisa  ni ,  iterum,  cum  januensibus,  fuga  ver  unt  eum, 
0  ¿sauram  quem  secum  tulerat,  habuerunt,  et  totnm  januensibus,  conven- 
t¡  ,  concesserunt;  aliter  vero  venire  noluerunt. — 10$  o.  Mugettus,  rex,  cum 
■  jo  exerátu  reversus  est  in  Sardíniam,  et  edifica vit  dvitates  et  coronatus 
«    d.  Pisani,  vero,  una  cum  Romana  Sede  firm  ni,  inde  cum  privilegio,  et  cum 


—    iéO  — 

dice  que  Cerdeña  fué  repartida  entre   los  vencedo- 
res (i). 

«Asi  que  i  duras  penas  salvamos  nuestras  vidas,  concluía 
Tabit,  con  pocas  naves.  Mugehid  volvió  á  las  islas  de  Espa- 
ña» (2).  cSosegada  la  tempestad  y  recogidas  las  reliquias  de  la 
flota,  volvió  el  emir  á  las  islas  Yebisát,  donde  descansó  y  se 
reparó  de  aquella  grave  calamidad»  (3). 

Hay  que  despreciar  los  anacronismos  é  inexacti- 
tudes que  arrojan  los  cronicones  cristianos,  haciendo 
guerrear  todavía  á  Mugéhid,  cuando  ya  había  bajado 
al  sepulcro.  Tampoco  quedó  prisionero  el  padre,  sino 
su  hijo  Ali,  que,  según  los  cronistas  árabes,  acompañó 
á  Mugéhid  en  la  desgraciada  expedición  de  Cerdeña  y 
cayó  en  poder  de  los  isleños  á  causa  de  haber  embes- 
tido en  la  playa  el  barco  que  le  conducía.  Siete  años 
de  edad  contaba  al  caer  en  poder  de  los  cristia- 
nos, y  fué  rescatado,  por  una  gruesa  suma,  el  año  423 
(marzo  1023-1024),  ó  sea,  cuando  tenia  dieciséis  6 
diecisiete  años.  Es  de  presumir  que  se  trataría  de 
catequizarle  al  Cristianismo  en  los  diez  que  perma- 
neció en  poder  del  señor  á  quien  en  el  reparto  del 
botín  cupo  en  suerte,  pero  luego  fué  por  su  mismo 
padre  instruido  en  el  Islam;  y,  circuncidado,  vióse 
afligido  de  enfermedad  grave.  Yacut  afirma  que  Mugé- 


vexillo  sancti  Petri  accepto,  invaserunt  regem,  et  ceperunt  illura  et  totara 
terram,  et  coronam  Romano  Imperatori  dederunt,  et  Pisa  fuit  fírmala  de  tota 
Sardinia  i  Romana  Sede.  No  falta  quien  haya  escrito  castillo  de  Juan  (Joan  ni  s) 
por  castillo  de  Luni. — (El  Archivo,  II,  299-300). 

(1)    Cantú,  HisL  Univ.y  X,  3. — Berault-Bercastel,  Hist.  Gen,  de  la  Iglesia» 
XXX,  4S- 

(2)  El  Archivo,  V,  94-95. 

(3)  Conde,  II,  110. 


—  i6i  — 

hid  era  rumí  ó  de  origen  cristiano:  hijo  fué,  con  efecto, 
de  cristiana,  á  la  cual  conservaba  en  su  compañía;  y 
al  caer,  con  toda  la  familia  del  Emir,  prisionera  en 
Cerdeña,  no  quiso  ser  rescatada,  prefiriendo  vivir  entre 
la  gente  de  su  religión  (i). 

Fuese  por  afecto  ó  por  razón  de  Estado,  pues 
muchos  eran  sus  subditos  muzárabes  en  la  Península 
y  en  las  Baleares,  Mugéhid  tuvo  estrechas  relacio- 
nes de  amistad  con  los  condes  de  Barcelona.  En  un 
documento  del  hijo,  se  lee  que  viviendo  el  caudillo 
de  Denia  llamado  Mugéhid,  por  mediación  del  obispo 
de  Barcelona,  cuyo  nombre  era  Gislaberto,  redujo  y 
sometió  las  Baleares  á  la  jurisdicción  y  diócesis  de 
Barcelona,  estableciendo  y  mandando  que  ningún 
clérigo,  cualquiera  que  fuese  su  grado,  establecido  en 
dichas  islas,  solicitara  de  otro  prelado  que  el  de 
Barcelona  algún  orden  sagrado,  ó  unción  de  crisma, 
ó  consagración  del  mismo,  ó  dedicación  de  templo,  ú 
otro  servicio  de  cosa  eclesiástica»  (2).  Esto,  como 
veremos,  pudo  ser  antes  de  la  expedición  á  Cerdeña, 
pues  luego  aparece  un  conde  Centilio  de  Mútica  en 
España  (3),  que  pudo  ser  Rogerio,  el  jefe  de  los  nor- 
mandos entrado  al  servicio  de  Ermesinda,  la  cual,  en 
nombre  de  su  hijo  menor,  gobernaba  el  condado  de 
Barcelona  (4),  luchando  contra  Mugéhid  en  Cerdeña, 
y  el  emir  dianense  ocupando  en  10 18  á  Tortosa  y 
luchando  con  los  condes  de  Barcelona  (5). 

(1)  El  Archivo,  II,  300-301;  V,  9,  90  y  95. 

)  Chabás,  Hist.  de  Denia,  P.  II,  aclaración  IV. 

}  Cantú,  Hist.  Universal,  X,  3. 

)  Dozy,  Los  Normandos  en  España,  cap.  VII . 

i)  El  Archivo,  V,  95. 

21 


—    l62   — 

Las  Baleares  siguieron,  desde  entonces,  unidas  á 
la  suerte  de  Denia.  Gobernador  de  Mallorca,  por  lofc 
emires  de  Denia,  durante  el  reinado  de  Mugéhid,  lo  fué 
un  sobrino  del  atrevido  corsario.  Abdallah,  que  asi 
se  llamaba  el  walí,  desempeñó  su  importante  cargo 
durante  quince  años,  ó  sea  hasta  que  en  el  de  428 
(octubre  103  6-103  7)  murió  el  hijo  del  hermano  de 
Mugéhid.  El  sobrino  fué  reemplazado  en  el  gobierno 
de  Mallorca  por  el  liberto  Al  Aglab,  maula  del  propio 
Mugéhid  y  sujeto  de  su  entera  confianza.  Al  frente 
del  gobierno  se  hallaba  aún  cuando  la  muerte  sorpren- 
dió á  Mugéhid.  Según  Aben  al  Abbar,  fué,  durante  el 
mismo  reinado,  walí  de  Mallorca  un  murciano  llamado 
Muhárriad  ben  Rose  Abul  Abbás,  que  murió  en  440 
(junio  1 048- 1 049)  y  que  bien  pudo  ser  el  Áhmed 
ben  Raxik,  de  quien  habla  el  historiador  Abdel  Wahid. 
¿Seria  gobernador  antes  ó  después  de  Abdallah  y  del 
Aglab,  ó  sólo  de  parte  de  las  islas  sujetas  al  emir 
dianense?  (1). 

En  prueba  de  la  fidelidad  de  Mugéhid  á  la  dinastía 

legitima  de  los  Omeyas,  está  el  hecho  del  interés  que 

por  aniquilar  á  la  parcialidad  de  tos  Hamudíes  mostró 

cuan.do  la  suerte  comenzó  á  mostrársele  adversa  en 

Cerdeña.  El  30  de  abril  de  1018  le  vemos  en  Valencia 

tomando  parte  en  la  proclamación  de  Abderrahmán  IV, 

al  Murtadhá,  á  quien  prestó  juramento.  En  el  mismo 

año,  poco  después,  fueron  derrotados  Mugéhid,  KhaL 

rán  y  otros  de  la  facción  amirita,  por  Zawi,  en   la 

vega  de  Granada,  y  allí  murió  el  Califa  (2). 

(1)  El  Archivo,  II,  300-301;  V,  95.— Conde,  III,  1. 

(2)  El  archivo,  II,  298,  V. 


-  1 63  - 

Por  entonces  comienza  á  figurar  en  Valencia  Abde- 
láziz  Abu'l  Hasán  ben  Abderrahmán  ben  Abi  Áhmer, 
hijo  de  Abderrahmán  el  Sancho!,  muerto  en  una  cruz 
el  17  de  marzo  de  1009,  y  nieto  del  célebre  ministro 
Almanzor,  que  falleció  en  1002.  El  año  412  (abril 
102 1 -1 022)  era  walí  y  señor  de  Valencia.  Lebun  y 
Mobaric,  señor  de  Murviedro  (que  también  llegó  á 
serlo  de  Tortosa)  el  primero,  y  de  Játiva  el  segundo, 
gobernadores  que  fueron  de  Valencia  antes  de  serlo  el 
nieto  de  Almanzor,  en  tiempo  de  Suleimán  (1009- 
1016),  tenían  el  año  412  por  Abdeláziz  dichas  ciuda- 
des. Era  tan  político,  que  acabó  por  ganar  á  todos  los 
alameríes,  y,  en  especial,  á  Zohair,  todos  le  miraban 
como  su  principe  y  los  heredó  á  todos;  y  eratanto.su 
poderío  y  nobleza,  que  se  intituló  amir  (rey)  y  al 
Manzor  (el  Victorioso)  (1).  Por  entonces  también 
Mugéhid  ocupó  á  Tortosa  y,  poniendo  en  juego  á 
Almuaití,  se  proclamó  emir  de  dicha  ciudad  y  de 
Denia,  Mallorca,  Menorca  é  Ibiza.  Esto  fué  el  año  413 
(abril  1022-marzo  1023)  (2).  Dicenos  Conde  que 
«en  Denia  mandaba  Abdallah  el  Moaiti,  y  era  llamado 
rey  y  labraba  moneda  con  su  propio  cuño.  Pero  no 
pasó  mucho  tiempo  en  venir  de  Mayorcas  el  señor  de 
aquellas  islas,  Mugéhid,  que  le  privó  de  la  soberanía 
y  le  desterró  de  Denia;  y  se  pasó  á  tierra  de  Cutema 
(África),  y  no  volvió  á  alzar  cabeza  en  este  mundo, 
que  allí  falleció  año  432  (1040-1041)»  (3).  Esa  misma 


Dozy,  Historia,  IV,  i.«— Conde,  III,  i. 
El  Archivo,  V,  95. 
P.  II,  c.  117. 


—  164  — 

noticia  confírmala  Aben  Jaldún  (1).  Sin  embargo,, 
parece  lo  más  probable  lo  que  afirma  un  historiador* 
según  el  cual,  al  arribar,  desde  las  Baleares,  al  puerta 
de  Denia  Mugéhid  y  tener  noticia  del  fallecimiento- 
de  Al  Moaití,  que  había  muerto  durante  la  ausencia 
del  emir,  asumió  nuevamente  la  soberanía,  de  que 
antes  se  había  desprendido  (2). 

No  obstante  la  muerte  de  Abderrahmán  IV,  a] 
Murtadhá,  siempre  los  amiritas  dispuestos  á  restaurar  la 
dinastía  legítima  de  los  Omeyas,  en  mayo  de  1026  se 
dirigieron  Mugéhid  y  Khairán  hacia  Córdoba;  sin  em- 
bargo, desconfiando  uno  de  otro  ambos  caudillos,  el  de 
Almería  se  dirigió  en  junio  hacia  la  capital  del  Califato, 
y  el  de  Denia,  algo  más  tarde  (3).  Khairán,  cuyos  domi- 
nios abrazaban  también  el  reino  de  Murcia,  en  el  cual 
estaba  comprendida  casi  toda  la  actual  provincia  de 
Alicante,  murió  el  año  1028,  ó  sea,  á  la  entrada  de 
Aben  Hamud  en  Córdoba.  Entonces  Zohair,  también 
amirí,  ocupó  por  fuerza  de  armas  el  trono.  Mientras 
vivió  Zohair,  hubo  buenas  relaciones  entre  los  prime- 
ros emires  de  Valencia  y  de  Denia  (4). 

Poco  después  murió,  por  causa  bien  rara,  el  emir 
de  Sevilla-  Su  hijo  Muhámad  estaba  casado  con  una 
hija  de  Mugéhid,  y  era  la  más  querida  de  sus  870 
mujeres.  Al  dar  á  luz  un  niño,  el  abuelo  paterno  con- 
sultó á  los  astrólogos  acerca  de  lo  porvenir  del  recién 
nacido.  Fuéle  contestado  que  en  el  ocaso  de  la  vida 


(1)  El  Archivo,  V,  95. 

(2)  El  Archivo,  II,  298. 

(3)  El  archivo,  V,  9S. 

(4)  Dozy,  Historia,  IV,  2.— Conde,  III,  1. 


—  165  — 

palidecería  su  antes  feliz  estrella.  Afectó  en  tal  grado 
á  Aben  Abed  el  triste  vaticinio,  que  de  pesar  murió 
en  la  noche  penúltima  de  giumada  i.a  de  433  (24  enero 
de  1032)  (1). 

Tres  años  más  tarde  aún  obran  de  acuerdo  Mugé- 
hid  y  Abdeláziz.  En  las  guerras  entre  los  emires  de 
Sevilla  y  de  Toledo,  se  dio  á  conocer  como  aliado  del 
último,  el  emir  de  la  Sahla,  cuya  capital  era  Albarracin, 
ciudad  fundada  el  año  404  (julio  1013-1014)  por  el 
eslavo  Aslao  ben  Razin,  ó  sea,  Abu  Mohámed  Hodail  I 
ben  Khalaf  ben  Lope  ben  Razin.  El  emir  de  Toledo 
Ismail  ben  Dhi'n  Nun,  de  familia  berberisca,  y  que  se 
había  hecho  dueño  de  aquella  ciudad  en  1036,  aspiraba 
nada  menos  que  á  la  soberanía  total  de  España.  Aliados 
el  de  Toledo  y  el  de  Albarracin,  los  dos  despreciaron 
el  aviso  de  Gewar  para  que  le  reconociesen  como  califa; 
y  hasta  fueron  afortunados  en  la  campaña  de  Andalu- 
cía. Despechado  por  la  derrota  el  emir  de  Sevilla,  hizo 
que  un  esterero  de  Calatrava,  de  gran  semejanza  con 
Hixem  II,  dijera  ser  este  mismo  infortunado  principe; 
y,  aunque  los  más  se  resistieron  á  admitir  la  superche- 
ría, fué  motivo  bastante  para  que  Calatrava  se  rebelase 
contra  el  emir  de  Toledo.  Logró  Ismail  recobrar  aque- 
lla ciudad;  mas  el  fingido  Hixem  pudo  refugiarse  en  la 
corte  de  Aben  Abed,  y  como  á  legítimo  califa  le  juraron, 
entre  otros,  en  noviembre  de  103  5,  los  emires  de  Valen- 
cia y  Denia  (2).  Esto  mismo  acusan  las  monedas  de 
Denia  acuñadas  en  436  (julio  1044-1045),  último  año 


..)    Conde,  III,  2-3. 

2)    Dozy,  Historia,  IV,  i.— Conde,  III,  i. 


—  166  — 

del  reinado  deMugéhid  (i).  Lo  propio  ocurre  con  las 
de  Valencia;  pero  es  de  notar  que,  si  bien  en  una  del 
año  435  (agosto  1043-julio  1044),  decimoquinto 
del  reinado  de  Abdeláziz  Al  Mansor,  este  emir  procla- 
ma á  Hixem  II,  á  los  remates  de  su  reinado  reconoció 
por  Imam  á  Abdallah,  siervo  de  Allah,  nombre  simbó- 
lico ó  verdadero  de  algún  califa  de  Oriente  (2). 

El  rompimiento  de  relaciones  entre  Mugéhid  y 
Abdeláziz,  asegura  Dozy  que  ocurrió  á  la  muerte  de 
Zohair,  después  de  la  derrota  que  éste  experimentó  el 
3  de  agosto  de  1038.  Entonces,  el  de  Valencia,  cuñado 
de  Zohair,  so  pretexto  de  que  era  de  justicia  el  que  el 
emir  de  Almería  le  devolviese  los  estados,  pues  había 
sido  cliente  de  su  familia,  se  apoderó  de  ellos,  desper- 
tando su  prosperidad  el  encono  del  emir  de  Denia  (3). 

El  literato  Muhámad  ben  Somadeh,  de  la  familia 
Abu  Yahya,  de  los  Todjebitas,  llamado  Al  Motacim 
Bihla  y  ai  Watec  Bihla,  nacido  en  Zaragoza,  cuyo 
gobierno  habían  tenido  su  padre  y  su  abuelo,  al 
producirse  la  sedición  de  los  árabes  dejó  el  gobierno 
de  Huesca  y  se  amparó  en  Valencia  junto  á  Abdeláziz. 
Poco  después  dio  en  matrimonio  una  hija  al  emir 
valenciano  (4).  Para  que  más  afianzada  quedase  entre 
ellos  la  amistad,  el  de  Valencia  dio  por  esposas  dos 
hijas  suyas  á  Abulahuas  Man  y  á  Samida  Abu  Otba, 
hijos  de  Muhámad.  Éste,  acabadas  las  bodas,  se 
embarcó  para  Oriente,  y  á  poco  túvose  noticia  de  que 


(1)  Codera,  Tratado  de  Numismática  Arábigo-Española,  sección 4.a,  cap.  8. 

(2)  Ibfdem,  cap.  6. 

(3)  Dozy,  Historia,  IV,  1-2. — Conde,  III,  1, 

(4)  Casiri,  I,  40. 


-  1 67  - 

había  perecido  ahogado.  Abdeláziz  puso  por  adelan- 
tado suyo  en  Almería,  al  yerno  Abulahuas  (i). 

La  fidelidad  era  en  aquellos  tiempos  prenda  muy 
rara.  Aprovechando  Mugéhid  la  ida  de  Abdeláziz  á 
Almería,  atacó  sus  dominios  de  Valencia.  Tuvo  el 
emir  de  ésta  que  abandonar  á  Almería  y  trasladarse  á 
la  ciudad  del  Turia  para  establecer  la  paz  con  Mugé- 
hid; pero  mientras  tanto,  el  yerno  Abú'l  Ahuas  Man 
se  declaró  independiente,  y  por  emir  le  reconocieron, 
entre  otras  ciudades,  Lorca,  Baeza  y  Jaén  (1041)  (2). 

Nada  más  sabemos  del  primer  emir  de  Denia,  si 
no  es  que  falleció  el  año  436  (julio  1 044-1045),  según 
Aben  Jaldún  (5).  También  tuvo  Mugéhid  sus  afi- 
ciones á  la  literatura;  y  bueno  será  demos  á  conocer 
el  retrato  moral  del  insigne  caudillo,  tal  y  como  nos 
le  pintan  los  escritores  árabes: 

«Fué  Mugéhid  el  héroe  entre  los  emires  de  su  tiempo,  el  eru- 
dito entre  los  reyes  de  su  siglo  por  los  conocimientos  que  adqui- 
rió en  las  ciencias  coránicas.  Él  cultivó  tales  ciencias  desde  su 
adolescencia,  y  desde  los  principios  de  su  carrera  hasta  la  edad 
madura.  Las  muchas  guerras  en  que  se  vio  envuelto  por  tierra  y 
por  mar,  jamás  le  distrajeron  de  tales  estudios,  en  los  cuales  vino 
i  ser  modelo  de  doctrina  único,  más  bien  que  raro.  Su  corte  fué 
más  escogida  y  frecuentada  que  cualquiera  otra,  porque  él  hon- 
raba la  ciencia  y  el  ingenio.  Doctos  en  varios  ramos  del  saber 
corrieron  hacia  él  desde  Córdoba  y  desde  otras  grandes  ciudades, 
y  permanecieron  gustosos  á  su  lado,  erigiendo  las  tiendas  á  la 
sombra  de  su  poderío,  hasta  el  punto  que  pudieran  compararse 


Conde,  III,  2. 

Dozy,  Historia ,  IV,  3. — Conde,  III,  2-3. 

El  xArchivoy  V,  96. 


—  168  — 

con  ejército  de  generosos  corceles  puestos  en  fila  y  prontos  á  la 
carrera. 

»Y,  sin  embargo,  Mugéhid,  siendo  tan  culto  y  literato,  vino 
á  ser  el  critico  más  rígido  que  hubo  en  el  mundo  tocante  á  poesía, 
el  hombre  menos  accesible  á  los  poetas  y  el  más  sospechoso  que 
hubo  jamás  contra  los  rapsodas.  Cuando  iba  alguno  de  éstos  á 
recitarle  alguna  composición,  Mugéhid  se  la  desmenuzaba  palabra 
por  palabra  para  encontrar  algún  defecto,  ya  fuese  la  impropiedad 
de  la  frase,  ó  bien  el  plagio:  no  se  le  escapaba  una  rima  que 
cojease.  Mas  si  te  ocurría  que  salías  sano  de  tales  tormentos  y 
llegabas  á  conseguir  su  benevolencia,  con  todo  esto,  no  llegabas 
á  sacarle  un  cuarto  ni  tenias  que  pensar  en  recibir  cualquier  frio- 
lera como  regalo.  De  aquí  que  los  poetas  se  retrajeron  de  alabarle, 
y  su  nombre  no  se  conserva  en  los  versos. 

*  A  pesar  de  esto,  fué  tan  esforzado  guerrero,  que  bien  puede 
comparársele  con  firmísima  roca.  Fué  el  más  docto  del  mundo  en 
la  ciencia  de  las  lecturas  alcoránicas.  No  se  rodeó  jamás  de  caba- 
lleros que  no  fuesen  valientes  á  toda'prueba.  Tampoco  se  esforzó 
nunca  por  acreditarse  de  espléndido.  Cuando  alguno  trató  de 
inspirarle  esta  virtud  y,  no  consiguiéndolo,  le  reprochó  el  vicio 
contrario,  Mugéhid  alargó  un  poco  la  mano:  así  que  apareció 
bajo  dos  aspectos  distintos,  ya  como  generoso,  ya  como  tacaño: 
diríase  que  se  esforzaba  por  hacer  cuanto  bastaba  para  que  no  se  le 
tratase  de  avaro  y  miserable.  Con  el  transcurso  del  tiempo,  cambió 
muchas  veces  de  conducta,  de  forma  que  mezcló  lo  bueno  y  lo . 
malo:  vésele  unas  veces  austero,  y  otras,  disoluto.  Absorto  en  los 
ejercicios  de  piedad  y  lleno  de  escrúpulos,  rechaza  á  veces  hasta 
la  sombra  de  toda  mala  costumbre,  sólo  ocupado  en  adquirir  y 
descifrar  viejos  pergaminos;  y  luego,  en  otras  ocasiones,  aparece 
licencioso  y  violento,  no  tratando  siquiera  de  ocultar  la  lascivia 
ni  los  vanos  antojos,  no  privarse  del  vino  ni  de  otras  diversiones 
menos  honestas,  vivir  como  ajeno  á  toda  grande  empresa  y  auh  á 
todo  deber.  Por  lo  demás,  todos  los  reyezuelos  españoles  de 
aquel  tiempo  eran  asi»  (i). 


(i)       El  ¡Archivo,  V,  03-94. 


—  i¿9  — 

La  habilidad  política  de  Mugéhid  no  sólo  se  revela 
por  sus  actos  realizados  en  vida,  sino  que  se  traduce 
en  su  previsión  para  dejar  asegurada  en  sus  descen- 
dientes la  posesión  de  los  dominios  que  conservaba 
él  ai  morir  en  su  ciudad  de  Denia  el  año  1044.  Como 
razón  de  estado,  explotó,  al  igual  que  todos  los  reye- 
zuelos de  su  tiempo,  los  enlaces  matrimoniales  suyos 
y  los  de  sus  hijos.  Así,  vemos  que  casó  una  hija  con 
Muhámad,  hijo  del  emir  de  Sevilla,  y  otra,  con  el  de 
Almería;  su  hijo  Alí  casó  con  una  hija  del  principe  de 
esta  ciudad  y  con  otra  de,  Al  Moktádir  ben  Hud,  emir 
de  Zaragoza  (1).  No  dejó  de  comprender  la  necesidad 
apremiante  en  que  estarían  sus  sucesores  de  auxiliarse 
de  los  príncipes  amiritas  y  todjibitas.  Pero,  como  por 
encima  de  los  cálculos  de  la  previsión  humana  están 
los  designios  de  la  Providencia,  el  mismo  medio 
puesto  en  juego  por  Mugéhid  para  afianzar  el  trono 
en  su  hijo  Alí,  contribuyó  á  que  le  fuera  arrebatado. 

Dejó  Mugéhid  dos  hijos,  Alí  y  Hazán,  y,  al  pare- 
cer, quiso  dividir  el  reino  entre  los  dos  hermanos. 
Según  resulta  de  algunas  monedas  y  de  una  ligera 
indicación  de  autor  árabe,  Hazán  debió  ocupar  por 
algún  tiempo  el  trono.  Sin  embargo,  la  desavenencia 
surgida  al  fallecimiento  del  padre,  si  es  que  la  hubo, 
cesó  pronto,  ya  que  un  año  después  vemos  que  Alí, 
á  imitación  de  Mugéhid,  acuña  monedas  en  Denia  y 
en  las  Baleares. 

El  Hazán,  hijo  de  Mugéhid,  no  puede  confundirse 

otro  emir  del  mismo  nombre  que  reinó  en  Málaga 


I    Conde,  III,  i  y  5.— £/  ^Archivo,  I,  378;  II,  301;  V,  96. 

22 


—  170  — 

y  Ceuta  desde  431  (1039)  hasta  434  (1043).  En  las 
monedas  de  Hazán  de  Denia  se  reconoce  el  imanato 
de  Hixem  II,  como  hizo  Mugéhid;  mientras  que  el  de 
Ceuta  se  da  á  si  mismo  los  títulos  de  amir  al  tnuminin 
y  de  imam  (1). 

Lo  que  fué  de  Ali  hasta  que  su  padre  le  rescató 
del  poder  de  los  cristianos  que  le  cautivaron  en  Cer- 
deña,  ya  se  ha  visto.  De  él  dice  un  reputado  cronista 
arábigo:  «No  sé  que  hubiese  uno  más  probo  que  Ali, 
ni  más  limpio  de  fama,  ni  más  continente  en  la  vida 
doméstica.  No  bebía  vino  ni  se  familiarizaba  con  los 
que  le  bebían;  cultivaba  las  ciencias  y  respetaba  á  sus 
amantes»  (2). 

En  tiempo  de  Ali  vivió  una  insigne  poetisa, 
Ommol  Kiram,  hija  de  Aben  Man,  de  Almería,  yerno  % 
de  Abdeláziz  el  de  Valencia  y  suegro  de  Ali.  Es  digna 
de  mención,  entre  sus  composiciones,  la  dedicada  al 
bello  Samar,  de  Denia  (3).  No  de  menos  fama  ni  de 
menos  justa  celebridad  goza  Abú  Amrú  Othman  ben 
Said,  alamí  y  aimocrí,  más  conocido  por  Al  Serafí, 
y  también  por  el  Dianense.  Era  natural  de  Córdoba, 
donde  nació  el  año  371  (julio  98i-junio982),  y  murió 
en  Denia,  á  los  setenta  y  uno  de  su  edad,  ó  sea,  en  la 
feria  7,  á  15  de  xawal  de  444  (sábado,  6  febrero 
de  1053).  El  año  397  (1006-1007)  hizo  un  viaje  á 
Oriente,  y  en  Karván  y  en  el  Cairo,  donde  se  detuvo 


(t)     Codera,  Tratado  de  Numismática  Arábigo- Española,   sección  IV,  capi- 
tulo VIII.— El  archivo,  I,  378;  IV,  6,  25  y  26. 

(2)  El  Archivo,  I,  379. 

(3)  Chabás,  Historia  de  *Denia>  I,  190.  Allí  puede  verse  una  desús  poesías, 
vertida  del  francés  al  castellano  en  no  malos  versos. 


—  iyx  — 

cuatro  meses,  oyó  á  muchos  de  los  más  célebres 
maestros.  De  regreso  á  España  (1009),  después  de  su 
peregrinación  á  la  Meca,  puso  cátedra  en  Denia,  donde 
se  dio  á  conocer  como  uno  de  los  mejores  comenta- 
dores del  Corán.  Su  amena  conversación  y  la  gran 
pureza  de  costumbres  le  captaron  general  simpatía, 
que  se  demostró  en  su  entierro,  yendo  presidido  por 
el  mismo  Ali  el  fúnebre  cortejo  (1). 

Ya  asegurado  Alí  en  el  trono,  el  primer  asunto  en 
que  tuvo  que  entender,  fué  en  el  de  arreglar  el  gobierno 
de  las  Baleares.  Á  la  muerte  de  Mugéhid,  el  liberto  Al 
Aglab,  que  desde  el  año  428  (octubre  1036-103  7) 
estaba  al  frente  de  ellas,  habiéndose  dedicado  á  la 
piratería  y  á  correr  tierras  de  cristianos,  pidió  á  Alí 
permiso  para  ir  en  peregrinación  á  Oriente.  Le  obtuvo, 
y,  llegado  á  Denia,  su  señor  le  dispensó  del  oíicio;  y 
confirmó  en  el  cargo  de  gobernador  de  las  islas,  á 
Suleimán  ben  Markián,  yerno  de  Al  Aglab  y  por  éste 
nombrado.  Suleimán  se  mantuvo  en  el  cargo  cinco 
años,  ó  sea,  hasta  su  fallecimiento,  en  1050  (2). 

Aben  Jaldún,  de  quien  son  estas  indicaciones 
acerca  del  gobierno  de  las  Baleares,  supone  que  á 
Suleimán  sucedió  Mobaxir;  sin  embargo,  parece  lo 
más  probable  que  entonces  fué  nombrado  para  dicho 
waliazgo  Al  Mortadha  Abdallah,  lo  cual  está  plena- 


(t)  Aunque  sus  obras  excedían  en  número  i  120,  sólo  se  tiene  noticia  de 
éstas:  I,  Libro  de  los  tumultos  y  batallas  sangrientas:  II,  un  Fihrist.  III,  Clases 
<*  'fctores  y  maestros  de  lectura  alcoránica.  Y  IV,  Método  ficilde  leer  el 
(  áo,  donde  trata  extensamente  de  las  varias  interpretaciones  del  Corin, 
s     ¡endo  los  siete  métodos  mis  notables.  Pons,  n.°  91.— Casiri,  I,  504; 

I     to,  130  y  145. 

El  Archivo,  II,  302;  V,  95-96. 


—  172  — 

mente  confirmado  en  numerosas  monedas  acuñadas  á 
su  nombre,  por  la  .expresión  clara  de  un  cronicón 
cristiano  y  por  ligeras  citas  de  cronistas  muslimes. 
La  misma  numismática  acusa  que  continuaba  en  el 
gobierno  cuando  Alí  fué  depuesto  del  trono  por  su 
suegro  Al  Moctádir;  y  es  de  suponer  que,  á  conse- 
cuencia de  tan  deplorable  suceso,  se  constituyera  en 
régulo  independiente  (1). 

Dice  Aben  Jaldún  que  después  recayó  el  gobierno 
de  las  Baleares  en  Mobaxir,  titulado  Násir  ad  Daulah, 
ó  sea  el  Nasiredolus  del  poema  de  Lorenzo  Vernés- 
Era  Mobaxir  oriundo  de  la  región  oriental  de  España, 
y,  cautivo  en  su  niñez  y  hecho  eunuco,  luego  vino, 
con  los  prisioneros  de  Cerdeña,  á  poder  de  Mugéhid. 
En  marzo  de  11 15  se  apoderaron  de  Mallorca  los 
písanos,  y  del  año  507  (junio  1113-1114)  se  con- 
servan monedas  de  Mobaxir  ben  Suleimán.  En  las  de 
Mobaxir  y  en  las  de  Suleimán  se  reconoce  el  imamato 
de  Abdallah,  nombre  del  califa  que  por  entonces  rei- 
naba en  Oriente  (2), 

Por  rastrear  el  tiempo  en  que  las  Baleares  estuvieron 
dependientes  de  Denia,  nos  hemos  alejado  bastante 
del  punto  en  que  dejamos  los  sucesos  de  la  Península. 
Veamos  ahora  lo  que  ocurría  en  Valencia  á  mediados 
del  siglo  XI. 

Como  ya  indicamos,  estaban  entonces  muy  en 
boga  los  casamientos  entre  los  príncipes  de  las  dinas- 
tías reinantes:  los  resultados  no  fueron  siempre  los 


(1)  Codera,  obra  citada,  sección  IV,  cap.  VIII. — El  oirchivo,  II,  302. 

(2)  Codera,  1.  c—  El  Archivo,  II,  302;  IV,  8;  V,  96. 


—  175  — 

i 

que  se  prometían,  y  ocasión  tendremos  de  observar 
que,  por  lo  que  respecta  á  Valencia,  fueron  de  efecto 
contraproducente.  Abdeláziz,  el  emir  de  Valencia,  casó 
á  Abdelmélic,  su  hijo,  con  una  hija  de  Al  Mamún, 
emir  de  Toledo  desde  el  año  430  hasta  el  468  (1038- 
1075)  y  señor  de  Cuenca,  á  cuyo  territorio  pertenecía 
también  la  parte  de  la  actual  provincia  de  Valencia 
comprendida  en  aquella  diócesis.  Al  parecer,  Abde- 
láziz era  feudatario  del  de  Toledo  por  el  territorio  de 
Cuenca. 

En  guerra  Al  Mamún  con  los  caudillos  de  Córdoba 
y  de  Sevilla,  quiso  hacer  una  terrible  entrada  en  Anda- 
lucía. Al  efecto,  el  año  440  (jun.  1 048-1049)  escribió 
i  sus  alcaides  y  á  su  yerno  Abdelmélic,  como  también 
al  walí  que  en  Cuenca  tenia  el  emir  de  Valencia, 
que  le  enviasen  las  huestes  de  la  expresada  comarca 
del  Júcar,  de  Alarcón  y  de  Chelva.  El  mismo  Abdeláziz 
aconsejó  á  su  hijo  no  desatendiera  las  órdenes  del  sue- 
gro, y  hasta  escribió  á  sus  alcaides  que  acompañaran  al 
de  Toledo  en  la  expedición. 

A  Gehwar,  que  quiso  castigar  á  los  que  habían 
jurado  por  legítimo  califa  en  noviembre  de  1035  al 
fingido  Hixem  II,  ó  sea,  el  esterero  avecindado  en 
Calatrava,  comenzando  por  los  más  débiles  (y  como  tal 
consideraba  á  Husam  Daulah  ben  Huzeil  Abú  Muhá- 
mad, señor  de  Albarracín),  no  lográndolo,  pues  antes  le 
alcanzóla  muerte  (viernes,  15  agosto-14  septiembre 
de  1043),  k  sucedió  su  hijo  Muhámad  IV  (1). 

Conocedor  Muhámad  IV  de  los  grandes  preparati- 


Conúe,  III,  2  y  $, 


~  *74  — 

vos  del  de  Toledo,  no  descuidó  buscar  aliados,  y  los 
encontró  en  los  emires  de  Sevilla  y  del  Algarbe 
(jul.-ag.  de  105 1).  Aun  cuando  los  comienzos  de  la 
campaña  fueron  favorables  á  Al  Mamún  y  á  sus  aliados 
de  Valencia  y  de  Sahlá,  en  muy  sangrienta  batalla, 
debido  á  la  fuga  que  emprendieron  las  tropas  auxiliares 
de  Valencia,  sufrió  el  de  Toledo  la  derrota  más  espan- 
tosa, no  obstante  la  tenaz  resistencia  qu  los  albarraci- 
neses  opusieron.  Allí  se  distinguió  ya,  por  su  valor 
personal  y  alta  habilidad  estratégica,  el  privado  del  emir 
de  Sevilla,  el  famoso  Aben  Ornar,  de  quien  más  ade- 
lante habremos  de  ocuparnos  (1). 

¿Qué  bando  seguía  en  esta  encarnizada  contienda 
el  sucesor  de  Mugéhid?  Ali,  que  comenzó  por  llamarse 
Ikbalo  ad  Daulah  (Fortaleza  del  Estado)  y  agregó  más 
adelante  á  este  título  el  no  menos  pomposo  áeMoi^pad 
Daulah  (el  que  honra  al  Estado),  títulos  que  mal  con- 
forman con  sus  actos,  pues  nada  se  sabe  acerca  de  las 
causas  que  pudieran  merecerle  tales  dictados,  gustaba 
poco,  al  parecer,  de  guerras  y  enemistades.  A  lo  más, 
conservó  las  relaciones  de  amistad  que  su  padre  man- 
tuvo con  los  emires  de  Sevilla  y  con  los  condes  de 
Barcelona.  Como  su  padre,  reconoció  de  pronto  el 
imamato  del  falso  Hixem  II;  á  partir  del  año  467 
(ag.  1 074- 1 07 5),  aceptó  el  de  Abdallah,  siguiendo  el 
ejemplo  de  Al  Motámid,  de  Sevilla  (2). 

En  testimonio  de  la  amistad  que  Alí  conservó  con 
los  condes  de  Barcelona  y  de  su  tolerancia  con   los 


(1)  Conde,  III,  3  y  4. 

(2)  El  ^Archivo,  I,  ? 7 8- 3 79;  IV,    7-8.— Codera,  1,  c,  sección  IV,  capí- 
tulo VIII. 


—  I7S  — 

muzárabes  residentes  en  las  Baleares  y  término  de  la 
jurisdicción  de  Denia,  en  26  de  diciembre  de  1058 
(7  de  las  kalendas  de  enero),  año  450  de  la  hégira, 
decía: 

c En  el  nombre  de  Dios  Todopoderoso,  Yo,  Alí,  caudillo  de  la 
ciudad  de  Denia  y  de  las  islas  Baleares,  hijo  deMugéhid,  caudillo 
que  fué  de  la  misma  ciudad»  oído  el  parecer  de  mis  hijos  y  de  mi 
consejo,  entrego  y  doy  á  la  sede  de  Santa  Cruz  y  Santa  Eulalia  de 
Barcelona,  y  á  su  prelado  Gislaberto,  las  iglesias  y  obispado  de 
nuestro  reino,  asi  en  las  Baleares  como  en  Denia,  para  que  por 
siempre  queden  en  la  jurisdicción  eclesiástica  de  Barcelona.  Por 
manera  que  todos  los  clérigos,  presbíteros  y  diáconos,  moradores 
en  dichos  lugares,  de  cualquier  dignidad  y  edad  que  fueren,  nopue- 
dan,  desde  hoyen  adelante,  pedir  á  ningún  otro  obispo,  orden,  ni 
consagración  de  crisma,  ni  servicio  de  cualquier  cargo  eclesiástico, 
como  no  sea  al  obispo  de  Barcelona  ú  otro  á  quien  él  designare. 
Y  si  alguno,  lo  que  Dios  no  quiera,  con  dañada  intención  procurare 
quebrantar  ó  anular  esta  donación,  incurra  en  la  ira  del  rey  del 
cielo  y  quede  fuera  del  amparo  de  toda  ley,  permaneciendo  ello, 
no  obstante,  firme  y  estable  en  todo  tiempo .  Esta  carta  de  donación 
fué  hecha  en  Denia,  por  orden  de  Alí  y  con  asentimiento  y  firmas 
de  sus  hijos  y  de  los  de  su  corte,  el  26  de  diciembre  del  año 
citado  (1). 

m 

Tuvo  buen  cuidado  el  obispo  Gislaberto  de  que 
esta  concesión ,  que  en  si  no  tenía  fuerza  canónica, 
fuese  reconocida  y  aceptada  por  los  obispos  que  acudie- 
ron á  la  dedicación  de  la  catedral  de  Santa  Cruz  y  Santa 
Eulalia  (2);  pues  aprueban  la  concesión  del  señor  de 
Denia  los  obispos  de  Arles,  Magalona,  Narbona  yUrgel, 


De  este  curioso  diploma,  «cerca  de  coya  autenticidad  no  cabe  dudar,  han  tratado  Dameto, 
Z  ,  Diago,  el  P.  Cayetano  de  Mallorca,  Villanueva,  Flórez,  Víctor  Balaguer  y  Chabás  (Hist.  de 
1       .  I>  '91-193,  7  26s-*69;  El  Archivo,  I,  379;  II,  joj;  V,  9). 

)   El  Archivo,  I,  579. 


-  i76  - 

presentes  en  Barcelona  con  motivo  de  la  inauguración 
del  templo  catedral  (i).  Compréndese  que,  á  causa  del 
aislamiento  y  escasez  de  relaciones  entre  los  muzárabes 
mallorquines  y  los  cristianos  peninsulares,  desaparecie- 
ran las  de  dependencia  que  ligaban  al  clero  de  las 
Baleares  con  el  prelado  ó  prelados  del  continente  de 
quienes. fueron  en  otro  tiempo  subditos  religiosos,  y 
que,  para  desvanecer  las  dudas  ó  cuestiones  que  se 
suscitaron,  buscó  Gislaberto  la  protección  laica,  impe- 
trando, al  efecto,  la  protección  de  los  principes  musul- 
manes en  cuyo  territorio  moraban  los  muzárabes  suso- 
dichos (2). 

Poco  más  vivió  el  primer  emir  de  Valencia.  Á  su 
muerte,  ocurrida  el  año  452  (1060),  ocupó  el  trono 
su  hijo  Abdelmélic,  llamado  Al  Mudháfar  (el  Victo- 
rioso), título  que  le  cuadra  tan  bien  como  á  su 
contemporáneo  Alí  los  retumbantes  que  el  último 
adoptara.  Ya  se  vio  que  Abdeláziz  reconoció  durante 
gran  parte  de  su  reinado  el  imamato  del  falso  Hixem  II, 
y  que,  según  acusa  una  moneda  del  Museo  Arqueoló- 
gico, á  la  postre  prescindió  del  nombre  de  aquel  ca- 
lifa y  adoptó  el  de  Abdallah.  Abdelmélic  al  Mudháfar,  ó 
también  Ath  Tháfir,  reconoce,  en  el  primer  año  de  su 
reinado,  por  Imam  Amir  al  Muminin,  al  referido  Abda- 
llah (siervo  de  Allah)  Aben  Aglab.  De  Al  Mudháfar  se 
conocen  monedas  de  los  años  455,  456  y  457  (diciem- 
bre 1064-1065),  pues  su  suegro  Al  Mamún,  de 
Toledo,  le  depuso  á  fines  del  último  año  (3). 


(1)  El  Archivo,  V,  9. 

(2)  El  Archivo,  II,  303. 

(3)  Conde,  III,  3.— Codera,  obra  citada,  sec.  IV,  cap.  VI. 


\ 


—  177  — 

Entre  los  escritores  notables  que  sobresalieron 
durante  el  brevísimo  reinado  de  Al  Mudháfar,  figuran 
Abdelmélic  ben  Gaznín,  nacido  en  Guadalajara,  quien, 
pudiendo  escapar  de  la  cáfcel  de  Toledo  en  que  le 
puso  Al  Mamún,  se  vino  á  Valencia,  pasó  á  Cór- 
doba, y  de  allí  á  Granada,  donde  murió  el  año  454 
{en.  1062-1063)  (1);  y  Abú  Abdallah  Muhámad  ben 
Meruán  ben  Abdeláziz,  nacido  en  Córdoba.  Tanta  era  la 
-sabiduría  del  último,  que  bien  joven  tuvo  el  gobierno 
de  Valencia  durante  el  reinado  de  Abdeláziz;  y  el 
hijo,  Abdelmélic,  no  sólo  le  respetó  en  el  cargo,  sino 
que  le  elevó  al  envidiable  puesto  de  hágib  ó  primer 
ministro.  Del  resultado  que  para  el  Emir  tuvieron  sus 
consejos  y  de  la  tristeza  y  desesperación  que  le  produjo 
la  desgracia  de  su  señor,  pronto  hablaremos  (2). 

Entre  suegro  y  yerno  no  reinaban  las  mejores 
relaciones,  como  lo  prueba  el  hecho  arriba  apuntado 
de  refugiarse  en  Valencia  los  que  escapaban  de  Toledo. 
El  poder  absorbente  de  Al  Mamün,  como  más  tarde 
le  manifestó  también  Al  Moktádir,  tenía  al  emir  de 
Valencia  en  una  dependencia  humillante.  Quiso  el  de 
Toledo  lavar  la  ofensa  que  sus  armas  habían  padecido 
cuando  su  anterior  entrada  en  Andalucía.  Con  tal 
motivo  escribió  á  sus  alcaides,  al  nuevo  emir  de 
Valencia  y  á  los  walies  de  Murcia,  Cuenca  y  algunos 
otros,  que  se  le  reuniesen  con  sus  respectivos  contin- 
gentes. El  wazir  de  Valencia,  ó  sea,  Abdallah  Muhá- 
mad ben  Meruán,  aconsejó  á  su  señor  que   no   le 


(1)  Fons,  núm.  96. 

(2)  Casiri,  II,  30. 


23 


-  i78- 

convenia  declararse  enemigo  de  un  rey  tan  poderoso 
como  el  de  Sevilla,  con  quien,  además,  estaban  aliados 
sus  vecinos  los  señores  de  Castellón  (?),  Murviedro, 
Játiba,  Denia  y  Almería.  Abdelmélic  siguió  al  pie  de 
la  letra  el  consejo  de  su  ministro,  y  excusó,  con  frivo- 
los pretextos,  el  auxilio  á  su  suegro.  Al  Mamún  se 
llenó  de  saña  al  tener  noticia  de  la  determinación  de 
Al  Mudháfar  y  se  propuso  hacerle  pagar  caro  el  atrevi- 
miento. Una  incursión  de  cristianos  en  la  vega  del 
Turia,  le  impidió  poner  en  obra  su  venganza  tan 
pronto  como  él  hubiese  querido. 

Fernando  I  de  Castilla  y  de  León,  después  de  hacer 
sentir  el  peso  de  sus  armas  sobre  Coimbra  y  en  las 
comarcas  del  Duero  y  del  Mondego,  quiso  que  también 
Valencia  experimentara  los  efectos  de  su  acción.  Se 
dirigió  al  territorio  de  la  antigua  Celtiberia;  taló  cam- 
piñas, saqueó  poblados,  quemó  cosechas  y  destruyó 
cuanto  fuera  de  las  ciudades  amuralladas  encontró  al 
paso.  Paseó  victorioso  sus  pendones,  pues  siempre 
arrolló  á  la  morisma,  y  cual  avalancha  irresistible, 
avanzó,  en  la  primavera  del  año  1065,  hasta  las  mismas 
puertas  de  Valencia. 

Por  más  que  allí  estaba  encerrado  el  débil  é  indo- 
lente Abdelmélic  Al  Mudháffar,  pronto  comprendieron 
leoneses  y  castellanos  que  no  era  empresa  fácil  la  de 
tomar  aquella  ciudad,  ceñida  de  altos  baluartes  y  nu- 
trida de  numerosos  defensores,  suministrados  éstos  en 
gran  parte  por  el  mismo  Al  Mamún.  Los  cristianos  ape- 
laron entonces  á  una  estratagema  que  rio  estuvo  lejos 
de  darl.es  el  resultado  que  ansiaban.  Simularon,  como 
desconfiados  ya  de  rendir  la  ciudad,  una  retirada  hacia 


—  179  — 
t\  norte,  hacia  las  lomas  de  Paterna,  distantes  como 
una  legua. 

Cayeron  los  muslimes  en  el  lazo  tan  hábilmente 
preparado.  Con  su  rey  á  la  cabeza  y  engalanados  con 
sus  mejores  ropas,  salieron  en  tropel  siguiendo  á  los 
-que  suponían  fugitivos,  que,  en  su  concepto,  no  de 
otro  se  trataba  que  de  repartirse  el  abundante  botín 
que  en  el  campo  dejaría  el  enemigo.  ¡Cuál  no  sería  la 
sorpresa  de  los  ilusos,  al  ver,  cuando  ya  estuvieron 
alejados  de  los  muros  de  la  capital,  que  los  cristianos 
volvieron  cara  y  acometían  con  irresistible  empujel  La 
llanura  quedó  sembrada  de  cadáveres  muslimes,  y  si 
Abdelmélic  logró  penetrar  en  el  recinto  de  la  capital 
de  sus  dominios,  tuvo  que  agradecerlo  á  la  velocidad 
4el  corcel  que  cabalgaba. 

Se  renovó  el  sitio.  Poco  más  podían  los  cuitados 
moros  alargar  la  defensa,  cuando  el  marido  de  doña 
Sancha  se  sintió  atacado  de  la  enfermedad  que  le 
llevó  al  sepulcro,  «No  quiso  Dios,  exclama  un  autor 
moderno,  darle  la  alegría  de  que  viese  ondear  los 
estandartes  de  León  y  Castilla  sobre  los  muros  de  la 
ciudad  del  Turia;  y  el  monarca  hubo  de  regresar  á  su 
capital  resignado,  como  cumplía  á  su  religiosidad,  á 
los  altos  designios  de  la  Providencia».  La  retirada 
del  ejército  cristiano  se  hizo  antes  del  día  9  de  dilagia 
del  año  457  (12  noviembre  de  1065).  Poco  más  vivió 
Fernando  I:  el  24  de  diciembre  estaba  ya  en  León,  y 
el  27  entregó  su  alma  al  Eterno  (1). 


[1)  Dozy,  Historia,  IV,  8.  Dicho  autor,  que  sigue  á  Al  Makkiri  y  á  Ben 
aam,  coloca,  como  éstos,  tales  sucesos  en  él  año  456  (diciembre  1063- 
>4),  siendo  de  llamar  la  atención  que  uno  y  otro  nombran  i  Paterna,  como 


—  i8o  — 

Irritado  sobremanera  Al  Mamún,  pretextando  auxi- 
liar al  emir  de  Valencia,  por  juzgarle  incapaz  de  con- 
servar su  reino,  con  el  mayor  sigilo  reunió  su  caba- 
llería, y  á  marchas  forzadas  se  dirigía  contra  Valencia;, 
mas,  sabedor  deque  los  cristianos  la  tenian  sitiada,  se 
detuvo  en  Cuenca  hasta  que  leoneses  y  castellanos 
volvieron  á  sus  tierras.  Sin  comunicar  á  nadie  su 
determinación,  caminó  de  noche  y  de  día,  entró  en 
Valencia  cuando  menos  se  esperaba;  ocupó  el  alcázar 
por  sorpresa,  defendido  por  Abú  Wahib  ben  Lebún; 
se  apoderó  de  las  torres,  y  depuso  á  su  yerno  del 
gobierno  y  soberanía  de  Valencia  y  de  sus  dependen- 
cias. Esto  fué  el  mencionado  9  de  dilagia,  ó  sea,  el  \n 
de  noviembre  de  1065.  Asi  quedó  el  reino  de  Valencia 
unido  al  de  Toledo,  estado  de  cosas  que  duró  hasta 
la  muerte  dé  Al  Mamún  (junio  de  1075),  envenenado 
en  Córdoba. 

Merced  al  cariño  que  el  de  Toledo  profesaba  á  la 
esposa  del  emir  destronado,  hija  suya,  le  envió  deste- 
rrado al  castillo  de  Chelva  con  cargo  de  walí.  El  pros- 
crito, con  su  familia  y  acompañado  del  walí  de  Cuenca 
y  del  señor  de  Santa  María  de  Aben  Razín,  que 
no  quisieron  abandonar  en  el  dia  del  infortunio  al 
amigo,  se  trasladó  al  lugar  del  destierro.  El  ministro 
de  Abdelmélic,  el  aventajado  literato  Abú  Abdallah 
Muhámad  ben  Meruán,  al  ver  las  fatales  consecuencias 
que  sus  consejos  habian  traído  a  su  señor,  murió 
clavándose  un  puñal  en  el  pecho  (1). 


nosotros  (Malo  de  Molina,  Rodrigo  el  Campeador,  p.  6o  y  63).— Conde,  III,  5 
da  la  fecha-  que  coincide  con  la  de  las  crónicas  cristianas. 
(1)    Casiri,  II,  30. 


—  181  — 

No  falta  autor  que  diga  haber  sido  el  emir  Al 
Mudháffar  traicionado  por  su  primer  ministro  Abú 
Becr  ben  Abdeláziz,  por  lo  que  éste  recibió,  en  recom- 
pensa, el  gobierno  de  Valencia,  y  que  el  emir  destro- 
nado tuvo  su  encierro  en  Cuenca  (i).  Be  esa  opinión 
disiente  otro  escritor,  según  el  cual,  Al  Mamún  defó 
en  Valencia  por  wali,  para  que  la  tuviera  en  su  nombre, 
á  Isa  ben  Lebún  ben  Abdeláziz  ben  Lebúh,  que  era 
de  los  arrayaces  de  Murviedro  y  de  sus  parciales. 
Ambos  historiadores  convienen,  sin  embargo,  en  que 
desde  entonces  quedó  Valencia  agregada  al  reino  de 
Toledo  (2). 

Fin  semejante  tuvo  la  primera  dinastía  de  Denia. 
El  dia  20  de  febrero  de  1069,  sábado,  falleció  Motád- 
hid  de  Sevilla,  eterno  rival  del  de  Toledo.  También 
murió  durante  el  mismo  año  el  señor  de  la  Sahlá,  el 
conocido  por  Aben  Aslao,  Abú  Muhámad  Huzeil  Aben 
Razin;  y  le  sucedió  su  hermano  Abdelmélic  ben  Khálaf 
Abú  Meruán-  Así  que  Al  Mamún  tuvo  conocimiento 
de  haber  muerto  el  sevillano,  encendióse  nuevamente 
la  guerra.  Al  Mamún,  allegadas  gentes  de  Valencia  y 
de  Albarracin,  seguido  de  las  huestes  de  Murviedro,. 
Játiba,  Denia  y  Cuenca,  más  los  auxiliares  castellanos, 
entró  por  tierras  de  Murcia  y  de  Todmir.  El  princi- 
pado de  Murcia  había  formado  parte  de  los  estados  de 
Zohair;  luego,  del  reino  de  Valencia,  y  erav indepen- 
diente en  la  época  que  nos  ocupa. 

Durante  los  reinados  de  Zohair,  Abdeláziz  y  Abdel- 
oélic,  había  gobernado  el   territorio,  á  nombre  de 

(1)  Do* y,  Historia,  IV,  8. — Investigaciones,  El  Cid  de  la  Realidad,  3* 

(2)  Conde,  III,  5. 


—    l82   — 

éstos,  Abú  Becr  Áhmed  ben  Tahir,  árabe  de  la  tribu 
de  Cais.  Muerto  en  1063,  ocupó  el  puesto  su  hijo 
Abú  Abderrahmán  ben  Tahir,  inmensamente  rico, 
pues  poseía  la  mitad  del  territorio;  y,  aunque  muy 
ilustrado,  disponía  de  pocas  tropas,  circunstancia  que 
hacía  de  fácil  conquista  su  principado.  Cometió  la 
imprudencia  de  abandonar  el  partido  de  la  neutralidad, 
y  se  afilió  al  bando  de  Motámid,  el  emir  de  Sevilla.  De 
ahí  que  Al  Mamún  invadiera  el  territorio  de  Murcia, 
de  cuya  ciudad  se  apoderó,  lo  mismo  que  de  Orihuela 
y  Muía.  Aben  Tahir  tuvo,  pues,  que  ponerse  bajo  la 
fe  y  amparo  de  Al  Mamún,  si  bien  con  buenas  condi- 
ciones. Sosegadas  estas  cosas,  el  vencedor  volvió  á 
Toledo,  dejando  bien  recompensados  á  sus  auxiliares, 
muslimes  y  cristianos  (1). 

Durante  el  reinado  de  Ali  floreció  Abú  Ornar  ben 
Abdelbar,  nacido  en  Córdoba  el  30  de  octubre  de  978. 
Visitó  las  regiones  occidental  y  oriental  de  la  Penín- 
sula, permaneció  algunos  años  en  Denia  y  también 
estuvo  luego  en  Valencia  y  Játiba.  Fué,  al  parecer, 
cadí  en  Lisboa  y  Santarén.  En  Játiba  acabó  sus  días 
el  3  de  febrero  de  1071.  Puesto  que  en  nuestro  reino 
residió  largos  años  y  en  él  terminó  su  existencia,  bien 
podemos  considerarle  como  una  de  nuestras  glorias. 
Dejó  escritas  una  porción  de  obras,  una  de  educación, 
entre  ellas  (2). 


(1)  Dozy,  Historia,  IV,  u.— Conde  III,  5-6. 

(2)  Se  le  atribuyen:  I.  Tratado  del  completo  conocimiento  de  los  compa- 
neros del  Profeta. — II.  Libro  de  las  Perlas:  compendio  de  la  vida  y  guerras 
de  Mahoma.— III.  Libro  de  las  Memorias  para  las  creencias  religiosas  de  los 
sabios  de  las  provincias. — IV.  Libro  del  ornato  de  las  asambleas  y  de  la  fami- 


-  i83  - 

Era  por  entonces  conde  de  Barcelona,  Ramón 
Berenguer  I,  pues  que  murió  en  27  de  mayo  de  1076. 
Éste  acudió  en  auxilio  de  Al  Motámid,  figurando,  por 
tanto,  en  opuestos  bandos  el  emir  de  Denia  y  el  conde 
de  Barcelona,  fenómeno  raro.  «No  deja  de  causarnos 
extrañeza  el  ver  á  Ali  y  al  conde  de  Barcelona  pelear 
en  opuestos  bandos,  exclama  un  historiador;  pero 
sobre  la  amistad,  aunque  cuente  largos  años,  suele 
poner  la  política  sus  necesidades.  Lo  que  dio  motivo 
á  esta  anomalía,  no  está  á  nuestro  alcance  el  poderlo 
apreciar  ahora,  que  son  pasados  muchos  siglos  y  nos 
vemos  privados  de  las  noticias  que  podrían  darnos 
alguna  luz»  (1).  Es  lo  cierto  que  el  haber  tomado 
Ali,  pacífico  de  suyo,  parte  en  aquella  contienda  entre  • 
los  emires  de  Toledo  y  de  Sevilla,  fué  causa  de  su 
total  ruina. 

Aben  Ornar,  astuto  ministro  de  Al  Motámid,  había 
pactado  las  negociaciones  con  Ramón  Berenguer  I;  y, 
como  éste,  al  ver  que  las  tropas  sevillanas  no  acudie- 
ron á  libertar  á  Murcia  cuando  estaba  asediada  de 
las  tropas  de  Al  Mamún  y  sus  auxiliares,  sé  creyera 
victima  de  un  engaño,  se  retiró  á  sus"!  estados  respi- 
rando venganza  contra  el  supuesto  traidor.  Para  apla- 


liaridad  del  que  asiste  á  ellas.— V.  La  intención  y  el  propósito  de  conocer  la¿ 

genealogías  de  los  ira  bes  y  délos  bárbaros.— VI.  Selecta:  sobre  la  historia  de 

los  tres  íaquíes. — VII.  Excitación  para  referir  los  orígenes  de  las  tribus  y  el 

conocimiento  de  las  genealogías. — VJII.  Fihríst. — IX.  Lo  que  es  suficiente 

"crea  de  los  nombres  de  los  conocidos  por  la  cunia  entre  los  hombres  cien» 

eos.— X.  Lo  que  se  ha  de  evitar  del  Corán. — XI.  Al  Tacadha.— - XII.  Al 

nhid.—  XIII.  Al  Cafl.— Y  XIV,  una  disertación  pedagógica,  probable- 

ate.— (Pons,  biografía  núm.  ni). 

(1)    Chabás,  Historia  de  Denia,  II,  4- 


—  184  — 

carie  y  retirar  un  hijo  de  Motámid,  que  en  rehenes 
tenía  el  Conde,  fué  Aben  Ornar  á  Barcelona.  Prosi- 
guiendo su  empresa  de  sembrar  la  discordia  entre  los 
enemigos  de  su  señor,  llegó  á  Zaragoza,  donde  reinaba 
Al  Moctádir,  suegro  de  Ali.  Al  paso  por  Lérida,  de 
cuya  ciudad  era  gobernador  Al  Mutamín,  hijo  de  Al 
Moctádir,  suscitó  allí  ciertas  discordias  y  persecuciones 
de  familias  poderosas,  las  cuales,  obligadas  á  abandonar 
la  ciudad  y  salir  de  aquella  tierra,  se  ampararon  en  la 
corte  de  Alí. 

Aben  Ornar  incitó  entonces  al  emir  de  Zaragoza 
contra  él  de  Denia,  cuyo  corazón  tan  nobles  senti- 
mientos de  hospitalidad  albergaba.  El  príncipe  de 
Zaragoza,  mientras  el  zizañero  Ornar  ocupó  algunos 
fuertes,  en  xaban  del  año  468  (marzo-abril  1076), 
después  de  atropellar  los  derechos  de  la  noble  hospita- 
lidad de  Ali,  le  venció  en  sangrienta  batalla  é  intentaba 
entrar  en  Denia  para  dar  muerte  á  los  refugiados  en 
ella.  Enviado  por  Moez  ad  Daulah,  señor  de  Almería, 
con  cuya  hija  estaba  casado  Alí,  llegó  al  campo  de  Al 
Moctádir  con  un  alcaide  con  cartas  en  que  rogaba  al 
emir  de  Zaragoza  desistiese'  de  aquella  guerra  que 
tanto  le  desacreditaba,  por  tratar  de  derramar  sangre 
inocente,  y  que  emplease  contra  los  enemigos  del 
Islam,  que  infestaban  las  mismas  fronteras  de  Zaragoza, 
sus  vencedoras  insignias.  Estas  razones  persuadieron 
al  rey,  que  volvió  á  sus  tierras,  pero  confiando  la  fron- 
tera de  Denia  á  dos  alcaides  suyos  de  Bardania.  Éstos, 
que  eran  hijos  de  Sahail,  llamados  Ibrahim  y  Abdelge- 
bar,  engañados  por  Aben  Ornar,  vendieron  las  fortalezas, 
que  tampoco  pararon  en  manos  de  los  walíes  Isa  ben 


-i8$- 

Lebún  y  su  hermano  Abdallah,  que  las  ambicionaban 
por  caer  cerca  de  sus  señoríos.  Esta  es  una  versión  (i). 

Semejante  á  ésta,  aun  cuando  menos  rica  en  deta- 
lles, es  la  de  que  Al  Moctádir  de  Zaragoza,  se  apoderó 
de  Denia  en  iaban  del  año  468  de  la  hegira  destronando 
á  Ikbalo  ad  Daulah  Ali  ben  Mugéhid;  lo  cual  está 
confirmado,  como  ya  dijimos,  por  la  numismática,  por 
no  pasar  de  aquella  fecha  las  monedas  que  de  Ali  han 
llegado  á  nuestros  dias  (2). 

En  Aben  Jaldún  se  lee:  que,  casado  Ali  con  una 
mujer  de  la  dinastía  de  Al  Moctádir  ben  Hudf  señor  de 
Zaragoza,  este  mismo  le  hizo  salir  de  Denia  é  ir  á 
Zaragoza,  y  que  Ali  murió,  poco  más  ó  menos,  al 
mismo  tiempo  que  Al  Moctádir,  hacia  el  año  474 
(junio  1 08 1- 1 082).  Otra  versión  del  propio  autor  es 
la  de  que  Ali,  queriendo  escapar  de  Al  Moctádir, 
cuando  éste  trataba  de  echarle  la  mano  encima,  llegó 
áBugíah,  donde  se  detuvo  al  ladod  el  señor  de  aquella 
ciudad,  Yahya  ben  Hamud,  y  alli  murió. 

Continuaremos  copiando  del  mismo  autor  la  suerte 
que  cupo  á  la  familia  del  infortunado  Ali.  Cuando  en 
Denia  cayó  su  gobierno,  aprovechando  Mobaxir,  el 
gobernador  de  Mallorca,  aquel  torbellino  de  guerras 
civiles,  se  declaró  independiente;  compadecido  de  la 
suerte  de  la  familia  de  su  señor,  la  envió  á  pedir,  y, 
enviada  que  le  fué  desde  Denia,  le  tributó  grandes 
honores.  Mobaxir  murió  en  el  trigésimo  cuarto  año  de 
cn  reinado  y  poco  antes  de  que  los  condes  de  Barcelona 
i  apoderasen  de  Mallorca,  el  año  508  (1114-1115). 

(1)  Conde,  III,  6. 

(2)  Dozy,  Loa  de  lAbbadiiú,  II,  106  —  E\Jir<Mvo%  IV,  26. 

24 


—  i86  — 

Téngase  en  cuenta  la  opinión,  no  destituida  de  funda- 
mento, de  que  ei  agradecido  principe  fuese  Al  Mur- 
tadhah. 

Un  hijo  de  Ali,  titulado  Sirach  ad  Daulah  (lámpara 
ó  espejo  de  la  Dinastía),  permaneció  por  algún  tiempo 
cerca  de  los  condes  de  Barcelona,  quienes  entablaron 
pactos  con  él  y  le  ayudaron  á  recuperar  algunas  forta- 
lezas. Poco  sobrevivió  á  estos  triunfos,  por  cuanto 
el  año  469  (agosto  1076-julio  1077)  murió  á  causa 
del  veneno  que  le  hizo  propinar  el  inhumano  Al 
Mpctádir  (1). 

Por  el  mismo  tiempo  en  que  cesa  la  primera  di- 
nastía de  Denia,  comiénzala  segunda  que  ocupa  el  trono 
de  Valencia,  por  haberse  declarado  independiente  á  la 
muerte  de  Al  Mamún.  En  el  próximo  capítulo,  trata-; 
remos  de  la  tercera  dinastía  de  Valencia,  más  los  hechos 
que  incidentalmente  se  comprenden  privativos  del 
emirato  de  Denia  (2). 


(1)  El  Archivo,  II,  302  y  V,  96.  ) 

(2)  Conde  (III,  7),  y  lo  mismo  Casiri  (II,  45),  aseguran  que  el  cizañero 
Aben  Ornar,  ministro  del  emir  de  Sevilla,  logró  enemistar  con  el  emir  de  Tole* 
do,  al  wizir  de  Murviedro,  Abúlsa  Lebún  benLebún,  cuya  lealtad  á  Al  Mamún 
le  valió  el  gobierno  de  Valencia  al  ser  depuesto  Abdelmélic  en  469  (agosto  10J6- 
julio  1077);  y  con  sus  dos  hermanos  Abu  Muhámad  Abdallah  y  Abu 
Zaji,  abandonaron  su  patria  y  estado.  Fueron  bien  recibidos  por  el  emir 
de  Sevilla,  que  les  ofreció  cadiazgos  y  gobiernos.  En  el  mismo  año 
falleció  Abu  Isa,  y  Abu  Muhámad  y  Abu  Zaji  fueron  respectivamente 
gobernadores  de  Lorca  y  de  Úbeda.  Las  intrigas  de  Aben  Ornar  dieron 
lugar  i  que  Abdelmélic  recobrara  el  cetro,  y  al  morir,  al  año  siguiente,  470 
(julio  1077-1078),  había  declarado  por  sucesor  á  su  hijo  Abu  Becr,  confirmado 
en  sus  tenencias  al  walí  de  Cuenca,  Said  ben  al  Faraig,  y  á  otros  walíes, 
y  puesto  alcaides  de  su  confianza  en  Liria,  Chelva  y  Gandía.  Hay  en  esto 
una  confusión  lamentable  de  nombres,  sucesos  y  fechas,  como  indica  Doxy 
(Loa  de  Abbadidis,  t.  I,  p.  100).  De  Abú  Isa  ben  Lebún  se  hablará  al  referir 
los  hechos  del  Cid  relacionados  con  Valencia. 


CAPITULO  11 

Dinastías  2.*  y  }-•  di  Valencia. 


Bw  txn  AMeUiii,  tributario  ám  AI  Hvfts,  j  d«To4j  iidapndinic.— Pag»  tributo  i  Alfa.- 
[.— TcmitiTU  A*  Abco  O™,  mininro  Jri  tmir  di  SniUi,  uiiti  el  reino  di  Harria.— 
Tahir  k  refugSa  tn  Valencia. — Proclama  de  Aban  Ornar  á  kc  valenciana!,  pin 
■t  laUe*»  coatí»  n  cnic— MoaoUi,  trnii  da  Denla,  Lirio*  j  Ton™..— Guana,  un  h 
■tw  Huíala,  tale  <W  2*i*gon.— BI  CU  derrou  á  llMnkir  en  Almena».— Manlli  j 
i  de  Chinen.— On  denota  jumo  al  Eon.— Concha  4c  liondairpot  Coninegra  bana  Medina 


cía,  incorporada  á  Toledo  desde  el  des- 
lamiento  de  Abdclmélic,  en  1065,  lo 
ivo  hasta  la  muerte  de  Al  Mamún, 
rrida  en  Córdoba  y  por  envenenamiento  en  dil- 
1  del  año  468  (junio-julio  1076),  sexto  mesdespués 
íaberse  hecho  dueño  de  aquella  ciudad  (1). 
El  primer  ministro  de  Abdelmélic  al  Mudháffar 
la  recibido  de  Al  Mamún,  en  recompensa  del 
añopara  con  su  amo  y  del  apoyo  que  habla  prestado 
le  Toledo,  el  gobierno  de  Valencia.  Once  años 
>  el  cargo  Abu  Becr  ben  Abdeláziz;  y  á  la  muerte 
VI  Mamún,  que  tuvo  por  sucesor  á  su  nieto  Cádir, 
lasiado  débil  para  contener  á  sus  vasallos,  en  la 

Doiy,  Historia,  IV,  io.—EI  Cid,  II,  3.— Conde,  III,  7. 


—  188  — 

obediencia  se  apresuró  á  declararse  independiente  y  á 
ponerse  bajo  la  protección  de  Alfonso  VI.  Prometió 
pagar  á  éste  un  tributo  anual;  y,  como  el  patronato 
del  Emperador  fuese  precario,  Alfonso,  que  no  reparaba 
en  vender  sus  clientes  y  estados  de  los  mismos, 
cuando  en  ello  descubría  algún  interés,  enajenó,  en  el 
mismo  año  1076,  el  gobierno  de  Valencia,  por  cien 
mil  monedas  de  oro,  á  Moctádir,  el  emir  de  Zaragoza, 
que  acababa  de  apoderarse  del  emirato  de  Denia  (1). 

Púsose  Alfonso  VI  en  camino  para  Valencia.  Inca- 
paz para  defenderse  Aben  Abdeláziz,  salió  solo  y 
sin  armas  al  encuentro  del  monarca  cristiano;  y  supo 
ser  tan  elocuente,  elocuencia  que  bien  pudo  consistir 
en  buenas  monedas  contantes  y  sonantes,  que  decidió 
á  Alfonso  á  abandonar  su  proyecto  y  á  romper  el 
pacto  celebrado  con  Al  Moctádir.  También  pudo 
obligar  á  Alfonso  á  desistir  de  su  propósito  la  idea  de 
que  vender  Valencia,  equivalia  á  matar  la  gallina  de 
los  huevos  de  oro  (2).  : 

Por  la  relación  que  con  los  sucesos  ocurridos  en 
nuestro  reino  tiene  la  historia  de  Cataluña,  conviene 
saber  que  en  27  de  mayo  de  este  mismo  año,  1076, 
murió  Ramón  Berenguer  I.  Pro  indiviso  dejó  los  es- 
tados á  sus  hijos  Ramón  Berenguer  II  y  Berenguer 
Ramón  II,  hermanos  gemelos  nacidos  en  1053. 

Proseguía  en  tanto  la  guerra  entre  Tokdo  y  Sevi- 
lla, y  después  de  tres  años  de  inútiles  esfuerzos,  logró 
Motámid  reconquistar  á  Córdoba  (4  de  septiembre 


(1)  Dozy,  Investigaciones,  El  Cid  de  la  realidad,  III. 

(2)  Dozy,  1.  c. 


F 


—  189  — 

de  1078).  Pudo  luego  el  astuto  Aben  Ornar,  ministro 
del  sevillano,  alejar  el  peligro  de  que  Alfonso  VI  se 
apoderase  de  los  dominios  de  Motámid. 

Quiso  Aben  Ornar  hacer  algo  más  por  su  sobera- 
no. Trat6  de  agregar  á  sus  dominios  el  reino  de  Mur- 
cia, que  primero  habia  formado  parte  de  los  estados 
de  Zohair,  después,  del  reino  de  Valencia,  y  ahora 
constituía  un  principado  independiente.  Era  el  princi- 
pe que  reinaba  allí  un  árabe  de  la  tribu  de  Cais  llamado 
Abu  Abderrahmán  ben  Tahir.  Aunque  era  muy  rico, 
pues  poseía  la  mitad  del  territorio,  contaba  con  esca- 
sas tropas  para  defender  sus  dominios. 

Sabedor  de  esto  Aben  Ornar,  pues  pudo  apreciarlo 
cuando  pasó  por  allí  para  avistarse  con  el  conde 
de  Barcelona  Ramón  Berenguer  II,  llamado  Cap  d* 
Estopa,  á  causa  de  su  abundante  y  blanca  cabellera, 
quiso  aprovechar  la  amistad  que  ya  entonces  trabara 
con  algunos  nobles  murcianos,  que  estaban  dispuestos 
i  vender  á  Aben  Tahir,  no  obstante  ser  nada  común 
su  reconocida  cultura. 

Presentóse  á  Ramón  Berenguer  II  y  le  ofreció  diez 
mil  doblas  de  oro  si  le  ayudaba  á  conquistar  á  Murcia. 
Para  el  más  exacto  cumplimiento  del  contrato,  el  Con- 
de entregó  en  rehenes  á  un  sobrino,  y  Aben  Ornar 
prometió  que  Raxid,  hijo  de  Motámid*  quedarla  en 
poder  de  Ramón  si  el  dinero  ofrecido  tardaba  en  en- 
tregarse. 

Cumplió  el  Conde  su  promesa  y  atacó  á  Murcia; 

3mo  el  de  Sevilla,  con  su  natural  indolencia,  tarda- 

en  cumplir  á  Ramón  Berenguer  II  la  entrega  del 

ero,  el  príncipe  catalán  se  creyó  engañado  y,  colé- 


—  190  — 

rico,  hizo  prender  á  Aben  Ornar  y  á  Raxid,  q$e  esta- 
ban en  su  compañía.  Trataron  los  soldados  sevillanos 
de  libertarlos,  mas  fueron  batidos  y  obligados  á  reti- 
rarse. Los  dispersos  pudieron  poner  en  conocimiento 
de  Motámid,  que  habla  llegado  á  la  orilla  del  Guadia- 
na menor,  aquel  suceso,  y  Motámid  retuvo  prisionero 
al  sobrino  del  Conde.-  Diez  dias  después  Aben  Ornar 
recobró  la  libertad  y,  admitido  á  la  presencia  del  Emir, 
logró  apaciguar  al  Conde  devolviéndole  su  sobrino  y 
entregándole,  además  de  las  diez  mil  doblas  estipula- 
das, otras  veinte  mil,  aunque  de  baja  ley,  fraude  que 
de  pronto  no  descubrió  el  catalán. 

Aben  Ornar,  no  obstante  el  fracaso  de  su  primera 
tentativa  contra  Murcia,  la  intentó  de  nuevo,  solicita- 
do, según  decia,  por  algunos  nobles  de  aquella  tierra» 
Continuando  sus  jornadas,  llegó  cerca  de  un  castillo 
llamado  Balch,  nombre  del  caudillo  de  los  árabes  sirios 
venidos  á  España  en  el  siglo  VIII.  Juntos  los  dos,  mar- 
charon á  poner  sitio  á  Murcia,  y  poco  después  se  les 
rindió  Muía,  pérdida  gravísima,  pues  iban  por  allí  los 
víveres  á  Murcia.  Rindióse  esta  ciudad,  Aben  Tahir 
fué  preso  y  los  habitantes  prestaron  juramento  á  Mo- 
támid. 

Aben  Ornar,  que  á  la  sazón  estaba  en  Sevilla,  co- 
rrió á  Murcia,  y  comenzó  á  darse  aires  de  soberano. 
Esto,  unido  á  que  Aben  Tahir  contaba  con  un  amigo 
muy  poderoso,  el  emir  de  Valencia,  Abu  Becr  ben  Ab- 
deláziz,  fué  causa  de  la  total  ruina  del  ensoberbecido 
ministro. 

Qjjíso  Aben  Ornar  congraciarse  con  el  príncipe 
depuesto,  pero  Aben  Tahir  rehusó  sus  obsequios  y  le 


—  iji  — 
ofendió  recordándole  su  humilde  cuna.  Le  hizo  ence- 
rrar en  el  castillo  de  Monteagudo,  i  una  legua  de  Mur- 
cia. El  emir  de  Valencia  influyó  con  Motámid  para  que 
se  diera  libertad  á  Aben  Tahir,  pero  Aben  Ornar,  no 
obstante  la  orden  del  sevillano,  le  retuvo  preso.  Abu 
Becr  ben  Abdeláziz  puso  en  juego  todas  sus  mañas,  y 
Abo  Tahir  salió  del  castillo  y  se  refugió  en  Valencia. 
Presa  de  furor  Aben  Ornar,  excitó  á  los  valencianos  á 
que  se  rebelasen  contra  su  emir,  enviindoles,  al  efec- 
to, el  siguiente  poema: 

«Hibiumes  de  Valencia:  sublevaos  todos  contra  ios  Beni 
Abdeláziz,  proclamad  vuestras  justas  quejas  y  elegid  otro  rey,  un 
rey  que  sepa  defenderos  contra  vuestros  enemigos.  Ya  sea  Mohá- 
tned  ó  Áhmed  (esto  es,  sea  Juan  ó  sea  Pedro),  siempre  será 
mejor  que  ese  visir  que  ha  entregado  vuestra  ciudad  al  oprobio, 
como  un  marido  sin  vergüenza  que  prostituye  á  su  propia  mujer. 
Ha  ofrecido  asilo  al  que  ha  sido  abandonado  por  sus  propios  sub- 
ditos. Haciéndolo,  os  ha  llevado  un  pájaro  de  mal  agüero,  os  ha 
dado  por  conciudadano  un  hombre  vil  é  infame.  ¡Ay!  es  preciso 
lavarme  la  cara  en  la  que  una  muchacha  sin  brazalete  me  ha  dado 
on  bofetón.  ¿Crees  escapar,  Aben  Abdeláziz,  á  la  continua  ven- 
ganza de  un  hombre  que  marcha  siempre  en  persecución  de  su 
enemigo  y  que  continúa  su  ruta,  aunque  no  le  alumbre  ninguna 
estrella?  ¿Con  qué  astucia  pnede  sustraerse  á  las  manos  vengado- 
ras de  un  bravo  guerrero  de  los  Beni  Ornar  que  lleva  tras  si  un 
bosque  de  lanzas?  (Esperad  verlo  llegar  enseguida  rodeado  de  un 
innumerable  ejército!  ¡Valencianos:  os  doy  un  buen  consejo: 
marchad  como  un  solo  hombre  contra  ese  palacio  que  cubre  tan- 
tas infamias  tras  de  sus  muros;  apoderaos  de  los  tesoros  que  en- 

rran  sus  cuevas;  derribadlo  hasta  los  cimientos  de  modo  que 

o  las  ruinas  atestigüen  que  existió  un  día!» 

Al  tener  Motámid  conocimiento  de  esta  compo- 


—    I92  — 

sición,  ya  muy  irritado  contra  Aben  Ornar,  la  parodió 

asi: 

«¿Con  qué  astucia  podrá  sustraerse  i  las  manos  vengadoras 
de  un  bravo  guerrero  de  los  Beni  Ornar,  de  esos  hombres  que 
se  prosternaban  antes  con'inaudita  bajeza  á  los  pies  de  todos  los 
señores,  de  todos  los  príncipes,  de  todas  las  testas  coronadas* 
que  se  creían  dichosos  cuando  recibían  de  sus  amos  una  parte 
algo  mayor  que  los  demás  criados;  que,  despreciables  verdugos* 
cortaban  las  cabezas  á  los  criminales,  y  que  se  han  elevado  de  la 
condición  más  ínfima  á  las  dignidades  más  altas?* 

Esta  paráfrasis  llenó  de  gozo  al  emir  de  Valencia  y 
puso  furioso  á  Aben  Ornar,  que  no  vaciló  en  empañar 
la  honra  de  Motámid  con  las  calumnias  más  viles;  yv 
á  pesar  de  que  sólo  enseñó  el  libelo  á  sus  más  íntimos,, 
no  pudo  evitar  que  uno  de  ellos,  judío  emisario  de 
Aben  Abdeláziz,  se  procurase  una  copia  y  la  enviase  al 
emir  de  Valencia.  Por  medio  de  una  paloma  fué  envia- 
da al  de  Sevilla  (i). 

Obligado  Aben  Ornar  á  abandonar  á  Murcia,  pues 
las  tropas  pidieron  las  pagas  atrasadas  y  se  le  subleva- 
ron, se  retiró  á  la  corte  de  Alfonso  VI.  De  allí  huyó  á 
Zaragoza,  y  entró  al  servicio  de  Moctádir.  Trasladóse  á 
Lérida,  y  volvió  á  Zaragoza,  apenas  muerto  Moctádir 
(octubre-noviembre  de  1081)  (2).  Un  mes  más  tarde 
(6  diciembre),  Ramón  Berenguer  II  fué  asesinado  por 
orden  de  su  hermano,  Berenguer  Ramón  II,  á  quien 
veremos  tomar  parte  activa  en  los  importantes  sucesos 
del  Cid  relativos  á  Valencia,  pues  elFratricidase  trasladó 
en  1097  á  Tierra  Santa  á  expiar  su  horroroso  crimen. 


(i)    Dozy,  Historia,  IV,  n.—  Conde,  III,  8. 
(2)    Conde,  1.  c. 


—  193  — 

Repartió  Moctádir  sus  estados  entre  sus  hijos 
Mutamin,  á  quien  cupo  Zaragoza,  y  Mondzir,  titulado 
Imado-d-Daulah,  que  heredó  el  trono  de  Denia.  De 
ninguno  de  los  reyes  de  Taifas  han  llegado,  fuera  de  su 
padre,  tantas  monedas  hasta  nuestros  dias,  todas  ellas 
de  vellón  y  cobre,  y  en  ellas  se  declara  simplemente 
bágib.  El  dictado  Imado-d-Daulah,  significa  columna 
dd  Estado  (i). 

Al  Mondhir  fué  instituido  heredero,  no  sólo  de 
Denia,  sino  también  de  Lérida  y  de  Tortosa.  Esa  divi- 
sión del  territorio  español  en  sinnúmero  de  pequeños 
estados,  fué  causa  de  guerras  interminables,  lo  mismo 
entre  musulmanes,  que  entre  cristianos.  Unos  y  otros 
principes  buscaban  valedores,  asi  entre  los  de  su  creen- 
ciareligiosa,  como  entre  los  que  la  profesaban  distinta. 

Mutamin  y  Mondhir,  en  vez  de  valerse  como 
hermanos,  desde  que  se  sentaron  en  el  trono,  se  trataron 
como  enemigos,  y  buscaron  aliados.  Del  emir  de  Zara- 
goza lo  fué  Rodrigo  Díaz  de  Vivar,  y  con  el  de  Denia 
se  unieron  Sancho  Ramírez,  rey  de  Aragón  y  de 
Navarra,  y  Berenguer  Ramón  II,  conde  de  Barcelona. 

Al  célebre  castellano  le  vemos,  como  confirma  el 
fuero  de  Sepúlveda,  en  su  país  natal  el  año  1076.  En 
los  primeros  meses  de  1081  se  puso  al  servicio  de 
Moctádir,  después  de  haber  estado  algún  tiempo  en 
Barcelona.  Desavenido,  sin  que  se  sepa  la  causa,  con 
Berenguer  Ramón  II,  se  dirigió  á  Zaragoza,  y  el  Emir  le 
dio  favorable  acogida. 

Al  Mutamin  utilizó  el  auxilio  de  Rodrigo  orde- 


(1)    El  Archivo,  IV,  26-27. 

25 


—  194  — 

nándole  que  talase  y  corriese  las  tierras  de  Sancho 
Ramírez.  Quiso  éste  impedir  las  algaras  de  Rodrigo,  y 
en  ocasión  en  que  el  rey  estaba  á  la  vista  de  Monzón 
y  había  jurado  que  elcastellano  no  entraría  en  dicha 
villa,  el  Campeador  entró  en  ella,  sin  que  Sancho, 
ni  su  aliado  Berenguer  osaran  estorbarle  el  paso. 

Convenía  al  emir  de  Zaragoza  reconstruir  el  cas- 
tillo de  Almenara,  entre  Lérida  y  Tamariz.  Hizolo 
Rodrigo;  y,  como  su  presencia  estorbase  á  Mondhir, 
éste  se  concertó  con  los  condes  de  Barcelona  y  de 
Cerdaña,  y  con  los  señores  de  Vich,  Ampurdán,  Rose- 
llón  y  Carcasona.  Juntos  fueron  á  sitiar  á  Almenara, 
y  Rodrigo,  en  vista  de  que  el  cerco  se   prolongaba,, 
fué  á  apoderarse  del  castillo  deEscarps,  entre  el  Cinea  y 
el  Segre.  Cuando  lo  hubo  conseguido,  recibió  aviso 
de  que .  los  sitiados  se  hallaban  en  grave  apuro,  por 
escasez  de  agua  principalmente,  y  dio  aviso  á  Muta- 
min,    con  quien  tuvo  una   entrevista   en   Tamariz. 
Quería  el  Emir  que  Rodrigo  atacase  á  los  aliados, 
pero    el    Campeador    aconsejó   se   les   diese    alguna 
cantidad  con    tal  que  se  retirasen.   Con  sorpresa  de 
Rodrigo,   rechazaron    la    proposición,    é    indignada 
aquél,  los   atacó   con   el   denuedo   y  prontitud  que 
acostumbraba;  no  tuvieron  tiempo  para  defenderse: 
fueron  degollados  en  gran  parte,  y  el  resto  apeló  á 
precipitada  fuga.  Fué  inmenso  el  botín,  y  entre  los  mu- 
chos prisioneros  que  hizo,  fué  uno  Berenguer  Ramón  II, 
á  quien  dio  libertad  cinco  días  después.  Mutamín  hizo 
que  al  vencedor  se  le  recibiera  en  Zaragoza  en  medio  de 
las  más  entusiastas  aclamaciones  de  triunfo  y  le  otorgó 
distinciones  que  ni  á  su  propio  hijo  había  concedido, 


—  195  — 

llegando  á  darle  honores  de  señor  de  todo  el  rei- 
no (1082). 

Los  estados  de  Mondhir  continuaron  siendo  objeto 
de  las  devastaciones  de  Rodrigo.  Después  de  haber 
permanecido  algunos  meses  junto  á  Alfonso,  á  quien 
fué  á  consolar  por  la  traición  de  que  fué  objeto  en 
Rueda  (9  junio  1084),  cuando  se  convenció  de  que 
el  corazón  de  su  rey  aún  no  estaba  curado  de  la  herida 
que  recibió  con  la  jura  de  Santa  Gadea,  volvió  á  Zara- 
goza, mereciendo  de  Mutamin  la  buena  acogida  que 
siempre  le  dispensara.  Acordaron  hacer  daño  á  Sancho 
Ramírez,  que  otra  vez  estaba  sobre  Monzón,  y  con  la 
prontitud  de  sus  ataques,  en  el  breve  espacio  de  cinco 
iiías  taló  la  tierra,  entró  en  la  villa  y  con  cuantioso 
botín  y  seguido  de  muchos  prisioneros  volvió  cubierto 
de  laureles  á  Zaragoza. 

La  devastación  se  dejó  sentir  enseguida  en  los 
estados  de  Mondhir,  el  emir  de  Denia.  Taló  Rodrigo 
los  campos  de  Tortosa,  llegó  á  Morella  y  la  sitió, 
se  apoderó  del  castillo  de  Alcalá  de  Chisvert  y  allí 
se  fortificó.  Mondhir  entabló  alianza  con  Sancho 
Ramírez,  y  asentaron  sus  reales  no  lejos  del  campa- 
mento de  Rodrigo,  junto  al  Ebro.  Sancho  le  ordenó 
desalojase  los  estados  de  Mondhir,  y  Rodrigo  le  con- 
testó que  si  sus  intenciones  eran  pacíficas,  no  sólo 
le  dejaría  pasar,  sino  que  aún  le  daría  cien  caballeros 
para  que  le  acompañasen;  y  que,  en  otro  caso,  no 
se  movería  de  donde  estaba.  Los  dos  príncipes  se 
sintieron  de  la  contestación,  y  emprendieron  su  mar- 
cha contra  el  intrépido  castellano.  Empeñada  furiosa 
batalla,  por  largo  rato  se  mantuvo  indecisa  la  victoria; 


—  196  — 

mas,  al  fin,  redoblaron  sus  esfuerzos  los  soldados  del 
Campeador,  y  el  triunfo  quedó  por  suyo.  El  campo 
quedó  cubierto  de  cadáveres,  los  aliados  se  pusieron 
en  fuga,  dejando  en  poder  del  vencedor  dieciséis 
nobles  aragoneses  (1),  dos  mil  soldados  prisioneros 
y  un  inmenso  botín. 

Mutamin  le  recibió  en  Zaragoza  con  los  honores 
acostumbrados:  el  entusiasmo  de  los  moros  llegó 
á  extremo  tal,  que  hasta  los  mismos  hijos  del  Emir 
salieron  á  esperar  al  invicto  caudillo  á  cuatro  leguas  de 
la  capital,  al  pueblo  llamado  Fuentes  de  Ebro,  para 
aclamarle  y  festejarle.  Este  memorable  triunfo  ocurrió 
entre  la  rota  de  Rueda  y  antes  de  la  muerte  de  Muta- 
min, ocurrida  en  el  año  478  (abril  1085-1086).  Le 
sucedió  su  hijo  Mostahín,  á  cuyo  servicio  pasó  Ro- 
drigo (2). 

A  pesar  del  descalabro  sufrido,  no  desistió  de 
la  guerra  el  emir  de  Denia.  «En  este  treceno  año 
(1085,  a  contar  desde  el  1072,  en  que  murió' San- 
cho II),  ovo  batalla  el  rey  don  Alfonso  con  Aben 
al  Fange  en  Consuegra,  e  fué  vencido  Aben  al  Fange> 
e  metióse  en  el  castillo:  e  en  esta  batalla  morió  Diego 
Rodríguez,  su  fijo  del  Cid  Ruy  Díaz.  E  luego,  en 
este  año,  lidió  Alvar  Fáñez  con  este  Aben  al  Fange 
en  Medina  del  Campo.  E,  según  cuenta  la  estoria, 


(1)  £1  obispo  Ramón  Dalmáu,  el  conde  Sancho  Sánchez  de  Pamplona, 
el  conde  Ñuño  de  Portugal,  Gustio  hijo  de  Gustio  Ñuño  Suártz  de  León, 
Anaya  Suárez  de  Galicia,  Calvet,  Iñigo  Sánchez  de  Mcnteduso,  Simón  Gar- 
cía de  Boil,  Pipino  Aznar,  su  hermano  García,  Ulan  Pérez  de  Pamplona, 
nieto  del  conde  Sancho,  Fortún  García  de  Aragón,  Sancho  García  de 
Aleara z,  Blasco  García,  mayordomo  del  rey,  y  García  Diéguez  de  Castilla. 

(2)  Historia  Leonesa. 


—  197  — 

dize  que  tenia  don  Alvar  Fáñez  dos  mil  e  quinientos 
de  cavallo,  e  Aben  al  Fange,  quinze  mil;  mas,  por  la 
virtud  de  Dios,  venció  don  Alvar  Fáñez,  e  dio  un 
gran  golpe  Aben  al  Fange  de  la  espada  en  el  rostro, 
e  fué  muy  maltrecho  e  muy  quebrantado.  E  don  Alvar 
Fáñez  fincó  mucho  honrado»  (i). 

El  nombre  de  Aben  al  Fange,  que  da  la  Crónica 
General  á  Mondhir,  es  el  mismo  de  Ai  Fagio,  corrup- 
ción de  la  palabra  Al  bágib,  titulo  que  realmente  tuvo, 
como  puede  verse  en  sus  monedas. 

Las  tropas  de  Alvar  Fáñez  no  eran  sino  una  parte 
de  las  de  Alfonso  VI,  ocupado  á  la  sazón  en  el  sitio 
de  Toledo,  destacadas  para  contener  el  avance  del 
terrible  Mondhir.  Peleando  el  hijo  de  Rodrigo  por 
don  Alfonso,  no  es  extraño  que  el  padre  también 
estuviera  ocupado  en  la  importante  empresa  contra 
Toledo,  y  que  nada  se  sepa  de  sus  expediciones 
desde  1085  hasta  1088,  en  que  celebró,  con  objeto  de 
apoderarse  ¿le  Valencia,  un  convenio  con  Mostahin. 
Abu  Ahmer  Jucéf  al  Mutamin  «honró  y  confió 
(á  Aben  Ornar)  empresas  de  intriga  y  adquisición  de 
fuertes  de  frontera  en  lo  de  Valencia  y  Murcia.»  Quiso, 
pues,  procurar  á  Mutamin  la  posesión  de  Segura.  El 
rey  de  Sevilla,  temeroso  de  que  descubriese  sus  secretos 
y  negociaciones,  encargó  su  prisión,  lo  cual  consiguió 
por  industria  de  Abu  Becr  ben  Abdeláziz,  de  Valencia. 


(j)  Crónica  General,  f.  309. — De  la  muerte  del  hijo  del  Cid  se  lee 
en  la  genealogía  de  Rodrigo:  «Este  mío  Cid  ovo  por  mugier  á  doña 
Ümena,  nieta  del  rey  don  Alfonso,  filia  del  conde  don  Diego  de  Asturias, 
et  ovo  della  un  filio  et  dos  filias,  et  el  filio  ovo  nombre  Diago  Rozy,  et 
matáronlo  en  Consuegra  los  moros.» 


—  198  — 

Fué  preso  el  2  de  julio  de  1085,  en  el  castillo  de 
Segura.  Esta  fortaleza  habia  logrado  conservarse  inde- 
pendiente desde  los  tiempos  en  que  Moctádir  se  apoderó 
de  los  estados  de  Alí,  el  emir  de  Denia.  Un  hijo  de 
este  príncipe  llamado  Siradj-d-Daulah,  la  poseyó  por 
-algún  tiempo;  y,  como  acababa  de  morir,  los  Beni 
Sohail,  tutores  de  sus  hijos,  querían  vender  Segura  á 
cualquier  príncipe  vecino.  Allí,  pues,  mediante  hábil 
estratagema,  quedó  Aben  Ornar  en  poder  de  los  Beni 
Sohail. 

Resolvieron  venderle  al  mejor  postor,  juntamente 
con  el  castillo,  y  ambos  pararon  en  manos  de  Motámid. 
Cargado  de  cadenas  se  le  condujo  hacia  Córdoba.  Por 
todas  partes  le  insultaba  el  populacho,  y  el  emir  de 
Valencia  envió  un  judío,  gran  andador,  para  que  le 
diese  unos  versos  que  contra  él  escribió,  y  le  alcanzó 
en  Caria  Jumín,  cerca  de  Córdoba,  donde  entró  el 
viernes  6  de  régeb  (28  octubre-)  Llegado  á  Sevilla,  el 
mismo  Aben  Ábed  le  cortó  la  cabeza  alyprincipio  del 
año  479  (abril  de  1086)  (1).  * 

En  el  mismo  año  en  que  ocurrió  la  prisión  de 
Aben  Ornar,  murió  el  príncipe  Mutamin,  á  quien  el 
infortunado  ministro  prestaba  últimamente  sus  ser- 
vicios de  intriga;  y  le  sucedió  en  el  trono  su  hijo 
Áhmed  al  Mostahín.  Poco  antes  de  morir  el  padre,  casó 
el  hijo  con  una  hija  del  emir  de  Valencia,  esperando 
por  este  medio  heredar  á  Abu  Becr  ben  Abdeláziz.  Las 
bodas  fueron  de  lo  más  suntuoso  que  se  conoció  en 
España.  El  casamiento  le  utilizó  el  emir  de  Valencia, 


(1)     Dozy,  Historia,  IV,  10  y  n.  -Conde,  III,  8. 


—  199  — 

para  tener,  en  Mutamin,  un  aliado  poderoso  contra 
Alfonso  VI,  que  había  vendido  Valencia  á  Cádir,  último 
emir  de  Toledo. 

Véase  el  relato  que  de  las  bodas  hace  un  autor 
árabe:  «Y  luego  que  la  hija  del  noble  uatsir  Abu  Becr 
ben  Abdeláziz  fué  conducida  á  Zaragoza  con  toda  la 
pompa  necesaria  para  desposarse  con  Al  Mostahin 
Bil-lah,  Al  Mutamin  Bil-lah  invitó  á  los  más  nobles  y 
principales  de  Ándalos,  á  los  héroes  más  bravos  y 
distinguidos,  á  los  escritores,  hadgibes,  uatsires  y 
emires,  para  que  asistiesen  á  las  bodas;  y  todos  contes- 
taron á  su  llamamiento  y  se  apresuraron  á  concurrir; 
y  hubo  convites  y  fiestas,  en  términos  que  durante 
ellas  en  Zaragoza  no  se  pudo  entregar  nadie  al  sueño; 
y  no  fué  tan  magnífico  en  sus  fiestas  Al  Maamún  (el 
califa  Abbasida)  cuando  se  casó  con  Burán,  la  hija  de 
Al  Hasan.  Le  acudieron  riquezas  considerables,  y  todo 
lo  que  deseó  lo  logró  abundantemente:  y  el  mundo  le 
prodigó  lo  útil  y  lo  superfluo,  y  reunió  en  él  las  alegrías 
de  todas  sus  gentes;  y  Zaragoza  abrió  á  los  deseosos  de 
placeres  todos  sus  hipódromos.» 

Entre  los  que  se  excusaron  de  asistir  á  las  bodas,  á 
causa  de  su  extremada  vejez,  se  cuenta  á  Aben  Tahir, 
quien  escribió  en  tal  sentido  una  carta  á  Mutamin  (i). 
Poco  después  murió  Aben  Abdeláziz,  tras  un  reina- 
do de  diez  años,  en  el  de  478  (abril  1085-1086).  Le 
sucedió  su  hijo  Ozmán  el  Cadí,  sin  duda  porque 
desempeñó  este  cargo  durante  la  vida  del  padre.  Abu 
Becr  había  gobernado  primero  como  wali  de  Al  Ma- 


(1)    Malo  de  Molina,  Rodrigo  el  Campeador,  IL 


—   200  — 

mún,  el  emir  de  Toledo;  y  luego  se  reconoció  tribu- 
tario de  su  hijo  Cádir,  si  bien  obrando  con  cierta 
independencia. 

Ya  enemigos  en  vida  del  padre  Ozmán  y  un  herma- 
no, á  su  muerte  se  disputaron  el  gobierno,  pues  ambos 
contaban  con  partidarios.  De  ahi  que  muchos  se  incli- 
naran á  reconocer  la  soberanía  del  emir  de  Zaragoza. 
Prevaleció,  por  fin,  el  de  Toledo,  que,  como  argumen- 
to el  más  poderoso,  se  acercó  á  Valencia  seguido  de 
numeroso  ejército  castellano, 

Al  aproximarse  las  tropas  auxiliares  de  Cádir,  se 
apaciguaron  las  disensiones  en  Valencia,  reunióse  la 
asamblea  de  notables  y  fué  depuesto  Ozmán,  el  hijo 
mayor  de  Abu  Becr  ben  Abdeláziz,  temiendo  que  al 
Cádir  los  entregase  á  Alfonso  (i). 


i^^^^^^^^^m^^^ 


(i)    Dozy,  El  Cid  de  la  realidad,  3.—  Malo,  ll.odrigo  el  Campeador,  II. 


CAPÍTULO  III 


Yahya  al  Kádir,  antes  de  la  venida  del  Cid 

(i  osé- ios») 

Yahya  bea  Dzin  Nun,  al  Kádir  Bill*b,<— Sale  de  Toledo  para  Valencia. —Hospédate  en  Cuenca.— 
Los  Bcsi  Faraig.— Muerte  de  Aba  3ecr  ben  Abdeláziz.  -  G «ierra  civil  entre  rus  hijo*.— El  gober- 
nador de  Murviedro.— Yahya  y  Alvar  Fáñez  en  Serra.— Es  depuesto  por  la  aljama  el  cadi  Osmán.— 
Estrada  de  Yahya  en  Valencia.— Privanza  y  prudencia  de  Aben  Lebun.— Falsos  obsequios  de  los 
valencianos  á  Yahya.— Pídenle  que  despida  á los  auxiliares  castellanos.— El  impuesto  de  la  cebada. 
—Aben  Mahcor,  gobernador  de  Jáüba.— Sitíenla  Yabya  y  Alvar  Fáñez. — Pide  socorro  Aben  Mafacor 
al  emir  de  Denia.— Retírase  de  Játibe  el  emir  de  Valencia.— Llega  basta  las  puertas  de  Valencia 
Mondbir.— Vese  obligado  i  retirarse  A  Tortosa.— Crueldad  de  las  tropas  de  Alvar  Fáñez. — Son 
encarcelados  los  hijos  de  Abu  Becr. — Logran  huir  á  Murviedro. — Yahya  escribe  4  Yusuf  ben  Taxfin. 
—Parte  que  toma  en  la  jornada  de  Zalaca.— Sitia  Mondbir  á  Valencia.— Prudente  consejo  de  Aben 
Tahir.— Mostahin,  emir  de  Zaragoza,  y  el  Cid  obligan  á  Mondbir  á  levantar  el  sitio. — Disgusto  que 
recibe  Mostahin. 


la  muerte  de  Al  Mamún,  ocurrida  en  dil- 
cada  del  año  468  (jun.-jul.  de  1076),  le 
sucedió  en  el  trono  su  sobrino  Al  Kádir, 
como  lo  prueba  el  hecho  de  que  del  mismo  año  468 
hay  monedas  del  último  acuñadas  en  Toledo  (i). 
Llamábase  Yahya  ben  Dzin  Nun,  y  tenia  por  título 
Al  Kádir  Billah  (El  Poderoso  por  Dios)  (2).  Acerca 
del  grado  de  parentesco  con  Al  Mamún,  reina  la 
mayor  diversidad  de  pareceres:  la  opinión  más  admi- 
tida es  la  del  arzobispo  don  Rodrigo,  que  dice  era 
hermano  de  Hixem,  también  apellidado  Kádir,  inme- 
diato sucesor  de  Mamún;  y,  muerto  Hixem,  ocupó  el 


(i)    Codera,  Tratado  de  Numismática  Arábigo-Española,  sección  IV,  5 
(2)    Malo,  Rodrigo  el  Campeador y  Apéndice  XX. 

26 


—  202  — 

trono  Yahya.  Su  carácter  duro  y  cruel,  hizole  perder 
los  dos  tronos  en  que  se  sentó,  el  de  Toledo  y  el  de 
Valencia  (i). 

Ya  en  dilcada  de  472  (may.-jun.  de  1080)  se  albo- 
rotó la  plebe  de  Toledo,  y  tuvo  que  huir  á  Cuenca, 
que  también  era  de  sus  dominios,  lo  mismo  que 
buena  parte  de  la  provincia  de  Valencia.  Imploró 
el  auxilio  de  Alfonso  VI:  dos  años  duró  el  sitio  que  á 
la  ciudad  del  Tajo  puso  el  rey  de  Castilla,  y  el  Emir 
quedó  restaurado  en  el  trono.  So  pretexto  de  ayudarle 
contra  sus  enemigos,  le  fué  poco  á  poco  arrancando  el 
oro  y  las  fortalezas;  y,  temiendo  el  Emir  un  acto 
de  desesperación  de  los  suyos,  le  ofreció,  por  último, 
á  Toledo,  mas  con  pacto  «de  ganar  á  la  rebelde 
Valencia  reduciéndola  á  sumisión,  y  que  se  abstuviese 
de  defenderla,  para  que  él  redujera  por  la  fuerza  á 
su  obediencia  al  régulo  que  la  mandaba»  (2). 

En  muhárram  ^478  (29  abril-28  mayo  1085),  ó, 
como  se  lee  en  la  Crónica  General,  el  25  de  mayo, 
hizo  su  entrada  en  la  ciudad  el  rey  de  León  y  de 
Castilla.  Mientras  tanto,  Yahya,  que  era  muy  supers- 
ticioso, consultaba  en  un  astrolabio  la  hora  favorable 
para  emprender  su  marcha,  lo  cual  le  atrajo  las  burks 
de  musulmanes  y  de  cristianos.  Los  castillos  se  le 
cerraban,  y  las  posadas  le  despedían;  halló,  por  fin, 
un  asilo  en  la  fortaleza  de  Cuenca,  cerca  de  sus  pa- 
rientes los  Beni  Faraig,  quienes,  entre  los  walies  de 
su  reino,  le  eran  más  afectos  y  le  facilitaron  la  entrada 


(1)  Ibídem. 

(2)  Malo,  1.  c. 


—  203  — 

« 

en  Valencia.  Uno  de  ellos  llegó  á  dicha  ciudad  y,  uti- 
lizando las  mañas  propias  de  los  políticos  de  baja 
estofa,  hízose  intimo  amigo  de  Abu  Becr  ben  Abde- 
láziz,  al  objeto  de  observar  cuál  fuese  el  estado  de 
los  ánimos  (i).  Era  entonces  cuando  se  celebró  la 
boda  del  hijo  del  emir  de  Zaragoza  con  la  hija  del  de 
Valencia;  y,  «como  el  mundo  rueda  siempre  y  las 
órdenes  de  Dios  son  perennes  y  tienen  siempre  cum- 
plimiento, llegó  la  noticia  de  la  muerte  de  Aben 
Abdeláziz,  y  de  que,  con  este  motivo,  sus  hijos  se 
disputaban  el  gobierno  de  la  ciudad.  Entonces  salió 
Aben  Dzin  Nun  para  Valencia,  con  más  precipitación 
que  los  katás  se  precipitan  sobre  el  agua;  y  llegó  á 
ella  como  llega  el  celoso  cuando  sorprende  los  colo- 
quios de  dos  amantes»  (2). 

El  emisario  Aben  Faraig,  que,  hospedado  en  casa 
de  Abu  Isa  ben  Lebún,  gobernador  de  Murviedro, 
había,  aunque  en  vano,  tratado  de  sondear  las  disposi- 
ciones del  emir  de  Valencia,  á  la  muerte  del  mismo 
corrió  á  Cuenca  para  comunicar  á  Yahya  tan  alegre 
nueva.  Cansado  de  tantas  pretensiones  Abu  Isa  ben 
Lebún,  trató  de  retirarse  á  su  castillo  de  Murviedro; 
pero  su  amigo  íntimo,  el  cátib  ó  secretario  Abu 
Mohámed  Abdallah  el  Aroschi,  hízole  desistir  del 
propósito,  y  convinieron  en  esperar  el  desenlace  de 
aquellos  sucesos  y  en  auxiliarse  mutuamente,  si  era 
necesario.  Con  objeto  de  tener,  si  las  circunstancias 
lo  reclamaban,   más  desembarazado  el  paso  y  más 


(1)    Malo,  1.  c. 

(a)    Malo,  Rodrigo  $1  Campeador,  II. 


—  204  — 

seguro  el  asilo,  envió  sus  mujeres,  hijos,  parientes 
y  allegados,  á  Murviedro,  Castro,  Santa  Cruz  y  otros 
castillos  suyos  (i). 

Ido  ya  á  Cuenca  el  emisario  Aben  Faraig,  reunió 
Yahya  sus  tropas  y  las  de  sus  parciales.  Reclamó  de 
Alfonso  VI  el  cumplimiento  de  h  promesa.  Recibió  de 


(i)  Era  Abu  Isa  bep  Lebún  uno  de  los  más  notables  poetas  de  España. 
Para  maestra  de  sus  composiciones,  copiamos  algunos  fragmentos  de  sus 
versos.  Desde  una  de  las  piezas  ó  habitaciones  más  elevadas  del  alcázar  de 
Murviedro,  de  donde  se  dominan  los  alrededores  de  la  ciudad  y  en  uno  de 
esos  días  en  que  á  la  alegre  campiña  se  la  ve  vestida  de  sus  adornos  primave- 
rales, las  nubes  como  el  brocado  reflejaban  espléndidos  colores;  al  contemplar 
Abu  Isa  ben  Lebún  aquellos  deliciosos  huertos  de  admirable  y  peregrina 
belleza,  respirar  los  gratos  aromas  y  suaves  fragancias  que  despedían  y  ver 
descollar  entre  los  árboles  el  granado  de  encendidas  ñores  tintas  en  sangre, 
que  alegra  el  corazón  de  los  comensales,  compuso  los  versos  siguientes: 

«Ea,  ea,  comensal  amigo,  corran  en  círculo  las  copas  del  espirituoso  vino: 
acaso  ¿no  ves  las  flores  que  matizan  el  campo, 

«La  rosa  y  el  narciso,  que  traen  á  la  memoria  los  gratos  amores, 

«La  flor  del  granado,  que  recuerda  la  sangre  fresca  de  los  campos  de 
batalla, 

«Y  el  suave  jazmín  de  límpida  corola,  que  semeja  las  gotas  del  rocío  de  la 
mañana?» 

En  otra  ocasión  estaba  bebiendo  en  compañía  de  los  wazires  y  altos  em- 
pleados de  la  administración  en  Lorca,  en  casa  de  su  hermano.  Era  una  de 
esas  tardes  en  que,  ai  propio  tiempo  que  llovía  como  si  el  cielo  llorase  sobre 
(a  tierra,  los  valles  se  engalanaban  con  sus  vistosas  tintas,  donde  la  flor  del 
narciso  lucía  sus  galas,  la  luz  pálida  y  azafranada  del  sol  poniente  doraba  las 
alturas  y  los  montes;  era,  en  fin,  el  despedir  brillante  de  hermosísima  tarde 
como  el  atractivo  cerrar  de  unos  ojos  heridos  de  intensa  luz,  y  escribió  á  su 
amigo  Aben  al  Yesa,  que  estaba  ausente: 

«¡Ah,  amigo  mío!  si  hubieses  estado  aquí  en  esta  tarde  hubieses  visto  de 
tiempo  en  tiempo  derramar  á  las  nubes  la  grata  lluvia  que  hace  correr  el  agua 
por  sus  cauces  naturales. 

«La  tierra  amarillenta  y  azafranada  que  las  nubes  con  sus  gotas  cubrían,, 
figuraba  extensa  superficie  dorada  que  salpica  una  lluvia  de  perlas.» 

Como  ya  se  verá,  á  trueque  de  las  rentas  de  un  año  cedió  sus  estados  al 
señor  de  Aben  Razín.  Arrepentido  luego,  lamentó  su  pasada  grandeza,  y  el 
infortunio  hízole  arrancar  sentidas  notas  á  su  envidiable  lira: 


—  2oj  — 

él  un  lucido  cuerpo  de  ejército  mandado  por  Alvar 
Fáñez,  que,  después  de  la  conquista  de  Toledo,  había 
estado  de  embajador  en  la  corte  de  Sevilla.  Con  las 
tropas  auxiliares  capitaneadas  por  el  pariente  del  Cid, 
se  dirigió  á  marchas  forzadas  hacia  Valencia,  no  parando 
hasta  Serra,  donde  sentó  sus  reales.  Desde  allí  dio  aviso 


i 

A  tris.  ¡Dejadme  que  corra 
Al  ocaso  y  al  oriente! 
¡Venga  el  fia  de  mi  dolor 
ó  venga  pronto  la  muerte! 
Un  cubil  y  un  hueso  bastan 
Para  que  el  can  se  contente; 
Mas  el  i  güila  real 
Será  menester  que  vuele. 
Desde  lo  sumo  del  aire 
Eq  que  altanera  se  cierne, 
Con  los  penetrantes  ojos 
Campos  busca,  espía  reses, 
Ó  remontándose  al  cielo 
La  tierra  de  vista  pierde; 
Yo  como  el  águila  vivo, 
Volando,  aspirando  siempre. 
Cuando  una  región  me  cansa, 
El  mejor  de  los  corceles 
Me  lleva  cual  torbellino 
Á  otras  regiones  y  gentes. 
Los  amistosos  consejos 
No  consiguen  detenerme; 
Espuelas  doy  al  caballo, 
Voy  donde  nadie  se  atreve, 
Soy  como  el  sol,  que  en  un  punto 
Del  ancho  cielo  amanece 
Y  en  la  extremidad  opuesta 
Entre  las  ondas  se  duerme. 

II 

¿Dónde  se  ocultan  los  soles 
Que  cerca  de  mí  lucieron 


Mientras  que  el  mundo  envolvían 
Las  sombras  en  negro  velo? 
¿Dó  las  noches  que  á  tu  lado 
Pasé  con  dulce  misterio 
Cuando  dormía  el  celoso 

Y  no  espiaban  sus  celos? 

I  Qué  placer  cuando  tu  diestra 
£1  vaso  me  daba  lleno 
Del  áureo  vino,  encendido 
Cual  flor  del  algarrobero! 

III 

Seguidme  al  desierto,  amigos, 
Para  que  busque  en  la  arena 
De  la  mansión  de  mi  amada 
Las  ya  derruidas  piedras. 
Recordar  quiero  las  noches 
Que  alegre  pasé  con  ella, 

Y  llorar  el  tiempo  hermoso 
Que  para  siempre  se  aleja. 
Lozano  vastago  verde 
Entonces  mi  vida  era, 
Que  crece  en  planta  jugosa 

Y  se  dilata  con  fuerza. 

Á  mí  en  paz  con  el  destino 
Dichas  lograba  completas; 
Rico  vino  me  escanciaba 
Mañana  y  tarde  mi  bella. 
Estrechándola  en  mi  seno 
Ebrio  de  vino  y  terneza, 
Beber  pensaba  en  sus  ojos 
El  fulgor  de  las  estrellas. 
£1  deleite  sobre  ambos 
Quiso  desplegar  su  tienda; 


I 


—  206  — 

de  su  llegada  á  los  valencianos  y  les  hizo  grandes 
promesas  (i). 

Reunióse  en  consejo  la  aljama  de  la  ciudad  para 
deliberar  sobre  la  pretensión  de  Yahya.  De  común 
acuerdo  resolvieron  acceder  á  sus  deseos,  y  no  porque 
ks  halagase  tener  por  señor  á  quien  acababa  de  perder 


Allí  pláticas  sabrosas, 
Risas,  cantares  y  tiernas 
Caricias,  y  dulces  besos, 

Y  el  sonar  de  la  vihuela, 

Y  tener  en  abundancia 
Cuanto  la  mente  desea, 

Á  fin  que  el  anhelo,  en  goces, 
Apenas  nacido,  muera. 
¿Quién  pensara  que  ven  /a 
El  infortunio  tan  cerca? 
No  hay  que  fiar,  ¡oh  iortunal 
En  tus  falaces  promesas. 
Quien  gusta  licor  suave, 
Nunca  las  heces  sospecha. 
Me  embriagaste  con  tus  dones 
Trastornando  mi  cabeza, 

Y  luego  de  hiél  amarga 
Me  diste  la  copa  llena. 
¡Cuánto  dolor  sobre  mí 
Desde  aquel  instante  pesa! 
¡Ay,  cuinta  noche  de  insomnio 
Pasé  sintiendo  mis  penasl 
¿Cómo  pensar  que  mis  planes 
En  mi  daño  se  volvieran? 
¿Por  qué  me  castiga  el  cielo? 
¿Por  qué  culpa  me  condena? 
Cuando  me  llamó  la  gloría 
No  reposé  hasta  tenerla, 
Llevando  en  nobles  arranques 


Á  todos  la  delantera. 
Aunque  era  cruel  fortuna, 
Justo  es  que  yo  te  agradezca 
Que  arrancaste  de  mis  ojos 
Alucinados  la  venda. 
Antes  soñando  vivía; 
Ya  tu  mano  rae  despierta 
De  los  hombres  y  del  mundo 
Mostrándome  la  vileza. 

IV 

Basta,  basta,  ya  del  mundo 
Para  siempre  me  separo; 
Sus  mentiras  no  me  ciegan, 
He  roto  todos  sus  lazos; 
Ya  mi  horizonte  limita 
De  un  pobre  huerto  el  vallado. 
En  mis  libros,  confidentes 

Y  amigos  tan  sólo  hallo; 
Noticias  me  dan  del  mundo 

Y  de  los  siglos  pasados. 

Y  su  tesoro  de  verdades 
Me  ofrecen  y  desengaños; 
Mas  sentiré  que  en  la  huesa 
Le  den  los  hombres  descanso, 
Sin  saber  qué  corazón, 

Qué  ingenio  habrán  sepultado. 

(Chabret,  Sagunto,  Apéndices). 


(i)  Crón.  Gral.  f.  3 14  y  315. — Las  poblaciones  llamadas  Serra  más  pró- 
ximas á  Valencia,  eran  las  de  Naquera  y  la  de  Turís.  Los  autores  opinan  que 
sería  la  primera. 


¿*¿jf 


por  evitar  los  males  que,  en  caso  de 
evendrían  á  la  ciudad.  Fué  otro  de  los 

aljama  deponer  del  mando  de  cadí  á 
)  de  Abu  Becr;  y,  dado  cumplimiento  al 
ó  a  Yahya,  que  Valencia,  incluso  el 
su  castillo,  Abu  Isa  ben  Lebún,  le 
¡oberano.  El  mismo  gobernador,  cuyas 
in  allanado  el  camino  al  trono  á  Kádir, 

0  de  los  notables  de  la  ciudad  á   Serra 

1  nuevo  rey  la  resolución,  y  á  la  vez  le 
no  demorase  la  entrada  en  Valencia  (i). 

en  medio  de  las  aclamaciones  de  la 
,  y  el  Emir,  con  sus  mujeres,  fueron 
n  las  mejores  piezas  del  alcázar,  las 
.ebún  tenia  preparadas.  También  los 
>n  lujosas  habitaciones,  y  los  ballesteros 
los  se  alojaron  en  la  plaza  situada  entre 
l  mezquita.  Alvar  Fáñez  y  sus  tropas 
tlbergaron  en  Ruzafa.  Al  temor  que 
:llos  cristianos  cubiertos  de  hierro  y 
ipadas  centelleaban  á  los  rayos  del  sol, 
s  que  al  afecto,  el  entusiasmo  demos- 
ibimiento. 

i  que  Yahya  dispuso  fué  nombrar  su 
d,  ó  wazir  mayor,  al  señor  de  Murviedro. 
n  público  le  honraba  mucho,  pues  el 
:saba  general  estimación,  interiormente 
cierta  prevención,  por  la  gran  intimidad 
A.bu  Becr,  el  emir  difunto.  A  la  perspi- 

'o  el  Campeador,  11, 


—  208  — 

cacia  de  Aben  Lebún  no  escapó  que  las  atenciones  que 
le  prodigaba  el  Emir  dejaban  de  ser  sinceras:  buen 
político  el  ministro,  se  decidió,  después  de  algunas 
vacilaciones,  á  desempeñar  con  toda  lealtad  su  cargo; 
y  tal  vino  á  ser  su  proceder,  que  Yahya  le  cobró  gran 
afición  y  formó  propósito  de  no  retirarle  su  gracia  ni 
seguir  otro  consejo  que  el  suyo.  Le  colmó,  además,  de 
toda  suerte  de  favores  (i). 

Los  moros  señores  de  los  castillos  deshacíanse  en 
tales  obsequios  al  Emir,  que  éste,  á  ser  menos  avisado, 
pudiera  dafse  por  satisfecho  del  amor  de  sus  subditos 
y  de  la  firme  estabilidad  de  su  trono.  Aquellos  agasa- 
jos iban  sólo  encaminados  á  que  despidiese,  por  inne- 
cesarias, las  tropas  auxiliares,  cuyo  sostenimiento  era 
la  ruina  de  la  ciudad,  pues  costaban  al  dia  600  dinares 
ó  monedas  de  oro. 

Manifestóse  al  rey,  que,  pues  de  buen  grado  se  había 
aceptado  su  señorío,  ningún  inconveniente  había  en 
que  Alvar  Fáñez  y  los  suyos  abandonasen  á  Valen- 
cia. Yahya,  que  además  de  notar  que  aún  daban  de 
cuando  en  cuando  señales  de  vida  los  bandos  en  que 
la  ciudad  estuvo  dividida,  comprendió  que  bajo  el  velo 
de  tan  halagüeñas  manifestaciones  se  ocultaban  inten- 
ciones no  tan  lisonjeras,  en  vez  de  acceder  á  la 
petición,  como  los  ordinarios  tributos  no  bastasen  al 
sostenimiento  del  ejército  cristiano,  añadió  uno  más, 
que  vino  á  poner  el  colmo  á  la  desesperación  de  los 
valencianos.  So  pretexto,  ó  porque  en  verdad  lo  recla- 
mase el  pasto  de  la  caballería  auxiliar,  gravó  á  nobles  y 


(1)    Crón.  Gral.  1.  c 


—  209  — 

plebeyos  con  el  para  ellos  inusitado  pecho  de  la  cebada. 
En  son  de  burla  saludábanse  al  topar  los  unos  con  los 
otros  diciendo  «daca  la  cebada»;  y  hasta  amaestraron  al 
perro  de  una  carnicería  á  ladrar  cuando  le  acosaban  con 
el  consabido  estribillo:  por  lo  que  en  tono  satírico  excla- 
maba un  poeta  de  aquel  tiempo:  «á  fé  que  no  es  sólo 
ese  perro  el  que  rabia  en  la  ciudad  cuando  se  pide  la 
cebada»  (i). 

Tan  predispuestos  estaban  los  ánimos  de  todas 
las  clases  á  la  rebelión,  que  bastaba  una  sola  chispa 
para  que  se  produjese  un  incendio  general.  Una  guerra 
indiscreta  y  de  éxito  fatal,  vino  á  hacer  estallar  la 
insurrección.  Todos  los  señores  de  castillos  enclavados 
en  la  jurisdicción  de  Valencia  se  habían  apresurado  á 
acudir  á  la  corte  para  rendir  al  Emir  personalmente  vasa- 
llaje. Hubo  uno,  sin  embargo,  el  de  Játiba,  llamado  Aben 
Mahcor,  que,  desoyendo  órdenes  apremiantes  de  Yahya, 
se  concretó  á  felicitarle  enviándole,  por  conducto  de 
un  mensajero  nombrado  al  efecto,  una  carta  y  añadió 
varios  regalos.  Excusó  su  no  comparecencia,  con  sus 
muchas  ocupaciones;  pero  que  constase  tenía  el 
castillo  por  Yahya  y  que  no  tenía  inconveniente  en 
cumplir  su  voluntad;  y  que  hasta  haría  entrega  del 
mando,  si  el  Emir  así  lo  quería,  siempre  que  Yahya 
atendiera  á  su  subsistencia  (2). 


;  (1)    Crón.  Gral.,  f.  315. 

!  (2)    Ibídem.— De  Aben  Mahcor  hablan  también  incidentalmente  los  auto- 

!         res  árabes.  De  él   dice  Aben   Bassam,   que  cuando   Mutámid   hizo   poner 

<n  1084  en  prisión  A  visir  Aben  Ornar,  era  ya  gobernador  de  Játiba  y  pidió, 

con  otros  muchos,  el  indulto  del  infortunado  ministro.  «Si  no  nos  es  infiel 

la  memoria,   escribe  Dozy,  Aben  Bassam  ha  copiado  la   carta  que  Aben 

27 


—   210  — 


Irritó  sobremanera  al  Emir  la  contestación,  por 
creer  que  en  su  fondo  había  mal  encubierto  espíritu 
de  rebeldía.  Con  todo,  no  quiso  arrojarse  á  castigar  lo 
que  él  juzgaba  desacato  á  su  majestad,  sin  antes 
tomar  consejo  de  su  ministro.  Aben  Lebún  dijo 
que  convenía  disimular,  antes  que  lanzarse  á  una 
aventura  peligrosa,  por  la  inseguridad  en  el  buen 
éxito  y  por  lo  expuesta  á  gravísimos  contratiempos. 
No  lo  entendió  así  el  Emir,  y  se  apartó  del  cuerdo 
parecer  de  su  leal  ministro:  era  que  los  hijos  de 
Abu  Becr,  que  ya  habían  vuelto  á  la  gracia  del  rey, 
ansiosos  de  perderle  y  émulos  de  la  privanza  que 
gozaba  Aben  Lebún,  al  ser  consultados,  obraron  con 
perfidia  é  insistieron  en  que  era  atentatoria  á  la  dignidad 
de  la  realeza  la  respuesta  del  walí  de  Játiba  y  en  que  no 
era  prudente  quedara  sin  castigo  (i). 

Previendo  Aben  Mahcor  la  tormenta  que  iba  á 
venirle,  se  había  preparado  á  la  defensa  fortificándose 
en  el  castillo,  en  las  torres  y  en  buena  parte  de  la 
villa.  Acompañado  de  Alvar  Fáñez  corrió  Yahya  contra 
Játiba,  y  fácil  le  fué  apoderarse  de  la  parte  baja  de 
la  población,  por  haberla  abandonado  el  rebelde.  No 
sucedió  lo  mismo  con  el  castillo,  donde  Aben  Mahcor 


Mahcor  escribió  á  Mutámid  en  esta  ocasión,  y  tenemos  i  la  vista  el 
extracto  de  otra  que  Mutámid  hizo  escribir  en  respuesta  á  la  de  Aben 
Mahcor.  Este  extracto  se  encuentra  en  la  enciclopedia  de  Nawairi,  man.  de 
.Ley den,  núm.  273,  p.  549.  £1  gobernador  de  Játiba  se  halla  allí  nombrado 
por  error  Aben  Yahfur;  mas,  por  lo  demás,  la  pronunciación  de  la  Crónica  es 
enteramente  exacta,  pues  los  árabes  de  España  apenas  dejaban  percibir  la 
b,  dando,  además,  al  wau  el  sonido  de  o  (Investigaciones,  El  Cid  según  ¡os 
documentos  modernos,  i.«  parte,  las  Fuentes,  II). 
(1)    Ibídem. 


.  í 


—   211    — 


resistió  por  espacio  de  cuatro  meses,  á  pesar  de  los 
combates,  escaramuzas  y  asaltos,  y  de  la  escasez  de 
bastimentos,  principalmente  de  agua.  Esta  contrariedad 
inesperada  por  Yahya,  le  encendió  en  cólera  contra 
los  hijos  de  Abu  Becr:  prendió  á  uno  de  ellos  y 
á  un  judio  mayordomo  del  otro  hermano,  y  para 
alimentar  durante  un  mes  al  ejército  castellano,  les 
quitó  cuanto  tenían,  con  lo  cual  respiraron  un  poco 
los  valencianos  (i). 

Cuando  Aben  Mahcor  apuró  todos  los  medios  de 
defensa,  antes  que  rendirse  ai  emir  de  Valencia,  recu- 
rrió á  una  resolución  extrema:  propuso  á  Mondhir,  el 
emir  de  Denia,  entregarle  Játiba,  si  acudía  en  su 
auxilio.  Aceptó  Aben  Hud  el  ofrecimiento,  y,  para 
alentar  en  la  resistencia  á  los  setabenses,  envió  á  su 
general  Al  Aisar  (El  Izquierdo).  Entró  este  caudillo 
una  noche  en  la  alcazaba,  y  allí  encontró  al  gober- 
nador de  Al  Menara,  que  también  había  acudido  al 
lado  de  Aben  Mahcor  (2). 

Mientras  tanto,  el  emir  de  Denia  reunió  otro  ejér- 
cito cristiano  para  oponerle  al  de  Alvar  Fáñez:  tomó, 
al  efecto,  á  sueldo  al  barón  de  Cervellón,  Giraldo  de 
Alemany,  que  tenía  á  sus  órdenes  muchos  caballeros 
t  catalanes.  Marchó  hacia  Játiba,  y  no  atreviéndose  el 
emir  de  Valencia  á  sostener  un  choque  con  las  tropas 
acaudilladas  por  Mondhir,  batióse  en  retirada  hacia 
Alcira,  y  poco  después  entraba  en  Valencia  cubierto  de 
oprobio.  Mondhir  agregó  Játiba  á  sus  dominios,  y 


(1)  Croo.  Gral.,  f.  316. 

(2)  Crónica  General,  1.  c. 


1 


.■ 


—   212   — 


Aben  Mahcor  pasó  á  vivir  en  Denia,  cuyo  emir  le 
trató  con  gran  consideración  y  le  dio  muchas  pose- 
siones (i). 

Natural  era  que  Mondhir  procurase  sacar  de  la 
retirada  de  Yahya  el  mayor  partido  posible.  Franqueó 
por  Alcocer,  desaparecido  en  el  siglo  XVIII,  el  paso 
del  Júcar,  atravesó  la  fértil  llanura  que  se  extiende 
hasta  Valencia,  y  sentó  sus  reales  en  la  Xarea,  nom- 
bre también  de  una  puerta  de  la  ciudad  situada  por 
donde  hoy  se  alza  la  parroquia  de  Santo  Tomás. 
Allí  había  una  mezquita  donde  los  moros  cele- 
braban sus  fiestas.  Mondhir  se  aproximó  aún  más  á 
Valencia,  á  fin  de  reconocer  su  sitio.  Temeroso  Yahya, 
rodeado  de  sus  amigos  y  valedores,  observaba  desde  el 
muro  los  movimientos  del  enemigo.  Alvar  Fáñez,  con 
sus  escuadrones  formados,  estaba  dispuesto  á  rechazar 
á  las  tropas  catalanas,  si  le  provocaban  ai  combate.  El 
emir  de  Denia  tuvo  durante  algunos  días  en  continua 
alarma  á  los  valencianos;  y,  viendo  que  la  ciudad  no 
abría  las  puertas,  como  se  le  había  prometido,  alzó  el 
sitio  y  marchó  á  Tortosa,  sitiada  por  Sancho  Ramí- 
rez, rey  de  Aragón  (2). 

Pasado  el  peligro,  volvió  el  emir  de  Valencia,  obli- 
gado por  la  necesidad,  á  sus  ordinarias  exacciones. 
Apremiándole  Álbar  Fáñez  á  que  le  satisficiera  las 
pagas  atrasadas,  Yahya,  exhausto  de  recursos,  propuso 
á  los  castellanos  se  establecieran  en  su  reino;  y,  admi- 


(1)  Ibídem. 

(2)  Ibídem. — Malo  (Apéndice,  XVIII).— El  Archivo,  I,   217.—  Chab¿s, 
Mon.,  1. 1,  c.  IV. 


—  213  — 

tida  por  el  caudillo  cristiano  la  proposición,  tuvieron 
él  y  sus  soldados  extensos  terrenos  (i). 

Divulgada  esta  noticia,  muchos  moros  abjuraron 
de  su  religión  y  tomaron  partido  por  Alvar  Fáñez. 
Como  voluntarios  que  sólo  obraban  por  el  cebo  del 
sueldo,  de  la  rapiña  ó  del  botín,  eran  malhechores  del 
peor  género.   «Las  taifas  de  Alvar  Fáñez  (dice  un 
escritor  árabe),  ¡maldígale  Dios  y  maldígalos  á  ellos 
también!,  cortaban  á  los  hombres  y  á  las  mujeres  sus 
partes...  Eran  todos  los  más  malos  de  los  muslimes,  y 
los  malvados,  y  los  sin  vergüenza,  y  los  viciosos  de 
los  mismos,  y,  además,  muchas  gentes  de  las  comarcas 
de  los  cristianos...  Sostuvieron  contra  los  muslimes 
muchas  algaras,  y  violaron  sus  haremes,  y  mataron 
sus  hombres,  y  forzaron  mujeres  y  niños,  abjurando 
muchos  de  ellos  el  Islam,  y  despreciaron  la  religión 
del  Profeta  ¡la  paz  de  Dios  sea  con  él!;  hasta  el  punto 
de  vender  un  muslim  cautivo,  por  un  pan,  ó  por  un 
vaso  de  vino,  ó  por  una  libra  de  pescado;  y  al  que  no 
se  rescataba  él  mismo,  le  cortaban  la  lengua,  ó  le 
sacaban  los  ojos,  ó  le  echaban  perros  de  presa...»  (2). 
Esto  mismo  se  lee  en  la  Crónica  General:  «e  davan 
un  moro  por  un  pan  e  por  un  terrazo  de  vino.»  Estas 
tropas,  llamadas  cid  Dazuar,  se  reunieron  después  al 
Cid  Campeador.  Valencia,  como  dice  la  misma  Cróni- 
ca, estaba  «como  en  poder  de  cristianos».  De  ahí  que, 
desesperados  los  moradores  de  hallar  remedio  á  sus 
males,  la  abandonaban,  y  las  tierras  perdieran  su  valor 


(1)  Ibídem. 

(2)  Malo,  Rodrigo  el  Campeador,  Apéndice  XXI. 


—  214  — 

acostumbrado.  Alvar  Fáñez,  contando  á  sus  órdenes 
con  un  tan  crecido  ejército  de  moros  y  de  cristianos, 
salió  por  la  parte  de  Burriana  á  correr  las  tierras  del 
emir  de  Denia,  y  volvió  á  Valencia  con  riquísima 
presa  de  ropas  y  de  ganados. 

La  opresión  se  dejó  sentir  más  sobre  los  que  tenían 
mayor  poder.  Ya  queda  expuesto  que  los  hijos  de 
Abu  Becr,  á  consecuencia  del  fracaso  contra  Játiba, 
sufrieron  las  iras  de  Yahya  y  fueron  encarcelados. 
Hasta  el  gobernador  de  Murviedro,  sin  que  rompiera 
su  amistad  con  el  Emir,  vivía  apartado  de  la  corte. 

Gracias  á  la  intervención  del  judío  que  había  sido 
embajador  de  Castilla  en  Valencia  durante  el  corto 
reinado  de  Ozmán,  éste,  por  mediación  de  Alfonso  VI, 
vivía  como  en  libertad  y  en  buenas  relaciones  con 
Alvar  Fáñez.  La  generosidad  de  Alfonso  tenía  poco 
de  desinteresada,  puesto  que  el  beneficio  á  Ozmán  no 
le  alcanzaba  sino  mediante  la  promesa  de  entregar 
cada  año  al  rey  de  Castilla  treinta  mil  monedas  de 
oro;  así  y  todo,  por  más  que  Yahya  en  apariencia 
trataba  bien  á  Ozmán,  teníale  como  preso  en  su 
propia  casa. 

Cuando  el  hijo  de  Abu  Becr  supo  que  Aben  Lebún 
y  el  judío  le  esperaban  en  Murviedro,  rompió  una 
pared  y,  disfrazado  de  mujer,  escapó  una  noche;  pasó 
el  día  oculto  en  la  huerta;  á  la  noche  siguiente  montó 
en  un  caballo  que  le  tenían  preparado  y  se  refugió  en 
Murviedro.  Convino  con  el  judío  en  entregarle  enton- 
ces, como  así  lo  hizo,  quince  mil  monedas  en  dinero, 
sortijas,  collares  y  telas  preciosas,  y  las  otras  quince 
mil,  cuando,  disfrutando  de  entera  libertad  en  Valen- 


—  215  — 

cia,  percibiera  las  rentas  de  sus  posesiones.  El  judío 
volvió  á  la  corte  de  Alfonso. 

Ya  el  otro  hermano  de  Ozmán  había,  por  media- 
ción del  emir  de  Zaragoza,  recobrado  la  libertad;  y  los 
caballeros  moros,  sabedores  del  sitio  en  que  los  Beni 
Abdeláziz  se  habían  refugiado,  allí  acudieron,  por  no 
tener  en  Valencia  seguras  sus  vidas  ni  sus  haciendas. 

De  igual  modo  que  Alfonso  VI  tenia  avasallado  al 
emir  de  Valencia,  estábalo  igualmente  el  de  Sevilla;  y, 
como  toda  la  España  musulmana  presentía  la  total 
destrucción  que  de  ella  tenia  pensada  el  rey  de  Castilla, 
no  viendo  esperanza  de  salvación  en  la  Península,  se 
tomó  la  extrema  resolución  de  entregarse  en  brazos 
de  los  fanáticos  almorávides,  dueños  á  la  sazón  del 
norte  de  África.  Fué  el  emir  de  Valencia  uno  de  los 
muchos  que  subscribieron  la  misiva  en  que  se  soli- 
citaba el  auxilio  de  Yúsuf  ben  Texufín,  el  rey  de 
Marruecos- (i). 

En  el  interlunio  de  rabié  primera  del  año  479 
(30  junio  de  1086)  vino  Yúsuf  á  España,  con  tanta 
gente,  «que  sólo  su  Criador  puede  contarla...  La  fama 
de  esta  venida  de  los  moros  almorávides  voló  al  campo 
y  hueste  del  rey  Alfonso,  que  estaba  sobre  Zaragoza; 
y  luego  levantó  el  cerco  pensando  salir  al  encuentro 
del  rey  de  los  muslimes.  Hubo  Alfonso  su  consejo  con 
los  caudillos  y  escribió  al  rey  de  los  cristianos  Aben 
Radmir  (Sancho  Ramírez),  ¡maldígale  Alah!,  y  al 
Barhanis  (Alvar  Fáñez),  que  el  primero  tenía  cercada 
í  medina  Tartuxa  (Tortosa),  y  el  segundo  andaba  en 


(1)    Conde,  III,  u. 


—   2í6   — 

tierra  de  Valencia;  y  los  dos  vinieron  con  sus  gentes 
en  su  ayuda,  y  se  juntaron  con  él»  (i). 

En  la  para  los  cristianos  funesta  jornada  de  Zalaca, 
ocurrida  el  14  de  récheb  del  año  479  (23  octubre 
de  1086),  el  rey  Yahya  formaba  parte  de  la  hueste  de 
Sevilla,  y  Alvar  Fáñez,  de  la  segunda  de  Alfonso  VI. 
Diez  mil  cabezas  de  cristianos  fueron  en  Valencia  testi- 
monio triste  y  elocuente  del  triunfo  alcanzado  por  los 
muslimes  (2). 

((Alfonso  el  tirano  ¡quebrántele  Dios  sus  miembros!,  escribe 
un  historiador  árabe,  sufrió  aquella  derrota  tan  memorable  en 
día  de  viernes.  Entonces  se  volvió  á  su  país  (maldígale  Dios); 
pero  llevaba  yá  los  brazos  cortados,  y  su  imperio  había  yá 
finalizado.  Con  este  motivo,  se  ensanchó  libremente  el  pecho  de 
Yahya  ben  Dzin  Nun,  respiraba  el  aire  vital  con  facilidad  y  se 
regocijó  de  que  aún  le  quedase  sangre  en  las  venas;  y  entró  en 
la  alianza  con  Emir  al  Moslemín,  como  lo  habían  hecho  los  demás 
principes  (3). 

m 

Se  vé  que  Yahya,  aunque  ocultamente  se  enten- 
diera, como  todos  ellos,  con  el  jefe  de  los  almorávides, 
aparentó  sumisión  á  Alfonso  VI  mientras  Alvar  Fáñez 
estuvo  en  Valencia;  y  luego,  inclinándose  del  lado 
que  mayores  ventajas  le  ofrecía,  se  emancipó  del 
soberano  de  Castilla.  Si  bien  quedó  libre  de  las  terri- 
bles mesnadas  de  Alvar  Fáñez,  no  tardó  en  ver  confir- 
mados sus  temores  de  que,  sin  la  protección  de  ios 
castellanos,  pronto  se  le  rebelarían  los  gobernadores 
de  sus  castillos. 


(1)  Conde,  III,  15. 

(2)  Conde,  III,  16. 

(3)  Malo,  Rodrigo  el  Campeador,  Apéndice  XX. 


—  217  — 

Pocos  días  después  de  la  jornada  de  Zalaca,  Yúsuf 
volvió  á  África  á  causa  de  habérsele  muerto  un  hijo. 
En  cuanto  los  cristianos  se  aseguraron  de  la  marcha 
de  Yúsuf,  se  diseminaron  por  la  España  oriental,  y 
comenzaron  sus  correrías  por  Zaragoza,  dirigiéndose 
luego  á  Valencia,  Denia,  Játiba  y  Murcia.  Eran  dueños 
de  Aledo,  fuerte  á  maravilla,  y  las  algaras  que  desde 
allí  hacían,  eran  más  terribles  que  las  tronadoras 
tempestades. 

El  emir  de  Sevilla,  Motámid,  con  tres  mil  ginetes 
que  le  había  dejado  Yúsuf,  aprovechó  el  espanto  que 
de  los  vencidos  se  había  apoderado,  y  reconquistó  á 
Uclés,  Huete,  Consuegra,  Cuenca  y  otros.  No  estuvo 
tan  afortunado  en  lo  de  Murcia:  le  salieron  al  encuen- 
tro ciertas  compañías  de  cristianos  y  le  desbarataron, 
y  se  retiró  á  Lorca.  Allí  le  obsequió  su  gobernador, 
Muhámad  ben  Lebún,  pariente  del  de  Murviedro, 
que  tenia  por  Motámid  aquella  ciudad  y  había  peleado 
como  bueno  en  Zalaca.  También  Abu  Isa  ben  Lebún 
murió  en  la  guerra  santa  al  año  siguiente,  481  (marzo 
1088-1089).  Clamaba  el  emir  de  Sevilla  por  el  inme- 
diato retorno  de  Yúsuf;  pues  «en  especial  le  hablaba  de 
las  algaras  del  Cambitor  (Campeador),  príncipe  cris- 
tiano que  infestaba  las  fronteras  de  Valencia»  (1). 

Entrado  ya  el  año  1088,  cansados  de  su  emir  los 
moros  valencianos,  se  le  sublevaron,  y  los  más  princi- 
pales llamaron  á  Mondhir,  para  dársele  por  vasallos. 
Con  gentes  suyas  y  con  algunos  catalanes  que  tomó 
á  sueldo,   salió  de  Lérida  para   Valencia  al  mismo 


(1)    Conde,  III,  18.  — Chabret,  Sagunto,  I,  165,  n. 

28 


—  2l8  — 

tiempo  que  encargó  á  un  tío  suyo  acudiese  desde 
Denia,  con  otro  ejército,  en  día  prefijado  hacia  la 
ciudad  del  Turia.  Temiendo  Yahya  verse  combatido  á 
la  vez  por  las  dos  huestes,  aprovechó  para  atacar  á 
la  de  Denia  la  circunstancia  de  haberse  ella  adelantado 
al  dia  que  se  le  señalara;  pero  fué  vencido  y  obligado 
á  encerrarse  en  la  ciudad. 

Mondhir  tuvo  noticia  del  triunfo  de  los  suyos 
cuando  no  estaba  de  Valencia  sino  á  una  jornada. 
Durante  la  noche  se  aproximó  á  ella  con  ánimo  de 
combatirla;  sin  embargo,  por  causa  que  se  ignora,  dejó 
de  hacerlo,  y  permaneció  en  la  inacción  durante  algu- 
nos dias.  Vióse  Yahya  reducido  á  tan  extrema  nece- 
sidad, que  resolvió  salir  del  apuro  entregándose  á  los 
sitiadores;  mas  de  ello  le  disuadió  Abderrahmán  ben 
Tahir,  el  ex-rey  de  Murcia,  y  le  aconsejó  que  solici- 
tase la  protección  de  los  reyes  de  Castilla  y  de,  Zara- 
goza (i).  Dicho  Abderrahmán  vivió  largo  tiempo,  «en 
términos  de  sobrevivir  á  los  principales  régulos  de  sus 
días,  y  presenció  la  calamidad  de  los  muslimes  en 
Valencia  causada  por  el  tirano  Campeador  jquebrante 
Dios  sus  miembros!»  (2).  El  emir  de  Valencia, 
siguiendo  los  consejos  de  Abderrahmán  ben  Tahir, 
había  enviado  mensajeros  á  los  reyes  de  Castilla  y 
de  Zaragoza.  Por  entonces  había  llegado  á  la  corte 
de  Mostahín  el  arráez  Aben  Cañón,  que  procedía  de 
Cuenca,  y  fué  uno  de  los  que  salieron  de  Valencia: 
para  proponer  al  emir  de  Zaragoza  que  él  haría  de 


(1)  Crón.  Gral.,  f.  321. 

(2)  Malo,  Rodrigo  el  Campeador,  Apéndice  XX. 


—   219   — 

modo  que  la  ciudad  se  le  entregase,  é  igualmente 
Segorbe,  de  cuya  fortaleza  era  gobernador  un  hermano 
suyo.  Mostahín  dio  oídos  á  la  embajada  é  hizo 
concierto  con  el  Campeador  para  venir  sobre  Valencia: 
convinieron  en  que  serían  de  Rodrigo  las  riquezas 
que  se  ganaran,  y  de  Mostahín  la  ciudad.  Empreña 
dieron,  pues,  la  marcha,  con  400  jinetes  el  Emir  y 
con  3.000,  más  4.000  peones  más,  el  Campeador. 
Cuando  Mondhir  tuvo  conocimiento  del  acuerdo, 
resolvió  abandonar  su  proyecto;  mas  no  ^lzó  el  sitio 
hasta  que  su  tío  estuvo  cerca.  En  este  año,  481 
(mar.  1088-1089),  murió  en  la  guerra  santa  el  cadí 
Abu  Isa  ben  Lebún;  y  por  octubre  del  mismo  año,  1088, 
ocurrió  una  gran  avenida  del  Guadalaviar,  la  cual 
devastó  á  Valencia  y  destruyó  el  fuerte  de  su  puente. 

Hallándose  Mondhir  con  fuerzas  inferiores  á  las 
desús  enemigos,  hizo  de  la  necesidad  virtud:  no  se 
apartó  de  Valencia  hasta  que.  envió  á  Yahya  un 
mensaje  diciéndole  que,  no  sólo  levantaba  el  sitio, 
sino  que  quería  trabar  amistad  con  él,  con  tal  que 
no  rindiera  la  ciudad  á  Mostahín,  y  que,  unidas  las 
huestes  de  Denia  y  de  Valencia,  no  habría  en  el 
mundo  príncipe,  por  poderoso  que  fuera,  que  se 
atreviese  á  derribar  del  trono  á  Yahya.  Harto  com- 
prendió Al  Kádir  la  causa  á  que  obedecía  el  cambio  de 
conducta  en  Mondhir;  sin  embargo,  firmó  con  él 
capitulaciones  de  amistad,  y  el  emir  de  Denia  se 
retiró  á  Tortosa  (1). 

No  tardaron  en  llegar  \  Valencia  los  aliados,  y 


(1)    H&\g*  Rodrigo  el  Campeador,  Apéndice  XXI.— Crón.  Gral.,  f.  321,  v. 


—  220  — 

Yahya,  ignorante  del  pacto  que  existía  entre  Rodrigo 
y  Mostahín,  salió  a  recibirlos  como  á  sus  libertadores, 
les  agradeció  la  señalada  prueba  de  amistad  que  con 
el  socorro  le  daban,  hízolos  aposentar  en  la  huerta 
mayor  del  arrabal  llamada  Villanueva,  «que  era  adonde 
agora  están  los  barrios  de  los  Tintes,  hacia  el  monas- 
terio de  la  Corona,»  (i)  y  poco  después,  en  su  propio 
alcázar. 

En  vano  esperó  Mostahín  á  que  se  le  entregase 
el  castillo  de  Segorbe,  y  otro  tanto  le  sucedió  respecto 
de  Valencia..  Reclamó  de  Rodrigo  el  cumplimiento  de 
las  promesas  hechas  por  él  y  por  el  arráez  de  Cuenca; 
pero  el  Cid  se  negó  á  ello  alegando  que  Yahya  era 
vasallo  ó  tributario  del  rey  de  Castilla,  su  legítimo 
soberano,  y  añadiendo  que  acceder  á  sus  deseos  equivalía 
á  despojar  de  Valencia  á  Alfonso  VI,  en  lo  cual  no 
podía  consentir,  á  menos  que  Mostahín  declarase  la 
guerra  á  aquel  soberano,  único  caso  en  que  Rodrigo 
ayudaría  al  rey  de  Zaragoza  contra  el  de  Castilla  (2). 

No  porque  Rodrigo  contrariase  los  deseos  de 
Mostahín,  dejó  éste  de  sacar  su  partido,  pues  Yahya  le 
dio,  como  en  feudo,  el  castillo  y  villa  de  Liria,  y 
contra  aquellos  á  quienes  el  emir  de  Zaragoza  quiso 
castigar,  empleó  el  Cid  su  brazo.  Con  todo,  volvió 
despechado  á  la  capital  de  sus  estados,  alimentando 
aún,  sin  embargo,  el  intento  de  dominar  á  Valencia: 
para  lo  cual,  dejó  en  ella,  so  color  de  que  prestasen 


(1)  Escolano.— Malo  (Apéndice  XXIII)  sostiene  que  estaba  en  San  Juan 
de  la  Ribera. 

(2)  Crón.  Gral.,  f.  321,  v. 


—  221    — 


auxilio  á  su  emir,  uno  de  sus  capitanes  con  varios 
jinetes,  á  fin  de  que  le  tuviesen  al  tanto  de  los  sucesos 
que  ocurrieran  y  de  que  le  sirvieran  de  punto  de  apoyo 
en  ocasión  oportuna. 

Esto  sucedió  antes  de  marzo  de  1089. 


-^"  ^■^^^^N^^^rf-1 1- 


CAPÍTULO  IV 

Yahya  al  Kaadir  protegido  por  el  Cid. 
lOH»-lO0-¿. 

litio  de  Je.¡e..-H.bilidid  del  Cid.— Pesa  i  Culilli.- Vuelve  i  V.lencij.— Torrei-Torrei.— Rodrigo 

unirle  i  Alfonso  VI,  y  no  b  contigue.— Elehe,  Polos,  Titbena  y  Ondnre.— Su  eotrada  ca  Velan- 
eii.-BurriíDeyMorelle.— Tobar  del  Pio«.— Pu  con  Bercaguei  R.rsóo  ti.— El  Campeador  en  el 
Puig.— Muerta  de  ílondhir.— Su  hijo  Snldmia.— Lot  Beni  Betyr  J>  Aben  Montad.- Piole  ccioo 
que  leí  diipeau  ti  Cid— Tributos  que  ptK¡htl  al  Cid.— Sitio  de  Liria.-Se  une  Rodrigo  i  k 
(■pedición  da  Allomo  Vleomii  Aüd.lueli.-EDeiniíunie  reyy  imllo.— Benicadet!.—  Enfermedad 
da  Yabya.— llarehe  el  Cid  4  Zangón.- Sitie  Alfonso  VI  i  Valencia.— Vengan  M  de  Rodrigo.— 
Hítenle  dueño»  da  Horeiiy  de  Deuirt  lo>  ilmoriirides.— Aben  Geh.f. -Revolución  oue  provoca  en 
Vítesela.— Alefbeto  da  Ttnhya. 


rante  las  negociaciones  de  Mostahín  y  del 
Cid  en  Valencia,  compro  metióse  el  señor 
de  Murviedro  á  entregar  este  castillo  al 
emir  de  Zaragoza.  Como  Aben  Lebún  no  diera  cum- 
plimiento á  su  promesa,  encargó  Mostahín  á  Rodrigo 
le  castigase.  El  Campeador  emprendió  contra  Jérica 
sus  operaciones,  castillo  enclavado  en  la  jurisdicción 
de  Murviedro  y  centro  que  podría  servir  de  base  contra 
la  misma  capital  de  los  dominios  de  Aben  Lebún. 
Aunque  Jérica  estaba  desprovista  de  defensores  y  de 
víveres,  no,  por  ello,  dejó  de  presentar  tan  firme  resis- 
tencia, que  Rodrigo  prescindiera  de  formalizar  un  sitio  . 
en  toda  regla. 

Siguió  Aben  Lebún  el  ejemplo  de  Aben  Mahcor, 
el  gobernador  de  Játiba:  cuando  se  vio  en  el  mayor 


—   223   — 

apuro,  hizo  saber  á  Mondhir,  que  si  lograba  romper  el 
cerco,  se  le  declararía  su  vasallo.  Voló  el  emir  de  Denia 
en  auxilio  de  Jérica,  y  Rodrigo  tuvo  que  levantar  el 
campo.  Es  más:  por  temor  de  que  Mondhir  se  dirigiese 
contra  Valencia,  se  retiró  á  ella. 

Entonces  puso  el  Cid  en  juego  su  gran  habilidad 
para  obrar  con  entera*  independencia,  en  medio  de 
tantos  enemigos  que  aspiraban  al  dominio  de  Valencia. 
Prometió  á  Yahya  defenderle  contra  todos,  si  á  nadie 
hacía  entrega  de  la  plaza;  ofreció  á  Mostahín,  é  igual- 
mente á  Mondhir,  guardarla  para  cada  uno  de  ellos;  y 
al  rey  de  Castilla  decíale  que  era  su  servidor  y  vasallo  y 
que  sustentaba  en  provecho  de  Alfonso  aquellas  guerras, 
por  cuanto  entretenía  y  debilitaba  á  los  moros,  man- 
tenía á  costa  de  los  mismos  un  ejército  cristiano  y 
esperaba  poner  pronto  á  Valencia  en  poder  de  su  amado 
monarca.  Libre  de  enemigos  el  Campeador,  se  ocupaba 
en  hacer  algaras  por  los  países  limítrofes.  Al  pregun- 
tarle por  qué  obraba  así,  «dezíe  él  que  porque  oviese 
qué  comer»  (i).  Dice  el  libro  de  donde  tomamos  las 
noticias  que  á  continuación  apuntamos,  que  «las 
guerras  llevadas  á  cabo  por  Rodrigo,  sus  compañeros 
y  soldados,  no  todas  están  en  él  escritas»  (2). 

Es  lo  cierto  que  el  Cid  se  dirigió  entonces  á  la 
corte  de  Castilla  y  fué  muy  bien  recibido  por  Alfonso, 
que  le  guardó  las  más  exquisitas  atenciones.  Le  dio 
los  castillos  Dueñas,  Gormaz,  Ibia,  Campos,  Gaña, 
Bnbiesca  y  Berlanga;  y,  además,  le  otorgó  privilegio  de 


,« 


1)  Crónica  General,  fol.  321. 

2)  Crónica  Leonesa. 


—   224  — 

de  que  serían  para  él  y  para  sus  sucesores  las  tierras  y 
fortalezas  que  arrancase  á  los  moros. 

Entrado  ya  el  año  1089,  ó  sea,  en  la  era  1127, 
reunido  en  Castilla  un  ejército  de  7.000  combatientes, 
se  encaminó  hacia  el  reino  de  Valencia,  atravesó  el 
Duero,  sentó  su  campo  en  un  lugar  llamado  Fresno, 
marchó  luego  con  su  ejército  y  fué  á  parar  á  Calamo- 
cha,  en  territorio  de  Albarracin.  Allí  celebró  la  Pascua 
de  Pentecostés  (13  mayo).  Solicitó  con  él  una  entre- 
vista Al  Issaam  ad  Dahula,  señor  de  Santa  María,  y  la 
tuvieron  en  la  misma  Calamocha:  el  musulmán  se 
declaró  tributario  de  Alfonso  VI  (1). 

Prosiguió  Rodrigo  su  marcha  hacia  Valencia  y 
descansó  en  un  valle,  el  de  Torres-Torres  (2),  próximo 
á  Murviedro.  La  venida  del  Cid  no  podía  ser  de  mayor 
provecho  al  emir  Yahya.  Desengañado  Mostahin  de  que 
no  podía  con  el  Campeador  para  la  posesión  de  Valen- 
cia, hizo  alianza  con  el  conde  Berenguer  Ramón  II. 
Vinieron  ambos  sobre  la  ciudad,  y  mientras  el  de 
Barcelona  combatía  á  la  ciudad,  Mostahin  hizo  dos 
campos  atrincherados  en  el  Puig  y  en  Liria,  preten- 
diendo levantar  otro  en  la  Albufera:  los  tres  fueron 
dados  al  emir  de  Zaragoza  cuando  con  el  Cid^vino  á 
libertar  á  Yahya  (3). 

Apenas  Berenguer  supo  que  la  hueste  castellana 
se  acercaba,  se  llenó  de  miedo  y  alzó  el  sitio.  Sus 
soldados  desahogaron   su  enojo   profiriendo  contra 


(1)  Crónica  Leonesa. 

(2)  Risco  le  llama  Torrente,   pero  es  Torres-Torres,  ó  sea  el  Tales,  ó 
Tares,  de  la  Crón.  Gral.,  fol.  321  v. 

(3)  Crón.  Gral.,  íq).  321. 


—  225   — 

Rodrigo  palabras  de  burla  y  supliendo  la  impotencia 
con  amenazas  de  cautiverio,  cárcel  y  muerte,  que,  por 
cierto,  nunca  pudieron  realizar.  Súpolo  Rodrigo;  mas, 
por  consideración  al  parentesco  entre  el  conde  y 
Alfonso,  no  le  quiso  atacar.  Se  concretó  a  rogarle 
alzase  el  sitio.  Después  de  algunas  contestaciones 
vinieron  á  acuerdo,  conviniendo  en  que  el  conde  se 
retiraría  de  Burjasot  (Borg  as  sort),  donde  estaba,  á 
Requena,  y  desde  allí,  sin  tocaren  tierras  de  Zaragoza, 
á  Barcelona.  Dejó,  pues,  en  paz  á  Valencia,  y  más  que 
de  prisa  fué  á  Requena,  de  donde  se  trasladó  por 
Zaragoza  á  sus  dominios  (i). 

El  Cid,  que  durante  esas  negociaciones  no  se  había 
movido  de  Torres-Torres,  se  encaminó  á  Valencia,  sin 
que  tampoco  Mostahín  le  estorbase  el  paso.  Ya  en 
Valencia,  Yahya  le  envió  un  mensaje  y  muchos  rega- 
los. Establecieron  pacto  de  que  Rodrigo  pelearía  contra 
todos  los  enemigos  del  emir,  sometería  á  los  goberna- 
dores que  se  hablan  sublevado,  depositaría  en  Valencia 
la  presa  que  hiciese  y  en  ella  tendría  su  centro  de 
operaciones.  En  cambio,  Yahya  le  pagaría  mil  mone- 
das de  oro  al  mes,  esto  es,  se  le  hizo  tributario.  El 
señor  de  Murviedro  siguió  el  ejemplo  del  emir  de 
Valencia  (2). 

Después  marchó  el  Campeador  hacia  las  montañas 
de  Alpuente,  donde  reinaba  Djanáh  a<d  Daula  Abdallah. 
Sucedió  á  su  hermano  el  año  440  (1048-1049)  y  reinó 
hasta  el   485  (1092-1093),  en  que    los   almorávides 


(1)  Croa.  Leonesa. — Croo.  Gral.,  1.  c. 

(2)  Crón.  Gral.,  I.  c. — Crón.  Leonesa. 

29 


—   226  — 

absorbieron  sus  dominios.  Guerreó  en  ellos  el  Cid  cau- 
sando horrorosa  devastación,  y  allí  permaneció  gran 
parte  del  año.  Luego  paso  con  su  ejército  á  Requena, 
donde  también  se  detuvo  mucho  tiempo.  Después  obli- 
gó á  los  gobernadores  de  castillos  á  que  satisficiesen 
al  emir  de  Valencia  las  pagas  atrasadas,  lo  cual,  por 
congraciarse  con  el  Cid,  se  apresuraron  á  cumplir  (i). 

A  excitación  del  emir  de  Sevilla  habia  desembarca- 
do en  España  Yúsuf  ben  Texufin  en  la  luna  de  rabié 
primera  de  481  (mayo-junio  de  1088).  Enseguida 
escribió  á  los  emires  españoles  convocándolos  á  la 
guerra  santa  y  señalando  para  punto  de  reunión  los 
campos  de  Aledo  (Murcia).  Era  éste  un  castillo  fuerte 
á-  maravilla  y  puesto  sobre  un  monte  alto  y  escarpado 
en  una  peña  tajada.  De  todas  partes  había  acudido 
innumerable  muchedumbre  de  muslimes,  entre  los 
cuales  se  contaba  el  esforzado  Muhámad  ben  Lebún 
ben  I$a,  el  gobernador  de  Lorca.  La  guarnición  cristiana, 
formada  de  12.000  infantes  y  1.000  caballos,  se  defen- 
día con  tesón  admirable  (2). 

Comenzó,  sin  embargo,  á  escasearles  el  agua,  y 
lo  que  no  habían  los  sitiadores  alcanzado  con  las 
armas,  iban  á  lograrlo  por  la  falta  que  experimentaban 
los  cristianos.  Súpolo  Alfonso  VI,  y  se  propuso  sal- 
varlos- Escribió  á  Rodrigo  diciéndole  que  tan  luego 
recibiera  la  carta  se  pusiera  en  camino  para  Aledo, 
socorriera  á  sus  defensores  y  peleara  con  Yúsuf  y 
con  los  demás  sarracenos  que  combatían  el  castillo. 


(1)  Crón.  Gral.,  1.  c— Crón.  Leonesa. 

(2)  Conde,  III,  1 8.     . 


—  2TJ  — 

Rodrigo  contestó  por  conducto  de  los  mismos  que  le 
trajeron  el  aviso:  «Venga  el  rey  mi  señor,  según  ha 
prometido,  que  yo  preparado  estoy  á  socorrer  de  buen 
grado  el  castillo;  suplicóle,  sin  embargo,  tenga  la 
bondad  de  darme  conocimiento  de  su  venida». 

Al  instante  salió  de  Requena  el  Cam  peador  y  pasó 
á  Játiba.  Allí  le  alcanzó  un  mensajero  del  rey,  el  cual 
le  dijo  que  Alfonso  estaba  con  gran  ejército,  de 
18.000  combatientes,  en  Toledo.  Y,  como  se  le  hu- 
biera dicho  que  esperase  en  Villena,  por  donde  con 
seguridad  pasaría  el  monarca,  se  trasladó  á  Onteniente 
y  allí  se  detuvo  por  ser  más  abundante  en  pastos  que 
Villena;  mas,  para  estar  al  tanto  del  paso  del  rey,  envió 
destacamentos  á  la  expresada  villa  y  á  Chinchilla.  Estas 
medidas  fueron  de  ningún  efecto,  porque,  apartándo- 
se Alfonso  del  itinerario  que  había  anunciado,  bajó 
por  distinto  camino  al  Segura. 

Gran  disgusto  padeció  Rodrigo  al  saber  que  el  rey 
ya  iba  delante.  Desde  Hellin,  donde  tuvo  la  noticia, 
corrió,  ansioso  de  averiguar  el  paradero  del  monarca; 
adelantándose  con  unos  pocos  á  los  suyos,  llegó  á  Mo- 
lina. No  esperaron  los  muslimes  la  llegada  del  ejército 
castellano,  sino  que,  á  la  fama  de  su  venida, Yúsuf,  ha- 
bido consejo,  se  fué  rttirando  hacia  Lorca;  y,  no  cre- 
yéndose seguro  en  España,  en  Almería  se  embarcó 
para  África.  Hasta  cien  caballeros  sacó  de  Aledo  Alfon- 
so: todos  los  demás  habían  perecidode  hambre  ó  pelean- 
do. Esto  fué  ya  entrado  el  año  483  (marzo  de  1090)  (1). 

Rodrigo,  muy  abatido,  pasó  á  Elche,  donde  estaba 


(0    Crón.  Leonesa.— Conde,  III,  19. 


—  228  — 

su  ejército.  Con  permiso  suyo,  algunos  de  los  soldados 
que  se  trajo  de  Castilla,  regresaron  á  ella.  Alfonso 
volvió  á  Toledo.  Los  émulos  del  Cid  le  acusaron  al  rey 
de  vasallo  infiel,,  pérfido  y  traidor,  y  de  que  si  no  se 
había  unido  á  la  expedición,  fué  con  propósito  de  que 
los  castellanos  murieran  á  manos  de  los  sarracenos. 
Alfonso,  que  bien  poco  había  de  menester  para  irritarse 
contra  el  Campeador,  mandó  se  le  privase  de  los  casti- 
llos, villas  y  honores  que  le  había  otorgado;  hizo  que 
se  le  despojara  hasta  de  su  mismo  patrimonio,  y,  no 
respetando  ya  nada,  ordenó  se  le  tomara  todo  el  ora 
y  plata  que  se  descubriera  fuesen  suyos,  y  que  su  mujer 
é  hijos  fueran  encarcelados.  El  enojo  que  por  tan  in- 
justos atropellos  se  apoderó  de  Rodrigo  es  indecible. 
Al  momento  envió  al  rey  por  mensajero  á  uno  de  sus 
más  fieles  servidores,  para  que  por  las  armas  probase 
la  inocencia  de  Rodrigo.  Cuatro  testimonios  diferen- 
tes presentó  el  enviado  del  Cid;  mas  el  rey  se  negó  á 
dar  satisfacción  alguna. 

En  Elche  estaba  Rodrigo  el  día  de  la  Natividad  del 
Señor  (25  diciembre  de  1090).  Celebrada  allí  dicha 
Pascua,  siguió  hacia  el  norte  por  la  costa,  y  llegó  á 
Polop,  castillo  en  que  había  una  cueva  llena  de  dinero. 
Le  sitió  y  combatió,  y  al  cabo  de  pocos  días  fué  toma- 
do por  asalto.  Encontró  gran  cantidad  de  oro,  plata  y 
telas  preciosas;  y,  con  tantas  riquezas,  siguió  hasta  el 
puerto  deTárbena,  á  poca  distancia  del  cual,  ya  en  la 
jurisdicción  de  Denia,  en  el  sitio  llamado  Ondara, 
reparó  un  castillo  y  le  hizo  fuerte  (1). 


(f)     Crónica  Leonesa. 


—  229  — 

Allí  tuvo  el  ayuno  de  la  Cuaresma  y  celebró  la 
Pascua  de  Resurrección  (13  abril  de  1091).  Bien  dice 
la  Crónica  general  que  entonces  fué  á  guerrear  con  el 
señor  de  Denia  y  de  Játibá;  que  cerca  de  la  primera 
pasó  el  invierno;  que  cada  día  enviaba  sus  algaras  á 
correr  la  tierra;  que  causó  tantos  males  y  quebrantos, 
que  desde  Orihuela  hasta  Játiba  «non  fincó  pared»,  y 
que  con  infinitos  cautivos  y  presa  de  vacas,  ovejas  y 
muchas  otras  cosas,  vino  á  Valencia,  vendió  lo  que 
quiso  y  tomó  lo  que  él  y  sus  terribles  soldados 
habían  de  menester  (1). 

El  emir  de  Denia,  en  cuyo  territorio  estaba  Rodrigo, 
le  envió  en  solicitud  de  paz  un  mensajero:  estable- 
cida que  fué,  se  apartó  de  allí  el  Cid  y  vino  hacia 
Valencia.  Cuando  el  emir  de  ésta  supo  que  el  de  Denia 
había  pactado  paces  con  el  Cid,  llenóse  de  miedo,  y, 
celebrado  consejo  con  los  suyos,  envió  muchos  rega- 
los al  caudillo  castellano:  la  amistad  entre  los  dos 
quedó  afirmada.  De  igual  modo,  recibió  Rodrigo  in- 
numerables tributos  de  todos  los  castillos  rebeldes  al 
rey  de  Valencia,  que  parece  desdeñaban  su  imperio  (2). 

Al  tiempo  que  el  Campeador  entraba  en  Valencia, 
Mondhir  salió  de  Lérida  y  Tortosa  y  vino  á  Murvie- 
dro.  Al  saber  el  emir  de  Denia  que  entre  Rodrigo  y  el 
de  Valencia  se  habían  pactado  las  paces,  poseído  de 
espanto,  salió  de  Murviedro  á  media  noche  y  se  alejó. 
El  Cid,  queriendo  hacer  una  correría  hacia  Tortosa, 
salió  del  territorio  de  Valencia  y  llegó  á  Burriana.  Allí 


(1)  Crón.  Gral.,  f.  321,  v. 

(2)  Crónica  Leonesa. 


y 


—  230  — 

supo  que  Al  Hágib,  ó  Mondhir,  andaba  en  tratos  con 
Sancho  Ramírez,  con  Berenguer  Ramón  II  y  con 
Armengol,  conde  de  Urgel,  para  arrojarle  de  su  tierra 
y  obligarle  á  salir  de  su  reino.  Pero  ni  el  rey  de 
Aragón  ni  el  conde  de  Barcelona  se  mostraron  dispues- 
tos á  escuchar  los  ruegos  del  emir  de  Denia. 

Rodrigo  se  detuvo  en  Burriana  inmóvil  como 
piedra,  esto  es,  sin  preocuparle  las  gestiones  que  en 
contra  suya  practicaba  Mondhir.  Después  se  corrió 
hacia  el  norte  y  subió  á  los  montes  de  Morella,  donde 
había,  no  sólo  abundancia  de  pastos,  sino  también 
innumerables  rebaños.  Al  ver  Mondhir  que  le  estragaba 
la  tierra,  «ca  non  le  avíe  dejado  nin  pan,  nin  podíese 
sembrar»,  solicitó  el  auxilio  de  el  Fratricida,  y  éste, 
ya  recibida  gran  cantidad  de  dinero,  con  su  ejército 
salió  al  instante  de  Barcelona  y  se  corrió  hacia  Zara- 
goza. Por  fin,  puso  su  campo  en  Calamocha,  territorio 
de  Albarracín  (1). 

Acompañado  de  unos  pocos  el  conde,  se  adelantó 
hasta  Daroca,  donde  estaba  Mostahín,  el  emir  de 
Zaragoza,  y  habló  con  él  al  objeto  de  establecer  paz. 
No  sólo  consiguió  esto,  sino  que  recibió  además  algún 
dinero.  Mostahín,  atendiendo  á  los  ruegos  del  conde, 
marchó  con  él  á  la  Rioja,  donde  estaba  Alfonso  VI,  y 
le  pidieron  que  les  facilitase  soldados  contra  Rodrigo; 
pero  el  rey  de  Castilla  se  negó  á  ello.  Entonces, 
Berenguer,  con  sus  compañeros  de  armas,  Bernardo, 
Giraldo  de  Alemany  y  Dorea,  seguidos  de  numeroso 
ejército,  fueron  á  parar  á  Calamocha. 


(i)     Crón.  Gral.,  f.  321. 


—  231  — 

Rodrigo  estaba  acampado  en  Tobar  del  Pinar,  valle 
en  el  cual  sólo  podía  penetrarse  por  una  cañada  muy 
angosta.*  El  emir  de  Zaragoza,  bien  fuese  por  amistad, 
ó  por  estar  á  la  ganancia  con  el  vencedor,  le  dio  aviso 
de  que  estuviese  preparado  á  luchar  con  el  conde  de 
Barcelona.  Rodrigo,  como  dice  la  General,  contestó: 
«venga,  ca  esperarlo  he»;  ó,  como  dice  la  Leonesa: 
«Rodrigo  con  sonrisa  contestó  al  mensajero:  doy 
expresivas  gracias  á  mi  fiel  amigo  Mostahin,  el  emir  de 
Zaragoza,  porque  me  ha  revelado  el  propósito  de 
atacarme  que  abriga  el  conde  de  Barcelona;  pero  des- 
precio al  conde  y  á  todos  los  suyos,  y  muy  á  gusto, 
confiado  en  Dios,  le  espero  aquí:  si  viene,  tenga  por 
cierto  que  combatiré»  (i). 

Berenguer,  seguido  de  su  crecido  ejército,  llegó 
por  la  montaña  hasta  cerca  del  sitio  en  que  Rodrigo 
había  acampado,  y  clavó  sus  tiendas  no  lejos  <^e  las  del 
castellano.  Una  noche  envió  espías  que  explorasen  la 
situación  del  Cid,  y  hallaron  que  la  tenía  al  pie  de 
un  elevado  monte.  Al  día  siguiente  escribió  á  Rodrigo 
una  carta  concebida  en  estos  términos:  «Yo,  Beren- 
guer, conde  de  -Barcelona,  junto  con  mis  soldados, 
digo  á  tí,  Rodrigo,  que  hemos  leído  la  carta  que  en- 
viaste á  Mostahin,  á  quien  dijiste  que  nos  la  mostra- 
se, y  en  ella  hacías  mofa  de  nosotros  y  nos  llenabas  de 
vituperios,  cosa  que  nos  hizo  encender  en  ira.  No  eran 
pocas  las  injurias  que  en  otras  ocasiones  nos  inferiste, 
por  lo  cual  ya  sentíamos  contra  ti  grandísimo  enojo. 
¿Cuánto  mayor  no  le  abrigaremos  ahora,  cuando  de 


(i)    Crón.  Gral.,  f.  322.— Crón.  Leonesa. 


—  232  — 

nosotros  acabas  de  hacer  mayores  burlas  y  escarnios? 
Aún  obra  en  tu  poder  el  dinero  que  ha  poco  nos  has 
quitado;  y  Dios,  que  es  poderoso,  nos  vengará  de 
tantos  agravios.  Más  grave  es  todavía  el  habernos 
comparado  á  nuestras  mujeres;  y,  no  queriendo  que 
tú  ni  los  tuyos  hagáis  tanta  burla,  rogamos  y  supli- 
camos al  Señor,  que  te  ponga  en  nuestras  manos, 
para  probarte  que  valemos  algo  más  que  nuestras 
mujeres.  También  dijiste  al  rey  Mostahin  que  si  no 
íbamos  á  combatirte,  saldrías  tú  á  nuestro  encuentro 
antes  de  que  él  volviese  á  Monzón,  y  que  si  retrasá- 
bamos el  salirte  al  paso,  tú  nos  buscarías.  Encareci- 
damente te  suplicamos  que  no  nos  vituperes  por 
semejante  causa;  que  hoy  no  hemos  bajado  adonde 
estás,  porque  hemos  querido  cerciorarnos  de  la  pre- 
sencia de  tu  ejército:  ya  vemos  que  al  amparo  de  ese 
monte  qo  rehuyes  la  pelea.  También  vemos  que  los 
montes,  los  cuervos,  las  cornejas,  los  gavilanes,  las 
águilas  y  toda  suerte  de  aves,  son  tus  dioses,  porque 
más  confías  en  sus  augurios  que  en  Dios;  nosotros, 
pues,  creemos  y  adoramos  á  un  solo  Dios,  el  cual  nos 
vengará  de  ti  y  te  entregará  en  nuestras  manos.  Maña- 
na, Dios  mediante,  nos  verás  muy  cerca  de  tí  y  aun 
enfrente  de  tí.  Si  eres  el  mismo  Rodrigo  á  quien 
llaman  guerrero  y  Campeador,  saldrás  al  llano  á 
nuestro  encuentro  y  te  apartarás  de  ese  monte;  y,  si 
así  no  lo  hicieres,  mereces  te  llamen,  en  castellano, 
alevoso,  y  en  catalán,  bau^ador  y  embustero.  De  poco  ha 
de  servirte  la  ostentación  que  haces  de  tu  poder; 
iremos  contra  ti  y  no  hemos  de  apartarnos  hasta  que 
pares  en  nuestras  manos  muerto,  ó  cautivo  y  aprisio- 


—  233  — 

nado  con  cadenas  de  hierro.  En  fin:  haremos  de  tí 
al-bara^,  aquello  mismo  que  escribiste  haber  hecho  tú 
de  nosotros.  Y  Dios  vengará  á  sus  iglesias,  las  cuales 
rompiste  y  violaste.» 

Leída  que  fué  dicha  carta  en  presencia  de  Rochigo, 
al  instante  mandó  escribir  otra,  que  fué  remitida  al 
conde.  Decía  asi:  «Yo,  Rodrigo,  junto  con  mis  compa- 
ñeros, á  ti,  Berenguer  y  a  los  tuyos,  salud.  Sabe  que 
oí  tu  carta  y  quedo  enterado  de  su  contenido.  Por  lo 
que  respecta  á  lo  de  la  carta  que  escribí  á  Mostahín  y 
á  que  en  ella  hacía  mofa  de  ti  y  de  los  tuyos,  es  cierto. 
Hice  burla,  y  aún  la  hago.  Te  diré  el  motivo:  cuando 
estuviste  con  Mostahín  hacia  Calatayud,  le  dijiste  que 
por  miedo  á  tí  no  me  atrevía  á  penetrar  en  estas  tierras. 
Los  tuyos,  á  saber,  Ramón  de  Barán  y  otros  caballeros 
tuyos,  repitieron  esto  mismo  haciendo  burla  en  Casti- 
lla ante  el  rey  Alfonso  y  en  presencia  de  castellanos.  Tú 
mismo,  estando  con  Mostahín,  dijiste  al  rey  Al- 
fonso que  me  habías  de  combatir,  que  vencido  me 
arrojarías  de  las  tierras  de  Mondhir  y  que  no  me 
atrevetía  á  esperarte  en  ellas;  pero  que,  por  amor  al 
rey,  habías  dejado  de  hacerlo  hasta  ahora,  pues  era  yo 
su  vasallo.  De  ahí  que  no  pudiera  contener  la  risa,  y 
aún  la  tengo,  y  que  os  haya  comparado  á  vuestras 
mujeres,  pues  sólo  fuerzas  de  mujer  mostráis.  Ahora 
no  puedes  excusar  pelear  conmigo,  si  es  que  así  lo 
deseas.  Si  lo  .rehuyes,  todo  el  mundo  me  tendrá  en  la 
estimación  que  merezco;  y  si  quieres  salir  á  mi  encuen- 
tro, ya  he  venido,  y  no  te  temo.  Supongo  que  no 
ignoras  el  daño  que  os  he  causado.  Tampoco  yo 
ignoro  que  has  hecho  pacto  con  Mondhir  y  que  te  dio 

30 


—  234  — 

dinero  para  que  me  expulsases  y  arrojases  de  sus 
dominios.  Creo,  pues,  que  vienes  obligado  á  cumplir 
tu  compromiso,  pero  que  no  te  atreverás  á  hacerlo: 
no  temas  lanzarte  contra  mí,  que  te  espero  en  lo  más 
llano1*  de  estas  tierras.  También  te  aseguro  que  de 
nada  os  ha  de  aprovechar  el  rehuir  el  combate.  Si  os 
atrevéis,  no  he  de  negaros  el  sueldo  que  acostumbro 
pagaros.  Y,  si  no  venís,  escribiré  al  rey  Alfonso  y 
enviaré  mensajeros  á  Mostahín  diciéndoles  que  cuanto 
prometiste  y  te  jactabas  de  realizar,  por  miedo  á  mí 
dejaste  de  cumplirlo.  Y  no  sólo  á  dichos  dos  reyes, 
sino  que  también  á  todos  los  nobles,  cristianos  y 
moros  lo  haré  saber:  bien  que  todos  ellos  saben  que  te 
hice  prisionero  y  que  en  mi  poder  obra  aún  el  dinero 
tuyo  y  el  de  tu  gente.  Ahora  te  espero  sin  temor 
en  este  llano:  si  te  atreves  á  venir  contra  mí,  te  mos- 
traré parte  de  tu  dinero,  no  para  tu  provecho,  sino 
para  tu  daño.  Te  has  jactado,  con  vanas  palabras,  de 
tenerme  en  tus  manos  vencido,  prisionero,  ó  muerto: 
esto,  pues,  está  en  la  mano  de  Dios,  no  en  la  tuya. 
Con  gran  falsedad  me  llamaste  aleve,  según  el  fuero  de 
Castilla,  ó  bauqa,  con  arreglo  al  de  Francia.  Nunca  yo 
lo  fui;  quien  lo  fué,  según  consta,  es  uno  á  quien  tú 
conoces,  y  no  le  desconocen  cristianos  ni  moros.  Pero 
dejémonos  de  palabras,  y,  como  es  costumbre  entre 
buenos  caballeros,  decidan  las  armas  tales  cuestiones. 
Ven,  no  tardes.  Recibirás  la  paga  que  acostumbro 
darte.» 

La  lectura  de  esta  carta  encendió  en  cólera  y  rabia 
á  Berenguer  y  á  los  suyos.  Tuvieron  consejo  y  deci- 
dieron que  á  la  noche  siguiente  fuesen  algunos  sóida- 


—  235  — 
dos  al  monte  á  cuya  falda  tenía  Rodrigo  sus  tiendas, 
y  que  subiesen  á  la  cumbre  y  la  ocupasen:  pensaban 
asi  romper  el  campamento  castellano  y  apoderarse  de 
sus  tiendas.  Venida  la  noche,  ocuparon  el  monte,  sin 
que  Rodrigo  lo  supiese.     , 

Al  amanecer  del  día  siguiente,  el  conde  y  los  suyos 
corrieron  hacia  el  campamento  cristiano  lanzando 
gritos.  Rodrigo,  vista  la  villanía  del  enemigo,  braman- 
do de  coraje,  mandó  á  los  suyos  se  vistiesen  al 
momento  ks  lorigas  y  que,  ordenadas  las  haces,  estu- 
viesen á  punto.  Acometió  Rodrigo  á  la  del  conde,  y  la 
rompió  y  venció  en  el  primer  encuentro.  Sin  embargo, 
estando  el  Cid  peleando,  cayó  del  caballo;  pero  su 
cuerpo  quedó  ileso,  aunque  maltratado. 

No  por  tal  incidente  dejaron  sus  soldados  de 
seguir  luchando,  sino  que  continuaron  con  mayor 
esfuerzo,  hasta  que  el  conde  y  su  ejército  fueron 
vencidos.  Los  muertos  fueron  innumerables;  el  conde 
y  5.000  soldados  suyos  quedaron  prisioneros,  los 
cuales  fueron  conducidos  á  la  presencia  de  Rodrigo. 

Éste  mandó  que  Berenguer  y  algunos  otros,  á 
saber,  Bernardo,  Giraldo  Alemany,  Ramón  Muróm 
Ricardo  Guillem  y  algunos  otros,  fueran  tenidos  á 
buen  recaudo.  Los  soldados  de  Rodrigo  entraron  en 
el  campamento  enemigo:  recogieron  muchos  despojos, 
vasos  de  oro  y  de  plata,  telas  preciosas,  mulos,  caba- 
llos, lanzas,  lorigas,  escudos  y  otros  muchos  objetos, 
todo  lo  cual  fué  por  entero  presentado  á  Rodrigo. 

Viéndose  Berenguer  herido  y  cautivo  en  poder  del 
Campeador,  fué  humilde  y  confuso  á  pedir  misericor- 
dia á  Rodrigo,  que  estaba  sentado  en  su  tienda.  Con 


—  236  — 

muchos  ruegos  le  pidió  perdón;  mas  el  castellano  no 
quiso  recibirle  con  benignidad,  ni  aún  le  permitió 
sentarse  en  su  tienda,  sino  que  mandó  que  sus  solda- 
dos le  custodiasen  fuera  de  la  tienda;  hizo,  sin  em- 
bargo, que  se  le  proporcionaran  solícitamente  alimen- 
tos. Por  fin,  le  consintió  que  volviese  librea  sus  estados. 

Pocos,  días  después,  ya  recobrada  por  Rodrigo  la 
salud,  convino  con  Berenguer  y  con  Giraldo  Alemany, 
en  que  por  su  redención  pagarían  80.000  doblas  de 
oro  de  Valencia.  Los  demás  prisioneros  se  obligaron  á 
enfregar  dentro  de  algún  tiempo  cierta  cantidad. 
Volvieron  luego  con  el  dinero  del  rescate;  y,  como  no 
tuvieran  lo  bastante  para  completar  la  cantidad,  dejaban 
en  rehenes  á  sus  hijos  y  padres.  Enternecido  Rodrigo 
con  semejante  escena,  no  sólo  les  permitió  que  fuesen 
libres  á  sus  tierras,  sino  que  les  perdonó  lo  que 
íaltaban  á  entregar.  Reconocidos  ellos  á  tanta  magna- 
nimidad, dieron  gracias  á  su  nobleza  y  piedad,  prome- 
tieron, á  la  vez,  servirle  con  todo  lo  suyo,  y  gozosos 
volvieron  á  su  tierra  (1). 

Rodrigo  se  dirigió  después  hacia  Zaragoza,  y  en 
un  lugar  llamado  Salarca,  ó  Schacarca,  inmediato  á 
aquella  ciudad,  se  detuvo  por  espacio  de  dos  meses. 
Pasó  luego  á  Daroca,  donde  había  abundancia  de 
pastos  y  de  ganado.  Allí  estuvo  mucho  tiempo,  pues 
adoleció  de  grave  enfermedad.  Entonces  Rodrigo 
envió  algunos  de  sus  caballeros  con  cartas  para  Mos- 
tahín,  á  quien  encontraron  en  Zaragoza,  y  se  las 
entregaron.  Hallábase  también  allí  Berenguer  Ramón  II. 


(1)     Crón.  Gral.,  f.  322.  —  Crón.  Leonesa. 


—  237  — 

Al  saber  éste  que  aquellos  caballeros  eran  enviados 
del  Campeador,  habló  con  ellos  y  les  dijo:  «Saludad 
de  mi  parte  á  mi  amigo  Rodrigo,  pues  quiero  ser 
su  amigo  y  auxiliarle  en  todas  sus  necesidades:  no 
dejéis  de  manifestárselo». 

Ya  recobrada  la  salud,  los  mensajeros  le  dieron  á 
entender  lo  que  el  conde  les  habia  dicho.  Mas  él 
negóse  á  condescender  con  lo  que  Berenguer  pretendía. 
Sorprendidos  los  allegados  del  Cid,  le  dijeron:  «¿Qué 
es  esto?  ¿qué  mal  te  ha  causado  el  conde,  para  que 
rehuses  establecer  alianza  con  él?  Le  has  tenido  ven- 
cido, prisionero  y  cautivo;  le  has  arrebatado  sus 
tributos  y  riquezas,  ¿y  te  niegas  á  tener  paz  con  él? 
No  eres  tú  quien  la  quiere,  sino  él.»  Tales  razones 
inclinaron,  por  fin,  el  ánimo  de  Rodrigo,  y  prometió 
"que  los  deseos  de  el  Fratricida  se  verían  cumplidos. 
Sabida  por  ^1  conde  y  por  los  suyos  la  resolución  del 
Campeador,  se  alegraron  sobremanera. 

Entonces  salió  de  Zaragoza  Berenguer  y  acudió  ai 
campamento  del  héroe  castellano:  allí  se  estableció  paz 
y  amistad  entre  los  dos.  Puso  el  conde  todos  sus 
dominios  bajo  la  protección  del  burgalés,  y  juntos 
bajaron  hasta  la  costa.  Rodrigo  sentó  sus  reales  en 
Burriana,  y  Berenguer,  apartándose  de  él,  cruzó  el 
'Ebro  y  volvió  á  su  tierra.  El  Campeador  permaneció 
ralli  algún  tiempo,  y  se  vino  á  Cebolla  (gebal,  ó  mon- 
taña) ó  el  Puig,  donde  celebró  la  Pascua  (28  marzo 
de  1092)  (1). 

Dice  la  Crónica  General,  que  cuando  el  señor  de 


(0    Crón.  Leonesa. 


—  238  — 

Denia  y  de  Tortosa  tuvo  noticia  de  la  rota  que 
su  aliado  había  experimentado  en  Tobar  del  Pinar, 
hubo  grandísimo  disgusto,  de  que  adoleció  y  murió. 
Su  reinado  duró  nueve  años,  pues  comenzó  á  reinar 
al  fallecimiento  de  su  padre,  Moctádir,  en  el  474 
(junio  1081-1082).  Dice  muy  bien  un  historiadpr, 
que  «fué  su  vida  una  continua  guerra.  Atacado  por 
todos  lados,  á  todos  hace  frente,  ya  sea  el  rey  de 
Zaragoza,  ó  bien  Rodrigo  de  Vivar,  ó  al  Cádir  de 
Valencia,  ó  el  poderoso  monarca  de  Castilla;  bien 
vengan  solos,  ó  ya  se  junten  en  su  daño:  nunca 
consiguen  que  se  declare  vencido,  pues,  infatigable 
siempre,  reúne  recursos,  allega  gentes,  contrae  alian- 
zas, y  siempre  presenta  la  frente  al  enemigo;  y  no 
sólo  se  defiende,  sino  que  va  lejos  á  presentarle  el 
ataque,  conduciendo  sus  haces  en  persona»  (1). 

A  diferencia  de  su  padre,  que  reconoció,  según 
acusa  la  numismática,  el  imanato  de  Hixem  II,  no 
menciona  en  las  suyas  imanato  alguno,  si  bien  se  con- 
tenta con  el  modesto  titulo  de  ministro  (háchib, 
fagib  ó  fange),  muy  usado  en  la  época  de  los  reyes  de 
taifas  y  por  éstos,  como  antes  por  los  primeros  minis- 
tros de  los  Omeyas.  Mondhir  toma,  además,  el 
dictado  sultánico  de  Columna  del  Estado  (Imado-d- 
Daulah). 

Dejó  Mondhir  un  hijo  de  pocos  años,  llamado 
Suleimán  Cido-d-Daulah  (Salomón,  Principe  del  Esta- 
do). También,  como  su  padre,  se  ó  tituló  sencilla- 
mente háchib  y  no  reconoció  imanato  de  nadie.  De  su 


(1)     Chabis,  Hist.  de  Denia,  II,  $. 


—  239  — 

tutela  se  encargaron  los  Beni  Betyr,  uno  de  los  cuales 
se  encargó  del  gobierno  de  Tortosa;  otro,  del  de 
Játiba,  y  un  primo,  del  de  Denia  (i). 

El  Cid  volvió  áx  Valencia,  y  dijo  «que  ói  apremiarle 
á  cuantos  señores  eran  en  la  Andalucía  (España),  de 
manera  que  todos  serien  suyos.»  Entonces  llegó  á  su 
apogeo  de  gloria.  Comprendiendo  los  Beni  Betyr  que 
mal  podrían  conservar  los  estados  de  Suleimán  sino 
estando  en  paz  con  el  Cid,  se  pusieron  humildemente 
bajo  su  protección  y  le  prometieron  cuanta  contribu- 
ción les  impusiese.  El  Cid  les  pidió  50.000  maravedíes 
al  año:  lo  aceptaron,  y  túvoles  la  tierra,  desde  Tor- 
tosa hasta  Orihuela,  en  su  defendimiento  y  á  su 
mandato. 

Además,  le  daban:  Abezay  (Aben  Hodzail),  señor 
de  Albarracín,  10.000;  Aben  Cásim,  señor  de  Alpuente, 
otros  10.000;  el  de  Murviedro,  8.000;  el  castillo  de 
Segorbe,  6.000;  el  de  Jérica,  4.000;  el  de  Almenara, 
3.000,  y  el  de  Liria,  2.000.  Pero  «en  aquel  tiempo 
non  pechó  Liria,  ca  era  del  señorío  de  Zaragoza;  é  el 
Gd  teníe  en  corazón  de  lidiar  con  él.»  No  tardó  en 
ponerlo  en  práctica  (2). 

Por  más  que  Berenguer  Ramón  II  le  motejó  en 
su  carta  de  impío,  la  piedad  religiosa  del  Cid  salta  á  la 
vista  en  no  pocos  sucesos  de  su  vida.  «E  de  Valencia 
tomaba  el  Cid  12.000  maravedís  cada  año,  é,  más,  de 
cada  1. 000,  ciento  para  un  obispo,  que  decíen  Alai  al 
Manan  (debe  leerse  al  Ma/rdn=obispo)  por  su  arábigo: 


(1)  Crón.  Grah,  f.  323. 

(2)  Groo.  Gral.,  fol.  323. 


—  240  — 

asi  que  lo  que  el  Cid  mandaba  en  Valencia,  eso  era 
fecho;  e  lo  que  él  vedaba,  eso  era  vedado»  (1). 

El  castillo  de  Liria,  por  más  que  hubiera  sido  dado 
por  Yahya*  en  calidad  de  feudo  á  Mostahín,  venia 
obligado  á  pagar  cada  año  2.000  maravedíes,  adinares 
ó  monedas  de  oro.  Como  se  negara  á  su  cumplimiento, 
Rodrigo  trató  de  hacerle  entrar  en  razón-  Próximo  á 
Valencia,  le  puso  sitio,  y  no  con  ánimo  de  alzarle 
pronto,  puesto  que  alli  distribuyó  con  largueza  víveres- 
á  sus  soldados.  Tuvo,  sin  embargo,  que  apartarse 
por  haberle  llegado  cartas  de  la  reina  de  Castilla 
(doña  Constanza)  y  de  los  amigos  del  Cid  exhortán- 
dole á  que  se  uniera  á  la  expedición  mandada  por 
Alfonso  VI  contra  Andalucía:  ese  acto,  le  deoían, 
le  reconciliaría  con  el  rey.  Por  más  que  Liria,  obligada 
de  los  frecuentes  combates  y  del  hambre  y  de  la  sed, 
no  podía  tardar  en  rendirse,  Rodrigo  no  desoyó  el 
ruego  de  los  amigos  y  de  la  reina,  siempre  dispuesto 
á  probar  su  lealtad  á  su  monarca  (2). 

Haciendo  el  Cid  largas  jornadas  con  su  ejército, 
encontró  el  de  Alfonso  VI  en  Martos,  territorio  de 
Córdoba.  Al  tener  noticia  de  su  llegada,  el  rey  salió  á 
recibirle  y  le  otorgó  las  mayores  honras.  No  tardaron 
mucho  en  separarse  desavenidos. 

El  rey  fijó  su  campamento  en  lo  alto  del  monte; 
y  Rodrigo,  para  mejor  defenderle,  hizo  poner  en  el 
llano  sus  tiendas.  Entonces,  tocado  de  envidia  Alfonso, 
dijo  á  los  suyos:  «Ved  y  considerad  cuánta  injuria  y 


(1)  Crón.  Gral.,  1.  c. 

(2)  Crón.  Leonesa. 


—  241  — 

afrenta  nos  ha  inferido  Rodrigo.  Acaba  de  unirse 
á  nuestro  ejército  después  de  un  largo  camino,  y  llega 
fatigado;  y  sin  embargo,  planta  sus  tiendas  delante  de 
las  nuestras.»  Todos  ellos,  tocados  del  mismo  mal, 
émulos  mal  disimulados  del  Cid,  respondieron  al  rey 
que  tenía  razón  y  que  Rodrigo  pecaba  de  sobrado 
presuntuoso.  El  rey  permaneció  allí  durante  seis  días. 

Dice  la  Crónica  Leonesa  que  Yúsuf,  rey  de  los 
-almorávides  (mohabitas),  sabedor  de  que  le  esperaba 
Alfonso,  poseído  de  espanto  y  no  atreviéndose  á 
medir  sus  armas  con  las  de  los  cristianos,  huvó  con 
su  ejército  alejándose  de  aquel  paraje.  La  General  no 
habla  de  tal  expedición.  Es  de  notar  que  Yúsuf, 
después  de  levantar  el  sitio  puesto  á  Aledo,  se  volvió 
al  África,  en  ramadhan  de  483  (octubre-noviembre 
de  1090),  y  no  vino  á  España  hasta  el  496  (octu- 
bre 1102-1103).  Es  cierto,  según  testimonio  de  un 
historiador  árabe,  que  en  el  año  485  (febrero  1 092-1093) 
reunió  Alfonso  sus  ejércitos  y  corrió  el  país  de  Jaén. 
Una  donación  de  que  habla  el  P.  Risco,  fechada  el  12 
<ie  junio  de  1092,  habla  de  una  jornada  que  entonces 
se  hacia  contra  los  moros  (1). 

El  autor  árabe  dice  que  Alfonso  experimentó  tan 
seria  derrota,  que  los  muslimes  tuvieron  aquel  triunfo 
-como  el  más  brillante  después  del  alcanzado  en  Zalaca. 
En  tal  caso,  se  explica  el  mal  humor  de  que  Alfonso 
se  hallaba  poseído  al  regreso  á  Toledo  (2). 

Al  llegar  á  Úbeda,  junto  al  Guadalquivir,  mandó 


(1)  Malo,  Rodrigo  el  Campeador,  II.— Risco,  Hist.  de  Rodrigo  Dia^  IX. 

(2)  Malo,  I.  c. 


31 


—  242  — 

Rodrigo  que  allí  fijaran  sus  tiendas  los  suyos.  Alfonso,, 
fundándose  en  malas  razones,  le  increpó  con  palabras 
duras.  Montado  en  cólera,  quiso  y  decretó  que  se  le 
aprisionara.  Por  más  que  Rodrigo  tuvo  de  ello  algún 
conocimiento,  dejó  hablar  al  rey;  pero,  llegada  la 
noche,  se  apartó  con  bastante  miedo  y  volvió  á  su 
campamento.  Muchos  de  los  suyos  le  abandonaron  y 
fueron  á  engrosar  el  ejército  de  Alfonso. 

Mientras  el  rey  volvía  á  Toledo  respirando  ven- 
ganza contra  el  Campeador,  éste,  poseído  de  tristeza, 
pudo,  tras  muchas  dificultades,  entrar  en  el  reino  de 
Valencia.  Permaneció  allí  por  largo  tiempo.  Habiendo 
tropezado  con  un  castillo,  llamado  Benicadell,  que  los 
moros  habían  demolido,  le  puso  en  admirables  con- 
diciones de  defensa,  así  en  muros  y  torres,  como  en 
víveres  y  número  de  soldados.  Dicho  castillo,  tan 
célebre  en  los  tiempos  del  Cid  como  en  los  de  Jaime  I 
de  Aragón,  estuvo  en  opinión  de  un  docto  arabista, 
en  la  sierra  de  Mariola  (1). 

Desde  Benicadell  bajó  el  Cid  á  Valencia.  Como 
Yahya  padeció  una  larga  enfermedad,  hasta  el  punto 
de  que  todos  le  juzgaban  como  muerto,  hubo  el  Cid 
de  cargar  con  el  peso  del  gobierno  (2).  En  tanto,  las 
armas  de  los  almorávides  estaban  pujantes  bajo  la 
dirección  de  Aben  Aixa.  Ya  en  25  de  xaban  del  año 
484  (12  octubre  de  1091),  al  apoderarse  de  Almería, 
se  congratulaba,  en  carta  que  escribió  á  Yúsuf,  de  que 
en  poco  más  de  un  año,^  cinco  reinos  habían  sido 


(1)  Crón.  Leonesa. 

(2)  Crón.  Gral.,  f.  323 


—  243  — 

avasallados,  y  que  sólo  le  faltaba  dominar  los  de  Denia, 
Valencia  y  Zaragoza.  Ya  entrado  el  año  485  (febre- 
ro 1092-1093),  recibió  aviso  de  que  continuara  sus 
conquistas  comenzando  por  Denia.  Las  dotes  del 
-caudillo  africano  eran  las  más  á  propósito  para  que  los 
deseos  de  Yúsuf  se  vieran  realizados,  sin  que  ello 
requiriera  el  empleo  de  las  armas:  porque,  siendo 
«muy  esforzado  y  virtuoso,  sabio,  justo  y  de  apacible 
trato,»  hizo  con  su  moderación  y  prudencia  tantas 
conquistas  como  con  las  armas  (1). 

La  entrada  de  los  almorávides  en  Murcia,  despertó 
en  Valencia  impresiones  muy  distintas.  Los  sarracenos  * 
corrieron  á  aquella  ciudad  para  que  Aben  Aixa  no  se 
detuviera  en  su  marcha,  sino  que  prosiguiera  hasta 
libertarlos  del  yugo  de  los  cristianos;  Rodrigo  solicitó 
de  Mostahín  una  entrevista  para  contener  el  avance 
de  los  africanos.  Dejó  en  Valencia,  en  la  Alcudia 
(Tosal),  una  buena  guarnición,  á  su  wazir  Aben  al 
Faraig,  al  obispo  don  Jerónimo,  francés  de  nación,  con 
muchos  cristianos,  y  á  un  enviado  de  Sancho  Ramí- 
rez, rey  de  Aragón  y  de  Navarra,  con  40  caballeros  (2). 

Salió  el  Cid  hacia  Morella,  donde,  según  la  Cró- 
nica Leonesa,  aún  estaba  el  25  de  diciembre.  Sucesos 
de  gran  importancia  se  desarrollaron  en  la  ciudad  del 
Turia  mientras  Rodrigo  anduvo  fuera  de  ella.  No 
pudiendo  Alfonso  VI  apoderarse  del  Cid,  resolvió 
-castigarle  arrebatándole  á  Valencia.  Ello  equivalía  á 
despojarle  de  la  más  hermosa  de  sus  posesiones,  á 
herirle  en  la  fibra  más  sensible  de  su  corazón. 


(1)  Conde,  III,  21. 

(2)  Crón.  Gral.,  f.  323. 


—  244  — 

Comenzó  por  entenderse  con  las  repúblicas  de 
Genova  y  Pisa ,  para  que  con  sus  escuadras  impi- 
diesen á  Valencia  todo  auxilio  por  mar.  No  desoyeron 
sus  ruegos,  y  400  barcos  se  presentaron  en  las  costas 
de  Levante;  pero,  como  en  Valencia  y  en  las  demás 
plazas  del  litoral  había  cundido  la  noticia,  su  presen- 
cia fué  de  ningún  efecto;  además,  una  tempestad  los 
puso  en  dispersión  (1). 

Alfonso,  que  había  acudido  por  tierra  con  nume- 
roso ejército,  no  llegó  á  tiempo  de  ver  la  armada 
auxiliar;  y  tuvo  que  retirarse  más  que  deprisa  á  Cas- 
tilla, por  reclamarlo  la  defensa  de  susestados.  El 
Campeador  se  irritó  y  dejó  sentir  en  laRioja  el  rigor 
de  su  venganza. 

Estando  en  Morella,  donde  celebró  solemnemente 
la  Pascua  de  la  Natividad,  le  visitó  uno  que  le  pro- 
metió entregarle  el  castillo  de  Borja,  poco  distante  de 
Tudela.  Yendo  por  el  camino,  le  salió  al  paso  un 
mensaje  del  emir  de  Zaragoza  anunciándole  que 
Sancho  Ramírez  le  tenia  desde  el  año  anterior  (109 1} 
en  gran  opresión.  Cambió  Rodrigo  de  camino,  y 
con  unos  pocos  se  trasladó  á  la  corte  de  Mostahin. 
No  se  detuvo  allí,  sino  que  pasó  á  Fraga  y  pudo- 
avenir  al  rey  de  Aragón  con  el  emir  de  Zaragoza. 
Rodrigo  se  detuvo  en  dicha  ciudad  bastante  tiempo. 
No  permanecieron  allí  ociosas  sus  armas. 

Sentido  de  que  Alfonso  VI,  tras  echarse  con  su 
ejército  sobre  el  castillo  del  Puig,  pidiese  á  los  gober- 
nadores de  los  demás  castillos  de  Valencia  el  tributo 


(1)    Malo,  III.— Apéndices,  XXI. 


—  245  — 

de  cinco  años  que  debían  pagar  al  Cid,  y,  como  las 
respetuosas  protestas  de  que  al  principio  hizo  uso  no 
lograran  detenerle,  hizo  una  entrada  en  la  Rioja,  que 
era  provincia  del  rey  de  Castilla.  Gobernaba  dicho 
país  el  conde  don  Garcia  Ordóñez,  enemigo  del  Cam- 
peador. Salió  de  Zaragoza  con  numeroso  ejército 
Rodrigo.  Entró  en  tierras  de  Calahorra  y  de  Nájera. 
Se  apoderó  de  Alberite  y  de  Logroño.  Taló  y  abrasó 
con  el  mayor  furor  aquel  país,  y  causó  en  los  cristia- 
nos gravísimos  daños.  Y  luego  se  dirigió  sobre  Alfaro, 
que  no  tardó  en  ser  suyo. 

Allí  le  llegó  aviso  de  García  Ordóñez,  diciéndole 
que  si  se  detenia  una  semana,  le  darían  batalla  el 
conde  y  los  suyos.  Contestó  Rodrigo  que  venia  gus- 
toso en  ello.  Desde  Zamora  hasta  Pamplona  se  reco- 
gieron infinitos  soldados,  que  llegaron  hasta  Alberite; 
pero  la  imperturbable  serenidad  del  Cid  llenó  de 
miedo  á  su  enemigo,  y  tuvo  por  más  acertado  retirarse 
del  sitio  que  Rodrigo  ocupaba.  Entonces  salió  de 
Alfaro  el  Cid  y  regresó  á  Zaragoza,  donde  permaneció 
muchos  días  agasajado  y  honrado  por  el  Emir  (i). 

Al  tiempo  que  Alfonso  abandonaba  las  inmedia- 
ciones de  Valencia,  las  naves  de  Genova  y  de  Pisa  se 
dirigieron  sobre  Tortosa,  obrando  en  combinación  por  , 
tierra  con  Sancho  Ramírez  y  con  Berenguer  Ramón  II; 
pero  Dios  la  protegió  y  se  retiraron  de  ella  sin  lograr 
sus  intentos. 

Los  almorávides,  mandados  por  el  caid  Muhámad 
ben  Aixa,  después  de  tener  un   encuentro  con  los 


(i)    Crón.  Leonesa. — Malo,  Rodrigo  el  Campeador,  Apéndice  XXI. 


—  246  — 

cristianos,  en  que  éstos  fueron  derrotados,  destronaron 
al  emir  de  Murcia  y  se  dirigieron  contra  Denia,  como 
así  lo  había  dispuesto  Yúsuf.  Su  régulo  huyó  por  mar 
y  se  refugió  entre  los  Hamudíes,  cuyo  rey  era  enton- 
ces An  Náhser  ben  Gálnaas,  el  cual  le  protegió  y 
dispensó  honores. 

«Embió  luego  (Aben  Gehaf)  sus  mandaderos  á  Aben  Axa, 
■el  adelantado  de  los  almorávides,  que  era  señor  de  Murcia,  que 
finiese  e  que  le  daríe  á  Valencia;  e  ovo  su  consejo  cómo  el 
alcaide  de  Algezira  de  Júcar  que  embiase  á  decir  otrosí  á  Aben 
Axa  que  se  apresurase  á  venir,  ó  que  embiase  su  alcaide  con 
poder,  e  que  veniesen  para  Algezira,  que  es  cerca,  e  que  se  verníe 
luego  á  Valencia.  Aben  A-xa,  cuando  vio  los  mandaderos,  apresu- 
róse á  venir;  e  por  quantos  castiellos  pasó  por  la  carrera,  todos 
se  dieron  á  él  e  le  obedescieron.  Cuando  el  alcaide  de  Denia  sopo 
•como  veníe  aqueste  Aben  Axa  e  como  se  le  oviesen  los  castiellos 
todos  dados,  non  osó  y  fincar,  e  apoderóse  Aben  Axa  en  Denia.» 

Estando  Davud  Aben  Aixa  en  Denia,  de  la  cual, 
a*sí  como  de  Játiba,  siendo  su  gobernador  Aben 
Monead,  se  apoderó  el  almoravide  sin  mucha  dificultad 
ni  efusión  de  sangre,  el  cadí  de  Valencia,  Aben 
Gehaf,  fué  á  buscarle  y  le  pidió  que  se  viniese 
con  él  á  Valencia;  mas  no  pudo  lograr  sino  que  le 
diese  algunos  soldados  al  mando  del  caid  Abu  Náhser. 
Aben  Aixa,  se  lee  en  Conde,  partió  desde  allí  á  Secura 
{quizá  Júcar,  ó  Alcira,  como  dice  la  General)  (1). 

<rE  embió  á  Algezira  de  Júcar  el  su  alcaide  e  apoderóse  de 
ella.  E  quando  este  mandado  llegó  á  Valencia,  fuxeron  todos  los 
cristianos  que  estavan  y  del  Ruiz  Díaz  mío  Cid,  e  el  obispo  que 
era  y  del  rey  don  Alfonso,  e  el  mandadero  que  estaba  otrosí  del 


(1)    Conde,  1.  c. — Malo.  Rodrigo  el  Campeador,  Apéndice  XXI. 


—  247  — 

rey  don  Ramiro  (Sancho  Ramírez)  con  los  40  cavalleros;  e  lieva- 
ron  lo  que  podieron  lievar  de  lo  suyo,  e  non  quesieron  y  fincar. 
^Estonces  ovo  grand  miedo  Aben  al  Farax,  e  non  sabíe  qué- 
fazer.  El  rey  de  Valencia  non  cavalgava  nin  parescíe  fuera;  mas  se 
sabie  que  era  guarido  de  aquel  mal  que  oviera.  E  Aben  al  Farax 
iva  e  veníe  al  alcázar,  e  fizo  encender  al  rey  la  cuyta  en  que  esta- 
van.  E  ovieron  su  consejo  que  sacasen  sus  averes  de  Valencia  e 
que  se  fuesen.  E  embiaron  á  un  castiello  que  dezíen  Segorbe 
muchas  bestias  cargadas  de  aver,  e  de  sus  riquezas,  e  de  sus  cosas, 
con  un  sobrino  de  Aben  al  Farax;  e  embiaron  otrosí  otras  muchas 
cargas  á  un  castiello  que  dizen  Benaecab  (al  Acab,  ú  Olocáu),  que 
quiere  dezir  el  castiello  del  Águila,  e  que  fuese  en  encomienda 
del  alcaide  que  le  teníe.  E  embiaron  luego  mandado  á  Zaragoza, 
al  Cid,  que  viniese.  E  el  Cid  detóvose  en  Zaragoza,  según  ha 
dicho  la  estoria:  e  pasaron  bien  veinte  días  en  este  bollicio»  (1). 

De  perfecto  acuerdo  con  la  General,  dice  Conde 
que  ((pasó  el  ejército  (almoravide)  á  Valencia  y  la 
cercó.  Defendía  esta  ciudad  el  rey  Yahye  ben  Dilnün 
ayudado  de  los  cristianos,  que  eran  sus  aliados,  ó, 
más  bien,  sus  señores.  Como  valiente  y  sabio  caudillo, 
defendió  y  disputó,  con  sangrientas  salidas  y  rebatos, 
la  entrada  en  ella.  Viendo  que  era  imposible  mante- 
nerla, los  cristianos  se  retiraron  de  ella;  y  al  Cádir, 
ayudado  del  esforzado  caudillo  Aben  Táhir,  señor  de 
Tadmir,  la  defendió  hasta  la  muerte.  Y  hubiera  cos- 
tado mucho  tiempo  y  mucha  sangre  entrar  en  ella; 
pero,  por  inteligencias  con  el  cadí  de  la  ciudad, 
Áhmed  ben  Gehaf  al  Maferí,  se  abrieron  las  puertas 
de  la  ciudad,  y  los  almorávides  entraron  espada  en 
mano  haciendo  gran  matanza  en  la  gente  de  al  Cádir; 
y  el  mismo   príncipe   pereció   con   muchos   nobles 


(1)    Crón.  Gral.,  f.  3*4. 


—  248  — 

caballeros  peleando  como  un  león»  (1).  Dejando  á 
un  lado  la  hipérbole  del  valor  y  de  la  soñada  sucesión 
de  al  Cádir  á  Yahya,  que  son  un  mismo  personaje, 
bastante  queda  de  realidad  en  el  fondo.  Sigamos 
copiando  á  la  General,  ya  que  tan  abundantes  y  tan 
seguros  detalles  nos  proporciona. 

«Movióse  aquel  alcaide  Aldebahaya,  que  era  en  Algezira 
alcaide,  á  la  prima  noche,  con  20  cavalleros  de  los  almorávides 
e  otros  tantos  de  Algezira  con  ellos,  e  venieron  todos  vestidos  de 
unas  vestiduras  por  que  semejasen  almorávides.  E  amanescióles 
en  Valencia  á  una  puerta  qual  dizen  la  Puerta  de  Tudela  (2);  e 
truxeron  sus  atambores;  é  sonó  por  toda  la  villa  que  veníen  bien 
500  cavalleros  almorávides.  E  Aben  al  Farax  ovo  gran  miedo, 
e  fuese  para  el  alcázar  á  verse  con  el  rey:  e  o  vieron  su  consejo 
que  cerrasen  las  puertas  de  la  villa  e  que  non  se  reptasen  fasta 
que  viesen  qué  era.  E  cerraron  las  puertas  e  pusieron  sobrel 
muro  peones  e  ballesteros  que  guardasen. 

>E  fueron  los  ornes  del  rey  á  casa  de  Aben  Jaf,  aquel  que 
avernos  dicho  que  enviara  por  el  señor  de  los  almorávides,  e 
llamáronle  que  saliese;  e  él  estaba  tremiendo  en  gran  cuyta,  que 
non  osava  salir.  Desi  llegó  M  ayuda  de  los  de  la  villa:  e  quando 
vio  qué  compaña  teníe  que  le  ayudarle,  salió;  e  fué  contra  el 
alcázar  con  aquella  compaña,  e  encontráronse  con  aquel  Aben  al 
Farax,  aquel  alguacil  del  Cid,  e  presiéronle. 

1E  fueron  todos  los  de  la  villa  á  las  puertas,  e  embiaron  los 
ornes  del  rey  dende.  E  querien  abatir  las  puertas,  mas  non  podie- 
ron;  e  pusiéronles  fuego,  e  ardieron;  e  otros  echaron  sogas  por 
el  muro,  e  acogieron  los  almorávides  dentro. 

^Estonces  el  rey  vestióse  con  vestiduras  de  mujer,  e  salióse 
del  alcázar  en  compañía  de  sus  mujeres,  e  metióse  en  una  casa 
pequeña  cerca  del  llano.  E  los  de  la  villa  metieron  aquel  alcaide 
de  los  almorávides  en  el  alcázar:  e  robaron  quanto  y  fallaron 


(1)    Conde,  1.  c. 

(2)      Frente  á  U  vU  de  San  Vicente  estaba  I  a  Fuerta  dt  TauUt  (El  Archivo,  III,  224). 


—  249  — 

por  las  casas  del  rey,  e  mataron  on  cristiano  que  guardava  la 
puerta  e  otro  que  avíe  y  de  Sancta  María  de  Albarrazín  que 
guardava  una  de  las  torres  del  muro.  Ésta  fué  una  de  las  principales 
por  que  se  perdió  Valencia  e  toda  su  gente  fasta  que  la  ganó  el 
Cid.  E  en  una  casa  pequeña  estudo  el  rey  acogido. 

*Des  que  este  alcaide  fué  metido  en  el  alcázar,  tornóse  Aben 
Jaf  á  su  casa.  E  quando  vio  que  todo  el  puebro  teníe  con  él,  e 
que  '1  ayudavan,  e  que  eran  todos  de  su  parte  e  á  su  manda- 
miento, e  vido  que  teníe  preso  á  Aben  al  Farax,  alguacil  del  Cid, 
cresjció  mucho  su  corazón  e  enloquesció.  E  presciábase,  que 
desdeñaba  á  los  otros  que  eran  tan  buenos  como  él  e  mejores, 
porque  oviera  todas  las  cosas  que  cobdiziaba;  pero  diz  que  era 
de  buenos  ornes,  ca  sus  abuelos  e  su  padre,  des  que  fuera  Va* 
lencia  de  moros,  siempre  fueron  alcaides,  uno  em  pos  de  otro, 
fasta  su  tiempo:  e  eran  ornes  sabios  e  muy  ricos. 

>Desi  sopo  este  Aben  Jaf  como  el  rey  de  Valencia  non  era 
ido  de  la  villa,  empezó  '1  á  buscar,  e  fallólo  ascondido  en  aque- 
lla casa  pequeña,  con  ya  quantas  mujeres  de  las  suyas.  E  quando 
saliera  este  rey  del  alcázar,  sacara  consigo,  de  sus  tesoros,  del 
más  presciado  e  nobre  aljófar  que  podríe  ser,  que  lo  non  podríen 
fallar  en  ningún  logar  tal  nin  tan  mejor;  otrosí  de  piedras  pres- 
ciadas,  e  de  zafires  e  de  esmeraldas.  E  sacara  una  arqueta  que 
era  toda  de  oro,  muy  llena  de  todas  estas  cosas.  E  teníe  en  su 
cinta  un  sartal  de  piedras  preciosas  e  de  aljófar:  tal,  qual  nunca 
rey  oviera  nin  cosa  tan  rica  nin  tan  preciada  como  aquel  sartal 
era.  E  diz  que  fué  de  Seleyda  (Zobaiha),  mujer  que  fué  de  Aben 
ar  Rexit  (Harún  ar  Raschid),  el  que  fué  señor  de  Belcab  (Bagdad); 
e  que  pasó  después  á  los  reyes  Benivoyas  (los  Omeyas),  que 
fueron  señores  de  Andalucía;  e  después  fué  este  sartal,  de  Alí 
Maimón  (al  Mamún),  señor  que  fué  de  Toledo;  e  oviera  '1  este 
Yaya,  rey  de  Valencia. 

*De  aquel  sartal  e  de  las  otras  cosas  muy  preciadas  que  teníe 
este  que  fué  rey  de  Valencia,  cresció  '1  á  Aben  Jaf  gran  cobdicia, 
e  luego  cuidó  en  su  corazón  cómo  lo  averie  e  no  '1  sopiese  nin- 
guno. E  asmó  que  non  podríe  ser  encubierto,  si  no  '1  matase. 
E  puso  sobrél  guardas  que  '1  guardasen  todo  '1  día  e  la  noche,  e 

32 


—  250  — 

que  '1  matasen.  E  quando  fué  la  noche,  cortáronle  la  cabeza 
aquellos  que  lo  guardavan.  E  mandólo  echar  en  una  laguna  que 
era  cerca  de  su  casa.  E  tomó  aquel  tesoro  e  apoderóse  dello;  e 
aquellos  que  lo  guardavan,  otrosi  lo  que  pudieron  aver,  ascen- 
diéronlo e  toviéronselo. 

»E  fincó  el  cuerpo  en  aquel  logar  onde  lo  mataron,  fasta  otro 
día  mañana.  E  vino  gran  compaña,  e  tomó  el  cuerpo  e  puso  '1 
en  las  trezes  (unas  angarillas)  del  lecho,  e  cobrió  '1  con  una 
acitara  (gualdrapa)  vieja,  e  llevó  '1  fuera  de  la  villa,  e  fizo  '1  una 
fuesa  en  un  logar  do  yazien  los  camellos;  e  soterráronle  allí,  sin 
mortaja,  como  á  otro  orne  vil.*  (1) 

De  conformidad  con  esto  se  lee  en  autor  árabe,  á 
quien,  sin  duda,  ha  copiado  Conde:  «El  faquí  Abu 
Áhmed  ben  Gehaf,  que  por  entonces  era  cadí  en  Va- 
lencia, cuando  vio  que  el  ejército  de  los  almorávides 
se  acercaba  y  se  cercioró  de  que  por  otro  lado  estaba 
este  tirano  (el  Cid),  á  quien  Dios  maldiga,  excitó  los 
ánimos  á  una  rebelión  y  quiso  imitar  las  agudezas  del 
ratero  cuando  hay  bulla  y  ruido  en  el  mercado;  y  de- 
seó llegar  al  poder  engañando  á  los  dos  contendientes» 
pero  olvidó  el  lamido  del  zorro  y  las  dos  cabras  mon- 
teses. Y  antes  de  realizar  este  proyecto,  rogó  al  Emir 
ai  Moslemín  (Yúsuf  ben  Taxíin)  que  le  diese  algunos 
pocos  de  sus  soldados;  y  con  ellos  sorprendió  el  pala- 
ció  de  Ben  Dzin  Nun,  hombre  duro  é  inicuo  al  par 
que  negligente,  que  se  miraba  desamparado  de  sus 
mejores  compañeros  y  cuyo  poder  se  bamboleaba  en 
términos  de  no  tener  más  defensores  que  sus  lágrimas 
ni  nadie  que  le  llorase  sino  el  hierro  de  su  lanza.  En- 
tonces le  mató,  dicen  que  por  manos  de  uno  de  los 


(i)Crón.  Gral.,  f.  324. 


—  2JI   — 

Beni  Jadidí,  deseoso  de  vengar  á  sus  parientes,  que, 
ó  habían  perecido  á  las  órdenes  de  al  Cádir,  ó  les 
había  privado  de  sus  honores.  Y  con  ocasión  del  ase- 
sinato de  Ben  Dzin  Nun  al  Cádir,  dijo  Abu  Abde- 
rrahmán  ben  Tháher: 

«¡Oh,  tú,  el  que  tienes  un  ojo  azul  y  otro  negro:  vete  des- 
pacio, porque  has  cometido  un  grave  crimen!  His  asesinado  al 
rey  Yahya  y  te  has  vestido  su  túnica.  Llegará  el  día  de  darte  tu 
merecido,  sin  que  tengas  poder  bastante  para  impedirlo»  (i). 

Según  un  autor,  la  muerte  de  Yahya  ocurrió  en  el 
año  845  (febrero  1092-1093)  (2);  y  de  la  carta  que 
Rodrigo  escribió  á  Aben  Gehaf,  se  desprende  que  fué 
á  la  salida  del  ramadhán  de  dicho  año,  en  la  noche  del 
4  al  5  de  noviembre  de  1092  (3).  Pero  esta  fecha  no 
concuerda  con  el  hecho  de  la  acometida  de  Alfonso  VI 
á  Valencia,  ni  con  la  permanencia  del  Cid  en  Morella 
el  25  de  diciembre  del  mismo  año. 

A  ser  cierto  lo  que  dice  Conde,  el  mismo  Abde- 
rrahmán  ben  Táhir  no  se  limitó  á  lamentar  el  triste  fin 
de  quien  se  había  sentado  en  dos  tronos;  sino  que  des- 
pués de  la  horrible  muerte  que  padeció  Aben  Gehaf, 
se  trasladó  á  Murcia  y  se  llevó  consigo  los  restos  mor- 
tales de  Yahya  y  les  dio  honrosa  sepultura  (4). 


(1)  Malo,  1.  c— Conde,  III,  1.  c. 

(2)  Conde,  III,  21. — Malo,  Rodrigo  el  Campeador,  apéndice  XXI. 

($)  Crón.  Gral.,  f.  324. 

(4)  Conde,  III,  22. 


CAPÍTULO  V 

período  republica.no 

<nov.  10»'£-jul.  ÍOOB). 

Tieie  ti  Cid  conocimiento  de  la  muerte  de  Y.nya.-Su  venida  il  Puíg.-Sítio  de  esta  fortaleza.— 
Incapacidad  de  Aben  Gehefparael  mando.—  C>n«  de  Rodrigo  al  «di.— Orden  comunicada  por 
el  Cid  n  loa  altillos  de  I.  jurisdicción  de  Valencia.— El  tenor  dt  Morvitdco  tntrtga  loa  joyos  al 
de  Alb.tr.cic— Algarai  en  1.  butrta  de  Val  toca.— Reaptto  y  consideración  a  los  trabijidoréi  del 
campo. — Ejérci ta  de  detenta  ca  Valentía.— Cuna  civil  eo  la  eludid.— Loa  Beni  Gtiicliib.—  El 
alcaide  dt  Carita.— Fomenta  Rodrigóla  diicordíi  en  la  ciudad.— Procura  ganarse  il  cadi.— Se 
apoderada  tesoro  enviado  á  Aben  Aiva — Rendición  del  Puig  y  reedificación  de  la  villa  y  caa- 
(tllo.— Establece  Rodrigo  su  campamento  en  la  Derramada.—  El   wallif  dt  Moat.hln.  —  Apodirnnat 


rrió  la  aciaga  muerte  de  Yahya  al  Cádir 

n  el  año  485  (feb.   1092-1093)  (1),  á  la 

ilidadel  ramadhán,  ó  sea  en  la  noche  del 

4  al  s  de  noviembre  de  1092,  como  lo  indica  la  carta 

de  Rodrigo  á  Aben  Gehaf,  según  luego  se  verá. 

Los  criados,  eunucos  y  soldados  que  permanecie- 
ron fieles  al  infeliz  Yahya,  huyeron  al  Puig,  castillo 
que  estaba  á  la  sazón  en  poder  de  un  natural  de  Alba- 
rracin,  que  tenia  la  fortaleza  en  nombre  de  los  Beni 
Cásim.  Á  los  salidos  de  Valencia  los  recibid  un  judío 
llamado  Al  Mojife. 

Algunos  otros,  partidarios  también  de  Yahya,  fue- 
ron á  Zaragoza,  donde  se  hallaba  Rodrigo,  á  ponerle 
al  tanto  de  los  sucesos  ocurridos  en  Valencia.  Al  ins- 


(i)    Malo  de  Molina,  apéndice  XXI. 


—  253  — 

tante  emprendió  la  marcha  hacia  Valencia  y  se  enca- 
minó al  Puig,  cerca  de  cuyo  castillo  estableció  su  cam- 
pamento. Se  le  unieron  los  partidarios  de  Yahya  que 
habían  abandonado  á  Valencia,  pactaron  alianza  con 
él  y  se  pusieron  incondicionalmente  á  sus  órdenes  (i). 

Según  la  versión  árabe,  «tan  luego  como  esto  (lo 
sucedido  en  Valencia)  llegó  á  noticia  del  Campeador, 
que  se  encontraba  cercando  á  Zaragoza,  se  encolerizó, 
y  su  ánimo  se  irritó,  y  cesó  en  él  la  amistad  de  Aben 
Gehaf;  porque  Valencia,  en  su  opinión,  estaba  en  su 
obediencia,  pues  Al  Cádir  le  pagaba  de  tributo  cien 
mil  adinares  (2)  por  año.  Caminó,  pues,  desde  Zara- 
goza hasta  Valencia,  y  la  sitió  por  espacio  de  veinte 
meses,  hasta  que  la  tomó  por  fuerza»  (3). 

Dice  el  autor  á  quien  acabamos  de  citar,  que  Ro- 
drigo estaba  cercando  á  Zaragoza,  ó  que  estaba  ene- 
mistado con  Mostahín;  mientras  que  en  la  Crónica 
General  no  consta  semejante  falta  de  harmonía,  lo  cual 
confirma  otro  autor  árabe.  Después  de  la  muerte  de 
Yahya,  cuenta  lo  que  sigue:  «Cuando  Ájmed  ben  Yúsuf 
ben  Hud,  el  que  en  estos  mismos  momentos  se  agita 
-en  Zaragoza,  se  cercioró  de  que  los  soldados  de  Emir 
al  Moslemín  (Yúsuf  ben  Taxfín)  salían  de  todos  los 
desfiladeros  y  se  subían  por  todas  partes  á  los  puntos 
más  elevados,  excitó  á  un  cierto  perro  de  los  perros 
gallegos  (un  cristiano  de  los  de  Castilla),  llamado 
Rodrigo,  y  apellidado   el    Campeador.   Era  éste  un 


(1)  Crónica  General,  f.  324,  v. 

(2)  Medio  millón  de  reales,  según  la  equivalencia  de  Malo  de  Molina. 

(3)  Malo  de  Molina,  1.  c. 


—  254  — 
hombre  muy  sagaz,  amigo  de  hacer  prisioneros  y  muy 
molesto.  Dio  muchas  batallas  en  la  Península,  y  causó 
infinitos  daños  de  todas  especies  á  las  thaifas  que  la 
habitaban,  y  las  venció  y  las  sojuzgó.  Los  Beni  Hud, 
en  tiempos  anteriores,  fueron  los  que  le  hicieron  salir 
de  su  oscuridad.  Le  pidieron  su  apoyo  para  sus  grandes 
violencias,  para  sus  proyectos  viles  y  despreciables;  le 
habían  entregado  en  señorío  ciertas  comarcas  de  la 
Península,  y  puso  su  planta  en  los  confines  de  sus  cinco 
mejores  regiones,  y  plantó  su  bandera  en  la  parte  más 
escogida  de  ellas,  hasta  el  punto  de  robustecer  su  impe- 
rio; y,  semejante  á  un  buitre,  depredó  las  provincias 
cercanas  y  las  más  apartadas.  Al  ver  (Ájmed)  lo  que 
les  sucedía  (con  la  venida  de  los  almorávides),  temiendo 
la  caída  de  su  reino  y  cerciorándose  de  que  sus  asuntos 
iban  mal,  trató  de  poner  al  Campeador  entre  él  y  la 
vanguardia  de  los  ejércitos  de  Emir  al  Moslemín,  y  le 
facilitó  (á  Rodrigo)  el  paso  para  las  comarcas  de  Valen- 
cia, y  le  proporcionó  dinero  y  le  mandó  después  hom- 
bres. Descendió,  pues,  á  las  inmediaciones  de  Valen- 
cia, en  donde  se  aposentaba  la  discordia  y  sus  habi- 
tantes estaban  divididos,  á  causa  de  que  el  fakih  Abu 
Ájmed  ben  Gehaf,  que  por  entonces  era  kaadhi  en 
Valencia,  cuando  vio  el  ejército  de  los  almorávides  que 
se  acercaba  y  se  cercioró  de  que  por  otro  lado  estaba 
este  tirano  (Rodrigo),  á  quien  Dios  maldiga,  excitó  los 

ánimos  á  una  rebelión » 

El  mismo  autor,  después  de  narrar  la  muerte  de 
Yahya,  añade:  «Y  luego  que  terminó  su  proyecto 
Abu  Ájmed  y  que,  según  su  modo  de  ver,  estaba 
firme  su  poderío,  estallaron  tumultos,  y  las  puntas  de 


—  255  — 

Jas  espadas  se  volvieron  irritadas  unas  contra  otras, 
porque,  como  se  veía  obligado  á  dirigir  su  vista  hacia 
los  asuntos  públicos  del  reino,  que  no  los  habia 
manejado  antes,  estaba  en  la  oscuridad  de  sus  secre- 
tos; y,  debiendo  arreglar  la  marcha  de  los  asuntos 
administrativos,  no  tenia  ciencia  para  abordarlos  con 
presteza  y  para  entrar  en  lo  estrecho  de  sus  sinuosi- 
dades. Él  no  sabía  más  que  hacer  comprender  la  ley  á 
los  litigantes,  conducir  al  combate  los  negros  pendo- 
nes, declarar  la  mavor  solemnidad  de  los  contratos 
entre  si  y  escoger  (la  verdad)  entre  diversos  testigos. 
Se  cuidaba  sólo  de  recoger  lo  que  restaba  aun  del 
tesoro  de  Ben  Dzin-Nun  y  se  olvidaba  de  reunir 
soldados  y  de  atender  á  los  asuntos  de  sus  pro- 
vincias» (i). 

De  la  incapacidad  de  Aben  Gehaf  para  el  manejo 
de  las  riendas  del  Estado,  da,  en  consonancia  con  el 
autor  árabe,  testimonio  la  Crónica  General:  «Abenjaf 
estava  en  su  casa  con  muy  lozano  continente  de  rey, 
e  non  tornava  cabeza  en  ninguna  cosa  de  quanto  era 
menester  para  mantener  su  estado  que  él  cuidava  tener. 
E  metía  mientes  en  librar  sus  cosas  e  en  poner  guardas 
que  le  guardasen  en  derredor  de  su  casa,  los  unos 
de  noche,  e  los  otros  de  día.  E  ordenó  cuáles  fuesen 
escribanos  de  su  poridad  (sus  ministros)  que  le 
fiziesen  las  cartas  para  embiar.  E  escogió  de  los  ornes 
buenos  de  la  villa  que  oviessen  á  estar  con  él  e  guar- 
darle. E  quando  cavalgava  iban  muchos  cavalleros  e 
monteros  con  él  armados.  E  quando  iba  por  la  calle 


(i)    Malo  de  Molina,  apéndice  XX 


—   2$6  — 

davan  las  mujeres  grandes  alegrías  con  él,  e  salían 
á  otearle,  e  pagávase  él  mucho  destas  vanidades:  e 
fazíe  todas  sus  cosas  como  por  rey;  e  esto  fazíe  por 
abajar  preyto  de  un  su  hermano  que  era  alcalde  de  la 
villa;  e  por  mostrar  que  él  era  señor;  e  no  '1  preciaba 
nada,  nin  mandava,  nin  vedava,  fueras  que  le  dava 
que  espendiese  él  e  toda  su  compaña  mucho  escasa- 
mente» (i).  Pocos  son  aquellos  á  quienes  no  deslum- 
hra y  desvanece  el  mando  supremo,  y  aun  el  no 
supremo. 

Había  Rodrigo,  según  apunta  la  Historia  Leonesa, 
salido  de  Alfaro  y  llegado  á  Zaragoza,  donde  perma- 
neció durante  algún  tiempo  muy  honrado  por  Mos- 
tahin.  Estando  luego  en  camino  para  Valencia  seguido 
de  su  ejército,  tropezó  con  un  mensajero,  el  cual  le 
anunció  que  los  almorávides  habían  llegado  á  las 
comarcas  de  Levante,  las  cuales  habían  sido  devastadas, 
y  que  habían  entrado  en  Valencia,  en  cuya  posesión 
seguían;  y,  lo  que  era  más  de  lamentar,  los  propios 
subditos  de  al  Cádir,  rey  de  Valencia,  le  habían  traicio- 
nado, y  había  sido  muerto.  Al  oir  Rodrigo  esto, 
marchó  velozmente  hacia  el  Puig,  y  al  instante  le 
puso  sitio.  Esto,  que  explica  por  qué  sentó  sus  reales 
junto  al  castillo,  como  se  lee  en  la  General,  termina, 
con  arreglo  al  escritor  árabe:  «si  Rodrigo  no  hubiese 
llegado  tan  pronto  á  las  inmediaciones  de  Valencia, 
los  almorávides  se  hubieran  adelantado  hasta  ocupar 
toda  España,  sin  escapar  Lérida  y  Zaragoza»  (2). 


(1)  Crónica  General,  1.  c. 

(2)  Historia  Leonesa. 


Aunque  fué  breve  la  resistencia  que  el  Piiic  opt:>o 
á  Rodrigo,  duró  lo  bastante  para  que  coincidiera  con 
los  primeros  ataques  contra  Valencia.  <*E  embió  (Ro- 
drigo)  su  carta  á  Abeniaf  desdenadamente:  e  de.^:e  en 
la  carta,  que  ;!oado  Dios  que  le  ayudara  ayunar  su 
quaresma  e  que  cumpliera  su  ayuno  con  buen  sacri- 
ficio en  matar  su  señor!  E  embiava  1  reptar  que  t;/ie- 
ra  muy  mala  cosa  en  echar  la  cabeza  de  su  señor  en 
la  laguna,  e  el  cuerpo  al  muladar,  e  soterrarle,  E  en  ün 
de  la  carta  embió  1  dezir  que  le  diese  su  pan  que 
dejara  en  Valencia  en  su  almacén.» 

Contestó  Aben  Gehaf,  que  el  trigo  habia  sido  todo 
robado;  que  Valencia  era  del  emir  de  los  almorávi- 
des, y  que  si  él  quería  estar  á  las  órdenes  de  Yúsuf 
ben  Taxfin,  Aben  Gehaf  interpondría  su  valimiento 
para  que  el  Emir  le  recibiera.  Este  insulto  llenó  de 
indignación  a  Rodrigo:  tuvo  por  «necio  e  por  torpe» 
al  cadi,  esto  es,  por  incapaz  para  conservar  el  reino 
de  que  violenta  é  injustamente  se  habia  apoderado. 
Escribióle  de  nuevo  anunciando  grandes  amenazas; 
denostaba  al  cadi  y  á  sus  parciales  y  juró  que  no 
dejaría  de  la  mano  causarle  el  mayor  daño  que 
pudiese,  hasta  dejar  vengada  la  muerte  del  rey  de 
Valencia  (i). 

Enviada  la  carta  al  cadi,  pasó  aviso  á  todos  los 
castillos  situados  en  derredor  de  Valencia,  para  que 
abasteciesen  de  provisiones  con  abundancia  á  su  ejér- 
cito, y  esto  sin  demora,  so  pena  de  que  el  que  retra- 
sara cumplir  la  orden  experimentaría  su  enojo.  Entre 


(i)    Crónica  Genera],  fol.  324  v.  y  325. 

33 


—  258  — 

tantos,  sólo  el  señor  de  Murviedro,  hombre  entendido 
y  previsor,  se  opuso  al  mandato  del  Cid. 

Abu  Exa  Aben.  Lupón,  como  le  llama  la  General,  y 
de  quien  ya  hablamos  al  relatar  la  venida  de  Yahya  á 
Valencia,  sabía  bien  que,  ya  hiciese  lo  que  el  Cid 
mandaba,  ya  se  resistiera  á  cumplirlo,  no  podría  con- 
servar sus  estados  y  que  nadie  sería  capaz  de  impe- 
dirlo. Envió,  pues,  á  decir  al  Cid  que  sus  órdenes 
serian  cumplidas;  pero  al  mismo  tiempo  escribió  al 
señor  de  Santa  María  de  Albarracin  manifestándole 
que  quería  estar  bajo  su  dominio  y  que  viniese  á  entrar 
en  posesión  del  castillo  de  Murviedro  y  de  los  otros 
que  estaban  comprendidos  en  su  término.  Aconsejá- 
bale, además,  que  mantuviera  buenas  relaciones  con  el 
Cid,  y  terminaba  la  carta  haciendo  constar  que  él, 
Aben  Lupón,  no  quería  cuestiones  con  Rodrigo  y  que 
deseaba  unirse  al  ejército  del  señor  de  Albarracin. 

Mucho  se  alegró  el  de  Santa  María  de  Oriente,  y 
al  instante  marchó  á  entregarse  del  castillo  de  Mur- 
viedro. Esto  ocurrió  pasados  veintiséis  días  después  de 
la  muerte  de  Yahya,  ó  sea  en  i.°  de  diciembre  de 
1092.  Se  avistó  luego  con  Rodrigo,  con  quien  pactó 
alianza  bajo  estas  condiciones:  los  gobernadores  de 
sus  castillos  venderían  al  Cid  cuantos  víveres  hubiere 
de  menester  para  su  ejército;  él  compraría  el  botín 
que  Rodrigo  recogiera  en  tierras  de  Valencia,  y  no 
recibiría  el  de  Santa  María  mal  ni  guerra  en  sus 
castillos. 

Se  extendieron  documentos  en  que  se  diera  fe  del 
mutuo  contrato,  y  el  de  Albarracin  volvió  á  sus  tierras 
dejando  en  su  nombre  un  gobernador  en  Murviedro. 


I 


—  259  — 

Aben  Lupón  le  acompañó,  con  sus  mujeres  é  hijos, 
sus  haberes  v  su  hueste,  seguro  de  que  ganaba  mucho, 
pues  escapaba  con  su  cuerpo;  y  que  no  quería  tratos 
con  el  Cid  (1). 

También  de  este  suceso  hablan  los  cronistas  ára- 
bes. En  Casiri  se  lee:  «Abu  Isa  ben  LebúnDulvairraíin, 
uno  de  los  domésticos  é  íntimos  familiares  del  rev 
Yahya  ben  Di  1  Xun,  obtuvo  el  gobierno  de  Sagunto» 
más  conocido  por  Morviedro,  y  entre  los  árabes, 
Murvéter.  Después,  cediéndolo  á  Abu  Meruán  Abd  el 
Malee  ben  Razin,  de  Santa  María  de  Oriente,  marchó 
á  Sevilla,  donde  se  recuerda  el  día  en  que  murió. 
Tuvo  tres  hermanos:  Abu  Mohámmed  Abdallah,  go- 
bernador de  Lorca;  Abu  Vaheb,  prefecto  de  la  corte 
de  Valencia,  y  Abu  Schiag,  capitán  de  Ubeda,  cuyas 
vidas  el  mismo  Aben  Lebún  narró  en  verso»  (2). 

cEI  señor  de  Santa  María  de  Aben  Razin,  que  era  Abu  Me- 
ruin  Abdeimélik  ben  Huzeil,  aliado  y  pariente  de  al  Cádir, 
excitó 'á  los  arrayaces  de  Murbiter,  Xátiba  y  Deoia,  que  asimismo 
estaban  ofendidos  de  los  almorávides,  y  todos  éstos  se  juntaron 
con  Rudenk,  caudillo  de  los  cristianos,  conocido  por  el  Cambi- 
tor,  que  se  preciaba  de  ser  amigo  y  aliado  del  rey  al  Cádir,  de 
Abu  Meruán  y  de  sus  parientes.  Juntaron  una  escogida  tropa  de 
caballeros  y  peones,  asi  muslimes  como  cristianos,  y,  acaudillados 
del  Cambitor,  cercaron  la  ciudad  de  Valencia»  (3). 

Comenzaron,  con*  efecto,  las  operaciones  contra 
Valencia  haciéndose  en  su  huerta  dos  algaras  al  dia: 
una,  por  la  mañana,  y  la  otra,  á  la  caida  de  la  tarde.  Se 


(1)  Croma»  Genera],  f.  325. 

(2)  Casiri,  II,  30. 

0)      Conde,  III,  22. 


—  26o  — 

robaban  ganados,  y  eran  reducidos  á  cautiverio  cuantos 
eran  encontrados  con  armas  en  la  mano.  Ordenó 
Rodrigo,  sin  embargo,  que  ningún  daño  se  causara  á 
los  que  se  dedicaban  á  las  faenas  del  campo:  para  el 
más  exacto  cumplimiento  de  esta  disposición  exigió 
juramento  á  los  caballeros,  adalides  y  almocadenes. 
Encarecióles  que  los  halagaran  y  les  asegurasen  que 
podían  entregarse  tranquilos  á  sus  ocupaciones.  Decía 
que,  así,  cuando  llegase  el  tiempo  de  la  recolección 
del  trigo,  si  ellos,  los  sitiadores,  padecían  algún  con- 
tratiempo, tendrían  con  que  alimentarse;  y,  aun  cuando 
no  les  vinieran  bastimentos  de  otro  lado,  tendrían 
con  qué  sustentarse  algún  tiempo. 

Á  la  vez  sostenían  el  cerco  puesto  al  Puig,  pero  tan 
apretado,  que  nadie  podía  entrar  ni  salir.  Los  moros 
estaban  seguros  de  que  no  habían  de  defenderse  largo 
tiempo,  y  sólo  aspiraban  á  una  resistencia  honrosa. 
Es  más:  habían  secretamente  pactado  con  Rodrigo  que 
se  le  entregarían;  y  no  podían  prolongar  mucho  la 
defensa,  por  cuanto  los  víveres  les  escaseaban.  Muy  al 
revés  ocurría  en  el  campamento  de  Rodrigo:  allí  era 
depositado  cuanto  los  almogávares  robaban  en  las 
inmediaciones  de  Valencia;  era  llevado  á  vender  á  Mur- 
viedro,  con  arreglo  al  convenio  con  el  señor  de  Alba- 
rracín,  y  volvían  á  la  hueste  mjichas  recuas  cargadas 
de  alimentos.  La  abundancia  reinaba  en  el  campo  cris- 
tiano. Así  se  pasó  algún  tiempo  (i). 

La  situación  de  Aben  Gehaf  era  cada  vez  más  com- 
prometida. Organizó  un  ejército  de  defensa  con  los 


(i)    Crónica  General,  1.  c. 


—  261  — 

caballeros  valencianos  que  habían  sido  vasallos  de 
Yahya,  con  los  otros  que  se  fueron  á  Denia  y  con  los 
almorávides  que  de  esta  ciudad  vinieron  capitaneados 
por  Abu  Násir:  en  total,  trescientos.  Manteníalos  con 
el  trigo  que  había  dejado  Rodrigo,  con  las  rentas  del 
patrimonio  real  y  del  almojarifazgo  y  con  algunas 
otras. 

La  presencia  délos  almorávides  no  le  era  de  mucho 
agrado,  por  lo  que  «desdenava  á  su  alcaide  e  nunca 
los  metió  en  su  consejo  de  ningún  fecho  que  queríe 
fazer,  nin  dava  por  ellos  nada.»  Los  almorávides, 
viendo  que,  dueño  Aben  Gehaf  de  Valencia,  procuraba 
crearse  una  situación  independiente,  se  disgustaron,  y, 
en  su  despecho,  no  vacilaron  en  entrar  en  componen- 
das con  los  enemigos  del  cadi  y  en  fomentar  la  guerra 
civil  dentro  de  la  ciudad.  Pusiéronse  de  acuerdo  con 
los  «fijos  de  Aboégib»  y  tenían  sus  conciliábulos;  y, 
como  esto  lo  trasluciese  Aben  Gehaf,  enojóse  con  ellos. 

Dozy  (i)  y  Malo  de  Molina  (2)  quieren  que  los 
Aboégib  fuesen  los  Beni  Táhir.  Cierto  es  que  éstos  no 
estaban  contentos  del  trato  que  les  daba  Aben  Gehaf. 
El  ex-walí  de  Murcia  Abderrahmán  ben  Táhir  escribía 
á  un  primo  del  ensoberbecido  cadi:  «En  cuanto  á  tu 
primo,  aumente  Dios  su  talento,  desde  que  realizó  su 
rebelión,  con  la  cual  cree  haber  alcanzado  hasta  las 
estrellas  y  haberse  sobrepuesto  á  los  reyes,  me  miraba 
de  mal  ojo  y  me  juzgaba  envidioso  y  su  rival;  pero 
maldiga  Dios  á  quien  envidie  la  gloria  de  su  rebelión: 


(1)  Investigaciones,  II,  el  Cid  déla  realidad,  V. 

(2)  %odrigo  el  Campeador,  III. 


—   262  — 

«Ella  no  era  á  propósito  sino  para  él,  y  él  no  era  á 
propósito  sino  para  ella.»  Después  ha  descargado  sobre 
mí  el  lleno  de  su  poder  y  me  ha  prodigado  todos  los 
sinsabores  que  han  estado  en  su  mano;  y,  con  todo 
esto,  he  devorado  en  silencio  el  dolor  de  su  proceder 
y  he  despreciado  sus  intenciones;  he  cuidado  de  su 
bien  y  no  me  he  vindicado  de  sus  malas  obras;  pero 
hoy  ha  querido,  por  la  maldad  de  sus  pensamientos, 
que  se  colme  la  medida  con  sus  falsas  interpretaciones 
y  sus  violencias.  Estoy  próximo  á  una  cosa  extraña 
que  no  sé  apreciar  y  cuya  causa  desconozco.  Cuando 
se  le  ha  presentado  mi  mensajero  deseando  saber  sus 
opiniones,  se  ha  mostrado  serio  y  disgustado,  se  ha 
incomodado  y  vuelto  la  espalda;  sin  embargo,  me  he 
contenido  conservando  la  estimación  y  obrando  de  un 
modo  digno.  En  verdad,  que  el  respeto  por  Abu  Ajmed 
me  ha  hecho  obrar  así,   sin  que  sus  procederes  para 

conmigo  me  hayan  impulsado ¡Que  la  elevación  de 

Aben  Gehaf  no  te  perjudique,  y  que  su  caída  te  sea 
agradable!  Porque  los  que  son  como  él,  no  tienen  larga 
duración  ni  se  sostienen  mucho  tiempo,  y  nunca  obran 
con  descanso»  (i). 

Acerca  de  los  «fijos  de  Aboégib»   sostiene  otra 
opinión  uno  de  nuestros   arabistas    modernos   (2): 

dBoégib,  dice,  es  transcripción  casi  literal,  según  la  antigua 
ortografía,  de  la  palabra  guáchib.  Los  fijos  de  Aboégib  de  la  Crónica, 
se  nos  presentan  como  jefes  de  un  partido  que  cifraba  la  salvación 
de  Valencia,  no  en  entregarla  al  rey  de  Zaragoza,  como  antes  se 


(x)    Malo  de  Molina,  apéndice  XX. 

(2)    Don  Julián  Ribera,  catedrático  de  Árabe  en  la  Universidad  de  Zaragoza. 


—  263  — 

la  habían  entregado  al  de  Toledo;  no  en  que  campase  por  sus 
respetos  una  familia  de  antigua  prosapia,  orgullosa  y  decadente, 
los  Beni  Gehaf,  que  se  creían  bastantes  á  sí  propios  para  librarla 
del  conflicto;  sino  en  que  se  sometiera  á  los  almorávides, 
excitando  á  las  masas  populares,  más  religiosas  y  fanáticas,  para 
que  no  consintieran  las  debilidades  de  los  gobernantes  con  el 
cristiano  Rodrigo... 

» Ellos,  es  verdad  que  se  hacían  pasar  por  Caisies  y,  como 
tales,  por  árabes  de  pura  raza;  pero  fueron  tantos  en  aquellos 
tiempos  los  que  se  daban  esa  clase  de  abolengo  cuando  convenía 
á  sus  intereses  ocultar  la  obscuridad  de  su  origen  español,  que  es 
menester  no  dar  crédito  á  pies  juntillas  á  todo  aquello  que  de 
«se  respecto  nos  quieran  decir... 

»La  nobleza  de  los  Beni  Guáchib  era  de  fecha  reciente, 
modernamente  adquirida:  pues,  á  menos  que  se  hayan  perdido 
los  pergamino;  ú  olvidado  el  nombre  de  sus  abuelos,  no  es 
posible  encabezar  su  genealogía  conocida,  con  personaje  que 
baya  vivido  más  allá  del  siglo  IV  de  la  Hégira  (913-1008);  ni  su 
•casa  solariega,  si  los  árabes  la  tenían,  había  de  estar  muy  distante 
de  esas  encantadoras  riberas  del  Guadalaviar,  cuyo  ambiente 
templan  las  suaves  brisas  del  Mediterráneo... 

*  Ornar  ben  Guáchib,  que  es  el  primero  de  quien  tenemos 
noticia,  nació  muy  á  los  principios  del  siglo  V.  Dedicóse  con 
afán  al  estudio  de  las  tradiciones  mahométicas,  y  hubo  de 
-distinguirse  de  tal  manera,  que  vino  á  ocupar  una  de  las  princi- 
pales magistraturas  en  el  gobierno  de  la  ciudad  de  Valencia. 
JMurió  en  el  año  470  de  la  Hégira  (julio  1 077-1078)... 

>Su  hijo,  Abu  '1  Hassan  Mohámmed,  fué  uno  de  les  hombres 
más  queridos  y  populares  en  esta  ciudad,  y  gozaba  fama  bien 
merecida  por  su  carácter  generoso  y  liberal  y  por  la  escrupulosa 
honradez  en  el  ejercicio  de  sus  cargos.  Ocupó  la  alcaldía  de 
Valencia,  con  atribuciones  para  nombrar  los  alcaldes  de  Alcira, 
Mnrviedro,  etc.  Murió  en  el  año  519  (1125-1126)... 

»El  nombre  de  Guáchib  es  tan  raro,  que  no  recuerdo  haberlo 
visto  usado  fuera  de  esta  familia;  y  las  noticias  de  los  individuos 
de  la  misma  no  pudo  leerlas  Dozy,  por  haber  sido  publicadas 


—  264  — 

con  posterioridad  á  sus  trabajos.  De  fijo  que  no  hubiese  dudado,, 
si  hubiera  sabido  que  existió  esa  familia  valenciana*  (i). 

Seguían,  en  tanto,  por  mañana  y  tarde,  las  algaras 
de  los  cristianos  y  sus  aliados  en  la  huerta,  ó  tnunya  (2} 
de  Valencia,  y,  por  más  que  trataba  Aben  Geháf  de 
impedirlo  con  sus  300  caballos  tomados  á  sueldo  y 
los  demás  de  la  ciudad,  quedaban  siempre  escarmen- 
tados, pues  «matavan  los  cristianos  muchos  dellos: 
así  que  en  la  villa  cada  día  fazíen  llanto  e  davan  vozes 
por  los  muertos  que  metíen  cada  día.» 

Entre  los  caballeros  moros  á  quienes  se  cautivó 
entonces,  se  hace  mención  de  un  rico-home  alcaide 
de  Alcalá,  «que  era  cerca  de  Torralva.»  Después 
de  someterle  á  grandes  castigos,  se  obligó  con  ef 
Cid:  .á  pagarle  diez  mil  maravedíes  al  año,  á  entre- 
garle unas  casas  que  tenía  en  Valencia,  llamadas  de 
Añaya,  de  modo  que  si  se  apoderaba  Rodrigo  de  la 
ciudad,  dichas  casas  serían  suyas  (3). 

Malo  de  Molina,  fundándose  en  que  cerca  de  la 
Torralba  situada,  dice  él,  entre  Jérica  y  Viber,  no  hay 
ningún  Alcalá,  se  inclina  á  pensar  que  fuese  Torralba 
de  los  Sisones,  en  Aragón  (4).  Si  hubiera  conocido 
dicho  autor  los  apuntes  ó  anotaciones  para  la  reparti- 


(1)       El  Archivo,  IV,  86-91. 

(2)  En  la  General  se  lee:  cEl  Cid  toviera  por  bien  de  fazer  omenaje  á  los 
cavalleros,  e  á  los  adalides  e  á  los  almocadenes,  que  non  farien  mal  á  los  de 
tierra  de  Moya  nin  á  los  labradores  (f.  325).»  Malo  de  Molina  (Rodrigo  el 
Campeador,  III)  opina  con  Dozy,  que  en  el  original  árabe  diría  Moya,  y  que 
se  pronunciaría  Monya,  pronunciación  de  la  voz  árabe  al  tnunya,  que  signi- 
fica huerta, 

(3)  Crónica  General,  f.  325  v. 

(4)  El  Cid  Campeador,  1.  c. 


—  265  — 

ción  del  reino  de  Valencia,  habría  caído  en  la  cuenta 
de  que  uno  de  los  valles  del  mismo  era  el  llamado  de 
Alcalá,  ó  de  Carlet,  cerca  del  cual  había  entonces  un 
pueblo  llamado  Torralba.  Son  varias  las  ocasiones  en 
que  se  hace  la  indicación  de  Torralba  en  dicho  libro: 
Eleidua,  alquería  del  valle  de  Alcalá,  cerca  de  Torralba; 
Torralba,  cerca  de  la  alquería  de  Eleidua  (t).  Formaban 
parte  de  ese  valle:  Turis,  Serra  (subsiste  el  castillo,  en 
término  de  Turis),  Montroy,  Real  ó  Rahal,  Monserrat, 
Lombay,  Catadáu,  Alfarb,  Aledua  (también  se  conserva 
sólo  el  castillo,  al  norte  del  río  y  enfrente  de  los  tres 
últimos  pueblos),  Torralba  (sin  rastro  ninguno), 
Carlet  y  Alcudia:  es  decir,  el  valle  regado  por  el  río  que 
forman  el  Magro  y  Buñol  unidos  hasta  que  desemboca 
en  el  Júcar  cerca  de  Algemesi.  El  señor  de  Torralba  de 
los  Sisones,  ya  fuese  el  de  Albarracín  ó  el  de  Zaragoza, 
«taba  en  paz  con  Rodrigo;  probable  es  que  no  lo  estu- 
viese el  de  Carlet,  próximo  á  Alcira  y  de  su  jurisdicción 
casi  siempre,  pues  Alcira,  Cullera  y  Játiba  estaban  en 
.poder  de  los  almorávides,  enemigos  del  Cid. 

En  todas  esas  correrías  murieron  muchos  caballeros 
de  Valencia  y  también  de  los  almorávides;  mas  no,  por 
ello,  daba  la  ciudad  trazas  de  rendirse.  Hábil  político 
-el  Cid,  y  zizañero,  además,  sólo  reservaba  á  las  armas 
los  asuntos  que  no  podía  ventilar  con  la  diplomacia. 
Sabedor,  pues,  de  la  desavenencia  que  había  entre  los 
Beni  Guáchib  y  el  cadi,  procuró  con  gran  secreto  enten- 
derse con  Aben  Gehaf.  Envióle  á  decir  que  si  quería 
ser  señor  de  Valencia,  le  ayudaría  con  todas  sus  fuerzas, 


(1)     El  Archivo,  III,  88  y  9$. 

34 


—    266   -r 

según  hizo  con  Yahya,  y  que  á  ello  estaba  dispuesta 
con  una  sola  condición:  la  de  que  hiciese  que  los  almo- 
rávides abandonasen  la  ciudad.  No  pareció  mal  al  cadi 
la  proposición  de  Rodrigo,  y  pidió  consejo  á  Aben 
Faraix,  ex-alwatsir  de  Yahya  y  del  Cid,  y  á  quien  aún 
retenia  preso  Aben  Gehaf.  Aben  Faraix  aconsejó  al 
cadi  que  siguiese  la  línea  de  conducta  trazada  por  el 
Cid.  Aben  Gehaf  contestó  á  Rodrigo  á  satisfacción 
de  éste. 

El  cadi  empezó  entonces  á  emplear  medios  indi- 
rectos con  que  apremiase  á  los  almorávides  á  huir  de 
Valencia.  Escaseábanles  cada  dia  los  víveres,  y  no  por- 
que se  careciese  de  ellos,  pues  los  había  en  abundancia. 
La  situación  del  cadi  era,  sin  embargo,  tan  comprome- 
tida, que  á  cada  momento  variaba  de  resolución. 

'  Aben  Aixa,  general  almoravide  que  estaba  acanto- 
nado en  Denia  y  á  quien,  sin  duda,  infundían  no  poco 
respeto  los  soldados  del  Cid,  envió  repetidas  cartas  á 
Aben  Gehaf  pidiéndole  parte  de  los  tesoros  que  perte- 
necieron á  Yahya,  con  objeto  de  enviar  recursos  á  Yúsuf 
ben  Taxfín,  quien  así  podría  organizar  un  buen  ejér- 
cito, venir  de  África  y  libertar  á  Valencia.  Reunió  Aben 
Gehaf  todo  el  pueblo,  y  después  de  encontrados  pare- 
ceres, pues  la  aljama  se  inclinaba  á  cumplir  las  órdenes 
de  Aben  Aixa,  mas  no  los  jóvenes  y  la  plebe,  el  peso 
del  voto  de  Aben  Gehaf  inclinó  los  ánimos  de  todos 
á  enviar  el  dinero  á  Denia. 

Reunióse,  pues,  una  buena  suma,  aunque  nunca 
se  pudo  averiguar  el  total  á  que  ascendía.  Los  porta- 
dores del  caudal,  y  mensajeros  á  la  vez,  fueron:  un  hijo 
de  Abdeláziz,   tal  vez  el  emir  de  Valencia  antes  de 


—  267  — 

Yahya;  uno  de  los  Beni  Guáchib;  un  pariente  de  Aben 
Gehaf;  otro,  llamado  Albaga  ben  Orab,  y  Aben  Faraix* 
Salieron  de  Valencia  guardando  las  mayores  precau- 
ciones, á  fin  de  que  el  Cid  no  dificultara  la  marcha. 

Pero  Aben  Faraix  tuvo  buen  cuidado  de  que  Ro- 
drigo lo  supiese,  y  al  efecto  le  envió  un  mensajero. 
El  Cid  destacó  caballeros  que  siguiesen  los  pasos  de 
los  que  salían  para  Denia,  y  no  tardaron  en  apoderarse 
de  cuanto  los  mensajeros  llevaban.  Agradeció  sobre^ 
manera  el  buen  servicio  de  Aben  Faraix  y  prometió 
recompensarle  con  buen  gaktrdón  (1). 

El  castillo  del  Puig,  rudamente  combatido,  se  rin- 
dió entonces  á  las  armas  cristianas.  Rodrigo  construyó 
y  pobló  allí  una  villa,  la  rodeó  de  muros  y  de.  torres 
muy  altas,  y  la  dejó  bien  abastecida  de  víveres.  Fueron 
sus  habitantes  los  que  acudieron  de  las  poblaciones 
inmediatas,  que  llegaron  en  gran  número.  Esto  fué 
antes  del  mes  de  julio  de  1093  (2).  De  conformidad 
•con  esto,  se  lee  en  la  General:  «E  en  esta  sazón  dio  el 
alcaide  de  Jubala  (Gebal  ó  Puig=montaña)  el  castiello 
al  Cid,  e  fincó  él  con  el  Cid.  E  dejó  el  Cid  su  alcaide 
en  Jubala,  e  vínose  con  él  con  toda  la  hueste  para  Va- 
lencia, e  posó  en  una  aldea  que  dezien  la  Derramada.» 
Debía  estar  entre  el  Grao  y  la  Villanueva  de  entonces. 

Llegado  el  mes  de  julio  de  1093,  ó  sea  cuando 
los  trigos  estaban  para  segar,  Rodrigo  se  adelantó 
hacia  Valencia  y  fijó  sus  reales  junto  á  la  ciudad. 
Mandó  quemar  todas  las  aldeas  que  estaban  en  su 


■  1 

•I  :     ■        .'. 


(1)  Crónica  General,  fol.  325  v.  y  326. 

(2)  Historia  Leonesa.  •<.,<;..  .;  .-.  .      o 


—  268  — 

vega,  principalmente  las  que  pertenecían  á  Aben 
Gehaf  y  á  su  familia  (i);  redujo  á  cenizas  los  molinos 
y  barcas  del  río;  hizo  segar  los  trigos,  cercó  por  todas 
partes  la  ciudad  y  derribó  cuantas  casas  y  torres  halló 


(i)  Del  libro  del  Repartimiento  consta  que  en  la  vega  de  Valencia  había 
estos  raffales  ó  rahales:  Abenadin,  Abenhapdulmech,  Abenimanhor,  Aben- 
jehuir,  Abimbedel,  Abinferro,  Abiogeme,  Abinmoérez,  Abinsancho,  Abixal- 
beto,  Abrahitel,  Acehuy,  Alagací,  Alarif,  AI  baca  f,  Albogadir,  Alborgf. 
Albuysí,  Alcurantí,  Almatarí,  Al  pon  tí,  Amambro,  Amogeyt,  Axacobí,  Axa- 
vich,  Axat,  Axeta,  Axuterní,  Benicabo,  B¿nimocrefo,  Canac,  Carpesí,  Fayo, 
H  aben  eme,  Henna,  Hoyx,  Lomerí,  Ludea,  Oezmen,  Pinos,  Ralimichaclí^ 
Saxón  y  Terra 5.  Y  las  siguientes  alquerías  ó  aldeas  y  partidas:  Abenyamar, 
Addaya,  Adorep,  Ahlarei,  Alaquaz,  Alaxebí,  Albalat  al  Fauquia,  Albalat  ac. 
Ciflia,  Albirayatz,  Alboayal,  Alboixech,  Alboradix,  Alburxech,  Alfada r,  Aliara». 
Alfofar,  A'gero^,  Algezir,  Al  hará,  Alhaz,  AHozar,  Almadies,  Alm^alla, 
Al  macera,  Almagdel,  Almu£il,  Alquellelim,  Alqueixia,  Alule,  Amagrel, 
Andarella,  Ared  al  Maxaraquí,  Arrióla,  Aucel,  Beilota,  Benanel,  Benaynó, 
Benexejut,  Beniacaf,  Beniadet,  Beniador,  Beniamen,  Beniaya,  Benibahari, 
Beni^aca,  Benicayxe,  Benicalapec,  Benigamo,  Benigno,  Benicidavi,  Benicu- 
^en,  Beniemen,  Beniferri,  Beniloco,  Benilopo,  Beniraac.ot,  Benimglet,  Beoi- 
mahabar,  Benimahabet,  Benimahor,  Benimoraix,  B¿nioreix,  Benitahin,. 
Benivolesar,  Benixaix,  Benixanut,  Benixent,  Benjahaf,  Benjayó,  Benjair, 
Benjemén,  Berialfamen,  Boatella,  Barbatur,  Bargaladí,  Bjrja^ot,  Cahadía^ 
Cactus,  Campanar,  Canaxet,  Cortexí,  Cárcer,  Carpesa,  Cas&én,  Castellón» 
Cilla,  Cinquayros,  Cocellas,  Coscoylar,  Cot  de  Rambla,  Chilbella  de  Y  Algar- 
bia,  Favara,  Fernalis,  Foyos,  Gayubel,  Godayla,  Ladea,  Macalfa^éo,  Ma^aK 
mardá,  Mac,alterra£,  Ma^amagrel,  Ma^amoyos,  Ma 5 arroyos,  Maniata,  Malilla, 
Mancelnizar,  Maniscs,  Marchilena,  Meliana,  Men$el  Acen,  Menimanhor,. 
Milleriola,  Moneada,  Mormáo,  Naquarella,  Oylla,  Oteil,  Pala,  Pardínez» 
Paterna,  Pe  Benjadet,  Perancisa,  Petra,  Petraher  al  Fauquia,  Petraher  Aci- 
flia,  Piccacéo,  Portade,  Quart,  Rambla,  Rascayna,  Raycol,  Rayosa,  Riba- 
rroya,  Ruzafa,  Roteros,  Roylo,  Rusayna,  Trage,  Truylar,  San  Vicente,  Villa- 
nova,  Xilbella,  Zoayr  y  Zuaqua  Caxac.  {El  Archivo,  III,  96-97).  Jaime  I 
señaló  por  límites  de  la  ciudad  de  Valencia,  los  términos  de  Cu  llera,  Alcira,. 
Monserrat,  Turís,  Buñol,  Chiva,  Olocau  y  Murviedro.  Pasaron  muchos  años 
sin  que  los  mojones  se  fijaran;  y  al  dar  esto,  como  no  podía  menos,  lugar  á 
escisiones  y  graves  altercados  entre  Valencia  y  aquellas  poblaciones,  Jaime  11 
dio  comisión,  en  i.°  de  Marzo  de  1321,  a  Guillermo  Bosch,  vecino  de  Játiva 
y  i  Enrique  de  Quintavalle,  para  señalar  la  línea  divisoria.  (Hist.  de  Cutiera  y 
págs.  265,  266  y  288). 


—  269  — 

al  paso.  La  piedra  y  la  madera  eran  enviadas  al  Puig 
para  la  construcción  de  la  villa  y  reedificación  de  la 
fortaleza  (1). 

Al  ver  los  moros  de  Valencia  que  sus  campos  eran 
devastados  y  que  las  casas  situadas  en  las  afueras 
quedaban  destruidas,  enviaron  mensajeros  al  Cid  rogán- 
dole que  les  otorgase  la  paz,  pero  había  de  consentir 
en  que  los  almorávides  continuaran  ocupando  la 
ciudad;  y  Rodrigo  contestó  que,  á  menos  que  los 
africanos  no  marcharan,  de  ningún  modo  tendría  paz 
con  los  valencianos.  Negáronse  á  la  petición  del  Cid 
y  se  encerraron  en  la  ciudad  (2). 

Llegó  entonces  al  campamento  cristiano  un  minis- 
tro del  rey  de  Zaragoza  con  sesenta  caballos  (3),  y 
dijo  al  Cid  que  Mostahín  le  enviaba  con  una  gran 
suma  destinada  al  rescate  de  los  cautivos  moros,  lo 
cual  hacía  movido  á  lástima  y  por  tener  galardón  de 
Dios  en  la  otra  vida.  Otro  era  el  objeto  de  la  venida 
del  ministro:  vino  á  tratar  con  Aben  Gehaf  para  que 
entregase  Valencia  al  emir  de  Zaragoza  y  éste  le  defen- 
dería contra  el  Cid  y  contra  cuantos  le  guerreasen; 
pero  que  había  de  expulsar  de  la  ciudad  á  los  almorá- 
vides. No  se  pudo  acabar  nada,  y  el  mensajero  de 
Mostahín  anunció  que  no  tardaría  en  arrepentirse, 
por  haber  dejado  de  seguir  su  consejo  (4). 

Al  segundo  día  de  la  llegada  del  ministro  de 
Mostahín,  acometió  el  Cid  con  su  ejército  al  arrabal 


(c)  Crónica  General,  f.  326. 

(2)  Historia  Leonesa. 

(3)  Malo  de  Molina,  1.  o,  dice  que  los  jinetes  eran  300. 

(4)  Crónica  General,  1.  c. 


—  270  — 

de  Valencia  llamado  Villanueva,  al  norte  del  rio,  en  el 
paraje  donde  hoy  se  alza  San  Juan  de  la  Ribera.  Fué 
la  embestida  tan  violenta,  que  entró  por  fuerza  de 
armas,  y  fueron  muchos  los  muslimes  españoles  y 
almorávides  los  que  allí  sucumbieron.  Los  vencedores 
se  entregaron  al  pillaje,  y  fué  muy  cuantioso  el  botín 
que  se  recogió  en  dinero  y  en  toda  otra  suerte  de 
riquezas.  Las  casas  fueron  derribadas,  y  la  madera, 
transportada  al  Puig.  Se  dejó  allí  guardas  que  impi- 
diesen recobraran  los  moros  el  arrabal  (i). 

Al  día  siguiente  se  acometió  á  otra  parte  de  la 
ciudad,  ó,  más  bien,  á  otro  arrabal  de  la  misma  situado 
al  mediodía  del  Guadalaviar,  llamado  Alcudia,  hoy 
día  conocido  por  el  Tosal.  Numerosos  eran  los  moros 
que  le  defendían;  pero  los  cristianos  entraron  con 
denuedo  por  enmedio  de  ellos  matando  á  muchos  de 
los  enemigos.  Tropezó  entonces  el  caballo  del  Cid,  y 
el  cabalgador  quedó  desmontado;  recobró  el  caballo  y 
volvió  á  montar,  y  la  carnicería  en  los  muslimes  fué 
tanta,  que,  espantados,  comenzaron  á  replegarse  á  la 
ciudad. 

Al  mismo  tiempo  que  duraba  el  fragor  del  combate 
en  la  Alcudia,  una  parte  de  las  tropas  de  Rodrigo,  aco- 
metieron á  los  moros  que  defendian  la  puerta  de  Alcán- 
tara ó  del  Puente  (2)  y  dieron  muerte  á  muchos  de  los 
que  estaban  sobre  el  muro.  Pero  entonces  las  mujeres 
que  estaban  en  las  torres  y  los  moros  que  coronaban 


(1)  Histeria  Leonesa. — Crónica  General,  1.  c. 

(2)  Recuérdese  que  el  puente  estaba  destruido  desde  la  avenida  en  octubre 
de  1088,  según  se  lee  en  el  Quitabal  Ictifd  (Malo  de  Molina,  apéndice  XXI). 


—  271  — 

el  muro  lanzaron  contra  los  cristianos  nutrida  grani- 
zada de  piedras  y  dieron  tiempo  á  que  salieran  de  la 
ciudad  muchos  caballeros,  los  cuales  sostuvieron  junto 
al  río,  y  en  el  paraje  donde  estuvo  el  puente,  una  terri- 
ble batalla  que  duró  desde  la  mañana  hasta  el  medio 
dia.  Después  de  dejar  el  campo  cubierto  de  cadáveres 
de  enemigos,  el  Cid  volvió  á  su  campamento. 

*A  la  fcaída  de  la  tarde  se  renovó  la  acometida  al 
arrabal  de  la  Alcudia,  y  puso  el  Cid  en  tanta  apretura 
*  á  los  moros,  que  éstos  temían  que  de  un  momento  á 
otro  los  cristianos  entrarían  por  fuerza.  Clamaron  los 
muslimes  con  el  aman,  ó  sea  gritando  ¡paz!  ¡paz!  Gran 
alegría  causaron  en  Rodrigo  estas  voces.  Permitió  que 
saliesen  á  conferenciar  con  él  los  del  arrabal,  y  les 
otorgó  cuantas  seguridades  le  pidieron.  Aquella  misma 
noche  se  apoderó  del  arrabal;  puso  en  él  sus  guardias; 
mandó  á  su  ejército  que  no  se  causara  daño  ninguno 
á  los  rendidos,  amenazando  con  cortar  la  cabeza  á 
quien  sus  órdenes  contraviniera,  y  se  retiró  á  su 
campamento. 

Al  amanecer  del  día  siguiente  volvió  á  la  Alcudia. 
Hizo  que  se  congregasen  sus  moradores;  templó  con 
palabras  de  consuelo  el  dolor  que  padecían;  dióles 
seguridades  para  sus  vidas  y  haciendas,  y  les  prometió 
que  les  haría  bien  y  merced,  que  no  los  oprimiría, 
que  cada  uno  podría  con  tranquilidad  entregarse  á 
sus  ocupaciones  y  que  no  les  exigiría  otro  tributo  que 
el  diezmo  de  los  frutos,  según  permitía  la  ley  del 
Koran. 

Puso  un  almojarife  moro,  llamado  Aben  Abdús, 
á  quien  constituyó  en  administrador  de  sus  derechos 


—  272  — 

y  en  recaudador  de  los  tributos  que  allí  había  de  per- 
cibir. La  buena  organización  dada  por  Rodrigo  al  arra- 
bal, dábale  semejanza  de  ciudad.  Dio  seguro  á  cuantos 
á  él  acudiesen.  Comestibles  v  toda  otra  suerte  de  mer- 
candas,  en  gran  abundancia  eran  llevados  allí  de  todas 
partes  (1). 

Esto  mismo  dice  con  breves  palabras  la  Historia 
Leonesa:  «Los  hombres  que  habitaban  en  la  Alcudia, 
se  sometieron  á  Rodrigo  y  se  sujetaron  á  su  señorío  é 
imperio.  Ya  subyugados,  los  restituyó  en  paz  libres 
con  todos  sus  bienes.»  Y  añade:  «Los  moradores  de 
Valencia,  al  ver  esto,  llenáronse  de  espanto;  y  al  ins- 
tante, de  conformidad  con  lo  que  Rodrigo  pidió,  los 
almorávides  (moabitas)  fueron  expulsados  de  la  ciu- 
dad, y  los  valencianos  quedaron  sometidos  al  yugo  del 
Cid.  Y  él  permitió  á  los  almorávides  retirarse  á  Denia 
libres,  en  paz  y  tranquilos.» 

Dice  la  General,  que  de  tal  modo  estrechó  á  Valen- 
cia el  Cid,  que  prohibió  la  entrada  en  ella  y  que  tam- 
poco de  ella  podía  salir  nadie.  El  temor  se  apoderó  de 
sus  moradores,  y  no  sabían  qué  consejo  seguir.  En 
alto  grado  estaban  ya  arrepentidos  de  no  haber  puesto 
en  práctica  el  consejo  del  ministro  del  emir  de  Zara- 
goza. También  á  los  almorávides  ponía  en  cuidado  la 
falta  de  recursos  que  de  día  en  día  notaban,  así  en  ellos 
como  en  los  otros  caballeros. 

Á  todo  esto,  los  tratos  de  acomodamiento  entre 
Aben  Gehaf  y  Rodrigo,  aunque  sostenidos  con  gran 
secreto,  no  se  habían  interrumpido.  Los  almorávides, 


(1)    Crónica  General,  fol.  326  y  326  v. 


;  Eq  la  General  se  lee  mili  maravedís;  pero,  como  Dozy  observa  (Inves- 
tí jones,  II;  El  Cid  de  la  realidad,  III),  fundándose  en  que  lo  que  dicen  el 
K  b  al  ¡cíifd  y  la  Crónica  del  Cid,  es  un  error  del  copista  ó  del  editor,  y  debe 
le    e  din  mil. 


■  -i 


M 


—    *73    —  * 

los  demás  caballeros  y  todo  el  pueblo,  con  el  apremio 

de  la  necesidad,  se  reunieron  para  ver  de  salir  de  aquella  ;  f| 

situación  angustiosa;  y  no  hallaron  otro  medio  que  el  \| 

de  establecer  paz  con  el  Cid,  cualesquiera  que  fuesen  -       •      ;! 

las  condiciones,  siempre  que  quedasen  en  la  ciudad  y 

durase  la  tregua  hasta  que  viniese  orden  y  contestación 

de  Yúsuf  ben  Taxfin.  ,    , 

Enviaron  aviso  al  Cid  de  que  querían  entrar  Nen  4 

avenencia  con  él.  Á  lo  cual  contestó  que  estaba  dis-  fj 

puesto  á  ello,  con  tal  que  echasen  de  la  ciudad  á  los 
almorávides,  pues,  de  otro  modo,  no  tendrían  tregua 
ni  composición  con  él.  Hizose  saber  á  los  africanos  la  1' 

exigencia  del  Cid:  ellos,  ya  disgustados  del  trato  que 
se  les  daba,  contestaron  que  también  ellos  querían 
marchar  y  que  nunca  para  ellos  había  asomado  día 
tan  feliz.  Salvada  esta  dificultad,  pactáronse  las  siguien- 
tes bases  de  paz:  1.a  los  almorávides  saldrían  de  la 
ciudad  dándoles  salvo-conducto;  2.a  Aben  Gehaf  daría 
al  Cid  el  valor  del  trigo  que  tenía  en  Valencia  cuando  la 
muerte  de  Yahya,  y  además  los  diez  mil  maravedís  men- 
suales que  percibía  (1),  pagados  desde  el  comienzo  de  la 
guerra  y  también  en  lo  sucesivo;  3  .a  los  arrabales  que 
él  había  tomado  por  fuerza  de  armas  serían  suyos,  y 
4.a  su  hueste,  mientras  permaneciera  en  la  tierra,  ten- 
dría su  residencia  en  el  Puig. 

Enseguida  salieron  de  Valencia  los  almorávides,  y 
se  les  socorrió  y  dio  caballeros  que  los  acompañasen  y 


MÍ 


.1- 


35 


1 


—  274  — 

pusiesen  en  salvo.  Los  moros. quedaron  en  paz.  El  Cid,, 
con  su  hueste,  se  retiró  al  Puig,  y  no  quedaron  de  los 
suyos  en  la  Alcudia  sino  los  que  habían  de  entender 
en  el  gobierno  de  la  misma,  juntamente  con  el  moro 
almojarife  que  había  de  cobrar  sus  rentas  (i). 

De  la  retirada  de  los  caballeros  almorávides  da 
también  cuenta  Abu  '1  Hassán,  escritor  contemporá- 
neo: «Se  separó  de  él  (Aben  Gehaf)  la  pequeña  y  esco- 
gida partida  de  almorávides  que  le  servía  de  sostén;  y 
á  las  gentes  les  hizo  creer,  con  este  motivo,  que  su 
modo  de  obrar  había  sido  bondadoso  para  con  ellos, 
y  que  era  malvado  el  de  los  que  calificaba  de  enemigos 
presentes»  (2). 


(1)  Crónica  Genera),  fol.  326  v. 

(2)  Malo  de  Molina,  apéndice  XX. 


CAPÍTULO  VI 

PERÍODO    REPUBLICANO 

ijul.  lü»»-nnr.  !«»*). 

Provocación  del  Cid  el  jefe  de  Les  jlmoitvides. — Inceligeacii  de  Rodriga  y  d 
caudillo!  de  Játibc  y  de  Culmen,—  Cisiigo  el  de  Alcirc,  par  aegaisr:  i  en 
Correiübciu  Villene.-ElCiden  Benicedcli.— TtilM  de  Aben  Rizin  con 

GcMt—  Indicuíiowujpográfiíal.—  Prec.adooi.de  deteui  ¡onlij  |M  ill 
el  Cid. — Retirada  de  loa  ehnoraridei.— Apurada  limación  de  Valen;!*.— . 
Hayan.— Arleriu  de  Aben   Geb. 


;n  Gehaf  procuró  enseguida  cumplir  con 
iodrigo  e!  compromiso  contraído.  Convino 
on  los  señores  de  los  castillos  compren- 
término  de  Valencia,  en  que  le  pagasen  el 
los  productos  del  campo  y  de  las  demás 
entonces  la  época  de  la  recolección  de  los 
lid  buscó  personas  competentes  que  los 
ue  tomasen  á  su  cargo  el  cobro  del  trigo 
íeros.  Designó  mayordomo  sobre  dichos 
*  cada  oficio  agregó  dos  cristianos  al  almo- 
más,  nombró  un  fiel,  ó  secretario,  para  que 
ntabilidad:  «ordenó  muy  bien  su  almoja- 


(t)    Crónica  General,  fol.  327. 


—  276  — 

•  » Poco  antes  de  retirarse  á  Denia  los  almorávides 
que  había  en  Valencia,  Yúsuf  había  escrito  al  Cid 
prohibiéndole  la  entrada  en  la  ciudad  del  Turia.  Encen- 
dido en  cólera  el  Campeador,  le  contestó  desprecián- 
dole y  haciendo  burla  de  sus  palabras.  Para  más  picar 
el  orgullo  del  caudillo  almoravide,  escribió  á  los  gober- 
nadores y  capitanes  de  España  manifestándoles  que 
Yúsuf,  por  miedo  no  pasaba  el  mar  ni  se  atrevía  á 
venir  á  Valencia.  Sabido  ello  por  el  jefe  de  los  almo- 
rávides, mandó  congregar  un  numeroso  ejército  en 
África  y  que  sin  dilación  viniese  á  España.  Rodrigo 
dijo  entonces  á  los  hombres  de  la  ciudad:  «Valencianos: 
ós  concedo  treguas  hasta  el  mes  de  agosto.  Si  en  ese 
tiempo  Yúsuf  viniese  y  os  socorriera  y  me  venciera 
arrojándome  de  estas  tierras  y  librándoos  de  mi  imperio, 
servidle  á  él  y  quedad  bajo  el  suyo;  mas  si  sus  fuerzas 
no  alcanzan  á  tanto,  estaréis  bajo  mi  señorío.»  No  des- 
cuidaron los  moros  en  enviar  en  tal  sentido  sus  cartas 
á  Yúsuf  y  á  los  demás  caudillos  almorávides  de 
España  (1). 

No  tardó  Rodrigo  en  tener  aviso  de  que  los  almo- 
rávides estaban  para  venir  sobre  Valencia  y  de  que  su 
detención  sólo  obedecía  á  que  había  de  capitanearlos 
el  mismo  Yúsuf.  Puso  la  noticia  en  cuidado  al  caudillo 
cristiano,  y  discurrió  el  medio  de  impedir  la  ve-  / 
nida  de  los  africanos.  Con  el  mayor  secreto  dijo  á 
Aben  Gehaf  que  no  diera  acogida  á  los  almorávides, 
porque  si  venían,  acabaría  el  señorío  del  cadi  sobre 
la  ciudad;  y  más  valia  que  él  le  tuviese,  que  no  otro 


( 1 )    Historia  Leonesa. 


—  *77  — 

para  lo  cual  le  ayudaría  contra  cuantos  trataran  de 
hacerle  daño.    / 

Agradó  á  Aben  Gehaf  el  consejo,  y  al  instante 
buscó  medios  para  que  los  deseos  del  Cid  se  vieran 
cumplidos.  Habló  con  los  capitanes  almorávides  que 
tenían  los  castillos  de  Játiba  y  de  Cullera,  y  acataron 
por  establecer  alianza  de  mutua  defensa.  Acudieron  á 
Valencia,  y  con  gran  secreto  se  cerró  y  firmó  el  trato. 
También  cuidó  el  cadi  de  ganarse  al  capitán  almora- 
vide  de  Alcira,  llamado  Aben  Maimún;  mas  no  pudo 
conseguirlo.  El  Cid  envió  contra  él  sus  huestes,  que 
talaron  los  campos,  y,  por  último,  al  castellano  del 
Puig  para  que  pusiera  sitio  á  Alcira.  El  trigo  fué  segado 
y  depositado  en  el  Puig. 

Éste  había  adquirido  las  condiciones  de  una  gran 
ciudad,  con  buen  caserío,  iglesias  y  torres.  Allí  esta- 
ban guardados  los  diezmos  y  demás  riquezas  del  Cid. 
Reinaba  la  abundancia  en  todas  las  cosas  necesarias  á 
la  vida.  Maravillábanse  las  gentes  de  que  en  tan  poco 
tiempo  hubiera  aquella  población  crecido  y  prospe- 
rado tanto  (i). 

Como  en  la  General,  al  tratar  de  los  caudillos 
almorávides  que  entraron  en  inteligencia  con  Aben 
Gehaf,  se  diga  Cobaira  y  más  adelante  Cervera,  que  pu- 
dieran confundirse  respectivamente  con  Corbera  y  con 
Cervera,  no  son  de  despreciar  las  razones  que  han 
obligado  á  Dozy  y  á  Malo  á  leer  en  uno  y  en  otro  caso 
Cullera.  «Hay,  en  verdad,  escribe  el  historiador  holan- 
d    ,  un  Cervera  en  el  reino  de  Valencia;  pero  se  encuen- 


Crónica  General,  fol.  327. 


—  278  — 

tra  cerca  de  Morella,  y  los  almorávides  no  habían  aún 
penetrado  hasta  allí.  Hay  también  un  Corbera  á  cinco 
leguas  de  Valencia,  sobre  el  río  Júcar:  yse  puede  creer 
que  se  trate  aquí  de  este  último  sitio;  pero  la  Canción 
(verso  1.375)  habla,  en  otra  ocasión,  de  un  castillo 
que  llama  Guyera.  Ésta  no  puede  ser  sino  Cullera,  junto 
á  la  desembocadura  del  río  Júcar;  y  yo  creo  que,  en 
nuestro  texto,  se  trata  de  la  misma  fortaleza.  Véase 
porqué:  i.°  Edrisí  habla  de  Cullera;  2.0  el  lugar  en 
cuestión  debe  haber  sido  un  castillo,  una  fortaleza,  ya 
que  allí  se  encuentra  un  capitán  y  una  guarnición,  pues 
Edrisí  dice,  xcon  efecto,  que  el  castillo  de  Cullera  es 
muy  fuerte;  y  3.0  cuando  se  adopta  esta  explicación, 
compréndese  por  qué  se  lee  una  vez  Cobaira  en  la 
General:  el  lector  habrá  leído  Cobira,  en  vez  de  Colira, 
equivocación  muy  frecuente  en  los  manuscritos  ára- 
bes» (1). 

El  señor  Malo,  que  rarísima  vez  disiente  de  Dozy, 
opina  de  igual  modo  que  éste  (2).  Y,  si  la  razón  cali- 
gráfica y  h  estratégica  abonan  el  pensar  de  tan  eximios 
autores,  la  fonética  confírmala  hasta  desvanecer  toda 
duda  en  contrario.  La  c  y  la  g9  asi  en  nuestro  idioma, 
como  en  el  latino,  se  sustituyen  con  harta  frecuencia; 
y  el  pronunciar  y  por  //  es  caso  muy  común  en  ambas 
Castillas.  Por  último:  la  gran  importancia  que  Beni- 
cadell  (Peña  Cadiella),  Játiba  y  Cullera  tenían  enton- 
ces, revélase  en  que  aparecen  tan  asociados  en  el  Poema 


(1)  Esta  aclaración    no   se  encuentra  en  la  versión  al  castellano.  Pued 
verse  en  el  t.  II  de  Recherches,  p.  166  y  205,  y  en  la  nota  XXII  del  Apéndice 

(2)  Rodrigo  el  Campeador,  III.  » 


-  2?9—    :    ; 

del  Cid  (i),  como  en  la  Generadlos  de  Játiba  y 
Cullera. 

Hecha  esta  digresión,  proseguiremos  el  relato 
narrando  el  castigo  impuesto  por  Rodrigo  al  señor  de 
Albarracin,  del  cual  hablan  igualmente  la  General  y  la 
Historia  Leonesa.  Ésta  refiere  otra  empresa  del  Cid, 
pasada  por  alto  en  la  General. 

Mientras  Rodrigo  andaba  conjurando,  de  acuerdo 
con  Aben  Gehaf,  la  tormenta  que  asomaba  con  la  ira 
despertada  en  Yúsuf,  abandonó  las  inmediaciones  de 
Valencia;  y,  escarmentado  el  capitán  almoravide  «acan- 
tonado en  Alcira,  contando  con  la  protección  de  los  de 
Cullera  y  de  Játiba,  se  trasladó,  con  el  ejército,  á  Beni- 
cádell  (Pinnacatel),  pasando  también  á  Villena  (Bellie- 
na).  Devastó  aquel  territorio,  hizo  muchos  cautivos, 
fueron  inmensos  los  despojos,  y  los  víveres  que  pudo 
recoger,  considerables.  Depositó  efi  el  castillo  de  Beni- 
cádell  el  botín,  dejó  en  él  una  buena  parte  del  fruto  de 
la  correría  y  retornó  hacia  Valencia. 

Poco  tiempo  permanecieron  ociosas  las  armas  del 
invicto  castellano.  Salió  de  Valencia  y  subió  hacia  las 
fuentes  del  Guadalaviar,  pues  el  señor  de  Albarracin  le 
había  negado  el  tributo.  Causó  en  aquel  país  terrible 
estrago,  se  apoderó  de  cuantos  frutos  allí  encontró,  é 
hizo  que  fuera  depositado  en  el  Puig.  Luego  se  restau- 
ró á  dicho  punto  (2). 

Véase  ahora  cómo  refiere  esa  devastación  la  Gene- 
ral y  la  causa  que  la  motivó.  El  señor  de  Albarracin 


(1}    Versos  1.169,  I,I72>  I-I73  Y  1»I74» 

(2)     Historia  Leonesa.  Dozy  ha  leído  en  ella  Albarracin^  qui  ex  «venditus* 
fuerat,  en  vez  de  umentitus». 


—  28o  — 

hizo  avenencia  cc>n  Sancho  Ramírez,  de  Aragón,  para 
que  le  ayudase  á  ganar  á  Valencia,  y,  en  recompensa, 
daría  á  Sancho  grande  haber,  entregándole,  por  adelan- 
tado y  en  prenda  de  la  alianza,  el  castillo  Torralba  de 
los  Sisones,  poco  distante  de  Daroca  (i).  Nada  gana- 
ron los  moros,  pues  perdieron  dicho  castillo.  Rodrigo, 
que  tuvo  conocimiento  de  la  alianza,  juzgó  que  le 
hacía  traición  el  que  antes  había  pactado  ser  su  amigo, 
y  resolvió  castigarle  de  una  manera  ejemplar. 

Después  que  hubo  depositado  en  el  Puig  los  frutos 
robados  en  el  campo  de  Alcira  (2),  movió  su  ejército 
sin  que  á  nadie  descubriera  el  objeto  de  la  nueva 
correría.  En  una  forzada  marcha  que  hizo  de  noche, 
se  trasladó  junto  á  Santa  María  de  Albarracítvy  aun 
al  nacimiento  del  Guadalaviar  ó  «á  la  fuente».  Los 
naturales  de  la  comarca,  fiados  en  la  amistad  que  con 
el  Cid  tenia  su  señor,  vivían  descuidados.  Sorprendió- 
les la  algara  que  se  hizo  por  toda  la  tierra,  en  la  que 
todo  fué  robado.  Fueron  muchos  los  cautivos;  y  el 
ganado  vacuno,  lanar  y  caballar  que  se  recogió,  inmen- 
so. Todo  lo  hizo  Rodrigo  conducir  al  Puig.  Fué  tanto 
el  botín,  de  trigo  como  de  todo  lo  demás,  «que  se 
fenchió  Jubala,  e  Valencia  e  todo  su  término,  deL 
ganado  e  de  los  cativos  que  llevaron» 

En  una  escaramuza  que  el  Cid  sostuvo  con  doce 
caballeros  moros,  quedó  él  herido  de  gravedad  en  el 
cuello  y  le  mataron  dos  caballeros  de  los  suyos;  pero 


(1)  Doxy,  Investigaciones ,  «El  Cid  de  la  realidad,»  VI. — Malo,  I.  c. 

(2)  No  sabemos  cómo  Malo  ha  podido  leer  Liria  en  la  Algecira  del  júcar  de 
la  Crónica  General. 


—  iSi  — 

de  los  contrarios  no  se  salvaron  sino  dos.  En  todas 
estas  empresas  se  gastaron  como  unos  tres  meses,  ó 
sean  los  de  julio,  agosto  y  septiembre  (i). 

Ya  pasado  el  mes  de  agosto,  los  habitantes  de 
Valencia  supieron  por  cierto,  que  los  almorávides,  en 
numeroso  ejército,  acudían  á  socorrer  á  Valencia  y  á 
romper  el  yugo  que  le  tenía  puesto  Rodrigo;  y  al 
momento  se  sustrajeron  .al  pacto  que  con  él  tenían, 
declarándosele  rebeldes  y  enemigos  (2). 

Cundió  por  la  capital  la  voz  de  que  la  hueste  de 
los  almorávides  se  acercaba  á  ella,  que  ya  se  hallaba  en 
Lorca  y  que  venia  acaudillada  por  un  yerno  de  Yúsuf, 
Abu  Becr  ben  Ibrahim  (3),  por  no  ser  posible  la  venida 
del  Emir,  á  causa  de  una  enfermedad  que  padecía. 
Tales  nuevas  causaron  entre  los  de  Valencia  inmensa 
alegría. 

Los  enemigos  del  cadi  hablaban  de  él  con  menos- 
precio y  anunciaban  que  se  vengarían.  Todo  esto  ponía 
■en  gran  cuidado  á  Aben  Gehaf.  Con  el  mayor  secreto 
despachó  un  mensajero  al  Cid  anunciándole  que  ense- 
guida regresase  á  la  ciudad.  Rodrigo,  que  aún  estaba 
sobre  Santa  María  de  Albarracín  causando  cuantos 
males  podía,  cejó  en  la  empresa,  y  con  el  ejército  se 
vino  para  el  Púig. 

Allí  acudieron  al  momento  los  gobernadores  de 
los  castillos  de  Játiba  y  de  Cullera  y  Aben  Gehaf.  Con- 
firmaron la  alianza  ofensiva  y  defensiva  que  los  unía 


1)    Crónica  General,  f.  327. 
[2)    Historia  Leonesa. 
3)    Dozy,  Investigaciones,  1.  c. 

96 


—   282  — 

y  acordaron  enviar  una  carta  á  Abu  Becr,  el  caudillo- 
de  los  almorávides,  para  intimidarle  con  estas  noti- 
cias: que  el  Cid  había  pactado  con  Sancho  Ramírez 
que  éste  le  ayudaría;  que  si  los  almorávides  llegaban  á 
Valencia,'  tendrían  que  luchar  con  8.000  caballeros 
cristianos  cubiertos  de  hierro,  los  mejores  guerreros 
del  mundo,  y  que  si  se  atrevía  á  lidiar  con  ellos,  que 
continuara  la  marcha,  pero  que  mirase  bien  lo  que 
hacia. 

Con  el  doble  objeto  de  probar  hasta  qué  punto- 
estaban  dispuestos  los  valencianos  á  estarle  sumisos 
y  de  significar  á  los  almorávides  la  adhesión  que  le 
tenían,  hizo  á  Aben  Gehaf  una  demanda  bien  singular: 
que  le  permitiera  pasar  con  una  parte  de  su  ejército, 
para  estar  algunos  días,  á  la  huerta  que  era  de  Aben 
Abdeláziz  (1),  situada  junto  á  la  ciudad.  La  otra  parte 
de  su  hueste  estaba  en  Ruzafa.  El  cadi  condescendió- 
con  la  petición  de  Rodrigo,  y  éste  pidió,  además,  que 
se  abriese  en  el  huerto  una  puerta,  porque  tenía  la 
entrada  «por  unos  logares  estrechos,  por  unas  calles 
muy  angostas;  e  el  Cid  non  se  queríe  meter  por  aque- 
llas estrechuras.» 

Dicho  huerto  ó  tnunia  estaba  en  el  paraje  donde 
más  tarde  se  construyó  el  Real,  palacio  destruido  por 
los  franceses  en  181 1,  en  el  terreno  que  hoy  se  conoce 
como  jardín  del  Real  patrimonio,  cercado  por  la  parte 
de  Benicalaf  y  Benimaclet  por  tortuosos  callejones,  los 
que  daban  estorbo  al  Cid,  y  despejado  por  el  lado  del 
río.  Esta  huerta,  aunque  más  próxima  al  portal  qu< 


(1)    Nieto  de  Almanzor. 


luégo  fué  de  la  Trinidad,  conducía  á  la  puerta  de  Bel- 
sahanes  ó  de  la  Culebra,  portal  de  Valldigna  (i). 

Á  todo  cuanto  el  Cid  pidió,  prestóse  gustoso  Aben 
Oehaf:  púsolo  en  conocimiento  de  los  de  su  casa, 
mandó  abrir  la  puerta  solicitada  por  Rodrigo,  y  convi- 
nieron los  dos  en  el  día  en  que  el  Campeador  seria 
huésped  de  Aben  Gehaf.  La  puerta  se  abrió,  «aderezó- 
la muy  bien  e  fizo  poner  muchos  estrados  de  muchas 
ropas  preciadas,  e  mandó  echar  juncos  por  toda  la  cerca 
<Ie  la  casa  e  fizo  muchos  manjares  bien  adobados.» . 

Todo  el  día  estuvo  Aben  Gehaf  esperando  la  venida 
<le  Rodrigo,  y  Rodrigo*  no  vino.  Llegada  la  noche, 
-excusó  su  falta  con  estar  algo  indispuesto,  y  rogó  no 
se  tomara  á  mal  el  que  no  hubiese  acudido.  Aben 
Gehaf,  despechado,  como  es  consiguiente,  abandonó 
-el  huerto  y  se  entró  en  la  ciudad:  «e  el  Cid  fizo  '1  por 
ver  qué  diríen  los  de  la  villa,  e  si  se  quejaríen  por  ello: 
e  así  fué,  que  se  quejaron,  ende,  mucho  los  fijos  de 
Aboégib  e  todo  el  puebro;  e  se  querien  alzar  contra 
Aben  Gehaf;  mas  non  osaron,  por  miedo  del  Cid;  nin 
-querien  aver  más  desabor  con  él  de  lo  que  avíen,  por 
miedo  que  les  astragase  quanto  avien  fuera  de  la 
villa»  (2). 

La  ansiada  venida  de  los  almorávides  no  llegaba: 
un  día  se  decía  «ya  están  ahí»,  y  al  siguiente  decían 


(1 )  Malo  de  Molina,  apéndice  XXI. 

(2)  Cree  Malo  que  el  nombre  de  Real  que  aún  conserva  el  paraje  del 

aerto  ó  huerta,  será  de  alguna  casa  ó  palacio  de  recreo  que  allí  tendrían  los 

eyes  de  Valencia;  derívase,  sin  embargo,  de  Raffal,  ó  Roa!,  6  casa  de  campo, 

\ombre  aplicado  á  muchos  caseríos,  entre  los  cuales  podemos  citar,  por 

j ?mplo,  á  Raffal  de  Montroy,  también  hoy  llamado  Real. 


—  284  — 

«ya  no  vienen».  Así  pasaron  algunos  días.  Y  cuando 
la  murmuración  por  el  desaire  del  Cid  al  cadi  se  había 
calmado,  de  improviso  entró  Rodrigo  en  la  huerta  y  se 
apoderó  del  arrabal  ó  raffal  que  junto  á  ella  se  alzaba. 
Los  moros,  sus  moradores,  no  mostraban  gran  disgusta 
al  tropezar  á  cada  momento  con  los  cristianos  de  la 
hueste. 

Entonces  llegó  á  Valencia  aviso  cierto  de  la  proxi- 
midad del  ejército  libertador:  los  almorávides  estaban 
en  Lorcay  se  venían  hacia  Murcia  haciendo  largas  jor- 
nadas. Estas  noticias  tenían  llefio  de  satisfacción  al 
bando  enemigo  de  Aben  Gehaf,  los  Beni  Guáchib. 

El  cadi  no  sabia  cómo  acallar  los  murmullos  que 
contra  él  se  producían.  Y,  por  prevenirse  para  cualquier 
revuelta,  decía  que  él  no  había  cedido  en  absoluto  la 
huerta  al  Cid,  sino  tan  sólo  para  que  en  ella  se  sola- 
zase algunos  ratos.  Hizoles  saber  que  deseaba  romper 
la  alianza  con  Rodrigo  y  que  le  enviaría  á  decir  que 
buscara  quién  cobrase  sus  rentas,  pues  él  queria  desen- 
tenderse de  semejante  encargo:  esto  es,  que  se  hallaba 
en  un  todo  identificado  con  el  pueblo.  Sin  embargo,, 
no  pudo  reconciliarse  con  él. 

La  gente  se  inclinó  del  bando  enemigo:  tumul- 
tuosamente y  en  altas  voces  así  lo  declaró,  mostrán- 
dose dócil  á  los  consejos  de  los  Beni  Guáchib.  Resol- 
vieron cerrar  las  puertas  de  la  ciudad.  Cuando  Aben 
Gehaf  oyó  esto,  no  se  atrevió  á  oponerse  á  tan  atre- 
vida resolución.  «E  entonces  se  comenzó  la  guerra  del 
Cid  de  cabo  con  los  de  Valencia,  e  fueron  desavenidos 
con  él  e  desacordados».  Habiendo  durado  el  sitio 
nueve  meses  y  terminado  á  mediados  de  junio  de  109^ 


-  28S  - 

y  la  guerra,  veinte  meses,  que  comenzaron  a  contarse 
en  noviembre  de  1092,  habiendo  ya  transcurrido  once, 
el  sitio  debió  comenzar  en  octubre  de  1093. 

Para  la  más  clara  inteligencia  de  los  hechos  que 
durante  el  mismo  ocurrieron,  no  pecarán  de  supér- 
fluas  algunas  noticias  de  topografía  local.  Algo  se 
dijo  sobre  las  macboras  ó  cementerios  muslimes  de 
Valencia  (1).  Para  formarnos  idea  aproximada  de  lo 
que  entonces  era  la  capital  de  nuestro  reino,  expon- 
dremos lo  que  acerca  de  sus  muros,  puertas,  mezquitas, 
mercados,  valladares  y  puentes  han  escrito  diligentes 
investigadores. 

Del  muro  que  la  rodeó  desde  los  dos  primeros 
califas,  cuando  menos,  hasta  1356,  pueden  determi- 
narse como  puntos  principales:  la  torre  de  Ali  Bufat, 
ó  del  Temple,  á  buscar,  por  la  calle  del  Horno  del 
Vidrio,  la  de  la  Congregación,  plaza  de  las  Comedias, 
por  junto  á  la  Universidad,  plaza  de  las  Barcas  y  teatro 
Principal,  á  la  plaza  de  San  Francisco;  desde  allí,  por 
la  acera  de  la  derecha,  á  la  calle  de  Barcelonina,  plaza 
del  mismo  nombre,  por  la  de  Cajeros  y  calle  de  San 
Vicente,  á  salir,,  cortando  el  Trench,  al  actual  Mer- 
cado; por  delante  de  la  Lonja,  calle  de  la  Bolsería  y 
plaza  del  Esparto,  á  encontrar  el  portal  de  Valldigna, 
aún  en  pié,  calle  del  Horno  Quemado,  plaza  de  Santa 
Cruz,  calle  de  Santa  Eulalia,  la  de  Roteros,  margen 
derecha  del  río,  á  cerrar  por  la  plaza  de  Trinitarios  (2). 

Del  libro  de  notas  para  el  repartimiento,  se  ve  que 


(1)  Terminación  del  c.  VI  de  la  i.»  parte. 

(2)  El  Archivo,  V,  411, 


—  286  — 

había  entonces,  y  también  en  los  tiempos  del  Cid,  las 
siguientes  puertas:  la  de  Boatella,  al  poniente,  que 
corresponde  á  la  calle  de  San  Vicente,  inmediaciones 
de  San  Martín,  entre  las  calles  de  Mañáns  ó  Cerra- 
jeros y  Horno  de  la  Pelota,  llamado  en  otro  tiempo, 
de  la  Boatella;  la  de  Exerea,  al  mediodía,  enfrente  de 
Ruzafa,  en  lo  que  hoy  es  puerta  de  la  Congregación  ó 
de  Santo  Tomás;  la  Bab  as  Scharki,  ó  de  levante,  tam- 
bién llamada  Bab  al  Birac,  ó  Puerta  de  la  Hoja,  que 
corresponde  al  Portal  de  la  Trinidad;  y  la  de  la  Cule- 
bra, ó  Bab  al  Janesch,  la  Belsahanes  de  la  Crónica 
General,  situada  antes  de  llegar  á  Serranos,  en  la 
Espartería,  frente  al  rabat  llamado  entonces  al  Cudiay 
ó  Tosal,  en  la  parroquia  de  San  Miguel,  y  corresponde 
al  actual  Portal  de  Valldigna. 

Estas  cuatro  puertas  merecían  tal  nombre  ó  de 
*Bab,  según  el  Sr.  Malo  de  Molina;  á  diferencia  de 
otras  más  pequeñas  que  comunicaban  con  el  campo  y 
estaban  reforzadas  con  fortalezas,  por  lo  que  se  las 
llamaba  Borg,  ó  torres.  Por  su  importancia,  no  puede 
contarse  entre  estos  portillos  el  Bab  a\  Zahar,  ó  Puerta 
de  la  Aurora,  situada  en  el  Temple,  convento  en  que 
más  tarde  fué  convertido  el  palacio  del  rey  moro.  Alli 
estaba  la  alta  torre  de  Ali  Bufat  (¿Ali  Abu  Fadl?), 
célebre  por  la  elegía  de  que  luego  se  hablará.  Otra 
puerta  era  la  de  al  Gadá,  que  tal  vez  fuese  la  Ferrisa. 
Digna  de  llamar  la  atención  es  la  llamada  de  al  Cán- 
tara, ó  del  Puente  (i). 


(i)    En  cuestión  de  etimologías  de  los  nombres  de  las  puertas,  no  siempre 
están  de  acuerdo  los  autores.  Boatella,  es  Beit  al  hh%  ó  Casa  de  Dios,   para. 


—  287  — 

Equivocadamente  se  ha  creído  que  tomaría  el  nom- 
bre de  algún  puente  tendido  sobre  el  río.  Si  así  fué, 
esto  es,  si  en  otros  tiempos  le  hubo,  de  la  Crónica  del 
Cid  se  desprende  que  no  le  había  entonces,  y  sí  unas 
barcas  para  vadear  el  río.  Tampoco  el  rey  D.  Jaime 
hace  mención  de  puente  alguno.  Por  el, testamento  de 
Bernardo  Cardona,  otorgado  en  Valencia  á  6  de  diciem- 
bre de  1254  (VlIIidus),  y  por  el  de  Ferrando  Pérez,  hijo 
de£eid,  de  22  de  octubre  de  i262(XIkalendasnovem- 
bris),  se  deduce  que  ya  por  entonces  había  dos  puentes. 
Vistos  ciertos  privilegios  concedidos  á  Valencia,  resulta 
que  en  1279  se  estaba  construyendo  un  tercer  puente  > 
el  de  la  Trinidad  ó  de  Catalanes,  y  se  pretendía  hacer 
otro,  también  de  piedra,  para  pasar  del  Temple  al  ReaL 
Uno  de  los  dos  que  con  anterioridad- á  éstos  se  resta- 
bleció, fué  el  de  Serranos,  del  cual  se  cree  que  existían 
los  asientos  de  piedra,  y  sólo  tramadas  de  madera  en 
tiempo  de  moros,  lo  cual  está  confirmado  con  la  ave- 
nida de  que  habla  el  Quitab  el  Ictifd,  ocurrida  en  octu- 
bre de  1088.  El  de  Catalanes  se  llamó  así,Nporque  en  la 
distribución  de  calles  que  se  hizo  por  D.  Jaime,  tocó  á 
los  de  Lérida  la  que  venía  á  parar  á  dicho  puente;  y  el 
de  Serranos  tomó  este  nombre  porque  correspondía  á 
la  calle  ocupada  por  los  nuevos  pobladores  venidos  de 
Teruel,  y  no  porque  tuviera  dirección  hacia  la  Serranía. 


Malo;  Ribera  cree  que  es  diminutivo  de  nombre  lemosfn.  Xarea  es,  para  aquel 

*"tor,  así  como  puerta  judiciaria\  el  último  le  desmiente,  y  trata  de  señalar 

trios  significados.  Cree  Malo  que  Valldigna  se  deriva  de  Bab  eJ  din,  y  Ribera 

►  contradice.  Más  de  acuerdo  estin  respecto  de  Bab  al  Birac,  Bab  a%  Zahar  y 

b  al  Aix  ó  Janescb,  el  autor  de  c Rodrigo  el  Campeador»,  y  el  de  los  cMo~ 

¿uñemos  Históricos  de  Valencia  y  su  Reino». 


—  288  — 

Era,  más  bien,  la  puerta  de  Al  Cántara  una  torre 
destinada  á  defender  el  puente  que  ponía  en  comuni- 
cación aquella  parte  de  la  ciudad  con  el  campo.  El 
puente  servia  para  salvar  la  acequia  de  Ruzafa,  cuyas 
aguas  daban  empuje  á  las  que  salian  por  las  cloacas  ó 
valladares.         t 

Según  Béuter,  el  valladar  mayor  se  dividía  en  dos 
brazos  al  exterior  de  los  muros:  el  primero  entraba  por 
la  Espartería,  se  dirigía  ai  Mercado  de  hoy,  al  Trench, 
calle  de  Calabazas,  de  San  Vicente,  Barcelonina,  Trán- 
sits  y  Barcas,  y  en  el  Colegio  de  Santo  Tomás  se 
reunía  el  otro  brazo,  que,  partiendo  de  la  calle  de  la 
Cerrajería  ó  Calderería,  venía  por  la  de  Al  Fandech  á 
Santa  Cruz,  Roteros,  Temple,  Gobernador,  Comedias 
y  Nave:  unidos  los  dos  brazos,  salía  la  acequia  ó  valla- 
dar común  á  fecundar  las  huertas  de  Ruzafa. 

Otra  puerta  célebre  era  la  de  Roteros,  ó  de  Tro- 
teros, por  donde  dice  la  General  que  se  sacó  el  cadáver 
del  Cid  al  abandonar  en  1 102  los  cristianos  á  Valen- 
cia. Se  hallaba  en  las  iinediaciones  de  la  que  hoy  se 
dice  de  Serranos,  por  e'  horno  y  carnicerías  de  Rote- 
ros  (1). 

Existiendo  medio  año  después  de  la  conquista,  en 
abril  de  1239,  varias  iglesias,  éstas  fueron  mezquitas. 
Había  ya  entonces  las  iglesias,  ó  mezquitas  purificadas, 
Santa  María  de  la  Seo,  San  Andrés,  San  Bartolomé, 
Santa  Catalina,  Santa  Cruz,  San  Esteban,  San  Jorge, 
San  Lorenzo,  Santa  Maria  Magdalena,  San  Martín,  San 
Miguel,  San  Nicolás,  San  Salvador,  Santa  Tecla  y  Santo 


(1)    Crón.  Gral.,  fol.  361. -£/  Archivo,  III,  224.— Malo,  apéndice  XXIIL 


—  289  — 

Tomás.  Se  citan,  además:  la  de  la  Boatella,  que  nos 
recuerda  el  interesante  pasaje  de  la  tercera  guerra  de 
sucesión  de  que  se  habló  en  el  capitulo  IV  de  la  pri- 
mera parte;  la  de  Roteros,  la  situada  en  Alcalipbi,  y  es 
de  creer  que  también  tuvieran  las  suyas  las  órdenes 
militares  y  las  mendicantes.  Todas  esas  parroquias  se 
establecieron  al  entrar  los  cristianos,  y  acaso  fueron 
designadas  todas  al  mismo  tiempo,  incluyendo  la  de 
San  Miguel,  suprimida  para  fundar  la  Moreria  y  que, 
al  desaparecer  ésta,  volvió  á  ser  una  de  las  parroquias. 
La  mezquita  mayor  fué  convertida  en  catedral,  lo 
mismo  en  tiempo  del  Cid  que  en  el  de  Jaime  L  El  ana- 
cronismo de  que  se  hace  cargo  el  autor  de  quien  uti- 
lizamos estas  indicaciones,  al  comparar  la  donación 
del  Cid  á  la  catedral  y  su  obispo  con  la  fecha  de  la 
entrada  de  Rodrigo,  le  explica  satisfactoriamente  el 
P.  Risco,  explicación  confirmada  con  los  hechos  de 
1098  relatados  en  la  Historia  Leonesa.  En  ambas  ocasio- 
nes fué  dedicada  á  la  Bienaventurada  siempre  Virgen  Ma- 
ría, y  no  á  San  Pedro,  como  lo  prueba  el  documento 
de  donación  hecha  por  el  Cid  y  confirmada  por  su  espo- 
sa, y  la  inscripción  sobre  la  puerta  de  la  segunda  pieza 
de  la  sacristía  principal.  El  peligro  de  ruina  de  que 
amenazaba  la  primitiva  catedral,  obligó  á  fabricar  el  se- 
gundo tempío,  cuya  primera  piedra  fué  puesta  en  22  de 
junio  de  1262  por  el  obispo  Fray  Andrés  de  Albalat  (1) 


1)     Malo  de  Molina,  apéndice  XXIII.— El  Archivo,  I,   211.— Chabás, 

numtntos  Históricos  de  Valencia,  t.  1, 1.  I,  c.  III  y  IV;  1.  II,  c.  I  y  II.— Al 

.mpo  de  la  Reconquista,  y  es  probable  que  también  en  tiempo  del  Cid, 

»bía  muchísimas  mezquitas  en  Valencia.  Se  concedieron  algunas  para  casas 

hasta  para  establos  (El  Archivo,  VI,  243). 

37 


—  290  — 

De  los  muzárabes  valencianos  queda  probado  que 
vivian  en  el  arrabal  de  San  Vicente  de  la  Roqueta. 
Resta,  pues,  digamos  algo  también  sobre  los  judíos, 
que  hasta  9  de  julio  de  1391  formaron  parte  del 
vecindario  de  Valencia.  Además  de  las  cuatro  grandes 
puertas,  de  las  que  sólo  quedan  las  torres  de  Cuarte  y 
de  Serranos,  había  ocho  portillos:  uno  de  ellos  se 
llamaba  de  los  Judios.  Su  extensa  barriada  estaba  com- 
prendida entre  la  calle  del  Mar  y  el  Valladar  Viejo,  en 
lo  que  es  hoy  plaza  de  las  Barcas.  En  donde  se  edificó 
el  convento  de  Santa  Catalina  de  Sena,  al  otro  lado 
del  Valladar,  estuvo  el  cementerio  judío.  El  portillo 
de  los  Judíos  se  llamó  deis  Cabrerots  (?),  y  también  de 
San  Andrés,  por  estar  en  el  recinto  de  esta  parroquia. 
Ni  de  judios  ni  de  muzárabes  valencianos  se  hace 
mención  expresa  en  la  parte  de  la  Crónica  General 
concerniente  á  los  hechos  del  Cid:  el  silencio  que  de 
los  muzárabes  guarda  no  desvirtúa  en  nada  lo  dicho 
acerca  de  su  existencia  en  aquellos  tiempos  en  la 
revista  que  con  frecuencia  venimos  citando  (1). 

El  mercado  público  de  los  moros  no  estaba  en  la 
hoy  llamada  Plaza  de  la  Constitución  y  demás  plazue- 
las que  rodean  á  la  catedral;  estaba,  desde  remotísimas 
edades,  en  la  Boatella.  En  1261  estaba  inmediato  al 
convento  de  las  Hermanas  de  la  Penitencia,  desde 
donde  se  extendía  hasta  la  puerta  de  la  Boatella,  por 
la  que  se  iba  al  monasterio  de  San  Vicente.  En  conce- 
sión de  Jaime  I,  de  1271,  dice  que  el  mercado  estat" 
junto  á  la  Puerta  Nueva,  al  remate  de  la  calle  de 


(1)    El  Archivo,  V,  408-409. 


—  291  — 

mismo  nombre  ó  de  San  Vicente.  En  1274  dispone 
se  tuviera  mercado  donde  siempre  se  celebró,  ó  sea, 
desde  el  cementerio  de  San  Martín,  hoy  calle  de  San 
Fernando,  hasta  ciertas  casas  situadas,  lo  más  probable, 
junto  á  San  Juan  (1). 

Hecha  esta  descripción,  que  si  en  un  todo  no  se 
ajustara  á  la  realidad,  tampoco  se  apartará  mucho  de 
ella,  volvamos  á  apuntar  los  hechos  cuya  relación 
quedó  interrumpida. 

Se  tuvo  otro  aviso  de  que  los  almorávides  habían 
llegado  á  Játiba.  En  Valencia  despertó  la  noticia  gran 
alegría,  pues  ya  sus  naturales  se  tenían  por  salidos  de 
la  gran  cuita  en  íjue  estaban.  El  Cid,  con  tales  nuevas, 

m  > 

abandonó  la  huerta  de  Aben  Abdeláziz  y  se  trasladó 
al  paraje  llamado  la  Xarosa,  donde  estaba  su  hueste,  y 
sentó  allí  su  campo.  Vaciló  un  momento  entre  aguar- 
dar en  aquel  punto  al  enemigo,  ó  salir  á  su  encuen- 
tro, y,  por  fin,  se  resolvió  á  esperarle  allí.  No  des- 
cuidó, empero,  utilizar  toda  clase  de  medios  para 
impedir  la  llegada  de  los  almorávides:  mandó  derribar 
los  puentes,  que  no  podían  ser  los  del  rio,  pues  no 
los  tenía,  é  hizo  inundar  la  vega,  no  dejando  descu- 
bierto de  agua  sino  un  camino  muy  angosto. 

Otro  mensajero  hizo  saber  á  los  de  Valencia  que 
ya  el  ejército  libertador  estaba  en  Alcira.  El  entusiasmo 
en  la  ciudad  del  Turia  rayó  en  delirio:  todos  subieron 
á  las  torres  para  descubrir  la  hueste  africana.  Sorpren- 
dióles en  este  cuidado  la  noche,  y,  aunque  era  muy 
scura,  pudieron  descubrir,  por  las  muchas  hogueras 


(x)    El  Archivo,  IV,  269-270. 


—  292  — 

que  habían  encendido  los  almorávides,  ó  por  las  que 
servían  de  aviso  en  las  atalayas,  que  el  ejército  de  sal- 
vación estaba  cerca  de  Alcacer  (i).  Los  moros  dirigían 
sus  preces  á  Alá,  y,' por  aquello  de  «á  Dios  rogando  y 
con  el  mazo  dando»,  al  mismo  tiempo  que  suplicaban 
al  Eterno  ayudase  á  los  africanos,  estaban  ellos  prepa- 
rados á  salir  y  robar  las  tiendas  y  aposentos  del  Cid 
cuando  hubiese  comenzado  el  combate  entre  muslimes 
y  cristianos. 

«Mas  Nuestro  Señor  Dios  dio  tal  agua  aquella 
noche,  qual  nunca  orne  vio,  nin  tan  fuerte  diluvio.» 
Noche  fué  aquélla  de  terrible  ansiedad  en  los  valencia- 
nos. Confiaban  descubrir  las  banderas  amigas  á  las 
primeras  ráfagas  de  luz  del  nuevo  día;  mas  «non  vie- 
ron ninguna  cosa;  e  fueron  muy  maravillados  e  muy 
cuitados,  e  non  sabíen  qué  fazer:  e  estuvieron  asi  como 
la  muger  que  está  de  parto,  bien  fasta  hora  de  tercia.» 
Á  las  nueve  de  la  mañana  se  les  desvaneció  toda 
sombra  de  esperanza.  Tuvieron  aviso  de  que  los 
almorávides  habían  desistido  de  venir  á  Valencia,  y 
desde  Alcacer  habían  emprendido  la  retirada.  Los 
valencianos  «estonces  se  tovieron  por  muertos;  é  anda- 
van  así  como  beodos:  de  guisa  que  non  entendíen  el 
uno  al  otro;  e  denegreciéronse  sus  rostros  así  como 
si  fuesen  cobiertos  de  pez;  e  perdieron  toda  la  memo- 
ría,  así  como  el  que  cae  en  las  ondas  del  mar»  (2). 


(1)  La  Crónica  General  dice  Bafer.—  Malo  de  Molina  y  D  jzy  lo  traducen 
por  el  nombre  apuntado  en  el  texto. 

(2)  Crónica  General,  fol.  328.— Dozy  (1.  c),  con  el  afán  de  cercenar  mé 
rito  á  todo  lo  que  sea  español,  dice  que  las  palabras  que  acabamos  de  tram 
cribir,  son  de  autor  árabe  á  quien  sigue. 


—  293  — 
¿Cómo,  estando  tan  próximos  á  Valencia  los  almo- 
rávides, no  llegaron  á  ella?  Aben  Aixa,  el  caudillo 
africano  acantonado  en  Denia,  y  los  valencianos  refu- 
tados en  ella  escribieron  á  los  «fijos  de  Aboégib», 
que  los  almorávides  no  se  habían  retirado  por  miedo 
ní  por  cobardía,  sino  porque  en  su  marcha  les  hablan 
faltado  los  víveres  y  porque  las  aguas  torrenciales  les 
habían  estorbado  el  paso;  pero  que  se  preparaban  de 
nuevo  á  emprender  otra  expedición  para  libertar  á 
Valencia  de  la  opresión  de  Rodrigo:  que  se  esforzasen 
y  no  entregasen  la  ciudad  á  los  cristianos  (i). 

El  P.  Risco  es  de  pareter  que  el  miedo  á  las  espa- 
das cristianas  fué  la  causa  de  la  retirada.  Eso  mismo  se 
lee  en  la  fuente  que  él  ha  utilizado  para  la  mayor 
iarte  de  las  noticias.  «Cuando  Rodrigo  se  cercioró  de 
¡ue  los  valencianos  se  le  habían  rebelado  quebran- 
ando  el  pacto  que  con  él  habían  establecido  sitió  la 
iudad  y  la  combatió  rudamente  por  todos  lados.  Sábe- 
e  que  el  hambre  causó  en  ella  horrorosos  estragos.  Un 
jército  de  almorávides  corrió  á  socorrerla  y  llegó  de 
:11a  á  muy  corta  distancia;  pero,  poseídos  de  espanto 
.1  saber  que  tendrían  que  medir  sus  armas  con  el  Cid, 
itilizaron  las  sombras  de  la  noche  para  retroceder  al 
mnto  desde  el  cual  emprendieran  la  marcha»  (2). 

Cuanto  fué  el  abatimiento  de  los  mQros,  tanto  fué 
1  valor  en  que  se  encendieron  los  soldados  de  Rodrigo. 
>e  arrimaban  al  muro  y,  con  voces  de  trueno  y  con 
menazas  de  relámpago,  gritaban  á   los  muslimes: 


)     Crónica  General,  fol.  328  v 
)     Historia  Leonesa. 


—  294  — 
«falsos,  traidores,  renegados,  dad  al  Cid  Ruy  Díaz  la  vi- 
lla, ca  non  podedes  escapar  con  ella.»  Los  moros,  amila- 
nados, guardaban  sepulcral  silencio.  Y  ya  los  artículos 
de  primera  necesidad  comenzaron  á  picar  alto  (i). 

Por  más  que  el  rompimiento  con  el  Cid  no  fué 
de  una  manera  franca  y  abierta,  procedían  como  ene- 
migos declarados.  De  lo  que  pertenecía  á  Rodrigo, 
robaban  lo  más  que  podían,  y,  auxiliados  de  sus  muje- 
res, depositábanlo  en  sus  casas.  De  ahí  que  el  Cid,  al 
convencerse  de  la  retirada  de  los  almorávides,  volvió 
á  aposentarse  en  la  huerta  de  Aben  Abdeláziz,  ó  del 
Real,  y  mandó  á  sus  soldados  que,  en  desquite,  robasen 
los  arrabales  de  la  ciudad.  Sus  moradores,  atemori- 
zados, entráronse  en  Valencia,  juntamente  con  sus 
mujeres  é  hijos  y  cargando  con  lo  más  que  pudieron 
llevar.  Los  de  la  ciudad  siguieron  el  ejemplo,  y  los 
cristianos  derribaban  las  casas,  no  respetando  sino 
aquello  que  estaba  al  alcance  de  los  arcos  apostados 
en  el  muro,  y,  aun  asi,  aprovechando  la  obscuridad  de 
la  noche,  prendían  fuego  á  lo  que  durante  el  día  no 
pudieron  destrozar.  Por  más  que  los  moros,  para  estor- 
bar el  peligro  del  fuego,  retiraron  á  la  ciudad  la  madera 
de  los  edificios  arruinados,  los  cristianos  volvían  y 
cavaban  hasta  los  cimientos:  asi  hallaron  riquezas, 
ropas  y  silos  de  trigo. 


(i)  Valían:  un  cahíz  de  trigo,  12  maravedís  de  oro;  1  de  cebada,  6  mará» 
vedis;  1  marón  (medida  de  aceite),  1  maravedí;  1  arroba  de  miel,  1  '/,  mr-- 
vtdis;  1  quintal  de  higos,  5  maravedís;  1  arroba  de  algarrobts  (fruto  1 
algarrobo),  l/%  de  maravedí;  1  arroba  de  queso,  2  */»  maravedís;  1  libra  i 
carnero,  6  dineros  de  plata,  y  1  libra  de  vaca,  4  dineros  de  plata  (Cró*  1 
General,  f.  328). 


—  *95  ~ 

El  ejército  cristiano  se  extendió  entonces  en  torno 
de  la  ciudad,  y,  como  los  moros  tratasen  de  impedirlo, 
menudeaban  los  combates.  Las  cartas  de  Aben  Aixa  y 
de  los  valencianos  residentes  en  Denia,  dieron  ánimo 
á  los  sitiadores.  Empeñados  los  Beni  Guáchib  en  ani- 
quilar á  la  parcialidad  de  los  Beni  Gehaf,  condenada 
entonces  al  ostracismo,  culparon  de  la  retirada  de  los 
almorávides  al  cadi.  Aben  Gehaf  y  los  suyos  acecha- 
ban ocasión  de  derribar  del  poder  á  sus  contrarios.  Al 
malestar  de  la  discordia  intestina  se  agregó  la  rápida 
subida  de  precfos  en  los  alimentos  (i). 

El  ejército  cristiano  se  habia  ido  aproximando  de 
tal  modo  á  la  ciudad,  que  ésta  se  vio  como  ceñida  de 
un  anillo  de  hierro:  nadie  podía  entrar  ni  salir  de  ella. 
Se  mandó  cultivar  los  campos  y-  que  el  almojarife  de 
la  Alcudia  (Tosal)  percibiese  el  tributo  que  venian 
obligados  á  pagar  sus  moradores.  «Aquella  puebra  que 
fizo  el  Cid  en  el  Alcudia,  era  así  como  villa;  e  los 
moros  que  y  moravan,  estavan  seguros  que  les  non 
ferie  ningún  tuerto,  nin  les  tomava  ninguno  de  lo 
suyo  nin  de  sus  heredamientos.  E  fizo  y  tiendas  e 
mercados  para  todas  las  mercaderías.  E  veníen  y  de 
todos  los  logares  que  eran  ende  en  derredor,  e  enri- 
quesció  mucho  los  que  moravan  en  aquella  puebra. 
E  fazíen  tan  gran  justicia  e  tan  gran  derecho,  que 
nunca  y  ovo  ninguno  que  oviese  querella  del  Cid, 
nin  de  su  almojarife,  nin  de  ningún  otro  orne  suyo:  e 


[i)  Valían:  cahíz  de  trigo,  18  m.;  de  cebada,  9;  de  panizo,  18;  de  legum- 
es,  9;  quintal  de  higos,  8;  arroba  de  aceite,  10;  de  miel,  9;  de  queso,  3; 
:  algarrobas,  %;  de  cebollas,  1;  libra  de  carne,  8  dineros  de  plata,  y  de 
"a,  6  (Crónica  General,  f.  329). 


—  296  — 

juzgávalos  según  su  ley  de  los  moros  e  según  se 
solien  juzgar;  e  non  les  apremiava.  E  con  esto  que  les 
fazie  fizóles  aquel  logar  muy  rico  e  muy  bueno.»  Así 
sabía  gobernar  Rodrigo  en  tiempo  de  paz.  La  tranqui- 
lidad y  la  abundancia  reinaban  en  las  poblaciones  suje- 
tas á  su  dominio:  la  seguridad  imperaba  también  fuera 
de  ellas. 

Por  entonces  se  supo  que  ya  los  almorávides  habían 
abandonado  á  Denia  y  se  habían  retirado  á  su  tierras 
había,  pues,  que  renunciar  á  toda  esperanza  de  soco- 
rro. Los  señores  de  los  castillos  de  la  comarca,  faltos 
del  auxilio  que  con  la  venida  de  los  africanos  se  pro- 
metían, volvieron  muy  humildes  al  Cid  á  renovar  con 
él  la  amistad.  Rodrigo,  por  más  que  descubriese  cuánto 
había  de  hipocresía  en  aquella  sumisión,  «recibiólos  e 
segurólos  a  quantos  quissiesen  andar  por  los  caminos,.  t 
que  andodiessen  seguros.» 

De  ellos  se  valió  Rodrigo  para  hacer  más  apurada 
la  situación  de  Valencia.  Pidióles  sus  ballesteros  y 
peones  para  combatir  la  ciudad,  y  no  hubo  uno  que 
desoyese  el  mandato.  Creció  de  este  modo  en  tal  grado 
el  ejército  sitiador,  que  los  sitiados  se  vieron  en  trance 
el  más  apurado.  Nadie  podía  salir  ni  entrar  y  «estavan 
en  las  ondas  de  la  muerte.» 

Un  moro  «muy  sabio  e  muy  entendido»  subió  á. 
la  torre  más  alta,  la  de  Ali  Bufat  ó  del  Temple,  y 
expresó  con  esta  elegía  la  tribulación  que  padecía 
Valencia  (1): 


(1)    La  traducción  libre  en  verso,  se  halla  en  el  'Romancero  dd  Cid,  página 
207,  edición  de  Barcelona,  1884.  Dice  así: 


—  297  — 


«Apretada  está  Valencia, 
-puédese  oía!  defensa r, 
porque  los  almorávides 
no  la  quieren  ayudar. 
Viendo  aquesto  nn  moro  viejo, 
-que  soiía  adivinar, 
su  hiérase  á  un  aita  torre, 
para  bien  la  contemplar. 
Cnanto  más  la  mira  hermosa, 
más  te  crece  su  pesar. 
Sospirando  con  gran  pena, 
aquesto  fué  á  razonar: 
-(i  y  2).— tOh  Valencia!  |Oh  Valencia! 
(3). —Si  Dios  de  tí  no  se  duele, 
digna  de  siempre  reinar, 
tu  honra  se  va  apocar, 
;y  con  ella  fas  holganzas 
•  qne  nos  suelen  deleitar. 
<4).— Las  cuatro  piedras  caudales 
do  fuiste  el  muro  á  sentar, 
para  llorar,  si  pudiesen, 
se  querrían  ayuntar. 
Tus  muros  tan  preminentes, 
•que  fuertes  sobre  ella  están,' 
de  mucho  ser  combatidos 
todos  los  veo  temblar. 
"(5). — Las  torres,  que  las  tus  gentes 
de  lejos  suelen  mirar, 
que  su  alteza  ilustre  y  clara 
los  solía  consolar, 
poco  á  poco  se  derriban 
sin  podeiias  reparar; 
<6).— y  las  tus  blancas  almenas, 
que  lucen  como  el  cristal, 


su  lealtad  han  perdido 

y  todo  su  bel  mirar. 

(7). — Tu  río  tan  caudaloso, 

tu  río  Guadalaviar, 

con  las  otras  aguas  tuyas, 

de  madre  salido  ha; 

(8).— tus  arroyos  cristalinos 

turbios  ya  siempre  vendrán, 

tus  fuentes  y  manantiales 

todos  secado  se  han. 

(9).— Tus  verdes  huertas  viciosas 

á  ninguno  gozo  dan, 

que  la  raíz  de  sus  hierbas 

bestias  roído  las  han; 

(10). — tus  prados  de  cien  mil  flores 

olores  de  sí  no  dan, 

mustios  andan  y  marchitos, 

sin  color  ni  olor  están. 

(11). — Aquel  honrado  provecho 

de  tu  playa  y  de  tu  mar, 

en  deshonra  y  daño  torna, 

¡mal  te  puede  aprovechar! 

(i 2).— Los  montes,  campos  y  tierras 

que  tú  solías  mandar, 

el  humo  de  los  sus  fuegos 

tus  ojos  cegado  han. 

(13).— Es  tan  grave  tu  dolencia 

y  tanta  tu  enfermedad, 

que  los  hombres  desesperan 

de  salud  podette  dar. 

(14).— ¡Oh  Valencia!  (Oh  Valencia! 

{Dios  te  quiera  remediar  1 

que  muchas  veces  predije 

lo  que  agora  veo  llorar». 


(1)  «Valencia!...  Valencia!...  Vinieron  sobre  tí  muchos  que- 
brantos e  estás  en  hora  de  morir;  pues  si  ventura  fuere  que  tú 
escapes,  esto  será  gran  maravilla  á  quienquier  que  te  viere. 

»Ay!  pueblo  de  Valencia:  venidas  son  sobre  tí  muchas  tribu- 
ciones  e  muchos  quebrantos  del  gran  poder  de  nuestros  ene-, 
igos,  que  nos  cuidan  astragar  en  derredor,  ca  estamos  en  hora 
.j  perescer;  e  será  gran  maravilla  si  desto  podemos  estorcer;  e 


—  298  — 

todos  aquellos  que  desta  vez  nos  vieren  libres  desta  cuita  (lo  que- 
non  puede  ser)  lo  ternán  mucho  por  extraño. 

(2)  *E  si  Dios  fizo  merced  algún  logar,  tengo  por  bien  de  lo- 
facer  á  tí,  ca  fueste  nombrada  alegría  e  solaz  en  que  todos  los 
moros  folgaban  e  avien  prazer  e  sabor. 

*E,  por  ende,  pido  yo  merced  á  Dios,  que,  así  como  él  fizo 
muchos  miraglos  e  muy  grandes  e  tan  maravillosos  fechos  como 
éste  en  que  nos  estamos,  que  asi  nos  libre  él  desta  vez  del  poder 
destos  nuestros  enemigos  en  este  logar  que  nos  dio  grao  fulgu- 
ra, e  alegría  e  solaz  en  que  todo  el  puebro  de  Valencia  vevimos 
á  gran  pra£er  de  nos.  * 

(3)  »E  si  Dios  quisier  que  de  todo  en  todo  te  ayas  de  perder 
esta  vez,  será  por  los  tus  grandes  pecados  e  por  los  grandes  atre- 
vimientos qpe  oviste  con  tu  sobervia.  t 

*Ca  de  todo  en  todo  non  vernie  sobre  el  puebro  de  Valencia 
esta  tribulación  nin  lo  ven^eríen  sus  enemigos,  sinón  por  los  sus 
muy  grandes  pecados  e  por  la  muy  gran  sobervia  que  mantuvie- 
ron; e  por  este  pecado  han  á  perder  tan  nobre  cibdad  como 
Valencia,  en  que  eran  apoderados. 

(4)  ¿Las  primeras  quatro  piedras  cabdales  sobre  que  tú  fueste 
formada,  quiérense  ayuntar  por  facer  gran  duelo  por  tí,  e  ñor* 
pueden. 

¿Por  las  quatro  piedras  cabdales,  digo  yo  en  el  mi  corazón,, 
que  se  quieren  ayuntar  por  facer  muy  gran  duelo,  e  non  pueden» 
E  esto  digo  yo  por  la  primera  piedra  cabdal  sobre  que  Valencia  fué* 
formada:  que  es  por  nuestro  señor  el  rey,  que  te  mucho  pre- 
ciaba. E  la  segunda  piedra,  el  infante  fijo  de  nuesto  señor  el  reyr 
que  cuidava  heredar  á  Valencia  e  ser  señor  della.  La  tercera  pie- 
dra es  el  rey  de  Zaragoza,  que  era  mucho  amigo  e  consejero  de 
nuestro  señor  el  rey,  que  se  duele  tanto  de  Valencia  como  si  él 
la  perdiese.  La  quarta  piedra  es  el  muy  nobre  Arráyaz,  vasallo  e 
consejero  de  todos  sus  fechos  de  nuestro  señor  el  rey.  E  por 
cada  uno  destos  nombres,  ya  fuerte  piedra  cabdal  sobre  que  este- 
vas, Valencia,  muy  bien  segura  e  bien  guardada,  e  por  el  muy 
nobre  muro  que  sobre  estas  cuatro  piedras  fué  levantado,  digo 
yo  por  el  muy  nobre  puebro  de  Valencia,  que  era  de  las  muchas 


—  299  — 

gentes  muy  escogidas,  que  eran  fuertes,  e  ricos  e  servien  bien  su 
señor  e  amparavan  á  Valencia,  e  agora  son  astragados. 

(5)  iLas  tus  muy  altas  torres  e  muy  fermosas,  que  de  lueñe 
parearen  e  confortavan  los  corazones  del  puebro,  poco  á  poco  se 
-van  cayendo. 

*Por  las  muy  altas  torres,  digo  yo  por  los  muy  ricos-ornes,  e 
nobres  e  mucho-honrados  defendedores  de  nuestro  señor  el  rey 
-e  de  ti,  Valencia,  con  muy  gran  lealtad:  así  eres  tú,  Valencia. 

(6)  iLas  tus  brancas  almenas  que  de  lueñe  muy  bien  relum- 
bra van,  perdido  han  la  su  lealtad  con  que  bien  pares;íen  at  rayo 
del  sol. 

»Por  las  tus  brancas  almenas,  e  resplandientes  al  rayo  del  sol, 
-digo  yo  por  las  palabras  de  estos  nobres  señores  que  las  dezíen 
con  entendimiento  de  que  se  aprovechara  el  tu  puebro,  e  era  más 
apuesto  en  los  fueros  e  en  las  otras  cosas  que  por  estos  señores 
nos  da  va  nuestro  señor  el  rey,  e  porque  las  sus  palabras  eran 
-dichas  con  derecho  e  con  razón,  páresete  bien  el  tu  puebro:  asi 
eran  resplandientes  e  brancas  de  muy  gran  apostura,  porque  seme- 
javan  almenas  del  tu  puebro,  bien  asi  como  esta  cibdad  non 
podíe  ser  sin  almenas  apuesta  sin  las  mercedes  e  sin  los  demos* 
tramientos  de  tan  nobres  señores  á  Dios,  que  es  rayz  de  justicia, 
se  tiene  por  servido  de  quanto  en  tí  fazíen. 

(7)  »El  tu  muy  nobre  rio  cabdal  Guadalaviar,  con  todas  las 
otras  aguas  de  que  te  tú  muy  bien  servíes,  salido  es  de  madre,  e  va 
-onde  non  deve. 

•Valencia:  por  el  tu  río  cabdal,  digo  yo  por  el  muy  noble 
4ibro  de  los  otros  fueros  que  en  tí  eran,  Valencia:  ca,  bien  asi 
como  los  árboles  é  las  otras  cosas  de  que  los  ornes  han  govierno 
de  vianda,  que  se  non  pueden  mantener  sin  agua,  así  el  tu  pue- 
bro, Valencia,  non  puede  ser  mantenido  sin  este  libro  de  nuestra 
ley,  onde  sabien  muchos  governadores  para  ti  e  todo  el  tu  reyno 
en  cómo  devíes  obrar,  de  que  agora  andamos  desordenados  e 
obramos  de  lo  que  non  deviemos  obrar. 

(8)  //Las  tus  acequias  muy  cralas  e  á  las  gentes  mucho  a  prove- 
chosas» se  tornaron  torvias,  e,  con  la  mengua  de  las  limpiar,  van 
llenas  de  muy. gran  cieno. 


—  3°°  — 

»E  por  las  tas  acequias  cralas  e  ferraosas  de  que  te  tú  a  pro— 
vechavas  cada  día,  digo  yo  por  buenos  alcaydes  que  en  tí  eran», 
que  davan  muy  buenos  juizios,  que  es  cosa  muy  crala  juyzio 
derecho,  de  que  el  puebro  era  muy  bien  governado  e  mantenido 
en  justicia  e  en  derechura  de  igualdad,  cada  uno  en  su  derecho,, 
que  eras  muy  bien  governada  de  derecho  govierno. 

(9)  »Las  tus  muy  nobres  e  viciosas  huertas  que  en  derredor  de 
ti  son,  el  lobo  rabioso  les  cavó  las  rayzes,  e  non  pueden  dar 
(rucho. 

•  Por  las  muy  nobres  huertas,  dezíe  yo  e  digo  de  todo  mi 
corazón,  por  las  grandes  alegrías  que  rescebíamos  cada  día  en  el 
muy  noble  puebro  de  tí,  Valencia,  e  de  los  grandes  vicios  que 
avernos  entre  nos  cada  uno  con  sus  compañas  en  los  buenos 
casamientos  que  fazíamos  á  nuestros  fijos  e  á  nuestros  parientes^ 
de  que  rescebiemos  después  muy  grandes  honrras  e  acrescimiento 
de  linage,  que  es  muy  buen  frucho  de  huertas,  e  con  los  otros 
pra^eres  que  se  levantan  por  esta  razón;  e  por  el  lobo  ravioso 
que  cava  las  rayzes  á  las  tus  huertas  por  que  non  puedan  dar 
froles,  digo  yo  por  el  muy  fuerte  enemigo  que  avernos  en  el  Cid, 
que  es  muy  poderoso  e  nos  astraga  cada  día  con  poder  de  cava- 
Hería. 

(10)  »Los  tus  muy  nobres  prados  en  que  muy  fermosas  froles 
e  muchas  avíe,  con  que  tomavael  tu  puebro  muy  grande  alegría,, 
todos  son  yá  secos. 

•  Por  los  tus  muy  nobres  prados,  digo  yo  por  las  muy  grandes 
riquezas  del  tu  puebro,  Valencia,  de  que  ellos  eran  ahondados^ 
e  siempre  andavan  compridos  de  alegría;  e  agora  todo  lo  han 
perdido  manteniendo  guerra.  E,  por  las  muy  nobres  froles  que 
en  el  reyno  eran,  digo  yo  por  los  muy  sabios  ornes  que  en  pue- 
bro moravan,  e  agora  son  muy  más. 

(11)  »EI  muy  nobre  puerto  de  mar  de  que  tú  tomavas  muy 
grande  honrra,  ya  es  menguado  de  las  nobrezas  que  por  él  te  solíen 
venir  á  menudo. 

>Por  el  tu  muy  nobre  puerto  de  mar,  digo  yo  por  nuestro 
señor  el  rey,  que  nos  aduzíe  al  puebro  de  Valencia  muchas  mer- 
cedes e  libertades,  en  que  hay  todas  las  cosas  que  le  pidamos. 


—  3^1  — 

para  honrra  del  puebro  de  Valencia»  onde  éramos  libres,  e  ricos,, 
«  bien  estimados  e  sin  ninguna  mala  sujeción,  de  los  cuales  suje- 
tos non  deben  aver  fijos  d'algo;  e  por  este  puerto  nos  solfeo 
venir  tan  grandes  mercedes,  que  nunca  se  nos  podríe  olvidar 
mientra  que  bivamos. 

(12)  1EI  tu  muy  gran  término  de  que  te  tú  llamavas  señora, 
los  fuegos  lo  han  quemado,  e  á  ti  llegan  los  grandes  fumos. 

»Por  el  tu  gran  término,  digo  yo  en  el  mi  corazón  por  la 
muy  buena  fama  de  la  grandeza  del  puebro  de  Valencia  e  por  el 
gran  saber  que  en  ella  era,  que  siempre  se  sabie  defender  con 
sabiduría  e  con  poder,  á  todos  aquellos  que  contra  el  puebro  de 
Valencia  veníen. 

(13)  >  A  la  tu  gran  enfermedad  non  le  pueden  fallar  maleaba, 
e  los  físicos  son  ya  desesperados  de  te  nunca  poder  sanar. 

»E,  por  ende,  á  la  tu  gran  enfermedad  non  pueden  fallar 
melezina  de  guar  ¡miento,  e  los  físicos  te  han  ya  desamparada 
aquellos  que  solien  guardar,  ca  agora  non  pueden. 

(14)  ^Valencia!...  Valencia!...  Todas  estas  cosas  que  te  he 
dichas  de  tí,  con  gran  quebranto  que  yo  tengo  en  el  mi  corazón, 
las  dixe  e  las  razoné»  (1). 

Y  ¿quién  es  el  autor  de  la  composición?  En  la 
General  se  lee:  en  un  punto,  «el  que  fiziera  e  trovara 
las  razones  en  razón  de  Valencia,  avíe  nombre  Al 
Faraxi»;  en  otro,  «fué  el  que  fizo  los  versos  un  alcaide 
que  avíe  nombre  Al  Hugí»;  en  otro,  al  comienzo  de  la 
interpretación  de  la  elegía,  «palabras  de  Al  Hágib  Al 
Faqui»,  y,  por  último,  en  otro,  «estos  versos  que  fizo 
el  Bataxí.» 

Tenemos,  pues,  que,  siendo  uno  mismo  el  autor, 
aparece  con  tres  nombres  diferentes:  Faraxi,  Bataxí  y 
~lugi.  Todos  tres,  dada  la  inseguridad  con  que  ama- 


(1)    Crónica  General,  ff.  319,  339  v.  y  330.— Hemos  puesto  á  continuación  de  cada  frase  de  la. 
fclegia,  la  explicación  que  de  la  metáfora  da  el  propio  autor. 


— '  302  —  J. 

nueñses  poco  cuidadosos  pudieron  alterar  los  nombres 
arábigos  al  traducirlos  al  castellano,  pueden  reducirse 
auno  solo,  al  último:  Bataxí.  La  escritura  de  esté 
nombre  es  muy  fácil  confundirla  con  la  de  Guacaxí. 
En  este  caso,  resultaría  que  su  patria  era  Guacax,  aldea 
de  Toledo.  Era,  además,  faqui  notable  y  alcaide  nom- 
brado por  el  Cid. 

En  ad  Dabi  se  habla  de  un  íaquí  sobresaliente  en 
materias  lingüísticas,  Hixem  ben  Áhmed  el  Quinen! 
Abu  '1  Gualid  el  Guacaxi,  que  murió  el  año  489 
(dic.  1095-96).  De  él  dice  Aben  Pascual,  que  «era  el 
hombre  más  universal  de  su  tiempo,  uno  de  los  más 
sabios  gramáticos,  entendido  en  materias  de  lengua, 
en  el  sentido  de  los  versos,  arte  métrica,  y  en  la  elo- 
cuencia; y  á  la  actividad  de  orador  ilustre,  reunia  la  de 
buen  versificador.»  Abú  Bahr  el  Asadi,  originario  de 
Murviedro,  dice  que  «era  hombre  de  conocimientos 
tan  vastos,  que,  como  si  supiera  todas  las  cosas  en  su 
realidad,  respondía  sobre  cualquier  punto  de  que  se  le 
preguntara.»  Atic  ben  Abdelhamid,  mocri  de  Denia, 
señala  el  año  de  su  nacimiento  y  precisa  el  día  de  su 
muerte:  nació  el  año  408  (mayo  1017-18)  y  murió  el 
27  de  chumada  último  de  489  (23  junio  1096).  Y  en 
Yácut  se  lee  que  escribió  un  opúsculo,  La  derecha  via, 
Inversión  del  orden  del  rango,  El  orden  adecuado  de  los 
sobrenombres,  Las  asambleas  y  una  obra  especial  sobre  la 
Providencia.  «Estaba  en  Valencia  cuando  se  apodera- 
ron de  ella  los  cristianos,  y  vino  á  ocupar  la  alcaldía 
de  los  musulmanes  en  ese  tiempo.»  Ai  Maccari  le 
llama  filósofo  alcalde,  y  recuerda,  entre  sus  discípulos/ 
al  mencionado  Alie  ben  Abdelhamid,  rector  de  la  mezr 


—  303  — 

quita  al  jama  de  Denia;  á  los  individuos  de  la  noble 
familia  valenciana  los  Beni  Abdeláziz;  á  Ben  Jairón  y 
Ben  Junus,  alcaides  de  Murviedro;  a  los  Jarifes  de 
Jérica;  á  Ben  Jaravia,  rector  de  la  jama  de  Valencia;  á 
Ben  Almohalem,  recto*  de  la  mezquita  Rabhat  al  Cadi, 
cuando  el  Cid  convirtió  en  catedral  la  aljama,  y  á 
algunos  otros. 

«Es  de  presumir,  escribe  el  autor* de  quien  tomamos  estas 
investigaciones  (i),  que  fuese  el  personaje  de  más  talla  y  que 
mis  consideración  merecía  en  Valencia  por  su  sabiduría,  por  su 
edad,  trato  cortesano  y  genio  conciliador  y  transigente,  algo 
tocadillo  de  aires  cristianos,  filosóficos  y  hasta  libre-pensadores, 
que  le  habilitaban  para  atraerse  el  afecto  y  confianza  del  Cid,  at 
par  que  el  respeto  de  los  musulmanes  por  su  carácter  sacerdotal: 
es  decir,  el  hombre  necesario  de  aquel  tiempo,  del  que  se  apro- 
vechó la  sagacidad  de  Rodrigo  al  elegirle  alcalde.» 

Cree  el  mismo  autor  que  no  es  otro  que  el  respe  • 
tado  faquí  Al  Guatan,  que  intervino  como  mediador 
en  las  turbulencias  interiores,  á  la  vez  que  de  mensa- 
jero cerca  del  Cid  (2). 

Contemporáneo  de  Hixem  ben  Áhmed  el  Qjuineni 
Abu  '1  Gualid  el  Guacaxí,  fué  Abdallah  ben  Jaian,  ó 
sea  el  Mahómad  Abenhayen  Alaronja  de  la  Crónica 
General,  uno  de  los  faquies  de  Valencia.  Nació  el  año 
409.  (mayo  1018-19)  y  murió  en  el  487  (en.  1094- 
95).  Fué  autor  de  algunas  biografías  y  tuvo  gran  afán 
por  la  adquisición  de  libros  (3). 


(x)      D.JolU*  Ribera. 

(2)    El  Archivo,  I,  380-396. 

(j)  Malo  de  Molina,  Rodrigo  el  Campeador,  46,  nota.  «Abu  Muhánud  ben 
¿yyen  ben  Farhon  ben  Ilm  ben  Abdallah  ben  Musa-  ben  Male  ben  Hamdon 
en  Fayyén  al  Ansarí  al  Aruxa,  habitante  de  Valencia,  escuchó  por  mucho 


—  3^4  — 

Político  de  talla  no  vulgar  Aben  Gehaf,  natural  era 
-que  no  perdiese  la  oportunidad  que  le  brindaba  el 
malestar  de  Valencia,  para  ver  de  derribar  de  la  presi- 
dencia de  la  república  á  sus  rivales.  Contemplaba  con 
gozo  el  quebranto  que  padecía  la  ciudad,  y  se  prome- 
tía que  disminuiría  la  parcialidad  de  sus  enemigos. 
Para  dar  calor  á  los  descontentos,  decía  que  él  no  podía 
meterse  á  dar  consejo  si  no  se  le  pedía;  que  si  se 
hubiera  seguido  su  parecer,  Valencia  no  hubiera  pade- 
cido la  calamidad  que  sobre  ella  pesaba,  que  el  mal 
estuvo  en  dejarse  guiar  por  los  Beni  Guáchib,  que 
aeran  de  poco  recado,  e  nin  eran  mañosos,  nin  sabios, 
para  estar  bien  con  ninguno,  nin  en  lo  que  oviesen  de 
fezer.»  Esto  lo  murmuraba  en  su  casa  al  oído  de  cuan- 
tos iban  á  visitarle;  y,  al  esparcirse  fuera  las  especies 
que  soltaba,  todos,  grandes  y  pequeños,  decían  que 
era  verdad  cuanto  hablaba. 

Seguía  en  tanto  la  ciudad  padeciendo  vigorosos 
ataques  de  los  cristianos,  y  el  hambre  hacía  sentir  en 
ella  sus  estragos.  La  estrechez  que  padecían  sus  mora- 
dores contribuyó  á  que  se  apartasen  de  la  familia 
encumbrada  en  el  mando,  á  la  cual  atribuían  el  que- 
branto que  experimentaban.  Voluble  el  pueblo  y  obe- 
deciendo á  las  sugestiones  de  los  Beni  Gehaf,  pidió 


tiempo  las  lecciones  de  Abu  Ornar  Abdelbarr,  y  asimismo  las  de  Ostman  ben 
Abi  Béquer  el  de  Sifacos,  Abu'l  Quésim  al  Afilí,  Abu'l  Fadl  al  Bagdadf  y 
otros.  Tenía  gran  solicitud  en  lo  tocante  á  adquirir  libros  y  reunirlos  en  biblio- 
teca, allegando  de  ellos  gran  número.  Murió  á  mediados  de  xawal  del  año  487 
de  la  hegira  (últimos  de  sept.  de  1094).  De  él  hace  mención  Abu  Mu h amad 
ar  Roseti  Abdallah  ben  Muhámad  ben  Áhmed  el  Arabí  el  Moáferí,  natural  de 
Sevilla  (Fernández  y  González,  Los  mudejares  de  Castilla,  pág.  150,  nota  2, 
nos  da  la  traducción  ésta,  que  va  precedida  del  texto  árabe). 


—  3o5  — 

perdón  al  cadi,  rogóle  que  le  diera  consejo  y  buscase 
salida  á  la  deplorable  situación  en  que  se\hallaba. 

Aben  Gehaf,  para  más*  avivar  el  empeño  de  tales 
manifestaciones,  replicó  que  no  quería  abandonar  la 
vida  privada;  que  tampoco  él  estaba  libre  de  los  males 
que  afligían  á  los  demás,  y  que  no  podía  dar  consejo 
á  hombres  desavenidos.  Sin  embargo,  encarecíales  la 
unión  y  que  todos  se  decidiesen  por  estas  dos  cosas: 
ó  apartarse  de  los  Beni  Guáchib,  ó  que  estuviesen  dis- 
puestos á  hacer  lo  que  él  ordenase,  que  cuando  él  viese 
esto,  bascaría  la  manera  de  que  renaciese  la  paz;  que 
recordasen  cuan  bien  les  fué  cuando  él  ocupó  la  presi- 
dencia, y  que  confiaba  en  Dios  hacer  desaparecer  la 
guerra  con  el  Cid  y  no  tenerla  con  otro  ninguno. 
Todos  contestaron  á  una  voz  que  le  obedecerían  y 
creerían  y  que  no  saldrían  de  lo  que  él  mandase,  porque 
siempre  que  siguieron  su  consejo  tuvieron  bienan- 
danza. 

Y  á  pesar  de  los  buenos  deseos,  no  era  empresa 
fácil  llevar  á  cabo  la  resolución;  porque  el  bando  ene- 
migo, aunque  desprestigiado  y  malquisto  en  fuerza  de 
las  circunstancias,  todavía  era  numeroso;  pero  Aben 
Gehaf  no  vaciló  en  alzar  bandera  de  rebelión.  No  quiso 
dar  el  paso  sin  antes  tener  seguridad  de  que  no  habían 
de  abandonarle  sus  adeptos.  Pidió  que  se  extendiese 
un  documento  obligándose  á  ello  los  principales  de 
los  que  le  estimulaban  á  tomar  el  mando  de  la  repú- 
blica. 

Logrado  esto,  Aben  Gehaf  trató  con  el  Cid  el 
medio  de  expulsar  de  la  ciudad  á  los  Beni  Guáchib  y 
á  sus  parciales.  Convinieron  en  que  Rodrigo  se  acer- 

39 


—  3c6  — 

caria  al  muro  y  diría  que  mientras  los  Beni  Guáchib 
estuviesen  dentro.de  Valencia  él  no  tendría  paz  con 
sus  habitantes:  por  tanto,  que  los  expulsaran  y  procla- 
masen de  nuevo  presidente  á  Aben  Gehaf.  Hízolo  así 
el  Cid,  y  después  de  hacer  esa  declaración,  añadió  que 
sentía  lá  tribulación  en  que  estaban  los  moros,  pues 
los  amaba;  que  los  protegería  como  en  tiempos  de 
Al  Mamún  y  de  Yahya,  «e  que  parasen  mientes  en 
su  facienda,  enon  se  dejasen  así  perder.» 

Las .  maquinaciones  de  Aben  Gehaf  tuvieron  el 
resultado  que  él  apetecía:  los  de  su  familia  y  algunos 
otros  más  le  proclamaron  presidente  de  la  república. 
Exigiéronle  que  lograra  la  paz  con  el  Cid,  según  él 
había  prometido;  mas  excusóse  con  que,  á  menos  que 
de  la  ciudad  no  se  lanzara  á  los  Beni  Guáchib,  el  Cid 
no  lá  concedería.  Mala  impresión  causó  en  el  pueblo 
la  condición  que  Rodrigo  ponía,  tanto,  que  murmu- 
raban que  antes  que  cometer  tamaña  juindad,  prefe- 
rían la  muerte.  Así  pasaron  unos  días,  mostrándose  el 
pueblo  rehacio  á  las  aspiraciones  de  Aben  Gehaf. 

No  era  el  cadi  hombre  que  se  detuviera  á  mitad 
del  camino  que  estaba  decidido  á  recorrer.  Viendo  que 
no  podía  valerse  del  pueblo  para  deshacerse  de  sus 
enemigos,  se  entendió  secretamente  con  el  Cid  y  con 
los  caballeros  y  parciales  suyos,  acerca  del  modo  de 
apoderarse  de  los  Beni  Guáchib,  y  se  acordó  este 
expediente:  uno  de  los  notables  del  bando  de  Aben 
Gehaf,  llamado  At  Tetoín,  según  la  General,  y  At 
Tecorní,   como  quiere  Dozy  (i),  y  uno  de  cuyos 


(i)    El  Cid,  P.  i.t,  II. 


—  3°7  — 

antepasados,  Abú  Ahmer  ben  At  Tecorní,  fué  minis- 
tro dé\  régulo  de  Valencia  Abdeláziz,  el  hijo  de 
Almanzor  (i);  acompañado  de  hombres  armados  de  . 
á  caballo  y  de  á  pie,  fué  á  reducir  á  prisión  á  los  Beni 
Guáchib.  Se  habían  amparado  en  casa  de  un  faquí  que 
gozaba  de  alta  reputación  entre  los  moros,  casa  que 
estaba  bien  fortificada  y  cercada  de  adarbes.  Los  perse- 
guidos, aunque  no  contaban  allí  sino  con  un  puñado 
de  valientes,  trataron  de  defenderse  hasta  tanto  que 
por  la  ciudad  cundiese  la  voz  de  la  revuelta,  pues 
contaban  con  que  tendrían  valedores. 

Los  que  iban  á  las  órdenes  de  At  Tecorní  pren- 
dieron fuego  á  las  puertas  del  adarbe,  y  entonces  acu- 
dió, mucha  gente  menuda,  de  esa  que  obra  sin  con- 
ciencia y  al  impulso  del  más  audaz  ó  afortunado.  Se 
refugiaron  los  Beni  Guáchib  en  el  patio  y  bajo  el 
alero  de  un  tejado;  pero  sus  perseguidores  treparon  á 
lo  alto  y  comenzaron  á  lanzar  tejas,  penetraron  otros 
por  fuerza  en  la  casa,  que  fué  saqueada,  y  los  Beni 
Guáchib  fueron  reducidos  á  prisión.  Cuando  se  supo 
lo  inesperado  de  aquel  ataque,  ya  todo  había  acabado. 
No  quedó  ninguno  de  la  familia  vencida  que  no  fuera 
preso.  Túvoselos  encarcelados  aquel  día,  y  en  la  noche 
fueron  trasladados  á  la  Alcudia,  donde  estaba  el  Cid, 
á  quien  fueron  entregados.  «E  quando  fué  otro  día 
mañana,  fué  gran  roydo  en  el  puebro  de  la  villa,  e 
ovieron  todos  muy  gran  pesar  por  aquel  fecho  tan 
malo  e  tan  feo»  (2). 


(1)  Dozy,  I.  c,  y  Malo  de  Molina,  Rodrigo  el  Campeador,  III. 

(2)  Crónica  General,  fol.  330,  330  v.  y  331. 


—  308  — 

Fundado  el  escritor  holandés  en  que  los  «fijos  de 
Aboégib,  ó  Aboegid,v  no  podían  ser  otros  que  los  Beni 
Táhir,  se  vale  de  Abu  '1  Hasán  para  precisar  la  fecha 
de  la  revuelta  acabada  de  narrar.  Aun  cuando  las  razo- 
nes arriba  apuntadas  nos  hayan  obligado  á  tomar  por 
los  «fijos»  en  cuestión,,  á  los  Beni  Guáchib,  es  indu- 
dable que  los  Beni  Táhir  siguieron  el  bando  enemigo 
á  los  Beni  Gehaf,  y  también  la  suerte  de  aquéllos. 

Dice  Abú  '1  Hasan  que  Abderrahmán  ben  Táhir, 
el  ex-emir  de  Murcia,  vivió  tantos  años,  que  pudo 
contemplar  h  caída  de  las  pequeñas  dinastías,  de  los 
reyes  de  taifas,  y  que  presenció  la  calamidad  que  á  Va- 
lencia causó  el  Campeador.  Desde  ella  escribió  á  sus 
parientes  una  carta  en  la  cual  decía:  «Escribo  al  mediar 
la  luna  de  safar  (de  487,  ó  sea,  el  6  de  marzo  de  1094); 
he  sido  reducido  á  prisión  por  causas  que  no  se  han 
visto  en  los  tiempos  pasados.  Si  vieseis  á  Valencia 
¡dirija  Dios  sobre  ella  su  mirada  y  aumente  en  ella 
sus  antorchas!  y  lo  que  los  tiempos  han  hecho  de  ella 
y  de  sus  moradores,  de  seguro  que  os  doleríais  y  llo- 
raríais por  ella:  porque  el  infortunio  la  ha  dañado  en 
los  cimientos  de  sus  casas  y  en  sus  gentes,  y  ha  eclip- 
sado sus  lunas  y  sus  estrellas.  Mas  no  me  preguntéis 
qué  es  lo  que  por  mi  pasa,  con  mis  contrariedades  y 
mis  desesperaciones;  ahora  necesito  rescatarme  des- 
pués de  haber  presenciado  la  dureza  con  que  ha  sido 
derramada  la  sangre  de  muchas  gentes;  no  me  resta 
sino  la  bondad  derDios,  á  la  cual  nos  ha  acostumbrado, 
y  su  munificencia,  que  nos  ha  enseñado.  He  departido 
con  vos  como  departen  los  amigos  sinceros,  porque 
estoy  cierto  de  vuestra  nobleza  y  de  vuestra  cuidadosa 


solicitud,  y  para  demandar  de  vuestra  parte,  una  fer- 
viente oración,  porque  ella  puede  ser  la  causa  de  que 
me  encuentre  con  alegría  y  en  libertad,  si  á  Dios  le 
place:  ¡á  Él,  cuya  gloria  va  siempre  en  aumento,  que 
engrandece  las  plegarias  de  los  que  le  rueganl  ¡No  deje 
nunca  vuestra  residencia,  y  gocéis  en  ella.de  sus  ben- 
diciones!» (i). 


(i)    Malo  de  Molina,  apéndice  XX, 


CAPITULO  Vil 


PERIODO     REPUBLICANO 

(GoadUfiAa). 

ninno  junio  l(l»4¡. 

utioitu  de 

Aben  G 

hif  con 

el  Cid  en  la  VillmiKv*.— Condicione! 

de 

p« ,« 

uopone  Rodrigo. 

— Miagan 

■«P 

en  Httm  m  bijo.-Prwtccion  que  ■ 

Cid 

dbpSBM 

mi  tundo  opuou 

•I  adl,— I 

(   Iat  •[tildo*.— 

Mlqiliu    d 

guem 

«fl.k. 

—Petición   de  wcoirO  be-ib.  .1  emir  de 

Zi 

rey  de  CltlilU  jr 

.1  ¡.fe  d.  1 

>  iluan 

V¡dtJ.- 

Rciutlu  en  !■  ciudad.— Quedi  loloí.d 

Iboroto. 

-Mi.er.bln  •Írm- 

(ion i  <|ii 

•  1.  Pue 

ele  1.    Co  Irtn 

(Villdiini 

— Nl| 

a  Q'Je  b 

m  el  Cid,— Crueldid  i  que  ion  m 

id  01    lo>    u 

llTOt.— Le  iraní 

Ai    11»t 

—  Abtn 

H.bel 

F  el   ViTiih.-Abín   Abdoi.—  Condicione. 

de  rendidin.— Menuio  i 

Z...gou  7 

Hudi. 

-Fe<bt 

de  U  rendición  de  V.leoci.  .1  Cid.— La 

P" 

midióte 

uiiiib*. 

a  logrado  el  cadí  anular  á  sus  contrarios, 
lico  fin  de  su  política,  y  poco  ó  nada  le 
iportaban  las  censuras  del  pueblo,  por 
merecidas  que  fuesen.  Para  avistarse  con  el  Cid,  que 
estaba  en  la  Villanueva  (San  Juan  de  la  Ribera),  salió 
«á  la  glera,  cabe  la  puerta»  del  puente,  derrumba- 
deros ó  cascajares  de  la  muralla.  Le  recibió  el  obispo 
de  Albarracin,  á  quien  acompañaban  sus  caballeros. 
Allí  acudieron  también  los  capitanes  de  la  hueste 
cristiana,  y  deshaciéndose  en  obsequios  y  honras  á 
Aben  Gehaf,  «cuidando  que  les  daríe  algo.»  También 
Rodrigo  confiaba  en  que  no  saldría  con  las  manos 
vacias,  prometiéndose  le  diera  algo  del  tesoro  arreba- 
tado á  Yahya  al  Cádir. 

Aben  Gehaf  y  el  obispo,  seguidos  de  los  caballeros 
que  á  éste  acompañaron,  cruzaron  el  río  y  pasaron  á 
la  huerta  de  la  Villanueva.  Rodrigo  salió  á  recibir  al 


—  3ii  - 

cadí  á  la  entrada  de  la  huerta,  y  al  bajar  del  caballo 
hizo  ademán  de  tenerle  el  estribo,  y  le  abrazó,  haiagó 
y  honró  sobremanera.  Le  instó  á  que  se  quitara  el 
tailesán,  capirote  ó  montera  distintivo  de  los  cadíes 
«e  que  vestiese  vestiduras  de  rey,  ca  rey  era.» 

Pasóse  largo  rato  sin  que  la  conversación  recayera 
sobre  el  asunto  que  mayor  interés  tenía  para  Rodrigo. 
Viendo,  pues,  que  no  había  regalos  ni  algo  que  afian- 
zase sú  dominio  sobre  la  ciudad,  le  habló  de  condi- 
ciones sin  las  cuales  la  amistad  no  seria  duradera.  Era 
una  de  ellas  que  la  mitad  de  las  rentas  de  Valencia,  así 
en  la  ciudad  como  en  el  territorio  de  su  jurisdicción, 
había  de  ser  para  el  Cid,  y  que,  para  el  cobro  de  ellas, 
nombraría  un  almojarife,  que  residiría  en  la  capital. 
Esta  condición  fué  aceptada  de  buen  grado. 

No  asi  una  segunda  condición,  como  los  hechos 
declararon,  por  más  que  entonces  el  cadí  mostrase 
también  estar  conforme.  Para  seguridad  del  contrato 
había  de  entregar  en  rehenes  su  hijo,  á  quien  el  Cid 
retendría  en  el  Puig.  Convinieron  en  que  al  día  siguien- 
te, 8  de  marzo,  habían  de  reunirse  en  el  mismo  sitio  y 
se  extendería  documento  de  aquellos  pactos. 

Aben  Gehaf  entró  en  Valencia  con  el  corazón 
oprimido  de  pena:  era  padre.  «Estonces  vio  cuánto 
mal  seso  ficiera  en  echar  los  almorávides  de  la  tierra 
e  en  segurarse  en  ornes  de  otra  ley:  e  tóvose  estonces 
por  desesperado  de  todos  los  bienes  del  mundo,  e  por 
muy  engañado,  por  su  mal  seso»  (i). 


(i)    Estas  palabras,  que  sonde  la  Crónica  General  (fol.  331),  las  traduce 
Dozy  (£1  Cid  de  la  realidad,  VII)  y  dice  que  las  toma  del  autor  árabe  i  quien 


Llegado  el  nuevo  día,  impaciente  Rodrigo  con  la 
tardanza  en  la  salida  de  Aben  Gehaf,  pasóle  aviso  para 
que  acudiese  á  suscribir  el  pacto  antes  convenido.  El 
infeliz  cadí,  decidido  á  no  poner  en  peligro  la  vida  de 
su  hijo,  contestó  resueltamente  que,  así  le  cortara  la  ~ 
cabeza,  no  estaba  en  disposición  de  entregarle.  Grande 
fué  el  enojo  que  la  respuesta  causó  en  el  Cid:  en 
carta  amenazadora  hízole  saber  que,  pues  había  faltado 
á  su  palabra,  ya  nunca  estaría  con  él  en  amistad  ni 
jamás  daría  crédito  á  sus  promesas.  Como  primera  " 
medida  de  venganza  ordena  al  moro  Al  Tecoronní, 
el  mismo  á  quien  confiara  la  custodia  de  los  Beni 
Guáchib,  que  saliese  de  la  villa  (i)  y  se  retirase  al 
castillo  de  Alcalá  (2).  El  moro  obedeció  al  momento 
la  orden  de  Rodrigo. 

La  habilidad  de  que  á  fines  del  siglo  XV  dieron 
muestra  los  Reyes  Católicos  fomentando  por  medio  de 
Boabdil  y  de  su  tío  el  Zagal  la  discordia  en  Granada, 
púsola  mucho  antes  en  práctica  Rodrigo,  tan  astuto 
político  como  experto  é  intrépido  caudillo.  Honró  en 
gran  manera  á  los  Beni  Guáchib  y  á  sus  parientes;  ' 
hizo  que  se  les  facilitase  cuanto  hubiesen  de  menes- 
ter, dióles  vestidos  y  prometióles  ayuda.  Por  este  lado 
disminuyó  la  satisfacción  que  Aben  Gehaf  pudo  expe- 
rimentar con  el  fallecimiento  que  por  entonces  ocurrió 
de  tres  hombres  principales  de  la  ciudad,  «los  más 


sigue.  En  Ben  Besaam  se  lee  que  del  cadí  se  separó  la  pequeña  y  escogida 
partida  de  almorávides  que  le  servia  de  sostéa. 

(1)  Valencia,  segúu  Dozy;  al  Cudia,  según  Malo  de  Molina. 

(2)  Probablemente,  Carlet. 


—  3*3  — 

acabados  e  los  más  sesudos  que  y  avie»,  con  lo  cual 
quedaba  el  cadi  sin  nadie  que  le  contradijese. 

El  Cid  renovó  sus  ataques,  menudearon  las  esca- 
ramuzas, y  el  circulo  de  hierro  que  oprimía  á  la  ciudad 
hacíase  cada  día  más  estrecho:  el  hambre  dejó  sentir 
sus  horrores  (i).  En  tanto,  Aben  Gehaf,  atento  sólo 
á  la  satisfacción  de  mando,  «desdeñaba  mucho  los 
ornes,  e  quando  algunos  le  vcnien  á  querellar  e  deman- 
dar, maltraieles  e  denostávalos.  E  él  estava  apartado 
asi  como  rey:  e  estavan  antél  los  cobradores,  e  los 
visitadores,  e  los  maestros  de  azotes  departiendo  quál 
diría  mejor,  estando  en  grandes  solazes.»  En  medio 
de  las  críticas  circunstancias  en  que  se  hallaba,  no 
quería  renunciar  al  placer  muy  en  boga  entonces  entre 
los  régulos  moros:  saborear  los  dichos  agudos  de  los 
literatos  y  celebrar  las  improvisaciones  de  los  poetas. 

A  los  males  del  hambre,  de  la  peste  y  de  la  guerra, 
tenían  sus  míseros  vasallos  que  añadir  las  arbitrarie- 
dades de  un  déspota  sólo  cuidadoso  de  acaparar  rique- 
zas. Devorado  por  la  más  sórdida  avaricia,  no  respe- 
taba ni  las  tumbas  ni  lo  sagrado  del  hogar  doméstico. 
A  los  que  morían  de  hambre,  arrancábales  de  sus 
propias  casas  cuanto  en  ellas  se  encontraba.  A  los 
buenos  como  á  Jos  malos,  á  todos  aplicaba  igual 
medida,  á  todos,  con  mil  pretextos,  sometíalos  á  inicuo 
despojo;  y  si  se  oponían,  se  los  prendía  y  azotaba:  «e 
non  avie  vergüeña  ninguna  á  pariente  nin  á  conos- 


)  Valían:  cahíz  de  trigo,  40  maravedís;  de  cebada,  30;  de  panizo,  25; 
<J  rgarabres,  25;  quintal  de  higos,  13;  arroba  de  algarrobas,  13;  quima)  de 
■  lj  16;  arroba  de  queso,  14;  terrazo  (medida)  de  aceite,  13;  arroba  de 
c    >lias,  3,  y  carne  de  bestia,  1.  (Grónrca  General,  f.  331  v.) 

40 


—  3'4  — 

viente:  e  todos  passavan  por  una  regra:  de  guisa,  que 
non  despre^iava  nada  robar  nin  otras  cosas».  Y,  como 
los  artículos  de  primera  necesidad  alcanzaban  un 
precio  exorbitante  (i),  faltos  de  ahorros,  pues  los 
apuró  el  cadi  con  sus  medidas  tiránicas  para  hacerse 
con  dinero  con  que  comprar  comestibles,  había  mu- 
chos vendedores  de  bienes  de  fortuna  y  ningún  com- 
prador. 

A  todos  estos  males  agregóse  el  resistir  á  las 
continuas  acometidas  de  los  sitiadores.  Tanto  se 
aproximaron  éstos  al  muro,  que  á  mano  lanzaban 
piedras  dentro  de  la  ciudad,  y  las  saetas  disparadas 
cruzaban  del  un  extremo  al  otro.  Hizo  el  Cid  cons- 
truir un  manganel  y  le  plantó  frente  á  una  de  las 
puertas.  Viendo  los  moros  el  daño  que  causaba,  mon- 
taron dos  máquinas,  y  con  ellas  inutilizaron  el  ingenio 
de  los  cristianos. 

Y  ¿qué  hacía  Aben  Gehaf?  Mostrarse  sordo  á  los 
lamentos,  empeñarse  en  prolongar  una  resistencia 
cuyo  pronto  y  aciago  término  podía  calcularse.  Como 
el  precio  de  los  comestibles  se  elevara  hasta  el  punto 
de  ser  sólo  accesibles  á  los  de  posición  muy  desaho- 
gada, la  mortandad  en  los  pobres  era  aterradora. 
«Tornáronse  á  comer  los  perros,  e  los  gatos  e  los 
mures;  e  abríen  las  tristrigas  e  los  caños  (al báñales)  de 
la  villa,  e  sacavan,  ende,  el  borujo  de  las  uvas;  e  lavá- 
vanlo  e  comíenlo;  e  los  ornes  que  avíen  algo,  comíen 


(í)  Precios:  cahíz  de  trigo,  90  m  ;  de  cebada,  61;  de  legumbres,  60; 
arroba  de  higos,  7;  de  miel,  20;  de  queso,  18;  de  algarrobas,  16;  jarro  de 
aceite,  20;  arroba  de  cebollas,  12;  carne  de  bestias  ni  de  otra  clase  00  se 
encontraba.  (Crónica  General,  f.  jji,  y,). 


—  3»5  - 

• 

las  bestias  (i).»  Esto  mismo  se  lee  en  autores  árabes: 
«Después  de  haber  contrariado  (el  Cid)  en  todo  este 
tiempo  (veinte  meses)  á  sus  habitantes,  de  tal  manera 
que  no  se  veia  uno  que  no  hubiese  sufrido  el  hambre 
ó  las  privaciones,  hasta  el  punto  de  venderse  los  rato- 
nes por  dinero,  hizo  su  entrada  en  ella  (Valencia)  el 
año  487  (enero  1094-95)»  (2). 

Número  considerable  de  hombres,  mujeres  y  niños 
acechaban  la  ocasión  de  abrirse  las  puertas,  para  huir 
de  la  ciudad,  sin  íemor  á  caer  en  manos  de  los  sitia- 
dores, que  mataban  á  unos,  y  á  otros  los  vendían  á 
los  moros  de  la  Alcudia.  Por  un  pan  ó  por  un  jarro 
de  vino  se  compraba  á  uno  de  aquellos  desdichados. 
Mercaderes  que  de  todas  partes  acudian  allí  por  mar, 
compraban  para  esclavos  á  los  más  ricos,  como  menos 
ajados  por  el  hambre.  Los  que  imprudentemente  la 
saciaban,  caian  muertos. 

«Si  vieseis  á  Valencia,  exclamaba  Abderrahmán  ben  Táhir, 
(dirija  Dios  sobre  ella  su  m<n*da  y  aumente  en  ella  sus  antorchas) 
y  lo  que  los  tiempos  h«n  hcihv>  de  tila  y  de  sus  moradores,  de 
seguro  que  os  doleríais  y  lloraríais  por  eüa;  porque  el  infortunio 
la  ha  dañado  en  los  cimientos  de  sus  casas  y  en  sus  gentes  y  ha 
eclipsado  sus  lunas  y  sus  estrellas»  (3). 

A  este  concierto  de  voces  lastimeras  no  podía  faltar 

« 

la  del  autor  de  la  elegía  dicha  desde  la  torre  más  alta 
de  Valencia:  «Si  fuese  á  diestro,  matarme  ha  el  agua- 
ducho; e  si  fuese  a  siniestro,  matarme  ha  el  león;  e  si 


(1)  Crónica  General,  f.  331  v. 

(2)  Malo  de  Molina,  apéndice  XXI, 

(3)      Mate  de  Molí**,  apéndice  XX. 


-  3X6  - 

fuese  adelante,  moriré  en  el  mar,  e  si  quisiere  tornar 
atrás,  quemarme  ha  el  fuego.»  Lo  cual  quiere  decir,  si 
nos  queremos  guiar  por  nuestra  ley,  nos  acabará  el 
gran  poder  de  nuestros  enemigos,  que  está  sobre 
nosotros;  si  seguimos  la  de  nuestros  enemigos,  incu- 
rriremos en  la  ira  de  Mahoma,  por  apartarnos  del 
camino  que  nos  señaló  hasta  su  muerte,  y  será  contra 
nosotros  fortisimo  león;  si  no  abandonamos  la  senda 
por  donde  vamos,  moriremos  sufriendo  sobremanera, 
pues  con  ningún  socorro  contamos;  y  si  queremos 
persistir  sufriendo  ante  nuestros  enemigos  é  ir  contra 
nuestra  ley,  seremos  escarnio  á  las  gentes,  por  haber- 
nos desviado  de  la  linea  que  seguíamos  y  por  haber 
renegado  de  nuestra  religión.  «|Ay,  pueblo  de  Valencia! 
Todo  esto  digo  aquí  porque  no  nos  podemos  librar 
del  poder  del  Cid,  que  nos  ha  de  entregar  en  poder  de 
cristianos;  y  hemos  de  quedar  en  sus  manos  nosotros 
y  tú,  Valencia,  por  nuestro  pecado  y  por  nuestra  mala 
ventura»  (i). 

Por  más  que  en  la  Dzajra  de  Ben  Bessaam  se  lea 
que  «Abu  Ájmed,  aunque  recordaba  el  lazo  en  que 
había  caído,  no  facilitaba  ni  abria  puerta  alguna»,  es  lo 
cierto  que  procuró  salir  de  aquel  trance  recurriendo  á 
los  principes  vecinos,  como  allí  mismo  se  insinúa  (2). 

El  primero  á  quien  acudió  en  demanda  de  auxilio, 
pintándole  con  los  colores  más  vivos  la  critica  situa- 
ción en  que  Valencia  se  hallaba,  fué  el  emir  de  Zara- 
goza. Buscó  un  hombre  que  llevase  una  carta  á  Mos- 


(1)  Crónica  gener?l,  f.  332, 

(2)  Malo  de  Molina,  1.  c. 


—  317  — 
tahín,  recomendó  al  portador  la  mayor  reserva,  y  le 
aseguró  que  en  cuanto  el  Emir  viese  la  carta  le  regalaría 
un  vestido  y  le  daría,  para  el  regreso,  un  caballo  y  un 
mulo.  Aben  Gehaf,  además,  le  halagó  con  la  promesa 
de  que  mientras  viviese  «le  íaría  mucho  algo.» 

Son,  en  verdad,  dignos  de  ser  conocidos  los  porme- 
nores relativos  á  esta  comisión.  ¿Qué  tratamiento  se 
daría  á  Mostahin?  Se  consultó  con  los  «ornes  buenos» 
de  la  ciudad  el  caso,  y,  después  de  gastados  tres  dias 
en  buscarle  solución,  se  acordó,  para  que  no  demorase 
la  venida,  escribirle  «á  Vos,  Señor»,  esto  es,  recono- 
ciéndosele vasallo,  decisión  que  fué  poco  del  agrado  del 
cadi;  pero,  apremiado  de  las  circunstancias,  hizo  de  la 
necesjílad  virtud  y  se  acomodó  al  consejo  de  los  nota- 
bles. La  miseria  seguía  entretanto  causando  estragos 
en  la  ciudad,  y  el  trigo  se  vendía,  no  por  cahíces,  sino 
por  onzas  y,  á  lo  más,  por  libras  (i). 

Llegado  que  hubo  el  mensajero  á  Zaragoza,  estuvo 
por  espacio  de  tres  semanas  aguardando  día  tras  día 
contestación,  y  ni  ésta  se  le  daba  ni  el  Emir  volvía 
siquiera  la  cabeza  para  mirarle;  ni  aun  agua  para  beber 
se  le  ofreció.  Por  miedo  á  que  asesinos  pagados  por 
Mostahin  le  salteasen  en  el  camino  y  á  que  el  mismo 
Aben  Gehaf  le  quitase  la  vida  si  volvia  sin  respuesta, 
el  pobre  mensajero  comenzó  á  lanzar  ayes  lastimeros 
junto  al  pajado  del  Emir.  Cansados  los  oficiales/ de 
palacio,  rogaron  á  Mostahin  pusiera  término  á  tantas 


i)  Valían:  libra  de  trigo,  i  J/i  m-J  de  cebada,  i  */§"»  de  panizo,  i  */%;  de 
1  utnbres,  i;  onza  de  queso,  3  m.  de  plata;  onza  de  aj  >%  1  dinero;  libra  de 
'  ¡as,  5  d.  de  plata;  de  carne  de  bestias,  6  m.;  libra  de  cuero  de  vaca,  5  dine- 
1     de  plata,  y  de  algarrobas,  1  m.  (Crónica  General,  f.  332  v.)    . 


•  / 


—  318  — 

importunidades.  Hízolo  asi  él  Emir,  pero 'la  contesta- 
ción se  redujo  á  una  evasiva:  le  dijo  que,  á  menos  que 
Alfonso  VI  no  le  enviase  un  buen  golpe  de  caballeros* 
no  se  atrevía  á  condescender  con  la  petición  del  cadi; 
que  resistiese  algún  tiempo  más,  que  se  defendiera  del 
mejor  modo  posible  y  que  no  dejase  de  comunicarle 
la  situación  en  que  se  hallaba.  «E  tornóse  el  manda- 
dero con  la  carta,  muy  lazerado  e  con  gran  miedo,  de 
guisa  que  non  cuidó  de  llegar  á  Valencia  vivo.  E  veníe 
él  muy  malandante,  porque  ninguna  cosa  dequanto'l 
dezíe  Aben  Jaf  non  le  dieron,  e  todo  aquello  que  el  rey 
embiara  de^ir  Aben  Jaf,  todo  era  prolongamiento  de  non  fa^er 
ninguna  cosd.  • 

Igual  resultado  dieron  las  gestiones  cerca  de  Yúsuf: 
«Imploró  los  socorros  del  Emir  at  Moslemin  y  de  los 
vecinos  que  rodeaban  sus  ceñíanlas.  Mas,  como  aquél 
estaba  lejos,  demoró  su  venida;  y,  como  algunas  veces 
pudo  dejarse  oir,  el  cadí  se  conmovió  de  él;  y  otras 
veces  no  pudo'  lograrlo,  y  no  alcanzaron  hasta  él  sus 
quejas.  Sin  embargo:  en  el  corazón  del  Emir  al  Mosle- 
min había  piedad,  y  se  condolía  de  sus  males  prestán- 
dole oído;  mas  fué  tardo  en  prestarle  socorro,  porque 
se  encontraba  muy  lejos  de  la  ciudad,  y  sin  poder  para 
otra  cosa.  jCuando  Dios  dispone  un  suceso,  abre  sus 
puertas  y  allana  sus  obstáculos  (i)!  «Lo  cierto  es  que 
nadie  se  atrevía  á  arrancar  de  las  garras  dp  aquel  lobo 
rabioso»  la  presa. 

Valencia  ofrecía  escenas  las  más  desgarradoras.  Los 
hombres  caían  muertos  de  hambre  por  las  calles.  Si: 


(i)    Malo  de  Molina,  apéndice  XX. 


—  3»9  — 

cuidarse  para  nada  de  los  males  del  cautiverio  ó  de  la 
muerte  misma,  abandonaban  la  ciudad  y  se  entregaban 
á  los  cristianos.  El  cadi  en  persona  registraba  las  casas 
en  busca  de  víveres,  y  no  permitía  los  tuviesen  para 
más  allá  de  quince  dias.  Cuando  las  gentes  se  quejaban 
«por  esta  desmesura  e  por  este  mal  que  les  fazíe», 
diciéndole  «este  mal  ¿por  qué  nos  lo  íacedes?»  él  con- 
testaba que  no  se  alborotasen,  porque  ya  venia  el  rey 
de  Zaragoza,  cuyo  retardo  obedecía  á  la  impedimenta 
de  las  muchas  viandas  que  conducía.  A  nadie  consentía 
comprar  más  de  lo  necesario  al  día.  De  lo  que  él  se 
apoderaba,  á  unos  pagaba,  y  á  otros,  no.  De  ahí  que, 
para  librarse  de  sus  rapiñas,  los  que  aún  conservaban 
trigo,  le  ocultaban  bajo  de  tierra:  por  manera  que  ni 
caro  ni  con  sobreprecio  se  le  pudo  ya  encontrar.  Los 
ricos  comían  hierbas,  cueros,  nervios  y  hasta  los  lectua- 
rios  de  los  drogueros,  comprado  á  gran  precio;  los 
pobres  se  alimentaban  con  la  carne  de  los  muertos...  (i). 
No  contento  el  cadí  con  solicitar  repetidas  veces 
de  Mostahín  auxilio,  para  lo  cual  cada  noche  le  enviaba 
hombres  con  cartas,  siempre  contestadas  alentando  en 
la  defensa,  bien  que  de  un  modo  vago,  acudió  con 
idéntico  objeto  al  rey  de  Costilla.  Alfonso  VI  anunció 
que  al  frente  de  numerosa  caballería  enviaba  á  García 
Ordóñez,  en  pos  del  cual  acudiría  él  en  persona.  Den- 
tro de  la  carta  puso  el  monarca  un  billete  escrito  de 
su  propia  mano,  para  que  los  nobles  de  la  ciudad  le 
viesen  y  leyesen  en  secreto.  A  la  vez  que  daba  las 
n    yores  seguridades  de  acudir  en  breve  á  libertarlos, 


Crónica  General,  f.  352  v. 


—  320  — 
mostrábase  apenado  de  la  angustiosa  estrechez  á  que 
estaban  reducidos.  Ansioso  Aben  Gehaf  de  escudriñar 
las  intenciones  del  político  Alfonso,  no  cesaba  de 
preguntar  á  los  ministros,  uno  de  los  cuales  hízole 
saber,  con  natural  ó  fingida  cautela,  que  el  mo- 
narca pensaba  alzar  una  torre  de  vigía  en  la  Alcudia. 
Picado  de  mayor  curiosidad  preguntó  el  cadí  «en  qué 
logar  ferie  aquella  torre»,  y  el  privado  de  Alfonso 
no  fué  más  explícito,  quizá  por  no  pecar  de  indis- 
creto. 

A  Mostahin  no  le  era  indiferente  la  suerte  de  los 
muslimes  valencianos,  por  más  que  para  librarlos  de 
las  molestias  del  Cid  nada  hubiese  hecho  en  el  terreno 
de  las  armas.  Con  ese  fin  empleó  los  recursos  que  las 
circunstancias  le  permitían.  Envió  á  Rodrigo  dos  men- 
sajeros en  súplica  de  que  suavizara  el  trato  á  los  sitia- 
dos; y,  para  ablandarle,  le  hizo  un  presente  de  ricas 
joyas.  Otro  fin  se  perseguía,  además,  con  el  mensaje: 
entrar  en  relaciones  con  Aben  Gehaf,  para  lo  cual 
hablan  los  embajadores  de  tener  urui  entrevista  secreta 
con  él;  mas  no  lo  consiguieron,  por  el  recelo  que 
inspiraron  al  Campeador.  Sin  embargo,  aún  pudieron 
hacer  que  llegase  á  manos  del  cadí  una  carta,  y  en  ella 
se  leía:  «Sepadesque  yo  envió  rogar  al  Cid  que  vos 
non  apremie  tanto;  e,  por  que  lo  faga,  embíole  yo  mis 
joyas  e  muy  gran  presente:  e  tengo  que  el  mío  ruego 
será  habido,  e  que  fará  lo  que  le  yo  embio  rogar;  e 
que  non  se  muestre  contra  vos  e  que  avenga  convusco. 
E  si  esto  non  quisiere  fazer,  catad  que  luego  vo 
embiaré  gran  hueste  que  lo  saque  de  toda  la  tierra, 
folgaredes  del.»  Esto,  como  apunta  la  Crónica,  no  ei 


—  321  — 
sino  «palabra  encobierta.»  (i)  ¿Qué  perdía  Mostahín 
<:on  tener  en  Rodrigo  tan  fuerte  antemural  contra  los 
almorávides?  ¿qué  iba  á  ganar  Alfonso  con  inutilizar 
la  espada  del  Cid? 

Viendo  Rodrigo  que  la  resistencia  se  prolongaba 
más  allá  de  lo  que  él  calculara,  procuró  encender  de 
nuevo  la  guerra  civil  en  la  ciudad.  Estimuló  al  más 
•caracterizado  de  los  Beni  Guáchib  (2)  á  que  se  alzase 
contra  Aben  Gehafy  le  defendería  por  señor  de  Valen- 
cia y  del  territorio  que  se  extiende  hasta  Denia.  Tuvo 
Aben  Guáchib  sus  inteligencias  con  sus  parciales,  y  se 
mostraron  dispuestos  á  secundarle;  mas,  aunque  fueron 
llevadas  con  el  mayor  secreto ,  Aben  Gehaf  tuvo 
noticia  de  la  conspiración,  *e  apoderó  de  sus  fautores 
y  á  todos  los  puso  á  buen  recaudo. 

Confió  la  custodia  á  dos  hombres  de  su  mayor 
confianza;  pero  toda  la  entereza  y  lealtad  de  los  guar- 
dianes cayó  á  los  golpes  de  un  ariete  irresistible.  Pro- 
metiéronles favores  con  largueza  los  reclusos,  y  no 
tuvieron  inconveniente  los  hombres  de  la  confianza 
del  cadí  en  cooperar  al  plan  de  los  facciosos.  El  grito 
de  sedición  «real  del  rey  de  Zaragoza  somos»  se  había 
de  dar  en  el  alcázar,  y  se  prometían  que  el  pueblo  en 


(1)  Crónica  General,  f.  333. 

(2)  Dozy  quiere  que  sea  Aben  M  thtch,  cuando  claramente  le  llama  la 
Crónica  General  «  quel  que  dezíen  Aboeg  d»;  y,  si,  según  él,  antes  eran  los 
Beni  Tahir,  también  deberían  serlo  ahora;  no  siendo  obstáculo  que  hubieran 
sido  reducidos  á  prisión,  porque  desde  es  momento  en  que  Aben  Gthaf  se 
1  gó  A  dar  en  rthnes  i  su  hijo,  RoJrig  mandó  i  TV  cor  on  ni  se  retirase  á 
.  ala  y  trató  con  o  *r  sideraciones  á  los  rivales  de  Aben  G  haf.  Hizo  entonces 
J  Irigo  lo  que  los  Reyes  Católicos  cuando  soltaron  i  Bjabdil  después  de 
J    «ríe  prisionero. 

41 


—  322  — 

masa  se  agolparía  en  torno  de  la  bandera  dé  rebelión 
y  que  á  la  primera  embestida  darian  con  el  cadi  en  la 
cárcel.  Los  sucesos  no  respondieron  al  plan  ni  á  las 
esperanzas. 

Dígase  lo  que  se  quiera,  Aben  Gehaf  era  algo  más 
que  una  medianía  como  político,  en  lo  cual  acierta 
Boix,  que  no  en  todo  ha  de  errar.  El  Cid  le  venció,  más 
por  la  astucia  que  por  la  violencia  de  las  armas.  A  los 
enemigos  interiores,  con  ser  tantos  y  tan  poderosos, 
los  tuvo  siempre  á  raya.  Cometió  violencias:  las  que 
practica  todo  hombre  investido  con  la  dictadura;  y  la 
dictadura  en  circunstancias  excepcionales,  cuando  la 
patria  peligra,  como  entonces,  es  un  recurso  legítimo 
y  supremo.  A  pesar  de  la  mala  voluntad  que  siempre 
tuvo  Abderrahmán  ben  Táhir  al  cadi;  rindiendo  culto 
á  la  justicia,  haciéndose  superior  en  \m  momento  al 
estrecho  espíritu  de  partido,  acaba  por  reconocer  y 
confesar  el  mérito  nada  común  de  Aben  Gehaf.  El 
pueblo  musulmán  español  le  atribuyó  habilidad  y 
valor^  santidad  y  patriotismo. 

Fueron  los  amotinados  una  noche  al  alcázar,  sona- 
ron los  atambores,  y  el  muedín  anunció  desde  la  torre 
de  la  mezquita  el  grito  convenido.  Ese  ruido  á  altas 
horas  de  Ja  noche  causó  en  los  primeros  momentos 
sorpresa  y  miedo;  interpretado  luego,  no  lo  que  era, 
sino  ataque  de  los  sitiadores,  mientras  los  unos  se 
aprestaron  á  la  defensa  en  sus  propias  casas,  los  más 
corrieron  á  coronar  muros  y  torres.  La  indecisión  se 
apoderó  de  los  mismos  que  estaban  en  expectativa  de 
la  asonada  y  dispuestos  á  apoyarla.  Aben  Gehaf,  sin 
atinar  de  pronto  la  causa  de  aquel  movimiento,  depone 


—  323  — 

el  temor,  pregunta  á  cuantos  á  las  puertas  de  sus  casas 
asoman  curiosos  y  asustados  las  cabezas  y,  seguido  de 
algunos  peones  y  caballos,  cada  vez  más  numerosos, 
corre  al  alcázar  á  sofocar  el  alzamiento. 

Un  grupo  de  hombres  en  medio  de  los  cuales  apa- 
rece Aben  Guáchib,  ocupa  la  entrada  del  palacio. 
Esperaba,  aunque  en  vano,  que  la  ciudad  corriese  á  su 
lado.  Acomételos  con  brío  toda  la  tropa  leal  al  cadi,  y, 
sin  oponer  seria  resistencia  los  contrarios,  pues  juzgan, 
y  no  mal,  abortada  la  sedición,  se  dispersan,  hecha 
excepción  del  caudillo,  que  nunca  abandonó  el  lugar 
del  peligro.  Él  y  otros  cuatro  más  son  empujados  á  la 
casa  de  Aben  Gehaf.  Éste  fué  generoso  con  su  rival, 
pues  le  perdonó  la  vida;  no  fué  indulgente  con  los 
demás,  que  fueron  decapitados.  Las  cárceles  se  llenaron, 
de  aquellos  sobre  quienes  recayó  sospecha  de  estar 
comprometidos;  los  bienes  de  los  más  fueron  aplicados 
al  fisco. 

Aprovechó  el  cadí  este  motín,  para  dar  patentes  de 
sumisión  al  emir  de  Zaragoza.  De  los  pocos  caballeros 
que  aún  conservaban  sus  corceles,  envió  unos  cuantos 
á  que  entregasen  á  Mostahin,  aquél  que  intentaba 
arrebatarle  el  dominio  que  tenía  sobre  Valencia.  A  la 
vez  que  de  conducir  á  Aben  Guáchib,  tuvieron  encargo 
de  averiguar  las  intenciones  del  Emir,  acerca  de  lo 
cual  escribirían  á  Valencia;  y,  en  el  supuesto  probable 
de  que  viniese  á  libertarla,  le  acompañarían  en  la 
marcha. 

Grande  era  la  impaciencia  que  por  esto  dominaba 
J  cadi.  La  resistencia  se  había  llevado  hasta  un  limite 
rayano  en  heroísmo:  «estava  ya  todo  el  püebro  en  las 


—  3^4  — 

ondas  de  la  muerte.»  Los  víveres  escaseaban  hasta  el 
punto  de  que  para  los  más  podían  considerarse  agota- 
dos- Los  hombres  caían  muertos  en  las  calles.  La  plaza 
del  alcázar  estaba  llena  de  fosas  en  toda  la  extensión 
del  muro,  y  ninguna  contenía  menos  de  diez  cadá- 
veres (i). 

Como  no  pocos  se  sustraían  á  ese  género  de 
muerte  abandonando  la  ciudad  y  entregándose  cauti- 
vos á  los  sitiadores,  presumió  el  Cid  fuese,  más  que 
recurso  para  conservar  la  vida,  medio  de  disminuir 
consumidores,  haciendo,  así,  que  la  resistencia  fuese 
más  duradera  y  más  largo  el  plazo  durante  el  cual 
viniera  socorro  de  los  almorávides.  Cuando  esto  pen- 
saba, sentíase  abrumado  de  pena;  pero  al  oir  de  labios 
de  los  moros  principales  que  la  situación  de  Valencia 
era  insostenible  de  todo  punto  y  que  bastaría,  par* 
rendirse,  el  más  ligero  ataque,  la  esperanza  en  el  pró- 
ximo triunfo  llenábale  de  alegría. 

Pudo  haber  recta  intención  en  quienes  hicieron  tan 
halagüeñas  manifestaciones,  pero  el  resultado  de  uti- 
lizar las  armas  no  fué  el  que  Rodrigo  se  prometía.  Los 
cristianos  ccfizieron  una  espolonada  á  la  parte  que  dizen 
Belsahanes,  que  quiere  dezir  Puerta  de  la  Culebra,» 
ó  de  Valldigna.  Grandísimo  tropel  de  moros  acudió  á 
la  defensa,  una  nube  de  saetas  y  de  piedras  salía  por  la 
puerta,  no  menor  era  el  número  de  las  que  se  dispa- 
raban desde  lo  alto  del  muro,  y  ninguna  cayó  en  vacio. 
El  Cid  y  los  suyos  tuvieron  que  guarecerse  en  un  bañ< 


,  (l)    Valían:  libra  de  trigo,  3  m.;  de  legumbres,  2;  onxa  de  queso,  1;  c 
higos,  2  dineros  de  plata;  libra  de  berzas,  1  m.  (Crónica  General,  f.  333  v. 


—  3*5  — 

situado  cerca  del  muro  (i).  Salieron  entonces  Aben 
Gehaf  y  sus  soldados,  y  acometieron  al  paraje  en  que 
Rodrigo  y  sus  compañeros  se  habían  metido.  La  per- 
manencia allí  era  peligrosa,  y,  no  pudiendo  salir  por  la 
puerta,  abrieron  un  portillo  en  la  pared  opuesta,  y  pu- 
dieron escapar,  aunque  no  sin  pérdidas  considerables. 

Comprendió  Rodrigo  que  no  había  otro  recurso 
para  apoderarse  de  Valencia  que  rendirla  por  hambre. 
Mandó  echar  pregón,  que  fuese  oído  de  los  que  coro- 
naban el  muro,  diciendo  que  cuantos  habían  abando- 
nado la  ciudad  serían  forzados  a  entrar  en  ella,  y  que 
á  cuantos  se  hallara  de  los  que  estaban  en  este  caso, 
como  también  á  los  que  en  adelante  saliesen,  los  man- 
daría quemar.  Dieciocho  infelices  que  menospreciaron 
la  orden  del  Cid  perecieron  de  ese  modo  frente  al  muro 
en  un  solo  día.  Otros  eran  despedazados  por  perros 
de  presa.  Ignorándolo  el  Cid  se  descolgaban  no  pocos 
por  el  muro,  y  eran  acogidos  por  sus  tropas.  Muchos 
fueron  vendidos  en  calidad  de  cautivos.  De  éstos,  los 
más  eran  jóvenes  de  buenas  familias;  que  de  los  otros 
ningún  caso  se  hacia-  Se  retuvo  á  muchas  solteras, 
«mozas  vírgenes,»  cuyos  padres  podían  pagar  rescate» 
Sometíanlas  á  tormento,  se  las  colgaba  de  las  torres 
de  las  mezquitas  situadas  fuera  de  la  ciudad,  y  eran 
apedreadas.  Cuando  los  moros  veían  esto,  las  resca- 
taban, y  quedaban  ellas  viviendo  entre  los  de  la  Al- 
cudia (2). 

La  conformidad  de  este  relato  con  el  de  un  autor 


i)    En  el  libro  del  repartimiento,  se  citan  quince  baños  (El  Archivo,  III, 

>-220). 

i)    Crónica  General,  fot.  333  v.  y  334. 


—  326  — 

árabe,  no  puede  ser  más  exacta.  «Durante  este  tiempo, 
se  reunieron  al  Campeador  y  á  los  suyos  todos  los 
más  malos  de  los  muslimes,  y  los  malvados,  y  los  sin 
vergüenza,  y  los  viciosos  de  los  mismos  y,  además, 
muchas  gentes  de  las  comarcas  de  los  cristianos,  quie- 
nes tomaron  el  nombre  de  xAd  Dauar.  Sostuvieron 
contra  los  muslimes  muchas  algaras,  y  violaron  sus 
haremes,  y  mataron  sus  hombres,  y  forzaron  mujeres 
y  niños,  abjurando- muchos  de  ellos  el  Islam,  y  des- 
preciaron la  religión  del  Profeta  (la  paz  de  Dios  sea 
con  él),  hasta  el  punto  de  vender  un  muslim  cautivo 
por  un  pan,  ó  por  un  vaso  de  vino,  ó  por  una  libra  de 
pescado;  y  al  que  no  se  rescataba  él  mismo,  le  cortaban 
la  lengua,  ó  le  sacaban  los  ojos,  ó  le  echaban  perros  de 
presa»  (i). 

«Rodrigo,  escribe  otro  autor  árabe,  redobló  su  deseo  de 
tomar  á  Valencia,  y  la  persiguió  como  se  persigue  á  un  deudor, 
y  la  estimó  con  la  estimación  que  los  amantes  tienen  á  los  vesti- 
gios de  sus  amores.  Le  cortó  los  víveres,  mató  á  sus  defensores, 
puso  en  juego  toda  clase  de  tentativas  y  se  presentó  sobre  ella  de 
todas  maneras.  ¡Cuántos  soberbios  y  elevados  lugares  cuya  pose- 
sión tubía  sido  envidiada  por  tantas  gentes  y  que  las  lunas  y  los 
soles  habían  desesperado  de  alcanzar  tanta  belleza  como  ellos, 
ocupó  este  tirano  y  profanó  sus  misterios  cuando  se  posesionó 
de  ella!  ¡Cuántas  jóvenes  de  cuyos  rostros  manaba  sangre  al 
lavarse  con  la  leche  y  que  causaban  envidia  al  sol  y  á  la  luna  y 
daban  celos  al  coral  y  á  las  perlas,  amanecieron  en  las  puntas  de 
sus  lanzas  como  hojas  marchitadas  por  las  pisadas  de  sus  envile- 
cidos y  bárbaros  soldados!  Llevó  la  miseria  y  el  hambre  á  sos 
habitantes,  en  términos  que  consideraron  lícita  la  prohibición  de 
comer  los  animales  inmundos»  (2) . 


(1)    Malo  de  Molina,  apéndice  XXI. 

(a)      lUlo  de  éáolitu,  «péndice  XX. 


—  327  — 

El  P.  Risco,  no  obstante  la  conformidad  entre  la 
General  y  los  mencionados  autores  árabes,  tiene  por 
exagerada  la  pintura  de  los  males  causados  con  el 
hambre.  «La  Crónica  General  y  la  particular  del  Cid 
(son  sus  palabras)  cuentan  á  este  propósito  cosas 
muy  individuales  y  maravillosas,  que  creo  haberse 
fingido  por  los  romanceros,  no  menos  que  otros 
sucesos  que  refieren  las  mismas  historias  inventados 
para  hacer  más  prodigioso  al  héroe  que  celebraban. 
Tal  es  lo  que  refieren  del  punto  á  que  subió  la  carestia 
de  bastimentos  cuando  la  ciudad  estaba  en  el   mayor 

'  aprieto.  «E  en  este  día,  dicen,  pujó  mucho  la  vianda 
más  que  non  era  antes;  e  en  toda  la  villa  non  había 
más  de  una  muía  de  Abenjaf  e  un  caballo  de  un  moro 

v  que  vendió  á  los  carniceros  por  trecientas  y  ochenta 
doblas  en  oro,  e  que  le  diesen  diez  libras  de  carne  del. 

,  E  valía  la  libra  pequeña  diez  maravedís  al  comienzo,  e 
después  á  doce  maravedís,  e  valía  la  cabeza  veinte 
doblas  de  oro»  (i). 

Ya  en  Valencia  no  quedaban,  según  la  General, 
sino  dos  caballos,  uno  de  ellos  del  hijo  del  cadi;  un 
mulo,  de  un  moro,  y  una  muía,  de  Aben  Gehaf.  Conta- 
dos eran  ya  los  que  tenían  fuerzas  para  subir  al  muro. 

•  Hasta  los  más  tenaces  en  continuar  la  defensa,  como 

•  los  parientes  y  parciales  del  cadí,  se  convencieron  de 
que,  abandonados,  como  estaban,  del  emir  de  Zara- 
goza y  de  los  almorávides,  era  vano  empeño  el  prose  - 
guir  la  lucha:  «antes  querían  pasar  la  muerte  que 
p   ar  aquella  lazería.»  Era  preciso  suspender  las  hos- 


j    La  Castilla  y  el  tnás  famoso  castellano ,  XI. 


—  3*&  — 

tilidades  y  entrar  en  negociaciones  de  paz  con   Ro- 
drigo (i). 

Había  que  doblegar  el  ánimo  de  Aben  Gehaf  á  esta 
solución.  ¿Quién  se  atrevería  á  proponerla?  Un  tal 
Aben  Habet  y  algunos  otros  buscaron  al  faqui  Al  Wat- 
thán,  «que  era  orne  bueno  e  honrrado,»  y  le  dijeron: 
«Vete  nuestra  miseria  y  sabéis  también  que  en  vano 
hemos  procurado  ser  socorridos,  bien  fuese  por  el  rey 
de  Zaragoza,  bien  por  los  almorávides.  Os  rogamos 
que  habléis  con  Aben  Gehaf  y  hagáis  de  modo  que 
tenga  término  nuestro  sufrimiento.»  Admitió  el  vene- 
rable faquí  la  comisión  que  se  le  confiaba,  no  sin  mar-  ' 
cada  complacencia  al  ver  el  aprecio  general  en  que  se 
le  tenía.  Contra  lo  que  se  esperaba,  en  la  larga  entre- 
vista entre  el  faquí  y  el  cadí,  éste  se  mostró  propicio 
<(á  fazer  aquello  que  el  puebro  tuviese  por  bien»,  y 
resignó  el  mando  de  aquel  desgobernado  gobierno  en 
Al  Watthán . 

Para  que  viniesen  á  un  acomodo  la  ciudad  y  el  Cid, 
comenzó  por  verse  con  Aben  Abdús,  el  almojarife, 
persona  á  quien  tenían  en  igual  estima  Valencia  y 
Rodrigo.  La  paz  se  concertó  bajo  estas  bases:  i.a  Los 
valencianos  enviarían  mensajeros  á  Mostahín  y  á  Aben 
Aixa,  á  la  sazón  en  Murcia,  para  que  los  socorriesen 
en  el  plazo  de  quince  días;  y  si  el  auxilio  no  se  recibía, 
entregarían  la  ciudad  á  Rodrigo.  2.a  Llegado  este  caso, 
el  cadí  conservaría  su  alta  dignidad,  y  ni  él,  ni  sus  hijos 
ni  sus  mujeres  padecerían  daño  en  sus  personas  ni 
menoscabo  en  sus  bienes.  3.a  Aben  Abdús  seria  el  ins- 


to   Crónica  General,  íol.  334. 


—  ?*9  — 
pector  de  impuestos.  4.a  Muza,  el  mismo  que  fué 
gobernador  de  Valencia  durante  el  reinado  de  Yahya, 
seria  el  wazir  de  la  ciudad.  5/  El  Cid  tendría  su  resi- 
dencia en  el  Puig.  Y  6.a  Se  respetarían  la  religión, 
costumbres  y  monedas  de  los  moros. 

Con  arreglo  á  la  primera  condición,  salieron  al  día 
siguiente  cinco  mensajeros  al  emir  de  Zaragoza,  y  otros 
á  Murcia.  Se  había  tratado  que  ninguno  llevase  más  de 
cincuenta  maravedís,  los  necesarios  para  elviaje,  y  que 
los  enviados  á  Murcia  irían  por  mar  hasta  Denia  en 
nave  de  cristianos.  Rodrigo  avisó  al  capitán  de  la  nave 
que  no  abandonara  el  puerto  sin  que  antes  registrase 
el  Cid  á  los  mensajeros.  Hízolo  asi;  y,  como  llevaban 
un  gran  tesoro,  de  ellos  y  de  algunos  mercaderes,  dejó 
á  cada  uno  los  cincuenta  maravedís  y  se  retuvo  lo 
demás.  Hasta  el  dinero  justamente  retenido  entonces 
por  el  Cid,  fué  luego  devuelto. 

En  tanto,  gozaban  los  valencianos  de  relativo  bien- 
estar, por  haber  cesado  los  ataques  y  por  el  pronto 
auxilio  que  se  prometían  de  Mostahín  y  de  los  almo- 
rávides. Sin  embargo,  el  hambre  seguía  causando  estra- 
gos (1).  Entonces  ocurrió  la  venta  del  caballo  por  el 
precio  y  condiciones  que  tan  •  exagerados  parecieron 
al  P.  Risco. 

Transcurridos  los  quince  días,  ni  hubo  socorro,  ni 
volvieron  los  mensajeros.  Quiso  Aben  Gehaf  que  los 
moros  esperaran  tres  días  más,  pero  ellos  le  con  tes- 


(1)  Valían:  libra  de  trigo,  $  rn.;  cebada,  i1/,;  panizo,  2*/4;  onza  de  queso, 
3  dineros;  de  cañamones,  4;  libra  de  berzas,  1  m.  y  2  d.  de  plata;  de  cuerno 
Tacaño,  1  (Crónica  General,  f.  335  v.) 

42 


—  330  — 

taron  que  ni  querían  ni  podian.  El  Cid  manifestó  que, 
terminado  el  plazo,  si  retrasaban  un  solo  momento  la 
rendición,  se  consideraría  desligado  de  cumplir  las 
condiciones  estipuladas.  Como  transcurriese  un  dia 
más,  el  Campeador  dijo  que  no  venía  obligado  á  nada. 
Llenos  de  mansedumbre,  exclamaron  que  se  querían 
entregará  discreción,  y  que  obrase  según  le  pluguiese. 
Tanta  humildad  desarmó  el  justo  enojo  del  Cid,  y  el 
pacto  fué  respetado. 

Al  dia  siguiente  salió  el  cadí,  se  confirmó  el  con- 
venio, y  le  suscribieron  los  más  notables  cristianos 
y  muslimes.  Entró  Aben  Gehaf  en  Valencia,  y  fueron 
abiertas  las  puertas  á  las  doce  del  día.  Se  agolparon  á 
ellas  los  moros,  y  sus  rostros  estaban  tan  demudados, 
que  semejaban  cadáveres  que  salían  de  las  tumbas, 
como  dicen  que  abandonarán  sus  sepulturas  todos  los 
muertos  el  día  del  juicio  final  (i). 

En  cuanto  á  la  fecha  de  ese  famoso  aconteci- 
miento, es,  salvo  muy  raras  excepciones,  común  la  que 
señalan  los  historiadores.  La  Historia  Leonesa,  los 
Anales  Toledanos  y  una  memoria  muy  antigua  que 
cita  Sandoval  en  su  historia  de  Alfonso  Vil,  convienen 
en  la  era  1132,  equivalente  al  año  1094  de  la  Encar- 
nación. Ese  mismo  año  aparece  en  Casiri  y  en  Conde, 
tomado  de  autores  árabes.  Conde  llega  á  señalar  el  mes, 
giumada  i.a,  Ben  al  Abbár  precisa  el  día  del  mes  y  de 
la  semana:  el  último  jueves  del  mes  indicado  en  Conde. 
Ahora  bien:  como  el  año  de  la  Hegira  487,  comenzó 
en  sábado  y  en  21  de  enero,  el  último  jueves  de  giu- 


(1)    Crónica  General,  f.  335  v. 


—  33i  — 

mada  i.a  fué,  como  dice  Dozy,  el  15  de  junio.  Y  esa 
misma  fecha  fué  la  que  debió  tener  á  la  vista  el  autor 
de  la  Crónica  General.  «E  esto  fué,  dice,  en  día  de 
jueves  el  postrimero  día  de  junio  después  de  la  fiesta 
deSantJuan  á  que  los  moros  dicen  Alhazaro.»  O,  lo 
que  es  lo  mismo:  el  último  jueves  del  mes  árabe  ter- 
minado en  junio,  ó  sea  el  mes  de  San  Juan,  después 
de  Pascua  de  Pentecostés,  del  28  de  mayo  (1). 

¿Había  muzárabes  en  Valencia,  ó  no  los  había?  En 
un  interesante  estudio  hecho  por  diligente  escritor  de 
nuestros  días,  leemos:  «En  una  de  las  capitulaciones 
del  Cid  con  los  de  Valencia,  se  convinieron  en  que  la 
guarnición  de  ésta,  hasta  la  entrega  definitiva,  se  com- 
pondría de  cristianos  escogidos  entre  los  muzárabes  que 
habitaban  la  ciudad  y  arrabales.»  El  escritor  á  quien  alu- 
dimos concluye  con  estas  palabras:  «¡Lástima  que  el 
autor  que  nos  da  la  noticia,  no  acote  su  procedencia!» 
No  está,  sin  embargo,  equivocado  al  presumir  que  se 
ha  tomado  de  la  Crónica  General  de  Ocampo  (2). 
Malo  de  Molina  é,  igualmente,  Dozy,  han  bebido  la 
noticia  en  dicha  Crónica,  pero  el  catedrático  holandés, 
además  de  señalar  la  procedencia,  reproduce  fielmente 
el  texto  de  la  Crónica:  «La  guarnición  se  compondría 
de  cristianos  sacados  de  los  muzárabes  que  vivían 
entre  los  musulmanes  (3).»  Véanse  ahora  las  palabras 
de  la  Crónica:  «E  que  fuese  alguacil  de  la  villa  un 
moro  que  avíe  nombre  Muza.  E  este  Muza  avíe  de 
ver  todas  sus  cosas  en  tiempo  del  rey  de  Valencia. 


(1)  Malo  de  Molina,  124-125,  nota. 

(2)  El  tArchtvo,  V,  10.  .•   ;vl<.i     -i\ 

(3)  El  Cid  de  la  Realidad ,  VIII.  a:     •.,:...»■>  /*  ...,;r..i    ;•..< 


—  33*  — 
E  después  que  el  rey  fué  muerto,  nunca  se  quitó  del 
Cid,  e  fedéralo  alcaide  de  un  castiello,  e  fallólo  siem- 
pre leal.  Por  esto  queríen  que  toviese  éste  las  puertas 
de  la  cibdad  e  que  fuese  guarda  con  almocadenes  e  con 
peones  christianos  de  los  al  mofara  ves  que  eran  criados 
en  tierra  de  moros»  (i).  Resulta,  pues,  que  el  señor 
Malo  de  Molina,  de  quien  son  las  palabras  «escogidos 
entre  los  mozárabes  que  habitaban  la  ciudad  y  sus  arra- 
bales» (2),  no  ha  expresado  bien  el  sentido  de  la  Cró- 
nica. ¿Había  muzárabes  fuera  de  la  ciudad,  en  el  resto 
del  reino?  Al  hablar  de  la  expedición  de  Alfonso  I  de 
Aragón,  el  Batallador,  á  Andalucía,  en  los  años  1125 
y  1 126,  tendremos  ocasión  de  convencernos  de  esa 
verdad.  El  mismo  nombre  de  villas  de  Alcanicia  que 
aparece  en  la  donación  hecha  por  Rodrigo  en  i.°de 
julio  de  1098  á  favor  de  la  catedral  de  Valencia  y  de  su 
obispo  don  Jerónimo,  lo  confirma. 


(1)  Folio  335.  .- 1  .  '"  . 

(2)  Rodrigo  el  Campeador ,  III.  i  ¡  (  .  v 


CAPÍTULO  VIII 


El  Cid 

(1O94-IO05) 

odrigo  Din  de  Vitar.— Lugir  7  fecbi  de  1U  rjicimienlo.— S 

«  padres. -ImBor,anci.   de  Rodrigo 

uta  Je  li  baratía  de  Umlid..— Golpej.r— El   C.mpcidor 

Krbrini  de  Alfonso  VI.— Aprecia  en  que  bu»   1076  le  .u.o  ■ 

Rodrigo. — Dniieiio  do  Rodrigo.— Pan  1  ofrecer  nu  servicio: 

1  i  Id,  condes  de  Barcelona.— Le  •oc- 

prende en  Zango»  U  muerie  de  el  Hociidir.— Reoditioo  de 

limos.— lir.inu.  del  Ijd.— Primer  discurso  de)  Cid  i  ios  sor 

al  de  Valencia. -B.nl  1.  de  Ciiui.- 

:¡0  de  Aben  AbJ  ti.-  -Prisión  y  mucre 

de  Aben  Gebaf.— Fija  el  Cid  en  Vileneii  10  morid*.—  Alibi 

nui  de  Aben  Tibir  .1  ctdí.— Tercer 

pecará  de  inoportuno  el  que  demos  á  cono- 
cer á  Rodrigo  Diaz  de  Vivar  hasta  que  se 
destaca  su  interesante  figura  en  el  cuadro  de 
los  sucesos  políticos  de  Valencia  durante  el  reinado  de 
Yahya  al.Cádir:  sólo  asf  se  tendrá  concepto  cabal  del 
personaje  típico  del  valor,  caballerosidad,  lealtad  é 
hidalguía  española. 

La  historia  y  la  poesía  llegaron  en  este  caso  con- 
creto á  compenetrarse  de  tal  modo,  que  no  ha  de  cau- 
sar extrañeza  el  que  algunos  historiadores,  tales  como 
Viardot,  Quintana  y  Masdéu  (i),  faltos  de  suficientes 
medios  y  voluntad  para  distinguir  entre  lo  ficticio  y  lo 


-  (1)  De  éste  dice  Dosy  que,  no  obstante  su  caricter  de  sacerdote  y  discí- 
pulo de  Sen  Ignacio  de  Loyola,  estaba  inoculado  del  virus  volteriano  de  la 
¿poca.  No  desperdicia  ocasión  de  dar  salida  i  su  mal  comprimido  despecho 


—  334  — 

real,  salieran  de  la  dificultad  condenando  la  memoria 
del  Cid  cual  si  fuese  engendro  de  la  fantasía.  Docu- 
mentos que  no  fueron  vistos,  autores  árabes  que  fue- 
ron ignorados,  han  venido,  con  su  peso,  á  disipar  la 
ligereza  y  atrevimiento  de  negar  hasta  la  existencia  del 
célebre  castellano. 

Todavía  quedan  sombras  que  ahuyentar,  y  no  son 
las  menos  espesas  las  que  envuelven  la  cuna  de  Ro- 
drigo. ¿Dónde  nació?  «El  apellido  de  Vivar  dio  ocasión 
á  los  autores  de  cantares  y  romances  antiguos,  para 
decir  que  este  famoso  castellano  nació  en  la  aldea  de 
aquel  nombre  y  que  fué  de  gente  humilde;  no  faltando 
quien  dijese  que  su  padre  fué  molinero.  Este  cuento 
y  otros  semejantes,  que  se  inventaron  para  exagerar 
más  la  fortuna  á  que  fué  elevado  Rodrigo  Díaz,  deben 
despreciarse  como  contrarios  á  los  más  autorizados 
documentos  que  nos  dan  conocimiento  de  su  familia, 
la  que  estuvo  avecindada  en  Burgos  y  fué  de  las  más 
ilustres  de  España.  Su  casa  se  ha  conservado  con  el 
nombre  de  las  Casas  del  Cid,  heredadas  por  el  monas- 
terio de  Cárdena  y  cedidas  por  el  mismo  á  la  ciudad  de 
Burgos  por  un  corto  censo  anual  y  con  la  condición 
de  mantener  en  ellas  las  armas  del  Cid,  para  memoria 
del  que  tanto  esclareció  á  su  patria»  (i). 

De  la  opinión  del  continuador  de  la  obra  del  padre 
M.  Enrique  Flórez  disiente  el  Sr.  Malo  de  Molina: 
«Creemos  que  la  denominación  de  el  de  Vivar  lá  debió 
Rodrigo  á  haber  tenido  su  nacimiento  en  esta  aldea,  si 
bien  su  educación  y  primeros  años  los  pasara  en  Bur- 


il )    Risco,  Historia  de  Rodrigo  'Dia^  I. 


•  .*  •  *.* 


—  335  — 

gos,  donde  habitaba  su  padre...  La  exención  de  tributos 
que  acordó  á  esta  villa  D.  Alfonso  VI  en  1075,  cuyo 
privilegio  dice  Berganza  se  conserva  en  ella,  fué  por 
respeto  á  Rodrigo;  y  todo  esto  nos  confirma  en  la  idea 
de  que  Vivar  fué  el  lugar  del  nacimiento  del  famoso 
castellano  de  Risco-  Y  comprueba  de  un  modo  indu- 
dable esta  nuestra  opinión  la  Crónica  rimada,  docu- 
mento antiquísimo  y  apreciable: 

«El  Rey  con   la  melanconía  por  el  corazón  quería  quebrar; 
demandó  por  Rodrigo,  el  que  nació  en  Bivar...*  (1). 

Igual  incertidumbre  hay  acerca  de  la  fecha  del 
nacimiento.  Aunque  ha  llegado  á  particularizarse  como 
tal  el  18  de  octubre  de  1026,  es  lo  más  probable  que 
no  viese  la  luz  del  dia  hasta  el  periodo  comprendido 
entre  los  años  1040  y  1050(2).  Respecto  de  su  ilustre 
genealogía  y  noble  prosapia  hay  testimonio  auténtico, 
el  cual,  conocido,  ha  causado  la  más  perfecta  unifor- 
midad de  pareceres.  Fué  su  padre,  Diego  Láinez,  des- 
cendiente de  don  Diego  Porcelós,  poblador  de  Burgos, 
y  de  Lain  Calvo,  juez  de  Castilla.  Su  madre  fué  doña 
Teresa  Rodríguez,  hija  de  don  Rodrigo  Álvarez,  conde 
y  gobernador  de  Asturias  (3). 

Al  mencionar  la  expedición  de  Fernando  I  á  Valen- 
cia, dijimos  que  murió  poco  después,  en  diciembre 
de  1065.  Algo  antes,  en  un  diploma  del  mismo  rey, 
ya  aparece,  por  primera  vez,  el  nombre  de  Rodrigo. 
Dicha   circunstancia  explica   la  importancia   de   sus 


(1)      Rfiirigo  ti  Campibr,  I. 

(2)  Risco,  Hist.  de  Rodrigo  Díaz,  I. — Malo  de  Molina,  1.  c. 

(3)  Risco  y  Malo,  1.  c. 


—  33*  — 
estados  y  los  buenos  servicios  que  su  padre  prestó  al 
rey  en  la  guerra  con  su  hermano  don  García  de  Na- 
varra, Antes,  pues,  de  la  partición  de  los  estados  de 
Fernando  I,  ya  Rodrigo  tenía  edad  para  intervenir  en 
los  negocios  del  Estado,  lo  cual  desmiente  el  dicho  de 
que  su  tierna  edad  al  faltar  su  padre,  impulsó  á 
Sancho  II  á  llevarle  á  su  palacio  y  perfeccionar  la 
educación  que  su  padre,  Diego  Láinez,  le  diera  en 
su  casa. 

En  la  guerra  civil  que  se  produjo  á  la  muerte  de 
doña  Sancha,  la  esposa  de  Fernando  I,  se  hace  figurar 
á  Rodrigo  desempeñando  papel  importante.  El  primer 
choque  entre  los  hermanos  Alfonso  VI,  rey  de  León, 
y  Sancho  II,  de  Castilla,  se  tuvo  el  19  de  julio 
de  1068,  en  Llantada,  riberas  del  Pisuerga.  Si,  como 
quiere  Dozy,  llevado  siempre  del  poco  noble  propósito 
de  hacer  odiosa  la  memoria  de  una  de  nuestras  más 
preciadas  glorias,  se  comprometieron  los  dos  monarcas 
en  fiar  al  éxito  de  una  sola  batalla  el  decidir  en  cuál 
de  las  dos  cabezas  habían  de  quedar  ambas  coronas, 
Alfonso  VI,  que  fué  el  derrotado,  no  debió  dar  ocasión 
al  consejo  atribuido  al  Cid. 

Tres  años  más  tarde  encendióse  otra  vez  la  guerra 
entre  castellanos  y  leoneses.  En  los  últimos  días  de 
diciembre  de  107 1,  ó  en  los  primeros  de  enero  de 
1072,  se  renovó  la  lucha,  que  tuvo  trances  muy 
diversos.  El  teatro  de  aquellos  tristes  sucesos  fué 
Golpejar,  pueblo  de  la  comarca  de  Carrión.  Primero 
fueron  vencidos  los  leoneses;  en  otro  combate  fueron 
deshechas  las  tropas  castellanas,  y  á  la  postre,  seguido 
el  consejo  de  Rodrigo,  fué  Alfonso  derrotado  y  cayó 


—  337  — 

prisionero  de  Sahcho  II.  Sandoval  confunde  en  una 
sola  acción  las  tres  diversas  de  Golpejar,  y  con  la  de 
Llantada.  Ello  ha  bastado  para  que  Dozy  haya  dirigido 
á  Rodrigo  los  más  duros  calificativos.  En  esa  misma 
equivocación  se  funda  Lafuente  para  tratar  de  no  mejor 
modo  al  nobilísimo  caudillo  (i). 

cDebemos  observar,  dice  el  traductor  español  de  las  Investi- 
gaciones, que  el  autor  exacerba  sus  censuras  en  ocasiones  sin 
motivo  bastante:  así,  por  ejemplo,  le  acusa  de  pérfido  por  acon- 
sejar á  su  soberano  Sancho  que  caiga  sobre  las  descuidadas 
huestes  de  Alfonso,  bajo  pretexto  de  que  aquél  no  respetó  el 
pacto  que  supone  celebrado  entre  ambos  hermanos  de  ceder  su 
reino  el  que  perdiese  la  batalla.  Pero  es  lo  cierto  que  ni  com- 
prueba la  existencia  de  tal  pacto,  ni  Sancho  se  creyó  vencido,  ni 
el  Cid  hizo  otra  cosa  que  dar  un  consejo  á  su  soberano,  dictado 
por  el  amor  á  la  independencia  del  suelo  en  que  naciera;  y,  por 
último,  á  ser  cierto  todo  lo  que  cuenta  el  señor  Dozy,  la  nota  de 
perfidia  recaería  sobre  Sancho,  nunca  sobre  Rodrigo,  que  ni  lo 
celebró  ni  era  hombre  de  tratos  semejantes»  (2). 

Durante  el  sitio  de  Zamora,  ya  Rodrigo  es  el  hom- 
bre de  confianza  del  monarca,  de  Castilla.  «El  rey 
Sancho  amaba  con  entrañable  afecto  á  Rodrigo  Díaz, 
por  lo  que  le  constituyó  en  caudillo  de  sus  huestes. 
Era  fortísimo  guerrero  y  el  Campeador  (Campidoctus) 
en  la  corte  del  rey.  En  las  guerras  que  don  Sancho 
sostuvo  con  don  Alfonso,  en  las  batallas  de  Llantada 
y  Golpejar,  de  que  resultó  vencido  el  rey  de  León, 
Rodrigo  tuvo  la  enseña  real.  Habiendo  Sancho  sitiado 
á  Zamora,  fué  el  Campeador  sorprendido  por  quince 


(i)    Doiy,  2.a  P.,  El  Cid  dt  la  realidad,  I.— Lafuente,  II,  i.« 

(a)     Prólogo. 


-  338  - 

caballeros  enemigos:  mató  auno  de  ellos1  é  hirió  y 
derribó  á  otros  dos;  los  demás  apelaron  á  la  fuga.» 

Los  que,  como  Lafuente,  atribuyen  á  la  interven- 
ción de  Rodrigo  en  la  jura  de  Santa  Gadea  la  ojeriza 
con  que  siempre  le  miró  Alfonso  VI,  no  están  en  lo 
cierto.  «Después  de  la  muerte  del  rey  D.  Sancho,  que 
tanta  protección  y  amor  dispensó  á  Rodrigo,  Alfonso 
le  recibió  por  su  vasallo,  le  trató  con  señalada  honra  y 
le  distinguió  con  muestras  de  estimación.  Le  dio  por 
esposa  á  su  sobrina  doña  Jimena,  hija  de  Diego,  conde 
de  Oviedo»  (i).  De  la  carta  de  arras  se  sabe  que  el 
casamiento  se  celebró  el  19  de  julio  de  1074.  Testi- 
fican del  casamiento,  el  rey,  sus  dos  hermanas  Urraca 
y  Elvira,  y  la  principal  nobleza  del  reino  (2). 

En  marzo  de  1075  aún  seguía  Alfonso  VI  distin- 
guiendo con  su  predilección  al  famoso  castellano.  Por 
entonces  acompañó  ai  rey  y  á  su  hermana  doña  Urraca 
en  la  visita  que  hicieron  á  las  reliquias  de  la  catedral  de 
Oviedo.  En  el  mismo  año  le  concedió  Alfonso  un  pri- 
vilegio confirmándole  en  la  posesión  de  su  patrimonio 
y  declarando  libre  y  exenta  de  tributos  la  villa  de  Vivar. 
Á  los  tres  años  y  cuatro  meses  después  de  la  muerte 
de  Sancho  II,  esto  es,  en  febrero  de  1076,  hace  el  rey 
una  donación  en  favor  del  abad  Licinio,  pariente  de 


(1)  Hist.  Leonesa. 

(2)  En  ellas  se  ve  que  Rodrigo  tenía  posesiones  en  estos  lagares  de  Cas- 
tilla: Cavia,  Máznelo,  Villaizin  de  Candemunio,  Madrigal,  Villasaoce,  Esco- 
bar, Grijalva,  Judego,  Quintanilla  de  Morales,  Boada,  Manciles,  Villagato, 
Villaizán  de  Treviño,  Villamayor,  Villahernando,  Vallecillo,  Melgosa,  Alcedo, 
Fuenterevilla,  Santa  Cecilia,  Espinosa,  Villanuez,  Nuez,  Qnintana-Lainez, 
Villanueva,  Cerdiños,  Vivar,  Quintanahortuño,  Ruseras,  Pesquerino,  Ubierna, 
Quintanamontana,  Moradillo  y  Laimbistia  (Risco,  apéndice  III). 


—  339  — 
Rodrigo,  y  aún  prodiga  á  éste  frases  del  más  puro 
afecto.  En  este  mismo  año  acontecieron  las  supuestas 
ida  de  Rodrigo  á  la  corte  de  Sevilla  y  batalla  de  Cabra, 
hechos  ambos  calificados  de  fabulosos  por  Malo  de 
Molina;  y,  sin  embargo,  en  ellos  se  basan  los  califica- 
tivos de  avaro  y  traidor  que  le  dirige  Dozy,  que  equi- 
vocadamente atribuye  á  tal  causa  la  expulsión  de 
Rodrigo  de  los  estados  de  Castilla.   Otra  fué  la  causa. 

Estando  el  rey  pacificando  tierra  de  moros  que  se 
le  había  rebelado,  quedó  Rodrigo  en  Castilla  á  causa 
de  quebranto  en  la  salud.  Por  entonces  hicieron  una 
entrada  los  infieles  y  se  apoderaron  del  castillo  deGor- 
maz.  Cuando  el  Cid  tuvo  noticia  de  la  irrupción,  dijo 
lleno  de  enojo:  «perseguiré  á  esos  ladronzuelos,  y 
quizá  los  haga  prisioneros.»  Penetró  con  su  hueste  en 
tierra  de  Toledo,  causó  en  ella  gran  devastación,  reco- 
gió mucho  botin  é  hizo  7.000  cautivos,  entre  hombres 
y  mujeres.  La  envidia  de  que  era  objeto  por  parte  de 
algunos  consejeros  del  rey,  se  manifestó  murmurando 
al  oído  del  monarca,  que  Rodrigo  se  había  propuesto 
con  su  correría  concitar  el  odio  de  los  infieles  y,  por 
este  medio,  que  pereciesen  Alfonso  y  los  demás  cris- 
tianos que  se  habían  internado  en  Andalucía.  El  rey 
se  irritó  contra  su  más  leal  vasallo,  y  le  desterró  de 
Castilla  (1). 

Malo  de  Molina  niega  la  realidad  del  viaje  á  Sevilla 
y  el  hecho  de  San  Esteban  de  Gormaz:  «Desde  el  casa- 
miento (19  julio  de  1074)  hasta  el  destierro,  nada 
hallamos  en  los  autores  más  dignos  de  fe  que  pueda 


(1)    Hist.  Leonesa. 


—  340  — 
ser  verosímil  ni,  menos,  verdadero.  Muchas  hazañas 
se  atribuyen  á  Rodrigo,  ya  con  motivo  de  un  supuesto 
viaje  á  Sevilla  y  Granada  para  recibir  las  parias  que 
los  reyes  moros  de  aquellas  ciudades  debían  al  rey  de 
Castilla,  ya  á  causa  de  las  correrías  que  los  árabes  ara- 
goneses hicieron  por  San  Esteban  de  Gormaz  cuando 
don  Alfonso  tomaba  parte  en  la  guerra  civil,  que  los 
muslimes  andaluces  sostenían,  con  el  fin  de  apaci- 
guarlos. Si,  en  efecto,  estas  excursiones  se  hubiesen 
hecho  y  nuestro  héroe  hubiera  tomado  parte  en  ellas, 
hallaríamos  algún  recuerdo,  ya  que  no  una  descripción 
formal,  en  las  memorias  árabes  que  tan  clara  y  minu- 
ciosamente nos  hablan  de  las  guerras  entre  los  Beni 
Abed  de  Sevilla  y  Beni  Dzin-Nun  de  Toledo;  pero, 
lejos  de  esto,  no  se  encuentra  la  menor  indicación  en 
los  autores  árabes  de  las  derrotas  sufridas  por  el  rey  de 
Granada,  ni  de  las  causadas  por  el  Cid  en  San  Esteban 

de  Gormaz Si  el  Campeador  hubiera  tomado  parte 

en  estas  empresas  y  causado  los  daños  que  se  le  atri- 
buyen, su  nombre  se  vería  en  las  memorias  árabes, 
como  se  ve  más  adelante  en  los  anales  de  Aragón, 
Murcia  y  Lorca;  y  atendida  esta  falta  de  conformidad 
en  documentos  que  la  guardan  absoluta  en  otros  pun- 
tos no  menos  interesantes,  no  vacilamos  en  calificar 
de  fábulas  cuanto  hace  relación  á  los  hechos  atribuí- 
dos  al  Cid,  desde  que  contrajo  matrimonio  el  año 
1074,  hasta  el  1081,  en  que  salió  desterrado  del  reino 
por  don  Alfonso»  (1).  En  la  primera  de  esas  fábulas 
se  apoya  Dozypara  descolgarse  con  que1  Rodrigo  fu£ 


(x)    Rodrigo  el  Campeador,  I. 


—  34*  — 
acusado,  con  ra%ón  ó  sin  ella,  de  haberse  apropiado  gran 
parte  de  los  regalos  destinados  al  Emperador. 

Dejando  sumidos  en  el  mayor  desconsuelo  á  sus 
amigos,  marchó,  en  un  principio,  á  Barcelona,  donde 
reinaban  á  la  vez  desde  27  de  mayo  de  1076,  época  en 
que  murió  Ramón  Berenguer  I,  sus  dos  hijos  Ramón 
Berenguer  II,  apodado  Cap  £  Estopa,  por  lo  blondo  y 
blanco  de  su  cabello,  y  Berenguer  Ramón  II,  llamado 
el  Fratricida,  á  causa  de  la  muerte  que  hizo  dar  á  su  her- 
mano gemelo  Ramón  Berenguer  II  en  6  de  diciembre 
de  1 08 1.  Poco  antes  salía  de  Barcelona  para  Zaragoza 
el  héroe  castellano,  pues  que  en  Zaragoza  le  sorpren- 
dió la  muerte  de  al  Moctádir,  ocurrida  en  giumada 
i.a  del  año  474  (oct.-nov.  de  1081)  (1). 

Ai  llegar  á  este  punto  exclama  el  traductor  de  las 
Investigaciones:  «También  censura  Dozy  al  Cid  el  haber 
entrado  al  servicio  de  los  reyes  árabes  de  Zaragoza, 
sin  observar  que  esto  no  ocurrió  hasta  que  D.  Alfonso, 
que  jamás  le  perdonó  ni  la  pérdida  de  sus  reinos  ni 
el  juramento  de  Santa  Gadea,  lo  desterró  malamente 
de  sus  estados  movido  por  las  pérfidas  insinuaciones 
de  García  Ordóñez,  que  combatía  á  las  órdenes  del 
rey  moro  de  Granada  contra  Mutamín  de  Sevilla,  tri- 
butario de  D.  Alfonso.  Rodrigo  sólo  entró  al  servicio 
de  los  árabes  cuando  le  fué  imposible  vivir  entre  los 
suyos,  cuando  fué  desatendido  por  el  conde  Berenguer; 
jamás  combatió  contra  su  rey,  y,  como  decía  con  razón, 
las  luchas  intestinas  de  los  árabes  en  que  tomó  parte, 
fueron  favorables  á  Castilla.  Procuró  muchas  veces 


1    Hist.  Leonesa.— Conde,  III,  8. 


i  1 


—  342  — 

volver  á  la  amistad  de  su  rey,  que  siempre  le  tuvo  oje- 
riza y  le  hizo  cuanto  daño  pudo;  viviendo  siempre 
entre  enemigos,  gente  pérfida  comúnmente»  (i). 

Atinadas  son  las  reflexiones  que  acerca  de  las 
alianzas  entre  cristianos  y  muslimes  hace  un  historia- 
dor: «Menester  es  confesar,  por  más  que  nos  sea  dolo- 
roso, que  esas  alianzas  con  los  mahometanos  que 
nuestra  severidad  histórica  nos  obliga  á  condenar,  eran 
tan  frecuentes  en  aquellos  tiempos,  que  debemos  creer 
se  miraban  como  sucesos  ordinarios,  ó,  por  lo  menos, 
no  se  consideraban  como  crímenes  graves  contra  la 
patria,  puesto  que  magnates,  caudillos,  príncipes  los 
más  ilustres  y  gloriosos,  monarcas  como  los  Sanchos, 
los  Fernandos,  los  Alfonsos,  se  aliaban  frecuentemente 
con  los  musulmanes  contra  otros  cristianos,  cuando 
la  necesidad  ó  la  conveniencia  se  lo  aconsejaban; 
lamentable  necesidad  y  triste  conveniencia,  pero  que 
no,  por  eso,  deja  de  constituir  uno  de  los  caracteres 
y  una  parte  de  las  costumbres  de  aquellos  calamitosos 
siglos»  (2). 

Narrados  ya  los  sucesos  posteriores  que  tienen 
relación  con  la  marcha  política  de  nuestro  reino,  salta- 
remos, para  reanudar  la  relación  en  el  punto  en  que 
la  dejamos  interrumpida,  al  día  15  de  junio  de  1094, 
fecha  de  la  rendición  de  Valencia  á  las  armas  del  Cid. 

El  último  jueves  de  giumada  i.a  de  48 7  (15  junio 
de  1094),  firmada  la  capitulación  para  la  entrega  de 
Valencia,  á  las  doce  en  punto  se  abrieron  sus  puertas. 


(1)  Prólogo. 

(2)  Lafuente,  II,  6. 


—  343  — 
Á  la  parte  de  adentro  estaba  Aben  Gehaf,  con  fuerza 
armada  de  su  mesnada  y  también  de  la  hueste* de  la 
ciudad,  formando  un  ejército  regular.  Á  medida  que 
los  cristianos  entraban  subían  á  ocupar  los  muros  y 
torres,  sin  cuidar'se  de  que  el  cadi  les  advertía  que 
aquello  era  infringir  el  pacto.  Acudieron  con  pan  y 
habas  los  vendedores  de  la  Alcudia,  y,  sin  esperar  á 
tanto,  salían  de  la  ciudad  los  moros  á  dicho  arrabal,  y 
cada  uno  compraba  cuanto  permitían  los  recursos  de 
que  disponía.  Los  más  pobres,  no  contando  con  dinero 
para  adquirir  comestibles,  se  alimentaban  de  hierbas. 
Todo  el  mundo  entraba  en  la  ciudad  v  con  entera 
libertad  salía  de  ella.  La  mortandad,  sin  embargo,,  no 
disminuyó,  y  todos  los  campos  se  llenaron  de  sepul- 
turas: pues,  si  bien  los  más  avisados  se  abstuvieron 
de  comer  cuanto  el  hambre  pedia,  los  más,  como  que 
á  la  carestía  propia  de  los  días  del  sitio  había  sucedido 
la  abundancia,  se  alimentaron  con  exceso,  y  los  victi- 
mas de  la  voracidad  fueron  numerosas. 

Al  día  siguiente  al  en  que  los  cristianos  se  apode- 
raron de  la  ciudad  (16  junio),  entró  en  ella  el  Cid 
seguido  de  fuerzas  considerables.  Subió  á  la  torre  de 
Ali  Bufat  ó  del  Temple,  la  más  alta  del  muro,  y  desde 
allí  estuvo  contemplando  su  preciada  conquista.  Acu- 
dían allí  los  moros,  le  besaban  la  mano  y  le  daban  la 
bienvenida;  él  correspondía  á  tales  atenciones  prodi- 
gándoles toda  suerte  de  honras.  Para  captarse  más  la 
voluntad  de  los  valencianos,  mandó  tapiar  de  los 
muros  y  torres  las  ventanas  que  tenían  vistas  á  la  ciu- 
dad, evitando,  asi,  las  miradas  indiscretas  de  los  cris- 
tianos dirigidas  á  las  casas  de  los  moros.  Agradecieron 


—  344  — 
éstos  sobremanera  la  moderación  del  vencedor,  lle- 
gando al  colmo  su  júbilo  cuando  el  Cid  mandó  á  los 
suyos  que  guardasen  la  mayor  consideración  á  los 
moros,  significándola  con-  saludarlos  y  cederles  el  paso. 
Decían:  «que  nunca  tan  buen  orne  vieran,  nin  tan  hon- 
rrado,  é  que  tan  mandada  gente  troxiese.» 

También  Aben  Gehaf  trató  de  ganarse  la  voluntad 
del  Campeador.  Recordaba  la  saña  que  del  Cid  se  apo- 
deró cuando  fué  á  visitarle  á  la  Villanueva  y  no  le  llevó 
ningún  presente  ni  donativo.  Tomó  para  borrar  aquel 
enojo  una  gran  cantidad  de  dinero  de  los  que  vendie- 
ron caro  el  pan  durante  el  cerco  de  la  ciudad  y  la  llevó 
al  Cid.  De  aquellos  comerciantes  á  quienes  arrebató 
el  dinero,  habia  algunos  de  las  Baleares.  El  Cid  no 
quiso  recibir  el  presente,  por  más  que  se  mostró  agra- 
decido al  cadí.  Por  qué  obró  así,  no  tardó  Rodrigo  en 
manifestarlo.  Por  medio  de  un  heraldo  convocó  á  todos 
«los  ornes  honrrados  é  los  cavalleros»  á  una  reunión 
que  habia  de  celebrarse  en  la  huerta  de  la  Villanueva 
(San  Juan  de  la  Ribera),  «do  morava  estonces  el  Cid.» 

Á  pesar  de  que  muchos  muslimes  que  tenían  recur- 
sos para  morar  lejos  de  los  incircuncisos  abandonaron 
la  ciudad  al  entrar  en  ella  los  cristianos,  trasladándose, 
con  especialidad  muchos  nobles  y  doctores,  á  Liria, 
Murcia  y  Jaén,  aún  acudieron  en  gran  número  á  la 
Villanueva.  Cuando  va  estuvieron  reunidos,  salió  el 
Cid  á  un  sitio  preparado  con  tapetes  y  con  esteras, 
hízolos  sentar,  y  comenzó  á  hablarles  en  esta  forma  y 
sobre  cosas  diversas  (i): 

(i)    Dozy  se  ha  valido  de  la  traducción  que  Mr.  de  Circourt  (Hist.  des 
Mores  Mudejares  et  des  ¡Korisques,  t.  I)  ha  hecko  de  este  dbcurso  y  de  otros 


—  «345  — 

cYo  só  orne  que  nunca  ove  rey  na  do,  nin  orne  de  tai  linaje 
non  lo  ovo.  E  el  día  que  vi  esta  villa,  pagúeme  mucho  della, 
e  cobdiciéla  e  rogué  á  Nuestro  Señor  Dios  que  me  la  diese. 
E  ved  cuál  es  el  poder  de  Dios,  que  el  día  que  yo  posé  sobre 
Jubala  (Cebolla  ó  el  Puig),  non  avie  mis  de  quatro  panes;  é  fizó- 
me Dios  merced  que  gane  á  Valencia,  ¿  só  apoderado  della.  Pues 
si  yo  derecho  fiziere  en  ella  e  enderezare  las  sus  cosas,  dejármela 
ha  Dios;  é  si  yo  mal  y  fago,  ó  tuerto,  ó  soberbia,  bien  sé  que 
me  la  toldrá. — E  de  oy  más,  vayase  cada  uno  á  sus  heredades 
é  áyalo  asi  como  solíe  aver:  é  el  que  fallare  su  viña»  ó  su  tierra, 
ó  su  huerta,  vazía,  éntrela  luego;  é  el  que  fallare  su  heredad 
labrada,  de  aquel  que  la  labró  pagúele  la  costa  que  fizo,  é  tómela 
su  dueño,  asi  como  lo  manda  la  ley  de  los  moros.  E,  otrosí, 
mando  á  los  que  han  de  tomar  derechos  de  la  villa,  que  non 
tomen  más  del  diezmo,  así  como  manda  la  costumbre  de  los 
moros. — E  yo  tengo  que  he  de  ver  vuestras  faciendas  dos  días 


dos  que  pronunció  el  Cid.  Malo  de  Molina  hace  la  versión  al  castellano  mo- 
derno, «poniéndolo  todo  lo  más  parecido  al  estilo  que  en  la  Crónica  general 
se  guarda».  A  nosotros  nos  ha  parecido  más  conveniente  transcribir  ad  pedem 
liittra  ules  discursos,  porque,  á  pesar  del  tiempo  transcurrido  desde  Alfonso 
el  Sabio,  resultan  las  voces  y  giros  del  castellano  de  entonces  bastante  inte- 
ligibles. Si  alguna  palabra  ofrece  sentido  oscuro,  el  contexto  le  aclara.  Ese 
•castellano  y  el  de  la  época  del  Cid  han  de  guardar  poca  ó  ninguna  diferencia, 
por  el  poco  tiempo  transcurrido.  Dos  siglos  van  pasados,  valga  por  ejemplo, 
.desde  que  escribió  el  P.  Feijóo,  y  el  castellano  suyo  es  casi  idéntico  al  de 
nuestros  días.  Resulta,  pues,  que  el  castellano  de  la  General  es  el  que  real- 
mente habría  empleado  Rodrigo  en  sus  discursos  si  es  que  los  pronunció» 
Es  vergonzoso  y  ridiculo  que,  teniendo  nosotros  á  mano  el  original,  hayamos 
.venido  dando  tumbos  del  castellano  antiguo  al  francés  escrito  por  un  alemán, 
y  del  francés  al  castellano  moderno  por  medio  de  traducciones  no  siempre 
recomendables.  Hay,  además,  otra  razón  para  que  hayamos  copiado  tex- 
tualmente los  discursos  y  aun  otras  palabras,  frases  y  períodos  de  la  Crónica 
de  Alfonso  X:  para  nosotros  es  más  dulce,  suave  y  armonioso  el  castellano  de 
los  siglos  medios  que  el  de  nuestros  días.  Estamos,  en  esta  parte,  de  perfecto 
acuerdo  con  Dozy,  y  hacemos,  por  tanto,  nuestras  las  palabras  que  siguen:  «La 
.Crónica  tendría  derecho  á  nuestra  estimación,  aun  cuando  no  fuese  más  que 
.por  el  solo  mérito  de  haber  creado  la  prosa  castellana,  no  la  prosa  descolorida 
de  hoy,  falta  de  carácter  y  de  individualidad,  que  con  frecuencia  no  es  más 


—  34*  — 

en  la  semana,  el  lunes  é  el  jueves;  é  si  algunos  preytos  viéredes 
que  son  presurados,  venid  quando  quisiéredes  á  mi,  ca  yo  os 
pyré:  ca  yo  non  me  aparto  con  mujeres  á  cantar  nin  á  beber, 
como  fazen  los  vuestros  señores,  que  los  non  podedes  ver;  e  yo, 
por  mi  quiero  ver  las  vuestras  cosas  todas;  é  servos  he  así  como 
compañero,  é  guardarvos  he  así  como  amigo  á  amigo,  e  pariente 
á  pariente.  E  yo  quiero  ser  alcalde  é  algualzil;  é  cada  que  alguna 
querella  oviéredes  unos  de  otros,  yo  lo  faré  luego  emendar.» 

Y  añadió:  «Dijéronme  que  Aben  Jaf  que  fizo  tuerto  á  alguno 
de  vosotros:  que  vos  tomó  los  averes  para  presentar  á  mi,  é  que 
vos  los  tomó  por  razón  que  vendiérades  el  pan  muy  caro;  é  yo 
non  le  quis  tomar  tal  aver  nin  tal  presente,  é  quando  yo  de  tal  aver 
quisiera,  yo  lo  tomaré,  ca  non  lo  demandaré  á  él  nin  á  otro  nin- 
guno; mas  |non  mande  Dios  que  yo  cosa  de  mala  parte  tomase  á 
ninguno  é  sin  razón!  E  quantos  alguna  cosa  ganaron  é  vendieron 
de  lo  suyo  bien,  Dios  les  ponga  y  en  ello  cobro;  é  á  cuantos 
alguna  cosa  tomó,  vayan  áél,  que  yo  ge  lo  mandaré  tornar  todo.» 

Y,  por  último,  dijo:  «¿Vistes  el  aver  que  tomé  de  los  man* 


que  francés  traducido  palabra  por  palabra,  sino  la  verdadera  prosa  castellana,  la 
de  los  buenos  tiempos,  aquella  prosa  vigorosa,  rica,  grave,  noble  y  sencilla  á 
un  tiempo»  pero  que  etpresa  un  fácilmente  el  carácter  españoi;  y  esto  en  una 
época  en  que  los  demás  pueblos  de  Europa,  inclusa  Italia,  estaban  bien  lejos 
de  producir  una  obra  en  prosa  que  se  recomendase  por*  su  estilo.  Pero  hay 
más  aún:  al  tiempo  en  que  hemos  llegado,  gracias  á  Dios,  en  el  cual  hemos 
vuelto  á  los  severos  juicios  clásicos;  en  el  que  se  estudian  con  ardor  los  mag. 
níñcos  monumentos  de  la  Edad  Media;  en  el  que  se  busca  con  avidez  lo  que 
aún  queda  de  las  poesías  que  encantaban  á  nuestros  padres;  en  un  tiempo  en 
que  la  Historia  de  la  Edad  Media  no  debe  ni  puede  limitarse  á  citar  fechas, 
á  relatar  guerras  y  sitios,  á  analizar  leyes,  sino  que,  por  el  contrarío,  se  estu- 
dia en  toda  clase  de  monumentos  levantados  por  el  genio  levantado  del 
pueblo  ó  de  los  grandes  maestros;  en  un  tiempo  en  que  no  se  satisface  la 
curiosidad  con  indicaciones  parciales,  sino  que  se  quiere  conocer  la  Edad  Media 
con  todo  lo  que  ha  producido  de  bello,  de  grandioso  y  de  sublime;  sería  un 
espectáculo  gracioso,  si  no  fuera  menos  triste,  ver  á  los  historiadores  citar  el 
libro  en  el  cual  se  han  conservado  las  muestras  de  una  multitud  de  poemas 
épicos  que  nos  serían  desconocidos,  si  en  él  no  se  hallasen  sólo  para  depri- 
mirlo y  contrariarlo:  libro  tan  admirable  y  que  tan  alta  idea  nos  da  del  moví* 
miento  literario  en  la  Península». 


-  un  - 

daderos  que  yvan  á  Murcia?  Mío  era  por  derecho,  ca  ge  lo  tomé 
en  guerra,  porque  falsaron  el  prejrto  que  posieron  comigo;  em- 
pero que  por  derecho  que  lo  tomé,  quiero  ge  lo  tornar  todo  fasta 
el  postrimero  dinero,  que  non  pierdan  dello  ninguna  cosa.-— 
E  quiero  que  me  fagades  preyto  é  omenaje  de  las  cosas  que  vos 
yo  diré,  é  que  vos  non  tiredes  dellas,  é  que  obedezcades  mi  man* 
dado,  é  que  me  non  salgades  de  postura  ninguna  que  pongades 
comigo,  é  quanto  yo  dixiere  é  feziere,  que  sea  tenido,  ca  yo  amo 
á  vos,  é  quiero  tornar  sobre  vos,  é  he  pesar  de  vos,  é  duélome 
de  vos  é  de  quanto  mal  é  quanta  lazeria  levastes  de  gran  fanbre 
é  mucha  mortandad.  E  si  lo  que  agora  fezistes  oviérades  fecho 
antes,  non  llegárades  á  lo  que  llegastes,  nin  comprirades  el  trigo 
por  mili  maravedís. — Pues  sed  en  vuestra  tierra  muy  segurados 
é  bien  sosegados,  ca  yo  he  defendido  á  mis  ornes  que  non  entren 
en  vuestra  villa  á  mercar  nin  vender,  ca  yo  les  he  mandado  que 
merquen  en  el  Alcudia  quanto  ovieren  de  mercar.  E  esto  fago  yo 
por  vos  non  fazer  enojo. — E  mando  que  non  metan  cativo  nin- 
guno en  la  villa;  é  si  lo  metieren,  tomalde  el  cativo  ¿  soltalde, 
¿matad  aquel  que  lo  llevase  ó  y  metiere,  sin  caloña  ninguna.— 
Yo  non  vos  quiero  entrar  en  vuestra  villa  nin  morar  en  ella,  mas 
quiero  fazer  sobre  la  puente  de  Alcántara  un  logar  en  que  deporte 
á  las  vezes,  é  que  la  tenga  presta  si  menester  me  fuere  para  que- 
quier  que  acaezca*» 

4 

Esto  último  estaba  muy  puesto  en  razón,  por 
cuanto,  sin  tener  asegurado  el  paso  del  rio,  ni  él,  en 
un  momento  dado,  podría  sostener  el  dominio  sobre 
la  capital,  ni  impedir  que  un  enemigo  temible,  como 
los  almorávides,  corriese  fácilmente  hasta  el  mismo 
campamento  cristiano.  En  octubre  de  1088  hubo  una 
gran  inundación  que  devastó  á  Valencia  y  destruyó  el 
borg  al  Kantara,  ó  torre  del  puente  (1),  En  el  libro 
del  Repartimiento  sólo  se  habla  de  un  puente  de  ma- 


co   Malo  de  Molina,  apéndice  XXI. 


-  j48  - 

dera,  con  dos  torres  y  barbacanas  á  la  cabeza;  nada  se 
dice  de  puente  de  piedra.  Resulta  que  de  esta  clase  no 
le  había  en  tiempo  de  moros.  No  habiéndole  en  los 
sitios  que  ahora  ocupan  los  del  Real  y  del  Mar,  para 
pasar  el  río  era  necesario  seguir  por  las  orillas  del  rio 
hasta  junto  al  Grao.  En  1250  concedió  Jaime  I  á 
Valencia  que  hiciese  un  puente  de  madera  ó  de  piedra 
cerca  de  la  Villanueva;  y  en  16  de  abril  de  1274  se  la 
autorizó  para  recoger  ciertos  derechos  durante  dos 
años,  con  destino  á  las  obras  del  puente  nuevo  de 
piedra,  que  es  el  de  la  Trinidad  (1). 

Así  como  por  junio  de  1099,  poco  antes  de  morir 
el  Cid,  se  hizo  general  la  orden  de  que  se  trasladasen 
á  la  Alcudia  los  moros  á  quienes  alcanzó  en  1095  el 
privilegio  de  morar  dentro  de  la  ciudad,  disposición 
hija  del  peligro  que  á  la  conservación  de  Valencia  ofre- 
cía la  permanencia  de  los  muslimes  en  ella  (2),  la 
traslación  parcial  de  1095  (3)  debió  obedecer  á  igual 
causa:  la  batalla  de  Cuart  de  Poblet  se  dio  en  la  era 
1 132  (4),  ó  sea,  á  raíz  de  la  entrada  del  Cid  (5)* 
Comenzaremos,  pues,  por  relatar  dicha  batalla. 

Los  escritores  árabes  y  los  cronistas  cristianos  están 
contestes  en  que  Yúsuf  ben  Texufin  tomó  á  empeño 
recobrar  la  ciudad  perdida.  «Cuando  el  Emir  al  Mos- 
lemín  supo  esta  grave  noticia  y  se  apercibió  de  tan 
gran  desdicha  (la  de  haberse  perdido  Valencia),  hizo 


(1)  El  archivo,  IV,  270-271. 

(2)  Crón.  General,  f.  359. 

(3)  Dozy,  Investigaciones. 

(4)  Hist.  Leonesa. 

(5)  Crón.  General,  1.  c. 


—  349  — 
todos  sus  esfuerzos,  porque  Valencia  era  para  él  una 
mota  en  su  ojo;  y  reunió  sus  medios  y  puso  en  movi- 
miento sus  manos  y  su  lengua.  Despachó  contra  la 
ciudad  gentes  y  dineros,  y  mandó  á  ella  los  hombres 
más  intrépidos.  La  guerra  entonces  ofreció  diferentes 
suertes:  á  veces  se  decidía  por  los  enemigos,  á  veces 
por  los  del  Emir  al  Moslemín»  (i).  ** 

Yúsuf  ben  Texufín,  sabedor  de  que  Valencia  había 
sido  tomada  por  el  Cid,  se  irritó  y  entristeció  sobre- 
manera. Tenido  consejo  con  los  suyos,  designó  por 
caudillo  de  España  á  un  hijo  de  su  hermana  llamado 
Muhámad.  El  cual,  seguido  de  infinita  muchedumbre 
de  bárbaros,  almorávides  y  muslimes  españoles,  fué 
enviado  á  sitiar  á  Valencia  y  á  apoderarse  de  Rodrigo, 
que,  cargado  de  cadenas,  había  de  ser  conducido  á 
la  presencia  de  Yúsuf.  El  ejército  musulmán  llegó 
á  acampar  en  Cuart  de  Poblet,  distante  de  Valencia 
cuatro  mil  pasos.  El  entusiasmo  que  la  presencia  del 
ejército  despertó  en  ios  habitantes  de  la  comarca  de 
Valencia,  se  evidenció  con  la  prontitud  con  que  de 
todas  partes  acudieron  á  abastecerle  de  víveres,  dados 
graciosamente  en  parte,  y  también  en  parte  vendidos. 

El  número  de  combatientes  se  aproximaba  á 
150.000,  de  los  cuales  había  30.000  de  á  pie.  Al  ver 
Rodrigo  cuan  numeroso  era  el  ejército  que  vino  á 
combatirle,  tuvo  algún  cuidado.  Los  almorávides  per- 
manecieron diez  días  con  sus  noches  en  las  inmedia- 
ciones de  Valencia.  Todos  los  días  daban  vueltas  en 
torno  de  la  ciudad  dando  aullidos,  y  á  la  vez  dispara- 


to   Malo  de  Molina,  apéndice  XX. 


—  350  — 

ban  sus  arcos  sobre  las  tiendas  del  campamento  de 
Rodrigo,  como  apremiándole  á  combatir.  El  Cid,  sin 
perder  su  serenidad  y  valor  acostumbrados,  animaba 
á  los  suyos  y  rogaba  sin  cesar  á  Nuestro  Señor  Jesu- 
cristo le  asistiese  con  su  auxilio. 

Cierto  día  en  que  los  mahometanos  iban,  como 
de  costumbre,  en  torno  de  la  ciudad  dando  gritos, 
creyendo  que  no  tardaría  en  caer  en  sus  manos,  Ro- 
drigo, el  invencible  guerrero,  confiando  ciegamente  en 
la  clemencia  del  Señor,  se  lanzó  bruscamente  contra 
el  enemigo.  Después  de  un  combate  encarnizado, 
alcanzó,  por  mediación  del  cielo,  la  más  completa  vic- 
toria. Los  almorávides,  volviendo  la  espalda,  enco- 
mendaron á  la  fuga  su  salvación,  lo  cual  no  les  libró 
de  que  las  espadas  cristianas  se  cebaran  en  ellos. 

Fueron  muchos  los  que,  con  sus  mujeres  é  hijos, 
cayeron  prisioneros,  y  fueron  conducidos  al  campa- 
mento de  Rodrigo.  El  botín  que  en  el  campamento 
de  los  vencidos  se  halló  fué  inmenso,  en  oro,  plata, 
vestidos  preciosos  y  toda  suerte  de  riquezas.  Esta  vic- 
toria se  alcanzó  el  año  1094,  según  la  Historia  Leo- 
nesa. 

De  esa  misma  batalla  habla  la  General.  Dice  que 
vino  contra  Valencia  el  rey  Búcar,  quien  asentó  su 
campo  en  Cuart,  «ques  una  legua  de  Valencia.»  Los 
almorávides  eran  30.000.  Un  moro  de  Alcira  llamado 
Jimén,  fué  enviado  por  Búcar  para  que  hablase  con  el 
Cid.  El  caudillo  mahometano  era  hermano  de  Junes, 
rey  de  Marruecos.  Rodrigo  triunfó'  en  la  batalla  (1). 


(i)    Fol.  344-345. 


^  351  - 

Ahora  se  comprenderá  con  cuánta  prudencia  obró 
el  Cid  al  poner  guarnición  cristiana  en  Valencia  y  por 
qué  obligó  á  que  la  abandonasen  aquellos  moros  que 
al  Campeador  no  inspiraban  confianza.  De  otro  modo, 
el  entusiasmo  que  las  tropas  de  Sir  ben  Abu  Becr,  que 
recibió  el  mando  de  todos  los  almorávides  á  su  segun- 
da venida  á  España,  ó  de  Muhámad  ben  Aixa,  desperta- 
ron en  toda  la  comarca,  le  hubieran  sentido  los  mora- 
dores de  Valencia,  y  hubiera  sido  ilusorio  el  señorío 
del  Cid  sobre  la  misma. 

Fueron  después  los  moros  á  recobrar  sus  hereda- 
des; pero  los  cristianos  que  las  tenían,  fundándose, 
unos,  en  que  las  habían  recibido  por  un  año  á  cambio 
de  sus  pagas  no  satisfechas,  y  otros,  en  que  las  habían 
dado  en  arriendo  y  aún  no  había  transcurrido  el  plazo 
de  compromiso,  se  negaron  á  restituirlas  á  sus  dueños. 
No  es  de  sorprender  que  impensadamente  tropezase 
el  Cid  con  semejante  dificultad,  cuando  siglo  y  medio 
después  Jaime  I  se  encontró  con  que  había  dado  más 
tierra  que  la  que  había  disponible  y  cortó  el  nudo  redu- 
ciendo la  medida.  Contrariados  los  moros,  esperaron 
la  llegada  del  jueves  próximo,  para  exponer  al  Cid 
las  causas  que  impedían  fuesen  sus  órdenes  cum- 
plidas. 

Llegado  el  día,  no  tardó  Rodrigo  en  presentarse 
en  el  jardín  de  la  Villanueva.  Tomó  asiento  en  sil 
estrado  y  comenzó  á  presentarles  unos  ejemplos  y  á 
divagar  de  modo  que  sus  palabras  no  guardaban  con- 
cordancia con  las  razones  que  seis  días  antes  les  expuso. 
Su  situación  era  comprometida:  hallábase  entre  su 
palabra  públicamente  empeñada  y  la  necesidad  de  no 


—  3S*  — 
enajenarse  los  brazos  sin  los  cuales  su  posición  era 
insostenible. 

«Si  yo  fincase,  les  dijo  á  los  moros,  sin  los  míos  ornes,  serie 
á  tal  como  el  que  ha  perdido  el  brazo  diestro,  ó  como  los  lidia- 
dores que  non  han  espadas  cin  langas;  pues  la  primera  cosa  que 
yo  he  ver  é  aderezar  en  este  preyto  de  mis  ornes,  es  fazer  las  cosas 
que  sean  más  apuestas  ¿  más  complidas  con  que  yo  é  ellos  sea- 
mos mrjur  guardados.  Ca,  pues  Diostovo  por  bien  que  yo  fuese 
apoderado  en  la  cibdad  de  Valencia,  non  quiero  que  haya  otro 
señor  sinón  yo.  Pero  digo  que  si  vos  comigo  bien  queredes  é  que 
vos  siempre  faga  merced,  guisad  como  metades  Aben  Jai  en  mi 
poder,  ca  bien  sabedes  todos  la  gran  traygión  que  él  fizo  al  rey 
de  Valencia  su  señor,  é  el  gran  lazerio  que  le  fizo  pasar  é  á  vos 
todos  mientra  que  vos  tove  cercados.* 

Cuanto  fué  el  júbilo  que  los  moros  tuvieron  á 
causa  del  razonamiento  anterior,  fué  terrible  el  desen- 
canto que  padecieron  ahora.  No  podian  explicarse 
aquel  cambio  en  tan  pocos  días.  Contestaron  que  deli- 
berarían acerca  de  la  grave  proposición  que  les  acababa 
de  hacer  y  que  le  darían  noticia  del  acuerdo  que  toma- 
sen. Treinta  de  los  más  notables  se  dirigieron  al  almo- 
jarife Aben  Abdús,  y  le  dijeron:  «Pedírnoste  merced 
que  nos  consejes  del  más  leal  é  mejor  consejo  que  en 
ti  oviere;  ca,  pues  de  nuestra  ley  eres,  tenemos  debes 
ser  más  tenido  de  lo  fazer.  E  la  razón  de  que  te  con- 
sejo pedimos,  es  ésta:  el  Cid  nos  prometió  la  otra  vez 
muchas  cosas,  é  vemos  agora  que  no  nos  dize  nada 
de  todo  aquéllo,  é  que  nos  mueve  otras  razones.  E 
tú  sabes  más  las  sus  costumbres,  ca  nos  fiziestes 
saber  la  su  voluntad;  ca,  aunque  nos  ál  quisiésemos 
fazer,  non  estamos  en  tiempo  de  fazer  sinón  lo  que 
él  quisiere.» 


—  35?  — 

Aben  Abdús  les  habló  asi:  «Ornes  buenos,  este 
consejo  rahez  es  de  fazer,  ca  bien  vedes  que  Aben  Jaf 
fizo  gran  traygión  contra  su  señor;  é  guisad  agora 
cómo  lo  metades  á  él  en  poder  del  Cid,  é  non  vos 
re<;eledes  nin  catedes  en  ál  fazer:  ca  yo  bien  sé  que 
después  nunca  cosa  demandaredes  que  vos  la  él  non 
otorgue.»  Mostráronse  dispuestos  á  seguir  el  consejo 
del  almojarife,  y  manifestaron  al  Cid  que  se  pondría 
en  ejecución  lo  que  él  habia  propuesto. 

Tomaron  luego  muchos  hombres  armados  y  entra- 
ron en  la  ciudad;  fueron  á  las  casas  de  Aben  Gehaf  (i), 
rompieron  las  puertas  y  entraron  dentro;  prendiéronle 
á  él  y  á  los  suyos,  y  los  llevaron  á  la  presencia  del 
Cid.  Enseguida  mandó  Rodrigo  que  el  cadi  y  cuantos 
tomaron  parte  en  el  asesinato  del  emir  Yahya  fuesen 
encarcelados. 

Hecho  esto,  el  Cid  dijo  á  los  notables  moros: 
«Pues  que  agora  vos  avedes  fecho  lo  que  vos  yo 
mandé,  vos  demandad  lo  que  queredes  que  vos  yo 
cumpra  agora  guisado,  é  yo  comprir  vos  lo  he;  pero 
en  tal  manera  que  la  mi  morada  sea  en  la  villa,  en  el 
alcázar,  é  que  los  míos  cristianos  tengan  las  fortalezas 
todas  de  la  cibdad;»  Cuando  los  moros  oyeron  esto, 
dijeron:  «Señor  Cid,  tú  ordena  lo  que  tovieres  por 
bien:  é  nos  lo  otorgamos.»  Rodrigo  les  contestó  que, 
por  lo  que  hacia  relación  á  las  costumbres  de  ellos, 
pidiesen  lo  que  quisieran;  y  en  cuanto  al  señorío,  si 


(i)  H*Día,  coa  efecto,  según  se  ve  en  las  notas  para  el  libro  del  Reparti- 
miento, una  c<lle  del  nombre  de  Atxn  Geh<<f,  calificada,  unas  veces,  de 
cucac,  v,  otras,  de  vicus,  títulos  que  significan  menos  importancia  que  carra- 
Ha  {El  Archivo,  III,  218). 

46 


—  354  — 

I 

bien  le  quería  tener  completo,  no  quería  sino  el 
diezmo  de  los  frutos  que  cogiesen  en  sus  heredades. 
Mucho  les  plugo  este  nuevo  razonamiento,  y  pidié- 
ronle que  les  pusiese  alguacil,  rogando,  además,  se  les 
nombrara  para  alcaide  Al  Hugí:  «é  éste  fué  el  que  fizo 
los  versos,  según  que  lo  ha  contado  la  estoria.» 

Un  mes  se  gastó  en  ultimar  estas  diligencias  entre 
vencidos  v  vencedores.  Ya  acabadas,  montado  á  caballo 
penetró  en  la  ciudad  seguido  de  su  hueste  muy  bien 
ataviada  y  precedido  de  su  bandera,  dándose  estruen- 
dosos vivas.  Bajó  al  llegar  al  alcázar,  y  él  y  los  suyos 
tomaron  habitaciones  muy  buenas  junto  al  palacio. 
Mandó  poner,  por  último,  su  bandera  en  la  torre  más 
alta  del  alcázar.  No  sólo  Valencia,  sino  todas  las  for- 
talezas que  eran  del  señorío  de  la  ciudad,  reconocieron 
al  nuevo  señor.  Quedó  Rodrigo  tranquilo  en  la  pose- 
sión de  los  nuevos  dominios,  y  él  y  los  suyos  cele- 
braron con  grandes  festejos  el  acontecimiento. 

«E  luego,  otro  día,  mandó  el  Gd  llevar  Aben  Jaf  i  Jubala 
(el  Puig),  é  diéronle  muy  grandes  penas,  hasta  que  llegó  $erca 
de  morir;  é  toviéronle  en  Jubala  dos  dias.  E  des  y  tornáronlo  i 
Valencia,  é  toviéronle  en  la  huerta  del  Cid  en  prisión.  E  mandól 
que  escriviese  una  carta  por  su  mano  de  quantas  cosas  avie.  E  ¿1 
ízol  asi:  é  escrivió  en  aquella  carta  las  sartas,  é  las  sortijas,  é  los 
paños  preciados,  é  las  ropas  nobles  que  avie,  é  otras  cosas 
muchas  preciadas  de  casa,  é  de  las  debdas  que  tenie.  E  esto  le 
mandara  el  Cid  fazer,  por  ver  si  averie  en  lo  suyo  tanto  como  en 
lo  que  en  aquello  que  fuera  del  rey  de  Valencia.  E  quando  esta 
carta  leyeron  ante  el  Cid,  mandó  que  veniesen  los  moros  que 
eran  ornes  buenos  é  honrrados,  é  que  jurase  ante  ellos  que  non 
avíe  más  de  aquéllo:  é  él  fízol  así»  (i). 


(i)      Crónica  General,  lol.  337  y. 


—  355  - 

La  conformidad  entre  la  General  y  la  relación  de 
Abu'l  Hassán  no  puede  ser  más  exacta:  «Á  la  entrada 
del  Cid  el  cadi  se  hizo  obediente  á  sus  órdenes  y 
reconoció  la  dignidad  que  le  daba  la  posesión  de  la 
ciudad,  y  contrató  con  él  pactos  que,  en  su  concepto, 
debían  guardarse  por  Rodrigo;  pero  que  no  tuvieron 
larga  duración.  Ben  Gehaf  permaneció  con  el  Cam- 
peador poco  tiempo;  y,  como  á  éste  le  disgustaba  su 
compañía,  buscaba  el  medio  de  deshacerse  de  él,  hasta 
que  pudo  lograrlo,  dícese  que  á  causa  de  un  tesoro 
considerable,  de  los  que  habían  pertenecido  á  Ben 
Dzin-Nun. — Sucedió  que  Rodrigo  en  los  primeros 
días  de  su  conquista  preguntó  á  Ben  Gehaf  por  el  tal 
tesoro,  y  le  tomó  juramento  en  presencia  de  varias 
gentes  de  las  dos  religiones,  acerca  de  que  no  lo 
poseía.  Respondió  jurando  por  Dios  y  testificartdo 
solemnemente  de  su  inocencia,  sin  cuidarse  <le  los 
males  que  debía  esperar  de  su  ligereza.  Exigió  Rodrigo 
al  cadi  que  se  extendiese  un  contrato  con  anuencia  de 
los  dos  partidos,  y  firmado  por  los  más  influyentes  de 
las  dos  religiones,  en  el  cual  se  convino  que  si  Rodrigo 
encontraba  ó  averiguaba  el  paradero  del  tal  tesoro, 
retiraría  su  protección  á  la  familia  del  cadi  y  podría 
derramar  tu  sangre»  (i). 

Y  después,  al  otro  jueves,  mandó  que  acudiesen  al 
alcázar  los  moros  y  él  se  sentó  en  un  rico  estrado, 
haciendo  lo  mismo  en  su  presencia  los  convocados. 
Mandó  que  se  trajese  allí  á  Aben  Gehaf  y  á  los  demás 
que  con  él  estaban  presos.  Preguntó  al  faquí  y  alcaide 


(i)    Malo,  apéndice  XX. 


-  3S6  - 
Al  Huxí  y  á  los  notables  qué  género  de  castigo  debía, 
según  la  ley  de  los  moros,  aplicarse  á  los  que  asesi- 
naron al  emir  Yahya  al  Cádir  su  señor,  y  ellos,  sin 
vacilar,  contestaron:  «Señor,  segund  la  nuestra  ley, 
deven  ser  apedreados.»  Y  el  Cid  mandó  que  la  ley 
fuese  cumplida.  Y  eran  los  que  estaban  con  Aben 
Gehaf,  330.  Nada  más  dice  la  Crónica  General  (1). 

Según  un  autor  árabe,  el  Cid  «encerró  después  en 
una  cárcel  ai  cadi  y  á  su  familia  y  parientes  y  comenzó 
á  pedirles  los  tesoros  de  Ben  Dzin  Nun  sin  cesar  de 
quitarles  cuanto  poseían,  ya  por  medio  de  azotes,  ya 
por  malos  tratamientos,  y  ya  por  suplicios  crueles. 
Luego  mandó  encender  una  gran  hoguera,  que  abra- 
saba el  rostro  de  los  que  pasaban  cerca  de  ella,  y  llevó 
al  cadi  Abu  Áhmed  sujeto  con  grillos  y  rodeado  de  su 
familia  y  de  sus  hijos,  y  ordenó  que  todos  fueran 
quemados.  Los  cristianos  y  los  musulmanes  empeza- 
ron á  gritar,  y  se  reunieron  para  esto,  y  quisieron  que 
se  librase  á  los  esclavos  y  á  los  hijos,  y  lo  consiguieron 
después  de  gran  resistencia.  Se  cavó  una  fosa  en  la 
parte  más  baja  de  la  huerta  de  Valencia,  y  se  le  metió 
en  ella  hasta  el  pescuezo,  y  se  apisonó  la  tierra  de  su 
alrededor,  y  se  le  aproximó  la  lumbre.  Cuando  la  tuvo 
cerca  y  se  quemaba  su  cara  dijo:  «en  el  nombre  de 
Dios  clemente  y  misericordioso»,  y  cogió  los  tizones 
ardiendo  y  se  los  aproximó  á  su  cuerpo  para  acelerar 
su  muerte:  en  su  consecuencia,  se  quemó.  ¡Tenga 
Dios  de  él  compasión!  Sucedió  esto  en  giumada  al 
aüel  del  año  488  (9  may.-7  jun.  1095);  y  el  jueves,  al 


(1)    Fol.  337  ▼. 


—  357  — 

finalizar  el  mismo  giumada  al  aüel  del  año  precedente, 
fué  la  entrada  del  referido  Campeador  en  Valencia»  (i). 
El  género  de  muerte  que  padeció  el  cadi  le  atrajo 
las  simpatías  de  los  muslimes,  que  antes  le  juzgaban 
monstruo  de  iniquidad.  Entre  los  escritores  de  aquel 
tiempo,  es  digno  de  que  se  transcriban  los  encontra- 
dos juicios,  antes  y  después  de  la  muerte  de  Aben 
Gehaí,  del  ex-gobernador  de  Murcia  Aben  Táhir. 

«¡Oh  tú,  el  que  tienes  un  ojo  azul  y  otro  negro:  vete  despa- 
cio, porque  has  cometido  un  grave  crimen!  Has  asesinado  al  rey 
Yahya,  y  te  has  vestido  su  túnica.  Llegará  el  dia  de  darte  tu 
merecido,  sin  que  tengas  poder  bastante  para  impedirlo»  (2). 

El  mismo  Abderrahmán  ben  Táhir  escribía  des- 
pués de  la  muerte  del  cadi  á  un  primo  de  éste:  «La 
desgracia  ha  permitido  ¡quiera  Dios  librarte  de  sus 
males  y  defenderte  de  sus  asechanzas!,  que  el  faqui,  el 
cadi  Abu  Áhmed  ¡perdónele  Dios  sus  pecados!  se  vea 
abatido  y  muerto  y  destituido  de  su  dignidad.  Por  mi 
vida  que  las  estrellas  de  la  gloria  se  han  oscurecido 
con  su  ruina,  y  los  cielos  de  la  nobleza  han  derra- 
mado lágrimas  á  su  muerte  y  á  su  desaparición.  Cier- 
tamente que  por  la  belleza  de  su  carácter  y  por  los 
socorros  que  prestaba  á  los  desgraciados,  era  como  la 
lluvia  en  un  año  estéril,  como  la  leche  en  los  tiempos 
de  preñez.  No  era  de  carácter  duro;  perdonaba  los 
errores;  era  afable  con  sus  vecinos;  amigo  de  sus  ami- 
gos; se  atraía  los  corazones  por  sus  buenos  modales, 


(1)    Malo  de  Molina,  apéndice  XX. — La  relación  de  Conde  (III,  22)  es 
exactamente  igual  á  la  que  acabamos  de  transcribir  de  Aben  al  Abbar. 

(1)    Ifcdo,  I.  c. 


-  358  - 

y  subyugaba  á  los  hombres  libres,  por  su  bondad. 
jPor  cierto  que  el  mundo  lleva  luto  desde  que  él  no 
existe!  Cuando  se  acercaba  á  su  infortunio  dobló  su 
altivo  cuello  para  gobernar  bien  á  Valencia,  humi- 
llando de  tal  modo  á  sus  enemigos.  Asi  ella  derrama 
lágrimas  por  él  semejantes  á  la  lluvia  de  la  primavera 
y  le  encomia  por  todas  partes.  Mas  ¡ay!  que  la  muerte 
le  ha  arrebatado  bien  pronto,  cuando  por  su  causa 
vivían  entre  vosotros  los  placeres,  cuando  os  había 
ceñido  el  magnifico  collar  de  gloria  y  elevado  vuestro 
poder  sobre  todos  los  poderes.  Mas  somos  criaturas 
de  Dios,  y  volveremos  á  él,  por  muy  grande  que  sea 
nuestra  desgracia;  y  á  Dios  pediremos  por  él,  pues  que 
era  noble  de  origen  y  de  principios:  era  una  montaña 
inaccesible  y  un  asilo  en  la  altura»  (i). 

Las  versiones  acerca  del  género  de  muerte  que 
padeció  Aben  Gehaf,  abren  ancho  campo  á  dudas,  no 
fáciles  de  desvanecer  en  nuestro  concepto.  Un  testigo 
presencial,  el  autor  árabe  á  quien,  según  los  más 
competentes  arabistas,  tuvo  á  la  vista  Alfonso  el  Sabio 
al  escribir  la  cuarta  parte  de  su  Crónica,  dice,  con 
gran  laconismo,  que  el  cadi,  cumpliéndose  la  ley  de 
los  moros,  fué  por  ellos  condenado  á  lapidación,  y 
que  ellos  mismos  ejecutaron  la  sentencia.  Nuestro 
Aben  al  Abbar,  ministro  que  fué  del  walí  £eid  y  del 
emir  Zaén,  copia  á  un  autor  también  contemporáneo 
con  aquellos  sucesos,  y  nos  da  la  relación  del  horripi- 
lante fin  que  se  dice  tuvo  el  cadi.  ¿Á  cuál  de  los  dos 
historiadores  daremos  fe? 


(i)    Malo,  1.  c. 


r 


—  3S9  — 

Dozy,  cuya  parcialidad  en  más  de  una  ocasión 
hemos  podido  apreciar,  con  el  empeño  de  hacer  anti- 
pática la  más  alta  figura  del  pueblo  español,  se  desen- 
tiende de  la  Crónica  General,  cuya  autenticidad  él  más 
que  nadie  ha  hecho  resplandecer,  y  se  esfuerza  por  que 
prevalezca  la  versión  que  más  perjudica  al  nombre  de 
Rodrigo.  «El  autor  (á  quien  siguió  Alfonso  X)  parece 
haber  escrito  la  historia  de  su  tiempo  hasta  el  mo- 
mento en  que  Aben  Gehaf  fué  arrojado  en  prisión,  y 
creo  que  no  pudo  continuarla  porque  fué  uno  de  aque- 
llos á  quienes  el  Cid  hizo  quemar  á  fines  de  mayo  ó 
principios  de  junio  del  año  1095,  juntamente  con  Aben 
Gehaf. — En  efecto,  el  relato  es  exacto  hasta  la  época 
en  que  éste  fué  puesto  en  prisión;  pero  su  muerte  se 
cuenta  de  un  modo  singular.  El  Cid  lo  hizo  juzgar  por 
el  faqui  que  habia  nombrado  el  cadi  y  por  los  patri- 
cios de  Valencia,  los  cuales  decidieron  que,  puesto  que 
habia  matado  á  su  rey,  merecía,  según  la  ley  musul- 
mana, ser  muerto  á  pedradas.  Á  este  relato  pueden  ha- 
cerse dos  objeciones:  primera,  que  están  en  contradic- 
ción con  el  testimonio  de  Aben-Bassán,  autor  contem- 
poráneo, y  con  el  de  Aben  al  Abbar,  historiador  muy 
exacto  y,  además,  valenciano;  segunda,  que  no  hay  ley 
musulmana,  al  menos  que  sepamos,  que  diga  tal  cosa.» 

La  primera  objeción  acusa,  á  nuestro  entender, 
lógica  que  se  presta  á  fácil  redargución:  porque  si  en 
Aben  Bassán  se  lee  lo  contrario  que  en  la  General, 
puede  también  deducirse  que  será  falso  lo  que  aquel 
autor  dice,  por  cuanto  tiene  en  contra  suya  el  testimo- 
nio de  la  General.  Es,  además,  cierto  que  nuestro  Aben 
al  Abbar  fué  tan  excelente  historiador  como  político 


—  360  — 

acomodaticio,  pero  escribió  como  siglo  y  medio  des- 
pués de  los  sucesos  que  relata,  y  pudo  tener  como 
fuente  de  información  autor  ó  autores  cuya  parcialidad 
y  fanatismo  religioso  les  hiciesen  falsear  la  verdad.  En 
cuanto  á  la  segunda  objeción,  se  nota  en  el  lenguaje 
de  Dozy,  que  no  sabe  á  ciencia  cierta  si  la  pena  de 
lapidación  estaba  ó  no  admitida  en  el  código  maho- 
metano. 

Véase  ahora  con  cuánta  razón  escribe  el  traductor 
español  de  la  obra  Recherches  ó  Investigaciones  del  profe- 
sor de  la  universidad  de  Leiden:  «El  señor  Dozy, 
fundado  en  textos  árabes  las  más  veces,  cuando  no 
cristianos  y  de  enemigos  del  Cid,  infama  á  éste  con  un 
simple  se  supone  ó  se  cree,  como  lo  hace  en  más  de  una 
ocasión.»  El  parece  y  el  creo  aparecen,  pues,  en  el  caso 
presente. 

Intencionado  Dozy,  pero  con  intención  que  no 
debe  anidar  en  cabeza  de  quien  busca  de  buena  fe  la 
verdad,  pretende  deshacer  la  observación  de  que  Al- 
fonso, no  obstante  ser  cristiano,  fué  enemigo  del  Cid, 
y,  como  tal,  tocado  de  igual  parcialidad  que  los  auto- 
res árabes:  «¿Supondremos,  acaso,  que  Alfonso  alte- 
rase la  narración  del  suplicio  de  Aben  Gehaf  porque 
presentaba  al  Cid  bajo  un  aspecto  muy  desfavorable? 
No  lo  creemos;  Alfonso  no  pudo  tener  este  motivo, 
toda  vez  que  no  ha  disimulado  otros  hechos  en  que 
el  Cid  se  manifestaba  más  cruel  todavía  que  en  estas 
circunstancias»  (i). 


(i)  Ignoramos  que  autores  árabes  ni  cristianos  apunten  acto  más  cruel 
que  el  de  la  muerte  dada  á  Aben  Gehaf.  Se  trata  de  presentarnos,  no  el  Cid 
de  la  realidad,  sino  el  Cid  de  una  poesía  al  estilo  de  la  que  gasta  Dozy, 


-36f- 

Y  de  premisas  tan  falsas,  deduce  esta  consecuen- 
cia: «Preciso  es,  pues,  admitir  que  la  crónica  árabe 
(de  que  se  valió  el  Sabio)  no*  contaba  el  suplicio  de 
Aben  Gehaf;  que  Alfonso  lo  tomó  de  una  obra  cris- 
tiana y,  especialmente,  de  la  leyenda  de  Cárdena,  y, 
por  último,  que  el  cronista  musulmán  se  vio  obli- 
gado, por  un  accidente  cualquiera,  á  interrumpir  brusca- 
mente su  trabajo.»  Es  decir:  el  amor  de  los  monjes 
de  Cárdena  al  Cid  los  llevó  al  extremo  de  mentir 
presentándole  en  el  caso  en  cuestión  bajo  el  aspecto 
más  favorable;  y,  ¿por  qué  el  desamor,  más  bien, 
el  odio  que  con  frecuentes  maldiciones  se  expresa, 
de  los  autores  árabes  no  los  obligó  á  desfigurar  los 
hechos,  para  presentarnos  un  ¿Rodrigo  monstruo  de 
crueldad? 

*  De  suposición  en  suposición,  Dozy  viene  á  expli- 
carnos d  accidente  cualquiera  que  interrumpió  brusca- 
mente el  trabajo  del  autor  árabe  á  quien  siguió  Alfonso 
el  Sabio:  «Ahora  está  fuera  de  duda  que  el  Cid  hizo 
quemar  vivos  en  1095,  no  s°lo  á  Aben  Gehaf  y  sus 
parientes  (1),  sino  á  otros  muchos:  entre  estos  desdi- 
chados se  encontraba  un  hombre  de  letras  que  había 
desempeñado  el  empleo  de  secretario  cerca  de  un  visir, 
y  se  llamaba  Abu  Djafar  Battí,  es  decir,  originario  de 


(1)  Esto  no  es  cierto,  según  los  mismos  autores  árabes.  Aben  Besaam,  en 
so  ad-Dzajira,  dice:  «También  pensó  Rodrigo,  al  que  Dios  maldiga,  en  que- 
mar á  su  mujer  y  á  sus  hijas;  pero  le  habló  por  ellas  uno  de  sus  parciales,  y, 
después  de  algunas  dificultades,  no  desoyó  su  consejo,  y  las  libró  de  las 
manos  de  su  fatal  destino.»  Y  en  el  manuscrito  de  Aben  al  Abbar  se  lee; 
«Quisieron  (los  cristianos  y  los  musulmanes)  que  se  librase  á  los  esclaros  y  á 
los  hijos,  y  lo  consiguieron  después  de  gran  resistencia.» 


—  $62  — 

Batta,  uno  de  los  pueblos  situados  en  los  alrededores 
de  Valencia  (i).  ¿No  podría  suponerse  (2)  que  este 
escritor  es  el  autor  del  relato  traducido  en  la  Crónica? 
Admitido  esto  (3),  naturalmente  se  explicaría  por  qué 
este  relato  se  interrumpe  tan  bruscamente  y  por  qué 
no  se  hace  mención  en  él  del  suplicio  de  Aben 
Gehaf»  (4).  Quedamos  igualmente  convencidos  de 
las  dos  consecuencias  que  deduce  Dozy,  del  género 
de  muerte  aplicado  al  cadi  según  algunos  autores 
árabes,  y  de  quién  fuera  aquel  á  quien  copió  Alfonso 
el  Sabio:  es  decir,  que  no  lo  estamos,  porque  no  pode- 
mos, ni  de  lo  uno  ni  de  lo  otro. 

Tampoco  fueron  los  tesoros  de  Yahya  la  causa  del 
fin  trágico  del  cadi.  La  General  asegura  que  antes  de 


(1)  Examinado  el  índice  de  pueblos,  alquerías  y  aldeas  enclavados  en  la 
jurisdicción  de  Valencia  (publicado  en  El  Archivo,  III,  74-98),  no  aparece 
'Batta  ú  otro  nombre  que  se  le  parezca.  Malo  de  Molina  piensa  si  será  <B¿tera% 
inmediato  á  Liria.  Y  dice  que  ad  Dhabbí,  en  su  Diccionario  "biográfico,  escrito 
át  fines  del  siglo  XII,  trae  un  artículo  concebido  en  estos  términos:  «Ajraet  ben 
G'Abd  el  Ualí  al  Battí  Abu  D'yagfar,  nombrado  así  de  Batta,  uno  de  los 
pueblos  de  la  comarca  de  Valencia;  caátib,  poeta  y  hombre  de  gran  inteli- 
gencia, fué  quemado  por  el  Cambitor  ¡maldígalo  Dios!,  cuando  se  apoderó 
de  Valencia:  sucedió  la  quema  en  el  año  488.  Habla  de  él  ar  Rischathí  en  su 
libro».— En  el  'Diccionario  biográfico  de  los  gramáticos  y  lexicógrafos,  por  as 
Soiutí,  se  encuentra  el  artículo  siguiente:  cAjmed  ben  G'Abd  el  Ualí,  el 
Balensí  el  Battí,  Abu  D'yagfar:  Dice  G'Abd  el  Mélic  que  había  estudiado  las 
bellas  letras,  y  escrito  libros  de  gramática,  y  un  diccionario  y  poesías;  que  era 
caátib  y  poeta,  y  que  fué  secretario  de  algunos  watsires;  y  que  le  quemó  el 
Cambitor  ¡maldígalo  Dios!  luego  que  se  apoderó  de  Valencia  en  el  año  88, 
y  hay  quien  dice  que  en  el  90  (Malo  de  Molina,  %odrigo  el  Campeador,  III, 
nota).» 

.  (2)    Caben  hipótesis  hasta  de  lo  más  absurdo. 
(3)    Aunqne  sea  con  fundamento  tan  deleznable  como  el  presente. 

:  (4)  Sí  se  hace  mención,  mas  no  de  que  fuese  quemado,  sí  de  que  faé 
apedreado  y  con  arreglo  á  la  ley  de  los  moros,  que  Rodrigo  había  de  respetar 
según  la  capitulación  para  la  entrega  de  la  ciudad. 


+  -  3<3  ~ 

la  muerte  de  al  Cádir  fueron  trasladados  al  castillo 
Benaeeab,  Castillo  del  Águila  (i),  y  luego  la  Historia 
Leonesa  confirma  que  fueron  encontrados  en  dicho 
castillo,  ó  de  Olocáu  (2).  ¿Cómo  esta  circunstancia,  no 
ignorada  del  Cid,  pudo  servir  de  pretexto  para  la 
muerte  de  Aben  Gehaf? 

Que  los  tesoros  públicos  obraban  en  poder  del 
cadi,  está  confirmado  por  la  General,  por  Casiri  y  los 
otros  autores  de  que  va  hecha  mención.  ¿Pudo  el  cadi 
ser  castigado  como  defraudador  de  los  caudales  públi- 
cos? Sí;  pero  su  muerte  obedeció  al  crimen  de  regi- 
cidio, que  en  ninguna  nación  ha  dejado  de  tener  su 
castigo,  y  las  circunstancias  agravantes  del  asesinato 
del  emir  de  Valencia  y  la  participación  muy  directa 
que  en  él  tuvo  el  que  en  primer  término  venia  obli- 
gado á  amparar  y  defender  al  primer  magistrado  de  la 
nación,  merecían  un  castigo  ejemplar. 

Ya  expiado  el  asesinato  de.  Yahya  con  el  castigo 
impuesto  á  los  que  causaron  su  muerte,  Rodrigo 
mandó  que  al  día  siguiente  acudiesen  ante  él  los 
moros  de  Valencia  para  establecer  definitivamente  las 
relaciones  que  entre  señor  y  vasallos  habían  de  mediar. 
Ya  reunidos  en  el  alcázar  y  en  .torno  del  Cid,  que 
ocupaba  un  estrado,  les  habló  así: 

«Ornes  buenos  de  la  aljama  de  Valencia:  vos  sabedes  quinto 
yo  serví  é  ayudé  al  rey  de  Valencia,  é  quánto  lazerio  pasé  en 


(1)  Fol.  524  v,  . 

(2)  «Cepit  Rodericus  castrum  qui  dicitar  Olokabet,  in  qus  quidem  mul- 
tum  thesaurnm  qui  fuit  regis  al  Cádir  invenir,  quem  cnm  suis  bona  fidé 
divisit.»  v 


—  3*4  ~ 
ganarla.  E  agora,  quando  Dios  tovo  por  bien  que  yo  fuesse  señor 
della,  quiérola  para  mí  é  para  aquellos  que  me  la  ayudaron  á 
ganar,  salvo  el  señorío  de  mío  señor,  el  rey  don  Alonso.  E  vos 
todos  en  mío  poder  sodes,  para  fazer  de  vos  lo  que  quisiere  é  por 
bien  toviere!  e  podríe  vos  tomar  quanto  en  el  mundo  avedes,  é 
los  cuerpos,  é  las  mujeres,  é  los  fijos;  mas  yo  non  quiero  así,  é 
tengo  por  bien  é  mando  que  los  ornes  honrrados  de  vos  que 
fuestes  siempre  leales,  que  moredes  en  Valencia  en  las  vuestras 
casas  con  las  vuestras  compañas;  ¿  que  ninguno  de  vos  non 
tenga  más  de  una  bestia,  e  que  sea  muía,  é  un  orne  que  vos 
sierva;  e  que  non  usedes  de  armas  nin  las  tengades,  sinón  quando 
fuere  menester  £yo  mandare.  E  toda  la  otra  gente,  que  me  vazie- 
des  de  la  cibdad;  e  que  moredes  fuera  en  el  Alcudia,  onde  yo 
solía  estar.  E  que  ayades  vuestras  mezquitas  en  Valencia  ¿  fuera 
en  el  Alcudia;  e  que  ayades  vuestros  alfaquíes;  e  que  usedes  de 
vuestra  ley;  é  que  ayades  vuestro  alcayde  ¿  vuestro  alguazil,  e 
asi  los  he  puestos;  e  que  ayades  vuestras  heredades;  é  que  me 
dedes  á  mi  el  señorío  de  todas  las  rentas;  é  la  justizia  que  sea 
mía;  ¿  yo,  que  me  mande  fazer  mi  moneda.  E  los  que  quisieren 
fincar  comigo  en  este  señorío,  fincad;  é  los  que  non  quisiéredes 
fincar,  yd  en  buena  ventura  con  los  cuerpos  solamente,  é  yo  vos 
mandaré  poner  en  salvo. » 

Cuando  los  moros  oyeron  estas  razones  quedaron 
muy  tristes  y  abatidos;  mas  no  tuvieron  otro  remedio 
que  el  de  acomodarse  á  las  circunstancias.  Al  momento 
comenzaron  á  salir  de  la  ciudad  todos  aquellos  que  no 
reunían  las  condiciones  señaladas  para  poder  perma- 
necer en  ella.  A  medida  que  desalojaban  sus  moradas, 
ocupábanlas  los  cristianos  que  hasta  entonces  vivían 
en  Alcudia.  Dicese  que  fueron  tantos  los  moros  salidos 
de  Valencia,  que  estuvieron  dos  días  desfilando  por 
sus  puertas.  El  Cid  y  los  suyos  celebraron  con  de- 
mostraciones de  gozo  este  acontecimiento.  «E  duró 
assí  esto  bien  dos  meses»,  dice  la  General.  Y  añade: 


-3*5  - 
«E   de  allí  adelante  fué  llamado   el  Cid,  mío  Cid 
Campeador,  señor  de  Valencia,» 

Desde  ese  momento  comenzó  Rodrigo  á  ser  llama- 
do Gid,  que  es  el  Seid,  ó  Qeid,  equivalente  á  Señor, 
tratamiento  que  se  le  dio  por  los  valencianos  al  ser 
subditos  suyos. 

El  titulo  de  Campeador,  ó  Campidoctus,  según  la 
Historia  Leonesa,  le  tuvo  desde  los  primeros  tiempos 
conocidos  de  su  vida  política.  En  documentos  anti- 
guos se  escribe  Campidátor  y  Campeiador.  Los  árabes 
le  llamaron  también  Canbithor,  efecto  de  la  Índole 
especial  de  su  alfabeto.  El  estudio  más  acabado  acerca 
de  la  significación  y  etimología  de  dicha  palabra  es 
debido  á  Dozy.  «Inútil  es  decir,  escribe,  que  Campea- 
dor nada  tiene  que  ver  con  la  palabra  latina  campus, 
pues  se  deriva  de  la  teutónica  champf,  que  responde  á 
las  voces  duellum  y  pugna;  el  verbo  kampjan  corres- 
ponde á  praliari,  y  el  sustantivo  karnfo  ó  kamfjo,  á  las 
palabras  gladiador,  atleta,  tiro,  púgil,  pugilldtor,  agonista, 
vendtor,  miles,  encontrándose  estos  términos  en  los 
más  antiguos  documentos  de  la  lengua  alemana»  (i). 
El  título  de  Campeador  cuadra  con  Rodrigo,  puesto 
que  ejercitó  su  brazo  en  defensa  de  la  Religión,  de  la 
Patria  y  del  Re^  (2). 


(1)  Investigaciones,  «Las  fuentes»  III. 

(2)  Malo  de  Molina,  Rodrigo  el  Campeador,  I. 


CAPÍTULO  IX 

El  Gd 
(10B5-1099) 

(Cmclmió*). 

Den  Jerónimo  en  Valencia:  purificación  de  melquitas  7  consajTacion  de  ellaa  ■■  eolio  católico.— 
Venid.  de  duna  J hueñi.— Conouiíu  de  loj  caiiilloi  Oloeiu  y  Serré. — Alian»  de  Pedro  I  d* 
Aragón  y  el  CU.— SntMtntU  rn  Burriana.— Eipedición  4  Benicedell  y  batalla  de  Barren.— Con- 
quiíu  de  Almenara  y  rendición,  da  llurrledro.— Cilebje  domínenlo  de  doución  i  ti  utedral  y 
obitpo  de  Valencia:  Plcaieni,  Alcuicia,  el  Pnlg,  Farnalt,  Almcn.rn  y  Burriana.— Derrota  de  Airar 
Fáfiei  en  Ceenea,  y  de  un  cuerpo  de  ejereito  del  Cid  en  Aid  r..— Mu™  del  Cid. -Fecha  de  1. 
míenla. — Injusticia  cao  fue  >e  le  ha  tratado  por  bilioriadoreí  citranjeroi:  Víanlo!  y  Doiy.— 
Proee»  de  bíilificadim  del  Gd  y  Felipe  II.— VlndieuiAa.— El  Cid  de  le  realidad.- Valencia  debe 


se  dijo  que  el  obispo  don  Jerónimo  y  los 
cristianos  que  con  él  estaban  en  Valencia 
«viendo  el  emir  Yahya  al  Cádir,  la  aban- 
donaron cuando  los  almorávides  se  aproximaban  á 
dicha  ciudad  (i).  Á  ella  volvió  el  prelado  cuando  supo 
que  el  Cid  era  señor  de  la  misma.  Rodrigo  fué  á 
visitarle  lleno  de  alegría.  Convinieron  en  que  al  dia 
siguiente  las  mezquitas  serian  purificadas  y  converti- 
das en  iglesias.  Que  las  iglesias  fuesen  nueve,  como 
asegura  la  General,  ó  que  fuesen  más  ó  menos,  no  lo 
disputaremos;  pero  iglesias  hablan  de  tener  los  cris- 
tianos. El  Cid  las  dotó,  é,  igualmente,  señaló  rentas  al 
obispo  y  á  los  clérigos.  Dicese  que  la  principal  de  las 

(i)     CtÓh.,  f,  333  V. 


—  3*7  — 

iglesias  fué  dedicada  á  San  Pedro.  Claro  es  que  en  la 
escritura  de  dotación  que  luego  se  verá  se  nombra  al 
principe  de  los  Apóstoles;  pero,  según  en  ella  se  dice, 
la  consagración  de  la  iglesia  lo  fué  á  la  Bienaventurada 
siempre  Virgen  María,  y  no  enseguida,  sino  después 
de  ganado  Murviedro  (i). 

También  vemos  en  Valencia  á  doña  Jimena  muerto 
su  marido.  Cuándo  llegó,  con  sus  dos  hijas,  la  Gene- 
ral lo  refiere.  Se  hallaban  en  el  monasterio  de  San 
Pedro  de  Cárdena,  y  Rodrigo  fenvió  á  Alvar  Fáñez 
Minaya  y  á  Martín  Antolínez,  de  Burgos,  para  que, 
con  licencia  de  Alfonso  VI,  ellas  viniesen  acompaña- 
das de  dichos  caudillos.  Encontraron  en  Palencia  al 
rey  de  Castilla,  y,  entre  otras  razones,  habláronle  éstas: 
«Señor,  después  que  de  Vos  se  partió  el  Cid  la  pos- 
trimera vez,  rompió  tres  faciendas  capdales  que  ovo 
con  moros,  é  ganó  estos  castiellos:  Xérica,  Onda  é 
Peña  Cadiella;  e,  con  éstos,  la  nobre  cibdad  de  Valen- 
cia; é  hala  fecha  obispado;  é  de  las  ganancias  que  él 
fizo,  embíavos  $ien  cavallos,  como  á  su  señor  natural.» 
Alfonso  correspondió  á  la  fineza  del  Cid  consintiendo 
la  marcha  á  doña  Jimena  y  á  sus  hijas,  y  ordenando 
que  se  las  honrase  y  custodiase  mientras  cruzaran 
tierra  de  Castilla.  Y  dijo:  «Entrególe  yo  á  Valencia  é 
todo  lo  al  que  fasta  oy  ha  ganado;  e  lo  que  de  aquí 
adelante  ganare,  que  se  llame  dello  señor,  e  que  á  otro, 
señorío  non  faga,  sinón  á  mí,  que  só  su  señor  natu- 
ral» (2).  Doña  Jimena  fué  recibida  en  Valencia  por  su 


(1)  Crán.,  f.  338. 

(2)  Crón.,  1.  c. 


—  368  — 

marido  y  por  el  obispo  don  Jerónimo,  con  gran  alegría 
de  moros  y  de  cristianos  (i).  Lo  más  regular  es  que 
doña  Jimena  acudiera  á  Valencia  así  que  Alfonso  VI 
le  dio  libertad  para  volver  á  la  compañía  de  Ro- 
drigo (2). 

Sosegado  el  Cid  con  la  posesión  y  arreglo  de 
Valencia,  llevó  sus  armas  á  los  dominios  de  Abu 
Merwán  Abdelmélic  II  Hosamo-d-Daulah,  señor  de 
Albarracin.  El  castillo  de  Olocáu  (Olokábet),  al  nor- 
deste de  Liria,  fué  el  primero  en  ser  combatido,  y  allí 
encontró  un  gran  tesoro,  el  que  fué  del  rey  al  Cádir,  y 
le  repartió  con  equidad  entre  los  suyos.  Corrióse  por 
la  misma  cordillera  hacia  levante,  y  rindió  el  castillo 
de  Serra,  al  norte  y  á  poca  distancia  de  Naquera,  en 
la  hoy  denominada  sierra  de  Portacoeli.  Ambos  casti- 
llos eran  como  las  llaves  de  Murviedro,  cuya  posesión 
ambicionaba  al  Cid  (3). 

En  este  mismo  año,  1096,  murió  Sancho  Ramírez, 
rey  de  Aragón  de  buena  memoria,  que  vivió  cincuenta 
y  dos  años  y  fué  sepultado  en  el  monasterio  de  San 
Juan  de  la  Peña.  Después  fué  elevado  al  trono  su  hijo 
Pedro  L  Desde  1094  combatía  á  Huesca  el  rey  Sancho. 
En  una  salida  que  hicieron  los  sitiados,  no  sólo  des- 
truyeron las  máquinas  de  los  cristianos,  sino  que  el 
mismo  monarca  fué  herido  de  una  saeta.  Antes  de 
morir  exigió  á  sus  hijos  que  no  abandonarían  el  sitio 


(1)  Crónica  del  Cid,  CCXVII. 

(2)  Hist.  Leonesa. 

(3)  Hist.  Leonesa. — También  en  la  General  (fol.  324)  se  lee:  *E  embiaron 
otrosí  (Yahya  y  sus  consejeros)  otras  muchas  cargas  (de  riquezas)  á  un  cas* 
tiello  que  dizen  'Benaecab,  que  quiere  decir  el  Castielh  del  Águila.» 


—  3*9  — 
hasta  que  la  ciudad  cayera  en  sus  manos.  Áhmed  al 
Mostahín  ben  Yúsuf,  emir  de  Zaragoza,  á  quien  perte- 
necía Huesca,  al  ver  el  apuro  en  que  se  hallaban  los 
muslimes,  salió  de  la  ciudad,  y  para  obligar  á  los  cris- 
tianos á  que  alzasen  el  cerco,  allegó  muchas  gentes  y 
pidió  auxilio  á  los  emires  de  Albarracin  y  de  Játiba  y 
Denia.  Esto  prueba  que  á  Solimán  ben  al  Mondhir 
aún  quedaban  estados  en  la  Peninsula.  También  pidió 
Mostahín  refuerzos  á  Alfonso  VI,  y  el  rey  de  Castilla 
le  envió  un  cuerpo  de  tropas  al  mando  de  Garda 
Ordóñez,  conde  de  Nájera.'Los  cristianos  salieron  al 
encuentro  del  ejército  de  los  aliados,  y  alcanzaron 
sobre  él  en  Alcoraz  un  señalado  triunfo  el  1 8  de 
noviembre  de  1096.  Ocho  días  después,  el  día  25, 
martes,  Huesca  se  entregó  á  Pedro  I  (1), 

Reunidos  los  principales  nobles  de  Aragón,  dijeron 
al  rey:  «ínclito  monarca,  unánimes  te  suplicamos  que 
te  dignes  oir  nuestro  consejo:  es  á  saber,  creemos  ha 
de  serte  útil  y  de  provecho  que  tengas  paz  y  amistad 
con  Rodrigo  el  Campeador;  y  de  acuerdo  con. nuestro 
consejo  está,  indudablemente,  la  opinión  general.» 
Agradó  sobremanera  al  rey  la  petición,  y  envió  al  Cid 
embajadores  pidiéndole  la  alianza.  Dijeron  á  Rodrigo: 
«Nos  envía  á  ti  nuestro  señor  el  rey  de  Aragón,  para 
que  te  unas  con  él  y  establezcas  con  el  mismo  paz  y 
amistad  perpetua;  para  que  estéis  unidos  contra  vues- 
tros enemigos  y  contra  cualquiera  de  ellos.»  También 
á  Rodrigo  pareció  bien  lo  de  la  alianza,  y  manifestó 
que  asi  se  haría. 

(1)    Dozy,  investigaciones,  t.   2.0,  V.— Conde,  III,  lü.—Hist.  Leonesa.— 
Chabis,  Historia  de  Denia,  P.  2.«,  VI. 

47 


—  37o  — 

Sentados  estos  preliminares,  Pedro  I  bajó  al  cas- 
tillo de  Montornés,  en  la  costa  del  Mediterráneo  y 
próximo  á  Castellón  de  la  Plana.  De  la  importancia 
que  dicho  castillo  tenia  en  1364  es  testimonio  el  uso 
que  de  él  hizo  contra  Pedro  I  de  Castilla  Pedro  IV  de 
Aragón,  utilizándole,  en  combinación  con  el  cimborio 
de  la  catedral  de  Valencia,  para  anunciar  los  movi- 
mientos de  la  poderosa  armada  castellana  (1).  Pedro  I 
de  Aragón  continuó  la  marcha  hasta  Burriana,  punto 
en  el  cual  se  encontró  con  el  Cid,  que  desde  Valencia 
habla  salido  á  esperarle:  Allí  pactaron,  con  ánimo 
bueno  v  sincero,  ayudarse  mutuamente  contra  todos 

mi  *  «r  • 

sus  enemigos.  Pedro  I  volvió  á  su  tierra,  y  Rodrigo,  á 
Valencia.  Con  arreglo  á  este  convenio,  á  mediados 
de  1097  vino  el  de  Aragón  con  su  ejército  á  Valencia 
para  auxiliar  contra  los  almorávides  al  Cid,  y  fué  reci- 
bido por  el  invicto  burgalés  con  las  mayores  honras. 
Reunidas  las  huestes  aragonesa  y  castellana,  sus  intré- 
pidos caudillos  tomaron  el  camino  del  castillo  de 
Benicadell  al  objeto  de  dejarle  bien  abastecido.  La 
importancia  que  en  aquellos  tiempos  le  concedió  el 
Cid  y  la  que  dos  siglos  y  medio  después  le  daba  el 
Conquistador,  prueban  que  aquella  fortaleza  no  era 
despreciable. 

Pero  ¿dónde  estuvo  situado  el  castillo  de  Beni- 
cadell? Malo  de  Molina  y  Dozy,  engañados  con  una 
orientación  que  no  es  la  rigorosamente  científica,  le 
colocan  entre  Játiba  y  Cullera,  dando  lugar  á  con- 
fusas ideas  la  lectura  de  la  Historia  Leonesa.  Chabret 


(1)     HisU  de  Cullera,  XVI. 


-371- 
está  más  acertado  al  fijar  su  situación  entre  Játiba  y 
Cocentaina.  Nadie  como  el  inteligente  arabista  y  docto 
catedrático  de  la  universidad  de  Zaragoza  don  Julián 
Ribera  ha  precisado  el  punto  en  que  se  alzó  la  célebre 
fortaleza.  Justo  es,  pues,  que  transcribamos  sus  pala- 
bras sobre  tan  interesante  materia. 

«En  los  límites  meridionales  de  la  provincia  de  Valencia  y 
separando  los  hermosos  valles  de  Albaida  y  Cocentaina  alza 
erguido  sa  cima  el  picacho  de  Benicadeli.  Su  altiva  cumbre 
domina  orgullosa  los  montes  vecinos,  que  no  le  ocultan  las 
llanuras  valencianas  hasta  la  misma  capital.  Notable  como  es  por 
su  altura  y  buena  posición,  frescos  manantiales  y  hermosas 
vistas,  tiene  para  mi  el  mayor,  atractivo  en  los  venerandos  recuer- 
dos que  ofrece  de  tiempos  pasados.  Sqs  más  gloriosos  timbres, 
sin  embargo,  han  permanecido  desconocidos  ú  olvidados. 

» Sábese  que  Ruy  Díaz  de  Vivar,  vuelto  de  una  excursión  por 
Andalucía,  reedificó  un  castillo  que  los  moros  habían  destruido 
hasta  sus  cimientos,  rodeándole  de  muros  y  baluartes  hasta  con- 
vertirle en  vasta  é  inexpugnable  fortificación  que  habitó  por 
bastante  tiempo.  De  allí  salía  en  constantes  algaras  y  excursiones 
atrevidas,  para  volver  cargado  del  botín  que  pillaba  en  las  comar- 
cas vecinas,  teniendo  en  continuo  sobresalto  y  amenaza  á  los  de 
Játiba  y  Cultera.  Llamábase  de  Pinnacatel  ó  Peña  Cadiella  (i). 

»Los  historiadores,  como  leían  en  la  Crónica  Latina,  que  de 
este  castillo  se  iba  á  Bairén  (2),  en  dirección  al  mediodía,  versas 
meridiem,  cayeron  en  la  cuenta  de  que  debía  hallarse  en  las  riberas 
del  Júcar.  Malo  de  Molina,  que  pasa  como  autoridad  en  esta 
materia,  al  hablar  sobre  este  punto  se  expresa  así:  clnduda ble- 
mente  deberla  encontrarse  muy  cerca  del  Júcar,  entre  Játiba  y 
Valencia,  ya  porque  asi  lo  exige  que  estuviera  el  camino  que  el 
Cid  hizo  desde  Úbeda  para  ocuparlo  antes  de  llegar  á  Valen  - 


(1)    Debía  ser  esto  en  1092,  antes  de  conquistar  el  Cid  4  Valencia  y,  seguramente,  coa  inimo  d  c~ 
hacer  de  Pinnacatel  el  centro  de  sus  operaciones, 
(a)    Castillo  al  lado  de  Gandia. 


—  37*  — 

cía  (i),  ya  también  por  lo  que  se  lee  en  los  versos  1157  y  1174 
del  «Poema»;  y  confiesa  que  la  fortaleza  «desapareció  y  no  dejó 
rastro  ni  aun  de  la  posición  que  ocupaba»  (2). 

»A1  pronto  juzgué  falaz  la  semejanza  exterior  de  los  nombres 
Pinnacatel  y  Benicadell,  creyendo  imposible  tan  grande  error 
geográfico;  pero  al  fin  me  convencí,  yendo  en  averiguación  de  la 
cosa,  de  que  no  sólo  había  similitud  en  los  sonidos,  sino  también 
identidad  en  el  objeto.  Los  mismos  textos  meló  probaban: 

Daban  sus  corredores  ¿  íacien  las  trasnochadas. 
Legan  i  Guyera  é  legan  á  Xativaí 
Aun  más  ayuso,  k  Deina  la  casa. 
Cabo  del  mar,  tierra  de  moros  firme  la  quebranta. 
Ganaron  Peña  Cadiella,  las  exidas  ¿  las  entradas. 

»¿Cómo  puede  buenamente  suponerse  que  el  castillo  viniese 
á  estar  entre  Játiba  y  Valencia,  si  las  palabras  aun  más  ayuso  (de 
Játiba,  lo  contradicen?  Sin  embargo,  no  hubiese  hecho  caso  de 
la  indicación  del  Poema,  si  no  hubiese  encontrado  un  clarísimo 
texto  de  la  Crónica  Leonesa,  casi  itinerario 

»Ella  nos  cuenta  que  don  Pedro  I  de  Aragón,  para  auxiliar  i 
su  amigo  Rodrigo,  vino  á  Valencia,  en  donde  se  unieron  los 
ejércitos  de  ambos.  Al  dirigirse  hacia  Pinnacatel  yípasar  por  las 
cercanías  de  Játiba,  Mahómet,  sobrino  del  rey  Yúsuf,  salióles 
con  innumerable  ejército  en  ademán  de  pelear;  pero,  felizmente» 
aquel  día  no  quisieron  trabar  batalla,  contentándose  con  gritar  y 
alborotar  desde  las  montañas  vecinas  durante  todo  el  día.  Apro- 
vechándose de  esta  actitud  don  Pedro  y  el  Campeador,  escogieron 
el  botín  que  á  mano  se  les  presentaba  y  ganaron  atrevidamente 
el  camino  del  castillo  cuyo  amparo  iban  á  buscar. 

*Y  me  parece  indudable  que  si  Pinnacatel  se  encontrase  á 
cuatro  leguas  antes  de  llegar  á  Játiba,  como  suponen,  no  se 
hubieran  encontrado  en  las  inmediaciones  de  esta  ciudad  yendo 
en  dirección  á  aquel  castillo,  ni  se  hubiese  celebrado  su  valor 
por  haber  logrado  entrar  en  él  ejército  y  botín.  El  encuentro  no 

(1 )    Como  ti  entre  esa»  dos  ciudades  no  mediase  más  que  el  Jocar, 
(a)    D017  acepta  la  conjetura  de  Malo. 


—  373  — 

sólo  es  regalar,  sino  hasta  necesario,  para  llegar  i  la  sierra  de 
Benicadell,  donde  tengo  por  seguro  que  reedificó  el  Cid  sn 
fortaleza . 

«Dos  únicos  caminos  hubiese  podido  tomar  que  conducen  de 
las  llanuras  valencianas  á  estos  sitios:  el  de  Játiba  y  el  de  Gandia 
por  Callera, 

Cuando  el  Cid  Campeador  ovo  Peña  Cadiella, 
Males  pesa  en  Xativa  fc  dentro  en  Guyera. 

Y  estas  son 

las  exidas  é  las  entradas 

que  con  feliz  expresión  recuerda  el  Poema. 

iEI  Cid  debió  probar  fortuna  por  la  más  importante,  y  atre- 
vidamente se  dirigió  por  Játiba  para  tomar  posiciones  que  le 
aseguraran  la  vuelta  al  llano;  y,  al  ver  que  las  tenian  ocupadas 
los  almorávides,  no  fué  pequeña  la  hazaña  que  llevó  á  feliz 
término  atravesando  los  desfiladeros  que  conducen  al  valle  de 
Albaida  y,  por  consiguiente,  á  Benicadell.  Una  vez  allí,  debió 
apresurarse  á  ocupar  la  otra  salida,  la  de  Gandia;  pero,  compren- 
diendo los*  almorávides  que  poco  habían  de  lograr  si,  al  guare- 
cerse aquél  en  su  nido  de  águilas  metido  entre  los  montes, 
adonde  aún  hoy  sólo  estrechas  sendas  conducen,  le  dejaban  libre 
y  fácil  acceso  á  las  llanuras,  fueron  á  darle  la  batalla  en  los 
alrededores  del  castillo  de  Bairén  é  impedirle  que  estuviese  sobre 
Valencia. 

aOtros  pasajes  hay  en  las  crónicas  que  se  refieren  á  tiempos 
anteriores  á  los  que  nos  ocupan,  que  señalan  claramente  su 
afición  á  estos  lagares: 

cEn  pos  desto  fué  el  Cid  guerrear  al  señor  de  Denia  é  de 
Xátiva:  é  tovo  y  el  invierno  cerca  de  Denia  é  de  Xátiva:  é 
embiava  cada  día  sus  algaras  á  correr  tierra;  é  fizóles  mucho 
mal  é  machos  quebrantos,  de  guisa  que  dende  Origüela  fasta  en 
Xátiva,  non  fincó  pared  en  fiesta  de  puebra  ninguna,  que  todo 
non  lo  astragó;  é  tenia  muy  gran  robo  ayuntado  de  cativos  é  de 
vacas,  etc.»  (i). 


(i)    Creo.  Gnu.,  f.  321  t. 


—  374  — 

»Puhto  central  entre  Denia,  Játiba  y  Orihuelá  es  nuestro 
Benicadell. 

iPero  hay  en  el  citado  texto  latino  una  afirmación  que  con- 
tradice gravemente  mi  conjetura,  si  han  de  entenderse  material- 
mente y  en  su  acepción  común  las  palabras  Egredientes  indc  ver  sus 
merldüm,  ad  marítima  loca,  páriter  descender  untt  et  contra  cBéyrem 
castra  sua  fixerunt  (i).  Pero,  teniendo  eñ  cuenta  que  las  crónicas 
en  esta  parte  siguieron  la  escrita  por  Aben  Alcama  (2),  que  se 
supone  traducido  por  Alfonso  el  Sabio,  pude  fácilmente  resolver 
la  dificultad  que  ha  hecho  tropezar  á  nuestros  historiadores. 

i>Los  árabes,  en  nuestro  país,  y  especialmente  en  el  reino  de 
Valencia,  estaban  equivocados  en  la  orientación,  hasta  punto  tal, 
que  parece  inverosímil.  Benallabbar,  historiador  muy  ilustrado 
y  discreto,  que  no  solía  creer  de  ligero  cualquier  viento  de  pala- 
bras y  gustaba  de  cerciorarse  personalmente,  en  lo  que  podía,  de 
la  verdad  de  las  cosas,  al  nombrar  á  Paterna,  pueblo  inmediato 
á  Valencia,  imposible  que  dejase  de  saber  dónde  se  hallaba,  dice 
que  está  al  oriente  de  la  ciudad  (3),  cuando,  en  realidad,  está 
al  N.  O.  De  igual  conformidad  declara  de  Silla  y  Culi  era,  que 
se  encuentran  al  occidente  (4),  cuando  están  al  mediodía,  la 
última  con  inclinación  á  oriente.  Este  error  no  puede  ser  juzgado 
como  exclusivo  de  persona  tan  sabia,  y  sí  inducido  por  las 
especiales  ideas  geográficas  de  aquel  tiempo.  En  el  apreciable 
geógrafo  Edrisí  aparece  la  misma  desviación:  Bocairente  supone 
que  está  el  ocaso  de  Játiba,  y  se  encuentra  hacia  el  sud;  Valencia, 
para  él,  se  halla  al  poniente  de  Murviedro.  Y  aun  hoy  día  los 
marinos  de  las  playas  valencianas,  habiéndolo  recibido  de  los 
árabes,  que  nos  dejaron  la  palabra,  señalan  e)  vent  agarbí  en 
dirección  S.  E. 

»Sin  duda  alguna,  al  decir  versus  meridiem,  no  significaron 
otra  dirección  que  la  correspondiente  á  la  dicción  quiblí:  y, 


(1)  Saliendo  de  allí  hacia  ti  sud,  hacia  la  cosu,  bijaroa  juntos  y  sentaron  sus  reales  Trente  á 
Bairen. 

(2)  Crónica  de  la  conquista  de  Valeacia  por  el  Cid.  Algunos  fragmentos  pasaron  traducidos  4  la 
Crónica  General  en  su  4.a  parte. 

(3)  Bi-xa»qui  Valensia. 
(a)     Bi-garbi  Valensia. 


—  375  — 

entendiéndolo  de  esta  manera,  viene  exactamente  i  coincidir  con 
el  punto  fijado;  dejando  sin  contradicción  los  textos  que  vienen 
á  esclarecer  la  materia.  Para  que  no  quedase  duda  alguna  en  este 
asunto,  nos  recuerda  Benallabbar  el  pueblo  de  Rugat,  indicando 
su  posición  geográfica  al  mediodía  del  tosal  ó  cabero  (i),  en  la 
misma  dirección  en  que  se  halla  el  camino  de  Bairén. 

^Colocado  en  Benicadell  el  Cid,  estaba  en  sitio  por  demás 
estratégico  para  la  Índole  de  sus  hazañas,  y,  cual  otro  Ornar  ben 
Hafsún,  amenaza  seriamente  la  dominación  musulmana  desde  su 
fuerte  é  inexpugnable  castillo 

* ¿Cómo  ha  venido  á  convertirse  en  el  moderno  Benica- 
dell el  Peñacadiel  de  don  Jaime,  que  en  Berganza  se  llama  Teña 
Cadiellay  lo  mismo  que  en  las  Crónicas  y  en  el  Poema  del  Cid, 
y  que  la  Crónica  Leonesa  apellida  Pinnacatel?  Toda  la  dificultad 
está  en  la  primera  parte  del  nombre,  que  es  la  que  ha  mudado. 
Pues  bien:  cerca  de  Benicadell  está  Penáguila;  y  de  esta  pobla- 
ción y  castillo  hallamos  (2),  que  al  tiempo  de  la  reconquista  se 
le  llama,  unas  veces,  Tennáguila  y,  otras,  licniaguila.  La  misma 
razón  hay  para  que  Pennacatdl  se  convierta  en  benicadell. 

*>¿Qué  es  en  la  actualidad  de  castillo  de  tan  sólidas  construc- 
ciones, recuerdo  de  nuestro  más  insigne  guerrero?  ¡Ah!  si  fuéra- 
mos á  buscar  por  las  orillas  del  Jilear,  seguramente  diríamos: 
«desapareció  sin  dejar  rastro  de  la  posición  que  ocupaba»;  pero 
allá  en  las  faldas  del  Tosal  de  mich-dia  (3),  en  la  umbría  de  Beni- 
cadell, no  lejos  de  Beniatjar,  Otos  y  Carneóla,  aún  se  guardan 
las  derruidas  murallas  de  argamasa  granítica,  secos  algibes  y  des- 
hechos baluartes  del  fuerte  de  la  Carbonera  (4),  que  promete 
completa  ruina  dentro  de  poco,  si  no  paran  de  cultivar  y  destruir 
lo  poquísimo  que  queda (5). 


(z)    QoibU  si  fách.  Al  mediodía  del  picacho  de  Benicadell. 
(a)     Repartimiento  de  Valencia,  p.  J46. 

(3)  Como  te  le  conoce  en  el  valle  de  Albaida. 

(4)  Ya  se  llamaba  asi  al  tiempo  de  la  Reconquista. 

(5)  El  Archivo,  I,  97-10*.— A  continuación  de  lo  que  va  copiado,  se' lee:  «Á  últimos  del  siglo 
pasado,  ó  principios  del  presente,  existía  aun  un  baluarte  ú  obra  avanzada  de  dicho  castillo  en  una 
pequeña  eminencia  que  domina  A  Beniatjar,  cuyas  obras  fueron  arrancadas  por  el  ptoaarador  del 
duque  de  Villa-hermosa,  señor  del  pueblo,  para  emplazar  allí  el  calvario»  que  aún  existe.  Personas 
andanas  del  mismo  aseguran  que  hsbia  en  dicho  punto  fosos  subterráneos,  algibes  y  otras  obras.  En 


—  376  — 

Hecha  esta  digresión,  que  disipa  errores  patroci- 
nados por  autores  que  gozan  de  subida  y  merecida 
fama,  reanudemos  el  hilo  de  la  interrumpida  relación 
histórica.  Desde  Valencia  tomaron  el  camino  de  Játiba 
los  cristianos,  y  cruzaron,  en  dirección  siempre  al 
mediodía,  aquellos  desfiladeros,  sin  que  Muhámad, 
sobrino  de  Yúsuf  ben  Texufín,  que  capitaneaba  30.000 
soldados,  les  disputara  el  paso,  contentándose  los 
mahometanos  con  lanzar  desde  los  montes,  terribles  y 
continuos  aullidos.  Impertérritos  Pedro  y  el  Cid, 
llegaron  á  Benicadell,  y  en  su  castillo  dejaron  abun- 
dantes provisiones.  Debieron  los  africanos  dejar  á  los 
cruzados  libre  el  paso,  creyendo  asi  dejarlos  imposibi- 
litados, encerrados  en  aquel  laberinto  de  sierras,  de 
franquear  el  paso  hacia  Valencia  (1).  Provisto  ya  de 


este  panto  habla  un  lienzo  de  muralla,  del  cual  apenas  quedan  vestigios  i  través  de  campos  cultivados, 
que  va,  precisamente,  en  dirección  al  Castellet,  en  donde  presumo  que  se  hallarla  el  fuerte  principal.— 
La  fortaleza,  como  puede  juzgarse  por  las  cortas  noticias  que  me  he  podido  proporcionar,  debidas, 
principalmente,  i  la  atención  del  Sr.  Gil,  de  Albaida,  debió  consistir  en  una  extensa,  linea  de  fortifi- 
cación apoyada  por  defensas  varias  construidas  á  trecho!;  pero,  para  poderla  reconstruir  y  aproximarse 
á  la  inteligencia  de  lo  que  fué,  seria  preciso  recorrer  paso  á  paso  el  camino  traxado  por  las  ruinas,  sin 
fiarse  de  relaciones  de  personas  imperitas. — Además:  muchas  de  las  huellas  están  borradas,  por 
haberse  reducido  i  cultivo  los  terrenos  y  porque  la  mano  del  hombre,  mas  destructora  que  el  tiempo, 
no  ha  tenido  inconveniente  en  arruinar  las  obras  más  grandes,  para  aprovecharlos  escombros. — 
En  términos  de  Otos  y  Beniatjar  (en  el  término  divisorio  está  el  CasielUt)  se  encuentran  muchas 
ruinas,  de  donde  se  han  extraido  barros  y  otros  objetos,  que  señalan  el  sitio  de  poblaciones 
desaparecidas...» 

Acerca  de  la  etimología  de  Benicadell,  se  lee  en  El  Archivo,  II,  71;  «La  palabra  puta  no  la  cono- 
cieron los  antiguos  latinos,  y  pertenece  al  bajo  latin,  hallándola  citada  en  una  carta  de  781  con  el 
significado  de  peña.  Du  Cange  dice  que  aún  hoy  día  llaman  los  bretones  peni  los  remates  de  los 
montes,  y  que  esta  voz,  de  donde  tomó  el  nombre  el  monte  Apenino,  viene  de  los  antiguos  galos.  Los 
Benedictinos  tienen  por  españólala  pilabra  penna  (transcripción  latina  de  la  forma  española  peña),  y 
le  dan  el  significado  de  peñasco,  collado.  Carpentier  disminuye  este  significado,  atribuyéndolo  á  ana 
roca  y  hasta  á  castillo  roquero.  No  hay  duda,  pues,  que  Pen&cadell  es  el  castillo  que  se  llamó  Beni- 
cadell, y  que,  por  su  significado,  debia  estar  sobre  monte  roquero.  —  Ea  cuanto  á  la  segunda  parte,  el 
nombre  es  clásico,  pues  catullus  fué  usado  por  Cicerón  con  significado  de  cachorro.  Si,  pues,  Pcnacaddl 
es,  por  consiguiente,  Peña  cachorra,  la  peña  madrt  será  Mariola...  En  S.  Isidoro  (lib.  19  de  sus 
Orígenes,  cap.  31),  encontramos  la  especie  de  que  en  su  tiempo  se  decían  catell*  los  montes  que 
formaban  lo  que  ahora  llamamos  sierras,  cordilleras,  etc.,  es  decir,  montes  escalonados  y  unidos 
como  por  cadena...» 

(1)    El  historiador  de  Sagú  tito  (XIV)  dice  que  el  caudillo  almoravide  era 


—  377  — 

víveres  Benicadell,  Rodrigo  y  Pedro,  para  burlar  al 
enemigo  si  esperaba  en  los  desfiladeros  de  Játiba, 
buscaron  nuevo  camino  pordon4e  volviesen  á  Valencia. 

Siguieron,  pues,  por  el  valle  de  Albaida  á  desem- 
bocar en  el  de  Bairén.  Á  pesar  de  la  rapidez  con  que 
los  cristianos  practicaron  aquella  evolución,  para  que 
el  enemigo  desconociera  el  itinerario  de  la  marcha  de 
regreso,  Muhámad,  que  vigilaba  atentamente  á  los 
expedicionarios,  se  corrió  por  el  Fandech,  valle  de 
Marinen  ó  de  Aguas  Vivas,  á  cortarles  el  paso  (Valí- 
digna),  y  sentó  sus  reales  junto  á  un  monte  grande 
cuya  longitud  era,  al  parecer,  de  cuarenta  estadios. 
Ese  monte  era  el  llamado,  con  igual  significación, 
Gebalcóbra,  distinto  del  Gebal  agQogra  (monte  pequeño), 
ambos  cerrando  parte  del  valle. 

Del  mismo,  limitado  por  el  sud  hacia  el  mar  con  la 
Conca  de  Zafor  ó  de  Bairén,  y  por  el  norte  con  el 
término  de  Cullera,  hizo  donación  Jaime  II  en  15  de 
marzo  de  1297  á  los  Bernardos,  para  que  fundasen  un 
monasterio;  y  mandó  se  llamase  de  Váll-digna.  El 
valle  de  Marinen,  así  llamado  en  tiempo  da  la  Recon- 
quista, está  situado  entre  las  vertientes  septentrio- 
nales del  Mondúber  y  las  agrestes  prolongaciones  de 
la  sierra  de  las  Agujas,  que  miran  hacia  el  mar.  Sobre 
la  enhiesta  punta  de  un  cerro  que  asoma  por  los 
barrancos  de  la  Umbría,  descansaba  un  ruinoso  castillo 
(al  Calat),  denominado  de  al  Fandech,  ó  sea,  del  Ba- 
rranco. Al  pie  de  los  montes,  grande  y  pequeño,   que 


Aben  Aixa  y  que  tenia  á  sus  órdenes  9.000  hombres,  lo  cual  está  en  des- 
acuerdo con  la  Historia  Leonesa. 


48 


—  378  - 

dominaban  el  castillo,  debieron  encontrarse  las  alque- 
rías moras  Eyrb  al  Cobra  y  Egip  a?  £ogra,  tantas 
veces  nombradas  en  los  apuntes  ó  notas  para  el  libro 
del  Repartimiento.  Del  nombre  del  castillo  principal, 
se  llamó  el  valle,  de  al  Fandech.  En  él  sentarían  los 
almorávides  sus  reales,  para  salir  hacia  el  llano  de 
Jaraco,  por  donde  forzosamente  habían  de  pasar  los 
cruzados. 

Muhámad  concibió  bien  el  plan:  los  expediciona- 
rios habían  de  seguir  el  mismo  camino  que  4.1a  ida,  y 
entre  aquellos  riscos  y  desfiladeros  podrían  con  faci- 
lidad ser  destrozados,  ó  tomarían  el  camino  de  la 
costa,  entre  4speras  sierras,  en  lugares  pantanosos  y 
junto  4  la  costa,  vigilada  por  numerosa  escuadra 
mahometana.  Nunca  el  Cid  pudo  luchar  en  circuns- 
tancias más  difíciles. 

Cuando  los  cristianos,  ya  en  el  valle  de  Bairén 
(cerca  de  Gandía),  vieron  que  los  soldados  almorá- 
vides ocupaban  las  montañas  y  que  en  el  mar  había 
una  numerosa  escuadra  enemiga,  por  lo  que  de  uno  y 
otro  punto  les  podían  alcanzar  las  armas  arrojadizas, 
se  llenaron  de  espanto  (i).  Comprende  el  Cid  lo 


(i)  La  distancia  entre  el  mar  y  el  tnons  magnas,  ó  chébal  cobra,  es  bastante 
grande,  para  que  los  cristianos  no  tuvieran  suficiente  espacio  por  donde 
pasar  sin  que  les  alcanzaran  las  armas  arrojadizas  del  enemigo.  No  es  des- 
preciable la  explicación  que  salva  la  dificultad,  suponiendo  la  existencia  de 
un  lago  paralelo  á  la  costa  (pues  allí  aún  existen  largos  trechos  de  aguas 
estancadas),  en  el  cual  los  moros  colocarían  ligeros  barquichuelos  desde  los 
cuales  pudieran  ofender  á  los  cristianos. 

La  escuadra  que  atacó  á  los  cristianos  pudo  ser  la  enviada  en  este  tiempo 
por  Syr  ben  Abi  Becr,  el  Búcar  de  la  General,  para  apoderarse  de  las  Balea- 
res (Conde,  III,  22).  ¿Será  esa  misma  la  batalla  en  que,  según  la  Crónica 
(fol.  341),  fué  herido  el  rey  Junes,  venido  de  Marruecos,  y  se  refugió  en  el 


—  379  — 

terrible  de  aquellos  momentos,  monta  á  caballo  y 
recorre  y  electriza  con  su  presencia  las  filas  de  sus 
tropas,  y  las  arenga  en  esta  forma:  «Mis  muy  amados 
y  dulcísimos  compañeros:  permaneced  firmes  y  pode- 
rosos en  el  combate,  sed  valientes,  no  os  acobar- 
déis, ni  os  intimide  la  muchedumbre  de  enemigos;  que 
Jesucristo  Nuestro  Señor  los  pondrá  ho.y  en  nuestras 
manos  y  en -nuestro  poder.» 

Eran  las  doce  del  día,  y  Pedro  I  y  Rodrigo,  seguidos 
de  todo  el  ejército  cristiano,  cayeron  sobre  los  almo- 
rávides arrostrando  el  peligro  de  las  armas  arrojadizas 
que  lanzaban  desde  el  monte  y  desde  las  naves.  Los 
musulmanes  no  pudieron  resistir  el  empuje  de  aque- 
lla valerosa  acometida,,  y,  gracias  á  la  protección  divi- 
na, que  se  mostró  clara  y  patente,  los  almorávides,  ven- 
cidos, abandonaron  el  campo.  Parte  de  ellos  fueron  pa- 
sados á  cuchillo,  y  otros  cayeron  en  el  rio;  pero  los  más 
se  entraron  en  el  mar,  en  el  cual  murieron  ahogados. 

El  botín  que  allí  dejaron  los  vencidos,  en  oro, 
plata,  caballos,  muías,  armas  riquísimas  y  otras  cosas, 
fué  cuantioso.*  Dieron  alabanzas,  con  todo  su  ejército, 
al  Señor  los  dos  ilustres,  caudillos,  y  sin  dificultad 
ninguna  pudieron  volver  á  Valencia  (i).  No  descan- 


castillo  llamado  Cur quera  (Corbera,  ó  Chébal  Cobra),  hasta  el  cual  duró  el 
alcance?  De  ser  esa  Ja  etimología  de  Corbera,  tiene  fácil  explicación  la  del 
monte  en  cuyas  faldas  descansa  Culi  era,  llamado  de  las  Zorras,  ac  Qogra, 
6  pequeño,  como  lo  es  comparado  con  la  sierra  de  Corbera.  Conde  fija  entre 
los>iños  488  y  493.  (en.  1095-nov.  1100)  la  expedición  á  las  Baleares;  y  la 
de  Pedro  I  y  del  Cid  i  Benicadell  debió  ocurrir  en  la  segunda  mitad  de  1097, 
puesto  que  aprovisionaron  el  castillo  con  los  víveres  adquiridos  en  la  Ribera. 
(1)  Es  muy  interesante  el  articulo  que  acerca  de  esta  expedición  publicó  en 
El  Archivo  (II,  258-261)  el  distinguido  arabista  don  Julián  Ribera. 


—  38o  — 

saron  en  ella  muchos  días.  Juntos  fueron  á  poner 
sitio  al  castillo  de  Montornés,  que,  enclavado  en  los 
estados  de  Pedro  I,  se  le  había  rebelado:  no  tardó  en 
rendirse.  El  rey  de  Aragón  volvió  gozoso  á  su  reino, 
y  Rodrigo,  á  Valencia. 

Cierto  día  en  que  Rodrigo  salió  á  descubrir  y  reco- 
nocer el  parajje  por  donde  andaban  sus  incansables 
enemigos  los  almorávides,  vio  que  Abu  '1  Fatáh, 
gobernador  de  Játiba,  salió  de  este  castillo  y  se  entró 
en  Murviedro.  Esto  era  á  fines  de  1097.  Y  es  que  los 
de  Murviedro,  temerosos  de  que  las  armas  del  Cid 
reanudaran  por  allí  sus  operaciones  de  conquista  en 
los  dominios  de  Aben  Razín,  ó  que  anhelaran  que  los 
almorávides  reforzasen  su  guarnición,  es  lo  cierto  que 
el  gobernador  de  Játiba  se  entró  en  Murviedro.  Rodrigo 
le  persiguió  hasta  que  le  obligó  a  entrarse  en  Alme- 
nara. Le  puso  sitio  y  le  combatió  por  espacio  de  tres 
meses,  probablemente,  los  primeros  de  1098.  Al  cabo 
de  ellos,  se  apoderó  por  fuerza  de  armas.  A  pesar  de 
esta  circunstancia,  permitió  que  marchasen  libres  todos 
aquellos  que  estaban  dentro.  Mandó  que  allí  se 
edificase  en  honor  de  la  Beatísima  Virgen  María  una 
iglesia  y  un  altar. 

Dadas  gracias  á  Dios  por  tan  favorable  suceso, 
salió  de  Almenara  seguido  de  su  hueste  diciendo  y 
fingiendo  que  quería  ir  á  Valencia,  cuando  en  su 
corazón  estaba  resuelto  á  cercar  y  combatir  el  castillo 
de  Murviedro.  Con  las  manos  extendidas  hacia  el 
cielo,  oró  al  Señor  diciendo:  «Dios  eterno,  tú,  que 
sabes  todas  las  cosas  antes  que  sucedan  y  á  quien  nada 
hay  oculto;  tú  sabes,  Señor,  que  no  querría  entrar  en 


-38i  - 

Valencia,  sin  antes  sitiar  á  Murviedro  y  combatirle,  y, 
una  vez  ganado  por  fuerza  de  armas,  con  auxilio  de  tu 
poder,  y  entrado  en  posesión  del  mismo,  hacer  que  en 
él  se  celebrase  en  honor  tuyo  el  más  augusto  sacrificio.» 

Acabada  la  oración,  al  momento  le  sitió  y  comba- 
tió con  toda  suerte  de  máquinas,  y  prohibió  que  nadie 
entrase  en  el  castillo  ni  saliese  de  él.  Los  defensores 
y  los  habitantes,  al  verse  atacados  por  todas  partes  y  en 
tan  grande  aflicción,  decíanse  los  unos  á  los  otros: 
*¿Qjié  vamos  á  hacer,  miserables?  Este  tirano  Rodrigo 
de  ningún  modo  ha  de  permitirnos  que  vivamos  ó 
habitemos  aquí:  hará  con  nosotros  lo  que  hizo  con 
los  moradores  de  Valencia  y  de  Almenara,  que  no 
pudieron  resistirle.  Veamos,  pues,  qué  vamos  á  hacer. 
¡Nosotros,  y  nuestras  mujeres,  y  nuestros  hijos  y 
nuestras  hijas,  moriremos  de  hambre;  nadie  habrá  que 
pueda  librarnos  de  sus  manos!» 

No  ignoraba  Rodrigo  la  apurada  situación  á  que 
los  sitiados  estaban  reducidos:  y,  de  ahí,  que  los 
ataques  menudeasen,  y  los  constriñó  al  apuro  más 
grave.  Al  verse  puestos  en  tanta  amargura,  clamaron  á 
Rodrigo,  diciendo:  «¿Por  qué  nos  causas  tantos  y  tan 
grandes  males?  ¿Por  qué  nos  matas  con  lanzas,  saetas 
y  cuchillos?  Suaviza  y  mitiga  tu  corazón,  y  compa- 
décete de  nosotros.  Todos  te  suplicamos  que,  movido 
á  piedad,  nos  otorgues  treguas  de  algunos  días.  Entre- 
tanto enviaremos  mensajeros  al  Emir  y  á  nuestros 
señores,  para  que  vengan  á  socorrernos.  Si  durante 
cierto  tiempo  nadie  puede  librarnos  de  tus  manos, 
seremos  tuyos,  y  te  serviremos.  Y  sabe  que  si  no  nos 
concedes  esas  treguas,  preferiremos  morir  á  ser  tuyos. 


—  382  —     , 

No   has   de  conseguirlo,  sin   que   nos  destruyas   á 
nosotros  y  á  nuestras  cosas.» 

Comprendiendo  Rodrigo  que  el  recurso  de  la 
tregua  de  nada  les  habla  de  servir,  la  dio  de  un  mes. 
Acudieron  k  Yúsuf  ben  Texufin,  y  á  los  almorávides, 
á  Alfonso  VI,  á  Mostahín  el  emir  de  Zaragoza,  al  señor 
de  Albarracín  y  al  conde  de  Barcelona,  diciéndoles  que 
no  dejaran  de  socorrerlos  durante  aquellos  treinta  dias; 
porque,  de  otro  modo,  no  tendrían  más  remedio  que 
entregarse  á  Rodrigo.  El  rey  de  Castilla  les  contestó: 
«Creedme,  en  verdad,  que  no  os  socorreré,  porque 
más  quiero  que  el  castillo  de  Murviedro  esté  en  poder 
de  Rodrigo,  que  no  en  el  de  cualquier  rey  sarraceno.» 
Al  Mostahin  dio  esta  respuesta:  «Id  y  defendeos  cuanto 
podáis,  que  Rodrigo  es  duro  de  cerviz  y  peleador 
fortisimo  é  invencible,  y  no  quiero  tener  guerra  con 
él.»  Ya  el  emir  de  Zaragoza  estaba  prevenido  del  Cid, 
que  le  había  dicho:  «Sabe,  al  Mostahín,  que  si  inten- 
tares venir  con  tu  ejército  contra  mí  y  trabares  conmigo 
combate,  tú  y  tus»  nobles,  ó  muertos  ó  cautivos  no 
habéis  de  escapar  de  mis  manos.»  Mostahín,  poseído  de 
miedo,  no  se  atrevió  á  venir.  El  señor  de  Albarracín 
dijo:  «Permaneced  firmes  lo  más  que  podáis  y  resistidle, 
que  yo  no  puedo  socorreros.»  Los  almorávides  contes- 
taron: «Si  Yúsuf  nuestro  emir  quisiere  venir,  todos 
iremos  con  él,  y  gustosos  os  socorreremos;  no  siendo 
guiados  por  él,  no  nos  atrevemos  á  guerrear  con  el 
Cid.»  Y  el  conde  de  Barcelona,  Ramón  Berenguer  III, 
á  pesar  de  que  habían  los  mensajeros  procurado 
ganarle  pagando  un  enorme  tributo,  dijo:  «Sabed  que 
no  me  atrevo  á  pelear  con  Rodrigo,  pero  iré  pronto 


á  sitiar  el  castillo  de  Oropesa;  y  mientras  él  viene  á 
combatir  conmigo,  podréis  vosotros  entrar  en  vuestro 
castillo  los  víveres  necesarios.»  El  Conde  cumplió  lo 
que  prometió.  Al  saberlo  Rodrigo,  no  quiso  ir  en 
auxilio  de  su  castillo,  sino  que,  despreciando  al  Conde, 
envió  á  éste  un  falso  espía  y  le  dijo  que  sabia  por 
cierto  que  el  Cid  le  iba  á  combatir.  Sin  pararse  á 
averiguar  la  verdad  del  caso,  el  Conde  alzó  el  sitio  y, 
poseído  de  miedo,  huyó  á  su  tierra-  Si  esto  del  temor 
que  á  todos  inspiraba  la  espada  del  Cid  no  estuviera 
confirmado  por  los  mismos  cronistas  árabes,  podría 
calificarse  de  manifiesta  exageración;  pero  es  preciso 
darle  asenso,  cuando  en  escritos  de  sus  enemigos  se 
lee:  «El  poder  de  este  tirano  creció  hasta  el  punto  de 
ser  gravoso  á  los  lugares  más  elevados  y  á  los  más 
cercanos  del  mar,  y  de  llenar  de  miedo  á  los  nobles 
y  á  los  pecheros»  (i). 

•  Transcurridos  los  treinta  días  de  treguas,  Rodrigo 
'dijo  á  los  sitiados:  «¿Por  qué  tardáis  en  entregarme  la 
población?»  Y  ellos,  mintiendo,  contestaron:  (r Aún  no 
han  vuelto  los  mensajeros,  por  lo  que  esperamos  de 
tu  nobleza  alargues  la  tregua.»  Por  más  que  Rodrigo 
no  ignoraba  que  le  hablaban  en  falso,  les  dijo:  «Para 
que  conste  á  todo  el  mundo  que  no  tengo  miedo  á 
ninguno  de  vuestros  reyes,  para  que  ninguna  excusa 
tengan  de  no  venir  á  socorreros,  alargo  las  treguas 
doce  días  más.  Pasados  ellos,  os  aseguro  que,  si  no 
me  entregáis  enseguida  el  castillo,  á  cuantos  de  vos- 
otros pueda  apresar,  he  de  atormentarle,  y,  ó  le  que- 


(i)    Malo  de  Molina,  ap.  XX. 


-  384  "- 

maré,  ó  le  degollaré.»  Transcurrieron  los  doce  días,  y 
Rodrigo  preguntó  á  los  sitiados:  «¿Por  qué  retrasáis 
tanto  hacerme  entrega  del  .castillo?»  Y  ellos  respon- 
dieron: «He  aquí  que  vuestra  Pascua  de  Pentecostés 
está  próxima  (14  mayo  de  1098);  en  estedia  haremos 
la  entrega,  pues  nuestros  reyes  no  nos  quieren  soco- 
rrer. Y  tú,  con  los  tuyos,  podréis  entrar  siempre  que  á 
ti  te  plazca.»  Él,  seguro  de  que  la  presa  no  se  le  habla 
de  escapar,  añadió:  «No  entraré  en  el  castillo  en  el  día 
de  Pentecostés,  sino  que  os  doy  treguas  hasta  el  día' 
de  San  Juan,  Durante  ese  tiempo,  tomad  á  vuestras 
mujeres,  y  á  vuestros  hijos  é  hijas,  y  todos  vuestros 
bienes,  y  con  todo  ello  id  á  donde  mejor  os  pareciere. 
Y  yo,  Dios  mediante,  tomaré  posesión  del  castillo  el 
día  de  San  Juan.»  Los  sarracenos  no  dejaron  de  mos- 
trarse agradecidos  á  tan  señaladas  muestras  de  un 
corazón  tan  compasivo  y  generoso. 

El  24  de  junio  de  1098  mandó  el  Cid  á  sus  solda- 
dos que  subiesen  al  castillo.  Después  entró  él  y 
mandó  que  allí  se  celebrase  una  misa  y  que  se  diesen 
ofrendas.  Ordenó  que  allí  se  alzase  un  hermoso  tem- 
plo dedicado  á  San  Juan;  y  á  sus  tropas,  que  custo- 
diasen con  solicitud  las  puertas,  los  muros,  el  castillo 
y  cuantos  lugares  fuertes  había  en  la  ciudad.  En  el 
castillo  encontraron  muchas  riquezas.  Desentendién- 
dose del  aviso  que  el  Cid  dio  á  los  habitantes  de 
Murviedro  de  que  dentro  de  cierto  plazo  abandonasen 
la  población,  quedaron  algunos;  pasados  tres  días, 
Rodrigo  les  dijo:  «Ahora  os  mando  que  cuanto 
quitasteis  á  vuestros  compañeros  y  lo  que,  en  daño 
mío,  disteis  á  los  almorávides,  me  lo  entreguéis  á  mi; 


-  38s  - 

si  asi  no  lo  hiciereis,  no  dudéis  que  os  haré  entrar  en 
las  cárceles  y  que  se  os  cargue  de  cadenas.»  No 
pudiendo  ellos  cumplir  lo  ordenado  por  el  Cid,  fueron 
despojados  de  sus  bienes,  y,  por  mandato  del  mismo, 
conducidos  atados  á  Valencia  (i). 

Después  de  esto,  Rodrigo  se  trasladó  á  Valencia, 
y  la  mezquita  mayor  fué  con  magnificas  &bras  conver- 
tida en  Iglesia,  que  fué  dedicada  á  la  Virgen  Maria, 
madre  de  nuestro  Redentor.  Hizo  donación  á  la 
misma  de  un  cáliz  riquísimo  y  de  vestiduras  preciosas. 
Una  semana  después  de  la  rendición  de  Murviedro, 
el  i.°  de  julio  de  1098,  dotaba  espléndidamente  á 
dicha  catedral  y  á  su  obispo  y  clérigos  (2). 


(1)    El  P.  Risco  traduce  asf  el  pasaje  de  la  Historia  Leonesa:  «Aunque 
i  los  vecinos  de  Murviedro  dio  el  Campeador  licencia  de  sacar  consigo'  los 
'bienes  qne  poseían,  con  todo  eso  se  hallaron  dentro  de  la  ciudad  muchas  y 
ricas  alhajas.  Pero  sucedió  que  algunos  sarracenos  que  perra  rascieron  -en 
Murviedro,  robaron  varias  cosas  y  dieron  otras  con  gran  perjuicio  del  Cin- 
quistador  á  los  almorávides.  Mandóles  el  Campeador  que  las  restituyesen  por 
entero,  amenazándoles  que,  si  no  lo  ejecutaban,  los  encarcelaría  y  cargaría 
tie  prisiones.  No  cumplieron,  como  debían,  el  mandamiento;  y,  en  castigo 
de   su  culpa,  fueron  despojados,    y  llevados  á  Valencia  en  la  formí    que 
Rodrigo  les  había  dicho  (Hist.  de  Rodrigo  Díaz,  XIII).»  El  texto  latino  da, 
en  verdad,  lugar  á  confusión.  Dice  así:  Post  triduum  vero  capiti  Roiericus  ait 
ülis:  Nunc  vobis  ómnibus  modis  praxpio,  ui  cuneta,  qua  in  eis  hominibus  abstu- 
litis,  etea,  qua  contra  me,  et   ai  meum  dedecus,   et  meum  damnum   Moabitit 
contulistis,  tnibi  rediatis:  quod  si  faceré  nolueritis,  vos  in  carcerem  intrudi,  es    , 
vinculis  ferréis  diré   Maquear  i  y  nequiquam  dubitetis.    lili  vero  quasita  reddere 
non  valen  tes  y  divitiis  suis  omnino  nudati,  et  vinculis  vincti  ad  Valentiam  proti- 
nus  Roderici  mandato  sunt  directi. 

•  (a)  Rodericus  Didaci,  Valentía  sarracenis  erepta,  ecclesiam  et  epjsco- 
patem  sedem  restituit  et  dotat.  Anno  1098. — Cuna  divinam  prsejentiam 
cathoücorum  nullus  arabigat,  ubique  potentialiter  adesse, .  qu aclara  tamen 
prae  caeteris  loca  ad  propiciandum  fídelibus  sibf  legitur  Omnipetens  elegisse:' 
israelítico  namque  populo  legalibus  ceremoniis  obumbrato,  et  tabernáculo 
Silo,  ubi  Deus  habitaverat  in  hominibus,  ex  filiorum  Heli  nequitia  reprobato, 

49 


—  386  — 

Es  un  documento  notable.  Desde  luego  hay  que 
rectificar  la  fecha,  pues  fácilmente  se  comprende  que 
Rodrigo  no  habría  sin  condición  dado  rentas  de  pobla- 
ciones que  aún  estaban  en  poder  de  mahometanos;  y 


in  monte  Sien  domum  orationM  cunctis  gentibus  instituir,  in  cujus  tempfi 

dedica tione  ad  robdranda  simfl^km  corda,  Domini  gloria  in  nébula  patenter 

apparuit,  et  Deo  imperinm,  Q^r  mc<m*ros  koc  ^ucrat>  ia  aeternum  pro 

muñere  constituir,  ut  autem  acópente  plenitudine  temporis,  de  térra  orta  est 

ventas,  et  mentita  est  sibi  judeorum  iniquitas,  atque  in  Sponsi  et  Redemptorís 

sui  thalamum  ingressa,  et  redempta  plenitudo  gentium,  profecto  claruit,  quod 

scilicet  jaepius  per  Malachice  piaedixerat  vaticinium:   á  solis  ortu  usque  ad 

occasnm,  msgnum  est  nomen  meum  in  gentibus,  et  in  omni  loco  sacrifícatur 

et  offtrtur  nomini  meo  oblatio  munda.  Repulsa  que  primum,  ut  oportuit, 

judea  perfidia,  apostólicas  sonitus  prasdicationis  ab  orientali  Sion  in  fines  prbis 

exienf,  toum  íub  occiduo  rcpltvit  Hiípaniam;  qcae  firmiur  ad  Dei  cultum 

eruditissimis  iníbrmata  doctoribus,  abjectis  supersthionibus,  extirpatis  erro- 

ribus,  nemine  resistente,  nonnullis  in  pace  quievit  temporibus.  At  ubi  prorsus 

ex   Dei  doto  abscessit  adversitas,  et  ad  votum  cuneta  successit  prosperitas, 

refriguit  chantas,  abundavit  iniquitas,  et  sectando  otium  horrendum  Dei  oblita 

judidum,repentinum  est  perpessa  exterminium,  et  crudeli  filiprum  Agargladio' 

sjecuraris  dignitas  funditus  corruit  pariter  cum  sanctuario;  et  qui  líber  servisse 

noluit  Demino  deminorum,  jure  cegitur  fieri  servus  naturalium  servorum. 

Itaque  ancor um  ferme  CCCC.  in  hac  calamitate  líbente  curriculo,  tándem 

dignatus  ckmenmsimus  Pater  suo  misereri  populo,  invictissimum  principem 

Rodericum  Campidoctorcm,  oprobiii  servorum  suorum  suscitavit  ultorem,  et 

christitrae  reiigicnis  pie  paga  torero;  qui   poit  multíplices,  et  eximias,   quas 

divinitus  assequutus  est,  piaeliorum  victorias,  divitiarum  gloria,  et  hominnm 

copia,  opulcntissimam  urbem  cepit  Valcntiam,  necnon  et  innumerabili  moa* 

bita  i  uro,  et  totius  Hispanice  barbaroiura  exercitu  superato,  velut  in  momento, 

ultra  quam  cu  di  potest,  sine  sui   detrimento,  ipsam  meschitam,  qua  apud 

agarenes  de  mus  oraticnis  habtbatur,  Deo  in  ecclesiam  dicavit,  et  venerabili 

Hierocymo,  presbytero,  concordi  et  canónica  acclamatione,  et  electione  per 

remaní  pontiñeis  manus  in  episcopum  ccnsccrato,  etspecialis  privilegii  líber. 

tate  sublimato,  praelibatam  ecclesiam  ex  suis  facultatibustali  dote  ditavit.  Anno 

siquidem  Incarnationis  Dominicas  LXXXV1II.  post  millessimum:  Ego,  Rude- 

ricus  Campidoctcr,  et  principes,  ac  populos,  quos  Deus,  quaediu  ei  placuerit, 

mese  potestati  cemmissir,  donamus  ipsi  Redemptori  nostro,  qui  solus  domi- 

natur  in  regno  heminuro,  et  tuicumque  voluerit,  dat  illud,  et  Matri  Nostra? 

Eccles'se  sedi  viddicet  Valtntirae,  et  vecera bili  pastori  nostro  Hieronymo 

p.ontifki,  villím  qi  se  dicitur   Pigacen,  cum  villís,  et  terris,  et  vineis  cultis, 


—  387  — 

da  Picasent,  las  Alcanicias  del  reino,  las  muñías  ó 
huerto  de  Sabalek,  el  que  estaba  junto  á  la  catedral  y 
otro  del  Puig,  la  \Jilla  de  Farnals,  en  término  del  Puig, 
y  posesiones  en  Murviedro,  Almenara  y  Burriana* 


vel  incultis,  et  cum  diversi  generis  arboribus,  et  cam  cunctis  ad  eam  quo« 
cnmque  modo  pertincntibus.  Similiter  quoqae  villas  de  Alcanitia,  ómnibus 
cum  molendinis,  et  aquas  ductibus,  et  cam  caaais  síbi  pertiaeatibus.  Muni- 
tíonem  etiam  quam  dicunt  Almuaia  de  Sabaleckem,  cum  suis  molendiais,  et 
aquas  dactibns,  et  quodara  campo  ad  merídiem  sito,  et  cum  cuactis  ad  eam 
quoquo  modo  pertinentibus.  Donamus  quoque  prasscríptae  sedi  atque  ponti- 
fica aliam  Almoniam  quas  est  justa  ecclesiam  Beatas  Marías  extra  murara 
prasfatae  urbis.  Post  mortem  meam  concedí  mus.  Almuáiam  quae  est  infra  ter- 
minum  castri  quod  vocatur  Cepolla,  de  qua  nostra  excellentia  domino  Hiero* 
nymo,  pontifici,  quamdam  partem  tradiderat  antequam  ad  pontiíicatus  hono- 
rem  ascenderet,  eo  adveniente  de  Susanna.  Plaenit  iasuper  sublimitati  nostra?, 
cunctisque  principibus  nostris,  augere  villana  quas  dicitur  Frénales,  cum  ómni- 
bus sais  adjacentiis,  infra  terminum  ejusdem  castri  Cepollas  sitara,  et  duodecim 
parríliatus  infra  terminum  Muri-veterís,  et  alias  duodecim  infra  terminum 
castri  quod  vocatur  Almanar.  Si  mili  modo,  in  pago  Burrianas  parríliatus  duo- 
decim. Concessimus  etiam  quod  quicumque  ñdelium  pro  remedio  animas  suae, 
vel  parentorum  suorum,  daré  ex  his  qua?  ex  hereditario  jure,  vel  ex  dono 
n ostro,  sive  cualibet  justa  acquisitione  adeptas  est,  Matrí  nostras  Ecclesia?,  vel 
pontifici,  voluerit,  liberam  dimittendi  facultatem  habeat.   Hae;  autem  omnia 
saperias  pertaxata,  Domino  Deo  et  Ecclesiae  Valentinas  in  honorem  B satas  et 
Gloríosae  semper  Virginis  Geñitrícis  Dei  Marías  consecratas,  liberé,  et  absoluté, 
remota  omnium  posteriorum  nostrorum,  totiusque  successionis  nostra?  callida 
argnmentatione,  obstrusa  omnium  perversorum  voce,  compilataque  iniquorum 
machinatione,  sopita  omni  contradictione,  donamus  in  manu  pastoris  nostñ 
Híeronymi  ab  Urbano  papa  secundo  canonicé  ordinati,  et  á  D¿o,  ut  credimus, 
ad  restaarandam  eamdem  ecclesiam,  prasiestinati,  quatenus  püssimus  Dominas 
á  vinculis  peccatorum  nostrorum  immunes  officiat,  simulque  potenter  ab  ho  - 
stium  nostrorum,  tam  visibilium,  quam  invisibilium,  insidiis  el  era  ínter  exp  e- 
diat.   Quod  si  quis  diabólico  instinctu,  vel  aliquid  contra  hae;  nostra  dona  > 
vel  instituta,  venire  ad  disrumpendum  tentaverit,  mille  libras  auri  cogantur 
solvere  pontifici  vel  ecclesiae,  et  ut,  qui  tentaverint,  se  po>se  rainime  adimplere 
confidant,  prascamur  episcopum,  quatenus  eos  gl adió  anathsmatis  fáriat,  et 
animadversionis  ultimas  jaculo  distrícte  confodiat.  Ego  vero  Hisronymu?, 
Valentinas  ecclesiae  episcopus,  cum  ómnibus  presb/teris  mihi  subditis,  exigente 
justitia,  et  pus  precibus  nostri  Principis,  optimatunqus  illius,  auctoritate  D¿i 
Patris  Oranipotentis,  et  Filii,  et  Spiritus  Sincti,  et  Beatas  Marías  semper  Vir- 


—  388  — 

porque,  como  cosas  propias,  puede  disponer  de  ellas. 
Y,  como  estas  conquistas  no  las  terminó  hasta 
junio  de  1098,  la  fecha  del  documento  es  posterior  á 
dicho  mes.  Es  de  advertir  que  <Al  Cánida  es  vocablo 
arábigo  que  en  la  España  musulmana  se  usaba  para 
significar  templo  cristiano  ó.  iglesia.  Lps  moros  emplea- 
ban esa  dicción  á  modo  de  denuesto,  con  arreglo  á 
sus  ideas,  de  igual  modo  que  nosotros  entendemos 
por  Sinagoga  el  lugar  en  que  se  falta  á  la  verdad,  á  la 
virtud  y  á  la  religión,  ó,  aun,  en  peor  sentido  (1).  Es, 
según  ese  testimonio,  indudable  la  existencia  de  muzá- 
rabes fuera  de  la  capital;  lo  cual  quedará  comprobado 
al  tratar  de  la  famosa  expedición  de  Alfonso  el  Bata- 
llador en  1 125 • 

Esta  escritura  de  dotación  y  la  que  en  21  de  mayo 
de  noi  otorgó  doña  Jimena,  se  cree  que  fueron  saca- 
das de  Valencia  al  abandonar  esta  ciudad  los  cristia- 
nos,  y  que  fueron    llevadas  á  Salamanca,  en  cuyo  , 


gifiis,   et  Beatorum  A  postolor  um  Petri  et  Pauli,  potestate  á  Deo  divinitus 
fio  bis  per  eos,  eorumque  su  cees?  ores  collata,  excomroucicamus,  et  anathema- 
tizamus,  et  separa  idus  á  sinu  Matris  nostrse  Ecclesiae,  et  ab  omni  consonio 
christianorum,  et  jurgimus  díabolo  et  satelitibus  ejus  omnes  homines  utriusque, 
sexus,  qui  res,  ve)  r  aec  dona  ecclesiae  nestrse  auferre,  disrumpere,  vel  alienare 
prsesumpserint,  doñee  resipiscant,  et  canonice  episcepo  et  clericis  nostrse  sedis 
satisfaciam.  Ego  Ruderico,  si  muí  cum  conjuge  mea,  affirmoboc  quod  superius 
"scriptum  est.  Martinus,  qui  hoc  sciipsit  die  et  anno  quo  supra  cum  litteris 
** superius  rasis  in  vigessima  secunda  linea.  Ranimirus  rob.  Munio  rob.   Rude- 
,rico  rob.  Martinus  conf.  Fredinando  conf.  Didaco  cenf.  Petro  test.  Fredirundo 
test.  Joannes  test.   Martinus  scripsit.  (Ríko,   Histeria  de  Rodrigo  Día?,  apén- 
dices, IV. — Berganza,  Antig .  de  España,  parte  2.8,  ap.  sec.  3.*,  cap.  XIV). 

(1)  El  *Archvo,  II,  60.—  Según  Pons  y  Boigues  (D.  Francisco),  Apuntes 
sobre  las  escrituras  mozárabes  toledanas  que  se  conserven  en  el  Archivo  Histórico 
Nacional,  pág.  27,  nota  2,  la  metátesis  Cansía  por  Canisa,es  muy  frecuente. 
Con  efecto;  en  la  escritura  de  la  p**g.  192,  aparece  la  palabra  Can  isa  y  y  en  et 
-documento  déla  pág.  248,  está  repetido  el  vocablo  Cansía. 


-  389  —      ' 

archivo  fueron  depositadas  por  D.  Jerónimo,  obispo 
que  fué  de  la  misma  (í).  / 

En  la  crónica  á  la  cual  hemos  seguido  principal- 
mente en  este  capítulo,  se  dice  que  si  se  fueran  á 
escribir  todos  los  hechos  de  armas  y  conquistas  de 
poblaciones  realizados  por  el  Cid,  resultaría  un  trabajo 
muy  extenso,  y  pesado,  por  consiguiente,  al  lector;  y 
•que  se  ha  limitado  á  consignar  lo  que  se  tiene  admi- 
tido como  verdad  certísima.  «Venció  á  cuantos  desa- 
fiaron sus  armas,  y  él  no  fué  vencido  por  nadie»  (2): 

Las  tropas  del  Cid  sufrieron  un  ccmtratiempo;  y, 
aunque  no  iban  guiadas  por  él,  el  disgusto  que  por 
ello  padeciera  influyó  en  su  salud  y  le  causó  la  muerte. 

«El  emir  de  los  creyentes,  dice  un  autor  árabe,  tomó  la  direc- 
ción contra  los  enemigos,  y  desde  luego  dirigió  hacia  Cuenca  lo 
más  escogido  de  su  ejército.  Precedióle  Muhámad  ben  Aixa,  y 
trabó  batalla  con  Alvar  Fáñez  ¡maldígale  Dios!  Puso  en  huida  á 
sus  delanteros  y  ocupó  sus  reales,  quedando  regocijados  y  con- 
tentos los  muslimes  con  la  victoria.  Enseguida  se  dirigió  hacia 
Gezira  Xdcar  (Alcira)  contra  el  enemigo,  y  se  le  dijo  que  éste  la 
codiciaba.  Hallóse  con  la  flor  de  las  huestes  del  Campeador,  y  le 
atacó,  y  le  causó  muchos  muertos,  sin  que  escapasen  sino  muy 
pocos  de  esta  escogida  gente.  Luego  que  los  que  escaparon 
llegaron  hasta  él  (el  Campeador),  murió  de  pena.  ¡Que  Dios  no 
le  tenga  compasión!»  (3). 


(1)  Risco,  Historia  de  Rodrigo  Dia%t  XV. 

(2)  Historia  Leonesa.  No  están  mal  empleados  los  versos  escritos  en  el 
sepulcro  que  en  1272  hizo  labrar  Alfonso  el  Sabio:  <Belliger  invictos,  famosus 
Marte  trivmphis, — Chuditur  hoc  túmulo  magnus  Didaci  *Rj¡dericus.  Y  donde 
mis  campea  el  sentimiento  de  nacionalidad  es  en  los  siguientes:  Quantum 
Rottia  fotetis  beUicis  extolh'tur  actis,~Vivox  Arthurusfit  gloria  quanta  'Britannis, 
—Ncbilis  e  Carolo  quantum  gaudet  Francia  Magno,  Tantum  Iberia  duris  Cid 

INViCTUS  CLARET. 

(3)    Malo  de  Molina,  %odrigo  el  Campeador,  III. 


•  —  39o  — 

Que  falleció  de  muerte  natural,  confírmalo  Abul 
Hassán:  «El  poder  de  este  tirano  (Rodrigo)  creció 
hasta  el  punto  de  ser  gravoso  á  los  lugares  más  eleva- 
dos y  á  los  más  cercanos  del  mar,  y  de  llenar  de  miedo 
á  los  nobles  y  á  los  pecheros.  Y  me  contó  uno  haberle 
oído  decir  cuando  su  imaginación  estaba  exaltada  y  su 
avidez  era  extremada:  «En  el  reinado  de  Rodrigo  se 
conquistó  esta  Península,  y  otro  Rodrigb  la  liber- 
tará» (i):  palabras  que  llenaron  de  espanto  los  cora- 
zones y  que  infundieron  en  ellos  la  certeza  de  que 
estaban  próximos  los  sucesos  que  tanto  habían  temido. 
Con  todo,  esta  calamidad  de  su  época,  por  la  gran 
suspicacia,  por  la  firmeza  de  su  carácter  y  por  su 
heroico  ánimo,  era  uno  de  los  milagros  de  su  Dios, 
precipitándolo  aquellas  cualidades  á  su  muerte  natu- 
ral, que  sufrió  á  poco  en  Valencia»  (2). 

Conozcamos  ahora  los  últimos  momentos  de  Ro- 
drigo tal  y  como  los  relata  la  General.  El  Cid  conoció 
que  su  existencia  había  de  prolongarse  poco,  y  un 
mes  antes  de  que  terminara,  se  despidió  de  sus  caba- 
lleros anunciándoles  su  próxima  muerte.  Fué  á  la 
catedral  y  ante  numeroso  concurso  de  fieles  hizo  su 
última  confesión  al  obispo  don  Jerónimo.  «Dessi  espi- 
dióse de  todas  las  otras  gentes.  É,  llorando  mucho  de 
sus  ojos,  fuese  para  el  alcázar  é  echóse  en  su  cama,  é 
nunca  se  ende  más  levantó.  É  cada  día  enfraquefió 

á 

(1)  Aunque  no  en  forma  tan  altanera,  esa  misma  expresión  dirigida  i  sn 
señor  se  halla  en  el  romance:  «No  soy  tan  mal  vasallo,  dijo  á  Alfonso:  pues 
si  hubiera  otros  muchos  como  yo,  se  conseguiría  recuperar  en  bre?e  lo  que 
el  rey  godo  perdió.» 

(2)  Malo  de  Molina,  apéndice  XX. 


—  39i  — 

más,  fasta  que  non  fincó  del  prazo  más  de  siete  días.» 
Por  último  se  despidió  de  su  esposa,  y  ordenó  su 
testamento,  mandando,  entre  otras  cosas,  que  su 
cuerpo  fuera  sepultado  en  San  Pedro  de  Cárdena,  «do 
agora  yaze.» 

Las  últimas  palabras  puestas  en  su  boca  son  éstas: 
«Señor  Jesucristo,  cuyo  es  el  poder  é  cuyos  son  los 
reynos:  Tú  eres  sobre  todos  los  reynos,  é  Tú  eres 
sobre  todas  las  gentes,  é  todas  las  cosas  son  á  tu 
mandado:  pues,  por  esto,  Señor,  pidote  por  merced 
que  la  mi  alma  sea  en  la  fin  que  non  ha  fin.»  Y 
cuando  esto  hubo  dicho  Ruy  Díaz,  «el  nobre  Varón, 
dio  á  Dios  Ja  su  alma  sin  manziella»  (i). 

Respecto  del.  año,  mes  y  día  en  que  murió,  reina 
la  mayor  discordancia.  La  General  dice  que  fué  en  la 
Era  1 1 32.  El  Cronicón  Burgense,  los  Anales  Compos- 
telanos  y  los  Toledanos,  señalan  la  Era  n 37,  de  per- 
fecto acuerdo  con  la  Historia  Leonesa,  según  la  cual 
«Rodrigo  murió  en  Valencia  en  la  Era  1137  (io99)> 
en  el  mes  de  julio»  (2).  Es  indudable  que  la  General  con- 
funde el  año  de  la  muerte  del  Cid,  con  el  de  su  entrada 
en  Valencia.  En  cuanto  al  mes  y  día,  la  General  apunta 
el  mes  de  mayo,  lo  mismo  que  el  Poema  del  Cid, 
pero  en  el  dia  no  están  de  acuerdo,  puesto  que  res- 
pectivamente señalan  el  día  15  y  el  29,  día  éste  en 
que  cayó  la  Pascua  de  Pentecostés  el  año   1099.  La 


(1;    Fol.  360  y  361. 

(2)  En  el  Cronicón  Burgense,  se  lee:  «Era  MCXXXVII,  obijt  Roderícos 
Campidoctor»;  en  los  Anales  Compos télanos,  «Era  MCXXXVII,  Rodericus 
Campidnctor»,  y  en  los  Toledanos  primeros,  «Murió  Mió  Cid  el  Campiador  en 
Valencia,  Era  MXXXVII.»  En  estos  últimos  falta  la  letra  C. 


—  392  — 

Crónica  impresa  del  Cid  coincide  con  la  Historia 
Leonesa  en  el  año  y  en  el  mes,  y  llega  hasta  á  deter- 
minar el  día,  10  de  julio  de  1099. 

¿Fué  el  Cid  digno  de  ser  venerado  en  los  altares, 
como  pretendió  uno  de  nuestros  reyes,  ó  un  monstruo 
de  crueldad,  según  opinión  de  casi  todos  los.  extran- 
jeros y  de  algunos  nacionales? 

,  Viardot  le  califica  de  digno  jefe  de  una  banda  de  mer- 
cenarios, y  dice  que  fué  duro,  avaro,  vengativo,  atrevido 
en  sus  palabras  como  en  sus  acciones,  lleno  de  un  orgullo 
salvaje,  poco  preciado  de  justicia  y  de  lealtad  (1).  A  este 
autor,  que  incurre,  al  referir  la  conquista  de  Valencia 
en  1094,  en  errores  y  omisiones  de  consideración, 
contestan  cumplidamente  los  Sres.  Boix  y  Lafuente. 

Algo  más  acreedor  á  que  se  tomen  en  considera- 
ción, sus  acusaciones,  es  Dozy,  porque  no  se  limita  á 
formularlas,  sino  que  aduce  las  razones  en  que  se 
funda.  Ya  hemos  tenido  ocasión  de  rebatir  algunas. 
Vamos  ahora  á  hacernos  cargo  de  otras. 

Cuando  al  Mostahín  fué  á  apoderarse  de  Segorbe, 
ccfué  engañado  por  su  aliado,  el  Cid,  que  se  había 
dejado  corromper  por  los  magníficos  regalos  que 
Cádir  le  había  hecho  sin  que  lo  supiese  Mostahín:» 
En  el  Quitab  al  Ictifá  no  se  particulariza  ni  que  el  Cid 
estimulara  á  Mostahín  á  apoderarse  de  Valencia,  ni  que 
se  dejara  corromper  de  Yahya.  En  la  General  aparece 
el  arráez  Aben  Cañón,  no  el  Cid,  dando  aquel  con- 
sejo; y  si  bien  allí  se  dice  que  «el  rey  de  Valencia 
pusiera  su  amor  con  el  Cid  é  enviárale  sus  dones  é 


(1)    Historia  de  los  árabes  y  de  los  moros  de  España. 


r*^ 


c  rcc  a  ar-srav*  :>c  ^  ^  •; 


;:¿£.  rcse^^io  SLrnerjL  r¿rx  ¿^.MCir  u* 


cTrrs  iLrnasa  TI  cae  ¿ssíccrr  sl  cevjscaooo:  ¿<f  ¿ü  ¿f  se* 


naces  a  arirr  r  encerar.  3»?  tatú  «**  cusas  a  ¿sec^i^  » 


«  '."T3gC>I»J 


^V  *•    »  •—>■ 


iis  ic  iair^r,  ¿  ccoie  Girc¿*  Orici^r.  cuns*  ccc«v 


xzss i Ajñcso  \.i  ¿£xr i Yilesdu  asxLl Jtdo ¿e v<í\>*a  y 


ce* 


Pisa,  y  ssa  respeto  al  ccci^rcczao  ccct:ra:io  px  ¿  wr  d*  Casera 
MA1  i  Yahra  en  *a  posesioa  d¿  re~s>  de  Vadéese*** 


curera  ¿e  Rodrigo  tocaba  a  su  rus;  acaso  ex  auss»  \> 
;  as£,  al  o>»3$.  dos  iaclim-aas  a  creerá,  cuarvio  *< 
ocepaio  en  edificar  Lcesias,  el.  ^ce  habrá  ^¿errudv*  raitt¿$ 
cuando  ñria  de  augurios  v  servia  *M»o  a  bandera  de  cu  rr.scuví 
masclTtin.»  ¿Q^en  acusa  al  Gd  de  quemador  de  ¡g*e^Jt$  y  de 
vivir  de  augurios?  Paes  nada  menos  que  un  coa  Je  conocido  por  *s 
Fr&idia,  y  en  guerra  con  Rodrigo.  Bereoguer  Ramón  II  era 
quien,  despees  de  haber  experimentado  la  generosidad  de)  Cid% 
le  apostrofaba  diciendo:  cVemos  también  y  sabemos  <;ue  los 
montes,  ios  cuervos,  las  cornejas,  los  gavilanes,  las  águilas  y 
casi  toda  suerte  de  aves,  son  tus  dioses,  pues  ñus  que  en  P:o$ 
confias  en  los  augurios  de  ellas.  Y  Dios  vengará  sus  iglesias*  poi 
ti  violadas  y  destruidas»  (1). 

Dispuesto  Dozy  á  no  respetar  al  Cid  en  vivía,  tam- 
poco había  de  guardarle  consideraciones  bajado  al 
sepulcro;  y  de  paso  ofende  como  por  incidencia  la 
memoria  del  monarca  que  tuvo  el  defecto  capital  de 
haberse  con  demasía  identificado  con  el  sentimiento 
de  su  pueblo.  De  ahí  que,  asi  como  los  historiadores 
musulmanes  se  desatan  en  maldiciones  contra  el  Cid 
y  Alvar  Fáñez,  pesados  martillos  contra  el  Islamismo, 


(x)    Hist.  Leonesa. 


—  394  — 

Felipe  II,  martillo  contra  la  herejía,  mereció  de  todos 
los  heterodoxos  el  pueril  é  injusto  titulo  de  demonio 
del' mediodía.  «Á  medida  que  pasaban  días,  escribe 
Dozy,  el  Cid  iba  ganando  opinión  de  santo  en  la  con- 
ciencia popular;  los  soldados  se  procuraban  pedazos 
de  su  ataúd,  creyéndolos  preservativos  contra  los  peli- 
gros de  la  guerra.  Faltábale  sólo  la  canonización  en 
forma,  y  ésta  la  reclamó  Felipe  II.  Los  acontecimien- 
tos de  la  época  obligaron  al  embajador  español  á 
abandonar  á  Roma  de  improviso,  y  las  negociaciones 
quedaron  interrumpidas.  Es,- sin  embargo,  digno  de 
llamar  la  atención  que  fuera  el  sombrío  y  austero 
Felipe  II  quien  pidiese  que  se  colocara  al  Cid  etí  el 
catálogo  de  los  santos:  ai  Cid,  más  musulmán  que 
católico  y  que,  aun  en  su  tumba,  llevaba  un  vestido 
árabe;  al  Cid,  á  quien  el  poderoso  monarca  hubiese 
hecho  quemar  por  sus  iniquidades  como  herético  y 
sacrilego,  si  hubiera  vivido  bajo  su  reinado;  al  Cid,  á 
quien  la  nación  idolatraba  por  considerarlo  el  campeón 
de  la  libertad,  de  esa  libertad  que  Felipe  supo  ahogar 
en  España.»  Dozy,  á  pesar  de  ser  un  buen  arabista, 
desconoce  á  Felipe  II,  ó  afecta  desconocerle,  aparte  de 
que  á  nada  conduce  detenernos  en  vindicar  al  monarca 
más  grande  que  España  tuvo.  Si  la  guerra  con  los 
infieles,  tanto  como  las  virtudes  personales,  elevaron 
á  la  categoría  de  santos  á  Fernando  III  y  á  Luis  IX, 
no  hubo  desacierto  al  promover  ó  activar  el  proceso 
de  beatificación  de  aquel  cuya  vida  pública  fué  conti- 
nuo batallar  con  los  mahometanos  teniendo  á  raya  en 
las  comarcas  de  levante  á  los  almorávides,  y  cuyas 
costumbres  privadas  no  consta  fuesen  merecedoras  de 


5*5 


Dozv,  lo  f¿e  coz^o  Xarc^eon  v  César,  ¿uk-^es*  r.o  rv>r 
serlo,  ¿t]m  de  ser  hombres  veriaieramer.te  grandes* 
Lo  que  se  trata  ie  saber  en  ¿  G JL  es,  no  si  cnerdo  i 
dos  literatos  mas  ó  menos:  el  CiJL  como  Rodrigo 
Díaz,  nada  nos  importa;  nos  importa  en  unto  one  es 
representación  ¿el  sentimiento  nacional:  ra;:on  por  !a 
que  nos  explicamos  que  Felipe  1L  mas  español  que 
católico,  no  Tuviera  reparo  en  canonicato,  quemara  ó 
no  ouemara  iglesias  v  vistiera  ó  no  vistiera  Je  moro** 
Hacemos,  pues?  nuestras  las  palabras  del  $i\  Malo 
de  Molina:  «Creemos  habernos  acercado  al  verdadero 
tipo  del  Cid  de  la  historia:  al  hombre  que.  criado  y 
educado  al  lado  de  los  monarcas,  aprendió  a  respetar- 
los  y  á  hacer  la  guerra  con  todo  el  ardor  que  habia 
visto  en  los  revés  D.  Fernando  v  O,  Sancho  de  Casli- 
Ha:  al  subdito  leal,  que,  á  pesar  de  que  sus  inclinacio- 
nes le  conducían  á  obrar  en  beneficio  del  pueblo,  cuyo 
origen  recordaba  haber  sido  el  de  sus  progenitores,  no 
se  excedía  en  sus  peticiones:  al  patricio  que,  antepo- 
niendo el  interés  de  este  mismo  pueblo  al  particular 
de  los  reyes,  representaba  con  entere/a  las  necesidades 
de  las  clases  menos  elevadas,  sin  hollar  la  dignidad  de 
su  soberano:  al  guerrero  que  no  podía  dejar  pasar 
mucho  tiempo  sin  que  su  brazo  blandiese  la  lanza  ó 
la  espada:  al  cristiano  de  la  Edad  Media  que,  poseído 
del  celo  religioso  de  aquellos  tiempos,  no  concedía 
descanso  á  los  enemigos  de  su  fe:  al  político  de  su 
siglo,  que  no  miraba  como  ignominioso  el  hacer 
alianzas  con  un  enemigo,  siempre  que  tuvieran  por 
objeto  la  destrucción  de  otro  mayor;  pero  al  político 


—  396  — 

que  desde  que  pudo  obrar  por  su  cuenta,  fué  perseve- 
rante en  su  propósito,  cruzándose  en  mil  empresas 
diversas,  si  bien  todas  vienen  á  descubrir  un  fin,  la 
posesión  de  Valencia  y  de  su  reino,  como  la  joya  más 
codiciada  de  los  régulos  del  Islam.  Le  hemos  visto 
respetuoso  siempre  hacia  su  rey  D.  Alfonso,  á  pesar 
de  los  sufrimientos  que  este  monarca  te  infirió  más  de 
una  vez;  y,  lo  que  es  más  de  admirar  aún:  teniéndose 
y  proclamándose  por  su  vasallo,  cuando,  radiante  de 
poder  y  atacado  por  toda  la  morisma  valenciana,  podia 
haber  competido  con  los  demás  reyes  sus  vecinos  y 
haberse  igualado  á  ellos,  si  la  ambición  hubiera  sido 
el  móvil  desús  conquistas.  Pudo  proclamarse  rey  de 
Valencia  y  proporcionar  grandes  disgustos  á  la  corona 
de  Castilla;  y,  al  abstenerse  de  hacerlo,  contrajo  un 
mérito,  á  nuestro  pobre  juicio,  tan  grande,  que  esto 
solo,  puede  borrar  las  ligeras  manchas  que  se  notan  en 
su  vida»  (i). 

Conocedores  del  mérito  excepcional  del  Cid  y  del 
reconocimiento  á  que  su  vida  le  hace  acreedor,  algunos 
valencianos  trataron  no  ha  mucho  de  elevarle  una 
estatua  en  la  ciudad  ilustrada  con  sus  más  legendarias 
proezas.  Á  la  bondad  de  ese  pensamiento  no  ha  fal- 
tado quien  haya  puesto  reparos,  dificultando,  tal  vez, 
la  realización  de  un  acto  que  nosotros  juzgamos  de 
perfecta  justicia. 

«Otra  estatua  tenemos  en  puerta:  la  del  Cid  Cam- 
peador. GLue  nos  perdonen  los  iniciadores  del  pensa- 
miento lo  que  vamos  á  decirles.  El  Cid  es  héroe  bur- 


il)   %pdri%o  el  Campeador,  III. 


—  397  — 

gales,  no  valenciano.  Sus  hechos  sobre  Valencia  tienen 
mucho  que  depurar  para  hacérnoslos  aceptables:  comen- 
zando por  sus  talas,  que  eran  robos  en  gran  escala,  y 
acabando  por  el  asesinato  de  Aben  Gehaf,  el  moro  más 
importante  de  aquellos  tiempos.  Y,  además:  el  Cid 
¿qué  ha  dejado  en  Valencia  que  le  recuerde?  Nada.  No 
asi  D.  Jaime,  quien,  si  bien  no  nacido  en  Valencia,  se 
identificó  con  nosotros  en  religión,  patria  y  letras.  El 
Conquistador  destruyó  aquí  el  Islamismo  y  estableció 
el  culto  católico:  pobló  y  dio  fueros  al  suelo  valen- 
ciano, y,  por  fin,  nos  dio  lengua  y  hasta  monumentos 
escritos  de  su  mano»  (i). 

Sentimos  no  estar  de  acuerdo  con  el  autor  de  este 
párrafo.  Si  el  Cid  es  héroe  burgalés,  el  Conquistador 
¿no  fué  provenzal?  Si  las  talas  de  Rodrigo  fueron  robos 
en  gran  escala,  ¿qué  fueron  las  correrías  de  D.  Jaime  á 
Burriana,  Valencia,  Cuilera  y  Játiba?  Si  fué  asesinato 
el  suplicio  de  Aben  Gehaf,  ¿no  le  atenúa  nada  la 
rudeza  de  aquellos  tiempos  y  el  modo  de  tratar  enton- 
ces á  los  musulmanes?  ¿Cuánto  más  horrible  no  fué 
mandar  cortar  la  lengua  al  obispo  de  Gerona?  Dejó  el 
Cid  en  Valencia  lo  que  hubiera  dejado  D.  Jaime  si,  en 
vez  de  sobrevivir  á  su  conquista  treinta  y  ocho  años, 
sólo  hubiese  vivido  después  cinco  y  siempre  rodeado 
de  almorávides.  No  pudo  el  Cid  ser  legislador,  pero 
fué  lo  que  las  circunstancias  le  permitieron  ser:  «cam- 
peador famoso,  paladín  ilustre,  capitán  invencible,  sub- 
dito leal;  y  si  no  se  conservó  Valencia  para  el  cristia- 
nismo después  de  su  muerte,  ya  no  pudo  ser  culpa 


(f)    El  ^Archivo,  IV,  41-42. 


suya;  seríalo  de  las  circunstancias,  ó  seríalo  de  Alfonso, 
que  la  destruyó  y  abandonó»  (i).  Cierto  es  que  don 
Jaime  nos  dio  su  lengua;  pero,  ¡lástima  que  no  nos  diese 
la  de  Aragón,  más  á  propósito,  como  más  semejante  á 
la  de  Castilla,  que  se  habla  hoy  en  casi  toda  España, 
para  constituir  nuevo  y  poderoso  vinculo  de  unión 
con  el  resto  de  la  Península! 

Hay,  después  de  todo,  entre  ^sas  dos  grandes  figuras 
muchos  puntos  de  semejanza.  Hasta  en  los  últimos 
dias  de  su  existencia  resulta  grandísimo  parecido.  El 
Conquistador  enfermó  en  Alciray  murió  en  Valencia; 
falleció  el  Cid  en  Valencia  á  causa  del  disgusto  que 
experimentó  por  la  rota  de  sus  huestes  en  Alcira.  Una 
revolución  cosmopolita  y  extraña  en  su  origen  á 
nuestra  tierra,  alteró  también  el  reposo  que  los  restos 
de  los  dos  héroes  tenían  en  Poblet  y  en  Cárdena. 
Valencia  no  guarda  las  cenizas  de  ninguno  de  los  dos: 
tienen  esa  gloria  la  catedral  de  Tarragona  y  la  capilla 
del  ayuntamiento  de  Burgos.  Pero  Valencia  ha  suplido 
en  parte  esa  falta:  se  ha  honrado  alzando  una  estatua 
á  Jaime  I.  Debe  completar  la  obra  elevando  otro 
monumento  igual  al  Cid  Campeador.  Además,  que 
«fasta  que  ganó  á  Valencia  el  rey  don  Jaymes,  siempre 
fué  llamada  Valencia  la  del  Cid»  (2). 


(1)  Lafuente,  II,  7. 

(2)  Crónica  General,  fol.  362.  La  edición  que  hemos  tenido  i  la  vista  se 
titula:  «Las  quatro  partes  enteras  de  la  Crónica  de  España  que  mandó  com- 
poner el  Serenísimo  rey  don  Alonso  llamado  el  Sabio.  Donde  se  contienen 
los  a  con  tes  pimientos  y  hazañas  mayores  y  mis  señaladas  que  sucedieron  en 
España;  desde  su  primera  población,  hasta  casi  los  tiempos  del  dicho  señor 
rey.— Vista  y  emendada  mucha  parte  de  su  impresión  por  el  maestro  Florián 
Docampo,  cronista  del  emperador  é  rey  nuestro  señor. — Zamora,  1541.» 


CAPITULO    X 

DoíU  JlMXA 


Jimena  Díaz  había  de  probar  que  era 
;na  esposa  del  invicto  Campeador  v  mi- 
:  del  joven  que  á  manos  de  los  moros 
acaudillados  por  al  Mondhir  murió  cerca  de  Consue- 
gra, cuando  la  atrevida  correría  del  emir  de  Denia 
hasta  Medina  del  Campo.  Aunque  aislada  Valencia 
en  medio  de  la  inundación  general  de  almorávides, 
no,  por  el  duro  contratiempo  de  la  muerte  de  Rodrigo, 
pensó  su  esposa  abandonarla;  sino  que,  siguiendo  los 
consejos  del  obispo  don  Jerónimo  y  apoyada  por 
Alvar  Fáñez  y  otros  notables  caudillos,  se  mantuvo 
en  ella  hasta  fines  de  abril  de  1102,  esto  es,  cerca 
de  tres  años. 

La  ilustre  viuda  residía  junto  á  su  marido  desde 
la  batalla  de  Cuart,  época  en  que,  al  parecer,  junta- 
mente con  sus  dos  hijas  doña  Elvira  y  doña  Sol, 
ó  doña  Cristina  y  doña  María,  vino  á  Valencia  (1); 


(t)    Malo  de  Molina,  Rodrigo  el  Campeador,  IV, 


—  400  — 

sin  embargo,  es  lo  más  probable  que  se  trasladase 
á  dicho  punto  tan  luego  como  Alfonso  VI  le  dio 
libertad  para  volver  á  la  compañía  de  Rodrigo  (i). 

Que  Alvar  Fáñez  cargó  con  el  peso  de  la  defensa 
de  la  ciudad,  dícelo  el  testimonio  de  un  autor  árabe: 
«Luego  que  vio  el  emir  Syr  ben  Abi  Becr  lo  que  podía 
esperar  del  amor  del  enemigo  y  que  no  había  más 
que  desgracias  en  el  país,  dispuso  su  partida  y  salió 
en  busca  de  Alvar  Fáfíez,  y  le  batió  juntamente  con 
su  ejército,  y  Dios  rompió  su  poder:  por  lo  cual 
tuvieron  miedo  los  cristianos  y  conocieron  que  la 
sumisión  á  los  almorávides  no  estaba  lejana»  (2). 

cYúsuf  ben  Texufín  hizo  todos  los  esfuerzos  imaginables  por 
recobrar  á  Valencia,  pues  la  posesión  de  ella  por  los  cristianos 
era  para  él  una  mota  en  el  ojo.  Contra  ella  envió  los  hombres 
más  intrépidos,  y  la  guerra  ofreció  diferentes  suertes,  decidién- 
dose i  veces  por  los  cristianos,  y  á  veces  por  los  almorávides»  (3). 

Ese  mismo  caudillo  Syr  ben  Abi  Békir,  con  una 
'  buena  armada  se  había  apoderado  de  las  Islas  Baleares, 
las  cuales  desde  el  año  440  (jun.  1048-49)  estaban 
en  poder  de  los  Beni  Xuheid,  ilustres  jekes  de  Murcia 
que  las  tenían  por  los  emires  de  Valencia  y  de  Denia 
y  las  gobernaban  en  paz  y  justicia.  «Acabada  la  expe- 
dición á  las  Islas,  con  aviso  que  hubo  Syr  ben  Abi 
Békir  de  la  entrada  de  los  cristianos  en  Valencia,  que 
le  comunicó  el  gobernador  de  Almería,  hijo  de  Áhmed 
ben  Gehaf,  el  quemado  por  el  Cambitor,  envió  toda 
su  armada  de  naves  y  saetías,  con  mucha  gente   de 


(1)  Risco,  Historia  de  Rodrigo  Dla^  XVII. 

(2)  Malo  de  Molina,  apéndice  XXI. 

(3)       Ibidem,  XX. 


—  401  ~ 

desembarco  y  gran  ballestería  de  alárabes,  de  moros 
de  Lamtuna  y  masamudes,  y  vino  sobre  la  ciudad  de 
Valencia;  y  los  cristianos  y  los  muslimes .  sus  aliados, 
viendo  que  no  la  podían  mantener  y  que  no  esperaban 
socorro,  la  abandonaron  después  de  largo  cerco,  en  que 
hubo  sangrientas  batallas  y  reñidas  escaramuzas»  (i). 

«Después  de  la  muerte  del  Cid,  su  esposa  se  man- 
tuvo en  Valencia  al  frente  de  numerosa  guarnición  de 
caballeros  é  infantes.  Sabida  la  muerte  del  Cid,  todos 
los  sarracenos  que  habitaban  en  las  costas,  reunido . 
un  crecido  ejército,  al  momento  acudieron  sobre  Va- 
lencia» (2).  Nueve  días,  después  que  el  hijo  del  rey 
Búcar  plantó  sus  reales  junto  á  la  ciudad,  saliendo 
los  cristianos  una  noche  por  la  puerta  de  Troteros 
(Roteros),  atacaron  de  improviso  ai  campamento 
enemigo,  y  Búcar  (Becr  q  Békir)  experimentó  una 
derrota  espantosa,  teniendo  que  refugiarse  más  que  de 
prisa  en  sus  naves  (3). 

Vista  la  harmonía  que  guardan  ciertos  hechos 
considerados  hasta  hoy  como  fabulosos  con  otros 
tomados  de  los  cronistas  árabes  y  calificados  de  ciertos, 
¿quién  será  capaz  de  precisar  en  ellos  la  línea  divisoria 
entre  lo  llamado  ficticio  y  lo  que  es  real? 

Parece  que  los  régulos  españoles  musulmanes, 
visto  el  incremento  que  tomaban  los  almorávides, 
depondrían  su  actitud  de  continua  revuelta  y  se  fijarían 
en  el  peligro  que  á  todos  amenazaba.  Mas  no  fué  así: 
por  los  días  en  que  los  africanos  procuraban  derrocar 


(1)  Conde,  III,  22. 

(2)  Hist.  Leonesa, 

(3)  Crónica  General,  fo).  631-632. 


—  402  — 

el  baluarte  alzado  por  el  potente  brazo  del  Cid,  el 
señor  de  Murviedro  y  un  yerno  suyo  ofrecían  al 
mundo  un  espectáculo  nada  edificante. 

Poco  antes  de  morir  Abú  Merwán,  señor  de  Santa 
María  de  Albarracín,  el  mismo  á  quien  cedió  sus 
retados  Abú  Isa  ben  Lebún,  estuvo  á  pique  de  perder 
la  vida  á  manos  de  Obeidallah,  cuñado  suyo  y  señor 
de  Alarcón  (Adzcón).  Era  Abú  Merwán  muy  amado 
de  sus  gentes:  el  fuego  de  la  hospitalidad  ardía  noche 
•  y  día  en  su  casa,  trataba  con  la  mayor  afabilidad  al 
pueblo,  era  su  más  seguro  amparo  en  las  necesidades. 
Reunía,  además,  otras  prendas  no  menos  recomenda- 
bles en. un  buen  muslim:  era  en  la  guerra  animoso, 
valiente  y  audaz,  amaba  al  soldado  y  se  confundía  con 
él  en  el  traje,  en  la  montura  y  en  ocupar  el  sitio  de 
mayor  peligro:  era,  pues,  el  ser  predilecto  de  aquellos 
á  quienes  acaudillaba  en  el  campo  de  batalla. 

En  safar  de  493  (última  quincena  de  1099  y  pri- 
mera de  1 100),  Obeidallah,  su  cuñado,  de  acuerdo 
con  Abú  Isa  ben  Lebún  y  con  otros  muchos,  se 
propuso  heredar,  de  grado  ó  por  fuerza,  al  señor  de 
Albarracín;  y,  al  efecto,  le  invitó  á  una  entrevista. 
Acompañado  de  su  hijo,  que  estaba  para  casar  -con 
una  hija  de  Abú  Merwán,  y  seguido  de  la  taifa  de  los 
suyos,  visitó  al  cuñado:  hízole  tan  extrañas  peticiones 
y  demandas,  para  que  le  designara  por  heredero  de  sus 
estados  y  le  sirviera  con  tropas  y  dinero,  que  Abú 
Merwán,  no  pudiendo  sufrir  por  más  tiempo  tantas  y 
tales  importunidades,  hubo  de  reprenderle  con  aspe- 
reza; y  Obeidallah  le  replicó  con  otras  razones  no 
menos  duras. 


—  403  — 

Ya  en  semejante  trance,  padre  é  hijo,  acalorados 
los  ánimos,  esgrimieron  los  aceros  y  acometieron 
contra  AbúMerwán.  Comenzó  á  lanzar  gritos  pidiendo 
socorro  una  hermana,  ó  una  hija,  esposa  del  de  Alarcón, 
ó  prometida  de  su  hijo,  y  al  momento  acudieron  la 
familia  y  gente  de  Abú  Merwán.  Se  lanzaron  sobre 
los  agresores,  y  hubieran  acabado  con  padre  é  hijo,  á 
no  haberlos  contenido  el  señor  de  Albarracín,  cubierto 
de  heridas.  A  Obeidallah  se  le  clavó  en  una  cruz, 
sacados  los  ojos  y  cortados  pies  y  manos;  y  al  hijo  se 
le  condenó  á  perpetua  reclusión,  según  unos,  ó  se  le 
dio  libertad,  amputado  un  pie,  según  otros. 

No  es  fácil  que  Abú  Isa  ben  Lebún  lo  pasara  bien 
si  paró  en  manos  de  Abú  Merwán,  el  Humanitario. 
Quizá,  pereciera  en  la  refriega,  puesto  que  de  él  ya  no 
vuelve  á  hacerse  mención.  Abú  Merwán  murió  poco 
después;  y  al  heredar  Yahya,  su  hijo,  los  estados,  que- 
daron dependientes  de  Valencia,  de  la  cual  eran  ya 
dueños  los  almorávides  (i).  En  1170  los  cedió  Aben 
Sad  á  D.  Pedro  Ruiz  de  Azagra. 

No  obstante  el  cuidado  en  que  á  doña  Jimena 
había  de  poner  el  tenaz  empeño  de  los  almorávides 
.por  recobrar  á  Valencia,  no  menos  religiosa  la  ilustre 
viuda  que  su  marido,  dotaba,  en  21  de  mayo  de  1101, 
á  la  iglesia  catedral,  consagrada  «á  la  bienaventurada 
siempre  Virgen  María,»  y  no  á  San  Pedro,  como  sin 
fundamento  se  ha  venido  diciendo.  Es  más:  ni  ella  ni 
el  obispo  dan  señales  de  querer  abandonar  á  Valencia; 
y,  sin  embargo,  á  contar  de  la  fecha  de  esa  donación 


(1)    Conde,  1.  c— Chabret,  Sagunto,  XIV. 


—  404  — 

hasta  que  Mazdali  se  puso  sobre  la  ciudad  con  ánimo 
de  hacerse  dueño  de  ella,  no  transcurrieron  sino  cuatro 
meses.  Doña  Jimena  no  hizo  al  otorgar  su  carta  más 
que  confirmar  lo  que*  su  marido  hiciera  en  i.°  de 
julio  de  1098;  pues  ya  en  aquella  fecha  señaló  dota- 
ción á  la  misma  iglesia  catedral,  dotación  aceptada  por 
su  obispo  don  Jerónimo  (1). 

Al  caudillo  Abu  Muhámad  Mazdali,  «punta  de 
lanza  y  cordón  de  que  Yúsuf  ben  Texufin  se  servía 
para  ensartar  sus  perlas,»  cupo  la  gloria  de  recobrar 
para  el  Islam  la  ciudad  de  Valencia*  Habiendo  durado 


(i)  Principium  scripti  muncatur  sub  nomine  Chrísti.  Ego  denique  Exi- 
men a  Didaz,  inspirante  me  divina  clementia,  nullius  cogentis  imperio, 
ñeque  suadentis  artículo,  sed  propria  atque  spontanea  mea  volúntate,  una 
cum  cunctis  fíliis  atque  fíliabus,  necnon  et  raéis  bonis  hominibus,  fació  hune 
titulum  scriptionis  et  donationis  ad  honorem  Dei  et  Beatas  semper  Virgin  i  s 
valentinas  sedis.  Concedimus  Deo  et  gloriosas  Dei  genitricis  prasdictas  atque 
patri  nostro  domino  Hieronimo,  pontifici,  ejusque  successoribus,  per  reme- 
dium  animas  domini  et  viri  mci  Ruderici  Campidatoris,  sive  per  remedium 
animas  meas,  vel  ñliis  atque  fíliabus,  et  nepotibus  meis,  non  solum  illis 
decimis  quas  prasdictus  dominus  et  vir  meus  donavit,  sed  remota  omnt 
occasione,  adimpleta  decimas  omnium  rerum  quas  adqui siena  per  totum 
meum  honorem,  quem  modo  et  á  fíliis  vel  fíliabus  et  nepotibus  raéis  habe- 
mus,  vel  deinceps  per  térra,  sive  per  mare,  auxiliante  Deo,  adquisituri  sumus. 
Imprimís  de  pane,  et  vino,  oleo,  vel  fructus  de  hortis  et  arboribus,  vel  omnia 
quas  tellus  fructífera  profert,  adhuc  etiam  de  molendinis,  et  balneis  detentis,' 
vel  cabernis,  de  alfondicis,  vel  de  domibus,  de  furnis,  sive  de  illas  máximas  et 
minimas  alcabalas,  insuper  et  quinta  pars  quam  usum  visumque  est  acápere 
de  meis  hominibus,  vel  etiam  de  ómnibus  rebus,  tam  de  forjs,  quam  de 
intrinsecis  meis  urbibus,  vel  castris  maximis  et  minimis  acquisituri  sumus; 
damus  Deo  et  prasdictas  Dei  genitrici,  et  ómnibus  sanctis  ejus,  et  patri  nostro 
reveré ndissimo  Hieronimo,  episcopo,  ejusque  successoribus,  donanda  conce- 
dimus. Ideo,  ego,  prasfata  Eximena,  base  omnia,  libenti  animo,  do;  et  juro 
fíliis,  fíliabusque  et  nepotibus  meis  jurare  atque  firmare  prascipio,  ut  quandiu 
vita  vixero  et  honorem  tenuero,  ita  adinplebo  in  ómnibus,  sicut  proraissi  Deo 
et  matri  nostras  Ecclesias.  Quando  autem  eis  istum  honorem  dimissero  Ipsís 
meis  fíliis  et  fíliabus,   hoc  totum  per   scriptum  adimpleant  quemadmodum 


—  4<>S  — 

%\  sitio  siete  meses,  que  terminaron  al  mediar  récheb 
del  año  495  (5  mayo  de  1102),  comenzó  Valencia  á 
ser  combatida  por  los  almorávides,  en  los  primefos 
días  de  octubre  de  1101.  Al  verse  doña  Jimena,  la 
viuda  de  tan  esclarecido  marido  cual  fué  el  Cid,  en 
situación  tan  angustiosa,  y  no  hallando  á  su  infeli- 
cidad remedio  por  ningún  lado,  envió  el  obispo  de. la 
ciudad  *á  Alfonso  VI,  para  que  la  amparase  en  aquella 
extrema  necesidad.  Apenas  el  rey  oyó  el  mensaje, 
se  puso  al  frente  de  su  ejércitq  y  corrió  á  Valencia.  La 
desgraciada  doña  Jimena  mostró  su  gratitud  al  rey 


Deo  juravimus  et  promi&simus;  et  non  tantum  modo  ego,  et  filiis  vel  filiabus 
meis  ista  donarla  Deo  concedí  mus,  sed  et  nostris  principibus,  quanto  jure 
sont  constituía,  siraili  modo  illud  quod  es  nobis  tenentur,  in  eodera  haere- 
ditario  decimis  Deo  promittant  acque  concedan t;  nos  autem,  non  solum  hanc 
paginam  firmamus,  sed  et  alus  privilegiis  quos  dominus  et  vir  meus  Ruderi- 
cus  donavit  atque  firma  vi  t,  et  nosmet  ipsas  paginas  firmavimus,  et  filiis,  et 
filiabas  et  principibus  nostris  firmare  praecipimus;  et,  ut  firma;  permaneant, 
propriis  nostris  muneribus  prsesignavimus.  Quod  si  quis,  diabólico  instinctu 
vel  aliqua  contra  haec  nostra  dona  venire  ad  dirumpendum  teataverit,  centum 
libras  aurí  cogantur  persolvere  pontifici  vel  Ecclesiae;  et  ut  quae  tentaverint,  se 
posse  tninime  adimplere  confidant.  Precamur  episcopum  quateous  eos  gladio 
anathematis  feriat  et  animadversionis  ultimas  jugulo  districte  confodiat. — Ego, 
fíieronimus,  Ecclesiae  episcopus,  cum  ómnibus  clericis  mihi  subditis,  authori- 
tate  0ei  Patris  omnipotentis,  et  Pilii  et  Spiritus  Sancti,  et  B.  Marías  semper 
Virginis,  et  beatorum  apostolorum  Petri  et  Pauli,  á  Deo  divinitus  nobis  per 
1  eos,^eorumque  succesores  potestate  collata,  excomunicamus,  et  anatemati- 
zara us  et  separamus  á  sinu  matris  nostrse  Ecclesiae,  et  ab  omni  consortio 
christianorum  sequestramus,  et  jungimus  diáfcolo  et  satellitibus  ejus  omnes 
homines  utriusque  sexus,  qui  iis  sacris  institutis  re  bel  les  vel  inobedientes 
obstiterint,  doñee  re  si  piscan  t  et  digne  Deo,  et  Sanctae  Ecclesiae,  et  nobis,  vel 
successoribus  nostris  satisfaciant,  Facta  carta  hujus  donationis  duodécimo 
V  kalendas  junii,  era  1139,  anno  Domini  Nostri  Jesu  Christi,  1101.  Ego,  Exi- 
mena  prsedicta,  qui  hanc  paginam  fieri  jussi,  manu  mea  firma  vi. — Ramirus, 
robora  vi  t.—Munio,  rob.<— Fredinando,  rob,— Petrus,  confirmas.— Rudericus, 
conf.— -Santius,  conf. — Pelagio,  testis*. — Didaco,  t. — Nuno,  t. — Martinus, 
scrípsit.  (Risco,  ap.  V.— Chabás,  Mon.  hist,  de  Val.  y  su  Reino,  II,  1-2). 


_  4o6  _ 

besándole  llena  de  júbilo  los  pies,  y  le  suplicó  que 
á  ella  y  á  los  cristianos  que  con  ella  estaban  los 
socorriese.  Se  procuró,  de  pronto,  conservar  la  ciudad, 
mas  no  se  halló  á  nadie  que  pudiera  defenderla  de  los 
sarracenos,  por  caer  demasiado  apartada  de  Castilla.  Se 
resolvió,  pues,  tomar  el  partido  de  abandonarla  y  de 
que  doña  Jimena,  con  los  restos  de  su  marido,  con  los 
cristianos  que  allí  estaban  y  con  sus  bienes  y  riquezas,  , 
se  trasladase  4  Castilla.  Y  ésa  fué  también  la  dispo- 
sición que  en  sus  últimos  momentos  dejó  Rodrigo: 

«Pues  que  todos  fueron  llegados  en  uno,  enderes^aron  su 
camino  para  Castiella,  assí  como  el  Cid  les  mandara.  E  alber- 
garon aquella  poche  en  una  aldea  que  dezíen  Siete-aguas,  que  es 
á  nueve  leguas  de  Valencia,  contra  Castiella.  Dize  la  Estoria, 
que  quando  la  compaña  del  Cid  se  partieron  de  Siete-aguas, 
enderesgaron  su  camino  faciendo  sus  jornadas  muy  pequeñas, 
que  llegaron  á  Salvacañete.t 

Una  vez  ya  salidos  todos  de  la  ciudad,  lo  cual  no  . 
fué  difícil,  pues  los  almorávides  habían  alzado  el  sitio 
y  huido  al  aproximarse  Alfonso  VI,  éste  mandó  que  ; 
se  la  prendiera  fuego,  y  libertados  y  libertadores,  sin  • 
que  nadie  se  atreviera  á  estorbarles  el  paso,  llegaron  á  : 
Toledo  (i).  i 

Los  almorávides,  luego  que  los  cristianos  salieron,  í 
entraron  en  Valencia,  aunque  incendiada,  y  «ya  nunca 
la  perdieron»,  dice  la  Historia  Leonesa.  Los  moros  de 
la  Alcudia  fueron  los  primeros  en  entrar,  no  sin  pre- 


(i)  Esto  sucedió  en  mayo  de  noa,  según  se  lee  en  los  Anales  Toledanos: 
«El  Rey  D.  Alfonso  dexó  deserta  á  Valencia  en  el  mes  de  mayo,  Era  MCXL.» 
El  año  aparece  confirmado  en  las  Memorias  antiguas  de  Cárdena:  «Era  de 
MCXL.  perdieron  los  cristianos  á  Valencia.» 


±-  407  — 

cauciones,  por  temor  de  caer  en  alguna  celada.  Los 
moros  fueron  dueños  de  Valencia  «fasta  que  la  ganó 
el  rey  don  Jaymes  de  Aragón.  E  non  ovo  tan  "poco 
tiempo  que  la  tovieron  los  moros,  según  cuentan  las 
estorias:  que  non  ha  bien  siento  é  sesenta  años;  pero, 
qué  la  ganó  el  rey  don  Jaymes,  siempre  fué  llamada 
Valencia  la  del  Cid.» 

No  paró  en  Toledo- la  comitiva  que  acompañaba  á  . 
D.a  Jimena.  Ésta,  con  sus  caballeros,  trasladó  el  cuerpo 
de  Rodrigo  al  monasterio  de  San  Pedro  de  Cárdena; 
y  allí,  celebrados  solemnes  funerales  en  sufragio  de  su 
alma,  se  le  dio  honrosa  sepultura  (1). 

No  será  de  sobra  hacer  constar  lo  que  se  sabe 
acerca  del  cadáver  del  Cid  y  de  los  que  fueron  sus 
compañeros  en  las  gloriosas  proezas  que  llevó  á  cabo. 
Pareciendo  á  Alfonso  el  Sabio  sobrado  modesto  el 
primer  sepulcro  en  que  estuvo  el  cuerpo  del  Cid,  en 
1272  hizo  construir  uno  nuevo,  con  dos  piedras  gran- 
des, y  le  colocó  al  lado  izquierdo  del  altar  mayor.  En 
1447,  al  reconstruir  la  iglesia,  fueron  los  restos  del 
Campeador  colocados  en  otro  sepulcro,  sobre  cuatro 
leones  y  al  frente  de  la  sacristía.  En  14  de  enero  de 
1 541  fueron  trasladados  á  la  pared  del  lado  del  Eván- 
*  gelio,  y  en  octubre  de  aquel  mismo  año  hizo  Carlos  V 
que  se  colocasen  en  el  centro  de  la  capilla  mayor  (2). 


(1)  Historia  Leonesa.— Crónica  General,  f.  362.— Malo  de  Molina,  apén- 
dice XX. 

(2)  Es  digno  de  conocerse  el  decreto  por  el  cual  se  colocó  el  sepulcro  en 
medio  déla  capilla  mayor  á  fin  de  octubre  de  1 541. —Dice  asi: 

El  Rey. 
Venerable  Abad,  Monges  y  Convento  de  San  Pedro  de  Cárdena.  Ya  sabéis 
como  Nos  mandamos  dar,  y  dimos  una  nuestra  Cédula  para  vosotros,  del 


—  408  — 

En  1835  desaparecieron  preciosos  monumentos  de 
nuestra  gran  importancia  religiosa  y  política  en  los 
siglos  medios.  Ni  las  cenizas  del  Cid  ni  las  de  Jaime  I 
fueron  respetadas*  Las  del  héroe  castellano  fueron 
trasladadas  en  1842  á  Burgos,  y  se  las  depositó  en  la 
capilla  de  las  Casas  Consistoriales,  donde  se  las  guarda 


tenor  siguiente:  El  Rey. — Concejo,  Justicia,  y  Regidores,  Caballeros,  Escude- 
ros, Oficiales  y  homes  buenos  de  la  ciudad  de  Burgos,  ha  sido  hecha  rela- 
ción, que  bien  sabíamos,  y  á  todos  es  notorio,  la  fama,  nobleza,  é  hazañas 
del  Cid,  de  cuyo  valor  á  toda  España  redundó  honra,  en  especial  á  aquella 
ciudad  onde  fué  vecino,  y  tuvo  origen  y  naturaleza;  y  que  asi  los  naturales  de 
estos  Reynos  como  los  Extranjeros  de  ellos,  que  pasan  por  la  dicha  dudad, 
de  las  principales  cosas  que  quieren  ver  en  ella,  es  su  sepulcro,  y  lugar  donde 
él  y  sus  parientes  están  enterrados,  por  su  grandeza  é  antigüedad;  é  que 
había  treinta,  ó  quarenta  dias,  que  vosotros,  no  teniendo  consideración  á  io 
susodicho,  ni  mirando  á  que  el  Gd  es  nuestro  proditor,  y  los  bienes  que 
dezó  á  esta  casa,  y  la  autoridad  que  de  estar  él  ahí  enterrado  se  sigue  al  dicho 
Monasterio,  habéis  desechado  y  'quitado  su  sepultura  de  en  medio  de  la 
Capilla  Mayor,  donde  ha  más  de  400  años  que  estaba,  y  le  habéis  puesto 
cerca  de  una  escalera  y  lugar  no  decente,  y  muy  diverso  en  autoridad,  y 
honra  del  lugar,  y  honra,  que  es  fama.  También  habéis  quitado  de  con  él  á 
doña  Ximena  Díaz  su  muger,  y  puéstola  en  la  Calostra  del  dicho  Monasterio, 
muy  diferente  de  como  estaba.  Lo  qual  aquella  ciudad,  así  por  lo  que  toca  á 
nuestro  servicio,  como  por  la  honra  de  ella,  ha  sentido  mucho:  y  que  como 
quiera  que  luego  que  se  supo,  fueron  á  ese  Monasterio  el  Corregidor  é  tres 
Regidores  de  ella,  á  procurar  con  vosotros  que  restituyésedes  ios  dichos  cuer- 
pos al  lugar  en  que  solían  estar,  no  lo  habéis  querido  hacer;  y  que  si  esto  así 
pasase,  la  dicha  ciudad  se  tenía  por  muy  agraviada:  allende  de  que  es  cosa  de 
mal  exemplo  para  Monasterios,  i  Religiosos,  que  viendo  la  facilidad  con  que 
se  muda  la  sepultura  de  una  tan  famosa  persona,  tomarán  el  atrevimiento  de 
alterar  y  mudar  qualesquier  sepulturas,  y  memorias,  de  que  se  seguirá  mucho 
daño  á  nuestros  Reynos:  Suplicándonos  y  pidiéndonos  por  merced,  fuése- 
mos servidos  de  mandar  que  restituyésedes  los  cuerpos  del  Cid  y  su 
muger  en  la  sepultura,  lugar,  é  forma,  que  antes  estaban.  É  porque 
habiendo  sido  el  Cid  persona  tan  señalada,  como  está  dicho,  y  de  quien  la 
Corona  Real  de  Castilla  recibió  tan  grandes  y  notables  servicios,  como  es 
notorio,  estamos  maravillados  de  cómo  habéis  hecho  esta  mudanza  en  sus 
sepulturas,  vos  mandamos  que  si  es  así  que  los  dichos  cuerpos,  ó  sus  enterra- 
mientos, están  mudados,  luego  que  ésta  recibáis,  los  volváis  al  lugar,  y  de  la 


—  4°9  — 

cual  tesoro  de  inmensa  valía  (i).  J^nto  al  sepulcro 
del  Cid  está  el  de  su  esposa,  que  murió  el  año  .1104. 

Pon  Jerónimo  fué  consagrado  obispo  de  Valencia 
por  el  papa  Urbano  II  (1088-1099).  Apenas  llegado  á 
Toledo  fué  nombrado  obispo  de  Salamanca  y  de 
Zamora:  Raimundo  de  Borgoña  y  su  esposa  doña 
Urraca  le  hicieron  donación  de  las  iglesias  y  clérigos 
de  aquella  diócesis  en  22  de  junio  de  1102.  Murió 
en  30  de  igual  .mes  de  1 120  (2). 

Tuvo  el  Cid  dos  hijas,  llamadas,  en  la  General, 
doña  Elvira  y  doña  Sol,  de  las  cuales  dice  que  casaran 
con  los  infantes  de  Garrión.  Hoy  está  probado  que 


forma,  y  manera  que  estaban;  y  en  caso  que  no  estuvieren  mudados,  no  los 
mudéis,  ni  toquéis  en  ellos,  agora,  ni  en  ningún  tiempo:  y  habiendo  cumplido 
primero  con  \p  susodicho,  si  alguna  causa,  ó  razón  tenéis  para  hacer  la  dicha 
mudanza,  enyiárnoseis  relación  de  ello,  y  de  como  volvisteis  los  dichos  cuer7 
pos,  y  sepulturas  á  su  primero  lugar  dentro  de  quarenta  días,  para  que  lo 
mandemos  ver,  y  proveer  en  ello  lo  que  más  convenga:  Fecha  en  Madrid  á 
ocho  días  del  mes  de  Julio  de  mil  quinientos  y  quarenta  y  un  años.  Joannes 
Cardinalis.  Por  mandado  de  su  Magesud,  el  Gobernador  en  su  nombre.  Pedro 
de  Cobos.  (Risco,  Historia  de  Rodrigo  Dia^  XVI).  , 

(z)    Malo  de   Molina,  apéndice  XX.—H¡st.   Leonesa.— Crónica   General, 

361-362. 

(2)  RÍS.CO,  Historia  de  Rodrigo  Diai,  XVII  y  XVIIL— Por  lo  que  escribe 
Sandoval  (Chrónicadel  ínclito  Emperador  de  España  don  %Alonso  Vil,  cap.  XIV), 
aún  vivía  en  la  Era  1164  (1126);  «Se  le  dio  la  ¿illa  (de  Salamanca)  a  don 
Gerónynio,  obispo  de  Valencia,  quando  se  perdió  por  muerte  del  Cid,  que  fué 
después  de  la  Era  1 139  (1101),  como,  por  papel  original  de  doña  Ximena 
Díaz,  muger  de  Rodrigo  Díaz  el  Cid,  he  visto  que  lo  tiene  la  santa  Yglesia 
de  Salamanca;  y  del  saqué  un  tanto,  que  tengo...  Y  en  este  año  de  la  Era 
1 164  (1 126),  queriendo  el  rey  don  Alonso  conservar  y  aumentar  lo  q  ue  su 
padre  avía  comentado,  en  Salamanca,  á  treze  de  Abril,  estando  en  esta  ciudad, 
dio  su  carta,  en  que  dize:  que,  assí  como  sus  padres  honraron  y  heredaron  la 
santa  Yglesia  de  Salamanca,  quando  poblaron  la  ciudad,  assí  él,  por  el  remedio 
de  su  alma,  le  haze  gracia  y  merced  á  la  dicha  Yglesia  y  á  su  obispo  don 
Gerónymo,  de  todas  las  Yglesias  y  Clérigos,,  assí  de  la  dicha  ciudad  como  de 
toda  su  Dieces  i,  para  que  siempre  las  tenga  en  su  poder  y  señorío...» 

52 


—  410  — 

sus  verdaderos  nombres  eran  doña  Cristina  y  doña 
María.  La  primera  casó  con  don  Ramiro,  infante  de 
Navarra,  el  cual  murió  en  la  Era  1148  (11 10),  de  cuyo 
matrimonio  nació  García  Ramírez,  el  restaurador  de 
dicho  reino  á  la  muerte  de  Alfonso  el  Batallador;  y 
doña  María,  con  Ramón  Berenguer  III  el  Grande, 
conde  de  Barcelona  •  Estas  bodas  se  concertaron  en 
Valencia  (1). 

De  Alvar  Fáñez,  el  Albarhanis  de  los  cronistas 
árabes,  se  halla  mención  en  el  relato  de  la  triste  batalla 
de  Uclés,  en  que  pereció  el  príncipe  don  Sancho,  úni- 
co heredero  varón  de  Alfonso  VI.  A  la  venida  de 
Ali  ben^Yúsuf  en  1107,  dio  á  su  hermano  Temim, 
wali  que  había  sido  del  Magreb,  el  gobierno  de  Va- 
lencia* Deseoso  Temim  de  realizar  alguna  empresa 
de  importancia,  se  propuso  tomar  el  castillo  y  ciudad 
de  Uclés.  Para  ahuyentar  á  los  almorávides,  Alfonso 
envió,  con  un  buen  ejército,  á  su  hijo,  niño  de  once 


(1)  «Este  mío  Cid  el  Campiador  ovo  por  raugier  i  dona  Ximena,  nieta 
del  rey  don  Alfonso,  filia  del  conde  don  Diago  de  Asturias,  et  ovo  della  un 
filio  et  dos  filias;  et  el  filio  ovo  nombre  Diago  Roy2,  et  matáronlo  en  Con- 
suegra los  moros;  de  las  filias  la  una  ovo  nombre  dona  Christina,  la  otra, 
dona  María;  casó  dona  Christina  con  el  infant  don  Ramiro,  casó  dona  María 
con  el  cont  de  Barcelona:  el  infant  don  Ramiro  ovo  en  dona  Christina  filio 
al  rey  don  García  de  Navarra,  al  que  dixieron  Garci  Ramírez;  el  rey  don  * 
García  tomó  por  mugier  á  la  reina  dona  Magelina,  et  ovo  della  filio  al  rey 
don  Sancho  de  Navarra;  este  rey  don  Sancho  tomó  por  mugier  la  filia  del 
Emperador  de  Espanna,  et  ovo  della  filio  al  rey  don  Sancho  que  agora  es 
rey  de  Navarra  (Genealogía  de  Rodrigo  Díaz  escrita  en  tiempo  del  santo  rey 
don  Fernando.— Malo  de  Molina,  ap.  Il).—Crón.  General,  fol.  346. -~En 
una  historia  portuguesa  á  que  se  remite  Sandoval  (Hist.  de  los  Reyes  de 
Castilla  y  de  León,  Doña  Urraca),  dice  del  rey  don  García,  el  que  murió  en 
Atapuercá:  «Este  Rey  Don  Garda  ouvo  dous  fillos,  Don  Sancho,  et  Don 
Ramiro,  que  casou  despois  con  á  filia  do  Cide.» 


—  4"  — 

« 

años.  Fueron  los  de  Castilla  derrotados,  y  pereció  el 
tierno  infante  (1108).  Alvar  Fáñez  fué  uno  de  los 
nobles  que,  al  verlo  todo  perdido,  corrieron  al  lado 
del  abatido  monarca,  que  murió  ai  año  siguiente 
(30  junio  1 109). 

Pocos  años  alcanzó  del  turbulento  reinado  de 
doña  Urraca.  Al  asomar  las  escandalosas  discusiones 
entre  ella  y  su  marido  en  Segundas  nupcias  Alfonso  I 
de  Aragón,  logró,  entre  ellos,  establecer  momentánea 
concordia  (1).  Mediado  enero  de  un,  estando  los 
monarcas  en  Oña,  Alvar  Fáñez  confirma  la  donación 
hecha  por  ellos  á  favor  del  monasterio  de  la  expresada 
villa  (2).  Encendida  ya  la  guerra  civil  en  Castilla,  siguió 
de  pronto  el  bando  aragonés.  El  día  19  de  abril,  después 
de  las  famosas  rotas  que  los  castellanos  experimenta- 
ron en  Cantespino  (Segovia)  y  en  Viadangos,  fué 
jurado  rey  de  Castilla  en  Toledo  el  monarca  de  Ara- 
gón, «siendo  mucha  parte  Alvar  Fáñez,  que  tenía 
algunos  castillos  del  reino».  Poco  después,  reunió  un 
buen  ejército,  fué  sobre  Cuenca  y  la  tomó  por  fuerza 
en  el  mes  de  julio  (3), 

Una  de  las  páginas  más  gloriosas  de  su  brillante 
historia  constituyela  el  buen  uso  que  hizo  de  alcaide 
de  Toledo,  cargo  con  que  le  había  investido  el  rey  de 
Aragón.  Asi  lo  demostró  en  la  defensa  que  de  aquella 


(1)  Fernández  y  González,  Los  Mudejares  de  Castilla,  V. 

(2)  Sandovai,  Hist.  de  los  Reyes  de  Castilla  y  de  León,  Doña  Urraca. 

(3)  Sandoval,  O.  C— En  el  cap.  IV  de  las  Adiciones  y  Tabla  de 
la  Chronica  del  Ínclito  Emperador  de  España  don  Alfonso  Vllt  del  propio 
autor,  se  lee:  «Alvar  Fáñez  prisó  Cuenca  de  Moros  en  el  mes  de  julio, 
Era  1 149». 


—  4il  — 

ciudad  hizo  contra  los  almorávides,  capitaneados  pri- 
mero por  Mazdalí  y  luego  por  el  mismo  Ali. 

En  el  año  507  de  la  Hegira  (jun.  1113-14),  el  cau- 
dillo Mazdalí  corrió  la  comarca  de  Toledo,  hizo 
espantosas  algaras,  taló  campos,  quemó  alquerías 
y  llegó  á  combatir  durante  ocho  días  la  ciudad. 
Guando  Alvar  Fáñez  tuvo  noticia  de  tales  estragos, 
llegó  con  poderosa  hueste  en  socorro  de  Toledo. 
Mazdalí  levantó  el  campo,  mostró  salir  al  encuentro 
del  caudillo  castellano,  pero  aprovechó  la  oscuridad 
de  una  noche  y  se  retiró  hacia  Córdoba,  adonde  llegó 
cargado  de  despojos  (1). 

Alguna  mayoj  importancia  tuvo  otra  expedición  de 
los  almorávides  contra  la  ciudad  de  los  Concilios.  Ali 
ben  Yúsuf,  aprovechando  el  desorden  que  á  la  muerte 
de  Alfonso  VI  había  en  España,  desembarcó,  acompa- 
ñado de  Texufín  su  hijo,  en  Sevilla,  seguido  de 
algunos  miles  de  caballos,  ballesteros  y  peones.  En 
pocos  días  se  trasladó  á  Córdoba,  y  allí  se  le  incorpo- 
raron los  soldados  muslimes  de  España.  El  ejército  de 
Ali  cruzó  por  tierras  de  Alvar  Fáñez  Mináya,  tomó' 
castillos  fuertes  y  ciudades,  parte  de  los  cuales  fueron 
destruidos  y  parte  fortificados.  Llegados  á  Toledo  los 
mahometanos,  destruyeron  también  los  castillos  de 
San  Servando  y  de  Azeca.  Se  aproximaron  á  la  ciudad 
y  con  máquinas  lanzaron  á  ella  toda  suerte  de  armas 


(1)  Conde,  III,  25. — Eq  Sandoval,  La  Reinz  D  .*  Urraca,  se  lee:  «Y  en  el 
año  siguiente  Era  115 1,  conforme  i  unas  memorias,  cercaron  i  Alvar  Fiñéz, 
ño  dice  si  Moros  ó  Christianos,  en  Montsant.%  Y  en  otro  punto:  «Dice  una 
memoria,  Era  1151,  el  rey  moro  Hazmaldali  prisó  Oreja,  y  hubo  nn  temblor 
en  la  tierra  al  anochecer  martes.» 


—  4*3  — 

arrojadizas.  Pero  estaba  dentro  el  esforzado  capitán 
Alvar  Fáñez  al  frente  de  una  guarnición  tan  numerosa 
como  decidida.  Ésta  contestó  al  ataque  de  los  enemi- 
gos sembrando  en  ellos  la  muerte.  Despechado  Ali, 
hizo  por  la  noche  animar  haces  de  leña  á  una  torre  muy 
alta  situada  á  la  cabeza  del  puente,  frente  á  San  Ser- 
vando. Disparaban  los  sitiadores  saetas  con  las  puntas 
recubiertas  de  alquitrán  encendido,  para  prender  fuego 
al  combustible  hacinado  ál  pie  de  la  torre;  los  cristia- 
nos le  apagaron  vertiendo  gran  cantidad  de  vinagre. 
Rodeaban  á  Alvar  Fáñez  personas  encanecidas  y  muy 
diestras  en  tan  difíciles  circunstancias.  Terco  Ali,  al 
ver  que  los  medios  hasta  allí  empleados  de  nada 
le  habían  aprovechado,  ordenó  que  á  la  mañana 
siguiente  sus  tropas,  comenzando  los  zenetas,  tras  los 
cuales  seguirían  los  moros  españoles,  y  después  de 
éstos  los  almorávides,  colocasen  las  máquinas  de 
guerra  al  pie  de  los  muros.  Los  cristianos  opusieron 
otras,  de  modo  que  jugando  unas  y  otras  por  espacio 
de  siete  días,  nada  padeció  la  ciudad.  Al  séptimo, 
salieron  guerreros  cristianos  por  las  puertas  de  po- 
niente y  pusieron  fuego  á  las  máquinas  enemigas, 
obligando  antes  á  huir  á  los  zenetas  y  á  los  muslimes 
de  España.  Con  la  ayuda  de  Dios,  la  ciudad  quedó  ilesa. 
Ali  se  retiró  de  Toledo  y  causó  daños  en  Madrid, 
Talavera  y  otras  poblaciones;  volvió  á  Córdoba,  y, 
después  de  encomendar  las  cosas  de  España  á  Texufín, 
en  Sevilla  se  embarcó  para  Marruecos  (i). 

Poco  después    murió  en    Segoviá   Alvar   Fáñez. 


(i)     Chron.  Adef.  Imp, 


Fué,  dicen,  su  fin  aciago,  y  se  atribuye  á  diversas 
causas*  Lafuente  asegura  que  se  afilió  al  bando 
aragonés,  y  en  una  expedición  que  hizo  á  aquella 
ciudad  le  asesinaron  'los  parciales  de  Castilla  durante 
la  octava  de  Pascua  de  la  Era  1152  (29  mar.  -5  abr. 
11 14)  (1).  Además  de  que  no  fué  durante  dicha 
semana,  sino  después,  resulta,  de  escritura  de  dona- 
ción hecha  por  doña  Urraca  á  favor  del  monas- 
terio de  San  Isidro  de  Dueñas,  que  Alvar  Fáñez 
suscribe  con  la  reina  aquel  documento,  que  lleva  la 
fecha  de  18  de  enero  de  11 14:  luego  estaba  afiliado  á 
la  causa  castellana,  y  no  ala  parcialidad  aragonesa  (2). 
El  obispo  Fr.  Prudencio  de  Sandoval,  copiando 
las  meiiíorias  sacadas  del  Tumbo  Negro  de  la  catedral 
de  Santiago,  escritas  en  tiempo  de  Alfonso  el  Sabio, 
deja  consignado,  entre  otras  cosas:  «No  sabemos  por 
qué  razón  matavan  los  de  Segovia  un  caballero  tan 
valiente  y  señalado».  Dice  esta  mesma  relación  (la  del 
Tumbo),  de  la  ciudad  de  Segovia:  «La  ciudad  de 
Segovia  fué  muchos  tiempos  yerma,  et  después  poblá- 
ronla, Era  1 126  (1088)».  Y,  según  esto,  los  vecinos 
de  Segovia  eran  nuevos  moradores  y  de  diversas 
gentes,  como  de  ordinario  lo  son  los  que  de  nuevo 
pueblan  algún  lugar;  y,  así,  sería  gente  arriscada  para 
motines  y  sediciones,  como  los  burgeses  de  Seagún  y 
otras  partes.  Quería  Alvar  Fáñez  reformar  sus  cos- 
tumbres, ó  no  les  pudo  dar  contento:  y,  asi,  le  quita- 


(1)  Lafuente,  II,  4. 

(2)  Sandoval  O.  C,  VII;  dato  tomado  del  libro  llamado  Becerro  de  la 
catedral  de  Astorga,  f.  169. 


—  4iS  — 
ron  la  vida,  aviéndola  él  siempre  empleado  en  defensa 
del  Reyno.» 

Colmenares,  el  historiador  de  Segovia,  se  esfuerza 
por  borrar  esa  mancha  que  empaña  la  brillantez  de  los 
gloriosos  anales  de  aquella  ciudad.  Al  efecto,  escribe: 
«En  unas  memorias  que  publicó  por  antiguas  don 
Frai  Prudencio  de  Sandoval,  en  la  historia  de  nuestro 
rey  don  Ramón  y  de  doña  Urraca,  su  madre,  dice: 
«Los  de  Segovia,  después  de  las  otavas  de  Pascua 
mayor  mataron  á  Alvar  Fáñez,  Era  1152.»  Es  año 
1114,  en  que  va  nuestra  historia.  Discurre  Sandoval 
que  le  matarían  porque,  como  á  gente  advenediza  y 
bulliciosa,  les  quería  corregir.  En  el  hecho  de  que 
fuese  muerto  por  nuestros  segovianos,  hay  mucha 
duda,  por  la  poca  autoridad  de  aquellas  memorias  y 
la  mucha  variedad  de  opiniones  que  hay  sobre  el  lugar 
donde  este  ca vallero  está  sepultado.  Pero,  cuando  la 
muerte  sea  verdadera,  dejamos  bien  probado  que  los 
pobladores  de  nuestra  ciudad  fueron  los  mismos  ciu- 
dadanos que  poco  antes  habían  huido  del  poder  de 
Almanzor:  y,  así,  presumimos  que  la  muerte  fuese 
sobre  repartimiento  de  los  términos,  queriendo  nues- 
tros segovianos  retener  los  heredamientos  cuyo  domi- 
nio no  se  podía  juzgar  de  cierto»  (1). 

En  medio  de  tanta  incertidumbre  y  variedad  de 
hipótesis,  lo  único  firme  que  queda  es  que  á  comienzos 
de  1 1 14  aún  vivía  y  permanecía  leal  á  su  reina  aquel 
que  acompañó,  por  encargo  de  su  rey,  al  emir  Yahya 
desde   Toledo  hasta  Valencia,    donde  estuvo   hasta 


(1)     Colmenares,  Hist.  de  Segovia,  XIII,  §  X. 


—  4i6  — 

que  en  Zalaca  peleó  al  lado  de  su  njonarca.  Desde  el 
año  1 1 14  ya  no  hallamos  hecho  en  que  aparezca  quien, 
desde  sus  tiempos  hasta  nuestros  días,  ha  sido  llamado 
«insigne  capitán,  el  más  famoso  de  los  guerreros 
castellanos  de  la  época  de  Alfonso  VI,  si  se  exceptúa 
el  Cid»  (1).  ;     . 

Con  ser  caballero  modelo  de  lealtad  el  caudillo  de 
este  nombre  y  capitán  á  cuya  espada  ninguna  superó 


(í)  Lamente,  I.  c. — Cerrando  la  Chron.  Adef.lmp.  hay  unos  versos, 
«de  estilo  duro  y  áspero,  como  de  poeta  bárbaro  y  de  boca  de  hierro»,  según 
don  Nicolás  Antonio,  mal  llamados  Prefacio,  en  los  cuales,  comenzando  á 
cantar  las  hacañas  de  un  nieto  de  Alvar  Fáñez,  se  expresa  también  el  alto  y 
merecido  concepto  en  que  al  ultimo  tuvo  el  autor; 

Alvarus  ecce  venit  Roderici  ñlius  alti, 

Intulirhic  laethum,  multis  tenuitque  Toletum, 

£  pater  innato  laudatur  natus,  et  ipse, 
.    Fortis  at  ille  íuit,  nec  nati  gloria  cedit, 

Pater  patri  magnus,  natus  sed  pollet  avo  plus, 

Cognitus  est  ómnibus  est  avus  Alvarus  Aix  probitatis 

Nec  minus  hostibus  extitit  impius  urbis  bonitatis, 

Audio  sic  dici,  quod  est  Alvarus  ille  Fanici, 

Hismaelitarum  gentes  domuit,  nec  earum 

Oppida  vel  turres,  potuerunt  stare  fortes. 

Fortia  frangebat,  sic  fortis  ille  premebat. 

Tempore  Roldani  si  tertius  Alvarus  esset 

Post  Oliverum  fateor  sine  crimine  rerum. 

Subjuga  Francorum  fuerat  gens  Agarenorum, 

Nec  socii  chari  jacuissent  morte  perempti, 

Nullaque  sub  coelo  melior  fuit  hasta  sereno, 

Ipse  Rodericus,  mió  Gd  semper  vocatus, 

De  quo  cantatur,  quod  ab  hostibus  haud  superatus, 

Qui  domuit  Mauros,  Comités  domuit  quoque  nostros    . 

Hunc  cxtollebat  se  laude  minore  ferebat, 

Sed  fateor  vkura  quod  tollet  nulla  dierum, 

Meo  Cidi  primus  juit;  Alvarus  atque  secundüs  (i). 


(i)  Se  ha  tenido  á  U  vista  la  edición  de  1600  de  la  Chrónica  del  ínclito  Emperador  de  Sandoval,  la 
Cbron.  sAdtph.  Imp.  de  la  España  Sagrada  y  de  Berganza,  y  la  edición  de  179a  de  U  Historia  de  ¡a 
'Sjyes  dt  Castilla  y  de  León,  también  de  Sandoval. 


—  4i7  — 

en  buen  temple  sino  la  de  su  contemporáneo  el  Cid, 
como  se  canta  en  aquel  verso  del  mal  llamado  Prefacio 
de  Almería 

Meo  Cid  pritnus  fuit,  Alvaros  atque  secundas  y 

nadie,  que  sepamos,  de  entre  los  modernos  ha  inten- 
tado devolver  á  su  envidiable  fama  el  brillo  de  que  ei 
descuido,  más  bien  que  la  malicia,  la  despojara. 

Lafuente,  Zamora  y,  tal  vez,  algún  otro,  no  han 
hecho  sino  reproducir  una  de  las  opiniones  que  acerca 
■del  problemático  fin  de  sus  días  sustentaron  ya  los 
-antiguos.  Tal  proceder  de  nuestros  más  conspicuos 
historiadores  generales,  reconoce  como  causa  la  des- 
proporción entre  la  magnitud  de  la  empresa  que  acor- 
metieron  y  la  falta  de  materiales  adecuados  que  para 
llevarla  á  cabo  tuvieron  á  mano.  Faltos  de  acabados 
estudios  de  interés  local,  de  monografías  de  sucesos 
aislados,  de  biografías  completas  de  los  personajes  más 
salientes  de  esos  hechos,  ó,  lo  que  es  lo  mismo,  por 
no  disponer  de  tiempo  ó  de  ocasión  para  recoger 
la  última  palabra  pronunciada  acerca  de  ellos,  la  cual 
^ólo  puede  formularse  cuando  se  han  agotado  las 
fuentes  de  información,  dejaron  correr  como  verda- 
des innegables  especies  de  dudosa  certeza  ó  de  false- 
dad notoria. 

Asi  merece  calificarse  lo  que  acerca  del  caso  con- 
creto que  ahora  estudiamos  escribe  Zamora,  con- 
vertido las  más  de  las  veces  en  repetición  más  ó 
menos  consciente  de  las  inexactitudes  y  prejuicios 
admitidos  por  alguien  que  dista  mucho  de  merecer 
ia  ciega   confianza  que   comúnmente  se   le  otorga. 

53 


—  418  — 

En  prueba  de  esto,  léase  de  Zamora  el  pasaje  si- 
guiente: 

«Este  ilustre  capitán  (Alvar  Fáñez),  á  quien  un  moderno  histo- 
riador llama  el  más  insigne  y  famoso  de  los  guerreros  castellanos 
de  la  época  de  Alfonso  VI,  si  se  exceptúa  el  Cid,  después  de- 
haber realizado  tantas  y  tan  gloriosas  hazañas  contra  los  enemi- 
gos de  su  Patria  y  de  su  Fé,  murió  desastrosamente  víctima  de 
las  contiendas  civiles  que  desgarraban  el  seno  de  Castilla.» 

Presumirán,  sin  duda,  nuestros  lectores,  que  el  his- 
toriador moderno  á  quien  alude  Zamora  sea  alguno  de* 
los  escritores  de  nuestros  días:  y,  con  efecto,  lo  es 
Lafuente;  mas,  en  prueba  de  la  ninguna  originalidad 
que  en  esta  parte  hay  en  él,  esas  mismas  palabras 
pueden  verse  en  Berganza,  que  dice: 

«En  este  año  (1114),  nuestro  Alvar  Fáñez,  heredero  del 
valor  y  del  gobierno  en  Toledo  del  héroe  Rodrigo  Díaz  el  Cam- 
peador, fué  muerto  por  los  segovianos  después  de  la  Octava  de 
Resurrección.  A  un  escritor  moderno  pasó  por  la  imaginación  que 
los  segovianos,  leales  á  la  Reina,  quitaron  la  vida  á  Alvar  Fáñez, 
porque  pasó  á  persuadirles  á  que  siguiesen  el  partido  del  rey  de 
Aragón. » 

Y  eso  mismo  repite  Zamora  al  escribir 

«Contábase  entre  los  partidarios  de  Alfonso  el  Batallador;  y, 
habiendo  hecho  una  expedición  á  Segovia,  fué  asesinado  por  los 
parciales  de  doña  Urraca,  el  mismo  año  n  14,  en  que  tan  brava- 
mente rechazó  de  Toledo  á  los  almorávides. » 

Resulta,  pues,  que  el  autor  de  quien  Zamora  reco- 
gió la  noticia  del  asesinato,  no  sólo  resucitó  una  espe- 
cie vieja,  y,  por  falsa,  ya  en  descrédito,  sino  que  la  de 
ser  sólo  inferior  al  Cid  la  supuesta  victima,  nueva  tam- 
bién atribuida  á  un  moderno  historiador,  alcanza,  nada 


—  419  — 

menos,  que  al  promedio  del  siglo  Xfl,  época  en  que 
^e  compuso  el  verso  latino  que  al  principio  qued.a 
transcrito . 

El  primero  en  lanzarse,  en  alas  de  Ja  fantasía,  á 
inquirir  la  causa  de  la  muerte  de  Alvar  Fáñez,  fué  fray 
Pedro*  de  Sandoval,  obispo  de  Pamplona;  y  el  funda- 
mento que  tuvo  para  aventurarse  con  tan  atrevida  y 
ofensiva  suposición,  fueron  estas  dos  lacónicas  indi- 
caciones de  los  ^Anales  Toledanos: 

cLa  Ciudad  de  Segovia  fué  muchos  tiempos  hierma,  é  des- 
pués pobláronla,  Era  MCXXVI. — Los  de  Segovia  después  de  las 
Octavas  de  Pasqua  mayor  mataron  á  Albar  H¿nnez,  Era  MCLIL  > 

Al  ínclito  Colmenares,  tan  diligente  investigador 
como  admirador  entusiasta  de  las  glorias  de  su  patria, 
sonáronle  mal  el  fundamento  de  la  noticia  y  lo  aven- 
turado y  ofensivo  de  la  hipótesis.  Por  lo  que  opuso  á 
ésta  el  oportuno,  reparo  de  que  va  hecho  mérito. 

Dicho  sea  con  todo  el  respeto  debido  á  Colmena- 
res, después  de  hacer  resaltar  lo  aventurado  y  ofensivo 
de  la  suposición  de  Sandoval  y  lo  absurdo  que  es 
admitir  que  Segovia  estuviese  despoblada  cerca  de  un 
siglo,  parécenos  que  tampoco  debió  él  formular  nueva 
hipótesis  ni  presentar  como  razón  la  duda  que  en  su 
tiempo  había  acerca  del  paradero  de  los  restos  mor- 
tales de  Alvar  Fáñez;  ulteriores  investigaciones  podrían 
arrojar  bastante  luz  hasta  dejar  esclarecido  este  último 
punto. 

De  todos  modos,  la  defensa  de  Colmenares  hizo 
variar  de  rumbo  á  los  que  se  arriesgaron  á  navegar 
por  el  inseguro  piélago  de  las  suposiciones.  Y  tampoco 
fueron  afortunados  en  el  nuevo  derrotero.  Entonces, 


—  420  — 

brotó  la  nueva  hipótesis  de  que  la  muerte  obedecería 
al  empeño  en  imponer  á  los  segovianos  el  bando  ara- 
gonés. Salióles  Berganza  al  encuentro,  y  la  fantástica 
nave  fué  á  pique;  pero  ha  salido  á  flote  en  nuestros 
tiempos,  merced  á  descuidos  de  nuestros  historiadores 
coetáneos. 

Con  gran  oportunidad  observa  Berganza: 

«Lo  que  se  imagina  por  factible  y  conjeturable  en  Historia,, 
se  ha  de  comprobar  con  razones;  parece  que  el  nuevo  autor  no 
las  tuvo,  pues  no  las  alega.» 

Esto  mismo  puede  echárseles  en  cara  á  Zamora  y  á 
su  guía  en  esta  parte,  Lafuente,  quienes  dan  carácter 
de  realidad  á  lo  que  sólo  presenta  aspecto  de  hipótesis 
no  razonable.  Y  añade  Berganza: 

«Más  factible  es  que  Alvar  Fáñez,  como  persona  tan  princi- 
pal del  Reyno  y  como  governador  de  Toledo,  fué  uno  de  los 
señores  que  salieron  por  fiadores  en  los  pactos  que  se  otorgaron 
entre  el  Rey  de  Aragón  y  la  Reyna;  y  que  cumplió  con  el  jura- 
mento de  entregar  la  ciudad  de  Toledo,  que  estaba  á  su  cargo, 
por  aver  faltado  el  Rey  á  su  palabra.  Conócese  que  entregó  la 
Ciudad  á  la  Reyna,  pues  queda  visto  que  en  el  año  ir  13  se  dezia 
que  reynaba  en  Toledo.» 

Lamentable  fuera  que  hubiese  coronado  con  una 
infamia  su  vida  de  heroísmo  el  caudillo  compañero  de 
alfonso  yi  en  los  casos  prósperos  y  en  los  trances 
adversos;  que  con  fidelidad  y  eficacia  secundó  las 
órdenes  de  su  soberano;  que,  llegado  éste  á  la  vejez, 
aquél  economiza  prudentemente  las  energías,  para 
salvar  á  la  patria,  puesta  al  borde  del  precipicio;  que„ 
bajado  al  sepulcro  el  anciano  y  lloroso  monarca,  asi 
como  antes  fiara  al  Cid  la  noble  tarea  de  contener  el 


—  42i  — 

avance  de  los  almorávides  en  las  comarcas  de  Levante, 
él  defiende  de  las  bárbaras  acometidas  del  feroz  afri- 
cano á  la  inmortal  Toledo,  hasta  que  por  la  parte  de 
Aragón  asoma  Alfonso  el  Batallador  y  en  Castilla  pre- 
ludia sus  gloriosas  hazañas  el  ínclito  emperador  hijo 
de  doña  Urraca. 

Mas  no:  el  que  en  25  de  mayo,  domingo,  de  1085 
entraba  con  su  amado  rey  en  Toledo;  el  que  acepta  el 
compromiso,  y  admirablemente  le  realiza,  de  sentar  y 
sostener  en  el  trono  de  Valencia,  rebelde  á  Castilla,  al 
último  emir  de  la  ciudad  del  Tajo;  el  que  en  los 
momentos  de  mayor  peligro  vuela  al  lado  de  Alfonso 
y  con  él  comparte,  el  23  de  octubre  de  1086,  la  triste 
suerte  de  Zalaca,  no  vacilando  en  ese  tremendo  dia 
probar  su  lealtad  luchando  con  el  mismo  emir  á  quien 
poco  antes  sentara  en  un  trono  y  le  defendiera  contra 
todos  sus  enemigos;  el  que  en  1092  sostuvo  reñida 
batalla  con  los  africanos,  orgullosos  por  su  famoso 
triunfo  alcanzado  seis  años  antes;  el  que  á  la  muerte 
del  tierno  infante  D-  Sancho,  en  Ucles,  29  de  mayo 
de  1 108,  renuncia  al  bello  morir,  por  no  abandonar 
en  el  desamparo  al  acongojado  y  decrépito  monarca; 
el  que,  vacio  el  trono  de  Castilla,  cuyo  seno  desga- 
rraba la  guerra  civil,  es  respetado  en  el  gobierno  de 
Toledo  por  Alfonso  I  de  Aragón,  fineza  a  la  cual 
corresponde  reparando  con  la  conquista  de  Cuenca  la 
derrota  que  doce  años  antes,  en  1099,  padeciera  junto 
á  ella,  y  salvando  á  la  misma  Toledo  del  furor  desbor- 
dado de  Ali  ben  Yúsuf,  el  emperador  de  Marruecos;  el 
que  tres  años  más  tarde,  en  posesión  ya  de  la  ciudad 
de  los  concilios  la  calumniada  D.;l  Urraca,  resiste  con 


—  422  — 

valentía  la  última  acometida  formal  de  los  africanos,  á 
quienes  mandaba  el  hasta  entonces  invicto  Mazdalí,  la 
aguja  de  que  se  valía  el  emir  al  Muminín  para  engar- 
zar las  perdidas  perlas  del  Ándalos:  el  que  fué  salva- 
ción de  España,  no  podía  morir  traidor  á  su  patria;  el 
que  tan  buenos'servicios  prestara  á  Alfonso  VI  y  á  los 
regios  consortes  doña  Urraca  y  Alfonso  el  Batallador, 
no  podía  cerrar  su  brillantísima  historia  coronándola 
con  la  infamia  de  la  deslealtad  para  con  su  reina. 

Y  esa  mancha  no  enturbia,  en  verdad,  el  esplendor 
de  su  gloriosa  existencia.  Pocos  días  antes  de  las 
Octavas  de  Pascua  Mayor  de  que  hacen  mención  los 
Anales  Toledanos,  estando  ya  separados  doña  Urraca  y 
el  Batallador  y  en  Peñafiel  la  reina,  en  escritura  de 
donación  que  ella  otorga,  en  15  de  febrero  de  1114,  á 
favor  de  D.  Gonzalo  Díaz  y  de  su  mujer,  suscribe  el 

r  _ 

documento  Alvar  Fáñe\  de  Zorita.  Con  su  ya.  temblo- 
rosa mano,  pues  ya  en  1085  era  experto  general,  con- 
firma su  lealtad  al  rey,  el  que  siempre  empleó  su 
potente  brazo,  ó  en  la  reconquista,  ó  en  la  salvación 
de  España. 

No  va  desatinado  el  eximio  Colmenares  al  dudar 
de  la  certeza  en  las  indicaciones  de  los  repetidos  Ana- 
les, las  que  han  dado  margen  á  suposiciones  tan  absnr- 
das  como  ofensivas  al  buen  nombre  del  caudillo  cuyas 
hazañas  acabamos  de  bosquejar,  y  al  de  Segovia,  en  la 
cual  hubo,  no  la  supuesta  plebe  díscola  é  insubordi- 
nada, sino  que  de  ella  salieron  las  aguerridas  huestes 
que,  ó  sucumbían  con  gloria  entre  la  morisma  infiel, 
ó  coronadas  de  inmarcesibles  laureles  tornaban  á  sus 
lares.  Hay  en  esos  Anales  apuntamientos  que  tienen 


—  425  — 
subido  valer,  y  son  los  más;  los  hay  inciertos,  y  tam- 
poco faltan  los  notoriamente  falsos.  Frente  á  la  noticia, 
dada  en  ellos,  de  la  muerte  violenta  de  Alvar  Fáñez, 
está  la  que  suministran  las  Memorias  ^Antiguas  de  Cár- 
dena, ya  que  en  éstas  se  lee: 

ERA  DE  MCUI,  FINÓ  ALVAR  FANXEZ  MINAYA,  E  YACE... 

Confirmase  su  fallecimiento  en  1114;  mas  no  4ue. 
fuera  matado  por  los  segovianos . 

Aunque  no  se  completa  en  las  referidas  Memorias 
la  noticia  del  paradero  de  su  cadáver,  descorre  el  velo 
un  privilegio  de  Enrique  IV,  de  10  de  enero  de  1473, 
donde  se  dice  que  en,  el  monasterio  de  Cárdena  «yace 
sepultado  D.  Alvar  Fdñe^  Minaya,  el  que  ganó  á  Cuenca 
de  Huete  de  los  Moros. »  En  el  año  1  $  66,  el  abad  fray 
Antonio  Hurtado  colocó  en  el  lado  izquierdo  del  cru- 
cero de  la  iglesia  del  monasterio,  entre  el  sepulcro  de 
Gonzalo  Núñez,  nieto  del  conde  Fernán  González,  y 
el  de  Pedro  Bermúdez,  sobrino  del  Cid,  el  de  «SDon 
Alvar  Fáñe%  Minaya:  tiene  por  armas  cinco  róeles  de 
oro  en  campo  de  sangre.» 

Como  frente  á  frente  estaba  la  capilla  de  los  Santos 
Mártires,  víctimas  de  la  saña  mahometana,  á  esos  atle- 
tas de  la  Religión  y  al  legendario  Alvar  Fáñez  son 
aplicables  aquellos  versos  que  en  el  archivo  de  Cárdena 
estuvieron: 

«Toda  tu  gente  es  de  guerra: 
Maguer  que  si  guerrearon, 
Unos  vencieron  moriendo 
Otros  vencieron  matando.  > 


CAPITULO  XI 

Almorávides 
(HOI-1  144) 

Entredi  de  Iqi  «l  morí  «del  en  Velencie.— El  potu  ultlreBo  Abtn  Jifadu.— CuU  ir  Abderzíhmin 
ben  Táiiir. — Fechi  de  la  entrede  de  l«  ilmoriTides. — Mori miento  lileri  rio. —Gobierna  de  Temim. 
De  Hubinnrl  ben  Alhug.— Mostibiu,  emir  de  Zeugma  y  111  bija  Imedo  d'  Dolab  — Cocqulita  de 
Morelli.— Rendición  de  Zengou  1  Alian»  I.— Eituel.  de  Abu  All  en  Jiribe.— Colinde.— Baftal 
y  Segorbe  iribuutloi  ac  Angón.— Emende  de  Alfon.o  el  Beulledor  heHe  JirJt».— Siiioide  Veln- 
di.  Akln  y  Denii,  y  tan»  de  BenIudelWltoiimiento  liierario.— S.if  .d  Doleh.— Ab;U  Guie, 
nlf  de  Víleocii,  en  Fraga  y  en  Toledo.— El  poete  ilcireio  Abu  Telib  Abd  el  Gewir. 


breves  palabras  confirma  la  Historia  Leo- 
esa  que  los  cristianos  prendieron  fuego  al 
endonarla,  y  añade  que  ya  nunca  los 
almorávides  la  perdieron  (i).  Éste  es  también  el  argu- 
mento de  unos  versos  del  poeta  alcireño  Abu  Ishac 
ben  Jafacha,  nacido  en  la  isla  del  Júcar  el  año  1058  y 
cuya  muerte  acaeció  en  el  1159: 

«Las  puntas  de  las  espadas  se  han  esgrimido  en  tus  patios, 
¡oh  palacio!;  y  han  destruido  tus  preciosidades  la  miseria  y  el 
fuego. 

sCuando  viene  uno  á  mirar  tus  contornos,  largo  rato  reflexio- 
na; y  llora  sobre  ti  ¡oh  ciudad  infortunada! 


(1)  Egressis  amera  ómnibus  ab  urbe,  loum  urbera  igne  tremad  rti 
prxcepit,  et  curo  his  ómnibus  Toletum  pervenit.  Sirractoi,  lutem,  qoi, 
propter  ad venturo  regis,  fugerant  et  urbem  obsessam  rcliqucratit,  post  regis 
recessum,  mox,  urbem,  quíravis  arsam,  intraveruut;  el  eam,  Cltm  ómnibus 
ejuí  tinibus,  habiuveruoE;  et  mioquam  eam  ulterius  perdideront. 


—  4*5  — 

•Tos  habitantes  han  sido  el  juguete  de  los  desastres;  y  las 
tordas  han  recorrido  tns  desiertas  calles. 

tLa  mano  de  la  desgracia  ha  escrito  sobre  tns  atrios:  «tú  no 
eres  té,  y  tns  casas  no  son  ya  casas)  > 

Y  añade:  «cuando  el  Emir  al  Moslemin  supo  esta 
grave  noticia  y  se  apercibió  de  tan  gran  desdicha,  hizo 
todos  sus  esfuerzos,  porque  Valencia  era  para  él  una 
mota  en  su  ojo,  y  reunió  sus  medios  y  puso  en  mo- 
vimiento sus  manos  y  su  lengua.  Despachó  contra  la 
ciudad  gentes  y  dinero,  y  mandó  á  ella  los  hombres 
más  intrépidos.  La  guerra  entonces  ofreció  diferentes 
suertes:  á  veces  se  decidía  por  los  enemigos,  á  veces 
por  el  Emir  al  Moslemin,  hasta  que  éste  oscureció  la 
vergüenza  que  sobre  Valencia  pesaba,  y  lavó  sus 
ultrajes.  El  último  de  los  generales  que  envió  allí  á  la 
cabeza  de  un  ejército  numeroso,  fué  el  emir  Abu 
Muhámad  Mazdali,  la  punta  de  su  lanza  y  el  cordón 
de  que  se  servia  para  ensartar  sus  perlas.  Dios  le  con- 
cedió que  la  ganase  y  permitió  que  ella  le  debiese  la 
libertad  en  el  mes  de  ramadhán  del  año  95  (19  jun.- 
18  jul.  1 102)  (i),  ¡Señale  Dios  al  Emir  un  puesto  en 
el  séptimo  cielo,  y  recompense  su  celo  y  sus  combates 
en  la  guerra  santa  y  acuérdele  los  beneficios  reservados 
á  los  virtuosos»  (2). 


(i)  Esta  fecha  no  es  exacta,  por  no  haber  interpretado  bien  la  de  la  carta 
de  Aben  Tihir. 

(2)  Malo  de  Molina,  apéndice  XX.—  Doiy,  Investigación**;  cEI  Gd», 
i.»  parte;  Fuentes  históricas,  I.— Este  último  autor  dice  que  Aben  Besaam, 
Aben  Jacin  y  Aben  Jalicin,  han  consagrado  artículos  al  poeta  alcireño.  Su 
Dlwan  se  halla  en  la  biblioteca  del  Escorial,  núm.  376;  en  la  del  Museo  Asia* 
tico,  en  San  Petersbuigo;  en  la  de  Copenhague;  en  la  dt  Cid  Hammuda,  ea 
Constantina  y,  pbr  fin,  en  h  Imperial. 


—  426  — 

El  ilustre  anciano  Abu  Abdallah  ben  Táhir,  dis- 
puesto siempre  á  patentizar  su  fecundo  estro  poético, 
no  había  de  despreciar  la  ocasión  que  para  pulsar  su 
bien  templada  lira  le  ofrecía  el  recobro  de  Valencia. 
En  carta  dirigida  al  wisir  Abu  Abdelmélic  ben  Abde- 
láziz,  le  decía:  «Te  escribo  al  mediar  el  bendito  mes 
(ramadhán;  3  jul.  n  02).  Hemos  conseguido  la  victo- 
ria con  la  toma  de  Valencia.  Purifiquela  Dios  después 
de  la  vergüenza  que  la  cubría!  El  enemigo  ha  incen- 
diado la  mayor  parte  de  los  hogares  y  la  ha  dejado  con 
señales  evidentes  de  devastación  y  de  llanto.  Se  ha 
tejido  vestidos  tan  negros  como  los  hierros  con  que 
él  la  vistió;  su  mirada  está  todavía  oscura,  y  de  su 
corazón  salen  suspiros,  porque  se  agita  sobre  ascuas 
encendidas;  pero  aún  le  queda  su  esbelto  cuerpo,  sus 
feraces  tierras,  semejantes  al  musgo  oloroso  y  al  oro' 
rojo,  sus  magníficos  jardines,  poblados  de  árboles,  y 
su  limpio  rio.  Mas,  por  la  buena  estrella  del  Emiral 
Moslemín  y  de  los  cuidados  que  le  dispensará,  se  disi- 
parán sus  tinieblas  y  recobrará  sus  elegantes  vestidos 
y  sus  collares  de  perlas,  y  se  levantará  por  la  mañana, 
y  se  presentará  como  el  Sol  en  el  primer  signo  del 
Zodíaco  (Aries,  al  comienzo  de  la  primavera).  (Ala- 
banzas á  Dios,  rey  del  universo,  que  la  libró  de  los 
que  dan  socios  á  su  Dios  (aludiendo  al  misterio  de  la 
Trinidad).  Y  con  su  restitución  al  Islam,  gozamos  un 
placer  y  un  consuelo,  á  causa  de  los  males  que  había 
alcanzado,  por  la  fuerza  del  destino  y  de  la  voluntad 
de  Dios!»  (1). 


(1)    Doiy  y  Malo  de  Molina,  1.  c. 


—  4*7  — 

Conde,  siguiendo  á  Aben  al  Abbar,  señala  con 
exactitud  el  mes  de  la  entrada  de  los  almorávides  en 
Valencia:  «Por  la  constancia  de  los  almorávides*  Dios 
la  restituyó  venturosamente  al  Islam  en  la  luna  de 
régeb  del  año  495  (21  abr.-ao  may.  1102)»  (1). 
Los  Anales  Toledanos  (I)  determinan  el  mes  nues- 
tro, pues  dicen:  «El  rey  don  Alfonso  dexó  deserta  á 
Valencia  en  el  mes  de  mayo,  Era  1140  (110A*  Aben 
al  Jatib  precisa  el  dia  del  citado  mes.  Por  lo  que  da 
también  á  conocer  las  cualidades  del  afortunado  cau- 
dillo y  sus  hechos  más  notables,  transcribimos  el 
texto  del  mencionado  autor: 

«Fué  el  emir  Mazdali  (2)  el  sostenedor  más  firme 
de  la  dinastía  Lamtuni  de  Yúsuf  ben  Texufin  v  de  sus 
parientes.  Los  dos  (Mazdali  y  Yúsuf)  pelearon  valero- 
samente con  Tarkut,  cabeza  de  esta  dinastia,  y  le 
igualó  y  le  honró,  y  le  hizo  admirable.  Fué  jeke  de  la 
dinastia  Lamtuni  y  jefe  de  las  cohortes,  Sanajad'yies, 
esforzado,  perseverante,  valiente  entre  los  valientes, 
sin  presunción,  de  gran  firmeza,  célebre  en  sus  narra- 
ciones, original  en  sus  pensamientos,  y  de  gran  expe- 
riencia. Fué  larga  su  vida,  y  glorificó  sus  combates,  y 
prolongó  las  algaras,  y  fueron  numerosos  sus  encuen- 
tros con  el  enemigo,  y  siempre  obedeció  las  órdenes 
de  su  sultán.  Ganó  i  los  cristianos  por  su  ingenio  Ja  ciudad 
de  Valencia,  y  la  restituyó  al  Islam,  para  su  mayor 
honra  y  gloria,  al  mediar  régeb  del  año  495  (5  de  mayo 


(1)  Conde,  III,  22.— Doxy,  1.  c. 

(2)  Era  berberisco,  como  lo  revela  su  nombre  completo:  MaidaH  ben 
Beni  Lantun,  ben  Jasan,  ben  Mohámed,  ben  Tarkut,  ben  Uria  bithfa,  ben 
Mansur,  ben  Noskalo,  ben  Omeia,  ben  Uaiatín  es  Shanajad'yí  el  Lamtuni. 


-  428  — 

de  1102).  Entró  en  Granada;  fué  walí  de  Córdoba  y 
de  Granada  y  sus  cercanías,  después  de  Yúsuf  ben 
Texufin,  en  el*  año  505  (jul.  mi-jun.  11 12).»  Dice 
Ben  es  Sherfi:  «murió  en  la  noche  del  martes  17  de 
xawal  del  año  508  (13  febrero  de  11 15)  (j)  peleando 
en  las  cercanías  de  Hisn  Cosantaina  (no  la  villa  de 
Alicante),  y  se  le  llevó  á  Córdoba,  llegando  allí  en  día 
de  miércoles,  segundo  después  de  su  muerte;  y  rogó 
por  él  y  sus  restos  en  la  oración  del  Hashar  (tres  de 
la  tarde)  el  faquí  cadi  de  Córdoba  Abu'l  Cásim  ben 
Jamdín,  y  se  le  enterró  junto  á  su  padre,  y  se  cons- 
truyó allí  un  jardín  hermosísimo.  Dios  le  concedió  el 
privilegio  sin  igual  de  perseverar  en  la  amistad  del 
Emir  de  Muslemín  Yúsuf»  (2). 

La  predicción  de  Abderrahmán  ben  Táhir  de  que 
á  Yúsuf  ben  Texufín  cabria  la  gloria  de  restaurar  á 
Valencia,  tuvo,  según  nuestros  cronistas,  exacto  cum- 
plimiento. Es  cierto  que  acompañado  de  sus  hijos 
Temim  y  Ali,  vino  por  cuarta  vez  desde  el  Magreb  á 
España  el  año  496  (oct.  1102-1103),  ó  sea,  cuando 
los  dominios  musulmanes  en  ella  estaban  pacificados, 
y  «recorrió  todas  las  provincias»  (3).  Según  Escolano, 
al   encontrar  á  Valencia  arruinada  de  los  trastornos 


(1)  Esa  misma  fecha,  con  may  pequeña  diferencia,  aparece  en  las  adicio- 
nes y  cabla  del  libro  de  Sandoval  titulado  Chrónica  del  Ínclito  Emperador  don 
Alonso  VII:  «Era  1153  (11x5)  se  hizo  otra  arrancada  (que  es  una  gran 
matanza  y  destrozo)  sobre  los  almorávides,  y  mataron  á  Al  M¿zdali,  é  murie- 
ron muchos  de  los  almorávides  en  el  mes  de  enero...*  Los  meses  xawal  y 
enero  se  dan  la  mano  en  el  afio  508  de  la  Hegira,  11 53  de  la  Era  de  España 
y  1 1 1 5  de  la  Era  de  Cristo. — Es  de  advertir  llama  con  frecuencia  memorias 
antiguas  á  los  Anales  Toledanos,  como  sucede  en  este  caso. 

(2)  Malo  de  Molina,  1.  c. 
(j)    Conde,  III,  23. 


—  429  — 

pasados,  muy  de  propósito  la  mandó  engrandecer  y 
reedificar  (i).  Diago  refiere  que  Yúsuf  engrandeció  á 
Valencia  con  sus  obras  y  la  reparó  de  muchas  cosas 
que  estaban  mal  puestas  de  las  pasadas  guerras  (2). 
Boix  atribuye  ai  anciano  Yúsuf  el  derribo  de  las 
murallas  y  el  ensanche  de  la  ciudad,  encerrada  hasta 
entonces  en  el  estrecho  recinto  que  ya  tenia  en 
tiempo  de  romanos  (3). 

Malo  de  Molina,  fundándose  en  que  los  años  que 
mediaron  desde  la  conquista  del  Cid  hasta  la-  de 
Jaime  I  no  fueron  bastantes  para  variar  por  completo 
la  posición  de  Valencia;  en  que  los  recursos  disponi- 
bles durante  ese  periodo  de  136  años  no  alcanzaban  á 
cubrir  los  gastos  de  abatir  murallas  y  construir  otras 
nuevas;  en  que  el  sosiego  de  que  entonces  disfrutaron 
los  muslimes  no  les  permitía  dedicarse  á  obras  de 
tamaña  importancia,  y  en  que,  lo  que  tiene  más 
fuerza,  los  cronistas  de  los  régulos  que  dominaron  á 
Valencia  nada  dicen  de  tal  obra,  cuando  tienen  muy 
buen  cuidado  en  hablar  de  las  mejoras  que  realizaron 
en  las  ciudades;  asegura,  sin  temor  de  equivocarse, 
dice,  que  las  murallas  de  Valencia  en  tiempo  del  Cid 
contenían  el  mismo  ámbito  que  en  los  de  don  Jai- 
me (4).  Con  el  ensanche  de  1356,  obra  de  Pedro  IV, 
apareció  un  trozo  de  la  muralla  que  rodeaba  á  Valen- 
cia en  1238,  encontrado  en  un  derribo  de  la  plaza  de 
Serranos,  y  «es  un  resto  del  segundo  recinto  amura- 


(i)  Escolano,  ni,  1. 

(2)  Diago,  VI,  f.  254. 

(3)  Hist.  de  la  Ciudad  etc.,  lib.  II. 

(4)  Apéndice,  XXUL 


—  430  — 

liado  construido  por  los  moros  para  el  ensanche 
de  la  ciudad  romana;»  pero  fué  uno  mismo  el  muro 
«que  lograron  traspasar  primero  el  Cid  y  después 
el  rey  don  Jírime»  (i).  En  apoyo  de  esa  opinión  está 
el  testimonio  innegable  de  la  obra  de  los  valladares, 
que  rodeaban  ios  muros  de  la  ciudad.  Su  construcción 
se  debió,  sin  duda,  á  los  Omeyas  Abderramán  III  y  Al 
Háquem  II,  en  los  años  de  300  á  366  (913-977)  (2). 
Documentos  fehacientes  patentizan  que  rl  tiempo 
de  la  reconquista  había  dos  clases  de  muralla,  una 
antigua  y  otra  nueva:  Béuter,  que  atribuye  nada 
menos  que  á  Gneo  Escipión  (218-212  a.  J.  C.)  la 
fábrica  del  muro  viejo,  dice  que  estaba  formado  de 
cal  y  canto;  á  diferencia  del  nuevo,  que,  según  él, 
estaba  compuesto  de  dos  paredes  paralelas,  con  espe- 
sor de  medio  ladrillo  cada  una,  y  con  el  espacio  inter- 
medio relleno  de  tierra  apisonada  (3). 

Al  entrar  los  almorávides  en  Valencia ,vol vieron  á 
ella  muchos  nobles  y  doctores  que  la  abandonaron, 
marchando  á  Liria,  Murcia  y  Jaén,  cuando  los  cristia- 
nos la  ocuparon.  Es  digno  de  mención,  entre  aquellos 
sabios  y  prohombres,  Muhámad  ben  Bahr  ben  Aasi, 
el  Ansarí,  natural  de  Liria  y  jeke  de  su  patria,  que 
huyó  á  Jaén  y  allí  estuvo  como  siete  años.  Con  Abu 
Hegag  al  Kefiz  y  Merwán  Aben  Zerag,  se  dedicó  á  las 
letras.  Al  regreso  á  Valencia,  fué  lector  ó  mocrí  de  la 
mezquita  mayor,  ó  sea,  la  catedral  que  los  cristianos 
habían  consagrado  á  la  bienaventurada  siempre  Virgen 


( 1 )  El  Archivo,  V,  411. 

(2)  Malo  de  Molina,  I.  c. 
(?)    Chabás,  Mon.  Hist.,  I,  3. 


—  43i  — 
María.  Escribió  sobre  las  variantes  del  Corán  una  obra 
muy  critica,  y  después  se  retiró  á  su  patria,  Liria,  donde 
murió,  á  los  74  años  de  su  edad,  á  la  hora  del  alba  del 
domingo  6  de  xawal  de  547  (4  enero  de  1153),  cuando 
ya  era  emir  de  Valencia  el  famoso  Aben  Sad,  abuelo  de 
Zaén.  El  mocrí  fué  enterrado  en  la  macbora  llamada 
Beni  Zenún  (Benisanó),  é  hizo  por  él  la  oración  fúne- 
bre su  hermano  Abu  Muhámad  (1). 

En  el  mismo  año  de  la  venida  de  Yúsuf  murió 
Abdelmélic  Abu  Merwán,  señor  de  Aibarracín;  le  suce- 
dió su  hijo  Yahya,  pero  como  dependiente  del  gobierno 
de  Valencia  (2).  Dos  años  después  murió  Yúsuf  ben 
Texufin,  á  la  salida  de  muhárram  del  año  500  (i.°  octu- 
bre de  1 106),  á  la  avanzada  edad  de  cien  años  y  tras 
un  reinado  que  duró  cerca  de  cuarenta.  Antes  de  morir, 
estando  aún  en  España,  hizo  se  jurase  por  sucesor  suyo 
al  más  joven  de  sus  dos  hijos  mayores,  Abu'l  Hassán 
Ali,  de  madre  cristiana,  nacido  en  Ceuta  el  año  1084. 
El  primero  en  prestarle  juramento  fué  su  hermano 
mayor,  Abú  Táhir  Temim,  príncipe  de  nobles  prendas 
que  poco  después  tuvo  el  gobierno  de  Valencia  (3). 


(1)  Conde  III,  22. — Para  apreciar  la  exactitud  de  estos  datos  biográficos, 
00  hay  mis  que  compararlos  con  los  que  proporciona  el  célebre  historiador 
valenciano  Aben  al  Abbar:  cMojimed  ben  Yagia  ben  Mojámed  ben  Abi 
Ysjak  ben  G'Amrú  ben  el  G'Ashi  el  Anshaarí,  de  las  gentes  de  Liria,  gobierno 
de  Valencia,  conocido  por  Abn  Abdallah,  fué  discípulo  de  jekes  de  su  país. 
Luego  abandonó  éste  en  la  alfatena  (escisión)  del  año  488  (1095-96),  des- 
pués de  haber  ganado  los  cristianos  á  Valencia.  Permaneció  en  faén  cerca  de 
7  años,  y  aprendió  en  ella  las  bellas  letras  de  Abu' i  Jad'yad'ye  el  Calif,  y 
aprendió  la  elocuencia  de  Abu  Merwán  ben  Sirad*ye  y  de  otros.  Después  se 
volvió  á  Valencia  el  año  de  su  conquista,  que  fué  en  récheb  del  año  49$.» 
(Malo  de  Molina,  pág.  13a). 

(2)  Conde,  1.  c. 

(3)  Conde,  III,  23. 


—  43*  — 

Muerto  sin  hijos  en  28  de  septiembre  de  1104 
Pedro  I  de  Aragón,  ocupó  el  trono  su  hermano  Al- 
fonso I,  con  justicia  llamado  el  Batallador.  Acababa  éste 
de  ganar  4  los  moros  muchos  lugares  y  castillos,  y, 
apenas  tuvo  noticia  del  fallecimiento  de  Yúsuf,  se 
corrió  hacia  Valencia  y  le  puso  muy  apretado  sitio. 
Los  de  la  ciudad,  viendo  que  de  todas  partes  sé  le  ren- 
dían, vinieron  en  acomodo  con  él  y  le  pagaron  parias. 
Pronto  se  negaron  al  cumplimiento  de  esta  obligación. 
Como  los  cristianos  andaban  revueltos  entre  si,  con- 
vidaron á  Ali  ben  Yúsuf  para  que  se  aprovechase  de  la 
discordia  entre  los  cristianos.  Vino  á  España  el  mismo 
año  500  (1 106-7),  y  su  presencia  bastó  para  que  las 
ciudades  y  reinos  tributarios  de  los  mismos,  uno  de 
los  cuales,  como  va  dicho,  era  Valencia,  se  les  rebe- 
lasen (1). 

Al  año  siguiente,  "501  (ag.- 1107-8),  vino  Ali 
segunda  vez  á  la  Península,  habiendo  antes  enviado  á 
ella,  confiándole  el  gobierno  de  Valencia,  á  su  her- 
mano Abu  Táhir  Temim,  al  cual  reemplazó  en  el  de 
Magreb  el  wali  Abu  Abdallah  ben  Alhag,  gobernador 
también  de  Valencia  poco  después. 

Uno  de  los  primeros  cuidados  de  Temim  fué  con- 
tener las  correrías  de  los  dos  Alfonsos,  el  I  de  Aragón 
y  el  VI  de  Castilla.  Se  propuso  apoderarse  de  Uclés,  de 
triste  celebridad,  por  lo  que  ahora  se  dirá,  y  por  la 
muerte  que  allí  tuvo  más  tarde  Aben  Ayadh,  uno  de 
los  emires  de  Valencia.  Logró  Temim  hacerse  dueño 
de  la  ciudad,  mas  no  de  la  ciudadela,  en  la  cual  se  había 


(1)    Escolino,  1.  c¿ 


—  433  — 
refugiado  la  guarnición  castellana.  Para  sacar  a  los 
cristianos  del  apurado  extremo  á  que  se  hallaban  redu- 
cidos, Alfonso  VI,  no  pudiendo  él  ir  en  persona  á  liber- 
tarlos,  confió  el  mando  del  ejército  á  su  único  hijo 
varón  don  Sancho,  niño  de  once  años.  Temim  logró 
un  triunfo  completo  el   10  de  junio  de  no8,  y  el 
tierno  infante  quedó  muerto  en  el  campo  de. batalla. 
*  Oprimido  de  dolor,  bajó  al  sepulcro  un  año  después 
el  anciano  monarca  de  Castilla  (i). 

La  guerra  civil  se  encendió  en  dicho  reino,  y  Al- 
fonso el  Batallador,  casado  con  doña  Urraca,  la  viuda 
de  Raimundo  de  Borgoña,  tomó  parte  en  esa  desas- 
trosa lucha,  distrayendo  su  atención  de  la  noble  em- 
presa de  la  reconquista.  'No  en  absoluto  se  desentendió 
de  ella,  como  lo  prueba  el  hecho  de  que  en  el  año  502 
(ag.  1108-jul,  1 109),  para  repeler  los  estragos  que 
Áhmed  al  Mostahín  ben  Yúsuf,  emir  de  Zaragoza,  le 
causaba  en  sus  estados,  entró  por  la  ribera  del  Ebro 
hasta  las  puertas  de  la  misma  Zaragoza.  Con  pretexto 
de  ayudar  al  citado  emir,  mas,  en  realidad,  con  inten- 
ción de  que  ese  principe  tuviese  por  los  almorávides 
sus  estados,  ordenó  Temim  á  Muhámad  ben  Alhag,  ya 
gobernador  de  Valencia,  que  partiese  de  esta  ciudad 
hacia  la  capital  de  los  dominios  de  Mostahín.  La  orden 
fué  cumplida,  y  la  ida  no  pudo  ser  más  próspera:  al 
aproximarse  el  caudillo  almoravide  á  Zaragoza,  los 
cristianos  levantaron  el  sitio,  y  Aben  Alhag  entró  en 
la  ciudad.  No  fué  tan  afortunado  á  la  vuelta:   en  su 


(1)  Conde,  III*  24.— Gebhardt,  III,  25.—  En  los  Anales  Toledanos  se 
señala  otra  fecha  á  aquella  batalla:  «Mataron  al  Infante  Don  Sancho,  é  al 
Conde  Don  García  cerca  de  Veles,  iii.  dfa  Kal.  de  junio,  Era  mcxlvi.» 


55 


—  434  — 

terrible  excursión  á  tierras  de  Cataluña,  le  sorprendió 
Ramón  Berenguer  III,  el  hijo  de  Cap  £  Estopa,  y  en 
las  fragosidades  de  los  montes  quedaron  casi  todos  los 
soldados  muslimes,  pudiendo  á  duras  penas  librarse 
de  la  muerte  el  walí  de  Valencia  (i).  Para  vengar  la 
derrota,  envió  Ali  contra  la  ciudad  condal  á  Abu  Becr 
ben  Ibrahim  ben  Tafelut,  walí  de  Murcia.  Pasando 
por  Valencia,  Tortosa  y  Fraga,  pudo  llegar  sin  que- 
branto al  campo  de  Barcelona;  pero  también  en  la 
retirada,  hacia  Zaragoza,  estuvo  desgraciado:  salióle  al 
encuentro  el  terrible  Alfonso  I,  y  700  muslimes  alcan- 
zaron la  corona  del  martirio  (2). 

Viendo  Ali  el  mal  sesgo  qué  para  el  Islam  toma- 
ban los  asuntos  de. España,  quiso  intervenir  directa- 
mente en  la  marcha  de  los  sucesos:  al  efecto,  vino 
desde  Ceuta  el  15  de  muhárram  de  503  (14  ag.  de 
1 109).  «Deste  Ali  ben  Jusef  cuenta  el  coronista  moro 
Cásim,  en  la  descripción  dejativa,  que  labró  de  nuevo 
su  gran  castillo,  que  avia  quedado  asolado  de  las  gue- 
rras pasadas»  (3).  No  cejaba  Alfonso  I  en  su  tenaz 
empeño  de  reconquistar  para  la  cruz  las  posesiones 
del  emir  de  Zaragoza.  Quiso  Mostahín  acudir  en  auxi- 
lio de  Tudela,  sitiada  por  los  cristianos.  Trabóse  reñido 
combate,  y  de  una  lanzada  voló  el  alma  del  emir  á 
gozar  de  las  inefables  delicias  del  paraiso  (24  enero 


(1)  Asi  lo  dice  Gebhardt  (III,  24),  mientras  Conde  (III,  24)  asegura  que 
el  walí  pereció  con  casi  todos  los  caballeros  lamtunts.  Parece  más  puesto 
§a  ratón  lo  dicho  por  el  primero,  puesto  que  más  tarde,  tres  años  después,  le 
veremos  tomar  parte  en  la  empresa  de  despojar  de  sus  estados  al  emir  de 
Zaragoia.  * 

(a)    Conde,  1.  c. 

(3)    Escolarlo,  1.  c— Boix,  Xdtiva,  IV. 


—  43$  — 

1 1 1  o)  (i).  Escolino  contunde  con  U  muerte  Je!  emir 
de  Zaragoza  la  de  Ali  ben  YúsuÉ  «entonces  el  rey  AH, 
acompañado  de  todos  los  caudillos  y  reyes  moros  de 
Andalucía,  fué  en  busca  del  rey  don  Alonso,  y  le  dio 
batalla,  en  la  cual  fué  el  Miramamolin  (corrupción  de 
Emir  al  Mumenin)  muerto,  y  con  él  mas  de  30.000 
moros.  Y,  como  en  África  se  entendió  su  rota  v  desas- 
trada  muerte,  al  punto  saludaron  por  rey  i  su  hijo 
Brahim  ben  Ali—  Mas  los  caudillos  moros  á  quien  su 
padre  Ali  había  dejado  encomendadas  las  ciudades  y 
reinos  de  España,  se  alzaron  con  ellos,  y  se  hicieron 
llamar  reyes»  (2).  A  continuación  habla  del  emirato 
de  Aben  Sad. 

El  hijo  y  sucesor  de  Ali  ben  Yúsuf  lo  fué  Texuftn 
ben  Ali,  y  éste  no  comenzó  á  reinar  hasta  el  año  539 
(jul.  1144-jun.  1 145),  como,  aparte  las  crónicas  ára- 
bes, lo  declaran  las  monedas  de  Ali,  entre  ellas,  los 
dinares  acuñados  en  las  zecas  de  Murcia,  Denia  y  Va- 
lencia (3). 

Si  alguna  duda  queda,  desvanécela  un  autor,  que, 
además,  relaciona  la  muerte  de  Mostahin  con  la  con- 
quista que  de  lá  primera  plaza  de  nuestro  reino  hizo 
el  vencedor. 

En  el  mismo  año  n  10  revolvió  contra  el  reino  de 
Valencia  sus  armas  el  infatigable  Alfonso  I.  Impetró  y 
alcanzó  del  pontífice  Pascual  II  el  privilegio  de  la  Cru- 


(1)  Conde,  III,  25.— Doxy,  Investigaciones,  «Relato  de  Abd'l  Hassán.»— 
En  los  Anales  Toledanos  se  lee:  «Murió  el  Rey  Almottayen  en  Valencia» 
Era  MCXLVin.»  No  fué  en  Valencia,  sino  en  Valtierra. 

(2)  Escolano,  1.'  c. 

(3)  Codera,  sección  V,  1. 


—  436  — 

zada.  «Apoderándose  de  la  sierra  (de  Zaragoza),  escribe 
Zurita,  y  convocando  los  ricos-hombres  y  caballeros 
de  sus  reinos,  propuso  de  poner  cerco  sobre  Zaragoza 
y  proseguir  hasta  sacar  aquella  ciudad  del  yugo  y  ser- 
vidumbre de  los  infieles;  y,  según  algunas  memorias 
antiguas,  parece  que  en  el  año  i  no  fué  por  él  vencido 
en  batalla  Abu  Calen,  rey  de  Zaragoza,  junto  á  Val- 
tierra.  Y  ganó  entonces  á  Morella;  y  de  la  toma  de  este 
lugar,  que  está  en  el  reino  de  Valencia,  en  los .  confi- 
nes de  Aragón,  se  hace  mención  en  los  anales  antiguos 
de  Castilla,  en  que  se  dice  haberse  tomado  en  1114. 
Aunque  muchos  destos  lugares  hallamos  que  queda- 
ron en  poder  de  moros  reconociéndose  tributarios»  (.1). 
Por  este  tiempo  murieron  algunos  muslimes  nota- 
bles. En  el  año  507  (jun.  11 13-14),  falleció  en  Sevi- 
lla el  caudillo  Syr  ben  Abi  Békir,  el  llamado  en  la  Gene- 
ral, como  también  en  el  Poema  y  en  el  Romance  del 
Cid,  el  rey  Búcar  (2).  También  murió  en  el  mism'o 


(1)  Zurita,  I,  41 . — En  Sandoval  (Hist.  de  los  Reyes  de  Castilla  y  de  León, 
Doña  Urraca),  tomándolo  de  esas  memorias  antiguas,  escribe:  «Hicieron  este 
aáo  (Era  1153=1115)  los  Christianos  una  gran  entrada  y  maunza,  que  la  len* 
gua  antigua  llama  arrancada,  contra  los  almorávides  por  el  mes  de  Enero,  y 
les  tomaron  la  villa  de  Moriella.» — De  conformidad  con  esto,  escribe  Esco- 
lano  (III,  i),  que  sigue  i  Mármol,  (II,  32):  «Bolvióse  Ali  i  Barbería;  y  el  año 
siguiente  de  1114,  rebolvió  con  mayor  armada,  y,  hallando!  nuestros  prín- 
cipes discordes  y  abrasados  en  guerras,  tuvo  licencia  de  talar  buena  parte  de 
España.  Entendió  el  rey  don  Alonso  de  Aragón  que  se  apercibía  el  Moro  para 
venir  á  sitiar  la  ciudad  de  Toledo  por  segunda  vea,  en  el  año  11x5;  y  habién- 
dole concedido  el  papa  Pascual,  segundo  deste  nombre  (1099-1118),  la  Cru- 
zada, juntó  un  poderoso  ejército;  y,  por  divertirle  de  aquella  empresa,  se  le 
entró  por  el  rey  no  de  Valencia,  y  se  puso  sobre  la  villa  de  Morella,  y  la  ganó 
por  fuerza  de  armas.»— Los  anales  antiguos  de  Castilla  á  que  se  refiere  Zurita, 
no  son  otros  que  los  Toledanos,  que  dicen:  «Fué  presa  Moriella  (le  Christia- 
nos Era  mcliii  » 

(2)  Conde,  III,  2$. 


—  43.7  — 

año,  en  Mallorca,  después  de  haber  permanecido  algún 
tiempo  en  Almería,  el  ilustre  literato  Aben  al  Labbana, 
nacido  en  Denia.  Es  notable  la  correspondencia  que 
sostuvo  con  Motámid,  el  infortunado  emir  de  Sevilla» 
cuando  éste,  en  su  destierro  de  Agmat,  sq  vio,  con  sus 
queridas  hijas  y  mujeres,  reducido  á  la  más  extre- 
mada miseria  (i). 

En  el  año  siguiente,  508  (jun.  1114-may.  1115), 
murió  en  Murcia  el  wazir  Abu  Abderrahmán  ben 
Táhir.  No  obstante  haber  pretextado  sus  muchos 
años  para  no  asistir  á  las  bodas  de  Mostahín,  hijo  del 
emir  de  Zaragoza,  con  una  hija  del  que  lo  era  de 
Valencia,  Abu  Becr  ben  Abdeláziz  (1086),  toma  parte 
activa  en  el  agitado  periodo,  del  gobierno  de  Aben 
Gehaf.  En  elogio  de  Aben  Táhir  decia  en  1095  Abu'l 
Hassán:  «Abu  Abderrahmán  ha  compuesto  tantas  obras 
excelentes  y  sus  acciones  son  tan  bellas,  que  sus 
hechos  no  cabe  referirlos  aquí,  ni  tampoco  desenvol- 
ver toda  la  nobleza  de  su  carácter;  pero  yo  he  copiado 
la  mayor  parte  de  sus  composiciones  en  un  libro  aparte, 
al  que  he  puesto  el  titulo  de  Hilo  de  Perlas,  sobre  las 
cartas  de  Aben  Táhir.  En  este  momento  vive  en 
Valencia,  y,  aunque  tiene  cerca  de  80  años,  ha  conser- 
vado el  uso  completo  de  sus  facultades,  tiene  buen 
oído,  aún  vierte  sobre  el  papel  ideas  que  roban  todo 
su  brillo  á  los  collares  de  perlas,  y  en  comparación  de 


(1)  Además  de  numerosos  versos,  compaso:  i.— Rocío  de  perlas  y  amon- 
tonamiento de  flores  de  la  poesía  de  los  Beni  Abbed.  2.— El  apoyo  sobre  la 
historia  de  la  misma  dinastía.  3.— El  libro  de  los  caminos  de  la  guerra  civil. 
Y  4.— Libro  de  la  serie  de  perlas  sobre  exhortaciones  á  los  reyes  (Pons,  bio- 
grafía núm.  138). 


—  4j8  - 

las  cuales  las  noches  iluminadas  por  la  hermosa  luna 
son  oscuras.  Y  lo  que  hemos  escrito  debe  bastar:  por- 
que ¿qué  hombre  podrá  agotar  todo  lo  que  hay  que 
decir  sobre  el  asunto?»  (i).  Desde  la  muerte  del  cadi 
vivía  retirado  ea  Murcia  (2), 

En  el  año  509  (mayo  1115-16)  dejó  de-existir 
Aben  al  Kama,  quien,  como  poeta  y  prosista  distin- 
guido, alcanzó  entre  sus  coetáneos  gran  celebridad. 
Nació  en  Valencia  el  año  428  (oct.  1036-37),  donde 
hizo  sus  estudios,  y  de  ella  escribió  una  historia  que 
versaba  sobre  la  toma  de  los  cristianos  antes  del  año 
500  (sept.  1106-oct.  1 107),  acontecimiento  sólo 
aplicable  á  la  entrada  del  Cid  (3). 

Y  por  el  año  510  (mayo  11 16-17)  murió  en  Mur- 
viedro,  cuyo  cadiazgo  desempeñaba,  Abu  Muhámad 
Abdallah  ben  Abderrahmán  ben  Abdallah  ben  Yunus, 
el  Codai,  de  Onda,  más  conocido  por  Aben  Fairó.  Le 
nombró  para  el  expresado  cargo  el  entonces  cadi  de 
Valencia  Abu'l  Hassán  Muhámad  ben  Guáchib,  «uno 
de  los  hombres  más  queridos  y  populares  en  dicha 
ciudad  y  que  gozaba  fama  bien  merecida,  por  su  carác- 
ter generoso  y  liberal  y  por  la  escrupulosa  honradez 
en  el  ejercicio  de  sus  cargos.»  Tenía,  como  cadi  de 
Valencia,  atribuciones  para  nombrar  los  de  Alcira, 
Murviedro,  etc.;  y  murió  en  el  año  519  (feb.  1125- 
enero  1126)   (4).  También  el  de  Murviedro  gozaba 


(1)  Dozy,  1.  c. 

(2)  Conde,  1.  c.  y  22. 

(3)  Tenia  por  título  Descripción  clara  sobre  el  accidente  desgraciado  ó  infausto. 
(Pons,  biogr.  n.«  140). 

(4)  El  .Archivo,  IV,  87. 


—  439  — 

de  envidiable  reputación  como  jurisconsulto,  huma- 
nista, orador  y  poeta  (i). 

Para  bien  de  la  España  cristiana,  pudo  Alfonso  I 
en  1 1 13  entregarse  con  ardor  á  la  guerra  con  los  infie- 
les. En  1 1 14  puso  sitio  á  Zaragoza,  dispuesto  i  no 
alzarle,  á  menos  que  no  se  le  rindiera.  Para  estorbarlo, 
vino  desde  Granada  á  Valencia,  con  buen  número  de 
tropas  de  caballería,  Abu  Muhámad  Abdallah  ben  Maz- 
dali.  Después  de  haber  descansado  algún  tiempo  en 
Valencia,  ya  entrado  el  año  510  (mayo  n  16-17)  pasó 
á  Zaragoza,  puesta  por  el  de  Aragón  en  grandísimo 
apuro.  Después  de  recios  combates,  Alfonso  se  vio 
obligado  á  alzar  el  cerco.  Libre  ya  del  peligro  el 
emir,  se  retiró  á  Rueda.  Comprendiendo  que  tenia 
necesidad  de  un  aliado,  optó  por  la  amistad  con  el 
Batallador. 

Ocupaba  el  trono  vacío  por  la  muerte  de  Mostahin, 
su  hijo  Abdelmélic  ben  Áhmed,  apellidado  Imado-d- 
Daulah  (columna  del  Estado).  Negáronse  sus  subditos 
á  reconocerle  por  emir,  á  menos  que  no  despidiese  de 
su  ejército  á  los  soldados  cristianos  sus  auxiliares. 
Acceder  á  la  pretensión,  equivalía  á  entregar  su  reino 
á  los  almorávides:  negóse,  pues,  á  la  exigencia.  Los 
descontentos  anduvieron  en  tratos  con  Ali  para  que  se 
apoderase  de  Zaragoza.  Consultó  el  príncipe  africano 
el  caso  con  los  faquíes  de  Marruecos,  y  unánimes  con- 
testaron que  debía  admitirse  el  ruego.  Ali  ordenó  al 
gobernador  de  Valencia  que  fuese  á  apoderarse  de 
Zaragoza.  Huyó  el  Emir  y  suplicó  á  Ali  cumpliese  la 


(1)    Chabrct,  Sagunto,  apéndices,  «Cpoca  árabe». 


—  44o  — 
última  voluntad  de  Yúsuf,  segúti  la  cual  había  de  res- 
petarse á  los  Beni  Hud  de  Zaragoza.  Se  envió  contra- 
orden al  gobernador  de  Valencia;  pero,  según  se  dice, 
llegó  tarde.  Con  posterioridad  á  esa  fecha,  aún  vemos 
al  hijo  de  Mostahín  dueño  de  Zaragoza  (i). 

Los  muslimes  de  esta  ciudad  no  se  contentaron 
con  demandar  auxilio  al  califa  Ali.  Apelaron  á  otro 
recurso  para  sacudir  el  yugo  -de  Abdelmélic. 

Disgustados  de  la  alianza  los  de  Zaragoza,  escri- 
bieron al  caudillo  lamtuní  Muhámad  ben  Alhag,  walí 
de  Valencia,  por  quien,  apenas  llegado  á  aquella  ciu- 
dad, se  declararon  todos.  En  batalla  que  dio  á.los  cris- 
tianos el  4  de  ramadhánde  512  (19  dic.  n  18)  (2),  ven- 
cieron los  muslimes.  Alfonso  I,  que  había  concebido 
grandes  esperanzas  de  su  amistad  con  el  emir  de  Zara- 
goza, allegó  un  numeroso  ejército,  derrotó  al  enemigo 
cerca  de  dicha  ciudad,  y  Lérida,  con  todo  el  norte  de 
aquella  tierra,  cayó  en  su  poder.  Aben  Hud  entró  en 
Zaragoza,  puesto  bajo  la  protección  de  Alfonso. 

Desentendiéndose  ya  Alfonso  de  todo  compromiso 
con  el  emir  de  Zaragoza,  se  abalanzó  sobre  tan  codi- 
ciada presa,  no  sin  que  antes  pidiese  á  Imado-d-Dáu- 
lah  su  entrega  pacífica;  y,  como  el  Aben  Hud  se 
negara  á  ello,  el  monarca  cristiano  acumuló  por  mayó 
de  11 18,  sobre  la  ciudad,  tantos  y  tan  poderosos 
medios  de  ataque,  que,  al  fin,  cayó  en  poder  de  Alfonso 
el  día  18  de  diciembre  del  mismo  año.  Muchos  nobles 
muslimes  abandonaron  á  Zaragoza  y  fijaron  en  Valen- 


(1)  Conde,  III,  23  y  30.— Dozy,  Hist.  t.  IV.— Gebhardt,  III,  24. 

(2)  También  los  Anales  Toledanos  señalan  por  año  de  la  rendición  de 
Zaragoza,  no  el  11 18,  sino  el  11 19. 


$ 

« 


s- 


—  441  — 

cía  v  Murcia  su  nueva  residencia.  Imado-d-DauUh  se 
retiro  en  absoluto  á  Rueda  (i). 

Purificada  la  mezquita  aljama  de  Zaragoza,  el  dia 
6  de  enero  de  1119  fué  consagrada  al  culto  católico. 
Don  Pedro  de  Librana,  ya  electo  obispo  de  la  ciudad 
antes  de  ser  ganada,  fué  después  su  primer  prelado,  y 
recibió  la  confirmación  del  papa  Gelasío  II  (111S- 
1 1 19).  A  Gastón,  vizconde  de  Bearne,  se  le  dono  el 
barrio  de  los  muzárabes,  y  á  Rotrón,  conde  de  Alper- 
che,  otro  barrio  comprendido  entre  la  catedral  y  la 
iglesia  de  San  Nicolás.  A  fines  del  siglo  XVI  aún  con- 
servaba el  nombre  de  Barrio  del  Cottde  de  A*t>¿rclje* 
Hallándose  el  Batallador  embarazado  con  las  guerras 
de  Castilla,  hicieron  en  sus  estados  varias  incursiones 
los  muslimes,  y,  para  tenerlos  a  raya,  llamó  en  su 
auxilio  á  Rotrón.  Vinieron  con  el  conde  los  francos, 
que  confirmaron  una  vez  más  la  fama  que  gozaban  de 
valerosos.  Esto  fué  el  año  11 10.  No  tuvieron  el  pago 
que  les  prometiera  Alfonso  y  al  cual  se  habían  hecho 
acreedores.  Despechados,  volvieron  á  Francia.  Con  su 
ausencia  reprodújose  la  osadía  de  los  infieles,  y  de 
nuevo  reclamaron  su  venida  á  España  los  aragoneses, 
Rotrón  dio  al  olvido  los  pasados  agravios,  vino  á  la 
Península  y  escarmentó  á  los  infieles.  Debió  ser  esto 
el  año  1 1 13,  lo  más  tarde,  ya  que  aún  estaba  Toledo 


(1)  S  ando  val  (Historia  de  los  Reyes  de  Castilla  y  de  León,  Doña  Urraca)^ 
dice:  «En  este  año  de  la  Era  1156  (in&)  ponen  la  toma  de  Zaragoza,  miér- 
coles, día  de  Nuestra  Señora  de  la  O.»  Sigue  á  Garibay,  XXIII,  7.— Zurita, 
I,  44. — Según  el  historiador  aragonés,  Temim  trató  de  hacer  levantar  el  sitio; 
'  mas,  después  de  haber  sentado  sus  reales  en  la  ribera  del  Güerba,  retiróse  sin 
atreverse  á  medir  sus  armas  con  los  cristianos. 

56 


—  442  — 

en  obediencia  del  rey  de  Aragón.  Etj  agosto  de  1114, 
Rotrón  se  apoderó  de  Tudela,  y  le  fué  dada  en  feudo. 
Con  dicha  empresa  facilitó  la  conquista  de  Zara- 
goza (1);  De  propósito  nos,  hemos  detenido  en  dar 
á  conocer  á  don  Pedro  de  Librana,  á  Gastón  de  Bearne 
y  á  Rotrón  de  Alperche,  porque  ellos  fueron  los  que 
en  el  verano  de  1122  se  corrieron  atrevidamente  hasta 
Benicadell,  y  por  emularlos  hizo  Alfonso  el  Batallador 
su  famosa  excursión  en  los  años  1125  y  1126  hasta 
las  playas  de  Andalucía. 

La  pérdida  de  Zaragoza  puso  en  conmoción  á  todos 
los  muslimes.  El  mismo  Ali  se  preparó  á  volver  á 
España.  Dispuso  que  su  hermano  Temim,  que  seguía 
con  el  gobierno  de  la  Ajarquia,  reuniese  un  poderoso 
ejército  y  fuera  á  socorrer  á  los  muslimes  de  las  fron- 
teras de  Afranc.  En  Valencia  se  congregaron,  con 
Temim,  su  pariente  Abu  Yahya  ben  Texufln,  gober- 
nador de  Córdoba,  Muhámad  ben  Alhag,  que  aún  lo 
era  de  Valencia,  muchos  nobles  jeques  de  Lamtuna, 
los  caballeros  almorávides,  que,  con  arreglo  á  las  últi- 
mas disposiciones  de  Yúsuf,  debian  ser  4.000  en  la 
España  oriental,  y  otra  mucha  gente  de  guerra.  Fué 
en  tierra  de  Lérida  el  encuentro  de  este  ejército  con 
el  de  Alfonso;  estuvieron  tan  desgraciadas  las  tropas 
de  Temim,  que  éste  hubo  de  suspender  la  jornada, 
retirándose  á  Valencia  con  poco  más  de  10.000  com- 
batientes. 

Las  circunstancias  que  concurren  en  esta  batalla, 
le  dan  visos  de  no  ser  otra  que  la  famosa  de  Cutanda. 


(1)    Crónica  de  Olderico  Vital,  1-3.— Zurita,  I,  41-46. 


—  443  — 

Procuró  Alfonso  sacar  de  su  famosa  conquista  el 
mayor  partido  posible.  Trató  Temim  de  contener  el 
avance  del  rey  de  Aragón,  y  no  hizo  sino  proporcio- 
narle nuevos  laureles;  20.000  muslimes  mordieron  el 
polvo  en  Cu  tanda,  y  el  resto  del  ejército  desbaratado 
huyó  á  Valencia.  En  esta  batalla,  d^a,  según  las 
mayores  probabilidades,  el  día  19  de  rabié  i.a  de  514 
(18  junio  1 120)  (1),  selló  con  su  sangre  el  testimo- 
nio de  su  fe  religiosa  el  faqui  valenciano  Áhmed  ben 
Ibrahim  Abu  Ali  ac  £adafí,  que  forma  época  en  el 
movimiento  literario  de  nuestro  pais. 

Por  el  año  444  (1052-53)  nació  en  Zaragoza.  No 
contento,  en  su  noble  afán  de  saber,  con  frecuentar  las 
escuelas  de  Valencia  y  de  Murcia,  se  trasladó  á  la 
Meca  al  objeto  de  recoger  en  su  más  pura  fuente  la 
ciencia  oriental.  Vuelto  á  España,  vivió  en  Murcia, 
Játiba,  Valencia  y  Denia,  y  en  todas  ellas  se  consagró 
al  ministerio  de  la  enseñanza.  Rehusó,  ó  desempeñó 
breve  tiempo,  el  oficio  de  cadi,  que  en  más  de  una 
ocasión  le  fué  ofrecido. 

Su  genio  activo,  lo  vasto  de  su  ilustración,  su  pro- 
bidad acrisolada,  su  humildad  y  mansedumbre,  captá- 
ronle las  simpatías  generales;  todos  se  disputaban  el 
honor  de  recoger  sus  palabras  y  de  profesar  su  doc- 
trina. Es,  sin  disputa,  uno  de  los  que  más  honraron 
el  Islamismo  en  España.  No  debe  sorprender  que  los 


(1)  Según  Zurita,  la  batalla  de  Cutanda  precedió  á  la  rendición  de  Zara- 
goza. Dice  qne  ya  entrado  diciembre  de  1118,  Temim  envió,  con  objeto  de 
hacer  levantar  el  sitio,  á  un  sobrino  suyo  (tal  vez  Abu  Yahya  ben  Texofío, 
el  gobernador  de  Córdoba),  y  que  Alfonso  le  hizo  sufrir  la  más  espantosa 
derrota,  quedando  el  mismo  hijo  de  Ali  tendido  en  el  campo  de  batalla. 


'     —  444  — 

más  eximios  escritores  árabes  le  hayan  consagrado 
trabajos  encomiásticos  (i). 

Abu  Ali  se  hallaba  en  Játiba  de  paso  para  Cutanda 
en  el  mes  de  sáfer  del  año  514  (2-30  mayo  1120). 
La  ciudad  contenía  en  su  seno  multitud  de  combatien- 
tes que  iban  á  campaña   contra  los   cristianos.   Lo 

extraordinario  de  las  circunstancias  no  sirvió  de  obs- 

« 

táculo  para  que  en  torno  suyo  se  apiñase  la  juventud 
setabense,  ávida  de  que  entre  ellos  resonara  la  autori- 
zada palabra  del  insigne  maestro. 

Entre  sus  discípulos  de  Játiba  se  cuenta  una  plé- 
yade gloriosa  de  literatos,  tales  como  Áhmed  é  Ibra- 
him  al  Moaierí,  hermanos,  Ibrahim  ben  Yonaca, 
Táhir  y  Muhámad  ben.  Haidara,  también  hermanos, 
los  Beni  Abi  Talid,  familia  de  noble  estirpe,  Muhá- 
mad an  Nafzí,  Muhámad  as  Salami,  Aben  Moncaral, 
Muhámad  al  Yahssabi,  Aben  Barca  y  algunos  otros 
de  quienes  ya  se  tratará. 

Debieron  ser  en  semejantes  conferencias  los  temas 
obligados,  la  unión  entre  los  muslimes,  la  necesidad 
de  acudir  al  campo  de  batalla,  el  premio  en  la  otra 
vida.  Y,  acompañando  á  la  palabra  la  obra,  exhaló  en 
Cutanda  su  último  aliento,  admirado  por  sus  correli- 
gionarios, que  le  otorgan  sitio  distinguido  en  el  libro 
de  sus  mártires  (2). 


(1)  Aben  Pascual,  %Assilah,  biogr.  327;  ad  Dhabbi,  Deseo  del  que  busca  ¡a 
historia  de  ¡os  varones  del  pueblo  español,  biogr.  625;  al  Makkari,  I,  520;  Aben 
al  Abbar,  El  Moacham,  exclusivamente  consagrado  á  Abu  Ali  y  á  sus  discí- 
pulos. 

(2)  El  archivo,  II,  2-5. — Pons,  biogr.  núra.  143. — Conde,  1.  c— Los 
Anales  Toledanos  siguen,  al  mencionar  la  rendición  de  Zaragoia  y  la  batalla 


—  445  — 

anronesas  tirdircn  roco  en  cernerse 


hada  nuestro  reino.  La  anticua  B.Ir:":s*  Calatavui  > 
rindió  i.  lis  zizzis  de  Alfonso  el  Bateador  se;>  d;a> 
después,  eí  24  de  junio.  Fué  poblado  con  gente  de 
guerra,  como  frontera  contra  el  reino  de  Va! encía  v 
para  contener  las  algaras  que  en  tierras  de  Aragón 
hadan  los  moros  de  las  serranías  de  Cuenca  y  de 
Molina.  Una  de  las  importantes  poblaciones  que 
cayeron  bj:o  los  vencedoras  armas  cristianas,  fué 
Daroca,  en  la  ribera  del  Jiloca:  asi  que  el  poco  antes 
tan  reducido  reino  de  Aragón,  debido  á  los  esfuerzos 
del  Batallador,  que  habia  reducido  el  emirato  de 
Zaragoza  á  microscópica  representación,  se  extendia 
hasta  las  fronteras  de  Castilla  y  Valencia  (1). 

No  sólo  para  estar  á  la  defensiva  fortificaba  aquella 
linea  Alfonso.  Desde  ella  corría  y  talaba  las  tierras  de 
los  muslimes  (2).  Daroca,  lugar  fortisimo  entonces, 
circunstancia  por  la  cual,  además  de  su  situación,  se 
consideraba  como  llave  para  la  conquista  de  Valencia, 
fué  objeto  preferente  de  los  cuidados  del  monarca* 
Cerca  de  allí  edificó  el  castillo  de  Monreal  y  puso  de 
guarnición  á  los  ya  famosos  caballeros  templarios. 

Estas  son  las  palabras  de  Zurita:  «Considerando 
que  desde  Daroca  hasta  la  ciudad  de  Valencia,  por  las 
continuas  entradas  y  guerras  todos  los  lugares  estaban 


de  Cutanda  el  mismo  orden,  pero  difieren  en  las  fechas  respectivas;  «el  rey 
de  Aragón,  con  ayuda  de  Dios  é  de  sus  Christianos,  en  el  mes  de  mayo  prisó 
4  Zaragoza  de  Moros,  EraiiCLVii.»— «Fué  la  batalla  de  Co tanda,  Era  mclix.» 

(i)  Gebhardt,  III,  24.— Fernández  y  González,  Les  Mudtjans  de  Castilla, 
apéndice  I. 

(2)    Conde,  1.  c. 


—  446  — 

deshabitados  é  yermos,  y  no  se  labraba  y  culturaba  la 
tierra,  y  todo  se  dejaba  desamparado  y  desierto,  mandó 
(el  rey)  poblar  aquel  lugar  (los  Ojos)  y  que  se  llamase 
la  ciudad  de  Monreal,  que  ahora  se  dice  del  mismo 
nombre,  en  la  que  la  nueva  milicia,  dedicada  al  ser- 
.  vicio  y  aumento  de  nuestra  Fe,  tuviese  su  principal 
morada  y  convento,  y  fuese  cierta  guarida  para  todos 
los  cristianos  circunvecinos,  y  se  asegurasen  desde 
allí  los  caminos  y  pasos,  y  la  conquista  contra  los 
moros  de  los  reinos  de  Valencia  y  Murcia  se  prosiguiese 
y  se  facilitase  con  aquella  comodidad.  Para  sustentar 
este  convento,  á  honra  de  Nuestro  Señor  y  de  aquella 
santa  milicia,  le  señaló  el  rey  ciertas  rentas  de  muchos 
lugares  principales  que  aún  estaban  en  poder  de  los 
moros  que  eran  sus  tributarios,  á  donde  llevaba  la 
mitad,  de  sus  rentas,  que  eran  Segorbe,  Buñol  (i), 
Cuenca,  Molina  y  uno  que  llaman  Burbaca  (Bubierca), 
y  de  otros  lugares  que  había  desde  el  puerto  de  Cari- 
ñena hasta  Monreal»  (2). 

Al  comienzo  de  este  libro  se  dijo  que  Teodomiro, 
por  más  que  él  y  sus  subditos  pagaran  tributo  á  los 
califas,  creó  y  conservó  un  reino  independiente:  *La 
forma  del  tributo  pagado  á  los  califas  por  Teodomiro 
y  sus  subditos,  tuvo  casos  análogos  entre  los  señores 


(1)  El  término  general  de  Buñol,  en  cuya  jurisdicción  estaban  Sieteaguas, 
Hiatava,  Montrotón  (desaparecido  y  situado  en  lo  que  aún  se  llaman  los  Cas- 
tillejos^, Amacasta  y  Alboraig,  se  daba  la  mano  con  el  de  Cuenca,  en  el  cual 
estaba  comprendido  Requena,  y  con  el  del  castillo  de  Al  Calat  (Carlet),  del 
que  formaban  parte,  en  su  extremo  occidental,  Turís  y  Serra  (queda  parte  de 
su  castillo),  separados  del  término  privativo  de  Alboraig  por  el  arroyo  deno- 
minado Zaida  ó  Seda. 

(2)  Anales  de  Aragón,  I,  4$. 


—  447  —      ' 

m 

de  Valencia  para  con  los  reyes  cristianos;  y  nadie 
negará  que  los  almorávides,  en  el  año  1122,  período 
al  cual  nos  referimos,  no  fuesen  dueños  de  la  ciudad 
del  Turia»  (1).  Dueños  de  Buñol,  Cuenca  y  Segorbe, 
eran  en  1122  los  almorávides,  y,  sin  embargo,  la  mitad 
de  sus  rentas  percibíala  Alfonso  I,  que  así  pudo  cederla 
á  los  caballeros  del  Temple.  En  prueba  de  que  no  se  da 
interpretación  inexacta  á  las  palabras  de  Zurita,  ahí  está 
el  testimonio  de  quien  ha  hecho  de  los  mudejares  un 
estudio  detenido:  «Conquistadas  Tudela,  Zaragoza, 
Calatayud,  Daroca,  Tarazona  y  Medinaceli,  pagaban 
tributo  al  monarca  aragonés  las  comarcas  de  Lérida, 
Segorbe  y  Buñol.  Para  acelerar  la  conquista  del  reino 
de  Valencia,  mandó  el  de  Aragón  poblar  la  ciudad  de 
Monreal,  donde  estableció  un  convento  de  la  orden 
del  Temple,  concediéndole  la  mitad  de  los  tributos 
de  aquellos  pueblos,  que,  estando  todavía  gobernados 
por  moros,  eran  sus  tributarios »  (2). 

Durante  el  mismo  año  1122,  Alfonso  I  penetró, 
con  un  buen  ejército,  en  la  Gascuña  francesa  y  sitió 
á  Bayona.  Mientras  el  autor  anónimo  de  la  Crónica 
de  Alfonso  VII  dice  que  el  Batallador  volvió  sin  honor 
á  Aragón,  esto  es,  sin  haber  logrado  apoderarse  de 
aquella  ciudad,  en  otro  punto  se  lee  que  el  conde  Cas- 
tulo  de  Bigorra  se  le  declaró  vasallo  (3);  y  esto  mismo 
parece  confirmado  por  el  anónimo,  ya  que  entre  los 
caballeros  que  acompañaron  al  rey  en  su  expedición  á 


(1)  p.  i,  c.  i. 

(2)  Fernández  y  González,  obra  y  1.  c. 

(3)  Gebhardt,  1.  c. 


-  448  - 

Andalucía,  cita  á  dicho  conde.  La  ausencia  del  rey  no 
fué  obstáculo  á  que  gentes  suyas  entraran  á  correr  la 
tierra  dé  Valencia  y  de  Játiba,  hasta  la  Serranía,  por 
más  que  no  sp  escribe  que  hicieran,  cosa  de  importan- 
cia (i).  Las  circunstancias  eran  favorables  para  que  el 
Batallador  abrillantase  su  título  con  empresas  más 
patrióticas  que  las  á  que  brindaba  Castilla.  Valencia 
estaba  falta  de  un  buen  caudillo  que  antes  habia  des- 
empeñado su  gobierno.  Abu  Táhir  Temim,  el  valeroso 
é  inteligente  hermano  de  Ali,  había  pasado  á  África  á 
luchar  con  los  fanáticos  almohades*  y  allí  estaba  en 
octubre  de  1122  (2). 

Dice  Escolano  que  aunque  Alfonso  el  Batallador 
estaba  en  11 22  ocupado  en  empresa  cuyo  teatro  estaba 
situado  allende  el  Pirineo,  gentes  suyas  entraron  á 
correr  la  tierra  de  Valencia  y  Játiba  y  llegaron  hasta  la 
Serrania,  y  esto  es  cierto;  mas  yerra  al  añadir  que  no 
realizaron  hecho  de  importancia,  á  no  ser  que  para 
ello  fuera  necesario  que  se  hubiese  realizado  alguna 
batalla  ó  conquista  de.  excepcional  importancia. 

Rotrón  de  Alperche,  con  los  francos,  Gastón  de 
Bearne,  con  los  gascones,  y  don  Pedro  Libratia,  obispo 
de  Zaragoza,  con  los  caballeros  templarios,  entraron, 
á  mediados  del  año  1122,  por  el  reino  de  Valencia  y 
llegaron  hasta  Benicadell,  fuerte  en  el  cual  había  dos 
torres  inexpugnables;  se  apoderaron  de  él,  y  allí  per- 
manecieron por  espacio  de  seis  semanas.  Se  corrieron 
luego  hacia  las  inmediaciones  de  Játiba,  y  salió  á  su 


(1)  Mariana,  X,  12. — Escolano,  1.  c. 

(2)  Conde,  III,  27. 


—  449  — 

encuentro  Meruán,  walí  de  Valencia,  pero  huyó  antes 
que  se  llegara  á  las  manos.  Los  valerosos  caudillos 
cristianos,  confiada  á  sesenta  de  los  suyos  la  conser- 
vación de  Benicadell,  volvieron  á  Aragón. 

Obedeciendo  órdenes  de  Air  ben  Yúsuf,  soldados 
almorávides  y  muslimes  de  España  pusieron  sitio  á 
Benicadell.  Duró  el  cerco  los  días  12,  13  y  14  de 
agosto.  Cuando  los  sitiados  se  juzgaron  faltos  de  todo 
humano  auxilio,  buscaron  la  protección  del  cielo. 
Durante  aquellos  tres  días  hicieron  penitencia  y  prac- 
ticaron el  a3'uno.  Al  amanecer  del  día  15,  invocando  el 
nombre  de  Dios,  se  lanzaron  contra  el  enemigo.  Bre- 
garon todo  el  día,  y  á  la  caída  de  la  tarde  se  declaró 
por  los  cristianos  la  victoria.  Dispersos  los  muslimes, 
aprovecharon  la  oscuridad  de  la  noche  para  perderse 
por  extraviadas  sendas,  por  las  cuales  no  pudieron  los 
vencedores  seguirles  el  alcance  (1). 

Tres  años  más  tarde,  Benicadell,  que  había  vuelto 
á  perderse,  fué  reconquistado  por  Alfonso  el  Batalla- 


(1)  Para  prueba  de  cuan  adulterados  aparecen  en  la  Crónica  de  OÍ  dedeo 
Vidal  los  nombres  de  personas  y  lugares  que  intervienen  en* estos  hechos,  nos 
permitimos  transcribir  el  párrafo  relativo  á  los  mismos:  cTunc  Rotro,  comes 
Moritoni¿e,  cum  francis,  et  episcopus  cjesaraugustanus,  cum  fratribus  de  Paimis, 
et  Gua^so  de  lüara,  cum  gasconibus,  Penecadel,  ubi  sunt  du ae  turres  inex- 
pugnabiles,  munierunt,  et  sex  septimanis  tenuerunt*  Tándem,  pugnantes 
contra  Amorgan,  regem  Valentías,  per  Satinam  urbem  convenerunt;  sed  paga  ni, 
amequam  ferirentur,  fugerunt.  Relictis  autem  in  munitione  Penecadel  lx 
satellitibus,  redierunt.  Sed  amoravii  et  andeluciani  de  África  raissi  á  rege  Alis, 
filio  Insted,  eis  obviaveruat,  triduoque  in  castro  Serraliis  obsederunt.  Christiani 
vero  his  tribns  diebus  peccatorum  suorum  pceaitentiam  egerunt;  jejunaverunt 
et,  Deum  invocantes,  xvm  Kal.  Septembris  pugnaverunt  et,  adminiculante 
coelesti  virtute,  post  diurnum  certamen,  cum  sol  oceumberet,  vicerunt;  stá9 
fogientes  paganos,  nocturna  formidantes  pericula,  per  incógnita  itinera  diu 
persequi  non  ausi  fuerunt  (Ord.  Vit.,  3).» 

57 


—  4S0  — 

dor,  según  lo  declaran  aquellas  palabras  de  los  Anales 
Toledanos:  «Fué  presa  Peña-Cadiella,  Era  mclxiii»  (i). 
Los  almorávides  seguían  dejando  sentir  su  férreo 
yugo,  lo  mismo  sobre  los  muzárabes  que  sobre  los 
muslimes  de  España.  Unos  y  otros  suspiraban  por 
sacudirle.  Los  primeros,  sabedores  de  los  prodigiosos 
hechos  realizados  por  el  Batallador,  á  él  acudieron 
para  que  rompiese  la  cadena  de  su  esclavitud.  Los 
muslimes  españoles  acabaron  ppr  derribar  el  edificio 
almoravide^  ya  cuarteado  á  causa  de  las  sacudidas 
que  le  dio  otra  secta  africana  no  menos  cruel  é  into- 
lerante. 

«Bajo  el  reinado  de  los  almorávides,  cuando  las  armas  del  rey 
Aben  Radmir,  enemigo  de  Dios,  eran  todavía  victoriosas,  los  alia- 
dos cristianos  de  esta  provincia  concibieron  la  esperanza  de  saciar 
su  odio  y  de  erigirse  en  dueños  del  pais.  Dirigiéronse,  pues,  i 
Aben  Radmir;  le  enviaron  carta  sobre  carta  y  mensajero  tras 
mensajero,  para  suplicarle  que  se  aprestase  al  combate  y  que  vi- 
niese á  Granada.  Al  verle  vacilar,  le  presentaron  una  lista  con  los 
nombres  de  12.000  de  sus  mejores  guerreros,  en  la  cual  no  había 
inscrito  ningún  viejo  ni'celibatario.  Trataron  también  de  excitar 
su  codicia  describiéndole  todas  las  excelencias  de  Granada,  que 


(1)  No  cabe  confundir  la  excursión  de  1122  con  la  de  1125.  La  distinción 
entre  ellas  márcala  bien  otro  texto  de  la  crónica  citada,  como  vamos  á  ver: 
«Anno  ab  Incarnatione  Domini  mcxxv  postquam  Rotro  comes  cum  suis  sate- 
llitibus  et  auxiliariis  in  Galiana  remeavit,  aragonensis  rex,  vi  sis  insignibus 
gestis  quae  Franci  sine  illo  super  Paganos  in  Hispania  fecerant,  invidit;  laudis- 
que  cupidus,  ingentem  suae  gentis  exercitum  arroganter  adunavit.  Remotas 
quoque  regiones  usque  ad  Cordubam  peragravit  (Ord.  Vit.,  6).»  La  i.»  expe- 
dición se  hizo  en  1122;  fa  2.*  en  1125:  en  aquélla,  no. estuvo  Alfonso;  en  la 
última,  sí.  £1  error  en  haberlas  confundido  el  autor  del  artículo  inserto  en 
El  Archivo,  II,  249-251,  no  reconoce  otra  causa  que  el  haber  seguido  ciega- 
mente á  Dozy,  á  quien  se  cita;  de  ahí  que  aparezcan  nombres  y  dignidades 
barajados. 


—  4Si  — 

hadan  de  esta  ciudad  el  más  bello  país  del  mundo.  En  resumen: 
se  dieron  tan  buenas  trazas,  que  consiguieron  su  objeto»  (i). 

Comenzó  Alfonso  por  allegar  sus  gentes,  y  escogió 
4.000  caballeros  que,  seguidos  de  sus  gentes  de  amias, 
se  juramentaron  de  seguir  el  pendón  real,  no  volver 
nunca  la  espalda  al  enemigo,  y,  en  una  palabra,  ven- 
cer ó  morir.  A  principios  de  jaban  de  519  (primeros 
de  septiembre  de  1125),  fué  el  rey  á  Zaragoza,  y  en 
ella  permaneció  hasta  el  día  último  de  mes  (2). 

Mientras  esa  tormenta  se  formaba,  perdía  Valencia 
uno  de  sus  hijos  más  ilustres.  El  n  de  jaban  (12  sep- 
tiembre) bajó  al  sepulcro  Abu  Becr  Muhámad  Aben 
Fathún,  hijo  de  Jalaf  ben  Suleimán  ben  Fathún,  naci- 
dos ambos  en  Orihuela.  Uno  y  otro  escucharon  las 
sabias  explicaciones  de  Abu  Ali,  el  que  murió  en  Cu- 
tanda.  Desempeñó  el  padre  los  cadiazgos  de  Játiba, 
Orihuela  y  Denia;  se  retiró  á  la  vida  privada,  y  murió 
el  año  505  (jul.  nn-jun.  1112).  No  menos  modes- 
to que  el  padre  su  hijo,  negóse  á  admitir  el  cadiazgo 
de  Denia;  y,  como  se  le  apremiara  á  que  aceptase  el 


(1)       Dozy,  Investigaciones,  t.  II,  c.  VII,  n.°  XIV. 

(2)  Dice  Zurita  (I,  47):  cHallamos  haber  ido  con  él  i  esta  empresa,  Gas- 
tón, vizconde  de  Bearne,  don  Pedro,  obispo  de  Zaragoza,  y  don  Esteban, 
obispo  de  Huesca;  y  es  verisímil  que  no  cabía  faltar  ninguno  de  cuenta  en 
«osa  tan  señalada,  de  los  que  podían  poner  las  manos  en  ella.»  Esto  mismo 
se  lee  en  la  Cbronica  %Adefonsi  ltnperatoris:  «Congregavit  exercitura  magnum 
de  térra  sua  et  de  Gasconia,  et  consilio  habito  cura  optimatibns  suae  región  is, 
ad  augendam  vim  suam  junxit  sibi  viros  fortissimos  et  potentes,  in  quibus  fuit 
episcopus  de  Lascar,  cui  nomen  erat  Guido,  et  episcopus  de  Jacca  Donao, 
episcopus  de  Sancto  Vincentio  de  Rhodas,  et  abbas  de  Sancto  Indriano,  et  Gas» 
ton  de  Bearne,  et  Centul  de  Bigorra,  et  alii  fortes  viri  auxiliara  Francorum 
et  multi  alienigenarum.  Movitque  exercitum  suum  et  abiit  in  Caesaraugustam 
civitatem  maguara,  et  alus  civitatibus  et  cistellis  quse  ipse  tulerat  sarracenis.» 


—  452  — 

cargo,  se  ocultó  hasta  que  desapareció  lo  que  él  juz- 
gaba grandísimo  peligro.  Fué,  como  su  padre,  sabio 
jurisconsulto ,  poseedor  del  Cprán  y  tradicionero : 
estaba  dotado  de  feliz  memoria  y  de  clara  inteli- 
gencia (i). 

El  día  último  de  jaban  (y  también  de  septiembre) 
Alfonso  I  salió  de  Zaragoza  ocultando  su  marcha  á  los 
muslimes,  y  no  se  detuvo  en  parte  alguna  hasta  llegar 
junto  á  Valencia  (2).  La  combatió  durante  algunos 
días,  aunque  sin  provecho,  por  la  buena  defensa  de  la 
guarnición  almoravide  hábilmente  dirigida  por  el  wali 
de  la  ciudad,  él  jeke  Abú  Muhámad  ben  Bedr  ben  Warca. 
Durante  las  operaciones  del  sitio,  se  incorporaron  al 
ejército  expedicionario  numerosos  voluntarios  muzá- 
rabes naturales  del  país  (3).  El  concurso  de  estos  es- 
forzados cristianos,  que  comprendieron  cuál  era  su 
obligación,  aunque  debieran  haberla  cumplido  cinco 
siglos  antes,  fué  de  grandísima  utilidad  á  la  expedición: 
porque,  muy  conocedores  de  la  región,  sirvieron  de 
excelentes  guías  y  señalaban  las  poblaciones  en  que 
convenía  tocar  ó  no.  El  juntársele  á  Alfonso  estos 


(1)  Se  citan  como  producciones  suyas: — i.  Compañeros  del  Profeta. — 2„ 
Opiniones  sobre  el  mismo  libro.—- Y  3.  Continuación  del  Mocham  de  Aben 
Kania  (Pons,  biogr.  n.°  145.—  El  ^Archivo,  II,  5-7). 

(2)  Según  El  Edrbí  «de  medina  Valensia  hasta  Sarcusta  (se  cuentan) 
nueve  jornadas.»  Por  tanto,  los  valerosos  cruzados  pudieron  contemplar  el 
bellísimo  panorama  que  ofrece  la  no  menos  hermosa  ciudad  del  Turia,  al  ter- 
minar la  primera  decena  de  Octubre. 

(3)  Esto  explica  la  donación  de  Cánidas  de  esta  comarca  hecha  por  el  Cid 
y  confirmada  por  su  esposa  doña  Jimena,  a*  favor  de  la  ex-mezquita  aljama 
de  Valencia  y  de  su  esclarecido  obispo  don  Jerónimo.— Seguimos  en  esto  la 
opinión  de  Dozy,  y  no  la  de  Conde,  según  el  cual  los  muzárabes  se  agregaron 
después. 


—  453  — 

rnuhahidines,  fué  cosa  que  le  animó  á  pasar  adelante, 
dice  Conde. 

Los  cristianos  alzaron  el  campo  y  corrieron  hasta 
Alcira  (Gezira  Xúcar).  También  la  combatieron  por 
espacio  de  algunos  días,  é,  igualmente,  sin  resultado, 
como  no  fuese  el  perder  allí  numerosos  cruzados.  De- 
bieron seguir  el  curso  del  rio,  pasarle  por  Cullera,  se- 
guir la  costa  del  Mediterráneo,  tocando  el  valle  de  Al 
Fandech  (Valldigna)  y  cruzando  el  de  Bairén  ó  Conca 
de  Zafor  (Gandia),  y  en  la  noche  del  rompimiento  del 
ayuno,  i.°  de  xawal  (31  de  octubre),  pararon  junto  á 
Denia.  Aquella  misma  noche  fué  la  capital  objeto  de 
un  ataque.  Después  dé  algunos  inútiles  rebatos  y  aco- 
metidas, se  alejaron  de  Denia  y  fueron  á  sentar  el  cam- 
po junto  á  un  castillo,  ya  célebre  en  los  tiempos  del 
geógrafo  moro  Rasis  (887-955),  famoso  en  los  de  Ro- 
drigo Díaz  de  Vivar  y  de  reconocida  importancia  es- 
tratégica en  los  del  glorioso  Jaime  I  de  Aragón.  Reco- 
nocida siempre  la  necesidad  de  poseerle,  so  pena  de 
exponer  á  gran  riesgo  el  ejército,  Alfonso  I,  á  guien  no 
debieron  ser  extraños  los  hechos  de  su  hermano  Pe- 
dro I,  compañero  del  Cid  en  la  comprometida  batalla 
del  Fandech,  ó  de  Bairén,  combatió  también  la  fortaleza 
de  Benicadell;  allí  fué  más  afortunado:  «en  la  Era  116} 
(1 125)  dize  la  relación  que  fué  presa  Peña  cadielav  (1). 

Sin  la  toma  de  ese  castillo,  la  expedición  no 
hubiera  pasado  adelante,   porque  ya   Castilla   había 


(1)  Sao  do  val,  Adiciones  y  tabla  de  la  Chrónica  del  Ínclito  Emperador  don 
Alfonso  Vil  (cap.  XII  del  índice  ó  tabla),  edición  del  año  1600. — La  relación 
i  que  se  refiere  Sandoval  no  es  otra  que  los  Anales  Toledanos. 


—  454  — 

escapado  al  dominio  del  Batallador  (i).  Asegurado  el 
paso  difícil  de  aquel  laberinto  de  sierras,  tranquilos 
recorrieron  los  expedicionarios  la  costa,  haciendo 
pequeñas  jornadas  y  correrías  en  todos  los  distritos 
que  encontraban  al  paso.  Por  el  desfiladero  (fax)  de 
Játiba,  al  cual  se  llega  por  el  valle  de  Albaida,  se  in- 
ternaron, á  los  últimos  de  noviembre,  en  el  reino  de 
Murcia  (2). 

Mientras  los  valerosos  cruzados  se  cubren  de  gloria 
.en  los  campos  de  Andalucía  poniendo  en  gravísimo 
apuro  el  poderío  musulmán,  esto  es,  mientras  no 
reaparecen  en  nuestro  territorio,  volvamos  la  vista  á 
Valencia  para  apreciar  su  movimiento  literario  en  el 
promedio  de  la  dominación  alnjoravide» 

«El  viernes,  último  día  de  xawal  del  año  519  (29  diciembre 
de  1 125),  venase  salir  por  la  puerca  Boatella  (calle  de  San 
Vicente,  por  junto  á  San  Martín)  el  féretro  del  hombre  ilustre, 
de  provecta  edad,  zaragozano,  envidia  de  oradores  y  retóricos, 
docto  tradicionista  Aben  Alaufar,  á  quien  el  entonces  alcadi  de 
Valencia,  Abu'l  Hassan  ben  Guáchib,  había  distinguido  nom- 
brándole muftí,  consejero  del  gobierno  de  la  ciudad  y  reino, 
etcétera,  etc.  Por  el  camino  de  Ruzafa  le  conducirían  al  vasto 
cementerio  de  la  puerta  Boatella,  donde  le  depositaron  al  lado  de 
su  paisano  y  amigo  Aben  Manuel.  Su  entierro  fué  concurridísimo, 


(1)  Antes  de  la  muerte  de  doña  Urraca  (7  diciembre  de  1126),  ya 
Alfonso  VII  estaba  en  tranquila  posesión  de  sus  dominios. — En  dichos  Anales 
se  lee:  «Alfonso  Raymondo  entró  en  Toledo,  é  regnó  en  xvx.  días  Kal.  de 
Decerabre,  Era  mclv.» 

(2)  Del  modo  de  hacer  entonces  la  guerra,  da  clara  idea  el  anónimo  de 
la  Chronica  %Aiefonsi  Imperatoris:  «DepraeJatusque  est  (res  Aragonensium) 
totam  terram  Va  lea  ti  se  et  Murcias,  et  totam  Granadam;  et  predatorias  cohor- 
tes ejus  fuerunt  in  térra  Almarise,  et  íecerunt  magnan  csedem,  et  icagnam 
captivatisnem,  et  cremaverunt  totam  illam  terram.» 


—  455  — 

como  merecía  su  probada  virtud,  su  celosa  piedad,  su  valor  mos- 
trado en  defensa  de  la  religión  musulmana,  su  carácter  afable  y 
suave  trato.  Procedente  de  Zaragoza,  donde  había  ejercido  ele- 
vados cargos,  vino  á  Valencia  cuando  los  cristianos  conquistaron 
aquella  ciudad  (ni8)>  (i). 

Antes  del  año  520  (27  enero  1126)  murió  Abu 
Abdallah  Muhámad  ben  Áhmed  ben  Abdallah  ben 
Hisn,  el  Ansarí,  oriundo  de  Jérica  y  descendiente  de 
Sad  ben  Obada,  uno  de  los  compañeros  más  ilustres 
de  Mahoma.  Discípulo  y  amigo  intimo  de  el  Bataxi,  á 
quien  se  atribuye  la  famosa  elegía  sobre  Valencia 
durante  el  sitio  puesto  por  el  Cid,  permaneció  á  su 
lado  desde  el  año  481  (mar.  1088-89)  hasta  el  484 
(feb.  1091-92)  (2). 

En  el  520,  restando  tres  días  de  giumada  postrera 
(20  junio  1 126),  murió  en  Córdoba,  su  patria,  ^ofián 
ben  Alaci,  más  conocido  por  Abu  Bahr  el  Asadi.  Nació 
el  año  444  (1052-53).  Era  originario  de  Murviedro. 
Adquirió  en  Valencia  su  instrucción)  aunque  tuvo  en 
la  capital  del  antiguo  califato  su  ordinaria  residencia. 
Es  juzgado  como  sabio  de  los  más  ilustres  y  de  los 
mejores  literatos  de  España  (3).    , 

Nacido  el  mismo  año  que  el  anterior,  murió  el 
521  (en  1127-28)  Aben  as  Sid,  que,  si  bien  vio  por 
vez  primera  la  luz  del  día  en  Badajoz,  vivió  algún 
tiempo  en  Valencia  (4). 

Diez  años  depués  que  Aben  as  Sid,  nació  en 
Valencia  Abu  Zaid  ben  a?  Qahar.  Con  su  padre  se 


(1)  El  Archivo,  I,  209-219. 

(2)  Chabret,  Sagunto,  Apéndices,  época  árabe. 

(3)  Chabret,  1.  c— Pons,  biogr.  núm.  147:  compuso  un  Fihrist. 

(4)  Pons,  biogr.  núm.  151. 


~  456  — 

0 

trasladó  á  Almería,  donde,  bajo  la  dirección  de  Abu 
Babr  £ofián  ben  Alaci,  hizo  sus  estudios,  que  perfec- 
cionó en  Granada,  Málaga,  Córdoba,  Sevilla,  Ceuta  y 
Fez.  En  esta  ciudad  se  dedicó  al  tráfico  de  libros.  Com- 
pendió algunas  obras  de  historia,  entre  ellas  la  de  Abu 
Giafar  at  Thabarí.  Por  último,  se  estableció  en 
Marruecos,  y  allí  le  alcanzó  la  muerte  (i). 

Algunos  años  después,  en  el  de  529,  el  día  10  de 
muhárram  (últirqo  de  octubre  de  1134),  bajó  al  sepul- 
cro Omeya  ben  Abdeláziz,  nacido  en  Denia  el  año  460 
(1067-68).  Abrazó  conocimientos  los  más  variados, 
y  fué  notable  en  medicina,  filosofía,  matemáticas, 
astronomía,  música  y  poesía.  Se  trasladó  á  Egipto  el 
año  489  (1095-96).  Fué  reducido  á  prisión,  y  escribió 
su  Risala  hacia  50$  (1111-12).  Obligado  á  abandonar 
á  Alejandría,  se  estableció  en  el  Magreb,  en  Mahadia. 
El  soberano,  Ali  ben  Yahya  ben  Temim,  le  otorgó 
benévola  acogida  y  colmóle  de  honores  (2). 

Al  llegar  aquí  al  apogeo  la  cultura  del  pueblo 
musulmán,  no  podía  la  amena  poesía  quedar  sin  cul- 
tivadores, ya  que  el  bárbaro  al  Corán  tuviese  proscritas 
otras  bellas  artes.  Aquí,  donde  un  cielo  incomparable, 
un  suelo  alfombrado  de  flores,  humedecido  con  nume- 
rosos manantiales,  abundantes  arroyos  y  caudalosos 
ríos;  donde  la  naturaleza  ostenta  sus  más  ricas  galas, 
contribuyendo,  cada  una  de  por  sí,  y  todas,  en  conjunto, 
á  despertar,  alimentar  y  exaltar  la  imaginación;  no  con- 
tando otro  medio  de  salida  al  entusiasmo  del  alma  que 


(1)  Pons,  biogr.  núm.  152. 

(2)  Pons,  biogr.  núm.  159. 


—  457  — 

la  poesía,  no  podían  faltar  poetas  en  el.  suelo  valen- 
ciano. Brillaron,  pues,  en  ese  tiempo:  los  valencianos 
Abu  Abdallah  Muhámad  Abderrahmán  al  Háquem, 
qne  hizcv  sus  estudios  en  Murcia,  y  en  Denia  acabó 
sus  días;  Abu'l  Awas  Áhmed  ben  Muhámad  ben  Albo- 
rax,  el  Tochibí,  oriundo  de  Algecira;  Abu  Ornar  ben 
Kalil,  el  Afadita;  Abú  Muhámad  Abdallah  ben  Al 
Kálaf;  Aben  al  Kama,  as  Sadíl;  el  dianense  Abu'l  Hokm 
Giafar  ben  Yahya,  y  el  cordobés  Abu'l  Hassán  Muhá- 
mad ben  Alobaid  ben  Alasbag,  vecino  de  Játiba  (i). 

Parando  atención  otra  vez  al  ruido  de  las  armas, 
asistamos  al  término  déla  generosa  y  titánica. empresa 
llevada  á  cabo  por  Alfonso  el  Batallador,  cuyo  relato 
dejamos  interrumpido.  Le  perdimos  de  vista.al  desfilar 
por  el  fax  de  Játiba-  para  internarse  en  Murcia.  Ocho 
días  gastó  en  cruzar  la  capital  de  ese  reino-,  pasar  el 
rio  Almanzora,  tocar  en  Vera,  próxipio  al  mar,  Pur- 
chena  y  el  río  Tíjola.  Atacó  inútilmente  á  Baza,  y  des- 
pués á  Guadix,  el  último  viernes  di  dilcada  (4  diciem- 
bre); abandonó  el  sitio  el  lunes  siguiente  (día  7);  el 
martes  (día  8)  preparó  emboscadas  á  los  del  territorio 
de  Senet,  al  norte  de  la  sierra,  entre  Guadix  y  Gra- 
nada, y,  por  último,  el  miércoles  (día  9)  se  paró  en 
Graena  (al  oeste  de  Guadix,  á  corta  distancia),  á  donde 
á  miles  acudían  los  muzárabes  granadinos  á  engrosar 
las  filas  de  aquellos  intrépidos  cruzados  y  libertadores. 

Comprendiendo  el  ex-gobernador  de  Valencia  Abu 
Táhir  Temim  ben  Yúsuf  el  gran  .peligro  que  Andalu- 


(i)     Casiri,  Poetar um  áliquot  ex  eodem  opere  excerptorum  index}  núms.  1,3, 
5,  9,  10  y  17. 

58 


-45»  - 
cia  corría,  vino  de  África  al  tiempo  que  Alfonso  se 
dirigía,  al  frente  de  50.000  combatientes,  hacia  Gra- 
nada, circunstancia  que  puso  en  tal  consternación  á  los 
muslimes  de  la  ciudad,  que  rezaron  la  azalá  del  temor 
el  día  de  la  fiesta  del  sacrificio  (10  de  dilagia-7  enero 
de  1 1 26).  Errado  el  golpe  de  tomar  por  sorpresa  á 
Granada,  á  causa  de  que  lluvias  torrenciales  obligaron 
al  ejército  cristiano  á  permanecer  inactivo  hasta  el  25 
de  dilagia  (22  enero),  se  alzó  el  campo  en  medio  de  las 
muchas  recriminaciones  que  muzárabes  y  aragoneses 
se  dirigían. 

Había  fracasado  el  objeto  capital  de  la  empresa: 
constituir  allí  un  reino  independiente.  Ya  no  cabía  otro 
resultado  que  el  de  quebrantar  las  fuerzas  almorávides: 
el  día  9  de  marzo  experimentó  Temim  un  serio  desca- 
labro en  Lucena  (1).  Por  la  inclemencia  del  tiempo,  á 
causa  de  tantas  y  Jan  penosas  marchas  y  contramarchas 
y  obrando  sus  naturales  efectos  la  escasa  é  irregular  ali- 
mentación, la  peste  se  cebó  en  los  expedicionarios;  que, 
además,  tuvieron,  al  retirarse,  que  tener  siempre  á  raya 
á  los  almorávides,  de  quienes  incesantemente  se  vieron 
acosados.  Siguiendo  el  mismo  itinerario  que  ala  ida, 
volvieron  por  Guadix  y  Murcia;  y  por  Játiba,  donde 
dejaron  de  venir  á  los  alcances  los  africanos,  entraron 
en  nuestro  reinó. 

Si  la  expedición  duró  quince  meses,  habiendo 
comenzado  en  septiembre.de  1 125,  debió  acabar  á  fines 
del  año  siguiente.  Mal  se  compagina  con  tanta  dura- 


(1)  Eq  los  Anales  Toledanos  se  lee:  «Entró  el  Rey  de  Aragón  con  grand 
hnest  en  tierra  de  Moros,  é  lidió,  é  venció  i  Zi.  Reyes  de  Moros  en  Aran- 
xael,  Era  mclxi.» 


—  459  — 
ción  el  hecho  que  apunta  Zurita  de  que  el  rey  estaba 
ya  en  Alfaro  por  junio  de  1 126  (1).  i 

Alfonso  tuvo,  de  su  atrevida  correría,  la  satisfacción 
de  que  le  siguieran  10.000  muzárabes,  que  prefirieron, 
á  los  intereses  materiales  que  dejaron  en  su  pais  natal, 
la  tranquilidad  con  que  en  comarcas  cristianas  podrían 
entregarse  al  libre  ejercicio  de  su  religión.  El  Batalla- 
dor procuró  aliviar  la  aflictiva  situación  a  que  quedaron 
reducidos  aquellos  consecuentes  cristianos.  «De  las 
entradas  que  hizo  en  tierras  de  moros,  sacó  de  su  poder 
gran  número  de  cristianos  que  vivían  debajo  de  su 
servidumbre,  y  los  llamaban  mozárabes.  Estando  en  la 
villa  de  Alfaro,  por  el  mes  de  junio  de  1126,  dio  á  los 
mozárabes  grandes  exenciones  y  franquezas,  conside- 
rando que  por  servicio  de  Nuestro  Señor  y  por  su 
respeto  dejaban  los  heredamientos  y  haciendas  que 
tenían  en  diversas  ciudades  sujetas  á  los  moros;  y  se 
ordenó  que  ellos,  y  sus  hijos  y  descendientes,  en  las 
tierras  que  les  señalaban,  gozasen  de  toda  exempción, 
y  fuesen  juzgados  por  sus  jueces  y  dellos  tuviesen 
recurso  al  rey:  y,  asi,  hubo  algunos  que  conservaron 
el  nombre  por  linajes,  y  se  llamaron  mozárabis»  (2). 


(1)  Dozy,  Investigaciones,  I,  sobre  la  expedición  de  Alfonso  el  Batallador. 
— Conde,  III,  29.— Anales  de  Aragón,  I,  47.  Téngase  en  cnenta  que  el  his- 
toriador aragonés  trae  muy  equivocadas  las  fechas  de  la  expedición  del  Bata- 
llador. 

(2)  Zurita,  1.  c—  En  la  crónica  de  Olderico  Vital  hay  detalles  respecto  al 
modo  como  los  muzárabes  andaluces  se  unieron  á  Alfonso  para  trasladar  á 
tierras  de  cristianos  su  residencia:  «Nos,  inquiunt,  et  patres  nostri  hactenus 
ínter  gentiles  educad  sumus  et  baptiza  ti;  chrístianam  legem  libenter  teñera  us, 
sed  perfectum  diva;  Religíonis  dogma  numquam  ediscere  potuimus.  Nam 
neqne  nos,  pro  subjectione  infídelium,  á  quibus  jamdiu  oppressi  sumus,  roma- 
nos sen  gallos  expetere  doctores  ausi  sumus,  ñeque  ipsi  ad  nos  venerunt, 


—  462  — 

Bien  claro  se  dice  aquí  que  los  muzárabes  fronte- 
rizos, sin  ninguna  excepción,  y  en  este  caso  se  hallaban 
comprendidos  los  valencianos,  fueron  internados  en 
Andalucía,  y  que  aquellos  que  coadyuvaron  á  la  expe- 
dición (y  fueron  en  gran  número  los  que  de  esta 
comarca  acudieron  á  engrosar  las  filas  de  Alfonso 
cuando  combatía  á  Valencia),  fuesen  transportados  á 
África;  puede  muy  J)ien  asegurarse  que  los  muzárabes 
valencianos  desaparecieron,  si  no  por  completo,  casi 
todos  á  raíz  de  la  famosa  excursión  de  Alfonso.  De 
ahí  qué  de  las  Canicias  de  que  hace  mérito  general  el 
Cid  en  su  donación,  sólo  queda  al  tiempo  de  la  recon- 
quista, un  siglo  después,  reminiscencia  en  la  de  Alcira, 
en  la  de  Benifairó  de  Valldigna,  en  la  del  castillo 
de  Pop,  en  la  comprendida  entre  Trullas  y  Torre  de 
Romani,  y,  tal  vez,  en  Turis.  Los  habitantes  que  en 
tiempo  de  Jaime  I  las  abandonaron,  con  seguridad 
que  no  serían  muzárabes. 

Se  ha  dicho  que  Ali  ben  Yúsuf,  hijo  del  fundador 
de  la  dinastía  de  los  almorávides,  extremó  su  amor  y 
protección  á  los  cristianos  de  España,  y  que  también 
los  distinguieron  con  su  aprecio  los  monarcas  del  im- 
perio fundado  por  el  Mahdi:  celo  que  hay  de  verdad,  se 
concluye  diciendo,  en  el  asunto  de  la  traslación  de  los 


se  aproximaban  i  cien  mil,  no  quedaban  vivos  sino  la  cuarta  parte;  «Murie- 
ron, señaladamente,  muchos  del  término  de  Jitiva,  de  Co  fren  tes,  de  la  sierra 
cíe  Espadan,  de  las  tierras  del  rio  de  Mijares,  de  Carlet,  de  Segorbe,  de  la 
valle  de  Uxó,  de  la  valle  de  Segó,  y  de  Buñol.  Quedan  muy  pocos  de  Gestal- 
gar,  de  Pcdralva,  Bogarra,  de  Villamarchante,  de  O  loca  u,  de  Naquera,  de 
Chilet,  Petrex  y  de  Albaida.  No  hay  rastro  de  los  principales  de  Bétera,  Be- 
naguazil,  Ben  iza  non  ni  de  los  de  Chiva.»  (Fonseca,  %elación  de  la  expulsión 
de  los  moriscos  del  reino  de  Falencia,  XIII.) 


—  4*3  — 
mozárabes  á  África,  ha  sido  el  aprecio  con  que  mira- 
ron las  milicias  cristianas  los  principes  de  la  dinastía 
de  Yúsuí  ben  Texufin  y  de  la  fundada  por  Abdelmu- 
meo»  (i)*  En  ésto  hay  confusión  de  ideas:  cierto  es 
que  almorávides  y  almohades  se  valieron  de  los  servi- 
cios de  milicias  cristianas  de  España  y  de  Sicilia;  mas 
ello  no  desvirtúa  el  concepto  del  rigor  con  que,  según 
los  mismos  autores  árabes,  fueron  tratados  los  muzá- 
rabes españoles  (2):  bien  leídos  los  textos  en  que  se 
funda  la  opinión  de  la  supuesta  tolerancia,  no  otra  cosa 
dicen  (3).  Agradecido  Abdelmumen  al  servicio  que  la 


(1)  El  archivo,  V,  29. 

(2)  Dosy,  Recberches...,  t.  I,  p.  343.— Conde,  III,  29. 

(3)  Siendo  Alvar  Fiñez  alcaide  de  Toledo,  intento  Ali  apoderarse  de  dicha 
dadad;  y,  no  consiguiéndolo,  entregó  el  gobierno  de  España  á  so  hijo  Texu- 
fin y  se  trasladó  á  Marruecos  arrastrando  consigo  á  todos  los  cristianos  que 
había  hecho  cautivos  en  sus  correrías  por  España,  y,  además,  «omnes  captivos 
qoos  potuit  invenire  in  totam  terrara  agarenorum  viros  et  mulieres.»  £n  esta 
última  parte  p atece  se  hallan  comprendidos  también  los  muzárabes.  De  todos 
esos  cautivos  se  habla  lo  siguiente,  ocurrido  en  el  reinado  de  doña  Urraca: 
tTempore  antem  illo  dedit  Deus  gratiam  captivis  qui  erant  in  curia  regali  regis 
Hali,  domíni  sui;  et  versum  est  cor  ejus  ut  beuefaceret  christianis,  et  dilexit 
eos  super  pmnes  homines  orientalis  gentis  su  se.  Nan\  quosdam  fecit  cubicula- 
rios secreti  sui;  quosdam  vero  mi  Íleo  arios,  et  quiogenarios  et  centenarios  qui 
prseerant  militiae  regni  sui;  constituit  autem  illis  aurum  et  argentum,  ci  vita  tes 
et  castella  munitissima,  cum  quibus  possent  lubere  supplementum  at  facien- 
da  praelia  contra  muzmotos  et  regera  assyriorum  nomine  Abdelmoraeo,  qui 
expugnabat  partes  ejus  sine  intermissione.»  Texufin,  por  no  ser  menos,  hizo 
lo  propio  en  1 1 37:  «Rex  Texufínus  abiit  traas  mare,  in  civitatem  qu«  dicitur 
Marrocos,  in  domum  patris  sui  regis  Hali,  et  transtulit  secum  mu  I  tos  enrís- 
canos quos  vocant  muzárabes,  qui  habitabant  ab  annis  antiquis  in  térra  aga- 
renorum, et  ítem  tulit  secum  omnes  captivos  quos  invenit  in  omnem  terram 
que  erat  sub  dominio  ejus,  et  posuit  eos  in  urbibus  et  in  castellis  cum  ceteris 
christianis  á  facie  illarum  gentium  quos  vocant  muzmotos,  qui  debellabant 
omnem  terram  moabitarum  (Chroniea  %Adefonsi  Imperatorts).— Prueba  del  ca- 
rácter del  servicio  nada  voluntario  de  aquellas  milicias,  es  el  hecho  de  que 
muerto  Reverter,  su  valeroso  caudillo,  y  al  ver  que  los  almohades  apretaban 


—  464  — 

milicia  cristiana  le  había  prestado  facilitándole  la  entra- 
da en  Marruecos,  engrosó  con  ella  sus  ejércitos;  sin 
embargo,  el  trato  que  los  más  de  aquellos  soldados 
cristianos  recibieron,  los  obligó  á  recogerse  durante  el 
mismo  año  á  Castilla,  y  á  Castilla  se  retiraron  la  mayor 
parte  de  los  muzárabes  andaluces  huyendo  del  com- 
portamiento brutal  de  los  bárbaros  almohades  (1).  Un 
autor  árabe  asegura  que  los  pocos  muzárabes  que  que- 
daron en  Granada  después  de  la  expulsión  de  1126, 
se  aumentaron  en  gran  manera  merced  á  la  protección 
que  les  dispensaban  ciertos  principes,  tal  vez  los  mis- 
mos almorávides,  que  á  todo  recurrieron  al  verse  per- 
didos; pero  que  en  una  batalla  que  se  dio  en  1164, 
quizá  una  de  las  que  perdió  Aben  Sad  (pues  la  diferen- 
cia de  fecha  es  insignificante),  fueron  casi  todos  exter- 
minados. Y  añade:  «hoy  (mitad  del  siglo  xn)  no  que- 
da sino  una  pequeña  porción,  acostumbrada  há  tiempo 
á  la  humillación  y  al  desprecio»  (2).  Es  de  presumir 
que  la  correría  de  Ramón  V,  ó  sea  Alfonso  II,  en  1 1 72, 
también  hasta  Andalucía,  se  hizo  en  connivencia  con 


4  » 

en  el  sitio  puesto  i  Marruecos,  se  entendieron  con  los  sitiadores,  y  la  ciudad 
fué  entregada  el  18  de  xawal  de  541  (23  mar.  1147)  (Conde,  III,  40).  No  tardó 
en  obligárseles  á  que  huyeran  i  España. 

(1)  Eodem  vero  anno  (1147)  quo  supradicta  victoria  Cordubae  á  Deo  facta 
est,  gentes  quas  vulgo  vocant  muzmotos,  venerunt  ex  África  et  transierunt 
mare  Mediterraneum,  et  facto  magno  ingenio,  ímpetu  tallando,  praeocupave- 
runt  Sibilliam,  et  alias  civitates  munitas,  et  oppida,  in  circuitu  et  á  longe,  et 
habitaverunt  in  eis;  et  occiderunt  nobiles  ejus,  et  christianos  quos  vocabant 
muzárabes,  et  judeos,  qui  ibi  érant  ex  antiquis  temporibus,  et  acceperunt 
uxores  eorura,  et  domos  et  divitias.  Qpo  tempore  multa  mülia  militum  et  pe- 
ditum  christianorum  cum  suo  episcopo,  et  cum  magna  parte  clericorum  qui 
fuerant  de  domo  regís  Hali  et  filii  ejus  Texuñni,  transierunt  mare  et  venerunt 
Tole  tu  m  (Ckronica  %Aiefonsi  Imperatoris). 

(2)  Dozy,  1.  c. 


V 


—  465  - 

los  pocos  muzárabes  que  aún  quedaban  en  este  reino. 
Medio  siglo  después  intenta  Jaime  I  una  excursión  se- 
mejante, y  sólo  pudo  llegar  hasta  Cullera:  los  cam- 
pos estaban  más  deslindados»  (i).  En  conclusión: 
fueron  tolerantes  con  los  muzárabes  los  mahometanos, 
mientras  no  pudieron  dejar  de  serlo,  esto  es,  mientras 
los  hubieron  de  menester;  cuando  les  fué  permitido 
acabar  con  ellos,  los  exterminaron;  de  otro  modo,  los 
de  Valencia,  como  los  de  otros  puntos,  hubieran  dado 
señales  de  vida  á  la  entrada  de.  Jaime  I  en  la  ciudad 
del  Turia. 

Muerta  doña  Urraca,  la  madre  de  Alfonso  VII,  en 
7  de  diciembre  de  1 126  (2),  estuvo  el  Batallador  como 
dos  años  distraído  de  la  guerra  con  los  infieles.  Luego, 
desentendiéndose*  de  los  asuntos  de  Castilla,  reanudó 
sus  campañas  contra  los  moros,  y  sujetó  las  comarcas 
de  Molina  y  de  Cuenca.  En  el  mismo  año  520  (ea 
1126-27)  murió  en  Granada  Abu  Táhir  Temim,  el 
hermano  de  Ali  ben  Yúsuf,  en, quien  el  emir  habia 
descargado  el  gobierno  de  España  desde  antes  de  la 
expedición  del  Batallador.  Vino  en  lugar  de  Temim, 
Texiífin,  el  hijo  de  Ali.  Poco  después,  año  522  (1128), 
los  cristianos  entraron  con  poderosa  hueste  hacia  los 
montes  de  Alcaraz,  y  Texufín  salió  á  su  encuentro. 
Entonces  entró  al  servicio  de  Aben  al  Arabí,  que  se 
dirigia  en  ademán  de  guerra  á  las  comarcas  valencia- 
nas, un  personaje  de  la  ilustre  familia  de  los  Beni 
Guáchib.   Abu'l   Kattab,  hijo    de  Ornar  y   nieto  de 


(t)    El  *At chivo ,  V,  io-ii. 

(2)    Segti'i  Zurita  ^1,  49),  fué  su  muerte  el  día  10  de  marzo. 


—  4«6  — 

Abu  '1  Hassán  Muhámad,  el  cadi  puesto  por  los  almo- 
rávides á  su  entrada  en  Valencia,  año  1102.  Abu1! 
Kattab  fué,  en  recompensa,  nombrado  cadi  de  Orihue- 
la  y  de  Elche;  en  uso  de  las  facultades  que  le  fueron 
concedidas,  nombró  á  su  vez,  cádi  de  Elche  á  su  her- 
mano Abu  '1  Hassán  (1). 

Desentendiéndose  ya  el  Batallador  de  los  asuntos 
de  Castilla,  en  1129  empleó  su  actividad  sujetando  las 
comarcas  de  Cuenca  y  de  Molina;  reunió  un  buen 
ejército  y,  cruzando  el  Pirineo,  entró  en  la  Gascuña  y 
sitió  á  Bayona,  de  la  cual' se  hizo  dueño  en  1131  (2). 
Ocupado  andaba  también  entonces  el  conde  Ramón 
Berenguer  III  en  la  conquista  de  Mallorca.  Aprove- 
charon la  ausencia  de  los  soberanos  de  Aragón  y  de 
Cataluña  los  walíes  de  Valencia,  Tobosa  y  Lérida, 
quemaron  la  tierra  del  Principado  y  sitiaron  á  Barce- 
lona. Volvió  el  conde,  dio  batalla  á  los  moros  y  los 
venció  é  hizo  tributarios.  Repasó  al  mismo  tiempo 
Alfonso  el  Pirineo,  y  los  escudos  de  Aragón  volvieron 
á  reflejar  en  las  aguas  del  Ebro,  del  Cincay  del  Segre. 

Así  como  á  Valencia  vino  á  parar  el  último  emir 
de  Toledo,  también  se  sentó  en  su  trono  el  que  aban- 
donó  los  estados  de  Zaragoza.  En  jaban  de  524  (julio- 
agosto  1 130)  murió  en  Rot  al  Yehud  (Rueda  de  los 
Judíos)  Abu  Meruán  Abdelmélic,  apellidado  Amad 


(i)     Conde,  III,  30.— El  Archivo,  IV,  87. 

(2)  Sin  embargo,  la  Chronica  Adefonsi  Imperaioris  dice  que  no  lo 'pudo 
conseguir:  «Oppugnavit  civitatem  illarn,  et  non  potuit  eam  capere.  Reversus 
est  inde  in  terram  suam  sine  honore».  Pero  el  autor  va  en  esto  equivocado, 
siendo  manifiesto  el  desorden  y  cor  fusión  que  en  hechos  y  orden  cronológico 
padece  en  este  punto.— Zurita  dice  que  se  apoderó  de  Bayona  en  octubre. 


\ 


—  467  — 

Dolah.  Vivia  en  aquel  retiro  como  despreciado  de  sus 
mismos  vasallos,  á  causa  de  su  amistad  con  el  joven 
rey  de  Castilla*  llamado  el  Suftanito;  de  quien  recibía 
protección  en  sus  empresas  contra  los  almorávides. 
Heredóle  su  hijo  Seif  ó  Saif  ad  Daulah  (Espada  del 
Estado),  ó  sea  Áhmed  Abu  Giafar  ben  Abdelmélic, 
que  tomó,  además,  los  retumbantes  títulos  al  Mostan- 
^ir  Billah  y  al  Mo^tahin  Billah  (el  Protegido  del 
Señor);  «pero  no  quiso  Dios  ayudarle  ni  favorecerle, 
por  sus  torpes  alianzas  con  los  cristianos»  (1).  El  rey 
Zafadola,  como  le  llama  la  crónica  latina,  el  cual  perte- 
necía á  una  de  las  más  gloriosas  familias  de  España, 
la  de  los  Beni  Hüd,  cuando  tuvo  noticia  de  los  hechos 
de  armas  de  Alfonso  VII  contra  el  rey  de  Aragón,  y 
al  ver,  por  otro  lado,  que  el  Batallado?,  en  vez  de  res- 
taurarle en  el  dominio  de  sus  estados,  según  jura- 
mento, érale  perjuro;  reunió  sus  hijos,  mujeres,  wazi- 
res,  cadíes  y  personajes  más  ilustres  entre  los  suyos, 
y  les  habló  así:  «¿Conocéis  los  hechos  de  Alfonso,  el 
rey  de  León,  contra  el  de  Aragón  y  sus  rebeldes?». — 
«Los  conocemos»,  le  contestaron. — Y  añadió:  «¿Qué 
vamos  á  hacer?  ¿Hasta  cuándo  estaremos  encerrados 
aquí?»  Allí  estaban  en  aquella  miseria  y  estrechez,  por 
miedo  á  los  almorávides,  que  de  todos  los  estados 
musulmanes  del  Ándalos  se  habían  apoderado.  «Escu- 
chad mi  consejo,  continuó:  Vayamos  al  rey  de  León 
y  reconozcámosle  por  soberano,  señor  y  amigo  nues- 
tro, porque,  según  entiendo,  logrará  dominar  los 
países  musulmanes,  pues  el  Dios  del  cielo  ha  sido  su 


(1)    Conde,  III,  33. 


-  468  - 

libertador  y  está  en  su  ayuda  Dios  excelso,  y  sé  que, 
con  su  auxilio,  recobraremos  yo  y  mis  hijos  mayor 
prosperidad,  aquella  de  que  á  mi,  á  mis  padres  y  á  mis 
gentes  nos  despojaron  los  almorávides.»  Todos  á  una 
contestaron:  «Excelente  es  tu  consejo,  y  tu  razona- 
miento, inmejorable  nos  parece  á  todos.» 

No  era  fácil  la  salida  de  Rueda,  á  menos  que  fuer- 
zas cristianas  se  encargasen  de  ahuyentar  á  los  almo- 
rávides. «Envíame  algunos  de  tus  mejores  capitanes, 
á  fin  de  que  pueda  con  seguridad  llegar  á  tu  corte»,, 
dijo  el  emir  á  Alfonso.  Alegróse  sobremanera  del 
mensaje  el  rey,  y  al  momento  envió  á  Rueda  al  conde 
Rodrigo  Martin  y  á  Gutierre  Fernández.  Los  recibió 
Áhmed  otorgándoles  grandes  honores  y  colmándolos 
de  regalos.  C<?n  ellos  se  trasladó  á  la  corte  de  Castilla. 

.  Alfonso  le  recibió  cual  se  debía  á  un  monarca,  com- 
partió con  él  el  solio  y  mandó  que  se  le  proporcionase 
cuanto  hubiera  de  menester.  Viendo  esto  los  magna- 
tes del  emir,  se  llenaron  de  admiración  y  unos  á  otros 
se  decían:  «¿Qué  rey  podrá  igualarse  con  el  de  León?.» 
Al  ver  Safadola  la  sabiduría  que  resplandecía  en 

.  los  actos  de  Alfonso,  sus  riquezas,  la  tranquilidad  que 
había  en  su  palacio  y  la  paz  de  que  en  todo  su  reino 
se  disfrutaba,  no  pudiendo  contenerse,  exclamó  diri- 
giéndose al  rey:  «Lo  que  pregonaba  Ja  fama  acerca  de 
tu  sabiduría  y  nobleza  de  corazón,  y  de  la  paz  y  abun- 
dancia en  tus  estados,  es  cierto;  bienaventurados  los 
magnates  que  moran  junto  á  ti  y  dichosos  tus  vasallos 
y  cuantos  en  tu  reino  viven.»  Alfonso  le  dio  valiosos 
regalos,  entre  los  cuales  se  contaban  preciosísimas 
joyas;  armólos  caballeros  á  él  y  á  sus  hijos,  prome- 


,> 


—  4*9  — 

tiendo  ellos  estar  al  servicio  del  joven  monarca  mien- 
tras viviesen.  Dio  Safadola  el  castillo  de  Rueda  al  rey, 
y  éste  dio  al  emir  castillos  y  ciudades  en  tierra  de 
Toledo,  en  Extremadura  y  en  la  ribera  del  Duero,  á 
donde  se  trasladó  y  sirvió  al  rey  (i). 

cEl  astuto  AIÍÚDS  ben  .Remund,  escribe  Conde,  logró,  con 
malos  tratos,  que  al  Mostánsir  beñ  Hud,  Saif  Dola,  rey  de  la 
España  oriental,  cediese  la  fortaleza  Rot  al  Yehud  y  otras  muy 
importantes  que  tenía,  dándole,  en  cambio,  muchas  posesiones 
en  Toledo  y  la  mitad  de  aquella  ciudad.  Estos  conciertos  se 
hicieron  en  dilcada  de  aquel  año  de  527  (3  septiembre-2  octu- 
bre 1 133)' (2).  Movióse  á  esto  Saif  Dola  porque  temía  que  sus 
mismos  vasallos  entregasen  sus  fortalezas  á  los  caudillos  almorá- 
vides, porque  aborrecían  sus  tratos  y  alianzas  con  el  rey  Alfonso 
ben  Remund,  y,  por  otra  parte,  no  confiaba  mucho  poderlas 
mantener  si  este  tirano  se  apartaba  de  su  alianza,  como  le  amena- 
zaba muchas  veces. d 

Según  otro  autor,  la  proposición  de  cambio  de 
estados  partió  de  Alfonso  VIL  Manifestó  á  Aben  Hud 
la  conveniencia  que  á  éste  resultaría  con  trocar  sus 
dominios  por  otros  más  próximos  á  aquellos  en  que 
aún  no  dominaban  los  cristianos,  y  que,  poniéndole 


(1)  Que  el  libro  de  donde  copiamos  tan  particulares  detalles  se  escribió 
durante  el  reinado  de  Alfonso  Vil,  decláranlo  estas  palabras  de  la  Chronica 
Adefonsi  Impera  toris:  «Qua  (Rota)  Res  accepta,  dedit  eam  filio  suo  Regí 
Domino  Sanctio  Castellano,  et  populata  est  á  christianis,  et  cceperunt  invo- 
care íbi*  nomen  Sanctae  Trinitatis,  et  granara  Sancti  Spiritus.  Hoc  autem  tiento 
novit  viventium  quod  in  %(>ta  esset  invocatum  nomen  Domini  fmblice,  nisi  modo, 

(a)  En  una  nota  del  autor  se  lee:  «Asi  Abdel  Halim;  aunque  Alcodai  dice  que  estos  conciertos  fue- 
ron año  S34(*g.  1139-40);  pero  entonces  ya  no  vi via  Alfonso  beñ  Remund.»  Con  efecto,  Aben  al 
Abbar  escribe:  «Y  permaneció  en  Rueda  hasta  que  la  desocupó  al  tirano  Adhcfonx  ben  Remond,  el 
conocido  por  el  Sultanito,  á  quien  la  dio  trocándola  por  la  mitad  de  la  ciudad  de  Tolétula  en  el  mes  de 
dzulcaada  del  año  $34.  (Fernandez  y  González,  Los  Mudejares  de  Castilla,  63,  nona.  2).»  Se  equivoca 
Conde  al  decir  que  Alfonso  ben  Remund,  ó  sea  Alfonso  Vil,  murió  en  el  año  1x39-40:  es  indudable  que 
le  confunde  con  el  Batallador  ó  Aben  Radmir,  como  se  ve  al  darnos  el  relato  de  la  batalla  de  Fraga 
(1134),  en  que  murió  el  de  Aragón.  El  emperador  no  falleció  basta  el  21  de  agosto  de  1157. 


—  47o  — 

al  frente  de  tropas  castellanas,  estaría  en  condiciones 
de  luchar  con  ventaja  con  los  almorávides,  recobrar  el 
poderío  de  sus  mayores  y  erigirse  en  emir  de  todos 
los  musulmanes  de  España  (i).  No  va  descaminado 
el  autor  de  Los  ¡Mudejares  ai  sentar  esta  conclusión: 
«Puede  colegirse,  con  probabilidad  de  acierto,  queSei- 
fadola  obtuvo  de  D.  Alfonso  el  puesto  de  alguacil  de 
los  mudejares,  Sahb  al  Medina, .  ó  presidente  de  la 
aljama  ó  comunidad  toledana.» 

En  el  año  séptimo  del  reinado  de  Alfonso  VII,  ó 
sea  en  el  de  nuestra  era  1133,  trató  el  rey  de  vengar 
agravios  recibidos  deTexufln,  que  había  hecho  algu- 
nas entradas  en  tierra  de  Toledo,  haciendo  gran  devas- 
tación y  efusión  de  sangre  y  muchos  cautivos.  Tomó 
consejo  de  Saifadola,  y  éste  con  el  rey  entraron  por 
Puerta  Real  en  Andalucía.  Junto  al  castillo  sarraceno 
llamado  Gallel  se  les  unió  el  otro  cuerpo  de  ejército 
que  iba  klas  órdenes  del  conde  Rodrigo  González.  Las 
campiñas  de  Córdoba,  Carmona  y  Sevilla  sufrieron  la 
devastación  más  horrorosa  (2).  La  venganza  se  acen- 
tuó al  cruzar  el  Guadalquivir. 


(1)  Kitab  al  Iclifd. 

(2)  Para  los  que  se  escandalizan  del  modo  de  guerrear  empleado  por  el 
Cid,  no  será  de  sobra  conozcan  cómo  procedía  Alfonso  VII,  no  obstante  ir  en 
su  compañía  Saifadola:  «Quotidie  exibant  de  castrís  magnas  turbas  militum, 
quod  nostra  lingua  dicimus  algaras,  et  ibant  á  dextris  et  á  sin ¡s tris,  et  prseda- 
verunt  totam  terram  Sibiliae,  et  Cordubae,  et  Carmona?,  et  miseruot  ignera 
in  totam  illam  terram,  et  in  ci  vita  tes  et  castella,  quorum  multa  inveniebaotur 
absque  viris;  omnes  enim  fugerant,  et  captivationis  quaoa  fecerunt  virorom 
et  mulierum,  non  est  nomerus.  Sed  et  praedationis  equorum  et  equarum, 
camellorum,  et  asinorum,  boum  qnoque  et  ovium,  et  caprarum  non  est  nume- 
ras; frumemi,  vini,  et  olei  abundantiam  in  castra  ferebant.  Sed  et  omnes  sina- 
gogas eorum  quas  inveniebant,  destructse  sunt.  Sacerdotes  vero,  et  lejis  sü* 


Los  caudillos  musulmanes  andaluces  enviaron 
mensajes  á  Saifadola  y  le  decían:  «Habla  con  el  rey  de 
los  cristianos,  y  con  su  auxilio  libranos  de  las  manos 
de  los  almorávides,  y  satisfaremos  al  rey  de  León  los 
tributos  reales,  y  hasta  mayores  que  los  pagados  por 
nuestros  padres  á  los  del  rey;  contigo  le  serviremos 
con  fidelidad,,  y  tú  y  tus  hijos  reinaréis  sobre  nosotros.» 

,  Áhmed»  obrando  con  aprobación  de  Alfonso  y  con 
consejo  de  sus  .ministros,  contestó  á  los. mensajeros: 
«Id  y  decid  á  mis  hermanos  los  principes  de  los  mus- 
limes españoles:  apodéraos  de  algunos  castillos  de  los 

'  más  fuertes,  haced  lo  mismo  con  los  castillos  de  las 
principales  ciudades,  y  moved  guerra  por  todo  lugar; 
que  yo  y  el  rey  de  León  acudiremos  al  momento  en 
vuestro  auxilio.».  Los  expedicionarios  volvieron  por 
Talayera-,  muy  contentos  de  la  venganza  tomada  en 

los  infieles  (i).  • 

i 

Tampoco  el  Batallador,  aunque  en  desacuerdo  con 

I  Castilla,  dejaba  de  ejercitar  su  potente  brazo  en  los 

1  muslimes  de  la  España  oriental.  En  junio  del  mismo 

!  año  1 133  se  apoderó  de  Mequinenza,  y  un  mes  más 

!  tarde  ponía  sitio  á  Fraga,  cerca  de  la  confluencia  de  los 

i  ríos  Cinca  y  Segre,  plaza  importante  por  su  posición  y 

i  por  los  abundantes  medios  de.  defensa  que  en  ella  se 

¡  habían  acumulado.   Contra  la  bien  sostenida  defensa 


doctores,  quoscumque  inveniebant,  gladio  trucidabant;  sed  et  libri  legis  suae 
in  sioagogis  igne  combusti  sunt  (Chronica  %Adcfonsi  Impera torisj.»  Hay  que 
apreciar  los  hechos,  do  según  nuestras  costumbres,  sino  á  través  del  prjsma 
del  tiempo  en  que  se  realizan. 

(1)  Chronica  Adefonsi  /m/wd/orú.— También  de  esta  entrada  hay  mención 
en  los  Anales  Toledanos:  «Entró  el  Emperador  con  el  Rey  Zcfudoba  en  tierra 
de  Moros,  Era  mclxxi.j 


—  472  — 

de  los  muslimes  eran  inútiles  todos  los  esfuerzos  del 
rey  de  Aragón;  así  -que  el  sitio  se  alargó  hasta  el 
verano  del  año  siguiente. 

Tenía  entonces  el  gobierno  de  la  región  de  Levante, 
ó  sean  los  reinos  de  Valencia  y  Murcia,  el  ya  famoso 
caudillo  almoravide  Abu  Zacaría  Yahya  ben  Ali  Aben 
Gania  (i).  Reunió  este  general  muchos  almorávides  y 
moros  españoles,  y  fué  ai  auxilio  de" Fraga,  £ero  el 
Batallador  le  venció  por  dos  veces,  y  huyendo  Aben 
Gania,  dejó  muchos  despojos  á  los  cristianos.  Estos 
descalabros  no  desanimaron  ai  almoravide.  Pidió  más 
refuerzos  á  África,  y  de  allí  acudieron  nuevos  almorá- 
vides y  otros  moros  africanos,  los  cuales,  unidos  á  las 
huestes  de  Córdoba,  Sevilla,  Granada,  Valencia,  Lérida 
y  á  «todas  las  gentes  de  esta  parte  del  mar»,  formaban 
un  ejército  muy  crecido,  con  el  que  Aben  Gania  fué 
otra  vez  á  libertar  á  Fraga.  Como  centro  de  opera- 
cipnes  tenían  los  muslimes  á  Lérida;  pero  Aben  Gania, 
escarmentado  ya  con  las  derrotas  que  había  sufrido, 
estaba  á  la  expectativa  y,  á  lo  más,  limitábase  á  correr 
la* tierra  y  á  estorbar  que  llegasen  provisiones  al  campo 
enemigo. 

Zurita,  al  contrario  de  lo  que  escribe  el  anónimo 
de  la  crónica  latina,  señala  como  derrotas  para  el  Bata- 
llador los  encuentros  que  tuvo  con  Aben  Gania  antes 
de  la  batalla  dfe  Fraga.  Dice  que,  puesto  el  sitio  á  dicha 
villa  en  julio  de  1 133,  un  mes  después  de  la  rendición 
de  Mequinenza,  Alfonso  acudió  en  agosto  al  campo 


(1)    «Magnus  princeps  Valentías  et  Murcias»,  como  le  llama  la  Chronica 
Adefonsi  Imperatoris. 


—  473  — 
sitiador,  y  tuvo  que  retirarse  ante  la  bien  sostenida 
defensa  de  la  plaza.  Reanudó  las  operaciones  del  sitio, 
que  sostuvo  durante  los  meses  febrero,  marzo  y  parte 
de  abril  de  1134,  y,  derrotado,  tuvo  que  levantar 
segunda  vez  el  campo.  El  día  de  Santa  Justa  y  de 
Santa  Rufina  (19  de  julio)  vinieron  á  las  manos  Aben 
Gariia  y  Alfonso  junto  á  Fraga,  y  el  de  Aragón  expe- 
rimentó segunda  derrota  (1). 

Los  muslimes,  envalentonados,  estragaban  la  co- 
marca de  Monzón,  y  Alfonso  salió  con  400  caballos  á 
castigarlos,  si  bien  dio  á  fuerzas  mayores  orden  de 
que  se  le  unieran*  Estaban  los  escuadrones  que  seguían 
al  rey  bastante  apartados  del  grueso  de  su  ejército. 
Súpolo  Aben  Gania  y  atacó  con  fuerzas  muy  superio- 
res á  la  reducida  avanzada  en  que  iba  Alfonso.  Á  pesar 
de  la  notable  desigualdad  de  fuerzas,  se  trabó  encarni- 
zada pelea,  pero  á  la  postre  triunfó  el  número.  En  esa 
triste  jornada  del  7  dé  septiembre  (2)  sucumbió  el 


(1)  Sandoval  considera  esta  batalla  como  definitiva.  En  las  adiciones  y 
tabla,  al  cap.  XXVII,  dice:  «Viene  puntualmente  esta  memoria  con  lo  que 
dize  el  capítulo  del  día  en  que  fué  la  desdichada  muerte  del  valeroso  rey  don 
Alonso  de  Aragón.  Dize  así:  «Fué  la  batalla  de  Fraga,  que  fizo  el  rey 
Daragón  con  Aben  Gama,  día  de  santa  Justa  é  Rufina;  é  fué  vencido  el  rey 
Daragón,  é  perdióse  allí.»  (Anales  Toledanos). 

(2)  Anales  de  Aragón,  I,  $2.— -Esa  misma  fecha  da  Sandoval  en  el  texto, 
por  mis  que  en  las  adiciones  y  tabla  señala  el  19  de  julio.  El  autor  castellano 
y  el  aragonés  se  remiten  á  una  memoria  antigua  de  Castilla,  y  nuestros  histo- 
riadores generales  han  adoptado  la  fecha  7  de  septiembre.— A  Sandoval  no 
se  le  escapó  la  diferencia  que  hay  entre  esa  fecha  y  el  día  de  las  santas  Justa 
y  Rufina,  por  lo  que  en  otro  logar  (El  Emperador  Don  Alonso  el  VIJ)  escribe: 
«El  tombo  negro  dice  asimesmo  la  muerte  del  Rey  Don  Alonso  de  Aragón 
en  este  año,  aunque  no  dice  el  día,  ni  mes,  Era  1172,  fuit  interjectio  christtit- 
norum  in  Fraga.  No  sé  si  entonces  se  celebraba  la  fiesta  de  Santa  Justa  y 
Rufina  i  7  de  Septiembre,  que  agora  celebramos  4  19  de  Julio.» 

eo 


-*■  474  — 

Batallador  y,  con  él,  murieron  otros  muchos,  entre 
ellos  Centulio  de  Bearne,  Aimerich  de  Narbona,  don 
Gómez  de  Luna  y  Lope  Cajal  (i). 

En  lo  de  que  Alfonso  peleó  tan  sólo  acompañado 
de  parte  de  su  ejército,  están  conformes  Zurita  y  Conde. 
Según  éste,  «el  rey  Alfonso,  viendo  aquel  tropel  de 
caballeros  (que  seguían  á  Aben  Gania)  que  venían  á 
toda  rienda  á  herir  en  los  suyos,  sacó  parte  de  su 
batalla  y  les  salió  á  encontrar;  pero  no  fueron  pode- 
rosos para  contener  el  ímpetu  de  la  caballería  de  Aben 
Gania.  Aquellos  valientes  almorávides  rompieron  y 
atrepellaron  á  los  cristianos,  que  huyeron  vencidos 
después  de  horrible  matanza,  que  pocos  escaparon  de 
la  muerte,  y  entre  ellos  y  de  los  primeros  murió  el 
rey  Alfonso,  cruel  enemigo  de  los  muslimes.» 

Y  ese  mismo  detalle  se  consigna  en  la  crónica 
latina:  «Al  amanecer  del  17  de  julio,  los  centinelas 
cristianos  que  custodiaban  el  campamento,  descubrie- 
ron innumerables  escuadrones  sarracenos,  y  corriendo 
fueron  á  avisar  esta  novedad  al  rey.  Alfonso  mandó  á 
los  prelados,  caudillos,  caballeros  é  infantes,  que  estu- 
viesen en  el  campamento  á  punto  y  armados.  »Hubo 
muchos  nobles  aragoneses  y  otros  muchos  caballeros 
que  con  permiso  del  rey  habían  ido  á  sus  casas  y  ya 
volvían  á  incorporarse  al  ejército,  mas  no  llegaron  á 
tiempo  de  tomar  parte  en  la  batalla.» 


(1)  Según  la  Chronica  Adefonsi  Imperatoris,  murieron  los  obispos  de  Jaca 
y  de  Rhodes,  el  abad  de  San  Adrián  y  los  caudillos  Garzón  de  Gavescam, 
Béltrin  de  Lanuza,  Fortún  de  Folch,  Obgel  de  Marimón,  Ramón  de  Talar, 
Calvet  de  Sua,  Gastón  de  Bearne,  Centulio  de  Bigorra,  Aimerich  de  Narbona, 
no  pocos  caballeros  de  Francia  y  otros  muchos  extranjeros,  todos  los  de  Ara- 
gón y  700  valerosos  infantes  que  formaban  la  escolta  real. 


—  475  — 

En  lo  de  que  el  campamento  cristiano  cayó  en 
poder  del  enemigo,  están  conformes  la  citada  crónica 
y  el  autor  árabe  á  quien  sigue  Conde.  Se  lee  en  aquélla; 
«Los  almorávides  y  demás  muslimes  cercaron  el  cam- 
pamento y  comenzaron  á  pelear  y  lanzar  toda  clase  de 
armas  arrojadizas,  con  las  cuales  dieron  muerte  á  con- 
siderable número  de  personas  y  de  caballos.  Viendo 
esto  los  caudillos,  los  que  podían  empuñar  las  armas 
y  los  prelados  que  no  podían ,  defenderse  dentro  del 
campamento,  salieron  fuera  y  se  trabó  reñido  combate; 
pero,  estando  en  la  lucha,  tropas  que  estaban  escon- 
didas, se  apoderaron  del  campamento,  y  el  obispo  de 
Lascar  (?),  los  sacerdotes  y  demás  clero,  con  cuantos 
estaban  en  las  tiendas,  fueron  hechos  cautivos.»  «Los 
muslimes,  dice  Conde,  robaron  el  campo  de  los  cris- 
tianos, en  donde  hallaron  muchas  riquezas,  y  persi- 
guieron las  miserables  reliquias  de  sus  vencidas  gentes. 
Entonces  Aben  Gania  escribió  esta  gloriosa  victoria  y 
venturoso  suceso  de  sus  armas  al  emir  Taxfín,  que 
holgó  mucho  de  ello;  y  fué  famoso  el  día  de  Fraga, 
que  no  le  olvidarán  los  cristianos.  Fué  esta  gran  bata- 
lla año  528  (nov.  1133-oct.  1134)»  (1). 


(1)  En  la  crónica  se  dice  que  Alfonso,  al  verlo  todo  perdido,  escapó  seguido 
de  solos  diez  caballeros,  uno  de  los  cuales  era  García  Ramírez,  que  luego 
restauró  el  reino  de  Navarra;  pasó  por  Zaragoza,  mas  no  se  detuvo  en  ella, 
sino  que  se  encaminó  al  monasterio  de  San  Juan  de  la  Peña;  cayó  enfermo  de 
tristeza  y  murió  á  los  pocos  días,  en  el  25  de  enero  de  11 34  (?),  sin  disponer 
quién  le  sucediese  en  el  trono. — Escolano  (III,  1),  que  presenta  como  rey  de 
Almería,  Jaén  y  Granada  á  Aben  Gania  en  1125,  cuando  la  correría  del  Bata- 
llador, ahora  da  ya  como  emir  de  Valencia  á  Aben  Sad,  el  rey  Lobo.  Estas 
son  sus  palabras;  «Andando  ya  en  los  años  n  37,  el  rey  moro  Aben  Gumeda 
hizo  liga  con  otros  reyes  moros  de  España;  y  con  el  ejército  de  la  liga  y 
ayuda  de  los  almorávides  africanos  que  su  rey  Brahim  les  había  embiado, 


—  47¿  — 

,  El  tratamiento  que*á  los  cautivos  se  daba  en 
Valencia  era  el  que  podía  prometerse  de  tiempos  en 
que  tan  enardecidos  estaban  los  ánimos  de  muslimes 
y  cristianos:  asi,  al  obispo  Guido  le  afligieron  con 
muchos  tormentos  á  fin  de  que  renegase  del  bautismo 
y  de  aquel  que  por  nosotros  padeció  muerte  de  cruz; 
le  circuncidaron,  según  la  ley  mahometana,  y  sólo 
pudo  escapar  á  tanta  persecución  rescatándose  por 
treinta  mil  morabatines  de  oro,  con  lo  cual  pudo 
volver  á  su  sede  episcopal  (i). 

El  gobierno  de  Valencia  estuvo  confiado  algunos 
años  al  vencedor  de  Fraga,  cosa  rara  en  los  tiempos 


entró  sujetando  las  tierras  que  obedecían  al  rey  don  Alonso.  Era  una  de  ellas 
Valencia,  por  la  amistad  que  su  rey  Aben  Lobo  mantuvo  siempre  con  los 
cristianos  aragoneses.  Pero  los  moros  sus  vasallos,  como  vieron  el  poderoso 
ejército  de  su  secta,  les  abrieron  las  puertas  y  metieron  dentro.  Defendiéronse 
los  del  alcázar,  que,  sin  duda,  serían  el  rey  y  sus  valedores;  y,  al  cabo  de 
algunos  combates,  fueron  entrados  y  muertos,  y  el  rey  Lobo  debió  escaparse, 
pues  años  adelante  le  hallamos  otra  vez  rey  de  Valencia.  De  allí  se  p¿só  Aben 
Gumeda  á  socorrer  la  villa  de  Fraga,  que  era  del  rey  moro  de  Lérida,  uno 
de  los  confederados  y  la  tenía  cercada  el  rey  don  Alonso.  Llegados  á  vista 
los  dos  campos,  se  presentaron  la  batalla  á  17  de  julio  de  1137,  en  que  fueron 
los  cristianos  vencidos,  y  el  rey,  muerto.  Así  lo  siente  Luis  Mármol;  pero  que 
acaeciese  su  muerte  en  el  dicho  año,  no  da  lugar  á  creerlo  un  privilegio 
otorgado  por  el  rey  don  Alonso  (VII)  su  entenado,  que  es  el  postrero  de  sus 
privilegios  en  Zaragoza  y  está  guardado  en  el  archivo  della,  cuya  fecha  dize 
que  pasó  ea  la  era  1 162  y  en  el  mesmo  año  que  le  mataron,  que  viene  á  ser 
en  el  de  1034  de  Cristo  Nuestro  Señor  (Escolano,  1.  c.).»  En  la  Era  se  ha 
impreso  sesenta  por  setenta,  y  al  restar  las  centenas  se  ha  prescindido  de  las 
del  minuendo. — Lamente,  siguiendo  á  Zurita,  escribe  que  Aben  Gañía  era 
walí  de  Lérida,  contra  lo  que  repetidas  veces  se  lee  en  la  Chronica  xAdefonsi 
Imperatoris,  llamándole  «principem  Valen  ti  se»,  «magnus  princeps  Valentise  et 
Murciae»,  «princeps  militiae  Valentiae»  y  «regem  Valentiáe». — Conde,  sin  decir 
de  dónde  fuese  walí,  sólo  dice  que  estaba  en  Lérida  cuando  entendió  lo  que 
pasaba  en  el  cerco  de  Fraga,  ó  sean  las  reñidas  escaramuzas  que  se  trababan 
entre  sitiados  y  sitiadores. 

(1)     Chronica  *Adefonsi  Itnperaloris. 


—  477  — 

de  la  dominación  sarracena.  Poco  después  de  esa  triste 
jornada,  en  octubre  del  mismo  año  1 134,  se  despidió 
de  Alfonso  VII  el  alcaide  de  Toledo  conde  Rodrigo 
González,  que  se  indispuso  con  el  rey,  no  obstante 
los  buenos  servicios  que  le  había  prestado  en  correrías 
contra  los  infieles.  Pasó  á  Jerusalén  y  se  distinguió 
como  valeroso  cruzado.  Después  de  entregar  á  los 
caballeros  del  Temple  una  fortaleza  que  alzó  frente  á 
Ascalón,  volvió  á  España,  mas  no  á  Castilla,  sino  á  la 
corte  de  Ramón  Berenguer,  conde  de  Barcelona,  y  á  la 
de  García,  el  rey  de  Navarra.  Se  amparó  en  Valencia, 
junto  á  su  wali  Aben  Gania,  con  qtiien  estuvo  algunos 
días.  Diéronle  los  moros  una  bebida,  y  se  llenó  de 
lepra.  Volvió  á  Jerusalén,  y  allí  acabó  sus  días  (1). 

Corriendo  aún  el  año  1 134,  marchó  Alfonso  VII  á 
la  Rioja  y  recobró,  sin  necesidad  de  apelar  á  las  armas, 
todo  el  territorio  de  que  durante  su  minoridad  se 
había  apoderado  el  Batallador.  García  Ramírez,  el  de 
Navarra,  se  le  declaró  feudatario.  Sabedor  el  de  Casti- 
lia  del  temor  que  dominaba  á  los  aragoneses  por  la 
muerte  de  su  rey,  dijo  á  sus  caudillos:  ((Vayamos  á 
Aragón,  establezcamos  paz  con  nuestro  hermano  el 
rey  Ramiro  (el  Monge)  y  démosle  consejo  y  auxilio.» 
Se  le  recibió  de  paz  en  Zaragoza,  donde  dejó  una 
buena  guarnición  de  caballeros  é  infantes  para  que 
guardasen  la  ciudad.  Del  feudo  y  homenaje  que  desde 
este  tiempo  prestaron  los  monarcas  de  Aragón  á  los 
de  Castilla,  fueron  relevados  cuarenta  y  tres  años 
después,  ó  sea  cuando  Alfonso  II  el  Casto  concurrió, 


(1)     Chronica  lAdefonsi  Imperatoris. 


-478- 

en  auxilio  de  Alfonso  VIII  el  de  las  Navas,  á  la  rendi- 
ción de  Cuenca  (21  sept.  n  77).  Tenia  Alfonso  VII  á 
su,  devoción  todos  los  príncipes  cristianos  de  España, 
la  Gascuña,  el  L'angüedoc  y  parte  de  la  Provenza,  y 
aun  de  los  musulmanes  al  futuro  emir  de  Valencia,  á 
Saifadola:  sus  dominios  se  extendían  desde  el  Atlán- 
tico hasta  el  Ródano.  Quiso  tomar  el  titulo  de  Empe- 
rador, y  como  tal  fué  coronado  en  León  el  2  de  junio 
del  año  siguiente,  ó  sea  el  día  de  Pascua  de  Pentecos- 
tés (1).  A  11  de  agosto  de  1137  se  concertó  en  Bar- 
bastro  el  casamiento  de  Ramón  Berenguer  IV  el  Santo, 
con  doña  Petronila,  hija  de  Ramiro  II  el  Monge  (2). 
Aún  seguia  en  el  cargo  de  walí  de  Valencia  en 
abril  de  1139  el  famoso  caudillo  alinoravide  Abu 
Zafaría  Yahya  ben  Ali  Aben  Gania,  según  se  com- 
prueba con  el  hecho  siguiente.  En  paz  el  emperador 
con  todos  los  príncipes  cristianos  al  llegar  al  décimo- 
tercio  año  de  su  reinado,  trató  de  castigar  en  los  mus- 
limes algunas  entradas  que  habían  hecho  en  sus 
dominios.  Antes  de  que  Texufin,  hijo  del  emir  Ali, 
pasase  á  África,  llamado  por  su  padre,  corrió  la  tierra 
de  Huete  y  Alarcón  y  entró  en  Cuenca,  cuyos  mora- 
dores se  le  habían  rebelado  (n 3  7)  (3).  Las  algaras 
continuaron  en  tierra  de  Toledo  aún  después  de  ido 
Texufin  á  África  á  mejorar  el  estado  de  las  cosas 


(1)  Chronica  %Aáejonsi  Imperatoris.  —  Dozy  (Hist.  %Abbadidarum,  II,  144) 
dice  que  hay  equivocación  en  esta  fecha,  porque  Alfonso  no  entró  en  Rueda 
hasta  534  (ag.  1139-40);  la  equivocación  no  es  de  la  citada  crónica,  sino  de 
Aben  a)  Abbar,  como  ya  se  vio  arriba. 

(2)  Zurita,  I,  46. 

(3)  Conde,  1.  c. 


—  479  — 

almorávides.  Constituían  verdadera  calamidad  y  con- 
tinua desazón  para  la  ciudad  del  Tajo,  los  almorávi- 
des y  demás  muslimes  de  la  guarnición  de  Oreja,  cas- 
tillo que  se  alzaba  en  la  margen  izquierda  de  aquel 
rio,  á  unos  doce  kilómetros  y  al  oriente  de  Aran  juez. 
Poseíanle  los  mahometanos  desde  los  revueltos  tiem- 
pos de  doña  Urraca.  Propúsose,  pues,  su  hijo,  el  empe- 
rador, acabar  con  aquel  nido  de  aves  de  rapiña. 

Oído  el  parecer  de  sus  consejeros,  mandó  á  los 
hermanos  Gutierre  y  Rodrigo  Fernández,  que  cada 
uno,  seguido  de  su  respectiva  hueste,  aumentadas  con 
la  guarnición  de  Toledo  y  con  las  milicias  de  la  Extre- 
madura de  entonces  (i),  pusiesen  cerco  á  aquel  cas- 
tillo. Se  estableció  en  el  mes  de  abril,  y  á  poco  acu- 
dió el  emperador  con  un  grueso  ejército  formado  de 
gentes  de  Galicia,  León  y  Castilla.  Menester  era  todo 
aquel  aparato  de  fuerza,  porque  el  castillo,  además  de 
ocupar  una  posición  excelente,  realzada  con  el  auxilio 
de  sus  altos  muros  y  torres,  encerraba  una  guarnición 
numerosa  y  decidida,  á  cuyo  frente  estaba  el  intrépido 
Ali,  gobernador  de  quien  recuerdos  harto  tristes  guar- 
daban los  toledanos.  El  emperador  hizo  construir 
máquinas  de  combate,  que  incesantemente  jugaban 
contra  la  fortaleza,  é  hizo  que  fuertes  destacamentos 


(i)  Aún  ostenta  Segovia  en  su  escudo  una  cabeza,  alusiva  al  Caput  Extre- 
madura, título  que  en  los  tiempos  de  Alfonso  tenía  aquella  antiquísima  ciu- 
dad.— En  documento  de  la  catedral  de  Valladolid,  de  21  de  noviembre  de 
1 1 22  se  nombra  á  Extremadura,  y'Sandoval  (El  Emperador  Don  ^Alonso  Vil) 
dice  que  eran  las  riberas  extremas  del  río  Duero  á  la  parte  del  mediodía, 
«donde  entran  las  tierras  de  Osma,  Segovia,  Ávila,  Salamanca,  Zamora  y 
Ciudad-Rodrigo.» 


—  48o  — 

custodiasen  la  orilla  del  río,  para  impedir  que  los 
sitiados  continuaran  surtiéndose  de  sus  aguas. 

Supieron  con  turbación  y  tristeza  el  apuro  en  que 
estaban  los  de  Oreja,  Aben  Gania,  caudillo  de  los 
muslimes  de  Valencia,  Azuel,  gobernador  de  Córdoba, 
y  Aben  Zeid,  que  lo  era  de  Sevilla.  Trataron  de  sal- 
var á  los  sitiados,  y,  al  efecto,  convocaron  á  todos  los 
walies  de  la  Península  y  de  sus  islas;  reunieron  asi  un 
poderoso  ejército,  que  fué  reforzado  con  otro  enviado 
de  África  por  Texufín,  del  que  formaba  parte  una 
gran  muchedumbre  de  zenetas,  á  quienes  seguían 
interminables  recuas  de  camellos  cargados  de  harina 
y  de  otros  comestibles. 

Movióse  el  ejército  musulmán  desde  Córdoba, 
contándose  en  él,  aparte  la  turba  innumerable  de 
peones,  30.000  caballos.  Siguió  el  camino  real  de 
Toledo  y  fué  á  sentar  sus  reales  en  los  Pozos  de  Al- 
godor,  nombre  del  rio  que  desemboca  en  el  Tajo  y 
junto  á  la  población  así  llamada.  Prepararon  una  em- 
boscada contra  el  emperador,  haciendo  que  en  paraje 
á  propósito  se  ocultara  con  su  hueste  el  walí  de  Valen- 
cia, á  quien  dijeron:  «Si  el  emperador  traba  combate 
con  nosotros,  saldrás  tú  durante  la  lucha,  subirás  al 
campamento  cristiano,  pasarás  á  degüello  á  cuantos 
allí  encuentres  y  prenderás  fuego  á  las  tiendas;  pro- 
veerás de  soldados  al  castillo,  de  armas  y  de  cuantos 
víveres  y  agua  les  sean  necesarios,  tomados  de  los  que 
llevan  los  camellos;  y  después  te  unirás  á  nosotros, 
que  iremos  á  Toledo,  donde  confiamos  luchar  con  el 
emperador. 

Con  efecto:  la  mayor  parte  del  ejército  musulmán 


—  481  — 

se  corrió  á  Toledo;  pero  Alfonso,  que  supo  por  los 
espías,  el  plan  del  enemigo  y  habia  dejado  á  doña 
Berenguela  con  buena  guarnición  en  aquella  ciudad, 
no  dio  lugar  á  otro  día  de  luto  como  el  de  Fraga,  que 
hubiera  sido  fatal  á  la  causa  cristiana.  Se  combatió  el 
castillo  de  San  Servando,  sin  otro  resultado  que  la 
destrucción  de  una  torre,  en  que  murieron  cuatro  de 
sus  defensores;  los  mahometanos  desahogaron  en  las 
vinas  y  arbolado  su  rabia  y  despecho. 

Subió  éste  de  punto,  cuando  la  emperatriz,  con- 
fiada en  el  valor  de  la  guarnición,  que  tenia  bien 
defendidas  las  puertas  y  coronados  de  guerreros  los 
muros  y  torres,  envió  este  mensaje  á  los  caudillos  . 
almorávides:  «¿Qué  honor  vais  á  reportar  de  pelear 
conmigo,  con  una  mujer?  Si,  en  verdad,  os  sentís 
animados  del  deseo  de  cruzar  vuestras  espadas,  á  bien 
poca  costa  lo  conseguiréis,  sólo  con  trasladaros  á 
Oreja,  donde  el  Emperador,  os  aguarda  con  las  huestes 
preparadas.» 

Alzaron  al  alcázar  su  vista  Aben  Gania  y  los  demás 
caudillos, y  observaron,  con  sorpresa,  que  la  emperatriz, 
engalanada  con  las  mejores  preseas  y  joyas,   estaba 
sentada  en  un  trono,  y  que  en  derredor  suyo  estaban 
^  sus  damas;  y  amenizando  aquella  ostentación  de  sere- 
nidad, doncellas  cantaban  con   acompañamiento  de 
cítaras  y  campanas,  címbalos  y  salterios.  Entre  sus- 
pensos y  avergonzados,  los  caudillos   moros  incli- 
naron,   á  guisa  de  saludo  á  la   egregia  dama,    sus 
cabezas,  se  alejaron  de  allí,  y,  sin  causar  otros  daños 
en  aquella  tierra,   volvieron   «sin   honor  y  sin  vic- 
toria» á  la  suya,  ó  sea,  sin  haber  medido  sus  armas  ni 


%í 


-  48*  — 
libertado  el  castillo.  Éste  se  rindió  por  capitulación 
en  octubre,  y  sus  defensores,  á  quienes  los  toledanos 
querían  dar  muerte,  fueron  custodiados,  é  ilesos,  basta 
Calatrava  (i). 

En  el  año  537   (jul.  1142-43)  sucedió  á  Ali  ben 
Yúsuf  ben    Texufín,   su   hijo  Texufin   ben  Ali  ben 
Yúsuf,  que  sólo  reinó  basta  539  (jul.  1144-jun.  1145). 
Supo  Texufin  que  los  asuntos  de  España  iban  de  mal 
en   peor.  Convocó  á  los  jefes  de  los  cristianos  que 
estaban  á  su  servicio  y  á  los  de  los  almorávides  y  de 
los  demás  sarracenos,  y  les  preguntó:   «¿Qué  consejo 
me  dais?  qué  haré  de  España,  que  está  sin  goberna- 
dor?» Y  todos  le  contestaron:  «Aquí  está  Aben  Gania, 
tu  fiel  amigo:  en  ninguna  parte  hallarás  otro  mejor.» 
Le  nombró  wali  de  Córdoba,  Carmona,  Sevilla  y  Gra- 
nada, y  de  toda  la  tierra  de  España,  y  le  dijo:  «Toma 
de  mis  tesoros  dinero  en  abundancia,  ve  á  tierra  de 
cristianos  y  toma   venganza  de  los  walíes  nuestros 
hermanos  que  han  sido  muertos  (marzo  de   1143): 
no  perdone  tu  cuchillo  comarca  alguna,  y  pon  bajo 
mi  yugo  y  bajo  el  tuyo  toda  ciudad  y  todo  castillo 
que  ofrezca  resistencia»  (2).  En  uso   de  los  amplios 
poderes  que  le  fueron   otorgados,  Aben  Gania  debió 
nombrar  gobernador  de  Valencia  á '  su  sobrino  Abu  # 
Muhámad   Abdallah,  hijo  de  su  hermano  Muhámad 
ben  Ali  Aben  Gania,  puesto  que  allí  estaba  en  el  des- 
empeño de  aquel  cargo  cuando  estalló  la  sublevación 


(1)  Chronica  Adefonsi  Impera  toris. —Según  los  Anales  Toledanos  fué  la 
rendición  en  septiembre:  «Prisieron  á  Oreja  los  Christianos  de  Moros  en  el 
mes  de  Septiembre,  Era  mclxxvii.» 

(2)  Chronica  Adefonsi  lmperatoris. 


_483  - 

contra  los  almorávides  el  24  de  dilagia  de   538  (30 
junio  de  1144). 

Comenzóse  este  capitulo  transcribiendo  unos  ver- 
sos de  Aben  Jafacha,  ilustre  vate  alcireño.  Vamos  á 
cerrarle  con  los  de  otro  poeta,  hijo  también  de  la  isla 
del  Júcar,  Ábu  Talib  Abdel  Gewar,  con  los  cuales 
elogiaba  á  los  almorávides,  en  general,  y,  muy  en 
particular,  al  principe  Texufín,  cuando  su  poderlo, 
asi  en  África  como  en  España,  estaba  amenazado  de 
muerte: 

Cuando  Allah,  eterno  y  poderoso,  quiso 
Que  su  divina  ley  fuese  ensalzada, 
Los  ánimos  unió  de  los  mortales, 
Para  elegir  un  adalid  valiente 
Que  acaudillase  del  Islam  las  tropas.   ' 
Éste  fué  de  Taxfin  noble  pimpollo, 
De  tan  insigne  planta  procedido; 
Al  mundo  pareció  cual  clara  aurora 
Que  á  la  tiniebla  de  la  noche  sigue, 
Puro  y  resplandeciente  como  el  agua 
De  clara  fuente,  que  aura  matutina 
Orea  y  esclarece  y  nunca  admite 
Mancilla  en  sí  que  su  cristal  enturbie. 
Abú  Jacub  fué  tal,  y  su  venida 
Fué  de  águila  caudal;  su  presto  vuelo 
Hacia  Zalaca  encaminó;  la  espada 
Allí  esgrimió  la  diestra  vencedora. 
Día  feliz  y  campo  venturoso, 
Lo  que  nos  diste  tú,  ¿quién  nos  ha  dado? 
Vuelve  otra  vez,  Señor,  tan  fausto  día. 
¡Oh  célebre  giuma,  día  dichoso! 
Cuando  la  santa  ley,  atropellada 
Del  arrogante  infiel,  con  victoriosas 
Armas  se  levantó,  y  á  los  infieles 


_  484  -      , 

Dia  de  juicio  fué  y  -allí  quedaron 
Como  viles  y  miseros  terrones. 
No  te  valió  aquel  dia  tu  potencia , 
Soberbio  Alfonso,  pues  allí  cumplióse 
Lo  que  grabado  en  tablas  de  diamante 
La  eterna  voluntad  de  Dios  tenia, 

Y  protegió  con  su  divina  sombra 
La  gente  fiel,  y  el  rayo  de  la  guerra 
Abrasó  á  los  infieles  como  fuego; 
Aseguró  el  Islam  cual  otras  veces, 
En  los  antiguos  tiempos  venturosos, 

Y  en  todas  partes  libres  y  seguros, 
A  lá  alba,  á  medio  dia  y  á  la  noche, 

Y  en  su  tiniebla  oscura  sin  temores 
Andaban  por  doquiera  los  muslimes. 
Después  tomó  las  riendas  del  estado 
El  hijo  de  Jusef,  el  animoso 

Aly,  sabio,  prudente  y  justiciero; 
El  cual,  siguiendo  las  paternas  huellas, 
Alcanzó  su  virtud,  no  su  fortuna. 
Hubo  después  las  riendas  del  imperio 
Su  hijo  Taxifín  el  esforzado, 
Como  bravo  león,  león  rabioso 
Cercado  de  crueles  cazadores: 
Tiranos  ambiciosos,  á  porfía 
Sus  estados  invaden;  los  rebeldes 
Su  señorío  usurpan;  tantos  males 

Y  sin  justicia,  violencia  y  robo, 

De  vos,  potente  Allah,  remedio  esperan  (i). 


^^^^^^^^^^^^^^^ 


(i)    Conde,  1.  c. 


CAPÍTULO  XII 

Ihterregno  almoravide-almohade 

(t  145-1  i?  2). 

é 

UBRWÁN,  SAIPADOLA.    Y   ABEN   AYADH 

fabr.  xi4S-ug.  1147). 


Revolución  contri  los  almorávides.  — Bl  sobrino  de  Aben  Gania  abandona  4  Valencia  y  ae  hace  fuerte 

r.  en  Jfciba.— Proclamación  de  Merwán. —Muerte  de  Abu'l  Kattab  (de  los  Beni  Guáchib),  en  Orihuela. 

— Duración  del  sitio  de  Játiba:  interrupciones  que  sufre  el  auxilio  de  Aben  Giaíar  al  emir  de  Valen- 

¡  cía.— Rendición  de  Jatiba  y  solemne  entrada  de  Mérwán  en  Valencia.— Destronamiento  de  Aben 

i  Táhlr  y  de  Merwán.— El  castillo  de  Montroy.— Saifadola,  emir  de  Murcia  y  de  Valencia.— Su 

ingratitud  y  muerte. — Movimiento  literario.— Muerte  del  arráez  de  Cuenca,  Abdaliah  ben  Faraig.— 

Breve  reinado  de  Aben  Ayadh  eu  Murcia  y  en  Valencia. — Obispo  de  Denia  á  mitad  del  siglo  XII. 


¡arias  causas  contribuyeron  al  alzamiento 
general  de  los  muslimes  españoles  contra 
los  almorávides.  La  gran  masa,  de  aquéllos, 
como  procedente  de  los  muí  adíes  ó  renegados  cristia- 
nos, era  refractaria  á  quienes  ni  un  momento  desmin- 
tieron la  justa  fama  de  bárbaros  é  incultos.  Asi  los 
pintan  árabes  y  cristianos.  Causaban  todo  género  de 
agravios  á  los  andaluces:  les  robaban  sus  bienes,  les 
estragaban  sus  jardines,  entraban  en  sus  casas  y  for- 
zaban á  sus  hijas  y  mujeres:  eso  se  lee  en  los  autores 
árabes;  y  eso  mismo  repiten  nuestras  crónicas  (i).  La 
suerte  de  los  almorávides  era  poco  halagüeña  en  África, 
donde  los  almohades  ó  unitarios  tomaban  cada  dia 
mayor  incremento.  Una  nueva  secta  mahometana  habla 


( i )  Conde,  III,  i  .—De  la  Chronica  lAdefonsi  Imptlatoris:  4  Moa  vi  tas  medullas 
terne  comedant;  et  possessipnes  nostras,  aurum  et  argentuna  nobis  tollunt; 
uxores  nostras  et  filios  nostros  opprimunt.» 


—  486  — 

asomado  la  cabeza  en  el  Algarbe  ú  occidente  de  España. 
Los  manejos  de  Saifadola  tenía  enardecidos  los  áni- 
mos y  dispuestos  á  romper  con  los  odiados  africanos. 
En  septiembre  de  1144  entró  Alfonso  VII  cop  un  gran 
ejército  en  Andalucía  y  repitió  en  ella  los  estragos  de 
once  años  antes,  quedando  destruida  la  región  com- 
prendida entre  Almena  y  Calatrava  (1).  Las  huestes 
de  Toledo,  Segovia,  Ávila,  Salamanca  y  de  otras  ciu- 
dades, habían  impresionado  de  tal  modo  á  los  mus- 
limes de  España,  que,  reunidos  en  sus  mezquitas,  diri- 
gían fervorosas  súplicas  á  Mahoma,  para  que  les  ayu- 
dase en  su  empresa,  y  estimulaban  á  Saifadola  y  á  los 
descendientes  de  los  reyezuelos  de  taifas  para  que  se 
lanzasen  á  la  lucha  contra  los  almorávides. 

El  combustible  estaba  hacinado.- Una  sola  chispa 
que  prendiera,  se  produciría  un  incendio,  quedando 
reducido  á  cenizas  el  imperio  de  los  almorávides  en 
España.  Á  la  hora  del  alba  del  12  de  sáfer  de  539 
(14  ag.  de  1 144)  se  sublevó  Aben  Cosai  en  el  Algarbe. 
Cundió  el  movimiento  de  sedición  en  Sevilla,  y  á  sofo- 
carle acudió,  al  frente  de  numerosas  tropas,  el  ya  célebre 
Aben  Gania.  Alcanzó  el  caudillo  almoravide  á  los  rebel- 
des más  allá  del  Guadiana,  y  los  escarmentó.  Cansados 


(1)  Destruxeruntque  omnes  vineas,  et  oliveta,  et  ficulneas,  et  omnia  poma* 
ría  inciderunt,  et  combusserunt  igne,  et  dederunt  igoem  in  civitatibus  eorum, 
et  in  villis,  et  in  viculis;  et  multa  castella  eorum  flamma  combusserunt,  cepe- 
runtque  viros,  et  mulieres,  et  párvulos  eorum,  et  magnam  prasdam  equorura 
et  equarum,  et  camelorum,  et  mulorum,  et  asinorum,  boum  et  vaccarum,  et 
omnia  pécora;  aurum  et  argentum,  et  omnia  pretiosa  quae  in  domibus  eorum 
erant,  et  cuneta  supellectili?,  etquidquid  habere  poterant. — En  los  Anales  To- 
ledanos se  lee  esta  lacónica  indicación:  «Entró  el  Emperador  con  su  Huest  en 
tierra  de  Moros,  é  atravesó  toda  Andaluz,  Era  MCLXXXII.» 


-  487  - 

estaban  sus  soldados  del  sitio  de  tres  meses  puesto  á 
Xilbe  y  disgustados  de  la  inclemencia  del  invierno, 
cuando  supieron  que  también  Córdoba  se  había  rebe- 
lado. Se  apoderó  de  la.  ciudad  Abu  Giafar  Hamdain. 
Á  esta  noticia,  Aben  Gania  levantó  el  campo,  que 
tenía  puesto  sobre  Niebla,  y  por. Sevilla  se  encaminó 
hacia  Córdoba. 

Saifadola  era  el  alma  de  la  sublevación;  y  ésta  se 
extendió  á  Valencia  y  Murcia,  á  Lérida  y  Tortosa,  y  á 
Jaén,  Übeda,  Baeza,  Andújar,  Sevilla,  Granada  y  Alme- 
ría: en  todas  estas  revueltas  corrió  abundantemente  la 
sangre  de  los  almorávides,  aunque  vendieron  acaras 
sus  vidas.  La  plebe  de  Córdoba  depuso  á  los  catorce 
días  del  gobierno  al  walí  Hamdain,  faquí  de  la  ciu- 
dad, que  contaba  muchas  riquezas  (1).  Ese  cambio 
fué  obra  de  la  trama  y  liberalidades  del  bando  que  allí 
se  suscitó' á  favor  de  Saifadola,  que  estaba  en  la  fron- 
tera de  Toledo  favorecido  por  los  cristianos.  Se  pro- 
clamó emir  á  Aben  Hud,  llamándole  al  Mostánsir 
Billah  Saifadola  entró  en  Córdoba  enmedio  de  las 
aclamaciones  del  pueblo.  Poco  después  le  fué  for- 
zoso salir  huyendo,  porque  el  pueblo  se  cansó  de  las 
violencias  que  él  y  sus  auxiliares  cristianos  come- 
tían (2).  Aben  Hamdain  había  llamado  á  Faraig,  de 
Calatrava,  y  á  todos  sus  parientes  y  amigos,  y  pro- 
puso se  diera  muerte  á  Saifadola  para  ocupar  su  puesto. 


(1)  Iq  illo  te  ñipo  re  erat  quidam  sacerdos  in  Corduba  secundum  legem 
Mahometi  et  de  semine  agarenorum,  et  nomen  ejus  Abefandi,  et  erat  dives 
su  per  omnes  homiaes  qui  morabantur  ia  Corduba  (Chronica  Adefonsi  Itnpc- 
ratoris). 

(2)  Conde,  1.  c. 


—  488  — 

4 

Súpolo  el  ex-emir  de  Zaragoza  y,  llamando  á  su  lado 
á  los  cristianos,  sus.  auxiliares,  salió  de  Córdoba  con 
ellos  y  con  el  de  Calatrava..Á  éste  dijo  el  emir:  «Puesto 
que  te  has  empeñado  en  causarme  daño,  yo  haré  que 
tu  resolución  no  prevalezca. »  Enseguida  mandó  a  los 
cristianos  que  le  matasen.  Hamdain  y  los  cordobeses, 
indignados,  quisieron  acabar  con  Aben  Hud  y  le  per- 
siguieron; mas  pudo  escapar  y  se  retiró  á  Jaén. 
Hamdain  volvió  á  ser  proclamado  caudillo  de  Cór- 
doba (i). 

Mientras  Aben  Gania  acudía  del  Algarbe  hacia  Cór- 
doba para  sofocar  la  sedición,  supo  que  también  Valen- 
cia se  habia  sublevado.  Era  wali  de  ella  su  sobrino 
Abu  Muhámad  Abdallah,  hijo  de  su  hermano  Muhá- 
mad  ben  Ali.  Trató  el  gobernador  de  Valencia  de  aca- 
llar los  gritos  de  los  amotinados  utilizando  el  ascen- 
diente que  sobre  la  ciudad  tenía  su  sabio  cadí  Merwán 
ben  Abdallah  ben  Merwán  ben  Kattab,  nacido  en  la 
capital  el  año  505  (1111-12)  y  puesto  en  el  cargo  por 
Texuíín  ben  Ali  como  un  año  antes,  el  24  de  dilagia 
de  538  (28  jun.  1 144).  Era  el  cadi  muy  celebrado  por 
su  ilustre  cuna,  por  su  reconocido  valor  y  por  su  cien- 
cia nada  común. 

Teníale  en  cuidado  la  revolución  de  Córdoba,  cuya 
aljama  habia  proclamado  emir  de  España  al  faquí  Abu'l 


(1)  Chronica  Adejonsi  Imperatoris.— En  los  Anales  Toledanos  se  refiere  del 
siguiente  modo  la  entrada,  permanencia  y  salida  de  Saifadola:  «Fue  Cahedola, 
en  el  mes  de  Janero  á  Qordovr,  é  mató  á  Farach  Adalil,  é  fuxó  á  Granada; 
é  pues  que  fuxó  Qahedola,  levantaron  á  Aben  Hamdio,  Rey  en  Cordova,  en 
el  mes  de  marcio,  Era  MCLXXXUI.»— Conde  fija  la  muerte  de  Faraig  en 
jueves  s  de  ramadhán  (4  abr.  1145)  y  1*  salida  de  Córdoba  de  Saifadola  en  26 
de  abril. 


—  489  — 

Giafar  ben  Hamdain;  estaba  bien  lejos  de  recelar  el  cadi 
que  el  movimiento  de  sedición  se  extendiese  también 
á  Valencia.  Obedeciendo  á  las  indicaciones  del  wali  y 
esforzándose  por  que  no  se  le  juzgase  comprometido 
en  el  motín,  fué  á  la  mezquita,  subió  á  la  tribuna  y 
exhortó  á  su  numeroso  auditorio  á  que  depusiese  la 
actitud  rebelde  á  los  almorávides.  Recordó  los  grandes 
servicios  que  habían  prestado  á  la  causa  del  Islam  sal- 
vando á  España  cuando  ya  toda  ella  la  tenían  escla- 
vizada los  cristianos,  acudiendo  con  oportunidad  en 
auxilio  de  Alcira  y  arrancando  á  los  infieles  la  misma 
Valencia,  aherrojada  por  el  Cid.  Pero  ni  el  respeto 
debido  al  cadi,  ni  la  elocuencia  arrebatadora  de  su  pala- 
bra, fueron  parte  á  desviar  al  tumultuoso  pueblo  de  la 
senda. que  había  emprendido. 

El  vulgo,  amigo  de  novedades,  por  peligrosas  que 
sean,  y  más  inclinado  al  desorden  que  á  la  paz,  pro- 
rrumpió en  gritos  de  guerra  contra  los  africanos;  y  la 
ciudad  se  llenó>  de  terror  y  espanto.  Esto  sucedía  el 
miércoles  18  de  ramadhán  de  539  (17  abr.  1145). 
Viendo  el  sobrino  de  Aben  Gania  que  no  contaba  con 
elementos  suficientes  para  sofocar  el  alzamiento,  lle- 
gada la  noche  abandonó,  con  su  familia,  la  ciudad,  y  á 
uña  de  caballo  corrió  á  refugiarse  en  Játiba,  adonde 
llegó  al  amanecer  del  jueves. 

No  todos  los  soldados  del  walí  almoravide  pudie- 
ron seguirle  en  su  precipitada  fuga,  y  en  ellos  se  cebó 
el  furor  del  populacho.  El  cadi  veía  con  malos  ojos 
aquellos  excesos,  y  para  que  no  se  le  juzgara  en  con- 
nivencia con  los  amotinados,  se  ocultó.  Como  el  walí 
hiciera  conv  sus  algaras  desde  Játiba  grandes  estragos 

62 


—  490  — 

en  los  amenos  campos  y  huertas  dé  Valencia,  acudie- 
ron sus  naturales  al  cadi  rogándole  los  amparase  y 
defendiera.  Receloso  él  de  la  inconstancia  del  pueblo 
y  temeroso,  además,  de  que  los  almorávides  le  conta- 
ran en  el  número  de  los  rebeldes,  con  sus  numerosos 
parciales  abandonó  la  ciudad,  sentó  su  campo  en  Loxa 
(¿la  Llosa,  junto  á  Játiba?)  y  quedó  bajo  la  protección 
del  sobrino  de  Aben  Gania. 

Los  ruegos  de  Abdallah  ben  Mardónix,  que  se  había 
hecho  dueño  de  Almería,  y  del  suegro  de  éste,  Aben 
Ayadh,  le  movieron  á  abrazar  el  partido  nacional,  á 
ponerse  al  frente  de  los,  valencianos  y  á  repeler  las 
correrías  del  walí  acantonado  en  Játiba.  Sacrificando  su 
comodidad  y  regalo  en  aras  del  bien  público,  siguió  el 
consejo  de  aquellos  dos  caudillos.  Volvió  á  Valencia, 
y  fué  proclamado  su  emir  el  3  de  xawal  (2  mayo). 
Una  de  sus  primeras  disposiciones  consistió  en  confiar 
la  conservación  del  país  y  el  cuidado  de  las  fronteras 
á  Aben  Ayadh,  quien,  además  de  asegurar  las  suyas 
propias,  se  encargó  de  hacer  lo  mismo  respecto  de  las 
de  su  yerno  y  contra  los  lamtuníes,  que  reclutaban 
gentes- en  tierras  de  Albacete  y  ocupaban  sus  forta- 
lezas. 

La  sublevación  se  había  extendido  á  la  vez  á  Mur- 
cia, donde  Hamdain,  el  de  Córdoba,  fué  también  pro- 
clamado. Desde  el  17  de  ramadhán  (16  de  abril);  uñ 
día  antes  de  la  sublevación  de  Valencia,  estaban  Jos 
murcianos  divididos  con  motivo  de  la  elección  de  su 
adelantado.  El  pueblo  señalaba  para  el  cargo,  á  Muhá- 
mad  ben  Abderrahmán  ben  Táhir  el  Kaisí,  de  la 
nobleza  de  Todmir,  á  Abu  Muhámad  ben  Alhag,  de 


**3 


r 


Lorca,  y  á  Abderrahmán  ben  Giafar  ben  Ibrahim. 
El  nombramiento  recayó  á  favor  del  último,  debido  á 
que,  pasando  por  junto  á  Murcia  el  alcaide  de  Cuenca, 
Abdallah  ben  Fetáh,  el  Thogray,  que  iba  á  incorpo-  • 
rarse  con  Hamdain,  supo  la  división  de  ánimos  que 
reinaba  en  la  ciudad  del  Segura  y  decidió  la  elección 
según  se  ha  dicho. 

No  contento  Aben  Giafar  con  el  cargo  que  debía 
al  alcaide  de  Cuenca,  aspiró  al  mando  supremo,  y,  al 
efecto,  el  martes,  15  de  xawal  del  año  539  (14  mayo), 
promovió  un  alboroto  contra  los  almorávides.'  Los 
que  de  éstos  habían  entrado  bajo  palabra  de  seguro 
en  Orihuela,  fueron  alevosamente  asesinados.  Víctima 
de  esa  matanza  fué  el  cadi  Abu'l  Kattab,  hijo  de 
Ornar,  que,  ásu  vez,  lo  fué  del  cadi  puesto  en  Valen- 
cia por  los  almorávides  á  su  entrada  en  dicha  ciudad. 
Cuando  en  son  de  guerra  se  dirigía  hacia  la  misma  en 
522  (1 128)  Aben  al  Arabí,  se  pasó  á  su  servicio,  y  en 
recompensa,  se  le  dio  el  cadiazgo  de  Orihuela  con 
facultad  para  nombrar  al  que  le  desempeñase  en  Elche. 
En  uso  de  semejante  atribución,  nombró  para  él  á  su 
hermano  Abu'l  Hassán,  de  cuyo  remate  no  se  tiene 
noticia.  Más  hábil  un  tercer  hermano,  ó,  mejor  dicho, 
menos  consecuente  que  sus  hermanos,  padre  y  abue- 
lo, los  famosos  Beni  Guáchib;  Abu  Becr,  que  así 
se  llamaba,  se  acomodó  á  las  circunstancias,  y  fué 
cadi-  de  uno  de  los  distritos  de  nuestra  provincia. 
Cuando  con  el  triunfo  de  los  almohades  cayó  el  par- 
tido nacional,  fué  del  consejo  de  Valencia  y  tenien- 
te del  cadi  Abu  Temim  Maimón  ben  Chobair,  por 
los  años  568-581  (ti 72-84).  Era  Abu  Becr  muy  com- 


—  492  — 

pétente  en  asuntos  administrativos  (i).  Abu  Giafar 
ben  Abi  Giafar  hizo  que  entrase  en  Murcia  la  gente  de 
su  huerta  y  aldeas,  y  fué  proclamado  emir,  so  pretex- 
to de  hacer  esto  á  nombre  de  Hamdain,  el  emir  de 
Córdoba.  Ocupó  el  alcázar  y  se  apellidó  an  Násir 
Ledinallah.  Conservó  al  Thogray  en  el  cargo  de  alcaide 
de  la  caballería. 

Para  combatir  á  los  almorávides  de  Játiba,  que 
robaban  y  quemaban  las  alquerías  de  Valencia  y  cauti- 
vaban á  las  mujeres,  formó  hueste  en  dicha  ciudad  su 
emir.  El  28  de  xawal  (27  mayo)  se  puso  sobre  Játiba 
y  pidió  socorros  al  nuevo  emir  de  Murcia.  Al  día  si- 
guiente, postrero  de  xawal,  formalizó  el  sitio,  pero  el 
sobrino  de  Aben  Gania  y  sus  almorávides  se  defendían 
con  valor. 

Nuevos  disturbios  ocurridos  en  Murcia  impidieron 
á  su  emir  acudir  en  auxilio  del  de  Valencia.  El  Tho- 
gray  y  Aben  Táhir  alborotaron  al  pueblo  y  proclama- 
ron á  Saifadola  el  mismo  día  28.  Triunfó  Aben  Giafar; 
Aben  Táhir  y  Aben  Alhag  pudieron  escapar;  el  Thogray 
quedó  preso  y  encarcelado,  y  la  alcaidía  de  la  caballería 
se  dio  á  Zaonún,  de  Orihuela.  En  lo  que  restaba  del 
año  y. hasta  el  22  de  agosto,  acabó  Abu  Giafar  de 
hacerse  dueño  de  la  tierra  de  Todmir.  Voló  al  cam- 
pamento del  emir  de  Valencia*  Apenas  sus  soldados 
tomaron  parte  en  los  combates  contra  los  almorávides 
de  Játiba,  supo  que  Aben  Táhir  había  sacado  de  la  cárcel 
al  Thogray,  y  que  ambos  conmovían  á  la  plebe.  Abu 
Giafar  acudió  con  'su  caballería  á  Murcia  y  sosegó  el 


(1)    El  Archivo,  IV,  87-88. 


—  493  — 
alboroto.  El  Thogray  pudo  escapar,  pero  ardiendo  en 
deseos  cíe  venganza  (i). 

Segunda  vez  acudió  Abu  Giafar  al  cerco  de  Játiba, 
y  los  almorávides,  que  hasta  entonces  se  habían  de- 
fendido .en  la  plaza,  se  retiraron  al  castillo.  En  auxilio 
.  del  emir  de  Valencia  acudió  también  Aben  Ayadh,  el 
alcaide  de  las  fronteras.  Decayó  entonces  el  ánimo  de 
los  sitiados,  pactaron  honrosas  condiciones  de  rendi- 
ción y  abandonaron  á  Játiba  aquellos  valerosos  solda- 
dos. Entró  Merwán,  fortificó  la  ciudad,  colmó  de  re- 
galos á  sus  auxiliares,  á.  quienes  despidió,  y  volvió  á 
Valencia. 

Era  ya  entrado  el  mes  sáfer  de  540  (24  juL-22 
ag.  1 145).  Hizo  su  entrada  en  Valencia  montado 
sobre  hermoso  dromedario,  empuñando  lucientes  ar- 
mas y  vestido  con  preciosas  ropas.  Los  jeques  y  nobles 
caballeros  le  rodeaban,  y  aclamábale  la  muchedumbre, 
ebria  de  gozo.  Aquél  fué  un  día  de  gloria  para  el  emir 
de  Valencia,  el  más  feliz,  el  único  dichoso  de  que  dis- 
frutó en  un  reinado  de  tres  meses...  La  jurisdicción 
de  Alicante  quedó  entonces  agregada  á  la  provincia  de 
Játiba,  y  ésta  á  Valencia. 

Al  mes  siguiente  murió  en  un  encuentro  con  los 
almorávides,  que  abandonaron  la  alcazaba  de  Granada, 
el  emir  de  Murcia.  Los  restos  de  su  ejército  que 
pudieron  volver  á  Murcia,  proclamaron  emir  á  Abder- 
rahmán  ben  Táhir  al  remate  de  rabié  1.a  (20  sep- 
tiembre). Muy  aficionado  éste  á  la  familia  que  durante 


(c)    Todos  estos  cambios  de  Murcia  están  confirmados  en  el  apéndice  nú- 
mero 11  de  la  obra  del  Sr.  Codera  que  venimos  citando. 


•  ■•■* 


—  494  — 

largos  años  tuvo  el  gobierno  del  Sarcosta  ó  España 
oriental,  cedió  el  emirato  á  Saifadola  y  se  reservó  el 
titulo  de  naib  en  Murcia.  Prevaleciendo  esta  parcia- 
lidad, que  contaba  con  la  protección  de  Alfonso  VII, 
la  de  Hamdain,  que  aspiraba  á  la  independencia  abso- 
luta, juzgó  traición  el  traspaso  que  de  la  corona  de 
Murcia  había  hecho  Aben  Táhir.  Quiso  éste  ganarse  el 
apoyo  de  Aben  Ayadh,  mas  éste  se  valió  del  alcaide  de 
la  caballería,  Zaonún  el  de  Orihuela,  el  cual  fué  á  Mur- 
cia y  proclamó  emir  al  mismo  Aben  Ayadh.  Aben  Táhir 
se  retiró  al  alcázar  pequeño,  y  en  el  grande  se  instaló 
el  nuevo  emir.  Esto  fué  el  10  de  giumada  i.a  de  540 
(29  octubre).  Efímero  fué  el  reinado  de  Aben  Táhir: 
sólo  duró  cincuenta  días.  Por  más  que  ya  no  quiso 
intervenir  en  los  asuntos  políticos,  sus  émulos  procu- 
raron, en  diversaá  ocasiones,  que  Aben  Ayadh  le  diese 
muerte.  Jamás  consintió  en  ello  el  nuevo  emir  de 
Murcia.  Lo  más  que  hizo  fué  prenderle  y  enviarle 
cargado  de  cadenas  al  castillo  Maternis,  ó  Motronios, 
hoy  llamado  Montroy.  El  mismo  paradero  acabará  por 
tener  el  emir  de  Valencia. 

Inconstantes  también  los  de  esta  ciudad  en  sus 
entusiasmos,  ó,  mejor  dicho,  Huyendo,  como  los 
murcianos,  del  protectorado  del  monarca  de  Castilla, 
comenzaron  á  murmurar  de  su  poco  antes  ensalzado 
emir.  Los  prohombres  de  Valencia  y  los  alcaides  de 
Murviedro,  Liria,  Alcira  y  Alicante,  escribieron  á 
Aben  Ayadh  para  que  acudiese  á  tomar  las  riendas  de 
.un  estado  que  estaba  como  sin  cabeza  y  en  el  mayor 
•  desconcierto. 

Tales  maquinaciones  no  se  llevaron  tan  ocultas 


—  495  — 

que  las  desconociera  Merwán  ben  Abdallah  ben  Mer- 
wán  ben  Kattab;  y  no  las  hubiese  pasado  sin  impo-  * 
ner  el  debido  correctivo,  á  no  ser  tan  general  el  des- 
contento' y  tan  pronunciado  el  deseo  de  nuevo  emir. 
Juzgó  preferible  disimular  y  estar  en  acecho  de  opor- 
tunidad para  sustraerse  á  las  iras  de  un  pueblo  tan 
inconstante  como  las  olas  del  mar.  Se  adivinaron  sus 
intenciones,  y  estalló  grandísimo  alboroto.  Sigilosa- 
mente abandonó  el  cuitado  emir  su  palacio  y  se  refugió 
en  la  casa  de  un  amigo. 

Todas  sus  precauciones  acabarían  por  ser  inútiles 
ante  el  persistente  empeño  de  sus  injustos  enemigos 
en  averiguar  su  escondite.  Aprovechando  las  sombras 
de  obscura  noche,  la  del  25  al  26  de  giumada  i.a  (14 
al  15  de  noviembre),  se  descolgó  por  el  muro  y,  disfra- 
zado, se  trasladó  á  Cullera.*  Creyó,  equivocadamente, 
que  ya  se  habría  extinguido  el  furor  popular,  y  volvió 
á  Valencia.  Pensó,  como  Aben  Táhir,  que  encerrado 
en  su  casa  y  no  tomando  participación  en  los  negocios 
públicos,  se  le  respetaría;  mas  no  pudo  disfrutar  del 
gran  placer  por  que  suspiraba. 

Pronto  salió  del  error.  Buscado  con  exquisita  dili- 
gencia, tuvo  que  abandonar,  también  en  secreto  y  dis- 
frazado, por  segunda  vez  á  Valencia.  Huyó  por  Murcia 
á  Sevilla;  pero  fué  conocido.  Se  le  cargó  de  cadenas 
y  fué  trasladado  al  fuerte  castillo  de  Montroy,  «en  el 
reino  de  Valencia.»  Allí  estaba  también  Aben  Táhir, 
el  ex-emir  de  Murcia.  Á  éste  le  ocasionaron  el  más 
acerbo  .  disgusto  privándole  de  sus  amados  libros.  De 
poco  habían  de  servirle  allí,  ya  que  á  los  nobles  cau- 
dillos se  los  sepultó  en  prisión  tan  obscura,  que  ni  aún 


—  49^  — 

distinguían  de  la  noche  el  dia.  Por  fin,  lograron  los 
egregios  reclusos  salir  de  aquella  mazmorra.  Uno  y 
otro  pagaron  un  fuerte  rescate:  trescientas  mil  doblas 
ó  monedas  de  oro  cada  uno  (i). 

Juzgando  Merwán  que  la  ciudad  de  Marruecos 
seria  para  él  lugar  seguro,  pues  todo  en  España  era 
guerra  y  confusión,  en  ella  se  refugió  y  allí  acabó 
tranquilamente  sus  días  el  año  578  (may.  1182- 
abr.  1 183).  Tuvo  allí  por  compañeros  á  Aben  Táhir 
y  á  otros  señores  del  Ándalos.  Favorecidos  por  el 
wisir  Aben  Atia,  se  reunían  todas  las  noches  en  su 
casa,  y  consumían  las  veladas  relatando  apacibles 
cuentos  y  recitando  elegantes  poesías  (2).  Aquel  que 
amó  á  Valencia  como  soberano  y  como  buen  patricio, 
«amor  que  no  pudo  apagar  el  hielo  de  su  vejez, 
personaje  de  noble  prosapia,  digno  por  su  valor  y 
famoso  por  la  ciencia»,  murió  á  los  setenta  y  tres  años 


(1)  Casiri,  II,  30. — Conde,  III,  37. — De  tres  puntos  llamadas  Montroy 
venios  hecha  mención  que  se  hallaran  en  la  comarca  de  levante:  Montroy, 
junto  á  Villaricos  (El  Archivo,  IV,  104);  Montroy,  alquería  en  término  de 
Denia  en  1348  (El  Archivo,  IV,  324),  y  Montroy,  castillo  y  villa,  entre  Mon- 
serrat  y  Alcalá  en  el  valle  de  este  nombre  (El  Archivo,  III,  91). 

(2)  Conde,  III,  41.—  En  una  novela  histórica  cuyo  argumento  es  la  vida 
del  emir  Merwán,  léese  que  pasó  los  últimos  años  entregado  al  cultivo  de  la 
poesía,  ocupación  que  le  servía  de  lenitivo  á  los  pesares,  que  nunca  le  aban- 
donaron. Así  se  describen  los  últimos  momentos  de  Merwán:  «Corría  el  año 
1 182,  cuando  el  ex-rey  Abdeláziz  bajó  al  sepulcro  en  la  ciudad  de  Mequínez, 
rodeado  de  muchos  y  respetables  personajes  de  gran  distinción,  por  haber 
desempeñado  altos  puestos  en  el  ejército  y  en  la  política  y  prestado  brillantes 
servicios  al  Estado.  Los  más  de  ellos  eran  hijos  de  Valencia,  y  los  restantes, 
naturales  de  Murcia,  y  todos,  servidores  de  Abdeláziz  ó  adictos  á  su  dinastía. 
—Rodeábanle  en  su  lecho  de  muerte,  para  recoger  de  sus  labios  el  nombre 
del  heredero  á  quien  legase  sus  derechos  de  monarca,  al  cual  apoyarían  todos 
los  personajes  allí  reunidos  ayudándole  á  recobrar  su  perdido  trono.de  Va- 


—  497  — 
de  edad,  pues  nació  en  505  de  la  Hegira  (m  t-12)  (j). 
Con  el  destronamiento  del  ilustre  príncipe  coincide 
«el  nacimiento  del  célebre  geógrafo  é  historiador  Aben 
Chobair,  oriundo  de  Játiba,  donde  hizo  sus  estudio?  (2). 

Cuando  en  Valencia  se  tuvo  conocimiento  de 
la  fuga  de  Merwán,  se  proclamó  emir  á  Abu  Muhámad 
Abdallah  ben  Sad  Aben  Mardónix,  que  era  naib  de 
Aben  Ayadh  en  la  comarca  de  dicha  ciudad,  y  fué 
aposentado"  en  el  alcázar.  Estando  Aben  Ayadh  de 
camino  para  Valencia,  supo  lo  de  la  proclamación  de 
Aben  Sad.  Llegó  á  ella  el  día  último  de  giumada  i.a 
de  540  (18  noviembre),  y  se  detuvo  algún  tiempo 
cuidando  del  gobierno  y  seguridad  de  las  fronteras.  • 
Luego  volvió  á  Murcia  y  dejó  en  ella  por  naib  á4su 
suegro  Abu  Muhámad  ben  Sad,  tío  de  Abu,  Abdallah 
ben  Sad,  cono.cido  por  el  de  Albacete,  á  causa  de  lo 
que  ya  se  dirá  (3). 

Aben  Ayadh  preparó  la  proclamación  de  Saifadola 
al  Mostán^ir  Billah  (4),  tanto  en  Murcia  como  en 
Valencia.  Dijimos  que  Aben  Hud,  ayudado  de  los  de 


1 

leñera.  Oponíase  Abdeláziz  á  nombrar  sucesor,  pues  no  podía  olvidar  el  vene- 
rable anciano  las  grandes  penalidades  que  había  sufrido  al  descender  de  aquel 
trono  que  nunca  codiciara  y  que  tan  adverso  le  había  sido. — «Los  derechos 
que  puedo  legar,  dijo,  no  son  los  que  están  reservados  á  los  monarcas,  sino 
á  los  príncipes  proscritos,  cuya  vida  es  siempre  mis  azarosa  y  llena  de  pena- 
lidades  que  la  reservada  i  los  mendigos  y  i  los  desheredados  de  la  fortuna. 
Dejad,  añadió,  que  mis  hijos  vivan  felices  en  la  oscuridad  y  no  me  obliguéis  á 
arrojarlos  en  los  abismos  de  sus  desdichas.»  (Biblioteca  Encidopédica-Popular- 
Española. — Tradiciones  de  Valencia,  p.  215). 

(1)  Casirí,  II,  30. 

(2)  Pons,  biogr.  núm.  225. 

(3)  Conde,  III,  37. 

(4)  Ese  mismo  titulo  se  le  dá  en  moneda  de  que  trata  el  Sr.  Codera, 

sec.  V.»  c.  II,  núm.  6. 

■  » 

63 


-498- 

su  bando,  que  cada  día  se  le  juntaban,  marchó  á  Jaén 
y  ganó  el  ánimo  de  su  alcaide.  Juntos,  llegaron  a 
Granada,  cuyo  cadi,  para  más  honrarle,  salió  á  pie  á 
recibirle,  le  saludó  como  emir  de  la  ciudad  y  les  dio  á 
él  y  á  su  hijo  Amad-Dollah  (Columna  del  Estado), 
espléndido  hospedaje.  Eran  dueños  de  la  alcazaba  los 
almorávides,  y  en  un  combate,  que  con  ellos  sostuvie- 
ron los  de  Aben  Hud,  pereció  el  hijo  de  éste.  Com- 
prendiendo el  padre  cuántas  desgracias  ocasionaba  su 
permanencia  en  aquella  ciudad,  después  de  estar  allí 
un  mes,  levantó  el  campo  una  noche  y  se  retiró  á 
Jaén. (i). 

Llegaron  mensajeros  de  Murcia-dándole  obedien- 
cia? á  nombre  de  aquel  reino  y  rogándole  que  sin 
dilación  fuese  á  tomar  posesión  del  mismo.  Anunció 
á  Aben  Ayadh  el  día  en  que  llegaría  á  Murcia,  y  le 
llamaba  amigo,  honroso  título  que  bien  merecía,  pues 
que  había  granjeado  con  sus  gestiones  é  inteligencias 
el  emirato  de  toda  la  Ajarquia  ó  comarca  de  levante* 
Seguido  Aben  Hud  de  numerosos  caballeros,  hizo  su 
entrada  en  Murcia  el  viernes  18  de  récheb  de  540 
(4  en.  1 146).  Aben  Ayadh,  con  su  hijo  Abu  Becr  y 
con  la  caballería  'de  la  ciudad,  salió  á  recibirle.  El 
pueblo  le  vitoreó  enmedio  de  los  mayores  trans- 
portes de  júbilo • 

Igual  manifestación  se  repetía  poco  después  en  Va- 
lencia. Denia  siguió  el  ejemplo  de  Valencia  y  Murcia,, 
y  se  aposentó  en  el  alcázar.  Volvió  á  Murcia  y  se  alojó 
en  el   palacio  grande   (Alcázar  quibir),  al   paso  que 


(1)     Conde,  III,  37. 


—  499  — 

Aben  Ayadh,  con  arreglo  á  cuyas  disposiciones  se 
dirigía  todo  el  gobierno,  se  aposentó  en  el  palacio 
pequeño  (Alcázar  ságuir). 

Dice  muy  bien  un  autor:  «Pasó  (Aben  Hud)  de 
allí  (Córdoba)  á  Jaén  y  á  Granada,  poblaciones  que, 
-como  las  del  reino  de  Valencia,  reconocieron  por  el 
momento  su  imperio,  si  bien  fué  su  adquisición  más 
importante  la  del  reino  de  Murcia,  que  le  recibió  por 
rey  voluntariamente.  Eran  éstos  los  últimos  triunfos 
del  capitán  ilustre,  que  de  abatido  régulo  de  una 
ciudad  pequeña,  y  de  gobernador  mudejar  de  Toledo, 
había  pasado  á  constituirse,  bajo  los  auspicios  del 
Emperador,  en  vengador  de  los  agravios  de  la  raza 
¿rabey  fundador  de  una  extensa  monarquía»  (i). 

El  buen  éxito  en  todas  estas  empresas  era  debido, 
por  modo  principal,  á  la  protección  de  Alfonso  VII. 
Con  tropas  castellanas  había  el  Emir'entrado  en  Murcia 
y  en  Valencia,  y  con  ellas  se  hizo  dueño  de  Jaén, 
Úbeda  y  Baeza.  Cuando  Hamdain  le  obligó  á  huir  de 
Córdoba,  envió  mensajeros  al  Emperador  diciéndole: 
«La  tierra  de  Übeda  y  la  de  Baeza,  y  sus  castillos,  ni 
¿  mí  quieren  obedecerme,  ni  á  tí  pagarte  tributo.»  Ei 
Emperador  llamó  á  los  condes  Manrique,  Armengol, 
Ponce  y  Martín  Fernández,  y  les  dijo:  «Id  y  subyugad 
para  mí  y  para  "el  rey  Saifadola,  á  Baeza,  Úbeda  y  Jaén,* 
y  á  todos  los  rebeldes,  y  no  perdone  vuestra  espada  á 
ninguno  de  ellos.»  Ellos  fueron  con  un  gran  ejército 
y  destruyeron  toda  la  tierra  rebelde v 


(i)    Fernández  y  González   (D.   Francisco),   Los   Mudejares  de  Castilla, 
parte  I,  capítulo  V. 


1 


—  joo  — : 

Al  verse  los  muslimes  en  tan  duro  aprieto,  enviaron 
una  epibajada  á  Saifadola  rogándole  que  los  librase  de 
las  manos  de  los  cristianos,  y  le  servirían  sumisos. 
Recogió  numerosas  huestes  y.  salió  al  encuentro  de  los 
condes.  Fué  de  paz  al  campamento  de  éstos,  y  les 
dijo:  «Devolvedme  los  cautivos  y  el  botín  que  habéis 
recogido;  iré  con  vosotros  al  Emperador  y  haré  cuanto 
él  me  mandare.»  Los  condes  contestaron:  «De  nin- 
gún modo  haremos  lo  que  tú  quieres.  Tú  mismo 
enviaste  a  decir  al  Emperador:  «Los  subditos  de 
Úbeda  se  nos  han  rebelado  á  mí  y  á  ti;  envía,  un 
ejército  que  los  destruya  á  ellos  y  á  su  tierra.»  Y 
el  Emperador  nos  ha  mandado  que  hiciéramos  lo 
que  tú  solicitaste.»  Replicó  Saifadola:  «Si  no  me 
entregáis  los  cautivos  y  el  botín,  al  momento  seré 
en  batalla  con  vosotros.»  Y  ellos  dijeron:  «Nunca 
mejor  ocasión.»  , 

Al  momento  prepararon  unos  y  otros  sais  huestes^ 
y  se  trabó  una  batalla  muy.  sangrienta.  Á  la  postre  vol- 
vieron la  espalda  los  muslimes:  fueron  vencidos,  y  el 
mismo  Saifadola  quedó  prisionero.  Al  conducirle  á  las 
tiendas  de  los  condes,  se  acercaron  unos  caballeros 
llamados  los  Pardos,  y,  al  conocerle,  diéronle  muerte. 
Cuando  los  condes  vieron  esto,  se  entristecieron 
sobremanera.  Enviaron  mensajeros  al  Emperador,  que 
estaba  en  León,  v  le  dieron  minuciosos  detalles  sobre 
aquella  inesperada  batalla.  Por  último,  le  dijeron:  «Tu 
amigo  el  rey  Saifadola  ha  muerto.))  Alfonso  se  entris- 
teció y  exclamó:  «Limpio  estoy  de  la  sangre  de  mi 
amiga  Saifadola.»  Y  todos  los  cristianos  y  sarracenos, 
desde  la  Arabia  hasta  el  Atlántico,    conocieron  que 


—  soi  — 

ninguna  parte  tuvo  Alfonso  en  la  muerte  del  rey 
m  Saifadola  (i). 

Esta  es  la  versión  cristiana  sobre  el  fin  del  emir» 
Algo  diferente  es  lo  que  acerca  de  ello  escribió  nues- 
tro Aben  al  Abbar,  á  quien  sigue  Conde. 

Parecióle  al  emir  que  podia  prescindir  ya  de  la 
tutela  del  Emperador,  mal  vista,  como  es  natural,  por 
los  musulmanes.  Encendióse  en  justo  enojo  Alfonso 
al  ver  con  cuánta  facilidad  Saifadola  rompia  unos  lazos 
que  el  rey  cristiano  juzgaba  inquebrantables,  y  envió 
un  ejército*  contra  aquel  que  se  apartaba  de  su  vasallaje. 

No  bien  llegados  á  Murcia  Aben  Hud  y  Aben 
Ayadh  su  wazir,  supieron  que  el  alcaide  de  Cuenca 
corría  las  tierras  de  Játiba,  al  mismo  tiempo  que  los 
cristianos,  poco  antes  sus  auxiliares,  -talaban  y  estraga- 
ban aquellos  hermosos  campos.  Pocos  días  después, 
Abdallah  Aben  Sad,  el  naib  de  Valencia,  escribía  al 
emir  y  á  su  ministro,  que  las  huestes  del  Thogray  y 
de  su  aliado  el  rey  de  Castilla  tenían  puesto  sitio  á 
Játiba.  Al  punto  avisaron  al  naib  para  que  con  la  gente 
de  Valencia  saliese  contra  los  enemigos.  El  emir  reco- 
gió la  caballería  de  Murcia,  Lorca  y  Alicante,  y  fué  á 
unirse  á  las  tropas  salidas  de  Valencia. 

Comprendiendo  los  cristianos  el  apuro  en  que  se 
verían  si  luchaban  con  aquel  núcleo  de  fuerzas  ene- 
migas, procuraron  medir  antes  sus  armas  con  la  divi- 
sión de  Murcia,  la  más  temible;  prometíanse  destro- 
zarla; y  logrado  esto,  revolverían  contra  la  de  Valencia. 
Alzaron  el  sitio  puesto  á  Játiba,  mas  no  llegaron  á 


(i)     Cbronica  Adefonsi  Imperaiotis. 


—  502  — 

tiempo  de  impedir  que  formasen  un  solo  cuerpo  de 
ejército  aquellas  dos  huestes.  Se  reunieron  el  jueves, 
19  de  jaban  (4  febrero),  merced  á  la  diligencia  de  los 
valencianos. 

En  la  vasta  llanura  de  Albacete,  en  las  inmediacio- 
nes de  Chinchilla,  en  el  campo  llamado  de  Lüg,  vi- 
nieron á  las  manos,  el  dia  5,  moros  y  cristianos.  Tanta 
era  en  ambds  campos  la  impaciencia  por  pelear,  que 
al  apuntar  el  alba  se  inició  la  batalla,  cruel  y  sangrienta 
ya  en  los  primeros  momentos.  Con  tal  furor  se  lucha- 
ba, que  más  que  hombres,  los  combatientes  semejaban 
fieras  sedientas  de  sangre.  Allí  estaban  los  más  dies- 
tros y  esforzados  campeadores  muslimes  y  cristianos, 
el  odio  en  unos  y  en  otros  era  implacable,  y  en  valor  y 
constancia  rivalizaban  los  más  aguerridos  soldados. 

El  esforzado  emir  de  Valencia,  que  bregaba  en  el 
sitio  de  mayor  peligro,  recibió  un  terrible  golpe  de 
lanza:  por  la  profunda  herida  del  pecho  salió  con  la 
sangre  su  noble  alma.  También  murió  luchando  como 
león  bravo  en  las  primeras  filas,  el  naib  de  Valencia, 
sobrino  de  Muhámad  ben  Sad  ben  Mardónix,  naib  de 
Murcia.  Con  la  muerte  de  estos  dos  Ínclitos  caudillos, 
decayó  el  ánimo  de  los  guerreros  valencianos  y  mur- 
cianos: así  que,  á  pesar  de  los  esfuerzos  de  Aben 
Ayadh,  abandonaron  el  campo.  Las  sombras  de  la 
noche  pusieron  tregua  á  la  matanza  y  favorecieron  la 
retirada  de  los  vencidos  (1). 


(1)  Conde,  III,  38.— Aunque  con  la  concisión  que  les  es  propia,  los  Anales 
Toledanos  convienen  con  las  crónicas  árabes  en  la  clase  y  época  de  la  muerte 
de  Saif-adola:  «Lidió  Qahedola  con  Christianos,  é  matáronlo  en  el  mes  de 
Febrero,  Era  MCLXXXIV.» 


—  5°3  — 

Victima  de  la  guerra  que  agitaba  i  todos  los  países 
musulmanes  de  España,  fué  este  año  un  hijo  ilustre 
de  Alcira.  Llamábase  Muhámad  ben  Massud  ben  Kha- 
lassat.  Hizo  sus  estudios  v  floreció  en  Córdoba  v  Gra- 
nada.  Fué  notable  en  todas  las  ciencias:  se  distinguió 
como  orador  y  poeta  sobresaliente,  filósofo,  teólogo, 
jurisconsulto  y  aventajado  historiador.  Asi  se  des- 
prende de  sus  escritos,  aunque  sólo  quedan,  por  des- 
gracia, algunos  fragmentos  de  Retórica  y  Poética. 
Wació  el  año  465  (sept.  1072-75).  y  fué  muerto  por 
los  almorávides  el  sábado,  12  de  düagia  de  540  {26 
mayo  1,  en  el  camino  Faraónico  de  Córdoba,  no  lejos  del 
campo  Alabana,  junto  á  la  puerta  de  AbdJ^cbar  (i)- 
Los  almorávides  eran  dueños  del  alcázar,  desde  el  cual 
hacían"  frecuentes  salidas. 

Lleno  de  consideraciones  murió  en  tierra  aparta- 
da, al  año  siguiente  (jun.  1146-47),  el  célebre  viajero 
valenciano  apodado  el  Chino.  Sad  el  Jair  visitó  el 
apartado  imperio  de  la  China,  adelantándose  á  las 
embajadas  de  Inocencio  IV  al  kan  de  Tartaria,  y  a 
Marco  Polo.  Ávido  de  saber,  estuvo  en  Bagdad,  flore- 
ciente á  la  sazón  en  toda  clase  de  estudios.  Fijó  su 
residencia  en  Ispahán,  contrajo  matrimonio  y  tuvo  á 
Fátima,  que  heredó  del  padre  su  saber  extraordinario. 
Volvió  á  Bagdad  y  allí  murió.  En  prueba  del  alto  apre- 
cio en  que  alli  se  le  tenia,  están  las  circunstancias  de 
haberse  encargado  de  la  oración  fúnebre  el  jeque  pre- 
dicador de  la  mezquita  del  alcázar,  y  de  haber  presi- 
dido el  gran  cadi  de  la  ciudad  el  entierro  (2). 

(i)     Casiri,  II,  núm.  1668. 
(2)     Ei  Archivo ,  I,  139-140. 


—  504  — 

Abdallah  ben  Ayadh,  cuya  parte  en  la  proclamación 
de  Merwán  y  de  Aben  Hud  ya  conocemos,  tuvo  el 
triste  honor  de  retirar  las  reliquias  del  ejército  vencido 
en  Chinchilla.  Respirando  venganza  recorría  su  tierra 
y  allegaba  gentes  que  oponer  á  sus  ensoberbecidos 
contrarios.    Supo   que   el    alcaide   de    Cuenca  habla 
entrado  en  Murcia  después  de  vencer  en  sus  inme- 
diaciones  á  su  naib   Muhámad  ben  Sad,  que  pudo 
escapar  en  un  buen  caballo  y  ampararse,  con  parte  de 
'  los  suyos,  en  Alicante.  Contando  Aben  Ayadh   cdh 
que  dentro  de  Murcia  tendría  por  auxiliares  á  sus 
mismos  habitantes,  descontentos  del  Thogray,    por 
su  amistad  con  los  cristianos,  sus  aliados  y  compa- 
ñeros, recogió  numerosas  tropas  en  Valencia,  Alicante 
y  Lorca,  y  se  dirigió  á  Murcia. 

Apenas  llegó  junto  á  la  ciudad,  todo  el  pueblo  se 
alzó  en  armas  contra  el  arráez  Abdallah  ben  Faraig  (i). 
Estaba  el  Thogray  sin  saber  á  dónde  acudir,  si  al 
muro,  contra  Aben  Ayaah,  ó  á  sofocar  el  motín  de 
los  sublevados.  Él,  que  estaba  luchando  como  bueno 
contra  las  tropas  enemigas  recién  llegadas,  al  notar 
el  alboroto  en  la  ciudad  y  la  confusión  en  los  suyos, 
no  vio  otro  recurso  que  el  de  apelar  á  la  fuga.^Estuvo, 
sin  embargo,  ^an  poco  afortunado,  que,  al  salir,  por 
la  puerta  de  África,  recibió  su  caballo  en  la  cabeza  una 
piedfa  lanzada  desde  el  muro.  El  caballo  cayó  atolon- 
drado en  el  Segura  arrastrando  al  jinete. 

Más  atentos  sus  soldados  á  la  salvación  propia 


(i)    De  la  entrada  y  señorío  de  Murcia  por  el  Thogray  es  testimonio  una 
moneda  de  que  se  hace  mención  en  la  citada  obra  del  Sr.  Codera,  cap.  XI. 


—  5os  — 

.que  á  la  de  su  jefe,  le  abandonaron  en  su  precipitada 
fuga.  Se  apoderó  del  Thogray  un  tal  Aben  Feda,  le 
acabó  de  matar  y  presentó  la  cabeza  á  Aben  Ayadh, 
que  recompensó  con  largueza  el  obsequio.  El  venga- 
dor de  Saifadola  entró  en  Murcia  el  7  de  récheb  de 
541  (13  dic.  de  1146).  Hieo  decapitar  á  los  prisio- 
neros cristianos,  perdonó  á  los  muslimes  de  la  parcia- 
lidad contraria  y  colmó  de  honores  á  los  de  su  bando. 
Por  segunda  vez  fué  proclamado  emir  de  Murcia  y  de 
toda  la  Ajarquia  (1). 

Poco  sobrevivió  al  triunfo  el  nuevo  emir  de  Va- 
lencia. Anduvo  algún  tiempo  persiguiendo  á  los  ven- 
cidos y  conteniendo  á  los  cristianos,  que  no  cesaban 
de  hacer  entradas  en  tierra  de  Murcia.  Para  ampararla 
#de  las  algaras  de  los  enemigos  y  de  los  rebeldes  Berii 
Giomail,  penetró  con  buena  hueste  de  caballería  hacia 
Cuenca.  Cierta  noche  cruzaba  un  desfiladero,  próximo 
á  Uclés  y  dominado  por  una  gran  altura.  Apostados 
en  ella  los  enemigos,  lanzaban  contra  el  emir  y  su 
ejército  toda  suerte  de  armas  arrojadizas.  De  tal  gra- 
vedad hirió  una  de  ellas  á  Aben  Ayadh,  que  al  día 
siguiente,  viernes,  22  de  rabié  i.*de  542  (21  ag.  1147), 
pasó  á  la  misericordia  de  Dios.  % 

No  quedó  á  los  suyos  otro  consuelo  que  el  de 
vengar  su  muerte.  Embalsamado  su  cuerpo  y  ence- 
rrado en  preciosa  caja,  fué  llevado  á  Valencia.  Toda 
la  ciudad  hizo  por  él  gran  llanto,  se  derramaron  abun- 
dantes lágrimas  y  se  hizo  con  señalada  pompa  su 


(1)    Es  sorprendente  la  conformidad  del  libro  de  Conde  con  lt  obra  del 
Sr.  Codera,  apéndices  IX  y  XI. 

64 


—  506  — 

entierro:  su  mérito  excepcional  reclamaba  de  justicia 
aquel  extraordinario  tributo,  pues,  además  de  exce- 
lente caudillo,  como  lo  probó  en  la  defensa  de  las 
fronteras,  fué  en  extremo  liberal  y  generoso. 

Cumpliendo  los  de  Valencia  lo  que  Aben  Ayadh 
dispuso  en  sus  últimos  momentos,  proclamaron  en- 
seguida emir  á  Abu  Abdallah  Muhámad  ben  Sad  Aben 
Mardónix,  el  náib  de  Murcia.  Su  largo  reinado,  pues 
duró,  cuando  menos,  hasta  el  año  566  (sept.  1 170-71), 
según  confirma  la  Numismática  (1),  y  los  muchos  é 
importantes  sucesos  que  durante  él  ocurrieron,  recla- 
man capítulo  aparte. 

Por  los  años  en  que  se  realizaron  los  hechos  acaba- 
dos de  apuntar,  aún  se  halla  rastro  de  un  obispo  de 
Denia,  que  bien  pudo  serlo  sin  el  carácter  de  in  par- 
tibus.  En  las  deportaciones  anteriores  de  muzárabes  no 
todos  fueron  transportados  al  África.  Las  palabras  de 
autor  árabe  «hoy  (mitad  del  siglo  xn)  no  queda  sino 
una  pequeña  porción  acostumbrada  ha  tiempo  al  des- 
precio y  humillación»,  claramente  lo  indican  (2).  Poco 
antes  de  la  muerte  de  Ali  ben  Júsuf  ben  Texufin 
(enero  de  1 144),  al  pasar  á  Marruecos  su  hijo  Texufin, 
se  llevó,  además  de  la  flor  de  la  caballería  almoravide 


(1)  Codera,  apéndices  IX,  X  y  XI. — Conde,  III,  40. 

(2)  Dozy,  Recherches,  etc.,  I,  p.  343. — Sus  costumbres,  habida  conside- 
ración al  medio  en  que  vivían,  dejaban  bastante  que  desear:  «En  este  tiempo 
(1 106),  escribe  Sandoval  (Cuatro  %tyes,  XXIF),  había  muchos  mozárabes 
malos  cristianos,  tan  estragados  y  peores  que  los  moros  en  los  lugares  fron- 
teros, donde  más  convenía  haber  cristianos  ñeles,  seguros  á  su  Dios  y  á  su 
rey.  Teniendo,  pues,  el  rey  (Alfonso  VI)  aviso  de  lo  poco  que  en  los  tales 
hay  que  fiar,  los  echó  de  Málaga  y  de  las  demás  fronteras  donde  estaban,  y 
los  hizo  pasar  á  África.»  Eran  los  muzárabes  para  los  países  cristianos,  lo  que 
los  mudejares  y  moriscos  para  los  africanos. 


—  5°7  — 
que  había  en  España,  cuatro  mil  mancebos  cristianos, 
muy  diestros  en  las  armas,  los  cuales  servían  en  la 
caballería  de  la  guardia  del  príncipe  (i).  Los  almoha- 
des trataron  con  saña  á  estos  muzárabes  y  de  igual 
.  modo  á  los  de  España  en  1147  (2)-  Esos  pocos  mu- 
zárabes que  quedaron  á  mediados  del  siglo  xn  no 
pudieron  ser  maltratados  en  tiempo  de  Saifadola  ni 
de  Aben  Sad,  porque  uno  y  otro  se  sostuvieran  con 
la  protección  de  Alfonso  VII  y  Alfonso  VIII  de  Cas- 
tilia  y  de  Alfonso  II  de  Aragón. 

No  son,  sin  embargo,  despreciables  las.  razones 
aducidas  en  pro  del  carácter  de  in  partibus  que  pudo 
tener  ese  obispo  de  quien  hay  rastro.  La  concesión 
hecha  por  los  emires  de  Denia  Mugéhid  y  Ali  en 
favor  del  obispo  de  Barcelona  y  la  actitud  de  los  pre- 
lados de  la  Tarraconense,  reunidos  con  motivo  de  la 
dedicación  de  la  iglesia  de  Santa  Cruz  y  de  Santa 
Eulalia,  no  podían  ser  del  agrado  de  la  provincia  ecle- 
siástica de  Toledo,  á  la  cual  perteneció  en  tiempo  de 
los  vi^odos  la  diócesis  de  Denia.  Es  lo  más  probable 
que,  en  contraposición  á  las  pretensiones  del  obispo 


(1)  Conde,  III,  ^ó.— Fernández  y  González,  Los  Mudejares  de  Castilla, 
P.  i.*,  c.  I. 

(2)  Eodem  vero  anno  quo  supradicu  victoria  Cor  dubas  á  Deo  facta  est, 
gentes  qoas  vu'go  vocant  muzmotos,  venerunt  ex  África,  et  transierunt  mare 

.  Mediterraneum,  et  facto  magno  ingenio,  ímpetu  bellando  práeoccupaverunt 
Sibilliam,  et  alias  civitates  munitas,  et  oppida  in  circuitu,  et  á  longe,  'et 
habitavernnt  in  eis,  et  occiderunt  nobiles  ejus,  et  christianos  quos  vocabant 
muzárabes,  et  judeos,  qui  ibi  erant  ex  antiqnis  temporibas,  et  acceperunt  sibi 
uxores  eorum,  et  domos,  et  divitias.  Quo  tempore  multa  milliá  militum  et 
peditnm  christianornm  cum  sno  episcopo,  et  cum  magna  parte  clericorura, 
qui  fuerant  de  domo  regis  Hali  et  filii  ejus  Texufíni,  transierunt  mare,  et 
▼enerunt  Toletum  (Cbronica  %AdeJonsi  Imperatoris). 


—  508  — 

de  Barcelona  en  lo  de  Denia,  habría  un  obispo  de 
ésta,  con  residencia  en  Toledo,  el  cual  hasta  cabe  se 
entendiera  con  los  pocos  muzárabes  que  en  Denia  y 
en  su  jurisdicción  quedasen.  Y  que  ese  obispo  de 
Denia  residía  en  Toledo,  pruébanlo  sus  posesionéis  , 
enclavadas  no  lejos  de  la  ciudad  del  Tajo.  La  rivalidad 
entre  los  arzobispos  de  Toledo  y  de  Tarragona  acerca 
de  á  cuál  de  las  dos  provincias  había  de  pertenecer 
Valencia,  se  hizo  muy  patente  al  ser  conquistada  por 
ios  cristianos  (i). 


(i)    El  oirchivo,  V,  20.— VII,  140. 


CAPÍTULO  XIII 

Interregno  Almorayide-Almohadb 

(1  1451  líl!) 


TS^S"*™ 


ABEN  SAO 

11*7-1173 

Mino  de  Vílraeú  k 

gím  el  Niibíenie.— Verdulero  nombre  di  Aben 

S.dyd 

urKlAndli 

,„„„,„ 

EXICDIÍÚD 

mínlot.— Su 

liihoi  di 

Utif-O» 

■u  de  Alunita.— Remete 

O.nl. 

""«"■' 

Lu    pl.íl 

de  Ciubñe 

froouritai   con  Yilencta. 

-Don.clDií  d 

■enlimli. 

AllMI    1 

de  Angón.  - 

Vlll.1.1. 

eGnlleno  Cenen  1  loa 

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pumo  en 

i"  ■»■"** 

Aben  S*J,  -Lo»  almohadn  duafioi  de  V 

Itnrii 

reinado  de  Aben  Sad,  el  rey  Lobo  de  nues- 
tros cronistas,  es,  sin  disputa,  de  los  mil 
importantes,  ahora  se  atienda  á  su  lar^a 
duración,  ya  á  los  muchos  sucesos  que  durante  ¿I  ocu- 
rrieron, ó  también  á  la  gran  resonancia  de  esos  mísrnM 
hechos.  Bien  merece,  pues,  nos  detengamrw  en  su 
.estudio.  De  aquel  tiempo  hay  una  preciosa  descripción 
geográfica  de  España,  obra  de  Muhámad  ben  Muhá- 
mad, llamado  también  Xeríf  ai  íidrísf,  ó  el  N'obís 
Edrisita,  conocido,  ademas,  con  el  titulo  de  el  >íiibi«avs. 
Para  no  alterar  luego  la  relación  de  los  %nctvA  po!;?i- 
eos,  comenzaremos  este  capitulo  entresacando  y  i»r,4o 
á  conocer  lo  que  su  libro  encierra  referen**  á  r,  ,<r>íra 
comarca. 


J 


-  5io  - 

Huyendo  de  la  persecución  de  Mahadrel  Fatimita, 
se  refugió  el  año  548  (mar.  1153-54)  en  la  corte  de 
Roger  I  el  Conquistador  (1130-1154),  rey  de  Sicilia. 
Para  corresponder,  en  parte,  á  la  benévola  acogida  del 
monarca,  le  dedicó  un  libro  titulado  «Recreación  del 
deseo,  de  la  división  de  las  regiones»,  y  con  otro  nom- 
bre, «Libro  de  Roger».  Hacíase  en  él  la  explicación  de 
una  esfera  terrestre  de  plata  que  el  príncipe  había  man- 
dado construir  (1). 

Al  Edrisi  escribió  su  geografía  por  el  estilo  de 
Estrabón,  añadiendo  á  cada  uno  de  los  climas  su  tabla 
de  longitudes.  Solían  los  geógrafos  antiguos  hacer  la 
descripción  del  mundo  dividiéndole  en  siete  climas,  y 
cada  uno  en  secciones.  El  geógrafo  árabe  comienza  á 
hablar  de  España  en  la  primera  sección  del  cuarto 
clima.  Fija  la  situación  del  Ándalos,  ó  España,  en  el 
extremo  occidental,  y  dice  que  le  bañan  el  mar  Tene- 
broso (Atlántico)  y  el  de  Xam  ó  de  Siria  (Medite- 
rráneo), que  emana  de  aquél.  Llámase  asi  el  mar  de 
Siria,  por  los  árabes  que  con  Balg  fijaron  su  asiento 
en  la  región  de  Todmir  ó  Murcia.    - 

En  la  costa  del  mar  de  Xam,  después  del  clima 
Elbira  (Granada),  sigúese  el  país  de  Todmir,  en  el 
cual  se  alzan  las  ciudades  Mursia,  Aunóla,  Cartghena, 
Lurca,  Muía  y  Chinchilla.  Dice  que  este  país  linda  con 


(1)  £1  primero  en  dar  una  versión  latina  fué  el  P.  M.  Enrique  Flore?,  en 
la  España  Sagrada,  VIII,  54.— Conde  le  tradujo  directamente  del  árabe,  y 
publicó  la  traducción,  con  el  texto  original,  en  1799.— Dosy  et  Goege  han 
publicado  otra  versión  en  su  Dtscripticn  dé  T  Afrique  et  deV  Espagne.— También 
se  ha  ocupado  detenidamente  de  ese  libro  nuestro  malogrado  amigo  D.  Fran- 
cisco Pons  y  Boigues  en  la  importante  obra  que  con  frecuencia  se  ha  venido 
dtando. 


—  S"  — 

el  de  Cuenca,  donde  están  Aunóla,  ya  nombrada 
antes,  Elx,  Le  can  t,  Cuneca  y  Segura.  Sigue  el  clima 
Argira  ó  Erguirá  (i),  donde  se  alzan  Xateba,  Xucra 
(Alcira)  y  Denia,  habiendo  en  él  muchos  castillos. 
Pasa  luego  al  clima  Murbéter,  donde  se  encuentran 
Valensia,  Murbéter  y  Burriana,  con  muchas  fortalezas. 
Dirigiéndose  á  lo  interior  ó  hacia  el  norte  (i),  sigue 
el  clima  de  Cásim,  y  en  él  están  Alpont  y  Santa  Maria 
de  Aben  Razim  (3). 

Desde  el  país  más  septentrional,  ó  sea  desde  la 
caída  del  nahr  Ebra  hasta  Rabeta  Castaly,  al  occidente, 
hay  16  millas,  y  desde  ella  hasta  el  castillo  de  Penis- 
cola  (hisn  Beniskela),  6  millas.  Es  Peñiscola  castillo 
fuerte,  desde  el  cual  se  cuentan  7  millas  hasta  cumbre 
Abixat  (¿Cbivert?);  y  hasta  medina  Burriana,  al  occi- 
dente, 25  millas.  Desde  Burriana  hasta  Murviedro  se 
cuentan  20  millas.  Hay  en  Murviedro,  cercano  al  mar, 
muchas  alquerías,  edificios,  arboledas  bien  cuidadas  y 
aguas  no  mal  repartidas. 

Desde  Murviedro  hasta  Valencia,  al  /occidente,  12 
millas..  Medina  Valencia  es  metrópoli  de  las  de  España, 
Está  sobre  rio  corriente,  cuyas  aguas  se  aprovechan  en 
el  riego  de  sembrados,  en  sus  jardines  y  en  la  frescura 
de  sus  huertas  y  casas  de  campo.  Está  edifícala  en  un 
llano  y  bien  habitada.  Viven  aüí  muchos  comercian- 
tes y  agricultores.  Hay  mercados,  y  es  !  jfjar  de  pr'Ha 


(2)     Lo»  ir*x%  tr.zziíz  itvxztt  t'-~  ivü^'/t  «.  *í  Of. *:*•'./**>  t*jr'>,  ut 


y  llegada  de  las  naves-  Está  situada  á  tres  millas  del 
mar,  al  cual  se  llega  siguiendo  el  curso  del  rio. 
Desde  Valencia  hasta  Sarcusta  (Zaragoza),  9  jomadas 
sobre  Kenteda;  desde  Kenteda  hasta  hisn  ar  Riahin, 
2  jornadas,  y  desde  hisn  ai  Riahin  hasta  Alcanit,  2  días. 

Desde  Valencia  hasta  Gezira  Xúcar,  18  millas. 
Alcira  está  sobre  el  río  y  tiene  muchos  árboles  fruta- 
les. Desde  Alcira  hasta  medina  Xáteba,  12  millas. 
Játiba  es  ciudad  hermosa,  tiene  alcazaba,  se  bate  en 
ella  mitkal  hermosa  y,acendrada  (1),  y  se  fabrica  papel 
que  no  le  había  más  precioso:  por  lo  que  se  manda  á 
oriente  y  occidente  (2).  Desde  Játiba  hasta  Denia, 
hay  25  millas;  desde  Játiba  hasta  Valencia,  32;  desde 
Valencia  has^a  Denia,  por  la  costa,  65;  desde  Valencia 
hasta  hisn  Golira,  25,  y  desde;  Cullera  hasta  Denia,  40. 
El  castillo  de  Cullera  está  cercado  del  mar.  Es  castillo 
inaccesible,  sobre  la  caída  de  nahr  Xúcar. 

Al  mediodía  del  castillo  hay  un  gran  monte  redon- 
do, llamado  Gebal  Káum  (mons  Caon,  él  Mongó), 
desde  el  cual  se  descubre  Gebal  Yebisat  (Ibiza).  Desde 
Cuenca  hasta  Calaba  (Jalance),  3  días.  Este  último. lugar 
está  fortificado  y  construido  sobre  las  laderas  de  mon- 
tes abundantes  en  pinos.  Cortada  la  madera,  se  la  lleva, 
por  conducción  fluvial,  hasta  Denia  y  Valencia.  Por  el 


(1)  Según  Codera,  O.  C,  sección  V,  también  entonces  se  acuñaban  en 
Valencia,  Denia  y  Murcia  dinares  con  caracteres  muy  elegantes. 

(2)  Hasta  que  Jaime  I  se  apoderó  de  Játiba,  se  usó,  para  nuestros  docu- 
mentos, el  pergamino.  Después,  aún  continuó  mucho  tiempo  la  importancia 
papelera  de  Játiba.  Era  su  papel  muy  grueso  y  lustroso,  por  lo  que  se  con- 
serva muy  bien  después  de  600  años.  £1  registro  de  las  donaciones  de  Valen- 
cia, concluido  en  1249,  se  escribió  en  papel,  y  es  el  primero  qne  se  encuentra 
en  el  archivo  de  Barcelona  (El  Archivo,  I,  373,  nota). 


—  si3  — 
rio  de  Jalance  (Júcar),  va  á  Alcira,  y  desde  allí,  hasta 
el  castillo  de  Cultera,  por  donde  baja  al  mar.  Se  la  em- 
barca para  Denia,  donde  se  emplea  en  la  fabricación 
de  buques,  ó  para  Valencia,  para  la  construcción  de 
casas  (i). 

Denia  es  hermosa  ciudad  marítima,  con  un  arrabal 
bien  poblado.  Está  cercada  de  altas  murallas,  que  se 
prolongan  con  mucho  arte  é  inteligencia  por  la  parte 
de  oriente  hasta  el  mar.  Está  defendida  por  fuerte  alca- 
zaba. Rodéanla  abundantes  viñas  é  higuerales.  Es  puerto 
de  mar  muy  frecuentado,  y  tiene  astillero,   donde  se 


(i)    Es  indudable  que  el  Júcar  fué  navegable  en  la  antigüedad.  Se  cree  que 
la  vuelta  que  hace  rodeando  á  Alcira,  es  artificial,  y  así  aparece  de  reconoci- 
miento pericial  en  1505.  En  la  trova  193  de  masen  Fevrer  (se  ve  qué  desde 
¿ollera  subían  las  naves  hasta  las  inmediaciones  de  Játiba.  Las  presas  para  el 
riego  y  molinos  han  inutilitado  en  su  mayor  parte  la  navegación  por  el  río. 
A  16  de  junio  de  1255  se  concedió  á  Alcira  que  pudiese  aprovechar  el  agua 
del  río  de  los  Ojos,  ó  sean  las  acequias  de  Alasquer  y  Masalavés;  sin  embargo, 
•en  16  de  febrero  de   1 271  se  decretó  lo  necesario  para  que  la  navegación  se 
conservase,  esto  es,  que  en  cada  presa  hubiese  un  portillo,  con  su  compuerta, 
de  25  palmos.  En  1315  hubo  necesidad  de  que  Jaime  II  hiciese  guardar  las 
prescripciones  de  su  abuelo.  Cuando  Pedro  el  Ceremonioso,  en  guerra  con 
Pedro  el  Cruel,  tuvo  consejo,  estando  en  Cuitara,  acerca  del  plan  de  campa- 
ña qué  debía  seguirse,  el  parecer  del  infante  D.  Pedro  fué  que  el  rey  debía 
levantar  el  campamento  de  Cullera  y  que  el  vizconde  de  Cardona,  con  las  17 
galeras,  podía  remontar  el  curso  del  Júcar  y  detenerse  en  Alcira  (20  mayo  de 
1364).  De  un  privilegio  de  Fernando  el  Católico,  expedido  en  Édja  el  4  de 
diciembre  de  1501,  se  deduce  que  la  navegación  fluvial  había  cesado.  En  15 
de  noviembre  de   1393  Juan  I  concedió  á  Valencia  autorización  para  tomar 
en  Tous  agua  del  Júcar;  en  16  de  enero  de  1404  la  otorgó  Martín  el  Humano 
i  la  misma  ciudad  para  que  utilizase  la  acequia  real  de  Alcira  prolongándola 
desde  Guadasuar,  por  Alginet,  Sollana,  Trullas,  Alcaida,  Torre  de  Romaní, 
Almusafes,  Benifayó,  Espioca,  Silla,  Picasent,  Alcacer,  Beniparrell  y  Al  bal, 
hasta  Catarroja.  El  privilegio  para  sacar  aguas  del  Júcar,  le  alcanzó  Cullera 
en  15  de  junio  de  1415,  otorgado  por  Fernando  el  de  Antequera;  Sueca,  en* 2 
de  abril  de   1484;  Escalona,  en  159?»  y  Carcagente,  en  1654  (Historia  de 
Cutiera,  XVIII,  —  El  Archivo,  VII,  306-3 13). 

65 


—  5H  — 
fabrican  embarcaciones.  Desde  allí  parten  naves  hasta 
las  regiones  más  remotas  de  Oriente,  y  la  flota,  en 
tiempo  de  guerra. 

Desde  Játiba  hasta  Bocairente  (Bekirén),  al  occi- 
dente, 40  millas,  y  desde  Denia  hasta  Alcant,  por  el 
mar,  y  al  occidente,  70  millas.  Alicante  es  ciudad 
pequeña,  pero  bastante  poblada.  Tiene  un  mercado 
y  dos  mezquitas  (1),  una  mayor  ó  principal.  El  suelo 
produce  abundantes  frutas,  y,  con  especialidad,  le- 
gumbres, higos  y  uva.  El  esparto  que  allí  crece  se 
exporta  á  todos  los  paises  marítimos.  El  castillo  que 
defiende  á  esta  ciudad  es  muy  fuerte,  y  su  ascensión, 
muy  penosa.  Es  Alicante,  no  obstante  su  pequenez, 
sitio  en  que  se  construyen  buques  para  el  comercio  y 
barcas.  En  sus  inmediaciones  está  la  isla  llamada 
Eblanesa  (isla  Plana).  Dista  de  la  costa  una  milla,  en- 
frente del  río,  y  es  puerto  excelente  y  ensenada  en  que 
las  naves  tienen  muy  buen  abrigo. 

Desde  la  punta  an  Nedhur  hasta  Alicante,  10  mi- 
llas. Desde  Alicante  hasta  medina  Elche,  por  tierra, 
una  jornada  corta.  Desde  Alicante  hasta  las  emboca- 
duras Belx,  57  millas;  y  Belx,  desde  principios  de  sus 
bocas  entran  en  él  muchos  ríos  y  naves.  Y  de  Belx  á 
Gezirath  al  Firén,  una  milla. 

Segura  es  como  ciudad  edificada  por  sus  morado- 
res sobre  la  cumbre  de  un  monte  inaccesible;  y  es  de 
fábrica  buena  y  hermosa.  De  las  laderas  del  monte 
salen  dos  ríos,  uno  de  ellos  es  el  de  Córdoba,  llamado 


(1)    De  una  de  ellas  se  hace  mención  en  la  Crónica  de  Jaime  el  Conquis- 
tador (Traducción  de  Flotats  y  BofaraU,  capítulo  CCLVHI). 


WTW 


—  s*s  — 

mhr  al  Kibir  (el  rio  grande),  y  el  otro,  cuyo  nombre 
es  nahr  al  Abiad  (el  rio  Blanco),  va  de  la  fuente  del 
mediodía  á  Hosain  al  Fered,  lu£go  A  hisn  Muía,  des- 
pués á  Murcia,  capital  del  pais  de  Todmir,  en  una  lla- 
nura, á  orillas  del  rio  Blanco,  y  por  último,  después 
de  pasar  por  Auriola,  desemboca,  por  al  Modwari  en  el 
mar. 

Hecha  esta  reseña  geográfica,  comencemos  por 
averiguar  la  duración  del  reinado  de  Aben  Sad  y  cu¿\l 
fué  su  verdadero  nombre.  La  Numismática  confirma 
loque  dicen  los  autores  árabes  á  quienes  sigue  Conde, 
ó  sea  que  comenzó  su  emirato  en  1 147  y  acabó  en 
1 172  (1),  y  que  se  llamó  Abú  Abdallah  Muhámad 
ben  Sad  (2).  Reconoció  por  Imam  á  Abíi  Alnlalluh 
Muhámad  el  Muktafa,  de  los  Abasidas  (3).  También 
cuenta  entre  sus  antepasados  á  un  Mardanis,  Mardenis 
ó  Merdénix.  Lo  cual  ha  dado  lugar  á  la  siguiente 
conjetura,  no  desprovista  de  fundamento:  «Descono- 
cernos si  realmente  era  cristiano  bautizado,  aunque 
es  muy  probable  que  lo  fuese,  el  famoso  rey  don 


(1)  Del  año  542  (¡ao.  1147-may.  1148)  aún  aparecen  moneda*  <!«  A\uñ 
Ayadh  como  emir  de  Morcía;  7  de  Aben  Sad,  emir  de  Valencia  y  de  Murcia, 
las  hay  desde  el  mismo  542  ha  su  566  (sept,  1170-71)  (Codera,  »p,  firtm,  ')), 

(2)  Eo  an  diñar  se  jo  dei  año  553  (11 58-59,,  *n  excelente  eitjdtt  d«  ton- 
se  lee  en  la  1.»  irea:   «So  hay  Dios  sin  ó  Allab;—  M«h';rrii  §l 

de  Alian. — Se  adhiere  i  la  cnerda  de  AíJah,  el  amir  A  bu  Abdallab— 
Mnháraad  bea  £aad,  ijtúclc  A  lab  »  £0  la  i*.  «Ei  \mtm—K\tu  Ab'l*,lj»h-« 
Mohimud  al  H< ai*  Kainrí— AlUh,  amír— de  los  cre/ent**,  al  Abb*','  t  V 
est  la  leseada  drcafax:  c£a  d  nombre  de  A/bh,  el  cíemente,  el  mmñvri* 
fm¿  araéyfo  este  dioax  ea  Hará*,  *ño  }  J  Í&J  $  (O,  C,f  let^^n  Vj,  0 
m  tt  i~t-mo  fin.  c,  40,  p,  KL  \jy%  *ece»  teytt*  mi*   m*%mo 


'>&    ::',y,4,  **#*  04  (nte'h)< 


(3)    Así  se  *e  por  rnmrfú»  *sj*%  * 
(O.  C,  ap.  afeas,  r  7  *> 


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Lupo  de  la  España,  llamado  Abo- Abdillah,  hijo  de 
Saad  Aben  Merdénix  ó  Aben  Mardenis,  general  de  los 
ejércitos  de  los  hijos  del  emperador  Alfonso  VII,  y 
que  hasta  su  muerte,  en  1172,  conservó  buena  parte 
de  los  estados  de  Valencia  y  Murcia  con  independen- 
cia de  los  almohades;  pero  no  es  dudoso  que  perte- 
necía á  una  antigua  familia  española,  ora  se  interprete 
su  apellido,  según  pretende  Aben  Jalicán,  por  una  voz 
latina  de  significado  soez,  ora  por  Aben  Martinus,  que 
es  la  explicación  adoptada  por  D'Slare»  (1).  Se  le 
conoce,  igualmente,  por  Aben  Lebón,  Lupón,  Lobo  y 
Lope.  Por  más  que  uno  de  nuestros  cronistas  asegure 
que  «á  este  rey  Mahómad  llamaron  los  cristianos  el 
rey  Lobo  ó  Lupón,  aunque  la  causa  dello  no  la  den 
nuestros  historiadores»  (2),  uno  de  éstos,  posterior  á 
aquel  cronista,  dice  que  es  «en  razón  de  su  carácter 
emprendedor  y  valiente»  (3). 

El  historiador  que  da  esta  etimología,  evidencia, 
con  un  documento  sacado  de  los  archivos  de  Genova, 
que  en  el  año  1149,  -dos  después  de  la  toma  de  Alnje- 
ria,  Abu  Aballah  Muhámad  ben  Said  ben  Mordanisch, 
llamado  Boabdil  en  aquel  documento,  «había  llegado 
á  ser  rey  de  Valencia  por  una  serie  de  vicisitudes  cuya 


(1)  El  Archivo,  V,  29. — De  esta  misma  opinión  del  Sr.  Fernández  y 
González  ts  el  Sr.  Simonet,  según  el  cual,  Aba  Abdallah  Muhámad  ben  Sad 
ben  Muhámad  ben  Ahraed  ben  Mardanix  ó  Mardonix,  cuyo  apellido  equivale 
al  español  Martines  era  de  origen  cristiano,  y  «aunque,  sin  abjurar  de  la  ley 
de  Mahoma,  en  que  había  sido  educado,  conservaba  el  espíritu  nacional  here- 
dado de  sus  mayores,  estrechando  relaciones  con  los  príncipes  cristianos, 
coadyuvaba  eficazmente  á  la  restauración  de  España*  (El  Arclnvo%  VI,  173)» 

(2)  Escclano,  III,  1.* 

(3)  Gebhardt,  t.  III,  p*  355.  .-   . 


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(i)    Gc¿fejr£c,  III,  J47-J^ 
Lapo  maihi  por  cf  já<s  : :é*  es  VLvtá&,  V*a*sU*  j  v/k,  4*  tvC****  4*  fe 


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—  $17  — 

explicación  no  nos  ha  conservado  la  historia»  (i).  lín  V 

el  último  capitulo  se  vio  qué  parte  tuvo  en  el  alza- 
miento general  contra  los  almorávides  y  en  los  breves 
reinados  de  Merwán,  Saifadola  y  Aben  Ayadh,  y  cómo 
vino  á  suceder  á  éste.  Aun  en  los  tiempos  de  su 
decadencia,  «pasaba  lo  más  del  tiempo  en  Valencia,  y 
desde  allí  recorría  sus  estados  y  las  ciudades  de  su 
señorío,  que  eran  todas  las  de  la  costa  del  mar  Medi- 
terráneo desde  Tarragona  hasta  Cartagena  al  Ilalfe,  y 
las  fortalezas  de  Murbíter,  Júcar  (Alcira),  Játiba, 
Denia,  Lecant,  Segura,  Lorca  y  la  ciudad  de  Murcia, 
con  todas  sus  comarcas,  y  muchas  villas  en  las  fron- 
teras» (2).  ¿Cómo,  en  medio  de  almorávides  y  de 
almohades,  entre  las  pretensiones  al  emirato  general 
por  parte  de  Aben  Hamdain  y  el  avance  de  los  reyes 
de  Castilla  y  de  Aragón,  pudo  conservar  tantos  estados 
y  por  tan  laígo  tiempo?  La  protección  que  esos  mo- 
narcas le  dispensaron  hízole  sostener  en  situación  tan 
comprometida;  cuando  le  faltó  ese  apoyo,  se  conjura 
ron  contra  él  miembros  ingratos  de  su  propia  familia, 
sus  mismos  subditos  y  los  almohades,  que  sólo  a*f 
hicieron  venir  al  suelo  la  arriesgada  obra  del  abuelo 
del  último  emir  de  Valencia. 

Á  la  muerte  de  Aben  Ayadh,  ocurrida,  cuma  ya 
se  dijo,  en  día  de  giuma  (viernes),  22  de  raUU;  i**  An 
542  (21  ag.  de  1 147),  los  de  Valencia,  cijrrif/lí';ri'Jo  la 
última  voluntad  del  difunto,  proclamaron  por  emir  al 


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-  5i8  - 

caudillo  Aben  Sád  (i).  En  Murcia,  donde  quedó 
investido  con  el  cargo  de  walí  el  naib  de  la  misma  Ali 
ben  Obeidallah  Abúl  Hassán,  así  que  llegó  el  nuevo 
emir  proclamado  ert  Valencia,  dicho  waK  le  saludó  ' 
con  estas  palabras:  «Ya  sabes,  señor,  que  por  tí  entré 
en  esta  ciudad  y  por  tí  la  he  tenido:  tuya  es.»  Aquel 
mismo  día  fué  proclamado  con  gran  solemnidad  en 
Murcia  el  rey  Lobo.  Uno  de  los  que  le  visitaron  fué 
su  suegro  Aben  Hamusek,  señor  de  Segura,  Era  su  naib 
en  Valencia  y  le  dejó  por  walí  de  Murcia,  por  tener  en 
él  gran  confianza  el  Emir.  Acabadas  las  fiestas  de  la 
proclamación,  que  fueron  muy  ruidosas,  volvió  á  Va- 
lencia. Fué  la  proclamación  de  Aben  Sad  en  Murcia  el 
primer  día  de  giumada  i.a  de  542  (29  sept.  1147  (2). 


(1)  Así  describe  Escolano  el  comienzo  de  su  reinado:  «Como  en  África 
se  entendió  la  rota  y  desastrada  muerte  de  Ali  ben  Yiisuf,  ai  punto  saludaron 
por  rey  á  su  hijo  Brahim  ben  Ali,  que,  por  la  misma  razón,  comenzó  i  serlo 
de  Valencia  en  dicho  año  de  1 1 15;  mas  los  caudillos  moros  i  quien  su  padre 
Ali  había  dejado  encomendados  los  reinos  y  ciudades  de  España,  se  alzaron 
con  ellos  y  se  hicieron  llamar  reyes.  Estaba  por  adelantado  en  Murcia  un 
valiente  moro  por  nombre  M-haraete  Aben  Zihat,  que  había  servido  i  los 
reyes  almorávides  padre  y  agüelo  de  Abrahim  con  mucho  valor  y  fidelidad  en 
las  guerras  del  reino  de  Valencia,  y,  con  la  mudanza  de  nuevo  rey,  la  hizo  él 
de  su  condición  y  costumbres,  y  se  alzó  con  los  dos  reinos  de  Valencia  y 
Murcia  el  año  n  17,  ó,  lo  más  largo,  11 18  (Escolado,  III,  1  y  2).»  Si  á  dichas 
fechas  se  añade  treinta,  se  acierta  en  los  años  de  la  muerte  de  Ali  y  de  la 
proclamación  de  Aben-  Sad.  Ibrahim  fué  hijo  y  sucesor,  no  de  Ali,  sino  de 
Tcxufín,  su  hijo.  Durante  su  reinado  fué,  con  efecto,  la  sublevación  de  los 
muslimes  de  España,  que  procuraron  restablecer,  y  en  parte  lograron,  los 
llamados  reinos  de  taifas.  Como  se  ha  visto,  Aben  Sad  era,  con  efecto/  ade- 
lantado ó  naib  de  Murcia.  En  1140  se  acuñaron  ya  monedas  suyas  en  Murcia. 

(2)  Conde,  III,  40.— El  señor  de  Segura,  que  también  lo  era  de  Jaén, 
Úbeda  y  Baeza,  tenía  por  nombre  Ibrahim  ben  Áhmed  ben  Mofrig,.  y  por 
apellido  Aben  Hamusek,  ó  Harauxco.  Era  capitán  muy  valeroso  y,  aunque 
de  origen  cristiano,  nacido  en  el  Islamismo.  Estuvo  durante  mocho  tiempo 
á  las  órdenes  de  Aben  Sad  (Simonet,  1.  c). 


-  S«9  - 

Por  entonces  daba. pruebas  de  gran  valor  y  astucia 
política  el  que  fué  gobernador  almoravide  de  Valendia 
desde  113 4  hasta  1139,  cuando  menos*  Aben  Gania, 
tío  del  walí  que  cedió  el  puesto  á  Merwán,  estaba  em- 
peñado en  derribar  del  poder  al  emir  Hamdain,  émulo 
que  había  sido  de  Saifadola.  No  pudiendo  Hamdain 
sostenerse  en  Córdoba  contra  Aben  Gania,  él  y  los 
suyos  se  recogieron  a  Andújar.  Persiguiólos  el  caudillo 
almoravide  y  puso  en  gran  aprieto  la  ciudad  en  que  se 
habían  refugiado.  Cuando  Hamdain  se  vio  perdido, 
envió  mensajeros  al  Emperador,  diciéndole:  «Aben 
Gania  y  su  ejército- me  tienen  cercado;  compadécete  de 
mí  según  tu  gran  misericordia  y  acude  á  libertarme, 
que  yo  y  mis  parciales  te  serviremos  con  lealtad.» 
Alfonso  llamó  á  uno  de  sus  mejores  capitanes,  y  le 
dijo:  «Escoge  de  entre  mis  soldados  aqueltos  que  mejor 
te  parecieren,  y  corre  á  Andújar;  conservad  esta  ciudad 
tú  y  Hamdain,  que  yo  iré  en  pos  dé  tí.»  Un  lucido 
ejército  castellano  fué  á  Andújar,  y  fuera  de  ella  sos- 
tuvo con  Aben  Gania  muchos  encuentros,  en  los  que 
de  uno  y  otro  campo  perecieron  no  pocos  (1). 

Esto  fué  en  la  Era  1184  (1146).  Como  el  Empe- 
rador prometiera,  entró  en  Andalucía.  Era  tan  pode- 
roso 5u  ejército,  que  no  pudiendo  Aben  Gania  resis- 
tirle, tuvo  que  entregar  las  llaves  de  Córdoba  el  día 
último  de  jaban  (12  febrero)  (2).  Saquearon  los  cris- 


(1)  £1  autor  4  quien  sigue  Conde  (III,  40),  confunde  el  auxilio  prestado  i 
Hamdain,  diciendo  que  se  dio  á  Aben  Gania. 

(2)  También  en  el  año  ha  de  liaber  equivocación  al  señalar  el  $41,  pues 
resultaría  la  entrega  de  Córdoba. «2  d% febrero  de  1147,  cuando  hay  docu- 
mentos fehacientes  que  acreditan,  fuá  en  1146.  Así,  Castro  escribe  en  la  Cró- 


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—   520   — 

tianos  una  parte  de  la  ciudad  y  su  mezquita  mayor. 
Quería  Alfonso  quedarse  con  aquella  capital;  pero  Aben 
Gañía  le  convenció  de  que  le  convenia  más  la  ciudad 
de  Baeza,  por  caer  más  cerca  de  las  fronteras  de  Tole- 
do (1).  Aceptó  el  Emperador  este  partido,  porque, 
venidos  á  España  los  almohades  en  muhárram  de  540* 
(jun.-jul.  1 146),  y  dueños  de  Jerez,  Medina-Sidonia  y 
Sevilla,  en  la  cual  habían  entrado  en  12  de  jaban  (6 
enero),  acordó  retirarse  para  allegar  gentes  y  oponerse 
con  todo  su  poder  á  los  almohades  (2). 

Con  la  muerte  de  Ibrahim  (24  marzo),  Aben  Gania 
se  entregó  en  brazos  del  Emperador  y  le  sirvió  con 
lealtad.  Era  entonces  Almería  albergue  de  piratas, 
cuyas  depredaciones  se  hacían  sentir  en  las  costas  de 

nica  del  Rey  de  Castilla  Don  Sancho  el  Deseado,  c.  V:  «Este  ezerdto  que  for- 
maua  el  Emperador,  era  para  conquistar  la  ciudad  de  Coria,  que  la  ganó  en 
este  año,  y  después  las  de  Baeza  y  Cordoua,  donde  auia  estado  untos  siglos 
la  corte  de  los  sarrazenos,  que  desde  aquí  la  passaron  i  Granada.  Estas  dos 
ciudades  fueron  ganadas  en  este  año,  antes  del  mes  de  Agosto,  como  consta, 
en  un  privilegio  del  mesmo  Emperador,  su  fecha  en  Toledo  en  la  Iofraoctaaa 
de  la  Assumpción  de  nuestra  Señora,  donde  dize  que  le  otorgó  poco  después 
que  ganó  á  Cordoua,  y  hjzo  su  vasallo  á  Abingania,  Príncipe  de  los  Moabitas. 
El  siguiente  año  de  1147  g*°ó  ^  Emperador  la  ciudad  de  Almería....» — Y  en 
carta  de  donación  expedida  en  19  de  agosto  de  1 1 50  en  el  monasterio  de  E  si  onza, 
se  lee:  «Post  redditum  fossati  quo  prsenominatus  Imperator  principem  mauro- 
rum  Abioganiam  sibi  vasallum  fecit  et  quandam  partem  Cordubae  depraedavit 
cum  mezquita  maiori...  (Sandoval,  Chrónica  del  ínclito  Emperador,  etc.,  LV.)» 

(1)  Conde,  1.  c. — Sobre  la  conquista  de  Baeza,  dice  don  Rodrigo:  «Mauri 
íncolas  quia  resistere  non  valuerunt,  eius  dominio  se  dederunt,  et  ei  urbts 
prassidium  dederunt,  quod  ipse  incontinenti  replevit  bellatoribus  et  incolts 
christianis;  et  remanserunt  mauri  sub  tributo  (Parte  Vil,  cap,  XI).»—  Zuri- 
ta, II,  6. 

(2)  Conde,  1.  c— En  los  Anales  Toledanos  Primeros,  se  refiere  de  este 
modo  la  entrada  de  Aben  Gania  en  Córdoba  y  su  sumisión  al  Emperador: 
«El  Rey  Abengama  sacó  al  Rey  Aben  Hamdín  de  Cordova  en  e4  mes  de 
Febrero:  después  en  el  mes  de  Mayo  prisó  el  Emperador  á  Córdova,  é  des- 
pués dióla  á  Abengama,  Era  MCLXXXIV.» 


—  5*1   — 

Siria,  del  Imperio  Bizantino,  Sicilia,  Genova,  Pisa, 
Francia,  Cataluña,  Portugal,  Galicia  y  Asturias.  El  Em- 
perador envió  el  obispo  de  Oviedo,  Arnaldo,  al  conde 
de  Barcejona  y  á  Guillermo,  señor  de  Mompeller, 
rogándoles  que  para  salvación  de  sus  almas,  acudiesen 
el  día  i.°  de  agosto  á  destruir  aquel  nido  de  piratas. 
Prometieron,  con  la  república  de  Genova,  que  no 
harían  falta  en  aquella  empresa  (i). 

En  mayo  comenzaron  á  moverse  las  huestes  de  las 
diferentes  comarcas  sometidas  á  Alfonso,  á  cuyo  frente 
iban  los  más  ilustres  capitanes.  A  engrosar  aquel  ejér- 
cito acudió  el  rey  de  Navarra,  García  V.  Vino  de  Francia, 
entre  otros,  el  conde  Guillermo  VIII  de  Mompeller.Las 
naves  de  Barcelona,  Genova  y  Pisa,  mandadas  por  Ra- 
món Berenguer  IV,  fueron. á  completar  por  el  mar  el 
cerco.  Aben  Gania,  con  sus  almorávides  y  los  descon- 
tentos de  Murcia,  entraron,  en  unión  con  el  Empera- 
dor, en  Andalucía,  talaron  los  campos,  robaron  los  gana- 
dos y  se  pusieron  sobre  Almería.  «Venía  por  caudillo  el 
Embalatur  Aladfuns  con  infinita  chusma  de  caballería  y 
^  de  infantería  que  cubría  montes  y  llanos,  y  no  les  basta- 
ba para  bebida  toda  el  agua  de  fuentes  y  ríos,  y  para 
mantenimiento  las  yerbas  y  plantas  de  aquella  tierra: 
temblaban  y  retumbaban  los  montes  debajo  de  sus 
pies...  Cercaron  la  ciudad  por  mar  y  tierra,  que  no  podían 
entrar  en  ella  sino  águilas»  (2). 


( 1)  Chronica  Adefonsi  Imperatoris, 

(2)  Conde,  III,  41. — Algo  más  lejos  vaa  en  la  hipérbole  los  versos  con 
que  el  autor  de  la  Chronica  Adefonsi  Imperatoris  da  término  i  su  precioso  tra- 
bajo. Sólo  de  las  huestes  de  la  Extremadura  de  entonces,  canta: 

Si  coeli  stelas,  turbati  vel  marís  uadas, 
Si  pluvias  guttas,  caraporum  necnon  et  herbas, 

66 


—  522  — 
¿Quién  era  el  que  en  Almería  desafiaba  las  iras  de 
aquella  coalición?  No  eran  almorávides,  que,  con  Aben 
Gariia,  estaban  en  el  campo  sitiado*;  tampoco  los 
almohades,  ni  menos  los  vasallos  de  Hamdain.  Era 
Yahya  Aben  Hud,  familia  que  en  España  pretendía,  a 
despecho  de  muslimes  y  cristianos,  conservar  el  lustre 
de  sus  antepasados,  y  con  igual  objeto  ponía  en  África 
en  gran  aprieto  al  califa  Abdelmumen.  *\lmeria  des- 
pués de  un  cerco  de  tres  meses,  se  rindió  por  avenen- 
cia á  Alfonso  el  día  17  de  octubre  de  1147  (1),  cuando 
ya  había  perdido  en  las  salidas  la  flor  de  su  caballería 
y  cuando  no  quedaba  en  la  ciudad  quien  la  defendiese. 
En  África,  Muhámad  Aben  Hud,  hijo  de  Abdallah 
Aben  Hud,  después  de  haber/  reducido  los  dominios 
de  Adelmumen  á  solas  las  ciudades  Marruecos  y  Fez, 
pereció  en  la  batalla  que  sostuvo  poco  después  del 
primer  día  de  dilcada  de  542  (24  abril  1148)  (2). 


Ordine  quis  nosset,  populum  numerare  valeret. 
Vina  bibens  multa  largo  cum  pane  suflulta, 
Ferré  valet  pondus,  sestatis  despícit  sestus. 
Opperit  hoc  terram  velut  innumerata  locusta, 
Coelum  sí  ve  mare  non  suíTicít  hoc  satiare, 
Disrumpunt  montes,  exsiccant  ordine  fon  tes, 
Quando  consurgunt,  coelorum  lumina  tollunt 
Gens  fera,  gens  fortis,  metuens  non  pecula  mortis. 

(i)  Esta  es  la  fecha  que  da  Sandoval,  en  el  cap.  LII  de  la  Cbrónica  del 
Ínclito  Emperador  don  Alfonso  VIL  Si  el  sitio  comenzó  en  i.°  de  agosto, 
según  se  lee  en  la  crónica  latina,  y  duró  el  sitio  tres  meses,  como  se  ve  en 
Conde,  Almería  se  rindió  en  i.°  de  noviembre,  fecha  poco  diferente  de  la 
consignada  en  el  texto.  Pero  Conde,  que  consigna  la  duración  del  sitio,  dice 
que  terminó  en  fin  del  año  542  (21  mayo  de  1148),  lo  cual  mal  se  acomoda 
con  aquella  fecha,— -Zurita,  1.  c— En  los  Anales  Toledanos  sólo  se  lee:  «Pri- 
sieron  Christianos  Genueses  Almerfa  en  el  mes  de  Octubre,  Era  MCLXXXV.» 

(2)    Conde,  III,  41.— Fernández  y  González,  Los  Mudejares  de  Castilla,  V, 


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—  523  — 

Aún  siguió  Aben  Gania  corriendo  la  tierra  y  sojuz- 
gando pueblos,  para  lo  cual  no  vacilaba  en  respetar  en 
sus  empleos  á  los  alcaides  del  bando  de  Hamdain. 
Todo  era  menester  para  contener  á  los  almohades, 
que  llegaron  á  establecer  sitio  sobre  Córdoba.  Se 
defendió  con  admirable  tesón  Aben  Gania,  pero  tuvo 
que  abandonar  la  capital,  que  no  tardó  en  rendirse. 
Imploró  el  caudillo  almoravide  el  auxilio  de  Al- 
fonso VII,  y  el  rey  de  Castilla  le  envió  alguna  caba- 
llería con  él  conde  D.  Manrique  (1). 

Relacionado  con  esto  se  lee  en  las  adiciones  y 
tabla  del  libro  de  Sandoval  (2):  «Deste  año  de  la  Era 
1 186  (1 148)  no  hay  otra  memoria  en  este  libro  mas 
que  de  un  notable  peligro  en  que  se  vio  el  Empera- 
dor, por  trayción  que  Abengami,  aquel  valiente  moro 
de  Córdoba,  le  armó,  deseando,  por  este  medio,  matar 
á  tan  señalado  principe,  ya  que  por  otro  no  era  pode- 
roso. Dize  esta  memoria:  «dixo  Abengama  al  Empe- 
rador que  fué  con  él,  é  quel  daríe  Jaén,  e  quísolo 
prender  á  trayzón.  E  fué  con  el  conde  don  Manrich, 
é  prisieron  lo  allá,  e  otros  ricos-ornes  muchos  con  él 
á  trayzón;  mas  después  murió  Abengama,  é  los  que 
los  guardavan,  dieron  los  de  mano  al  conde,  é  á  todos 
los  otros,  Era  1186  (1148)...»  (3). 

Receloso  Aben  Gania  del  Emperador,  imploró  el 
auxilio  de  los  almohades,  los  cuales  le  persuadieron  á 


(1)  Conde,  111,  41  y  42. 

(2)  Cap.  LIV. 

(3)  Y  continúa  Sandoval:  cCon  tanta  brevedad  díze  un  caso  tan  notable; 
ni  hallo  qué  dezír,  mis  de  lo  que  cada  uno  puede  imaginar  de  lo  que  en  esta 
maraña  dd  moro  de  Córdova  huvo.  V  lo  que  $aco  deUa,  qae  fué  »u  merecida 
muerte.» 


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que  les  cediera  Córdoba,  á  fcambio  del  señorío  de 
Jaén.  Débil  para  la  resistencia  Aben  Gania,  apeló  á  la 
astucia.  Prometió  al  Emperador  entregarle  la  alcazaba 
de  la  capital.  No  pudo  apoderarse  de  Alfonso  mediante 
aquella  traición,  de  la  cual  fueron  víctimas  el  conde 
don  Manrique  y  muchos  otros  ricos  hombres.  Se 
vieron  libres  de  la  prisión  después  de  muerto  aquel 
mismo  año,  cuando  intentaba  la  alianza  del  almora- 
vide  Al  Maymún  con  los  almohades  (i). 

No  había  Ramón  Berenguer  IV  descansado  aún 
de  la  empresa  de  Almería,  acabada  con  tanta  prospe- 
ridad, y  ya  se  preparaba  para  otra.  Volvió  el  conde 
con  la  armada  genovesa  á  la  playa  de  Barcelona, 
y,  como  era  tiempo  de  invierno,  se  detuvieron  allí 
la  mayor  parte  de  los  genoveses,  y  su  armada  pasó 
á  Italia  á  prevenirse  para  el  verano  siguiente.  Quería 
el  esposo  de  doña  Petronila  ensanchar  sus  estados 
á  costa  de  los  muslimes  y  destruir  otra  guarida  de  los 
corsarios  de  occidente.  El  29  de  junio  se  hizo  á  la 
vela  la  armada  de  los  aliados,  desde  Barcelona,  y 
el  i.°  de  julio  llegó  á  la  boca  del  Ebro.  Por  mar  y  por 
tierra  se  puso  sitio  á  Tortosa.  Prodigios  de  valor 
hicieron  los  sitiados;  pero  se  vieron  precisados  á  soli- 


(1)  Fernández  y  González,  Los  Mudejares  de  Castilla,  P.  I,  c.  V. — Esta  expli- 
cación desvanece  las  dudas  que  se  manifiestan  en  las  adiciones  y.  tabla  del 
libro  de  Sandoval;  que  en  el  índice,  cap.  LVI,  escribe:  «La  muerte  deste 
Abengami  fué,  según  la  memoria  referida,  en  la  Era  1186  (1148),  quando 
urdió  aquella  trayción  en  Jaén;  si  no  es  que  se  anticipó  á  dezirla,  pudiendo 
aver  sido  la  trayción  aquel  año,  y  la  muerte  del  traydor,  en  éste;  ó  que, 
después  de  él  muerto,  el  Emperador  fué  con  su  exército  á  tomarle  la  tierra  y 
vengar  la  ofensa  hecha  á  sus  cavalleros;  y,  así,  sucedió  la  batalla  con  los 
muzraitas.»  Esta  presunción  está  confirmada  por  los  autores  á  quienes  sigue 
Conde. 


-  5*5  — 

i 

citar  una  tregua  de  cuarenta  dias  al  fin  de  los  cuales, 
si  no  les  acudía  el  socorro  que.  esperaban  del  emir 
de  Valencia,  rendirían  la  plaza,  como  así  lo  hicieron 
el  Hía  último  del  año  1148.  Lérida  y  Fraga  se  entre- 
garon el  24  de  octubre  de  1 149;  y  á  Mequinenza  le  cupo 
igual  suerte  en  el  mismo  año  (1). 

No  entraba  en  el  plan  del  principe  de  Barcelona 
terminar  ahí  su  obra,  cuando  en  dicho  año  1149 
premió  á  don  Guillen  Ramón  de  Moneada  sus  buenos 
,  servicios  haciéndole  merced  de  Peñíscola.  «Puede  pre- 
sumirse que  la  había  ya  conquistado,  porque  en  la 
escritura  de  donación  no  se  usa  la  fórmula  de  cos- 
tumbre indicando  que  el  beneficio  se  otorgaba  para 
cuando  el  objeto  donado  saliese  del  poder  de  los 
moros.  En  este  caso,  necesario  será  advertir  que 
dicho  castillo  volvió  más  tarde  al  poder  de  los  sarra- 
cenos» (2). 

En  este  mismo  año,  el  emir  de  Valencia  se 
declaró  vasallo  de  Ramón  Berenguer  IV,  y,  en  recono- 
cimiento de  feudo  y  homenaje,  le  daba  todos  los 
años  cierta  cantidad  en  oro  (3).  Bien  necesitaba  Aben 
Sad  el  auxilio  de  dos  vecinos  tan  poderosos  como  los 
reyes  de  Aragón  y  de  Castilla;  porque,  de  otro  modo, 
imposible  le  hubiera  sido  resistir  el  empuje  de  los 
almorávides,  quienes  al  valor  de  la  barbarie  nnhu 
el  ardor  del  fanatismo.  Xi  el  uno  ni  el  otro  aban do- 


(i)  Znriu,  ^Anales  é¿  *A*Q£<m,  JI,  %  y  y  —Ut  <*to*  fcteho*  ó*  Vtmbx 
Bereogoer  IV,  se  kapl*  «j  ií*  Aoait*  T'jled*wK  *K«  p'***  'Jvm*a, 
Era  MCLXXXVL— Fue  pr«»  Jt*j$*  •  l*r>¿»,  •  M^utw,  J>r*  M'XXX/VJi* 

(2)  Historia  de  CttoUlét/r.,  y,  #,. 

(3)  Zorita,  +Antúei  dt  lAtagxm,  ¡1**7 


—   $26,  — 

naron  al  emir  de  Valencia,  que  de  tanto  provecho  les 
era  en  aquellas  circunstancias. 

«Entrado  el  año  545  (abr.  1 151-52),  el  rey  Aladfuns  de 
Toledo  partió  en  ayuda  de  Aben  Gania  y  de  sus  almorávides;  y, 
aunque  ya  sabia  su  muerte,  se  declaró  amparador  de  los  de 
su  bando,  y  no  paró  hasta  que  vino  á  los  campos  de  Córdoba  y 
cercó  la  ciudad;  sus  campeadores  talaban  la  comarca  y  quemaban 
los  pueblos,  y  robaban  los  ganados  y  mataban  á  los  infelices 
moradores  de  Andalucía»  (t). 

Dice  Sandoval  que  el  Emperador  entró  con  pode- 
roso ejército  en  Andalucía  y  llegó  hasta  Córdoba,  á  la 
cual  puso  sitio,  durante  el  cual  murió  el  obispo  de 
Burgos,  dia  de  San  Juan  (24  de  junio).  Dice  más: 
«que  el  23  de  julio  pelearon  en  batalla  campal  junto  á 
Córdoba  los  cristianos  contra  30.000  almohades  y 
otros  moros  andaluces,  y  que  éstos  fueron  vencidos 
y  rotos»  (2). 

El  avance  simultáneo  de  los  monarcas  de  Castilla 
y  de  Aragón  podría  algún  dia  ocasionar  disensiones 
entre  ambos  reinos,  las  cuales  convenía  prevenir  y 
evitar.  Este  fué  uno  de  los  puntos  que  trataron 
Alfonso  Vil  y  Ramón  Berenguer  IV  en  la  entrevista 
que  tuvieron  en  Tudelín,  cerca'  de  Aguas  Caldas, 
en  Navarra,  el  27  de  enero  de  1151,  Además  de  con- 
venir en  el  modo  de  hacer  la  guerra  al  rey  de  Navarra 
y  en  el  repartimiento  de  los  despojos,  resolvieron  qitó 
de  las  tierras  que  aún  quedaban  en  poder  de  infieles, 
tocarían  al  principe  de  Aragón:  Valencia,  con  toda 


.  (1)    Conde,  III,  4a.— Fué  el  año  lijo,  según  los  Anales  Toledano»:  «Cercó  el  Emperador  Cor- 
dova,  Era  MCLXXXVlIl.i 

(2)    Chrónica  del  ínclito  Emperador  den  •Alfonso  Vil,  c.  LV. 


—  5^7  — 

la  tierra  que  hay  desde  el  Júcar  hasta  los  límites  del 
reino  de  Tortosa,  y  Denia  y  su  señorío,  con  el  mismo 
reconocimiento  y  homenaje  que  Sancho  Ramírez  y 
Pedro  I  hicieron  por  el  rey  de  Navarra  á  Alfonso  VI; 
y,  además,  la  ciudad  de  Murcia  y  su  reino,  con  excep- 
ción de  los  castillos  Lorca  y  Vera,  con  sus  términos, 
con  condición  de  que  el  Emperador  le  ayudaría  á 
la  conquista  y  que  el  príncipe  de  Aragón  y  los  suyos 
tuviesen  á  Murcia  y  su  reino  de  la  manera  que  tenían 
por  Alfonso  VII  la  ciudad  de  Zaragoza  y  su  reino; 
pero  si  Ramón  Berenguer  conquistaba  á  Murcia  sin 
auxilio  del  Emperador,  la  tendría  con  igual  pacto  que 
á  Valencia  (i). 

Influyera  ó  no  este  acto  en  el  ánimo  de  Aben  Sad, 
es  lo  cierto  qu?  al  año  siguiente,  en  fin  de  1152,  apa- 
rece ya  el  emir  de  Valencia  como  vasallo  del  rey  de 
Aragón.  Á  estos  tiempos  atribuye  la  tradición  un 
.suceso  que  tiene  por  comienzo  unas  negociaciones  de 
paz  entabladas  por  Aben  Sad  con  el  conde  de  Barce- 
lona (2).  Lo  cierto  es  que,  en  testimonio  de  autores 


(1)  Zurita,  II,  10.— Diago,  VI,  20.— Sandoval  (c.  LVIII)  escribe  qne  el 
convenio  se  celebró  en  fin  de  enero  de  la  Era  1 190  (1152).  El  tino  con  que 
los  dos  primeros  proceden,  nos  hace  adoptar  como  verdadera  la  fecha  qne 
ellos  señalan. — En  cambio,  en  \*  Historia  de  don  }dime>  traducción  de  Flotáis 
y  Bofarull,  pág.  301-302,  nota,  se  hace  constar  que  el  convenio  se  celebró 
seis  días  antes  de  las  calendas  de  febrero  del  año  1150. — Téngase  en  cuenta 
que  las  fechas  de  los  documentos  comprendidos  entre  los  días  25  de  diciem- 
bre y  24  de  marzo,  se  prestan  á  la  mayor  anfibología. 

(2)  Lobo,  rey  moro  de  Valencia,  llamó  un  día  á  Áhmed,  hijo  segundo 
del  arráez  de  Carlet,  y  le  encargó  que  fuese  á  ajustar  un  armisticio  con  Ramón 
Berenguer  IV.  Áhmed,  seguido  de  cuatro  caballeros,  penetró  en  Cataluña.  Al 
cruzar  un  espeso  bosque,  le  sorprendió  una  tempestad.  Á  pesar  del  viento 
huracanado  y  del  continuo  retumbar  del  trueno  y  de  uua  lluvia  torrencial, 
llega  á  sus  oídos  el  rumor  de  un  canto  harmonioso.  Aprovechando  la  des- 


—  5*8  — 

cristianos  y  árabes,  poco  después  obraba  Aben  Sad 
secundando  los  planes  de  los  monarcas  de  Aragón  y 
de  Castilla,  declarado  vasallo  de  Alfonso  VII  y  de 
Ramón  Berenguer  IV. 

Por  carta  de  donación  que  de  unas  casas  deL  emir 
Aben  Razín  hizo  Alfonso  VII,  se  ve  que  el  día  n  de 
julio  de  '1151  estaban  el  Emperador  y  sus  hijos 
Sancho  y  Fernando  en  Jaén  esperando  que  las  naves 


lumbradora  é  instantánea  luz  del  relámpago,  aquellas  voces  le  atraen  como  el 
imán  al  hierro.  Cuando  menos  lo  esperaban  los  monjes  de  Poblé  t,  sorprén- 
deles la  presencia  de  Áhmed.  Conviértele  el  abad  á  la  religión  del  Crucificado, 
y  poco  después,  Bernardo,  el  que  antes  se  llamara  Áhmed,  edificaba  con  su 
vida  austera  y  santidad  de  costumbres  á  sus  mismos  compañeros  de  claustro. 
Muchas  fueron  las  conversiones  de  los  moros  de  la  comarca,  debidas  al  celo 
evangélico  del  nuevo  apóstol  de  Cristo.  Es  pródigo  de  limosnas,  y,  sin  em- 
bargo, los  bienes  de  la  comunidad  van  en  aumento.  Sus  compañeros  le  aman, 
los  pobres  le  bendicen,  los  que  detestaron  los  errores  del  falso  Profeta  le 
miran  como  ángel  de  salvación,  todos  le  admiran.  E[  que  con  los  extraños  se 
porta  como  hermano,  no  había  de  tener  en  olvido  ni  podía  mirar  con  indife- 
rencia la  suerte  eterna  de  sus  hermanos.  Anuncia  al  abad  su  propósito  de 
visitar  la  casa  paterna  para  anunciar  allí  el  Evangelio,  y  el  abad  le  predice  su 
próxima  muerte.  Durante  el  tiempo  que  Bernardo  estuvo  ausente  de  su  casa, 
su  padre  había  bajado  al  sepulcro,  y  el  primogénito  había  heredado  la  cuan- 
tiosa fortuna  de  sus  mayores.  Las  dos  hermanas,  Zaida  y  Zoraida,  reciben  como 
los  campos  sedientos  la  lluvia,  la  celestial  doctrina  que  su  buen  hermano  les 
anuncia.  Almanzor,  en  cambio,  persiste  tenaz  en  sus  errores.  Brama  de  coraje 
en  presencia  del  cambio  tfe  fe  de  sus  hermanos,  y  ellos,  antes  que  ser  vícti- 
mas de  las  amenazas  que  profiere  Almanzor,  abandonan  el  hogar  paterno, 
pretenden  ganar  el  Júcar,  entrar  en  una  barquilla,  surcarle  y  vivir  tranquilos 
profesando  la  nueva  religión  en  los  estados  de  Ramón  Berenguer.  Fué  mayor 
que  su  fortuna  la  diligencia  de  Almanzor  en  alcanzarlos:  degüella  á  María  y 
Gracia,  y  Bernardo  muere  murmurando  palabras  de  perdón  con  la  frente  atra- 
vesada por  un  clavo.  (Víctor  Balaguer,  Contes  espagnols,  ed.  París,  1889,  pági- 
nas 145-149).— Hay  que  leer  con  prevención  cuanto  escriben  los  más  de  los 
novelistas  históricos,  que  de  ordinario  tienen  poco  respeto  á  la  verdad;  y  no 
es  el  escritor  catalán  quien  menos  peca  de  este  mal. — Poco  importa  que  en 
esta  parte  vaya  de  acuerdo  con  algunos  de  nuestros  cronistas,  afanosos  de 
milagrerías,  que  tanto  daño  causan  á  la  Religión, 


de  Cataluña  llegasen  á  Sevilla;  y  en  el  mismo  docu- 
mento se  confirma  la  victoria  que  aquel  mismo  año 
alcanzó  de  los  almohades  junto  á  Córdoba  (i). 

Tampoco  entonces  faltó  á  su  deber  Ramón  Be- 
renguer  IV,  En  marzo  de  1152  había  vuelto  á  Zara- 
goza, después  de  haber  ido,  con  su  ejército,  en 
socorro  del  rey  de  Valencia,  que  era  s\i  vasallo, 
contra  los  almohades,  moros  muy  poderosos  enemigos 
de  Lobo  (2). 

En  el  año  546  (abr.  115 1-52)  vino  á  España  Abu 
Hafs,  y  con  él,  Cid  Abu  Said,  hijo  del  emir  Abdelmu- 
men,  con  propósito  de  rescatar  de  manos  de  cristia- 
nos á  Almería.  Sitiáronla  por  mar  y  por  tierra.  Para 
impedir  la  salida  á  los  sitiados  y  evitar¿  á  la  vez,  que 
les  llegase  auxilio,  Cid  Abu  Said  mandó  alzar  una 
cerca  en  torno  de  los  muros.  Alfonso  VII  y  su  cuñado 
Ramón  Berenguer  no  habían  dé  dejar  que  fácilmente 
se  perdiera  una  plaza  que  tantos  esfuerzos  les  había 
costado  conquistar.  El  primero  envió-  en  auxilio  de  la 
plaza  á  su  vasallo  Aben  Sad  con  otros  capitanes,  y 
alzaron  otra  cerca  con  que  dejaron  encerrados  á  los 
mismos  almohades.  Todos  los  dias  se  trababan  san- 
grientas  escaramuzas,  en  que  los  de  la  plaza,  los  almo- 


(i)    Facta  carta  quando  Imperator  iacebat  su  per  Jaén  expectante  ñau 

Francorum,  quae  debebant  venirc  ad  Siviliam.  Era  M.C.LXXXIUj.  quinto 
Idus  Julii.  Et  eodem  auno  quo  Imperator  puguavit  in  lilis  Mutmitis  super 
Cordubam  et  divicit  eos,  (Los  Mudejares  de  Castilla,  p.  302).— Por  los  Anales 
Toledanos  se  ve  que  Alfonso  VII  estaba  en  Jaén  el  año  1151,  y  en  Gua- 
dix,  el  1152. 

(»)  •  Zurita,  ^Anales  de  *Aragón,  II,  n. — El  vasallaje  con  Ramón  Beren- 
guer IV  y  con  Alfonso  VII  le  tuvo  Aben  Sad  hasta  la  muerte  de  aquellos 
monarcas.  En  escritura  otorgada  enPaletítia  en  11 56,  confirman  con  título 
vasalli  lmperatorisy  entre  otros»  Rfix  Murciíe  (España  Sagrada,  XXII). 

en 


—  530  — 
hades  y  las  tropas  que  acaudillaba  el  emir  de  Valencia 
realizaban  insignes  proezas.  Los  de  Aben  Sad  se  con- 
vencieron de  que  el  hijo  de  Abdelmumen  no  alzaba  el 
sitio,  y  se  retiraron  (i). 

En  otro  libro  se  lee  que  Aben  Sad,  «dotado  de 
actividad  infatigable,  restituyó  á  la  obediencia  la  ciu- 
dad de  Almería,  que  se  había  perdido  en  1152,  ponién- 
dola bajo  la  autoridad  de  un  sobrino  suyo»  (2),  Según 
esto,  Almería,  ganada  en  1147,  se  perdió  en  11 52;  se 
ganó  poco  después,  y  volvió  á  perderse  en  1157.  Del 
sobrino  á  quien  confió  la  custodia  de  Almería,  dice 
más  adelante  el  mismo  autor,  que  engañó  á  Aben  Sad; 
lo  cual,  unido  á  la  traición  de  Amusek,  el  suegro,  y  á 
la  falta  de  apoyo  de  Aragón,  causó  la  caída  del  famoso 
emir  de  Valencia. 

Aprovechando  el  descanso  en  que,  al  parectr,  que- 
daron por  espacio  de  algunos  años  las  armas  de  Aben 
Sad,  daremos  una  ojeada  al  movimiento  literario  de 
nuestro  país  en  aquel  tiempo. 

El  año  543  (may.  1148-49)  murió  en  Marruecos 
un  hijo  de  la  culta  Játiba,  nacido  el  464  (septiembre 
1071-72).  Abbad  ben  Sarhán,  que  asi  se  llamaba, 
estudió  en  su  país  natal,  siendo  aleccionado  por  los 
Mofawaz  y  otros.  Pasó  á  Oriente,  residiendo  algún 
tiempo  en  la  Meca  y  en  Bagdad,  y,  al  regreso,  fijó  su 
asiento  en  Córdoba.  Se  dedicó  á  la  enseñanza  y  sacó 
discípulo  tan  aprovechado  como  Aben  Pascual,  á  quien 
autorizó  para  difundir  sus  lecciones  (3). 


(1)  Conde,  III,  43. 

(2)  Fernández  y  González,  Los  Mudejares  de  Castilla,  VI. 

(3)  Se  le  atribuye  un  Fihrist  y  algunos  otros  libros  (Pons,  biogr.  núra.  173). 


—  S3i  — 

No  podia  Denia  dejar*  de  tener  representación  en 
periodo  de  tanto  florecimiento  literario.  Omeva  ben 
Abdeláziz,  nacido  el  año  1067,  fué  médico  notable, 
filósofo,  matemático,  astrónomo,  poeta  y  hasta  músico, 
ya  que  tocaba  con  admirable  destreza  el  laúd.  Fué 
preso  en  Egipto,  á  donde  se  había  trasladado  en  1095, 
y  en  la  cárcel,  por  el  año  11  n,  escribió  su  T(isala. 
Obligado  á  abandonar  la  capital,  Alejandría,  se  esta- 
bleció en  Mahadia  (Magreb),  y  el  soberano,  Ali  ben 
Yahya  ben  Temim,  le  acogió  con  benevolencia,  y 
hasta  su  muerte,  ocurrida  en  1151,  le  colmó  de 
honores  (1). 

Falleció  por  entonces,  año  546  (abr.  115 1-52), 
Aben  ad  Dabag.  En  su  país  ejerció  por  algún  tiempo 
el  ministerio  de  la  predicación.  Vivió  en  Murcia,  y  fué 
considerado  como  el  «término  y  coronamiento  de  los 
tradicioneros  de  España»  (2). 

El  día  4  de  enero  de  n 53  murió  en  Liria,  su 
patria,  Muhámad  ben  Bahr  ben  Aasi  el  Ansari,  á  los 
84  años-  Fué  jeke  de  Liria,  y  á  la  entrada  del  Cid  en 
Valencia,  huyó  á  Jaén;  donde  permaneció  por  espacio 
de  siete  años.  Se  dedicó,  bajo  la  dirección  de  Abu 
Hegag  al  Kefiz  y  de  Merwán  Aben  Zerag,  á  las  letras. 
Volvió  á  Valencia  en  1 102,  ó  sea  cuando  la  recobra- 
ron los  almorávides,  y  fué  en  ella  mocrí  ó  lector  de 
la  mezquita  mayor  ó  aljama.  Se  retiró  á  Liria,  donde 
murió  á  la  hora  del  alba  del  domingo  y  se  le  enterró 


(1)  Pons,  biogr.  núra.  159.' 

(2)  Entre  las  producciones  que  se  le  atribuyen  merecen  citarse:  un  Fihrist; 
«Obscuridades  y  vaguedades»;  «Clases  de  tradicioneros»;  «Clases  de  los  princi- 
pales jurisconsultos»  y  «Nombres  de  los  Hafices»  (Pons,  biogr.  núm*  176). 


en  aquella  población,  en  lá  macbora  de  Beni  Zenún 
(Benisanó)  (i). 

Son  dignos  de  mención  dos  poetas  notables:  Abu 
Giafar  Áhmed  ben  Ibrahim  ben  Salam,  el  Mohaferí, 
de  Játiba,  que  murió  el  año  550  (mar.  1 1 5  5-feb.  1 1$6), 
y  Abu  Muhámad  Abdallah  ben  Obaid  ar  Rhomán  ben 
Higiarf,  también  Mohaferí,  de  Valencia,  que  falleció 
el  551  (feb.  1156-57)  (2). 

Hijo  de  Abdeláziz  y  nieto  de  Abu'l  Hassán  Muhá- 
mad, el  cadi  puesto  en  1 102  en  Valencia  por  los  almo- 
rávides, fué  Muhámad,  que,  por  su  virtud  y  saber,  gozó' 
envidiable  fama  en  su  tiempo.  Fué  cadi  de  Cocentaina 
y  de  algunas  otras  poblaciones,  y  murió  en  Bairén 
(junto  á Gandía)  el  año  553  (feb.  1158-en.  11 59) (3). 

Tuvo  un- hijo  del  mismo  nombre,  y  su  extremada 
hombría  de  bien  le  hacía  mirar  con  horror  el  desem- 
peño de  todo  cargo  público.  Síi  instrucción  nada 
común  en  las  ciencias  coránicas,  le  elevó  á  maestro  de 
la  mezquita  de  Hisn  Bala,  en  Valencia.  Consagraba  los 
ratos  de  ocioá  trabajos  caligráficos  y  al  dorado  de 
libros,  ocupaciones  de  mucha  estima  entre  los  árabes  y 
en  las  cuales  sobresalió  (4).  ' 

Ornar,  otro  hijo  del  cadi  de  Valencia  en  1102,  fué 
sabio  jurisconsulto,  mufti  de  gran  autoridad,  honrado, 
modesto  y  exacto  en  ei  cumplimiento  de  sus  deberes 
religiosos;  y  tan  amigo  del  retiro,  que  huía,  no  sólo  de 


(1)  'Escribió  una  obra  muy  crítica   sobre  las  variantes  del  Corán  (Con- 
de, III,  22.-—  Malo  de  Molina,  p.  132,  nota  2). 

(2)  Casirj,  Toetarum...,  núms.  20  y  ai. 

(3)  Ei  jircUvo,  IV,  87-88. 

(4)  El  %Ar  chivo  1 1.  c. 


—  533  — 
las  vanidades  de  la  corte-,  sino  también  del  trato  de 
las  gentes.  Fué  uno  de  los  primeros  magistrados  de 
Valencia  y  desempeñó  eLcadiazgo  de  Denia.  Nacido 
el  476  (may.  1083-84),  murió  en  557  (diciembre 
1 161-62)  (1). 

Y  ya  que  de  los  Beni  Guáchib  tratamos,  aun 
cuando  sea  saliendo  del  periodo  que  historiamos, 
mencionaremos  á  otros  dos  individuos  de  esa  famosa 
familia.  El  uno,  conocido  sólo  por  Guáchib,  fué  cadi 
de  algunos  distritos  de  Valencia,  y  el  otro,  Áhmed 
Abu  '1  Kattab,  es  muchas  veces  citado,  y  con  respeto, 
por  Aben  al  Abbar,  el  célebre  ministro  y  gloria  de 
historiadores,  discípulo  del  uno  y  del  otro  (2). 

Muhámad  ben  Abdallah,  oriundo  de  Cuenca,  vivió 
en  Játiba  y  se  distinguió  por  su  competencia  en 
historia.  Fué  su  muerte  en  el  año  558  (dic.  1162- 
nov.  1 163)  (3). 

Al  año  siguiente,  559  (nov.  1163-64),  Aben  al 
Kazaz  acabó  sus  dias  en  Valencia.  Durante  algún 
tiempo  residió  en  Liria,  y  en  sus  últimos  años  fué 
cadi  de  Segorbe  (4). 

En  el  mismo  año  falleció  Abu  Amir,  insigne  y 
erudito  historiador,  el  cual  permaneció  largo  tiempo 
en  Murcia  (5). 


(1)  Ibtáera. 

(2)  Ibídem. 

(3)  Escribió  una  «Compilación  sobre  los  sabios  españoles,»  continuación 
de  la  obra  de  Aben  Pascual  (Pons,  biogr.  núm.  184). 

(4)  Pons,  p4g.  406. 

(5)  Sus  producciones  fueron:  1.  Margaritas  de  los  collares  y  esplendores 
de  las  utilidades.— 2.  Libro  de  las  perlas  ordenadas  y  de  los  brazaletes  sella- 
dos.—Y  3.  La  curación  ó  el  remedio  (Pons,  biogr.-  núm.  187). 

\ 


—  534  - 

Por  último,  Aben  an  Nimat  murió  en  ramadhán 
del  año  567  (abr.-may.  1172).  Aunque  nacido  en 
Almería,  habitó  casi  siempre  en  Valencia.  Sobresalió 
en  la  ciencia  del  derecho,  en  la  interpretación  del 
Corán,  en  gramática  y  en  la  biografía  de  musulmanes 
más  notables.  Fué  considerado  como  el  más  aventa- 
jado sabio  de  la  región  de  levante  (1). 

Bien  lejos  de  ceder  Aben  Sad  al  empuje  de  los 
almohades,  no  se  contentaba  con  tenerlos  á  raya,  sino 
que,  aprovechando  sus  descuidos,  procuraba  ensan- 
char por  Andalucía  sus  estados  de  Valencia  y  Murcia. 
El  ejército  de  los  almohades  corrió  á  tierra  de  Gra- 
nada, y  Ali,  príncipe  de  los  almorávides,  huyó  de  ella 
y  se  refugió  en  Almuñécar.  Se  entregó  por  avenen- 
cia el  año  551  (feb.  1156-57).  Apenas  habían  salido 
las  tropas,  alborotado  el  populacho,  merced  á  las  ins- 
tigaciones del  emir  de  Valencia,  degolló  parte m  de  la 
guarnición  con  su  wali.  Aben  Sad  se  hizo  dueño  de 
Granada  con  auxilio  de  los  cristianos  de  su  suegro 
Aben  Hamuseck,  señor  de  Segura  y  wali  de  Murcia  (2). 

Abdelmumen  tomó  á  empeño  recobrar  á  Gra- 
nada, y  así  lo  significó  á  su  hijo  Cid  Abu  Said.  Éste, 
venido  el  año  552  (feb.  1157-58),  apretó  tanto  el  cerco 
á  aquella  ciudad,  que  la  obligó  á  rendirse,  si  bien  ase- 
gurando á  los  cristianos  que  la  guarnecían  el  paso  á 
sus  tierras.  El  ejército  almohade,  reforzado  con  el  de 


(1)  Soq  sus  obras:  i.  Una  exposición  del  Corán,  en  varios  tomos.— 2, 
Comentario  á  una  obra  del  Nisaf,  en  diez  tomos. — Y  3.  Un  Barnamech,  ó 
catálogo  de  las  biografías  de  sus  maestros  (Pons,  biogr.  mira.  192). 

(2)  En  Los  Mudejares  se  dice  «que  arrojó  á  los  almohades  de  Jaén  y  faci- 
litó la  entrada  de  su  suegro  Aben  Homoxq  en  Granada  (P.  I,  c.  VI).  > 


—  535  — 

Cid  Yúsuf,  otro  hijo  de  Abdelmumen,  y  el  del  caudillo 
Otmán,  habia  entrado  en  la  vega  de  Granada.  También- 
del  Algarbe  hablan  acudido  más  tropas  á  reforzar 
las  huestes  africanas,  y  se  puso  cerco  á  la  ciudad. 
Aben  Sad,  Hamusek  y  los  auxiliares  castellanos  se 
defendieron  bastante  tiempo;  y  después  de  muchos 
combates  y  continuos  asaltos,,  fué  entrada  por  fuerza, 
muriendo  los  cristianos  y  el  conde  que  los  acaudillaba. 
El  emir  de  Valencia  y  su  suegro  escaparon  a  uña 
de  caballo,  librándose  asi  de  una  muerte  segura.  Los 
pocos  almorávides  que  aún  quedaban  en  Andalucía, 
al  verlo  todo  perdido,  se  pasaron  á  las  Baleares,  de 
las  cuales  eran  dueños  (i). 

Con  arreglo  al  convenio  de  repartición  de  tierras 
convenido  en  1151  entre  los  monarcas  de  Castilla 
y  de  Aragón,  Ramón  Berenguer  IV  y  doña  Petronila, 
su  esposa,  podían  disponer  del  castillo  de  Cullera. 
Por  esto,  no  degenerando  de  sus  antepasados  en 
religiosidad,  daban  en  1157  á  Dios  Todopoderoso, 
á  la  orden  de  San  Juan  del  Hospital  de  Jerusalén  y  á 
su  reverendo  maestre,  entre  otras  cosas,  el  castillo  de 
Cullera  ó  el  de  Cervera,  con  todos  sus  territorios 
y  pertenencias,  tan  prorito  como  cayesen  en  poder 
de  dichos  monarcas  ó  de  sus  sucesores.  Y,  como  la 
intención  que  presidía  á  esta  liberalidad  no  podía  ser 
más  santa,  puesto  que  se  hacía  para  mayor  honra 
y  gloria  de  Dios,  en  sufragio  de  las  almas  de  sus 
progenitores,  para  exaltación  de  la  Iglesia,  propagación 
de  la  fe  y  devoción  de  la  Trinidad  Beatísima,  confusión 


(1)    Conde,  III,  44. 


—  536- 
y  destrucción  de  los  infieles,  invocaban  la  ira  del  cielo 
contra  toda  persona,  eclesiástica  ó  seglar,  que  en  poco 
6  en  mucho  intentase  anular  la  donación,  la  cual 
persona  habría  de  quedar  fuera  de  la  comunión  cris- 
tiana mientras,  condignamente  no  satisficiera.  Este 
acto  se  celebró  en  el  castillo  de  Estopañán  (i).  El  prin- 
cipe de  Aragón  habla  ganado  en  24  de  agosto  de  11 53 
el  castillo  de  Miravet,  frontero  con  nuestro  reino  (2). 
Para  contener  á  los  almohades  entró  el  Emperador 
.  en  Andalucía  acompañado  de  su  hijo  don  Sancho. 
Sintióse  enfermo  Alfonso,  y  al  volver  á  sus  estados, 
después  de  confiar  al  hijo  el  cuidado  de  la  guerra, 
le  asaltó  la  muerte  el  21  de  agosto  de  1 157.  La  confe- 
deración de  Tudelín  y  el  repartimiento  de  tierras  de  la 
conquista  se  había  renovado  el  año  antes,  todo  ello 
confirmado  por  Sancho  y  Fernando,  hijos  de  Al- 
fonso, en  abril  del  mismo  año  1 1 57.  Cuando  murió 
Alfonso,  su  hijo  don  Sancho,  que  había  quedado  en 
guarda  de  Baeza,  Andújar  y  Quesada,  estaba  poniendo 
sitio  á  Murcia,  sin  que  se  sepa  la  causa.  En  febrero 
de  1 1  $8  se  renovó  la  confederación  entre  Sancho  el 
Deseado  y  Ramón  Berenguer  IV.  De  ahí  que  el  prín- 
cipe de  Aragón  acudiera  en  auxilio  de  Sancho  el 
Deseado  recién  muerto  su  padre.  En  11 59,  Lobo,  el 
rey  moro  de  Murcia,  se  declaró  vasallo  del  conde  de 
Barcelona,  y,  en  reconocimiento  de  señorío,  le  daba 
cada  año  cierta  cantidad  de  maravedises  mayores  en 
oro.  El  poderío  de  Ramón  Berenguer  IV  había  llegado 


(1)  HisL  de  Culkra,  IX. 

(2)  Zurita,  II,  14. 


—  537  — 

á  ser  tan  grande,  que  no  sólo  Aben  Sad,  sino  que 
también  otros  revés  moros  sus  comarcanos  le  eran 
tributarios.  Mientras  el  emir  de  Valencia  contó  con 
la  protección  de  los  príncipes  cristianos,  pudo  soste- 
nerse contra  los  almohades.  Yendo  el  .príncipe  de 
Aragón  hacia  Turín,  murió  en  la  aldea  de  San  Dalma- 
cio  el  6  de  agosto  dé  1162.  En  manos  de  dos  niños 
los  cetros  de  Aragón  y  de  Castilla,  Aben  Sad  rompió 
el  vasallaje  que  con  el  primero  tenía,  dejando  desde 
entonces  de  pagar  á  Alfonso  II  las  parias  que  á  su 
padre  daba;  y  la  antes  feliz  estrella  del  emir  de  Valen- 
cia se  eclipsa.  Asi  lo  prueban  las  batallas  de  As  Sabi- 
ca,  Übeda  y  Agelab  que  contra  los  almohades  sos- 
tuvo (1). 

Se  propuso  recobrar  á  Granada.  Con  numerosas 
fuerzas  de  caballería  é  infantería  recogidas  en  Jaén, 
Guadix,  Almuñécar  y  las  Alpujarras,  acaudilladas  por 
su  suegro  Ibrahim  ben  Áhmed  Hamusek,  señor  de 
.Segura  y  de  Jaén,  por  un  hijo  de  éste,  Abu  Ishak,  y 
por  Áhmed  Abu  Giafar,  hijo  de  Abderrahmán  el  Oskí, 
esforzado  alcaide  éste  y  wali  que  había  sido*  de  las 
fronteras)  de  Murcia,  Granada  y  Jaén,  se  acercó  Aben 
Sad  á  Granada.  Los  almohades  le  salieron  al  encuen- 
tro. Ordenadas  con  la  mayor  destreza  las  haces  de  uno 
y  de  otro  campo,  dióse  una  de  las  batallas  más  san- 
grientas que  se  registran  en  los  anales  de  la  historia. 
La  caballería  del  emir  de  Valencia  realizó  prodigios 
de  valor,  pero  los  más  de  sus  soldados  no  lograron 


(1)    Zurita,  17  y  19. — Castro,  Coránica  del  Rey  di  Castilla  Don  Sancho  el 
Deseado,  c.  XV. 

68 


-S38- 

otro  resultado  que  sucumbir  con  gloria.  Tampoco,  sin 
pérdidas  numerosas  y  sensibles,  alcanzaron  el  triunfo 
los  almohades.  Tantos  fueron  los  muertos  de  uno  y 
otro  ejército,  que  verdaderos  arroyos  de  sangre  brota- 
ban de  los  montones  de  cadáveres:  por  lo  que  aquella 
funesta  jornada  para  el  Islam,  fué  bautizada  con  el 
título  de  As  Sabicat,  ó  de  la  efusión  de  Sangre.  Fugitivas, 
mermadas  y  en  desorden,  se  refugiaron  en  las  sierras 
aquella  tristisima  noche  del  jueves,  28  de  régeb  -de 
557  (x3  Ju^°  de  IX^),  las  tropas  de  Aben  Sad.  Ha- 
musek  huyó  á  Jaén,  njas  no  se  detuvo  allí,  sino  que, 
dejando  confiada  la  custodia  de  esta  ciudad,  bien  for- 
tificada, al  caudillo  Áhmed  Abu  Giafar,  se  retiró  á 
Murcia,  cuyo  gobierno  desempeñaba. 

Poco  diferente  de  esta  relación  es  la  de  otro  autor. 
Aben  Sad  se  puso,  de  acuerdo  con  los  muzárabes  y 
judíos  de  Granada,  igualmente  descontentos  de  los 
almohades.  Para  atacar  á  la  guarnición  africana,  refu- 
•  giada  en  la  Alcazaba  Cadina,  ó  Antigua,  situada  al 
lado  opuesto  del  río  Darro,  Aben  Sad,  con  numerosa 
hueste '  de  castellanos,  navarros,  catalanes  y  moros, 
ocupó  las  alturas  llamadas  entonces  de  la  Xarea,  situa- 
das sobre  la  parte  superior  de  dicha  Alcazaba  y  del 
Albaicín.  Por  la  circunstancia  de  haber  ocupado  dicha 
loma  el  emir  valenciano,  se  llamó,  hasta  el  siglo  xii 
Alcudia  de  Aben  Sad,  y  con  más  frecuencia  de  Aben 
Marddnix.  Hoy  se  llama  Cerro  de  San  Cristóbal.  El  vale- 
roso caudillo  muladí  Aben  Hamusek,  señor  de  Jaén, 
Úbeda  y  Baeza,  se  había  fortificado  y  acampaba  en  la 
Alcazaba  Alhamrá  ó  Roja,  y  en  la  vecina  explanada  y 
loma  de  la  Sabica,  con  2.000  caballeros  cristianos  y 


A 


»T: 


—  539  — 

t 

muchos  peones  moros.  Distinguíanse  entre  los  caba- 
lleros cristianos  un  nieto  de  Alvar  Fáñez  llamado 
Alvar  "Rodríguez,  célebre  ya  en  la  toma  de  Almería 
en  1147,  Armengol,  conde  de  Urgel,  y  su  hermano 
Galcerán. 

Mientras  Hamusek  disparaba  desde  la  Alhamrá  sus 
catapultas  ó  almajaneques  contra  los  almohades  refu- 
giados en  la  Alcazaba  opuesta,  Aben  Sad  los  acosaba 
desde  el  cerro  de  San  Cristóbal.  Sobrevino  entonces 
el  ejército  venido  de  África  en  auxilio  de  los  apurados 
almohades,  y  en  el  campo  de  la  Sabica  se  decidió  al 
rayar  el  alba  del  13  de  julio  la  suerte  de  esta  em- 
presa. 

Se  cogió  de  sorpresa  á  los  caballeros  cristianos,  y 
á  muchos  de  ellos  los  precipitaron  los  almohades  en 
el  río  Darro,  cuyo  cauce  es  profundo  al  pie  de  aquellas 
alturas.  Entre  los  que  asi  perecieron,  se  nombra  al 
nieto  de  Alvar  Fáñez  y  á  otro  castellano  notable 
llamado  Pedro  García.  Aben  Sad  y  Aben  Hamusek 
huyeron  con  el  resto  de  sus  escuadrones.  Los  almo- 
hades se  juzgaron  vengados  de  una  terrible  derrota 
que  pocos  días  antes  les  había  hecho  experimentar 
Hamusek  en  la  vega  de  Granada. 

Este  fué  el  último^esfuerzo  que  el  espíritu  nacio- 
nal inspiró  á  los  muzárabes  y  muslimes  andaluces  de 
aquellos  tiempos  (1). 

Quisieron  los  vencidos  tomar  el  desquite,  y  su- 


(1)  Dozy,  Rechercbes,  3.»  edición,  I,  365-367  y  375;  Hist.  dts  mus.  d'Es- 
pagne,  1.  II,  c.  12. — El  Archivo,  VI,  167-1 76. —En  los  Anales  Toledanos  se 
lee:  t Lidió  el  Rey  Lop  con  los  revellados  en  Granada,  e  mataron  4  Pedro 
García  la  Lacian,  Era  MCC.» 


—  54»  — ■ 

frieron  un  nuevo  y  mayor  descalabro.  Para  salir  Aben 
Sad  airoso  en  la  empresa,  dirigió  un  llamamiento  á 
sus  partidarios %  De  las  Alpujarras  acudió  mucha  gente 
á  la  campiña  de  Córdoba  y  llanos  de  Übeda;  lo  propio 
hicieron  muchos  caballeros  de  Guadix  y  de  otras  ciu- 
dades. Se  pidió,  como  de  costumbre,  auxilio  de  cris- 
tianos, y  no  les  hizo  falta.  Tampoco  se  descuidaron 
en  prevenirse  los  almohades.  Al  encontrarse  los  dos 
ejércitos  enemigos,  se  lanzaron  como  tigres  y  rabiosos 
leones  á  la  pelea.  Aben  Sad  y  los  cristianos  sus  auxilia- 
res fueron  rotos  con  grave  matanza.  Dióse  la  batalla 
el  domingo,  12  de  xawal  de  557  (24  sept.  de  1162). 

Pocos  meses  más  tarde  (14  mayo  1163)  murió 
en  África  el  emir  Abdelmumen,  después  de  haber 
puesto  bajo  su  dominio  á  Almería,  Ébora,  Béjar¿ 
Baeza,  Badajoz,  Córdoba,  Granada  y  Jaén.  Esta  últi- 
ma, después  del  triunfo  último  alcanzado  sobre  Aben 
Sad  y  sus  aliados.  Le  sucedió  en  el  imperio  su  hijo 
Yúsuf  Abu  Jacúb,  cuyo  feinado  se  prolongó  seis 
años  después  de  la  muerte  de  Aben  Sad. 

Dos  años  tardó  aún  Yúsuf  en  ser  proclamado 
emir  al  Muminín*  y  en  ese  tiempo  permanecieron  en 
sosiego  las  armas  del  emir  de  Valencia  y  "de  Murcia. 
A  otra  causa  que  al  advenimiento  de  nuevo  emir  en 
África  se  atribuye  el  reposo  en  que  por  ese  tiempo 
quedaron  las  armas  de  Aben  Sad.  Dice  una  llamada 
tradición  que  el  emir  de  Valencia  tenía  de  su  esposa 
Sobeiha  (¿\urora),  hija  de  Hamusek,  una  niña  de 
singular  hermosura,  llamada  Zaida  (Dichosa).  El  cau- 
dillo almohade  Cid  Abu  Said  tuvo  noticia  de  la  belleza 
de  Zaida;  y,  aunque  sólo  contaba  diez  años,  quedó, 


—  54*  — 

por  lo  que  de  sus  gracias  pregonaba  la  fama,  alta- 
mente prendado  el  hijo  de  Abdelmumen.  Anduvo 
con  Ibrahim,  el  suegro  de  Aben  Sad,  en  tratos  de 
acomodo  mediante  su  casamiento  con  la  princesa 
valenciana.  El  señor  de  Segura  y  wali  de  Murcia,  pre- 
viendo el  desenlace  fatal  de  aquella  guerra  entabló 
negociaciones  de  paz  con  aquellos  á  quienes  sonreía 
la  fortuna..  Dormido  en  esta  esperanza,  no  puso  el 
cuidado  necesario  para  conservar  las  plazas  fronterizas 
ni  en  disputar  el  paso  al  enemigo,  que  con  toda 
impunidad  logró  correrse  hasta  las  inmediaciones  de 
Murcia  (i). 

Aben  Sad,  que  siempre  se  negó  al  casamiento  de 
su  hija  con  el  africano  Cid  Abu  Said^  voló  al  socorro 
•del  suegro,  que  aún  seguía  embobado  con  el  acari- 
ciado matrimonio  de  su  nieta  Zaida.  Pidió  el  emir  de 
Valencia  auxilio  á  los  cristianos,  y  13.000  de  ellos 
acudieron  á  engrosar  sus  filas.  Al  apuntar  el  alba  del 
sábado  8  de.dilagia  del  año  560  (15  oct.  1165),  avis- 
táronse los  dos  ejércitos  en  un  espacioso  y  ameno 
campo  de  las  inmediaciones  de  Murcia  donde  cada 
año  se  celebraban  concurridas  ferias:  de  ahí  que  la 
batalla  que  vamos  narrando  se  llamase  de  al  Gclab. 
Venidos  á  las  manos,  era  tal  el  horrísono  estruendo 
de  voces  y  alaridos  que  los  combatientes  lanzaban, 
que  á  algunas  leguas  de  distancia  percibíase  el  rumor 
de  la  pelea.  Quedaron  cubiertos  de  cadáveres  la  llanura 
teatro  del  reñido  combate  y  los  campos  vecinos. 
También  los  de  Aben  Sad  fueron  vencidos,  y  pocos 


(1)    Bibl.  Encidop.  Popular  ílustr. —Tradiciones  di  Valencia,  p.  192. 


—  54*  — 

de  sus  auxiliares  escaparon  al  furor  de  las  armas  ene- 
migas. El  afortunado  caudillo  de  los  almohades,  Cid 
Abu  Said,  se  apresuró  á  escribir  á  su  hermano  el  emir 
Yúsuf  Abu  Yacúb,  esta  memorable  batalla.  «Es  fama 
que  algunos  días  después  de  la  pelea,  se  oían  en  aquel 
campo  alaridos  y  estruendo  de  batalla,  y  por  esta  razón 
se  llamó  desde  entonces  Fohios  Agelab»  (i). 

En  prueba  de  la  enemistad  que  había  entonces 
entre  Aben  Sad  y  Alfonso  II,  cuando  apenas  había  éste 
empuñado  las  riendas  del  poder,  está  el  hecho  elocuente 
de  que  tropas  catalanas  tomaron  parte  á  favor  de  los 
almohades  en  la  batalla  que  se  acaba  de  referir.  Escribe 
Zurita:  «En  este  mismo  año  (1165)  parece  en  memo- 
rias antiguas,  que  fué  muerto  un  capitán  principal 
catalán,  y  muchos  cavalleros  con  él,  porlos  moros,  en- 
una  entrada  que  hicieron  por  el  reyno  de  Murcia, 
y  llamábase  Guillen"  Despugnolo:  y  fué  la  batalla  á 
quinze  del  mes  de  Octubre»  (2). 

Atribuyó  el  emir  de  Valencia  á  flojedad  en  el 
suegro  la  derrota,  y  no  pudiendo  contener  el  enojo, 
para  con  más  intensidad  herir  al  suegro  en  la  fibra  más 
sensible  del  corazón,  le  devolvió  Zobeiha,  «como  hija 
de  un  caudillo  cobarde.»  Trató,  además,  muy  mal 
al  Oski,  que  se  retiró  á  Málaga,  y  de  allí  á  Marruecos 
para  con  más  libertad  seguir  el  bando  almohade. 
También  Hamusek,  como  no  podía  .menos,  se  apartó 
de  la  obediencia  al  yerno.  Ya  fuese  que  la  razón 
de  Estado  entrara  en  los  cálculos  de  Aben  Sad,  ya  que 


(1)  Conde,  III,  47. 

(2)  Zurita,  II,  25. 


—  S43  — 
renaciera  el  tierno  amor  que  en  todo  tiempo  sintió 
hacia  su  esposa,  volvió  á  recibirla,  trató  de  renovar  la 
amistad  con  Hamusek  y  hasta  escribió  al  Oskí  ofre- 
ciéndole los  más  altos  cargos.  Estrechó  su  alianza  con 
Alfonso  VIII,  y  de  castellanos  era  la  guarnición  que 
en  Valencia  tenía. 

La  presencia  de  los  cristianos  en  Valencia  era  causa 
de  gran  disgusto  en  los  muslimes,  quienes,  por  no 
estar  en  contacto  con  los  castellanos,  salíanse  á  morar 
en  los  campos  y  pueblos  circunvecinos.  Esto  ocurrió 
entre  los  años  561  y  564  (nov.  1165-oct.  1168)  (1). 

La  protección  que  mutuamente  se  'prestaban  en 
determinadas  ocasiones  muslimes  y  cristianos  tendía 
más  bien  á  salvar  dificultades  del  momento,  la  propia 
conservación  cuando  estaba  amenazada  de  peligro  real 
ó  imaginario,  que  crear  un  estado  de  cosas  contrario 
al  fin  últilmo  que  unos  y  otros  perseguían.  Aben  Sad 
se  amparaba  de  los  cristianos,  porque,  en  otro  caso,  su 
ruina  hubiera  sido  tan  cierta  como  inmediata.  El 
auxilio  que  los  cristianos  le  dispensaron  tuvo  por  único 
objeto  entorpecer,  si  no  impedir,  el  avance  de  los 


(1)  Conde,  III,  47  y  48.— En  esa  llamada  tradición,  que  mis  bien  reviste 
los  caracteres  de  novela  del  género  histórico,  se  lee:  «Aquel  pueblo,  voluble 
como  ninguno,  sentíase  aherrojado  por  la  mano  del  rey,  dispuesto  siempre  á 
salir  al  encuentro  de  los  almohades,  cuya  dominación  apetecían  las  masas, 
para  librarse  de  la  presencia  de  las  tropas  castellanas  auxiliares  de  Aben  Sad, 
sin  las  cuales  fuérale  imposible  resistir  la  invasión  africana,  acaudillada  por  el 
príncipe  Said,  obstinado  en  penetrar  en  los  estados  de  Valencia.»  En  estas 
apreciaciones  acerca  de  los  hechos  en  cuestión,  la  tradición  supuesta  tiene,  en 
este  caso  concreto,  más  de  historia  que  de  novela. — De  la  buena  amistad  que 
el  emir  de  Valencia  mantenía  con  Alfonso  VIII,  dan  también  testimonio  los 
Anales  Toledanos,  pues  dicen:  «Entró  el  Rey  Lop  en  Toledo,  Era  MCCV 
(1 167).» 


—  544  — 

almohades,  que,  pujantes,  como  sesenta  años  antes  los 
almorávides,  amenazaban  reducir  á  la  nada  la  obra 
iniciada  en  las  venerandas  crestas  del  Pirineo.  De  ahi 
que  los  príncipes  cristianos  de  España,  cuando  el  trono 
de  Aben  Sad  se  bamboleaba,  no  obstante  la  innegable 
utilidad  que  de  él  habían  reportado,  en  vez  de  acudir  á 
sostenerle,  afirmarle  y  cimentarle,  no  parece  sino  que 
les  faltaba  tiempo  para  repartirse  los  despojos  de  un 
manto  pronto  á  rasgarse.  Perfecto  derecho  les  asistía  á 
recoger  una  herencia  que  se  perdió  en  711,  porque 
á  Dios,  para  castigo  de  la  corrupción  española,  así 
le  plugo. 

Alfonso  II  'de  Aragón,  llamado  el  Casto,  por  la 
severidad  de  sus  costumbres,  cuando  apenas  contaba  19 
años  de  edad  y  estaría  sentado  en  el  trono  unos  7,. 
ó  sea  desde  la  muerte  de  su  padre,  Ramón  Beren- 
guer  IV,  ocurrida  en  6  de  agosto  de  1162;  dio  en  1169 
á  los  caballeros  del  Temple  los  castillos  Chivert  y 
Oropesa  (Castellón),  para  cuando  él  ó  sus  suceso- 
res los  ganasen  á  los  moros.  Fué  admitida  la  donación 
por  el.  procurador  de  la  orden,  frey  Jofr¿  de  Folcalquer 
y  por  frey  Arnaldo  de  Torroja,  ministro  de  los  tem- 
plarios en  la  Provenza  y  en  España  (1). 

Aben  Sad,  aprovechando  los  pocos  años  que  tenía 
,  el  rey  de  Aragón  á  la  muerte  de  su  padre,  había 
dejado  de  pagarle  el  tributo  que,  en  reconocimiento 
de  feudo  y  homenaje  se  había  obligado  á  dar  á  Ramón 
Berenguer  IV  y  á  sus  sucesores.  La  buena  harmonía 
que  hubo  entre  los  monarcas  cuñados,  rompióse  asi 


(1)    Diago,  ¥1,  22. 


—  545  — 

que  murió  el  último  conde  privativo  de  Barcelona. 
Castilla  favoreció  á  Aben  Sad  en  perjuicio  de  Aragón, 
y  Aragón  prestó  auxilio  á  los  almohades  con  daño  del 
-emir  de  Valencia.  La  Iglesia,  siempre  protectora  de  la 
reconquista  española,  logró  que  ese  común  daño  que 
recibían,  que  padecía  la  España  cristiana  con  la  disen- 
sión entre  sus  monarcas,  se  atájase,  en  la  entrevista 
que  en  septiembre  de  1170  tuvieron  en  Tarazona  los 
jóvenes  monarcas  Alfonso  VIII  de  Castilla  y  Alfonso  II 
de  Aragón  (1). 

Quejábase  el  Casto,  de  que  Lobo,  rey  de  Murcia, 
no  había  pagado  las  parias  y  tributos  que  solía  dar, 
desde  la  última  ida  de  Ramón  Berenguer  (11 62)  á  la 
Provenza,  y  sé  había  confederado  con  Alfonso  VIII 
para  hacer  guerra  al  de  Aragón.  El  de  Castilla  se 
-comprometió  á  que  Lobo  cumpliría  lo  que  estaba 
estipulado  y  pagaría  el  tributo  como  lo  declarasen 
Guillen  Ramón  de  Moneada  y  Guillen  de  Jorba,  que 
le  recibían  en  tiempo  de  Ramón  Berenguer  IV;  y  que 
en  cuanto  á  otras  quejas  que  el  de  *  Aragón  tenía 
de  Lobo,  estaría  á  lo  que  determinasen  el  conde  de 
Urgel  y  los  condes  don  Ñuño,  don  Gómez  y  don 
Pedro,  ó  á  lo  que' la  mayoría  resolviera.  Prometió 
Alfonso  II  que,  cumpliéndolo  así,  guardaría  á  Lobo 
la  paz  que  su  padre,  Ramón  Berenguer  IV,  tuvo  con 


(1)  Entrado  ei  año  j  170  fué  Alfonso  II  á.  Sahagún  á  ver  á  Alfonso  VIH. 
Desde  allí  pasaron  lps  dos  á  Zaragoza,  de  donde  se  trasladaron  á  Tarazona, 
para  recibir  á  doña  Leonor  de  Inglaterra,  futura  esposa  del  de  Castilla.  Fué 
padrino  el  de  Aragón,  y  las  bodas  se  celebraron  en  septiembre.  Estando 
dichos  monarcas  en  Zaragoza  s%  confederaron  contra  todos  los  príncipes 
excepto  el  de  Inglaterra  (Castro,  Coránica  del  %ey  de  Castilla  Don  Jílonso 
Octavo,  XII). 

«9 


—  S4*  — 
él  y  no  daría  favor  á  los  almohades,  enemigos  del 
emir  de  Valencia.  Juraron  esto,  de  parte  del  rey  de 
Aragón,  Ramón  FoJch,  Ramón  de  Moneada  y  Guillen 
de  San  Martin;  y,  por  el  de  Castilla,  los  condes  Armen- 
gol,  don  Ñuño  y  don  Lope  (i). 

Ya  fuese  que  los  buenos  oficios  de  Alfonso  VIII 
no  diesen  el  resultado  que  él  se  prometía,  ya  que  en 
Aragón  quedaran  aún  algunos  muslimes  no  sujetos 
al  domihio  de  Aben  Sad,  es  lo  cierto  que, después  del 
anterior  pacto,  Alfonso  II  entró  en  son  de  guerra  por 
las  riberas  del  Alhambra  y  del  Guadalaviar.  Por  octu- 
bre de  este  año,  1 171,  edificó  en  la  del  Guadalaviar  una 
fortaleza  contra  los  moros  de  Valencia.  Dio  el  feudo 
de  Teruel,  que  asi  se  llamó  la  nueva  población,  á  un 
rico-hombre  de  Aragón  llamado  don  Berenguer  de 
Entenza;  y  concedió  á  sus  nuevos  pobladores  el  fuero 
que  á  Sepúlveda  otorgaron  los  condes  Fernán  González 
y  Garci  Fernández  y  el  rey  don  Sancho,  y  confirmaron 
Alfonso  VI,  Alfonso  el  Batallador  y  su  esposa  doña. 
Urraca  (2). 

Uno  de  los  caballeros  cristianos  que  estuvieron  al 
servicio  de  Aben  Sad,  fué  el  castellano  don  Pedro  Ruiz 
de  Azagra,  hijo  de  Rodrigo*  señor  de  Estella,  y  feudo 
del  rey  de  Navarra  (3).  Agradecido  á-sus  buenos  oíi- 

(1)  Zurita,  II,  28. 

(2)  Zurita,  II,  29.  —  Castro,  Coránica  del  %ey  de  Castilla  Don  %Ál<m& 
Octavo,  XIII. 

(3)  Don  Rodrigo  de  Azagra,  padre  del  primer  señor  de  Albarracin,  acom- 
pañó á  Alfonso  VII  en  la  entrada  que  en  1147  hizo  este  rey  en  Andalucía, 
siguiendo  al  rey  de  Navarra.  Era  Don  Rodrigo  caballero  muy  principal  de 
este  reino  y  se  señaló  mucho  en  aquella  campaña,  que  tuvo  por  resultado  el 
vasallaje  de  Aben  Gañía,  la  rendición  de  Bacía  y  la  toma  de  Almería  (Zurita, 
II,  6). 


—  547  — 
<ios  en  lo  de  Murcia  el  emir  de  Valencia,  le  recom- 
pensó con  el  señorío  de  Albarracin.  Don  Pedro  contaba 
<:on  la  protección  del  rey  de  Castilla.  Por  los  leales  ser- 
vicios que  había  prestado  á  Alfonso  VIII,  este  monarca 
le  hizo  merced,  estando  en  Toledo  á  mediado  noviem- 
bre de  1 167,  de  la  aldea  de  Mazagán,  en  territorio  de 
aquella  ciudad,  y  de  unas  casas  en  la  misma  Toledo. 

En  el  año  1171,  estando  en  España  el  cardenal 
Jacinto,  legado  de  la  Santa  Sede,  dio  licencia  á  don 
Pedro,  para  que  fuese  catedral  la  iglesia  de  Santa 
María  de  Albarracin,  y  fué  su  primer  obispo  D.  Martin. 
Ya  se  recordará  la  intervención  de  un  obispo  de  Alba- 
rracin en  las  negociaciones  entre  el  Cid  y  el  cadi  de 
Valencia.  Dícese  que  en  11 71  se  restauró  el  obispado 
-de  Segorbe  y  que,  como  esta  ciudad  aun  estaba  en 
poder  de  infieles,  se  colocó  provisionalmente  la  silla 
-en  Albarracin.  Don  Martín  dio  en  11 76  llamarse 
obispo  arcohricense,  de  Arcobriga;  mas,  por  sentencia 
que  en  Toledo  dio  el  metropolitano,  se  declaró  que 
el  territorio  de  Albarracin,  más  Segorbe,  con  el  suyo, 
-constituían  lo  que  en  tiempo  de  los  godos  se  llamó 
Segobriga:  por  lo  que  el  nuevo  obispo  había  de  titu- 
larse segobricense,  y  de  ningún  modo  arcobricense.  Por 
letras  apostólicas  de  Inocencio  IV  y  de  Alejandro  IV, 
fué  agregado  Segorbe  á  Albarracin.  Susténtase  la 
opinión  de  que,  si  bien  la  nueva  diócesis  se  llamó 
segobricense ,  á  causa  de  estar  en  ella  comprendido 
Segorbe,  creóse  en  1171  un  nuevo  obispado  distinto 
del  que  en  tiempo  de  los  godos  se  llamó*  segobri- 
cense". 

La  situación  de  Albarracin  y  el  proceder  de  don 


/ 


-  54«  - 

Pedro  Ruiz  de  Azagra  pudo,  ser  causa  de  disensión 
entre  Aragón  y  Castilla.  Estaba  Albárracin  en  el  reino 
de  Aragón  y  en  confines  de  Castilla.  Viéndose  don 
Pedro  señor  absoluto  de  aquella  ciudad,  esto  es,  que 
la  poseía  dje  los  moros  y  sin  dependencia  del  rey  de 
Aragón,  se  quiso  tratar  como  soberano,  no  recono- 
ciendo vasallaje  á  don  Alfonso  el  Casto,,  y  se  intituló 
«vasallo  de  la  Santísima  Virgen  y  señor  de  Albárracin.» 
No  le  sentó  bien  al  de  Aragón  que  dentro  de  su  reino, 
como  él  decía,  hubiese  un  avasallo  y  señor»,  ó,  más 
bien  dicho,  un  vasallo  exento  de  toda  sujeción:  alga- 
rabia  que  sólo  la  ceguedad  de  la  ambición  podía  enten- 
derla, y,  sí  no  entenderla,  á  lo  menos  sólo  ella  podia 
ejecutarla.»  En  la  entrevista . que  tuvieron  los  dos 
'  Alfonsos  el  año  anterior,  resolvieron  castigar  el  orgullo 
de  aquel  reyezuelo,  y  convinieron  en  que  Albárracin 
fuese  de  Aragón,  y  de  Castilla  los  demás  pueblos.  Sea 
por  lo  que  quiera,  don  Pedro  conservó  sus  estados,  y 
en  el  sitio  que  á  la  capital  de  sus  dominios  tenia  puesto 
en  19  de  julio  de  1220  Jaime  I,  probó  que  sabía  y 
tenía  valor  para  conservarlos. 

La  causa  por  qué  don  Pedro  se  salió  con 'la  suya, 
apúntala  a  guisa  de  conjetura  el  historiador  don  Alonso 
Núñez  de  Castro. 

«  Zurita^Carrillo,  Mariana  y  otros  dicen  que,  hallán- 
dose el  rey  de  Aragón  falto  de  medios  para  reducir  á 
su  obediencia  á  don  Pedro  Ruiz  de  Azagra,  pidió  favor 
al  de  Castilla;  y,  conseguido,  le  obligó  á  que  le  diese 
vasallaje."»  No  les  niego  su  autoridad  á  tan  graves  his- 
toriadores; pero  le  toca  á  la  del  rey  don  Alonso",  cuya 
historia  escribo,  el  que  no  prescriba  en  la  lisura  de  su 


—  S49  — 

trato  este  borrón;  que,  aunque  no  se  suele  tener  por 
mancha  en  las  púrpuras  el  quebrar  los  fueros  de  la 
amistad,  el  rey  don  Alonso  de  Castilla,  como  debió 
desde  la  cuna  á  los  leales  la  corona,  fué  muy  leal  con 
los  leales,  nó  tomándose  licencia  de  señor  para  ajar  la 
correspondencia.  Don  Pedro  de  Azagra  sirvió  siempre 
con  tanta  fineza  al  rey  de  Castilla,  que  no  hubo  em- 
presa en  que  pudiese  contarse  entre  los  más  leales 
vasallos  por  segundo,  y  en  muchas  anduvo  tan  bizarro, 
que  le  cuentan  los  anales  por  primero.  Pues  ¿cómo  de 
un  rey  tan  agradecido  se  pueden  presumir  semejantes 
correspondencias?  Antes  es  lo  más  verosímil  que  el 
rey  de  Aragón  no  se  atrevía  á  romper  con  don  Pedro 
de  Azagra,  por  cuerda  presunción  de  que  le  haría  som- 
bra el  rey  de  Castilla:  porque,  de  otra  suerte,  ¿qué 
ejército,  qué  defensa  de  muros  incontrastables  tenía 

%  don  Pedro  para  resistir  á  la  potencia  de  un  rey  de 
Aragón?  .....El  constar  llanamente  que  este  mismo  año 
de  1 1 72,  en  que  estos  autores  desavienen  á  don  Pedro 
con  el  rey  don  Alonso  de  Castilla,  se  halla  á  su  lado 
firmando  los  privilegios Lo  ¿^ue  parece  más  con- 
forme á  razón  es  que  el  rey  don  Alonso  de  Castilla  le 
propusiese  á  don  Pedro  las  dificultades  de  mantener 

^señorío  en  el  distrito  de  un  rey  poderoso  y  enojado, 
y  que  era   fuerza   que  por  fuerza  obrase  presto  sin 

-  mérito,  lo  que  hecho  luego  espontáneamente,  era  nueva 
obligación  para  el  Rey....  Conoció  la  razón  don  Pedro,' 
y  cedió  el  título  de  señpr  soberano:  con  lo  que  el  rey 
de  Aragón  consiguió  su  intento,  y  el  de  Castilla  no 
faltó  á  las  leyes  de  rey  amigo  favoreciendo  al  contra- 
rio; antes,  hizo  la  acción  más  estimable  de  ayudar  á 


] 


—  sso  — 

tiempo  con  un  consejo,  que  suele  importar  más  que  las 
armas  y  el  dinero»  (i). 

Firme  Alfonso  II  en  el  propósito  de  conquistar  i 
Valencia;  para'  facilitarla  hizo  nuevas  donaciones  á  los 
caballeros  de  la  orden  militar  de  San  Juan  del  Hos- 
pital de  Jerusalén.  Aunque  su  padre  no  les  había  dado 
en  1 157  más^que  uno  solo  de  estos  dos  castillos,  el 
de  Cullera  ó  el  de  Cervera,  Alfonso  II  les  cedió  los 
dos  en  abril  de  1171,  por  carta  entregada  en  Gerona 
al  reverendo  Guido  de  Mahú,  preceptor  de  la  orden  (2}. 

Ya  Se  dijo  algo  acerca  el  malestar  que  en  Valencia 
se  sentía  á  causa  de  la  guarnición  cristiana  que  Aben 
Sad  tenía  en  ella.  Los  personajes  más  notables  del 
reino  fraguaron  una  conspiración  para  dar  entrada  á 
los  almohades.  El  primer  chispazo  de  rebelión,  asomó 
en  Alcira.  Áhmed  ben  Muhámad  ben  Giafar  ben 
Sofían,  el  Makzumí,  varón  preclaro  por  la  progenie, 
ciencia  y  virtud,  que  tenia  un  hermoso  palacio  en  la 
isla  del  Júcar,  viendo,  de  un  lado,  que  disminuían  las 
fuerzas  del  emir  Abu  Abdallah  ben  Muhámad  Aben 
,Sad  y,  temiendo,  además,  que  le  atrepellase,  escribió 
á  los  almohades  prometiéndoles  obediencia  si  le  aco- 
gían bajo  su  protección  y  amparo.  Veíase  que  en  la 


(t)  Castro,  Coránica  del  rey  de  Castilla  Don  Alonso  Octavo,  ViJ,  VIII,  XIII, 
XIV  y  XV.-Zurita,  II,  29.— Diago,  VI,  23.~Escolano,  VIII,  12.— El  Ch.  de 
Tourtoulón  (I,  5)  escribe  que  desde  entonces  se  llamó  Santa  María  de  Alba- 
rracin  la  capital  de  los  dominios  de  don  Pedro.  Ya  antes  del  año*  de  la  Hegira 
404  (jul.  1013-14)  llamábase  Santa  María  de  Oriente,  para  distinguirla  de  otra 
que  había  en  Occidente.  Fundó  dicha  ciudad  el  eslavo  Aslao  ben  Raqin,  por 
lo  que  aquélla  se  llamó  Santa  María  de  Aben  Ra^in,  ó  de  Albarracin,  Vide,  c.  I' 
de  esta  2.*  parte. 

(2)    Hist.  Cullera,  1.  c. 


*  -  55i  - 
lucha  con  los  africanos,  había  la  fortuna  abandonado 
al  Emir.  Los  njismos  caudillos  que  con  él  habían 
compartido  los  azares  de  la  guerra,  se  le  apartaban 
con  cualquier  pretexto:  volvían  la  espalda  á  un  astro 
pronto  á  hundirse,  en  la  inmensidad  del  Océano.  Sus 
propios  vasallos  le  negaban  la  sumisión  echándole  en 
cara  que  su  gobierno  había  sido  una  serie  no  inte- 
rrumpida de  calamidades  para  el  Estado. 

El  Makzumí  se  fortificó  en  Alcira,  llevó  á  ella 
á- muchos  de  sus  parciales,  entre  ellos,  al  austero  y 
valiente  Abu'l  Awas  Áhmed  ben  Maad,  de  Uclés,  y  á 
otros  arrayaces  de  su  confianza.  Depuso  públicamente 
á  Aben  Sad  y  llamóle  mal  muslim  y  amigo  de  infie- 
les. Por  entonces  era  también  cuando  Ibrahim  ben 
Hamusek  se  retiró  de-  Murcia  ofendido,  se  alzó  con 
su  ciudad  de  Segura  y  fortificó  contra  el  yerno  algu- 
nos castillos. ' 

Aben  Sad  envió  contra  el  walí  da  Alcira  á  su  hijo 
Abu'l  Hegiag  Yúsuf  (i),  caudillo  de  la  caballería,  con 
encargo  de  que  ocupase  las  tierras  del  rebelde  y  le 
sitiase  en  Alcira.  Fué  el  hijo  al  frente  de  muchas 
tropas,  y  estableció  tan  riguroso  cerco,  que  desde 
mediada  luna  de  xawal  (17  junio  1171)  hasta  mitad 
de  dilagia  de  566  (16  agosto),  fio  pudieron  sino  las 
águilas  entrar  en  la  isla.  Ya  un  mes  antes,  mitad 
de  mayo,  la  tierra  había  sido  talada  y  estragada., 

El  hambre  comenzó  á  dejar  sentir  sus  efectos,  y 
públicamente  se  murmuraba  de  quien  en  mal  hora 


(1)  En  monedas  de  Aben  Sad  acuñadas  en  Murcia  el  año  5  66  (sept.  1 1 70-7 1), 
aparece  su  hijo  como  príncipe  heredero  (Codera,  Numismática  Arábigo-Espa- 
ñola, ap.  n.°  10). 


/ 


tiempo  con  un  consejo,  que  suele  importar  más  que  las?, 

armas  y  el  dinero»  (i) •  '        "  •  Mv 

Firme  Alfonso  II  en  el  propósito  de  conquista  i 
Valencia;  para  facilitarla  hizo  nuevas  donaciones  a  »; 
caballeros  de  la  orden  militar  de  San  Juan  del  B«j 
pital  de  Jerusalén.  Aunque  su  padre  no  les  habla» 
en  1 1 57  más  .que  uno  solo  de  estos  dos  castillos, 
de  Cullera  ó  el  de  Cervera,  Alfonso  II  les  ce^° 
dos  en  abril  de  117 1,  por  carta  entregada  en  o 
al  reverendo  Guido  de  Mahú,  preceptor  de  la  ora      \ 

Ya  se  dijo  algo' acerca  el  malestar  que  en     ^  ^ 
se  sentía  á  causa  de  la  guarnición  cristiana  ^lfiS  ¿, 
Sad  tenia- en  ella.  Los  personajes  más  nota 
reino  fraguaron  una  conspiración  para  aa*        ^oa^ 
los  almohades.  El  primer  chispazo  de  reb   ¿iafar   !*• 
en   Alcira.   Áhmed  ben  Muhámad  ben         r0gePiCi 
Sofían,  el  Makzumi,  varón  preclaro  poT    \iC\o  e° la 
ciencia  y  virtud,  que  tenia  un  hermoso  P    ^oia11  *a" 
isla  del  Júcar,  viendo,  de  un  lado,  que     f^ad  Aber 
fuerzas  del  emir  Abu  Abdallah  ben  ^í^e,  eS¿rÍ 
^Sad  y,  temiendo,  además,  que  \e  attoPe       s\  le  *L 
á  los  almohades  prometiéndoles  obedi^1      qüe  en 
gían  bajo  su  protección  y  amparo.  ^ 

(1)    Castro,  Coránica  del  rey  de  Castilla  Don  AV**  rt0  VX&  J¿fr¿' 
XIV  y  XV.-Zurita,  II,  29.^D\ag0l  VI,  2V^8C°^Ó5^  ¡>*»' 
Tourtoulóa  (I,  5)  escribe  que   desde  eaxcmces  se  tt*    ^  ¿¿V^ 
fr^/«  la  capital  de  los  dominios  de  don  Pedro.  **  *  p»r*d!'  **  *  ' 
404  (Jal.  1013-14)  llamábase    Santa  M  ^  *  ^       ^ ' 

que  había  en  Occidente ♦      F^iand^    <\v 
Jo  que  aquélla  ss  llamó  Sa.rxtc¿  Kíaria 
de  esta  2.«  parte. 
(2)    Hist.  Cullera,  1.    c. 


.  —  552  — 
había  provocado  la  sedición.  El  respetable  Abu  Ayab 
ben  Hilel  se  puso  de  acuerdo  con  Iqs  alcireños  más 
importantes  para  entregar  la  fortaleza.  Persuadióles 
de  que,  no  obstante  la  natural  defensa  de  Alcira,  era 
imposible  prolongar  la  resistencia,  Con  efecto:  por 
falta  de  provisiones,  los  mejores  soldados  apenas 
podían  sostener  el  aeso  de  las  ármas,*y  hombres  los 
más  robustos  quedaron  inútiles  el  resto  de  su  vida. 
Del  Makzumi  dice  Casiri  que  aún  se  conservaba  en  su 
tiempo  el  códice  que  contenia  varios  y  muy  elegantes 
versos  suyos  con  los  que  pedía  auxilio  y  ponderaba 
las  calamidades  que.  padecieron  los  sitiados.  Descen- 
diente suyo  fué  el  notable  historiador  Aben  Amira, 
•que  viene  á  cerrar  la  gloriosa  pléyade  de  atildados 
escritores  que  tuvo  Alcira  (i).  Como  á  la  reducción 
de. ésta  había  contribuido  Aben  Hilel,  Aben  Sad  le 
llevó  consigo  á  Murcia  y  le  tuvo  en  gran  estimación, 
y  ■  dio  á  un  hermano  suyo  el  cuidado  de  aquella 
frontera. 

Logró  el  hijo  de  Aben  Sad  entrar  en  Alcira,  y 
pudo  escapar  el  Mukzumí  y  refugiarse  entre  los 
ahnohades.  No  cesó  en  sus  manejos  para  derrocar  al 
abuelo  del  último  emir  de  Valencia.  Aprovechando- el 
general  descontento  que  contra  Aben  Sad  se  sentía  en 
ella,  logró,  por  su  industria  y  secretas  inteligencias, 
que  la  capital  de  sus  dominios  siguiese  el  ejemplo  de 
Alcira.  Aben  Sad  envió  contra  Valencia  al  que  había 
reducido  aquella  población,  hermano  de  Modef  y  de 
la  hermosa  Zaida,  futura  esposa  del  califa.  Puso  sitio 


(i)    Pons,  biogr.  n.°  250.— Casiri,  II,  30. 


~  553  — 
á  Valencia  por  mar  y  tierra  durante  tres  meses;  pero 
tuvo  que  alzarle,  por  acudir  contra  Alfonso  II,  que 
amenazaba  anexionarse  la  parte  del  reino  confinante 
con  Cataluña,  Favara,  Maella,  Macaleón,  Val  de  Tor- 
mo,' la  Fresneda,  Val  de  Robres,  Beceite,  Monroy, 
Peñarroja  y  Caspe,  cayeron  en  su  poder  (i).  Abu'l 
Hegiag  quedó  al  frente  de  las  fuerzas  de  tierra  y  se 
colocó  entre  Tortosa  y  Tarragona.  Mientras  tanto 
venció  Aben  Cásim  por  mar  á  los  cristianos,  quemó 
muchas  naves,  echó  á  pique  no  pocas  y  apresó  algu- 
nas (2). 

Al  abandonar  la  escena  política  el  rey  Lobo, 
sucédenos  algo  semejante  A  lo  que  ya  notamos  en  él 
antes  de  entrar  en  ella.  ¿Dónde  murió?  ¿cuándo  murió? 
Opiniones  las  más  encontradas  se  sustentan  acerca 
de  esos  dos  enigmas.  Acerca  de  esto  escribe  un  autor: 
«Engañado  (Aben  Sad)  por  su  sobrino  y  vendido  por 
Aben  Homox^  (Hamusek),  llovieron  sobre  él  calami- 
dades é  infortunios,  viendo  al  par  sitiadas  las  dos 
capitales  que  le  permanecían  fieles;  y,  con  todo,  se 
resistió  en  Murcia  heroicamente,  hasta  que,  sabida  la 
rendición  de  Valencia  á  los  sectarios  de  Al  Mahdi, 
vencido  del  dolor,  murió  de  pena  antes  de  entregarse. 
Tuvo  lugar  este  acontecimiento  el  año  1172»  (3).  Su 
muerte,  según  esto,  ocurrió  en  Murcia  el  año  que 


(1)  Zurita,  Anales  de  Aragón,  II,  25. 

(2)  Conde,  III,  48.  *  . 

(3)  Fernández  y  González,  Los  Mudejares  de  Castilla,  IV. — Y  en  una  nota 
escribe  el  propio  autor,  t Los  Anales  Toledanas,  no  desconformes  con  nuestras 
crónicas,  que  llaman  á  Aben  Merdenix  don  Lup  ó  don  Lobo,  dicen:  «Murió 
el  rey  don  Lop  Era  MCCX.» 

70 


—  S54  — 

va  dicho.  En  otro  autor  se  lee  que  el  emir  Yúsuf  Abu 
Yacub  vino  á  España  y  que  hizo  en  su  Axarkia  ó 
región  de  levante  expediciones  muy  venturosas,  sojuz- 
gando muchos  pueblos,  unos  de  grado  y  otros  por 
fuerza:  en  donde  asoma  algo  de  la  resistencia  de 
Murcia  mientras  vivió  Aben  Sad.  Pero  léase  lo  que 
á  continuación  escribe  el  mismo  autor:  «En  567 
(sept.  1171-ag.  1 172)  falleció  en  Mallorca  el  emir 
de  España  oriental  Abu  Abdallah  Muhámad  ben  Sad; 
otros  dicen  que  murió  el  año  569  (ag.  1173-74), 
y  otros,  que  el  571  (jul.  1175-76),  en  que  le  sucedió 
Abu'l  Hegiag  Jusef  ben  Muhámad  ben  Sad  ben  Mar- 
denis  en  toda  España  oriental»  (1). 

La  avenencia  entre  los  Beni  Sad  y  los  almohades 
dio  término  á  la  guerra,  por  más  que  el  emir  de  éstos 
comenzara  á  titularse  rey  de  Valencia:  «Los  valencia- 
nos, muerto  su  rey  Lotho,  entraron  en  grandes  bandos 
y  disensiones,  en  razón  de  que  unos  querían  por  rey 
á  un  hijo  del  muerto,  y  otros  á  Aben  Jacob,  hijo 
heredero  del  Miramamolín;  y,  prevaleciendo  esta  parte, 
comenzó  Aben  Jacob  á  llamarse  rey  de  Valencia  en  el 
año  1 1 72»  (2).  Conforme  con  esto,  pero  añadiendo  el 
medio  que  se  empleó  para  acabar  la  guerra,  está  lo  que 
sigue:  «Dice  Abu'l  Feda  que  después  de  la  muerte 
del  emir  Aben  Sad  ben  Mardenis,  señor  de  España 
oriental,  de  Valencia  y  de  Murcia,  y  de  otras  muchas 
ciudades,  que  entonces  sus  hijos  se  acogieron  al  rey 
Juzef  Abu  Jacub  de  África',  y  le  entregaron  todas  sus 


(1)  Conde,  III,  49. 

(2)  Escolano,  III,  2. 


—  sss  — 

tierras,  recelando  ellos  que  no  las  podian  mantener, 
porque  de  una  parte  les  hadan  cruda  guerra  los 
cristianos  (aragoneses),  y  los  almohades  africanos  los 
incomodaban  por  otra:  de  suerte  que  tomaron  este 
partido,  y  pusieron  en  manos  de  Abu  Jacub  todos  sus 
estados;  y  la  fortuna  le  dio  de  grado,  lo  que  no  espe- 
raba ya  conseguir  por  fuerza.  Dio  á  los  Aben  Sades 
nuevos  titulos  y  estados,  y  casó  con  una  hermana 
de  dichos  príncipes:  esto  acaeció  después  de  la  muerte 
de  Aben  Sad.»  Cuándo  sucedió  el  casamiento  que  puso 
término  á  la  guerra,  también  lo  expresa  el  mismo 
autor:  «En  el  año  de  570  (ag.  1174-jul.  11 75), 
deseoso  el  rey  Juzef  Abu  Jacub  de  asegurar  la  paz 
y  tranquilidad  de  los  muslimes  de  España,  casó  amir 
Amuminín  Juzef  Abu  Jacub  con  la  hermosa  hija 
de  Aben  Sad  ben  Mardenis,  hermana  del  señor  de 
Denia  y  Játiva,  y  de  gran  parte  de  España  oriental;  y, 
para  recibirla  y  obsequiarla,  hizo  labrar  una  miher- 
ghána  magnífica,  que  no  hay  lengua  que  pueda  descri- 
bir su  preciosidad  y  grandeza...  Se  detuvo  cuatro  años 
y  diez  meses  en  Andalucía,  y  se  tornó  á  Marruecos 
en  jaban  bendito  del  año   571  (feb.-mar.  1 176»  (1). 


( 1 )  Conde  III,  49. — «El  emperador  Yócuf  recibió  con  tanta  pompa  y  osten- 
tación á  la  princesa  valenciana,  y  con  tal  pasión  se  prendó  de  ella,  que  mandó 
construir,  para  su  mansión  y  recreo,  un  suntuoso  palacio  que  eclipsase  las 
riquezas  y  esplendor  de  la  Zaidía,  donde  la  sultana  no  echase  de  menos 
aquella  mansión  de  su  infancia.»  Zaida,  añade  la  tradición,  no  era  feliz  en 
Marruecos.  Enfermó  de  tristeza,  y,  pof  consejo  de  los  médicos,  la  trajo  el 
Emir  á*  Valencia,  y  ambos  se  instalaron  en  el  palacio  de  la  Zaidía.  En  él 
murió  y  fué  sepultada  la  infortunada  hija  de  Aben  Sad.  Por  indicación  de 
Sobeiha,  la  esposa  de  éste,  dicho  palacio  había  sido  regalado  á  Zaida,  hermosa 
de  cuerpo,  bellísima  de  espíritu  y  tan  desgraciada  como  graciosa  y  encanta- 
dora. Nuestros  cronistas  (Boix  II;  Escolano  III,  i,  que  cita  i  Béuter)  atribu- 


En  privilegio  expedido  por  Jaime  I  desde  Lérida 
á^io  de  abril  de  1255,  concedió  para  siempre  á  doña 
Teresa  Gil  de  Vidaura,  su  tercera  esposa,  el  que  fué 
palacio  de  los  reyes  moros  Aben  Sad  y  su  nieto  Zaén. 
Eran,  al  parecer,  nueve  casas,  las  cuales  también 
pertenecieron  á  la  madre  de  £eid  y  al  faqui  Moahac  (1). 
El  documento  en  que  tan  preciosos  datos  se  consignan, 
le  vio  el  P.  Teixidor  en  efc  archivo  de  la  Zaidía,  que 
fué  también  dada  por  don  Jaime  desde  Lérida,  á 
5  de  abril  de  1260,  á  la  misma  doña  Teresa  (2). 

Aún   sonará  el  nombre  de  los  Beni  Sad  cuando 


y  en  á  Aben  Sad  la  fundación  de  otro  palacio,  comprendido  en  lo  que  es  hoy 
casa  del  Marqués  de  Dosaguas,  junto  á  la  mezquita  que  luego  se  convirtió  en 
iglesia  de  San  Martín. 

(1)  Dichas  casas  estaban  en  las  inmediaciones  de  la  catedral,  incircuiiu 
Ecclesie  Beate  Alarte,  y  se  las  indica  en  el  Repariimiento  (p.  576  y  636)  coa 
estas  palabras:  «Corpus  domini  Regís:  domus  Zahén  III,  et  alias  matrís 
Qcyt  Aboceyt  nomine,  et  alia  Aceyt  Abeyubron  et  Res  Lupus  I,  juxta  in 
Alcafar,  ubi  stabat  Guillem  de  Vic,  Cayt  Abolabez  et  £eyt  Abdellaziz,  et 
cameras  alias  que  íuerunt  de  Mohac  alfaqui  Almezano,  ubi  sunt  lavan- 
deras VIH.»  Al  diligente  investigador  Chabás  pareció  que  dichas  casas  del  rey 
Lobo  estarían  en  la  manzana  donde  hoy  se  abra  el  palacio  arzobispal;  mas 
luego,  después  de  probar  que  tampoco  estuvieron  en  el  sitio  del  actual 
Almudín,  según  pretende  el  P.  Teixidor,  sospecha  estuviesen  en  la  manzana 
comprendida  entre  dicho  edificio  y  la  plaza  de  la  Almoina  (Chabás,  EU  Archi- 
vo, VI,  25. — Monum.  Hist,  de  Valencia  y  su  Reino,  t.  II,  pág.  172-177,  198-200. 

(2)  Escola  no  (lib.  5,  col.  943,  núm.  12)  escribe:  «Llamóse  la  Zaydía  esta 
casa,  por  ser  jardín  y  casa  de  campo  de  un  moro  llamado  Zaydi,  tan  principal, 
que  Proa z a,  le  hace  rey.»  £1  P.  Teixidor  dice  que  todo  eso  está  escrito  sin 
fundamento;  y  después  de  recordar  que  ya  la  Zaidia  existía  eu  tiempo  de 
Zaén,  como  se  ve  en  el  ofrecimiento  hecho  por  dicho  emir  para  alejar  de  la 
conquista  á  don  Jaime,  acepta  la  etimología  de  Covarrubias  Orozco,  que  dice: 
«Voz  arábiga  derivada  de  Qaida,  i  vale  tanto  como  Dama,  Señora,  Princesa, 
como  Qayd,  Señor,  que  corruptamente  llamamos  Cid:  de  aquí  se  dijo  Qaydia 
al  monasterio  de  religiosas  Bernardas  de  Valencia,  casa  de  Señoras  princi- 
pales, de  donde  tomó  el  nombre.»  (Chabás,  El  Archivo,  VI,  26.—  Mon.  Hist., 
t.  II,  p.  138). 


—  S57  — 

el  pendón  musulmán  tremole  por  última  vez  sobre 
las  torres  y  minaretes  de  la  ciudad,  reclinada  junto 
al  Guadalaviar  y  acariciada  por  las  brisas  del  mar  de 
Siria. 

Siguiendo  el  plan  de  dar  á  conocer  el  remate  de 
los  personajes  principales  que  toman  parte  en  los 
sucesos  reseñados  en  cada  capitulo,  cerramos  el  pre- 
sente marcando  el  paradero  de  Aben  Hamusek  y  del 
Oski.  Abu  Ishac  Ibrahim  Aben  Hamusek  murió 
en  Mekinez  en  la  luna  de  sáfer  de  572  (9  ag.- 
6  sept.  1 1 76).  Áhmed  ben  Abderrahmán  el  Oski  de 
Talavera  vivió  algunos  años  en  Marruecos  después  de 
la  desavenencia  con  Aben  Sad;  volvió  á  España  y  falle- 
ció en  Málaga  el  año  574  (jun.  1178-79).  Era  tan 
buen  poeta  como  valiente  caballero,  y  sus  admira- 
dores le  dieron  sepultura  con  'mucha  pompa  en  la 
vega  de  dicha  ciudad  (1). 


(1)    Conde,  1.  c. 


CAPITULO  XIV 

Almohades 
(1  1-73-12ÜO) 

C111  An  Aidiiuh.— Pone  «lio  i  Ytlcadl  Alfonso  II.-Diefmos  y  príraicui  de  te  igleeii  de  S»  Vicente 
Hinlr.— Aujiliedo  Altooio  del  mil  de  V.lench,  i¡ii«  i  Jliibi.— Sele  telan  nibuierio  el  iei«  de 
Murcie.— Qnebrsnurn  lento  de  psi. — Somete  dt  nuevo  Alfonso  i  Jiiibi  y  Vilaa'i.- Dormían  de  los 
lucimos  y  primicial  de  U  'gle sis  de  Sin  Vicente  al  monasterio  de  Sin  Jilin  de  ll  PeBi.— Enlrtgite 

Valencia  j  Murcie.— El  cánsenlo  de  Citoria,- Hovimleoio  Utcmb.— DtnvM  de  los  triHUnoi 
junto  i  Requeai.— Trasladen  del  cuerpo  de  Su  Vírente  Manir  desde  el  Promontorio  S.cnr  I 
Lisboa.— Sillo  de  S>  curen. -ÚUIme  eunpiñi  de  Alfonso  II  contra  Valencia.— N«™  convenía 
entre  Pedio  II  y  Allomo  VIH  en  orden  i  I»  conquiíui  de  Valencia  y  Mirci*.— Trtguti  con  el 
emir  de  leu  llo.on.del.— Moyi miento  liurerio.—  Confirmación  de  donaciones  i  los  s.n]usnistsi.  - 
Retoñan liu  de  Ademni.— Entrada  de  Alfosio  VIII  hasta  Jaiibs.- Ultima  donación  de  Pedro  ti 


samiento  que  siempre  dominó  á  Alfonso  II 
l  Casto  (1162-1196),  hijo  de  Ramón  Be- 
snguer  IV  y  de  doña  Petronila,  fué  el  de 
someter  á  la  Cruz  el  reino  de  Valencia.  Cuando,  para 
extinguir  las  guerras  que  durante  los  primeros  años  de 
su  reinado  hubo  con  Castilla  en  la  menor  edad  de 
Alfonso  VIII,  fué  á  Sahagún  á  mitad  de  junio  de  1170, 
vinieron  juntos  los  dos  jóvenes  monarcas  á  Zaragoza 
y  en  ella  permanecieron  los  meses  de  julio  y  agosto. 
Pasaron  luego  á  Tarazona,  y  en  septiembre,  Alfon- 
so VIII  se  comprometió  á  que  Aben  Sad  pagaría  al  de 
Aragón  el  tributo  que,  en  reconocimiento  de  feudo  y 
homenaje,  daba  á  Ramón  Berenguer  IV,  tributo  que  el 
emir  dejó  de  pagar  desde  1162,  ó  sea,  desde  la  ida  del 
principe  catalán  á   la  Provenza.  En    11 70   sojuzgó 


—  559  — 

Alfonso  II  á  los  moros  de  las  comarcas  bañadas  por  el 
Alhambra  y  el  Guadalaviar,  y  en  octubre  de  1171  edi- 
ficaba y  poblaba  en  las  riberas  del  último  una  muy 
principal  fortaleza,  llamada  Teruel,  adelantando  así  las 
fronteras  contra  los  moros  de  Valencia.  Ya  se  dijo  que 
Teruel  se  dio  en  feudo  y  honor  á  don  Berenguer  de 
Entenza  y  que  se  concedió  á  los  nuevos  pobladores  el 
que  se  rigiesen  por  el  fuero  de  Sepúlveda  (1). 

Valencia,  al  entrar  en  ella  los  almohades  (1172), 
se  apartó  del  vasallaje  que  debía  al  rey  de  Aragón. 
Estando,  por  febrero  del  mismo  año,  Alfonso  II  en 
Zaragoza,  propuso  hacer  guerra  á  los  moros  del  reino 
de  Valencia,  con  quienes  desde  el  principio  de  su 
reinado  había  tenido  treguas,  por  habérsele  entonces 
declarado  sus  vasallos  y  tributarios.  Con  ocasión  de  la 
muerte  de  Aben  Sad  en  aquel  año,  entró  con  muy 
poderoso  campo  hasta  llegar  á  los  muros  de  Valen- 
cia (2). 

Asentaron  los  expedicionarios  su  campo  contra  la 
ciudad,  (da  más  populosa  y  rica  de  la  morisma»,  y 
talaron  y  quemaron  su  vega.  Intimidado  el  walí,  para 


¡  (1)    Zurita,  II,  31. 

(a)  '  Figuraban  en  dicho  ejército:  don  Pedro,  obispo  de  Zaragoza;  don  Este- 
ban, de  Huesca;  don  Bernardo,  hermano  del  Rey;  abad  de  Montaragón, 
obispo  electo  de  Tarazona  y  que  llegó  á  serlo  efectivo  de  Lérida;  Arnaldo  Mir, 
conde  de  Pallas;  Blasco  Roraéu,  Jinaeno  de  Artusella,  alférez  del  Rey;  Pedro 
de  Castellezuelo,  Jimeno  Roraéu,  Pedro  de  Arazuri,  Berenguer  de  Entenza, 
Blasco  Maza,  Jimeno  de  Urrea,  Pedro  Ortiz,  Artal  de  Alagón,  Galín  Jiménez, 
Beltrán  de  Santa  Cruz  de  Luesia,  Pedro  López  de  Luna,  ex-maestre  del  Hos- 
pital de  Jerusalén  en  Aragón  y  Cataluña  y  maestre  de  Amposta  cuando  la 
orden  estaba  en  aumento;  Gombal  de  Benavente,  Sancho  Garcés,  justicia  de 

\  Aragón;  Sancho  lñiguez,  Peregrin  de   Castellezuelo  y  Fortún  de   Estrada 

(Zurita,  II,  32). 


—  56°  — 

evitar  mayores  males,  se  obligó  á  pagar  los  gastos  de 
aquella  expedición,  á  ayudar  contra  los  moros  de  Mur- 
cia y  á  dar  en  adelante  doblado  tributo.  Aceptó  Alfonso 
aquel  partido,  y  le  recibió  por  vasallo  (i). 

Otra  condición  estipulada  para  levantar  el  sitio, 
fué  la  de  que  por  el  rey  de  Aragón  quedaría  la  iglesia 
de  San  Vicente  mártir,  con  sus  diezmos,  primicias  y 
demás  derechos,  de  los  cuales  podría  disponer  con 
entera  libertad.  «Estd  nos  prueba,  escribe  un  autor, 
que  dicha  iglesia  nunca  había  dejado  de  estar  abierta 
al  culto  católico,  pues  práctica  constante  de  los  maho- 
metanos fué  el  no  permitir  nuevas  edificaciones  de 
iglesias  á  los  cristianos»  (2). 

Al  retirarse  de  Valencia  Aben  Sad,  pasó  á  Murcia, 
y  al  morir  en  567  (sept.  1171-72),  le  sucedió  con 
todo  lo  que  aún  conservaba  de  la  España  oriental  su 
hijo  Abu'l  Hegiag  Yúsuf  ben  Muhámad.  Hasta  el  año 
570  (ag.  1174-jul.  1 175),  en  que  el  emir  almohade 
casó  con  la  hermosa  hija  de  Aben  Sad  ben  Mairdenis, 
hubo  guerra  entre  éste  y  los  almohades,  pero  era  dueño 
de  Denia,  Játiba  y  gran  parte  de  España  oriental  el 
hijo  del  rey  Lobo.  Son  prueba  de  que  Murcia  conti- 
nuaba siendo  suya,  y  no  de  los  almohades,  el  auxilio 
que  éstos,  dueños  de  Valencia,  se  comprometieron  á 
dar  contra  el  señor  de  aquélla  al  rey  de  Aragón,  y  el 
haber  muerto  entonces  en  tierra  extraña  los  murcianos 
Abderrahmán  ben  Táhir  y  Al  Oskí,  enemigos  de  Aben 
Sad  y  amigos  de  los  almohades  (3). 


(1)  Zurita,  1.  c. 

(2)  El  Archivo,  V,  16.— Chabás,  híon.  hist%  de  Valencia  y^u  Rtino,  V,  4. 

(3)  Conde,  III,  49.  . 


—  j6i  — 

Dispuesto  como  estaba  Alfonso  á  hacer  cruel 
guerra  á  los  infieles,  con  el  refuerzo  del  wali  de  Valen- 
cia siguió  hacia  el  mediodía  talando  y  destruyendo  los 
pueblos  que  no  se  le  rendían  ó  no  le  reconocían  por 
señor.  Por  mayo  de  aquel  año  se  puso  sobre  Játiba.  Poco 
después  tuvo  que  pactar  treguas  con  los  moros  y  con- 
tentarse con  que  el  rey  de  Murcia  le  pagase  el  mismo 
tributo  que  acostumbró  darle  el  rey  Lobo.  Sancho  VI, 
rey  de  Navarra,  creyendo  que  el  de  Aragón  corría  gran 
peligro  por  haberse  internado  tanto  en  tierra  de  moros, 
juntó  la  más  gente  de  guerra  que  pudo  é  invadió  los 
estados  de  Alfonso,  á  pesar  de  las  treguas  poco  antes 
asentadas.  El  de  Aragón  tuvo  que  suspender  la  em- 
presa contra  los  infieles;  pero  el  daño  que  éstos  habían 
de  padecer  le  sufrieron  los  dominios  de  Sancho,  en  . 
los  cuales  entró  Alfonso  destruyendo  algunos  lugares 
y  castillos.  Se  apoderó  de  Arguedas  y  dejó  fortificadas 
las  fronteras;  y  en  julio  de  1 173  se  apoderó  del  castillo 
de  Milagro  y  le  asoló  (1). 

Era  natural  que  las  condiciones  de  paz  impuestas 
por  el  Casto  á  los  muslimes  fuesen  por  éstos  quebran- 
tadas tan  pronto  como  para  ello  se  les  ofreciera  ocasión 
oportuna,  y  no  tardaron  en  tenerla.  En  el  año  568 
(ag.  1172-73)  entró  el  principe  Cid  Abu  Becr  en. 
tierra  de  Toledo,  mató  y  cautivó  gentes,  destruyó 
pueblos,  quemó  alquerías  y  aldeas,  y  destruyó  un 
ejército  castellano  con  muerte  de  su  caudillo  y  de 
36.000  de  sus  soldados.   En  el  año  siguiente,   569 


(1)    Zurita,   1.  c. — Castro,  Corpnica  del  Rey  de  Castilla  Don  Alonso  Oc- 
tavo, XVII. 

71 


\ 


fc 


—    $62   — 

(ag.  1173-74),  el  mismo  emir  Yúsuf  Abu  Jacob  entró 
por  la  costa  del  Mediterráneo,  conquistó  la  ciudad  de 
Tarragona,  y  sus  vencedoras  tropas  penetraron  como 
espantosa  tempestad  de  truenos  y  relámpagos,  talaron 
y  arrasaron  á  sangre  y  a  fuego,  mataron  y  cautivaron 
gentes,  robaron  ganados  y  estragaron  frutos.  Después 
de  tan  venturosa  jornada  volvió  el  Emir  á  Sevilla, 
casó  al  año  siguiente,  570  (ag.  1174-jul.  1175),  con 
la  hermosa  hija  de  Aben  Sad  ben  Mardenis,  hermana 
del  señor  de  Denia,  de  Játiba  y  de  gran  parte  de  la 
España  oriental;  y  en  el  571  (jul.  1175-76)  volvió  á 
Marruecos  (1).   . 

Comprendieron  Alfonso  VIII  y  Alfonso  II  cuan 
necesaria  les  era  la  más  estrecha  unión.  Poco  después 
de  la  muerte  de  doña  Petronila  (13  oct.  11 73),"  la 
viuda  de  Ramón  Berenguer  el  Santo,  despreciando  el 
Casto  el  matrimonio  que  tenia  comprometido  con 
una  hija  de  Manuel,  emperador  de  Constantinopla, 
casó  con  doña  Sancha,  tia  del  rey  de  Castilla  é  hija  de 
Alfonso  VII  (18  en.  1174).  Prueba  de  que  Tarragona 
no  siguió  en  poder  de  infieles,  es  que,  con  otras 
ciudades,  se  dio  en  arras  á  doña  Sancha.  El  cronista 
de  Alfonso  VIIÍ  dice  que  en  consideración  al  nuevo 
parentesco  con  Alfonso  II,  le  relevó  del  feudo  y 
homenaje  que  desde  113  5  tenia  Aragón  con  Cas- 
tilla (2).  A  otra  causa  obedeció  la  absoluta  indepen- 
dencia de  Aragón. 

Deseaba  «con  deseo  grande»  el  rey  de  Castilla, 


(1)  Conde,  1.  c. 

(2)  Castro,  O.  C,  XIX-XX1L— Zurita,  II,  32-33. 


I 


-  563  - 

como  se  expresa  en  documento  de  29  de  noviembre 
de  1 173,  someter  á  lds  sarracenos  de  Huete  y  Cuenca, 
que  tenían  en  continuo  sobresalto  á  Toledo.  Para  el 
feliz  éxito  en  su  empresa,  no  descuidó  Alfonso  VIII 
ninguna  diligencia:  «avia  echado  los  años  antece- 
dentes las  lineas,  prevenido  los  ricos-hombres,  arzo- 
bispos y  obispos  de  su  reino  y  hecho  llamamiento  de 
los  concejos,  para  ver  lo  que  podía  juntar,  assi  de 
gente,  como  de  víveres  y  dinero  para  las  pagas  de  los 
soldados;  y,  pareciéndole  que  para  tan  arduo  empeño 
no  bastavan  sus  fuerzas,  pidió  socorro  al  rey  de  Ara- 
gón: y  le  halló,  no  sólo  ayudándole  con  soldados, 
sinfr  viniendo  en  persona  á  la  conquista»  (1). 

Gastaron  el  año  1175  en  hacer  pagar  al  rey  de 
Navarra  el  papel  indigno  de  entenderse  con  los  mus- 
limes en  perjuicio  de  aragoneses  y  castellanos.  En 
este  año  daba  el  rey  de4  Aragón,  durante  el  mes  de 
febrero,  estando  en  Anglesola  (Lérida),  á  los  monjes 
de  Poblet  la  villa  y  lugar  del  Puig,  para  cuando  esta 
población  fuese  conquistada.  Era  la  voluntad  de  Al- 
fonso II  que  se  fundara  en  el  Puig  un  monasterio  del 
orden  del  Cister  y  de  la  regla  de  San  Benito  para 
cien  religiosos.  Debería  estar  el  nuevo  monasterio 
sometido  al  de  Poblet.  Era  la  intención  del  rey  que 
se  le  enterrase  en  el  de  Poblet,  ó  en  el  del  Puig. 
Quince  años  más  tarde  manifestaba  igual  voluntad 
que  Alfonso  II  su  hijo  el  infante  don  Pedro,  que  seis 
años  después  heredó  el  trono  (2). 


(1)  Castro,  I.  c. 

(2)  ChaWs,  Monumentos  históricos  de  Valencia  y  su  %einot  IV,  3. 


*1 


—  564  — 

Después  de  haber  pasado  Alfonso  II  parte  del  año 
1 1 76  en  la  Provenza  y  de  dejar  bien  aseguradas  sus 
fronteras  con  Navarra,  reunió  un  buen  ejército  para  ir 
en  auxilio  del  rey  de  Castilla,  que  habia  de  poner  sitio 
á  Cuenca  (1).  Juntos  castellanos  y  aragoneses,  pusie- 
ron cerco  á  Cuenca  á  fines  de  1 176.  Es  tal  la  situación 
de  aquella  plaza  y  era  tan  numerosa  y  aguerrida  su 
guarnición,  que  más  que  á  las  armas  hubo  de  recu- 
rrirse,  para  rendirla,  al  hambre.  También  á  los  sitia- 
dores llegaron  á  escasear  los  víveres:  tanto,  que 
Alfonso  de  Castilla  hubo  de  trasladarse  á  Burgos  en 
busca  de  recursos'.  Mientras  tanto  quedó  el  de  Aragón 
dirigiendo  las  operaciones  del  sitio:  y  de  tal  manera 
se  vigilaron  las  entradas  y  salidas,  para  que  ni  entra- 
sen víveres  ni  saliesen  consumidores,  y  con  tanto 
acierto  jugaron  las  máquinas  de  combate,  que  los  de 
Cuenca  entraron  en  tratos  de  rendirse  si,  transcurrido 
cierto  plazo,  no  recibían  auxilio. 

Ya  en  agosto  habia  vuelto  al  campo  sitiador  el 
rey  de  Castilla,  y  agradecido  al  buen  servicio  del  de 
Aragón  y  obrando  con  consejo  de  los  prelados  y 
ricos-hombres  que  allí  habia,  se  concertaron  los  dos 
monarcas  en  orden  á  valerse  y  ayudarse  contra  moros 
y  cristianos,  exceptuando  á  Fernando  II,  rey  de  León 
y  tío  del  de  Castilla,  y  respecto  de  que,  anulados  los 
compromisos  anteriores,  cada  uno  tuviese  para  sí  y 
sus  sucesores,  con  entera  libertad,  las  villas  y  castillos 


([)  Fueron  con  el  rey  de  Aragón:  don  Berenguer  de  Vilademuls,  arzobispo 
de  Tarragona;  don  Pedro,  obispo  de  Zaragoza;  Sancho  Duerta,  Fernando 
Ruiz  de  Azagra,  señor  de  Daroca;  Anal  de  Foces,  Hugo  deMataplana,  Pernee 
de  Guardia,  Guillen  de  Beranuy  y  otros  ricos-hombres  de  Aragón  y  Cataluña. 


-  S^S  - 

que  entonces  poseían:  entonces  quedó  Aragón  exento 
del  deudo  que  desde  113  5  tenía  con  Castilla.  Que- 
daba por  resolver  la  cuestión  del  señorío  de  Molina, 
y  la  fiaron  al  fallo  del  conde  don  Manrique  de  Lara: 
la  decidió  adjudicándosele  a  sí  mismo,  puesto  que 
Molina  había  sido  antes  patrimonio  de  sus  mayores. 

Cuenca,  tras  un  sitio  de  nueve  meses,  se  rindió 
á  las  armas  cristianas  el  21  de  septiembre  de  n 77. 
Quiso  Alfonso  II  dejar  asegurados  á  sus  vasallos 
moros  de  Murcia  antes  de  volver  á  Aragón.  Llegó 
hasta  Lorca,  y  logró  que  el  emir  de  aquella  tierra  le 
pagase  el  tributo  de  su  conquista.  Por  el  mes  de 
octubre  ya  estaba  en  Teruel  (1). 

En  un  diploma  se  hace  constar  que  en  octubre 
de  1 1 77  concedió  Alfonso  II,  que  estaba  en  Teruel,  á 
Dodón,  abad  del  convento  de  San  Juan  de  la  Peña,  y 
á  los  monjes  del  mismo,  la  iglesia  de  San  Vicente  mártir 
de  Valencia  (2).  Dando  el  rey  la  iglesia  de  San  Vicente 
con  diezmos  y  primicias,  dice  el  citado  abad  Briz,  supo- 
ne que  había  actualmente  fieles  parroquianos  de  aquella 
iglesia]  «y  hubiera  podido  añadir,  continúa  el  P.  Teixi- 


(1)  Zurita,  II,  35. — Castro,  1.  c. — De  la  conquista  de  Cuenca  hallamos 
otras  tres  fechas  diferentes.  Se  lee:  en  el  Cronicón  Burgense,  «Era  MCCXV,  fuit 
capta  Conca;»  en  los  ^Anales  Complutenses,  «Era  MCCV,  capta  fuit  Concha,  et 
ibi  Comes  Nuni,  III.  Non.  Aug.,»  y  en  los  %Anales  Toledanos,  «En  el  mes  de 
Octubre  prisó  el  Rey  D.  Alfonso  á  Cuenca,  Era  MCCXVII.  Escureció  el  Sol, 
Era  MCCXV.»  Esta  Era  es  también  la  en  que  se  tomó  la  ciudad. 

(2)  Placuit  mihi,  pro  servitio  quod  mihi  feas  ti  in  illa  hoste  de  Valentía, 
-quod  dono  atque  in  perpetuum  concedo  pomino  Deo,  et  jam  dicto  monasterio 
sancti  Joannis  de  Pinna  et  fratribus  ibidem  Deo  servientibus,  prassentibus 
atque  futuris,  Ecclesiam  S.  Vincentii  de  Valentía,  cum  ómnibus  directis  suis 
que  modo  habet,  ?el  habere  debet,  et  cum  decimis  et  primitiis,  ut  sit  semper 
libere  et  absolute,  de  jure  sancti  Joannis  de  Pinna  (Briz,  Hist.  de  San  Juan  de 
la  Peña,  /,  si)- 


—  566  — 

don  (i),  que  era  entonces  la  iglesia  matriz  y 
como  catedral,  á  cuyo  prelado,  que  es  el  obispo, 
y  á  su  cabildo,  pertenecen  los  diezmos.»  Todavía 
continuó  algunos  años,  á  lo  menos  hasta  12 12, 
en  posesión  de  dicha  iglesia  el  monasterio  de  San 
Juan  de  la  Peña.  Por  manera,  que  no  es  cierto 
el  dicho  de  Aimonio,  según  el  cual  cuando  á  Va- 
lencia llegó  Audaldo,  el  encargado  de  llevarse  el 
cuerpo  de  San  Vicente,  se  hospedó  en  uno  de  los  arraba- 
les, ya  del  todo  abandonado  de  los  cristianos,  y  cuya 
iglesias  tenia  casi  arrasadas  las  paredes,  si  bien  aún 
estaba  intacto  el  sepulcro  del  Santo  (2). 

Por  este  tiempo  bajaron  al  sepulcro  algunos  mus- 
limes de  nuestra  región  notables  por  su  saber  ó  por  los 
acontecimientos  politicos  ocurridos  en  ella  de  los  cua- 
les fueron  protagonistas:  en  el  año  569  (ag.  1173-74), 
Abu'l  Ahwas  Áhmed  ben  Abderrahmán,  de  Zaragoza, 
que  vivió  algún  tiempo  en  Valencia  y  acabó  sus  días 
desempeñando  el  cadiazgo  de  Sevilla;  en  el  571 
(jul.  1175-76),  también  en  Sevilla,  el  valenciano 
Abu'l  Hassán  Ali  ben  Ibrahim  ben  Sad  al  Khair,  y 
en  572  (jul.  1176-jun.  1 1 77),  en  Málaga,  Abu  Abda- 
llah  Muhámad  ben  Galib,  ar  Ra^ifl,  de  la  Ruzafa 
de  Valencia  (3).  En  el  mismo  año,  un  insigne  literato 
granadino  presentaba  á  la  academia  de  su  ciudad  una 


(1)  ^Antigüedades  de  Valencia,  Ms.  t.  II,  p.  346. 

(2)  El  Archivo,  1.  c— En  las  pags.  6062  reprodujimos  un  artículo  del 
Sr.  Martínez  Aloy  sobre  el  sepulcro  existente  en  el  Museo  de  Valencia.  Son 
también  dignos  de  leerse  los  trabajos  que  acerca  del  mismo  asunto  se  publica- 
ron en  El  Archivo,  I,  321,  323,  404  y  409;  II,  129  y  131,  y  Mon.  Hist.,  t,  II, 

p.  44I-4S*. 

(3)  Casiri,  Poeta rura,  números  26,  28  y  31. 


-  5^7  - 

colección  de  preciosas  poesías  de  alabanza,  amatorias 
y  morales,  labor  de  Abui  Rabi  ben  Abi  Muhámad, 
también  hijo  de  Valencia  (i). 

En  la  luna  de  sáfer  del  mismo  año  572  (9  ag.- 
6  sept.  1 1 76)  murió  en  Mequinez  el  célebre  Abu 
Ishac  Ibrahiíji  ben  Hamusec,  el  suegro  de  Aben  Sad, 
á  quien  tanto  daño  causara;  y  en  el  año  5  74  (jun.  1 1 78-79), 
en  Marruecos,  Abderrahmán  ben  Táhir,  el  walí  de 
Murcia,  depuesto  por  Aben  Ayadh.  Escribía  Aben- 
Táhir  muy  buenos  versos,  y  aún  se  conservan  los 
morales  que  el  Ziezaré  leía  en  Valencia  en  sus  pláticas 
y  sermones  (2). 

Para  cortar  las  diferencias  que  por  causa  del 
repartimiento  de  tierras  que  cada  uno  pretendía  eran 
de  su  conquista  se  hablan  suscitado  entre  los  reyes  de 
Castilla  y  de  Aragón,  concertaron  en  11 78  verse 
al  año  siguiente  en  Cazorla.  Llegado  el  año  •  1 1 79, 
entró  Alfonso  II  con  poderoso  ejército  en  el  reino  de 
Valencia  y  puso  su  campo  sobre  Murviedro.  Desde 
allí  fué  atravesando  hacia  Andalucía,  y  en  Cazorla, 
á  20  de  marzo,  se  avistó  con  el  rey  de  Castilla  (3). 

Convinieron  en  que  todo  el  reino  de  Valencia 


(1)  Tenia  por  titulo:  «Ramillete  de  Margaritas  y  Adorno  del  vestido 
elegante»  (Casiri,  t.  I,  p.  135). 

(1)    Conde,  Le. 

(3)  Colmenares  (Hist.  de  Stfovia,  c.  XVIII,  §  I)  dice  que  las  vistas  se 
señalaron  para  el  20  de  mayo.  En  1 5  de  mana  estaba  aún  en  Toledo  el  rey  de 
Castilla  con  su  esposa  doña  Leonor;  y  el  mismo  dia  20  de  marxo,  (Era 
MCCXVIL  13  Kalendas  Aprilis,  anno  tertio  ex  qno  Serenissimus  Rex  Alphon- 
sus  Conchara  cepit)  estaba  en  Huerta.— Acompañaban  al  de  Aragón,  don 
Pedro,  obispo  de  Zaragoza,  Arnaldo  de  Tarraja,  maestre  del  Temple,  Pedro 
de  Castellezuelo,  Blasco  Roméu,  Arnaldo  de  Pons,  Artal  de  Alagon,  alférez 
del  rey,  Sancho  Duerta,  mayordomo,  Miguel  de  Santa  Cruz,  Berenguer  de 


—  568  — 

fuese  de  la  conquista  y  señorío  de  Aragón;  lo  mismo 
la  ciudad  de  Játiba  y  Biar,  con  sus  términos,  hasta 
el  puerto  de  Biar,  y,  además,  la  ciudad  y  reino  de 
Denia:  esto  es,  desde  el  rio  de  la. Cenia,  al  norte, 
hasta  la  sierra  de  Biar,  al  mediodía.  Serian  de  la 
conquista  de  Castilla  las  ciudades  y  demás  poblaciones 
situadas  al  sur  de  la  expresada  sierra,  esto  es,  lo  que 
formaba  entonces  el  reino  de  Murcia  (i). 

Esta  distribución  era  á  todas  luces  perjudicial  a 
Aragón,  por  lo  que,  apenas  sentado  Pedro  II  en  el 
trono  (i  6  mar.  1 196),  logró  se  modificara  en  términos 
más  aceptables  el  arreglo  de  Cazorla.  Entonces  que- 
daron comprendidos  en  el  reino  de  Valencia  la  ciudad 
de  Alicante  y  algunos  territorios  que  se  detallan  en  la 
sentencia  de  26  de  febrero  de  1305  pronunciada  por  el 
arbitro  don  Dionisio,  rey  de  Portugal  (1279-13 2 5)  (2). 

Al  año  siguiente,  n  80,  por  marzo,  estando  en 
Ariza  el  rey  de  Aragón,  dio  la  villa  de  Ajcañiz  y  sus 
términos  á  don  Martin  Ruiz  de  Azagra,  maestre  de 
Calatrava,  para  que,  como  lugar  frontero  de  otros 
muchos  de  moros  del  reino  de  Valencia,  hiciese 
guerra  ó  que  se  respetara  la  paz  ó  treguas  que  se 


Enteriza,  Pedro  de  San  Vicente,  Fortún  de  Berga  y  García  de  Albero. — Y  al 
de  Castilla,  Cerebruno,  arzobispo  de  Toledo,  Ramón,  obispo  de  Paleada, 
Pedro,  de  Burgos,  Rodrigo,  de  Nájera,  Sancho,  de  Ávila,  Gonzalo,  de 
Segovia,  Miguel,  de  Osma,  los  condes  don  Pedro,  don  Gómez  y  don  Fernando, 
Pedro  Ruiz  de  Azagra,  Pedro  de  Arazuri,  Diego  Jiménez,  Pedro  García, 
Pedro  Gutiérrez,  Tello  Pérez,  Pedro  Ruiz'de  Guzmán,  Lope  Díaz,  mayordomo, 
Rodrigo  Gutiérrez,  mayordomo,  Gómez  García  de  Roa,  alférez,  Garda  de 
Puér tolas,  Martín  Ruiz  de  Azagra,  Suer  Pelayo  y  García,  Muñoz  (Zurita,  II, 
37.— Castro,  XXVII). 

(1)  Zurita,  1.  c. 

(2)  Escolano,  I,  22. 


pactasen.  Dueño  ya  de  Olocáu,  á  tres  leguas  de  Mo- 
rdía, hizo,  en  agosto  del  mismo  año,  merced  á  los 
caballeros  de  San  Juan  del  Hospital  de  Jerusalén. 
Obedeciendo  las  órdenes  militares  á  los  altos  fines  de 
su  institución  y  á  los  estímulos  de  los  príncipes  cris- 
tianos, hicieron  los  templarios  varias  entradas  en 
tierra  de  infieles.  Llegaron  á  apoderarse  del  fuerte* 
castillo  de  Pulpis  y  su  villa,  próximos  al  mar  y  á 
corta  distancia  de  Peñiscola  (i).  En  enero  de  1181 
les  dio  Alfonso  esta  conquista.  En  noviembre  del 
mismo  año  se  ganó  el  castillo  de  Villel,  último  de  los 
de  Aragón  colindantes  con  el  reino  de  Valencia  (2). 
En  una  de  estas  entradas  murió  Yúsuf  ben  Abda- 
llah,  llamado  también  Abu  Ornar  ben  Ayadh.  Nacido 
en  Liria,  hizo  sus  estudios  en  Valencia  bajo  la 
dirección  de  Aben  Hudzeil,  Abu'l  Walid  ben  ad 
Dabag  y  otros  muchos.  Sábese  por  Aben  al  Abbar 
que  fué  curioso  en  tomar  notas  biográficas  de  sus 
maestros,  así  como  en  apuntar  sus  anécdotas  y  poe-» 
sias.  Con  toda  fidelidad  transmitió   también  cuanto 


(1)  Diago,  VI,  26. — Ca varilles  marca  con  exactitud  y  minuciosos  detalles 
la  situación  del  castillo  de  Pulpis.  «Entre  la  llanura  de  las  Cuevas  y  el  Medi- 
terráneo hay  quatro  montes  casi  paralelos,  que  se  extienden  de  norte  á  me- 
diodía. El  más  oriental,  cuyas  raíces  baña  el  mar,  se  llama  Hirta,  que  empieza 
en  jas  cercanías  del  sitio  que  ocupó  Alcocéver,  lugar  hoy  día  destruido,  y, 
elevándose  á  mayor  altura  que  los  otros,  se  prolonga  hasta  Peñiscola.  Casi 
paralelo  á  éste  corre  otro  llamado  de  Polpis  y  Chiven,  por  conservarse  aún 
en  la  falda  occidental  los  castillos  que  pertenecieron  á  dos  pueblos  de  corto 
vecindario:  tiene  su  principio  en  varías  lomas  que  se  desvanecen  antes  de 
llegar  á  Alcocéver,  pero  que  aumentan  considerablemente  de  volumen  hacia 
el  norte  reuniéndose  por  aquella  banda  con  el  citado  Hirta  para  formar  el 
monte  de  San  Antonio  (Tomo  I,  pig.  42 ,  n.°  59).» 

(2)  Zurita,  II,  38. 

72 


—  S7°  — 

habia  aprendido  en  las  mejores  fuentes  históricas. 
Buen  muslim,  empuñó  las  armas  y  en  su  misma 
patria  peleó  con  los  cristianos.  Murió  cubierto  de 
heridas  en  el  año  575  (jun.  1179-may.  1180)  (1). 

Durante  ""el  mismo  año  murió  en  Egipto  el  Yasa 
el  Gafiqui,  nacido  en  Valencia,  si  bien  su  familia  pro- 
cedía de  Jaén.  Con  su  padre  se  trasladó s  á  Almería, 
donde  aprendió  los  rudimentos  del  saber  mahome- 
tano. En  Valencia  tuvo  por  maestro  al  célebre  Aben 
Jafacha,  el  famoso  poeta  de  Alcira.  Residió,  en  testi- 
monio de  Al  Makkari,  algún  tiempo  en  Málaga,  y 
llegó  hasta  á  desempeñar  el  alto  cargo  de  cátib  ó 
secretario  de  los  emires  de  la  España  oriental.  Em- 
prendió el  año  560  (1164-65)  un  viaje  á  Oriente,  se 
estableció  en  .Alejandría  y  pasó  hiégo  á  la  corte  de 
Saladino  (1174-93),  de  quien  recibió  protección  y 
toda   suerte   de   obsequios,    como   escribe   Aben  ai 
Abbar  (2).  * 

Siguiendo  el  orden  cronológico  en  dar  á  conocer 
el  fallecimiento  de  los  escritores  valencianos,  nos 
vemos  á  cada  paso  en  la  imperiosa  necesidad  de  sus- 
pender el  relato  de  los  sucesos  políticos,  testimonio 
elocuente  del  alto  grado  á  que  durante  el  siglo  xn  de 
nuestra  era  alcanzó  la  cultura  muslímica  valenciana. 

El  30  de  octubre  de  1182  murió  en  Valencia  Abu 


(1)  De  sus  producciones  se  citan: — i.  Continuación  de  ac,  £ilah  de  Aben 
Pascual. — 2.  Clases  de  jurisconsultos  desde  Abd  el  Barr  hasta  su  tiempo. — Y 
3.  Libro  de  lo  suficiente  acerca  de  las  clases  ú  órdenes  de  tradiciones  (Pons, 
biogr.  n.*  195). 

(2)  Á, ruegos  de  Saladino  escribió  un  libro,  cuyo  titulo  era:  «El  que  habla 
claramente  sobre  la  historia  de  las  excelencias  de  la  gente  magrebina»  (Pons, 
biogr.  n.o  196). 


-  57i  - 
Muhámad  Abdallah  ben  Yahya  el  Hadrhamí,  nacido 
en  Palma,  cerca  de  Gandía.  Fué  vecino  dé  Játiba,  y 
se  distinguió  como  historiador,  filólogo  y  poeta  (i). 
También  falleció  en  578  (may.  1182-abr.  1183) 
otro  hijo  ilustre  dé  Palma,  distrito  de  Bairén.  £ahib 
a$  £alat,  que  asi  se  llamaba,  murió  en  Valencia,  pero 
SB6  restos  mortales  fueron  trasladados  al  lugar  de  su 
nacimiento  (2).  Bajó  entonces  al  sepulcro,  como  ya 
se  dijo,  Merwán,  el  emir  de  Valencia,  depuesto  en 
6  de  enero  de  11 46.  Y  en  ramadhán  del  mismo  año 
(dic.  1182-en.  n83)dejóde  existir,  en  Córdoba,  el  céle- 
bre historiador  Aben  Pascual,  oriundo  de  Sorrión, 
cerca  de  Játiba  (3). 

De  dos  hechos  ruidosos,  ocurridos  casi  al  mismo 
tiempo,  vamos  á  ocuparnos  ahora:  glorioso  y  afortu- 
nado el  uno,  y  relacionado,  según  se  dice,  con  los 
venerandos  restos  del  invicto  mártir  de  Valencia,  San 
Vicente;  no  menos  ruidoso  el  otro,  pero  de  éxito 
nada  favorable  á  las  armas  cristianas. 

En  el  capítulo  III  de  la  primera  parte  escribimos, 
tomándolo  del  moro  Rasis,  «que  cuando  el  primer 
Abderrahmán  estuvo  en  Valencia  en  760,  huyeron  de 
ella  los  cristianos  con  el  cuerpo  de  San  Vicente  Már- 
tir, y  le  colocaron  en  el  Promontorio  Sacro  de  Portugal, 
llamado  en  adelante,  por  esta  razón,  Cabo  de  San  Vi- 
unte.»  Y  algo  más  adelante,  siguiendo  una  llamada 
tradición,  anadiamos  que,  dueño  ya  de  Lisboa  (1148) 


(1)  Casiri,  Poetarum,  n.°  37.— Pons,  biogr.  n.°  199. — Chabás,  Hist.  de 
Denia,  I,  260. 

(2)  Pons,  p.  407.  * 

(j)    Pons,  biogr.  rnSpi.  200. — El  Archivo,  VII,  370. 


<     -  572  - 

Alfonso  Enríquez,  hizo  por  mar  un  paseo  hasta  el 
Promontorio  Sacro,  y,  guiado  por  aquellos  cristianos 
(que  quedaron  después  de  la  horrorosa  devastación 
del  caudillo  Abu'l  Hassán  en  1112),  descubrió,  bajo 
bóveda  cubierta  de  escombros,  el  ansiado  tesoro.  En 
1 1 73  fué  su  traslado  á  la  iglesia  mayor  de  la  capital 
del  reino,  y  tres  años  después  se  le  llevó  á  Braga.» 

Según  el  cronista  de  Alfonso  VIII,  ocurrió  este 
suceso,  qye  tanta  relación  tiene  con  Valencia,  diez 
años  después.  Estas  son  sus  palabras: 

cEn  este  año  (1183),  escribe  el  P.  Juan  de  Mariana  fué 
la  Translación  del  cuerpo  de  San  Vicente  Mártir,  desde  el  Pro- 
montorio Sacro,  á  la  ciudad  de  Lisboa,  por  el  cuidado  y  devoción 
de  el  rey  don  Alonso  de  Portugal.  Premióle  Dios  este  buen  zelo, 
con  darle  felizes  sucesos,  entrando  triunfante  por  las  tierras  de  la 
otra  parte  de  el  Tajo,  que  confinan  con  Guadiana;  y  consiguió 
grandes  victorias  de  los  moros,  hasta  dar  vista  á  Sevilla,  tomán- 
doles á  Ylipa,  que  es  Niebla.  Y,  queriendo  satisfacerse  los  moros, 
.entraron  en  Portugal,  hasta  sitiar  á  Samaren;  pero,  saliéndoles 
al  encuentro,  por  una  parte  el  rey  don  Alfonso,  y  por  otra  su 
hijo  don  Sancho,  iueron  vencidos  y  desbaratados,  y  su  caudillo 
Aben  Jacob  se  ahogó  en  el  rio  Tajo»  (i). 

Es  admirable  la  concordancia  que  guarda  esta  rela- 
ción con  la  de  autor  árabe  á  quien  sigue  Conde.  Dice 
que  venido  el  año  579  (abr.  1183-84)  el  emir  Yúsuf 
Abu  Jacob  vino  á  España  á  su  tercera  jornada  de  santa 
guerra;  Salió  de  Marruecos  el  sábado  25  de  xawal 
(14  febr.  1 184);  de  Salé,  en  jueves  30  de  dilcada 
(16  marzo);  de  Fez,  el  4  de  muhárram  de  580  (17 


(1)    Castro,   Coróttiea  del  Rey  de  Castilla  Don  Alonso  Octavo,  XXXII. -Harían*  (XI,    16)  úfala 
por  techa  de  la  muerte  del  Emir  el  año  1 1 84. 


—  573  — 

abril);  de  Ceuta,  después  del  embarque  de  zenetas, 
masamudes,  magaravas,  zan hagas,  owaras  y  otras 
tribus  berberíes,  y  almohades,  algazáces  y  ballesteros, 
el  jueves  5  de  sáfer  (18  mayo).  Entró  en  Sevilla  des- 
pués que  pasó  el  jiuma  ó  viernes  23  de  sáfer  (5  junio), 
y  con  su. hijo  Cid  Abu  Ishac,  seguidos  de  aquel  nu- 
meroso ejército,  caminaron  á  su  gazua  hacia  medina 
Sant-Arén  del  Algarbe  de  España,  frente  á  cuyos 
muros  sentaron  el  campo  el  día  7  de  rabié  i.*(  18  junio). 

Por  espacio  de  medio  mes  se  la  cercó  y  combatió 
con  diferentes  máquinas  é  ingenios:  de  día  y  de  noche 
se  la  daban  continuos  rebatos,  de  modo  que  se  la 
estrechó  y  apuró  mucho.  Se  le  ocurrió  al  Emir  mudar 
el  campo  al  norte  y  poniente  de  la  ciudad  en  la  noche 
del  22  de  aquel  mes  (3  julio).  Mandó  á  su  hijo 
que  al  hacerse  de  día  hiciese  con  los  muslimes  espa- 
ñoles una  cabalgada  á  Lisboa.  Entendió  Cid  Abu 
Ishac  que  aquella  misma  noche  partiese  para  Sevilla, 
y  el  diablo  esparció  en  el  ejército  sitiador  la  voz  de 
que  se  había  mandado  levantar  el  campo  y  marchar 
aquella  noche.  Taifa  tras  taifa  fueron  desfilando  antes 
que  amaneciera. 

Al  salir  el  sol  el  4  de  julio,  el  Emir,  que  había 
estado  en  su  pabellón  sin  saber  lo  que  pasaba,  encon- 
tróse, frente  á  una  plaza  de  guerra,  sin  más  gente  que 
unas  pocas  tropas  andaluzas,  la  gran  impedimenta 
de  su  bagaje  y  toda  la  chusma  del  campamento,  que 
sólo  sirve  de  estorbo.  Desde  los  muros  de  Santarén  y 
desde  las  atalayas  descubrieron  los  cristianos  aquel 
pequeño  grupo  de  enemigos.  Abrieron  las  puertas  y  se 
lanzaron  con  ímpetu  sobre  los  muslimes:  la  guardia 


^     —  574  — 

fué  acuchillada,  se  hizo  trizas  los  paños  y  cortinas  del 
pabellón  del  Emir,  algunas  doncellas  de  su  harem 
fueron  alanceadas,  y  él  mismo  quedó  cubierto  de 
heridas. 

Acudieron  tropas  almohades  y  recobraron  á  gran- 
dísima costa  los  miserables  restos  y  personas  que 
quedaban  de  su  campamento.  Silenciosos  y  tristes,  y 
sin  darse  cuenta  de  aquel  terrible  contratiempo, 
entraron  en  Sevilla.  En  el  camino  espiró  desangrado 
el  ínclito  Yúsuf  Abu  Jacob.  Dicese  que  murió  en 
sábado  12  de  rabié  2.a  (9  agosto  1184)  cerca  de 
Algeciras,  seguí!  Matruc;  otros  afirman  que  no  murió 
hasta  llegar  á  Marruecos,  y,  por  último,  «dice  Yahye, 
que  el  rey  Juzef  murió  al  pasó  del  Tajo,  levantado  el 
campo  de  Sant-Arén»  (1). 

Si  el  triunfo  enorme  alcanzado  por  Alfonso  I  de 
Portugal  fué,  como  cree  Mariana,  recompensa  al  ser- 
vicio que  hizo  trasladando  el  cuerpo  de  San  Vicente 
desde  el  Promontorio  Sacro  á  Lisboa,  grato  recuerdo 
deben  guardar  del  mártir  valenciano  los  portugueses. 

Y  vamos  á  reseñar  ahora  el  trágico  suceso  ocurri- 
do en  la  misma  frontera  de  nuestro  reino.  Armengol, 
conde  de  Urgel,  cuñado. de  Alfonso  II,  por  estar 
casado  con  una  hermana,  y  que  poseía  gran  estado, 
en  Aragón  y  en  Cataluña,  y  hasta  en  Castilla,  pues 
era  señor  de  Valladolid  (2),  queriendo  distinguirse 


« < 


(c)    Conde,  III,  $0. 

(2)  De  una  donación,  otorgada  en  Burgos,  en  noviembre  de  1172,  por 
doña  María  de  Almenara,  hija  del  conde  Armengol  de  Urgel,  casada  con  don 
Lope,  hijo  del  conde  del  mismo  nombre,  resulta  que  los  moros  de  Huete 
estaban  entonces  muy  envalentonados.  Lo  cual  explica  el  descalabro  que  ahora 
se  apunta  (Castro,  Coránica  del  %ey  de  Castilla  don  Alonso  Octavo,  XVII). 


—  575  — 

en  servició  d$  la  Religión,  con  su  hermano  Galcerán 
de  Salas  y  con  otros  caballeros,  esto  es,  con  sus  gentes 
particulares,  hizo  una  entrada  contra  los  moros  del 
reino  de  Valencia,  cautivó  á  muchos  y  recogió  botin 
abundante.  Al  retirarse,  cayó  en  una  emboscada  que 
junto  a  Requena  le  tenían  preparada  diversas  compa- 
ñías de  zenetas  y  de  los  lugares  circunvecinos  y  otra 
gente  de  guerra  del  reino  de  Valencia.  Este  lamentable 
suceso  ocurrió  el  n  de  agostQ  de  1184.  Alli  murieron 
el  Conde,  su  hermano  y  otros  muchos  expedicionarios. 

Algunos  cronistas  afirman  que  su  venida  obedecía, 
más  que  á  deseo  de  ejercitar  las  armas,  al  noble  y 
santo  propósito  de  rescatar  á  numerosos  cristianos 
que  en  Valencia  gemían  en  duro  cautiverio  y,  además, 
á  desempeñar  cerca  de  su  wali  cierta  comisión  que 
le  Ifabía  confiado  Alfonso  II.  Dicen  más:  que  el  Conde 
y  cuantos  de  los  suyos  murieron,  no  lo  fueron  á 
manos  de  moros,  sino  á  las  de  unos  caballeros  caste- 
llanos que  por  allí  andaban  retraídos.  Tras  acalorada 
disputa  que  el  Conde  y  los  suyos  sostuvieron  en 
defensa  de  sus  reyes,  apelaron  á  las  armas,  y  ocurrió 
el  trágico  suceso  (1). 

«La  pública  voz  y  fama,  escribé  Mariana,,  fué 
que  los  moros  le  mataron,  lo  que  parece  más  proba- 
ble, y  es  más  justo  que  se  tenga  por  verdad»  (2). 
Esto  mismo  sustenta  otro  autor:  «No  faltan  algunos 
que  quieren  dezir  le  mataron  castellanos;  pero  no 
tiene  apariencia  de  verdad,  porque  el  Conde  en  nada 


(1)  Zurita,  II,  40. 

(2)  Mariana,  1.  c. 


-  576  - 

había  deservido  al  rey  de  Castilla.  Dejó  un  hijo,  que 
el  año  siguiente  le  hallaremos  mayordomo  del  rey 
don  Fernando  de  León»  (i).  Treinta  y  cinco  años 
después  sufrieron  en  el  mismo  sitio  las  armas  cristia- 
nas otro  descalabro  con  circunstancias  análogas  á  las 
que  concurren  en  el  presente. 

Algo  atrás,  hicimos  constar  que  Alfonso  II  donó 
en  febrero  de  1 175  á  los  monges  de  Poblet  la  villa  y 
lugar  del  Puig,  para  cuando  fuesen  conquistados;  y 
lo  mismo  repetía  en  diciembre  de  11 90  su  hijo  el 
infante  don  Pedro,  luego  Pedro  II.  Padre  é  hijo 
manifestaron  su  voluntad  de  ser  enterrados  en  Poblet, 
siempre  que  no  conquistasen  á  Valencia;  que,  si  esto 
conseguían,  fundarían  un  monasterio  en  Cebolla,  ó  el 
Puig,  y  en  él  deberían  recibir  sepultura  (2). 

Nuestros  cronistas  regionales  atribuyen  á  Al- 
fonso II  una  entrada  en  nuestro  reino  realizada  en 
1 1 91.. Según  ellos,  acompañado  del  rey  de  Castilla, 


(1)  Castro  (Coránica  del  rey  de  Castilla  don  Alonso  Octavo,  XXXIII)  dice 
que  el  conde  Armen  gol  había  heredado  ¿u  gran  posición  por  ser  biznieto  dé 
conde  don  Pedro  Ansúrez,  y  que  fué  su- muerte  en  12  de  agosto. 

(2)  £1  documento  en  que  Alfonso  II  hace  constar  su  voluntad  acerca  del 
lugar  en  que  debía  recibir  sepultura,  dice  así:  «Id  nomine  Domini.  Notum 
sit  cunctis  quod  ego,  Ildefonsus,  Dei  gratia  rex  Aragonum,  comes  Birchtao- 
nae  et  marchio  Provincias.  Pro  salute  animas  mese  et  in  redemptione  pecca» 
tórum  meorum,  doqo  et  concedo  me  ipsum  ad  sepeliendum  in  monasterio 
Sanctas  Mari»  de  Populeto.  Hoc  laudo  et  af firmo.  Ita,  tamen,  quod,  si 
Valentía  m  capere  possera  et  de  meo  proprio  faceré  monasterium  in  loco  quod 
vocatur  Cepolla,  quod  eidem  monasterio  donavi,  retineo  me  ibi  posse  sepeltri, 
si  vellera;  et  ratum  et  ñrmum  habeatur:  ita,  ut  de  cetero  nullam  aliara  possim 
eligere  sepulturam,  prseter  illam  de  Populeto,  sive  pr áster  illara  de  Cepolla, 
ubi  monasterium  construendum  delibera  vi.  Et  ipsum,  tamen,  sit  in  subjecáo- 
ne  et  ordinatione  monasterio  Populeti.  Et  hoc  mando  ita  esse  ubicu  ñique  vita 
decessero.  Quod  est  actum  mense  februarii  anno  Domini  M.°C.»LXX.°V.°, 


—  577  — 

se  metieron  por  los  reinos  de  Murcia  y  de  Valencia, 
dañaron  en  gran  manera  á  los  moros  y  cargados  de 
despojos  volvieron  á  sus  tierras  (i).  No  han  reparado 
en  que  á  fines  de  1 190  se  celebraron  las  bodas  de 
Alfonso  IX  de  León  con  doña  Teresa,  hija  del  rey  de 
Portugal  (2),  y  en  que  á  principios  del  año  siguiente, 
1 191,  se  realizó  entre  ellos  y  el  de  Aragón  un  tratado 
de  alianza  en  daño  de  Alfonso  VIII  (3).1La  reconci- 
liación entre  Aragón  y  Castilla  no  se  hizo  hasta 
después  de  la  muerte  de  Alfonso  II,  ocurrida  en  Per- 
piñán  el  25  de  abril  de  11 96.  En  su  testamento  ' 
dispuso  se  le  diera  sepultura  en  el  monasterio  de 
Poblet  y  que  el  convento  tuviera,  enti  2  otros  bene- 
ficios, el  dominio  sobre  Vinaroz  (4). 

Dijimos  que  el  arreglo  de  Cazorla  fué  poco  satis- 
factorio á  Aragón  y  que  apenas  sentado  en  el  trono 
Pedro  II,  fué  modificado  en  términos  más  acepta- 
bles (5).  Para  que  ahora  prevaleciera  lo  que  er*  equi- 


apud  Angterolam  etc.i  —En  el  mismo  día  había  Alfonso  II  dado  á  Hugo, 
abad  de  Poblet,  y  á  los  frailes  del  mismo,  la  villa  y  lugar  del  Puig.— Este  es 
el  documento  en  que  el  infante  don  Pedro  expresa  su  voluntad  de  ser  enterra- 
do en  el  monasterio  del  Puig:  «In  nomine  Domini.  Notum  sit  cunctis  quod 
ego,  Petras,  infans,  Dei  gratia  ñlius  domini  Ildefonsi,  regís  Aragonum,  pro 
salute  animas  meas  (lo  demis,  como  el  doc.  anterior,  y  termina:)...  Quod  est 
actnm  meóse  decembri  anno  Domini  M.°C.0XC.<>  etc.»  (Biblioteca  provincial 
de  Tarragona,  Cartulario  del  Monasterio  de  Poblet,  núms.  29  y  30). — A 
pesar  de  la  donación  del  Puig  i  Poblet,  éste  no  fué  heredado  en  el  Puig,  si 
bien  lo  fué  en  Valencia,  Cuart  y  otras  partes. 

(1)    Diago,  VI,  26. 

(a)    Florea,  %einas  Católicas,  1. 1. 

(3)  Zurita,  JI,  43  y  44. 

(4)  Lafuente,  II,  11. — Tocertoulón  (f.  I,  p»  $2)  pone  la  muerte  dei  rey 
de  Aragón  en  5  de  abril. 

(5)  Así  lo  expresa  Mariana  (1.  c):  «En  estas  platicas  (de  1179),  no  sólo 
ganó  el  rey  de  Aragón  (Alfonso  II)  loa  de  pacificador^  Isin  ó  también  de 

73 


-  578  — 

tativo  y  justo,  fué  necesario  que  Alfonso  VIII  se 
hallase  rodeado  de  circunstancias  difíciles  en  extremo. 
La  memorable  é  infausta  jornada  de  Aiarcos  (miér- 
coles, 19  de  julio  de  1 195)  (1),  ,había  amenguado 
por  modo  notable  los  bríos  del  monarca  de  Castilla. 
Sucesos  posteriores  é  inmediatos  pusiéronle  en  situa- 
ción desesperada.  Entrado  el  año  592  (dic.  H95- 
nov.  1 196),  el  emir  de  los  almohades* repitió  la  corre- 
ría del  año  anterior:  tomó  á  Calatrava,  Guadalajara  y 
otras  fortalezas  próximas  á  Toledo,  y  aun  esta  misma 
ciudad,  donde  estaba  Alfonso,  estuvo  sitiada  por  ' 
espacio  de  diez.  días.  Pudo  el  monarca  presenciar  la 
devastación  que  en  la  vega  del  Tajo  causaron  los 
almohades.  Triunfante,  lleno  de  despojos  y  seguido 
de  innumerables  cautivos,  volvió  el  Emir  á  Sevilla  en 
sáfer  de  593  (24  dic.  1196-21  en.  1197)  00-  Sin 
tener  en  cuenta  esas  calamidades,  confederáronse, 
después  de  la  rota  de  Aiarcos,  los  reyes  de  León  y  de 
Navarra  é  invadieron  los  estados  del  castellano.  En 
momentos  de  tanta  angustia  para  Alfonso  VIII,  pasó 
á  Castilla  el  rey  de  Aragón  é  hizo  entrar  en  razón 


modestia,  ca  se  contentó  con  lo  que  le  señalaron  para  su  conquista,  que  fué 
sola  aquella  comarca  que  desde  Aragón  llega  hasta  Valencia;  dado  que,  por 
agraviarse  el  rey  don  Pedro,  su  hijo;  que  en  esta  confederación  y  concordia  se 
le  hizo  sinrazón,  alcanzó  que  los  términos  de  la  conquista  de  Aragón  llegasen 
y  se  extendiesen  hasta  Alicante.» 

(1)  Castro  (XLIX),  sin  precisar  día  ni  mes,  escribe:  «Consta  que  aquesta 
guerra  fué  desde  18  de  octubre  hasta  23  de  noviembre  (de  1194).»  Zorita 
(II,  46)  dice  que  fué  la  batalla  á  18  de  julio  de  119$.  «Dióse  la  batalla  junto 
i  Atareos  (dice  el  P.  Mariana,  XI,  18),  á  19  de  julio,  que  fué  miércoles,  el  año 
de  1 195).»  Fecha  exactamente  igual  á  la  de  Conde  (III,  53),  miércoles,  9  de 
xabán  de  591;  y  i  la  de  los  •Anales  Toledanos;  «Arrancada  sobre  el  Rey  Don 
Alfonso  en  Aiarcos  día  Mercores,  en  XIX  días  de  Julio,  Era  MCCXXXIH.» 

(2)  Conde,  1.  c.  ■ 


—  S79 

á  Alfonso  IX  y  á  Sancho  VII,  monarcas  respectivos 
de  León  y  de  Navarra  (i). 

La  confederación  de  1196  se  renovó  en  30  de  sep- 
tiembre de  1200,  en  Ariza,  adonde  pasó  Alfonso  VIH 
y  donde  tuvo  la  entrevista  con  Pedro  II.  Poco  antes, 
1 1 99,  habia  el  de  Castilla  pactado  treguas  de  diez 
años  con  el  emir  Jacob  ben  Yúsuf.  El  principe  maho- 
metano necesitaba  todas  sus  fuerzas  para  defenderse 
del  rey  don  Sancho  I  de  Portugal,  y  don  Alfonso, 
«  para  mover  guerra  contra  el  navarro.  No  le  fué  muy 
bien  á  éste.  Por  iniciativa  de  Pedro  II  se  emprendie- 
ron negociaciones  de  acomodo.  Insistió  sobre  ello  su 
madre  doña  Sancha,  y  se  logró  en  la  entrevista  que 
tuvieron  en  Alfaro  los  reyes  de  Castilla,  León,  Aragón 
y  Navarra.  HabU  tomado  parte  muy  activa  en  esta 
red  de  desavenencias  don  Diego  López  de  Haro, 
señor  de  Vizcaya.  Primero  quiso  vengar  los  agravios 
que  el  rey  de  León  infería  a  su  madrastra,  doña  .Urraca 
López,  hermana  de  don  Diego.  Al  reconciliarse  los 
reyes  de  León  y  de  Castilla,  se  amparó  en  Navarra. 
Cuando  hubo  concordia  entre  los  cuatro  reyes,  tuvo 
que  refugiarse  entre  los  moros  de  Valencia,  y  comenzó 
á  hacer  guerra  contra  Aragón  (2).  Siguiendo  ahora 
Aragón  iguales  alternativas  que  Castilla  en  virtud  de 
la  confederación  que  los  tenia  unidos,  disfrutó  los 
diez  años  de  treguas  pactadas  con  Al  Mansur  Yácub 
ben  Yúsuf,  emir  de  los  almohades  proclamado   en 

1184(3). 


(1)    Zurita,  II,  53.— Castro,  XLIX. 

(a)     Zurita,  1.  c. 

(3)    Castro,  Coránica  del  %ey  de.  Castilla  dan  ^Alonso  Octavo,  Ll. 


L 


—  580  — 

Utilicemos  ese  extraordinario  descanso  de  las 
armas,  para  ocuparnos  en  el  movimiento  literario,  no, 
por  menos  ruidoso,  menos  trascendental  que  la  guerra 
en  el  progreso  de  la  humanidad. 

Aben  Afiún,  nacido  en  Játiba  el  año  518  (1124-25), 
aprendió  en  ella  derecho  y  literatura,  sobresaliendo  en 
el  ejercicio  del  primero.  Ocurrió  su  muerte  por  el  año 
584(1188-89)  (1). 

Aben  Hobaix,  lumbrera  de  la  ciencia  en  su  tiempo 
y  último  de  los  tradicioneros  del  Magreb,  nació  en  Alme- 
ría el  año  504  (iiio-ii),  pasó  después  530  (1135-36) 
á  Córdoba,  donde  permaneció  tres  años,  y  se  restituyó 
á  su  patria.  Estuvo  en  ella  hasta  el  1 7  de  octubre  de 
1147,0  sea,  hasta  que  Alfonso  VII  se  apoderó  de 
Almería.  Salió  para  Murcia,  y  á  los  pocos  días  paró  en 
Alcira.  Dirigió  en  ella,  por  espacio  de  doce  años,  las 
preces  públicas.  Fué  después  mocri  y  cadi  en  Murcia, 
y  en  el  desempeño  de  tan  importantes  cargos,  le  sor- 
prendió la  muerte  ei  14  de  sáfer  de  584  (14  abril 
de  1 188)  (2). 

Abdallah  ben  Muhámad  ben  Abdallah  ben  Sofián, 
llamado  el  Tochibí.  Sus  antepasados,  y  aún  él  mismo, 
procedían  de  Cuenca,  pero  él  tuvo  en  Játiba  su  ordi- 
naria residencia.  Fué  muy  competente  en  escritos  en 


(1)  Escribió:  sobre  el  ejercicio  de  su  profesión;  acerca  de  las  maravillas  dd 
mar;  un  libro  con  noticias  de  ios  varones  ascetas  y  piadosos,  y  una  colección 
de  las  poesías  de  Aben  Chobair  (Pons,  biogr.  n.°  204). 

(2)  Las  producciones  suyas  de  que  se  tiene  conocimiento,  son:  1.  Libro 
de  las  expediciones  bélicas.— 2.  Compilación  de  lachas  ó  sobrenombres.— Y 
3.  Varios  escritos  continuación  de  la  af  Qilab  de  Aben  Pascual  (Pons, 
biogr.  n.°  205). — Un  hijo  suyo,  no  menos  ilustrado,  dio  testimonio  de  su  fe 
religiosa  muriendo  en  la  batalla  de  las  Navas. 


-  58i  - 

prosa  y  en  verso,  desempeñó  el  cadiazgo  de  Lorca  y 
murió  en  590  (1193-94)  (1). 

Dejó  de  existir  en  el  592  (1195-96)  Abu'l  Hegiag 
Yúsuf  ben  Abdallah  ben  Ayub  el  Fahari,  nacido  en 
Denia  y  que  vivió  en  Valencia  (2). 

Murió  en  el  año  596  (1199-1200)  Abu'l  Cásim 
Muhámad  ben  Ali  el  Hamdainí,  más  conocido  por 
Al  Barrak.  Sin  que  se  sepa  la  caus,a,  Muhámad  ben  Sad, 
señor  de  Guadix,  de  donde  era  natural  este  autor,  le 
desterró  á  Murcia  y  á  Valencia.  Permaneció  en  esta 
ciudad  hasta  que  murió  su  rey  Lobo,  y  entonces  vol- 
vió á  Guadixv  donde  acabó  sus  días  (5). 

Al  año  siguiente  (1200-1201)  falleció  Abu  Muhá- 
mad Abdelmumen  ben  Muhámad,  el  Khazragi,  cadi  de 
Granada,  nacido  de  familia  nobilísima  de  Jérica,  peque- 
ña villa  del  reino  de  Valencia.  En  los  anales  arábigo- 
españoles,  Jérica  es  conocida  con  el  nombre  de  castillo 
de  los  jerifes  ó  de  los  nobles,  por  haberse  establecido  en 
ella  una  rama  de  los  Beni  Sad  ben  Obaida,  noble  y 
valeroso  jefe  de  la  tribu  Khazrach.  Ésta  y  la  de  Aus 
fueron  las*  primeras  que  auxiliaron  á  Mahoma  cuando 
era  objeto  de  mofa  y  de  persecución  por  los  de  su 
patria  y  hasta  por  su  misma  familia:  por  esto  mismo 
fueron  llamados  ansaries  6  defensores  del  Profeta  los  indi- 
viduos de  ambas  tribus.  Era  llamado  á  ser  el  primer 
Califa  el  jeke  de  la  tribu  Khazrach  contemporáneo  del 
Profeta;  pero  quedó  postergado  á  otros  más  atrevidos 
ó  astutos.  Sad  ben  Obaida  ocultó  su  vergüenza  en  la 


(1)  Compuso  una  cColectánea  sobre  sus  maestros»  (Pons,  biogr.  n.°  207). 

(2)  Casia,  Toetarum,  n.«45. 

(3)  Ibídem,  n.°  46.— Pons,  biog.  n.°  209. 


—  582  — 

Siria.  Sus  descendientes  sé" alejaron  de  Oriente.  España 
se  llenó  de  familias  ansafíes.  Era  una  de  ellas  la  que  se 
instaló  en  Jérica,  y  á  la  misma  pertenecía  nuestro  bio- 
grafiado (1). 

Por  el  mismo  tiempo  floreció  Abu  Abdallah  ben 
Muhámad  ben  Ibrahim,  el  Gimini  (del  Yemen),  valen- 
ciano, más  conocido  por  Aben  as  Schevasch  (2);  y 
también  Abu  '1  Maali  Maged  ben  Mahfuth,  varón  ilus- 
tre de  Valencia  (3). 

En  el  año  597  (oct.  1200-1201),  murió  Muhámad 
ben  Sáidr  el  Codal,  natural  de  Bairén  (Gandía),  en  la 
jurisdicción  de  Denia  (4). 

.  Aben  Ayad  nació  en  Liria  el  año  544  (1149-50). 
Bajo  la  dirección  de  su  padre  (el  que  murió  á  conse- 
cuencia de  las  heridas  que  recibió  en  lucha  con  los 
cristianos)  y  aleccionado,  además,  por  otros  maestros, 
salió  tan  ilustrado,  que  llegó  á  dominar  las  ciencias 
musulmanas,  aunque  se  dedicó,  con  preferencia,  á  las 
biografías  y  tradiciones.  Murió  en  su  país  natal  el 
año  603  (1206-1207)  (5). 

Célebre  era  entonces  Muhámad  ben  Sad  Rai  Abdet- 
huahab  Abu  Báker,  valenciano,  de  ilustre  familia  y 
famoso  por  su  virtud  y  doctrina.  Distinguióse  en  la 
guerra  con  los  cristianos,  á  quienes  venció  en  dos  oca- 
siones y  les  arrancó  en  giumada  de  587(may-jun.  1191) 


(1)  Casiri,  Toetarum,  n.°  48. — El  •Archivo,  II,  201-202. 

(2)  Casiri,  Toetarum,  n.°  51. 

(3)  Ibídcm,  n.°  56. 

(4)  Pons,  pág.  407. 

(5)  Dejó  un  trabajo  biogrifico,  en  forma  de  diccionario,  sobre  los  maes- 
tros* de  su  padre,  obra  que  Aben  al  Abbar  utilizó  para  su  Tecmila  (Pons, 
biogr.  n.°  214). 


—  583  — 

el  castillo  Al  Fath,  después  de  haber  estado  durante 
treinta  y  un  años  en  poder  de  infieles.  Con  tal  motivo 
escribió  un  poema.  Cultivaron  también  con  provecho 
la  poesía  una  hermana  suya  y  otro  hermano  que  mu- 
rió en  30  de  julio  de  1228  (1). 

Son  también  escritores  del  siglo  vi  (1 107-1203), 
Muhámad  ben  Abi  Báker  ben  Ali,  setabense,  y  el 
docto  valenciano  Abu  '1  Cásim  Abdallah  ben  Muhámad 
•ben  Nakia  (2). 

Por  este  tiempo  fundó  Pedro  II  una  nueva  orden 
militar,  la  de  San  Jorge  de  Alfama,  nombre  que  tomó 
del  desierto  así  llamado,  situado  á  seis  leguas  de  Tor- 
tosa,  cerca  de  Ampolla,  entre  el  mar  y  Coll  de  Bala- 
guer.  De  él  hizo  el  Rey  donación  al  primer  maestre, 
frey  don  Juan  de  Almenara,  en  24  de  septiembre  de 
1 20 1.  Esta  orden,  que,  como  las  demás  militares,  tanto 
se  distinguió  en  las  empresas  contra  los  muslimes  de 
nuestro  reino,  acabó  por  ser  incorporada  á  la  de 
Montesa,  en  13  de  abril  de  1399  (3). 

El  9  de  septiembre  de  1208/desde  Huesca,  con- 
firmó Pedro  II,  á  ruegos,  de  doña  Sancha,  su  madre, 
al  maestre  de  la  orden  de  San  "Juan  del  Hospital  de 
Jerusalén,  Fr.  Jinieno  de  Lavata,  todos  los  privilegios 
concedidos  á  dicha  orden  por  sus  antecesores,  en  con- 
sideración á  las  obras  de  caridad  y  misericordia,  hos- 
pitalidad y  fervor  religioso  con  que  florecía  en  la  Tierra 


(1)     Casiri,  II,  30. 

(a)    El  primero  es  autor  de  un  libro  intitulado  «Auxilio*  para  la  verdad», 
dividido  en  25  capítulos,  y  discurre,  sobre  el  gobierno  de  la  monarquía,  las 

« 

virtudes  de  los  reyes,  cualidades  de  sus  ministros,  etc. ;  y  el  segundo  escribió 
un  comentario  sobre  el  Corán  (Casiri,  I,  230;  II,  502). 
(3)    Samper,  Montesa  Ilustrada,  1.»  parte,  división  2.a 


—  S»4  — 

Santa  y  en  España,  y  teniendo  en  cuenta,  además,  el 
solicito  cuidado  que  siempre  tuvo  la  orden  en  defen- 
der y  propagar  la  fe  cristiana,  y  en  memoria  del  espe- 
cial amor  y  buena  voluntad  con  que  la  distinguieron 
sus  gloriosos  predecesores  Ramón  Berenguer  IV  y  doña 
Petronila,  sus  abuelos,  y  Alfonso  II,  su  padre  (i). 

Terminados  los  diez  años  de  treguas  pactadas  con 
el  emir  de  los  almohades,  Alfonso  VIII,  interesado 
como  el  que  más  en  estar  prevenido  contra  ellos  y  en 
vengar  la  rota  de  Alarcos,  tuvo  "en  Alfara  sus  vistas 
con  los  reyes  de  Aragón,  León  y  Navarra.  Delante 
de  Mallén,  en  un  campo,  el  día  4  de  junio  de  1209,  se 
vieron  Pedro  II  y  Sancho  VII,  que  eran  los  más  ene- 
mistados. Concordadas  sus  diferencias,  el  de  Navarra 
prestó,  como  muestra  de  amistad,  al  de  Aragón,  veinte 
mil  monedas  de  oro,  quedándole  la  devolución  del  di- 
nero garantizada  con  los  castillos  y  villas  de  Pina,  Esco, 
Pitilla  y  Gallur.  Fueron  entregados  á  D.  Jimeno  de  la 
Rada,  quien  los  tendría  en  depósito  hasta  25  de  diciem- 
bre próximo,  con  condición  de  que  si  entonces  no  se 
habla  devuelto  la  cantidad,  pasarían  á  poder  del  rey  de 
Navarra  hasta  que  se"  reintegrase  de  la  suma  prestada. 
Llama  justamente  la  atención  que,  habiendo  nacido  el 
año  antes  (2  de  febrero  de  1208)  Jaime  I,  ninguna 
mención  hiciese  de  él  su  padre,  cuando  designaba  por 
herederos  de  aquellos  pueblos  y  castillos  al  conde  de  la 
Provenza  y  al  infante  don  Fernando  (2). 

Á  fines  de  marzo  de  12 10  ya  estaba  Pedro  II  en 


(1)  Hist.  (UCullera,  c.  IX. 

(2)  Zurita,  II,  59. 


—  5«5  — 

fc.  Monzón,  punto  prefijado  para  reunirse  las  huestes  que 
flu.  habían  de  seguirle  en  la  guerra  con  los  moros  de 
it:  Valencia  (i).  Con  fuerte  campo  invadió  la  parte  de  la 
ipr  actual  provincia  de  Valencia  comprendida  entre  las  de 
iV  Cuenca  y  Teruel,  y  ganó,  por  fuerza  de  armas,  tres 
(: \  fortalezas  importantes,  Ademuz,  Castielfabib  y  Sertella. 
Distinguióse,  por  su  valor,  en  el  sitio  de  Castielfabib,  el 
señor  de  Quinto,  don  Atorella.  Aquel  día  hizo,  á  pre- 
sencia del  Rey  y  del  obispo  de  Zaragoza,  y  en  manos 
del  maestre  del  Temple,  voto  de  entrar  en  esta  orden. 
Mientras  dichas  fortalezas  se  rendían,  otro  cuerpo 
de  ejército  hacia  por  la  frontera  con  gran  furia  la  gue- 
rra, causando  gran  terror  y  espanto  en  los  muslimes. 
rk  Parece  que  en  una  de  las  algaras  se  aproximaron  á 
Valencia  y  que  el  Rey  estuvo  en  peligro  de  caer  en 
manos  de  los  infieles.  En  un  combate  que  se  dio  á  la 
ciudad,  fué  herido  el  caballo  de  don  Pedro  y  quedó 
el  cabalgador  desmontado.  Sucedió  esto  frente  al  paraje 
cuya  defensa  se  había  encomendado  á  don  Diego  López 
de  Haro,  señor  de  Vizcaya,  llamado  el  Bueno.  Y  no  des- 
mintió tan  honroso  calificativo  en  esta  ocasión:  olvi- 
dando los  agravios  que  todos  los  príncipes  cristianos 
de  España  le  habían  inferido  y  pensando  sólo  en  el 
gran  peligro  que  corría  el  de  Aragón,  dio  á  don  Pedro 
otro  caballo,  y  con  él  se  puso  en  salvo.    Su  noble 


(i)  Acompañaron  al  rey  en  esta  campaña:  don  Ramón  de  Castellezuelo, 
obispo  de  Zaragoza;  don  García,  de  Huesca,  don  Garda,  de  Tarazona,  don 
Jimeno  Cornel,  don  García  Roméu,  don  Artal  de  Al  agón,  don  Blasco  Romea, 
Pedro  Sesé,  don  Atho  de  Foces,  don  Guillen  de  Cervelló,  don  Guillen  de 
Peralta,  Arnaldo  Palavicini,  Arnaldo  y  Adán  de  Alascón,  don  Atorella,  don 
Sancho  de  Antillón,  don  Guillen  y  don  Guillen  Ramón  de  Moneada,  senescal 
éste  de  Cauduña. 

74 


—  586  — 

acción  despertó  gran  enojo  en  los  moros  de  Valencia, 
mas  él  se  excusó  diciendo  «que  no  quisiese  Dios  que 
él  fuese  causa,  por  aquella  guisa,  que  el  nieto  del  Empe- 
rador (i)  fuese  preso.»  Recelando  de  los  moros  y  para 
sincerarse  de  aquel  acto,  pasó  á  Marruecos  y  ante  el 
emir  Muhámad  ben  Jacub,  apellidado  Anásir,  que  ocu- 
paba el  trono  desde  la  muerte  de  su  padre,  en  22  de 
enero  de  1 199,  dio  razón  de  sí  y  defendió  por  derecho 
y  por  las  leyes  su  inocencia.  Acabado  el  pleito  y 
aplacado  el  enojo  de  sus  enemigos,  quedó  rehabi- 
litado á  los  ojos  de  Alfonso  VIH,  y  se  restituyó  á 
Castilla  (2). 

El  día  6  de  septiembre  de  aquel  año,  12 10,  ya  estaba 
Pedro  II  de  vuelta  en  Teruel,  como  lo  declara  la  dona- 
ción que  de  Burriana  hizo  en  aquella  fecha  y  lugar  á 
los  sanjuanistas,  con  prohibición  de  que  á  ninguna  otra 
orden  le  fuera  permitido  alzar  iglesia  ú  oratorio  en 
aquella  villa.  Desde  Villafeliz  dio  el  día  19  la  ciudad 
de  Tortosa,  con  todos  sus  derechos,  esto  es,  sin  rete- 


(1)  Lo  era  de  Alfonso  VII  por  su  madre  doña  Sancha. 

(2)  Con  respecto  á  la  fecha  de  este  suceso  escribe  Zurita:  «Por  no  decla- 
rarse los  tiempos,  no  se  puede  seguramente  añrmar  si  esto  fué  antes  que  el 
rey  de  Navarra,  viendo  que  no  era  poderoso  á  resistir  á  los  reyes  de  León  y 
Castilla,  embió  sus  embajadores  al  Miramomelín  de  África  y  se  passó  con 
algunos  ricos-hombres  de  su  reyno  (II,  53).» — Sancho  VII,  ó  sea  el  llamado 
rey  de  'Bayona  por  los  autores  árabes,  estuvo  en  Sevilla  hasta  poco  antes  que 
de  ella  saliera  hacia  Salvatierra  el  emir  an  Násir,  en  i.°  de  sifer  de  608 
(15  jul.  121 1)  (Conde,  III,  54  y  55). — Mariana  (XI,  22)  dice  de  don  Diego 
López  de  Haro,  que  «volvió  dende  (de  África)  á  Castilla  el  año,  como  yo 
pienso  de  1209.»— Pero  esto  tieae  en  contra  que  ni  el  rey  de  Aragón  tomó 
parte  activa  en  la  guerra  con  los  moros,  ni  podía  tomarla,  por  llamar 
atención  los  asuntos  de  la  condesa  Aurembiaix  y  de  la  Provenía. — Lo  cierto 
que  don  Diego  mandaba  la  vanguardia  cristiarh  en  la  batalla  de  las  Na 
(Mariana,  XI,  24). 


-  5«7  — 
nerse  más  que  el  supremo  dominio,  al  maestre  del 
Temple,  don  Pedro  de  Montagudo,  y  a  sus  caballeros; 
por  lo  mucho  que.se  habían  distinguido  en  la  anterior 
campaña,  y  en  consideración  á  lo  que  Nuestro  Señor 
era  servido  de  aquella  orden,  al  esfuerzo  con  que 
cooperaba  á  la  reconquista  y  al  valor  con  que  defendía 
las  posesiones  cuya  defensa  le  era  encomendada  (i).  El 
dia  22  otorgaba,  desde  Perpiñán,  señaladas  franquicias 
á  los  nuevos  pobladores  de  Ademuz.  En  5  de  noviem- 
bre hizo  donación  de  la  Ruzafa  de  Valencia  y  de  una 
torre  situada  junto  á  dicha  alquería,, á  la  milicia  de  San 
Juan  del  Hospital  de  Jerusalén.  La  donación  de  Ruzafa 
y  de  Burriana  fué  condicionada,  ó  sea,  para  cuando 
fuesen  rescatadas  del  poder  de  infieles.  En  enero  de 
12 1 1,  Pedro  II  aún  estaba  en  Mompeller  (2). 

En  aquellos  días  tenían  en  movimiento  á  los  mus- 
limes de  nuestro  reino  las  armas  de  Alfonso  VIII. 
Mientras  se  reunían  las  gentes  que  habían  de  formar  la 
gran  expedición,  con  deseo  de  poner  espanto  se  corrió 
ala  ribera  del  Júcar  y  ganó  á  los  moros  algunas  plazas. 
Con  el  infante  don  Fernando,  su  hijo,  y  seguido  sólo 
de  las  milicias  de  Madrid,  Guadalajara,  Huete,  Cuenca 
y  Uclés,  penetró  atrevidamente  por  la  as  Sarchia  de 
Játiba,  ú  oriente  de  esta  importante  ciudad,  y  llegó 


(1)    Estaban  en  Villafeliz  con  el  Rey:  don  García,  obispo  de  Tarazona;  don 
García  Roraéu,  don  Jimeno  Cornel,  don  Miguel  de  Luesia,  Jimeno  de  Eibar, 
naldo  de  Al  aseó  n,  don  Ladrón  Aznar  Pardo,  mayordomo;  Atho  de  Foces, 
al  do  de  Gúdar,  Pedro  de  Creixell,  Pedro  de  Falces  y  otros  muchos  caba- 
os. 

2)    Zurita,  II,   60.— Escolano,    III,  3.— Diago,  VI,    28  y    38.— Tour- 
"üón,  I,  3 . 


-  588  - 
hasta  la  playa  del  Mediterráneo  por  mayo  de  aquel  año, 

^211  (i). 

En  dicho  mes  ya  estaba  en  Cuenca,  que  cae  no 
muy  distante  de  las  tierras  adonde  se  había  hecho 
aquella  correría,  y  allí  se  vio  con  el  rey  de 'Aragón,  á 
quien  comunicó  sus  grandes  preparativos  en  orden  á 
la  guerra.  ¡Hermoso  espectáculo  el  de  los  príncipes 
cristianos  en  vísperas  del  glorioso  triunfo  de  las 
Navas!  (2). 

En  Marruecos  estaba  an  Násir  el  año  605  (julio 
1208-1209)  cuando  supo  que  el  maldito  Alfonso  había 
vuelto  á  levantar  cabeza,  corría  las  tiernas  de  los  mus- 
limes, talaba  sus  campos,  estragaba  sus  frutos,  quemaba 
los  pueblos,  ocupaba  las  fortalezas  y  cautivaba  y  mataba 
las  gentes.  Hizo  el  Emir  llamamiento  para  la  guerra 
santa  y  congregó  un  ejército  innumerable  como  de 
langostas  esparcidas  en  bandas  que  cubrían  montes, 
campos,  llanos  y  profundos  valles.  Salió  de  Marruecos 
el  19  de  xabán  de  607  (?  febr.  121 1),  desembarcó  en 
Tarifa  el  25  de  dilcada  (11  mayo)  y  el  17  de  dilhagia 
(i.°  junio)  llegó  á  Sevilla.  Salió  de  ella  para  Salvatierra, 
el  i.°  de  sáfer  de  608  (15  julio).  Se  detuvo  comba- 
tiendo esta  fortaleza  más  de  ocho  meses.  En  la  memo- 
rable jornada  de  las  Navas  (14  de  sáfer  de  609-16  julio 
12 12)  (3),  que  todavía  celebra  la  Iglesia  con  el  título 


(1)  anales  Toledanos:  «El  Rey  D.  Alfonso,  e  su  filio  el  Infant  D.  Ferrando 
con  las  gientes  de  Madiit,  e  dé  Guadafajara,  e  de  Huepte,  c  de  Cuenca,  e  de 
Veles,  e  fueron  Alaxarch,  e  á  Xativa,  e  allegaron  á  la  mar  en  el  mes  de  M 

é  tornáronse  ende...  Era  MCCIL.» 

(2)  Zurita,  II,6i. — Mariana,  XI,  23.— Diago,  VI,  29. 

(3)  Conde  apunta  que  la  batalla  fué  en  lunes,  1$  de  sáfer,  día  de  mes  q 
corresponde  i  nuestro  17  de  julio.  Mariana  escribe  que  fué  en  lunes,  á  16  t 


T  589  - 
de  El  triunfo  de  la  Santa  Cru%,  acabó  sus  días  un  hijo 
ilustre  de  Játiba,  Áhmed  ben  Harán  el  Nafcí.  Nació  en 
dicha  ciudad  el  año  542  (1 147-48).  Tuvo  varios  maes- 
tros, entre  ellos,  á  su  propio  padre,  Aben  Hobaix. 
Cumplió  el  precepto  de  la  peregrinación  á  la  Meca,  y 
recogió,  de  paso,  las  enseñanzas  de  los  más  famosos 
sabios  de  Oriente.  Fué  literato  de  señalada  competen- 
cia, de  feliz  memoria  para  las  tradiciones  y  uno  de  los 
más  notables  jurisconsultos.  Tenían  los  setabenses  en 
tal  estima  su  saber,  que  sostenían  podía,  como  tradi- 
cionero,  competir  con  el  famoso  Abu  Ornar  ben  Abd 
el  Barr.  El  más  elocuente  testimonio  de  su  fervor  reli- 
gioso es  el  haber  perecido  en  la  para  los  muslimes 
triste  jornada  del  Ocab.  Ni  muerto  ni  vivo  se  le  pudo 
encontrar  (1). 

Un  año  antes  murió  el  poeta  Abu'l  Hassán  Ali  ben 
Áhmed  ben  Abi  Cobat,  el  Azadi,  de  Denia  (2). 

Contemporáneo  fué  Muhámad  ben  Abderrahmán 
el  Tochibi,  nacido  por  los  años  540  (1145-46)  en 
Alicante  la  pequeña.  Su  padre  residió  en  Orihuela. 
Comenzó  el  hijo  sus  estudios  en  Murcia  y  luego  pasó 
á  Oriente.  En  Alejandría  se  detuvo  mucho  tiempo.  Fué 
tan  buen  muslim  como  culto  y  laborioso.  Por  los  años 
574  (1178-79),  visitó  varias  poblaciones  de  África, 


julio.  Y  esta  es  la  verdadera  fecha:  el  año  609  comenzó  en  domingo  y  á  j  dé 
junio;  fueron,  pues,  lunes  en  julio,  los  días  2,  9,  16,  23  y  30;  comenzó  sáfer 
en  3  de  julio  y  en  martes:  luego  si  la  batalla  fué  en  lunes,  no  pudo  ser  el  1$  de 
fer,  sino  el  14. 

(1)  Escribió:  el  Libro  de  Recreo,  reseña  de  los  jekes  del  país,  y  el  ^Arrayán 
la  respiración  y  quietud  del  espirilut  sobre  los  jekes  del  Ándalos.  De  sus 

.ras  se  aprovechó  Aben  al  Abbar  (Pons,  biogr.  n.°  218). 

(2)  Casiri,  Poelarum}  n.°  66. 


—  590  — 

Ceuta,  entre  ellas,  y,  por  fin,  fijó  su  residencia  en  Tre- 
mecén,  donde  murió  el  año  éio  (1213-14)  (1). 

También  murió  durante  el  mismo  año  el  poeta 
valenciano,  oriundo  de  Zaragoza,  Abu  Abdallah 
Muhámad  ben  Muhámad  ben  Solimán,  el  Ansari, 
llamado  Abi  al  Baca  (2). 

En  el  transcurso  de  poco  tiempo  bajaron  al  sepul- 
cro los  protagonistas  de  la  batalla  de  las  Navas.  «Se 
dice  que  de  los  reyes  que  asistieron  á  la  batalla  de  Ala- 
cab  y  entraron  en  Úbeda,  no  quedó  uno  de  ellos  en 
aquel  año,  que  todos  murieron  de  mala  muerte»  (3). 
Con  efecto:  hecha  excepción  de  Sancho  VII,  todos  mu- 
rieron en  poco  más  de  un  año.  Pedro  II,  con  motivo 
llamado  el  Católico,  ya  que,  aparte  otros  testimonios 
de  su  religiosidad,  tales  como  confirmar  en  12 12  la 
donación  que  de  la  iglesia  de  San  Vicente  mártir,  en 
Valencia,  hizo  en  octubre  de  1 177  Alfonso  el  Casto  al 
monasterio  de  San  Juan  de  la  Peña  (4),  en  2  de  mayo 
de  121 3  daba  á  la  orden  del  Hospital  el  castillo  de 
Culla,  próximo  á  Villahermosa  (Castellón),  cuando 
fuese  conquistado  de  los  moros  (5);  murió  el  día  13 


(1)  Dejó  escritas  más  de  130  obras  de  historia,  siendo  celebrado  su 
Mocbam,  ó  diccionario  biográfico  de  sus  maestros.  Se  sirvió  también  de  ese 
libro  para  su  Tecmila  el  valenciano  Aben  al  Abbar  cuando  éste  estuvo  en 
Túnez  el  año  640  (1243-44).  Escribió,  además,  dos  <B<eruatmcht  mayor  y 
menor.  Se  citan,  también,  como  suyos: — 1.  Elogio  de  la  pobreza,  amor  de 
Dios  y  excelencia  de  la  oración.— 2.  Excelencias  de  los  meses  régeb,  xawán 
y  ramadhán.— 3.  Panegírico  de  al  Hassán  y  al  Hosain,  nietos  de  Mahoma. — 
Y  4.  Libro  de  la  excitación  al  gihed  ó  guerra  santa  (Pons,  biogr.  n.°  220). 

(2)  Casici,  Poetarum,  n.°  70. 

(3)  Conde,  III,  55. 

(4)  El  xArchivoy  V,  16. — Chabás,  Mon.  hist  de  Falencia  y  su  Reino,  1.  < 

(5)  Diago,  VI,  22.— Balbás  (El  Archivo,  V,  81)  dice  que  esta  donaciót. 
hizo  al  Temple  el  día  22. 


de  septiembre,  no  como  hereje,  sino  en  defensa  de 
los  intereses  políticos  de  vasallos  suyos,  aunque,  por 
desgracia,  albigenses  (i).  También  falleció  poco 
después,  el  n  de  jaban  de  610  (26  de  diciembre  de 
121 3)  el  emir  de  los  almohades  an  Násir,  á  causa  de 
una  bebida  que  se  le  dio  (2).  El  día  6  de  octubre' 
de  12 14  dejó  de  existir  Alfonso  VIII  (3).  Todos  tres 
dejaron  por  sucesores  á  niños  de  corta  edad:  Pedro  II, 
á  Jaime  I,  que  sólo  tenia  cinco  años;  an  Násir,  á 
Yúsuf  al  Mostánsir  Billah,  que  contaba  once,  y  Alfonso 
VIH,  á  Enrique  I,  de  la  misma  edad  que  el  príncipe 
almohade.  Ello  fué  causa  de  alteración  y  revueltas  en 
toda  España. 

Dícese  que  luego  que  fué  proclamado  en  Marruecos 
el  joven  Yúsuf  al  Mostánsir  Billah,  más  conocido  por 
Abu  Jacub,  vino  á  España  por  walí  de  Valencia  su  tío 
Cid  Abu  Muhámad  Abdallah  ben  Almanzor;  que  éste 
tenia  como  suyas  las  ciudades  de  Játiba,  Denia,  Murcia 
y  sus  dependencias,  y  que  en  su  nombre  llevaba  el  peso 
de  los  negocios  su  naib  el  jeke  Zaid  ben  Bargán,  uno 
de  los  principales  caudillos  almohades  (4).  También 
Mariana  escribe:  «El  rey  Mahómad,  por  sobrenombre 
el  Verde,  después  que  perdió  aquella  memorable  jor- 
nada de  las  Navas  de  Tolosa,  acordó,  para  rehacerse 
de  fuerzas,  pasar  en  África.  Entre  los  moros,  más  que 
entre  otras   gentes,  ningún   respeto   se  guardan    de 


)    Tourtoulón,  1,  2,  dice  equivocadamente  que  fué  el  día   12. — Zu- 
,H,  63. 
)    Conde,  III,  55. 

3)  Mariana,  XII,  3. 

4)  Conde,  III,  56. 


—  59*  - 

lealtad  y  parentesco.  Zeit  Abenzeit,  su  hermano,  tomó 
ocasión  de  aquella  ausencia,  para  apoderarse  de  la 
ciudad  de  Valencia  y  de  Monviedro,  con  toda  aquella 
comarca.»  Y  añade:  «Lo  mismo  hizo  un  su  primo, 
por  nombre  Mahómad  Zeit,  en  las  ciudades  de  Cór- 
doba y  de  Baeza,  que  se  alzó  con  ellas  con  color  que 
era  nieto  de  Abdelmón  de  parte  de  un  hijo  suyo 
llamado  Abdalla,  y  por  esta  causa  le  pertenecían  los 
reinos  de  África  y  España,  que  fueron  de  su  abue- 
lo» (i).  Ya  veremos  que  el  wali  de  Baeza  era,  con 
efecto,  no  primo,  sino  hermano  del  de  Valencia,  y  los 
dos  acabaron  por  declararse  vasallos  de  Fernando  el 
Santo. 

No  disputaremos  que  las  ciudades  de  Játiba  y  Denia 
pasaran  de  los  Beni  Sad,  dueños  aún  de  ellas  cuando 
la  expedición  de  Alfonso  II  en  1 1 72,  á  poder  de  los 
almohades,  porque  á  ellos  las  arrancó  Aben  Hud  en 
las  postrimerías  del  gobierno  de  £eid.  Lo  que  no  es 
cierto  es  que  Cid  Abu  Muhámad  Abdallah  ben  Alman- 
zor,  si  así  se  quiere  que  se  llamara  el  padre  de  £eid, 
pasase  por  primera  vez  al  waliato  de  Valencia  ya 
entrado  el  año  12 14.  Además  de  que  el  joven  emir 
respetó  en  sus  cargos  á  ios  catibes,  wizires  y  walíes  que 
le  dejó  su  padre  an  Násir  (2),  está  puesto  fuera  de 
duda,  por  documento  de  n  de  diciembre  de  1268,  que 
el  último  gobernador  almohade  de  Valencia,  £eid, 
tuvo  por  antecesor  á  su  padre,  Cid  Abu  Abdallah,  fon 
Cid  Abu  Hafs,  ben  Abdelmumen,  cuyo  gobierno  ab?r^A 


(1)  Mariana,  1.  c. 

(2)  Conde,  1.  c. 


—  593  — 

parte  del  reinado  de  Alfonso  II,  muerto  en  abril  de 
1 196,  todo  el  de  Pedro  II  y  aún  parte  del  de  Jaime  I, 
ya  que  con  los  tres  celebró  tratados  de  paz  (1).  En  la 
entrada  que  Alfonso  II  hizo  en  1172  en  el  reino  de 
Valencia,  el  walí  de  esta  ciudad  se  le  declaró  su  vasallo. 
Otro  tanto  resultó  en  1177,  á  raíz  de  la  rendición  de 
Cuenca:  en  ambas  ocasiones,  ó  en  la  última,  al  menos, 
pudo  ser  el  convenio  con  el  padre  de  £eid.  Pudo 
celebrarle  con  Pedro  II,  solidario  de  Alfonso  VIH,  al 
pactar  las  treguas  de  diez  años  que  terminaron  en 
1209.  Y  para  que  le  concertase  con  Jaime  I,  preciso  es 
que  aún  estuviese  al  frente  del  gobierno  de  Valencia 
á  fines  de  12 1 3.  Cuando  menos,  pues,  le  estuvo  desem- 
peñando Cid  Abu  Abdallah  ben  £id  Abu  Hafs  ben 
Abdelmumen,  desde  1177  hasta  12 13  (2). 

Pudo  el  padre  de  £eid,  y  debió  concurrir  á  la 
batalla  de  las  Navas,  como  dicen,  equivocadamente, 


(1)  Dice  el  documento  en  cuestión:  «Per  nos  et  nostros  laudamus,  conce- 
dimus  et  confirmamus  tibí...,  Mahometi  Abderramint,  xariqui  nostro  de 
Richa,  et  aliis  fratribus...  Mahometi,  et  vobis,  Mu^a  et  A^mal,  fratribus  dicti 
Mahometi  et  íiliis  quondam  de  Abzeit  Abderramint,  patris  ipsius  Mahometi, 
orones  franquitates  sive  libertates  et  omnia  privilegia  quas  et  quae  fuerunt 
concessa  ab  illustrissimo  domino  Ildefonso,  rege  Aragonum,  bonae  memoria;, 
ovo  nos  tro  7  et  ab  Ínclito  domino  Petro,  rege  Aragonum,  felicis  recordationis, 
paire  nostro,  et  a  nobis,  Mahometo  praedicto  et  vobis,  fratribus  suis  supradictis, 
ac  etíam  patri  et  ovo  ves  tris }  ut  ipsis  prívilegiis  continetur.  Unde  nos,  reci- 
pientes vos,  sarracenos  praedictos,  ut  nostros  proprios  et  speciales  xarícos, 
cntn  hereditatibus  ac  aliis  bonis  vestris,  tam  movilibns  quam  immovilibus, 
habitis  et  habendis,  ut  praefati  antecessores  vestri  erant,  raandamus...  Dat.  Ca- 
lathajubo,  III  ydus  decembris  anno  Domini  MCCLXVIII»  (El Archivo,  V,  303). 

(2)  Aben  al  Abbar,  nacido  en  Valencia  el  año  595  (1198-99),  desempeñó 
4  cadiazgo  de  la  misma  durante  los  gobiernos  de  £eid  y  de  su  padre,  Sid 
Vbu  Abdallah  ben  Sid  Abu  Hafs.  Por  muy  joven  que  fuese  el  historiador, 

no  contaría  menos  de  veinte  años  al  desempeñar  cargo  tan  importante.  De 
ser  así,  el  gobierno  del  padre  llegó,  cuando  menos,  al  año  1220. 

75 


—  594  — 
del  hijo  algunos  historiadores  y  cronistas  (i).  Muy 
propio  era  que  en  aquella  guerra  santa  tomase  parte 
Cid  Abu  Abdallah,  cuando  un  simple  musulmán,  el 
ilustre  setabense  Áhmed  ben  Harún  el  Nafci  sacrificó 
su  vida,  como  todos  los  voluntarios,  que  fueron  exter- 
minados. 

Para  evidenciar  que  el  real  ó  supuesto  Cid  Abu 
Muhámad  Abdallah  ben  Almanzor  que  vino  de  wali  á 
Valencia  á  la  muerte  de  an  Násir,  es  de  rama  distinta 
que  nuestro  Qeid,  el  investigador  que  ha  esclarecido 
este  piínto,  ha  dicho:  «Mohámad  Abdala,  hermano  de 
Almamún,  era  hijo  de  Jacub,  nieto  de  Abu  Yúsuf  y 
biznieto  del  emir  Abdelmumen.  Nuestro  Qeid  era  hijo 
de  Abu  Abdala,  nieto  de  Abu  Hafs  y  biznieto  del  emir 
Abdelmumen,  como  el  otro,  pero  por  otra  rama»  (2), 


(1)  «El  rey  moro  (an  Násir),  escribe  Mariana,  por  amonestación  de  Zeit, 
su  hermano,  se  salvó  en  un  mulo,  con  que  huyó  hasta  Baeza  (XI,  24).»  — 
«Hallóse  Zeyte  Abuzeyte,  dice  nuestro  Escola  no,  según  algunos,  en  la  dicha 
batalla  de  las  Navas,  al  lado  del  Miramamolín;  y,  como  vio  rotas  ciertas 
cadenas,  por  los  aragoneses,  con  que  estaba  atrincherado  su  real,  juzgando 
que  por  allí  había  de  ser  vencido,  como  lo  fué,  hizo  esfuerzo  con  el  Mirama- 
molín,  que  salvase  su  persona,  y,  para  ello,  le  dio  su  caballo  (III,  3),»  En 
Conde,  es  un  alárabe  el  salvador  del  Emir;  si  hubieran  sido  Ceid,  ó  su  padre, 
bien  se  hubiese  expresado:»  Anásir  se  estaba  sentado  sobre  su  adarga  entnedio 
de  su  pabellón  diciendo  «sólo  Dios  es  veraz,  y  Satán  es  pérfido»;  y  cuando 
ya  casi  llegaban  á  él  los  cristianos  y  los  que  le  defendían  perecían  peleando, 
tantos  que,  de  los  diez  mil  de  su  guardia,  muy  pocos  quedaban,  vino  á  él  un 
alárabe  con  una  yegua  y  le  dijo:  «¿Hasta  cuándo  te  estarás  sentado,  ¡oh 
Amirl  Ya  está  decidido  el  juicio  de  Dios,  y  cumplida  su  voluntad.  Los  mus- 
limes acaban  de  ser  vencidos.»  Entonces  Anásir  se  levantó  y  fué  á  cabalgar  de 
presto  en  su  caballo  que  allí  tenía;  y  el  alárabe  le  dijo:  c monta  en  esta  castiza, 
que  no  sabe  dejar  mal  al  qué  la  cabalga,  y  quizá  Dios  te  librará.,  que  en  * 
vida  consiste  la  seguridad  de  todos.»  Y  montó  en  ella  Anásir  y  el  alárabe  < 
su  caballo,  y  huyeron  envueltos  en  el  tropel  de  la  gente  que  huía,  miserafa 
reliquias  de  sus  vencidas  guardias  (III,  55).» 
(2)    El  Archivo,  V,  144-145. 


—  595  — 

El  mismo  autor,  cuyas  investigaciones  han  puesto 
en  claro  lo  que  tan  obscuro  se  presentaba  en  cuanto  á 
los  walíes  de  Valencia  durante  el  periodo  almohade, 
da  un  paso  más  para  marcar  con  más  aproximación 
la  época  de  separación  entre  el  gobierno  de  Qeid  y  el 
de  su  padre.  Ya  se  ha  visto  que  con  posterioridad  al 
año  1213  aún  le  tenia  el  último.  £eid  murió  entre  los 
años  1263  y  1268,  y  puede  calcularse  su  nacimiento 
á  principios  del  siglo  xni,  ó  á  últimos  del  anterior. 
Por  tanto,  debió  comenzar  su  gobierno  por  cerca  del 
año  1220.  Ya  á  principios  de  1223  se  hace  de  él 
mención  expresa.  Incluiremos  en  el  presente  capítulo 
el  relato  del  hecho  siguiente,  si  bien  con  la  incerti- 
dumbre  de  si  fué  £eid  ó  su  padre  quien  se  hallaba 
entonces  al  frente  del  gobierno  de  Valencia. 

Expondremos  antes  la  pintura  que  de  la  adminis- 
tración almohade  en  España  hacen  los  propios  autores 
árabes.  Siguiéndolos  Conde,  escribe: 

«Cid  Abu  Abdallah  mandaba  en  España  como  absoluto  sobe- 
rano, daba  gobiernos,  alcaidías  y  tenencias  como  quería  y  como 
sus  wizires  y  consejeros  le  inspiraban,  sin  atender  á  la  virtud  y 
mérito  de  los  que  llevaban  los  empleos,  sino  á  las  dádivas  que 
le  ofrecían. 

*De  aquí  resultaron  injusticias  y  vejaciones  en  los  pueblos  y 

general  descontento  en  el  común  de  las  gentes.  Los  ricos  y 

poderosos  torcian  á  su  sabor  la  balanza  de  la  justicia,  y  con  sus 

tesoros  alcanzaban  cuanto  deseaban,  y  hasta  la  impunidad  de  sus 

delitos.  No  permanecía  un  alcaide  ó  cadi  en  su  empleo,  sino 

mientras  no  se  presentaba  un  pretendiente  que  pagase  más  la 

tenencia  ó  judicatura.  Así  no  había  en  los  pueblos  defensores  de 

justicia  y  mantenedores  de  la  equidad,  sino  mercenarios  codi- 

¿osos  y  mercaderes  avaros  de  la  fortuna,  gente  toda  violenta 

venal 


—  596  — 

>Los  parientes  de  al  Mostánsir  se  repartieron  todas  las  pro- 
vincias de  África  y  de  España,  no  con  intención  de  gobernarlas  y 
mantenerlas  en  justicia  durante  su  menor  edad,  sino  para  disfru- 
tarlas y  destruirlas  con  extrañas  vejaciones  que  inventaba  la 
codicia -desmedida  de  los  wazires  y  walies;  porque  todos  se 
cebaban  en  el  general  desorden  y  no  trataban  sino  de  aprovechar 
la  ocasión  de  enriquecerse  y  mantener  con  dádivas  y  presentes  el 
inicuo  mando  que  les  confiaban. 

»En  tanto  que  su  mal  gobierno  empobrecía  las  provincias, 
los  cristianos  corrían  y  talaban  los  campos,  quemaban  los 
pueblos,  mataban  y  cautivaban  á  los  infelices  moradores  de 
Andalucia,  ocupaban  las  fortalezas  y  quedaban  sin  defensa  las 
fronteras  de  los  muslimes»  (i), 

Enmedio  de  las  prosperidades  de  los  cristianos, 
sufrieron  éstos  algunos  quebrantos  en  el  mediodía  y 
levante  durante  el  año  616  (mar.  1219-20).  Pasando 
por  alto  la  derrota  que  experimentaron  junto  á  Cáce- 
res,  por  no  ser  propio  de  este  trabajo,  copiaremos 
textualmente  lo  que  relativo  á  nuestra  región  escri- 
bieron los  árabes:  «La  misma  suerte  (que  en  Cáceres) 
tuvieron  (los  cristianos)  en  sus  entradas  en  lo  de 
Valencia;  que  después  de  haber  talado  los  campos  de 
Almanza  y  Requina,  entraban  cargados  de  despojos 
en  tierra  de  Valencia;  salieron  contra  ellos  los  fronte- 
ros y  les  dieron  batalla  en  Canabat  (2),  y  los  rompie- 
ron y  los  destrozaron  quitándoles  toda  la  presa  y 
cautivos,  y  haciendo  en  ellos  cruel  matanza»  (3).  De 


(1)      Conde,  III,  56;  IV,  1. 

(2)  De  Canabat  hay  mención  en  dos  ocasiones  en  las  Adiciones  de  1* 
Crónica  del  Ínclito  Emperador  Don  Alfonso  Vil,  de  Sandoval  (cap.  47  y  jr 
Sabido  es  que  dicho  autor  no  hace  en  tales  indicaciones  mas  que  copiar  1 
Anales  Toledanos. 

(3)  Conde,  III,  56. 


—  597  — 

este  suceso,  del  qué  no  hace  mención  en  su  historia 
el  arzobispo  don  Rocfrigo,  silencio  que  también  guarda 
el  P.  Mariana,  da  Zurita  curiosos  pormenores. 

El  arzobispo  en  cuestión  predicó  la  santa  cruzada 
contra  los  infieles,  y  reunió  un  ejército  que  no  bajaba 
de  200.000  combatientes,  entre  caballeros  é  infantes. 
Por  la  parte  de  Aragón  penetraron  en  tierra  de  moros 
el  dia  de  San  Mateo  Evangelista  (21  sept.  de  12 19)  y  se 
apoderaron  de  tres  castillos:  Sierra,  Serrezuela  y  Mira. 
El  día  de  San  Miguel  (29  septiembre)  se  puso  sitio  á 
Requena.  Por  espacio  de  seis  semanas  fueron  comba- 
tidos sus  muros  con  las  máquinas  llamadas  almajane- 
ques, algarradas  y  delibra.  Aunque  las  torres  y  acitaras 
fueron  desmanteladas,  no  pudieron  entrar  en  la  ciudad, 
y  con  pérdida  de  más  de  2.000  soldados  alzaron  el 
sitio  el  dia  de  San  Martin  (11  noviembre)  (1). 


(1)    Zurita,  II,  73.— Este  amor  no  ha  hecho  sino  transcribir  la  terminación 
de  los  primeros  Anales  Toledanos,  sacados  de  una  Copia  que  está  en  la  'Biblio- 
teca del  Monasterio  de  San  Martin  de  Madrid.  En  ellos  se  lee:  «El  Arzobispo 
D.  Rodrigo  de  Toledo  fizo  cruzada,  e  ayuntó  entre  peones  e  Cavalleros  mas 
de  ducentas  vezes  mil,  e  entró  á  tierra  de  Moros  de  part  de  Aragón  dia  de 
,  Matheus  Evangelista,  e  prisó  tres  Cas  li  el  los,  Sierra,  e  Serrezuela,  e  Mira, 
íspues  cercó  á  Requena  dia  de  S.  Miguel ,  e  lidiáronla  con  almajanequis,  e 
m  algarradas,  e  con  delibra,  e  derri varón  torres,  e  azitaras,  e  non  la  pudie- 
ra prender,  e  murieron  y  mas  de  dos  mil  Christianos,  e  tornáronse  el  dia  de 
.  Martin.  Era  MCCLVII.» 


CAPITULO  XV 


Almohades 

(c™;,„,«). 

(i  sao-i  asa) 

■>D  Ahí  Cuq.-Thu.Io  j  nombre  del  «Iñmo  mil  .l,„f,W,  i.  V.leoci.:  »  uc 

eadeacU:  n  don. 

uitcter  y   culiurt— Médicoi  y  nitomjisui  iribigo-vileoeiinot.-Conliooi 

(Hindú  en  lier»  de  Vileneil.  -Ceid  y  Fcrninda  III  ea  Moví:  deciiiue  "i.l 

0  del  re*  de  Canilla 

ti  principe  iltnobide:  "generil  disgulto  que  en  Arigán  ciuiaimg, — Giran, 

ivil  «i»  loi  motll- 

mea  de  Eipiñi  1  l>  muerte  del  emir  Al  Moitiniir:  Al  Adel  Billib  ei  proclimid 

tlio  de  Ceid.-  Jaime  1  tilla  por  ni  y  Üern  i  Peí.  molí.— Abindoi»  Ctid  >u 

tuelli)e  i  Ctttilli  y 

te  hice  irlbutirio  de  Angón.-  Gjem  civil  ea  Angón  por  la  entera*!  de  jutae 

1  ea  que  te  cumplir. 

Ui  ireguu  picndu  ton  Ceid.— D.  Blu»  de  Aligan  en  Vileaci».— Conven ¡6 

de  Ceid  .!  Crinií- 

nitmo.— ProcltmncioB  di  Al  Kouwiquü  <n  Uurcu:  el  reconocida  en  Jitiba 

j  Deoii. — Lev.nu 

ademo  de  Ziío.  Ceid  en  Cilitiyud.— Coiieri.  de  Ziea  bitw  Tarto». -Recobr 

i  Dtnií.  —Termino 

ínbe  ea  VnJenc». 

ecisar  con  exactitud  la  fecha  en  que 
comenzó  en  Valencia  el  gobierno  del  llama- 
do £eid  AbuQeid,  será  imposible,  á- menos 
que  nuevos  descubrimientos  vengan  á  descorrer  el  velo 
que  oculta  ese  punto  de  nuestra  historia.  Lo  que  no 
admite  duda  es  que  su  mando  existia  ya  á  la  muerte 
del  emir  Al  Mostánsir,  ocurrida  en  Marruecos  el  13  de 
dilhagia  del  año  de  la  Egira  620  (8  diciembre  de  1223). 
Acerca  de  esta  verdad  deponen  de  común  acuerdo  los 
historiadores  árabes  y  cristianos. 

Parécenos  oportuno  dar  á  conocar  ahora  su  ver- 
dadero nombre,  la  significación  del   titulo  con  que 
vulgarmente  se  le  conoce,  su  real  prosapia  y  lo  po> 
que  acerca  de  sus  prendas  personales  se  ha  consignad 
El  titulo  Ceid  A  bu  Ceid,  ó,  lo  que  es  igual,  Cid  k 


—  599  —  .       , 

Cid,  ó,  también,  Zeyle  Abu^eyte,  no  significa  más  que 
Señor  hijo  del  Señor.  Cid  es  el  título  del  emir  almohade 
y  de  sus  descendientes;  y,  por  ser  esto  último  nuestro 
biografiado,  también  le  lleva.  Tiene  el  aditamento  Abu 
Cid,  ó  hijo  del  Señor,  por  referirse,  en  último  término, 
á  Abdelmumen,  el  inmediato  sucesor  del  Mahdi,  fun- 
dador de  la  secta  almohade. 

El  verdadero  nombre  del  referido  príncipe,  según 
se  verá  en  documento  que  en  lugar  oportuno  dare- 
mos á  conocer,  fué  el  de  Abderrahmán.  Llamóse  su  . 
padre,  de  cuyo  gobierno  ya  se  trató  en  el  capítulo  ante- 
•  rior,  Cid  Abu  Abdalluh.  Fué  su  abuelo,  Cid  Abu  Hafs,  y 
su  bisabuelo,  el  califa  y  Amir  al  Muminin  Abdel- 
mumen (i). 

Algunos  mayores  detalles  nos  es  dado  proporcio- 
nar acerca  de  Cid  Abu  Hafs,  el  abuelo  de  nuestro  Qeid. 
Nació  en  jueves,  el  3  de  régeb  de  533  (6  marzo  de 
1 139).  Aixa,  su  madre,  era  hija  de  Abu  Amram,  faqui 
y  cadi  de  Tinmal.  Era  hermano  mellizo  de  Abu  Jacub, 
quien,  á  la  muerte  de  su  padre,  Abdelmumen,  fué 
jurado  califa  el  miércoles,  11  de  giumada  2.a  de  558 
(17  mayo  de  1163).  El  año  565  (sept.  1169-70)  vino 
Cid  Abu  Hafs  á  España  con  20.000  caballos  almoha- 
des á  correr  las  fronteras  de  cristianos,  y  sostuvo  con 
éstos  reñidas  escaramuzas.  Al  año  siguiente  (septiem- 
bre 1 170-71)  mandó  edificar  Alcántara  Tensifa,  cuyas 
obras  comenzaron  el  domingo  3  de  sáfer  (16  octubre), 
.n  Marruecos  murió  de  peste  el  año  571  (julio  de 
[75-76)  (2). 


(1)  El  ^Archivo,  IV,  298;  V,  144. 

(2)  Conde,  III,  46-49  • 


—  6oo  — 

Dicese  de  £eid,  que  «era  hombre  muy  bien  criado 
y  comedido,  humano  y  justo;  alto  de  cuerpo,  de 
aspecto  real,  ojos  muy  hermosos,  rostro  venerable  y 
lleno  de  majestad;  tenía  el  cabello  largo,  traía  un 
bonete  d$  seda  en  la  cabeza  y  andaba  siempre  vestido 
de  grana  y  acompañado  de  muchos  cristianos  y  de  sus 
hijos»  (i).  Tampoco  falta  quien  le  atribuya  relevantes 
dotes  de  literato  y  naturalista  (2). 

Á  pesar  de  que  el  autor  del  libro  inédito  Ensayo 
bio-bibliogrdfieo  sobre  los  médicos  y  naturalistas  arábigo- 
españoles  menciona  unos  veinte  autores  de  esta  clase 
propios  del  reino  de  Valencia,  nada  dice  de  £eid  con- 
siderado como  naturalista;  y  no  es  extraño,  porque 
si  bien  el  título  de  dicho  libro  parece  anunciar  que  ha 
de  abarcar  á  los  cultivadores  de  las  tres  ramas  de  la 
Historia  Natural,  del  examen  de  la  obra  resulta  que 
sólo  trata  de  la  Botánica  en  lo  que  tiene  úe  aplicación 
á  la  Medicina,  esto  es,  para  la  adquisición  de  drogas  y 
confección  de  electuarios. 

No  obstante  que  el  malogrado  Pons  nada  diga  de 
nuestro  £eid  como  naturalista,  expondremos  ahora, 
antes  de  emitir  juicio  sobre  el  valor  de  la  cultura 
árabe  en  nuestro  país,  la  lista  de  autores  que  sobre- 
salieron aquí  en  el  campo  de  la  Medicina  y  de  la  rama 
de  la  Historia  Natural  más  relacionada  con  aquella 
ciencia.  De  seguro  que  el  número  y  calidad  de  ellos 
dejará  poco  satisfechos  á  nuestros  lectores,  decepción 
que  también  nosotros  hemos  padecido,  acostumbrr 


(1)  Escolano,  1.  c. 

(2)  Jerónimo  Paulo  dice,  en  confirmación  de  esto,  que  escribió  una  bis 
ria  de  los  animales,  obra  que  figuraba  entre  las  del  famoso  Avicena  (Escolan. 


—  6*oi  — 

dos  como  estamos  á  oir  ponderar  la  envidiable  altura 
á  que  llegaron  en  España  los  árabes  admiradores  de 
Hipócrates  y  Galeno.  Y  este  título  bien  les  cuadra  á 
nuestros  médicos  arábigos,  porque  en  los  libros  grie- 
gos bebieron  sus  primeros  conocimientos. 

En  primer  término  aparece  Aben  a$  Caffar,  que, 
después  de  haber  estudiado  en  Toledo  las  Matemá- 
ticas y  la  Astronomía,  habiendo  sido  su  maestro  Mos- 

4 

lema  de  Madrid,  se  trasladó  á  Córdoba,  y  en  ella 
permaneció  hasta  que  la  guerra  civil  acabó  con  el 
Califato.  Se  amparó  entonces  en  la  corte  de  Mugéhid. 
Tuvo  en  Denia  muchos  discípulos,  y  se  le  atribuyen 
un  tratado  del  astrolabio  y  un  compendio  de  las  tablas 
astronómicas  con  arreglo  al  sistema  del  Sendhand. 
Hay  dudas  acerca  de  la  parte  que  Aben  a?  Aaffar  tuvo 
en  el  cultivo  de  la  Medicina.  Otro  autor  figura  en  el 
siglo  xi:  el  médico  ilustre  Aben  ads  Dsahabi,  que, 
además,  estudió  las  ciencias  filosóficas,  y,  con  espe- 
cialidad, la  Alquimia.  Murió  en  Valencia  en  giumada 
2.a  de  456  (may.-jun.  1064)  (1). 

En  el  siglo  xn  toca  en  el  apogeo  la  ciencia  que 
venimos  estudiando,  por  lo  que  dice  relación  á  los 
muslimes  valencianos.  Abdallah  ben  Yúsuf  ben  Chau- 
xan  nació  en  Denia,  pero  residió  la  mayor  parte  de  su 
vida  en  Játiba.  En  ésta,  como  también  en  Zaragoza  y 
Córdoba,  hizo  sus  estudios,  llegando  á  adquirir  grandes 
conocimientos,  no  sólo  en  Medicina,  sino  también  en 
^-adiciones,  Lexicografía,  Lengua  Árabe,  Poesía  y  en 


Poós,  O.  C,  n.os  41  y  53.— El  último  autor  dejó  escrita  una  diser- 
1     ta  cuyo  tftulo  era  «El  agua  no  nutre,  ó  no  es  alimento». 

76 


—  602   —    . 

la  ciencia  del  Kalam.  Murió  antes  de  los  cuarenta  años 
de  su  edad,  en  el  de  514  (abr.  1120-mar;  1121).  De 
Muhámad  ben  Sad  ben  Zacaría,  que  aún  vivía  en  el  año 
516  (mar.  1122-23),  cuenta  Aben  al  Abbar  que  era 
habitante  de  Denia  y  fué  entendido  en  Medicina  (1).  Es 
fenómeno  muy  frecuente  en  los  escritores  árabes  abarcar 
conocimientos  de  materias  diversas,  aun  de  aquellas  en 
cuyo  fondo  ninguna  analogía  se  descubre.  Eso  mismo 
se  nota  en  Omeya  ben  Abdeláziz,  de  quien  ya  hemos 
hablado  estudiándole  como  historiador  (2).  Tuvo  su 
cuna  en  un  lugar  de  la  jurisdicción  de  Denia,  en  el  año 
460  (nov.  io67:oct.  1068).  De  t?l  modo  entendió  la 
Medicina,  que  llegó  á  abarcar  cuantos  conocimientos  se 
tenían  de  ella  en  su  tiempo.  Fuéronle  de  igual  modo 
familiares  la  Filosofía,  las  Matemáticas,  la  Astrono- 
mía, la  Música  y  la  Poesía.  De  los  demás  detalles  de 
su  interesante  existencia  ya  se  trató  en  el  lugar  indi- 
cado. De  tránsito  para  España  murió  en  Mahadia  el 
10  de  muhárram  de  529  (31  ote.  n 34)  (3).  Al  año 
siguiente,  530  (oct.  ii35-sept.  1136),  bajó  también 
al  sepulcro,  un  hijo  de  Picasent;  muy  experto,  según 
Aben  al  Abbar,  en  Derecho  Canónico,  Matemáticas  y 
Medicina.  También  se  distinguió  en  esta  ciencia  Aben 


(1)  De  su  nombre,  escribió  un  libro  titulado  «Saadia». 

(2)  Vide  pág.  53 1.  Se  nota  gran  diferencia  en  la  fecha  de  su  muerte  en 
las  obras  impresa  é  inédita. 

(3)  Se  citan  como  obras  suyas:— i.  Risalah,  ó  epístola  Egipcia, — 2.  El 
libro  de  los  medicamentos  simples. — 3.  £1  libro  de  la  victoria  de  Honain  ben 
Jshak,  contra  Aben  Redwan,  sobre  el  estudio  de  éste  acerca  de  las  cuestiones 
de  Honain. — 4,  Jardín  de  la  Literatura. — 5.  Sal  del  tiempo,  sobre  los  ps  is 
de  España. — 6.  Diwan,  ó  colección  de  sus  poesías. — 7.  Risalah  acerca  A  la 
Música.— 8.  Un  tratado  de  Geometría. — 9.  Risalah  sobre  el  uso  del  astro)  >. 
— Y  10.  Otro  tratado  sobre  Lógica. 


—  ¿?5  — 

al  Chañan,  uno  de  les  grandes  Mtcratc^s.  c-aic^es  t 
poetas  de  su  rempo.  Era  natural  de  ;ct;>JL  y  infrió 
-en  el  año  559  (:ul.  1144-rjn.  114O.  A  n:ei  idos  del 
siglo  xn  murió  Aben  Comparath,  originario  de  VjLes- 
cia,  por  mis  que  vivió  en  Córdoba,  Cor.:  o  rru¿:\a  de 
su  competencia  en  Medicina,  baste  citar  e*.  hecho  de 
haber  sido  uno  de  los  nuestros  del  cé^bre  AvctTvXñ. 
Aben  al  Abbar  habla  en  la  77*  ^:7a  y  en  e"  A' v\r-  de 
un  hijo  célebre  de  Burriana:  Abul  Rebia.  Después  cue 
hizo  á  la  Meca  la  peregrinación  le^al.  se  estableció 
en  Valencia,  de  donde  luéuo  pasó  á  Córdoba.  En  el 
un  punto  y  en  el  otro  ejercitó  la  profesión  medica. 
Después  fijó  su  residencia  en  Elche,  jurisdicción  de 
Murcia,  y  hasta  que  murió,  á  los  70  años  de  su  edad. 
en  el  de  550  (mar.  1155-íebr.  115O*  se  consagró  i  la 
predicación  en  su  mezquita.  Del  aprecio  en  que  Aben 
Sad,  ó  el  rey  Lobo,  tuvo  a  los  médicos,  es  testimonio 
Aben  al  Barrak,  natural  de  Guadix,  á  quien  se  le  trajo 
á  Valencia.  Permaneció  en  ella  hasta  la  muerte  de  su 
.  protector,  en  567  (sept-  1171-ag.  1172),  lecha  en  la 
cual  volvió  el  sabio  á  su  ciudad  natal.  Pocos  años 
después,  en  el  de  574.  ó  575  (jun.  iijS-may.  nSo\ 
bajó  al  sepulcro  Aben  al  Hilad,  también  médico  de  la 
escuela  valenciana  (1). 

Fué  también  médico  de  gran  renombre  el  valen- 
ciano Abdeláziz  ben   Muhámad  ben  Abdeláziz  ben 
Saadún,  contemporáneo  de  Aben  Chobair.  Parece  que 
murió  en  el  año  605  (jul.  1 208-1 209).  Médico  de  la 
Driosa  escuela  valenciana  fué   Ali  bfcn   Muza  ben 


)    Pons,  O.  C,  biografías  n.°*  6q,  70,  73,  74,  77,  lofr,  So,  92  y  $$- 


/  —  604  — 

Muhámad  ben  Xaluth.  Peregrinó  á  la  Meca  y  estudió 
en  algunas  poblaciones  del  tránsito.  También  residió 
algún  tiempo  en  Tremecén,  y,  ganaba  la  vida  ejer- 
ciendo la  Medicina.  Aben  al  Abbar  le  cita  entre  sus 
maestros.  Murió  cerca  del  año  610  (may.  121 3-14). 
Fué  otro  de  los  maestros  del  famoso  biógrafo,  y 
amigo  suyo,  además,  Muhámad  ben  Béquer  el  Fihri, 
natural  de  Valencia,  médico  y  matemático  distinguido 
y  hafiz  de  tradiciones  é  historias.  Aben  al  Abbar,  en 
las  breves  líneas  que  en  la  Teftnila  le  dedica,  se  com- 
place en  llamarle  su  maestro  y  su  amigo,  y  dice 
también  que  con  él  cotejó  la  obra  'de  Abu  Muhámad 
ben  Masud  titulada  Libro  de  las  lámparas  ó  antorchas,  y 
que  de  sus  labios  escuchó  narraciones  históricas  y 
poesías.  Murió  en  618  (febr.  1221-22).  Al  año 
siguiente,  619  (febr.  1222-23),  falleció  un  famoso 
médico  de  Murviedro,  de  quien  hablan,  Aben  al 
Abbar,  en  la  Tectnila,  y  Aben  Abi  Ossaibia.  Llamóse 
Abu'l  Hachach  Yúsuf.  Después  de  haberse  consa- 
grado por  algún  tiempo  á  las  tareas,  literarias,  se 
dedicó  con  tanto  entusiasmo  al  estudio  de  la  Medi- 
cina, que  logró  ponerse  á  la  cabeza  de  cuantos  con  él 
compartían  el  ejercicio  de  la  profesión.  En  los  servi- 
cios que  prestó  á  reyes  y  magnates,  percibió  crecidos 
estipendios.  No  podía  Alcira,  tan  célebre  por  otros 
conceptos  durante  la  dominación  sarracena,  dejar  de 
estar  representada  entre  los  que  cultivaron  tan  im- 
portante ramo  del  saber.  Aben  Thomlús,  ó  Abu'l 
Hachach,  nacido  en  la  isla  del  Júcar,  llegó  á  ser  «ui 
de  los  sabios  y  el  último  de  los  médicos  del  Levan 
de  España.»  De  un  comentario  suyo,  conservado  \ 


—  60$  — 

la  biblioteca  del  Escorial,  resulta  que  fué  entusiasta 
peripatético;  pero  su  devoción  á  las  doctrinas  de 
Aristóteles  no  le  impidió  atesorar  conocimientos  gra- 
maticales nada  comunes,  así  como  también  se  distin- 
guió por  su  piedad  y  afable  carácter.  Oyó  las  doctas 
explicaciones  de  Averroes  y  de  otros  sabios  de  su 
tiempo.  Murió  en  el  año  620  (febr.  1223-en.  1224), 
Fué  también  médico  notable  el  dianense  Abu  Ishak 
Ibrahim,  oriundo  de  Bugia.  Se  trasladó  á  Marruecos, 
y  allí  murió  durante  el  reinado  de  Mostánfir  ben  án 
Ná$ir  (1213-1223),  habiendo  tenido  á  su  cuidado  el 
hospital  de  aquella  ciudad.  Debió  ser  esto  antes  del  16 
de  julio  de  12 12,  pues  un  hijo  suyo,  Abu  Abdallah 
Muhámad,  después  de  suceder  al  padre  en  el  desem- 
peño del  referido  cargo,  murió  en  la  batalla  de  las 
Navas.  Fué  sucesor  del  fervoroso  musulmán,  un  her- 
mano menor.  Durante  el  período  de  la  reconquista 
emprendida  por  don  Jaime,  floreció  Abdallah  ben 
Áhmed  ben  Abdallah,  también  hijo  de  Denia,  el  cual 
residió  algún  tiempo  en  Játiba.  Hechos  algunos  estu- 
dios en  su  país,  marchó  al  Oriente.  Al  paso  por 
Alejandría,  Damasco  y  Mosul,  oyó  de  los  sabios  de 
sus  celebradas  escuelas  excelente  doctrina.  No  por  la 
predilección  que  sintió  por  la  Medicina,  dejó  de  cul- 
tivar otras  ciencias.  Esto  y  sus  recomendables  dotes 
de  carácter  captáronle  las  simpatías  de  altos  perso- 
najes. El  mismo  Aben  al  Abbar  le  llama  su  amigo,  y 
laestro,  de  quien  hace  este  gran  elogio:  «Yo  oí  de  él 
nicho,  y  él  de  mi  poco.»  En  Túnez  fueron  compa- 
iros. Emprendió  un  segundo  viaje  á  Oriente,  y  antes 
e  que  le  acabara,  le  sorprendió  la   muerte,  en  el 


—  6o6  — 

Cairo,  año  645  (may.  1247-abr.  1248).  Habla  nacido 
en  590(1193-94)  (1). 

Ya  entrado  él  siglo  vin  de  la  Hegira,  cuyo  prin- 
cipio coincide  con  el  comienzo  del  xiv  de  nuestra  era, 
aún  aparece  en  la  corte  de  Granada  el  famoso  médico 
Abu'l  Acbag  ben  Sada,  natural  de  Valencia;  y,  con 
posterioridad  á  él,  otro  compatricio  suyo,  de  quien 
no  se  sabe  más  sino  que  contrajo  amistad  con  el 
príncipe  del  Korasán,  el  cual,  queriendo  aprovechar 
los  vastos  conocimientos  del  sabio  valenciano  en  el 
arte  de  curar,  le  retuvo  en  su  corte  (2). 

Á  la  muerte  de  Al  Mostánsir,  la  guerra  civil  dejó 
sentir  sus  horrores,  lo  mismo  en  África  que  en  España. 
Estimulado  Fernando  III  por  su  madre,  doña  Beren- 
guela,  aprovechó  la  discordia  que  entre  los  muslimes 
ardía,  para  acrecentar  los  dominios  de  Castilla. 

Las  ^milicias  de  Cuenca,  Huete,  Uclés,  Moya,  Alar- 
cón  y  algunas  otras  de  la  comarca,  conocedoras  de  la 
'voluntad  del  Rey,  entraron  con  poderoso  ejército  en 
tierra  de  Valencia,  talaron  campos,  saquearon  pobla- 
dos, robaron  la  tierra  y  volvieron  cargadas  de  botín  á 
sus  casas.  Bien  se  ve  que  el  fracaso  del  sitio  puesto  á 
Requena  por  el  célebre  arzobispo  de  Toledo  don  Ro- 
drigo Jiménez  de  la  Rada,  empresa  de  la  cual  no  sacó 
otro  provecho  que  el  haber  talado  diferentes  pueblos 
de  la  Mancha  y  reino  de  Murcia,  en  nada  eíitibiaron  el 
entusiasmo  castellano  por  aumentar  sus  estados  á 
expensas  de  los  mahometanos.  Es  más:  el  buen  éxitri 


(1)  Pons,  O.  C,  biogr.  núms.  118,  119,  121,  122,  123,  138  y  128. 

(2)  Pons,  O.  C,  biogr.  núms.  167  y  184. 


—  6o7  — 


en  la  empresa  del  presente  año  (1224),  alentó  á  Fer- 
nando el  Santo  á  empuñar  las  armas  contra  el  wali  de 
Valencia,  para  lo  cual  reunió  un  crecido  ejército  en  el 
que  iban  el  arzobispo  don  Rodrigo  y  los  maestres  de 
las  órdenes  religiosas  (1). 

Pasado  el  invierno,  resolvió  Fernando  III  proseguir 
la  Campaña  por  el  reino  de  Valencia.  A  la  sola  fama 
de  la  empresa,  fueron  innumerables  los  que  acudieron 
á  alistarse  bajo  sus  banderas,  con  especialidad,  de 
Moya,  Huete,  Alarcón,  Cuenca  y  sus  merindades, 
confinantes  con  Valencia.  Por  plaza  de  armas  se 
eligió  á  Cuenca. 

£eid  no  olvidaba  el  daño  que  un  año  antes  causa- 
ron los  castellanos  en  su  tierra.  Poníale  en  gran 
cuidado  la  entrada  que  en  ella  hacía  por  entonces  el 
joven  monarca  de  Aragón.  Tenía  que  defenderse  de 
los  secretos  manejos  de  sus  contrarios  los  Beni  Sad. 
Había  de  arrostrar,  á  la  vez,  las  iras  de  su  gánente  Al 
Adel,  emir  de  Marruecos,  cuya  soberanía  se  negaba  á 
reconocer.  Falto  de  fuerzas  para  contrarrestar  á  tantos 
enemigos,  acudió,  por  la  vía  pacífica,  á  desarmar  á 
aquellos  que  más  de  cerca  le  amenazaban.  Viendo  el 
aparato  de  guerra  que  por  la  parte  de  Castilla  asomaba, 
envió  embajadores  á  Fernando  III  pidiéndole  licencia 
para  verse  con  él  en  Cuenca.  Oyólo  con  agrado  el  Rey, 
condescendió  con  la  súplica  y  le  señaló  día  para  la 
entrevista.  Llegado  el  plazo,  Fernando,  acompañado 
de  muchos  caballeros  y  ricos. hombres  de  su  corte, 
salió  á  recibirle. 


/ 


(1)    Mariana,  XII,    ii.— Núñez  de   Castro,  Vida  del  Santo  Rey  Don  Fer- 
nando,  cap.  IV. 


—  6o8  — 

Fué  el  encuentro  en  Moya,  adonde  se  había  ade- 
lantado el  principe  almohade,  y  en  mayo  de  1125.  En 
señal  de  amor  y  cariño  á  £eid,  Fernando  le  abrazó  é 
hizole  sentar  junto  á  él  en  el  solio.  Tanta  afabilidad 
en  tanto  poder,  llenó  de  admiración  al  musulmán,  que, 
rendido  no  menos  que  de  las  armas  del  agasajo,  ofreció 
al  cristiano  vasallaje  perpetuo  y  crecidas  parías.  Fernan- 
do le  prometió,  en  cambio,  su  protección  contra  todos 
sus  enemigos.  £eid  besó  la  mano  al  Rey  y  á  su  madre, 
doña  Berenguela,  y  dio  alegre  la  vuelta  á  su  reino  (1). 

Como  el  reino  de  Valencia  pertenecía,  con  arreglo 
á  anteriores  pactos,  á  la  conquista  de  Aragón,  los  de 
esta  tierra,  dolidos  de  la  mencionada*  entrevista  y  de  la 
tala  que  los  castellanos  habían  hecho  el  año  anterior, 
enviaron,  á  nombre  de  su  rey  don  Jaime,  embajadores 
en  son  de  queja  á  Castilla;  y,  sin  aguardar  contestación, 
dióse  orden  para  que  diferentes  compañías  entrasen 
por  la  parte  de  Soria.  No  se  pasó  del  amago,  porque  al 
de  Aragón  le  distrajeron  las  discordias  intestinas  en 
que  anduvo  envuelto  desde  el  fracasado  sitio  puesto  á 
Peñiscola,  hasta  que  se  lanzó  á  la  gloriosa  conquista 
de  las  Baleares  (2), 


(1)  De  este  importante  suceso  se  habla  en  la  Cránica  general,  fol.  405,  y, 
además,  en  dos  documentos,  latino  el  uno  y  castellano  el  otro.  En  el  Bulla- 
rium  ordinis  Sancti  Jacóbi  (anno  MCCXXV,  script.  I)  hay  una  carta  que  termi- 
na así:  «Facta  carta  apud  Toletum  XXVI  die  maii,  Era  MCCLX  tertia,  anno 
mei  octavo,  eo,  videlicet,  quo  Zeyt  *Abuieyt,  rex  Valentía,  accedens  ad  me  apud 
Moyam,  devenit  vasallus  meus,  et  oscúlatus  est  manus  meas.  Et  ego,  praedictus  rex 

Ferdinandus, »  Y  en  documento  de  donación  de  23  de  mayo  de  1125,  se 

lee:  «Esto  fué  el  anno  que  ti  rey  don  Ferrando  entró  en  tierra  de  moros,  é 
g  ano  por  vasallos  al  rey  de  Valencia  é  su  hermano  el  rey  de  Baeza»  (Fernán- 
dez y  González,  Los  Mudejares  de  Castilla,  ap.  II,  doc.  justif.,  XIV). 

(2)  Mariana,  XII,  11. 


—  6r>9  — 

Poco  después,  el  wali  de  Baeza,  llamado  Abu 
Muhámad,  biznieto  de  Abdelmumen,  siguió  el  ejemplo 
de  su  hermano  Abu  Ceid;  viendo  que  tampoco  podía 
oponerse  á  las  armas  de  Fernando,  en  Guadalimar  se 
ofreció  á  pagarle  tributo  y  ayudarle  en  sus  conquis- 
tas (1). 

Dijimos  que  absorbía  la  atención  de  £eid  la 
guerra  con  su  pariente  Al  Adel,  emir  de  Marruecos, 
cuyo  imperio  se  negaba  á  reconocer.  Estragado  con  los 
placeres  había  muerto  el  13  de  dilhagia  de  620  (8 
dic.  1223),  á  los  veintiún  años  de  su  edad,  el  emir  Al 
Mostánsir,  Yúsuf  ben  Muhámad.  Como  no  dejó  suce- 
sión, se  apoderó  del  tfono  su  tío  Abd  el  Wahid  ben 
Yúsuf  ben  Abdelmumen.  Fué  proclamado,  á  la  vez,  en 
.  Murcia,  el  sabio  y  virtuoso  Abdallah  ben  Yácub,  al 
Adel  Billah,  el  cual  logró  que  sus  parciales  depusieran 
en  Marruecos  dos  meses  después,  febrero  de  1224,  al 
emir  Abdel  Wahid.  Sin  embargo,  la  oposición  de  £eid 
y  de  su  hermano  el  Baeci  á  Al  Adel,  traían  perturbados 
los  dominios  muslimes  de  España  y  favorecieron  las 
empresas  de  Fernando  III  (2). 

Las  armas  aragonesas  dejaban  también  sentir  sus 
efectos  en  el  norte  del  reino  de  Valencia.  Jaime  I  de 
Aragón,  que  sólo  contaba  de  edad  diecisiete  años, 
había  impetrado  y  obtenido  del  papa  Honorio  III  el 


(1)  Núñez  de  Castro,  Vida  del  Santo  Rey  Don  Fernando,  IV.— Este  autor 
coloca  en  el  año  1224  la  sumisión  de  £eid  y  de  su  hermano  el  Baeci;  pues 
dice  que  acabaron  ya  entrado  el  otoño  anterior  i  1  ia>.  En  ello  va  de  acuerdo 
con  Conde  (III,  56),  según  el  cual  dichas  empresas  comenzaron  ya  entrado  el 
año  621  y  después  del  día  13  de  sáfer  (8  marzo  de  11 24). 

(2)  Conde,  1.  c\ 

77 


privilegio  de  la  Cruzada,  y  partió  de  Zaragoza,  donde 
estaba  el  14  de  marzo  de  1225,  para  Tortosa,  punto 
en  que  se  hallaba  el  26  de  abril,  de  paso  á  Horta,  lugar 
del  Temple,  y  todo  esto  después  de  establecida  paz  y 
tregua  con  sus  reinos  al  objeto  de  hacer  guerra  á  los 
infieles. 

El  día  30  de  junio  estaba  en  Lérida,  y  el  3  de 
septiembre,  después  de  causar  grandes  daños  en  los 
lugares  fronterizos,  se  hallaba  frente  á  Peñíscola,  á  la 
cual  tenia  sitiada  por  mar  y  por  tierra.  Con  el  Rey 
estaban  los  proceres  y  prelados  más  distinguidos  de 
sus  dominios  (1). 

En  consideración  al- daño  que  con  aquella  entrada 
habían  padecido  los  pueblos  de  la  comarca  de  Tortosa 
y  á  los  gastos  que  para  la  guerra  había  hecho  su 
obispo,  don  Jaime  le  concedió  que  su  diócesis  llegase 
hasta  Almenara,  á  una  legua  de  Murviedro  y  cinco  de 
Valencia  (2).  Desde  Barcelona  expidió  veinticinco  años 
después,  el  2  de  noviembre  de  1241,  un  privilegio  de 
dotación  á  la  catedral  de  Valencia,  señalando  á  esta 
diócesis  por  límite  septentrional  la  línea  divisoria  entre 
los  términos  de  Almenara  y  Murviedro,  y  por  el 
mediodía,  á  Biar,  ó  hasta  donde  llegase  la  conquista  de 
Aragón  (3).  Ya  antes  había  hecho  donación  á  dicho 


(1)  De  un  documento  expedido  por  don  Jaime  en  i.°  de  octubre  de  1225, 
consta  que  con  él  estaban:  los  obispos  de  Zaragoza,  Lérida  y  Barcelona,  Guillen 
de  Moneada,  vizconde  de  Bearné,  Ramón  de  Moneada,  Ramón  de  Cervera, 
Guillen  de  Cervelló,  Pedro  Ahones,  Atho  de  Foces,  Atho  Arella  y  Pedro 
Pérez,  justicia  de  Aragón  (Zurita,  II,  80). 

(2)  Diago,VII,  3. 

(3)  Arch.  de  la  Catedral  de  Valencia.  Aguirre,  Cóllectio  máxima  concüiorum 
omnium  Hispania,  t.  III,  p.  497-498, 


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ul  de  Azíi!j::j:.  y  en  !:*  ic  Wiler.c:;.  b.ab  a  rerdido 

de  Rin:-cc!x,  y,  temeros  ie  ¿es  reveses  ¿c  rortur.JL 
se  hab:a  ccr.ce^jio  con  el  rey  Gicjr.*  ¿e  "v">  cr:s;:Ji- 

ees  queió  Peñisco-j  en  rvxierie  h^::o^í:;v\  l<  Je 
notar  que  don  Jaime  nada  dice  de  e<ta  e:r.?  esa  en  sa 
crónica,  v  hasta  insinúa  mas  adelante  cue,  no  obstante 
su  vehemente  deseo  de  ver  moros  de  cu  erra.  nc>  lo 
había  logrado.  Lo  cierto  es  que  el  la  de  noviembre 
ya  estaba  de  vuelta  en  Daroca  (j)- 

Deseaba  don  Jaime  reanudar  la  campaña  contra  el 
reino  de  Valencia,  y,  al  efecto,  convocó  para  Teruel 
y  dentro  de  tres  semanas  á  los  i  icos-hombres  de 
Aragón.  Llegó  el  dia  señalado  de  antemano,  y  solo 
acudieron  don  Blasco  de  Alagón,  don  Artal  de  Luna 
y  don  Atho  de  Foces.  Durante  aquellas  tres  semanas 
se  agotaron  los  recursos  que  para  ki  expedición  pro- 
yectada suministró  don  Pascual  Muñoz,  uno  de  los 
ricos-hombres  más  principales  y  mejores  de  Teruel, 
y  privado  que  había  sido  de  Pedro  1L  Por  fortuna  para 
don  Jaime,  £eid,  al  notar  sus  preparativos  bélicos, 


(i)  Diiigo,  I.  c. 
(a)  Conde,  III. 
(3)    El  Archivo,  VII,  240. 


—   6l2  — 

hizo  con  él  lo  que  poco  antes  habla  hecho  con  Fer- 
nando III.  Solicitó  treguas,  y  le  fueron  otorgadas  con 
la  condición  de  que  pagana  el  quinto  de  las  rentas  de 
Valencia  y  Murcia.  Esclavo  de  su  palabra  el  Rey,  cas- 
tigó, como  debía,  en  don  Pedro  Ahones,  hermano  del 
obispo  de  Zaragoza,  no  obstante  haber  ambos  acudido 
al  sitio  de  Peñíscola,  el  empeño  en  quebrantar  la  paz 
ajustada. 

Acompañado  de  cincuenta  ó  sesenta  caballeros  iba 
el  altivo  aragonés,  cuando  acertó  á  encontrar  á  don 
Jaime  en  una  aldea  próxima  á  Calamocha.  Sospe- 
chando el  Rey  cuál  fuese  el  propósito  de  don  Pedro, 
preguntóle  que  á  dónde  se  encaminaba,  y  le  fué  con- 
testado que  á  hacer  con  su  hermano  el  obispo  una 
entrada  en  Valencia.  Rogóle  don  Jaime  que  desistiese 
de  aquel  pensamiento  y  que  retrocediera  con  él  para 
hablar  de  tal  asunto.  Contestó  don  Pedro  que  le  era 
imposible  suspender  la  marcha. — «Don  Pedro,  insis- 
tió el  monarca:  por  ir  con  Nos  una  legua,  no  perderéis 
mucho  tiempo;  y  hemos  de  advertiros  que,  al  habla- 
ros, querríamos  fuese  en  presencia  de  ricos  hombres 
de  Aragón.»  Cedió, 'por  fin,  el  magnate,  y  juntos 
fueron  á  Burbáguena,  lugar  de  los  templarios  puesto 
en  término  de  Teruel. 

Entrados  en  una  casa  donde  estaban  don  Blasco  y 
don  Artal  de  Alagón,  don  Atho  de  Poces,  don  Asaldo 
de  Gúdar,  don  Peregrín  de  Bolas  y  don  Ladrón,  diri- 
giéndose el  Rey  al  de  Ahones,  le  habló  en  esta  forma: 
«Don  Pedro,  os  hemos  esperado  en  Teruel  más  de 
tres  semanas  á  contar  desde  el  plazo  que  habíamos 
señalado,  pues  ya  sabéis  que  con  vos  y  con  los  ricos 


hombres  de  Arazcn  teníame  recs^i^  hacer  u-jl  bueza 
caba*ga¿a:  y  .1  _jL^ian:os  a>:  oviena  carabea»,  ror- 
que  aún  no  hemcs  visto  moros  de  guerra,  cce  ;"  ¿1¿ 
los  hubiésemos  visto  y  aqui  estuvieran!  (;\  \\  como 

vos  faltasteis,  aconsejónos  todo  e¡  mundo  cue,  coa 

a. 

tan  pocos  caballeros  como  temimos  en  Teruel  no 
entrásemos  en  tierra  de  inlieles,  donde,  s:  D:os  no 
nos  ayudaba,  podríamos  hallar  muy  fielmente  nues- 
tra vergüenza,  si  no  nuestra  muerce.  Sobre  tal  asunto, 
nos  hizo  hablar  Ceid  Abaceid  diciendo  que  nos  iarta 
los  quintos  de  Valencia  y  de  Murcia,  para  que  tuvié- 
ramos tregua  con  él,  á  lo  que  no  hemos  tenido  din- 
cuitad  en  acceder.  De  consiguiente.  Nos  os  pedimos, 
y  os  mandamos,  don  Pedro  Ahones,  que  sostengáis 
también  esta  tregua  y  que  de  ningún  modo  la  rompáis-» 
Replicó  don  Pedro  que  le  costaban  mucho  los  pre- 
parativos para  aquella  expedición,  proyectada  de  acuerdo 
con  su  hermano  el  obispo,  y  que  mirara  bien  el  rey 
que  no  era  justo  viniese  á  perder  lo  que  tamo  le  cos- 
taba. «Don  Pedro  Ahones,  insistió  el  monarca:  razón 
no  tenéis  en  hablar  asi,  pues  la  tregua  que  hicimos  fué 
sólo  por  culpa  vuestra,  por  no  haber  comparecido  el 
dia  señalado;  y  eso  nos  hace  extrañar  digáis  ahora  que 
no  dejaríais  de  emprender  vuestra  marcha,  á  pesar  de 
nuestro  mandato.  Tened  cuenta  con  lo  que  hacéis, 
don  Pedro;  pues,  según  veo,  os  desentendéis  de  nues- 
tro señorío,  cosa  que  no  esperábamos.  Y  Nos  quere- 


(i)  Es  de  notar  que  don  Jaime  nada  diga  del  sitio  puesto  á  PeñiscoU  y 
que  ahora,  no  obstante  haber  visto  «moros  de  guerra»  en  tal  sitio,  diga  que 
no  había  tenido  tal  fortuna.  No  es  éste  el  único  hecho  que  en  su  Historia  pisa 
en  silencio,  como  son  también  frecuentes  en  ella  los  anacronismos. 


—  614  — 

mos  saber  ahora  si  necesitáis,  para  desistir  de  tal  mar- 
cha, de  nuestros  ruegos  ó  de  nuestros  mandatos.» 

Tenaz  don  Pedro,  repuso  que  no  desatendía  ruegos 
ni  mandatos,  pero  que  no  podía  prescindir  de  hacer 
entrada  en  tierra  de  moros,  con  lo  cual  creía  prestar 
buen  servicio  á  su  rey.  «Mal  servicio  será,  repuso  don 
Jaime,  si  nos  rompéis  la  tregua  que  hemos  concedido. 
Sepamos,  pues,  ahora,  de  una  vez,  si  queréis  ó  no  obe- 
decernos en  esto.»  Respondió  con  resolución  el  de 
Ahones,  que  no. — «¿No?  dijo  el  Rey:  pues,  ya  que 
romper  nos  queréis  cosa  tan  estimable  con  es  ésta,  desde 
ahora  os  decimos,  don  Pedro,  que  os  deis  á  prisión.» 

No  bien  el  Rey,  joven  de  diecisiete  años,  acabó  de 
pronunciar  estas  palabras,  acometióle  don  Pedro,  espa- 
da en  mano,  y  luego  con  la  daga;  pero  la  serenidad  y 
fuerzas  nada  comunes  de  don  Jaime  impidieron  que 
el  soberbio  magnate  realizara  su  infame  villanía.  Suje- 
tóle con  las  manos  el  Rey  y  le  estorbó  que  hiciera  uso 
de  las  armas.  Y,  á  todo  esto,  presenciaban  impasibles 
aquella  escandalosa  escena  los  ricos-hombres  que  en  la 
casa  estaban!!  Es  más:  ni  siquiera  se  opusieron  á  que 
los  de  la  mesnada  de  don  Pedro  le  desasieran  de  los 
brazos  del  monarca  y  con  aquél  se  alejaron  del  sitio. 

Vistióse  el  Rey  el  perpunte,  tomó  sus  armas,  montó 
el  corcel  de  un  caballero  de  Alagón  y  marchó  en  per- 
secución de  don  Pedro .  Ya  se  había  adelantado,  para 
esto  mismo,  á  don  Jaime,  don  Atho  de  Foces.  Esperó 
á  éste  don  Pedro,  y  sus  compañeros  hirieron  á  don 
Atho,  sin  que  fuesen  parte  á  impedirlo  los  que  seguían 
al  subdito  leal.  Al  tiempo  que  don  Jaime  se  pasó  á 
contemplar  las  heridas  del  de   Foces,  llegaron  don 


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accirriñiri^  i2  Rey. 

*  ~  *  ^ 

de  ¿en  £s*1¿?  v  icn  Do^ir^o  Lor^v  de  Pcnur  Con- 

no  ruiieren  t'.ziir  cue  el  rev  v  su  comitiva,  i  los  cr*:os 

*  »  «  «  •». 

de  ¡Ari£¿n!  ¡Aragón *,  !¿nraJo5  ror  el  rv'sn^  don 
Jaime,  ganasen  !a  altura.  Viose  don  Pedro  aKindonadc^ 
de  los  suvos.  v  Sancho  Martínez  de  Luna  le  sepultó 
el  hierre  de  la  lanza  en  el  pecho-  Abracóse  a!  cucüo 
del  cabaüo  v  cayó  al  suelo.  Riio  del  suvo  el  Rew  v 
tendiéndole  los  brazos  le  dijo:  uEn  mal  punto  vinisteis 
á  parar,  don  Pedro  Ahones:  vaha  más  que  hubieseis 
creído  lo  que  Nos  os  aconsejábamos.^  1  n  aquellos 
críticos  momentos  Ileso  don  Blasco  de  Alaron  v  dijo: 
«Ah,  Señor,  dejad  á  ese  león  para  nosotros,  que  nos 
vengaremos  de  cuanto  nos  ha  hecho.»  Pero  el  Rew  tan 
generoso  con  el  vencido  como  terrible  con  el  soberbio, 
exclamó,  dirigiéndose  ¿i  don  Blasco:  «Diosos  contunda 
por  las  palabras  que  habláis;  y  os  dii;o  ahora  que  antes 
que  á  don  Pedro  Ahones  hiráis,  tendréis  que  herirnos 
á  Nos,  y  por  Nos  habréis  de  pasar  si  tal  intentáis:  os 
lo  prohibo,  pues,  absolutamente^  Se  colocó  con  el 


—  6x6  — 

9 

mayor  cuidado  sobre  una  caballería  al  herido;  mas  todo 
cuidado  fué  inútil,  porque  murió  antes  de  que  se  llegase 
á  Burbáguena  (i). 

Todo  Aragón,  si  se  exceptúa  Calatayud,  se  alzó  en 
armas  contra  el  Rey.  Esta  guerra,  que  terminó,  por 
medio  de  un  arbitraje,  con  la  sumisión  de  la  altiva 
nobleza,  tuvo  ocupado  á  don  Jaime  hasta  el  i.°  de 
abril  de  1227  (2).  Todavía  figura  junto  al  monarca, 
don  Blasco  de  Alagón.  Según  este  personaje,  estuvo 
desterrado  por  el  Rey  más  de  dos  años  en  Valencia  (3). 
A  raíz  de  la  pacificación  general  del  reino  debió  ser  el 
destierro,  puesto  que  en  20  de  abril  de  1229  ya  apa- 
rece confirmando  el  convenio  entre  don  Jaime  y  £eid, 
celebrado  en  Calatayüd. 

Al  ser  desterrados  de  Aragón  don  Blasco  y  don 
Artal  de  Aragón,  se  ampararon,  con  otros  caballeros 
sus  parciales,  en  la  corte  de  £eid,  el  walí  almohade  de 
Valencia  (4).  Prestáronle  tan  buen  servicio,  que  sólo 


(1)  Hist.  del  rey  de  ^Aragón  don  Jaime  I  el  Conquistador ,  XXIV,  XXV, 
XXVI  y  XXVII. 

(2)  Tcurtoulón,  don  Jaime  1  el  Conquistador,  rey  de  xAragón^  I,  6. 

(3)  Hist.  del  Rey  de  ^Aragón  don  Jaime  1  el  Conquistador ,  CVII. 

(4)  Hist.  de  don  Jaime  I  de  Aragón,  XXIV-XXXIII.— En  este  tiempo 
fijan  nuestros  cronistas  el  martirio  de  los  Santos  Juan  de  Perusa  y  Pedro  de 
Saxoferrato.  San  Francisco  de  Asís  envió  al  reino  de  Aragón  á  cuatro  de  sus 
discípulos.  Dos  se  detuvieron  en  Lérida,  y  los  otros,  Fr.  Juan,  sacerdote,  y 
Fr.  Pedro,  lego,  que  dieron  muestras  de  santidad,  pasaron  i  Teruel.  Hízoles 
trasladarse  á  Valencia  su  ardiente  celo  por  ganar  almas  i  la  luz  del  Evangelio. 
Con  licencia  de  Qtiá  entraron  en  la  ciudad,  y  fueron  á  hospedarse  entre  los 
muzárabes,  cuya  iglesia  era  la  del  Santo  Sepulcro  (a).  Trabaron  amistad  con 
algunos  caballeros  cristianos,  entre  los  cuales  se  contaban  don  Blasco  y  don 
Artal  de  Alagón.  Éstos,  por  estar  enemistados  con  don  Jaime,  vivían  allí  retí- 

(a)    La  iglesia  muzárabe  fué,  no  la  del  Santo  Sepulcro  ó  de  San  Bartolomé,  como  ae  ha  venido 
diciendo,  sino  la  de  San  Vicente  de  la  Roqueta,  extramuros. 


-6i7- 

se  sostuvo  en  el  mando  mientras  le  defendieron  con 
sus  espadas  dichos  caudillos.  Por  este  tiempo  se  fija  el 
martirio  de  los  santos  Juan  de  Perusa  y  Pedro  de  Saxo- 
ferrato.  Se  cuenta  de  ellos,  que  anunciaron  á  £eid  su 
conversión  ai  Cristianismo.  Poco  después  ocurrió, 
según  se  dice,  el  milagro  de  Caravaca,  y  á  él  se  atribuye 
el  cambio  de  creencias  religiosas  del  príncipe  almo- 
hade.  Se  asegura  también  que  mantuvo  por  algún 
tiempo  oculta  su  profesión  cristiana.  Lo  cierto  es  que 


rados(a).  Al  amparo  de  estos  cristianos  comenzaron  á  predicar  el  Evangelio 
á  los  infieles.  Los  faqnfes  se  quejaron  de  tanta  libertad  á  £eid,  que  vivía  en  un 
palacio  situado  donde  más  tarde  se  alzó  el  convento  de  San  Francisco  fb). 
£eid  llamó  á  los  dos  religiosos,  y,  como  ni  ruegos  ni  amenazas  los  hiciesen 
callar,  les  mandó  cortar  la  cabeza  el  mismo  día  de  la  degollación  de  San 
Juan  Bautista  (29  ag.  1226).  Desde  el  lugar  del  suplicio  anunciaron  i  £eid, 
que  moriría  cristiano  (c).  Pasó  después  £eid  á  visitar  el  reino  de  Murcia  y 
llegó  á  Caravaca,  asentada  sobre  unos  montes  ásperos.  Tiene  un  castillo 
fuerte,  y  debajo  muchas  cuevas  abiertas  en  peña  viva,  las  cuales  servían  de 
mazmorras  i  cautivos  cristianos.  Vio  algunos  £eid,  y,  movido  á  compasión, 
mandó  que  los  sacaran  de  aquella  prisión  y  que  pudiera  cada  uno  dedicarse 
al  oficio  en  que  antes  se  ejercitara.  Había  un  sacerdote,  y  £eid  le  preguntó 
cuál  era  su  ocupación,  y  él  corifestó  que  la  suya  era  superior  en  alteza  á  la 
de  los  mismos  reyes.  Revistióse  el  sacerdote  los  ornamentos  sagrados,  perma- 
neció largo  rato  sin  comenzar  el  sacrificio  de  la  misa,  y  preguntándole  Abde- 
rrahmán  por  qué  no  daba  principio  á  su  ocupación,  repuso  que  por  faltarle 
una  cruz.  Se  abrió  de  improviso  una  piedra,  aparecieron  dos  ángeles  y  depo- 

(a)  Es  cierto  que  don  Blasco  y  don  Artal  de  AUgón,  con  sus  deudo*  y  «migo»,  se  ampararon  en  la 
corte  de  Abderrahraán  el  año  1226,  y  permanecieron  dos  años  en  ella,  6  sea,  hasta  que  les  llegó  el 
perdón  de  don  Jaime  (El  Archivo,  V,  364). 

(b)  En  la  donación  hecha  á  la  orden  de  San  Francisco,  en  11  enero  de  12)9,  no  se  hace  mención 
de  ningún  palacio:  «Noverint  universi  quod  nos  Jacobus,  etc.,  per  nos,  etc.,  ob  rcnicdium  anímx  nos- 
trac,  etc.,  damus  perpetuo,  etc.,  vobis,  ira  tribus  ordtnis  Minorum  in  Valentía  commorantibus  et 
nniversis  alus  permansuris,  octuaginta  quinqué  brachiatas  térra:  in  longitudinem  contiguas  vía:  publicx 
qujc  vadit  ad  Rocafam  ex  una  parte  et  totidem  ex  altera,  et  quiuquaginta  quinqué  in  latitudinem  ex 
osnnt  parte  in  loco  ¡11o  qui  est  ante  portara  de  Boatella,  prope  cimitcriura;  quera  locum  habcatis  ad 
opas  edificando  domus  vestrx,  teneatis,  etc.  D*t.  Val.  III  idus  jan.  Era  1277.»  Si  no  se  nombra  el 
palacio  de£eid  es  por  que  estaba  en  otra  pirte  (/:/  Archivo,  IV,  2 16-2 17).— Padecieron  el  martirio  en 
la  llamada  en  1383  Plaza  de  la  Higuera,  que  trocó  el  nombre  por  el  de  Santa  Tecla,  y  hoy  te  llamó 
de  la  Reina  (El  ArchhvtVt  366). 

(c)  Al  recibir  £eid  las  aguas  del  Bautismo  se  llamó  Vicente. 

78 


—  6i8  — 

en  documento  cuya  fecha  es  de  22  de  abril  de  1236, 
.  se  llama  á  sí  mismo,  Vicente,  Rey  de  Falencia,  nieto  dd 
Emir  al  Mumenin  (1). 

El  mayor  desorden  reinaba  en  tanto  entre  los 
almohades.  Descontentos  del  gobierno  del  emir  Al 
Adel,  porque,  no  teniendo  fuerzas  para  contener  el 
avance  de  los  cristianos  auxiliados  de  Abu  Muhámad, 
el  Baezí,  el  hermano  de  Qeid,  se  había  concertado  con 
Fernando  III;  le  trataron  de  mal  muslim  y  le  ahoga- 
ron (2).  Proclamaron  en  024  (dic.  1226-27)  a^  Cid 
al  Memón,  hermano  de  Al  Adel.  Conocedor  de  los 
males  del  Estado,  trató  de  poner  correctivo  á  los 
mismos  que  le  habían  proclamado.  Se  le  rebelaron  y 
le  depusieron;  mas  él  los  venció,  contuvo  á  los  caste- 
llanos en  sus  entradas,  y  el  22  de  xawai  (5  octubre 
1227)  se  trasladó   al   África,   y   sometió   y   castigó 


sitaron  el  signo  de  nuestra  redención  sobre  el  ara.   Esto  fué  el  3  de  mayo 
de  1227.  Hasta  aquí  el  cronista  Escolano  (a). 

(1)  El  Archivo,  V,  160-162.  ^ 

(2)  Indignados  los  moros  de  Córdoba  por  el  comportamiento  del  Baezí,  se 
levantaron  contra  él,  le  persiguieron  hasta  Almodóvar  del  Río  y  le  asesinaron. 
Presentaron,  para  disculpa  suya,  la  cabeza  de  Muhámad  á  Al  Memón  y  le 
dijeron:  «Este,  Señor,  era  el  que  hospedaba  y  acogía  á  los  cristianos  y  nos 
obligaba  á  recibirlos  y  darles  provisiones.» 

(a)  En  el  archivo  del  santuario  de  Carayaca  bailó  el  académico  don  , Quintín  Bas  Martínez  la 
siguiente  relación,  que  tiene  visos  de  original  y  auténtica:  cComo  en  el  tiempo  del  Rey  Cid  Abu- 
ceite,  siendo  ala  sazón  poderoso  Rey,  en  Caravaca:  tenia  captiuo  un  Clérigo  de  Missa,  yun  día  acaecía 
quistión  entre  el  Rey  y  el  Clérigo:  de  la  ley.de  los  cristianos  y  de  la  secta  de  los  moros,  esobre  todo 
le 'preguntó  el  Rey,  que  le  dixese  qué  cosa  era  Clérigo,  ó  por  qué  dezta  Missa,  y  el  Clérigo  respondió 
al  Rey  ele  dixc:  Señor,  debes  saber  que  todo  Clérigo,  que  es  ordenado  de  Missa,  después  que  es  bes- 
tido  con  aquellas  vestiduras  Sagradas,  y  dlze  aquellas  Sancus  palabras,  que  Jesucristo  dúo  por  su 
boca  el  juebes  de  la  cena:  que  deaquella  Ostia,  que  alza,  que  haze  Carne:  y  del  Vino  que  esté  en 
el  Cáliz,  pura  Sangre;  y  asi  haze  el  Clérigo  el  Cuerpo  de  Dios  puro  ebefdadero:  y  el  Rey  dixoj  que 
no  lo  creía,  mas  que  lo  quería  ber:  y  el  Clérigo  di(jo,  Señor  si  tój  hazes  traer  todos  los  Ornamentos 
que  son  menester,  p(ara  dezir  Mi)ssa,  yo  haré  que  lo  beas:  y  luego  el  Rey  mandó  al  Clérigo,  que  Jo 
pusiese  todo  por  memoria  y  Recepta,  y  el  Clérigo  hizolo  assí,  salvo  la  Cruz  que  se  le  olvido:  y  enton- 
zes  el  Rey,  embió  su  mensagero,  y  traido  todos  los  Ornamentos,  saluo  la  Cruz:  y  luego  que  el  menta- 


—  ¿19  — 

duramente  á  los  que  traían  revuelta  aquella  pro- 
vincia (i). 

No  bien  habia  Al  Memón  puesto  los  pies  en  África, 
se  levantó  en  España  un  poderoso  partido  contra  los 
almohades.  Abu  Abdallah  Muhámad  ben  Yúsuf  ben 
Hud,  al  Motawaquil,  árabe  de  linaje,  y  descendiente  de 
los  antiguos  emires  de  Zaragoza,  muy  esforzado  y 
virtuoso,  aprovechando  la  oportunidad  que  se  le  ofrecía 
de  recobrar  los  antiguos  derechos  de  su  familia,  logró, 
con  su  elocuencia  y  liberalidad,  reunir  en  torno  suyo 
muchos  y  valerosos  caballeros  dispuestos  á  morir  en 
su  defensa. 

Se  hizo  su  proclamación  y  jura  solemne  en  Murcia 
en  fin  de  récheb  de  625  (5  jul.  1228)  (2).  Puesto  al 
frente  del  partido  nacional,  anunció  que  aspiraba  á 
restituir  la  libertad  á  los  pueblos  oprimidos  con  injus- 
tas vejaciones,  y  que  en  la  imposición  de  tributos  y 
gabelas  se  atemperaría  á  la  equidad  y  justicia.  Predica- 


gero  vino,  otro  día  en  la  mañana,  el  Clérigo  selebantó,  Rezó  sus  Oras,  y  púsose  con  ti  Rey,  en  esta 
torre,  que  al  presente  en  ella  la  Santa  Reliquia,  y  el  Clérigo  se  rebistió,  y  dicha  la  Confesión  ¿cho- 
tamente, se  Usgo  áel  Artar,  para  adorar  la  Cruz:  y  no  halló  ninguna,  y  en  aquella  ora,  se  entristeció 
el  Clérigo,  y  se  bolbió  acia  el  Rey,  é  le  dijo:  Seño(r)  una  de  las  mego  res  cosas,  que  son  menester  para 
decir  Mrssa,  (alta,  y  dijo  el  Rey,  qué  cosa  es,  y  dijo  el  Clérigo,  Señor,  la  Cruz,  yes  de  esta  manera: 
y  señósela  con  sus  dedíos:  ento)nzes  el  Rey  miró  Acia  el  Altar:  é  bido  la  Sancta  Vera  Cruz  (édijo 
esesta?)  que  (está  en  el)  Artar?  y  entonzes  el  Clérigo  miró  áci(a  el  Altar  y  tomó  la  Cruz  que  milagro- 
samente le  habiasido  e(nviada  é  adoró  la  Cruz  con  grande  )boción,  y  comenzó  aducir  Missa;  é  cuando 
altóla  hostia,  el)Rey  paró  mientres,  y  vld(o  en  las  manos  del  Clérigo  una  criatura)mul  blanca,  y 
hermosa:  y  (el  Clérigo  acabó  su  Missa,  y  el  Rey  vio)  que  era  Sancta  cosa  la  le(y  de  los  cristianos;  é 
aforró  al  Clérigo)  y  tornóse  cristiano,  el  Rety  é  sus  vasallos,  aquel'os  que  quisieron,  ¿  dio)  toda  su 
tierra  4  los  Cristianos,  é  al  Rey  dieron  la  torre  de  Abuceite,  que  es  cer)ca  de  Cuenca,  en  que  se 
m(antu viese,  é  alli  yace  el  su  cuerpo  enterrado;  y  es)taes  la  primera  istoria  de(Ja  Sancta  Vera  Cruz)» 
{El  Archivo,  II,  142). 

(1)  Conde,  III,  56  y  57.— Fernández  y  González,  Los  Mudejares  de  C<u- 
tilla,  Vil. 

(2)  En  Los  Mudejares  etc.,  1.  c,  se  lee  que  fué  la  proclamación  en  4  de 
agosto.  Esta  fecha,  equivalente  al  1 .°  de  ramadhán,  la  da  también  Conde,  IV,  1 . 


ban,  al  mismo  tiempo,  los  faquies  que  las  mezquitas 
habían  sido  profanadas,  y  las  purificaban  con  lustra- 
ciones  y  públicas  ceremonias.  Plebeyos  y  nobles,  y 
hasta  el  mismo  emir  Aben  Hud,  vistieron  de  luto.  Es 
que  la  inmensa  mayoría  de  los  muslimes  españoles, 
procedentes,  como  repetidas  veces  se  ha  dicho,  de  los 
muladies  ó  cristianos  renegados,  aveníase  mal  con  el 
exaltado  fanatismo  de  los  almohades;  y,  á  imitación  de 
lo  que  sucedió  cuando  la  disolución  del  Califato  y  al 
declinar  la  estrella  de  los  almorávides,  se  procuró,  con 
especialidad  en  Valencia  y  Murcia,  constituir  estados 
autónomos  cuyas  leyes  estuviesen  en  harmonía  con  el 
Islamismo  híbrido  que  ellos  profesaban. 

Intentó  Al  Memón  sitiarle  en  Murcia,  pero,  hallán- 
dose sin  fuerzas  para  acallar  el  entusiasmo  que  por 
todas  partes  despertaba  la  causa  de  Aben  Hud,  pasó  al 
África.  No  bien  había  salido  de  Sevilla,  esta  misma 
ciudad  envió  su  reconocimiento  al  descendiente  de  los 
emires  de  Zaragoza.  No  contento  con  el  dominio  de 
Murcia,  penetró  en  Játiba  y  Denia  y  avanzó  en  tierras 
de  Granada.  Volvió  Al  Memón,  y  entre  almohades  y 
muslimes  españoles  hubo  el  6  de  ramadhán  de  626 
(31  jul.  1229),  una  sangrienta  batalla  en  Tarifa.  Allí 

murió  un  poeta  notable,  valenciano  de  nacimiento, 
Ibrahim  ben  Edrís  ben  Abi  Ishac  ben  Giame,  walí  que 
fué  de  Ceuta  el  año  621  (1224).  Era  pariente  de  Al 
Memón  y  hermano  de  Abu'l  Hassán,  gobernador  de 
Andalucía,  con  quien  estuvo  en  la  famosa  jornada.  Los 
almohades  vendieron  cara  la  victoria.  Aben  Hud  acabó 


—  621  — 

de  arrojar  de  la  Península  á  los  africanos  que  vinieron 
en  1 145  (1). 

Apenas  partió  de  España  la  primera  vez  el  califa 
Al  Memón,  se  levantó  contra  Qeid  en  Valencia  un 
nieto  de  Aben  Sad,  lfamado  Abu  Giomail  Zeyán  ben 
Mudafe  al  Giuzamí.  Echó  de  la  ciudad  á  £eid,  que  no 
abandonó  sus  estados  sino  dando  algunas  batallas, 
en  que  peleó  valerosamente,  aunque  sin  fortuna. 
Vióse  abandonado  de  los  más  de  los  suyos,  y  se  acogió 
al  amparo  de  Jaime  I,  con  quien  estaba  apazguado. 
«El  tirano  Gaimis,  como  enemigo  mortal  de  los  mus- 
limes, aunque  le  recibió  bien,  no  pensó  en  vengarle 
ni  en  restituirle  en  su  estado,  si  bien  se  valió  de  este 
pretexto  para  hacer  mal  y  daño  en  la  tierra,  entrando 
en  ella  como  defensor  del  agraviado  walí  y  ocupando 
en  su  nombre  las  fortalezas.  Fué  el  levantamiento  de 
Giomail  en  Valencia  año  627  (nov.  1229-30)»  (2). 

Disputábanse  la  soberanía  de  las  regiones  orienta- 
les, en  las  cuales  escasa  trascendencia  habían  tenido 


(1)  Casiri,  apud  Aben  al  Abbar,  oúm.  u. — Conde,  III,  47;  IV,  1.— Dice 
la  Chronica  de  don  Ferrando:  «En  aquel  tiempo  era  Aben  Suc  un  moro  que 
se  levantara  en  Ricot,  un  castiello  de  Murcja,  que  se  aleó  contra  los  almohades, 
qne  apremia  van  cruelmente  los  moros  de  aquén  mar,  é  ellos,  con  la  gran 
premia  de  los  almohades,  levantáronse  con  Aben  Suc  é  rescribiéronle  por 
señor  en  la  tierra  de  Murcia,  é  en  otros  muchos  lugares;  é  quantos  almohades 
pudo  aver,  descabezólos  todos;  é  tovo  que  las  mezquitas  eran  ensuciadas 
dellos,  é  fizo  esparcir  agua  sobre  ellas  é  zafumarlas,  bien  como  facen  los 
chrístianos  por  las  igresias  quando  reconcilian  las  que  son  violadas;  é  ñzo  las 
señales  de  sus  armas,  negras;  é  en  poco  tiempo  ganó  todo  el  Andalucía,  é  fué 
ende  señor,  fueras  Valencia  é  su  tierra,  quel  amparara  Zahel  (Zaén),  que  era 
de  abolorio  de  reyes.» 

(2)  Conde,  IV,  1.  En  otra  parte  (III,  57)  dice  que  el  levantamiento  de 
Valencia  fué  en  fin  del  año  629  (oct.  1231-32).  Ninguna  de  las  dos  fechas  es 
exacta. 


—  622  — 

las  disensiones  de  la  casa  real  de  Marruecos,  Jaime  I  y 
Zaén.  El  llamamiento  de  Aben  Merdénix  tuvo  eco, 
porque  Valencia  había  pasado  del  señorío  de  Castilla 
al  de  Aragón.  Zaén  aprovechó  el  descontento  del 
aumento  del  quinto  en  los  tributos,  y  sin  resistencia 
se  apoderó  del  reino  de  Valencia,  hecha  excepción  de 
Segorbe  (i). 

Poco  antes  de  embarcarse  el  Rey  para  la  conquista 
de  Mallorca,  llegó  £eid,  destronado,  acompañado  del 
célebre  historiador  de  Valencia  y  cadi  de  la  misma 
Aben  al  Abbar,  á  Calatayud,  donde  estaba  Jaime  I.  El 
día  20  de  abril  de  1229,  se  confederó  Qeid,  por  sí  y  por 
su  hijo  Abu  Muhámad,  con  el  monarca  de  Aragón  y 
con  su  hijo  Alfonso,  bajo  estos  pactos  (2):  de  todas 


(1)  Fernández  y  González,  1.  c— Zurita  (III,  2)  dice  respecto  de  esto: 
«Hallo  en  las  chrónicas  que  compuso  en  latin  un  obispo  de  Burgos,  que  la 
principal  causa  por  que  Zeyt  Abuzeyt  fué  echado  del  reyno,  era  porque  embió 
muy  secretamente  sus  embazadores  al  Papa  y  al  rey  de  Aragón,  á  ofirecer  que 
se  quería  bolver  christiano  y  por  la  devoción  que  mostrava  á  nuestra  Religión.» 

(2)  Manifestum  sit  ómnibus,  presentí  bus  et  futuris,  quods  nos,  £eid  Aba- 
tid, rex  Valentía;,  per  nos  et  per  nostrum  íilium  Qeid  Abahomad,  prom  mi- 
mus  ñrma  stipulatione  et  in  bona  fíde  vobis,  dompno  Ja  cobo,  Dei  grada  regí 
Aragonum,  comiti  Barchinonae  et  domino  Montispesulani,  et  Alphonso, 
ñlio  vestro,  quod  de  ómnibus  terrís  et  locis,  castris  et  villis  quse  pertineant  ad 
regnum  Valentías  et  ad  conquista  m  vestram  sicut  per  antecessores  vestros  et 
regem  Castellaa  et  inter  vos  et  ipsum  est  ordinatum  et  continetur  in  cartis 
vestris,  quod  nos  poterimus  adquirere  per  nos  ipsos,  vel  per  potentiam  aut 
ingenium  nostrum,  vel  reddantur  nobts  gratis  aut  vi  ab  hac  die  in  autea, 
dabimus  vobis  fídeliter  semper  quartam  partem  libere  sine  vestra  expensa  et 
misione,  omnium  exituum,  reddituum  et  proventuum  qui  inde  gratis  vel  vi 
percipi  potuerint  et  haberi.  Praeterea,  laudamus  et  concedimus  vobis,  Jacobo, 
regi,  et  Alphonso,  ñlio  vestro,  quod  qusecumque  loca,  villas  vel  castra  qoac 
pertineant  vel  pertinere  habeant  ad  regnum  Valen  ti  ae  et  ad  conquistan)  vestram 
capere  ac  adquirere  poteritis  per  vos  ipsos,  vel  per  potentiam  vestram  aut 
ingenium  vestrum,  vel  redderentur  vobis  gratis  vel  vi,  ea  libere  perpetuo 
habeatis  per  proprium  alodium  vestrum  et  ad  omnes  vestras  volunta  tes,  cura 


—  623  — 

las  tierras  y  lugares,  castillos  y  villas  que  de  grado  ó 
por  fuerza  ganase  £eid,  daría  á  don  Jaime  la  cuarta 
parte;  y  el  rey  de  Aragón  se  retendría. por  suyo  lo  que 
él  conquistase  ó  se  le  quisiera  rendir.  Y,  para  el  exacto 
cumplimiento  de  este  contrato,  daría  en  rehenes  el 
almohade  los  castillos  Peñíscola,  Morella,  Culla,  Al- 
puente,  Jérica  y  Segorbe;  y  don  Jaime,  para  dar  segu- 
ridad á  su  palabra  de  amparar  y  defender  á  Qeid  y  á  su 
hijo  contra  sus  enemigos,  entregaría  en  garantía  los 
castillos  Ademuz  y  Castielfabib,  conquistados  por  su 
padre,  Pedro  el  Católico. 

Uno  de  los  testigos  de  este  convenio  es  don 
Blasco  de  Alagón,  lo  cual  prueba  lo  que  ya  se  ha  dicho, 
ó  sea,  que  había  vuelto  á  la  gracia  del  Rey,  y  que,  á 


suis  pertinentibus  universis,  sine  nostra  retentione  aliqua  quam  non  facimus 
ullo  modo.— Et  pro  hiis  ñdeliter  attendendis  promittimus  poneré,  et  mi t tere 
ac  tradere  in  mana  ñdelium  qui  sint  de  Aragonia  generosi  ac  naturales  vestrí 
qaos  vos  elegeritis,  sex  castra,  videlicet,  Peniscola,  Morella,  Cuillar,  Al  pon  t, 
Exericha  et  Segorb,  qui  ea  teneant  in  ñdeiitate  per  nos  et  vos  sub  faac  forma: 
quod  si  non  compleverímus  supra  dicta,  vel  venen  mus  contra  aliquid  eorum- 
dem,  tradant  ipsa  castra  vobis  libere  et  sine  aliquo  contradicto,  in  pleno  jure 
proprietatis  ad  vos  deveniant  et  pertineant  perpetuo  possidenda  cum  suis  per- 
tinentibus  universis  sine  aliqua  nostra  retentione,  ad  omnes  vestras  voluntates 
perpetuo  faciendas.  Dum  vero  prasdicta  castra  in  manu  ñdelium  fuerint  cons- 
tituía, habeatis  vos  et  percipiatis  quartam  partem  omnium  exituum  et  reddi- 
tuum  eorundem,  levata  primo  custodia  castrorum  duabus  vero  alus  partibus 
nobis  et  nostro  ñlio  retinen  ti  bus.— -ítem:  promittimus  vobis  quod  quascumque 
loca,  villas  vel  castra  ab  hac  die  in  antea  per  nos  ipsos  vel  per  poten tiam  aut 
ingenium  nostrum  capere  vel  adquirere  poterímus,  vel  redderentur  nobis 
aliquo  modo,  quse  sint  de  regno  Valentía;  vel  de  conquista  vestra,  ponemus 
et  mittemus  in  manu  ñdelium  qui  sint  de  Aragonia  generosi  et  naturales 
vestri  ad  coguítionem  quatuor  nobilium  de  Aragonia  quos  vos  eligatis  et  ad 
cognitionem  duorum  nobilium  vestrorum  quos  nos  eligamus  qui  teneant  in 
ñdeiitate  ea  doñee  prasdicta  sex  castra  sint  pos  sita  et  tradita  in  manu  ñdelium 
ut  superíus  dictum  est:  quibus  traditis  et  possitis  in  manu  ñdelium  alia  omnia 
reenperemus  et  revertantur  ad  nos,  salva  semper  vestra  quarta  parte  omnium 


—  624  — 

partir  de  1227,  deben  contarse  los  dos  años  que  per- 
maneció en  Valencia  sosteniendo  el  vacilante  imperio 
de  los  almohades.  También  se  celebró  el  contrato  á 
presencia  del  cardenal  obispo  de  Santa  Sabina,  legado 
de  la  Santa  Sede,  enviado  á  la  corte  de  Aragón,  para 
instruir  el  proceso  y  pronunciar  sentencia  de  divorcio 
entre  don  Jaime  y  doña  Leonor  de  Castilla,  descen- 
dientes ambos  de  Alfonso  VIL 

Bien  examinado  el  anterior  pacto,  descúbrese  la 
sagacidad  del  rey  de.  Aragón,  cuando  apenas  contaba 
veintiún  años.  A  punto  de  salir  para  la  conquista  de 
Mallorca,  deja  preparada  la  de  Valencia.  Para  aquélla, 
pretexta  ofensas  recibidas;  para  ésta,  además  de  agravios, 
toma  el  carácter  de  defensor  de  un  soberano  legitimo. 
Con  aquélla  halaga  á  Cataluña;  á  Aragón,  con  la  de  Va- 
lencia. Las  dos  grandes  empresas  de  Jaime  I,  la  catalana 


exituura,  reddituum  et  proventuum  ut  superius  con  ti  ae  tur.— Proraittimus 
etiam  in  bona  fide,  quod  si  aliquid  vel  aliqua  de  jam  dictis  sex  castris  ant 
iüorum  duorum  quae  vos  poneré  debetis  in  manus  fidelium  venirent  in  nostro 
posse,  vel  redderentur  no  bis,  aul  traderentur  clam  vel  oculte,  vel  caperentur 
ab  horainibus  vestris  (f.  nostris)  aliquo  modo,  illae  vel  illa  rever  temor  et 
ponemus  sine  aliquo  contradicto  in  manus  ñdelium  prsedictorum. — Et  si  qais 
veniret  contra  conquistara  vestrara,  vel  vobis  inde  gerram  faceret  vel  offen- 
sam,  promittimus  vobis  illa  deffendere  et  vos  contra  otnnes  nomines,  presen- 
tes vel  futuros,  juvare  bona  fide  fídeliter  nostro  posse.-— Hsec  autem  omnia 
supradicta  et  singula  promittimus  in  bona  fide  attendere  et  complere  vobis, 
praedicto  Ja  cobo,  regi  Aragón  um,  et  Alphonso,  ñlio  vestro.  Pro  quibus  firmi- 
ter  attendendis,  facimus  vobis  homagium  junctis  manibus.  Ita  quod  si  forte 
contra  aliquid  praedictorum  ullo  tempore  veniremus,  possitis  nos  reptare 
ubique,  nec  possimus  inde  in  curia,  vel  judicio,  vel  extra,  armis  vel  lingua, 
nos  salvare  vel  excusare.— Ad  haec,  nos,  Jacobus,  rex  praedictus,  per  nos  et  per 
nostrum  filiura  Alphonsum,  promittimus  vobis,  pr  se  dicto  Qtxá  Abuc.eid  et 
Qeid  Abahomad,  filio  vestro,  quod  juvabimus  vos  et  defensabimus  contra 
omnes  homines  et  faeminas  qui  vobis  facerent  gerram  vel  molestia m  super 
regno  Valentías  et  super  aliquo  de  conquista  vestra.  Et  pro  hiis  firmiter  atten- 


A 


—  62$   — 

y  la  aragonesa,  se  proyectaron  sin  otra  diferencia  de 
tiempo  que  la  que  media  entre  los  días  23  de  diciem- 
bre de  1228  y  20  de  abril  de  1229.  No  todo,  sin 
embargo,  fué  efecto  de  la  astucia;  el  estado  desastroso 
en  que  á  los  muslimes  tenían  puestos  sus  discordias 
intestinas,  favorecieron  en  mucho  á  los  cristianos.  El 
mismo  califa  Al  Memón  compraba  poco  antes  la 
protección  de  Fernando  el  Santo  mediante  sacrificios 
no  menos  onerosos  y  depresivos  que  los  que  á  £eid 
imponía  el  Conquistador  (1). 

El  pacto  concertado  entre  £eid  y  don  Jaime  surtió 
sus  efectos.  Mientras  los  catalanes  se  cubrían  de  gloria 
én  las  Baleares;  estando  de  acuerdo  el  príncipe  almoha- 
de,  don  Pedro  Fernández  de  Azagra,  señor  de  Albarra- 
cín,  y  don  felasco  de  Alagón,  pusiéronse  en  campaña 


dendis,  ponimus  et  tradimus  in  manus  ñdelium  qui  sint  de  Aragonia  géneros  i 
ac  naturales  nostri  quos  vos  eligatis,  dúo,  videlicet,  castra:  Castrura  Fabib  et 
Darmuz,  qui  ea  teneant  in  fídelitate  per  nos  et  per  vos,  et  hac  conditione: 
auod  quamcumque  tria  castra  des u per  dictis  sex  castris  erunt  posita  et  tradita 
in  manu  fidelium  dúo  praedicta  castra  ponentur  similiter  et  tradantur  in 
rnanu  ñdelium  qui  sint  de  Aragonia  generosi  et  naturales  nostri  et  qui  sint 
etiam  vasalli  vestri,  Agfydi  supraedicti. — Promittimus  etiam  quod  si  aliquid 
vel  aliqua  de  lilis  sex  castris  aut  de  duobus  praedictis  venirent  in  nostro  posse, 
vel  aliter  redderentur  nobis,  vel  traderentur  aliquo  modo,  reddereraus,  et 
tornabimus  ac  ponemusin  manu  ñdelium  ut  superius  continetur. — Hasc  omnia 
facta  sunt  apud  Calatajubum,  Xll  kalendas  madii  Era  MCCLXVII,  salvo  in 
ómnibus  honore  et  auctoritate  Romana?  Ecclesias  de  volúntate  utriusque  partis 
in  praesentia  domini  Jacobi,  Dei  gratia  Sabinensis  episcopi,  Apostolicae  Sedis 
lega  ti,  et  dominorum  S.,  Tarrachonensis  archiepiscopi,  et  Bn.,  Ilerdensis,  et 
G.,  Terasonensis,  episcoporum,  praesentibus,  pro  testibus  fratre  Campanius, 
tenente  Iocum  magistri  Templi,  fratre  Eximino  Cornelii,  fratre  Poncio  Menes- 
calco,  fratre  Arquimbaldo  de  Sayns,  Blascho  de  Alagone,  Alhone  de  Focibus, 
majori  domo  Aragonias,  Petro  Cornelii,  Sancio  Ferrandiz,  Assalito  de  Gual, 
Garc/ia  Peric  de  Miranda,  acdompno  F.,  infante  Aragonia.— Etc. 
(1)     Fernández  y  González,  Los  Mudejares  de  Castilla,  VIL 

79 


—  6i6  — 

las  milicias  de  la  ciudad  de  Teruel  y  algunos  señores 
aragoneses.  Comenzaron  las  operaciones  por  la  parte 
en  que  algo  conservaba  el  almohade.  En  carta  que 
escribió  al  califa  Al  Memón,  dábale  cuenta  de  haber 
recobrado  en  la  frontera  de  Valencia  á  Bejís,  conquis- 
tado, al  parecer,  por  don  Pedro  Fernández  de  Aza- 
gra  (i).  Cuestiones  de  puro  interés  local  servían  de 
motivo  para  pasarse  de  un  bando  á  otro.  Así,  Uxó  y 
Eslida,  por  cuestión  de  aguas,  seguían  partidos  opues- 
tos, de  Zaén  y  de  Abderrahmán  respectivamente,  á 
pesar  de  que  Eslida  había  tambiép  seguido  antes  la 
parcialidad  de  Zaén  (2). 

En  1236  seguían  en  poder  de  £eid,  Árenos,  Mon- 
tan, Castielmontán  (Montanejós),  Cirat,  Tormo,  Ayó- 
dar,  Fuentes  de  Ayódar,  Villamalefa,  Villa malur,  Ter> 
dellas,  Arcos,  Bueynegro  y  Villamalea,  y  confiaba 
recobrar  Onda,  Nules,  Uxó,  Almenara,  Segorbe,  Al- 
puente,  Cárdelhes,  Andilla,  Tuéjar,  Domeño,  Chulilla 


( 1 )  El  Archivo,  V,  145. 

(2)  Así  consta  en  documento  que  lleva  por  fecha  12  noviembre  de  1260. 
Acudieron  ante  don  Jaime  los  moros  de  Eslida  representando  que  teniendo 
ellos  derecho  al  agua  por  compra  que  hicieron  á  los  de  Uxó,  regaban  éstos  sin 
licencia  de  aquéllos.  Los  de  Uxó  dijeron  que  cuando  Eslida  se  rebeló  contra 
Zaén,  este  emir  les  quitó  el  agua  y  la  cedió  á  Uxó.  Replicaban  los  de  Eslida 
que  después  de  haberse  rebelado  contra  Zaén,  se  avinieron  con  él  y  les  devol- 
vió el  derecho  que  antes  tenían.  Y  con  arreglo  á  esta  soberana  disposición  del 
nieto  de  Aben  Sad,  sentenció  don  Jaime  en  la  fecha  indicada  (El  Archivo,  I, 
262-263). — Son  también  notables  la  carta-puebla  de  Eslida,  Ahín,  Veho, 
Sengueir,  Pelmes  y  Zuera  (Fernández  y  González,  O.  C,  p.  315-316),  y  la 
del  Valle  de  Uxó  (O.  C,  p.  322-324),  en  latín  aquélla  y  en  leraosin  la  otra, 
fecha  la  i.a  en  Artana  el  29  de  mayo  de  1242,  y  la  última  «en  lo  mes  Jumet 
Alahir  (giumada  2.»),  segóns  compte  de  moros,  en  lany  de  648  (31  ag. -28 
sept.  1250),  conjunt  lo  dit  kalendari  en  lo  mes  de  Agost  en  lany  1250,  segóns 
kalendari  de  christiáns.» 


—  627  — 

y  Liria.  En  1238  ya  dispone  de  Alpuente,  Tuéjar, 
Domeño,  Azagra,  rahal  de  Abdallah  Aben  Salvo,  de 
la  munia  de  la  Xarea,  de  las  heredades  que  en  Cullera 
y  Corbera  tenía  su  padre,  Cid  Abu  Abdallah  ben  Cid 
Abu  Hafs  ben  Cid  Abdelmumen,  y  de  una  casa  de 
Valencia  que  tenia  su  madre.  En  1239  figuran  como 
suyos  el  castillo  y  villa  de  Ganalur,  junto  á  Bueynegro, 
y  una  Aldaya  próxima  á  Benaguacil.  En  1245  trueca 
en  su  nombre  don  Jimén  Pérez  de  Árenos  con  don 
Jaime,  Cheste  y  Villamarchante  á  cambio  de  Castalia; 
si  bien  dos  años  más  tarde  aún  aparecen  en  poder  de 
£eid  aquellas  dos  villas  y  Castalia^  con  sus  términos 
Ibi,  Tibi  y  Onil  (1).  También  contaba  en  125 1  algunas 
posesiones  en  Murcia.  Por  fin,  en  octubre  de  1262 
cedió,  con  ciertas  condiciones,  á  Castalia.  Un  hijo 
suyo  disponía  en  el  mismo  año,  de  la  torre  de  Argelita 
y  de  Villamarchante  (2).  De  todo  esto  resulta  que 
muy  poco  pudo  adelantar  en  su  empresa  de  recobrar 
los  dominios  perdidos. 

Dotado  Zaén  de  actividad  incansable,  digno  des- 
cendiente, por  tanto,  de  su  abuelo  Aben  Sad,  no  se 
limitaba  á  mantener  á  raya  á  Qeiá  y  á  sus  valedores. 
,  «En  la  parte  de  oriente,  Abu  Giomail  ben  Zeyán,  para 
vengar  la  derramada  sangre  de  los  muslimes,  corrió  la 
tierra  de  Aragón,  talando  los  campos  y  quemando  y 
destruyendo  aldeas  y  lugares  hasta  llegar  á  hisn  Am- 
posta  y  Tortosa,  y  volvió  de  la  cabalgada  con  muchas 


(1)  Además,  Arenoso,  la  Muela,  Montan,  Tormo,  Cirat,  Toga,  Espadi- 
lla, Bueynegro,  Villamakfa,  Villahermosa,  Cortes  de  Arenoso,  Villamalur, 
Ayódar,  Villafaleva  y  Tortoniscb,  y  en  otra,  parte,  Andilla, 

(2)  El  ^Archivo,  V,  160-164,  284-301  y  366-368. 


—  628  — 

riquezas  y  cautivos»  (i).  No  negó  en  septiembre  de 
1238  el  daño  causado  en  esta  correría.  En  una  de  las 
conferencias  preliminares  de  la  rendición  de  Valencia, 
celebradas  entre  el  arráez  Abdeimélic  y  don  Jaime, 
lamentábase  el  embajador  de  Zaén,  de  que  no  habiendo 
su  señor  hecho  nada  que  pudiera  despertar  el  enojo 
del  Conquistador,  hubiese  éste  lanzado  contra  él  sus 
huestes-  «Respondímosle  á  esto»,  dijo  don  Jaime,  «que 
no  era  cierto  que  nada  hubiese  hecho  contra  Nos; 
pues  cuando  fuimos  ala  conquista  de  Mallorca  (5  sep- 
tiembre 1229-28  oct.  1230),  habia  corrido  nuestra 
tierra,  viniendo  hasta  Tortosa  y  Amposta,  haciendo 
todo  el  mal  que  pudo,  y  lo  mismo  sus  hombres,  en 
nuestra  gente  y  ganado,  y,  además,  combatiendo  á 
Ulidecona,  que  está  dentro  de  nuestros  dominios»  (2). 
No  sólo  contra  Qeid  y  contra  Jaime  I  daba  muestras 
de  valor  Zaén;  procuraba  también  ensanchar  sus  domi- 
nios á  expensas  del  Aben  Hud  que  se  había  hecho 
dueño  del  antiguo  reino  de  Murcia  y  de  parte  del  de 
Valencia.  Abu  Abdallah  Muhámad  ben  Yúsuf  ben 
Hud  al  Motawaquil  logró  apoderarse,  como  ya  se 
dijo,  de  las  ciudades  Játiba  y  Denia  en  julio  de  1228. 
Puso  de  gobernador  en  Játiba,  á  Áhmed  ben  Isa  Abu'l 
Husein  el  Khazragi,  y  en  Denia,  á  un  hijo  de  éste, 
llamado  Yahya  Abu'l  Husein.  Pertenecía  á  una  fami- 
lia de  Denia  muy  distinguida,  rama  de  los  jarifes  de 
Jérica,  los  Beni  Isa,  trasladados  á  Denia,  según  se 
cree,  á  mediados  del  siglo  v  de  la  Hegira  (por  el 


O)    Conde,  IV,  3. 

(2)    Historia  del  rey  de  Aragón  don  Jaime  I  el  Conquistador,  CLXXXVI. 


—  629  — 

año  1050  de  nuestra  era).  Benisa  toma,  probable- 
mente, su  nombre  de  esa  rama  de  los  «nobles  defen- 
sores del  Profeta»  (1).  Otra  etimología  da  Escolano 
á  Benisa.  El  gobernador  de  Denia  estaba  muy  ver- 
sado en  la  oratoria  y  en  el  arte  de  versificar,  si  bien 
escribió  más  en  prosa  (2), 

Convencido  £eid  de  que  no  le  era  posible  cumplir 
la  promesa  de  su  primer  tratado  con  don  Jaime,  ó  sea 
el  de  20  de  abril  de  1229,  celebrado  en  Calatayud, 
renunció,  estando  en  Teruel,  el  30  de  enero  de  1232, 
á  favor  de  don  Jaime  todos  los  derechos  que  por  aquel 
tratado  se  reservaba.  Decía,  pues,  que  en  correspon- 
dencia á  los  continuos  servicios  que  de  don  Jaime 
había  venido  recibiendo  y  recibía,  cedía  en  beneficio 
del  mismo  lo  que  en  la  ciudad  de  Valencia  y  en  su 
reino  se  retuvo  en  la  avenencia  de  Calatayud,  y  que 
absolvía  al  Rey  y  á  los  suyos  de  aquella  obligación, 
quedando  á  salvo  las  demás  cláusulas  favorables  al 
almohade  y  á  los  suyos  (3). 


(1)  El  Archivo y  II,  201-205. 

(2)  Casiri,  II,  6o.— Conde,  IV,  i. 

(3)  «Sit  ómnibus  manifestum  quod  ego,  Qeyd  Abu^iyd,  rcx  Valentía;, 
per  me  et  per  omnes  ñlios  ac  successores  meos,  bona  volúntate,  et  bono, 
libenti  corde,  propter  multa  et  magna  servida  quae  a  vobis,  domino  Jacobo, 
rege  Aragonum,  suscepi  et  suscipio  incessante,  absolvo,  remito,  concedo  et 
dono  vobis,  prsedicto  regí  Aragonum,  et  vestris  successoribus  in  ¿eternum, 
totam  illam  partem  exitum  quam  retinueram  in  Valentías  civitate  et  suis 
terminis,  in  alus,  scilicet,  cartis  qure  sunt  inter  vos  et  me,  quae  factae  fuerunt 
transactis  temporibus  apud  Calatajubum:  ita  quod  omne  jus  et  rationem 
quam,  ratione  illarum  cartarum  et  convenientiarum,  vel  alio  ullo  modo, 
habebam  vel  habere  debebam  in  civitate  Valentía?,  vel  in  exitibus  ullo  modo  et 
in  suis  terminis,  absolvo  vobis  et  vestris,  et  dono  et  concedo  per  ísecula 
cuneta,  per  propriam  haereditatem  vestram,  ad  omnes  vestras  voluntates  et 
vestrorum  faciendas  perpetuo,  sine  aliqua  mea  et  meorum  retentione,  sicut 


—  6$o  — 

No  menos  importante  que  el  convenio  de  30  de 
enero  de  1232,  es  el  acto  realizado  por  don  Jaime  en 
19  de  marzo  del  mismo  año  á  favor  del  monasterio 
de  San  Victorián,  en  Aragón.  En  el  documento, 
expedido  en  Monzón,  se  lee  que  concede  al  Abad 
(Arnaldo)  y  á  toda  la  comunidad,  el  lugar  é  iglesia  de 
San  Vicente  de  Valencia,  con  las  posesiones  y  perte- 
nencias suyas,  para  cuando  fuese  dueño  de  dicha 
ciudad  (1).  Lo  cual  viene  en  confirmación  de  lo  que 
en  el  prólogo  se  dijo,  esto  es,  que  está  probado  «con 
documentos  fehacientes  y  con  argumentos  irrecu- 
sables, que  en  nuestro  suelo  hubo  cristianos,  no 
sólo  hasta  bien  entrada  la  dominación  sarracena,  sino 
hasta  en  vísperas  de  la  misma  reconquista.»  En  fin 
de  dilhagia  de  659  (17  oct.  1232)  ocurrió  la  muerte 


melius  dici  potest  ad  vestrum  commodum  et  vestrorum,  sal  vis  alus  conve- 
nientiis  raei  et  meis  quse  sunt  et  continentur  in  illis  primis  jam  dictis  cartis. 
Dat.  apud  Turolium,  III.  kal.  februarii.  Era  MCCLKX.  (Perg.  de  don 
Jaime  I,  n.°  480). 

(1)  tManifestura  sit  ómnibus  quod  Nos,  Jacobus,  Dei  gratia  rex  Aragonum 
et  regni  Majoricarura,  comes  Barchinonae  ac  dominus  Montis  pesulani,  atten- 
dentes  multa  grata  servitia  quas  á  vobis,  dilectis  nostris  abbate  et  convento 
Sancti  Victoriani,  recipimus  continué  et  meminimus  recepisse;  cognoscentes, 
etiam,  voluntatem  et  devotionem  quam  geritis  et  habetis  ad  omnem  nostrum 
servitium  faciendum:  ideirco,  cum  Hac  carta,  cum  cogn  osea  mus  Nos  existere 
debitores  monasterio  Sancti  Victoriani  in  omni  honore  et  beneficio  confe- 
rendis,  per  Nos  et  omnes  successores  nostros,  donaraus,  concedimus  et 
laudamus  vobis,  dilecto  nostro  A.,  abbati,  et  toti  conventui  monasterii  Sancti 
Victoriani,  et  vestris  successoribus,  in  aeternum,  per  propriam  hsereditatem, 
liberam  et  francham,  locum  illura,  sive  ecclesiam  quae  est  apud  Valentiam, 
laudabilem  civitatem,  qui  locus,  sive  ecclesia,  vocatur  et  dicitur  Sanctus 
Vincentius.  Ita,  quod  statim  quando  Dominus  dederit  praedictam  civitatem  in 
nostro  posse,  gratis  vel  vi,  aut  plácito  vel  alio  ullo  modo,  habeatis  et  accipiatis, 
de  concessione  nostra  et  dono  irrevocabili,  praedictam  locum  et  ecclesiam, 
cum...  et  possessionibus  ac  pertinentiis  suis,  et  cum  ómnibus  aiiis  quae  per 


i 


del  califa  Al  Memón,  y  con  ella  puede  decirse  que 
acabó  en  España  el  imperio  de  los  almohades  (i)« 

Por  más  que  Aben  Hud  fué  investido  desde  Oriente 
en  631  (oct.  1233-sept.  1234)  (2),  tuvo  que  luchar 
con  Aben  al  Áhmar,  fundador  de  la  dinastía  naserita 
de  Granada,  y  con  el  Begí,  quienes,  disputándole  la 
soberanía  de  España,  arrancaron  á  su  poder  Carmonn, 
Córdoba  y  Sevilla.  Y,  como  le  disputasen,  á  la  vez,  la 
posesión  de  Andalucía  los  pretendientes  al  trono  que 
había  dejado  vacante  Al  Memón,  Zaén  aprovechó  estos 
cuidados,  que  distraían  la  atención  de  Aben  Hud,  para 
dilatar  sus  estados  de  Valencia. 

Ocupó  la  ciudad  de  Denia,  y  puso  de  gobernador 
en  ella  á  su  primo  Muhámad  ben  Sobaye  ben  Yúsuf 
al  Gezamí,  poeta  de  no  escaso  mérito,  que  murió  en 
Túnez  el  28  de  rebiá  2.a  de  653  (6  jun.  1255)  (3). 
El  wali  puesto  por  Aben  Hud  en  Denia,  al  ser 
depuesto  por  Zaén,  se  retiró  á  Játiba  junto  á  su  padre, 
Áhmed  ben  Isa  el  Khazragí,  walí  de  esta  ciudad  por 


terram  vel  per  mare  pertinuerint  unquam  aliquo  tempore,  vel  pertinent  aut 
pertinere  debent  ad  dictum  locum  sive  ecclesiam,  de  consuetudine  vel  de  jure; 
quae  omnia  habeatis,  teneatis,  possideatis  et  expletetis  perpetuo,  trancha  et 
libera,  ad  dandum,  concedendum,  et  collocandum  ac  statuendum,  et  ad  omnes 
vestras  voluntates  perpetuo  faciendas.  Mandantes  ñrmiter  et  districte  nostrum 
locum  tenentibus  et  subditis  nostris  universis,  tam  praesentibus  quam  futuris, 
quod  hanc  donationem  et  concessionem  nostram,  firmara  habeant,  et  obser- 
ven!, et  faciant  ñrmiter  observan,  et  non  contraveniant  in  aliquo,  si  conñdant 
de  nostri  gratia  vel  amore.  Datis  apud  Monsonem,  Xíllj.o  kal.  aprilis. 
Era  M.aCOLXX.a»  (Chabás,  El  Archivo,  IV,  292.— Ato»,  hist.,  t.  I, 
p.  406-407). 

(1)  Conde,  1.  c. 

(2)  Codera,  Numismática,  p.  281. 

(3)  Casiri,  apud  Aben  al  Abbar,  n.°  13. 


—  632  — 

Al  Motawaquil.  Padre  é  hijo  eran  naturales  de  Denia. 
Las  riquezas  y  servicios  del  primero  y  su  parentesco 
con  Abu  Ornar  ben  Ati,  le  alcanzaron  el  cargo  que 
desempeñaba.  El  hijo  recobró  después  de  1239,  Y  con 
auxilio  del  padre,  á  Denia,  cuyo  gobierno,  como  tam- 
bién el  de  Játiba,  que  heredó  por  muerte  del  último, 
conservó  hasta  que  de  ambas  se  apoderaron  los  cris- 
tianos (1). 

Y  cerramos  este  capítulo,  término  de  la  segunda 
parte,  dando  una  ojeada  al  movimiento  literario  y  emi- 
tiendo nuestro  juicio  sobre  el  valor  é  influencia  de  la 
cultura  mahometana  en  nuestro  reino. 

Aben  Hauthallah,  ó  sea  Abdallah  ben  Suleimán, 
nació  de  familia  principal,  en  Onda,  en  muhárram 
de  548  (mar.-abr.  115  3),  ó  en  récheb  de  549  (sept.- 
oct.  1 1 54).  Hizo  sus  estudios  bajo  la  dirección  de 
Averroes,  Aben  Pascual  (2),  Sohalí,  Aben  Hobaix  y 
otros  sabios  notables,  nacionales  y  extranjeros.  Por 
sus  recomendables  dotes  de  piedad  y  saber,  fué  nom- 
brado maestro  dejos  hijos  de  Almanzor  (Yúsuf  Abu 
Jacub,  hijo  de  Abdelmumen).  Ejerció  nuestro  biogra- 
fiado la  judicatura  en  Sevilla,  Córdoba,  Murcia,  Ceuta, 
Salé,  Mallorca  y  Granada.  Allí  murió  el  4  de  rabié 
i.a  de  612  (3  jul.  121 5),  y  sus  restos  mortales  fueron 
trasladados  á  Málaga,  donde  recibió  honrosa  sepui- 


(1)  Conde,  IV,  2. 

(2)  Dijimos  que  Aben  Pascual  era  oriundo  de  Sorrión,  en  Valencia.  Ea 
Cavanilles  (Observaciones  sobre  la  Historia  Natural,  Geografía,  Agricultura, 
población  y  frutos  del  Rey  no  de  Valencia,  1795,  tomo  I,  pág.  223,  n.«  171),  se 
lee:  «Con  tal  conjunto  de  aguas  se  da  riego  á  los  términos  de  Valles,  Roglá, 
Ayacór,  pueblos  de  la  Costera,  y  á  los  de  Sorió,  la  Llosa,  etc.» 


tura  el  1 8  de  xabin  (12  diciembre).  Aben  al  Abhar  le 
cita  á  menudo  ¿cmo  fuente  histórica  (j  V 

En  el  año  614  (1217-1S),  murió  en  Valencia» 
cuyo  cadiaz¿:o  hab:a  desempeñado,  el  natural  de  la 
misma,  poeta  distinguido,  AKfl  Casim  Muhimad  ben 
Muhámad  ben  Xub,  el  Gaíequi  (2). 

Aben  Cbcbair,  llamado  el  Kineni,  por  proceder  de 
la  tribu  Kinena  sus  ascendientes,  nació  en  Valencia 
en  rabié  i.a  de  540  (ag.-sept.  1145).  Sus  padres  eran 
originarios  de  Jitiba,  y  en  esta  ciudad  estudió  con  el 
suyo  jurisprudencia,  tradiciones,  adab  y  poesía*  Hizo 
tres  viajes  2  Oriente,  siendo  la  causa  del  primero 
digna  de  conocerse,  por  lo  que  evidencia  cómo  enten- 
dían los  muslimes  españoles  la  abstinencia  de  vino* 
Era  el  Kineni  cátib  ó  secretario  de  Cid  Abu  Cid,  hijo 
de  Abdelmumen  y  gobernador  de  Granada.  Sorprendió 
en  cierta  ocasión  a  su  amo  haciendo  libaciones  a  Baco, 
y  el  secretario  quedó  maravillado.  Al  leer  Cid  en  el 
rostro  del  cátib  el  escándalo  que  padecía,  le  instó  á 
que  siguiera  su  ejemplo;  y,  como  se  resistiera  á  beber 
una  sola  copa,  le  obligó  á  que  apurase  ésa  y  otras  seis. 
Luego  le  dio  el  wali  tantas  monedas  de  oro  cuantas 
eran  las  que  cabían  siete  veces  en  la  copa.  Aben 
Chobair  quiso  purificarse,  y,  acompañado  de  Áhmed 
ben  Al  Hasán  el  Codai,  salió  de  Granada  el  3  de 


(1)  Se  le  atribuyen  los  siguientes  trabajos  literario*;  i.  Anales  de  Valen* 
cu.— 2.  Una  biblioteca  aribico-hispana.—  3.  Un  Ttomuwftft,  ó  un  Fibüt*— 
Y  4.  Sobre  los  tradidoneros  Al  Bojarí  y  Moslim,  Abú  Daud,  An  Nisaí  y  el 
Tirmidsí,  obra  no  terminada,  por  haberle  sorprendido  la  muerte  (Pons, 
biogr.  n.«  223). 

(2)  Casiri,  Toetaram,  n.»  74. 

00 


—  634  — 

febrero  de  1 183  en  peregrinación  á  la  Meca.  En  Tarifa 
se  embarcó  para  Ceuta,  y  desde  ésta,  en  una  nave 
genovesa,  para  Alejandría.  Ocupado  á  la  sazón  por 
los  cruzados  el  istmo  de  Suez,  lengua  de  tierra  que 
utilizaban  los  peregrinos  para  pasar  á  la  Ciudad  Santa, 
el  nuestro  remontó  el  curso  del  Nilo  hasta  Cus,  de 
donde  pasó  á  la  Meca.  Después  de  visitar  á  Cufa, 
Bagdad,  Mosul,  la  Mesopotamia,  Aiepo  y  Damasco, 
se  embarcó  en  San  Juan  de  Acre  con  unos  franceses, 
naufragó  en  el  estrecho  de  Mesina  y,  pasando  por  mil 
contratiempos,  como  los  que  de  Ulises  canta  Homero, 
desembarcó  en  Cartagena  y  pisó  de  nuevo  á  Granada 
el  25  de  abril  de  1185.  Las  dificultades  del  primer 
viaje  debieran,  al  parecer,  entibiar  sus  entusiasmos  de 
peregrinación;  mas  no  fué  asi.  Al  saber  que  Saladino 
había  ocupado  á  Jerusalén,  repitió  el  viaje  á  Oriente 
585  (1189-90).  Volvió  también  a  Granada.  Muerta  su 
muj,er  en  614  (1217-18),  emprendió  su  tercero  y  últi- 
mo viaje,  pues,  ya  de  regreso,  murió  en  Alejandría  con 
fama  de  santo.  Los  musulmanes  supersticiosos  vene- 
raban su  sepulcro  y  decían  que  eran  muy  gratas  á 
Allah  las  oraciones  sobre  su  tumba.  Los  sabios 
europeos  tienen  en  gran  estima  la  relación  de  sus 
viajes  (1). 

Son  poetas  dignos  de  mención,  Abú'l  Hagiag 
Yúsuf  ben  Muhámad  ben  Thalmo,  de  Alcira,  que 
murió  el  año  620  (1223-24),  y  Abúcl  Rabi  Solimán 


(1)  Ha  sido  publicada  por  los  ingleses.  Sus  principales  obras  son:  i.°  Cor- 
dón de  perlas  sobre  la  acusación  de  los  hermanos  del  tiempo. — Y  2.0  Descrip- 
ción de  su  primer  viaje  (Pons,  biogr.  n.°  225.— £7  Archivo,  I,  139). 


i 


-  «3S  ~ 

ben  Áhmed  ben  Ali  ben  Galeb,  el  Abdari,  escritor 
nacido  en  Den  i  a  y  cadi  de  Málaga  (i). 

Dawud  ben  Suleimán  Aben  Hauthallah,  hermano 
del  Abdallah  antes  biografiado,  y,  como  él,  nacido  en 
Onda,  fué  también  una  de  las  primeras  figuras  de  su 
tiempo.  Hizo  los  estudios  bajo  la  dirección  de  su  padre 
y  de  su  hermano.  Para  oir  á  los  más  reputados  docto- 
res de  su  época,  recorrió  muchas  ciudades  españolas, 
Valencia,  Játiba,  Murcia,  Córdoba,  Granada,  Málaga, 
Almuñécar  y  Sevilla,  entre  otras,  y  sostuvo,  además, 
relaciones  con  varios  sabios  de  Oriente.  Fué  cadi  de 
Algeciras  y  de  Valencia,  y  murió  en  Málaga  en  rabié 
2.a  de  621  (abr.-may.  1224)  (2). 

Tampoco  deben  pasarse  en  olvido:  Abu  Ishac 
Ibrahim  ben  Isa  ben  Asbag  el  Azadita,  cordobés  y  cadi 
de  Denia,  que  murió  en  el  año  627  (nov.  1229-30)  (3); 
Obaidallah  el  Tochibí,  valenciano,  que  en  626  (1228- 
29)  escribió  un  «Viaje  literario  hispano-africano»,  con 
noticias  bio-bibliográficas,  fruto  de  sus  excursiones 
científicas  por  las  escuelas  españolas  y  orientales  (4); 
y  Abu  Temam  Galeb  ben  Muhámad  ben  Ismail,  el 
Ansari,  valenciano,  que  falleció  el  año  629  (octubre 
1251-32)  (5). 

La  circunstancia  que  se  ha  tenido  en  cuenta  al 
dar  á  conocer  las  notabilidades  científicas  y  literarias 


(1)  Casiri,  Poetar  um,  n.°*  79  y  80. 

(2)  Escribió  ootas  biográficas  de  más  de  200  de  sus  maestros,  y  de  este 
trabajo  se  aprovechó  Aben  al  Abbar  para  su  Tecmila  (Pons,  biogr.  n.o  229). 

(3)  Casiri,  Poetar  um,  n.o  81. 

(4)  Pons,  biogr.  n.o  231. 

(5)  Casiri,  Poetar  um,  n,«  84. 


—  636  — 

de  nuestro  reino,  la  fecha  de  su  muerte,  nos  obligaría, 
por  lo  que  toca  á  la  reseña  del  movimiento  intelec- 
tual, á  guardar  silencio  hasta  bien  adelantado  el 
periodo  de  la  Reconquista;  mas,  como  lo  que  queda 
por  decir  en  esa  materia  es  tan  poco,  y,  como,  además, 
con  la  presencia  de  un  nuevo  pueblo  cambia  por 
completo  la  decoración,  éste  juzgamos  que  es  el  lugar 
más  á  propósito  para  emitir  nuestro  voto  acerca  de  la 
cultura  del  pueblo  que  va  á  abandonar  la  escena. 
Expondremos  antes  las  biografías  de  otros  tres  sabios, 
dos  de  los  cuales  alcanzan  talla  de  primera  fila  entre 
los  más  notables  geógrafos  é  historiadores. 

El  primero,  Aben  Amira,  más  conocido  por  el  Maj- 
zumí,  por  descender  de  Áhmed  ben  Muhámad  el  Majzu- 
mí,  el  que  en  566  (1 170-71)  hizo  entrega  de  Valencia 
á  los  almohades  (1),  nació  en  Alcira  en  ramadhán 
de  582  (nov.-dic.  1186).  Muy  joven  aún,  se  dedicó  al 
estudio  de  la  Historia,  é  hizo  en  ella  tan  rápidos 
progresos,  que  sus  conocimientos  han  sido  compa- 
rados, por  lo  vastos  y  profundos,  á  lo  anchuroso  é 
insondable  del  Océano.  Al  apoderarse  de  Valencia 
los  cristianos,  se  trasladó  á  Marruecos,  donde  entró  al 
servicio  de  Abd  el  Wahid  ar  Raxid,  undécimo  sultán 
almohade,  que  le  nombró  su  cátib.  Tuvo  los  cadiaz- 
gos  de  Ailena,  Salena  y  Micnesa  az  Zeitún.  Cuando  la 
guerra  entre  almohades  y  benimerines  pasó  á  Ceuta, 
la  caravana  en  que  iba  fué  acometida  y  robada,  y 
quedó  reducido  él  á  la  mayor  miseria.  Súpolo  el 
gobernador  de  Bugía;  proporcionóle  buen  hospedaje 


(1)    Véasela  pág.  552. 


—  ¿37  — 

y  le  recorriendo  al  sultán  de  Túnez,  que  le  confió 
cargos  muy  lucrativos.  Es  muy  incierta  la  fecha  de  su 
muerte:  ocurrió,  según  unos,  el  año  648  (1250-51); 
en  opinión  de  otros,  el  656  (1258),  y  no  faltan 
quienes  digan  que  fué  en  658  (1259-60)  (1). 

Como  cerrando  la  serie  de  notables  escritores 
valencianos  del  período  de  la  dominación  musul- 
mana, aparece  el  tan  celebrado  Aben  al  Abbar. 
Su  padre,  buen  literato  y  persona  de  valer,  nació 
en  Onda  y  murió  el  año  619  (1122-23).  Desempeñó 
el  cadiazgo  de  Valencia  durante  el  gobierno  de  los 
principes  almohades  Cid  Abu  Abdallah  ben  Cid  Abu 
Hafs  y  de  su  hijo  Cid  Abu  £eid,  el  llamado  por 
nosotros  Ceid.  Cuando  fué  éste  á  Calatayud  á  la 
entrevista  que  tuvo  con  don  Jaime  el  20  de  abril 
de  1229  para  entenderse  contra  Zaén,  que  le  había 
despojado  del  poder,  llevó  á  Aben  al  Abbar  en  su 
compañía.  La  consecuencia  política  en  tiempos.de 
decadencia  ó  de  ruina  nacional  es  prenda  rara,  y  la 
lealtad  para  con  el  príncipe  caído,  supone  un  valor 
rayano  en  heroísmo.  Antes  de  que  el  príncipe  almohade 
se  declarase  cristiano,  accidente  en  que  podría  haber 
fundado  su  apartamiento  un  buen  muslim,  se  pasó 
nuestro  biografiado  al  bando  de  Zaén,  el  cual  pagó  la 
defección  del  sabio  elevándole  al  cargo  de  cátib  ó 
secretario    suyo.    Cuando   los    cristianos    sitiaron    á 


(1)  De  las  varias  obras  que  escribió,  se  citan:  i.  La  historia  de  Mallorca. — 
2.  Un  compendio  de. la  historia  de  los  almohades.— 3.  Una  colección  de 
cartas,  en  prosa  y  en  verso,  á  príncipes  almohades  y  hafsidas. — 4.  Una 
colección  de  sermones  á  semejanza  de  los  del  Jauzí. — Y  5. — Una  disertación 
sobre  el  conocimiento  de  la  elocuencia  (Pons,  biogr.  n.°  250). 


-  638  - 

Valencia  fué  á  Túnez  á  solicitar  auxilios  de  su  emir, 
Abu  Zakariya,  comisión  que  surtió  sus  efectos,  aunque 
no  los  que  se  prometían  los  muslimes.  Volvió  á 
Valencia  y  permaneció  en  ella  hasta  la  entrada  del 
rey  don  Jaime.  Con  su  familia  emigró  después  á 
Túnez,  y  Abu  Zakariya  Abu  Hafc  le  confió  el  honroso 
oficio  de  poner  la  subscripción  á  los  diplomas  y  cartas 
reales.  Bien  porque  su  habilidad  caligráfica  fuese 
inferior  á  la  de  algún  otro  cuya  pericia  llenara  mejor 
jas  aspiraciones  del  Sultán,  ó  por  otra  cualquier  causa, 
fué  relevado  del  cargo.  Sintióse  tanto  de  la  posterga- 
ción, que  se  desató  en  improperios  contra  el  bienhe- 
chor. Como  consecuencia,  fué  relegado  á  la  cárcel, 
y  en  ella,  cual  otro  Cervantes,  escribió  la  «Restitución 
de  la  gracia  á  los  cátibs,»  que  á  él  le  valió  se  la 
otorgara  el  Sultán,  que  le  repuso  en  su  anterior  empleo. 
Al  morir  Abu  Zakariya,  el  año  647  (1249-50),  le 
sucedió  Al  Mostán^ir.  Siguió  el  ejemplo  del  padre, 
y  nombró  á  Aben  al  Abbar  su  wazir.  Diez  años  serían 
pasados,  cuando  se  tramó  contra  Al  Mostáncir  una 
conspiración,  y  apareció,  por  documentos,  complicado 
el  escritor  valenciano.  Después  de  haberle  sometido 
á  flagelación,  el  15  ó  20  de  muhárram  de  658  (i.°  ó 
6  enero  de  1260)  fué  decapitado.  Su  cabeza  colgada  de 
una  pértiga,  quedó  expuesta  al  público  en  una  de 
las  plazas,  y,  lo  que  es  aún  más  sensible,  los  libros 
que  de  España  llevó  allá,  fueron  echados  al  fuego. 
De  él  se  ha  dicho:  «Notable  este  último  (Aben  Pas- 
cual), y  puede  asegurarse  el  más  completo  y  exacto 
de  cuantos  conocemos  en  los  siglos  V  y  VI,  recibió 
como  complemento  una  obra  que  lleva  el  nombre  de 


—  639  — 

Tekmila,  que  tanto  vale  como  continuación  ó  comple- 
mento, escri^  por  el  Príncipe  de  los  biógrafos  espa- 
ñoles, el  valenciano  Ibn  Alabar.  Este  docto  escritor 
compuso,  además,  otras  obras  análogas,  de  las  cuales 
su  Biografía  de  los  principes  y  nobles  de  España  y 
África  que  se  distinguieron  por  sus  talentos  poéticos, 
es  la  más  conocida  y  estimada.  Pocos  trabajos,  sí 
algunos,  podrán  citarse  de  los  andaluces,  tan  notables 
y  acabados  como  éste  del  ilustre  biógrafo.  Su  estilo 
rápido  y  nervioso,  su  juicio  seguro,  el  instinto  de  las 
grandes  cosas,  la  intención  viva  de  los  tiempos  que 
narra  y  el  conocimiento  del  carácter  de  su  raza  y  de  su 
manera  de  ver  v  sentir,  todo  le  coloca  á  buena  distan- 
cia  de  los  biógrafos  sus  compatriotas,  y,  nos  atreve- 
remos á  decirlo,  al  igual  del  más  distinguido  de  los 
biógrafos  orientales,  el  conocido  Ibn-Jalicán»  (i). 

Aparece  en  último  término  el  Abderi.  Si  no  es  que 
fué  valenciano,  poco  más  se  sabe  de  él;  sin  embargo, 
se  conoce  lo  más  importante,  que  es  su  obra.  Dos  veces 
recorrió  el  camino  desde  Marruecos  á  la  Meca,  á  la  ida 
y  á  la  vuelta:  por  tanto,  cruzó  el  Magreb  en  su  mayor 
extensión,  esto  es,  desde  el  Atlántico  hasta  Alejandría 


(i)  Moreno  Nieto  (D.  José),  Discurso  leído  ante  la  Real  Academia  de  la 
Historia  el  día  29  de  mayo  de  1864.— Son  obras  de  Aben  al  Abbar  de  autenti- 
cidad reconocida  las  siguientes:  « — 1.  La  capa  ó  túnica  recamada  de  oro.— 2. 
La  Tectnila,  complemento  de  la  <z?  Zila,  de  Aben  Pascual. — 3.  El  Mocham,  ó 
diccionario  sobre  los  discípulos  de  Abu  Ali  az  Zadafí.— 4,  Restitución  de  la 
gracia  á  los  cátibs. — 5.  Regalo  al  que  llega.— 6.  Utilidad  del  mensaje.— 7.  Ful- 
gor del  relámpago,  sobre  los  literatos  de  Oriente. — 8.  El  manantial  puro  sobre 
las  enseñanzas  de  Moawiya  ben  Galib.— 9.  Catálogo  alfabético  de  sus  maestros. 
— 10.  Ídem  de  los  discípulos  de  Aben  al  Arabí.— Y  11.  El  libro  de  la  mina 
(Pons,  biogr.  n.°  25}).— Casiri  publicó  un  extracto  de  interesantes  noticias 
históricas  que  suministran  las  obras  de  este  autor. 


—  640  — 

y  en  sentido  contrario.  De  ahi  que  su  producción 
esté  consagrada,  por  modo  principal,  á  describir  el 
África  (1). 

Para  apreciar  de  un  solo  golpe  de  vista  el  valor  é 
influjo  de  la  cultura  árabe  en  nuestro  país,  nada  más 
propio  que  condensar  en  breves  párrafos  el  juicio  que 
acerca  de  ella  han  emitido  quienes  para  ello  tienen  pro- 
bada competencia.  Desde  luego  que  si  para  haber  de 
fallar  fuera  motivo  bastante  el  número  de  obras  escri- 
tas, la  sentencia,  y  sentencia  favorable,  no  se  tardaría  á 
pronunciar;  mas,  si  se  ha  de  juzgar  teniendo  en  cuenta 
el  cuerdo  consejo  non  multa,  sed  múltum,  «no  la  canti- 
dad, y  si  la  calidad,»  mucho  ha  de  bajar  el  nivel  del 
entusiasmo  que  el  número  despertara.  Pero  es  más:  ese 
número  tiene  no  poco  de  aparente,  porque  las  más  de 
las  obras,  según  confesión  de  los  inteligentes,  ó  se  per- 
dieron, ó  no  son  más  que  compilaciones:  por  manera 
que,  reducido  el  número  á  las  debidas  proporciones,  á 
las  que  sean  expresión  de  originalidad,  viene  á  ser  tan 
exiguo,  que  apenas  se  le  descubre.  El  mismo  Dozy, 
queriendo  calmar  el  dolor  que  causa  el  recuerdo  de 
tantos  y  tantos  libros  que  se  perdieron,  exclama  con 
frase  feliz:  «reunidos  veinte  volúmenes  sobre  una  ma- 
teria cualquiera,  sin  esfuerzo  se  produce  el  vigésimo- 
primero»  (2). 

Y  aun  hay  que  rebajar  bastante  del  mérito,  de  los 
pocos  autores  que  quedan,  hecho  ya  el  debido  espurgo. 
Pasando  por  alto  lo  que  no  hay  derecho  á  exigir  habida 


(1)  «Itinerario  occidental»  se  titula  el  libro  en  que  se  relata  el  mencio- 
nado viaje,  hecho  durante  el  año  688  (en.  1289-1290).  Pons.  biogr.  n.°26i. 

(2)  Pons,  pig.  377. 


—  641  — 

consideración  á  los  vuelos  que  entonces  pudo  alcanzar 
la  ciencia  histórica,  por  ejemplo;  es  decir,  haciendo 
caso  omiso  de  la  falta  de  harmonía  entre  las  partes  y 
de  la  unidad  en  el  plan,  ha  de  tenerse  en  cuenta:  de 

un  lado,  que,  por  regla  general,  se  dio  crédito  á  futili- 
dades y  supersticiones  que  hoy  pugnan,  no  sólo  con 
los  más  rudimentarios  principios  de  las  ciencias,  sino 

hasta  con  el  mismo  sentido  común;  y  por  otra  parte, 
1  as  composiciones  tendian  á  agradar  á  una  moral  tan 
inmoral  cual  era  la  de  unos  principes  entregados  á  la 

bebida  y  á  los  cantares,  á  la  molicie  y  á  ciertos  place- 
res, criminales,  desde  el  momento  en  que  no  están  de 
acuerdo  con  la  recta  razón.  Por  algo  se  ponen  en  boca 
del  Cid  estas  palabras:  «yo  non  me  aparto  con  muje- 
res á  cantar  nin  á  beber,  como  fazen  los  vuestros  seño- 
res, que  los  non  podedes  ver. »  Y  si  la  literatura  árabe 
está  impregnada  de  ese  sensualismo  capaz  de  enervar 
y  matar  todas  las  energías  corporales  y  del  espíritu,  en 
pasiones  también  nada  recomendables  está  fundada  la 
finalidad  que  los  más  de  sus  historiadores,  por  no 
decir  todos,  persiguieron.  Pons  ha  retratado  con  pocas 
palabras  la  parcialisima  imparcialidad  de  tales  autores. 
Para  ellos,  la  Historia  es  «el  gran  pebetero  donde  se 
quema  la  esencia  de  la  verdad,  para  producir  el  per- 
fume embriagador  de  la  adulación  y  de  la  lisonja.» 

No,  porque  esos  autores  dejen  de  remontar  su  vuelo 
hasta  abarcar  de  una  sola  mirada  el  conjunto,  no  por 
que  dejaran  de  filosofar  sobre  la  Historia,  en  lo  cual 
llevan  ventaja  á  los  que  nos  venden  su  propia  filosofía 
en  vez  de  la  filosofía  verdad,  y  no  porque  sacrificaran 
de  ordinario  la  realidad  en  aras  de  la  adulación,  por 


81 


-« j  . 


—  €42  — 

recabar  del  principe  este  favor  ó  el  otro,  dejan  de  ser 
muy  interesantes  sus  trabajos;  porque  con  sus  minu- 
ciosas relaciones  de  nacimientos  y  muertes  y  de  otros 
sucesos,  el  esmero  que  pusieron  en  determinar  las 
fechas  y  lugares,  han  proporcionado  unos  materiales 
que,  por  regla  general,  no  se  descubren  en  los  autores 
latinos.  No  es  ello  decir  que  puedan  y  deban  admi- 
tirse sin  desconfianza  todos  los  datos  cronológicos 
y  geográficos  que  aquéllos  suministran. 

Pero  ese  mérito  que  en  ellos  se  descubre,  ¿es  real- 
mente suyo?  Tampoco  falta  quien  pretenda  arrancár- 
selo. «AI  llegar  á  nuestro  suelo  el  pueblo  musulmán, 
traia,  sin  duda,  grandes  alientos  para  pelear  y  dominar 
por  la  fuerza;  pocos,  muy  pocos  estímulos  para  impo- 
nerse por  la  ciencia  y  por  una  superior  cultura.  Dos 
siglos  transcurren,  sin  que  logremos  encontrar  otras 
muestras  de  sus  aficiones  históricas,  que  los  cantos 
bélicos  y  las  relaciones  en  prosa  con  que  las  nuevas 
generaciones  se  animaban  al  combate  recordando  y 
celebrando  las  hazañas  de  los  antiguos  guerreros»  (1). 


(1)  Ensayo  trio-bibliográfico  sobe  geógrafos  i  historiadores  arábigo-españoles, 
pág.  364. — Su  autor,  don  Francisco  Pons  y  Boigues,  natural  de  Carcagente 
(Valencia),  ha  bajado,  á  la  temprana  edad  de  38  años,  al  sepulcro  el  6  de 
septiembre  de  1899,  cuando  comenzaba  á  dar  sazonados  frutos  de  una  ciencia 
arábiga  tan  general  como  profunda  y  exacta.  Ha  dejado  escrito,  aunque  iné- 
dito, como  ya  se  ha  dicho,  el  Ensayo  bio-bibliográficc  sobre  los  médicos  y  natu- 
ralistas arábigo-españoles.  Era  su  propósito  formar  una  Biblioteca  bio -biblio- 
gráfica   DE   LA    CIENCIA    Y    LITERATURA    ARÁBIGO-ESPAÑOLA,    para   lo    Cual, 

aparte  las  dos  obras  arriba  indicadas,  hubiera  escrito  otras  dos,  sobre  filósofos 
v  jurisconsultos  y  sobre  matemáticos  y  astrónomos:  estos  copiosos  frutos  de 
la  semilla  que  depositara  el  inmortal  Casiri  con  su  'Bibliotheca  arábico-hispana 
Escurialensis,  hubiera  sido,  para  el  autor,  preciadísimo  timbre  de  gloría,  y  para 
España  soberbio  monumento  nacional  (Revista  de  Archivos,  Bibliotecas  y  Museos, 
año  IV,  págs.  496-512,  609-624). 


-  643  - 

Con  frase  inimitable,  por  lo  expresiva  y  propia,  ha 
dicho  Aben  Jaldún:  «Es  que  los  berberiscos  eran 
tan  cerriles  y  lanudos  como  sus  dominadores  los 
árabes»  (i). 

Éstos  no  empezaron  en  España  hasta  los  tiempos 
de  Abderrahmán  I  á  fijar  por  escrito  las  narraciones 
históricas.  La  primera  en  que  concurre  esta  circuns- 
tancia es  de  Abd  el  Mélic  ben  Habib,  nacido  el  año  180 
(mar.  796-97)  y  muerto  en  Córdoba  el  4  de  ramadhán 
de  238  (17  feb.  852)  (2).  Protegen  las  letras  Al 
Háquemll  y  Al  Mansur,  el  ministro  de  Hixem  II.  En 
tiempo  de  Abderrahmán  III  dejó  el  cultivo  de  las  cien- 
cias de  ser  patrimonio  exclusivo  de  la  aristocracia, 
comenzando  entonces  á  entender  en  ella  los  eslavos. 
Los  reyes  de  taifas,  émulos  del  esplendor  de  los  cali- 
fas, rodeáronse  de  literatos  que  transmitiesen  á  la  pos- 
teridad el  recuerdo  de  sus  más  ó  menos  legítimas 
glorias.  Los  almorávides  y  almohades  nada  hicieron, 
efecto  de  su  ruda  barbarie,  que  no  tuvo,  por  sus 
propias  discordias  y  el  avance  de  los  cristianos, 
tiempo  para  tocar  el  límite  á  que  habían  llegado 
sus  dominados.  El  mayor  florecimiento  literario  ma- 
hometano en  España,  su  apogeo  en  la  carrera  del 
progreso,  abarca  el  periodo  comprendido  entre  los 
siglos  xi  y  xiii. 

Pero  también  entonces  había  llegado  á  completarse 
la  fusión  de  los  heterogéneos  elementos  que  constituían 
la  sociedad  arábigo-española.  Cuando,  según  testimo- 


(1)  El  archivo,  V,  229. 

(2)  Véase  la  pig.  99  de  este  tomo. 


—  644  — 

nio  del  propio  Aben  Jaldún,  árabes  y  berberiscos 
estaban  envueltos  en  la  más  crasa  ignorancia,  los 
españoles  estaban  muy  adelantados  en  toda  suerte  de 
disciplinas.  Los  indígenas,  hispano-romanos  en  su 
mayor  parte,  con  el  poderoso  ascendiente  de  su  litera- 
tura latina  y  de  su  civilización  cristiana,  llegaron  á 
predominar  sobre  los  árabes,  cuyo  número  era  muy 
exiguo,  y  sobre  el  más  copioso  de  mauritanos  y  berbe- 
riscos. Entonces,  como  antes,  se  cumplió  esa  ley  de  la 
Historia,  según  la  cual  un  pueblo  más  ilustrado, 
vencido  en  el  terreno  de  la  fuerza  bruta,  más  pronto 
ó  más  tarde  acaba  por  prevalecer  en  un  orden  más 
elevado  (i).  Los  romanos  fueron  conquistadores  de 
los  griegos,  pero  la  cultura  helena  se  sobrepuso  á  la 
del  Lacio;  vencieron  los  godos  á  los  hispano-romanos, 
mas  la  civilización  romana  ahuyentó  la  ignorancia 
visigoda;  triunfaron  Táric  y  Muza  y,  sin  embargo, 
árabes  y  berberiscos,  igualmente  rudos,  quedaron  á 
merced  de  los  mosalemas,  muzárabes  y  muladíes.  El 
ya  citado  Aben  Jaldún,  de  Túnez,  escribía  á  principios 
del  siglo  xv:  «Un  pueblo  vecino  de  otro  que  le  sobre- 
puja en  cultura  intelectual  y  al  cual  debe  la  mayor 
parte  de  la  suya  propia,  no  puede  menos  que  copiarle 
y  remedarle  en  todo.  Esto  pasa  hoy  mismo  en  los 
moros  andaluces  (españoles)  por  sus  relaciones  con 
los  gallegos  (cristianos  castellanos):  pues  tú  los  verás 
cuánto  se  les  asemejan  en  los  trajes  y  atavíos,  en  usos 
y  costumbres;  llegando  al  extremo. de  poner  imágenes 
y  simulacros,  tanto  en  lo  exterior  cuanto  en  lo  más 


(i)    El  ^Archivo,  I.  c. 


—  645  — 

retirado  de  sus  alcázares  v  edificios.  Quien  observe 
esto  con  ojo  de  sabiduría,  lo  habrá  de  estimar  como 
resultado  forzoso  de  extranjera  superioridad  y  pre- 
dominio» (i). 

El  nombre  ó  apellido  hispano-latino  ó  godo  que 
llevan  muchos  autores  árabes,  revela  su  procedencia 
cristiana,  como  que  la  mayor  parte  de  la  nación  estaba 
poblada  de  hispano-latinos  ó  godos.  Éstos,  después 
de  apostatar  de  la  religión  de  sus  mayores,  tomaron 
nombres  musulmanes  y  se  engalanaron  con  falso 
abolengo  arábigo,  pero  siempre  en  su  fondo  conser- 
varon, más  ó  menos  atenuado,  un  espiritualismo  qire 
no  tuvo  su  cuna  en  la  Arabia  ni  procedía  de  los  agrestes 
é  incultos  riscos  del  Atlas.  En  nada  se  revela  tanto  la 
influencia  cristiana  como  en  el  carácter  típico  y  muy  . 
especial  de  la  mujer  arábigo-española.  «Mientras  que 
allí  (en  Oriente),  escribe  el  barón  Adolfo  Federico  de 
Schak,  con  raras  excepciones  el  amor  se  funda  en  la 
sensualidad,  aquí  arranca  de  una  más  profunda  incli- 
nación de  las  almas  y  ennoblece  las  relaciones  entre 
ambos  sexos.»  Hijas  de  muzárabes  fueron  laf  mujeres 
que  más  sobresalieron  en  la  España  Árabe:  vascongada 
era  la  princesa  £obh,  esposa  de  al  Háquem  II  y  madre 
de  Hixem  II.  De  raza  indígena  era,  probablemente,  una 
dama  que  á  mitad  del  siglo  xi  floreció  en  Valencia,  la 
cual  aprendió  de  su  marido,  el  literato  Abu'l  Motháricf, 
gramática  y  lexicología  árabe:  sobresalió  en  la  métrica, 


(i)  El  Archivo,  V,  269,  nota.— A  pesar  de  la  declaración  que  Aben  Jal- 
dita  hace  de  que  los  moros  se  asemejaban  en  sus  trajes  á  los  cristianos,  Dozy 
dice  del  Cid  que  era  más  musulmán  que  católico,  porque  aun  en  su  tumba 
llevaba  vestido  árabe  (Véase  la  pág.  394  de  este  tomo). 


—  646  — 

y  estuvo  dotada  de  memoria  tan  feliz,  que  recitaba 
y  explicaba  las  obras  clásicas  de  al  Mobárrad  y  del 
Calí.  Y  entrado  el  siglo  xii,  otra  literata,  natural  de 
Valencia,  hija  de  Abdeláziz  ben  Muza  ben  Tháhir, 
llamada  por  nombre  Tona,  ó  Antonia,  y  por  sobre- 
nombre arábigo  Habiba,  la  cual  murió  en  1112,  es 
celebrada  de  Aben  Pascual  por  su  mucho  saber, 
letra  gallarda  y,  más  aún,  por  su  religiosidad  y 
honradez  (1). 

El  argumento  con  que  procura  evidenciar  el  señor 
Eguílaz  la  superioridad  é  influencia  de  la  civilización 
cristiana,  es  concluyente.  Los  árabes,  dice,  conquis- 
taron y  dominaron  simultáneamente  el  África  y  España: 
¿por  qué  mientras  las  ciencias,  las  letras  y  las  artes 
florecen  en  nuestro  suelo,  siguen  nuestros  vecinos 
sumidos  en  la  barbarie?  Convencido  de  la  supremacía 
intelectual  de  los  indígenas  sobre  sus  dominadores 
el  alemán  Lübke,  ha  dicho:  «Si  el  arte  árabe  se 
desarrolló  en  España  con  más  perfección  que  en  los 
otros  países  islamizados,  se  debe,  sin  duda  alguna, 
á  las  relaciones  intimas  de  moros  y  cristianos,  pues 
éstos  comunicaron  á  aquéllos  algo  de  lo  noble, 
amable  y  caballeresco  que  resplandece  en  todos  los 
ramos  de  su  civilización,  ciencias,  artes  y  poesía»  (2). 


(i)  Ei  Archivo,  V,  265  273. — En  el  discurso  de  don  Víctor  Balaguer 
ante  la  Academia  de  la  Historia  sospecha  que  «la  poesía  provenzal  pudo  nacer 
de  la  misma  fuente  que  la  española  toda,  es  decir,  de  la  poesía  árabe;»  pero 
contra  esto  dice  Renán  en  su  Hist.  des  langues  semitiques:  «Ni  la  poésie 
proveozale  ni  la  chevalerie  ne  doiveot  rien  aux  rausulmans;  un  abime  separe 
la  forme  et  l'esprit  de  la  poésie  romaine  de  la  forme  et  de  l'esprit  de  la 
poésie  árabe.  j> 

(2)    El  Archivo,  V,  229-230. 


—  «47  — 

Las  pruebas  concluyentes  que  sobre  tal  asunto  ha 
presentado  Simonet,  han  hecho  confesar  a  Dozy 
paladinamente  que  padeció  error  al  defender  la  preten- 
dida superioridad  de  la  cultura  arábiga  sobre  la 
hispano-latina. 

Resumiendo.  En  los  comienzos  dijimos  que  al 
principio  del  siglo  vm  era  general  en  España  la 
corrupción  de  costumbres.  Entraba,  al  parecer,  en  el 
plan  de  la  Providencia  que  esta  nación  no  muriese 
entonces.  De  ahí  que  si  al  primer  soplo  del  huracán 
del  desierto  cae  junto  al  lago  de  Janda,  al  momento 
asoma  en  las  crestas  del  Pirineo  convertida  en 
gigante.  Extiende  sus  ya  vigorosos  brazos,  y  Toledo 
y  Zaragoza  caen  'en  poder  de  Alfonso  VI  de  Castilla 
y  de  Alfonso  I  de  Aragón.  El  eclipse  que  en  Zalaca, 
Fraga  y  Alarcos  sufren  las  armas  cristianas,  realza 
el  brillo  del  triunfo  que  en  las  Navas  alcanzan 
Alfonso  VIII,  Pedro  II  y  Sancho  VIL  Con  las  perlas  al 
Islam  arrancadas  en  Mallorca,  Valencia  y  Murcia, 
en  Córdoba,  Jaén  y  Sevilla,  aumentan  Jaime  el  Con- 
quistador y  Fernando  el  Santo  el  valor  de  sus  coronas. 
El  casamiento  de  los  Reyes  Católicos  es  prenda  de 
la  tan  suspirada  unidad  nacional.  España,  unida, 
da  cima  á  una  regeneración  de  ocho  siglos  al  clavar  el 
lábaro  santo  de  la  Cruz  en  la  alcazaba  de  Granada, 
postrer  baluarte  que  al  último  rey  moro  de  España 
quedaba.  Y,  por  si  tanto  laurel  y  el  brillo  de  tanto 
esplendor  aqui  no  fuera  posible  encerrar,  un  Nuevo 
Mundo  arranca  á  los  mares  Colón,  y  el  laurel  de 
España  ciñe  á  la  tierra  y  á  todo  el  Mundo  se  extiende 
la  gloria  de  España.  Estaba  moribunda,  sanó  y  ejerció 


—  648  — 

el  más  sublime  apostolado  empuñando  la  antorcha  de 
la  civilización.  La  dominación  agarena  fué  el  instru- 
mento de  que  la  Providencia  se  valió  para  realizar  tan 
estupendo  prodigio. 


,-<H$B^H 


ÍNDICE 


Páginas. 
Dfdicatokia.   .      . V 

Prólogo vn 

PRIMERA  PARTE 

Desde  la  Invasión  hasta  la  Disolución  del  Califato 

(713-1038). 

Capítulo  I. — Invasión  (7/^). — Reseña  geográfica:  el  libro  de 
Idacio  Lemicense,  la  Hitación  de  Wamba,  el  Códice  Ovetense 
y  la  División  de  Yúsuf  el  Fihri. — Diócesis  de  la  provincia 
Cartago  Spartaria:  Bigastro  y  Elche;  Denia,  Játiba,  Valencia, 
Valeria  y  Segorbe;  Tortosa. — Estado  político  y  social  de 
España  durante  las  postrimerías  de  la  monarquía  visigoda;  los 
males  del  sistema  electivo;  Witiza  y  Achila;  Rodrigo.— EÍ 
clero:  Sinderedo  y  Opas. — Connivencia  de  los  judíos  con  los 
árabes. — Indiferencia  de  los  hispano-romanos.  —El  conde  don 
Julián. — La  Arabia:  Mahoma;  propagación  del  Islamismo.— 
El  califa  Walid;  Muza  ben  Noséir;  Tarif  Abu  Zora;  Tárik  ben 
Ziyed. — Teodomiro;  su  fidelidad,  valor  é  ingenio;  Abdeláziz 
y  capitulación  de  Orihuela;  el  reino  y  tierra  de  Todmir. — 
Correría  de  Tárik  desde  Tortosa  hasta  Denia. — Cultura,  mora- 
lidad y  tolerancia  de  los  árabes. — Lamentos  del  único  autor 
testigo  presencial  de  la  ruina  de  España 1 

Capítulo  \\.*—Wal\es  dependientes  de  'Damasco  (7/^-7/4). — 
Supuestos  walies  de  Valencia:  hechos  que  se  les  atribuyen. — 
Confirma  el  Califa  el  pacto  de  Orihuela. — Árabes  y  berbe- 
riscos, beledíes  y  sirios. — Abdelmélic  ben  Katan:  los  Beni 
Cásim:  Alpuente. — Abu'l  Jatar;  infracción  del  pacto  de  Ori- 
huela: Atanahildo,   su  protesta:   los  sirios,  campeones  del 

82 


derecho. —Yúsuf  el  Fihri:  partido  que  sigue  Valencia. — Ciu- 
dades de  la  provincia  Tolaitola 33 

Capítulo  III.— Fundación  del  Emirato  de  Córdoba  (7J/-7^7)-~— 
Abderrahmán  ben  Moáwiya,  los  hijos  de  Yúsuf  en  Valencia  y 
Todmir,  para  oponerse  al  Omeya:  Samail,  vencido,  huye  á 
Todmir:  último  esfuerzo  de  Yúsuf  en  Lecant  y  Todmir.  — 
Traslación  del  cuerpo  de  San  Vicente  Mártir:  situación  de  los 
muzárabes  en  general:  iglesia  de  los  muzárabes  valencianos. — 
Venida  de  Abderrahmán  á  Valencia:  el  Sekelebí  en  Tortosa. 
— Vasta  conjura  contra  el  Emir:  desembarco  y  derrota  del 
Eslavo. — Abderrahmán  I  en  Denia:  sumisión  de  Cásim  el 
Fihri. — Los  walíes  de  Valencia  y  de  Todmir  juran  á  Hixem 
por  sucesor  de  Abderrahmán:  el  reino  de  Todmir. — Un 
literato  árabe  gobernador  de  Alcira 52 

Capítulo  W  .—Guerras  de  Sucesión  (787-852). — Rebelión  de 
Zaid  ben  Hozain  ben  Yahya  el  Ansari:  muerte  del  wali  de 
Valencia:  muerte  de  Zaid. — Primera  guerra  de  Sucesión: 
derrota  de  los  principes  rebeldes:  Abdallah  el  Valenciano. — 
Enseñanza  obligatoria  del  idioma  y  escritura  árabe  á  los  muzá- 
rabes,— Segunda  guerra  de  Sucesión:  retíranse  hacia  Todmir 
los  rebeldes:  su  derrota,  y  muerte  de  Solimán:  refugiase 
Abdallah  en  Valencia:  honrosas  condiciones  de  paz. — Al 
Háquem  I  en  Valencia. — El  reino  de  Todmir  islamizado. — 
Tercera  y  última  guerra  de  Sucesión:  vese  obligado  Abdallah 
á  correrse  á  tierra  de  Todmir  y  encerrarse  en  Valencia:  sitíala 
Abderrahmán  II:  la  mezquita  de  Bab  Todmir:  generosidad  del 
Emir,  y  terminación  de  la  guerra:  Abdallah)  señor  de  Todmir: 
supuesto  origen  de  Gandía.— Despotismo  de  los  Emires:  las 
madrisas  ó  escuelas  públicas:  la  circuncisión  obligatoria  á  los 
muzárabes 69 

Capítulo  V. — Luchas  por  la  Independencia  (¿j  2 -9 12).— Reseña 
geográñca  del  moro  Rasis. — Tudemir:  Orihuela,  Alicante  y 
Benicadell. — Valencia:  Játiba,  Alcira,  Valencia,  Murviedro  y 
Burriana. — Ríos:  el  de  Valencia,  el  Júcar  y  el  Segura. — El 
tercer  rey  de  Valencia:  traslación  del  cuerpo  de  San  Vicente: 
sumisión  de  Todmir  y  Valencia  al  emir  Muhámad  I. — Los 
Normandos  en  Orihuela  é  inmediaciones  de  Valencia. — 
Theudeguto,  obispo  de  Elche,  en  el  concilio  de  Córdoba. — 
Los  Renegados:  trágico  fin  de  Zeid  ben  Cásim:  el  principe 
Mondhir  en  Valencia:  Daisam  y  Aslami 94 


Páginas. 

Capítulo  VI. — Califato  de  Córdoba  (912-1002).— Sométese  la 
región  de  Levante:  Daisam  y  Aslatni:   Abderrahmán  III. — 
Batalla  de  Simancas:  el  wali  de  Valencia:  los  Beni  Gehaf. — 
Los  eslavos:  los  Beni  Cásim.— Al  Háquem  II:  su  educación 
por   el  valenciano   Ozmán  el  Moshafí:   influencia  del  cadi 
valenciano  Abderrahmán  ben  Gehaf:  canales  de  riego  en 
^Valencia. — Hixem  II:  calda  del  hágib  Giafar  ben  Ozmán  y 
exaltación  de  Almanzor:  vigésima  tercia  expedición:  esplen- 
didez  de  Áhmed  ben  ai  Khattab. — Hombres  célebres:  Abu 
Abdallah,  Aben  al  Maxath  al  Motácim  Bihla,  Abderrahmán 
Abu  Matreph,  Aben  al  Faradhi.— Las  macboras  ó  cementerios 
musulmanes  de  Valencia,     ...........       114 

Capítulo  VIL— Disolución  del  Califato  (1002-1018).—  Abder- 
rahmán Sanchuelo,  padre  del  primer  emir  independiente  de 
Valencia. — Los  señores  eslavos  de  la  región  de  Levante 
siguen  la  parcialidad  de  los  Omeyas. — El  hágib  Wadha  logra 
de  Hixem  II  la  concesión  de  alcaidías  y  tenencias  perpetuas  á 
favor  de  los  eslavos  de  Todmir,  Cartagena,  Alicante,  Denia  y 
Játiba. — Mudháfar,  Mobarac  y  Lebib,  señores  de  Valencia  y 
de  Tortosa.  —  El  alcaide  Aben  al  Faradhi.  —  La  Sahlá.— * 
Solemne  proclamación  de  Abderrahmán  IV  en  Valencia. — 
Abd  el  Wahidi,  walí'i  coda  de  Játiba.— Hixem  III  en  Al- 
puente.—  Ilustre  genealogía  de  los  Beni  Cásim 134 

SEGUNDA  PARTE 

Desde  la  disolución  del  Califato  hasta  la  Reconquista 

(1038-1232). 

Capítulo  I. — %egión  de  Levante  durante  la  primera  dinastía  de 
'Denia  (1013-1076} . — Mugéhid,  liberto  de  Al  Manzor.— Wali 
de  Denia. — Declárase  independiente. — Su  fidelidad  á  la  dinas- 
tía legitima. — Dominios  de  Mugéhid. — Sus  exp  liciones  ma- 
rítimas: á  las  Baleares,  á  Ccrdeña,  á  Italia. — Benedicto  VIH. — 
Contrariedades  que  sufre  Mugéhid. — Vuelve  á  las  Baleares  y 
á  España. — Su  amistad  con  los  condes  de  Barcelona. — Toma 
parte  en  la  proclamación  de  Abderrahmán  IV. — Abdeláziz, 
primer  emir  de  Valencia. — Causa  de  la  enemistad  entre 
Abdeláziz  y  Mugéhid.— El  emir  de  Valencia  hereda  á  Zohair, 


Piginai. 

de  Almería.— Vasta  extensión  de  los  dominios  de  Abdeláziz. 
—Muerte  de  Mugéhid.— Su  carácter. — Sus  hijos  Ali  y  Hazan. 
Casamientos  entre  los  principes  musulmanes  de  esta  región. — 
Guerras  entre  los  emires  de  Toledo  y  de  Sevilla. — Distinta 
parcialidad  que  siguen  Valencia  y  Denia.— Amistad  de  Ali  coa 
los  condes  de  Barcelona. — Abdelmélic,  sucesor  de  Abdeláziz. 
— Fernando  I  de  Castilla  y  de  León  sitia  á  Valencia. — Al 
Mamún,  emir  de  Toledo  y  suegro  de  Abdelmélic,  despoja  de 
sus  estados  á  éste  y  los  agrega  á  Toledo.—  Al  Moctádir,  de 
Zaragoza,  se  apodera  de  Denia 151 

Capítulo  II.— Dinastías  2.» y  j*de  Valencia  (1076-1086).—  Abu 
fiecr  ben  Abdeláziz,  tributario  de  Al  Mamún,  y  después  inde- 
pendiente.— Paga  tributo  á  Alfonso  VI.  —Tentativas  de  Aben 
Ornar,  ministro  del  emir  de  Sevilla,  contra  el  reino  de  Mur- 
cia.— Aben  Thábir  se  refugia  en  Valencia. — Proclama  de  Aben 
Ornar  á  los  valencianos,  para  que  se  subleven  contra  su  emir. 
— Mondhir,  emir  de  Denia,  Lérida  y  Tortosa. — Guerras  cqn  \ 

su  hermano  Mutamin,  emir  de  Zaragoza. — El  Cid  derrota  á  \ 

Mondhir  en  Almenara.— Morella  y  Alcalá  de  Chisvert. — Otra 
derrota  junto  al  Ebro. — Correrla  de  Mondhir  por  Consuegra 
hasta  Medina  del  Campo.— Prisión  de  Aben  Ornar.— Carta 
que  le  envia  el  emir  de  Valencia. — Casamiento  de  Mostahin, 
hijo  de  Mutamin,  con  una  hija  del  emir  de  Valencia. — Rei- 
nado de  Ozmán.— -Guerra  civil.— Es  depuesto  Ozmán.     .     .       187 

Capítulo  III.  —  Yahya  al  Kádir,  antes  de  la  venida  del  Cid 
(jo£6-ro<??).— Yahya  ben  Dzin  Nun,  al  Kádir  Biilah.— Sale 
de  Toledo  para  Valencia. — Hospédase  en  Cuenca. — Los  Beni 
Faraig.— Muerte  de  AbuBecr  ben  Abdeláziz.— Guerra  civil 
entre  sus  hijos. — El  gobernador  de  Murviedro.— Yahya  y 
Alvar  Fáñez  en  Serra. — Es  depuesto  por  la  aljama  el  cadí 
Ozmán.— Entrada  de  Yahya  en  Valencia. — Privanza  y  pru- 
dencia de  Aben  Lebún. — Falsos  obsequios  de  los  valencianos 
á  Yahya. — Pidenle  que  despida  á  los  auxiliares  castellanos. — 
El  impuesto  de  la  cebada.— Aben  Mahcor,  gobernador  de 
Játiba. — Sitianla  Yahya  y  Alvar  Fáñez. — Pide  socorro  Aben 
Mahcor  al  emir  de  Denia.— Retirase  de  Játiba  el  emir  de  Va- 
lencia.— Llega  hasta  las  puertas  de  Valencia  Mondhir. — Vese 
obligado  á  retirarse  á  Tortosa. — Crueldad  de  las  tropas  de  Alvar 
Fáñez. — Son  encarcelados  los  hijos  de  Abu  Becr. — Logran 
huir  á  Murviedro.— Yahya  escribe  á  Yásuf  ben  Taxfin. — Parte 


Piginas. 

que  toma  en  la  ¡ornada  de  Zalaca. — Sitia  Mondhir  á  Valencia. 
— Prudente  consejo  de  Aben  Tháhir.— Mostahin,  emir  de 
Zaragoza,  y  el  Cid  obligan  á  Mondhir  á  levantar  el  sitio. — 

Disgasto  qne  recibe  Mostahin 201 

Capítulo  IV. — Yahya  al  Kádir  protegido  por  el  Cid  (1089-1092). 
— Sitio  de  Jérica. — Habilidad  del  Cid. — Pasa  á  Castilla. — 
Vuelve  á  Valencia. — Torres-Torres. — Rodrigo  ahuyenta  de 
Valencia  al  conde  de  Barcelona. — Expedición  á  los  montes  de 
Alpuente. — Pretende  unirse  á  Alfonso  VI,  y  no  lo  consigue. 
— Elche,  Polop,  Tárbena  y  Ondara. — Su  entrada  en  Valen- 
cia.— Burriana  y  Morella. — Tobar  del  Pinar. — Paz  con  Beren- 
guer  Ramón  II.—  El  Campeador  en  el  Puig.—  Muerte  de 
Mondhir.-  -Su  hijo  Suleimán. — Los  Beni  Betyr  ó  Aben  Mon- 
ead.— Protección  que  les  dispensa  el  Cid. — Tributos  que  per- 
cibía el  Cid.— Sitio  de  Liria. — Se  pne  Rodrigo  á  la  expedición 
de  Alfonso  VI  contra  Andalucía. — Enemistanse  rey  y  vasallo. 
— Benicadell. — Enfermedad  de  Yahya.— Marcha  el  Cid  á  Zara- 
goza.— Sitia  Alfonso  VI  á  Valencia. — Venganza  de  Rodrigo. 
— Hácense  dueños  de  Murcia  y  de  Denia  los  almorávides. — 
Aben  Gehaf. — Revolución  que  provoca  en  Valencia. — Asesi- 
nato de  Yahya 222 

Capítulo  V. — Periodo  republicano  (nov.  1092'jul.  109 ¿).—  Tiene 
el  Cid  conocimiento  de  la  muerte  de  Yahya. — Su  venida  al 
Puig. — Sitio  de  esta  fortaleza.— Incapacidad  de  Aben  Gehaf 
para  el  mando. — Cartas  de  Rodrigo  al  cadi. — Orden  comuni- 
cada por  el  Cid  á  los  castillos  de  la  jurisdicción  de  Valencia. — 
El  señor  de  Murviedro  entrega  los  suyos  al  de  Albarracin. — 
Algaras  en  la  huerta  de  Valencia. — Respeto  y  consideración  k 
los  trabajadores  del  campo.— Ejército  de  defensa  en  Valencia. 
—Guerra  civil  en  la  ciudad. — Los  Beni  Guáchib. — El  alcaide 
de  Carlet. — Fomenta  Rodrigo  la  discordia  en  la  ciudad. — Pro- 
cura ganarse  al  cadi. — Se  apodera  del  tesoro  enviado  á  Aben 
Aixa. — Rendición  del  Puig  y  reedificación  de  la  villa  y  castillo. 
Establece  Rodrigo  su  campamento  en  la  Derramada. — El 
watsir  de  Mostahin. — Apodéranse  de  la  Villanueva  los  cristia- 
nos.— Toma  de  la  Alcudia. — Sométese  Valencia  al  dominio 
de  Rodrigo 252 

Capítulo  VI. — Periodo  republicano  (Continuación)  (jul.  109  j- 
mar.  1094). — Provocación  del  Cid  al  ¡efe  de  los  almorávides. 
— Inteligencia  de  Rodrigo  y  de  Aben  Gehaf  con  los  caudillos 


Páginas. 

de  Játiba  y  de  Cutiera. — Castigo  al  de  Ale  ira,  por  negarse  á 
entrar  en  la  coalición. — Correrla  hasta  Villena. — El  Cid  en 
Benicadell. — Tratos  de  Aben  Razin  con  Sancho  Ramírez:  in- 
cursión de  Rodrigo  en  tierras  de  Albarracin. — Aproximase  á 
Valencia  un  ejército  de  almorávides,  y  sus  moradores  se  rebe- 
lan contra  el  Campeador. — La  munia  de  Aben  Abdeláziz. — 
Caída  de  Aben  Gehaf. — Indicaciones  topográficas. — Precau- 
ciones de  defensa  contra  los  almorávides  tomadas  por  el  Cid. 
— Retirada  de  los  almorávides. — Apurada  situación  de  Valen- 
cia.— La  elegía  y  comentarios  sobre  ella  de  al  BataxL — Abda- 
Hah  ben  Hayan. — Arterías  de  Aben  Gehaf  para  suplantar  en  el 
mando  á  los  Beni  Guáchib. — Inteligencias  del  cadi  con  el  Cid. 
—Son  reducidos  á  prisión  los  Beni  Guáchib.—- Exaltación  de 
Aben  Gehaf. — Carta  de  Abderrahmán  ben  Tháhir 275 

Capítulo  Vil.— Periodo  republicano  (Conclusión)  (marzo-junio 
1094). — Entrevista  de  Aben  Gehaf  con  el  Cid  en  la  Villanueva. 
— Condiciones  de  paz  que  impone  Rodrigo.— Niégase  el  cadi 
á  entregar  en  rehenes  su  hijo. — Protección  que  el  Cid  dispensa 
al  bando  opuesto  al  cadi. — Renuévase  el  sitio.— Despotismo 
de  Aben  Gehaf. — Triste  situación  de  los  sitiados. — Máquina  de 
guerra  empleada  por  los  cristianos. — Hambre  desoladora  en 
los  muslimes.-— Testimonio  de  escritores  árabes. — Petición  de 
socorro  hecha  al  emir  de  Zaragoza,  al  rey  de  Castilla  y  al  jefe 
de  los  almorávides. — Revuelta  en  la  ciudad.— Queda  sofocado 
el  alboroto. — Miserable  situación  á  que  se  ven  reducidos  ios 
sitiados. — Ataque  de  los  cristianos  á  la  Puerta  de  la  Culebra 
(Valldigna). — Peligro  que  corre  el  Cid. — Crueldad  á  que  son 
sometidos  los  cautivos. — La  tropa  Ad  Dawar.  —Aben  Habet  y 
al  Wattah.— Aben  Abdús. — Condiciones  de  rendición. — Men- 
sajes á  Zaragoza  y  Murcia. — Fecha  de  la  rendición  de  Valencia 
al  Cid.— La  guarnición  muzárabe 310 

Capítulo  VIII.— El  Cid  (Í094-J09J).— Rodrigo  Díaz  de  Vivar. 
— Lugar  y  fecha  de  su  nacimiento.— Sus  padres.  — Importancia 
de  Rodrigo  antes  de  la  batalla  de  Llamada.— Golpe  jar.— El 
Campeador  en  Zamora. — Su  casamiento  con  la  sobrina  de 
Alfonso  VI.— Aprecio  en  que  hasta  1076  le  tuvo  el  Rey.— 
Rompimiento  de  don  Alfonso  con  Rodrigo. — Destierro  de 
Rodrigo. — Pasa  á  ofrecer  sus  servicios  á  los  condes  de  Barce- 
lona.— Le  sorprende  en  Zaragoza  la  muerte  de  al  Moctádir. — 
Rendición  de    Valencia   al  Cid.— Entrada  de  los  cristianos. 


Pigints. 

—  Entrada  del  Cid.— Primer  discurso  del  Cid  á  los  moros 
de  Valencia. — Batalla  de  Cuart. — Traslación  de  moros  á  la 
Alcudia. — Segundo  discurso. — Consejo  de  Aben  Abdús. — 
Prisión  y  muerte  de  Aben  Gehaf. — Fija  el  Cid  en  Valencia  su 
morada. — Alabanzas  de  Aben  Tháhir  al  cadi. — Tercer  discur- 
so.— £1  Cid  Campeador 333 

Capítulo  IX. — El  Cid  (Conclusión),  (ío^j-zo??).—  Don  Jeró- 
nimo en  Valencia:  purificación  de  mezquitas  y  su  consagra- 
ción al  culto  católico. — Venida  de  doña  Jimena. — Conquista 
de  los  castillos  Olocáu  y  Serra. — Alianza  de  Pedro  1  de 
Aragón  y  el  Cid, — Entrevista  en  Burriana.  —Expedición  á 
Benicadell,  y  batalla  de  Bairén. — Conquista  de  Almenara,  y 
rendición  de  Murviedro. — Célebre  documento  de  dotación  á 
la  catedral  y  obispo  de  Valencia:  Picasent,  Alcanicias,  el 
Puig,  Farnals,  Almenara  y  Burriana. — Derrota  de  Alvar  Fáñez 
en  Cuenca,  y  de  un  cuerpo  de  ejército  del  Cid  en  Alcira. — 
Muerte  del  Cid.— Fecha  de  la  misma. — Injusticia  con  que  se 
le  ha  tratado  por  historiadores  extranjeros:  Viardot  y  Dozy. 
— Proceso  de  beatificación  del  Cid,  y  Felipe  II.  —  Vindicación. 
— El  Cid  de  la  realidad. — Valenda  debe  perpetuar  con  un 
monumento  la  memoria  de  Rodrigo  Díaz  de  Vivar.     .     .     .       366 

Capítulo  X. — "Doña  Jimena  (ioyy-noz).—  Empeño  de  Yúsuf 
ben  Texufín  en  recobrar  á  Valencia. — Syr  Ipen  Abi  Becr  y 
Alvar  Fáñez. — Concordancia  entre  la  General,  Conde  y  la 
Historia  Leonesa. — Episodio  trágico  árabe. — Confirma  doña 
Jimena  la  donación  de  su  marido  á  la  catedral  de  Valencia  y 
á  su  obispo. — Abu  Muhátnad  Mazdalí. — Último  sitio  puesto 
por  los  almorávides  á  Valencia. — El  obispo  don  Jerónimo 
acude  á  Alfonso  VI  en  demanda  de  auxilio. — Los  cristianos 
abandonan  á  Valencia  y  la  incendian. — Traslaciones  del 
sepulcro  del  Cid.— Doña  Jimena.  — Don  Jerónimo. — Las  hijas 
del  Cid. —Alvar  Fáñez 399 

Capítulo  XI. — ^Almorávides  (1102-1144). — Entrada  de  los 
almorávides  en  Valencia. — El  poeta  alcireño  Aben  Jafachá. — 
Carta  de  Abderrahmán  ben  Tháhir. — Fecha  de  la  entrada  de  los 
almorávides.— Movimiento  literario. — Gobierno  de  Temim. 

-  De  Muhámad  ben  Alhag. — Mostahin,  emir  de  Zaragoza,  y 
su  hijo  Imado  d'Dolah. — Conquista  de  Morella. — Rendición 
de  Zaragoza  á  Alfonso  I. — Escuela  de  Abu  Ali  en  Játiba.  — 
Cutanda.— Buñol  y  Segorbe  tributarios  de  Aragón. — Entrada 


Páglnw. 

de  Alfonso  el  Batallador  hasta  Jitiba. — Sitios  de  Valencia, 
Alcira  y  Denia,  y  toma  de  Benicadell.—  Movimiento  literario, 
— Saif  ad  Dolah. — Aben  Gania,  walí  de  Valencia,  en  Fraga  y 
en  Toledo. — El  poeta  alcireño  Abu  Talib  Abd  el  Gewar.  .     •       424 

Capítulo  XII.—  Interregno  almoravide  almohadi  {1145-1172). — 
Merwán,  SaifaJola  y  ^Aben  %Ayadb  (abr.  1145-ag.  1147). — 
Revolución  contra  los  almorávides. — El  sobrino  de  Aben 
Gania  abandona  á  Valencia  y  se  hace  fuerte  en  Játiba. — Pro- 
clamación de  Merwán. — Muerte  de  Abu'l  Kattab(de  los  Beni 
Guáchib)  en  Orihuela. — Duración  del  sitio  de  Játiba:  inte* 
rrupciones  que  sufre  el  auxilio  de  Aben  Giafar  al  emir  de 
Valencia.— Rendición  de  Játiba  y  solemne  entrada  de  Merwán 
en  Valencia. — Destronamiento  de  Aben  Tháhir  y  de  Merwán. 
—El  castillo  de  Montroy.— Saifadola,  emir  de  Murcia  y  de 
Valencia. — Su  ingratitud  y  muerte. — Movimiento  literario. — 
Muerte  del  arráez  de  Cuenca,  Abdallah  ben  Faraig. — Breve 
reinado  de  Aben  Ayadh  en  Murcia  y  en  Valencia.— Obispo 
de  Denia  á  mitad  del  siglo  XII 485 

CapItulo  XIII. — Interregno  almoravide-almobade  (114^1172), 
(Conclusión). — ¡Aben  Sad  (1 147- 1 172).  —El  reino  de  Valencia 
según  el  Nubiense. — Verdadero  nombre  de  Aben  Sad,  y  dura- 
ción de  su  reinado. — Su  proclamación  en  Valencia  y  en  Murcia. 
— Hechos  de  Aben  Gania,  antiguo  wali  de  Valencia.— Conquista 
de  Almería.— Remate  de  Aben  Gania. — Ramón  Berenguer  IV 
conquista  las  plazas  de  Cataluña  fronterizas  con  Valencia. — 
Donación  de  Peñíscola. — Aben  Sad,  vasallo  de  Castilla  y  de 
Aragón. — Movimiento  literario  durante  su  reinado. — El  emir 
de  Valencia  se  apodera  de  Granada. — Donación  de  Cutiera  ó 
Cervera  á  los  hospitalarios.— Convenio  de  partición  de  con- 
quistas entre  Aragón  y  Castilla. — Batallas  de  as  Sabica, 
Úbeda  y  al  Gelab. — Defección  de  Hamusec— Á  la  muerte  de 
Ramón  Berenguer  IV,  deja  Aben  Sad  de  pagar  las  parias  á 
Aragón. — Donación  de  Chivert  y  Oropesa  á  los  templarios. — 
Entrevista  de  Alfonso  VIII  y  Alfonso  II  en  Tarazona. — Alba- 
rrac'in. — Rebelión  de  Alcira. — ídem  de  Valencia. — Incerti- 
dumbre  acerca  del  año  y  punto  en  que  murió  Aben  Sad.-— Los 
almohades  dueños  de  Valencia 509 

Capítulo  XIV. — ^Almohades  (1172-1220). — Cid  Abü  Abdallah. 
— Pone  sitio  á  Valencia  Alfonso  II. — Diezmos  y  primicias 
de  la  iglesia  de  San  Vicente  Mártir. — Auxiliado  Alfonso  del 


Vigtnis. 

walí  de  Valencia,  sitia  á  Játiba. — Se  le  declara  tributario  el 
señor  de  Murcia. — Quebrantamiento  de  paz. — Somete  de  ' 
nuevo  Alfonso  á  Játiba  y  Valencia. — Donación  de  los  diezmos 
y  primicias  de  la  iglesia  de  San  Vicente  al  monasterio  de  San 
Juan  de  la  Peña.  —  Entrégase  Cuenca  á  los  cristianos. — 
Arreglo  entre  los  monarcas  de  Aragón  y  Castilla  acerca  de  la 
conquista  de  Valencia  y  Murcia. — El  convenio  de  Cazorla. — 
Movimiento  literario.  —  Derrota  de   los   cristianos  junto  á 

'  Requena. — Traslación  del  cuerpo  de  San  Vicente  Mártir 
desde  el  Promontorio  Sacro  á  Lisboa. — Sitio  de  Santarén. — 
Última  campaña  de  Alfonso  II  contra  Valencia. — Nuevos 
convenios  entre  Pedro  II  y  Alfonso  VIII  en  orden  á  las 
conquistas  de  Valencia  y  Murcia. — Treguas  con  el  emir  de  los 
almohades. — Movimiento  literario. — Confirmación  de  dona- 
ciones á  los  sanjuanistas. — Reconquista  de  Ademuz. — Entrada 
de  Alfonso  VIII  hasta  Játiba.  —Última  donación  de  Pedro  el 
Católico. — Inmoralidad  en  el  gobierno  de  los  almohades. — 
Otra  derrota  en  Requena 558 

Capítulo  XV. — ^Almohades  (Conclusión)  (1220-1232).  —  Qeid 
Abu  Qew. — Título  y  nombre  del  último  walí  almohade  de 
Valencia:  su  ascendencia:  sus  dotes,  carácter  y  cultura. — 
Médicos  y  naturalistas  arábigo-valencianos. — Continúan  los 
castellanos  sus  entradas  en  tierra  de  Valencia. — £eid  y  Fer- 
nando III  en  Moya:  declárase  vasallo  del  rey  de  Castilla  el 
príncipe  almohade:  general  disgusto  que  en  Aragón  cansa 
ese  acto. — Guerra  civil  entre  los  muslimes  de  España  á  la 
muerte  del  emir  Al  Mostánsir:  Al  Adel  Billah  es  proclamado 
en  Murcia  á  despecho  de  £eid. — Jaime  I  sitia  por  mar  y 
tierra  á  Penis  cola. — Abandona  £eid  su  vasallaje  á  Castilla  y  se 
hace  tributario  de  Aragón. — Guerra  civil  en  Aragón  por  la 
entereza  de  Jaime  I  en  que  se  cumplan  las  treguas  pactadas 
con  Qtiá. — Don  Blasco  de  Alagón  en  Valencia. —Conversión 
de^eid  al  Cristianismo. — Proclamación  de  Al  Motawaquil  en 
Murcia:  es  reconocido  en  Játiba  y  Denia. — Levantamiento  de 
Zaén. — Qzii  en  Calatayud. — Correría  de  Zaén  hasta  Tortosa. 
— Recobra  á  Denia. — Término  de  la  dominación  almohade. — 
Movimiento  literario. «-Juicio  sobre  el  valor  y  alcance  de  la 
cultura  árabe  en  Valencia 598 


63 


FE  DE  ERRATAS 


DICE 

LÉASE 

vamos 

1 

vamos  i 

encantadores 

encantadoras 

y  los 

y  á  los 

Guádix 

Guadix 

f  abema 

galerna 

Somail 

Samail 

tropas  hacer 

tropas  deseos  de  hacer 

Aúnela 

Aúnela 

(en  866-867) 

(en.  866-867) 

cuanto 

cuando 

de 

el 

corteo 

cortejo 

Meruades 

Meruanes 

ladod  el 

lado  del 

Mondzir 

Mondhir 

Tamariz 

Tamarite 

Escarps 

Escarpe 

Cinea 

Cinca 

Rozy 

Royz 

se  ó  tituló 

se  tituló 

por  estas 

por  una  de  estas 

Dunar 

Dawar 

Habel 

Habet 

Al 

At 

los 

las 

izol 

fízol 

qus 

quo 

al 

el 

da 

de 

ábstulitis 

abstulistis 

es 

et 

Plaenit 

Placuit 

hune 

hunc 

discusiones 

disensiones 

Páginas. 


Lineal. 


5 

13 

13 

•  24-25 

24 

20 

25 

4 

43 

1 

46 

9 

87 

7 

95 

23 

109 

4 

109 

20 

126 

28 

130 

3 

134 

13 

185 

18 

193 

2 

194 

8  y  18 

194 

«4   . 

194 

14 

197 

30 

238 

28 

305 

8 

310 

13 

310 

13 

312 

11 

343 

18 

3S4 

24 

363 

28 

368 

17 

377 

21 

3*S 

26 

385 

27 

387 

15 

404 

15 

411 

7 

1 


DICE 


LÉASE 


alfonso 

Alfonso 

1IOI 

1 102 

Vidal 

Vital 

captivatisnem 

captivationem 

en 

en. 

muchas 

mutuas 

Multus 

Multos 

intermerunt 

interruerunt 

at 

ad 

en 

en. 

tenía 

tenían 

almorávides 

almohades 

rey 

reino 

esa 

una 

llamarse 

en  llamarse 

abra 

alza 

Aliara 

Alfaro 

Págints. 

linea*. 

420 

25 

424 

3 

449 

21 

4S4 

35 

4S5 

24 

458 

10 

460 

28 

460 

59 

463 

26 

46  s 

17 

48Ó 

2 

525 

25 

527 

4 

545 

22 

547 

17 

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22 

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DICE 


LÉASE 


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1 102 

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Vital 

captivatisnem 

captivationem 

en 

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Multus 

Mu!  tos 

intermerunt 

interruerunt 

at 

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tenía 

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/ 

almorávides 

almohades 

rey 

reino 

esa 

una 

llamarse 

en  llamarse 

abra 

alza 

Aliara 

Alfaro 

Páginas. 

Líneas. 

420 

25 

424 

3 

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21 

454 

35 

455 

24 

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10 

460 

28 

460 

29 

463 

26 

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17 

486 

2 

525 

25 

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