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Full text of "Valladolid, Palencia y Zamora;"

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Talladolid 
Falencia  y  Zamora 


^fú 


MiiiTOS  í  AEIES-SÜ  NlTÜMLm  E  ilSmiA 

Valladolid 

:©ALENCIA  Y  JZaMORA 

t>.  gosé  Ü)."  Quaírrabo 

Fotograbados  de  Meíseneach  y  Gómez  Polo — Hkliografías  de  Thomás 
Cromos  de  Xumetra  —  Dibujos  de  Pascó,  Pasbos,  Xumetra 

RlQUERO    Y     DcÉGUEZ 


BARCELON.A 

ESTABLECIHIEBTO  TIPOGRÁFICO  -  EDITORIAL  DE  DANIEL  CORTEZO  Y  O 
Calle  de  Ausias-March  ,  Nüheros  q;   v  97 


iflí^íífWl^ieííte» V. 


'^^^^p^^' 


SL  bajar  de  las  sierras  asturianas  los  sucesores  de  Pelayo, 
no  pararon  en  su  primer  ímpetu  hasta  los  montes  de  Avila 
y  Extremadura,  invadiendo  una  y  otra  vez  el  dilatado  territorio 
que  surcan  el  Duero  y  sus  copiosos  tributarios.  Aquellas  vastas 
y  fértiles  regiones,  no  divididas  entre  sí  por  valla  alguna  consi- 
derable, no  pobladas  ni  definitivamente  poseídas  sino  al  cabo  de 
algunos  siglos,  formaron  el  ensanche  natura!  del  reino  de  León 
paralelamente  con  el  del  condado  de  Castilla.  Hoy  reparten  en- 
tre sí  el  expresado  suelo  cuatro  grandes  provincias :  Falencia, 
Zamora,  Valladolid  y  Salamanca. 


VI  INTRODUCCIÓN 


Habitábanlo  en  las  edades  más  remotas  los  vacceos  y  los 
vetones  en  zonas  estrechas  y  prolongadas  de  norte  á  mediodía; 
los  primeros  al  oriente,  desde  las  fuentes  del  Carrión  y  del  Pi- 
suerga  hasta  los  montes  de  Guadarrama;  los  segundos  del 
Duero  al  Tajo,  abarcando  una  porción  de  Extremadura.  A  la 
vida  nómada  de  los  pueblos  pastores  reunían  los  vacceos  la  la- 
boriosidad de  los  agrícolas,  distribuyéndose  anualmente  las  tie- 
rras que  habían  de  cultivar  y  el  producto  de  las  cosechas,  y 
castigando  con  pena  de  muerte  tedia  oGiikación  ó  atentado  con- 
tra la  común  propiedad  (i):  los  cereales,  principal  riqueza  de 
sus  feraces  llanuras,  metíanlos  durante  las  guerras  en  hondos 
graneros,  donde  se  conservaba  el  trigo  cincuenta  años  y  cienjto 
el  mijo.  Más  tarde  se  reunieron  en  poblaciones,  y  Plinio  les 
atribuye  diez  y  ocho,  Tolomeo  nombra  veinte,  y  menciona  algu- 
nas más  el  itinerario  de  Antonino  (2).  Independientes  y  aguerri- 
dos, levantaron  en  unión  con  los  ólcades  y  carpetanos  un  ejército 
de  cien  mil  hombres  contra  Aníbal  (3),  y  defendieron  brava- 
mente de  la  avidez  y  soberbia  de  los  cónsules  romanos  sus  bie- 
nes y  su  libertad.  El  pretor  Lucio  Postumio  Albino  fué  el  primero 
que  en  el  año  1 79  antes  de  Cristo  invadió  y  saqueó  sus  comar- 
cas, matando  á  treinta  y  cinco  mil  de  los  habitantes  (4) :  siguióle 
treinta  años  después  el  avariento  Licínio  Lúculo,  cuyas  hazañas 


(i>  ínter  Jinilimas  illas  gentes^  dice  Diodoro  Sicu\o,  cu liissima  est  Vaccceorum 
naiio.  Hi  enim  divisos  quoiannis  agros  colunt,  et  communicatis  inter  se  frugibus, 
suam  cuique  Partem  atlribuunl:  rusticis  aliquid  interverteutibus,  suppiicium  capitis 
muleta  est.  Silio  Itálico  apellida  late  vagantes  á  los  vacceos. 

(a)  Las  que  nombra  Tolomeo,  y  cuya  difícil  reducción  no  emprenderemos  en 
este  lugar,  son:  Bargiacis,  Intercacia,  Víminacium,  Porta  Augusta,  Ántraca,  Meo- 
riga.  Avia,  Sepontia  Parámica,  Gella,  Albocella,  Rauda,  Segísama  Julia,  Palancia, 
Eldana,  Cougium,  Cauca,  Octodurum,  Pintia,  Sentica  y  Sarabris.  En  el  camino  de 
Mérida  á  Zaragoza  menciona  Antonino  en  dicha  región  á  Sibaria,  Ocello  Duri,  Al- 
bucella,  Amallóbrica,  Septimanca  y  Nivaria;  y  en  el  de  Astorga  á  Zaragoza  á  Bri- 
gecio,  Intercacia,  Tela,  Pincia  y  Rauda.  Plinio  cita  álntercacia,  Palancia,  Lacóbriga 
y  Cauca;  Estrabón  á  Segisama,  Intercacia  y  Aconcia  bañada  por  el  Duero. 

(3)  Carpetanorum  cum  appendicibus  Olcadum  Vaccceorumque  centum  millia 
fuere^  invicta  acies  si  cpquo  dimicaretur  campo.  (T.  Livio.) 

(4)  Eadem  cestate  et  L.  Posthumium  in  Hispania  ulteriore  bis  cum  Vaccceis  egre- 
gie  pugnasse  scribunt,  ad  triginta  et  quinqué  millia  hostium  occidisse  et  castra  op- 
pugnasse.  (T.  Livio,  Dec.  IV,  lib.  X.) 


Campesino  de  Valladolid 


INTRODUCCIÓN  Vil 


se  redujeron  á  la  pérñda  matanza  que  sin  respeto  á  los  pactos 
hizo  en  los  moradores  de  Cauca,  al  infructuoso  sitio  de  Interca- 
cia,  y  á  la  retirada  vergonzosa  que  hubo  de  emprender  perse- 
guido hasta  el  Duero  por  los  de  Falencia ;  pero  más  desastrosa 
fué  todavía  catorce  años  adelante  la  de  Emilio  Lépido,  á  quien 
mataron  seis  mil  soldados  los  palentinos  dignos  aliados  de  Nu- 
mancia.  Necesitóse  el  esfuerzo  del  vencedor  de  ésta,  Escipión 
Emiliano,  para  domar  á  los  vacceos,  que  cercados  prefirieron  la 
muerte  á  la  servidumbre  (i).  Los  vetones,  no  menos  belicosos, 
al  mando  de  su  jefe  Hilermo  auxiliaron  á  Toledo  sitiada  por 
Fulvio  Nobilior,  y  figuraron  en  las  guerras  púnicas  y  en  las  de 
los  pompeyanos  contra  César,  formando  en  el  ejército  romano, 
después  de  sometidos,  cohortes  y  escuadrones  ó  alas  de  caballe- 
ría, pues  sobresalían  en  ligereza  sus  jinetes  como  sus  yeguas  en 
fecundidad  (2).  Inaccesibles  al  ocio  y  á  toda  idea  de  diversión  ó 
paseo,  no  comprendían  medio  entre  el  descanso  de  las  tiendas  y 
la  fatiga  de  los  combates  (3). 

Á  la  caída  del  imperio  romano,  destituido  aquel  país  de  po- 
der que  le  amparara,  quedó  abandonado  á  las  incursiones  de  los 
suevos  y  á  los  estragos  aún  más  asoladores  de  los  godos,  á  cuyo 
dominio  no  pasó  completamente  sino  reinando  Leovigildo.  La 
monarquía  goda  dejó  en  él  vestigios  y  recuerdos  no  escasos:  en 
San  Román  de  Hornisga  escogió  Chindasvinto  sepultura  para 
sí  y  para  su  esposa ;  en  Baños  junto  á  Falencia  edificó  Reces- 
vinto  una  iglesia  á  San  Juan  Bautista;  en  Gérticos  acabó  sus 
días  este  rey,  y  allí  mismo  se  cree  fué  elegido  Vamba  en  el 
lugar  que  lleva  su  nombre.  Campos  Góticos  se  denominaron  por 


(i)  Vaccoei  obsessi,  liheris  ei  Conjugibus  trucidatis,  tf>st  se  interemeruni.  ^T.  Li- 
vio,  epítome  lib.  LVIl.) 

(2)  Leves  intitula  Lucano  á  los  vetones.  Silio  Itálico  aplica  á  sus  yeguas  la  cé- 
lebre fábula  de  que  concebían  simplemente  del  viento. 

(3)  Refiere  Estrabón  que  al  principio  tuvieron  por  locos  á  unos  centuriones 
romanos  á  quienes  veían  pasearse  delante  de  su  campamento:  putabant  enim  aut 
in  tabernáculo  quiete  sedendum  aut  puf^nandum  esse. 


Vin  INTRODUCCIÓN 


largo  tiempo  las  vastas  llanuras  actualmente  conocidas  por  tie- 
rra de  Campos. 

Pronto  cesó  de  pesar  sobre  ellas  el  yugo  sarraceno,  pero 
tarde  reflorecieron  la  paz  y  la  seguridad  en  el  emancipado  terri- 
torio. Desde  que  lo  atravesaron  por  primera  vez  los  victoriosos 
pendones  de  Alfonso  I,  hasta  que  se  cubrió  de  ciudades,  villas  y 
lugares,  transcurrieron  no  menos  de  tires  siglos,  durante  los  cua- 
les  apenas  fué  otra  cosa  que  un  yermó,  y  dilatado  palenque 

abierto  á  las  encarnizadas  luchas  de  los  opresores  y  de  los  liber-. 

•  

tadores  de  España.  Aunque  Alfonso  III  fijase  en  el  Duero  la 
frontera  estableciendo  en  Zamora  su  cuartel  general,  aunque 
victorioso  en  Simancas  Ramiro  II  emprendiese  la  colonización  de 
las  riberas  del  Tormes  y  del  Adaja,  á  menudo  las  algaras  infle* 
les  en  la  creciente  de  sus  avenidas  borraban  los  límites  trazados 
por  la  espada  de  nuestros  reyes,  y  barrían  los  prematuros  ensa- 
yos de  la  cristiana  restauración.  Hasta  mediados  del  siglo  xi  no 
se  dio  pues  por  aflanzada  su  posesión  y  por  consumada  su  con- 
quista. En  1035  fué  repoblada  Falencia,  en  1 102  Salamanca,  y 
por  el  mismo  tiempo  Zamora  que  no  habia  podido  sostenerse 
tan  aislada;  Ciudad  Rodrigo  lo  fué  después  hacia  1 170. 

Cuando  se  levantaron  de  entre  sus  ruinas  ó  tuvieron  princi- 
pio estas  poblaciones,  reinaba  ya  en  todo  su  esplendor  el  arte 
bizantino.  Él  dotó  de  catedrales  para  su  tiempo  suntuosas  á  Za- 
mora, Salamanca  y  Ciudad  Rodrigo,  á  V^lladólid  y  Toro  de 
ricas  colegiatas,  de  preciosos  templos  á  Dueñas^  Carrión,  Agui- 
lar  de  Campóo  y  Benay^nte ;  él  sembró  de  parroquias  innume- 
rables las  ciudades  y  las  villas,  de  ermitas  y  de  castillos  los 
cerros,  de  monasterios  y  prioratos  los  páramos  y  las  márgenes 
de  los  ríos.  Sea  por  la  grandeza  y  hermosura  que  supo  dar  á 
sus  construcciones,  bastante  para  prevenir  el  de$eo  ó  la  necesi- 
dad de  renovarlas,  sea  por  el  dichoso  estacionamiento  del  país, 
lo  cierto  es  que  en  ningún  otro  quizá  se  han  conservado  tan  en- 
teras y  en  tanto  número,  y  que  su  tipo  venerable,  tan  raro  en 
otras  partes  y  allí  tan  familiar,  parece  vivir  con  lo  presente  en 


INTRODUCCIÓN  IX 


vez   de  permanecer  inmóvil  cual  monumento  de   lo  pasado. 

Á  pesar  de  su  tardía  aparición,  muy  en  breve  alcanzaron  las 
nuevas  colonias  la  plenitud  de  su  desarrollo  y  el  colmo  de  su 
grandeza.  Irradió  sobre  toda  la  comarca  el  subitáneo  brillo  de 
Valladolid  honrada  tan  á  menudo  desde  el  siglo  xii  con  la  resi- 
dencia de  los  soberanos  de  Castilla,  y  llegó  á  ser  el  foco  vital  y 
el  corazón  de  la  monarquía  durante  períodos,  infelices  y  turbu- 
lentos unos,  ilustres  y  gloriosísimos  los  otros.  No  hay  villa  ape- 
nas en  aquellos  campos  que  no  haya  encerrado  por  algún  tiem- 
po la  corte  dentro  de  sus  tapias;  ni  hay  castillo  que  no  recuerde 
insignes  títulos  ó  solares,  prisiones  de  magnates  ó  príncipes,  si- 
tios, asaltos,  hazañas  y  catástrofes;  ni  hay  allí  nombre  que  no 
suene,  ni  lugar  que  no  se  describa,  en  las  crónicas  de  los  si- 
glos XIV  y  XV  y  en  las  historias  del  xvi.  Las  azarosas  menorías 
de  Femando  IV  y  Alfonso  XI,  el  brillante  é  inquieto  reinado  de 
Juan  U,  las  glorias  inmortales  de  los  Reyes  Católicos,  las  re- 
vueltas de  las  Comunidades,  la  tranquila  pujanza  del  Empera- 
dor, la  severa  majestad  de  Felipe  II,  la  decadente  pompa  del  Ter- 
cero, todo  lo  llenan  de  memorias  suyas,  y  se  adhieren  con  indi- 
soluble vínculo  al  suelo  donde  estamparon  más  particularmente 
sus  huellas. 

Y  no  fué  sólo  Valladolid  el  teatro  de  tan  larga  serie  de 
acontecimientos:  al  rededor  suyo  participan  de  su  fama  y  com- 
pletan sus  anales  Peñafíel,  Olmedo,  Medina  del  Campo,  Siman- 
cas, Tordesillas,  Villalar,  Medina  de  Rioseco,  conservando  más 
ó  menos  completo  el  traje  del  lucido  papel  que  desempeñaron. 
Falencia  sobre  el  Carrión,  Zamora  y  Toro  sobre  el  Duero,  si 
bien  no  tan  encumbradas  como  la  reina  del  Pisuerga,  tienen 
historia  y  existencia  propia,  antiguos  blasones,  notables  monu- 
mentos; pero  con  aquella  compite  en  rango  y  la  vence  en  mag- 
nificencia la  abatida  Salamanca,  que  si  la  una  fué  corte  del  reino, 
la  otra  lo  fué  de  las  ciencias  durante  más  largo  tiempo.  Iglesias, 
conventos,  colegios,  palacios,  forman  un  gran  museo  arquitec- 
tónico de  la  ciudad  del  Tormes,  cuyo  séquito  componen  girando 


INTRODUCCIÓN 


en  torno  de  ella  y  recibiendo  su  luz  Alba,  Ledesma,  Béjar  y 
Ciudad  Rodrigo. 

Adulta  y  poderosa  vamos  á  hallar  pues  la  monarquía,  que 
en  Oviedo  vimos  dentro  de  la  cuna,  y  creciente  y  joven  en 
León ;  pero  no  tal  como  después  se  ha  mostrado  desde  que  fijó 
en  Madrid  su  capital,  dotada  de  aquella  unidad  centralizadora 
que  absorbió  casi  en  el  estado  la  personalidad  de  las  provincias 
y  de  los  municipios.  Veremos  todavía  al  feudalismo ,  indócil  y 
osado  tal  vez  más  que  nunca,  dictar  á  menudo  la  ley  al  sobe- 
rano, y  hacerle  guerra  con  las  mercedes  de  él  obtenidas ;  vere- 
mos al  trono,  viajando  siempre  de  pueblo  en  pueblo,  llevar  una 
vida  ambigua  entre  la  de  campamento  y  la  de  corte,  y  carecer 
de  asiento  y  hasta  de  palacio  propio  en  los  días  de  su  mayor 
grandeza;  veremos  más  veces  en  guerras  intestinas  que  en  he- 
roicas campañas  contra  los  moros  agitarse  aquellos  campos  y 
cruzarse  unas  con  otras  las  lanzas  castellanas  ;  á  los  concejos, 
fieles  auxiliares  del  poder  real,  sucumbir  después  en  la  liga  for- 
mada contra  los  abusos  del  mismo ;  á  las  nobles  ciudades  de 
Castilla  sobrevivir  á  su  representación  y  á  sus  fueros ,  retenien- 
do su  peculiar  carácter  y  fisonomía  en  el  seno  de  la  general 
nivelación;  veremos  por  fin,  en  correspondencia  con  esta  dilata- 
da sucesión  histórica ,  desenvolverse  en  construcciones  magnífi- 
cas el  arte,  desde  los  primeros  ensayos  del  género  ojival  hasta 
la  mayor  pureza  y  suntuosidad  del  renacido  greco-romano. 


r 


»  •  i 


1 


¥  «o  que  ha  sido  Madrid  de  tres  siglos  á  esta  parte,  eso  fué 
^^^  Valladolid  durante  los  tres  anteriores:  una  villa  improvi- 
sada y  sin  historia,  objeto  de  la  predilección  gratuita  de  los  mo- 
narcas, preferida  á  las  antiguas  cortes  de  León  y  Burgos  y  á 
las  gloriosamente  conquistadas  de  Toledo  y  Sevilla  para  ñjar 


12  VALLADOLID 


SU  real  domicilio,  y  mantenida  con  todo  en  su  humilde  clase, 
corriendo  los  días  de  su  mayor  pujanza,  tal  vez  para  que  recor- 
dase, así  ella  como  las  ilustres  ciudades  postergadas,  que^  todo 
lo  debía  al  soberano  favor.  Sin  embargo  la  villa  del  Pisuerga 
pretende  tener  sobre  la  del  Manzanares  patentes  y  naturales 
ventajas;  un  suelo  más  fecundo,  un  río  más  caudaloso,  situación 
más  oportuna  para  constituirse  emporio  de  comercio  y  navega- 
ción por  medio  de  no  difíciles  canales.  Á  principios  del  siglo  xvii 
logró  todavía  arrebatar  por  algunos  años  á  su  rival  y  sucesora 
la  dignidad  de  capital  de  la  monarquía;  y  aún  ahora,  importan- 
te por  su  categoría  civil,  judicial  y  universitaria,  extendida  su 
jurisdicción  militar  sobre  el  antiguo  reino  de  León  hasta  las 
costas  del  Océano,  y  elevada  últimamente  al  rango  de  metro- 
politana su  sede  episcopal  que  no  cuenta  tres  siglos  de  existen- 
cia, es  acaso  la  única  entre  las  ciudades  de  la  vieja  Castilla,  que 
en  vez  de  sentarse  sobre  las  ruinas  de  lo  pasado,  camina  á  su , 
engrandecimiento  con  la  mirada  fija  en  el  porvenir. 

En  su  formación  y  planta  ofrece  Valladolid  singular  analo- 
gía con  la  presente  .corte.  Como  ésta,  empezó  por  un  pequeño 
núcleo  á  orillas  del  río  que  al  occidente  corre,  y  al  rededor  del 
primitivo  alcázar  que  se  trocó  después  en  monasterio  de  San 
Benito;  como  ésta,  fué  creciendo  y  redondeándose  por  norte, 
levante  y  sur,  manifestando  en  la  irregularidad  de  sus  extremi- 
dades la  gradual  inclusión  de  los  arrabales  en  su  recinto ;  como 
ésta,  tiene  al  oriente  su  Prado  que  se  interna  en  la  población, 
si  bien  menos  prolongado  y  harto  más  inculto  que  el  madrileño. 
Lo  que  empero  la  distingue  son  los  dos  brazos  del  Esgueva, 
riachuelo  angosto  si  bien  á  veces  asolador  como  un  torrente, 
que  cruzan  del  este  al  oeste  casi  paralelamente  la  ciudad,  el 
uno  por  medio  de  ella  en  dirección  algo  oblicua,  el  otro  descri- 
biendo en  línea  curva  su  circuito  meridional,  y  ambos  desaguan 
por  separado  en  el  Pisuerga.  Variedad  en  las  perspectivas  y 
abundancia  de  contrastes,  magníficas  plazas  y  sombrías  plazue- 
las, simétricas  y  alineadas  calles  junto  á  viejas  y   tortuosas 


VAL  LA  D  O  L  I  D  I3 

manzanas,  brillantes  tiendas  y  ruinosas  tapias  de  conventos, 
focos  de  animación  y  movimiento  en  medio  de  yermos  y  silen- 
ciosos barrios,  monumentos  de  toda  clase  y  de  toda  época  des- 
collando sobre  caserío  ya  humilde  ya  ostentoso :  he  aquí  lo 
que  encierra  de  preferente  para  el  artista  la  corte  de  los  siglos 
medios  respecto  de  la  uniformidad  de  la  moderna  (i).  Es  ver- 
dad que  lo  mismo  que  á  Madrid,  sus  coronados  protectores  no 
le  dejaron  por  lo  general  grandiosos  edificios,  ni  se  vio  decora- 
da en  el  apogeo  mismo  de  su  gloria  con  obras  comparables  á 
las  que  ennoblecieron  á  León ,  Burgos,  Toledo,  Sevilla  y  Sala- 
manca; pero  lo  recibido  de  entonces,  en  g^an  parte  lo  ha  con- 
servado, cesando  al  par  de  la  necesidad  de  su  ensanche,  y  del 
fausto  y  exigencias  de  su  destino,  la  destructora  manía  de  la 
renovación. 

La  entrada  principal  que  presenta  Valladolid  al  mediodía, 
es  de  incomparable  magnificencia.  Al  asomar  por  la  puerta  del 
Carmen,  compuesta  de  tres  arcos  y  erigida  en  el  reinado  de 
Carlos  III  cuya  estatua  la  corona,  descúbrese  de  golpe  una  área 
triangular,  diez  y  seis  veces  más  extensa  que  la  plaza  Mayor 
de  Madrid  (2),  vuelta  por  la  base  á  la  circunferencia  y  por  el 
vértice  hacia  el  centro  de  la  población,  y  rodeada  toda  de  tem- 


fi]  Mengua  es  que  en  nuestros  ariisiicos  tiempos  se  desconozca  ó  se  olvide  lo 
que  medio  siglo  atrás,  bajo  el  imperio  de  la  regularidad  clásica,  no  se  ocultaba  al 
viajero  Bosarte,  quien  hablando  de  Valladolid  escribe :  «Los  que  pretenden  que 
todas  las  casas  de  un  pueblo  ó  de  cada  calle  se  tiren  á  cordel  y  sean  iguales  en 
altura,  que  las  plazas  sean  altas  y  cargadas  de  habitaciones  y  que  el  aspecto  sea 
muy  igual...  no  dudarán  con  tales  principios  despojar  crudamente  á  los  sentidos 
de  su  principal  deleite  que  es  la  variedad/ ni  tendrán  reparo  en  fastidiarlos  con 
una  pesada  monotonía,  ni  en  hacer  tolerar  el  ímpetu  de  los  vientos  encañonados 
por  calles  rectas,  ni  en  fastidiar  con  penosas  y  tristes  escaleras  á  los  que  usan  las 
habitaciones.  Los  vicios  de  la  planta  de  un  pueblo  no  están  en  que  sus  calles  sean 
diferentes  entre  sí,  ni  en  que  entre  unas  y  otras  casas  haya  desigualdad  de  altu- 
ras, ni  en  que  se  continúen  por  medio  de  tapias  de  jardines.» 

(3)  Ponz  la  consideró  sólo  tres  veces  más  grande;  pero  Bosarte  asegura  que 
de  su  medición  resultan  42  obradas  de  tierra  menos  80  estadales,  componién- 
dose cada  obrada  de  600  estadales  cuadrados,  y  cada  estadal  de  10  pies  por  lado. 
Consta  pues  el  Campo  Grande  de  2.5  1 2,000  pies,  mientras  que  el  área  de  la  plaza 
Mayor  de  Madrid  no  llega  á  145,000. 


14  VAI.  LADOLID 

píos  y  públicos  edificios.  Doce  conventos,  además  del  grande 
hospital  de  la  Resurrección,  los  unos  abandonados  ó  converti- 
dos en  diversos  usos,  habitados  los  otros  por  religiosas,  cierran 
en  dilatada  línea  este  ámbito  inmenso,  descollando  entre  sus 
desiguales  fachadas  de  los  siglos  xvi  y  xvii  la  ostentosamente 
churrigueresca  de  San  Juan  de  Letrán :  los  Mercenarios  des- 
calzos que  lo  poseían,  los  Capuchinos,  los  Carmelitas  calzados, 
los  de  San  Juan  de  Dios,  los  Agustinos  recoletos,  todos  salie- 
ron á  la  vez  de  su  morada,  sino  los  misioneros  Filipinos;  pero 
en  la  suya  permanecen  con  la  iglesia  abierta  al  culto  las  fran- 
ciscanas de  Sancti  Spiritus  y  de  Jesús  María ,  las  dominicas  de 
la  Laura  y  de  Corpus  Cristi,  las  huérfanas  de  la  Misericordia*; 
y  solamente  á  la  de  Agustinas  recoletas  en  el  vecino  Campo  de 
la  Feria  se  ha  trasladado  la  parroquia  de  San  Ildefonso.  Cual- 
quier objeto  parece  allí  diminuto,  cualquiera  muchedumbre  es- 
casa, cualquier  adorno  ó  monumento  que  no  fuese  colosal  se 
perdería  en  el  seno  de  tal  espacio  (i);  tanto  que  apenas  logra 
llamar  la  atención  un  elegante  paseo  de  olmos  y  acacias,  largo 
de  mil  cuatrocientos  pies  y  con  una  fuente  á  su  extremo,  que 
ocupa  el  lado  oriental  de  la  esplanada  (2).  Campo  Grande  la 
llama  el  pueblo,  Campo  de  Marte  los  eruditos,  y  añaden  que 
en  otro  tiempo  se  apellidó  de  la  Verdad  cuando  servía  de  pa- 
lenque á  los  caballeros  para  mantener  su  derecho  con  la  espa- 
da: á  las  lides,  á  las  justas  y  festejos  sucedieron  más  lúgubres 
espectáculos,  y  más  de  una  vez  se  levantaron  los  patíbulos  y  se 
encendieron  allí  las  hogueras  á  fin  de  sofocar  en  España  los 
gérmenes  del  oculto  fuego  del  luteranismo. 

Atravesada  ésta  que  pudiéramos  calificar  de  ante-ciudad  y 


(i)  Hubo  en  medio  una  fuente,  «y  porque  levantaron,  dice  Ponz,  el  falso  testi- 
monio de  que  no  le  llegaba  el  agua,  la  quitaron  de  allí.» 

(2)  Desde  que  escribía  en  1861  estas  páginas,  se  han  realizado  en  aquella  in- 
mensa plaza  arreglos  y  construcciones  de  importancia,  que  si  bien  embellecen 
mucho  su  aspecto,  me  juzgo  dispensado  de  (letallar  en  una  obra  de  carácter  ar- 
tístico y  monumental.  Ha  desaparecido  por  desgracia,  si  mal  no  recuerdo,  el  arco 
de  ingreso  á  la  calle  de  Santiago  con  el  objeto  de  ensancharla. 


VALLADOLID  I5 

un  puentecillo  sobre  el  Esgueva,  introduce  á  la  población  un 
arco  titulado  de  Santiago  y  sustituido  á  la  antigua  puerta  del 
Campo^  obra  sencilla  y  majestuosa  de  principios  del  siglo  xvii 
que  se  atribuye  á  Francisco  de  Praves,  insigne  arquitecto.  Dos 
templos  sobresalen  en  la  primera  calle  que  se  enfíla,  fundados 
los  dos  á  últimos  del  xv,  pero  renovados  en  época  de  mal  gusto; 
el  uno  de  las  comendadoras  de  Santiago  metido  en  un  patío 
adentro,  el  otro  parroquial  bajo  la  advocación  del  mismo  após- 
tol, cuyo  ábside  y  cuadrada  torre  conservan  restos  venerables 
de  gótica  arquitectura.  Mejores  los  contenía  el  grandioso  convento 
de  San  Francisco,  situado  á  la  derecha  de  la  propia  calle  al 
desembocar  en  la  plaza  Mayor;  y  con  ellos  han  perecido  en  su 
fatal  demolición  recuerdos  históricos  de  más  valía  que  las  nuevas 
casas  construidas  en  su  solar  y  la  espaciosa  acera  ofrecida  á  los 
curiosos  y  paseantes. 

La  plaza  Mayor  de  Valladolid,  pues  la  anterior  se  deno- 
mina campo  más  bien  que  plaza,  reúne  las  condiciones  apeteci- 
bles en  obras  de  este  género:  planta  regular  cuadrilonga  de 
ciento  treinta  pies  de  anchura  por  ciento  noventa  de  longitud, 
uniformes  casas  con  tres  órdenes  de  balcones,  cómodo  pavimen- 
to, pórticos  sostenidos  por  magníficas  y  altas  columnas  de  una 
sola  pieza,  toda  la  hermosura  en  fin  que  puede  dar  una  perfecta 
simetría.  Ocupa  el  centro  del  lienzo  septentrional  la  casa  de 
Ayuntamiento,  presentando  seis  balcones  en  el  piso  bajo  y  diez 
y  siete  en  el  principal  divididos  solamente  por  pilastras  á  mane- 
ra de  galería;  deslácenla  empero  lo  aplastado  de  las  aberturas 
y  los  extravagantes  chapiteles  de  sus  dos  torres,  entre  los  cua- 
les se  eleva  no  con  mucha  mayor  gracia  el  moderno  cuerpo  del 
reloj  t:oronado  de  trofeos  militares.  Así  renacieron  de  las  ceni- 
zas del  espantoso  incendio  de  1561  la  plaza  y  el  edificio  muni- 
cipal bajo  la  dirección  de  Francisco  Salamanca,  por  cuya  traza 
se  reedificaron  también  los  contiguos  barrios  de  la  Platería, 
Especería  y  Rinconada  que  el  fuego  había  consumido  con  sus 
riquezas.  Del  trágico  fin  de  D.  Alvaro  de  Luna  señálase  como 


l6  VALLADOLID 


recuerdo  el  mascarón  de  bronce  colocado  en  un  ángulo  de  la 
plaza  (i);  mas  no  fué  en  esta  donde  murió  decapitado  el  con- 
destable, sino  en  la  vecina  del  Ochavo,  que  en  el  siglo  xv  se 
intitulaba  la  Mayor,  y  cuyo  ámbito  posteriormente  redujeron  las 
manzanas  al  rededor  construidas. 

Ahora  la  plazuela  del  Ochavo  es  simplemente  casi  una  en- 
crucijada, formada  por  la  intersección  de  varias  simétricas  calles, 
que  toma  el  nombre  de  la  octógona  figura  que  le  dan  sus  re- 
machadas esquinas.  Igual  uniformidad  en  el  caserío,  igual  pro- 
fusión y  grandeza  de  columnas  traídas  á  gran  costa  de  las 
lejanas  canteras  de  Villacastín,  reproducen  las  inmediatas  calles, 
residencia  del  comercio;  y  no  acaban  los  soportales  sino  en  la 
Platería,  que  desde  el  Ochavo  adelante  sigue  tirada  á  cordel  y 
decorada  de  pilastras  en  vez  de  columnas,  campeando  en  su 
fondo  la  bella  fachada  de  la  iglesia  de  la  Cruz,  atribuida  sin 
razón  bastante  á  Juan  de  Herrera.  Á  espaldas  de  la  casa  de 
Ayuntamiento,  en  la  plaza  de  la  Red  destinada  á  la  venta  de 
comestibles,  cimbréase  sobre  la  fuente  de  la  Rinconada  una 
graciosa  pirámide  frente  á  la  iglesia  de  Jesús  Nazareno,  y  cerca 
de  allí  adorna  la  fuente  Dorada  una  linda  estatua  de  Apolo. 

Si  en  vez  de  seguir  en  dirección  al  oeste  por  aquel  sitio  des- 
ahogado hasta  dar  vista  á  la  torre  de  San  Benito  y  salir  á  la 
margen  del  Pisuerga,  nos  internamos  por  la  ciudad  hacia  levan- 
te remontando  el  pequeño  cauce  del  Esgueva  que  corre  á  tre- 
chos subterráneo,  pronto  á  la  vuelta  de  algunas  calles  se  nos 
aparecerá  la  grandiosa  aunque  incompleta  mole  de  la  Catedral, 
privada  de  las  dos  torres  que  debían  flanquearla,  una  de  las 
cuales  no  llegó  á  concluirse  y  la  otra  se  vino  al  suelo  en  nues- 
tros días.  El  que  reconozca  como  tipo  único  de  perfección  la 


(i)  Conjetúrase  con  bastante  probabilidad  que  el  mascarón  fue  puesto  allí  por 
los  años  de  j 65 8,  en  que  el  supremo  consejo  de  Castilla  declaró  en  juicio  contra- 
dictorio la  inocencia  y  lealtad  de  D.  Alvaro  dos  siglos  después  de  su  muerte,  y 
que  la  argolla  que  en  la  boca  tiene  alude  á  la  falsedad  con  que  depusieron  contra 
él  los  testigos. 


VALLA  DO  LID  I7 


severa  y  grandiosa  arquitectura  de  Herrera,  se  extasiará  ante 
la  dórica  fachada,  si  bien  afeada  ya  en  su  segundo  cuerpo  con 
barrocas  añadiduras,  y  deplorará  entrando  en  el  templo  que  se 
haya  quedado  á  la  mitad  de  la  obra  aquel  todo  sin  igual  (i), 
trazado  para  descollar  sobre  todas  las  catedrales  como  el  Esco- 
rial* su  hermano  sobre  todos  los  monasterios;  pero  el  artista 
exento  de  exclusivismo,  sin  rehusar  su  admiración  á  la  sencilla 
majestad  de  lo  edificado,  reservará  una  lágrima  para  la  antigua 
colegiata  bizantina  que  se  creyó  necesario  demoler  al  erigir  la 
nueva  sede,  y  cuyas  interesantes  ruinas  se  alegrará  aún  de  po- 
der contemplar  al  través  de  los  principiados  arcos  y  pare- 
dones. 

Siguiendo  el  flanco  derecho  de  la  Catedral  decorado  de  pi- 
lastras y  ventanas  cuadradas  ó  circulares,  descúbrese  la  plaza 
de  Santa  María,  y  á  un  lado  de  ella  la  churrigueresca  fachada 
de  la  Universidad  con  estatuas  de  las  ciencias  que  allí  se  ense- 
ñan y  de  los  reyes  que  la  protegieron,  empezando  por  Alfon- 
so VIIJ.  Cambia  ya  en  sus  contornos  el  aspecto  de  la  ciudad: 
las  calles,  como  las  de  Francos,  Moros,  Rúa  oscura,  las  Parras 
y  Ruiz  Hernández,  conservan  los  nombres  que  en  los  siglos  xii 
y  xiii  recibieron;  muchas  de  las  casas  ofrecen,  si  no  la  forma  de 
entonces,  al  menos  el  delicado  estilo  plateresco,  combinado  en 
algunas  con  las  postreras  galas  del  gótico.  Los  puentecillos 
sobre  el  Esgueva  que  cruza  por  allí  descubierto  (2),  los  árboles 
que  sombrean  sus  orillas,  dan  á  aquel  barrio  un  no  sé  qué  de 
campestre  y  pintoresco ;  y  completan  la  variedad  del  cuadro  el 
bizantino  pórtico  y  el  gótico  ábside  y  crucero  de  la  parroquia  de 
la  Antigua. 

Fundada  á  fines  del  siglo  xi  por  el  conde  Pedro  Ansúrez  y 


(i)  Tal  proyectó  hacerlo  su  artífice,  desterrando  para  siempre  de  España,  se- 
gún expresión  suya,  la  barbarie  y  soberbia  ostentación  de  los  antiguos  edificios, 
es  decir,  de  los  góticos. 

(2)  Posteriormente  se  ha  cubierto  el  cauce  del  arroyo,  perdiendo  el  sitio  en 
variedad  é  interés  lo  que  ha  ganado  en  higiene  y  policía. 


\ 


l8  VALLADOLID 

ampliada  en  el  xiv  por  Alfonso  XI,  levanta  esta  venerable  igle- 
sia al  otro  lado  de  la  Catedral,  como  para  humillarla,  su  torré 
monumental  de  cuatro  cuerpos,  que  lleva  el  peso  de  más  de 
siete  centurias,  coronada  por  una  aguja  de  pintados  ladrillos. 
A  su  sombra  parecen  agruparse  los  solares  más  ilustres:  frente 
á  la  graciosa  portada  corintia  del  santuario  de  las  Angustias, 
da  entrada  al  palacio  del  almirante  D.  Fadrique  Enríquez,  hon- 
ra y  prez  de  Valladolid  en  el  siglo  xvi,  un  arco  semicircular  en- 
cima del  cual  se  abría  un  lindo  ajimez  encuadrado  dentro  de  la 
moldura ;  muéstrase  convertida  en  hospital  la  antigua  mansión 
del  conde  Ansúrez,  embellecida  con  gótico  portal  y  artesonado 
posteriores  á  su  época;  la  del  marqués  de  Villasante  luce  sus 
labores  platerescas  en  la  calle  del  Rosario,  pequeña  iglesia  que 
tiene  de  gótico  la  entrada  y  parte  del  interior ;  y  en  la  casa  del 
marqués  de  Revilla,  esquina  á  la  calle  de  la  Ceniza,  llaman  la 
atención  una  rica  techumbre  sobre  la  escalera  y  una  galería 
formada  de  caprichosos  arabescos.  En  medio  de  estos  nobles 
albergues  descuella  la  bizantina  torre  de  San  Martín,  coetánea 
casi  y  semejante  á  la  de  la  Antigua,  menos  en  el  cónico  remate 
que  se  le  quitó;  pero  su  iglesia  parroquial  en  1621  fué  renova- 
da toda  al  estilo  dórico  por  Francisco  de  Praves. 

¿Quién  al  entrar  en  Valladolid  no  pregunta  por  San  Pablo, 
prodigio  del  arte  gótico  y  depositario  de  insignes  recuerdos 
desde  la  menoría  de  Juan  II  hasta  el  retiro  del  duque  cardenal 
de  Lerma  su  restaurador?  Vedle  allí  al  célebre  templo  de  do- 
minicos al  extremo  de  la  Corredera  de  su  nombre,  ostentando 
en  la  riquísima  portada  más  profusión  de  labores  y  esculturas 
que  pureza  y  elegancia  de  líneas,  y  encerrando  en  la  grandiosa 
y  desmantelada  nave  la  majestad  de  una  basílica.  Cansados  los 
ojos  de  ver  y  de  admirar  tropiezan  á  la  vuelta  del  edificio  con 
la  portada  del  inmediato  colegio  de  San  Gregorio,  no  menos 
labrada  y  minuciosa  que  la  de  San  Pablo,  y  erigida  como  ésta 
por  la  generosidad  de  fray  Alonso  de  Burgos,  obispo  de  Falen- 
cia: patios,  galerías,  portales,  ventanas,  artesonados,  todo  se 


V  A  L  L  A  D  o  L  I    D  IQ 


halla  revestido  de  la  pomposa  ornamentación  que  se  acostum- 
braba á  últimos  del  siglo  xv;  y  si  aún  ahora  sorprende  tal  cú- 
mulo de  bellezas,  ¡cuál  sería  su  completo  efecto,  antes  que 
arrebataran  los  franceses  el  primoroso  sepulcro  del  fundador, 
antes  que  fuera  demolido  para  presidio-modelo  el  claustro  mag- 
nífico de  San  Pablo,  antes  que  para  instalar  en  el  colegio  las 
oficinas  del  gobierno  civil  se  mutilaran  ó  destruyeran  sus  estan- 
cias y  sus  muros  exteriores! 

Á  estos  monumentos  acompañan  dignamente  las  casas  cir- 
cunvecinas. Frente  á  San  Pablo  presenta  el  real  palacio  de  Fe- 
lipe III,  comprado  al  duque  de  Lerma,  su  grave  frontis  guarne- 
cido de  dos  torres  y  coronado  por  una  serie  de  arcos  de  medio 
punto,  como  casi  todos  los  del  siglo  xvi,  y  su  patio  rodeado  de 
galería  alta  y  baja  con  relieves  y  medallones  platerescos.  Aque- 
lla linda  ventana  de  abalaustradas  columnas,  abierta  en  el  án- 
gulo mismo  de  la  casa  del  conde  de  Ribadavia  (i),  esquina  á  la 
Corredera,  recuerda  el  nacimiento  y  solemne  bautizo  de  Felipe  II, 
que  salió  para  la  augusta  ceremonia  por  un  pasadizo  levantado 
desde  una  reja  del  piso  bajo  hasta  la  vecina  iglesia  de  domini- 
cos. Delante  de  San  Gregorio  otra  casa  del  duque  del  Infantado 
despliega  al  rededor  del  patio  dos  elegantes  arquerías  de  orden 
jónico  con  bellas  y  finísimas  labores  en  el  friso  superior ;  y  en  el 
fondo  de  la  ancha  calle  muestra  su  gallarda  arquitectura  la  de- 
nominada del  Sol^  construida  á  principios  del  xvii  por  el  sabio 
conde  de  Gondomar,  Diego  Sarmiento  de  Acuña,  quien  reedificó, 
al  propio  tiempo,  la  contigua  parroquia  de  San  Benito  el  Viejo, 
esculpiendo  á  espaldas  de  ella  un  grande  escudo  imperial.  La 
parroquia,  actualmente  suprimida,  da  vista  á  una  plazuela,  desde 
la  cual  tirando  siempre  hacia  nordeste  se  divisa  otra  desierta 
plaza;  allí  se  isienta  melancólica  la  iglesia  de  Santa  Clara,  mani- 
festando exteriormente  sus  dos  épocas,  de  fundación  en  el  si- 
glo XIII  y  de  ampliación  en  el  xvi.  Hacía  1619  avanzó  desde 


(i)    Hoy  del  marqués  de  Camarasa. 


20  VALLADOLID 


San  Benito  hasta  más  allá  del  convento  la  puerta  septentrional 
que  lleva  hoy  su  nombre,  para  incluir  en  el  recinto  de  la  ciudad 
aquel  arrabal  formado  como  una  excrecencia  sobre  el  camino  de 
Burgos ;  y  entonces  también  quedó  dentro  de  la  cerca  el  extenso 
Prado,  que  todavía  permanece  al  cabo  de  más  de  dos  siglos  va- 
cío y  yermo  en  medio  de  la  población. 

Causa  novedad  verse  trasladado  de  pronto  desde  las  angos- 
tas calles  á  aquel  anchuroso  espacio,  que  hacen  medroso  las 
sombras  y  el  silencio  de  la  noche,  é  insalubre  la  humedad  exce- 
siva, por  atravesarlo  en  toda  su  longitud  el  cauce  del  Esgueva. 
Destinado  á  pastos  y  á  cultivo,  parece  campo  más  bien  que 
paseo,  á  pesar  de  cruzarlo  diversas  calles  de  álamos  y  chopos, 
y  de  rodearlo  numerosos  templos  y  edificios  (i).  Al  occidente 
tiene  la  Chancillería,  hoy  Audiencia,  con  su  adjunta  cárcel,  vas- 
ta y  seria  construcción  del  siglo  xvi,  la  parroquia  dedicada  á 
San  Pedro  de  remota  creación  y  de  moderna  apariencia;  la 
iglesia  de  Descalzas  Reales  erigida  por  la  reina  Margarita  de 
Austria,  sin  contar  la  antiquísima  ermita  de  nuestra  Señora  de 
la   Peña   de   Francia  y  el    convento  de  monjas  de  la  Madre 
de  Dios,  que  años  há  desaparecieron  de  su  sitio :  al  mediodía 
del  Prado  están  la  parroquia  de  la  Magdalena  que  le  da  su 
nombre,  y  el  monasterio  de  las  Huelgas.  Reedificó  la  Magdale- 
na hacia  mediados  del  xvi  D.  Pedro  Gasea,  obispo  de  Palencia 
y  Sigüenza  y  pacificador  del  Perú,  y  sobre  los  dos  arcos  de  la 
portada  estampó  un  escudo  real  de  colosales  dimensiones,  y  en 
medio  de  la  esbelta  nave  de  crucería  dejó  su  sepulcro  y  su  efi- 
gie tendida,  cuya  primorosa  escultura  compite  con  la  del  bellí- 
simo retablo  mayor.  Las  Huelgas  ocupan  el  palacio  de  D.*  Ma- 
ría de  Molina,  y  en  el  centro  del  crucero  de  su  espaciosa  y 
renovada  iglesia  guardan  las  cenizas  de  la  magnánima  reina, 
sirviendo  de  lecho  la  urna  gótica  á  su  majestuosa  estatua  de 
alabastro. 


(i)    Hoy  está  convertido  el  Prado  en  frondoso  paseo,  y  merced  á  nuevas  plan- 
taciones ha  mejorado,  tanto  como  en  salubridad,  en  deleite  y  hermosura. 


VALLADOLID  21 


En  aquellos  barrios  excéntricos  y  destartalados,  crecidos  al 
extremo  oriental  de  la  población,  y  formados  al  parecer  por 
nuevo  y  allegadizo  vecindario,  habitaban  sin  embargo  á  veces  los 
antiguos  monarcas  de  Castilla  y  con  ellos  la  nobleza  de  su  cor- 
te. Junto  á  la  Magdalena  residía  Fernando  IV,  el  rey  Pedro 
en  las  contiguas  casas  del  abad  de  Santander  que  habían  per- 
tenecido á  los  Templarios.  Allí  poseían  desde  el  siglo  xii  estos 
caballeros,  cuyo .  nombre  retiene  una  calle,  la  iglesia  de  San 
Juan  erigida  luego  en  parroquia  y  conservada  hasta  nuestros 
días,  en  que  su  pila  bautismal  se  ha  trasladado  al  templo  de 
monjas  cistercienses  de  Belén,  obra  arreglada  de  principios 
del  XVII.  Á  sus  inmediaciones  también  una  reina  harto  liviana  de 
conducta,  Leonor  de  Portugal,  madre  política  de  Juan  I,  fundó 
el  grandioso  convento  de  Mercenarios  calzados,  hoy  destinado 
en  parte  á  cuartel  y  en  parte  demolido,  sin  que  de  la  portada 
de  su  templo  y  de  su  claustro  construidos  según  el  estilo  de  He- 
rrera permanezcan  ya  vestigios.  A  las  antiguas  puertas  de  San 
Juan  y  de  Santistevan  ha  sustituido  por  aquel  lado  la  de  Tudela, 
adornada  por  fuera  de  arbolado  hasta  la  fuente  de  la  Salud. 

Pero  el  ornamento  principal  del  distrito  lo  constituye  el  co- 
legio de  Santa  Cruz ,  fábrica  admirable  que  reúne  toda  la  regu- 
laridad y  pulimento  de  las  modernas,  con  la  riqueza  y  majestad 
y  exquisita  labor  de  las  antiguas.  Aunque  fundado  por  el  car- 
denal Mendoza  en  tiempo  de  los  Reyes  Católicos,  predomina 
en  su  traza  el  anticipado  gusto  del  renacimiento,  y  á  los  detalles 
góticos  exceden  los  platerescos ,  combinados  unos  y  otros  con 
la  más  cabal  armonía.  Su  fachada  magníñca  y  bella,  á  pesar  de 
los  balcones  recientemente  sustituidos  á  las  ojivales  ventanas, 
invita  á  cruzar  la  herbosa  plaza  delantera,  y  á  penetrar  en  el 
patio  que  circuyen  tres  graciosos  órdenes  de  galerías  cerradas 
de  cristales,  donde  se  custodian  *las  riquezas  artísticas  salvadas 
del  naufragio  de  los  conventos.  Una  vez  caducado  el  primitivo 
objeto  del  edificio,  difícilmente  podía  dársele  otro  más  digno 
que  el  de  museo  y  biblioteca. 


22  VALLADOLID 


Tomando  una  larga  calle  hacia  mediodía,  encuéntrase  á  los 
pocos  pasos  la  parroquia  de  San  Esteban,  que  abandonada  su 
antigua  iglesia,  se  instaló  en  la  de  San  Ambrosio  perteneciente 
á  los  jesuítas,  unida  á  un  gran  colegio  de  estudios,  sólo  notable 
por  su  churrigueresca  portada.  Restos  son  del  primitivo  templo 
las  ménsulas  y  los  arcos  tapiados  que  en  la  opuesta  acera  se 
denotan  y  los  que  existen  todavía  juntamente  con  lápidas  no 
muy  añejas  dentro  del  corral  de  la  casa  apellidada  de  los  Duen- 
des. La  del  Cordón  frente  á  San  Ambrosio,  de  palacio  que  an- 
tes era,  donde  se  cree  fué  hospedado  San  Francisco,  donde 
vivió  D.  Alvaro  de  Luna,  y  murió  de  una  caída  en  1461  el 
obispo  de  Falencia  D.  Fedro  de  Castilla,  ha  venido  á  parar  en 
hospital  de  orates  ó  inocenteSy  quedando  solamente  para  dar 
margen  á  romancescas  tradiciones,  unos  enormes  cerrojos  col- 
gados de  la  pared  y  un  farol  pendiente  de  una  mano  misteriosa. 
A  otro  hospital  contiguo  daba  renombre  el  humorístico  epitafio 
de  Fedro  Miago  su  fundador,  que  escrito  según  el  lenguaje 
hacia  fines  del  siglo  xv,  es  un  resumen  de  cristiana  filosofía  (i). 

Al  occidente  de  San  Esteban  y  más  al  centro  de  la  ciudad 
cae  la  parroquia  del  Salvador,  notable  exteriormente  por  su 
plateresca  fachada  de  tres  cuerpos  y  por  su  ligera  y  elevada 
torre  de  otros  tantos,  é  interiormente  por  algunas  capillas  de 
la  gótica  decadencia.  Abundan  dentro  de  su  feligresía,  no  me- 
nos que  las  iglesias,  las  casas  históricas  y  monumentales.  En 
una  de  las  más  próximas  al  templo  hay  cierta  ventana,  decora- 
da sencillamente  con  pilastras  y  frontón  triangular,  pero  de  tan 


C  i)  Si  este  Pedro  Miago,  cuyo  apellido  toma  Antolínez  de  Burgos  por  corrup- 
ción de  Aniago,  de  donde  dice  era  señor,  fué,  según  afirma  la  tradición,  mayordo- 
mo del  conde  Pedro  Ansúrez,  debemos  suponer  el  epitafio  tres  ó  cuatro  siglos 
posterior  á  su  fallecimiento.  Decía  así  la  lápida  puesta  en  el  portal  con  figura  de 
medio  relieve: 

Aquí  yace  Pedro  Miago 
Que  de  lo  mió  me  fago. 
Lo  que  comí  y  bebí  perdí, 
Lo  que  acá  dejé  no  lo  sé, 
Y  el  bien  que  fice  fallé. 


VALLADOLID  23 

perfectas  proporciones  que  merece  ser  propuesta  por  modelo 
de  clásica  arquitectura.  La  que  hoy  ocupa  la  academia  de  no- 
bles artes  en  la  calle  del  Obispo,  antiguamente  de  Pedro  Ba- 
rrueco, junto  á  la  destruida  iglesia  de  Clérigos  Menores,  alber- 
gaba en  el  siglo  xvi  al  formidable  tribunal  de  la  Inquisición 
hasta  que  se  trasladó  más  adelante  á  las  inmediaciones  de  San 
Pedro.  En  la  calle  de  Teresa  Gil  vivía,  al  empezar  el  xiv,  la 
ilustre  dama  de  este  nombre,  infanta  de  Portugal  y  rica  hembra 
de  Castilla;  allí  nació  Enrique  IV  en  la  casa  de  Diego  Sánchez, 
á  la  cual  pertenece  acaso  el  grande  arco  gótico  tapiado  cerca 
de  Portaceli;  allí  en  la  casa  de  las  Aldabas  vio  brillar  sus  prós- 
peros días  el  desgraciado  D.  Rodrigo  Calderón,  cuyo  decapita- 
do cuerpo  y  expresivo  bulto  de  mármol,  con  los  demás  de  su 
familia^  conserva  la  contigua  iglesia  de  religiosas  dominicas  de 
Portaceli  construida  por  él  á  toda  costa.  Distínguense  además 
en  dicha  calle  la  iglesia  de  San  Felipe  Neri  flanqueada  por  dos 
torres,  la  de  Premonstratenses  con  su  fachada  convexa  de  ladrillo, 
y  al  extremo  de  la  misma  en  el  Campillo  la  de  monjas  también 
dominicas  de  San  Felipe  de  la  Penitencia,  concluida  en  1618. 

El  aumento  más  reciente  que  recibió  Valladolid  fué  sin  duda 
por  el  lado  del  sur,  extendiéndose  primero  hasta  el  brazo  infe- 
rior del  Esgueva,  y  avanzando  luego  mucho  más  allá  al  oriente 
del  Campo  Grande.  Aquellos  barrios,  no  incorporados  en  el 
recinto  de  la  ciudad  sino  de  dos  centurias  á  esta  parte,  revelan 
todavía  su  plebeyo  origen  de  arrabal ;  y  sus  mismas  parroquias 
llevan  el  sello  de  su  moderna  fundación.  En  el  siglo  xv  era  San 
Andrés  una  ermita  fuera  de  los  muros,  junto  á  la  cual  se  daba 
sepultura  á  los  ajusticiados ;  desde  entonces  ha  ganado  más  en 
magnitud  que  en  interés  artístico,  no  conteniendo  otra  cosa  re- 
comendable sino  la  capilla  de  los  Maldonados.  San  Ildefonso  data 
como  parroquia  de  los  últimos  años  del  xvi.  y  ha  buscado  ya 
nuevo  local  en  la  iglesia  de  Agustinas  recoletas.  Más  antigüe* 
dad  presenta  San  Antón,  aunque  simple  oratorio,  en  su  fábrica 
de  sillería  y  en  su  elegante  nave  gótica  cortada  por  un  crucero. 


24  VALLADOLID 

Falta  recorrer  todavía  la  zona  occidental  de  la  ciudad,  que 
baña  en  toda  su  longitud  el  Pisuerga,  y  cuyas  torres  y  cúpulas 
van  desñlando  al  través  de  la  densa  arboleda  alineada  sobre  la 
izquierda  margen  del  río.  De  esta  perspectiva  disfruta  San  Lo- 
renzo, reedificada  y  hecha  parroquia  hacia  1468,  pareciendo 
mejor  con  la  amenidad  del  sitio  la  crestería  que  corona  su  ca- 
pilla mayor  y  su  nave,  bien  distante  de  corresponder  por  dentro 
á  su  gótica  gentileza.  En  las  vecinas  calles  colocadas  al  oeste 
de  la  plaza  Mayor,  aparece  el  teatro  sucesor  del  famoso  corral 
de  comedias  donde  tan  insignes  obras  se  estrenaron  en  los  si- 
glos XVI  y  xvii;  la  iglesia  de  la  Pasión,  en  su  fachada  y  en  su 
interior  locamente  churrigueresca ;  la  de  Trinitarios  calzados, 
cuyas  tres  naves  y  góticas  capillas  devoró  en  1 809  un  incendio; 
y  la  de  Bernardas  recoletas  tituladas  de  Santa  Ana,  elegante 
rotonda  con  simétricos  altares,  construida  no  há  un  siglo  toda- 
vía por  traza  de  Sabatini. 

Sobre  todas  empero  descuella  más  adelante  San  Benito, 
vasto  alcázar  real  cedido  á  los  monjes  por  Juan  I,  serio  y  mag- 
nífico templo  de  tres  naves  edificado  á  últimos  del  siglo  xv  por 
Juan  de  Arandia  y  decorado  con  primoroso  retablo  y  sillería 
por  Berruguete ;  claustro  digno  de  Herrera  por  su  severa  ele- 
gancia si  bien  debido  á  artífice  menos  famoso,  fachada  de  ex- 
traño é  indefinible  carácter,  que  se  eleva  encima  del  pórtico  á 
manera  de  pabellón  formado  por  grandes  arcos  sobrepuestos  y 
flanqueado  por  octógonos  torreones.  No  es  poca  fortuna  poder 
hoy  reconocer  al  través  de  su  actual  destino  militar  el  conjunto 
y  las  partes  principales  del  monástico  edificio,  á  cuya  imponente 
masa  se  agrupa  por  el  lado  del  río  San  Agustín ,  presentando 
hacia  el  paseo  su  robusto  ábside  de  sillería  rodeado  de  contra- 
fuertes. Entera  si  bien  desmantelada  yace  la  majestuosa  iglesia 
de  agustinos  calzados,  arreglada  al  mejor  gusto  del  siglo  xvi  y 
precedida  de  una  portada  del  xvii;  pero  ha  caído  la  del  adjunto 
colegio  de  San  Gabriel,  y  su  ingreso  de  orden  corintio  embelle- 
ce ahora  el  campo  santo. 


VALLADOLID  25 

Internémonos  un  poco  por  aquel  distrito,  primer  recinto  de 
la  villa  en  el  siglo  xi,  y  sembrado  tal  vez  más  que  otro  alguno 
de  Valladolid  de  construcciones  religiosas.  Al  norte  de  San  Be- 
nito arrimábase  la  parroquia  de  San  Julián ;  y  allí  cerca,  al  ex- 
tremo de  la  calle  del  doctor  Cazalla,  á  la  cual  dio  nombre  la 
demolida  casa  del  dogmatizador  de  Lutero,  se  levantaba  en  su 
plazuela  la  de  San  Miguel  titulada  anteriormente  de  San  Pelayo, 
donde  se  custodiaba  el  archivo  municipal,  y  cuya  campana  toca- 
ba á  rebato  en  días  de  tumulto.  Reunidas  ambas  parroquias, 
pasaron  después  de  la  extinción  de  los  jesuítas  á  ocupar  la 
suntuosa  iglesia  de  San  Ignacio,  que  hoy  se  denomina  de  San 
Miguel,  enriquecida  en  su  retablo  mayor  con  preciosas  estatuas 
y  relieves,  y  con  reliquias  y  alhajas  copiosas  en  su  espléndida 
sacristía.  Al  revolver  de  cada  esquina  asoman  allí  celosías  de 
conventos  y  portadas  de  iglesias :  ya  sea  Santa  Isabel  de  monjas 
franciscanas,  construida  aún  al  estilo  gótico ;  ya  la  Concepción, 
de  la  misma  orden  religiosa  y  de  la  misma  arquitectura,  pero 
más  esbelta;  ya  Santa  Catalina  de  dominicas,  que  encierra  los 
sepulcros  y  marmóreas  estatuas  de  sus  bienhechores;  ya  las 
brígidas,  cuyo  exterior  retiene  aún  la  forma  de  opulenta  casa  y 
unos  medallones  representando  corridas,  luchas  y  espectáculos 
en  memoria  de  las  reales  fiestas  de  Felipe  III ;  ya  por  último  las 
bernardas  de  San  Quirce,  trasladadas  en  el  turbulento  reinado 
de  D.  Pedro  desde  la  opuesta  orilla  del  Pisuerga  á  la  plazuela 
solitaria  que  hoy  ocupan.  Había  además  un  convento  de  recole- 
tos franciscos  de  San  Diego  á  espaldas  del  real  palacio,  del  cual 
no  resta  sino  la  capilla  donde  se  desposó  Carlos  II  con  Mariana 
de  Neoburg,  un  antiguo  oratorio  de  San  Blas  (i),  y  otro  de 
Nuestra  Señora  del  Val  que  todavía  permanece.  Aunque  conver- 


(i)  Á  una  cofradía  allí  establecida  estaban  inscritos  los  Reyes  Católicos,  cuyos 
retratos,  sacados  del  natural  con  los  trajes  de  su  época  por  Antonio  del  Rincón, 
pintor  coetáneo,  honraban  el  reducido  oratorio.  Agregada  después  aquella  funda- 
ción á  la  de  San  Juan  de  Letrán  en  el  Campo  Grande,  vinieron  á  parar  estos  pre- 
ciosos cuadros  á  la  escalera  de  la  contigua  casa  de  los  capellanes,  donde  los  vio 
Bosarte  en  1802.  Ignoramos  su  actual  paradero. 

4 


20  VALLADOLID 

tidas  en  claustros  muchas  ilustres  moradas,  subsiste  una  frente 
á  San  Miguel  notable  por  su  atrevida  ventana  abierta  en  la  es- 
quina, y  en  la  plaza  de  Fabio  Neli  el  palacio  de  este  noble  ita- 
liano, decorado  con  dos  torres  severas  y  con  una  portada  corintia 
de  dos  cuerpos,  cuyo  orden  asimismo  siguen  las  columnas  de  su 
patio. 

En  el  ángulo  de  nordoeste  y  tocando  casi  al  puente  Mayor 
está  la  parroquia  de  San  Nicolás,  construida  de  piedra  en  su 
parte  inferior  y  de  ladrillo  en  lo  restante,  y  tan  antigua  en  lo 
primero  como  vieja  en  lo  segundo.  Emigrando  pues  de  su  ruino- 
so templo,  se  ha  mudado  al  vecino  de  Trinitarios  descalzos, 
compuesto  de  tres  modernas  naves  y  honrado  con  la  posesión 
del  cuerpo  del  bienaventurado  Miguel  de  los  Santos,  que  termi- 
nó allí  en  1625  su  breve  y  gloriosa  carrera.  Las  torres  y  prolon- 
gadas líneas  de  rejas  y  balcones  que  ostenta  en  la  misma  plaza 
el  Hospicio,  indican  que  no  ha  tenido  siempre  tan  modesto  ca- 
rácter; era  palacio  del  conde  de  Benavente,  y  junto  á  los  arcos 
de  este  nombre  que  dan  salida  al  paseo  avanzaba  otro  de  sus 
torreones,  demolido  poco  há  por  los  ingenieros,  cuyos  balcones 
pareados  y  de  abertura  semicircular  apoyaban  sobre  macizos 
conos  inversos.  Al  lado  de  San  Nicolás  un  laberinto  de  pequeñas 
manzanas  y  callejuelas  marca  aún  el  recinto  de  la  Sinagoga, 
cercado  en  otro  tiempo  y  establecido  á  los  judíos  por  los  frailes 
de  San  Pablo :  y  á  lo  último  campea  aislado  á  la  orilla  del  río  el 
humilde  convento  de  Santa  Teresa,  divisando  en  frente  los  efí- 
meros restos  del  de  mínimos  de  la  Victoria. 

Frescas  son  y  deleitables  las  márgenes  del  Pisuerga:  la  iz- 
quierda por  bajo  de  la  ciudad  ceñida  con  las  umbrías  calles  del 
paseo  que  hoy  se  denomina  de  las  Moreras  y  anteriormente  del 
Espolón;  la  derecha  sembrada  de  casitas  y  huertas,  entre  las 
cuales  se  distinguía  con  sus  jardines  y  palacio  y  su  artiñcio  de 
Juanelo  (i)  la  huerta  apellidada  del  Rey  y  desde  que  la  adquirió 


(i>    Llamábase  así  por  analogía  con  el  famoso  ingenio  de  Toledo,  y  debióse  su 


VALLADOLID  27 

—   ■■■■  -—     ^■.  M..M  II  ■■  — — ^M  II-   ^■^   ■  -      I       II  «M  11    I  I  ^       ■  .11  mil  ■■■■■■  »■        »  ■■ 

Felipe  III  del  duque  de  Lerma  su  privado.  Cierra  la  perspectiva 
por  la  parte  septentrional,  reflejándose  en  la  corriente,  un  anti- 
guo puente  de  diez  arcos.  Los  unos  tirando  á  la  ojiva,  los  otros 
al  semicírculo,  y  desiguales  todos  entre  sí,  no  permiten  determi- 
nar el  tiempo  de  su  fábrica  que  la  tradición  atribuye  al  conde 
Ansúrez  y  á  su  esposa :  en  medio  de  él  se  levantaba  una  torre, 
más  de  una  vez  ocupada  y  embestida  en  las  discordias  civiles  de 
la  Edad  media,  y  derribada  á  mediados  del  siglo  xvi.  Al  otro 
lado  del  puente  se  dilata  un  arrabal,  donde  estuvo  hasta  el  xiv 
el  convento  de  monjas  de  San  Quirce  y  luego  desde  el  xvii  el 
de  trinitarias  de  San  Bartolomé ;  y  en  amena  pradería  cercana  al 
río  asienta  más  lejos  su  cuadrada  mole  el  monasterio  de  Jeró- 
nimos, flanqueado  de  torres  en  sus  ángulos  y  envanecido  con  un 
excelente  claustro  de  Juan  de  Herrera. 

Brillante  como  un  trofeo  de  bruñidas  armas,  risueña  como 
un  canastillo  de  flores,  aparece  Valladolid  desde  las  alturas  de 
poniente,  tendida  largamente  sobre  la  ribera,  orlada  con  la  pla- 
teada cinta  del  río  y  con  la  frondosa  guirnalda  de  sus  alamedas, 
y  desplegando  por  cima  de  ellas  en  anfiteatro  las  masas  de  sus 
techos  ó  perfilando  en  el  claro  cielo  sus  agujas  y  remates.  Un 
ojo  perspicaz  y  experto  logrará  discernir  uno  por  uno  los  edifi- 
cios de  entre  la  confusión  general ;  mas  para  ver  sus  contornos 
y  apreciar  mejor  su  carácter  conviene  buscar  un  punto  de  vista 
más  cercano  en  el  seno  de  la  misma  población.  Así  la  torre  de 
la  Antigua,  atalaya  al  par  que  ornamento  principal  de  la  ciudad, 
ofrece  por  los  arcos  de  sus  ventanas  el  panorama  más  completo: 
al  norte  su  compañera  la  de  San  Martín  y  la  majestuosa  nave 
de  San  Pablo  escoltada  de  grandes  caserones ;  al  occidente  el 
monástico  alcázar  de  San  Benito  rodeado  de  numerosos  conven- 
tos, con  el  Pisuerga  y  la  vega  á  sus  espaldas ;  á  oriente  el  vecino 
Prado  metido  en  el  caserío  á  manera  de  ensenada  entre  los  ca- 


construcción  en  lóc?  á  D.  Pedro  Cubiaure  con  el  objeto  de  abastecer  las  fuentes 
de  la  ciudad  y  regar  la  Huerta  del  Rey ;  fué  demolido  en  1 794. 


^LLADOLlD 


bos  avanzados  de  Santa  Clara  y  de  las  Huelgas;  al  mediodía  la 
desmochada  Catedral,  la  barroca  Universidad,  la  crestería  del 
colegio  de  Santa  Cruz,  las  elevadas  torres  del  Salvador  y  de 
Santiago,  y  los  extremos  edificios  del  Campo  Grande;  por  todas 
partes  espadañas  y  torrecillas  y  veletas  que  sobresalen. 

Hora  es  ya  de  analizar  este  complejo  grupo  y  de  descompo- 
ner, por  decirlo  así,  los  elementos  con  que  cada  siglo  ha  contri- 
buido á  su  formación.  Hasta  aquí  no  hemos  hecho  sino  saludar 
los  monumentos  de  Valladolid ;  vamos  á  emprender  su  detallada 
visita,  clasificándolos  más  bien  por  el  tiempo  de  su  fundación 
que  por  el  de  sus  reformas  posteriores,  y  estudiándolos  con  re- 
lación á  la  época  que  los  vio  nacer  y  á  los  notables  sucesos  que 
presenciaron.  De  esta  suerte  resultará  más  animada  la  descrip- 
ción, y  más  dramática  á  su  vez  la  historia. 


ae  leías  ae  orocaao,  cuyos  caaa- 
veres  por  su  rico  traje  indicaban 


30  VALLADOLID 

ser  de  caballeros;  otros  encontrados  junto  á  la  Universidad  al 
construir  en  1 7 1 5  su  nuevo  claustro ;  dos  habitaciones  de  mo- 
saico, hallada  la  una  al  pié  de  la  Catedral  y  la  otra  cerca  del 
arca  de  Santiago ;  una  arquita  de  monedas  del  Imperio  en  la  ca- 
lle de  la  Parra ;  y  la  urna  de  una  matrona  de  aquel  tiempo,  des- 
tinada á  pila  en  la  parroquia  de  San  Esteban.  Nada  patentiza 
sin  embargo  que  dicha  población  correspondiera  á  la  Pintta  que 
situó  Antonino  á  ciento  y  seis  millas  de  Astorga  y  que  Zurita 
reduce  mejor  á  Peñafiel,  á  pesar  del  crédito  que  ha  obtenido 
desde  el  siglo  xvi  la  opinión  del  erudito  humanista  Fernán  Nú- 
ñez  de  Toledo,  gozoso  de  condecorar  á  su  ilustre  patria  con  tan 
antiguo  y  eufónico  nombre  y  de  honrarse  á  sí  propio  con  el  títu- 
lo de  Pinciano.  Valle  de  olor^  valle  de  olivos^  valle  de  lides^  valle 
de  Ulid^  son  las  diversas  etimologías  á  que  se  presta  su  actual 
denominación,  fundándose  sobre  tan  débiles  apoyos  la  conjetura 
de  que  como  punto  limítrofe  entre  los  arévacos,  astures,  vac- 
ceos  y  carpetanos,  servía  frecuentemente  de  palestra  á  sus  com- 
bates, ó  la  suposición  de  haber  tenido  por  fundador  á  un  sarra- 
ceno, á  quien  ó  sea  á  su  nieto  se  toma  por  aquel  Ulid  Ablapaz 
(Walid  Abul-Abbas)  vencido  y  muerto  en  San  Esteban  de  Gor- 
maz  á  manos  de  Ordoño  II.  Por  testimonio  de  tales  fábulas  ale- 
gábase el  famoso  león  de  piedra  colocado  sobre  un  pilar  á  la 
entrada  de  la  Catedral,  entre  cuyas  garras  asomaba  la  cabeza 
de  un  moro  con  el  letrero  Ulit  oppidi  conditor^  esculpido  en 
época  muy  posterior  al  suceso  (i). 

En  la  crónica  de  Cárdena  citada  por  Sandoval  es  donde  apa- 
rece por  primera  vez  Valladolid  entre  las  poblaciones  del  infan- 
tazgo, que  juntamente  con  la  villa  de  Rioseco  ofreció  Sancho  11 
á  su  hermana  Urraca  en  cambio  de  Zamora,  cuyo  cerco  debía 


(i)  Este  pilar,  que  subsistió  hasta  1841  y  que  antes  de  la  erección  de  la  Cate- 
dral estuvo  colocado  en  la  plaza  de  Santa  María,  servía  como  de  rollo,  donde  acos- 
tumbraban aun  en  el  siglo  xvii  publicarse  los  pregones  y  las  almonedas  y  los 
autos  de  los  jueces  ordinarios,  y  donde  eran  puestas  á  la  vergüenza  las  malas  mu- 
jeres, excediéndose  tanto  el  pueblo  en  maltratarlas  que  fué  preciso  poner  coto  á 
estos  desmanes. 


VALLADOLID  3I 

costarle  la  vida.  Pero  el  principio  de  su  renombre  y  de  su  gran- 
deza, yá  que  no  su  fundación  misma,  lo  debe  Valladolid  al  conde 
Pedro  Ansúrez,  á  quien  Alfonso  VI  lo  cedió  con  otros  pueblos 
hacia  1074  en  recompensa  de  sus  servicios.  Era  hijo  del  pode- 
roso Asur  Díaz  conde  de  Monzón,  Husillos,  Saldaña,  Liévana  y 
Carrión  y  de  su  primera  consorte  D.*  Eylo,  que  por  nobleza  y 
favor  sobresalían  en  la  corte  de  Fernando  I  como  él  en  la  de 
Alfonso;  y  la  tradición  le  atribuye  mucha  parte  en  la  libertad  de 
su  rey,  retenido  en  Toledo  por  su  huésped  Almenón.  Engran- 
deció el  opulento  magnate  á  Valladolid  como  á  capital  de  sus 
estados;  ediñcó  la  iglesia  de  Santa  María  la  Antigua,  y  algunos 
años  después  la  de  Santa  María  la  Mayor,  erigiéndola  en  cole- 
giata y  dotándola  generosamente;  fundó  la  parroquia  de  San 
Nicolás  además  de  las  de  San  Julián  y  San  Pelayo,  que  tal  vez 
halló  ya  establecidas;  construyó  el  gran  puente  sobre  el  Pisuer- 
ga;  abrió  á  los  pobres  y  peregrinos  dos  hospitales  junto  á  su 
mismo  palacio;  y  en  suma  la  hizo  rica,  hermosa  y  grande  entre 
todas  las  villas  castellanas,  hasta  el  punto  de  poder  alternar 
bien  pronto  con  las  más  distinguidas  ciudades  del  reino. 

El  recinto  de  Valladolid  no  tenía  entonces  arriba  de  dos  mil 
doscientos  pies  de  circuito,  arrancando  al  norte  desde  el  torrea- 
do alcázar,  después  monasterio  de  San  Benito,  siguiendo  por  las 
calles  de  Santa  Isabel  y  San  Ignacio,  por  la  plaza  de  San  Pablo 
y  su  Corredera,  bajando  por  frente  á  las  Angustias,  y  orillando 
la  derecha  margen  del  brazo  superior  del  Esgueva  hasta  cerrar 
otra  vez  con  el  alcázar.  Ocho  eran  las  puertas  distribuidas  en 
sus  muros:  frente  á  San  Agustín  la  de  los  Aguadores  ó  de 
Nuestra  Señora,  cuya  antigua  efigie  se  venera  hoy  en  la  parro- 
quia de  San  Lorenzo ;  en  la  esquina  del  real  palacio  .  la  de  Ca- 
bezón ó  de  D.  Rodrigo;  en  la  Corredera  la  de  la  Peñolería;  la 
de  los  Baños  al  fin  de  la  calle  de  las  Damas;  la  de  la  Pelletería 
en  la  calle  de  Cantarranas;  la  del  Azog^ejo  (i)  á  la  entrada  de 


(i)    Diminutivo  de  la  palabra  arábiga  az-zoq  que  signifíca  mercado. 


32  VALLADOLID 


la  Platería;  la  del  Trigo  junto  á  la  puentecilla  de  la  Rinconada, 
y  la  del  HierrQ  inmediata  á  San  Benito:  cuyas  ocho  puertas 
figuraban  en  el  primitivo  sello  municipal  á  guisa  de  estrella,  in- 
terpoladas con  salientes  torres.  Fuera  de  esta  cerca  y  al  sudeste 
de  la  misma,  levantó  el  conde  Pedro  Ansúrez  su  morada  y  los 
principales  templos,  dando  en  cierto  modo  la  señal  para  el  en- 
sanche de  la  villa  y  presintiendo  la  grandeza  á  que  había  de 
llegar. 

En  21  de  Mayo  de  1095  celebróse  la  dedicación  solemne  de 
Santa  María  la  Mayor  por  el  arzobispo  de  Toledo  D.  Bernardo 
y  por  Raimundo  obispo  de  Palencia,  asistidos  de  los  obispos 
Pedro  de  León,  Gómez  de  Burgos,  Osmundo  de  Astorga,  Mar- 
tín de  Oviedo  y  Amorino  de  Lugo,  y  acompañados  de  varios 
condes  y  caballeros,  entre  ellos  el  famoso  Alvar  Fáñez,  yerno 
del  insigne  fundador.  En  la  escritura  que  Ansúrez  y  su  esposa, 
llamada  Eylo  como  la  madre  de  éste,  otorgaron  en  el  propio 
día  á  Salto  primer  abad  y  demás  clérigos  de  la  colegiata,  con- 
cediéronle un  vasto  territorio  comprendido  entre  los  dos  brazos 
del  Esgueva  para  poblarlo,  los  monasterios  de  San  Julián  y  San 
Pelayo  dentro  de  la  villa  y  otros  muchos  en  tierra  de  Campos, 
los  diezmos  de  pan  y  vino,  el  mercado  de  Valladolid,  y  la  mitad 
de  las  multas  exigidas  por  delitos  (i).  Careciendo  ya  de  suce- 


(i)  En  el  archivo  de  la  Catedral  existe  la  citada  escritura,  cuyas  cláusulas 
más  importantes  transcribimos:  Ego  comes  Petrtis  Ansuriz  et  conjure  mea  come- 
tissa  Eyloni  multa  mole  peccatorum  oj>j>ressi^  culparum  nostrarum  enormitatem  re- 
cognoscenles^  pro  remedio  animarum  nostrarum  omniumque  parentum  nostrorum^ 
ecclesie  Sce.  Marie  de  Vall^oliti  site  secus  fluvium  Pisorice  in  territorium  del  Cabe- 
zones guam  ecclesiam  supradicti  nos  fundavimus^  multas  portiones  nostre  heredita- 
tis  multis  in  locis  offerimus..,  ea  lege  ut  obsequium  Dei  quotidic  celebretur  in  pre- 
fata  ecclesia,  et  devotio  sacris  altaribus  sine  intermissione^et  requies  ibidem  recon- 
ditis  exhibeatur.  Damus  igitur  atque  offerimus  in  hac  cartula  testamentaria  ad 
sacrum  altare  et  ad  abbas  domnus  Saltus  et  collegio  clericorum  qui  ibidem  sunt 
conmoranteSj  unum  barrium  in  Valleoliti  cum  suis  terminis  et  divisionibus ^  de  illa 
kairera  majore  que  discurrit  per  mediam  villam  usque  adcurtem  de  Martino  Franco 
et  curtem  de  domno  Cidiz  et  curtem  de  Sol  Arnaldiz  que  fuit  dominum,  et  discurrit 
per  directum  ad  Aseuam  usque  ad  illum  quadronem  cum  illis  molinis  et  cum  suis 
piscariis^  ut  habeat  licentiam  abbas  ibi  constitutus  populandi  ultra  Aseuam  quan- 
tum potuerit.  Adjicimus  etiam  illud  monasterium  Sci,  Juliani  quod  est  /undatum  hic 


VALLADOLID  ^^ 

■  I    —  ' 

sión  varonil,  permitieron  á  la  comunidad  escoger  de  entre  los 
descendientes  de  sus  hijas  el  patrono  que  mejor  le  conviniera,  y 
en  caso  de  extinguirse  su  posteridad,  al  extraño  que  más  la  fa- 
voreciese. En  otra  escritura  de  31  de  Marzo  de  1 109  citada  por 
Antolínez,  confirieron  á  los  clérigos  en  unión  con  los  patronos  y 
con  aprobación  del  arzobispo  de  Toledo  el  derecho  de  elegir 
abad  del  seno  de  su  iglesia  si  lo  hubiere  <ligno,  ó  si  no  de  fuera; 
y  así  filé  las  más  veces,  por  qué  esta  codiciada  dignidad  vino  á 
ser  patrimonio  de  infantes  y  de  personajes  los  más  eminen- 
tes (i). 


in  villam;  similUer  apponimus  tnoñasterium  Sci^  Pelagii  et  omnes  ecdesias  que  ihi 
fuerint  fúndate;  necnon  adjicimus  ibi  decimum  de  pane  et  de  vinum  de  Valleoliti  in 
vita  nostra,  etpost  obitum  nostrum  quisquís  dominaverit  hanc  hereditatem  sine  ulla 
contentione  reddat  decimam  j>refate  ecclesie  Sce,  Marie,  (Sigue  la  donación  de  va- 
rias iglesias  y  monasterios,  nombrándose  entre  estos  los  de  San  Sebastián  ribera 
del  Duero,  de  San  Tirso  en  Trigueros,  de  San  Estevan  en  Villavoldo  término  de 
Cardón,  de  San  Miguel  en  Riba  de  goza,  de  Santa  Columba  en  Cervatos,  de  San 
Esteban  en  Fuentes  de  Valdepero,  de  San  Cristóbal  en  Cordovilla  término  de  Cis- 
neros,  de  San  Andrés  en  Sciscla,  de  San  Pclayo  en  Barcial  de  Lomba  y  de  Santa 
María  de  Camraso  en  Ceaya,  y  las  iglesias  de  San  Pedro  en  Cuéllar,  de  San  Martín 
en  Lombigos,  de  San  Pedro  en  Carrión  dentro  de  la  ciudad  de  Santa  María,  de 
San  Mames  en  Quintanella  de  Anellos  y  de  Santiago  en  Villa  del  rey.)  Et  adhuc 
ad/icimus  in  Valleoliti  prejate  ecclesie  Sce,  Marie  de  illo  mercatOt  de  omnia  que  ibi 
ganaverimus  vel  adquisierimuSy  de  ómnibus  calumpniis  que  in/ra  villam  et  extra 
villam  evenerint,  seu  de  homicidio  vel  de  furto  aut  de  latrone  aut  de  aliqua  calump- 
nia,  concedo  medietatem  ecclesie  beate  Marie,  et  non  habeat  licentiam  nostro  majo- 
riño  vel  sagione  aut  illo  concilio  de  illa  villa  ñeque  ullo  homine  intrate  per  vim  in 
casas  de  clericis  que  canonicis  sedeant  Sce.  Marie  pro  nulla  catumpnia...  Ordinamus 
quod  numquam  sedeat  isto  monasterio  dividato  de  propinquis  nostris  vel  de  extra- 
neis,  sed  illo  abbate  qui  ibi  fuerit  constitutus  serviat  nobis  in  diebus  nostris,  et  post 
obitum  nostrum  sedeat  de  qualicumque  voluerit  de  Jiliis  vel  de  neptis  nostris  qui 
melius  fecerit  ei  et  ad  Ule  placuerit..,  Et  sipeccato  impediente,  et  nostra  extirpe  ex- 
tincta  fuerit  ut  nullum  remaneat,  evadat  á  cujuscumque  Ule  voluerit  et  melius  fece- 
rit.,. Pacta  charla  XII  kal.jun.  discurrente  era  MCXXXIII,  et  in  eodem  die  fuit  illa 
ecclesia  dedicata.  Ego  comes  Petrus  et  cometissa  Eyloni  in  hanc  seriem  testamenti 
manus  nostras  una  cum  filias  nostras  roboravimus.  Petrus  Legionensis  sedis  eps. 
Amorinus  Lucensis  sedis  eps.  Didacus  abbas  in  Seo.  Facundo.  Regnante  Aldephon- 
sus  rex  in  tota  Espania,  Raimundus  comes  in  Gallicia,  Bernardus  Toletane  sedis 
archieps.  Raymundus  Palenline  sedis  eps.  et  istos  dedicaverunt  illa  ecclesia.  (Si- 
guen otras  muchas  firmas  de  condes  y  caballeros  confirmando  la  donación.) 

(i)  Los  primeros  abades  de  Valladolid  durante  el  siglo  xii  fueron  Salto  ó 
Asaldo,  Herveo,  Pedro,  Martín,  Juan,  Miguel  y  Domingo;  en  el  tími  se  distinguie- 
ron Juan  Domínguez  canciller  de  San  Fernando,  D.  Felipe  hijo  del  santo  rey,  don 
Sancho  de  Aragón  hijo  de  Jaime  I,  D.  Martín  Alonso  hijo  natural  del  rey  Sabio,  y 
Gómez  García  de  Toledo  cuyo  epitafio  puede  verse  en  el  tomo  de  Castilla  la  Nueva, 

5 


34  VALLADOLID 


Á  espaldas  de  la  parte  edificada  de  la  Catedral  y  en  el  suelo 
que  ocupar  debía  la  que  resta  por  edificar,  permanecen  restos 
de  la  antigua  colegiata,  no  tal  como  el  conde  la  fundó,  sino  con 
las  mudanzas  hechas  en  su  fábrica  siglo  y  medio  más  adelante. 
Por  el  Tudense  sabemos  que  la  construyó  de  nuevo  y  la  enri- 
queció con  muchas  posesiones  su  abad  el  sapientísimo  Juan 
canciller  del  santo  rey  Fernando,  nombrado  después  obispo  de 
Osma;  y  durante  estas  grandes  obras  fué  cuando  residió  el  ca- 
bildo en  el  templo  de  la  Antigua  por  espacio  de  año  y  medio 
hacia  el  1226.  Su  estructura  más  bien  que  al  género  puramente 
bizantino  demuestra  pertenecer  al  de  transición  usado  en  el  si- 
glo XIII.  Ancha  por  extremo  era  su  única  nave,  teniendo  la  ca- 
becera al  oriente  y  los  pies  al  opuesto  lado,  donde  queda  de 
pié  un  fragmento  de  la  primitiva  torre  con  ventana  y  cornisa 
ajedrezada ;  distínguense  hasta  cinco  de  sus  pilares  arrimados  al 
muro,  y  flanqueado  cada  uno  por  cuatro  columnas  de  notables 
capiteles  bizantinos ;  y  todavía  se  ve  entera  la  portada  lateral 
que  miraba  hacia  la  Antigua,  cuyos  arcos  ligeramente  apunta- 
dos, aunque  bizantinos  por  lo  demás,  descansan  sobre  capiteles 
de  forma  cúbica  emplastados  de  yeso.  De  pilar  á  pilar  obsérvan- 
se  arcos  como  de  capillas,  ojivales  y  bajos  algunos  y  otros  más 
recientes,  abriéndose  encima  de  ellos  sencillas  ventanas  semicir- 
culares ;  y  á  la  derecha  de  la  entrada  indican  los  arranques  la 
existencia  de  otra  capilla  gótica,  que  tal  vez  fuese  la  del  Sagra- 
rio en  cuyas  bóvedas  aparecían  los  blasones  del  cardenal  Tor- 
quemada.  Antolínez  de  Burgos  á  fines  del  siglo  xvi  alcanzó  á 
ver  y  describe  con  admiración  un  magnífico  claustro  (i),  del  cual 


descripción  de  la  catedral  de  Toledo,  capilla  de  Santa  Lucía;  en  el  xiv  Juan  Fer- 
nández de  Limia  después  arzobispo  de  Santiago  y  Fernando  Alvarez  de  Albornoz 
primo  del  cardenal ;  en  el  xv  Diego  Gómez  de  Fuensalida  obispo  de  Zamora,  el 
cardenal  Pedro  deFonseca,  Roberto  de  Moya  obispo  de  Osma,  el  célebre  Alonso 
Tostado,  el  cardenal  fray  Juan  de  Torquemada,  el  cardenal  D.  Pedro  de  Mendoza 
y  su  sobrino  D.'García;  los  últimos  en  el  siglo  xvi  fueron  D.  Fernando  Enríquez 
hijo  del  almirante,  D.  Alfonso  Enríquez  Villarroel  y  D.  Alfonso  de  Mendoza. 

(i)    «Yo,  dice,  alcancé  un  claustro  que  se  labró  algunos  años  después  de  la 
fundación  de  la  iglesia,  que  fué  de  los  más  suntuosos  y  lucidos  que  había  en  Es- 


VALLADOLID  35 

acaso  formaba  parte  aquella  especie  de  corredor  llamado  hoy  la 
Cerería  que  presenta  á  uno  y  otro  lado  agudos  nichos  ojivales; 
lo  cierto  es  que  aún  subsiste  con  el  nombre  de  Librería  la  parte 
superior  de  la  inmediata  capilla  de  San  Lorenzo  fundada  en  1345 
por  Pedro  Fernández  de  la  Cámara,  tesorero  de  Alfonso  XI  (i), 
y  destinada  después  á  sala  del  concejo  municipal  en  el  cual  te- 
nían asiento  y  voto  dos  canónigos  (2).  Dividida  horízontalmente 
en  dos  pisos  su  altura,  ostenta  en  el  de  arriba  sus  bóvedas  for- 
mando cupulilla  cada  una  y  adornadas  con  varios  arabescos. 

Gemela  de  Santa  María  la  Mayor,  dícese  que  con  ella  nació 
y  fué  inaugurada  en  un  mismo  día  Santa  María  la  Antigua,  esta 
para  ser  parroquia  del  palacio  del  conde,  como  aquella  para  co- 
legiata; pero  escrituras  coetáneas  la  mencionan  existente  ya 
siete  años  antes  en  1088,  y  tal  vez  el  epíteto  de  la  Antigua,  que 
se  le  dio  desde  el  principio,  podría  suponer  en  ella  un  origen 
más  remoto.  Mucho  conserva  de  la  fábrica  de  aquel  siglo,  aun- 
que á  mediados  del  xiv  Alfonso  XI  la  renovó,  dando  al  crucero 
y  á  la  principal  de  sus  tres  naves  harto  mayor  altura,  y  cam- 
biando en  peraltadas  bóvedas  sus  primitivos  techos  de  madera. 
Gruesas  molduras  bizantinas  revisten  la  ojiva  de  la  portada, 
pintorreada  y  casi  oculta  por  un  moderno  pórtico,  en  cuyas 


paña,  todo  lleno  de  imágenes  de  bulto  de  piedra,  todo  con  colores,  y  todo  al  rede- 
dor poblado  de  nichos  de  entierros  muy  antiguos  de  ilustres  personas,  con  sus 
letreros  y  escudos  de  armas  labrados  en  lo  alto  de  las  bóvedas,  cuya  variedad  de 
armas,  por  ser  unas  reales,  otras  de  la  ciudad  y  otras  de  prelados,  suponen  ser  la 
fábrica  de  bienhechores.» 

(i)  «En  medio  del  claustro,  añade  el  citado  Antolínez,  habia  dos  capillas,  la 
una  con  la  advocación  de  S.  Toribio,  la  otra  de  S.  Lorenzo  que  los  prebendados 
convirtieron  en  sala  de  cabildo,  y  su  altura  era  tanta  que  se  atajó  por  medio  y  aun 
quedó  bastante  proporción.  Fueron  los  fundadores  de  esta  capilla  en  i  345  Pedro 
Fernandez  de  la  Cámara  y  su  hermano  Juan  Gutiérrez,  y  ayudó  á  su  fundación  un 
tal  Juan  Manso  fundando  una  cofradía  del  Cuerpo  de  Dios,  con  condición  de  que 
el  cofrade  prebendado  que  dijese  la  misa  no  fuese  concubinario.»  De  un  hijo  del 
fundador  de  esta  capilla  parece  ser  la  siguiente  lápida  que  se  ve  en  la  actual  ante- 
sacristía: Aquiyace  Pero  Pérez  sacristán  que  fué  de  la  egiesia  de  Santa  Marta  la 
Mayor,  efijo  de  Paro  Fernandez  de  la  Cámara  texorero  mayor  que  fué  del  rey  D.  Al- 
fonso^ que  Dios  perdone  las  sus  ánimas,  efinó  en  la  era  de  MCCCCXIX  (año  1 381). 

(2)  Subsistió  dicha  sala  hasta  el  año  1600  en  que  fueron  destruidos  los  claus- 
tros. 


36  VALLADOLID 

puertas  el  conde  D.  Pedro  de  Portugal  atestigua  haber  visto 
suspendidas  las  aldabas  que  el  conde  Armengol  nieto  de  Ansú- 
rez  arrancó  de  las  de  Córdoba  en  1 1 49,  y  que  pasaron  á  ador- 
nar después  el  sepulcro  de  su  abuelo.  Por  dentro  campea  la 
arquitectura  gótica  en  los  arcos  de  comunicación,  en  los  capite- 
les de  los  pilares  y  en  varias  de  las  capillas,  señalándose  en  el 
fondo  de  la  nave  derecha  por  sus  bellas  pinturas  puristas  la  de 
los  condes  de  Cancelada  fundada  por  Gregorio  de  Tovar  del 
consejo  de  Órdenes,  y  otra  en  la  misma  nave  contemporánea  de 
los  Reyes  Católicos.  El  retablo  de  la  capilla  mayor,  obra  maes- 
tra de  Juan  de  Juní  empezada  en  1 5  5 1  y  en  seis  años  concluida 
por  precio  de  dos  mil  trescientos  ducados,  inmortaliza  el  nombre 
del  insigne  escultor  que  tal  expresión  y  vida  supo  comunicar  á 
los  numerosos  relieves  y  ñguras  de  que  se  compone,  bien  que 
su  arquitectura  adolece  bastante  de  caprichosa  (i). 

Cuanto  tiene  la  Antigua  de  monumental  descúbrese  en  toda 
su  belleza  desde  la  plazuela  que  el  Esgueva  cruza,  situada  á  sus 
espaldas:  ¿qué  importa  que  un  muladar  obstruya  el  suelo,  y  que 
se  le  arrimen  mezquinas  y  parásitas  construcciones?  Agrúpanse 
la  obra  de  Ansúrez  y  la  de  Alfonso  XI;  sobre  el  ábside  lateral 
bizantino  descuella  el  gótico  principal,  perforado  por  dos  órdenes 
de  severas  aunque  engalanadas  ojivas,  flanqueado  de  estribos, 
erizado  de  caprichosas  gárgolas,  coronado  de  agudos  botareles, 
ceñido  lo  mismo  que  el  crucero  con  un  lindo  antepecho  calado. 
Corre  por  el  flanco  de  la  iglesia  un  pórtico  ó  galería  bizantina 
de  quince  arcos,  distribuidos  de  cinco  en  cinco  y  orlados  por  una 
moldura  cilindrica,  que  tachonan  florones  de  cuatro  hojas  des- 
cribiendo rombos  en  sus  huecos;  sus  desgastados  capiteles,  sus 
graciosos  semicírculos  tapiados,  claman  para  que  se  restaure 


<i)  Obligóse  Juan  de  Juní  en  1545  á  hacerlo  por  2,400  ducados,  pero  atrave- 
sándose la  competencia  de  Francisco  Giralte  que  ofrecía  desempeñar  la  obra  con 
mayor  baratura,  y  viniendo  á  parar  la  cuestión  en  pleito,  en  i  5  5  i  estipuló  con 
los  feligreses  nuevo  contrato,  en  el  cual  firmó  también  su  mujer  Ana  de  Aguirre, 
haciendo  cien  ducados  de  rebaja.  Consta  el  retablo  de  tres  cuerpos  sin  contar  el 
basamento  y  el  remate. 


VALLADOLID 


Torre  de  Santa  María  la  Antigua 


38  VALLADOLID 

aquella  tan  frágil  y  tan  antigua  belleza  en  que  nadie  apenas  re- 
para y  que  forma  juntamente  con  la  torre  el  más  pintoresco 
conjunto  de  Valladolid.  La  torre,  una  de  las  más  elevadas  y 
grandiosas  del  género  bizantino,  sube  desde  el  primer  cuerpo  á 
mayor  altura  que  la  iglesia,  y  acumula  encima  otros  tres,  divi- 
didos por  cornisa  de  tablero  y  sostenidos  por  columnas  en  sus 
esquinas.  Las  ventanas  semicirculares  abiertas  en  sus  cuatro 
cuerpos,  una  en  el  primero,  dos  en  el  segundo,  tres  en  el  terce- 
ro, y  dos  en  el  cuarto  que  reparten  entre  sí  la  anchura  de  las 
tres  inferiores,  llevan  columnas  á  los  lados  y  la  misma  orla 
romboidal  que  los  arcos  del  pórtico,  continuada  horizontalmente 
á  modo  de  cornisa  á  la  altura  de  los  capiteles,  y  comunican  una 
aérea  gallardía  á  aquella  imponente  arquitectura.  Sírvele  de  re- 
mate una  aguja,  parecida  en  su  forma  á  una  mitra  por  las  líneas 
algo  convexas  de  sus  ángulos,  y  cubierta  de  ladrillos  rojos  á 
manera  de  escamas  que  brillan  á  lo  lejos. 

Á  imitación  de  la  torre  de  la  Antigua  se  levantó  á  su  lado 
casi  la  de  San  Martín,  una  de  las  primeras  parroquias  fundadas 
con  motivo  del  ensanche  de  la  villa.  En  nada  discrepa  de  su 
modelo  sino  en  lo  liso  de  las  cornisas  y  en  el  ajimez  ojival  que 
sustituye  en  su  segundo  cuerpo  al  arco  de  medio  punto,  prueba 
de  que  su  construcción  alcanzó  ya  los  tiempos  de  la  arquitectu- 
ra gótica,  á  pesar  de  haber  copiado  las  formas  bizantinas.  Han- 
la  tenido  por  arábiga  algunos  poco  entendidos  en  materias  tales, 
y  este  error  artístico  ha  producido  otro  histórico,  de  suponerla 
atalaya  en  la  época  de  los  sarracenos.  Su  chapitel  piramidal, 
también  idéntico  al  de  la  Antigua,  fué  quitado  tiempo  há  para 
aligerarla  del  peso  que  había  producido  en  sus  costados  grietas 
y  hendiduras  (i),  sin  apelar,  como  se  hubiera  hecho  probable- 
mente en  nuestra  cultísima  edad,  al  extremo  recurso  del  derribo. 


(i)  De  esta  supresión  del  chapitel  habla  ya  como  de  cosa  antigua  en  1 788  el 
ingeniero  D.  José  Santos  Calderón  en  un  ofício  en  que  tranquiliza  completamente 
al  cura  de  San  Martin  que  le  había  consultado  acerca  de  la  solidez  y  firmeza  de  la 
torre. 


VALLADOLID  39 

Por  lo  tocante  á  la  iglesia  ya  dijimos  que  fué  renovada  en  1621 
con  toda  la  regularidad  del  orden  dórico  así  en  su  interior  como 
en  su  portada;  pero  dudamos  que  esta  reedificación,  aunque 
encomendada  á  Francisco  de  Praves,  maestro  mayor  de  las  obras 
reales,  si  se  la  compara  con  el  derribado  templo,  cediese  mucho 
en  honra  de  Dios  y  del  bienaventurado  San  Martín^  como  se 
lee  en  el  friso  de  la  nave. 

Las  demás  fundaciones  del  conde  Ansúrez  ningún  rasgo 
ofrecen  de  su  primera  fisonomía.  En  el  abandonado  y  ruinoso 
templo  de  San  Nicolás  sólo  parecen  antiguos  los  sillares  del 
cuerpo  inferior  de  la  torre :  San  Julián  y  San  Pelayo  que  después 
tomó  el  nombre  de  San  Miguel,  ambos  existentes  en  aquella  épo- 
ca remota,  han  desaparecido  completamente.  Las  armas  del  con- 
de y  las  reales,  sostenidas  por  dos  leones  á  la  entrada  del  hos- 
pital de  Esgueva,  recuerdan  haber  sido  éste  el  palacio  del 
poderoso  magnate;  pero  es  por  demás  advertir  cuan  posterio- 
res á  su  tiempo  son  las  dos  estatuas  góticas  puestas  bajo  dose- 
letes  á  los  lados  de  la  portada,  representando  al  parecer  la 
Anunciación  de  la  Virgen,  y  el  artesonado  de  menudas  labores 
que  cubre  la  cúpula  del  vestíbulo.  En  este  hospital,  floreciente 
aún  hoy  día,  vinieron  sin  duda  á  refundirse  otros  dos  estableci- 
dos por  Ansúrez,  uno  de  ellos  bajo  la  advocación  de  Todos  los 
Santos  en  la  calle  de  la  Solana  (i),  el  otro  pudo  ser  el  de  Pedro 
Miago  que  dicen  fué  su  mayordomo. 

Del  puente  Mayor,  otra  de  sus  obras  más  importantes,  re- 
fiere la  leyenda  que  lo  construyó  en  ausencia  del  conde  su  es- 
posa D.^  Eylo,  y  que  hallándolo  éste  á  su  vuelta  estrecho  en 
demasía,  hizo  añadirle  otra  tanta  anchura  en  toda  su  longitud. 
Y  en  efecto,  obsérvase  la  fábrica  de  un  extremo  á  otro  partida 


(1)  Dicho  hospital,  cuyo  solar  subsiste  convertido  en  corral,  tenía  sobre  su 
puerta,  hasta  el  año  1669  en  que  fué  reedificado,  la  siguiente  inscripción  no  muy 
antigua  por  cierto  según  el  lenguaje :  Hospüal  de  la  cofradía  de  Todos  los  Santos, 
de  los  Abades  y  S.  Miguel  de  los  Caballeros^  que  fundaron  el  conde  D.  Pedro  Ansú- 
rez y  la  condesa  D.'  Elo  su  mujer ^  año  MC. 


40  VALLAD  o  LID 

en  dos  mitades  de  época  diferente,  lo  cual  sin  duda  dio  origen 
á  la  tradición,  pareciendo  la  más  antigua  por  las  ménsulas  de  su 
pretil  y  por  los  agudos  contrafuertes  de  sus  arcos  la  que  cae 
corriente  arriba. 

Mientras  vivió  Alfonso  VI,  obtuvo  su  mayor  privanza  Pedro 
Ansúrez,  si  bien  menos  ocupado  en  los  negocios  de  la  corte  que 
en  el  gobierno  de  sus  propios  estados  y  en  la  defensa  de  los  de 
su  yerno  Armengol  conde  de  Urgel,  que  murió  desgraciadamen- 
te en  MoUerusa  peleando  con  los  sarracenos.  Á  su  prudencia  y 
á  las  virtudes  de  su  consorte  la  piadosa  Eylo  confío  el  soberano 
la  educación  de  su  hija  Urraca,  cuyo  reinado  prometía  mejores 
esperanzas;  pero  los  desórdenes  del  palacio  y  las  imprudencias 
de  la  joven  reina  pronto  llegaron  á  tal  exceso,  que  el  respeta- 
ble ayo,  incapaz  de  contenerlas  con  su  censura  y  privado  de  la 
real  gracia  y  de  los  honores  y  bienes  recibidos,  tuvo  que  aco- 
gerse á  Alfonso  I  rey  de  Aragón,  quien  no  omitió  favor  ni  hala- , 
go  para  atraerle  á  su  servicio  y  enmendar  los  agravios  de  su 
voluble  esposa.  Amanecieron  en  breve  días  azarosos  para  Cas- 
tilla y  para  Urraca,  en  que  vencida  una  y  repudiada  la  otra  por 
el  aragonés  se  vieron  amenazadas  de  perder  aquella  la  indepen-  | 

dencia  y  ésta  la  corona :  y  entonces  el  leal  magnate  olvidado  de 
la  ingratitud  pasada  y  conmovido  por  la  desgracia  de  su  pupila, 
se  presenta  al  rey  batallador  en  su  castillo  del  Castellar,  mon- 
tado en  un  caballo  blanco,  vestido  de  escarlata  y  con  un  dogal 
en  la  mano,  diciéndole:  «los  castillos  y  tierras  que  me  confias- 
teis, á  la  reina  se  los  he  entregado,  cuyos  eran,  como  á  su  se- 
ñora natural :  pero  las  manos  y  la  lengua  y  el  cuerpo  con  que 
os  presté  homenaje,  vuestros  son  y  á  entregároslo  vengo  para 
que  dispongáis  de  ello  á  vuestro  albedrío.  >  Irritóse  de  pronto 
el  rey,  pero  acabó  por  admirar  y  aun  recompensar  tamaña 
hidalguía  con  dádivas  y  honores,  absolviéndole  del  incauto  jura- 
mento. 

Durante  estos  aciagos  disturbios,  hacia  el  año  1 1 1 2,  bajó  al 
sepulcro  la  condesa  D.^  Eylo  que  lo  eligió  no  se  sabe  dónde,  si 


VALLADOLID 


41 


ya  no  fué  en  su  favorecido  monasterio  de  Sahagún  al  lado  de 
su  único  hijo  varón  el  pequeño  Alfonso,  que  allí  yacía  des- 
de 1080  habiéndose  llevado  consigo  las  esperanzas  de  sus  pa- 
dres. Tal  vez  con  el  deseo  de  lograr  aún  sucesión  varonil,  bien 
que  pareciera  cifrado  su  cariño  en  Armengol  su  nieto,  pasó  el 
conde  á  segundas  nupcias  con  Elvira  Sánchez ;  pero  en  1 1 1 8 
acabó  sus  días  sin  prole  alguna  de  su  nueva  esposa,  haciéndose 
enterrar  debajo  del  coro  de  Santa  María  la  Mayor  que  antigua- 
mente estaba  en  alto.  Si  tuvo  allí  un  mausoleo  digno  de  su 
grandeza  y  de  la  gratitud  de  Valladolid,  deshízose  éste  junta- 
mente con  la  vieja  colegiata  en  1552,  y  entonces  abierta  la 
tumjbst  apareció  el  cadáver  del  noble  adalid  con  su  armadura  y 
sus  espuelas  y  su  gloriosa  espada;  pero  mezquina  sepultura  por 
cierto  le  aguardaba  en  el  moderno  edificio,  y  tal  como  provisio- 
nalmente se  le  hizo,  así  por  tres  siglos  se  ha  quedado  en  la  ca- 
pilla del  fondo  de  la  nave  izquierda,  tendida  sobre  la  urna  la 
efigie  del  finado  ni  antigua  ni  buena,  y  escritos  en  dos  tablas 
para  mengua  de  Castilla  y  ultraje  de  los  vivientes  aquellos  sa- 
bidos y  sentenciosos  versos,  que  si  bien  de  principios  del  mismo 
siglo  XVI  según  el  lenguaje,  merecieran  esculpirse  en  mármol: 


Aquí  yace  sepultado 
Un  conde  digno  de  fama, 
Un  varón  muy  sefíalado, 
Leal,  valiente,  esforzado; 
Don  Pedro  Ansurez  se  llama. 

El  qual  sacó  de  Toledo 
De  poder  del  rey  tirano 
Al  rey,  que  con  gran  denuedo 
Tuvo  siempre  el  brazo  quedo 
Al  horadarle  la  mano  (i). 

La  vida  de  los  pasados 
Reprehende  á  los  presentes : 
Ya  tales  somos  tomados. 


Que  el  mentar  los  enterrados 
Es  ultraje  á  los  vivientes. 

Porque  la  fama  del  bueno 
Lastima  por  donde  vuela, 
Al  bueno  con  el  espuela, 

Y  al  perverso  con  el  freno. 

Este  gran  conde  excelente 
Hizo  la  Iglesia  Mayor 

Y  dotóla  largamente , 

El  Antigua  y  la  gran  puente, 
Que  son  obras  de  valor, 
San  Nicolás,  y  otras  tales 


(1)  Véase  en  el  capítulo  de  la  historia  de  Toledo,  tomo  de  Casulla  la  Nueva^ 
la  anécdota  á  que  dio  lugar  el  mote  de  mano  horadada  aplicado  á  Alfonso  VI  por 
su  liberalidad. 

6 


42  VALLADOLID 

Que  son  obras  bien  reales ,  Ya  casi  puesto  en  olvido 

Segim  f>or  ellas  se  prueba;  Dentro  de  esta  sepultura. 
Dejó  el  hospital  de  Esgueva  Porque  en  este  claro  espejo 

Con  otros  dos  hospitales.  Veamos  cuanta  mancilla 

Por  esta  causa  he  querido  Ahora  tiene  Castilla 

Que  pregone  esta  escritura  Según  lo  del  tiempo  viejo. 
Lo  que  nos  está  escondido, 

Cuatro  hijas  dejó  Pedro  Ansúrez,  todas  noblemente  casa- 
das: María  la  primogénita  con  el  conde  de  Urgel.  Emilia  con  el 
celebrado  Alvar  Fáftez  de  Minaya,  Elvira  con  un  conde  Sancho, 
y  Mayor  con  Martín  Alonso  de  Meneses.  Bajo  la  tutela  de  su 
madre  y  de  su  abuelo  se  había  educado  en  Valladolid  el  joven 
Armengol,  que  reuniendo  á  los  paternos  estados  de  Urgel  los 
maternos  de  Castilla,  vino  á  ser  uno  de  los  príncipes  más  pode- 
rosos de  su  tiempo.  Sus  hermanas  Estefanía  y  Mayor,  se  des- 
posaron la  una  con  Fernán  García,  la  otra  con  el  famoso  Pedro 
de  Trava,  ayo  de  Alfonso  VII,  y  él  en  vida  de  Ansúrez  con 
Arsendis,  hija  del  vizconde  de  Ager,  acrecentando  su  pujanza 
con  tan  ilustres  parentescos.  A  pesar  de  su  doble  carácter  de 
barón  catalán  y  de  ricohombre  castellano  y  de  los  opuestos 
intereses  de  sus  diversos  señoríos,  su  espada  no  se  distinguió 
en  las  encarnizadas  querellas  entre  Castilla  y  Aragón,  sino 
únicamente  contra  los  musulmanes  en  la  rendición  de  Baeza  y 
Almería  y  al  pié  de  los  muros  de  Córdoba,  de  cuyas  puertas 
arrancó  con  sobrenatural  esfuerzo  las  aldabas,  que  trajo  á  su 
residencia  por  trofeo  y  que  Alfonso  el  emperador  añadió  por 
timbre  á  sus  blasones  (i). 

Pudiera  honrarse  Valladolid  con  ser  corte  de  tal  magnate, 
pero  á  mayores  destinos  y  á  más  alto  lustre  la  llamaban  ya  des- 
de entonces  los  acontecimientos.  Allí  reunidos  en  concilio  los 
prelados  del  reino  por  el  cardenal  legado  Adeodato,   trataron 


(i)  Estas  aldabas,  colocadas  primero  en  las  puertas  de  la  Antigua  y  después 
á  los  lados  del  sepulcro  de  Ansúrez,  han  desaparecido,  advirtiéndose  únicamente 
junto  á  dicho  sepulcro  los  agujeros  en  que  estuvieron  engastadas. 


VALLADOLID  43 

en  1 1 24  de  remediar  los  desórdenes  de  la  guerra  y  los  abusos 
introducidos  á  su  sombra.  Allí,  después  de  coronado  solemne- 
mente en  León  con  la  diadema  imperial,  vino  Alfonso  VII  en 
Junio  de  1135,  seguido  de  sus  proceres  entre  los  cuales  brillaba 
el  conde  Armengol ,  tal  vez  para  activar  la  guerra  contra  los 
infieles  de  Andalucía.  Allí  en  1137  se  celebró  un  nuevo  concilio 
presidido  por  el  cardenal  Guido,  al  cual  siguieron  las  entrevis- 
tas del  emperador  con  el  rey  de  Portugal ,  reconciliados  entre 
sí  por  la  mediación  benéfica  del  legado.  Pero  nunca  desplegó  su 
magnificencia  el  soberano  en  la  villa  del  Pisuerga  como  á  prin- 
cipios del  año  1 1 5  2 ,  al  desposarse  en  segundas  nupcias  con 
Rica,  hija  del  duque  de  Polonia  Uladislao,  en  espléndidas  justas 
y  toros  y  danzas  que  deslumhraron  á  los  rubios  hijos  del  norte 
venidos  con  la  princesa,  y  poco  después  en  la  solemnidad  con 
que  armó  caballero  á  su  infante  primogénito  D.  Sancho.  Allí  le 
volvemos  á  encontrar  en  1155  con  sus  hijos  y  esposa,  asistien- 
do á  un  tercer  concilio  de  catorce  obispos  congregados  bajo  la 
presidencia  del  legado  Jacinto,  y  allí  por  Enero  del  siguiente 
año  al  conceder  á  la  villa  juntamente  con  varios  montes  la  mer- 
ced de  una  feria  franca  por  Santa  María  de  Agosto. 

Con  la  afluencia  de  gentes  atraídas  por  tan  frecuentes  y 
altas  ocasiones,  creció  rápidamente  Valladolid  al  rededor  del 
palacio  condal  y  de  la  colegiata,  formándose  en  breve  la  feligre- 
sía de  San  Martín  fuera  de  la  cerca  primitiva,  mientras  que  allá 
arriba  junto  al  puente  se  aumentaba  la  de  San  Nicolás.  Su  régi- 
men municipal,  asaz  libre  respecto  del  señorío  de  sus  condes, 
estaba  vinculado  en  diez  familias  ó  linajes,  tal  vez  las  de  los 
primeros  pobladores,  en  las  cuales  residía  privativamente  el 
derecho  de  elección  para  los  cargos  y  oficios  públicos,  que  cada 
año  repartían  entre  sí  por  suerte  y  adjudicaban  por  turno  entre 
los  aspirantes.  Reuníanse  en  la  casa  llamada  de  Linages  sita  en 
la  calle  del  Río  junto  á  San  Lorenzo,  y  desde  allí  divididos  en 
dos  grupos  de  cinco  familias,  á  uno  de  los  cuales  daban  nombre 
las  de  Tovar  y  Mudarra  y  al  otro  las  de  Reoyo  y  Cuadra,  pa- 


44  VALLADOLID 

saban  los  primeros  á  la  iglesia  mayor  y  los  segundos  desde  el 
siglo  XIII  á  la  de  San  Pablo  para  distribuir  los  oñcios  de  justi- 
cia. Esta  singular  oligarquía,  que  dividiendo  la  población  en  dos 
grandes  bandos,  no  podía  dejar  de  producir  con  el  tiempo  re- 
petidos y  sangrientos  tumultos,  por  de  pronto  sin  embargo  no 
paralizó  la  prosperidad  del  naciente  concejo,  cuya  jurisdicción 
se  extendía  sobre  Cabezón,  Tudela  y  Portillo  con  sus  aldeas,  y 
más  tarde  sobre  Santovenia,  Herrera  del  Duero  y  término  de 
Aniago  adquiridos  por  compra,  y  cuyos  procuradores  en  las 
cortes  de  León  y  Carrión  hacia  1 188  tomaron  asiento  ya  con 
los  delegados  de  las  más  insignes  ciudades  de  Castilla. 

En  II 54  á  28  de  Agosto  falleció  en  Valladolid  el  conde  Ar- 
mengol,  y  heredó  el  señorío  de  la  villa  con  los  estados  de 
Urgel  su  hijo  del  mismo  nombre,  casado  con  Dulce  de  Aragón 
hija  del  esclarecido  Ramón  Berenguer  y  de  la  reina  Petronila. 
En  la  división  de  la  monarquía  de  Alfonso  VII  entre  sus  dos 
hijos  cupo  Valladolid  al  reino  de  Castilla;  pero  irritado  Fernan- 
do II  de  León  contra  los  Laras  que  le  habían  excluido  de  la 
tutela  de  su  sobrino,  devastó  con  el  hierro  y  con  la  tea  los  do- 
minios de  aquella  ilustre  casa  tendidos  sobre  las  márgenes  del 
Duero,  y  en  11 77  invadió  ambiciosamente  el  infantazgo  de  Va- 
lladolid que  comprendía  los  valles  de  Duero  y  Esgueva  hasta 
Vamba,  comarca  restituida  en  breve  á  Alfonso  VIII  por  la  paz 
de  II 8 1 .  Sin  embargo  el  señor  de  Valladolid,  cuyo  gobierno 
en  sus  frecuentes  ausencias  tenía  confíado  á  Fernán  Rodríguez 
de  Sandoval,  siguió  al  parecer  la  causa  del  monarca  leonés,  de 
quien  fué  mayordomo  mayor,  recibiendo  de  su  mano  cuantiosas 
mercedes  é  importantes  villas  en  su  reino.  Murió  este  conde 
Armengol  en  1 1  de  Agosto  de  1 1 84,  desgraciada  y  gloriosa- 
mente como  su  abuelo,  sorprendido  por  los  infieles  en  las  inme- 
diaciones de  Requena,  al  regresar  triunfante  y  cargado  de  des- 
pojos de  una  feliz  correría  contra  los  moros  de  Valencia. 

Su  hijo  Armengol ,  tercero  de  este  nombre  en  el  señorío  de 
Valladolid,  casi  nunca  tuvo  su  residencia  en  Castilla,  y  dejando 


VALLADOLID  4; 

allí  por  lugarteniente  suyo  á  Alfonso  Téllez  de  Meneses,  dirigió 
las  miras  á  sus  estados  de  Cataluña,  donde  ganó  fama  de  esfor- 
zado en  sus  continuas  luchas  con  los  barones  convecinos.  Pero 
si  Valladolid  carecía  de  la  presencia  de  su  señor,  en  cambio  go- 
zaba á  menudo  de  la  de  su  rey,  que  en  1193  y  1 195,  en  1201 
y  1 204,  según  consta  por  la  data  de  diversas  escrituras,  hospe- 
dábase en  el  alcázar  situado  sobre  el  Pisuerga.  Así,  cuando 
en  1 208  terminó  su  carrera  el  último  conde  Armengol,  sin  de- 
jar más  sucesión  de  Elvira  de  Subirats  su  consorte  que  una 
hija  llamada  Aurembiax,  Alfonso  VIII  incorporó  la  codiciada 
villa  á  su  corona,  por  más  que  el  testamento  del  difunto  mag- 
nate legase  la  mitad  de  ella  al  papa  Inocencio  III  y  la  otra  mi- 
tad á  sus  herederos  propios.  En  vano  la  condesa  Aurembiax 
alegó  sus  derechos,  en  vano  los  trasmitió  á  su  esposo  el  infante 
D.  Pedro  de  Portugal,  y  los  retuvo  éste  en  la  donación  que  del 
condado  de  Urgel  hizo  en  1231  á  Jaime  I  de  Aragón;  la  razón 
de  estado,  aprovechando  la  extinción  de  la  descendencia  varo- 
nil de  la  hija  primogénita  de  Ansúrez,  prevaleció  sobre  las 
cláusulas  de  un  testamento,  porque  la  que  en  breve  iba  á  ser 
corte  de  Castilla  ya  no  debía  reconocer  otro  señorío  que  el  de 
su  monarca. 


48  VALLADOLID 

Junio  de  1 209,  ajustaron  allí  sus  largas  querellas  el  rey  de  Cas- 
tilla y  su  yerno  el  de  León,  que  disuelto  su  enlace  con   Beren- 
guela  le  asignó  para  su  mantenimiento  ciertas  villas,  prometién- 
dose recíproca  amistad  por  cincuenta  años,  y  sancionando  la 
promesa  el  anatema  de  seis  prelados,  arbitros  y  ejecutores  del 
convenio,  contra  los  que  osaran  infringirlo.  La  ínclita  Bereng'uela, 
á  quien  su  padre  legó  en  usufructo  el  infantazgo  de  Valladolid, 
el  más  rico  y  vasto  de  Castilla,  pues  llegó  á  comprender  cin- 
cuenta y  dos  pueblos,  trasladó  allí  en  1 2 1 5  la  corte  de  su  her- 
mano y  pupilo  Enrique  I ;  y  cuando  la  intriga  y  la  violencia  la 
obligaron  á  abandonar  la  tutela  al  ambicioso  D.  Alvaro  de  Lara, 
quedóse  en  la  misma  villa,  hasta  que  no  creyéndose  segura  se 
refugió  á  la  fortaleza  de  Autillo.  Valladolid  vio  indignada  en  un 
simulacro  de  cortes  generales  aprobados  servilmente  los   des- 
manes del  soberbio  tutor  y  el  despojo  de  su   benéfica  señora; 
pero  fallecido  el  joven  rey  en  Falencia  á  los  pocos  días  de  haber 
presenciado  su  partida,  saludó  con  inmenso  júbilo  á  Berenguela 
que  volvía  con  su  hijo  de  la  mano,  para  transferir  á  las  sienes 
del  mancebo  la  corona  de  Castilla,  que  iban  á  presentarle  las 
cortes  del  reino,  reunidas  allí  mismo,   como  á  primogénita  de 
Alfonso  VIII.  Celebróse  esta  doble  proclamación  á  i  .^  de  Julio 
de  1 2 1 7  en  la  plaza  Mayor ^  apellidada  entonces  del  Mercado  y 
situada  fuera  del  amurallado  recinto,  donde  subieron  á  un  ta- 
blado cubierto  de  telas  de  oro  la  reina  y  el  príncipe ;  y  fué  luci- 
da y  noble  y  numerosa  por  demás  la  comitiva  que  les  acompañó 
desde  la  plaza  al  templo  de  Santa  María  y  desde  allí  otra  vez 
al  alcázar,  y  ruidosas  las  aclamaciones  y  brillantes  los  regocijos 
que  inauguraron  el  feliz  gobierno  del  rey  santo. 

Suscitáronse  tormentas  en  sus  principios,  pero  disipólas  en 
breve  el  calor  del  naciente  astro.  Alfonso  IX  de  León,  que  ha- 
bía bajado  hasta  Arroyo  y  Laguna  á  una  legua  de  Valladolid 
para  disputar  á  su  hijo  el  materno  cetro  de  Castilla,  se  retiró 
sin  intentar  ataque  alguno:  D.  Alvaro  de  Lara,  que  promovía 
nuevas  inquietudes  talando  los  pueblos,  fué  conducido  á  la  villa 


VALI-ADOLID  49 

prisionero  y  metido  ei^  estrecha  cárcel.  Obtuvo  Valladolid  la 
predilección  de  Fernando  III  sin  duda  por  el  cariño  de  su  ma- 
dre ;  y  las  cortes  celebradas  en  Febrero  de  1 2  2 1  en  que  se  con- 
denó al  seftor  de  los  Cameros  don  Rodrigo  Díaz  á  restituir  al 
rey  los  castillos  usurpados,  el  concilio  reunido  en  1228 'bajo  la 
presidencia  del  legado  obispo  de  Sabina  para  extirpar  el  concu- 
binato de  los  clérigos  y  condenar  los  errores  albigenses,  el  ca- 
pítulo general  de  la  orden  de  Calatrava  tenido  á  28  de  Octubre 
de  1238  en  presencia  del  rey  y  de  su  madre  y  de  su  segunda 
esposa,  fueron  otras  tantas  ocasiones  en  que  la  hizo  teatro  de 
su  grandeza.  En  la  capilla  de  aquél  alcázar,  á  26  de  Noviembre 
de  1 246,  solemnizáronse  los  desposorios  del  príncipe  Alfonso 
con  Violante  hija  del  rey  de  Aragón,  niña  apenas  dé  once  años, 
á  quien  fué  señalada  en  arras  la  misma  villa  con  otras  de  impor- 
tancia; pero  las  triunfales  campañas  de  Andalucía  impidieron  al 
glorioso  monarca  asistir  á  la  fausta  ceremonia,  y  á  las  rogativas 
que  de  su  orden  se  hicieron  el  año  siguiente  por  la  salud  de  San 
Luís  su  primo  á  Nuestra  Señora  de  la  Peña  de  Francia  en  su 
devoto  santuario  del  Prado  de  Valladolid.  Otorgó  San  Fernan- 
do á  la  población  varias  donaciones  en  12 40  y  1242,  y  hay 
quien  dice  que  sus  armas  en  la  toma  del  castillo  del  Carpió ; 
pero  el  origen  de  estas  es  tan  controvertido  como  el  objeto  que 
representan,  dudándose  si  son  llamas,  ondas  ó  girones. 

También  al  sabio  Alfonso,  al  rey  legislador,  blanco  de  tan 
varia  fortuna  en  vida  como  de  opuestos  juicios  en  la  historia, 
mereció  Valladolid  una  especial  solicitud  y  una  frecuente  per- 
manencia. En  1252  y  53,  desde  el  año  primero  de  su  reinado, 
le  conñrmó  los  antiguos  privilegios  y  donaciones  y  le  concedió 
otras  nuevas:  en  1255  víspera  de  San  Juan  Bautista  dio  comien- 
zo allí  al  código  inmortal  de  las  Partidas^  y  allí  terminó  en 
30  de  Agosto  el  fuero  real,  que  no  fué  otorgado  á  la  villa  sin 
embargo  hasta  diez  años  después:  en  1258  por  el  mes  de  Ene- 
ro reunió  en  ella  cortes  generales  para  reformar  las  costumbres, 
la  mesa  y  el  traje  de  las  diversas  clases  del  estado  empezando 


50  VALLADOLID 

por  sí  y  por  la  reina,  y  más  adelante  expidió  ordenanzas  locales 
sobre  las  atribuciones  de  los  alcaldes  y  trámites  de  sus  juicios. 
Su  nieto  Alfonso,  hijo  del  infante  D.  Fernando  de  la  Cerda  y 
de  Blanca  de  Francia,  destinado  por  derecho  á  sucederle,  vio 
allí  la  Itiz  en  1270  y  fué  bautizado  con  insigne  pompa  en  la 
iglesia  de  Santa  María.  Pero  el  descontento  cundía  y  amenazaba 
estallar  en  sedición :  los  grandes  murmuraban  de  ultrajes  y  des- 
afueros recibidos,. los  prelados  pedían  el  remedio  de  sus  quere- 
llas contra  los  ministros  reales  (i).  En  la  reunión  numerosísima 
que  en  1281  allí  tuvieron  los  abades  de  los  monasterios  de  la 
orden  de  Cluni,  del  Cister  y  de  Premonstrato  en  Castilla,  y  en 
la  hermandad  entre  ellos  acordada  para  la  observancia  de  su 
instituto,  tal  vez  pudo  observar  Valladolid  á  vueltas  del  celo  re- 
ligioso algo  de  política  desazón  y  de  las  ambiciosas  intrigas  del 
infante  D.  Sancho  que  les  había  convocado :  mas  no  tardó  en 
ver  rasgado  el  velo  de  iniquidad.  En  8  de  Julio  de  1 282  (2)  ante 
una  junta  inmensa  de  prelados,  ricoshombres  y  caballeros   de 
Castilla,  León  y  Galicia,  ante  la  esposa  del  monarca  y  el  infante 
D.  Manuel  su  hermano  y  sus  hijos  los  infantes  D.  Pedro  y  Don 
Juan,  oyó  negar  la  obediencia  al  rey  Alfonso,  y  aclamar  por  le- 
gítimo señor  al  rebelde  príncipe,  y  prestarse  todos  juramento  de 
sostener  recíprocramente  sus  libertades,  ó  más  bien  de  asegurar 
sus  usurpaciones. 

Tal  vez  hizo  teatro  á  Valladolid  de  tan  odiosa  escena  la  au- 
toridad de  la  reina  Violante  que  la  poseía  en  señorío  y  la  arras- 
tró á  conjurarse  contra  su  real  esposo;  pero  en  compensación 
debióle  la  villa  dos  de  sus  más  insignes  conventos,  San  Francis- 
co y  el  de  dominicos  de  San  Pablo.  Había  fundado  el  primero 


(i)  El  Sr.  Sangrador  en  su  apreciable  historia  de  Valladolid  afirma  que  se  ce- 
lebraron en  esta  población  las  cortes  de  1 27  i,  de  las  cuales  se  apartaron  los  no- 
bles descontentos  con  el  infante  D.  Felipe  á  su  cabeza,  y  en  que  mediaron  la  reina 
Violante  y  el  infante  D.  Fadrique  y  otros  para  terminar  sus  desavenencias  con  el 
rey ;  pero  así  de  las  historias  más  acreditadas  como  de  las  actas  de  cortes  se  des- 
prende que  estas  se  tuvieron  en  Burgos. 

(3)  La  crónica  de  D.  Juan  Manuel  pone  este  suceso  en  el  mes  de  Abril  de  dicho 
año. 


VALLADOLID  5I 


en  1 2 10  bajo  la  protección  de  la  reina  Berenguela  fray  Gil  com- 
pañero del  patriarca  de  Asís,  en  el  sitio  apellidado  Río  de  Ol- 
mos camino  de  Simancas :  Violante  lo  trasladó  dentro  de  la  po- 
blación, cediendo  á  los  religiosos  en  1 260  unas  casas  en  la  calle 
de  los  Olleros  frente  al  Mercado  convertido  más  tarde  en  Plaza 
Mayor,  en  un  barrio  á  la  sazón  extremo  y  el  más  céntrico  des- 
pués. Otra  reina,  María  de  Molina,  agregó  al  convento  un  pala- 
cio contiguo;  mas  sin  perder  su  primer  destino,  la  morada  de 
los  humildes  frailes  Menores  dio  aposentamiento  muchas  veces 
á  las  personas  reales,  como  su  iglesia  dio  sepultura  á  los  despo- 
jos de  las  mismas.  El  primero  que  allí  bajó  á  descansar  fué  don 
Pedro  hijo  de  Alfonso  X  y  de  la  fundadora,  fallecido  en  Ledes- 
ma  á  20  de  Octubre  de  1 283,  mientras  auxiliaba  la  rebelión  del 
hermano  contra  el  padre;  el  segundo  D.  Enrique  hermano  del 
mismo  rey  Alfonso,  cuyo  cadáver  traído  desde  Roa,  donde  mu- 
rió en  Agosto  de  1303,  debió  su  honrado  entierro  á  la  genero- 
sidad de  la  reina  María.  Ni  del  lugar  y  forma  de  los  sepulcros 
de  ambos  infantes  ni  de  sus  epitafios  queda  memoria  cierta  ( i ) ; 
pero  sí  de  los  versos  leoninos  que  llevaba  en  la  capilla  mayor 
el  túmulo  de  Pedro  Alvarez  seftor  de  Norefta,  padre  del  famoso 
Rodrigo  Alvarez  de  Asturias  (2).  Ninguna  descripción,  ningún 


(i)  Según  Antolínez  de  Burgos,  estaban  sepultados  en  dos  nichos  á  los  lados 
de  la  capilla  mayor,  en  el  del  evangelio  D.  Enrique,  en  el  de  la  epístola  D.  Pedro  á 
quien  llama  D.  Pedro  Manuel.  Morales  en  su  Via/e  sanio  asegura  que  no  se  sabía 
el  lugar  de  la  sepultura  de  D.  Enrique,  y  que  la  de  D.  Pedro  estaba  en  la  capilla 
de  los  Leones  en  cama  alta  con  bultos  él  y  su  mujer  Margarita  de  JVarbona.  Nin- 
gún escritor  moderno,  de  los  que  antes  de  1837  alcanzaron  á  ver  aquel  edificio, 
ha  resuelto  dicha  controversia. 

(2)  Dice  Morales  que  era  de  palo  este  sepulcro  con  las  armas  de  Noreña;  pero 
en  tiempo  de  Flórez  el  sepulcro  y  los  versos  ya  no  existían.  Estos  nos  los  ha  con- 
servado una  historia  manuscrita  del  convento. 

Impia  mors,  quis  te  furor  impulit  ut  Petrus  iste 

Sic  rueret  per  te,  cui  vita  favebat  aperte } 

Hic  custos  legis,  cor  regis,  pauperis  egis, 

Hic  tutela  bonis,  hic  cultor  relígionis. 

Hunc  genus,  hunc  mores,  facundia,  census,  honores, 

Deseruisse  docent  quem  coluisse  solent. 

Al  otro  lado  de  la  piedra : 


52  VALLADOLID 

diseño  nos  permite  tampoco  apreciar  dignamente  la  pérdida  de 
aquel  templo,  demolido  en  iZ^^^  para  subvenir  á  los  gastos  de 
la  guerra  civil;  sólo  sabemos  que  era  una  suntuosa  y  dilatada 
nave,  construida  en  la  mejor  época  del  arte  gótico,  pues  de  pe- 
queña que  antes  era,  la  hizo  de  nuevo  con  su  gran  pórtico  á  fines 
del  siglo  XIV  Juan  Hurtado  de  Mendoza,  uno  de  los  tutores  de 
Enrique  III,  sepultado  debajo  del  coro.  Las  portadas  que  salían 
á  la  calle  y  plaza  Mayor,  decíase  haberlas  costeado  los  jurados 
en  penitencia  de  haber  infringido  .el  derecho  de  asilo  tapiando 
las  puertas  á  un  homicida;  la  de  la  plaza,  consumida  en  el  terri- 
ble incendio  de  1561,  se  reedificó  conforme  á  la  traza  que  Feli- 
pe II  señaló.  Así  el  claustro  como  la  iglesia  encerraban  grandio- 
sas capillas:  la  de  Linages  cubierta  por  una  cúpula  octógona  de 
crucería,  se  veía  alfombrada  de  losas,  entre  ellas  la  de  un  obis- 
po, y  rodeada  de  nichos  greco-romanos  de  medio  punto  con 
lápidas  en  su  fondo;  la  de  los  Leones  y  próxima  á  la  sacristía  y 
colateral  de  la  mayor,  contenía  la  notable  tumba  de  una  dama 
y  de  una  hija  de  Enrique  II,  ambas  por  nombre  Leonor,  falleci- 
da la  madre  en  1369  y  la  hija  en  1375,  á  cuya  historia  dieron 
acaso  romancesco  interés  los  leones  esculpidos  sobre  la  cubier- 
ta (i).  Grandes  cuadros  de  Bartolomé  de  Cárdenas,  Felipe  Gil 


Serve  Dei  Francisce,  mei  sis  dux  morientis^ 
Do  tibí  me,  tu  sis  animae  comes  egredientis. 
In  te  confído,  placuitque  mihi  tuus  ordo. 
Me  totum  tibí  do,  quid  plus?  cum  corpore  cor  do. 
Pro  te  qui  minor  es,  ad  fratres  migro  minores, 
Fratribus  unitus,  fratris  sub  veste  minoris. 

Anno  Domini  MCCLXXXVl. 

Este  magnate  gran  servidor  de  Sancho  IV,  era  padre,  y  no  abuelo  como  dice 
Flórez,  de  D.  Rodrigo  Alvarez  de  quien  hablamos  en  el  tomo  de  Asturias  y  León, 
pág.  1 60.  En  medio  de  la  capilla  mayor»  según  Morales,  estaba  enterrado  con 
tumba  alta  cerrada  de  reja,  el  conde  de  Castro. 

(i)  Cuéntase  que  recelando  el  rey  de  la  fidelidad  de  su  dama,  mandó  exponer 
el  tierno  fruto  de  sus  amores  á  la  voracidad  de  aquellas  fieras ,  las  cuales,  respe- 
tando maravillosamente  á  la  niña,  le  demostraron  la  inocencia  de  la  madre.  De 
esta  anécdota  no  dan  indicio  alguno  las  historias  ni  la  inscripción  colocada  en  el 
sepulcro,  que  decía  así:  «Aquí  yacen  enterradas  D.'  Leonor  de  los  Leones  y  D."  Leo- 
nor su  hija  y  del  rey  D.  Enrique  el  Viejo  que  Dios  dé  santo  paraíso ;  finó  la  madre 


VALLADOLID  53 

y  Diego  Valentín  Díaz,  preciosas  figuras  de  Juni  y  de  Gregorio 
Hernández,  cubrían  los  muros  ó  adornaban  los  retablos;  y  sem- 
braban por  todas  partes  el  pavimento  nobilísimas  sepulturas, 
distinguiéndose  entre  todas  la  que  custodió  por  seis  afíos  los 
preciosos  restos  del  descubridor  del  nuevo  mundo,  Cristóbal 
Colón,  antes  de  ser  trasladados  á  la  Cartuja  de  Sevilla,  y  la  que 
recordaba  la  pavorosa  leyenda  aplicada  después  al  alcalde  Ron- 
quillo (i). 

Con  la  fundación  de  San  Francisco  guarda  singular  analogía 
la  de  San  Pablo.  También  le  concedió  el  solar  la  reina  Violante 
otorgando  á  los  dominicos  en  1276  el  vasto  terreno  de  Casca- 
jera hasta  San  Benito,  donde  les  sirvió  de  primer  santuario  la 
ermita  de  nuestra  Señora  del  Pino;  también  la  reina  María,  al 
confiarle  los  despojos  de  su  tierno  hijo  Alfonso  fenecido  á  los 
cinco  aftos  (2),  dio  á  la  fábrica  poderoso  impulso,  y  lególe  una 
renta  anual  de  cuatro  mil  maravedís  sobre  el  portazgo  de  Va- 


aquí  en  Valladolid  en  la  era  MCCCCVII,  y  la  hija  finó  en  la  villa  de  Guadalajara  en 
la  era  MCCCCXIIIj;  y  la  dicha  Leonor  hizo  hazer  esta  capilla  y  estas  sepulturas 
para  que  la  enterrasen  á  ella  y  madre,  á  las  cuales  Dios  por  su  santísima  miseri- 
cordia quiera  perdonar  sus  almas.»  En  su  testamento  menciona  Enrique  II  á  esta 
dama,  llamándola  Leonor  Alvarez,  y  á  su  hija  desposada  con  D.  Alfonso  de  Ara- 
gón, hijo  del  marqués  de  Villena,  cuyo  matrimonio  al  fin  no  se  realizó,  legando  á 
la  primera  diez  mil  maravedís  anuales,  y  á  la  segunda  veinte  mil  doblas  de  oro 
para  su  dote. 

(i)  En  el  centro  de  la  iglesia,  debajo  de  una  lápida  donde  se  veían  de  relieve 
las  figuras  de  un  hombre  con  su  mujer,  dícese  que  fué  enterrado  un  juez  de  alta 
categoría.  Hallábase  un  religioso  á  deshora  de  la  noche  escribiendo  el  sermón  de 
honras  en  la  biblioteca,  cuando  le  apareció  el  alma  del  infeliz  magistrado  rodeada 
de  demonios,  quienes  promulgada  la  sentencia  del  Señor  que  les  entregaba  tam- 
bién su  cuerpo,  condujeron  al  fraile  á  la  sepultura,  le  mandaron  extraer  del  cadá- 
ver la  sagrada  hostia  con  religioso  aparato,  y  prescribiéndole  referir  el  caso  desde 
el  pulpito,  se  llevaron  aquel  con  estruendo  formidable.  La  odiosidad  que  excitó 
contra  el  alcalde  Ronquillo  el  suplicio  del  obispo  Acuña  en  Simancas,  dio  margen 
á  suponerle  objeto  de  esta  leyenda  que  parece  más  antigua ;  pero  basta  recordar, 
como  lo  prueba  el  Sr.  Sangrador,  que  Ronquillo  murió  en  T/iadrid  y  no  en  Valla- 
dolid á  9  de  Diciembre  de  i  $  5  2,  y  que  no  fué  sepultado  en  San  Francisco,  sino  en 
la  iglesia  de  religiosas  de  Arévalo. 

(2)  Nació  este  infante  en  Valladolid  en  1 286  y  murió  allí  mismo  en  1 29 1;  es- 
taba desposado  ya  con  D.*  Juana  Núñez  de  Lara  que  se  criaba  en  palacio.  Créese 
estuvo  enterrado  en  una  de  las  tres  cajas  pintadas  de  bermellón  que  vio  Morales 
puestas  en  alto  en  la  capilla  mayor,  y  que  tal  vez  desaparecieron  al  labrar  allí  el 
duque  de  Lerma  su  magnífico  panteón. 


54  VALLADOLID 

lladolid  mientras  durase  la  obra  de  la  iglesia  y  claustro.  Pero 
más  tarde,  á  mediados  del  siglo  xv,  veremos  al  edificio  desple- 
gar sus  brillantes  galas,  y  recibir  á  principios  del  xvii  el  com- 
plemento de  su  grandeza,  perfeccionando  la  obra  de  las  reinas 
el  cariño  de  un  prelado  y  la  munificencia  de  un  valido. 

Antes  que  uno  y  otro  convento,  filé  erigido  en   1 247    el  de 
Santa  Clara  en  vida  de  la  santa  por  una  de  sus  compañeras 
bajo  la  advocación  de  Todos  los  Santos.  El  sitio  que  al  presen- 
te ocupa  se  hallaba  fiíera  de  los  muros,  y  lo  estuvo  hasta  la  en- 
trada del  XVII  en  que  llegó  á  envolverlo  la  población;  díríase 
que  aguardando  pacientemente  esta  crecida,*  renunció  á  trasla- 
darse en  1 37 1  junto  á  la  iglesia  de  San  Esteban  á  unas  casas 
del  conde  D.  Sancho.  Desde  Alfonso  XI  hasta  Enrique  IV,  to- 
dos los  reyes  otorgaron  privilegios  y  rentas  á  este  convento, 
acreditado  por  su  rígida  clausura.   Ocupaba  su  primitiva  iglesia 
el  sitio  donde  hoy  está  el  coro  bajo,  y  á  ella  pertenecen  los  vie- 
jos muros  del  cuerpo  que  avanza  hacia  la  plazuela,  presentando 
en  su  ventana  ojiva  un  no  sé  qué  de  monumental.  Por  dentro 
corresponden  á  una  capilla  cuadrada  con  bóveda  de  crucería, 
donde  vivió  como  emparedada  en  una  contigua  celda,  y  donde 
quiso  reposar  en  muerte  la  viuda  de  Alonso  Pérez  de  Vivero, 
D.*  Inés  de  Guzmán  (i);  la  otra  capilla  del  coro  la  fundó  para 
su  entierro  D.  Alonso  de  Castilla,  más  esclarecido  aún  por  la 
fama  de  sus  virtudes  que  por  su  descendencia  del  rey  D.  Pe- 
dro (2).  La  iglesia  actual,  nave  gótica  de  piedra,  desfigurada 
interiormente,  pero  cuyo  exterior  aún  engalana  alguna  creste- 
ría, la  construyó  hacia  1495  D.  Juan  Arias  del  Villar,  obispo  de 


(i)  Sobre  la  tumba  de  esta  dama  se  lee  :  «A  honra  y  gloria  de  Dios  todo  pode- 
roso yace  aquí  en  esta  sepultura  D.'  Inés  de  Guzman  condesa  de  Trastamara,  que 
mandó  facer  esta  capilla  año  de  1489.»  Su  esposo  fué  el  que  muriendo  por  orden 
de  D.  Alvaro  de  Luna  ocasionó  la  caída  de  este  valido. 

(2)  Fué  éste  D.  Alonso  hijo  natural  de  D.  Pedro  de  Castilla,  después  obispo 
de  Osma,  habido  en  una  dama  inglesa.  Cuenta  la  tradición  que  cada  vez  que  se 
acercaba  á  la  muerte  alguna  persona  del  noble  linaje  de  los  Castillas,  se  percibían 
fuertes  y  misteriosos  golpes  dentro  del  mencionado  sepulcro. 


VALLADOLID  55 

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Oviedo  y  más  tarde  de  Segovia,  reedificando  al  propio  tiempo 
la  portería,  según  acreditaban  sus  blasones  esculpidos  en  la.s 
claves  de  la  bóveda  (i).  En  la  capilla  mayor,  ocupada  por  un 
retablo  churrigueresco,  contienen  los  enterramientos  de  las  fa- 
milias de  Boninseni  y  Nava  cuatro  nichos  de  severa  arquitectura 
como  la  de  los  tiempos  de  Herrera ;  pero  las  estatuas  yacentes 
ofrecen  aún  en  época  tan  avanzada  la  expresiva  actitud  y  la  rica 
minuciosidad  de  trajes  que  caracterizaban  las  de  la  Edad  me- 
dia  (2). 

No  reanudaremos  el  hilo  de  la  historia,  tan  revuelta  como 
gloriosa  para  Valladolid  en  el  breve  reinado  de  Sancho  IV  y  en 
las  agitadas  menorías  de  Fernando  IV  y  Alfonso  XI,  sin  tender 
antes  una  mirada  por  el  dilatado  circuito  que  ocupaba  ya  enton- 
ces la  villa.  Limitada  al  poniente  por  el  Pisuerga  y  partiendo 
del  alcázar  como  de  centro  inmóvil,  habíase  ido  aumentando  por 
las  otras  direciones  en  línea  casi  paralela  á  la  del  primer  recin- 
to. La  puerta  de  Nuestra  Señora  no  había  cambiado  sino  de 
nombre  titulándose  del  Río ;  pero  desde  allí  subía  la  nueva  mu- 
ralla á  la  puerta  del  Puente,  en  medio  del  cual  descollaba  un 
torreón  para  su  defensa.  Seguía  la  cerca  por  el  lado  septentrio- 


( i)  Murió  el  citado  obispo  en  i  5  o  i  en  el  pueblo  de  Mojados.  Creen  las  religio- 
sas que  está  enterrado  en  su  claustro,  y  así  lo  afirma  Garibay,  pero  según  Colme- 
nares yace  en  Segovia. 

(a)  En  los  nichos  del  lado  del  evangelio  yacen  un  caballero  y  una  señora ;  el 
bulto  de  aquél  presenta  una  hermosa  cabeza  de  anciano,  enjuto  de  carnes,  vestido 
de  armadura  completa,  con  una  mano  empuñando  la  espada  y  con  la  otra  caída, 
notándose  á  sus  pies  un  león  y  el  casco ;  la  dama  viste  un  rico  traje  de  la  época,  y 
lleva  un  perrito  de  lanas  sobre  la  orla  de  su  vestidura.  Las  inscripciones  dicen 
así:  «Aquí  yace  el  muy  ilustre  señor  Pedro  Boninseni,  comendador  de  Fuente  la 
Peña  y  recebidor  general  de  la  religión  de  San  Juan;  falleció  á  8  de  Setiembre  de 
1581.  Requiescat  in  pace.  Este  caballero  fué  embajador  de  su  religión  en  esos 
reinos  y  en  los  de  Portugal,  y  fué  capitán  en  Italia  y  gobernador  de  Taranto,  y  es 
de  quien  dize  la  corónicade  Malta  cuando  la  cercó  el  Turco.»— «Aquí  yaze  la  muy 
ilustre  señora  D.'  Isabel  Boninseni  y  de  Nava,  falleció  á  18  de  Setiembre  de  i  580. 
Requiescat  in  pace.»  Otro  bulto  semejante  de  caballero  se  ve  en  uno  délos  nichos 
del  lado  de  la  epístola,  con  el  siguiente  epitafio :  «Aquí  yace  Juan  de  Nava  caba- 
llero del  abito  de  Santiago,  gentilhombre  de  la  boca  de  S.  M.,  hijo  de  Pedro  de 
Nava  del  consejo  de  los  Reyes  Católicos  y  de  Juana  Ondegardo;  están  enterra- 
dos en  la  capilla  de  Santa  Catalina  de  San  Francisco  de  esta  ciudad.  Murió  año 
de  I  590.» 


t;6  VALLADOLID 

nal,  incluyendo  el  barrio  de  San  Nicolás  y  orillando  la  huerta 
de  San  Pablo,  hasta  la  puerta  de  San  Benito  el  Viejo,  desde  la 
cual  dejando  fuera  á  Santa  Clara,  se  inclinaba  hacia  levante  y 
abría  dos  puertas  al  extremo  occidental  del  Prado,  la  una  deno- 
minada de  San  Pedro  enfrente  de  esta  iglesia,  la  otra  de  San 
Martín  junto  á  la  cruz  donde  antes  estaba  la  ermita  de  la  Peña 
de  Francia.  Formando  una  excrecencia  hacia  la  Magdalena,  la 
separaba   del  monasterio  de  las  Huelgas  situado  allende  los 
muros,  y  hoy  todavía  contiguo  á  dicha  parroquia  aparece  tapia- 
do un  viejo  arco  de  ladrillo  de  forma  de  herradura,  que  pudo  ser 
puerta,  si  bien  la  de  San  Juan  estaba  algo  más  adelante  en  la 
plazuela  de  este  nombre.  Al  extremo  de  la  calle  de  Herradores, 
hacia  el  sudeste  un  elevado  castillo  con  foso  y  barbacana  defen- 
día la  puerta  de  San  Esteban,  otra  enfilaba  la  calle  después 
llamada  de  Teresa  Gil ;  y  tomando  el  muro  por  foso  el  brazo 
inferior  del  Esgueva  y  excluyendo  el  anchuroso  Campo  Grande, 
formaba  la  puerta  del  Campo  donde  se  levanta  hoy  el  arco  de 
Santiago,  y  sobre  el  otro  brazo  del  Esgueva  la  de  San  Lorente 
hasta  cerrar  otra  vez  con  el  alcázar. 

Dentro  de  esta  muralla  de  diez  puertas,  muchas  de  las  cua- 
les subsistían  aún  á  la  entrada  del  siglo  xvii,  quedaron  encerra- 
das diferentes  iglesias,  que  desde  el  xii  las  más,  habían  nacido 
como  ermitas  en  medio  de  los  campos,  y  que  luego  vinieron  á 
ser  parroquias  rodeadas  de  feligreses;  en  qué  época  precisa- 
mente no  se  sabe,  ni  si  fueron  erigidas  tales  á  un  mismo  tiempo, 
pero  á  mediados  del  xiv  consta  ya  que  lo  eran  casi  todas.  De 
esta  suerte  á  la  Antigua,  á  San  Julián,  á  San  Pelayo  titulada  ya 
entonces  San  Miguel,  á  San  Martín  y  á  San  Nicolás,  fueron 
añadiéndose  San  Lorenzo,  Santiago,  el  Salvador,  San  Esteban, 
San  Juan,  la  Magdalena,  San  Pedro  y  San  Benito  el  Viejo,  pre- 
sidiendo á  los  respectivos  barrios  recién  formados  en  torno 
suyo.  Sus  templos,  pobres  sin  duda  y  reducidos  en  razón  de  su 
origen,  perdieron  sucesivamente  su  primitiva  forma:  los  de  San- 
tiago y  San  Lorenzo  restaurados  en  el  último  período  del  arte 


VALLADOLID  57 

gótico;  los  de  la  Magdalena,  el  Salvador,  San  Pedro  y  San  Be- 
nito en  el  siglo  xvi  y  xvii;  los  de  San  Miguel,  San  Juan  y  San 
Esteban  trasladados  casi  en  nuestros  días  á  vacantes  y  espacio- 
sas iglesias  de  conventos. 

Coincidió,  si  más  bien  no  le  fué  debido,  este  singular  incre- 
mento de  Valladolid  con  el  reinado  de  María  de  Molina,  su 
principal  favorecedora  después  del  conde  Ansúrez,  figura  ma- 
jestuosa y  apacible  que  durante  cuarenta  afíos  llena  casi  exclu- 
sivamente sus  anales.  Ya  en  vida  de  su  esposo  Sancho  el  Bravo 
tuvo  allí  la  prudente  reina  su  residencia  más  frecuente,  y  alcan- 
zó del  rey  que  concediera  á  aquellos  vecinos  la  aldea  de  Cigales 
para  que  fuesen  más  ricos  y  hubiesen  más  con  que  poderles  ser- 
vir; allí  dio  nacimiento  en  1 286  á  su  segundo  hijo  Alfonso  cuya 
muerte  cinco  aftos  después  debía  llorar,  y  en  1 290  á  Pedro  que 
terminó  gloriosamente  su  juvenil  carrera  en  la  vega  de  Granada. 
Aumentaron  en  aquella  época  el  lustre  de  la  villa  la  celebración 
de  un  concilio  nacional  en  1291  y  de  unas  cortes  generales  de 
León  y  Castilla  en  1 293 ;  y  sus  escuelas  públicas,  que  con  algún 
fundamento  se  suponen  trasladadas  allí  desde  Palencia,  florecían 
de  tal  suerte  con  la  protección  del  soberano  (i),  que  al  estable- 
cer las  de  Alcalá  de  Henares,  nada  mejor  creyó  éste  poderles 
otorgar  que  los  mismos  privilegios  é  inmunidades  de  aquellas. 

Con  la  muerte  de  Sancho  quedó  su  esposa  por  única  salva- 
guardia de  un  nifto,  cuyo  derecho  contradecían  poderosos  reinos, 
y  cuya  tutela  ambiciosos  bandos  se  disputaban.  Las  intrigas  y 
sugestiones  de  D.  Enrique,  tío  del  rey  difunto,  lograron  enagenar 
de  la  reina  el  ánimo  de  sus  más  fieles  subditos;  y  Valladolid 
en  1 295  víspera  del  Bautista  cerró  las  puertas  á  su  señora,  y  al 
cabo  no  le  permitió  entrar  sino  sola  con  su  hijo,  separada  de  la 


(i)  En  129$  concedió  dicho  rey  al  estudio  general  para  salario  de  sus  maes- 
tros las  tercias  de  Valladolid  y  su  tierra  además  de  las  de  Mucientes  y  Fuensalda- 
ña,  por  los  grandes  servicios  que  le  habían  prestado  siempre  los  letrados  de  aque- 
lla escuela,  tal  vez,  como  conjetura  el  Sr.  Sangrador,  en  la  ruidosa  cuestión  de  la 
sucesión  á  la  corona. 

8 


58  VALLADOLID 

comitiva.  En  las  cortes  abiertas  allí  el  siguiente  día,  cedió  la 
madre  el  codiciado  gobierno  á  D.  Enrique,  reservando  única- 
mente para  sí  la  educación  del  rey  menor;  y  si  bien  prestaron 
juramento  á  Fernando  IV  los  concejos  de  León  y  Castilla,  reno- 
varon su  hermandad  recelosa  imponiendo  condiciones  al  trono, 
y  á  ellos  siguió  con  sus  demandas  el  brazo  de  la  iglesia.  Pero  á 
fuerza  de  habilidad  y  dulzura  triunfó  D.*  María:  los  más  temi- 
bles é  inquietos  magnates,  D.  Diego  de  Haro  y  D.  Juan  Núftez 
de  Lara,  vinieron  en  pos  de  ella  á  rendir  homenaje  á  su  hijo;  y 
la  villa,  vuelta  en  sí  del  momentáneo  extravío,  abrazó  con  tanto 
ardor  su  causa,  que  sorda  á  la  voz  de  la  reina  Violante  su  anti- 
gua señora,  la  cual  en  ausencia  de  aquella  aspiraba  á  penetrar 
en  su  recinto  sosteniendo  las  pretensiones  del  infante  de  la 
Cerda,  le  impidió  la  entrada  coronando  de  armas  sus  muros,  y 
la  obligó  á  retirarse  á  Cabezón  lanzando  imprecaciones  y  ame- 
nazas. 

Valladolid  fué  el  cuartel  general  escogido  por  la  varonil 
princesa  en  1 296  para  hacer  frente  á  la  formidable  liga  con  que 
Aragón,  Francia,  Portugal,  y  un  pretendiente  al  reino  de  León 
y  otro  al  de  Castilla,  aspiraban  á  derribar  el  trono  y  desmem- 
brar la  monarquía.  Hallábase  la  reina  oyendo  misa  en  la  capilla 
del  alcázar,  cuando  en  traje  de  camino  se  le  acercó  D.  Enrique 
consternado  con  el  inminente  peligro,  proponiéndole  como  único 
medio  de  conjurarlo  un  segundo  enlace  con  el  infante  de  Ara- 
gón D.  Pedro,  caudillo  de  las  huestes  aliadas.  Ella,  no  tomando 
consejo  sino  de  su  casto  y  firme  corazón,  respondió  tque  jamás 
quebrantaría  la  fe  del  primer  consorcio  aun  á  trueque  de  ganar 
cien  coronas  para  su  hijo,  y  que  mejor  interesaría  en  favor  de 
éste  á  Dios  conservando  su  decoro,  que  admitiendo  en  sus  tocas 
el  más  mínimo  lunar. »  Y  Dios  no  engañó  su  esperanza :  aban- 
donada de  D.  Enrique  y  llevados  á  Andalucía  sus  defensores, 
combatió  por  ella  la  peste  diezmando  el  ejército  enemigo,  y  sus 
destrozados  restos  imploraron  tregua  para  retirarse,  y  los  cadá- 
veres del  infante  de  Aragón  y  de  sus  nobles,  al  atravesar  por 


VALLADOLID  59 

Valladolid,  merecieron  de  su  generosa  adversaría  ricos  paftos 
de  oro  con  que  cubrir  su  desnudez.  Al  rey  de  Portugal,  que  lle- 
gó más  tarde  con  otro  ejército  hasta  Simancas,  sin  poder  ella 
oponerle  más  soldados  que  los  ñeles  habitantes  de  su  corte, 
respondió  negándose  á  las  exigencias  que  le  presentaba  y  aun 
á  toda  entrevista,  y  amenazándole  con  la  ruptura  del  proyectado 
enlace  entre  sus  hijos  si  jamás  se  ponía  en  su  presencia.  Esta 
comunidad  de  glorias  y  peligros  se  la  recompensó  D.*  María  á 
los  de  Valladolid  concediéndoles  franquicia  de  portazgos,  que 
al  año  siguiente  hizo  extensiva  á  los  mercaderes  que  la  abaste- 
cieran. 

Por  tres  aftos  consecutivos,  en  Febrero  de  1298,  Abril 
de  1299  y  Abril  de  1300,  reunidas  allí  las  cortes  otorgaron  á 
la  corona  cuantiosos  donativos  para  las  necesidades  de  la  gue- 
rra, y  en  las  últimas  por  fin  hincó  la  rodilla  ante  el  joven  rey  el 
infante  D.  Juan  su  tío,  que  traía  perturbado  el  reino  con  ince- 
santes rebeliones.  De  otras  dos  cortes  generales  presenció  Va- 
lladolid la  solemne  apertura  durante  el  breve  reinado  de  Fer- 
nando IV,  de  las  unas  en  28  de  Junio  de  1307,  de  las  otras 
en  24  de  Abril  de  131 2,  en  las  cuales  se  ordenaron  sabias  y 
populares  leyes.  No  fueron  con  todo  estos  años  los  más  ventu- 
rosos para  María  de  Molina;  mejor  quisiera  seguir  arrostrando 
riesgos  y  combates  que  sufrir  el  desvío  ingrato  de  su  hijo,  sobre 
todo  después  del  casamiento  de  éste  con  D.^  Constanza  de  Por- 
tugal, que  se  celebró  en  Valladolid  con  suntuosas  fiestas  en  el 
mes  de  Enero  de  1302.  Entregado  el  rey  á  la  fatal  privanza  de 
sus  antiguos  y  constantes  enemigos  el  infante  D.  Juan  y  D.  Juan 
de  Lara,  excitó  el  disgusto  de  la  nobleza  y  especialmente  de 
D.  Enrique  su  antiguo  tutor;  y  la  reina  madre  hubo  de  emplear 
toda  su  prudencia  en  calmar  el  despecho  de  éste  y  los  celos  de 
aquella,  enmendando  los  agravios  del  imprudente  mozo.  A  poco 
muríó  D.  Enrique,  y  D.^  María  olvidando  pasadas  quejas  mos- 
tró una  vez  más  su  magnánima  bizarría :  pocas  lágrimas  corrie- 
ron en  las  exequias  del  avaro  y  turbulento  anciano,  y  al  trasla- 


i 


6o  VALLADOLID 


dar  su  cadáver  desde  Roa  á  Valladolid,  escasa  comitiva  y  de 
mal  grado  le  acompañaba,  ni  iban  con  la  cola  cortada  los  roci- 
nes, ni  lucían  velas  en  la  procesión ;  pero  la  reina  cuidó  de  suplir 
este  abandono,  y  envió  para  cubrir  el  féretro  una  preciosa  tela 
de  brocado. 

La  caída  de  los  Templarios  tuvo  en  Valladolid  un  eco  dolo- 
roso. Poseían  allí  desde  mediados  del  siglo  xii  el  convento  y  la 
iglesia  de  San  Juan,  nombrado  en  segundo  lugar  entre  todos 
los  de  España  en  una  bula  de  Alejandro  III :  apoderóse  de  sus 
tienes  la  corona,  á  pesar  de  haber  declarado  su  inocencia  el 
concilio  de  Salamanca;  la  iglesia  permaneció  como  parroquia 
hasta  iS^2  en  que  fué  demolida  por  ruinosa;  el  convento  fué 
dado  por  habitación  á  D.  Nufto  Pérez  de  Monroy,  abad  de  San- 
tander y  canciller  de  la  reina,  quien  fundó  en  él  un  hospital, 
quedando  todavía  al  parecer  espacio  bastante  en  el  edificio  para 
servir  á  los  reyes  de  palacio  (i).  En  este  hospital  fué  sepultado 
su  opulento  fundador,  que  sobreviviendo  pocos  años  á  su  seño- 
ra, falleció  en  2  de  Agosto  de  1326;  pero  devorado  por  las 
llamas  el  piadoso  asilo,  no  sabemos  en  qué  fecha,  pasaron  sus 
restos  al  interior  del  monasterio  de  las  Huelgas,  á  cuya  fábrica 
había  contribuido  pródigamente  (2). 


(1)  Sólo  así  puede  conciliarse  la  indudable  erección  del  hospital  en  el  referido 
convento,  con  las  repetidas  indicaciones  de  la  crónica  del  rey  D.  Pedro,  quien  se- 
gún la  misma  tenía  su  alojamiento  en  las  casas  del  abad  de  Santander.  En  confir- 
mación de  nuestra  conjetura  afirma  el  moderno  historiador  de  Valladolid  que  esta 
morada,  donde  D.  Pedro  celebró  Sus  bodas  con  Blanca  de  Borbón,  es  la  conocida 
con  el  nombre  de  palacio  del  Duque^  del  cual  ya  no  existen  ruinas,  y  cuyo  sitio 
señalan  unas  tapias  en  el  espacio  que  media  entre  la  calle  de  la  Magdalena  y  la  de 
los  Templarios. 

(2)  El  epitafio  decía  así :  «  Aquí  yace  D.  Ñuño  Pérez  de  Monroy  abad  de  Santan- 
der, notario  mayor  por  el  rey  D.  Alonso  del  reino  de  León.  Fizo  este  hospital  para 
los  omes  mantener  á  servicio  de  Jesucristo  y  de  la  Virgen  Santa  María  su  madre  y 
de  la  corte  celestial,  por  du  alma  en  remisión  de  sus  pecados.  Fué  canciller  de  la 
reina  D.'  María  que  edificó  el  monasterio  de  las  Huelgas  que  es  aquí  en  Vallado- 
lid  :  fué  natural  de  Plasencia,  e  finó  á  dos  dias  andados  del  mes  de  agosto  era  de 
mil  e  trescientos  e  sesenta  e  cuatro.»  Fray  Alonso  Fernández,  que  inserta  dicha 
inscripción  en  su  historia  de  Plasencia,  refiere  el  testamento  del  abad,  que  legó  al 
hospital  todos  sus  bienes  y  sesenta  mil  maravedís  de  renta  para  sustentar  diaria- 
mente á  cincuenta  pobres  y  cuidar  á  treinta  enfermos,  tres  mil  doblas  de  oro  al 


VALLADOLID  6l 

El  rey  Fernando,  que  en  1 3 1 1  había  convalecido  en  Valla- 
dolid  de  una  peligrosa  dolencia,  murió  al  año  siguiente  en  Jaén; 
y  no  falta  quien  traiga  á  orillas  del  Pisuerga  el  principio  de  la 
trágica  historia  de  los  Carvajales  ligada  con  aquella  muerte 
misteriosa,  diciendo  que  en  el  campo  de  la  Verdad  y  que  después 
se  llamó  de  Marte,  lidiaron  los  infelices  hermanos  con  los  Bena- 
vides  (i).  Hallóse  la  reina  de  nuevo  sin  más  apoyo  que  su  en- 
tereza para  salvar  la  cuna  de  su  nieto  y  el  cetro  en  ella  deposi- 
tado, de  los  recios  embates  de  encontradas  ambiciones;  pero 
aunque  instada  con  dobles  miras  por  su  cufiado  D.  Juan  á  encar- 
garse de  la  regencia,  rehusó  con  todo  admitirla  mientras  no  se 
la  confiriese  el  solemne  voto.de  las  cortes,  y  para  terminar  di- 
sensiones, dejó  á  su  hijo  D.  Pedro  el  gobierno  de  León  y  á  don 
Juan  el  de  Castilla,  tomando  á  su  cargo  la  crianza  del  pequefio 
Alfonso  que  también  acababa  de  perder  á  su  madre.  Su  benigna 
influencia  no  se  ejercitó  sino  en  hacer  levantar  en  una  junta  de 
prelados,  que  por  Junio  de  1 3 1 4  se  tuvo  en  Valladolid,  el  entre- 
dicho lanzado  por  el  pontífice  á  causa  de  la  indebida  percepción 
de  las  tercias  decimales,  y  en  conciliar  á  los  desavenidos  tuto- 
res por  medio  de  las  cortes  allí  mismo  congregadas  en  Julio 
de  1 31 8.  Una  misma  y  gloriosa  muerte  en  la  vega  de  Granada 
puso  fin  muy  pronto  á  las  querellas  del  tío  y  del  sobrino;  y  aun 
lloraba  D.*  María  á  su  hijo  Pedro,  cuando  su  último  hijo  Felipe 
y  el  hijo  del  difunto  D.  Juan  y  D.  Juan  Manuel  su  primo  se 
presentaron  en  Valladolid  á  reclamar  imperiosamente  la  tutela, 
y  sin  aguardar  la  decisión  de  las  cortes  como  la  reina  les  pres- 
cribía, se  la  hicieron  otorgar  por  sus  parciales.  Aumentáronse 
con  esto  en  vez  de  calmar  los  disturbios ;  fué  llamado  el  reino 
á  cortes  generales  en  Falencia ;  pero  antes  de  acudir  allí  la  ex- 


monasterio  de  las  Huelgas  para  construcción  de  la  capilla  en  que  habían  de  depo- 
sitarse los  restos  de  D.'  María  y  mil  para  hacer  el  claustro,  trescientas  para  el  del 
convento  de  Santa  Clara,  trescientas  para  concluir  la  cerca  del  de  San  Quirce,  y 
cuatrocientas  para  celebrar  veinte  mil  misas,  la  mitad  para  sí  y  la  mitad  para  la 
reina. 

(i)    El  citado  fray  Alonso  Fernández. 


b2  VALLADOLID 


celsa  pacifícadora,  detúvola  en  su  predilecta  villa  mortal  enfer- 
medad. Entonces  llamó  á  los  caballeros  y  regidores  de  aquella, 
y  encomendando  á  su  lealtad  la  custodia  del  nieto  hasta,  que 
llegara  á  la  mayoría,  cerró  más  tranquila  los  ojos  día  i  .^  de  Ju- 
lio de  1321  (i). 

Desde  San  Francisco,  donde  murió  la  reina  en  las  habitacio- 
nes que  se  había  reservado  al  ceder  sus  casas  al  convento,  fué 
llevado  el  cadáver,  vistiendo  el  hábito  dominico,  á  un  reciente 
templo  de  religiosas,  donde  celebró  los  oñcios  el  cardenal  obispo 
de  Sabina,  y  fueron .  muchas  y  muy  sentidas  las  oraciones  "que 
por  su  alma  se  elevaron,  aun  sin  el  estímulo  délas  indulgencias 
concedidas  al  efecto  por  el  legado.  Aquel  templo  lo  había  ella 
fundado  con  la  advocación  de  Santa  María  la  Real  y  sobrenom- 
bre de  las  Huelgas,  á  imitación  del  de  Burgos  (2),  para  unas 
pobres  dueñas  de  la  orden  del  Cister,  cuyo  primer  asilo  sobre 
la  margen  izquierda  del  Esgueva  se  había  incendiado  en  1282, 
desprendiéndose  del  palacio  contiguo  á  la  Magdalena  que  antes 
fué  real  morada  de  su  hijo.  Con  sus  limosnas  y  las  de  su  digno 
ministro  el  abad  de  Santander  trocóse  el  palacio  en  convento ; 
pero  consumido  en  1328  por  las  llamas  en  días  de  civil  contien- 
da, renació  de  sus  cenizas  (3),  para  ser  tercera  vez  destruido  á 
fines  del  siglo  xvi,  y  reemplazado  por  una  ostentosa  construc- 
ción arreglada  al  estilo  de  Herrera.  La  espaciosa  nave,  la  alta 
cúpula,  el  ancho  crucero,  el  bello  retablo  de  orden  corintio,  cuya 


(i)  Esta  fecha  se  halla  bastante  controvertida.  Mariana  y  otros  la  ponen  en 
I ."  de  Junio  de  i  3  2  a ;  y  el  Sr.  Sangrador,  que  en  el  primer  tomo  de  su  historia  la 
había  fijado  en  i.*  de  Julio  de  i  32 1,  en  el  segundo  sigue  á  Mariana.  Por  nuestra 
parte  preferimos  atenernos  al  cronicón  contemporáneo  de  D.  Juan  Manuel,  que 
pone  dicho  fallecimiento  en  Julio  de  i  32 1 ,  y  á  lo  que  se  desprende  de  la  data  de 
las  cortes  de  1322,  que  celebradas  con  posterioridad  á  la  muerte  de  D."  María, 
funcionaban  ya  en  8  de  Mayo. 

(2)  En  su  testamento  mandó  D.'  María,  que  fuese  siempre  monja  y  señora  del 
monasterio  una  princesa  de  sangre  real  y  que  tuviese  su  ración  como  las  infantas 
de  Burgos ;  pero  no  se  sabe  que  en  el  de  Valladolid  profesara  infanta  alguna,  aun- 
que sí  señoras  de  calificada  nobleza. 

(3)  Véase  más  adelante  en  el  capítulo  de  Toro  la  venta  que  el  convento  hizo  á 
aquel  concejo  en  1403  del  llamado  monte  de  la  Reina^  contiguo  á  dicha  población, 
para  atender  á  importantes  reparaciones. 


VALLADOLID  63 

arquitectura  y  relieve  principal  empezó  y  acabó  en  1 6 1 6  el  fa- 
moso Gregorio  Hernández,  llaman  menos  la  atención  que  el  se- 
pulcro en  medio  de  la  iglesia  colocado  de  la  ilustre  fundadora, 
que  parece  expuesta  aún  allí  de  cuerpo  presente  al  amor  y 
veneración  de  los  pueblos  como  en  el  día  de  sus  exequias.  Des- 
de la  capilla  mayor  del  gótico  templo,  donde  en  1572  alcanzó  á 
verla  Morales  (i),  fué  pasada  la  urna  al  crucero  de  la  nueva 
fábrica,  pero  con  tan  poco  cuidado,  que  junto  á  los  antiguos 
relieves  de  alabastro  se  ven  las  toscas  pilastras  que  en  los  án- 
gulos se  añadieron.  Escudos  reales  y  de  familia,  fíguras  de  la 
Virgen  y  de  San  Bernardo,  representan  dichos  relieves,  y  el  de 
los  pies  á  la  misma  reina  con  altísimo  y  singular  tocado  en  el 
acto  de  otorgar  á  las  monjas  la  carta  de  fundación.  La  efígie 
tendida  sobre  la  cubierta,  mayor  del  tamaño  natural,  resplan- 
dece de  blancura,  bella  en  el  rostro,  mórbida  en  las  carnes, 
honesta  en  la  vestidura,  ceñida  con  esmaltada  correa,  con  toca 
en  la  cabeza  y  con  un  libro  en  las  manos ;  sobre  la  orla  de  su 
vestido  juega  un  perrito  faldero,  y  á  los  pies  y  á  los  lados  velan 
pequeños  leones.  Los  que  aquel  túmulo  labraron,  si  es  que  no 
habían  alcanzado  á  conocerla,  tenían  al  menos  muy  reciente  la 
memoria  de  la  que,  tan  grande  como  Berenguela  é  Isabel  la 
Católica,  si  no  logró  tan  altas  dichas,  arrostró  mayores  dificul- 
tades. 

Otras  monjas  también  cistercienses  experimentaron  la  libe- 
ralidad de  D.^  María,  y  fueron  las  de  San  Quirce.  Bajo  la  invo- 
cación de  Santa  María  de  las  Dueñas  moraban  al  principio  junto 


(i)  «La  reina  tiene  corona,  añade  Morales,  mas  está  en  hábito  honesto,  sin 
tener  letra  ninguna.  Tiene  los  escudos  con  castillo  y  león,  y  otros  con  solo  león,  y 
castillo  por  orla,  que  parece  fueron  las  armas  de  su  padre  el  infante  D.  Alonso  de 
Molina.  Á  ambos  lados  en  la  pared  están  arcos  labrados  de  follages  de  yeso,  con 
tumbas  no  muy  grandes  de  lo  mismo,  con  aquellos  escudos  de  león  y  sin  letra: 
son  sepulturas  de  los  infantes  sus  hijos,  como  las  monjas  por  tradición  refieren.» 
Sin  embargo  la  opinión  general  es  que  D.  Alfonso  y  D.  Enrique,  que  murieron  de 
menor  edad,  fueron  sepultados  en  San  Pablo.  Morales,  que  visitó  las  Huelgas  nue- 
ve años  antes  de  empezarse  la  iglesia  actual,  dice  que  se  parece  en  toda  ella  ser 
obra  muy  antigua. 


64  VALLADOLID 

al  puente  al  otro  lado  del  Pisuerga;  y  en  este  sitio  las   designa 
en  su  testamento  otorgado  en  1307  la  infanta  de  Portugal  doña 
Teresa  Gil,  que  ha  transmitido  su  nombre  auna  de  las  mejores 
calles  (i).  £1  nuevo  título  de  San  Quirce  con  que  las  nombra 
la  reina,  y  el  objeto  que  da  á  su  piadosa  manda  de  tres  mil  ma- 
ravedís para  cubrir  la  casa  comenzada^  hacen  creer  que  se  esta- 
ba ya  efectuando  en  1 3  2 1  la  traslación  del  monasterio  dentro 
de  la  población,  si  bien  Antolínez  la  refiere  y  atribuye  á  los 
trastornos  del  reinado  de  D.  Pedro.  El  sitio  que  en  el  arrabal 
dejaron  se  convirtió  en  hospital  de  San  Lázaro ;  el  que  pasaron 
á  ocupar  en  la  parroquia  de  San  Nicolás  pertenecía  á  la  noble 
familia  de  Ulloa,  y  la  villa  ayudó  con  crecidas  sumas  á  construir 
la  iglesia,  no  ciertamente  la  que  hoy  existe  de  dórica  arquitec- 
tura, que  esta  fué  concluida  en  1632.  Á  la  tenaz  resistencia  que 
opuso  este  convento  en  1 46 1  al  establecimiento  de  la  clausura 
y  á  la  reforma  intentada  por  el  prior  de  San  Benito,  sucedió  la 
más  rígida  observancia,  produciendo  en  su  claustro  modelos  de 
santidad. 

El  vacante  cargo  de  tutor  lo  confirieron  á  D.  Felipe,  hijo  de 
la  gran  reina,  las  cortes  reunidas  en  Valladolid  á  8  de  Mayo 
de  1322,  año  memorable  para  la  villa,  durante  el  cual  vio  con- 
gregado además  un  capítulo  general  de  Calatrava  y  un  concilio 
el  más  notable  de  cuantos  allí  se  celebraron  por  el  número  é 
importancia  de  sus  cánones.  Pero  el  entusiasmo  y  júbilo  subie- 
ron á  su  colmo,  cuando  cumplido  fielmente  por  el  concejo  su 
glorioso  encargo,  y  llegado  á  sus  catorce  ailos  el  rey,  salió  á 
caballo  en  un  día  de  Agosto  de  1325  escoltado  por  lo  más  ilus- 
tre de  sus  reinos,  y  en  el  campo  de  ¿a  Verdad  pendones  desple- 
gados proclamó  su  mayoría,  recogiendo  de  sus  tutores  los  sellos 


(i)  En  las  historias  generales  y  en  las  peculiares  de  Valladolid  no  hemos  po- 
dido hallar  más  noticias  de  esta  dama:  su  patronímico  parece  indicar  que  tuvo 
por  padre  á  D.  Gil  Alonso,  hijo  natural  de  Alfonso  III  rey  de  Portugal  y  bailío  de 
San  Blas  en  Lisboa.  Legó  dicha  señora  á  San  Quirce  cuatrocientos  maravedís  de  á 
diez  dineros. 


VALLADOLID  65 

con  que  tan  interesadamente  habían  gobernado.  Muchos  meses 
y  aun  algunos  del  siguiente  afto  duraron  las  cortes  en  que  se 
hizo  esta  solemne  declaración,  y  en  que  el  joven  soberano, 
agradecido  á  los  servicios  que  se  le  votaron,  confirmó  privile- 
gios, otorgó  peticiones,  y  premió  sobre  todo  á  los  de  Vallado- 
lid  concediéndoles  por  juro  de  heredad  numerosos  pueblos  y 
librándoles  de  todo  pecho  y  marzadga  (i).  Antes  de  concluir  el 
año,  en  28  de  Noviembre,  brillantes  fiestas  solemnizaron  allí 
sus  desposorios  con  D.^  Constanza,  hija  de  D.  Juan  Manuel,  á 
quien  le  interesaba  atraer  á  su  servicio :  la  infanta  permaneció 
en  Valladolid  con  título  de  reina;  pero  deshecho  más  adelante 
el  proyectado  enlace  por  otro  más  ventajoso  con  María  de  Por- 
tugal, Constanza  ñié  llevada  prisionera  al  alcázar  de  Toro,  has- 
ta que  por  último  fiaé  restituida  á  su  padre. 

Días  de  revuelta  sucedieron  impensadamente  á  los  de  unión  y 
esperanza:  celosa  la  población  que  había  custodiado  en  difíciles 
trances  el  trono,  levantóse  indignada  contra  los  favoritos  que 
lo  avasallaban.  Cundió  la  voz  de  que  el  hebreo  Jucef,  tesorero 
real,  había  venido  á  llevarse  la  infanta  Leonor  hermana  de  Al- 
fonso para  casarla  con  el  valido  Alvar  Núftez  Osorio;  y  fomen- 
tados estos  falsos  rumores  por  su  aya  D.*  Sancha  García  y 
acreditados  por  los  aprestos  de  viaje,  al  ver  á  la  doncella  salir 
de  palacio  cabalgando  en  una  muía  seguida  del  obispo  de  Bur- 
gos su  canciller  y  de  toda  su  comitiva,  el  pueblo  insurrecciona- 
do la  obligó  á  retroceder,  y  se  dispuso  á  asaltar  el  palacio  pi- 
diendo la  cabeza  del  judío.  Entretúvoles  la  infanta  con  la 
promesa  de  castigarle  si  la  permitían  trasladarse  al  alcázar 
viejo;  pero  después  de  penetrar  en  él,  escudando  á  Jucef  que 
asido  á  las  faldas  de  su  vestido  la  seguía  á  pié  y  tembloroso 
entre  la  escolta,  desoyó  los  sediciosos  clamores  prevalecida  con 
la  fortaleza  del  sitio.  La  furia  de  los  amotinados  habríase  extin- 
guido tal  vez  al  pié  de  aquellos  muros,  si  por  ocultas  instigacio- 


(i)    Impuesto  que  se  pagaba  en  el  mes  de  Marzo. 


66  VALLADOLID 

nes  de  la  dueña  no  hubieran  llamado  en  auxilio  suyo  al  prior 
de  la  orden  de  San  Juan  Fernán  Rodríguez  de  Balboa,  que  tenía 
ya  sublevadas  á  Toro  y  Zamora  contra  la  privanza  de  Osorio. 
Presentóse  Alfonso  delante  de  Valladolid  en  Julio  de  1328,  re- 
forzada su  hueste  con  las  tropas  de  los  concejos  comarcanos; 
la  villa  le  rehusó  la  entrada  si  antes  no  separaba  á  su  valido,  el 
cual  se  vengó  mandando  talar  las  tierras  y  pasar  á  cuchillo  los 
ganados.  Para  abrir  brecha  y  facilitar  el  ataque,  no  temieron 
los  sitiadores  incendiar  el  reciente  convento  de  las  Huelgas  pe- 
gado á  la  muralla,  después  de  extraído  por  orden  del  rey  el 
cadáver  apenas  consumido  de  su  venerable  abuela;  pero  recha- 
zados al  resplandor  siniestro  de  las  llamas  y  puestos  algunos 
de  inteligencia  con  los  de  adentro,  suspendieron  los  mortíferos 
combates.  Cedió  por  ñn  Alfonso  destituyendo  al  favorito,  á 
quien  bastaba  por  culpa  á  falta  de  otra  la  de  causar  tamaños 
disturbios;  y  entró  ruidosamente  aclamado  en  la  villa,  donde 
acabaron  de  disiparse  los  recelos  que  aún  llevaba  de  la  lealtad 
de  sus  moradores.  Salvado  de  la  muerte  el  aborrecido  tesorero 
y  libertadas  las  gentes  del  alcázar,  llevóse  consigo  á  Portugal  á 
su  hermana  Leonor  para  asistir  á  sus  bodas,  que  este  y  no  otro 
había  sido  el  objeto  del  misterioso  viaje,  y  regresó  al  cabo  de 
poco  tiempo  con  su  nueva  esposa  en  medio  de  espléndidos  re- 
gocijos. Lejos  de  guardar  resentimiento  á  los  insurgentes,  los 
declaró  en  una  cédula  como  libertadores,  compadeciendo  los 
daños  que  habían  sufrido  por  apartarle  de  la  compañía  del  trai- 
dor Osorio,  y  estimando  este  servicio  por  no  menor  al  de  su 
crianza  y  custodia. 

A  este  movimiento  político  añadiéronse  intestinas  querellas: 
llegaron  entre  sí  á  las  manos  en  las  elecciones  de  1332  las 
banderías  de  Tovar  y  de  Reoyo,  que  desde  siglos  atrás,  y  no 
siempre  en  paz  completa,  se  repartían  los  cargos  y  oñcios  mu- 
nicipales; la  sangre  corrió,  y  los  ánimos  se  escandecieron  hasta 
el  punto,  que  el  rey  en  cédula  de  4  de  Marzo  hubo  de  prohibir 
so  pena  de  muerte  proclamar  como  grito  de  alarma  aquellos 


VALLADOLID  67 

apellidos,  y  para  quitar  tal  vez  á  la  lucha  su  carácter  demasiado 
popular,  excluyó  en  adelante  de  los  ayuntamientos  y  de  los 
destinos  públicos  á  los  menestrales  y  gente  menuda.  Pero  los 
tumultos  apenas  interrumpían  las  continuadas  funciones  y  repe- 
tidas fiestas  que  ocasionaba  en  Valladolid  la  permanencia  de  la 
corte.  Celebrólas  harto  complaciente  la  villa  en  1330  por  el 
nacimiento  de  un  hijo  natural,  D.  Pedro  el  de  Aguilar,  que  dio 
á  Alfonso  XI  su  dama  la  hermosa  Leonor  de  Guzmán  á  vista 
de  la  misma  reina.  En  los  dos  años  consecutivos  dieron  á  luz 
allí  también  la  dama  y  la  esposa,  aquella  á  D.  Sancho  el  Mudo 
el  de  Ledesma,  ésta  á  D.  Fernando,  cuya  temprana  muerte  pri- 
vó á  Castilla  de  un  reinado  menos  azaroso  probablemente  que 
el  del  cruel  D.  Pedro.  Á  todas  las  demostraciones  motivadas 
por  tales  acontecimientos  superaron  con  todo  en  esplendor  las 
famosas  justas,  en  que  el  brioso  soberano,  aprovechando  un 
breve  respiro  de  paz  interior  y  de  tregua  con  los  moros,  quiso 
desplegar  la  bizarría  y  gala  de  sus  caballeros,  y  lidiar  disfraza- 
do al  frente  de  los  de  la  Banda  que  poco  antes  había  instituido. 
Eran  estos  los  mantenedores  del  torneo ;  tras  ellos  entró  en  el 
memorable  campo  de  la  Verdad  el  escuadrón  de  aventureros,  y 
se  mezclaron  y  combatieron  con  ardor  sin  igual,  suspendiendo 
por  largas  horas  la  atención  de  las  damas  y  señores  colocados 
en  vistosas  galerías  y  del  inmenso  pueblo  apiñado  tras  de  las 
barreras.  Aumentado  el  empeño  al  paso  que  disminuía  el  núme- 
ro de  los  contendientes,  saliéronse  del  palenque  y  llegaron  pe- 
leando al  puente  del  Esgueva  junto  á  la  puerta  del  Campo, 
donde  por  fin  á  las  tres  de  la  tarde  lograron  separarlos  los 
jueces,  sin  poder  ó  sin  atreverse  á  adjudicar  á  una  ú  otra  parte 
la  prez  de  la  jornada.  Terminóla  dignamente  un  suntuoso  festín 
servido  á  entrambas  cuadrillas  en  sus  respectivas  tiendas,  pre- 
sidiendo el  rey  la  mesa  de  los  de  la  Banda;  y  reunidos  después 
todos,  le  acompañaron  hasta  su  morada  al  son  de  las  aclama- 
ciones populares.  Sucedía  esto  por  la  pascua  de  1335. 

Las  fiestas  de  navidad  de  1337  y  1341  las  pasó  también  en 


68  VALLADOLID 


Valladolid  Alfonso  XI ;  pero  sus  visitas  se  hicieron  menos  fre- 
cuentes en  sus  últimos  años,  empleados  en  gloriosas  campañas 
contra  los  moros  de  Andalucía.  Pocos  monarcas  dotaron  á  la  co- 
ronada villa  de  tantos  y  tan  insignes  privilegios :  durante  su  rei- 
nado y  mediante  su  protección  se  erigió  en  universidad  pontificia 
el  estudio  general;  adquirió  belleza  y  desahogo  el  templo  de  la 
Antigua,  elevándose  sobre  las  naves  laterales  y  cubriéndose  de 
esbelta  bóveda  la  principal;  y  dióse  principio  al  suntuoso  claustro 
de  Santa  María  la  Mayor  y  á  sus  vastas  capillas,  á  cuya  fábrica 
contribuyeron  con  fuertes  sumas  el  canciller  don  Ñuño  Pérez  y 
el  abad  de  la  colegiata  D.  Juan  Fernández  de  Limia,  imponiendo 
éste  al  cabildo  la  obligación  de  conservar  el  claustro  primitivo. 
Con  fausto  agüero  para  Valladolid  abrió  el  joven  Pedro  su 
reinado,  oyendo  en  cortes  generales  desde  Julio  hasta  Octubre 
de  1 35 1  las  necesidades  y  peticiones  de  sus  varios  reinos,  y 
dictando  sabias  é  importantes  ordenanzas  para  las  diversas  cla- 
ses del  estado ;  pero  poco  tardó  en  desplegar  allí  mismo  toda 
la  violencia  de  sus  pasiones.  En  Mayo  de  1353,  desprendiéndo- 
se de  los  brazos  de  la  Padilla,  vino  para  dar  su  mano  á  Blanca 
de  Borbón  que  le  aguardaba  desde  el  25  de  Febrero  acompa- 
ñada de  la  reina  madre:  señalóse  para  las  bodas  el  día  3  de  Ju- 
nio, y  salieron  los  novios  de  las  casas  del  abad  de  Santander, 
que  servían  entonces  de  real  palacio,  montados  en  blancos 
palafrenes,  y  la  reina  María  y  la  reina  viuda  de  Aragón  tía  de 
D.  Pedro  cabalgando  en  sendas  muías,  cuyas  riendas  llevaban 
los  infantes  hijos  de  ésta  D.  Juan  y  D.  Fernando,  mientras  que 
D.  Enrique  y  D.  Tello,  hijos  de  la  Guzmán,  reconciliados  últi- 
mamente con  el  rey  su  hermano,  guiaban  el  caballo  de  Blanca. 
Reunidos  se  hallaban  en  amistoso  grupo  los  que  dentro  de 
breves  años  habían  de  exterminarse.  Dirigióse  la  comitiva  á 
Santa  María  la  Mayor,  donde  resonó  la  solemne  promesa  con- 
yugal ;  tres  días  después  huía  el  desatentado  mancebo  á  reunir- 
se otra  vez  con  su  dama,  sin  conmoverle  las  súplicas  de  su  ma- 
dre y  de  su  tía  ni  los  encantos  de  su  inocente  esposa.  Solamente 


VALLADOLID  69 

las  instancias  de  los  mismos  deudos  de  la  Padilla  pudieron  re- 
ducirle al  cabo  de  algún  tiempo  á  volver  al  lado  de  la  abando- 
nada princesa ;  pero  esta  segunda  estancia  no  duró  más  que  la 
primera,  y  partió  para  no  verla  ya  más,  cual  si  un  diabólico 
maleficio  los  separara.  Desde  entonces  al  parecer  se  le  hizo 
odiosa  la  misma  villa  teatro  de  su  infausto  enlace,  y  sólo  tres 
veces  tornó  á  visitarla ;  en  1354  de  paso  para  Cuéllar  al  ir  á 
desposarse  sacrilegamente  con  D.^  Juana  de  Castro,  en  1358 
para  presidir  un  capítulo  de  la  orden  de  San  Juan,  y  en  1360 
para  derribar  las  cabezas  de  Garci  Fernández  y  de  Juan  Sán- 
chez, hijos  del  noble  caballero  Fernán  Sánchez,  tal  vez  por  pro- 
bado crimen,  tal  vez  sólo  por  injustas  sospechas. 

De  Enrique  II,  cuyo  partido  abrazó  desde  muy  temprano 
Valladolid,  no  quedan  allí  notables  recuerdos,  aunque  consta  su 
residencia  por  privilegios  y  cédulas  expedidas  desde  aquel  pun- 
to en  1369,  1 37 1,  1376  y  1379.  En  este  último  año  se  detuvo 
allí  su  cadáver  traído  desde  Burgos  á  Toledo,  celebrándosele 
solemnes  exequias  en  Santa  María  la  Mayor,  como  diez  años 
atrás  se  habían  celebrado  en  San  Francisco  por  una  de  sus  da- 
mas, Leonor  Alvarez,  cuyo  sepulcro  y  tradición  singular  arriba 
ya  mencionamos.  Creación  de  este  monarca  fué  el  tribunal  de  la 
Chancillería,  compuesto  de  siete  oidores  que  daban  audiencia 
tres  días  á  la  semana,  y  establecido  desde  su  fundación  en  Va- 
lladolid en  las  casas  de  Fernán  Sánchez  de  Tovar  calle  de 
Moros:  pero  transferido  sucesivamente  de  pueblo  en  pueblo,  no 
llegó  á  fijarse,, y  todavía  no  de  un  modo  inalterable,  en  su  pri- 
mer asiento  hasta  el  1442,  y  reformado  después  por  los  Reyes 
Católicos,  pasó  á  ocupar  las  casas  de  Alonso  Pérez  de  Vivero, 
en  el  sitio  donde  figuran  hoy  la  audiencia  y  cárcel  junto  á  la 
parroquia  de  San  Pedro.  El  edificio,  flanqueado  por  dos  fuertes 
y  cuadrados  torreones,  y  marcado  en  su  frontispicio  con  las  ar- 
mas de  León  y  Castilla,  pertenece  al  siglo  xvi  (i). 


(i)    Dice  el  señor  Sangrador  que  al  revocarse  en  1828  la  fachada  con  motivo 


70  VALLADOLID 


Vestido  de  luto  por  el  fatal  desastre  de  Aljubarrota,  con  los 
infantes  sus  hijos,  abrió  Juan  I  las  cortes  de  Valladolid  en  i.^  de 
Diciembre  de  1385,  exponiendo  los  motivos  del  duelo  que  en- 
volvía su  corazón,  no  sólo  por  la  mengua  de  sus  armas  y  por 
la  pérdida  de  tantos  caballeros,  sino  por  los  inveterados  abusos 
que  no  podía  desarraigar,  y  por  los  gravosos  tributos  que  las 
necesidades  de  la  guerra  le  obligaban  á  imponer  á  sus  vasallos. 
A  uno  y  otro  punto  atendieron  las  cortes ;  pero  los  apuros  au- 
mentaron al  año  siguiente  con  los  precipitados  aprestos  que  en 
la  villa  se  dispusieron  para  defender  el  reino  contra  el  duque  de 
Lancáster,  que  al  frente  de  una  armada  inglesa  venía  á  preten- 
derlo. Sólo  azares  é  inquietudes  experimentó  por  aquellos  años 
Valladolid ;  sin  embargo  en  medio  de  ellas  se  realizaron  dos  de 
sus  más  importantes  fundaciones,  la  del  convento  de  la  Merced 
y  la  del  monasterio  de  San  Benito. 

El  origen  del  primero,  si  merece  crédito  la  tradición,  va  en- 
lazado á  una  historia  que  no  es  la  más  edificante.  Acompañando 
á  la  reina  Beatriz  heredera  de  Portugal  y  esposa  de  Juan  I,  vino 
á  Castilla  su  madre  Leonor  Téllez  de  Meneses,  viuda  del  rey 
Fernando,  á  quien  éste  había  arrebatado  de  los  brazos  de  su 
primer  marido  Juan  Lorenzo  de  Acuña,  haciendo  disolver  su 
enlace  para  elevarla  al  tálamo  real.  Retirada  ó  detenida  más 
bien  en  el  convento  de  Tordesillas  mientras  vivió  su  yerno, 
pasó  después  á  Valladolid,  donde  se  había  refugiado  cabalmente 
el  burlado  Acuña  llevando  puesta  por  sarcasmo  en  el  sombrero 
la  divisa  de  su  deshonra,  y  donde  había  fallecido  al  poco  tiem- 
po, obteniendo  sepultura  en  la  iglesia  de  la  Antigua.  Los  años 
no  enmendaron  á  la  reina  viuda,  y  de  ciertos  amores  con  Zoilo 
íñiguez  gentil  caballero  hubo,  además  de  un  hijo  fenecido  de 
tierna  edad,  una  hija  llamada  María,  cuya  crianza  encomendó  á 


de  la  llegada  de  Fernando  VII,  quedaron  ocultas  dos  inscripciones  que  había  en 
lápidas  de  mármol,  una  de  las  cuales  refería  su  fundación  á  los  Reyes  Católicos,  y 
la  otra  contenía  este  expresivo  verso : 

Jura,  fidem  ac  poenam,  reddit  sua  murtera  cunctis. 


VALLADOLID  7I 

Fernán  López  de  Laserna,  y  encargóle  al  morir  que  en  su  pro- 
pia morada  estableciese  un  convento  de  religiosas  donde  se 
encerrara  el  fruto  de  su  liviandad.  Mas  no  sucedió  así,  porque 
la  hija  también  enamorada  de  un  sobrino  de  Laserna,  con  quien 
antes  creía  tener  parentesco,  casó  con  él,  y  para  cumplir  en 
algo  la  voluntad  materna,  erigió  en  su  casa  natal,  ya  que  no  un 
convento  de  monjas,  uno  de  frailes  Mercenarios.  Añádese  que 
esto  fué  en  1384:  ó  en  la  fecha  ó  en  los  sucesos  hay  error,  pues 
á  haber  pasado  las  cosas  de  esta  manera,  antes  del  1410  no 
pudieran  llevarse  á  cabo.  Lo  cierto  es  que  la  reina  Leonor 
como  fundadora  tuvo  allí  su  sepulcro,  aunque  olvidado  con  el 
tiempo  permaneció  casi  desconocido  hasta  1626  en  que  se  tras- 
ladó desde  una  capilla  al  claustro  (i).  Junto  á  ella  yacía  el  in- 
fante D.  Juan  Alonso  de  Portugal,  hijo  bastardo  al  parecer  del 
rey  Dionís  (2),  que  murió  en  Valladolid  de  edad  de  noventa  y 
ocho  años  en  24  de  Julio  de  1422.  Tenía  la  iglesia  techumbre 
de  madera  de  labor  muy  costosa;  la  capilla  mayor  la  reedificó 
magníficamente  aquel  valeroso  adalid,  terror  de  los  ingleses  en 
sus  guerras  con  Francia,  honor  de  Valladolid  su  patria,  y  brazo 
derecho  de  Juan  11,  D.  Rodrigo  de  Villandrando,  que  compró 
el  patronato  de  ella,  y  que  en  su  testamento  del  año  1465  (3) 


(1)  Entonces  se  le  puso  la  siguiente  inscripción  en  letras  doradas:  «Aquí  yace 
la  reyna  D.*  Leonor,  mujer  de  D.  Fernando  de  Portugal;  está  un  infante  á  sus  pies. 
Dotó  dos  misas  cada  semana  por  sí  y  por  su  hija  D.'  Beatriz  reyna  de  Castilla  mu- 
jer del  rey  D.  Juan  I,  y  fué  fundadora  de  este  monasterio  año  de  i  384.»  De  este 
enterramiento  real  no  hace  memoria  Morales  en  su  Vtck/e  SantOy  prueba  de  que  en 
su  tiempo  se  hallaba  perdida. 

(2)  No  hallamos  por  aquellos  tiempos  otro  que  así  se  llame  en  las  genealo- 
gías de  Portugal  de  Méndez  Silva,  quien  dice  no  tener  de  él  más  noticia  que  su 
nombre. 

(3)  No  es  de  dicho  año,  como  supone  Antolínez,  el  testamento,  sino  del  1448 
á  I  <;  de  Marzo,  según  lo  ha  publicado  el  académico  de  la  Historia  señor  Fabié, 
copiándolo  del  archivo  de  la  casa  de  Salinas  y  Ribadeo.  Compruébase  esta  priori- 
dad de  diez  y  siete  años  en  la  muerte  del  esforzado  varón  con  el  silencio  que  guar- 
dan las  crónicas  acerca  de  su  actitud  en  los  notables  acontecimientos  que  señala- 
ron los  seis  años  últimos  del  reinado  de  Juan  II  y  los  once  primeros  del  de 
Enrique  IV,  en  los  cuales,  aunque  septuagenario,  no  hubiera  podido  menos  de 
influir,  mayormente  andando  tan  metida  con  la  reina  en  la  caída  de  D.  Alvaro  de 
Luna  la  intrigante  condesa  de  Ribadeo,  su  segunda  esposa.  Manda  enterrarse 


72  VALLADOLID 

hizo  el  encargo,  no  cumplido  por  cierto,  de  que  para  sí  y  su 
mujer  se  labrasen  dos  entierros  con  sus  bultos.  Amplióse  el 
convento  á  principios  del  siglo  xvii  con  la  donación  de  la  conti- 
gua muralla,  en  cuyo  hueco  se  encontró  una  Virgen  de  barro, 
objeto  desde  entonces  de  singular  devoción  con  el  título  de  la 
Cerca;  se  construyó  un  magnífico  claustro  con  dóricas  columnas 
en  la  galería  baja  y  jónicas  en  la  superior;  hízose  á  la  iglesia 
una  portada  de  orden  dórico  sencilla  y  noble;  obras  todas  que 
merecieran  ser  atribuidas  á  Juan  de  Herrera,  si  no  se  supiese 
que  en  1629  labraban  el  claustro  Hernando  del  Hoyo  y  Rodrigo 
de  la  Cantera,  y  Pedro  de  la  Vega  la  portada  (i).  Nada  ha 
obstado  para  que  el  mutilado  convento  se  destinara  en  nuestros 
días  á  cuartel,  y  viniera  al  suelo  la  iglesia,  para  abrir  por  su 
solar  comunicación  más  expedita  con  la  puerta  de  Tudela. 

Mayor  fama  y  mayor  grandeza  todavía  alcanzó  San  Benito: 
por  fundador  tuvo  al  mismo  Juan  I,  por  local  el  antiguo  y  fuerte 
alcázar,  al  rededor  del  cual  había  ido  formándose  la  villa.  Desde 
el  principio  los  reyes  se  reservaron  esta  morada  para  sí:  ni  el 
conde  Ansúrez  ni  los  de  Urgel  sus  descendientes,  aunque  seño- 
res de  Valladolid,  lo  habían  jamás  habitado.  Andando  el  tiempo 
lo  abandonaron  también  los  reyes  por  otras  mansiones  menos 
imponentes  si  bien  más  cómodas,  y  vemos  á  Fernando  IV  resi- 
dir en  su  palacio  contiguo  á  la  Magdalena,  á  María  de  Molina 
en  sus  habitaciones  de  San  Francisco,  á  Pedro  el  Cruel  en  las 
casas  que  fueron  del  Temple,  y  solamente  en  las  revueltas 
de  1328  figura  el  alcázar  como  lugar  de  refugio  de  la  infanta 


D.  Rodrigo  en  la  capilla  mayor  aún  no  construida  de  la  iglesia  de  la  Merced,  para 
cuya  fábrica  lega  200.000  maravedís  y  hacer  dos  sepulturas  con  sus  bultos,  una 
para  sí  y  otra  para  la  referida  D/  Beatriz  de  Zúñiga ;  y  en  un  codicilo  de  2  de 
Abril  siguiente  dispone  se  celebren  en  dicha  iglesia  dos  misas  diarias,  una  canta- 
da y  otra  rezada  en  sufragio  de  las  almas  de  los  suyos,  y  en  la  vecina  parroquia 
de  San  Esteban  por  los  expresados  frailes  un  aniversario  cada  año  por  el  alma  de 
su  madre  Aldonza  Díaz  del  Corral. 

(i)  Consta  que  en  1630  se  debían  á  Cantera  35,363  reales,  y  en  1633  á  Hoyo 
28,263.  A  Pedro  de  la  Vega  ayudó  en  la  portada  Felipe  de  Ribera.  Francisco  de 
Praves  en  163 1  hizo  la  traza  para  el  cuarto  nuevo  del  convento  desde  el  refecto- 
rio hasta  la  bóveda,  por  lo  que  le  pagaron  doscientos  reales. 


VALLADOLID  73 

Leonor.  Éralo  sin  duda  completamente  seguro,  pues  lo  ceñía 
profundo  foso  y  alta  barbacana,  y  reforzaban  cinco  torreones 
cada  uno  de  sus  cuatro  lienzos,  agrupándose  con  otro  fuerte 
que  se  llamaba  el  alcazarejo  flanqueado  por  ocho  cubos,  todo 
ello  contenido  dentro  de  una  vasta  cerca  con  extensos  jardines 
de  flores,  higueras  y  naranjos.  Entrábase  por  la  puerta  denomi- 
nada de  Hierro  y  después  Real;  el  alcázar  mayor  contenía  dos 
grandes  patios,  donde  estaban  la  bodega,  los  graneros  y  las 
caballerizas  del  rey,  y  en  el  lienzo  oriental  del  patio  del  norte 
hacia  San  Julián  la  real  capilla  dedicada  á  San  Ildefonso,  que 
presenció  tantos  casamientos  de  príncipes.  Entre  el  alcázar  y  la 
cerca,  á  la  parte  de  occidente,  había  un  barrio  que  decían  de 
Reoyo  y  se  componía  de  tres  calles  desde  San  Agustín  hasta  la 
puentecilla  de  San  Lorenzo  (i). 

Todo  este  recinto  dilatado  lo  cedió  Juan  I  á  los  benedictinos, 
en  reparación  de  otro  monasterio  incendiado  en  otro  tiempo  por 
su  padre  siendo  aún  conde  de  Trastamara  (2).  En  27  de  Se- 
tiembre de  1390  se  reunieron  en  la  capilla  del  alcázar  quince 
monjes  venidos  del  priorato  de  Nogales  con  el  venerable  fray 
Antonio  de  Ceinos  á  su  frente,  á  quienes  el  obispo  de  Oviedo 
don  Guillen  instaló  en  la  real  morada.  Doce  días  después  murió 
el  rey  en  Alcalá,  y  careciendo  de  validez  por  no  ser  autorizadas 
con  el  sello  real  sus  cuantiosas  donaciones,  viéronse  los  monjes 
de  pronto  reducidos  á  la  escasez,  con  el  tesoro  no  más  de  la 
fama  de  sus  virtudes  que  les  adquirió  el  renombre  de  beatos. 


(i)  En  tiempo  de  fray  Mancio  de  Torres,  que  en  su  historia  de  San  Benito  es- 
crita en  1023,  nos  ha  conservado  estos  preciosos  detalles,  subsistía  parte  de  la 
cerca  y  barbacana  hacia  la  cocina  y  cillería  del  convento,  «  habiéndose  arrasado 
todo  lo  demás  por  razón  de  los  edificios,  y  las  torres  por  merced  de  los  reyes  con 
motivo  de  los  daños  quede  ellas  resultaban  al  monasterio.»  El  alcazarejo  se  man- 
tenía aún  en  pié,  y  en  él  estaba  el  colegio  de  niños  Esclavos  de  Nuestra  Seño- 
ra. Sobre  el  Esgueva  había  una  sala  donde  guardaban  sus  armas  los  de  Valla- 
dolid. 

(2)  Se  ignora  cuál  fuese  este  monasterio  y  dónde  estuvo  situado,  si  en  Fran- 
cia, Aragón  ó  Castilla.  Antolínez  citado  por  Risco  (tomo  -^pde  la  España  Sagrada) 
dice  que  estaba  en  Valladolid  mismo;  pero  no  consta  que  hubiese  allí  casa  alguna 
de  benedictinos  anterior  á  la  fundación  de  Juan  1. 

lO 


74  VALLADOLID 

Vivieron  al  principio  en  el  alcazarejo,  sin  más  iglesia  que  la 
antigua  capilla  con  clausura  igual  á  la  del  más  penitente  con- 
vento de  religiosas ;  y  su  rígida  observancia,  propuesta  por  mo- 
delo é  implantada  en  muchos  otros  cuya  reforma  se  les  enco- 
mendó, valió  á  aquella  insigne  casa  ser  erigida  en  cabeza  de  su 
orden.  No  correspondía  á  esta  grandeza  moral  la  majestad  del 
edificio,  cuando  el  obispo  de  León  D.  Alonso  de  Valdivieso,  su 
decidido  protector,  concertó  con  el  arquitecto  Juan  de  Arandia, 
vizcaino  y  natural  de  Elgoybar,  la  fábrica  de  la  capilla  mayor 
y  la  de  la  nave  del  evangelio  titulada  de  San  Marcos,  aquella 
para  entierro  propio,  ésta  para  el  de  D.  Lope  su  hermano  y 
demás  parientes;  posteriormente  hizo  contrata  de  la  otra  nave, 
el  todo  en  poco  menos  de  dos  millones  de  maravedís.  No  se 
olvidó  el  buen  prelado  de  su  sepulcro  y  hasta  de  sus  menores 
detalles  (i),  y  un  año  después  su  cadáver  aguardaba  en  la  igle- 
sia vieja  la  conclusión  de  la  obra;  pero  noticiosa  de  ello  la  Reina 
Católica,  mandó  so  pena  de  su  enojo  que  no  se  colocasen  en 
aquella  capilla  otros  entierros  ni  otros  blasones  que  los  de  los 
reyes  fundadores  del  monasterio.  Ocultaron  la  cédula  los  mon- 
jes; y  fallecida  la  reina  dieron  cumplimiento  á  la  voluntad  del 
bienhechor;  mas  por  otra  cédula  de  9  de  Diciembre  de  1600 
fué  desalojado  el  obispo  para  hacer  lugar  á  dos  infantes  (2),  á 
quienes  á  su  vez  arrojaba  de  San  Pablo  la  vanidad  del  favorito 
duque  de  Lerma,  y  lo  pasaron  á  la  capilla  de  San  Marcos  sin 


(1)  En  el  convenio  de  i.*  de  Setiembre  de  1499  que  trae  Risco,  se  lee  el  artí- 
culo siguiente:  «ítem  ha  de  facer  en  dicha  capilla  á  la  parte  del  evangelio  un  arco 
para  la  sepultura  de  dicho  señor  obispo,  con  sus  piezas  mortidos,  con  chambrana 
rica  con  sus  follajes,  y  la  vuelta  del  arco  con  sus  borlas  colgantes  muy  finas  y  muy 
espesas,  las  quales  dichas  piezas  han  de  nacer  sobre  dos  escudos  de  armas  con 
ángeles  que  los  tengan.  En  derecho  de  la  chapa  de  la  chambrana  se  han  de 
poner  dos  escudos  de  armas  con  sus  ángeles,  el  un  escudo  de  Valdivieso  y  el  otro 
de  los  de  Ulloa.  ítem  en  el  remate  del  arco  de  la  dicha  sepultura  bajo  de  la  cham- 
brana ha  de  hacer  una  imagen  de  Nuestra  Señora  de  la  quinta  angustia.»  Murió 
este  prelado  en  Villacarlón  á  2 1  de  Mayo  de  i  500,  dejando  al  monasterio  toda  su 
hacienda,  plata,  ropa,  alhajas  y  tapicería,  y  además  trescientos  mil  maravedís 
para  edificar  una  ancha  y  honrada  hospedería  en  que  se  aposentasen. 

{2)  Eran  estos  Alfonso  hijo  de  Sancho  IV  y  de  María  de  Molina  y  un  hijo  de 
D.  Juan  Manuel. 


VALLADOLID  75 


más  distintivo  que  una  simple  estatua  tendida.  Al  lado  de  Val- 
divieso había  descansado  antes  en  la  capilla  mayor  la  reina 
María  hermana  del  emperador  Carlos  V  y  viuda  de  Luís  de 
Hungría,  desde  su  muerte  acaecida  en  Cigales  en  1558  hasta 
su  traslación  al  Escorial  en  1574. 

Levantadas  sobre  sus  pilares  las  espaciosas  naves  del  templo 
fíeles  todavía  á  las  tradiciones  ojivales,  pensóse  en  adornarlas; 
y  en  1526  se  encargó  al  célebre  Alfonso  de  Berruguete  la  cons- 
trucción del  retablo  mayor,  que  en  1532  tenía  ya  asentado  y 
tan  enperficion^  como  dice  él  mismo,  que  estaba  muy  contento  (i). 
Y  podía  estarlo  bien,  porque  sus  abalaustradas  columnas  y  cor- 
nisas, sus  pinturas  y  relieves  y  estatuitas  sin  cuento,  salidas 
todas  de  una  mano,  formaban  en  el  género  plateresco  una  obra 
incomparable:  y  sin  embargo  logró  igualarle  si  no  vencerle 
Gaspar  de  Tordesillas,  tal  vez  su  discípulo,  en  el  retablo  de 
San  Antonio  que  hizo  en  1547  para  el  testero  de  la  nave  de  la 
epístola,  soltando  la  rienda  en  el  ornato  á  su  voluptuosa  fantasía. 
Para  el  coro  bajo  se  mandó  labrar  con  todo  el  primor  y  minu- 
ciosidad de  aquel  estilo  una  sillería  apenas  inferior  á  la  de  nin- 
guna catedral,  colocando  en  los  asientos  los  nombres  y  escudos 
y  santos  titulares  de  los  cuarenta  y  dos  monasterios  de  la  orden 
en  España,  obra  atribuida  por  conjeturas  al  entallador  Andrés 
de  Nájera,  que  en  Santo  Domingo  de  la  Calzada  su  pueblo  dejó 
otra  semejante.  Otras  preciosidades  artísticas,  no  menos  que 
riquísimas  alhajas  y  reliquias  muy  devotas,  encerraba  aquel 
augusto  templo,  descollando  entre  las  primeras  el  Cristo  de  la 
Luz,  la  perla  como  la  llaman  del  escultor  Gregorio  Hernández, 
que  respiraba  no  sólo  nobleza,  sino  aun  divinidad. 

Las  obras  continuaron  en  la  segunda  mitad  del  siglo  xvi,  y 
sobre  el  pórtico  de  la  iglesia  levantó  Juan  de  Rivero  Rada  aquella 


(1 )  Así  lo  escribía  á  Andrés  de  Nájera,  suplicándole  fuese  tasador  por  su  parte 
en  la  estimación  que  había  de  hacerse  del  retablo,  en  la  cual  no  conviniéndose  los 
peritos,  Felipe  de  Borgoña  nombrado  por  tercero,  después  de  poner  varios  repa- 
ros á  la  obra,  la  tasó  en  4400  ducados. 


76  VALLADOLID 

torre  de  aspecto  tan  caprichoso  y  tan  ageno  de  la  clásica  regu- 
laridad que  empleó  en  la  fachada  de  la  portería  y  sobre  todo  en 
la  traza  del  majestuoso  claustro,  de  orden  dórico  en  el  primer 
cuerpo  y  jónico  en  el  segundo,  cuyas  bellas  proporciones  han 
parecido  por  largo  tiempo  sólo  dignas  de  la  fama  de  Herrera  (i). 
A  mediados  del  xviii 
completó  las  galerías 
que  faltaban  el  monje 
lego  fray  Juan  Ascon- 
do,  así  como  otro  lego 
fray  Pedro  Martínez 
había  construido  poco 
antes  la  escalera  prin- 
cipal sobre  arcos  y  co- 
lumnas. En  éstos  con- 
cluye la  serie  de  los 
arquitectos  de  San  Be- 
nito empezada  por  el 
cantero  Gómez  Díaz  ve- 
cino de  Falencia  ,  á 
quien  consta  haber  en- 
cargado en  1453  la 
piadosa  D."  Inés  de 
Guzmán  el  panteón  de 

Antigua  torre  de  San  Benito  _  ^ 

SU  marido  Alonso  Pérez 
de  Vivero,  víctima  de  la  venganza  de  D.  Alvaro  de  Luna,  en  la 
capilla  que  junto  al  claustro  había  fundado  anteriormente  el 
obispo  de  Palencia  D.  Sancho  de  Rojas,  y  donde  se  enterraron 
después  los  condes  de  Fuensaldaña  descendientes  del  desgra- 
ciado contador  de  Juan  II  (2). 


(i)  En  el  archivo  del  monasterio,  muy  copioso  y  bien  ordenado, constaba  que 
cl  arquitecto  del  claustro  fué  dicho  Rivcro  y  no  Herrera,  según  lo  aseguró  el  mon- 
je encargado  de  aquel  al  viajero  Bosarte. 

(3)    Habla  en  la  capilla  dos  letreros  que  decían:  a  Esta  capilla  es  de  Alonso 


VALLADO  LID  77 

Trocado  de  alcázar  en  convento  San  Benito,  de  convento  ha 
vuelto  en  nuestros  días  á  ser  fuerte  y  cuartel,  y  fácil  es  concebir 
cuánto  habrá  alterado  el  nuevo  destino  su  venerable  ñsonomía. 
Los  retablos,  los  cuadros  y  eñgies,  la  sillería,  pueden  aún  admi- 
rarse en  el  museo;  pero  el  célebre  claustro  y  la  magníñca  igle- 
sia se  hallan  como  prisioneras  en  poder  de  la  milicia,  y  sólo  es 
dado  contemplar  por  fuera  el  flanco  y  el  ábside  de  aquella,  mar- 
cando el  número  de  sus  bóvedas  los  robustos  machones  y  las 
rasgadas  ventanas  ojivales.  Algunos  años  atrás,  antes  de  sufrir 
rebaja,  vimos  todavía  levantarse  con  no  sé  qué  belicoso  desen- 
fado la  torre  de  cuatro  cuerpos,  que  avanza  á  estilo  de  pabellón 
sobre  la  tapiada  puerta  del  templo,  sirviéndole  de  pórtico  su 
cuerpo  bajo,  abierto  hacia  sus  tres  lados,  lo  mismo  que  el  se- 
gundo, por  un  grande  arco  apuntado  levemente  y  orlado  de 
molduras.  Galerías  de  dos  arcos  semicirculares  perforaban  los 
costados  del  tercer  y  cuarto  cuerpo,  cuyos  ángulos  subían  desde 
abajo  á  reforzar  octógonos  torreones,  imprimiéndole  una  forma 
que  sin  poder  reducirse  á  ninguno  de  los  géneros  conocidos^  ni 
menos  equivocarse  con  los  restos  del  antiguo  alcázar,  como  han 
creído  algunos,  parecía  sin  embargo  una  de  sus  reminiscencias, 
y  dejaba  indelebles  huellas  en  la  fantasía  por  su  originalidad  y 
atrevimiento. 

La  prematura  muerte  de  Juan  I  renovó  en  Castilla  las  turba- 
ciones de  una  menor  edad;  y  al  frente  de  un  ejército  se  acerca- 
ron á  Valladolid  en  Agosto  de  1391  el  arzobispo  de  Toledo,  el 
duque  de  Benavente  y  otros  magnates  descontentos  á  reclamar 
parte  en  la  regencia  de  que  se  les  había  excluido,  conciliándose 
al  fin  las  pretensiones  de  unos  y  otros  por  mediación  de  D.*  Leo- 
nor, tía  del  rey  y  reina  de  Navarra.  Tres  años  después  llegado 


Pérez  de  Vivero,  señor  de  la  casa  de  Villa  Juan  que  murió  por  ser  leal  á  la  corona 
real.  Esta  obra  hizo  Gómez  Diaz,  cantero  vecino  de  Falencia  por  mandado  de  la 
condesa  de  Trastamara,  mujer  que  fué  de  Alonso  Pérez  de  Vivero,  año  de  1453.» 
Recluyóse  después  esta  señora,  como  ya  dijimos,  en  el  convento  de  Santa  Clara. 
La  capilla  de  los  Viveros  subsiste,  formando  cuerpo  separado  de  la  iglesia. 


78  VALLADOLID 

á  la  mayoría  Enrique  III  sometió  á  juicio  los  actos  de  sus  tuto- 
res el  mencionado  duque  y  el  arzobispo  de  Santiago,  que  bien 
necesitaron  de  su  perdón,  y  guardó  allí  como  prisionera  á  la 
reina  Leonor  complicada  en  las  inquietudes  del  reino,  hasta 
devolverla  al  de  Navarra  su  marido.  Durante  este  reinado,  en 
que  una  mano  juvenil  y  enfermiza  empuñó  con  ñrmeza  las  riendas 
del  gobierno,  Valladolid  no  sufrió  sino  las  generales  y  terribles 
avenidas  de  1 403  que  maltrataron  su  cerca  y  puente,  y  vio  por 
dos  veces  reunirse  las  cortes  en  su  recinto:  la  una  en  el  citado 
año  para  volver  la  obediencia  al  papa  de  Avifión  Benedicto  XIII 
de  quien  se  había  separado  Castilla  pasajeramente,  la  otra 
en  1405  para  proclamar  heredero  de  la  corona,  dos  meses  des- 
pués de  nacido,  á  aquel  príncipe  D.  Juan,  cuya  azarosa  y  larga 
historia  se  identiñca  casi  con  la  de  la  villa  que  fué  su  corte 
preferente. 

Si  á  Enrique  el  Doliente  no  debió  Valladolid  monumento 
alguno,  dos  de  sus  más  queridos  y  respetables  consejeros  la 
favorecieron  con  la  fundación  de  otras  dos  insignes  casas  reli- 
giosas, el  condestable  Rui  López  Dávalos  con  la  de  agustinos, 
Diego  López  de  Zúñiga  con  la  de  trinitarios.  Obtuvo  el  primero 
en  1398  de  la  reina  Catalina  un  palacio  que  poseía  ésta  á  es- 
paldas del  alcázar  habitado  ya  á  la  sazón  por  los  benedictinos, 
y  en  1407  de  acuerdo  con  su  esposa  D.*  Elvira  de  Guevara, 
estimulado  tal  vez  por  el  piadoso  ejemplo  que  tenía  á  los  ojos, 
lo  cedió  á  la  orden  de  San  Agustín.  Ignóranse  las  formas  del 
primitivo  convento,  antes  que  hacia  1598  se  llevara  á  cima  la 
actual  iglesia  (i),  de  vastas  y  bellas  proporciones  y  de  grave 
arquitectura  en  su  nave,  crucero  y  cimborio,  cuyos  arcos  torales 
sustentan  estriadas  columnas.  Los  marqueses  de  la  Vega  en  la 
capilla  de  Santiago,  el  noble  italiano  Fabio  Neli  en  la  de  la 


( I )  Existía  según  Ponz  la  citada  fecha  en  unp  de  los  últimos  arcos  de  la  bóveda 
según  el  Sr.  Sangrador  la  de  1595.  Añade  éste  que  el  arquitecto  bajo  cuya  direc- 
ción se  concluyó  consta  haber  sido  Baltasar  Álvarez;  Ccan  Bermúdez  lo  da  por 
ignorado. 


^LLADOLID 


Anunciación  (i),  D.Juan  de  Tarsis  primer  conde  de  Villamediana 
en  la  capilla  mayor,  á  la  vez  por  aquellos  años  se  prepararon 
lujosos  entierros  con  estatuas,  y  enriquecieron  con  excelentes 
pinturas  los  retablos  y  hasta  las  paredes;  la  fachada  empero, 
compuesta  de  dos  ordene»  'l'»  n;Uc,t.«o  «„«  ».,  <■-«« 
tispicio,  tardó  en  concluí 
hasta  1 664.  Maltratado  t 
de  la  Independencia,  des- 
nudo  de   sus   artísticas 
joyas,  mutilado  en  sus 
capillas ,    San    Agustín 
participa  de  la  suerte  de 
San  Benito  al  cual  está  ' 
pegado;  mas  todavía  su 
grandioso  ábside  descue- 
lla con  majestad  sobre  la 
del  Pisuerga,   cercado  d< 
que  le  imprimen  cierto  gói 
su  lado  ha  venido  al  suel 
San  Gabriel  de  la  misma 
en   1576  por  D.'  Ana  d 
estatua  yacía  sobre  la  urna  en  medio  de      claustro  del  antiguo 

U;i  ^_         •       1      j_    •  Convento  de  S.  Agustín. 

capilla  mayor,  obteniendo  únicamente 

gracia  su  portada  corintia  para  ser  trasladada  al  cementerio. 

El  poderoso  Diego  López  de  Zúñiga,  al  erigir  en  141 7  no 
lejos  de  la  puerta  del  Campo  el  convento  de  la  Trinidad,  destinó 
la  capilla  mayor  para  entierro  de  su  rama  primogénita  y  otras 
dos  para  sus  demás  descendientes.  Otras  nobles  familias  com- 
pitieron en  imitarle,  y  pronto  las  capillas  se  vieron  llenas  de 
esculturas  y  de  sepulcros  y  de  estatuas  de  mármol  bravamente 
labradas  en  expresión  de  Ponz,  quien  á  pesar  de  su  clásico  ri- 


(i)  Podz  elogia  en  gran  manera  los  cuadros  de  esta  capilla,  pero  Bosarte  to- 
davía más  las  pinturas  al  temple  que  han  desaparecido  lastimosamente  con  su 
demolición.  La  reja  de  esta  capilla  llevaba  el  año  i  ;g8,  tade  Santiago  el  de  1594. 


8o  VALLADOLID 

gorismo  no  pudo  menos  de  rendirles  homenaje  (i).  Era  la  igle- 
sia de  tres  naves  y  suntuosa,  de  estilo  ojival,  con  un  gallardo 
pórtico  cuyas  ruinas  se  conservaron  hasta  época  muy  reciente, 
y  por  colmo  de  fortuna  poseía  su  capilla  mayor  un  primoroso 
retablo  plateresco,  rival  del  de  San  Benito,  obra,  según  creencia 
general,  de  la  misma  privilegiada  mano  de  Alonso  de  Berruguete. 
Todo  lo  consumieron  en  1 809  las  llamas,  no  quedando  á  los 
religiosos  más  que  un  humilde  asilo,  que  también  ha  desapare- 
cido á  su  vez  en  la  calle  de  Boariza. 

Los  palacios  se  volvían  conventos,  pero  en  cambio  los  con- 
ventos servían  á  los  reyes  de  palacio,  no  como  albergue  pasa- 
jero, sino  como  fija  residencia.  Teníanla  en  San  Pablo  el  rey 
niño  Juan  II  y  su  madre  la  reina  Catalina  y  el  infante  D.  Fer- 
nando su  tío,  durante  la  regencia  más  tranquila  y  venturosa  que 
había  jamás  alcanzado  Castilla.  En  aquel  convento,  aún  muy 
distante  de  la  magnificencia  que  después  tuvo,  se  celebró  en  1 409 
un  capítulo  de  la  orden  de  Alcántara,  y  se  juntaron  las  cortes 
para  ratificar  los  desposorios  entre  D.  Alfonso,  primogénito  del 
infante,  y  la  princesa  María  hermana  del  rey,  bien  ágenos  de  ser 
entonces  los  futuros  reyes  de  Aragón.  En  una  de  sus  ^as  fué 
solemnemente  recibido  el  embajador  granadino  Alí  Zoher,  que 
venía  con  ricos  presentes  á  implorar  una  prorrogación  de  treguas 
que  no  le  fué  concedida;  y  en  la  contigua  calle  de  la  Cascajera 
justaron  los  bravos  jinetes  de  su  comitiva  con  los  caballeros 
castellanos,  en  los  lucidos  torneos  que  se  ordenaron  para  obse- 
quiar á  la  reina  de  Navarra.  En  San  Pablo  fué  recibido  en  141 1 
el  infante  D.  Fernando  con  un  ósculo  por  el  rey  y  con  un  abrazo 
por  la  reina  madre  al  regresar  victorioso  de  la  campaña  de  An- 
tequera, á  cuya  toma  debió  su  renombre ;  y  allí  otorgaron  otras 
cortes  cuantiosos  servicios  para  continuar  la  dichosa  guerra 
contra  Granada.  Sin  duda  por  hallarse  estrecha  en  su  monástica 


(i)    Véase  en  Besarte  la  descripción  del  retablo  y  sepulcros  de  la  capilla  de 
San  Blas  pertenecientes  á  los  señores  de  Villaviudas. 


VALLADOLID  8l 

habitación,  hizo  la  reina  derribar  en  aquel  año  una  línea  de  casas 
inmediata  al  convento,  para  construir  un  regio  alcázar  en  el  sitio 
que  vino  á  ocupar  después  el  colegio  de  San  Gregorio,  y  con 
el  objeto  de  abrir  á  la  entrada  de  aquel  una  ancha  plaza,  tomó 
á  los  religiosos  gran  porción  de  su  huerta.  El  terreno  al  parecer 
no  llegó  á  emplearse,  pues  en  1467  lo  devolvió  al  convento 
Enrique  IV  cumpliendo  la  última  voluntad  de  su  padre. 

Vecinos  de  índole  bien  diversa  se  amparaban  por  el  lado 
opuesto  á  la  sombra  de  San  Pablo.  Publicado  en  2  de  Enero 
de  141 2  el  riguroso  ordenamiento  contra  los  judíos,  que  mate- 
rial y  moralmente  los  aislaba  del  resto  de  la  sociedad  imponién- 
doles duras  prohibiciones  y  distintivos  afrentosos,  pidieron  los 
de  Valladolid  al  prior  de  dominicos  les  estableciese  el  solar 
necesario  para  vivir  reunidos  y  encerrados  según  el  edicto  pre- 
venía. Concedióselo  el  pripr  en  el  distrito  del  Puente  al  oeste 
del  convento,  y  allí  edificaron  sus  viviendas  que  comprendían 
ocho  ó  diez  calles  y  que  cercaba  un  alto  muro  con  una  sola 
puerta,  cuya  llave  guardaba  de  noche  el  corregidor.  Así  vivió 
ochenta  años  la  abatida  raza  hasta  su  expulsión  general  en  1492, 
en  que  la  judería  habitada  otra  vez  por  cristianos  tomó  el  nom- 
bre de  Barrio  Nuevo.  Era  la  aljama  de  Valladolid  de  las  más 
numerosas  y  florecientes  de  Castilla,  y  de  su  seno  había  salido 
á  fines  del  siglo  xiii  el  sabio  rabí  Abner,  que  convertido  á  la 
fe  católica  sostuvo  su  verdad  en  público  certamen  y  fué  uno  de 
sus  más  victoriosos  apologistas  (i). 

En  el  espacio  de  dos  años  la  iglesia  de  San  Pablo  vistió 
luto  por  las  exequias  del  infante  D.  Fernando  yarey  de  Aragón 
en  1 41 6,  y  en  141 8  por  las  de  la  reina  Catalina,  cuyo  cadáver 
quedó  allí  depositado  desde  el  2  de  Junio  día  de  su  muerte  has- 


(i)  Bautizóse  en  129^  tomando  el  nombre  de  maestre  Alfonso,  y  murió  ha- 
cia 1346  después  de  haber  desempeñado  por  largo  tiempo  el  cargo  de  sacristán 
de  Santa  María  la  Mayor.  Escribió  el  libro  de  las  batallas  de  Dios,  vertiéndolo  él 
mismo  del  hebreo  al  castellano  por  mandado  de  la  infanta  D.*  Blanca  señora  de 
las  Huelgas  de  Burgos,  cuyo  notable  manuscrito  vio  Morales  en  la  biblioteca  de 
San  Benito;  y  fué  autor  de  otras  obras  que  menciona  Castro. 

ZI 


82  VALLADOLID 


ta  su  traslación  á  la  catedral  de  Toledo  en  Diciembre  del  si- 
guiente año.  Vio  entonces  el  joven  rey  abrírsele  las  puertas  del 
alcázar,  donde  su  madre  harto  cautelosa  le  había  tenido  como 
encerrado;  pero  al  terminar  su  menor  edad,  que  tan  pacífica  y 
casi  gloriosa  transcurriera  bajo  la  tutela  de  aquellos,  empeza- 
ron las  intrigas  y  los  bandos  de  los  que  se  disputaban  el  domi- 
nio de  su  alma  débil  é  impresionable.  Sus  primos  y  cuñados  los 
turbulentos  infantes  de  Aragón,  D.  Juan  y  D.  Enrique,  trataron 
de  subyugarle  por  la  fuerza;  D.  Alvaro  de  Luna,  su  paje  y 
compañero  de  encierro  en  la  mocedad,  aspiró  á  poseerle  por  el 
cariño.  De  este  reinado,  que  no  fué  más  que  una  menoría  pro- 
longada, obtuvo  sin  embargo  Valladolid  venturosas  primicias 
en  las  cortes  abiertas  á  13  de  Junio  de  1420,  en  que  reconoció 
el  monarca  á  los  pueblos  el  importante  derecho  de  no  pagar 
pecho  alguno  que  no  fuera  antes  otorgado  por  sus  procura- 
dores. 

Hay  en  la  calle  de  Teresa  Gil  junto  á  la  iglesia  de  religio- 
sas de  Portaceli  un  grande  arco  gótico  tapiado  que  pertenece 
al  convento :  aquellas  parece  fueron  las  casas  de  Diego  Sánchez, 
donde  alojada  accidentalmente  la  reina  María,  en  el  día  5  de  Ene- 
ro de  1425  dio  á  luz  con  faustos  agüeros  un  infante  que  fué  des- 
pués Enrique  IV.  Pompa  sin  igual  acompañó  á  su  bautismo 
celebrado  en  la  iglesia  de  San  Pablo  y  seguido  de  procesiones 
y  torneos  (i),  y  con  mayor  si  cabe  fué  aclamado  príncipe  de 
Asturias,  corriendo  el  mes  de  Abril,  en  el  refectorio  del  conven- 
to donde  las  cortes  se  hallaban  de  nuevo  congregadas.  A  las 
fiestas  sucedieron,  como  otras  veces,  á  fines  del  próximo  año 
alborotos  populares,  suscitados  por  los  recrudescentes  bandos 
de  Tovar  y  de  Reoyo ;  hablábase  de  sangre  copiosamente  ver- 
tida y  de  casas  incendiadas;  pero  al  acudir  el  rey  desde  Zamo- 
ra, huyeron  los  criminales  á  pesar  de  hallarse  tomadas  las 


(i)  Es  incomparablemente  deliciosa  la  relación  que  hace  de  esta  solemnidad 
en  su  carta  primera  el  bachiller  de  Cibdad  Real,  describiendo  no  sólo  las  gualas, 
sino  los  semblantes  y  caracteres  de  los  personajes. 


VALLADOLID  83 

puertas,  y  rindióse  la  torre  del  puente,  arrojándose  al  río  los 
pelaires  que  la  ocupaban  (i).  Enojado  Juan  II  destituyó  á  los 
regidores,  y  tal  vez  entonces,  para  evitar  la  conflagración  pro- 
ducida por  las  elecciones  anualmente,  hizo  vitalicios  sus  cargos^ 
continuando  no  obstante  vinculada  en  aquellas  familias  la  facul- 
tad del  nombramiento. 

Pronto  estallaron  en  abierta  lucha  las  rivalidades  de  la  cor- 
te. Como  en  opuestos  campos  observándose  mutuamente,  ha- 
llábase el  rey  en  Simancas  al  lado  del  condestable  D.  Alvaro,  y 
en  San  Pablo  de  Valladolid  aposentados  los  infantes  de  Aragón, 
el  uno  de  los  cuales  ceñía  ya  la  corona  de  Navarra,  ocupados 
en  atraer  y  regalar  á  los  magnates  de  Castilla,  y  en  atizar  en 
nocturnas  pláticas  la  envidia  y  el  descontento  contra  el  privado. 
Tal  partido  llegaron  á  formar,  que  el  monarca  para  evitar  un 
rompimiento  sometió  la  decisión  de  las  querellas  al  arbitrio  de 
cuatro  jueces,  dos  por  bando ;  quienes  reunidos  en  el  monaste- 
rio de  San  Benito  é  incapaces  de  avenirse,  apelaron  según  lo 
acordado  al  voto  decisivo  del  prior  de  aquel,  fray  Juan  de  Ace- 
vedo.  Día  5  de  Setiembre  de  1427  pronuncióse  la  sentencia  que 
desterraba  al  condestable  de  la  corte  á  una  distancia  de  quince 
leguas  durante  diez  y  ocho  meses ;  pero  si  bien  fué  dócilmente 
aceptada,  no  tardaron  sus  mismos  émulos  divididos  entre  sí  á 
llamarle  otra  vez  al  lado  del  rey,  cuyo  afecto  había  redoblado 
con  la  ausencia.  Tal  vez  para  celebrar  esta  concordia,  más  bien 
que  para  festejar  á  la  infanta  Leonor  de  Aragón  que  iba  á  des- 
posarse en  Portugal,  tuvieron  lugar  en  Valladolid  á  principios 
del  año  1428  aquellos  brillantes  espectáculos,  que  por  espacio 
de  cuatro  días  ofrecieron  sucesivamente  el  infante  D.  Enrique, 
el  rey  de  Navarra,  el  de  Castilla  y  el  condestable,  ocupando  las 


(i)  «Venimos  de  Zamora  á  Valladolí,  dice  en  su  carta  VI  el  citado  bachiller, 
porque  dijeron  al  rey  que  la  villa  se  hundia  en  guerras  ceviles  de  Mario  é  Sila;  y 
eran  unos  seis  carda  estambre,  que  se  sotrajeron  á  la  torre  de  la  puente.  El  rey  se 
ha  ensañado  del  mal  proveimiento  que  dan  á  la  justicia  los  regidores  de  Valladolí, 
e  ha  dejado  al  relator  Fernando  Diaz  de  Toledo  para  que  acabe  la  pesquisa  desta 
desbarrada.» 


84  VALLADOLID 

horas  diurnas  en  cabalgatas  y  torneos  y  las  noches  en  banque- 
tes y  danzas,  donde  ambas  cortes  con  sus  reinas  al  frente  des- 
plegaban todo  su  esplendor,  y  donde  poniendo  tregua  á  la  am- 
bición y  al  encono,  parecía  no  existir  más  lucha  que  de  liberalidad 
y  de  cortesía  (i). 

Lo  que  duraron  las  fiestas  duró  la  paz :  á  las  sordas  intrigas 
promovidas  por  los  ilustres  huéspedes  en  la  corte  de  su  primo, 
sustituyeron  encarnizadas  luchas  en  las  fronteras  de  Aragón  y 
de  Navarra,  y  después  en  los  campos  de  Extremadura,  cuyas 
plazas  fuertes  ocuparon  los  infantes  D.  Enrique  y  D.  Pedro; 
pero  al  hacer  frente  á  estos  peligros  con  tanto  valor  como  des- 
treza D.  Alvaro  de  Luna,  no  se  descuidó  de  mantener  la  gloria 
de  las  armas  de  Castilla  y  el  entusiasmo  de  los  pueblos  en  más 
honrosas  empresas  contra  los  infieles.  Así  á  la  entrada  de  1429, 
en  el  mayor  ardor  de  aquella  casi  civil  contienda,  las  cortes 
reunidas  en  Valladolid  negaron  al  rey  de  Granada  las  treguas 
que  pedía;  y  en  1431  se  verificó  la  caballeresca  jornada  á  An- 
dalucía, que  destaca  tan  brillante  entre  las  turbulencias  de  aquel 
reinado,  y  que  por  poco  dio  anticipadamente  á  Juan  II  la  prez 
reservada  para  Isabel  la  Católica  su  hija.  Al  año  siguiente  Va- 
lladolid vio  suplicantes  á  los  embajadores  del  rey  de  Túnez  im- 
plorar para  el  granadino  la  paz,  de  que  no  menos  que  el  vencido 
necesitaba  el  vencedor;  y  el  rey  pudo  entregarse  de  nuevo 
tranquilamente  á  sus  métricos  trabajos  y  á  los  bélicos  ejercicios 
de  las  justas.  Dos  lanzas  rompió  en  las  que  allí  se  tuvieron  por 
el  mes  de  Abril  de  1434,  seguidas  de  un  suntuoso  banquete 
que  dio  á  los  caballeros  el  condestable  y  de  una  linda  encami- 
sada á  lo  morisco;  espectáculo  deslumbrador,  bien  diferente  del 
que  en  el  próximo  invierno  presentaron  aquellas  calles  inunda- 
das por  el  Esgueva,  que  transformó  la  Platería^  llamada  enton- 
ces Costanilla^  en  campo  de  devastación. 


(i)    Véase  la  minuciosa  descripción  de  estas  fiestas  en  la  carta  XVI  del  bachi- 
ller de  Cibdad  Real. 


VALLADOLID  8$ 

Cinco  años  después  quinientos  hombres  de  armas  destaca- 
dos de  Rioseco,  donde  acampaba  la  liga  de  los  nobles  descon- 
tentos, sorprendieron  á  Valladolid  apoderándose  de  sus  puertas; 
y  el  rey,  acosado  á  la  vez  por  sus  subditos  y  por  sus  primos  el 
de  Navarra  y  el  de  Aragón,  que  al  rumor  de  las  discordias 
acudieron  para  recobrar  sus  perdidos  bienes,  se  vio  forzado  á 
capitular  con  ellos  en  Castronuño,  consintiendo  en  alejar  de  su 
lado  por  seis  meses  al  condestable.  Con  la  retirada  de  éste  cre- 
cieron los  males  públicos,  tanto  que  las  cortes  reunidas  en  la 
regia  villa  para  remediarlos  en  Abril  de  1 440,  autorizaron  de 
nuevo  la  vuelta  del  valido  secundando  los  deseos  del  monarca. 
Pero  al  propio  tiempo  cundió  la  discordia  dentro  de  la  misma 
casa  real,  y  salióse  de  ella  el  príncipe  heredero,  persistiendo  en 
no  tornar  hasta  que  su  padre  hubiese  destituido  á  ciertos  con- 
sejeros que  le  disgustaban :  á  esta  reconciliación  pusieron  sello 
las  bodas  celebradas  en  Valladolid  por  Setiembre  del  propio 
año  entre  el  joven  Enrique  y  la  princesa  D.^  Blanca,  hija  del  rey 
de  Navarra.  Con  pompa  mayor  aún  que  de  costumbre  fué  reci- 
bida la  novia,  y  desde  la  posada  de  su  padre  conducida  al  pala- 
cio de  San  Pablo  donde  se  verificaron  los  desposorios,  y  después 
de  algunos  días  presentada  al  pueblo,  saliendo  con  su  esposo 
y  sus  padres  y  sus  suegros  en  lucida  cabalgata  á  visitar  el  tem- 
plo de  Santa  María :  danzas  y  festines,  justas  y  un  paso  de  ar- 
mas mantenido  por  Rui  Díaz  de  Mendoza  no  sin  muerte  de 
algunos  caballeros,  solemnizaron  este  enlace  malogrado,  que 
tan  poca  dicha  había  de  traer  á  ninguna  de  las  partes. 

En  aquella  época  de  tan  mezquina  y  complicada  historia,  de 
banderías  tan  pronto  formadas  como  disueltas,  de  luchas  todas 
personales,  de  revueltas  y  traiciones,  de  encumbramientos  y 
ostracismos,  época  que  al  través  de  las  diferencias  sociales  es 
acaso  la  que  más  se  parece  á  alguna  de  nuestras  modernas, 
ningún  nombre  suena  tan  glorioso  y  tan  leal  como  el  de  Valla- 
dolid. Ni  una  sola  vez  aparece  sublevada  contra  su  rey  y  señor, 
ni  como  teatro  de  las  humillaciones  y  vergonzoso  cautiverio  del 


86  VALLADOLID 

—  •  -  -  — 

trono,  ni  como  sangriento  campo  donde  se  disputaban  el  supre- 
mo mando*  las  facciones :  el  más  valiente  de  sus  guerreros,  Ro- 
drigo de  Villandrando,  salvó  al  monarca  de  los  partidarios  de 
D.  Enrique  de  Aragón  á  las  puertas  de  Toledo  en  1441 ;  sus 
naturales  arrostraron  todo  riesgo  para  librarle  en  1444  de  la 
opresión  en  que  le  tenía  dentro  de  Portillo  el  insolente  rey  de 
Navarra.  Por  esto  Juan  II,  que  ya  la  había  declarado  en  1422 
la  más  noble  villa  de  sus  reinos  confiriéndole  este  dictado,  juró 
en  1442  no  enagenarla  jamás  de  la  corona  ni  siquiera  darla  á 
príncipe  ni  á  reina,  y  en  1453  un  año  antes  de  su  muerte  hizo 
exentos  á  los  vecinos  para  siempre  de  pedidos,  empréstitos  y 
monedas.  Él  mismo  expresa  ser  aquella  su  residencia  ordinaria 
durante  la  mayor  parte  del  año ;  y  las  ordenanzas  de  cortes 
de  1442,  1447,  1448  y  1 45 1  nos  la  muestran  como  un  centro 
legislativo,  de  donde  partían  disposiciones  más  sabias  que  obe- 
decidas contra  la  anarquía  feudal  y  las  regias  prodigalidades. 
En  las  de  1448,  año  notable  además  por  un  extraño  lance  de 
caballería  entre  micer  Jaques  de  Lalain  y  Diego  de  Guzmán, 
que  en  la  plaza  hoy  huerta  de  San  Pablo  derribó  al  soberbio 
borgoñón,  distinguióse  por  su  noble  sinceridad  el  procurador 
Diego  de  Valera,  quien  al  acompañar  con  los  demás  hasta  la 
puerta  del  Campo  al  rey  que  iba  á  verse  con  su  hijo  en  Torde- 
sillas,  recomendó  la  clemencia  con  los  desterrados  al  par  que  la 
justicia  de  no  condenarles  sin  oirles,  atrayéndose  los  murmullos 
de  los  cortesanos  y  el  aprecio  del  monarca  (i). 

Acercábase  el  prolijo  drama  á  su  trágico  é  imprevisto  des- 
enlace: cegado  por  la  venganza  perdió  D.  Alvaro  la  serenidad, 
y  dio  lugar  á  sus  enemigos  á  herirle  so  color  de  justicia.  Viole 
con  asombro  Valladolid  llegar  preso  desde  Burgos  donde  poco 
antes  había  pasado  la  corte,  y  partir  inmediatamente  para  la 


(i)  Los  historiadores  generalmente  han  enaltecido  mucho  esta  entereza  del 
Valera;  pero  su  mérito  se  rebaja  no  poco  al  recordar  cuánta  parte  tuvo  en  la  caída 
y  prisión  del  condestable  y  cuan  ligado  andaba  con  sus  enemigos,  pudiendo  con- 
fundirse en  su  boca  el  interés  de  partido  con  las  inspiraciones  de  la  rectitud. 


VALLADOLID  87 

fortaleza  de  Portillo,  de  la  cual  ya  no  había  de  volver,  terminado 
un  breve  simulacro  de  proceso,  sino  acompañado  del  virtuoso 
franciscano  del  convento  del  Abrojo  fray  Alonso  de  la  Espina, 
que  saliéndole  al  camino,  enderezó  sus  pensamientos  y  sus  es- 
peranzas hacia  la  eternidad.  Sus  émulos  sólo  con  la  vida  creye- 
ron poderle  ya  privar  de  su  pujanza,  y  arrancando  al  rey  la 
terrible  firma  en  un  momento  de  flaqueza,  escogieron  por  lugar 
del  suplicio  la  plaza  misma  donde  tantas  veces  había  desple- 
gado su  bizarría  y  magnificencia.  Por  posada  destináronle  la 
casa  de  Alonso  Pérez  de  Vivero,  donde  es  hoy  la  Audiencia, 
de  cuya  muerte  le  acusaban ;  pero  los  insultos  y  vocería  de  los 
criados  obligaron  á  trasladarle  á  la  de  Zúñiga  su  enemigo  y 
guardador,  sita  en  la  calle  de  Francos,  donde  pasó  una  noche 
de  gran  contrición  e  dolor ^  y  se  fortaleció  con  los  Santos  Sacra- 
mentos para  el  trance  decisivo. 

Amaneció  el  lúgubre  2  de  Junio  (i)  de  1453,  y  en  la  plaza 
del  Ochavo,  que  con  las  calles  y  manzanas  contiguas  formaba 
entonces  la  Mayor  de  Valladolid,  levantábase  un  cadalso  cu- 
bierto de  paño  negro  y  encima  una  cruz  alumbrada  por  cirios, 
sobresaliendo  un  poste  con  la  escarpia  destinada  á  recibir  la 
truncada  cabeza  del  condestable.  Llegó  éste  por  la  calle  de 
Francos,  Cantarranas  y  Platería,  montado  en  una  muía  enlutada 
y  precedido  del  pregonero,  cuyas  punzantes  acriminaciones  no 
le  arrancaban  sino  estas  humildes  palabras:  más  merezco.  Apeóse 
al  lado  de  San  Francisco,  y  subiendo  al  patíbulo  con  firmeza, 
después  de  inclinarse  ante  la  cruz,  paseó  un  rato  como  dudando 
si  hablaría  al  pueblo  ó  callaría,  cuando  divisó  entre  la  apiñada 
muchedumbre  á  su  fiel  paje  Morales  y  á  Barrasa,  caballerizo 
de  D.  Enrique.  A  éste  le  encargó  decir  al  príncipe  que  no  si- 


(i)  Según  los  documentos  que  cita  el  Sr.  Quintana  en  su  Vida  de  D.  Alvaro^ 
debe  fijarse  indudablemente  en  este  día  la  controvertida  fecha  de  aquel  suplicio, 
que  Mariana  refiere  al  5  de  Julio  y  el  Sr.  Sangrador  al  7  de  Junio.  No  se  ofrece 
más  reparo  sino  que  el  epitafio  del  sepulcro  del  condestable  en  la  catedral  de 
Toledo  dice  que  murió  en  el  mes  de  Julio. 


88  VALLADOLID 

guiera  el  ejemplo  del  rey  su  padre  en  el  modo  de  galardonar  á 
sus  servidores;  á  aquél  entregó  por  último  don  el  anillo  de  sellar, 
que  el  joven  recibió  llorando  fuertemente,  llorando  con  él  á  grito 
alto  no  pocos  de  los  circunstantes.  «Del  cuerpo  fagan  luego  á 
su  sabor,»  dijo  después  de  contemplada  la  escarpia  y  sabido  el 
objeto  de  ella;  y  atadas  las  manos  con  la  cinta  que  él  mismo 
sacó  del  seno,  y  separada  del  cuello  la  ropa,  entregó  la  cabeza 
al  verdugo,  que  pocos  minutos  después  la  levantó  destilando 
sangre  á  la  vista  del  pueblo  horrorizado.  Tres  días  permaneció 
expuesto  el  cadáver  y  nueve  la  cabeza,  con  un  cepillo  al  lado 
para  recoger  limosnas,  y  con  ellas  se  le  dio  sepultura  entre  los 
malhechores  en  la  ermita  de  San  Andrés  situada  aún  fuera  de 
los  muros ;  pero  á  los  dos  meses  fué  trasladado  á  más  decente 
entierro  en  San  Francisco,  empezando  así  la  rehabilitación  de 
sus  despojos,  que  tan  magníficamente  había  de  consumarse  trein- 
ta y  seis  años  más  tarde  en  la  catedral  de  Toledo  (i). 

Menos  tranquilo  y  bajo  el  peso  de  más  severo  fallo  ante  la 
posteridad,  vino  á  morir  Juan  II  en  Valladolid  á  2 1  de  Julio  áú 
siguiente  año,  echando  menos  en  medio  de  los  crecientes  dis- 
turbios el  apoyo  de  que  tan  insensatamente  se  había  privado,  y 
lamentándose  de  haber  nacido  para  rey  de  Castilla  y  no  para 
fraile  del  Abrojo.  Y  en  verdad  que  el  fundador  de  este  austero 
eremitorio  distante  como  dos  leguas  de  Valladolid,  el  santo  fray 
Pedro  Regalado,  que  en  1390  había  ilustrado  la  villa  con  su 
nacimiento  y  la  comarca  con  sus  virtudes  y  prodigios,  tuvo  una 
muerte  harto  más  envidiable  que  la  del  pusilánime  monarca 
en  31  de  Marzo  de  1456  en  su  convento  de  la  Aguilera  junto  á 


( I )  Véase  la  descripción  de  la  capilla  del  Condestable  en  dicha  catedral,  tomo 
de  Castilla  la  Nueva.  En  la  relación  de  los  últimos  momentos  de  D.  Alvaro  hemos 
seguido  extrictamentc  las  memorias  coetáneas,  especialmente  la  inimitable  car- 
ta 103  del  bachiller  de  Cibdad  Real,  menos  en  lo  que  refiere  de  las  fluctuaciones 
y  órdenes  encontradas  del  rey  en  aquel  terrible  día,  pues  el  rey  no  se  hallaba 
entonces  en  Valladolid  sino  sobre  Maqueda;  y  este  error,  incomprensible  en  un 
seguidor  de  la  corte,  ha  sido  uno  de  los  argumentos  que  más  se  han  esforzado 
contra  la  autenticidad  de  las  referidas  cartas. 


VALLADOLID  89 

Aranda  de  Duero,  donde  permanece  expuesto  á  la  veneración 
pública  su  cadáver. 

Más  cerca  de  Valladolid,  á  un  cuarto  de  legua  no  más,  y 
sobre  la  opuesta  margen  del  Pisuerga,  convirtióse  en  el  propio 
reinado  hacia  1440  la  ermita  de  Nuestra  Señora  del  Prado 
en  monasterio  de  Jerónimos,  llamados  por  el  abad  de  la  co- 
legiata Don  Roberto  de  Moya.  A  la  fábrica  de  su  espacioso 
templo  dieron  impulso  después  los  Reyes  Católicos,  destinan- 
do su  capilla  mayor  para  entierro  de  los  hermanos  de  Boab- 
dil  rey  de  Granada,  D.  Fernando  y  D.  Juan,  que  residieron 
mucho  tiempo  cerca  de  San  Pablo  (i);  al  edificio  todo  hizo  dar 
más  adelante  Felipe  III  algo  de  la  grandiosa  regularidad  del 
Escorial  y  labrar  un  claustro  entre  otros,  que  aumenta  el  catá- 
logo de  las  obras  atribuidas  al  insigne  Herrera,  como  si  proce- 
diera de  su  mano  todo  cuanto  á  su  escuela  pertenece.  Cinco 
arcos  por  lienzo  lo  componen,  y  pilastras  dóricas  y  corintias 
adornan  su  doble  galería. 

Como  punto  de  descanso  en  la  fatigosa  jornada  histórica 
que  acabamos  de  andar,  se  nos  presenta  aquel  magnífico  con- 
vento de  San  Pablo,  que  después  de  haber  constituido  la  morada 
casi  continua  de  Juan  II,  tuvo  en  depósito  su  cadáver  hasta  que 
fué  llevado  á  la  deliciosa  Cartuja  de  Miraflores.  En  el  estado  en 
que  lo  dejó  la  reina  María  de  Molina  (2),  alcanzólo  en  sus  pri- 
meros años  el  monarca,  y  empezó  á  mejorarlo  á  instancia  de  su 
coníesor  fray  Luís  de  Valladolid,  venerable  religioso  que  asistió  al 
concilio  de  Constancia  y  estableció  en  la  universidad  las  cátedras 
de  teología.  Las  obras  entonces  hechas  desaparecieron  con  las 
reformas  posteriores,  y  sólo  quedó  la  sillería  del  coro  pintada 
con  figuras  al  temple  en  sus  respaldos,  que  al  cabo  fué  susti- 
tuida también  por  otra  en  el  siglo  xvii.  Mayor  empresa  acome- 


(i)  Bautizáronse  en  30  de  Abril  de  1492  en  el  real  de  Granada:  casó  D.  Fer- 
nando con  D.®  Mencía  de  la  Vega,  y  D.  Juan,  que  fué  gobernador  en  Galicia,  con 
Doña  Beatriz  de  Sandoval. 

(2)    Véase  más  arriba  pág.  $3. 

13 


90  VALLADOLID 

tió  el  cardenal  fray  Juan  de  Torquemada,  prior  que  había  sido 
de  aquella  casa,  en  reconstruir  el  templo  tan  vasto  cual  hoy  se 
ofrece  con  su  larga  nave  y  crucero,  dando  á  la  capilla  mayor 
una  altura  prodigiosa.  A  la  muerte  de  este  ilustre  protector^ 
acaecida  en  Roma  en  1468,  no  tardó  á  presentarse  otro  en  fiay 
Alonso  de  Burgos,  obispo  de  Falencia  y  confesor  de  Isabel  la 
Católica,  quien  hizo  el  coro,  el  retablo  y  reja  de  la  capilla  mayor, 
la  fachada  de  la  iglesia  (i),  las  piezas  del  capítulo  y  los  claus- 
tros alto  y  bajo  del  convento.  Estos,  que  caliñcan  de  preciosí- 
simos los  artistas  que  alcanzaron  á  verlos,  han  sido  bárbara  y 
gratuitamente  destrozados,  no  en  días  de  revuelta,  sino  para 
construir  el  presidio  modelo  que  al  cabo  se  halló  estrecho  en 
aquel  local,  aprovechándose  la  piedra  para  el  nuevo  cuartel  de 
caballería;  pero  la  fachada  de  la  iglesia  subsiste  salvada  del 
vandalismo  oficial,  como  las  víctimas  que  sobreviven  para  acu- 
sar á  los  delincuentes. 

En  el  siglo  que  la  vio  nacer,  y  con  relación  á  la  gentileza 
incomparable  de  los  monumentos  coetáneos,  menos  digno  tal 
vez  hubiera  sido  de  admiración  que  de  censura  aquel  ostentoso 
capricho  del  arte  gótico,  cuya  decadencia  marcó  sensiblemente, 
contribuyendo  quizá  no  poco  á  la  corrupción  del  gusto ;  y  mien- 
tras no  se  aduzcan  algo  más  que  gratuitas  suposiciones,  nos 
repugna  atribuirlo  á  Juan  y  á  Simón  de  Colonia,  á  los  inspira- 
dos arquitectos  de  la  Cartuja  de  Miraflores  y  de  las  afiligrana- 
das torres  de  Burgos.  No  es  que  no  sea  rico  hasta  la  profusión 
y  esmerado  hasta  la  minuciosidad  el  trabajo  de  boceles  y  foUa- 


(i)  Aunque  la  fachada  generalmente  se  atribuye  al  cardenal  Torquemada,  y 
así  parece  confírmarlo  el  relieve  colocado  sobre  la  puerta,  afirmando  también  Lia- 
guno  que  fué  terminada  en  1463,  preferimos  seguir  las  indicaciones  expresas  de 
los  contemporáneos  y  en  particular  la  kalenda  antigua  del  colegio  de  San  Grego- 
rio citada  por  Pulgar  en  su  historia  de  Falencia,  la  cual  hablando  del  obispo  fray 
Alonso  de  Burgos  decía  así :  «Qui  etiam  monasterium  totum  S.  Pauli  edifícavit 
splendide  non  sine  magnis  sumptibus,pra;ter  corpustantummodoecclesiae,  atque 
praefata  edifícia  monasterii  ab  hoc  tanto  praesule  constructa,  aliqua  diruta,  aliqua 
vero  antiquata  quae  ruinam  minabantur,  restituit.»  Cambiados  por  el  duque  de 
Lerma  los  antiguos  escudos  de  la  fachada,  no  pueden  ya  ser  invocados  para  adju- 
dicar la  erección  de  ella  al  cardenal  ó  al  obispo. 


VALLADOLfD 


Facftada  de  San   Pa 


92  VALLADOLID 

• — 

jes,  de  figuras  y  doseletes,  de  trepados  y  colgadizos,  que  cam- 
pean por  todas  partes  sobre  un  fondo  labrado,  cual  jJrecioso 
tapiz,  de  escamas  y  tracerías:  mas  no  aparece  allí  la  ojiva  agu- 
da y  esbelta,  sino  encuadrada,  comprimida  por  líneas  horizonta- 
les,  cediendo  el  paso  á  la  bastarda  forma  conopial;  falta  ele- 
gancia á  las  proporciones,  unidad  y  armonía  al  coi^unto,  y  el 
oportuno  relieve  á  cada  una  de  las  partes,  presentándose  todas 
ei^  un  mismo  plano  como  en  los  retablos  de  estilo  plateresco. 
Sin  el  auxilio  de  la  lámina,  difícil  nos  sería  dar  á  los   lectores 
una  idea  de  los  órdenes  y  compartimientos  en  que  se  distribuye, 
y  que  sólo  después  de  un  atento  examen  se  demuestran  al  tra- 
vés del  exuberante  ornato.  Una  portada,  guarnecida  en  sus  ar- 
quivoltos  y  escoltada  á  los  lados  por  efigies  de  santos  de  la 
orden  con  sus  pináculos  y  repisas,  encima  de  la  cual  un  relieve 
corrido  representa  no  muy  felizmente  la  coronación  de  la  Virgien 
y  al  cardenal  asistido  de  los  santos  de  su  nombre  el  bautista  y 
el  evangelista;  un  grande  arco  rebajado,  cubierto  también  de 
figuras  y  orlado  de  festones,  que  cobija  aquella  portada;  dos 
treboladas  ojivas  que  resaltan  del  muro,  partidas  por  tres  do- 
seletes uno  en  el  intermedio  y  dos  en  el  vértice  de  cada  una, 
bajo  los  cuales  se  sientan  el  Rey  del  universo  y  los  santos  Pe- 
dro y  Pablo,  sirviendo  de  nichos  los  senos  de  aquellas   á  los 
cuatro  evangelistas ;  una  claraboya  de  sencillos  y  hermosos  ara- 
bescos, encuadrada  á  manera  de  remate  de  antiguo  retablo,  y 
recamada  en  su  hemiciclo  superior  de  colgantes  preciosos  que 
imitan  un  rico  cortinaje ;  dos  agujas  de  crestería,  que  flanquean- 
do el  arco  principal,  suben  desde  el  suelo  hasta  la  última  línea 
del  cuerpo  descrito,  formadas  de  haces  de  columnitas  y  de  gru- 
pos de  sutiles  pirámides  y  de  estatuitas  sin  cuento,  más  estima- 
bles cuanto  más  pequeñas :  tales  son  las  partes  componentes  de 
la  grande  obra  del  siglo  xv.  En  el  relieve  que  está  encima  de 
la  puerta,  en  las  enjutas  del  arco,  á  los  lados  de  la  claraboya, 
se  ven  ángeles  sosteniendo  escudos  de  armas  de  mayor  ó  menor 
tamaño,  que  no  son  ya  los  del  fundador:  un  restaurador  orgu- 


VÁLLADOLID 


Facbada  d«  San  Pablo  ( parte  iaferlor ) 


\'A.LLADOLID 


Fachada  de  San  Pablo.— Detalles  de  la  i 


94  V  A  L  L  A  D  o  h  1  D 


lioso  á  principios  del  siglo  xvii  los  reemplazó  todos  con  los  su- 
yos, y  á  mayor  abundamiento  los  reprodujo  sobre  los  seis  pila- 
res que  colocó  delante  de  la  portada,  confiándolos  á  la  custodia 
de  otros  tantos  leones  de  piedra. 

Este  fué  D.  Francisco  de  Sandoval  y  Rojas,  duque  de  Ler- 
ma,  valido  omnipotente  del  rey  Felipe  III,  que  al  sentir  vacÜar 
su  privanza,  buscó  en  la  Iglesia  un  seguro  asilo  contra  la  fortu- 
na, guareciendo  su  cabeza  con  el  capelo  cardenalicio.  Al  esco- 
ger por  panteón  la  iglesia  de  San  Pablo,  con  la  mira  de  emular 
tal  vez  las  magnificencias  del  Escorial,  gastó  no  menos  de  se- 
senta mil  ducados  en  levantar  toda  la  nave  á  la  altura  que  tenía 
la  capilla  mayor  desde  la  obra  de  Torquemada;  y  con  esta  re- 
forma hubo  de  añadirse  á  la  fachada  un  segundo  cuerpo.  De 
grande  estima  sin  duda  gozaba  el  primero  todavía,  pues  á  pesar 
del  rigorismo  preceptista  que  condenaba  entonces  la  gótica  bar- 
barüy  tratóse  no  obstante  de  imitarla  en  los  mejores  tiempos  de 
la  arquitectura.  El  lienzo  que  sobre  la  antigua  fachada  se  asen- 
tó, cortóse  horizontal  y  perpendicularmente  por  relevadas  mol- 
duras de  trenzados  cordones  en  quince  compartimientos  desigua- 
les, dentro  de  los  que  sobre  discordantes  repisas  colocáronse 
grupos  de  historia  sagrada  y  personajes  del  antiguo  y  nuevo 
Testamento,  mezclados  con  los  consabidos  blasones,  salpicán- 
dolo todo  con  innumerables  estrellas  en  memoria  de  las  del 
apellido  de  Rojas.  Por  remate  se  dio  á  la  obra  un  frontón  trian- 
gular, adornado  de  extrañas  bien  que  lindas  hojas  en  su  cornisa 
y  de  labores  de  encaje  en  sus  vertientes,  y  en  su  centro  repitió- 
se de  mayor  tamaño  el  escudo  del  nuevo  patrono  sostenido  por 
dos  leones.  La  cuadrada  torre  que  antes  había  y  otra  nueva 
colateral  hubieron  de  subir  al  nivel  del  frontón,  desnudas  em- 
pero de  todo  ornato,  y  terminando  en  un  mezquino  arco  para 
las  campanas  (i).  La  imitación  como  se  ve  no  fué  tal  que  hicie- 


( I )  En  dichas  torres  debajo  de  las  armas  del  duque  hay  una  larga  ¡nscripción, 
puesta  sin  duda  al  tomar  aquél  posesión  del  patronato,  de  la  cual  con  motivo  de 
la  elevación  sólo  leímos  las  siguientes  frases:  Quam piurima  cernens  in  se  divina 


96  VALLADOLID 

ra  honor  á  sus  autores,  pero  merece  gratitud  por  haber  al 
menos  respetado  la  integridad  del  modelo  que  no  supo  conti- 
nuar. 

Más  homogeneidad  presenta  el  interior,  y  sin  los  ducales 
timbres  que  en  las  claves  de  la  bóveda  campean  sobre  la  pinta- 
da y  dorada  crucería,  creyérase  que  la  grandiosa  y  altísima 
nave  nació  de  una  vez  con  toda  su  elevación  al  mismo  tiempo 
que  la  capilla  mayor  y  crucero,  mientras  reinaba  aún  exclusiva- 
mente el  estilo  ojival.  De  las  cinco  bóvedas  del  cuerpo  de  la 
iglesia,  el  coro  levantado  en  alto  ocupa  las  tres,  impidiendo  á 
los  ojos  gozar  desde  luego  de  su  elevación  y  gentileza :  la  sille- 
ría hizo  labrarla  de  nuevo  el  duque  de  preciosas  maderas,  des- 
alojando  la  antigua  de  fray  Luís  de  Valladolid,  y  presidió  á  su 
traza  tal  nobleza  y  severidad  que  sin  advertir  el  anacronismo  la 
han  tenido  muchos  por  de  Herrera  (i),  y  figura  dignamente 
ahora  en  la  catedral  erigida  por  el  más  célebre  de  los  arquitec- 
tos. No  se  tocó  á  las  dos  ricas  portadas  de  los  brazos  del  cru- 
cero, cuajadas  como  la  exterior  de  estatuas  y  relieves  y  creste- 
ría, de  las  cuales  la  izquierda  introducía  al  claustro,  y  la  derecha 
comunicaba  con  el  colegio  de  San  Gregorio  ostentando  las  ar- 
mas de  fray  Alonso  de  Burgos  su  fundador ;  en  el  ábside  polí- 
gono dejó  abiertas  las  rasgadas  ojivas  que  tan  bellamente  lo 
alumbran ;  pero  el  gótico  retablo  mayor,  costeado  por  el  mismo 
Burgos,  fué  quitado  de  su  puesto  y  vendido  en  1 6 1 7  á  la  parro- 
quia de  San  Andrés,  para  hacer  lugar  á  otro  de  orden  corintio 


pietate  congesta  bona,  gratus  inperpetuum^  tnemor  humana  condtttonis.,,  cosnobium 
p:iirono  destitutum  grandi  pecunia  dotavtt  exornavitque,  ac  suij'uris  f>aÍronatus  li' 
berorumque  primonatorum  fecitj  inque  sepulturce  locum  sibi  et  Caiherince  Lacerda 
uxori  vivenlibus,  posierisque  suis  pie  decrevit  VIIÍ  idus  decembris  MDCI.  Esto  en 
una  torre,  en  la  otra  se  repite  casi  lo  mismo  en  castellano. 

(i)  Veinticuatro  años  después  de  fallecido  Herrera,  en  162  i,  según  una  nota 
que  existía  en  el  archivo  del  convento,  se  finalizó  la  sillería  del  coro,  compuesta 
de  cincuenta  y  cinco  sillas  altas  y  cuarenta  y  cinco  bajas,  costando  la  hechura  de 
cada  par  unas  con  otras  treinta  ducados  al  duque  cardenal.  Las  sillas  altas  tienen 
columnas  dóricas  estriadas,  y  pilastras  las  bajas:  las  maderas  fueron  traídas  de 
las  Indias  portuguesas. 


VALLADOLID  97 


que  construyeron  los  artífices  de  la  sillería  Francisco  Velásquez 
y  Melchor  de  Beya  (i).  Sin  embargo,  donde  cifró  su  mayor 
cuidado  el  favorito,  fué  en  el  panteón  que  fabricó  para  sí  á  la 
izquierda  del  presbiterio,  haciendo  retirar  á  dos  regios  infantes: 
allí  en  un  nicho  á  manera  de  tribuna  sostenido  por  pilastras  de 
mármol,  se  hizo  representar  de  rodillas  con  su  esposa  Catalina 
de  Lacerda  en  excelentes  estatuas  de  bronce  dorado,  como  las 
de  Carlos  V  y  Felipe  II  en  el  Escorial,  valiéndose  del  mismo 
célebre  escultor  Pompeyo  Leoni ;  allí  en  un  subterráneo  retrete 
debajo  del  pavimento  hizo  abrir  su  sepulcro;  allí  cerca  dicen 
que  se  reservó  un  pequeño  aposento  para  su  retiro,  como  el 
real  fundador  de  San  Lorenzo,  cuyos  solemnes  recuerdos  dista 
mucho  de  suscitar.  Ocupábase  de  esto  el  duque  de  Lerma 
en  1604,  en  el  apogeo  de  su  poder,  al  año  siguiente  de  la  pér- 
dida de  su  consorte  (2),  bien  ageno  entonces  de  pensar  que  en 
aquella  iglesia  catorce  años  después  hubiese  de  celebrar  su  pri- 
mera misa,  y  todavía  más  ageno  de  que  permaneciendo  en  pié  el 
edificio,  hubiera  de  profanarse  su  mausoleo  y  reaparecer  á  la  luz 
sus  huesos  esparcidos  y  su  cráneo  destrozado,  y  pasar  al  museo 
las  ilustres  efigies  cual  anónimas  y  encontradizas  antiguallas. 
Colateral  con  el  túmulo  de  Lerma  abríase  enfrente  el  reli- 
cario,  saqueado  en  la  invasión  francesa,  y  tan  copioso  en  ricas 
joyas  como  lo  era  en  buenos  cuadros  la  vasta  sacristía.  Hallóla 
el  duque  construida  poco  antes  á  expensas  de  D.  García  de 
Loaysa,  arzobispo  que  fué  de  Toledo ;  dos  columnas  dóricas  es- 


(i)  También  la  arquitectura  de  este  retablo  se  ha  creído  equivocadamente  de 
Juan  de  Herrera;  las  pinturas,  que  no  desmerecían  de  aquella,  las  hizo  Bartolomé 
de  Cárdenas.  Costeáronlo  los  religiosos,  si  bien  puso  en  él  sus  armas  el  duque  de 
Lerma.  Ignoramos  si  pereció  ó  si  fué  trasladado,  pues  el  que  hoy  existe  moderno 
y  diminuto  no  corresponde  ciertamente  á  la  majestad  del  templo. 

(2)  La  lápida  sepulcral  decía  así :  D.  O.  M.  Franct'scus  Lertnce  dux,  induce  San- 
dovalis  familice  ca^ui^  Philippo  III  monarchce  summo  sese  ioium  impendens^  ab  ípso 
regia  munificentia  cumulaiissime  ornaius,  regi  summa  fide  et  gratitudine  serviens^ 
Deo  bonorum  omnium  auctori  supplex,  secundis  rebus  mortis  memor,  vivus  integer 
ac  vaiidus^  hoc  monumentum  sibi ac  Caiherince  Cerdee  ducissce,  conjugi  pientissimce^ 
Mar  garitee  regince  cubiculi  majoriprcefecice,  liberis  et  posteris^Jaciendum  curavii. 
MDCIV.  Las  dos  estatuas  se  dice  que  costaron  veinte  mil  ducados. 

'3 


98*  VALLADOLID 

triadas  adornan  su  ingreso,  pero  su  bóveda  es  aún  de  crucería, 
y  sus  grandes  ventanas  conservan  resabios  del  gótico  moderno. 
A  este  género  bastardeado  pertenecen  las  paredes  exteriores 
más  próximas  á  la  fachada;  aunque  siguiendo  por  fuera  el  flanco 
derecho  de  la  nave,  van  asomando  por  la  parte  superior  genti- 
les arabescos  y  agujas  de  crestería.  De  pronto  aparece  en  el 
mismo  muro  otra  fachada  riquísima,  y  el  espectador  sorprendi- 
do se  halla  en  presencia  de  un  monumento  distinto  del  primero, 
y  que  sin  embargo  tiene  con  él  de  común  el  estilo,  el  fundador 
y  el  instituto  religioso  á  que  pertenecía. 

Fray  Mortero,  que  así  apellidaban  á  D.  Alonso  de  Burgos, 
ora  por  ser  natural  del  valle  de  Mortera,  ora  por  su  rudo  as- 
pecto, no  había  gastado  toda  su  actividad  y  energía  en  las  de- 
licadas comisiones,  que  facilitando  á  Isabel  la  posesión  de  la 
corona,  á  él  le  valieron  la  mitra;  sino  que  una  vez  prelado,  las 
enderezó  á  construir  brillantes  y  magníficas  obras.  Sin  hablar 
de  las  que  costeó  en  Burgos  y  Falencia,  las  de  San  Pablo  de 
Valladolid  por  sí  solas  parecieran  bastantes  á  absorber  su  aten- 
ción y  agotar  sus  tesoros;  y  no  obstante  faltábale  todavía  rea- 
lizar su  creación  predilecta,  el  título  especial  de  su  gloria  y 
nombradía.  Agradecido  á  la  enseñanza  que  había  recibido  en 
aquel  convento,  quiso  erigir  al  lado  del  mismo  para  los  religio- 
sos de  su  orden  un  colegio  de  estudios  bajo  la  advocación  de 
San  Gregorio,  llamando  á  lo  más  selecto  y  florido  de  las  artes 
para  adornar  dignamente  la  mansión  de  las  ciencias.  Ocho  años 
tan  solo,  de  1488  á  1496,  duró  la  fábrica  de  esta  joya,  labrada 
toda  minuciosamente  como  un  relicario  por  fuera  y  por  dentro; 
mas  el  inspirado  artífice  que  la  trazó,  Macías  Carpintero,  vecino 
de  Medina  del  Campo,  no  logró  verla  terminada :  á  los  dos  años 
de  dirigirla,  una  desastrada  muerte,  un  suicidio  misterioso  puso 
fin  á  sus  días,  degollándose  con  una  navaja  en  31  de  Julio 
de  1490  (i). 


(i)    Esta  noticia  la  tomó  Ceán  Bermúdez  de  un  diario  manuscrito  de  los  caba- 
lleros Verdesotos  regidores  de  Valladolid. 


VALLADOLID 


Fachada  de  San  Gmecokio 


del  trabajo.  Del  suelo  arrancan  del-  p-^eht* i^te».»» ce  sak  ghgor.o 
gados  troncos  y  nudosas  varas  retorcidas,  aquellos  para  formar 
las  repisas,  éstas  el  arquivolto  de  la  portada  y  las  aristas  de  los 
pilares  que  flanquean  todo  el  frontispicio,  compuestos  de  tres 
órdenes  de  pilastras  y  rematando  en  pequefias  agujas:  el  fondo 
figfura  una  estera  de  mimbres  entretejidos;  las  estatuas,  así  las 


VALLADOLID 


102  VALLADOLID 


de  los  lados  de  la  puerta,  como  las  que  ocupan  los  nichos  de  los 
pilares  disminuyendo  gradualmente  en  tamaño,  representan  vellu- 
dos salvajes  con  clavas  en  las  manos,  parto  tal  vez  de  la  fanta- 
sía excitada  por  aquellos  años  con  el  descubrimiento  del  nuevo 
mundo.  Sutiles  ramajes  con  la  flor  de  lis,  que  constituía  el  bla- 
són del  fundador  y  que  campea  cien  veces  en  su  escudo,  bordan 
el  dintel  y  las  jambas  del  cuadrado  portal  formadas  de  una  sola 
pieza ;  y  distingüese  el  prelado  de  rodillas  ante  San  Gregorio 
y  otros  santos  en  el  relieve  del  testero,  que  más  cercano  parece 
á  las  tinieblas  de  la  época  bizantina  que  á  la  aurora  del  renaci- 
miento. Una  conopial  y  trebolada  ojiva  adorna  el  arco  rebajado 
guarnecido  de  encajes,  desde  el  cual  suben  rectamente  dos 
trenzados  cables  á  dividir  el  muro  en  tres  compartimientos;  en 
los  laterales  vense  sostenidos  por  ángeles  los  episcopales  escu- 
dos de  la  flor  de  lis  y  dos  heraldos  más  arriba ;  en  el  central  el 
soberano  escudo  de  los  Reyes  Católicos,  protectores  del  colegio, 
entre  dos  rapantes  leones;  pero  es  menester  observar  de  cerca 
el  granado  fructífero  que  los  sostiene,  y  el  pilón  de  la  fuente  de 
donde  brota  el  árbol,  y  la  multitud  de  niños  encaramados  por 
las  ramas  ó  colocados  al  rededor  de  aquél,  para  concebir  una 
idea  de  la  juguetona  inventiva  del  escultor.  En  cuanto  á  la  cres- 
tería de  los  numerosos  doseletes  y  del  remate,  salió  tan  desgra- 
ciada y  corrompida,  que  apenas  merecen  deplorarse  los  estra- 
gos ejercidos  en  ella  por  el  tiempo  que  tampoco  ha  respetado 
mucho  los  calados  y  las  flores  de  lis  y  las  granadas  tendidas 
como  una  diadema  á  lo  largo  del  edificio. 

La  misma  prolijidad  de  ornato,  las  mismas  flores  de  lis  nos 
acompañarán  por  todo  el  ámbito  interior:  después  de  encontrar- 
las en  las  columnas  del  primer  patio  semigótico,  las  veremos 
repetidas  en  los  ángulos  del  segundo  debajo  del  escudo  de  los 
reyes.  Doble  galería  y  en  cada  lienzo  seis  arcos  de  aplanada 
curva  sobre  columnas  espirales,  forman  este  patio  suntuoso;  los 
de  arriba  se  subdividen  en  dos,  orlados  de  colgadizos  y  festo- 
neados por  una  gruesa  guirnalda,  entre  cuyos  huecos  asoman 


VALLAHOLID 


Patio  de  San  Gregorio 


104  VALLADOLID 

unos  angelitos  y  un  campo  flordelisado.  Mayor  pureza  en  el 
estilo  gótico  conservan  los  calados  rombos  del  antepecho,  por 
bajo  del  cual  circuye  el  friso  inferior  una  cadena  de  piedra;  en 
el  superior  alternan  manojos  de  flechas  con  nudos  gordianos, 
gloriosas  divisas  de  Fernando  é  Isabel ;  y  de  la  cornisa  moder- 
namente reformada  (i)  avanzan  caprichosas  gárgolas  del  mejor 
gusto.  La  escalera  ostenta  reproducidas  en  su  parte  baja  las 
labores  del  antepecho,  los  muros  cubiertos  de  casetones  y  sal- 
picados de  escudos  de  lises,  la  cúpula  ricamente  artesonada;  y 
al  pié  de  ella  y  en  Simbas  galerías  lucen  sus  góticos  primores 
varias  puertas  y  ventanas,  al  paso  que  sus  hojas  platerescas  en 
el  primer  patio  una  portada  del  renacimiento.  Las  de  la  biblio- 
teca, capilla  y  refectorio  obtuvieron  los  elogios  del  crítico  Ro- 
sarte. 

Para  llegar  á  la  capilla  situada  en  el  piso  bajo,  atraviésase 
una  larga  pieza  cuyo  techo  esmaltan  doradas  flores  de  lis  sobre 
fondo  azul,  y  un  pequeño  corredor  abovedado;  pero  al  que  ha 
leído  la  descripción  de  sus  antiguas  preciosidades,  asalta  una 
triste  sorpresa,  al  hallar  vacía  y  desnuda  aquella  estancia.  Con 
la  invasión  de  los  franceses  desapareció  el  retablo  de  la  Piedad, 
quinta  esencia  délas  sutilezas  del  goticismo  y  comparable  sólo 
cU  sepulcro  de  ^uan  II  (2),  el  cual  además  del  grupo  principal 
del  Descendimiento  de  la  cruz  compuesto  de  ocho  figuras,  com- 
prendía veinte  y  un  relieves  de  la  historia  del  Salvador  y  multi- 
tud de  estatuas  pequeñas,  entre  ellas  el  retrato  del  obispo,  no- 
table por  su  verdad  y  semejanza.  La  urna,  que  en  medio  de  la 
capilla  encerraba  los  restos  del  fundador,  era  una  de  las  más 
insignes  joyas  del  renacimiento,  labrada  muchos  años  después 
de  su  muerte,  que  ocurrió  en  8  de  Noviembre  de  1499.  Cuatro 
esfinges  ó  sirenas  se  adelantaban  de  los  ángulos  del  sepulcro; 
cuatro  medallas  simbolizando  virtudes,  y  cuatro  figuras  de  la 


(i)    «Esta  coronación  se  hizo  en  el  año  de  1 708,»  dice  una  inscripción  repar- 
tida en  tarjetones  refiriéndose  á  aquel  insignificante  reparo. 
{2)    Bosarte. 


e 


'   -      . 


valladolid  105 

Virgen  con  el  Niño,  San  Gregorio,  Santo  Domingo  y  San  Pedro 
Mártir,  cubrían  sus  costados;  y  al  rededor  corría  un  lindo  ba- 
laustre sembrado  de  flores  de  lis  y  de  graciosos  niños.  Los  már- 
moles eran  de  meícla,  blanco  empero  el  de  la  tendida  efigie  de 
D.  Alonso,  que  le  representaba  con  sus  vestiduras  episcopales 
y  con  un  libro  en  las  manos,  harto  favorecido  en  el  semblante 
respecto  de  los  retratos  coetáneos,  y  no  obstante  recordando 
según  se  cree  con  el  mote  opertbus  credite^  único  epitafio  que 
existía,  la  desventaja  de  sü  aspecto  comparado  con  sus  obras. 
El  monumento,  así  por  la  belleza  y  corrección  de  las  formas 
como  por  el  esmero  de  la  ejecución,  parecía  digno  de  Berru- 
guete  y  semejante  al  del  cardenal  Tavera  en  el  hospital  de  To- 
ledo: así  tuvo  la  desdicha  de  gustar  á  los  caudillos  de  Bona- 
parte  que  se  lo  llevaron  como  artístico  botín,  y  los  fi-agmentos 
escapados  á  la  rapacidad  de  los  extranjeros  dícese  que  los  em- 
plearon los  naturales  en  fregar  y  pulir  los  pavimentos  de  sus 
casas  (i). 

Tras  de  la  codicia  que  arrebata,  vino  el  vandalismo  que 
destruye;  y  manos  españolas  demolieron  no  há  muchos  años  el 
largo  muro  que  corría  desde  la  fachada  de  San  Gregorio  hasta 
la  casa  del  Sol,  enriquecido  en  su  parte  superior  con  exquisitos 


(i)  En  1861  ó  62  escribíamos:  «Muy  grata  ha  sido  nuestra  sorpresa,  al  saber 
que,  restauradaúltimamente  esta  célebre  capilla,  se  ha  abierto  otra  vez  al  culto  con 
religiosa  solemnidad:  pero  debemos  advertir  una  vez  por  todas  que  en  el  texto 
nos  referimos  á  los  tiempos  en  que  verifícacnos  nuestro  viaje  por  Castilla  la  Vieja 
en  1852  y  á  las  impresiones  que  entonces  recibimos,  sin  perjuicio  de  dar  cuenta 
al  fin  del  tomo,  como  lo  hicimos  en  el  de  Castilla  la  Nueva,  de  las  mudanzas  ocu- 
rridas en  este  largo  intermedio,  las  cuales  ojalá  sean  todas  tan  plausibles  como 
las  que  nos  van  llegando  de  Valladolid.  Sabemos  con  efecto  que  el  desierto  é  in- 
salubre prado  de  la  Magdalena  se  transformó  en  un  ameno  vergel ;  que  se  hallan 
desembarazados  y  limpios  los  pintorescos  alrededores  de  la  Antigua;  que  hay 
proyectos  de  habilitar  de  nuevo  el  grandioso  templo  de  San  Benito;  que  se  trata 
de  la  restauración  de  San  Pablo;  que  la  ha  experimentado  ya,  muy  acertada  y 
completa,  el  patio  de  San  Gregorio  sin  distinguirse  apenas  los  reparos;  y  por 
último,  que  tanto  el  actual  Gobernador  civil  Sr.  de  Aldecoa  como  los  individuos 
de  la  Academia  de  Bellas  Artes  se  hallan  animados  del  más  exquisito  y  laudable 
celo,  rivalizando  en  ingeniosos  recursos  para  remediar  en  lo  posible  los  dolorosos 
estragos,  harto  ciertos,  que  en  nuestras  páginas  lamentamos.  Reciban  por  tanto 
esta  anticipada  y  justa  satisfacción.» 


ij 


I06  VALLADOLID 

adornos  del  renacimiento,  nichos,  hermosos  bustos,  bichas  y 
candelabros.  Entre  tantos  edificios  religiosos  vacantes  en  Valla- 
dolid,  no  supo  encontrarse  otro  para  oficinas  del  gobierno  sino 
el  precioso  colegio,  al  cual  era  imposible  tocar  sin  dar  al  suelo 
con  cien  bellezas  y  sin  ahuyentar  de  aquellos  claustros  las  ilus- 
tres memorias  del  elocuente  Granada,  del  virtuoso  cuanto  infor- 
tunado Carranza,  del  sabio  y  vehemente  Cano,  que  hicieron  allí 
sus  estudios.  Al  dividir  en  habitaciones  el  vasto  salón  de  la  bi- 
blioteca, deshízose  su  brillante  techumbre  art^sonada,  rica  en 
dorados  y  primorosa  en  labores;  pérdida  tanto  más  deplorable,, 
cuanto  más  tranquila  fué  la  época  en  que  se  consumó,  triste  como 
las  últimas  víctimas  de  un  contagio  que  se  daba  ya  por  extin- 
guido. 

Cuando  asistía  asombrada  Valladolid  á  la  construcción  de 
las  magníficas  obras  de  Torquemada  y  de  fray  Mortero,  lucían 
sobre  ella  días  de  grandeza  y  de  reposo  tras  de  prolongadas 
agitaciones  y  calamidades  (i).  Acababa  de  atravesar  con  honra 
el  reinado  desastroso  de  Enrique  IV,  y  de  acreditar  al  príncipe 
nacido  en  su  seno  la  constante  fidelidad  que  le  juró  al  procla- 
marle rey  á  la  muerte  de  su  padre.  Había  arrojado  de  su  recinto 
en  1 464  al  hijo  del  almirante,  que  trataba  de  sublevar  á  nom- 
bre del  infante  D.  Alfonso  la  villa  que  el  rey  le  confiara  (2) ;  y 
aunque  al  año  siguiente  ondeó  en  sus  muros  el  pendóa  rebelde 
levantado  en  Ávila  desafiando  el  ejército  real,  habíanse  dado 


(i)  En  1457  hubo  peste  en  Valladolid,  de  la  cual  acaso  tomó  nombre  la  puerta 
de  la  Pestilencia  que  se  hallaba  al  extremo  del  Campo  Grande  á  la  izquierda  de  la 
del  Carmen  saliendo;  y  en  1461  á  6  de  Agosto  hubo  en  la  plaza  un  incendio  que 
abrasó  cuatrocientas  treinta  casas  entre  grandes  y  pequeñas  con  la  Costanilla  y 
parte  de  Cantarranas  y  de  la  Rua-escura.  Tal  vez  con  este  motivo  se  trasladó  la 
antigua  plaza  Mayor  á  la  del  Mercado. 

(2)  Según  el  importante  cronicón  de  Valladolid  dado  á  luz  por  el  Sr.  Baranda 
en  el  tomo  Xill  de  la  Colección  de  documentos  inéditos^  «sábado  quince  de  setiembre 
Juan  de  Vivero  e  don  Alfonso  fijo  del  almirante  se  alzaron  con  Valladolid,  e  tovie- 
ron  cercado  á  Alonso  Niño  merino  en  la  puerta  del  Campo;  e  otro  dia  domingo  en 
la  tarde  se  levantó  la  comunidad  contra  los  dichos  y  los  echaron  de  la  villa,  e 
despojaron  todos  los  mas  que  eran  de  la  opinión  de  aquellos,  e  sacaron  al  merino 
de  la  dicha  torre;  y  esa  noche  vino  aquí  Alvaro  de  Mendoza  con  fasta  mil  rocines 
de  la  guarda.» 


VALLADOLID  I07 

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prisa  sus  moradores  en  sacudir  el  odioso  yugo  de  los  turbulen- 
tos magnates,  y  en  abrir  las  puertas  al  destronado  monarca 

Que  en  Valladolid  solmente 
Halló  fée  e  conocimiento 
De  señor  (i). 

Sus  huestes  acudieron  á  auxiliarle  después  del  dudoso  triunfo 
de  Olmedo,  y  equilibraron  las  fuerzas  de  los  poderosos  conju- 
rados. Si  contra  la  regia  voluntad  fué  teatro  la  villa  sin  saberlo 
del  más  importante  y  feliz  consorcio  que  hubo  jamás  en  España; 
ái  en  la  memorable  noche  del  i8  de  Octubre  de  1469,  dentro 
de  la  casa  de  Juan  Vivero  hoy  ocupada  por  la  Audiencia,  dio  su 
mano  la  princesa  Isabel  al  infante  de  Aragón  D.  Fernando  que 
había  entrado  secretamente,  celebrando  las  bodas  con  tenue 
aparato  y  con  prestados  recursos  (2),  Valladolid  entonces  no 
abandonó  al  rey  Enrique  para  aplaudir  á  los  nuevos  desposados 
y  secundar  las  intrigas  de  los  revoltosos;  antes  poniendo  tregua 
á  sus  bandos  entre  cristianos  viejos  y  conversos,  y  recelando  de 
la  lealtad  de  Vivero,  acometieron  de  consuno  su  fortificada 
mansión,  y  obligaron  á  los  augustos  huéspedes  á  huir  hacia 
Dueñas  sin  tardanza  (3).  Enrique  pasó  luego  á  confirmar  la 


(1)    Pulgar. 

(3)  El  citado  cronicón  da  un  exacto  dietario  de  estos  notables  acontecimientos. 
En  3  I  de  Agosto  puesto  el  sol  llegó  á  Valladolid  la  princesa  D.'  Isabel  con  el  arzo- 
bispo de  Toledo  y  el  almirante  D.  Fadriquc.  En  14  de  Octubre  á  las  once  de  la 
noche  vio  por  primera  vez  el  príncipe  D.  Fernando  á  su  futura,  y  volvió  luego  á 
Dueñas.  En  1 8  de  Octubre  á  las  siete  de  la  tarde  se  desposaron  públicamente  en  la 
sala  rica  de  dicha  casa  por  mano  del  arzobispo.  Al  día  siguiente  se  velaron  y  se 
les  dijo  la  misa,  y  comieron  con  gran  solemnidad;  «esa  noche,  dice,  fué  consunto 
entre  los  novios  el  matrimonio,  á  dó  se  mostró  complido  testimonio  de  su  vergi- 
nidad  e  nobleza  en  presencia  de  jueces  e  regidores  e  caballeros,  según  pertenecía 
á  reyes.»  En  ag  de  Octubre,  domingo,  fueron  á  misa  á  Santa  María  la  Mayor  con 
mucha  solemnidad,  é  hizo  un  sermón  fray  Alonso  de  Burgos  tomando  por  tema: 
patientam  habe  in  me,  el  omnia  reddam  Ubi. 

(3)  De  estos  bandos  entre  conversos  y  cristianos  viejos,  protegido?  éstos  por 
Vivero  y  aquéllos  por  los  parciales  del  rey  D.  Enrique,  no  hay  en  el  referido  cro- 
nicón más  indicio  que  el  siguiente  .  «Sábado  8  de  setiembre  de  1470  después  de 
comer  pelearon  en  Valladolid  dos  cofradías  que  al  tiempo  había  en  ella,  la  una  de 
la  Trenidad,  la  otra  de  S.  Andrés,  aquella  era  de  mercaderes  e  sus  ayudas,  la  otra 


I08  VALLADOI.  in 

fidelidad  de  los  suyos  y  á  sosegar  la  población,  cuyo  gobierno 
encargó  al  conde  de  Benavente,  haciéndole  merced  de  la  casa 
del  proscrito  Juan  de  Vivero. 

Pero  la  muerte  del  débil  soberano  permitió  á  Valladolid 
transferir  sin  meng^ua  sus  sinceros  homenajes  á  la  varonil  her- 
mana y  sucesora  del  mismo.  Visitáronla  desde  los  primeros 
meses  de  su  reinado  Fernando  é  Isabel,  hospedándose  en  el 
edificio  que  les  recordaba  sus  desposorios  (i);  y  lejos  de  guardar 
enojo  á  la  villa  por  los  pasados  recelos  y  hostilidades,  la  con- 
virtieron en  su  cuartel  general  para  la  formidable  lucha  que  iban 
á  sostener  en  defensa  de  su  corona.  Allí  sin  adormecerse  como 
los  reyes  anteriores  en  fiestas  y  regocijos  (2),  oyeron  y  contes- 
taron con  firmeza  á  las  reclamaciones  del  rey  de  Portugal;  allí 
recibieron  la  sumisión  y  las  mesnadas  de  los  más  ilustres  ricos- 
hombres  de  Castilla,  juntando  en  tres  meses  un  ejército  de  diez 
mil  jinetes  y  treinta  mil  peones;  allí  aguardó  la  magnánima 
reina,  previniéndolo  y  animándolo  todo,  la  decisión  de  las  ar- 
mas, que  por  fin  en  los  campos  de  Toro  aseguraron  sus  dere- 


de  ciertos  escuderos  e  ofíciales  e  otras  gentes ;  en  la  qual  pelea  pelearon  en  la 
boca  de  la  Frenería  e  á  la  boca  de  la  calle  de  Olleros  e  de  Santiago  e  del  Azoguejo: 
murieron  catorce  varones  e  dos  mujeres  de  esta  pelea.»  De  la  venida  y  retirada  de 
los  príncipes,  ni  del  combate  de  la  casa  de  Vivero,  no  hace  mención  alguna.  En 
otro  alboroto  suscitado  en  149$  murió  el  conde  de  Coruña,  según  escribe  Galín- 
dez  Carvajal,  ó  como  se  lee  en  otros,  el  conde  de  Camina,  herido  inadvertidamente 
por  su  criado.  El  cronicón  no  habla  de  esta  muerte,  sino  de  la  de  D .  Juan  Manrique, 
hijo  del  maestre  de  Santiago,  á  quien  un  paje  suyo  dio  una  pedrada  en  la  cabeza 
en  23  de  Noviembre  de  14B8. 

(i)  En  18  de  Marzo  de  i47'>  entraron  los  reyes  en  Valladolid,  aposentándose 
en  las  casas  de  Vivero  que  pocas  horas  antes  había  evacuado  el  conde  de  Bena- 
vente ;  y  al  otro  día  muchos  de  la  villa,  sin  mandado,  antes  con  enojo  de  los  reyes, 
comenzaron  á  derrocar  los  baluartes  de  dicha  casa  contigua  á  la  puerta  de  Cabe- 
zón, que  levantados  en  parte  por  Vivero  y  en  parte  por  el  conde,  parece  se  habían 
hecho  odiosos  al  pueblo  por  las  opresiones  pasadas. 

(2)  Trae  el  cronicón  de  Valladolid  una  minuciosa  relación  de  la  justa  que  se 
celebró  en  3  de  Abril  de  1475,1a  más  rica  que  en  cincuenta  años  se  había  visto,  y 
de  la  cual  fué  mantenedor  el  duque  de  Alba,  quien  además  hizo  sala  á  los  reyes  y  á 
la  corte  en  sus  casas  del  Cordón.  En  la  justa  tomó  parte  el  rey,  sacando  en  el  yel- 
mo un  yunque  con  este  expresivo  mote  : 

Como  yunque  sufro  y  callo 
por  el  tiempo  en  que  me  hallo. 


VALLADOLID  lOQ 

chos  y  la  unión  y  la  grandeza  de  España.  Asociada  Valladolid 
á  las  más  gloriosas  empresas  é  importantes  sucesos  de  aquel 
reinado,  presenció  notables  actos  de  severidad  y  firmeza  en 
afianzar  el  imperio  de  las  leyes  y  la  seguridad  de  los  pueblos ; 
obtuvo  ver  fijado  en  su  seno  bajo  nueva  forma  el  tribunal  de  la 
chancillería;  recibió  con  brillantes  festejos  en  el  invierno  de  1488, 
en  uno  de  los  intermedios  de  la  gloriosa  conquista  del  reino  de 
Granada,  á  los  embajadores  que  venían  á  preparar  la  unión  de 
la  imperial  casa  de  Austria  con  la  española  (i);  asistió  estreme- 
cida en  19  de  Junio  de  1489  al  formidable  estreno  de  las  justi- 
cias de  la  Inquisición  (2);  vio  en  1492  expulsados  de  su  seno 
los  judíos;  y  acogió  en  20  de  Mayo  de  1506  el  último  suspiro 
del  descubridor  del  nuevo  mundo,  el  gran  Colón,  que  colmado 
de  servicios  y  de  desengaños,  falleció  con  la  resignación  del 
justo  en  la  calle  de  la  Magdalena,  encomendando  su  espíritu  al 
Señor  (3). 

A  la  católica  real  pareja  otra  sucedió  harto  menos  gloriosa, 
la  de  Felipe  el  Hermoso  y  de  Juana  la  Loca,  á, quienes  procla- 
mó Valladolid  en  la  primavera  de  1506,  y  juraron  las  cortes 
del  reino  reunidas  en  la  histórica  sala  capitular  de  San  Pablo, 
donde  la  firmeza  del  almirante  salvó  á  la  desgraciada  reina  del 
encierro  que  su  ingrato  esposo  le  destinaba.  Fallecido  éste  en 
Burgos  á  25  de  Setiembre  del  mismo  año,  al  día  siguiente  toda 


(i)  Estas  fiestas,  en  que  se  trató  de  superar  el  fausto  y  magnificencia  de  la  an- 
tigua corte  de  Borgoña  á  los  ojos  de  los  alemanes  y  flamencos,  se  celebraron 
en  4  de  Enero  de  1489 :  los  reyes  se  hallaban  en  Valladolid  desde  el  6  de  Setiem- 
bre anterior. 

(2)  En  este  primer  auto,  no  mencionado  por  Antolínez,  fueron  quemadas  diez 
y  ocho  personas  vivas  y  cuatro  muertas:  «ninguno  de  los  vivos,  dice  el  cronicón, 
paresció  confesar  la  sentencia  en  público.»  Entre  los  nombres  de  los  reos  que  cita 
no  aparece  ninguno  notable;  pero  sí  lo  eran  algunos  de  los  presos  en  el  otoño  an- 
terior, tales  como  Juan  Rodríguez  de  Baeza  y  su  mujer,  Luís  de  Laserna,  y  el 
Dr.  Diego  Rodríguez  de  Aylión  que  fué  traído  de  Galicia.  El  tribunal  del  santo  ofi- 
cio no  se  estableció  fijamente  en  Valladolid  hasta  el  año  i  500. 

(3)  Se  le  hicieron  las  exequias  en  la  Antigua,  y  fué  depositado  su  cadáver  en 
San  Francisco,  desde  donde  fué  trasladado  en  i  51  3  por  orden  del  rey  Fernando  á 
la  Cartuja  de  Sevilla,  y  desde  allí  en  i  <;  36  á  la  isla  de  Santo  Domingo.  Cedida  ésta 
á  los  franceses  en  1 795,  fué  pasado  á  la  catedral  de  Cuba. 


lio  VALLADOLID 


Valladolid,  con  la  chanciilería  y  el  obispo  de  Catania  á  su  fren- 
te, se  trasladó  á  Simancas  á  reclamar  la  persona  del  infante 
D.  Fernando,  segundo  hijo  de  los  reyes  y  niño  de  tres  aflos  y 
medio,  para  que  no  se  apoderaran  de  él  algunos  grandes  á  fin 
de  promover  disturbios;  y  otorgando  á  los  de  Simancas  su 
pundonorosa  exigencia  de  seguir  al  infante  y  de  formar  á  su 
alrededor  una  guardia  de  cien  hombres,  fué  llevado  al  reciente 
colegio  de  San  Gregorio,  y  guardado  y  educado  allí  cuidadosa- 
mente hasta  la  vuelta  del  Rey  Católico  su  abuelo.  Regresó  éste 
á  Valladolid  en  1509,  y  entonces  en  4  de  Marzo  juró  la  famosa 
liga  de  Cambray  con  el  papa,  el  emperador  y  el  rey  de  Francia 
contra  la  república  de  Venecia;  entonces  la  reina  Germana  de 
Foix,  su  segunda  esposa,  hospedada  en  la  casa  del  almirante,  le 
hizo  padre  día  3  de  Mayo  de  un  infante  llamado  D.  Juan,  que 
muriendo  á  los  pocos  días  abrió  de  nuevo  el  camino  á  la  unión 
de  los  reinos  peninsulares;  entonces  el  rey,  sexagenario  casi, 
salió  á  jugar  cañas  con  su  cuadrilla  en  las  fiestas  con  que  se 
celebró  por  San  Juan  la  nueva  del  casamiento  de  su  hija  Catali- 
na con  Enrique  VIII  de  Inglaterra. 

Entre  tanto  seguía  creciendo  la  población  al  compás  de  la 
monarquía,  de  la  cual  era  uno  de  los  focos  principales:  restau- 
rábanse las  antiguas  iglesias^  otras  se  erigían  de  nuevo,  y  todas 
bajo  aquel  tipo  de  lujosas  formas  y  de  carácter  indeciso,  en  que 
iban  mezcladas  las  más  tardías  galas  del  arte  gótico  con  las 
más  tempranas  flores  del  renacimiento.  A  Santa  María  la  Ma- 
yor hacia  la  plazuela  de  su  nombre  hizo  añadir  el  cardenal  Tor- 
quemada  un  magnífico  pórtico  y  una  grandiosa  capilla  del  Sa- 
grario, en  cuyas  bóvedas  figuraba  la  incendiada  torre  emblema 
de  su  apellido.  La  antigua  parroquia  de  San  Miguel,  que  desde 
el  siglo  XII  al  parecer  había  dejado  la  advocación  de  San  Pela- 
yo,  reparó  las  quiebras  producidas  tal  vez  en  1489  por  el  in- 
cendio de  las  vecinas  casas,  renovando  su  fachada,  en  la  cual 
los  Reyes  Católicos  hicieron  colocar  la  efigie  del  santo  arcángel, 
transferida  hoy  con  el  cargo  parroquial  al  templo  de  los  jesuí- 


112  VALLADOLID 


tas;  y  en  1497  levantaron  su  capilla  mayor,  que  desde  treinta 
años  atrás  yacía  por  el  suelo,  el  doctor  Portillo  y  el  comenda- 
dor D.  Diego  de  Bobadilla,  ambos  muy  favorecidos  de  los  mo- 
narcas, dotándola  en  común  para  conservar  mejor  los  lazos  de 
amistad  y  parentesco  que  los  unían.  En  la  parroquia  del  Salva- 
dor, á  la  cual  más  tarde  debía  proveer  el  renacimiento  de  bella 
portada  y  esbelta  torre,  construyéronse  por  entonces  suntuosas 
capillas  eon  sepulcros  para  sus  patronos,  distinguiéndose  por 
su  alta  bóveda  de  rica  crucería  y  por  sus  góticos  primores  la 
del  Bautista  propia  de  los  duques  de  Medinaceli,  oculta  ahora 
á  la  derecha  detrás  de  un  retablo  y  destinada  á  depósito  de 
muebles  (i).  En  1490  dio  Luís  de  Laserna  á  la  parroquia  de 
Santiago  las  sencillas  formas  ojivales  que  aún  conserva  al  tra- 
vés de  las  obras  posteriores,  por  dentro  en  la  crucería  del  pres- 
biterio y  artesonado  del  coro,  por  fuera  en  la  cuadrada  torre 
de  piedra  que  corona  un  moderno  remate,  y  en  el  ábside  mismo 
donde  un  tosco  relieve  representa  al  apóstol  de  las  Españas  en 
medio  de  dos  escudos  del  fundador.  La  iglesia  posee  una  obra 
maestra  de  escultura  en  la  adoración  de  los  magos  de  Juan  de 
Juní. 

Las  agujas  de  crestería  que  engalanan  el  exterior  de  San 
Lorenzo  y  la  cornisa  que  lo  ciñe  figurando  sartas  de  perlas,  in- 
dican bastantemente  la  época  de  su  restauración,  debida  desde 
los  cimientos  al  noble  D.  Pedro  Niño,  merino  y  regidor  perpetuo 
de  Valladolid:  la  ocasión  se  dice  "fué  el  recobro  inesperado  de 
una  hija  muy  amada,  á  quien  había  sanado  el  manto  de  la  Vir- 
gen, y  luego  por  poco  había  sumido  en  el  sepulcro  la  retención 
irreverente  del  mismo.  Lámparas  de  plata  é  innumerables  votos, 
dádivas  de  reyes  y  de  pobres,  de  grandes  y  de  pequeños,  cuel- 


(i)  Hay  en  esta  capilla  tan  lastimosamente  abandonada  un  sarcófago  de  D.  Pe- 
dro de  Lacerda,  hijo  del  duque  D.  Luís,  fallecido  en  1549.  En  otra  capilla  del 
opuesto  lado,  que  según  se  lee  en  la  reja  es  del  licenciado  de  Burgos  y  de  D.'  Isa- 
bel de  Torquemada  su  mujer,  yacen  dos  estatuas  que  por  sus  trajes  pertenecen  á 
últimos  del  siglo  xv.  En  la  mayor  descansan  Juan  Rodríguez  de  Entrambasaguas 
y  D.*  Isabel  Andrés  de  Cartagena  que  murieron  hacia  1403. 


114  VALLADOLID 


gan  ante  esta  venerada  efigie,  aclamada  por  patrona  de  la  po- 
blación sobre  cuya  puerta  antes  velaba,  á  la  cual  se  atribuye  un 
antiquísimo  y  portentoso  hallazgo;  y  como  si  fuera  el  destino  de 
aquella  parroquia  atesorar  tradiciones  singulares,  contiene  otra 
devota  imagen  de  nuestra  Señora  titulada  de  la  Cabeza  por  ha- 
berla inclinado  deponiendo  como  testigo  acerca  de  la  palabra 
de  casamiento  empeñada  por  un  caballero  á  una  pobre  doncella, 
y  luego  del  Pozo  por  haber  salvado  de  él  á  un  niño,  elevándole 
sobre  las  aguas  hasta  el  borde  donde  le  aguardaban  los  brazos 
de  su  madre.  Con  tales  objetos  de  piadoso  culto  no  podía  menos 
de  experimentar  la  iglesia  frecuentes  transformaciones:  primero 
en  1602  bajo  la  dirección  de  Juan  Díaz  del  Hoyo  por  precio  de 
dos  mil  quinientos  ducados,  de  la  cual  sólo  queda  la  suntuosa 
portada  corintia  que  terminó  en  1 6 1 7  Bartolomé  de  la  Calzada; 
más  adelante  al  estilo  churrigueresco,  cubriéndose  los  techos  y 
paredes  de  confusa  y  extravagante  talla  (i) ;  y  por  último 
en  1826  en  que  se  trató  de  restituirle  su  anterior  regularidad. 
No  por  tantas  reformas  ciertamente  ha  pasado  San  Andrés: 
cuando  á  la  entrada  del  siglo  xvii  emprendió  el  obispo  de  S¡- 
güenza  fray  Mateo  de  Burgos  su  reedificación,  no  terminada 
hasta  1776  por  fray  Manuel  de  la  Vega,  ambos  nacidos  en  su 
feligresía,  tal  vez  apenas  había  perdido  el  humilde  aspecto  de 
ermita  que  tenía  á  últimos  del  siglo  xv  al  convertirse  en  parro- 
quia, y  vivían  en  ella  los  recuerdos  del  degollado  condestable 
que  han  desaparecido  por  completo  de  su  espaciosa  nave  mo- 
derna. 

Multiplicábanse  también  por  entonces,  si  bien  de  estructura 
más  modesta,  los  asilos  de  religiosas.  En  1472  fundó  la  vene- 
rable D.*  Juana  de  Hermosilla  el  beaterío  de  Santa  Isabel  que 


(i)  Creemos  no  debe  atribuirse  á  Juan  Díaz  del  Hoyo  esta  ornamentación  ba- 
rroca, como  lo  hace  el  Sr.  Sangrador;  pues  en  1602  no  había  cundido  aún  el  con- 
tagio de  sirenas,  grifos,  ángeles  y  ridicula  hojarasca  que  menciona,  y  jo  comprue- 
ba la  nobleza  y  sencillez  de  la  portada  de  aquel  tiempo.  Conviene  por  tanto 
distinguir  dos  épocas. 


VALLADOLID 


Il6  VALLADOLID 

doce  aflos  después  se  erigió  en  convento  de  franciscas;  en  1488 
ediñcó  el  de  Santa  Catalina  de  Sena  D.^  María  Manrique,  viuda 
del  señor  de  la  Mota  D.  Manuel  de  Benavides,  á  la  cual  perse- 
guía de  muerte  su  propio  hijo  para  impedir  la  fundación; 
en  1506  dio  licencia  el  papa  á  D.*  María  de  Zúñiga  para  insta- 
lar el  de  Comendadoras  de  Santiago,  principiado  durante  las 
guerras  de  Granada  por  las  viudas  y  huérfanas  de  los  caballe- 
ros que  allá  sucumbían.  Santa  Isabel  conserva  su  gótica  nave 
con  bóveda  de  crucería  y  el  antepecho  calado  del  coro,  real- 
zándola lindos  retablos  del  renacimiento,  tanto  el  mayor  com- 
puesto de  diversas  historias  y  relieves,  como  el  que  contiene  la 
admirable  figura  de  San  Francisco  esculpida  por  Juan  de  Juní. 
Las  grandes  estatuas  de  mármol  arrodilladas  que  á  los  lados 
del  presbiterio  de  Santa  Catalina  ocupan  unos  nichos  con  pilas- 
tras, más  bien  que  á  los  señores  de  la  Mota  creemos  que  re- 
presentan á  D.  Antonio  Cabeza  de  Vaca  y  á  su  mujer  D.*  Ma- 
ría de  Castro,  que  en  recompensa  de  la  capilla  mayor  dejó  á 
las  monjas  én  1604  setecientos  ducados  de  renta,  y  la  que  en 
medio  de  una  capilla  yace  con  traje  de  golilla  á  Juan  Acacio 
Soriano,  abogado  de  la  chancillería,  que  legó  sus  bienes  al  con- 
vento en  1588.  En  cuanto  al  de  Comendadoras  titulado  de 
Santa  Cruz,  apenas  ofrece  vestigios  de  su  primera  fábrica:  su 
iglesia  se  cortó  después  por  el  tipo  greco-romano,  su  fachada 
interna  bien  que  anterior  á  la  corrupción  del  gusto  adolece  de 
pesadez,  y  tan  sólo  hacia  la  espalda  aparecen  unas  labores  gó- 
ticas en  la  celosía  de  su  torre. 

A  las  construcciones  religiosas  vencían  aún  en  importancia 
las  civiles.  En  la  plaza  del  Mercado,  que  había  venido  á  ser  ya 
la  Mayor,  junto  á  la  puerta  principal  de  la  iglesia  de  San  Fran- 
cisco, mandaron  los  Reyes  Católicos  por  el  mes  de  Marzo 
de  1499  construir  las  casas  del  ayuntamiento:  aniquilólas  el 
incendio  de  1561  sin  dejamos  el  menor  recuerdo  de  sus  dimen- 
siones y  de  su  estilo.  Subsiste  empero  como  concluido-  de  ayer 
el  suntuoso  colegio,  que  el  insigne  cardenal  D.  Pedro  González 


il 


VALLADOLID 


Museo. —  Espaldar  de  una  silla  de  coro  (De  Berruguete) 


Il8  VALLADOLID 

de  Mendoza  erigió  para  abrir  á  los  ingenios  pobres  las  más  bri- 
llantes carreras,  y  cuya  magnificencia  se  desarrolló  casi  simul- 
táneamente con  la  del  colegio  de  San  Gregorio  su  competidor, 
al  cual  sirvió  de  estímulo  y  de  modelo.  Instaláronse  en  número 
de  veinte  sus  primeros  colegiales  en  las  casas  que  fueron  de 
Diego  de  Arias  y  más  adelante  convento  de  Belén,  y  allí  se  ce- 
lebró la  primera  misa  en  25  de  Febrero  de  1484.  Hasta  la  pri- 
mavera de  1486  no  se  inauguraron  las  obras  del  actual  edificio, 
empezando  por  el  derribo  de  las  casas  que  ocupaban  su  solar; 
en  1492  habían  terminado  ya,  celebrándose  su  conclusión  con 
grandes  fiestas^  y  comiendo  aquel  día  en  el  refectorio  la  reina 
Isabel.  Su  advocación  fué  la  de  Santa  Cruz,  la  que  solía  poner 
á  sus  monumentos  el  cardenal;  el  arquitecto  fué  el  mismo  que 
el  de  su  célebre  hospital  de  Toledo,  Enrique  de  Egas  hijo  del 
flamenco  Anequin.  Sin  embargo  no  contentó  la  fábrica  en  su 
principio  al  ostentoso  primado  de  las  Españas,  y  sin  los  repeti- 
dos elogios  que  de  ella  hacían  el  rey  y  la  reina,  asegúrase  que 
hubiera  mandado  demolerla  por  mezquina. 

Y  he  aquí  lo  que  cuesta  trabajo  comprender  al  que  desde 
un  ángulo  de  la  vasta  y  yerma  plaza  en  que  está  situado  admira 
aquel  magnífico  cuadrado  de  sillería,  formado  de  tres  cuerpos,  y 
coronado  en  su  delantera  por  una  balaustrada,  y  al  rededor  por 
una  diadema  de  flameros  y  pilaretes.  Sutiles  machones  remata- 
dos en  agujas,  que  tienen  más  de  góticos  en  la  intención  que  en 
los  detalles,  trepan  desde  abajo  hasta  la  plateresca  cornisa,  di- 
vidiendo en  cinco  compartimientos  la  fachada  principal;. los  de 
en  medio  más  adornados,  con  alguna  crestería  en  su  primer 
tercio  y  con  pilastras  estriadas  en  los  restantes,  cierran  el  en- 
trepaño del  centro  vistosamente  almohadillado,  sobre  el  cual 
campean  los  escudos  reales  y  los  de  Mendoza.  Nada  empero 
sorprende  como  el  ver  en  aquella  obra  la  singular  precocidad 
del  renacimiento,  años  antes  de  espirar  el  siglo  xv,  y  su  impro- 
visado triunfo  sobre  el  arte  de  la  Edad  media;  tanto  más  cuanto 
en  la  fachada  del  hospital  de  Toledo,  construida  muy  posterior- 


VALLADOLID  II9 

mente  por  el  mismo  Egas,  aparece  todavía  como  un  tímido  en- 
sayo. Labores  platerescas  muy  limpias  y  delicadas,  que  revelan 
experta  y  segura  mano,  llenan  exclusivamente  las  pilastras, 
columnas  y  friso  de  la  portada,  en  cuyo  testero  de  medio  punto 
figura  como  en  aquella  el  cardenal  de  rodillas  ante  la  cruz  sos- 
tenida por  Santa  Elena;  y  al  mismo  género  pertenecen  las  que 
adornan  el  gracioso  y  rico  balcón  del  segundo  cuerpo.  No  ha- 
blamos del  frontispicio  triangular,  ni  de  los  que  coronan  los 
cuatro  balcones  restantes,  ni  de  los  hierros  labrados  de  sus  an- 
tepechos; pues  todo  esto  son  innovaciones  modernas  que  no 
alcanza  á  disculpar  la  autoridad  de  D.  Ventura  Rodríguez,  y 
que  hacen  echar  de  menos  las  anteriores  ventanas,  que  eran 
ojivales  según  noticias.  Entonces,  en  la  última  mitad  del  siglo 
pasado,  se  trocaron  también  en  balcones  las  aberturas  de  las 
fachadas  laterales,  y  se  picó  la  piedra,  y  se  dio  al  edificio  aquel 
aspecto  remozado,  que  si  bien  halaga  de  pronto  la  vista,  lo  priva 
del  más  poético  barniz  de  antigüedad  (i). 

Reina  en  el  patio  la  misma  elegancia  y  pulcritud,  y  el  mismo 
gusto  en  sus  tres  órdenes  de  galerías,  cuyos  arcos  de  medio 
punto  sostienen  octógonos  pilares,  resaltando  en  sus  enjutas 
ora  las  cruces  ora  los  blasones  del  cardenal :  un  gótico  antepe- 
cho bellamente  trepado  ciñe  el  segundo  cuerpo,  y  el  tercero  una 
balaustrada.  Con  el  nuevo  destino  del  colegio  su  conservación 
ha  mejorado  todavía;  subsiste  su  copiosa  biblioteca,  y  aquellas 
galerías  cerradas  de  cristales  á  manera  de  invernáculos  encie- 
rran uno  de  los  más  preciosos  museos  de  España.  Huyendo  de 
la  profanación  y  del  abandono  ó  de  la  inminente  demolición, 
vinieron  á  juntarse  allí,  procedentes  de  distintas  iglesias  y  claus- 
tros, las  minuciosas  y  expresivas  tablas  de  la  antigua  escuela  y 
los  grandiosos  lienzos  de  la  mejor  época  del  arte,  las  obras 
maestras  que  pintó  Rubens  para  el  pobre  convento  de  monjas 


(i)    Deplora  esto  en  su  Viaje  el  mismo  Bosarte,  nada  sospechoso  de  antico-ma- 
nía  como  la  llama. 


VALLADOLID 


de  Fuensaldaña  (i),  y  las  creaciones  nacional^  de  Velázquez  y 
Murillo,  de  Ribera  y  Zurbarán,  de  Jordán,  Palomino  y  Valentín 
Díaz,  las  delicadas  esculturas  de  Berruguete,  las  animadas  efi- 
gies y  grupos  de  Juan  de  Juní,  los  célebres  pasos  de  semana 
santa  de  Gregorio  Hernández,  los  insignes  trabajos  en  bronce  y 
marfíl  de  Pompeyo  Leoni,  la  admirable  sillería  plateresca  de 
San  Benito  y  la  de  San  Francisco  poco  menos  estimable,  sarco- 
fagos  góticos,  lápidas  romanas,  objetos  artísticos  de  toda  edad 
y  carácter.  Ahora  les  prestad  noble  edificio  en  sus  claros  ándi- 
tos y  espaciosas  salas  la  hospitalidad  que  antes  estaba  llamado 
á  dar  á  los  talentos  necesitados  de  protección,  conserva  el  rico 
depósito  de  las  generaciones  pasadas  en  vez  de  producir  hom- 
bres  eminentes  para  las  venideras,  y  así  como  su  arquitectura 
marca  perfectamente  la  transición  entre  la  Edad  media  y  la  mo- 
derna, abriga  hermanadas  bajo  su  techo  las  glorías  de  uno  y 
otro  período. 


(i)  Son  tres  cuadros  que  representan  á  nuestra  Señora  sobre  un  trono  de 
ángeles,  á  San  Antonio  de  Padua  y  á  San  Francisco,  encargados  por  el  conde  de 
Fuensaldaña  y  celebrados  entre  los  más  insignea  de  Rubens. 


CAPÍTULO  IV 


ValladoUcl  en  los  tr«s  ülUmos  siglos.— Edificios  modernos 


'/  f '  NTES  de  llegar  Valladolid  en  el  espléndido  siglo  xvi  á  la 
j-^  plenitud  de  su  grandeza,  pasó  como  las  demás  ciudades 
de  Castilla  por  duras  pruebas  y  trastornos,  en  los  cuates  sin 
embargo  no  perdió  al  par  de  aquellas  su  representación  y  su 
importancia.  Inaugurada  apenas  la  regencia  del  gran  Cisneros, 
opúsose  la  villa  á  la  organización  de  milicias  permanentes  pro- 
yectada por  el  cardenal,  y  se  levantó  en  defensa  de  sus  liberta- 
des no  bien  comprendidas  acaso,  obligando  al  capitán  Tapia, 
que  venía  á  reclutar  soldados,  á  refugiarse  dentro  de  San  Fran- 
cisco.  Devolviéronle  la  tranquilidad  las  prudentes  cartas  y  luego 
la  presencia  del  joven  soberano,  que  en  1 8  de  Octubre  de  1 5 1 7 
hizo  en  ella  su  solemne  entrada,  y  se  hospedó  en  las  suntuosas 
casas  frente  á  San  Pablo  esquina  de  la  Corredera.  La  entrega 
hecha  allí  á  Adriano  de  Utrech  del  capelo  cardenalicio  al  cual 


122  VALLADOLID 

en  breve  había  de  suceder  la  tiara,  la  visita  que  pasó  el  rey  á 
la  chancillerfa  seguida  de  suntuoso  festín  y  de  brillantes  espec- 
táculos (i),  y  las  célebres  cortes  que  por  primera  vez  convocó, 
tuvieron  en  movimiento  á  Valladolid  durante  los  seis  meses  es- 
casos de  la  permanencia  real.  Abriéronse  aquellas  en  2  de  Fe- 
brero de  1 5 1 8  en  una  sala  alta  del  colegio  de  San  Gregorio ; 
en  7  del  propio  mes  fué  jurado  Carlos  I,  mas  no  sin  que  antes 
jurara  las  leyes  y  privilegios  del  reino  y  sobre  todo  la  exclusión 
de  los  extranjeros  de  los  cargos  y  oñcios  públicos,  gracias  á  la 
ñrmeza  del  diputado  por  Burgos  el  doctor  Zumiel  (2).  Dos  aflos 
después,  en  i.°  de  Marzo  de  1520,  volvió  el  monarca  á  Valla- 
dolid de  paso  para  Alemania  donde  iba  á  recoger  la  diadema 
imperial,  y  no  bastaron  á  retenerle  ni  las  instancias  del  concejo 
que  se  negaba  á  conceder  el  donativo  para  el  viaje,  ni  el  des- 
atentado tumulto  que  estalló  el  día  5  para  cerrarle  la  salida.  Al 
través  de  cinco  mil  insurgentes  armados  reunidos  en  la  plaza 
Mayor  abrióle  calle  hasta  la  puerta  del  Campo  la  guardia  fla- 
menca; pero  el  rebato  de  la  campana  de  San  Miguel,  si  bien 
costó  sendos  castigos  á  los  culpables  (3),  tuvo  ecos  muy  pro- 
longados y  dio  en  cierto  modo  la  seflal  al  levantamiento  de  las 
comunidades  de  Castilla. 

Por  algunos  meses  mantuvo  en  paz  á  la  población  el  consejo 
de  gobierno,  que  bajo  la  presidencia  del  cardenal  flamenco  dejó 
instituido  el  emperador  y  que  desde  el  5  de  Junio  se  fijó  en 
Valladolid,  cuando  un  día  á  fines  de  Agosto  vino  á  encenderla 


( 1 )  Refiere  Antolínez  que  en  este  banquete  salió  de  un  enorme  pastel  un  niño 
de  cuatro  años  brincando  por  la  sala,  y  que  en  el  patio  se  dio  al  pueblo  una  comi- 
da en  la  cual  brotaban  dos  fuentes  de  vino,  siguiendo  por  la  tarde  funciones  de 
toros  y  cañas  y  por  la  noche  una  farsa  pastoril  representada  en  uno  de  los  salones. 

(2)  Llamábase  Juan  y  era  doméstico  del  condestable,  por  cuyo  influjo  sin  duda 
se  volvió  después  contra  las  Comunidades  y  desempeñó  en  Toledo  el  oficio  de  ri- 
guroso juez.  Ignoramos  si  fué  este  doctor  ó  algún  hijo  suyo  ei  que  hizo  con  su 
mujer  D.*  Catalina  de  Estrada  el  célebre  retablo  mayor  de  la  Antigua  por  los  años 
de  1550,  según  refiere  Antolínez  que  le  titula  alcalde  mayor  de  Villalpando. 

Í3)  El  cordonero  portugués  que  tañó  la  campana  pudo  escapar,  pero  á  otros 
se  les  azotó,  se  les  cortaron  los  pies,  se  les  derribaron  las  casas,  y  tres  clérigos 
fueron  sacados  á  la  vergüenza  y  encerrados  en  el  castillo  de  Fuensaldaña. 


VALLADOLID  12^ 

el  reflejo  de  las  terribles  llamas  que  consumían  á  Medina  del 
Campo  por  adicta  á  la  comunidad.  Al  toque  de  asonada  saquean, 
abrasan  las  casas  de  Antonio  de  Fonseca,  autor  de  aquel  incen- 
dio, y  las  de  los  regidores  que  otorgaron  el  donativo,  salvándose 
únicamente  la  del  comendador  Santistevan  á  favor  del  aparato 
religioso  y  de  la  mediación  de  los  franciscanos ;  júntanse  luego 
en  la  Trinidad,  juran  la  nueva  bandera,  eligen  por  caudillo  de 
sus  huestes  al  infante  de  Granada  (i);  y  nombran  para  la  junta 
de  Ávila  animosos  diputados.  Un  fraile  dominico  desde  el  pulpito 
de  Santa  María  intima  á  los  vecinos  una  orden  de  la  insurrecta 
junta  para  prender  al  consejo,  y  bien  que  no  osaran  cumplirla 
por  entonces,  los  miembros  de  aquel  se  desbandaron  al  acercarse 
Juan  de  Padilla,  y  los  que  no  se  salvaron  con  la  fuga,  fueron 
conducidos  presos  á  Tordesillas  en  carretas  y  cercados  de  lan- 
zas. Sólo  restaba  el  buen  cardenal  Adriano,  que  al  fin  no  cre- 
yéndose seguro,  intentó  salir  también  por  el  puente  mayor  con 
su  escolta  flamenca ;  y  aunque  el  amotinado  pueblo  y  las  instan- 
cias de  D.  Pedro  Girón  le  obligaron  á  volver  atrás  para  evitar  un 
sangriento  conflicto,  logró  á  los  pocos  días  evadirse  con  mayor 
cautela  á  Medina  de  Rioseco  y  reconstituir  el  gobierno  al  abrigo 
de  sus  muros. 

En  las  calles  cada  día  se  cruzaban  los  aceros,  y  resultaban 
choques  y  reyertas  entre  los  bandos.  Tímidos  de  suyo  los  mer- 
caderes trataron  de  poner  á  salvo  en  los  conventos  sus  bienes 
y  riquezas ;  obligóles  á  volverlas  á  sus  casas  la  indignación  po- 
pular, protestando  contra  la  injuriosa  sospecha  de  saqueo.  Au- 
mentábase por  momentos  el  número  de  los  deseosos  de  paz  con 
las  exhortaciones  y  mensajes  que  á  su  amada  villa  hacía  llegar 
el  almirante  D.  Fadrique  Enríquez,  uno  de  los  tres  gobernado- 
res del  reino,  usando  de  su  hereditario  y  poderoso  influjo  y  de 
su  prudencia  conciliadora;  y  una  comisión  del  ayuntamiento  an- 


(i)  Era  este  don  Juan,  uno  de  los  hermanos  de  Boabdil  bautizados  por  los 
Reyes  Católicos,  de  quienes  hablamos  atrás  pág.  89.  Su  hermano  D.  Fernando 
había  muerto  en  i  5  i  5 . 


124  VALLADOLID 

duvo  de  Rioseco  á  Tordesülas,  del  gobierno  á  la  junta,  para 
entablar  entre  ambas  partes  una  avenencia  imposible  por  enton- 
ces de  lograr  y  rechazada  con  furor  por  el  pueblo,  que  destituyó 
y  arrojó  de  sí  á  los  oficiosos  mediadores  (i).  El  campo  quedó 
por  los  más  ardientes :  mil  hombres  de  armas  de  Valladolid  al 
mando  del  diputado  Alonso  de  Saravia,  siguieron  á  D.  Pedro 
Girón  al  sitio  de  Rioseco,  y  estrellóse  en  la  tenacidad  del  belicoso 
Acufla  la  voz  del  presidente  y  oidores  de  la  chancillería,  que  en 
vano  corrieron  á  detener  el  armado  brazo  de  los  combatientes. 
Con  la  retirada  de  las  huestes  comuneras  y  la  pérdida  de 
Tordesillas  cundió  en  Valladolid  la  alarma  y  desatóse  la  anar- 
quía: mezclados  con  los  irritados  plebeyos  los  desertores  y  fu- 
gitivos, después  de  talar  las  campiñas  empezaron  á  saquear  las 
casas,  llegando  á  tal  punto  el  desenfreno  que  hubo  de  atajarlo 
con  severos  castigos  el  obispo  Acufla.  Motejado  de  traidor  in- 
cesantemente, acabó  por  abandonar  Girón  la  villa  y  el  mermado 
ejército;  y  en  vanas  escaramuzas  se  pasó  lo  más  crudo  del  in- 
vierno, persiguiendo  muchas  veces  á  los  de  Valladolid  hasta  sus 
puertas  la  guarnición  que  en  Simancas  tenía  el  conde  de  Oflate. 
Pensó  al  fin  la  junta,  reinstalada  allí  al  escapar  de  Tordesillas, 
en  dar  á  sus  tropas  un  digno  jefe,  y  eligió  al  toledano  D.  Pedro 
Laso  de  la  Vega ;  el  pueblo  proclamó  al  idolatrado  Juan  de  Pa- 
dilla, y  á  gritos  y  amenazas  hizo  prevalecer  su  nombramiento  á 
pesar  de  la  resistencia  del  modesto  adalid.  Sonrióle  al  principio 
la  fortuna  con  la  toma  de  Torrelobatón  en  los  últimos  días  de 
Febrero  de  1 5  2 1 ,  pero  nuevos  tratos  vinieron  á  entorpecer  la 
campafla:  negociaciones  ocultas  y  peligrosas  entre  el  almirante 
y  algunos  diputados,  sesiones  tumultuosas  en  el  seno  de  la  junta, 
discursos  conciliadores,  pláticas  furibundas,  asonadas  populares, 
mantuvieron  por  largo  tiempo  suspensa  á  Valladolid  entre  la 


(i)  Estos  fueron  don  Pedro  Bazán,  señor  de  la  Bañeza,  el  doctor  Espinosa,  el 
bachiller  Pulgar  y  Diego  de  Zamora,  en  unión  de  los  cuales  ñié  también  destituido 
el  infante  de  Granada,  confiriéndose  la  capitanía  á  Sancho  Bravo  de  Lagunas  que 
huyó  por  no  aceptarla. 


VALLADOLID  I25 

paz  y  la  guerra.  Nada  aún  se  logró:  á  las  amenazas  de  perder 
la  universidad  y  la  chancillería  contestó  la  villa  con  gritos  de 
furor;  á  los  carteles,  con  otros  carteles;  á  la  proscripción  nomi- 
nal de  centenares  de  comuneros  con  la  declaración  de  traidores 
solemnemente  lanzada  contra  los  proceres  principales;  y  perdidos 
dos  meses,  exhaustas  enormes  sumas  tomadas  del  monasterio 
de  San  Benito  y  del  colegio  de  Santa  Cruz,  volvió  Padilla  una 
noche  á  Valladolid,  y  sacó  dos  mil  infantes  y  doscientas  lanzas 
para  incorporarlos  en  su  triunfal  carrera.  Al  primer  paso  tropezó 
en  Villalar  con  la  derrota  y  con  el  cadalso. 

Al  estallido  de  tal  nueva  dispersóse  en  Valladolid  la  junta 
y  la  plebe  se  embraveció ;  pero  sin  dirección  y  sin  defensa  hubo 
de  abrir  las  puertas  al  ejército  vencedor,  que  desfiló  por  las 
calles  desiertas  y  silenciosas,  sin  asomarse  á  su  paso  los  deso- 
lados moradores.  Aquel  mismo  día,  27  de  Abril,  resonó  en  las 
plazas  el  perdón  que  el  almirante  en  nombre  del  emperador 
otorgaba  á  sus  compatriotas,  y  evitóse  por  entonces  el  horror 
de  los  suplicios;  pero  al  aflo  siguiente  murieron  ajusticiados  el 
licenciado  Rincón  y  el  alguacil  Pacheco,  mientras  que  en  Burgos 
hería  la  cuchilla  al  fogoso  procurador  de  Valladolid  Alonso  de 
Saravia.  Con  la  entrada  del  soberano  en  la  regia  villa  en  26  de 
Agosto  de  1522  deshiciéronse  los  patíbulos,  y  aunque  de  la 
amnistía  general,  proclamada  con  augusta  pompa  en  el  mes  de 
Octubre  por  el  mismo  emperador,  quedaron  exceptuadas  cerca 
de  trescientas  personas,  entre  ellas  algunos  vecinos  de  Vallado- 
lid  y  el  mismo  prior  de  Santa  María  D.  Alonso  Enríquez,  ya 
no  llegó  á  cumplirse  en  ellas  la  cruel  justicia:  hubo  fiestas  y 
corridas  de  toros  y  justas  reales  en  que  el  César  en  la  flor  de 
su  juventud  quebró  dos  lanzas,  y  en  la  fachada  del  palacio  del 
almirante,  negociador  infatigable  de  la  gracia,  se  perpetuó  en 
una  vulgar  quintilla  la  memoria  de  su  lealtad  al  príncipe  y  de 
sus  servicios  á  Valladolid  (i).  Subsiste  en  la  plazuela  de  las 


(i)    Créese  que  la  lápida  de  mármol  negro,  en  que  se  leían  no  hace  muchos 


I2b  VALLADOLID 

Angustias,  ya  que  no  la  inscripción  ni  el  bello  ajimez  gótico  de- 
bajo del  cual  caía,  la  portada  de  arco  semicircular  de  su  vivien- 
da, como  recuerdo  de  aquel  insigne  varón,  figura  la  más  vene- 
rable quizá  que  destaca  en  medio  del  tumultuoso  grupo  de  las 
Comunidades. 

Sin  embargo  Valladolid,  aunque  foco  del  desgraciado  movi- 
miento, nada  apenas  perdió  de  sus  prerrogativas;  y  al  ver  con- 
gregarse con  tal  frecuencia  bajo  el  cetro  imperial  en  la  famosa 
sala  capitular  de  San  Pablo  las  c(wtes  de  Castilla,  pudo  creerse 
aun  en  aquellos  tiempos  en  que  de  sus  votos  pendían  los  recur- 
sos de  la  corona  y  la  suerte  de  la  nación.  Húbolas  en  1523  con- 
tinuadas al  aflo  siguiente  en  que  todavía  quedaron  sin  conclusión, 
en  1527  desde  Febrero  hasta  Abril,  en  1537  con  asistencia  de 
la  emperatriz  y  del  príncipe  heredero,  en  1542  desde  Enero 
hasta  Mayo,  en  1544  y  en  1548  por  el  príncipe  D.  Felipe  á 
nombre  de  su  padre,  en  1555  y  en  1558  por  la  princesa  Dofla 
Juana,  hija  del  emperador,  como  gobernadora  del  reino.  Es  ver- 
dad que  de  cada  vez  eran  más  cuantiosos  y  con  menos  reparo 
se  otorgaban  los  donativos  para  sostener  ruinosas  guerras  con 
el  francés  ó  con  el  turco,  y  se  retardaba  más  y  más  ó  se  remitía 
al  consejo  el  despacho  de  las  peticiones  presentadas  por  los 
procuradores ;  síntomas  de  engrandecimiento  en  el  poder  real, 
que  trajo  á  la  España  mezcla  de  males  y  de  bienes,  y  que  sa- 
cándola de  la  postración  del  siglo  xv  le  preparaba  otra  para  el 

siglo  XVII. 

¡  Cosa  extraña !  en  aquel  período  de  su  mayor  grandeza,  en 
Valladolid  que  constituía  casi  fijamente  su  corte  durante  sus 


años  los  versos  siguientes,  existe  oculta  debajo  de  una  capa  de  yeso.  Decía  así 

Viva  el  rey  con  tal  victoria, 
Esta  casa  y  su  vecino. 
Quede  en  ella  por  memoria 
La  fama,  renombre  y  gloria 
Que  por  él  á  España  vino. 

Año  MDXXII.  Carlos. 
Almirante  D.  Fadrique,  segundo  de  este  nombre. 


VALLADOLID  I37 

permanencias  en  la  península,  carecía  el  monarca  de  palacio 
propio;  y  recién  casado  con  Isabel  de  Portugal,  la  llevó  allá  en 
Noviembre  de  1 5  26  á  las  mismas  casas  de!  conde  de  Ribadavia 
donde  nueve  años  antes  se  había  albergado.  Allí  en  21  de  Ma- 
yo de  1527  dio  á  luz  la  emperatriz  al  que  se  llamó  Felipe  II,  y 
como  si  transfundiera  en  el  acto  á  su  hijo  aquella  estoica  impa- 
sibilidad tan  admirada  por  unos  como  execrada  por  otros,  de- 
cía entre  los  acerbos  dolores  del 
parto  á  la  q 
ahogarse:  n¿ 
comadre,  que 
grttarei.  Im- 
posible    es 
contemplar  I 
j.unto  á  San 
Pablo  aquel 
caserón  que 
hacia  la  Co- 
rredera  y 
hacia  las  Ca- 
denas   de 

San  Grego-  ^*"  ■"""•=  "*''"*  ^"""^  " 

rio  no  presenta  más  que  vetustas  rejas  é  irregulares  balcones, 
á  excepción  de  la  plateresca  ventana  abierta  en  la  esquina  so- 
bre la  cual  se  asienta  una  ancha  y  aplastada  torre,  sin  tras- 
ladarse mentalmente  al  solemne  5  de  Junio  en  que  fué  conducido 
el  augusto  niño,  para  ser  bautizado,  desde  la  casa  al  contiguo 
templo  por  un  frondoso  y  perfumado  corredor,  y  sin  recordar 
los  brillantes  festejos,  que  suspendidos  por  un  momento  con  la 
nueva  de  la  prisión  del  papa  y  del  saqueo  de  Roma  por  los 
mismos  imperiales,  celebraron  altas  esperanzas  no  fallidas  por 
esta  vez. 

Ya  no  fué  en  esta  morada,  sino  en  la  vecina  situada  enfren* 
te  de  San  Pablo  y  propia  á  la  sazón  del  comendador  Francisco 


VALUAbOLID 


de  los  Cobos,  donde  al  año  siguiente  parió  la  emperatriz  á  otro 
infante  llamado  D.  Juan,  que  en  breve  murió  de  alferecía.  Dis- 
tinto era  el  aspecto  del  edificio  del  que  tuvo  más  adelante  al 

convertirse  en  pala- 
cio de  Felipe  III  des- 
pués de  haberlo  sido 
de  su  privado;  pero 
tal  vez  en  aquel  tiem- 
po existían  ya,  según 
lo  plateresco  del  es- 
tilo, las  galerías  altas 
y  bajas  del  patio  con 
Ü  sus  esbeltas  colum- 
(  s      ñas  y  sus  arcos  apla- 

rfí  nados  y  sus  meda- 
llones y  bustos  de 
emperadores  roma- 
nos en  las  enjutas. 
Diez  días  después  de' 
su  primer  enlace  con 
María  de  Portugal, 
en  2  2  de  Noviembre 
de  1543,  hospedóse 
allí  el  príncipe  Don 
.,«  Felipe;  y  allí  en    8 

■^  I  de  Junio  de  1 545  vio 

la   luz  y   recibió  el 
VENTAKx  DE  UA  CASA  DE  fel.p.  11  bautismo  CU  k  Capi- 

lla su  primogénito  Carlos,  que  empezó  la  serie  de  sus  desgra- 
cias costando  la  vida  á  su  madre  á  los  cuatro  días  de  nacido. 

Desde  muy  temprano  ensayóse  Felipe  el  Prudente  en  las 
funciones  de  rey,  gobernando  desde  Valladolíd  los  reinos  de 
España  en  las  frecuentes  ausencias  de  su  padre.  Reemplazáron- 
le en  1 548,  con  motivo  de  su  viaje  á  Alemania,  su  hermana  doña 


VALLADOLID  I2Q 

María  y  su  primo  el  príncipe  Maximiliano,  que  en  el  año  ante- 
rior se  habían  desposado  con  grande  aparato  en  la  misma  villa; 
y  en  1554,  al  pasar  á  Inglaterra  con  cuya  reina  María  se  había 
vuelto  á  casar,  dejó  por  gobernadora  á  su  segunda  hermana 
D.*^  Juana  viuda  del  príncipe  de  Portugal,  que  residió  de  conti- 
nuo en  Valladolid  (i).  Ella  mandó  celebrar  en  la  vasta  iglesia 
de  San  Benito  las  solemnes  exequias  de  su  abuela  la  reina  dofla 
Juana,  que  después  de  cincuenta  años  de  demencia  murió  en 
Tordesillas  por  Abril  de  1555.  Ella,  sabedora  de  la  abdicación 
de  su  padre,  hizo  levantar  pendones  por  su  hermano,  y  en  24  de 
Octubre  de  1556  recibió  al  ex-emperador  que  iba  á  encerrarse 
en  el  monasterio  de  Yuste.  Diez  días  permaneció  en  Valladolid 
por  última  vez  Carlos  I,  hospedándose  en  casa  del  conde  de 
Melito,  y  reservando  para  sus  hermanas  D.*  Leonor  y  D.*^  María, 
reinas  viudas  de  Francia  y  de  Bohemia,  los  obsequios  y  regoci- 
jos que  le  estaban  preparados.  Dos  años  apenas  transcurrieron 
hasta  que  en  Diciembre  de  1558  se  colgaran  otra  vez  de  negro 
las  naves  de  San  Benito,  y  se  levantara  en  el  centro  un  túmulo 
empavesado  de  gloriosas  banderas  con  la  corona  imperial  por 
remate,  para  las  honras  fúnebres  del  desengañado  monarca,  en 
las  cuales  predicó  ¿y  quién  mejor?  el  también  desengañado  du- 
que de  Gandía  San  Francisco  de  Borja. 

Muchas  subsisten  en  Valladolid  de  las  nobles  y  torreadas 
mansiones  de  aquella  época  gloriosa.  Algunas,  como  las  del 
Cordón  y  de  los  Duendes,  conservan  recuerdos  más  antiguos 
-que  se  remontan  á  los  tiempos  de  Juan  II;  otras  ostentan  ya  la 
severidad  de  la  arquitectura  greco-romana,  ora  en  portadas 
como  la  del  palacio  de  Fabio  Neli,  ora  en  ventanas  como  la  que 
mira  enfrente  de  la  iglesia  del  Salvador :  la  mayor  parte  empero 
se  engalanan  con  las  caprichosas  y  menudas  labores  del  renaci- 
miento, y  si  en  ellas  se  mezcla  algo  de  gótico  es  tan  sólo  por 


(1)  Durante  el  gobierno  de  esta  princesa,  en  4  de  Mayo  de  1556,  fué  degolla- 
do en  la  plaza  de  Valladolid  don  Alonso  de  Peralta,  gobernador  de  Bugía,  por  no 
haberla  defendido  debidamente  contra  los  infieles. 


17 


130  VALLADOLID 

vía  de  reminiscencia.  Tales  son  las  del  marqués  de  Villasante  y 
del  de  Revilla,  tal  el  lindo  patio  de  la  del  duque  de  Infantado 
al  lado  de  la  casa  natal  de  Felipe  II,  tal  era  la  de  Benavente 
antes  de  perecer  lo  que  de  palacio  le  quedara  al  convertirse  en 
hospicio  (i),  tales  la  de  Salinas  en  la  calle  de  Santiago  y  otra 
en  la  del  Obispo  citadas  con  elogio  por  Ponz,  tal  se  conserva 
frente  á  la  actual  parroquia  de  San  Miguel  la  del  marqués  de 
Valverde  con  la  almohadillada  ventana  abierta  en  un  ángulo, 
con  su  mascarón  de  bronce  y  sus  dos  figuras  de  relieve,  objeto 
de  romancescas  tradiciones  (2).  Más  interesante  tal  vez  que  ésas 
fastuosas  viviendas  de  señores  y  magnates  es  la  modesta  casa 
habitada  por  el  que  vestía  de  tan  exquisitas  esculturas  los  tem- 
plos y  los  palacios,  por  el  incomparable  Alfonso  de  Berrugue- 
te  (3) :  muéstrase  junto  al  monasterio  de  San  Benito,  formando 
una  baja  galería  sostenida  por  columnas  jónicas  pareadas,  el 
taller  de  donde  salieron  tantos  prodigios  del  arte  y  de  donde  se 
supone  haber  salido  muchos  más.  Y  no  menor  veneración  des- 
pierta á  la  salida  del  Campo  Grande  esquina  á  la  calle  de  San 
Luís  el  sitio  de  la  casa  de  aquel  Juan  de  Juní,  gloria  peculiar  de 
Valladolid,  que  por  los  mismos  años  poblaba  de  excelentes  efi- 
gies sus  altares;  cuya  habitación  quiso  poseer,  comprándola 
medio  siglo  después  á  su  hija,  el  famoso  Gregorio  Hernández 
heredero  de  su  genio  privilegiado. 


(i)  Excusamos  repetir  lo  que  de  cada  una  de  estas  casas  dijimos  en  el  capítu- 
lo I  al  recorrer  las  calles  de  Valladolid. 

(a)  Cuéntase  que  el  mascarón  con  argolla  en  la  boca  y  las  figuras  colocadas 
arriba  en  unos  medallones,  una  de  ellas  en  actitud  de  recogerse  la  falda  del  vesti- 
do, se  refieren  al  adulterio  de  cierta  señora  con  su  paje,  que  el  tribunal  al  conde- 
narlos permitió  al  marido  consignar  perennemente  en  la  fachada  de  su  casa.  Pres- 
cindiendo de  lo  monstruoso  de  tal  anécdota  en  una  nación  y  en  unos  tiempos  en 
que  se  escribían  el  Médico  de  su  honra  y  A  secreto  agravio  secreta  venganza^  sólo 
observaremos  con  el  Sr.  Sangrador  que  las  dos  figuras  son  de  mujer. 

(3)  Aunque  natural  de  Paredes  de  Nava  residía  Berruguete  en  Valladolid» 
donde  obtuvo  una  escribanía  del  crimen  que  probablemente  no  regentaba  por  sí 
mismo.  Trabajó  mucho  tiempo,  pues  en  i  $26  emprendió  el  retablo  de  San  Benito 
terminados  sus  largos  estudios  en  Italia,  y  no  murió  hasta  i  $61  en  Toledo  donde 
labraba  el  sepulcro  de  Tavera. 


VALLADOLID  I3I 

Tampoco  las  iglesias  dejaron  ociosos  en  Valladolid  á  los 
artistas  del  renacimiento.  Pensóse  en  dotar  la  corte  de  un  tem- 
plo digno  de  su  rango,  y  en  1 3  de  Junio  de  1527  abriéronse  las 
zanjas  para  la  nueva  colegiata  de  Santa  María,  cuya  traza  se 
confió  á  Diego  de  Riaflo,  autor  de  la  sacristía  de  la  catedral  de 
Sevilla.  Por  su  muerte  pasó  la  obra  en  1536  á  Rodrigo  Gil  de 
Ontaflón,  quien  juntamente  con  su  hermano  Juan,  con  Juan  de 
Alba  y  Francisco  Totomía,  la  llevó  adelante  hasta  la  altura  de 
seis  estados.  De  ella  sólo  nos  dicen  los  que  alcanzaron  á  verla 
<  que  era  relevante  y  en  tanto  extremo  costosa  que  al  parecer 
jamás  pudiera  concluirse; »  pero  fácil  es  conjeturar  su  estilo 
por  el  de  las  catedrales  de  Segovia  y  Salamanca  que  inmortali- 
zan el  nombre  de  Rodrigo.  Lástima  es  que  no  se  guardara  al 
viejo  templo  la  atención  que  usó  su  padre  Juan  Gil  con  el  de 
Salamanca,  edificando  al  lado  y  no  encima  de  él;  y  así  irrita 
menos  que  al  encargarse  de  la  fábrica  Juan  de  Herrera,  después 
de  paralizada  por  muchos  aflos  no  sabemos  con  qué  motivo, 
derribara  á  su  vez  todo  lo  nuevamente  construido,  sofocando  en 
su  germen  la  creación  gótico-plateresca. 

De  esta  hiezcla  participa  la  iglesia  de  monjas  de  la  Concep- 
ción, fundada  en  1521  por  el  regidor  Juan  de  Figueroa  y  por 
su  mujer  D.*  María  Núfiez  de  Toledo.  En  la  bóveda,  en  las 
ventanas,  en  las  molduras  de  la  portada,  predomina  aún  el  gé- 
nero ojival;  y  acaso  no  cuentan  mayor  antigüedad  la  nave  de 
crucería  de  la  ermita  de  San  Antón  y  la  portadita  gótica  del 
oratorio  del  Rosario.  Otros  conventos  empero,  aunque  erigidos 
en  la  mitad  primera  del  siglo  xvi,  con  las  traslaciones  y  mudan- 
zas sufridas  posteriormente  perdieron  del  todo  su  primera  fiso- 
nomía. De  Portillo  vinieron  en  1530  las  agustinas  de  Sancti 
Spiritus  traídas  por  el  comendador  Martín  Gálvez,  de  Villasirga 
años  después  las  franciscas  descalzas  llamadas  por  la  condesa 
de  Osomo  D/  María  de  Velasco;  unas  y  otras  edificaron  en  el 
Campo  Grande  que  empezaba  á  poblarse  entonces.  Las  prime- 
ras permanecen  allí  en  su  lóbrega  iglesia  poblada  de  sepulcros 


132  VALLADOLID 

de  bienhechores  (i);  las  segundas  pasaron  frente  á  la  Chancí- 
Hería,  donde  la  reina  Margarita  de  Austria  les  construyó  á  prin- 
cipios del  XVII  un  templo  regular  adornado  de  estimables  pintu- 
ras, tomando  con  esto  el  nombre  de  Descalzas  Reales.  £1  edificio 
que  dejaron  estas  en  el  Campo  Grande  lo  ocuparon  las  domini- 
cas de  Corpus  Christi  fundadas  en  1545  por  D.*  Ana  Bonisen, 
después  de  haber  estado  sucesivamente  en  el  barrio  de  San 
Lorenzo,  en  Simancas  y  al  otro  lado  del  Pisuerga ;  y  en  el  mis- 
mo Campo  se  establecieron  las  del  Sacramento  desmembradas 
de  dicha  fundación,  antes  de  trasladarse  junto  á  San  Nicolás  al 
lado  del  puente.  Con  la  protección  del  príncipe  D.  Felipe,  por 
el  cual  se  titularon  de  San  Felipe  de  la  Penitencia,  mudáronse 
en  1 5  5 1  desde  la  calle  de  Francos  al  Campillo  las  arrepentidas, 
que  en  1530  había  recogido  el  dominico  padre  Minaya;  pero  la 
iglesia  no  se  terminó  sino  en  1 6 1 8  á  expensas  de  los  vecinos,  y 
por  el  mismo  tiempo  costeó  tal  vez  el  lindo  retablo  mayor  su 
patrono  Juan  de  Valencia.  Hijuela  de  este  convento  fué  el  de  la 
Aprobación,  que  para  noviciado  de  aquellas  se  creó  en  1605 
junto  á  San  Nicolás,  y  se  halla  ahora  suprimido. 

De  esta  suerte  casi  todas  las  fundaciones  del  reinado  del 
Emperador  no  llegaron  á  constituirse  y  á  ñjar  en  cierto  modo 
sus  formas  hasta  el  de  Felipe  III.  Así  sucedió  con  la  de  monjas 
bernardas  de  Belén,  cuya  traslación  á  su  nueva  iglesia  de  orden 
dórico,  que  ahora  sirve  de  parroquia  de  San  Juan,  verificada 
con  gran  pompa  en  1 6 1 2  por  el  duque  de  Lerma  sobrino  de  su 
fundadora  D.'^  María  de  Sandoval,  ha  hecho  olvidar  los  princi- 
pios que  el  convento  tuvo  en  las  casas  de  Diego  Arias  y  el 
horrible  estrago  que  en  su  claustro  hicieron  las  doctrinas  del 
luterano  Cazalla  á  quien  acompañaron  en  el  castigo  siete  de  sus 


(i)  Estos  son  los  de  Juan  de  Ortega  de  la  cámara  de  Felipe  II,  y  de  D.«  Fran- 
cisca de  Zúñiga  y  Sandoval,  ambos  con  estatua,  y  el  de  D.*  Mencía  Manuel  y  Cas- 
tilla. En  la  portada  del  templo  existe  la  inscripción  siguiente :  «A  loor  y  gloría  de 
Dios  todopoderoso.  Padre,  Hijo,  y  Espíritu  Santo,  y  de  su  bendita  madre,  Mart.-de 
Galbes  comendador...  fundó  e  acabó  e  toda  la  cassa  restauró  y  el  ospital  edificó 
año  de  M  y  D  y  XXX  años :  rrogad  á  Dios  por  él.» 


VALLADOLID  I33 

religiosas  en  1559,  según  recordaba  la  inscripción  de  la  cruz  de 
piedra  plantada  por  el  Santo  Oficio  enfrente  de  su  fachada.  El 
único  que  conservó  al  parecer  su  primitivo  templo  con  resabios 
de  gótico,  fué  el  convento  de  dominicas  de  la  Madre  de  Dios, 
instituido  hacia  1 550  detrás  de  San  Pedro  y  dotado  por  D.  Pedro 
González  de  León  y  por  su  mujer  D.*  María  Coronel;  pero 
en  1 806  éste  cabalmente  fué  demolido  por  ruinoso. 

Otro  tanto  que  de  las  de  monjas  pudiéramos  decir  de  las 
casas  de  religiosos.  Los  jesuítas,  que  ya  en  1543  vinieron  á 
Valladolid,  se  albergaron  de  pronto  en  el  hospital  de  San  Antón, 
y  á  pesar  del  crédito  de  su  instituto  no  tuvieron  por  muchos 
años  otro  domicilio,  hasta  que  en  los  primeros  del  siglo  xvii  les 
edificó  su  casa  profesa  de  San  Ignacio  la  munificencia  de  la  con- 
desa viuda  de  Fuensaldaña  D.*  Magdalena  Borja  y  Loyola, 
nombres  queridos  para  la  Compañía  (i).  El  templo,  vaciado  en 
el  molde  greco-romano,  y  ataviado  en  su  nave,  crucero  y  cúpula 
con  aquellas  labores  de  yeso  tan  frecuentes  en  Valladolid,  logra 
distinguirse  por  su  esplendidez  entre  los  de  su  religión,  y  entre 
los  de  su  época  por  sus  correctas  y  regulares  formas:  los  cuatro 
apóstoles  de  su  retablo  mayor  han  merecido  atribuirse  á  Pom- 
peyó  Leoni,  los  relieves  y  esculturas  del  mismo  á  Gaspar  Be- 
cerra que  tiempo  atrás  había  fallecido,  algunas  efigies  de  sus 
capillas  á  Gregorio  Hernández,  á  Miguel  Ángel  un  crucifijo  de 
marfil;  y  la  sacristía,  antesacristía  y  relicario,  de  una  suntuosi- 
dad poco  común  en  las  mismas  catedrales,  abundan  en  preciosi- 
dades artísticas  y  devotas.  En  el  presbiterio  figuran  orando  de 
rodillas,  dentro  de  un  nicho  á  manera  de  pórtico,  las  estatuas 
de  la  fundadora  y  de  su  marido  el  conde  Juan  Pérez  de  Vivero, 
que  murió  quince  aflos  antes  que  ella  en  1610;  y  su  entierro 
ocupa  una  espaciosa  cripta.  Casi  por  el  mismo  tiempo,  y  con 
semejantes  aunque  más  reducidas  proporciones,  erigióse  el  co- 


(i)    Era  esta  señora  nieta  de  San  Francisco  de  Borja  por  su  padre,  é  hija  de 
una  sobrina  de  San  Ignacio,  según  su  lápida  refiere. 


134  VALLADOLID 

legio  de  San  Ambrosio,  señalándose  entre  sus  bienhechores  Don 
Diego  Romano,  obispo  de  Tlascala,  cuya  figura  de  mármol  per- 
manece al  lado  del  altar  mayor,  y  honrándolo  con  su  residencia 
y  con  su  sepulcro  el  venerable  escritor  ascético  Luís  de  la  Puen- 
te (i).  Desde  la  expulsión  de  sus  sabios  y  virtuosos  moradores 
en  1767,  trasladóse  á  San  Ambrosio  la  parroquia  de  San  Este- 
ban y  á  San  Ignacio  la  de  San  Miguel,  y  sus  casas  se  trocaron 
en  cuarteles,  conservando  aún  hoy  día  el  del  colegio  su  barro- 
quísima  portada. 

Era  en  1544  cuando  se  establecieron  los  Mínimos  al  otro 
lado  del  puente  en  la  ermita  de  San  Roque,  y  en  1552  cuando 
los  del  Carmen  Calzado  se  instalaron  junto  á  la  puerta  de  este 
nombre  al  extremo  del  Campo  Grande;  y  sin  embargo  el  edifi- 
cio de  los  primeros  por  lo  que  de  él  subsiste,  y  el  de  los  segun- 
dos destinado  á  hospital  militar,  parecen  de  fecha  algo  más 
reciente.  Atribuyese  á  Diego  de  Praves,  maestro  mayor  de  Fe- 
lipe III,  la  iglesia  de  Carmelitas,  elogiada  por  su  seria  arquitec- 
tura, pero  más  favorecida  todavía  por  el  piadoso  escultor  Her- 
nández, quien  por  devoción  y  por  vecindad  le  legó  muchas  de 
sus  insignes  obras,  su  retrato  y  sus  mortales  despojos  al  fenecer 
en  22  de  Enero  de  1636. 

Bajo  un-  monarca  como  Felipe  II  no  podían  menos  de  multi- 
plicarse en  Valladolid  las  fundaciones  religiosas.  Mas  no  se  li- 
mitó el  próvido  soberano  á  ceflir  de  conventos  su  villa  natal  para 
mostrarle  su  cariño:  hizo  reedificar  con  magnificencia  sus  más 
céntricos  y  populosos  barrios,  dio  á  su  municipalidad  singulares 
distinciones  y  un  soberbio  consistorio,  erigióla  en  silla  episcopal 
emancipándola  de  la  de  Falencia,  encargó  para  ella  al  más  in- 
signe de  sus  arquitectos  la  traza  de  una  catedral  incomparable, 
condecoróla  por  último,  enmendando  el  descuido  ó  la  indiferen- 
cia de  cinco  siglos,  con  el  dictado  de  ciudad.  Y  sin  embargo  él 


(i)  Murió  en  1634.  Junto  á  él  yace  otro  venerable,  Jerónimo  Benete,  que  des- 
pués de  haber  sostenido  toda  su  vida  á  los  pobres  con  el  producto  de  sus  pinturas, 
falleció  en  1 707  vistiendo  la  sotana  de  jesuíta. 


VALLADOLID  I35 

fué  quien  le  quitó  la  prerrogativa  de  corte,  que  alternadamente 
con  otras  poblaciones  y  en  los  últimos  tiempos  casi  exclusiva- 
mente había  tenido,  adoptando  para  residencia  suya  otra  villa: 
diríase  que  los  dones  á  aquella  conferidos  fueron  á  título  de 
indemnización  por  el  rango  que  perdía. 

En  los  primeros  aflos  que  siguieron  á  la  abdicación  del  em- 
perador, mientras  estuvo  ausente  de  España  el  rey  Felipe,  per- 
maneció en  Valladolid  el  gobierno  encomendado  á  la  prince- 
sa D.^  Juana,  bajo  cuya  tutela  crecía  enfermizo  é  impresionable 
el  príncipe  D.  Carlos.  Entonces  le  tocó  á  la  población  ser  teatro 
de  unos  sucesos  que  revelarpn  principalmente  el  carácter  y  la 
tendencia  del  nuevo  reinado,  de  mantener  á  toda  costa  la  unidad 
católica  de  la  monarquía.  Sucesos  que  en  nuestros  días  se  pre- 
sentan especialmente  pavorosos  por  el  castigo,  pero  que  á  la 
sazón  lo  parecieron  incomparablemente  más  por  el  crimen  y  por 
el  peligro  que  los  motivaba.  En  este  punto  el  Felipe  II  tan  exe- 
crado no  fué  más  que  el  consecuente  biznieto  sucesor  de  la  ca- 
tólica Isabel  tan  bendecida:  podrán  en  todo  caso  censurarse  los 
medios,  mas  no  controvertirse  la  rectitud,  la  elevación,  y  hasta 
las  ventajas  políticas  del  pensamiento.  Á  los  mal  extirpados  gér- 
menes del  mahometismo  y  de  la  ley  mosaica,  que  podían  recru- 
decer en  los  de  su  raza,  pero  no  propagarse  á  los  demás,  á 
quienes  retraían  de  los  vencidos  y  de  sus  creencias  inveterados 
odios  y  desdenes,  vino  á  juntarse  harto  más  temible  la  cizaña 
protestante  importada  en  la  península  por  sus  frecuentes  rela- 
ciones y  hasta  su  común  vasallaje  con  Alemania.  La  Inquisición, 
que  desde  los  Reyes  Católicos  había  seguido  sin  tregua  funcio- 
nando en  Valladolid,  citaba  ya  á  su  sombrío  tribunal  de  la  calle 
del  Obispo  á  reos  que  invocaban  el  mismo  Dios  de  los  cristia- 
nos; preces  humildes  al  Salvador  aparecen  aún  en  las  húme- 
das paredes  de  sus  calabozos,  escritas  por  los  años  de  1534 
y  1 55 1  (i):  sin  embargo  sus  justicias,  si  algunas  hubo  por  en- 


(1)    El  Sr.  Sangrador,  que  dice  haber  reconocido  hasta  los  más  ocultos  subte- 


136 


VALLADOLID 


tonces,  quedaron  eclipsadas  del  todo  por  las  más  solemnes  y 
terribles  de  1559. 

Un  día  se  difundió  por  la  regia  villa  el  rumor  de  que  junto 
á  la  plazuela  de  San  Miguel  se  había  descubierto  un  conventículo 
de  luteranos;  que  una  mujer  celosa,  siguiendo  á  su  marido  pla- 
tero y  sorprendiendo  la  contraseña  de  los  adeptos,  había  logrado 
penetrar  en  la  nocturna  asamblea  denunciándola  en  seguida  al 
Santo  Oñcio  (i);  que  había  sido  preso  con  toda  su  familia  el 
doctor  Agustín  Cazalla,  uno  de  los  más  sabios  y  elocuentes  pre- 
dicadores del  emperador  (2);  y  cundió  la  alarma  en  los  gober- 


rráneos  de  aquel  edificio,  hoy  academia  de  nobles  artes,  copia  los  siguientes  frag- 
mentos de  inscripciones  en  verso,  que  atestiguan  como  otras  en  latín  la  instrucción 
no  vulgar  de  los  detenidos.  Quiénes  fuesen  estos  no  osaremos  conjeturarlo,  y  sin 
asegurar  que  perteneciesen  á  la  secta  luterana,  cuyo  descubrimiento  fué  posterior 
á  las  expresadas  fechas,  observaremos  por  la  cristiana  piedad  de  los  sentimientos 
que  no  debieron  ser  sus  autores  moriscos  ni  judaizantes.  Serían  tal  vez  acusados 
tan  inocentes  si  no  tan  ilustres  como  Carranza  y  fray  Luís  de  León. 

Con  fé  caridat  y  esperanza  Año  de  i  5  5  i . 

Y  obrando  bien  por  amor  Deseo,  mi  Dios  bendito. 

La  gloria  de  Dios  se  alcanza  Y  no  me  muero  de  enfermo, 

Y  esta  es  ver  la  alabanza  Como  ermitaño  contrito 
Con  que Hacer  mi  vida  en  un  yermo 

Año  de  1534.  Para  alegrías.    ..*... 

Llorando  noches  y  días 

Hacer  allí  habitación 

Como  hizo  Jeremías 

En  el  monte  de  Sion. 

Desdichado,  desdichado ! 

Aun  en  esto  no  he  gozado  En  tu  fé  santa  me  fundo. 

De  catorce  meses  tres.  Bendito  y  santo  Jesu, 

Y  con  grillos  á  los  pies  Pues  yo  sé  cierto  que  tú 
Mas  de  seis  meses  he  estado.  Veniste  á  salvar  el  mundo. 

( 1 )  Vivía  esta  mujer  con  su  marido  Juan  García,  según  tradición,  en  la  calle  de 
la  Platería,  donde,  dicen,  se  mandó  colocar  en  memoria  del  suceso  Una  figura  que 
la  representaba. 

(2)  Era  natural  de  Sevilla  é  hijo  de  Pedro  Cazalla,  contador  del  rey;  pero  per- 
tenecía á  una  de  las  más  arraigadas  familias  de  Valladolid  por  su  madre  D.*  Leo- 
nor de  Vivero,  cuya  era  la  casa  donde  vivía  y  juntaba  á  sus  sectarios.  Fué  ca- 
nónigo de  Salamanca:  no  se  sabe  si  pasó  á  Alemania  como  otros  teólogos  enviados 
por  el  emperador  á  conferenciar  con  los  luteranos,  aunque  algo  de  esto  parece 
indicar  lllescas  en  su  Historia  pontifical  al  decir  que  volvieron  pervertidos  algunos 
de  los  que  iban  allá  á  convertir.  Tuvo  dos  hermanos  curas,  Francisco  y  Pedro,  y 
una  hermana  soltera,  Beatriz,  que  fueron  como  él  ajusticiados;  otro  de  sus  herma- 
nos, Juan,  y  una  hermana,  Constanza,  viuda  del  contador  Hernando  Ortiz,  salieron 
condenados  á  cárcel  perpetua. 


VALLADOLID  1 37 

nantes  y  el  espanto  en  la  muchedumbre  (i).  Á  medida  que  se 
trataba  de  aislar  el  dafto,  más  dilatadas  aparecían  sus  ramifica- 
ciones: en  Falencia  el  maestro  teólogo  Alonso  Pérez,  en  Toro 
el  bachiller  Herreruelo,  en  Zamora  Pedro  Sotelo,  Cristóbal  de 
Ocampo  y  Cristóbal  de  Padilla,  en  Pedrosa  su  cura  Pedro  de 
Cazalla,  dogmatizaban  la  herética  reforma;  á  todos  acaudillaba 
y  dirigía  con  su  malogrado  tesón  D.  Carlos  de  Sesso,  caballero 
veronés,  domiciliado  en  Villamediana  de  Logroño  y  enlazado 
con  la  ilustre  estirpe  de  los  Castillas  (2).  No  había  clase,  ni  pro- 
fesión, ni  sexo,  ni  edad,  exentas  del  contagio:  sacerdotes  y  segla- 
res, teólogos  y  abogados,  hijosdalgo,  comendadores  de  órdenes 
militares,  artesanos  y  labradores,  nobles  damas,  jóvenes  donce- 
llas, humildes  criadas,  austeras  beatas,  y  hasta  vírgenes  del 
claustro  bien  mozas  y  bien  hermosas,  seducidas  acaso  por  sus 
directores,  llegaban  cada  día  á  las  prisiones  del  tribunal,  cogi- 
dos varios  en  su  fuga  y  algunos  ya  fuera  de  España.  Igual  si 
rigurosa  anduvo  la  formidable  vara,  sin  torcerse  por  contempla- 
ción alguna,  creyendo  con  razón  que  mayor  escándalo  que  el  del 
crimen  es  el  de  la  impunidad,  y  mayor  que  éste  todavía  el  de 
la  parcialidad  en  el  castigo. 

Llegó  el  día  prefijado,  domingo  21  de  Mayo  de  1559,  para 
uno  de  aquellos  lúgubres  espectáculos,  explicables  por  las  cir- 
cunstancias de  los  tiempos,  defendibles  por  los  resultados,  pero 
siempre  repugnantes  al  corazón,  al  par  que  terriblemente  fasci- 
nadores para  la  fantasía.  Centelleaba  la  plata  y  oro,  ondeaba 
la  seda  y  brocado  en  los  tablados  y  galerías  levantadas  en  tor- 


(i)  Copiosa  luz  sobre  los  errores  de  los  dogmatizantes  y  sobre  sus  medios  de 
propaganda  ha  derramado  últimamente  en  sus  Heterodoxos  españoles  el  diligentí- 
simo Menéndez  Pelayo,  cuyas  investigaciones  con  placer  aprovecharíamos,  si  más 
estrechamente  se  relacionaran  con  el  objeto  de  esta  publicación;  basta  á  nuestro 
propósito  no  hallamos  en  discrepancia  notable  con  su  concienzuda  historia. 

(2)  No  se  dice  cómo  ni  cuándo  vino  de  Italia  este  caballero:  algunos  escriben 
Sesse  en  vez  de  Sesso,  dando  margen  á  creerle  de  aquella  ilustre  familia  arago- 
nesa. Herrezuelo,  en  vez  de  Herreruelo,  llama  Menéndez  al  bachiller  de  Toro  si- 
guiendo al  autor  de  la  Historia  pontifical,  y  de  Cristóbal  de  Padilla,  á  quien  otros 
titulan  caballero  de  San  Juan,  dice  que  era  criado  de  la  marquesa  de  Alcañices. 

18 


138  VALLADOLID 

no  de  la  plaza  Mayor  para  el  príncipe  D.  Carlos  y  su  tía  doña 
Juana,  para  las  autoridades  y  corporaciones,  para  los  grandes  y 
damas  de  la  corte  que  lucían  sus  galas  y  sus  tocados,  contras- 
tando no  poco  con  el  aspecto  sombrío  del  tablado  de  los  reos. 
Por  el  suelo,  por  los  balcones  y  ventanas,  por  los  tejados,  hor- 
migueaba una  inmensa  multitud,  reunida  de  toda  Castilla  la 
Vieja,  según  los  contemporáneos.  Desfiló  la  triste  procesión;  las 
túnicas  sembradas  de  llamas  indicaban  en  catorce  de  los  infeli- 
ces que  iban  á  ser  entregados  al  suplicio,  mientras  que  los  otros 
diez,  y  seis  serían  reconciliados  con  la  Iglesia.  Entre  los  prime- 
ros absorbía  la  atención  el  célebre  Cazalla,  acompañado  de  su 
hermano  D.  Francisco,  cura  de  un  pueblo  de  la  diócesis  de  Fa- 
lencia y  de  su  hermana  D.^  Beatriz;  seguían  el  maestro  Alonso 
Férez,  los  caballeros  Ocampo  y  Fadilla,  el  bachiller  Antonio 
Herreruelo,  cuya  impenitencia  indicaba  la  mordaza  puesta  en  su 
boca,  el  licenciado  Francisco  Férez  de  Herrera,  vecino  de  Cala- 
horra, el  platero  Juan  García,  D.^  Catalina  de  Ortega  viuda  del 
comendador  Loaisa,  y  tres  mujeres  de  Fedrosa,  Isabel  de  Es- 
trada, Catalina  Román  beata  y  Juana  Velázquez,  criada  ésta  de 
la  marquesa  de  Alcañices;  el  último  era  Gonzalo  Báez,  judaizan- 
te de  Lisboa.  El  sabio  dominico  Melchor  Cano  hizo  oir  desde 
un  pulpito  su  elocuente  voz;  leyéronse  las  causas  y  las  senten- 
cias, y  se  absolvió  á  los  reconciliados  condenando  los  más  á 
reclusión  perpetua,  algunos  á  destierro  y  todos  á  confiscación 
de  bienes.  De  ilustre  sangre  eran  casi  todos  ellos :  además  de 
un  hermano  del  doctor  Cazalla  Juan  de  Vivero,  de  su  hermana 
Constanza  y  de  su  esposa  D.^  Juana  de  Silva,  hija  natural  del 
marqués  de  Montemayor,  figuraban  entre  los  penitenciados 
D.*  Francisca  de  Zúñiga,  hija  del  contador  Baeza  natural  de  Va- 
lladolid;  D.  Juan  de  Ulloa  Fereyra,  caballero  de  Toro;  D.*  Leo- 
nor de  Cisneros,  esposa  de  Herreruelo;  María  de  Saavedra,  mu- 
jer del  hidalgo  Cisneros  de  Zamora,  y  más  notablemente  Don 
Luís  de  Rojas  Enríquez,  hijo  del  marqués  de  Foza;  D.*  María  de 
Rojas  su  tía,  monja  de  Santa  Catalina  de  Valladolid;  su  tío  Don 


VALLADOLID  I39 

■  ■■  ■      ■  ^^^^^ 

Pedro  Sarmiento,  comendador  de  Alcántara,  y  la  esposa  de  éste 
D.*  Mencía  de  Figueroa,  y  por  último  su  joven  prima  D.*  Ana 
Enríquez,  hija  del  marqués  de  Alcafiices  (i),  que  al  subir  al 
pulpito  estuvo  por  caer  desmayada.  Completaban  el  número 
Antón  Waser,  inglés,  criado  del  D.  Luís;  Isabel  Domínguez,  cria- 
da de  D.*  Beatriz  de  Vivero;  Antón  Domínguez,  su  hermano,  y 
Daniel  de  la  Cuadra,  labrador  de  Pedrosa. 

Volvieron  éstos  en  procesión  á  sus  cárceles;  los  relajados 
al  brazo  seglar,  verificada  antes  en  los  tres  sacerdotes  la  cere- 
monia de  la  degradación,  fueron  traídos  al  Campo  Grande  don- 
de se  levantaban  quince  patíbulos  con  sus  argollas.  Admiraba 
y  enternecía  á  todos  con  sus  entrañables  muestras  de  contrición 
el  doctor  Cazalla;  proclamaba  que  sólo  la  ambición  y  el  deseo 
del  renombre  de  que  gozaban  los  jefes  de  secta  le  habían  arras- 
trado á  su  ruina;  exhortaba  vivamente  á  penitencia  al  bachiller 
su  compañero,  que  oponía  á  la  serena  humildad  del  cristiano 
la  tenacidad  sombría  del  estoico.  En  los  demás  el  horror  á  la 
hoguera  obraba  un  tibio  y  dudoso  arrepentimiento;  así  que  uno 
tras  otro  apretó  sus  cuellos  el  garrote,  y  las  llamas  se  cebaron 
únicamente  en  sus  cadáveres.  Sólo  el  obstinado  Herreruelo 
arrostró  este  cruel  suplicio ;  ni  una  queja  ni  un  extremo  se  le 
escapó;  pero  en  su  rostro,  dice  un  testigo  de  vista  (2),  quedó 
estampada  la  más  extraña  tristeza  que  jamás  cupo  en  expresión 
humana.  Con  estos  fueron  quemados  también  los  desenterrados 
huesos  y  la  efigie  de  la  madre  de  los  Cazallas  D.^  Leonor  de 
Vivero,  fallecida  en  la  prisión,  y  se  mandó  demoler  y  sembrar 
de  sal  su  casa  como  receptáculo  de  la  herejía  (3). 

No  sin  inquietud  se  consumó  la  gran  vindicta ;  y  ora  por 
sospechas  de  tumulto,  ora  por  prevenir  el  desorden  en  gentío 
tanto,  los  soldados  se  mantuvieron  sobre  las  armas.  Aquel  día 


(i)    Era  ya  casada  con  D.  Juan  Alonso  de  Fonseca. 

(2)  Gonzalo  de  Illescas  en  su  Historia  pontifical. 

(3)  En  el  solar  se  levantó  una  columna  de  piedra  con  una  inscripción  que  sub- 
sistió hasta  el  año  182  i  :  la  calle  retiene  el  nombre  del  doctor  Cazalla. 


140  VALLADOLID 

á  favor  del  tropel  estrechó  por  primera  vez  la  princesa  dofta 
Juana  á  su  hermano  natural  D.  Juan  de  Austria,  mozo  entonces 
de  catorce  años,  á  quien  en  compañía  de  su  tutor  Luís  Quijada 
hizo  venir  desde  Villagarcía  donde  se  educaba  (i):  viole  con 
gran  secreto,  mas  no  tanto  que  dejara  de  traspirar,  abriendo  el 
camino  á  su  reconocimiento  como  príncipe,  que  en  aquel  mismo 
año  le  concedió  Felipe  11. 

De  vuelta  de  su  largo  viaje  llegó  éste  á  Valladolid  en  8  de 
Setiembre  inmediato,  y  con  los  festejos  de  su  venida  se  mezcla*^ 
ron  las  fúnebres  pompas  de  un  segundo  auto  de  fe,  que  le  te- 
nían reservado  para  el  domingo  8  de  Octubre.  Presos  en  Pam- 
plona mientras  huían  D.  Carlos  de  Sesso  y  un  hermano  del 
marqués  de  Poza,  fray  Domingo  de  Rojas,  dominico,  marchaban 
al  frente  de  los  reos  de  muerte,  siguiéndoles  el  licenciado  Diego 
Sánchez,  clérigo  de  Villamediana ;  Pedro  de  Cazalla,  cura  de 
Pedrosa,  hermano  también  del  doctor,  y  Juan  Sánchez  su  cria- 
do; cuatro  monjas  del  convento  de  Belén,  D.^  María  de  Gueva- 
ra, D.*  Catalina  de  Reinoso,  D.*  Margarita  Santisteban  y  doña 
María  de  Miranda;  otra  monja  fugitiva  de  Palermo,  llamada 
Eufrasia  de  Mendoza  (2),  Pedro  Sotelo  de  Zamora,  Francisco 
de  Almarza  de  Soria  y  un  morisco  conocido  por  Gaspar  Blanco: 
acompañábales  la  efigie  de  Juana  Sánchez,  beata  de  Valladolid, 
que  había  escapado  al  verdugo  dándose  muerte  en  la  cárcel 
con  unas  tijeras.  Á  menor  castigo  estaban  reservadas  la  noble 
esposa  de  Sesso,  D.*  Isabel  de  Castilla  y  D.*  Catalina  su  her- 
mana ó  sobrina,  tres  monjas  más  de  Belén,  y  otras  mujeres  que 
con  algunos  hombres  componían  como  la  otra  vez  el  número  de 
diez  y  seis  penitenciados  (3).  Predicó  D.  Pedro  de  Castro,  obis- 


(i)  Fué  á  Valladolid  Quijada  por  especial  comisióQ  del  Emperador  retirado  eQ 
Yuste,  con  cartas  sobre  el  asunto  de  la  herejía. 

(2)  Eufrosina  Ríos  se  la  nombra  en  otras  listas,  expresando  que  era  monja  de 
Santa  Clara  de  Valladolid. 

(3)  Según  los  manuscritos  de  la  inquisición  que  en  la  biblioteca  de  Santa 
Cruz  consultó  el  Sr.  Sangrador,  fueron  dichos  penitenciados,  además  de  las  cita- 
das señoras  y  de  las  monjas  de  Belén  D.'  Felipa  de  Hercdia,  D.*  Francisca  de  Zú- 
ñiga  y  D.'  Catalina  de  Valcazar,  Margarita  Hernández,  labradora  de  Valverde;  Ana 


VALLADOLID  I4I 

po  de  Cuenca ;  el  rey  prestó  juramento  sobre  la  cruz  de  mante- 
ner la  fe  y  amparar  su  tribunal.  *  ¿Así  me  dejaréis  quemar?»  le 
gritó  al  marchar  para  la  hoguera  el  infortunado  Sesso ;  y  el 
monarca  contestó  con  aquellas  palabras  tan  acriminadas  y  sin 
embargo  las  únicas  capaces  de  excusar  su  impasibilidad  por  la 
rectitud  y  convicción  profunda  que  revelan :  *  para  quemar  á  mi 
propio  hijo,  si  fuese  hereje,  traería  yo  la  leña.  >  La  serenidad 
del  caballero  dogmatizador  no  se  desmintió  entre  las  llamas ;  y 
electrizado  de  verla  el  criado  de  Cazalla,  también  impenitente, 
trepó  á  lo  más  alto  del  palo,  y  gritando  cieña,  leña,»  se  arrojó 
con  delirante  brío  en  medio  de  la  hoguera.  Los  otros,  al  pare- 
cer arrepentidos,  murieron  en  la  argolla. 

No  pasaron  más  de  dos  años  sin  que  la  Inquisición  volviera 
á  solemnizar  sus  rigores;  pero  esta  vez  se  ejercieron  ya  princi- 
palmente en  sus  objetos  ordinarios,  moriscos  y  judaizantes;  y 
los  luteranos  que  aparecieron  eran  casi  todos  franceses,  alema- 
nes y  flamencos  introducidos  en  España,  de  los  cuales  uno  tan 
solo  sufrió  el  último  suplicio.  Siete  fueron  los  relajados  al  brazo 
seglar,  y  uno  de  ellos  quemado  por  su  pertinacia  en  el  judaismo 
con  tres  estatuas  de  ausentes,  en  el  auto  de  28  de  Octubre 
de  1561;  veintisiete  los  reconciliados,  y  entre  ellos  únicamente 
son  de  mentar  fray  Rodrigo  Guerrero,  religioso  mercenario  de 
Sevilla  y  maestro  en  teología,  y  fray  Gonzalo  de  LJlloa,  agusti- 
no de  Orense.  En  otro  auto  de  26  de  Setiembre  de  1568  Leo- 
nor de  Cisneros,  que  admitida  á  penitencia  había  vuelto  á  caer 
en  sus  errores,  quiso  morir  entre  las  llamas,  emulando  el  triste 
valor  de  Herreruelo  su  marido,  á  pesar  de  las  sentidas  exhorta- 
ciones del  obispo  de  Zamora  D.  Juan  Manuel.  Mas  na  son  tanto 


de  Mendoza,  Ana  de  Castro,  beata;  D/  Teresa  de  Doypa  de  Madrid,  casada;  Leonor 
de  Toro,  viuda;  Isabel  de  Pedrosa,  ama  del  cura  Pedro  Cazalla ;  Catalina  Becerra, 
Francisco  de  Coca,  Amador  de  Miranda,  judaizante;  Antón  González  y  Pedro 
Aguilar,  todos  menos  los  tres  últimos  por  luteranos.  Entre  esta  nómina  y  la  que 
publica  en  su  Historia  de  España  el  Sr.  Lañiente  sacada  del  archivo  de  Simancas, 
nótanse  bastantes  discrepancias ;  ambas  las  hemos  tenido  presentes  para  comple- 
tarlas una  por  otra. 


142  YALLADOLID 


de  lamentar  estos  castigos,  que  excusaban  al  fin  guerras  religio- 
sas y  desastres  sin  cuento  á  la  monarquía,  como  las  persecucio- 
nes suscitadas  por  la  envidia  y  acogidas  por  la  suspicacia  contra 
víctimas  tan  ilustres  como  el  arzobispo  Carranza  ó  tan  puras  y 
virtuosas  como  fray  Luís  de  León.  Ambos  tuvieron  en  las  pri- 
siones de  Valladolid  su  prolijo  cautiverio,  el  primero  de  1559 
á  1566  hasta  que  fué  remitido  á  Roma,  el  segundo  desde  1572 
en  adelante  por  espacio  de  cinco  años ;  pero  si  en  estos  proce- 
sos, y  en  el  del  célebre  humanista  Francisco  Sánchez  el  Bró- 
cense, incurrió  el  ceñudo  tribunal  en  la  nota  de  injustas  sospe- 
chas, al  menos  no  echó  sobre  sí,  como  otros  tribunales  no  tan 
inculpados,  el  oprobio  de  una  condenación  inicua. 

Una  hoguera  harto  más  vasta  y  pavorosa  que  las  encendi- 
das de  vez  en  cuando  por  la  justicia  en  el  Campo  Grande,  se 
levantó  poco  antes  del  tercer  auto  en  el  centro  de  Valladolid, 
amenazando  devorarla  toda.  Quien  le  prendió  fuego  no  se  supo 
por  de  pronto;  sospechóse  de  los  extranjeros,  de  los  luteranos: 
pero  algunas  astillas  y  unos  mendigos  que  las  encendieron  á  fin 
de  guarecerse  del  frío  en  la  noche  de  21  de  Setiembre  de  1561, 
bastaron  con  el  soplo  del  cierzo  para  reducir  á  pavesas  todo  lo 
más  rico  y  principal  de  la  población.  Ardió  en  seis  horas  de  un 
extremo  á  otro  la  Platería,  cuyos  artífices,  más  hábiles  y  nume- 
rosos que  en  ninguna  otra  ciudad  de  España,  salvaron  sus  joyas 
arrojándolas  á  los  pozos:  desde  allí  partido  el  fuego  en  dos 
brazos  asoladores,  invadió  por  un  lado  la  Especería  y  Cebade- 
ría  hasta  la  Rinconada,  por  el  otro  penetró  en  la  ancha  plaza 
Mayor  envolviendo  las  casas  consistoriales  y  la  fachada  de  San 
Francisco..  El  estallido  de  las  llamas,  el  hundimiento  de  los  edi- 
ficios, el  humo  y  el  polvo  que  interceptaban  la  luz  del  sol  para 
que  brillase  más  siniestra  la  del  incendio,  llantos,  alaridos,  re- 
bato de  campanas,  cantos  religiosos  con  que  eran  acompañadas 
al  lugar  de  la  catástrofe  las  más  devotas  efigies  y  la  misma 
Hostia  santa  para  conjurar  sus  estragos,  mientras  que  miles  de 
operarios  de  toda  clase  y  condición,  caballeros,  soldados,  frailes. 


144  VALLADOLID 

artesanos,  labradores,  maniobraban  para  detenerlos,  parecían 
anunciar  que  era  el  postrero  para  Valladolid  aquel  día,  cuyo 
aniversario  se  celebra  aún  por  solemne  voto.  Cuatrocientas 
cuarenta  fueron  las  casas  destruidas,  y  sólo  tres  las  personas 
que  perecieron.  Conmovióse  Felipe  II  con  el  infortunio  de  su 
patria,  y  en  9  de  Octubre  expidió  cédula  desde  Madrid  para 
que  se  reedificara  lo  quemado  del  modo  más  conveniente  alor- 
nato  de  la  villa  y  plaza,  haciéndose  las  calles  derechas  sin  escon- 
ces^  y  las  paredes  de  ladrillo  y  con  muy  poca  madera  para  dis- 
minuir el  peligro,  y  mandó  que  hubiera  vela  de  noche  y  personas 
que  tuvieran  cargo  de  herradas  de  cuero,  Jeringas^  escaleras  y 
otros  aparejos  necesarios  para  matar  el  fuego,  con  obligación 
de  acudir  con  ellos  adonde  lo  hubiera.  Encargó  además  á  su 
maestro  mayor  Francisco  de  Salamanca  los  planos  de  la  nueva 
plaza  y  consistorio,  disponiendo  para  mayor  uniformidad  y  ar- 
monía que  las  obras  no  se  limitaran  á  lo  arruinado  sino  que  se 
extendieran  á  las  calles  contiguas,  y  ayudando  á  ellas  por  su 
parte  no  menos  que  con  cincuenta  mil  ducados. 

Entonces  la  plaza  Mayor  y  sus  inmediaciones  tomaron  aquel 
aspecto  de  regularidad  y  simetría  que  sorprende  y  encanta  al 
viajero  del  siglo  xix ;  entonces  fué  cuando  se  extendió  al  rede- 
dor su  triple  balconaje  capaz  de  veinticuatro  mil  espectadores, 
y  se  levantaron  por  todos  lados  sobre  monolitas  columnas  de 
granito  sus  espaciosos  soportales,  dilatándose  al  oriente  hasta 
la  calle  de  Orates,  y  subiendo  á  formar  la  pequeña  y  graciosa 
plazuela  del  Ochavo  y  las  uniformes  calles  confluyentes ;  enton- 
ces con  pilastras  y  jambas  y  dinteles,  de  una  sola  pieza  tam- 
bién, reedificóse  igual  y  recta  la  Platería.  Las  casas  consistoria- 
les desde  el  lado  de  San  Francisco  se  trasladaron  al  opuesto 
frente  de  la  plaza,  ocupando  el  testero  de  ella;  pero  su  fábrica, 
bien  que  dirigida  hasta  1573  por  Francisco  de  Salamanca  y 
continuada  luego  por  su  hijo  Juan,  todavía  quedó  incompleta,  y 
dio  lugar  para  que  dos  siglos  después  rematase  las  torres  á  su 
manera  el  licencioso  churriguerismo  y  se  añadiese  en  nuestros 


146  VALLADOLID 

tiempos  la  del  reloj,  privándonos  de  poder  juzgarla  por  la  pri- 
mitiva traza  del  arquitecto  (i). 

Mas  no  dominaba  aún  tan  exclusivamente  el  rigorismo  greco- 
romano,  que  por  el  mismo  tiempo  no  se  marcara  en  las  cons- 
trucciones de  vez  en  cuando  el  gusto  más  tolerante  del  primer 
período  del  renacimiento.  Vivía  cargado  de  aftos  el  famoso  Ro- 
drigo Gil,  autor  del  comenzado  proyecto  de  Santa  María  la 
Mayor;  y  á  él  se  confió  la  planta  del  nuevo  templo  de  la  Mag- 
dalena (2),  cuya  reedificación  había  encargado  por  su  testamento 
el  obispo  D.  Pedro  de  la  Gasea  á  su  hermano  D.  Diego.  La  del 
cuerpo  de  la  iglesia  con  su  torre  la  ejecutó  por  seis  mil  cuatro- 
cientos ducados  el  maestro  Francisco  del  Río  conforme  á  dicha 
planta  y  al  convenio  otorgado  en  1570;  la  de  la  capilla  mayor 
la  emprendió  en  1576  el  propio  Rodrigo  Gil  por  cuatro  millo- 
nes de  maravedís  (3) ;  pero  es  dudoso  que  pudiese  llevarla  á 
cabo,  porque  al  año  siguiente  falleció.  Tiene  la  iglesia  en  su 
despejada  nave  y  crucero  y  en  sus  gentiles  bóvedas  mucho  de 
aquel  género  del  siglo  xvi  que  se  apellida  gótico  moderno ;  y  su 


(i)    En  el  capitulo  primero,  pág.  i «;,  describimos  ya  brevemente  este  edificio. 

(2)  Sabido  es  que  la  existencia  de  esta  parroquia  remonta  á  grande  antigüe- 
dad y  que  el  palacio  de  Fernando  IV  tomaba  nombre  de  su  proximidad  á  la  Mag- 
dalena. Del  templo  anterior  no  queda  en  el  actual  más  que  una  memoria,  y  es  el 
siguiente  epitafio  en  el  arco  que  da  entrada  á  la  capilla  de  los  Revillas.  «Aquíyaze 
sepultado  don  Sanctome  fundador  de  la  cofradía  de  la  Trinidad,  capitán  que  fué 
de  la  gente  de  Valladolid  en  la  derrota  de  S.  Isidro  en  defensa  de  la  jurisdicción 
de  esta  abadía  con  el  obispo  de  Falencia.»  Tal  vez  al  reformar  la  inscripción  al 
mismo  tiempo  que  la  iglesia  se  omitió  la  fecha  de  este  suceso  interesante,  del  cual 
no  tenemos  otra  noticia,  pero  que  debió  ser  sin  duda  bastante  anterior  alano  1470 
en  que  existía  ya  dicha  cofradía  de  la  Trinidad. 

(3)  Valía  entonces  37  ^  maravedís  el  ducado.  Bosarte  publicó  una  y  otra  escri- 
tura, que  dice  haber  visto  originales  en  el  archivo  del  marqués  de  Revilla,  la  una 
de  1 1  de  Octubre  de  i  $70,  la  otra  de  14  de  Junio  de  i  '576.  Notamos  empero,  sin 
saberlo  explicar,  que  esta,  relativa  á  la  capilla  mayor,  indica  estaba  todavía  por 
hacer  el  cuerpo  de  la  iglesia,  al  paso  que  aquella  supone  estar  ya  hecha  la  capilla, 
como  así  procedía  naturalmente;  de  suerte  que  las  fechas  parecen  invertidas.  La 
torre,  que  según  la  primera  debía  tener  ciento  y  cinco  pies  de  altura  y  elevarse 
treinta  sobre  el  tejado  de  la  iglesia,  sin  duda  no  llegó  á  su  cumplimiento,  pues  la 
que  hoy  existe  es  harto  más  baja  y  sus  arcos  demuestran  más  antiguo  carácter; 
dícese  sin  embargo  que  la  primitiva  no  era  más  que  una  simple  espadaña  coloca- 
da sobre  el  viejo  arco  ó  puerta  de  la  villa  que  subsiste  al  lado  de  la  iglesia. 


friso  pregona  los  elogios  del  magnífico  prelado  de  Falencia  y 
más  tarde  de  Sigüenza,  del  enérgico  y  desprendido  presidente 
del  Perú,  al  paso  que  el  gigantesco  escudo  imperial,  que  llena 


casi  la  fachada  toda  desde  los  dos  arcos  de  ingreso  arriba,  re- 
cuerda los  servicios  por  él  prestados  y  la  gratitud  del  empera- 
dor (i).  Vive  allí  el  insigne  varón  en  su  efigie  de  alabastro 

(i)    Eb  singularmente  curiosa  la  iDscripción  escrita  al  rededor  de  la  nave, 
alusiva  i  lOB  grandes  trabajos  que  pasa  eo  el  Perú  el  presidente  Gasea  de  i  54; 


148  VALLADOLID 


tendida  en  medio  del  crucero,  tal  es  de  natural  la  expresión  del 
risueño  semblante ;  y  la  riqueza  de  las  vestiduras  é  insignias 
pontificales  que  en  vida  usó,  debió  quedarse  atrás  á  la  delicade- 
za de  las  labores  con  que  el  cincel  supo  bordar  el  duro  mármol. 
Airoso  salió  de  su  empeño  el  escultor  Esteban  Jordán,  de  enri- 
quecer isu  obra  conforme  al  bulto  del  fundador  del  colegio  de 
San  Gregorio,  é  antes  mas  que  menos;  pero  la  urna  de  mármol 
rojo  no  llegó  á  labrarla  con  las  molduras  que  debía  según  su 
propio  modelo,  pues  en  ella  no  hay  más  adorno  que  una  tarjeta 
sostenida  por  dos  ángeles  con  un  texto  de  la  Biblia  (i).  Su  ele- 
gancia en  la  arquitectura  y  su  primor  en  la  estatuaria  lo  desple- 
gó el  excelente  artista  en  el  bellísimo  retablo  mayor  de  orden 
corintio,  cuyos  cinco  cuerpos  y  multiplicados  nichos  y  figuras 
abarca  de  una  vez  el  ojo  en  su  armonioso  conjunto,  y  examina 
con  placer  en  sus  esmerados  detalles.  Mil  quinientos  ducados 
fueron  el  precio  en  que  se  concertaron  todas  estas  obras 
en  1 5  7 1 ,  y  en  más  de  otro  tanto  cuatro  años  después  el  dorar 
y  colorear  el  retablo,  que  apareció  terminado  en  el  día  de  su 
titular  año  de  1577. 

Estos  góticos  resabios,  conservados  aún  en  parte  por  los 


á  1550,  reduciendo  á  fuerza  d^  armas  y  derrotando  en  lid  campal  á  Gonzalo  Piza- 
rro  y  á  los  suyos,  y  devolviendo  á  la  corona  real  aquel  rico  imperio  no  sin  severos 
castigos  de  los  rebeldes.  Dice  así:  nllmus,  ac  revmus.  doci.  dnus.  Petrus  Gasea,  qui 
primo  sacras  generalis  inquisitionis  ex  consilio^  ^ost  Palentínus,  deinde  Seguntinus 
antistes^  Perú  regnum  novi  orbis,  regiam  invictissitni  Charoli  quinti  tmperatores 
Hispaniarumque  regis  vicem  gesiurus,  adivit,  unde  iyrannis  rebellibusque  primo 
congressu  superatis,  provinciisque  illis  regio  imperio  subactis^  vexilla  hcec  nonnu- 
¡laque  trophcea  arripuit^  quo  circa  decies  centum  millia  super  tercentum  millia  du- 
catorum  aureorum  census  Ccesaris  militibus  una  die  ipse  solus^  auri  contemptor, 
erogavit;  quibus  feliciter  gesiis^pro  taniis  beneficiis  divinitus  in  eum  collatis  vota 
solvensy  hanc  sacram  cedem  ad  laudem  et  gloriam  omnipotentis  Dei  et  ad  honor em 
beatce  Marice  Magdalence  á  fundamentis  erexit  et  munificentissime  dotavitj  eamque 
sibi  nomine  mauseoli  vendicavit.  Obiii  Seguniice  anno  á  nativitate  Domini  t$6jy 
IV  idus  novemb,  cetatis  suce  74.0  En  un  ángulo  de  la  fachada  se  ve  otro  escudo  con 
nueve  banderas  y  con  el  siguiente  lema  que  el  emperador  concedió  á  Gasea  poder 
añadir  á  sus  blasones :  C^sar  restiiutis  Perú  regnis  tyrannorum  spolia, 

( I )  Accepit  regnum  decoris  et  diadema  speciei  de  manu  Domini,  El  concierto  de 
Esteban  Jordán  con  el  doctor  Gasea  hecho  en  2  3  de  Octubre  de  i  $  7 1  lo  copia  tam- 
bién Bosarte. 


rALLADOLID 


149 


viejos  arquitectos,  seg^n  acabamos  de  ver,  son  sin  duda  los  que 
se  propuso  extirpar  de  España  para  siempre  el  celebrado  Juan 
de  Herrera,  al  levantar  de  orden  del  rey  los  planos  de  la  iglesia 
mayor  de  Valladolid.  Su  primera  empresa  fué  arrollar  cuanto 

habían  empezado  Diego  de  Riafio  y   Rodrigo 

¡noso  el  tipo  de 
acariciábalo  con 
más  cariño  tal 
vez,  como  crea- 
ción suya  exclu- 
siva, que  la 
grandiosa  cons- 
trucción del  Es- 
corial que  le  ha- 
bía legado  con- 
cebida ya  Juan 
Bautista  de  To- 
ledo. Ambicionó 
hacer  un  todo 
sin  igual,  y  tra- 
zó un  cuadrilon- 
go de  cuatro- 
cien  tosonce  pies 
de  longitud  y 
-.K^ff^^..  ^^ -.---,  .    doscientos  cua- 

tro de  anchura, 
■GLcs.A  DE  distribuyéndolo 
en  tres  naves 
y  capillas  al  rededor,  y  cortándolo  por  mitad  con  un  crucero 
en  forma  de  cruz  griega,  en  cuyo  centro  debía  levantarse 
una  cúpula;  en  los  ángulos  proyectó  cuatro  torres,  y  á  la 
izquierda  del  crucero  hacia  el  Esgueva  un  espacioso  claustro,  á 
su  derecha  una  fachada  lateral  hacia  la  plazuela  de  Sta.  María. 
La  principal  quiso  que  venciese  en  elevación  á  la  de  ¿os  Reyes 


Restos  d 


150  VALLADOLID 


de  aquel  famoso  monasterio,  y  es  la  única  que  proclama  la  glo- 
ria del  que  pudiéramos  llamar  el  Felipe  II  del  arte.  Su  idea  es 
sencilla  y  colosal  como  todas  las  de  Herrera:  cuatro  medias 
columnas  dóricas  de  una  vara  de  resalte,  sostienen  á  sesenta 
pies  de  altura  el  entablamento  del  primer  cuerpo;  en  el  entre- 
paño del  centro  un  arco,  que  según  D.  Ventura  Rodríguez 
€  excede  á  todos  los  triunfales  erigidos  por  la  vanidad  de  los 
romanos  emperadores  (i),>  cobija  la  puerta  rectangular  y  una 
imagen  de  la  asunción  de  la  Virgen ;  en  los  intercolumnios  se 
abren  dos  nichos  con  las  efigies  de  San  Pedro  y  San  Pablo,  y 
dos  puertas  menores  á  uno  y  otro  lado  de  la  columnata.  Si 
alcanzó  á  ver  esta  parte  de  su  obra  el  insigne  arquitecto,  gran- 
de debió  ser  su  complacencia,  cual  lo  sería  su  indignación  si  en 
el  segundo  cuerpo  la  mirase  hoy  desfigurada  por  la  atrevida 
mano  de  Alberto  Churriguera,  á  qfiien  encargó  el  cabildo  á 
principios  del  siglo  xviii  la  terminación  de  la  fachada.  En  las 
estatuas  de  los  cuatro  Doctores  puestas  sobre  los  pedestales  de 
la  balaustrada  que  ciñe  la  cornisa,  en  las  pilastras  y  retropilas- 
tras  correspondientes  á  las  columnas  de  abajo,  en  los  escudos 
colocados  en  sus  intermedios  con  el  sol  y  la  luna,  y  en  el  del 
nombre  de  María  sito  encima  de  la  grande  é  insulsa  ventana 
que  da  luz  al  templo,  en  las  acroterías  en  fin  que  rematan  el 
triangular  frontispicio,  se  marca  notablemente  la  época  infeliz 
de  esta  continuación  (2),  á  la  cual  pertenece  también  el  atrio 


(i)  Son  palabras  del  informe  que  dio  de  la  fabrica  de  aquel  templo  en  1768 
el  segundo  restaurador  de  la  buena  arquitectura,  quien  dice  antes  hablando  de  la 
fachada:  «nunca  el  orden  dórico  á  quien  pertenece  unió  más  bien  la  fortaleza  suya 
con  la  hermosura,  ni  se  vio  con  libertad  más  bien  entendida.»  Extraña  sobrema- 
nera el  lenguaje  conceptuoso  y  por  decirlo  así  altamente  churrigueresco  de  aquel 
escrito,  firmado  por  el  que  se  proponía  desterrar  el  churriguerismo  del  arte. 

(2)  Estas  dos  épocas  y  estos  dos  géneros  que  contrastan  tan  visiblemente  en 
la  fachada,  ó  no  supo  ó  no  quiso  distinguirlos  en  su  informe  el  sabio  Rodríguez: 
lo  primero  no  se  concibe,  lo  segundo  no  se  explica.  Lo  cierto  es  que  todo  lo  supo- 
ne de  Herrera,  todo  lo  celebra  y  ensalza  con  igual  entusiasmo.  Más  explícitos  an- 
duvieron Ponz  y  Ceán  Bermúdez,  execrando  las  variaciones  introducidas  en  el 
plan,  y  expresando  que  las  estatuas,  así  las  de  San  Pedro  y  San  Pablo  como  las  de 
arriba,  fueron  hechas  en  1 729  por  un  tal  Bahamonde. 


VALLADOLID  Í51 

que  delante  se  extiende  cercado  de  verjas  con  sus  pilares.  Tal 
vez  á  vista  de  tamaños  delirios  se  aplaudiera  menos  el  restau* 
rador  de  la  arquitectura  greco-romana  de  haber  desterrado  la 
gótica  minuciosidad,  preferible  sin  duda  en  su  concepto  propio 
á  la  monstruosa  Ucencia  en  que  había  de  degenerar  tan  pronto 
su  severa  reforma. 


De  las  dos  torres  simétricas  que  debían  banquear  la  facha- 
da principal,  la  de  la  izquierda  no  pasó  de  su  primer  cuerpo,  la 
otra  llegó  á  su  conclusión.  Nuestra  generación  la  ha  visto  aún, 
decorada  con  fajas  y  pilastras  en  sus  tres  primeros  cuerpos  y 
con  ventanas  y  claraboyas  en  los  entrepaños,  abrir  en  el  tercero 
á  los  cuatro  vientos  otros  tantos  graciosos  arcos,  y  por  entre 
el  abalaustrado  antepecho  que  en  cuadro  lo  ceñía  levantarse 
en  forma  de  templete  octógono  el  cuarto  cuerpo  con  igual 
corona  de  balaustres,  y  cimbrearse  á  doscientos  setenta  pies  de 
altura  la  cruz  sobre  el  cimborio  y  su  gentil  linterna.  £n  la  tarde 


I«)2  VALLADOLID 


del  31  de  Mayo  de  1841,  después  de  una  tormenta,  hundióse 
toda  con  horrible  estruendo,  logrando  salir  con  vida  algunas 
víctimas  encerradas  entre  sus  escombros;  á  pesar  del  pronóstico 
de  D.  Ventura,  aquellas  robustas  paredes  «eregidas  como  para 
sufrir  el  continuado  peso  de  los  siglos»  no  resistieron  al  de  dos 
y  medio  (i);  y  la  vecina  torre  de  la  Antigua,  que  cuenta  casi 
triple  fecha,  pudo  sonreir,  ella  hija  de  la  barbarie^  de  ver  por 
el  suelo  á  su  presuntuosa  rival,  maravilla  de  la  edad  de  oro. 
Para  los  dos  ángulos  opuestos  del  cuadrilongo  diseñó  el  arqui- 
tecto otras  dos  torres,  iguales  en  sus  dos  primeros  cuerpos  á 
las  descritas,  y  sobre  las  cuales  debían  asentar  dos  pirámides 
de  sesenta  pies. 

En  el  interior  es  donde  prevalece  la  majestad  del  edificio; 
y  sean  cuales  fueren  las  prevenciones  ó  las  esperanzas  precon- 
cebidas del  que  entra  por  primera  vez,  triunfa  de  las  unas  y 
satisface  completamente  las  otras  aquella  mezcla  indescriptible 
de  fuerza  y  de  elegancia,  que  se  observa  en  las  bóvedas,  en  los 
arcos,  en  los  machones  revestidos  de  bellas  pilastras  de  orden 
corintio.  Por  cima  de  las  capillas,  cuya  entrada  reduce  notable- 
mente un  arco  cerrado  con  verja,  corre  lo  mismo  que  en  el  Es- 
corial un  ándito  ó  tribuna  descubierta  con  balaustrada  en  el 
antepecho,  favorable  al  misterio  y  al  desahogo  de  la  vista.  Mas 
por  desgracia  las  tres  naves  no  despliegan  más  que  cuatro 
bóvedas,  hasta  el  punto  donde  debía  cortarlas  el  crucero ;  y  en 
lugar  de  la  perspectiva  que  ofreciera  su  anchuroso  espacio,  vie- 
nen á  cerrarlas  tres  capillas  provisionales,  de  las  que  la  mayor, 
colocada  ahora  en  el  centro  de  la  fábrica  destinado  para  la 
excelsa  cúpula,  presenta  un  aspecto  desacorde  y  casi  teatral 
con  la  multitud  de  puertas  y  tribunas  á  guisa  de  balcones  abier- 
tas en  su  hemiciclo.  £1  coro,  que  había  de  situarse  más  allá  del 
crucero,  á  espaldas  del  altar  mayor,  dejando  libre  y  despejado 


(i)    Trátase  de  levantar  nuevamente  dicha  torre,  no  sé  si  confornfeal  proyecto 
de  Herrera. 


VALLADOLID  153 


el  cuerpo  principal  de  la  iglesia,  lo  obstruye  actualmente  cer- 
cado de  altas  paredes,  en  cuyo  grueso  se  forman  profundas 
capillas  y  de  una  elevada  reja  por  el  lado  del  presbiterio.  Las 
bóvedas,  contra  la  mente  del  arquitecto  sin  duda,  se  ven  cubier- 
tas de  recuadros  y  labores  de  yeso:  nada  hay  en  suma  que  no 
contribuya  á  desvirtuar  las  impresiones  del  gran  todo  llegado 
apenas  á  su  mitad. 

Retenido  por  las  obras  del  Escorial  y  á  lo  último  por  sus 
achaques.  Herrera  no  dirigió  por  sí  la  fábrica  de  su  concepción 
predilecta,  sino  por  su  aparejador  Pedro  de  Mazuecos,  maestro 
de  obras  de  Valladolid  ;  y  cuando  la  muerte  del  grande  arqui- 
tecto y  la  del  gran  monarca  poco  distantes  entre  sí  privaron 
de  sus  dos  sostenes  á  la  naciente  catedral,  Mazuecos  y  tras  él 
Diego  de  Praves  continuaron  todavía  por  veinte  años  el  pode- 
roso impulso  comunicado  por  aquellos.  Con  la  postración  que 
sobrevino  á  Valladolid  en  pos  del  momentáneo  recobro  de  su 
grandeza,  interrumpiéronse  los  trabajos  durante  el  siglo  xvii;  y 
sólo  á  principios  del  inmediato  bajo  el  fatal  ascendiente  del  barro- 
quismo volvieron  á  emprenderse  con  más  ardor  que  acierto, 
levantando  las  cuatro  capillas  de  la  derecha,  y  habilitando  para 
el  culto  la  parte  ediñcada,  como  si  se  desconfíase  ya  de  condu- 
cirla á  su  término  (i).  Dos  millones  de  ducados  calculaba  Ro- 
dríguez en  1768  para  la  conclusión  de  la  basílica;  hoy  sabe 
Dios  á  cuántos  ascendería  el  presupuesto.  Detrás  de  la  capilla 
mayor  aparecen  las  construcciones  empezadas  : 

pendent  opera  interrupta,  minaeque 
Murorum  ingentes ; 

distingüese  la  ancha  zona  del  crucero;  márcanse  los  estribos  de 


(i)  Acredita  el  cabildo,  dice  el  informe  mencionado,  tener  gastados  desde  el 
año  1709  hasta  el  presente  setenta  mil  ducados  para  levantar  las  cuatro  capillas 
de  la  mano  derecha,  proseguir  y  finalizar  la  fachada  principal  y  la  una  de  las  to- 
rres, continuar  la  otra,  con  varios  crecidos  gastos  en  la  hechura  de  retablos  dora- 
dos, efigies  de  santos,  rejas  de  hierro,  canceles,  y  otras  muchas  cosas  precisas 
para  el  interior  adorno  que  pide  la  decencia  del  sagrado  culto.» 


20 


15  I  VALLADOLID 

las  naves,  que  más  allá  debían  prolongarse  con  otros  tres  arcos 
y  comunicarse  en  línea  recta  á  espaldas  del  coro  cercadas  de 
capillas  en  disposición  semejante  á  la  catedral  de  Salamanca; 
contémplase  en  los  magníñcos  planos  el  vasto  local  reservado 
para  la  sacristía  y  sala  capitular  y  para  el  dórico  claustro,  que 
con  siete  arcos  en  cada  galería  había  dé  medir  ciento  setenta  y 
seis  pies  en  cuadro.  Y  entre  los  destrozos  y  ruinas  de  lo  que 
fué  (i)  y  el  embrión  de  lo  que  probablemente  no  llegará  jamás 
á  ser,  que  luchan  y  se  confunden  como  dos  cuadros  disolventes 
en  el  momento  de  la  transición,  siéntese  á  la  vez  la  lástima  de 
lo  destruido  y  el  deseo  impaciente  de  lo  que  está  por  construir. 
No  que  juzguemos,  como  los  exclusivos  seguidores  de  Vitrubio, 
que  aquel  monumento  realizado  por  completo  hubiese  de  exceder 
á  cuantos  llenan  la  cristiandad  con  excepción  del  de  San  Pedro 
en  Roma;  pero  quisiéramos  que  de  escuela  tan  decantada  nos 
quedase  un  tipo  perfecto  é  irrecusable,  para  que  puesto  en  com- 
paración perenne  con  las  catedrales  de  Burgos,  Toledo  y  Sevi- 
lla, entrase  en  liza  á  disputarles  la  palma,  y  diese  lugar  á 
imparciales  fallos  sobre  las  excelencias  de  una  y  otra  arquitec- 
tura. 

En  los  accesorios  del  templo  todo  lleva  el  mezquino  sello 
de  interinidad ;  y  no  bastan  para  ñjar  la  atención  en  las  capillas 
varios  sepulcros  modernos  y  algunas  pinturas  regulares  que  las 
adornan  (2).  Solamente  dos  objetos  se  hermanan  allí  con  la 
severidad  del  edificio,  y  son  la  custodia  del  famoso  Juan  de  Arfe 
y  la  actual  sillería  del  coro.  Aquella,  alta  de  dos  varas  y  com- 


(1)  De  los  restos  de  la  colegiata  bizantino-gótica  y  de  sus  obras  antiguas,  ha- 
blamos atrás  en  la  pág.  34. 

(2)  Estas  pinturas  son  copias  en  su  mayor  parte :  los  mejores  originales  son 
de  Lucas  Jordán  y  de  Piti  su  discípulo.  Las  lápidas  sepulcrales  pertenecen  al  si- 
glo XVII,  y  algunas  al  xvi  trasladadas  del  antiguo  templo,  distinguiéndose  las  de  la 
ilustre  familia  de  Venero  con  varios  bultos  de  piedra,  que  estaban  en  la  iglesia  de 
San  Francisco  en  su  capilla  de  Santa  Catalina.  Hállanse  también  sepultados  en 
dichas  capillas  los  obispos  Soria  y  Talavera,  los  demás  en  las  naves  del  templo. 
Del  entierro  del  conde  Ansúrez  y  de  su  epitafio,  véase  lo  dicho  en  las  páginas  41 
y  43.  La  casa  donde  nació  en  1  5  52  el  beato  Simón  de  Rojas,  incluida  en  el  ensan- 
che del  nuevo  templo,  se  ha  convertido  en  capilla. 


VALLADOLID  I55 


puesta  de  cuatro  cuerpos  unos  octágonos  y  otros  circulares, 
con  las  ñguras  de  Adán  y  Eva  y  el  misterio  de  la  Concepción 
en  el  centro,  la  terminó  el  docto  artífice  en  1590  por  cuarenta 
y  cuatro  mil  reales,  emulando  más  bien  la  gallardía  greco-ro- 
mana que  la  plateresca  prolijidad,  sin  omitir  por  esto  el  más 
exquisito  primor  en  los  relieves  y  labores.  La  sillería,  aunque 
traída  últimamente  de  la  iglesia  de  San  Pablo,  no  la  hubiera 
trazado  de  otra  forma  el  mismo  Herrera,  tal  es  su  analogía  con 
el  estilo  de  la  catedral  (i);  y  en  gracia  de  ella  perdonamos  y 
aun  aplaudimos  por  esta  vez  que  le  cediera  el  puesto  la  anterior 
sillería  del  siglo  xv,  procedente  de  la  antigua  colegiata,  de  la 
cual  aparecen  interesantes  fragmentos  y  tablas  en  varias  capi- 
llas y  puertas  de  la  sacristía,  y  que  mejor  hubiera  sido  trasla- 
dar por  vía  de  trueque  á  la  gótica  iglesia  del  convento. 

Felipe  II,  decidido  patrono  y  hasta  promovedor  de  esta 
construcción  soberbia  (2),  la  visitó  dos  veces  en  su  principio; 
primero  en  1590  en  que  la  peste  abrevió  su  permanencia,  des- 
pués en  1592  durante  la  temporada  de  verano,  desde  21  de 
Junio  hasta  1 6  de  Agosto,  que  pasó  con  su  corte  en  Valladolid. 
Pero  antes  de  cerrar  los  ojos,  sin  aguardar  á  que  adelantasen 
más  las  obras,  quiso  verla  sublimada  al  rango  de  catedral,  po- 
niendo fin  de  una  vez  al  prolongado  litigio  y  hasta  choques 
violentos  producidos  por  las  exenciones  que  alegaba  la  abadía 
de  Valladolid  respecto  del  obispado  de  Palencia.  En  25  de 
Setiembre  de  1595  expidió  Clemente  VIII  la  bula  de  erección 
de  la  nueva  diócesis,  formada  de  las  desmembraciones  de  su 
matriz  y  de  las  de  Segovia,  Avila,  Salamanca  y  Zamora ;  y  en 
9  de  Enero  de  1596  el  soberano,  para  hacerla  capaz  de  esta 
prerrogativa  eclesiástica,  otorgó  el  título  de  ciudad  á  la  que 


(1)  Véase  lo  que  de  esta  sillería  queda  dicho  en  la  página  96. 

(2)  En  1  583  concedió  este  rey  al  cabildo  de  Valladolid  con  aplicación  á  la  fá- 
brica de  su  catedral,  el  producto  de  las  cartillas  de  doctrina  cristiana  para  uso  de 
los  niños,  privilegio  que  otorgado  por  tres  años  se  fue  prorrogando  hasta  el  pre- 
sente siglo. 


156  VALLADOLID 

hasta  entonces,  según  el  adagio,  se  había  aventajado  sobre 
todas  las  villas  (i).  Con  buen  signo  nació  la  moderna  sede, 
ocupada  por  sabios  y  virtuosos  prelados  (2),  y  designada  ya  al 
cabo  de  dos  siglos  y  medio  para  ascender  á  metrópoli,  en  una 
jerarquía  en  que  rarísima  vez  se  improvisan  las  carreras  y  en 
que  cuenta  por  mucho  la  antigüedad. 

Al  lado  de  un  monumento  de  importancia  tal,  apenas  figu- 
ran las  demás  construcciones  religiosas  erigidas  en  el  propio 
reinado :  el  reducido  convento  de  Teresas,  plantel  de  santidad 
establecido  en  1568  cabe  el  Pisuerga  al  nordoeste  de  la  pobla- 
ción, cuya  pobreza  ilustran  los  numerosos  recuerdos  de  su  in- 
mortal fundadora  y  las  fragantes  virtudes  de  sus  primeras  hijas; 
el  colegio  de  doncellas  de  la  Anunciación  instituido  en  1586  por 
el  abogado  D.  Luís  Daza  y  extinguido  ya  en  1 71 2 ;  el  convento 
de  franciscanas  de  Jesús  María  fundado  por  los  mismos  años  en 


( 1 )  Vilia  por  villa,  Valladolid  en  Castilla. 

(2)  Su  catálogo  es  como  sigue :  D.  Bartolomé  de  la  Plaza,  primer  obispo  de 
Valladolid  en  i  597  y  antes  lo  fué  de  Tuy,  murió  en  1600.— D.  Juan  de  Acevedo, 
renunció  en  1606  la  mitra  para  aceptar  los  cargos  de  inquisidor  general  y  de 
presidente  de  Castilla,  murió  en  1608.— D.  Juan  Vigil  de  Quiñones,  trasladado  á 
Segovia  en  1 6 1 6.— D.  Francisco  Sobrino,  murió  en  1 6 1 7.— D.  Juan  Fernández  de 
Valdivieso,  murió  en  16 19  antes  de  tomar  posesión.— D.  Enrique  Pimentel,  tras- 
ladado á  Cuenca  en  1620.— D.  Alonso  López  Gallo,  antes  obispo  de  Lugo,  murió 
en  1624.— D.  Juan  de  Torres  Osorio,  antes  obispo  de  Oviedo,  murió  electo  de  Má- 
laga en  1632.— Fray  Gregorio  de  Pedrosa,  Jerónimo,  antes  obispo  de  León,  murió 
en  1645.^0.  Francisco  de  Alarcón,  notomóposesorio.— Fray  Juan  Merinero,  fran- 
ciscano, murió  en  1663.— D.  Francisco  Seijas  y  Losada,  trasladado  en  1670  á 
Salamanca.— D.  Juan  de  Astorga,  no  tomó  posesión.— D.  Gabriel  Lacalley  Heredia, 
renunció  el  obispado  por  sus  dolencias  en  1Ó83.— D.  Diego  de  la  Cueva,  murió 
en  1707.— D.  Andrés  Urueta,  murió  en  1716.— Fray  José  de  Talavera,  Jerónimo, 
murió  en  1 7  2  7.— D.  Julián  Domínguez  de  Toledo,  murió  en  1 74  ^.-D.  Martín  Del- 
gado Cenarro,  venerable  por  sus  eminentes  virtudes,  murió  en  17$  3.— D.  Isidro 
Cosío  y  Bustamante,  renunció  la  mitra  en  1 767.— D.  Manuel  Rubín  de  Celis,  tras- 
ladado á  Cartagena  en  1 77  3.— D.  Antonio  Joaquín  de  Soria,  murió  en  1 784.— Don 
Manuel  Joaquín  Morón,  murió  en  1801.— D.  Juan  Antonio  Fernández  Pérez  de 
Larrea,  murió  en  1803.— D.  Vicente  Soto  y  Valcarce,  murió  en  1819.— D.  Juan 
Baltasar  Toledano,  murió  en  1 830.— D.  José  Antonio  Ribadeneyra, murió  en  1856. 
— D.  Luís  de  Lastra  y  Cuesta,  antes  obispo  de  Orense,  entró  en  1857,  como  primer 
arzobispo,  promovido  en  1862  á  Sevilla.— D.  Juan  Ignacio  Moreno, cardenal,  tras- 
ladado desde  Oviedo  y  promovido  á  la  silla  primada  de  Toledo  en  1875.— Fray 
Fernando  Blanco,  dominico,  antes  obispo  de  Ávila,  fallecido  en  1881.— D.  Benito 
Sanz  y  Fores,  antes  obispo  de  Oviedo,  actual  arzobispo. 


158  VALLADOLID 


el  Campo  Grande;  el  de  carmelitas  descalzos,  segundo  de  su 
orden,  instalado  en  1 581  fuera  de  la  puerta  de  Santa  Clara;  el 
de  monjes  basilios  que  anduvieron  largo  tiempo  errantes  de  er- 
mita en  ermita  sobre  la  opuesta  margen  del  río;  el  de  San  Juan 
de  Dios  y  el  de  Agustinos  recoletos  construidos  en  dicho  Cam- 
po Grande  casi  á  la  vez;  los  colegios  de  Ingleses  y  Escoceses 
creados  por  el  celoso  monarca  para  asilo  de  los  jóvenes  católi- 
cos de  la  gran  Bretaña  y  semillero  de  apóstoles  y  tal  vez  de 
mártires.  Demarcábase  ya  fuera  de  la  antigua  puerta  del  Campo 
aquel  triángulo  inmenso  de  edificios,  y  el  ensanche  de  la  pobla- 
ción por  el  lado  oriental  del  mismo  hizo  necesaria  la  creación 
de  la  parroquia  de  San  Ildefonso  desmembrando  la  de  San  An- 
drés; pero  diósele  por  hospedaje  la  iglesia  de  monjas  del  Sacra- 
mento, con  las  cuales  alternaban  los  clérigos  en  la  celebración 
de  los  oficios,  hasta  que  sucediendo  á  ellas  en  1 606  las  Agustín 
ñas  recoletas  se  fabricaron  otro  templo  mejor,  que  también  ha 
acabado  por  hacer  suyo  la  parroquia,  abandonando  el  primero. 
Á  la  mancebía,  que  tan  santa  vecindad  reclamaba  desalojar  de 
aquel  sitio  (i),  sustituyó  el  hospital  de  la  Resurrección,  en  cuya 
portada  se  lee  la  fecha  de  1579,  y  en  el  cual  han  venido  á  re- 
fundirse los  innumerables  que  contaba  Valladolid. 

Subió  Felipe  III  al  trono ;  y  la  nueva  ciudad,  enlutada  por 
las  víctimas  del  contagio  que  la  diezmó  en  el  verano  de  1599, 
reanimóse  en  el  siguiente  para  recibir  al  joven  rey  que  venía  á 
visitarla.  En  19  de  Julio  de  1600  verificóse  la  solemne  entra- 
da (2):  nunca  había  desplegado  Valladolid  tal  aparato  y  digni 


(1)  Desde  el  siglo  xv  corría  esta  casa  á  cargo  de  la  cofradía  de  la  Consolación, 
que  invertía  en  beneficio  de  los  pobres  los  productos  de  tan  torpe  ganancia,  hasta 
que  en  i  5  5  3  la  municipalidad  se  apoderó  del  edificio  trasladando  á  él  los  enfer- 
mos, y  la  mancebía  pasó  al  lado  de  la  antigua  puerta  de  Teresa  Gil  y  después  á  la 
ronda  de  San  Antón,  donde  la  alcanzó  el  decreto  de  Felipe  IV  mandándolas  cerrar 
en  todo  el  reino. 

(a)  Ínterin  se  disponía  el  recibimiento,  detúvose  el  rey,  como  lo  había  hecho 
ya  en  1  592  Felipe  II,  en  las  casas  de  D.  Bernardino  de  Velasco  inmediatas  al  Car- 
men calzado,  que  á  la  sazón  se  consideraban  todavía  fuera  de  los  muros.  Para  los 
gastos  de  esta  entrada  tomó  á  censo  el  ayuntamiento  hasta  cuarenta  mil  ducados. 


l6o  VALLADOLID 

dad  en  las  ceremonias,  tal  esplendor  en  los  festejos,  tal  magni- 
ñcencia  en  sus  calles  y  plazas,  tal  lucimiento  y  gala  en  sus 
vecinos,  como  entonces  que  se  proponía  ganar  la  predilección 
de  su  coronado  dueño  y  mostrarse  digna  del  perdido  rango  con 
sus  alardes  de  grandeza.  Instó,  prometió,  hizo  valer  las  glorias 
de  lo  pasado,  las  lástimas  de  lo  presente,  los  beneñcios  del  por- 
venir, solicitó  con  discreta  lisonja  el  honor  de  inscribir  perpetua- 
mente entre  sus  regidores  al  vanidoso  duque  de  Lerma  por 
quien  todo  se  gobernaba ;  y  dos  meses  más  tarde,  al  despedir  á 
su  regio  huésped,  sonreíale  ya  la  esperanza  de  verle  tornar 
bien  pronto  para  fijar  allí  su  residencia.  Con  efecto,  publicóse 
á  la  entrada  del  1601  que  la  corte  se  trasladaba  desde  las  ori- 
llas del  Manzanares  á  las  del  Pisuerga,  y  en  9  de  Febrero  se 
instalaron  los  reyes  en  la  restablecida  capital.  Tanto  por  la  es 
casez  de  edificios  públicos,  como  para  compartir  las  preeminen- 
cias oficiales  entre  las  poblaciones  de  Castilla  la  Vieja,  cuyoabati 
miento  se  trataba  de  remediar  con  aquella  traslación,  fué  llevada 
la  chancillería  á  Burgos  y  la  inquisición  á  Medina  del  Campo. 

De  palacio  real,  ínterin  se  trataba  de  levantar  uno  desde 
los  cimientos,  sirvió  el  del  conde  de  Benavente,  que  había  ocu- 
pado ya  durante  su  gobierno  la  princesa  D.^  Juana ;  y  su  proxi- 
midad al  río,  al  puente,  al  verde  soto  teatro  de  amorosas  y 
pendencieras  aventuras,  y  su  sitio  al  extremo  occidental  de  la 
población,  pudo  recordar  á  sus  nuevos  moradores  la  posición  y 
vistas  del  alcázar  madrileño.  Más  adelante  el  flojo  rey  admitió 
de  su  privado  la  histórica  morada  que  acababa  éste  de  adquirir 
frontera  á  San  Pablo,  propia  un  tiempo  de  D.  Francisco  de  los 
Cobos,  donde  había  vivido  siendo  príncipe  Felipe  II  y  nacido  su 
hijo  D.  Carlos:  y  entonces  adquirió  el  edificio  la  imponente  fa- 
chada que  le  distingue,  flanqueada  por  dos  torres  y  coronada 
por  una  gentil  galería  de  arcos  alternados  con  cuadradas  aber- 
turas (i).  El  escudo  real,  colocado  bajo  el  frontón  triangular 


(1)    Había  en  el  centro  de  la  fachada  otro  torreón  denominado  el  peinador  de 


102  VALLADOLID 


del  balcón  del  centro,  denota  su  nuevo  aunque  breve  destino  y 
el  augusto  título  que  le  ha  quedado.  Á  sus  espaldas  cerróse 
una  plazuela  recién  formada  para  corridas  de  toros  y  otros  so- 
lemnes espectáculos,  cuya  memoria  se  cree  que  conservan  cier- 
tos lindos  medallones  esculpidos  en  las  paredes  exteriores  del 
convento  de  las  Brígidas,  que  tal  vez  le  han  comunicado  la  de- 
nominación de  los  Leones  (i).  Para  completar  la  ñsonomía  de 
aquella  corte,  en  la  misma  plazuela  se  fundó  con  la  protección 
del  de  Lerma  un  convento  de  recoletos  franciscos  de  San  Diego, 
en  una  de  cuyas  celdas  cuéntase  que  solía  encerrarse  Felipe  III 
á  hacer  penitencia  hasta  salpicar  de  sangre  las  paredes ;  y  la 
propia  capilla  de  palacio  fué  cedida  á  la  tercera  orden  de  San 
Francisco. 

Durante  su  corta  residencia  hizo  patria  á  Valladolid  de  más 
de  un  infante  la  fecundidad  de  la  reina  Margarita.  En  22  de 
Setiembre  de  1601  dio  á  luz,  no  sin  eminente  peligro  de  su  vida, 
á  la  que  vino  á  ser  reina  de  Francia  y  madre  de  Luís  XIV,  la 
célebre  Ana  de  Austria;  en  1603  parió  otra  infanta  llamada 
María  que  murió  á  los  dos  meses;  pero  el  júbilo  llegó  á  su  col- 
mo, cuando  en  8  de  Abril  de  1605,  día  de  viernes  santo,  nació 
el  deseado  príncipe  que  reinó  después  con  el  nombre  de  Feli- 
pe IV.  Celebróse  el  bautismo  en  San  Pablo  el  domingo  de  Pen- 
tecostés; y  en  las  funciones  de  iglesia,  en  las  mascaradas  é  ilu- 
minaciones, en  los  saraos  y  juegos  de  cañas  en  que  tomó  parte 
el  mismo  rey,  ostentó  la  corte  de  España  una  incomparable 
magnificencia,  sin  duda  para  deslumhrar  al  embajador  de  Ingla- 
terra que  había  venido  por  aquellos  días  á  ratificar  las  paces, 
como  si  las  locas  profusiones  de  los  convites  dados  por  el  duque 
de  Lerma  y  por  el  condestable  al  altivo  almirante  inglés  y  de 


la  reina,  que  se  desplomó  en  1 729.  Vendió  el  duque  de  Lerma  este  palacio  á  la 
corona,  según  afirma  el  Sr.  Sangrador,  por  37  millones  y  pico  de  maravedís. 

( I )  Los  medallones  representan  en  pequeños  grupos  luchas  de  fieras,  corridas 
de  carros,  y  otros  juegos  más  propios  de  la  antigüedad  que  del  siglo  xvii,  lo  que 
no  sabemos  explicar  sino  por  un  capricho  del  artista. 


TALLADOLID  I&3 

los  regalos  hechos  á  su  comitiva,  no  fuesen  más  bien  que  de 
poderío  síntomas  de  vanidad  y  flaqueza  de  los  que  acompañan 
siempre  á  la  decadencia  de  los  estados  (i). 


Patio  del  Palacio  Real 

En  seguiniiento  del  monarca,  cuya  persona  ejercía  aún  la 


(i)  Ea  imposible  no  recordar  cod  este  motivo  y  aun  transcribir  el  cáustico 
soneto  que  Pellícer  atribuye  á  Góngora,  tan  severo  y  justo  en  su  censura  contra 
las  prodigalidades  cortesanas,  como  injusto  en  su  animosidad  contra  el  autor  del 
Quiote. 

Parió  la  reina ;  el  luterano  vino 
Con  seiscientos  hereges  y  heregiaa; 
Gastamos  un  millón  en  quince  dias 
En  daries  ¡oyas,  hospedage  y  vino. 

Hicimos  un  alarde  6  desatino 
Y  unas  fiestas,  que  fueron  tropelías, 
Al  áoglico  legado  y  sus  espías 
Del  que  juró  la  paz  sobre  Calvino. 

Bautizamos  al  niño  Dominico, 
Que  nació  para  serlo  en  las  Españas; 
Hicimos  un  sarao  de  encantamiento. 
Quedamos  pobres,  íui  Lutero  rico. 
Mandáronse  escribir  estas  hazañas 
A  0.  Quijote,  á  Sancho  y  su  jumento. 


164  V  A  L  I.  A  D  o  I.  I  D 

acción  centralizadora  que  faltaba  á  su  gobierno,  todo  lo  que 
existía  entonces  en  la  nación  de  ilustre,  de  eminente,  de  notable 
en  diversos  conceptos,  había  acudido  á  Valladolid,  que  á  la  vez 
de  centro  político  era  el  foco  intelectual  de  la  monarquía.  Los 
ingenios,  más  brillantes  que  sólidos,  más  vastos  que  profundos 
de  aquella  época,  veían  por  lo  general  de  mal  talante  su  nueva 
morada,  y  empujados  por  aquella  sorda  corriente  de  oposición 
que  á  menudo  dirige  las  ideas  por  rumbo  contrario  al  de  las 
tendencias  oñciales,  no  escaseaban  á  la  flamante  capital  las  bur- 
las que  también  habían  prodigado  á  Madrid  en  los  días  de  su 
fortuna  (i).  Entre  ellos,  no  tan  oscureciólo  que  no  mereciera  el 
aprecio  ó  la  envidia  de  sus  contemporáneos  y  hasta  alguna  vez 
las  distinciones  del  poder  (2),  pero  pobre  asaz  y  desvalido,  vivía 
el  gran  Cervantes  con  su  mujer,  dos  hermanas,  una  sobrina  y 
una  hija  natural,  en  una  de  las  casas  nuevas  del  Rastro  á  es- 
paldas del  Campo  Grande,  donde  concluyó  la  primera  parte  de 


(i)  En  esta  cruzada  contra  Valladolid  distinguióse  sobre  todos  el  terrible 
Góngora,  que  le  dedicó  cinco  ó  seis  sonetos  no  muy  limpios,  entre  ellos  el  que  así 
principia : 

i  Vos  sois  Valladolid  ?  i  vos  sois  el  valle 
De  olor  }  \  ó  fragrantísima  ironía ! 


En  otro  soneto  dice : 


Busqué  la  corte  en^él,  y  yo  estoy  ciego, 
O  en  la  ciudad  no  está,  ó  se  disimula. 


Y  en  otro : 


Pisado  he  vuestros  muros  calle  á  calle. 
Donde  el  engaño  con  la  corte  mora ; 
Y  cortesano  sucio  os  hallo  agora, 
Siendo  villano  un  tiempo  de  buen  talle. 

Tampoco  se  quedó  atrás  Quevedo,  bien  que  muy  joven  todavía.  Cervantes, 
aunque  no  pasó  allí  muy  buenos  ratos,  dice  sin  embargo  en  su  Licenciado  Vidriera 
que  prefería  «de  Madrid  los  estremos,  de  Valladolid  los  medios...  de  Madrid  cielo 
y  suelo,  de  Valladolid  los  entresuelos.» 

(2)  Véanse  los  últimos  versos  del  citado  soneto  de  Góngora,  de  los  cuales  pa- 
rece deducirse  que  se  encargó  á  Cervantes  la  relación  de  los  festejos  por  el  naci- 
miento de  Felipe  IV. 


V  A  L  L  A  D  o  L  I  D  l6S 

SU  inmortal  Quijote^  y  donde  el  haber  amparado  á  un  caballero 
herido  en  cierta  nocturna  pendencia  de  las  tan  usuales  á  la  sa- 
zón,  le  costó  á  él  y  á  su  familia  varios  días  de  cárcel  hasta  que 
el  proceso  aclaró  su  inocencia. 

Mas  no  fueron  tanto  los  epigramas  más  ó  menos  exactos  ó 
decentes  de  mordaces  poetas  contra  el  Valle  de  olor  y  los  per- 
fumes del  Esgueva,  cuanto  otros  argumentos  más  positivos  para 
venales  consejeros,  los  que  decidieron  la  restitución  de  la  corte 
á  Madrid  en  20  de  Febrero  de  1 606,  á  los  cinco  años  cumplidos 
de  su  llegada.  Las  enormes  sumas  ofrecidas  ostensiblemente 
por  los  madrileños  para  los  gastos  de  traslación,  sin  contar  los 
donativos  privados  y  secretos,  hicieron  evocar  diestramente  los 
recuerdos  de  la  enfermedad  de  la  reina,  de  la  muerte  de  la  in- 
fanta, de  las  periódicas  epidemias  que  ocurrían;  y  Valladolid 
fué  declarada  insalubre.  No  se  desalentó  ésta  sin  embargo  de 
recobrar  por  análogos  medios  su  perdida  dignidad;  y  como  sí 
se  adjudicase  por  subasta  la  prerrogativa  de  capital,  se  compro- 
metió en  1608  á  erigir  á  su  costa  un  suntuoso  real  palacio  y  á 
contribuir  anualmente  con  cien  mil  ducados  para  sostenerlo, 
solicitando  la  gracia  de  ceder  el  antiguo  al  duque  de  Lerma,  y 
á  su  favorito  D.  Rodrigo  Calderón  la  casa  de  Verdesoto  en  la 
calle  de  Teresa  Gil.  Infructuosas  salieron  esta  vez  las  promesas, 
neutralizadas  acaso  por  otras  mayores ;  y  la  nueva  ciudad,  des- 
vanecida su  momentánea  grandeza,  sintió  más  acerbamente  su 
soledad  y  postración,  al  volver  á  una  condición  más  subalterna 
que  la  que  antes  tuvo  siendo  villa.  Abandonóse  el  colosal  pro- 
yecto de  hacer  navegables  el  Esgueva,  Pisuerga  y  Duero,  ensa- 
yado con  éxito  en  presencia  del  monarca:  disminuyó  en  su 
ensanchado  recinto  el  vecindario,  arruináronse  los  gremios, 
cerráronse  unas  tras  otras  las  fábricas  de  paños  y  sederías,  y 
alcanzó  á  Valladolid  y  sus  contornos  con  la  expulsión  de  los 
moriscos  la  pérdida  de  más  de  mil  habitantes  (i). 


(i)    En  1  589  se  contaban  en  el  término  de  la  abadía  de  Valladolid  mil  ciento 
setenta  y  dos  moriscos. 


l66  VALLADOLID 


No  obstante  aumentábanse  los  conventos,  y  en  los  edificios 
religiosos  hallaba  ocupación  perenne  la  arquitectura.  El  erudito 
conde  de  Gondomar,  D.  Diego  de  Sarmiento  y  Acufla,  al  mismo 
tiempo  que  se  labraba  un  palacio  de  portada  corintia  y  de  pri- 
morosa fachada,  cuyo  remate  le  ha  comunicado  el  nombre  del 
Soly  é  instalaba  en  él  su  biblioteca  de  quince  mil  volúmenes  re- 
cogidos en  sus  embajadas  á  Alemania,  Inglaterra  y  Flandes  (i), 
emprendía  hacia  1 609  la  reedificación  de  la  parroquia  de  San 
Benito  el  Viejo,  que  hoy  convertida  en  almacén  no  da  asilo  si- 
quiera á  los  profanados  restos  de  su  patrono.  Algo  más  tarde 
levantó  la  parroquia  del  Salvador,  antigua  ermita  de  Santa 
Elena,  su  fachada  suntuosa  de  do$  portales ;  pero  al  examinar 
sus  tres  cuerpos,  de  orden  jónico  el  primero,  corintio  el  segundo 
y  compuesto  el  tercero,  y  las  figuras  de  la  Anunciación  de  la 
Virgen  y  Transfiguración  del  Señor,  y  la  ventana  de  estilo  pla- 
teresco, y  el  ático  y  balaustrada  en  que  termina,  y  la  fina  minu^ 
ciosidad  de  las  partes,  y  la  caprichosa  idea  del  conjunto,  cual- 
quiera la  creería  inspiración  del  renacimiento  y  le  atribuyera  un 
siglo  más  de  antigüedad.  La  torre,  que  empezando  por  un  pri- 
mer cuerpo  cuadrado  de  piedra,  continua  con  otros  dos  octógonos 
de  ladrillo,  se  distingue  entre  las  de  Valladolid  por  su  altura  y 
ligereza. 

No  hallamos  en  aquellos  tiempos  arquitecto  más  insigne  á 
quien  atribuir  semejantes  obras  que  Francisco  de  Praves,  aun- 
que en  la  renovación  de  San  Martín  y  en  el  magnífico  arco  de 
Santiago  erigido  en  1626  sobre  los  cimientos  de  la  antigua 
puerta  del  Campo  se  manifestó  el  traductor  de  Paladio  harto 
más  adicto  á  la  rígida  sencillez  de  las  tradiciones  greco  romanas. 
A  él  probablemente,  y  de  ningún  modo  á  Juan  de  Herrera,  se 
debe  la  traza  de  la  linda  iglesia  de  las  Angustias,  que  costearon 


( I )  Esta  biblioteca,  distribuida  en  cuatro  salas  espaciosas  ocupando  exclusiva- 
mente una  de  ellas  numerosos  é  interesantes  manuscritos,  fué  trasladada  á  Madrid 
al  empezar  este  siglo,  y  forma  hoy  parte  de  la  nacional.  El  sabio  conde  murió  en  a 
de  Octubre  de  i6af6. 


VALLADOLID  167 

en  1 604  Martín  Sánchez  de  Aranzamendi  y  D/  Luisa  de  Ribera 
su  mujer;  y  no  cabe  en  aquel  género  mayor  elegancia  y  pureza 
que  la  de  su  fachada,  decorada  en  el  primero  y  segundo  cuerpo 
con  cuatro  columnas  corintias,  en  los  entrepaños  con  nichos  que 
ocupan  excelentes  figuras  de   San 
Pedro  y  de  San  Pablo,  y  en  el  re-  /    .    ■■■/ 
mate  con  frontón  triangular.  A  la  ^  ^ 
belleza  del  edificio  corresponden  las  -  ■      ■ . 
preciosidades  artísticas  que  encierra; 
el  retablo  mayor,  de  sencilla  forma 
y  de  perfecta  escultura ,  atribuido  á 
Pompeyo  Leoni;  en  la  capilla  del 
lado  de  la  epístola  debajo  de  ua 
barroco   templete  la  incomparable 
Virgen  de  los  Cu£kt¿los^  obra  maes- 
tra de  Juní;  y  en  la  de  enfrente  la 
Virgen  de  las  Angustias  con  el  ca- 
dáver de  Jesús  en  el  regazo,  que  con 
otras  efigies  y  pasos  de  Gregorio 
Hernández,  ha  sido  trasladada  al 
Museo,  parecía  hacer  visible  la  com- 
petencia de  los  dos  artistas  privile- 
giados del  siglo  XVI  y  del  xvii  en 
representar  á  cual  más  dignamente 
el  sublime  dolor  de  María. 

Las  renovaciones  más  ó  menos 
completas  que  por  entonces  experi- 

.  ■  »    j       I       1  1  /         Iglesia  de  las  Angustias 

mentaron  casi  todos  ios  templos,  así 

los  de  creación  reciente  como  los  de  antigua  fecha,  según  en  su 
lugar  respectivo  al  tratar  de  su  fundación  las  hemos  ido  consig- 
nando, dieron  á  sus  fachadas  el  aspecto  uniforme  que  todavía  las 
caracteriza :  su  tipo  es  un  lienzo  de  ladrillo  distribuido  en  dos 
cuerpos,  adornado  con  columnas  ó  pilastras,  coronado  por  un 
frontispicio  triangular,  flanqueado  por  dos  torres  y  cuando  no  por 


ibS  VALLADOLID 


dos  espadañas.  Á  excepción  de  las  colosales  obras  emprendidas 
en  San  Pablo  por  el  duque  valido,  poco  de  notable  presentan  las 
demás  de  aquella  época,  aunque  construidas  muchas  bajo  los 
reales  auspicios,  por  más  que  el  soberano  y  su  corte  solemnizaran 
con  lucida  procesión  en  1601  la  instalación  de  los  Recoletos  en 
San  Diego,  en  1 6 1 2  la  traslación  de  las  monjas  de  Belén,  en  1 6 1 5 
la  de  las  Descalzas  Reales  á  sus  nuevas  iglesias.  Observamos 
ya  que  en  este  reinado  más  bien  se  constituyeron  y  ñjaron  los 
conventos  establecidos  durante  los  dos  anteriores,  que  no  se 
fundaron  otros  por  primera  vez.  Algunos,  sin  embargo,  tuvieron 
bajo  él  su  origen:  en  1603  los  Clérigos  Menores,  cuyo  vasto 
templo  demolido  hoy  día  en  la  calle  del  Obispo  no  se  terminó 
hasta  1690;  en  el  mismo  año  los  Mercenarios  descalzos,  que 
asentados  tras  de  diversas  mudanzas  junto  á  la  puerta  de  Tu- 
dela,  pasaron  en  el  presente  siglo  al  hospital  de  Letrán;  en  1606 
los  descalzos  de  la  Trinidad,  situados  largo  tiempo  fuera  de  los 
muros  al  otro  lado  del  puente  mayor,  mientras  poseían  vivo 
aquel  dechado  de  santidad,  fray  Miguel  de  los  Santos  (i),  que 
feneció  en  10  de  Abril  de  1625,  y  cuyos  preciosos  restos  se  lle- 
varon en  1670  á  su  nueva  morada  déla  plazuela  de  SanQuirce, 
donde  dieron  cima  en  1740  á  su  iglesia  de  tres  naves,  hoy  con- 
vertida en  parroquia  de  San  Nicolás. 

En  el  propio  año  de  1 606  solicitó  de  la  ciudad  la  duquesa 
viuda  de  Alba,  D.*  María  de  Toledo,  permiso  para  trasladar 
desde  Villafranca  del  Vierzo  el  convento  de  monjas  dominicas 
que  había  allí  comenzado  bajo  la  advocación  de  nuestra  Señora 
de  la  Laura;  y  hospedadas  provisionalmente  junto  á  la  puerta 
del  Carmen  en  la  casa  de  D.  Bernardino  de  Velasco,  se  estable- 
cieron diez  años  después  en  su  actual  vivienda  al  otro  lado  del 
Campo  Grande.  Ni  la  fábrica  ni  el  ornato  del  templo  revelan  la 
magnificencia  de  la  fundadora,  cuyo  entierro '  sólo  indica  en  el 
presbiterio  una  sencilla  lápida  colocada  en  frente  de  la  de  su 


(i)    Fué  beatiñcado  en  1 779,  y  en  1 862  se  trató  ya  de  su  canonización. 


VALLADOLID  169 

esposo  D.  Fadrique,  hijo  del  intrépido  y  adusto  gobernador  de 
los  Países  Bajos  (i).  Debió  contrastar  la  pobreza  de  la  Laura 
con  el  esplendor  de  otro  convento  de  la  misma  orden  que  se 
erigía  á  la  sazón ;  la  iglesia  aunque  reducida  se  construía  esme- 
radamente según  el  diseño  de  Francisco  de  Mora,  pintábanse 
con  recuadros  y  almohadillas  las  paredes  y  la  cúpula,  enlosába- 
se de  mármol  el  crucero  y  el  presbiterio,  y  mármoles  blancos  y 
verdes  se  combinaban  con  el  bronce  en  la  formación  del  rico 
tabernáculo  y  retablo  mayor,  engastando  exquisitas  pinturas  y 
admitiendo  no  menos  bellas  eñgies.  £1  convento  era  Portaceli, 
fundado  primeramente  en  1598  para  franciscanas  en  la  calle  de 
Olleros;  su  protector  el  improvisado  magnate  D.  Rodrigo  Cal- 
derón, marqués  de  Siete  Iglesias  y  subprivado  por  decirlo  así  de 
Felipe  III,  quien  adquirido  el  patronato  de  aquel  y  haciéndolo 
cambiar  de  regla  y  de  domicilio,  lo  había  traído  á  su  propia 
casa  de  /as  Aldabas  en  la  calle  de  Teresa  Gil,  inaugurándolo 
con  gran  pompa  en  1 6 1 4.  Á  los  lados  del  crucero  dispuso  los 
mausoleos  de  su  familia ;  y  en  un  nicho  aparecen  las  estatuas 
de  sus  padres,  en  el  otra  la  suya  y  la  de  su  esposa  (2),  todas 
de  rodillas  y  ostentando  en  nevado  mármol  el  rico  traje  de  su 
tiempo,  distinguiéndose  la  del  marqués,  que  parece  ser  la  del 
lado  del  evangelio,  por  su  cabeza  calva  y  venerable.  ¡  Ah !  ¡  ni 
la  conciencia  propia,  ni  la  envidia  agena,  ni  el  ejemplo  de  don 
Alvaro  de  Luna,  le  habían  jamás  advertido  que  pudiese  llegar 
á  su  sepulcro  separada  del  tronco  aquella  cabeza,  y  que  las 
buenas  religiosas,  ñeles  al  menos  ellas  en  la  desgracia,  hubiesen 
de  recibir  su  cadáver  de  manos  del  verdugo! 


(i)  Dicen  asi  las  inscripciones,  de  las  cuales  la  primera  es  evidentemente  re- 
novada. «Aquí  yace  el  Excmo.  Sr.  D.  Fadrique  Alvarez  de  Toledo  duque  de  Alba: 
requiescat  inpace,—Aqui  yace  la  Excma.  Sra.  D/  María  de  Toledo  y  Colona  duque- 
sa de  Alba,  fundadora  de  este  convento:  requiescat  tn  pace.»  Vivía  la  duquesa  con 
las  religiosas,  y  falleció  antes  de  trasladarse  éstas  á  su  nuevo  local. 

(2)  Era  ésta,  según  el  Sr.  Lafuente,  D.'  Inés  de  Vargas  de  quien  nacieron  al 
marqués  varios  hijos;  su  padre  el  capitán  D.  Francisco  Calderón,  le  tuvo  de  una 
doncella  alemana  con  la  cual  casó  después,  y  alcanzó  á  ver  la  desgracia  de  Don 
Rodrigo. 

2a 


lyO  VALLADOLID 


Arrastrado  por  el  duque  de  Lerma  en  su  caída,  vivía  reti- 
rado D.  Rodrigo  en  su  palacio  de  Valladolid,  cuando  en  el 
año  1 6 19  fué  una  noche  reducido  á  prisión,  y  á  la  mañana  si- 
guiente conducido  al  castillo  de  Montanches.  Dos  años  duró  el 
proceso,  pero  la  cuchilla  no  cayó  hasta  después  de  fallecido  el 
rey  que  tanta  privanza  le  había  dispensado.  La  plaza  de  Madrid 
fué  teatro  del  suplicio  en  21  de  Octubre  de  1621,  y  Valladolid 
no  vio  reproducida  dentro  de  sus  muros  la  horrible  tragedia  del 
condestable  en  el  personaje  cuya  protección  constituía  poco 
antes  su  esperanza.  Sin  embargo,  los  homenajes  tal  vez  serviles 
que  había  tributado  la  ciudad  á  los  ídolos  del  favor,  tuvo  la 
noble  constancia  de  no  desmentirlos  en  los  días  de  infortunio: 
pacíñco  y  obsequioso  asilo  encontró  en  ella  al  salir  desterrado 
de  la  corte  el  duque- cardenal ;  y  cuando  en  161 8  dejó  el  mundo 
que  le  repelía  por  la  iglesia  que  le  amparaba,  no  sin  procurarse 
aún  las  más  eminentes  dignidades,  la  ceremonia  de  su  primera 
misa  se  celebró  en  San  Pablo  con  pompa  casi  regia.  En  el  acia- 
go fin  de  su  hechura  vio  estremecido  la  suerte,  que  tal  vez  sin 
su  retirada  á  tiempo  se  le  destinara ;  pero  sus  magníficas  refor- 
mas en  el  templo  dominico  y  las  respetuosas  atenciones  que  al 
ex  favorito  demostraba  la  ex-capital,  distrajeron  y  suavizaron 
sus  amarguras,  y  al  terminar  su  larga  existencia  á  1 7  de  Mayo 
de  1625,  brilló  todavía  en  los  ostentosos  funerales  un  reflejo  del 
antiguo  poder.  Con  el  palacio,  donde  al  parecer  murió,  aunque 
ya  de  antes  incorporado  á  la  corona,  pasó  también  á  ésta  la  fa- 
mosa huerta  del  duque  sita  sobre  la  derecha  margen  del  Pi- 
suerga. 

Felipe  III  conservó  á  Valladolid  su  primer  afecto,  visitán- 
dola á  veces  en  sus  frecuentes  idas  á  la  villa  de  Lerma  con  su 
núnistro;  Felipe  IV,  olvidado  casi  de  haber  nacido  en  ella,  la 
abandonó  á  la  corriente  de  sus  infortunios.  Graves  y  repetidos 
fueron  los  que  experimentó  por  aquellos  años;  en  1626  los  de- 
sastres de  una  avenida,  de  1629  á  31  los  horrores  del  hambre, 
en  1648  una  nube  de  langosta  que  asoló  los  campos;  pero  nin- 


VALLADOLID  I7I 


guno  comparable  al  de  la  inundación  de  4  de  Febrero  de  1636, 
en  que  el  Pisuerga  arruinó  ó  maltrató  sobre  una  y  otra  orilla 
numerosos  conventos  y  edificios,  y  en  que  los  dos  hinchados 
brazos  del  Esgueva  se  derramaron  por  las  calles  de  la  ciudad, 
hundiéndose  ochocientas  casas,  y  pereciendo  bajo  sus  escombros 
ó  en  las  olas  más  de  ciento  cincuenta  vidas.  En  sus  postreros 
años  volviendo  el  soberano  de  la  frontera  de  celebrar  el  tratado 
de  los  Pirineos,  se  detuvo  en  Valladolid  del  1 8  al  2  2  de  Junio 
de  1660,  días  que  fueron  de  lucidas  fiestas  y  variadas  funciones 
de  toros,  noches  de  músicas  y  vistosos  fuegos  en  el  Prado  y  en 
la  huerta  del  río,  de  saraos  y  comedias  en  el  palacio.  Esto  fué 
todo  lo  que  debió  la  antigua  corte  á  su  coronado  patricio,  en 
cuya  época  no  vio  nacer  más  fundaciones  que  las  de  Premonstra- 
tenses,  Capuchinos  y  sacerdotes  de  San  Felipe  Neri  en  1628, 
1 63 1  y  1658,  y  las  de  religiosas  de  San  Bartolomé  y  Santa 
Brígida  en  1634  y  1637.  Esta  última  promovida  por  la  venera- 
ble Marina  de  Escobar,  tuvo  efecto  en  las  casas  del  licenciado 
Butrón,  una  de  las  más  suntuosas  de  hijosdalgo,  que  en  la 
parte  superior  de  su  fachada  conserva  curiosos  medallones  de 
antiguos  espectáculos  (1),  y  cuya  entrada  sirve  aún  de  portería, 
si  bien  la  iglesia  despejada  y  alegre  se  reedificó  á  fines  del 
propio  siglo:  la  de  San  Bartolomé  de  monjas  trinitarias  tomó  el 
nombre  del  primitivo  hospital  que  reemplazó  al  otro  lado  del 
puente,  y  después  de  sufrir  los  estragos  de  las  inundaciones  y 
de  la  guerra  ha  acabado  por  desaparecer.  La  de  Capuchinos  en 
el  Campo  Grande,  las  de  San  Felipe  y  de  Premonstratenses  en 
la  calle  de  Teresa  Gil,  nada  ofrecen  de  señalado,  sino  la  tercera 
su  convexa  fachada  y  el  ornato  churrigueresco  que  más  tarde 
se  le  impuso. 

Dos  autos  de  fe,  de  que  apenas  hay  noticia,  había  celebrado 
la  inquisición  de  Valladolid  en  1623  y  en  1636;  con  otro  harto 
más  famoso  inauguróse  allí  el  reinado  de  Carlos  II  en  30  de 


(i)    Véase  lo  que  atrás  queda  dicho  en  la  página  i6o. 


172  VALLADOLID 

Octubre  de  1667.  Ochenta  y  cinco  reos  judaizantes,  naturales 
de  Portugal  casi  todos,  y  de  condición  humilde  á  excepción  de 
algunos  administradores  de  rentas  reales,  ocuparon  el  formida* 
ble  tablado :  sólo  dos,  Gaspar  Fernández  y  Baltasar  Rodríguez, 
fueron  entregados  por  pertinaces  á  la  justicia  seglar,  y  aun 
éstos,  dando  señales  de  arrepentimiento  al  llegar  al  patíbulo, 
evitaron  el  cruel  suplicio  de  las  llamas.  Por  mucho  tiempo  deseó 
en  balde  la  ciudad  la  visita  del  enfermizo  monarca,  y  en  1679 
se  reformó  y  compuso  toda,  aguardándole  á  su  regreso  de  Bur- 
gos juntamente  con  la  joven  reina;  pero  sus  esperanzas  se  frus- 
traron, sin  ahorrar  por  esto  los  dispendios  de  las  fiestas  prepa- 
radas ni  los  de  la  ostentosa  comitiva  que  salió  á  presentarle 
sus  homenajes  en  el  camino.  La  honra  sin  embargo  de  que  no 
pudo  gozar  al  tiempo  del  primer  enlace,  se  la  proporcionó  el 
segundo,  trayendo  allí  en  1 690  al  rey  con  toda  su  corte  para 
recibir  á  su  nueva  esposa  Mariana  de  Neoburg,  y  haciendo 
teatro  de  sus  desposorios  la  humilde  iglesia  de  San  Diego  en 
el  día  4  de  Mayo,  festividad  de  la  Ascensión,  al  cual  siguió  una 
semana  de  regocijos  hasta  la  salida  de  la  real  pareja  (i). 

Con  pompa  muy  parecida  á  la  de  estos  augustos  recibimien- 
tos, con  juego  de  sortija  y  estafermo,  celebróse  en  1681  la  de- 
dicación de  la  Cruz,  iglesia  cuya  elegante  fachada  adorna  el  tes- 
tero de  la  Platería,  recordando  más  bien  el  estilo  de  Herrera  á 

f 

quien  se  atribuye  como  tantas  otras,  que  los  tiempos  de  corrup- 
ción artística  en  que  fué  renovada.  No  así  la  de  Jesús  Nazareno, 
y  menos  aún  la  de  la  Pasión,  que  en  su  exterior  y  en  su  baja  y 
sombría  nave  cubierta  de  pinturas  ostenta  las  extravagancias 
del  barroquismo.  Todas  estas  iglesias,  llamadas  penitenciales 
por  hallarse  á  cargo  de  cofradías  de  penitentes,  que  nacieron  ó 
llegaron  á  su  mayor  auge  en  el  siglo  xvii  (2),  se  honran  de 


( 1 )  «Esmeróse  la  ciudad  en  suntuosas  é  ingeniosas  invenciones  de  festejos,  co- 
medias, máscaras,  cañas,  toros,  despeñaderos,  fuegos  en  la  tierra  y  en  el  agua,  de 
modo  que  compitiesen  los  elementos  sobre  quien  habia  de  festejar  más  á  sus  due- 
ños.» Flórez  en  sus  Reinas  católicas. 

(2)  Existen  en  el  día  con  este  título  la  Pasión,  las  Angustias,  la  Cruz  y  jesús 


174  VALLADO  LID 


poseer  aún  tan  expresivas  como  devotas  figuras,  y  guardaban  en 
otro  tiempo  aquellos  grupos  tan  famosos  con  el  nombre  de 
pasos^  que  llevados  en  andas  recorrían  las  calles  en  las  proce- 
siones de  Semana  Santa,  excitando  una  admiración  menos  artís- 
tica, pero  más  popular  y  entusiasta  ciertamente,  que  la  que 
producen  ahora  colocados  en  el  museo.  Obras  fueron  casi  todos 
del  escultor  privilegiado  de  los  sufrimientos  del  Redentor  y  de 
la  Virgen,  del  fecundo  Gregorio  Hernández.  Aquellos  insignes 
cuánto  modestos  artistas,  iluminados  por  la  fe  y  animados  por 
la  caridad,  devolvían  á  menudo  á  la  iglesia  en  piadosas  funda- 
ciones lo  que  por  sus  preciosos  trabajos  recibían ;  de  esta  ma- 
nera Diego  Valentín  Díaz,  señalado  pintor,  dotó  y  restauró  el 
colegio  de  Niñas  Huérfanas  en  el  Campo  Grande,  dejándole, 
como  había  hecho  Hernández  al  Carmen  Calzado,  su  sepulcro 
y  su  retrato  y  un  curioso  retablo  de  perspectiva  (i). 

El  siglo  XVIII  pasó  sobre  Valladolid  tan  vacío  de  sucesos 
históricos  como  escaso  de  monumentos.  La  fidelidad  que  en  la 
guerra  de  Sucesión  conservó  siempre  por  las  flores  de  lis,  pro- 
duciendo en  7  de  Julio  de  1 706  un  alzamiento  popular  contra 
los  partidarios  del  Archiduque;  la  segura  estancia  que  se  pro- 
curó allí  Felipe  V  para  su  familia  y  corte  en  Setiembre  de  17 10, 
abandonando  á  Madrid  después  de  la  perdida  batalla  de  Zara- 
goza; las  inundaciones  del  6  de  Diciembre  de  1739  y  del  25  de 
Febrero  de  1788,  copiosas  en  daños  si  bien  exentas  de  vícti- 


Nazareno:  la  Piedad,  abandonada  por  ruinosa  en  la  calle  de  su  nombre,  se  trasla- 
dó en  1727  á  la  iglesia  de  San  Antón,  festejándose  con  solemnes  i'egocijos  esta 
mudanza.  También  pertenecía  á  la  cofradía  de  plateros  el  oratorio  de  San  Eloy 
consagrado  en  i  $47,  y  que  tomó  el  nombre  de  Nuestra  Señora  del  Val  desde  que 
fué  llevada  allí  en  1 6 1  o  aquella  devota  efigie  procedente  de  una  ermita  que  ocu- 
paba entonces  la  Merced  descalza.    . 

(ij  Merece  transcribirse  la  lápida  que  da  cuenta  de  dicha  fundación.  «Esta 
iglesia  hizo  y  la  dedicó  al  nombre  de  María  Santísima  Diego  Valentín  Díaz  pintor, 
familiar  del  Santo  Oficio;  para  cuya  conservación  y  remedio  de  las  huérfanas  de  su 
colegio  dejó  toda  su  hacienda,  y  aunque  de  todo  se  le  dio  el  patronazgo,  fué  su 
voluntad  se  dé  al  que  sea  más  bienhechor,  y  á  él  y  á  D.*  María  de  la  Calzada  su 
mujer  se  le  dexe  esta  sepultura.  Fué  á  dar  cuenta  á  Dios  año  de  1 660.  Ayúdesele 
á  pagar  el  alcance  rogando  á  Dios  por  él.» 


VALLADOLID 


Hospital  de  San  Juj 


1 76  VALLADOLID 


mas,  en  que  se  vio  convertido  en  lago  el  centro  de  la  población, 
salvándose  por  las  ventanas  en  barquichuelos  sus  consternados 
moradores;  los  festejos  nunca  vistos  con  que  se  solemnizó  en 
1747  la  canonización  de  San  Pedro  Regalado  y  en  1768  y  1778 
la  beatiñeación  de  los  venerables  trinitarios  Simón  de  Rojas  y 
Miguel  de  los  Santos,  hijos  los  dos  primeros  de  la  ciudad  y  el 
tercero  su  huésped  y  vecino :  he  aquí  las  únicas  memorias  que 
en  los  anales  de  dicha  centuria  brillan.  Pero  todavía  son  menos 
notables  las  artísticas,  y  acaso  fuera  preferible  que  se  hubiesen 
quedado  completamente  en  blanco  durante  el  interregno  del 
buen  gusto.  Hemos  visto  ya  en  la  catedral  y  en  otros  templos 
las  invasiones  del  churriguerismo;  no  menos  desatinadas  las 
observaremos  en  el  ediñcio  de  la  universidad.  Dícese  que  trazó 
su  fachada  el  autor  del  famoso  transparente  de  Toledo,  y  por 
cierto  que  no  desmienten  la  analogía  sus  dos  series  de  colum- 
nas de  orden  compuesto  y  las  hojarascas  de  sus  escudos,  exce- 
lentes en  expresión  de  Ponz  para  nidos  de  golondrinas;  amane- 
radas estatuas  representan  en  los  nichos  de  los  intercolumnios 
y  en  la  delantera  del  ático  las  varias  ciencias  y  facultades,  entre 
las  cuales  ocupa  el  lugar  preferente  la. teología;  y  como  epílogo 
de  la  historia  del  establecimiento  coronan  la  balaustrada  de  su 
remate  cuatro  figuras  de  reyes,  la  de  Alfonso  VIII,  fundador 
de  la  universidad  de  Palencia  su  antecesora,  y  las  de  Alfon- 
so XI,  Juan  I  y  Enrique  III,  protectores  generosos  de  la  de  Va- 
lladolid  (i).  Revistió  también  el  caprichoso  traje  de  aquella 
época  el  hospital  de  San  Juan  de  Letrán,  fundado  en  el  Campo 
Grande  desde  1550  y  concedido  últimamente  para  convento  á 
los  Mercenarios  descalzos;  y  pasó  entonces  por  maravilla  la 
portada  con  sus  ridiculas  columnas  salomónicas  y  el  exótico 
templete  en  que  termina  y  sus  trofeos  inoportunos  de  bombas 


(i)  Alfonso  XI  erigió  en  universidad  pontificia  el  estudio  general  de  Vallado- 
lid  y  fija  en  20,000  maravedís  las  rentas  de  las  tercias  concedidas  por  sus  antece- 
sores; Juan  1  eximió  de  todo  pecho  á  sus  maestros,  licenciados  y  bachilleres;  En- 
rique 111  les  otorgó  las  tercias  de  los  arciprestazgos  de  Cevico  y  Portillo. 


178  VALLADOLID 


y  morteros.  Más  tarde,  cuando  á  la  anarquía  licenciosa  sucedió 
•  la  tirante  dictadura  de  las  reglas,  empezó  á  levantarse  al  lado 
del  anterior,  según  los  planos  de  D.  Ventura  Rodríguez,  el  con- 
vento de  filipinos,  como  llaman  á  los  agustinos  misioneros  des- 
tinados á  aquellas  colonias  que  lo  habitan  en  gran  número  toda- 
vía, si  bien  de  la  construcción  sólo  puede  juzgarse  por  el  des- 
ahogado y  ameno  claustro,  única  parte  concluida  del  edificio; 
al  paso  que  Sabatini  trazaba  en  1780  una  agraciada  rotonda 
con  seis  altares  para  las  monjas  bernardas  de  Santa  Ana,  que 
trasladadas  de  Perales  á  Valladolid  en  1595,  alcanzaron  del 
dadivoso  Carlos  III  la  reedificación  de  su  iglesia. 

Del  corriente  siglo  no  son  recuerdos  precisamente  los  que 
faltan  á  Valladolid,  sino  distancia  oportuna  para  apreciarlos 
como  es  debido.  Con  el  tiempo  parecerán  más  interesantes  su 
larga  opresión  bajo  el  peso  de  las  armas  fí-ancesas  principiada 
ya  antes  de  la  caída  de  Carlos  IV,  su  heroico  levantamiento 
en  I.®  de  Junio  de  1808,  la  matanza  de  sus  inexpertos  cuanto 
valientes  hijos  ametrallados  en  el  puente  de  Cabezón,  el  denue- 
do de  sus  regidores  arrostrando  del  emperador  Napoleón  ame- 
nazas de  muerte  á  trueque  de  no  entregar  víctimas  á  su  cuchilla, 
la  glacial  acogida  hecha  al  intruso  rey  José,  las  aclamaciones 
entusiastas  á  los  libertadores  alternadas  una  y  otra  vez  con  el 
espanto  producido  por  la  vuelta  de  los  enemigos  (i);  y  á  con- 
tinuación de  las  visitas  de  sus  antiguos  reyes  se  registrarán  la 
de  Fernando  VII  en  1828  y  las  de  D.*  Isabel  II  en  1858  y  1861. 
En  cuanto  á  su  aspecto,  en  vez  de  nuevas  construcciones  mo- 


co En  7  de  Enero  de  1808  ocuparon  los  franceses  á  Valladolid  en  calidad  de 
aliados;  en  1 2  de  Junio,  el  mismo  día  de  la  derrota  de  Cabezón,  la  entraron  como 
enemigos.  Después  de  la  victoria  de  Bailen  respiró  libre  la  ciudad  por  algún  tiem- 
po, y  en  28  de  Octubre  proclamó  solemnemente  á  Fernando  VII;  pero  en  breve 
recayó  bajo  la  servidumbre  extranjera.  Del  6  al  1 7  de  Enero  de  1 809  permaneció 
Napoleón  en  Valladolid;  en  27  de  Abril  y  en  10  de  Julio  de  181 1  pasó  por  allí 
el  rey  José  de  ida  y  vuelta  de  París,  y  se  fijó  en  ella  con  su  corte  desde  el  23  de 
Marzo  hasta  el  2  de  Junio  de  1813  en  que  la  abandonó  definitivamente.  En  menos 
de  un  año  fué  libertada  tres  veces  la  ciudad  por  el  ejército  aliado,  y  otras  tantas 
volvió  al  poder  de  los  franceses. 


VALLADOLID  1 79 

numentales  (i)  sólo  podrá  señalar  materiales  adelantos  y  mejo- 
ras de  ornato  y  policía;  pero  si  atajando  el  vandalismo  y  saliendo 
de  la  incuria  que  tan  deplorables  pérdidas  le  han  causado,  se 
dedica  á  conservar  y  á  restaurar  solícitamente,  según  empieza 
á  observarse,  el  precioso  depósito  que  le  queda,  todavía  puede 
en  esta  época  merecer  bien  de  las  artes  y  de  la  verdadera  cul- 
tura y  encontrar  en  sus  pasadas  glorias  el  más  ñrme  apoyo 
para  su  futuro  engrandecimiento. 


(i)  SiD  caliñcarlos  de  tales,  merecen  atcoción  el  teatro  ediñcado  ¡unto  á  la 
plazuela  de  las  Angustias,  y  el  suntuoso  palacio  arzobispal,  cuya  capilla  decoró 
espléndidamente  el  arzobispo  cardenal  Moreno  con  preciosas  tablas  de  la  vida  y 
martirio  de  San  Esteban  traídas  de  Portillo. 


za,  y  fueron  sometidas  sucesivamen- 


l82  VALLADOLID 


te  por  los  monarcas  á  la  jurisdicción  absorbente  de  aquel  concejo. 
Tudela,  Cabezón,  Pefiaflor,  Portillo  en  1255,  Cigales  en  1289^ 
Olmos  de  Esgueva  en  1367  pasaron  á  la  obediencia  de  su  pode- 
rosa vecina,  mandándoseles  no  tener  otro  fuero,  seña  ni  sello  que 
el  de  Valladolid  y  acudir  á  sus  juicios,  perdido  el  derecho  de  po- 
ner alcaldes  propios.  De  esta  suerte,  bien  que  á  costa  de  su  vida 
peculiar,  reforzaron  la  autoridad  municipal  de  la  regia  villa,  y 
exentas  generalmente  de  aristocrático  señorío,  impidieron  que 
en  su  horizonte  se  desplegaran  al  viento  las  enseñas  feudales 
y  que  avanzaran  hasta  sus  muros  las  mesnadas  de  los  ricos- 
hombres.  Si  va  unido  el  nombre  de  ellas  á  algún  importante 
suceso,  si  recuerdan  combates  ó  avenencias  ó  entrevistas  de 
príncipes,  son  episodios  del  continuado  drama  que  allá  dentro 
se  desenvolvía,  reflejos  ó  sacudidas  emanadas  del  foco  que  las 
abarcaba  en  su  esfera  de  luz  y  actividad. 

Sin  embargo  un  pueblo  hay,  que  situado  dos  leguas  más 
abajo  sobre  la  opuesta  orilla  del  río,  presenta  su  larga  historia, 
y  lo  que  es  más,  sus  actuales  títulos  de  importancia  y  nombra- 
día  aparte  de  la  antigua  corte.  Muy  antes  de  nacer  ésta,  aquel, 
honrado  con  un  nombre  genuinamente  romano,  había  pasado 
ya  por  más  asaltos,  ruinas  y  restauraciones  de  las  que  en  su 
carrera  había  de  experimentar  Valladolid.  Septimanca  era  una 
población  de  las  Vacceas  en  el  camino  de  Mérida  á  Zaragoza, 
una  de  las  pocas  del  itinerario  cuya  situación  y  correspondencia 
pueden  fijarse  con  seguridad.  Godos  y  sarracenos  respetaron 
su  nombre,  y  nada  más  tal  vez :  á  mediados  del  siglo  viii  figura 
entre  las  varias  que  libertó  prematura  y  fugazmente  la  espada 
de  Alfonso  I;  á  fines  del  ix,  entre  las  que  protegidas  por  los 
triunfos  de  Alfonso  III  renacieron  y  se  colonizaron  y  se  ciñeron 
de  fuertes  muros  para  guardar  la  frontera.  Hízola  á  menudo 
residencia  suya  Alfonso  IV,  y  contando  afianzar  y  extender  sus 
conquistas  por  aquel  lado  más  de  lo  que  sus  inclinaciones  mo- 
násticas prometían,  erigióla  en  silla  episcopal  hacia  el  año  927. 
De  esta  diócesis,  formada  de  desmembraciones  de  las  de  León 


VALLAD  OLID  183 

y  Astorga  y  anterior  á  la  de  Falencia,  sólo  se  conocen  dos  pre- 
lados, Ildefredo  en  959  y  después  Teodisclo;  pues  como  con- 
traria á  los  cánones  la  mandó  suprimir  en  974  un  concilio  re- 
unido en  León  por  la  infanta  Elvira,  tía  y  tutora  de  Ramiro  III. 
Mas  entonces  ya  la  condecoraba  una  gloria  más  insigne  que 
su  breve  dignidad,  el  lauro  de  la  inmortal  jornada  de  Julio 
^^  939  (i)-  Precedida  de  un  eclipse  de  sol  de  temeroso  agüero 
para  unos  y  otros  combatientes,  trabóse  á  vista  de  Simancas 

■ 

una  acción  sangrienta  entre  Ramiro  II  que  iba  en  socorro  de  los 
sitiados  de  Zamora  y  el  califa  Abderramán  III:  la  España  cris- 
tiana y  la  sarracena,  cansadas  ya  de  una  lucha  de  dos  siglos, 
parecían  haber  juntado  allí  sus  fuerzas  para  decidir  de  una  vez 
los  destinos  de  la  península.  Desde  la  aurora  estremecía  el  sue- 
lo el  movimiento  de  entrambas  huestes  y  ensordecían  el  aire  sus 
trompetas  y  alaridos;  pero  no  se  mezclaron  hasta  después  de 
levantado  el  sol,  sin  que  palidecieran  en  aquel  formidable  cho- 
que los  que  tres  días  antes  habían  temblado  de  un  fenómeno 
natural.  En  la  delantera  y  centro  de  la  batalla  hacía  prodigios 
de  valor  el  príncipe  Almudafar,  tío  del  califa;  pero  resistían  bra- 
vamente los  apiñados  escuadrones  cristianos  sostenidos  por  los 


( I )  En  el  tomo  de  Asturias  y  León  observamos  que  los  que  distinguían  la  batalla 
de  Simancas  de  la  de  Zamora  fijaban  la  primera  en  el  19  de  Julio,  día  en  que  acon- 
teció el  eclipse ;  pero  habiendo  sido  éste  tres  días  anterior  á  aquel  combate,  debe 
referirse  más  bien  al  día  22,  El  orientalista  Dozy  en  el  primer  tomo  de  susRecher- 
ches  sur  Vhisioire  et  la  litterature  i'Esj(>a^n&  últimamente  publicadas,  niega  la  céle- 
bre acción  de  los  fosos  de  Zamora,  como  fundada  únicamente  en  el  error  que  supo- 
ne cometido  por  el  escritor  árabe  Masoudi,  al  tomar  por /oso  la  palabra  i4//^/ianúfec, 
siendo  nombre  propio  del  lugar  Alhandega  donde  se  completó  la  derrota  de  los 
fugitivos  musulmanes :  este  error,  si  lo  es,  se  generalizó  desde  muy  antiguo,  pues 
Morales  afirma  ya  que  en  las  crónicas  arabescas  esta  batalla  se  conoce  por  la  del 
barranco.  Verdad  es  que  nuestros  cronistas  la  pasan  en  silencio :  la  de  Simancas 
la  refieren  unos  al  año  934,  otros  al  938,  y  alguno  al  940.  Nadie  la  relata  con 
más  copiosos  é  interesantes  detalles  que  Conde :  lástima  que  á  los  orientalistas 
merezca  tan  poca  confianza !  Otro  historiador  árabe  citado  por  Dozy  atribuye  la 
derrota  de  los  sarracenos  á  traición  de  los  nobles  irritados  por  el  valimiento  que 
dispensaba  el  califa  á  Nadjda  de  Hira,  oscuro  esclavo.  En  varios  cronicones  alema- 
nes se  halla  consignado  el  recuerdo  de  esta  victoria  de  los  cristianos  unido  al  del 
eclipse,  mencionando  además  á  cierta  reina  Toda,  que  no  puede  ser  otra  que  la 
varonil  regente  de  Navarra,  adiada  tal  vez  de  Ramiro  II  y  participe  de  su  gloria  en 
el  combate. 


184  VALLADOLID 

auxiliares  muslimes  que  había  traído  el  tránsfuga  valí  de  Santa- 
ren,  al  paso  que  el  monarca  leonés  con  sus  caballos  armados  de 
hierro  hendía  y  desbarataba  las  alas  enemigas  formadas  por  las 
gentes  de  Toledo  y  de  Badajoz.  El  califa  al  frente  de  su  guar- 
dia y  de  la  flor  de  la  caballería  andaluza  restableció  la  suerte 
del  combate,  que  para  los  suyos  se  volvía  ya  en  derrota :  nues- 
tras historias  afírman  que  ésta  se  consumó  con  matanza  de 
ochenta  mil  Ínfleles,  escapando  apenas  Abderramán  semivivo; 
las  arábigas  pretenden  que  la  noche  separó  á  los  dos  ejércitos  y 
que  descansaron  sobre  cadáveres,  esperando  con  temor  é  impa- 
ciencia la  vuelta  del  día  para  terminar  su  contienda.  Añaden 
que  los  recelos  infundidos  á  Ramiro  por  el  traidor  valí  de  San- 
taren,  Omeya-benishac  (i),  y  la  muchedumbre  de  banderas 
muslímicas  abultada  por  la  incierta  luz  del  crepúsculo,  decidie- 
ron al  rey  de  León  á  retirarse,  salvando  de  su  poder  á  los  que- 
brantados sarracenos;  y  en  efecto  parece  que  la  victoria  de  los 
cristianos,  por  más  que  brillante,  no  fué  bastante  completa  y 
decisiva  para  hacer  levantar  el  sitio  de  Zamora,  en  cuyos  fosos 
pocos  días  después  se  coronaron  de  igual  gloria  sus  valientes 
defensores. 

Esta  épica  batalla,  que  enlazada  con  visiones  y  prodigios, 
conmovió  vivamente  la  fantasía  de  largas  generaciones,  marcada 
con  dolor  y  espanto  en  la  memoria  de  los  vencidos,  y  saludada 
con  júbilo,  á  pesar  del  aislamiento  tan  absoluto  á  la  sazón  entre 
las  naciones,  hasta  en  el  más  remoto  confín  de  la  cristiandad, 
no  aseguró  sin  embargo  tranquilidad  duradera  á  la  fronteriza 
Simancas.  Desalojó  de  sus  muros  á  los  cristianos  hacia  el  950, 
si  hemos  de  creer  á  los  anales  arábigos,  el  valí  Ahmed-ben-Said 
Abu-Amer,  y  en  964  la  tomó  otra  vez  y  destruyó  el  califa  Alha- 


(i)  Pudiera  suponerse  que  este  personaje  es  el  Abu-Yahia  de  Zaragoza,  que 
según  Sampiro  militaba  con  el  califa  y  fué  hecho  prisionero  por  Ramiro  II  su  anti- 
guo confederado,  á  pesar  que  no  convienen  del  todo  las  circunstancias.  Ibn-Khal- 
doun  citado  por  Dozy  refiere  el  cautiverio  de  un  Mohamed-ibn-Hachim  el  Todjibita 
gobernador  de  Zaragoza. 


VALLADOLID  185 

kem  11;  si  damos  fe  á  alguno  de  nuestros  historiadores  (i),  so- 
corrióla por  este  tiempo  el  conde  de  Castilla  Fernán  González 
que  la  había  repoblado  y  fortalecido,  dejando  tendidos  en  sus 
campos  diez  mil  infieles.  Pero  la  más  cierta,  la  más  terrible  de 
sus  desgracias,  la  que  señalan  unos  y  otros  por  memorable,  es 
la  que  padeció  cayendo  en  manos  del  irresistible  Almanzor  en 
el  verano  de  981,  después  que  fueron  destrozadas  en  la  vecina 
llanura  de  Rueda  las  fuerzas  reunidas  de  los  castellanos,  nava- 
rros y  leoneses,  t  Cercóla  con  sus  estancias  repartidas,  dice  un 
documento  contemporáneo  (2),  y  aquejándola  con  sus  arcos  y 
saetas,  derribando  sus  muros  y  abriendo  sus  puertas,  entró  con 
ferocidad  el  lugar ;  todos  los  que  allí  encontraron  xle  los  cristia- 
nos pasaron  á  cuchillo  los  moros  crueles  con  su  espada  venga- 
dora.! Entre  los  defensores  cayó  el  que  era  sin  duda  su  caudi- 
llo, el  conde  Nepociano  Díaz,  cufiado  de  Ramiro  III,  casado  con 
su  hermana  la  infanta  D.*  Oria.  A  esta  época  se  refiere  la  le- 
yenda de  las  siete  mancas  doncellas  mutilándose  á  sí  mismas 
para  guardar  su  castidad,  las  cuales,  si  no  han  dado  su  nombre 
al  pueblo  según  pretenden  ignorantes  etimologistas  (3),  han 
formado  por  lo  menos  su  blasón.  Más  verdadera  gloria  comuni- 
ca á  Simancas  la  constancia  de  los  cautivos,  que  acaso  por  más 


(i)  Luís  del  Mármol,  quien  en  su  descripción  de  África  hizo  uso  de  las  histo- 
rias arábigas.  Tal  vez  este  hecho  se  confunde  con  la  parte  que  tomó  el  conde,  no 
en  la  célebre  victoria  de  Simancas,  sino  después  en  la  persecución  de  los  enemi- 
gos, según  se  desprende  del  famoso  privilegio  del  voto  que  otorgó  al  monasterio 
de  San  Millán  de  la  Cogulla. 

(2)  Es  un  privilegio  de  Veremundo  II,  de  7  de  Febrero  del  año  985  ó  986,  en 
que  hace  donación  á  la  catedral  de  Santiago  de  los  bienes  de  Domingo  Sarracino, 
martirizado  en  Córdoba.  Transcríbelo  Morales  juntamente  con  otro  expedido  á  fa- 
vor del  monasterio  de  Samos,  que  habla  del  conde  Nepociano  Díaz  y  de  su  muerte 
en  Simancas.  En  cuanto  á  la  data  del  suceso  seguimos  á  Dozy ;  los  anales  Complu- 
tenses señalan  el  año  983,  y  los  de  Cárdena  el  984.  Estos  dicen :  «tomaron  á  Siet- 
mancas,  et  fué  quando  la  de  Roda.» 

(3)  Semejante  hablilla  del  vulgo  extrañamos  verla  acogida  por  autores,  que 
cualquiera  fuese  su  criterio,  no  podían  ignorar  que  el  pueblo  se  llamase  Septi- 
manca  desde  la  época  romana,  y  no  sabemos  dónde  halló  Méndez  Silva  que  lleva- 
se entonces  el  nombre  de  Séntica  y  en  tiempo  de  Alfonso  I  el  de  Bureva :  todos  los 
documentos  están  acordes  en  desmentirlo.  El  blasón  de  la  villa  es  un  castillo  con 
una  estrella  y  siete  manos  en  la  orla. 

24 


l86  VALLADO  LID 


ricos  perdonó  la  cimitarra,  y  que  traídos  á  Córdoba  languide- 
cieron en  sus  mazmorras  durante  dos  años  y  medio,  hasta  que 
vertieron  su  sangre  en  medio  de  la  pla¿a,  cuando  ya  se  hallaba 
en  camino  para  conseguir  su  rescate  un  mensajero  del  rey  Ve- 
remundo.  Entre  ellos  se  ha  conservado  únicamente  el  nombre 
de  Domingo  Yáfiez  Sarracino,  que  en  aquel  término  y  en  el  de 
Zamora  poseía  cuantiosas  haciendas  (i). 

Simancas  no  reparó  sus  estragos  ni  se  consideró  definitiva- 
mente segura  sino  un  siglo  después  con  la  conquista  de  Toledo; 
pero  con  el  peligro  disminuyó  también  su  importancia,  y  la  que 
en  el  siglo  x  era  custodia  de  la  frontera,  fortaleza  sólo  inferior 
á  la  de  Zamora,  y  honrada  con  el  título  de  ciudad,  suena  ya 
raras  veces  en  el  xii,  confundida  con  las  rústicas  poblaciones  de 
Campos.  £1  súbito  crecimiento  de  Valladolid,  plantada  tan  cerca 
de  ella  sobre  la  ribera  misma,  robábale  por  decirlo  así  toda  su 
savia  y  vigor.  Dícese  que  en  1202  aún  poseía  Simancas  un  tér- 
mino muy  dilatado ;  mas  en  breve  la  hallamos  incorporada  al 
de  la  nueva  capital,  á  cuyo  municipio  fué  concedida  como  una 
de  tantas  aldeas  en  6  de  Noviembre  de  1255,  privada  de  tener 
fuero  propio.  Dependencia  tan  humillante,  en  vez  de  quebrantar 
los  ánimos  de  sus  moradores,  los  exacerbaba  más  con  el  recuer- 
do de  sus  antiguos  timbres,  dando  lugar  á  discordias  y  reyertas 
entre  la  villa  decadente  y  la  pujante,  mal  apagadas  todavía  en 
el  siglo  XVI. 

Desde  aquel  punto  la  historia  de  Simancas  se  identifica  con 
la  de  la  nueva  corte,  cuya  proximidad  más  bien  que  honores  y 
ventajas  atraía  sobre  ella  peligros,  agitaciones,  armamentos,  en 
las  continuadas  revueltas  civiles  que  hervían  al  rededor  del 
trono.  Ocupóla  en  1 296  el  rey  Dionís  de  Portugal  amenazando 


(i)  Todo  consta  del  privilegio  del  986  arriba  mencionado.  Morales  creyó  ha- 
ber descubierto  en  el  monasterio  de  San  Acisclo  de  Córdoba  el  epitafio  de  la  mu- 
jer de  Sarracino,  supliendo  algunas  equivocaciones  del  contexto  que  literalmente 
decía  así:  Obiit J amula  D¿L„  Didicus  Sarracini  uxor  era  T vicesim,  V kal.  ags.  La 
data  conviene  con  el  suceso,  ora  se  lea  982,  ora  987,  según  si  se  aplica  la  cifra  V 
al  año  ó  al  día  del  mes. 


VALLADOLID  187 


á  la  varonil  regente  D.*  María;  pero  los  descontentos  castella- 
nos que  le  acompañaban  se  redujeron  á  su  deber,  y  los  extran- 
jeros desbandados  retiráronse  á  toda  prisa.  Allí  se  encerró 
en  1427  Juan  II  con  D.  Alvaro  de  Luna  su  privado,  hasta  que 
no  pudiendo  sostenerle  por  más  tiempo  contra  las  exigencias 
de  sus  enemigos,  hubo  de  salir  para  la  corte  y  el  valido  para  el 
destierro.  Treguas,  negociaciones,  conferencias,  no  caben  en 
cuenta  las  que  allí  se  pactaron  y  tuvieron.  Mas  no  siempre  se 
mantuvo  Simancas  espectadora  pasiva  de  los  acontecimientos: 
en  1465  tomó  partido  por  su  rey  Enrique  IV  contra  la  rebelde 
liga,  y  cuando  los  sublevados  de  Valladolid,  después  de  batir  á 
Peñaflor,  acamparon  en  las  cuestas  que  la  dominan,  la  fíel  villa 
les  resistió  denodadamente,  defendida  por  Juan  Fernández  Ga- 
lindo.  Parodiando  la  escena  de  Ávila,  cuyo  principal  autor  había 
sido  el  arzobispo  de  Toledo,  más  de  trescientos  mozos  de  espue- 
la pasearon  con  ignominia  la  estatua  del  sedicioso  prelado  á 
vista  de  los  sitiadores,  y  publicada  la  sentencia  á  voz  de  prego- 
nero, la  quemaron  en  medio  de  la  plaza  al  son  de  esta  canti- 
nela: 

Esta  es  Simancas,  D.  Opas  traidor, 
esta  es  Simancas,  que  no  Pefiaflor. 

En  SU  castillo,  jamás  hostil  á  la  corona  aunque  puesto  bajo 
la  tenencia  del  almirante,  educóse  D.  Fernando  nieto  de  los 
Reyes  Católicos;  y  fallecido  en  1 506  su  padre  el  archiduque,  los 
simanquinos  no  consintieron  la  entrada  á  los  de  Valladolid  que 
reclamaban  al  tierno  infante,  sino  que  le  acompañaron  á  su 
nueva  residencia  por  no  delegar  á  nadie  su  custodia.  Pronto  se 
convirtieron  los  almenados  muros  de  residencia  de  príncipes  en 
prisión  de  estado,  sofocando  dos  años  después  los  dolorosos 
ayes  que  arrancaba  la  tortura  á  D.  Pedro  de  Guevara,  á  vuelta 
de  graves  revelaciones  contra  el  Gran  Capitán  y  otros  magna- 
tes de  Castilla,  cuyo  descontento  del  Rey  Católico  atizaba  el 
emperador  Maximiliano.  En  1 5 1 5  sirvieron  de  cárcel  al  vicecan- 


l88  VALLADOKin 


ciller  de  Aragón  Antonio  Agustín,  destituido  del  favor  de  su 
monarca  por  no  haberle  servido  á  medida  de  su  gusto  en  las  cor- 
tes del  reino;  y  en  15 19  recibieron  á  D.  Pedro  mariscal  de  Na- 
varra, víctima  de  la  lealtad  á  sus  desposeídos  reyes  por  quie- 
nes despreció  dignidades  y  libertad,  hasta  que  en  1523  puso 
término  á  sus  días  una  cristiana  muerte,  ó  según  añrman  otros, 
un  desesperado  suicidio  (i). 

Con  la  guerra  de  las  Comunidades  se  reveló  más  enconada 
que  nunca  la  rivalidad  entre  Simancas  y  Valladolid.  Padilla  y 
Bravo  á  su  paso  por  la  villa,  al  traer  presos  á  los  oidores  del 
consejo  real,  se  descuidaron  de  ocuparla  y  guarnecerla,  y  die- 
ron lugar  á  que  sus  enemigos  acampados  en  Rioseco  vinieran 
á  instancia  de  los  habitantes  á  enarbolar  en  aquellos  muros  el 
pendón  del  monarca.  Mandados  por  el  conde  de  Oftate  hostiga- 
ban sin  cesar  los  caballeros  á  los  de  la  Junta,  interceptando  sus 
comunicaciones,  tomándoles  los  víveres  y  rebaños,  y  llegando 
en  sus  correrías  á  las  puertas  de  la  sublevada  capital,  donde  el 
viejo  capitán  Tristán  Méndez  hacía  proezas  dignas  de  los  anti- 
guos tiempos.  Cansados  los  comuneros  de  estas  escaramuzas 
en  que  como  menos  expertos  y  disciplinados  llevaban  siempre 
la  peor  parte,  emprendieron  el  sitio  de  aquel  padrastro  que  no 
les  daba  tregua  ni  reposo ;  pero  se  lo  hicieron  abandonar  muy 
pronto  los  certeros  tiros  de  la  artillería,  y  Simancas,  satisfecha 
de  vengar  sus  agravios  particulares  á  la  sombra  de  sus  servicios 
políticos,  se  quedó  con  el  doble  timbre  de  fiel  y  de  vencedora. 


(i)  Acerca  de  ambos  personajes  cuenta  singulares  rumores  la  historia  manus- 
crita del  cura  Cabezudo.  Del  vicecanciller  dice  que  «no  quiso  el  rey  decir  por  en- 
tonces la  causa  de  su  prisión,  y  aunque  el  rey  ponia  otros  colores,  la  verdad  fué 
por  requerir  de  amores  á  la  reina  Germana  su  mujer.»  Especie  que  nos  parece  por 
demás  absurda  tratándose  del  grave  y  ya  provecto  magistrado :  soltóle  con  fian- 
zas el  cardenal  Cisneros  durante  su  regencia.  En  cuanto  al  mariscal  refiere  la  cita- 
da historia,  que  viendo  que  no  terminaba  con  la  vuelta  del  emperador  su  cautive- 
rio, vino  á  caer  en  una  tristeza  tan  grande,  que  con  un  cuchillo  pequeño  de  escri- 
banía se  punzó  toda  la  garganta  y  se  mató.  Lo  mismo  indica  Garibay,  pero  niégalo 
Moret  con  referencia  al  sacerdote  que  le  asistió  y  administró  los  Sacramentos. 
Desde  el  castillo  de  Atienza  habíanle  traído  en  1519a  Barcelona,  donde  se  negó 
'  á  prestar  juramento  á  Carlos  1  mirándole  como  á  usurpador  del  trono  de  Navarra. 


VALLADOLID  189 


Sin  embargo  no  pudo  negar  una  lágrima  seguramente  á 
aquel  gallardo  joven,  que  vestido  de  terciopelo  blanco  y  sereno 
el  rostro  como  si  fuera  á  desposarse,  salió  de  la  fortaleza  para 
el  cadalso  levantado  en  medio  de  la  plaza,  en  la  mañana 
del  14  de  Agosto  de  1522.  Era  D.  Pedro  Maldonado Pimentel, 
regidor  de  Salamanca  y  primo  del  conde  de  Benavente,  el  cual 
desde  la  derrota  de  Villalar  vivía  en  holgada  prisión,  conñando 
en  el  poder  de  sus  deudos  y  descuidado  del  improviso  rayo  que 
hirió  su  cabeza.  Sin  lágrimas  despidióse  del  mariscal  de  Nava- 
rra, compañero  suyo  de  cárcel,  y  de  su  propio  hermano  religioso 
francisco,  que  entró  á  decir  misa  por  él  aguardando  en  el  altar 
la  nueva  de  su  muerte;  y  arrodillado  sobre  una  alfombra  tendió 
su  cabeza  al  verdugo,  mancillando  la  sangre  en  breve  la  blan- 
cura de  su  ropa,  y  hay  quien  dice  que  la  fama  de  su  linaje,  hay 
quien  dice  que  la  púrpura  del  inclemente  César. 

La  expiación  no  tardó  en  recaer  sobre  otra  cabeza  más  de- 
lincuente y  más  ilustre.  Años  había  que  el  turbulento  obispo 
de  Zamora,  como  enjaulado  león,  se  revolvía  impaciente  dentro 
del  castillo  que  por  cárcel  perpetua  se  le  había  dado  (i),  mal  sa- 
tisfecho con  la  vida  que  le  aseguraban  su  sagrada  dignidad  y  su 
noble  parentela.  Un  domingo  de  cuaresma,  25  de  Febrero 
de  1526,  á  hora*  de  vísperas  entró  á  visitarle  por  enfermo  el 
alcaide  Mendo  Noguerol;  pero  después  de  secreta  y  prolongada 
lucha  quedó  cadáver  acribillado  de  heridas,  mientras  el  homicida 
prelado,  saliendo  á  la  barbacana  y  subido  sobre  el  adarve,  me- 
día con  la  vista  el  foso  para  descolgarse  y  huir.  Estorbóselo  no 
sin  respeto  la  gente  que  acudió  á  los  gritos  del  hijo  del  alcaide, 
y  empezó  el  proceso  sobre  el  asesinato  y  la  evasión  proyectada, 
que  al  cabo  de  tres  semanas  de  declaraciones  vino  á  concluir 


(i)  «oí  decir  muchas  veces,  escribe  el  historiador  de  Simancas,  á  personas 
que  en  aquel  tiempo  le  guardaban,  que  siempre  paseaba  en  la  sala  real  grande 
con  tanta  prisa  y  furia  como  si  fuera  huyendo,  y  que  le  duraba  el  paseo  tres  y 
cuatro  horas.  Y  como  un  hidalgo  de  esta  villa  le  dijese:  {por  qué  no  se  sienta 
usía ,  que  estará  cansado  r  le  respondió :  Nunca  están  asentados  estos  sesenta 
años.» 


1()¿  VALl-ADOLID 

de  entrambos  á  Pedro  de  Mazuecos,  todas  bajo  la  dirección  de 
su  privilegiado  arquitecto  Juan  de  Herrera,  inculcando  que  no 
se  afease  la  forma  del  ediñcio  al  ensanchar  su  capacidad.  En 
1588  encomendó  á  Francisco  de  Mora  nuevas  trazas  que  ejecu- 
taron Mazuecos  el  joven,  Diego  de  Praves  y  Francisco  su  hijo, 
durando  la  fábrica  hasta  1631,  mientras  que  diestros  entallado- 
res labraban  prolijamente  los  estantes  (i).  El  archivo  y  su 
disposición  y  arreglo  lo  confió  desde  1566  á  su  secretario  Die- 
go de  Ayala,  á  cuyos  tJescendientes  hasta  nuestros  días  pasó 
vinculado  este  honroso  oficio  (2). 

Bajo  el  aspecto  monumental  ganó  poco  el  castillo  cierta- 
mente; los  recelos  de  Felipe  II  se  cumplieron.  Una  techumbre 
de  plomo  parece  aplastar  su  gallardía;  los  torreones  despoja- 
dos de  su  corona  semejan  palomares,  y  el  principal  lleva  por 
cubierta  un  extraño  chapitel  á  modo  de  campana.  Balcones  y 
rejas  reemplazan  á  los  ajimeces  ó  ventanas  de  medio  punto, 
redondas  lumbreras  asoman  más  arriba...  así  reformaban  He- 
rrera y  sus  discípulos  las  construcciones  de  la  Edad  media. 
Aún  conserva,  sin  embargo,  los  cubos  y  almenas  de  su  barba- 
cana, y  el  ancho  y  profundo  foso,  y  los  puentes  antes  levadizos 
que  á  levante  y  á  poniente  dan  entrada ;  y  no  sin  emoción  atra- 
viesa éste  el  viajero  para  llegar  á  la  puerta  principal,  cuyo  arco 
sellan  las  armas  reales  y  cuyas  torres  desfiguran  las  adiciones 
del  siglo  pasado.  £1  patio  grande,  la  esbelta  galería  que  lo  do- 


(i)  De  los  artífices  que  aUí  trabajaron  trae  Ceán  Bermúdez  una  extensa  rela- 
ción de  la  cual  resulta  que  el  entallador  Rodrigo  Daques  labró  en  i  <)64  las  alace- 
nas de  la  sala  baja  de  la  torre  vieja  y  en  i  567  las  de  la  sala  superior  titulada  del 
patronato  viejOy  Pedro  Mazuecos  el  mozo  en  i  589  las  piezas  bajas  de  la  izquierda, 
el  escultor  Hernando  Munal  la  portada  de  las  salas  de  estado  en  i  <>90,  las  bajas  de 
la  derecha  en  i  592  Tomé  Cavano  y  Gonzalo  de  Acevedo,  y  Juan  de  Pintos  en  1  $9? 
la  escalera  principal. 

(3)  El  último,  D.  Hilarión  de  Ayala,  murió  en  1844.  Después  de  los  incalcula- 
bles trabajos  que  en  el  archivo  prestó  su  fundador  Diego  de  Ayala,  los  principales 
son  debidos  á  D.  Francisco  de  Hoyos,  á  D.  Antonio  su  hijo  y  á  D.  Pedro  García  de 
los  Ríos  que  en  el  siglo  xvii  hicieron  los  inventarios, y  áD.  Tomás  González,  canó- 
nigo de  Plasencia,  que  lo  reorganizó  después  de  los  trastornos  de  la  invasión  fran- 
cesa. 


valí.  ADOLID  193 

-  —  >  — ^ — —— — ^— ^— __^___ 

mina,  atraen  de  pronto  las  miradas;  pero  luego  olvida  las  for< 
mas  artísticas  y  los  recuerdos  locales  y  el  edificio,  para  ocupar- 
se sólo  del  histórico  caudal  que  encierra. 

Á  su  derecha  é  izquierda  tiéndense  en  el  piso  bajo  dos 
líneas  de  salas,  regulares  unas,  prolongadísimas  otras,  algunas 
octógonas  ó  circulares  colocadas  en  el  hueco  de  los  torreones. 
Sube  la  espaciosa  escalera,  y  en  el  principal  ve  reproducida 
igual  distribución;  las  salas  de  estado  enlosadas  con  jaspes 
blancos  y  negros,  cubiertas  de  techo  artesonado,  vestidas  de 
primorosa  estantería  del  xvi,  cual  si  de  su  recinto  se  hubiera 
querido  desalojar  los  suspiros  del  cautiverio  y  los  gritos  de  la 
tortura ;  el  cubo  que  fué  prisión  de  Acuña  convertido  en  lindísi^ 
mo  gabinete  con  florones  en  su  bóveda.  Con  las  del  segundo  y 
tercer  piso  se  cuentan  más  de  cuarenta  estancias  (i),  las  más 
con  anaqueles  de  yeso,  varias  con  un  corredor  que  á  media 
altura  las  circuye.  Allí  está  la  historia  de  España,  cuando  Es- 
paña era  casi  la  Europa  por  no  decir  el  universo,  la  de  Italia, 
Flandes  y  el  Nuevo  Mundo  que  poseía,  la  de  Alemania,  Francia 
é  Inglaterra,  sus  enemigas  ó  sus  aliadas.  Allí  los  tres  reinados 
más  gloriosos,  los  Reyes  Católicos,  el  Emperador,  Felipe  II  el 
creador  de  aquel  inmenso  panteón  de  memorias  que  puede  evo- 
car cualquiera  ante  la  posteridad,  para  cuyo  juicio  dejó  el  mis- 
mo tantos  datos  en  millares  de  notas  y  apuntes  escritos  de  su 
mano  laboriosa.  Aquel  gran  tesoro,  que  tentó  la  imperial  codi- 
cia de  Napoleón  y  cuyo  despojo  emprendió  en  1 8 10  sin  que  haya 
podido  lograrse  en  más  de  medio  siglo  su  restitución  completa, 
aquel  tesoro  explorado  alguna  vez  por  nuestros  escritores  y  más 
á  menudo  por  los  extranjeros,  yace  todavía  desconocido  en  su 
mayor  parte,  y  quizá  no  ha  revelado  hasta  ahora  sino  una  mí- 
nima porción  de  sus  secretos.  El  ánimo  desfallece  bajo  el  cúmulo 
de  materiales  existentes  y  de  los  que  cada  día  van  entrando,  y 


(i)  Los  departamentos  principales  son  los  de  real  patronato,  registro  general 
del  sello,  estado,  guerra  y  marina,  contaduría  mayor  y  dirección  general  de  ren- 
tas, cada  uno  de  los  cuales  ocupa  varias  salas. 

95 


194  VALLADOLID 


naturalmente  se  ocurre  preguntar:  ¿quién  de  esa  balumba  de 
papeles  contemporáneos  se  lanzará  á  desentrañar  la  historia 
del  siglo  XIX  ? 

Al  revés  de  la  fortaleza,  la  perspectiva  exterior  de  la  villa 
es  más  grata  que  sus  adentros.  Un  antiguo  puente  de  diez  y 
siete  arcos,  ceñido  de  modillones  por  debajo  de  su  pretil,  sub- 
yuga á  sus  pies  el  ancho  Pisuerga;  restos  de  muralla  la  circu- 
yen, y  el  caserío  se  eleva  en  anñteatro,  dominado  por  la  parro- 
quia y  el  archivo  que  guardan  entre  sí  cierta  simétrica  analogía. 
Por  dentro  es  un  rústico  villorrio  de  doscientos  vecinos,  donde 
no  encuentra  el  estudioso,  no  ya  esparcimiento,  pero  ni  cómodo 
albergue  siquiera.  Poco  antes  de  las  Comunidades  destruyó  un 
incendio  su  antigua  iglesia  de  San  Salvador,  y  la  claustra  servía 
para  el  culto  provisionalmente,  cuando  en  uno  de  sus  ángulos 
fué  sepultado  el  infeliz  Acuña.  El  nuevo  templo,  construido  al 
estilo  gótico  del  xvi,  ostenta  su  trebolado  portal,  y  despliega 
con  elegancia  sus  tres  naves  ¡guales  en  altura,  sostenidas  por 
columnas  cilindricas  de  estrecho  capitel ;  el  retablo,  que  hasta 
1 5  7 1  no  se  acabó  de  pintar,  es  fama  que  lo  labró  el  insigne 
Juní,  escultor  de  Valladolid,  de  cuya  diestra  mano  no  desdicen 
sus  medallones,  figuras  y  relieves.  De  la  vieja  fábrica  no  sub- 
siste más  que  la  torre  bizantina  que  las  llamas  respetaron,  me- 
tida toda  en  la  actual  fachada  y  afeada  con  un  moderno  remate: 
molduras  ajedrezadas  orlan  sus  arcos  y  ciñen  sus  cuatro  cuer- 
pos, y  en  el  tercero  y  cuarto  ábrese  un  magnífico  ajimez  en 
cuyos  capiteles  se  observan  extrañas  y  profusas  labores. 

Pero  si  en  este  género  busca  el  artista  una  perfecta  y  bien 
conservada  joya,  no  la  encontrará  sino  en  un  pueblo  de  catorce 
chozas  más  bien  que  casas,  á  medio  camino  entre  Simancas  y 
Valladolid.  La  parroquia  de  Arroyo  de  la  Encomienda,  que  por 
sus  dimensiones  pudiera  calificarse  de  ermita,  no  es  una  ruina 
ni  parece  una  antigualla,  sino  un  lindísimo  dige  acabado  de  ayer, 
ó  por  lo  menos  desenterrado  de  profundidades  donde  no  le  al- 
canzaran los  estragos  del  tiempo.  Todo  lo  que  constituye  una 


VALLADOLIt> 


196  VALLADOLID 

iglesia  del  siglo  xii,  todo  lo  presenta  en  exquisita  miniatura:  á 
un  lado  el  portal  semicircular  con  sus  tres  arcos  concéntricos  y 
decrecentes  y  bordados  los  arquivoltos ;  bellos  capiteles,  pre- 
ciosas cornisas,  grotescos  y  variados  caprichos  en  las  ménsulas; 
el  ábside  en  su  redondez  perforado  por  tres  ventanas  que  se 
estrechan  hacia  dentro,  apoyando  sus  dovelas  sobre  cortas  co- 
lumnas con  grupos  de  ángeles  y  animales  por  capitel.  Dijérase 
que  es  el  modelo  de  una  basílica  grandiosa  que  se  quedó  olvi- 
dado en  aquella  soledad;  y  la  soledad,  y  el  olvido  y  la  pobreza 
le  han  protegido  mejor  que  no  hubieran  hecho  la  estimación,  la 
frecuencia  y  la  liberalidad  de  las  gentes. 

Otro  monumento  de  época  y  carácter  diferente,  aunque  no 
menos  completo,  se  eleva  al  nordeste  y  á  una  leg^a  de  Valla- 
dolid,  y  es  el  castillo  de  Fuensaldaña.  Fabricáronlo  en  el  si- 
glo XV  y  lo  poseyeron  por  más  de  dos  centurias  los  Viveros 
vizcondes  de  Altamira  y  señores  del  pueblo,  del  cual  tomaron 
título  de  condes  á  fines  del  xvi  (i):  su  primer  ascendiente  fué 
el  contador  real  Alonso  Pérez,  á  quién  hizo  arrojar  fuera  de  sí 
el  condestable  Luna  por  una  ventana  del  alcázar  de  Burgos  el 
día  de  viernes  santo  de  1453;  el  segundo  Juan  de  Vivero,  en 
cuya  casa  se  celebró  el  enlace  de  los  Reyes  Católicos.  Al  cons- 
truirse aquel  albergue,  el  poder  feudal  se  hallaba  ya  agonizante, 
y  poco  recelo  inspiraba  la  aparición  del  alcázar  aristocrático  á 
las  puertas  mismas  de  la  capital.  Sin  embargo,  no  vienen  á  di- 
simular ó  á  suavizar  su  guerrero  continente  adornos  cortesanos, 
y  todo  en  él  anuncia  más  bien  una  fortaleza  que  una  fastuosa  y 
pacífica  morada.  Por  cima  del  cuadrado  recinto  de  un  muro  que 
le  cerca  por  tres  lados  guarnecido  de  almenas  y  salientes  cubos^ 
descuella  á  gallarda  altura  el  edificio  de  planta  cuadrilonga, 
sobresaliendo  los  cuatro  torreones  que  guardan  sus  ángulos  y 
las  dos  garitas  que  resaltan  en  el  centro  de  los  lienzos  más 


(i)    La  sucesión  de  esta  ilustre  casa  ha  venido  á  recaer  en  la  del  marqués  de 
Alcañices. 


VALLADOLID  I97 

prolongados ;  los  bélicos  matacanes  y  los  merlones  recortados 
en  triángulo  con  bolas  á  modo  de  perlas  en  sus  cúspides,  le 
forman  al  rededor  una  condal  diadema  de  incomparable  majes- 
tad. Allí  la  gentileza,  hermanada  constantemente  con  la  robus- 
tez, evita  la  pompa  y  desdeña  los  atavíos:  sencilla  es  la  ojiva 
de  la  entrada,  sin  más  escultura  que  el  blasón  de  sus  dueños; 
desnudas  las  salas  sobrepuestas  una  á  otra,  á  las  cuales  se  sube 
desde  el  patio  por  una  escalera  aislada  con  puente  levadizo; 
lisas  y  angostas  y  cerradas  con  fuerte  reja  las  ventanas  levan- 
tadas tres  ó  cuatro  escalones  sobre  el  piso;  por  doquiera  ma- 
cizas bóvedas  y  paredes  de  formidable  espesor.  Á  ellas  sin  duda, 
no  menos  que  á  su  actual  destino  de  granero,  debe  el  castillo 
su  conservación  excepcional.  A  sus  pies  se  dilata  el  pueblo,  y  se 
cimbrea  tíb  sin  gracia  la  torre  de  su  parroquia  mitad  de  piedra 
y  mitad  de  ladrillo,  y  oran  por  los  condes  sus  fundadores  las 
monjas  concepcionistas,  privadas  ya  del  tesoro  inestimable  que 
les  atraía  incesantes  visitas  y  limosnas  de  los  viajeros,  á  saber, 
tres  excelentes  pinturas  de  Rubens  que  desde  su  altar  mayor 
pasaron  á  ocupar  el  puesto  preferente  en  el  museo  de  Vallado- 
lid  (i). 

No  por  todas  partes  se  ofrecen  al  artista  tan  lisonjeros  ha- 
llazgos, harto  preciosos  para  ser  frecuentes,  pero  en  cambio 
produce  la  comarca  abundante  cosecha  de  recuerdos.  Al  norte 
de  Fuensaldaña  se  tropieza  con  Mucientes,  lugar  donde  Felipe 
el  Hermoso  puso  en  observación  á  la  triste  reina  D.^  Juana  antes 
de  entrar  en  Valladolid  á  su  regreso  de  Flandes,  sin  que  lograra 
convencer  de  la  demencia  de  su  esposa  á  los  grandes  de  Casti- 
lla que  acudieron  á  visitarla  (2).  A  su  levante  aparece  Cigales 


(i)  Véase  la  página  1 19  de  este  tomo.  En  el  pavimento  de  la  iglesia  de  dichas 
religiosas,  hay  una  lápida  con  la  siguiente  inscripción  y  su  escudo  correspon- 
diente: «Aquí  yace  D.  Alonso  hijo  del  señor  D.  Alonso  Pérez  de  Vivero,  conde  de 
Fuensaldaña,  murió  á  4  de  diciembre  de  1 68 1 .» 

(2).  Fueron  éstos  el  almirante  y  el  conde  de  Benavente,  que  hallaron  en  aque- 
lla fortaleza  á  D.'  Juana  acompañada  del  cardenal  Cisneros  y  de  Garcílaso,  y  como 
en  los  días  que  hablaron  largamente  con  ella  no  la  encontrasen  nunca  desconcer- 


198  VALLADOLID 


tan  nombrada  en  las  crónicas  del  xiv  y  xv^  campamento  de  los 
ex-tutores  de  Alfonso  XI,  D.  Juan  Manuel  y  D.  Juan  confede- 
rados contra  los  validos  del  monarca,  teatro  de  la  efímera  re- 
conciliación del  rey  D.  Pedro  con  sus  bastardos  hermanos  Don 
Tello  y  D.  Enrique  en  un  día  de  Mayo  de  1353,  y  de  otra  no 
menos  pasajera  en  1427  entre  el  débil  Juan  II  y  los  bulliciosos 
infantes  de  Aragón  que  traían  revuelta  su  corte.  Todavía  mués 
tra  la  villa  el  antiguo  y  ruinoso  palacio  donde  fué  á  morir  en 
18  de  Octubre  de  1558  la  reina  María  viuda  de  Luís  rey  de 
Hungría  y  de  Bohemia,  al  mes  no  cumplido  del  fallecimiento  del 
Emperador  su  hermano.  También  posee  Trigueros  su  palacio  ó 
castillo  (i),  y  en  tiempo  del  conde  Ansúrez  tenía  ya  su  monas- 
terio de  San  Tirso,  cedido  en  1095  ^  ^^  iglesia  de  Valladolid,  y 
otro  de  Santa  María  unido  en  1 1 29  al  de  San  Zoil  de  Carrión 
por  la  condesa  D.^  Mayor  Gómez,  de  ninguno  de  los  cuales 
queda  más  que  la  memoria. 

La  palma  empero  de  antigüedad  la  pretende  Cabezón,  no 
solamente  sobre  las  villas  del  contorno  sino  sobre  la  misma 
Valladolid;  y  en  verdad  que  si  le  faltan  títulos  para  acreditar 
su  pretensión  de  haber  recogido  en  1065  el  postrer  aliento  del 
glorioso  rey  Fernando,  los  presenta  harto  auténticos  en  la 
misma  donación  de  Ansúrez  para  decir  con  orgullo  que  en  al- 
gún tiempo  fué  aldea  suya  la  reina  del  Pisuerga  (2).  Bien  pudo 


tada,  dijeron  con  valentía  al  archiduque  que  se  mirase  bien  en  recluirla.  «Estaba 
sola,  dice  pintorescamente  Zurita,  en  una  sala  escura,  sentada  en  una  ventana, 
vestida  de  negro  y  unos  capirotes  puestos  en  la  cabeza  que  le  cubrían  casi  el 
rostro.» 

(1)  Perteneció  el  señorío  de  Trigueros  á  los  Lujancs  de  Madrid  condes  de 
Castroponce^  el  de  Gigalcs  al  famoso  conde  Pero  Niño,  pasando  sucesivamente  por 
hembras  al  señor  de  Herrera,  al  condestable  de  Castilla,  al  conde  de  Benavente  y  I 
por  último  al  duque  de  Osuna. 

(2)  Ecclesie  Sánete  Marte  de  Valleoliii,  dice  el  conde  en  su  donación  que  in- 
sertamos íntegra  en  la  pág.  32,  site  secus  fluvium  Pisorice  in  territorium del  Cabe- 
zone;  palabras  que  expresan  claramente  que  Valladolid  y  su  iglesia  caían  dentro 
del  territorio  ó  término  de  Cabezón.  En  cuanto  á  la  opinión,  contraria  á  la  de  los 
más  autorizados  cronistas,  de  haber  muerto  allí  Fernando  1,  no  tiene  mejor  apoyo 
que  ciertos  versos  de  un  romance  de  los  del  Cid,  cuya  antigüedad  no  llega  tal 


VALLADOLID  igq 

esto  ser,  porque  siglo  y  medio  antes  que  Valladolid  fué  poblada 
Cabezón  por  Alfonso  III  al  mismo  tiempo  que  Dueñas  y  Siman- 
cas. Su  pintoresca  puente  de  nueve  arcos  sobre  el  Pisuerga,  las 
ruinas  del  castillo  que  coronan  el  cerro  nombrado  de  Altamira, 
realzan  poéticamente  su  aspecto  al  paso  que  atestiguan  su  im- 
portancia. Dióla  en  arras  Alfonso  VIII  á  su  esposa  Leonor  de 
Inglaterra ;  agrególa  el  Décimo  al  concejo  de  Valladolid ;  capi- 
tuló en  ella  con  la  rebelión  Enrique  IV,  declarando  por  sucesor 
á  su  hermano  Alfonso  á  trueque  de  casarle  con  su  dudosa  hija 
D.*  Juana,  é  hízole  jurar  solemnemente  en  30  de  Noviembre 
de  1 464  por  los  tres  estados  reunidos  en  un  campo ;  ganó  su 
señorío  Juan  de  Vivero  con  el  título  de  vizconde  de  Altamira, 
atrincherándose  en  su  castillo  á  favor  de  la  princesa  Isabel.  Co- 
rona dignamente  éstos  sucesos  la  heroica  aunque  desgraciada 
defensa  de  su  puente  contra  las  huestes  de  Napoleón  en  1 2  de 
Junio  de  1808. 

Convertido  en  granja  subsiste  no  lejos  de  Cabezón  el  insig- 
ne monasterio  de  Palazuelos,  donde  se  celebraban  cada  trienio 
los  capítulos  generales  de  la  orden  cisterciense.  Era  antes  una 
villa  que  Alfonso  VIII  dio  en  1213a  Alfonso  Tello  de  Meneses, 
biznieto  del  conde  Ansurez,  y  que  al  momento  transfirió  el  pia- 
doso caballero  á  los  monjes  benedictinos  de  San  Andrés  de 
Valbenigna  para  que  tomando  la  cogulla  blanca  se  establecie- 
sen en  aquella  vega  deleitosa.  Sus  vecinos  en  1224  recibieron 
fuero  del  abad  Domingo,  que  trocaron  por  el  de  Portillo 
en  1 31 3,  año  célebre  para  el  monasterio,  en  cuyo  claustro  se 
juntaron  los  concejos  de  Castilla  para  repartir  entre  la  prudente 
reina  María  y  su  hijo  D.  Pedro  y  su  ambicioso  cuñado  D.  Juan 


vez  al  siglo  xv,  en  que  dice  la  infanta  Urraca  hablando  del  rey  su  padre  al  Cam^ 
peador : 

Fizóos  mayor  de  su  casa 
Y  caballero  en  Coimbra 
Cuando  la  ganó  á  los  moros, 
Cuando  en  Cabezón  moría. 


200  VALLA  ^DOLID 


la  regencia  y  tutoría  del  pequeño  Alfonso  XI.  No  tan  antiguo, 
pero  más  venerado  tal  vez  por  la  santidad  de  Pedro  Regalado 
su  fundador  (i),  floreció  á  orillas  del  Duero  entre  álamos  y 
sauces  el  convento  del  Abrojo,  á  cuyos  austeros  moradores  en- 
vidiaba en  su  agonía  Juan  II ;  pero  también  vendrá  lentamente 
al  suelo  la  humilde  mansión  de  franciscanos  reformados,  que 
supo  conservar  por  tanto  tiempo  su  pobreza,  ilustrada  solamen- 
te por  penitencias  y  milagros.  Mentaráse  vagamente  su  nombre, 
como  se  mienta  hoy  el  del  monasterio  de  Santa  María  que  esta- 
ba algo  más  arriba  en  la  misma  ribera,  del  cual  sólo  se  sabe  que 
fué  dado  en  1067  por  Sancho  II  al  santo  abad  Domingo  de  Si- 
los, sin  poderse  averiguar  si  es  el  que  Sampiro  menciona  con  el 
propio  título,  ^rig^do  sobre  el  Duero  por  el  rey  Ramiro  el  ven- 
cedor de  Simancas. 

Tudela,  Herrera,  Puente  Duero,  se  asientan  una  tras  otra 
cabe  el  río  que  les  da  sobrenombre  y  á  cuyo  celebrado  caudal 
no  corresponde  la  importancia  de  estos  pueblos.  En  Tudela, 
que  es  el  más  crecido,  ningún  resto  de  fortaleza  viene  á  confir- 
mar su  glorioso  significado,  defensa  del  Duero,  aunque  en  las 
escenas  complicadas  de  la  Edad  medía  representó  distintas  ve- 
ces algún  papel.  Tocóle  su  turno  á  Laguna,  cuando  en  ella 
acampó  Alfonso  K  de  León  para  combatir  á  su  propio  hijo 
Fernando  el  Santo,  celoso  de  su  engrandecimiento ;  tocóle  á 
Renedo,  cuando  en  1506  presenció  la  estéril  conferencia  que 
tuvieron  en  una  capilla  el  Rey  Católico  y  su  yerno,  encubriendo 
con  muestras  de  cariño  su  recíproca  desconfianza;  tocóles  en  fin 
á  las  más  humildes  aldeas  del  contorno  hallarse  asociadas  á  al- 
gún hecho  notable  desde  el  siglo  xiii  al  xvi ;  pero  estas  distin- 
ciones eventuales  no  las  llevan  escritas  en  su  aspecto,  y  perma- 
neciendo en  su  condición  oscura,  ellas  mismas  han  olvidado  lo 
que  recuerdan. 


(i)    Fundólo  en  14 15  en  unión  con  el  virtuoso  fray  Pedro  de  Villacreces,  y 
compartía  su  residencia  entre  este  eremitorio  y  el  de  la  Aguilera. 


»Y~\o  así  Peñafiel.  Villa  noble  y  solariega,  con  blasones  pro- 
r^^pios,  con  intrínseca  pujanza,  se  presenta  armada  de  punta 
en  blanco,  levantando  por  cabeza  su  enhiesto  castillo  tan  robus- 
to todavía  como  venerable,  y  defendiéndose  con  su  cintura  de 
murallas  rodeadas  de  foso.  El  Duratón  la  atraviesa  deslizándose 
por  los  ojos  de  dos  puentes,  y  el  Duero  majestuoso  parece  de 
lejos  saludarla  al  romper  sus  aguas  en  los  pilares  de  otro  her- 
moso puente  de  ocho  arcos.  Su  vecindario,  numeroso  respecto 
del  de  los  pueblos  de  Castilla,  pues  excede  de  tres  mil  almas,  se 
distribuye  en  tres  antiguas  parroquias,  Santa  María,  San  Salva- 
dor y  San  Miguel  de  Reoyo,  de  las  cuales  la  segunda  á  fínes 


202  VALLADOLID 


del  siglo  XI  llevaba  el  título  de  real  monasterio.  Bajo  las  bóve- 
das de  la  principal  un  concilio  de  obispos  sufragáneos  de  la 
metrópoli  de  Toledo,  entre  los  cuales  se  contaba  el  de  Falencia, 
dictó  en  1302  importantes  reglas  sobre  reforma  de  la  disciplina 
y  protección  á  los  convertidos.  Con  sus  parroquias  rivalizaba  el 
convento  de  dominicos,  cuya  primera  piedra  puso  en  5  de  Mayo 
de  1324  el  infante  D.Juan  Manuel  destinándolo  tal  vez  para 
panteón  de  su  familia,  aunque  mayor  fama  ha  logrado  con  la 
posesión  de  los  restos  de  la  bienaventurada  Juana  de  Aza,  ma- 
dre del  santo  patriarca  de  la  orden.  Otro  convento  de  francis- 
canos, uno  de  monjas  de  Santa  Clara,  hospitales,  ermitas,  dos 
arrabales  con  sus  respectivas  parroquias,  indican  el  desarrollo 
que  alcanzó  bajo  varios  conceptos  la  población  en  épocas  ante- 
riores. 

Algún  nombre  arábigo  debió  llevar  Peftafiel  entre  los  sarra- 
cenos, si  es  cierto  que  se  la  ganase  hacia  i  o  1 4  el  conde  Sancho 
García.  Al  menos  consta  que  dio  fuero  á  sus  pobladores  el  ada- 
lid castellano,  y  que  en  1256  y  1264  Alfonso  X  les  otorgó  el 
real  y  varias  franquicias  á  sus  caballeros,  protegiéndolos  á  título 
de  concejo  de  extremadura^  es  decir  fronterizo.  Recibióla 
en  1 282  el  infante  D.  Manuel,  hermano  del  Rey  Sabio,  de  manos 
de  Sancho  IV  su  sobrino,  como  regalo  hecho  á  su  recién  nacido 
Juan  Manuel  á  quien  sacó  de  pila  el  rebelde  príncipe,  ó  más 
bien  en  recompensa  del  apoyo  prestado  al  usurpador;  pero  al 
siguiente  año  por  Diciembre  le  sorprendió  la  muerte  en  su  nue- 
vo dominio.  Al  heredar  D.  Juan  Manuel  los  estados  paternos, 
escogió  por  cabeza  de  ellos  á  Peñafiel  enclavada  en  el  centro 
de  Castilla,  y  en  1307  empezó  á  amurallarla;  allí  tuvo  su  corte 
el  ambicioso  magnate,  allí  su  estudioso  retiro  el  escritor  á  la 
vez  filósofo  y  caballeresco  del  Cande  Lucanor;  allí  negoció 
en  1325  el  casamiento  de  su  hija  Constanza  con  el  rey  Alfon- 
so XI  cuya  tutela  acababa  de  ejercer,  y  volvió  á  recibirla 
en  1328  sin  haberse  efectuado  su  enlace,  vengando  la  injuria 
con  prolijas  y  encarnizadas  querellas.  Frente  á  frente  de  la  reg^a 


VALLADOLID  203 

capital  se  alzaba  el  alcázar  del  ofendido  infante,  que  detrás  de 
sus  almenas  desañó  constantemente  la  bravura  del  monarca  y 
le  hostigó  sin  tregua  casi  hasta  1 340  con  osadas  correrías  y  te- 
mibles alianzas.  Cuando  en  el  seno  de  una  honrosa  paz  acabó 
su  agitada  y  laboriosa  carrera,  quisp  reposar  entre  sus  predi- 
lectos religiosos  de  San  Pablo  de  Peñafiel,  en  cuyo  templo  yace 
olvidada  una  de  las  espadas  más  insignes  y  una  de  las  más 
diestras  y  elegantes  plumas  del  siglo  xiv  (i). 

Sus  dos  hijas  estaban  destinadas  á  reinar;  D.^  Constanza  en 
Portugal,  D.^  Juana  en  Castilla  al  lado  de  Enrique  II  su  marido, 
á  quien  había  acompañado  varonilmente  en  el  destierro.  Enton- 
ces seguramente  volvió  Peñafiel  á  la  corona,  pues  Juan  I,  nieto 
del  letrado  infante,  la  cedió  de  nuevo  á  Fernando  su  segundo 
hijo  con  título  de  ducado,  poniéndole  en  la  cabeza  al  darle  la 
investidura  una  guirnalda  de  aljófar.  En  hora  menguada  para 
Castilla  lo  hizo,  porque  subiendo  al  trono  de  Aragón  Fernando 
el  de  Antequera,  la  transfirió  á  su  tercer  hijo  D.  Enrique,  tan 
funesto  por  las  revueltas  que  suscitó  con  sus  hermanos  á  Juan  II. 
Rotas  en  1429  las  hostilidades  entre  ambos  reinos,  introdujo 
en  Peñafiel  á  los  aragoneses  el  conde  de  Castro  Diego  Gómez 
de  Sandoval,  y  desmintiendo  la  villa  su  nombre  cerró  de  pronto 
las  puertas  al  soberano  que  acudió  á  recobrarla;  bien  que  per- 
donada generosamente,  volvió  á  la  obediencia  tan  luego  como 
sus  opresores  se  retrajeron  al  castillo.  No  tardó  éste  en  rendir- 


(i>  El  epitafio,  que  se  le  puso  mucho  después,  dice  que  murió  en  i  362  en  la 
ciudad  de  Córdoba;  pero  desde  el  1  349  cesa  de  figurar  su  nombre  en  las  crónicas 
y  documentos.  Casó  tres  veces,  con  Isabel  hija  de  Jaime  II  rey  de  Mallorca,  con 
Constanza  hija  de  Jaime  II  de  Aragón  y  con  D.*  Blanca  de  la  Cerda  y  Lara;  de  las 
dos  últimas  tuvo  sucesión.  Verno  de  reyes  y  padre  de  reinas,  llena  con  sus  hechos 
la  primera  mitad  del  siglo  xiv  y  con  sus  obras  el  primer  puesto  entre  los  ingenios 
de  su  época :  las  que  andan  impresas  en  el  tomo  51  de  la  Biblioteca  de  Autores 
Españoles  son :  El  conde  de  Lucanor  ó  libro  de  Patronio^  del  caballero  e  del  escude- 
ro^ de  los  estados,  de  las  maneras  del  amor,  de  castigos  ó  consejos  para  su  hijo^  de 
los  frailes  predicadores  y  de  la  asunción  de  Sta,  Marta.  Argote  de  Molina  cita  otras 
varias,  de  los  sabios,  de  la  caza,  de  los  engeños,  de  los  cantares,  de  los  ejemplos. 
Mandó  además  escribir  una  crónica  de  España  y  el  cronicón  latino  de  sus  aconte- 
cimientos más  notables  publicado  en  el  tomo  II  de  la  España  sagrada. 


204 


VALLADO  LID 


se,  y  entró  en  su  torre  prisionero  por  sospechas  de  connivencia 
con  los  rebeldes  el  duque  de  Arjona  D.  Fadrique,  nieto  del 
desgraciado  maestre  del  mismo  nombre  inmolado  por  su  her- 
mano el  rey  D.  Pedro;  pero  aquel  cautiverio  no  fué  prolongado, 
pues  al  siguiente  año  le  puso  término  la  muerte  con  lástima 
universal  (i).  Mal  segura  en  poder  de  infantes  Peftafiel  fué  dada 
después  al  conde  de  Urefta,  á  favor  de  cuyos  descendientes  los 
duques  de  Osuna  la  erigió  Felipe  III  en  marquesado. 

He  aquí  la  rápida  historia  de  sus  vicisitudes  enlazadas  con 
la  varia  suerte  de  sus  dueños ;  no  menos  ilustres  los  tuvo  el 
pequeño  lugar  de  Curiel,  distante  una  legua  al  otro  lado  del 
Duero,  cuyas  dos  parroquias  Santa  María  y  San  Martín  no  se 
hicieron  sin  duda  para  la  escasa  población  presente.  Perteneció 
su  señorío  á  la  incomparable  reina  Berenguela,  dióla  en  arras 
Alfonso  el  Sabio  á  su  esposa  Violante  de  Aragón;  pero  su  cas- 
tillo sirvió  más  veces  de  cárcel  que  de  palacio.  El  revoltoso  in- 
fante D.  Juan  harto  feliz  en  escapar  á  costa  de  un  breve  encierro 
de  las  airadas  manos  del  rey  D.  Sancho  hermano  suyo;  Jaime 
de  Mallorca  rey  de  Ñapóles  recluido  allí  en  1368  por  Enrique 
de  Trastamara  como  aliado  del  rey  D.  Pedro,  hasta  que  pagó 
por  su  rescate  setenta  mil  doblas  la  reina  su  consorte ;  el  bas- 
tardo Sancho  culpable  sólo  por  haber  nacido  del  mismo  don 
Pedro;  todos  suspiraron  impacientes  por  salir  de  aquellos  mu- 


(1)  De  este  suceso  escribe  el  bachiller  de  Cibdad  Real  en  la  carta  XLV  de  su 
centón  epistolar:  «Acá,  en  Astudillo,  se  ha  sabido  la  muerte  del  noble  duque  de 
Arjona,  que  habrá  sido  el  fenecimiento  de  sus  cuitas...  E  el  rey  trae  paños  de  due- 
lo por  su  finamiento,  e  le  ha  mandado  facer  osequias  muy  honorables.  Mas  iqué 
importa?  Que  el  duque  quedará  sepelido  tn  ceternum  en  Peñafíel  do  murió  en  pri- 
sión, e  D.  Fadrique  de  Luna  se  queda  con  Arjona.  Ha  sido  plañida  la  muerte  del 
duque  só  la  piel,  ca  sus  enemigos  le  facian  malo,  e  dicen  otros  que  era  médola  de 
la  humanidad  e  cortesía  e  el  vero  acorrimiento  de  los  que  le  demandaban  ayuda. 
En  la  gloria  le  fará  Dios  la  paga  si  es  vero. »  No  le  trata  tan  bien  el  romance  que 
nos  queda  acerca  de  su  prisión,  pues  pone  en  boca  del  rey  estas  amargas  recon- 
venciones : 


De  vos,  el  duque  de  Arjona, 
Grandes  querellas  me  dan ; 
Que  forzades  las  mujeres 
Casadas  y  por  casar. 


Que  les  bebiades  el  vino 
Y  les  comíades  el  pan, 
Que  les  tomáis  la  cebada 
Sin  se  la  querer  pagar. 


VALLADOLID  205 

ros,  dentro  de  los  cuales  el  tercero  acabó  sus  días  precozmente. 
Hoy  en  la  fortaleza  de  Curíel  y  en  la  de  Castrillo  de  Duero,  lo 
mismo  que  en  la  de  Pefiafiel,  no  flotaría  al  viento  otra  enseña 
que  los  girones  de  la  casa  de  Osuna,  en  quien  no  acumuló  tan- 
tos monumentos  el  destino  sino  para  imponerle  el  deber  glorio- 
so de  conservarlos.  Tal  vez  alcancen  mejor  suerte  estos  castillos 
que  los  monasterios  nacidos  antes  que  ellos  en  las  mismas  már- 
genes, y  que  ahora  se  aniquilan  abandonados:  el  de  Valbuena 
fundado  para  los  cistercienses  por  la  condesa  Estefanía  hija  de 
Armengol  de  Urgel  y  de  la  primogénita  de  Ansúrez,  á  quien 
auxilió  con  liberales  dádivas  Alfonso  VII ;  y  el  de  premonstraten- 
ses  de  Retuerta  erigido  por  D.^  Mayor  la  cuarta  hija  del  pode- 
roso conde,  casada  con  el  progenitor  de  los  Meneses. 

Á  larga  distancia  se  descubre  Portillo,  que  situada  en  em- 
pinado cerro  y  ceñida  de  muros  parece  una  vasta  ciudadela,  que 
domina  su  célebre  castillo  á  manera  de  torre  del  homenaje.  Tres 
arcos  introducen  á  su  recinto;  tres  parroquias  contaba  poco 
tiempo  atrás,  y  alguna  de  sus  ruinosas  iglesias  se  ve  trocada 
en  cementerio;  la  población  se  ha  desparramado  fuera  de  la 
cerca  por  el  pié  de  la  colina.  Del  castillo  lo  que  más  entero 
queda  son  los  subterráneos,  así  como  su  historia  se  reduce  casi 
á  prisiones  y  encierros.  Sufriéronlo  allí  en  el  reinado  de  Juan  II 
muchos  personajes  del  uno  y  del  otro  bando,  incluso  el  mismo 
rey  detenido  en  1 444  en  poder  del  de  Navarra  su  primo  y  cus- 
todiado allí  por  el  conde  de  Castro,  hasta  que  con  pretexto  de 
salir  á  caza  recobró  la  libertad  lanzándose  en  brazos  del  partido 
opuesto.  Tan  sólo  para  D.  Alvaro  de  Luna  tuvo  un  éxito  la- 
mentable este  cautiverio,  del  cual  ya  no  salió  sino  para  encon- 
trar en  Valladolid  el  cadalso.  Por  el  contrario  el  conde  de  Be- 
navente  D.  Alonso  Pimentel  llegó  á  obtener  de  Enrique  IV  el 
señorío  del  lugar  de  su  antigua  reclusión,  y  se  lo  devolvió 
en  1476  Femando  el  Católico  arrancándolo  de  manos  de  los 
portugueses. 

Vasto  término  y  diez  y  ocho  aldeas  reunía  Portillo  cuando 


206  VALLADOLID 


en  1255  y  después  en  1325  fué  agregada  al  concejo  de  Valla- 
dolid :  su  fuero  propio  debió  gozar  de  crédito,  pues  lo  solicitaban 
los  pueblos  comarcanos.  Pero  la  inmediata  villa  de  Mojados  re- 
cibió en  1 1 75  el  de  Madrigal  de  su  nuevo  señor  el  obispo  de 
Falencia,  á  quien  se  la  dio  Alfonso  VIII.  Mojados  se  asienta  á 
orillas  del  río  Cega  al  extremo  de  un  puente;  y  las  cuadradas 
torres  y  los  ábsides  bordados  por  fuera  con  arabescos  de  ladri- 
\\o,  imprimen  en  sus  parroquias  San  Juan  y  Santa  María  un  ca- 
rácter monumental.  Á  Iscar  rodean  dilatados  pinares,  y  al  par 
que  la  distinguen  sus  tres  antiguas  iglesias  y  su  elegante  con- 
sistorio, ennoblécenla  su  origen  y  su  restauración,  derivado  aquél 
del  romano  municipio  Ipscense  y  ésta  de  Alfonso  el  conquista- 
dor de  Toledo  que  la  encomendó  ál  valiente  Alvar  Fáñez  de 
Minaya.  Un  día  en  1334  se  acercó  yendo  de  caza  Alfonso  XI  al 
pié  de  su  castillo,  perteneciente  entonces  á  la  casa  de  Haro,  y 
pidió  se  le  diese  entrada ;  negósela  el  alcaide,  y  esta  audaz  re- 
sistencia, sin  valerle  los  derechos  feudales,  le  costó  sufrir  en 
Valladolid  el  suplicio  de  los  traidores.  Más  tarde  vinieron  á  po- 
seerlo los  Zúftigas,  condes  de  Miranda  del  Castañar. 

En  el  fondo  de  rasas  y  amarillentas  llanuras  se  destacan  por 
ñn  los  muros  de  Olmedo  la  famosa,  llave  de  Castilla,  á  cuya 
posesión,  según  el  adagio,  iba  vinculado  el  dominio  del  antiguo 
condado,  ó  más  bien  la  preponderancia  entre  las  facciones  que 
se  lo  disputaban.  Por  su  levante  corre  el  Eresma,  por  su  po- 
niente el  Adaja;  restos  de  castillo  la  señorean  al  nordoeste, 
cual  si  la  naturaleza  y  el  arte  se  hubieran  convenido  en  fortale- 
cerla. Entre  la  triunfal  escolta  de  poblaciones  que  acompañaron 
á  Toledo  en  su  reconquista,  brilla  el  nombre  de  Olmedo  (i), 
que  sin  recurrir  á  orígenes  más  antiguos  se  explica  naturalmen- 


(i)  Recordamos  aquellos  dos  versos  del  poético  catálogo  de  las  conquistas  de 
Alfonso  VI  que  trae  el  arzobispo  D.  Rodrigo,  y  que  insertamos  en  el  tomo  de 
Castilla  la  Nueva—Toledo,  en  la  reseña  histórica  de  esta  ciudad: 

Cauria,  Cauca,  Colar,  Iscar,  Medina,  Canales, 
Ulmus  et  Ulmetum,  Magerit,  Atencia,  Ripa. 


VALLADOLID  207 

te  por  los  frescos  árboles  del  territorio  situado  entre  dos  ríos. 
La  arquitectura  de  sus  parroquias  más  inclinada  todavía  al  gé- 
nero bizantino  que  al  ojival^  y  una  ermita  de  Santa  Cruz  fundada 
hacia  el  siglo  xii  en  sus  contornos  (i),  demuestran  que  la  villa 
creció  con  rapidez  y  que  sus  monumentos  precedieron  bastantes 
años  á  su  historia  ó  al  menos  á  los  ruidosos  sucesos  consignados 
en  crónicas  y  anales.  Sólo  sfe  sabe  que  su  fuero  era  el  de  Roa; 
que  ebrio  de  amor  vino  allí  en  1353  el  impetuoso  rey  D.  Pedro 
huyendo  por  segunda  vez  de  Valladolid  y  de  los  brazos  de  su 
legítima  esposa  para  lanzarse  en  los  de  María  de  Padilla;  que 
andando  el  tiempo  la  hija  de  su  adulterio  D.^  Constanza,  mujer 
del  duque  de  Lancáster,  recibió  á  Olmedo  con  otras  villas  al  re- 
nunciar en  1388  sus  derechos  á  la  corona,  y  que  en  1436  fué 
asignada  en  dote  por  el  rey  de  Navarra  á  Blanca  su  hija,  pro- 
metida vanamente  al  príncipe  D.  Enrique.  De  aquella  época,  es 
decir  del  período  más  azaroso  para  Castilla,  datan  las  glorias  y 
los  infortunios  de  Olmedo,  bajo  cuyo  despejado  cielo  no  sé  qué 
estrella  favorable  al  trono  dio  por  dos  veces  al  pendón  monár- 
quico victoria  contra  los  rebeldes. 


( 1 )  Trae  Sandoval  en  su  crónica  de  Alfonso  VI  la  inscripción  colocada  en  la 
torre  de  dicha  ermita,  de  la  cual  se  desprende  que  la  fundó  y  dotó  un  virtuoso  sa- 
cerdote, y  añade  el  autor  que  vino  éste  de  Andalucía  huyendo  de  la  invasión  de 
los  moros  almohades.  Merecen  transcribirse  sus  curiosos  dísticos  leoninos : 

Sub  cruce,  sub  Christo,  dum  corpore  vixit  in  isto, 

Cselica  facta  dedit  quem  lapis  iste  tegit. 
Ordine  tam  pulchro  sancto  dominante  sepulchro, 

Pauperiem  voluit  semper,  et  hanc  docuit. 
Coelitus  adjutus,  pacis  anxius,  indeque  tutus, 

Hoc  sibi  fecit  onus  quod  tenet  ista  domus. 
Hanc  sublimavit  vivens,  moriensque  beavit, 

Auctam  divitiis  moribus  atque  piis. 
Presbyter  insignis,  fulgens  ut  stella  vel  ignis, 

Hic  fuit  absque  dolo,  regnat  ct  ipse  polo. 
Mille  trahunt  centum  septuagésima.  Arnugo. 

En  el  nombre  de  Arnugo,  que  cree  ser  el  de  la  persona  sepultada,  hallamos  por  lo 
insólito  alguna  dificultad,  no  menos  que  en  la  data  que  Masdeu  enmienda  arbi- 
trariamente por  era  centum  bis  septuagésima  6  año  1202.  El  tercer  verso  parece 
indicar  que  perteneció  á  la  orden  del  Sepulcro  ó  á  los  Templarios,  que  según  tra- 
dición tenían  casa  en  Olmedo. 


208  VALLADOLID 

Mal  de  su  grado  toleraba  la  villa  el  señorío  de  D.  Juan  de 
Aragón,  que  olvidado  de  su  reino  de  Navarra,  sólo  se  acordaba 
de  ser  infante  de  Castilla  para  revolverla  y  saquearla.  Al  verle 
llegar  banderas  desplegadas  contra  su  propio  rey  al  frente  de 
tropas  advenedizas,  cerróle  las  puertas,  recordando  primero  el 
deber  de  subdita  que  el  de  feudataria ;  pero  entrada  á  viva  fuer- 
za, lloró  degollados  en  un  patíbulo'á  sus  principales  moradores, 
y  entregadas  al  furor  de  la  soldadesca  las  casas  y  bienes  de  sus 
vecinos.  Agravóse  la  opresión  con  el  cerco  que  le  puso  el  ejér- 
cito real  acampando  á  media  legua  hacia  los  molinos  de  los 
Abades :  reuniéronse  en  cortes  bajo  las  mismas  tiendas  los  bra- 
zos del  reino,  corrieron  negociaciones  inútiles  con  los  sitiados, 
hasta  que  llegando  refuerzos  al  monarca  se  acordó  venir  á  las 
manos.  Dos  horas  antes  de  ocultarse  el  sol,  en  19  de  Mayo 
de  1445,  trabóse  la  batalla  que  desde  la  mañana  había  comen- 
zado por  escaramuza:  los  combatientes  antes  de  embestirse  se 
contemplaron  y  midieron  sus  fuerzas  largo  rato.  Las  huestes  no 
eran  numerosas,  pues  la  del  rey  que  era  la  mayor  apenas  exce- 
día de  dos  mil  seiscientos  peones  y  otros  tantos  jinetes,  pero  en 
ellas  militaba  la  flor  y  la  nobleza  toda  de  Castilla,  desplegando 
sus  más  lucidas  galas  como  si  fuera  en  un  torneo:  la  mayor 
parte,  olvidadas  por  un  momento  sus  mutuas  querellas,  seguían 
al  bondadoso  Juan  II  y  al  príncipe  su  hijo  reconciliados  á  la  sa- 
zón, y  con  los  caballeros  lidiaban  los  prelados  de  Toledo,  Si- 
güenza  y  Cuenca;  pocos  si  bien  muy  principales,  el  almirante, 
el  conde  de  Benavente,  el  de  Castro,  los  Quiñones,  por  envidia 
al  condestable  servían  al  rey  de  Navarra  y  á  su  hermano  Don 
Enrique.  Peleóse  con  encono  (i),  y  al  frente  de  sus  alas  se  en- 
contraron D.  Enrique  con  el  de  Luna,  el  navarro  con  su  yerno 


(i)  «E  unos  para  otros  chocaron,  dice  el  bachiller  de  Cibdad  Real  en  su  epís- 
tola XCII,  e  se  peleó  mucho  rato  corajosamente  como  si  fuera  contra  los  moros,  e 
no  se  vencia  una  parte  á  otra;  e  muchos  que  de  animosos  se  jataban,  atordidos  de 
la  pelea,  de  sus  decurias  se  salían  e  se  metían  en  las  que  mas  apartadas  eran,  de 
que  no  callan  los  nombres  los  que  acá  cuentan  el  fecho  c  se  mostraron  muy  ani- 
mosos.» 


V  A  I.  I.  A  D  o  I.  I  D  209 

el  príncipe  de  Castilla.  No  tardaron  en  cejar  los  sublevados, 
pero  el  triunfo  aunque  completo  no  se  ensangrentó  con  la  ma- 
tanza; treinta  y  siete  cadáveres  tan  sólo  quedaron  tendidos  en 
el  campo;  muchos  cayeron  prisioneros,  entre  ellos  los  más  ilus- 
tres, con  quienes  anduvo  asaz  clemente  el  vencedor.  Los  infan- 
tes de  Aragón,  no  juzgándose  ya  seguros  en  Olmedo,  la  aban- 
donaron aquella  noche,  y  D.  Enrique  fué  á  morir  en  Calatayud 
de  la  atosigada  herida  que  en  la  mano  izquierda  recibió.  Sobre 
el  teatro  de  la  batalla  mandó  el  piadoso  rey  en  cumplimiento  de 
su  voto  erigir  una  capilla  al  Espíritu  Santo,  donde  se  celebra- 
ran perennes  sufragios  por  las  almas  de  los  muertos ;  á  los  na- 
turales recompensó  con  insignes  mercedes,  y  nueve  afiqs  des- 
pués encarecía  aún  sus  servicios,  cuando  el  héroe  de  la  jornada 
D.  Alvaro  de  Luna  había  sucumbido  ya  en  el  cadalso  á  los  ren- 
cores de  los  que  allá  fueron  vencidos  (i). 

Mayores  peligros  corría  el  cetro  en  1467  en  las  débiles 
manos  de  Enrique  IV.  Pedro  de  Silva,  que  tenía  á  Olmedo  por 
la  reina  D.*  Juana,  abrió  en  1 8  de  Junio  un  postigo  de  la  mura- 
lla al  infante  D.  Alfonso,  quien  aclamado  por  los  rebeldes  mu- 
chos y  poderosos,  estableció  allí  su  corte  más  frecuentada  que 


( I )  En  el  archivo  municipal  de  Olmedo  hallamos  un  privilegio  dado  por  Juan  II 
en  Valladolid  á  7  de  Marzo  de  1454,  por  el  cual  concede  á  la  villa  los  pontazgos 
de  Valdestillas  y  de  Palacio,  expresándose  en  la  siguiente  forma :  «E  me  pidieron 
por  merced  que  en  remuneración  de  los  trabajos  e  daños  y  pérdidas  e  robos  que 
avian  rescibido  en  los  tiempos  pasados  e  por  guarda  de  la  dicha  villa,  les  fíciese 
merced  de  los  dichos  derechos...  e  yo  acatando  e  considerando  los  dichos  trabajos 
y  pérdidas  y  robos  y  daños  y  males  que  pasaron  y  padescieron  por  mi  servicio  los 
de  la  dicha  villa,  así  como  buenos  y  leales  vasallos  son  tenudos  e  obligados  á  su 
rey  y  señor  natural,  los  quales  son  á  mi  públicos  e  notorios  e  conoscidos,  e  ppr 
tales  los  he  y  declaro,  especialmente  á  la  sazón  que  el  rey  D.  Juan  de  Navarra  y  el 
infante  D.  Enrique  su  hermano  y  otros  cavalleros  de  su  opinión  vinieron  á  la  di- 
cha villa,  e  porque  los  non  quisieron  acoger  en  ella  y  les  resistieron  la  entrada,  la 
entraron  y  tomaron  por  fuerza  e  hicieron  degollar  ciertos  omes  de  los  mejores  de 
la  dicha  villa  y  robaron  á  todos  los  vecinos  y  moradores  della  todos  sus  bienes  y 
hazienda  que  les  hallaron ;  e  asimismo  otros  males  y  daños  que  padescieron  du- 
rante el  tiempo  que  yo  estove  con  mi  real  y  tove  cercada  la  dicha  villa  fasta  el  dia 
de  la  batalla  que  yo  ove  con  los  dichos  rey  e  infante  e  con  los  otros  cavalleros  que 
con  ellos  estaban,  en  la  qual  por  la  gracia  de  Dios  fueron  por  mí  vencidos  y  des- 
baratados.» 

27 


2IO  VALLADO  LID 


la  de  su  hermano.  Presentóse  el  rey  con  su  mesnada  de  cuatro 
mil  hombres  no  cumplidos;  y  á  pesar  suyo,  por  el  denuedo  de 
Beltrán  de  la  Cueva  su  privado  y  por  la  impaciencia  de  los 
suyos,  mezcláronse  las  huestes  día  20  de  Agosto.  De  un  lado 
combatía  el  valido  que  con  orgullo  había  mostrado  antes  á  sus 
contrarios  para  servirles  de  blanco  las  armas  y  la  divisa  que 
pensaba  usar ;  del  otro  con  sus  vestiduras  arzobispales  el  turbu- 
lento Carrillo  ducho  en  funciones  semejantes,  al  lado  del  joven 
príncipe;  sólo  el  monarca,  sea  por  miedo,  sea  por  horror  á  la 
fratricida  lucha,  se  mantuvo  retraído  de  ella,  hasta  que  le  bus- 
caron para  anunciarle  la  victoria.  Sin  embargo,  no  fué  ésta  tan 
decisiva  como  la  otra  de  su  padre :  los  conjurados  permanecieron 
en  posesión  de  la  villa,  mientras  que  los  del  rey  se  retiraron  á 
Medina  del  Campo.  La  paz  acordada  al  año  siguiente  puso  á 
Olmedo  en  poder  de  la  ínclita  princesa  Isabel  como  primicias 
del  glorioso  reinado  que  le  aguardaba ;  y  luego  apenas  coronada 
se  apresuró  á  jurar  á  sus  habitantes  cuantas  prerrogativas  le  pi- 
dieron, que  todas  respiran  odio  al  señorío  feudal,  á  las  quere- 
llas y  opresiones  de  los  grandes  y  hasta  á  sus  propias  fortifica- 
ciones, que  en  lugar  de  defenderla  le  habían  acarreado  en  las 
guerras  civiles  una  funesta  importancia  (i). 


(1)  De  este  notable  documento  de  su  archivo  otorgado  por  la  Reina  Católica  al 
principio  de  su  reinado,  extractamos  lo  que  sigue :  «Las  cosas  que  yo  juro  e  pro- 
meto por  mi  palabra  y  fé  real  de  guardar  y  que  serán  guardadas  á  la  villa  de  Ol- 
medo y  lugares  de  su  tierra  son  las  siguientes;  que  agora  y  en  tiempo  alguno  no 
faré  ni  mandaré  facer  merced  ni  cmpeñamiento  ni  gracia  ni  donación  ni  trueque 
ni  cambio  de  la  dicha  villa  ni  de  los  lugares  de  su  tierra  á  ninguna  persona  de 
cualquier  estado,  condición,  preeminencia  ó  dignidad  que  sean,  ni  la  apartaré  ni 
será  apartada  de  la  corona  real  destos  mis  reinos  e  que  la  déteme  para  ellos.  Otro 
sí  de  no  darles  corregidores  sino  fuere  á  pedimiento  de  dicha  villa  e  por  mas 
tiempo  de  un  año.  Otro  sí  por  quanto  de  la  fortaleza  que  se  ovo  fecho  en  la  dicha 
villa  vino  grand  daño  á  ella  y  á  su  tierra  y  á  la  república  de  ella,  que  por  quitar  y 
apartar  estos  daños  e  otros  inconvenientes  que  de  ello  se  podian  seguir,  que  yo 
no  faré  ni  mandaré  fazer  ni  que  sea  fecha  ni  se  faga  fortaleza  ni  otra  casa  fuerte  en 
la  dicha  villa  ni  en  su  tierra  que  pueda  ser  dicha  ofensiva  ni  defensiva  agora  ni  en 
tiempo  alguno ;  ni  porque  aya  escándalos  ni  guerras  ni  otros  bullicios  en  estos 
mis  reinos,  e  aunque  convenga  e  sea  complidero  á  mi  servicio  e  al  bien  de  la  dicha 
villa  e  tierra  de  fazer  la  dicha  fortaleza  e  casa  defensiva  e  ofensiva,  que  se  non 
hará  ni  la  mandaré  fazer  en  tiempo  alguno.  Ítem  que  gocen  de  los  pedidos  e  mará- 


VAL.LADOLID  211 


Hoy  subsisten  todavía  estos  muros  para  ella  ominosos,  pero 
ya  no  tientan  á  opresor  alguno  á  guarecerse  tras  de  sus  frágiles 
lienzos ;  coronados  de  almenas,  flanqueados  de  torreones  de  dis- 
tintas formas,  aunque  cuadrados  los  más,  sirven  antes  de  pinto- 
resco adorno  que  de  peligro,  por  más  que  hacia  poniente  y  me- 
diodía se  conserven  casi  enteros.  En  varios  portales  de  la  cerca, 
pues  se  cuentan  más  de  siete,  obsérvase  el  doble  arco  y  la  canal 
por  donde  caía  el  rastrillo.  Las  parroquias,  fabricadas  de  ladri- 
llo, levantan  á  corta  altura  sus  cuadradas  torres,  y  en  el  exte- 
rior de  sus  torneados  ábsides  ostentan  aquellas  zonas  de  arque- 
ría de  medio  punto  que  distinguen  característicamente  á  las  de 
Toledo;  pero  no  todas  retienen  intacta  su  primitiva  forma.  En 
Santa  María,  la  principal  de  las  seis,  reedificóse  de  piedra  la 
capilla  mayor,  dándole  bóveda  de  crucería  y  un  retablo  de  me- 
nuda arquitectura  donde  pintó  los  misterios  de  la  Virgen  en 
doce  interesantes  tablas  algún  purista  aventajado;  y  el  ojivo 
portal  quedó  debajo  de  un  pórtico  greco-romano  añadido  á  su 
fachada.  San  Juan  fué  también  renovada,  cuando  luchaba  el  re- 
nacimiento con  las  postreras  tradiciones  del  arte  gótico,  por  un 
obispo  de  Córdoba,  á  cuya  ilustre  familia  de  Cotes  sirvió  de 
panteón  una  capilla  hoy  destinada  á  sacristía,  con  cúpula  por 
techo  y  con  platerescos  sepulcros  en  sus  ángulos  (i).  En  la 
moderna  iglesia  de  la  Merced,  cuya  bóveda  y  cimborio  tachonó 
el  barroquismo  con  vistosos  casetones,  se  han  reunido  dos  pa- 
rroquias, San  Julián  y  San  Pedro;  mas  por  fortuna  permanece 


vedis  que  el  rey  D.  Enrique  m¡  señor  hermano  les  ovo  fecho.»  Les  promete  ade- 
más su  favor  y  ayuda  para  reprimir  las  opresiones  y  vejaciones  de  algunos  caba- 
lleros, y  les  permite  juntarse  con  mano  armada  para  resistirles. 

(i)  Sobre  un  arco  de  la  capilla  mayor  se  lee :  «  Aquí  yace  el  honrado  cavallero 
Garci  González  de  Cotes  y  su  mujer  Teresa  Rodríguez,  al  qual  armó  cavallero  el 
infante  D.  Fernando  estando  sobre  Seteñil  año  de  1407  ;  falleció  á  19  de  septiem- 
bre año  de  141  3.  Reedificó  este  arco  con  esta  iglesia  su  descendiente  Hernando 
de  Vega  y  Cotes  presidente  de  los  consejos  de  Hacienda  é  Indias  y  obispo  de  Cór- 
doba. »  En  los  sepulcros,  uno  de  los  cuales  tiene  más  de  gótico-arábigo  que  de 
plateresco,  se  leen  los  epitafios  de  D.  García  que  falleció  en  i  542  y  yace  allí  con 
su  mujer,  de  otro  García  fenecido  en  1561  y  de  D.  Jerónimo,  todos  del  apellido 
de  Cotes. 


212  YALLADQLID 

aún  de  pié  el  viejo  templo  de  San  Julián,  que  con  los  de  San 
Miguel  y  San  Andrés  nos  traslada  á  la  desconocida  Olmedo  del 

siglo  XIII. 

Los  tres  pertenecen  á  la  transición  del  estilo  bizantino  al 
gótico,  con  los  cuales  viene  á  mezclarse  no  poco  de  arábigo.  Al 
lado  de  la  naciente  ojiva  tímidamente  trazada  campea  el  arco 
de  herradura,  como  se  nota  en  las  dos  puertas  y  en  la  nave  de 
San  Julián ;  las  bóvedas  son  macizas  y  de  medio  cañón,  los  ábsi- 
des de  forma  románica  aunque  desnudos  de  ornato^  y  en  sus 
costados  tienen  nichos  sepulcrales.  Arabescas  labores  y  cornisa 
estalactítica  presenta  una  de  las  hornacinas  de  dicho  templo  (i); 
en  las  de  San  Andrés  aparecen  á  la  derecha  dos  grandes  efigies 
yacentes  de  caballeros  armados  con  un  pajecillo  á  sus  pies,  re- 
presentando según  fama  á  los  marqueses  de  San  Felices  y  con- 
des de  Alcolea ;  y  por  fuera  indican  también  entierros  varios 
nichos  apuntados  á  espaldas  de  una  vetusta  capilla.  Á  San  An- 
drés distinguen  el  retablo  mayor,  atribuido  por  mera  tradición 
á  Berruguete  no  solamente  en  la  parte  de  escultura  sino  tam- 
bién en  la  de  pincel,  y  la  torre  que  encima  de  un  grande  arco 
abre  arriba  tres  menores;  á  San  Miguel  sus  tres  naves,  elevadí- 
simas  en  proporción  de  su  estrechez,  cuyos  arcos  suspendidos  y 
cortados  á  cierta  altura  le  dan  todavía  un  carácter  más  extraño. 
Pero  el  objeto  más  venerado,  no  ya  de  la  parroquia  sino  de  la 
villa  entera,  es  la  imagen  de  su  patrona  la  Virgen  de  la  Sote- 
rraña  que  allí  se  reverencia  en  una  clara  y  moderna  cripta,  efi- 
gie que  si  bien  por  sus  formas  y  tamaño  no  semeja  harto  anti- 
gua,  remontan  sus  devotos  al  tiempo  de  San  Segundo,  discípulo 
de  los  apóstoles,  y  ligan  con  la  reconquista  del  pueblo  por  su 
aparición  á  Alfonso  VI  y  misterioso  hallazgo  en  una  cueva  (2). 


(1)  Este  sepulcro,  que  recuerda  el  de  Fernán  Gudiel  en  una  de  las  capillas  de 
la  catedral  de  Toledo,  lleva  en  la  orla  un  epitafio  que  empieza :  «Aquiyaze  Alfonso 
Sanchiz.» 

(2)  De  esta  imagen  compuso  el  presbítero  Antonio  Prado  hacia  mediados  del 
último  siglo  un  novenario  inédito  con  siete  recuerdos  históricos,  panegíricos  y  mo- 


VALLADOLID  213 

Cinco  humildes  conventos  de  religiosas  contaba  Olmedo 
desde  la  entrada  del  siglo  xvi:  hoy  las  franciscas  de  la  Cruz  y 
las  de  Jesús  se  han  reunido  con  sus  hermanas  las  de  la  Concep- 
ción en  un  mismo  claustro;  subsisten  en  su  pobre  edificio  las 
dominicas  de  la  Madre  de  Dios,  y  fuera  de  los  muros  hacia  le- 
vante las  bernardas  de  Sancti  Spiritus,  que  en  el  reinado  de 
Enrique  IV  parece  ocuparon  la  ermita  fundada  por  Juan  II  sobre 
el  campo  de  batalla  (i).  Pegado  á  la  misma  cerca  por  aquel 
lado,  y  entre  árboles  que  parecen  dar  mayor  antigüedad  á  la 
destrucción,  vimos  aún  de  pié  medio  cascarón  de  la  capilla  ma- 
yor de  San  Francisco,  á  cuyo  convento  transformado  en  para- 
dor ha  cabido  más  triste  suerte  que  al  de  Mercenarios  conver- 
tido en  escuela  pública.  Á  una  legua  de  allí  se  ha  reducido  á  la 
condición  de  granja,  demoliendo  cuánto  no  sirve  para  sus  cam- 
pestres usos,  el  célebre  monasterio  de  Jerónimos  erigido  á  prin- 
cipios del  siglo  XV  y  titulado  de  la  Mejorada  por  su  fundadora 
María  Pérez,  que  destinó  á  este  piadoso  objeto  la  herencia  con 
que  la  habían  mejorado  sus  padres  en  tercio  y  quinto.  La  sille- 
ría gótica  de  su  coro  ha  pasado  á  San  Andrés,  á  Santa  María 
un  curioso  relicario  con  cuarenta  y  nueve  bustos  de  santos  que 
contienen  algún  resto  de  los  mismos. 

La  quietud  de  aquel  claustro  vino  á  turbarla  un  matador 
en  2  de  Noviembre  de  1 5  2 1 ,  costando  grandes  trabajos  á  los 
monjes  el  asilo  que  le  dieron,  hasta  que  huyó  á  Méjico  á  impo- 
nerse con  voluntaria  penitencia  la  expiación  que  evitó  de  la  jus- 
ticia: era  Miguel  Ruiz  de  la  Fuente  bañado  en  la  sangre  de 
Juan  de  Vivero,  á  quien  había  armado  asechanzas  en  el  camino 
de  Medina  aquella  noche,  ambos  ilustres  hidalgos  de  la  villa. 
¿Será  acaso  la  víctima  de  quien  canta  aquel  sentido  romance? 


rales,  y  es  lo  único  que  se  ha  escrito  acerca  de  la  historia  de  Olmedo,  tratada  allí 
toda  con  referencia  á  esta  devota  figura. 

(i)  a  dicho  convento  se  refiere  una  de  las  concesiones  de  la  Reina  Católica  en 
el  documento  arriba  citado :  «  Otro  sí  por  quanto  el  monesterio  de  Sancti  Spiritus 
que  es  cerca  de  la  dicha  villa  es  pobre  e  tiene  de  merced  e  limosna  ciertos  mara- 
vedís, es  mi  merced  e  mando  que  aquellos  sean  pagados.» 


214  VALLADOLID 


De  noche  le  mataron 
Al  caballero, 
La  gala  de  Medina, 
La  flor  de  Olmedo. 

¿Será  éste  el  caballero  de  Olmedo,  á  quien  presentó  en  escena 
el  gran  Lope,  avisado  por  su  misma  sombra  del  trágico  destino 
que  le  aguardaba  (i)?  ¿Anda  ligada  dicha  historia  con  la  titá- 
nica empresa  que  cuentan  acometió  un  enamorado  de  cambiar 
el  cauce  del  río  Adaja  abriendo  la  cava  que  se  ve  junto  á  Me- 
dina, sólo  por  coger  la  palabra  á  la  señora  de  sus  pensamien- 
tos? ¿Ó  quizá  se  la  confunde  con  otra  muerte  producida  por  los 
nefandos  celos  de  un  imberbe  paje  que  reconoció  luego  á  su 
padre  en  el  asesinado  rival?  Ni  uno  ni  otro  parece  de  aquel 
siglo;  si  aquello  se  remonta  á  las  hazañas  de  caballería,  esto 
desciende  hasta  el  drama  romántico  de  nuestros  tiempos.  Lo 
cierto  es  que  al  llegar  á  la  cuesta  del  Caballero  donde  sucedió 
la  catástrofe,  á  la  hora  del  crepúsculo,  siente  uno  estremecerse, 
y  al  través  de  los  pinares  cree  divisar  la  triste  sombra  y  perci- 
bir el  gemido  del  héroe  de  la  leyenda,  que  cuanto  más  descono- 
cido y  vago  más  vivamente  impresiona  la  fantasía. 


(i)  La  acción  del  drama  de  Lope  no  es  más  que  una  trivial  intriga  de  amor  y 
celos  que  supone  acaecida  en  el  reinado  de  Juan  II ;  pero  se  ve  claramente  que  lo 
escribió  sobre  el  romance  popular,  cuyos  versos  intercala  poniéndolos  en  boca  de 
un  pastor  en  el  momento  en  que  va  á  consumarse  el  asesinato.  Con  el  propio  títu- 
lo de  El  Caballero  de  Olmedo  compuso  Monteser  una  parodia  del  de  Lope. 


CAPITULO   Vil 

Medina  del  Campo 


QUÉ  solitaria  yace  la  villa  de  las  ferias,  el  emporio  del  co- 
mercio de  Castilla!  ¡qué  silencioso  el  recinto  donde  tantas 
veces  se  congregaron  las  asambleas  del  reinot  ¡qué  abatida  la 
mansión  frecuente  y  no  siempre  tranquila  de  los  monarcas,  la 
residencia  querida  y  última  de  Isabel  la  Católica,  la  denodada 
sostenedora  del  pendón  comunero  al  través  de  las  llamas  y  del 
estrago!  Sus  catorce  mil  vecinos  se  han  reducido  á  setecientos, 
sus  quince  parroquias  á  siete  y  sobra  aún  la  mitad ;  á  cada  paso 


2l6  VALLADOLID 

se  tropieza  con  ruinas  de  conventos,  con  recuerdos  de  suntuo- 
sos hospitales.  Barrios  enteros  han  desaparecido  cual  si  los  hu- 
biese devorado  la  tierra ;  y  á  larga  distancia  del  centro  perma- 
necen en  medio  de  aquel  nuevo  Herculano  ya  un  arco,  ya  una 
torre,  señalando  la  vasta  redondez  de  su  destruida  cerca.  Los 
campos  la  han  invadido  por  todas  partes,  y  lo  que  fueron  calles 
han  tornado  á  sementeras.  ¿Qué  es  lo  que  guarda  pues  con  sus 
cuádruples  muros  el  celebrado  castillo  de  la  Mota  que  al  orien- 
te vela  sobre  los  restos  de  Medina?  Ya  no  tiene  reyes  ó  fueros 
que  defender,  ni  validos  que  combatir,  ni  riquezas  que  custodiar. 
No  parece  sino  que  avergonzada  de  su  pobreza  se  ha  acurruca- 
do en  lo  más  bajo  de  la  hondonada  la  población  antes  extendida 
por  la  raíz  de  los  cerros  que  la  circuyen,  y  que  el  humilde  Za- 
pardiel,  más  acomodado  á  su  condición  presente  que  á  su  gran- 
deza pasada,  libre  casi  de  edificios  y  ceñido  de  zarzales,  acom- 
paña su  muda  soledad,  arrastrándose  lentamente  por  un  lecho 
cenagoso. 

Apenas  hay  ejemplo  en  pueblo  alguno  interior  de  aumento 
tan  improviso  y  de  tan  rápida  decadencia.  Diríase  que  las  nom- 
bradas ferias,  que  cuatro  veces  al  año  celebraba,  le  habían  for- 
mado un  puerto  en  el  seno  de  las  llanuras,  ó  abierto  hasta  allí 
canales  navegables  desde  los  extremos  de  la  península.  Coloca- 
da entre  los  focos  industriales  y  agrícolas  de  Avila,  Segovia, 
Valladolid,  Toro,  Zamora  y  Salamanca,  era  el  gran  mercado 
adonde  afluían  los  productos  y  manufacturas  de  todas,  distribu- 
yéndolas por  el  norte  y  occidente  de  España.  Hermanábase  este 
pacífico  movimiento  con  las  deliberaciones  á  veces  tumultuosas 
de  las  cortes  y  con  el  estrépito  de  las  armas,  que  traía  consigo 
á  menudo  la  estancia  de  los  reyes,  atraídos  desde  el  siglo  xiv 
en  adelante  por  no  sé  qué  oculta  fuerza  hacia  la  populosa  y 
traficante  villa.  No  fueron  sólo  Juan  II  y  Enrique  IV,  errantes 
siempre  de  pueblo  en  pueblo  durante  las  continuas  turbulencias 
de  sus  reinados,  sino  Fernando  é  Isabel  en  el  apogeo  de  su 
gloria  los  que  la  honraron  casi  anualmente  con  su  presencia, 


^LLADOLID 


cuando  les  brindaban  con  su  esplendor  y  sus  delicias  tantas  y 
tan  insignes  capitales.  Duró  la  pujanza  de  Medina  hasta  muy 
entrado  el  siglo  xvi,  en  que  la  vida  de  la  nación  con  el  descu- 
brimiento del  Nuevo  Mundo  huyó  del  centro  á  las  extremidades, 
dejando  poco  menos  que  yerto  el  corazón  de  Castilla. 

A  pesar  de  su  arábigo  apelativo  que  tiene  común  con  otras 
tantas,  Medina  del  Campo  no  ñgura  en  los  anales  sarracenos, 


y  aun  después  de  restaurada  por  el  conquistador  de  Toledo, 
tarda- bastante  en  adquirir  nombradía.  En  1 1 70  la  obtiene  entre 
los  lugares  dados  en  arras  por  Alfonso  VIII  á  su  consorte  Leo- 
nor de  Inglaterra,  y  merece  hospedar  al  mismo  rey:  Alfonso  el 
Sabio,  que  la  visita  en  1258,  completa  su  primitivo  fuero  con 
importantes  leyes  acerca  del  número  y  nombramiento  de  los 
alcaldes,  reuniones  del  concejo,  y  enjuiciamiento  y  penas  contra 
las  riñas  y  homicidios.  En  1 296  ve  retirarse  disperso  el  ejército 
del  rey  de  Portugal  desconcertado  por  el  sereno  valor  de  la 
reina  María  de  Molina.  Por  primera  vez  en  1302  se  reúnen  allí 
las  cortes  convocadas  por  Fernando  IV,  acudiendo  sólo  los  con- 
cejos de  León  y  Extremadura,  á  las  cuales  suceden  otras  más 


2l8  VALLADOLID 


generales  en  1 305  para  decidir  las  pretensiones  sobre  el  seño- 
río de  Vizcaya,  y  otras  en  1 3 1 8  durante  la  menor  edad  de  Al- 
fonso XI  á  fin  de  otorgar  servicios  á  los  infantes  para  su  infausta 
expedición  á  Andalucía.  Allí  encontraremos  en  1353  á  una  reina 
infortunada,  á  la  triste  Blanca  de  Borbón,  llorando  al  lado  de  su 
suegra  los  desvíos  de  su  esposo;  allí  á  los  caballeros  coligados 
para  defender  su  querella,  cuyo  caudillo  Juan  Alonso  de  Albur- 
querque  espira  de  pronto  con  sospechas  de  veneno,  encomen- 
dando que  no  se  dé  sepultura  á  su  cadáver  hasta  conseguir  la 
justa  demanda;  allí  antes  de  un  año  al  iracundo  rey,  que  rotos 
los  frágiles  lazos  con  que  se  intentó  sujetarle,  manda  quitar  la 
vida  á  Sancho  Ruiz  de  Rojas  y  al  adelantado  Pedro  Ruiz  de 
Villegas,  sembrando  de  ilustres  víctimas  su  camino. 

Para  reducir  las  plazas  y  castillos  inobedientes  todavía  y 
saciar  de  oro  á  los  adalides  extranjeros,  llama  las  cortes  á  Me- 
dina en  1370  Enrique  II  y  les  pide  cuantiosos  donativos: 
en  1380  las  junta  nuevamente  Juan  I  para  decidir  á  cuál  de  los 
dos  pontífices,  al  de  Roma  ó  al  de  AviftÓn,  ha  de  rendir  home- 
naje la  monarquía.  Con  estas  coincide  el  nacimiento  de  un  in- 
fante, segunda  prole  del  rey  y  de  Leonor  de  Aragón,  y  sin  sa- 
berlo festeja  Medina  al  que  ha  de  poseerla  en  señorío  y  ceñir 
más  adelante  la  corona  materna.  Dícese  que  una  noche  al  vol- 
ver el  monarca  del  bosque  de  Carrioncillo  aquejado  de  oculta 
pena,  frente  á  la  parroquia  de  San  Andrés  se  le  hizo  visible  el 
santo  apóstol,  desmintiéndole  los  celos  que  á  nadie  había  reve- 
lado y  anunciándole  que  le  daría  la  reina  un  hijo  para  el  día  de 
su  festividad;  y  con  efecto  en  30  de  Noviembre  nació  D.  Fer- 
nando. Pero  la  villa  natal  no  le  fué  dada  desde  luego ;  confirióla 
primero  el  rey  á  su  segunda  esposa  Beatriz  de  Portugal,  y  re- 
vocando luego  su  disposición,  al  firmar  con  su  prima  Constanza 
la  paz  sellada  con  un  enlace,  se  la  dio  de  vida  juntamente  con 
Olmedo.  La  hija  del  rey  D.  Pedro,  antes  de  volver  á  Inglaterra 
con  su  marido,  quiso  visitar  en  el  mes  de  Agosto  de  1388  aquel 
corto  legado  que  le  quedaba  del  reino  de  su  padre;  y  allí,  ex- 


VALLADOLID  219 

tínguidos  los  odios  hereditarios,  recibió  del  hijo  de  Enrique  de 
Trastamara,  que  iba  á  ser  su  consuegro,  obsequios  y  honores 
verdaderamente  reales. 

Por  fin  en  1406,-  sin  averiguar  el  tiempo  y  el  modo,  había 
pasado  ya  Medina  al  infante,  cuando  bajo  la  advocación  de  San 
Andrés  su  patrono  fundó  el  convento  de  dominicos.  Al  partir 
para  su  gloriosa  campaña  contra  los  sarracenos,  escogióla  por 
residencia  de  sus  numerosos  hijos  y  de  su  esposa  Leonor  Urra- 
ca, á  quien  se  le  hizo  tan  agradable,  que  en  los  días  de  su  viu- 
dez, saliendo  de  las  tierras  de  Aragón  donde  había  reinado, 
volvió  á  fijarse  en  ella  con  preferencia  á  cualquier  otro  retiro. 
Con  justas  y  lucidos  festejos  celebráronse  allí  á  presencia  suya 
en  20  de  Octubre  de  141 8  los  desposorios  de  su  hija  María  con 
Juan  II  y  su  elevación  al  trono  de  Castilla,  á  la  cual  siguió  la 
reunión  de  cortes  en  el  próximo  año.  Pero  desgraciadamente 
para  la  quietud  de  Medina  D.  Fernando,  al  morir  rey  de  Ara- 
gón, la  había  legado  á  su  segundo  hijo  D.  Juan,  á  quien  vio 
nacer  aquella  con  fatal  agüero  en  1397.  Ceñida  apenas  la  coro- 
na de  Navarra  vino  el  cizañero  príncipe,  más  bien  que  á  visitar 
á  su  madre,  á  tramar  alzamientos  con  los  grandes  castellanos, 
á  quienes  ligó  con  juramento  por  el  mes  de  Noviembre  de  1426 
en  la  cercana  ermita  de  Orcilla.  Durante  las  guerras  intestinas 
que  provocó,  aquella  fué  su  plaza  fuerte  y  su  campamento ;  pe- 
ro muy  pronto,  trocada  en  mejor  la  suerte,  vencidos  los  rebel- 
des y  echados  los  extranjeros,  vino  á  ser  por  algunos  años  la 
corte  de  Juan  ü.  La  reina  viuda  de  Aragón,  para  que  no  prote- 
giese á  sus  hijos  los  infantes,  hubo  de  salir  desterrada  á  Torde- 
sillas;  aunque  en  breve,  acatando  su  dignidad  y  sus  virtudes, 
fué  restituida  al  venturoso  asilo  que  se  había  labrado  en  el 
convento  de  monjas  dominicas  de  Santa  María  la  Real  (i). 


(i)  Mariana  y  Méndez  Silva  lo  titulan  de  San  Juan  de  Dueñas.  Fué  D.*  Leonor 
Urraca  hija  única  de  D.  Sancho  conde  de  Alburquerque,  uno  de  los  hermanos  de 
Enrique  II,  apellidada  por  sus  opulentos  estados  la  rica  hembra^  y  codiciada  de 
muchos  por  esposa  cuando  dio  su  mano  al  infante  D.  Fernando. 


220  VALLADO  LID 


donde  espiró  en  Diciembre  de  1435,  bendecida  del  pueblo  y 
transida  de  dolor  por  el  cautiverio  de  sus  hijos  en  Ponza.  En 
aquel  templo  yace  la  fecunda  madre  de  reyes  y  de  reinas  al 
lado  de  su  cuarta  nieta  Magdalena  infanta  de  Navarra,  que  en- 
tregada en  rehenes  á  los  Reyes  Católicos  feneció  doncella  en 
mayo  de  1 504. 

Mientras  residió  en  Medina  Juan  II,  rodearon  casi  perenne- 
mente su  trono  las  asambleas  del  reino.  Á  fines  de  1429  se 
concedían  cuarenta  y  cinco  cuentos  para  resistir  á  las  invasiones 
de  los  reyes  hermanos  de  Aragón  y  de  Navarra;  en  1430  se 
confiscaban  los  estados  á  los  rebeldes  infantes  y  á  sus  adictos, 
repartiendo  entre  los  fieles  sus  despojos,  medida  á  que  rehusa- 
ron suscribir  los  procuradores  antes  de  consultar  á  sus  ciudades 
respectivas;  en  1431  por  Octubre  se  otorgaba  la  paz  á  los  por- 
tugueses y  se  votaban  recursos  para  continuar  la  guerra  de 
Granada  tan  gloriosamente  empezada  aquel  año,  perturbando 
el  público  regocijo  de  aquellos  días  los  recelos  de  nuevos  tras- 
tornos y  las  prisiones  decretadas  contra  los  Vélaseos  y  los  To- 
ledos;  en  1434  se  dictaban  ordenanzas  contra  las  banderías,  y 
era  arrestado  el  revoltoso  D.  Fadrique  de  Luna,  hijo  bastardo 
del  rey  Martín  de  Sicilia  y  emigrado  de  Aragón,  á  quien  cuatro 
años  atrás  había  acogido  allí  la  corte,  prodigándole  distinciones 
y  pingües  rentas.  Durante  el  siguiente  invierno  una  desastrosa 
avenida  del  Zapardiel  vino  á  demostrar  que,  tan  pequeño  como 
era,  podía  convertirse  en  azote  de  la  villa,  y  el  rey  desistió  del 
proyecto  de  traerle  nuevos  caudales,  cegando  la  zanja  abierta 
con  este  objeto.  Días  de  grandeza  para  Medina,  días  de  gloria 
para  sus  hijos,  cuyo  pendón  mejor  que  en  las  contiendas  civiles 
ondeaba  victorioso  en  los  campos  granadinos,  conquistando,  ya 
en  el  asalto  de  Ronda,  ya  en  el  combate  de  la  Higuera,  aque- 
llas aldabas  y  cadenas  que  cuelgan  todavía  en  su  iglesia  princi- 
pal, aquellos  trece  róeles  plateados  en  campo  azul  que  blasonan 
su  escudo!  Lleva  éste  por  orla  un  extraño  mote:  ni  el  papa  be- 
neficio ni  el  rey  oficio^  en  memoria  de  la  singular  exención  de 


VALLADOLID  221 


que  gozaban  de  toda  provisión  real  y  pontificia  sus  cargos  civi- 
les y  sus  prebendas  eclesiásticas. 

Continuaba  en  posesión  de  Medina  el  rey  de  Navarra  á  pe- 
sar de  sus  deméritos,  pues  en  1436  la  señaló  en  dote  á  su  hija 
Blanca  desposada  con  el  príncipe,  para  que  así  volviese  á  la  co- 
rona de  Castilla:  pero  cansado  de  sus  continuas  tramas  el  so- 
berano, creyó  llegada  la  hora  de  confiscársela  irrevocablemente. 
Habitaba  allí  como  áolía  Juan  II,  ora. prendiendo,  ora  perdonan- 
do, ora  en  abierta  lucha,  ora  en  transacciones  con  los  descon- 
tentos, entre  los  cuales  se  contaban  su  consorte  y  su  propio  hijo, 
receloso,  clemente  y  pródigo  siempre  fuera  de  sazón,  cuando  en 
el  verano  de  1441  apareció  cercada  la  villa  por  las  huestes  de 
los  infantes.  Corto  fué  el  sitio,  porque  una  noche  abrió  en  los 
muros  traidora  brecha  el  caballero  que  tenía  su  custodia,  y  al 
amanecer  del  14  de  Julio  invaden  la  población  los  conjurados 
dirigiéndose  á  la  real  morada.  Los  habitantes,  ó  azorados  ó 
neutrales,  se  mantienen  inmóviles,  y  sólo  alguna  caballería  en 
las  bocas  de  las  calles  y  de  las  plazas,  detiene  por  un  momento 
el  ímpetu  de  los  eneniigos,  mientras  que  D.  Alvaro  de  Luna  y 
su  hermano  el  arzobispo  de  Toledo  y  el  maestre  de  Alcántara, 
después  de  probar  la  desigual  pelea,  se  salvan  á  uña  de  caballo 
por  el  lado  opuesto.  Al  rey  encuentran  en  la  plaza  defendido 
sólo  por  su  dignidad,  y  descabalgan  y  bésanle  la  mano  los  gran- 
des sediciosos,  y  el  rey  de  Navarra  le  rinde  acatamiento,  al  que 
contesta  dándole  paz  en  el  rostro  el  ofendido  monarca.  No  fué 
aquello  avenencia  de  partidos  (i),  sino  triunfo  del  más  osado  y 


(i)    Tal  pudiera  deducirse  de  los  halagüeños  colores  con  que  describe  este  su- 
ceso Juan  de  Mena : 

Vi  la  furia  civil  de  Medina, 
E  vi  los  sus  muros  no  bien  foradados, 
Ví  despojadores  e  vi  despojados 
Hechos  acordes  en  paz  muy  aina; 
Ví  que  á  su  rey  cada  cual  inclina 
Yelmo  y  cabeza  con  el  estandarte, 


222  VALLADOLID 


escarnio  de  la  majestad  real,  á  quien  retuvo  cautiva  á  vuelta  de 
pérfidos  homenajes,  imponiéndole  sus  consejeros  y  sus  criados 
y  convirtiéndola  en  instrumento  de  su  tiranía. 

Sacudióla  en  un  momento  de  vigor  Juan  II  huyendo  de  la 
fortaleza  de  Portillo;  reconocióle  Medina  del  Campo  por  su 
único  seftor,  y  á  fines  de  1 444  le  vio  reconciliado  ya  con  su  hijo, 
en  medio  de  sus  cortes,  solicitando  medios  para  abrir  contra  los 
sublevados  la  campaña  que  debía  terminar  con  la  victoria  de 
Olmedo.  Por  última  vez  le  recibió  en  1453  enfermo  de  cuarta- 
nas, devorado  de  remordimientos  por  la  acerba  paga  que  á  los 
servicios  de  su  fiel  privado  acababa  de  dar,  sin  que  ni  los  cono- 
cidos lugares  ni  el  acostumbrado  clima  devolviesen  el  vigor  á  su 
cuerpo  ni  á  su  espíritu  la  serenidad.  Tiempos  no  más  tranquilos 
y  más  degradantes  escenas  alcanzó  á  presenciar  en  el  siguiente 
reinado:  traiciones,  revueltas,  impunidad,  disoluciones  y  escán- 
dalos en  la  corte,  y  castigado  con  el  suplicio  en  el  desgraciado 
Alonso  de  Córdoba,  el  delito  de  enamorar  á  la  querida  del  rey 
Catalina  de  Sandoval.  Sólo  de  ésta  se  mostró  celoso  Enrique  IV; 
su  esposa,  su  cetro  lo  abandonaba  á  sus  validos,  sus  dominios 
á  las  facciones,  repartiendo  con  profusa  mano  entre  sus  insacia- 
bles ricos  hombres  lo  poco  que  le  restaba.  Mientras  que  allí 
distribuía  condados  y  señoríos,  se  enarbolaba  en  el  castillo  de 
la  Mota  la  bandera  de  la  rebelión  á  nombre  del  arzobispo  de 
Toledo,  y  la  villa  sujeta  á  todo  estrago  iba  á  perderse  sin  re- 


E  vi  dos  estremos  hechos  una  parte 
Debaxo  la  justa  real  disciplina. 

Y  luego  recordando  el  espanto  que  produjo  la  voz  de  Jesús  en  el  huerto  sobre  los 
que  iban  á  prenderle,  continúa: 

Y  como  aquel  pueblo  cayó  casi  muerto, 
Assí  en  Medina  veyendo  tal  ley 
Vista  la  cara  de  nuestro  grsLti  rey 
Le  fué  todo  llano  e  allí  descubierto. 

No  es  posible  llevar  más  adelante  la  lisonja  para  encubrir  su  humillación  al  mal 
parado  rey,  ó  las  ilusiones  que  se  forjaba  tal  vez  el  candido  poeta  acerca  de  la 
fusión  de  los  partidos. 


VALLADOLID 


223 


curso,  cuando  entró  victorioso  el  ejército  real,  á  quien  por  se- 
gunda vez  en  Olmedo  había  favorecido  la  fortuna.  Allí  pasó  el 
rey  Enrique  la  noche  que  siguió  á  su  único  é  involuntario  triun- 
fo, allí  oyó  benévolo  las  proposiciones  conciliadoras  del  nuncio 
pontificio,  allí  en  la  inacción  vio  deshacerse  hoja  por  hoja  su 
efímero  laurel,  hasta  que  al  fin  hubo  de  firmar  las  capitulacio- 
nes, mediante  las  cuales  fué  cedido  con  otros  aquel  rico  pueblo 
á  su  hermana  y  heredera. 

Por  aquellos  días,  después  de  ver  cumplidos  los  tristes  pro- 
nósticos que  de  su  real  alumno  había  formado,  falleció  en  Cuen- 
ca á  30  de  Mayo  de  1469  uno  de  los  más  insignes  hijos  de 
Medina  y  de  los  que  más  acaso  contribuyeron  á  su  pujanza,  fray 
Lope  de  Barrientos  dominico,  obispo  sucesivamente  de  Segovia, 
Ávila  y  Cuenca,  confesor  de  Juan  II  y  maestro  del  príncipe,  á 
quien  cupo  en  la  corte  un  papel  tan  principal  como  después  al 
arzobispo  Carrillo  y  al  cardenal  Mendoza.  Magnífico,  dadivoso, 
más  acomodado  en  las  costumbres  á  su  época  que  á  su  profe- 
sión, previno  minuciosamente  en  vida  la  brillante  pompa  con 
que  había  de  ser  trasladado  su  cadáver  á  la  capilla  del  hospital 
de  la  Piedad  edificado  á  sus  expensas,  donde  bajo  una  cúpula 
artesonada  con  estrellas  de  gusto  arábigo,  aparece  de  rodillas 
sobre  la  losa  su  efigie,  que  por  lo  earecterístico  del  semblante 
debe  ser  de  notable  semejanza  y  por  la  riqueza  del  traje  epis- 
copal muy  conforme  á  su  esplendidez  (i).  La  inscripción  del 
friso  recuerda  sus  títulos  y  blasones,  entre  otros  ¡menguado 
elogio  para  un  prelado!  el  ser  fundador  del  linaje  de  Ba- 
rrientos. 


(i)  En  su  testamento  otorgado  en  Medina  á  1 7  de  Noviembre  de  1454  dispo- 
ne el  obispo  que  el  cadáver  «lo  entierren  y  sepulten  en  la  nuestra  capilla  mayor 
del  nuestro  hospital,  e  lo  pongan  debaxo  del  vulto  de  alabastro,  segund  por  la  via 
que  lo  nos  tenemos  fecho  e  ordenado.»  Al  hospital  lega  una  porción  considerable 
de  sus  bienes,  al  convento  de  dominicos  una  fuerte  manda.  La  familia  de  Barrien- 
tos era  una  de  las  siete  familias  más  ilustres  de  Medina;  acerca  de  la  descendencia 
de  D.  Lope  establecida  en  Cuenca,  véase  lo  dicho  en  el  tomo  de  Castilla  la  Nueva, 
Fuera  del  sepulcro  del  obispo,  no  contiene  cosa  notable  el  hospital  sino  un  pe- 
queño retablo  gótico  en  la  sacristía  con  preciosos  grupos  de  figuritas. 


VALLADOLID 


La  fortaleza  de  la  Mota  habfa  pasado  al  arzobispo  de  Sevi- 
lla Fonseca  y  por  muerte  de  éste  á  su  sobrino;  cansados  de  su- 
fruir  sus  continuos  daños  cercáronla  los  medíneses  en   1473, 
llamando  en  su  auxilio  al  temible  alcaide  de  Castronuño  que  con 
su  osadía  burlaba  la  ley  y  hasta  la  imponía  á  los  partidos,  y  por 
armas  y  por  tratos  á  un  tiempo,  traba- 
jaron en  adquirirla  para  derrocarl 
con  sus  gentes  el  duque  de  Alb 
persando  á  los  sitiadores,  tomó 
lio  en  tercería  hasta  tanto  que  s( 
nízara  á  Fonseca,  con  promesa  d 
donarlo  después  al  pico  destruct 
al  presentarse  en  1475  Fernan- 
do é   Isabel  recién  coronados 
en   Segovia ,   creyó  no  poder 
tributarles  don  más  grato  que 
aquellos  muros,  que  ponían  en 
sus   manos   la  población  más 
opulenta  de  Castilla  y  la  más 
importante  para  las  necesida- 
des   de    la    guerra.    Los    tres 
brazos  del   reino  reunidos -en 
cortes,  últimas  que  se  celebra- 
ron 6n  aquel  punto,  ofreciéron- 
les la  mitad  del  oro  y  plata  de 

las    iglesias    de    sus    dominios     Castillo  de  la  mota. -torre  dbi. 

por  vía  de  anticipo  hasta  lo-  homenaje 

grar  la  victoria,  que  no  se  hizo 

aguardar  por  largo  tiempo.  Las  ovaciones  de  Medina  fueron 
las  primeras  que  recibió  Fernando  V  al  volver  triunfante  de 
los  campos  de  Toro;  y  el  primer  uso  de  la  adquirida  fuerza, 
que  le  permitía  ser  clemente,  fué  e!  perdón  concedido  á  los  po- 
derosos hermanos  -Girones,  el  conde  de  Ureña  y  el  maestre  de 
Calatrava.  Desde  entonces  apenas  transcurrió  ningi^n  aAo  sin 


VALLADOLID  225 

que  los  Reyes  Católicos  visitasen  su  amada  villa.  De  su  perma- 
nencia le  dejaron  notables  fechas:  en  27  de  Setiembre  de  1480 
la  creación  del  formidable  tribunal  del  Santo  Oficio  y  el  nom- 
bramiento de  los  primeros  inquisidores;  en  27  de  Marzo  de  1489 
la  salida  para  su  gloriosa  carrera  de  lides  y  conquistas  hasta 
descansar  en  la  Alhambra;  en  1494  su  triunfal  regreso  de  Gra- 
nada; en  1497  las  conferencias  con  el  embajador  francés,  en 
que  se  ventilaban  los  despojos  de  dos  coronas,  la  de  Ñapóles  y 
la  de  Navarra.  Sin  embargo,  en  aquel  período  de  gloria  lucie- 
ron días  desastrosos  para  Medina,  el  23  de  Febrero  de  1479, 
el  16  de  Julio  de  149 1,  el  7  de  Setiembre  de  1492,  en  que  las 
llamas  con  una  insistencia,  que  más  parece  obra  de  malicia  que 
de  casualidad,  amenazaron  devorarla  toda,  consumiendo  esta 
última  vez  lo  que  la  liberalidad  de  Isabel  la  Católica  acababa  de 
reedificar. 

Interesantes  recuerdos  de  aquellos  años  nos  conservan  las 
torres  de  la  Mota.  Allá  junto  á  la  barrera,  en  una  desabrigada 
y  humilde  cocina,  habitaba  la  heredera  de  la  monarquía  espa- 
ñola, la  princesa  D,^  Juana^  sin  sentir  la  intemperie  del  frío, 
fijos  los  extraviados  ojos  en  el  puente  levadizo  que  ni  á  sus 
mandatos  ni  á  sus  ruegos  se  bajaba,  espiando  la  ocasión  de  es- 
capar para  ir  á  pié  á  reunirse  en  Flandes  con  su  veleidoso  ma- 
rido el  archiduque.  Ni  las  instancias  del  obispo  de  Córdoba  ni 
las  del  arzobispo  de  Toledo  bastaron  para  que  volviese  á  sus 
aposentos;  sólo  el  cariño  de  su  madre  que  vino  enferma  de  Se- 
govia,  y  sobre  todo  la  promesa  de  enviarla  á  su  esposo  al  aso- 
mar la  primavera,  lograron  tranquilizar  á  la  desgraciada  loca 
de  amor.  En  aquel  recinto  perdía  sus  esperanzas  al  trono  de 
Ñapóles  Fernando  duque  de  Calabria,  y  con  la  noticia  de  la 
muerte  de  su  padre  D.  Fadrique  recibía  los  postreros  avisos* 
del  destronado  rey  despertando  su  vigor  aletargado.  En  más 
estrecha  prisión  se  embravecía  cual  cautivo  tigre  el  famoso 
César  Borja,  traído  de  Italia  con  engaño  que  no  disculpan  sus 

innumerables  perfidias  y  maldades,  y  guardado  de  reserva  por 

29 


220  VALLADOLID 

el  suspicaz  Fernando  V  para  soltarlo  en  ocasión  oportuna,  no 
ya  contra  sus  enemigos,  sino  contra  el  mismo  Gran  Capitán  de 
cuya  lealtad  recelaba.  Cansado  de  aguardar  por  espacio  de  dos 
años  la  libertad,  procúresela  con  la  fuga  el  audaz  revolvedor 
en  la  noche  del  25  de  Octubre  de  1506,  y  aunque  el  alcaide 
Gabriel  de  Tapia  llegó  á  tiempo  de  cortar  la  cuerda  con  que  se 
descolgaba  por  las  almenas,  todavía  maltrecho  pudo  montar  á 
caballo  y  refugiarse  con  auxilio  del  conde  de  Benavente  á  las 
tierras  del  rey  de  Navarra  su  cuñado. 

Todas  estas  memorias  las  eclipsa  las  del  fallecimiento  de  la 
inmortal  Isabel,  cuyo  postrer  suspiro  se  duda  si  recogieron  los 
muros  de  la  fortaleza,  ó  los  del  palacio  que  tenían  los  reyes  en 
la  plaza,  ó  los  del  convento  de  Santa  María  la  Real.  Un  denso 
velo  de  tristeza  pesaba  sobre  la  corte  en  el  año  de  1504:  la 
princesa  por  fin  había  partido  á  Flandes  separándose  de  su  ma- 
dre para  no  volverla  á  ver ;  la  infanta  Magdalena,  hija  de  los 
reyes  de  Navarra  Catalina  de  Foix  y  Juan  de  Albret,  educada 
durante  ocho  años  ál  ladp  de  la  Reina  Católica  no  con  la  des- 
confianza de  rehenes  sino  con  maternal  afecto,  acababa  de  mo- 
rir en  la  flor  de  su  primavera;  el  rey  convalecía  apenas  de  una 
grave  enfermedad,  cuando  su  esposa  en  el  verano  se  sintió  ata- 
cada de  la  hidropesía  que  á  los  cincuenta  y  tres  años  debía 
conducirla  al  sepulcro.  Madre  tan  desgraciada  como  reina  ven- 
turosa, había  perdido  sucesivamente  á  su  único  hijo  varón,  á  su 
primogénita,  á  su  nieto;  y  de  tantos  reinos,  de  tantas  conquis- 
tas  dejaba  por  heredera  á  una  infeliz  demente.  Al  apercibirse 
de  su  próximo  fin,  en  1 2  de  Octubre  dictó  su  testamento,  pági- 
na la  más  tierna  y  más  sublime  que  haya  suscrito  jamás  mano 
soberana  ( i ) ;  y  continuó  sin  tregua  ocupándose  del  bien  de  sus 


(i)  No  podemos  resistir  al  deseo  de  insertar  una  muestra  de  este  precioso 
documento  poco  conocido  bien  que  no  inédito,  que  copiamos  de  su  original  en  el 
archivo  de  Simancas.  «E  quiero  e  mando,  dice,  que  mi  cuerpo  sea  sepultado  en  el 
monasterio  de  S.  Francisco  que  es  en  la  Alhambra  de  la  cibdad  de  Granada,  en 
una  sepoltura  baxa  que  no  tenga  vulto  alguno,  salvo  una  losa  baxa  en  el  suelo 
llana  con  sus  letras  esculpidas  en  ella.  Pero  quiero  e  mando  que  si  el  rey  mi  señor 


VALLADOLID  227 

vasallos  hasta  el  26  de  Noviembre,  en  que  á  la  hora  de  medio- 
día espiró  tan  santamente  como  gloriosamente  había  vivido.  El 
luto  que  vedó  á  sus  pueblos  se  encargó  de  mostrarlo  el  cielo 
lloviendo  á  mares  semanas  continuas  al  salir  para  Granada  su 
cadáver;  y  burlando  sus  modestas  prevenciones  acerca  de  la 
sepultura,  que  tanto  contrastan  con  la  vanidad  ostentosa  del 
obispo  Barrientos,  la  historia,  más  unánime  que  nunca  tal  vez 
en  su  admiración  y  en  su  cariño,  ha  tomado  de  su  cuenta  la 
inscripción,  la  efigie  y  el  monumento. 

.  Á  su  esclarecido  consorte,  arrebatado  doce  años  después 
por  el  mismo  mal,  Medina  no  le  vio  morir,  pero  sí  enfermo  y 
<lébil  por  un  extraño  filtro  que  le  propinó  su  segunda  mujer 
xleseosa  de  sucesión,  huir  de  las  gentes  y  de  los  negocios  y 
complacerse  no  más  en  la  soledad  de  los  bosques.  Principiaba 
ya  á  la  sazón  la  decadencia  de  aquel  emporio,  pero  á  sus  causas 
lentas  y  radicales  añadióse  un  hecho  glorioso  y  terrible  que  la 
precipitó,  dando  á  sus  ruinas  el  esplendor  de  las  de  Numancia 
y  Sagunto.  En  2 1  de  Agosto  de  1 5  20  presentóse  á  sus  puertas 
Antonio  de  Fonseca,  reclamando  la  artillería  que  desde  tiempo 
atrás  se  custodiaba  en  la  Mota  para  batir  los  muros  de  Segovia 
levantada  por  las  Comunidades:  Medina,  que  simpatizaba  con 
ellas,  se  negó  á  entregarla,  y  desmontando  parte  de  la  misma, 
empleó  la  restante  en  guarnecer  la  plaza  y  las  avenidas  de  las 
calles.  El  ataque  empezó :  los  medineses,  rechazados  de  la  débil 


eligiere  sepoltura  en  otra  cualquier  iglesia  ó  monasterio  de  qualquier  otra  parte 
ó  lugar  de  estos  mis  reinos,  que  mi  cuerpo  sea  allí  trasladado  e  sepultado  junto 
con  el  cuerpo  de  su  señoría,  porque  el  ayuntamiento  que  tovimos  biviendo  e  que 
nuestras  ánimas  espero  en  la  misericordia  de  Dios  teman  en  el  cielo,  lo  tengan  e 
representen  nuestros  cuerpos  en  el  suelo.  E  quiero  e  mando  que  ninguno  vista 
jerga  por  mí,  e  que  en  las  obsequias  que  se  fizieren  por  mí  donde  mi  cuerpo  esto- 
viere  las  hagan  llanamente  sin  demasías,  e  que  no  aya  en  el  vulto  gradas  ni  cha- 
piteles, ni  en  la  iglesia  entoldaduras  de  lutos  ni  demasía  de  hachas,  salvo  sola- 
mente trece  hachas  que  ardan  de  cada  parte  en  tanto  que  se  dixere  el  oficio  divino 
•e  se  dixeren  las  missas  e  vigilias  en  los  dias  de  las  obsequias,  e  lo  que  se  avia  de 
gastar  eñ  luto  para  las  obsequias  se  convierta  e  dé  en  vestuario  á  pobres,  e  la  cera 
•que  en  ellas  se  avia  de  gastar  sea  para  que  arda  ante  el  Sacramento  en  algunas 
iglesias  pobres  onde  á  mis  testamentarios  bien  visto  fuere.» 


228  VALLADOLID 


cerca,  se  atrincheraron  tras  de  los  cañones  en  el  centro  de  la 
población;  los  soldados  de  Fonseca  se  derramaron  por  los  ba- 
rrios más  opulentos  robando  y  saqueando  y  sembrando  á  tre- 
chos alcancías  de  alquitrán.  De  pronto  brotaron  las  llamas,  y 
en  breve  la  villa  toda  fué  un  mar  de  fuego ;  y  entonces  aque) 
pueblo  de  mercaderes  vio  impasible  arder  sus  moradas  y  sus 
riquezas,  sin  abandonar  un  punto  la  artillería  ni  distraerse  de  su 
custodia  para  acudir  al  remedio  de  su  daño.  Avergonzado,  per- 
seguido por  la  execración  general  y  tal  vez  por  sus  propios  re- 
mordimientos, el  incendiario  caudillo  huyó  de  Medina  y  poca 
después  de  España;  y  victoriosos  pero  arruinados  circularon  los 
moradores  la  triste  nueva  á  las  ciudades  de  Castilla  con  frases 
dignas  de  su  heroísmo  (i).  Tres  días  duró  el  fuego:  de  sete- 
cientas á  nuevecientas  casas  perecieron  en  las  calles  de  la  Rúa, 
de  San  Antolín,  de  San  Francisco  y  en  el  barrio  de  la  Joyería; 
abrasóse  el  célebre  convento  de  Franciscanos  depósito  de  inesti- 
mables mercancías,  y  el  hueco  de  un  olmo  de  la  huerta  junto  á  la 
noria  sirvió  de  asilo  al  Santísimo  Sacramento.  Oro,  plata,  perlas^ 
brocados,  tapicerías,  formaban  el  cebo  de  aquella  vasta  hoguera 
en  que  se  consumió  la  fortuna  y  se  acrisoló  la  honra  de  Medina. 
Peligroso  era  tras  de  tamaña  catástrofe  hablar  de  paz  y 


(i)  Son  de  notar  las  siguientes  en  la  carta  que  acerca  del  triste  suceso  dirigió 
Medina  á  Valladolid,  escrita  en  el  lenguaje  elocuente  con  sus  puntas  de  concep- 
tuoso que  caracteriza  los  documentos  de  aquella  época.  «Antonio  de  Fonseca  y 
los  suyos,  desque  vieron  que  los  sobrepujábamos  en  fuerza  de  armas,  acordaron 
de  poner  fuego  á  nuestras  casas  y  haciendas,  porque  pensaron  que  lo  que  ganá- 
bamos por  esforzados  perderíamos  por  codiciosos.  Por  cierto,  señores,  el  hierro 
de  nuestros  enemigos  en  un  mismo  punto  hería  en  nuestras  carnes  y  por  otra 
parte  el  fuego  quemaba  nuestras  haciendas;  y  sobre  todo  veíamos  delante  nues- 
tros ojos  que  los  soldados  despojaban  á  nuestras  mujeres  y  hijos.  Y  de  todo  esto 
no  teníamos  tanta  pena  como  de  pensar  que  con  nuestra  artillería  querían  ir  á 
destruir  á  la  ciudad  de  Segovia,  porque  de  corazones  valerosos  es  los  muchos 
trabajos  propios  tenerlos  en  poco,  y  los  pocos  ágenos  tenerlos  en  mucho...  Ya  te- 
nemos los  cuerpos  fatigados  de  las  armas,  las  casas  todas  quemadas,  las  hacien- 
das todas  robadas,  los  hijos  y  las  mujeres  sin  tener  do  abrigarlos,  los  templos  de 
Dios  hechos  polvos ;  y  sobre  todo  tenemos  nuestros  corazones  tan  turbados  que 
pensamos  tornarnos  locos.  Y  esto  no  por  mas  de  pensar  si  fueron  solos  pecados 
de  Fonseca  ó  si  fueron  tristes  hados  de  Medina,  porque  fuese  la  desdichada  Medi- 
na  quemada. n 


VALLADOLID  22Q 

mucho  menos  de  perdón  á  los  ánimos  escandecidos.  Invadió  la 
muchedumbre  el  consistorio,  al  regidor  Gil  Nieto  atravesó  con 
su  daga  el  tundidor  Bobadilla,  y  el  cadáver  echado  por  las  ven- 
tanas cayó  sobre  las  picas  de  los  amotinados:  Lope  de  Vera,  el 
librero  Téllez  y  otros  sucumbieron  inmolados  á  la  furia  popular. 
Con  banderas  de  luto  y  alaridos  de  venganza  fueron  acogidas 
allí  las  huestes  de  Bravo  y  de  Padilla:  la  primera  salida  fué 
contra  Alaej os  perteneciente  á  los  Fonsecas,  cuyo  castillo  no  se 
rindió  tan  fácilmente  como  el  pueblo.  Cuatro  meses  duró  el  sitio 
sostenido  por  el  alcaide  Gonzalo  de  Vela  contra  Luís  de  Quin- 
tanilla  caudillo  de  los  medineses,  y  al  cabo  hubieron  de  retirar- 
se, dejando  prisionero  en  poder  de  los  cercados  para  ser  colga- 
do de  una  almena  á  Bobadilla  el  tundidor,  que  hecho  intolerable 
después  de  la  revuelta  por  sus  aspiraciones  aristocráticas  (i), 
se  había  acreditado  en  el  asalto  de  brioso  y  audaz  guerrero.  A 
Francisco  del  Mercado,  capitán  de  la  gente  de  caballo,  hubiera 
cabido  por  sentencia  del  consejo  igual  suplicio,  á  no  haberse 
puesto  en  salvo,  fenecidas  las  Comunidades ;  pero  ya  que  no  á 
sus  propios  hijos,  vio  Medina  caer  al  pié  de  la  picota  en  1 4  de 
Agosto  de  1522  las  cabezas  de  siete  procuradores  de  ciudades 
aprendidos  en  Tordesillas,  y  luego  en  1 3  de  Octubre  la  de  Pe- 
dro de  Sotomayor,  diputado  por  Madrid.  No  pudo  por  tanto  la 
villa  gloriarse  del  infortunio  padecido  por  una  causa  vencida  y 
declarada  por  desleal.  Pero  la  corte  sin  embargo  le  continuó 
por  algún  tiempo  sus  favores,  y  casi  todo  el  año  de  1532  lo 
pasó  dentro  de  su  recinto  la  emperatriz  Isabel  en  ausencia  de 
su  esposo,  realzando  el  esplendor  de  las  célebres  ferias,  no  sin 
que  murmuraran  de  su  residencia  los  cortesanos  con  aquellos 
epigramas  con  que  suelen  perseguir  las  pretensiones  de  los  pue- 
blos que  nacen  ó  que  ya  dedinan  (2). 


(i;    a  Tomó  casa  y  puso  porteros,  dice  Guevara,  y  se  dejaba  llamar  señoría, 
como  si  él  fuera  ya  señor  de  Medina  ó  fuera  muerto  el  rey  de  Castilla ; »  y  añade  el 
•  historiador  de  Simancas  que  comenzó  á  hacer  plato  como  señor  de  salva. 

(3)    He  aquí  cómo  se  expresa  Guevara  acerca  de  Medina  en  una  de  sus  epísto- 


230  VALLADOLID 


Á  Medina  del  Campo  no  le  quedan  de  sus  mejores  días 
preciosos  é  insignes  monumentos,  pero  sí  vestigios  irrecusables 
de  prosperidad  y  de  grandeza.  La  extensión  de  su  plaza  asom- 
braría en  cualquiera  capital ;  y  los  soportales  que  en  parte  la 
ciñen  y  los  de  la  calle  de  la  Rúa  recuerdan  las  numerosas  tien- 
das  y  almacenes,  los  multiplicados  oficios,  la  mercantil  anima- 
ción que  hervía  allí  como  en  su  centro  (i).  Aquellas  orillas  del 
Zapardiel,  devueltas  ya  casi  á  su  rusticidad  primitiva,  atrajeron 
tantas  riquezas  y  sostuvieron  barrios  tan  opulentos  como  las  del 
humilde  Esgueva  en  medio  de  Valladolid;  por  aquellos  dos 
puentes  circulaba  á  todas  horas  gentío  innumerable,  y  junto  al 
principal  descollaban  San  Francisco  dando  nombre  á  una  de  las 
calles  más  frecuentadas,  y  la  antigua  casa  de  ayuntamiento  que 
con  sus  escrituras  pereció  también  entre  las  llamas.  La  actual 
con  su  fachada  de  sillería  flanqueada  de  torreones,  y  las  Cami- 


las: «Mi  parecer  es  que  ni  tiene  suelo  ni  cielo,  porque  el  cielo  está  siempre  cu- 
bierto de  nubes  y  el  suelo  lleno  de  lodos,  por  manera  que  si  los  vecinos  la  llaman 
Medina  del  campo,  los  cortesanos  la  llamamos  Medina  del  lodo.  Tiene  un  rio  que 
se  llama  Zapardiel,  el  cual  es  tan  hondo  y  peligroso  que  las  ánsares  hacen  pie  en 
el  verano:  como  es  rio  estrecho  y  cenagoso,  provéenos  de  muchas  anguilas,  y 
aun  encúbrenos  con  muchas  nieblas.»  En  otra  carta  dice  el  mismo  hablando  de 
las  ferias :  «  Veo  en  estas  tiendas  de  burgaleses  tantas  cosas  ricas  y  apacibles,  que 
en  mirarlas  tomo  gozo  y  de  no  poderlas  comprar  tomo  pena.  La  emperatriz  salió 
.á  ver  la  feria,  y  como  princesa  prudentísima  no  quiso  consigo  sacar  ninguna  da- 
ma, porque  siendo  los  galanes  que  las  sirven  tan  pobres  y  tan  pocos,  no  pudiera 
ser  menos  sino  que  ellas  se  desmandaran  á  pedir  ferias,  y  ellos  se  obligaran  á  pa- 
garlas.» 

(i)  De  este  movimiento  dan  alguna  idea  los  siguientes  versos  de  un  vulgar 
romancillo  ó  jázara  rufianesca,  cuyo  mérito  poético  dista  mucho  de  corresponder 
al  interés  topográfico.  Como  tan  prosaicos,  los  transcribimos  á  renglón  seguido. 
«  Está  S.  Miguel  —  junto  á  Zapardiel.  —  Seros  ha  notorio  —  el  gran  consistorio— de 
los  regidores;— justicia  y  señores-  todos  en  cuadrilla— gobiernan  la  villa.— Luego 
en  continente— pasareis  la  puente,— y  á  un  paso  de  grúa— tomareis  la  Rúa.—  Pero 
en  esta  calle— no  es  razón  que  calle— que  hay  mil  ejercicios— de  dos  mil  oficios;— 
veréis  los  traperos,— sastres,  calceteros,—  y  los  tundidores,—  y  los  corredores,— 
arcas  de  escribanos— no  se  dá  de  manos ;— y  veréis  los  cambios— cambios  y  re- 
cambios—y el  rollo  y  alberca,—  la  noria  con  cerca.—  Es  grande  alegría— ver  la  jo- 
yería—y la  mercería  — y  la  librería  — con  la  lencería,  — y  el  reloj  armado  — de 
S.  Antolin,— y  luego  á  man  drecha— una  calle  estrecha,— y  por  allí  van  — luego  á 
S.  Julián,  etc.»  La  noria  con  cerca  alude  sin  duda  á  la  de  la  huerta  de  San  Fran- 
cisco, cercada  en  reverencia  de  haber  encontrado  refugio  allí  el  Santísimo  Sacra- 
mento. 


VALLADOLID  23I 


cerías,  sencilla  y  elegante  construcción  dividida  interiormente  en 
tres  naves  por  dos  columnatas,  indican  en  qué  pujanza  se  man- 
tenía aún  la  población  durante  el  siglo  xvi.  Hospedábanse  los 
reyes,  destruido  ya  su  palacio,  en  la  casa  del  regidor  Dueñas, 
cuyo  patio  circuye  doble  galería  de  orden  corintio  con  bustos 
en  las  enjutas,  y  cuya  escalera  recuerda  la  bellísima  de  los  ex- 
pósitos de  Toledo.  Aquella  noble  morada,  que  se  distingue  en- 
frente de  San  Facundo  por  su  portal  y  ventanas  platerescas 
decoradas  con  pilastras  y  frontones  triangulares,  sirvió  de  alber- 
gue al  tribunal  de  la  Inquisición  establecido  pasajeramente  en 
Medina  mientras  que  Valladolid  fué  corte  de  Felipe  III.  Pero 
nada  infunde  tan  alta  idea  de  las  fortunas  de  sus  vecinos  como 
el  grandioso  hospital  de  la  Concepción,  erigido  en  1 619,  muy 
avanzada  ya  la  decadencia,  por  el  cambista  Simón  Ruiz,  cuya 
estatua  aparece  arrodillada  en  el  presbiterio  de  la  capilla  en 
medio  de  las  de  sus  dos  consortes  vestidas  con  gentil  gala: 
verdadero  palacio  alzado  á  la  miseria,  tiene  en  su  fachada  tres- 
cientos pies  de  longitud,  setenta  y  dos  arcos  en  las  galerías  alta 
y  baja  de  su  espacioso  claustro,  y  en  él  quedan  refundidos  hasta 
.  veintidós  asilos  de  su  especie.  En  época  más  reciente,-  para  sa- 
car de  su  abatimiento  á  la  población,  trató  el  caído  marqués  de 
la  Ensenada  de  convertirla  en  depósito  inmenso,  empleando  en 
beneficio  del  lugar  de  su  destierro  los  restos  de  su  noble  activi- 
dad; y  con  este  objeto  se  levantó  á  la  salida  la  vastísima  fábri- 
ca, que  hoy  lleva  el  nombre  de  cuarteles,  lastimosamente  des- 
mantelada durante  la  guerra  de  la  Independencia. 

Los  templos,  que  generalmente  suelen  sobrevivir  al  caserío 
cuando  viene  por  grados  la  decadencia  y  no  por  efecto  de  súbi- 
tos trastornos,  han  pagado  en  Medina  su  contingente  á  la  des- 
trucción, y  aunque  según  el  aspecto  de  los  que  subsisten  la  pér- 
dida artística  no  parece  muy  importante,  por  lo  menos  ha  sido 
copiosa.  San  Nicolás,  San  Pedro,  San  Esteban,  San  Andrés,  San 
Juan  de  Sardón,  Santa  María  la  Antigua,  han  desaparecido  entre 
las  parroquias;  Santa  María  del  Castillo  desde  su  vieja  iglesia 


233  VALLADOLID 

se  trasladó  á  una  moderna  ermita,  y  Santiago  al  hermoso  tem- 
plo de  jesuítas,  que  fundó  hacia  1563  Pedro  Quadrado  (1),  y 
en  cuyo  crucero  descansan  bajo  sencilla  losa  las  cenizas  del  vir- 
tuoso ministro  de  Fernando  VI,  que  en  1781  feneció  resignada- 
mente  en  inmerecida  desgracia  del  monarca  sucesor.  Permanecen 
todavía  San  Martín,  San  Facundo  con  sus  tres  cortas  naves  sos- 
tenidas por  estriadas  coUimnas,  San  Miguel  cabe  el  río,  Santo 
Tomé  junto  á  la  puerta  de  Valladolid  abandonado  solo  en  medio 
del  campo  por  el  reflujo  de  la  población,  los  dos  reforzados  en 
sus  ábsides  con  estribos  de  gótico  moderno.  Zonas  de  arquitos  de 
harto  más  antiguo  carácter  guarnecen  el  de  San  Julián  hacia  la 
puerta  de  Olmedo.  Sobre  todos  ellos  descuella  en  un  extremo  de 
la  plaza  San  Antolín,  que  de  simple  parroquia  ascendió  en  1480 
á  colegiata,  pero  si  algo  tuvo  de  monumental  lo  perdió  en  el  in- 
cendio de  1 5  20:  su  portada,  á  pesar  del  realce  que  le  da  una 
vasta  lonja,  es  insignificante  en  el  estilo  del  renacimiento,  sus  tres 
naves  iguales  en  altura  descansan  sobre  bocelados  pilares  del 
siglo  XVI,  su  retablo  mayor  se  compone  de  numerosas  tablas  de 
relieves,  y  en  la  sillería  del  coro,  en  los  sepulcros,  en  las  capi- 
llas espaciosas,  nada  detiene  la  atención  del  artista. 

Menos  espléndido  que  antes  renació  de  sus  cenizas  San  Fran- 
cisco, pero  ha  vuelto  á  hundirse  al  par  de  San  Andrés,  convento 
de  dominicos  restaurado  por  fray  Lope  de  Barrientos.  Nueve  de 
religiosos  y  seis  de  monjas  contaba  aún  Medina  en  el  siglo  xvii : 
hacia  los  cuarteles  se  conservan  los  antiguos  restos  del  de  pre- 
monstratenses,  é  inmediato  al  castillo  el  de  benedictinos  de  San 
Bartolomé,  cuyo  lindo  claustro  y  curiosa  iglesia  no  correspon- 
den á  la  antigüedad  de  su  fundación  en  1 1 8 1  por  el  caballero 
Berengario,  que  lo  sometió  después  al  de  Sahagún.  La  erección 
de  Santa  Clara  se  atribuye  al  rey  San  Fernando;  Santa  María  la 


(i)  Profetizó  esta  fundación  San  Ignacio,  de  quien  fué  grande  amigo  el  funda- 
dor. Murió  éste  en  i  $66,  y  su  estatua  y  la  de  su  mujer  D.'  Francisca  Marjón  ador- 
nan el  presbiterio.  La  bóveda  del  templo  es  de  crucería  y  el  retablo  mayor  se 
recomienda  por  su  mérito. 


i 

I 

I 

1 


VALLADOLID  233 

Real  recuerda  á  su  fundadora  la  reina  de  Aragón  Leonor  Urraca 
cuyo  sepulcro  posee;  ambos  edificios  góticos,  aunque  poco  nota- 
bles. La  nave  de  crucería  de  las  Magdalenas  con  su  crucero  la 
mandaron  construir  en  1556  D.  Rodrigo  Dueñas,  regidor,  y  su 
esposa  D.^  Catalina  Quadrado,  señores  de  las  villas  de  Tortoles 
y  de  Población  de  Cerrato. 

Sólo  un  monumento  hay  en  Medina,  y  es  el  castillo  de  la 
Mota.  Cuatro  recintos  forman  su  conjunto:  la  barbacana  exterior 
que  cierra  la  plaza  de  armas,  el  muro  de  ladrillo  con  almenados 
cubos  y  aspilleras  para  la  arcabucería,  el  castillo  propiamente 
dicho,  y  la  torre  del  homenaje  orlada  toda  de  modillones  y 
flanqueada  por  dos  garitas  en  cada  uno  de  sus  cuatro  lienzos, 
describiendo  ángulos  entrantes  en  las  esquinas.  Sobre  el  arco 
del  puente  levadizo,  que  divide  el  primer  recinto  del  segundo, 
los  blasones  de  los  Reyes  Católicos  y  su  divisa  del  nudo  gor- 
diano y  de  las  flechas  indican  la  época  en  que  se  efectuaron 
aquellas  obras;  y  otro  arco  altísimo,  que  con  doble  rastrillo  se 
cerraba,  introduce  á  las  habitaciones  del  alcázar,  alguna  de  las 
cuales  conserva  con  el  nombre  de  tocador  de  la  reina  su  bó- 
veda de  lacería.  Dos  minas  ó  corredores  subterráneos,  uno  de- 
bajo del  otro,  circuyen  la  fortaleza,  permitiendo  por  sus  ocul- 
tas troneras  una  defensa  encarnizada.  Las  ruinas  no  son  bellas, 
pero  sí  imponentes;  la  torre  se  elevaba  á  prodigiosa  altura,  y 
aun  se  denotan  los  arcos  de  su  segundo  cuerpo. 

Como  lozanos  retoños  al  rededor  de  un  robusto  tronco  de- 
rribado, han  crecido  en  torno  de  Medina  del  Campo,  villas  po- 
pulosas :  en  vecindario  casi  la  iguala  Rueda,  conocida  sólo  por 
la  fatal  derrota  que  en  981  sufrieron  Ramiro  III  de  León  y 
Sancho  García  de  Navarra  y  el  conde  de  Castilla  Garci  Fernán- 
dez arrollados  por  la  cimitarra  de  Almanzor  (i);  excédela  bas- 
tante la  Seca,  y  la  duplica  Nava  del  Rey,  poblaciones  más.  im- 
portantes por  sus  modernos  edificios  que  por  antigüedades  ó 


( I )    Véase  lo  dicho  atrás  pág.  185. 

30 


234  VALLADOLID 

recuerdos.  Hacia  el  norte  limita  su  jurisdicción  el  majestuoso 
Duero,  y  en  su  confluencia  con  el  Adaja  asoma  entre  frondosas 
alamedas  la  célebre  cartuja  de  Aniago  que  fundó  en  1441  la 
reina  D.^  María  y  que  encubre  bajo  el  más  rústico  exterior  un 
magnífico  claustro  de  ojival  arquitectura.  Habíanla  precedido 
varios  ensayos  de  monasterios  (i)  desde  que  eñ  1 135  fué  cedida 
su  iglesia  por  Alfonso  VII  al  de  Santo  Domingo  de  Silos,  pa- 
sando el  lugar  alternativamente  del  señorío  real  al  del  concejo 
de  Valladolid. 

Al  oeste  de  Medina,  paralelo  casi  al  Zapardiel,  corre  el  río 
Trabancos,  pero  ha  desaparecido  la  línea  de  castillos  que  de- 
fendía sus  llanuras.  Pereció  el  del  Carpió,  ¿y  qué  mucho  si  se 
ha  hundido  hasta  la  parroquia  del  pueblo,  convertida  hoy  en 
cementerio,  permaneciendo  sólo  entre  las  ruinas  la  gótica  capilla 
mayor  con  sus  hermosos  sepulcros  de  alabastro  y  con  el  pan- 
teón de  sus  señores  (2),  y  la  torre  ennegrecida  cuya  antigüedad 
remonta  hasta  los  árabes  el  vulgo?  Del  de  Siete  Iglesias,  lugar 
inseparablemente  unido  á  la  memoria  de  su  desgraciado  mar- 
qués D.  Rodrigo  Calderón,  no  se  conservan  sino  vastos  subte- 
rráneos :  el  de  Alaejos  subsistió  entero  con  sus  cuatro  torreones 
hasta  nuestros  días,  en  que  su  dueño  lo  abandonó  á  los  vecinos 
para  que  aprovecharan  sus  sillares,  no  quedando  de  él  más  que 
lo  bastante  para  acreditar  su  solidez  y  echar  menos  su  gallar- 
día. No  le  valió  el  haber  servido  de  morada  ó  más  bien  de  cár- 
cel en  1468  á  la  reina  D.^  Juana,  esposa  de  Enrique  IV,  puesta 
en  poder  del  arzobispo  de  Sevilla  D.  Alonso  de  Fonseca;  ya  no 
existe  el  torreón  del  tocador  por  el  cual  escapó  cierta  noche 
descolgándose  dentro  de  un  canasto,  para  correr  á  reunirse  en 


(i)  Tales  fueron  el  de  Jerónimos  que  en  1376  trató  de  establecer  la  reina 
Doña  juana  Manuel,  y  el  colegio  de  sacerdotes  mozárabes  que  fundó  á  principios 
del  siglo  inmediato  el  obispo  de  Segovia  D.  Juan  Vázquez  de  Cepeda  cediendo  su 
patronato  á  la  reina  D.*  Marta,  sin  que  llegara  á  realizarse. 

(3)  En  146$  dio  Enrique  IV  la  villa  al  conde  de  Alba,  cuyos  descendientes 
unieron  á  este  título  el  de  marqueses  del  Carpió :  los  entierros  de  la  capilla  mayor 
pertenecen  á  la  familia  de  Vázquez. 


VALLADOl-ID  2^5 


Buitrago  con  su  hija,  montada  á  la  grupa  del  caballo  del  joven 
D.  Luís  de  Mendoza :  pero  si  infamó  aquellos  muros  con  adúl- 
teros amores  la  liviana  princesa,  según  publicaron  sus  enemigos, 
echando  nueva  mancha  sobre  el  tálamo  real,  justo  era  recordar 
la  gloriosa  resistencia  que  opusieron  en  1520  á  los  comuneros 
de  Segovia,  Avila  y  Medina,  que  en  el  alcázar  del  aborrecido 
Fonseca  trataban  de  vengar  el  atroz  incendio  de  sus  hogares. 
Bajo  el  señorío  de  aquella  poderosa  familia  floreció  Alaejos  en 
el  siglo  XVI,  y  en  sus  dos  parroquias  Santa  María  y  San  Pedro 
lególe  el  renacimiento  insignes  construcciones.  Distingüese  la 
primera  por  sus  buenos  detalles  platerescos  y  por  los  ricos  ar- 
tesonados  estalactíticos  que  adornan  su  cimborio  y  la  parte  in- 
ferior del  coro  alto;  la  segunda,  mayor  y  más  esbelta,  por  sus 
excelentes  proporciones,  por  la  ligereza  de  las  columnas  que 
sustentan  sus  tres  naves,  y  por  la  elevación  y  gracia  que  carac- 
teriza su  torre  bien  que  terminada  en  la  postrer  centuria.  Entre 
las  conquistas  de  Alfonso  VI  nombra  á  Alaet  el  obispo  D.  Pe- 
layo;  hoy  es  un  pueblo  grande  y  rico  que  ha  ganado  en  impor- 
tancia lo  que  ha  perdido  en  fortaleza. 

Por  un  castillo,  como  suena  el  nombre,  empezó  Castro  Ñuño 
en  las  márgenes  del  Duero  junto  á  la  embocadura  del  Traban- 
eos;  Castro  Benavente  se  le  llamó  antes  que  lo  repoblara  y  ce- 
diera á  la  orden  de  San  Juan,  Ñuño  Pérez  alférez  de  Alfonso  VII, 
quien  otorgó  en  1152a  sus  habitantes  varias  exenciones  y  el 
fuero  de  Sepúlveda.  Cediólo  en  1 30 1  Fernando  IV  al  inquieto 
D.  Juan  su  tío  á  trueque  de  reducirle  á  su  obediencia;  pactó  allí 
en  1439  Juan  II  con  los  infantes  de  Aragón,  humillando  su  au- 
toridad ante  las  exigencias  de  los  rebeldes.  Bajo  el  débil  cetro 
de  Enrique  IV  un  audaz  alcaide  tras  de  aquellas  almenas  llegó 
á  erigirse  en  arbitro  y  opresor  de  la  comarca :  Pedro  de  Menda- 
via,  á  quien  cuenta  Guevara  entre  los  famosos  tiranos^  todo  lo 
asolaba  y  revolvía  desde  al  Duero  al  Tormes,  burlando  alter- 
nativamente á  los  diversos  bandos  del  reino,  y  para  confirmar 
sus  usurpaciones  enarboló  contra  los  Reyes  Católicos  el  pendón 


*. 


336  VALLADOLin 

de  la  Beltraneja.  Castro  Ñuño  fué  el  asilo  del  rey  de  Portugal 
fugitivo  y  derrotado  en  Toro ;  Castro  Ñuño,  cuando  se  habían 
ya  rendido  las  plazas  todas,  resistió  hasta  el  verano  de  1477 
con  esfuerzo  digno  de  mejor  causa,  y  después  de  capitular  hon> 
rosamente  salieron  para  Portugal  los  defensores  con  su  bagaje, 
obteniendo  el  alcaide  Mendavia  en  vez  de  castigo  una  recom- 
pensa de  siete  mil  ñorines.  Elscarmentados  los  vecinos  y  teme- 
rosos de  los  males  de  la  guerra,  arrasaron  el  castillo,  de  cuyas 
piedras  se  dice  haberse  construido  la  ermita  situada  en  el  cerro 
de  la  Muela,  y  cuyo  nombre  conserva  aún  la  parroquia  de  Santa 
Marfa.  Esta  destrucción  se  comprende  al  menos,  no  la  que  dia- 
riamente se  está  cebando  á  sangre  fría  en  torres  indefensas,  en 
ruinas  pintorescas  y  venerables. 


CAPÍTULO  VIII 


Tor  deslllas. — Torrelobatóc — Vlllalar 


a  NA  jornada  sobra  para  recorrer  el  teatro  de  la  campana 
que  en  ocho  meses  anduvo  Juan  de  Padilla,  campaña,  más 
bien  que  gloriosa  por  sus  aciertos  ó  resultados,  interesante  por 
la  bandera  que  sostuvo  y  por  la  noble  desgracia  que  la  coronó. 
Tordesillas,  cuartel  general  de  sus  operaciones  tan  pronto  ga- 
nado como  imprevisoramente  perdido,  Torrelobatón  trofeo  de 
su  bravura  y  testigo  después  de  su  desidia,  Villalar  padrón  la- 
mentable de  su  derrota  y  suplicio,  forman  el  breve  triángulo 
misterioso  donde  se  encierran  los  destinos  del  héroe  de  las 
Comunidades.  Las  aldeas,  los  arroyos,  los  barrancos  mismos 
han  inmortalizado  su  nombre,  uniéndolo  á  las  vicisitudes  de 


238  VALLADOLID 

aquella  lucha  menos  épica  que  dramática;  y  no  sé  qué  aspecto 
melancólico  y  solemne  toman  sus  rasas  y  yermas  llanuras,  don- 
de cada  cual,  según  el  sistema  histórico  que  se  ha  forjado,  cree 
ver  surgir  espléndido  el  trono  del  caos  de  las  revueltas  feudales 
y  concejiles  de  la  Edad  media,  ó  percibir  el  postrer  suspiro  de 
las  libertades  castellanas. 

Tordesillas  se  sienta  sobre  un  alto  ribazo  á  la  orilla  dere- 
cha del  Duero,  descollando  entre  sus  iglesias  la  gótica  crestería 
de  San  Antolín  y  de  Santa  Clara.  Desde  sus  miradores  señorea 
un  horizonte  dilatado,  cuyo  primer  término  alegran  las  corrien 
tes  del  río  recamadas  de  verdor  y  un  magnífico  puente  de  diez 
arcos  apuntados,  en  medio  del  cual  se  levantaba  en  otro  tiempo 
una  torre  flanqueada  por  almenados  torreones.  No  lejos  de  él 
existía  el  palacio  donde  se  hospedaron  tantos  reyes,  y  donde 
arrastró  medio  siglo  de  soledad  y  de  insensatez  la  reina  propie- 
taria de  Aragón  y  de  Castilla,  la  triste  D.^  Juana;  mandóse  de 
real  orden  en  1771  demoler  por  ruinoso,  y  hoy  lo  reemplaza  un 
moderno  villar.  Aunque  poco  inferior  en  blasones  históricos  á 
Medina  del  Campo,  nunca  alcanzó  Tordesillas  la  pujanza  de 
aquella ;  por  esto  ha  sido  menos  profunda  su  caída.  Su  vecinda- 
rio ha  disminuido  poco  del  que  contenía  en  el  siglo  xvi,  sus  seis 
parroquias  subsisten,  y  presenta  aún  animación  y  vida  su  cua- 
drada plaza,  cruzada  por  cuatro  calles,  rodeada  de  pórticos  y 
uniforme  en  su  ventanaje.  De  sus  murallas  permanecen  vesti- 
gios y  los  arcos  de  sus  cuatro  puertas :  castillo  nunca  lo  tuvo, 
sino  un  pequeño  fuerte  contiguo  á  la  puerta  del  Mercado,  sin 
eximirse  por  lo  débil  de  las  calamidades  de  riguroso  cerco. 

Ninguna  de  sus  parroquias  sobresale  en  hermosura  ni  en 
grandeza:  San  Miguel,  Santiago,  San  Juan,  á  más  de  reducidas, 
son  insignificantes  á  fuer  de  renovadas;  Santa  María  se  distin- 
gue solamente  por  su  torre,  que  ceñida  de  balaustres  y  termi- 
nada por  un  segundo  cuerpo  con  airosa  cúpula  y  linterna,  ad- 
mite todavía  alguna  ventana  ojival  en  su  estilo  del  Renacimiento; 
San  Pedro  cubre  sus  tres  naves  con  bóveda  de  cru9ería,  conté- 


VALLADOLID  239 

niendo  dos  bultos  mortuorios  dentro  de  un  nicho  en  la  capilla 
del  inquisidor  Gaytán.  La  más  notable  es  sin  disputa  San  Anto- 
lín,  erigida  al  santo  tutelar  de  Falencia,  á  cuya  diócesis  perte- 
necía la  comarca;  y  su  gótica  capilla  de  los  Alderetes,  que 
avanzando  por  fuera  hacia  el  mirador,  realza  con  la  gentileza  de 
sus  botareles  la  amenidad  del  sitio,  custodia  en  su  interior  in- 
signes obras  de  escultura.  Sobre  una  tumba  aislada  cubierta  de 
medallones  y  figuras  al  uso  plateresco,  yace  la  bella  efigie  del 
comendador  Pedro  González  de  Alderete,  rodeada  de  graciosos 
niños,  reclinados  cuales  sobre  el  casco  del  guerrero,  cuales  so- 
bre fúnebres  calaveras ;  y  dentro  de  un  arco  gótico  aparece  otra 
estatua  tendida  de  Rodrigo  de  Alderete,  juez  mayor  de  Vizca- 
ya (i).  Labrólas  á  mediados  del  siglo  xvi  el  famoso  Gaspar  de 
Tordesillas,  aventajado  imitador  y  tal  vez  discípulo  de  Berru- 
guete,  á  cuyo  cincel  se  debió  también  probablemente  el  retablo 
de  la  capilla  dedicado  á  la  Virgen  de  la  Piedad :  el  litigio  susci- 
tado entre  el  artista  y  el  patrono  nos  ha  conservado  por  con- 
ducto de  Ceán  Bermúdez  esta  preciosa  noticia. 

Antigüedad  y  magnificencia,  si  las  hay  en  Tordesillas,  ha- 
llarse han  en  un  convento  de  religiosas.  Han  perecido  el  de 
franciscanos  y  el  de  dominicos  de  Santo  Tomás ;  el  de  comen- 
dadoras de  San  Juan  fundado  en  1489  se  ha  modernizado  por 
completo;  el  de  Santa  Clara  empero  ostenta  á  la  vez  sus  au- 
gustas memorias  y  sus  formas  monumentales.  Un  rey  licencioso, 
el  célebre  D.  Pedro,  lo  erigió  en  1363;  el  primer  fruto  de  la 
más  querida  de  sus  damas,  la  infanta  D.^  Beatriz,  se  encerró  en 
aquel  claustro,  desvanecida  con  la  catástrofe  de  Montiel  la  es- 
peranza de  suceder  á  su  padre  y  de  casarse  con  el  príncipe  de 


(i)  En  torno  de  la  urna  del  Comendador  se  lee  el  siguiente  epitafio:  «Este 
bulto  e  capilla  mandó  hacer  el  doctor  Pedro  de  Aldrete  comendador  de  la  caballe- 
ría de  Santiago,  vecino  e  regidor  de  la  villa  de  Tordesillas,  falleció  en  Granada 
año  de  i  501,  cuyo  cuerpo  está  aquí  sepultado.»  El  entierro  del  nicho  lleva  esta 
otra  leyenda:  «Aquí  yace  el  licenciado  Rodrigo  Alderete  juez  mayor  de  Vizcaya 
por  sus  magestades,  falleció  año  de  mili  e  quinientos...»  y  luego  continúa  pintado 
en  vez  de  esculpido  «y  XXVII,»  prueba  de  que  la  inscripción  se  puso  en  vida  del 
finado,  añadiéndose  después  el  año  de  su  muerte. 


240  VALLADOLin 

t  —    ■ 

Portugal.  Transformáronse  en  monasterio  las  casas  principales 
que  habitaba  el  rey  durante  sus  frecuentes  estancias  en  la  villa, 
donde  al  lado  de  la  reina  su  madre,  se  había  visto  como  asedia- 
do por  los  grandes  para  que  rompiese  sus  adúlteros  lazos, 
donde  había  ensangrentado  con  muertes  como  solía,  las  fiestas 
y  torneos  celebrados  por  la  rendición  de  Toro,  donde  en  1355 
y  1359  le  había  hecho  padre  la  Padilla  de  la  infanta  Isabel  que 
vino  á  casar  en  Inglaterra  con  Edmundo  duque  de  York,  y  del 
príncipe  D.  Alfonso  cuya  muerte  prematura  hizo  inútil  su  pro- 
clamación como  heredero.  Insignes  honores  y  prerrogativas  se 
acumularon  sobre  la  real  fundación;  hízoles  merced  D.  Pedro 
de  los  pontazgos  de  Tordesillas  y  de  Zamora,  y  varios  pueblos 
del  contorno  rendían  homenaje  al  báculo  de  su  abadesa.  Hon- 
rado encierro  de  testas  coronadas,  albergó  sucesivamente  el 
edificio  á  la  reina  viuda  de  Portugal  D.*  Leonor  de  Meneses,  de 
cuya  inconstante  voluntad  y  liviana  conducta  recelaba  su  yerno 
Juan  I;  á  la  reina  viuda  de  Aragón  D.*  Leonor  Urraca,  objeto 
de  la  suspicacia  de  Juan  II  durante  la  guerra  con  sus  hijos  los 
infantes;  á  D.^  Juana  la  Loca  que  venía  á  contemplar  á  menudo 
los  embalsamados  restos  de  su  marido  depositados  en  el  templo. 
Napoleón  hizo  respetar  la  clausura  escribiendo  su  nombre  en 
aquellos  muros  (i);  honrólos  en  18  de  Setiembre  de  1858  alo- 
jada en  su  hospedería,  la  bondadosa  Isabel  II. 

Con  el  carácter  gallardo  y  sobrio  de  la  arquitectura  ojival 
del  siglo  XIV  combínanse  armoniosamente  en  Santa  Clara  los 
rasgos  del  arte  arábigo  importado  en  Castilla,  ó  mudejar  como 
se  ha  dado  en  llamarle,  tan  floreciente  en  el  reinado  de  D.  Pedro 
y  tan  del  gusto  de  aquel  monarca.  ¿Hiciéronse  al  inaugurarse  el 
monasterio,  ó  son  restos  acaso  de  la  mansión  espléndida  de 


(i)  Atestigua  el  Sr.  Rada  y  Delgado  en  la  descrípción  del  viaje  de  SS.  MM.  en 
i8()8,  con  referencia  á  la  nonagenaria  abadesa  de  Santa  Clara,  que  á  petición  de 
la  misma,  escribió  Bonaparte  para  que  sus  soldados  respetasen  á  su  vez  el  con- 
vento: aquí  ha  estado  el  Emperador,  y  que  estas  palabras  se  conservan  todavía 
medio  borradas.  Detúvose  el  gran  caudillo  en  Tordesillas  el  26  de  Diciembre 
de  1808. 


VALLADOLID  24 1 


María  de  Padilla  acomodados  al  nuevo  destino,  las  obras  que 
en  este  género  se  observan?  El  claustro,  que  pudo  ser  patio  muy 
bien,  apoya  sus  rudos  arcos  semicirculares  sobre  capiteles  ará- 
bigo-bizantinos de  columnas  sin  basa,  desde  los  cuales  suben 
franjas  de  labores  hasta  las  vigas  que  cubren  los  ánditos  en  vez 
de  bóvedas ;  acá  y  acullá  asoma  alguna  puerta  en  forma  de  he- 
rradura, y  en  el  muro  exterior  de  la  iglesia  se  divisan  unos  ar- 
cos lobulados  con  lindos  arabescos.  Dícese  que  fué  techumbre 
de  una  regia  sala  el  artesonado  que  se  extiende  sobre  la  capilla 
mayor,  cuajado  de  oro  y  describiendo  ingeniosas  estrellas,  por 
cuyo  arranque  corre  á  manera  de  friso  una  galería  de  arcos 
estalactíticos,  conteniendo  pintados  bustos  de  santos  de  singular 
hermosura;  y  en  verdad  que  si  en  algo  desdice  de  un  palacio, 
es  por  estas  sagrada.s  imágenes  y  no  por  falta  de  riqueza.  Alta 
y  gentil  es  la  gótica  nave,  orlada  de  copiosas  molduras  y  folla- 
jes la  ojiva  de  la  portada,  bello  el  retablo  principal,  á  cuyos  lados 
campean  renovadas  las  armas  reales  del  fundador.  Al  estilo  del 
templo  corresponde  la  sacristía  cubierta  por  ochavada  cúpula, 
salpicados  sus  muros  con  la  cifra  de  Jesús. 

Dos  tercios  de  siglo  contaba  la  obra  del  rey  D.  Pedro, 
cuando  vino  á  realzarla,  añadiéndole  una  preciosa  capilla,  el 
contador  mayor  de  Juan  II,  Fernán  López  de  Saldaña.  Llegaba 
á  la  sazón  el  arte  al  apogeo  de  su  vigor  y  lozanía,  al  momento 
de  entreabrir  sus  flores  y  de  asomar  sus  más  vistosas  galas,  sin 
que  todavía  se  adulterase  en  nada  la  pureza  de  sus  líneas  ni  se 
afeminara  su  noble  y  varonil  atractivo.  El  artífice  elegido  fué  el 
que  llevaba  entonces  adelante  la  más  castiza  y  homogénea  cons- 
trucción de  su  género,  la  catedral  de  León:  llamábase  Guillen 
de  Rohán,  como  se  ha  escrito  generalmente  copiando  á  Llaguno, 
ó  de  Ridán  según  leímos  nosotros  en  el  epitafio  (i),  extranjero 


(i)  Está  en  la  pared  exterior  de  la  capilla,  esculpido  en  caracteres  tudescos,  y 
dice  así:  «Aquí  yace  maestre  Guillen  de  Ridan  maestro  de  la  yglesia  de  León  (las 
dos  primeras  letras  del  vocablo  han  saltado  ya)  et  aparejador  deísta  capilla,  e  fínó 
á  VII  dias  de  deciembre  año  de  mili  et  CGCC  et  XXX  et  un  años.» 

3t 


242  VALLADOLID 


probablemente  por  lo  que  indican  el  apellido  y  hasta  el  nombre. 
Empezóse  la  capilla  en  1 430,  y  al  año  siguiente  falleció  el  ar- 
quitecto obteniendo  fuera  de  ella  humilde  sepultura ;  quedaba 
empero  su  traza,  que  cuatro  años  después  logró  verse  realizada. 
Á  la  derecha  de  la  nave  ábrense  dos  grandiosos  arcos  orlados 
de  colgadizos,  que  introducen  á  su  recinto  formado  por  dos  bó- 
vedas de  crucería;  siete  graciosas  ventanas  rasgan  la  parte  supe- 
rior de  los  muros  resaltando  en  sus  alféizares  majestuosas  efígies 
de  los  apóstoles,  y  en  la  inferior  aparecen  cuatro  nichos  sepul- 
crales bordados  de  arabescos  delicadísimos  hasta  la  mitad  de  su 
abertura,  con  dos  ángeles  en  su  vértice  que  sostienen  los  bla- 
sones de  los  ñnados.  Las  tumbas  carecen  de  inscripción;  pero 
según  la  que  corre  por  el  friso  de  la  capilla  (i),  la  efígie  tendida 
con  ropaje  talar,  espada  en  la  mano  y  turbante  en  la  cabeza, 
conforme  á  la  moda  cortesana  del  siglo  xv,  representa  al  mismo 
fundador  Fernando  de  Saldafia,  y  la  inmediata  á  su  esposa  El- 
vira de  Acevedo,  quedando  en  duda  á  qué  miembros  de  su 
familia  pertenecen  el  otro  bulto  de  mujer,  y  el  de  varón  con  tú- 
nica corta  y  el  pelo  cortado  á  cerquillo,  y  los  que  se  notan  sen- 
tados á  los  pies  de  los  sepulcros,  del  mismo  tamaño  que  los 
yacentes.  Por  apreciables  que  sean  estas  esculturas  ceden  no 
poco  en  perfección  y  delicadeza  á  las  del  retablo,  que  aseguran 
fué  el  portátil  del  rey  D.  Pedro  y  que  más  bien  creemos  por  su 


( I )  De  esta  larga  inscripción  sólo  pudimos  leer  lo  siguiente:...  «Femand  López 
de  Saldaña  contador  mayor  del  virtuoso  rey  don  Johan  e  su  camarero  e  su  canciller 
e  de  su  consejo,  et  fué  et  es  comentada  en  el  año  del  nascimiento  de  nuestro  Sal- 
vador Jhu.  Xpo.  de  mil  quatrocientos  et  treynta  et  cinco  años,  á  honor  et  reveren- 
cia... (de  la  virgen  María)...  que  él  tiene  por  protectora  et  abogada  en  todos  sus 
fechos ;  e  está  aquí  enterrada  Elvira  de  Azevedo  su  mujer  que  Dios  perdone,  la 
qual  finó  en  T.<*  (Toledo)  víspera  de  Pascua  mayor  que  fué  á  onze  dias  de  abril  de 
mil  quatrocientos  e  treinta  e  tres  años.  Gloria  in  excelsis  Deo  et  in  tcrra  pax  ho- 
minibus  bone  voluntatis;  laudamus  te,  benedicimus  te,  adoramus  te,  glorifica- 
mus...»  Si  mal  no  recordamos,  en  el  año  del  fallecimiento  de  Elvira  se  omite  la 
palabra  treinta,  mas  no  pudo  ser  otro  que  el  de  1433  según  la  celebración  de  la 
pascua  que  fué  á  1  3  de  Abril.  Fué  Fernán  López  de  Saldaña  uno  de  los  personajes 
más  importantes  de  la  corte  de  Juan  II,  enemigo  del  Condestable  por  haberle  qui- 
tado éste  en  1434  la  cámara  y  ropería  del  rey,  y  en  la  batalla  de  Olmedo  de  1445 
figuró  en  el  bando  de  los  infantes  de  Aragón. 


VAL  LADO  LID  243 


florido  carácter  contemporáneo  de  la  capilla,  donde  bajo  dose- 
letes  de  la  más  pura  crestería  dos  órdenes  de  relieves  interpo- 
lados con  imágenes  de  profetas  recuerdan  la  serie  de  los  tor- 
mentos del  Salvador,  compitiendo  con  el  primor  de  los  detalles 
la  singular  expresión  de  las  figuras.  Estofado  todo  de  brillantes 
colores,  pintadas  por  fuera  y  por  dentro  sus  puertas  con  histo- 
rias sagradas,  nada  le  falta  para  ser  una  regia  joya  y  una  obra 
maestra  de  su  siglo. 

En  Tordesillas  no  hay  que  buscar  monumentos  ni  aun  me- 
morias anteriores  á  la  reconquista.  Quédense  en  paz  la  Aconcia 
de  Estrabón  y  la  Tela  de  Tolomeo  y  la  Torre  de  Sila  y  las 
etimologías  hebraicas,  célticas  y  arábigas  que  de  aquel  nombre 
se  han  ensayado  (i);  de  oíero  deriva  que  no  de  íorre^  y  Oter 
de  Siellas  se  la  llama  constantemente  en  los  documentos  de  la 
Edad  media.  En  su  archivo  subsisten  las  pruebas  de  la  impor- 
tancia que  adquirió  desde  muy  temprano:  la  venta  que  en  1229 
le  otorgó  Fernando  el  Santo  de  la  heredad  de  Zofraguilla,  cu- 
riosas leyes  suntuarias  publicadas  en  1252  contra  el  excesivo 
lujo  de  las  armas,  el  fuero  que  en  1262  le  concedió  Alfonso  X 
en  recompensa  de  grandes  servicios  prestados  á  su  padre  y  á 
su  bisabuelo  el  de  las  Navas  (2),  la  promesa  de  Sancho  IV 
en  1 287  de  no  desprenderla  jamás  del  real  señorío  (3),  la  dona- 


(i;  Puede  consultarlas  el  lector  desocupado  en  el  diccionario  del  Sr.  Cortés, 
que  soñando  siempre  con  sus  raíces  hebreas  ve  en  Thor  Stiah  una  sinonimia  con 
Aconcia  y  Tela,  y  en  el  del  Sr.  Madoz  que  tras  de  emplear  columna  y  media  en  re- 
futarle concluye  interpretándola  por  Torre  de  los  Shilahes,  una  de  las  tribus  ára- 
bes invasoras  á  lo  que  dice.  El  blasón  parlante  de  la  villa  fígura  tres  sillas  á  la  ji- 
neta sobre  un  peñasco  entre  dos  llaves  doradas. 

(2)  En  el  preámbulo  de  este  fuero  fechado  en  Sevilla  expresa  que  se  lo  da 
«porque  fallamos  que  la  villa  de  Oterdesiellas  no  avien  fuero  complido  porque  se 
judicasen  así  como  devien,  e  por  esta  razón  venien  muchas  dubdas  e  muchas  con- 
tiendas e  muchas  enemistades  e  la  justicia  no  se  cumplie...  e  por  darles  galardón 
por  los  muchos  servicios  que  fícieron  al  noble  don  Alfonso  nuestro  bisabuelo  e  á 
nuestro  padre.» 

(3)  «  Por  fazer  bien  e  merced,  dice  el  privilegio  original,  al  concejo  de  Oter  de 
Siellas  á  los  que  agora  son  e  fueren  en  adelante,  otorgámosles  que  sean  siempre 
nuestros  por  en  todos  nuestros  dias  e  de  los  otros  reyes  que  vinieren  después  de 
nos,  e  que  los  non  demos  á  infante  ni  á  ric  ome  ni  á  rica  fembra  ni  á  orden  ni  á 
otro  ninguno,  ni  que  sean  de  otro  señorío  sino  del  nuestro ;  e  porque  esto  sea  fir- 


244  VALLADOLID 

ción  que  en  1 305  le  hizo  Fernando  IV  de  las  aldeas  de  Bercero 
y  de  Matilla.  Allí  consta  el  homenaje  que  en  2  de  Abril  de  1354 
recibió  de  los  moradores  de  la  villa  el  rey  D.  Pedro  debajo  del 
portal  de  la  iglesia  de  Santa  María  (i);  allí  la  prisa  que  se  dio 
Juan  I  de  reincorporarla  á  la  corona  en  1385,  después  de  ceder 
en  cambio  á  su  esposa  Beatriz  la  villa  de  Béjar,  poniendo  á  sal- 
vo la  jurisdicción  del  convento  de  Santa  Clara;  allí  el  privilegio 
que  le  otorgó  Enrique  IV  en  28  de  Agosto  de  1465  de  tener 
mercado  franco  todos  los  martes,  merced  que  confirmada  por 
los  reyes  posteriores  constituye  todavía  su  prosperidad  y  rique- 
za (2). 

La  gratitud  del  rey  y  su  interés  por  el  acrecentamiento  de 
Tordesillas  se  explican  por  los  graves  sucesos  de  que  fué  teatro 
la  población  durante  el  siglo  xv.  Empezó  éste  con  la  celebra- 
ción de  cortes  que  en  Marzo  de  1401  juntó  en  ella  Enrique  III 
para  atajar  la  codicia  y  los  excesos  de  los  arrendadores  de  al- 
cabalas. Moraba  allí  en  1420  Juan  II  recién  salido  de  su  larga 
menoría,  cuando  entró  audazmente  á  apoderarse  de  su  persona 
su  primo  D.  Enrique  de  Aragón  rodeándole  de  gentes  armadas 
hasta  conseguir  la  mano  de  su  hermana  Catalina,  siendo  el  pri- 
mero en  imponerle  aquella  mal  encubierta  servidumbre  que  sin 
más  cambio  que  el  de  dueños  ya  no  había  de  terminar  sino  con 
su  reinado.  En  1439  la  liga  de  los  cien  grandes  juramentados 
contra  su  monarca  (3),  en  1443  los  tratos  del  príncipe  D.  Enri- 


me  e  estable  mandárnosles  dar  este  nuestro  privilegio.  En  Valladolid,  lunes  trece 
dias  andados  del  mes  de  enero  en  era  de  MCCCXXV.»  Firman  después  del  rey  su 
mujer  y  los  infantes  D.  Fernando  y  D.  Alfonso. 

(i)  Este  documento  expresa  que  habitaba  el  rey  «en  las  casas  de  morada  de 
Diego  Ruiz  yerno  de  Juan  Alfonso.» 

(2)  Expidió  Enrique  IV  esta  cédula  en  el  real  sobre  Valladolid,  mostrándose 
inclinado  «por  los  muchos  e  buenos  e  leales  servicios  que  vosotros  me  avedes 
fecho  e  fazedes  de  cada  dia,  e  porque  de  aquí  adelante  esa  villa  se  pueble  e  enno- 
blezca mas  e  sea  mejor  proveida.» 

(3)  La  censura  que  excitó  esta  conjuración  se  muestra  bien  en  la  carta  que 
escribió  el  bachiller  de  Cibdad  Real  á  Pedro  Alvarcz  Osorio  señor  de  Cabrera: 
«  Escribo  á  Vm.  dende  el  lecho,  dice ;  e  á  Dios  pluguiera  que  antes  de  haber  sabi- 
do lo  que  al  postrero  de  la  otra  semana  pasó  en  Tordesillas,  yo  fuera  finado. 


r 


VAI.LADOLID  245 


que  con  Pacheco  y  con  el  obispo  Barrientos  para  libertar  á  su 
padre  de  la  tiranía  del  bando  aragonés  restituyendo  la  privanza 
al  Condestable,  en  1448  la  reconciliación  del  rey  con  su  hijo 
sellada  con  el  decreto  de  prisión  de  los  cortesanos  que  los 
traían  entre  sí  revueltos,  fueron  la  parte  que  alcanzó  á  Torde- 
sillas  de  la  porñada  é  ignominiosa  contienda  en  que  los  partidos 
jugaban  la  corona,  y  la  corona  el  honor  de  la  monarquía.  Por 
desgracia  de  Enrique  IV  nacióle  allí  á  su  enfermizo  padre  de  su 
segunda  esposa  Isabel  de  Portugal  en  15  de  Noviembre  de  1453 
un  infante  llamado  Alfonso,  que  más  tarde  le  alzaron  los  rebel- 
des por  competidor  en  el  trono,  encendiendo  en  guerra  civil  las 
dos  Castillas.  Fué  al  rey  en  este  trance  leal  la  villa  y  propicia 
en  sus  campos  la  fortuna,  quedando  vencido  en  ellos  un  escua- 
drón de  los  sublevados  y  muerto  su  jefe  Juan  Carrillo  (i);  y 
estos  son  los  servicios  que  premió  con  su  protección  decidida. 
Allí  residía  en  el  siguiente  año  de  1466  al  renovar  la  institución 
de  la  Santa  Hermandad. 

No  menor  aprecio  dispensaron  los  Reyes  Católicos  á  Tor- 
desillas.  Habíala  libertado  ya  don  Fernando  en  el  mes  de  Junio 
de  1474,  reinando  todavía  su  cufiado,  de  la  opresión  del  famoso 
alcaide  de  Castro  Nufio,  cuyos  secuaces  no  entregaron  sino  tras 
de  vigorosa  defensa  la  fortaleza  de  la  puerta  del  Mercado :  en 
sus  cercanías,  coronado  rey  al  afio  siguiente,  pasó  revista  á  su 
ejército  antes  de  abrir  la  campafia  contra  los  portugueses;  y 
ñjando  allí  sus  cuarteles  la  grande  Isabel  dirigía  y  vigilaba  la 
formidable  y  decisiva  lucha  concentrada  al  rededor  de  Zamora 
y  Toro.  Libres  ya  de  riesgos  y  cuidados,  en  la  plenitud  de  su 
grandeza,  violes  la  población  en  1494  reunir  asamblea  general 


A  Vm.  me  lamento  de  que...  hayades  ahora  sido  uno  de  los  ciento  que  en  Torde- 
sillas  entrastes  con  los  que,  á  guisa  de  vasallos  de  otro  rey,  fícieron  pleitesías  con 
el  rey  suyo  legítimo  con  una  mancha,  que  de  aceite  no  cundiera  mas  en  un  capote 
de  velarte,  que  cundirá  en  vuestros  linajes  ín  scecula  sceculorum.y> 

(i)  Antes  de  espirar  reveló  este  caudillo  al  monarca  cierto  trato  para  matarle 
y  el  nombre  de  los  conjurados,  pero  Enrique  IV  por  incredulidad  ó  por  clemencia 
no  hizo  caso  del  aviso  y  16  mantuvo  perpetuamente  secreto. 


246  VALLADOLID 


de  las  órdenes  militares,  y  trazar  de  acuerdo  con  Portugal  los 
límites  de  los  descubrimientos  y  conquistas  de  ambas  naciones 
en  África  y  en  Indias:  ¡cuan  diferentes  escenas  presenció  luego, 
cuando  abatido  y  mustio  el  Rey  Católico  renunció  en  i.°  de 
Julio  de  1506  á  favor  de  su  petulante  yerno  el  poder  que  su 
consorte  le  había  legado  sobre  los  reinos  de  Castilla,  y  cuando 
en  Febrero  de  1 509  trajo  consigo  á  su  demente  hija,  insepara- 
blemente acompañada  del  cadáver  de  su  esposo,  para  instalarla 
en  la  residencia  que  definitivamente  le  había  escogido !  Cuarenta 
y  siete  años  permaneció  en  ella  la  señora  de  la  mayor  monar- 
quía de  los  tiempos  modernos,  insensible  á  los  trastornos,  á  las 
glorias,  á  las  vicisitudes  de  cuanto  la  rodeaba,  contentándose 
con  descubrir  desde  las  ventanas  de  su  palacio  el  templo  donde 
yacía  el  que  en  vida  tan  mal  la  había  correspondido,  sin  que 
otro  suceso  viniese  á  interrumpir  su  monótona  existencia  más 
que  las  dos  breves  visitas  de  su  hijo  Carlos  I  en  3  de  Octubre 
de  1 5 1 7  y  en  5  de  Marzo  de  1 5  20. 

Aún  estaba  muy  reciente  la  última  que  recibió  sin  conocerle 
del  futuro  emperador  al  despedirse  para  Alemania,  cuando  de 
pronto  y  casi  á  un  tiempo  llamaron  á  las  puertas  del  palacio  los 
consejeros  del  rey  ausente  y  los  caudillos  de  las  sublevadas  co- 
munidades, evocando  como  del  sepulcro  á  la  hija  de  los  Reyes 
Católicos  para  constituirla  arbitra  imparcial  y  legítima  de  sus 
querellas.  Cuidadoso  de  que  los  insurrectos  tomaran  el  nombre 
de  la  reina,  acudió  á  ella  el  consejo  real  con  el  arzobispo  Rojas 
á  su  frente  para  que  reprobase  con  su  firma  aquellos  actos ;  y 
entonces  ocurrió  una  escena  solemne  y  misteriosa,  que  arroja  á 
la  vez  un  rayo  de  luz  en  el  sombrío  encierro  y  en  la  perturbada 
mente  de  D.^  Juana.  <  Quince  años  hace,  dijo,  que  no  me  trataa 
verdad  ni  á  mi  persona  bien,  como  debieran ;  y  el  primero  que 
me  ha  mentido  es  el  marqués,»  añadió  señalando  al  de  Denia 
su  mayordomo  que  á  su  lado  estaba,  y  que  postrándose  á  sus 
plantas  exclamó :  <  Verdad  es,  señora,  que  os  he  mentido,  pero 
helo  hecho  por  quitaros  de  algunas  pasiones,  y  hágola  saber 


VALLADOLID  247 

que  el  rey  vuestro  padre  es  muerto  y  yo  lo  enterré.  >  Volvién- 
dose ella  al  presidente  repuso:  «paréceme  un  sueño,  obispo, 
cuánto  me  dicen  y  veo;  >  y  el  prelado  contestó  que  en  sus  ma- 
nos estaba  después  de  Dios  el  remedio  del  reino.  AI  otro  día, 
no  olvidada  de  la  etiqueta,  mandó  que  se  trajesen  bancos  y  no 
sillas  para  sentarse  los  consejeros  como  en  tiempo  de  su  ma- 
dre, reservando  únicamente  silla  al  presidente ;  y  después  de 
seis  horas  de  plática  secreta  los  despidió,  prometiendo  ñrmar 
las  providencias  que  en  Valladolid  con  sus  compañeros  acor- 
daran. 

Mas  no  les  dio  tiempo  Padilla :  el  2  de  Setiembre  llegó  á  las 
puertas  de  Tordesillas  á  la  cabeza  de  su  hueste  toledana,  y 
al  ruido  de  salvas  y  trompetas  y  aclamaciones  fué  conducido 
hasta  el  palacio,  donde  la  reina  le  acogió  benignamente,  é  in- 
formada de  su  noble  calidad  y  rectas  intenciones,  le  nombró  ca- 
pitán general  del  reino.  De  orden  de  la  misma,  según  se  publicó, 
trasladóse  de  Ávila  á  Tordesillas  la  santa  junta;  Burgos,  León, 
Toledo,  Salamanca,  Ávila,  Segovia,  Toro,  Madrid,  Valladolid, 
Sigüenza,  Soria  y  Guadalajara,  enviaron  á  ella  sus  procurado- 
res y  á  la  vez  numerosas  gentes  de  infantería  y  de  á  caballo, 
que  no  cabiendo  en  la  población  acamparon  fuera,  alojándose 
por  las  vecinas  aldeas  los  capitanes.  En  24  de  Setiembre  se 
inauguró  la  asamblea ;  el  doctor  Zúñiga,  catedrático  de  Sala- 
manca, peroró  largamente  sobre  los  males  y  remedios  de  las 
cosas  públicas,  y  D.^  Juana  después  de  pedir  almohadas  para 
oirle  despacio,  dolióse  de  los  unos,  aprobó  los  otros,  y  mandó 
que  designaran  de  su  seno  cuatro  personas  con  quienes  pudiera 
conferenciar  cada  día,  si  preciso  fuese,  acerca  del  gobierno.  Los 
primeros  actos  de  la  junta  fueron  exigir  la  responsabilidad  álos 
que  en  las  cortes  de  la  Coruña  habían  otorgado  el  subsidio  al 
soberano,  y  ordenar  el  arresto  de  los  consejeros  reales  en  Va- 
lladolid, de  los  cuales  sólo  tres  llegaron  á  la  villa  presos :  el 
marqués  de  Denia  D.  Bernardo  de  Rojas  y  Sandoval,  fué  sepa- 
rado de  la  real  casa  con  su  esposa,  y  conñóse  á  la  del  capitán 


248  VALLADOLID 


Quintanilla  y  á  las  de  otros  comuneros,  el  servicio  y  custodia  de 
la  reina  y  de  la  infanta  Catalina,  doncella  de  catorce  años  y 
única  compañía  de  la  infortunada  madre  (i). 

Esta  galvánica  resurrección,  si  fué  tal  como  se  dijo  entonces, 
cesó  muy  en  breve ;  D.*  Juana  volvió  á  su  letargo,  y  la  sania 
junta  se  quedó  con  el  sello  real  y  un  fantasma  de  reina,  sin 
atreverse  á  llevar  adelante  sus  deliberaciones.  Perdióse  el  tiem- 
po en  tratos  de  paz  inútiles,  en  recriminaciones  acerbas  con  los 
que  defendían  los  derechos  del  emperador;  y  hasta  mediados 
de  Noviembre  no  se  puso  en  marcha  el  ejército  de  ías  comuni- 
dades, compuesto  de  diez  y  siete  mil  hombres,  llevando  por  ca- 
pitanes á  muchos  de  los  que  habían  venido  por  diputados. 
Desairado  por  la  transmisión  del  mando  á  D.  Pedro  Girón,  reti- 
róse Padilla  á  Toledo,  y  sólo  quedaron  para  guardar  la  villa  y 
el  palacio,  cuatrocientos  clérigos  que  seguían  las  banderas  del 
obispo  de  Zamora  y  unos  pocos  jinetes  y  peones.  Día  por  día 
se  aguardaba  la  noticia  de  la  toma  de  Rioseco,  donde  al  amparo 
de  frágiles  muros  se  guarecían  los  regentes ;  aprestábanse  fes- 
tejos para  el  triunfo  y  coronas  para  los  vencedores,  cuando  á 
un  tiempo  cundió  la  voz  de  que  Girón  sin  combatir,  con  torpeza 
muy  semejante  á  la  perñdia,  se  había  retirado  con  sus  fuerzas 
á  Villalpando,  y  que  avanzaban  sobre  Tordesillas  las  tropas 
imperiales. 

Vecinos,  soldados,  clérigos,  todos  se  apercibieron  á  la  de- 
fensa, emulando  el  heroísmo  de  Medina  del  Campo.  Al  caer  la 
tarde  del  5  de  Diciembre,  desoído  el  mensaje  de  los  sitiadores, 
empezó  el  ataque  al  nordeste  de  la  cerca  entre  las  puertas  de 
Santo  Tomás  y  de  Valladolid,  y  muy  pronto  conocida  la  resis- 
tencia del  muro,  hubo  de  asestarse  contra  una  de  las  puertas  la 


(i)  Casó  esta  princesa  en  i  524  con  Juan  III  rey  de  Portugal.  AI  dar  cuenta  al 
emperador  de  la  situación  del  reino  el  consejo  real  en  1 2  de  Setiembre  de  dicho 
año,  la  reasume  en  estos  breves  y  enérgicos  rasgos:  «De  manera  que  V.  M.  tiene 
contra  su  servicio  comunidad  levantada,  á  su  real  justicia  huida,  á  su  hermana 
presa  y  á  su  madre  desacatada;  y  hasta  agora  no  vimos  alguno  que  por  su  servi- 
cio tome  una  lanza.n 


VALLADOLID  249 

artillería  de  campaña.  Mandaba  las  huestes  el  joven  conde  de 
Haro,  primogénito  del  condestable  Velasco,  seguíale  el  de  Ci- 
fuentes  con  el  estandarte  real  encarnado  y  verde  al  frente  de 
dos  compañías  de  jinetes  desmontados,  mientras  que  al  opuesto 
lado  de  la  villa  el  cojide  de  Alba  de  Liste  se  esforzaba  en  abrir 
brecha  por  un  tapiado  boquerón  que  el  caballero  Dionís  de  Deza 
acababa  de  descubrir.  Anochecía  ya,  cuando  quedó  libre  el  por- 
tillo y  practicable  con  los  desprendidos  escombros  la  subida, 
por  donde  treparon  uno  á  uno  los  más  valientes  y  penetraron 
por  entre  las  llamas  que  á  las  casas  vecinas  habían  prendido  los 
sitiados ;  y  al  mismo  tiempo  caía  á  hachazos  la  puerta,  fran- 
queando la  entrada  á  las  cerradas  columnas  del  enemigo.  Todo 
fué  confusión  y  matanza  en  medio  de  las  tinieblas,  rasgadas 
únicamente  por  el  resplandor  del  incendio :  los  proceres  atrave- 
saron á  paso  de  carga  la  villa,  corriendo  á  apoderarse  del  pala- 
cio y  á  impedir  que  los  fugitivos  se  llevaran  por  el  puente  á  la 
reina,  á  quien  hallaron  en  el  atrio  con  su  hija,  asustada  y  ató- 
nita entre  dos  bandos  que  se  proclamaban  á  la  vez  sus  defenso- 
res. Duró  el  saqueo  hasta  la  mitad  del  siguiente  día,  hasta  dejar 
hartos  y  rendidos  á  los  feroces  soldados  y  rudos  vasallos  de  los 
grandes  (i) ;  cayeron  prisioneros  dentro  del  monasterio  de  Santa 
Clara  nueve  diputados  de  la  santa  junta,  y  muertos  no  sin  es- 
trago de  los  vencedores  gran  número  de  vencidos^  vendiendo 
caras  sus  vidas  algunos  de  los  mismos  clérigos  de  Acuña  (2). 
Tordesillas  y  la  reina  Juana  salieron,  como  se  dijo  entonces,  de 
la  opresión  de  los  rebeldes  (3),  pero  la  una  asolada,  la  otra 


(i)  Los  del  conde  de  Luna,  de  las  montañas  de  León,  viendo  que  en  el  saco 
venían  los  demás  muy  cargados,  decían,  según  refíereel  historiador  de  Simancas: 
«no  pensé  que  saco,  saco  era  furtar,  que  yo  furtára  mas  que  cuatro.» 

(a)  «Vi  con  mis  ojos  propios,  escribe  Guevara  al  célebre  obispo  de  Zamora,  á 
un  vuestro  clérigo  derrocar  á  once  hombres  con  una  escopeta  detrás  de  una  al- 
mena, y  el  donaire  era  que  al  tiempo  que  asestaba  para  tirarles,  los  santiguaba 
con  la  escopeta  y  los  mataba  con  la  pelota.  Vi  también  que  dieron  al  clérigo 
una  saetada  por  la  frente...  que  ni  tuvo  tiempo  de  se  confesar  ni  aun  de  se  san- 
tiguar.» 

(3)    A  estos  sucesos  se  rcfíere  sin  duda  una  piedra  que  vimos  en  Tordesillas 

33 


250  VALLADOLID 


sumida  otra  vez  en  su  melancólica  demencia,  de  la  cual  ya  no 
despertó  sino  pocos  momentos  antes  de  espirar  en  1 1  de  Abril 
de  1555,  noche  de  jueves  santo,  á  la  voz  del  venerado  Francis- 
co de  Borja.  Con  la  salida  de  su  cadáver  y  del  de  su  marido 
para  la  capilla  real  de  Granada,  acabó  la  spmbra  de  corte  que 
una  sombra  de  reina  había  dado  á  Tordesillas. 

Cuando  Padilla,  para  reparar  los  desastres  causados  por  la 
mala  fe  del  caudillo  que  le  había  sido  antepuesto,  se  puso  otra 
vez  al  frente  de  las  tropas  obligado  por  las  aclamaciones  popu 
lares,  sus  miradas  se  fijaron  desde  luego  en  Torrelobatón,  pue- 
blo del  almirante  D.  Fadrique,  cuya  guarnición  dándose  las 
manos  con  las  de  Tordesillas  y  Simancas,  y  asegurando  las  co- 
municaciones con  Rioseco,  tenía  bloqueada  á  Valladolid  último 
asilo  de  la  santa  junta.  Antes  que  á  los  poderosos  Enríquez 
había  pertecido  Torrelobatón  en  el  siglo  xiv  á  la  reina  D.^  Jua- 
na Manuel,  quien  habiéndola  heredado  de  su  madre  D.^  Blanca 
de  Lacerda,  la  cedió  en  1380  al  hospital  de  Villafranca  de  Mon- 
tes de  Oca.  En  1 444  era  ya  del  almirante,  y  como  tal  mereció 
ser  teatro  en  i.°  de  Setiembre  de  las  solemnes  bodas  de  su 
hija  D.^  Juana  Enríquez  con  el  rey  de  Navarra  D.  Juan  de  Ara- 
gón, enlace  que  á  vuelta  de  graves  daños  é  injusticias  trajo  más 
adelante  el  beneficio  de  dar  existencia  á  Fernando  el  Católico. 
Perdióla  en.  las  fi-ecuentes  revueltas  el  inquieto  magnate,  y  sir- 
vió de  prisión  su  recinto  al  rebelde  conde  de  Castro :  pero  en 
breve  filé  restituida  á  su  señor,  bajo  cuyo  nieto  se  preparaba  á 
sostener  el  pendón  real  y  la  autoridad  de  los  gobernadores, 
después  de  haber  presenciado  las  estériles  negociaciones  que 
para  evitar  el  rompimiento  mantuvo  desde  allí  el  benévolo  Don 
Fadrique  con  la  junta  de  Tordesillas. 


con  los  siguientes  versos,  de  los  cuales  el  tercero  presenta  en  su  principio  alguna 
dificultad: 

Esta  villa  fué  tomada 
Y  por  Dios  fué  delibrada. 
....   tame  esta  victoria 
Por  dejar  de  mí  memoria. 


VALLADOLID  2^1 

Fuertes  muros  rodeaban  entonces  al  pueblo,  aunque  su  po- 
sición en  un  hoyo  no  brinda  á  la  defensa ;  hoy  no  subsiste  de 
ellos  más  indicio  que  un  arco  al  extremo  de  la  plaza  junto  al 
moderno  consistorio,  pero  ya  en  aquel  tiempo  había  desborda- 
do de  la  cerca  el  caserío,  formando  un  arrabal  que  ha  ido  en 
aumento  posteriormente.  Su  actual  aspecto  discrepa  muy  poco 
de  la  época  de  las  comunidades,  á  la  cual  pertenecen  con  corta 
diferencia  sus  dos  parroquias  de  San  Pedro  y  Santa  María, 
ambas  de  tres  naves  y  de  la  gótica  decadencia,  con  la  particula- 
ridad de  que  entre  la  nave  principal  y  las  laterales  de  la  segun- 
da, media  á  cada  lado  un  solo  arco  de  comunicación,  rebajado 
y  grandioso,  que  atrevidamente  abarca  toda  la  longitud  del 
templo.  Nada  mejor  conservado  que  el  castillo,  tan  entero  que 
sin  su  historia  y  su  carácter  se  le  creyera  casi  de  construcción 
reciente :  dominan  los  techos  su  robusta  mole,  flanqueada  en 
tres  de  sus  ángulos  por  cubos  y  en  el  otro  por  la  cuadrada  torre 
del  homenaje,  que  descuella  gentil  con  sus  ocho  garitas;  y  ni 
uno  falta  apenas  de  los  modillones  que  ciñen  la  obra,  sin 
que  aparezca  una  sola  almena  ni  vestigios  de  que  nunca  las 
haya  habido. 

Corría  la  segunda  mitad  de  Febrero  de  1521,  al  caer  una 
mañana  sobre  Torrelobatón  siete  mil  infantes  y  quinientas  lanzas 
al  mando  de  Juan  de  Padilla.  Con  el  primer  ímpetu  penetraron 
en  el  arrabal  é  intentaron  escalar  los  muros;  pero  los  certeros 
tiros  de  los  sitiados,  barriendo  sus  apiñadas  filas,  les  hicieron 
más  cautos  para  lo  sucesivo.  Armáronse  las  baterías,  exploróse 
el  lado  más  débil  de  la  cerca,  abriéronse  portillos,  fueron  ahu- 
yentadas en  repetidas  escaramuzas  las  fuerzas  que  ya  el  almi- 
rante, ya  el  conde  de  Haro,  destacaban  para  socorrer  á  los  de 
dentro.  Al  quinto  día,  26  de  Febrero,  recompensó  la  fortuna  la 
previsión  y  constancia  del  adalid  toledano :  asaltada  á  la  vez  por 
todo  su  circuito  la  pequeña  villa,  entrada  á  viva  fuerza  por  un 
lado  y  rendida  por  otro,  pagó  con  el  más  cruel  saqueo,  como 
Tordesillas,  su  heroica  resistencia,  y  quedó  preso  su  jefe  Garci 


252  VALLADOLID 

Osorio,  de  la  familia  del  marqués  de  Astorga.  El  castillo,  ates- 
tado de  niños  y  mujeres,  se  entregó  al  día  siguiente  con  más 
ventajosas  condiciones.  Con  esta  toma  se  juzgó  compensada  la 
reciente  pérdida;  con  este  triunfo  que  prometía  otros  mayores 
olvidáronse  las  pasadas  derrotas,  y  de  todas  las  ciudades  de 
Castilla  levantóse  una  aclamación  unánime  al  nombre  que  se 
había  hecho  símbolo  de  victoria  y  de  esperanza. 

¡Esperanzas  ilusorias!  Transcurrieron  días,  semanas,  meses, 
y  Padilla  continuaba  en  Torrelobatón  dormido  sobre  sus  laure- 
les. Concertáronse  treguas  por  ocho  días,  que  con  sutiles  mañas 
y  especiosos  proyectos  de  paz  fueron  prorrogando  los  gober- 
nadores hasta  rehacer  sus  fuerzas;  y  la  hueste  comunera,  entre- 
gada de  día  á  la  inacción  ó  al  merodeo,  y  de  noche  al  más  pro- 
fundo sueño  al  calor  de  las  hogueras  encendidas  de  trecho  en 
trecho  por  las  calles  del  arrabal,  acabó  por  experimentar  nume- 
rosas deserciones,  perdiendo  sus  mejores  lanzas  y  los  veteranos 
que  tenía  á  sueldo.  Todo  el  cuidado  del  vencedor  se  cifró  en 
fortalecer  su  conquista,  como  si  en  ella  hubiese  de  asentar  su 
trono,  y  en  alguna  que  otra  correría  por  las  inmediaciones  para 
contemplar  de  lejos  á  Tordesillas;  y  entre  tanto  bajaba  de  Bur- 
gos con  crecidos  escuadrones  el  condestable,  y  subían  los  otros 
magnates,  banderas  desplegadas,  á  envolverle  en  su  guarida. 
La  proximidad  del  ejército  imperial,  reunido  á  una  legua  de 
distancia  en  Peñaflor,  sacó  por  fin  á  Padilla  de  su  letargo :  en- 
tonces pensó  en  retirarse  hacia  Toro  para  juntarse  con  los  re- 
fuerzos de  Zamora  y  Salamanca;  entonces,  desdeñando  los 
siniestros  agüeros  de  su  capellán  y  echándose  en  brazos  de  la 
Providencia,  en  la  mañana  del  23  de  Abril  emprendió  su  salida 
de  aquel  lugar  funesto  que  tenía  su  vigor  paralizado. 

No  aguardó  las  sombras  de  la  noche  para  encubrir  su  reti- 
rada; receloso  de  alguna  emboscada  del  enemigo  ó  tal  vez  más 
de  la  firmeza  de  los  suyos,  quiso  que  al  menos  se  la  infundiera 
la  luz  del  día  avergonzando  á  los  cobardes :  delante  marchaban 
dos  cuerpos  compuestos  de  ocho  mil  peones,  iba  en  el  centro  la 


VALLADOLID  253 

artillería  de  Medina  del  Campo,  y  detrás  con  quinientas  lanzas 
el  caudillo.  Mustios  y  con  la  celeridad  que  toleraban  lo  lluvioso 
del  día  y  lo  cenagoso  del  terreno  habían  andado  tres  leguas  de 
eriales  y  ondulosos  campos  á  lo  largo  del  arroyo  Ornija,  cuan- 
do se  dejaron  oir  antes  que  ver  á  sus  espaldas  los  escuadrones 
imperiales.  Dejando  atrás  á  su  infantería  mal  segura  también 
como  la  otra,  dos  mil  cuatrocientos  jinetes  y  entre  ellos  la  flor 
de  la  grandeza  embistieron  cuáles  por  los  flancos,  cuáles  por  la 
retaguardia,  á  los  ya  temerosos  comuneros;  el  estrépito  y  la 
gritería  y  algunos  disparos  de  cañón  bastaron  para  sembrar  el 
pánico  entre  sus  filas,  y  la  lluvia  que  les  azotaba  el  rostro  y  la 
esperanza  de  guarecerse  en  el  pueblo  de  Villalar,  que  cercano 
se  veía,  acabaron  de  desordenarlas.  A  las  voces  de  Santa  Ma- 
ría y  Car/os  apenas  había  quien  repusiera  Santiago  y  libertad 
sino  Padilla,  que  por  tres  veces  intentó  en  vano  detener  y  orde- 
nar sus  tropas,  y  que  seguido  sólo  de  cinco  escuderos  se  preci- 
pitó á  morir  en  medio  de  las  lanzas  enemigas ;  atascada  en  el 
lodo  la  artillería  no  pudo  maniobrar,  y  dispersos  como  manadas 
de  ovejas  los  peones,  sin  disparar  un  solo  tiro,  caían  atropella- 
dos bajo  las  plantas  de  los  caballos.  Al  fin  hubo  de  rendirse  el 
valiente  campeón  rota  la  lanza  y  herido  en  una  pierna,  y  si  ha- 
lló por  lo  general  entre  sus  adversarios  el  respeto  debido  á  su 
noble  infortunio,  no  faltó  quien  villanamente  á  pesar  de  verle 
desarmado  le  ensangrentara  el  rostro  de  una  cuchillada. 

Villalar,  pueblo  humilde  y  hasta  la  sazón  oscuro,  presenta 
al  norte  unas  areniscas  cuestas,  que  fueron  teatro  de  la  batalla 
ó  más  bien  de  la  derrota.  Rodeólas  por  el  lado  oriental  una  di- 
visión de  caballeros  dejándose  caer  de  pronto  sobre  los  fugiti- 
vos; y  en  aquel  pequeño  puente  llamado  de  Fierro  que  se 
levanta  apenas  sobre  el  arroyo,  allí  se  ensangrentó  la  matanza, 
que  vino  á  aumentar  la  llegada  de  los  peones  imperiales.  Más 
de  dos  leguas  hasta  Villaster  á  la  luz  del  crepúsculo  persiguió 
el  conde  de  Haro  á  los  comuneros,  felices  cuando  lograban  tro- 
car la  roja  cruz  que  adornaba  sus  pechos  por  la  blanca  de  los 


254  V  A  L  L  A  D  o  L  I  D 


vencedores:  ni  uno  de  estos  pereció,  de  los  vencidos  no  murie- 
ron más  que  ciento  (i),  quedando  cuatrocientos  heridos  y  mil 
prisioneros  que  desnudó  hasta  las  carnes  la  rapacidad  de  los 
soldados.  Dióse  á  Padilla  por  cárcel  el  contiguo  castillejo  de 
Villalba,  lugar  que  ya  no  existe,  perteneciente  entonces  al  caba- 
llero de  Toro  D.  Juan  de  Ulloa  que  le  había  herido  cobarde- 
mente ;  y  allí  con  su  inseparable  amigo  Juan  Bravo,  capitán  de 
Segovia,  y  con  los  dos  Maldonados  de  Salamanca,  aguardó  á 
que  los  gobernadores  fallaran  sobre  su  destino.  Á  la  mañana 
siguiente  fueron  conducidos  á  una  casa  de  Villalar,  donde  pre- 
cediendo solamente  un  breve  interrogatorio,  les  intimó  el  alcal- 
de la  sentencia  de  decapitación  (2) ;  escogió  Padilla  por  confesor 
un  fraile  francisco,  y  por  único  testamento,  ya  que  su  hacienda 
había  de  ser  confiscada,  escribió  á  la  ciudad  de  Toledo  y  á  su 
esposa  aquellas  dos  incomparables  cartas,  en  que  mejor  que  en 
las  lides  desplegó  su  magnánimo  carácter  (3). 

En  sendas  muías  se  dirigían  los  ilustres  reos  al  suplicio; 
pero  en  lugar  de  D.  Pedro  Maldonado  Pimentel,  á  quien  por  de 
pronto  habían  logrado  salvar  las  instancias  de  su  deudo  el  conde 
de  Benavente,  buscóse  otra  víctima,  á  Francisco  Maldonado, 
que  iba  ya  preso  camino  de  Tordesillas.  El  pregón  que  delante 
recitaba  el  verdugo  los  daba  por  traidores,  á  cuyo  dictado  no 
pudiéndose  contener  el  impetuoso  Bravo  <  mientes  tú  y  aun 
quien  te  lo  mandó  decir,»  exclamó;  con  un  desatento  golpe  de 
vara  contestó  el  alcalde,  con  estas  sublimes  palabras  Padilla : 
€  Sr.  Juan  Bravo,  ayer  fué  día  de  pelear  como  caballeros,  hoy 


(i)  Así  dice  Sandoval ;  el  conde  de  Haro  en  el  parte  que  dio  al  emperador  in- 
dica que  «los  muertos  y  heridos  serían  obra  de  mil  hombres,  de  los  cuales  mató 
muchos  el  artillería.» 

(2)  Publicóse  en  el  tomo  1  de  la  Colección  de  documentos  inéditos  de  los  seño- 
res Navarrete,  Salva  y  Baranda,  pág.  283.  El  doctor  Cornejo,  que  la  firma  con  los 
licenciados  Garci  Fernández  y  Salmerón,  fué  uno  de  los  oidores  del  consejo  que 
Padilla  trajo  presos  á  Tordesillas,  culpa  que  tiene  buen  cuidado  de  recordar  en  el 
interrogatorio. 

{i)  Las  insertamos  en  el  tomo  de  Castilla  la  Sueva^Toledo^  en  la  reseña  his- 
tórica de  esta  ciudad. 


VALLADOLID  255 

lo  es  de  morir  como  cristianos.  >  AI  llegar  á  la  fatal  picota  asie- 
ron del  segoviano,  que  rehusó  morir  sino  á  la  fuerza,  y  tendido 
sobre  un  repostero  le  degollaron,  separando  como  de  rebelde 
la  cabeza  del  cuerpo  por  orden  del  implacable  magistrado ;  Pa- 
dilla, después  de  entregar  al  hijo  mayor  del  marqués  de  Denia 
D.  Enrique  unas  reliquias  que  traía  al  cuello  para  su  consorte, 
y  de  contemplar  un  momento  el  truncado  cadáver  de  su  amigo, 
diciéndole  t  ¡ahí  estáis  vos,  buen  caballero! »  tendióse  tranqui- 
lamente á  su  lado  y  sufrió  la  misma  suerte  (i).  Casi  al  propio 
tiempo  fué  traído  el  capitán  de  Salamanca,  y  un  momento  des- 
pués colgaban  al  rededor  del  célebre  rollo  tres  cabezas,  no  de 
mártires  ni  tampoco  de  traidores,  como  opuestas  pasiones  los 
han  declarado,  sino  de  caballeros  más  animosos  que  prudentes 
y  de  mejor  intención  que  acierto. 

A  las  de  muchas  ciudades  excede  en  interés  dramático  la 
reducida  plaza  de  aquel  lugar  donde  tal  tragedia  se  representó: 
situada  al  oeste  del  pueblo  cíñenla  al  norte  y  mediodía  bajas 
habitaciones  de  tierra  y  ladrillo,  al  oriente  descuella  la  raquítica 
torre  del  reloj  frente  á  la  cual  erguíase  sobre  unas  gradas  la 
funesta  picota  (2),  al  poniente  presenta  su  flanco  la  parroquia 
de  San  Juan,  que  si  bien  del  siglo  xvi  como  la  otra  de  Santa 
María,  no  ostentaba  entonces  la  cúpula  y  el  moderno  ornato 
que  engalana  ahora  sus  tres  naves.  Aunque  perteneciente  á  la 
orden  de  Santiago  y  aneja  á  la  encomienda  de  Castroverde  de 
Cerrato,  elegía  Villalar  sus  alcaldes,  y  en  1537  acabó  de  eman- 
ciparse, comprando  diezmos,  montes,  pastos  y  jurisdicción  por 
cinco  millones  y  medio  de  maravedises.  Al  año  siguiente  Pedro- 


(i)  Para  completar  los  pormenores  de  los  últimos  instantes  de  Padilla  debe- 
mos añadir  que  antes  de  tenderse  dijo  al  verdugo:  «hacedme  este  placer,  que 
seáis  conmigo  mas  liberal  que  con  el  señor  Juan  Bravo,»  y  luego  levantando  los 
ojos  exclamó :  Domine^  non  secundum  peccata  nostra  facías  nobis.  Al  ir  á  desnu- 
darle el  verdugo,  se  lo  prohibió  y  aun  le  amenazó  D.  Luís  de  Rojas.  Bravo  pidió 
ser  degollado  primero  «para  no  ver  la  muerte  del  mejor  caballero  de  Castilla.» 

(3)  Ya  no  existe  este  padrón,  ni  al  pié  de  él  los  restos  de  los  caudillos  comu- 
neroSj  pues  en  1 8  j  i  parece  fueron  exhumados  y  depositados  dentro  de  una  urna 
en  una  parroquia  do  la  villa,  y  desde  allí  trasladados  á  la  catedral  de  Zamora. 


256  VALLADOLID 

sa  su  vecina  se  eximió  también  del  señorío  de  Toro  y  se  apelli- 
dó del  Rey  en  memoria  de  esta  merced. 

Al  terminar  esta  histórica  correría,  pálidos  aparecen  los  re- 
cuerdos y  hasta  insignificante  la  fisonomía  de  las  restantes  villas 
de  la  comarca,  por  más  que  sean  relativamente  populosas.  Res- 
tos de  fuerte  castillo,  una  puerta  de  su  derruida  muralla  y  un 
suntuoso  palacio  de  sus  señores  ofrece  la  Mota,  nombre  gené- 
rico que  en  la  provincia  equivale  á  fortaleza,  y  al  cual  añadió  el 
dictado  del  Marqués  desde  que  reinando  Felipe  II  fué  erigida 
en  marquesado  á  favor  de  D.  Rodrigo  de  Ulloa.  No  dos  parro- 
quias, que  estas  las  tienen  allá  los  más  pequeños  lugares,  sino 
cuatro  cuenta  la  villa  de  Tiedra,  lo  cual  unido  á  su  sobrenom- 
bre ¿a  Vieja  y  á  las  ruinas  del  castillo  que  la  guardaba  indica 
su  importancia  antigua ;  hoy  se  la  conoce  principalmente  por  la 
fama  de  una  devota  efigie  de  nuestra  Señora  á  la  cual  venera 
en  pomposo  santuario.  Ni  una  ni  otra  suenan  en  la  historia  de 
las  Comunidades;  la  que  alcanza  en  ellas  algún  papeLes  Peña- 
flor,  de  donde  salió  completo  para  recoger  su  fácil  lauro  el  ejér- 
cito de  los  gobernadores,  y  que  en  Diciembre  anterior,  al  mar- 
char sobre  Tordesillas  los  imperiales,  había  visto  ya  saqueadas 
sus  casas  y  profanados  sacrilegamente  sus  templos  por  una 
compañía  de  peones  (i).  No  era  la  primera  vez  que  experimen- 
taba la  pobre  villa  los  estragos  de  la  guerra :  quiso  resistir  de- 
nodadamente en  1465  á  todo  el  poder  de  los  grandes  conjura- 
dos en  Avila  contra  Enrique  IV,  y  tomada  al  fin  sufrió  la  pena 
de  ver  nivelados  sus  muros  con  el  suelo. 

Pero  en  verdad  que  nos  fatigan  ya  tantos  sitios  y  saqueos, 
combates  y  matanzas,  como  entretejen,  exclusivamente  casi,  los 
anales  de  aquellos  pueblos  y  que  hacen  envidiable  la  suerte  de 


(1)  Acudió  á  castigarlos  el  general  conde  de  Haro,  pero  viendo  que  se  aperci- 
bían á  la  resistencia  y  temiendo  las  resultas  en  vísperas  de  una  batalla,  se  con- 
tentó con  lograr  que  se  devolviesen  á  la  iglesia  sus  alhajas.  Sólo  un  cáliz  de  plata 
no  pareció ;  al  día  siguiente  se  encontró  en  la  manga  del  sayo  del  capitán  Bosme- 
diano,  el  primero  á  quien  derribó  sin  vida  un  tiro  lanzado  desde  el  muro  de  Tor- 
desillas. 


VALLADOLrO  257 

los  que  carecen  de  historia.  Sobre  huellas  de  sangre  hemos 
caminado  sin  interrupción  apenas  desde  nuestra  salida  de  Valla- 
dolid,  y  echamos  menos  aquellas  paradas  á  la  sombra  de  los 
claustros  ó  bajo  los  pórticos  de  alguna  iglesia  solitaria,  que  en 
las  pasadas  excursiones  se  nos  ofrecían,  y  que  en  ésta  nos  ha 
impedido  hasta  ahora  la  corriente  de  los  sucesos,  dejándonos 
entrever  no  más  entre  el  polvo  de  las  batallas  las  torres  de  le- 
janos monasterios.  Ruinas  también  nos  esperan  alU  y  estragos 
lamentables,  no  todos  causados  por  el  tiempo,  sino  bastantes 
por  la  mano  del  hombre ;  pero  hasta  la  melancolía  se  impregna 
de  la  tranquilidad  de  los  sitios,  y  en  el  silencio  y  soledad  la 
imaginación  cobra  vigor  para  rehacer  lo  destruido,  y  el  corazón 
suavidad  para  perdonarlo. 


CAPITULO  IX 


San  Román  de  Hornija. — Vamba.— Monasterio  de  la  Espina 


y  f '  dos  leguas  cortas  de  Villalar  vamos  á  trasladamos,  pero 
j-^  á  tiempos  muy  distantes  del  siglo  xvi.  A  mediados  del  vii 
un  rey  godo  ediñcaba  en  la  tortuosa  hoz  del  Hornija,  junto  á  su 
confluencia  con  el  Duero,  un  devoto  monasterio  para  alivio  de 
su  alma  y  sepultura  de  sus  despojos.  Amargas  debieron  ser  las 
memorias  y  sombrías  las  visiones  que  en  medio  de  su  real  gran- 
deza perturbaban  la  conciencia  del  anciano  Chindasvinto,  sí  no 
eran  en  él  un  engañoso  alarde  la  religión  y  piedad  de  que  le 
alaban  sus  contemporáneos  y  que  en  diversos  actos  manifestó: 
la  imagen  del  joven  y  apacible  Tulga  violentamente  desposeído 


200  VALLADOLID 

de  la  corona  paterna,  despojado  de  su  cabellera  y  consumido  en 
breve  de  pesar  en  el  retiro,  los  ensangrentados  espectros  de 
doscientos  nobles  y  quinientos  de  los  medianos,  culpables  en 
épocas  más  ó  menos  remotas  del  mismo  crimen  de  rebelión  que 
le  había  á  él  entronizado,  é  inmolados  no  tanto  por  justicia  como 
por  su  propia  seguridad  (i),  mal  podían  dejarle  en  reposo,  por 
más  que  el  séptimo  concilio  de  Toledo  lanzara  nuevos  anatemas 
contra  los  sucesivos  rebeldes  y  usurpadores,  por  más  que  á  su 
lado  se  sentara  ya  con  la  diadema  su  hijo  Recesvinto,  y  apare- 
ciera terminada  para  siempre  en  provecho  suyo  la  era  de  las 
conjuraciones  y  destronamientos.  Tal  vez  pertenecía  á  su  crecido 
patrimonio  aquella  tierra,  tal  vez  iba  vinculado  á  ella  algún  dulce 
recuerdo  de  su  vida  privada,  el  de  su  hermosa  Reciberga,  que 
en  su  flor  más  temprana  había  fallecido,  dejándole  tres  hijos  por 
fruto  de  su  breve  consorcio  (2).  Cuando  le  llegó  su  postrer  día 


(i)  Quoscumque  contra  reges,  qui  á  regno  ex^ulsi  fu  erante  dice  el  cronista 
Fredegario,  cognoverat  esse  noxioSf  tolos  sigillatimjussit  inierfici,  eorumque  uxores 
et  filias  fidelibus  suis  cum  facullatibus  tradt't.  Añade  luego  de  primatibus  CCJuisse 
interfectos,  de  mediocribus  CCCCC.  Expresa  sin  embargo  el  arrepentimiento  de 
Chindasvinto  fXBnitentiam  agens,  eleemosynam  multam  de  rebus.propriis  Jaciens ; 
pero  aún  le  es  más  favorable  San  Ildefonso  en  aquellas  frases  citadas  por  Sando- 
val :  MitiSf  gloriosus  vel  insignis,  oriodoxus  et  verefius,  hic  á  Deo  habuit  regnum.,. 
extra  Toletum  pace  obiit,  in  monasterioque  Sancti  Romani  de  Hornisga  quod  ipse  á 
/undamento  edificavii..,  sepuHus  fuit. 

(2)  Fueron  éstos,  recogiendo  los  dispersos  hilos  de  aquel  periodo  confuso, 
Recesvinto,  Teodofredo  el  padre  del  rey  Rodrigo,  y  Favila  el  padre  de  Pelayo  li- 
bertador de  España,  á  los  cuales  añaden  la  madre  de  Egica  los  que  suponen  áéste 
sobrino  de  Recesvinto.  Contando  Reciberga  veinte  y  dos  años  á  su  fallecimiento 
y  siete  de  matrimonio  según  el  epitafio,  resulta  que  hubo  de  casarse  á  los  quince, 
y  es  preciso  reconocer  que  murió  sin  haber  reinado,  aunque  aparezca  su  firma 
como  reina  al  pié  de  la  donación  hecha  por  Chindasvinto  en  646  al  monasterio  de 
Compludo  en  el  Vierzo,  documento  de  autenticidad  más  que  dudosa.  Chindasvin- 
to no  entró  á  reinar  antes  del  643,  y  á  principios  del  649  se  asoció  en  la  autori- 
dad ó  más  bien  la  transfirió  á  su  hijo  Recesvinto  que  debía  ser  al  menos  de  veinte 
años  para  empuñar  el  cetro:  poniendo  pues  su  nacimiento  en  629  y  la  muerte  de 
su  madre  en  63$,  aún  faltarían  á  ésta  siete  años  para  haber  podido  reinar.  Pres- 
cindamos de  la  edad  de  noventa  años  que  Fredegario  atribuye  á  Chindasvinto,  y 
que  tan  mal  se  aviene  con  la  osadía  de  su  rebelión  y  con  el  rigor  y  energía  de  su 
gobierno,  pero  aun  dejándolo  en  setenta,  pareciera  harto  grande  la  desproporción 
con  la  edad  de  su  esposa  para  suponerlos  juntos  en  el  trono.  Algunos  dudan  si  el 
esposo  de  Reciberga  fué  Recesvinto  y  no  Chindasvinto,  fundados  en  que  así  se 
lee  en  el  códice  gótico  de  la  biblioteca  de  Toledo  que  trae  el  epitafio  de  aquella, 


VALLADO  LID  201 


al  ambicioso  monarca,  en  30  de  Setiembre  de  653  pudo  ser 
conducido  ya  al  preparado  sepulcro,  el  mismo  quizá  ó  contiguo , 
por  lo  menos  al  que  había  dedicado  á  su  malograda  esposa, 
exhalando  en  los  más  sentidos  versos  su  dolor  y  su  cariño. 

f  ¡ Ah!  decía,  si  perlas  y  tesoros  bastaran  á  desarmar  el  brazo 
de  la  muerte,  inmortal  hubieras  sido,  esposa  mía...  pero  ya  que 
el  destino  ha  podido  más  que  yo,  á  la  custodia  de  los  santos  te 
encomiendo,  para  que  al  consumirse  en  llamas  la  tierra,  entre 
ellos  resucites  justamente  glorificada.  ¡Y  ahora,  adiós  ya,  mi 
amada  Reciberga !  grata  te  sea  la  postrer  morada  que  te  fabrica 
tu  esposo  Chindasvinto. »  Un  antiguo  códice,  y  no  la  piedra,  nos 
ha  conservado  este  bello  epitafio ;  ignoramos  si  llegó  á  escul- 
pirse, como  también  el  destinado  al  mismo  rey,  el  cual  ó  bien 
es  la  sangrienta  diatriba  de  algún  enconado  enemigo,  ó  la  con- 
fesión humilde  de  sus  propias  culpas  hasta  un  punto  incompa- 
tible casi  con  el  decoro  de  la  majestad  real  (i).  Lisa  aparece  la 
tumba  de  márnlol  blanco  con  su  cubierta  de  ataúd,  que  hoy  se 
designa  como  del  fundador  en  la  primera  capilla  á  la  derecha 
del  temjplo,  y  donde  se  descubren  huesos  reputados  aún  por  de 
dichos  consortes:  en  otro  tiempo  cerrábase  el  arco  con  reja,  y 
por  toda  la  comarca  corría  con  crédito  de  santidad  el  nombre 


bien  que  en  otros  de  no  menor  antigüedad  se  halle  lo  contrario.  Saavedra  dice 
que  ChindaBvinto  descendía  de  Recaredo,  en  cuyo  caso  no  podía  ser  menos  que 
nieto  suyo. 

(1)  En  el  tomo  de  Castilia  la  Nueva— Toledo,  y  en  la  reseña  histórica  de  esta 
ciudad,  insertamos  el  primer  epitafio  y  fragmentos  del  segundo,  atribuidos  ambos 
á  San  Eugenio  III,  pues  se  encuentran  entre  sus  obras.  Encima  del  sepulcro  de  la 
iglesia  de  San  Román  está  el  de  Reciberga  escrito  en  un  rasgado  pergamino,  al 
cual  lo  trasladaría  de  los  libros  algún  curioso,  en  vez  de  haber  pasado  desde  allí 
á  los  libros.  En  cuanto  al  de  Chindasvinto  no  creemos  que  haya  estado  jamás, 
pues  hasta  los  historiadores  se  excusan  de  transcribirlo  callando  la  verdadera 
causa,  y  Morales  disimula  el  escándalo  con  estas  donosas  palabras:  «el  del  rey 
mas  parece  elegía  por  ser  muy  largo,  y  así  lo  dejaré  por  no  tener  cosa  que  á  la 
historia  pertenezca.»  Pudieran  ser  efecto  de  humildad  las  terribles  calificaciones 
puestas  en  boca  de  Chindasvinto,  al  tenor  de  las  que  en  otros  epitafios  se  prodiga 
á  sí  mismo  San  Eugenio,  y  las  de  indigno,  pecador  y  miserable  quQ  solían  entonces 
acompañar  las  firmas. 


202  VALLADOLID 


del  que  allí  yacía,  y  hasta  los  monjes  en  pleno  siglo  xvi  rezaban 
de  él  en  el  coro  una  fabulosa  leyenda  (i). 

£1  monasterio,  dedicado  á  San  Román  abad  de  León  en 
Francia,  sobrevivió  á  la  invasión  sarracena  ó  renació  muy  pron- 
to de  sus  ruinas,  pues  en  891  fué  agregado  por  Alfonso  III  al 
de  Tuñón  en  Asturias  con  sus  tierras  y  habitantes  (2).  Largo 
tiempo  conservó  la  iglesia  su  primitiva  forma  de  cruz  griega 
con  sus  cuatro  brazos  iguales^  imitando  la  del  mismo  sepul- 
cro (3) ;  con  el  ensanche  de  la  capilla  mayor  alteróse  después  no 
poco,  y  por  fin  desapareció  por  completo  á  mediados  del  último 
siglo,  para  hacer  lugar  á  la  desnuda  é  insignificante  fábrica  que 
hoy  se  ve,  y  que  justifica  poco  la  celebridad  de  su  arquitecto  el 
monje  lego  fray  Juan  Ascondo.  Por  fortuna  los  fragmentos,  es- 
parcidos ó  incrustados  en  la  nueva  obra,  permiten  apreciar  has- 
ta cierto  punto  el  carácter  y  riqueza  de  la  antigua:  ruedan  por 
el  suelo  gruesos  fustes  de  columnas  de  mármol  blanco,  y  otros 
á  modo  de  pilares  se  hallan  distribuidos  ante  el  pórtico;  sirven 
de  escalón  á  la  entrada  dos  labradas  piedras  semicirculares, 
subsiste  la  antigua  pila  bautismal,  y  la  del  agua  bendita  parece 


(i)  «Tiénenle  por  sanio  en  aquella  tierra,  dice  Morales  en  su  Viaje^y  encl 
monasterio  tienen  una  historia  repartida  en  nueve  liciones  como  para  leer  en 
maitines,  y  es  lástima  ver  cuan  fingida  y  fabulosa  es.  Ya  les  he  dicho  á  estos  padres 
como  es  cosa  indigna  de  su  mucha  religión  y  prudencia  tener  aquella  historia  y 
en  aquella  figura.»  Hablábase  en  ella  de  la  elección  milagrosa  del  rey,  y  de  una 
expedición  suya  al  África  en  la  cual  tomó  á  Ceuta,  y  de  dos  compañeros  suyos 
Romano  y  Otón,  suponiendo  á  éste  arzobispo  de  Toledo  y  al  otro  monje  y  gran 
santo.  En  el  distrito  se  le  conocía  con  el  nombre  de  Chindo,  el  mismo  que  se  le  da 
en  el  Fuero  Juzgo  y  que  es  el  primero  de  los  dos  que  tenía,  al  uso  de  los  godos  y 
demás  pueblos  septentrionales. 

(2)  Monasterium  quod  vociiant  Sancti  Romani  de  Ornica  cum  villas  el  familias 
uxia  flumine  Dorio, 

(3)  «Échase  bien  de  ver,  observa  Sandoval,  en  la  obra  deste  templo  ser  gótica 
y  real:  tiene  un  crucero  de  cuatro  brazos,  como  la  pinta  S.  Ildefonso  hablando  de 
su  fundación.»  Sin  embargo,  las  palabras  de  éste  parecen  referirse  al  sepulcro 
más  bien  que  á  la  iglesia,  pues  están  así  concebidas :  intus  ecclesiam  ipsam  in  cor- 
nulo  per  qualuor  parles  monumenlo  magno  sepultas  fuit.  Morales  se  lamenta  de 
que  ¿n  su  tiempo  estuviese  ya  la  obra  desfigurada  y  que  sólo  quedasen  muchas 
de  las  ricas  columnas  de  diversos  géneros  y  colores  de  mármoles  que  había  por 
todo  el  edificio. 


VALLADOLID  263 

excavada  en  la  venerable  lápida  de  la  dedicación  del  templo  (i). 
En  el  soportal  de  la  contigua  casa,  en  la  sacristía,  en  la  colum- 
nita  que  sostiene  el  pulpito,  además  de  varias  bases,  obsérvanse 
magníficos  y  elegantes  capiteles  muy  semejantes  á  los  corintios, 
con  diversas  series  de  hojas  y  acanaladas  fibras,  en  que  todavía 
no  se  descubre  muy  degenerado  el  arte  del  Bajo  Imperio,  al 
paso  que  en  algunos  fustes  campean  las  estrías  en  espiral  tan 
aceptas  á  los  constructores  latino  godos.  Todo  induce  á  creer 
que  estos  despojos  inestimables  proceden  más  bien  de  su  fun- 
dación primera  que  de  su  restauración :  no  es  tan  fácil  fijar  la 
época  de  dos  curiosas  urnas  de  madera  doradas  y  cubiertas  de 
esmaltes  que  contiene  el  relicario,  presentando  la  una,  que  es 
la  de  San  Román,  grifos  y  monstruos  y  hojarascas  de  relieve 
con  la  cifra  de  Jesús  y  otras  repetidas  en  los  ángulos,  la  otra 
diferentes  historias  al  parecer  caballerescas.  En  su  segundo  pe- 
ríodo fué  la  regia  casa  simple  priorato,  y  de  éste  se  conserva 
una  lápida  en  la  pared  exterior  (2):  hoy  es  parroquia  dé  un 
vecindario  de  quinientas  almas,  al  cual  preside  su  torre  fundada 
sobre  arcos  encima  de  la  puerta  principal. 

A  pocas  leguas  del  enterramiento  de  su  padre  poseía  el  rey 
Recesvinto  una  granja  {villa)  nombrada  Gérticos  y  metida  en 
el  monte  Cauro  (3),  donde  en  el  verano  de  672  pasó  á  restau- 
rar sus  fuerzas  quebrantadas  no  tanto  por  los  años  como  por 
una  larga  enfermedad.  La  muerte  puso  término  prematuro  en 
I .°  de  Setiembre  á  un  reinado  pacífico  y  glorioso,  de  cuya  bon- 


(i)  Trae  Morales  la  inscripción  de  ella  que  decía:  Hic  suni  reliquie  numero 
sanctorum,  sancti  Romani  monacht,  sancti  Mariini  episcopio  sánete  Marine  virginis^ 
sancti  Petri  apostoli,  sancti  Johannis  Bapttste,  sancti  Aciscli^  et  aliorum  numero 
sanctorum.  Las  únicas  palabras  que  pueden  hoy  leerse  son  las  postreras  et  alio- 
rum,,. sanctorum, 

(2)  Esta  lápida  probablemente  sepulcral  es  de  la  era  MCCL...  y  las  letras  están 
partidas  en  renglones  dobles  y  gastadas  por  extremo. 

{i)  Asi  debió  llamarse  el  monte  Torozos  ó  algún  ramal  del  mismo.  El  arzobis- 
po San  Julián  dice  que  Gérticos  estaba  en  territorio  de  Salamanca,  equivocación 
que  corrigieron  los  cronistas  posteriores,  poniéndolo  en  el  de  Falencia ;  en  la  dis- 
tancia del  lugar  á  Toledo  acertó  bastante,  pues  la  supone  de  unas  ciento  y  veinte 
millas. 


264  VALLADOLID 

dad  inducen  á  sospechar  algunas  graves  y  misteriosas  revela- 
ciones escapadas  entre  los  elogios  (i),  y  que  Dios  juzgó  en  su 
tribunal  con  menos  incertidumbre  que  la  historia.  Celebrados 
los  funerales  con  más  pompa  de  lo  que  el  agreste  sitio  prometía 
y  bajado  á  la  tumba  su  cadáver,  trataron  los  proceres  reunidos, 
desde  luego  y  sin  mudar  de  puesto  según  los  concilios  preve- 
nían, de  dar  al  trono  un  sucesor;  y  las  miradas  todas,  por  un 
milagro  de  abnegación  y  de  justicia,  nuevo  tal  vez  en  aquellas 
tumultuosas  asambleas,  se  ñjaron  en  el  anciano  Wamba.  Mas 
por  otro  prodigio  igualmente  raro  el  elegido  rehusó;  á  razones 
opuso  razones,  á  instancias  y  ruegos  firmeza,  y  como  peñasco 
batido  por  las  olas,  mantúvose  de  pié  en  medio  de  los  que  cer- 
cándole de  rodillas,  no  ya  le  ofrecían  el  reino,  sino  que  le  pe- 
dían la  salvación  de  él.  De  pronto  uno  de  los  caudillos  desnuda 
la  espada,  y  poniendo  la  punta  al  pecho  del  tenaz  magnate 
fó  aceptar  ó  morir,»  exclama  con  voz  de  trueno;  «no  menor 
pena  merece  el  que  antepone  su  particular  reposo  y  albedrío  al 
bien  público  y  á  la  voluntad  general. »  Wamba  cedió,  y  todos  le 
acompañaron  á  Toledo  para  ser  ungido  rey  en  la  metrópoli. 
Tan  singulares  escenas  ocurrían  en  el  pequeño  lugar  que  hoy 
se  apellida  Vamba  á  dos  leguas  cortas  de  Torrelobatón,  y  que 
trocó  su  nombre  de  Gérticos,  no  con  el  del  príncipe  que  acabó 
allí  su  carrera,  sino  con  el  del  que  la  empezó  por  aclamación 
sin  ejemplar. 

En  el  siglo  x,  retirada  la  avenida  de  la  dominación  musul- 
mana que  no  alcanzó  á  borrar  el  sitio 'ni  sus  recuerdos,  florecía 
allí  un  monasterio  bajo  la  advocación  de  Santa  María  de  Vam- 
ba. Vivió  en  él  desterrado,  mientras  reinó  Froila  II,  el  persegui- 
do obispo  de  León  Frunimio  (2),  y  gobernábalo  en  945  el  abad 
Ñuño  confirmando  con  su  signo  los  reales  privilegios.  Pasó  des- 


•  ( I )    Véase  el  pasaje  citado  del  tomo  de  Castilla  la  Nueva^Toledo, 
(2  ;   Cita  Ycpes  una  escritura  de  Sahagún  del  año  928  en  la  cual  se  lee :  Fruni- 
mius  Bambensis  sedis  confirmaU  palabras  que  sólo  se  explican  con  el  retiro  del 
obispo  Frunimio  en  el  monasterio  de  Vamba. 


VALLADOLID  265 

pues  á  la  orden  de  San  Juan,  de  la  cual  todavía  es  encomienda;  y 
si  no  constara  que  la  poseían  ya  en  el  xii  los  caballeros  del  Hos- 
pital, se  la  creyera  sin  duda  procedente  de  las  confiscaciones 
de  los  extinguidos  Templarios.  Porque  algo  encierra  de  extraño 
y  misterioso  la  iglesia,  actualmente  destinada  á  parroquia  del 
pueblo,  por  más  que  su  construcción  evidentemente  se  refiera, 
no  al  período  latino-godo,  como  pensó  Morales  (i),  sino  á  la 
transición  del  estilo  bizantino  al  ojival.  Tres  arcos  apuntados  á 
un  lado  y  otro  abren  comunicación  entre  la  nave  central  y  las 
laterales,  cubiertas  únicamente  por  un  pobre  techo  de  madera 
en  declive ;  los  pilares  se  componen  de  grupos  de  columnas,  las 
unas  cilindricas,  las  otras  con  resaltados  ñudos  en  sus  fijstes, 
coronadas  todas  con  bizantino  capitel;  y  á  la  cabecera  de  las 
naves  fórmanse  tres  altas  bóvedas  á  manera  de  cúpulas,  sos- 
tenidas por  bajos  y  sombríos  arcos  de  herradura,  elevándose 
por  ftiera  sobre  la  del  centro  la  torre  de  las  campanas.  No  ha- 
bía en  el  templo  más  altar  que  el  principal,  donde  se  venera 
una  bella  y  devota  imagen  de  la  Virgen :  ahora  los  retablos  han 
ido  desalojando  los  sepulcros  de  sus  hornacinas,  en  las  cuales 
se  reproduce  bajo  sus  diversas  fases  la  ojiva,  ora  desnuda  y 
severa,  ora  florida  y  caprichosa  como  la  que  cobija  el  purista 
cuadro  de  la  Epifanía. 

Pero  la  emoción  se  acrecienta  al  pasar  de  la  iglesia  al  claus- 
tro ;  y  si  á  la  oscuridad  que  el  sol  desaloja  apenas  de  aquel  re- 
cinto, se  añaden  las  tinieblas  y  el  silencio  de  la  noche,  y  se  le 
registra  á  la  oscilante  luz  artificial  que  todo  lo  abulta  y  pone 
en  movimiento,  entonces  pueden  llegar  á  saborearse  las  subli- 
mes delicias  del  terror.  Atraviésase  una  estancia  de  bajas  y  rui- 
nosas bóvedas,  apuntaladas  por  un  pilar  en  su  centro ;  informes 
y  mohosas  tumbas  avanzan  de  las  negruzcas  paredes,  guardan- 
do en  su  seno  arcanos  insondables.  Sálese  al  claustro,  y  sus 


(i)    «Bien  parece  haber  sido  monasterio,  dice  en  sus  Anales  y  y  toda  la  fábrica 
representa  antigüedad  de  este  tiempo  de  godos.» 

34 


266  VALLADOLID 


gruesos  muros  y  los  escasos  y  pequeños  arcos  semicirculares 
abiertos  hacia  el  patio  obstruido  de  malezas,  le  dan  un  aspecto 
desolador  de  época  indeterminada ;  una  tosca  columna  en  las 
esquinas  de  sus  ánditos  es  todo  lo  que  de  escultura  se  acierta  á 
descubrir.  A  varios  aposentos  abovedados  y  hechos  á  modo  de 
celdas,  introducen  portales  apuntados;  á  la  entrada  del  uno  de- 
tiénense  los  pies  y  erízanse  los  cabellos  ante  un  inmenso  osario 
detenidamente  formado  con  las  calaveras  de  los  que  yacían  en 
algún  contiguo  cementerio;  el  otro  conserva  la  tradición  de  ha- 
ber servido  de  entierro  en  vida  á  cierta  penitente  infanta.  En 
los  labios  del  que  la  refiere  varía  sin  cesar  la  historia,  confün- 
dense  los  nombres  y  los  tiempos  al  capricho  de  la  ignorancia  ó 
de  la  fantasía,  y  poseído  de  vértigo  el  oyente,  se  figura  ver 
girar  en  torno  suyo  asidos  de  las  manos,  á  personajes  de  inco- 
nexos dramas  y  apartados  siglos. 

Un  rayo  de  crítica,  como  suele  la  luz  del  día,  viene  á  disi- 
par tan  heterogéneas  visiones :  por  fortuna  la  verdad  esta  vez 
no  vale  menos  que  la  fábula.  Aquella  carcomida  urna  con  escu- 
dos lisos  ó  gastados  en  su  cubierta,  que  se  nota  junto  á  la 
puerta  del  claustro,  guardó  las  cenizas  del  rey  Recesvinto, 
inaccesibles  no  sabemos  cómo  á  la  codicia  y  profanación  de  los 
infieles ;  y  de  allí  no  salieron  hasta  el  siglo  xiii,  al  mismo  tiem- 
po que  de  Pampliega  las  de  Wamba  su  sucesor,  para  juntarse 
en  la  capilla  del  alcázar  de  Toledo  por  orden  de  Alfonso  el  Sa- 
bio (i).  En  los  inmediatos  sepulcros,  no  menos  toscos,  os  dirán 
que  yacen  los  campeones  de  Zamora,  los  que  en  1072  pelearon 
en  singular  combate  por  su  ciudad  y  por  su  señora  la  infanta 
Urraca  para  vindicarlas  de  la  imputación  de  regicidio;  y  os  mos- 
trarán como  prueba  irrecusable  unas  quintillas  puestas  allí 
en  1567,  que  el  lugar  y  el  asunto  os  harán  parecer  menos  pro- 
saicas de  lo  que  realmente  son,  y  que  se  recomiendan  aún  por 
cierto  sabor  romancesco  de  sencillez  y  melancolía : 


(i)    Véase  el  tomo  de  Castilla  la  Nueva-^Toledo. 


VALLADOLID  ,  267 


Siendo  Zamora  cercada 
Con  ejército  muy  ancho, 
Dícese  que  fué  reptada 

Y  por  alevosa  dada 

Por  la  muerte  de  D.  Sancho. 

Salieron  tres  Zamoranos 
Defendiendo  el  caso  malo; 
Todos  tres  eran  hermanos, 
Animosos  y  galanos, 
Hijos  de  Arias  Gonzalo. 

Con  Ordoñez  pelearon 
Todos  tres,  y  al  fin  murieron 

Y  sus  vidas  acabaron, 
Como  los  que  se  emplearon 
Por  ganar  lo  que  perdieron. 

Juntamente  feneció 
Ordoñez  con  el  tercero; 

Y  assí  el  campo  no  quedó 
Por  nadie,  según  juzgó 
El  juez  y  su  compañero. 

Estos  cuerpos  trajo  aquí 
Doña  Urraca  hija  del  rey. 
Veslal  yace  á  par  de  tí. 
Requiescant  in  pace,  di, 
Cum  sanctis  in  gloria  Dei. 

Os  referirán  que  junto  á  aquellos  cuerpos,  que  por  el  honor 
de  ella  inmolaron  sus  vidas,  lloró  la  infanta  sus  pasadas  culpas 
y  la  parte  que  caberle  pudo  en  la  muerte  de  su  hermano,  y  que 
en  aquella  lóbrega  estancia,  á  la  cual  se  da  el  merecido  nombre 
de  cueva,  vivió  prolijos  años  de  oración  y  de  penitencia,  hasta 
salir  su  alma  de  este  mundo  ya  completamente  acrisolada  (i). 
¡Pura  leyenda  todo  ello!  Urraca  la  de  Zamora,  la  hermana  de 
Alfonso  VI,  duerme  en  León  bajo  las  regias  bóvedas  del  pan- 
teón de  San  Isidoro ;  la  que  en  Vamba  reposa  es  otra  Urraca, 
posterior  de  cien  años  á  la  otra,  primera  esposa  de  Fernando  II 


(i)    Encima  de  la  puerta  hay  un  letrero  castellano  que  recuerda  la  tradición, y 
otro  dentro  en  latín  que  dice  de  la  infanta  cum  Christo  regnat  in  ceíernum. 


268  VALLADOLID 


de  León  é  hija  de  Alfonso  I  de  Portugal.  Disuelto  su  enlace  con 
el  monarca  por  razón  de  parentesco  en  tercer  grado,  sin  haber 
podido  durante  ocho  años  gozar  en  el  trono  una  hora  de  ventu- 
ra por  las  continuas  guerras  del  padre  con  el  esposo,  en  1175 
tomó  la  cruz  de  religiosa  de  San  Juan  (i)  escogiendo  aquel  re- 
tiro ;  si  lo  guardó  tan  austero  y  absoluto  como  la  tradición  indi- 
ca, es  cosa  que  ignoramos.  La  pobre  reina  debía  tener  que  llo- 
rar menos  faltas  que  desdichas,,  pero  siquiera  antes  de  morir 
vio  coronado  rey  á  su  hijo  Alfonso  el  IX,  sin  olvidar  por  eso  su 
soledad  (2). 

Aunque  de  origen  más  reciente,  no  hubo  en  toda  la  comar- 
ca monasterio  más  celebrado  que  el  de  la  Espina :  las  personas 
que  á  su  erección  concurrieron,  la  preciosidad  de  sus  reliquias  y 
los  prodigios  que  de  ellas  se  contaban,  lo  rico  de  la  hacienda  y 
lo  grandioso  del  edificio,  todo  contribuía  á  su  mayor  lustre  é 
importancia.  Admiradora  entusiasta  del  santo  abad  de  Claraval 
la  virtuosa  D.^  Sancha  hermana  de  Alfonso  VII,  ora  le  conocie- 
ra de  fama,  ora  de  trato,  si  es  cierto  que  peregrinase  por  Fran- 
cia, Alemania  y  Palestina,  hízole  donación  en  20  de  Enero 
de  1 147  de  dos  heredades  suyas,  San  Pedro  de  Espina  y  Santa 
María  de  Aborridos,  para  establecer  una  casa  de  cistercienses ; 
y  excitado  con  el  nombre  casual  el  deseo  de  la  piadosa  infanta 
y  á  fin  de  justificarlo  en  cierto  modo,  no  descansó  hasta  lograr 
un  dedo  del  príncipe  de  los  apóstoles  y  una  espina  de  la  corona 
del  Salvador,  que  obtuvo  del  monasterio  de  San  Dionisio  de 
París  por  mediación  de  Luís  VII  rey  de  Francia.  Envió  el  gran 


( 1 )  Cita  Flórez  dos  escrituras,  una  de  las  cuales  dice  refiriéndose  al  1 1 7  5  anno 
quo  regina  sibi  crucem  imposutt,  y  la  olra  regina  Urraca  freirá  HospUalis  sancii 
Johannis  confirmat. 

(2)  Hay  en  el  bularlo  de  Santiago,  según  Flórez,  una  escritura  datada  del  1 1 88, 
año  del  fallecimiento  de  Fernando  II,  que  empieza  así:  Ego  Al/onsus  Dei  graiia 
rex  Legionis  una  cum  genitrice  mea  Urraka  regina  fado  chartam,  etc.  Estas  pala- 
bras dan  á  entender  que  Urraca  volvió  á  la  corte  al  lado  de  su  hijo;  sospechamos 
sin  embargo  por  la  escasez  de  memorias  que  no  sería  continua  ni  larga  allí  su  re- 
sidencia, y  que  su  muerte,  cuyo  año  se  ignora,  ocurriría  en  el  mismo  lugar  donde 
fué  sepultada. 


VALLADOLID  269 

Bernardo  á  Nivardo  su  hermano  para  realizar  la  fundación,  que 
en  1 1 49  confirmó  el  emperador  Alfonso  cediendo  los  derechos 
que  en  aquellos  despoblados  pudieran  compelerle  (i).  Las  mira- 
das del  santo  fundador  y  de  la  insigne  protectora  no  se  aparta- 
ron jamás  de  su  querido  plantel  (2),  y  gracias  á  los  cuidados  del 
uno  y  á  la  generosidad  de  la  otra  propagó  en  breve  por  Castilla 
sus  retoños. 

Algo  aún  halló  que*  añadir  á  la  grandeza  del  monasterio, 
corriendo  el  siglo  xiv,  la  poderosa  familia  de  Alburquerque,  y 
su  jefe  D.  Juan  Alfonso,  nieto. del  rey  Dionisio  de  Portugal  (3), 
empleó  en  beneficio  de  aquel  la  absoluta  privanza  que  obtenía 
en  los  primeros  años  del  rey  D.  Pedro  su  pupilo.  Las  tres  bó- 
vedas que  faltaban  á  la  nave  principal  del  templo,  las  dos  naves 
menores,  los  claustros  bajos  con  sus  oficinas,  fueron  obra  del 
que  juntaba  al  favor  de  valido  la  opulencia  de  magnate.  Cuando 
vio  al  real  mancebo  arrastrado  por  los  sanguinarios  instintos 
que  tal  .vez  en  su  germen  no  había  cuidado  bastante  de  sofocar, 
y  por  el  ciego  amor  que  él  mismo  culpablemente  había  fomen- 
tado, entonces  el  valido  recordando  su  autoridad  de  ayo  se  con- 
virtió en  censor,  y  de  censor  bien  pronto  en  enemigo;  y  al 


(i)  Del  documento  se  desprende  que  Espina  y  Aborridos  habían  sido  lugares 
en  otro  tiempo:  et  istce  villcB  deserice  jacent  inter  sanctum  Cyprianum  de  Macólo  et 
Castromonte,  Hay  memorias  de  que  el  rey  tenía  allí  un  palacio  de  maciza  construc- 
ción. 

(2)  Así  lo  llama  San  Bernardo  en  la  carta  que  escribe  á  dicha  infanta :  Obse- 
cramusvos  eipro  novella  vestraplantatione,  tilos  loquor  de  Spina^ut  eis  viscera 
misericordias  exhibeaíis.  Su  primer  abad  parece  fué  Balduino,  aunque  Alfonso  y 
Toribio  se  llaman  también  primeros  en  el  necrologio.  La  historia  del  monasterio 
se  halla  compendiada  en  esta  singular  inscripción  quetrae  Yepes,  enlaque  andan 
separados  los  verbos  de  los  nombres  correspondiéndose  entre  sí : 


Petit 

Sancia 

^dificat 

Bernardus  per  Nivardum 

Ditat 

Alfonsus 

Protegit 

Spinea  corona 

Aperit 

Petrus. 

(3)  Hijo  natural  de  éste  y  su  mayordomo  mayor,  según  Méndez  Silva,  fué  don 
Alonso  Sánchez  padre  de  D.  Juan  Alfonso,  quien  aunque  de  alcurnia  portuguesa 
estaba  muy  heredado  en  Castilla.  Su  madre  se  llamó  D.'  Teresa  de  Meneses. 


270  VALLADOLID 

frente  de  la  liga  formada  con  los  hijos  de  la  Guzmán  y  los  in- 
fantes de  Aragón  y  muchos  de  los  grandes  de  Castilla  para  ha- 
cer entrar  en  razón  al  temerario  monarca,  sorprendióle  la 
muerte  en  Medina  del  Campo,  tan  funesta  para  su  causa,  que 
se  dijo  procurada  con  yerbas  por  su  médico  Paulo.  El  cadáveí* 
de  Alburquerque  siguió  presidiendo  á  los  confederados;  en  las 
marchas  iba  delante  de  la  hueste,  en  los  consejos  llevaba  por 
él  la  voz  su  mayordomo.  Solamente  cuando  en  Toro  se  creyó 
domeñado  para  siempre  el  león  de  Castilla  con  freno  que  muy 
pronto  había  de  romper  con  mayor  estrago,  entró  el  féretro  á 
reposar  en  la  Espina,  cumpliendo  los  últimos  votos  del  difunto 
y  dando  ya  por  cumplida  su  misión  reparadora. 

Con  tales  datos  no  hay  que  decir  si  se  anda  con  afán  el 
desigual  camino  desde  Torrelobatón,  y  si  se  costea  impaciente- 
mente la  almenada  cerca  que  una  legua  en  derredor  cierra  el 
coto  del  monasterio.  No  corresponde  el  primer  aspecto  á  la  es- 
peranza :  el  portal  de  entrada  no  sube  del  siglo  xvi,  y  la  facha- 
da de  la  iglesia  la  vistió  algún  discípulo  de  D.  Ventura  Rodrí- 
guez á  fínes  del  pasado  con  el  conocido  uniforme  de  orden 
jónico  y  corintio  en  sus  respectivos  cuerpos,  de  frontón  triangu- 
lar, y  de  dos  torres  á  los  lados  rematadas  en  templetes  octógo- 
nos y  elegantes  linternas.  Mas  luego  se  presenta  á  recompensar 
las  fatigas  del  viaje  el  interior,  desplegando  sus  tres  naves,  su 
crucero  y  su  cúpula,  sus  bóvedas  peraltadas  y  gallardísimas,  sus 
arcos  ojivales  de  comunicación,  sus  pilares  de  columnas  agru- 
padas y  románicos  capiteles,  sus  ventanas,  semicirculares  unas 
y  apuntadas  otras,  decoradas  con  ricas  molduras  y  columnitas, 
toda  la  magnificencia  en  fín  del  arte  bizantino  ya  provecto  dán- 
dose la  mano  con  el  gótico  naciente  (i).  De  las  seis  arcadas  que 
se  suceden  desde  la  entrada  hasta  el  crucero,  ocupa  las  tres  el 


(i)  Es  señalado  el  elogio  que  hace  de  este  templo  fray  Manrique  en  sus  Ana- 
les Cistercienses :  Porro  sacellum^  si  materiam  spectes^  sumptuosum  ei  grave;  si 
opus  artemquey  adeo  expolitum,  adeo  prceclarum,  ut  vix  aliud  cequale  reperiatur  in 
loto  regnoy  superius  nullum. 


VALLADOLID  27I 

coro  sostenido  en  alto  por  bóvedas  de  crucería.  Difícil  es,  por 
no  decir  imposible,  discernir  la  primitiva  obra  de  D.*  Sancha  de 
la  ampliación  de  Alburquerque,  tan  homogéneo  es  el  estilo  de 
la  fábrica,  en  la  cual  parecen  haber  transigido  las  dos  épocas 
que  la  historia  le  señala,  semejando  harto  adelantada  para  el 
siglo  XII,  y  para  el  xiv  sobrado  antigua  y  severa. 

Si  algo  discrepa  del  conjunto  es  la  capilla  mayor,  reedifica- 
da en  1546  con  su  cupulilla  especial  contigua  á  la  del  crucero, 
y  entonces  las  primitivas  tumbas  de  los  Alburquerques  fueron 
reemplazadas  con  los  nichos  platerescos  y  efigies  arrodilladas 
que  ocupan  los  lados  del  presbiterio;  á  la  parte  del  evangelio 
las  del  mismo  D.  Juan  Alfonso  y  de  su  esposa  D.*  Isabel  de 
Meneses,  á  la  otra  parte  las  de  su  hijo  D.  Martín  Gil  y  de  su 
tío  D.  Martín  Alfonso.  Inapreciables  fueran  estos  bultos,  si  la- 
brados en  tiempos  más  cercanos  á  los  personajes  que  represen- 
tan, ofrecieran  mayores  prendas  de  semejanza.  Más  cerca  del 
altar  púsose  estatua  de  alabastro  á  la  ilustre  fundadora  á  modo 
de  cenotafio,  y  otra  enfrente  á  la  infanta  D.*  Leonor  hija  de 
Juan  II  y  de  su  primera  consorte,  que  muriendo  de  pocos  años 
allí  cerca,  fué  sepultada  en  aquel  suelo  venerado  (i).  En  las  ca- 
pillas se  encuentran  acá  y  allá  urnas  y  nichos  ojivales :  en  el 
brazo  derecho  del  crucero  extiéndese  paralela  á  la  mayor  una 
capilla  gótica  dedicada  á  nuestra  Señora  de  Gracia,  y  al  extremo 
del  mismo  la  muy  suntuosa  donde  era  adorada  la  santa  espina, 
y  donde  se  obraban  las  maravillas  de  que  están  llenos  los  ana- 
les  del  monasterio  (2). 


(1)  Fué  dicha  infanta  jurada  sucesora  del  reino  en  los  cortos  meses  que  me- 
diaron desde  la  muerte  de  su  hermana  primogénita  D.*  Catalina  hasta  el  nacimien- 
to del  príncipe  D.  Enrique,  es  decir  de  Setiembre  de  1424  á  Enero  del  siguiente 
año. 

(2)  Describen  minuciosamente  la  preciosa  reliquia  y  la  solemnidad  con  que 
se  enseñaba  Morales  en  su  Vic^/e  Sanio  y  Manrique  en  sus  Anales  del  Cister^  refi- 
riendo los  milagros  obrados  con  el  agua  en  que  se  la  metía.  En  el  segundo  puede 
leerse  la  tradición  de  la  acémila  que  se  quedó  inmóvil  al  querer  llevarse  la  santa 
espina  del  monasterio,  y  la  prodigiosa  reaparición  de  la  misma  en  su  puesto  esca- 
pándose de  la  capilla  del  condestable  D.  Juan  Fernández  de  Velasco  que  la  había 
hecho  robar  secretamente. 


272  VALLADOLID 


Iglesia  provisional  construida  por  Nivardo  dícese  que  fué 
una  muy  pequeña,  que  se  conserva  á  espaldas  de  la  presente  y 
que  nada  ofrece  de  antiguo  ni  de  notable.  Del  primitivo  claustro 
sólo  subsiste  una  serie  de  ojivas  sepulcrales  arrimada  al  muro 
de  la  iglesia ;  lo  demás  de  él  se  deshizo  hacia  fínes  del  x vi  ó 
principios  del  siguiente,  no  sin  lástima  de  los  que  alcanzaron  á 
verlo  (i),  por  el  prurito  de  reemplazarlo  con  las  dos  galerías, 
dórica  la  de  abajo  y  jónica  la  de  arriba,  que  dan  vuelta  á  sus 
cuatro  lienzos.  Para  mayor  desgracia,  á  las  presuntuosas  inno- 
vaciones del  arte  han  venido  á  juntarse  últimamente  los  estra- 
gos del  abandono:  de  la  sala  capitular,  del  panteón,  no  se  des- 
cubren ya  sino  ruinas.  Cuando  visitamos  el  sagrado  ediñcio,  dos 
ó  tres  hijos  fieles  lo  cuidaban  con  amor,  prolongando  como  po- 
dían su  desvalida  existencia:  hoy  tal  vez  habrán  sucumbido,  é 
ignoramos  qué  suerte  le  cabrá  en  aquel  hondo  valle  solitario, 
donde  no  le  alcanza  ni  una  mirada  protectora. 

Harto  fácil  es  de  prever  por  los  ejemplos  que  tiene  tan 
cercanos.  En  San  Cebrián  de  Mazóte  ha  perecido,  á  pesar  de  su 
situación  dentro  del  pueblo,  un  convento  de  monjas  dominicas 
fundado  en  1 305  por  D.^  Teresa  Alfonso  Téllez  de  Meneses,  la 
madre  acaso  de  Alburquerque  el  restaurador  de  la  Espina. 
Junto  á  Uruefta  acabó  el  monasterio  benedictino  del  Bueso, 
aunque  puesto  bajo  el  poderoso  patronato  de  los  duques  de 
Osuna;  en  el  siglo  xvi  se  había  renovado  su  iglesia,  pero  mos- 
trábase un  arco  llano  y  un  sepulcro  liso  donde  la  tradición  su- 
ponía enterrado  al  célebre  D.  Bueso,  coronando  sus  caballeres- 
cas aventuras  cantadas  en  los  romances  con  la  fundación  de 


( 1 )  Elocuentes  son  las  palabras  con  que  condena  el  vandalismo  de  los  clásicos 
reformadores  el  fecundo  Caramuel  que  se  había  educado  en  aquel  monasterio.  En 
su  poco  conocida  obra  Philif>pus  prudens  que  publicó  en  16^8,  escribe :  Antiquum 
illud  claustrum Jam  esí  dirutum,  et  froedecessorum  nostrorum  reliquice  vener ahiles 
quiescunt  sub  Jove,  Lapides  alio  iransiulit  avarilia;  el  incultce  frondes,  quas  spon- 
te  térra  illa  parturit,  sepulchra  ornarent,  nisi  armentis  pecoribusque  concederen- 
tur.  Lugeo  qui refero;  corrigant  qui /aciunt :  sancia  enim  non  debent  traciari  nisi 
sánete. 


VALLADOLID  273 

aquel  retiro  en  sitio  fresco  y  deleitoso  para  terminar  allí  sus  días 
con  otros  guerreros  penitentes  (i). 

Los  benedictinos  de  San  Mancio,  los  cístercienses  de  Mata- 
llana,  los  Jerónimos  de  Valdebusto,  todos  habitaban  algo  más 
arriba  en  el  espacio  de  pocas  leguas.  Debían  su  erección  los  dos 
primeros  monasterios,  como  los  de  Palazuelos  y  Retuerta  (2), 
á  la  noble  familia  de  Meneses  procedente  de  Portugal,  que  tan 
enlazada  acabamos  de  ver  con  los  Alburquerques  y  que  domi- 
naba las  dilatadas  llanuras  de  Campos.  Una  visión  se  cuenta 
que  descubrió  el  cuerpo  de  San  Mancio  discípulo  del  Salvador 
y  apóstol  de  Ebora  á  Gutierre  Téllez  de  Meneses,  y  un  milagro 
lo  detuvo  en  aquel  sitio,  dando  origen  al  monasterio  y  poco 
después  á  la  población  contigua  de  Villanueva.  Su  iglesia  con- 
sagrada en  1 195,  á  la  cual  ha  sucedido  otra  grande  y  hermosa 
según  la  caliñca  Morales,  de  estilo  gótico  moderno,  que  hoy 
sirve  de  parroquia  al  lugar,  fabricáronla  dos  hermanos  suceso- 
res de  Gutierre,  Alonso  Téllez  y  Suero,  y  la  sujetaron  á  la  de 
Sahagún  donde  era  venerada  ya  en  especial  capilla  la  cabeza 
del  santo  mártir  (3).  Padres  de  estos  parece  fueron  Tello  Pérez 
de  Meneses  y  su  mujer  Gontrodo,  á  quienes  en  1 173  había  ce- 
dido Alfonso  VIII  el  territorio  de  Matallana,  santificado  ya  por 
anteriores  monasterios  (4),  para  que  lo  ocupasen  los  religiosos 


(i)  Probablemente  no  tiene  más  fundamento  la  tradición  que  la  identidad  del 
nombre.  Hállase  la  firma  de  D.  Bueso  como  merino  de  Saldaúa  en  varias  escritu- 
ras de  Sancho  III  y  Alfonso  VIII.  Sin  embargo  la  Crónica  General  le  supone  un 
caudillo  francés  que  penetró  hasta  Orcejo  y  fué  muerto  en  singular  combate  por 
Bernardo  del  Carpió,  de  quien  otros  le  hacen  primo ;  y  á  esta  narración,  reprodu- 
cida en  el  romance  que  empieza  Estando  en  paz  y  sosiego,  se  refiere  Morales  sin 
duda  al  mencionarle  como  muy  a/amado  en  nuestros  cantares.  Otro  romance  popu- 
lar se  conoce  en  Asturias  que  comienza  así : 

Camina  D.  Bueso 

Mañanica  fría 

« 

A  tierra  de  moros 
A  buscar  amiga. 

(2)    Véanse  las  páginas  igg  y  20$  del  presente  tomo. 

(3;    Recordamos  lo  dicho  en  el  tomo  de  Asturias  y  León^  capítulo  de  Sahagún. 

(4)    De  un  privilegio  de  Sahagún  que  cita  Sandoval,  y  de  una  donación  de 

35 


274  VALLADOLID 

■ 

del  Císter:  empezó  su  bello  y. espacioso  templo  en  1228  la  pri- 
mera esposa  de  Fernando  el  Santo  Beatriz  de  Suavi^i,  y  por  su 
fallecimiento  en  1235  continuólo  su  suegra  la  inmortal  Beren- 
guela.  En  casas  de  labor  se  encuentran  hoy  transformadas  las 
que  lo  fueron  de  oración  y  de  retiro,  y  grupos  de  arboledas 
plantadas  por  los  monjes  indican  de  lejos  su  situación  en  medio 
de  aquellos  páramos;  pero  no  cobijan  ya  sino  ruinas^  como  ci- 
preses  que  vegetan  al  rededor  de  sepulcros. 


Froilán  obispo  de  León  que  trae  Lobera  se  desprende  que  en  950  existia  en  Mata- 
llana  un  monasterio  bajo  el  título  de  Santa  María,  y  que  en  looa  lohabía'de  mon- 
jas allí  mismo.  Antes  de  darlo  el  rey  á  los  Meneses,  lo  adquirió  por  cambio  de  la 
orden  de  San  Juan  á  la  cual  pertenecía. 


CAPITULO  X 


Medina  de  Rioseco 


'"Y~ViviDE  el  distrito  de  Tordesillas  del  de  Rioseco,  corriendo 
'^-'de  levante  á  poniente,  una  cordillera  menos  alta  que  es- 
cabrosa, repartida  en  ramales  numerosos  y  surcada  por  hondos 
valles,  cuyo  núcleo  forma  el  áspero  monte  de  Tórozos  tan  te- 
mido antes  por  los  viajeros  de  Asturias  y  Galicia.  La  densa 
oscuridad  de  sus  robles  y  encinas,  despejada  ya  en  varias  direc- 
ciones, cubría  inextinguibles  hordas  de  bandidos  y  feroces  aten- 
tados; y  aún  se  designa  en  lo  más  alto,  encima  de  Almaraz,  la 
venta  que  por  sospechosa  fué  demolida  á  ñnes  del  último  siglo. 
Sin  embargo,  no  escasea  de  pueblos  aquel  quebrado  territorio ; 
en  angosta  cañada  se  oculta  San  Cebrián  de  Mazóte,  Almaraz 


276  VALLADOLID 


existente  ya  en  1097  desparrama  por  la  pendiente  sus  treinta 
casas,  Urueña  se  mantiene  enriscada  sobre  una  loma,  Castro- 
monte  asoma  dominando  un  valle,  circuida  de  antiguos  muros 
con  cuatro  puertas  y  ennoblecida  por  una  parroquia  de  tres 
naves  y  de  construcción  bizantino -gótica,  que  sentimos  no  poder 
contemplar  más  detenidamente.  Al  este  aparece  con  restos  de 
castillo  la  Mudarra,  colonia  de  segadores  gallegos  establecida 
por  la  ciudad  de  Rioseco,  de  la  cual  se  titula  arrabal  á  pesar  de 
su  distancia  de  tres  leguas;  al  norte  sobre  una  colina  Valde- 
nebro  decaída  de  su  esplendor  y  despojada  de  su  fuerte  arma- 
dura (i),  y  más  adelante  Val  verde  lugar  del  marqués  de  Monreal 
donde  descansó  en  1063  al  ser  trasladado  de  Sevilla  á  León  el 
cuerpo  de  San  Isidoro  (2). 

De  estas  villas  la  más  interesante  es  Uruefta  no  tanto  por 
sus  monumentos  como  por  sus  memorias.  Más  de  cárcel  que  de 
belicosa  defensa  sirvió  su  célebre  castillo  y  larga  serie  de  pri- 
sioneros contó,  desde  aquel  conde  Pedro  Vélez  que  pagó  con 
lenta  y  bárbara  muerte,  según  los  romances,  el  haber  holgado 
con  una  prima  del  rey  Sancho  III  (3),  hasta  el  conde  de  Urgel 


( 1 )  Atribuye  Méndez  Silva  la  fundación  de  Valdenebro  nada  menos  que  al  rey 
Brigo,  diez  y  nueve  siglos  antes  de  la  venida  de  Cristo.  Conservaba  aún  en  el  xvii 
sus  muros  y  su  castillo,  del  cual  en  1422  hizo  señor  á  Diego  Gómez  de  Sandoval, 
conde  de  Castro,  D.'  Leonor  reina  viuda  de  Aragón.  Además  de  su  parroquia  tiene 
otra  casi  derruida,  titulada  de  Nuestra  Sefirora  de  Troya. 

(2)  En  la  donación  hecha  por  Fernando  I  en  22  de  Diciembre  de  1063  á  San 
Isidoro  de  León  (España  Sagrada,  tomo  XXXVI)  hallamos  la  cláusula  siguiente : 
Concedimus  ibi  ecclesiam  cum  tribus  altar ibus  in  Campis  Goihorum  in  Rioseco  ad 
Villam  Verde,  quce  dicitur  ecclesia  S.  Salvatoris,  in  medio  primo  altari,  ad  meridianum 
partis  dextrce  altari  S.  ísidori  archiepiscopi,  ad  levam  vero  S.  Martini  vocaiur;  con- 
cedimus ibiipsum  locellum  conclusum,  eo  quodibiquievitsanctissimumcorpusbea- 
tissimi  ísidori  quando  asportatum  fuit  de  Hispali  metropolitana. 

(3)  Ignoramos  qué  fundamento  histórico  tenga  el  siguiente  romance,  único 
en  referir  el  hecho,  que  tal  como  allí  se  cuenta  no  dudamos  en  calificar  de  fabu- 
loso. Por  8u  lenguaje  parece  del  siglo  xvi,  y  adolece  de  bastante  flojo  á  excepción 
del  principio  donde  hay  sobra  de  crudeza: 

Alterada  está  Castilla  Con  una  prima  carnal 

Por  un  caso  desastrado.  Del  rey  Sancho  el  deseado. 

Que  el  conde  don  Pero  Vélez  Las  calzas  á  la  rodilla 

En  palacio  fué  hallado  Y  el  jubón  desabrochado.. 


VALLADOLID  277 

competidor  de  Fernando  I  al  trono  de  Aragón  y  D.  Fadrique  de 
Luna,  bastardo  del  rey  de  Sicilia,  culpable  de  insensatos  desma- 
nes y  alborotos.  No  recibió  su  fortaleza,  como  han  escrito  algu- 
nos, el  postrer  suspiro  de  la  infeliz  Blanca  de  Borbón,  pero  sí  á 
María  de  Padilla  su  afortunada  rival,  conducida  por  su  real 
amante,  para  ponerla  á  cubierto  durante  algunos  días  de  la  in- 
dignación general  del  reino  sublevado  contra  su  privanza.  Dio 
Enrique  IV  la  villa  al  maestre  de  Calatrava  D.  Pedro  Girón,  á 
cuyo  primogénito  D.  Alfonso  Téllez  se  transmitió  como  cabeza 
de  condado ;  y  éste  fué  el  primer  título  de  la  casa  de  Osuna,  en 
la  cual  ha  continuado  Urueña  tomando  sus  blasones.  Amurallada 
y  sin  más  salida  que  la  de  dos  puertas,  la  misma  población  pa- 
rece  cautiva  como  los  ilustres  huéspedes  que  ha  guardado. 

Paralelo  casi  con  la  dirección  de  los  Alcores,  que  así  se 
llama  la  cordillera,  de  nordeste  á  sudoeste  baja  el  río  Sequillo, 
y  para  conducir  á  la  ciudad  que  toma  su  nombre,  convida  á  re- 
montar sus  márgenes  por  camino  más  poblado  y  apacible  que 
el  de  la  sierra.  Castro  Membibre  y  San  Pedro  del  Ataree,  pue- 
blos del  conde  de  Miranda,  conservan  ruinas,  aquél  de  castillo 
y  éste  de  palacio;  Villavellid  en  la  pendiente  de  un  cerro,  el 
torreón  de  homenaje  y  varias  almenas  del  suyo;  Villar  de  Fra- 
des,  adornada  con  un  puente  de  tres  arcos  y  con  una  moderna 
iglesia  del  lego  Ascondo,  el  recuerdo  etimológico  de  su  monacal 
origen  ó  dependencia.  Una  tras  otra  se  presentan  en  opuestas 
orillas  Villanueva  de  los  Caballeros  y  Villagarcía,  que  junto  con 
Santa  Eufemia  y.  Barcial  de  la  Loma,  reconocían  por  señor  en 
el  reinado  de  Juan  II  á  Gutierre  González  Quijada,  de  cuya  fa- 


La  infanta  estaba  en  camisa  Casi  medio  destocada, 

Echada  sobre  un  estrado,  Con  el  rostro  desmayado. 

La  sentencia  del  rey  al  mandarle  encerrar  en  el  castillo  de  Ureña,  es  atroz  en 
demasía: 

No  le  den  cosa  ninguna  Le  sea  un  miembro  quitado, 

Donde  pueda  estar  echado  Hasta  que  con  el  dolor 

Y  de  cuatro  en  cuatro  meses  Su  vivir  fuese  acabado. 


278  VALLADOLID 

milia  pasaron  á  la  del  conde  de  Peñaflor.  Villagarcía  era  seña- 
lada ya  á  fines  del  siglo  xi  por  un  monasterio  de  San  Boal  ó 
Baudilio,  que  dotó  copiosamente  Nepociano  Bermúdez  y  agregó 
al  de  Sahagún  en  clase  de  priorato ;  y  en  tiempos  más  recientes 
hiciéronla  famosa  la  educación  del  vencedor  de  Lepan to,  confia- 
da por  el  emperador  secretamente  á  su  mayordomo  Luís  Qui- 
jada, y  la  residencia  del  festivo  padre  Isla  en  el  insigne  novicia- 
do que  tenían  allí  los  jesuítas.  Pero,  si  como  han  creído 
generalmente  los  anticuarios  y  persuaden  la  situación  y  las 
distancias,  corresponde  el  lugar  á  la  Intercacia  de  los  Vacceos, 
entonces  se  echan  menos  con  tristeza  los  vestigios  de  aquella 
población,  contemporánea  y  precursora  del  heroísmo  de  Nu- 
mancia,  que  en  el  año  149  antes  de  Cristo  cerró  las  puertas  al 
cónsul  Lúculo  echándole  en  rostro  su  perfidia  con  los  de  Cauca, 
que  mostró  tanto  valor  en  sostener  el  sitio  como  cordura  en 
esquivar  la  campal  batalla,  que  reparó  una  y  otra  vez  las  bre- 
chas abiertas  en  sus  muros,  y  derrotó  en  sus  salidas  á  los  ro- 
manos, y  obligada  del  hambre  al  fin  se  rindió  por  honroso 
concierto,  burlando  con  su  rústica  pobreza  la  avaricia  del  ven- 
cedor (i). 

En  lo  alto  de  una  meseta  se  dibujan  sobre  la  ribera  occi- 
dental los  derruidos  murallones  del  castillo  de  Tordehumos,  y 
en  la  vertiente  el  caserío  de  la  villa  y  las  torres  de  sus  tres  pa- 
rroquias, brindando  al  viajero  á  atravesar  el  puente  para  con- 
templar la  bellísima  portada  gótica  del  arruinado  convento  de 
Santa  Clara,  cuyas  religiosas  siglos  hace  se  trasladaron  á  Rio- 
seco.  Tordehumos,  derivada  como  Tordesillas  de  otero  y  no  de 


(i)  Bellum  his  conditionibus  dirempium,  dice  Apiano;  ínter c atii Lucullo  darent 
sex  millia  sagorum  (mantos  de  lana  burda),  fecudum  cerium  quemdam  numerum, 
obsides  quinquaginta;  aurt  atque  argenti,  cvjiis  siti  bellum  iniulerat  Lucullus^  ni- 
hil  daré  foierani^  ñeque  enirn  habebaní,  ñeque  in  pretio  esse  apud  illius  regionis 
Celtiberos  metalla  isia  soleni.  Distinguióse  en  el  sitio  de  Intercacia  el  joven  Esci- 
pión,  diez  y  ocho  años  antes  de  tomar  á  Numancia,  venciendo  en  singular  comba- 
te á  un  corpulento  español  y  subiendo  el  primero  á  la  muralla;  y  solamente  con 
él,  por  no  fiar  de  Lúculo,  quisieron  pactar  los  sitiados. 


VALLADOLID  279 

torre  y  nombrada  ya  en  el  siglo  x  (i),  puede  presentar  también 
á  la  historia  sus  anales :  fué  plaza  fuerte  en  1 308  donde  el  tur- 
bulento D.  Juan  Núñez  deLara  resistió  al  poder  de  Fernando  IV, 
prolongando  la  defensa  y  las  negociaciones  hasta  que  cansados 
los  sitiadores  se  desbandaron;  condenó  allí  Alfonso  XI  en  1328 
la  memoria  de  Alvar  Núñez  Osorio  su  pérfido  valido;  dióla 
luego  á  su  favorita  Leonor  de  Guzmán ;  rompieron  allí  mismo 
en  1354  los  infantes  de  Aragón  D.  Juan  y  D.  Fernando  y  su 
madre  la  reina  Leonor  con  el  rey  D.  Pedro  su  primo,  desertan- 
do á  los  de  la  liga;  y  después  de  pasar  el  pueblo  por  varios 
señoríos,  incorporóse  por  fin  al  de  los  duques  del  Infantado.  Al 
del  almirante  Enríquez  pertenecía  su  vecina  Villabrájima,  y  sin 
embargo,  una  y  otra  sirvieron  de  cuartel  al  ejército  comunero 
de  D.  Pedro  Girón  al  prepararse  á  cercar  en  Rioseco  la  peque- 
ña hueste  de  los  grandes;  pero  aquella  estancia  no  le  resultó 
menos  funesta  de  lo  que  más  tarde  había  de  serlo  la  de  Torre- 
lobatón  al  malogrado  Padilla. 

Imposible  es  atravesar  á  la  vera  del  menguado  río  aquella 
vasta  llanura  circuida  de  montecillos,  en  cuyo  fondo  descuellan 
las  torres  de  esta  otra  Medina,  sin  traer  á  la  memoria  los  días 
de  espectación  que  anunciaban  en  sus  campos  el  inminente  des- 
enlace de  la  tenaz  querella  entre  la  nobleza  y  las  Comunidades. 
Detrás  de  aquellas  tapias  había  buscado  asilo,  huyendo  de  Va- 
lladolid  con  un  solo  paje,  el  cardenal  gobernador;  y  al  llama- 
miento de  sus  dos  nuevos  colegas,  el  condestable  y  el  almirante, 
iban  acudiendo  con  sus  milicias  los  condes  de  Benavente,  Lemos 
y  Valencia,  el  marqués  de  Astórga  y  los  más  ilustres  proceres 
de  Castilla.  Era  Rioseco,  por  decirlo  así,  la  corte  del  almirante, 
que  vino  el  último,  agotados  los  medios  de  conciliación.  Manda- 
das por  un  magnate  ambicioso  y  despechado,  avanzaron  á  la 
caída  de  Noviembre  de  1 5  20,  las  huestes  populares  en  número 


(i)    Auiero  de Futnus  se  la  llama  en  una  escritura  de  Astorga  del  año  974,  pu- 
blicada en  el  tomo  XVI  de  la  España  Sagrada. 


28o  VALLADOLID 

casi  triple  de  sus  contrarios ;  las  alturas  del  contorno  llenáronse 
de  muchedumbre  atraída  como  si  fuera  por  el  espectáculo  de 
una  justa,  y  aguardaban  el  éxito  con  el  pié  en  el  estribo  nume- 
rosos correos  para  llevar  á  las  ciudades  más  lejanas  la  nueva 
de  la  segura  victoria.  Mas  los  pendones  aristocráticos  no  se 
cuidaban  de  abandonar  los  muros  ni  de  contestar  al  reto  de 
fuerzas  superiores,  que  satisfechas  con  hacer  en  el  palenque 
vano  alarde  de  su  pujanza,  volvieron  sin  intentar  el  ataque  á 
sus  alojamientos.  Crecía  con  la  dilación,  de  un  lado  la  impa- 
ciencia y  del  otro  la  esperanza :  llegábanles  refuerzos  á  los  mag- 
nates, pedíanlos  con  ansia  á  sus  poblaciones  los  caudillos  co- 
muneros. De  Rioseco  á  Villabrájima  iban  y  venían  mensajes  de 
paz,  ninguno  más  solícito  que  el  distinguido  franciscano  fray 
Antonio  de  Guevara,  cuya  elocuente  voz  resonó  con  audaz  ener- 
gía en  la  iglesia  del  lugar  ante  el  consejo  de  los  defensores  de 
la  santa  junta.  Sus  palabras,  que  sólo  consiguieron  irritar  al 
fogoso  obispo  Acuña  y  á  sus  decididos  compañeros,  se  insinua- 
ron hondamente  en  el  ánimo  de  D.  Pedro  Girón,  vacilante  entre 
los  compromisos  de  su  causa  y  los  intereses  de  su  clase  (i):  lo 
que  pasó  en  sus  ocultas  conferencias  se  ignora,  pero  al  cabo  de 
quince  días  de  estéril  campaña,  el  ejército  sitiador  se  retiró  sin 
combate  hacia  Villalpando,  y  quedó  despejado  á  sus  enemigos, 
bien  apurados  poco  antes,  el  camino  hasta  Tordesillas. 

Mantúvose  Rioseco  con  escasa  guarnición,  guardada  por  el 
prestigio  de  su  incruento  triunfo,  y  á  pesar  del  riesgo  que  la 
amenazaba  por  el  lado  de  Torrelobatón,  osó  tomar  la  ofensiva 
en  la  próxima  primavera,  corriendo  á  rebato  los  vecinos  pueblos 
declarados  por  los  insurgentes.  En  Palacios  de  Meneses,  situado 


(i)  Entre  las  cartas  de  Guevara,  y  en  la  48  de  la  primera  parte,  se  halla  com- 
pleto el  razonamiento  que  hizo  á  los  jefes  de  la  Comunidad  en  Villabrájima  y  la 
respuesta  asaz  contundente  que  recibió  del  prelado  de  Zamora,  indicando  á  lo 
último  la  secreta  plática  con  que  logró  reducir  al  general  de  los  insurrectos.  San- 
doval  refiere  una  misteriosa  cena  verificada  allí  mismo,  en  que  la  condesa  de  Mó- 
dica esposa  del  almirante,  alcanzó  reunir  á  su  marido  y  al  conde  de  Benavcntc  con 
Acuña  y  con  Girón,  aparentando  los  dos  magnates  para  adormecer  al  primero  y 
ganar  al  segundo,  conformarse  eon  los  capítulos  presentados  por  la  Junta. 


VALLADOLID  281 

una  legua  más  arriba  hacia  nordeste,  hallaron  los  imperiales 
inesperada  resistencia:  de  lo  alto  de  los  adarves,  donde  habían 
clavado  ya  sus  banderas,  los  arrojaron  sus  reducidos  defensores 
auxiliados  por  las  valientes  aldeanas ;  y  segunda  vez,  con  el  so- 
corro de  cincuenta  escopeteros  que  de  Ampudia  les  vino,  recha- 
zaron no  sin  notable  escarmiento  á  los  sitiadores.  Todavía  per- 
manecen ruinas  de  las  humildes  murallas  donde  tremoló  con 
más  firmeza  que  de  costumbre  el  pendón  comunero,  y  una  ais- 
lada torre,  resto  tal  vez  de  otra  parroquia  más  antigua  que  la 
subsistente  construida  en  los  últimos  tiempos  del  arte  gótico. 
Otra  legua  más  allá  se  eleva  sobre  un  cerro  el  castillo  de  Mon- 
tealegre,  alternando  con  los  cuadrados  torreones  de  sus  ángulos 
los  cilindricos  y  almenados  del  centro  de  sus  cortinas,  y  domi- 
nando el  pueblo  del  mismo  nombre,  cuyo  señorío  propio  de  los 
Manueles  se  refundió  en  el  condado  de  Feria.  Gente  de  Toledo 
lo  ocupaba,  cuando  lo  acometieron  los  soldados  del  almirante  y 
convenidos  con  el  alcaide  ganáronlo  por  sorpresa,  vengando  con 
su  comprada  victoria  el  desastre  de  Palacios. 

Gran  prez  de  leal  adquirió  Rioseco  con  la  derrota  de  las 
Comunidades,  aunque  á  costa  de  graves  sustos  y  de  no  meno- 
res sacrificios  (i).  Valióle  no  poco  para  su  engrandecimiento  la 
gratitud  del  emperador,  á  cuyos  prófugos  consejeros  había  dado 
asilp  y  cuyo  ejército  dentro  de  sus  muros  se  había  organizado, 
juntamente  con  el  patrocinio  del  noble  D.  Fadrique  su  señor, 
principal  artífice  de  la  pacificación  de  España.  La  feracidad  del 
suelo,  sus  copiosas  manufacturas  de  lana,  sus  concurridas  ferias 
tan  célebres  casi  como  las  de  Medina  del  Campo,  á  expensas 
de  la  cual  anduvo  creciendo,  la  elevaron  á  tal  grado  de  prospe- 
ridad, que  á  fines  del  siglo  xvi  pasaba  por  el  lugar  más  opu- 
lento de  señorío  y  se  le  atribuían  más  de  mil  vecinos  millona- 


(i)  De  un  minucioso  cuaderno  formado  para  la  correspondiente  indemniza- 
ción que  existe  en  el  archivo  municipal,  resulta  que  los  gastos  hechos  por  la  villa 
en  la  época  de  las  Comunidades,  ascendieron  á  siete  millones  y  medio  de  marave- 
dises. 

36 


282  VALLADOLlb 


ríos  (i).  Tenía  en  suma  la  importancia  de  ciudad,  mucho  antes 
que  Felipe  IV  en  1632,  le  concediera  el  título  de  tal  en  recom- 
pensa de  sus  servicios.  Sin  sus  brillantes  monumentos  parecieran 
exagerados  Jos  recuerdos  de  su  pasada  grandeza,  que  no  ha 
perdido  aún  la  esperanza  de  reconquistar. 

De  su  existencia  bajo  la  dominación  de  los  árabes  no  tiene 
más  indicios  que  su  nombre  genérico  de  Medina,  ni  de  su  identi- 
dad con  alguna  de  las  poblaciones  romanas  más  prueba  que  las 
ociosas  conjeturas  de  ciertos  anticuarios.  Bien  pronto  descolló 
en  los  anchurosos  Campos  Góticos  repoblados  por  Alfonso  III, 
apropiándose  por  distintivo  el  nombre  del  río  que  los  cruza; 
y  entre  los  dones  ofrecidos  á  Sahagún  en  el  siglo  x  aparecen  la 
iglesia  de  San  Fructuoso  de  Rioseco  cedida  con  sus  diezmos 
en  921  por  Frunimio  obispo  de  León,  y  los  monasterios  de  San 
Esteban  y  Santa  Engracia  incorporados  en974y986á  aquella 
venerable  cabeza.  Otro  monasterio  fundaron  hacia  1 1 3  2  Romano 
y  sus  discípulos,  anejándolo  con  permiso  de  la  piadosa  infanta 
Doña  Sancha,  á  quien  tal  vez  pertenecía  entonces  el  pueblo,  á 
la  abadía  de  San  Isidoro  de  Dueñas,  que  en  1424  lo  transfirió 
mediante  un  censo  á  cierta  cofradía  establecida  en  honor  de  San 
Miguel.  Intacto  se  conserva  en  medio  de  la  población  y  junto 
á  Santa  María  este  interesante  templo  dedicado  al  santo  arcán- 
gel, tipo  del  arte  bizantino  en  su  primitiva  y  severa  desnudez. 
Los  capiteles  de  donde  arrancan  los  arcos  decrecentes  de  sus 
dos  portadas  abiertas  á  los  pies  y  á  un  lado  del  edificio,  las  ven- 
tanas de  angostos  vanos  distribuidas  en  su  único  ábside,  la  cor- 
nisa ajedrezada,  los  multiformes  canecillos,  acusan  lo  simple  y 
tosco  de  su  labor;  reina  en  todas  sus  partes  el  semicírculo,  ex 
cepto  en  el  arco  apuntado  de  la  capilla  principal;  y  las  columnas 
de  su  nave  sostienen  en  vez  de  bóvedas  enmaderado  techo  de 


(i)  Así  dice  D.  Luis  de  Zapata  en  sus  misceláneas^  impresas  últimamente  en 
el  Memorial  Histórico,  Según  Ponz,  la  población  ascendía  un  tiempo  á  siete  mil 
vecinos  que  en  su  época  se  habían  reducido  ya  á  mil  cuatrocientos. 


VALLADOLID  283 

dos  vertientes.  Ved  ahí  el  decano  de  los  monumentos  de  la 
ciudad. 

Por  convenio  celebrado  en  1 143  entre  los  dos  obispos  pasó 
Medina,  llamada  Legionense  en  aquel  documento,  de  la  diócesis 
de  León  á  la  de  Falencia.  En  1242  dividió  sus  términos  de  los 
de  Valdenebro  el  santo  rey  Fernando,  y  en  1258  Alfopso  el 
Sabio  los  deslindó  de  la  jurisdicción  de  Valladolid,  que  alegando 
privilegios  de  reyes  anteriores  y  abusando  de  su  prepotencia,  aso- 
laba con  robos,  muertes  y  violencias  el  disputado  territorio  (i). 
Al  fallecimiento  de  Sancho  IV  figuró  Rioseco  en  la  hermandad 
formada  por  los  pueblos  de  Castilla  para  guardar  sus  derechos 
al  rey  menor  y  enmendar  los  desafueros  padecidos  en  los  últi- 
mos reinados:  fué  uno  de  los  lugares  dados  en  1301  al  infante 
don  Juan  para  que  renunciase  al  señorío  de  Vizcaya.  Como 
prenda  de  amor  la  cedió  Alfonso  XI  á  su  dama ;  como  regalo 
de  bodas  la  otorgó  Enrique  II  á  su  cufiado  D.  Felipe  de  Castro, 
rico-hombre  de  Aragón,  casado  con  su  hermana  D.*  Juana,  al 
sacarle  de  la  prisión  que  por  él  había  sufrido  en  Burgos.  No 
guardó  rencor  á  la  villa  el  hijo  de  la  Guzmán  por  la  resistencia 
que  le  opuso  en  su  segunda  entrada  manteniéndose  por  el  rey 
D.  Pedro,  pues  en  1370  le  confirmó  el  privilegio  de  su  padre 
para  que  nadie  cortara  lefia  en  los  montes  del  concejo;  y  Juan  I 
recompensó  la  gloriosa  defensa  de  la  misma  contra  el  duque  de 
Lancáster,  proclamándola  muy  noble  y  leal^  y  confiriéndole  por 
blasón  dos  castillos  y  dos  cabezas  de  caballos  asomados  á  unas 
almenas. 

De  su  tía  D.*  Juana  fallecida  sin  sucesión  heredó  el  sefiorío 
de  Rioseco  el  almirante  de  Castilla  D.  Alfonso  Enríquez,  hijo 
del  maestre  D.  Fadrique  y  nieto  de  Alfonso  XI,  eligiéndola  por 
cabeza  de  sus  estados.  Pero  el  nuevo  almirante  D.  Fadrique  su 
hijo  la  hizo  foco  de  conjuración  contra  D.  Alvaro  de  Luna,  cuya 


(i)  El  documento  existente  en  el  archivo  municipal  expresa  «que  los  de  Valla- 
dolid gelo  entravan  por  fuerza,  e  que  les  matavan  los  omes  e  que  los  forzaban  e 
los  robaban  e  les  fazien  muchos  daños  e  mucho  mal  sobre  ello.n 


284  VALLADOLID 


caída  exigió  del  rey  en  1439  al  frente  de  una  poderosa  liga  de 
grandes  y  de  un  ejército  numeroso:  la  derrota  de  Olmedo  le 
humilló  hasta  obligarle  á  entregar  al  soberano  el  castillo  de  su 
capital  y  á  su  propia  hija  la  reina  de  Navarra  en  rehenes  de  su 
obediencia;  su  fuga  dio  motivo  á  confiscarle  la  villa  hasta  ser 
nuevamente  perdonado.  Rioseco  siguió  la  suerte  y  tomó  el  ca- 
rácter de  sus  señores ;  bulliciosa  y  rebelde  en  tiempo  del  primer 
don  Fadrique  y  de  su  hijo  D.  Alonso  durante  el  reinado  calami- 
toso de  Enrique  IV,  pacífica  y  leal  bajo  D.  Fadrique  el  segundo 
que  la  asoció  á  su  gloria  en  la  reducción  de  las  Comunidades, 
magnífica  y  opulenta  en  poder  de  su  hermano  D.  Fernando,  á 
favor  del  cual  la  erigió  en  ducado  el  emperador  premiando  en 
uno  los  servicios  de  entrambos.  Su  rápido  desarrollo  lo  debió 
principalmente  á  sus  dos  ferias  por  los  meses  de  Abril  y  Agosto  y 
al  mercado  franco  de  los  jueves,  que  los  Reyes  Católicos  en  1477 
le  concedieron,  y  que  dilataron  por  toda  la  tierra  de  Campos  y 
más  allá  la  soberanía  de  su  caduceo. 

Más  de  mercantil  que  de  guerrera  tiene  la  actual  fisonomía 
de  Medina  de  Rioseco.  En  vano  la  ciñe  por  el  lado  del  sur  un  río, 
en  vano  le  hacen  pedestal  dos  colinas;  ni  aquél  alcanza  á  ser- 
virle de  foso,  ni  éstas  de  muralla  natural  para  contribuir  á  su 
defensa.  A  falta  del  Sequillo,  cuyos  puentes  durante  ciertas  es- 
taciones sólo  parecen  objetos  de  ornato,  tráele  aguas  y  mercan- 
cías el  famoso  canal  de  Campos,  antiguo  en  proyecto  y  reciente 
en  ejecución,  ofreciendo  á  los  ojos  un  ameno  cuadro  y  á  su  trá- 
fico é  industria  una  brillante  perspectiva.  De  sus  históricas  mu- 
rallas no  conserva  más  que  tres  baluartes  y  algunas  puertas, 
señalándose  la  ojival  que  da  salida  hacia  Falencia,  abierta  en  un 
torreón  y  defendida  por  matacanes:  la  principal  situada  al  Me- 
diodía no  es  más  que  un  arco  moderno  de  anchura  desmedida 
respecto  de  su  elevación.  Señoreaba  la  población  por  aquel  lado 
fuerte  castillo  eminente,  artillado  de  ocho  piezas,  como  dice 
Méndez  Silva ;  y  ni  una  almena  le  faltaba,  cuando  á  mediados 
del  último  siglo  se  mandó  demolerlo,  á  fin  de  que  el  inmediato 


VALLADOLID  285 

convento  de  San  Francisco  empleara  sus  materiales  en  la  fábrica 
de  una  torre,  y  los  restantes  se  destinaran  á  construir  en  el 
mismo  solar  un  grandioso  cuartel  de  caballería,  que  al  cabo  de 
cincuenta  años  acabó  también  por  ser  abandonado  á  la  codicia 
de  los  vecinos.  Frondosas  alamedas  disimulan  la  deformidad  de 
estas  ruinas,  y  rodean  como  inofensivos  sitiadores  la  ciudad. 
Mas  no  le  valió  su  actitud  inerme  para  libertarla  en  el  aciago  1 4 
de  Julio  de  1808  de  la  crueldad  de  los  franceses,  que  ebrios  de 
sangre  y  feroces  con  la  victoria  alcanzada  en  sus  cercanías,  lle- 
naron de  matanza  las  calles  y  de  violaciones  sacrilegas  los  tem  • 
píos,  sin  perdonar  á  las  honras  más  que  á  las  vidas. 

Dentro  de  su  recinto  se  nota  lo  que  desde  Valladolid  en 
toda  la  provincia  no  habíamos  encontrado,  la  animación,  el  mo- 
vimiento, el  aspecto  distinguido  de  ciudad,  aunque  por  otro  lado 
no  se  aventaje  en  gran  copia  de  vecindario,  ni  en  el  desahogo 
y  regularidad  de  sus  calles,  ni  en  la  magnificencia  de  sus  casas, 
viejas  muchas  sin  ser  antiguas.  Largas  filas  de  columnas  guar- 
necen  de  pórtico  las  vías  principales  de  la  Rúa  y  de  Pañeros  y 
rodean  la  vasta  plaza  mayor,  si  bien  con  desigualdades  é  inte- 
rrupciones que  perjudican  á  su  belleza.  Poco  la  favorecen  ade- 
más la  casa  de  ayuntamiento  y  la  cárcel,  que  exigen  ambas  ur- 
gentes reparos.  Edificio  civil  no  contenía  otro  notable  al  parecer 
sino  el  antiguo  teatro  que  se  asegura  haber  debido  á  los  almi- 
rantes (i);  pero  en  la  esplendidez  de  los  religiosos  pocas  capi- 
tales la  exceden  y  muchas  no  la  igualan.  Tres  parroquias 
cuenta,  cada  una  tan  grande  y  suntuosa  como  si  fuese  la  única, 
erigidas  ó  por  mejor  decir  reedificadas  en  el  período  de  su  ma- 
yor fortuna,  en  los  siglos  xvi  y  xvii,  demostrando  que  la  pie- 
dad de  los  feligreses  corría  parejas  á  la  sazón  con  su  opulencia. 

Desde  el  oratorio  bizantino  de  la  mitad  primera  del  siglo  xii, 
que  llevamos  descrito  arriba,  pasa  el  artista  sin  transición,  pues 


(i)  Según  el  Sr.  Rada  y  Delgado,  sirvió  dicho  teatro  de  fundamento  al  que 
hoy  existe,  y  era  de  grande  extensión,  con  la  particularidad  de  tener  el  escenario 
en  el  centro  y  los  asientos  de  los  espectadores  al  rededor. 


286  VALLADOLID 


TÍO  hay  monumentos  de  épocas  intermedias  en  Rioseco,  á  la  so- 
berbia mole  de  Santa  María,  donde  el  arte  gótico,  en  compe 
tencia  ó  en  transacción  más  bien  con  el  renacimiento,  trazó  con 
mano  ya  mal  segura  sus  postreras  concepciones.  Si  al  aproxi- 
marse á  la  ciudad  le  ha  llamado  la  atención  desde  lejos  su  torre 
piramidal,  cimbreándose  en  el  espacio  á  semejanza  de  un  piná- 
culo de  crestería,  reconoce  observando  más  dt  cerca  los  detalles 
que  aquel  mágico  efecto  lo  producen  un  templete  octógono  y 
una  linterna,  productos  ambos  del  barroquismo,  que  en  1737 
se  le  pusieron  por  remate;  y  por  su  parte  el  cuerpo  principal, 
en  los  bocelados  arcos  semicirculares  de  sus  tres  órdenes  de 
ventanas,  en  las  mal  afiligranadas  agujas  de  los  entrepaños,  y 
en  las  urnas  y  caprichos  que  lo  coronan,  indica  que  principió  ya 
en  edad  harto  avanzada  para  realizar  un  prodigio  de  ligereza. 
Ocupa  la  torre  á  los  pies  de  la  iglesia  el  sitio  comunmente  des- 
tinado á  la  fachada  principal,  que  está  colocada  en  el  flanco 
derecho  entre  dos  contrafuertes,  desplegando  las  profusas  galas 
de  la  decadencia;  el  arco  conopial  compuesto  de  varios  concén- 
tricos, angrelado  el  inferior  y  el  superior  orlado  de  penachería, 
los  botareles  que  lo  flanquean  prolijamente  calados,  el  muro 
cubierto  de  arquería  un  poco  bastarda,  la  cornisa  ostentando 
entre  labores  casi  platerescas  el  escudo  del  almirante.  De  fecha 
posterior,  acaso  de  la  misma  en  que  se  acabó  la  torre,  parecen 
las  colgaduras  que  por  bajo  de  las  gárgolas  adornan  los  contra- 
fuertes ;  mas  á  pesar  de  su  carácter  de  imitación  no  siempre 
feliz,  deleita  en  conjunto  aquella  suntuosa  fábrica  de  sillería  con 
sus  gentiles  ventanas  y  robustos  machones.  Al  opuesto  lado 
hay  otra  puerta,  que  lleva  esculpidos  en  los  casetones  de  sus 
hojas  bustos  de  apóstoles  y  profetas. 

Convengamos  en  que  el  gótico  moderno,  nombre  que  hemos 
aceptado  ya  para  designar  las  construcciones  hechas  en  la  pri- 
mera mitad  del  siglo  xvi,  y  aun  posteriormente,  bajo  la  reniinis- 
cencia  más  bien  que  bajo  la  inspiración  del  género  ojival,  si 
adulteró  por  un  lado  los  detalles^  introdujo  por  otro  gratas 


VALLA DOLID 


RIOSECO,— Parroquia  db  Santa  MarIa 


288  VALLADOLID 

innovaciones  en  la  distribución  de  los  templos.  Las  naves  late- 
rales se  levantan  al  nivel  de  la  central,  y  los  pilares  irguiéndose 
aislados  hasta  la  bóveda  en  haces  de  columnitas,  cuyos  boceles 
parecen  prolongarse  más  allá  del  capitel  para  formar  las  aristas 
y  crucería  del  techo,  semejan  troncos  de  palmera  destinados  á 
sostener  un  onduloso  pabellón ;  adquiérese  el  desahogo  á  costa 
del  misterio,  y  no  hay  rincón  donde  guarecerse  de  la  blanca  luz 
de  los  rasgados  ajimeces,  que  si  bien  guarnecidos  de  copiosas 
molduras  en  sus  dovelas  y  de  arabescos  en  su  vértice,  carecen 
de  vivos  matices  y  pinturas  en  sus  cristales.  De  los  más  gallar- 
dos en  su  clase  es  el  interior  de  Santa  María,  con  la  especialidad 
de  no  tener  más  capillas  que  las  dos  del  testero  de  las  naves 
menores,  colaterales  á  la  principal.  Dotó  á  ésta  de  un  excelente 
retablo  el  insigne  escultor  de  la  Magdalena  de  Valladolid,  la- 
brando seis  grandes  relieves  de  la  historia  de  la  Virgen  con  su 
asunción  en  el  centro  y  diversas  imágenes  de  apóstoles  y  reyes, 
que  distribuyó  en  varios  cuerpos  de  elegante  arquitectura  deco- 
rados de  columnas  estriadas.  Al  lado  del  nombre  de  Esteban 
Jordán  que  en  1590  terminó  su  obra,  aparece  el  de  Pedro  de 
Oña  su  yerno  que  más  adelante  la  pintó  y  estofó  (i).  En  la  es- 
paciosa sacristía,  rica  en  objetos  artísticos,  brilla  la  magníñca 
custodia  de  Antonio  de  Arfe,  padre  del  célebre  Juan,  cuyos  cua- 
tro cuerpos  con  su  pirámide  principal  y  las  menores  de  sus  án- 
gulos se  ven  cuajados  de  preciosos  relieves  y  figuras  de  levitas, 
ángeles,  evangelistas  y  doctores. 

Hay  en  Santa  María  á  la  parte  del  evangelio  una  notable 
capilla,  donde  en  el  reducido  trecho  de  veintiocho  pies  en  cua- 
dro se  propuso  el  renacimiento,  diríamos  casi  almacenar  mejor 
que  ostentar  el  caudal  de  sus  riquezas  y  la  fecundidad  de  sus 
caprichos.  Reja,  retablo,  sepulcros,  bóveda,  paredes,  todo  lo 


(i)  a  un  lado  del  retablo  se  lee:  Stephanus  Jordán  Philippi  regis  catholici 
Sculptor  egregius  factebat  anno  Dom.  i  590.  Y  al  otro:  Peirus  de  Oña  ejus  gener 
depingebai  expensis  ecclesice  anno  Dóm,  1603.  De  Esteban  Jordán  hablamos  más 
arriba  página  148. 


VALLADOLID  289 

cubrió  de  relieves,  estatuas,  pinturas,  grecas,  follajes  y  medallo- 
nes, en  que  compite  el  gusto  y  la  perfección  de  los  detalles  con 
la  fantástica  y  licenciosa  disposición  del  conjunto.  Contemplada 
en  su  realidad,  y  no  en  el  cuadro  semi-ideal  que  le  ha  dado 
nombradía  (i),  la  capilla  de  los  Benaventes  produce  fatiga  y 
confusión  en  el  espíritu  y.  deja  no  sé  qué  impresión  penosa  como 
todo  lo  que  se  aparta  del  orden  y  de  la  unidad;  las  doraduras 
y  los  estucos  maltratados  á  trechos  contribuyen  á  darle  un  as- 
pecto lóbrego  y  sombrío.  Fundóla  por  los  años  de  1554  Alvaro 
Alfonso  de  Benavente,  caballero  de  Rioseco,  dedicándola  á  la 
Concepción  de  Nuestra  Señora  y  dotando  para  su  servicio  tres 
capellanías;  y  con  el  objeto  de  embellecerla  todo  lo  posible, 
llamó  á  los  principales  artistas  de  su  época  á  fin  de  que  cada 
cual  en  su  línea  apurasen  en  ella  sus  primores. 

El  trazador  y  director  de  la  obra,  según  contiene  un  tarje- 
ton  sobre  el  arco  de  la  portada,  fué  Jerónimo  Corral  (2) ;  el  ar- 
tífice de  la  reja  que  separa  del  templo  la  capilla,  y  que  con  sus 
bustos,  trofeos,  festones  y  demás  minuciosidades  platerescas 
cautiva  la  atención,  llamábase  Francisco  Martínez  (3).  £1  reta- 
blo se  encomendó  al  célebre  Juan  de  Juní,  que  llenaba  de  mara- 
villas de  este  género  las  iglesias  de  Valladolid,  y  que  en  1557, 
fallecido  yz,  el  fundador,  estipuló  las  miíiuciosas  condiciones  á 
que  había  de  arreglarse  su  trabajo  (4).  En  él  dio  á  la  vez  seña- 
lada muestra  de  sus  prendas  y  defectos,  de  su  destreza  en  la 


(i)  Aludimos  al  de  Villamil  que  tan  mágico  efecto  produjo  en  la  exposición 
de  pinturas  de  1847. 

(2)  Hyeronimus  Corral  hoc  fecit  opus.  Con  esto  queda  rebatida  la  opinión  de 
Ponz  que  atribuye  á  Juní  la  construcción  no  menos  que  las  pinturas  y  esculturas 
de  la  capilla,  suponiéndole  profesor  en  las  tres  nobles  artes  como  Becerra  y  Be- 
rruguete. 

(3)  Léese  su  nombre  por  la  parte  de  afuera  en  un  tarjetón  que  por  dentro 
contiene*la  fecha  de  i  5  54. 

(4)  Copia  la  escritura  íntegra  Ceán  Bermúdez  en  el  tomó  II  de  su  obra,  pági- 
na 22 1 ,  y  de  ella  se  desprende  que  se  dio  á  Juní  no  3óIo  el  asunto  sino  la  idea  de 
los  relieves,  dictándole  casi  su  composición.  En  dicho  documento  no  se  habla  sino 
del  retablo,  que  se  obliga  el  escultor  á  concluir  dentro  de  dos  años  por  precio 
de  4$ o  ducados  ó  sean  168,750  maravedís. 

37 


290  VALLADOLID 

escultura  y  de  sus  extravíos  arquitectónicos.  Obsérvase  en  la 
efigie  principal  de  la  Virgen  y  en  los  cinco  relieves  que  la  cer- 
can, referentes  á  su  nacimiento  é  infancia  y  á  la  historia  de  sus 
padres,  el  extraordinario  movimiento  y  el  ardiente  estilo  que  en 
expresión  de  Ponz  caracterizan  las  obras  del  autor,  tanto  que 
las  actitudes  de  sus  figuras  pecan  á  veces  de  teatrales;  pero  en 
los  cuerpos  de  arquitectura  revueltos  con  un  sin  número  de  es- 
tatuas y  distribuidos  sin  elegancia  ni  concierto,  hay  sobra  de 
invención  espiritosa  y  se  anticipan  casi  siglo  y  medio  las  extra- 
vagancias del  churriguerismo.  Ignoramos  si  el  mismo  cincel  re- 
presentó de  relieve  en  el  cascarón  del  ábside  el  juicio  universal, 
los  muertos  abandonando  los  sepulcros,  los  coros  de  bienaven- 
turados y  el  Juez  supremo  en  su  trono  de  majestad  sostenido 
por  los  cuatro  animales  del  Apocalipsis.  Rebosa  de  lujoso  orna- 
to el  recinto;  las  paredes  vestidas  de  labores  de  estuco,  el 
cimborio  tachonado  de  claves  y  bordado  por  complicada  lacería, 
entre  cuyos  huecos  asoman  ya  los  profetas  de  la  antigua  ley, 
ya  los  siete  planetas,  y  en  las  pechinas  los  cuatro  evangelistas. 
Enfrente  del  retablo  sobre  el  arco  de  entrada  aparece  el  Salva- 
dor con  los  doctores  de  la  Iglesia,  cuyos  nichos  aguantan 
indecentes  sirenas  ó  monstruosas  columnas;  y  llena  el  luneto 
una  gran  pintura  que  abarca  la  Creación,  el  pecado  y  la  expul- 
sión de  nuestros  primeros  padres,  arrojados  del  Paraíso  por  un 
ángel  y  precedidos  de  la  Muerte  que  celebra  grotescamente  su 
triunfo  danzando  y  tañendo  una  guitarra. 

Pero  lo  más  notable  de  la  capilla  son  los  tres  sepulcros,  co- 
locados á  lo  largo  del  muro  frontero  á  la  reja  bajo  grandes 
arcos  semicirculares,  sirviendo  de  zócalo  las  urnas  pobladas  de 
niños,  guirnaldas  y  blasones,  y  de  pilastras  unas  grandiosas 
cariátides  que  suben  á  recibir  sobre  un  capitel  á  modo  de  canas- 
tillo el  ancho  cornisamento.  Urnas,  pilastras  y  estatuas  yacentes 
son  de  mármol,  resaltando  sobre  el  estuco:  no  faltan,  sin  em- 
bargo, despropósitos  que  desluzcan  esta  magnificencia.  Á  las 
enjutas  de  los  arcos  andan  pegadas  figuritas  á  caballo,  y  desde 


VALLADOLID  29I 


el  arquitrabe  hasta  la  bóveda  trepan  extrañas  armazones  imi- 
tando cúpulas  én  perspectiva  y  otras  quimeras.  Tampoco  lucen 
ya  en  el  fondo  de  los  nichos  las  descascaradas  pinturas  trazadas 
por  mano  de  Blas  Pardo  (i);  mas  los  bultos  mortuorios  distri- 
buidos por  parejas  conyugales,  los  varones  con  gorra  y  ropaje 
aforrado  de  martas  y  un  rollo  de  papeles  en  la  mano,  las  damas 
con  el  vistoso  traje  de  su  época,  velados  por  un  perro  ó  una 
figura  sentada  á  sus  pies,  honran  juntamente  al  artífice  que  los 
labró  y  á  los  personajes  que  representan.  En  la  hornacina  más 
próxima  al  retablo  descansan  los  padres  del  fundador,  Juan  de 
Benavente  y  María  González  de  Palacios ;  en  las  siguientes  Die- 
go de  Palacios  y  Constanza  de  Espinosa,  Juan  González  de  Pa- 
lacios y  Beatriz  Arias,  pertenecientes  á  la  familia  materna  (2); 
para  sí  ninguna  memoria  reservó  el  noble  Alvaro  Alfonso,  con- 
tentándose con  ser  enterrado  junto  á  sus  progenitores  en  la 
cripta  que  está  debajo  del  pavimento  de  mosaico.  Tiene  esta 
capilla  otra  pieza  interior  con  techo  de  crucería,  y  el  exterior 
de  su  ábside  se  atavía  con  labores  platerescas. 

Harto  después  de  Santa  María,  hacia  1565,  siguió  todavía 
las  huellas  del  arte  gótico  la  parroquia  de  Santiago,  y  sin  ceñir- 
se precisamente  á  sus  detalles,  supo  imitar  sus  gallardas  líneas 
é  imprimir  al  interior  del  edificio  toda  su  ligereza  y  majestad. 
Los  pilares  sutiles  y  fasciculados,  ceñidos  de  un  anillo  ó  doble 
capitel  á  dos  tercios  de  su  altura,  los  esbeltos  arcos  ojivales. 


(i)  Débese  esta  noticia  al  Sr.  García  Escobar,  literato  del  país,  y  tal  vez  puede 
atribuirse  al  mismo  Pardo  la  pintura  de  Adán  y  Eva  más  arriba  mencionada.  Una 
de  éstas  de  los  nichos  representa  la  resurrección  de  Lázaro. 

(2)  Dicen  así  por  su  orden  los  epitafios :  uAquí  yace  Juan  de  Benavente  hijo 
del  noble  cavallero  Alvaro  Alfonso  de  Benavente,  y  María  González  de  Palacios  su 
mujer,  padres  del  fundador  de  esta  capilla;  fallesció  el  D.  Juan  de  Benavente  año 
de  I  $30.»— «Aquí  yace  sepultado  Diego  de  Palacios  y  Constanza  de  Espinosa  su 
mujer,  fallescieron...»— «Aquí  yacen  sepultados  los  católicos  Juan  González  de 
Palacios,  hijo  del  noble  caballero  Sancho  Fernandez  de  Palacios  sepultado  en  la 
iglesia  de  nuestra  Señora  del  Olmo  de  la  villa  de  Palacios,  y  Beatriz  Arias  mujer 
del  dicho  Juan  González,  fallescieron...»  Falta  en  los  dos  últimos  la  fecha.  Es  me- 
nester no  confundir,  como  hemos  visto  alguna  vez,  el  título  de  los  condes  de  Be- 
navente esclarecidos  magnates  de  Castilla,  con  el  apellido  de  dichos  Benaventes, 
simples  caballeros  de  Kioseco. 


los  ajimeces  de  medio  punto,  y  sobre  todo  el  pardo  color  de  los 
sillares  desnudos  de  afeite,  nos  trasladan  por  un  momento  á  las 
basílicas  de  la  Edad  media.  Sólo  después  de  más  atento  exa- 


RIOSECO.— PARKOquiA  DE  Santiago 

men,  las  dóricas  bases  de  las  columnas  y  los  ornatos  de  las  bó- 
vedas nos  recuerdan  que  estamos  en  el  templo  del  Renacimien- 
to :  las  de  las  naves  menores  entre  sus  arcos  cruzados  ostentan 
pintados  florones  y  copiosas  labores  de  yeso,  las  de  la  principal 
presentan  una  serie  de  medias  naranjas,  cubiertas  en  sus  casca- 


VALLADOLID  293 

roñes  y  pechinas  de  variados  casetones  y  ramajes,  que  labró 
en  1673  el  maestro  Berrojo  (i);  y  esta  innovación,  si  por  un 
lado  perjudica  á  la  homogeneidad,  no  puede  negarse  que  realza 
la  gentileza.  Cinco  bóvedas  forman  la  longitud  del  templo,  y  la 
inmediata  á  los  pies  la  ocupa  el  coro  sobre  un  arco  notablemen- 
te rebajado.  Nada  interrumpe  la  maciza  severidad  de  los  muros 
laterales  sino  los  pilares  resaltados  y  el  abalaustrado  corredor 
que  gira  por  bajo  de  las  ventanas  pareadas,  cuya  forma  pare- 
cen reproducir  las  capillas,  pequeñas  también  y  distribuidas  de 
dos  en  dos.  La  principal  y  las  dos  de  los  costados  las  invadió 
con  sus  retablos  el  barroquismo,  trazando  en  diez  comparti- 
mientos al  rededor  del  semicírculo  de  la  primera,  la  vida  del 
apóstol  de  las  Españas.  Plateresca  es  la  portada  que  introduce 
á  la  sacristía,  y  entrelazada  de  aristas  la*  alta  bóveda  de  la  es- 
tancia, cuyas  paredes  adornan  estimables  cuadros  y  esculturas. 
En  el  exterior  de  Santiago  ensayó  distintos  y  variados  gé- 
neros la  imitación.  Á  su  espalda  tres  elevados  cubos  recuerdan 
el  agrupamiento  de  los  ábsides  bizantinos,  tiran  á  góticos  los 
estribos  que  flanquean  su  nave,  y  cada  una  de  sus  tres  puertas 
parece  corresponder  á  tres  diversos  tipos,  al  ojival,  al  plateres- 
co y  al  greco  romano.  No  remeda  mal  la  del  norte  el  estilo  del 
siglo  XV  con  la  gracia  de  sus  follajes  y  la  crestería  de  sus  agu- 
jas; ni  desmerece  del  buen  gusto  del  Renacimiento  la  otra  late- 
ral del  mediodía  compuesta  de  tres  cuerpos,  conteniendo  entre 
festonados  pilares  las  imágenes  de  los  evangelistas  y  en  el  fron- 
tispicio la  del  Padre  Eterno;  pero  la  fachada  principal,  que  de- 
coran pareadas  columnas,  corintias  en  el  primer  cuerpo  y  com- 
puestas en  el  segundo,  se  aparta  por  la  demasiada  altura  de 
éstas  de  las  arregladas  proporciones  tan  esenciales  en  la  arqui- 


(i)  Encima  del  coro  están  la  fecha  y  el  nombre  del  arquitecto  de  las  bóvedas, 
y  añade  el  Sr.  Escobar  que  las  hizo  por  18,330  reales,  y  que  los  florones  y  tarje- 
tas que  las  adornan,  los  vació  Lucas  González  por  16,800.  El  mismo  Berrojo, 
según  las  noticias  de  aquél,  empezó  la  torre  existente  erigida  en  lugar  de  otra  an- 
terior, y  la  terminó  en  1678  el  maestro  Obregón.  El  arco  del  coro  data  de  1638. 


294  VALLADOLID 

tectura  de  Vitrubío.  La  efigie  del  santo  titular  colocada  en  un 
nicho  sobre  la  ventana  del  centro,  rectangular  como  el  portal, 
indica  haber  pertenecido  á  otra  fachada  más  antigua,  contem- 
poránea de  otra  torre  anterior  á  la  que  se  levanta  hoy  á  su 
izquierda  y  que  no  aparece  concluida  pi  acompañada  por  su  co- 
lateral. 

Para  alarde  de  su  rígida  grandeza  el  arte  clásico  se  reservó 
toda  completa  la  parroquia  de  Santa  Cruz,  respecto  de  la  cual 
más  que  de  ninguna  otra  se  justifica  el  empeño  de  atribuir  á 
Herrera  cuantas  obras  en  este  género  sobresalen  (i).  Campea 
en  el  fondo  de  un  atrio  espacioso  cercado  de  verja  de  hierro, 
sobre  cuyos  pedestales  asientan  imponentes  leones,  la  magnífica 
y  elegante  fachada,  inspiración  desarrollada  felizmente  dentro 
del  angosto  círculo  <áe  los  preceptos :  en  el  primer  cuerpo  re- 
saltan ocho  pilastras  corintias,  y  en  el  segundo  seis  colocadas 
sobre  un  zócalo  corrido,  que  remata  á  los  extremos  en  ante- 
pecho cerrado  por  un  pedestal  con  su  bola.  En  el  entrepaño  in- 
ferior del  centro  ábrese  dentro  de  un  arco  la  puerta  principal  y 
otras  dos  menores  en  los  contiguos,  todas  de  recto  dintel ;  á 
ellas  corresponden  arriba  una  gran  ventana  y  dos  nichos  con 
frontones  descritos  por  segmentos  de  círculo;  nichos  menores, 
fajas  y  recuadros  adornan  los  entrepaños  restantes.  Las  escul- 
turas, más  recomendables  por  la  idea  que  por  la  ejecución,  se 
refieren  todas  al  augusto  signo  á  que  está  consagrado  el  templo: 
sobre  las  puertas  laterales  dos  relieves  figurando  el  hallazgo 
del  santo  leño  y  la  milagrosa  resurrección  que  dio  á  conocerlo 
entre  los  otros,  en  las  hornacinas  inmediatas  las  sibilas  Cumea 
y  Samia  que  predijeron  sus  grandezas,  en  las  superiores  Santa 
Elena  y  Constantino,  Heraclio  y  Alfonso  VIII,  asociado  aquél  á 


(i)  Dice  el  Sr.  Rada  y  Delgado  haber  oído  referir  que  ante  aquella  fachada 
exclamó  Napoleón:  «¡también  anduvo  por  aquí  el  famoso  Herrera!»  No  consta  sin 
embargo,  que  éste  fuera  el  arquitecto  de  una  construcción  que  creemos  algo  pos- 
terior á  su  época,  y  cuya  traza  dudamos  hubiese  parecido  aún  bastante  severa  al 
autor  del  Escorial. 


VALLAD  O  L  I  D  295 

la  exaltación  de  la  cruz  en  la  reconquista  de  Jerusalén,  y  éste  al 
triunfo  de  la  misma  en  las  Navas  de  Tolosa,  y  por  último  sobre 
el  cornisamento  David  é  Isaías  historiadores,  por  decirlo  así, 
más  bien  que  profetas  del  Crucificado.  Encima  del  vértice  del 
ático  triangular  descuella  una  gran  cruz  de  piedra,  haciendo 
juego  con  las  acroterías  de  esféricos  remates  que  en  ambas  ex- 
tremidades se  levantan. 

Una  despejada  nave,  cubierta  de  bóveda  de  cañón  con  mol- 
duras y  labores  de  yeso,  alumbrada  por  ventanas  cuadrangula- 
res  y  guarnecida  de  pilastras  corintias  como  el  exterior,  consti- 
tuye la  iglesia  de  Santa  Cruz:  aunque  cuenta  cuatro  capillas  por 
lado,  lo  construido  no  es  más  que  el  tronco  principal  de  la  cruz 
latina  que  debía  formar  su  planta,  y  cuyos  brazos  habían  de 
cerrar  dos  torres,  conforme  á  la  que  se  ve  principiada.  Ocupan 
los  retablos  de  las  capillas  el  muro  lateral  de  ellas  más  cercano 
á  Ja  cabecera  del  templo ;  de  suerte  que  desde  el  ingreso  puede 
abarcarlos  de  una  mirada  el  espectador,  y  solazarse  en  los  de- 
lirios churriguerescos  que  tanto  escandalizaban  al  viajero  Ponz. 
La  capilla  de  la  Concepción  la  fabricó  en  1677  fray  Alfonso  de 
Salizanes,  obispo  sucesivamente  de  Oviedo  y  de  Córdoba,  lle- 
nándola de  efigies  y  trasladando  á  ella  los  huesos  de  sus  ilus- 
tres progenitores. 

Entre  los  conventos  de  Rioseco,  demolidos  ó  arruinados 
como  el  de  San  Pedro  Mártir  y  el  de  San  Juan  de  Dios,  ó  faltos 
de  condiciones  artísticas  como  los  dos  de  religiosas,  se  distingue 
únicamente  el  de  San  Francisco,  fundación  de  los  poderosos 
Enríquez.  El  estilo  gótico,  bien  que  ya  decadente,  llegó  todavía 
á  tiempo  de  trazar  su  iglesia  y  de  erigir  en  el  centro  su  cúpula 
y  de  exornar  sus  bóvedas  con  dibujos  de  crucería  y  sus  venta- 
nas con  vidrios  de  colores.  La  dorada  reja,  que  separa  del  cru- 
cero la  nave,  labróla  en  1532  un  tal  Andino  con  muchos  meda- 
llones y  floreros  en  su  remate  (i).  Sin  tomar  ejemplo  de  los  dos 


(i)    Léese  en  un  tarjetón  la  fecha  y  el  nombre  del  artífice, 


29b  VALLADOLID 


platerescos  retablos  colaterales,  admitió  posteriormente  un  altar 
barroco  en  sumo  grado  la  capilla  mayor,  en  medio  de  la  cual 
poseían  derecho  de  sepultura  los  insignes  fundadores.  Á  ella 
bajó  en  1538  lleno  de  aftos  y  servicios,  el  benéfico  y  conciliador 
D.  Fadrique,  pero  .6  nunca  tuvo  estatua,  ó  pereció  al  trasladar- 
se el  entierro  desde  el  centro  á  los  costados  de  la  capilla;  y 
únicamente  al  pié  del  retablo  aparecen  arrodillados  con  su  re- 
clinatorio las  efigies  de  bronce  de  su  esposa  D.*  Ana  de  Cabre- 
ra condesa  de  Módica,  y  de  su  cuñada  D.^  Isabel,  casada  con 
su  hermano  D.  Bernardino  conde  de  Melgar  y  hermana  también 
de  la  condesa.  Yace  en  una  de  las  capillas  con  bulto  tendido 
sobre  la  losa,  el  sabio  Fernando  Mena  distinguido  médico  de 
Felipe  II  (i),  y  á  la  entrada  de  aquella,  fija  la  atención  un  pe- 
queño órgano  de  forma  gótica,  sutilmente  trepado  y  sostenido 
por  un  aéreo  pedestal  de  gusto  plateresco,  que  es  un  singular 
compuesto  de  columnitas,  nichos  y  figuras.  La  sillería  y  el  &• 
cistol  del  coro,  labrados  á  la  entrada  del  siglo  xviii,  compiten 
con  lo  más  rico  y  delicado  del  xvi,  tanto  como  la  diversidad  del 
género  consiente. 

Frente  al  panteón  de  los  almirantes  levantábase  su  palacio, 
y  ha  tenido  menos  suerte  aún  en  su  conservación.  Magnífica  y 
caprichosa,  cual  del  tiempo  de  los  Reyes  Católicos,  debió  ser 
su  arquitectura,  según  lo  que  demuestra  la  fachada:  una  guir- 
nalda guarnece  y  otra  encuadra  el  arco  de  la  puerta,  tan  plano 
que  apenas  puede  calificarse  de  tal,  avanzando  en  las  enjutas 
dos  leones  con  sus  repisas.  Figuraban  arriba  entre  águilas  ra- 
pantes ún  escudo  de  armas  colosal  y  dos  bustos  de  relieve 
dentro  de  orlas  de  follaje,  y  veíase  claveteado  de  pequeñas 


(i)    Son  célebres  sus  escritos :  según  Nicolás  Antonio,  unos  le  creyeron  por- 
tugués, otros  natural  de  Socuéllamos  en  la  Mancha.  Su  epitafio  dice  asi : 

Reliquias  Menae,celebrisdoctori8  in  orbe, 
Sic  locus  exiguus,  parva  sepulcra  tegunt. 

Ossa,  bonse  vires  magnas  prsebentia  vitae, 
Albida  praegelida,  cerne,  teguntur  humo. 


puntas  de  diamante  todo  el  muro,  que  hoy  día  no  se  eleva  más 
allá  de  la  portada.  ^  Cómo  ha  venido  al  suelo  la  mansión  opu- 
lenta de  los  sefiores  de  Rioseco,  á  cuya  sombra  creció  tan  rápi- 
damente la  villa,  y  que  en  vez  de  recuerdos  de  opresión  y  ser- 
vidumbre no  los  despertaba  más  que  de  respeto  y  de  gratitud? 
En  otras  naciones  se  explicara  la  caída  de  estos  palacios  por  un 
ciego  ímpetu  popular ;  en  España  por  el  abandono  é  incuria  de 
sus  mismos  dueños,  por  una  abdicación  voluntaría  de  su  honro- 
so patronato. 


con  los  ojos,  deseáramos  recorrer  con  la 
planta  cuanto  pueblo  hemos  visto  citado  (y  cuál  no  se  cita 
allá?)  en  antiguas  crónicas  y  documentos,  y  que  ni  una  al- 
mena de  castillo,  ni  un  ábside  de  monasterio,  ni  una  torre  de 
parroquia  se  escapara  á  nuestro  examen :  pero  un  viaje  no  es  un 
catálogo,  ni  una  descripción  se  hace  á  manera  de  inventario;  y 
para  evitar  monótonas  repeticiones  y  graduar  la  importancia  de 


300  VALLADOLID 

los  objetos,  es  menester  que  se  pierdan  algunos  indecisos  en 
lontananza,  á  fin  de  que  resalten  en  primer  término  los  más  no- 
tables. Con  semejantes  reflexiones  seguíamos  en  dirección  á 
oeste  el  camino  de  Rioseco  á  Villalpando,  consolándonos  de  que 
lo  avanzado  de  la  hora  no  nos  permitiera  visitar  al  paso  ó  con 
breve  rodeo  las  tres  parroquias  de  Villafrechos,  ni  las  dos  de 
Villamayor,  ni  el  rollo  que  en  medio  de  la  plaza  de  Santa  Eu- 
femia aún  recuerda  el  antiguo  señorío  de  los  Quijadas,  ni  el 
retablo  mayor  y  la  custodia  de  la  iglesia  de  Villar  de  Fallaves 
que  Ponz  creyó  poder  atribuirse  sin  injuria  al  insigne  Berru- 
guete. 

A  Villalpando  con  harto  sentimiento  no  pudimos  contem- 
plarla sino  envuelta  en  las  sombras  de  la  noche,  y  á  falta  de  luz 
para  examinar  sus  monumentos,  si  algunos  tiene,  hubimos  de 
contentarnos  con  recordar  su  historia.  Pobló  la  villa  Femando  II 
por  los  años  de  1170;  tuviéronla  en  encomienda  los  Templa- 
rios, cuyo  recuerdo  perpetúa  Nuestra  Señora  del  Temple;  el 
duque  de  Lancáster  la  ocupó  en  1386  al  invadir  las  tierras  de 
Castilla.  Por  su  enlace  con  María  de  Solier  (i)  la  adquirió  á 
fines  del  siglo  xiv  Juan  de  Velasco;  y  sus  descendientes,  en 
quienes  anduvo  vinculada  la  dignidad  de  condestable,  poseyeron 
allí  un  suntuoso  palacio  y  casa  fuerte  guarnecida  de  artillería. 
Gobernábala  un  corregidor  cuya  jurisdicción  se  extendía  sobre 
ocho  pueblos,  y  su  población  excedía  de  dos  mil  vecinos  antes 
que  á  costa  suya  se  engrandeciera  Rioseco  absorbiendo  su  trá- 
fico y  riqueza ;  pero  le  han  quedado  ocho  parroquias  de  diez  que 
contaba  entonces  (2),  seis  ermitas,  un  convento  de  monjas  y  dos 
que  fueron  de  religiosos,  una  hermosa  plaza  cuadrada  con  otras 
cuatro  menores,  y  bastantes  restos  de  sus  sólidas  murallas. 


(1)  Era  hija  de  mosén  Arnao  de  Solier,  francés,  uno  de  los  compañeros  de  Du- 
guesclin,  cuyos  servicios  recompensó  Enrique  11  haciéndole  merced  de  Villalpan- 
do en  12  de  Noviembre  de  i  369.  Tenían  antes  la  villa  los  sucesores  del  infante 
D.  Juan,  á  quienes  levantó  el  rey  D.  Pedro  la  confiscación  de  sus  estados. 

(2)  Las  actuales  son  Santa  María  la  Antigua,  nuestra  Señora  del  Temple,  San 
Miguel,  San  Andrés,  San  Lorenzo,  San  Nicolás,  San  Pedro  y  Santiago. 


VALL.ADOLID  3OI 

Consolónos  la  esperanza  de  volverla  á  ver  algún  día  al  recorrer 
la  provincia  zamorana  á  la  cual  pertenece  y  en  cuya  descripción 
le  toca  su  puesto  natural. 

Las  márgenes  del  Valderaduey,  cabe  el  cual  se  extiende 
Villalpando,  presentan  al  que  las  sigue  corriente  arriba,  cami- 
nando al  nordeste,  una  serie  de  pueblos  colocados  á  más  ó  me- 
nos distancia,  que  muestran  casi  todos  la  residencia  señoril  de 
sus  antiguos  poseedores.  En  Bolaños  aparece  un  arruinado  cas- 
tillo del  marqués  de  Sotomayor,  en  Valdunquillo  una  legua  más 
adentro  el  renovado  palacio  del  duque  de  Alba  con  otras  casas 
suntuosas  de  mayorazgo.  A  Villavicencio  de  los  Caballeros  dis- 
putósela  al  de  Alba  el  almirante  D.  Fadrique  hasta  el  punto  de 
llegar  á  rompimiento  en  1507:  los  monjes  de  Sahagún,  que  ob- 
tenían en  ella  un  priorato,  se  habían  repartido  en  1 136  su  juris- 
dicción con  D.*  María  Gómez  y  sus  hijos,  y  otorgaron  á  los 
pobladores  el  fuero  de  León.  Castroponce  dio  título  al  condado 
concedido  á  los  Lujanes  señores  de  Trigueros;  Villahamete 
perteneció  al  marqués  de  San  Vicente,  cuya  morada  ciñe  una 
cerca  con  aspilleras.  Dependencia  del  monasterio  de  Sahagún 
fué  el  lugar  de  Santervás  dado  por  la  infanta  D.*  Sancha  y  fa- 
vorecido con  singulares  fueros  por  el  abad  en  1334,  y  todavía 
humean  las  ruinas  de  su  priorato  incendiado  en  nuestros  días. 
Dos  y  tres  parroquias  y  restos  á  veces  de  alguna  otra  derruida 
realzan  estas  cortas  poblaciones,  arguyendo  en  sus  pasados 
tiempos  no  sabemos  si  mayor  piedad  ó  mayor  vecindario;  ¿qué 
mucho  que  más  arriba  contenga  seis  la  famosa  villa  de  Grajal, 
que  situada  en  territorio  de  León  marca  sobre  dicha  ribera  el 
límite  de  la  provincia  ? 

Por  cañadas  muy  contiguas  á  la  del  Valderaduey  bajan  asi- 
mismo del  norte  á  su  izquierda  el  Sequillo  y  á  su  derecha  el 
Cea,  trazando  aquél  el  confín  de  la  provincia  de  Falencia  y  éste 
de  la  de  León,  hasta  que  desviados  entre  sí  dejan  en  medio  una 
vasta  llanura,  al  extremo  de  la  cual  y  más  cercana  al  primero 
se  asienta  Villalón  cabeza  del  distrito.  Su  población  apenas  re- 


^02 


-  A  D  O  L  I  n 


conoce  ventaja  á  la  de  Rioseco,  y  como  ésta  divídese  en  tres 
parroquias,  San  Juan,  San  Pedro  y  San  Miguel,  que  descuella 
por  su  torre  bizantina  aumentada  con  un  moderno  remate.  In- 
signe  fábrica   debió    spr   la  dp 
este  último  tem 
que  lo  desfigurai 
dos,  adiciones  y  i 
tos  de   nueva  di 
cuales  asoman  ai 
zantinos,  arcos  g< 
arábigas,  restos 
de  alfargfa   de 
ingeniosos    en- 
trelazos  y  viví- 
simos  colores , 
pero    todo    ya 
sin  relación  en- 
tre sí  como  ob-  . 
jetos  recogidos  ! 
en    un    museo. 
A   la  transición 
del  estilo  gótico 
al  plateresco 
pertenecen    un 
suntuoso  hospi- 
tal y  un  magní- 
fico rollo  ó  pilar  VILLALÓN-lcíL^s.A  D.  SA«  Miauc^ 

jurisdiccional, 

cuya  tosca  escultura  no  corresponde  á  la  preeminencia  que  una 
copla  vulgar  le  atribuye  en  Castilla  entre  todos  los  de  su  clase. 
Ambos  monumentos  los  debe  Villalón  á  su  ilustre  seflor  el  conde 
de  Benavente,  á  quien  la  vendió  hacia  1434  D.  Fadrique  conde 
de  Luna,  disipando  locamente  los  dones  recibidos  de  Juan  II.  En 
perjuicio  de  las  dos  Medinas  logró  del  rey  Felipe  I  el  nieto  del 


VALLADOLID  3O3 

comprador  la  gracia  de  celebrar  en  Villalón  una  feria,  y  tras  de 
prolongadas  revueltas  que  alcanzaron  á  la  villa,  le  otorgó  el  Rey 
Católico  la  confirmación  de  la  merced  á  trueque  de  reducirle  á 
su  servicio;  tal  era  el  provecho  que  de  ella  resultaba  así  al 
magnate  como  á  los  vecinos. 

Al  propio  conde  rendía  vasallaje  Mayorga,  ahora  inferior  á 
aquella  en  gentes,  pero  superior  en  nombradía.  Si  alguna  re- 
ducción hace  fundada  la  semejanza  del  vocablo,  es  la  de  esta 
población  á  la  antigua  Meóriga  mencionada  por  Tolomeo  entre 
las  Vacceas.  Fernando  II,  según  la  opinión  general,  no  hizo  más 
que  levantarla  de  sus  ruinas;  Alfonso  el  Sabio  en  1257  la  au- 
torizó para  cerrar  sus  puertas  á  los  merinos,  atajando  los  abu- 
sos y  extorsiones  de  la  rapacidad  disfrazada  de  justicia  (i).  No 
se  avenían  mejor  los  habitantes  con  la  jurisdicción  del  abad  de 
Sahagún,  y  amotinados  en  1270  demolieron  los  palacios  y  casas 
que  tenía  allí  el  monasterio,  sin  más  resultado  que  el  de  haber- 
las de  reedificar,  pagando  mil  sueldos  de  multa  y  pidiendo  per- 
dón de  rodillas  al  ofendido  prelado.  También  los  Templarios 
poseían  en  su  recinto  una  pingüe  bailía  y  una  iglesia,  de  la  cual 
aún  aparecen  vestigios  á  una  extremidad  del  pueblo  por  el  lado 
del  puente. 

Mayorga  era  fuerte,  y  se  inmortalizó  salvando  el  reino  con 
el  largo  sitio  que  sostuvo  en  1 296,  en  el  segundo  año  de  la  me- 
noría de  Fernando  IV.  Cercábanla  las  huestes  aragonesas  alia- 
das con  los  partidarios  del  infante  D.  Juan  y  de  D.  Alfonso  de 
la  Cerda,  que  en  Sahagún  acababa  de  ser  proclamado  rey  de 
Castilla,  llegando  al  número  de  cincuenta  mil  peones  y  mil  ca- 
balleros: pero  la  furia  del  invasor  se  quebrantó  en  aquellos 
muros  que  resistieron  uno  y  otro  mes  á  sus  ataques,  hasta  que 
diezmado  el  ejército  por  las  calenturas  del  estío,  privado  de  sus 
jefes  y  del  principal  de  todos  el  infante  D.  Pedro  de  Aragón, 


(i)  Versaban  las  quejas  contra  el  merino  sobre  los  yantares  que  se  tomaba  y 
sobre  las  causas  que  promovía  por  sospechas  y  que  le  daban  ocasión  de  exigir 
composiciones  pecuniarias.  Archivo  municipal  de  Mayorga. 


304  VALLADOLID 


hubo  de  replegar  sus  tiendas  á  fines  de  Agosto,  cubierto  de 
luto  y  de  ignominia.  En  Mayorga  celebró  la  pascua  de  1331 
Alfonso  XI,  cuando  deslindó  sus  términos  de  los  del  lugar  de 
San  Martín  del  Orrio  actualmente  despoblado,  y  cuando  hizo 
expiar  en  la  horca  á  Juan  Núñez  Arquero  los  tumultos  que  en 
Übeda  había  suscitado  echando  de  la  ciudad  á  los  caballeros  y 
arrogándose  la  popular  dictadura  con  título  de  aprov echador. 
Tres  veces  cedió  la  villa  Juan  I,  lo  cual  no  depone  á  favor  de  la 
estabilidad  de  sus  mercedes,  á  Pedro  Núñez  de  Lara,  á  Juan 
Alonso  de  Meneses,  y  por  último  á  su  hijo  D.  Fernando,  á  quien 
^"  1393  se  la  usurpó  su  tío  D.  Fadrique  duque  de  Benavente 
por  entrega  del  alcaide  de  la  misma  Juan  Alonso  de  la  Cerda. 
Recobróla  el  de  Antequera  y  la  transmitió  á  sus  hijos  los  infan- 
tes de  Aragón :  confiscada  á  éstos  por  sus  continuas  rebeliones, 
fué  dada  en  1430  por  Juan  II  al  conde  de  Benavente  D.  Rodrigo 
Alonso  Pimentel,  cuyo  hijo  la  perdió  también  más  adelante  por 
iguales  culpas.  Después  de  la  victoria  de  Olmedo  recibió  el  buen 
rey  en  Mayorga  á  los  auxiliares  portugueses  que  tomaron  parte, 
ya  que  no  en  los  riesgos  de  la  campaña,  en  las  alegrías  del 
triunfo,  naciendo  en  medio  de  ellas  el  proyecto  del  segundo  en- 
lace del  monarca  con  Isabel  de  Portugal ;  pero  más  hostilmente 
la  ocuparon  en  1476,  cuando  para  obtener  la  libertad  hubo  de 
entregársela  el  conde  de  Benavente  combatiendo  por  los  Reyes 
Católicos,  de  quienes  la  recobró  el  procer  esta  vez  leal,  expul- 
sados del  reino  los  enemigos. 

Lienzos  de  sólida  argamasa  alrededor  de  la  población  re- 
cuerdan los  violentos  ataques  que  han  sufrido,  y  abren  más  de 
una  entrada  á  su  recinto  además  de  los  arcos  de  sus  antiguas 
puertas:  frondosas  alamedas  y  un  magnífico  puente  de  trece 
ojos  sobre  el  Cea  reciben  por  el  lado  del  norte  al  que  viene  á 
visitarla.  Aunque  todavía  descuellan  sobre  su  caserío  las  torres 
de  seis  parroquias,  apenas  conserva  ya  la  mitad  de  las  que  con- 
taba un  tiempo,  cuando,  si  no  exageran  curiosas  relaciones,  no 
incluía  menos  de  diez  mil  vecinos.  Obsérvanse  fundidos  en  el 


V  A  I.  L  A  D  o  i-  I  D  305 


tipo  general  de  sus  iglesias  diversos  caracteres  arquitectónicos; 
pórtico  en  la  fachada,  arábigo  y  de  herradura  el  arco  de  la 
puerta  lateral,  ojivos  los  que  ponen  en  comunicación  las  tres 
naves  sosteniendo  la  techumbre  de  madera,  torneado  el  ábside 
á  manera  de  los  bizantinos,  las  torres  de.  la  misma  fuerte  arga- 
masa que  los  muros,  reforzadas  por  machones  de  ladrillo.  Santa 
María  de  la  Plaza  ocupa  el  sitio  inmediato  á  la  plaza  vieja;  á  un 
lado  de  la  nueva  levanta  San  Salvador  su  campanario  cuadrado 
en  el  primer  cuerpo  y  octógono  en  el  segundo  con  dos  órdenes 
de  ventanas.  San  Juan  y  Santa  María  de  Arvas  ostentan  en  su 
capilla  mayor,  siguiendo  el  semicírculo  del  testero,  retablos  gó- 
ticos de  numerosos  compartimientos  y  calados  doseletes;  Santa 
Marina  y  Santiago  no  desdicen  del  estilo  de  sus  compañeras.  Ha 
desaparecido  la  capilla  de  la  Magdalena  que  en  edificio  propio 
de  la  abadía  de  Sahagún  construyó  en  1363  Juan  Alfonso  vecino 
de  la  villa  y  contador  mayor  del  rey  D.  Pedro,  y  apenas  quedan 
rastros  del  convento  de  San  Francisco  fundado  según  tradición 
en  1 2 1 4  por  el  mismo  patriarca :  pero  el  moderno  y  espacioso 
santuario  de  Santo  Toribio  Mogrovejo  recuerda  á  Mayorga  el 
insigne  honor  de  haber  dado  el  ser  en  1538  al  ejemplar  arzo- 
bispo de  Lima. 

En  el  riñon  de  aquellas  rasas  y  monótonas  comarcas,  donde 
ni  murmura  corriente,  ni  se  mece  apenas  un  árbol,  ni  sonríe  con 
encanto  alguno  la  naturaleza,  donde  las  poblaciones  toman  el 
humilde  apellido  de  Campos  para  distinguirse  de  otras  más  cé- 
lebres de  su  mismo  nombre,  y  las  viviendas  y  los  trajes  mismos 
desús  habitantes  el  color  de  sus  terrones,  cada  villa  ostenta  nu- 
merosos templos  y  cada  templo  alguna  artística  belleza.  Cuenca 
de  Campos,  que  ya  en  1 1 1 5  recibió  su  fuero  de  la  reina  Urraca, 
que  en  1334  mantuvo  el  pendón  real  contra  las  fuerzas  de  don 
Juan  Manuel  y  de  D.  Juan  Núñez  de  Lara,  y  que  desde  princi- 
pios del  siglo  XV  perteneció  á  los  ilustres  Vélaseos  más  adelante 
condestables  de  Castilla,  en  sus  tres  parroquias  de  Santa  María, 

San  Mames  y  Santos  Justo  y  Pastor  encierra  testimonios  de  su 

39 


306  VAL  LADO  LID 


antigüedad  é  importancia.  Forma  la  primera  un  cuadrilongo 
dividido  en  tres  naves  por  seis  pilares  octógonos,  que  suben 
adelgazándose  y  reciben  las  ojivas  de  la  nave  central,  tendién- 
dose sobre  ellas  en  vez  de  bóvedas  enmaderados  techos  en  ver- 
tiente, cuyos  entrelazados  dibujos  con  sus  raras  complicaciones 
proceden  del  estilo  arábigo  no  menos  que  una  de  las  dos  puer- 
tas laterales:  el  ábside  es  de  estructura  gótica  sencilla.  En  el 
retablo  mayor  de  San  Mames,  de  lindo  gusto  plateresco,  llaman 
la  atención  unas  bellas  pinturas  en  tabla  que  representan  de 
medio  cuerpo  al  apostolado,  casi  destruidas  no  tanto  por  el 
tiempo  como  por  algún  inepto  restaurador.  Reproduce  la  iglesia 
de  monjas  Clarisas,  aunque  no  erigida  antes  de  1554,  la  misma 
techumbre  artesonada  de  Santa  María  sobre  arcos  de  medio 
punto,  no  de  madera  blanca  como  aquella,  sino  cubierta  de  ma- 
tices y  dorados  que  los  años  asaz  han  deslucido;  y  por  su  ámbi- 
to corre  á  cierta  altura  una  serie  de  esbeltísimas  ventanas  ará- 
bigo ojivales  metidas  en  recuadros.  Los  fundadores  del  convento, 
D.^  María  Fernández  de  Velasco  y  el  conde  de  Haro  su  sobrino, 
yacen  á  un  lado  de  la  capilla  mayor,  figurada  ella  en  estatua 
tendida,  y  él  de  rodillas  en  ademán  de  orar  vistiendo  ropas  ta- 
lares. 

Más  notables  construcciones  presenta  aún  Aguilar  de  Cam- 
pos, que  debió  su  antiguo  nombre  de  Castromayor  al  castillo 
cuyos  restos  al  oriente  la  dominan.  Desmantelólo  á  fines  del 
siglo  XII  Alfonso  IX  de  León  para  que  no  sirviera  de  baluarte 
contra  sus  propios  estados  á  los  fronterizos  de  Castilla,  sacando 
antes  la  villa,  en  cambio  de  otras,  del  poder  de  los  monjes  de 
San  Zoil  de  Carrión,  á  quienes  la  había  cedido  el  conde  Gómez 
Díaz  juntamente  con  el  monasterio  de  San  Juan  allí  fundado 
por  él  mismo.  Sus  más  antiguas  parroquias  Santa  María  y  San 
Pedro,  omitiendo  la  de  San  Esteban  tiempo  hace  derruida,  á 
fuerza  de  reparos  y  añadiduras  carecen  de  orden  arquitectónico 
determinado,  distinguiéndose  sólo  en  la  primera  un  primoroso 
retablo  mayor,  de  la  época  del  renacimiento,   con   numerosos 


\LLADOLID 


cuadros  en  relieve  de  la  historia  del  Salvador  y  de  la  Virgen,  y 
en  la  segunda  entre  varios  retablos  tan  razonables  cuanto  es 
posible  serlo  en  el  género  barroco,  uno  plateresco  de  la  Mag- 
dalena con  frontal  de  azulejos,  erigido  por  la  familia  de  Villagra 


AGUILAR  DE  CAMPOS.— Parroquia  de  San  Andrés  , 

á  la  entrada  del  siglo  xvii  (i).  Puede  empero  aspirar  al  rango 
de  monumento  la  parroquia  de  San  Andrés,  edificada  en  el  xv 
por  el  almirante  D.  Fadrique  señor  de  la  villa,  que  dotó  su  fá- 
brica con  mil  maravedís  al  año  (2),  si  bien  su  interior  gótico 

O)  A  un  lado  su  Ice  repartida  en  dos  lápidas  ia  inscripción  siguiuntL-:  »  Esta 
capilla  fundó  y  dotó  ti  dotor  Francisco  Alonso  de  Villagra  collcgial  que  fue  del 
coUegio  de  Santa  ^,  rector,  catedrático  y  chanciller  de  la  universidad  de  Valla- 
dolid,  provisor  de  la  misma  ciudad,  consultor  de  la  inquisición  y  visitador  de  la 
audiencia  de  Sto.  Domingo  y  oidor  de  la  de  Méjico,  de  donde  vino  al  consejo  real 
de  las  Indias.  Murió  año  de  1 607 ;  dejó  por  patrones  á  D.'  Antonia  de  Villagra  su 
hermana  y  á  Chrístobal  de  Villagra  su  sobrino  í{obernador  y  capitán  general  de 
la  provincia  de  Nicaragua  y  ú  sus  hijos  y  sucesores.  Acabóse  esta  obra  año 
de  ibia.» 

Í2l     Así  se  desprende  de  un  privilegio  de  Juan  II,  que  se  conserva  con  otros 


3oS  VALLADO  LID 


blanqueado  no  compite  en  interés  con  su  ruinoso  y  pintoresco 
exterior.  Ábrese  en  tres  arcos  de  herradura  concéntricos  la  por- 
tada principal  encuadrada  por  un  marco  almohadillado,  y  la 
misma  forma  guardan  las  dos  puertas  laterales  del  templo.  Á 
esta  obra  de  ladrillo  cobija  un  pórtico  de  sillería  que  cerca  el 
edificio  hasta  tocar  con  los  brazos  del  crucero:  sus  pilares  octó- 
gonos, con  las  bases  esculpidas  al  igual  de  los  capiteles,  llevan 
arriba  varios  blasones;  su  techo  hundido  en  parte,  sin  conservar 
más  que  las  vigas,  ofrece  vestigios  de  arábigas  labores;  y  en 
derredor  despliegan  singulares  y  variados  caprichos  infinitas 
ménsulas,  que  siguen  por  fuera  á  lo  largo  de  las  naves  menores 
y  de  la  principal.  Corona  este  poético  conjunto,  realzado  por 
sus  mismas  quiebras,  una  graciosa  espadaña  en  lugar  de  torre, 
agrupada  con  otra  más  moderna  que  sirve  para  el  reloj. 

No  menor  riesgo  que  al  pórtico  sagrado  amenaza  al  rollo 
que  en  la  plaza  contigua  se  levanta,  no  tanto  por  las  piedras 
socavadas  de  su  base,  como  por  algunas  de  esas  corrientes  de 
vandalismo  mal  llamado  liberal  que  soplando  á  menudo  de  las 
ilustradas  capitales  alcanza  á  penetrar  en  los  rincones  más  apar- 
tados. Persuádanse  los  honrados  vecinos  de  Aguilar  que  no  ha 
de  acreditar  mucho  su  patriotismo  ni  su  criterio  el  derribo  de 
aquel  padrón  á^  feudalismo  y  vasallaje^  como  tal  vez  en  algún 
libro  lo  habrán  visto  calificado;  guárdenlo  como  un  testimonio 
de  su  categoría  de  villa  y  de  la  benéfica  protección  de  los  almi- 
rantes, y  muéstrenlo  con  orgullo  erguido  sobre  la  gradería  de 
su  pedestal,  gallardo  en  proporciones,  rico  en  esculturas  de  la 
época  de  los  Reyes  Católicos,  dejando  atrás  en  majestad  y  ele- 
gancia al  muy  famoso  de  Villalón. 

De  este  vandalismo,  nunca  más  detestado  y  nunca  más  fre- 


pergaminos  en  el  archivo  de  la  parroquia,  y  empieza  de  este  modo:  «  Sepades  que 
el  mayordomo  de  la  iglesia  de  S.  Andrés  me  hizo  relación  que  el  almirante  D.  Fa- 
drique,  seycndo  suya  la  dicha  villa,  ovo  dado  y  constituido  para  fábrica  de  la 
dicha  iglesia  mili  maravedís  en  cada  año  y  perpetuamente  y  para  siempre  ja- 
más, etc.» 


VALt.  ADOLID 


CtlNOS  DE  CAMPOS.  —  Kes 


310  V  A  L  L  A  D  o  L  I  D 


cuente  que  en  nuestros  días,  pocos  ejemplos  hay  tan  deplorables 
como  el  que  ofrece  la  inmediata  villa  de  Ceínos.  Pobre,  oscura, 
reducida,  poseía  una  joya  capaz  de  envanecer  á  las  más  opulen- 
tas ciudades;  y  esta  joya  la  ha  destruido  á  sangre  fría,  por  ca- 
pricho, á  orillas  de  la  carretera  donde  sorprendido  el  viajero  se 
detenía  á  contemplarla.  Era  conocida  con  el  nombre  de  Santa 
María  del  Temple ;  nadie  sabía  su  origen  y  su  historia ;  única- 
mente el  título  y  la  magnificencia  declaraban  haber  pertenecido 
á  los  poderosos  Templarios.  Habíase  olvidado  ya  que  contaba 
por  una  de  sus  veinticuatro  bailías  en  el  territorio  castellano,  y 
que  á  su  iglesia  fué  traído  hacia  1222  desde  Baeza  el  cadáver 
de  D.  Gonzalo  Núfiez,  el  último  de  los  turbulentos  hermanos 
Laras,  que  falleció  emigrado  con  poca  honra  entre  los  enemigos 
de  su  fe  y  de  su  patria,  y  tal  vez  al  morir  quiso  á  ejemplo  de 
sus  hermanos  vestir  el  hábito  de  alguna  sagrada  milicia  (i).  No 
sabemos  por  qué  fatalidad,  aunque  tan  espléndida  y  hermosa  y 
labrada  á  toda  costa  de  sillería  que  tanto  escasea  en  la  comarca, 
siempre  se  la  miró  más  bien  como  un  vegestorio  que  como  un 
monumento;  y  así  en  1799  propuso  derribarla  un  clásico  arqui- 
tecto, Francisco  Alvarez  Benavides,  para  construir  con  su  piedra 
una  maravilla  en  regla  en  la  parroquia  principal ;  así  fué  desti- 
nado su  recinto  á  cementerio ,  acelerando  quizá  de  esta  suerte 
su  ruina  en  vez  de  conjurarla.  Los  ancianos  cuentan  que  el  edi- 
ficio se  prolongaba  sobre  el  solar  donde  han  brotado  casas 
ahora,  y  donde  alcanzamos  aún  á  ver  sillares  con  labores  bizan- 
tinas procedentes  acaso  del  claustro  ó  convento  adjunto ;  en 
cuanto  al  templo  permanecía  aún  de  pié  pocos  años  hace,  y 
pudimos  contemplar  todavía  su  nave  única  y  sus  gruesas  colum- 
nas de  grandiosos  capiteles  toscamente  esculpidos  de  follaje 


(1)  D.  Alvaro  en  sus  últimos  momentos  había  vestido  el  de  Santiago  y  D.  Fer- 
nando el  de  San  Juan.  De  D.  Gonzalo  dice  el  arzobispo  D.  Rodrigo :  in  villa  quce 
Bealia  dicilur  infirmitate  gravissima  coniigii  t'psum  morí,  el  delaius  á  suis  sepullus 
esl  in  Cephinis  ubi  habent  oralorium  frates  Templi.  Mariana  con  referencia  á  un 
documento  del  archivo  de  la  catedral  de  Toledo  nombra  á  Ceínos  entre  dichas 
veinticuatro  bailías  si  bien  corrompido  el  vocablo  en  el  de  Safines. 


valladolid  311 

que  daban  vuelta  al  ábside  por  dentro  y  por  afuera.  Sobrevivió- 
le muy  poco  la  robusta  torre,  que  con  sus  dos  órdenes  de  ven- 
tanas orladas  de  doble  moldura  de  estrellas  cuadrangulares,  con 
su  airoso  chapitel  de  pizarra,  y  sobre  todo  con  las  rojas  y  ama- 
rillentas y  verdosas  tintas  de  sus  muros,  refrigeraba  dulcemente 
el  ánimo  aburrido  por  la  fatiga  de  la  jornada  y  la  insipidez  de 
aquellas  vastas  llanuras. 

Mas  no  todo  ha  perecido :  del  frondoso  árbol  ha  quedado  la 
más  bella  rama,  un  cuerpo  separado  del  resto  del  edificio  aun- 
que enlazado  con  él  por  un  extremo.  Sala  ú  oratorio,  ignórase 
cuál  fuese  el  destino  de  aquel  cuadrado,  que  presenta  por  den- 
tro la  más  rica  decoración.  Una  serie  de  arcos  rodean  las  pare- 
des, sostenidos  por  pareadas  columnas,  claveteados  de  estrellas 
en  sus  arquivoltos,  y  en  el  fondo  de  cada  uno  se  descubre  una 
figura  de  santo,  pintada  según  muestran  los  escasos  vestigios 
por  mano  inteligente  habida  razón  de  los  tiempos ;  otro  nicho 
de  doble  anchura  y  de  mayor  profundidad  forma  la  que  llaman 
capilla  del  Santo  Cristo.  A  media  altura  transfórmase  la  pieza  de 
cuadrada  en  octógona  mediante  cuatro  pechinas,  debajo  de  las 
cuales  SQ  observan  los  símbolos  de  los  evangelistas,  y  por  los 
ocho  ángulos  suben  otras  tantas  columnitas  á  recibir  la  cornisa, 
arrancando  de  ella  las  aristas  de  la  bóveda,  anchas  y  bordadas 
en  medio  con  la  acostumbrada  moldura  de  estrellas,  hasta  reunirse 
en  la  clave  donde  resalta  el  Agnus  Det.  En  los  ocho  lados  de 
lo  que  pudiéramos  llamar  cimborio  figuran  preciosas  ventanas ; 
distribuidas  de  dos  en  dos  pero  cegadas  las  que  caen  encima  de 
las  pechinas,  las  otras  campeando  solas  y  estrechándose  por 
fuera  abren  á  la  luz  una  angosta  rendija.  Nunca  en  tan  reducido 
trecho  desplegó  más  copiosas  y  gentiles  galas  el  arte  bizantino. 

Severa  y  sin  ostentación  es  la  entrada  que  desde  afuera  á 
dicha  estancia  conduce,  abierta  sobre  una  desmoronada  grade- 
ría, á  un  lado  del  muro  exterior,  formando  un  arco  djecrecente 
de  medio  punto,  cuyo  espesor  flanquean  cuatro  columnas  por 
lado,  mientras  que  ocupa  el  centro  de  la  cortina  una  claraboya 


312  VALLADOLID 

circular  á  modo  de  estrella  cercada  de  característica  moldura. 
Pero  la  salida  de  enfrente,  que  da  al  atrio  del  derruido  templo, 
reserva  al  viajero  la  más  agradable  sorpresa.  Compónenla  cinco 
arcos  laterales  sostenidos  por  grupos  de  columnas  pareadas  que 
apoyan  como  en  los  claustros  sobre  un  zócalo  corrido,  sirviendo 
de  portal  uno  de  ellos  y  los  restantes  de  ventanas ,  según  se 
acostumbra  en  ciertas  aulas  capitulares.  Festonean  su  semicír- 
culo las  estrellas  ó  cabezas  de  clavo,  en  cuya  sencilla  combina- 
ción conforme  sea  el  punto  de  vista  tan  variados  dibujos  se 
encierran:  follajes  desplegados  en  airosas  volutas,  trenzados 
que  entretejen  canastillos,  figuras  de  hombres  y  aves  enlazadas 
y  revueltas  con  gruesos  tallos,  rivalizan  en  adornar  con  fecun- 
didad prodigiosa  los  capiteles.  En  una  de  las  ventanas,  que  se 
distingue  de  las  otras  por  hallarse  partida  en  dos  á  manera  de 
ajimez,  adviértense  arrimadas  á  las  columnas  ó  labradas  en  sus 
mismos  fustes,  de  tamaño  algo  menor  que  el  natural,  tres  efigies 
sin  cabeza,  una  con  alas  de  ángel,  otra  con  palma  de  mártir, 
todas  con  las  manos  mutiladas,  lo  mismo  que  otra  de  mujer 
sentada  al  otro  lado  del  portal.  ¿Qué  representan?  ¿de  dónde 
proceden  estas  figuras  misteriosas,  de  severo  aspecto  y  tosca 
ejecución?  no  parecen  hechas  para  aquel  sitio,  y  probablemente 
fueron  recogidas  de  entre  los  escombros  del  contiguo  templo, 
como  víctimas  de  un  naufragio. 

Cuando  desaparecen  de  lo  alto  del  muro  los  últimos  reflejos 
del  sol  poniente,  la  oscuridad,  el  silencio,  aquellos  destrozados 
cadáveres  de  piedra,  y  los  humanos  despojos  que  arroja  de  vez 
en  cuando  el  removido  suelo  evocan  del  fondo  del  alma  graves 
y  lúgubres  pensamientos.  Creeríase  uno  en  la  región  de  la 
muerte,  lejos,  muy  lejos  de  la  morada  y  sociedad  de  los  vivos, 
si  alguna  vez  no  se  interrumpieran  las  meditaciones  en  que  se 
abisma  el  alma  con  el  chasquido  del  látigo,  con  la  gritería  de 
los  conductores  y  el  rodar  de  las  diligencias  que  por  la  inme- 
diata carretera  de  León  pasan  indiferentes  y  rápidas,  como  el 
movimiento  del  siglo  por  entre  las  ruinas  de  lo  pasado. 


314  FALENCIA 


el  Pisuerga  y  el  Duero  (i),  que  los  sencillos  y  fuertes  vacceos 
cultivaban  antiguamente.  Ignoramos  por  qué  razón  se  parti- 
cularizó en  esta  comarca  el  epiteto  de  los  dominadores  de  la 
península  entera,  á  no  ser  por  el  recuerdo  de  la  prolongada 
lucha  que  en  ella  sostuvieron  con  los  suevos  de  Galicia  corriendo 
el  siglo  v :  ello  es  que  no  aparece  así  denominada  hasta  que 
Alfonso  I  la  recorrió  triunfalmente,  helando  de  terror  á  los 
sarracenos,  á  mediados  del  viii.  Más  adelante  se  la  llamó  Tierra 
de  Campos  circunscribiendo  sus  anchos  límites;  y  aunque  retu- 
vieron el  sobrenombre  del  distrito  muchos  pueblos  de  los  cer- 
canos, redújose  su  término  propiamente  dicho  al  espacio  que 
media  entre  las  márgenes  del  Sequillo  y  las  inmediaciones  de 
la  orilla  derecha  del  Carrión,  abarcando  todo  el  sudoeste  de  la 
provincia  de  Falencia  y  una  estrecha  zona  de  la  porción  confi- 
nante de  la  de  Valladolid  (2).  Dilatadísimos  y  rasos  horizontes, 
inmensas  sábanas  de  mieses  que  ondulan  como  un  mar  agitado, 
en  medio  de  las  cuales  asoman  como  navios  las  torres  parro- 
quiales de  sus  villas,  tal  es  la  imagen  que  despiertan  en  la 
fantasía  y  el  aspecto  que  presentan  en  verdad  aquellos  vastos 
graneros  de  Castilla,  cruzados  por  el  canal  que  para  dar  salida 
á  sus  cereales  abrió  la  mano  benéfica  de  Fernando  VI. 

Desde  el  campanario  de  la  iglesia  de  Frechilla,  población 
en  otro  tiempo  más  crecida  y  fuerte,  pero  que  á  su  posición 
céntrica  más  bien  que  á  su  importancia  debe  el  ser  ahora  cabe- 
za de  distrito,  descúbrese  en  extenso  llano  la  mayor  parte  de 
las  villas  que  lo  componen,  algunas  harto  más  grandes  y  popu- 
losas que  ella  misma.  A  oriente  y  mediodía  serpentea  el  brazo 
del  canal  que  se  denomina  de  Campos;  al  poniente  corre  escaso 


(1)  Occupavü  Campos  Gothtcos^  dice  el  arzobispo  D.  Rodrigo  hablando  de  Al- 
fonso I,  qut  ab  Estola,  CarrionCy  Pisorica  et  Dorio  includuniur.  Nómbralos  también 
el  Albeldense:  Campos  Golhicos  usqve  ad  /lumen  Dorium  eremavit, 

(2)  De  las  treinta  y  cuatro  villas  que  formaban  últimamente  el  distrito  de 
Campos,  sólo  cinco  pertenecen  á  la  provincia  de  Valladolid  y  las  demás  á  la  de 
Falencia,  á  saber:  once  al  partido  judicial  de  la  ciudad,  quince  al  de  Frechilla  y 
tres  al  de  Carrión. 


FALENCIA  315 


de  aguas  el  Sequillo;  al  norte,  donde  termina  el  nombre  de  la 
comarca,  aunque  continúa  igual  el  aspecto  del  país,  aparecen 
Mazuecos,  Villalumbroso  y  Cisneros,  ennoblecida  con  el  glorio- 
so apellido  del  cardenal,  y  en  una  de  cuyas  ermitas  los  genea- 
logistas  han  querido  ver  un  ascendiente  del  modesto  Francisco 
Jiménez  en  aquel  caballero  de  la  Banda  que  yace  sobre  una 
hermosa  tumba  de  alabastro  sostenida  por  seis  leones,  como  si 
necesitara  de  heredados  timbres  quien  ha  ilustrado  con  los 
suyos  su  religión  y  su  patria. 

Tan  desnudas  y  bajas  como  son  las  márgenes  del  Sequillo, 
todavía  de  norte  á  sur  marcan  su  línea  frecuentes  pueblos,  y 
en  sus  intermitentes  caudales  se  reflejan  numerosos  puentes  ya 
de  madera  ya  de  sillería.  Villada  es  lugar  de  mercado  y  de  más 
de  dos  mil  almas,  sobre  cuyo  señorío  competían  á  principios 
del  siglo  XVI  el  duque  de  Alba  y  el  almirante  de  Castilla;  siguen 
asimismo  sobre  la  derecha  Villacidaler  y  Boadilla  con  sus 
alamedas  y  las  insignificantes  ruinas  del  monasterio  cistersien- 
se  de  Santa  María  de  Benavides  (i);  más  abajo  se  agrupan 
unos  en  frente  de  otros  Herrín,  Villafrades  y  Gatón,  pertene- 
cientes á  la  provincia  de  Valladolid,  de  los  cuales  el  pri- 
mero se  distingue  por  sus  iglesias,  antiquísima  la  de  Santa 
María,  grandiosa  y  elegante  la  del  Salvador,  y  Villafrades  por 


( I )  Existía  desde  1 1 69  este  monasterio,  al  cual  Alfonso  VIII  diez  años  después 
cedió  la  heredad  de  Bcne-vivas,  cuyo  nombre  ae  corrompió  en  el  de  Benavides. 
En  medio  de  su  iglesia  so  hallaba  un  sepulcro  con  efigie  yacente  de  caballero,  y 
en  él  este  singular  epitafio  que  transcribimos  á  pesar  de  creerlo  bastante  posterior 
á  la  fecha  del  fallecimiento.  «Sabuda  cosa  sea  que  don  Rodrigo  González  fué  uno 
de  los  mas  nobles  ornes  de  España,  de  mañas  y  de  linaje,  e  fizo  mucho  bien  á  fijos- 
dalgo  en  casar  e  criar,  e  fizo  por  sus  manos  mil  y  ducientos  y  cincuenta  y  cinco 
caballeros,  e  á  la  sazón  que  él  murió  guardábanlo  ocho  ricos  omes  con  sietecientos 
caballeros,  que  eran  todos  sus  acostados  e  sus  parientes,  e  á  su  finamiento  eran 
con  él  ducientos  y  cincuenta  y  cinco  caballeros  de  sus  vasallos.  En  esta  sazón  era 
casado  con  doña  Berenguela  López  hija  de  don  Lope  y  de  doña  Urraca;  ella  por  sí 
era  una  de  las  mejores  dueñas  que  eran  en  España.  En  esta  sazón  reinaba  el  rey 
D.  Alonso  en  Castilla  e  en  León,  e  avia  guerra  con  el  rey  don  Jaime  de  Aragón,  e 
finó  don  Rodrigo  González  en  el  mes  de  febrero,  que  fué  en  era  de  MCCXCl V  (año 
de  C.  1 256). n  Éste  pasa  por  el  progenitor  de  los  Girones  y  Pachecos,  hijo  de  Gon- 
zalo Ruiz  Girón,  competidor  de  los  Laras,  de  quien  se  habla  más  adelante. 


3l6  FALENCIA 


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el  severo  castigo  que  le  impuso  el  regente  cardenal  Cisneros 
arrasándola  en  su  lucha  con  los  magnates  castellanos.  Junto  á 
la  intersección  del  río  con  el  canal  está  sentada  Villarramiel, 
donde  bulle  el  tráfico  y  abunda  la  gente  más  que  en  otra  algu- 
na de  dicha  ribera,  descollando  sobre  sus  casas  la  torre  de  San 
Miguel,  que  hundiéndose  luego  de  reedificada  en  2  de  Febrero 
de  1776  sepultó  un  centenar  de  víctimas  bajo  sus  escombros. 
Toma  el  canal  sus  aguas  del  río  Carrión  y  despréndese  de 
los  ramales  del  norte  y  del  sur,  junto  á  la  vastísima  laguna  que 
se  apellida  la  Nava,  surtida  por  varios  riachuelos  y  frecuentada 
en  invierno  por  bandadas  de  aves  acuáticas  y  en  estación  menos 
lluviosa  por  copiosos  rebaños  de  toda  clase  que  pacen  su  lozana 
yerba.  En  su  circunferencia  están  situadas  cinco  villas  que  en 
común  la  poseen  y  explotan  con  provecho,  Mazariegos,  Villa- 
martín,  Grijota,  Villaumbrales  y  Becerril,  las  dos  primeras  en 
raso  y  pantanoso  terreno,  en  amena  y  frondosa  campiña  las 
restantes.  La  más  importante  de  todas  es  Becerril  con  su  anti- 
guo caserío,  sus  seis  parroquias,  su  magnífica  casa  de  ayunta- 
miento y  sus  fábricas  de  estameñas;  y  más  parece  haberlo  sido 
cuando  en  1333  presenció  la  conferencia  de  Alfonso  XI  con  el 
infante  D.  Juan  Manuel  y  con  D.  Juan  Núñez  de  Lara,  quienes 
no  fiándose  del  justiciero  rey,  desaparecieron  al  otro  día  del 
convite,  y  cuando  en  1 5  2 1  venció  allí  á  los  comuneros  el  con- 
destable, haciendo  prisionero  á  su  caudillo  D.  Juan  de  Figueroa. 
Sin  embargo,  superóla  siempre  y  la  supera  todavía  Paredes  de 
Nava,  que  dobla  su  vecindario  y  alcanza  á  seis  mil  almas  re- 
partidas en  cuatro  parroquias :  la  de  Santa  Eulalia,  en  cuya  pila 
fué  bautizado  Alonso  Berruguete,  conserva  de  su  inmortal  feli- 
grés un  precioso  retablo  mayor,  por  desgracia  mutilado,  en  el 
cual  no  ceden  las  pinturas  á  sus  famosos  relieves.  Muchos 
señores  se  sucedieron  en  la  posesión  del  castillo  que  dominaba 
á  Paredes,  desde  que  la  pobló  hacia  1 1 70  Fernando  II :  el  re- 
volvedor infante  D.  Juan  que  la  obtuvo  en  1301,  y  á  nombre 
del  cual  había  resistido  cinco  años  antes  á  las  armas  de  la  reina 


FALENCIA  317 

María;  el  aragonés  D.  Felipe  de  Castro  casado  con  una  herma- 
na de  Enrique  11;  el  sobrino  de  este  rey,  D.  Pedro  conde  de 
Trastamara,  á  quien  la  tuvo  por  algún  tiempo  usurpada  su 
primo  el  conde  de  Gijón;  D.  Juan  rey  en  Navarra  é  infante  en 
Castilla;  y  por  confiscación  de  su  patrimonio  en  1430,1a  recibió 
del  soberano  el  adelantado  Pedro  Manrique,  en  cuyo  hijo  Don 
Rodrigo,  penúltimo  maestre  de  Santiago  y  padre  del  dulce  poe- 
ta Jorge  Manrique,  recayó  la  villa  con  título  de  condado.  Más 
abajo  de  Paredes  sobre  el  mismo  canal,  florece  también  en 
industria  y  comercio  Fuentes  de  Nava  ó  de  D.  Bermudo,  per- 
petuando en  este  nombre  no  sé  qué  vago  recuerdo  de  remota 
fundación  ó  de  ignorado  señorío. 

cNo  se  llame  señor,  decía  un  adagio,  quien  en  tierra  de 
Campos  no  tenga  un  terrón:»  mal  podía  pues  el  poder  feudal 
en  este  país  tan  codiciado,  no  dejar  huellas  de  numerosos  cas- 
tillos. Hasta  nuestros  días  casi,  conservó  Castromocho  el  suyo, 
fuerte  y  magnífico,  propiedad  del  conde  de  Benavente;  Autillo 
debe  su  nombradía  al  que  sirvió  de  refugio  en  1 2 1 6  á  la  insigne 
reina  Berenguela  contra  las  persecuciones  de  D.  Alvaro  de 
Lara,  hasta  que  la  desgraciada  muerte  de  su  joven  hermano 
Enrique  I  obligó  á  levantar  el  cerco  al  ambicioso  tutor  y  la 
llamó  á  reinar  para  ventura  de  Castilla.  Allí  reunida  con  su  hijo 
la  generosa  madre,  resonó  al  aire  libre  y  junto  á  la  ermita  del 
castillo  la  primera  voz  que  proclamó  rey  á  Fernando  el  Santo, 
y  la  villa  fué  la  recompensa  dada  á  Gonzalo  Ruiz  Girón,  uno 
de  los  más  fieles  y  activos  campeones  de  la  causa  de  la  reina 
durante  su  pasado  ostracismo.  No  despierta  recuerdos  tan  glo- 
riosos el  castillo  de  Belmonte  perteneciente  al  duque  de  Nájera; 
pero  en  la  monótona  llanura  se  elevan  con  tanta  gracia  sus  cua- 
tro cubos  sobre  la  plataforma  ceñida  de  matacanes,  que  bien 
merece  una  mirada  del  artista  aquel  lindo  y  acabado  dije,  no 
menos  que  las  delicadas  esculturas  platerescas  de  la  capilla, 
principiada  un  tiempo  á  espaldas  de  la  mayor  en  la  parroquia 
del  lugar.  También  Meneses  para  residencia  de  sus  señores 


3l8  FALENCIA 

poseería  su  fortaleza,  cuando  desde  el  siglo  xii  dio  apellido  á  la 
nobilísima  alcurnia  portuguesa,  tan  poderosa  como  leal  á  la  ín- 
clita madre  de  San  Fernando,  y  de  cuya  munificencia  hallamos 
memorias  en  los  monasterios  todos  de  la  comarca  (i). 

Descuella  empero  allá  en  dicha  línea  de  monumentos  la  fa- 
mosa Torre  de  Mor  mojón,  que  el  vulgo  en  su  pintoresco  len- 
guaje apellida  estrella  de  Campos^  como  si  fija  en  la  bóveda 
celeste,  sirviera  de  norte  al  viajero  perdido  en  espacios  inter- 
minables. No  sabemos  si  sería  violento  derivar  su  nombre  de 
mojón  de  los  moros^  remontando  su  origen  á  la  época  remota  en 
que  marcaba  la  frontera  respecto  de  los  infieles ;  lo  cierto  es  que 
en  1 1 24  estaba,  confiada  su  tenencia  al  conde  D.  Pedro  de 
Lara  (2).  Desmoronado  por  dentro,  ostenta  el  castillo  robustos 
en  apariencia  sus  numerosos  torreones,  sobresaliendo  entre 
ellos  grandioso  é  imponente  el  del  homenaje;  y  á  la  raíz  del 
aislado  cerro  que  le  sirve  de  pedestal,  yace  el  pequeño  y  antiguo 
pueblo.  Sus  vecinos  en  1521,  saliendo  en  procesión  y  con  traje 
penitente,  imploraron  no  sin  fruto,  la  clemencia  de  Juan  de  Pa- 
dilla, cuando  ávidas  y  sañudas  acudían  sus  huestes  á  combatir 
la  fortaleza  que  acababan  de  ocupar  por  sorpresa  los  imperia- 
les :  rindióla  al  cabo  de  breve  sitio  el  capitán  navarro  D.  Francés 
de  Beamonte,  mientras  que  á  la.  belicosa  voz  del  obispo  de  Za- 
mora, los  comuneros  asaltaban  los  muros  de  la  vecina  Ampudia 
y  se  les  abrían  las  puertas  de  su  castillo,  para  replantar  en  él 
el  pendón  de  su  señor  el  conde  de  Salvatierra,  uno  de  los  pocos 
magnates  decididos  por  el  alzamiento. 

Todavía  encima  de  Ampudia  conservan  las  cuadradas  torres 
sus  almenas;  mas  no  son  éstas  las  que  principalmente  fijan  la 
atención  del  que  se  acerca  á  la  muy  nombrada  villa,  sino  la  de 
su  iglesia  colegial  que  de  lejos  aparece  robusta  á  la  vez  que 


(1)  Matallana,  San  Mancio,  la  Espina,  San  Cebrián  de  Mazóte,  Palazuelos,  Re- 
tuerta. Véase  atrás  página  27^. 

(2)  En  un  documento  de  esta  fecha  que  cita  Salazar  y  Castro,  firma  como  tes- 
tigo el  conde  dominante  in  Lara  el  in  turre  de  Mormolion. 


FALENCIA  319 

ligera,  con  cierta  semejanza  á  la  de  Toledo.  Imítala  en  los  dos 
estribos  que  avanzan  de  cada  uno  de  sus  ángulos,  y  con  istria- 
dos  pilares,  balaustres  y  candelabros  como  que  aspire  á  produ- 
cir el  efecto  de  la  gótica  crestería,  mayormente  en  el  segundo 
cuerpo  octógono  y  en  la  aguja  del  remate:  de  cerca  se  descubre 
que  la  obra,  poco  más  feliz  en  su  remedo  que  la  fachada  supe- 
rior de  San  Pablo  de  Valladolid,  no  data  tal  vez  más  allá  de  los 
tiempos  del  duque  de  Lerma,  que  en  1608  hizo  trasladar  á  la 
parroquia  la  antigua  colegiata  de  Husillos.  El  templo  de  tres 
naves,  que  se  comunican  por  arcos  de  medio  punto  y  cuyas  ba  ■ 
jas  bóvedas  se  revistieron  posteriormente  de  crucería,  no  perte- 
nece á  una  sola  época  ni  á  orden  determinado ;  agudas  ojivas 
forman  sus  portadas  laterales.  En  la  capilla  mayor  yacen  sobre 
túmulos  las  efigies  de  los  nobles  Herreras  y  Ayalas  sus  patro- 
nos (i);  en  la  de  San  Ildefonso  la  de  D.  Alfonso  de  Fuentes 
canónigo  y  provisor  de  Burgos  y  la  de  su  padre  (2).  Nótase  en 
esta  capilla  un  retablo  plateresco  con  pasajes  de  relieve  entero, 
y  en  la  de  la  Concepción  erigida  por  D.  Alfonso  Martín  Castro 
y  empezada  en  15 14,  un  bello  grupo  de  alabastro  de  la  Virgen 
y  Santa  Ana  con  el  niño  Jesús  y  en  el  segundo  cuerpo  la  cruci- 
fixión dentro  de  un  marco  del  renacimiento. 

Fuera  de  ésta  no  tiene  la  villa  otra  parroquia,  pero  sí  un 
convento  de  franciscanos,  fundado  también  por  el  valido  de 
Felipe  III,  y  memorias  de  otros  destruidos,  entre  ellos  uno  de 


(i)  Probablemente  estaban  antes  en  medio,  pero  fueron  arrimadas  á  los  lados 
con  tan  poco  esmero,  que  sobre  el  bulto  del  caballero  de  los  pies  á  la  cabeza,  car- 
ga un  tabique  atravesado.  Desbaratáronse  las  inscripciones,  y  solamente  debajo 
de  la  estatua  de  la  dama,  vestida  con  toca  y  con  un  perro  y  un  pajecillo  á  los  pies, 
puede  leerse  el  nombre  de  Maria  de  Ayala. 

(2)  Los  bultos  son  de  piedra  y  de  tosca  escultura.  El  epitafio  del  primero  dice 
así:  «Aquí  yace  sepultado  el  reverendo  D.  Alfonso  de  Fuentes  provisor  y  murió 
año  de  mil  y  DXXI  años.»  El  letrero  del  friso  de  la  capilla  añade  que  mandó  Jazer 
la  capilla  y  que  era  «tesorero  e  canónigo  y  provisor  de  la  santa  iglesia  de  Burgos, 
el  qual  mandó  decir  una  misa  todos  los  viernes  del  año  cantada  e  quatro  memo- 
rias cada  año,  dejó  al  cabildo  tres  préstamos;  murió  primero  de  agosto.v  Ponz 
menciona  otro  retablo,  fundación  de  un  obispo  de  Burgos,  fray  Pascual  de  Ampu- 
dia,  que  falleció  en  Roma  en  i%t2  y  fué  sepultado  allí  en  la  Minerva. 


320  FALENCIA 

Templarios.  Ermitas  contaba  muchas  en  derredor,  y  aún  retie- 
ne su  gótica  estructura  la  espaciosa  de  la  Virgen  de  Arcona- 
da,  imagen  huida  milagrosamente  de  aquel  pueblo  según  la  tra- 
dición, y  objeto  de  veneración  profunda  en  los  contornos.  Ceñían 
á  Ampudia  fuertes  muros,  en  los  cuales  se  encerró  hacia  1298 
D.  Juan  Núftez  de  Lara  contradiciendo  la  regencia  de  D.*  María 
de  Molina ;  pero  al  acercarse  la  magnánima  reina  huyó  á  Torre- 
lobatón  el  rebelde,  y  la  villa  se  rindió.  Poseíala  á  la  entrada  del 
siglo  XV  D.  Sancho  de  Rojas  arzobispo  de  Toledo,  y  la  dio  al 
hijo  de  su  hermana  D.^  Inés,  al  mariscal  Pedro  García  de  He- 
rrera, cuya  familia  la  transmitió  por  enlace  á  los  condes  de 
Salvatierra.  Duro,  violento,  fogoso  sostenedor  de  las  Comuni- 
dades para  satisfacer  á  merced  de  las  revueltas  sus  venganzas 
y  sus  caprichos,  perdióla  con  sus  demás  estados  y  con  la  vida 
el  último  conde  D.  Pedro  de  Ayala,  desangrado  en  el  castillo 
de  Burgos ;  más  tarde  la  obtuvo  el  poderoso  duque  de  Lerma, 
á  cuya  protección  debió  su  aumento  y  sus  más  insignes  prerro- 
gativas. 

Un  extenso  y  enmarañado  bosque,  que  atravesado  sin  segu- 
ro guía  y  en  la  oscuridad  de  la  noche  nos  pareció  aún  más 
vasto  y  pavoroso,  separa  de  Ampudia  á  Dueñas,  cuyo  nume- 
roso caserío,  al  trasponer  los  calcáreos  cerros  que  al  poniente 
la  dominan,  aparece  rodeado  de  deliciosas  alamedas.  £1  Pisuerga 
y  el  Carrión  juntándose  en  sus  cercanías  fecundan  una  amenísi- 
ma vega,  que  se  extiende  á  su  levante  á  modo  de  matizada 
alfombra.  Tenía  Dueñas  en  lo  más  alto  un  castillo  que  recor- 
daba los  antiguos  trances  de  guerra  y  los  diversos  señoríos 
por  los  cuales  ha  pasado ;  tiene  un  palacio  donde  acontecie- 
ron los  primeros  sucesos  del  más  glorioso  de  los  reinados, 
una  parroquia  monumental  digna  de  ser  colegiata,  un  monaste- 
rio de  los  más  célebres  y  opulentos  de  la  orden  benedictina.  Su 
historia  aventaja  en  esplendor  á  la  de  muchas  ciudades,  y  como 
á  éstas,  se  le  ha  buscado  romano  abolengo  y  tradiciones  con 
que  ennoblecer  su  restauración  y  explicar  su  etimología. 


FALENCIA  321 


Nada  menos  seguro  sin  embargo  que  la  reducción  á  Dueñas 

• 

de  la  antigua  EIdana  nombrada  entre  las  vacceas  por  Tolo- 
meo,  y  que  la  heroica  defensa  que  en  alguna  de  las  campañas 
de  la  reconquista,  no  se  expresa  en  cuál,  opusieron  sus  mujeres' 
á  los  sarracenos.  El  origen  de  su  nombre  Domnas^  más  bien 
que  de  esta  desconocida  hazaña,  pudiera  proceder  de  algún 
primitivo  convento  de  religiosas  cuya  memoria  se  haya  perdido. 
Poblóla  á  fines  del  siglo  ix  Alfonso  el  Magno,  no  fundándola 
de  nuevo  sino  levantándola  de  sus  ruinas,  y  en  el  reinado  de 
su  hijo  García  era  ya  un  fuerte  castillo,   á  cuya  sombra  erigió 
este  rey  el  monasterio  de  San  Isidoro;  mas  no  le  valió  su  forta- 
leza contra  las  devastaciones  impetuosas  de  Almanzor.  Fué 
dada  en  arras  por  Alfonso  VIII  á  Leonor  de  Inglaterra  su  espo- 
sa; pero  osó  resistir  á  la  reina  Berenguela  su  hija  y  al  glorioso 
príncipe  que  le  presentaba,  sometida  á  la  orgullosa  prepotencia 
de  D.  Alvaro  de  Lara  que  en  breve  logró  quebrantar  el  nuevo 
soberano.  Al  salir  de  su  menoría  Fernando  IV  hacia  1300,  fué 
Dueñas  otra  vez  teatro  de  rebeldes  ligas  entre  D.  Juan  Núñez 
de  Lara  y  D.  Alonso  de  la  Cerda,  que  en  calidad  de  preten- 
diente otorgó  con  larga  mano  todas  sus  peticiones  á  los  envia- 
dos del  rey  de  Francia.  Allí  en   1354  se  retiró  D.*  Juana  de 
Castro  á  los  pocos  días  de  sus  bodas  con  el  rey  D.  Pedro,  sin 
quedarle  de  su  soñada  grandeza  otra  cosa  que  aquel  lugar  y  el 
título  de  reina,  con  que  á  disgusto  de  su  pérfido  esposo  conti- 
nuó disimulando  la  injuria  hasta  su  muerte.  Un  mes  de  sitio 
costó  á  Enrique  de  Trastamara  la  toma  de  Dueñas  á  fines  del 
año  1367,  y  al  empuñar  el  cetro  la  dio  en  señorío  á  su  dama 
Leonor  Alvarez  y  á  su  hija  del  mismo  nombre;  poseyéronla 
después  los  Vázquez  de  Acuña,  condes  de  Buendía,  y  hacién- 
dola cabeza  de  sus  estados  la  elevaron  á  su  mayor  pujanza  en 
el  siglo  XV. 

Al  anochecer  del  9  de  Octubre  de  1469  llegaba  á  Dueñas 
después  de  una  fatigosa  jornada  desde  Gumiel  un  gallardo 
mancebo  con  semblante  más  que  traje  de  príncipe,  escoltado 

4« 


322  FALENCIA 

por  doscientos  caballeros.  Era  éste  el  rey  de  Sicilia  primogénito 
del  de  Aragón,  que  burlando  la  suspicacia  del  de  Castilla  y  las 
intrigas  de  los  valedores  de  la  Beltraneja,  venía  secretamente  á 
desposarse  con  la  princesa  Isabel,  no  presintiendo  sino  una  mí- 
nima parte  de  las  grandezas  que  habían  de  resultar  de  este 
matrimonio.  Ningún  asilo  más  propio  por  la  comodidad  y  forta- 
leza del  sitio,  ni  más  seguro  por  la  adhesión  de  sus  señores :  el 
conde  D.  Pedro  de  Acuña  tenía  por  hermano  al  animoso  arzo- 
bispo de  Toledo  D.  Alonso  Carrillo,  principal  autor  de  dicho 
enlace,  y  por  nuera  á  D.^  Inés  Enríquez,  hermana  de  la  reina 
de  Aragón  y  tía  del  regio  candidato.  Entrada  la  noche  del  14 
partió  á  Valladolid  D.   Fernando,  acompañado  de  Gutierre  de 
Cárdenas  su  ñel  amigo,  á  tener  con  su  futura  la  primera  plática 
que  duró  dos  horas;  el  18  volvió  allí  para  casarse,  no  sin  ha- 
berlo comunicado  antes  al  rey  D.  Enrique  con  las  más  sumisas 
protestas,  y  á  los  grandes  y  prelados  y  ciudades  del  reino  con 
discreta  cortesía.  Poco  tranquilos  en  Valladolid  se  establecieron 
los  ilustres  novios  en  Dueñas  desde  principios  de  Mayo  de  1470; 
y  allí  la  grande  Isabel  en   2  de  Octubre  dio  á  luz  por  primer 
fruto  una  hija  que  llevó  su  nombre  y  reinó  en  Portugal ;  allí  el 
ínclito  Fernando  adoleció  de  muy  venenosas  fiebres  que  en  7  de 
Noviembre  pusieron  en  peligro  tantas  glorias  y  venturas  como 
en  su  existencia  encerraba  el  porvenir. 

Todavía  subsiste  dentro  de  la  villa,  poseído  hoy  por  el 
duque  de  Medinaceli,  el  palacio  que  les  ofreció  tan  larga  resi- 
dencia, testigo  de  tantas  alegrías  y  cuidados ;  todavía  conserva 
la  gran  sala  pintado  el  techo  de  casetones,  aunque  sin  el  brillo 
y  la  riqueza  que  le  hizo  dar  el  epíteto  de  dorada;  y  añádese 
que  se  guardaban  en  el  archivo  y  que  fueron  en  ocasiones  con- 
sultados los  ceremoniales  del  solemne  acontecimiento,  que  una 
errónea  tradición  supone  allí  realizado  robando  esta  justa  prez 
á  Valladolid  (i).  Un  casamiento  se  celebró  en  aquella  estancia. 


(i)    Véase  atrás  pág.  107. 


FALENCIA  323 


pero  harto  menos  fausto  y  ventajoso  que  aquel,  en  1 8  de  Mar- 
zo de  1506,  con  más  comitiva  de  extranjeros  que  aplauso  de 
los  naturales;  y  fué  el  del  Rey  Católico  á  sus  54  años  con  Ger- 
mana de  Foix,  nieta  de  su  hermana  la  reina  de  Navarra.  Este 
segundo  enlace,  que  tendía  á  dividir  lo  que  había  unido  el  pri- 
mero, inspirado,  más  bien  que  por  el  deseo  de  terminar  las 
guerras  de  Ñapóles  con  Francia,  por  los  disgustos  con  su  yerno 
el  archiduque  y  por  la  ingratitud  de  los  grandes  de  Castilla, 
tuvo  el  mejor  de  los  resultados  que  cabía,  el  no  tener  nin- 
guno. 

Bajo  los  primeros  condes  de  Buendía  brillaron  para  Dueñas 
tiempos  de  esplendor  y  de  sosiego.  D.  Pedro  de  Acuña,  más 
leal  y  consecuente  que  el  arzobispo  su  hermano,  sirvió  sumiso 
cuando  reyes  á  los  que  de  príncipes  había  favorecido,  y  terminó 
su  carrera  en  1482  lleno  de  años  y  de  merecimientos.  Su  hijo 
D.  Lope  Vázquez,  tío  del  Rey  Católico  por  su  esposa,  marchan- 
do á  la  épica  guerra  de  Granada  al  frente  de  sus  caballeros  y 
vasallos,  derrotó  junto  á  Quesada  á  los  moros  de  Baza  y  Gua- 
dix  y  les  ganó  trece  banderas,  y  con  el  peligroso  cargo  de  ade- 
lantado  de  Cazorla  combatióles  sin  tregua  hasta  echarles  de 
sus  montañas.  Pero  en  tiempo  del  tercer  conde  D.  Juan,  sea 
que  su  imbecilidad  engendrase  desprecio  ó  diese  ocasión  á  los 
de  su  casa  para  oprimir  en  su  nombre  al  pueblo,  sea  más  bien 
que  cundiera  allí  el  contagio  de  emancipación  extendido  sobre 
Castilla,  levantóse  Dueñas  á  la  voz  de  comunidad  con  no  pocos 
desmanes  y  desacatos  contra  sus  señores;  y  como  éstos  revol- 
viesen contra  la  villa,  reclamó  con  premura  el  auxilio  de  Valla- 
dolid.  Pesóle  del  importuno  alzamiento  á  la  junta  y  de  ver  al 
magnate  hasta  entonces  indiferente  ó  favorecedor  secreto  de  su 
causa  trocado  en  acérrimo  enemigo;  mas  por  no  abandonar  á 
sus  vecinos  y  seguidores,  aunque  á  la  sazón  amagaba  á  Valla- 
dolid  el  condestable,  envióles  al  mando  de  D.  Juan  de  Mendoza 
setecientos  peones  armados  de  picas,  ballestas  y  escopetas,  que 
mantuvieron  en  Dueñas  el  pendón  comunero  hasta  su  próxima 


324  FALENCIA 

caída  en  Villalar  (i).  No  tuvo  el  conde  D.  Juan  en  su  consorte 
Doña  María  de  Padilla  más  que  una  hija  por  nombre  Catalina, 
mentecata  como  él,  y  heredaron  sucesivamente  el  condado  sus 
hermanos  D.  Pedro  y  D.  Fadrique  virrey  de  Navarra,  que  lo 
transmitió  á  su  hijo  D.  Juan,  muerto  sin  sucesión,  y  á  su  hija 
Doña  María,  casada  con  el  adelantado  D.  Juan  de  Padilla :  de 
esta  suerte  los  Padillas,  enlazados  por  diversas  ramas  con  los 
Acuñas,  después  de  prolongado  litigio  entre  sí,  se  repartieron 
la  herencia  de  aquellos,  imponiendo  su  blasón  á  la  villa  en  vez 
del  de  sus  antiguos  señores. 

No  sabemos  en  qué  año  precisamente,  pero  hacia  la  época 
en  que  dominaban  el  país  los  poderosos  Laras,  á  principios  del 
siglo  XIII,  se  erigió  sin  duda  la  magnífica  parroquia  de  Santa 
jL.  María,  según  el  estilo  de  transición  románico-ojival  que  preside 
á  su  estructura.  Vese  por  fuera  el  ábside  principal  flanqueado 
ya  de  machones,  en  vez  de  guardar  las  torneadas  formas  de 
los  bizantinos,  cual  á  su  lado  las  presenta  otro  ábside  menor; 
pero  á  la  manera  de  aquellos  ostenta  ventanas  de  medio  punto 
con  columnitas  en  sus  jambas,  que  por  lo  enteras  parecen  recién 
concluidas.  Tiénenlas  asimismo  los  muros  laterales :  solamente 
desdicen  del  carácter  general  la  portada  de  últimos  del  siglo  xv, 
cuya  conopial  ojiva  adornan  arabescos  muy  degenerados,  y  la 
moderna  cúpula  en  que  remata  la  cuadrada  torre,  edificada 
hasta  el  segundo  cuerpo  en  la  época  primitiva.  Mayores  estra- 
gos ha  causado  en  el  interior  del  templo  una  imbécil  renova- 
ción. Los  arcos  de  comunicación  los  despojó  de  sus  molduras; 
las  bóvedas,  de  sus  aristas;  los  pilares,  de  los  haces  de  columnas 


f  1)  Puede  verse  en  Sandoval  la  carta  que  en  acción  de  gracias  escribieron  los 
de  Dueñas  á  Valladolid  en  8  de  Marzo  de  1521.  Son  de  notar  en  ella  las  siguien- 
tes frases:  «Dios  como  señor  universal,  para  manifestar  á  los  tiranos  su  omnipo- 
tencia, permite  que  con  los  flacos  sean  destruidos  los  fuertes  y  poderosos.  ^Quien 
pensara  que  siendo  esta  villa  tan  obligada  e  tan  dominada  e  puesta  en  servidum- 
bre, fuera  como  es  tanta  parte  porque  los  enemigos  estén  puestos  en  tanta  aplica- 
ción y  trabajo?...  E  por  tanto  esta  noble  villa  no  piensa  tener  ni  alcanzar  otro  ma- 
yor título,  después  de  ser  de  la  corona  imperial  de  Su  Magestad,  que  estar  debajo 
del  querer  y  voluntad  de  V.  S.  todos  los  tiempos  del  mundo.» 


FALENCIA  325 

con  ricos  capiteles  que  los  revestían  según  el  que  ha  quedado 
por  muestra  á  la  entrada,  y  hasta  adulteró  los  colgadizos  de 
recortadas  puntas  que  guarnecen  los  arquivoltos;  asentó  el 
nuevo  cimborio  sobre  barrocas  pechinas,  y  enlució  de  cal  todo 
el  ámbito  de  la  iglesia.  Quédale  á  ésta  sin  embargo  la  majes- 
tuosa disposición  de  sus  tres  naves  cortadas  por  ancho  crucero 
más  allá  de  la  cuarta  bóveda,  la  gallardía  de  sus  proporciones, 
la  riqueza  de  su  capilla  mayor,  y  en  ésta  y  á  lo  largo  del  flanco 
derecho  una  bien  conservada  serie  de  ventanas  bizantinas. 

A  dos  épocas  ó  tal  vez  á  dos  manos  bien  distintas  pertenece 
la  sillería  del  coro  colocado  encima  de  la  entrada  sobre  un  arco 
rebajado;  pues  mientras  en  algunos  respaldos  asoman  entre 
follajes  grotescas  y  malísimas  figuras,  brilla  en  otros  la  mayor 
pureza  y  elegancia  de  góticos  arabescos.  Debajo  del  coro  á  la 
izquierda  hay  una  capilla  con  portada,  cuyas  ojivas  concéntricas 
y  decrecentes  se  apoyan  en  cilindricas  columnas;  y  al  lado  de 
ella  yace  arrumbada  una  urna  sepulcral  antiquísima,  cuya 
cubierta  salpican  numerosos  blasones  (i).  Ocupan  el  frente  de 
ella  rudas  y  misteriosas  esculturas  que  no  alcanzamos  á  inter- 
pretar ;  pero  si  representan  á  lo  que  parece  muchedumbre  de 
sitiados  defendiéndose  detrás  de  unas  almenas,  y  grupos  de 
mujeres,  cuales  levantando  el  brazo  en  actitud  de  combatir, 
cuales  arrodilladas  en  torno  de  la  cruz  que  enarbola  una  en  el 
centro,  viénese  á  la  memoria  la  leyenda  de  la  cual  se  pretende 
derivar  el  nombre  de  la  villa,  y  ante  aquel  remoto  indicio  se 
siente  uno  tentado  casi  á  creerla  menos  apócrifa. 

Á  los  lados  de  la  capilla  mayor  campean  los  sepulcros  de 
los  condes  de  Buendía,  en  el  testero  un  precioso  retablo  gótico 
de  estilo  todavía  puro  hermanado  con  escultura  ya  bastante 
adelantada.  Doseletes  afiligranados  cobijan  los  diez  y  nueve 
cuadros  de  relieve  y  las  diez  y  ocho  estatuas  que  comprende  en 


(i)  Son  ocho  los  escudos  de  la  cubierta,  en  unos  de  los  cuales  se  notan  un 
castillo  y  unas  quinas,  en  otros  al  parecer  dos  lobos,  en  otro  un  león  rapante  y 
una  ala  con  una  espada  que  es  el  timbre  de  la  familia  de  Manuel. 


320  FALENCIA 


SUS  varios  órdenes  y  compartimientos,  todas  doradas  y  estofadas 
y  recomendables  por  su  expresión  y  belleza,  singularmente  la 
del  centro  que  representa  la  asunción  de  nuestra  Señora.  Aun- 
que de  género  distinto  no  deslucen  el  retablo  la  moldura  que  lo 
ciñe  y  el  lindo  tabernáculo  de  orden  corintio  guardado  por 
cuatro  ángeles  y  por  dos  grandes  figuras  de  Moisés  y  de  David. 
Los  entierros  de  los  patronos  están  en  alto,  y  sus  armas  apare- 
cen en  las  antiguas  colgaduras  que  tapizan  los  muros  inferiores. 
Los  dos  nichos  del  lado  de  la  epístola  llevan  colgadizos  en  su 
arco  de  medio  punto  y  pilastras  de  crestería  que  suben  á  nota- 
ble altura,  destacando  entre  ellas  sobre  un  fondo  de  arábigas 
labores  el  escudo  rodeado  de  las  trece  banderas  que  atestiguan 
él  esfuerzo  del  segundo  conde;  y  con  efecto  en  doradas  urnas 
yacen  allí  D.  Lope  Vázquez  y  su  ¡lustre  esposa  D.*  Inés  Enrí- 
quez  hija  del  almirante  (i).  En  el  túmulo  de  enfrente  más  próxi- 
mo al  altar  reposa  el  primer  conde  D.  Pedro,  figurado  de  rodi- 
llas en  un  reclinatorio,  revestido  de  armadura,  con  dos  pajes  á 
sus  espaldas  que  sostienen  el  yelmo,  la  espada  y  el  escudo  (2); 
la  ornamentación  del  nicho  es  casi  idéntica  á  la  de  los  descritos, 
á  excepción  de  dos  figuritas  puestas  encima  de  las  pilastras ;  no 
así  la  del  inmediato  que  es  de  marcado  gusto  plateresco  y  en- 
cierra la  efigie  también  arrodillada  de  alguno  de  sus  nietos,  cuyo 
nombre  no  llegó  á  esculpirse  en  el  tarjetón. 


(i)  He  aquí  el  epitafio  de  D.  Lope:  «Aquí  yace  el  muy  magnífico  señor  D.  Lo- 
pe Vázquez  de  Acuña  conde  de  Buendia  y  adelantado  de  Cazorl'a,  el  qual  venció 
los  moros  de  Vaza  y  Guadix  en  la  batalla  de  Quesada  con  la  gente  de  su  casa  y 
tierra,  y  ganó  trece  vanderas,  y  haciendo  otras  notables  hazañas  echó  los  moros 
hasta  hoy  de  aquella  tierra,  por  lo  qual  sus  obras  merecen  perpetua  memoria. 
Falleció  á  primero  de  Hebrero  de  mil  CCCCLXXXIX  años.»— El  de  la  condesa  dice: 
«Aquí  yace  la  muy  magnífica  señora  D."  Inés  Enriqucz  mujer  del  señor  D.  Lope 
Vázquez  de  Acuña  conde  de  Buendia  y  adelantado  de  Cazorla,  cuya  bondad  y  re- 
ligión fué  digna  de  la  nobleza  de  su  linaje  y  del  marido  que  tuvo  y  de  la  fama  que 
dexó.  Fálleselo  á  XXIII  de  deziembre  de  MCCCCLXXXV  años.» 

(2)  «  Esta  piedra,  dice  la  inscripción,  encierra  el  cuerpo  digno  de  fama  del  muy 
católico  y  noble  y  virtuoso  caballero  el  conde  de  Vuendia  D.  Pedro  de  Acuña,  el 
primero  conde  de  este  título  y  señor  de  esta  villa  de  Dueñas,  el  qual  después  de 
muy  católica  vida  y  sanctos  dias  pasó  de  esta  vida  á  la  eterna  viernes  XXX  de  oc- 
tubre de  mil  y  CCCCLXXX  y  dos  años.» 


FALENCIA  327 

Hijo  del  mismo  conde  D.  Pedro  y  de  D.^  Inés  de  Herrera 
su  consorte  fué  D.  Luís,  sepultado  en  la  capilla  del  hospital  que 
sus  padres  fundaron,  en  hornacina  recamada  de  góticas  labores, 
pero  sin  más  ornato  en  la  tumba  que  los  blasones  del  pedes- 
tal (i).  La  iglesia  del  piadoso  asilo,  como  otras  de  aquel  tiempo, 
se  compone  de  dos  nave^  con  techo  de  crucería,  que  se  comu- 
nican por  medio  de  arcos  ojivales.  Junto  al  palacio  subsiste  un 
convento,  que  habitaron  desde  fecha  asaz  remota  los  religiosos 
agustinos ;  pero  ni  en  antigüedad  ni  en  esplendor  pudo  compa- 
rarse al  que  bajo  la  advocación  de  San  Isidoro  poseyeron  los 
benedictinos  á  la  salida  del  pueblo,  en  sitio  frondoso  y  abundan- 
tísimo de  aguas  que  fertilizan  sus  huertas. 

Su  fundación  remonta  á  principios  del  siglo  x,  y  aún  ha  pa- 
recido demasiado  reciente  á  los  que  ñjando  su  primer  asiento 
en  el  vecino  lugar  de  Baños,  donde  vamos  á  hallar  una  iglesia 
erigida  por  Recesvinto,  desde  los  últimos  tiempos  de  la  monar- 
quía goda  lo  suponen  continuado  bajo  la  dura  servidumbre  sa- 
rracena hasta  que  lo  dotó  de  nuevo  Alfonso  el  Magno  su  res- 
taurador (2).  Por  nuestra  parte  creemos  que  su  primer  título 
de  existencia  es  la  escritura  otorgada  por  el  rey  García  y  su 
esposa  Munia  Dona,  hallándose  en  la  ciudad  de  León,  á  1 5  de 
Febrero  del  año  911  primero  de  su  reinado,  para  sustento  de 
los  monjes  establecidos  entre  los  ríos  Pisuerga  y  Carrión  junto 
al  castillo  de  Donas  (3)  y  de  los  huéspedes  y  peregrinos  que 


(i)  Léese  en  dicho  sepulcro:  «Aquí  yace  el  muy  magnífico  señor  D.  Luis  de 
Acuña,  hijo  de  los  ilustres  señores  D.  Pedro  de  Acuña  y  D.*  Inés  de  Herrera  con- 
des de  Buendia  fundadores  de  este  hospital,  el  que  mandó  hazer  estas  capillas  y 
dexó  dos  capellanes  perpetuamente  le  digan  dos  misas,  y  murió  á  dos  dias  de  no- 
viembre año  de  MDXXII.» 

(2)  De  esta  opinión  es  Sandoval,  alegando  á  propósito  que  la  iglesia  y  lugar 
de  Baños  eran  de  pertenencias  del  monasterio ;  pero  es  menester  recordar  que  no 
pasaron  á  serlo  hasta  el  reinado  de  D.*  Urraca.  Otros  afirman  que  .anteriormente 
estuvo  dedicado  á  San  Martín  y  que  databa  del  tiempo  de  los  godos  una  pequeña 
iglesia  existente  en  la  huerta  de  la  casa,  más  inmediata  al  Pisuerga,  la  cual  juzga- 
mos no  sería  otra  que  la  que  tuvieron  los  monjes  por  espacio  de  unos  dos  siglos 
desde  su  fundación  primitiva  en  el  x  hasta  la  construcción  de  la  actual. 

(3)  Así  dice  el  privilegio,  y  añade  que  está  in  suburbio  Legionenst\  es  decir 


328  FALENCIA 

allí  se  detuvieren,  dando  á  su  abad  Oveco  el  término  adjunto 
con  sus  tierras,  huertos  y  molinos.  Los  inmediatos  sucesores  de 
García,  Ordofio  II  en  19  de  Febrero  de  915,  Froila  II  en  16  de 
Diciembre  de  924,  Ramiro  II  en  29  de  Junio  de  935  y  i.^  de 
Noviembre  de  936,  cual  con  la  cesión  de  la  fértil  ribera  incluida 
entre  la  peña  de  Forcellos  y  Calabazanos,  cual  con  la  del  pe- 
queño  monasterio  de  Santa  María  de  Remolino  situado  entre 
ambas  corrientes,  cual  con  la  de  otras  heredades,  aumentaron 
rápidamente  la  hacienda  de  San  Isidoro.  Confirmó  Fernando  I 
en  1042  las  mercedes  de  sus  antecesores,  estableció  desde  1073 
Alfonso  VI  en  aquella  casa  la  austera  reforma  de  Cluní;  y  favo- 
reciéronla con  nuevas  donaciones,  entre  ellas  con  la  de  Baños, 
la  reina  Urraca  y  su  hijo  Alfonso  en  varias  ocasiones,  principal- 
mente al  visitarla  en  1 1 1 7. 

De  este  reinado  ó  del  anterior  data  probablemente  la  fábrica 
del  presente  templo,  en  que  el  arte  bizantino  aparece  en  su 
primer  período,  desarrollado  ya  por  completp,  pero  sencillo, 
austero  todavía,  sin  las  ricas  galas  que  más  adelante  desplegó. 
En  todas  sus  partes  por  dentro  y  fuera,  en  las  tres  naves  y 
crucero,  en  los  tres  ábsides  hemisféricos  que  se  agrupan  á  su 
espalda,  en  la  cuadrada  torre  que  en  vez  de  cúpula  se  levanta 
del  centro  asentada  sobre  los  arcos  torales,  abriendo  hacia  cada 
lado  en  el  segundo  cuerpo  tres  ventanas  con  columnas  encima 
de  otras  tapiadas  en  el  primero,  nótase  la  correcta  severidad  de 
las  líneas  y  la  parsimonia  del  ornato.  Tan  sólo  los  exquisitos 
capiteles,  que  sostienen  el  doble  medio  punto  de  la  portada, 
pusieron  á  prueba  la  habilidad  del  escultor,  tan  grosera  en  las 
figuras  como  delicada  en  las  labores  de  sus  cintas  y  trenzados. 
Igual  contraste  se  advierte  en  la  pila  del  agua  bendita,  donde 
en  medio  de  una  revuelta  confusión  de  follajes,  ángeles  y  fieras 
destaca  el  escudo  del  monasterio  con  dos  palmas,  una  flor  de 


en  los  dominios,  no  en  el  arrabal  de  León,  de  cuya  ciudad  dista  Dueñas  unas  vein- 
te leguas. 


FALENCIA  329 


lis  y  una  estrella  en  sus  cuarteles.  Reina  la  desnudez  en  el  in- 
terior desde  que  pasó  como  Santa  María  por  una  reforma  igual- 
mente aciaga;  y  en  medio  de  aquel  desahogo  y  distribución 
perfecta  del  conjunto,  duélese  la  vista  de  encontrar  trocados  en 
lisas  pilastras  los  bocelados  pilares,  picados  los  capiteles,  opri- 
midos por  moderna  cornisa  los  cilindricos  arquivoltos,  rehechas 
las  bóvedas,  y  todo  en  fin  tan  blanqueado  y  frío  que  á  algunos 
se  les  ha  antojado  obra  de  reciente  construcción. 

Cerca  de  Dueñas  está  Falencia,  dos  leguas  escasas;  y  en 
vez  de  surcar  el  canal  ó  seguir  la  carretera,  nos  llaman  á  dar 
un  grato  paseo  por  la  orilla  de  Pisuerga,  si  es  que  no  basta  lo 
apacible  del  camino,  insignes  memorias  y  más  insignes  monu- 
mentos. Á  la  otra  parte  del  río,  al  extremo  de  un  puente  de 
nueve  arcos,  asoma  Tariego,  desparramado  por  la  falda  de  una 
colina,  cuyo  vértice  ocupan  las  desfiguradas  ruinas  de  su  céle- 
bre castillo  que  se  proyectó  convertir  en  telégrafo  no  há  muchos 
años.  ¿Quién  no  recuerda  que  fué  aquel  uno  de  los  baluartes 
con  que  mantuvo  firme  su  poder,  y  segura  la  custodia  de  Enri- 
que I  su  pupilo,  el  ambicioso  D.  Alvaro  de  Lara?  ¿quién  no  sabe 
que  en  7  de  Junio  de  1 2 1 7  se  introdujo  allí  sigilosamente  un 
féretro  con  los  despojos  del  rey  mancebo  fallecido  el  día  ante- 
rior en  Falencia  por  imprevisto  azar,  y  que  con  el  secreto  de  su 
muerte,  mandando  en  su  nombre  como  si  viviera,  prolongó  el 
tutor  por  algún  tiempo  su  tiranía,  sin  recelar  que  transpirado  el 
misterio  aprovechase  esta  tregua  misma  á  Berenguela  para  pre- 
parar en  Autillo  la  proclamación  de  Fernando?  Deshecha  la 
colosal  pujanza  de  los  Laras,  pasó  el  castillo  á  otros  dueños  que 
se  dividieron  su  posesión  (i),  hasta  que  vino  á  juntarse  en  un 
mismo  señorío  con  el  de  Dueñas. 

Si  cruzando  el  río  nos  decidiéramos  á  penetrar  por  los  on- 


(i)  De  documentos  que  vimos  en  el  archivo  municipal  de  Falencia  se  des- 
prende que  hacia  1300  estaba  partido  el  señorío  del  castillo  de  Tariego,  pues 
pretendían  tener  una  cuarta  parte  de  él  Alfonso  Martínez  y  Rodrigo  Alfonso  su 
hermano  vecinos  de  la  capital. 

42 


330  FALENCIA 


dulosos  campos  de  la  derecha,  cuyos  montes  de  enebros  y  ca- 
rrascas ha  reducido  á  yermos  páramos  la  imprudente  segur, 
dejando  expuestas  al  azote  del  alquilón  sus  mieses  y  viñedos, 
hallaríamos  multitud  de  pueblos  guarecidos  generalmente  en 
angostos  valles,  que  formaban  la  antigua  merindad  de  Cerrato 
incluida  casi  entre  el  Pisuerga,  Esgueva  y  Arlanza,  y  que  com- 
ponen ahora  el  distrito  de  Baltanas.  Vio  Baltanás  en  Abril 
de  1296  juntarse  las  huestes  del  infante  D.  Juan  y  del  de  Lara 
con  los  auxiliares  aragoneses  del  pretendiente  La  Cerda  y  for- 
marse contra  el  solio  de  un  rey  niño  el  nublado  que  conjuró  la 
varonil  ñrmeza  de  una  madre ;  combatióla  en  1 8  de  Setiembre 
de  1475  el  rey  de  Portugal  en  persona,  ganándola  para  su  so- 
brina la  Beltraneja  y  cogiendo  prisionero  al  conde  de  Benavente 
que  la  defendía;  y  aún  conserva  en  lo  alto  de  un  cerro  vestigios 
del  castillo  y  en  la  plaza  el  palacio  de  su  señor.  Algunas  leguas 
más  al  nordeste,  sobre  la  margen  del  Arlanza,  veríamos  á  Pa- 
lenzuela  con  sus  restos  de  murallas,  sus  dos  parroquias  y  los 
torreones  del  edificio  donde  en  1425  celebró  cortes  Juan  II;  á 
su  izquierda  á  Quintana  del  Puente  que  tomó  nombre  del  mag- 
nífico de  diez  y  ocho  arcos  que  atraviesa  el  mismo  río,  y  allí 
cerca  el  venerable  monasterio  benedictino  de  San  Salvador  del 
Moral.  Sin  ir  tan  lejos,  en  Hontoria  á  una  legua  de  Tariego 
encontraríamos  el  priorato  de  Santa  Colamba  dependiente  de 
San  Isidoro  de  Dueñas,  en  Villaviudas  un  palacio  señorial,  en 
Reinoso  otro  insigne  puente  sobre  el  Pisuerga,  en  Hornillos  las 
ruinas  de  un  castillo  donde  pasando  de  Torquemada  á  Peñafiel 
se  detuvo  en  1507  la  reina  D.*  Jqana.  Inclinando  un  poco  el 
rumbo  al  mediodía,  en  feraz  y  ameno  valle  se  nos  ofreciera  la 
populosa  Cevico  de  la  Torre,  y  más  adentro  junto  al  Esgueva 
Castrillo  de  D.  Juan,  villas  un  tiempo  de  poderosos  magnates 
cuya  mansión  todavía  subsiste,  la  segunda  cercada  de  foso  y 
construida  al  estilo  gótico  según  indicios  (1).  Pero  el  goce  y  el 


(i)    Pertenece  este  palacio  ó  más  bien  fortaleza  al  conde  de  Orgaz,  el  de  Cevico 


FALENCIA  331 

provecho  de  semejante  excursión  no  alcanzarían  con  mucho  á 
compensar  la  fatiga  de  las  tres  jornadas  al  menos  que  en  ella 
se  emplearan:  es  tan  deliciosa  la  calzada  que  seguimos  orillando 
el  Pisuerga,  para  dejarla  apenas  entrados!  está  tan  cerca,  á  la 
vista  casi,  la  curiosísima  fundación  del  rey  godo!  y  á  la  noche 
nos  brinda  Falencia  con  reposo  tan  justamente  deseado! 

Corría  ^el  año  décimo  tercio  desde  que  Recesvinto  había 
sido  llamado  á  compartir  el  trono  con  su  anciano  padre  y  el 
noveno  desde  que  reinaba  solo,  año  66 1  de  Cristo,  cuando  ha- 
bitaba aquella  ribera  el  piadoso  monarca,  ocupado  en  levantar 
al  Bautista  un  pequeño  pero  suntuoso  templo.  La  tradición  lo 
atribuye  al  cumplimiento  de  un  voto  ó  á  un  acto  de  gratitud 
por  haber  sanado  de  sus  dolores  nefríticos  en  el  saludable  ma- 
nantial, que  dio  el  nombre  de  Baños  al  lugar  no  poblado  toda- 
vía ;  y  añade  que  fué  en  ocasión  de  haber  vuelto  victorioso  de 
su  campaña  contra  los  vascones  y  derrotado  á  su  jefe  Froya  en 
batalla  campal  no  lejos  de  los  Firineos  (1).  Tenía  la  familia  de 
Chindasvinto  su  patrimonio  y  tal  vez  su  solar  en  aquella  tierra 
de  Campos ;  y  ya  encontramos  en  Gérticos,  hoy  Vamba,  la  pos- 
trera estancia  y  sepultura  del  hijo,  como  en  San  Román  de 
Hornija  la  del  padre.  Fero  la  fabrica  primitiva,  que  en  ambos 
puntos  se  ve  reedificada  y  que  sólo  puede"  apreciarse  allí  por 
escasos  fragmentos,  permanece  en  Baños  entera  ó  al  menos 
bastante  completa  para  estudiar  en  ella  el  tipo  de  las  construc- 
ciones propiamente  godas :  y  su  situación  fuera  del  lugar  y  su 
destino  de  cementerio  realzan  su  bien  conservada  vejez  con  el 
encanto  de  la  soledad  y  de  la  tristeza. 

Es  el  templo  de  reducidas  dimensiones  como  lo  eran  los  de 


de  la  Torre  al  de  Oñate,  el  de  Villaviudas  al  marqués  de  San  Vicente,  cuyo  era 
también  el  señorío  de  Hornillos,  y  al  duque  de  Abrantes  el  de  Baltanas. 

(i)  Expresa  estas  circunstancias  una  tabla  de  escritura  moderna  existente  en 
dicha  ermita,  que  trae  copiada  con  bastantes  errores  la  lápida  de  la  dedicación. 
De  este  alzamiento  de  los  vascones  apenas  indicado  por  el  Pacense,  del  sitio  de  Za- 
ragoza por  Froya  su  caudillo  y  de  su  vencimiento,  hablamos  brevemente  en  el 
tomo  de  Araj^óity  parte  2.*,  cap.  1 ,° 


332  FALENCIA 


SU  época  generalmente ;  la  obra  de  sillería,  con  varios  dibujos 
ó  signos  esparcidos  sin  orden  por  los  sillares,  que  no  parecen 
haber  tenido  más  objeto  que  el  ajuste  de  ellos  cuando  se  labra- 
ron. Al  cuerpo  de  la  iglesia  precedía  un  atrio  de  ocho  pies  hoy 
casi  derruido  (i):  el  arco  de  entrada  muestra  en  su  clave  una 
cruz  parecida  á  las  de  Malta,  cercada  de  una  orla  de  poco  relie- 
ve cuyo  estilo  preludia  el  bizantino,  y  más  arriba  se  nota  tapia- 
do un  ajimecillo  de  dos  arcos  que  se  reproduce  con  idénticas 
molduras  y  labores  en  el  muro  de  la  fachada,  y  recuerda  los  de 
Lino,  Naranco  y  Valdediós.  Una  singularidad  ofrece  este  monu- 
mento, y  es  el  arco  túmido  ó  reentrante,  vulgarmente  dicho  de 
herradura,  que  se  ha  creído  siempre  procedente  y  característico 
de  la  arquitectura  arábiga  y  por  ella  transmitido  al  arte  cristia- 
no; y  he  aquí  que  le  sorprendemos  desarrollado  ya  en  pleno 
siglo  VII,  en  el  último  confín  de  occidente.  Por  todas  partes  se 
marca  bien  visible,  en  la  puerta  principal,  en  las  cuatro  arcadas 
que  dividen  á  lo  largo  las  tres  naves,  en  la  embocadura  y  bó- 
veda de  la  capilla  mayor  y  en  la  ventana  abierta  en  el  fondo  de 
la  misma.  Ábside  ó  hemiciclo  no  lo  forma  la  cabecera,  sino  un 
cuerpo  rectangular  reforzado  por  estribos  en  sus  ángulos  exte- 
riores ;  y  si  las  naves  laterales  terminan  en  capillas,  harto  deja 
conocerse  que  son  adiciones  mucho  más  recientes  del  género 
ojival.  Las  columnas  monólitas,  los  capiteles  groseramente  cin- 
celados pero  tan  intactos  como  si  acabaran  de  desenterrarse, 
reteniendo  en  sus  dos  órdenes  de  follaje  cierto  sabor  de  los 
corintios,  no  alcanzan  á  acreditar  por  sí  solos  la  magnífica  idea 
que  del  templo  se  concibe  al  imaginarlo  revestido  todo  de  már- 
moles y  jaspes  de  diversos  colores,  cual  lo  describen  no  ya 
contemporáneas  sino  modernas  historias  (2).  Ha  desaparecido 


(i)  Habla  Ponz  de  un  pórtico  con  columnas  que  en  sus  días  se  conservaba 
bastante  arruinado,  y  de  algunos  letreros  árabes  que  no  supimos  encontrar  en  lo 
exterior  de  la  iglesia. 

(2)  Así  Morales,  Mariana  y  otros.  Sandoval  trae  una  exacta  y  minuciosa  des- 
cripción de  la  iglesia  tal  como  estaba  en  su  tiempo,  que  transcribimos  á  continua- 
ción en  cuanto  pueda  completar  la  nuestra :  «  Tiene  la  iglesia  dentro  ocho  pilares 


334  FALENCIA 

el  techo  que  era  indudablemente  de  madera,  con  varios  escudos 
ó  blasones  de  familia  pintados  en  tiempo  muy  posterior  debajo 
de  sus  tirantes ;  las  pequeñas  ventanas  ó  claraboyas  abiertas 
encima  de  los  arcos  carecen  de  labores ;  en  suma  se  recomienda 
más  el  conjunto  por  su  gracia  y  buena  distribución  que  por  su 
riqueza  (i). 

Tal  es  el  desconocido  santuario,  admirablemente  preservado 
no  sabemos  cómo,  de  la  devastación  universal  de  los  sarrace- 
nos, y  que  sirve  de  precioso  eslabón  entre  las  raras  antigüeda- 
des visigodas  descubiertas  en  Toledo  y  las  construcciones  astu- 
rianas del  siglo  IX.  Su  ornamentación  discrepa  apenas  de  la 


de  una  pieza  cada  uno,  de  piedra  mármol  y  pizarra,  de  tres  varas  de  alto  y  de  grue- 
so siete  palmos,  y  en  el  remate  unos  chapiteles  de  piedra  blanca  llena  de  lazos  y 
labores  sobre  que  cargan  los  arcos  del  edificio.  Tiene  el  cuerpo  de  la  iglesia  en 
largo  treinta  y  ocho  quartas  de  vara  y  de  ancho  cuarenta  y  siete.  Tiene  cinco  ca- 
pillas por  frente,  y  la  de  enmedio  es  la  mayor  y  Us  dos  últimas  colaterales  son 
más  bajas.  Está  edificada  en  cruz,  y  la  nave  que  cruza  entre  el  cuerpo  de  la  iglesia 
y  los  altares  tiene  noventa  quartas  de  largo  y  trece  palmos  de  ancho.  Tiene  el 
cuerpo  de  la  iglesia  ocho  claraboyas,  cuatro  en  cada  lado,  y  sobre  ellas  en  lo  alto 
de  la  pared  en  el  remate  della  y  de  los  tirantes  del  techo  hay  veinte  y  nueve  escu- 
dos de  armas  con  unas  medias  lunas  blancas  en  campo  roxo,  las  puntas  de  la  luna 
abaxo,  y  á  mano  izquierda  que  es  la  parte  del  evangelio  hay  trece  escudos  con  las 
mismas  armas  y  otros  diez  y  nueve  que  tienen  el  campo  azul  y  orla  colorada  con 
cinco  divisas  que  desde  abajo  parecen  flordelises  ó  hojas  de  higuera;  estas  armas 
se  devieron  pintar  muchos  años  después  de  la  fundación  de  la  iglesia.  Sobre  el 
arco  del  altar  mayor  está  un  crucifixo  antiguo,  y  sobre  la  cabeza  en  la  pared  del 
arco  está  una  piedra  de  cuatro  esquinas,  y  de  cada  una  de  ellas  sale  una  como  ca- 
beza de  perro,  y  en  la  frente  tiene  pintada  una  venera  y  por  la  parte  de  abaxo  una 
como  rosa  conforme  á  otras  que  están  en  el  edificio.» 

(i)  De  este  monumento,  casi  único  de  su  época,  del  cual  tuve  la  fortuna  de  ser 
el  primero  entre  los  modernos  en  ocuparme  antes  de  1864,  pues  de  los  antiguos 
y  especialmente  de  Sandoval,  como  acabamos  de  ver,  fué  bastante  conocido,  pu- 
blicó en  1872  una  extensa  monografía  el  Sr.  Rada  y  Delgado  en  su  Museo  de  anti- 
güedades, detallando  escrupulosamente  las  medidas  de  cada  parte  del  edificio. 
Entre  su  concienzudo  trabajo  y  este  sucinto,  al  cual  dispensa  honrosa  mención, 
reconociendo  que  no  me  permitía  ampliarlo  más  la  índole  de  la  obra,  hay  perfecta 
identidad  de  impresiones  y  juicios,  y  su  prolijo  examen  viene  á  confirmar  en  todos 
sus  extremos  el  que  encierran  estas  pocas  páginas.  Verdaderamente  no  advertí 
en  el  arco  de  ingreso  al  atrio  las  letras  arábigas,  que  copiadas  por  el  Sr.  Rada  é 
interpretadas  por  el  Sr.  Saavedra  dicen :  Baxir  ibn  C...  mi  confianza  es  Dios;  pero 
el  Baxir  ó  Beshr-ibn-Katten,  á  quien  las  refiere  aquél,  figuró  según  Al-Makkarí, 
como  cadí  de  Córdoba,  no  como  guerrero,  en  el  califado  de  Alhakem  1  (796-822) 
y  no  en  el  de  Alhakem  11  (961-976),  y  por  lo  mismo  mal  pudo  acompañar  las  vic- 
toriosas expediciones  de  Almanzor. 


FALENCIA  335 

empleada  más  tarde  en  las  obras  bizantinas  y  se  reduce  á  floro- 
nes de  seis  hojas,  que  en  guirnaldas  de  mayor  ó  menor  tamaño 
corren  á  lo  largo  de  la  cornisa  de  la  nave,  al  rededor  del  arco 
toral  y  por  el  friso  de  la  capilla  mayor.  Retablos  no  los  tiene, 
y  la  antigua  estatua  de  San  Juan,  más  oblonga  que  gruesa, 
labrada  en  mármol  y  como  de  media  vara,  que  se  veneraba  en 
el  altar,  se  ha  trasladado  á  la  parroquia  del  pueblo  dedicada  á 
San  Martín  (i).  Sólo  queda  sobre  el  arco  toral  mencionado, 
sostenida  por  cuatro  ménsulas  y  rodeada  de  veneras  y  estrellas 
espirales,  la  venerable  lápida  de  la  dedicación,  curioso  docu- 
mento histórico  al  par  que  literario,  con  que  el  rey  ofrece  en 
regulares  exámetros  al  Precursor  de  Cristo  aquel  eterno  obse- 
quio ^  aquel  tabernáculo  construido  de  su  propia  hacienda : 

Praecursor  Domini  mártir  Baptista  Joannes,     . 
Posside  constructam  in  aetemo  muñere  sedem, 
Quam  devotus  ego  rex  Rescisvintus,  amator 
Nominis  ipse  tui,  proprio  de  jure  dicavi, 
Tertio  post  decimum  regni  comes  inclitus  anno, 
Sexcentum  decies  era  nonagésima  nona  (2). 

Basta  cruzar  la  carretera  y  andar  media  hora  escasa  para 
trasladarse  de  la  orilla  del  Pisuerga  á  la  del  Carrión,  donde 
aparece  un  convento  de  religiosas  dominando  el  corto  pueblo 
y  el  fresco  valle  cuyo  señorío  tuvo  hasta  nuestros  días.  Llámase 
el  pueblo  Calabazanos ;  el  convento,  al  cual  había  precedido  un 
monasterio  de  benedictinos,  lo  fundó  para  monjas  clarisas  Doña 
Leonor,  hija  única  del  revoltoso  duque  de  Benavente  D.  Fadri- 


(i)  Observa  el  Sr.  Rada  en  dicha  efígie  vestigios  de  vivos  colores  y  doradura 
y  tradiciones  del  estilo  romano  en  los  cabellos,  barba  y  pliegues  del  manto  y  tú- 
nica, aunque  en  la  rigidez  de  las  piernas  y  desproporción  de  las  manos  se  nota  la 
decadencia  del  arte. 

(2)  La  inscripción  se  conserva  muy  legible,  aunque  ya  no  brillan  sobre  el  már- 
mol sus  caracteres  de  oro  tal  como  la  representan  algunas  relaciones.  El  último 
verso  embarazó  á  Morales  hallando  ociosa  para  el  sentido  la  palabra  decies^  defec- 
to que  Yepes  enmendó  leyendo  sexagies  decem.  Las  palabras  de  j>ropio  jure  indi- 
can según  la  más  acertada  interpretación  que  la  obra  la  costeó  Recesvinto  de  sus 
bienes  patrimoniales  y  no  de  los  del  estado. 


336  FALENCIA 


que  de  Castilla,  bastardo  que  fué  de  Enrique  II  y  tan  complica- 
do en  los  trastornos  de  la  menor  edad  del  III.  Casó  la  noble 
dama  con  el  adelantado  mayor  Pedro  Manrique  señor  de  Amus- 
co ;  y  al  enviudar  en  1 440,  cumpliendo  la  voluntad  de  su  mari- 
do, labró  aquel  retiro  para  consagrar  allí  al  Señor  el  resto  de 
sus  años,  que  llegaron  aún  á  treinta,  y  la  juventud  lozana  de 
dos  de  sus  hijas  (i).  No  es  que  date  también  de  entonces  la 
existencia  ni  aun  la  tal  cual  nombradía  de  aquel  villorrio,  que  ya 
en  1 43 1  lo  habían  ennoblecido  con  su  presencia  el  rey  D.  Juan  II 
y  la  reina  D.^  María,  asistiendo  en  calidad  de  padrinos  sin  corte 
ni  aparato  á  la  boda  que  celebraba  su  gran  privado  D.  Alvaro 
de  Luna  con  su  segunda  esposa  D.^  Juana  Pimentel,  hija  del 
conde  de  Benavente.  Desengañadas  del  mundo  ó  predestinadas 
al  claustro,  vestían  allí  generalmente  el  sayal  franciscano  seño- 
ras de  distinguida  alcurnia,  y  en  las  del  ilustre  apellido  de  Man- 
rique anduvo  casi  vinculada  por  mucho  tiempo  la  dignidad  de 
abadesa.  Sin  embargo  nada  de  aristocrático  y  mucho  menos 
de  feudal,  nada  del  feliz  período  arquitectónico  que  coincidió 
con  su  origen,  se  descubre  en  el  edificio  ni  en  su  humilde  y 
renovada  iglesia.  Una  ermita  fabricada  dentro  de  su  huerta  á 
San  Miguel,  y  la  solemnidad  con  que  se  le  festeja,  recuerdan 
el  furor  con  que  se  disponía  una  banda  de  comuneros  á  asaltar 
el  convento  en  odio  tal  vez  del  duque  de  Nájera  su  patrono, 
y  el  sobrenatural  auxilio  atribuido  al  santo  arcángel,  cuya  ima- 
gen se  creyó  ver  en  los  aires  rechazando  á  los  sacrilegos  inva- 
sores :  achaque  propio  de  las  pasiones  de  la  época,  en  que  cada 
bandería  proclamaba  tener  de  su  parte  el  favor  del  cielo. 

Al  revés  de  Calabazanos,  carece  de  historia  Villamuriel  si- 


«  (i)  Llamábanse  D.' María  y  D.'  Aldonza,  la  primera  de  las  cuales  había  sido 
desposada,  y  ambas  yacen  dentro  de  un  arco  del  coro  bajo  á  mano  izquierda,  jun- 
to á  su  madre  que  tiene  bulto  de  alabastro  y  murió  religiosa  según  el  epitafio 
en  7  de  Setiembre  de  1470.  La  fundación  de  este  convento  de  Calabazanos,  no 
realizada  hasta  entonces,  la  había  dispuesto  ya  por  testamento  en  1381  Diego 
Gómez  Manrique,  suegro  de  la  fundadora,  mandando  que  fuesen  las  monjas  hasta 
cuarenta  de  velo  negro  y  mujeres  de  buen  lugar. 


P  A  L  E  N  C  I  A 


tuada  enfrente  al  otro  lado  del  Carrión,  pero  en  cambio  puede 
figurar  su  parroquia  entre  los  más  insignes  monumentos.  Sólo 


VILLAMURIEL.— EiTERiOR  d 


se  sabe  de  su  pasado  que  antes  de  pertenecer  al  obispo  de  Par 
lencia  fué  iglesia  de  los  caballeros  del  Temple,  y  bien  se  le  co- 
noce en  la  gentileza  y  extraña  pompa  de  la  arquitectura.  Por 
cima  de  las  bajas  y  dispersas  casas  del  rústico  pueblo  descuella 


338  FALENCIA 

la  robusta  torre,  cuyo  último  cuerpo,  taladrado  de  arcos  y  co- 
ronado de  balaustres^  pirámides  y  globos,  parece  una  moderna 
cabeza  implantada  en  el  exhumado  tronco  de  una  antigua  y  co- 
losal estatua,  si  como  tal  imaginamos  la  construcción  bizantina 
con  sus  dobles  estribos  angulares  y  sus  dos  órdenes  de  venta- 
nas de  medio  punto,  flanqueadas  de  sutiles  columnas  y  distri- 
buidas de  dos  en  dos  según  la  idea  primitiva.  Más  allá  asoma  el 
octágono  cimborio,  que  ha  barnizado  de  rojizas  tintas  el  tiempo, 
y  en  cuyas  ventanas,  machones  y  canecillos  juega  la  luz  con  la 
sombra  pintorescamente.  Data  la  obra  de  la  época  en  que  lu- 
chaban entre  sí  el  arte  bizantino  y  el  ojival,  y  cada  uno  parece 
haberse  reservado  el  ornato  de  una  de  las  dos  portadas.  En  la 
lateral  domina  el  arco  semicircular,  bajo,  profundo,  decrecente 
en  sus  concéntricas  curvas,  vestido  de  hojas  de  parra  con  sus 
racimos  delicadamente  trepadas,  angrelado  en  su  intradós  con 
multiplicados  lóbulos  al  estilo  arábigo;  y  los  toscos  contrafuer- 
tes, los  bélicos  matacanes  y  un  torreoncillo  que  defiende  la  en- 
trada, completan  el  carácter  guerrero  y  sombrío  de  su  estruc- 
tura. En  la  principal  triunfa  la  ojiva,  si  bien  la  columna  que  di- 
vide sus  dos  arcos,  tapiado  uno  de  ellos,  pertenece  al  género 
anterior  por  su  grueso  y  por  el  follaje  de  su  capitel,  y  no  menos 
lo  recuerda  la  claraboya  superior  lobulada,  en  sustitución  de  la 
cual  no  sabemos  porqué  se  abrió  otra  moderna  más  abajo,  mu- 
tilando la  serie  de  arquitos  figurados  encima  de  la  puerta. 

Penetremos  en  el  templo :  allí  prevalece  la  gótica  esbeltez 
sobre  la  románica  gravedad.  La  nave  central  se  lahza  á  sober- 
bia altura  sobre  las  laterales,  cruza  en  aristas  planas  los  arcos 
de  su  bóveda,  desenvuelve  hasta  el  crucero  tres  rasgadas  ojivas 
sobre  haces  formados  de  doce  columnas.  Alumbran  el  crucero 
grandes  y  ricos  ajimeces,  y  en  el  centro  sobre  los  apuntados  arcos 
torales  y  sus  cuatro  pechinas  correspondientes  elévase  el  cim- 
borio, abriendo  por  sus  ocho  lados  doble  serie  de  ventanas  de 
medio  punto  con  columnitas  en  sus  jambas,  y  cerrándose  arriba 
en  forma  de  elegante  estrella.  Todo  es  allí  gentil,  peraltado, 


VILLAMUBIKL.  —  Fack> 


340  P  A  L  E  N  C  I  A 

piramidal;  y  los  mismos  muros,  negando  paso  al  espíritu  para 
rastrear  de  un  lado  y  otro,  parece  le  obligan  á  remontarse  al 
cielo. 

Una  legua  de  Falencia  lo  mismo  que  Villamuriel,  dista  Ma* 
gaz  situada  más  al  oriente,  villa  de  señorío  también  episcopal, 
registrando  desde  la  falda  de  un  alto  cerro,  que  guarnecen  res- 
tos de  castillo,  la  vega  fecundísima  del  Pisuerga.  Dióla  en  1122 
la  reina  Urraca  al  venerable  obispo  Pedro  de  Agen,  en  agrade- 
cimiento del  ardor  con  que  había  abrazado  su  causa  reprimien- 
do y  aniquilando  á  sus  enemigos  (i),  y  en  1138  confirmó  la 
donación  Alfonso  VIL  Eran  éstas  como  avanzadas  del  dominio 
temporal  que  sobre  la  ciudad  ejercía  en  parte  el  prelado;  y 
preparan  al  viajero,  que  vislumbra  ya  en  el  horizonte  las  torres 
de  Palencia,  á  encontrar  en  su  aspecto  como  en  su  historia  algo 
de  aquellas  viejas  ciudades  alemanas  y  flamencas,  en  que  re- 
unidos en  uno  ambos  poderes,  se  enlazaba  el  báculo  con  la  espa- 
da y  el  alcázar  se  agrupaba  con  la  catedral. 


(i)  Son  muy  expresivos  los  términos  de  esta  donación  que  existe  en  el  archi- 
vo de  la  catedral  de  Palencia :  Quia  erga  me  fidelitatem  semper  servavit^  diligentes 
me  dilexiU  odientes  me  odivit,  quosdam  eiiam  adversarios  honorem  meum  inguie- 
tafites  viriliter  expugnavH.,,  conculcavit  el  ad  nihilum  redegii. 


de  una  vez  habría  desconocido  su  transformado  semblante.  Sabe 
Dios  cuántos  llevaba  ya  de  estar  allí  sentada,  antes  que  creciera 
hasta  el  punto  de  llegar  á  ser  la  metrópoli  de  los  vacceos  y  el 
asilo  de  los  comarcanos  para  defender  su  independencia  contra 
los  procónsules  de  Roma:  no  es  menester  por  esto  buscarle  por 
fundadores  una  diosa  ó  un  rey  imaginario,  como  han  intentado 
pseudos-eruditos  en  sus  ficciones  harto  más  absurdas  y  harto 


342  FALENCIA 

menos  graciosas  que  las  populares  (x).  Sin  embargo,  no  puede 
menos  de  observarse  que  el  nombre  de  Pallantia  con  que  la 
designan  los  antiguos,  tiene  más  de  griego  que  de  céltico  ó  in- 
dígena; y  si  estuviera  más  cercana  al  mar,  se  la  tomaría  por 
una  de  aquellas  colonias  helénicas  que  poblaron  las  costas  del 
Mediterráneo. 

Pero  aunque  extranjera  al  parecer  en  el  nombre,  se  acreditó 
bien  de  española  en  amar  y  mantener  su  libertad.  Sin  haber 
sonado  en  las  querellas  con  que  cartagineses  y  romanos  ayuda- 
dos de  los  incautos  naturales  se  disputaban  el  derecho  de  sub- 
yugarlos, aparece  Falencia  por  primera  vez,  al  frente  de  la  lucha 
provocada  por  las  iniquidades  de  la  república  vencedora.  Ban- 
dadas de  pueblos  corrieron  á  guarecerse  dentro  de  sus  muros 
después  del  infortunio  de  Cauca  y  de  la  honrosa  capitulación  de 
Intercacia;  y  la  multitud  de  sus  defensores  junto  con  el  esclare- 
cido renombre  que  ya  gozaban  de  valerosos,  arredró  tanto  á  los 
enemigos  que  se  aconsejó  á  Lúculo  que  desistiese  de  cercarla. 
Obstinóse  en  la  empresa  el  avaro  cónsul,  menos  ávido  de  gloria 
que  de  las  riquezas  que  suponía  allí  guardadas ;  pero  las  salidas 
de  los  sitiados  y  las  incesantes  correrías  de  los  de  afuera,  jine- 
tes tan  osados  como  ligeros,  privaron  de  víveres  el  campo  sitia- 
dor, que  hubo  al  fin  de  retirarse  en  escuadrón  cerrado,  acosán- 
dole por  espacio  de  muchas  leguas  los  palentinos  hasta  las  már- 
genes del  Duero  (2). 

Sucedía  esto  el  año  603  de  la  fundación  de  Roma;  catorce 


(1)  Tales  son  las  etimologías  traídas  de  Palas  y  de  Palatuo,  rey  fabuloso,  sin 
que  tenga  más  fundamento  la  opinión  que  la  supone  fundada  por  Tubal  ó  Tarsis, 
á  menos  que  no  se  comprendan  bajo  esta  frase  todas  las  poblaciones  de  origen 
inmemorial. 

(3)  He  aquí  cómo  refiere  el  hecho  Apiano  Alejandrino :  Inde  Pallaniiam  iium 
est,  urbem  virtutis  fama  clariorem,  in  quam  etiam  plurimi con/ugerani,  Qua  de  cau- 
sa fuere  qui  Lucullum  admonerent  ut  inteniato  oppido  abscederei:  sed  homo  avarus 
ab  urbey  quam  locupletem  esse  inaudiverat^  non  ante  absirahi  poiuit,  quam  crebris 
Pallantinorum  equiium  incursibusfrumentari  prohibiius,  commeaius  inopia  labora- 
re ccepa,  Tum  demum  quadraio  agmine  exerciium  reduxiiy  urgentibus  etiam  a  iergo 
Pallantinis^  doñee  ad  Durium  /lumen  perventum  est.  Hinc  Pallantini  noctu  in  sua 
regressi  sunt,  Lucullus  vero  in  Turdetaniam  hiematum  concessit. 


FALENCIA  343 

más  adelante  se  repitió  la  prueba,  de  la  cual  debía  reportar  Fa- 
lencia mayor  victoria.  Acusada  de  haber  favorecido  con  vitua- 
llas á  los  heroicos  numantinos,  bien  que  inocente  de  la  menor 
violación  de  los  tratados,  vióse  circuida  otra  vez  por  las  legiones 
romanas  al  mando  del  cónsul  Emilio  Lépido,  quien  contra  razón 
y  justicia  y  hasta  contra  las  órdenes  terminantes  del  Senado,  se 
empeñó  en  destruir  la  floreciente  capital  de  los  vacceos.  Pro- 
longóse el  asedio,  y  á  pesar  de  los  ardides  de  los  sitiadores  y 
de  los  mentidos  triunfos  que  propalaban  para  someter  el  sa- 
queado país  (i),  halláronse  á  su  vez  sitiados  dentro  de  sus  trin- 
cheras y  apretados  de  los  rigores  del  hambre:  ya  no  eran  sólo 
los  caballos  sino  los  soldados  los  que  perecían  á  centenares  sin 
combate  y  sin  heridas.  Una  noche  hacia  la  última  vela  dase  de 
repente  la  orden  de  levantar  el  campo ;  apresuran  la  partida 
antes  de  que  amanezca  los  tribunos  y  centuriones;  quedan  aban- 
donados los  enfermos  y  heridos,  no  sin  abrazarlos  antes  sus 
compañeros,  rogándoles  que  no  se  descubran  con  sus  lamentos. 
Era  tan  confusa  y  sin  orden  la  retirada,  que  nada  le  faltaba 
apenas  para  ser  huida,  y  al  salir  en  su  persecución  los  palenti- 
nos degeneró  en  carnicería,  pereciendo  más  de  seis  mil  hombres 
al  fílo  de  sus  espadas.  Sólo  alguna  deidad  propicia  á  Roma  pudo 
retraer  á  sus  enemigos  de  completar  el  destrozo  entrada  ya  la 
noche,  cuando  escuálidos  y  desfallecidos  se  tendían  por  el  suelo 
los  orgullosos  legionarios,  invocando  la  muerte  á  trueque  de 
reposar  (2). 


(i)  Cuenta  el  mismo  Apiano  que  hallándose  Flaco  cercado  de  enemigos  en 
una  de  sus  expediciones  para  traer  bastimentos  al  campo,  echó  la  voz  de  que  Fa- 
lencia había  sido  ya  tomada,  prorrumpiendo  los  suyos  en  gritos  de  júbilo  con  los 
cuales  los  crédulos  vacceos  se  dispersaron. 

(2)  No  describimos  aquí  con  épicos  rasgos  un  cuadro  de  fantasía,  sino  que 
traducimos  casi  á  la  letra  la  relación  de  Apiano,  tan  circunstanciada,  tan  bella, 
tan  gloriosa  á  los  palentinos  y  tan  por  cima  extractada  en  nuestras  historias,  que 
no  podemos  menos  de  insertar  entero  este  pasaje  en  su  versión  latina :  Sed  Pa- 
llantios  obsidio  diuiius  protrahebaiur,  et  Jam  deficieniibus  cibis  f ames  Romanos  affli- 
gebat,  Jamque  Jumenta  omnia  perierani^  atque  ex  ipsis  etiam  viris  multi  inopia  mo- 
riebantur,  Et  imperatores  quidem  A£milius  et  Brutus  diu  nihil  non  constanter 
Pertulerunt,  sed  tándem  malis  cederé  coactij  repente  nocíu  circiter  ultimam  vigiliam 


344  P  A  L  E  N  C  I  A 

Con  tan  alto  ejemplo  se  reanimó  el  espíritu  de  la  antigua 
España ;  Numancia,  no  hallándose  ya  sola,  se  afirmó  más  en  su 
gloriosa  resistencia,  y  abriéronse  á  los  belicosos  arévacos  las 
fértiles  llanuras  vacceas  suministrándoles  copiosas  provisiones. 
Tres  años  después  acercóse  á  Falencia  el  grande  Escipión  para 
castigarla  de  la  noble  complicidad  que  esta  vez  no  rehusaba; 
pero  no  fué  mucho  más  afortunado  que  sus  antecesores.  Sus 
hazañas  se  redujeron  á  salvar  cuatro  escuadrones  de  caballería 
del  aprieto  en  que  les  había  metido  su  tribuno  Rutilio  Rufo  en 
el  desigual  territorio  de  Complanio,  donde  al  amparo  de  los 
cerros  los  acribillaban  los  palentinos,  y  á  esquivar  con  hábiles 
maniobras  la  batalla  hasta  sacarlos  á  la  llanura.  Con  igual  des- 
treza previno  otra  emboscada  que  se  le  tendía  al  paso  de  un  río 
pantanoso  y  de  difícil  vado,  tal  vez  el  Pisuerga;  y  por  camino 
más  largo  y  menos  expuesto,  burlando  con  nocturnas  marchas 
la  fuerza  del  calor,  y  abriendo  pozos  cuyas  aguas  generalmente 
amargas  no  alcanzaban  á  apagar  la  sed,  se  juzgó  feliz  con  haber 
salido  de  aquella  ominosa  tierra  sin  más  pérdida  que  la  de  nu- 
merosos caballos. 

Ignoramos  si  á  menor  costa  que  la  de  su  libertad  logró  evi- 
tar Falencia  la  trágica  suerte  de  Numancia ;  de  todas  maneras 
no  pasó  medio  siglo  sin  que  saludara  su  restauración  bajo  los 
auspicios  de  Quinto  Sertorio,  ó  siquiera  un  simulacro  de  ella 
vestido  con  el  traje  romano.  Adicta  con  entusiasmo  al  emanci- 
pador de  España,  sin  arredrarse  en  sus  últimos  reveses  por  la 
rendición  de  otras  ciudades,  cerró  las  puertas  á  Fompeyo,  y 
preparóse  por  tercera  ó  cuarta  vez  á  sufrir  las  calamidades  de 
un  sitio.  Tras  de  asaltos  repetidos,  hincáronse  estacas  en  los 


díscessum  denunciante  tribunique  militum  ac  primipili  discurrentes  singulos  ad 
discedendum  ante  lucem  urgebant.  Cum  igitur  omnia  iurbulenier  gerebani,  ium  vero 
saucios  ei  cegrotos  deserebant,  ampiecientes  et  ne  se  proderent  orantes.  Eos  iia  con- 
fusis  ordinibus  abeuntes  ac  tantum  non  fugtentes,  insecuii  Pallaniini  infestantesque 
á  mane  usque  ad  vesperam  multis  deirtmentis  affecerunt.  Tamdem  ingruenie  nocte 
Romani /ame  laboreque  confecii passim  ui  res  /erebat  in  campis  humum  sepro/ece- 
runtj  ei  Pallaniini,  numine  aliquo  eos  averíente,  ad  sua  regressi  sunt. 


FALENCIA  345 

muros  para  minarlos,  y  ya  veía  inminente  la  hora  de  su  caída, 
cuando  á  la  noticia  de  la  aproximación  de  Sertorio  levantaron 
precipitadamente  el  campo  los  enemigos,  prendiendo  antes 
fuego  á  las  estacas  para  destruir  lo  que  no  habían  podido  tomar. 
Las  brechas  abiertas  por  el  incendio  fácilmente  las  reparó  á  su 
vuelta  Sertorio,  acogido  con  gozosos  vítores  por  los  libertados; 
mas  no  así  pudo  llenarse  el  hueco  que  en  breve  dejó  á  los  es- 
pañoles la  violenta  muerte  del  caudillo  en  quien  cifraban  su 
postrer  esperanza.  De  los  últimos  en  someterse  fueron  los 
vacceos  con  su  metrópoli,  después  de  haber  vencido  aún  junto 
á  Clunía  á  Cecilio  Mételo  en  el  afio  700  de  Roma;  y  ni  la  misma 
servidumbre  bastó  de  pronto  á  procurarles  la  paz,  que  turbaban 
á  menudo  con  sus  incursiones  los  belicosos  cántabros  hasta  su 
completa  reducción  por  Augusto. 

Aunque  no  mereció  Falencia  de  sus  dominadores  ningún 
título  ni  distinción  especial,  conservó  no  obstante  el  rango  debi- 
do á  su  importancia  y  á  sus  gloriosos  recuerdos.  Nómbrala  To- 
lomeo  entre  las  ciudades  vacceas  (i),  señálala  por  mansión  el 
itinerario  de  Antonino  en  el  camino  de  Astorga  á  Tarragona  y 
á  las  Galias,  Plinio  la  cita  por  una  de  las  cuatro  principales  de 
aquella  región,  y  Mela  la  designa  juntamente  con  Numancia 
como  las  dos  más  esclarecidas  de  la  provincia  Tarraconense  de 
las  metidas  tierra  adentro,  si  bien  confiesa  que  ya  en  su  tiempo 
la  superaba  en  esplendor  Zaragoza.  Que  era  vasto  su  recinto  lo 
indican  las  poblaciones  en  masa  de  los  contornos,  que  en  él  se 
encerraron  con  sus  riquezas  burlando  la  rapacidad  de  Lúculo; 
que  era  fuerte  lo  demuestran  los  repetidos  cercos  que  siempre 
con  éxito  sostuvo,  á  pesar  de  que  su  situación  no  favoreciese 
mucho  la  defensa.  Extendíase  por  una  y  otra  orilla  del  Carrión, 
y  no  como  ahora  sobre  la  izquierda,  según  comprueban  los  ras- 


(1)  Yerran  notoriamente  Estrabón  y  San  Isidoro  al  situar  á  Falencia,  el  pri- 
mero en  el  país  de  los  arévacos  y  el  segundo  en  el  de  los  celtíberos.  Pertenecía 
la  ciudad  al  convento  jurídico  de  Clunia,  y  no  era  cabeza  de  prefectura  como  su- 
pone Pulgar. 

44 


346  FALENCIA 


tros  de  ediñcios  que  á  gran  distancia  se  han  descubierto;  de 
monumentos  romanos  ni  aun  memoria  le  queda,  á  excepción  de 
alguna  lápida  sepulcral  incrustada  en  sus  actuales  muros  (i). 

Después  de  cuatro  siglos  de  silencio,  que  lo  fueron  de  paz 
seguramente,  vuelve  á  aparecer  su  nombre  en  los  últimos  tiem- 
pos del  Imperio  para  mezclarse  con  los  trastornos  é  infortunios 
que  acompañaron  á  su  caída.  Palentinos  eran  en  opinión  de  mu- 
chos aquellos  dos  nobles  hermanos  mancebos,  Dídimo  y  Veri- 
niano,  que  sosteniendo  en  la  península  la  vacilante  autoridad 
del  emperador  Honorio,  con  quien  alguno  les  atribuye  paren- 
tesco, cerraron  durante  tres  años  el  paso  de  los  Pirineos  al  in 
truso  Constantino,  aclamado  tumultuariamente  en  la  gran  Bre- 
taña y  en  las  Galias,  y  confederado  con  hordas  innumerables  de 
vándalos  y  suevos  codiciosas  de  botín  y  sedientas  de  matanza. 
No  secundó  la  fortuna  su  lealtad,  pues  vencido  ó  abrumado  por 
el  número  el  corto  ejército  de  sus  servidores,  fueron  conducidos 
á  presencia  de  Constante  hijo  del  tirano,  que  había  trocado  el 
hábito  de  monje  con  la  púrpura  de  cesar,  y  por  supuestas  cul- 
pas degollados  en  Aries  con  sus  jóvenes  esposas,  mientras  que 
otros  dos  hermanos  suyos,  Teodosíolo  y  Lagodio,  salvaban  sus 
vidas  refugiándose  cuál  á  Italia  y  cuál  al  Oriente.  Roto  una  vez 
el  dique,  se  precipitaron  los  bárbaros  auxiliares  del  usurpador 
dentro  de  España  que  por  recompensa  de  su  victoria  se  les 
abandonó,  y  no  detuvieron  su  marcha  asoladora  hasta  los  cam- 
pos de  Palencia,  donde  sea  por  la  fertilidad  del  país,  sea  en 
odio  de  la  patria  de  aquellos  héroes,  cebaron  su  furia  con  mayor 
estrago  (2). 


( 1 )  Tal  es  la  que  se  ve  á  la  derecha  de  la  puerta  del  Mercado,  bien  conservada 
y  partida  perpcndicularmente  en  dos  mitades,  en  una  de  las  cuales  se  lee:  D.  A/. 
— Pomj>ejo  Severo  an.  XXXXI  po,  (posuit)  Cornelia,..  Lo  demás  es  ilegible,  como  la 
otra  inscripción  que  hay  al  opuesto  lado  de  la  puerta;  ambas  llevan  en  su  parte 
superior  é  inferior  adornos  rudos  y  sencillos.  Méndez  Silva  refiere  que  en  1522 
se  halló  en  un  edificio  arruinado  cierta  pila  de  piedra  de  la  época  de  Pompeyo  el 
grande  con  doce  mil  monedas  de  metal. 

(2)  Para  ilustrar  este  punto  tan  importante  como  oscuro  de  nuestra  historia, 
debe  consultarse  ante  todo  la  relación  de  Paulo  Ürosio,  español  y  contemporáneo 


P  A  L  E  N  C  I  A  347 


Vinieron  entonces  sobre  la  península  aquellos  días  pavoro- 
sos, de  408  á  410,  en  que  segaban  víctimas  á  porfía  el  hambre, 
la  peste  y  la  espada;  en  que  las  madres  devoraban  á  sus  pro- 
pios hijos;  en  que,  acostumbradas  al  pasto  de  los  cadáveres,  las 
ñeras  penetraban  en  las  devastadas  poblaciones  para  lanzarse 
sobre  los  pálidos  vivientes  (i);  mas  en  breve  se  espantaron  de 
su  obra  los  invasores,  y  antes  por  su  provecho  que  por  lástima 
de  los  vencidos  les  llamaron  á  reparar  mediante  tributo  las  talas 
de  los  campos  y  las  ruinas  de  las  ciudades.  Repartidas  entre  sí 
por  suerte  las  provincias,  cupo  á  los  alanos  la  Cartaginense 
dentro  de  cuyos  límites  caía  Falencia :  si  la  recobraron  más  ade- 
lante los  imperiales  que  con  el  auxilio  de  Walia  los  destrocaron, 
ó  sí  pasó  á  los  vándalos  en  quienes  se  refundieron  los  restos  de 


del  hecho,  quien  lo  cuenta  así :  Mtssit  vero  (Constantinus  tyrannus)  m  liispaniam 
judices,  quos  cum  provincice  obedienier  accepissent^  dúo  fratresj'uvenes  vobiles  ac 
iocupletes,  Dydímus  et  Verinianus^  non  assumpsere  ne  adversus  iyrannum  guidem 
lyrannidem,  sed  imperalori justo  adversus  iyrannum  et  barbaros  iueri sese patriam- 
gue  suam  moliti  sunt.,.  Hi  vero  plurimo  tempore  servulos  iantum  suos  ex  propriis 
prcediis  colligentes  ac  vernaculis  alentes  sumptibus ,  nec  dissimulato  proposito, 
absgue  cvjusguam  inquietudine^  ad  Pyrenai  claustra  tendebant.  Adversus  hos  Cuns- 
tantinus  Constantem  fílium  suum  ¡proh  dolor !  ex  monacho  Ccesarem  factum^  cum 
barbaris  guibusdam  gui  guondam  in  /cedus  recepti  atgue  in  militiam  allecti  Hono- 
riaci  vocabantur^  in  Htspanias  missii.  Hinc  apud  Hispanias  prima  mali  labes :  nam 
interjectis  illis  fratribus  gui  tutari  prívalo  prxsidio  Pyrenoei  alpes  moliebanlur^  his 
barbaris  guasi  in  pretium  victoria  primum  prcedandi  tn  Palatinis  campis  licentia 
data^  dehinc  supradicli  montis  clauslrorumgue  ejus  cura  permissa  est,  remota  rus- 
ticanorum  Jideli  et  uiiíi  custodia.  Todo  el  fundamento  para  referir  á  Palcncia  este 
suceso  estriba  en  la  voz  Palatinis^  que  en  antiguas  ediciones  afirman  se  leía  Pa- 
lenlinis^  bien  que  en  ninguna  hemos  visto  tal  cosa;  mas  aun  así,  causa  extrañeza, 
como  ya  observó  Morales,  que  una  ciudad  tan  apartada  de  los  Pirineos  tuviese 
confiada  la  custodia  de  ellos,  y  es  absurdo  que  el  saqueo  de  sus  campos  precedie- 
ra á  la  ocupación  de  aquel  paso  por  los  bárbaros  del  norte.  San  Isidoro  escribe 
que  Veriniano  y  Dídimo  eran  romanos  y  que  duró  tres  años  la  resistencia.  Que 
eran  parientes  de  Honorio,  que  fueron  muertos  con  sus  esposas  y  que  sus  herma- 
nos huyeron,  lo  refiere  Nicéforo,  añadiendo  que  la  batalla  en  que  fueron  vencidos 
por  Constante  se  dio  dentro  de  Lusitania,  lo  cual  conviene  mejor  con  la  situación 
de  Falencia.  Marco  Antonio  Sabéllico,  escritor  de  la  época  del  renacimiento  á  prin- 
cipios del  XVI,  que  da  por  Palentinos  á  los  dos  caudillos  llamándolos  Dindimo  y 
Severiano,  dice  que  los  bárbaros  extendieron  sus  estragos  desde  el  Pireneo  hasta 
el  Occéano  y  que  después  de  asolar  á  Falencia,  tomaron  á  Astorga,  atacaron  inútil- 
mente á  Toledo,  y  mediante  una  fuerte  suma  de  dinero  perdonaron  á  Lisboa.  La 
narración  del  arzobispo  D.  Rodrigo  adolece  de  bastantes  anacronismos. 
(i)    Palabras  casi  textuales  de  San  Isidoro  en  su  Historia  de  los  vándalos. 


348  FALENCIA 


aquella  gente,  no  tenemos  datos  bastantes  para  decidirlo.  De 
estos  conflictos  violentos  y  de  la  funesta  vecindad  de  los  suevos 
establecidos  en  Galicia  reportó  continuos  daños  la  ciudad,  no 
tantos  empero  como  de  las  bandas  aventureras  del  visogodo 
Teodorico,  que  só  color  de  servir  á  los  romanos  y  de  perseguir 
á  sus  enemigos,  desolaron  en  la  primavera  de  457  toda  la  re- 
gión occidental.  Falencia,  dice  Idacio,  pereció  con  catástrofe  se- 
mejante á  la  de  Astorga,  y  lo  mismo  que  allá  fueron  saqueados 
los  templos,  y  derribados  los  altares,  é  incendiadas  las  casas,  y 
sometidos  á  esclavitud  sin  diferencia  de  sexo  los  que  por  más 
débiles  perdonó  la  cuchilla. 

Florecía  allí  desde  su  origen  el  catolicismo,  si  bien  no  son 
conocidos  los  apóstoles  que  sembraron  su  germen  en  aquel 
suelo,  ni  los  mártires  que  durante  el  rigor  de  las  persecuciones 
lo  regarían  con  su  sangre.  Sin  lisonja  puede  remontarse  á  los 
primitivos  tiempos  la  institución  de  su  silla  episcopal,  que  no 
debía  carecer  de  pastor  la  dilatada  y  populosa  región  de  los 
vacceos,  ni  en  toda  ella  se  levantaba  otra  población  alguna 
adornada  con  semejante  prerrogativa  ó  siquiera  capaz  de  dis- 
putársela á  Falencia.  Fero  desde  fines  del  siglo  iv  cundía  lozana 
por  aquellos  campos,  procedente  de  Galicia,  la  cizaña  de  Pris- 
ciliano,  persona  en  quien  parecían  haberse  reunido  toda  clase 
de  seducciones  como  los  elementos  de  todas  las  herejías  en  su 
sistema,  y  cuyo  suplicio  ejecutado  en  Tréveris  por  sentencia 
imperial  no  había  logrado  sino  trocar  en  culto  la  adhesión  de 
sus  sectarios.  Supersticiones  del  paganismo  mal  extirpadas  so- 
bre el  hado  de  las  estrellas  y  la  lucha  de  los  dos  principios, 
libros  apócrifos  difundidos  como  apostólicos  entre  el  vulgo, 
austeras  apariencias  de  misticismo  que  encubrían  á  lo  que  se 
dice  nefandos  misterios  de  lubricidad,  grande  aparato  de  ciencia 
teológica  y  de  letras  humanas,  atraían  hacia  la  nueva  doctrina 
á  hombres  y  mujeres,  á  nobles  y  plebeyos,  á  legos  y  sacerdo- 
tes ;  y  muchos  de  los  prelados,  cuando  no  por  secreta  simpatía, 
por  temor  de  mayores  daños  contemporizaban  con  el  error.  Sin 


FALENCIA  349 


la  incansable  solicitud  del  santo  obispo  de  Astorga  Toribio, 
extendida  no  sólo  á  las  diócesis  comarcanas  sino  á  toda  la  pe- 
nínsula, y  sin  el  concilio  reunido  en  447  por  orden  del  pontífice 
San  León,  la  España  se  hubiera  admirado  de  hallarse  de  una 
vez  priscilianista ;  mas  á  pesar  del  remedio  todavía  en  el  siglo  vi 
era  amada  y  bendecida  en  Falencia  la  memoria  del  infeliz  here- 
siarca.  Incrépalo  en  530  á  los  palentinos,  felicitándoles  al  mismo 
tiempo  de  no  imitar  sus  obras.  Montano  arzobispo  de  Toledo, 
á  cuya  metrópoli  se  habían  agregado  desde  la  nueva  división 
de  provincias  desmembrándose  de  la  de  Tarragona;  y  con  el 
mismo  objeto  escribe  á  otro  Toribio  de  grande  celo  y  no  menor 
influencia,  que  antes  de  vestir  el  traje  monástico  parece  haber 
desempeñado  ilustres  dargos  en  el  país  (i).  Cuéntase  que  uno 
de  los  dos  Toribios,  se  disputa  si  el  obispo  del  siglo  v  ó  el 
monje  del  siglo  vi,  hallando  rebeldes  á  la  voz  de  la  verdad  los 
corazones,  subióse  á  una  altura,  y  levantadas  las  manos  al  cielo 
para  aterrarlos  con  el  castigo,  hizo  salir  de  madre  las  aguas 
del  río  y  dilatarse  con  general  estrago  sobre  la  ciudad  prevari- 
cadora (2).  Esta  tradición,  de  escaso  fundamento  y  no  muy  an- 


(i)  Han  pretendido  algunos  sin  bastantes  pruebas,  que  este  segundo  Toribio 
era  también  obispo :  San  Ildefonso  le  califíca  de  monje,  y  Montano  en  la  carta  que 
le  escribe  elogia  altamente  su  cristiana  solicitud,  que  había  manifestado  cuando 
en  el  siglo  florecía  ocupado  en  los  negocios  del  mundo,  extirpando  en  Falencia 
el  error  de  la  idolatría  y  la  secta  vergonzosa  de  los  priscilianistas.  En  esta  segun- 
da carta  se  refiere  Montano  no  sin  oscuridad  á  alguna  elección  ó  consagración  de 
obispo  hecha  contra  los  cánones,  pues  dice  haber  concedido  al  inválidamente 
electo  los  municipios  de  Segovia,  Britablo  y  Cauca  durante  su  vida,  no  por  dere- 
cho sino  por  contemplación  á  su  dignidad.  En  la  primera  dirigida  al  clero  palen- 
tino reprende  que  simples  presbíteros  se  atrevieran  á  consagrar  el  crisma  y  que 
fuesen  llamados  para  la  consagración  de  las  basílicas  obispos  de  fuera  de  la  me- 
trópoli, indicando  que  la  sede  de  Falencia  estaba  á  la  sazón  vacante  por  aquellas 
palabras  que  arguyen  la  antigüedad  de  la  misma :  doñee  consueius  vobis  d  Domino 
prceparatur  antisies. 

(2)  Este  castigo,  poco  conforme  con  el  espíritu  del  evangelio  y  con  los  medios 
de  que  se  valió  la  Providencia  para  su  propagación,  no  consta  según  confiesa 
Pulgar  en  el  antiguo  breviario  de  Falencia,  y  hasta  en  las  lecciones  modernas  del 
santo  no  se  menciona  sino  en  términos  muy  lacónicos,  sin  tantas  circunstancias 
supuestas  y  disputadas  sobre  la  época,  extensión  y  resultados  de  la  castástrofe, 
de  la  cual  no  temen  derivar  algunos  la  ruina  de  Falencia  hasta  los  tiempos  de 
Sancho  el  Mayor,  olvidándose  de  que  bajo  los  reyes  godos  siguió  floreciendo  su 


i 


350  FALENCIA 

tigua  data,  pudo  nacer  del  confuso  recuerdo  de  alguna  avenida 
extraordinaria,  que  enlazándose  con  el  de  las  turbaciones  reli- 
giosas, se  grabara  hondamente  en  la  imaginación  del  pueblo 
como  un  formidable  ejemplo  de  la  cólera  divina. 

La  oscuridad  pesa  sobre  los  prelados  de  aquella  afligida 
iglesia  (i),  hasta  que  durante  la  monarquía  goda  aparecen  dis- 
tintamente con  sus  nombres  en  los  concilios  de  Toledo.  En  el 
tercero,  afio  589,  abjuró  Maurila  el  arrianismo  juntamente  con 
el  rey  Recaredo  y  sus  magnates  y  con  otros  obispos  impuestos 
por  Leovigildo;  en  los  de  610,  633,  636  y  638  asistió  el  grave 
y  elocuente  Conancio,  como  le  titula  San  Ildefonso,  autor  de 
muchas  nuevas  melodías  musicales  y  de  un  libro  de  oraciones 
sobre  los  salmos,  quien  por  más  de  treinta  afios  ocupó  digna- 
mente su  silla  y  mereció  tener  por  discípulo  en  la  doctrina  espi- 
ritual á  San  Fructuoso,  obispo  de  Braga.  Al  octavo  concilio 
acudió  Ascarico  en  653;  al  undécimo,  duodécimo,  decimotercio 
y  decimoquinto  Concordio  de  675  á  688;  al  decimosexto  en  693 
Baroaldo,  á  quien  acaso  tocó  ver  la  ruina  de  su  diócesis  asolada 
por  los  conquistadores  sarracenos. 

Grande  fué  á  la  sazón  el  exterminio  de  la  ciudad,  ora  la 
destruyeran  en  su  primer  ímpetu  los  infieles,  ora  acabase  de 
arrasarla  Alfonso  I  al  reducir  á  yermo  los  Campos  Góticos, 
viéndose  incapaz  de  conservarla  á  tanta  distancia  de  sus  fron- 


silla  episcopal.  No  es  menester  semejante  historia  para  explicar  la  solemne  pro- 
cesión y  el  antiguo  voto  con  que  la  iglesia  palentina  aclama  á  Santo  Toribio  por 
patrón  y  restaurador  de  su  fe. 

(i)  Algunos  como  Pulgar  y  Flórez  han  tenido  por  obispo  de  Falencia  á  San 
Pastor,  de  quien  dicen  los  martirologios  fué  esclarecido  en  Orleans,  y  Genadio 
añade  que  compuso  un  pequeño  tratado  á  manera  de  símbolo  contra  los  priscilia- 
nistas.  El  título  que  se  le  da  de  obispo  palatino  lo  interpretan  por  palentino,  auto- 
rizados con  el  ejemplo  de  algunos  códices  de  los  concilios  toledanos,  explicando 
su  residencia  en  Francia  por  los  trastornos  y  persecuciones  de  los  tiempos,  y 
hasta  sospechando  si  sería  uno  de  los  dos  prelados  que  en  45 7  Teodorico  se  llevó 
de  Astorga  prisioneros.  En  igual  interpretación  se  fundan  de  acuerdo  con  los  eru- 
ditos Marca  y  Baluze,  para  referir  á  la  misma  sede  el  episcopado  de  Pedro,  que  en 
el  concilio  de  Agda  de  «joó,  firma  episcopus  de  Palaíio^  y  que  se  hallaría  tal  vez 
en  la  Galia  Narbonense  siguiendo  la  corte  del  rey  Alarico. 


P  A  L  E  N  C  I  A  351 


teras.  Sólo  una  vez  figura  en  los  anales  arábigos  el  nombre  de 
Balancia  (i),  citada  en  la  división  de  provincias  que  precedió  á 
la  fundación  del  imperio  de  los  Omíadas  en  Córdoba,  é  incluida, 
como  Osma,  Cauca  y  Clunia,  en  la  segunda  que  era  la  de  To- 
ledo ó  antigua  Cartaginense.  Si  algún  obispo,  según  se  afirma 
con  dudosos  datos,  llevó  el  título  de  aquella  sede  durante  su 
calamitosa  servidumbre,  debió  ser  meramente  auxiliar,  á  fin  de 
conservar  en  la  pequeña  corte  de  Asturias  con  otras  dignida- 
des de  la  misma  especie,  un  recuerdo  á  la  vez  que  una  esperan- 
za (2).  ¿Por  qué  no  la  restauró  Alfonso  III,  el  que  levantó  de 
sus  ruinas  aun  más  allá  del  Duero  tantas  poblaciones  desiertas, 
el  colonizador  de  los  Campos  Góticos,  el  repoblador  de  Zamo- 
ra, Dueñas  y  Simancas?  ¿Por  qué  permaneció  aletargada  y  casi 
muerta  todo  el  siglo  x,   sin  reanimarse  con  las  victorias  de  Or- 
doño  II  y  de  Ramiro  II,  y  sin  temblar  de  espanto  ante  la  cimi- 
tarra de  Almanzor?  Expliqúese  como  se  quiera,  su  largo  aban- 
dono es  cierto,  y  sin  duda  se  daba  ya  por  perpetuo,  cuando  en 
el  reinado  de  Alfonso  V  los  obispos  confinantes,  de  Burgos  y 
de  León,  dividieron   entre  sí  por  suertes  el   territorio  palen- 
tino (3). 

Una  leyenda  muy  semejante  á  la  de  San  Juan  de  la  Peña  y 
á  la  de  San  Antolín  de  Bedón  (4)  acompaña  á  la  restauración 
de  Palencia,  ó  al  menos  á  la  del  templo  por  el  cual  empezó; 
pero  no  son  esta  vez  tradiciones  locales  ú  oscuras  crónicas  de 


(i)    Así  la  nombraban  los  árabes,  cambiando  como  suelen  la  P  en  B. 

(2)  En  el  concilio,  de  controvertida  autenticidad,  reunido  en  Oviedo  año  de  8  i  i 
para  someter  á  esta  silla  las  nuevamente  creadas  y  por  crear,  entre  las  cuales  se 
menciona  la  de  que  tratamos,  suscribe  con  otros  nueve  obispos  Abundancio  de 
Palencia.  Sandoval  y  Argáiz  citan  varias  escrituras  del  937  al  950  firmadas  por 
Juliano,  obispo  también  palentino.  Á  esto  se  opone  la  aserción  de  Fernando  I  en 
su  privilegio,  de  que  Palencia  careció  por  más  de  trescientos  años  de  régimen 
episcopal. 

(3)  Son  palabras  del  referido  privilegio :  vicini  episcopi  diviserunt  sibi  Pallen- 
iinum  episcopatum  per  soriem.  Recuérdese  lo  que  dijimos  de  San  Isidoro  de  Due- 
ñas, situado  según  la  escritura  de  fundación,  in  suburbio  Legionensi^  en  la  juris- 
dicción de  León. 

(4)  Véase  cl  tomo  de  Aragón,  i."  parte,  cap.  Vil,  y  el  de  Asturias^  i .'  parte, 
cap.  XII. 


352  FALENCIA 


monasterios,  sino  la  general  de  España  y  el  arzobispo  D.  Ro- 
drigo, quienes  ya  en  el  siglo  xiii  la  consignan.  Cazaba  por  entre 
las  malezas  que  habían  crecido  sobre  los  escombros  de  la  ciu- 
dad, ya  poco  menos  que  ignorada,  el  poderoso  rey  de  Navarra 
y  conde  de  Castilla,  Sancho  el  Mayor;  y  acosando  á  un  jabalí, 
penetró  tras  él  en  una  cueva,  que  tal  parecía  por  lo  desmoro- 
nada una  subterránea  capilla  dedicada  antiguamente  al  mártir 
San  Antolín.  Levantó  el  venablo  para  atravesar  á  la  fiera  que 
se  había  acurrucado  junto  al  altar,  pero  su  brazo  quedó  instan- 
táneamente yerto,  como  si  quisiera  volver  el  santo  por  el  que- 
brantado derecho  de  asilo  y  vengar  la  profanación  de  su  san- 
tuario. Postróse  el  monarca  arrepentido,  y  obtenido  otra  vez  el 
movimiento  de  aquel  que  lo  había  paralizado,  hizo  levantar 
sobre  la  cripta  una  iglesia  y  al  rededor  de  ella  reedificar  la 
ciudad,  dotando  aquella  de  cuantiosos  bienes  y  ésta  de  insignes 
privilegios. 

La  verdad  es  que  de  semejante  aventura,  más  poética  que 
cierta,  nada  dice  el  mismo  rey  D.  Sancho,  al  restablecer  con 
solemne  documento  la  catedral  en  21  de  Diciembre  de  1035. 
En  él  expresa  que  una  de  las  principales  ansias  que  al  darle  el 
cetro  le  puso  Dios  en  el  corazón  fué  el  remediar  la  desolación 
de  las  antiguas  iglesias  destruidas  por  los  bárbaros,  y  que  in- 
quiriendo en  los  sagrados  cánones  cuáles  eran  las  que  caían 
dentro  de  sus  nuevos  dominios,  es  decir  en  tierras  de  Castilla, 
halló  que  la  segunda  después  de  la  metropolitana  Toledo  había 
sido  Falencia.  Añade  que  había  confiado  su  restauración  al 
obispo  Ponce,  que  lo  era  de  Oviedo,  con  cuya  ciencia  y  solici- 
tud contaba  para  ilustrar  los  entendimientos  y  domar  á  la  vez 
los  fieros  corazones,  pues  la  invasión  de  los  infieles,  dice,  no 
había  abierto  menor  brecha  en  las  costumbres  que  en  las  mura- 
llas, ni  yermado  menos  las  almas  de  virtudes  que  de  fecundidad 
las  campiñas.  Designa  á  Bernardo  por  primer  prelado  de  la 
nueva  diócesis,  á  la  cual  señala  por  términos  al  poniente  el 
curso  del  río  Cea  hasta  su  desagüe  en  el  Duero,   y  al  levante 


^ 


FALENCIA  353 


desde  el  nacimiento  del  Pisuerga  hasta  Pefiafiel,  terminando  al 
mediodía  en  Portillo  y  Siete  Iglesias.  Concédele  el  señorío  de 
la  ciudad  con  sus  llanos,  montes,  ríos,  campos  y  solares,  y  el 
de  varios  castillos,  villas  y  abadías  que  en  seguida  nombra  (i), 
los  diezmos  ó  escusados  reales,  y  la  libre  extracción  de  made- 
ras y  de  cualesquiera  materiales  para  edificar  en  todos  sus  esta- 
dos. A  los  pobladores  otorga  franquicia  de  pechos  y  tributos, 
salvaguardia  contra  cualquier  violencia,  y  exención  de  toda 
autoridad  que  no  sea  la  episcopal  (2).  Tal  es  la  augusta  carta 
que  con  él  firmaron  la  reina  su  esposa  y  sus  cuatro  hijos,  tres 
obispos,  tres  condes  y  tres  condesas,  y  que  ateniéndonos  á 
la  citada  fecha,  debió  ser  uno  de  los  postreros  actos  de  su 
vida  (3). 

Otro  monarca  al  propio  tiempo  se  ocupaba  en  restaurar  á 
Palencia  y  su  ilustre  silla,  á  instancias  del  mismo  obispo  Ponce 
que  fué  el  alma  de  esta  empresa.  Veremundo  III  de  León,  sea 
en  hostil  competencia,  sea  de  común  acuerdo  con  el  de  Navarra, 
en  1 7  de  Febrero  de  aquel  año  somete  á  la  nueva  iglesia  la  ciu- 


(i)  Santa  María  de  Husillos  con  sus  villas  y  sus  decanías  ó  términos  antiguos, 
Santiago,  San  Vicente,  Santa  Cruz,  Santa  María  de  Villa  Abarca,  Villa  Jovenales, 
Padilla,  Pozos,  Villa  Gudiel,  Villamomina,  Villalegre,  Buardo,  Camporcdondo  y 
Alba,  todas  con  sus  términos. 

(2)  De  aquí  la  siguiente  cláusula  que  manda  se  paguen  al  obispo  las  compo- 
siciones pecuniarias  por  delitos:  Homictdium  autem  si  pro  peccaiis  de  hominibus 
illius  contigerit^  Uli  episcopo  loiutn  pectum  persolvi  prectpimus,  siatuimus  et  firma- 
mus  ;  si  autem  aliquis  monachus  occisus  esl  aut  mactatus  in  iota  térra  qui  suus  ex 
(oto  non  /ueritf  medietas  illius  pecti  episcopo  el  altera  medielas  solvatur  principi 
terreno  propter  sacrilegium. 

(3)  Trae  el  documento  Pulgar  en  su  Historia  de  Patencia^  enmendando  la 
era  1075  en  1073  (año  1  o  3  s  de  C.)  en  el  cual  coincidieron  la  indicción  tercera  que 
señala  el  privilegio,  y  el  fallecimiento  del  mismo  rey  D.  Sancho  según  su  epitafio 
en  San  Isidoro  de  León.  Y  aun  en  vista  de  que  en  aquella  fecha  sólo  faltaban  diez 
días  para  concluir  el  año,  ó  bien  ha  de  corregirse  como  propone  Moret  el  XIII  kal. 
/anuarii  por  februarii  aáe\antánáo\a  once  meses,  opinión  que  seguimos  en  el  capí- 
tulo Vn  del  tomo  de  Asturias^  ó  ha  de  suponerse  que  el  rey  murió  dentro  de  los 
tres  meses  primeros  de  1036,  siguiendo  el  cómputo  de  la  Encarnación  que  pro- 
longaba el  año  hasta  el  25  de  Marzo,  si  bien  Mariana  escribe  no  sabemos,  con  qué 
datos,  que  falleció  en  18  de  Octubre.  Entre  los  hijos  del  monarca  suscribe  en  se- 
gundo lugar  Ramiro,  que  reinó  más  tarde  en  Aragón,  lo  cual  nos  afirma  en  que  no 
era  bastardo  como  ya  observamos  en  la  introducción  de  aquel  tomo,  respetando 
la  autoridad  de  D.  Modesto  Lafuente  que  en  este  punto  nos  combate. 

45 


354  FALENCIA 


dad  y  su  comarca  y  las  de  Avia,  Perrera,  Castrojeriz,  Villadie- 
go, Amaya,  Astudillo  y  otras  que  cita,  hasta  los  términos  de 
Santillana  (i).  ¿Indica  tal  vez  esta  doble  fundación  el  respectivo 
derecho  que  sobre  aquel  territorio  pretendían  los  dos  sobera- 
nos? ¿Fué  por  parte  del  leonés  una  protesta  contra  las  violentas 
usurpaciones  del  navarro,  que  abusando  de  su  prepotencia  había 
conquistado  el  país  que  media  entre  el  Pisuerga  y  el  Cea,  y  aun 
ocupado  temporalmente  la  capital  de  León?  ¿Ó  maniñesta  por 
ventura  su  enérgica  decisión  de  recobrar  lo  perdido,  apenas 
cerró  los  ojos  su  fuerte  competidor,  suponiendo  datada  del  2 1 
de  Enero  la  escritura  de  éste  y  ocurrida  su  muerte  en  el  breve 
plazo  que  corrió  entre  ambas  fechas  (2)?  ¿Es  que  todo  lo  expli- 
ca la  prudente  mediación  del  obispo  de  Oviedo,  que  bien  que 
subdito  natural  de  Veremundo,  volaba  como  mensajero  de  paz 
de  uno  en  otro  campamento  interesando  á  los  dos  reyes  enemi- 
gos en  su  obra  santamente  neutral,  para  que,  cualquiera  fuese 
el  éxito  de  la  contienda,  quedase  su  realización  asegurada?  Con- 
jeturas son  éstas  á  que  abre  campo  la  reserva  verdaderamente 
diplomática  de  entrambos  documentos,  y  que  sólo  pudiera  re- 
solver la  averiguación  de  su  genuina  data. 

Doloroso  es  decirlo,  pero  tal  vez  esta  resurrección  de  Pa 
lencia,  precedida  de  prodigios  y  con  tan  nobles  designios  apa- 
rentemente motivada,  inspirósela  el  rey  D.  Sancho  más  que  la 
piedad,  la  ambición  y  la  mira  de  afianzar  por  medio  de  una  co 
Ionización  inteligente  sus  injustas  conquistas ;  tal  vez  la  animosa 
revindicación  de  Veremundo  sobre  las  ruinas  de  la  margen  del 


(1)  Muchos  de  estos  lugares  jamás  han  pertenecido  á  la  diócesis  de  Falencia 
sino  a  la  de  Burgos,  prueba  de  que  no  tuvo  efecto  la  demarcación  de  Veremundo. 
Ofrece  éste  su  donación  á  Jesucristo  y  á  la  Virgen  y  á  San  Antonino  mártir,  cuj'us 
basílica  /undata  est  in  suburbio  Legionensi  (palabras  que  ya  llevamos  explicadas) 
in  villa  vociiata  Palentia  in  territorio  Mon tesón  f>rope  alvo  Carrion. 

(2)  De  este  dictamen  son  Moret  y  Risco,  y  no  deja  de  comprobarlo  la  circuns- 
tancia de  mencionarse  en  la  escritura  de  Sancho,  el  reinado  de  Veremundo  en  Ga- 
licia, al  paso  que  en  la  de  Veremundo  no  se  habla  ya  del  primero,  y  la  de  hallar 
suscritos  al  pié  de  ésta  los  mismos  condes  que  firmaron  aquella,  conjeturando  que 
fallecido  el  conquistador  volverían  al  servicio  de  su  legitimo  rey. 


FALENCIA  355 


Carríón  encendió  aquella  cruda  guerra  en  que  perdió  el  reino  y 
la  vida  á  manos  de  su  cuñado.  Extinguióse  con  su  dinastía  la 
memoria  de  sus  desvelos  en  favor  de  la  renaciente  iglesia  y 
ciudad,  que  bajo  el  cetro  de  Fernando  I  de  Castilla  no  recono- 
cieron por  restaurador  y  patrono  más  que  á  Sancho  el  Mayor 
su  difunto  padre.  Apasionados  encomios  tributa  á  éste  la  histo- 
ria de  dicho  restablecimiento,  escrita  reinando  su  hijo,  en  1045, 
comparando  su  actividad  y  celo  con  la  desidiosa  molicie  de  otros 
príncipes  más  vecinos,  en  lugar  de  los  cuales,  dice,  le  llamó 
Dios  de  las  regiones  de  oriente;  y  no  inferiores  los  prodiga  á 
Ponce,  que  oriundo  de  Francia  y  sentado  por  Alfonso  V  en  la 
silla  episcopal  de  Oviedo,  había  pasado  de  la  corte  de  León  á 
la  de  Castilla,  y  cabalgaba  asiduamente  al  lado  del  rey  Sancho 
en  sus  expediciones.  A  él  atribuye  la  gloriosa  iniciativa  del  pro- 
yecto y  la  incansable  perseverancia  en  llevarlo  á  cima,  hasta 
que  considerando  como  adulterio  el  desposarse  á  la  vez  con  dos 
iglesias,  á  propuesta  suya  fué  elegido  por  primer  obispo  de  la 
palentina  Bernardo,  también  venido  del  país  oriental,  de  Fran- 
cia ó  de  Navarra,  y  no  menos  solícito  que  Ponce  en  promover 
el  divino  culto  (i). 


(1)  tsttí  documento  precioso,  más  bien  crónica  que  privilegio,  que  copia  Pul- 
gar con  muchísimas  erratas  de  un  códice  del  marqués  de  Montealegre,  diciendo 
que  en  su  tiempo  no  aparecía  en  el  archivo  de  la  catedral,  lo  hemos  visto  original 
allí  número  i.*,  legajo  r.*»,  armario  i.'.  conservando  las  antiguas  señas  de  coloca- 
ción que  indica  Moret.  En  la  fecha,  era  MLXXXIll,  no  cabe  dificultad  alguna.  Su 
prosa  rimada,  su  estilo  sumamente  conceptuoso,  añaden  cierto  interés  literario  á 
su  importancia  histórica.  He  aquí  cómo  describe  la  destrucción  de  la  iglesia  de 
Palencia,  de  la  cual  no  se  sabía  entonces  más  que  ahora  :  Post  eruptionem  Agare- 
uorum  spaiio  CCCXX  annorun  tn  viduilaie  subjacuit  regimine  episcoporunt.  Non 
invenrebaiur  uiius  compatriota  illius  qui  effici  cupisset  vir  íp^ius.  Jacebat  sentuosa 
et  inculta  ei  d  fundamento  destrucla  quoe  antejueral  subarrata  multis  viris^  de  qui- 
biis  sunt  hic  nomina  quinqué^  Murita^  Conantius,  Concordius,  Barballus  ei  Ascari- 
gus...  Numerus  et  aliorum  nomina  non  sunt  nostris  voluminibus  imposita.  Quidopus 
est  verbis?  erai  dispersa  et  in  captivitatem  conversa:  ideo  non  restaurabaiur  á  pro- 
pinquis,  quia  faiuitas  et  cupiditas  eral  in  illis,  el  inmorabantur  in  volutabro  flagi- 
tiorum,  nec  inquirebant  reliquias  sanctorum  aui  relictas  sedes  episcoporum^  sed erat 
gloria  illis  in  equis  et  in  sellts  depictis;  epicurizabanl  in  ómnibus  mundanis  deliciis. 
(^Aludirá  esta  terrible  censura  á  Veremundo?)  Ut  vidil  Dominus  illos  tía  recusos  ei 
ab  ómnibus  bonis  seclusos^  missil  nuntios  ex  aliis  finibus  ul  reduceret  illos  in  divi- 
nis  virgiliis.  Quare  elegit  omnipotens  Deus  regem  Sanctium  ab  Eois  pariibuSy  qui 


35Í>  FALENCIA 

Pequeño  de  estatura,  perspicaz  y  diligente,  rodeado  siempre 
de  canteros  y  envuelto  en  el  polvo  de  la  fábrica  de  su  iglesia, 
representa  á  Bernardo  la  relación  contemporánea ;  y  entre  las 
obras  del  material  edificio  y  los  esplendores  de  la  Jerusalén  ce- 


rex  ma^Hissimus  el  in  ómnibus  sagacissimus^  orlus  ex  regah'bus  prosa^üs^  nuiri- 
tus  in  PampUonensis  partibus^  quin  alier  nonfuit  melior  bello  aut  clementior  tilo. 
El  constans  eral  el  Icnis  el  timoratus  in  divinis  rebus^  ideo  juste  vocari  poluit  rex 
Hispanorum  regum:  sua  ferocitale  ac  peritia  adquisivit  hanc  tcrram  usque  ad  Galli- 
ciam.  Postquam  fuit  in  suojure  cepit  peragrare  eam  et  regere  regali  more^  namque 
fuit  pulcher  atque  alacris^  hilaris  et  dapsilis^  largus  in  auleis  dapibus;  ideo  prope- 
ra bant  ad  eum  ex  mu  I  lis  partibus  clerici  atque  laici.  De  quibus  unus  fuit  presui 
Ponlius,  strenuus  atque  prudens  opere^  predicator  cóntinuus  more  Pauli  apostoli^ 
assiduus  indesinenter  dogmala  Dei  insinuabal  ómnibus  prudenter^  nec  metuebat 
mortemt  nec  renuebat  vivenlis  sortem...  Presui  fuit  Ovelensis  eleclus  nobili  regi 
Adefonso  Legionensi,  quo  nemo  rex  Justior  Juity  qui  Lupum  ad  vindictam  tulit  ei 
tormentum  jurcx  subiiL  (Rcfcrirásc  sin  duda,  á  alguno  de  los  muchos  actos  de 
justicia  que  contra  los  nobles  rebeldes  ejerció  Alfonso  V,  al  suplicio  de  algún  Lo- 
pe.) Rex  in  justicia  eral  reclus;  presui  clero  et  eo  electus^  in  vaticinio  subierat  per- 
feclus:  ideo  utroque  regi  videbatur  Deo  sanclisque  suis  suh/eclus.  Ex  patria  Jelix 
presui  fuit  Francorumf  ubi  appulsa  est  sagacitas  Romanorum  el  predicatio  princi- 
pis  apostolorum;  ideo  non  defatigabalur  in  casligatione  chrislianorum^  et  eo  nutu 
Dei  perculsus,  huc  est  appulsus^  et  ad  agnitionem  Dei  reduxit  mullos.  Postquam  ce- 
pit conservaran  aula  nobilissimi  regis  Sane tii  causa  reslaurandi  animas,  et  equi- 
tare  sedule  in  eomitatu  ejus  agilis,  ut  aspexil  eversionem  Palentiof,  teligit  cor  illius 
idus  Dei  providenlia*.  (Después  de  referir  las  conferencias  que  acerca  de  su  res- 
tauración mediaron  entre  el  rey  y  el  obispo,  sin  hacer  mención  tampoco  del  pro- 
digio del  jabalí,  continúa:)  ¡n  parvo  tempore  cepit  labor  crescere.  Postquam  est  re- 
edificaia  cripta^  arbilratus  est  episcopus  sacrificare  in  ipsa:  inquil^  faciamus  ei  bina 
aitaria  ut  offerantur  in  eis  sacra  libamina.  Denique  invitavit  venustum  regem  atque 
reginam  cum  eorum  possessione  nimia  el  omnes  optimates  ac  presules  vicinales  ut 
/ecissenl  dedicationem  secundum  canonicalem  Jussionem,..  Fatur  ita  peritissimus 
episcopus  regi  serenissimo:  ecce  quoe  olim  fuerat  sponsa  viduata  ad  nuptialem  tha- 
lamum  est  reornata.  Nunc  eligamus  sibivirum  fidelem  qui  facial  eimonilia  ex  aere... 
quoniam  non  licet  mihi  haber e  diias  uxores  ne  d eludan t  me  fornicationes;  non  po- 
tesl  homo  serviré  duobus  dominis^  Ha  non  potest  duabus  uxoribus...  Tune  elegerunt 
calidum  Bernardum  in  amqre  ecclesiastico^  qui  si  non  operatur  in  ornamentis  tali 
sponscBf  dicit  se  manere  in  morle  et  non  degere  vitam  in  divina  sorte;  concambiat 
aurum  et  argentum  pro  lapidibus  et  cemento,  non  diligens  nisi  pelrarum  incisores, 
quoniam  jam  contemplatur  celestes  Sculptores  qui  edijicant  sibi  pompalam  mansio- 
nem.  Hic  isti  desudanl  in  umbra^  illi  sine  molu  componunl  formam;  isla  est  lapidea, 
illa  est  aslrifera;  hcec  caducalis^  illa  perpetualis;  in  isla  cantant  homines,  in  illa 
resonant  angelí.  Quid  dicam?  cere  studiose  mercalur  Bernardus  presui  et  illi  qui 
sibi  auxilium  prebuerit.  Hic  dant  petras  aspras^  illic  accipiunt  lapides  calcedonicas 
et  smaragdicas;  hic  pavimentum  de  argillis  tribuunt;  illic  stratum  de  auro  et  gem- 
mis  accipiunt;  hic  dant  arenas^  illic  capessunt  margaritas  veras.  Ut  mihi  videtur 
presui  Bernardus  cum  suis  mercatoribus  circumvenil  Dominum  in  suis  mcrcemo- 
niis...  Quid  possumus  dicere  de  sua  callidilale?  quamvis  sistel  in  statura  parvitatiSy 
qui  cum  Domino  mercator  et  centupiiciter  lucralur  nihil  foret  exposi;  sed  nemo  nos- 


PALENCIA  357 


lestiál  á  cuya  semejanza  se  erigía,  entre  los  trabajos,  dispendios 
y  sudores  prodigados  en  este  suelo  y  la  recompensa  inmortal 
que  prometían,  establece  un  ingenioso  paralelo  en  elogio  del 
primer  prelado.  Aunque  construida  de  piedra,  y  no  de  tapia  y 
madera  como  otras  de  su  tiempo  (i),  la  catedral  levantada  tan 
de  improviso  sobre  la  cripta,  no  debió  exceder  en  magnificencia 
á  lo  que  la  rudeza  del  siglo  permitía,  puesto  que  antes  de  tres 
centurias  hubo  de  ser  reedificada.  Su  principal  tesoro  fueron  las 
reliquias  del  mártir  Antonino,  cuya  advocación  tomó  después  de 
las  del  Salvador  y  de  la  Virgen ;  y  si  este  santo  entre  los  varios 
de  su  nombre  es  el  venerado  antiguamente  en  Aquitania,  sin 
duda  las  trajo  de  allá  el  rey  Sancho  que  dominaba  parte  de 
ella,  ó  Ponce  ó  Bernardo  nacidos  allende  los  Pirineos,  de  donde 
tal  vez  tomó  origen  la  leyenda  y  se  dilató  por  toda  la  comarca 
la  devoción  á  San  Antolín  (2). 


irum  sapientior  et  perspicatíor  i7/o,  guía  quod  dal  Deo  nihilo  indigei  ex  co.  Sigue 
luego  un  elogio  del  rey  Fernando  I,  á  la  sazón  reinante,  qui paírissal  in  bonilate 
tanli  patriSj  etiam  excellü  illum  in  copia  dignitatis.  Ule  honestissimus  rexjuil^  iste 
lum  imperio  subii;  Ule  fuit  pulchra  facie^  isle  egregia  et  agili\  Ule  fuil  dapsilis  el 
largus^  iste  prodigus  amplius\  Ule  adquisivil  regnum  usque  ad  Galliciam,  hic  jam 
imperando  transivit  illam.  Si  ipse  bel  lando  fui  I  similis  leoni,  iste  devastando  similis 
tigridi  fortiori.  Quid  opus  est  laudis^  cum  ómnibus  propinquis  fortuna  sil  major? 
Tria  sunt  in  toto  mundo  Christianorum  imperia^  ex  quibus  unum  est  in  patria  Ibe- 
ria\  de  quo  adolescens  Fredenandus  sagacitate  propria  est  semper  coronandus, 
Y  después  de  insertar  una  donación  del  mismo  rey,  concluye  con  dos  incorrectos 
exámetros: 

Rex  valeat  noster  providus  per  sécula  secli 
Qui  nomine  et  fama  multa  quoque  sécula  tangit. 

En  letra  muy  menuda  se  lee  abajo:  Adhuc  alia  restante  ideo  sil  membranea  huc 
usque  discoperia. 

í  i)    Lapidum  honestissima  domus,  dice  el  citado  privilegio  de  Fernando  I. 

(2)  Es  singular  que  en  la  escritura  del  rey  Sancho  no  se  mencione  la  dedica- 
ción del  templo  á  San  Antolín,  y  sí  en  la  de  Veremundo  y  en  la  relación  de  i04«;. 
Según  la  opinión  más  común,  el  santo  venerado  en  Falencia,  y  bajo  cuya  advoca- 
ción hemos  visto  erigidos  monasterios  en  Asturias  é  iglesias  en  Tordesillas  y  Me- 
dina del  Campo,  es  el  mismo  cuya  cabeza  se  custodiaba  en  el  pueblo  de  su  nombre 
junto  á  Cahors,  y  que  resplandeció  con  muchos  milagros  cuando  Sancho  el  Mayor 
estuvo  en  Aquitania  á  visitar  la  cabeza  del  Bautista,  como  refiere  el  cronicón  del 
monje  Ademaro,  citado  por  Pulgar.  Las  actas  de  este  santo,  que  le  hacen  sobrino 
del  rey  de  Tolosa  Teodorico,  cenobita  en  Salerno,  predicador  de  idólatras  y  mar- 


3$8  FALENCIA 


Dueño  pacífico  de  los  reinos  de  León  y  de  Castilla,  é  invo- 
cando los  recuerdos  de  su  padre  y  los  de  su  suegro  Alfonso  V, 
ya  que  no  los  de  su  infeliz  cuñado,  Fernando  I  completó  la  obra 
que  ambas  coronas  habían  á  la  vez  promovido.  En  26  de  Di- 
ciembre de  1059,  al  confirmar  las  primitivas  concesiones  al 
obispo  Miro  sucesor  de  Bernardo,  somete  de  un  modo  más  ex- 
plícito al  dominio  del  prelado  y  de  su  cabildo  la  ciudad  entera, 
cualquiera  llegare  á  ser  su  acrecentamiento,  y  á  todos  sus  po- 
bladores sin  diferencia  de  ley,  condición  ú  oficio,  y  sin  que  este 
señorío  pueda  ser  jamás  enagenado.  Las  quejas  suscitadas  por 
los  obispos  de  León  y  de  Burgos  sobre  la  diminución  de  sus 
diócesis,  se  acallaron  con  una  nueva  y  más  determinada  circuns- 
cripción de  la  de  Falencia.  A  las  reliquias  de  San  Antolín  añadió, 
para  honrar  la  nueva  basílica,  los  cuerpos  de  los  santos  Vicente, 
Sabina  y  Cristeta  que  yacían  en  Ávila  olvidados ;  y  aunque  lue- 
go mudó  de  propósito  transfiriéndolos  á  Arlanza  y  á  León,  más 
adelante  arrepentido  de  esta  veleidad  como  de  un  pecado,  ofre- 
ció en  reparación  á  la  iglesia  palentina  y  á  su  obispo  Bernardo, 
segundo  de  este  nombre,  en  19  de  Mayo  de  1065,  el  monaste- 
rio de  San  Cipriano  de  Pedraza,  además  del  brazo  de  San  Vi- 
cente que  había  retenido.  Todo  indica,  en  suma,  que  la  ciudad 
se  edificó  para  la  catedral  y  no  la  catedral  para  la  ciudad,  que 
eclesiásticas  fueron  sus  primeras  glorias  y  prerrogativas,  eclesiás- 
ticas sus  leyes,  eclesiástico  su  gobierno,  hasta  que  adulta  ya  y 
vigorosa  pensó  en  emanciparse,  reputando  servidumbre  la  tute- 
la bajo  la  cual  había  crecido. 


tir  en  Pamiers  por  orden  de  no  sé  que  rey  Galacio,  sucesor  de  Teodorico,  están 
llenas  de  incongruencias  y  anacronismos,  que  demuestran  haberse  formado  de 
tradiciones  de  distintas  épocas  y  lugares.  Algunos,  empero,  se  han  esforzado  en 
probar  bajo  la  fe  de  los  fingidos  cronicones,  que  el  patrono  de  Falencia  era  otro 
San  Antonino,  español  martirizado  allí  mismo,  con  el  cual  forman  competencia 
otro  que  padeció  en  Apamia  ciudad  de  Siria  y  un  soldado  de  la  legión  Tcbca,  que 
llevaron  el  mismo  nombre. 


CAPITULO  III 


•"ÍOecunstruiase  Falencia  sobre  las  dos  márgenes  que  en  su 
-^P  primer  período  había  ya  ocupado;  y  por  la  derecha,  cu- 
bierta hoy  solamente  de  verdes  sotos  y  lozanas  huertas,  dilatá- 
banse crecidos  barrios  al  rededor  de  sus  nacientes  parroquias. 
San  Julián,  San  Martín,  San  Esteban,  Santo  Tomé,  Santa  Ana, 
Santa  María,  todas  se  erigieron  en  el  siglo  xi  ó  en  el  inmediato, 
y  todas  desaparecieron  del  xvi  al  xvn  después  de  trocadas  en 
ermitas  fwr  deserción  de  sus  feligreses,  sin  dejar  de  su  existen- 
cia otra  señal  que  una  cruz  de  piedra  (i),  á  excepción  de  Santa 


^60  FALENCIA 


Ana,  que  subsistió  hasta  nuestros  días  en  su  antigua  forma  al 
extremo  del  puente,  y  de  Santa  María  única  parroquia  conser- 
vada allende  el  río  para  los  labradores  y  hortelanos  del  con- 
torno, cuya  fábrica  renovada  humildemente  asoma  entre  los 
árboles  solitaria.  Dos  puentes,  llamado  el  uno  Mayor  y  el  otro 
las  Puentecillas,  enlazaban  esta  parte  occidental  con  la  de  orien- 
te, adonde  más  adelante  debía  transferirse  la  población  entera, 
que  entonces  no  pasaba  de  la  calle  de  Barrio-nuevo,  corriendo 
por  la  del  Cuervo  la  cerca,  y  abriéndose  la  puerta  de  Burgos 
enfrente  de  lo  que  es  ahora  la  Compañía.  Viñas  eran  todavía 
los  alrededores  de  San  Lázaro,  donde  algunos  suponen  tuvo  su 
casa  el  Cid  convirtiéndola  en  hospital;  Santa  Marina  no  fué 
incluida  dentro  de  los  muros  hasta  el  siglo  xvi;  y  toda  la  vasta 
extensión  de  la  Puebla  al  éste  de  la  calle  Mayor  se  cultivaba  á 
la  sazón  bajo  el  señorío  del  cabildo,  sin  más  edificio  que  una 
iglesia  de  San  Pedro  aislada  en  medio  de  los  campos.  Dentro 
de  la  ciudad  sobre  la  orilla  izquierda  no  existían  entonces  más 
parroquias  que  la  catedral  y  San  Miguel  situada  más  abajo 
junto  al  río.  Tal  es  lo  que  se  desprende  de  la  donación  que  á 
sus  canónigos  hizo  en  30  de  Mayo  de  1084  el  obispo  Bernardo 
el  segundo,  y  que  confirmó  Raimundo  su  sucesor  en  5  de  Diciem- 
bre de  I  ICO  en  presencia  del  legado  pontificio  Ricardo,  de  los 
arzobispos  de  Toledo  y  Arles,  y  de  otros  prelados  y  abades 
allí  reunidos  en  concilio  provincial  (i). 

Las  crónicas  señalan  á  Falencia  por  teatro  de  la  dramática 


que  trae  Pulgar,  tomo  U,  p.  i  18  de  su  historia,  y  de  la  que  dejó  manuscrita  en  los 
primeros  años  del  siglo  xvii  el  canónigo  magistral  D.  Asensio  García. 

(i)  La  primera  donación  hecha  por  el  obispo  Bernardo  á  la  mesa  capitular, 
consiste  en  dos  partes  del  diezmo  de  Falencia,  en  las  pesqueras  de  la  mitad  de  la 
villa  con  sus  molinos,  en  medio  huerto  del  palacio  con  otro  huerto  de  Sancho  Az- 
nárez,  en  la  mitad  del  portazgo  del  mercado,  en  la  iglesia  de  San  Pedro  de  la  Pue- 
bla (de  populalione)  con  su  monasterio,  en  las  viñas  de  San  Lázaro,  juntamente 
con  otros  derechos  que  poseía  en  Monzón,  Grijota,  Fromista,  Carrión  y  otros  pue- 
blos. A  esto  añade  la  segunda  donación  del  obispo  Raimundo  la  iglesia  de  San  Mi- 
guel con  todas  sus  pertenencias.  No  se  expresa  el  objeto  de  la  convocación  de  este 
concilio  del  año  11 00,  ni  se  explica  la  asistencia  del  arzobispo  de  Arles  á  una 
asamblea  tan  distante  de  su  iglesia. 


FALENCIA  361 


querella,  en  que  Jimena,  la  hija  del  conde  Gómez,  empezando 
por  pedir  justicia  al  monarca  contra  el  bizarro  Ruy  Díaz,  ma- 
tador de  su  padre,  acabó  por  entregar  la  mano  al  mismo  á 
quien  ya  de  antes  había  entregado  el  corazón.  Querida  hubo 
de  hacer  la  ciudad  al  Cid  campeador  este  dichoso  enlace,  que  á 
tantos  poetas  y  tan  bellamente  ha  inspirado  desde  el  anónimo 
cantor  del  romancero  hasta  el  gran  Corneille;  pero  de  su  resi- 
dencia en  ella  no  aparecen  más  indicios  en  el  curso  de  su  épica 
historia.  Tampoco  el  conquistador  de  Toledo  Alfonso  VI  dejó 
en  Falencia  otras  huellas  de  su  reinado,  que  las  mercedes  que 
otorgó  en  1090  y  1095  ^^  obispo  Raimundo  llamándole  su 
maestro  y  confirmándole  las  de  su  abuelo  y  de  su  padre.  En  la 
escala  de  multas  ó  caloñas  proporcional  á  la  gravedad  de  los 
delitos  y  á  la  dignidad  del  injuriado,  equipara  los  agravios  que 
á  aquel  se  hicieren  á  los  irrogados  á  su  real  persona,  y  los 
inferidos  al  cabildo  cual  si  lo  fueran  á  infanzones,  pues  los 
miembros  de  él,  á  pesar  de  sus  vastas  posesiones  ó  tal  vez  por 
causa  de  las  mismas,  eran  objeto  de  continuas  molestias  y  vejá- 
menes en  sus  bienes  ó  vasallos  por  parte  de  los  pueblos  circun- 
véanos.  Imitó  el  ejemplo  del  soberano  su  yerno  el  conde  Rai- 
mundo de  Borgofia,  sometiendo  las  villas  de  Arévalo  y  Olmedo 
á  la  iglesia  de  San  Antolín,  cuya  devoción  de  día  en  día  se 
acrecentaba.  Refiérese  que  hallándose  de  paso  en  la  ciudad 
el  primer  obispo  de  Osma  el  venerable  Pedro,  hacia  el  año  1 1 1  o, 
mientras  velaba  en  la  capilla  subterránea  del  santo,  se  extinguió 
la  lámpara  de  repente,  y  habiendo  pedido  al  Señor  que  volviera 
á  encenderse  por  sí  misma  si  eran  auténticas  las  reliquias  que 
alumbraba,  fué  atendido  su  ruego,  y  quedó  sancionada  con  el 
portento  la  autoridad  de  la  tradición. 

Recibió  el  postrer  suspiro  del  virtuoso  prelado  otro  Pedro 
que  acababa  de  suceder  á  Raimundo  en  la  silla  de  Palencia, 
natural  de  Agen  en  Francia  y  uno  de  los  insignes  varones  que 
trajo  de  allá  con  el  de  Osma  el  arzobispo  de  Toledo  D.  Ber- 
nardo para  semillero  de  obispos.  Distinguióse  entre  todos  el  de 

46 


362  FALENCIA 


Falencia  por  su  adhesión  á  la  oprimida  reina  Urraca,  y  llamado 
con  engaño  á  presencia  dé  Alfonso  de  Aragón,  fué  sumido  por 
éste  en  dura  cárcel  para  privarla  de  sus  consejos.  Después  de  la 
batalla  de  Viadangos,  cayó  la  ciudad  con  las  otras  principales 
de  Castilla  en  poder  del  aragonés,  cuyas  banderas  siguieron 
muchos  de  sus  habitantes;  pero  confederados  en  Sahagún  con 
los  de  León,  Burgos,  Carrión  y  Nájera  para  entablar  avenencia 
entre  los  dos  consortes,  y  viendo  al  monarca  faltar  á  sus  empe- 
ños, declaráronse  al  cabo  por  su  desvalida  señora.  Falencia  fué 
el  punto  para  donde  citó  á  concilio  el  arzobispo  de  Toledo  don 
Bernardo  á  los  prelados,  abades  y  ricos  hombres  del  reino,  á 
fín  de  remediar  los  males  gravísimos  que  afligían  á  la  vez  á  la 
Iglesia  y  al  Estado;  en  25  de  Octubre  de  1 1 13  abrióse  la  asam- 
blea poco  concurrida  por  el  trastorno  de  los  tiempos,  y  su  voz 
se  perdió  de  pronto  entre  el  estrépito  de  los  combates  y  la  con- 
fusión de  la  anarquía.  Hasta  más  tarde,  al  declinar  rápidamente 
la  fortuna  de  Aragón,  no  recobró  su  libertad  el  animoso  obispo 
Fedro,  á  quien  amó  siempre  Urraca  como  á  su  más  leal  y  cons 
tante  servidor,  que  había  tenido  comunes  con  ella  los  amigos  y 
los  adversarios,  logrando  alguna  vez  pisotear  á  estos  últimos  (i); 
y  su  firmeza  se  vio  abundantemente  recompensada  no  sólo  por 
la  reina  sino  por  Alfonso  VII  su  hijo,  de  cuya  pujanza  logró  ser 
testigo  todavía. 

En  circunstancias  más  propicias  para  extirpar  los  desórde- 
nes y  borrar  las  huellas  de  los  pasados  disturbios,  congregóse 
en  Falencia  otro  concilio  durante  la  cuaresma  de  1 1 29,  diez 
años  antes  de  concluir  aquel  largo  y  glorioso  episcopado.  Acu- 
dieron á  él  numerosos  obispos  de  Castilla  y  de  Galicia  con  Rai- 
mundo arzobispo  de  Toledo  y  el  famoso  Diego  Gelmírez  de 
Santiago,  á  quien  se  tributaron  casi  regios  honores  y  filiales 
obsequios  por  parte  del  joven  monarca,  que  asistía  á  la  solem- 


(i)    Véanse  atrás  en  la  pág.  340  los  términos  en  que  se  expresa  la  reina  al  ha- 
cer donación  del  lugar  de  Magaz  al  prelado. 


FALENCIA  363 


nidad  con  su  esposa  Berenguela  de  Barcelona.  Condenando  y 
previniendo  las  usurpaciones  de  los  poderosos  no  sólo  en  los 
bienes  sino  aun  en  el  régimen  de  las  iglesias,  mandóse  que  no 
se  dieran  éstas  á  seglares  só  cualquier  color,  ni  las  poseyeran 
por  derecho  hereditario,  ni  ejerciesen  poder  en  ellas,  ni  perci- 
biesen sus  tercias  ú  otras  prestaciones,  ni  las  recibiesen  de  su 
mano  los  clérigos,  sino  que  todo  ello  quedara  á  disposición  de 
los  obispos  y  de  sus  vicarios.  La  obligación  de  sincera  y  fiel  obe- 
diencia al  soberano  recordada  con  anatema,  los  deberes  del 
soberano  con  sus  pueblos  á  los  cuales  sin  legal  juicio  no  podía 
despojar,  la  separación  de  los  adúlteros  é  incestuosos,  el  casti- 
go de  los  monederos  falsos  condenados  á  perder  los  ojos,  la 
prohibición  de  dar  asilo  á  los  traidores,  ladrones  y  perjuros,  la 
restitución  de  lo  robado  á  catedrales  y  monasterios,  la  censura 
contra  los  exactores  de  portazgos  indebidos,  contra  los  rapto- 
res de  bueyes,  contra  los  despojadores  de  sacerdotes,  mujeres, 
mercaderes  y  peregrinos,  á  quienes  amenazaba  con  pena  de 
reclusión  ó  destierro,  todos  estos  cánones  indican  hasta  qué 
punto  se  había  entronizado  la  violencia  relajando  los  vínculos 
sociales.  Y  como  la  licencia  de  costumbres  nada  había  respetado, 
á  los  clérigos  se  les  ordenó  despedir  sus  concubinas  declaradas 
y  abstenerse  del  ejercicio  de  las  armas,  á  los  monjes  errantes 
volver  á  sus  monasterios,  á  los  obispos  no  retenerlos  sin  licen- 
cia de  los  abades  y  reducir  á  concordia  los  disidentes.  La  espa- 
da misma  de  la  excomunión  había  enmohecido,  y  para  restituirle 
su  temple  se  vedó  acoger  á  los  excomulgados,  y  admitirlos  de 
una  diócesis  en  otra,  y  aceptar  los  diezmos  y  donativos  que 
ofrecieran  como  por  sacrilego  soborno. 

Harto  recientes  llevaba  Falencia  las  cicatrices  de  aquella 
época  calamitosa  para  consentir  que  de  nuevo  las  abriese  la 
guerra  intestina;. y  así,  cuando  vuelto  de  su  destierro  el  conde 
Pedro  de  Lara,  pasó  de  favorito  de  la  reina  madre  á  defensor 
del  ambicioso  padrastro,  llamando  otra  vez  á  Castilla  las  hues- 
tes aragonesas  á  trueque  de  satisfacer  sus  vengativos  rencores. 


364  FALENCIA 


la  ciudad  en  cuyos  muros  se  había  guarecido  éste  con  su  yerno 
el  conde  Beltrán  y  con  otros  poderosos  descontentos,  abrió  las 
puertas  al  legítimo  soberano  y  le  entregó  los  rebeldes  que  aten 
taban  al  honor  del  trono  como  en  otro  tiempo  al  del  tálamo 
real.  Túvoles  el  rey  presos  en  León  hasta  que  restituyeron  los 
pueblos  y  castillos  usurpados,  y  los  dejó  ir  vacíos  y  sin  honra 
usando  con  sus  personas  de  clemencia  (i).  Después  del  11 30 
en  que  esto  sucedía  por  el  mes  de  Enero,  hallamos  á  menudo 
en  la  capital  de  Campos  á  Alfonso  el  emperador,  que  la  visitó 
con  su  esposa  en  5  de  Diciembre  de  11 35  permaneciendo  en 
ella  todo  el  siguiente  año,  que  en  1 138  y  1 140  residía  otra  vez 
allí  otorgando  gracias  y  privilegios  á  su  iglesia,  y  que  por  la 
Navidad  de  1 155,  casado  ya  segunda  vez  con  Rica  de  Polonia, 
armó  caballero  en  la  misma  á  su  hijo  Fernando  designado  para 
rey  de  León.  La  repetida  confirmación  de  las  mercedes  de  sus 
antepasados  con  facultad  de  vender  y  cambiar  los  bienes  po- 
seídos, la  donación  de  Villamuriel,  la  reiterada  entrega  del  se- 
ñorío de  la  ciudad  sin  más  reserva  que  la  de  poner  sus  usajes  y 
fueros  al  abrigo  de  toda  mudanza  á  no  mediar  el  beneplácito 
real,  la  concesión  de  derecho  de  behetría  al  obispo  y  de  fuero 
de  infanzones  á  los  canónigos,  acreditaron  una  .y  otra  vez  la 
heredada  piedad  de  Alfonso  VII  hacia  la  catedral  de  San  Anto- 
lín,  á  la  cual  tampoco  olvidó  en  sus  dádivas  innumerables  su 
hermana  D.^  Sancha,  otorgándole  en  1142  la  villa  de  Braolio 
junto  á  Paredes.  Mayores  vínculos  de  gratitud  ó  benevolencia 
ligaron  sin  duda  con  aquel  templo  á  D.^  Urraca  hija  del  empe- 
rador y  viuda  del  rey  García  de  Navarra,  si  es  su  cadáver  el 
que  realmente  descansa  en  el  sepulcro  colocado  á  espaldas  de 
la  capilla  mayor  (2). 


( 1 )  Más  duro  se  mostró  con  los  vencidos  el  conde  Rodrigo  Martínez  adalid  del 
rey,  pues  unciéndolos  con  los  bueyes  los  hizo  arar  y  comer  yerba  en  los  pesebres 
y  beber  en  las  balsas,  hartándolos  de  ignominias,  según  refiere  la  crónica  latina 
de  Alfonso  Vil. 

(2)  No  hay  más  documento  que  el  epitafio  que  acredite  el  entierro  de  esta 
princesa  en  la  catedral  de  Falencia,  en  la  cual  no  existe  memoria  de  fundaciones 


FALENCIA  365 


Al  obispo  Pedro  I  había,  sucedido  el  Segundo  que  murió  no 
se  sabe  si  en  el  sitio  de  Almería  ó  en  el  concilio  de  Reims  ha- 
cia 1 148,  y  á  éste  reemplazó  Raimundo  II,  á  quien  llamaron  tío 
los  reyes  Sancho  III  y  Alfonso  VIII  su  hijo,  como  de  la  noble 
familia  de  Minerva  enlazada  probablemente  con  las  de  la  madre 
ó  de  la  esposa  del  primero.  Acompañó  el  prelado  en  1 1 70  al 
joven  Alfonso  á  desposarse  en  Burdeos  con  Leonor  de  Inglate- 
rra, y  experimentó  en  todas  ocasiones  su  reverencia  y  su  cariño 
á  fuer  de  deudo.  Había  por  este  tiempo  crecido  prodigiosamente 
la  ciudad ;  y  por  indicación  del  discreto  rey  que  comprendió  lle- 
gada la  hora  de  la  mudanza,  otorgó  el  eclesiástico  procer  á  los 
vecinos  más  amplias  y  generosas  leyes,  sacrificando  parte  de 
sus  derechos  al  alivio  y  prosperidad  de  sus  sometidos.  Firmó 
los  nuevos  fueros  el  obispo  Raimundo  á  23  de  Agosto  de  1 181 
en  una  aldea  de  Arévalo,  y  en  31  de  Julio  Alfonso  VIII  le  había 
ya  cedido,  en  liberal  indemnización  de  lo  que  perdía,  el  monas- 
terio de  San  Salvador  del  Campo  de  Muga,  Santa  María  de 
Labanza,  Santa  Cruz  de  Árenos,  Bañes,  Villavega  y  demás 
iglesias  y  lugares  que  forman  hacia  las  montañas  de  Liévana  el 
estado  de  Pemía  poseído  por  sus  sucesores  con  título  de  con- 
dado (i).  Tres  años  atrás,  en  11 78,  habíale  dado  pleno  dominio 
sobre  los  moros  y  los  judíos  avecindados  en  Palencia,  aquellos 
junto  á  San  Miguel,  estos  al  rededor  de  San  Julián  allende  el 
río,  para  que  sólo  á  él  pechasen,  eximiéndolos  de  cualquier  tri- 


algunas  de  la  misma,  al  paso  que  el  monasterio  de  Sandoval  afirma  poseer  sus 
restos  al  tenor  de  una  escritura  de  1178.  Nacida  de  Gontrode  noble  asturiana, 
desposada  solemnemente  en  1 1 44  con  García  rey  de  Navarra  en  la  ciudad  de  León, 
viuda  en  1 1  50,  reina  de  Asturias  por  merced  de  su  padre  de  1 1  $3  á  1 164,  nada 
ha  dejado  que  ignorar  más  que  la  suerte  de  sus  últimos  años  y  el  lugar  y  data  de 
su  fallecimiento.  Véanse  repetidas  menciones  de  ella  en  el  tomo  de  Asturias  y 
Ledn,  cap.  VII  y  IX  de  la  !.•  parte,  y  I  y  HI  de  la  2.'  El  arcediano  del  Alcor  dice 
que  murió  en  Palencia  año  de  r  141,  en  lo  cual  hay  error  manifiesto  de  veintitrés 
años  por  lo  menos  ó  de  doble  número  tal  vez.  El  epitafio,  cuya  autenticidad  no 
está  bastante  comprobada,  señala  por  fecha  de  su  muerte  el  i  2  de  Octubre 
de  1 189. 

(i)  Trae  el  documento  Pulgar,  pero  sin  duda  equivocó  de  un  año  la  fecha, 
poniendo  era  MCCXVII!,  en  vez  de  MCCXVIIII,  pues  habiéndose  otorgado  al  año 
quinto  de  la  toma  de  Cuenca  que  fué  en  1  177,  corresponde  al  1 1 8 1  y  no  al  11 80. 


366  P  A  L  E  N  C  I  A 


buto  ó  alcabala  real,  pero  sujetándolos  á  contribuir  con  el  con- 
cejo á  las  cargas  comunes  y  á  la  fábrica  de  los  muros  (i). 

Levantábanse  estos  á  la  sazón  en  círculo  más  dilatado  al 
rededor  de  la  ciudad,  porque  el  antiguo  recinto  venía  ya  tan 
estrecho  á  su  desarrollo  material,  como  á  sus  necesidades  mo- 
rales los  fueros  primitivos;  y  en  1 190  se  hallaba  el  rey  activan- 
do con  su  presencia  aquellas  obras,  á  las  cuales  nadie  se  evadía 
de  coadyuvar,  ni  aun  los  excusados  del  cabildo.  Á  este  ensan- 
che, que  duplicó  por  lo  menos  el  caserío  sobre  la  orilla  izquier- 
da, abarcando  la  actual  calle  Mayor  y  gran  parte  sino  la  totali- 
dad de  los  extensos  barrios  de  la  Puebla,,  debió  sin  duda 
Alfonso  VIII  el  título  de  segundo  fundador:  por  esto  se  lee  en 
antiguos  códices  que  Falencia  fué  por  él  poblada  en  1 196  día  de 
Nuestra  Señora  de  Agosto,  fecha  sin  duda  en  que  se  terminó  la 
nueva  cerca.  Tal  vez  entonces  el  cabildo,  cuya  era  como  hemos 
dicho  la  propiedad  de  aquel  terreno,  dividió  su  jurisdicción  de 
la  del  obispo,  que  antes  ejercían  de  mancomún,  é  instituyó  me- 
rino aparte  para  el  barrio  nuevamente  poblado,  el  cual  junta- 
mente con  el  merino  mayor  y  con  dos  alcaldes  ordinarios  de 
nombramiento  episcopal  gobernó  la  ciudad  por  muchos  siglos, 
prestando  todos  juramento  de  obediencia  á  la  justicia  real.  Por 
su  parte  creó  el  rey  en  Falencia  y  en  los  pueblos  comarcanos 
alcaldes  de  hermandad  que  guardasen  sus  derechos  á  los  veci- 
nos, sin  tener  que  recurrir  al  bárbaro  medio  de  tomarse  prendas 


(i)  En  el  archivo  municipal  de  Falencia,  al  cual  debemos  la  mayor  parte  de 
los  documentos  y  noticias  que  nos  han  servido  para  la  formación  de  este  capítu- 
lo, copiamos  el  siguiente  privilegio  dado  en  Valladolid  á  12  de  Abril  de  i  194: 
Presentibus  ac  fuluris  notum  sil  ac  mani/eslum  quod  ego  AiUe/onsus  Dei  gratia  rex 
Castelle  ei  Toleti  una  cum  uxore  mea  Alienar  regina  et  cumjilio  meo  Ferrando  Ja- 
cio cariam  instiiuíionis  et  slabiliiaiis  vobis  universo  Palentine  urbis  concilio  pre- 
sentí etjuturo  et  filiis  et  posteris  vestris  et  omni  successioni  vestre  perpetuo  valitu- 
ram.  Statuo  itaque  ut  omnes  judei  et  mauri^  qui  nunc  et  in  posterum  usque  in  finem 
in  Palentia  habitaverint^  vobiscum  injacenderiis  vestris  et  pectis  et  opere  muri  el 
vallorum  pedente  et  ab  omni  alio  tributo  regio  et  regalé  exactione  sive  gravamine 
sint  liheri  prorsus  et  absoluti.  Siquis  vero  hanc  cartam  iníringere  seu  diminuere 
presumpserit,  iram  Domini  omnipotentis  plenarie  incurrat,  et  regie  parti  mille  áu- 
reos in  cauto  persolvat  et  dampnum  quod  vobis  inlulerit  duplicatum  restituaU 


FALENCIA  367 

en  vindicación  de  sus  agravios  (i).  De  esta  suerte  vinoá  formar 
un  concejo  poderoso  y  libre ;  y  vendiéndole  en  1 1 9 1  por  dos 
mil  y  cien  áureos  los  montes  de  Dueñas,  dióle  ocasión  de  dilatar 
su  territorio.  No  es  mucho  pues,  que  dócil  al  llamamiento  del 
buen  monarca  á  quien  tanto  debía,  acudiera  en  tropel  la  juven- 
tud palentina  á  la  gloriosa  expedición' de  las  Navas  en  pos  de 
su  obispo  Tello  y  á  las  órdenes  de  Juan  Fernández  Sanchón, 
peleando  con  tal  denuedo,  que  al  primitivo  blasón  de  castillo 
dado  á  la  ciudad  por  Fernando  I,  mereció  añadir  la  cruz,  cuyo 
triunfo  aseguró  aquella  jornada. 

Más  insigue  aunque  menos  durable  monumento  de  su  pro- 
tección legó  á  Falencia  Alfonso  VIII ;  hablamos  de  la  universi- 
dad, la  primera  que  se  erigió  en  España,  y  á  cuyo  ejemplo 
movido  de  rivalidad  fundó  luego  el  rey  de  León  la  Salmantina. 
Desde  mucho  tiempo  atrás  poseía  aquella  un  estudio  general 
acreditado  así  por  la  frecuencia  de  discípulos  como  por  la  ins- 
trucción de  los  profesores  (2) ;  y  en  él  bebió  Santo  Domingo  la 
doctrina  con  que  había  de  confundir  á  los  Albigenses,  al  paso 
que  vendiendo  sus  libros  para  socorrer  á  las  víctimas  del  ham- 
bre, ensayaba  precozmente  las  maravillas  de  su  caridad.  Co- 
menzaba el  siglo  xiii,  cuando  el  rey  Alfonso,  aprovechando  las 
breves  treguas  de  sus  campañas  victoriosas,  llamó  de  Francia 
y  de  Italia  célebres  maestros  en  todas  las  facultades,  y  con  gran- 
des salarios  logró  fijarlos  en  Falencia  para  que  fuese  ésta  den- 


(O  Existe  en  el  citado  archivo  una  cédula  expedida  en  Falencia  á  6  de  No- 
viembre de  119$  á  fín  de  poner  coto  á  semejante  abuso:  Ómnibus  conciliis  de  vi- 
cinitaie  Palentte  et  aiiis  ad  quos  liitere  iste  pervenerini^  salutem.  Mando  etjirmiter 
defendo  ne  aliquis  pignorei  homines  Palenlie  de  Campo  nec  in  alio  ioco,  guia  soltu- 
ram  illam  quamjeci  de  peindra  non  feci  de  hominibus  Palenlie,  sed  in  Paleniia 
constilui  alcaldes  de  hermanitale  qui  emendabunt  querelas-  hominibus  de  vicinilaie 
Palenlie^  el  in  unoquo  que  concilio  de  vicinilaie  Palenlie  simililer  mando  alcaldes 
Poni  bonos  homines  qui  querelas  hominum  Palenlie  sine  peindra  de  Campo  el  de  alio 
loco  Joras  villam  de  Paleniia  emendenl.  Qui  vero  pignoraveril  in  duplum  resliluel. 
Quicumque  aulem  contra  mandatum  meum  homines  de  Paleniia  in  Campo  vel  in  alio 
loco/oras  Palenliam  pignoraveril,  iram  meam  incurrel. 

(2)  Abundans^  dice  San  Antonino  de  Florencia  hablando  de  dicho  estudio, 
tam  multiludine  numerosa  scholarum  quam  sludiosa  perfeclione  doclorum. 


368  FALENCIA 


tro  de  su  reino  el  emporio  de  la  sabiduría.  La  pronta  muerte 
del  fundador,  la  agitada  menoría  de  Enrique  I,  el  rápido  incre- 
mento de  la  universidad  competidora,  cualquiera  de  estas  causas 
ú  otras  que  ignoramos  sofocaron  casi  en  su  germen  tan  magní- 
fica institución;  y  el  arzobispo  de  Toledo  D.  Rodrigo,  que  asis- 
tió á  su  nacimiento  en  1 208,  alcanzó  á  ver  antes  de  1 243  su 
extinción  casi  completa.  Probó  á  reanimarla  en  1 262  el  pontífice 
Urbano  IV  á  instancia  de  los  palentinos,  extendiendo  á  sus  ca- 
tedráticos y  alumnos  los  privilegios  é  inmunidades  de  los  de 
París  (i)  ;  mas  nada  bastó  á  detener  su  ruina,  y  antes  de  acabar 
la  misma  centuria  se  hallaba  definitivamente  trasladada  á  Valla- 
dolid.  Ni  siquiera  memoria  ha  quedado  del  local  que  ocupaba; 
tal  vez  contiguo  á  la  catedral  primitiva,  fué  incluido  en  la  nueva 
construcción  del  siglo  xiv.  El  prematuro  fin  de  estas  escuelas 
pretende  explicarlo  una  tradición  sangrienta  no  comprobada 
por  documento  ó  noticia  alguna  contemporánea,  contando  que 
la  venganza  popular,  provocada  por  el  adulterio  de  uno,  degolló 
simultáneamente  á  los  estudiantes  en  una  noche,  cada  cual  en 
su  posada. 

Al  morir  el  vencedor  de  las  Navas  dejó  por  uno  de  sus 
cuatro  albaceas  al  obispo  Tello,  que  empleó  su  autoridad  con 
el  rey  menor  para  hacerle  reparar  ciertos  perjuicios  irrogados 
por  su  padre  á  la  iglesia  palentina.  Nombrado  con  el  de  Burgos 
por  el  pontífice  para  averiguar  el  parentesco  de  Enrique  I  con 
Mafalda  princesa  de  Portugal,  declaró  la  nulidad  del  consorcio 
que  acababa  de  celebrarse  en  Palencia  y  en  el  cual  cifraba  don 
Alvaro  de  Lara  la  prolongación  de  su  despótica  tutoría.  Había- 
la arrebatado  éste  á  la  hermana  del  joven  soberano,  la  inmortal 
Berenguela,  induciéndola  por  conducto  de  Garci  Lorenzo,  ciu- 
dadano de  Palencia,  á  quien  con  dádivas  y  promesas  había 


(i)  Poética  singularmente  es  la  alegoría  con  que  comienza  esta  bula,  (^olebat 
hactenus^  dice,  delitiarum  hortum  civitas  Palentina,  de  suh  cujusportis  fons  irriguus 
emanabai ;  horlus  tile  profecto  fructus  uberes  producebal^  quorum  suavitatem  et 
duicedinem  ad  diversas  mundi  partes  foniis  afluentia  derivabat. 


FALENCIA  369 


ganado,  á  renunciar  en  él  un  cargo  tan  espinoso ;  y  el  primer 
uso  que  hizo  de  su  poder  fué  echar  de  la  corte  y  luego  sitiar 
en  Autillo  á  la  magnánima  señora.  Estaba  en  armas  por  uno  ú 
otro  bando  toda  la  tierra,  mientras  el  real  mancebo  cumplidos 
apenas  los  trece  años,  y  disgustado  del  espectáculo  de  la  gue- 
rra civil  á  que  le  había  arrastrado  más  de  una  vez  su  ambicioso 
tutor,  se  divertía  en  Falencia  cierto  día  de  primavera  en  un 
patio  del  palacio  episcopal  con  juegos  y  compañeros  más  pro- 
pios de  su  edad.  Una  teja  desprendida  á  impulsos  de  una  pie- 
dra que  inadvertidamente  se  lanzó  vino  á  herir  aquella  inocente 
cabeza,  y  con  su  muerte  acaecida  once  días  después,  en  6  de 
Junio  de  121 7,  en  vez  de  acrecentarse  los  males  del  reino,  por 
una  singular  coincidencia  se  remediaron.  Cuando  á  pesar  del 
secreto  cuidadosamente  mantenido  por  los  Laras  á  ñn  de  alar- 
gar con  él  su  gobierno,  se  divulgó  la  triste  nueva  por  la  ciudad, 
y  marchó  el  obispo  á  Tariego  en  busca  del  cadáver  que*  había 
sido  ocultamente  extraído,  para  acompañarle  con  la  debida 
pompa  á  su  sepulcro  preparado  en  las  Huelgas,  el  llanto  vertido 
por  el  malogrado  príncipe,  cuyas  esperanzas  aguaba  la  impopu- 
laridad del  regente  se  mezcló  con  las  ovaciones  tributadas  á 
Berenguela  y  á  su  hijo  Fernando,  que  entraron  á  asegurarse 
de  la  fidelidad  de  los  palentinos  antes  de  su  solemne  proclama- 
ción en  Valladolid. 

De  las  glorias  del  nuevo  reinado  capoles  asimismo  una  hon- 
rosa parte,  especialmente  en  las  campañas  de  Extremadura.  El 
obispo  Tello,  que  tanto  contribuyó  á  afianzar  la  corona  en  las 
sienes  de  San  Fernando,  brilló  de  continuo  entre  sus  consejeros 
más  venerables  en  la  corte  y  en  el  campamento,  y  para  ayudar 
á  la  santa  guerra  le  cedió  liberalmente  las  tercias  de  Urueña  y 
su  comarca.  Restablecido  con  severas  leyes  el  orden,  perdieron 
la  vida  y  los  bienes  los  que  al  amparo  de  sus  castillos  creían 
poder  entregarse  á  todo  exceso  burlando  la  justicia  real  (i); 


(i)    Otro  ejemplo  de  las  justicias  de  Fernando  el  Santo,  semejante  al  que  rc- 

47 


370  FALENCIA 


fueron  marcados  con  hierro  y  admitidos  á  penitencia  los  que 
disolviendo  la  unidad  religiosa  pretendían  inocular  en  la  ciudad 
los  errores  albigenses  importados  de  la  otra  parte  de  los  Piri- 
neos. Señalóse  aquel  episcopado  con  la  fundación  de  los  con- 
ventos de  dominicos  y  franciscanos  de  Falencia,  primicias  ambos 
de  su  orden  respectiva,  y  con  la  ruidosa  conversión  de  San 
Pedro  González  Telmo,  sobrino  del  prelado  y  deán  de  la  igle- 
sia, que  hundido  en  el  lodo  y  humillado  en  el  momento  de 
ostentar  á  caballo  sus' profanas  galas,  trocó  su  prebenda  por  el 
retiro  de  un  claustro  y  por  las  fatigas  de  la  predicación.  Murió 
don  Tello  en  1 246,  y  en  vez  de  reposar  con  sus  predecesores 
en  la  antigua  claustra  de  la  catedral,  legó  sus  despojos  al  cole- 
gio de  Trianos,  junto  á  Sahagún,  que  para  los  dominicos  había 
fundado.  D.  Rodrigo,  su  sucesor,  siguió  con  no  menor  asiduidad 
las  campañas  del  conquistador  de  Sevilla,  en  la  cual  obtuvo  he- 
redamientos y  en  Campos  la  villa  de  Mazaríegos  con  sus  perte- 
nencias y  vasallos. 

Alfonso  X  acumuló  cédulas  y  ordenanzas  como  su  padre 
hazañas  y  conquistas;  y  desde  el  principio  de  su  reinado,  en  18 
de  Julio  de  1256,  concedió  á  Falencia  el  fuero  real  que  acababa 
de  formar,  sustituyéndolo  al  del  obispo  Raimundo,  otorgó  exen- 
ción de  moneda  forera  al  prelado,  cabildo  y  clero,  dispuso  lá 
forma  de  guardar  los  bienes  episcopales  durante  las  vacantes  y 
la  del  homenaje  que  á  la  entrada  del  nuevo  obispo  debía  prestarle 
el  concejo,  aprobó  en  fin  la  avenencia  acordada  entre  éste  y  los 
canónigos  sobre  los  excusados  ó  francos  de  tributo.  Obligado 
por  sus  dispendios  y  prodigalidades  á  mendigar  así  de  los  veci- 
nos como  de  la  iglesia  frecuentes  donativos,  hasta  obtenerlos 


cordamos  en  la  Puerta  del  Sol  de  Toledo  (tomo  de  Castilla  la  Nueva — Toledo)  nos 
suministra  una  cédula  de  venta  que  hizo  al  citado  obispo  por  1177  maravedises 
de  oro  de  las  tierras  y  vasallos  que  habían  pertenecido  á  Gonzalo  González  en  Mel- 
gar y  en  la  puente  de  Fitero ;  «e  esta  heredad,  dice,  tomé  e  vendí  por  el  mió  meri- 
no que  mató,  e  por  mujeres  que  íorzó,  c  por  muchas  maldades  que  me  fizo  en  mi 
reino.»  Pulgar  trae  equivocada  la  era  de  este  documento,  que  en  vezdeMCCXXXI 
debe  ser  acaso  MCCLXXXl  correspondiente  al  año  1  243. 


FALENCIA  371 

cada  año,  declaraba  siempre  recibirlos  por  mera  voluntad  de 
los  donantes  y  no  por  derecho  ó  costumbre  de  que  pudieran 
prevalecerse  los  reyes  posteriores  (i).  Para  reanimar  el  decaído 
espíritu  guerrero,  recordando  los  servicios  prestados  por  los 
moradores  á  su  glorioso  padre  y  á  él  mismo  antes  que  reinara, 
dio  franquicia  á  los  que  tuvieran  caballo  y  armas,  y  todos  los 
años  que  salieran  á  hueste  les  dispensó  del  pago  de  Martinie- 
ga  (2).  No  bastaron  estas  concesiones  para  que  Falencia  dejase 
de  ser  en  1 271  el  primer  foco  de  la  conjuración  de  los  grandes 
descontentos,  que  acaudillados  por  el  infante  D.  Felipe,  don 
Ñuño  de  Lara  y  D.  Lope  de  Haro,  recibieron  altivamente  un 
mensaje  del  rey  despachado  desde  Murcia,  desechando  sus  pro- 
puestas de  paz,  y  llamando  alevosamente  contra  su  señor  y  su 
patria  los  aceros  de  Navarra  y  Fortugal  y  hasta  las  infieles 
cimitarras  de  Granada  y  de  Marruecos. 

Mayores  escándalos  presenció  y  favoreció  tal  vez  la  ciudad, 
cuando  rodeado  de  innumerables  seguidores  el  príncipe  don 
Sancho,  exigía  desde  allí  á  su  abandonado  padre  la  abdicación 
de  la  corona.  Vio  también  bajo  el  nuevo  mando  turbulencias  y 
ligas  de  ricos-hombres,  pero  reprimidas  con  mano  harto  más 
fuerte,  sin  dejárseles  apenas  tiempo  de  organizarse.  Tío  mater- 
no de  Sancho  IV  suponen  algunos  al  obispo  de  Falencia  D.  Juan 
Alfonso,  al  cual  otorgó  entre  otros  privilegios  el  de  poner  los 
pesos  públicos  y  percibir  su  renta;  pero  mirando  por  la  libertad 
del  concejo  aliado  natural  del  trono,  manifestó  en  1287  que  ni 
de  infante  ni  de  rey  había  sido  su  intención  dar  al  prelado  el 
señorío  ni  las  alzadas  ni  el  poder  de  nombrar  Silcaldes  de  la 
hermandad,  ni  privar  á  la  ciudad  de  sus  derechos  sobre  moros 
y  judíos.  Hallóse  en  ella  el  bravo  rey  en  1 291,  e  ovo  gran  pla- 
cer ^  dice  la  crónica,  de  tantos  frailes  ayuntados  en  el  capítulo 
general  que  allí  celebraba  la  orden   de  Santo  Domingo;  presi- 


(1)  Cédulas  de  4  de  Noviembre  de  i  2  $5  al  obispo  y  de  23  de  Junio  de  1277 
al  concejo. 

(2)  Privilegio  de  i  de  Mayo  de  i  270  expedido  en  Burgos. 


372  FALENCIA 


díalo  fray  Munio  de  Zamora,  que  depuesto  luego  del  generalato 
por  el  pontífice  y  privado  de  la  mitra  palentina  que  en  compen- 
sación le  confiriera  el  soberano,  falleció  en  Roma  nueve  años 
adelante,  sobrellevando  resignadamente  sus  inmerecidos  contra- 
tiempos. Ignoramos  qué  desórdenes  y  atentados  perturbaron 
después  el  sosiego  de  Falencia :  lo  cierto  es  que  blandiendo  la 
espada  de  la  justicia  volvió  allá  á  fines  de  1 293  el  riguroso  mo- 
narca, y  no  la  envainó  hasta  satisfacer  la  vindicta  cumplida- 
mente, no  sin  exceptuar  aun  del  perdón  á  los  presos  y  á  los 
fugitivos  (i). 

Con  su  muerte  abrióse  la  época  más  agitada  y  más  gloriosa 
para  los  palentinos,  la  menor  edad  de  Femando  IV  bajo  la 
regencia  de  María  de  Molina.  Convocadas  para  aquel  punto  las 
cortes,  concibió  la  prudente  reina  el  medio  de  cerrar  las  puer- 
tas de  la  ciudad  á  su  suegra,  á  su  cuñado,  á  cuantos  trataban 
en  fin  de  arrebatar  á  su  hijo  el  cetro,  entendiéndose  desde  Va- 
Uadolid  con  Alonso  Martínez,  distinguido  ciudadano,  cuya  dis- 
creción y  energía  logró  neutralizar  la  mayor  influencia  de  Juan 
Fernández,  jefe  del  partido  opuesto.  «¡Qué!  exclamó  en  el  con- 
cejo al  oir  que  el  infante  D.  Juan  pedía  entrar,  reclamando  nada 
menos  que  mil  maravedís  de  vianda  para  sí  y  su  comitiva :  ¿qué 


(1)  No  conocemos  este  suceso  sino  por  la  cédula  que  hallamos  en  el  archivo, 
dada  en  Falencia  por  Sancho  IV  en  2a  de  Enero  de  1 294.  «Sobre  querellas,  dice, 
que  nos  ovieron  fechas  muy  malas  e  muy  desaguisadas  por  mengua  de  la  justicia 
que  se  non  cumplie  en  Falencia  oviemos  de  venir  y.  Et  mandamos  facer  sobre  ello 
pesquisa  general,  e  en  aquellos  que  tanyó  la  pesquisa  cumpliemos  en  ellos  la  jus- 
ticia con  derecho.  Et  el  concejo  pidiónos  merced  que  pues  la  pesquisa  fuera  fecha 
c  la  justicia  aviemos  complida  en  los  que  tanyien,  diésemos  al  concejo  por  quitos 
de  las  otras  demandas  que  contra  ellos  aviemos  en  razón  desta  pesquisa.  Et  nos 
por  les  facer  bien  e  merced  e  por  muchos  servicios  que  nos  fícieron  á  nos  e  aque- 
llos onde  nos  venimos  é  nos  facen,  toviemos  lo  por  bien  et  dárnosles  por  libres  e 
por  quitos  de  todo  quanto  es  pasado  en  razón  de  esta  pesquisa  fasta  el  dia  de  hoy 
en  cualquier  manera,  9alvo  aquellos  que  nos  tenemos  en  la  nuestra  prisión  que 
tenemos  por  bien  que  estén  y  á  la  nuestra  merced,  et  otrosí  aquellos  que  dieron 
por  fechores  los  nuestros  alcaldes...  et  otrosí  los  que  son  foydos  que  fueron  apla- 
zados e  non  vinieron  á  cumplir,  que  non  tenemos  por  bien  que  entren  en  esta 
merced  que  nos  facemos.»  Manda  en  seguida  que  se  rompan  los  procesos  menos 
los  de  los  exceptuados.  Tal  vez  fueron  estos  los  alborotos  ocurridos  en  el  obispa- 
do de  fray  Munio,  de  que  más  adelante  se  hablará. 


FALENCIA  373 

diríamos  al  rey,  que  ha  ordenado  en  cortes  non  le  diésemos  á 
él  para  yantar  sinon  treinta  maravedís,  cuando  nos  demandase 
al  tanto  ó  más?  ¿qué  diríamos  á  los  otros  infantes?  Cierto  que 
de  ningún  desafuero  havemos  por  qué  querellarnos  en  adelante, 
pues  tal  demanda  consentimos  de  quien  no  es  nuestro  señor 
natural.»  Acogió  el  pueblo  con  aclamaciones  estas  palabras, 
marchando  en  tropel  al  convento  de  San  Pablo  donde  delibe- 
raban ya  las  cortes,  para  que  confirmasen  la  negativa;  y  de  ahí, 
á  impulsos  del  temor  infundido  diestramente,  se  pasó  á  negar 
la  entrada  á  infantes  y  ricos  hombres  que  pudieran  tomarse  por 
violencia  lo  que  por  derecho  se  les  rehusaba.  Grande  fué  la 
sorpresa  y  el  enojo  de  D.  Juan  al  hallar  levantado  el  rastrillo 
del  portal  de  Santa  María,  y  al  verse  excluido  de  influir  en  las 
resoluciones  de  la  asamblea;  pero  mayor  fué  su  despecho,  cuan- 
do admitido  en  ella  una  vez  antes  de  disolverse,  se  estrellaron 
en  la  reverente  firmeza  de  los  ornes  buenos  sus  malignas  insi- 
nuaciones contra  la  reina  y  sus  afectadas  inquietudes  por  la 
libertad  de  los  pueblos. 

Apelóse  de  las  conferencias  á  las  armas,  y  Falencia  se  apre- 
suró á  reparar  sus  muros  para  sostener  los  derechos  del  rey 
niño  y  de  la  magnánima  tutora.  Dueñas,  Ampudia,  Tariego, 
Magaz,  Palenzuela,  Monzón,  Paredes,  Becerril,  todos  los  casti- 
llos de  las  cercanías  ocupados  por  el  infante  D.  Juan,  por  don 
Alfonso  de  la  Cerda,  por  D.  Juan  Núñez  de  Lara,  ceñían  y 
ahogaban  la  capital  con  un  círculo  de  hierro,  derramando  hasta 
sus  puertas  el  estrago  y  la  matanza ;  campos  talados,  mieses 
incendiadas,  viñas  y  huertas  arrancadas  de  raíz,  molinos  y  ace- 
ñas derruidas,  robos  de  ganados,  muertes  de  hombres,  fueron 
el  resultado  de  incesantes  escaramuzas  durante  la  primavera 
de  1 296.  No  arredró  tan  duro  bloqueo  á  los  ciudadanos,  antes 
tomando  la  ofensiva,  embistieron  el  castillo  de  Tariego,  y  lo 
ganaron ;  y  como  el  rey  estimulando  su  valor  les  ofreciera  por 
aldeas  á  Dueñas  y  Ampudia  con  sus  términos  para  arrancarlas 
del  poder  de  los  enemigos,  marcharon  sobre  la  primera  con 


374  FALENCIA 


auxilio  de  D.  Diego  de  Haro  y  la  rindieron.  Desde  Valladolid 
contemplaba  con  gratitud  inefable  la  varonil  regente  el  ardi- 
miento de  sus  fieles  subditos ;  y  en  un  mismo  día  les  concedió 
la  villa  de  Tariego  y  su  fortaleza  á  tanta  costa  adquirida,  la 
franquicia  de  portazgo  perpetua  y  general,  y  la  celebración  de 
otra  feria  que  empezando  el  primer  domingo  de  cuaresma  dura- 
ra quince  días,  además  de  la  ya  establecida  en  la  fiesta  de  San 
Antolín  (i).  La  reconstrucción  de  la  cerca  se  pagó  de  los  bienes 
de  los  que  militaban  con  los  rebeldes,  á  quienes  se  otorgó  un 
plazo  para  volver  á  la  obediencia,  pasado  el  cual  fué  su  propie 
dad  definitivamente  adjudicada  al  concejo  por  merced  del  sobe- 
rano (2).  Aparte  de  contadas  excepciones,  todos  allí  rivalizaron 
en  lealtad,  todos  participaron  del  galardón,  hidalgos  y  peche- 
ros, clérigos  y  seglares;  pero  en  la  recompensa  como  en  los 
servicios  sobresalió  Alonso  Martínez  de  Olivera,  descendiente 
del  Cid  y  comendador  mayor  de  Santiago.  Habíanle  muerto 
sus  gentes,  había  vertido  su  sangre  por  numerosas  heridas,  ha- 


(1)  Estos  tres  privilegios  llevan  todos  la  fecha  de  30  de  Junio  y  un  mismo 
preámbulo  que  es  el  siguiente :  «  Por  muchos  servicios  é  buenos  que  (izieron  á  los 
reyes  onde  vengo  e  fazen  agora  á  mi  en  esta  guerra  que  me  fazen  el  infante 
D.  Juan  mi  tio  e  D.  Alfonso  hijo  del  infante  D.  Fernando,  e  D.  Juan  Nuñez,  e  otros 
ricos  omes  e  otras  gentes  que  son  con  ellos;  que  les  mataron  e  les  fírieron  los 
parientes  en  mió  servicio,  e  los  robaron  e  los  astragaron  e  los  quemaron  pieza  de 
lo  que  havian  en  viñas  e  huertas  e  en  molinos  e  en  aceñas  e  en  otras  cosas,  e  por- 
que ganaron  el  castillo  de  Tariego  á  su  grande  costa  para  mió  servicio,  etc.»  Otro 
privilegio  de  37  de  Julio  de  1  302  empieza  en  esta  Forma:  «Conosciendo  nos  en 
como  serviestes  bien  e  lealmente  á  los  reyes  onde  nos  venimos  e  señaladamente 
á  nos  vos  el  conceyo  de  la  cibdad  de  Falencia,  fincándonos  niño  e  pequeño  quan- 
do  el  rey  D.  Sancho  nuestro  padre  finó  (  Q.  D.  P. ),  e  aviendo  guerra  con  nuestros 
enemigos  así  con  cristianos  como  con  moros,  e  nos  criastes  e  nos  levastcs  el 
nuestro  estado  c  la  nuestra  honra  adelant  con  los  otros  de  la  nuestra  tierra,  etc.» 
Omitimos  copiar  la  introducción  del  de  i.**  de  Febrero  de  1 300,  en  la  que  se  enu- 
meran las  varias  salidas  y  expediciones  de  los  palentinos,  por  no  repetir  la  rela- 
ción del  texto. 

(2)  En  esta  concesión,  otorgada  á  6  de  Setiembre  de  1 296,  exceptúa  el  rey  lo 
que  anteriormente  había  dado  á  Alfonso  Martínez  de  los  bienes  de  los  sublevados. 
Ya  por  otra  cédula  había  aplicado  estos  temporalmente  á  la  fábrica  de  los  muros : 
«et  digo  que  lo  ayan  para  se  aprovechar  de  ello  para  la  cerca  de  la  villa  por  quan- 
to  tiempo  yo  toviere  por  bien...  pero  si  alguno  de  aquestos  vinieren  a  nuestro 
servicio  á  aquel  plazo  que  los  yo  he  embiado  llamar  por  mis  cartas,  tengo  por 
bien  que  ayan  todo  lo  suyo.» 


FALENCIA  375 


bíanle  derribado  las  cercas  de  sus  lugares  de  Baños,  y  Revilla  y 
talado  sus  haciendas;  y  estos  lugares  y  la  casa  fuerte  ó  castillo 
donde  moraba  junto  á  la  puerta  de  Burgos  se  le  permitió  vin- 
cularlos en  mayorazgo  á  su  posteridad,  y  fué  eximida  de  todo 
tributo  la  casa  hospital  de  San  Lázaro  que  en  la  ciudad  acababa 
de  erigir  (i). 

Con  recíprocos  daños  y  común  ruina  continuó  por  algunos 
años  la  guerra,  interrumpido  el  trato  mercantil  de  que  vivía  la 
ciudad  (2) :  acudió  la  reina  más  de  una  vez  á  remediar  cuánto 
pudo  sus  necesidades,  á  alentar  su  brío  con  el  título  de  muy 
noble,  á  dirigir  la  campaña  contra  los  enemigos  en  derredor 
apostados ;  y  armándose  á  su  voz  los  moradores,  mezclados  con 
la  escasa  hueste  real,  arrebataron  á  D.  Juan  la  villa  de  Paredes, 
ahuyentaron  de  Ampudia  al  de  Lara,  y  tomáronle  la  torre  de 
Calabazanos.  Pero  entretanto  los  infantes  rebeldes  habían  lo- 
grado introducir  su  cizaña  en  el  seno  de  la  población,  y  mante- 
nían inteligencias  con  algunos  ciudadanos,  del  linaje  de  Corral 
los  principales,  espiando  la  ocasión  de  ganar  con  un  golpe  de 
mano  lo  que  á  punta  de  lanza  no  habían  podido.  En  la  densa 
oscuridad  de  una  noche  de  Noviembre  de  1 298  asombraron  al 
vigía  de  la  torre  de  San  Miguel  misteriosas  luces  que  á  la  otra 


(1)  No  sabemos  si  es  éste  el  mismo  Alonso  Martínez  arriba  mencionado,  jefe 
del  partido  de  la  reina  ;  en  el  nombre  y  en  los  servicios  convienen,  pero  el  uno  al 
parecer  no  pasaba  de  simple  ciudadano  y  vecino  de  Falencia,  mientras  el  otro  por 
lo  que  se  desprende  del  privilegio  que  se  le  dio  en  2  de  Julio  de  1  296  y  más  aun 
de  su  testamento  otorgado  en  25  de  Mayo  de  1  302,  era  ricohombre  portugués, 
hijo  y  hermano  de  los  condes  de  Barcelos,  cuarto  nieto  del  Cid  por  su  abuela 
Sancha  Rodríguez,  deudo  de  la  reina  D."  María,  casado  con  Juana  de  Guzmán,  y 
señor  de  lugares  y  vasallos,  cuya  riqueza  y  poder  y  numerosa  é  ¡lustre  parentela 
indican  sus  cuantiosas  mandas  pías  y  legados.  El  privilegio  expresa  entre  otras 
causales  la  siguiente :  «  porque  defendisteis  y  habéis  tenido  y  tenéis  la  ciudad  de 
Falencia  á  nuestro  servicio.»  Diósele  en  1  300  una  cuarta  parte  del  castillo  de  Ja- 
riego, y  fueron  hijos  suyos  probablemente  Alfonso  Martínez  y  Rodrigo  Alfonso 
que  en  i  343  trataban  de  venderla,  como  dijimos  en  la  nota  de  la  pág.  329. 

(2)  En  12  de  Marzo  de  1297  firman  una  cédula  Gonzalo  García  escudero  del 
abad  de  Santander  y  otros  mercaderes  del  mismo  lugar,  confesando  estar  indem- 
nizados de  la  cantidad  de  siete  mil  maravedises  en  u  dineros  e  doblas  e  torneses, 
e  dos  caballos  e  paños  e  otras  cosas»  que  les  tomaron  los  vecinos  creyendo  que 
iban  en  deservicio  del  rey  Fernando. 


37^  FALENCIA 


parte  del  río  á  gran  distancia  se  divisaban ;  y  súbito  tocó  á  re- 
bato, despertando  á  los  habitantes  bien  ágenos  de  la  negra  tra- 
ma en  que  iban  á  ser  envueltos.  Coronáronse  de  gente  las  mu- 
rallas, reforzáronse  las  guardias  de  las  puertas,  y  el  enemigo 
se  retiró  desconcertado.  De  los  traidores  unos  huyeron,  otros 
quedaron  con  la  ciega  confianza  de  que  no  había  de  descubrirse 
su  delito;  pero  nada  se  escapó  á  lia  perspicacia  de  los  jueces 
que  consigo  trajeron  el  rey  y  su  madre  para  hacer  pesquisa  del 
suceso.  Fueron  presos  descuidados  los  delincuentes,  y  tal  vez 
en  esta  ocasión  se  estrenó  la  cárcel  construida  por  el  concejo  en 
la  torre  de  maesire  Andrés  que  para  dicho  objeto  compró  del 
obispo  (i).  Terminado  el  proceso,  los  reyes  que  durante  su 
curso  se  habían  ausentado,  regresaron  á  autorizar  la  solemne 
justicia  que  sin  piedad  alguna  se  ejecutó  en  varias  cabezas:  á 
los  prófugos  se  les  proscribió,  dando  derecho  á  cualquiera  de 
prenderlos  ó  matarlos  caso  de  volver  á  la  ciudad  (2).  Al  mismo 
tiempo  tremoló  el  pendón  real  en  las  sometidas  fortalezas  de 
Monzón,  Rivas  y  Becerril,  y  fué  desamparado  el  castillo  de 
Magaz,  último  baluarte  del  pretendiente  la  Cerda,  que  recuperó 
sin  combate  el  obispo  D.  Alvaro  Carrillo. 

Debajo  de  esta  denodada  lucha  política,  que  debía  al  pare- 
cer absorber  los  esfuerzos  y  aunar  las  voluntades  de  los  palen- 
tinos, agitábase  sin  embargo  con  más  ardor  que  nunca  otra 
intestina  y  social  entre  el  señorío  eclesiástico  y  las  franquicias 
municipales.  No  es  que  tomaran  color  dinástico  tales  querellas: 
el  clero  lo  mismo  que  el  pueblo  había  abrazado  la  causa  del 
joven  rey  que  empezó  prometiéndole  la  enmienda  de  los  vejá- 
menes de  sus  antecesores,  y  el  cabildo  todo,  especialmente  su 
arcediano  D.  Simón,  mereció  bien  por  sus  servicios  en  aquella 


(i)  Mandáronsela  construir  el  rey  y  su  madre,  según  aparece  de  la  obligación 
que  en  f^o^  fírmó  el  concejo  de  pagar  al  obispo  por  la  expresada  torre  y  casa 
treinta  mil  maravedís  de  la  moneda  corriente. 

(3)  Asi  se  declara  en  varios  capítulos  que  otorgó  el  rey  estando  en  Burgos 
en  10  de  Mayo  de  1301  á  las  ciudades  de  Castilla,  entre  los  cuales  hay  algunos 
peculiares  á  Falencia. 


FALENCIA  377 


guerra.  Así  pues  ambas  partes  deñríeron  con  igual  conñanza  á 
Fernando  IV  la  decisión  de  sus  contiendas  sobre  la  tenencia  de 
las  llaves  de  la  ciudad  y  sobre  el  pago  de  la  martiniega,  recla- 
mando el  concejo  contra  las  facultades  que  había  usurpado  el 
obispo  D.  Juan  valido  de  su  crédito  cpn  Sancho  IV;  pero 
también  esta  vez  le  resultó  desfavorable  el  fallo,  y  lo  achacó  á 
prepotencia  de  su  contrincante  (i).  Estalló  en  violentos  desór- 
denes el  disgusto,  y  así  como  en  el  obispado  de  fray  Munio  ha- 
bían pegado  fuego  á  una  torre  y  dado  muerte  á  varios  servido- 
res de  Juan  Yáftez  su  merino,  asimismo  contra  D.  Alvaro  se 
propasaron  á  graves  injurias,  de  las  cuales  obtuvo  por  sentencia 
del  rey  rigurosa  satisfacción  el  altivo  prelado.  Descalzos  de 
pies,  sin  bonetes  y  cintos,  y  con  cirios  en  las  manos,  desñlaron 
en  procesión  desde  la  puerta  del  Mercado  hasta  el  palacio  epis- 
copal cincuenta  parejas  de  ciudadanos  en  la  víspera  de  Navidad 
de  1 300 ;  y  allí  de  rodillas  pidieron  gracia  á  su  ofendido  señor 
y  le  reiteraron  el  juramento  de  ñdelidad,  sin  creer  ellos  dema- 
siado en  la  sinceridad  del  perdón  ni  él  en  la  del  homenaje. 

No  por  esto  el  monarca,  que  juzgó  peligrosas  ó  prematuras 
semejantes  tentativas  de  independencia,  retiró  su  protección  á 
la  ciudad  á  quien  tanto  debía ;  antes  fueron  señalados  por  mer- 
cedes los  años  de  su  reinado.  En  1 299  aseguró  á  sus  vecinos 


(1)  Hemos  visto  la  petición  que  presentaron  al  rey  los  diputados  de  ta  ciudad 
en  Valladolid  á  28  de  Mayo  de  1 298  y  que  le  leyeron  en  sus  casas  que  son  á  la 
Magdalena^  recordándole  haber  sido  por  él  dispensados  de  la  martiniega  por  ra- 
zón de  amurallar  la  población  y  por  haber  ido  con  su  hueste  sobre  Ampudia.  «Nos 
cercamos  la  villa,  dicen,  e  ficiemos  las  puertas  e  las  llaves  e  las  tenemos;  e  assí 
la  guarda  de  la  villa  e  las  llaves  siempre  las  ovo  el  concejo  en  su  poder  antes  del 
obispo  D.  Juan ;  e  después  que  .bien  vedes  vos  que  si  otro  toviere  las  llaves,  non 
vos  podemos  facer  homenage  nin  guardar  la  villa  para  vos.  E  si  en  tiempo  del 
obispo  D.  Juan  tomó  alguna  cosa,  tomónoslo  por  grand  poder  que  avia  contra  de- 
recho c  contra  nuestra  voluntad,...  e  veyendo  el  rey  D.  Sancho  que  pasaran  algu- 
nas cosas  contra  los  sus  derechos  e  contra  nos  e  el  poder  que  el  obispo  tovo  del 
de  la  chancillería,  revocó  todas  las  cartas  e  previlegios  e  las  otras  cosas  que  el 
obispo  avia  tomado,»  cuyas  palabras  aluden  á  la  declaración  de  1 287  arriba  refe- 
rida. De  la  sentencia  protestaron  por  ser  parcial  á  favor  del  obispo  como  dictada 
por  el  de  Astorga,  y  por  no  habérseles  querido  dar  plazo  para  probar  sus  dere- 
chos, estando  la  tierra  en  peligro  como  está. 

48 


378  FALENCIA 


así  de  las  violencias  de  los  soldados  como  de  las  arbitrariedades 
de  la  justicia  (i);  en  1300  les  eximió  de  fonsado  y  fonsadera  y 
de  todo  pecho  que  no  fuese  el  de  martiniega,  el  de  yantar  una 
vez  al  año  y  el  de  moneda  forera  de  siete  en  siete;  en  1302, 
apenas  llegado  á  la  mayor  edad,  les  confírmó  ampliamente  sus 
libertades  y  franquezas,  les  permitió  al  tenor  de  ellas  juntarse 
en  hermandad,  y  mandó  rendir  cuenta  de  los  servicios  y  sisas  á 
los  recaudadores.  En  beneficio  del  tráfico  que  formaba  la  ocu- 
pación principal  de  aquellos,  atendida  la  estrechez  de  su  terri- 
torio, les  dio  especial  salvaguardia  en  1304  para  comerciar 
libremente  y  transitar  por  todo  el  reino  con  sus  acémilas  y  ca- 
rretas, sin  temor  á  las  extorsiones  de  ricos  hombres  y  caballe- 
ros (2).  Dos  infaustos  sucesos  vinieron  últimamente  á  hacer 
menos  grata  á  Fernando  IV  su  morada  en  Falencia:  una  malig- 
na enfermedad  de  que  adoleció,  y  el  asesinato  de  su  favorito 
Juan  Alfonso  de  Benavides.  Allí  reconciliado  apenas  "con  el  in- 
fante D.  Juan  su  tío,  luchó  muchos  días  en  1 3 1 1  entre  la  muerte 
y  la  vida,  primero  en  el  convento  de  San  Francisco  fuera  de  los 
muros,  y  luego  en  las  casas  de  Rui  Pérez  de  Sasamón,  salván- 
dole su  prudente  madre  no  menos  de  los  excesos  de  su  intem- 
perancia que  de  las  intrigas  palaciegas  que  bullían  en  torno  de 
su  lecho  (3).  Benavides  cayó  una  noche  herido  por  mano  des- 


(1)  Tres  puntos  contiene  dicho  privilegio:  «que  ninguno  sea  muerto  ni  des- 
pechado sin  ser  oído  e  librado  por  fuero  y  por  derecho,  ni  sus  bienes  les  sean 
tomados  e  enagenados  sino  puestos  en  recabdo;  segundo,  que  se  non  faga  pes- 
quisa general  cerrada,  salvo  si  algún  desaguisado  se  ficiere  en  yermo  ó  de  noche; 
tercero,  que  los  que  tienen  los  castillos  de  la  tierra  no  tomen  ninguna  cosa  por 
fuerza.» 

(2)  Es  notable  el  preámbulo  de  esta  cédula  por  indicar  la  condición  social  y    , 
económica  de  Falencia:  «porque  los  mas  de  los  omes  que  moran  en  la  dicha  cib- 
dad  viven  por  mercadurías  e  an  de  andar  por  la  mi  tierra  de  unos  logares  á  otros, 

e  demás  que  la  mantenencia  de  esta  cibdad  es  assi  de  paños  c  de  mercaderías  e 
de  pan  e  de  vino  e  de  carnes,  e  de  todas  las  otras  viandas  como  do  todas  las  otras 
cosas  que  an  mester  lo  an  de  traer  de  otras  villas  y  logares  fuera  de  su  término, 
porque  el  su  término  es  pequeño  c  lo  non  an  y  tan  complidamente  como  es  mes- 
ter... e  porque  me  embiaron  mostrar  que  infantes  e  ricos  omes  e  infanzones  e  ca- 
vaüeros  e  escuderos  e  otros  omes  les  fazen  perjudicios  e  tomas  sin  razón  e  sin 
derecho,  etc.» 

{3)    «E  á  cabo  de  tres  dias,  dice  la  crónica,  recudióle  grande  postema  con  muy 


PALENCIA  379 


conocida  al  salir  de  la  regia  estancia,  y  con  este  azar  principió 
el  drama  misterioso,  que  continuado  en  Martos  con  el  suplicio 
de  los  Carvajales,  terminó  en  Jaén  con  la  súbita  muerte  del  rey 
emplazado. 

Vio  Falencia  en  la  menoría  de  Alfonso  XI  renovarse  las  tu- 
multuosas escenas  de  las  anteriores,  y  sofocadas  por  el  estrépito 
de  las  armas,  cuando  no  compradas  por  el  soborno,  las  resolu- 
ciones de  la  asamblea^  que  congregada  en  su  recinto  en  la  pri- 
mavera de  1 31 3,  debía  adjudicar  la  regencia  por  tantos  preten- 
dientes codiciada.  Hallóse  forzada  la  reina  María  á  franquear  la 
ciudad  á  los  infantes  acuartelados  por  los  lugares  circunvecinos, 
quienes  penetrando  con  ejércitos  más  bien  que  con  escoltas,  lo 
llenaron  todo  de  confusión  y  espanto ;  y  los  de  D.  Juan  aposen- 
tados en  la  Morería,  y  los  de  su  sobrino  D.  Pedro  en  el  Arra- 
bal, estuvieron  más  de  una  vez  á  pique  de  ensangrentar  las 
calles  con  atroz  pelea.  Constanza,  la  reina  madre,  desertó  del 
lado  de  su  suegra  para  reunirse  con  los  enemigos  de  la  misma: 
las  cortes  se  fraccionaron  en  banderías,  y  mientras  en  San  Pa- 
blo se  proclamaba  tutor  á  D.  Juan,  en  San  Francisco  se  confería 
el  cargo  á  D.  Pedro  y  á  su  madre.  Disolviéronse  sin  poder  ave- 
nirse las  dos  juntas ;  pero  apenas  evacuada  la  ciudad,  revolvió 
sobre  ella  D.  Pedro  desde  Valladolid,  y  amaneciendo  á  las 
puertas  del  palacio,  le  introdujo  allí  con  tres  caballeros  disfra- 
zados Diego  del  Corral  su  confidente.  Palencia  volvió  á  ser  el 
más  firme  apoyo  del  partido  de  D.^  María  y  de  su  bizarro  hijo, 
que  contuvo  todos  los  esfuerzos  intentados  desde  Carrión  por 


gran  dolor  de  costado  e  ovieronlo  de  sangrar;  e  porque  era  muy  mancebo  e  se 
guardava  muy  mal,  demandava  todavía  que  le  diessen  á  comer  carne,  e  algunos 
de  los  físicos  querían  gelo  dar,  e  la  reina  defendió  que  non  gelo  diessen,  e  guar- 
dólo que  no  lo  comiesse  fasta  los  catorce  dias,  e  á  los  catorce  dias  passados  ovo 
mejoría  e  diéronle  carne,  como  quier  que  nunca  le  dexó  la  fiebre...  La  reina 
D.*  Constanza  su  mujer  queríalo  levar  á  Carrion,  porque  si  oviessc  de  morir  que- 
ría le  tomasse  la  muerte  en  su  poder  de  ella  e  de  D.  Juan  Nuñez  por  se  apoderar 
de  los  reynos ;  e  porque  el  rey  entendió  esso,  tomó  muy  grande  pesar  e  embió 
luego  por  la  reina  su  madre,  e  pidióle  por  merced  que  le  truxesse  á  Valladolid  á 
sus  casas.» 


380  FALENCIA 

D.  Juan  y  D.*  Constanza,  para  apoderarse  del  gobierno  de  Cas- 
tilla. En  las  hermandades  formadas  en  defensa  del  trono  y  de 
la  libertad  de  los  pueblos,  tomó  una  parte  muy  principal,  fir- 
mando los  capítulos  de  13 17  (i);  y  en  13 19,  después  de  la 
desastrada  muerte  de  los  tutores  D.  Juan  y  D.  Pedro,  organizó 
dentro  de  sus  muros  una  nueva  confederación  á  20  de  Agosto, 
previniéndose  contra  los  nuevos  bullicios  que  pudieran  algunos 
intentar  en  perjuicio  de  sus  fueros. 

Sin  embargo,  si  en  alguna  ocasión  pudo  vestir  luto  y  sentir 
quebrantado  su  aliento  la  ciudad,  debió  ser  en  aquellos  días 
ciertamente.  Acababa  de  llegar  á  la  extremidad  más  deplorable 
su  perpetua  lucha  con  el  poder  episcopal:  los  mismos  alcaldes, 
que  á  nombre  y  por  elección  de  la  mitra,  daban  audiencia  á  las 
puertas  de  San  Antolín,  habían  trabado  injuriosas  pláticas  con 
el  obispo  D.  Gómez,  y  agregándoseles  otros  vecinos,  habían 
cogido  por  las  riendas  la  muía  en  que  cabalgaba,  habíanle  he- 
rido en  su  persona  y  perseguícfole  con  una  lluvia  de  piedras 
hasta  su  palacio.  Instruyóse  proceso,  y  como  si  los  tutores  de 
Alfonso  anticiparan  la  futura  severidad  de  su  pupilo,  fueron 
condenados  á  muerte  por  real  sentencia  de  1 2  de  Enero  de  1 3 1 9 
cuarenta  ciudadanos  principales  y  confiscadas  sus  haciendas /^tt 
haber  puesto  ¿as  manos  en  su  señor.  Repugna  el  creer  que  se 
cumpliera  en  todos  este  suplicio  ó  más  bien  matanza,  y  que  el 


(i)  En  el  archivo  municipal  de  Falencia  hallamos  una  copia  de  los  que  en  di- 
cho año  presentó  la  hermandad  creada  en  Cuéllar  al  consejo  de  regencia  formado 
por  la  reina  D.*  María  y  por  los  infantes  D.Juan  y  D.  Pedro,  hallándose  en  Carrión. 
Los  capítulos  más  importantes  son:  «i.*"  que  el  cavallero  dado  por  ayo  al  rey  ande 
con  él  de  cada  dia,  y  sino  que  se  ponga  otro  cavallero  bueno  que  lo  guarde  e  lo 
castigue  (lo  eduque)  e  lo  costumbre  muy  bien,  c  que  anden  con  el  rey  cavalleros 
de  los  fijosdalgo,  de  omcs  buenos,  de  los  de  las  cibdades  e  de  las  villas  aquellos 
que  entendieren  los  tutores  que  cumplirán  para  ello;  2.°  que  se  reformen  los 
abusos  de  la  chancillería  y  se  prohiba  á  los  clérigos  ejercer  tales  oficios;  3.*"  que 
se  indemnice  á  los  hermanados  por  los  robos,  fuerzas,  tomas  e  males  causados  á 
ellos  desde  la  muerte  del  rey  Fernando;  4."  que  ni  caballero  ni  clérigo  ni  judío 
sean  arrendadores  de  los  pechos;  5."  que  no  estén  obligados  á  dar  cuentas  aque- 
llos que  por  las  discordias  que  habia  entre  los  tutores,  tomando  parte  por  el  uno 
ó  por  el  otro,  fueron  echados  de  las  villas  e  les  fueron  derribadas  las  casas  e  to- 
mado lo  que  havian  e  perdieron  allí  los  padrones  y  escrituras.» 


FALENCIA  381 

prelado,  ministro  del  Dios  de  clemencia,  no  detuviera  con  su 
brazo  la  segur,  y  volara  ante  la  más  piadosa  de  las  reinas  á  ob- 
tener el  perdón  de  sus  ofensores:  lo  cierto  es  que  á  las  rentas 
del  obispado  aparecen  incorporadas  varías  ñncas  de  los  que 
apellidan  traidores  las  escrituras. 

En  esta  situación  azarosa  y  violenta' fué  cuando  se  acometió 
una  empresa  de  las  más  grandiosas,  propia  al  parecer  de  tiem- 
pos de  unión  y  de  sosiego,  la  construcción  de  una  nueva  cate- 
dral. Celebróse  con  solemnidad  extraordinaria  la  inauguración 
de  las  obras  en  i .®  de  Junio  de  1 3  2 1 ;  puso  la  primera  piedra 
Guillermo  de  Bayona,  cardenal  obispo  de  Sabina  y  legado  pon- 
tificio, y  asistieron  siete  obispos,  entre  ellos  el  de  la  diócesis 
llamado  Juan  que  acababa  de  suceder  á  Gómez.  Habíanse  jun- 
tado tan  ilustres  huéspedes  para  las  cortes  que  iban  á  tenerse 
en  la  ciudad ;  pero  frustró  su  convocatoría  la  nueva  del  falleci- 
miento de  la  reina  María,  y  Falencia  ya  no  pudo  recibir  y  vito- 
rear una  vez  más  á  su  insigne  favorecedora.  Bajo  el  gobierno 
altamente  personal  de  Alfonso  XI  figuró  menos  que  en  las  tur- 
bulencias de  su  menor  edad:  sólo  nos  dice  la  crónica  que  allí 
residía  el  rey  enfermo  de  cuartanas  en  1335,  cuando  mandó 
suspender  las  hostilidades  contra  Navarra;  ni  conocemos  de  él 
otras  cédulas  referentes  á  los  palentinos,  que  la  exención  de 
pagar  al  obispo  cierta  parte  de  martiniega  en  1322,  y  la  orden 
dada  en  1336  á  los  colectores  de  no  coger  tercias  decimales  en 
su  territorio. 

Del  rey  D.  Pedro  obtuvo  Falencia  en  1351  la  confirmación 
de  sus  fueros  á  instancias  del  obispo  Vasco,  que  más  adelante 
promovido  á  la  metrópoli  de  Toledo  feneció  emigrado  en  Por- 
tugal, para  evitar  las  suspicaces  iras  del  monarca.  Declaróse 
contra  éste  la  ciudad  en  la  encarnizada  lucha  que  sostuvo  con 
sus  hermanos,  tal  vez  por  la  influencia  que  allí  ejercía  uno  de 
ellos,  D.  Tello  señor  de  Vizcaya,  cuyo  cadáver  desde  Cuenca 
de  Campos  donde  murió,  fué  llevado  pomposamente  en  1370  á 
sepultar  en  la  iglesia  de  San  Francisco.  Enrique  II,  que  ya  en 


382  FALENCIA 

las  cortes  de  Burgos  de  1367,  anteriores  á  la  derrota  de  Náje- 
ra,  había  asegurado  así  al  concejo  como  al  cabildo  la  conserva- 
ción de  sus  respectivas  franquicias,  trató  en  1377  de  dirimirlas 
contiendas  entre  uno  y  otro  acerca  de  los  excusados,  atenién- 
dose á  la  sentencia  arbitral  del  obispo  Gutierre.  Seguían  en  Fa- 
lencia las  banderías  y  atentados ,  cuya  represión  encomendó 
Juan  I  al  prelado  en  1382,  y  dos  años  después  concedió  á  la  es- 
colta de  su  merino  el  derecho  de  traer  levantadas  las  picas  aun 
en  presencia  del  soberano.  Más  singular  fué  la  gracia  que  otor- 
gó á  las  dueñas  palentinas  de  usar  bandas  de  oro  encima  de  los 
tocados;  dícese  que  para  premiar  el  ardimiento  con  que  en  au- 
sencia de  los  hombres  de  armas,  acudieron  á  guarnecer  los  mu- 
ros contra  las  huestes  inglesas  capitaneadas  por  el  duque  de 
Lancáster.  Añádese  que  por  esta  hazaña  mereció  Falencia  ser 
teatro  de  las  célebres  cortes  de  1388,  reunidas  para  poner  tér- 
mino á  la  guerra,  y  de  los  solemnes  desposorios  de  Enrique 
primer  príncipe  de  Asturias,  con  Catalina  de  Lancáster,  cele 
brando  con  alegres  festejos  la  fausta  unión  de  las  dos  ramas 
que  hasta  entonces  no  habían  cabido  juntas  en  el  suelo  de  Cas- 
tilla. 

No  fué  tan  fácil  la  extinción  del  cisma  pontiñcio,  de  que  en 
junta  de  prelados  se  trataba  al  mismo  tiempo  dentro  del  con* 
vento  de  franciscanos,  declarándose  todos  por  el  papa  de  Avi- 
ñon,  especialmente  el  obispo  Gutierre  que  le  debía  su  capelo. 
A  éste  sucedió  en  su  silla,  dejando  la  de  Jaén,  un  antiguo  criado 
del  rey  D.  Pedro  que  había  seguido  á  su  hija  en  Inglaterra,  el 
famoso  Juan  de  Castro,  autor  de  una  historia  cuya  pérdida  de- 
ploran los  apologistas  del  Cruel^  como  si  en  punto  á  imparcia- 
lidad pudiese  llevar  grandes  ventajas  la  del  servidor  á  la  del 
enemigo.  Fué  Juan  de  Castro  firme  defensor  de  la  inmunidad 
eclesiástica,  y  en  unión  con  el  insigne  Tenorio  arzobispo  de  To 
ledo,  alcanzó  de  Enrique  III  en  1 396  exención  de  moneda  fore- 
ra á  favor  del  clero  castellano,  por  lo  cual  á  los  dos  prelados  y 
al  monarca  en  testimonio  de  gratitud,  dedicaron  durante  siglos 


FALENCIA  383 


un  aniversario  las  parroquias  todas  de  la  diócesis.  Dos  veces  al 
principio  de  su  reinado  confirmó  Enrique  á  la  ciudad  los  privi 
legios  y  mercedes  de  sus  antecesores,  mantuvo  la  jurisdicción 
del  alcalde  mayor  de  la  hermandad,  que  equilibraba  la  prepo- 
tencia episcopal  (i),  y  mandó  reparar  y  ampliar  los  muros,  de- 
clarando comprendido  al  clero  en  la  obligación  de  costearlos. 

A  principios  del  siglo  xv  refluyeron  en  esplendor  y  grande- 
za de  la  sede  palentina  los  merecimientos  y  servicios  de  don 
Sancho  de  Rojas,  que  ya  combatiendo  valerosamente  á  los 
moros  en  Antequera  al  frente  de  sus  diocesanos,  ya  negociando 
en  Aragón  una  corona  para  el  infante  D.  Fernando,  fué  sin  dis- 
puta el  personaje  más  importante  de  la  menor  edad  de  Juan  II. 
Los  estados  de  Pernia,  que  á  su  antecesor  Raimundo  había 
conferido  en  las  sierras  del  norte  Alfonso  VIII,  se  erigieron 
entonces  en  título  condal  inseparablemente  unido  á  la  mitra:  y 
al  recorrer  los  obispos  de  Falencia  sus  montuosos  dominios 
acatados  más  como  dueños  temporales  que  como  pastores,  al 
descubrir  nueve  villas  considerables  con  sus  castillos  sujetas  á 
su  poder  al  rededor  de  la  capital  (2),  al  hacer  en  ella  su  entra- 
da solemne  con  pompa  más  bien  feudal  que  eclesiástica,  mon- 
tando un  blanco  corcel,  calzando  doradas  espuelas,  vistiendo 
calzas  y  capa  mitad  negras  y  mitad  coloradas,  y  recibiendo  con 
las  llaves  de  la  ciudad  los  homenajes  del  concejo,  al  elegir 
anualmente  cada  primer  domingo  de  Marzo  los  doce  regidores 
y  los  dos  alcaldes  entresacados  de  una  lista  de  sesenta  nombres 
que  los  nominadores  les  presentaban  (3),  pudieron  creerse  prín 


(i)  Existe  en  el  archivo  una  cédula  de  i  392  en  que  se  nombra  para  dicho  ofi- 
cio á  García  Alvarez  Osorio,  hijo  de  Alvar  Pérez,  por  sus  muchos  servicios,  man- 
dando le  recudan  con  todas  las  rentas  e  derechos  del  mismo. 

(2)  Eran  estas  nueve  villas  Villamuriel,  Magaz,  Grijota,  Santa  Cecilia,  Villalo- 
bón,  Villajimcna,  Villamartín,  Mazariegos  y  Palacios  del  Alcor;  todas  casi  dentro 
del  radio  de  la  capital. 

(3)  Los  nominadores  eran  veinte,  designados  por  otros  dos  nominadores  de 
primer  grado,  uno  por  parte  de  caballeros,  y  otro  por  parte  de  ciudadanos  y  pe- 
cheros, que  señalaba  en  pública  asamblea  la  persona  principal  de  los  concurren- 
tes y  en  caso  de  discordia  el  corregidor.  Cada  uno  de  dichos  veinte  nominadores 


384  FALENCIA 


cipes  en  su  diócesis,  conservando  hasta  en  los  tiempos  de  mayor 
unidad  monárquica  estas  prerrogativas  señoriles  casi  descono- 
cidas en  España.  Antes  que  D.  Sancho  de  Rojas,  en  1415, 
pasara  á  ocupar  la  silla  primada  de  Toledo,  vio  convertidos  en 
Falencia  y  en  su  territorio  por  la  inspirada  voz  de  San  Vicente 
Ferrer  á  los  millares  de  judíos  allí  avecindados  y  sometidos  á 
su  vasallaje ;  y  si  esta  feliz  mudanza  pudo  consolar  el  corazón 
del  prelado,  lastimó  los  derechos  del  señor  con  la  emancipación 
improvisada  de  los  neóñtos  y  con  la  cesación  de  los  pechos  y 
tributos  que  de  ellos  percibía,  cuya  indemnización  se  le  satisfizo 
sobre  las  rentas  reales.  La  sinagoga  la  cedió  el  obispo  para 
fundar  el  hospital  de  San  Salvador,  incorporado  después  al  de 
San  Antolín,  y  de  la  judería  no  quedó  más  que  el  nombre  á  la 
otra  parte  del  río  junto  á  la  iglesia  de  San  Julián  (i). 

De  este  carácter  de  magnates  ó  ricoshombres  vinculado  en 
los  obispos  de  Falencia,  resultó  que  por  mucho  tiempo  fuesen 
exclusivamente  escogidos  de  la  más  noble  alcurnia,  y  que  resi- 
dieran casi  siempre  junto  al  trono,  mezclados  en  las  intrigas  de 
la  corte  ó  en  los  negocios  del  Estado.  Asistió  en  Valladolid  al 
bautizo  de  Enrique  IV  D.  Rodrigo  de  Velasco,  haciéndosele 
larga  por  sus  muchos  años  la  procesión  (2),  y  poco  después  le 
vemos  sucumbir  del  modo  más  inopinado  á  manos  de  su  coci- 
nero, demente  ó  reputado  tal,  quien  en  su  idioma  extranjero 


elegía  tres  vecinos,  que  componían  los  sesenta  de  entre  los  cuales  debía  el  obispo 
escoger  los  doce  regidores.  En  la  misma  forma  eran  nombrados  los  dos  alcaldes 
que  administraban  justicia  hasta  que  los  Reyes  Católicos  pusieron  corregidor.  Los 
regidores  continuaron  siendo  de  nombramiento  episcopal  hasta  i  574. 

(i)  Comprueba  esta  indicación  una  escritura  de  arriendo  del  siglo  xv,  hecho 
á  la  mora  Aljovar,  la  vieja  tejedora  de  velos,  de  cierta  casa  cercana  á  la  iglesia  de 
San  Julián,  que  es  á  la  judería  vieja.  Pulgar  dice  que  la  calle  de  la  Judería  se  llamó 
de  Santa  Fe  después  de  la  expulsión  definitiva  de  los  judíos  en  1492.  Entre  los 
tributos  que  pagaban  al  obispo,  prestaban  uno  de  treinta  dineros  por  cabeza,  en 
memoria  de  los  treinta  en  que  fué  vendido  el  Salvador. 

(2)  Escribe  estos  detalles  el  Bachiller  de  Cibdad  Real,  añadiendo  que  el  obis- 
po se  ovo  de  meter  en  una  casa  e  decir  que  tenia  cámaras  por  no  decir  que  tiene 
sesenta  e  seis  años. 


P  A  L  E  N  C  I  A  385 

publicaba  el  intento  de  tiempo  atrás  sin  ser  comprendido  (i). 
En  la  asamblea  solemne  reunida  en  Falencia  á  principios  de 
Mayo  de  1429  antes  de  emprender  la  guerra  con  Aragón,  en 
que  grandes  y  prelados  juraron  lealtad  y  sumisión  omnímoda  al 
soberano  en  cualquier  trance,  desempeñó  un  papel  principal 
don  Gutierre  de  Toledo,  y  valiente  y  belicoso  en  la  batalla  de 
la  Vega  de  Granada,  ahorrado  de  faldas  y  con  sus  corazas 
dobles^  en  expresión  del  Bachiller  de  Cibdad  Real,  s'emejava  un 
Josué  armado;  mas  ni  la  dignidad  ni  el  linaje  le  libraron  de  ser 
reducido  á  prisión,  no  tanto  quizá  por  los  tratos  secretos  que 
con  Navarra  y  Aragón  se  le  achacaban,  como  por  ásperas  y 
punzantes  alusiones  contra  el  Condestable  á  la  sazón  omnipo 
tente  (2).  La  vacante  que  resultó  de  la  promoción  de  D.  Gutie- 
rre al  arzobispado  de  Sevilla  la  ocupó  D.  Pedro  de  Castilla, 
nieto  del  famoso  rey  del  mismo  nombre:  viéronle  combatir  en 
la  hueste  real  los  campos  de  Olmedo,  pero  su  esfuerzo  no  pudo 
desplegarse  más  que  en  civiles  discordias,  por  más  que  en  Fa- 
lencia predicase  contra  los  inñeles  la  cruzada  con  indulgencias 
inauditas  para  vivos  y  difuntos  el  celoso  franciscano  fray  Alonso 
de  Espina  á  presencia  del  nuevo  rey  Enrique  IV  (3).  Causó  á 
D.  Fedro  la  muerte  en  Valladolid  á  27  de  Abril  de  1461  la 
caída  de  un  andamio  en  sus  casas  del  Cordón,  dejando  muchos 
hijos  de  su  incontinente  mocedad,  uno  de  los  cuales,  D.  Sancho, 
fijó  en  Falencia  su  casa  y  adquirió  en  ella  el  más  alto  predo- 
minio. 


(1)  Por  matar  le  vispe,  según  decía,  traía  consigo  una  porra,  lo  que  los  caste- 
llanos entendían  por  las  abispas  y  no  por  el  obispo. 

(2)  Tomólo  tan  á  mal  Juan  II  á  pesar  de  su  habitual  flojedad,  que  á  un  prelado 
que  amenazaba  con  excomuniones  por  la  prisión  referida  contestó  que  «á  obispo 
revolvedor  de  sus  reinos  y  mal  obispo  le  mandara  prender  y  doblar  y  limpiar  sus 
hábitos  para  mandarlos  al  Santo  Padre.»  Otra  vez  en  ocasión  de  haber  incendiado 
un  rayo  el  palacio  de  Luna  en  Escalona,  imputándose  á  D.  Gutierre  el  haber  dedu- 
cido de  ahí  agüeros  sobre  la  caída  de  D.  Alvaro  y  de  haber  citado  un  pronóstico 
análogo  sucedido  en  la  estatua  de  Julio  César,  hubo  el  obispo  de  jurar  al  rey  con 
el  pectoral  en  la  mano  que  jamás  leyera  ni  oyera  tal  historia. 

(3)  «Juntáronse  con  la  bula,  dice  Mariana,  casi  trecientos  mil  ducados;  cuan 
poco  de  todo  esto  se  gastó  contra  los  moros  !»> 

49 


38b  FALENCIA 


Graves  querellas  se  suscitaron  entre  éste  y  el  nuevo  obispo 
don  Gutierre  de  la  Cueva,  hermano  del  real  favorito  D.  Beltrán. 
Al  bachiller  Alonso  de  la  Serna,  que  el  rey  había  mandado  por 
corregidor,  embistieron  los  vecinos  dentro  de  la  catedral  duran- 
te la  misa  con  espadas  y  piedras  para  matarle,  obligándole  á 
guarecerse  en  el  coro;  y  como  el  prelado  castigara  con  entre- 
dicho el  sacrilegio  y  procediera  contra  los  culpables,  declará- 
ronse por  el  infante  D.  Alfonso  dirigidos  por  D.  Sancho  de 
Castilla,  y  le  proclamaron  rey  en  26  de  Junio  de  1465.  Tumul- 
tuariamente y  tomando  la  voz  del  príncipe  fué  echado  por  tierra 
el  fuerte  alcázar  que  poseían  los  obispos  sobre  el  muro  en  la 
plaza  del  Mercado  Viejo,  y  que  ya  no  volvió  á  levantarse  de 
sus  ruinas.  En  vindicación  de  estos  agravios  cayó  sobre  la  ciu- 
dad el  anatema  de  los  delegados  pontificios,  confirmado  por  el 
cielo  al  parecer  con  el  formidable  azote  de  la  peste  que  arreba- 
taba más  de  cien  víctimas  diarias,  privadas  de  consuelos  reli- 
giosos en  su  agonía  y  de  oraciones  y  de  pompa  fúnebre  en  su 
sepultura. 

En  tiempo  del  obispo  D.  Diego  Hurtado  de  Mendoza  se 
renovaron  las  calamidades,  y  al  par  se  renovaron  ó  siguieron 
más  bien  sin  interrupción  las  contiendas.  En  1475,  año  en  que 
la  reina  Isabel  se  instaló  en  Falencia  durante  el  mayor  peligro 
de  la  decisiva  campaña,  atenta  por  un  lado  á  la  invasión  de  los 
portugueses  y  por  otra  al  castillo  de  Burgos,  el  hambre  nacida 
de  la  sequedad  hizo  de  tal  suerte  sentir  sus  rigores  en  la  co- 
marca, que  toda  ella  se  despobló,  emigrando  sus  habitantes  á 
tierras  de  Toledo  ó  de  Andalucía.  Mas  no  cejó  la  interminable 
porfía  de  la  ciudad  con  el  prelado,  cuyo  poder  empezó  á  decli 
nar  con  la  creación  de  las  nuevas  hermandades  para  extinguir 
los  malhechores,  haciéndose  Falencia  cabeza  de  la  de  Campos; 
y  estas  disensiones  las  aprovecharon  los  Reyes  Católicos  para 
instituir  definitivamente  un  corregidor,  que  ejerciese  en  su  nom- 
bre la  autoridad  que  antes  ejercían  en  el  del  obispo  los  alcaldes 
ordinarios.  El  derecho  de  representar  en  cortes  á  la  población, 


f»  A  L  E  N  C  I  A  387 


que  de  tiempo  atrás  se  habían  arrogado  sus  señores  (i),  lo 
revindicó  para  aquella  D.  Sancho  de  Castilla,  negociando  con 
el  delegado  regio  en  1 468  que  sin  mediar  licencia  ni  aprobación 
episcopal  pudiesen  los  vecinos  nombrar  sus  procuradores;  pre- 
rrogativa que  por  descuido  del  concejo  ó  por  efecto  de  las  mu- 
danzas políticas  vino  muy  pronto  á  caer  en  desuso. 

No  había  sido  tan  general  la  conversión  de  los  judíos,  ó  no 
se  había  negado  tan  rigurosamente  á  los  de  fuera  el  avecinda- 
miento  en  la  ciudad,  que  en  la  entrada  de  fray  Alonso  de  Bur- 
gos, cuyo  pontificado  se  señaló  con  obras  tan  insignes  en  la 
diócesis  y  especialmente  en  Valladolid,  no  salieran  algunos  en- 
tre otras  cuadrillas  á  festejarle,  presentándole  el  venerando 
libro  de  la  Ley  por  manos  de  su  rabino  (2).  Seis  años  después 
la  pragmática  de  1492  cerró  para  siempre  las  puertas  de  la 
sinagoga,  desterrando  ó  reduciendo  al  catolicismo  los  escasos 
restos  del  vecindario  israelita;  y  poco  tardó  en  desaparecer 
también  la  aljama  bajo  la  influencia  de  no  menos  severos  edic- 
tos. Día  de  San  Marcos  del  año  1500  recibieron  el  bautismo 
los  moros  domiciliados  en  Falencia,  tomando  su  calle  por  me- 
moria el  nombre  del  santo  evangelista,  y  quedando  sin  uso  su 
mezquita,  de  la  que  subsisten  aún  vestigios  notables  en  la  casa 
llamada  del  Cordón.  La  sinceridad  del  cambio  fué  la  que  del 
temor  podía  esperarse:  por  esto  al  confesar  en  1549  los  moris- 
cos palentinos  que  sólo  habían  tratado  de  salvar  las  apariencias 


( 1 )  Una  cédula  real  de  Juan  II  en  1 4 1  2  manda  al  concejo  de  Falencia  deje  de 
enviar  sus  procuradores  supuesto  que  el  obispo  D.  Sancho  de  Rojas  había  hecho 
ya  homenaje  por  la  ciudad,  refiriéndose  á  otra  disposición  de  Enrique  III  para  que 
ínterin  pendiese  el  pleito,  el  obispo  y  no  la  ciudad  mandase  á  cortes  los  procura- 
dores. 

(2)  «Los  judíos  iban  en  procesión,  dice  en  sus  Memorias  el  canónigo  Arce,  can- 
tando cosas  de  su  ley,  y  detrás  venía  un  rabí  que  traia  un  rollo  de  pergamino  en 
las  manos  cubierto  con  un  paño  de  brocado,  y  esta  decían  que  era  la  Torah,  y  lle- 
gado al  obispo,  este  hizo  acatamiento  como  á  la  ley  de  Dios  porque  diz  que  era  la 
santa  escritura  del  Testamento  viejo,  y  con  autoridad  la  tomó  en  las  manos,  y  lue- 
go la  echó  atrás  por  encima  de  sus  espaldas,  á  dar  á  entender  que  ya  era  pasada, 
y  así  por  detrás  la  tornó  á  tomar  aquel  rabí.» 


388  P  A  I.  E  N  C  I  A 


permaneciendo  en  el  fondo  mahometanos,  la  inquisición  de  Va- 
Uadolid  no  creyó  justo  castigarles. 

La  epidemia  que  afligió  á  Falencia  otra  vez  en  1 5 1 9,  no  fué 
más  que  el  anuncio  de  los  trastornos  y  desgracias  en  que  la  en 
volvió  al  año  siguiente  el  alzamiento  de  las  Comunidades  de 
Castilk.  El  suplicio  de  un  fraile  agustino  encargado  de  su  pro- 
pagación y  sentenciado  á  garrote  por  el  consejo,  obró  más  efi- 
caz y  prontamente  que  no  había  podido  hacer  desde  el  pulpito 
su  palabra:  el  pueblo  se  amotinó,  y  confundiendo  en  odio  común 
á  las  autoridades  todas,  cualquiera  fuese  su  procedencia,  así 
ahuyentó  al  corregidor  del  rey  como  á  los  provisores  del  obispo. 
Regidores  elegidos  por  la  muchedumbre  reemplazaron  en  Agos- 
to á  los  que  en  Marzo  habían  entrado  por  nombramiento  epis- 
copal; los  oficios  se  repartieron  entre  las  personas  de  la  Comu- 
nidad, apropiándose  su  alcalde  la  jurisdicción  de  todo  el 
adelantamiento.  Al  antiguo  y  constante  espíritu  de  insurrección 
contra  el  señorío  eclesiástico,  añadíase  personal  encono  respecto 
de  D.  Pedro  Ruiz  de  la  Mota,  que  después  de  haberse  mostrado 
en  las  cortes  de  Valladolid  uno  de  los  más  celosos  campeones 
del  poder  real,  se  hallaba  en  Fiandes  al  lado  del  emperador, 
recién  promovido  por  éste  de  la  silla  de  Badajoz  á  la  de  Falen- 
cia. No  pudiendo  desfogarse  en  el  prelado  la  ira  popular,  estuvo 
en  peligro  de  morir  su  hermano,  y  lo  estuvieron  aun  los  canó- 
nigos y  clérigos  de  la  catedral  sólo  por  haber  dado  posesión  de 
la  mitra  al  aborrecido  consejero.  Un  día,  á  1 5  de  Setiembre  de 
1520,  juntáronse  á  toque  de  rebato  las  turbas,  y  se  dejaron 
caer  en  masa  sobre  Villamuriel,  en  cuyo  alcázar  se  hacía  fabri- 
car el  obispo  suntuosos  aposentamientos.  Prendióse  fuego  á  las 
nuevas  obras,  vino  al  suelo  la  mayor  parte  de  la  torre,  fué  ta- 
lado el  contiguo  soto  y  más  adelante  el  de  Santillana,  como  si 
con  los  árboles  y  con  las  piedras  se  derribara  también  y  se  ex 
tirpara  de  raíz  la  prepotencia  de  su  dueño  (i). 


(i)    Hemos  visto  una  bula  de  Clemente  VII  expedida  en    i  527,  por  la  cual  se 


f»  A  L  E  N  C  I  A  389 


A  aumentar  la  conflagración  de  los  ánimos  vino  de  Vallado- 
lid  á  fines  de  Diciembre  el  bullicioso  obispo  Acuña;  mudó  si  al- 
gunos quedaban  de  los  legítimos  oficiales,  y  trató  de  prender  á 
D.  Diego  de  Castilla  hijo  del  D.  Sancho  y  heredero  de  su  in- 
fluencia, quien  evitó  con  la  ftiga  el  cautiverio.  Sin  dejar  la  mitra 
de  Zamora,  ciñóse  por  aclamación  popular  la  de  Falencia,  como 
ensayó  más  tarde  en  sus  sienes  la  de  Toledo,  bien  que  de  su 
dignidad  no  ejerció  allí  más  funciones  que  aceptar  á  buena  cuen- 
ta diez  y  seis  mil  ducados  que  de  las  rentas  de  la  iglesia  se  le 
ofrecieron.  Los  dos  mil  hombres  de  guarda  que  se  le  habían 
dado,  los  distribuyó  entre  la  ciudad,  Carrión  y  Torquemada, 
colocándolos  en  frontera  contra  Burgos  y  otros  lugares  de  ca- 
balleros, pero  recomendándoles  al  mismo  tiempo  la  disciplina; 
y  hecho  un  rey  y  un  papa ^  como  dice  Sandoval,  regresó  á  Va- 
Iladolid.  La  toma  de  los  castillos  de  Fuentes  de  Valdepero,  de 
Monzón  y  de  Magaz,  el  saqueo  de  Mazariegos,  y  otras  hazañas 
que  le  hicieron  temible  á  par  del  fuego  en  toda  la  tierra  de 
Campos,  señalaron  durante  el  invierno  las  frecuentes  visitas  del 
intruso  prelado,  siempre  rápidas,  siempre  improvisas  como  una 
sorpresa.  Afortunadamente  todo  se  redujo  á  estragos,  asola- 
mientos y  escaramuzas  que  no  llegaron  á  combates;  y  las  calles 
de  Falencia,  llenas  á  todas  horas  de  desorden  y  tumulto,  no  se 
ensangrentaron  jamás,  cual  las  de  otras  poblaciones,  con  muer- 
tes y  violencias. 

De  vuelta  de  Flandes  entró  en  Falencia  Carlos  V  á  7  de 
Agosto  de  1522,  y  antes  de  pasar  á  Valladolid  se  detuvo  en 
ella  cerca  de  tres  semanas  con  su  consejo.  Desde  allí  se  despa- 
charon á  varias  ciudades  del  contorno  rigurosas  sentencias  para 
derribar  las  cabezas  del  pasado  movimiento,  hasta  que  exclamó 


absuelve  de  censuras  á  los  palentinos  y  se  les  condonan,  mediante  indemnización 
y  la  reedificación  de  lo  demolido,  los  infinitos  daños  hechos  en  odio  del  obispo 
durante  la  guerra  de  las  Comunidades,  y  los  estragos  causados  en  la  fortaleza  de 
Villamuriel,  á  la  cual  sorprendieron  sin  alcaide  y  sin  artillería.  La  ciudad  alegaba 
en  descargo  suyo  que  eran  pobres  y  extranjeros,  en  su  mayor  parte,  los  perpetra- 
dores del  atentado. 


390  F>  A  L  E  N  C  I  A 


arrojando  la  pluma  en  un  arranque  de  clemencia:  c basta  ya  de 
derramamiento  de  sangre.  >  Venía  con  él  el  obispo  la  Mota,  que 
tan  violentas  pasiones  había  concitado  contra  sí  sin  haber  pisa- 
do todavía  su  diócesis;  pero  la  muerte  previno  su  llegada  á  la 
ciudad,  saliéndole  al  paso  en  Herrera  del  Pisuerga,  no  sin  sos- 
pechas de  veneno.  En  Setiembre  de  1527  volvió  el  emperador 
á  Falencia  para  evitar  las  enfermedades  reinantes  en  Valladolid, 
á  la  sazón  que  en  su  corte  su  cruzaban  los  embajadores  del 
pontífice,  de  Francia  y  de  Inglaterra,  negociando  acerca  de  los 
destinos  de  Europa  y  solicitando  á  porfía  entablar  paces  ó  con- 
tinuar alianzas.  Un  espectáculo  singular  vino  por  aquellos  días 
á  refrescar  los  recuerdos  de  los  últimos  bullicios;  y  fué  la  pú- 
blica penitencia  que  descalzos  de  pies  y  cubiertas  de  ceniza  las 
frentes,  hicieron  en  aquella  catedral  el  alcalde  Ronquillo  y 
cuantos  habían  entendido  en  el  suplicio  de  Acuña,  para  conse- 
guir absolución  de  las  censuras  en  que  incurrieran  por  haber 
puesto  las  manos  en  su  consagrada  persona. 

Después  de  la  tercera  visita  que  hizo  Carlos  V  á  la  ciudad 
en  1534,  por  motivos  iguales  á  los  de  la  segunda,  disfrutando 
de  vistosos  espectáculos  de  fuegos  y  cañas  en  la  plaza  nueva 
del  Azafranal  y  entrando  en  torneo  con  trescientos  de  sus  caba- 
lleros en  el  sitio  de  la  Floresta  entre  los  dos  ríos,  apenas  en- 
contramos impresa  en  aquel  suelo  huella  alguna  de  soberano. 
Y  no  es  que  aún  hicieran  sombra  al  poder  real  las  mermadas 
facultades  del  señorío  eclesiástico;  porque  á  pesar  de  las  recla- 
maciones de  los  obispos,  á  pesar  de  la  energía  del  ilustrísimo  la 
Gasea,  pacificador  del  Perú,  en  defensa  de  sus  derechos  tempo- 
rales, el  religioso  Felipe  II  llevó  á  cabo  la  secularización  del  go- 
bierno de  Falencia  principiada  por  los  Reyes  Católicos,  sin  re- 
cordar los  escrúpulos  que  acerca  de  ella  había  manifestado  la 
grande  Isabel  en  su  codicilo  (i).  En  1574  vendió  por  ochocien- 


(i)  Puso  en  el  una  cláusula  que  cita  el  canónigo  Pulgar  en  estos  términos: 
«Otrosí  por  quanto  el  obispo  de  Palencia  ha  pedido  la  dicha  ciudad  de  Palcncia, 
diciendo  que  perteneciendo  á  su  dignidad  episcopal  recibe  agravio  en  el  poner  en 


r- 


FALENCIA  391 

tos  ducados  cada  una,  las  doce  plazas  de  regidores  que  hasta 
entonces  habían  sido  de  nombramiento  episcopal,  y  que  se  per- 
petuaron vinculadas  en  las  más  opulentas  familias:  autorizado 
luego  con  bula  del  pontífice,  enagenó  ocho  de  los  lugares  de  la 
mitra,  olvidándose  de  la  correspondiente  indemnización.  Falen- 
cia llegó  á  recobrar  su  voto  en  cortes,  pero  fué  ya  en  1 666, 
reinando  Carlos  II,  cuando  rodeaba  á  un  fantasma  de  rey  un 
simulacro  de  las  antiguas  asambleas;  y  sin  embargo,  consideró 
se  todavía  bastante  precioso  este  derecho  para  comprarlo  por 
ochenta  mil  ducados  (i).  Concesión  tardía,  que  no  alcanzó  á 
devolver  á  la  ciudad  su  existencia  política  ni  su  importancia  de 
otros  tiempos. 

Quedáronle  á  Falencia  sus  obispos,  no  ya  señores  sino  padres; 
y  á  la  conservación  de  su  silla  debe  principalmente  el  no  haber 
sido  absorbida  ó  eclipsada,  como  las  demás  poblaciones  del  ra- 
dio, por  la  pujanza  prpgresiva  de  Valladolid.  Las  virtudes,  las 
liberalidades,  las  piadosas  fundaciones  han  hecho  en  los  siglos 
modernos  más  venerables  á  sus  prelados,  que  en  los  antiguos 
el  poder,  los  esclarecidos  blasones,  las  altas  dignidades  corte- 
sanas (2) ;  el  humilde  cayado  ha  hallado  dóciles  las  cervices  que 


ella  corregidor  c  otras  justicias  nuestras,  y  en  le  aver  quitado  un  derecho  en  la 
dicha  ciudad  que  se  dice  el  peso^  y  otros  derechos  y  preeminencias...  suplico  al 
rey  mi  señor  y  ruego  y  mando  á  los  otros  mis  testamentarios  que  luego  manden 
ver  lo  que  el  dicho  obispo  pide,  y  brevemente  determinen  lo  que  hallaren  por 
justicia  por  personas  de  ciencia  y  conciencia,  y  todo  lo  otro  que  se  deva  ver 
sobre  ello,  y  aquella  ejecuten  y  cumplan  por  manera  que  mi  ánima  sea  descar- 
gada.» 

(i)  Copia  Pulgar  en  el  tomo  111  de  su  historia  este  largo  privilegio  datado  de 
«5  de  Marzo  de  dicho  año,  por  el  cual,  después  de  enumerar  no  sin  hartas  inexac- 
titudes históricas,  las  antiguas  preeminencias  y  servicios  de  la  ciudad  y  las  vici- 
situdes sufridas  en  el  ejercicio  de  su  derecho,  se  le  concede  uno  de  los  dos  votos 
que  las  cortes  de  16=)  o  autorizaron  al  rey  D.  Felipe  IV  para  venderá  dos  ciudades 
del  reino. 

(2)  Creemos  que  éste  es  el  lugar  oportuno  para  presentar  completo  el  episco- 
pologio  de  Falencia,  advirtiendo  que  la  cronología  seguida  por  Pulgar,  especial- 
mente en  los  siglos  xiii,  xiv  y  parte  del  xv,  está  muy  lejos  de  satisfacernos,  aun- 
que sólo  pudiera  corregirse  con  un  prolijo  y  completo  estudio  de  los  documentos 
del  archivo  de  aquella  iglesia. ^Bernardo  primer  obispo,  nombrado  en  1 03  «>,  vivió 
hasta  I  040.— Miro,  hasta  i  06-;.— Bernardo  II,  hasta  1 085.— Raimundo, hasta  i  i  08. 


-^92  FALENCIA 


antes  se  erguían  contra  la  rigurosa  vara;  y  nosotros  recorda- 
mos, recuerdo  unido  en  nuestro  corazón  al  de  los  días  más  dul- 
ces y  del  afecto  más  profundo,  haber  visto  años  há  formar 
calle  la  muchedumbre  y  prosternarse  con  ambas  rodillas  ante  el 


Pedro  de  Agen,  hasta  1 1  39.— Pedro  II,  hasta  i  1 48.— Raimundo  II,  hasta  1 184. 
f  En  este  tiempo  intercala  Pulgar  á  Mateo,  á  quien  titula  obispo  de  Palencia  la  sen- 
tencia arbitral  pronunciada  en  i  177  por  Enrique  II  de  Inglaterra,  acerca  de  las 
disensiones  suscitadas  entre  el  rey  de  Castilla  y  el  de  Navarra,  y  fué  uno  de  los 
enviados  de  Castilla.)— Arderico  ó  Enrico,  murió  en  opinión  de  santidad  en  i  208. 
--Tello,en  1246.— Rodrigo,  en  1  254.— Pedro  III, en  1  2  56.~Fernando,hacia  i  265. 
—Alfonso  García,  hacia  1  276.— Tello  II,  se  confunden  sus  actos  con  los  de  su  an- 
tecesor por  estar  muy  corrompidas  las  fechas.— Juan  Alfonso,  de  1278a  i  293. — 
Fray  Munio  de  Zamora,  de  1 294  á  i  296,  murió  en  Roma  en  i  300.— D.  Alvaro  Ca- 
rrillo, en  I  309.— Gerardo  portugués,  trasladado  después  de  1  3  1  i  al  obispado  de 
Evora,  donde  en  1331  feneció  asesinado.  -  Domingo,  hacia  1  3  1 4.— Gómez,  hacia 
1320.— Juan  II,  hacia  1  32«5.— Pedro  de  Orfila,  electo  y  no  confirmado. — Velasco 
P'ernández,  pone  su  muerte  el  arcediano  de  Alcor  hacia  132$,  pero  es  de  creer  sea 
el  mismo  que  sucedió  más  adelante.— Juan  de  Saavedra,  en  i  344.  (introduce  aquí 
dicho  arcediano  otro  obispo  Pedro,  de  quien  cita  unos  estatutos  hechos  en  1  343.) 
—Vasco  Fernández  de  Toledo,  promovido  á  la  silla  toledana  en  i  352.— Reginaldo 
francés,  tesorero  de  Inocencio  VI,  trasladadoála  de  Lisboa  en  i  ^"jó.- D.  Gutierre, 
chanciller  mayor  de  la  reina  D.*  Juana,  se  ignora  en  qué  año  murió,  pero  se  le 
cree  distinto  del  que  sigue.— D.  Gutierre  Gómez  de  Luna,  nombrado  cardenal, 
primero  por  Urbano  VI,  y  luego  por  Clemente  VII  á  favor  del  cual  se  declaró,  mu- 
rió en  1391.— D.  Juan  de  Castro  ó  Castromocho,  hacia  1396.  (El  maestro  fray 
Tomás  de  Herrera  pone  en  dicho  año  un  obispo  Pedro,  de  quien  no  hay  más  noti- 
cia que  cu  firma  en  un  privilegio.)— D.  Sancho  de  Rojas,  de  1 40  3  hasta  1 4 1  5 ,  que 
pasó  á  la  primada  de  Toledo.— Fray  Alonso  de  Arguello,  trasladado  en  1416  a 
Sigüenza  y  más  tarde  á  Zaragoza. — D.  Rodrigo  de  Velasco,  muerto  en  1426,  ó  en 
143?  según  Mariana;  es  muy  incierto  el  año  de  su  fallecimiento.— D.  Gutierre  de 
Toledo,  promovido  en  1439  al  arzobispado  de  Sevilla  y  luego  al  de  Toledo.— Don 
Pedro  de  Castilla,  muerto  en  i  46 1 .— D.  Gutierre  de  la  Cueva,  en  i  469.— D.  Rodri- 
go Sánchez  de  Arévalo,  autor  de  la  historia  de  España  apellidada  La  Palentina^ 
murió  en  Roma  en  1471  sin  venir  á  su  arzobispado.— D.  Diego  Hurtado  de  Mendo- 
za, promovido  á  Sevilla  en  1485.— Fray  Alonso  de  Burgos,  m.  en  1499.— D.  Diego 
Deza,  promov.  en  150$  á  Sevilla.— D.  Juan  Rodríguez  Fonseca,  trasl.  a  Burgos  en 
I  5  14.— 1-).  Juan  Fernández  de  Velasco,  m.  en  i  $20.-0.  Pedro  Ruiz  de  la  Mota, 
muerto  en  ií;2  2.— D.  Antonio  de  Rojas  presidente  de  Castilla,  antes  obispo  de 
Mallorca  y  arzobispo  de  Granada,  de  1  524  al  2$,  en  que  pasó  á  la  iglesia  de  Bur- 
gos.— D.  Pedro  de  Sarmiento,  promov.  en  1534  á  Santiago.— D.  Francisco  de 
Mendoza,  m.  en  1^36. — D.  Luís  Cabeza  de  Vaca,  m.  en  i$so.— D.  Pedro  de  la 
Gasea,  trasl.  en  i";  61  á  Sigüenza.— D.  Cristóbal  Fernández  de  Valtodano,  promo- 
vido en  I  569  á  Santiago.— D.  Juan  Zapata  de  Cárdenas,  m.  en  1577.— D.  Alvaro 
de  Mendoza,  m.  hacia  i  586.— D.  Fernando  Miguel  de  Prado,  m.  en  1594.- Don 
Martín  de  Aspe  y  Sierra,  m.  en  1607.- D.  Felipe  de  Tarsis,  promov.  en  161  5  á 
Granada. -Fray  José  González  dominico,  trasl.  en  1626  á  Pamplona  y  después  á 
Santiago  y  á  Burgos.— D.  Miguel  de  Ayala,  trasl.  en  1628  á  Calahorra.— D.  Fer- 
nando de  Andrude  y  Sotomayor,  promov.  á  Burgos  en  1631  y  después  á  Sigüenza 
y  Santiago.— D.  Cristóbal  Guzmán  y  Santoyo,  m.  en  1656.— D.  Antoniode  Estrada 


FALENCIA  393 


modesto  coche  del  cariñoso  pastor  que  la  bendecía  en  sus  dia- 
rios paseos,  recibiendo  á  cada  hora  homenajes  más  respetuosos 
que  en  las  grandes  ceremonias  los  barones  feudales. 


Manrique,  m.  en  1658.— D.  Enrique  de  Peralta,  promov.  á  Burgos  en  1663.— Don 
Gonzalo  Bravo  Grajera,  trasl.  á  Coria  hacia  1665.— Fray  Juan  del  Molino  Navarre^ 
te  franciscano,  m.  hacia  1685.— Fray  Alfonso  Lorenzo  de  Pedraza  mínimo,  m.  en 
1 7 1 1 .— D.  Esteban  Bellido  de  Guevara,  m.  en  171 7.— D.  Francisco  Ochoa  de  Men- 
darozqueta,  m.  en  1732.-0.  Bartolomé  de  San  Martín  y  Ur¡be,m.  en  1740.— Don 
José  Morales  Blanco,  m.  en  174$.— D.  José  Rodríguez  Cornejo,  trasl.  á  Plasencia 
en  1749.— D.  Andrés  de  Bustamante,  m.  en  1764.-0.  José  Loaces,  m.  en  1769.— 
D.  Manuel  Arguelles,  m.  en  1779.--D.  José  Luís  de  Mollinedo,  m.  en  1800.— Don 
Buenaventura  Moyano,  m.  en  1802.— D.  Francisco  Javier  Almonacid,  m.  en  1821. 
— D.  Narciso  Enrique  Prat,  no  confirmado.— D.  Juan  Castillón,  entró  en  1824, 
trasladado  á  Málaga  en  1828.— D.  José  Asensio  Ocón,  trasl.  á  Teruel  en  1832. — 
D.  Carlos  Laborda,  m.  en  1853.— D.  Jerónimo  Fernández,  m.  en  1865.— D.  Juan 
Lozano  y  Torreira,  que  hoy  rige  la  diócesis. 


5^ 


■^  V  .  gosias  caJiejueías  uc  la  juaena,  y  pronto  se  oiviaará 
que  agrupada  con  el  puente  Santa  Ana  haya  reflejado 
en  las  aguas  hasta  nuestros  tiempos  su  fábrica  venerable.  Si 
permanece  Santa  María,  es  más  bien  como  una  necesidad  de  lo 
presente  que  como  un  resto  de  lo  pasado;  y  parece  haber  bro- 
tado ayer  humilde  y  sencilla  en  medio  de  la  vega,  y  no  subsistir 
de  pié  por  único  testigo  de  una  lenta  y  general  destrucción.  El 
río,  antes  encajonado  en  la  ciudad,  respira  más  libre  ahora  por 
un  lado  el  ambiente  de  las  praderas ;  y  en  verdad  que  sus  dos 
puentes  estrechos  é  irregulares,  las  Puentecillas  más  arriba  y  el 


(i)    Véase  el  principio  del  aaterior  capítulo,  p.  360. 


39^  FALENCIA 

■         ■■  ^^^^^^^^^^    ™~  ™  ^—^^^^     I  II  I  I       ^      -.         I  I  ■  III  ■     M  ^—  III  I  ■  .  »  ■■  .     ■      J    -^     ■  M       ^  I  ■  I        ——  I       I  ■  lili» 

Mayor  más  abajo,  tenían  harto  de  rústicos  para  servir  de  lazo 
entre  las  dos  partes  de  la  población.  Toca  el  primero  á  la  extre- 
midad de  una  isla,  que  circuyen  tomando  el  nombre  de  Cuér- 
nagos los  dos  brazos  del  río,  y  que  flota  sobre  la  corriente  como 
una  preciosa  maceta  de  verdor :  llamábase  Floresta  de  D.  Diego 
Osorto y  cudináo  en  1534  la  escogió  el  Emperador  para  palenque 
de  su  torneo.  Lo  que  han  perdido  en  movimiento,  lo  han  ganado 
en  amenidad  y  desahogo  entrambas  márgenes;  y  la  izquierda, 
orlada  de  frondosas  alamedas  desde  la  huerta  del  palacio  epis- 
copal hasta  más  allá  de  la  majestuosa  torre  de  San  Miguel,  pre- 
senta por  su  situación  marcadas  analogías  con  el  paseo  de  las 
Moreras  de  Valladolid. 

Las  quiebras  de  la  población  por  el  lado  de  poniente  se 
compensaron  con  su  crecimiento  hacia  levante,  cual  si  compacta 
se  hubiera  trasladado  toda  á  la  otra  parte  del  río,  conservando 
su  figura.  Lo  que  más  en  Falencia  asombra  son  los  escasos 
vestigios  que  ha  dejado  tal  mudanza:  campos  se  han  vuelto  lo 
que  fué  ciudad,  ciudad  lo  que  fueron  campos,  sin  que  ni  allá  se 
tropiece  con  ruinas,  ni  aquí  aparezcan  indicios  de  reciente  des- 
monte. Un  muro,  de  construcción  al  parecer  homogéneo,  encie- 
rra el  área  toda,  que  se  extiende  de  norte  á  mediodía,  formando 
un  cuadrilongo  casi  regular.  No  han  sido  allí  los  estragos  del 
tiempo  ó  las  máquinas  de  guerra  las  que  más  han  combatido 
sus  fuertes  lienzos  y  causado  sus  numerosas  renovaciones;  la 
cerca  ha  seguido  la  suerte  del  caserío  retrocediendo  ó  avanzan- 
do con  él,  y  dista  mucho  la  actual  de  ser,  no  ya  la  del  siglo  xi 
levantada  al  tiempo  de  la  restauración  primitiva,  no  la  dirigida  por 
Alfonso  VIII  al  ampliar  por  la  parte  de  tierra  su  recinto,  pero  ni 
aun  la  reedificada  durante  la  menoría  de  Fernando  IV  y  rehe- 
cha más  tarde  por  orden  de  Enrique  III.  Viósela  aún  en  el  xvn 
sobrevivir  á  los  barrios  que  circunvalaba  allende  el  río,  donde  se 
abría  la  puerta  de  San  Julián;  y  por  mucho  tiempo  se  conoció  á 
lo  largo  de  la  calle  Mayor  la  línea  que  al  oriente  presentaba  y  la 
situación  de  las  antiguas  puertas  de  Burgos  y  de  Santa  María. 


398  FALENCIA 

Las  presentes  mufallas  se  hicieron  para  el  ámbito  que  tiene 
ahora  la  ciudad  y  que  no  ha  rebosado  fuera  de  ellas  todavía. 
Altas  de  treinta  y  seis  pies  por  nueve  de  espesor  y  fabricadas 
de  sillares,  no  demuestran  en  su  totalidad  haber  alcanzado  á 
ver  muchas  centurias,  á  pesar  de  las  almenas  imitadas  á  trechos 
en  su  remate.  Hacia  el  río  sólo  ofrecen  desmantelados  restos, 
aunque  subsisten  las  puertas  del  Puente  Mayor,  Puentecillas  y 
Portillo;  á  la  parte  de  tierra,  donde  conserva  el  recinto  toda  su 
solidez,  comunican  las  de  San  Lázaro  y  de  San  Juan,  que  fué 
abierta  en  1581  (i).  Las  principales,  colocadas  á  los  dos  extre- 
mos de  la  gran  calle  Mayor  que  divide  la  población  vieja  de  la 
nueva,  son  la  de  Monzón  al  norte,  la  del  Mercado  al  mediodía ; 
y  el  arco  moderno  que  forma  ésta,  contrasta  con  las  venerables 
lápidas  que  fijas  á  uno  y  otro  lado  recuerdan  la  dominación  ro- 
mana (2).  Las  alamedas,  que  de  un  siglo  acá  prestan  sombra  á 
los  muros  ciñendo  de  un  frondoso  pórtico  la  ciudad,  salen  á  re- 
cibir á  gran  distancia  al  viajero  sobre  la  carretera  de  Valladolid, 
y  se  condensan  como  para  festejarle  á  la  derecha  de  aquella 
entrada,  trazando  seis  avenidas  á  modo  de  estrella  con  una  glo- 
rieta en  el  centro  sobre  el  solar  del  demolido  convento  de  car- 
melitas descalzos. 

En  1508,  arreglada  la  nueva  calle  que  después  de  haber 
descrito  por  largo  tiempo  el  límite  vino  á  trazar  el  diámetro  de 
la  población,  sintióse  la  ventaja  de  abrir  á  su  opuesta  extremi- 
dad otra  puerta,  trasladando  á  ella  la  contigua  de  Monzón  (3) : 
y  de  ahí  el  pintoresco  é  inusitado  grupo  que  presentan  en  un 
ángulo  las  dos  puertas,  la  nueva  mirando  al  norte,  la  antigua  á 
levante ;  aquella  adornada  de  almenas  y  flanqueada  por  colum- 


(i)  En  dicho  año  permitió  el  rey  abrir  al  extremo  de  la  calle  entonces  llamada 
de  D.  Pedro  una  puerta  entre  la  de  Monzón  y  la  de  San  Lázaro,  que  no  puede  ser 
otra  que  la  de  San  Juan. 

(2)  Véase  la  nota  primera  de  la  pág.  346. 

(3)  Las  causales  que  se  expresan  en  el  acuerdo  de  dicha  mudanza,  son  por 
haberse  empedrado  la  calle  de  Pan  y  Agua  desde  la  puerta  del  Mercado,  y  la  de 
la  Mejorada,  y  por  estar  al  cabo  de  calle  tan  principal  y  la  mejor  de  la  ciudad. 


P  A  L  E  N  C  I  A 


ñas  que  sirven  de  base  á  dos  garitas,  conforme  al  estilo  de  su 
época;  ésta  de  arco  bajo,  sombrío  y  levemente  apuntado,  defen- 
dida por  matacanes  muy  salidos  entre  dos  redondos  y  gallardos 
torreones  que  la  custodian.  Allí  se  nos  figura  el  siglo  xiii  frente 


al  siglo  XVI,  la  puerta,  digámoslo  así  civil,  de  la  paz  y  del  co- 
mercio, junto  á  la  puerta  belicosa  armada  contra  los  sitios  y  los 
asaltos. 

£n  dirección  casi  paralela  al  río,  bien  que  algo  divergente 
según  tira  al  norte,  atraviesa  la  ciudad  aquella  gran  vía  á  que 
se  dio  modernamente  el  nombre  de  Mayor ^  ceñida  de  arriba 
abajo,  en  ambas  aceras,  de  soportales  sostenidos  por  columnas 
de  todas  épocas,  géneros  y  dimensiones  (i).  Debajo  de  ellos 


(i)    sCiertamente  admira,  dice  Ponz  en  su  K%'e,  cuan  grandes  y  cuan  buenas 
on  muchas  de  ellas,  de  diferentes  órdenes  de  arquitectura;  y  por  lo  que  costa- 

ían  saco  yo  la  opulencia  de  los  pasados  respecto  de  n 


400  FALENCIA 


aparecen  dos  portadas  de  1500,  con  columnas  truncadas  y  es- 
cudo imperial  en  el  centro,  cuyos  rótulos  indican  el  doble  desti- 
no del  edificio  (i),  el  uno  de  Cárcel,  el  otro  de  Audiencia  que 
daban  allí  los  corregidores  y  adelantados  de  Campos.  En  la 
calle  donde  tenía  su  palacio  D.  Sancho,  no  el  rey  de  Navarra 
restaurador  de  Falencia  como  cree  el  vulgo,  sino  el  hijo  del 
obispo  D.  Pedro  de  Castilla,  ayo  del  príncipe  D.  Juan  y  gran 
privado  de  los  Reyes  Católicos,  se  halla  la  casa  de  Ayuntamien- 
to, obra  nada  recomendable  por  antigüedad,  pues  mientras  ejer- 
cieron jurisdicción  temporal  los  obispos,  celebraba  el  concejo  sus 
sesiones  dentro  de  la  catedral  y  juzgaban  los  alcaldes  á  las 
puertas  de  la  misma. 

Toda  la  parte  oriental,  situada  á  la  derecha  del  que  cruza 
desde  la  puerta  del  Mercado  á  la  de  Monzón,  lleva  en  su  nom- 
bre de  Puebla  el  indicio  de  su  reciente  origen  respecto  de  la 
ciudad.  Primero  campo  y  luego  arrabal  antes  de  ser  incluida  en 
la  cerca,  estuvo  siempre  bajo  la  autoridad  del  cabiWo  ejercida 
por  un  merino  de  nombramiento  suyo,  que  con  cárcel  y  cepo  y 
cadena  en  aquel  distrito  subsistió  largo  tiempo  después  de  la 
supresión  de  los  alcaldes  episcopales  é  institución  de  los  corre- 
gidores. En  el  bajo  caserío,  en  las  calles  despejadas  y  rectas 
que  rodean  la  parroquia  de  San  Lázaro  y  el  convento  de  Santa 
Clara,  se  revela  el  carácter  de  un  dilatado  barrio  fabril,  desde 
donde  derrama  Palencia  por  toda  la  península  sus  acreditadas 
mantas  y  bayetas.  Allí  se  extiende  la  cuadrilonga  plaza  Mayor, 
cercada  de  pórticos  por  dos  lados  y  con  la  vetusta  fachada  de 
San  Francisco  en  el  fondo,  recordando  los  festejos  que  ofreció 
á  Carlos  V  mientras  todavía  se  apellidaba  campo  del  Azafranal 
y  obstruía  su  solar  un  cementerio,  que  luego  vendieron  á  la  ciudad 
los  religiosos  para  correr  toros  y  ensanchar  el  mercado  (2). 


(i)  Sobre  el  portal  de  la  llamada  Audiencia  se  lee :  Ponam  in pondere  juditium, 
etjustüiam  in  mensura  Isaías;  y  sobre  el  de  la  Cárcel :  Parcere  subjectis  etdebella- 
re  superbos, 

(2)    Hemos  visto  la  bula  expedida  por  Paulo  III  en  1545  aprobando  dicha  ce- 


402  FALENCIA 


Antes  de  formarse  la  presente  calle  Mayor,  y  aun  mucho 
después  hasta  época  muy  cercana,  tuvo  el  nombre  de  tal  otra 
más  inmediata  al  río,  que  estrecha  y  tortuosa  enfila  la  ciudad 
en  toda  su  longitud  hasta  más  allá  del  palacio  del  obispo,  y  en 
ella  residía  antiguamente  el  principal  comercio  de  Falencia. 
Aquel  era  el  centro  de  la  población  cuando  se  extendía  sobre 
la  opuesta  margen ;  al  paso  que  la  calle  de  Barrio  Nuevo,  situa- 
da en  medio  ahora,  demuestra  con  su  denominación  haber  sido 
el  primer  paso  de  ensanche  por  el  lado  del  este.  A  pesar  de 
constituir  esta  zona  el  núcleo  primitivo,  escasea  tanto  como  el 
resto  de  la  ciudad  en  casas  notables  y  solariegas;  y  solamente 
la  del  Cordón^  contigua  de  San  Miguel  y  perteneciente^  la  fa- 
milia de  Sierra,  presenta  á  su  espalda  un  curioso  monumento. 
Es  una  estancia  octógona,  partida  ahora  por  medio,  cuyos  arcos 
semicirculares  llevan  colgadizos  y  labores  góticas  de  yeso  en 
las  enjutas  é  inscripciones  arábigas  en  el  friso:  servíale  de  in- 
greso otro  arco  exterior  profusamente  adornado  con  las  galas 
gótico-arabescas  de  últimos  del  siglo  xv.  Afírmase  que  era 
aquella  la  mezquita  de  los  moros  domiciliados  en  la  calle  de 
San  Marcos :  pero  si  es  cierto  que  aquellas  letras  no  expresan 
más  que  oraciones  cristianas  en  latín  (i),  y  si  advertimos  los 
huecos  reservados  para  escudos  de  armas,  no  veremos  allí  sino 
una  obra  de  imitación  de  tantas  como  puso  en  boga  la  conquista 
de  Granada. 

En  medio  de  la  mayor  revuelta  de  calles  é  irregularidad  de 
manzanas  descuella  la  catedral,  guardando  en  su  asiento  visible 
correspondencia  con  la  disposición  de  la  ciudad  primitiva.  Al 
entrar  á  buscarla  por  la  izquierda  desde  la  parte  alta  de  la  calle 
Mayor,  se  la  encuentra  vuelta  de  espaldas  mirando  al  río,  hoy 


sión  con  destino  á  la  plaza  pública,  donde  puedan  vender  los  mercaderes  y  arte- 
sanos, ei  iauri  sagiltari  el  arundinibus  seu  ramis  ludi, 

(i)  En  unas  que  forman  círculo  al  rededor  de  una  estrella,  se  nos  aseguró  ha- 
ber leído  el  Sr.  Gayangos  Deus  omntpotens.  De  esta  costumbre  hemos  visto  nume- 
rosos ejemplos  en  Toledo  y  en  otros  puntos. 


P  A  L  E  M  C  I  A 


CATEDKAL.—  Plei 


404  FALENCIA 


tan  solitario  y  en  algún  tiempo  arteria  principal  de  la  población, 
encima  de  la  cuesta  que  baja  á  las  Puentecillas.  Verdad  es  que 
carece  de  fachada,  sea  que  faltasen  fondos  para  construirla,  sea 
que  cambiadas  las  condiciones  del  local  en  el  largo  transcurso 
de  la  fabricación,  se  desistiese  á  lo  último  de  adornar  aquel 
exterior  tan  arrinconado.  Algunos  pilares  de  crestería  que  suben 
arrimados  á  la  nave  central  y  un  triángulo  con  agujas  en  el 
remate,  es  cuanto  presenta  por  aquel  lado  su  pobre  y  trivial 
arquitectura.  El  más  copioso  y  mejor  ornato  se  despliega  en 
las  portadas  del  crucero,  que  se  abren  hacia  dos  plazas,  una 
muy  vasta  al  norte  y  otra  más  pequeña  al  n^ediodía;  y  como 
por  una  singularidad  de  su  traza  tiene  la  iglesia  doble  crucero 
formando  una  cruz  patriarcal,  resultan  á  cada  lado  dos  puertas 
de  diversa  magnitud  separadas  por  una  corta  distancia. 

La  septentrional  apellidada  de  los  Reyes^  contigua  á  otra 
menor  completamente  lisa ,  ostenta  orlada  de  follajes  su  grande 
ojiva,  cubierto  de  figuras  y  doseletes  el  arquivolto,  partido  el 
tímpano  en  cuadros  de  relieve,  y  una  estatua  muy  destrozada 
en  el  pilar  que  divide  las  dos  hojas.  Igual  idea,  bien  que  con 
mayor  esplendidez,  reproduce  la  puerta  del'  sur  que  se  titula 
del  Obispo ;  y  ya  son  tres  y  no  una  las  series  de  imágenes  con 
sus  guardapolvos  que  describen  las  aristas  de  la  bóveda,  inter- 
poladas con  guirnaldas  de  piedra ;  los  apóstoles  debajo  de  sus 
tabernáculos  guardan  los  costados  del  ingreso,. presididos  en  el 
centro  por  la  Virgen ;  el  testero  y  á  la  vez  el  muro  superior 
se  ven  cuajados  de  animales  y  caprichosas  representaciones  dis- 
puestas á  modo  de  tablero;  y  en  la  cúspide  del  arco  exterior 
resalta  la  efigie  de  San  Antolín.  Los  blasones  del  obispo  Men- 
doza arriba  (1472—  85)  y  los  del  obispo  Fonseca  en  el  friso  de 
la  portada  (1505—14)  precisan  la  fecha  de  estas  esculturas, 
más  recomendables  por  la  abundancia  que  por  el  esmero  de- la 
ejecución,  pero  maltratadas  por  el  tiempo  con  un  rigor  á  la  ver- 
dad excesivo.  Á  la  misma  edad  pertenece  la  puerta  menor  de 
aquel  lado,  volviendo  por  la  honra  de  su  siglo  con  la  genti- 


Falencia 


Catedral. ~Pu«rta  de  los  Novios 


€ 


'-    h 


P  A  L  E  N  C  I  A  405 

leza  de  su  arco  conopial  guarnecido  de  elegante  penachería. 

No  tan  airosa  la  dejó  la  cuadrada  torre  que  avanza  al  me- 
diodía entre  las  dos  puertas;  pues  aunque  por  no  haber  pasado 
del  primer  cuerpo  no  pudo  mostrar  más  que  su  robustez  refor- 
zada por  dobles  estribos  en  los  ángulos,  el  desairado  medio 
punto  de  sus  ventanas  y  la  escasa  crestería  de  sus  agujas  no 
son  de  naturaleza  para  inspirar  deseos  de  que  bajo  el  mismo 
plan  se  hubiesen  continuado  los  cuerpos  sucesivos.  De  todas 
maneras  su  terminación  produciría  mejor  efecto,  que  no  ahora 
su  truncado  remate  y  la  diminuta  espadaña  anchamente  asenta- 
da sobre  la  plataforma  y  también  cubierta  de  pretenciosos  cres- 
tones. A  la  izquierda  aparecen  los  muros  exteriores  del  claustro 
con  afiligranados  machones  de  trecho  en  trecho,  enfrente  asoma 
la  capilla  mayor  labrada  de  escamas  en  su  cubierta,  y  arrancan 
de  las  naves  inferiores  grandes  arbotantes  lanzándose  á  soste- 
ner la  principal :  pero  en  todas  partes  se  denota  muy  marcada 
la  decadencia  del  arte  gótico,  y  apenas  conservan  resabios  de 
su  estilo  las  remedadas  labores  con  que  en  1598  fueron  ador- 
nadas sus  paredes.  Lo  más  puro  y  más  antiguo  que  por  fuera 
se  descubre  es  el  vistoso  grupo  de  las  cinco  capillas  del  tras- 
altar con  sus  rasgadas  ventanas,  castizas  molduras  y  venerable 
colorido,  por  donde  empezó  la  fábrica  del  edificio  en  la  primera 
mitiad  del  siglo  xiv. 

Sorpresa  y  disgusto  siente  el  que  enterado  de  la  fecha  de 
su  inauguración,  en  vez  de  contemplar,  cual  se  prometía,  un 
monumento  ojival  en  el  apogeo  de  su  severidad  y  gentileza,  se 
encuentra  con  una  de  esas  obras  fastuosas  y  degeneradas  del 
tercer  período,' que  tanto  abundan  en  Castilla.  Tal  vez  impre- 
sionado con  el  recuerdo  de  la  leyenda,  esperaba  aún  descubrir 
restos  de  la  ruinosa  cripta  que  determinó  la  restauración  de 
Falencia,  ó  al  menos  de  la  construcción  bizantina  tan  celosa- 
mente activada  por  el  primer  obispo  Bernardo,  de  cuya  magni- 
tud y  disposición  nada  sabemos  de  fijo,  ni  de  las  causas  que 
movieron  á  reedificarla  en    1321,  cuando  apenas  llevaba  cien 


406  P  A  L  E  N  C  I  A 


años  desde  su  complemento  y  solemne  dedicación  (i).  Lo  cierto 
es  que  la  nueva  catedral,  aunque  principiada  bajo  augustos  aus- 
picios por  el  cardenal  legado  á  presencia  del  obispo  de  la  dióce- 
sis y  de  los  de  León,  Zamora,  Segovia,  Plasencia,  Córdoba  y 
Bayeux  de  Francia,  creció  tan  lenta  y  perezosamente,  que 
en  1486  se  hallaba  todavía  á  la  mitad  de  su  fábrica  y  descu- 
bierta casi  toda  (2),  dando  con  esto  motivo  para  conjeturar  que 
la  primitiva  no  desapareció  de  una  vez,  sino  que  era  derribada 
á  medida  que  avanzaban  las  recientes  obras.  Durante  el  largo 
espacio  transcurrido  entre  la  concepción  y  la  ejecución  del  plan, 
introdujéronse  grandes  mudanzas  no  sólo  en  el  estilo  sino  en  la 
traza  y  dimensiones ;  y  de  ahí  la  perspectiva  anómala  y  un  tanto 
confusa  que  ofrece  el  interior  al  que  penetra  por  primera  vez 
en  su  recinto. 

De  cruz  patriarcal  hemos  calificado  su  planta,  y  no  cabe 
idea  más  apropiada  á  su  figura.  Diez  bóvedas  componen  la  lon- 
gitud de  la  nave  central ;  un  crucero  atraviesa  la  sexta  y  otro 
crucero  la  novena,  ocupando  las  dos  intermedias  la  capilla  ma- 
yor, y  la  cuarta  y  quinta  el  vasto  coro:  la  última  ó  sea  el  ábside 
está  destinada  á  capilla  parroquial,  y  á  su  espalda  se  reúnen  en 


(i)  Consta  esta  ignorada  dedicación  de  la  catedral  primitiva  de  una  bula  exis- 
tente en  el  archivo  del  cabildo,  armario  i.°,  legajo  i.°,  n.  3.'',  que  dice  así;  Hono- 
rius  episcopus  servus  servorum  Dei  venerabili  fratri  episcopo  Palentino  saluíem  el 
aposíob'cam  benedictionem,  Cum  nobili  structur a  erecta  esse  dicaiur  de  novo  ecclesia 
Palentina^  et  ad  eam  solempniter  dedicandam  invitare  disponas  episcopos  convici- 
nos,  nos  precibus  tuis  benignum  impertientes  assensum,  ratam  habemus  remissio- 
nem  quam  iidem  episcopi  facient  hiis  qui  ad  solempnitatem  ipsius  dedicationis  cum 
devotione  convenient  annuatim^  dummodo  statutum  concilii generalis  indultaremis- 
sio  non  excedat,  Dat.  Lateran.  XI  kal,  aprilis  ponti/icatus  nostri  anno  tertio.  En  el 
sello  de  plomo  se  lee :  Honorius  pp.  III  y  en  el  dorso  de  la  bula  Ranerius  que  era 
el  nombre  del  canciller.  Dicha  bula,  no  mencionada  por  ninguno  de  los  escritores 
de  las  cosas  de  Falencia,  corresponde  al  año  1219,  tercero  del  pontifíca<^o  de  Ho- 
norio, aunque  en  el  dorso  haya  escrito  alguno  modernamente  1220.  Nótense  las 
palabras  nobili  structura  y  erecta  de  novo,  arguyendo  estas  últimas  que  el  edificio 
principiado  en  i03<>  tardó  cerca  de  dos  siglos  en  concluirse  para  no  vivir  más 
que  uno. 

(2)  Así  lo  expresa  una  bula  de  Inocencio  VIII,  núm.  6,  permitiendo  aplicar  á  la 
fábrica  las  medias  annatas  de  los  beneficios  que  vacaren  por  espacio  de  treinta  y 
cinco  años :  quod  ecclesia,  dice,  pro  majori parte  discooperta  est,  et/uxtamagnitu- 
dinem  edificiorum  inceptorum  vix  pro  media  parte  constructa  existit. 


1 


FALENCIA 


CATEDRAL. —  NAvt 


408  FALENCIA 


semicírculo  las  dos  naves  laterales  formando  cinco  capillas.  De 
esta  suerte  el  cuerpo  de  la  iglesia  que  precede  al  crucero  cons- 
tituye una  mitad  escasa  de  su  extensión ;  y  detrás  de  la  capilla 
mayor  aparece  de  improviso  otro  templo  que  viene  á  continuar- 
lo con  bastante  homogeneidad.  Si  esta  novedad  sorprende  por 
un  lado  gratamente  al  espectador,  por  otro  le  desconcierta  y 
trastorna,  destruyendo  á  sus  ojos  la  unidad  del  edificio,  y  pri- 
vándole de  puntos  de  vista  bastante  desahogados  para  abarcar 
su  conjunto. 

Las  naves  laterales  son  bajas,  y  no  muy  alta  la  principal; 
pero  las  bóvedas,  adornadas  de  crucería  y  tendiendo  ya  en  su 
ancha  ojiva  al  medio  punto  del  renacimiento,  resplandecen  con 
gran  copia  de  florones  dorados  y  en  sus  claves  con  los  escudos 
de  los  obispos  que  las  erigieron.  Ocho  columnas  interpoladas 
con  boceles  trepan  arrimadas  á  cada  pilar,  ceñidas  de  tres  ani- 
llos que  figuran  sartas  de  perlas;  en  las  arcadas  de  comunica- 
ción campea  la  ojiva  más  aguda  que  en  las  bóvedas,  orlada  de 
molduras.  Los  arcos  de  la  galería  que  por  cima  corre,  distribuí- 
dos  por  parejas  y  subdivididos  en  otros  dos  de  forma  rebajada, 
se  distinguen  por  la  pureza  de  los  calados  arabescos  que  bordan 
su  antepecho  y  su  parte  superior,  análogos  ente  sí  sin  ser  idén- 
ticos precisamente.  No  así  las  aplastadas  ventanas  abiertas  más 
arriba  en  los  lunetos,  cuyos  blancos  vidrios  y  desnudos  círculos 
en  vez  de  rosetones  indican  la  poca  cuenta  que  se  tuvo  ya  al 
construirlas  con  las  tradiciones  de  la  gótica  magnificencia. 

Siguiendo  arriba  desde  el  crucero,  que  extiende  sus  dos 
brazos  más  allá  de  la  anchura  de  las  naves  menores,  se  advierte 
mejor  caracterizada  y  más  conforme  á  su  tipo  ideal  la  arqui- 
tectura. En  los  arcos  de  la  galería,  contenidos  dentro  de  otro 
rebajado,  reina  allí  una  admirable  ligereza.  Los  pilares  toman 
en  su  planta  la  forma  romboidal,  compuestos  de  haces  de  veinte 
columnas  y  adornados  con  capiteles  de  follaje;  en  las  ventanas 
se  diseña  una  ojiva  más  legítinia  y  gallarda.  Por  cima  de  la  bó- 
veda que  cierra  la  capilla  parroquial  á  cierta  altura,  asoman  muy 


FALENCIA  409 

rasgadas  las  siete  del  ábside  principal,  y  en  el  hemiciclo  de  las 
naves  laterales  las  que  alumbran  sus  cinco  capillas  con  recor- 
tadas estrellas  y  otros  calados  en  el  vértice  de  sus  grandes 
aberturas. 

Todo  indica  que  por  aquel  extremo  se  empezó  la  reedifica- 
ción en  el  reinado  de  Alfonso  XI,  y  que  hacia  allí  asentó  la  pri- 
mera piedra  el  cardenal  obispo  de  Sabina.  En  la  parte  exterior 
del  ábside,  debajo  de  un  arco  donde  se  ve  la  imagen  de  nuestra 
Señora  entre  las  de  Santa  Sabina  y  Santa  Catalina,  muéstrase 
la  sepultura  del  canónigo  Juan  Pérez  de  Acebes  prior  de  Husi- 
llos, de  quien  se  dice  fué  el  primer  obrero  de  la  nueva  fábrica. 
Cortos  sin  embargo  fueron  los  adelantos  de  ésta  en  el  siglo  xiv, 
pues  la  misma  capilla  de  la  parroquia,  erigida  de  pronto  para 
ser  la  mayor,  debió  su  terminación  entrado  ya  el  xv  al  obispo 
D.  Sancho  de  Rojas,  según  publican  las  cinco  estrellas  de  su 
escudo  (i).  Más  adelante,  no  sabemos  cómo  ni  por  quién  preci- 
samente, se  concibió  dar  al  proyecto  mayor  grandeza;  lo  hecho 
se  respetó  para  conservarlo,  pero  reputóse  como  no  hecho  para 
la  continuación.  Pensóse  en  una  capilla  mayor  más  vasta,  en  un 
crucero  más  espacioso ;  y  desde  mediados  del  siglo  xv  se  aco- 
metió, cual  si  fuera  de  nuevo,  la  colosal  empresa.  Con  cuánta 
rapidez  se  desenvolvieron  las  bóvedas,  lo  declaran  en  sus  claves 
los  blasones  de  los  prelados  proclamando  su  munificencia ;  en 
las  dos  de  la  capilla  mayor  los  de  D.  Pedro  de  Castilla  (1440  61), 
en  las  del  crucero  los  de  fray  Alonso  de  Burgos  (1485  99),  en 
las  dos  que  caen  sobre  el  coro  los  de  Fonseca  (1505  14),  en  la 
siguiente  los  de  Zapata  (1569-77),  en  las  dos  últimas  de  los 
pies  de  la  iglesia  los  de  La  Gasea  (1550  61)  (2).  De  esta  suerte 


(i)  Observa  Pulgar  que  los  blasones  de  Hojas  son  fáciles  de  confundir  en  la 
piedra  con  los  de  Fonseca  de  que  está  salpicado  el  templo,  no  diferenciándose  las 
estrellas  sino  en  el  color,  las  de  Fonseca  coloradas  y  las  de  Hojas  azules. 

(2)  Opinamos  que  lo  que  se  debió  á  estos  obispos,  al  menos  á  los  dos  postre- 
ros, fué  el  adorno  de  las  bóvedas,  pues  las  naves  ya  hubieron  de  estar  cerradas 
anteriormente,  según  demuestran  las  delicadas  obras  del  trascoro;  y  sólo  así  se 
explica  que  las  armas  de  Zapata  ñguren  en  la  tercera  bóveda,  y  en  las  dos  poste- 
se 


410  FALENCIA 


en  poco  más  de  una  centuria  fué  levantada  casi  la  totalidad  de 
la  basílica,  en  menos  tiempo  del  que  se  había  empleado  para 
construir  la  cabecera. 

Atendiendo  á  lo  avanzado  de  la  época,  más  es  de  admirar  y 
de  agradecer  lo  que  conserva  de  gótico  el  monumento,  que  de 
censurar  lo  que  se  desvía.  No  serían  los  últimos  entre  los  ar- 
quitectos contemporáneos  los  nombres  del  autor  y  del  amplia- 
dor de  la  traza,  si  la  fortuna  los  hubiese  preservado  del  común 
olvido.  Por  desgracia  sólo  hemos  podido  encontrar  los  de  Ro- 
drigo de  Astudillo,  uno  de  los  aparejadores  recibidos  para  dar 
impulso  á  la  obra  en  1493;  de  García  de  Soto,  cantero  que  su- 
ministró la  piedra  para  rehacer  el  pilar  de  la  Trinidad;  del 
maestro  Bartolomé  de  Solórzano,  que  en  1498  emprendió  la 
construcción  de  los  arcos  correspondientes  al  coro,  tomando  por 
tipo  los  del  magníñco  crucero  que  en  Marzo  del  año  anterior 
había  llegado  á  feliz  remate  (i).  Martín  de  Solórzano  llama 
Ceán  Bermúdez  al  que  en  1 504  tomó  la  empresa  de  terminar 
en  seis  años  aquella  catedral,  y  á  quien  por  su  fallecimiento 
reemplazó  en  1 506  Juan  de  Ruesga ;  pero  la  extensión  y  la 
fecha  de  las  obras  demuestra  que  éste  tampoco  cumplió 
su    empeño    casi  imposible  dado  caso   que  lo    contrajese,  y 


riores  las  de  La  Gasea  que  le  precedió  en  la  silla  episcopal.  Ceán  Bermúdez  refie- 
re la  conclusión  de  la  catedral  de  Falencia  al  año  i  506,  época  sobremanera  anti- 
cipada. 

( I )  De  los  libros  de  fábrica  que  atentamente  recorrimos  aparece :  «  que  en  .1  7 
de  octubre  de  1493  fué  recibido  por  maestro  aparejador  e  asentador  en  la  obra 
de  cantería  de  la  dicha  iglesia  Rodrigo  de  Astudillo  cantero  vecino  de  Falencia,  el 
qual  se  obligó  á  servir  á  la  obra  de  la  dicha  iglesia  continuamente  con  un  mozo,  e 
mirar  sobre  los  oficiales...  dándosele  por  cada  dia  quarenta  maravedís,  y  el  mozo 
treinta  con  tal  que  supiese  moldurar  y  hacer  molduras.— Que  García  de  Soto  se 
obligó  á  sacar  todo  el  canto  que  fuese  menester  para  el  pilar  de  la  Trinidad  que 
se  ha  de  derrocar  e  tornarse  á  hacer.— Que  en  20  de  noviembre  de  1498  Bartolo- 
mé de  Solórzano  cantero  e  maestro  de  la  obra  tomó  á  hacer  los  andenes  e  clara- 
boyas e  mayuelos  e  todas  las  cosas  pertenescientes  en  los  dos  arcos  que  están 
sobre  el  coro,  los  primeros  desde  el  crucero,  segund  e  como  están  hechos  e  asen- 
tados e  labrados  los  otros  arcos  nuevos  que  están  al  derredor  del  dicho  crucero  e 
sobre  las  puertas  principales  y  en  la  capilla  nueva  que  está  adelante  del  crucero, 
con  la  costa  de  piedra  y  cal,  todo  por  veinte  mil  maravedís.» 


PALENClA  411 


que  pudo  tener  todavía  más  de  un  sucesor  en  su  tarea  (i). 
Coincidió  ciertamente  la  mayor  actividad  de  la  fábrica  con 
el  glorioso  reinado  de  los  Reyes  Católicos ;  y  gracias  á  la  apli- 
cación de  las  medias  annatas  de  las  prebendas  vacantes  durante 
un  largo  período,  y  á  la  predicación  de  las  bulas  é  indulgencias 
concedidas  á  este  objeto,  lograron  los  obreros  allegar  grandes 
recursos.  Rivalizaban  en  celo  pobres  y  ricos,  sacerdotes  y  se- 
glares ;  y  viendo  como  lucía  la  iglesia  y  se  magnificavan  sus 
obras  y  edificios,  lególe  un  deán  treinta  mil  maravedís,  sin  pe- 
dir otra  cosa  que  ser  enterrado  en  la  grada  más  baja  de  la 
puerta  del  presbiterio.  Puestos  al  frente  de  este  generoso  movi- 
miento los  prelados,  D.  Diego  de  Mendoza  instituía  heredera  á 
su  primera  sede  en  unión  con  su  segunda  de  Sevilla,  fray  Alon- 
so de  Burgos  dejaba  tres  millones  de  maravedís  para  continuar 
el  templo  y  dotarle  de  un  bello  claustro,  D.  Diego  Deza  desti- 
naba cuantiosas  sumas  á  la  erección  del  retablo  principal,  don 
Juan  Fonseca  imprimía  en  todas  partes  y  especialmente  en  el 
trascoro  las  huellas  de  su  diligencia  y  liberalidad.  Para  las  ven- 
tanas del  crucero,  á  expensas  de  la  ilustre  casa  de  los  Castillas, 
concertáronse  en  1503  con  Juan  de  Valdivieso  y  Arnao  de 
Flandes  doce  ricas  vidrieras  de  colores,  que  ó  no  llegaron  á 
ponerse  nunca,  ó  desaparecieron  por  algún  azar  á  ejemplo  de 
las  de  varias  capillas  del  ábside  que  se  proponían  por  mode- 
lo (2). 


(i)  Dice  Ceán  Bermúdez  que  el  Martin  Solórzano,  hermano  quizá  ó  pariente 
del  Bartolomé  citado  si  no  es  el  mismo  con  error  de  nombre,  era  un  arquitecto 
muy  acreditado  vecino  de  Santa  María  de  Haces  en  la  merindad  de  Trasmiera,  y 
que  estipuló  hacer  la  obra  con  piedra  de  las  canteras  de  Paredes  del  Monte  y  de 
Fuentes  ^e  Valdepero.  En  lo  poco  que  añade  acerca  de  dicha  catedral  el  anotador 
de  Liaguno,  no  hace  más  que  copiar  á  Ponz,  tanto  en  las  dimensiones  del  edificio 
al  cual  da  40 s  pies  de  longitud,  160  de  latitud  y  ^5  de  altura  á  la  nave  principal, 
como  en  los  juicios  artísticos  que  emite,  diciendo  que  el  carecer  de  los  adornos  y 
trepados  que  tienen  las  otras  de  su  género  le  da  más  decoro  y  majestad.  Ni  en  la 
exactitud  del  hecho  ni  en  la  del  principio  podemos  convenir. 

(2)  Son  muy  curiosas  las  siguientes  cláusulas  de  dicho  contrato  continuado 
en  el  libro  de  fábrica  correspondiente:  « Que  toda  la  obra  sea  de  imagines  e  bien 
pintadas  e  de  muy  ñnas  colores,  como  las  que  están  en  las  capillas  de  S.  Pedro  y 


.|  I  2  P  A  L  K  N  (    I  A 

La  idea  del  obispo  Deza  la  llevó  á  cabo  su  sucesor  Sarmien- 
to (1525  34),  levantando  en  la  capilla  mayor  el  retablo,  que 
marca  muy  bien  conforme  al  tiempo  la  transición  entre  la  gótica 
crestería  y  la  severidad  greco-romana.  Veintiséis  pequeñas  efi- 
gies de  santos  y  doce  cuadros  de  pincel  purista  representando 
misterios  ocupan  sus  numerosas  comparticiones  divididas  por 
pilastras  platerescas,  llamando  la  atención  en  el  centro  San  An- 
tolín  y  más  arriba  la  Virgen  rodeada  de  espíritus  angélicos.  Las 
armas  del  prelado  alternan  con  bustos  de  santas  en  el  fi*iso,  y 
forma  el  remate  un  gran  Calvario  con  varios  adornos  del  géne- 
ro mixto  y  caprichoso  que  dominaba  á  la  sazón.  Multitud  de 
florones  de  oro  tachonan  no  solamente  las  bóvedas  sino  la  cor- 
nisa y  arcos  y  aristas  de  la  capilla,  como  si  fuera  un  pabellón 
estrellado. 

Antes  que  el  retablo  estaban  labrados  ya  los  costados  del 
presbiterio ;  y  la  misma  reja  que  lo  cierra,  bastante  sencilla  con 
pulpito  á  cada  lado,  había  sido  puesta  por  el  inmediato  antece- 
sor de  Sarmiento,  D.  Antonio  de  Rojas,  que  dio  para  ella  dos 
mil  ducados.  Preciosos  sepulcros  góticos  presentan  hacia  las 
naves  laterales  dichos  respaldos,  y  en  el  del  lado  del  evangelio 
corre  una  galería  coronada  por  un  segundo  cuerpo,  cuyas  dos 
ojivas  centrales  contienen  retablitos,  y  las  extremas  sirven  de 
nichos  á  dos  enterramientos.  En  el  uno  yace  sobre  la  urna,  es- 
culpida de  toscas  imágenes  en  hilera,  la  efigie  del  deán  D.  Ro- 
drigo Enríquez  hijo  del  almirante  de  Castilla,  fallecido  en  1465, 
con  un  jabalí  y  un  monaguillo  á  sus  pies;  en  el  otro  la  del 
canónigo  Francisco  Núftez  abad  de  Husillos,  debajo  de  un  arco 
cubierto  de  trepados  follajes,  y  sobre  cama  más  rica  en  cuya 
delantera  resaltan  con  sus  doseletes  las  figuras  de  la  Virgen, 


S.  Miguel  y  mejores  si  mejores  podieren,  e  que  en  ella  pinten  las  imagines  y  esto- 
rias  que  por  dichos  obreros  les  sean  dadas,  y  en  ellas  haya  las  armas  del  obispo 
D.  Pedro  de  Castilla  y  las  de  D.  Sancho  de  Castilla  y  de  D.  Juan  de  Castilla  obispo 
de  Salamanca  &u  hijo,  y  que  se  tomen  informes  de  Avila,  Burgos  ó  León.»  En  otra 
parte  dice  se  pongan  como  las  de  las  otnis  ventanas.  Dichos  maestros  vidrieros 
eran  vecinos  de  Burgos. 


PAL  encía  m3 


San  Andrés  y  San  Juan  evangelista  (i).  A  la  parte  de  la  epís- 
tola aparece  un  solo  retablo  y  una  hornacina  trebolada  guarne- 
cida de  excelentes  hojas,  que  encierra  la  adornada  tumba  y  la 
estatua  tendida  de  otro  prebendado  (2).  Por  un  extraño  capri- 
cho peculiar  de  la  época,  el  arco  que  por  aquel  lado  comunica 
con  el  presbiterio  tiene  en  realidad  el  mismo  escorzo  que  figura 
la  perspectiva,  ejemplo  reproducido  en  otro  que  sale  al  claustro 
y  en  otro  que  da  subida  á  la  torre  desde  el  crucero. 

Frente  á  la  reja  de  la  capilla  mayor  luce  más  complicado  y 
gentil  remate  la  del  coro,  que  no  se  terminó  hasta  1571,  aun- 
que el  plateresco  pedestal  recuerda  en  dos  tarjetones  la  visita 
que  en  1522  dentro  del  espacio  de  un  año  recibió  la  basílica 
del  papa  Adriano  y  del  emperador  Carlos  V  (3).  Leemos  que 
D.  Sancho  de  Rojas  dio  dos  mil  florines  para  la  sillería,  pero 
no  debió  ser  seguramente  para  la  que  hoy  existe:  porque  ni  el 
edificio  estaba  á  la  sazón  tan  adelantado  que  permitiese  colo- 
carla en  aquel  puesto,  ni  sus  labores  aunque  góticas  saben  al 
gusto  tan  depurado  á  la  entrada  del  siglo  xv.  Las  sillas  de  aba- 
jo llevan  arabescos  en  su  respaldar,  las  de  arriba  frontones  pira- 
midales, distinguiéndose  la  episcopal  por  su  elevado  doselete. 
A  mediados  del  xvii  el  obispo  Peralta  doró  el  arco  de  entrada, 


(i)  La  inscripción  del  deán  está  en  el  friso  de  la  urna  y  dice  así:  Uic  requies- 
cit  dominus  Rs.  Enrici  decanus  islius  eccleste^  Jiltus  almirandi  Castelle,  obiit  II  die 
Febroartí  anno  Domini  MCCCCLXV,  La  del  abad  de  Husillos,  puesta  encima  del 
arco,  contiene  los  siguientes  renglones  que  no  nos  atrevemos  á  llamar  versos  : 

Franciscus  Nuñez  doctor  juris  uiriusque^ 
Ábbas  de  Husillos^  hic  unus  canonicorum, 
Consiliarius  aulem  regum  quam  reverendus, 
Clauditur  hoc  iumulOy  sed  vita  gaudet  utraque. 
Obiü  non,  martii  anno  Domini  MDI. 

(2)  En  el  borde  de  dicho  sepulcro  se  lee  r  «  En  esta  sepultura  está  D.  Diego  de 
Guevara  abad  de  Campos,  que  gloria  aya,  falleció  día  de  Sant  Antolin,  año 
de  MDIX.» 

(3)  Se  halla  repartida  en  los  dos  tarjetones  la  leyenda  siguiente  :  Adrianus  VI 
'Pontifex  maximus^  Carotus  V  Romanorum  imperator^  Hispaniarum  rex  hujus  nomi- 
nis  primus—hanc  sacram  subeunt  cedem  intra  unius  anni  cursum^  proesule  Petro 
Ruiz  de  la  Mota. 


414  FALENCIA 


sobre  el  cual  colocó  una  imagen  de  la  Concepción ;  y  del  mismo 
siglo  ó  posterior  es  el  grande  órgano  más  armonioso  en  sus 
voces  que  en  sus  formas. 

Mucho  hay  que  observar  en  la  cerca  exterior  del  coro,  em- 
pezando por  los  muros  laterales  que  contienen  cada  uno  dos 
capillas.  Las  del  costado  del  evangelio  demuestran  con  sus  bla- 
sones haber  sido  construidas  en  tiempo  de  Fonseca;  pertenece 
la  más  próxima  al  crucero  á  la  decadencia  gótica  con  su  minu- 
ciosidad de  pilastras,  doseletes  y  crestería,  ocupando  su  centro 
con  varias  obras  más  recientes  un  gran  crucifijo;  la  otra  labrada 
al  estilo  plateresco,  que  compartía  ya  entonces  la  pujanza  con 
el  anterior,  presenta  sobre  un  fondo  azul  sembrado  de  estrellas 
á  Jesucristo  de  relieve  entero  entre  los  cuatro  evangelistas,  y  en 
los  nichos  laterales  las  estatuas  de  San  Hermenegildo,  San 
Luís,  San  Francisco  y  Santo  Domingo.  La  misma  alianza  arqui- 
tectónica manifiestan  las  capillas  del  lado  de  la  epístola;  y  al 
paso  que  la  de  más  arriba,  destinada  á  guardar  una  bella  y 
antigua  pintura  de  la  Visitación  en  compañía  de  San  Lorenzo 
y  San  Esteban,  corresponde  con  su  gótica  filigrana  á  su  mencio- 
nada colateral,  la  siguiente  despliega,  bien  que  de  mala  escul- 
tura, multitud  de  nichos  platerescos  é  imágenes  al  rededor  de 
un  arco  rebajado  que  cobija  el  retablito  de  San  Pedro  y  San 
Pablo,  revelando  en  ella  alguna  posterioridad  el  escudo  episco- 
pal de  Sarmiento  y  la  fecha  de  1534  consignada  en  un  tar- 
jetón. 

En  el  trascoro  empero  brillan  sin  competencia  y  con  todo 
su  esplendor  las  cinco  estrellas  de  Fonseca;  allí  se  propuso  el 
prelado  emplear  el  arte  más  exquisito  en  obsequio  de  su  devo- 
ción más  acendrada.  Hallándose  en  Flandes  de  embajador  cerca 
de  la  reina  D.^  Juana  y  de  su  esposo  el  archiduque  en  1505, 
hizo  pintar  á  uno  de  los  mejores  artistas  de  aquel  ilustrado  país 
un  cuadro  de  nuestra  Señora  de  la  Compasión  sostenida  por  el 
discípulo  amado,  y  representar  al  rededor  sus  siete  dolores, 
pintura  interesante  hasta  lo  sumo  no  sólo  por  la  expresión  de 


FALENCIA 


-  El.  Trascobo 


4l6  FALENCIA 


los  rostros  y  por  lo  acabado  de  los  detalles,  sino  por  el  retrato 
del  obispo  figurado  de  rodillas  ante  la  Virgen.  Aquel  retablo 
forma  el  objeto  preferente  del  trascoro:  las  puertas  que  lo  cié 
rran  llevan  escritos  piadosos  dísticos  y  la  relación  en  latín  y 
castellano  de  las  indulgencias  concedidas  á  los  devotos  de  la 
santa  imagen  (i);  el  medio  punto  contiene  las  armas  del  funda- 
dor, y  un  caprichoso  arco  lobulado  ostenta  más  arriba  las  rea- 
les sostenidas  por  el  águila  con  el  yugo  y  las  saetas.  Todo  el 
cuerpo  arquitectónico  del  respaldo,  asentado  á  manera  de  altar 
sobre  majestuoso  gradería,  contribuye  al  mayor  realce  de  la 
joya  artística  que  engasta.  Los  relieves  de  San  Ignacio  mártir 
y  de  San  Bernardo  colocados  sobre  dos  labradas  puertas  semi- 
circulares, las  estatuas  de  dos  santos  obispos  hacia  los  ángulos, 
seis  bellas  figuritas  puestas  más  abajo  en  los  intermedios  unas 
y  otras  con  ricos  doseletes  ó  sutiles  pináculos,  el  menudo  friso 


(i)  Copiamos  á  continuación  los  dísticos  puestos  en  boca  de  la  Virgen,  aun- 
que notan  señalados  por  su  pureza  y  elegancia  como  pudiera  esperarse  de  la  bue- 
na época  del  renacimiento,  y  la  citada  relación  en  castellano,  omitiendo  en  gracia 
de  la  brevedad  la  latina  que  le  precede.  Todo  ello  está  escrito  en  letra  germánica 
rasgueada  de  no  muy  fácil  lectura  y  con  muchas  y  notables  erratas,  que  enmen- 
damos según  el  sentido  y  el  metro  y  hasta  suplimos  en  el  tercer  verso  una  pala- 
bra que  falta. 

Disce,  salutator,  nostros  meminissc  dolores 

Septenos,  prosint  iit  tibi  quaque  die. 
PríEdixit  Simeón /)£;c/ws  mucrone  fcriri, 

Et  matrem  nati  vulnera  ferré  sui. 
Hinc  cum  cesa  fuit  puerorum  turba  piorum, 

Pertuli  in  Egiptum  non  bene  tuta  meum. 
El  dolui  qua;rens  puerum  divina  docentem 

In  templo,  hinc  captum  pondera  ferré  crucis. 
Cum  vidi  et  ligno  llxum,  tum  morte  sopitum 

Deponi,  inque  petra  linquere  pulsa  fui. 
Nos  igitur  nostros  quisquis  meditare  dolores, 

Percipies  Natum  ferré  salutis  opem. 

«Anno  de  MüV  el  reverendo  e  magnífico  señor  D.  Juan  de  Fonseca,  por  la  gracia 
de  Dios  obispo  de  Palcncia,  conde  de  Pernia,  mandó  hacer  esta  imagen  de  nostra 
Señora  de  la  Compasión,  estando  en  Flandcs  por  embajador  con  el  señor  rey  don 
Felipe  de  Castilla  e  con  la  reina  doña  Juana  nuestros  señores.  Todos  los  que  reza 
rcn  siete  Ave  Marías  ct  siete  veces  el  Pater  noster  de  rodillas  delante  de  ella  gana 
muchos  perdones;  ct  los  cofrades  de  esta  cofradía  rezándolos  ganan  los  dichos 
perdones  e  otras  indulgencias  contenidas  en  la  bula  de  esta  cofradía.» 


FALENCIA  417 

de  gusto  plateresco,  la  airosa  greca  entrelazada  que  corona  el 
muro,  fueron  obra  sin  duda  de  los  más  aventajados  escultores 
y  tallistas  de  aquel  tiempo,  tal  es  su  prolijidad  y  gentileza  (i). 
Algo  después  se  labraría  el  pulpito  de  madera  arrimado  á  un 
pilar  contiguo  para  los  concursos  literarios,  pues  las  copiosas 
labores  de  su  antepecho  y  de  su  tornavoz  rodeado  de  tres  órde- 
nes de  figuras  proceden  exclusivamente  ya  del  renacimiento. 

No  olvidó  el  magnífico  Fonseca  la  escalera  abierta  al  pié  de 
su  predilecto  retablo  para  bajar  á  la  capilla  subterránea  de  San 
Antolín ;  y  sus  blasones  atestiguan  que  á  su  fecundo  caudal  se 
debieron  también  los  relieves  que  cubren  las  paredes,  alusivos 
á  la  historia  del  santo.  Extiéndese  debajo  del  coro  la  llamada 
cueva,  desenvolviendo  en  la  oscuridad  sus  rudas  bóvedas  y  sus 
arcos  de  medio  punto,  sin  encerrar  más  objetos  que  la  efigie 
del  venerado  patrono  y  un  pozo  á  cuyas  aguas  acuden  los  fieles 
con  piadosa  confianza.  En  aquel  hondo  recinto,  reconstruido 
más  de  una  vez  desde  que  lo  halló  oculto  entre  rocas  y  silvestre 
espesura  el  rey  D.  Sancho,  no  parecen  haber  penetrado  las 
vicisitudes  artísticas  que  se  suceden  á  la  luz  del  sol,  ni  haberle 
impreso  su  sello  especial  ningún  género  de  arquitectura.  Allí, 
si  algo  se  siente,  es  un  reflejo  del  religioso  temor  que  embargó 
el  armado  brazo  del  monarca,  ó  de  la  vigorosa  fe  de  Pedro  de 
Osma,  cuando  revivió  para  disipar  sus  dudas  la  extinguida  lám- 
para encendida  por  un  soplo  celestial  (2). 

Por  su  situación  en  la  cabecera  del  templo  y  por  su  grande- 
za compite  la  capilla  de  la  parroquia  con  la  mayor,  y  debía  serlo 
en  verdad  según  el  plan  primitivo;  pero  al  destinarla  á  su  actual 
objeto,  se  rebajó  su  altura  al  nivel  de  las  naves  laterales  por 
medio  de  una  segunda  bóveda,  dejando  ver  arriba  la  del  ábside 
con  sus  siete  vidrieras.  Forma  su  entrada  un  arco  semicircular 
orlado  de  colgadizos  y  coronado  por  un  grueso  antepecho,  con 


(i)    Ponz  caliñca  su  estilo  de  muy  parecido  al  de  Alfonso  Berruguete,  que  fué 
muchos  años  posterior  y  siguió  muy  distinta  escuela. 

(2)    Véase  atrás  en  la  pág.  361  la  tradición  á  que  aludimos. 

53 


4l8  FALENCIA 


rosetones  calados  en  las  enjutas;  la  bóveda  es  muy  adornada, 
tal  vez  en  demasía,  pues  producen  confusión  en  parte  los  ara- 
bescos que  penden  de  sus  aristas.  De  los  siete  lados  que  tiene 
la  capilla,  los  dos  primeros  están  bordados  hasta  arriba  de  pri- 
morosos calados  góticos,  y  á  la  derecha  del  espectador  aparece 
bajo  un  arco  la  estatua  tendida  de  una  ilustre  bienhechora  con 
un  libro  en  las  manos  y  una  doncella  reclinada  á  sus  pies :  fué 
ésta  D.*  Inés  Osorio,  dos  veces  casada  sin  prole  y  fenecida 
en  1 49  2  antes  de  ver  terminado  el  crucero  que  costeó  en  su 
mayor  parte  (i).  El  retablo,  cuajado  de  relieves  platerescos 
aunque  poco  conforme  al  acreditado  primor  del  estilo,  se  hizo 
más  adelante  hacia  1532  al  renovarse  la  capilla ;  y  entonces 
dicen  fué  hallado  entero  el  cuerpo  de  la  princesa  D.*  Urraca  la 
d  e  Asturias,  y  puesto  en  alto  á  la  parte  del  evangelio  en  la 
misma  arca  tosca  y  lisa  donde  estuvo  desde  su  entierro  en  el 
templo  primitivo  (2).  Pobre  tumba  para  la  hija  de  Alfonso  VII, 
y  aun  así  no  bastante  exenta  de  dudas  sobre  su  autenticidad. 

Hacia  la  curva  nave  del  trasaltar  presenta  el  respaldo  de  la 
capilla  un  cuerpo  de  arquería  con  friso  de  trepados  follajes  y 
alguna  estatua  y  pintura,  obras  pertenecientes  á  los  primeros 


(i)  Á  causa  de  unos  bancos  arrimados  á  la  urna  no  pudimos  leer  del  epitafio 
sino  las  siguientes  palabras :  «dexó  todo  lo  »uyo  á  esta  iglesia  e  fizo  este  retablo  e 
las  capas  blancas.  Portillo.»  El  retablo  no  debe  ser  el  que  existe  ahora  en  la  capi- 
lla, ó  se  hizo  mucho  después  de  su  muerte.  Dice  el  arcediano  del  Alcorque  el  pri- 
mer marido  de  esta  señora  filé  García  Alonso  de  Chaves  y  el  segundo  Alvaro  de 
Brac  amonte,  señor  de  Peñaranda,  que  de  ninguno  tuvo  hijos,  y  que  del  mueble  y 
arras  hizo  heredera  á  la  iglesia  de  Palencia,  y  de  lo  restante  á  su  sobrino  D.  Diego 
Osorio,  hermano  del  obispo  Acuña  el  célebre  comunero.  En  el  brazo  izquierdo 
del  crucero  se  ven  sus  armas  que  unían  los  blasones  maternos  de  Castro  á  los  pa- 
ternos de  Osorio.  En  las  actas  capitulares  hallamos  que  entre  otras  cosas  dejó  á 
la  iglesia  una  rica  espada  de  arreo  que  parece  se  vendió  para  la  fábrica. 

(2)  La  inscripción  que  hay  debajo  de  la  tumba  es  de  letra  y  redacción  del  si- 
glo xvi;  ignoramos  si  se  escribió  en  vista  de  otra  más  antigua,  en  cuyo  caso  pudie- 
ra decidir  con  su  autoridad  á  favor  de  la  catedral  de  Palencia  la  controversia  que 
tiene  con  el  monasterio  de  Sandoval  acerca  de  la  posesión  de  aquel  cadáver.  Dice 
así :  Hic  requiescil  domina  Urraca  regina  Navarras^  uxor  domini  Garda?  Ramiri  re- 
gís Navarrce^  quoe  Juit  filia  serenissimi  domini  A l/onsi  imf>eraioris  Hispanice  qui 
Almeriam  obtinuity  quce  obiit  12  octobris  anno  Domini  ii8g.  Véase  la  nota  2.*  de  la 
pág.  364. 


PA  LENCI A 


CATEDRAL.  —  Capilla    del   sagrario, 
DB  Doña  Urr' 


420  FALENCIA 


tiempos  de  la  reedificación ;  pero  las  capillas  de  enfrente,  dis- 
puestas en  semicírculo,  han  sufrido  alteraciones  notables  en  su 
gallarda  estructura  del  siglo  xiv.  Ya  no  brillan  en  su  ventanaje 
los  pintados  vidrios  que  las  alumbraban  y  que  debían  servir  de 
tipo  para  el  crucero  (i);  una  moderna  portada  distingue  mala- 
mente la  del  centro,  donde  está  colocado  perenne  el  monumento 
de  semana  santa  que  se  acabó  en  1590;  y  ásu  izquierda  se  ven 
renovadas  la  de  San  José  y  la  de  San  Pedro,  estucada  ésta  con 
relieves  blancos  de  mascarones  y  cariátides  sobre  fondo  azul, 
con  medallones  de  profetas  en  los  lunetos  y  grandes  esculturas 
de  los  Reyes  Magos  dentro  de  marcos  platerescos,  restauración 
que  lleva  escrito  el  nombre  del  patrono  Gaspar  de  Fuentes  y 
la  fecha  de  155 1.  En  las  dos  capillas  de  la  derecha  quedan  al 
menos  los  antiguos  sepulcros,  y  la  de  Santa  María  la  Blanca 
encierra  bajo  agudas  ojivas,  urnas  muy  curiosas  sostenidas  por 
leones,  sembradas  de  escudos  ó  circuidas  de  figuras  en  su  delan- 
tera, ocupadas  por  varios  arcedianos  de  Carrión  con  su  bulto 


(i)  En  el  contrato,  8e  mencionan,  como  ya  vimos,  los  de  las  capillas  de  San 
Pedro  y  San  Miguel,  que  creemos  era  la  titulada  hoy  de  San  Isidro,  según  el  orden 
con  que  las  enumera  Pulgar.  De  este  mismo  orden  aparece  que  en  tiempo  de  aquel 
escritor,  á  fines  del  siglo  xvii,  la  del  actual  bautisterio  se  llamaba  de  San  Marcos, 
de  San  Nicolás  la  del  monumento  y  en  ella  estaba  entonces  la  pila,  de  las  once  mil 
Vírgenes  la  de  San  José,  donde  leían  escritura  y  moral  los  prebendados  de  oficio, 
y  tenía  en  medio  un  bulto  de  alabastro  el  obispo  D.  Juan  de  Castromocho.  Hay  un 
documento  muy  curioso  del  1 346  en  el  que  con  motivo  de  asignar  á  cada  capellán 
su  altar  respectivo,  se  citan  los  de  Santa  Lucía,  San  Gregorio  super  fulpitum,  San 
Ildefonso,  Santa  Catalina,  Santa  Cruz,  San  Juan,  la  Trinidad,  San  Marcos,  San  Mi- 
guel, Santa  María  la  Nueva,  es  decir,  la  Blanca,  que  expresa  hallarse  en  construc- 
ción, San  Nicolás,  San  Pedro  retro  chorum,  San  Eugenio  en  la  capilla  de  San  Jorge, 
Santa  María  Magdalena,  San  Agustín,  San  Clemente,  Santa  María,  San  Pablo  y  en 
la  misma  capilla  San  Mateo,  San  Ambrosio,  Santo  Tomás  mártir,  Santiago,  Santo 
Toribio,  San  Matías,  San  Bartolomé,  Espíritu  Santo  y  Corpus  Christi,  y  en  el  sub- 
terráneo los  de  San  Antolín,  San  Martin  y  San  Jerónimo  antes  de  San  Pedro.  En 
una  época  en  que  se  hallaba  tan  al  principio  la  nueva  catedral  y  subsistente  según 
nuestra  conjetura  la  mayor  parte  de  la  antigua,  no  son  reducibles  las  nombradas 
capillas  á  las  actuales  aun  cuando  tengan  la  misma  advocación.  Muchas  debieron 
existir  en  la  primitiva  claustra,  y  de  sus  santos  titulares  dice  Pulgar  había  efigies 
en  dos  altares  laterales  de  la  capilla  parroquial.  Parece  esta  era  la  de  Santa  Mag- 
dalena donde  estaba  sepultada  según  dicho  documento  la  reina  D.*  Urraca,  y  esta 
indicación  que  jamás  hemos  visto  alegada  confirma  no  poco  la  autenticidad  de  su 
sepultura. 


CATEDRAL. -Capí 


422  FALENCIA 

por  cubierta ;  el  uno  que  erigió  á  sus  expensas  la  capilla  ha- 
cia 1340,  otro  que  á  fines  del  propio  siglo  se  señaló  en  defensa 
de  su  jurisdicción  contra  el  prelado,  otro  muy  caritativo  y  libe- 
ral en  la  fábrica  de  puentes  y  redención  de  cautivos  que  falleció 
en  1429  (i).  Un  entierro  muy  semejante  contiene  la  inmediata 
capilla  de  San  Isidro,  sino  que  la  yacente  efigie  parece  de  mu- 
jer, y  la  cal  impide  discernir  los  blasones  de  sus  escudos.  Ade- 
más de  estas  cinco  capillas  hay  en  el  hemiciclo  otras  dos  peque- 
ñas, la  de  la  pila  bautismal  exenta  de  innovación,  y  la  de 
enfrente  dedicada  un  tiempo  á  San  Jorge  que  perteneció  á  Mar- 
tín Pradera,  secretario  de  Felipe  III. 

En  el  cuerpo  de  la  iglesia  sólo  las  tiene  la  nave  lateral  del 
evangelio;  todas  con  el  retablo  á  un  costado  en  la  misma  direc- 
ción de  la  capilla  mayor,  dejando  el  muro  del  fondo  despejado 
para  una  rasgada  ventana  de  medio  punto,  todas  con  su  orato- 
rio ó  recapilla,  alguna  de  las  cuales  encierra  notables  pintu- 
ras (2).  Empezando  por  los  pies  del  templo,  preséntase  la  pri- 


(i)  En  la  urna  del  lado  de  la  epístola  que  lleva  escudos  jaquelados  hay  dos 
epitafios,  si  bien  creemos  que  la  estatua  se  refiere  al  primero  que  dice  asi :  «  Aquí 
yace  D.  Alfonso  Rodríguez  Girón,  arcediano  que  fué  de  Carrión,  que  fizo  esta  ca- 
piella  de  su  propia  espensa,  que  finó  en  el  año  de  la  era  de  mil  e  CCC  e  setenta  e 
nueve  años  (i  341  de  C.)  que  Jhu.  Xpo.  le  perdone  á  él  e  a  todos  los  finados  que 
por  allá  fuéremos,  amen.  Pater  noster  por  él  e  per  los  finados.»  La  otra  lápida  es 
del  tenor  siguiente:  «Aquí  yace  D.  PeroFerrs.  (Fernández)  de  Pina  délas  IX  villas 
canónigo  de  Palencia  e  de  Orense  e  de  Sigüenza,  arcidiano  que  fué  de  Carrion  en 
esta  eglesia  XI  años,  e  movió  pleito  contra  él  D.  Johan  de  Castromocho  obispo  que 
fué  de  Palencia  sobre  la  jurisdicción  de  su  arcidianado  e  duró  IX  años  en  corte  e 
ovo  tres  sentencias  definitivas  contra  el  obispo  el  arcidiano  e  una  executoria  bu- 
llada del  papa  Benedicto  e  fué  compenado  en  las  costas ;  otro  sí  fizo  e  reparó  la 
mayor  parte  de  la  pesquera  de  las  aceñas  del  mercado  que  están  só  la  puente,  e 
rreparó  las  dichas  aceñas  que  estava  todo  perdido:  otro  sí  docto  dos  capellanías 
perpetuas  en  esta  capiella  de  Santa  María  de  la  O  do  está  enterrado:  e  rogat  á  Dios 
por  su  alma.  Anno  Dni.  millesimo  quatorcentesimo  III."*  die  vero  mensis.T.»  y  que- 
da un  blanco.  Á  la  parte  del  evangelio  hay  un  arco  más  elevado  con  tres  imáge- 
nes en  el  vértice  del  frontón  y  de  las  pilastras,  y  muchas  figuritas  en  la  urna ;  la 
letra  romana  de  la  inscripción  indica  haber  sido  renovada:  «Aquí  yace  el  reveren- 
do padre  D.  Alonso  Diaz  de  Támara,  arcediano  de  Carrion  e  protonotario  del  papa, 
que  fiso  la  puente  de  D.  Guarin  e  sacó  treinta  y  cinco  cautivos  de  Granada  e  dio 
todo  lo  suyo  á  pobres.  Finó  á  XII  de  abril  anno  Dni.  MCCCCXXIX.» 

(2)  En  la  de  San  Gregorio  cita  Ponz  algunos  buenos  cuadritos  de  estilo  flamen- 
co, y  en  la  de  San  Jerónimo  elogia  y  describe  largamente  una  pintura  antigua  y 


FALENCIA  423 

mera,  octógona  y  pintada  y  cubierta  de  dorados,  la  capilla  de 
Santa  Lucía  ó  de  las  reliquias,  que  las  contiene  comparables  en 
número  é  importancia  á  las  de  cualquiera  catedral  (i).  Siguen 
las  de  San  Gregorio  y  de  San  Ildefonso,  que  en  vida  adornaron 
con  retablos  plarerescos  y  en  muerte  autorizan  con  sus  sepul- 
cros dos  eruditos  canónigos,  los  más  laboriosos  y  diligentes  en 
escribir  las  cosas  de  Falencia,  D.  Juan  de  Arce  abad  de  San 
Salvador,  y  el  arcediano  del  Alcor  D.  Alonso  Fernández  de 
Madrid,  fallecido  el  primero  en  1535,  el  segundo  en  1559  des- 
pués de  setenta  años  de  residencia:  éste  yace  dentro  de  un 
ataúd  de  piedra  en  medio  de  su  capilla,  aquél  representado  en 
tendida  efigie,  debajo  de  un  arco  flanqueado  por  abalaustradas 
columnas,  con  la  imagen  de  la  Virgen  arriba  y  en  el  fondo  del 
nicho  la  del  Eccehomo  (2).  En  la  de  San  Fernando,  que  antes 
fué  de  Santa  Catalina,  otro  arco  del  Renacimiento  con  pilastras 
y  frontón  cobija  la  yacente  estatua  del  canónigo  D.  Alvaro  de 
Salazar  que  murió  en  15 16  (3).  Restos  empero  mucho  más 
ilustres,  aunque  privados  de  ostentoso  mausoleo,  custodia  la  in- 
mediata capilla  de  la  Cruz,  hoy  titulada  de  la  Concepción:  res- 
tos de  dos  prelados  del  siglo  xii,  el  esclarecido  Raimundo  II 
autor  de  los  fueros  y  el  virtuoso  Arderico  acatado  por  santo, 
que  en  1503  fueron  hallados  al. deshacer  un  viejo  paredón  y 
colocados  debajo  del  altar  sin  un  letrero  siquiera :  restos  tam- 
bién de  otro  obispo  no  menos  señalado,  aunque  muy  reciente. 


alegórica,  que  representa  en  su  concepto  la  destrucción  de  la  Sinagoga  y  el  esta- 
blecimiento de  la  ley  de  gracia. 

(i)  Véase  el  catálogo  de  ellas  al  principio  del  tomo  II  de  Pulgar  y  la  mención 
de  algunas  en  el  Viaje  santo  de  Morales. 

(3;  La  inscripción  dice  así:  Joanni  de  Arce  abbati  S.  Salvaioris  hujus  sacra* 
oedis  canónico,  viro  óptimo  atque  integerrimo  et  cristianes  religionis  cultori eximio^ 
basílica  hcec  Divo  Gregorio  sacra,  guam  vivens  miro  opere  exornavit,  ex  testamento 
hoeres  patrono  benemérito  posuit  MDXXXV,  Tanto  el  Consuetudinario  de  Arce  como 
la  Silva  Palentina  del  arcediano  del  Alcor  quedaron  manuscritos,  bien  que  á  sus 
noticias  se  debe  casi  todo  lo  que  contiene  de  interesante  la  historia  de  Pulgar. 

(3)  Tiene  este  entierro  la  siguiente  letra:  Sepulchrum  Dni,  Alvari  de  Salazar 
canonici  in  hac  sancta  ecclesia^  vixit  annos  LXXIII,  obiit  die  V  de  novemb,  de 
MDXVI  años. 


424  FALENCIA 


Heno  aún  de  vida  al  visitar  nosotros  aquellos  lugares  en  1852. 
Una  lápida  sencilla  como  las  costumbres  del  finado,  unos  versos 
humildes,  pero  verdaderos  como  nuestro  cariño,  que  este  solo 
tributo  pudo  rendirle  de  lejos,  consignan  allí  en  el  pavimento, 
nos  han  dicho,  el  venerable  recuerdo  de  D.  Carlos  Laborda  (i). 
Séanos  concedido,  ya  que  no  el  hincar  las  rodillas  ni  verter  una 
lágrima  sobre  la  amada  losa,  hacer  llegar  al  través  del  espacio, 
una  mirada  de  dolor  y  de  envidia  á  aquel  rincón  que  guarda 
nuestro  tesoro,  el  corazón  que  tanto  nos  quiso  mientras  latía. 

Entre  los  dos  cruceros  frente  al  costado  derecho  de  la  ca- 
pilla mayor,  las  de  San  Jerónimo  y  de  San  Sebastián  ofrecen 
retablos  muy  conformes  al  tipo  greco  romano  y  sepulturas  del 
mismo  género  ocupadas  por  sus  patronos  y  bienhechores:  en 
aquella  figuran  de  rodillas  dentro  de  un  arco  sostenido  por  co- 
lumnas corintias,  las  estatuas  de  Jerónimo  de  Reinoso  y  de  otro 
de  su  linaje;  ésta  no  tiene  más  que  simples  lápidas  para  Gómez 
Fernández  y  María  Juárez  de  Torres  su  mujer,  fallecidos  res- 
pectivamente en  1549  y  1544,  y  para  el  tesorero  D.  Juan  Gu- 


(i)  Por.una  delicada  inspiración  fueron  enterrados  con  el  cadáver  dentro  de 
una  caja  de  plomo,  el  retrato  del  difunto  y  un  certifícado  ó  más  bien  necrología, 
bastante  completa  que  tenemos  á  la  vista,  y  que  sentimos  no  nos  permitan  extrac- 
tar los  límites  y  naturaleza  de  esta  obra.  Algunas  de  las  noticias  que  contiene  an- 
ticipamos en  el  tomo  de  Aragón,  parte  i.%  cap.  IV,  al  saludar  en  Barbuñales  su 
cuna,  como  ahora  en  Falencia  su  sepulcro.  El  epitafio  que  se  nos  dispensó  la  hon- 
ra de  acoger,  dice  así : 

Carolus  hic  tcgitur  mitissimus  ille  Laborda, 

Et  gregis  et  patriae  pastor  amatus,  amans. 
Ex  forti  dulcedo  íluit,  cui  pectore  ^obur, 

Flamma  in  corde  vorax,  mellis  in  ore  favum. 
Natus  Aragonise  rapitur,  Balearibus  hospes. 

Lux,  decus  Hesperias,  sed  pater  ipse  tibi. 
Ah !  patre  bis  denos  Pallentia  fulta  per  annos, 

Exule  quo  moerens,  quo  redeunte  nitens  I 
Custodi  ciñeres,  animam  custodiat  ¿ether, 

Exemplura  socii,  dogmata  semper  oves. 
Vita  functus  VI  id.  februarii  anno  MDCCCLIII,  oetatis  suoc  LXIX.  R.  I.  P. 

Sentimos  que  por  inadventencia  del  lapidario  se  esculpiera  en  el  tercer  verso  fuü 
por  /Zwi7,  y  en  el  último  servent  por  semper  destruyendo  así  la  medida  prosódica. 


FALENCIA 


CATEDRAL.  —  Reja 


426  FALENCIA 

tiérrez  Calderón  que  alcanzó  al  1629.  Al  opuesto  lado  se  han 
convertido  en  sacristía  las  que  fueron  capillas,  y  aún  subsisten 
en  ella  dos  nichos  mortuorios,  festonado  de  colgadizos  el  medio 
punto,  conteniendo  las  efigies  acostadas  de  los  canónigos  Orí- 
huela  y  Tamayo,  que  florecieron  á  la  caída  del  siglo  xv  (i). 

Riqueza  en  las  sagradas  joyas  y  vestiduras,  más  bien  que 
esplendidez  en  su  construcción,  despliega  la  sacristía,  y  sor- 
prende el  primor  de  sus  preciosos  ternos,  venidos  de  Flandes  y 
regalados  á  la  iglesia  por  los  obispos  Cabeza  de  Vaca  y  Zapata 
á  mediados  del  xvi,  en  cuyos  medallones  bordados  de  seda,  ri- 
valiza la  aguja  con  el  más  diestro  pincel,  dibujando  los  augustos 
misterios.  Ya  había  traído  de  allá  el  obispo  Fonseca,  según  di- 
cen sus  memorias,  un  ornamento  completo  con  capa  de  brocado 
y  cuatro  tapices  muy  buenos  de  historia  eclesiástica  y  otros 
cuatro  de  la  Salve  regina;  y  en  los  libros  de  fábrica  de  1501, 
vemos  mencionadas  las  almáticas  frontaleras  que  bordaba  San- 
cho de  Burgos;  y  hallamos  especificaciones  muy  curiosas  de 
alhajas,  piedras  y  tejidos  en  la  donación  de  un  pontifical  otor- 
gada en  1330  por  el  obispo  D.  Juan  de  Saavedra,  preciosidades 
cuya  conservación  tendrían  á  gran  fortuna  los  anticuarios.  En 
todo  tiempo  lo  será  para  los  artistas  la  de  la  magnífica  custo- 
dia, atribuida  por  algunos  al  famoso  Arfe,  sin  embargo  de  llevar 
en  varios  puntos  la  firma  de  Juan  de  Benavente  y  el  año 
de  1585  (2).  Columnas  de  orden  corintio  y  compuesto,  estria- 
das y  grutescas,  sostienen  sus  dos  cuerpos  de  plata,  y  dentro 
del  primero  centellea  el  viril  de  oro  salpicado  de  pedrería,  en 
forma  de  templete  exágono,   rodeado  de  bellas  figuras  de  los 


(1;  \L\  epitafio  del  primero,  lleno  de  difíciles  abreviaturas,  contiene  en  sustan- 
cia lo  siguiente:  Hicjacet  dom.  Johannes  Ai/onsi de  Orihuela  capelUnus  dom.Johan- 
nts  regís  Casielle^  archidiac.  del  Alcor,  obiit  ann,  Dom,  MCCCCLXXVIlí^  XVIH 
mensis  seplemb.  El  otro  dice  :  «Aquí  yace  el  honrado  e  discreto  varón  don  Lope  de 
Tamayo  maestre  escuela  en  esta  santa  iglesia,  que  Dios  aya,  fálleselo  á  XVIII  de 
octubre  año  de  mili  e  CCCC  e  XCVI  años.»  Ambos  sepulcros  tienen  figuras  arro- 
dilladas á  los  pies  de  la  principal. 

(2)    Acabóse  la  custodia  en  i  608,  según  datos  existentes  en  el  archivo. 


CATHDKAL,  ~  Ccsi 


428  FALENCIA 

doce  apóstoles ;  dentro  del  segundo  la  efigie  de  San  Antolín. 
Para  cobijar  esta  obra  exquisita,  que  cuenta  por  coetánea  y 
compañera  una  rica  cruz,  labró  el  churriguerismo  hacia  la  mitad 
del  siglo  XVIII  en  el  pontificado  del  Sr.  Bustamante,  un  gran  ta- 
bernáculo de  cuatro  columnas  y  caprichosa  cúpula  colgada  de 
campanillas,  que  juntamente  con  el  zócalo,  movido  por  un  me- 
canismo interior  y  cubierto  de  frontales  también  de  plata,  forma 
el  suntuoso  carro  con  que  se  pasea  triunfalmente  la  hostia  santa 
en  su  augusta  solemnidad.  Ojalá  se  hubiese  construido  antes,  á 
la  vez  con  la  custodia,  este  soberbio  aparato,  no  menos  que  el 
costoso  altar  hecho  para  iguales  ocasiones ;  y  entonces,  mejor 
que  una  masa  de  precioso  metal,  poseería  aquella  iglesia  una 
maravilla  del  arte. 

Á  falta  de  capillas,  presenta  la  nave  del  lado  de  la  epístola, 
dos  portadas  que  comunican  al  claustro ;  la  una  de  gallarda  y 
esbelta  ojiva  sobriamente  adornada  de  follajes,  con  una  imagen 
de  nuestra  Señora  en  el  testero;  la  otra  plateresca,  llena  de 
figuras  y  caprichos,  marcada  con  la  fecha  de  1535  en  los  tarje- 
tones.  Dos  millones  de  maravedís  dio  el  obispo  fray  Alonso  de 
Burgos  para  reedificar  de  muy  buena  e  honrada  cantería  e  muy 
linda  fechura  la  claustra  vieja,  donde  yacían  los  primitivos  pas- 
tores, entre  ellos  Raimundo  I  y  Pedro  de  Agen :  y  aunque  tardó 
en  llevarse  á  cabo  la  obra,  quedó  al  fin  erigido  un  espacioso 
claustro,  de  figura  cuadrada,  de  cinco  arcos  en  cada  lienzo  oji- 
vales y  elevados,  haciendo  ver  en  los  ángulos  los  blasones  del 
fundador  conforme  á  su  deseo  (i).  Ignoramos  qué  razón,  si  es 
que  pudo  haberla  jamás  para  semejante  atentado,  movió  á  tapiar 
aquellos  arcos  hacia  fines  de  la  pasada  centuria,  y  aun  á  picar 


(i)  En  uaa  escritura  de  1499  fechada  en  Valladolid,  expresa  dicho  prelado 
que  da  un  cuento  y  medio  de  maravedís  «para  que  se  faga  e  acabe  la  claustra  prin- 
cipal de  la  dicha  su  iglesia,  la  que  quiso  que  se  faga  e  labre  de  muy  buena  cante- 
ría y  que  sea  fecha  en  toda  perfección,  y  que  sean  puestas  sus  armas  en  las  pie- 
dras de  las  claves  de  la  dicha  claustra,  para  que  los  que  por  ella  pasaren  se  acuer- 
den e  hayan  memoria  de  rogar  á  Dios  por  su  ánima.  (Archivo  de  la  catedral, 
arm.  i.*",  leg.  i.<>,  núm.  9.)»  Más  adelante  añadió  otro  medio  cuento,  expresándose 
con  las  palabras  que  en  el  texto  lineamos. 


430  P  A  L  E  N  C  I  A 


con  ensañamiento  sus  molduras  y  boceles  como  si  se  tratara  de 
borrar  su  memoria,  dejando  solamente  intactas  las  agujas  de 
crestería  de  los  contrafuertes  exteriores,  la  crucería  de  los  án- 
ditos y  algunas  portadas  de  la  gótica  decadencia. 

Contemporánea  del  claustro  es  la  sala  capitular ;  y  en  2  de 
Noviembre  de  1 509,  por  haberse  hundido  los  andamios,  costó 
la  vida  á  diez  y  ocho  peones  ó  á  los  más  de  ellos  el  cerramiento 
de  la  alta  bóveda,  muy  adornada  en  sus  claves  y  aristas.  De 
sus  paredes  cuelga  un  tapiz  sarraceno  de  procedencia  descono- 
cida, que  se  conjetura  fué  bandera,  con  letras  arábigas  en  el 
centro  y  en  unos  tarjetones  de  la  orla.  La  librería  del  cabildo 
consta  próximamente  de  seis  mil  volúmenes;  mas  apenas  con- 
serva ninguno  de  aquellos  códices  de  escritura,  cánones  y  teolo- 
gía, que  en  la  Edad  media  se  prestaban  bajo  fianza  y  se  arren- 
daban anualmente  por  subasta  dando  dos  ó  más  florines,  prueba 
de  la  rareza  de  los  libros  al  paso  que  de  la  avidez  de  los  estu- 
diosos (i).  Si  la  ciencia  saliese  ahora  tan  cara,  harto  tememos 
que  fuese  mucho  más  escaso  que  á  la  sazón  el  número  de  sus 
seguidores. 

Cinco  son  con  la  catedral  las  actuales  parroquias  de  Falen- 
cia: San  Miguel,  Santa  Marina,  San  Lázaro  y  la  de  allende  el 
río  que  arriba  mencionamos.  Sólo  San  Miguel  merece  figurar 
como  monumento,  y  más  bien  que  á  los  puramente  góticos  pue- 
de agregarse  á  los  del  anterior  período  de  transición  por  lo 
mucho  que  de  románico  contiene.  Reminiscencias  son  de  aquel 
estilo  la  notable  altura  de  la  nave  principal  respecto  de  las  me- 
nores, la  disposición  de  la  capilla  mayor  y  de  las  dos  colatera- 
les en  el  fondo  de  aquellas,  las  columnas  cilindricas  de  lisos 
capiteles  en  figura  de  conos  inversos  agrupadas  al  rededor  de 
los  pilares.  En  los  arcos  de  comunicación,  así  como  en  los  aji* 
meces  que  alumbran  la  nave  del  centro,  prevalece  ya  la  ojiva: 


( I )  A  este  propósito  cita  el  arcediano  del  Alcor  ciertos  contratos  del  año  1 40 1 . 
En  tiempo  de  Ambrosio  de  Morales  habían  desaparecido  ya  la  mayor  parte  de  es- 
tos manuscritos,  pues  sólo  vio  uno  deshojado  de  vidas  de  santos. 


4^2  FALENCIA 


toda  la  fábrica  del  templo,  muy  espacioso  para  parroquia,  ma- 
niñesta  datar  del  siglo  xiii,  aunque  muy  de  principios  de  la 
centuria.  Á  fines  de  ella  dotó  dos  de  sus  capillas,  de  Santiago 
y  de  Santa  Clara,  el  poderoso  Alonso  Martínez  de  Olivera,  que 
en  la  primera  tenía  sepultadas  á  una  hermana  y  una  hija,  y  ha- 
bía erigido  la  segunda  en  agradecimiento  del  auxilio  sobrenatu- 
ral obtenido  en  un  combate  con  los  moros  (i).  Hoy  no  existen 
memorias  sepulcrales  sino  en  una  capilla  de  la  izquierda,  donde 
aparecen  dentro  de  un  lucillo  del  renacimiento  las  estatuas 
arrodilladas  de  sus  patronos  Andrés  de  la  Rúa  y  Constanza  de 
Rivadeneyra,  fenecido  aquél  en  1562  y  ésta  en  1589,  y  la  del 
sacerdote  Diego  de  la  Rúa  tendida  debajo  de  un  arco  á  su  de- 
recha. 

Pintoresco  grupo  forman  á  espaldas  de  la  iglesia  el  ábside 
ceñido  por  fuera  de  canecillos  y  flanqueado  de  machones,  el 
crucero,  la  nave  mayor  y  la  grandiosa  torre  que  por  encima 
descuella  abriendo  sus  ojivas  desmesuradas.  Mas  para  contem- 
plar mejor  su  gallardía  conviene  trasladarse  al  frontis  del  edifi- 
cio. La  portada  principal,  en  vez  de  gótica  como  lo  es  la  del 
costado,  parece  más  bien  bizantina  por  su  gruesa  y  decrecente 
anchura:  en  sus  flancos  no  presenta  columnas  ni  señales  de  ha- 
berlas tenido ;  pero  guarnecen  el  arco  levemente  apuntado  seis 


(i)  Refí ere  este  suceso  en  los  términos  siguientes  el  notable  testamento  de 
este  personaje  que  mencionamos  en  la  pág.  374.  «Acaeció,  dice,  que  estando  yo 
en  Tarifa  fueron  á  tierra  de  moros  veinte  y  dos  de  á  caballo  y  diez  peones  de  mis 
criados  á  traer  algún  ganado;  llevólos  un  adalid  mal  cristiano  y  metiólos  en  Al- 
gezira  dó  los  tomaron  presos;  y  como  los  moros  tomaron  sabiduría  de  ellos,  otro 
dia  viniéndome  topé  con  Audalla  y  Marín  caudillo  de  Granada  con  ochocientos  de 
á  caballo  y  quinientos  peones,  y  con  el  ayuda  de  Dios  peleé  con  él  con  docientos 
de  á  caballo  y  cien  peones,  y  fueron  los  moros  todos  muertos  y  cautivos,  salvo 
fasta  cinquenta  que  con  el  caudillo  se  salvaron,  y  fué  dia  de  Santa  Clara,  y  vieron 
muchas  veces  los  mios  á  Santa  Clara  delante  de  la  pelea.— ítem  mando  que  porque 
yo  mandé  quedar  á  Francisco  Fernandez  de  Aguilar  sobrino  de  D.'  Juana  de  Guz- 
man  mi  mujer  en  Xercz  á  se  curar  de  un  ojo,  (falta  aqui  algo  para  el  sentido)  que 
aquel  dia  se  quebraron  y  á  restar  los  cautivos  que  quedaron  en  Algezira,  mando 
que  pongan  las  camisas  de  ellos  en  la  pared  de  Santa  Clara  y  pinten  en  ella  este 
milagro  que  acaesció.»  Pulgar,  que  trae  integro  este  documento,  vindica  su  auten- 
ticidad contra  algunos  que  la  ponían  en  duda,  -asegurando  haberlo  visto  autoriza- 
do y  reconocido  en  1437. 


FALENCIA  435 


Órdenes  de  figuras,  que  vestidas  con  ropas  talares  ó  dalmáticas 
representan  ángeles  en  su  mayoría,  sumamente  curiosos  á  pesar 
de  la  mutilación  casi  general  de  sus  cabezas  y  de  lo  tosco  ó 
gastado  de  sus  doseletes.  Campea  más  arriba  entre  dos  estribos 
un  ajimez  ojival,  y  continuando  el  muro  y  toda  la  amplitud  de 
la  fachada  asienta  sobre  ella  con  singular  osadía  la  cuadrada 
torre,  sin  que  sea  fácil  determinar  dónde  empieza  ésta  y  dónde 
termina  aquella.  Danle  el  aspecto  de  un  aéreo  mirador  las  colo- 
sales ventanas  que  perforan  cada  uno  de  sus  lados,  partidas  en 
dos  ó  tres  arcos  por  esbeltas  columnitas  y  bordadas  en  su  ce- 
rramiento con  calados  rosetones;  reina  allí  ya  sin  mezcla  pero 
gprave  todavía  la  gótica  elegancia,  y  no  la  desfigura  el  cubo  po- 
lígono de  la  escalera  que  se  le  arrima  á  guisa  de  ligero  torreón. 
Sobre  la  cornisa  que  la  rodea  asoman  los  arranques  de  un  cuer- 
po más  reciente  que  se  rebajó  ó  quedó  en  proyecto:  mejor  está 
así  truncada  remedando  con  la  obra  principiada  un  coronamien- 
to de  almenas. 

Hasta  el  poderoso  encanto  de  los  recuerdos  viene  á  realzar 
el  interés  de  aquel  gigante  de  piedra,  evocando  la  trágica  esce- 
na de  1533.  Habíanlo  tomado  por  asilo  dos  acusados,  por  sos- 
pechas no  más  según  se  dijo,  defendiendo  valientemente  toda 
la  noche  el  paso  de  la  angosta  escalera;  y  amaneció  una  maña- 
na de  Octubre  cercada  de  hombres  armados  la  iglesia,  y  apiña- 
da en  su  plazuela  y  en  sus  casas  circunvecinas  la  muchedumbre 
convocada  por  pregones.  Todo  se  estrellaba  al  pié  de  aquella 
mole  impasible  animada  por  la  tenacidad  de  sus  dos  ocultos  de- 
fensores, cuando  acudiendo  el  uno  á  la  autorizada  voz  del  corre- 
gidor asomóse  sin  recelo  á  la  ventana,  y  tan  pronto  el  virote  de 
un  ballestero  le  derribó  cadáver  á  la  plaza  en  medio  de  un  grito 
general  de  indignación.  El  otro  rendido  á  prisión  fué  al  momen- 
to con  harta  furia  ahorcado.  Expiaron  con  penitencia  pública  su 
perfidia  el  autor  y  el  instrumento  de  ella,  corregidor  y  balles- 
tero, con  quinientos  hombres  más,  yendo  en  procesión  con  can- 
delas, en  cuerpo  ó  en  camisa,  desde  la  catedral  á  San  Miguel, 

55 


434  P  A  L  E  N  C  I  A 


y  no  pasó  más  allá  el  castigo  por  el  número  y  calidad  de  los 
culpables. 

Las  otras  dos  parroquias  nada  ofrecen  de  notable  en  su 
gótica  estructura.  Santa  Marina  sustituyó  á  otra  del  mismo 
nombre  situada  fuera  de  los  muros,  en  la  cual  á  fines  del  si- 
glo XIII  vivían  unas  emparedadas  (i),  y  que  fué  demolida  por 
último  durante  los  trastornos  de  las  Comunidades,  un  año  des- 
pués de  votada  por  la  ciudad  una  procesión  á  San  Roque,  que 
tenía  su  altar  en  ella,  por  la  cesación  de  la  pestilencia  de  1 5 1 9. 
La  iglesia  bien  que  distribuida  en  tres  naves  que  se  comunican 
por  arcos  bajos,  participa  de  la  pobreza  de  sus  feligreses,  jor- 
naleros en  su  mayor  parte,  reunidos  al  extremo  septentrional 
de  la  población ;  y  las  renovaciones  han  acabado  de  destruir  el 
escaso  interés  que  podía  inspirar.  Pobre  asimismo  debía  ser  la 
de  San  Lázaro  en  el  barrio  de  la  Puebla,  antes  que  la  ampliara 
en  tiempo  de  los  Reyes  Católicos  D.  Sancho  de  Castilla,  eri- 
giendo la  capilla  mayor  adornada  por  fuera  de  agujas  y  botare- 
Íes.  Su  existencia  como  hospital,  anterior  á  la  de  parroquia,  hay 
quien  pretende  remontarla  á  la  edad  del  Cid,  y  de  él  se  preciaba 
de  derivar  su  patronato  no  menos  que  su  linaje  el  citado  Alonso 
Martínez  de  Olivera,  que  edificó  y  dotó  copiosamente  dicha  casa 
y  orden  vinculándola  en  su  mayorazgo  (2). 

Campo  era  todavía  aquella  parte  de  la  ciudad,  cuando  en  él 
se  levantó  á  mediados  del  siglo  xiii  el  convento  de  San  Fran- 
cisco, albergue  de  monarcas  y  teatro  de  ruidosas  juntas  en  el 
reinado  de  Fernando  IV  y  de  Alfonso  XI.  Nada  sin  embargo 
presenta  de  magnífico  hacia  la  plaza  Mayor  su  antigua  é  irregu- 
lar fachada  precedida  de  un  atrio,  y  compuesta  de  una  grande 
ojiva  tapiada,  de  una  espadaña  lateral  y  de  un  pórtico  de  tres 
arquitos  apuntados.  La  nave  conservándose  baja,  ha  perdido  su 
primitivo  carácter,  y  ha  desaparecido  de  su  ámbito  el  sepulcro 


(1)  Hay  mención  de  ellas  en  el  citado  testamento. 

(2)  Véanse  sobre  San  Lázaro  las  pág.  360  y  374  de  este  tomo. 


FALENCIA 


43Í>  P  A  L  E  N  C  I  A 


del  hijo  de  la  Guzmán,  D.  Tello  señor  de  Vizcaya,  que  sobre- 
vivió poco  más  de  un  año  á  la  tragedia  de  Montíel  y  á  la  entro- 
nización de  su  hermano  Enrique  (i).  Dícese  que  reservó  para  sí 
el  lugar  de  su  entierro  D.  Juan  de  Castilla,  obispo  de  Salamanca 
y  tercer  nieto  del  rey  D.  Pedro,  al  reedificar  en  1 5 1 1  la  capilla 
mayor  tal  cual  hoy  se  ve,  con  su  ornato  exterior  de  crestería. 
También  en  San  Francisco  poseía  una  capilla  según  su  testa- 
mento el  ínclito  servidor  de  Fernando  IV;  y  tal  vez  representa 
á  alguno  de  sus  descendientes,  puesto  que  lleva  en  el  rótulo  el 
mismo  nombre  de  Alonso  Martínez  la  estatua  arrodillada  de  un 
joven  caballero  con  dos  pajes  á  sus  espaldas,  que  ocupa  en  la 
capilla  de  San  Antonio  un  nicho  recamado  de  colgadizos,  cuaja- 
do de  variados  y  elegantes  arabescos,  y  cuyo  escudo  sostienen 
dos  leones. 

En  1378  aún,  al  trasladarse  allí  cerca  con  la  protección  de 
Enrique  II  y  de  la  reina  Juana  su  consorte  el  convento  de  Santa 
Clara  fundado  poco  antes  en  Reinoso,  se  concedieron  al  cabildo 
mil  maravedís  de  juro  por  indemnización  del  terreno  enclavado 
en  medio  de  sus  heredades.  Promovieron  liberalmente  su  fábrica 
el  almirante  D.  Alfonso  Enríquez  y  su  mujer  D.*  Juana  de  Men- 
doza la  rica  hembra^  bajo  cuyo  patronato  se  hallaba ;  y  de  ahí 
su  suntuosidad,  mayor  que  la  ordinaria  en  una  iglesia  de  reli- 
giosas. Revélase  por  fuera  en  las  ventanas  y  contrafuertes  del 
ábside,  no  menos  que  en  la  gótica  portada  guarnecida  de  mol- 
duras y  follajes  de  buen  gusto  y  acompañada  de  una  claraboya 
de  graciosos  calados.  Su  interior  figura  una  cruz  griega  de  bra- 
zos iguales,  y  las  naves  de  los  costados  rematan  en  dos  capi- 
llas, dando  lugar  acaso  con  su  extraña  disposición  á  la  errada 
creencia  que  la  supone  edificio  de  templarios.  Los  arcos  ojivos, 


(i)  Murió  á  15  de  Octubre  de  1370  en  Cuenca  de  Campos,  y  no  en  Galicia 
como  dice  Mariana.  Califícale  éste  de  hombre  en  todas  sus  cosas  igual  y  de  buenas 
costumbres,  á  pesar  de  lo  cual  tuvo  cinco  ó  seis  hijos  fuera  de  matrimonio.  Susu- 
rróse que  le  había  dado  yerbas  maestre  Romano,  médico  del  rey  Enrique,  con 
quien  andaba  al  cabo  desavenido,  y  que  por  su  muerte  sin  prole  legítima  incor- 
poró el  señorío  de  Vizcaya  á  la  corona. 


P  A  L  E  N  r,  1  A 


SAN  PABLO.  — SEPULCRO  de  D.  Juah  de  Rojas  y  3u  mujbi 


438  FALENCIA 

las  bóvedas  de  sencilla  crucería,  los  pilares  de  planta  romboi- 
dal revestidos  de  cilindricas  columnas,  guardan  pureza  y  seve- 
ridad de  estilo;  y  aunque  el  barroco  altar  mayor  desluce  la 
cabecera,  el  coro  bajo  á  los  pies  del  templo  conserva  la  antigua 
sillería  y  la  tumba  de  la  opulenta  fundadora  (i).  En  cuanto  á 
la  sepultura  del  almirante,  que  viejas  memorias  nos  describen 
magnífica  y  diferenciada  á  muñera  de  nave  con  su  mástil  y 
popa,  en  balde  la  buscamos  por  todas  partes,  y  de  consiguiente 
es  inútil  discutir,  como  han  hecho  algunos,  si  pertenecía  á  don 
Alfonso  Enríquez,  ó  si  los  bultos  en  ella  colocados  representa- 
ban á  su  hijo  D.  Fadrique  y  á  las  dos  esposas  del  mismo  doña 
María  de  Córdoba  y  Toledo  y  D.^  Teresa  Quiñones  que  se 
cree  fueron  allí  enterrados  (2).  Frente  á  la  entrada  abierta  en 
el  crucero  un  doble  arco  apuntado  introduce  á  la  capilla  del 
Bautista.  Es  tradición  que  flotante  sobre  las  aguas  fué  hallada 
por  el  noble  bienhechor  aquella  portentosa  imagen  del  Cristo, 
que  constituye  la  más  preciada  joya  del  convento  y  ante  la  cual 
hincó  la  rodilla  Felipe  II. 

Bajo  la  misma  advocación  de  San  Pablo  tuvieron  en  Falen- 
cia los  dominicos  una  casa  poco  menos  célebre  y  más  antigua 
que  la  de  Valladolid.  Menciónala  una  bula  del  año  1231  expe- 
dida para  protegerlos  contra  la  rivalidad  del  cabildo,  y  hay  quien 
añrma  que  en  el  de  1 2 1 9  la  fundó  el  santo  patriarca  antes  que 
otra  alguna  de  la  península,  reconocido  á  la  ciudad  dpnde  se 
había  educado  en  la  ciencia  y  en  la  virtud.  Sancho  IV  la  dotó 
copiosamente  é  hizo  reconstruirla  con  grandeza  tal,  que  después 
de  su  muerte  su  esposa  é  hijo  la  tuvieron  muy  á  menudo  por 


(i)  Por  su  testamento  otorgado  en  143  i  dispuso  D.*  Juana  de  Mendoza  su 
entierro  en  la  capilla  mayor  que  habfa  mandado  hacer,  y  legó  al  monasterio  los 
lugares  de  Reinoso,  Barrio  y  Melgar  con  muchas  joyas  de  plata,  ornamentos  y  ta- 
picería, ordenando  hubiese  allí  cuarenta  monjas  y  ciertos  frailes  y  capellanes. 

(2)  En  un  pilar  se  lee  que  yace  enterrado  dentro  de  la  iglesia  con  su  mujer 
don  Alfonso  Enríquez,  almirante  de  Castilla,  hijo  de  D.  Fadrique  maestre  de  San- 
tiago, que  murió  año  de  1429  y  dotó  y  fundó  magníficamente  de  sus  bienes  y  ha- 
cienda dicha  iglesia  y  convento,  dejando  por  patronos  perpetuos  á  los  almirantes 
duques  de  Rioseco  sus  descendientes. 


P  A  I-  fc:  N  C  1  A 


SAN   PABLO.  — Capilla  c 


440  FALENCIA 


palacio  y  por  sitio  de  reunión  las  cortes  durante  aquel  período 
turbulento.  Testimonios  de  estas  obras  eran  las  armas  reales 
colocadas  en  el  capítulo  y  sacristía  vieja  y  en  una  sala  con 
grande  chimenea  inmediata  á  la  hospedería.  La  arquitectura 
ojival  del  templo,  gallarda  aunque  sencilla,  corresponde  bien  á 
su  época,  y  recuerdan  el  tipo  ordinario  de  la  anterior  los  dos 
ábsides  ó  capillas  trazadas  en  el  fondo  de  las  naves  menores, 
notándose  el  arco  de  la  del  lado  de  la  epístola  sostenido  aún 
por  pareadas  columnas  bizantinas.  En  el  presbiterio  yacían  per- 
sonajes ilustres  retoños  de  estirpe  regia:  cerca  del  altar  un  nieto 
de  Alfonso  el  Sabio  é  hijo  segundo  de  su  primogénito,  D.  Fer- 
nando de  la  Cerda  sepultado  allí  en  1 305  con  su  esposa  doña 
Blanca  la  Palomita;  á  su  izquierda  D.*  Teresa  Alfonso,  hija 
natural  ó  nieta  de  Alfonso  IX  con  su  marido  D.  Ñuño  González 
de  Lara;  á  su  derecha  D.  Pedro  Manuel,  señor  de  Montalegre, 
nieto  de  D.  Juan  de  Villena  y  su  consorte. 

Grandes  y  no  desventajosas  mudanzas  trajo  al  edificio  el 
siglo  XVI,  y  hácelas  visibles  desde  afuera  el  contraste  del  vetus- 
to aspecto  de  la  nave  con  la  hermosa  sillería  de  la  capilla  ma- 
yor, que  descuella  majestuosa  junto  á  la  puerta  de  Monzón  con 
sus  estribos  y  blasones  y  su  coronamiento  de  balaustres.  Por 
dentro  la  alta  bóveda  de  crucería,  las  rasgadas  ventanas  de  tres 
arcos  bordadas  de  arabescos,  la  elevada  reja,  el  retablo  de 
numerosos  y  pequeños  nichos  semejante  al  de  la  catedral,  deja- 
das á  un  lado  las  adiciones  que  ha  tenido,  pregonan  la  magnifi- 
cencia del  patrono  que  la  reedificó,  y  cuyo  escudo  de  cinco 
estrellas  campea  en  el  altar  y  encima*  de  la  puerta  imitada  al 
estilo  gótico  que  introduce  á  la  sacristía.  Fué  D.  Juan  de  Rojas 
marqués  de  Poza,  quien  hizo  la  renovación  y  logró  verla  consa- 
grada en  1534  por  el  obispo  Sardinense,  reemplazando  los 
antiguos  sepulcros  con  su  ostentoso  mausoleo.  Llena  éste  con 
sus  tres  cuerpos  toda  la  pared  del  costado  del  evangelio,  com- 
parable en  grandeza  con  los  mejores  de  su  edad,  y  enriquecido 
con  los  primores  y  caprichos  del   renacimiento.  Sus  estriadas 


FALENCIA  .«41 


columnas  jónicas  llevan  adornos  grutescos  en  el  tercio  inferior; 
y  todas  sus  figuras  y  relieves,  desde  los  dos  ángeles  que  sirven 
de  ménsulas  á  la  obra  hasta  el  Padre  Eterno  del  remate,  los 
cuatro  evangelistas  que  ocupan  los  nichos  laterales  del  primer 
cuerpo,  el  Eccehomo,  la  Virgen  y  San  Gabriel  del  segundo,  San 
Juan  y  San  Jerónimo,  Santa  Catalina  y  San  Jacinto,  esculpidos 
abajo  y  arriba  en  los  costados,  son  dignos  de  los  buenos  cince- 
les que  á  la  sazón  abundaban.  Sobresalen  en  el  centro  bajo  un 
elegante  medio  punto  artesonado  las  estatuas  del  fundador  y 
de  su  esposa  D.*  Marina  de  Sarmiento,  orando  de  rodillas  en 
su  reclinatorio,  vestidas  con  el  gallardo  traje  de  la  corte  del 
Emperador  en  que  brillaron  aquellos  personajes  (i). 

Al  contemplar  las  expresivas  facciones  y  venerable  testa 
del  anciano  marqués,  primero  de  su  título  aunque  de  nobilísima 
prosapia  y  padre  de  trece  hijos,  viénense  á  la  memoria  profun- 
dos contrastes  entre  sus  altos  honores  y  la  pompa  de  su  sepul- 
cro y  el  oprobio  y  la  desventura  que  vino  á  caer  sobre  su  fami- 
lia. No  la  perdonó  el  contagio  de  la  herejía  luterana  ni  el  rayo 
vengador  del  Santo  Oficio;  y  en  el  primer  auto  de  fe  de  Valla- 
dolid  de  1559,  á  los  seis  años  de  fallecido  el  jefe  de  ella,  pare- 
cieron con  el  sambenito  sus.  hijos  D.^  María  de  Rojas,  monja  de 
Santa  Catalina  y  D.  Pedro  Sarmiento,  comendador  de  Alcánta- 
ra y  su  nieto  D.  Luís  de  Rojas,  hijo  del  primogénito  D.  Sancho 
que  había  premuerto  á  su  padre.  El  destierro  ó  la  prisión  per- 
petua ocultó  su  ignominia  y  su  arrepentimiento :  en  el  segundo 
auto  espiró  en  el  patíbulo  y  fué  echado  muerto  á  la  hoguera 
otro  hijo  del  marqués,  fray  Domingo  de  Rojas,  que,  tal  vez  en 
el  convento  de  Falencia,  había  vestido  el  hábito  de  los  predica- 


(i)  En  la  cartela  de  abajo  se  lee:  «Aquí  yace  el  muy  ilustre  señor  don  Juan 
de  Rojas,  marqués  de  Poza  y  la  muy  ilustre  señora  D.*  Marina  de  Sarmiento  su 
mujer,  el  cual  mandó  hacer  esta  obra;  murió  primero  de  Agosto  año  1553.» 
Más  abajo  se  ve  la  fecha  de  1557,  que  será  la  de  la  conclusión  del  sepulcro  ó  la 
del  fallecimiento  de  la  consorte,  hermana  del  obispo  y  cardenal  D.  Pedro  de  Sar- 
miento. 

56 


dores  (i).  Sí  la  justicia  inexorable  no  se  detuvo  ante  los  blaso- 
nes de  los  culpados,  tampoco  los  empañó  (y  ojalá  siempre  así 


SAX  PABLO .-Seí 


sucediera!)  con  mancha  alguna  hereditaria;  y  el  ser  hermano  y 


(i)    Véase  la  historia  de  dichos  autos  en  las  páginas  1 18  y  1  39  de  este  tomo. 
En  su  historia  de  la  casa  de  Lara  D.  Luis  de  Salazar,  que  menciona  j  nombra  uno 


FALENCIA 


SAN  PABLO.— Retablo  c 


444  FALENCIA 

sobrino  de  los  reos  no  le  estorbó  á  D.  Francisco,  tercer  mar- 
qués de  Poza,  para  ocupar  los  más  honrosos  puestos  junto  al 
trono  de  Felipe  II  y  de  Felipe  III.  Enfrente  del  de  su  abuelo  se 
levanta  su  panteón,  labrado  de  mármoles  pardos,  blancos  y 
rojos,  y  compuesto  de  cuatro  columnas  dóricas  sobre  un  alto 
pedestal,  que  sostienen  el  ático  con  las  armas  de  Rojas;  y  for- 
ma simetría  con  el  otro  grupo  su  efigie  arrodillada  al  lado  de 
la  de  su  consorte  D.^  Francisca  Enríquez  de  Cabrera  (i). 

Antes  que  reconstruyeran  la  capilla  mayor  tan  suntuosa- 
mente los  señores  de  Poza  y  Monzón,  había  reformado  la  cola- 
teral de  la  epístola  el  deán  D.  Gonzalo  Zapata,  erigiendo 
en  1 5 1 6  á  la  Virgen  de  la  Piedad  un  retablo  de  relieves  con 
doselete  de  crestería,  y  mandando  abrir  y  bordar  de  trepados 
follajes  el  bello  arco  ojival  que  comunica  con  el  presbiterio  (2). 
Más  adelante  se  añadió  otra  bóveda  á  la  longitud  de  la  nave 
principal,  y  la  fachada  se  modernizó  quedando  sin  más  adorno 
que  el  de  las  pilastras  dóricas  y  portales  cuadrados,  envidiando 
á  la  portada  lateral  sus  labores  góticas  aunque  del  período  de 
la  decadencia.  Del  claustro  que  últimamente  se  derribó  hacen 
grandes  elogios  los  que  alcanzaron  á  verlo :  costeólo  en  1 5 1 2 


por  uno  á  los  hijos  del  marqués  D.  Juan,  nada  dice  de  estos  sucesos ;  y  Zapata  en 
su  Miscelánea  impresa  poco  há  en  el  tomo  IX  del  Memorial  Histórico,  al  citar  como 
¿ejemplo  de  herencias  extraordinarias  lo  sucedido  con  la  casa  de  Poza,  sólo  indica 
que  vino  á  parar  en  el  que  en  i  <>q2  la  poseía  por  haberse  imposibilitado  su  her- 
mano mayor  (D.  Luís)  y  su  tío  D.  Pedro,  y  haber  sido  muerto  en  una  pendencia  á 
cuchilladas  el  otro  hermano  O.  Sancho  que  heredó  el  marquesado.  EnelD.  Carlos 
de  Schiller  figura  en  primera  línea  un  marqués  de  Poza,  y  aunque  en  sus  hechos, 
en  sus  ideas  y  hasta  en  su  nombre  de  Rodrigo  este  personaje  es  enteramente 
ideal,  tal  vez  sugirieron  su  creación  al  trágico  alemán  las  acusaciones  de  protes- 
tantismo en  que  se  halló  complicada  aquella  poderosa  familia. 

(i)  El  epitafio  expresa  que  D.  Francisco  de  Rojas  fué  del  consejo  de  Estado  y 
Guerra  de  Felipe  II  y  del  III  y  murió  en  1604,  Y  ^^^  su  esposa,  de  la  familia  de 
los  almirantes,  mandó  hacer  la  obra  del  panteón  y  la  reja,  y  dejó  seiscientos  du- 
cados de  renta  anual. 

(2)  Por  el  letrero  del  retablo  se  sabe  la  fecha  y  el  nombre  del  fundador,  pues 
del  epitafio  que  rodea  la  urna,  encima  de  la  cual  se  ve  tendida  su  estatua,  sólo 
puede  leerse  que  murió  á  30  de  Enero  por  hallarse  lo  demás  metido  en  la  pared. 
En  el  hueco  del  nicho  se  declara  largamente  que  compró,  dotó  y  reedificó  dicha 
capilla  para  sepultura  suya  y  de  sus  sobrinos. 


P  A  L  E  N  C  I  A 


juntamente  con  el  dormitorio  el  virtuoso  fray  Pascual  de  Ampu- 
dia,  obispo  de  Burgos,  honra  y  prez  de  aquel  convento. 


SAN  PABLO. -Reja  de  la  Capilla  -Mayor 

Hasta  el  siglo  xvi  no  florecieron  en  Falencia  otras  órdenes 
religiosas  que  las  de  dominicos  y  franciscanas.  En  1559  se  esta- 


4^6  FALENCIA 


blecieron  en  el  centro  de  la  población  los  jesuítas,  y  de  1584 
á  1599  ediñcaron  con  el  auxilio  de  opulentos  protectores  una 
suntuosa  iglesia  y  colegio  que  pasó  á  ser  seminario  desde  su 
primera  expulsión;  en  1594  fué  entregado  á  los  hermanos  de 
San  Juan  de  Dios  el  hospital  de  San  Blas  hoy  destinado  á  casa 
de  beneficencia :  en  1599  instaláronse  fuera  de  las  murallas  los 
carmelitas  descalzos  fijándose,  después  de  inútiles  esfuerzos 
para  introducirse  en  la  ciudad,  en  el  solar  convertido  ahora  en 
paseo  junto  á  la  puerta  del  Mercado:  y  por  último  en  1603 
vinieron  los  franciscanos  recoletos,  y  cerca  de  la  catedral  en  la 
bajada  á  las  Puentecillas  fundaron  el  convento  de  San  Buena- 
ventura donde  existe  actualmente  el  instituto  literario.  Ninguno 
de  estos  edificios  merece  la  atención  del  viajero  sino  la  Compa- 
ñía, cuya  elegante  fachada  decoran  dos  órdenes  de  pilastras 
corintias,  curvos  frontispicios  en  la  puerta  y  ventana,  y  el  fron- 
tón triangular  cortado  por  un  ático,  al  paso  que  su  nave,  cru- 
cero y  cúpula  se  distinguen  interiormente  por  adornos  del  propio 
género  y  sobre  todo  por  sus  acertadas  proporciones. 

Multiplicáronse  hacia  la  misma  época  los  conventos  de  mon- 
jas, pero  no  con  la  grandeza  del  de  Santa  Clara.  Las  dominicas 
de  la  Piedad  trasladadas  en  1540  desde  Torre  de  Mormojón; 
las  carmelitas  descalzas  que  con  prósperos  auspicios  trajo 
en  1580  á  la  ciudad  Santa  Teresa,  principiando  su  fundación  en 
el  oratorio  de  nuestra  Señora  de  la  Calle  (i);  las  bemardas  ve- 
nidas en  1592  desde  Torquemada  al  sitio  que  dejaron  las  ante- 
riores ;  las  agustinas  canónigas ;  las  agustínas  recoletas  fundadas 
en  161 1  por  D.  Pedro  de  Reinoso,  primero  casado  y  después 
sacerdote,  construyeron  modestamente  sus  iglesias,  sujetándose 
al  tipo  por  el  cual  se  cortaban  todas  á  la  sazón. 


(i)  Desde  allí  pasaron  al  sitio  que  hoy  ocupan.  Es  muy  interesante  la  relación 
que  en  el  libro  de  sus  fundaciones  hace  de  ésta  la  santa,  y  grandes  los  elogios  que 
tributa  á  los  palentinos.  «Toda  la  gente,  dice,  es  de  la  mejor  masa  y  nobleza  que 
yo  he  visto...  es  gente  virtuosa  la  de  aquel  lugar  si  yo  la  he  visto  en  mi  vida.» 
Ayudóla  principalmente  en  su  empresa  el  canónigo  Jerónimo  de  Reinoso  que  ya- 
ce en  la  capilla  de  San  Jerónimo  en  la  catedral. 


p  AL  encía  447 

Frente  á  la  puerta  de  la  catedral  que  mira  al  norte,  forma 
ángulo  dilatándose  hacia  la  plaza  una  vasta  fábrica  de  ladrillo  y 
piedra;  es  el  hospital  de  San  Antolín  y  San  Bernabé.  Grandes 
y  numerosas  mudanzas  ha  tenido  desde  que  á  mediados  del 
siglo  XII  lo  erigió  Pedro  Pérez,  capellán  del  obispo  Pedro,  que 
murió  en  el  sitio  de  Almería,  dotándolo  éste  y  su  sucesor  Rai- 
mundo con  varias  propiedades  y  diezmos,  y  Alfonso  VIII  en 
1 162  con  la  donación  de  la  villa  de  Pedraza.  Prosperó  el  hospi- 
tal bajo  el  patronato  del  cabildo,  y  en  el  siglo  xv  el  obispo  don 
Pedro  de  Castilla  contribuyó  con  larga  mano  á  su  reconstruc- 
ción, cuya  muniñcencia  heredaron  por  algunas  generaciones  sus 
descendientes,  y  completóla  con  sus  dádivas  la  viuda  del  último 
D.  Sancho,  D.*  Mariana  de  Mendoza  (i).  Toscos  estribos  flan- 
quean el  exterior  de  la  espaciosa  capilla ;  mas  por  dentro  se 
halla  reducida  á  una  nave  lateral  de  bóvedas  de  medio  punto, 
habiéndose  dividido  en  pisos  y  destinado  á  salas  la  principal, 
que  conserva  sus  arcos  ojivales. 

Resta  ya  sólo  visitar  en  Palencia  el  palacio  episcopal,  situa- 
do más  adelante  en  otra  plaza  á  la  derecha.  De  cuando  era 
mansión  señorial  no  existen  ya  vestigios:  en  1567  empezó  su 
reedificación  el  obispo  Valtodano,  pero  suspendidas  las  obras 
se  desmejoró  hasta  el  punto  de  ser  casi  inhabitable  á  últimos 
del  siglo  XVII,  y  así  llegó  á  fines  del  siguiente  en  que  el  ilustrí- 
simo  Mollinedo  le  dio  nuevo  ser,  haciéndolo  sólido,  desahogado, 
bien  distribuido,  con  vistas  deliciosas  hacia  su  vasta  huerta  y 
las  sinuosas  márgenes  del  río.  Perdónesenos  si  concedemos 
algo,  una  vez  siquiera,  á  las  emociones  y  afectos  personales  que 
constantemente  hemos  sofocado  en  el  prolijo  curso  de  la  obra; 


(i)  Recuerda  sus  benefícios  una  lápida  que  dice  así:  <cD.'  Mariana  de  Mendoza 
hija  de  los  marqueses  de  Cañete,  mujer  de  D.  Sancho  de  Castilla,  mandó  á  este 
hospital  mil  ducados  para  curar  en  este  cuarto  de  mal  contagioso,  y  á  la  capilla  de 
San  Lázaro  donde  está  enterrada  mil  y  seiscientos,  y  á  la  cofradía  de  la  caridad 
para  los  envergonzantes  cuatrocientos  ducados,  todos  de  renta  cada  año,  y  otros 
muchos  pios  legatos.»  Murió  dicha  señora  hacia  i  580.  Sobre  la  entrada  del  hos- 
pital hay  una  fecha,  no  pudimos  discernir  si  i  5  30  ó  i  $  39. 


448  FALENCIA 


porque  ¿cómo  no  recordar  la  cariñosa  hospitalidad  que  allí  reci- 
bimos ?  ¿  cómo  olvidar  las  sabrosas  pláticas  con  el  venerable  an- 
ciano que  entonces  lo  habitaba,  y  la  acerba  despedida  presagio 
de  perpetua  separación  y  de  próxima  muerte?  Muchas  veces  al 
coordinar  en  el  silencio  de  la  noche  las  impresiones  del  día,  al 
trazar  rápidamente  los  apuntes  para  nuestro  libro,  nos  asaltó 
la  triste  idea  de  que  sus  ojos  ya  no  habían  de  recorrer  estas  pá- 
ginas, que  no  había  de  gozar  de  la  satisfacción  de  ver  descrita 
por  su  querido  amigo  á  su  querida  Falencia;  y  este  presenti- 
miento se  habría  cumplido  aun  cuando  en  vez  de  años  sólo  hu- 
bieran mediado  meses,  porque  á  los  cinco  falleció.  Vaya  pues 
unido  á  las  mismas  páginas,  si  alguna  duración  han  de  alcanzar, 
el  nombre  de  D.  Carlos  Laborda,  que  también  sus  virtudes  son 
recuerdos,  también  sus  acciones  un  monumento  para  la  dióce- 
sis ;  y  despidámonos  con  él  en  los  labios  y  el  luto  en  el  corazón, 
como  años  atrás,  de  la  ciudad  que  su  residencia  nos  hizo  tan 
preciosa. 


el  siglo  XII  ó  XIII,  en  que,  si  hemos 
de  atender  á  su  esplendidez,  gozaban  aquellos  pueblos  de  ma- 
yor importancia  que  ahora.  Nunca  en  tan  corto  espacio  experi- 


45o  FALENCIA 


mentamos  tal  serie  de  goces  artísticos  como  en  una  excursión 
de  jornada  y  media  que  al  norte  de  Falencia  hicimos,  doblándo- 
se lo  íntimo  de  la  fruición  con  la  sorpresa  del  hallazgo. 

Salimos  una  tarde  formando  alegre  cabalgata  por  la  puerta 
de  Monzón,  y  á  poco  más  de  media  legua  vimos  asomar  en  la 
llanura  el  castillo  de  Fuentes  de  Valdepero  con  sus  torreones 
ceñidos  de  matacanes  y  sus  ventanas  ojivas  en  la  fachada  meri- 
dional. Pareciónos  su  fábrica  poco  más  antigua  que  la  honrosa 
resistencia  que  opuso  al  obispo  Acuña  á  principios  del  año  1 5  2 1 , 
guardado  por  Andrés  de  Ribera  y  defendido  por  las  mismas 
mujeres  con  entusiasmo  tan  verdaderamente  popular,  que  im- 
puso respeto  al  caudillo  comunero  y  alcanzó  á  los  sitiados  ven- 
tajosas capitulaciones.  Aunque  en  parte  derruido,  le  promete 
una  larga  existencia  su  solidez,  y  á  poca  costa  pudieran  recobrar 
las  salas  su  primitiva  grandeza.  Pertenece  al  duque  de  Alba,  y 
en  su  escudo  de  piedra  colocado  al  pié  de  una  torre,  notamos 
una  espada  de  acero  que  referimos  á  la  heroica  defensa :  díjose- 
nos  era  la  del  padre  de  Bernardo  del  Carpió,  el  ciego  conde  de 
Saldaña.  De  esta  suerte  el  pueblo,  y  no  es  el  pueblo  solo,  olvi- 
da las  verdaderas  y  recientes  glorias  por  las  apócrifas  y  román 
cescas. 

Pasamos  á  Husillos  al  otro  lado  del  Carrión :  la  iglesia  que 
descuella  sobre  sus  setenta  casas  se  remonta  al  siglo  xii,  pero 
sus  recuerdos  van  mucho  más  allá  todavía.  Cítanse  donaciones 
que  la  suponen  existente  ya  en  la  edad  de  Ramiro  II  (i),  antes 
de  que  la  erigiesen  en  abadía  los  condes  de  la  inmediata  villa 
de  Monzón,  Fernando  Ansúrez  y  sus  hermanos.  Reinaba  en 
León  su  hermana  D.*  Teresa  esposa  de  Sancho  el  Gordo,  y 
acudiendo  á  ella  un  anciano  cardenal  llamado  Raimundo,  para 
que  le  concediese  en  lugar  desierto  un  santuario  donde  colocar 


(i)  Una  menciona  Morales  otorgada  por  Evoholmor  y  su  mujer  Especiosa  y  su 
hermano  Zalama,  presbítero,  en  la  era  de  933  reinando  en  León  Ramiro,  y  para 
explicar  la  oposición  entre  estos  dos  datos,  cree  que  la  erase  toma  aquí  por  años 
de  Cristo.  Opinamos  más  bieii  que  hay  error  en  la  fecha  ó  que  se  habrá  leído  mal. 


P  A  L  E  N  C  I  A  451 


las  preciosas  reliquias  que  le  había  dado  el  papa  y  acabar  allí 
sus  días,  indicóle  el  de  Husillos  y  medió  con  el  conde  á  fin  de 
obtenérselo  (i).  Instituyóse  una  colegiata,  fué  Raimundo  el  pri 
mer  abad,  y  al  compás  de  la  devoción  fué  creciendo  la  hacienda 
de  la  casa,  contándose  entre  sus  bienhechores  la  infanta  Urraca 
la  de  Zamora.  Su  hermano  Alfonso  VI  para  atajar  discordias 
mandó  partir  los  bienes  entre  el  abad  y  los  canónigos,  señalan- 
do al  Cid  Campeador  por  uno  de  los  comisarios;  y  en  1088, 
ante  el  concilio  congregado  allí  por  el  legado  cardenal  Ricardo, 
presentóse  con  el  obispo  de  Santiago  Diego  Peláez,  á  quien 
tenía  preso  quince  años  había  por  acusación  de  pérfidos  tratos 
con  el  rey  de  Inglaterra,  y  después  de  arrancarle  la  confesión  de 
su  indignidad,  le  hizo  deponer  solemnemente  y  promover  en  lu- 
gar suyo  á  Pedro  abad  de  Cárdena.  Desaprobó  Roma  el  violen- 
to proceder  del  rey  y  la  servil  complacencia  del  legado,  y  anuló 
el  nombramiento  del  intruso. 

Estos  sucesos  no  los  alcanzó,  como  harto  posterior  á  ellos, 
el  actual  edificio,  cuya  memoria  más  antigua  es  en  todo  caso  la 
lápida  que  consigna  la  concesión  de  coto  hecha  á  la  abadía  por 
Sancho  III  en  1 158  (2).  Sin  la  ojiva  que  en  la  portada  se  deno- 
ta, harían  retrasar  su  fecha  las  labores  de  sus  arcos  en  diminu- 
ción y  de  su  cornisa  y  la  moldura  de  cabezas  de  clavo  que 
guarnece  el  arquivolto  exterior.  Dos  ventanas  apuntadas  á  los 
lados  de  la  claraboya,  llevan  también  su  orla  de  jaqueles,  y  en 


(i)  La  reina  le  respondió  que  ella  no  tenía  cosa  semejante  que  le  satisfaciese: 
«mas  miño  hermano,  dijo  prosiguiendo  adelante,  vos  dará  si  él  quisiere  la  su 
iglesia  de  Santa  María  de  Dcfesa  brava,  que  así  se  llamaba  entonces  aquel  sitio.» 
/tsí  lo  cuenta  Morales  sacándalo  de  la  escritura  de  fundación  que  cita  con  referen- 
cia á  los  canónigos,  pues  dice  no  la  vio  en  el  archivo  por  haberse  presentado  en 
cierto  pleito.  En  su  Viaje  sanio  pone  el  hecho  anterior  al  año  9$o  y  nombra  á  la 
reina  Teresa  mujer  de  Ramiro:  en  los  Anales  la  reconoce  por  esposa  de  Sancho  I 
y  refiere  el  suceso  al  985  ó  poco  antes. 

(2)  Dicha  inscripción  está  dentro  á  la  derecha  y  la  leímos  en  esta  forma: 
vEra  MCLXXXXVÍ  rex  Sancius  dompni  Aldejonsi  imperatoris  Hisj)aniarumfilius 
dedil  caulos  ecclesie  Sánele  Marte  de  Fusellis,  Raymundo  Gilaberli  existenle  ahbale 
ejusdem  ecclesie^  el  eadem  era  predictus  rex  domnus  Sancius  obiil  ultimo  die  Augus- 
li.tt  Morales  la  transcribe  con  varios  errores  y  entre  ellos  uno  sustancial  en  la  fe- 
cha, poniendo  era  i  1 9 5  en  lugar  de  i  1  96. 


452  FALENCIA 


la  vieja  torre  se  abren  algunas  de  dos  arcos  puramente  bizanti- 
nas. El  ábside  presenta  en  su  convexidad  un  irregular  conjunto 
de  machones,  canecillos,  trozos  de' cilindricas  columnas  ó  de  pi- 
lastras más  recientes,  que  indican  los  reparos  que  ha  sufrido. 
No  corresponde  á  las  prerrogativas  del  templo  la  pobreza  del 
interior,  que  es  de  una  nave  sola  sin  columnas  ni  pilares,  baja, 
de  toscos  arcos  ojivales,  y  renovada  en  sus  bóvedas  por  añadi- 
dura con  recuadros  de  yeso.  El  antiguo  relicario  y  el  piadoso 
tesoro  que  contenía  han  desaparecido  (i),  tal  vez  desde  que  la 
colegiata  se  trasladó  á  Ampudia  á  principios  del  xvii ;  mas  en 
las  puertas  del  basamento  del  retablo  se  lee  todavía  y  se  repre- 
senta  de  relieve  la  historia  tradicional  de  aquellas  reliquias  (2). 
De  género  bien  distinto  es  la  joya  con  que  hoy  se  envanece 
la  iglesia  de  Husillos:  un  sepulcro  pagano  de  procedencia  des- 
conocida, de  piedra  compacta  y  pulida  como  el  mármol,  de  pri- 
mor  comparable  al  de  las  más  exquisitas  antigüedades  romanas. 
El  significado  de  la  escena,  esculpida  de  más  de  medio  relieve 
en  la  delantera  de  la  urna,  no  se  atina  fácilmente:  dos  cadáveres, 
uno  de  mujer  y  de  atlético  varón  el  otro,  echados  en  el  centro, 
y  entre  ellos  de  pié  un  robusto  mancebo,  á  los  extremos  dos 
mujeres  reclinadas,  personas  de  ambos  sexos  con  grandes  velos 
tendidos  como  para  cubrir  el  cadáver,  revelan  bien  una  ceremo- 
nia fúnebre,  pero  no  es  tan  cierto  que  figuren  el  combate  de  los 
Horacios  y  la  muerte  de  su  hermana  á  manos  del  último,  ni 
menos  la  paz  entre  sabinos  y  romanos  por  mediación  de  sus 


(i)  Véase  cómo  lo  describe  el  autor  del  Via/e  santo:  <«E1  relicario  es  una  caja 
de  piedra  en  la  pared  al  lado  de  la  epístola  junto  al  altar  mayor,  con  moldura  al 
rededor  tan  antigua  al  parecer  como  toda  la  obra  de  la  iglesia.  Tiene  dos  puertas 
de  reja  de  hierro  tan  antiguas  como  la  obra,  y  dentro  hay  una  arca  dorada  tumba- 
da, nueva,  con  algunos  follajes  de  estofado,  de  hasta  tres  cuartas  de  largo  y  me- 
dia vara  en  alto.»  Las  reliquias  principales  entre  un  sin  número  de  menudas,  eran 
un  trozo  de  Lígnum  Cructs^  una  espina  de  la  corona  del  Redentor  y  un  pié  de  San 
Lorenzo. 

(2)  Kn  una  de  dichas  puertas  se  contiene  :  Car¿íf«a//s  Ratmundus^  primus  hu- 
yas sánete  bastiicc  ahhas,  sánelas  hie  reliquias  á  domino  A ^apUo  papa  I¡  donatas 
portavit  ac  reeondidil  anno  Dom.  DCCCCL,  En  la  otra  se  repite  casi  lo  mismo.  Los 
relieves  parecen  obra  del  siglo  xvi. 


P  A  L  E  N  C  I  A  ^53 


hijas  y  esposas  (i).  Siglos  hace  que  artistas  y  viajeros  admiran 
aquella  obra  maestra,  sin  que  se  sepa  dónde  y  cuándo  fué  halla- 
da, ni  cómo  vino  á  tan  escondida  soledad:  sólo  aparece  que  el 
sepulcro,  lo  mismo  que  el  del  Rey  Monje  en  Huesca,  el  de 
Itacio  en  el  panteón  real  de  Oviedo,  el  atribuido  al  rey  Alfonso 
en  la  catedral  de  Astorga,  encierra  restos  de  algún  personaje 
muy  distinto  de  aquel  para  quien  se  labró  con  mil  años  de  an- 
terioridad. Con  la  perfección  del  arca  contrasta  lo  tosco  de  la 
cubierta,  añadida  sin  duda  al  destinarla  á  su  actual  empleo;  mas 
carece  de  epitafio  que  permita  asegurar  si  yace  allí  el  conde 
fundador  ó  alguno  de  sus  descendientes  (2). 


(1)  Trasladada  en  1872  esta  joya  al  museo  arqueológico  nacional,  tuvo  oca- 
sión de  examinarla  detenidamente  el  erudito  Sr.  Fernández  Guerra,  y  recordando 
tres  sarcófagos  muy  parecidos  en  el  asunto  de  su  escultura,  custodiados  en  Roma 
en  los  palacios  Giustiniani,  Barberini  y  Borghese,  que  desde  el  siglo  pasado  fue- 
ron objeto  de  animada  discusión  entre  Winckelman,  Eckel,  Viscontiy  otros  insig- 
nes anticuarios,  cayó  en  la  cuenta  que  el  de  Husillos  representaba  la  misma  esce- 
na de  aquellos,  es  decir,  la  muerte  de  Agamenón  y  de  Casandra.  Con  el  ingenio 
que  le  distingue,  explica  nuestro  sabio  arqueólogo,  en  el  tomo  I  del  Museo  de  An- 
itffüedadeSf  las  trece  figuras,  una  por  una,  que  componen  el  relieve,  mostrándonos 
además  de  las  dos  víctimas,  del  adúltero  Egisto  y  de  un  cómplice  que  aplasta  con 
un  tajo  de  cortar  carne  la  cabeza  de  la  troyana,  á  la  celosa  Clitemnestra  con  una 
tea  en  la  derecha  y  una  serpiente  en  la  izquierda,  seguida  de  una  furia;  á  Orestes 
y  Electra  dormidos  á  uno  y  otro  extremo  del  cuadro  como  presagiando  la  futura 
venganza,  y  en  igual  actitud  á  Ingenia  inclinada  sobre  la  segur  que  la  inmoló,  re- 
cordando por  decirlo  así  el  prólogo  de  toda  la 'tragedia;  á  una  mujer,  probable- 
mente la  nodriza  de  Orestes,  apartando  con  horror  el  rostro,  y  á  otra  que  se  lo 
cubre  con  las  manos;  á  un  servidor  de  Agamenón  que  acude  ya  tarde  en  su  auxi- 
lio; y  á  otros  en  fin  que  tienden  sobre  la  catástrofe  grandes  lienzos,  cuya  extremi- 
dad envuelve  á  la  derecha  un  simulacro' de  Apolo  del  cual  era  Casandra  sacerdo- 
tisa. En  los  sarcófagos  de  Roma,  de  composición  parecida,  Eckel  y  otros  creyeron 
ver  más  bien  la  venganza  tomada  sobre  Clitemnestra  y  Egisto  por  Orestes  y  Pila- 
des  alentados  por  Electra,  opinión  que  combate  con  serias  dificultades  el  Sr.  Fer- 
nández Guerra.  A  su  vez  interpreta  los  dos  relieves  de  los  costados  de  la  urna, 
haciendo  notar  que  son  de  labor  harto  menos  primorosa  que  la  delantera,  y  en  el 
grupo  de  la  derecha  compuesto  de  cuatro  figuras  discierne  la  prisión  de  Orestes 
y  de  su  amigo  en  el  Chersoneso  Táurico  y  su  reconocimiento  con  Ifigenia,  y  en  las 
dos  de  la  izquierda  la  absolución  del  matricida  por  la  diosa  Palas.  No  es  fácil  opo- 
ner á  esta  explanación  otra  más  aceptable  ni  desenvolverla  con  mayor  lucidez. 

(2)  Por  larga  y  minuciosa  que  sea  la  relación  que  de  esta  urna  hace  Morales, 
no  sabemos  abreviarla  una  línea,  tan  interesante  es.  «Y  estando  toda  ella,  dice  en 
sus  Anales,  labrada  como  se  dirá,  tiene  la  cubierta  tumbada  de  una  piedra  tosca  y 
lisa  y  tan  groseramente  labrada,  que  parece  se  hizo  de  aquella  manera  para  que 
la  labor  de  la  caja  de  abajo  pareciese  mejor,  aunque  sin  este  opósito  le  basta  sola 
su  escelencia  para  mucho  resplandecer.  En  la  haz  desta  caja  está  esculpido  de  mas 


454  P  A  L  E  N  C  I  A 


Corto  interés  ofrecen  ya  los  restantes  entierros  de  Husillos. 
Hállanse  toscos  bultos  de  sacerdotes  con  un  libro  en  las  manos 
á  la  entrada  de  la  iglesia  y  en  un  nicho  de  los  que  ocupan  el 
fondo  de  las  capillas  ojivales  de  la  izquierda  al  lado  del  de  la 
célebre  urna  romana ;  en  la  inmediata  capilla,  donde  existe  un 
antiquísimo  retablo  de  San  Ildefonso,  hay  otra  tumba  del  si- 
glo XVI  con  estatua  yacente  de  prebendado  (i);  en  la  bizantina 
de  la  derecha  una  lápida  del  xiii  (2).  Tal  vez  las  contenía  en 
mayor  número  el  claustro,  cuya  entrada  de  arco  semicircular 


que  medio  relieve  el  fin  de  la  historia  de  los  Horacios  y  Curiacios,  pues  está  al 
principio  la  hermana  muerta  y  allí  su  esposo  y  otra  gente  llorosa  sobre  la  herma- 
na, y  entre  ellos  uno  que,  no  se  le  pareciendo  mas  que  el  colodrillo  con  la  mano 
puesta  en  él,  representa  mas  tristeza  que  ningún  rostro  de  los  muy  tristes  que  se 
parecen;  con  esto  se  puede  creer  quiso  el  artífice  fuese  este  el  Agamenón  de  Ti- 
mantes, que  cubriendo  su  pesar  el  buril  lo  muestra  mayor  el  arle.  Sigue  luego 
una  manera  de  sacrificio,  y  parece  el  pasarlo  el  padre  al  matador  por  debajo  del 
//g^iVo  sororio  y  todo  aquello  que  Tito  Livio  prosigue;  porque  también  en  el  un 
testero  desta  caja  están  dos  que  teniendo  un  asa  en  medio  parece  sacrifican,  y  en 
el  otro  testero  asimismo  están  dos  que  encierran  en  un  sepulcro  la  urna  con  las 
cenizas  de  la  muerta.  k!sta  es  á  mi  juicio  la  historia :  la  escelcncia  de  la  escultura 
se  puede  sumar  con  lo  que  dijo  el  famoso  Ücrruguete,  después  de  haber  estado 
gran  rato  como  atónito  mirándola :  ninguna  cosa  mejor  he  visto  en  Italia.  Lo  que  á 
mí  me  sucedió  allí  es  que  habiendo  mas  de  veinte  figuras,  cuando  estaba  mirando 
la  una  y  pensaba  que  allí  se  habia  acabado  la  perfección  del  arte,  en  pasando  á 
mirar  la  siguiente  entendía  como  tuvo  el  artífice  de  nuevo  mucho  que  añadir.  Ca- 
da figura  mirada  toda  junta  tiene  estraña  lindeza,  y  en  cada  miembro  por  sí  aun- 
que sea  muy  pequeño  hay  otra  particular,  que  sin  ayudar  al  todo,  ella  por  sí  sola 
se  tiene  su  estremado  artificio.  Toda  la  escultura  está  muy  conservada  sino  es  una 
sola  figura  al  un  lado,  que  á  lo  que  yo  creo  por  estar  muy  relevada  la  quitó  algún 
grande  artífice  para  llevarse  algo  de  aquella  maravilla.  Y  no  se  espante  nadie 
como  me  detengo  tanto  en  celebrar  una  piedra,  porque  demás  de  mi  afición  natu- 
ral á  la  pintura  y  escultura,  desta  antigualla  dijo  el  cardenal  Poggio,  á  quien  todos 
conocimos  por  hombre  de  lindo  ingenio  y  alto  juicio,  que  podía  estar  en  koma 
entre  las  mas  estimadas  por  su  igual.  Y  á  lo  que  yo  creo  debe  ser  sepultura  de 
aquel  conde  Fernando  Ansurez  fundador,  que  aviendo  ávido  esta  rica  antigualla 
de  romanos,  quiso  sirviese  para  su  sepultura.  De  romanos  digo  que  es,  pues  para 
sepultura  de  ningún  cristiano  cierto  que  no  se  hiciera  con  tan  profana  historia.» 
En  el  Viaje  Santo,  donde  se  expresa  casi  en  iguales  términos,  añade  que  es  de 
ocho  pies  en  largo  y  tres  y  medio  de  alto  y  otro  tanto  en  ancho,  que  dentro  hay 
huesos,  y  que  tal  vez  tenga  algunas  letras  el  lado  do  la  urna  arrimado  á  la  pared, 
que  está  liso  según  se  juzga  por  lo  que  se  puede  tocar. 

(i)  Tiene  á  sus  pies  un  perro  y  el  siguiente  epitafio:  «Aquí  yace  el  honrado  y 
discreto  varón  D.  Pero  Kuiz  de  Villoldo  abbad  de  Lavanza,  prior  desta  yglcsia, 
que  Dios  aya,  falleció  á  XI  de  junyo  de  MDIII  años  » 

(2)  Dice  asi:  ¡dibus  novembris  obiii  magister  Ste/anus  sacrista  hujus  ecclesie, 
ejus  anima  requiescat  in  pace^  amen^  era  MCCXCIX  (1261  de  C.) 


P  A  L  E  N  C  I  A 


455 


se  ve  á  un  lado  de  la  del  templo,  antes  que  sufriera  la  renova- 
ción que  hace  en  el  día  menos  lamentable  su  completa  é  inmi- 
nente ruina. 

De  los  poderosos  condes  que  dominaban  aquella  tierra, 
Husillos  era  el  panteón  y  Monzón  el  castillo.  Este  nombre  deri- 
vado del  montecillo  en  que  está,  Monteson  en  latín  bárbaro,  y 
eventualmente  idéntico  al  de  la  célebre  villa  de  las  cortes  ara- 
gonesas, suena  desde  la  primera  repoblación  de  los  Campos 
Góticos  que  siguió  á  las  conquistas  de  Alfonso  ÍII.  La  importan- 
cia de  su  fortaleza  sobre  la  vega  del  Carrión  puede  medirse  por 
la  autoridad  del  que  la  guardaba  en  la  primera  mitad  del  si 
glo  X,  Ansur  Fernández,  padre  de  Fernando  Ansúrez  y  de  sus 
hermanos  Gonzalo,  Ñuño  y  Enrique,  al  par  que  suegro  del  rey 
Sancho  I.  No  sabemos  si  era  conde  ó  alcaide  de  la  misma 
en  1029  el  buen  Fernán  Gutiérrez,  á  quien  crónicas  y  romances 
enlazan  con  el  suceso  de  los  aleves  hijos  de  D.  Vela  matadores 
del  joven  conde  de  Castilla.  Incapaz  de  resistirles  á  viva  fuerza, 
dícese  que  los  acogió  dentro  muy  sumiso  y  los  entretuvo  con 
banquetes,  mientras  avisaba  en  secreto  al  rey  de  Navarra  que 
vino  arrebatadamente  á  vengar  á  su  cuñado.  Encendióse  á  la 
entrada  del  castillo  una  hoguera,  y  en  ella  pagaron  su  traición 
los  tres  hermanos  Rodrigo,  íftigo  y  Diego :  su  cómplice  Fernán 
Flainez  escapó  disfrazado  y  metióse  en  los  montes  de  las  Somo- 
zas,  pero  acorralado  y  cogido  cual  fiera,  recibió  por  fin  el  casti- 
go de  manos  de  la  esposa  de  su  víctima  (i). 


(i)  Seguimos,  sin  darla  por  cierta  ni  mucho  menos,  la  relación  de  la  Crónica, 
general  y  del  Romancero :  éste  llama  alcaide,  aquella  conde  de  Monzón  á  Fernán 
Gutiérrez.  La  fuga  de  Flainez  la  describe  el  romance  de  este  modo: 


Hernán  Flayno  esc  traidor 
Se  le  habia  escapado, 
Mudárase  los  vestidos, 
Cavalgó  sobre  un  caballo 
Sin  llevar  silla  ni  freno, 
Un  capote  cobijado, 
La  capilla  en  la  cabeza, 
En  piernas  iba  el  malvado; 
Entróse  dentro  en  los  montes, 


No  se  halla  aunque  es  buscado. 

El  rey  don  Sancho  mandó 
Que  el  monte  sea  cercado, 
Prendido  lo  habia  en  él 
AI  alevoso  malvado; 
Trajéronlo  do  es  la  infanta-, 
A  ella  lo  han  entregado, 
Y  fízo  en  él  tal  justicia 
Que  lo  mató  por  su  mano. 


456  FALENCIA 

Al  renacer  Falencia  por  aquellos  años,  daba  nombre  Mon- 
zón á  toda  la  comarca ;  no  es  mucho  lo  dé  todavía  á  una  de  las 
puertas  de  la  ciudad.  Su  título  era  el  primero  que  llevaban  con 
otros  muchos  el  conde  Ansur  Díaz  y  su  hijo  el  famoso  Pedro 
Ansúrez,  restaurador  de  Valladolid ;  y  tal  vez  como  residencia 
de  este  último,  fué  teatro  de  los  infaustos  desposorios  de  su 
pupila  la  reina  Urraca  con  Alfonso  rey  de  Aragón,  en  cierta 
noche  del  mes  de  Octubre  de  1 109,  que  se  señaló  con  una  fuer 
te  helada  como  agüero  de  la  desolación  que  había  de  caer  sobre 
Castilla.  En  mi  declarado  ya  el  divorcio,  sirvió  de  asilo  Mon 
zón  á  D.  Pedro  de  Lara,  contra  quien  se  habían  coligado  nume- 
rosos émulos  del  absoluto  favor  de  que  gozaba  con  la  princesa 
á  fuer  de  amante  ó  de  marido:  cejó  tras  de  porfiado  sitio  su 
resistencia,  y  hubo  de  rendirse  prisionero  (i).  Andando  el 
tiempo  vinieron  á  poseer  á  Monzón  los  señores  y  luego  mar- 
queses de  Poza,  de  cuya  época  parece  datar  el  actual  castillo 
coronado  de  almenas,  que  con  el  puente  de  trece  ojos  sobre 
el  río  forma  una  imponente  perspectiva. 

Disipároíisenos  más  arriba  los  bélicos  recuerdos  y  las  som-. 
brías  tradiciones  al  penetrar  en  los  amenos  sotos  donde  conflu- 
yen el  Carrión  y  el  Ucieza,  y  donde  con  lo  exuberante  de  las 
aguas  despliega  desusada  pompa  la  vegetación.  Allí  entre  fron 
dosas  alamedas,  alumbrado  por  los  últimos  rayos  del  sol,  se 
nos  apareció  de  improviso  un  monumento,  el  priorato  de  Santa 
Cruz  de  la  Zarza,  habitado  por  los  premonstratenses  desde  que 
en  1 1 76  los  trajo  Alfonso  VIII  del  monasterio  de  Retuerta 
poniendo  al  abad  Juan  á  su  frente,  hasta  que  en  1627  cansados 
de  la  soledad  se  mudaron  á  Valladolid.  Márcanse  por  fuera 
gentiles  y  desembarazados  todos  los  miembros  de  una  iglesia 


Observamos  ya  en  el  tomo  de  Asturias  y  León  que  ese  conde  Flainez,  que  la  tra- 
dición denigra,  años  después  de  su  pretendido  suplicio  firma  lleno  de  vida  y  de 
honores  los  privilegios  y  concesiones  de  Sancho  el  Mayor,  y  añadiremos  ahora  la 
dotación  de  la  catedral  de  Falencia  por  Vercmundo  III. 

(i)  Fueron  sus  adversarios  D.  Pedro  de  Trava  su  propio  suegro,  D.  Gutierre 
Fernández  de  Castro  y  D.  Gómez  de  Manzancdo,  quienes  le  enviaron  preso  al  cas- 
tillo de  Mansilla  cerca  de  León,  desde  donde  pudo  escapar  á  Barcelona. 


FALENCIA  457 

bizantina,  la  nave,  el  crucero  con  rasgados  ajimeces  en  cada 
brazo,  los  ábsides  laterales,  y  el  principal  de  forma  pentágona 
reforzado  por  machones;  pero  en  sus  ventanas  flanqueadas  de 
esbeltas  columnas  cilindricas  y  en  el  bajo  portal  bocelado,  la 
ojiva  señala  ya  la  proximidad  de  la  transición.  Reina  asimismo 
por  dentro  en  los  arcos  de  las  bóvedas,  y  aun  posteriormente 
fueron  adornadas  con  estrellas  de  crucería ;  reina  en  las  lóbregas 
galerías  del  desierto  claustro,  que  sin  embargo  no  participa  de 
la  elegancia  ni  de  la  perfecta  conservación  del  templo. 

Había  cerrado  la  noche  cuando  llegamos  á  Amusco,  y  á  la 
primera  luz  del  siguiente  día  vimos  en  la  parroquia  de  San  Pe- 
dro uno  de  los  portales  más  grandiosos  que  ha  dejado  el  arte 
bizantino.  Siete  arcos  decrecentes,  que  por  su  rompimiento  im- 
perceptible apenas  merecen  llamarse  apuntados,  disimulan  el 
espesor  del  muro,  guarnecido  el  uno  de  dientes  de  sierra,  otro 
sembrado  alternativamente  de  angelitos  y  cabezas,  los  restan- 
tes tachonados  de  florones ;  las  doce  columnas  llevan  por  basa 
un  simple  anillo,  pero  en  sus  capiteles  ostentan  con  variedad 
prodigiosa  así  ramas  de  encina  y  otros  follajes,  como  figuras  de 
hombres  y  mujeres  y  fantásticos  brutos.  A  los  lados  del  arco 
exterior  figuran  bajo  doseletes  las  efigies  de  San  Pedro  y  San 
Pablo,  y  encierran  la  obra  en  una  especie  de  atrio  dos  robustos 
arbotantes,  que  tal  vez  se  construyeron  al  incrustar  en  la  nueva 
iglesia  la  vieja  fachada,  de  la  cual  subsiste  á  la  altura  del  coro 
un  ajimez,  bizantino  en  todo  menos  en  su  ojiva.  Desgraciada- 
mente el  siglo  XVI  no  acertó  á  fabricar  en  reemplazo  de  lo  que 
destruyó  sino  una  alta  y  espaciosísima  nave  enteramente  desnu- 
da, con  cúpula  muy  plana,  y  en  el  testero  un  retablo  colosal :  del 
presbiterio  arrumbó  los  sepulcros  de  los  Manriques  de  Lara,  á 
excepción  de  alguna  losa  con  relieves,  y  por  el  atrio  rueda  un 
trozo  de  atlética  estatua  de  alguno  de  los  adelantados  mayores 
de  Castilla  (i).  Respetóse  la  antigua  puerta  lateral,  pero  se  em- 


( i)    Del  epitafio  esculpido  en  letras  góticas  de  relieve  sólo  pueden  leerse  por 

58 


458  FALENCIA 


plastaron  de  yeso  sus  numerosas  molduras.  La  espadaña  con 
sus  tres  órdenes  de  arcos  tiene  honores  y  elevación  de  torre. 

Cuan  poblada  fuese  en  lo  pasado  la  villa  de  los  Manriques, 
merced  á  sus  fábricas  de  lana  no  menos  que  á  la  feracidad  del 
suelo,  lo  demuestra  otra  parroquia  que  fuera  del  pueblo  se  levan- 
ta con  el  nombre  de  Santa  María  de  las  Fuentes,  conservada 
hoy  en  clase  de  ermita  por  la  devoción  de  los  pastores  del  con- 
torno. Bizantina  en  la  traza  y  disposición  de  sus  tres  naves,  tres 
ábsides  y  crucero  y  en  los  grupos  de  columnas  que  forman  sus 
pilares,  gótica  en  los  arcos  muy  marcadamente  apuntados,  es  un 
acabado  modelo  del  género  de  transición,  y  una  prueba  de  lo 
mucho  que  duró  en  aquel  país  su  predominio,  pues  hacia  la  mi- 
tad del  siglo  XIV  la  obra  continuaba  todavía  (i).  Gracias  á  no 
haberla  alcanzado  después  la  manía  de  las  renovaciones,  halla- 
mos en  sus  capillas  retablos  anteriores  al  estilo  ya  que  no  á  la 
época  del  renacimiento  (2) ;  vemos  reproducirse  en  sus  dos  por- 
tadas bien  que  ojivales  la  misma  degradación  de  arcos  y  riqueza 
de  capiteles  que  en  la  de  San  Pedro,  á  cuyo  ejemplo  tiene  su 
atrio  la  del  costado;  contemplamos  en  la  fachada  las  ménsulas 
de  caprichosos  mascarones,  la  prolongada  claraboya,  la  sencilla 
espadaña,  y  en  el  torneado  ábside  los  sutiles  pilares,  las  fajas 
de  tablero,  las  graciosas  ventanas  de  dos  ó  tres  columnas  por 
lado,  que  caracterizan  las  construcciones  puramente  románicas, 
y  que  le  dan  apariencias  de  nmyor  antigüedad. 

La  historia  de  Amusco  se  refunde  en  la  de  una  familia,  pero 


la  colocación  de  la  piedra  estas  palabras :  don  Po,  Manrique  adel...  doce  días  del  mes 
de.,.  Opinamos  que  el  sepulcro  debió  ser  de  alguno  de  los  adelantados  de  Castilla 
que  hubo  de  la  estirpe  de  los  Manriques  en  el  siglo  xvr,  pues  los  que  lo  fueron  de 
León  en  el  xv,  D.  Pedro  Manrique  y  su  hijo  D.  Diego,  no  yacen  en  Amusco  sino  en 
el  monasterio  de  Valvanera. 

(i)  Pruébalo  la  merced  que  en  i  334  hizo  al  concejo  de  Amusco  su  quinto  se- 
ñor Garci  Fernández,  de  fabricar  cinco  ó  más  molinos  sobre  el  Ucieza,  con  tal  que 
se  emplease  la  renta  en  la  obra  de  Santa  María  y  en  reparar  las  fortificaciones.  De 
estas  hay  vestigios  todavía. 

(3)  Tales  son  el  de  Antón  García  y  su  mujer  hecho  en  i  s  24  y  el  del  licenciado 
de  Amusco. 


FALENCIA  459 

esta  familia  se  apellidaba  Lara.  Disputóla  en  el  siglo  xii  á  los 
Osorios,  á  cuyo  progenitor  Rodrigo  Martínez  había  dado  en  1 1 35 
Alfonso  VII  toda  la  heredad  que  allí  tenía  con  el  infantazgo  de 
San  Pelayo ;  y  poseíala  por  completo  el  esclarecido  Pedro  Man- 
rique, cuando  al  morir  en  1202  dejó  á  su  tercer  hijo  Rodrigo  el 
señorío  al  cual  ella  dio  nombre,  como  la  principal  de  las  nueve 
villas  que  constituían  en  Campos  su  dominio.  Arraigóse  tras- 
plantada en  Amusco  aquella  rama,  que  olvidando  el  de  Lara, 
convirtió  en  linaje  el  nombre  hereditario  de  Manrique:  Pedro,  biz- 
nieto de  Rodrigo  en  1323;  Garci  Fernández,  hijo  de  Pedro 
en  1362;  Pedro,  hijo  de  García,  en  1381  preso  en  el  alcázar  de 
Palencia  como  favorecedor  del  conde  de  Gijón,  los  tres  legaron 
sus  mortales  despojos  á  la  iglesia  de  San  Pedro.  Sin  embargo, 
la  villa  aunque  solariega  no  iba  incorporada  al  mayorazgo  y  se 
dividía  á  menudo  entre  los  hijos  del  poseedor,  hasta  que  D.  Juan 
García  Manrique,  hermano  del  último  y  arzobispo  de  Santiago, 
que  la  escogió  á  veces  por  retiro  en  sus  desgracias  cortesanas,  la 
vinculó  en  1382  á  favor  de  Diego  Gómez,  otro  de  sus  hermanos, 
que  feneció  gloriosamente  en  el  desastre  de  Aljubarrota.  Creció 
portentosamente  en  el  siglo  xv  por  herencias  y  enlaces  la  pujan- 
za de  los  señores  de  Amusco,  y  no  tuvieron  los  infantes  de  Ara- 
gón aliado  más  poderoso  ni  el  de  Luna  enemigo  más  formidable 
que  el  adelantado  Pedro  Manrique  y  su  hijo  Diego,  primer  conde 
de  Treviño.  Al  morir  éste  allí  en  1458,  armóse  la  villa  sin  pro- 
vecho en  defensa  de  su  viuda  D.*  María  de  Sandoval,  á  quien 
prendieron  sus  cuñados  y  despojaron  de  la  tutela  de  los  hijos,  y 
que  después  de  repetidos  azares  y  vicisitudes,  viuda  segunda 
vez  del  conde  de  Miranda,  acabó  retirada  en  un  convento.  Fué 
su  primogénito  aquel  animoso  D.  Pedro,  cuyos  eminentes  servi- 
cios premiaron  los  Reyes  Católicos  en  1482  con  el  ducado  de 
Nájera,  y  que  contradijo  después  con  inaudita  tenacidad  la  re- 
gencia de  Femando  V.  El  título  de  señor  de  Amusco,  eclipsado 
por  otros  más  ilustres  bien  que  más  recientes,  continuó  en  su 
descendencia  masculina,  y  por  extinción  de  ella  en  1 600,  saltó 


460  FALENCIA 

de  varón  en  varón  á  otras  ramas  del  tronco  de  los  Manriques. 

Heredólo  últimamente  la  de  Garci  Fernández,  tío  del  primer 
duque,  á  favor  del  cual  se  había  desmembrado  en  el  siglo  xv  el 
señorío  de  las  Amayuelas  que  en  1658  se  erigió  en  condado. 
Ambas  Amayuelas,  la  de  arriba  y  la  de  abajo,  dominan  una  pers- 
pectiva deliciosa  al  otro  lado  del  canal  á  vista  de  Amusco,  y  sus 
parroquias  de  Santa  Colomba  y  San  Vicente  pasan  por  cons- 
trucciones góticas  en  el  país;  pero  nos  impidió  visitarlas  la  rapi- 
dez de  la  excursión,  haciéndonos  dejar  también  á  un  lado  el 
pueblo  de  San  Cebrián  con  el  encomiado  retablo  de  su  igle- 
sia (i),  y  el  gran  convento  franciscano  de  la  Calahorra  conver- 
tido en  fábrica  de  harinas.  Sólo  un  momento  nos  detuvimos  á  la 
entrada  de  Pina  de  Campos,  sin  penetrar  en  su  recinto  cercado 
en  parte  todavía,  á  contemplar  su  gallardo  castillo,  cuyos  muros 
taladran  saeteras  en  cruz,  y  cuyas  torres  angulares  no  menos 
que  otras  cuatro  salientes  en  el  centro  de  cada  cortina  coronan 
altas  y  piramidales  almenas.  Las  famosas  calderas  de  los  Laras 
alternando  con  águilas  en  sus  blasones,  dicen  que  allí  señoreaba 
otra  línea  de  los  Manriques,  la  de  los  marqueses  de  Aguilar. 

Ansiábamos  llegar  cuanto  antes  á  los  históricos  campos  de 
Támara  y  visitar  el  suelo  donde  se  hundió  en  1037  el  trono 
de  León  y  que  empapó  la  sangre  del  último  de  sus  monarcas. 
Sangre  inocente  y  generosa,  vertida  por  la  más  injusta  ambición, 
y  sin  embargo  fecunda,  doloroso  es  decirlo,  para  la  unidad  y 
pujanza  de  la  monarquía,  puesto  que  con  ella  se  amasaron  los 
cimientos  de  la  grande  obra  reservada  á  la  dinastía  de  Feman- 
do I.  Apareciéronse  á  nuestra  fantasía  el  malogrado  Veremundo, 
y  su  brioso  caballo  Pelayuelo,  y  los  siete  campeones  que  sobre 
él  cayeron  peleando,  y  los  arrollados  leones,  y  los  victoriosos 
castillos ;  pero  en  balde  buscaron  nuestros  ojos  por  llanos  y  ce- 
rros algún  objeto  que  recordara  la  terrible  catástrofe,  en  balde 


(i)    Consta  de  cuatro  cuerpos  con  medios  relieves,  según  dice  Ponz,  que  elogia 
asimismo  la  sencilla  arquitectura  del  coro  y  el  pórtico  que  mira  al  mediodía. 


FALENCIA  461 


interrogamos  al  labrador  si  vivía  la  tradición  del  suceso  en  sus 
cantares  ó  si  venía  á  asombrarle  alguna  vez,  al  remover  la  tierra, 
el  hallazgo  de  armas  ó  despojos  humanos.  No  obstante,  la  situa- 
ción del  lugar  en  el  país  comprendido  entre  Pisuerga  y  Cea  obje- 
to de  la  contienda  de  los  dos  cuñados,  su  proximidad  al  Carrión 
considerando  como  uno  de  sus  brazos  el  Ucieza,  y  la  analogía 
por  no  decir  la  identidad  del  nombre,  persuaden  ser  aquel  el 
valle  de  Tamarón  teatro  de  la  lucha  fratricida  (i). 

Á  falta  de  memorias  bastarían  para  ennoblecer  á  Támara 
sus  monumentos.  La  iglesia  llamada  del  castillo  y  único  resto 
que  de  él  subsiste,  mostrando  el  rudo  carácter  de  la  primera 
época  bizantina  y  careciendo  de  ábside  semicircular  como  las 
primitivas  de  Asturias,  perteneció  según  fama  á  los  Templarios 
cual  aneja  á  la  encomienda  de  Villasirga,  y  de  ellos  pasó  con  el 
señorío  del  pueblo  á  la  orden  de  San  Juan.  La  parroquia  de  San 
Miguel  fué  priorato  de  San  Pedro  de  Cárdena ;  la  principal,  de- 
dicada á  San  Hipólito,  ignoramos  lo  que  sería  antes  que  en  el 
siglo  XIV  desplegara  una  magnificencia  digna  de  brillar  en  la  ca- 
pital más  distinguida.  Anda  ligada  la  advocación  del  santo,  en 
cuyo  día  nació  Alfonso  XI  y  de  quien  se  manifestó  siempre  muy 
devoto,  con  la  protección  que  á  la  fábrica  del  templo  dispensó 
en  1334  mandando  emplear  en  ella  las  tercias  que  del  lugar  per- 
cibía. .Á  la  puerta  mayor^  colocada  en  el  flanco  del  edificio,  sirve 
de  pedestal  una  escalinata  y  de  pórtico  una  gran  bóveda  de  sen- 
cillas ojivas  tan  alta  como  las  interiores  ó  poco  menos,  debajo 
de  la  cual  campea  mejor  el  ingreso  de  seis  arcos  decrecentes. 


(i)  En  el  tomo  de  Asturias  y  León  describimos  el  suceso.  Habiendo  acontecido 
en  miércoles  según  los  anales  Complutenses,  y  refiriendo  el  monje  de  Silos  la  co- 
ronación de  Fernando  I  en  León  al  2  2  de  junio,  debió  darse  la  batalla  en  8  ó  i  5  de 
aquel  mes  que  fueron  miércoles  en  el  año  de  1037.  En  el  nombre  y  circunstancias 
del  sitio  convienen  los  antiguos  cronistas,  y  el  Silense  expresa  trans/ecto  Canta- 
briensium  limite:  pero  Mariana  añade  de  su  caudal  que  fué  cerca  de  Lantada,  con- 
fundiendo acaso  esta  acción  con  la  que  ganó  en  1068  Sancho  I!  contra  su  hermano 
Alfonso.  La  crónica  de  Alfonso  Vil  dice  que  in  valle  Tamari  estuvieron  para  venir 
á  las  manos  en  1 127  aquel  monarca  y  su  padrastro  Alfonso  de  Aragón,  situando 
expresamente  dicho  valle  entre  Castrojeriz  y  Hornillos,  donde  todavía  hay  un  pue- 
blo llamado  Tamarón  que  no  debe  equivocarse  con  el  que  nos  ocupa. 


^02  r^  A  L  E  N  C  I  A 


que  recuerdan  aunque  apuntados  la  reciente  tradición  bizantina. 
El  templo  reúne  la  gravedad  y  gentileza  de  las  obras  góticas 
de  aquella  centuria,  y  la  amplitud  del  crucero  aumenta  el  des- 
ahogo de  sus  tres  naves,  sostenidas  por  pilares  de  ocho  colum- 
nas, en  cuyos  capiteles  se  entrelazan  con  las  hojas  animales  de 
capricho. 

Más  avanzada  y  en  su  mayor  eflorescencia  se  hallaba  la  ar- 
quitectura al  levantar  el  bellísimo  arco  del  coro,  aislado  á  los 
pies  de  la  nave  principal.  Dos  líneas  de  colgadizos  lo  guarne- 
cen, aguántanlo  columnas  labradas  de  florones  romboidales, 
cíñelo  un  antepecho  calado  con  figuras  bajo  doseletes  en  medio 
de  él  y  á  los  extremos,  iguales  á  las  del  apostolado  repartidas 
en  los  dos  cuerpos  de  crestería  que  miran  hacia  las  naves  me- 
ñores.  La  sillería  de  dos  órdenes  se  hizo  más  tarde  en  el  si- 
glo XVI,  al  mismo  tiempo  que  se  reedificó  de  crucería  su  bóveda 
esculpiendo  en  la  clave  el  escudo  imperial.  Su  escalera  gira  es- 
piralmente  al  rededor  de  un  pilar  lo  mismo  que  la  de  Villamu- 
riel,  y  el  vacío  del  arco  lo  ocupa  el  órgano  suspendido  sobre  un 
ligero  puntal.  En  la  pila  bautismal  cuajada  de  lindos  relieves 
que  representan  los  hechos  de  San  Hipólito,  en  las  del  agua 
bendita  abundantes  en  figuras,  se  advierte  también  la  delicada 
mano  de  los  escultores  de  la  Edad  media ;  pero  ni  á  estos  acce- 
sorios ni  á  la  elegancia  de  la  reja  corresponde  el  barroquismo 
de  los  altares.  Los  cajones  de  la  sacristía,  minuciosamente  enta- 
llados con  varias  historias,  encierran  preciosos  ternos  y  orna- 
mentos de  más  de  trescientos  años  de  fecha ;  y  entre  las  reli- 
quias figura  la  cabeza  del  santo  titular  traída  de  Roma  en  1654 
por  el  carmelita  firay  Bernabé  de  Guardo,  natural  de  la  villa. 

Gran  ruina  vino  sobre  la  iglesia  el  último  día  del  año  1568 
con  el  hundimiento  de  la  torre,  que  derribó  seis  capillas  de  la 
izquierda  (i).  Situada  como  la  actual  á  los  pies  de  aquella,  en 
medio  de  dos  portadas  de  la  decadencia  gótica  que  acompañan 


(1)    Recuerda  esta  catástrofe  la  inscripción  puesta  debajo  de  una  tribuna. 


FALENCIA  463 

dos  claraboyas  de  trepados  arabescos,  parece  que  databa,  lo 
mismo  que  éstas,  del  tiempo  de  los  Reyes  Católicos,  cuyos  escu- 
dos se  notan  á  los  lados  del  de  la  casa  Austriaca  en  uno  de  los 
cuerpos  de  la  construcción  presente,  trasladados  acaso  de  la 
anterior.  Erigióse  la  nueva  sobre  atrevidos  arcos  con  la  orna- 
mentación acostumbrada  de  pilastras  y  recuadros  y  ventanas  de 
medio  punto,  añadiendo  nichos  con  fíguras  en  los  costados  de 
las  superiores,  y  diósele  el  remate  de  rigor,  balaustrada  de  pie- 
dra, agujas  en  los  ángulos,  cupulilla  y  linterna,  que  bastan  para 
merecerle  el  concepto  de  obra  de  Herrera  y  para  ser  citada 
entre  las  mejores  torres  de  Castilla  (i).  Gruesos  machones  ro- 
bustecen por  fuera  el  edificio,  y  entre  los  del  ábside  asoma  do- 
ble serie  de  góticas  ventanas. 

Apenas  habíamos  perdido  de  vista  á  Támara ,  saliónos  al 
encuentro  Santoyo,  pueblo  guarnecido,  como  de  armadura  com- 
pleta, de  altos  muros  almenados  con  sus  torres  y  garitas  de 
trecho  en  trecho  y  tres  arcos  en  lugar  de  puertas.  Á  vistas  de 
estos  indicios  de  importancia  antigua  tan  poco  acordes  con  su 
condición  presente,  cualquiera  se  inclina  casi  á  acoger  la  pre- 
tensión inventada  por  los  cronicones  apócrifos  del  siglo  xvii,  de 
haber  sido  aquella  una  de  las  primitivas  sedes  episcopales  con 
nombre  de  Tela,  fundada  por  San  Eutiquio  discípulo  del  após- 
tol San  Juan,  de  quien  dicen  le  vino  el  llamarse  Santoyo,  y  des- 
destruída  por  la  invasión  de  los  suevos.  Y  en  efecto  parece  edi- 
ficada bajo  la  impresión  de  grandiosos  recuerdos  y  venerandas 
tradiciones  aquella  parroquia,  que  aun  después  de  visitada  la 
de  Támara  sorprende  al  espectador.  Algunos  años  de  prioridad 
llevan  á  la  otra  sus  tres  naves ,  pues  á  pesar  de  cerrarse  sus 
arcos  en  ojiva,  los  pilares  presentan  hacia  la  mayor,  que  es  alta 
y  angosta,  dos  órdenes  de  columnas  sobrepuestos  como  en  va- 
rías obras  de  transición  (2),  y  en  las  ventanas  de  las  laterales 


(i)  De  tal  la  califica  Ponz,  que  yerra  en  suponer  de  la  época  de  los  Reyes  Ca- 
tólicos la  arquitectura  general  del  templo,  pues  su  estilo  es  harto  anterior. 

(3)  Como  ejemplo  de  esta  sobreposición  de  columnas  recordamos  los  pilares 
de  la  catedral  de  Sigüenza. 


464  FALENCIA 


se  observan  los  cortos  fustes  y  los  grandes  capiteles  del  estilo 
románico.  Como  la  otra  iglesia ,  tiene  esta  á  sus  pies  la  torre  y 
en  un  costado  la  entrada  principal,  la  torre  abriendo  una  sobre 
otra  sus  desnudas  ojivas,  la  portada  precedida  de  un  atrio  y 
decorada  con  un  arco  artesonado  de  piedra  y  con  labores  de 
gusto  plateresco. 

En  su  mitad  superior  ofrece  la  parroquia  de  Santoyo  bien 
diferente  y  aun  más  suntuoso  carácter,  prueba  de  que  el  si- 
glo XVI  compitió  con  el  xiii  en  honrarla  y  engrandecerla.  Alto 
y  espacioso  crucero  con  claraboyas  en  sus  brazos,  esbeltos  y 
bocelados  pilares,  espléndida  capilla  mayor  que  iguala  en  an- 
chura á  las  tres  naves  y  á  la  cual  introducen  tres  arcos  peral- 
tados de  aplanada  curva,  graciosa  estrella  descrita  en  el  centro 
de  la  bóveda  por  la  reunión  de  las  arcadas  que  arrancan  de  los 
diez  ángulos  del  vasto  polígono,  ventanas  ojivales  en  número 
de  ocho  bordadas  de  arabescos  y  cubiertas  de  vidrios  pintados 
con  figuras,  forman  un  admirable  conjunto  en  que  las  postreras 
galas  del  arte  gótico  se  combinan  con  las  innovaciones  del  re- 
nacimiento. Entonces  se  adornaron  con  dibujos  de  crucería  to- 
das las  bóvedas  del  templo ,  labróse  el  facistol  y  la  sillería  del 
coro  alto  con  efigies  esculpidas  en  los  respaldos,  y  se  erigió  á 
un  lado  del  presbiterio  honorífico  sepulcro  á  un  benemérito  sa- 
cerdote (i).  Por  complemento  de  estas  obras  un  secretario  de 
Felipe  II  hacia  1570  encargó  la  traza  y  ejecución  del  gran  reta- 
blo, con  que  quiso  enriquecer  su  villa  natal ,  al  eminente  Juan 
de  Juní,  quien,  si  el  hecho  es  seguro,  no  desmintió  en  sus  últi- 
mos años  la  reputación  tan  justamente  adquirida  (2).  De  exqui- 


(i)  Está  dentro  de  un  nicho  con  efigie  yacente  y  un  ángel  de  relieve  en  la 
urna,  leyéndose  en  ella  el  epitafio  que  sigue:  «Aquí  reposa  el  cuerpo  de  Andrés 
Pérez  beneficiado  que  fué  en  esta  iglesia,  el  que  dejó  aquí  una  memoria  de  tres 
misas  cada  semana  la  una  cantada,  y  un  hospital  junto  con  su  casa,  dotólo  todo 
de  sus  bienes;  falleció  á...  año  MDXl.» 

(2)  Llamábase  dicho  secretario  Sebastián  Cordero  de  Navares,  por  sobrenom- 
bre Santoyo  con  motivo  de  ser  hijo  de  aquel  pueblo.  Por  los  libros  de  fábrica 
consta  según  Ponz  que  la  del  retablo  duró  desde  i  570  hasta  i  583  y  que  en  ella 
trabajaron  los  artífices  Gabriel  Vázquez  de  Barreda,  Antonio  Calvo,  Miguel  Barre- 
da, Juan  Ortiz  y  Manuel  Alvarez.  De  Juan  de  Juní  no  aparece  en  las  citadas  cuen- 


FALENCIA  465 

sito  cincel  proceden  sin  duda  la  estatua  del  Bautista  colocada 
en  el  centro,  los  ocho  relieves  de  su  vida,  las  efigies  de  santos 
en  los  intercolumnios,  la  coronación  de  la  Virgen  puesta  arriba 
debajo  de  un  templete,  y  el  Calvario  y  las  figuras  alegóricas 
del  remate,  aunque  todo  ello  es  trabajo  excesivo  para  una  sola 
mano:  por  de  pronto  las  pinturas  de  los  costados  otro  las  hizo 
á  nuestro  entender.  La  arquitectura  del  retablo,  compuesto  de 
tres  órdenes  de  columnas  estriadas  jónicas  y  corintias  y  de  un 
tabernáculo  que  los  reproduce  en  pequeño,  no  desdice  de  la 
extraña  y  licenciosa  originalidad  que  caracteriza  y  aun  deslustra 
las  concepciones  del  célebre  escultor. 

En  el  camino  de  Santoyo  á  Astudillo,  tan  corto  como  es, 
brindónos  á  descansar  una  ermita ,  resto  único  de  un  pueblo 
llamado  Torre  Marte  que  desapareció  á  mediados  del  siglo  xvii. 
De  estructura  gótica  por  ñiera,  de  carácter  bizantino  en  el  inte- 
rior, presenta  en  los  ricos  capiteles  de  sus  columnas  singulares 
grupos  de  fieras  y  serpientes ,  y  conserva  un  pulpito  construido 
en  1490  con  el  antepecho  bordado  de  relieves  de  yeso  (i).  Co- 
piosas ofi'endas  rodean  la  antiquísima  efigie  del  Cristo,  más 
venerada  en  los  contornos  que  recomendable  por  el  mérito  de 
la  escultura  (2).  Otra  ermita  en  las  inmediaciones  de  Santoyo, 
la  de  Santa  Lucía  de  Guadilla,  remontaba  su  fundación  al 
año  1097,  si  no  miente  la  inscripción  que  hallamos  después  en 
un  libro  (3)  y  de  la  cual  nada  supimos  entonces,  tal  vez  por 
haber  ya  perecido  el  santuario. 


tas  memoria  alguna ;  y  así  la  opinión,  que  fundada  en  la  analogía  del  estilo  íe 
atribuye  aquella  obra,  no  pasa  de  ser  una  conjetura,  tan  equivocada  acaso  como 
la  que  supone  hecha  por  Berruguete  la  figura  principal  de  San  Juan,  olvidando 
que  aquel  artista  había  muerto  ya  nueve  años  antes,  en  1561.  En  concepto  de 
Ponz,  hizo  también  Juní  la  estatua  y  el  retablo  de  San  Andrés  colocado  en  un  bra- 
zo del  crucero.  ^ 

(i)  Por  su  parte  baja  corre  la  inscripción  siguiente:  «Esta  obra  se  fizo  año 
de  XC  en  que  se  ganó  Granada.»  Sin  embargo,  Granada  no  se  ganó  hasta  princi- 
pios del  1492. 

(2)  «Escelente  crucifijo  que  estiman  por  de  Gregorio  Hernández»  dice  el  viaje- 
ro Ponz  que  no  debió  verlo  seguramente, 

(3)  El  único  que  la  trae  y  aun  incompleta  es  Argáiz,  autor  de  poco  crédito,  y 

59 


4t)6  FALENCIA 

-■_■-  IIIIIBIIBB  II  II  I  ^ 

Llegamos  por  fin  á  Astudillo,  donáe  viven  los  recuerdos  de 
aquella  dama  hermosa  y  discreta,  digna  de  mejor  amante  que 
el  rey  D.  Pedro,  digna  del  cetro  si  no  lo  hubiera  ambicionado. 
La  curiosidad  nos  condujo  desde  luego  al  convento  de  Santa 
Clara  que  ella  ñmdó  y  que  escogió  para  su  humilde  sepultura 
al  cerrar  los  ojos  en  Sevilla  por  Julio  de  1361 :  interesábanos 
ver  la  tumba  donde  reposó  por  un  año  apenas  su  cadáver,  traído 
con  pompa  de  las  orillas  del  Guadalquivir  y  con  mayor  pompa 
devuelto  á  ellas,  después  que  el  monarca  se  propuso  hacerla 
reinar  postumamente  declarándola  ante  las  cortes  por  su  legíti- 
ma esposa.  Á  vista  de  una  gastada  urna  situada  junto  á  la  reja 
del  coro,  creímos  de  pronto  cumplir  nuestro  deseo;  mas  al 
acercarnos  reconocimos  sobre  la  cubierta  dos  toscos  bultos  de 
consortes  cuyo  nombre  se  ignora  (i),  y  se  nos  dijo  á  una  voz, 
desmintiendo  la  historia  y  metiéndonos  en  confusión,  que  no 
habían  sido  en  el  convento  depositados  los  restos  de  la  Padilla, 
sino  en  la  parroquia  de  Santa  María  en  la  capilla  de  la  nave 
derecha  (2).  Quedóse  muy  atrás  en  grandeza  la  fundación  de 
D.^  María  á  la  de  su  hija  Beatriz  en  Tordesillas :  la  iglesia  es 
desnuda  y  pobre,  y  sin  las  dos  góticas  ventanas  que  alumbra 
su  capilla  mayor  fabricada  de  cantería,  y  sin  las  armas  de  Cas- 
tilla pintadas  en  el  enmaderamiento  de  la  nave,  nadie  adivinara 
su  antigüedad  y  su  origen.  Dícese,  y  no  es  improbable,  que  la 
vicaría  del  convento  fué  palacio  que  habitó  á  veces  con  su  real 
amante  la  fundadora;  y  como  de  las  huellas  del  rey  justiciero 
brotan  por  do  quiera  las  tradiciones  populares,  muéstrase  una 
mano  con  lin  cordón  esculpida  en  el  dintel  de  una  casa  contigua, 
en  memoria  de  la  que  hizo  cortar  á  cierto  infiel  secretario. 


supliendo  sus  erratas  dice  así:  Era  TCXXXV  Ratmundus  episcofus  Palenline  sedis 
gratia  Dei  pontifex  hanc  hje... 

(1)  Esta  urna  estaba  antes  en  el  presbiterio  y  carece  de  epitafio. 

(2)  Si  padecen  equivocación  los  vecinos,  como  puede  suceder  tratándose  de 
hecho  tan  remoto,  acaso  nació  de  las  palabras  de  Mariana  que  titula  de  Santa  Ma- 
ría el  monasterio  en  qne  fué  enterrada  la  Padilla.  Pudo  también  ser  colocada  en 
dicha  parroquia  provisionalmente,  ínterin  se  le  construía  en  el  convento  un  de- 
cente sepulcro,  que  luego  se  excusó  por  la  traslación  del  cadáver  á  Sevilla. 


P  A  I-  E  N  C  I  A  467 


Desde  el  siglo  xi  en  que  la  menciona  una  escritura  de  Ve- 
remundo  III,  suena  ,Astudillo  en  la  historia  lo  bastante  para 
acreditar  su  existencia,  no  para  demostrar  que  tomara  parte 
activa  y  ruidosa  en  los  acontecimientos.  Dióse  en  arras  á  reinas, 
en  prenda  de  seguridad  á  infantes,  y  en  señorío  á  Ruy  Díaz  de 
Mendoza,  mayordomo  de  Juan  II  y  de  Enrique  IV,  que  la  trans- 
mitió á  sus  descendientes  los  condes  de  Castrojeriz.  Era  señor 
del  pueblo  á  mediados  del  siglo  xvi  Jerónimo  de  Reinoso,  padre 
de  D.  Francisco,  obispo  que  fué  de  Córdoba  á  fines  de  la  cen- 
turia, y  de  la  infeliz  D.*^  Catalina,  monja  de  Belén  en  Vallado- 
lid,  pervertida  por  los  errores  de  Cazalla,  que  expió  con  la  vida 
en  el  segundo  auto  de  fe  de  1559  (i).  La  Mota  ó  fortaleza  que 
la  dominaba  apenas  ha  dejado  vestigios,  y  á  sus  pies  se  excava 
el  cerro  para  formar  miserables  viviendas;  pero  todavía  defien- 
den el  pueblo  almenados  torreones  de  piedra  y  lienzos  de  mu- 
ralla, marcándose  las  cinco  puertas  de  su  recinto.  Por  su  impor- 
tancia y  por  su  crecido  vecindario  ha  merecido  obtener  el  rango 
de  cabeza  de  distrito.  Sus  tres  parroquias  se  titulan  Santa  Ma- 
ría, San  Pedro  y  Santa  Eugenia;  las  dos  primeras  de  dos  naves 
de  estilo  ojival  aunque  bajas  y  no  sin  resabios  bizantinos,  de  una 
sola  la  última  renovada  en  el  siglo  xvi,  todas  con  retablo  mayor 
de  apreciable  escultura,  gótico  ó  del  renacimiento.  Santa  María 
se  envanece  de  deber  su  fundación  á  la  insigne  reina  Berengue- 
la,  y  en  la  capilla  del  testero  de  una  de  sus  naves  contiene  una 
bella  estatua  tendida  de  un  comendador  de  Montemolín:  su 
torre,  como  la  de  Santa  Eugenia,  con  sus  multiplicadas  series 
de  arcos  uniformes  recuerda  la  extraña  fisonomía  de  la  de  San 
Benito  en  Valladolid. 


(i)  Su  madre  Juana  de  Baeza  descendía  de  judíos,  y  debió  ser  hija,  hermana  ó 
prima  del  contador  Baeza,  padre  de  D.*  Francisca  de  Zúñiga,  penitenciada  por  lu- 
terana en  el  primer  auto,  y  nieta  acaso  de  Juan  Rodríguez  de  Baeza,  preso  con  su 
mujer  por  judaizante  en  1488.  De  Astudillo  era  también  natural  Juan  Sánchez, 
criado  de  Pedro  de  Cazalla,  uno  de  los  más  activos  emisarios  de  la  nueva  herejía, 
de  carácter  é  instrucción  muy  superiores  á  su  clase,  según  aparece  del  lib.  IV, 
cap.  vil,  párrafo  3.**  de  los  Heterodoxos  españoles. 


468  FALENCIA 

Al  oriente  de  Astudillo  se  desliza  el  Pisuerga  por  los  once 
ojos  de  un  antiguo  y  grandioso  puente,  en  dirección  á  mediodía. 
Remontando  sus  márgenes  hallaríamos  á  Melgar  de  Yuso  vin- 
culado un  tiempo  en  los  primogénitos  de  la  casa  del  almirante 
Enríquez  con  título  de  condado,  y  el  famoso  puente  de  Hitero 
de  la  Vega,  adonde  fué  desde  el  África  conducido  hacia  1220 
el  cadáver  del  bullicioso  D.  Gonzalo  de  Lara,  vestido  con  el 
hábito  de  la  orden  de  San  Juan  cuya  era  la  encomienda  del 
pueblo,  y  en  donde  el  tiranuelo  Gonzalo  González  soltaba  el 
freno  á  los  crímenes  y  violencias  que  castigó  confiscando  sus 
bienes  Fernando  el  Santo  (i).  Al  contrario  siguiendo  la  corrien- 
te abajo  hubiéramos  visto  junto  á  otro  puente  á  Torquemada, 
la  segunda  villa  del  territorio  después  de  Astudillo,  marcada 
ya  según  conjeturas  en  los  itinerarios  romanos  (2),  esclarecida 
bajo  el  señorío  de  los  Sandovales  marqueses  de  Denia,  duques 
de  Lerma  más  adelante.  Esta  dependencia  hizo  escogerla  tal 
vez  para  habitación  de  la  reina  D.^  Juana,  de  quien  era  mayor- 
domo el  marqués  y  prima  su  consorte,  durante  el  primer  aflo 
de  su  viudez  inconsolable.  Tres  días  antes  de  la  navidad  de  1 506 
vino  de  Burgos,  siguiendo  constantemente  con  los  ojos,  por 
temor  de  que  se  lo  robaran,  el  féretro  del  Archiduque :  el  viaje 
hecho  de  noche  y  á  la  luz  de  las  antorchas  parecía,  más  bien 
que  el  de  una  corte  espléndida,  el  de  fúnebre  comitiva.  A  las 
tres  semanas,  en  14  de  Enero  de  1507,  dio  á  luz  no  sin  gran 
peligro  el  postumo  fruto  de  su  desgraciado  amor,  una  hija  por 
nombre  Catalina,  que  fué  reina  de  Portugal  y  esposa  de  Juan  III. 
Desde  el  apogeo  de  su  grandeza  había  recaído  el  trono  en  la 
miseria  de  sus  aciagas  menorías :  disputábanse  la  regencia  el 
Rey  Católico  desde  Ñapóles,  el  emperador  Maximiliano  desde 
Alemania,  y  aun  varios  príncipes  la  mano  de  la  pobre  loca  que 
empuñaba  el   más  poderoso  cetro  del  orbe ;  y  aquel  humilde 


(i)    Véase  atrás  la  nota  de  la  pág.  369. 

(2)    Méndez  Silva  la  reduce  á  Poria  Augusta^  otros  á  Antraca  y  otros  á  Bar- 
^iaciSy  nombradas  por  Tolomeo  entre  las  vacceas. 


P  A  L  E  N  C  1  A  4Ó9 

pueblo  era  el  foco  donde  se  cruzaban  todas  las  intrigas  y  ambi- 
ciones de  dentro  y  fuera.  A  cada  momento  se  temía  ver  con- 
vertidas sus  calles  en  sangrienta  liza  entre  el  duque  de  Nájera 
y  el  marqués  de  Villena,  jefes  del  partido  flamenco,  y  los  soste- 
nedores del  rey  Fernando  acaudillados  por  el  duque  de  Alba 
y  el  condestable ;  pero  la  impertérrita  energía  del  gran  Cisne- 
ros,  apoderado  de  la  iglesia,  hizo  salir  de  la  villa  las  tropas  de 
los  grandes,  no  permitiendo  desplegar  allí  otro  pendón  que  el 
de  la  reina.  La  peste  puso  cima  á  estos  trastornos,  obligando  á 
la  corte  á  mudarse  precipitadamente  desde  Torquemada  á  Hor- 
nillos. 

Pesábanos  de  no  recordar  en  los  lugares  mismos  estos  acon- 
tecimientos, y  de  no  ver  sobre  todo  aquella  parroquia  de  tres 
naves  que  pareció  al  viajero  Ponz  *de  excelente  construcción  en 
el  estilo  gótico  con  los  correspondientes  ornatos  en  su  línea.  > 
Pero  lo  avanzado  de  la  tarde  nos  obligó  á  regresar  directamente 
á  Falencia,  atravesando  un  extenso  páramo  de  dos  leguas  á  la 
luz  del  crepúsculo  y  andando  otras  tres  en  la  más  densa  oscu- 
ridad, absortos  y  casi  abrumados  por  las  impresiones  de  aquella 
fecunda  jornada. 


CAPITULO  VI 

Carrlón  y  su  distrito 

^^lETE  leguas  más  arriba  de  Falencia  baña  el  Carríón  la  villa 
h^de  su  nombre,  no  siendo  fácil  averiguar  sí  se  lo  ha  dado  ó 
si  de  ella  lo  ha  recibido.  Uno  y  otra  lo  llevan  de  muy  atrás, 
desde  que  en  el  siglo  ix  fueron  arrojados  más  allá  del  Duero 
los  musulmanes.  Cuéntase  que  la  población  se  lo  debe  á  unos 
carros,  que  introdujeron  por  sus  puertas  disfrazados  de  carbone- 
ros á  los  soldados  de  Alfonso  ei  Casto,  decididos  á  arrancarla 
del  poder  de  los  infieles;  y  de  esta  leyenda,  fundada  no  más  en 
una  arbitraria  etimología,  han  tomado  origen  sus  blasones..  Del 
controvertido  tributo  de  las  cien  doncellas  ha  nacido  otra,  que 
asegura  fueron  allí  libertadas  en  el  acto  de  la  entrega  por  la 
braveza  de  unos  toros,  que  acometieron  y  dispersaron  á  los 
bárbaros  cautivadores.  Lo  más  cierto  es  que  Alfonso  III  con- 
quistó ó  pobló  á  Carrión,  y  en  ella  se  encontraba  cuando  atentó 
contra  su  vida  su  servidor  Adanino,  de  quien  y  de  sus  hijos 


472  FALENCIA 


¡nocentes  ó  culpables  mandó  hacer  pronta  y  severa  justicia  (i). 
Aunque  tan  cercana  al  teatro  de  la  guerra  durante  el  siglo  x, 
no  la  hallamos  mezclada  en  sus  vicisitudes :  sólo  sabemos  que 
la  envolvió  en  sus  estragos  aquella  llama  misteriosa,  que  salien- 
do del  mar  en  i.°  de  Junio  de  939  devastó  toda  Castilla  desde 
Pancorvo  hasta  Zamora  (2). 

Hicieron  famosa  á  Carrión  los  condes  que  por  encomienda 
del  rey  ó  por  derecho  hereditario  gobernaban  aquel  país  desde 
los  montes  de  Liévana  hasta  Monzón,  y  con  su  residencia  pros- 
peró sobre  manera,  tomando  á  veces  de  su  iglesia  principal  el 
nombre  de  Santa  María  (3).  El  más  ilustre  de  su  linaje  fué  el 
conde  Gómez  Díaz  que  florecía  á  mediados  del  siglo  xi,  y  más 
ilustre  aún  su  esposa  D.*  Teresa  por  cuyas  venas  corría  la  san- 
gre de  los  reyes  (4).  Su  opulencia  y  su  piedad  se  desplegaron 
especialmente  en  la  fundación  del  monasterio  de  San  Zoilo,  cuyo 
cuerpo  trajo  de  Córdoba  su  primogénito  Fernán  Gómez,  como 
la  mayor  recompensa  de  los  servicios  que  había  prestado  al 
amir  en  las  guerras  con  sus  vecinos.  Numerosa  prole  nació  de 
este  consorcio,  cuatro  varones  y  cuatro  hembras  por  lo  menos, 
y  casi  todos  fenecieron,  alguno  peleando  gloriosamente  con  los 


(i)  Et  Carrionem  venit,  dice  Sampiro,  et  ibidem  servum  suum  Adamninum  cum 
filiis  suis  trucidari /ussit^  eo  quod  cogitaverai  in  necem  regís.  La  misma  cróni- 
ca, inserta  en  la  del  Silense,  en  vez  de  cum  filiis  suis  dice  á  filiis  suis ^  lo  cual  varia 
notablemente  el  sentido,  y  esta  versión  seguimos  en  el  tomo  de  Asturias  y  León^ 
cap.  VI,  I/  parte. 

(3)  He  aquí  cómo  describe  los  efectos  de  este  fenómeno  el  cronicón  Burgense: 
Era  DCCCCLXXVll  kaLj'unii  die  sabbati  hora  nona^  flamma  exivit  é  mari  et  incen- 
dit  plurimas  villas  et  urbes  et  homines  et  bestias ^  et  in  ipso  mari  j>innas  incendit^  et 
in  Zamora  unum  barrium  et  casas  piurimas,  et  in  Carrion  et  in  Castroxeriz  et  in 
Burgis  et  in  Berviesca  et  in  Calzada  et  Ponticorvo  et  in  Buradon  et  alias  plurimas 
villas.  En  los  mismos  términos  lo  refieren  los  anales  Compostelanos  y  el  cronicón 
de  Cárdena  en  prueba  del  pavoroso  recuerdo  que  dejó. 

(3)  El  autor  arábigo  Ibn-Khaldoun,  citado  por  Dozy,  dice  que  reinaban  los 
Beni-Gómez  en  el  país  que  se  dilata  entre  Zamora  y  Castilla  y  que  se  llamaba  San- 
ta María  su  capital. 

(4)  Biznieta  de  Veremundo  II  por  su  madre  Aldonza  y  por  su  abuela  Cristina 
la  hace  el  obispo  D.  Pelayo :  su  padre  Pelayo  el  Diácono,  hijo  de  Froila  y  su  abuelo 
materno  el  infante  Ordoño  el  Ciego,  hijo  de  Ramiro,  se  cree  fueron  nietos  del  rey 
Froila  II,  aunque  no  se  halla  expresado  en  dicha  genealogía.  Véase  la  nota  del 
cap.  XIII,  I.*  parte,  del  tomo  de  Asturias  y  León. 


P  A  L  E  N  C  I  A  473 

moros,  en  vida  de  su  generosa  madre,  que  llena  de  días,  de 
méritos  y  de  penas,  bajó  á  descansar  con  los  suyos  en  el 
año  1093.  En  ella  se  extinguió  la  familia  ó  cesó  de  ser  heredi- 
taria la  dignidad,  pues  en  los  años  adelante  vemos  al  célebre 
Pedro  Ansúrez  añadir  á  sus  títulos  el  de  conde  de  Carrión,  con 
indicios  irrefragables  del  señorío  que  ejerció  sobre  la  comar- 
ca (i). 

Ya  hemos  observado  que  las  tradiciones  valen  menos  á 
veces  que  la  historia ;  y  entre  los  auténticos  y  venerables  recuer- 
dos que  acabamos  de  consignar,  y  las  absurdas  consejas  que 
de  los  infantes  de  Carrión  refiere  la  crónica  hacia  el  mismo  tiem- 
po, no  es  dudosa  ciertamente  la  ventaja.  Que  los  dos  hermanos 
Diego  y  Fernando,  hijos  de  un  desconocido  conde  Gonzalo, 
casaran  por  codicia  con  las  hijas  del  Cid  D.^  Elvira  y  D.^  Sol, 
que  en  los  reales  de  Valencia  se  desdoraran  por  sus  cobardes 
hechos,  que  de  vuelta  á  Castilla  abandonaran  desnudas  á  sus 
esposas  en  los  bosques  de  Berlanga  después  de  azotarlas  cruel- 
mente, que  osando  presentarse  en  las  cortes  de  Toledo  rehuye- 
ran dar  satisfacción  de  su  indigno  agravio,  que  al  cabo,  no 
pudiendo  excusarla  más,  combatieran  ellos  y  su  tío  D.  Suero 
en  su  villa  condal  con  tres  guerreros  del  Campeador  y  salieran 
vencidos  del  palenque  sin  saberse  si  tuvieron  otro  castigo  que 
el  oprobio,  esto  más  bien  que  romance  caballeresco  parece  rela- 
ción de  bandidos,  en  la  cual  la  verosimilitud,  el  decoro  y  el  sen- 
tido común  resultan  á  la  vez  maltratados.  Sin  embargo  la  han 
acogido  por  genuina  nuestros  historiadores,  sin  averiguar  si  es 


(i)  Pruébanlo  las  escrituras  que  cita  Sandoval  en  sus  Cinco  Reyes ^  algunas 
anteriores  al  año  1093  en  que  falleció  D.'  Teresa,  lo  que  no  sabemos  explicar  de 
otro  modo  sino  que  por  muerte  de  los  dos  hijos  mayores  de  la  condesa  Fernando 
y  García  en  1083,  habría  de  confiar  el  rey  aquel  importante  gobierno  á  un  varón 
poderoso  y  guerrero  como  Ansúrez,  de  quien  no  se  sabe  por  otra  parte  que  tuvie- 
ra parentesco  alguno  con  los  Gómez.  Entre  las  iglesias  de  que  hizo  donación  á  la 
de  Valladolid  su  insigne  fundador  en  1095,  nombra  el  monasterio  de  San  Esteban 
de  Villoldo  en  el  término  de  Carrión,  y  cuantas  iglesias  existieren  allí,  y  la  de  San 
Pedro  dentro  de  la  ciudad  de  Santa  María,  que  no  es  otra  que  la  misma  villa  de 
Carrión. 

60 


474  FALENCIA 


compatible  con  los  tiempos,  con  los  lugares,  con  las  personas  á 
que  se  atribuye  (i). 

Mayor  interés  y  verdad  encierra  la  retirada  de  Alfonso  VI, 
que  vencido  segunda  vez  en  Golpejares  por  el  rey  de  Castilla 
su  hermano  y  perdido  su  reino  de  León,  buscó  asilo  dentro  de 
Carrión  en  el  templo  de  Santa  María,  y  allí  fué  preso  y  aherro- 
jado por  el  vencedor,  no  redimiendo  la  vida  sino  con  la  promesa 
de  meterse  monje  en  Sahagún  (2).  Cuando  volvió  á  reinar  tran- 
quilamente, en  1086,  otorgó  fueros  á  la  villa,  que  ya  los  había 
recibido  de  Alfonso  V,  su  abuelo,  iguales  ó  muy  parecidos  á  los 
de  León ;  y  estos  primitivos  confirmó  y  adicionó  la  reina  Urraca 
en  29  de  Setiembre  de  1 109.  Al  año  siguiente,  estallada  la  gue- 
rra entre  los  regios  consortes,  apoderóse  de  Carrión  Alfonso  el 


(i)  Basta  observar  que  en  la  época  de  las  supuestas  bodas,  hacia  el  1094  en 
que  fué  tomada  Valencia,  había  muerto  ya  el  conde  Fernando  Gómez  y  sus  herma- 
nos, y  que  nunca  llevaron  el  patronímico  de  González  que  el  poema  del  Cid  les 
atribuye,  si  bien  lo  de  infantes  pudiera  explicarse  por  la  real  alcurnia  materna.  La 
primera  en  referir  tales  sucesos,  omitidos  (no  hay  que  decirlo)  por  el  Silense,  por 
el  arzobispo  D.  Rodrigo  y  por  Lucas  de  Tuy,  pero  vulgarizados  por  los  cantares 
de  gesta,  fué  la  crónica  general  de  Alfonso  el  Sabio,  que  los  tomó  sin  duda  del 
poema  y  de  la  crónica  latina  del  Cid  Gesta  Roderici  campidocti^  no  siendo  de  ad- 
mirar el  acuerdo  que  reina  entre  estas  narraciones  y  las  demás  en  prosa  ó  verso 
más  ó  menos  antiguas  referentes  al  célebre  Campeador,  como  que  todas  proceden 
de  una  misma  fuente.  Vestidas  con  el  encanto  de  su  ingenua  sencillez  ó  de  su 
enérgica  aunque  ruda  poesía,  disimulan  en  parte  la  deformidad  del  cuento,  que 
en  una  historia  grave  como  la  de  Mariana  se  vuelve  insoportable.  Dozy  conjetura 
plausiblemente  que  esta  fábula  injuriosa  pudo  nacer  de  rivalidad  contra  la  familia 
leonesa  de  los  Gómez,  humillándola  respecto  del  héroe  de  Castilla,  pero  se  equi- 
voca en  hacerlos  distintos  de  los  descendientes  de  la  infanta  Cristina  y  del  infante 
Ordoño,  pues  se  juntaron  ambas  familias  mediante  el  enlace  de  Gómez  Díaz  y  Te- 
resa, padres  de  los  mal  traídos  infantes. 

(2)  Los  anales  Complutenses  fijan  esta  prisión  en  i  5  de  Julio  de  1 07 1 ,  el  cro- 
nicón de  Cárdena  en  1073,  y  siendo  así  hubiera  debido  ser  muy  al  principio  del 
año.  No  se  sabe  qué  pueblo  sea  Golpejares,  cuya  etimología  se  reconoce  en  el 
nombre  latino  de  Vulpecularia  que  le  da  D.  Rodrigo :  debió  estar  junto  á  Carrión  y 
á  la  orilla  de  su  río  como  dice  el  citado  arzobispo,  y  no  en  las  del  Pisuerga  donde 
ponen  los  anales  Toledanos  el  teatro  de  la  batalla  de  1071.  Según  D.  Rodrigo  y  el 
Tudense,  escapósele  á  Alfonso  la  victoria  de  las  manos  por  haber  prohibido  seguir 
al  alcance  á  los  enemigos  derrotados,  lo  cual  dio  lugar  al  rey  Sancho  por  consejo 
del  Cid  á  rehacer  sus  fuerzas  y  á  caer  de  rebato  sobre  los  descuidados  leoneses.  No 
es  forzoso  entender,  aunque  tampoco  lo  rechazamos,  que  fuera  preso  el  vencido 
dentro  del  mismo  templo,  pues  toda  la  villa  como  llevamos  dicho  se  llamaba  San- 
ta María. 


P  A  L  E  N  C  I  A  475 


Batallador,  y  al  abrigo  de  su  fortaleza  se  sostuvo  contra  el  país 
sublevado  en  torno,  haciéndola  su  cuartel  general,  unas  veces 
acorralado  en  sus  muros,  otras  lanzándose  desde  ellos  sobre 
Castilla  cual  torrente  devastador  (i).  Para  gobernarla  nombró 
con  título  de  conde  á  su  primo  Beltrán  de  Risnel  (2),  que  pa- 
sando á  ser  yerno  de  D.  Pedro  de  Lara,  contribuyó  acaso  á  traer 
al  servicio  del  rey  consorte  al  antiguo  amante  de  la  reina.  Tan 
hondas  raíces  echaron  allí  los  aragoneses,  que  en  1 1 26,  fallecida 
ya  D.^  Urraca,  aún  tremolaban  en  aquel  baluarte  sus  banderas, 
hasta  que  los  vecinos  llamando  á  su  señor  natural  Alfonso  VII 
le  rindieron  obediencia  sin  que  la  guarnición  osara  resistir. 

Sea  para  honrarla,  sea  para  extirpar  en  ella  todo  afecto  á  la 
dominación  pasada,  el  hijo  de  Urraca  visitó  á  menudo  la  reco- 
brada villa,  en  1 1 29  acompañado  del  arzobispo  de  Santiago, 
en  1 1 30  para  asistir  al  concilio  reunido  por  el  cardenal  Umberto, 
legado  apostólico.  No  era  el  primero  que  en  Carrión  se  celebra- 
ba, recordando  aún  sus  moradores  el  que  habían  visto  en  1 102 
presidido  por  Bernardo,  arzobispo  de  Toledo ;  pero  éste  por  el 
número  de  los  prelados  y  por  la  presencia  del  rey  y  de  sus  mag- 
nates fué  harto  más  solemne  y  ostentoso.  Abrióse  en  el  monas- 
terio de  San  Zoilo  á  4  de  Febrero,  y  en  él  fueron  depuestos  tres 
obispos,  los  de  León,  Oviedo  y  Salamanca,  por  justas  causas  que 
no  se  expresan,  todo  bajo  la  dirección  é  influencia  del  famoso 
Diego  Gelmírez,  alma  y  motor  de  aquella  asamblea  (3).  En  1 1 33 


(i)  De  los  capítulos  84,  8$  y  113  del  libro  I  de  la  Historia  Compostelana^  apa- 
rece que  la  reina  Urraca  por  los  años  de  1 1 1 3  había  recobrado  á  Carrión  y  perma- 
necía allí,  leyéndose  en  el  último  pasaje  lo  siguiente  :  Peracio  non  modici  temj>oris 
curriculo  regina  Urraca  Carrione  suscepta  esi  et  rex  Aragonensis  ex^ulsus  est, 
Pero  en  el  cap.  6  del  libro  11,  dice  que  en  1 1  1 8  el  monasterio  de  San  Zoilo  estaba 
otra  vez  en  poder  del  rey  de  Aragón.  De  que  los  aragoneses  poseyeron  á  Carrión 
hasta  el  1 1 26  nos  cerciora  la  crónica  latina  de  Alfonso  Vil,  núm.  3.° 

(2)  La  madre  del  conde  Beltrán,  Eliarda  de  Risnel,  era  sobrina  por  línea  ma- 
terna de  la  reina  Felicia,  madre  de  Alfonso  y  esposa  de  Sancho  de  Aragón.  Casó  el 
conde  en  segundas  nupcias  con  Elvira,  hija  de  D.  Pedro  de  Lara,  en  compañía  del 
cual  fué  preso  en  1 1  30  dentro  de  Palencia. 

(3)  Véanse  los  capítulos  14  y  i  $  del  lib.  III  de  la  Historia  Compostelana.  Pro- 
bablemente fueron  políticas  las  causas  de  la  deposición,  atendidas  las  prolongadas 


47^  '  P  A  L  E  N  C  I  A 


se  encontraba  otra  vez  allí  con  su  corte  el  soberano,  y  en  1 137 
recibió  en  aquellos  muros  á  su  cuñado  Ramón  Berenguer,  conde 
de  Barcelona,  recién  elevado  por  su  esposa  al  trono  de  Aragón, 
terminando  en  amistosas  conferencias  las  inveteradas  discordias 
de  ambos  reinos,  y  haciendo  reconocer  feudataria  de  Castilla 
toda  fci  región  situada  sobre  la  derecha  del  Ebro. 

Importantes  fueron  las  cortes  que  tuvo  en  Carrión  Alfon- 
so VIII  por  el  verano  de  1188,  pues  á  ellas  vino  llamado  Al- 
fonso IX  de  León  que  acababa  de  suceder  á  su  padre,  y  reconoció 
la  superioridad  de  su  primo  besándole  la  mano  y  recibiendo  de 
él  la  orden  de  caballería.  Otras  celebró  allí  el  mismo  rey  á  prin- 
cipios de  1 195  en  que  otorgó  fuero  á  los  pobladores  de  Nava- 
rrete:  luego  pasó  más  de  un  siglo  sin  presenciar  la  villa  reunio- 
nes semejantes,  hasta  que  en  13 13  el  infante  D.Juan  como  uno 
de  los  tutores  de  Alfonso ,XI  juntó  en  ella  á  los  procuradores  de 
su  bando.  Intrigas  para  alzarse  él  solo  con  la  regencia,  apuros  del 
erario,  descontento  de  los  ñjosdalgo  y  caballeros  por  la  rebaja 
de  los  acostamientos  que  tiraban,  trajeron  perturbadas  aquellas 
cortes,  tanto  que  vinieron  á.las  manos  los  quejosos  sobre  la  par- 
tición de  los  dineros  y  por  poco  ensangrentaron  la  real  morada, 
perdiendo  el  respeto  á  la  venerable  reina  D.^  María,  que  se  re- 
tiró ofendida  á  Falencia.  Sin  embargo,  en  1 3 1 7  residía  otra  vez 
en  Carrión  la  ilustre  gobernadora  con  su  coronado  nieto,  conce- 
diendo franquezas  á  la  villa  y  aprobando  los  capítulos  de  her- 
mandad formados  por  los  ricoshombres,  caballeros  y  procura- 
dores. 

Con  el  incendio  del  archivo  municipal  perecieron  á  la  entrada 
del  corriente  siglo  los  numerosos  privilegios  que  ennoblecieron 
á  Carrión:  consta  empero  que  Alfonso  el  Sabio  en  1255  le  hizo 


divisiones  del  reino,  en  las  cuales  figuró  tan  decididamente  el  arzobigpo  Gelmírcz. 
Los  prelados  depuestos  fueron  Diego  de  León  y  Juan  de  Salamanca :  el  de  Oviedo 
no  sabemos  si  fué  el  cronista  D.  Pelayo  ó  algún  otro  que  por  su  renuncia  le  hubie- 
ra sucedido,  pero  Roma  al  parecer  no  aprobó  el  acto  del  concilio,  pues  consideró 
intruso  al  nuevo  obispo  Alfonso,  como  indicamos  en  el  episcopologio  de  Oviedo, 
tomo  de  Asturias  y  León. 


FALENCIA  477 


gracia  del  portazgo  y  en  1277  la  eximió  de  tributo,  que  el  rey 
D.  Pedro  en  1360  le  confirmó  sus  libertades,  que  en  1464  la 
declaró  Enrique  IV  exenta  de  portazgos  en  todo  el  reino,  y  de 
alojamiento  de  tropas  el  Rey  Católico  en  1509.  La  prerrogativa 
que  más  arguye  el  aprecio  de  los  reyes  fijé  la  que  en  1295  ^^ 
otorgó  Fernando  IV  ó  méis  bien  su  madre,  de  no  ser  jamás  ena- 
genada  ni  desprendida  de  la  corona ;  y  aunque  la  olvidó  Enrique 
de  Trastamara  dando  en  1366  el  señorío  del  pueblo  á  Hugo 
Carbolayo,  uno  de  los  compañeros  del  firancés  Duguesclin,  cadu- 
có con  la  derrota  de  Nájera  esta  merced,  y  robusteció  Juan  II 
en  141 5  la  solemne  promesa,  permitiendo  á  la  villa  resistir  con 
armas  toda  entrega  á  otro  dueño  sin  que  incurriese  en  la  nota 
de  rebeldía.  Sin  fiíerzas  debió  hallarse  de  seguro  para  rechazar 
al  conde  de  Benavente,  cuando  se  apoderó  de  ella  en  1472  apro- 
vechándose de  la  flojedad  de  Enrique  IV  y  convirtió  en  cindadela 
su  parte  superior  á  fin  de  dominarla  á  la  vez  que  defenderla; 
pero  libertáronla  los  celos  del  conde  de  Treviño  y  del  marqués 
de  Santillana  que  tenían  allá  dentro  solares  y  tumbas  de  sus 
ascendientes.  Sitió  el  primero  la  fortaleza  en  1474,  acudió  el 
segundo  para  favorecerle  y  para  vigilarle  á  un  tiempo,  pues  temía 
de  la  ambición  de  su  aliado  no  guardara  para  sí  la  presa,  apoyá- 
banlos contra  el  de  Benavente  los  príncipes  D.^  Isabel  y  D.  Fer- 
nando ;  y  he  aquí  que  en  lo  más  inminente  del  choque  vino  á 
pacificarlos  el  rey  Enrique  menos  indolente  que  de  costumbre, 
devolviendo  á  Carrión  la  independencia,  y  mandando  reparar 
sus  antiguos  muros  y  demoler  el  nuevo  fuerte  levantado  para 
oprimirla. 

De  aquellos  permanecen  restos  considerables  por  el  lado  de 
oriente,  y  junto  á  Santa  María  un  arco  apuntado  con  ruinas  de 
torreón,  además  de  algún  otro  situado  muy  adentro  de  la  villa. 
Cuéntase  que  un  tiempo  se  dividía  en  dos  barrios  cerrados,  re- 
gido cada  cual  por  su  conde,  suponiendo  que  había  dos;  y  si  no 
fuera  exagerada  la  cifra  de  doce  mil  vecinos  que  se  atribuye  á 
su  población  antigua,  mientras  ahora  no  cuenta  más  de  seiscien- 


^jS  FALENCIA 


tos,  tendría  que  haber  menguado  mucho  su  recinto  en  vez  de 
dilatarse  progresivamente.  Su  bajo  caserío,  fabricado  de  tierra 
en  su  mayor  parte  y  con  vastos  corrales,  se  aviene  mejor  á  su 
actual  condición  labríega  que  al  brillo  de  su  pasada  historia ;  é 
inútil  es  buscar  las  distinguidas  mansiones  que  por  su  naturaleza 
ó  por  la  cercanía  de  sus  dominios  en  Campos  poseían  en  ella 
muchos  señores  de  Castilla.  Las  torres  mismas  de  sus  numero- 
sos templos  apenas  sobresalen  ni  realzan  su  perspectiva,  ora  se 
la  contemple  desde  las  áridas  cuestas  que  limitan  por  tres  lados 
su  horizonte,  ora  elevada  al  occidente  desde  las  márgenes  del 
río,  tan  escasas  de  verdor  como  lo  está  de  aguas  por  lo  común 
el  ancho  cauce. 

El  magnífico  puente  de  nueve  arcos,  que  lo  atraviesa,  la  tra- 
dición lo  remonta  con  harta  facilidad  á  la  época  de  la  ilustre 
fundadora  de  San  Zoilo,  á  quien  Carrión,  como  Valladolid  á  Pe- 
dro Ansúrez,  se  complace  en  deber  todo  lo  que  conserva  de 
antiguo  y  grandioso.  Poco  es  ello  en  el  orden  civil,  porque  del 
palacio  de  los  condes  nada  existe,  sabiéndose  por  memorias  más 
que  por  vestigios  su  situación  al  extremo  del  Pradillo  sobre  la 
pendiente  del  ribazo  izquierdo.  Yace  arruinado  el  célebre  hospi- 
tal de  la  Herrada,  erigido  para  hospedar  á  los  peregrinos  de 
Compostela,  no  por  la  ínclita  D.*  Teresa,  sino  por  Gonzalo  Ruiz 
Girón,  mayordomo  del  rey  á  la  entrada  del  siglo  xiii  (i).  De  las 
suntuosas  casas  consistoriales  queda  solamente  la  fachada  con 
varios  arcos  en  el  cuerpo  bajo  y  sobre  el  del  centro  un  grande 
escudo  de  armas  imperial,  formando  su  coronamiento  una  gale- 
ría de  gótico  carácter ;  pero  las  llamas  que  en  1 8 1 1  abrasaron 
el  edificio  con  otros  principales  no  hay  que  imputarlas  esta  vez 
á  los  franceses;  fueron  imprudentes  guerrilleros  españoles  al 


(i)  Cita  Pulgar  con  referencia  al  Dr.  Gudiel  cinco  escrituras  de  los  años  1 209, 
I  2 1 2,  1222,  1224  y  1 226,  mediante  las  cuales  el  ascendiente  de  los  Girones  dotó 
con  opulencia  dicho  hospital  situado  en  el  camino  llamado  francés^  por  ser  el  de 
Santiago  á  Francia.  Titulóse  hospital  de  Gonzalo  kuiz  antes  que  el  vulgo  lo  deno- 
minase de  la  Herrada,  por  la  que  había  á  la  puerta  para  dar  de  beber  á  los  ro- 
meros. 


FALENCIA  479 

mando  de  un  Santos  Padilla,  los  que  á  trueque  de  desalojar  al 
enemigo  de  Carrión  incendiaron  sus  mejores  monumentos  y  poco 
faltó  para  que  la  redujeran  toda  á  cenizas. 

Entre  las  parroquias  de  la  villa,  que  formaban  el  cabildo 
llamado  de  los  Veinte  ^  obtiene  cierta  preeminencia  la  de  Santa 
María  del  Camino^  iglesia  venerable,  puramente  románica,  que 
en  el  siglo  xi  daba  su  nombre  á  la  población.  Su  portada  prin- 
cipal no  es  la  que  á  sus  pies  se  encuentra  tapiada  sin  más  ador- 
no que  dos  columnas  y  una  imagen  antiquísima  de  la  Virgen, 
sino  la  del  costado  metida  entre  dos  arbotantes  y  cubierta  en 
tiempo  harto  más  reciente  con  un  pórtico  de  techumbre  arteso- 
nada.  En  los  arcos  concéntricos  de  medio  punto  que  apoyan 
sobre  capiteles  labrados  de  figuras,  alternan  con  las  orlas  aje- 
drezadas tosca  guirnalda  de  pámpanos  y  racimos  y  una  serie 
de  personas  en  diversas  actitudes  y  de  incierto  significado.  Pero 
el  ancho  friso  de  escultura  colocado  más  arriba,  presenta  aún 
más  difícil  problema;  pues  si  bien  el  coronado  personaje  sentado 
en  el  centro  sobre  simbólicos  animales  y  blandiendo  la  espada 
designa  sin  duda  al  Rey  de  los  cielos,  y  en  los  tres  jinetes  que 
se  dirigen  hacia  la  Virgen  y  el  Niño,  vemos  figurada  la  adora- 
ción de  los  Magos,  confesamos  no  acertar  con  el  sentido  que 
encierran  las  maltratadas  imágenes  del  otro  extremo,  entre  las 
cuales  se  nota  un  obispo.  Á  los  lados  del  friso  resaltan  dos  ca- 
balleros, uno  montado  en  un  corcel ,  otro  en  una  fiera  muy 
brava;  y  en  ellos  y  en  las  rudas  cabezas  de  toro  que  sirven  de 
impostas  al  arquivolto  interior,  y  en  las  doncellas  dudosamente 
esculpidas  en  un  capitel,  ha  pretendido  leerse  auténtico  y  com- 
probado el  hecho  milagroso  que  se  supone  acontecido  en  aquel 
lugar  antes  de  la  erección  del  templo,  y  que  siglos  hace  se  ce- 
lebra con  anuales  funciones  como  anulación  sobrenatural  del 
infame  convenio  de  Mauregato  (i). 


(i)    No  hemos  sabido  ver  en  dichos  relieves  tan  claramente  co^io  otros  la  re- 
presentación de  los  moros  y  doncellas  ni  menos  las  calaveras  de  toros  que  Ponz 


480  FALENCIA 


En  el  testero  de  la  nave  de  la  epístola  hay  una  capilla  de- 
dicada á  Nuestra  Señora  de  la  Victoria,  conservando  por  fuera 
toda  la  rudeza  de  su  ábside,  y  recordando  adentro  el  sonado 
prodigio  por  medio  de  un  cuadro  moderno  de  escasa  fe  y  de 
mérito  aún  más  escaso  (i).  Es  la  iglesia,  aunque  de  tres  naves, 
de  reducidas  dimensiones,  desnuda  de  ornato  y  hasta  sin  colum- 
nas que  revistan  sus  gruesos  pilares,  pero  gentil  y  elevada  en 
su  nave  central  respecto  de  las  menores,  muy  caracterizada  por 
el  semicírculo  de  sus  arcos  de  comunicación  y  ventanas,  noto- 
riamente clasifícable  entre  las  construcciones  bizantinas  del  pri- 
mer período.  El  crucero  admitió  posteriormente  arcos  y  bóvedas 
ojivales,  y  después  bajo  la  influencia  del  barroquismo  sufrió  la 
capilla  mayor  una  renovación  completa,  de  la  cual  no  escapó 
más  que  el  arco  de  entrada  con  sus  columnas  y  gruesos  capite- 
les; un  pesado  cimborio  cobija  el  presbiterio,  costeado  en  mal 
hora  por  el  obispo  de  Falencia  Molino  Navarrete,  cuya  efigie 
de  mármol  arrodillada  ocupa  un  nicho  alto  enfrente  de  las  de 
sus  padres. 

Juntas  sucumbieron  en  la  catástrofe  de  1 8 1 1  la  torre  de 
piedra  de  Santa  María  y  la  parroquia  de  Santiago,  sita  en  fren- 
te de  la  plaza  Mayor  cerca  del  derruido  consistorio.  Reedificada 
después  en  1849,  toda  nueva  y  desmantelada  por  dentro,  vive 
para  el  culto,  pero  ha  muerto  para  el  arte;  y  los  ábsides  latera- 
les y  algunos  capiteles  que  subsisten  acrecientan  el  sentimiento 
de  su  pérdida.  Por  fortuna  el  fuego  respetó  su  fachada,  que 
aunque  baja  y  modesta  en  sí  y  mal '  acompañada  de  una  torre 
de  ladrillo  ni  antigua  ni  elegante,  ofrece  ejemplos  curiosos  para 
el  estudio  de  la  escultura  bizantina.  Las  dos  columnas ,  de  que 
consta  únicamente  el  portal  semicircular,  llevan  en  sus  fustes 


descubrió  en  el  friso,  siendo  por  otra  parte  muy  fácil  que  la  leyenda  se  forjara 
sobre  la  escultura. 

(i)  En  dicha  capilla  existe  un  sepulcro  con  estatua  yacente  de  sacerdote  y  á 
sus  pies  la  de  un  paje  también  tendida,  leyéndose  en  caracteres  góticos  lo  siguien- 
te: «Aquí  está  sepultado  el  discreto  varón  licenciado  Juan  de  Paz, el  qual  acabó  su 
vida  dia  de  Santa  Clara  año  de  MDXIIII.» 


FALENCIA  481 

estrías  oblicuas  sembradas  de  'florones  en  los  intermedios,  é 
imágenes  en  los  capiteles :  el  arquivolto  está  cuajado  de  figuras 
sentadas  en  ademán  de  ejercer  varios  oficios,  algunas  de  ellas 


CARRIÓN.  — Iglesia  de  Santiago  -"^^^^l^ 


difíciles  de  comprender  por  su  rudeza  y  por  su  deterioro.  En 
medio  del  friso,  que  corre  por  debajo  del  alero,  aparece  la  im- 
ponente efigie  del  Salvador  vestido  con  túnica  y  manto  de  ricas 
guarniciones  y  rodeado  por  los  místicos  emblemas  de  los  cuatro 
evangelistas,  y  á  los  lados  se  extienden  en  dos  alas  los  após- 
toles, figuras  tiesas,  amaneradas  en  los  pliegues  de  sus  ropas, 


deformes  y  hasta  bárbaras,  si  se  quiere,  en  sus  proporciones  y 
dibujo,  y  sin  embargo  inapreciables  para  la  historia  del  arte  en 
el  siglo  XI:  lástima  que  descabezadas  en  su  mayor  parte  por  los 
vándalos  modernos,  les  falte  la  expresión  contemplativa  del 
semblante  que  aumentaría  lo  rígido  de  su  actitud. 


CARRIÓN.— Escultura  central  de  la  Iglesia    de  Santiago 

Al  mirador  que  domina  el  río  y  la  vega  se  asoman  dos  pa- 
rroquias; San  Andrés,  compuesta  de  tres  naves  de  igual  altura 
y  sostenida  por  elevadas  columnas  cilindricas  al  estilo  del  rena- 
cimiento, y  nuestra  Señora  de  Belén  fabricada  también  en  el 
siglo  XVI,  pero  reducida  y  de  una  sola  nave,  con  su  torre  de 
piedra,  junto  al  destruido  palacio  condal.  En  aquella,  dentro  de 
un  nicho  de  orden  jónico  se  ve  reclinada  la  estatua  del  obispo 
de  Guadix,  Melchor  Alvarez  de  Bozmedíano,  enviado  en  calidad 
de  teólogo  al  concilio  de  Trento;  en  esta  el  bulto  yacente  de 
Fernando  D(ez,  canónigo  de  Alcalá  fallecido  en  1556.  La  de 
San  Julián  está  renovada  por  completo ,  lo  mismo  que  la  de 


FALENCIA  483 

San  Juan  del  Mercado,  cuya  baja  torre  se  señala  por  los  arcos 
menores  abiertos  en  sus  cuatro  muros  á  uno  y  otro  lado  del 
principal.  Además  de  estas  seis  parroquias  y  de  las  dos  ó  tres 
de  sus  afueras,  contenía  la  villa  alguna  otra  en  su  recinto,  una 
de  ellas  la  de  San  Pedro  y  San  Pablo  cedida  en  1 5  2  7  á  los  do- 
minicos por  el  obispo  Sarmiento,  la  misma  tal  vez  que  ya 
en  1095  había  sometido  el  conde  Ansúrez  á  Santa  María  de 
Valladolid.  La  iglesia  con  el  convento  fué  otra  de  las  víctimas 
del  incendio  mencionado ;  la  de  San  Francisco  se  hunde  en  el 
abandono,  si  no  se  ha  hundido  ya,  sin  haber  bastado  á  salvarla 
las  sepulturas  de  los  Vegas  y  Cisneros,  á  cuyos  huesos  ha  ca- 
bido acaso  suerte  peor  que  la  que  les  reservaba  en  1474  el 
conde  de  Benavente  provocando  la  cólera  de  su  heredero  el 
marqués  de  Santillana  (i). 

Santa  Clara ,  único  convento  de  religiosas  después  de  la 
supresión  del  de  Santa  Isabel,  ofrece  una  linda  portada  de  pi- 
lastras dóricas  en  el  primer  cuerpo,  y  corintias  en  el  segundo, 
y  en  este  tres  nichos  con  estatuas  correspondientes  á  los  arcos 
inferiores.  En  el  siglo  xvii  se  renovó  la  iglesia  puesta  bajo  el 
patronato  de  los  condes  de  Osorno,  á  cuya  familia  pertenece  la 
ilustre  dama  que  yace  en  labrada  urna,  representada  con  her- 
moso semblante  y  honestas  tocas  (2). 

Resta  sólo  atravesar  el  puente  y  seguir  una  frondosa  ala- 
meda sobre  la  margen  derecha  del  río  para  hallamos  enfrente 
del  monasterio  que  constituye  la  mayor  celebridad  de  Carrión 
y  absorbe  casi  sus  recuerdos  y  grandezas.  De  las  dependencias 


(i)  Como  en  razón  de  tener  allí  enterrados  á  sus  ascendientes  se  interesara  el 
marqués  por  la  libertad  de  Carrión,  mandó  decir  el  conde  á  su  adversario  que 
recogería  los  huesos  de  aquellos  y  se  los  enviaría  en  una  espuerta  para  que  los 
reuniese  con  los  de  los  otros  en  San  Francisco  de  Guadalajara,  insolente  reto  que 
produjo  el  rompimiento  de  hostilidades. 

(3)  El  epitaño  está  colocado  de  manera  que  sólo  puede  leerse  «condesa  de 
Osorno,  mujer  del  Sr.  Gómez  Carrillo.»  No  habiendo  habido  otro  enlace  en  lalínea 
de  los  condes  de  Osorno  con  los  Carrillos  que  el  de  Aldonza  Manrique,  hija  del 
primer  conde  Gabriel  con  Gómez  Carrillo,  señor  de  Pinto  en  la  última  mitad  del 
siglo  XV,  sólo  á  ella  puede  referirse  el  sepulcro  y  la  figura,  constando  por  otra 
-parte  que  tuvo  dicha  Aldonza  una  hermana,  Beatriz,  abadesa  de  aquel  convento. 


484  FALENCIA 


de  San  Zoilo  formóse  tiempo  hace  un  barrio  á  su  alrededor,  al 
cual  sirvió  siempre  de  parroquia  una  capilla  de  su  templo  pues- 
ta bajo  la  advocación  de  la  Magdalena.  Pero  no  descuella  el 
edificio  sobre  los  subditos  hogares  con  la  majestad  de  las  anti- 
guas abadías;  vasto  y  regular  como  un  cuartel,  presenta  en  sus 
líneas  la  más  insípida  igualdad  y  la  más  completa  desnudez  en 
todo  su  exterior.  Solamente  para  hacer  alarde  de  sus  locuras 
se  reservó  el  churriguerismo  la  portada  de  la  iglesia,  donde 
vestido  á  lo  Luís  XIV  aparece  el  joven  mártir  cordobés  en  me- 
dio de  San  Félix  y  San  Juan  Bautista,  y  en  lo  más  alto,  encima 
de  un  escudo  real  y  de  San  Benito,  el  arcángel  San  Miguel  entre 
ridiculas  hojarascas  y  cogollos.  La  del  convento  algo  más  arre- 
glada consiste  en  pareadas  columnas  jónicas  con  un  frontispicio 
triangular;  de  la  primitiva  fábrica  de  piedra  no  queda  más  que 
el  basamento  de  la  torre  incrustada  en  la  nueva  obra  de  ladrillo 
con  su  ventana  bizantina,  y  al  otro  lado  una  cornisa  de  tablero. 
Ignoramos  qué  incendio  ó  qué  ruina  hizo  necesaria  la  reedi- 
ficación del  augusto  templo  románico,  ó  qué  capricho  ó  libera- 
lidad mal  inspirada  la  acometieron  voluntariamente ;  ignoramos 
la  época  precisa  en  que  se  hizo,  que  hubo  dé  ser  entre  fines 
del  siglo  XVII  y  principios  del  inmediato;  ignoramos  sobre  todo 
el  nombre  del  que  la  dirigió,  y  tampoco  hemos  cuidado  de  sa- 
berlo para  no  tener  que  entregarlo  á  la  execración  ó  al  despre- 
cio de  la  posteridad.  La  iglesia  de  San  Zoilo  no  es  simplemente 
greco-romana,  ni  barroca,  ni  de  un  dórico  mal  entendido  en 
expresión  de  Ponz ;  ningún  género  de  arquitectura  deshonra, 
porque  á  ninguno  pertenece;  y  á  pesar  de  componerse  de  nave, 
crucero,  cimborio  y  capilla  mayor,  que  no  forma  ábside  de  nin- 
guna clase,  más  que  iglesia  parece  sala,  destinable  á  cualquier 
objeto  menos  al  culto.  Al  retablo  que  poseía  del  siglo  xvi  re- 
emplaza un  moderno  é  insignificante  tabernáculo,  y  á  las  anti- 
guas urnas  de  los  cuerpos  santos  otras  sin  mérito  ni  riqueza  (i): 


(i)    Las  antiguas,  según  las  describe  Morales  en  su  Vio^e  Sanio ^  eran  dos,  de 


P  A  L  E  N  C  I  A  485 

la  sillería  del  coro  bajo  que  rodea  el  altar  carece  de  adorno,  y 
la  del  coro  alto  situado  á  los  pies  de  la  iglesia,  á  pesar  de  su 
Hombradía,  no  la  merece  sino  por  la  calidad  de  la  madera,  á 
menos  que  la  haya  alcanzado  por  las  columnas  salomónicas  de 
su  segundo  cuerpo. 

En  un  campo  de  ruinas  costara  menor  esfuerzo  alimentar  la 
fantasía  con  las  memorias  de  aquella  casa  venerable  y  recons- 
truirla idealmente,  que  en  medio  de  un  conjunto  de  objetos  tan 
blanqueados,  tan  nuevos,  tan  disonantes.  Existía  ya  en  1047 
dedicada  á  San  Zoilo  y  á  San  Félix  igualmente  que  al  Bautista, 
si  no  está  errada  la  fecha  de  la  donación  que  le  otorgaron  Gó- 
mez Díaz  y  Teresa  ( i ) ;  pero  la  traslación  de  las  preciosas  reli- 
quias desde  Córdoba  la  atribuyen  las  crónicas  de  la  orden  á 
Femando,  hijo  de  los  condes,  que  por  aquellos  años  no  se  ha- 
llaba todavía  en  edad  de  obtener  con  sus  proezas  la  gracia  del 
rey  sarraceno  y  la  concesión  de  aquel  tesoro.  Yacían  en  la  ciu- 
dad de  los  califas  los  restos  de  Zoilo,  noble  mancebo  degollado 
después  de  sufrir  los  tormentos  más  atroces  en  una  de  las  per- 
secuciones del  Imperio ;  y  una  revelación  divina  los  había  des- 
cubierto, reinando  Sisebuto,  al  obispo  Agapio,  quien  sacándolos 
del  viejo  cementerio  pagano,  los  sepultó  honrosamente  en  una 
pequeña  iglesia  de  San  Félix.  Este  fué  el  botín  que  desprecian- 
do el  oro  y  la  plata  pidió  al  asombrado  amir  el  joven  caballero 
cristiano;  y  á  él  se  agregaron,  según  las  tradiciones  monásticas, 
el  cuerpo  de  un  San  Félix,  probablemente  el  titular  del  templo 


madera,  cubiertas  de  planchas  de  plata  de  obra  antiquísima,  doradas  en  unas  par- 
tes y  por  la  frontera  labradas  con  algunas  imágenes  de  más  que  medio  relieve; 
había  en  ellas  muchos  engastes  con  piedras,  algunas  muy  grandes  y  todas  falsas 
al  parecer.  Carecían  de  cerradura,  y  para  abrirlas  era  necesario  deshacer  la  cha- 
pería, lo  cual,  como  aseguraban  los  monjes,  jamás  hasta  aquella  época  se  había 
practicado. 

(i)  Tráela  Yepes,  pero  sospecha  Flórez  que  hay  equivocación  en  la  data,  pues 
el  día  de  la  semana  no  conviene  con  la  letra  dominical  de  aquel  año.  Faltan  datos 
para  afirmar  que  el  monasterio  existiese  antes  de  la  llegada  del  cuerpo  de  San 
Zoilo,  bajo  la  advocación  de  San  Juan,  pues  no  basta  para  probarlo  el  libro  de  con- 
cilios que  poseía  y  que  cita  Morales,  empezado  en  948  y  perteneciente  al  abad 
Teodomiro,  toda  vez  que  no  consta  el  lugar  de  su  procedencia. 


486  FALENCIA 


que  había  recibido  el  de  San  Zoilo,  el  de  Agapio  que  lo  había 
encontrado,  y  hasta  los  objetos  que  rodeaban  su  sepulcro  (i). 
Atravesó  incólume  regiones  infieles  y  desiertos  países  la  piado- 
sa comitiva,  abriéndose  de  mañana  por  sí  mismas  las  puertas 
de  los  lugares  cercados  donde  pernoctaba;  y  después  de  insta- 
lados en  el  monasterio  los  sagrados  huesos,  sea  que  lo  hallaran 
ya  fundado,  sea  que  dieran  motivo  á  su  erección,  continuaron 
más  frecuentes  los  prodigios,  como  si  se  alegrasen  de  su  nueva 
morada  y  agradeciesen  el  rescate  y  la  hospitalidad. 

A  excepción  de  Sahagún  no  tuvieron  en  Castilla  los  bene- 
dictinos fundación  más  grandiosa  y  rica  que  la  de  San  Zoilo  y 
de  la  cual  dependieran  mayor  número  de  prioratos.  Del  primer 
edificio  nada  sabemos,  pero  debió  corresponder  á  su  lustre  y 
opulencia,  que  no  se  formó  gradualmente  con  adquisiciones  su- 
cesivas, sino  que  se  desplegó  toda  de  una  vez  bajo  la  protección 
liberalísima  de  la  condesa.  Sin  embargo  es  fama  que  á  sus  vir- 
tudes más  que  á  sus  dones  y  beneficios  debió  la  noble  Teresa 
el  honor  de  ser  trasladada,  desde  el  atrio  donde  yacía  con  su 


(i)  ai  abrirse  la  urna  en  el  año  de  1 600  hallóse  dentro  de  ella  un  pergamino 
con  la  siguiente  letra,  cuyo  lenguaje  parece  del  siglo  xv.  «Aquí  yace  el  cuerpo  de 
S.  Zoil  todo  e  la  camisa  e  la  saya  en  que  fue  martirizado  e  la  su  cinta  e  la  tierra  de 
la  su  fuesa  e  la  tierra  de  huesos  menudos  en  otro  palio  e  las  candelas  que  ardían 
sobre,  la  su  fuesa  por  la  gracia  de  Dios  porque  los  cuendes  hallaron  el  cuerpo  de 
S.  Zoel.»  Mucho  se  ha  debatido  si  el  San  Félix  de  que  se  trata  es  el  llamado  de 
Alcalá,  monje  degollado  bajoja  dominación  de  los  sarracenos  que  quemaron  y 
echaron  al  río  su  cadáver,  ó  el  marido  de  Liliosa  y  amigo  de  Aurelio,  martirizado 
también  en  Córdoba  hacia  el  mismo  tiempo:  pero  supuesto  que  el  cronicón  Cerra- 
tense  nos  habla  de  otro  San  Félix  muy  anterior  á  éstos,  pues  tenía  ya  templo  eri- 
gido en  la  época  de  los  godos,  cPor  qué  no  había  de  ser  su  cuerpo  más  bien  que 
el  de  los  otros  el  que  acompañara  en  su  traslación  al  de  San  Zoilo  al  cual  había 
dado  hospedaje,  como  le  siguió  el  de  Agapio  y  cuánto  tenía  relación  con  el  santo, 
hasta  las  velas  del  sepulcro  según  hemos  visto?  Extrañamos  que  á  Morales,  á 
Yepes  y  sobre  todo  á  Flórez  no  se  ocurriera  esta  solución  tan  natural  á  los  nume- 
rosos obstáculos  con  que  tropiezan  en  sus  encontradas  opiniones.  El  año  fijo  de 
la  traslación  no  puede  averiguarse  por  la  expedición  de  Fernando  Gómez  en  favor 
del  rey  de  Córdoba,  pues  eran  frecuentes  los.  casos  en  que  los  amires  se  valían  de 
auxiliares  cristianos  en  sus  guerras  intestinas;  conjeturamos  empero  que  coinci- 
dió con  el  reinado  de  Muhamad-ben-Jehwar  (de  1044  á  1061),  combatido  sin  tre- 
gua por  el  de  Toledo  y  despojado  al  fin  por  su  pérfido  aliado  el  de  Sevilla,  al  cual 
ayudaban  los  cristianos  de  Aragón  y  Cataluña  como  al  de  Toledo  los  gallegos  y 
castellanos. 


FALENCIA  ^87 

marido,  al  sagrado  recinto  del  templo,  cuando  en  él  se  rehusaba 
todavía  sepultura  á  los  mismos  patronos  y  sólo  se  concedía  á 
los  santos  y  escogidos  de  Dios.  Y  por  santa  se  tuvo  y  hasta 
milagros  se  atribuyeron  á  aquella  insigne  mujer,  querida  del 
Señor  y  digna  de  ser  llorada  por  los  hombres ^  avara  consigo  y 
pródiga  con  los  pobres^  como  dice  el  epitafio  que  cuenta  por 
obras  suyas  la  iglesia,  el  puente  y  un  cómodo  albergue  para  los 
peregrinos  (i). 

Los  demás  sepulcros  de  la  familia  quedaron  en  la  galilea^ 
nombre  dado  á  veces  en  la  Edad  media  al  pórtico  de  los  monas- 
terios (2).  Su  lugar  lo  ocupa  probablemente  el  moderno  pan- 
teón, que  hoy  trocada  la  distribución  del  edificio  comunica  con 
la  iglesia  por  debajo  del  coro;  pues  detrás  de  los  importunos 
tabiques  pudimos  vislumbrar  por  una  abertura  ocho  antiguos 
sarcófagos  dispuestos  uno  encima  de  otro,  cuatro  á  cada  lado  (3). 


(i)  Los  dísticos  del  epitafio,  harto  correctos  en  el  metro  y  en  el  estilo  para 
ser  del  siglo  xi,  se  pusieron  probablemente  al  trasladarse  el  entierro  de  la  conde- 
sa desde  el  atrio  al  templo  hacia  el  xiv  ó  xv.  Morales  dice  que  el  sepulcro  era  sun- 
tuoso aunque  llano  ¡unto  al  altar  mayor :  ahora  está  en  alto  á  un  lado  del  mismo. 
En  la  fecha  del  óbito  se  equivocó  transcribiendo  era  MXCV  en  lugar  de  MCXXXI, 
como  enmendó  bien  Sandoval ;  acerca  del  año  concuerdan  la  inscripción  y  los 
anales  Compostelanos,  pero  discrepan  en  el  día  y  mes,  pues  aquella  señala  el  9  de 
Junio  y  éstos  el  3  de  Octubre. 

Faemina  chara  Deo  jacet  hoc  tumulata  sepulchro 

Quae  cometissa  fuit  nomine  Teresia. 
Hoec  mensis  junii  sub  quinto  transiit  idus: 

Omnis  eam  mérito  plangere  debet  homo. 
Ecclcsiam,  pontem,  peregrinis  óptima  tecta, 

Parca  sibi  struxit  largaque  pauperibus. 
Donet  ei  regnum  quod  permanet  omne  per  evum 

Qui  manens  trinus  regnat  ubique  Deus. 
Obiit  era  TCXXXI  (1093  de  C.) 

(2)  Véase  el  glosario  de  Ducange  y  la  arquitectura  monástica  de  Lenoir.  Mora- 
les habla  de  esta  pieza  situada  fuera  de  la  iglesia  «que  ni  es  capilla  ni  tiene  altar 
ni  retablo,  y  la  llaman  Galilea.» 

(3)  Uno  de  ellos  por  lo  que  se  entrevé  es  muy  parecido  al  del  infante  D.  Felipe 
en  Villasirga  que  describiremos  más  adelante.  Nuestro  diligente  compañero  el 
Sr.  Parcerisa  se  propuso  volver  á  Carrión  para  practicar  ain  reconocimiento  que 
prometía  resultados  tan  satisfactorios  como  los  de  Naranco  y  Villanueva  en  Astu- 
rias, pero  le  ha  faltado  hasta  aquí  ocasión  de  realizarlo.  Quede  entre  tanto  consig- 
nada esta  indicación  para  los  que  emprendan  restaurar  aquellas  antiguallas  que 
se  creían  ya  destruidas. 


488  FALENCIA 


Sin  mudar  de  sitio  mudaron  de  aspecto  en  1786,  gracias  á  una 
reforma  tan  gjratuita  y  detestable  como  la  del  templo;  y  por 
cierto  que  con  sus  arcos  almohadillados  y  su  insulsa  anaquelería 
y  sus  revoques  de  yeso  se  lucieron  tanto  los  ilustrados  apósto- 
les del  buen  gusto  como  los  depravadores  de  él  con  sus  extrava- 
gancias. Por  fortuna  conservaron  transcritas  en  los  nuevos  nichos 
las  inscripciones  de  las  urnas  y  de  las  lápidas  esparcidas  por  el 
pavimento,  olvidándose  de  verter  al  lenguaje  culto  su  interesan- 
te rudeza.  Con  enfáticos  elogios  ponderan  las  virtudes  del  ínclito 
conde  Gómez  Díaz,  fallecido  en  1057,  y  con  más  sencillez  las  de 
sus  ocho  hijos  que  le  siguieron  al  sepulcro;  ^^n^^i^  favorecedora 
magnifica  del  monasterio  en  1074;  en  1083  Fernando  el  pri- 
mogénito, que  trajo  de  Córdoba  los  cuerpos  santos;  en  el  mismo 
año  García,  muerto  en  batalla  por  los  infieles;  en  1084  Elvira, 
en  1093  Pelayo,  en  1104  María,  en  1107  Diego,  y  por  último 
en  1 1 08  Mayor,  que  como  sus  hermanas  lleva  el  título  de  con- 
desa, aunque  nada  consta  de  sus  casamientos.  Yacen  allí  ade- 
más, ligados  sin  duda  con  aquella  gran  familia  por  algún  vínculo 
que  ignoramos,  María,  ilustre  dama  fenecida  en  1043;  Gómez 
Martín,  víctima  también  del  alfanje  sarraceno  en  30  de  Mayo 
de  1090;  la  condesa  Aldonza,  mujer  escogida  y  yAtxAx'&^ox^ 
insigne  de  la  casa,  que  acabó  sus  días  en  1096;  Fernando,  cónsul 
Malgradiensey  muerto  en  1 1 26,  y  Alvar  Fernández,  potestad  ó 
justicia  cuyo  nombre  va  asociado  al  del  artífice  ó  pintor  de  su 
sepultura  (i).  Tal  vez  rasgando  la  blanca  mortaja  que  lo  sofo- 


co Cuenta  Sandoval  que  un  abad  metió  debajo  de  tierra  muchas  de  las  arcas 
de  piedra  para  que  se  pudiese  andar  por  la  capilla,  y  que  pisando  las  tapas  se  gas- 
taron las  letras  hasta  el  punto  de  hacerse  casi  ilegibles.  Apelamos  á  las  copias  de 
este  autor  y  á  las  de  Yepes  para  llenar  los  huecos  que,  por  dicha  razón  sin  duda, 
se  dejaron  en  las  inscripciones  al  transcribirlas  en  los  nuevos  nichos;  en  cuanto  á 
las  variantes,  que  no  son  pocas  sobre  todo  respecto  de  las  fechas,  no  hay  medio 
de  decidir  las  dudas  mientras  no  se  restauren  las  lápidas  originales  si  aún  existen. 
De  estos  letreros  algunos  están  en  verso  aunque  tosco,  otros  en  prosa  rimada  que 
se  aproxima  á  la  cadencia  del  exámetro,  por  la  cual  ó  por  el  asonante  nos  guia- 
mos para  cortar  las  líneas. 

I.  Inclitus  qui  quondam  fuii  Didaci  comes  Gomecius 

religione  aique  militia  splendidus  lampade 


FALENCIA  ^8g 

ca,  podrá  reaparecer  algún  día  en  su  primitivo  ser  el  panteón 
condal,  único  resto  salvado  de  la  piqueta  demoledora  á  trueque 
de  reclusión  perpetua. 

La  renovación  del  edificio  empezó  por  el  claustro  en  la  pri- 


mor tefe  uct  in  matrem  piam  recef>tus  hicjacei 
corpore^  j>olorum  transmiltens  spiritum  arce, 
fidei  spei  et  charitaiis  turma  refertus, 
dapsilis,  b^nignus^  nunc  gaudet  numine  factus, 
occasum  adiitjebroarii  luce  nona  era  MXC  juncia  V. 

Así  lo  trae  Yepes,  con  cuyo  auxilio  suplimos  lo  que  falta  en  el  moderno  letrero, 
donde  en  vez  de  la  palabra  morte  de  la  tercera  línea  se  puso  morum  refiriendo  á 
lampade, 

II.  Hoc  túmulo  requiescitjamulus  Dei  comes  Ferdinandus  Gomecii^  obiit  die  ter- 
tia  feria  pridie  idus  marcii  era  MCXXl:  Christus  perducat  animam  ejus  in  paradi- 
sum.  La  deprecación  la  trae  Sandoval  en  otros  términos :  Christus  in  quo  credidit 
succurrat  ei.  En  cuanto  al  14  de  Marzo  cayó  en  martes  efectivamente  en  dicho 
año. 

III.  Hoc  in  túmulo  requiescitjamulus  Dei  Garsea  Gómez  qvi  occisus  est  á  sarra- 
cenis  pridie  idus  decembris  era  MCXXL  Sandoval  en  vez  de  idus  escribe  kalendas, 
y  añade  la  plegaria  pietas  Christi  succurrat  illum,  amen. 

IV.  PelagiuSy  tertius  hujus  ccenobii Jundatorum  filius, 
hic  honorificejacet  humatus^ 

cum  Dei  sanctis  computetur  el  ipse  beatus, 
Obiit  era  MCXXXI,  XV U I  kal.Jebroarii. 

En  Yepcs  se  lee  era  MCXXXVlll  y  décimo  nono  kalendas, 

V.  Didacus  Gomecii  quartus  hujus  cenobii  fundatorum  /tlius  Juit^qui  ipse  etiam 
hic  habetur  sepultus:  obiit  era  MCXLV  quarto  kal.junii.  Asi  Yepes;  en  el  letrero 
del  panteón  falta  la  fecha. 

VI.  Domina  Sancia  Gómez  comitissa^  hujus  cenobii  ad/utrix  magnifica,  hicjacet 
sepulta,  célica  ut  credimus  sede  felici  possessa :  obiit  era  MCXII,  décimo  quarto  kal. 
aprilis,  Yepes  pone  quarto  kalendas. 

Vil.  Hicjacet  in  sarcófago  isto  cometissa  Gelvira  Gómez  quce  obiitXkaLjanua- 
rii  die  feria  tertia  era  MCXXH,  En  esta  fecha  hay  suma  discordancia,  pues  Yepes 
copió  era  MCXXXIl,  y  Sandoval  era  MCXXV  y  XI  kal,  en  vez  de  A';  y  lo  peor  es 
que  de  tantas  variantes  ninguna  conviene  con  el  día  de  la  semana,  pues  ni  el  22 
ni  el  23  de  Diciembre  de  1084,  1087  ó  1094  fueron  martes.  Sandoval  continúa 
la  deprecación  Christus  in  quo  credidit  succurrat  illam, 

VIII.  Illustrissima  Maria  Índoles  regum  (debiera  decir  proles),  filia  Gómez  et 
Tharasie:  fides,  spes,  charitas,  vir tutes  cuñete  in  ea  clarescunt :  obiit  era  MCXXXXII, 
XII  kal.  aprilis.  Esta  inscripción  la  han  omitido  todos. 

IX.  Hic  dormit  sepulta  femina  quce  obtulit  multa, 
comitissa  Mayor  Gómez,  sacro  huic  monasterio, 
cuimerces  doneiur  in  cáelo:  obiit  era  MCXLVl  nonas januarii. 

Yepes  escribe  hera  en  vez  de  femina, 

6a 


490  FALENCIA 


mera  mitad  del  siglo  xvi;  y  si  se  hubiera  detenido  allí,  en  ver- 
dad que  apenas  nos  atreveríamos  á  censurarla  por  lo  que  des- 
truyó, siquiera  fuese  majestuoso  y  tal  vez  rico,  en  gracia  de  la 
profusión  y  delicadeza  de  esculturas  que  vertió  á  manos  llenas 
por  sus  cuatro  galerías.  En  los  cinco  arcos  que  forma  cada  una 
campea  la  ojiva,  gallarda  aún  y  elegante,  pero  no  ya  rodeada 
de  abultados  boceles  sino  de  las  molduras  planas  del  renaci- 
miento: columnitas  estriadas  y  pirámides  con  bolas,  remedan  la 


X.  Domina  Marta  stirpe  clara,  hoc  in  locojacet  húmala; 
de  carne  morlali /eliciler  migravit  exula, 

ea  propier  in  celum  ejus  anima  sil  delata, 
Obiil  era  MLXXXI  guinlo  kaL  oclobris. 

Lleva  esta  lápida,  que  tampoco  hemos  visto  impresa,  el  título  de  cenotafío;  y  si 
en  la  fecha  no  hay  error,  es  la  más  antigua  de  todas. 

XI.  Gómez  Marlinusjacel  hac  sub  rupe  sefultus 
qui  fuil  mucrone  diro  maurorum  occisus 

III  kaL  funii  era  MCXXVIIL 

XII.  Cometissa  Aloma femina  electa  hicjacet  quoque  sepulta: 
locelur  regina  judicis  ad  dexteram  Christi, 

ingentia  quce  dona  Dei  templo  contulit  isti, 
quce  regia  ex  traduce  so  lar  i  de/un  gitur  luce. 
Era  MCXXXIIII  idibusjunii. 

Las  palabras  regina  y  ex  traduce  regia  (vastago  real)  indican  la  alta  nobleza  de 
esta  dama ;  Sandoval  la  cuenta  entre  las  hijas  de  los  fundadores:  Yepes  observa 
que  la  fecha  del  óbito  está  errada,  pues  consta  por  un  privilegio  que  dicha  conde- 
sa vivía  catorce  años  después. 

XIII.  Pulvis  in  hacfossa  pariter  tumulantur  et  ossa 
consulis  illustris  Fernandi  Malgradiensis^ 
qui  celis  posilus  letetur  in  arce  polorum 

qua  gaudet  Zoilus,  Félix  et  turma  bonorum. 
Centies  undena  sexta  decima  quater  era. 

El  cómputo  de  la  era,  que  es  la  de  1 1 64,  está  mejor  y  más  claro  así  que  en  Yepes 
y  Sandoval.  Éste  dice  que  la  tenencia  por  donde  este  caballero  se  llamó  Malgra- 
diense  era  en  tierra  de  Campos.  El  poema  ó  crónica  versificada  del  sitio  de  Alme- 
ría por  Alfonso  VII  usa  repetidas  veces  de  la  palabra  cónsul  como  sinónima  de 
conde,  caudillo  militar  con  jurisdicción  dada  por  el  rey  sobre  determinado  país  ó 
territorio. 

XIV.  D.  Pedro  el  pintor  me  fizo  este  mió  monumento,  Alvar  Fernandez  podestat. 
La  sepultura,  donde  estaba  tan  original  y  extraña  leyenda,  tenia  según  Sandoval 
muchísimos  escudos  de  piedra  pequeños  con  la  banda  del  linaje  de  Sandoval  y 
sin  color.  El  don  aplicado  al  artífice  daría  que  sospechar  si  era  moro  ó  judío  á  no 
ser  el  nombre  tan  cristiano. 


FALENCIA  491 


crestería  de  los  contrafuertes  exteriores.  Las  claves  de  las  bó- 
vedas cuyos  arcos  se  entrelazan  en  crucería,  los  copiosos  floro- 
nes que  las  esmaltan,  las  ménsulas  de  donde  part6n  los  arran- 
ques, contienen  bustos  y  medallones  y  relieves  innumerables, 
de  singular  perfección  y  prodigiosa  variedad.  Á  vista  de  ellos 
se  comprende  que  Juan  de  Badajoz,  el  famoso  arquitecto  de 
León  que  en  1537  dio  la  traza  de  la  obra,  sólo  pudiera  dirigir 
por  sí  mismo  el  lienzo  que  mira  á  oriente  á  pesar  de  haber  vi- 
vido todavía  muchos-  años,  y  que  se  encargase  de  continuarla 
su  discípulo  Pedro  de  Castrillo,  vecino  de  Carrión.  Tampoco  éste 
logró  llevarla  á  cabo  por  falta  de  caudales,  y  en  1574  se  hizo 
nuevo  ajuste  con  Juan  de  Celaya,  arquitecto  de  Falencia,  que  en 
tres  aftos  terminó  el  claustro  inferior  (i).  En  semejante  empresa 
el  principal  honor  correspondía  á  los  escultores:  el  primero  fué 
Miguel  de  'Espinosa,  á  quien  sucedió  Antonio  Morante,  y  á  uno 
de  los  dos  se  atribuye  la  bella  estatua  del  Cristo  atado  á  la 
columna,  que  está  en  el  panteón  de  los  condes,  presentada  se 
dice  por  muestra  de  lo  que  sabía  hacer  antes  de  ser  admitido 
para  tan  prolija  tarea  (2).  El  claustro  alto,  que  se  compone  de 
arcos  de  medio  punto,  sostenidos  por  columnas  corintias  y  abier- 
tos de  dos  en  dos  sobre  las  ojivas  del  bajo,  con  exquisitas  cabe- 
zas de  santos  de  la  orden  en  las  enjutas,  lo  emprendieron  des- 
pués y  acabaron  definitivamente  en  1 604,  Pedro  de  Torres  y 
Juan  de  Bobadilla  también  palentinos,  arquitecto  el  uno  y  escul- 
tor el  otro,  á  quien  se  agregó  á  lo  último  Pedro  de  Cicero. 

Levantada  la  cabeza  en  la  actitud  del  que  contempla  los  as- 
tros, fatígase  el  viajero  de  recorrer  el  gran  libro  escrito  propia- 
mente en  piedra  en  la  estrellada  techumbre,  y  de  explicarse  una 


(i)  Á  sus  trabajos  se  refíere  sin  duda  la  fecha  escrita  con  tinta  bajo  uno  de 
los  arcos  del  ándito  de  la  entrada:  Edro.°  (es  decir  Febrero)  19,1  575. 

(2)  Ceán  Bermúdez,  á  quien  se  deben  la  mayor  parte  de  estas  noticias,  refiere 
el  hecho  á  Morante,  y  añade  que  no  correspondiendo  á  las  otras  imágenes  las  de 
San  Pablo  y  San  Sebastián,  por  ser  de  tantas  manos  la  escultura,  las  mejoró  des- 
pués Bernardino  Ortiz,  otro  escultor  de  Falencia.  Él  mismo  nos  da  las  medidas  del 
claustro  que  son:  128  pies  de  largo  cada  lienzo,  16  de  ancho,  y  22  y  medio  de 
altura. 


492  FALENCIA 


por  una  las  figuras  sin  cuento  que  constituyen  sus  páginas.  En 
las  ménsulas  se  suceden  desde  Adán  y  Eva  todos  los  persona- 
jes de  la  historia  sagrada,  patriarcas,  profetas,  jueces,  sacerdo- 
tes, matronas,  apóstoles,  evangelistas  y  uno  que  otro  santo  de 
la  ley  de  gracia ;  solamente  las  del  ándito  contiguo  á  la  sacristía 
y  panteón  de  los  monjes  arrimadas  á  los  arcos,  ofrecen  precio- 
sos grupos  de  angelitos  y  fúnebres  trofeos  de  calaveras.  Cinco 
claves  mayores  sin  los  medallones  intermedios,  cuenta  cada  unat 
de  las  veinticuatro  bóvedas,  y  á  dos  series  principalmente  se 
reducen  los  bustos  en*  ellas  esculpidos :  á  la  ascendencia  tempo- 
ral del  Redentor  formada  de  patriarcas  y  de  reyes,  interpolada 
con  textos  de  la  Biblia  referentes  á  las  grandezas  del  Mesías  y 
de  la  Virgen  Madre,  que  se  encierran  en  elegantes  tarjetones, 
y  á  la  descendencia  espiritual  de  San  Benito.  Todas  las  glorias 
de  la  orden  tienen  allí  su  ciclo  especial  presidido  por  el  inmor- 
tal patriarca,  santos,  sabios,  pontífices,  emperadores,  monarcas, 
reinas  y  emperatrices,  diversos  en  época  y  país,  en  fama  y  en 
carácter,  así  los  que  de  voluntad  trocaron  la  púrpura  por  el  há- 
bito, como  los  que  tuvieron  el  claustro  por  prisión  destronados 
violentamente  (i).  Cierran  esta  brillante  comitiva  los  fundadores 


(i)  En  unos  tarjctones  se  Ice  el  resumen  estadístico  de  las  grandezas  de  la 
religión  benedictina:  Sancii  canonizan  i  ^600— Doctores  i  5700— /?e^es  39— Car- 
dinales  200— Imferatrices  10,  regince  12—Tapce  46 —Imper atores  16.  La  galería 
por  donde  se  entra  es  la  que  presenta  más  curiosa  colección:  en  la  primera  bóve- 
da hay  diez  y  seis  papas,  en  la  segunda  otros  tantos  emperadores,  casi  todos  de 
Oriente,  vestidos  con  el  traje  que  llevan  en  sus  monedas,  y  son  Constantino,  Teo- 
dosio,  Teófilo,  Alexis,  Isaac,  Lotario,  Hugo,  Miguel  IV,  Miguel  V,  Juan,  Manuel, 
Romano  César,  Ludovico  Pío,  Miguel,  el  emperador  de  los  búlgaros  y  otro  cuyo 
letrero  está  borrado.  Figuran  en  la  tercera  Santa  Cunegunda  emperatriz,  Santa 
Ricarda,  Santa  Alfreda  reina  de  Nortumberlandia,  Santa  Eteldreda  de  Mercia,  San- 
ta Batilde,  Augusta,  Constancia,  María,  Zoa,  Eufrosina,  Isabel,  Inés,  y  Cunigunda 
emperatrices,  íñiga  reina  de  León,  Elburga  de  Sajonia  y  Matilde  de  Inglaterra.  En 
la  siguiente  bóveda  están  Salomón  rey  de  Hungría,  Carlomagno  rey  de  Germania, 
Casimiro  de  Polonia,  Sigisberto  de  Nortumberlandia,  Pipino  de  Italia,  Rachis  de 
Italia,  Sigismundo  de  Borgoña,  Vamba,  Veremundo  probablemente  el  Diácono, 
Alfonso  IV  de  León,  Alfonso  VI  de  Castilla  y  Ramiro  II  de  Aragón.  Brillan  en  otra 
San  Leandro,  San  Ildefonso,  San  Isidoro,  San  Anselmo,  San  Bruno,  San  Pedro  Da- 
miano,  Alcuino,  Beda  y  otros  de  no  menor  celebridad.  En  todas  ellas  la  clave  cen- 
tral reproduce  la  imagen  de  San  Benito  con  este  lema:  gratia  Benedictus  et 
nomine. 


FALENCIA  493 


del  monasterio  y  su  familia,  acompañando  á  los  santos  tutelares, 
y  protegiendo  la  casa  con  el  esplendor  de  sus  blasones  (i). 

Ya  que  de  la  fábrica  del  claustro  primitivo  nada  respetó  el 
siglo  XVI,  consignó  al  menos  su  recuerdo  en  las  ventanas  del 
lienzo  que  corresponde  á  la  iglesia  y  en  varias  portadas  semi- 
circulares de  arcos  decrecentes,  remedando  como  supo  ó  quiso 
las  formas  bizantinas.  De  agradecer  es  tal  homenaje  tributado 
en  época  en  que  se  despreciaba  por  bárbara  aquella  arquitectu- 
ra, y  demuestra  cuál  debía  impresionar  la  majestad  de  lo  des- 
truido, cuando  así  se  transmitió  su  carácter,  sin  sentirlo  tal  vez, 
á  las  nuevas  obras.  En  la  portada  de  arco  rebajado  que  intro- 
duce al  templo,  á  par  de  las  columnas  abalaustradas  y  del  deli- 
cado friso  y  de  los  grutescos  que  guarnecen  el  frontón,  no  se 
desdeñaron  los  artistas  del  renacimiento  de  afectar  el  gusto 
gótico  cruzando  en  figura  de  rombos  las  estrías,  de  lo  cual  si 
resultó  más  bien  una  parodia  que  una  imitación,  acredita  de  to- 
dos modos  su  buena  voluntad.  Unos  conceptuosos  dísticos  en 
el  nicho  inmediato,  refieren  á  los  abades  fray  Alonso  Barrantes 
y  fray  Juan  Díaz,  fallecido  aquél  en  1627  y  éste  en  1631,  la 
gloria  de  haber  terminado  la  suntuosa  reconstrucción  (2). 


(i)  Están  en  la  bóveda  inmediata  á  la  entrada  de  la  iglesia,  cuya  clave  central 
ocupan  San  Zoilo,  llevando  por  singular  anacronismo  un  traje  del  siglo  xvi  y  un 
sombrero  adornado  con  plumas,  y  las  otras  cuatro  San  Benito,  Santa  Escolástica, 
San  Félix  y  Santa  María  Magdalena.  Dos  círculos  inmediatos  á  la  clave  contienen 
los  escudos  del  convento,  que  consisten  en  dos  manos  empuñando  palmas  con 
este  rótulo:  «de  S.  Zoil,  de  S.  Felices,  cuyos  cuerpos  están  sepultados  en  este  mo- 
nasterio,» y  otros  dos  las  armas  de  la  familia  acuarteladas  de  castillos  y  leones,  ni 
más  ni  menos  que  las  reales,  con  el  siguiente  letrero :  «Estas  armas  son  del  conde 
D.  Gómez  Diaz  y  de  la  condesa  D.*  Teresa  su  mujer,  que  fué  hija  del  infante  D.  Or- 
doño  hijo  del  rey  Ramiro  de  León,  y  de  la  infanta  D.*  Cristina  hija  del  rey  D.  Ve- 
remundo  de  León,  fundadores  de  este  monasterio.»  Sobre  la  exactitud  de  esta  ge- 
nealogía nos  referimos  á  la  cita  ya  hecha  del  obispo  D.  Pelayo.  No  son  más  propios 
los  trajes  del  conde  y  de  la  condesa,  de  sus  tres  hijos  D.  Fernando,  D.  García  y 
Don  Pelayo,  y  de  sus  tres  hijas  D.*  Mayor,  D.*  Sancha  y  D.*  Elvira,  cuyas  figuras 
de  medio  cuerpo  llenan  los  demás  compartimientos  de  la  crucería,  los  varones 
con  yelmo  y  espada  ó  lanza,  las  mujeres  con  un  libro  en  las  manos. 

(2)  En  1633  fueron  ambos  trasladados  á  aquel  nicho,  en  cuyo  fondo  se  leen 
los  citados  versos: 


494  FALENCIA 


Sin  los  jesuítas,  cuya  modesta  y  sólida  enseñanza  vienen  á 
buscar  en  aquel  escondido  rincón  numerosos  alumnos  de  todos 
los  confínes  de  España,  el  monasterio  de  San  Zoilo  yaciera  pro  - 
bablemente  confundido  en  un  montón  de  ruinas.  ¡Extraña  ca- 
sualidad! dos  monumentos  platerescos,  los  más  insignes  acaso 
en  su  línea,  obras  de  un  mismo  arquitecto,  de  Juan  de  Badajoz, 
deben  ambos  su  salvación  y  su  custodia  al  benemérito  instituto 
para  el  cual  no  fueron  edificados  y  cuyo  primer  servicio  cede  en 
favor  de  las  artes  y  del  techo  que  le  hospeda;  y  allí,  como  en 
San  Marcos  de  León,  á  la  sombra  de  las  magnificencias  de  lo 
pasado  se  cultivan  las  esperanzas  del  porvenir  (i). 

Peor  fortuna  ha  cabido  á  la  abadía  de  Benevivere  que  flore- 
cía á  media  legua  y  al  oeste  de  San  Zoilo,  poco  inferior  en 
antigüedad  y  opulencia.  Lamentable  es  el  espectáculo  que  ofíre- 
cen  sus  informes  restos,  á  los  cuales  como  de  propósito  se  ha 
dejado  la  forma  de  almenas;  y  esta  desolación  contrasta  dolo- 
rosamente  con  la  frescura  de  los  prados,  con  la  amenidad  de  la 
huerta,  con  el  murmullo  de  las  aguas  que  constituían  su  pingüe 
propiedad.  De  pronto  no  despiertan  el  mayor  interés  la  portada 
del  renacimiento,  ni  las  boceladas  ventanas  de  la  decadencia 
gótica,  ni  el  desnudo  exterior  del  ábside  que  permanece  flan- 
queado de  machones ;  pero  visto  por  dentro  son  de  notar  sus 
ojivas  no  muy  pronunciadas,  sus  capiteles  entre  góticos  y  bizan- 
tinos, sus  cinco  angostas  y  prolongadas  lumbreras  semicircula- 
res, y  los  arcos  que  irradiando  de  la  clave  bajan  á  descansar 
sobre  delgadas  columnas.  Á  la  derecha  de  la  capilla  mayor 
subsiste  en  pié  otra  capilla  lateral  y  uno  de  los  cuatro  lien- 
zos de  la  cúpula,  que  perforan  dos  rasgadas  ventanas  de  me- 


Barrantes  que  Díaz  una  conduntur  in  urna, 
Quos  decus  in  mentís  unaque  fama  canit. 

Suscitat  ossa  patrum  virtus,  ars  marmora  claustri, 
Saza  loquuntur  opes,  ossa  loquuntur  opus. 

(i)    Uno  y  otro  edificio,  arrancados  de  la  benéfica  sombra  que  los  protegía, 
han  cambiado  de  destino;  ignoramos  cuál  sea  hoy  día  el  de  San  Zoilo. 


P  A  L  E  N  C  I  A 


dio  punto  adornadas  de  mascarones.  Todavía  se  demarca  el 
recinto  de  la  iglesia  que  era  de  tres  naves,  no  tal  como  la  fundó 
hacia  1 1 65  el  conde  Diego  Martínez  de  VÜlamayor,  que  des- 
pués de  haber  servido  en  los  más  honrosos  cargos  á  tres  mo- 


narcas, se  labró  allí  su  retiro  entre  los  canónicos  reglares  de 
San  Agustín,  sino  con  las  mudanzas  que  se  dice  haber  hecho 
en  ella  por  el  año  de  1382  su  descendiente  Diego  Gómez  Sar- 
miento. 

Ha  desaparecido  empero  sin  dejar  rastro  toda  la  parte  pri- 
mitiva del  siglo  XII ;  el  apostolado  y  el  carro  de  Ezequiel  ocu- 
pado por  el  Salvador  del  mundo  y  tirado  de  los  anímales  del 
Apocalipsis,  que  según  testimonio  de  Ponz  estaban  esculpidos 
sóbrela  puerta  del  templo;  y  la  majestuosa  entrada  á  la  sala 
capitular  consistente  en  un  severo  arco  bizantino,  á  cada  lado 
del  cual  había  otros  tres  conteniendo  estatuas,  decorados  con 
columnas  del  mismo  género.  Dentro  de  la  sala  veíase  la  urna 
del  infortunado  duque  de  Arjona  don  Fadrique  de  Castro,  cuyo 
cadáver  desde  el  encierro  de  Peñafiel,  donde  falleció  en  1 430, 
trajo  su  primo  Pedro  Ruiz  Sarmiento  á  aquella  casa  de  la  cual 


496  FALENCIA 


era  patrono  (i);  y  á  ella  vinieron  también  de  Italia  después 
de  1 541  los  restos  de  D.  Pedro  Sarmiento,  obispo  de  Falencia, 
representado  en  estatua  de  rodillas.  El  fundador  Diego  Martí- 
nez yacía  en  la  capilla  de  San  Miguel  en  tumba  magníñca  para 
aquella  edad,  aunque  con  sencillo  y  modesto  epitafio  (2).  Estos 
sepulcros  preciosísimos  y  otros  de  los  condes  de  Salinas  no 
existen  ya  sino  en  la  cartera  de  algún  arqueólogo,  cuyo  celo 
no  alcanzó  á  librarlos  de  una  gratuita  destrucción  en  tiempos 
en  que  parecía  hallarse  al  fín  desahogada  la  furia  del  van- 
dalismo revolucionario  (3).  Á  la  abadía  estaba  casi  unido  el 
priorato  de  San  Torcuato,  destinado  á  parroquia  de  los  labra- 
dores del  contorno. 

No  era  esta  la  única  estancia  que  en  el  corto  trecho  de  seis 
leguas  de  Carrión  á  Sahagún  salía  al  encuentro  á  los  peregri- 
nos de  Santiago:  convidábales  á  medio  camino  el  hospital  de 
nuestra  Señora  de  las  Tiendas  construido  á  propósito  para  ellos 
y  perteneciente  á  la  casa  de  San  Marcos  de  León,  cuyas  tierras 


(i)  Ambos  tenían  por  abuelo  común  á  D.  Fadrique,  maestre  de  Santiago,  víc- 
tima del  rey  D.  Pedro  su  hermano,  y  D.  Pedro  Enríquez,  padre  del  duque  de  Ar- 
jona,  era  hermano  de  D.*  Leonor,  casada  con  Diego  Gómez  Sarmiento  y  madre  de 
Pedro  Ruiz.  Mariana  se  equivocó  en  suponer  á  éste  sobrino  y  no  primo  del  duque; 
y  el  epitafio  del  sepulcro,  bastante  posterior  al  suceso  según  parece,  incurría  en 
dos  errores,  uno  refiriendo  al  año  1432  el  óbito  que  fué  en  1430,  y  otro  haciendo 
á  Pedro  Ruiz  primer  conde  de  Salinas,  título  no  creado  hasta  1470  á  favor  de  otro 
D.  Diego  Sarmiento.  Véase  sobre  la  prisión  y  muerte  de  D.  Fadrique,  que  de  su 
madre  D.*  Isabel  tomó  el  apellido  de  Castro,  la  pág.  204  del  presente  tomo.  Núñez 
de  Castro,  historiador  de  Guadalajara,  afirma  que  el  cadáver  fué  trasladado  desde 
Benevivere  á  la  iglesia  de  Santa  Clara  de  Toledo,  como  indicamos  al  hablar  de 
ésta  en  el  tomo  de  Castilla  la  Nueva— Toledo. 

(2)  Siguiendo  la  copia  de  Ponz  decía:  Htc  jacei  venerabilis  memorice  Didacus 
Martínez,  domus  Beneviverensis  oedificator^  patronus  ej'usdem  dotnus,  cuj'us  anima 
requiescat  in  pace :  obiit  era  MCCXIÍII  nonas  novembris.  Pulgar  lo  trac  bastante 
variado,  poniendo  Didacus  Ordonius  por  Martínez^  señalando  la  era  correspon- 
diente al  año  1 1 7  5  y  no  ti  76,  y  añadiendo  existente  domino  Pascasio  primo  abba^ 
te.  Morales  le  apellida  Diego  Fernández  y  dice  fué  mayordomo  de  Alfonso  VIII  que 
le  dio  la  abadía  después  de  haber  comenzado  á  fundarla. 

(3)  Fué  vendido  y  derribado  el  edificio  en  1 843  á  pesar  de  los  extraordinarios 
esfuerzos  que  hizo  para  salvarlo  la  Comisión  central  de  Monumentos  y  en  espe- 
cial su  dignísimo  secretario  D.  Valentín  Carderera,  quien  cuando  estaba  aún  in- 
tacto en  1836  copió  los  sepulcros  y  el  pórtico  del  capítulo,  conservando  en  su 
inestimable  colección,  ya  que  de  otro  modo  no  piido,  el  diseño  de  aquel  y  de  tan- 
tos otros. 


en  1 182  declaró  exentas  de  todo  pecho  Alfonso  VIH.  Menos 
distaba  de  Carrión  por  el  lado  del  norte  otro  monasterio  bene- 
dictino situado  á  una  legua  de  la  villa  en  Nogal  de  las  Huertas, 
bajo  el  título  de  San  Salvador,  el  cual  viviendo  á  la  vez  en 


VILLALCÁZAK  DE  SIHGA.-Convento  de  Templarios 

abundancia  de  bienes  y  en  austera  disciplina,  existió  agregado 
al  de  Sahagún  desde  1093  hasta  1 494  y  acabó  por  ser  reducido 
á  priorato.  A  igual  distancia  tenía  al  este  la  población  de  los 
condes  una  encomienda  de  templarios  en  Villalcázar  de  Sirga, 
donde  se  eleva  aún  el  monumento  más  notable  de  la  comarca 
y  acaso  de  la  provincia  entera,  bastante  por  sí  solo  á  consolar 
de  las  cuantiosas  pérdidas  que  apuntamos. 


498  FALENCIA 


El  alcázar,  que  dio  nombre  al  pueblo  y  que  ha  desaparecido, 
debió  estar  arrimado  á  la  iglesia  parrroquial,  en  cuyo  flanco 
derecho  todavía  avanza  algún  torreón,  indicio  de  su  fortificación 
primitiva.  Dícese  que  á  su  espalda  y  sobre  las  bóvedas  de  su 
cabecera  se  levantaban  las  habitaciones  de  los  misteriosos  caba- 
lleros ;  y  parecen  comprobarlo  el  truncado  remate  del  muro  y 
el  cerramiento  de  las  naves,  que  no  terminan  en  ábside  como 
de  costumbre,  sino  en  pared  recta  con  tres  ventanas  que  si  bien 
ojivales  pueden  por  su  carácter  calificarse  de  bizantinas.  A  los 
pies  del  templo  cayó  también,  según  oímos  asegurar,  la  primera 
bóveda,  y  con  ella  la  fachada  si  es  que  llegó  á  construirse,  como 
lo  hacen  creer  cinco  ó  seis  estatuas  colocadas  en  lo  alto;  el 
brazo  derecho  del  crucero  aparece  cortado,  y  hundida  la  gran 
torre  de  piedra  que  al  extremo  de  él  se  erguía  y  que  se  habilitó 
posteriormente  de  cualquier  modo  con  obra  de  ladrillo.  Sin 
estas  quiebras  y  mutilaciones,  que  preferimos  atribuir  á  desgra- 
ciada ruina  más  que  á  voluntario  derribo,  mereciera  tal  vez  la 
oscura  parroquia  de  Villasirga  el  primer  lugar  entre  los  edifi- 
cios más  suntuosos  de  aquella  orden  espléndida,  sobre  todo  si 
fuera  exacta  la  tradición  que  corre  allí  acreditada  entre  los  veci- 
nos, de  que  un  tiempo  la  ceñía  al  rededor  un  pórtico  incompa- 
ble  igual  á  la  bóveda  que  cubre  su  portada  lateral.  Su  altura 
compite  con  la  de  la  nave  mayor,  y  la  gallardía  de  sus  arcos 
apuntados  con  la  de  los  interiores:  situada  en  el  ángulo  descrito 
por  la  nave  izquierda  y  el  brazo  del  crucero,  que  se  adelanta 
ostentando  en  su  frente  una  gentil  claraboya,  raya  en  lo  ideal 
la  pintoresca  combinación  de  sus  líneas  y  la  belleza  de  sus  deta- 
lles. Algo  de  semejante  vimos  en  Támara,  no  tan  imponente  ni 
tan  rico  de  escultura.  Ábrense  en  el  rincón  dos  portadas,  una 
enfrente  de  otra,  la  mayor  que  corresponde  á  la  nave,  la  menor 
tapiada  hoy  día  al  crucero  que  formaba  capilla  aparte:  ambas 
con  sus  columnas  bizantinas  y  arcos  ojivales,  que  son  cinco 
en  una  y  tres  en  otra,  declaran  haber  nacido  en  el  período  de 
transición  hacia  el  siglo  xiii,  pero  se  aproximan  al  delicado 


P  A  L  E  N  C  I  A  499 


gusto  del  XV  las  figuritas  de  ángeles  y  bienaventurados  distri- 
buidas por  los  arquivoltos.  Dos  series  de  nichos  trilobados  des- 
cansando en  pareadas  columnitas  cubren  el  muro  encima  de 
la  puerta  principal  hasta  el  arranque  de  la  bóveda,  ocupados 
por  estatuas  de  santos  no  menos  estimables,  que  preside  la 
Virgen  en  la  línea  de  abajo,  y  en  la  de  arriba  el  Salvador  ro- 
deado de  los  símbolos  de  los  evangelistas.  Los  machones  indi- 
can que  este  atrio  cubierto  debía  prolongarse,  trazando  al 
aire  libre  una  vasta  nave  de  extraordinaria  majestad. 

Tal  como  existe  el  templo  se  acerca  su  planta  á  la  forma  de 
cruz  griega,  pues  corta  casi  por  medio  la  anchura  de  las  tres 
naves  el  crucero,  alargándose  otro  tanto  en  cada  brazo,  sólo 
que  el  derecho  queda  truncado  según  dijimos.  Aunque  en  las 
bóvedas  y  en  los  arcos  de  comunicación  triunfa  la  ojiva  ligera  y 
desenfadada,  llevan  el  sello  de  la  época  anterior  los  capiteles 
de  las  columnas  que  se  agrupan  en  número  de  doce  al  rededor 
de  cada  pilar,  y  las  ventanas  de  medio  punto  de  la  nave  central 
que  se  han  escapado  de  ser  convertidas  en  circulares  tragaluces. 
A  la  intersección  del  crucero  sigue  otro  segundo  de  menor  am- 
plitud, con  ventanas  bizantinas  en  sus  dos  extremos,  y  en  sus 
cuatro  ángulos  efigies  de  santos  debajo  de  doseletes  góticos  del 
primer  período  y  un  pulpito  guarnecido  en  el  antepecho  de 
esculturas  de  la  misma  clase.  Capillas  en  el  fondo  de  las  naves 
ya  observamos  que  no  las  hay,  ni  probablemente  las  ha  habido 
nunca,  acaso  por  la  disposición  del  convento  que  caía  á  sus 
espaldas ;  pero  no  falta  en  su  sitio  el  retablo  mayor,  compuesto 
de  bajos  relieves  en  el  pedestal  y  de  pinturas  en  tabla  represen- 
tando misterios  al  rededor  de  la  figura  de  Nuestra  Señora  colo- 
cada en  el  centro  con  su  guardapolvo  de  crestería.  Otro  retablo 
también  purista  le  acompaña,  al  extremo  de  la  nave  izquierda. 

Por  aquel  lado  describe  el  brazo  del  crucero  una  capilla 
espaciosa,  que  tenía,  como  hemos  visto,  comunicación  directa 
con  el  pórtico  y  dependía  de  San  Marcos  de  León,  á  cuyos 
caballeros  pertenecen  sin  duda  sus  enterramientos.  Corren  á  lo 


500  P  A  L  E  N  C  I  A 


largo  del  muro  tres  hornacinas  de  ojiva  rebajada,  por  fuera 
orladas  de  labores  platerescas,  y  en  medio  se  levanta  sobre  seis 
leones  una  tumba  aislada  con  escudos  de  armas  en  su  delantera 
y  una  estatua  tendida,  de  mérito  notable  respecto  de  su  antigüe- 
dad, que  tiene  un  halcón  en  la  mano  y  tres  perros  á  sus  plan- 
tas. Lleva  en  la  cabeza  un  bonetillo,  la  cruz  de  Santiago  al 
pecho,  una  larga  túnica  casi  talar  y  espuelas  en  los  pies ;  el 
letrero  se  ha  hecho  ilegible  (i);  pero  la  semejanza  del  traje  y 
del  corte  del  cabello  con  el  de  otros  bultos  que  yacen  en  el 
monasterio  de  Aguilar  de  Campóo,  y  sobre  todo  la  igualdad  de 
un  relieve  de  la  coronación  de  la  Virgen  esculpido  en  su  cabe- 
cera con  otro  que  allá  se  ve,  nos  permitirán  más  adelante  averi- 
guar próximamente  la  época  de  esta  sepultura  y  tal  vez  hasta 
el  nombre  del  escultor. 

No  es  ésta  sin  embargo  la  que  ha  venido  á  buscar  en  Villa- 
sirga  el  viajero  y  que  así  por  su  magnificencia  como  por  la  cele- 
bridad del  personaje  que  la  ocupa  constituye  la  más  preciada 
joya  del  templo.  Debajo  de  la  postiza  escalera  que  conduce  al 
coro  colocado  sobre  maderos  en  las  dos  bóvedas  contiguas  á  la 
entrada,  cierra  á  la  derecha  el  segundo  arco  de  comunicación 
la  urna  grandiosa  del  infante  D.  Felipe  y  el  arco  colateral  la  de 
su  consorte.  Allí  descansa  el  quinto  hijo  de  Fernando  el  Santo 
y  de  Beatriz  de  Suavia,  el  alumno  del  arzobispo  D.  Rodrigo 
educado  á  la  sombra  de  la  catedral  de  Toledo,  el  discípulo  de 
Alberto  Magno  en  las  aulas  de  París,  el  abad  de  Valladolid  y 
Covarrubias  y  arzobispo  electo  de  Sevilla,  que  todas  estas  digni- 
dades abdicó  en  su  mocedad  por  lograr  la  mano  de  la  princesa 
Cristina  de  Noruega,  para  indemnizarla,  según  se  dijo,  de  la  del 
rey  Alfonso  X  á  quien  venía  destinada.  Nada  del  amor  al  estu- 
dio y  al  retiro,  nada  de  las  pacíficas  inclinaciones  de  su  primer 
estado  conservó  el  infante  en  su  bulliciosa  carrera,  empleada 


(i)    No  pudimos  dislin^'inr  con  certidumbre  en  la  inscripción  ni  el  nombre  ni 
la  era,  y  sólo  sospechamos  si  se  leería  Juan  Pérez. 


casi  únicamente  en  suscitar  disturbios  en  el  reino  y  ligas  entre  los 
magnates,  y  en  mendigar  alianzas  contra  su  hermano  y  rey  á  Na- 
varra, á  Portugal  y  hasta  al  rey  moro  de  Granada,  en  cuya  corte 


VILI.ALCÁZAK  nr.  SIRCA. -Sf.i'I'lciío  dkí-  Infasíe  Don  I'V:l[|'f. 

residió  largo  tiempo  y  le  acompañó  á  Sevilla  para  hacer  las  paces 
con  Alfonso.  Al  año. siguiente  de  t  274,  á  28  Noviembre,  acabó 
sus  días  en  Sevilla  hacia  los  44  años  de  su  edad  en  paz  y  en  gra- 
cia del  soberano,  antes  que  las  desventuras  y  desunión  de  la  real 
familia  le  complicaran  en  nuevas  y  más  culpables  rebeliones. 
La  que  enfrente  yace  no  es  aquel  blanco  lirio  del  norte  agos- 


502  FALENCIA 


tado  por  el  ardiente  sol  meridional,  que  murió  de  pena  dicen 
por  el  desigual  trueque  de  su  consorcio,  ¿  y  quién  sabe  si,  más 
bien  que  por  ambiciosas  aspiraciones,  por  un  afecto  más  tierno 
y  puro?  Cristina  probablemente  reposa  en  Covarrubias,  en  Vi- 
llasirga  la  segunda  mujer  de  D.  Felipe,  Leonor  Ruiz  de  Castro, 
que  con  sus  derechos  al  infantado  de  León  dio  pretexto  á  su 
marido  de  mover  querellas  al  monarca  y  le  trajo  las  alianzas  de 
su  hermano  D.  Fernando  y  de  su  tío  D.  Ñuño  González  de  Lara. 
De  este  casamiento  no  se  conoce  más  fruto  que  un  hijo  de  igno- 
rado nombre  que  murió  niño  en  vida  de  sus  padres  y  duerme  con 
ellos;  tuvo  además  el  infante  una  hija  llamada  Beatriz  Fernán- 
dez que  vivía  en  1321  (i).  Sobrevivió  Leonor  al  esposo,  y  por 
su  testamento  se  mandó  enterrar  en  el  convento  de  San  Felices 
de  Amaya  de  la  orden  de  Calatrava,  donde  se  les  creyó  largo 
tiempo  sepultados  á  los  dos,  hasta  que  salieron  del  olvido  las 
tumbas  de  Villasirga  y  fueron  sacadas  á  la  luz  sus  inscripcio- 
nes (2).  Por  qué  y  cómo  se  encuentran  allí  á  pesar  de  la  volun- 


(1)  Así  la  nombra  el  testamento  de  D.'  Blanca  de  Portugal,  nieta  por  su  madre 
de  Alfonso  el  Sabio,  llamándola  expresamente  hija  del  infante  D.  Felipe  y  legán- 
dole dos  mil  maravedises.  Pellicer  la  equivoca  con  D.' Beatriz  de  Castro,  mujer  de 
Diego  Pérez  Sarmiento  el  Viejo  y  segunda  dotadora  del  monasterio  de  Benevive- 
re,  que  murió  en  i  340. 

(2)  Todos  los  autores  anteriores  al  siglo  pasado  ignoraron,  no  sabemos  cómo, 
la  existencia  de  estos  sepulcros,  incluso  Hades  que  describe  los  escudos  que  tenía 
el  entierro  de  la  infanta  en  San  Felices  de  Amaya,  uno  con  la  banda  de  los  Castros 
y  otro  con  siete  róeles,  y  añade  que  desde  allí  mandó  Felipe  11  trasladar  los  cuer- 
pos á  Burgos  en  i  568.  Salazar  y  Castro  cita  el  testamento  otorgado  por  la  misma 
á  37  de  Abril  de  1275  en  Santa  Olalla,  lugar  de  su  abuela  D.'  Elo  que  dejó  á  la  or- 
den de  Calatrava.  A  mediados  del  último  siglo  fué  reconocido  el  cadáver  de  D.  Fe- 
lipe por  orden  de  D.  Andrés  Bustamante,  obispo  de  Palencia,  que  hizo  poner  llave 
á  la  urna,  y  fué  hallado  perfectamente  incorrupto  y  blando  al  tacto,  revestido  de 
un  bordado  manto  real.  La  inscripción  puesta  detrás  de  la  cabecera  del  sepulcro 
dice  así :  Era  mülestma  trecentesima  duodécima  quario  kalendas  mensis  decembris 
vigilia  beaii  Saturnini  obiil  dominus  Filippus  injans,  vir  nobiiissimus^Jilius  regís 
domini  Fernandi^  pairis  cuj'us  sepultura  est  Hispali,  cujus  anima  requiescat  in  pace 
amen,  Filius  vero  jacet  hic  in  ecclesia  beaie  Marte  de  Villasirga  cujus  anima  omni- 
potenii  Deo  et  sanclis  ómnibus  conmendelur  —  dicani  pater  noster  et  ave  Marta.  Por 
estar  harto  arrimada  al  poste  la  pesada  urna  de  la  infanta  que  sin  mucha  gente  y 
trabajo  no  es  dable  mover,  no  puede  leerse  su  epitafio  que  comprobaría  la  verdad 
de  aquel  entierro  y  fijaría  el  año  de  su  muerte.  Ponz,  ño  sabemos  por  dónde,  la 
llama  Inés. 


FALENCIA  503 


tad  de  la  testadora,  no  hemos  podido  averiguarlo :  tal  vez  Don 
Felipe  en  sus  últimos  momentos,  como  acostumbraban  los  per- 
sonajes de  aquel  siglo,  vistió  el  hábito  del  Temple,  y  los  caba- 
lleros se  llevaron  su  cadáver  á  dicha  casa,  una  de  las  más 
antiguas  y  suntuosas  de  la  orden,  adonde  le  siguió  para  no  estar 
divididos  el  de  su  viuda. 

Rostro  aplastado,  ojos  cerrados  muy  prominentes,  bonete 
con  orejeras,  el  halcón  en  una  mano  y  la  otra  puesta  en  el  puño 
de  la  espada,  onduloso  manto  que  le  envuelve,  y  á  los  pies  un 
perro  y  un  conejo,  caracterizan  la  efigie  del  infante,  de  tamaño 
mayor  que  el  natural,  acostada  sobre  la  cubierta.  Con  la  roja 
cruz  del  Temple  alternan  en  los  escudos  los  castillos  paternos  y 
las  águilas  de  la  casa  de  Suavia  que  también  se  distinguen  en 
el  cinto.  Rodea  los  costados  de  la  urna  la  fúnebre  comitiva  com- 
puesta de  innumerables  figuras  de  relieve,  de  las  cuales  varias 
sirven  de  columnas  á  los  arcos  de  adorno,  unas  en  procesión 
delante  del  ataúd,  otras  en  confuso  tropel  mesándose  los  cabe- 
llos, gentes  á  pié  y  á  caballo,  monjas  y  plañideras,  frailes  y  obis- 
pos, músicos  con  trompetas  y  caballeros  con  la  cruz  en  el  pecho, 
y  por  último  la  representación  del  sepulcro  sostenido  por  leones 
como  lo  está  el  original.  En  la  cabecera  se  ve  al  moribundo  co- 
giendo de  la  mano  á  su  esposa  y  á  otra  persona  poniendo  la 
suya  sobre  la  cabeza  del  mismo  (i).  Análogas  escenas  figuran 


(i)  a  fin  de  completar  la  descripción  de  estos  relieves,  añadiremos  la  que  de 
los  mismos  publicó  el  Sr.  Amador  de  los  Ríos  en  el  Museo  español  de  anti¡Jüeda- 
des,  i.cr  tomo,  observando  en  la  expresada  urna  detalles  que  no  advertimos  bas- 
tante, y  omitiendo  otros  á  su  vez.  «Allí  se  mira,  dice,  la  infanta  Leonor  sobre  un 
caballo  enlutado,  rodeada  de  sus  damas,  vestidas  unas  de  corte,  cubiertas  otras 
de  negros  monjiles,  y  seguida  de  las  endechadoras  que  parecen  entonar  lastime- 
ros cantares.  Allí  el  féretro  con  el  cadáver  conducido  en  hombros  de  seis  escude- 
ros y  escoltado  por  una  cabalgata  de  caballeros,  acompañados  á  su  vez  de  hombres 
de  armas  que  llevan  del  revés  los  escudos  nobiliarios  del  príncipe.  Allí  el  caballo 
de  batalla  del  D.  Felipe,  mostrando  pendiente  del  arzón  en  igual  forma  su  es- 
cudo de  armas,  y  llevado  de  la  rienda  por  un  paje.  Allí  las  órdenes  religiosas,  los 
abades  y  obispos,  los  clérigos  y  acólitos,  elevando  al  cielo  sus  preces  por  el  alma 
del  magnate,  y  á  su  lado  sostenida  por  sus  damas,  rasgándose  las  vestiduras  y 
mesándose  el  cabello,  reproducida  la  figura  de  la  infanta,  cuyo  dolor  procuran  mi- 
tigar en  vano  algunas  religiosas.») 


504  FALENCIA 

en  la  urna  de  Leonor,  cuyos  timbres  jaquelados  y  de  cinco  cora- 
zones se  combinan  con  los  de  su  esposo  así  en  los  escudos  como 
en  la  orla  del  manto  y  correas  de  él  pendientes,  y  su  delicada 
mano  sostiene  asimismo  un  corazón,  dejándose  ver  en  la  otra 


FKOMISTA.-Pakiíoquía  de  San  Martín 

dos  sortijas.  Es  más  singular  que  bello  su  altísimo  tocado  sujeto 
á  un  lado  con  botones  y  envuelto  en  guarniciones  menudamen- 
te rizadas,  que  dan  vuelta  al  rostro  y  cubren  la  boca  al  estilo 
oriental. 

Desde  Villasirga  continuaba  al  oriente  la  calzada  de  pere- 
grinos por  Arconada,  donde  hacia  1047  ^^  conde  Gómez  Díaz 
fundó  para  asistencia  de  aquellos  el  monasterio  de  San  Facun- 


FALENCIA  5  05 

do  (i),  cuya  iglesia  subsiste  como  parroquia  y  no  la  más  antigua 
del  pueblo,  pues  hay  otra  de  la  Asunción  construida  de  tapia  y 
sin  bóveda  que  presume  ser  la  decana  de  la  diócesis.  Más  ade- 
lante conserva  Fromista  dos  hospitales  titulados  de  Santiago  y 
de  palmeros^  y  tres  parroquias  dedicadas  á  Santa  María,  á  San 
Pedro  y  á  San  Martín.  Debe  la  última  su  erección  á  la  viuda  de 
Sancho  el  Mayor,  rey  de  Navarra,  y  heredera  de  Castilla,  D.*  Ma- 
yor ó  Nuña,  quien  llena  de  años  en  1066,  después  de  sobrevivir 
á  sus  tres  hijos  los  reyes  de  Sobrarbe,  Navarra  y  Castilla,  dejó 
sus  viñas  y  tierras  y  los  cuantiosos  ganados  que  en  Asturias 
poseía  á  los  monjes  benedictinos  que  allí^  trajo,  y  sometióles  el 
barrio  contiguo  poblado  de  vasallos  suyos  solariegos  (2).  En  1 1 18 
la  reina  Urraca  anejó  el  monasterio  al  de  San  Zoilo,  haciéndolo 
priorato :  la  vivienda  de  los  religiosos  fué  renovada  en  su  mayor 
parte  por  el  arquitecto  fray  Juan  Ascondo  á  mediados  del  últi- 
mo siglo ;  pero  la  iglesia  guarda  intactos  sus  torneados  ábsides 
bizantinos  y  levanta  del  centro  del  crucero  su  octógona  torre 
cercada  de  varios  órdenes  de  ventanas  semicirculares,  la  cual 
por  raro  capricho  comunica  por  un  pasadizo  á  manera  de  puen- 
te con  la  escalera  colocada  en  un  cubo  aislado.  Más  que  la  anti- 
güedad ennoblece  á  este  templo  el  prodigio  de  la  sagrada  Hostia 
que  se  quedó  pegada  á  la  patena  en  el  acto  de  administrar  el 
Viático  á  un  penitente  ligado  inadvertidamente  con  las  censuras 
eclesiásticas,  y  hasta  después  de  absuelto  no  pudo  comulgar  (3). 


(i)  En  la  donación  de  este  monasterio  al  de  San  Zoil,  publicada  por  Yepes, 
dice  el  conde  haber  sido  la  iglesia  consagrada  por  dos  obispos  Cipriano  y  Pedro, 
cuyas  sedes  no  expresa ;  sin  embargo,  el  primero  era  de  León.  Lo  mismo  refiere 
una  inscripción  que  hay  en  el  pórtico  y  que  trae  el  diccionario  de  Madoz,  datada 
del  reinado  de  Fernando,  sin  duda  el  I,  y  de  la  época  del  conde  Gómez.  No  estuvi- 
mos allá,  y  así  no  podemos  enmendar  sus  inexactitudes,  pero  sospechamos  que  la 
era  MCCXXX  tan  notoriamente  equivocada,  debe  ser  MLXXXX  correspondiente 
al  año  10$ 2. 

(2)  El  testamento  que  cita  Yepes  data  del  i  ^  dcf  Junio,  y  en  él  manda  hacer  de 
sus  rebaños  tres  partes,  una  para  el  lugar  de  su  sepultura,  otra  para  el  culto  de 
San  Martín  y  otra  para  los  monjes  de  la  casa.  No  se  sabe  dónde  está  enterrada 
D.«  Mayor,  de  la  cual  no  hay  memoria  en  el  panteón  real  de  León,  ni  de  su  existen- 
cia posterior  á  la  viudez  se  tuviera  noticia  á  no  ser  por  dicho  documento. 

(3)  Sucedió  este  caso  en  25  de  Noviembre  de  1453  :  el  enfermo  se  llamaba 

64 


506  FALENCIA 


Fromista,  patria  de  San  Pedro  González  Telmo  en  el  siglo  xiii, 
estaba  bajo  el  señorío  de  los  Gómez  Benavides,  mariscales  de 
Castilla,  que  poseían  su  fuerte  y  se  titularon  marqueses  de  la 
misma  por  concesión  de  Felipe  II. 

Al  extremo  oriental  del  distrito  trazan  tres  paralelas  de  nor- 
te á  mediodía  el  Pisuerga,  el  canal  de  Castilla  y  la  carretera  de 
Santander.  Sobre  la  orilla  derecha  del  río  recuerda  Lantadilla  la 
primera  derrota  que  sufrió  en  19  de  Julio  de  1068  Alfonso  VI 
reinante  en  León,  combatiendo  con  su  hermano  Sancho  II  de 
Castilla  (i).  Junto  al  canal  descuella  en  las  Cabanas  el  castillo 
del  marqués  de  Villatprre,  y  abren  paso  por  dentro  de  su  recin- 
to á  la  carretera  Santillana  y  Osorno  esclarecida  por  los  condes 

* 

de  su  título,  que  desprendidos  del  robusto  tronco  de  los  Manri- 
ques hacia  la  mitad  del  siglo  xv,  siguieron  en  toda  guerra  y 
disensión  la  bandera  de  su  linaje  agrupándose  con  los  demás 
parientes  en  torno  del  jefe  de  la  familia  (2).  Extinguióse  su  línea, 
incorporáronse  en  los  del  duque  de  Alba  sus  estados,  y  hasta  su 
palacio  pereció  abrasado  en  la  guerra  de  la  Independencia.  Qué- 
dase al  occidente  del  camino  en  Villadiezma  la  capilla  que  encie- 
rra las  tumbas  de  dos  prelados  nacidos  en  la  contigua  casa  sola- 
riega, D.  Alonso  González,  obispo  de  León,  fallecido  en  161 5,  y 
su  sobrino  fray  José  González  que  empezó  su  carrera  episcopal 
en  Falencia  y  la  terminó  en  Burgos  en  1631  :  más  adelante  en 


Pedro  Fernández  Teresa,  y  había  sido  excomulgado  por  la  deuda  contraída  con  un 
judío,  mediante  cuyo  pago  se  juzgaba  ya  libre  de  la  censura.  Frente  de  la  puerta 
del  mismo  templo  se  muestra  su  sepulcro.  Morales  describe  el  aparato  con  que  se 
enseñaba  este  misterio  venerado  constantemente  por  espacio  de  cuatro  siglos,  y 
la  impresión  que  causaba  el  descubrirlo.  «Los  cabellos  se  erizan,  dice,  el  cuerpo 
todo  tiembla,  y  el  alma  aunque  indigna  concibe  algo  de  temor  y  reverencia.» 

( 1 )  Plantada  llaman  el  lugar  de  la  batalla  los  anales  Complutenses,  expresando 
que  estaba  sobre  la  margen  del  Pisuerga,  y  Lantada  el  cronicón  de  Cárdena. 

(2)  Erigióse  el  condado  de  Osorno  en  1445  á  favor  de  Gabriel  Manrique,  hijo 
segundo  de  Garci  Fernández,  señor  de  Aguilar  y  primer  conde  de  Castañeda,  pri- 
mo del  adelantado  Pedro  Manrique;  por  su  madre  D.*  Aldonza  de  Castilla,  nieta 
del  infonte  D.  Tello,  tuvo  el  señorío  de  Villasirga.  Continuó  por  siete  generacio- 
nes su  línea  masculina,  alternando  ios  nombres  de  Pedro  y  Garci  Fernández  hasta 
su  extinción  en  el  siglo  xvii. 


Abia  de  las  Torres,  cabeza  de  arciprestazgo,  vense  escasos  res- 
tos de  un  castillo  del  marqués  de  Montealegre.  De  esta  suerte 
no  perdiendo  de  vista  un  momento  el  arte  ni  la  historia,  se  olvi- 
dan las  molestias  del  viaje,  y  el  más  árido  y  monótono  terreno 
se  transforma  en  delicioso  panorama. 


CAPITULO   Vil 


Partidos  de  Saldaña  y  de  Cervera  del  Pisuerga.— Agullar  de  Campóo 


GONFORME  nos  accrcamos  á  las  montañas  del  norte,  fuente 
de  humor  y  de  vida,  cobra  el  suelo  mayor  variedad  y  se 
viste  de  vegetación  más  frecuente  y  más  lozana.  El  partido  de 
Saldana,  como  el  de  Carrión,  comprende  en  su  mayor  parte 
rasas  llanuras ;  pero  cruzan  sus  páramos  más  á  menudo  rfos 
benéñcos  aunque  de  escaso  caudal,  formando  valles  y  cañadas 
donde  parecen  haber  brotado  los  pueblos  con  la  escasa  alame- 
da que  les  da  sombra  y  con  la  reducida  vega  que  cultivan.  De 
más  de  ciento  que  cuenta  el  distrito,  veinte  no  más  tienen  la 
categoría  de  villa,  y  de  estas  sólo  tres  además  de  la  cabeza 
alcanzan  al  número  de  mil  habitantes,  Herrera  del  Písuerga, 
Guardo  y  Villasarracino.  Sin  recuerdos  apenas  y  sin  vestigios 
de  lo  pasado,  sin  otros  monumentos  que  las  bajas  y  cuadradas 


510  P    V   1.  E  N  C  I  A 


torres  de  sus  parroquias ,  pocas  detienen  la  atención  del  viajero 
al  desfilar  rápidamente  por  las  márgenes  de  los  riachuelos,  que 
fertilizan  y  con  frecuencia  inundan  sus  campiñas. 

Diez  y  ocho  pueblos  componían  el  valle  de  Boedo,  á  cuyas 
aguas  disputadas  con  reñidos  pleitos  dióse  el  nombre  de  río 
de  la  plata  y  y  tenían  sus  juntas  en  Calahorra  junto  á  la  cual 
aparecen  vestigios  de  fortaleza :  Espinosa  de  Villagonzalo  en 
otro  tiempo  amurallada,  Villaprovedo  de  cuya  parroquia  elogia 
Ponz  el  retablo  mayor  y  la  portada,  San  Cristóbal  inmediata  á 
un  antiguo  priorato  benedictino,  pertenecían  á  esta  jurisdicción. 
Sobre  el  Pisuerga  en  la  confluencia  del  Burejo  domina  Herrera 
una  amena  perspectiva,  y  su  vistosa  plaza  y  sus  concurridos 
mercados  se  combinan  con  los  restos  del  magnífico  palacio  del 
condestable  duque  de  Frías  para  acreditar  su  importancia  de 
todos  tiempos.  En  el  siglo  xii  tuvo  dos  monasterios  agregados 
al  de  Aguilar  de  Campóo,  el  de  San  Agustín  por  Alfonso  Vil 
en  1 152  y  el  de  San  Román  en  1 173  por  Alfonso  VIII;  en  el 
siguiente  presenció  la  prisión  de  D.  Alvaro  de  Lara  por  las 
gentes  de- Fernando  III,  á  quien  había  salido  al  camino  para 
tenderle  asechanzas  ó  desafiar  su  poder  el  orgulloso  magnate. 

A  orillas  del  Valdavia  agua  arriba  se  suceden  Castríllo  de 
Villavega  que  tomó  su  nombre  acaso  del  cuadrado  torreón  ó 
atalaya  que  le  señorea,  Barcena  de  Campos  con  su  espléndida 
parroquia  y  el  convento  que  fué  de  basilios,  Villanuño  asentada 
en  una  ladera,  Villasila  con  su  aneja  Villamelendro,  Villaeles  en 
angosta  garganta.  Arenillas  de  San  Pelayo  cuya  gótica  iglesia 
poseyeron  los  premonstratenses  como  dependencia  del  monaste- 
rio de  Retuerta,  Renedo  cercada  de  olmos,  Buenavista  y  su 
barrio  al  pié  de  derruido  castillo,  más  allá  la  Puebla  partida  por 
el  arroyo.  El  pequeño  Vallarna  nacido  en  Hitero  Seco,  donde 
retiene  el  nombre  de  mola  el  cerro  en  el  cual  se  erguía  una  for- 
taleza de  los  Laras,  pasa  no  lejos  de  Villasarracino,  una  de  las 
principales  de  la  comarca,  y  va  á  morir  lejos  de  allí  en  el  Pi- 
suerga. Comparado  con  estos  puede  presumir  de  caudaloso  el 


FALENCIA  511 

Carrión,  y  atravesando  en  toda  su  longitud  el  partido,  se  reser- 
va la  prerrogativa  de  regar  la  fértil  vega  de  Saldaña  y  de  visitar 
la  histórica  capital. 

Remonta  esta  su  origen  á  la  dominación  romana  si  atende- 
mos al  contexto  de  cierta  lápida  más  que  al  silencio  de  los  anti . 
guos  geógrafos  (i),  y.  participa  con  otras  poblaciones  de  la 
gloria  de  haber  sido  precozmente  conquistada  por  Alfonso  I. 
Condes  la  gobernaron  desde  el  principio  como  plaza  fronteriza, 
y  en  las  crónicas  y  romances  es  famoso  aquel  Sandias  ó  Sancho 
Díaz,  amante  de  Jimena  y  padre  de  Bernardo  del  Carpió,  que 
expió  dicen  la  deshonra  de  la  hermana  de  Alfonso  el  Casto  con 
la  pérdida  de  los  ojos  y  de  la  libertad.  Corriendo  el  siglo  xi 
hallamos  por  dos  veces  reunidos  los  condados  de  Saldaña  y 
Carrión,  primero  en  Gómez  Díaz,  el  fundador  de  San  Zoilo,  y 
luego  en  Pedro  Ansúrez,  el  restaurador  de  Valladolid.  En  aquel 
castillo  de  su  buen  ayo,  que  había  visitado  quizás  en  su  niñez, 
rerminó  la  reina  Urraca  su  existencia  más  azarosa  que  larga 
á  8  de  Marzo  de  1 1 26,  no  encerrada  por  su  hijo  sino  ejerciendo 
actos  de  soberana,  pero  sin  que  la  severa  majestad  de  la  muer- 
te ahuyentara  del  mismo  féretro  la  maledicencia  que  pregonó 
en  vida  y  exageró  probablemente  sus  extravíos  (2).  Dos  años 
y  medio  después,  en  Noviembre  de  1 1 28,  atavióse  con  regia 
pompa  el  alcázar  para  recibir  á  la  bella  y  joven  Berenguela 
hija  del  conde  de  Barcelona,  desde  donde  vino  por  mar  rodean - 


(1)  Dicha  lápida,  hallada  en  León  junto  á  San  Isidoro  y  publicada  por  Ponz  y 
Risco,  dice  así:  L.  Lollio  materni  F.  Lolliano  Saldaniesi  an.  XVÍII  Lollius  malernus 
f>.  S,  T,  r.  L.  Véase  el  tomo  de  Asturias  y  León^  cap.  I,  parte  2.* 

(2)  La  especie  de  haber  fallecido  de  parto  de  un  hijo  ilegitimo  procede  de  un 
cronicón  puesto  al  frente  de  la  historia  Compostelana,  escrita  como  es  sabido  con 
espíritu  sumamente  hostil  á  la  reina.  Regnavit  iyrannice  ei  muliebriter^  dice,  ei 
apud  castrum  Saldania  in  ftariu  adulterini filii  vitam  in/elicem  finivit.  Es  de  adver- 
tir que  á  la  sazón  contaba  45  años.  La  Compostelana  á  pesar  de  su  animadversión 
nada  de  esto  dice,  sino  que  Urraca  recibió  ya  muy  enferma  á  los  enviados  del  ar> 
zobispo  de  Santiago  y  mandó  restituirles  el  castillo  de  Cira.  De  otras  versiones 
que  infaman  su  muerte  nos  ocupamos  en  el  tomo  de  Asturias  y  León.  La  cubierta 
de  su  sepulcro  en  el  panteón  de  San  Isidoro  no  siempre  estuvo  lisa  como  allí 
dijimos.  Sandoval  la  vio  en  cita  retratada  de  media  talla  con  el  traje  antiguo  y 
con  un  tocado  alto  de  vizcaina,  y  aun  Flórez  la  alcanzó  á  ver. 


<>I2  FALENCIA 

do  toda  la  península  á  fin  de  evitar  el  tránsito  poco  seguro  por 
los  dominios  de  Aragón.  Recibió  á  su  desposada  Alfonso  VII  en 
la  costa  de  Cantabria,  y  en  Saldaña,  antes  de  llegar  á  su  corte, 
celebró  las  bodas  con  los  más  venturosos  auspicios.  Aquí  ter- 
minan los  grandes  recuerdos  de  la  villa;  más  adelante  ya  no 
figura  sino  como  título  de  condado,  creado  por  Enrique  IV  á 
favor  de  D.  íñigo  López  de  Mendoza  y  hereditario  en  los  pri- 
mogénitos de  la  casa  de  Infantado. 

Bajo  su  señorío  siguió  gozando  de  insignes  preeminencias, 
puesta  á  la  cabeza  de  cerca  de  cien  lugares.  Testigos  son  del 
esplendor  antiguo  sus  parroquias  de  San  Miguel ,  San  Pedro  y 
San  Martín,  espaciosas  y  de  tres  naves  todas  ellas,  el  esqueleto 
del  castillo  que  la  domina  desde  lo  alto  de  la  peña  de  San  Ro- 
mán, el  puente  de  veinte  y  tres  arcos  sobre  el  Carrión  aunque 
asaz  maltratado  por  el  tiempo.  Su  hermosa  vega  se  extiende 
río  abajo  más  de  dos  leguas ;  remontando  la  corriente  se  estre- 
cha por  espacio  de  cinco  ó  seis  hasta  llegar  á  Guardo,  villa 
enriscada  con  ruinosa  fortaleza  en  su  cumbre,  á  cuya  espalda 
principia  la  sierra  con  su  espesura  de  robles  y  abedules. 

Entramos  ya  en  otro  distrito  quebrado  y  pobre  pero  fron- 
doso y  pintoresco,  que  preside  Cervera  del  Pisuerga  y  que  ilus- 
tra Aguilar  de  Campóo.  El  suelo  se  encrespa,  la  vegetación  se 
engrandece,  conviértense  las  lomas  en  montañas,  las  montañas 
en  cordilleras,  los  matorrales  y  plantíos  en  densas  alamedas  y 
bosques  majestuosos,  y  al  mismo  tiempo  los  valles  se  ramifican, 
los  ríos  se  dividen  en  cien  arroyos  subiendo  á  sus  oscuras  fuen- 
tes, los  pueblos  se  fraccionan  hasta  degenerar  en  aldeas  ó  gru- 
pos de  veinte,  de  diez,  de  cinco  casas  ó  más  bien  chozas,  cada 
uno  con  su  parroquia,  cada  seis  ú  ocho  con  su  ayuntamiento. 
Poco  discrepa  en  suma  el  aspecto  del  país  y  la  índole  de  su 
territorio  y  las  inexplotadas  minas  y  los  trashumantes  rebaños 
y  las  tareas  y  carácter  de  sus  moradores,  de  lo  que  presentan 
las  montañas  de  León  y  las  de  Burgos  situadas  á  su  poniente  y  á 
su  levante,  y  la  región  de  Liévana  de  la  cual  al  norte  le  divi- 


PALENCIA  513 


den  las  Sierras  Albas  y  de  Brañosera.  Paralelo  á  su  límite  oc- 
cidental baja  el  Carrión  de  las  breñas  de  los  Cárdanos,  refle- 
jando los  techos  pajizos  de  las  villas  de  Alba  y  Camporredondo; 
traza  su  confín  oriental  el  Pisuerga,  después  de  haber  corrido 
con  rumbo  al  este  por  bajo  de  la  sierra  donde  tiene  su  cuna. 
Entre  los  dos  se  deslizan  en  línea  diagonal  el  Valdavia  por  el 
valle  de  Respenda,  el  Burejo  por  el  de  Ojeda,  nombres  que 
recuerdan  sus  antiguas  demarcaciones. 

Cómo  otorgó  Alfonso  VIII  al  obispo  Raimundo  vastos  do- 
minios en  aquella  tierra,  comprando  con  ellos  mayores  franqui- 
cias para  los  palentinos,  cómo  en  el  siglo  xv  fueron  erigidos  en 
condado  vinculado  á  la  mitra  hasta  el  presente,  tomando  el 
nombre  del  arroyo  Pernia  que  los  baña^  referido  queda  en  la 
historia  de  la  capital  (i).  Árenos,  el  Campo,  Bañes,  Villavega, 
Camasobres,  Resoba,  todos  los  lugarejos  en  la  donación  nom- 
brados, subsisten  no  muy  cambiados  desde  entonces;  y  en  el 
centro  de  sus  ásperos  riscos  conservan  el  rango  de  colegiatas 
el  monasterio  de  San  Salvador  de  Campo  de  Muga  y  la  abadía 
de  Santa  María  de  Labanza,  aun  después  de  incorporadas  sus 
dignidades  al  cabildo  catedral  (2).   Ni  uno  ni  otra  se  desdeñan 


(i)    Véase  atrás  págs.  365  y  38 3. 

{2^  Hoy  corrompido  el  nombre  se  llama  San  Salvador  de  Cantamuda  ó  Canta- 
muga:  Argáiz  supone  que  primero  fué  monasterio  benedictino,  y  deriva  arbitra- 
riamente su  etimología  de  Mugait,  caudillo  sarraceno  vencido  por  el  Rey  Casto. 
En  la  escritura  de  Alfonso  VIII  son  de  notar  las  cláusulas  siguientes :  Videns  Pa- 
lentinum  ftopulum  gravibus  foris  et  consuetudinibus  gravarte  impetravi  ab  ecclesia 
Sancii  Anionini  et  á  domino  Raymundo  legitimo  avúnculo  nosiro..,  ui pre/ata eccle- 
sia primevos  removerei  foros^  et  bonos  cum  consenso  meo  insíitueret  et  redigeret  in 
scriptis.  Revera  cum  Palentina  ecclesia^  evacuatis  redditibus  fororum  Palentini con- 
cilii  quos  antiquitus  percipere  solebat,  plurimum  gravaretur^  concedo  in  concam- 
bium  et  recompensationem  hoc  monasterium  Sancti  Salvatoris  de  Campo  de  Muga, 
cum  ómnibus  directis  et  pertinentiis  suis  et  possessionibus  quas  hodie  habet  et  possi- 
det.  et  quas  in  diebus  Adefonsi  imperatoris  avimei  habuit  et  possedit  et  in  diebus 
pairis  mei  regis  Sancii^  preter  populationes  de  Camasores  et  barrios  de  Risova...  et 
cum  aliis  solaribus  qui  sunt  et  semper  fuerunt  Sánete  Marie  de  Lavancia^  et  cum 
ecclesia  Sánete  Crucis  de  Aremos  et  cum  tredecim  solaribus  populatis  et  omni  here- 
dilate  sua,  et  cum  ecclesia  Sancti  Petri  in  Campo  et  duobus  solaribus  et  omni  here- 
ditate  suay  et  cum  ecclesia  Sancti  Juliani  de  Cammos  cum  sua  villa  et  ómnibus  per- 
tinentiis suiSy  et  cum  ómnibus  solaribus  populatis  et  heremis  de  villa  de  Banñes  et 
omni  hereditate  sua,  et  cum  domo  de  Villavegarum  et  ómnibus  pertinentiis  swis,  et 

65 


514  FALENCIA 

de  servir  de  parroquias  á  pueblecillos  de  cien  almas,  aquél  á 
la  entrada,  ésta  en  el  fondo  de  una  hoz  sinuosa  y  profunda. 
Por  desgracia  no  penetramos  hasta  allí  para  poder  afirmar  si 
junto  con  el  título  permanece  su  fábrica  primitiva,  reconstruida 
en  1 185  la  de  Labanza  por  el  conde  Rodrigo  Bustos,  su  bien- 
hechor (i). 

Cervera,  la  cabeza  del  partido,  es  una  linda  población  serra- 
na de  anchas  y  limpias  calles  y  de  amenos  contornos,  cuya 
plaza  regular  cierran  cómodos  soportales,  y  cuya  iglesia  de 
cantería  se  eleva  á  la  falda  de  un  cerro  con  la  advocación  de 
Santa  María  del  Castillo.  No  busquemos  allí  otra  antigualla 
que  algún  resto  de  fortaleza:  los  monumentos,  la  historia  de 
la  comarca  están  á  cuatro  leguas  de  distancia  en  Aguilar  de 
Campóo,  adonde  nos  conduce  en  dirección  á  oriente  el  bullicioso 
curso  del  naciente  Pisuerga,  regando  al  paso  la  deleitable  vega 
de  Salinas,  cruzando  por  debajo  de  sólidos  puentes  y  dando 
impulso  á  pintorescos  molinos. 

Otro  fué  nuestro  itinerario  subiendo  desde  Herrera  para 
llegar  directamente  á  la  célebre  Aguilar.  A  la  izquierda  dejamos 
el  valle  de  Ojeda,  que  empezando  en  Villabermudo  abarca 


cum  ecclesia  Sánete  Marte  de  Rianes  cum  sua  villa  el  ómnibus  periineniiis  suis. 
A  estas  añade  otras  iglesias  y  villas  del  país  de  Licbana;  la  fecha  del  documento 
debe  ser  la  de  1 1 8 1 ,  según  notamos  p.  3 6 s  • 

(i)  Refiérelo  el  epitafio  que  publicó  Pulgar  y  que  aunque  moderno  es  intere- 
sante por  las  noticias  que  contiene:  «Aquí  yacen  sepultados  el  conde  D.  Rodrigo 
Gustios  y  la  condesa  su  mujer  y  uno  de  sus  tres  hijos  que  tuvieron,  señores  de 
grande  estado  de  muchas  villas  y  lugares,  grandes  bienhechores  de  esta  abadía, 
cuya  iglesia,  casa  y  claustro  reedificaron  año  de  i  185  y  la  dotaron  con  muchos 
de  sus  bienes,  y  aviendo  gastado  el  dicho  conde  la  mayor  parte  de  su  vida  en  la 
guerra  en  defensa  de  la  fe,  falleció  en  su  casa  originaria  que  tuvo  cerca  de  esta 
en  el  lugar  de  Polentinos  en  el  solar  de  Colmenares,  en  20  de  Diciembre  del  año 
de  1 192;  en  cuya  memoria  se  renovaron  los  escudos  que  están  sobre  estos  se- 
pulcros, por  aver  faltado  con  el  tiempo  los  antiguos  de  madera  con  otras  insignias 
de  guerra  que  estavan  sobre  ellos.»  El  mismo  Pulgar  trae  el  instrumento  de  par- 
tición de  rentas  hecho  en  1 290  entre  el  abad  y  canónigos  de  Labanza,  y  menciona 
varios  privilegios  otorgados  á  la  abadía,  uno  de  Alfonso  VII  en  1 142  dándole  los 
términos  y  puertos  de  que  goza,  otros  de  Sancho  IV  en  i  289  concediéndole  la 
villa  de  Polentinos  y  á  sus  canónigos  las  mismas  exenciones  y  franquicias  que  á 
los  de  Palencia,  y  diversas  confirmaciones  de  los  reyes  Alfonso  XI,  Pedro,  Enri- 
que 11,  Juan  I  y  Juan  II. 


FALENCIA  515 

veinte  lugares  sometidos  casi  todos  por  Alfonso  IX  de  León  al 
convento  de  monjas  cistercienses  de  San  Andrés  de  Arroyo,  el 
cual  florece  todavía  lo  mismo  que  el  de  Santibáñez  de  Ecla  en 
aquella  cañada  bajo  la  dependencia  de  las  huelgas  de  Burgos. 
Desde  Alar,  campo  que  fué  de  su  señorío,  donde  el  remate  del 
canal  de  Castilla  ha  improvisado  un  pueblo  de  almacenes,  otro 
más  ancho  y  frondoso  valle  á  orillas  del  Pisuerga  contiene  á 
Nogales,  á  Prádanos,  á  Olmos  de  Santa  Eufemia,  cuyos  nom- 
bres indican  la  vegetación  que  les  circunda,  mezclada  con  la  de 
frescos  chopos  y  saúcos.  Becerril  del  Carpió,  rico  en  frutales, 
deja  asomar  á  la  vera  del  camino  una  reducida  iglesia  bizanti- 
na, completa  en  sus  líneas  y  detalles  desde  la  portada  hasta  el 
ábside  que  encierra  un  gótico  retablo ;  y  otra  más  rústica  pre- 
senta Olleros  debajo  de  un  peñasco  que  le  sirve  de  bóveda, 
cueva  dicen  en  otro  tiempo  donde  se  retiraba  á  orar  un  devoto 
pastorcillo.  A  la  derecha  queda  Mave  y  su  priorato  de  Santa 
María,  lugar  nombrado  por  el  cronista  Sebastián  entre  las  pri- 
meras conquistas  de  Alfonso  I,  que  forma  con  otros  el  ayunta- 
miento de  Gama ;  más  allá  descuella  coronada  de  nieves  la  roca 
de  Bernorio,  que  ha  dado  lugar  entre  los  naturales  á  grandio- 
sas tradiciones,  de  un  castillo  edificado  en  su  cumbre  por 
Augusto  durante  la  guerra  con  los  cántabros,  y  de  una  pobla- 
ción que  á  su  pié  existía  y  que  incendiaron  los  godos  para  ren- 
dir la  fortaleza,  defendida  no  se  sabe  si  por  los  suevos  ó  por 
los  romanos  (i). 

Con  tales  recuerdos  no  es  extraño  que  sea  reducida  Agui- 
lar  por  algunos  autores  á  la  Véllica  ó  Belgia  donde  sufrieron 
los  indomables  cántabros  su  primera  derrota,  y  que  deriven 
otros  su  origen  de  yuliobriga  6  de  Brigantium.  Campo  del 
álamo  (campus  populi)  parece  sonar  el  sobrenombre  de  Campóo 


(1)  Ignoramos  el  fundamento  histórico  de  tradiciones  semejantes,  y  no  lo  hay 
mayor  para  decir  que  en  el  término  de  Olleros  hubiese  una  ciudad  denominada 
Oliva,  y  otra  llamada  Calabria  junto  á  Aguilar,  donde  hoy  está  el  lugar  de  Cabria 
con  ruinas  de  castillo  y  de  monasterio. 


516 


FALENCIA 


añadido  al  harto  genérico  de  Aguilar,  aunque  en  un  documento 
del  1 03 1 ,  citado  no  recordamos  dónde,  se  la  llama  Campo  Pau . 
Tenía  su  gobierno  con  el  de  Asturias  de  Santillana  en  1 1 2  7 
don  Rodrigo  de  Lara,  que  tan  larga  resistencia  opuso  á  Alfon- 
so VII;  en  la  partición  de  los  reinos  de  León  y  Castilla  entre 
los  hijos  del  Emperador,  cupo  la  villa  al  primero,  y  fué  dada 
en  arras  por  Fernando  II  á  su  tercera  esposa  D.^  Urraca  de 
Haro.  Envidiósela  á  su  madrastra  Alfonso  IX  luego  de  fallecido 
su  padre,  y  puso  estrecho  cerco  al  castillo,  en  cuya  defensa  se 
inmortalizó  Marcos  Gutiérrez  que  lo  tenía  por  D.  Diego  López 
de  Haro,  hermano  de  la  reina.  Mientras  hubo  cueros  y  yerba  y 
animales  inmundos  que  comer  se  sostuvo  la  guarnición  disminu- 
yendo de  cada  día;  cuando  todo  se  acabó,  exánime  y  desfalle- 
cido tendióse  el  alcaide  á  la  puerta  con  las  llaves  en  la  mano, 
y  allí  le  encontraron  los  sitiadores  que  asaltaron  el  desierto 
muro,  haciéndole  volver  á  la  vida  con  las  más  solícitas  atencio- 
nes. Sabedor  de  que  D.  Diego  no  se  daba  aún  por  satisfecho 
de  su  resistencia,  pidió  al  rey  el  pundonoroso  Marcos  le  diese 
el  castillo  para  podérselo  devolver  al  que  se  lo  había  confiado, 
y  así  se  hizo ;  pero  el  de  Haro  no  lo  admitió  convencido  al  fin 
de  la  bravura  del  alcaide,  y  le  mandó  entregarlo  otra  vez  al 
caballeresco  monarca  (i). 

Vemos  no  obstante  que  en  1204  poseía  á  Aguilar  Alfon- 
se  VIII  de  Castilla,  favoreciéndola  tanto  que  algunos  le  han 
atribuido  su  repoblación.  Desde  el  principio  de  su  reinado  tuvo 
Alfonso  X  la  mira  de  hacerse  suya  la  villa  toda  por  compras, 
permutas  y  revindicaciones,  y  encontrándose  en  ella  á  14  de 


(i)  Sobre  este  hecho  hay  un  romance  de  Sepúlveda  más  poético  de  loque  sue- 
len serlo  los  de  dicho  autor,  y  rcfíérelo  no  á  las  disensiones  de  Alfonso  con  su 
madrastra,  sino  á  las  guerras  entre  León  y  Castilla,  empezando  así: 


Leoneses  con  castellanos 
grandes  barajas  hablan : 
los  reinos  eran  partidos, 
dos  Alfonsos  los  tenian. 


Aquese  rey  de  León 
en  Castilla  entrado  había, 
sobre  Aguilar  el  castillo 
muy  grande  cerco  ponía. 


FALENCIA  •  SI7 

Marzo  de  1255,  ^^  señaló  términos  y  otorgóle  su  fuero  real  (i). 
Continuó  unida  á  la  corona,  hasta  que  Alfonso  XI  la  dio  en 
patrimonio  á  sus  hijos,  frutos  ilegítimos  de  la  Guzmán,  primero 
á  Pedro  que  por  esto  se  llamó  de  Aguilar  y  murió  niño  en  1338, 
y  luego  á  Tello  más  adelante  señor  de  Vizcaya,  que  alcanzó 
para  ella  en  1367  de  su  hermano  Enrique  II  notables  franqui- 
cias y  mercedes  (2).  Su  señorío,  junto  con  el  condado  de  Cas- 
tañeda en  Asturias  de  Santillana,  lo  transmitió  D.  Tello  á  su 
hijo  D.  Juan,  y  éste  á  su  hija  Aldonza,  casada  con  Garci  Fer- 
nández Manrique,  compañero  del  infante  D.  Fernando  en  su 
gloriosa  campaña  de  Antequera,  y  mayordomo  de  su  hijo  don 
Enrique  de  Aragón.  Excitó  Garci  Fernández  el  enojo  de  Juan  II 
proclamándose  conde  y  maltratando  á  los  ministros  reales,  y 
vino  el  rey  con  mil  lanzas  sobre  Aguilar  en  1422;  pero  Aldon- 
za veintiún  año  después  la  vinculó  en  su  hijo  Juan,  y  éste  en 
recompensa  de  sus  servicios  alcanzó  de  los  Reyes  Católicos  que 


(i)  Hállase  publicado  dicho  privilegio  en  el  tomo  I  del  A/eworí¿i/  Hisiórico^ 
pág.  257.  En  su  principio  se  lee:  «La  primera  vez  que  vin  á  Aguilar  de  Campo 
depues  que  fuy  rey,  fallé  que  la  villa  de  Aguilar  era  de  muchos  sennoríos  de  órde- 
nes et  de  fijosdalgo,  et  otrossi  fallé  de  lo  mió  que  me  avien  dello  escondudo  é  fur- 
tado.  Et  porque  la  villa  de  Aguilar  amó  siempre  el  muy  ondrado  rey  don  Alfonso 
mió  visavuelo  et  el  mucho  ondrado  et  muy  noble  rey  don  Fernando  mió  padre,  et 
ovieron  grand  sabor  de  facerles  bien  et  merced,  et  yo  por  encimar  lo  que  ellos 
comenzaron  et  por  facer  el  burgo  de  Aguilar  que  sea  buena  villa  et  ondrada  et 
rica...  Todo  aquello  que  fallé  que  no  era  mió...  á  los  unos  lo  compré,  et  á  los  otros 
di  canvio  por  ello,  et  lo  al  que  fallé  de  lo  mió  que  me  tenían  escondudo  et  furtado 
tómelo,  asi  que  toda  la  villa  de  Aguilar  la  sobredicha  finca  toda  mia  pora  siempre 
jamás  quita  et  libre  con  entradas  et  con  sallidas  et  con  todos  sus  términos  et  con 
todos  sus  derechos  enteramienlre.»  Y  luego  más  adelante  :  «  Et  doles  et  otorgóles 
á  todos  comunialmentre  que  ayan  el  fuero  del  mió  libro,  aquel  que  estava  en  Cer- 
vatos pora  siempre  jamás  porque  bivan  et  que  usen  por  él,  et  que  ayan  dos  alcal- 
des et  un  merino  de  la  villa  de  Aguilar  quales  yo  pusiere...  et  que  judguen  los 
alcaldes  la  villa  et  todos  los  términos  por  este  fuero  que  les  yo  do,  et  el  merino 
que  faga  su  oñcio.» 

(2)  Concedióselas  en  Burgos  á  8  de  Febrero  antes  de  su  derrota  en  Kájera, 
ampliando  la  exención  de  portazgo  que  en  i  285  había  otorgado  Sancho  IV.  «Por 
facer  bien,  dice,  e  merced  al  concejo  de  Aguilar  de  Campo  e  de  sus  aldeas,  vasa- 
llos que  son  del  conde  D.  Tello  nuestro  hermano,  e  porque  nos  lo  pidió  por  mer- 
ced el  dicho  D.  Tello,  e  otrossi  por  muchos  e  altos  e  muy  leales  e  grandes  servi- 
cios que  el  dicho  D.  Tello  nos  fizo  e  faze  do  cada  dia,  tenemos  por  bien  de  quitar 
e  franquear  de  portazgo,  montazgo,  de  cuentas,  peage,  pasage,  ronda,  castellería, 
de  varcage,  oturras,  mededuras,  asadura,  borra  y  demás  tributos.» 


5l8  FALENCIA 


fuese  erigida  en  marquesado  á  favor  de  su  hijo  Garci  Fernán- 
dez. Los  marqueses  de  Aguilar  en  el  siglo  xvi  comunicaron  á 
la  villa  su  esplendor:  Luís  hospedó  en  ella  magníñcamente  á 
Carlos  V  á  su  llegada  de  Flandes  en  151 7;  Juan,  embajador 
en  Roma,  alcanzó  en  1542  la  fundación  de  la  colegiata,  otros 
la  adornaron  con  suntuosos  panteones;  y  al  cabo  fenecida  en 
el  XVII  su  descendencia  varonil ,  heredáronla  los  condes  de 
Oñate. 

Bien  se  le  echa  de  ver  en  el  aspecto  la  nobleza  y  antigüe- 
dad, que  sonríe  embellecida  por  su  amena  situación.  El  Pisuerga 
la  baña  al  mediodía,  ancho  puente  de  seis  arcos  conduce  á  su 
entrada,  cíñenla  frondosas  alamedas  tocando  casi  los  muros  ó 
irradian  á  lo  largo  de  los  caminos.  Aisladas  y  escabrosas  peñas 
se  elevan  del  suelo  á  escasa  altura  por  cima  de  las  densas  copas 
de  los  árboles  y  junto  á  las  corrientes  cristalinas.  Entre  los  ce- 
rros que  la  rodean  y  á  cuya  espalda  asoma  la  imponente  sierra 
inmediata,  domínala  al  nordoeste  uno  más  áspero,  pedestal  del 
célebre  castillo  que  ha  perdido  ya  su  corona  de  almenas  y  mata- 
canes, pero  conserva  los  gallardos  cubos  de  sus  ángulos  y  de 
su  barbacana.  Desde  la  población  subía  la  cerca  á  enlazarla 
con  su  defensor,  cerrando  la  falda  de  la  colina  que  tal  vez  estu- 
vo habitada  en  otro  tiempo,  cuando  contaba  cuatrocientos  veci- 
nos, doble  número  que  en  el  día;  y  así  lo  persuade  la  parroquia 
de  Santa  Cecilia,  solitaria  ahora  en  la  pendiente,  cuya  bizantina 
torre,  guarnecida  de  columnas  en  sus  esquinas  y  de  ménsulas 
en  el  remate,  abre  á  los  cuatro  vientos  sus  ventanas,  una  en  el 
primer  cuerpo  y  dos  en  el  segundo.  Debajo  de  cobertizo  tiene 
en  el  costado  la  portada,  profunda,  decrecente,  con  cuatro 
columnas  á  cada  lado,  pero  de  traza  ya  ojival ;  y  ojivos  son 
también  los  arcos  que  dividen  sus  tres  naves,  sosteniendo  el 
techo  de  madera.  Á  la  entrada  de  la  capilla  mayor,  renovada 
por  desgracia  y  privada  de  su  hemisférica  forma,  se  distinguen 
por  su  riqueza  dos  capiteles,  uno  de  follaje  y  otro  que  parece 
representar  la  degollación  de  los  Inocentes. 


FALENCIA  519 

De  otra  iglesia  que  cae  fuera  de  la  cerca  en  el  declive 
opuesto  y  titulada  San  Andrés  ó  Santa  Lucía,  dícese  también 
que  fué  parroquia,  y  se  asemeja  en  todo  á  la  de  Santa  Cecilia, 
sólo  que  conserva  sus  tres  ábsides  bizantinos  con  restos  disper- 
sos del  gótico  retablo,  y  en  su  portal  el  medio  punto  recamado 
de  dientes  de  sierra:  suple  por  torre  una  espadaña  de  dos  arcos 
apuntados.  En  lo  más  llano  al  otro  lado  del  río  hay  un  conven- 
to de  monjas  de  Santa  Clara,  trasladado  por  los  Sres.  de  Agui- 
lar  desde  el  sitio  que  ocupaba  á  media  legua  de  allí  en  Porquera 
de  los  Infantes  junto  al  nacimiento  del  arroyo  Camesa. 

Largas  cortinas  con  sus  torreones  marcan  el  recinto  de  la 
villa  sobre  todo  hacia  poniente,  y  permanecen  sus  seis  puertas, 
unas  en  su  antigua  forma  ojival,  la  del  río  reemplazada  por  un 
arco  moderno,  casi  todas  ostentando  el  águila  que  constituye 
las  armas  municipales.  La  de  Reinosa  juntamente  con  varios 
escudos  y  íiguras  ofrece  sobre  su  clave  una  inscripción  hebraica 
del  siglo  XIII  al  xiv,  que  recomendamos  á  los  inteligentes  y  que 
sin  duda  se  relaciona  con  los  numerosos  judíos  que  en  la  po- 
blación habitaban  (i).  Señálanse  entre  el  viejo  y  deforme  case- 
río algunas  moradas  por  sus  blasones  y  por  su  fábrica  del  si 
glo  XVI,  una  principalmente  á  espaldas  de  la  colegiata,  que 
dejaron  arruinar  sin  concluirla  los  marqueses  de  Villatorre, 
adornada  con  estriadas  columnas  en  la  puerta  y  medallones  en 
las  enjutas  del  arco,  con  escudos  en  las  esquinas  y  con  gárgo- 
las, almenas  y  garitas  en  su  coronamiento.  A  un  lado  de  la 
cuadrilonga  plaza  ceñida  de  pórticos  campea  trocado  hoy  en 
casa  de  ayuntamiento  el  palacio  de  los  Manriques,  muy  cambia- 
do  del  que  edificó  en  el  siglo  xv  la  condesa  Aldonza  para  resi- 
dencia de  sus  descendientes. 

La  inmediata  parroquia  de  San  Miguel  debió  al  marqués 


(i)  a  dos  líneas  escritas  en  castellano,  de  las  cuates  sólo  pudimos  leer  junio 
era  MCCC.fiJo.,.^  siguen  otras  seis  bien  conservadas  en  caracteres  hebraicos, 
partidas  por  dos  arquitos  dentellados  con  figuras  destruidas,  y  á  cada  lado  hay 
dos  escudos  acuartelados  de  águilas  y  castillos. 


$20  FALENCIA 

D.  Juan  en  1542  los  honores  de  colegiata  (i);  pero  tres  siglos 
atrás,  mucho  antes  del  señorío  de  los  Manriques,  el  templo 
tenía  ya  la  magnificencia  conveniente  á  su  futuro  rango.  Cons- 
truido en  el  primer  período  ojival,  cuya  forma  llevan  así  los 
arcos  de  las  portadas  como  la  doble  serie  de  ventanas  abiertas 
entre  los  machones  del  ábside,  conserva  todavía  mucho  de  bi- 
zantino, tal  como  las  columnas  cilindricas  colocadas  ocho  á  cada 
lado  de  la  puerta  principal  con  capiteles  uniformes  de  sencillo 
follaje,  la  grande  y  tosca  estatua  subsistente  en  un  costado  del 
arco  exterior,  y  el  medio  punto  en  cuyo  centro  resalta  la  figura 
de  Cristo.  Nada  de  moderno  desentona  aquel  conjunto  sino  la 
cuadrada  torre  asentada  sobre  el  ingreso,  que  á  pesar  de  sus 
arcos  greco  romanos,  pilastras  y  cimborio  recuerda  por  lo  baja 
las  proporciones  de  la  antigua. 

A  la  iglesia  introducen  un  atrio  cubierto  de  apuntada  bóve- 
da y  un  segundo  portal  bizantino-gótico  de  cuatro  arcos  en 
degradación.  Rebajadas  ojivas  forman  sus  tres  naves  demasiado 
cortas  respecto  de  su  anchura,  sin  que  les  comunique  mucha 
gallardía  el  crucero,  ni  menos  las  favorezca  el  revoque  que  han 
sufrido.  Los  pilares  se  componen  de  ocho  delgadas  columnas 
con  capiteles  lisos  ó  de  follaje;  prolongadas  ventanas  alumbran 
la  nave  de  la  epístola ;  la  del  evangelio  presenta  una  serie  de 
hornacinas  con  grandes  colgadizos  y  frontones  triangulares, 
marcadas  con  escudos  de  armas,  pero  las  estatuas  y  epitafios 
han  desaparecido  para  hacer  lugar  á  los  retablos  colocados  en 
su  hueco.  Todas  las  capillas  del  templo,  así  las  del  testero  de 
las  naves,  como  las  que  corresponden  á  sus  pies  cogiendo  la 
profundidad  del  atrio,  están  llenas  de  memorias  sepulcrales:  la 
del  bautisterio  á  la  izquierda  del  que  entra  contiene  cuatro, 
donde  se  ven  águilas  y  castillos  esculpidos  toscamente  sobre 


(i)  Aprovechó  el  marqués  la  ocasión  de  su  embajada  en  Roma  para  obtenerla 
erección  de  la  colegiata  de  Aguilar,  siendo  extinguidas  en  cambio  las  antiguas 
abadías  de  Castañeda,  Escalada  y  San  Martín  de  Helines,  que  poseía  su  casa  en  la 
diócesis  de  Burgos. 


FALENCIA  521 

las  urnas,  y  yacentes  estatuas  de  un  arcipreste  de  Aguilar  en  el 
siglo  XIII  y  de  uno  de  los  ganadores  de  Antequera  en  el  siglo  xv 
al  lado  de  su  esposa  (i);  la  colateral  encubre  detrás  de  la  mo- 
derna sillería  de  un  convento  cinco  nichos  ojivales  recamados 
de  arabescos  como  el  arco  de  entrada,  de  sencillo  y  elegante 
estilo  gótico,  en  uno  de  los  cuales  se  distingue  por  sus  labradas 
vestiduras  la  tendida  efigie  del  arcipreste  de  Fresno,  fundador 
del  hospital.  En  el  brazo  izquierdo  del  crucero  descansan  sus 
parientes  (2). 

De  principios  del  siglo  xiii  por  lo  menos  parece  datar  un 
tosco  bulto  de  larga  barba  y  cabello  partido  sobre  la  frente, 
vestido  de  túnica  y  manto,  que  está  en  la  cabecera  de  la  nave 
de  la  epístola ;  mientras  que  no  pasa  del  xvi  otro  de  sacerdote 
que  ocupa  la  del  evangelio,  acostado  sobre  un  sepulcro  plate- 
resco, detrás  del  cual  aparece  de  relieve  entero  el  entierro  de 
Jesús.  En  medio  de  estas  dos  capillas  ostenta  la  mayor  su  reta- 
blo de  cuatro  cuerpos  representando  misterios  de  la  Virgen,  y 
dos  grandes  mausoleos  de  mármol  con  su  basamento,  pilastras 
y  frontón  al  estilo  greco  romano,  donde  brilla  el  blasón  de  los 
Manriques;  á  un  lado  figuran  orando  de  rodillas  las  excelentes 
estatuas  del  marqués  D.  Juan,  patrono  y  creador  en  cierto 
modo  de  la  colegiata,  y  de  su  esposa  D.^  Blanca  Pimentel;  al 


(i)  En  el  pedestal  del  sepulcro  del  arcipreste  se  nota  multitud  de  relieves 
medio  enterrados  en  el  pavimento;  la  inscripción  dice  así:  «Aquí  yace  don  Juan 
Mate  arcipreste  de  Aguilar,  Dios  perdone  su  alma,  era  de  MCCCXXXIII  (129$  de 
C.).»  En  la  tumba  de  los  dos  consortes  se  lee :  «Estas  sepulturas  mandó  hazer Fer- 
nán González  de  Valdelomar  e  Juana  Gutiérrez  su  mujer  en  el  año  de  mil  e  CCCC 
e  X  años,  quando  el  infante  don  Ferrando  venció  á  los  infantes  de  Granada  en  el 
puerto  de  la  Roca  del  Asna  e  se  ganó  Antequera  por  fuerza  de  armas:  Dios  los 
quiera  perdonar.»  El  marido  viste  traje  talar  á  manera  de  hábito  religioso,  pero 
lleva  una  águila  colgada  al  cuello  y  larga  tizona  en  las  manos;  el  vestido  de  la 
mujer  es  muy  modesto,  con  mangas  anchas  y  toca  en  la  frente.  En  dicha  capilla 
se  ve  una  tosca  cruz  que  se  descubrió  juntamente  con  un  Crucifijo  muy  prodi- 
gioso. 

(2)    Un  moderno  epitafio  nombra  á  su  hermana  Juana  Fernández  de  Soto  y  al 

marido  de  ésta  Fernán  Gutiérrez  Churrón  bienhechores  del  convento  de  Santa 

María  la  Real,  que  vivían  en  i  399,  y  á  varios  descendientes  suyos  déla  familia  de 

Castillo. 

(t 


is  D.  Luís 
3S  sepul- 
consorte 
Mendoza 
Nieto  de 
;  D. Juan 
Luís  que 
en  i6t6 
dispu  s  o 
la  reedi- 
ficación 
del  co- 
ro en  el 
centro 
de  la  na- 
ve prin- 
cipal. 

Pero 
el  monu  - 
mentó 
más  in- 
signe de 
Aguilar 
deCam- 
póoestá 
fuera  de 
su  recin  - 
to,alex- 
«----■  tremo 

de  una  larga  y  deliciosa  alameda,  al  pié  de  unos  riscos  pin- 
torescos que  se   levantan  al  poniente.  Santa  María  la  Real, 


:a  dé  [nfantado,  murió  según  el  letrero  en  [ 
1  las  cortes  que  se  celebraban  en  Aragón. 


P  A   L  E  N  C  I  A  523 


grandioso  monasterio  de  premonstratenses,  no  siempre  desde 
su  origen  perteneció  á  los  hijos  de  San  Norberto;  fundóse 
para  benedictinos  ó  para  canónigos  reglares  de  San  Agustín 
ó  quizá  seculares,  allá  por  el  año  de  822,  si  no  yerra  una 
antigua  escritura  de  su  archivo  (i);  y  en  su  principio  inter- 
vienen, como  en  el  de  San  Juan  de  la  Peña,  San  Antolín  de 
Falencia  y  otros,  jabalíes  acosados  por  cazadores,  ermitas  arrui- 
nadas y  ocultas  entre  matorrales.  Contó  su  hallazgo  Alpidio, 
que  tal  era  el  nombre  del  caballero,  á  su  hermano  el  abad  Opila, 
quien  movido  de  la  santidad  y  agreste  belleza  del  sitio,  edificó 
sobre  aquellos  escombros  su  residencia,  trasladándose  á  ella 
con  sus  clérigos,  alhajas  y  ganados.  Treinta  años  adelante, 
viviendo  todavía  el  mismo  abad,  visitó  el  conde  Osorio  el  nuevo 
monasterio,  al  cual  ofreció  su  persona  y  unas  tierras  en  Peña 
Aranda,  y  no  fué  menos  copiosa  la  donación  otorgada  en  1050 
por  la  condesa  Ofresa,  y  las  que  otros  magnates  y  hasta  reyes 
firmaron  á  favor  del  mismo.  Sometiéronsele  varias  iglesias  de 
la  comarca,  entre  ellas  la  de  Santa  Eugenia  de  Cordovilla  con- 
sagrada por  Pascual,  obispo  de  Burgos,  y  cedida  al  abad  Lece- 
nio,  á  quien  se  atribuye  parentesco  con  el  Cid  (2).  A  mediados 


(i)  Cítala  Morales  con  referencia  al  oidor  Arce  de  Otalora,  y  de  ella  sacó  los 
copiosos  detalles  que  da  de  esta  fundación  en  el  lib.  xiii,  cap.  36  de  sus  Anales  y 
algunas  cláusulas  que  copia  de  las  donaciones  del  conde  Osorio  y  del  abad  Opila. 
De  su  contexto  resulta  que  Alpidio  era  natural  de  la  provincia  Loricana  y  de  la 
villa  Tabúlala  in  partes  Iberijluminis,  que  eran  dos  las  ermitas  que  halló  desier- 
tas con  tres  títulos  de  reliquias,  y  que  su  hermano  Opila  poseía  en  Castilla  la 
Vieja  un  monasterio  de  San  Miguel,  del  cual  otorgó  escritura  de  cesión  en  el  rei- 
nado de  Ordoño  I  en  presencia  del  conde  Osorio.  En  cuanto  al  que  estableció  en 
Aguilar  no  se  sabe  si  fué  de  monjes  ó  de  clérigos,  pues  usa  de  ambos  nombres 
indistintamente.  El  documento  íntegro,  no  menos  que  la  donación  del  conde  Oso- 
rio  y  la  de  la  condesa  Ofresa  (Eufrasia),  las  copiosas  mercedes  dé  los  monarcas 
principalmente  de  Alfonso  VIII,  los  títulos  de  las  vastas  propiedades  del  monaste- 
rio, todo  el  contenido  en  fín  del  tumbo  ó  becerro  que  ha  ido  á  parar  al  archivo  de 
la  Academia  de  la  Historia,  con  la  serie  de  sus  abades  hasta  época  muy  reciente, 
lo  ha  publicado,  prestando  un  buen  servicio,  D.  Manuel  de  Assas  en  el  Museo  es- 
pañol de  antigüedades, 

(2)  Dice  Yepes  que  la  dio  éste  al  abad  y  que  el  Cid  la  tenía  de  Alfonso  VI,  y 
cita  la  inscripción  puesta  sobre  el  portal  de  la  ermita :  Ob  honorem  Salvatoris  et 
Ste,  Eugenie  virginis  et  ceterorum  sanctorum  quorum  reliquie  hic  condite  sunt  Pas- 
Chalis  episcopus  Burgensis  consecravit  isiam  ecclesiam  décimo  octavo  kal,  februa- 


524  FALENCIA 

del  siglo  XII  poseían  el  patronato  del  monasterio  los  hermanos 
D.  Alvaro  y  D.  Ñuño  Pérez  de  Lara,  y  se  desprendieron  de  él 
para  que  fuese  abadía  independiente;  tal  vez  entonces  pasó  á 
los  premonstratenses,  con  cuya  entrada  pudo  coincidir  la  recons- 
trucción del  edificio  que  pertenece  á  fines  de  aquel  siglo  ó  á 
principios  del  inmediato  (i). 

La  situación,  los  árboles,  la  montaña  comunica  un  indescrip- 
tible encanto  á  la  fachada  del  templo,  que  es  sencilla  pero  gra- 
ciosa y  original.  Columnas  pareadas  flanquean  la  puerta  y  la 
ventana  colocada  encima,  cuya  mitad  inferior  tapiada  cobija 
bajo  doselete  una  pequeña  figura  de  Nuestra  Señora;  en  sus 
arcos,  igualmente  que  en  el  de  otra  ventana  que  comunica  á  la 
nave  lateral  derecha,  domina  sin  mezcla  el  medio  punto.  Forma 
el  remate  una  especie  de  galería  de  cuatro  ojivas  orladas  de 
cordones  concéntricos,  terminando  en  un  triángulo  á  modo  de 
espadaña,  que  encierra  otra  ojiva  con  un  escudo  de  armas  en  su 


rii  sub  era  MC...  abbas  Lecemus,  El  año  está  difícultoso,  pero  correspondiendo  al 
episcopado  de  Pascual  debe  ser  de  i  i  i  <>  á  1 1  1  8. 

(i)  De  uno  de  los  documentos,  dados  á  luz  por  el  Sr.  Assas,  á  saber,  de  la 
concordia  aprobada  en  i  162  por  el  cardenal  Jacinto  entre  los  canónigos  seglares 
poseedores  del  monasterio  y  los  religiosos  premonstratenses,  que  lo  ocuparon  con 
el  apoyo  del  obispo  de  Burgos  y  de  la  autoridad  civil,  ó  más  bien  entre  los  abades 
de  las  dos  comunidades  que  entrambos  se  llamaban  Andrés,  resulta  que  á  los  de 
la  primera,  que  no  pasaban  de  seis  individuos,  sólo  se  dejaron  de  vida  una  iglesia 
de  San  Cebrián  y  algunas  rentas  en  reses  y  granos  para  que,  al  morir  aquellos, 
de  todo  se  reincorporara  el  monástico  instituto.  Asegura  dicho  Sr.  Assas  que  en 
la  puerta  de  la  iglesia  que  sale  hacia  San  Pedro  se  lee  á  un  lado:  Sub  era  MCCLÍ 
(i  2 1 3  de  C.)  /utt  consumaia  ista  ecclesia,  y  que  enfrente  hay  esta  otra  lápida:  ísía 
ecclesia  esi  consécrala  per  manum  Mauritii  Burgensis  episcopio  tempore  abbatis 
Michaelis  et  prioris  Sebasiiani^  regnante  rege  domino  Fernando^  III  kalendas  novem- 
bris,  anno  grabe  MCCXXIL  Pasáronsemc  por  alto  en  1852  estos  letreros,  pero 
dudo  que  hubiese  podido  aceptarlos  por  genuinos,  no  precisamente  porque  la 
data  discrepe  del  carácter  arquitectónico  del  templo,  sino  por  la  extrañeza  de  con- 
tar en  el  segundo  por  años  de  Cristo  y  no  por  eras.  Pueden  ser  exactas  las  fechas, 
sin  ser  ni  con  mucho  coetáneas,  habiendo  sido  tomadas  de  los  documentos.  La 
que  ni  por  exacta  ni  por  documentada  acepto  es  la  aseveración  de  Assas  «de  ha- 
ber sido  edificadas  las  cuatro  alas  del  claustro  monasterial  bajo  el  mando  del  abad 
Lecenio,  á  fines  del  siglo  xi  ó  muy  á  principios  del  xii»:  el  estilo  de  transición 
que  en  él  se  denota,  la  data  de  los  sepulcros  y  la  bien  averiguada  de  la  contigua 
sala  capitular  declaran  que  se  construyeron  á  fines  del  xu  ó  muy  á  principios 
del  xui. 


P  A  L  E  N  C  I  A  525 

vértice,  y  con  el  cual  no  armoniza  del  todo  bien  la  moderna 
torre  de  la  izquierda.  En  la  esquina  que  da  al  camino  un  ángel 
con  las  alas  tendidas  presenta  un  bello  dístico  á  la  Virgen 
que  abraza  ¿os  tiernos 
miembros  de  su  recién 
nacido  y  guarece  en  su 
seno  al  que  no  cabe  en 
el  espacio  (i). 

Iguales  en  altura, 
contra  la  costumbre 
de  las  construcciones 
góticas  del  primer  pe- 
ríodo, son  las  tres 
naves  ojivales  de  la 
monástica  iglesia,  sos- 
tenidas por  grupos 
de  doce  columnitas , 
cuyos  capiteles  no  lle- 
van más  adorno  que 
sencillas  volutas;  no  ■ 
asf  los  del  espaciosf-  ^ 
simo  crucero  que  en 
pequeñas  figuras  re- 
presentan el  descen- 
dimiento de  la  cruz,  la 
resurrección  del  Sefior 
y  otros  misterios,  re-  aguilar  de  campóo 

firiéndoseá  los  mismos  Fachada   del    Mor:A9TEKio 

las  inscripciones  lati- 
nas contenidas  en  los  abacos  con  abreviaturas  y  enlazamien- 
tos  de  letras.  Los  arcos  semicirculares  y  las  columnas  de  las 

(1;  Virgo  sui  partua  teneros  amplectitur  artua; 

Quem  tenet  ín  gremio  non  capítur  spatio. 
La  letra  parece  ser  del  siglo  xiii. 


526  FALENCIA 


jambas  marcan  el  sello  bizantino  en  las  ventanas  de  los  brazos 
del  crucero  y  de  las  naves  laterales;  al  estilo  gótico  pertenecen 
las  de  la  capilla  mayor,  cuya  planta  heptágona  tiene  la  forma 
de  herradura.  Tanto  del  retablo  principal  que  en  relieves  de  la 
época  del  Renacimiento  figuraba  la  pasión  de  Cristo,  como  de 
otros  menores,  delirantes  engendros  del  churriguerismo,  no  que- 
dan más  que  lamentables  destrozos;  y  las  losas  arrancadas  del 
pavimento  para  ser  llevadas  á  la  colegiata,  completan  aquel 
cuadro  de  desolación. 

No  ha  cabido,  por  lo  general,  mejor  suerte  á  los  sepulcros; 
hasta  siete  yacen  arrumbados  á  los  pies  de  la  nave  izquierda, 
mutiladas  las  esculturas,  levantadas  las  cubiertas,  mostrando 
revueltos  y  medio  consumidos  los  cráneos  y  canillas  de  sus  an- 
tiguos moradores.  En  alguno  se  observa  un  hueco  excavado 
para  la  cabeza  al  estilo  de  los  túmulos  egipcios.  Los  bultos  mor- 
tuorios visten  curiosos  trajes  de  su  época,  del  1293  ^^  1305, 
según  las  inscripciones :  el  uno  de  semblante  femenil  lleva  una 
especie  de  yelmo  en  la  cabeza  y  tendido  por  los  hombros  el  ca- 
bello, envolviéndose  en  un  largo  manto,  en  cuyos  broches  y 
guarnición  lo  mismo  que  en  los  blasones  de  la  urna,  campean 
dos  lebreles;  otro  con  el  pelo  partido  por  medio  y  cortado  á 
cerquillo  al  rededor  de  las  sienes,  gasta  ropa  talar  con  botones 
ajustada  al  cuello,  de  manga  apretadísima  hasta  el  codo,  soste 
niendo  con  una  mano  la  correa  que  sujeta  el  manto  y  con  la 
otra  recogiendo  sus  pliegues,  y  éste  es  Munio  (Ñuño)  Díaz  Cas- 
tañeda, y?^/  amigo  del  monasterio  é  intrépido  defensor  desús  de- 
rechos (i);  otro  del  mismo  ropaje,  en  cuyo  rostro  apuntala 


(i)    La  inscripción  puesta  en  la  cabecera  de  la  tapa  está  gastada  y  rota  en  su 
principio  y  sólo  puede  leerse  de  ella  lo  siguiente: 

« specula  qui  conditur.    .    . 

Regula  magnifícus,  prudens  et  fidus  amicus, 
Cujus  erat  cura  nobis  defenderé  jura. 

Aquí  yace  Muño  Diaz  Castañeda  que  Dios  perdone  la  su  alma,  era  de  mil  CCCXXXI 
años  (i  293  de  C.)  Antón  Pérez  de  Carion  fizo  estos  luzilos.»  En  el  primer  verso 


FALENCIA  527 

barba,  acaricia  un  halcón,  y  en  su  cabecera  se  advierte  un  gru- 
po idéntico  al  de  cierta  tumba  de  Villasirga,  el  Salvador  coro- 
nando á  su  Madre  y  dos  ángeles  que  asisten  de  rodillas  (i).  En 
otra  urna,  circuida  de  una  procesión  fúnebre  de  monjes  que  sos- 
tienen la  arquería  de  relieve,  está  vuelta  la  tapa,  de  la  cual  tal 
vez  ha  desaparecido  la  efígie  de  la  ilustre  Inés  cuyas  altas  pren- 
das encarece  el  epitafio  (2):  los  tres  sepulcros  restantes,  y  dos 
más  colocados  en  los  brazos  del  crucero,  presentan  por  único 
adorno  y  señal  escudos  de  diversos  blasones  (3).  Junto  á  la 
puerta  de  salida  al  claustro  aparece  una  estatua  tendida  con 
magníficas  vestiduras  sacerdotales,  un  libro  en  las  manos  y  tres 


leyó  Assas:  specula  qui  condidil  hoc  monumenlum:  me  inclino  al  conditur,  y  dado 
que  las  últimas  palabras  sean  legibles  pero  no  bien  claras,  interpretaría. /loc  mo- 
numento. En  vez  de  fidus^  como  exige  el  metro,  puso  j)ius, 

(i)  Recuérdese  la  indicación  que  de  dicho  grupo  hicimos  atrás,  página  503, 
hablando  de  un  sepulcro  de  Villasirga,  obra  probablemente  del  mismo  Antón  Pé- 
rez de  Carrión.  Del  epitafío  no  supimos  descifrar  sino  el  aquí  yace  y  la  era  de 
MCCCXXXXIII  años  (i  305  de  C.)  El  Sr.  Assas  con  más  penetración,  ó  examinán- 
dolo con  más  comodidad  después  de  limpiado,  ó  aprovechando  las  indicaciones 
del  tumbo,  ha  podido  darlo  completo  en  esta  forma:  «Aquí  yace  D.  Pedro  Dias  de 
Castañeda  marido  de  la  dicha  señora  doña  Inés  Rodríguez  de  Villalobos  era 
MCCCXXXVIll:»  tomando  por  Via  última  X  de  la  data,  resultan  cinco  años  me- 
nos. Por  esta  inscripción,  de  estilo  más  reciente  que  las  otras,  se  viene  en  conoci- 
miento de  quién  sea  la  Inés  del  contiguo  túmulo,  y  que  dicho  Pedro  era  hermano 
del  Munio,  como  indica  además  la  identidad  de  los  blasones. 

(2)  También  éste  presenta  incompletos  ó  borrados  sus  primeros  versos : 

rata  de  claro  sanguine  nata, 

.    .    .    sublata  jacet  hic  Angnes  tumulata, 
Donis  fecunda,  pía,  mitis,  crimine  munda, 
Prudens,  facunda,  procul  est  á  morte  secunda. 

Era  MCCCXXXIX  (1301  de  C.) 

Los  claros  que  dejamos  en  los  dos  primeros  versos  los  ha  llenado  el  Sr.  Assas, 
no  sé  si  leyendo  ó  adivinando,  Bont's  órnala  en  el  primero,  y  Vita  sublata  en  el 
segundo.  De  esta  señora  le  proporcionaron  dar  extensas  noticias  los  documentos 
del  expresado  tumbo. 

(3)  Los  del  entierro  de  la  izquierda  del  crucero  consisten  en  tres  bandas  dia- 
gonales y  florones  estrellados,  los  del  que  está  á  la  derecha  en  cinco  calderos  que 
sin  duda  pertenecen  á  alguna  línea  de  Laras.  Otros  de  bienhechores  sin  cuento 
enumera  al  rededor  de  la  iglesia  el  Sr.  Assas,  detallando  nombres  y  fechas  y  el 
sitio  del  entierro  puntualmente,  sin  duda  siguiendo  las  indicaciones  del  necrolo- 
gio,  porque  letreros  no  los  trac,  ni  los  vimos,  ni  interesaría  á  la  historia  ni  al  arte 
el  compilarlos. 


528  FALENCIA 


perros  á  sus  pies,  que  la  tradición  supone  figura  del  abad  Opila, 
por  más  que  no  lleve  báculo  ni  mitra  sino  un  birretillo  en  la  ca- 
beza y  que  parezca  la  escultura  cuatro  siglos  por  lo  menos 
posterior  á  su  existencia  (i).  Dentro  de  los  arquitos  del  sarcó- 
fago resaltan  de  dos  en  dos  los  apóstoles  y  en  el  centro  Dios 
Padre  presentando  al  Crucificado,  exactamente  lo  mismo  que  en 
el  de  Munio  Castañeda;  y  de  ahí  se  desprende  que  el  artífice  de 
todos  ó  de  la  mayor  parte  de  ellos  y  tal  vez  de  los  de  Villasirga 
fué,  como  en  éste  se  expresa,  Antón  Pérez  de  Carrión,  escultor 
ignorado  hasta  aquí  y  digno  de  nombradía  entre  sus  coetá- 
neos. 

Mayor  interés  excita  aún  en  el  magnífico  claustro  la  memo- 
moria  de  otro  artista.  A  continuación  de  la  era  MCCXLIII  que 
corresponde  al  año  1205,  léese  escrito  perpendicularmente  en 
el  fuste  de  una  columna,  de  las  que  se  agrupan  á  la  entrada  de 
la  sala  capitular,  el  nombre  de  Domingo,  á  quien  se  debe  la 
construcción  de  aquellos  suntuosos  arcos,  columnatas  y  gale- 
rías (2).  Exceptuando  la  traza  ojival  de  las  bóvedas  y  aberturas, 
nada  hay  que  no  sea  puramente  bizantino  así  en  el  portal  y  aji- 
meces del  capítulo,  al  través  de  los  cuales  se  descubre  un  bos- 
que de  pilares,  como  en  los  ánditos  del  claustro  que  abren  hacia 
el  melancólico  patio  cubierto  de  zarzas  una  serie  de  arcos  de 
medio  punto,  sostenidos  por  pareadas  columnitas  y  encerrados 


(i)  Con  referencia  á  un  escritor  moderno  sin  nombrarle,  copia  Assas  estas 
palabras,  sin  lo  cual  y  sin  otra  frase  que  transcribe  anónima  entre  comillas,  se 
creería  que  no  había  llegado  á  conocimiento  suyo  mi  conciso  trabajo.  Verdad  es 
que  en  la  descripción,  así  de  la  villa  como  del  monasterio,  reproduce  los  menores 
detalles  de  éste  con  casi  idénticas  frases  y  hasta  con  alguna  errata  de  imprenta; 
mas  no  pretendo  deducir  de  aquí  pueriles  derechos  á  ser  citado.  Insinúa  el  autor 
de  la  monografía  que  el  bulto  referido  á  Opila  pudiera  representar  al  abad  Apa- 
ricio que  gobernó  de  1291  á  i^oo,  observando  de  paso  que  hasta  el  1593  no 
obtuvieron  privilegio  de  usar  mitra  los  abades  premonstratenses.  Este  bellísimo 
sepulcro  y  el  de  D.*  Inés  fueron  antes  de  1872  traídos  á  Madrid  al  Museo  arqueo- 
lógico nacional,  dando  ya  por  desesperada  la  conservación  del  monasterio;  ignoro 
la  suerte  de  los  restantes. 

(2)  Así  lo  indica  el  letrero:  Era  MCCXLIII fuit  factum  hoc  opus.—Dominicus, 
Entendiendo  por  V  la  primera  I  el  Sr.  Assas,  en  lugar  de  XLIII  puso  XLVII,  que 
corresponde  al  año  i  209. 


FALENCIA  529 

de  tres  en  tres  en  arcadas  mayores  que  descansan  también  so- 
bre haces  de  columnas.  A  pocos  de  este  género  ceden  los  capi- 
teles de  unas  y  otras  en  la  riqueza  y  variedad  de  los  follajes, 
conchas,  cintas,  entrelazos,  aves,  serpientes,  monstruos  y  ñguras 
que  componen  pasajes  enteros,  tales  como  el  degüello  de  los 
Inocentes  y  la  presentación  de  Jesús  en  el  templo ;  pero  sobre 
todo  la  incomparable  gentileza  de  las  hojas  de  acanto  eclipsa 
cuánto  labró  de  más  gracioso  en  la  antigüedad  el  arte  corintio 
y  cuánto  debía  labrar  el  gótico  más  adelante  (i).  Bellas  é  inge- 
niosas labores  adornan  los  abacos  que  se  han  librado  de  la  re- 
novación; y  gracias  al  cielo  que  no  ha  permitido  se  cumpliera 
el  funesto  voto  del  clásico  reformista,  que  echaba  de  menos  en 
aquella  monumental  galería  baja  la  fría  decoración  de  pilastras 
dóricas  pareadas  que  dieron  á  la  alta  los  discípulos  de  Herre- 
ra (2). 

La  sala  capitular,  conservando  las  columnas  que  la  dividían 
como  en  tres  naves,  fué  convertida  en  espaciosa  escalera  que 
desemboca  arriba  en  un  vasto  salón  ó  corredor ;  y  entonces  des- 


(1)  Con  los  dos  expresados  sepulcros  fueron  trasladados  al  museo  de  Madrid 
ocho  pares  de  capiteles  del  claustro,  dos  de  ellos  iconísticos,  cuatro  ó  cinco  im- 
postas, varias  basas  y  fragmentos,  el  fuste  cilindrico  de  la  inscripción,  de  la  igle- 
sia ocho  capiteles  historiados  de  los  pilares  de  intersección  del  crucero  con  las 
naves,  y  dos  de  una  ventana  de  la  sacristía,  i  Qué  desolación  no  se  habrá  añadido 
en  el  edificio,  si  es  que  subsiste,  con  el  vacío  de  estas  piedras  arrancadas  de  su 
asiento,  á  la  que  nos  presentó  ya  en  1852  al  visitarlo,  y  todavía  más  al  Sr.  Assas 
que  veinte  años  después  lo  dio  por  desahuciado  I  Gran  tentación  son  los  museos 
para  precipitar  la  ruina  de  los  monumentos  con  el  pretexto  de  salvar  á  tiempo  los 
detalles,  y  en  ningún  concepto  es  más  desastrosa  la  centralización  que  aplicada  á 
los  objetos  del  arte,  que  en  vez  de  ser  buscados  en  su  nativo  suelo  por  los  arqueó- 
logos, se  juzga  mejor  reunir  en  un  común  depósito,  así  para  más  segura  conser- 
vación, como  para  más  cómodo  estudio :  verdad  es  que  sólo  á  médicos  de  gran 
reputación  es  dado  recibir  á  domicilio  las  consultas  de  los  enfermos  en  lugar  de 
visitarlos  en  su  cama.  Los  museos  jamás  serán  otra  cosa  que  cementerios;  y  antes 
de  enterrar  ningún  dudoso  cadáver,  no  cabe  afán  ni  dispendio  excesivo  para  ave- 
riguar si  aún  tiene  vida  y  prolongársela. 

(2)  «El  claustro  bajo  de  este  convento,  dice  Ponz  cuyo  claro  talento  nunca 
hemos  visto  tan  obcecado  por  el  espíritu  de  escuela,  es  una  especie  de  arquitectu- 
ra arabesca  con  grupos  de  columnas  y  ornatos  de  aquella  clase  en  capiteles.  El 
alto  es  muy  otra  cosa^  ejecutado  en  tiempo  de  Felipe  II...  Si  la  galería  baja  acom- 
pañase á  la  alta,  sería  éste  uno  de  los  buenos  claustros  en  el  gusto  de  la  mejor 
arquitectura.» 

67 


530  FALENCIA 


de  allí  se  trasladaron  al  templo  los  mal  parados  sepulcros,  entre 
los  cuales  no  aparece  ya  el  del  conde  Osorio,  cuyo  bulto  aunque 
de  obra  nueva,  atestigua  Morales  hallarse  en  aquel  sitio  (i). 
La  escalera  primitiva,  de  elevada  bóveda  y  románicos  capiteles, 
comunica  con  el  coro  alto  suspendido  á  los  pies  de  la  nave  ma- 
yor de  la  iglesia ;  á  ésta  se  entra  desde  el  claustro  por  una 
puerta  semicircular.  Otras  estancias  antiguas,  como  la  que  ser- 
vía de  bodega,  cuyos  arcos  peraltados  estriban  sobre  gruesos 
fustes  cilindricos,  se  fabricaron  sin  duda  para  más  noble  empleo 
cuando  el  monasterio  florecía  en  su  mayor  pujanza. 

Al  salir  de  aquella  mansión  augusta  y  solitaria  condenada  á 
perecer  lentamente  de  abandono,  de  las  selváticas  breñas  que 
la  dominan,  tituladas  desde  tiempo  antiguo  Peñalonga,  surge 
de  pronto  un  recuerdo  inesperado,  álzase  un  nombre  fantástico 
y  sonoro.  Una  angosta  cueva,  oculta  entre  la  maleza,  blasona 
de  custodiar  los  restos  del  celebérrimo  Bernardo  del  Carpió  y 
de  un  su  alférez,  y  la  tapa  de  la  tosca  urna  colocada  en  el  fon- 
do del  descenso  consigna  el  año  de  su  muerte  como  si  se  trata- 
ra de  algún  histórico  personaje  (2).  Hasta  época  muy  reciente 


(1)  Menciónalo  como  existente  en  dicho  lugar  cl  Sr.  Assas,  con  el  de  doña 
Teresa  Fernández,  mujer  del  conde,  y  cl  de  su  hijo  don  Rodrigo  Osorio,  llevando 
osos  por  blasones ;  en  la  capilla  de  la  Magdalena,  situada  fuera  del  claustro,  des- 
cribe sembrado  de  conchas  el  de  Ofresa,  con  otras  siete  tumbas  de  parientes  su- 
yos que  enumera  en  la  pared  una  moderna  lápida.  De  dos  urnas  habla  también, 
metidas  en  el  muro  de  la  sala  capitular  debajo  de  un  bien  labrado  arco  sepulcral, 
en  que  yacen  tres  nobles  hermanos,  Gonzalo  Gómez,  Gutier  Díaz  y  Diego  Gómez 
de  Sandoval,  y  D.»  Elvira  mujer  del  último  é  hija  de  Juan  Fernández  Delgadillo. 
En  el  claustro  junto  á  su  comunicación  con  el  templo  cita  otro  entierro,  dentro  de 
nicho  ojival,  de  una  hija  del  famoso  conde  Pedro  Ansúrez,  que  no  es  ninguna  de 
las  cuatro  reconocidas  en  la  historia,  Sancha  mujer  de  Lope  Díaz,  fundadora  del 
monasterio  de  Bujedo,  que  murió  en  la  era  MCCXXI  (i  183  de  C.)  :  hubiera  debido 
sobrevivir  á  su  padre  6$  años. 

(2)  Dice  la  inscripción  en  letra  gótica  del  siglo  xvi :  «Aquí  yace  sepultado  el 
noble  y  esforzado  caballero  Bernardo  del  Carpió,  defensor  de  España,  hijo  de  don 
Sancho  Dias  conde  de  Saldaña,  y  de  la  infanta  doña  Jimena  hermana  del  rey  don 
Alonso  el  segundo  llamado  el  Casto,  murió  por  los  años  de  DCCCL.»  Sobre  la  en- 
trada se  lee  el  nombre  de  Bernardo  y  el  de  su  alférez,  Fernando  Gallo.  Morales, 
que  habla  de  este  sepulcro  y  de  la  visita  del  Emperador,  observa  «que  el  gran 
lucillo  de  piedra  no  está  cubierto  con  una  laude  como  suelen  estar  comunmente 
todos  los  antiguos,  sino  de  algunas  piedras.»  Véase  lo  que  acerca  de  este  roman- 
cesco personaje  dijimos  en  el  tomo  de  Asturias  y  León,  cap.  IV,  i  .•  parte. 


introducía  á  la  cueva  una  ermita  dedicada  á  San  Pedro,  y  pare- 
cían confírmar  la  inmemorial  tradición,  ya  que  no  respecto  de 
la  existencia  muy  controvertible  del  hijo  de  Jimena,  al  menos 
sobre  el  acaecimiento  de  algún  notable  hecho  de  armas  en  aquel 
sitio,  las  numerosas  huesas  descubiertas  en  las  inmediaciones  y 
en  el  cerro  del  castillo.  Llegó  á  tomar  tal  consistencia  la  fama, 
que  Carlos  V  á  su  paso  por  Aguilar  mandó  abrir  el  sepulcro,  y 
en  presencia  del  futuro  héroe  de  la  historia  apareció  reducido  á 
un  puflado  de  polvo  el  héroe  de  la  leyenda.  Ni  aun  esto  queda 
tal  vez  hoy  día ;  pero  la  imaginación  á  despecho  de  la  crítica  se 
complace  en  evocar  allí,  antes  que  se  desvanezca  del  todo,  la 
vaga  sombra  del  campeón  de  Roncesvalles. 


531  ZAMORA 


son  romanos  los  cimientos  de  su  viejo  puente  destruido,  si 
denota  que  se  hallaba  al  paso  de  alguna  frecuentada  vía 
la  inscripción  conservada  en  el  portal  del  ayuntamiento  (i), 
otro  nombre  seguramente  debió  llevar;  y  no  es  posible  aplicarle 
los  de  Séntica,  Sibaria  ó  Sarabris,  y  Ocello  Duri,  sin  corregir 
demasiado  las  graduaciones  de  Tolomeo  y  el  orden  de  distan- 
cias del  itinerario  de  Antonino  (2).  Sólo  la  ignorancia  geográ- 
fica más  completa  pudo  suponerla  en  los  primeros  siglos  de  su 
restauración,  desde  principios  del  x  en  adelante,  sucesora  de  la 
heroica  Numancia,  con  quien  nada  tuvo  de  común  sino  su  situa- 
ción sobre  el  Duero,  aunque  á  cincuenta  leguas  una  de  otra.  La 
etimología  de  su  nuevo  nombre  de  Zamora  se  intentó  explicarla 
con  ridiculas  consejas  (3),  y  hasta  más  tarde  no  se  ocurrió  que 
podía  proceder  de  la  lengua  arábiga  interpretándolo  por  tur^ 
quesa. 


(i)  La  denominación  de  Viacus,  á  quien  se  dedica  la  lápida,  parece  referirse  á 
Mercurio  como  dios  de  los  caminos,  y  dice  así: 

Viaco 

M.  Atilius 

Silonis 

Quir.  Silo 

ex  voto. 

(3)  Scntica,  reducida  á  Zamora  por  Florián  de  Ocampo  natural  de  la  misma, 
estaba  más  allá  de  Salamanca  por  el  lado  de  Mérida;  y  Sibaria,  si  es  la  Sarabris  de 
Tolomeo,  tampoco  conviene  con  la  situación  de  aquella,  pues  se  hallaba  casi  en  la 
misma  latitud  que  Compluto  ó  Alcalá  que  dista  de  Zamora  más  de  un  grado.  La 
que  menos  dificultad  ofrece  en  su  equivalencia  es  Ocello  Duri,  segunda  mansión 
de  Salamanca  á  Zaragoza,  distante  de  la  primera  cuarenta  y  dos  millas,  y  hasta  su 
nombre  0/uelo  del  Duero  recuerda  la  posición  de  la  ciudad  de  que  tratamos.  A  la 
misma  opinión  se  inclinan  los  que  más  detenidamente  han  estudiado  el  asunto, 
como  vemos  por  las  Memorias  históricas  de  Zamora  recién  publicadas  por  el  Sr.  Fer- 
nándQu:  Duro,  donde  va  inserto  un  luminoso  discurso  de  D.  Miguel,  docto  pres- 
bítero del  siglo  pasado.  De  la  correspondencia  de  Zamora  con  Numancia,  hecha 
por  los  naturales  cuestión  de  acalorado  patriotismo  casi  hasta  nuestros  días,  na- 
die se  acuerda  ya,  ni  más  ni  menos  que  de  los  enormes  alegatos  que  la  de- 
fienden. 

(3)  Indigna  ciertamente  del  arzobispo  D.  Rodrigo  es  la  que  trae  de  la  vaca 
negra  ó  mora  á  la  cual  el  vaquero  gritó  Ce  Moray  grito  que  los  soldados  de  Alfon- 
so III  aplicaron  por  nombre  á  la  población;  pero  fray  Juan  Gil  de  Zamora,  escritor 
del  siglo  XIV,  que  la  califica  con  razón  de  necedad,  incurre  en  otras  tales  como  lo 
de  Zara  Mora  y  Cesat  is  mora. 


ZAMORA  535 


La  primera  reconquista  de  la  ciudad ,  dejando  aparte  las 
inciertas  tentativas  inmediatas  á  su  pérdida  (i),  la  atribuyen 
nuestras  crónicas  á  Alfonso  I,  las  musulmanas  á  Froila,  hijo  de 
Alfonso.  Añade  alguna  de  estas  que  permaneció  más  de  dos 
siglos  bajo  el  dominio  de  los  cristianos  hasta  las  invasiones  de 
Almanzor  (2);  otras  empero  la  suponen  en  breve  recobrada  por 
el  califa  Abderramán  I  que  la  visitó  hacia  el  año  785,  y  afirman 
ora  que  fué  ganada  en  la  primavera  del  813  por  Abderramán  II 
siendo  príncipe  todavía,  ora  sitiada  inútilmente  hacia  878  por 
el  príncipe  Almondhir,  ora  destruida  en  el  reinado  de  Muha- 
mad  (3).  Presa  disputada  en  país  fronterizo  entre  dos  razas 
irreconciliables,  no  la  permitieron  sus  alternativos  estragos  le- 
vantarse sólidamente  del  polvo  de  las  ruinas,  hasta  que  Alfon- 
so III  en  893  emprendió  su  restauración,  llamando  para  poblarla 
á  los  cristianos  del  país  vecino ,  y  para  reconstruir  sus  muros  y 
edificios  á  arquitectos  y  peones  de  Toledo ,  no  sabemos  si  infie- 
les y  mozárabes,  aunque  nos  inclinamos  á  lo  segundo.  Unos 
baños  y  una  hermosa  iglesia  dedicada  al  Salvador  y  pingüe- 
mente dotada,  fueron  las  fábricas  principales  que  brotaron  den- 
tro de  aquel  fuerte  recinto,  avanzada  formidable  del  belicoso 
reino  de  las  montañas  contra  el  fastuoso  imperio  del  califa. 

Dejóla  éste  en  paz  guardando  las  treguas  que  á  la  sazón 
tenía  con  Alfonso ;  pero  una  muchedumbre  innumerable  de  in- 
surgentes y  aventureros,  fanatizada  por  AhmedbenAlkithi, 
descendiente  de  los  Omíadas  y  aliado  del  rebelde  Hafsún,  se 
precipitó  como  una  desastrosa  avenida,  asolándolo  todo  á  su 
paso,  sobre  la  ciudad  que  crecía  en  tanto  daño  del  islamismo. 
Encerróse  de  pronto  en  sus  murallas  la  guarnición,  y  aun  se 


( 1 )  En  el  tomo  de  Asturias  y  León,  p.  39,  citamos  el  texto  publicado  en  las  cartas 
del  orientalista  Borbón  acerca  del  ataque  de  Zamora  por  Ñuño  Ramírez  en  7  2  3  y  su 
recobro  por  Ambasa,  y  más  adelante  otro  referente  á  su  primera  toma  por  Habib. 
Pero,  como  ya  observamos,  merecen  escaso  crédito  dicho  textos. 

(2)  Almakkarí,  traducción  inglesa,  tomo  II,  pág.  85. 

(3)  Véase  á  Conde,  II.«  parte,  capit.  23,  35  y  55,  y  Almakkarí,  tomo  II,  pági- 
na 463. 


536  ZAMORA 


dice  fué  desbaratada  en  una  salida ;  mas  bajando  á  socorrerla 
un  ejército,  se  trabó  campal  batalla  que  no  duró  menos  de 
cuatro  días.  Los  primeros  en  huir  fueron  los  berberiscos  asala- 
riados ;  los  muslimes  del  reino  de  Toledo  y  del  oriente  de  Es- 
paña murieron  en  sus  filas  cubriendo  de  cadáveres  el  campo. 
De  los  sesenta  mil  combatientes  que  se  atribuyen  á  aquellas 
hordas ,  pocos  escaparon  con  vida  y  libertad.  La  cabeza  de 
Ahmed,  fenecido  en  la  pelea  ó  degollado  después,  se  colgó  con 
otras  muchas  en  las  puertas  y  almenas ;  y  aquel  día,  que  fué 
aproximadamente  el  9  de  Julio  de  901,  dejó  un  largo  recuerdo 
de  triunfo  á  los  cristianos  y  de  espanto  á  los  sarracenos  con  el 
nombre  de  día  de  Zamora  (i). 

Con  tan  insigne  victoria  se  consolidó  la  seguridad  de  la  nue- 
va población,  y  para  que  el  suave  imperio  de  la  cruz  se  exten- 
diera al  par  de  las  conquistas  de  la  espada,  creóse  en  ella  una 
cátedra  episcopal.  Uno  de  los  primeros,  sino  el  primero  en  ocu- 
parla, fué  Atilano,  cuyas  firmas  aparecen  de  905  al  915,  y  cuya 
santidad  declaró  solemnemente  Urbano  II  á  fines  ya  del  siglo  xi. 
Natural  de  Tarazona  y  discípulo  y  compañero  de  San  Froilán, 
de  pronto  en  la  soledad  de  las  montañas  de  León  y  luego  á 
orillas  del  Esla  en  el  monasterio  de  Moreruela  que  fundaron, 
fueron  ambos  en  un  mismo  día  y  en  la  fiesta  de  Pentecostés 
consagrados  obispos  el  uno  de  León  y  el  otro  de  Zamora.  A  los 
diez  años  de  regir  la  diócesis  asaltaron  humildes  escrúpulos  á 
Atilano,  y  al  salir  con  el  bordón  de  peregrino  después  de  dis- 
tribuir sus  rentas  á  los  pobres,  arrojó  desde  el  puente  al  río  su 
anillo  pastoral,  diciendo  que  hasta  recobrarlo  no  se  tendría  por 
seguro  de  haberle  Dios  perdonado  los  pecados  de  su  juventud. 


f  i)  Inierea  sub  era  DCCCCXXXIX^  dice  Sampiro,  congrégalo  exercitu  magno 
Árabes  Zamoram  properarunt,  Hcec  audiens  serenissimus  rex,  congrégalo  magno 
exercilu  inler  se  dimicanles,  cooperante  divina  clementia,  delevil  eosusquead  inler- 
necioncm  :  etiam  A  ¡chaman  qui  propheta  eorum  dtcebatur  ihidem  corruil,  el  quievit 
Ierra,  Véase  la  relación  más  extensa  de  Conde  en  el  cap.  VI,  parte  i.*  del  tomo  de 
Asturias  y  León.  En  esta  victoria  hacen  intervenir  D.  Rodrigo  y  D.  Lucas  al  caba- 
lleresco Bernardo  del  Carpió,  sin  advertir  que,  según  su  cómputo,  había  de  contar 
ya  más  de  cien  años  de  edad. 


ZAMORA  537 


Dos  años  empleó  en  obras  de  penitencia  y  visitas  de  santuarios, 
al  cabo  de  los  cuales  avisado  por  sueños  de  que  volviera  á  su 
silla,  y  hospedándose  desconocido  en  una  ermita  de  las  afueras, 
encontró  su  anillo  en  el  vientre  de  un  pescado  que  para  su  cena 
había  recibido  de  limosna.  Tañeron  por  sí  mismas  las  campanas; 
los  ciudadanos  corrieron  en  tropel  al  encuentro  de  su  prelado, 
que  apareció  de  repente  revestido  de  ricos  hábitos  pontificales, 
y  tuvieron  la  dicha  de  gozar  por  otros  siete  años  de  su  paternal 
gobierno  y  de  cerrarle  los  ojos  cariñosamente  (i).  Sucediéronle 
uno  tras  otro,  sin  dejar  más  huella  que  su  nombre,  Juan,  Dulci- 
dio,  Domingo,  Juan  el  segundo  y  Salomón,  titulándose  indife- 
rentemente obispos  de  Zamora  ó  de  Numancia,  hasta  que  á 
fines  del  siglo  se  hundió  su  sede  sepultada  bajo  las  ruinas  de  la 
ciudad. 

Capital  de  Galicia,  es  decir  del  reino  de  Asturias,  denomi- 
nan á  ésta  á  menudo  las  historias  arábigas,  y  en  verdad  parecía 
serlo  por  la  frecuente  y  casi  continua  residencia  de  los  soberanos, 
que  desde  aquella  plaza  limítrofe  guardaban  la  frontera  y  espia- 
ban la  ocasión  de  llevarla  adelante  con  sus  armas.  Tenía  Zamo- 
ra más  de  campamento  que  de  corte,  y  aquellos  príncipes  gus- 
taban más  de  su  agitación  belicosa,  de  sus  aprestos  y  peligros 
que  de  las  pompas  y  regalos  de  León.  Allí  atajó  Alfonso  el 
Magno  los  rebeldes  intentos  de  su  primogénito  García  pren- 
diéndole de  improviso;  allí  regresó,  abdicada  ya  la  corona,  de 


(i)  Seguimos  en  esta  relación  las  lecciones  de  un  antiguo  Icccionario  cister- 
ciense  publicadas  en  la  España,  Sagrada^  t.  XIV,  mas  no  podemos  convenir  con 
Flórez  en  la  época  en  que  supone  haber  florecido  el  santo,  de  qqo  á  i  009.  En  que 
fué  coetáneo  y  compañero  de  San  Froilán  no  cabe  duda,  pero  dos  Froilanes  ocu- 
páronla silla  de  León,  el  uno  de  900  á  905,  el  otro  de  992  á  1  006 ;  y  queda  ya 
por  Risco  evidentemente  demostrado  que  el  santo  corresponde  al  primero  y  no  al 
segundo,  desvaneciendo  el  dictamen  contrario  de  Lobera  que  indujo  en  error  á 
Flórez  y  á  los  mismos  Bolandos.  Rectificada  pues  la  cronología  respecto  de  San 
Froilán,  debe  asimismo  corregirse  respecto  de  San  Atilano.  A  esto  se  agrega  que 
de  00$  á  91  5  constan  firmas  de  un  obispo  zamorano  de  este  nombre,  según  con- 
fiesa Flórez  que  le  juzga  distinto,  y  no  se  encuentra  ninguna  en  el  período  que  le 
atribuye,  período  por  otra  parte  harto  calamitoso  en  que  Zamora  yacía  otra  vez 
bajo  el  yugo  sarraceno  ó  sepultada  bajo  sus  escombros  y  no  se  hallaba  en  situa- 
ción de  ser  paternalmente  regida  por  un  prelado. 

68 


538  ZAMORA 


SU  última  expedición  contra  los  sarracenos,  sucumbiendo  en 
breves  días  á  la  fatiga  y  á  los  pesares  más  que  á  los  años ;  allí 
en  la  flor  de  los  suyos  y  á  los  tres  de  empuñar  el  usurpado 
cetro,  ocupó  el  lecho  fúnebre  del  padre  el  hijo  sedicioso,  cuyos 
días  fueron  abreviados  sobre  la  tierra.  En  Zamora  falleció  tam- 
bién la  reina  Elvira,  esposa  de  Ordoño  II,  amargándole  el  placer 
de  la  victoria  con  que  á  poco  después  volvió  coronado,  y  no 
tardó  él  tres  años  en  sentirse  allí  mismo  acometido  de  la  enfer- 
medad que  le  acabó  en  León  ó  bien  en  el  camino.  Zamora  fué 
la  estancia  de  Ramiro  II,  desde  que  vino  con  gran  comitiva  de 
magnates  á  recoger  la  corona  que  le  dejaba  su  hermano  Alfon- 
so retirándose  á  un  monasterio,  hasta  que  en  medio  de  sus  pre- 
parativos de  guerra  contra  los  inñeles  le  sorprendió  la  noticia 
de  que  el  monje  quería  reinar  otra  vez,  y  marchó  sobre  León  á 
probarle  con  la  espada  lo  irrevocable  de  la  renuncia. 

En  aquel  reinado  tuvo  un  día  de  gloria  la  ciudad :  nuestras 
crónicas  lo  confunden  con  la  jornada  inmortal  de  Simancas  cuyo 
vivo  esplendor  absorbe  los  episodios  inmediatos ;  en  alguna  re- 
lación musulmana  prevalece  al  contrario,  dando  nombre  á  la 
campaña  entera,  el  formidable  recuerdo  del  foso  de  Zamora.  Ce- 
ñíanla, dice,  siete  muros  de  extraordinaria  solidez,  obra  de  los 
reyes  anteriores,  separados  entre  sí  por  cortaduras  y  profundos 
cauces  llenos  de  agua.  De  los  dos  primeros  se  apoderó  al  frente 
de  un  ejército  innumerable  el  califa  Abderramán  III,  quien  des- 
pués de  una  gran  batalla,  ventajosa  para  sus  armas  según  unos, 
de  dudoso  éxito  según  otros,  y  felicísima  para  los  cristianos  al 
decir  de  éstos  si  es  como  creemos  la  de  Simancas,  estrechó  el 
sitio  de  la  plaza  donde  se  habían  encerrado  los  enemigos ;  pero 
al  asaltar  la  tercera  cerca,  en  aquella  angostura  inundada  por  el 
río,  al  pié  de  la  valla  coronada  de  bravos  defensores,  perecieron 
acribilladas  las  falanges  agarenas  en  número  de  cuarenta  ó  cin- 
cuenta mil  hombres,  y  obstruida  de  cadáveres  la  corriente  con- 
virtióse en  un  lago  de  sangre.  De  esta  matanza,  sucedida  en  939 
á  fíne§  de  Julio  ó  principios  de  Agosto,  hablan  los  anales  de  los 


ZAMORA  1^39 


vencidos  y  no  los  de  los  vencedores,  quienes  después  de  referir 
la  victoria  de  Simancas,  indican  otra  conseguida  en  Alhándega 
á  orillas  del  Tormes  que  acabó  con  los  restos  de  la  hueste  fugi- 
tiva, sin  decir  una  palabra  de  Zamora  (i).  El  eclipse  que  coinci- 
dió con  estos  sangrientos  días  lo  señalan  unos  y  otros:  y  los 
nuestros  mencionan  además  otro  pavoroso  agüero  que  había 
precedido  en  i.^  de  Junio  del  mismo  año,  una  llama  salida  del 
océano  que  derramándose  sobre  Castilla  abrasó  un  barrio  de  la 
ciudad  (2). 

Siguen  los  escritores  sarracenos  apuntando  continuas  pérdi- 
das y  reconquistas,  que  parecen  desmentir  la  ponderada  fortaleza 
de  Zamora,  haciendo  ondear  en  sus  murallas  tan  pronto  la  ban- 
dera de  la  cruz  como  el  estandarte  del  profeta.  Si  la  recobró 
en  941  el  valí  de  la  frontera  Abdala-benCoraixi  del  rey  Ramiro 
que  el  año  anterior  la  había  tomado  (3),  si  la  entró  por  fuerza 
en  963  el  califa  Alhakem  II  en  persona  pasando  á  cuchillo  á  casi 
todos  sus  defensores  y  destruyendo  su  cerca,  muy  fugazmente 


( I )  Dozy  opina  que  la  sangrienta  batalla  del  foso  de  Zamora  no  es  otra  que 
la  de  Alhándega,  y  que  el  historiador  Masoudi  que  escribía  desde  Asia  aunque 
coetáneo,  tomando  por  apelativo  el  nombre  propio  de  al-khandec  que  significa 
foso^  dio  origen  á  esta  reduplicación  de  combates.  Á  nosotros  nos  hace  fuerza 
que  aquel  polígrafo  de  Bagdad  ,no  se  contentara  con  haber  creado  el  hecho  que 
pudo  nacer  involuntariamente  de  su  error,  sino  que  pasara  á  adornarlo  con  deta- 
lles de  caudal  propio,  tales  como  los  brazos  de  agua  y  los  siete  muros  fabricados 
por  antiguos  reyes.  En  el  cap.  I,  2.*  parte  del  tomo  de  Asturias  y  León  y  en  el  capí- 
tulo V,  I  .*  parte  del  presente  tratamos  de  conciliar  entre  sí  las  relaciones  arábigas 
y  cristianas  de  esta  campaña  tan  importante  y  de  fijar  con  la  exactitud  posible  la 
fecha  y  sucesión  de  sus  acontecimientos. 

(a)  «  Era  de  DCCCCLXXVII,  dice  el  cronicón  de  Cárdena,  kal.  junii,  dia  de  sá- 
bado á  hora  de  nona,  salió  flama  del  mar  e  incendió  muchas  villas  e  cibdades  e 
omes  e  bestias,  e  este  mismo  mar  encendió  peñas,  e  en  Zamora  un  barrio,  e  en 
Carrion,  en  Castro  Xeriz  e  en  Burgos  cien  casas,  e  en  Briviesca  e  en  la  Calzada  e 
en  Pancorvo  e  en  Belorado  e  otras  muchas  villas.»  Es  traducción  casi  literal  del 
texto  latino  del  cronicón  Burgense  que  citamos  atrás,  pág.  472,  acerca  de  este 
singular  fenómeno,  que  no  sabemos  haya  sido  hasta  aquí  explicado  ni  comentado. 
Posteriormente  ha  tratado  de  hacerlo  Fernández  Duro  en  sus  Memorias  históri- 
cas^ tomo  I,  pág.  206  y  sig. 

(3)  Conde  afirma  que  los  infieles  á  pesar  de  su  derrota  en  el  foso  de  la  ciudad 
lograron  apoderarse  de  ella  por  asalto,  bien  que  al  año  siguiente  la  perdieron; 
pero  Gayangos  observa  en  sus  notas  á  Almakkarí,  qu«  nada  hay  en  las  historias 
arábigas  que  justifique  tan  inverosímil  suposición.  Véase  á  Conde,  II  parte,  capí- 
tulo 82,  84  y  89. 


540  ZAMORA 


debieron  ocuparla,  pues  pasan  semejantes  cambios  en  silencio 
los  analistas  cristianos,  quienes  en  este  intermedio  no  consignan 
otro  acontecimiento  en  Zamora  que  la  pacífica  muerte  natural 
de  Ordoño  III  ocurrida  hacia  mediados  de  Agosto  de  955.  No 
dejó  tan  efímeras  huellas  en  el  verano  de  981  la  irresistible  es- 
pada de  Almanzor,  cuyo  lugarteniente  Abdala-ben-Abdelasis, 
nombrado  Piedra  Seca^  puso  sitio  á  la  población,  y  ya  que  no 
pudo  ganar  la  ciudadela,  pasó  á  sangre  y  fuego  los  alrededores, 
cebándose  en  las  iglesias  y  claustros  de  la  comarca:  su  toma 
estaba  reservada  al  gran  caudillo  que  acosaba  de  ciudad  en  ciu- 
dad á  Ramiro  III.  Sus  defensores  dispersos  corrieron  algunos  á 
guarnecer  con  no  menos  desgraciado  valor  á  la  fuerte  Simancas 
donde  hallaron  el  cautiverio  y  en  Córdoba  el  martirio ;  el  más 
señalado  fué  Domingo  Sarracino,  cuyos  copiosos  bienes  á  falta 
de  heredero  fueron  aplicados  por  el  rey  Veremundo  á  la  iglesia 
de  Compostela,  y  á  cuya  santa  memoria  se  erigió  más  tarde  una 
ermita  junto  á  las  aceñas  de  su  propiedad  (i). 


( I )  A  estos  sucesos  y  al  privilegio  de  Veremundo,  único  que  los  menciona,  nos 
referimos  en  las  págs.  185  y  r86  del  presente  tomo:  ahora  no  creemos  fuera  del 
caso  insertar  algunas  cláusulas  del  citado  documento.  ínter  quos  fuit  vir  felicissi- 
mus  nomine  Sarracenus,  proles  Joannis  vocitatus^  qui  dimisit  hereditalem  ei  cortes 
in  civitate  Numantia  qvoe  modo  Zamora  nuncufatur,  cum  nullum  superstitem  vel 
hereditarium  aut  propinquum  relinqueret...  Sic  do  ei  concedo  cortem  inius  in  civitate 
novaprape  ecclesiam  sánete  Leocadie  in  omni  gyro  sicut  eam  ipse  sanctus  Domini- 
cus  obiinuit  cum  ómnibus  stiis  utensilibus^  cupis,  torcularibus  et  tendis  in  Mércate- 
llo^  et  vineis  quce  servierunt  ipsi  corii  ubicumque  sunt,  ab  integro  eas  concedimus; 
et  azeniam  integram  in  vado  quem  dicunt  domini  Garcice.  et  medietatem  in  alia  in 
reliares^  et  ibi  in  Teliares  quartam  portionem  in  alia  azenia,  et  omnes  suos  hortos 
unum  in  Aruale  et  alium  in  ripa  fluminis  Durii^  et  suos  /erraginales  ubicumque  illos 
habuit,  et  alium  hortum  in  Perales^  et  etiam  cuneta  quce  ipsidomui  deservierunt,  tam 
ex  illa  parte  fluminis  Durii  térras  et  vineas  et  omne  suum  debitum,  quam  qux  ipsi 
corti  deserviunt.  Adhuc  dando  atque  donando  adjicimus  quod  ipsi  corti  pertinuit, 
villam  quam  vocitant  Alcopam  in  ripa  rivuti  Arotoy^  cum  ómnibus  suis  prestationi- 
bus  quce  intus  etforis  sunt,  cupis  et  torcularibus^  terris,  vineis  per  suos  certissimos 
términos,  et  omnia  quce  adipsam  villam  pertinent  sicut  Ule  eam  obtinuit,  cum  suis 
^ugariis  et  porcariis  qui  ibi  servierunt  et  modo  ibi  suni,  sive  et  peculiare  de  ovibus 
ubicumque  sunt  qux  ipsi  corti  deservierunt.  Dudamos  si  el  santo  mártir  era  ó  no 
convertido  del  islamismo,  no  por  el  nombre  de  Sarracino  muy  común  en  aquella 
época,  sino  por  expresar  la  escritura  que  en  el  bautismo  tomó  el  de  Domingo,  pero 
el  de  Juan  que  llevaba  su  padre  indica  que  pertenecía  á  familia  cristiana.  Quizá  su 
cuerpo  fué  traído  de  Córdoba  por  mediación  del  rey  Veremundo,  pues  en  la  ermi- 


ZAMORA  541 


Proclamado  rey  Veremundo  II  por  los  gallegos  en  compe- 
tencia de  Ramiro,  obtuvo  de  Almanzor  bajo  ciertas  condiciones 
de  vasallaje  el  dominio  de  Zamora  y  León  y  del  país  compren- 
dido hasta  las  costas  del  mar ;  pero  haciéndosele  intolerable  el 
yugo  á  fuerza  de  humillaciones  y  violencias,  trató  de  sacudirlo 
en  988.  Perdida  su  capital,  no  se  atrevió  á  encerrarse  en  Zamo- 
ra, ni  sus  moradores  abandonados  del  monarca  tuvieron  ánimo 
de  defenderla,  antes  abrieron  las  puertas  al  inexorable  hajib  que 
la  entregó  al  furor  de  sus  soldados.  Desmantelada  y  casi  desierta 
permaneció  once  años,  hasta  que  en  999  Almanzor  la  repobló 
de  musulmanes  y  dio  el  mando  de  la  plaza  á  Abulawas  el  Tod- 
jibita.  Esto  es  lo  que  nos  cuentan  de  sus  vicisitudes  en  aquel 
período  calamitoso  las  historias  arábigas  (i),  al  paso  que  las 
nuestras  con  su  absoluto  olvido  expresan  más  significativamente 
todavía  lo  profundo  de  su  desolación.  El  glorioso  nombre  de 
Numancia,  que  por  error  se  le  atribuía,  parecía  destinarla  en  su 
segunda  época  como  en  la  primera  á  ejemplo  de  un  heroísmo 
sin  fortuna  y  á  la  acerba  suerte  de  servir  de  sepulcro  á  sus  hijos 
después  de  haberlo  sido  tantas  veces  de  sus  agresores.  Ni  el 
cetro  restaurador  de  Alfonso  V,  ni  las  animosas  hazañas  del  jo- 
ven Veremundo  III,  bastaron  para  despertarla  de  su  letargo  tan 
parecido  á  la  muerte ;  y  hasta  verse  libre  de  guerras  domésticas 
é  intestinas  no  pensó  Fernando  I  en  levantar  del  polvo  aquel 
firme  baluarte  del  Duero,  á  instancia  de  los  leoneses  que  recor- 
daban su  antigua  hermandad  con  los  zamoranos. 

Los  valientes  pobladores  que  llamó  de  las  montañas  y  los 
ventajosos  fueros  y  excelentes  usos  que  les  otorgó  (2),  no  con- 
tribuyeron tanto  al  lustre  de  la  restaurada  ciudad,  como  el  error 


ta  se  mostraba  su  tumba,  de  la  cual  recogían  tierra  los  fíeles  para  ponérsela  al 
cuello  por  reliquia. 

(i)  Véase  el  fragmento  de  Ibn-Khaldoun  citado  por  Dozy  en  el  tomo  I  de  sus 
Recherches,  pág.  107  y  108. 

(2)  Dedtt  ei  perpetuo^  dice  el  Tudense,  bonos  foros  et  nobilissimos  mores.  Al 
fuero  de  Zamora  se  refiere  el  de  Santa  Cristina,  lugar  de  Benavente  otorgado  por 
el  mismo  Fernando  1  en  1062. 


5-12  ZAMORA 


que  cometió  repartiendo  la  monarquía  entre  sus  hijos.  Dada  en 
patrimonio  con  la  mitad  del  infantazgo  á  Urraca  la  primogénita, 
resistió  ella  sola  con  más  éxito  que  los  vastos  reinos  de  León  y 
de  Galicia  á  la  ambición  absorbente  del  mayor  de  los  hermanos 
y  vio  estrellarse  al  pié  de  sus  adarves  el  poder  de  Castilla  y  el 
ímpetu  de  su  monarca.  Los  romances  representan  á  la  infanta, 
menos  recatada  y  prudente  de  lo  que  figura  en  la  historia,  tur- 
bando la  agonía  de  su  padre  con  importunas  demandas  de  hereda- 
mientos, y  al  moribundo  rey  acompañando  su  legado  de  Zamora 
con  maldiciones  solemnes  contra  los  infractores  de  su  voluntad, 
á  las  cuales  responden  amén  los  circunstantes,  á  excepción  de 
Sancho  que  se  encierra  en  un  sombrío  y  ominoso  silencio  (i). 
Sin  embargo  no  vino  de  éste  la  agresión  primera,  sino  de  García 
que  no  contento  con  su  reino  de  Galicia  usurpó  parte  de  los  do- 
minios de  Urraca,  cuya  defensa  afectó  tomar  el  de  Castilla  para 
tener  ocasión  de  desposeer  á  su  hermano  y  de  declarar  roto  el 
testamento  otorgado  en  perjuicio  de  su  primogenitura.  Tras  de 
Galicia  incorporóse  de  León,  tras  de  García  llegó  á  Alfonso  el 
turno  de  ser  destronado,  después  de  dividir  hábilmente  sus 
fuerzas  y  de  seducirle  con  el  reparto  de  los  despojos ;  y  la  soli- 
citud con  que  voló  Urraca  al  socorro  de  su  predilecto  hermano 
alcanzándole  la  vida  só  condición  de  hacerse  nionje,  y  la  fuga 
del  príncipe  á  los  moros  de  Toledo,  mezclaron  el  fuego  de  la 


(i)  Quien  os  la  tomare,  hija, 

La  mi  maldición  le  caiga ! 
Todos  dicen  amen,  amen, 
Sino  don  Sancho  que  calla. 

Con  esta  grandiosa  escena  termina  el  antiguo  romance  Morir  vos  queredes  padre: 
i  habrá  podido  nacer  de  ella  el  refrán  al  buen  callar  llaman  Sancho  7  Lo  cierto  cs 
que  el  lenguaje  más  que  libre  y  desenvuelto  que  en  él  emplea  la  infanta, choca  con 
la  opinión  de  sensatez  y  honestidad  que  siempre  tuvo,  y  sospechamos  que  la  tra- 
dición popular  la  confundiera  por  la  identidad  del  nombre  con  la  reina  Urraca  su 
sobrina  que  dejó  más  dudosa  reputación,  á  menos  que  no  se  atribuya  esta  mala 
nota  á  la  animadversión  transmitida  entre  los  castellanos  hacia  la  memoria  de  la 
que  fué  causa  de  la  muerte  de  su  rey  y  de  la  humillación  de  sus  banderas.  El  Tu- 
dense  afírma  que  Zamora  fué  dada  á  Alfonso  y  no  á  Urraca  por  el  testamento  de  su 
padre,  y  que  Alfonso  la  cedió  á  su  hermana  para  defensa  suya  en  las  guerras  que 
veía  próximas  á  estallar. 


ZAMORA  54^ 


venganza  con  el  de  la  ambición  en  el  ánimo  del  rey  Sancho  con- 
tra el  pequefto  estado  de  la  infanta.  Reclamóle  la  entrega  de 
Zamora  en  cambio  de  dineros  ó  de  otras  tierras  no  tan  fronteri- 
zas (i),  y  como  nada  obtuviese  con  promesas  ni  con  amenazas, 
preparó  durante  el  invierno  en  Burgos  la  campafta  de  la  próxi- 
ma primavera. 

Desde  los  primeros  días  de  Marzo  de  1072  hormiguearon 
formidables  huestes  al  rededor  de  la  única  ciudad  donde  no 
tremolaban  los  leones  de  Castilla,  pues  Toro  por  rendición  ó 
por  convenio  arrebatada  á  la  infanta  Elvira,  acababa  de  entre- 
gar sus  llaves  al  rey  Sancho.  Animaban  á  los  defensores,  no 
menos  que  el  brío  varonil  de  Urraca,  las  canas  venerables  de 
su  ayo  Arias  Gonzalo,  dispuesto  á  inmolarse  para  sostener  el 
fatal  testamento  que  con  su  previsor  consejo  no  había  logrado 
impedir:  y  al  penetrar  en  Zamora  el  pundonoroso  Cid  Ruy  Díaz 
con  un  mensaje  de  su  rey  más  arduo  para  su  rectitud  que  no  lo 
había  sido  para  su  esfuerzo  el  darle  tantas  veces  la  victoria, 
respondieron  á  una  voz  los  habitantes  reunidos  dentro  de  San 
Salvador,  que  hasta  la  muerte  no  desampararían  ni  á  su  patria 
ni  á  su  seftora.  Amorosas  reconvenciones  traen  los  romances, 
dirigidas  por  la  infanta  al  Campeador  desde  lo  alto  de  una  torre, 
que  clavándose  como  dardos  en  el  corazón  del  guerrero  le 
obligan  á  retirarse  confuso  y  á  suspender  el  ataque  (2).  Su 


( 1 )  Según  la  Crónica  general^  que  es  la  que  cuenta  con  más  minuciosidad  estos 
sucesos,  los  lugares  ofrecidos  á  Urraca  en  compensación  de  Zamora  fueron  «Medi- 
na de  Rioseco  con  todo  su  infantazgo  desde  Villalpando  fasta  en  Valladolideaun 
Tiedra  que  es  muy  buen  castiello.  » 

(2)  Véase  el  conocido  romance  que  empieza 

Afuera,  afuera  Rodrigo 

El  soberbio  castellano! 

Acordársete  debiera 

De  aquel  buen  tiempo  pasado... 


y  las  palabras  de  Rodrigo 


Afuera,  afuera  los  mios 

Los  de  á  pié  y  los  de  á  caballo, 


544  ZAMORA 


indecisión  y  el  mal  éxito  de  la  embajada,  de  cualquier  causa 
naciera,  enojaron  al  monarca  hasta  el  extremo  de  echarle  de  su 
presencia,  bien  que  luego  pesaroso  de  perder  su  mejor  espada, 
envió  en  seguimiento  suyo  un  caballero  á  desagraviarle  y  á 
hacerle  volver  con  su  compañía  (i). 

Sangrientos  en  demasía  fueron  los  tres  asaltos  que  en  días 
consecutivos  se  intentaron  contra  la  ciudad  (2),  y  hubo  que 
reducir  el  sitio  á  bloqueo,  esperando  rendirla  con  el  rigor  del 
hambre  más  que  con  la  violencia  de  las  armas.  Siete  meses  duró 
la  épica  acción  del  cerco  con  mil  lances  caballerescos  de  salidas, 
escaramuzas  y  desafíos  (3),  pero  á  fines  de  Setiembre  corría 
visiblemente  á  su  desenlace.  Era  ya  intolerable  el  apuro  de  los 
sitiados,  diezmados  por  el  hierro  enemigo  y  por  la  miseria;  la 
infanta  con  las  lágrimas  en  los  ojos  no  les  pedía  sino  nueve 
días  más  de  resistencia  hasta  ponerse  en  salvo  y  reunirse  en 
Toledo  con  Alfonso,  y  todos  ofrecían  seguirla  dejando  la  plaza 
vacía  al  opresor,  cuando  un  caballero  Vellido  Dolfo,  que  con 

Que  de  aquella  torre  mocha 
Una  vira  me  han  tirado,  etc. 

El  antiguo  amor,  secreto  ó  correspondido,  de  la  infanta  hacia  el  Cid,  no  pasa  de 
ser  una  combinación  dramática  de  muy  buen  efecto  que  carece  de  apoyo  en  la 
historia. 

(i)  Iba  el  Cid,  según  la  Crónica^  á  reunirse  con  Alfonso  en  Toledo,  cuando  le 
alcanzó  en  Castronuño  Diego  Ordóñez,  enviado  del  rey  Sancho. 

(2)  «E  combatieron  muy  de  rezio  tres  dias  e  tres  noches,  dice  la  Crónica  Gene- 
ral^ e  las  cavas  que  eran  muy  fondas  todas  fueron  allanadas, e  derribáronlas  bar- 
bacanas, e  ferieronse  de  las  espadas  á  mantiniente  los  de  fuera  con  los  de  dentro, 
e  murieron  hi  muchas  gentes  además,  de  guisa  que  la  agua  de  Duero  toda  iva  tin- 
ta de  sangre  desde  la  villa  ayuso...  E  el  rey  mandó  entonces  que  dexasen  de 
combatir  la  villa  e  que  sopiesen  quantos  homes  morieran  hi,  e  fallaron  que  avien 
hi  muerto  mil  e  treinta  omcs.» 

(3)  Los  cantares  más  antiguos  que  tuvo  presentes  la  Crónica  General  y  que 
después  se  han  perdido,  atribuyen  al  sitio  una  duración  de  siete  años;  pero  no 
duró  más  el  reinado  de  D.  Sancho,  como  observa  muy  bien  aquella.  En  los  roman- 
ces que  se  conservan,  la  mayor  parte  modernizados,  fígura  generalmente  como 
protagonista  el  Cid,  eclipsando  al  rey  hasta  el  punto  casi  de  anularle. 

Del  cabo  que  el  rey  la  cerca 
Zamora  no  se  da  nada; 
Del  cabo  que  el  Cid  la  aqueja 
Zamora  ya  se  tomaba. 


ZAMORA 


545 


treinta  vasallos  se  había  encerrado  en  ella,  prometió  á  Urraca 
ahuyentar  á  los  sitiadores  en  cambio  de  un  galardón  tan  inde- 
terminado como  los  medios  que  se  reservaba  para  tan  difícil 
empresa.  Fingió  denostar  al  venerable  Arias  Gonzalo  y  huir  de 
la  cólera  de  sus  hijos,  saliendo  por  un  portal  que  se  le  abrió  en 
dirección  al  campamento ;  y  allí  presentado  al  rey,  se  dio  por 
víctima  de  su  lealtad  y  de  su  buen  consejo  para  que  se  le  entre- 
gara Zamora.  En  vano  desde  los  muros  presintiendo  la  alevo- 
sía, los  sitiados  avisaban  á  gritos  al  sitiador  que  se  guardara 
de  Vellido  (i):  estas  acusaciones,  diestramente  trocadas  por  el 
prófugo  en  testimonios  de  su  adhesión  sincera,  no  hacían  sino 
aumentar  la  confianza  de  Sancho  en  su  nuevo  favorito,  que  le 
descubría  los  caminos  ocultos  de  tomar  la  ciudad  y  hasta  el 
postigo  siempre  abierto  por  donde  habían  de  introducirse  sus 
soldados  (2). 

Una  mañana,  domingo  á  7  de  Octubre,  solos  entrambos 
acababan  de  dar  vuelta  al  recinto  exterior,  y  bajando  hacia  el 
río  entregó  el  rey  el  venablo  á  su  compañero  y  apartóse  algu- 
nos pasos...  aquel  venablo  le  pasó  súbitamente  de  parte  á  parte 
entrando  por  la  espalda  y  saliéndole  por  el  pecho,  y  el  traidor 
á  escape  en  su  corcel  corrió  á  meterse  por  el  postigo  que  había 
indicado.  Viole  el  Cid  y  sospechó,  montó  á  caballo  sin  calzarse 
las  espuelas  con  la  prisa,  y  tuvo  lugar  de  maldecir  su  olvido, 
pues  con  esto  se  le  escapó  el  malvado  tocando  ya  á  la  misma 
puerta,  y  quedó  en  su  renombre  un  lunar,   no  de  cobardía  sino 


( I )    Guarte,  guarte,  rey  don  Sancho ! 
No  digas  que  no  te  aviso, 
Que  de  dentro  de  Zamora 
Un  alevoso  ha  salido. 
Llámase  Vellido  Dolfos 


Hijo  de  Dolfos  Vellido; 
Cuatro  traiciones  ha  fecho 
Y  con  esta  serán  cinco. 
Si  fué  gran  traidor  el  padre 
Mayor  traidor  es  el  fijo. 


Crónicas  y  romances  porfían  en  cuál  atribuirá  peores  antecedentes  áeste  Vellido, 
á  quien  unos  hacen  gallego  del  lugar  de  Villadave,  otros  de  tierra  de  Valladolid, 
otros  vasallo  natural  del  rey  Sancho,  es  decir  castellano.  El  nombre  Dolfos  equi- 
vale á  Adulfo  ó  Ataúlfo. 

(2)    La  Crónica  general  llama  de  Arena  á  este  postigo;  Sandoval  refiriéndose  á 
otras  crónicas  lo  titula  de  Zambranos  de  la  Reina. 

69 


546  ZAMORA 

de  imprevisión,  que  sus  émulos  le  echaron  en  rostro  más  ade- 
lante. Bañado  en  sangre  y  casi  exánime  fué  conducido  don  San 
cho  á  su  tienda  ( 1 ),  y  pocas  horas  después  espiró,  reconociéndose 
herido  por  la  justicia  divina  y  por   la 
„,  -^  maldición  paterna  y  mandando  pedir  per- 

dón á  sus  hermanos.  Belicosa  y  fúnebre 
comitiva  con  incesantes  lamentos  acom- 
pañó el  cadáver  hasta  el  monasterio  de 
Oña:  terrible  fué  el  epitafio  que  en  su 
tumba  se  inscribió  imputando  á  Urraca 
el  fratricidio  {2).  Las  ambiguas  palabras 
crui  ose  s-fiAL*  BL  LUGAS       ücl  ascsiDO,  el  asilo  que  encontró  debajo 
Don  sanmo""""^         del  manto  de  la  infanta  contra  el  enojo 
de  Arias  Gonzalo,  y  la  incertidumbre  que 
nos  ha  quedado  de  su  castigo,  dieron  cuerpo  tal    vez  á  este 
rumor  injurioso,  incompatible  con  las  virtudes  que  tanto  enco- 
mian los  cronistas  en  la  princesa. 

Hasta  la  ciudad  que  abrigaba  al  aleve  fué  dada  por  alevosa, 
y  cubierto  de  todas  armas  salió  del  campamento  el  altivo  Diego 
Ordóñez  á  arrojar  contra  los  muros  y   contra  sus  habitantes, 

(1)  nVtas  non  osavan,  dice  la  Crónicn.  sacarle  el  venablo  por  miedo  que  mo- 
rrie  hí;  e  luego  llegó  hi  un  maestro  de  Burgos  e  mando']  aserrar  el  venablo  quan- 
to  el  astil  del  un  cabo  e  del  otro,  por  tal  que  non  perdiese  la  Tabla. o 

(2)  Publicólo  en  sus  Antigüedades  Berganza,  y  es  sumamente  notable  : 

Sanclius,  forma  París  eijcrox  Hedor  in  armis, 
Claudilur  hac  urna,jam  faclus  pulvis  et  umbra. 
Femina  méate  dirá  sóror  liunc  vila  expoliavü ; 
Jure  guident  dempio,  nonjleviljralre  fercmpij. 


Rex  iste  occis 

s  esl  prodilore  consilio  sororis  siie  Urraca:  apud  Xiiinanliam  civila 

lempermanu, 

it  Bjlliti  Adelfls  magfii prodftoris  in  era  MCX. 

Nonts  oclobris  rapuit  me  ctirsvs  ab  horis.n 

En  el  dia  del  r 

era  domingo, 

como  lo  fué  en  realidad  :  los  Composlelanos  fijan  cquivocadamcnt 

el  dia  4.  La  participación  di;  Urraca  en  el  regicidio  no  está  Inn  expresa  en  la  Oó 

nica  y  Romane 

ero.  pero  algo  indican  las  palabras  de  Vellido  al  volver  á  Zamora: 

Tiempo  era,  doña  Urraca, 
De  cumplir  lo  prometido. 


ZAMORA 


547 


j^randes  y  pequeños,  muertos  y  vivos,  nacidos  y  por  nacer,  el 
negro  baldón  de  felonía  (i).  Por  una  y  otra  parte  se  arreglaron 
las  condiciones  del  combate,  y  obligóse  el  desafiador  á  mante- 
ner su  reto  en  cinco  duelos  seguidos  contra  otros  tantos  cam- 
peones, según  prescribían  las  leyes  de  honor  siempre  que  se 
agraviaba  á  todo  un  concejo.  Asegurado  nuevamente  Arias 
Gonzalo,  por  las  protestas  é  imprecaciones  de  la  muchedumbre 
convocada,  de  que  ningún  cómplice  entre  ellos  tenía  Vellido,  á 
nadie  quiso  confiar  más  que  á  sí  y  á  sus  cuatro  hijos  la  peligrosa 
defensa  del  buen  nombre  de  Zamora :  lo  único  que  otorgó  á  los 
llorosos  ruegos  de  Urraca,  fué  tomar  el  postrer  turno  en  vez 
del  primero  que  se  había  reservado.  Acompañó  el  triste  padre 
hasta  el  palenque  á  Pedro  Arias  su  hijo  menor,  armóle  con  sus 
manos  y  santiguóle,  y  hasta  el  medio  día  le  miró  resistir  deno- 
dadamente á  los  mandobles  de  su  contrario;  pero  estremecióse 
al  verle  que  se  abrazaba  á  la  cerviz  del  caballo,  hendido  el  yel- 
mo y  la  cabeza,  sin  soltar  aún  la  espada,  y  más  al  oír  el  feroz 
sarcasmo  de  Ordóñez;  tdon  Arias,  embiadme  acá  el  otro  vues- 
tro fijo,  ca  este  nunca  vos  llevará  el  mandado.»  Y  venció  el 
retador  al  segundo  hijo  Diego,  sacando  por  el  pié  el  cadáver 
de  la  liza,  y  trabó  lid  con  Rodrigo,  el  mayor  y  el  más  fuerte  de 
los  hermanos;  mas  á  pesar  de  derribarle  muerto,  el  caballo 
herido  hizo  salir  del  cerco  al  vencedor,  y  los  jueces  del  campo 
aprovecharon  este  incidente  para  declarar  terminado  el  combate 
é  indeciso  el  fallo  de  la  victoria.  Interesaba  á  los  castellanos  el 
conservar  á  su  esforzado  campeón,   á  los  zamoranos  el  salvar 


(O  Niega  Sandoval  que  Diego  Ordóñez  fuese  de  la  familia  de  Lara  como  le 
apellida  la  Crónica^  y  asegura  que  pertenecía  á  la  casa  real  de  León  y  que  tenía 
en  Galicia  su  condado.  En  el  Romancero  se  presenta  Ordóñez  á  lidiar  en  defecto 
del  Cid  que  había  jurado  no  hacer  armas  contra  Zamora.  La  fórmula  del  reto  repe- 
tida en  varios  romances  parece  sacramental : 


Yo  vos  repto,  zamoranos, 
Por  traidores  fementidos; 
Repto  los  chicos  y  grandes, 
Y  á  los  muertos  y  á  los  vivos; 
Kepto  hombres  y  mugieres, 


Los  por  nascer  y  nascidos ; 
Repto  las  yerbas  del  campo. 
También  los  peces  del  rio ; 
Reptóos  el  pan  y  la  carne, 
También  el  agua  y  el  vino. 


548 


ZAMORA 


SU  último  hijo  al  generoso  Arias  Gonzalo,  tan  desgraciado  como 
el  rey  Príamo,  tan  heroico  como  el  padre  de  los  Horacios  (i). 
Lo  que  hay  de  historia  en  este  famoso  sitio  y  lo  que  hay  de 
leyenda,  difícil  es  y  acaso  imposible  de  deslindar;  pero  ningún 
otro  hecho,  ni  siquiera  dé  los  de  ayer,  vive  tan  palpitante  en  la 
memoria  del  pueblo  y  en  los  lugares  que  lo  presenciaron:  Za- 
mora entera  no  parece  tener  otro  destino  que  servir  de  monu- 
mento al  gran  poema.  Palacio  de  doña  Urraca  se  denomina  al 
viejo  caserón  contiguo  á  una  puerta  que  abre  hacia  el  norte  su 
doble  arco  semicircular,  el  interior  con  su  rastrillo,  defendido 
por  dos  cubos,  y  sobre  cuyo  ingreso  resalta  el  busto  de  la  in- 
fanta con  toca  singular  á  manera  de  concha,  acompañado  de  los 
sabidos  versos  Afíiera,  afuera^  Rodrigo  (2).  Siguiendo  en  di- 
rección á  poniente  la  muralla,  aparece  la  tapiada  puerta  del 
Mercadillo  por  donde  es  fama  salió  Vellido,  y  más  adelante  el 
postigo  por  el  cual  se  metió  acosado  por  el  Cid,  cuyo  caballo 
dejó  sus  huellas  allí  marcadas.  Señálase  aún  la  prisión  del  regi- 
cida, y  junto  á  la  puerta  del  Obispo  el  solar  de  la  morada  del 
Campeador.  La  ermita  bizantina  de  Santiago  el  peqtieñino  re- 
cuerda en  la  vega  del  río  el  pérfido  asesinato,  el  campo  de  la 
Verdad  deriva  su  nombre  del  caballeroso  reto ;  y  una  pequeña 


(i)  Sobre  la  tradición  que  supone  enterrados  en  Vamba  á  los  hijos  de  Arias 
Gonzalo,  véase  lo  que  atrás  queda  dicho  pág.  267.  Fernando  y  no  Rodrigo  se  lla- 
ma al  último  en  un  bellísimo  romance,  parte  del  cual  nos  permitiremos  transcribir 
por  no  ser  muy  conocido. 


Por  aquel  postigo  viejo 
Que  nunca  fuera  cerrado 
Vi  venir  seña  bermeja 
Con  trecientos  de  caballo: 
Un  pendón  traen  sangriento 
De  negro  muy  bien  bordado, 
Y  en  medio  de  todos  ellos 
Traen  un  cuerpo  fínado. 

Á  la  entrada  de  Zamora 


Un  gran  llanto  es  comenzado ; 
Llóranle  todas  las  damas 
Y  todos  los  hijosdalgo: 
Unos  dicen  ¡ay  mi  primo! 
Ctros  dicen  ¡  ay  mi  hermano ! 
Arias  Gonzalo  decía : 
Quién  no  te  hubiera  criado 
Para  verte  agora  muerto, 
Arias  Hernando,  en  mis  brazos ! 


(2)  Léense  allí  los  dos  primeros  versos  del  romance  en  caracteres  romanos  de 
relieve  muy  gastados.  Encima  de  otra  puerta  se  notan  los  dos  siguientes  i4rorúfáí- 
seU  debiera^  etc.  Sin  duda  no  se  esculpieron  antes  del  siglo  xvi. 


cruz  que  llaman  de  don  Sancho,  puesta  sobre  un  tosco  pilar  en 
el  alto  que  domina  la  ciudad  á  un  cuarto  de  legua  de  distancia 
camino  de  la  Iniesta,  indica  probablemente  el  paraje  desde 
donde  clavando  aquél  en  Zamora  su 
codiciosa  mirada,  exclamó  que  hasta 
lograr  su  posesión  no  se  juzgaría 
verdaderamente  señor  de  la  monar- 
quía. 

Desbandóse  con  la  muerte  de 
su  rey  el  ejército  sitiador;  muchos 
en  su  retirada,  extraviados  por  el 
país  que  hostilmente  habían  asola- 
do, hallaron  la  muerte  ó  el  cauti- 
verio (i).  Avisado  en  secreto  por 
su  hermana,  y  abandonando  con  no 
menor  cautela  su  asilo  de  Toledo, 
vino  á  Zamora  Alfonso  á  tomar  po- 
sesión de  los  tres  reinos,  unidos  en 
provecho  suyo  por  la  ambición  de  su 
hermano:  leoneses,  gallegos  y  as- 
turianos acudieron  con  júbilo  á  ren- 
V^¿'     '  ««^  ■*£■''.  „'     dirle  vasallaje;  los  castellanos  con 

„     ^     ^  el  Cid  al  frente,  antes  de  recibirle 

CitL'Z  DF.i.  Rey  Don  SANCfro  ' 

por  señor,  le  exigieron  el  famoso 
juramento,  prestado  después  en  Santa  Gadea  de  Burgos,  de  no 
haber  consentido  en  la  muerte  del  rey  Sancho.  De  la  residencia 
de  Urraca  en  Zamora,  ni  de  su  señorío  especial  que  tanto  había 
costado,  no  aparece  en  la  historia  posterior  indicio;  sin  duda  lo 
conservó  hasta  1 1  o  i  año  de  su  fallecimiento,  pero  vivió  en  la  corte 
al  lado  de  su  hermano,  que  de  joven  la  había  mirado  por  madre  y 
que  siguió  consultándola  en  su  edad  madura,  y  al  lado  del  cuer- 


( I )    AUi  diversa  fugix  pericula  atlemplanUs,  dice  el  arzobispo  don  Rodrigo,  alii 
fier  áevia  deviantes,  in  caplivilalis  et  morlis  suppiicia  incid^runt. 


po  de  San  Isidoro  objeto  de  su  predilección  fervorosa,  á  cuyo 
servicio  se  consagró,  disfrazando  la  austeridad  monástica  con 
las  galas  de  princesa  (i). 

A  pesar  de  la  importancia,  bien  demostrada  por  los  sucesos, 


que  adquirió  Zamora  luego  después  de  restaurada,  tardó  toda- 
vía medio  siglo  en  recobrar  la  prerrogativa  episcopal  de  que  la 
había  despojado  con  la  existencia  el  terrible  Almanzor.  Ha- 
cia 1 102  domicilióse  en  ella  Jerónimo,  consagrado  obispo  de 
Valencia  y  obligado  después  de  la  muerte  del  Cid  á  abandonar 
su  recién  creada  diócesis  al  furor  de  los  infieles;  y  como  ejer- 
ciese funciones  pastorales  en  la  ciudad  que  para  su  hospedaje  y 
sustento  se  le  había  señalado,  y  se  quejara  el  de  Astorga  á 
quien  desde  la  extinción  de  la  primitiva  sede  zamorana  estaba 


(i)  Spretis  carnalibus  copüs,  escribe  el  Tudensc  afecto  como  buen  I 
a  de  Urraca,  su6  laicaíi  kabiíu  sed  iiilrinsecus  sub  moniíti  ob; 
isto  sponso  adhesit.  Véase  en  el  tomo  de  Asiurias y  León  el  epitafio 
;1  panteón  de  San  Isidoro. 


552  ZAMORA 


sometido  su  territorio,  declaró  el  papa  limitada  aquella  dignidad 
á  la  vida  del  que  la  obtenía  (i);  pero  la  población  iba  en  au- 
mento acelerado,  instaba  el  arzobispo  de  Toledo,  el  francés 
Bernardo,  como  metropolitano  que  pretendía  ser  y  como  pro- 
tector del  obispo  titular  de  Valencia  á  quien  había  traído  de 
Perigord  en  compañía  suya;  y  á  la  muerte  de  Jerónimo  antes 
de  1 124  nombró  el  primado  para  sucederle  á  Bernardo,  otro  de 
sus  compatricios  y  clientes,  que  investido  ya  de  jurisdicción 
propia  y  con  asiento  fijo  se  tituló  primer  prelado  de  Zamora. 
Señalábase  aún  en  1135  el  reducido  solar  y  tal  vez  el  edificio 
de  la  catedral  primitiva,  cuando  Alfonso  VII  para  construir  la 
nueva  concedió  al  obispo  la  iglesia  de  Santo  Tomé  con  sus  per- 
tenencias, coadyuvando  al  mismo  objeto  las  donaciones  de  los 
ciudadanos  (2).  Pero  la  gloria  de  abrir  los  cimientos  de  la  actual 
basílica  estaba  reservada  á  Esteban,  que  ocupó  la  silla  de  Ber- 
nardo fallecido  en  1 149,  y  tuvo  la  dicha  singular,  después  de 
veintitrés  años  de  trabajos  incesantes  y  á  costa  de  grandes  su- 
mas, de  consagrar  por  sí  mismo  en  15  de  Setiembre  de  1 1741a 


(i)  Á  pesar  de  los  reparos  opuestos  por  FIórez  en  el  tomo  XIV  de  la  España 
Sagrada,  creemos  en  la  identidad  de  dicho  Jerónimo  con  el  otro  del  mismo  nom- 
bre á  quien  confío  el  conde  Raimundo  de  Borgoña  la  restauración  de  la  iglesia  de 
Salamanca.  Tratándose  de  dos  ciudades  distantes  sólo  doce  leguas  ontre  sí  y  go- 
bernadas aún  en  1 1 44  por  un  mismo  conde,  no  hallamos  imposible  que  un  mismo 
prelado  administrara  las  dos  iglesias  en  el  principio  de  su  restablecimiento.  Cons- 
tan por  confesión  de  FIórez  donaciones  de  templos  de  Zamora  hechas  por  el  conde 
Raimundo  y  por  Alionso  VI  á  Jerónimo,  obispo  de  Salamanca,  y  así  le  nombra  una 
de  ciertas  casas,  viñas  y  palomares  en  término  de  Morales  otorgada  en  1 106  por 
Cidi  Domíniz  al  cabildo  Zamorano. 

(2)  Las  palabras  del  rey  pueden  referirse  tanto  á  la  institución  como  al  edifi- 
cio material :  ipsa  est  equidem  quce  fost  ultimam  gentilium  rabiem  usque  modo  nec 
jus  sutdm  nec  pastorem  praprium  obiinerepotuit.  Pero  la  donación  hecha  por  Aura 
Alvariz  en  i  i  33  de  la  heredad  de  Fuente  Falaf  con  casa,  tierras,  viñas,  montes  y 
prados,  ofrecida  Domino  inviciissimo  iriumphatori,  sanctissimo  Salvatori et  omnium 
sanctorum  quorum  baselica  ab  aniiquis  sita  est  in  Zemora^  indica  la  subsistencia 
del  antiguo  templo.  Es  curiosa  la  noticia  de  las  autoridades  de  la  ciudad  que  su- 
ministra dicha  escritura:  mandotnie  Zemora  comité  dom,  Rodericus  Martinez^sub 
manu  ejus  merino  Johannes  Pelaiz  et  Salvador  Gunsalviz,  sayone  Fafila^  in  ipsius 
sedis  S.  Salvaioris  B.  episcopus,  ejus  archidiaconus  dom.  Guilelmus^  archipresbiteri 
dom.  Johannes  et  dom,  Petrus  Stephaniz.  El  mismo  Alfonso  VII  en  1 1  $6  hizo  exten- 
sivos á  los  canónigos  de  Zamora  los  privilegios  y  fueros  de  que  gozaban  los  de 
Santiago.  León  y  Falencia. 


ZAMORA  553 


suntuosa  fábrica  empezada  bajo  sus  auspicios.  Dejónos  esta 
memoria  en  versos  leoninos  su  inmediato  sucesor  Guillermo,  y 
al  proclamar  que  aquel  templo  venía  á  sustituir  el  de  Salomón, 
no  sabemos  si  se  refiere  al  del  sabio  rey  de  los  hebreos,  sea  en 
la  acepción  mística  general,  sea  por  exagerado  encomio  de  su 
magnificencia,  ó  bien  al  del  obispo  Salomón,  el  último  probable- 
mente de  la  primera  serie  de  los  prelados  de  Zamora,  que  á 
fines  del  siglo  x  habían  destruido  ó  profanado  las  hordas  aga- 
renas  (i). 

Con  la  dilatación  de  las  conquistas  más  allá  del  Duero  había 
dejado  la  ciudad  de  ser  frontera  contra  los  infieles  por  el  lado 
de  mediodía,  pero  empezó  á  serlo  por  el  de  occidente  de  un 
nuevo  reino  cristiano  que  se  formaba  no  sin  dafto  de  Castilla, 
del  reino  de  Portugal,  reconocido  en  cierta  manera  por  Alfon- 
so VII  al  principio  de  su  reinado.  Las  paces  ó  más  bien  treguas 
con  la  reina  Teresa  su  tía,  propietaria  de  aquel  estado,  se  con- 
cluyeron hacia  1 1 26  en  Zamora,  donde  acudieron  á  rendir  ho- 
menaje al  joven  príncipe  los  condes  y  prelados  de  Galicia  y  los 
capitanes  de  Extremadura.  Así  se  denominaba  entonces  el  terri- 
torio comprendido  desde  León  hasta  más  allá  de  Salamanca, 
cuyo  gobierno  no  se  confiaba  sino  á  poderosos  señores  y  expe- 
rimentados guerreros,  residentes  á  menudo  en  la  referida  plaza 
tan  importante  por  su  situación  como  por  su  fortaleza.  Por  sí  ó 
por  sus  merinos  y  lugartenientes  la  regían,  en  11 33  Rodrigo 
Martínez  el  cónsul  de  León  que  murió  cinco  años  después  en  el 


(1)  Extraña  parecerá  esta  segunda  interpretación,  pero  ya  que  á  ella  da  mar- 
gen la  coincidencia  de  los  nombres  no  la  juzgamos  indigna  de  ser  notada.  La  ins- 
cripción renovada  y  puesta  sobre  el  cancel  de  la  puerta  del  norte,  dice  así : 

Fit  domus  ista  quidem  veluti  Salomónica  pridem ; 

Huc  adhibete  fídem,  domus  hec  succedit  eidem. 

Sumptibus  et  magnis  viginti  fít  tribus  annis : 

A  quo  fundatur,  Domino  faciente,  sacratur. 

Anno  MCLXXIUl  completur,  Stephanus  qui  fecit  habetur. 

Epitaphium  episcopi  Vilielmi. 

Por  epitafio  se  entiende  aquí  inscripción, 

70 


554  ZAMORA 


sitio  de  Coria,  y  hasta  1 169  el  insigne  conde  Ponce  de  Cabrera, 
mayordomo  del  emperador  y  uno  de  sus  más  leales  y  valerosos 
caudillos.  En  la  catedral  descansan  los  restos  del  magnate  cata- 
lán, esforzadísimo  en  las  armas ^  que  condujo  las  innumerables 
huestes  extremeñas  al  pié  de  los  muros  de  Almería  (i).  Por 
otras  escrituras  sabemos  que  en  1 1 70  mandaba  allí  Fernán  Ro- 
dríguez, en  1 1 78  Gonzalo  Osórez,  en  1181  el  conde  de  Urgel 
señor  de  la  vecina  Valladolid  que  añadía  á  sus  estados  aquella 
interesante  tenencia. 

Sin  embargo  no  era  la  población,  como  pudiera  creerse,  una 
simple  colonia  militar;  su  desarrollo  municipal  se  denota  en  la 
respectiva  pujanza  y  antagonismo  de  las  clases,  que  estallaba  á 
veces  en  sangrientos  conflictos.  De  uno  de  ellos  en  11 58  nos 
han  conservado  vaga  memoria  los  anales,  nacido  de  ocasión 
bien  leve,  á  saber  de  la  compra  de  una  trucha  que  el  criado  de 
cierto  caballero  llamado  Gómez  Aznárez  de  Vizcaya  quiso  por 
su  precio  tomar  al  hijo  de  un  zapatero.  Cogió  el  pueblo  arreba- 
tadamente las  armas  con  los  nobles  é  hijosdalgo,  y  acorralán- 
dolos en  la  iglesia  parroquial  de  Santa  María  la  Nueva  donde 
tenían  estos  su  cofradía,  los  hizo  perecer  entre  las  llamas  que 
prendió  al  edificio,  de  las  cuales  sólo  se  salvó  milagrosamente 
la  hostia  consagrada.  Abandonaron  la  ciudad  los  sediciosos, 
pero  el  delito  por  su  generalidad,  aunque  tan  enorme,  hubo  de 
ser  perdonado  por  Fernando  II  (2). 


(i)  Véase  su  elogio  en  el  poema  del  sitio  de  Almería  desde  el  verso  163  hasta 
el  185.  No  debe  confundirse  el  D.  Ponce  de  Cabrera  con  D.  Ponce  de  Minerva  que 
frecuentaba  la  misma  corte  del  emperador  y  era  su  alférez :  vino  aquel  de  Catalu- 
ña probablemente  con  la  reina  Berenguela  hija  del  conde  de  Barcelona,  fué  yerno 
del  conde  D.  Pedro  de  Trava,  y  por  su  hija  Sancha  resultó  ascendiente  de  los  du- 
ques de  Arcos.  Su  familia  heredó  poco  después  el  condado  de  Urgel,  entre  cuyos 
señores  aparecen  varios  con  idéntico  nombre  de  Ponce  de  Cabrera.  Opinamos  es 
el  mismo  que  en  una  escritura  de  1 142  se  llama  Poncio  Geraldo;  en  otra  de  1 168 
ñgura  asociado  en  el  gobierno  de  Zamora  al  conde  de  Urgel,  teniendo  por  vicarios 
ó  lugartenientes  á  D.  Miguel  y  D.  Asensio.  En  un  pilar  de  la  capilla  mayor  existe 
su  estatua  de  rodillas,  y  abajo  una  lápida  más  antigua  con  este  letrero :  Hic  jacti 
comes  Poncius  de  Cabrera  sirenuisstmus  in  armis  qui  obiit  in  era  millesima  CC  sép- 
tima (i  169  de  C.) 

(2)    Indújome  en  error  de  fecha  y  á  poner  en  la  primera  edición  1 168 por  1158 


ZAMORA  5^5 


Casi  coincidieron  estas  revueltas  con  los  servicios  prestados 
al  monarca  por  los  zamoranos  en  la  reducción  de  los  de  Ávila 
y  Salamanca  (i),  que  agraviados  ó  celosos  por  la  fundación  de 
Ledesma  y  Ciudad  Rodrigo,  se  sublevaron  peleando  en  campo 
abierto  contra  su  legítimo  señor.  Zamora,  sometida  perenne- 
mente al  reino  de  León  mientras  estuvo  separado  del  de  Casti- 
lla, militó  con  más  gloria  que  en  las  guerras  intestinas,  en  las 
campañas  de  Extremadura  contra  los  sarracenos  bajo  la  direc- 
ción de  Alfonso  IX  hijo  de  Fernando  II  (2) ;  y  la  más  honrosa 


la  cita  que  de  un  manuscrito  especial  del  suceso  hace  el  Sr.  Muñoz  en  el  apéndice 
de  su  Catálogo  histórico  bibliográfico.  De  las  varias  relaciones  á  que  se  refiere  el 
Sr.  Fernández  Duro,  sólo  logré  ver  una  muy  sucinta  escrita  en  el  siglo  xvi,  y  á 
haber  encontrado  en  ella  la  circunstancia  de  que  reinaban  á  la  sazón  Sancho  III  en 
Castilla  y  en  León  Fernando  II,  cayera  fácilmente  en  la  cuenta  de  que  el  año  no 
podía  ser  sino  el  de  1 1  58.  Si  el  caballero  era  Aznárez  ó  Álvarez  no  es  tan  fácil  de 
discernir:  que  ni  él  ni  los  que  perecieron  abrasados  eran  regidores,  lo  demuestra 
que  tales  cargos  no  existían  en  el  siglo  xii;  así  que,  como  observa  muy  bien  Fer- 
nández Duro,  no  fué  quemado  el  concejo,  antes  bien  el  amor  de  los  fueros  é  inmu- 
nidades del  concejo  sublevó  al  pueblo  contra  los  privilegiados.  Siete  mil  personas, 
entre  ellas  cuatro  mil  hombres  de  guerra,  salieron  fuera  de  la  ciudad;  púsose  al 
frente  del  motín  y  echó  el  primer  haz  de  leña  cierto  Benito,  pellitero,  procurador 
del  común,  que  de  cada  diez  zamarros  que  labraba  daba  uno  por  amor  de  Dios 
para  los  pobres,  y  que  á  su  muerte,  no  se  dice  si  natural  ó  violenta,  mereció  en 
San  Pablo  honrosa  sepultura  con  fama  de  santo  y  hacedor  de  milagros.  Apercibié- 
ronse los  nobles  á  vengar  la  muerte  de  sus  deudos,  y  principalmente  Ponce  de 
Cabrera  la  de  un  hijo  suyo  perecido  en  el  incendio,  que  se  asegura  fué  enterrado 
en  la  catedral  al  lado  de  la  sacristía ;  el  rey  sin  embargo  envió  cartas  de  perdón, 
pues  el  mal  recaudo  era  ya  Jecho  y  no  era  bien  echar  mal  tras  mal,  y  hasta  anuló 
muchas  concesiones  de  señoríos  y  heredamientos,  de  lo  cual,  se  dice,  irritados  el 
conde  Ponce  y  su  yerno  Vela  Gutiérrez  Osorio  se  pasaron  á  Castilla,  cuyo  rey 
Sancho  tuvo  en  Sahagún  una  entrevista  con  su  hermano  el  de  León  para  terminar 
la  disidencia.  Una  de  dichas  relaciones  describe  minuciosamente  un  frontal  ó  re- 
tablo de  cien  marcos  de  plata  y  cien  ducados  de  oro  y  ciento  diez  y  seis  piedras 
preciosas,  que  en  penitencia  del  sacrilegio  mandó  hacer  al  común  el  papa  Alejan- 
dro III,  encargando  la  absolución  al  obispo  Esteban.  Véase  el  tomo  1,  pág.  3  $6  de 
las  expresadas  Memorias. 

(i)  Sobre  la  actitud  de  los  zamoranos  en  dichos  alzamientos,  y  sobre  la  tras- 
lación del  cuerpo  del  rey  D.  Ramiro  (el  11  sin  duda),  desde  Zamora  á  Astorga,  que 
supone  la  Crdníca  genera/ haber  dispuesto  Fernando  II  para  abatir  los  bríos  de 
aquella,  véanse  en  el  tomo  de  Salamanca^  Ávila  y  Segovia^  pág.  221  de  la  edi- 
ción presente,  mis  dudas  acerca  de  una  cuestión  de  que  extraño  no  se  hiciera  car- 
go el  señor  Fernández  Duro. 

(2)  Prueba  el  moderno  historiador  de  Zamora  con  un  privilegio  de  1 193,  que 
en  dicha  ciudad  nació  ó  por  lo  menos  fué  bautizado  Alfonso  IX,  qui  in  ipsaecclesia 
baptismatis  recepi  gratiam. 


5S^  ZAMORA 


parte  que  le  cupo  en  aquellos  triunfos  y  tomas  de  lugares  es- 
crita está  en  cierta  lápida  coetánea  sobre  una  de  las  puertas  de 
la  ciudad  (i).  Al  morir  Alfonso  en  1230,  fué  la  más  constante 
en  sostener  el  partido  de  las  infantas  Sancha  y  Dulce  instituidas 
herederas  por  su  padre,  hasta  verlas  avenidas  con  su  hermano, 
y  en  resistir  mientras  pudo  la  reunión  de  la  corona  leonesa  con 
la  castellana. 

Sin  embargo,  el  obispo  que  la  gobernó  desde  1239  hasta 
1254,  primero  del  nombre  de  Pedro,  lleva  en  su  losa  sepulcral 
el  distintivo  6^  familiar  del  gran  rey  Fernando  conquistador 
de  Sevilla.  Sucedióle  en  la  dignidad  Suero  Pérez ,  cuyo  largo 
régimen  ilustró  el  prodigioso  hallazgo  del  cuerpo  de  San  Ilde- 
fonso en  la  parroquia  de  San  Pedro,  y  perturbaron  por  otra 
parte  ruidosas  contiendas  con  los  jueces  y  el  concejo,  llegando 
éstos  al  extremo  de  derribar  violentamente  las  casas  de  los  ca- 
nónigos y  del  mismo  prelado  (2).  En  los  siglos  posteriores  la 
silla  de  Zamora  sirvió  con  frecuencia  de  escalón  para  los  más 
altos  puestos  metropolitanos,  y  en  el  xiy  Pedro  Gómez  Barro- 
so, en  el  xv  Juan  de  Mella,  en  el  xvi  Rodrigo  de  Castro  llega- 
ron á  vestir  la  púrpura  cardenalicia ;  pero  ni  los  títulos,  ni  cien- 
cia, ni  virtudes  hicieron  á  ninguno  de  ellos  tan  célebre  como  al 
comunero  Acuña  sus  proezas  y  sus  desgracias  (3). 


(i)  La  puerta  se  llama  de  Olivares  ó  del  Obispo,  y  la  inscripción  colocada  á  la 
parte  afuera  dice  así:  Era  millesima  ducentésima  sexagésima  octava  Alfonsus  rex 
Legionis  cepit  Caceres  et  Montanches  et  Meritam  et  Badalloz  et  vicit  A  bemfuit  re- 
gem  Maurorum  qui  tenebat  viginli  milita  equitum  et  LX  millia  peditum^  et  Zamoren- 
ses  fuerunt  Víctores  in  prima  acie^  et  eo  anno  ipse  rex  VIII  kls.  octobris  obiit  et 
regnavit  annis  XLII  et  eo  anno  factum  est  hoc pórtale.  Tuvo  tanto  eco  en  Zamora 
la  victoria  de  Mérida,  que  según  el  Tudense  corrió  allí  la  voz  de  haber  visto  á 
San  Isidro  con  otros  santos  acudir  apresuradamente  á  la  batalla. 

(2)  En  1281  corría  la  causa  sobre  dichos  atropellos. 

(3)  Desconfiando  de  las  inexactitudes  tan  frecuentes  en  Gil  González  Dávila, 
con  los  datos  que  se  nos  hizo  el  obsequio  de  remitir  desde  Zamora,  logramos 
formar  el  siguiente  episcologio  desde  los  tiempos  de  San  Atilano,  quien,  como 
atrás  indicamos,  murió  hacia  el  año  9 1  5.— Juan  floreció  de  9 1 6  á  926.  —  Dulcidio 
de  927  á  947.— Domingo  de  960  á  968.— Juan  II  de  970  á  979.— Salomón  en  985 
y  986.  La  existencia  de  un  obispo  Gomesano  ó  Gómez  introducido  por  Dávila  al 
tiempo  de  la  restauración  de  Zamora  ó  antes  en  1042,  carece  de  fundamento.— 
Jerónimo  obispo  titular  de  Valencia,  de  1 102  á  11  24.— Bernardo,  primus  episco- 


ZAMORA  557 


De  las  cortes  que  tuvo  en  Zamora  Alfonso  el  Sabio  por  el 
mes  de  Junio  de  1274,  queda  el  ordenamiento  expedido  sobre 
abreviación  de  los  pleitos ;  y  sin  embargo,  duró  más  que  su 
reinado  el  que  sobre  el  ejercicio  de  la  jurisdicción  episcopal 


Pus  de  modernis  según  el  epitafio,  hasta  1 149.— Esteban  hasta  1 174, —  Guillermo 
hasta  1 19 1.  — Martín  Arias,  renunció  en  1 2 10  y  murió  trece  años  después.— Mar- 
tín Rodríguez,  trasladado  á  León  en  i  237.  — Segundo  Segúndez  mencionado  en 
1238. —  Pedro  I  hasta  i2$4.  —  Suero  Pérez  hasta  1286.—  Pedro  II  hasta  1302.— 
Gonzalo  Rodríguez  Osorio,  asistió  en  i  3 1  o  al  concilio  de  Salamanca  sobre  la  ex- 
tinción de  los  Templarios.— Rodrigo  desde  i  32 1  hasta  i  339.  —  Pedro  Gómez  Ba- 
rroso trasl.  en  13$!  á  Sigüenza  y  después  á  Sevilla.  —  Alonso  Fernández  de  Va- 
lencia hasta  136$  .—Martín  de  Acosta  trasl.  á  Lisboa  en  1 3  7  i  .—Alvaro,  comisionado 
por  Enrique  II  para  reconciliar  á  su  hija  Leonor  con  Carlos  III  de  Navarra  su  ma- 
rido, m.  en  i  39»;.— Alonso  de  Ejea  trasl.  de  Ávila  y  promovido  en  1403  á  Sevilla. 
—Alonso  de  lllescas  trasl.  en  141  3  á  Burgos.— Diego  Gómez  de  Fuensalida  envia- 
do al  emperador  Sigismundo  para  tratar  de  la  unión  de  la  iglesia,  m.  hacia  1 42.6. 
—Fray  Martín  de  Rojas  dominico,  hasta  1428. —  Pedro  Martínez,  hasta  1438.— 
Juan  de  Mella  natural  de  Zamora,  nombrado  cardenal  hacia  i4<>6,  murió  en  Roma 
en  1467  electo  obispo  de  Sigüenza.— Rodrigo  Sánchez  de  Arévalo  trasl.  de  Oviedo 
en  1467,  y  en  1468  promovido  á  Calahorra  y  después  á  Palencia.  —  Juan  de  Me- 
neses,  hasta  i  594.— Fray  Diego  de  Deza  dominico,  trasl.  en  1496  á  Salamanca  y 
sucesivamente  á  Palencia,  á  Jaén  y  á  Sevilla.— Diego  Meléndez  Valdés  trasl.de 
Astorga,  residió  y  murió  en  Roma  en  i  506.—  Antonio  Acuña,  ajusticiado  en  Si- 
mancas en  I  5  26.  -  Francisco  de  Mendoza  trasl.  á  Palencia  en  1534.  —  Pedro  Ma- 
nuel de  Castilla  trasl.  de  León  y  promovido  en  1546  á  Santiago.  ~  Antonio  de 
Águila  trasl.  de  Guadix,  m.  en  1560.  — Alvaro  de  Moscoso  trasl.  de  Pamplona, 
m.  en  1564.— Juan  Manuel  y  la  Cerda,  trasl.  en  1572  ¿  Sigüenza. » Rodrigo 
de  Castro  promovido  en  1577.a  Cuenca  y  después  á  Sevilla.— Diego  de  Si- 
mancas trasl.  de  Ciudad-Rodrigo,  m.  en  i  583.—  Juan  Ruiz  de  Agüero  autor  de  un 
tratado  contra  comedias,  m.  en  i  595.  — Fernando  Suárez  de  Figueroa  trasl.  de 
Canarias,  m.  en  1608.— Fray  Pedro  Ponce  de  León  dominico,  trasl.  de  Ciudad-Ro- 
drigo, renunció  en  161  5.— Juan  de  Zapata  Osorio,  m.  en  162  i.  — Fray  Juan  Mar- 
tínez de  Peralta  monje  Jerónimo,  promovido  á  Zaragoza  en  1624.  — Fray  Plácido 
de  Tosantos  benedictino,  m.  á  los  tres  meses  en  1624.  — Juan  Roco  Campofrío, 
trasl.  en  1626  á  Badajoz  y  después  á  Coria.  — Juan  Pérez  de  Laserna  trasl.  de  Mé- 
jico, m.  en  1 63 1  .—Diego  de  Zúñiga  Sotomayor  antes  obispo  de  Orense,  m.  en  1637. 
—Juan  Coello  de  Ribera,  que  en  1642  con  sus  clérigos  y  frailes  defendió  la  ciu- 
dad contra  los  portugueses,  trasl.  á  Plasencia  en  1649,  permaneció  en  Zamora 
hasta  1653  no  habiéndose  presentado  el  electo  fray  Martín  de  León  y  Cárdenas. 
—Antonio  Payno,  antes  de  Orense,  promovido  en  1 658  á  Burgos  y  luego  á  Sevilla. 
—Fray  Alonso  de  San  Vítores  benedictino,  antes  de  Orense,  m.  en  1660  en  opi- 
nión de  santidad.— Pedro  Gálvez,  m.  en  1662. —  Lorenzo  de  Zúñiga  Sotomayor, 
m.  en  1 666.— Antonio  Castañón,  antes  de  Ciudad  Rodrigo,  m.  en  1 668.— Dionisio 
Pérez  Escobosa,  antes  de  Mondoñedo,  m,  en  167 1.- Juan  de  Astorga  Rivero,  m. 
en  1679.— Fray  Alonso  de  Balmasedu,  agustino,  trasl.  de  Gerona,  m.  en  1684. 
—Fray  Antonio  de  Vergara  dominico,  antes  arzobispo  de  Manila,  m.  en  1693.— 
Fernando  Manuel,  promovido  á  Burgos  en  1702.  — Francisco  Zapata  Vera,  m. 
en  1720.— José  Zapata  Vera,  m.  en  1727.— Jacinto  Arana,  m.  en  17 39. -Fray  Ca- 
yetano Benítez  de  Lugo  dominico,  m.  al  mes  y  medio  en  1 7  39.— Onésimo  de  Sala- 


558  ZAMORA 


dentro  de  la  ciudad,  en  Bamba,  Sanzoles,  Manganeses  y  otros 
lugares  de  la  mitra,  venía  debatiéndose  con  el  concejo  desde 
el  tiempo  de  Alfonso  IX.  Con  diez  ricos-hombres  leales  y  deci- 
didos como  su  primo  Fernán  Pérez  Ponce  (i),  tan  rígido  censor 
de  su  flaqueza  como  firme  sostén  en  su  desgracia,  otra  hubiera 
sido  la  suerte  del  abandonado  monarca ;  pero  Zamora,  no  tan 
fiel  como  el  magnate,  ni  tan  sometida  cuanto  era  de  creer  á  su 
influencia,  se  dejó  arrastrar  por  las  promesas  del  rebelde  prín- 
cipe ó  intimidar  por  las  amenazas  de  su  hermano,  el  perverso 
D.  Juan,  que  con  ellas  logró  rendir  el  alcázar.  Teníalo  D.*  Te- 
resa Gómez,  mujer  de  Garci  Pérez  Chirino ;  y  al  ver  alzada  la 
cuchilla  contra  su  tierno  niño  que  en  las  afueras  se  criaba,  no 
se  halló  ¡  pobre  madre !  con  el  valor  heroico  de  arrostrar,  como 
más  tarde  Guzmán  el  Bueno,  las  iras  del  bárbaro  sitiador. 
Cuando  la  muerte  y  el  perdón  del  anciano  rey  abrieron  al  am- 
bicioso Sancho  la  vía  al  trono,  Fernán  Pérez  pasó  á  servirle 
como  al  padre,  en  vez  de  prolongar  disturbios  civiles  de  que 
sólo  habían  de  sacar  partido  los  reinos  extraños ;  y  á  su  solici- 
tud fué  confiada  la  crianza  del  heredero  de  la  corona,  del  pe- 
queño Fernando,  atendiendo  por  otra  parte  en  la  elección  de 
esta  residencia  c  al  saludable  cielo  de  que  goza  la  ciudad  y  á  la 
fertilidad  y  regalo  de  su  comarca  (2).»    Estas  circunstancias  y 


manca,  promovido  en  1752a  Granada  y  después  á  Burgos.  —  Jaime  Cortada,  pro- 
movido en  1753  á  Tarragona.  —  José  Gómez,  m.  sin  residir  en  17 $4.  — Isidro 
Alonso  Cabanillas,  m.  en  1766.— Antonio  Jorge  y  Galván,  promovido  á  Granada 
en  1776.— Manuel  Figueredo,  trasl.  á  Málaga  en  i78<;.r-Fray  Ángel  Molinos  do- 
minico, m.  en  1786.— Antonio  Piñuela  Alonso  m.  en  1793.— Ramón  Falcón  de 
Salcedo,  trasl.  en  1803  ^  Cuenca.— Joaquín  Carrillo  Mayoral,  m.  en  18 10.— Pedro 
Inguanzo  y  Rivero,  promovido  á  Toledo  en  1824.  — Fray  Tomás  de  la  Iglesia  y 
España  dominico,  m.  en  1834.— Miguel  José  de  Irigoyen  electo  en  1847,  trasl. 
en  1 8 «5 o  á  Calahorra.— Rafael  Manso,  antes  obispo  de  Mallorca,  m.en  1862.— Fray 
Bernardo  Conde  premonstratense,  antes  de  Plasencia,  m.  en  1880.— Tomás  Beles- 
tá,  actual  obispo.  Como  se  habrá  notado,  desde  el  siglo  xiv  acá  más  de  una  terce- 
ra parte  de  prelados  fueron  promovidos  á  otra  silla,  á  metropolitana  casi  todos. 

(i)  Érale  primo  por  su  madre  Aldonza  Alfonso,  hija  natural  de  Alfonso  IX,  y 
por  línea  paterna  tataranieto  del  conde  Ponce  de  Cabrera,  cuya  hija  Sancha  casó 
con  Vela  Gutiérrez,  bisabuelo  de  Fernán  Pérez. 

(a)    Mariana,  lib.  XIV,  cap.  X. 


ZAMORA  559 


la  necesidad  de  acudir  á  las  inquietudes  que  sembraba  el  infante 
D.  Juan  por  aquellas  tierras  vecinas  á  su  pretendido  reino  dé 
León,  atraían  á  Sancho  IV  hacia  Zamora;  y  recuerda  una  de  sus 
estancias  la  venerada  imagen  de  la  Virgen  de  la  Iniesta,  que  se 
dice  halló  cazando  en  el  sitio  donde  está  su  templo  á  una  legua 
de  la  ciudad:  al  menos  el  privilegio  de  la  fundación  del  lugar 
habla  de  prodigios  obrados  y  de  mercedes  recibidas  (i). 

No  estuvo  exenta  de  vacilaciones  y  trastornos  la  obediencia 
que  prestó  á  Fernando  IV  en  su  menoría  la  ciudad  que  le  había 
criado.  Ocupó  á  nombre  de  D.  Juan  el  alcázar  Pelayo  Gómez, 
cuñado  de  aquella  á  quien  se  le  había  tomado  por  medios  tan 
atroces;  introdújose  por  otro  lado  en  la  plaza  el  infante  D.  En- 
rique, coloreando  con  pretexto  de  justicia  sus  venganzas  (2);  y 
hasta  el  adelantado  Pedro  Ponce  no  siguió  las  ñeles  huellas  de 
su  difunto  padre  Fernán  Pérez.  Reunidas  allí  en  Julio  de  1301 
las  cortes  de  León,  Galicia  y  Asturias,  mientras  funcionaban 
aparte  en  Burgos  las  de  Castilla  para  evitar  choques  y  peleas 
entre  los  partidos,  dictaron  medidas  de  represión  contra  los 
malhechores  y  medios  de  indemnizar  de  sus  robos  y  quemas  á 
los  concejos.  No  menos  alcanzaron  á  Zamora  los  disturbios  de 
la  siguiente  menor  edad  de  Alfonso  XI:  los  infantes  D.  Juan  Ma- 
nuel y  D.  Felipe  se  disputaron  encarnizadamente  la  posesión 


(i)  Cítase  un  privilegio  dado  en  Valladolid  á  i.<*  de  Agosto  de  1290  que 
contiene  las  siguientes  cláusulas:  «Por  gran  voluntad  que  avernos  de  fazer  bien  e 
ayuda  á  la  iglesia  de  Sta.  María  de  la  Iniesta  por  muchos  milagros  que  nuestro 
señor  J.  C.  en  aquel  santo  lugar  fáze,  e  conosciendoquantos  bienes  equantas  mer- 
cedes rescibimos  siempre  de  ella  e  esperamos  á  rescibir,  dárnosle  e  otorgárnosle 
que  aya  hi  doce  pobladores  que  pueblen  en  este  lugar  con  Juan  Bartolomé  clérigo 
que  hi  es  agora...  e  que  sean  quitos  de  todo  pecho  e  de  todo  pedido...  e  que  no 
sean  de  los  que  han  cavallo  e  armas  c  tienda  redonda...  e  que  sean  vasallos  de  la 
iglesia.»  El  lugar  no  ha  crecido  mucho  desde  entonces.  La  actual  iglesia  no  es 
ciertamente  la  que  entonces  dirigió  el  maestro  Pero  Vázquez,  según  el  señor 
Fernández  Duro,  que  con  razón  deplora  la  reciente  desaparición  del  primoroso 
retablo,  donde  se  veían  arrodilladas  las  efigies  de  D.  Sancho  y  de  su  insigne 
esposa. 

(2)  Cuatro  vecinos  los  más  ricos  y  más  honrados,  que  nombra  la  Crónica,  hu- 
yeron á  Toro  por  aviso  de  la  reina  D.*  María,  y  enfurecido  D.  Enrique  de  que  se 
le  hubiesen  escapado,  mandó  matar  á  Juan  Gato,  alcalde  que  había  sido  del  rey,  y 
á  Esteban  Elias. 


560  ZAMORA 


del  alcázar;  y  al  faltar  la  venerable  reina  que  había  sido  ángel 
tutelar  de  tres  reinados,  faltó  equilibrio  y  freno  al  ambicioso 
triunvirato  de  los  tutores,  hasta  que  el  rey,  mancebo  apenas, 
revindicó  para  sí  la  mal  parada  autoridad.  Pero  por  más  mues- 
tras que  diera  de  gobierno  personal  tal  vez  con  exceso ,  el  des- 
contento público  deploró  como  continuación  de  los  abusos  déla 
regencia  los  de  la  privanza  concedida  por  el  inexperto  soberano 
á  Alvar  Núftez  Osorio :  y  Zamora  fué  de  las  primeras  ciudades 
sublevadas  contra  el  valido  por  el  prior  de  San  Juan  Fernán 
Rodríguez.  No  se  lo  tomó  á  mal  Alfonso  XI  una  vez  desenga- 
ñado, y  recompensóselo  con  frecuentes  visitas  y  mercedes.  Allí, 
después  de  hacerlo  en  Burgos  y  en  León,  reunió  en  1342,  al 
tratar  de  la  conquista  de  Algeciras,  á  los  ricos-hombres  que  le 
habían  ofrecido  las  alcabalas,  y  en  todos  sus  triunfos  contra  los 
moros  de  Andalucía  le  siguió  muy  de  cerca  la  enseña  zamo- 
rana. 

En  aquellas  tierras  principalmente  se  agitó  la  terrible  y 
porfiada  lucha  del  desatentado  rey  D.  Pedro  con  su  propia  fa- 
milia coligada  para  hacerle  entrar  en  razón,  por  espacio  de  tres 
años,  desde  el  rompimiento  con  su  ayo  Juan  Alfonso  de  Albur- 
querque  hasta  el  sangriento  desenlace  de  Toro.  De  estos  tras- 
tornos sacó  Zamora  nombradía  y  galardón  de  leal ;  y  no  sin 
honda  repugnancia,  al  ver  aclamado  por  el  reino  entero  al  bas- 
tardo Enrique  en  1366,  consintió  en  remitirle  su  homenaje,  que 
luego  retiró,  desairada  por  brusca  acogida.  En  su  alcázar  tre- 
molaba el  pendón  de  D.  Pedro  aun  después  de  la  tragedia  de 
Montiel...  pero  no,  era  el  pendón  de  Portugal,  á  cuyo  rey  pre- 
tendía entronizar  en  Castilla  Fernando  Alfonso,  nieto  del  revol- 
toso infante  D.  Juan  el  de  Tarifa  (i),  el  cual  dándose  la  mano 


(i)  Su  padre  Alfonso,  hijo  de  primer  matrimonio,  era  hermano  de  D.  Juan 
el  Tuerto  que  lo  era  de  segundo.  Casó  Fernando  Alfonso  con  hija  legitima 
de  Alfonso  IV,  rey  de  Portugal ,  y  se  llamó  de  Zamora  por  las  huestes  que 
acaudillaba  y  representación  que  tuvo  en  la  ciudad,  de  la  cual  era  obispo  su  her- 
mano Alonso  Fernández  de  Valencia.  De  la  villa  de  Valencia  de  D.  Juan,  de  la 
cual  había  sido  señor  el  infante,  tomaron  apellido  los  descendientes  de  Fernando 


ZAMORA  561 


con  Men  Rodríguez  de  Sanabria  y  con  D.  Fernando  Castro  el 
de  Galicia,  mantenía  á  disposición  del  extranjero,  con  achaque  de 
fidelidad  al  difunto,  aquella  áspera  firontera.  Acudió  Enrique  II 
á  sitiar  la  ciudad,  y  entrándose  adelante  por  el  país  enemigo  á 
devolverle  estragos  por  estragos,  dejó  á  Pedro  Fernández  de 
Velasco  el  cuidado  de  rendirla,  lo  cual  no  se  logró  sino  al  tercer 
afto,  después  de  preso  en  una  salida  Fernando  Alfonso,  y  me- 
diante inteligencias  con  los  sitiados.  Grave  borrón  se  le  aña- 
diera al  vencedor  fratricida,  si  fuese  verdad  que  á  trueque  de 
recobrar  la  fortaleza  se  manchara,  él  ó  los  suyos,  con  la  sangre 
de  tres  niños  inocentes,  hijos  del  alcaide  Alonso  López  de  Te- 
jeda,  ilustre  salmantino,  que  pospuso  el  cariño  de  padre  al 
honor  de  caballero  (i). 

Al  siguiente  año  de  1372  instalóse  en  Zamora  el  rey  Enri- 
que para  dirigir  la  guerra  que  acababa  de  renovarse  y  hacer 
desde  allí  nuevas  entradas  en  Portugal ;  estancia  menos  angus- 
tiosa que  la  que  hizo  en  aquellos  muros  su  hijo  Juan  I,  tratando 


Alfonso,  que  murió  expatriado  en  Portugal,  y  con  este  apellido  reaparecen  un 
siglo  más  adelante  en  el  segundo  sitio  de  Zamora,  siempre  en  favor  de  los  por- 
tugueses. 

(i)  El  fundamento  principal  de  este  suceso,  tan  injurioso  á  la  memoria  de 
O.  Enrique,  que  el  silencio  de  la  Crónica  no  alcanza  á  desmentir,  como  á  probarlo 
tampoco  meras  relaciones  heráldicas  ó  de  familia,  consiste  en  una  tabla  colgada, 
según  noticias,  en  una  capilla  del  claustro  de  San  Francisco  de  Salamanca,  que 
decía  así:  «Aquí  yacen  los  tres  mártires  inocentes,  fijos  de  Alonso  López  de  Tejeda 
y  de  D.*  Inés  Alvarez  de  Sotomayor,  los  quales  mártires  fueron  degollados  por 
mandado  del  rey  D.  Enrique,  porque  el  dicho  Alonso  López  su  padre  le  defendió 
á  Zamora  que  tenia  por  el  rey  D.  Pedro  su  hermano.  Y  aunque  después  le  fué  en- 
trada por  fuerza  de  armas  c  le  fueron  tomados  estos  inocentes  que  se  criavan  en 
la  ciudad,  y  degollados,  él  no  quiso  entregar  el  alcázar  al  qual  se  retrajo  con  al- 
guna gente,  y  lo  defendió,  hasta  que  muerta  toda  de  hambre  y  de  pestilencia,  se 
salió  una  noche  con  las  llaves  y  se  pasó  en  Portugal.  Muerto  ya  el  rey  D.  Pedro, 
no  quiso  volver  en  Castilla  en  tiempo  del  rey  Enrique,  aunque  le  perdonó.»  En  la 
fecha  había  error,  así  leyendo  era  MCCCCV  equivalente  al  año  1367,  como 
año  1397  según  trae  absurdamente  González  Dávila :  en  el  relato  hay  confusión  y 
muchos  asideros  para  impugnarla.  Trabajo  cuesta  creer  que  sea  todo  fábula,  y 
trabajo  reconocerlo  todo  por  verdad,  y  explicar  en  uno  y  otro  caso  la  exposición 
pública  de  este  padrón  durante  tantos  siglos,  sin  más  dato  que  lo  confirme.  Del 
padre  decía  otra  tabla  que,  al  tiempo  de  morir  D.  Pedro,  era  electo  maestre  de 
Santiago,  y  que  lo  redujo  á  su  servicio  el  rey  Juan  1,  muriendo  en  1404  colmado 
de  honores  y  mercedes. 

7« 


562  ZAMORA 


de  reparar  sus  fuerzas  quebrantadas  en  Aljubarrota  y  de  con- 
certar paces  con  los  ingleses  para  deshacer  su  formidable  liga 
con  los  vencedores  lusitanos.  En  las  turbulencias  consiguientes 
á  la  menor  edad  de  Enrique. III  temió  Zamora  caer  en  manos 
del  revoltoso  duque  de  Benavente,  que  andaba  en  secretos  tra- 
tos con  Portugal  y  cuyo  partido  mal  encubiertamente  sostenía 
Ñuño  Martínez  de  Villaizán,  alcaide  del  Castillo:  y  aunque  el 
arzobispo  de  Toledo  acudiendo  como  pacificador  logró  que  se 
le  entregase  la  fuerte  torre  de  la  catedral  para  prevenir  toda 
sorpresa,  todavía  osó  acercarse  á  las  puertas  el  hijo  bastardo 
de  Enrique  II  con  la  esperanza  de  que  se  las  abrirían  sus  vale- 
dores. Fué  preciso  obtener  con  blandura  del  alcaide  Villaizán 
que  traspasara  el  castillo  á  Gonzalo  de  Sanabria,  y  al  joven  rey 
trasladarse  con  su  corte  á  la  amenazada  ciudad,  á  fin  de  sosegar 
los  ánimos  y  de  conjurar  el  peligro  exterior,  concluyendo  tre- 
guas á  cualquier  precio  con  los  portugueses;  pero  la  prisión  del 
arzobispo  de  Toledo,  efctuada  dentro  de  palacio  por  sus  com- 
pañeros de  gobierno  que  le  acusaban  de  connivente  con  el 
duque,  llenó  la  población  de  inquietud  y  escándalo,  y  tendió 
sobre  ella  y  sobre  otras  ciudades  la  fúnebre  sombra  del  entre- 
dicho. 

Tres  veces  reunió  cortes  en  Zamora  Juan  II;  en  1427  conti- 
nuando las  de  Toro,  en  1432  para  que  juraran  al  príncipe 
D.  Enrique  los  procuradores  de  Galicia,  y  en  1436  si  no  está 
equivocada  la  fecha.  Sucesos  notables  no  los  tuvo  la  ciudad  en 
este  largo  reinado  ni  en  el  siguiente,  aunque  no  podían  menos 
de  mover  ó  fomentar  banderías  en  su  seno  las  agitaciones  del 
estado :  tales  fueron  las  querellas,  que  complicadas  con  rivali- 
dades de  pueblo  á  pueblo,  armaron  á  zamoranos  contra  toreses 
y  ensangrentaron  los  campos  de  Valdegallina  en  1 3  de  Agosto 
de  1472.  Acaudillaban  [á  los  de  Toro,  gente  de  caballo  casi 
toda,  Juan  de  Ulloa  que  los  [dominaba  y  el  alcaide  de  Castro 
Ñuño,  famoso  aventurero  terror  de  la  provincia;  los  de  Zamora, 
peones  en  su  mayor  número,  cada  cual  con  un  cardo  por  divisa 


ZAMORA  563 


y  tomando  por  patrón  á  San  Ildefonso,  marchaban  en  pos  del 
estandarte  rojo  tremolado  por  Rodrigo  de  Tejeda.  La  victoria 
á  costa  de  muchas  muertes  quedó  por  los  últimos,  y  se  perpe- 
tuó en  sarcásticos  cantares  y  sirvió  de  estímulo  para  más  ilus- 
tres hazañas  la  memoria  de  esta  refriega  (i). 

No  parece  que  Zamora  militase  compacta  y  unánime  á  la  sa- 
zón :  había  en  ella  un  partido  poderoso  á  las  órdenes  de  Alonso 
de  Valencia,  alcaide  de  su  castillo,  descendiente  por  línea  recta 
del  infante  D.  Juan  el  de  Tarifa  (2),  el  cual  debía  entenderse  con 
Juan  de  Ulloa  si  hemos  de  juzgar  por  el  común  empeño  desple- 
gado tres  años  después  por  entrambos  á  favor  del  rey  de  Por- 
tugal. En  vano  Fernando  el  Católico,  al  pasar  en  la  primavera 
de  1475  ^  asegurarse  de  la  ciudad,  se  lisonjeó  de  atraer  á  su 
servicio  al  noble  alcaide  por  una  hermana  suya  cuñada  del  car- 
denal Mendoza:  preponderó  en  el  ánimo  de  Alonso  el  influjo  de 
su  primo,  marqués  de  Villena,  y  al  acercarse  éste  con  cuatro- 
cientos caballos  á  nombre  de  la  princesa  D.^  Juana,  abrióle  en- 


(i)  Ai  fin  de  la  crónica  de  Enrique  IV  dicese  que  había  una  nota  copiada  al 
parecer  de  mano  de  Florián  de  Ocampo,  que  decía  así:  «Martes  XIIl  dias  de  agosto 
año  de  MCCCCLXXII  fué  la  batalla  que  hicieron  los  cavalleros,  escuderos  y  ciuda- 
danos de  Zamora  con  Juan  de  Ulloa  y  contra  el  alcaide  de  Castronuño,  Pedro  de 
Mendaña  y  sus  valedores  en  el  Val  de  la  Gallina:  era  la  gente  del  dicho  Juan  de 
Ulloa  y  sus  allegados  DXL  lanzas  e  peones  pocos;  eran  los  de  Zamora  CLXX  de 
cavallo  y  peones  de  hombres  hijosdalgo  de  cuenta  c  ciudadanos,  por  todos  DCCC 
poco  mas  ó  menos,  e  al  cavo  plugo  á  Dios  que  vencieron  los  de  la  ciudad  de  Za- 
mora e  prendieron  muchos  de  los  contrarios,  e  Francisco  Garcia  notario  doy  fe 
que  lo  vi  y  fui  presente  á  todo  ello.»  En  la  fecha  hay  equivocación,  pues  el  i  3  de 
Agosto  de  dicho  año  no  fué  martes  sino  jueves.  Rodrigo  de  Tejeda,  llamado  tam- 
bién de  Olivares  porque  moraba  y  tenía  su  hacienda  en  la  puebla  de  aquel  arra- 
bal, fué  el  héroe  déla  jornada,  y  entre  él  y  su  caballo  cuéntase  que  sacaron  trein- 
ta y  tres  heridas.  La  historia  manuscrita  de  Novoa ,  de  donde  sacamos  estas 
noticias,  trae  una  alocución  dirigida  en  1475  por  el  comendador  Pedro  de  Ledes- 
ma  á  los  zamoranos  para  animarlos  á  echar  á  los  portugueses,  en  que  les  recuerda 
la  tan  sangrienta  batalla  que  ganaron  contra  aquel ias  soberbias  gentes  Taurilanas^ 
y  cita  tres  versos  de  un  canto  popular: 

Juan  de  Ulloa  el  tresquilado. 
Vate  al  Val  de  la  Gallina, 
Verás  como  pica  el  cardo. 

(2)  Era  Alonso  de  Valencia  quinto  nieto  del  Rey  Sabio  y  tercer  nieto  de  Alón* 
80  IV  de  Portugal,  cuya  hija  María  casó  con  Fernando  Alonso  su  bisabuelo;  llevaba 
como  su  abuelo  y  su  padre  el  título  de  mariscal  de  Castilla. 


564  ZAMORA 


trada  por  una  puerta  que  tenía  á  su  cargo,  un  domingo  16  de 
Julio.  Hasta  las  torres  del  puente  confiadas  por  el  rey  Fernando 
al  leal  Francisco  de  Valdés,  caballero  de  su  casa,  tuvo  que  aban- 
donarlas éste  por  intriga  y  engaño  de  su  tío  Juan  de  Porras, 
hombre  de  grande  ascendiente,  consejero  del  difunto  Enrique  IV 
y  vendido  á  D.  Juan  Pacheco.  Con  esto  se  convirtió  Zamora  en 
corte  de  la  Beltraneja  puesta  allí  bajo  la  custodia  de  los  esposos 
Lope  de  Almada  y  Beatriz  de  Silva  su  aya  y  camarera,  y  en 
cuartel  general  de  los  portugueses,  que  más  bien  que  por  su  so- 
brina había  lanzado  en  provecho  propio  el  rey  D.  Alonso  V  á  la 
conquista  del  trono  de  Castilla. 

Mas  no  se  desalentó  Francisco  de  Valdés,  antes  unido  con 
Pedro  de  Mazariegos,  regidor  como  él,  concertó  secretamente 
con  los  Reyes  Católicos  residentes  á  la  sazón  en  Burgos,  entre- 
garles la  ciudad  y  hasta  la  princesa  y  el  rey  su  tío;  con  cuyo 
objeto  D.  Fernando,  echada  la  voz  de  que  yacía  enfermo  de  pe- 
ligro y  cerrada  á  todo  el  mundo  su  cámara,  púsose  en  marcha 
con  la  mayor  celeridad  y  recato,  y  al  llegar  á  Valladolid  supo 
que  los  tratos  habían  sido  descubiertos.  Con  efecto,  perecieron 
en  el  suplicio  á  30  de  Noviembre  por  orden  del  rey  de  Portugal 
cuatro  hombres  cuya  calidad  y  nombre  no  se  expresa  (i);  y  no 
obstante  á  los  tres  días  Valdés  y  Mazariegos,  no  sabemos  si  por 
sorpresa  ó  á  viva  fuerza  ó  por  algún  derecho  que  les  confiriera 
su  oficio,  recobraron  las  torres  del  puente  y  enarbolaron  la  ban- 
dera de  Isabel.  Tan  pronto  como  se  alzó,  vióse  cercada  y  com- 
batida la  más  próxima  á  la  ciudad  por  los  portugueses  y  sus 
partidarios,  que  lograron  no  sin  sufrir  grandes  pérdidas  quemar 
las  puertas  y  derribarlas ;  pero  detrás  de  ellas  tropezaron  con 
una  trinchera  tan  fuerte  como  si  fuese  de  cantería.  Llovían  desde 
arriba  las  piedras  sobre  los  apiñados  sitiadores,  y  coincidiendo 
por  aquellos  años  de  transición  las  antiguas  y  las  nuevas  armas 


(i)    Nos  referimos  al  cronicón  de  Valladolid  otras  veces  citado  en  esta  obra, 
publicado  en  el  tomo  XIII  de  los  Documentos  inéditos. 


ZAMORA  565 


de  la  milicia,  mezclábanse  los  tiros  de  pólvora  con  los  dardos  y 
saetas:  caían  al  río  desplomados  los  muertos  y  los  moribundos, 
enrojecíase  el  agua,  el  aire  se  oscurecía,  oscilaba  la  rojiza  luz 
del  fuego  alumbrando  la  encarnizada  pelea.  Trémulo  de  coraje 
el  rey  de  Portugal  alentaba  con  recia  voz  á  los  suyos,  y  veía  su- 
cumbir al  pié  de  la  torre  fatal,  con  malogrado  denuedo,  á  sus 
criados  y  oficiales  más  queridos,  hasta  que  las  súplicas  de  un 
anciano  caballero  y  las  instancias  del  sagaz  Carrillo,  arzobispo 
de  Toledo,  que  preveía  la  próxima  llegada  del  Rey  Católico  en 
auxilio  de  los  cercados,  le  movieron  á  hora  de  vísperas  á  man- 
dar la  retirada.  A  pesar  de  conservarse  por  él  el  fuerte  alcázar, 
no  se  tuvo  por  seguro  dentro  de  la  ciudad  donde  prevalecían 
en  número  sus  contrarios ;  y  en  la  noche  que  siguió  á  aquel  tur- 
bulento día  3  de  Diciembre,  puesta  á  seguro  en  el  castillo  su 
recámara,  salió  para  Toro  con  gran  mengua  de  su  reputación, 
llevándose  á  la  princesa  y  al  arzobispo  y  á  los  más  comprometi- 
dos por  su  causa. 

Á  la  mañana  siguiente  no  se  oían  en  Zamora  más  que  víto- 
res á  Isabel  y  Fernando,  é  incorporados  los  moradores  á  la  gente 
que  trajo  á  toda  prisa  de  sus  lugares  el  comendador  Pedro  de 
Ledesma,  estrecharon  á  trescientos  hombres  que  habían  que- 
dado de  laguarnición  portuguesa,  y  que  para  evitar  aquella  furia 
se  encastillaron  con  su  capitán  Chichorro  en  la  robusta  catedral 
dándose  la  mano  con  el  alcázar.  Comenzaba  ya  el  capitán  Alva- 
ro de  Mendoza  á  batir  el  sagrado  edificio,  cuando  llegó  á  mar- 
cha forzada  desde  Valladolid  el  rey  Fernando  y  les  admitió  á 
capitulación  permitiéndoles  irse  á  reunir  con  su  ejército.  Aten- 
dióse en  seguida  exclusivamente  al  sitio  del  alcázar,  á  aislarlo  de 
la  ciudad  por  medio  de  gruesas  tapias  ó  palenques,  á  rodearlo 
por  fuera  de  profundas  cavas  para  que  no  pudiera  ser  socorrido, 
á  asentar  contra  él  once  estancias  ó  baluartes  bien  provistos  de 
gente  y  de  artillería.  Tres  ingenios  lo  fatigaban  con  incesantes 
disparos,  y  con  el  tren  de  batir  acercáronse  á  sus  muros  dos 
lombardas  superiores  en  calibre  á  la  famosa  Sangüesa  del  duque 


56b  ZAMORA 


de  Alba  (i).  Todo  lo  arrostraba  su  alcaide  Alonso  de  Valencia 
sostenido  por  la  esperanza  de  pronto  auxilio  y  por  los  consejos 
del  chantre  su  tío  (2),  que  no  era  el  único  en  manejar  las  armas 
harto  más  de  lo  que  su  hábito  requería^  pues  también  en  las 
opuestas  filas  el  canónigo  Diego  Ocampo  en  odio  de  aquel  pre- 
potente linaje  hizo  á  sus  expensas  un  trabuco  y  causó  á  los  de 
dentro  terribles  estragos. 

Dos  meses  y  medio  pasaron  de  esta  suerte,  en  que  el  rey  de 
Portugal  desde  Toro  y  el  de  Castilla  desde  Zamora  se  tendían 
sorpresas  y  emboscadas,  y  se  acercaban  recíprocamente  al  pié 
de  los  muros  enemigos  para  espiar  un  momento  de  descuido,  y 
hacían  teatro  de  reñidas  escaramuzas  el  trecho  que  media  entre 
las  dos  ciudades  como  ensayando  la  gran  batalla  definitiva.  Re- 
forzado el  primero  con  las  tropas  de  su  hijo  el  príncipe  D.Juan, 
apareció  en  19  de  Febrero  de  1476  sobre  la  opuesta  orilla  del 
Duero,  privándole  este  errado  movimiento  de  atacar  la  pobla- 
ción y  de  socorrer  el  castillo  sin  tomar  antes  el  puente  que  de- 
fendía Valdés  con  su  valor  acostumbrado.  Sitiadoras  y  sitiadas  á 
su  vez  entrambas  huestes  combatían  á  un  tiempo  dos  fortalezas, 
los  castellanos  el  alcázar  para  el  cual  se  había  trocado  en  pa- 
drastro la  torre  de  la  catedral  que  antes  le  servía  de  tutela,  los 
portugueses  el  torreón  exterior  del  puente  embestido  con  tanto 
ímpetu  como  en  la  otra  jornada  su  compañero.  Pero  aunque 
encerrados  los  últimos  en  campo  atrincherado,  y  alojado  su  rey 
en  el  convento  de  San  Francisco,  con  los  fríos  y  las  continuas 
hostilidades  de  la  caballería  ligera  y  los  tiros  disparados  desde 
la  ciudad,  su  situación  se  hacía  intolerable.  Corrían  entretanto 
secretas  pláticas  de  paz,  y  una  noche  en  que  los  dos  regios  com- 


(1)  Así  dice  Zurita,  cuya  narración  calcada  generalmente  sobre  la  de  Hernán 
Pérez  del  Pulgar  es  la  más  completa  que  poseemos  de  estos  sucesos...  Algunos 
incidentes  nos  suministra  sin  embargo  la  que  inserta  Novoa,  tomada  de  la  crónica 
de  armería  titulada  Selva  y  vergel  de  nobles^  que  escribió  en  1553  Diego  Noguerol 
y  cuyo  manuscrito  se  guardaba  en  el  archivo  del  marqués  de  Cardeñosa. 

(2)  Llamábase  D.  Gonzalo  y  tuvo  larga  descendencia  que  trae  el  historiador  de 
la  casa  de  Lara.  Zurita  le  hace  hermano  y  no  tío  de  D.  Alonso,  pero  en  este  punto 
creemos  mejor  informado  á  Salazar. 


ZAMORA  567 


petídores  habían  acordado  verse  á  solas  en  medio  del  río,  con- 
fiaba ya  D.  Alonso  lograr  su  intento  de  añadir  á  su  reino  el  de 
Galicia  y  el  distrito  de  Zamora  y  Toro ;  mas  por  la  rápida  co- 
rriente ó  por  impericia  de  los  remeros  no  pudieron  juntarse  las 
dos  barcas,  y  acaso  sin  este  incidente  Zamora  fuera  hoy  día  por- 
tuguesa. 

Al  amanecer  el  i.^  de  Marzo  vióse  desde  las  murallas  el 
hueco  dejado  por  el  campamento  enemigo.  Por  mucha  prisa  que 
se  dio  D.  Fernando  á  volar  en  su  persecución,  la  estrechez  del 
puente  y  el  estorbo  de  las  vallas  y  trincheras  le  impidieron  orde- 
nar sus  haces  y  alcanzar  al  ejército  portugués  hasta  á  dos  leguas 
de  distancia.  Lo  que  pasó  en  aquella  batalla,  que  aseguró  á  los 
Reyes  Católicos  el  cetro,  y  que  con  opuesto  resultado  tan  dis- 
tinto rumbo  habría  impreso  á  la  España  y  á  la  Europa  entera, 
lo  reservamos  para  la  historia  de  Toro  que  le  ha  comunicado  su 
nombre :  baste  aquí  consignar  la  gloria  de  que  allí  se  cubrieron 
los  zamoranos  peleando  en  la  división  de  Pedro  de  Ledesma  y 
metiéndose  con  su  bandera  encarnada  en  lo  más  encendido  de  la 
lucha.  Escoltada  por  otras  ocho  tomadas  al  enemigo  volvió  á 
la  ciudad  la  triunfal  enseña,  en  la  cual  el  Rey  Católico  por  su 
mano  añadió  una  banda  de  tafetán  verde  llamada  de  la  esmeral- 
da i,  X^íS  ocho  rojas  que  la  absurda  heráldica  deriva  nada  menos 
que  del  tiempo  de  Viriato  (i).  Todavía  fué  menester  el  valor  y 


(1)    El  rey  de  armas  Gracia  Dci,  á  quien  se  dice  encargó  el  monarca  formar  el 
escudo  de  Zamora,  lo  describe  de  esta  suerte : 

La  noble  seña  sin  falta 
Bermeja  de  nueve  puntas, 
De  esmeralda  la  más  alta, 
Que  Viriato  puso  juntas. 
En  campo  blanco  se  esmalta. 

^ Quién  es  esta  gran  señora? 
La  Numantina  Zamora,  etc. 

En  la  arenga  que  pone  Noguerol  en  boca  del  comendador  Ledesma  se  atribuye  al 
blasón  de  la  ciudad  el  mismo  origen  que  á  la  etimología  de  su  nombre,  aludiendo 
á  la  fábula  de  la  vaca  negra.  «Con  la  vuestra  famosa  seña  bermeja,  les  dice,  here- 
dada de  aquel  fuerte  vaquero  su  primero  inventor,  derramastes  aquella  multitud 
de  sangre  que  aun  no  está  enjuta  ni  desferrada  de  las  verdes  yervas.» 


568  ZAMORA 


la  destreza  de  D.  Alonso  de  Aragón,  hermano  del  rey,  para  re- 
ducir el  castillo  al  último  extremo  y  obligarle  á  rendirse  el  19  de 
Marzo  con  honrosas  condiciones,  permitiendo  á  Alonso  de  Valen- 
cia sacar  todo  lo  suyo  y  la  artillería  y  dándole  para  su  seguri- 
dad la  fortaleza  de  Castrotorafe.  Los  padecimientos  y  la  lealtad 
de  Zamora  fueron  recompensados  con  una  feria  anual  de  veinti- 
dós días  empezando  quince  antes  de  la  cuaresma,  que  á  7  de 
Mayo  siguiente  le  concedieron  los  reales  esposos  exenta  de  por- 
tazgo y  alcabala  (i). 

Si  azarosos  fueron  los  principios  del  inmortal  reinado  de  Fer- 
nando é  Isabel,  mal  presagiaba  las  futuras  grandezas  del  de  su 
nieto  el  alzamiento  de  las  comunidades  de  Castilla,  en  el  que 
complicó  á  Zamora  gravemente  el  belicoso  humor  de  su  prela- 
do (2).  De  choques  y  disturbios  anduvo  ya  acompañada  en  1507 
la  entrada  de  D.  Antonio  de  Acuña  en  su  diócesis,  oponiéndole 
estorbos  y  dificultades  por  un  lado  la  poderosa  enemistad  del 
condestable  Velasco,  por  otro  las  provisiones  del  consejo  que 
daba  por  nulo  su  nombramiento  en  Roma  por  no  haber  prece- 
dido la  presentación  real.  A  las  cédulas  y  á  las  armas  hizo  fren- 
te el  nuevo  obispo,  y  sorprendiendo  en  la  posada  al  alcalde 
Ronquillo  encargado  de  ejecutar  los  mandatos  superiores,  le 
llevó  preso  á  la  fortaleza  de  Fermoselle,  abriendo  con  él  una 
cuenta  de  agravios  que  veinte  años  después  había  de  saldarse 
en  Simancas.  No  hubo  fuerza  capaz  de  arrancarle  de  su  silla  ni 
hasta  de  turbar  su  tranquilo  posesorio :  el  Rey  Católico,  pren- 
dado de  su  sagacidad  y  energía,  le  confió  la  misión  de  reducir 
al  marqués  de  Villena  su  pariente  y  una  embajada  al  rey  de 
Navarra,  en  la  que  contra  derecho  de  gentes  fué  preso  y  entre- 


(i)  Desde  tiempo  inmemorial  se  denomina  feria  del  botijero^  y  dura  en  la  ac- 
tualidad desde  el  principio  de  la  segunda  semana  de  cuaresma  hasta  mitad  de  la 
cuarta. 

(2)  Fué  hijo  el  célebre  Acuña,  de  quien  tantas  veces  se  ha  hablado  en  este 
tomo,  de  D.  Luís  de  Acuña  y  Osorio  y  de  D.'  Aldonza  de  Guzmán,  fallecida  la  cual 
abrazó  D.  Luís  el  estado  eclesiástico  y  ocupó  la  silla  episcopal  de  Burgos  cerca  de 
cuarenta  años. 


ZAMORA  569 


gado  á  los  franceses,  á  quienes  había  combatido  en  la  infeliz 
jornada  de  Rávena.  Mal  podía  tolerar  el  indómito  vigor  de  Acu- 
ña un  poder  competidor  dentro  del  lugar  de  su  residencia,  y  lo 
encontró  en  el  conde  de  Alba  de  Liste,  D.  Diego  Enríquez, 
cuyos  estados  y  noble  alcurnia  le  daban  grande  ascendiente  en 
la  ciudad ;  de  aquí  los  celos,  las  desavenencias,  las  sordas  é 
irreconciliables  iras  que  sólo  ansiaban  una  ocasión  para  el  rom- 
pimiento. 

Presentóse  ésta  en  los  últimos  días  de  Mayo  del  año  1 5  20. 
Bramaba  el  pueblo  zamorano  contra  sus  procuradores,  Bernar- 
dino  de  Ledesma  y  Francisco  Ramírez,  que  en  las  cortes  de 
Cor  uña  habían  otorgado  al  rey  D.  Carlos  el  donativo,  pidién- 
dole absolución  del  juramento  prestado  á  sus  comitentes  de 
darles  previo  aviso  de  sus  acuerdos  y  de  no  abusar  de  los  po- 
deres ilimitados  que  con  semejante  promesa  habían  obtenido. 
Amagábales  la  funesta  suerte  que  por  aquellos  días  tuvieron  los 
de  Segovia,  si  no  se  hubieran  retirado  á  tiempo  al  monasterio 
de  Montamarta,  á  tres  leguas  de  la  ciudad ;  y  sin  la  mediación 
del  conde,  que  era  bien  quisto  y  popular  todavía,  habrían  sido 
derribadas  sus  casas  por  el  suelo.  Ya  que  no  pudieran  ser  habi- 
das sus  personas,  á  pesar  de  haberse  reclamado  su  entrega  á 
los  religiosos  con  amenazas  de  quemar  el  convento,  fueron  arras- 
trados en  estatua  por  las  calles  con  pregones  afrentosos,  y  pin- 
tados en  las  casas  del  consistorio  sus  retratos,  escribiendo  al 
pié,  después  de  los  nombres,  su  traición  y  su  perjurio.  Negóse- 
Íes  el  salvo  conducto  que  pedían  para  presentarse  á  dar  cuenta 
de  sus  actos.  En  medio  del  tumulto  prevalecía  no  obstante 
sobre  el  obispo  la  influencia  del  de  Alba,  tanto,  que  Acuña 
desesperado  hubo  de  abandonar  la  ciudad  y  acudió  á  la  junta 
de  Tordesillas  pidiéndole  ayuda  á  trueque  de  sus  servicios.  Con 
la  gente  y  artillería  que  obtuvo  de  los  comuneros  gozosos  de 
granjearse  tan  firme  auxiliar,  revolvió  sobre  Zamora,  donde  no 
osó  esperarle  el  conde,  sino  que  desamparada  la  fortaleza  mar- 
chó á  juntarse  con  la  hueste  de  los  caballeros. 

73 


570  ZAMORA 


Los  dos  contendientes  figuraron  en  primera  línea  en  su  res- 
pectivo campo.  Acuña  formó  una  falange  sagrada  de  cuatrocien- 
tos clérigos  de  su  diócesis,  valientes,  y  bien  armados  á  quienes 
azuzaba  como  alanos  en  los  combates  (i).  En  la  defensa  de 
Tordesillas,  en  el  socorro  de  Torrelobatón,  en  la  derrota  de 
Villalar,  militaron  siempre  las  compañías  de  Zamora  al  lado 
de  las  de  Toro  y  Salamanca,  participando  de  la  gloria  de  aque- 
llas jornadas  y  también  de  las  rivalidades  é  indisciplina  que 
esterilizaban  á  menudo  sus  victorias  y  agravaban  sus  reveses. 
Mientras  empuñó  el  bravo  obispo  la  espada,  no  reconoció  la 
ciudad  otro  señor  ni  caudillo;  mientras  alentó,  aunque  preso,  en 
Simancas,  no  tuvo  otro  prelado,  gobernando  como  administra- 
dor de  la  iglesia  D.  Francisco  de  Mendoza.  De  consiguiente  no 
se  limitaron  allí  las  alteraciones  á  eclesiásticos  inquietos  y  gente 
ordinaria,  como  ha  escrito  algún  historiador  de  Zamora  para 
acreditarla  de  leal ;  subió  al  patíbulo  su  procurador  en  la  Santa 
Junta  Francisco  Pardo;  aparecen  entre  los  exceptuados  del  per- 
dón seis  individuos  de  las  ilustres  familias  de  Porras  y  de  Ocam- 
po;  y  si  se  celebraron  con  grandes  fiestas  la  reducción  y  el  cas- 
tigo de  los  rebeldes,  es  porque  rara  vez  faltan  vivas  para  los 
vencedores  y  porque  el  entusiasmo  oficial  no  data  precisamente 
de  nuestra  era. 

Aquí  termina  la  historia  pública  de  Zamora,  á  no  registrar 
como  acontecimientos  las  visitas  reales  con  que  muy  de  paso  la 
honraron,  en  1522  Carlos  V,  en  1554  Felipe  II  todavía  prínci 
pe,  al  ir  á  desposarse  en  Inglaterra  con  la  reina  María,  en  1602 
Felipe  III  y  su  consorte  Margarita  de  Austria.  Siguen  empero 
sus  anales  íntimos,  llenos  de  odios  y  disensiones  de  familia,  de 
duelos  y  emboscadas,  de  reyertas  y  asaltos,  que  convertían  en 
sangrienta  liza  sus  calles  y  sus  casas  en  fortalezas;  y  los  bandos 
de  los  Mazariegos  y  de  sus  contrarios  no  desmerecieron  en 


(i)    aY  al  arremeter  decia:  aquí  mis  clérigos;»  son  palabras  de  Sandoval.  Véa- 
se en  la  nota  primera  pá^.  349  de  este  tomo  la  cita  de  Guevara  sobre  lo  mismo.» 


ZAMORA  571 

pleno  siglo  x^i  de  las  más  encarnizadas  facciones  de  la  Edad 
media.  En  1642  la  amenazaron  los  portugueses  invadiendo  el 
país  extraño  para  asegurar  1á  reciente  emancipación  del  suyo;  y 
el  obispo  Coello  de  Ribera,  renovando  en  causa  más  legítima 
el  marcial  ejemplo  de  Acuña,  armó  á  los  clérigos  y  frailes  para 
defenderla ;  en  1 808  la  sometieron  sin  hallar  resistencia  los 
franceses  después  de  la  funesta  batalla  de  Rioseco.  Ahora  en 
el  seno  de  la  paz  y  del  retiro  recuerda  Zamora  como  anciano 
militar  los  sitios  que  con  tanta  prez  sostuvo  en  el  siglo  x  con- 
tra los  sarracenos,  en  el  xi  contra  los  castellanos,  en  el  xv 
contra  los  portugueses,  con  más  entusiasmo  por  sus  antiguas 
glorias  que  deseos  de  conquistar  nuevos  y  costosos  blasones. 


Gi.AKO  espejo  por  el  lado  de  mediodía  ofrece  el  ancho  Duero 
á  la  capital,  pintoresca  entrada  el  magnífico  puente.  Desde 
la  opuesta  orilla,  por  entre  las  ruinas  de  San  Francisco  ó  de 
San  Jerónimo,  aparece  coronada  por  las  antiguas  y  numerosas 
torres  de  sus  parroquias  y  como  principal  florón  por  el  bizantino 
cimborio  de  la  catedral,  asentada  sobre  cuestas  que  al  oriente 
bajan  en  suave  declive  y  terminan  al  poniente  en  quebradas 
rocas  y  precipicios,  rodeada  de  arrabales  que  besan  y  ocultan 
su  pedestal.  El  puente  abre  á  las  aguas  diez  y  seis  arcos  ojivos 
y  encima  de  los  estribos  otros  tantos  huecos  de  medio  punto  á 
fin  de  aligerar  su  mole;  mas  ha  perdido  ya  su  poético  almena- 
je (i).  y  sus  famosas  torres,  invicto  baluarte  del  trono  de  Isabel 
la  Católica,  se  han  convertido  en  dos  portales  sin  carácter,  cons- 
truido el  exterior  en  1566,  el  interior  decorado  en  161 7  con 
un  frontispicio  triangular.  Al  informe  torreón  que  resta,  se  ha 

la^  stmenas  del  puente  Méndez  Silva,  pues  dice  tenfa 


574  Zamora 


impuesto  desde  1 7 1 7  un  pesado  chapitel  y  por  veleta  una  figu- 
ra giratoria,  muy  sonada  entre  el  vulgo  con  el  nombre  de  Go- 
bierna (i).  La  existencia  del  puente  no  data  sino  del  siglo  xiv; 
en  24  de  Enero  de  13 10  unas  crecientes  se  llevaron  á  su  ante- 
cesor, al  cual  algunos  han  supuesto  de  romano  origen  (2),  y 
cuyos  pilares  todavía  asoman  á  la  superficie  algo  más  abajo, 
corriendo  desde  la  puerta  de  Olivares  hasta  el  sitio  que  ocu- 
paba enfrente  la  destruida  iglesia  de  San  Lorenzo  (3). 

Extiéndese  Zamora  de  oriente  á  poniente,  presentando  al 
norte  el  vértice  del  ángulo  que  forma:  su  figura,  para  usar  del 
rústico  pero  expresivo  símil  de  los  naturales,  se  aproxima  á  la 
de  una  albarda.  Con  más  poesía  describe  el  cantar  antiguo  su 
situación : 

De  un  cabo  la  cerca  Duero, 
Del  otro  pefía  tajada, 
Del  otro  veinte  y  seis  cubos, 
Del  otro  la  barbacana  (4). 

Y  todavía  es  fácil  reconocerla  por  las  mismas  señas,  pues  los 
muros  conservan  sus  torreones  y  en  varios  puntos  sus  almenas. 
En  la  parte  más  alta  de  la  ciudad  márcase  aún  el  primitivo  re- 


(i)  Representa  esta  figura  la  Fama  en  actitud  de  pregonarlas  glorías  de  la 
ciudad,  y  aunque  tan  moderna,  ha  sido  varías  veces  restaurada.  Poco  antiguos 
son  de  consiguiente  los  cantares  que  la  ponen  en  parangón  con  la  otra  veleta  de 
la  torre  de  San  Juan,  el  famoso  Pero  Mato  de  que  se  hablará  más  adelante. 

(2)  No  es  esto  decir  que  yo  sostenga  esta  suposición  erróneamente,  como  pre- 
tende el  Sr.  Fernández  Duro,  y  hablo  en  singular,  observando  una  vez  por  todas 
que  mi  compañero  Parcerisa,  á  quien  se  cita  frecuentemente  conmigo  y  aun  á  so- 
las, no  fué  sino  dibujante  y  editor  de  los  Recuerdos  y  Bellezas,  y  que  cada  autor 
de  la  obra  responde  de  su  texto  exclusivamente. 

(3)  De  ésta  hacen  mención  las  lecciones  de  San  Atilano  como  existente  en 
tiempo  del  sanio  obispo. 

(4)  Mediodía,  occidente,  norte  y  oriente  parece  ser  el  orden  de  los  confines 
que  se  trazan  á  la  ciudad  en  estos  tradicionales  versos.  A  los  dos  últimos  se  sus- 
tituyen en  casi  todas  las  ediciones  del  Romancero  estos  otros  puestos  en  boca  del 
rey  Fernando  1  al  legarla  á  su  hija : 

Del  otro  la  Morería; 

Una  cosa  es  muy  preciada  ! 

Es  de  advertir  que  por  Morería  no  se  entiende  aquí   ningún  barrio  a&í  llamado, 
sino  las  regiones  por  conquistar  que  se  extendían  á  la  otra  parte  del  Duero. 


576  ZAMORA 


cinto,  que  empezando  desde  la  puerta  septentrional  del  palacio 
de  D.*  Urraca  (i)  y  dominando  las  rápidas  pendientes  vueltas 
al  ocaso,  costeaba  los  miradores  del  río  por  debajo  de  San  Pe- 
dro y  de  San  Andrés,  donde  subsisten  largas  cortinas  guarne- 
cidas de  cubos,  y  seguía  por  la  plaza  y  por  San  Juan  que  se 
denominaba  entonces  de  Puerta  Nueva  hasta  volver  al  mismo 
punto  de  partida.  Más  adelante  la  población  se  dilató  al  oriente 
por  campos  menos  desiguales,  y  se  formaron  en  lo  bajo  de  la 
orilla,  al  pié  de  la  antigua  cerca,  los  barrios  de  Horta  y  de 
Santo  Tomé,  el  cual  á  fines  del  siglo  xiv  se  llamaba  puebla  del 
ValUy  gozando  de  privativos  fueros  sus  moradores  como  suje- 
tos á  señorío  particular  (2).  Estos  cuantiosos  ensanches  se  in- 
cluyeron en  la  nueva  muralla;  pero  han  quedado  fuera  de  ella, 
no  porque  sean  de  formación  más  reciente  sino  por  la  dificultad 
del  terreno,  los  arrabales  de  San  Lázaro,  Sancti  Spiritus,  Oli- 
vares, Cabañales  y  San  Frontis,  colocados  en  semicírculo  de 
nordoeste  á  sur  al  abrigo  de  la  enriscada  fortaleza,  y  presi- 
didos por  pequeñas  parroquias  cuya  estructura  revela  su  remo- 
to origen. 

Con  dichas  ampliaciones  y  mudanzas  han  variado  de  posi- 
ción y  nombre  las  puertas:  de  las  nueve  que  ahora  existen  in- 
clusos los  postigos,  las  principales  son  la  del  Puente,  la  de  Oli- 
vares ó  del  Obispo,  la  de  la  Feria  y  la  de  Santa  Clara  junto  á 
la  cual  descuella  un  torreón  polígono  hacia  levante  (3).  El  his- 


(1)  Véase  atrás  la  mención  de  esta  puerta,  página  548.  Según  historias  ma- 
nuscritas, tenía  dicho  palacio,  del  cual  apenas  hemos  alcanzado  vestigioSi  tres- 
cientos pies  de  frente  ,  y  ciento  de  altura  y  veinticinco  de  diámetro  las  dos 
torres,  cuyo  eleganitsimo  remate  bt\anttiio  se  comprueba  poruña  antiquísima  pin- 
tura en  tabla  á  que  se  refiere  Fernández  Duro. 

(2)  Según  antiguas  informaciones  de  testigos,  los  vecinos  de  dicha  puebla 
estaban  exentos  de  martiniega,  y  en  calidad  de  vasallos  llevaban  por  cada  hogar 
una  pierna  de  vaca  y  un  par  de  gallinas  á  Pedro  de  Mera  su  señor  y  después  á 
Fernán  Ramírez;  los  que  huyendo  de  la  ciudad  se  acogían  á  aquel  barrio  no  po- 
dían ser  sacados  por  fuerza. 

(3)  Las  restantes  puertas  se  apellidan  del  Pescado,  Nueva  y  de  San  Pablo;  los 
portillos,  de  San  Martín  y  de  San  lorcuato.  En  el  siglo  xii  se  llamaba  de  Santa  Co- 
lumba una  que  miraba  hacia  el  oeste,  que  creemos  sea  la  tapiada  del  Mercadillo. 


578  ZAMORA 


tórico  castillo,  situado  al  extremo  occidente,  se  convirtió  duran- 
te la  última  guerra  civil  en  moderna  fortificación  á  modo  de 
ciudadela  al  mismo  nivel  de  la  muralla;  y  como  en  épocas 
anteriores  de  trastorno,  se  le  incorporaron  la  catedral  vecina 
y  el  palacio  episcopal,  sin  perder  por  esto  su  destino  ni  su  ca- 
rácter. 

Hecho  para  alternar  con  belicosos  torreones,  cual  se  le  vio 
sin  duda  algún  día,  parece  en  verdad  el  cimborio  del  augusto 
templo,  tal  es  de  imponente  y  grave  su  fisonomía.  Al  hallamos 
por  primera  vez  con  el  bello  y  raro  tipo,  del  cual  van  á  ofrecer- 
nos repetido  ejemplo  en  breve  espacio  Toro  y  Salamanca,  sen- 
timos una  sorpresa  y  un  placer  indefinibles,  y  deploramos  que 
el  arte  románico  nos  haya  escaseado  en  sus  iglesias  ó  que  el 
tiempo  y  los  hombres  hayan  respetado  tan  poco  esta  clase  de 
construcciones,  que  constituyen,  por  decirlo  así,  su  preciosa  dia- 
dema. Cuatro  cubos  flanquean  su  redondez,  terminados  en  cu- 
pulillas  y  perforados  de  ventanas  que  les  comunican  una  ligere- 
za comparable  á  la  de  la  crestería  gótica  con  mayor  severidad, 
y  se  la  dan  á  los  curvos  entrepaños  la  continuada  serie  de 
aquellas  aberturas,  cuyos  arcos  de  medio  punto  sustentan  triples 
columnitas,  y  las  buhardillas  ó  espadañas  de  forma  triangular 
en  que  rematan.  Por  cima  de  ellas  asoma  la  media  naranja,  par- 
tida por  labrados  radios  (i),  y  la  acompaña  en  armónico  grupo 


También  hubo  un  postigo  denominado  de  Arena  ó  de  Zambranos  de  la  Reina,  se- 
gún notamos  página  54$. 

(i)  La  calidad  porosa  de  la  piedra  y  su  mucha  antigüedad  hacen  que  se  infil- 
tren algún  tanto  las  aguas  pluviales:  este  inconveniente  que  debiera  remediarse 
con  una  delgada  plancha  de  plomo,  la  que  con  facilidad  se  amoldaría  á  las  grue- 
sas escamas  que  forman  los  sillares  de  la  media  naranja  haciendo  oficio  de  tejas, 
lo  ha  sido  recientemente  por  una  gruesa  capa  de  argamasa,  que  á  más  de  contras- 
tar horriblemente  con  la  entonación  del  edificio,  ha  cegado  por  completo  todas 
las  labores.  Con  dificultad  podrá  presentarse  á  la  vista  cosa  más  desapacible  é  in- 
grata que  aquellas  cinco  calvas,  que  otra  cosa  no  parecen  hoy  día  las  cúpulas  que 
dan  remate  al  celebrado  cimborio.  Por  veneración  á  los  monumentos  de  nuestra 
patria  y  por  decoro  de  las  bellas  artes,  suplicamos  á  la  respetable  Academia  de 
San  Fernando  en  la  que  se  halla  hoy  refundida  la  Comisión  central  de  monumen- 
tos, que  haga  todo  lo  posible  para  que  desaparezca  cuanto  antes  el  desdichado 
remiendo  que  tan  mala  impresión  causa,  y  tan  pobre  idea  ha  de  dar  de  nuestra 


^^O  Z  A  M  b  R  A 

la  majestuosa  torre^  no  sabenios  si  incompleta  ó  rebajada,  lle- 
vando salientes  machones  en  sus  cuatro  esquinas  y  tres  órdenes 
de  ventanas  también  semirculares,  que  aumentan  progresiva- 
mente á  cada  cuerpo  desde  una  hasta  tres  por  lado.  Así  debió 
nacer  casi  de  improviso  la  suntuosa  basílica  á  los  ojos  de  la 
asombrada  generación  de  mediados  del  siglo  xii. 

No  todas  empero  sus  obras  exteriores  proceden  de  la  pri- 
mera edad:  á  la  del  gótico  florido  pertenece  la  capilla  mayor 
reforzada  con  estribos,  coronada  de  calado  antepecho  y  de  afi- 
ligranados crestones;  la  moderna  torre  del  reloj  ostenta  sin  di- 
simulo su  agudo  chapitel  y  su  veleta;  y  dos  cuerpos  de  pilastras 
dóricas  y  jónicas,  con  agujas  repartidas  de  trecho  en  trecho, 
decoran  el  muro  del  crucero  y  la  cerca  del  claustro  que  forman 
ángulo  por  el  lado  del  norte.  La  portada  correspondiente  á  di- 
cho brazo  consta  de  un  grande  arco  greco-romano,  de  cuatro 
medias  columnas  corintias,  y  de  un  ático  triangular  con  cuatro 
pirámides  arriba,  y  en  el  fondo  la  veneranda  imagen  del  Salva- 
dor, titular  d^  la  iglesia,  perteneciente  sin  duda  á  la  portada 
primitiva.  Para  contemplar  en  su  pureza  la  fábrica  bizantina,  es 
menester  trasladarnos,  ya  que  el  edificio  carece  á  los  pies  de 
fachada  (i),  á  la  otra  lateral  del  mediodía  llamada  del  Obispo 
por  estar  frente  á  la  entrada  de  su  palacio.  Vese  allí  sobre  una 
escalinata  la  puerta  de  plena  cimbra,  los  cortos  fustes  cilindricos, 
los  capiteles  de  abultadas  hojas,  el  cuádruple  arquivolto  decre- 
cente  orlado  de  lóbulos  ó  colgadizos,  de  cuya  unión  por  los  ex- 
tremos resultan  círculos  hondamente  trepados.  En  los  medios 
puntos  de  los  arcos  colaterales  resaltan  dos  relieves :  á  la  dere- 
cha la  Virgen  con  el  niño  Jesús  en  su  regazo  adorado  por  dos 
ángeles,  á  la  izquierda  dos  figuras  que  representan  sin  duda  á 
los  apóstoles  según  el  nombre  de  PatUus.  que  en  el  libro  del 


cultura  y  coaocimientos  arqueológicos  á  los  muchos  viajeros  que  con  el  alicieDte 
del  ferro-carril  pasan  á  visitar  la  perla  del  siglo  xii. 

(i)    Que  un  tiempo  la  hubo  hacen  sospecharlo  las  ventanas  y  labradas  ménsu- 
las que  asoman  por  fuera  y  se  demuestran  dentro  de  la  capilla  del  Cardenal, 


ZAMORA 


Catedral.— Puerta  del  Obispo 


1 

* 


CATEDRAL.  — Dbtallbs  de  la  Puerta  d 


582  ZAMORA 


uno  se  lee;  en  los  vanos  se  notan,  aunque  bastante  desgastados, 
dragones,  flores  y  diversos  caprichos  en  sendos  casetones.  So- 
bre dichos  arcos  se  abre  una  estrella  lobulada  dentro  de  cua- 
drada moldura;  sobre  el  ingreso  corre  una  galería  figurada  de 
cinco  ventanas  como  las  ya  descritas.  Encierran  esta  portada 
dos  altas  columnas  de  anchas  estrías  y  capitel  almenado,  á  cuya 
altura  avanza  la  cornisa  de  arquería  trilobada  que  continúa  á  lo 
largo  de  las  naves,  y  en  el  remate  se  diseña  entre  dos  menores 
un  grande  arco  con  una  ventana  en  el  centro.  ¡Cuántas  veces  y 
á  todas  horas,  á  la  luz  del  día  y  en  la  oscuridad  de  la  noche, 
nos  detuvimos  á  leer  aquella  página  monumental,  que  tanto  dice 
con  su  silencio,  suaviza  tanto  con  su  tristeza! 

Si  no  constase  que  la  catedral  entera  se  hizo  en  veintitrés 
años,  de  1 151  á  1 174,  con  poco  vista  celeridad,  nos  sentiríamos 
tentados  á  creer  algo  posterior  la  estructura  de  sus  naves  á 
causa  de  la  ojiva  bien  desenvuelta,  aunque  algo  reentrante  á  los 
extremos,  que  campea  así  en  los  arcos  de  las  bóvedas  como  en 
los  de  comunicación,  marcando  ya  la  proximidad  del  siglo  xiii. 
Por  lo  demás  las  proporciones  de  dichas  naves  no  muy  altas  ni 
muy  preeminente  sobre  las  menores  la  principal,  los  grupos  de 
columnas  pegados  á  los  gruesos  pilares  sin  más  escultura  en  sus 
capiteles  que  rudas  almenas,  la  robustez  en  suma  y  la  austeridad 
del  conjunto,  guardan  completo  y  sin  mezcla  el  carácter  bizan- 
tino ;  y  bien  que  las  ventanas  semicirculares  carezcan  de  su  pe- 
culiar ornato  y  la  luz  no  penetre  al  través  de  pintados  vidrios, 
mantiene  religiosa  oscuridad  el  venerable  y  genuino  color  de  los 
sillares.  El  mayor  triunfo  del  ignorado  arquitecto  está  en  el  gen- 
til cimborio  levantado  en  medio  del  crucero  sobre  arcos  torales 
ojivos  como  los  demás ;  tanta  es  la  gracia  de  su  torneada  cir- 
cunferencia, la  esplendidez  de  sus  diez  y  seis  ventanas,  y  la  ele- 
gancia con  que  los  arcos  arrancan  de  los  labrados  capiteles  de 
otras  tantas  columnas  á  reunirse  en  la  clave  central. 

Tan  sólo  -hacia  la  cabecera  aparece  modificada  la  disposición 
del  templo,  y  al  reedificarse  á  últimos  del  siglo  xv  la  capilla 


CATEDRAL.-FACHAI 


584  ZAMORA 


mayor,  fué  sin  duda  cuando  se  duplicó  con  otra  arcada  la  an- 
chura  de  los  brazos  del  crucero,  agregándoles  el  espacio  que 
debieron  ocupar  los  ábsides  laterales.  Distingüese  esta  adición 
por  su  pronunciado  estilo  gótico,  por  sus  agudas  ojivas,  y  por 
la  crucería  y  aristas  doradas  de  sus  tres  bóvedas,  mostrando  un 
grande  escudo  imperial  en  su  clave  la  bóveda  del  medio,  que 
fué  destinada  á  presbiterio,  cerrando  con  alta  reja  los  tres  arcos, 
para  compensar  la  escasa  profundidad  dada  á  la  capilla  mayor, 
cuyo  techo  describe  media  estrella.  El  promovedor  de  la  nueva 
obra  fué  el  obispo  Diego  Meléndez  Valdés,  que  detenido  en 
Roma  por  su  cargo  de  mayordomo  pontificio,  sin  haber  visitado 
su  iglesia  de  Zamora  en  los  años  que  la  regió  desde  1496  has- 
ta 1506,  empleó  al  menos  en  provecho  de  ella  las  pingües  ren- 
tas que  le  producía.  Sus  blasones  de  cinco  lises  resplandecen  en 
la  primorosa  reja,  acompañada  de  dos  pulpitos  cuyo  pié  y  ante- 
pecho forman  menudas  redes  de  follaje  en  hierro  sobredorado; 
y  acaso  usaba  por  divisa  la  sentencia  escrita  á  la  entrada  en  gó- 
ticos caracteres :  d  cualquier  ctunta  es  loco  el  que  mucho  presume 
de  si  ligeramente^  cahe  el  vanaglorioso.  Las  reformas  alcanzaron 
al  interior  de  las  puertas  situadas  á  los  extremos  del  crucero 
primitivo,  orlando  la  del  mediodía  con  hojas  de  cardo  y  de  pám- 
panos muy  delicadas,  y  la  del  norte  con  calados  colgadizos  de 
grifos  y  de  candelabros,  ciñéndolas  á  entrambas  en  su  parte 
.  superior  con  una  balaustrada  de  piedra,  detrás  de  la  cual  se 
asienta  en  la  primera  el  órgano  y  el  reloj  en  la  segunda. 

Poco  se  aviene  con  la  arquitectura  de  la  capilla  y  menos  aún 
con  la  general  del  edificio  el  moderno  retablo,  vaciado  en  el 
molde  de  D.  Ventura  Rodríguez,  por  más  que  brillen  en  su  línea 
las  cuatro  columnas  de  rosado  jaspe  con  sus  dorados  capiteles 
corintios,  y  el  medallón  principal  de  mármol  blanco  de  Carrara 
encerrado  en  el  arco  de  medio  punto.  Representa  la  transfigu- 
ración del  Salvador  con  más  acierto  en  las  figuras  de  los  após- 
toles que  en  los  personajes  del  centro ;  en  el  ático  se  leen  las 
palabras  hic  est  filius  meus  dilectus^  y  en  lo  más  alto  asoma  en 


ZAMORA  585  . 


actitud  de  contemplar  á  su  unigénito  el  Padre  Eterno  que  las 
pronunció :  las  estatuas  puestas  en  los  intercolumnios  y  las  sen- 
tadas en  el  segundo  cuerpo  no  pasan  de  la  medianía.  Mezquinos 
y  de  mal  gusto  son  los  dos  retablos  colaterales  situados  fuera 
de  la  capilla.  Sepulcros  no  hay  otros  en  aquel  recinto  que  el  del 
insigne  conde  Ponce  de  Cabrera,  cuya  estatua  cubierta  de  arma- 
dura y  con  el  casco  en  el  suelo  ora  de  rodillas,  sobre  una  peana 
arrimada  al  pilar  derecho  de  la  reja,  debajo  de  un  doselete  gó- 
tico de  la  decadencia,  reemplazando  tal  vez  alguna  memoria  más 
antigua  (i). 

Al  prelado  Meléndez  Valdés  es  debida  también  la  construc- 
ción del  coro  debajo  de  las  dos  bóvedas  de  la  nave  mayor  más 
cercanas  al  crucero ;  el  mismo  gusto  y  primor  se  advierte  en  su 
reja  que  en  la  del  presbiterio,  el  mismo  escudo  de  armas  en  ella 
y  en  el  trascoro.  De  humor  alegre,  de  fecunda  y  retozona  fan- 
tasía debió  ser  el  artífice  que  en  el  reverso  y  en  los  brazos  de 
los  asientos  esculpió  mil  picantes  apólogos,  mil  raras  caricaturas 
y  transparentes  alegorías,  algunas  en  verdad  sobrado  licencio- 
sas. Con  su  inventiva  rivalizaba  su  destreza,  y  pocas  catedrales 
pueden  ostentar  esculturas  como  los  bustos  de  patriarcas  y  pro- 
fetas que  hay  en  los  respaldos  de  la  sillería  baja,  como  los  san- 
tos de  uno  y  otro  sexo  entallados  en  la  alta,  y  el  Redentor  y  los 
apóstoles  que  ocupan  el  muro  del  testero :  las  caladas  barandi- 
llas de  las  escaleras  de  comunicación  ofrecen  en  sus  ángulos 
grupos  de  columnas,  imágenes  y  doseletes.  Menos  hábil  se  de- 
nota la  mano  que  en  los  casetones  del  friso  superior  labró  folla- 
jes y  variados  caprichos;  pero  la  orla  en  que  termina  de  trepa- 
dos arabescos,  y  los  aéreos  pináculos  de  la  silla  episcopal  y  de 
las  dos  contiguas  á  la  entrada,  no  desmerecen  de  la  delicadeza 
y  gracia  del  estilo.  Parecidas  galas  despliegan  tres  arcos  en  el 
trascoro,  los  del  extremo  cobijando  dos  puertas,  el  del  centro 


(1)    La  inscripción  parece  anterior  á  la  estatua,  como  advertimos  atrás  al  co- 
piarla, pág.  554. 

74 


<;86  ZAMORA 


una  pintura  en  tabla  donde  legiones  de  bienaventurados  rodean 
sentadas  el  trono  del  Salvador. 

No  abundan  en  la  iglesia  de  Zamora,  á  pesar  de  su  antigüe- 
dad, las  memorias  sepulcrales  de  la  Edad  media,  y  las  que  hay 
se  reducen  á  meras  lápidas,  renovadas  casi  todas.  Ilustres  y  nu- 
merosos entierros  llenaban  el  primitivo  claustro,  y  los  restos 
salvados  del  voraz  incendio  de  1591  se  depositaron  juntos  al 
pié  de  la  cerca  exterior  del  coro  á  la  parte  del  evangelio.  Al 
lado  de  la  losa  que  lo  recuerda  (i)  se  ve  la  del  deán  D.  Gómez 
Martínez  que  en  1350  legó  cuantiosa  hacienda  para  aniversa- 
rios (2),  en  el  respaldo  opuesto  otra  del  chantre  D.  Juan  Alonso 
del  Busto,  fallecido  en  1425  (3),  y  en  la  nave  lateral  de  la  epís- 
tola las  de  un  alcalde  de  rey  y  de  un  abad  de  Sancti  Spiritus  á 
principios  de  la  misma  centuria  (4).  De  los  obispos  no  quedan 
labradas  urnas  ni  yacientes  efigies,  pero  sí  la  mención  del  infati- 
gable Esteban,  fundador  y  consagrador  del  templo,  perpetuada 
por  Guillermo,  su  sucesor,  en  la  inscripción  colocada  sobre  la 
puerta  del  norte  (5),  y  en  los  costados  de  la  de  mediodía  dentro 


(i)  Dice  así:  Corpora  illustrium  utriusque  sexus^  in  sepulchris  claustri veteris 
reperta  anno  incendii  i  59 1 ,  honorifice  conduniur  hic  anno  1 62 1 .  Entre  dichos  res- 
tos refiere  la  tradición  que  se  encontró  un  brazo  de  Arias  Gonzalo. 

(2)  Esta  inscripción  curiosa  en  detalles  presenta  un  pasaje  algo  difícil  que  por 
la  premura  del  tiempo  y  por  su  corta  importancia  dejamos  de  llenar:  «Aquí  ant 
este  altar  yaz  don  Gómez  Ms  deán  de  Qamora;  dexó  por  su  alma  al  cabildo  las  sus 
casas  que  son  en  la  rúa  de  Mercadillo  e  en  Andavias  el  palacio,  otras  casas  de  al- 
quiler, unas  viñas  en  Penedo,  dos  yugos  de  buis  aliñados  con  un  prado,  un  palom- 
bar  en  Palacios,  IIII  yugos  de  buis  los  dos  aliñados,  III  piados  en  S.  Frontes,  XXVI 

pares  de  casas  fechas^  III  cortezielas,  todo  lo  qual en  esto  an  á  dar  cada 

año  ce  maravedís  á  un  capellán  que  diga  misa  aquí  en  esta  capilla  VI  misas  cada 
semana,  dos  en  S.  Frontes,  e  anle  de  fazer  el  cabildo  por  siempre  cada  mes  media- 
do un  aniversario,  e  finó  sábado  IIII  dias  de  novembrio  era  de  mili  e  CCCLXXX  e 
ocho  añosl» 

(3)  «Aquí  en  el  suelo,  dice,  delante  deste  altar  yaze  don  Juan  A.  del  Busto 
chantre  desta  iglesia  que  Dios  perdone,  e  finó  dgo.  (domingo)  á  tres  dias  por  andar 
de  jullio  año  del  Señor  de  mili  e  quatrocientos  e  veinte  e  cinco  años.  O  tu  leedor 
di  Pater  noster  por  mí  que  Dios  perdone  á  tí  e  á  mí.» 

(4)  En  dichas  lápidas,  ambas  renovadas,  se  lee :  «Aquí  yace  Lope  Ro.*  (Rodrí- 
guez) de  Olivares  alcalde  del  rey  e  oydor  en  la  su  audiencia,  finó  año  1402.— Aquí 
yace  Al.°  García  abad  de  S.  Spiritus  y  canónigo  de  esta  Sta.  iglesia,  falleció  á  20  de 
mayo  de  1409.» 

(5)  En  la  pág.  553  transcribimos  ya  esta  interesantísima  inscripción. 


ZAMORA  587 


dos  lucillos  sobre  fondo  dorado  los  epitafios  de  Pedro  el  prime- 
ro y  de  Suero  Pérez  (i),  á  los  cuales  acompañan  no  muy  distan- 
tes los  de  Pedro  el  segundo  y  de  Bernardo  restaurador  de  la 
sede  zamorana  (2).  ¡Ah!  también  allí  como  en  Falencia  se  ha 
añadido  desde  nuestra  visita  otro  epitafio  de  un  buen  amigo  y 
de  un  prelado  virtuoso,  también  allí  reclama  de  nosotros  una 
oración  y  una  lágrima  la  tumba  de  D.  Rafael  Manso,  de  recuer- 
do tan  honroso  para  Villamayor  de  Campos  su  patria,  tan  dulce 
para  Salamanca,  teatro  de  su  carrera,  tan  venerable  para  Ma- 
llorca su  primera  silla,  hombre  en  quien  competían  la  ingenuidad 
y  llaneza  de  carácter  y  el  más  absoluto  desprendimiento  con  la 
mayor  fortaleza  del  celo  episcopal  (3). 

Á  los  pies  de  las  naves  en  lugar  de  puertas,  como  en  las 
catedrales  suele  haberlas,  se  abren  tres  capillas,  de  las  cuales  la 
del  medio  dedicada  á  San  Ildefonso,  lleva  el  nombre  del  carde- 
nal su  fundador.  Fué  D.  Juan  de  Mella,  hijo  y  prelado  de  Zamo- 
ra, donde  nació  en  1397,  fiel  é  insigne  servidor  de  los  papas 
Eugenio  IV  y  Calixto  III  que  le  confirió  el  capelo  con  el  título 
de  Santa  Prisca,  y  agregado  á  la  corte  pontificia  residió  y  murió 
en  Roma  á  13  de  Octubre  de  1467  lejos  de  su  patria  y  diócesis, 
gobernada  en  ausencia  suya  por  su  hermano  fray  Fernando, 
obispo  de  Lidda  en  Palestina.  No  alcanzó  á  mancillar  sus  blaso- 
nes la  apostasía  de  otro  hermano  religioso  de  San  Francisco, 
llamado  fray  Alonso,  que  renovando  en  Durango  la  secta  de  los 


(i)  He  aquí  su  contenido  :  Hicj'acei  dom,  Petrus^  primus  hn/us  nomintSf  episco- 
pus  Zamorensis  et  familiar is  regis  Ferdinandi  qui  Hispalim  á  Mauris  cepita  obiii 
anno  1254.— //íc  jacet  dom.  Suerus  Pérez  eps,  Zamorensis^  cuj'us  tempore  corpus 
S.  Ilde/onsi  archiepi.  Toletani  divinitus  inveniumfuit  in  eccla.  S.  Petri  huj'us  civita- 
tiSy  obiit  anno  1 286. 

(2)  El  de  D.  Bernardo  colocado  en  la  nave  de  la  epístola  dice  :  Hic  j'acei  dom, 
Bernardus  primus  eps.  Zamorensis  de  modernis,  ob,  anno  1 149.  tn  la  nave  opuesta, 
si  mal  no  recordamos,  está  el  de  otro  Pedro,  renovado  como  los  anteriores :  Hic 
jacet  dom.  PetruSy  hto'us  nominis  secundus^  eps.  Zamorensis^  obiit  anno  1302. 

(3)  Bien  consigna  las  culminantes  virtudes  del  Sr.  Manso,  su  caridad  y  su  la- 
boriosidad, el  conciso  epitafio  que  se  le  puso :  D.  D.  Raphael  Manso  episcopus  Za- 
morensis, vir  doctrina  ac  largitate  in  pauperes  prceclarus,^  quem  Deus  ad  latorum 
prcemia  quinto  k alendas  januarii  ann.  MDCCCLXH  evocavit,  j'acet  hic  R.  I.  P. 


588  ZAMORA 


Fratricelos,  para  evitar  la  hoguera  dio  consigo  en  Granada  con 
varias  cómplices  y  víctimas  de  su  libertinaje,  y  recibió  allí  de  los 
moros  no  menos  cruel  suplicio  (i).  El  monumento  más  notable 
que  legó  el  cardenal  á  su  iglesia  fué  la  citada  capilla,  aunque  las 
labores  del  renacimiento  mezcladas  con  las  góticas  en  el  arco  de 
la  portada  indican  haberse  construido  después  de  su  muerte: 
consta  de  dos  bóvedas  labradas  de  crucería,  y  en  los  muros,  así 
como  en  las  tablas  del  precioso  retablo  colocado  á  la  derecha 
del  espectador,  figuran  pasajes  de  la  vida  de  San  Ildefonso.  Re- 
presentan las  tres  del  primer  cuerpo  la  investidura  de  la  celeste 
casulla,  la  aparición  de  Santa  Leocadia  y  otro  hecho  del  santo; 
las  del  segundo  el  Calvario,  el  bautismo  de  Jesús  y  la  degolla- 
ción del  Bautista;  á  cada  una  sirven  de  marco  dorados  arabes- 
cos, y  graciosas  pulseras  á  todo  el  retablo,  en  el  cual  se  lee  el 
nombre  del  autor  de  aquellas  pinturas,  el  insigne  Fernando  Ga- 
llego, si  es  que  no  lo  ha  adivinado  ya  el  conocedor  de  su  pincel 
privilegiado  entre  los  de  su  época.  Entre  las  numerosas  sepul- 
turas que  contiene  la  capilla,  no  se  lee  el  apellido  del  fundador 
sino  en  la  del  regidor  Luís  de  Mella  y  Vázquez,  fallecido  en  1523; 
las  demás  pertenecen  á  la  familia  de  Romero,  ligada  tal  vez  por 
estrechos  vínculos  con  la  del  cardenal.  Alvaro,  que  finó  en  1470, 
yace  dentro  de  un  nicho  orlado  de  colgadizos  con  un  paje  á  los 
pies  reclinado  sobre  su  casco  (2) ;  la  efigie  de  Pedro,  de  quien 
en  1508  enviudó  Beatriz  de  Reinoso,  resalta  en  la  delantera  de 
la  tumba ;  siguen  las  lápidas  de  Sancho  y  Pedro,  patronos  de  la 


(i)  De  este  suceso  acaecido  hacia  el  1442  hacen  mención  la  crónica  de  Juan  II, 
Garibay  y  Mariana.  «  Hízose  inquisición,  dice  éste,  de  los  que  se  hallaron  inficio- 
nados con  aquel  error;  muchos  fueron  puestos  á  cuestión  de  tormento  y  los  mas 
quemados  vivos.  Era  el  capitán  de  todos...  fray  Alonso  Mella;  éste  por  miedo  del 
castigo  se  huyó  á  Granada  con  muchas  mozuelas  que  llevó  consigo,  que  pasaron 
la  vida  torpemente  entre  los  bárbaros.  E\  mismo,  no  se  sabe  por  qué  causa,  pero 
fué  acañavereado  por  los  moros,  muerte  conforme  á  la  vida  y  secta  que  siguió.» 

(2)  En  un  tarjetón  de  la  urna  se  lee:  «Aquí  yace  el  honrado  cavallero  Alvaro 
Romero,  que  murió  á  VIII  dias  de  julio  año  de  mili  CCCCLXX.»  El  otro  sepulcro 
es  «del  honrado  cavallero  Pedro  Romero  que  murió  á  i  3  diciembre  de  1  508  y  de 
la  honrada  y  devota  dueña  Beatriz  de  Reinoso  su  muger  que  murió  á  10  ene- 
ro I  530.» 


Z    A  M  o  R  A  589 


capilla,  de  Velasco,  canónigo  de  Córdoba,  y  de  Juan,  maestre 
escuela  de  Zamora  y  capellán  mayor,  muerto  aquél  en  1 507  y 
éste  en  1548.  Ocupa  el  puesto  de  honor  en  el  testero  debajo  de 
un  arco  guarnecido  de  follajes  la  urna  alabastrina  de  otro  Juan 
Romero,  predecesor  en  la  dignidad  del  ya  nombrado,  cuyo  fren- 
te reproduce  la  imagen  del  difunto  orando  ante  la  Virgen,  y  al 
pié  de  la  cual  juguetean  lindos  perros  (i).  La  espaciosa  sacristía 
encierra  apreciables  cuadros  de  apóstoles  y  de  batallas  del  pue- 
blo de  Dios. 

Á  San  Juan  evangelista  erigió  la  capilla  inmediata  de  la  nave 
de  la  epístola  el  canónigo  Juan  de  Grado  que  otorgó  en  1507 
su  testamento,  y  en  época  tan  avanzada  halló  todavía  quien 
obrara  una  maravilla  de  gótica  delicadeza.  La  cajonería  oculta 
casi  las  labores  de  su  túmulo  de  alabastro,  pero  no  su  bellísima 
estatua  vestida  de  casulla  ricamente  bordada,  con  el  cáliz  en  la 
mano,  acompañada  de  un  clérigo  que  reza  las  últimas  preces  y 
de  un  ángel  que  acoge  el  alma  del  fínado  (2).  Donde  más  luce 

• 

el  primor  de  la  escultura  es  en  la  hornacina  superior  dispuesta 
á  manera  de  retablo :  los  gentiles  colgantes  del  arco  de  medio 
punto,  los  afiligranados  botareles,  las  imágenes  de  San  Pedro  y 
San  Pablo,  las  expresivas  figuras  que,  cada  cual  en  su  repisa, 
forman  encima  del  arco  la  escena  completa  del  Calvario,  los  án- 
geles que  recogen  en  cálices  la  sangre  del  Redentor  y  otros  dos 
que  suspendidos  del  arquivolto  llevan  los  clavos  y  el  martillo, 
parecen  trabajados  en  cera,  tal  es  el  color  y  la  blandura  de  la 
piedra.  Dentro  del  nicho  aparece,  de  tamaño  menor  que  el  natu- 
ral, un  anciano  de  larga  barba  recostado  en  el  lecho  mortuorio, 
apoyando  sobre  la  mano  su  coronada  cabeza,  admirable  por  su 
mórbida  actitud  y  por  los  exquisitos  pliegues  de  su  ropaje  y  su- 


(i)  Htcjacet,  dice  el  epitañOy dom.  Joannes  Romero  scolasiícus  el  canonicus  hu- 
jus  eccle.  istiusque  capelle  major  capellanuSj  obiit  anno  Dominimill.  quingent.  XXXl^ 
die  vero  XX  mensis  februarii, 

(2)  Hay  el  siguiente  rótulo  :  «  Sepultura  del  doctor  Juan  de  Grado,  canónigo 
de  esta  iglesia,  el  qual  restauró  esta  capilla  e  la  dotó  de  dos  capellanes  perpe- 
tuos.» 


590  ZAMORA 


dario.  Difícil  sería  averiguar  á  quién  representa,  si  no  le  desig- 
nara como  á  uno  de  los  primeros  progenitores  de  la  Virgen 
Madre,  tal  vez  Adán,  Abraham  ó  Jesé,  el  árbol  genealógico  que 
arrancando  del  féretro  despliega  con  incomparable  gracia  sus 
vastagos  y  brota  doce  monarcas  de  Judá  entre  ellos  el  rey  pro- 
feta, ostentando  en  su  cima  á  María  reina  del  universo. 

Muy  atrás  se  quedó  el  cincel  del  renacimiento  en  las  cariá- 
tides con  que  adornó  los  entierros  de  la  capilla  de  San  Miguel 
colateral  á  la  de  San  Juan,  y  en  los  tendidos  bultos  de  dos  canó- 
nigos de  un  mismo  nombre,  Fernando  de  Balbas,  que  con  el 
intervalo  de  medio  siglo  los  ocuparon  (i).  Nada  de  notable 
ofrecen  las  capillas  de  los  costados,  á  lio  ser  la  de  San  Bernardo 
en  la  nave  izquierda,  fundada  á  mediados  del  xiv  por  el  obispo 
D.  Alonso  de  Valencia  para  su  sepultura,  y  reedificada  el  xvi 
por  el  canciller  Francisco  de  Valencia,  cuyos  servicios  guerre- 
ros y  diplomáticos  enumera  una  prolija  inscripción  (2).  De  esta 
renovación  datan  la  reja  y  la  portada  con  sus  abalaustradas 
columnas  y  sus  estatuas  poco  dignas  del  apogeo  de  las  artes. 

Una  joya  posee  la  sacristía,  y  es  la  finísima  custodia,  obra 
del  gótico  estilo  en  su  mayor  eflorescencia,  sutil  y  mágico  con- 
junto de  arbotantes,  agujas  y  doseletes,  cuajada  de  imágenes 
de  santos  y  profetas,  y  en  los  pedestales  llena  de  calados  relie- 
ves y  trofeos  alusivos  á  la  Pasión  ó  á  la  Eucaristía.  En  el  tem- 
plete exágono  del  primer  cuerpo,  que  encierra  un  viril  más  pre- 


( I )  El  uno  de  los  epitafios  es  de  Fernando  Martínez  de  Balbas  que  murió  en  i  2 
de  Mayo  de  i  5  18,  el  otro  de  Fernando  de  Balbas  que  restauró  la  capilla  y  la  dotó 
de  dos  capellanes,  fallecido  en  10  de  Marzo  de  1  564.  Éste  debió  ser  el  canónigo 
exceptuado  de  la  amnistía  por  comunero  en  1522. 

(a)  Diego  de  Valencia  y  Teresa  de  Guzmán  fueron,  según  la  lápida,  los  padres 
de  este  D.  Francisco,  bailío  de  Lora,  que  acompañó  á  Carlos  V  en  sus  guerras  de 
Alemania  y  á  Felipe  II  en  la  batalla  de  San  Quintín,  que  enviado  por  el  duque  de 
Alba  fortificó  á  Dunkerque,  que  concluyó  paces  en  calidad  de  embajador  con  el 
rey  de  Túnez,  que  fué  al  socorro  de  Malta  y  sirvió  en  la  guerra  de  Portugal  y  mu- 
rió en  2  I  de  Octubre  de  1606.  Está  la  losa  dentro  de  un  nicho  con  pilastras  en  el 
fondo  de  la  capilla.  En  medio  de  ésta  no  existe  ya  el  magnífico  enterramiento  del 
prelado  de  que  habla  Fernández  Duro,  y  si  es  exacta  la  copia  que  trae  del  epitafio, 
contenía  el  error  inexplicable  de  hacer  al  obispo  biznieto  del  rey  Sancho,  y  padre 
á  éste  deHnfante  D.  Juan,  que  no  era  sino  su  hermano. 


ZAMORA 


592  ZAMORA 


cioso  todavía,  figuran  sentados  en  derredor  de  la  hostia  los 
doce  apóstoles,  en  los  cuerpos  superiores  la  Virgen  encima  de 
un  árbol,  San  Atilano  y  el  Salvador:  el  zócalo  es  de  distinto 
carácter  y  lleva  la  fecha  de  1598.  Á  su  riqueza  da  más  realce 
la  suntuosa  gradería  de  plata  con  que  en  las  grandes  solemni- 
dades se  cubre  el  altar  mayor. 

El  claustro  que  precedió  inmediatamente  al  actual  greco- 
romano  no  era  ya  el  primitivo.  Para  reedificarlo  concedió  Alfon- 
so IX  algunas  rentas  en  1 206,  época  de  transición  la  más  pro- 
picia al  arte:  ¿correspondía  á  ella  la  arquitectura?  Es  de  presu- 
mir, aunque  nada  se  sabe  de  fijo.  Contenía  diversas  capillas,  una 
de  ellas  la  de  Santa  Ana,  cedida  en  1431  á  los  Valencias  en 
cambio  de  otra  inmediata  á  la  de  Santa  Catalina,  la  cual  hubo 
de  deshacerse  por  el  estorbo  que  causaba  (i).  Las  llamas  que 
en  1 591  lo  redujeron  á  cenizas,  juntamente  con  la  librería  y  el 
archivo,  hacen  su  pérdida  menos  sensible  que  si  se  debiera  á 
gratuito  capricho;  y  fuerza  es  confesar  que  no  carecen  de  ele- 
gancia los  arcos  dóricos,  medias  cañas  y  labrada  cornisa  de  sus 
galerías  reedificadas  desde  los  cimientos,  obra  ejecutada  bajo 
la  dirección  de  Juan  Gómez  de  Mora  por  el  maestro  Fernando 
de  Nates,  y  terminada  en  1621. 

En  ninguna  ciudad  acaso  como  en  Zamora  escolta  á  la  cate- 
dral una  comitiva  de  parroquias  tan  copiosa  é  interesante.  A 
veintitrés  asciende  aún  hoy  su  número,  sin  contar  algunas  que 
tiempo  há  desaparecieron,  tales  como  San  Martín  el  pequeñino^ 
Santa  Olalla  del  Burgo  y  San  Miguel  de  la  Cabana  (2).  Ocu- 


( 1 )  Consta  la  avenencia  del  cabildo  con  el  regidor  Juan  de  Valencia  para  dicho 
trueque  y  para  la  traslación  de  dos  bultos  sepulcrales. 

(2)  Dicha  parroquia  de  San  Miguel  pertenecía  á  la  orden  del  Temple,  si  bien 
debía  ser  regida  por  sacerdote  del  clero  secular  conforme  á  la  excepción  acordada 
en  una  avenencia  del  año  i  241  entre  el  cabildo  y  el  maestre,  en  cuya  reserva  fue- 
ron también  comprendidas  las  de  Santa  María  la  Nueva  de  Toro  y  Santa  María  de 
Villabarba:  en  1  599  fué  unida  á  la  de  San  Salvador,  y  trasladada  al  convento  de 
benedictinos  una  famosa  cruz  de  carne  que  allí  se  veneraba,  aparecida  según  tra- 
dición durante  cierta  peste.  Santa  Olalla  existía  ya  en  1 220  en  que  el  obispo  Mar- 
tín hizo  concordia  con  sus  feligreses  sobre  presentación  de  beneficios,  y  sustituyó 


ZAMORA  593 


paba  la  primera  la  plaza  contigua  á  la  iglesia  mayor,  la  segun- 
da el  mercado  del  trigo  y  la  tercera  las  inmediaciones  de  San 
Salvador  de  la  Vid  á  la  cual  fué  incorporada:  las  dos  últimas 
se  hallaban  en  los  primitivos  arrabales  encerrados  posterior- 
mente dentro  del  nuevo  recinto.  Otras  iglesias  había  en  las 
afueras  en  clase  de  santuarios  á  semejanza  de  Santiago,  llama- 
do antiguamente  de  las  Eras  (i),  y  por  las  lecciones  de  San 
Atilano  conocemos  la  de  San  Vicente  de  CornUy  vecina  al  Se- 
pulcro, y  la  de  San  Lorenzo  al  otro  lado  del  puente  (2). 

Obtiene  entre  las  parroquias  cierta  primacía  la  de  San  Pe- 
dro, no  por  haber  sido  catedral  antes  que  la  presente  como  sin 
fundamento  se  asegura  (3),  sino  por  los  santos  cuerpos  de  San 
Ildefonso  y  San  Atilano  que  se  gloría  de  poseer.  Cuéntase  que 
un  pastor  de  los  montes  de  Toledo,  llamado  Pedro  Domínguez, 
vino  á  Zamora  ^n  tiempo  del  obispo  Esteban  á  manifestar  el 
sitio  de  aquellos  venerados  despojos  que  decía  habérsele  reve- 
lado por  el  cielo ;  nadie  dio  crédito  á  sus  palabras  ni  á  las  de 
otro  pastor  por  nombre  Pascual,  que  movido  por  una  aparición 
de  la  Virgen  del  Viso  hizo  un  siglo  después  análoga  excitación. 
Había  llegado  empero  el  plazo  de  arriba  señalado  para  el  gran 
descubrimiento,  año  de  1260,  ocupando  la  silla  Suero  Pérez;  y 
al  ensanchar  la  iglesia  de  San  Pedro  salió  á  la  luz  una  urna  de 


á  la  iglesia  parroquial  de  San  Andrés  mientras  que  ocuparon  ésta  los  jesuítas. 
San  Martín,  hoy  refundida  en  la  catedral,  permaneció  hasta  época  muy  reciente. 
(i)  Según  documento  del  año  1 144  fué  dada  al  cabildo  por  Diego  Romaniz  y 
Mayor  Pérez  su  mujer  la  cuarta  parte  de  esta  iglesia  de  Santiago  situada  al  oeste 
en  el  arrabal  junto  á  la  puerta  de  Santa  Columba.  En  1 1 76  y  1 178  constan  otras 
donaciones  hechas  por  García  Garcés  y  su  hermana  María  y  por  Pedro  y  Teresa 
López  de  cuánto  les  pertenecía  en  aquella.  De  la  ermita  de  Santiago  hablamos 
pág.  548. 

(2)  Junto  á  la  ciudad  en  el  lugar  llamado  Campluma,  á  fines  del  siglo  xii,  dio 
licencia  el  obispo  Guillermo  al  maestre  de  Santiago,  Fernando  Díaz,  para  edificar 
una  iglesia  de  Santa  Susana,  reservándose  la  tercera  parte  de  los  diezmos.  El  pri- 
vilegio de  Veremundo  II,  citado  pág.  540,  menciona  un  templo  de  Santa  Leocadia 
dentro  de  la  ciudad  nueva,  existente  á  últimos  del  siglo  x. 

(3)  Contra  la  afirmación  de  fray  Juan  Gil  de  Zamora,  autor  de  poco  crédito 
aunque  del  siglo  xiv,  están  otros  historiadores  más  antiguos  que  titulan  de  San 
Salvador  á  la  iglesia  erigida  por  Alfonso  111,  y  documentos  del  xi  y  xii  que  con- 
firman esta  primitiva  advocación. 

75 


594  ZAMORA 


piedra  con  este  rótulo:  patris  Ildephonsi  archiepiscopi  Toletani. 
Añádese  que  fué  confirmada  con  portentos  la  verdad  del  hallaz- 
go, recobrando  la  vista  ante  las  desenterradas  reliquias  un  cie- 
go de  Lugo,  á  quien  se  lo  había  predicho  el  santo  y  aparecido 
por  tres  veces  en  el  sepulcro  de  San  Vicente  de  Ávila,  de  San 
Gerardo  de  Braga  y  de  Santiago  de  Compostela.  Cómo  vinie- 
ron á  parar  en  Zamora  las  augustas  cenizas  del  doctor  más 
insigne  de  la  iglesia  goda,  salvadas  sin  duda  de  la  invasión  sa- 
rracena por  los  fieles,  y  cómo  quedaron  ignoradas  durante  los 
primeros  siglos  de  la  restauración  cristiana,  es  cosa  no  fácil  de 
explicar,  ni  tampoco  el  que  junto  á  su  tumba  se  encontrara  al 
pié  de  un  antiquísimo  altar  de  la  Virgen  la  del  bienaventurado 
obispo  coetáneo  de  Alfonso  III.  Unos  y  otros  restos  por  temor 
á  piadosos  hurtos  se  depositaron  nuevamente  en  paraje  escon- 
dido, precaución  que  no  impidió,  según  se  dice*  á  un  sacerdote 
de  Toledo  llevarse  á  su  iglesia  la  cabeza  de  San  Atilano  pen- 
sando sustraer  la  del  inmortal  arzobispo.  La  devoción  sin  em- 
bargo tomó  grandes  creces,  la  parroquia  añadió  á  su  título  de 
San  Pedro  el  de  San  Ildefonso,  principalmente  desde  que  á 
últimos  del  siglo  xv  fué  casi  del  todo  reedificada  á  expensas 
del  dadivoso  obispo  Meléndez  Valdés.  Abriéronse  en  1427  las 
sagradas  urnas  para  Juan  II,  en  1522  para  Carlos  V,  en  1554 
para  el  príncipe  D.  Felipe,  en  1602  para  Felipe  III,  en  cuyo 
reinado  instó  con  el  pontífice  el  conde  de  Fuentes,  gobernador 
de  Milán,  para  erigir  en  colegiata  la  parroquia  reservándose  su 
patronato  perpetuo  y  derecho  de  sepultura,  proyecto  que  se 
frustró  por  obstáculos  imprevistos. 

De  la  primitiva  fábrica  del  templo  anterior  al  venturoso 
hallazgo  quedan  por  vestigios  el  pequeño  ábside  de  la  epístola 
colateral  á  la  capilla  de  la  Concepción,  una  ventana  ojiva  en  la 
fachada  principal  y  una  tapiada  puerta  en  el  flanco  izquierdo, 
levantada  como  dos  varas  sobre  el  actual  nivel  de  la  calle,  cuyo 
triple  arquivolto  de  medio  punto  sostenido  por  columnas  bizan- 
tinas guarnecen  trepados  iguales  á  los  de  la  puerta  del  Obispo 


ZAMORA  595 


en  la  catedral ;  á  su  lado  se  reconoce  una  galería  también  cerra- 
da. La  nave  se  reconstruyó  en  el  postrer  período  del  arte  gó 
tico,  según  denotan  las  bóvedas  de  crucería,  las  ventanas,  los 
pilares  cilindricos  en  que  apoyan  los  rebajados  arcos;  y  lo  corta 
que  se  quedó  respecto  de  su  anchura  hace  presumir  que  no 
llegó  á  su  complemento.  En  26  de  Mayo  de  1496,  dice  la  ins- 
cripción, se  elevaron  los  cuerpos  de  San  Ildefonso  y  de  .San 
Atilano -encima  del  arco  que  cortando  á  media  altura  la  ojiva 
de  la  capilla  mayor  sirve  de  dosel  al  retablo;  pero  las  estatuas 
y  adornos  de  aquella  portada,  y  el  tabernáculo  que  cobija  las 
dos  urnas,  corresponden  á  época  más  reciente  y  más  desgra- 
ciada para  el  buen  gusto,  al  siglo  xvii.  Esta  segunda  renova- 
ción no  perdonó  los  portales  ni  la  cuadrada  torre ;  quitó  del 
medio  de  la  nave  las  antiguas  sepulturas  (i),  y  en  las  paredes 
y  cimborio  de  una  capilla  colateral  á  la  sacristía  hizo  alarde  de 
barrocos  caprichos. 

No  de  ahora  sino  de  siete  siglos  atrás  lleva  el  dictado  de 
Nueva  la  parroquia  de  Santa  María,  llamada  de  la  Abadía  por 
otro  nombre  como  regida  un  tiempo  por  abades  (2).  Sin  duda 
alcanzaron  á  ver  la  furiosa  sedición  y  terrible  incendio  de  1 158 
aquella  puerta  lateral  de  leve  herradura  y  aquel  torneado  ábsi^ 
de  revestido  por  fuera   de  arcos  semicirculares,  de  columna$ 


(1)  Empotrada  de  plano  en  la  pared  izquierda  se  ve  una  grande  y  tosca  esta- 
tua de  largo  cuello,  con  espada  y  ropa  talar,  cuyo  epitafío  dice  :  Obiit  famulus  Dei- 
Petrus  de  Mera  pater  Fernandi  ijyo  annos :  profter  tutnuli  imj>edimentum  transía- 
tum  futí  Corpus  de  medio  majoris  capelle  ubijacebai.  Enfrente  hay  otro  bulto  seme- 
jante con  este  letrero:  «Aquí  yacen  los  onrados  caballeros  Juan  y  Antonio  de  As- 
pariegos  año  de  1407.»  Más  reciente  aunque  todavía  ojival  es  otro  entierro  á  la 
entrada  de  la  sacristía  con  dos  estatuas,  la  del  padre  de  relieve  entero  y  arrodilla- 
da en  el  fondo  del  nicho,  la  del  hijo  tendida  y  vistiendo  armadura  con  gorra  en  la 
cabeza  y  el  casco  á  los  pies;  debajo  se  lee  en  caracteres  góticos :  «Aquí  yacen  los 
onrados  cavalleros  P.  de  Ayala  el  qual  fundó  esta  capilla,  e  Juan  de  Ayala  de  Nie- 
11a  su  hijo,  el  que  dexó  en  esta  capilla  perpetuamente  la  misa  que  se  dize  á  las  X 
e  XI  oras,  e  dexó  mas  su  azicnda  al  ospital  de  Sant  Elifonso  para  curar  los  pobres, 
falleció  á  XXV  de  abril  año  de  MDXXX  años.n  La  adornada  capilla  de  enfrente, 
contiene  á  cada  lado  dos  hornacinas  con  pilastras  y  frontispicio  y  efigies  de  ro- 
dillas. 

(2)  En  1  200  lo  era  Romano,  del  cual  hemos  visto  una  concordia  con  Pedro, 
abad  del  monasterio  de  Peleas  que  se  llamó  después  Valparaíso. 


59^  ZAMORA 


exentas  y  de  molduras  ajedrezadas ;  y  todavía  se  muestra  el 
agujero  por  donde  se  dice  salió  la  Hostia  trasladándose  porten- 
tosamente á  otra  iglesia  contigua  (i).  La  desmochada  torre 
asienta  á  los  pies  del  edificio  sobre  una  capilla,  y  á  un  lado  de 
ella  se  observa  otra  puerta  macizada  y  una  ventana  bizantina. 
El  interior  del  templo  cubierto  de  apuntadas  bóvedas  disimula 
con  el  moderno  revoque  su  antigüedad^  si  bien  conserva  un  ar- 
mario destinado  á  archivo  de  la  hermandad  de  los  nobles,  y  una 
vetusta  pila  bautismal  esculpida  al  rededor  con  figuras  en  sen- 
dos nichos. 

¿Dónde  hallar  en  el  género  románico  una  joya  más  brillante 
y  completa  que  la  Magdalena  de  Zamora,  y  que  en  su  extraño 
lujo  semi-oriental  mejor  revele  el  carácter  de  las  obras  de  los 
templarios.?  Fuélo  en  realidad,  como  dependiente  de  otra  pa- 
rroquia que  en  la  misma  ciudad  poseían  titulada  Santa  María  de 
Horta  y  que  á  pesar  de  ser  la  matriz  dista  mucho  de  presentar 
igual  magnificencia.  Aislada  del  caserío,  rodeada  de  espacio  y 
desahogo,  luce  por  todos  lados  la  Magdalena  sus  robustos  con- 
trafuertes, sus  ricos  y  variados  canecillos,  sus  ventanas  de  me- 
dio punto  partidas  muchas  por  un  grueso  pilar  en  dos  ojivas, 
sus  claraboyas  bordadas  de  calados  círculos,  á  su  cabecera  el 
gallardo  ábside  con  todas  las  galas  de  aquel  estilo,  á  sus  pies 
la  ancha  torre  truncada  como  tantas  otras,  con  una  antigua 
espadaña.  Tapiado  el  portal  derecho  hacia  el  paseo  de  San 
Martín,  sólo  le  queda  el  izquierdo,  ante  el  cual  se  detiene  el 
viajero  sorprendido  al  cruzar  la  transitada  plazuela,  porque  en 
verdad  son  de  admirar  los  preciosos  capiteles  de  sus  ocho  co- 
lumnas y  las  bellísimas  hojas  primorosamente  plegadas  y  entre- 
tejidas que  festonean  sus  cuatro  arcos  decrecentes,  desde  el 
mayor  sembrado  de  cabecitas  hasta  el  último  angrelado  y  cu- 


(i)  Era  ésta  se  dice  la  parroquial  de  San  Martin  donde  estaban  antes  las  Due- 
ñas, pero  la  fundación  de  ellas  es  casi  un  siglo  posterior  á  dicho  suceso.  Según 
otra  versión  no  se  movió  la  Hostia  de  aquel  rincón  adonde  no  llegaron  las  llamas. 
Véase  atrás,  pág.  554. 


ZAMORA 


Iglesia  de  la  Magdalena 


e 


ZAMORA  597 


I 
u 


bierto  de  florones.  Una  cornisa  de  delicado  follaje  ciñe  esta 
portada,  florida  y  risueña,  si  no  le  imprimiesen  cierta  melancó- 
lica gravedad  cuatro  lucillos  sepulcrales  abiertos  á  su  lado. 

Las  columnitas  arrimadas  á  los  muros  indican  que  la  nave 
de  la  Magdalena  tuvo  bóvedas  en  vez  de  su  actual  techumbre 
de  madera.  A  la  capilla  mayor  alta  y  estrecha  introducen  suce- 
sivamente dos  arcos,  el  primero  ligeramente  apuntado  y  soste- 
nido por  columnas,  el  segundo  semicircular  y  aun  algo  reen- 
trante que  descansa  sobre  cuadrados  pilares  fasciculados, 
mostrando  una  claraboya  encima  de  su  clave  y  un  letrero  al 
rededor  del  arquivolto  (i);  pero  esta  inscripción,  referente  al 
patronato  y  al  fallecimiento  de  una  noble  dania  en  el  siglo  xv, 
es  muy  posterior  á  la  construcción  del  ábside  puramente  bizan- 
tino. En  los  entrepaños  de  las  columnas,  que  suben  á  recibir  las 
aristas  del  cascarón,  hay  suntuosas  ventanas  cegadas  en  el  día 
y  debajo  de  ellas  ciertos  nichos,  uno  de  ellos  más  pequeño  y 
orlado  de  arabescos  á  la  parte  de  la  epístola  destinado  al  pare- 
cer para  las  vinajeras:  hasta  el  barroco  retablo  se  esfuerza  en 
tomar  allí  aires  de  gentileza  y  cuida  de  no  ocultar  las  elegantes 
formas  de  la  arquitectura.  La  nave  no  contiene  más  capillas  que 
dos  arcos  de  medio  punto  que  avanzan  á  los  lados  de  la  mayor, 
cuyas  columnas  han  desaparecido,  excepto  dos  estriadas  en  es- 
piral, dejando  sólo. los  capiteles  y  ricas  impostas;  encima  tal  vez 
existieron  tribunas.  A  la  parte  del  evangelio  sigue  más  abajó  un 
magnífico  sepulcro,  sobre  el  cual  levantan  una  especie  de  pabe- 
llón cinco  columnas  también  estriadas,  notable  por  los  fantásti- 
cos grupos  de  esfinges  y  dragones  esculpidos  en  sus  capiteles  y 
trebolada  arquería,  y  por  la  corona  de  aspilleradas  torres  en 
que  remata.  En  la  cubierta  del  féretro  se  advierte  una  labrada 
cruz,  en  el  fondo  una  tosca  estatua  de  pequeñas  dimensiones, 


( I )  Está  en  caracteres  floreados  y  dice  así :  «  Esta  capilla  es  del  noble  cavallero 
don  Juan  de  Acuña  que  Dios  aya  e  de  la  señora  doña  Marina  Enriques  su  muger  e 
los  que  dellos  descendieren,  la  qual  dotó  dicha  señora  e  después  del  señor  morió 
último  dia  de  marzo  de  mil  CCCCLXXX.» 


598  ZAMORA 


cubierta  de  armadura  y  tendida  en  el  lecho  funeral,  cuya  alma 
figura  más  arriba  llevada  por  dos  ángeles  y  acompañada  de 
otros  dos  que  agitan  incensarios ;  pero  ni  la  fecha  de  este  mau- 
soleo, probablemente  del  siglo  xiii,  ni  el  nombre  del  difunto, 
templario  tal  vez,  aparecen  en  parte  alguna  de  la  obra. 

Aunque  no  con  tanto  esplendor,  en  las  demás  parroquias 
hallaremos  marcada  la  misma  fusión  bizantino-gótica,  sin  atre- 
vernos á  decidir  cuál  de  los  dos  géneros  predomina.  En  el  exte- 
rior de  San  Isidoro  cercana  á  la  catedral  se  combina  el  portal 
apuntado  con  la  ventana  semicircular.  En  la  fachada  principal 
de  San  Juan  vemos  asomar  por  cima  de  la  moderna  portada 
una  grande  ojiva  con  diversas  molduras,  mientras  que  en  la 
puerta  lateral  el  profundo  arco  de  plena  cimbra  tachonado  de 
gruesos  florones  gravita  sobre  grupos  de  columnas  cuyos  fustes 
se  entortijan  ó  forman  curiosas  trenzas:  la  iglesia  consta  de  tres 
naves  iguales  en  altura  sostenidas  por  anchos  arcos  bocelados, 
y  la  capilla  mayor  y  sus  colaterales  llevan  bóvedas  de  crucería. 
Asiéntase  dicha  parroquia  junto  á  la  plaza  donde  existía  en  el 
siglo  XII  la  puerta  Nueva  del  anterior  recinto ;  y  en  su  antigua 
torre  cubierta  con  una  aguja  de  pizarra  están  el  reloj  de  la  ciu- 
dad y  una  veleta  en  forma  de  jinete  armado,  calada  la  visera  y 
tremolando  la  enseña  vencedora;  denomínala  el  pueblo  Pero 
MatOy  estableciendo  entre  él  y  la  Gobierna  del  puente  relacio- 
nes misteriosas  (i).  El  concierto  formado  por  la  campana  del 
reloj  y  por  la  de  la  Queda  era  en  las  grandes  fiestas  uno  de  los 
característicos  regocijos,  que  dio  margen  al  proverbio:  reloj  y 
campana — -fiesta  Zamorana, 

La  unidad  arquitectónica  de  la  torre  de  San  Juan  debió  de 


(i)  La  actual  figura,  prescindiendo  de  si  hubo  otra  anterior,  parece  datar 
del  1 642  y  que  su  autor  fué  el  rejero  Pedro  de  Sepúlveda  ;  en  1 686  se  le  aplicaba 
ya  el  mote  de  Pero  Mato,  en  cuya  etimología  tanta  erudición  se  ha  consumido. 
Apellido  fué  en  los  siglos  xvi  y  xvii  de  familia  no  oscura,  así  en  Zamora  como  en 
otras  poblaciones ;  y  las  Memorias  del  Sr.  Fernández  Duro  reproducen  la  historia 
de  un  médico  de  Córdoba  así  llamado,  que  lo  fué  de  su  honra  dando  muerte  á  su 
mujer. 


ZAMORA  599 


sufrir  naturalmente  con  la  colocación  del  reloj  y  con  las  mudan- 
zas y  frecuentes  reparaciones  á  que  ha  dado  margen ;  no  así  la 
de  San  Vicente,  que  se  levanta  con  severa  majestad,  abriendo 
por  sus  cuatro  lados  tres  órdenes  de  ojivas  con  anchos  marcos 
de  molduras,  y  no  la  desdora  su  chapitel  aunque  moderno:  el 
portal  románico,  no  bien  acorde  con  el  interior  del  templo,  riva- 
liza con  el  de  la  Magdalena  y  lo  vence  quizá  en  la  incomparable 
gracia  de  los  follajes  que  engalanan  sus  capiteles  y  dovelas. 

Renovada  toda  menos  en  el  gótico  ingreso  se  presenta  San 
Bartolomé,  humilde  y  techada  de  madera  San  Antolín,  entram- 
bas muy  reducidas ;  pero  la  capilla  mayor  de  la  segunda  cons- 
truida según  el  estilo  del  siglo  xv  encierra  una  imagen  de  nues- 
tra Señora,  que  se  dice  aparecida  al  rey  Sancho  el  Mayor  en  la 
cueva  del  santo  patrono  de  Falencia,  y  traída  por  los  palentinos 
en  el  año  1062  para  defender  á  Zamora  de  cierta  embestida  de 
los  sarracenos  en  virtud  de  la  hermandad  que  tenían  las  dos 
ciudades;  uno  y  otro  hecho  á  cual  más  dudoso  están  represen- 
tados en  pintura.  La  efigie  dista  de  parecer  antigua,  y  opinamos 
que  su  historia  se  confunde  con  la  de  la  Virgen  de  la  Iniesta, 
depositada  en  aquella  parroquia  ínterin  que  Sancho  IV  le  hacía 
fabricar  un  templo  en  el  lugar  de  su  aparición.  Cerca  de  San 
Antolín  ofrece  San  Esteban  sus  dos  portadas  laterales  de  ca- 
rácter bizantino  y  su  exterior  flanqueado  de  machones  y  ceñido 
de  canecillos:  en  vez  de  formar  ábside  la  capilla  mayor  lleva  á 
su  espalda  una  bella  ventana  de  medio  punto,  pero  la  nave  de 
bajas  ojivas  nada  contiene  de  notable  sino  la  lápida  que 
en  1305  hizo  poner  á  su  madre  un  obispo  de  Ciudad  Rodri- 
go (O- 

San  Andrés  es  una  excepción  del  tipo  general  de  sus  com- 
pañeras; pertenece  á  la  época  del  renacimiento,  y  ostenta  en 
las  enjutas  de  su  puerta  dos  medallones  de  San  Pedro  y  San 


( I )  Era  MCCCXLÍÍÍj  dice,  V  kls,  aug,  rever endissimuspater  dnus.  Al/onsus  eps. 
Civitatensis  fecii  hic  irans/erri  corpus  mairis  sue  dompne  Marte  ch/us  anima  re- 
quiescat  in  pace  amen. 


6oO  ZAMORA 


Pablo  y  en  el  nicho  superior  la  estatua  de  su  titular.  Su  despe- 
jada nave,  cubierta  de  labrado  maderaje  de  dos  vertientes  y 
sostenido  á  trechos  por  arcos  que  cargan  sobre  cilindricos  pila- 
res, al  llegar  á  los  dos  tercios  de  su  longitud  se  divide  en  dos, 
abovedadas  de  profusa  crucería  y  alumbradas  por  ventanas  ge- 
melas del  gusto  que  apellidamos  gótico  moderno.  De  aquí 
resultan  dos  capillas  mayores  que  se  comunican  por  un  arco; 
en  la  izquierda  campea  un  retablo  de  buen  efecto  á  pesar  de  su 
degenerada  arquitectura,  en  cuyos  tres  cuerpos  están  repartidos 
los  doce  apóstoles,  ocupando  los  compartimientos  centrales  la 
Virgen,  el  Salvador  y  el  grupo  del  Calvario.  Pero  el  mejor  or- 
namento de  la  capilla  es  un  sepulcro  de  alabastro,  cuajado  de 
menudos  follajes  y  figuras  y  labores  platerescas  en  sus  pedes- 
tales, enjutas  y  friso,  decorado  de  columnas  corintias  á  los  lados 
de  la  hornacina,  y  en  el  segundo  cuerpo  con  un  busto  de  San 
Jerónimo  y  dos  bellas  estatuas  de  ancianos  desnudos  sentados 
sobre  un  roto  frontispicio.  Hízolo  construir  para  sí  Antonio  de 
Sotelo,  reedificador  de  la  iglesia,  cuya  efigie  en  traje  de  caballe- 
ro armado  aparece  de  rodillas  dentro  del  nicho  con  el  casco  y 
manoplas  en  el  suelo,  y  rodeóse  de  los  restos  de  sus  mayores 
removidos  de  sus  antiguas  tumbas  y  representados  en  otros 
bultos  de  relieve  (i).  La  capilla  derecha  dedicada  á  San  Andrés 
tiene  en  el  muro  opuesto  un  panteón  que  se  propone  imitar  en 
madera  y  con  menos  primor  y  ornato  la  traza  del  que  acabamos 
de  describir:  yacen  allí  los  obispos  D.  Francisco  y  D.  José  Za- 
pata tío  y  sobrino,  y  el  primero  es  el  que  figura  arrodillado. 


(i)  Unos  figuran  á  Pedro  y  Lope  de  Sotelo,  abuelo  y  padre  del  fundador,  fa- 
llecido aquél  en  1447  y  éste  en  i  5  14,  trasladados,  dice  el  letrero,  desde  la  anti- 
gua capilla  mayor  con  sus  mujeres  y  pasados ;  otros  á  Bernardo  su  hermano  co- 
mendador de  San  Juan  que  murió  en  i  $67,  y  á  Pedro  caballero  de  la  misma  orden 
hijo  de  Gregorio  y  de  D.*  Antonia  de  Mella,  primeros  patronos  de  la  capilla  que 
acabó  sus  días  en  i  (;8i.  En  el  sepulcro  del  fundador  se  lee:  «El  honrado cavallero 
Antonio  de  Sotelo  fundó  y  dotó  esta  capilla  y  reedificó  esta  iglesia  á  honra  y  glo- 
ria  de  Dios  nuestro  Señor,  mandóse  enterrar  en  este  sepulcro,  falleció  á  i4de 
enero  de  i  548.» 


ZAMORA  60I 


coloridas  las  ropas  y  el  semblante  (i).  Protectores  decididos  de 
los  jesuítas,  diéronles  aquella  iglesia  que  poseyó  la  Compañía 
durante  medio  siglo,  hasta  que  con  la  supresión  del  instituto 
volvió  á  ser  parroquia  y  fué  destinado  á  seminario  conciliar  su 
espacioso  colegio  que  goza  de  vistas  dilatadas. 

En  la  misma  altura  de  San  Andrés  eleva  San  Cipriano  su 
torre  de  ventanas  ojivales,  como  ojivales  son  sus  bóvedas  y  la 
angosta  entrada  del  presbiterio  bien  que  apoyada  en  románicos 
capiteles:  indicio  de  fábrica  más  antigua  son  cuatro  piedras  es- 
culpidas, engastadas  en  la  torre,  quizá  procedentes  del  pórtico 
primitivo  (2).  La  antigua  cerca  que  por  debajo  corría,  dejaba 
fuera  distintas  parroquias  asentadas  en  las  vertientes  hacia  el 
río  en  medio  de  los  barrios  del  sudeste.  La  que  menos  interés 
ofrece  por  lo  renovada  es  Santa  Lucía,  pero  lo  despiertan  el 
portal  y  la  torre  bizantina  de  San  Leonardo,  cuyo  agudo  chapi- 
tel de  pizarra  recuerda  el  de  la  antigua  Valladolid ;  su  capilla 
mayor,  desdeñando  el  enmaderado  techo  de  la  pobre  nave,  se 
engalanó  posteriormente  con  estrella  de  crucería.  Para  llamar 
la  atención  hacia  Santa  María  de  Horta  basta  decir  que  perte- 
neció á  los  templarios,  pasando,  no  sabemos  cómo,  mucho 
antes  de  su  trágica  extinción,  á  la  orden  del  Hospital  (3).  Aun- 
que inferior  en  suntuosidad  á  su  aneja  la  Magdalena,  según  ya 
observamos,  no  desmerecen  del  ilustre  recuerdo  de  sus  patro- 
nos la  adusta  torre  colocada  sobre  el  pórtico,  la  severa  puerta 


(1)  El  tarjetón  contiene  el  siguiente  epitafio:  Hic  jacet  ilimus.  D.  D.  Francis- 
cas Zapata  Vera  el  Morales  eps.  Zamorensis^  el  ad  e/us  pedes  sepultus  yacel  eliam 
ilimus.  nepos  el  sucessor  D,  D.  Josephus  Zapata^  uterque  domum  islam  Soc.  Jes. 
erexercy  magnifice  dotarunl  el  lemplum  exornarunt.  Obiit  Ule  XÍV  jan.  MDCCXX^ 
isle  III  e/usdem  MDCCXXVII. 

(2)  Una  de  sus  capillas  en  un  arco  apuntado  encierra  la  sepultura  de  Cristó- 
bal González  de  Fermosel,  gentil  hombre  del  rey  D.  Felipe  (no  expresa  cuál,  pero 
seria  probablemente  el  I),  que  fundó  las  misas  de  diez  y  once. 

(3)  Poseíala  esta,  no  solamente  antes  de  1282  según  el  convenio  que  hizo 
con  el  obispo  y  cabildo  acerca  de  dicha  parroquia,  sino  ya  en  1 246,  como  se  des- 
prende del  siguiente  epitafio  que  hay  en  la  sala  capitular  de  que  hablaremos 

más  adelante:  Hic  Jacet  Dominicus  Petri  alumpnus  Hospilalis  presbiter sub 

era  MCCLXXXÍlíl. 

76 


602  ZAMORA 


semicircular,  los  fuertes  estribos,  la  cornisa  de  arquería  trebola- 
da  que  ciñe  su  exterior,  los  cruzados  arcos  de  la  bóveda  y  los 
torales  flanqueados  de  columnas.  A  su  lado  existía  un  convento 
de  monjas  del  mismo  título,  cuya  traslación  á  otro  punto  permite 
ahora  contemplar  su  sombrío  claustro,  antes  que  por  ellas  habita- 
do por  los  caballeros,  cuyos  gruesos  arcos  oprimen  cortas  colum- 
nas pareadas  en  línea  transversal,  y  penetrar  en  una  estancia 
contigua  rodeada  de  tumbas,  destinada  sin  duda  á  sala  de  capí- 
tulo. Sobre  la  entrada  del  convento  se  lee  en  letras  góticas  un 
versículo  de  la  Biblia  que  proclama  la  impotencia  del  hombre  y 
la  vanidad  de  sus  obras  sin  el  auxilio  de  Dios  (i). 

La  antigüedad  de  Santo  Tomé,  cedida  en  1135  por  Alfon- 
so VII  para  la  fábrica  de  la  catedral ,  se  revela  principalmente 
en  el  arco  de  la  capilla  mayor,  en  sus  columnas  y  hojas  ajedre- 
zadas, y  en  los  preciosos  restos  de  ventana  que  detrás  de  la 
misma  se  descubren :  tiene  forma  de  basílica,  y  aunque  sus  tres 
naves  se  han  convertido  en  una  sola,  conserva  los  dos  cascaro- 
nes laterales,  cuyos  arcos  de  entrada  son  de  herradura  parecidos 
á  los  arábigos  (2).  Mayor  renovación  ha  sufrido  San  Salvador, 
llamada  de  la  Vid  para  distinguirla  de  la  iglesia  principal ,  pero 
conserva  á  sus  pies  la  vetusta  torre  perforada  de  ancho  venta- 
naje. Todo  el  ornato  del  arte  bizantino  en  su  más  completo 
desarrollo  arreglado  á  las  más  correctas  proporciones,  y  todo 
en  perfecta  conservación,  lo  presenta  reunido  el  contiguo  tem- 
plo de  Santiago :  portal  de  plena  cimbra  con  tres  columnas  de 
graciosos  capiteles  á  cada  lado ,  formando  dos  arcos  gemelos  á 
guisa  de  ajimez  suspendidos  al  aire  en  el  centro;  torre  cuadrada 
y  primitiva;  tres  naves  estrechas  y  gentiles,  muy  aventajada  en 
altura  la  del  centro  y  abovedadas  las  tres  con  la  particularidad 
de  ser  apuntadas  las  laterales ;  arcos  de  comunicación  semicir- 


( 1 )  Nisi  Dominus  ediñcaverit  domunif  in  vanum   laboraverunt  qui  edificant 
eam.  Vanum  esi  vobis,.. 

(2)  Sobre  la  cesión  de  Santo  Tomé  véase  la  pág.  $  5  2;  y  sobre  su  barrio  ó  pue- 
bla, el  principio  de  este  capítulo. 


ZAMORA  603 


culares,  cuatro  por  lado ;  pilares  cuadrados  á  cuyas  caras  se 
arrima  una  columna  de  muy  rico  capitel ;  ventanas  con  columna- 
tas en  las  tres  naves  y  otras  á  espaldas  de  la  capilla  mayor  y 
de  las  menores  del  testero,  puesto  que  de  ábsides  carece  como 
Santo  Tomé  y  San  Esteban.  Tal  es  esta  linda  iglesia,  acabado 
modelo  en  su  línea,  de  cuya  fundación  é  historia  nada  sabemos, 
ni  siquiera  á  quién  pertenecen  los  dos  nichos  sepulcrales  de  la 
nave  izquierda.  Más  adelante  se  encuentra  San  Torcuato,  que 
abandonando  su  viejo  edificio  se  mudó  enfrente  á  la  iglesia  de 
la  Trinidad  fabricada  al  uso  del  siglo  xvii  con. cúpula  y  crucero, 
y  custodia  las  reliquias  de  un  mártir  casi  desconocido,  llamado 
San  Baudilio  y  por  corrupción  San  Boal. 

Cada  arrabal  tiene  su  parroquia ,  y  á  excepción  de  San  Lá- 
zaro todas  tan  antiguas  como  las  del  interior  de  la  ciudad,  po- 
bres, cubiertas  de  techo  de  madera  y  sin  embargo  ataviadas 
con  algún  resto  de  sus  artísticas  galas.  Miradas  á  vista  de  pája- 
ro desde  los  muros,  sobresalen  entre  sus  grupos  de  casas  res- 
pectivos, á  la  manera  de  los  pendones  que  guiaban  en  las 
solemnidades  á  los  gremios  y  á  las  mesnadas  en  los  combates. 
Sancti  Spiritus  conserva  detrás  de  su  capilla  mayor  un  hermoso 
rosetón  de  caladas  estrellas  que  data  seguramente  desde  su 
origen;  fundóla  en  1 2 1 2  el  maestro  Juan,  deán  de  Zamora;  fué 
abadía  que  dio  título  á  una  dignidad  capitular,  y  en  la  puerta 
que  sale  desde  la  iglesia  al  derruido  claustro  se  ve  el  bulto  de 
un  abad  fallecido  á  mediados  del  siglo  xiv  (i).  A  los  Cabañales 
preside  el  sepulcro  perteneciente  á  la  orden  de  San  Juan  y  nom- 
brada ya  en  las  lecciones  de  San  Atilano,  con  su  torre  á  los 
pies  y  su  ventana  de  medio  punto  en  la  testera:  á  su  respectivo 
barrio  da  nombre  San  Frontis  ó  Frontino,   cuyo  ábside  es  de 


(1)  Es  de  tosca  escultura  y  de  cuello  desmedidamente  largo  como  otros  de  su 
tiempo,  y  el  epitafío  dice:  «Arenco  de  Ribera  abad  desta  iglesia  de  Siancti  Spiritus 
mandó  fazer  este  vulto  XXIIII  dias  de  marzo  era  de  mili  CCC  y  ochenta  e  ocho 
años.»  De  las  decenas  y  unidades  de  la  fecha  no  estamos  completamente  seguros 
ni  del  nombre  tampoco. 


604  ZAMORA 


figura  poligonal  (i).  A  todas  estas  aventaja  San  Claudio,  parro- 
quia de  los  Olivares,  por  la  riqueza  de  su  bizantino  portal,  cu- 
riosos capiteles,  estriados  y  entretejidos  fustes,  arquivoltos 
sembrados  de  figuras  de  perros  y  leones  que  la  cal  en  mal  hora 
casi  ha  encubierto.  Por  dentro  á  los  lados  del  ingreso  de  la  ca- 
pilla mayor,  que  profunda  y  abovedada  hace  resaltar  la  mez- 
quindad de  lo  restante,  hay  como  en  la  Magdalena  dos  arcos 
sostenidos  por  gemelas  columnas,  cuyos  capiteles  reproducen 
monstruos  y  centauros  en  correspondencia  con  la  idea  de  la 
portada. 

Hemos  procurado  con  toda  solicitud,  sin  lisonjearnos  de 
haberlo  conseguido,  comunicar  á  esta  reseña  el  grato  sabor  que 
nos  dejó  aquella  minuciosa  visita ,  y  evitar  la  monotonía  en  que 
á  menudo  caen  al  tratar  de  describirlas  las  impresiones  en  sí 
más  variadas.  De  un  monumento  único,  entero,  grandioso  cabe 
dar  más  exacta  idea  y  hacerlo  sentir  mejor  que  no  de  esa  abun- 
dancia de  vestigios,  incompletos  cada  uno  de  por  sí  pero  armo- 
niosos en  su  conjunto,  páginas  dispersas  y  truncadas  del  arte, 
decoración  homogénea  y  genuína  de  las  escenas  de  lo  pasado. 
Aquí  un  ábside,  allí  una  portada,  más  lejos  una  torre,  separadas 
y  en  amigable  compañía  producen  mayor  efecto  que  si  forma- 
sen un  solo  edificio,  aislado  y  extraño  por  decirlo  así  en  medio 
de  una  población  remozada;  y  con  esto  se  explica  la  preferencia 


(i)  Dióle  esta  advocación^  ya  que  no  el  obispo  Bernardo  (de  1124  á  1 149) 
natural  de  Perigord,  donde  se  venera  por  fundador  de  la  silla  episcopalá  San 
Frontino,  al  menos  más  tarde  su  compatricio  Aldovino,  cuyo  es  el  enterramiento 
y  epitafio,  interpretado  así  por  un  inteligente  párroco  de  dicha  iglesia: 

PRO  QUIETE  ETERNA  FUNDAT0R18  LOCI  SANCTE  ECCLESIE 

jacet  hic  tumulatus 

Petrogoris  natus,  Aldovinus  que  vocatus, 
Moribus  ornatus,  fama  vitaque  probatus. 

Qui  obiit  ultima  die  junii,  era  MCCLIII  (i  2 1  5  de  C.) 

El  cura  Novom  en  su  historia  manuscrita  de  Zamora  se  refiere,  sin  explicarla  bas- 
tante, á  cierta  antigua  tradición  «de  ir  á  matar  la  sierpe  todos  los  años  desde  la 
ciudad  á  una  puebla  llamada  S.  Frontes,»  y  trae  unos  versos  de  Juan  Guiral,  poeta 
culto  zamorano,  alusivos  á  este  asunto. 


ZAMORA  605 


que  sentimos  por  Zamora  respecto  de  otras  ciudades  de  más 
artístico  renombre.  Nos  asusta  empero  la  precaria  suerte  de 
tantas  iglesias,  y  temblamos  de  que  una  reducción  de  parro- 
quias inevitable,  privándolas  de  la  savia  conservadora,  no  las 
condene  á  perecer  de  abandono  ó  á  los  golpes  de  la  segur. 

Tal  ha  sido  ya  la  desgracia  de  los  conventos  de  religiosos, 
harto  inferiores  á  aquellas  en  número  y  en  importancia.  Aún 
alcanzamos  á  ver  de  pié  los  descarnados  arcos  del  claustro  de 
San  Jerónimo ,  de  forma  semicircular,  apoyados  en  columnas 
exentas  y  con  medallones  en  sus  enjutas,  construidos  en  el  si- 
glo XVI  como  lo  restante  de  la  fábrica;  aún  pudimos  contemplar 
los  ruinosos  paredones  de  San  Francisco  y  su  capilla  mayor  y 
sus  ventanas  ojivales  de  triple  arco,  que  recordaban  los  estra- 
gos del  sitio  de  1476  y  el  alojamiento  del  rey  de  Portugal,  que 
custodiaban  las  obras  históricas  con  pretensiones  de  eruditas  de 
fray  Juan  Gil  de  Zamora,  preceptor  del  rey  Sancho  IV  (i),  que 
databan  desde  la  traslación  de  los  frailes  Menores,  instalados  en 
la  ermita  de  Santa  Catalina  antes  de  1 259,  áotra  de  Santa  Ma- 
ría de  los  Milagros  situada  en  aquella  orilla  (2).  Á  la  invasión 
de  los  franceses  se  remonta  la  ruina  del  convento  de  Santo  Do- 
mingo, antes  titulado  de  San  Ildefonso,  rico  de  memorias  del 
santo  patriarca  que  lo  fundó,  de  las  predicaciones  de  San  Vicen- 
te Ferrer  y  de  mil  curiosas  tradiciones,  tres  veces  ediñcado  y 


(i)  Dedicóle  un  libro  titulado  de preconiis  Hispanice,  Su  historia «a/wra/,ec/eí- 
siástica  Y  civil  y  sus  demás  obras,  inéditas  en  su  mayor  parte,  formaban  siete 
gruesos  volúmenes  guardados  en  la  biblioteca  de  su  convento  y  llamados  vulgar- 
mente los  Egidios.  Alcanzó  fray  Juan  Gil  la  edad  decrépita  hasta  el  punto  de  per- 
der la  memoria  de  lo  que  había  escrito,  según  afírma  el  Tostado. 

(2)  Cedióles  los  huertos  adyacentes  un  tal  Gallinato  y  fué  sepultado  en  la  pri- 
mitiva iglesia,  que  sirvió  de  capilla  mayor  hasta  que  hizo  construir  otra  más 
espléndida  Arnaldo  Solier,  señor  de  Villalpando.  Había  además  otra  soberbia  y 
grandiosa  capilla  fundada  por  un  deán  de  Zamora,  cuyos  preciosos  relieves  de  la 
Pasión  encomia  altamente  Wadingo.  A  la  derecha  del  presbiterio  yacía  no  sé  qué 
infanta  hija  de  un  rey  de  Castilla,  á  la  izquierda  parte  de  los  restos  de  Rodrigo 
Martínez  de  Lara.  En  el  claustro  se  hacía  memoria  de  la  resurrección  de  Mayor 
Muñiz,  niña  de  cuatro  años,  que  depositada  cadáver  una  noche  por  su  madre 
Leonor  en  el  altar  de  San  Francisco,  cuéntase  que  á  la  mañana  siguiente  fué  re- 
cobrada viva. 


ZAMORA 


tres  destruido :  en  su  iglesia  se  enterraban  los  Benavides  y  los 
Ledesmas,  y  en  su  claustro  el  mismo  artífice  que  en  1395  labró 


sus  arcos,  llamado  Diego  Fernández.  Las  monjas  permanecen 
en  sus  claustros,  á  excepción  de  las  de  Horta  y  de  la  Concep- 
ción, cuya  casa  se  ha  convertido  en  instituto  literario,  subsistiendo 


6o8  ZAMORA 


la  iglesia  con  su  crucero  y  cúpula  barroca  (i).  Las  más  antiguas 
son  las  Dueñas  de  Santa  María  la  Real,  fundadas  hacia  1238 
por  la  viuda  del  noble  Rodrigo  de  Zamora  que  vistió  con  dos 
hijas  el  hábito  dominico  (2) ;  pero  su  actual  convento  al  otro 
lado  del  puente  y  los  frontispicios  triangulares  de  sus  balcones 
y  la  moderna  forma  de  su  templo  distan  de  corresponder  á 
época  tan  remota.  Igual  renovación  ha  sufrido  Santa  Clara 
coetánea  casi  en  el  origen,  y  con  más  esplendidez  llevó  á  cabo 
el  obispo  Cabanillas  á  mediados  del  último  siglo  la  de  Santa 
Marina  perteneciente  á  las  religiosas  terceras  de  San  Francisco, 
cuya  iglesia  sonríe  con  su  elíptica  traza  y  sus  vistosos  y  simé- 
tricos altares.  San  Pablo,  de  la  orden  dominica  como  las  Due- 
ñas, presenta  una  despejada  nave  de  crucería  de  imitación  gó- 
tica y  en  el  presbiterio  una  excelente  estatua  de  Alfonso  de 
Mera  su  fundador  (3);  no  menos  agradecidas  á  la  memoria  de 
los  suyos  se  manifiestan  las  Descalzas  franciscas  (4).  Así  tam- 
bién publica  el  nombre  del  que  lo  hizo  construir  el  oratorio  de 
la  Casa  Santa  de  Jerusalén  contiguo  á  San  Torcuato,  fabricado 
en  el  postrer  período  ojival  dentro  de  un  atrio  que  circuye  al- 
menado muro  casi  destruido  (5). 

Monumentos  civiles,  tan  escasos  en  España  donde  la  religión 
absorbía  casi  la  vida  social,  seguramente  no  hay  que  buscarlos 


(1)  Suprimiéronse  además  los  conventos  de  San  Bernabé  en  la  plazuela  de  los 
Ciento  y  de  Santa  María  de  las  Victorias  junto  á  la  parroquia  de  Santiago,  este  de 
dominicas,  aquel  de  terceras  de  San  Francisco. 

(2)  De  aquel  año  data  un  breve  de  Alejandro  IV  permitiendo  sacar  dos  reli- 
giosas del  convento  de  Santo  Domingo  de  Madrid  para  maestras  del  de  Zamora. 

(3)  Murió  en  1553:  la  efigie  está  de  rodillas  dentro  de  un  nicho  del  renaci- 
miento, y  á  sus  pies  hay  un  lindo  paje  reclinado  sobre  el  casco  en  actitud  de 
dormir. 

(4)  Una  inscripción  conserva  en  el  presbiterio  los  nombres  de  Juan  de  Carva- 
jal, del  hábito  de  Santiago  y  de  sumujer  D.*  Ana  Osorio  de  Ribera,  de  la  familia  de 
los  marqueses  de  Astorga,  fundadora  del  convento,  que  falleció  en  i  592  y  cuyos 
restos  fueron  trasladados  desde  la  parroquia  de  San  Ildefonso  en  160$  en  que  se 
concluyó  la  iglesia  de  las  Descalzas. 

($)  «Esta  obra  mandó  fazer,  dice  la  lápida,  el  onrado  Alfonso  Frnz.  (Fernández) 
Quadrato  canónigo  de  Zamora,  fijo  de  Alón.  Frnz.  Quadrato  cavallero  e  de  Inés 
Pérez  su  mujer,  el  qual  fizo  e  dotó  á  sus  propias  espensas  á  servicio  de  Dios  ntro. 
Señor  c  honra  e  demostración  de  la  Casa  Santa  de  Jrslem.» 


ZAMORA  609 


en  Zamora.  La  casa  de  ayuntamiento,  situada  en  el  testero  de 
la  cuadrilonga  plaza,  data  de  1622,  segundo  año  del  reinado 
de  Felipe  IV ;  y  su  fachada  se  reduce  á  pórtico  bajo  y  galería 
alta  entre  dos  torres  ó  pabellones,  de  arcos  semicirculares  en  el 
primer  cuerpo  y  apuntados  en  el  segundo,  que  rematan  en  cha- 
piteles suspendidos  sobre  cuatro  pilares,  todo  sin  ornato  ni  pri- 
mor (i).  El  palacio  episcopal,  edificio  más  bien  eclesiástico  que 
civil,  reconstruido  un  siglo  hace  por  el  ilustrísimo  Cabanillas,  no 
tiene  niás  que  el  desahogo  de  sus  salas  y  sus  preciosas  vistas 
hacia  el  río  y  los  arrabales,  que  parecen  enjambres  de  mendigos 
apiñados  debajo  de  sus  balcones,  desde  donde  desciende  á  me- 
nudo el  benéfico  rocío  de  la  limosna.  Algún  interés  ofi^ecen  el 
vasto  hospital  en  el  fondo  de  otra  plaza  por  la  pintoresca  com- 
posición de  sus  partes,  y  enfrente  el  hospicio  por  las  góticas 
molduras  de  sus  cuadradas  ventanas,  que  mejor  que  á  su  actual 
destino  corresponden  al  que  tuvo  de  palacio  del  duque  de  Alba. 
En  línea  de  ilustres  y  solariegas  moradas  todavía  presenta  Za- 
mora la  del  marqués  de  Villagodio,  unida  por  medio  de  arbotan- 
tes con  la  iglesia  de  San  Ildefonso  y  venerada  por  la  tradición 
de  haber  vivido  en  ella  San  Atilano,  aunque  la  ventana  abierta 
en  una  esquina  y  el  caballeresco  mote  esculpido  en  la  orla  que 
encuadra  el  arco  del  portal  no  remontan  más  allá  de  los  Reyes 
Católicos  (2).  A  la  misma  época  pertenece  otra  fachada  de  sille- 
ría, cuyas  grandes  ventanas  adornan  exuberantes  galas  de  la 
gótica  decadencia,  dividiendo  sus  vanos  una  sutil  columna :  allí 
habitaba,  se  dice,  el  anciano  Francisco  de  Monsalve  tan  brutal- 
mente maltratado  con  su  propia  muleta  por  su  pariente  Maza- 


(1)  Véase  al  principio  de  esta  tercera  parte,  pág.  534,  la  inscripción  romana 
colocada  á  la  puerta  del  consistorio. 

(2)  Se  halla  escrito  en  letras  góticas  y  repetido : 

Á  los  casos  de  fortuna 
Segura  tiene  la  vida 
Y  la  esperanza  perdida. 

Muéstrase  convertido  en  capilla  el  que  dicen  fué  aposento  de  San  Atilano,  donde 
se  veneran  reliquias  de  santos  procedentes  de  las  catacumbas  de  Roma. 

77 


ZAMORA 


riego  y  tan  bizarramente  vengado  por  su  hijo  (r)¡  y  el  nombre 
de  plazuela  de  la  Yerba  que  lleva  el  sitio  lo  deriva  el  vulgo,  asaz 
poético  á  veces,  de  la  que  crecía  en  la  yerma  calle  por  donde 
nadie  osaba  transitar  durante  la  furia  de  los  partidos,  i  Qué  le 
ha  faltado  para  competir  en  celebridad  con  la  que  sirvió  de  pa- 
lestra á  Capuletos  y  Mónteseos?  que  en  vez  de  D.  Antonio  de 
Zamora  se  hubiese  inspirado  en  ella  Guillermo  Shakspeare. 


(i)  En  su  comedia  de  Masariegos  y  MonscUves  apenas  se  apartó  D.  Antonio  de 
Zamora  de  la  verdad  Kistórica  del  suceso,  ocurrido  en  el  reinado  del  Emperador: 
et  insulto  hecho  por  Diego  de  Mazariegn  á  su  anciano  tío  en  Santa  Maria  la  Nueva 
dia  de  Reyes  de  i  5  -j  i ,  la  satisfaccifin  dada  al  cadáver  del  agraviado  y  la  carta  de 
perdón  recogida  de  su  yerta  mano,  el  duelo  singular  seguido  de  la  reconciliación 
entre  loa  dos  primos,  figuran  en  la  escena  tales  como  en  cierta  curiosa  relación 
escrita  por  un  contemporáneo. 


por  los  celos  y  reyertas  que  harto  á  menudo  de  la  propia 
fraternidad  se  originan,  son  ciertamente  Zamora  y  Toro,  dis- 
tantes no  más  que  cinco  leguas  entre  sí,  sentadas  sobre  la 
margen  derecha  del  mismo  río,  parecidas  en  el  número  y  carác- 
ter de  sus  templos,  nombradas  inseparablemente  en  unas  mismas 
páginas  de  la  historia.  Toro  no  presenta  pruebas  más  seguras 
de  antigüedad  romana  que  su  hermana  primogénita,  tanto  para 
disputarle  los  nombres  de  Sarabris  y  Ocellum  Durii  como  para 
atribuirse  el  de  Albucella  ó  Arbucala  (i),  aunque  deduce  no  im- 


(i)  Albucella,  situada  en  el  itinerario  de  Antoninoá  veinlidós  millas  de  Ocello 
Duri,  parece  ser  la  misma  que  Polibio  y  Livio  denominan  Arbucala,  ciudad  de  los 
vacceos,  tomada  por  Aníbal  después  de  porñada  resistencia ;  mas  para  reducirla  á 
Toro  no  vemos  hasta  aquí  sino  débiles  conjeturas. 


6X2  ZAMORA 


probablemente  su  etimología  de  un  enorme  toro  de  piedra,  cua- 
les aparecen  con  frecuencia  en  las  vecinas  regiones  de  Avila  y 
Segovia,  cuyo  mutilado  tronco  se  muestra  todavía  á  un  lado  de 
la  colegiata.  Descubriríase  esta  antigualla  á  la  sazón  que  Alfon- 
so III  encomendó  á  su  hijo  García  fundar  allí  una  población,  ora 
fuese  en  suelo  virgen,  ora  sobre  las  ruinas  de  otra  preexisten- 
te (i) :  pero  en  los  asaltos  y  combates,  que  en  aquel  siglo  tantas 
veces  ensangrentaron  el  Duero  al  avanzar  ó  retroceder  los  mu- 
sulmanes, ni  una  sola  vez  figura  Toro  al  par  de  Zamora  y  de 
Simancas.  Nómbranla  varios  documentos  del  siglo  x  únicamente 
como  cabeza  de  un  vasto  término  que  lindaba  con  la  diócesis  de 
León  (2),  y  cuyas  iglesias  luego  de  suprimido  el  efímero  obis- 
pado de  Simancas  fueron  adjudicadas  al  de  Astorga,  hasta  que 
renaciendo  el  de  Zamora  en  el  siglo  xii  le  quedaron  definitiva- 
mente sometidas. 

Cupo  Toro  con  su  comarca  á  la  infanta  Elvira,  como  Zamo- 
ra á  Urraca,  en  la  división  de  estados  que  dispuso  Fernando  I 
entre  sus  hijos :  pero  no  quiso  ó  no  pudo  imitar  la  leal  resisten- 
cia de  su  vecina  contra  la  ambición  ilimitada  del  rey  Sancho,  y 
tan  pronto  fué  atacada  como  rendida,  si  bien  con  la  muerte  del 
usurpador  volvió  al  dominio  de  su  señora  que  vivió  hasta  el  1 5 
de  Noviembre  de  11 01  (3).  La  extensión  de  su  fértil  campo  ó 
territorio  aparece  de  los  límites  que  le  trazó  en  1153  Alfon- 
so VII  (4) ;  y  su  primitivo  fuero,  ignorado  hoy  día  por  desgracia. 


(i)     Taurum  namque^  dice  Sampiro,  ad  populandum  dedil  filio  suo  Garseano. 

(3)  Tal  es  la  circunscripción  señalada  ú  dichü  obispado  en  9  1 6  por  Ordoño  II 
y  confírmada  en  95  $  por  el  III.  En  la  supresión  de  la  sede  de  Simancas  ordenada 
en  974  se  lee  :  Modo  Deo  annuenle  lornamus  ad  civilalem  Astoricensem  ecclesias  de 
campo  de  Tauro  per  lerminum  de  Aulero  de  Fumus  usque  quo  vadil  ad  Aslor^anos  el 
indeper  Morarelia,  Todavía  existen  los  lu^^ares  de  Asturianos  y  Moreruela. 

(-?)  Yace  en  el  panteón  de  San  Isidoro  de  León:  véase  en  el  correspondiente 
tomo  su  epitafio.  Flórez  afirma  que  casó  esta  infanta  con  el  conde  García  de  Cabra, 
ayo  del  joven  Sancho  hijo  de  Alfonso  VI;  Sandoval  opina  mejor  que  permaneció 
soltera. 

(4)  Los  términos  en  el  privilegio  demarcados  son :  Caslro  de  Ripa  Durii  el  per 
illa  enzina  de  Pelro  Froilaz  el  per  Cerveirolo  el  Per  tilo  caslello  de  Pclagio  Guima- 
raz  el  per  Canical  el  per  Valesa  el  per  aldeia  de  la  Por  la  ^  el  inde  á  Pozólo  de  Eslepar, 
el  per  Vilakesler  el  per  Vilalali  el  per  Castelanos  el  per  Pílela  el  per  Carballosa  el 


ZAMORA  613 


gozaba  de  tal  crédito  muchas  leguas  á  la  redonda,  que  el  con- 
cejo de  San  Cristóbal  en  el  distrito  de  Salamanca  acordó  adop- 
tarlo en  1 184  y  solicitó  hermandad  con  los  toreses,  ofreciéndoles 
la  mitad  de  las  tercias  de  sus  iglesias  para  la  fábrica  del  puente 
con  tal  de  no  pagar  pontazgo.  Fuéronles  otorgados  por  Alfon- 
so IX  otros  fueros  fechados  en  la  misma  población  á  4  de  Mayo 
de  1222,  refiriéndose  á  los  que  anteriormente  les  había  dado,  y 
fijáronse  los  excusados  que  habían  de  tener  los  caballeros.  Diez 
años  después  Fernando  III  confirmó  y  adicionó  las  mercedes  de 
su  padre,  y  á  él  debe  Toro  la  creación  de  su  municipio :  antes  la 
regía  militarmente  un  gobernador  como  á  plaza  fronteriza;  en 
adelante  tuvo  dos  alcaldes  elegidos  por  los  vecinos  y  cierto  nú- 
mero de  jurados  por  sus  respectivas  colaciones  ó  parroquias, 
corriendo  la  administración  de  justicia  á  cargo  de  un  juez  puesto 
por  el  monarca. 

Derecho  tenía  la  ciudad  á  la  especial  solicitud  del  santo  rey, 
porque  de  ella  había  salido  en  1 2 1 7  para  reinar  en  Castilla  sus- 
traído por  su  madre  con  discreto  ardid  á  la  cautelosa  suspicacia 
paterna ;  en  ella  le  había  librado  la  muerte,  oportuna  aunque 
natural,  de  su  poderoso  enemigo  D.  Alvaro  de  Lara ;  en  ella 
recibió  como  sucesor  de  su  padre  la  corona  de  León  al  volver 
de  sus  campañas  de  Jaén  en  el  otoño  de  1230:  verdad  es  que 
allí  también  á  5  de  Noviembre  de  1 235  perdió  á  su  virtuosa  con- 
sorte Beatriz  de  Suevia,  mientras  él  recogía  laureles  en  Andalu- 
cía. Grande  era  ya  la  importancia  de  Toro,  pues  seguía  en  las 
huestes  su  bandera  la  mitad  de  la  provincia  (i).  Su  concejo  de 
acuerdo  con  el  alcalde  real  Rui  Fernández  proveía  en  1275  á  su 


per  Petrosela  de  Rivulo  Sicco  el  j>er  Villaceiie  el  per  Maívam  el  per  Fontes  el  per 
Villazoletinam  el  per  Talanda  quomodo  feril  in  Dorio ^  el  quanlum  ibi  á  nobis  inve- 
neril  de  regalengo^  monlibiis^  fonlibus^  rivulos,  villares^  villas  popúlalas  vel  impo- 
púlalas, 

( I )  Cita  D.  Antonio  Gómez  de  la  Torre  en  su  Corograjia  de  Toro  una  carta  diri- 
gida en  1 246  por  Alfonso  el  Sabio,  siendo  aún  infante,  á  los  concejos  de  San 
Román,  Fuente  el  Saúco,  Fuente  la  Peña  y  otros  para  que  vayan  en  hueste  con  el 
concejo  de  Toro  y  guarden  la  seña  de  este,  como  solían  en  tiempo  de  su  padre  y 
abuelo. 


bl4  ZAMORA 


propia  defensa  y  al  sostenimiento  del  trono  durante  la  ausencia 
de  Alfonso  X  aspirante  al  imperio  de  Alemania,  y  en  1 280  con- 
minaba con  terribles  penas  á  los  vecinos  que  dejaran  el  señorío 
del  rey  para  entrar  en  el  de  órdenes  ó  de  dueñas  y  caballeros. 
Sin  embargo,  el  príncipe  D.  Sancho,  sublevado  contra  su  padre, 
la  cedió  en  1283,  ^  ^^  ^^  asegurarla  más  en  su  devoción  y  de 
sofocar  algún  conato  de  alzamiento  reprimido  con  rigurosos  su- 
plicios (i),  á  su  esposa  D.*  María  de  Molina:  y  la  prudente 
señora  no  sólo  se  apresuró  á  aumentar  sus  privilegios  y  liberta- 
des, sino  que  vino  á  residir  en  ella  honrándola  con  el  nacimiento 
de  su  primogénita  Isabel,  futura  esposa  del  duque  de  Bretaña,  y 
trabajando  al  mismo  tiempo  solícita,  bien  que  inútilmente,  en  la 
reconciliación  de  las  partes  juntamente  con  su  cuñada  Beatriz, 
reina  viuda  de  Portugal.  Otra  infanta  de  este  último  nombre  y 
también  destinada  á  ocupar  el  trono  lusitano,  vio  la  luz  allí 
mismo  en  1293,  colmando  de  júbilo  á  los  regios  esposos  y  á  la 
ciudad  favorecida  de  nuevo  con  su  presencia.  No  la  olvidó  en  la 
época  de  su  viudez  la  esclarecida  reina,  pues  visitándola  en  1301 
atendió  al  remedio  de  las  necesidades  y  querellas  expuestas  por 
los  vecinos,  y  dio  diez  años  de  franquicia  á  los  vasallos  de  órde- 
nes y  castillos  que  acudiesen  á  poblarla. 

La  amena  situación  y  apacible  clima  de  Toro  movieron  sin 
duda  á  los  regentes  del  reino  á  escogerla  por  residencia  de  Al- 
fonso XI  durante  su  niñez,  como  Fernando  IV  su  padre  había 
pasado  la  suya  en  Zamora.  Pero  llegado  apenas  á  su  mayor 
edad  y  cumplidos  sólo  quince  años,  el  bravo  mancebo  la  hizo 
teatro  de  su  sangrienta  justicia.  Llamó  al  infante  D.  Juan  el 
Tuerto,  digno  hijo  del  de  Tarifa,  cuya  ambición  insaciable  é  in- 
trigas con  Aragón  y  Portugal  traían  revuelta  la  monarquía; 
brindóle  con  la  esperanza  de  casarle  con  su  hermana  Leonor,  y 
ofrecióle  por  medio  de  Alvar  Núñez  su  privado  alejar  del  pala- 


(1)    Sufrieron  pena  capital  Lope  García  con  dos  hermanos  suyos  y  otros  caba- 
lleros partidarios  del  infante  de  Lacerda. 


ZAMORA 


615 


CÍO  á  Garci  Laso  de  la  Vega  en  quien  veía  un  enemigo  capital. 
Toro  se  vistió  de  gala  para  recibir  al  primo  de  su  rey  en  3 1  de 
Octubre  de  1326,  y  al  siguiente  día  fiesta  de  Todos  los  Santos, 
entró  D.  Juan  en  la  sala  del  banquete  regio  dispuesto  para  aga- 
sajarle: se  ignora  lo  que  allí  pasó,  pero  al  momento  cayó  herido 
de  muerte  con  dos  caballeros  suyos  Garci  Fernández  Sarmiento 
y  Lope  Aznárez  de  Hermosilla  (i).  El  suplicio,  si  tal  puede  lla- 
marse un  asesinato,  se  anticipó  á  la  sentencia,  que  en  seguida 
pronunció  el  joven  soberano  en  medio  de  los  circunstantes  sen- 
tado en  un  solio  cubierto  de  luto,  refiriendo  los  crímenes  del 
infante  y  juzgándolo  por  traidor;  más  de  ochenta  villas  y  casti- 
llos que  poseía  fueron  confiscados  para  la  corona,  y  de  la  eje- 
cución del  fallo  se  encargó  el  propio  rey  saliendo  el  otro  día  á 
ocuparlos.  Aquel  mismo  año  concedió  Alfonso  á  la  ciudad  una 
feria  franca  por  Santa  María  de  Agosto:  pero  la  merced  le  fué 
mal  agradecida  por  los  vecinos,  que  se  coligaron  con  los  de  Za- 
mora y  Valladolid  contra  la  prepotencia  de  Alvar  Núñez  acau- 
dillados por  Fernán  Rodríguez  de  Balboa  prior  de  San  Juan, 
hasta  derribar  al  valido  y  conseguir  la  condenación  de  su  me- 
moria. Por  este  tiempo  servía  Toro  de  prisión  á  la  joven  Cons- 
tanza hija  de  D.  Juan  Manuel,  que  de  desposada  con  el  rey 
pasó  á  ser  su  cautiva,  víctima  inocente  de  una  política  desleal, 
empleada  como  instrumento  para  halagar  y  burlar  alternati- 


(1)  El  precioso  poema  ó  crónica  rimada  de  Alfonso  XI,  culpa  nada  embozada- 
mente la  muerte  alevosa  de  D.  Juan  el  Tuerto  y  la  imputa  á  los  malos  consejos  de 
los  privados  del  rey,  especialmente  á  los  de  Alvar  Núñez  Osorio.  Trae  curiosos 
detalles  del  suceso  desde  la  copla  196  hasta  la  246,  y  termina  refíriendo  esta  sin- 
gular profecía : 


En  Toro  compiló  su  fin 
E  derramó  la  su  gente. 
Aquesto  dixo  Melrin 
El  profeta  de  Oriente. 

Dixo :  el  león  de  Espanna 
De  sangre  fará  camino; 
Matará  el  lobo  de  la  montanna 
Dentro  en  la  fuente  del  vino. 


El  león  de  la  Espanna 
Fué  el  buen  rey  ciertamente, 
El  lobo  de  la  montanna 
Fué  don  Johan  el  su  pariente. 

E  el  rey  cuando  era  nínno 
iMató  á  don  Johan  el  Tuerto; 
Toro  es  la  fuente  del  vino 
Adonde  don  Johan  fué  muerto. 


6l6  ZAMORA 


vamente  la  ambición  de  su  padre,  á  quien  al  cabo  fué  restituida 
doncella. 

De  las  turbulencias  y  desastres  del  siguiente  reinado  á  po- 
cas poblaciones  tocó  más  crecida  parte.  A  fines  de  1354  se  ha- 
llaba en  Toro  con  su  madre  el  rey  D.  Pedro;  sus  hermanos 
bastardos,  sus  prímos  los  infantes  de  Aragón  y  la  principal  no- 
bleza del  reino,  coligados  en  Medina  del  Campo  ó  acampados 
en  los  lugares  circunvecinos,  reclamando  que  se  reconciliase  con 
Blanca  su  legítima  consorte  y  que  alejara  á  la  Padilla  con  su 
codiciosa  parentela.  Nada  resultó  de  las  vistas  que  tuvieron  en 
Tejadillo  á  media  legua  de  la  ciudad  cincuenta  de  cada  parte, 
sino  el  engrosamiento  de  los  quejosos  y  la  deserción  de  los  que 
con  el  rey  estaban,  tanto  que  al  ver  desfilar  desde  los  muros  la 
sublevada  hueste  temió  el  iracundo  príncipe,  y  voló  á  Urueña  á 
reunirse  con  su  dama.  Su  espanto  creció  al  saber  que  su  propia 
madre  había  llamado  y  acogido  en  Toro  á  sus  enemigos,  y  no 
halló  de  pronto  más  recurso  que  volver  y  entregarse  á  disposi- 
ción de  ellos,  dejando  prender  á  los  oficiales  de  su  casa  y  admi- 
tiendo en  su  lugar  á  los  que  quisieron  imponerle.  Poco  menos 
que  prisionero  de  su  hermano  D.  Fadrique  habitó  la  posada  del 
obispo  de  Zamora  junto  al  cuarto  real  del  convento  dominico  de 
San  Ildefonso  donde  moraba  la  reina  madre,  hasta  que  aprove- 
chando la  libertad  que  para  cazar  se  le  dejaba,  á  favor  de  la 
niebla  huyó  á  Segovia,  y  reuniendo  cortes  en  Burgos  obtuvo 
gentes  y  dinero  para  sujetar  á  los  rebeldes. 

Puesto  sobre  Toro  trabó  varias  escaramuzas  con  los  de 
dentro,  pero  antes  que  esta  reducción  le  interesaba  la  de  Toledo, 
asilo  de  su  infeliz  esposa,  de  quien  se  apoderó  otra  vez  casti- 
gando cruelmente  á  sus  defensores.  Entonces  libre  de  otras  in- 
quietudes revolvió  contra  la  ciudad  donde  al  rededor  de  su  ma- 
dre se  habían  concentrado  todas  las  fuerzas  del  levantamiento. 
En  Castro  Ñuño,  en  Pozo  Antiguo,  en  Morales  pasó  el  verano 
de  1355  hostilizándola  flojamente;  mas  al  fin  informado  de  que 
el  infante  D.  Enrique  había  salido  para  Galicia  dejando  en  ella 


ZAMORA  617 


á  su  mujer,  y  sabedor  de  las  bajas  y  desaliento  de  sus  contra- 
rios, hacia  el  mes  de  Setiembre  convirtió  el  bloqueo  en  sitio,  y 
plantó  en  las  asoladas  huertas  su  formidable  campamento.  En 
vano  se  llegó  á  hablarle  de  conciliación  á  nombre  del  pontífice 
el  legado  cardenal  de  Bolonia;  la  caída  de  la  ñaca  torre  del 
puente  que  por  milagro  había  resistido  tanto  tiempo  y  la  esca- 
sez de  víveres  sufrida  por  los  cercados,  prometían  ya  segura 
presa  á  su  comprimido  furor.  Cierto  vecino  llamado  Alonso 
García  Recuero  (i)  le  había  ofrecido  entregarle  una  noche  la 
puerta  de  Santa  Catalina  pidiendo  indemnidad  para  sí  y  sus  pa- 
rientes; el  pueblo  murmuraba  reducido  á  la  extremidad,  des- 
confiaban los  jefes  de  la  liga,  y  cada  cual  trataba  de  negociar 
secretamente  su  perdón.  Hasta  el  infante  D.  Fadrique,  amones- 
tado por  Hinestrosa,  tío  de  la  Padilla,  y  asegurado  por  boca  del 
mismo  rey,  desde  una  isla  del  río  donde  se  hallaba,  pasó  á  la 
opuesta  orilla  á  besarle  la  mano  y  á  reunirse  á  sus  banderas. 

Viéronlo  desde  la  ciudad  los  coligados  y  creyéronse  vendi- 
dos: los  más  con  la  reina  D.*  María  se  encerraron  en  el  alcázar, 
otros  se  escondieron  por  las  casas,  los  que  quisieron  huir  encon- 
traron tomadas  las  salidas.  Aquella  noche  D.  Pedro  atravesó 
cautelosamente  el  río  con  sus  tropas  y  se  le  abrió  la  concertada 
puerta:  á  la  mañana  siguiente,  día  de  Reyes  de  1356,  presen- 
tóse frente  al  alcázar,  y  el  primero  que  se  le  rindió  fué  su  her- 
mano D.  Juan,  muchacho  de  catorce  años,  por  cuyo  respeto  fué 
perdonado  el  que  en  brazos  le  traía  (2).  A  su  madre  la  mandó 


(  i)    Otros  le  nombran  Alonso  García  de  Triguero. 

(3)  A  fuer  de  imparciales  no  podemos  menos  de  transcribir  en  este  lugar  un 
generoso  rasgo  de  D.  Pedro,  tanto  más  notable  cuanto  menos  frecuente  en  él, 
por  más  que  digan  sus  admiradores.  La  crónica  lo  refiere  así:  «Y  dixo  Martin 
Avarca  al  rey...  Señor,  sea  la  vuestra  merced  de  me  perdonar  é  irme  he  para  vos 
y  llevaros  he  al  infante  D.  Juan  vuestro  hermano.  Y  el  rey  le  dixo:  á  mi  hermano 
D.  Juan  perdono  yo,  mas  á  vos  Martin  Avarca  no  vos  perdono,  y  aun  sed  cierto 
que  si  á  mí  venides  que  vos  mandaré  matar.  Y  el  dicho  Martin  Avarca  dixo:  Señor, 
haced  de  mí  como  fuere  á  vuestra  merced.  Y  tomó  á  D.  Juan  en  los  brazos  y  víno- 
se para  el  rey,  pero  el  rey  no  lo  mató;  y  desto  plugo  á  muchos  cavalleros  que  es- 
tavan  con  el  rey,  porque  no  lo  mató.» 

78 


6l8  ZAMORA 


salir;  salvaguardia  para  los  caballeros  que  la  acompañaban  no 
quiso  darle  ninguna.  Cruzaba  la  abatida  reina  el  pequeño  puente 
del  castillo  en  medio  de  D.  Pedro  Estévanez  Carpintero  y  de 
Rui  González  de  Castañeda  que  traía  levantada  en  la  mano  una 
cédula  de  gracia,  cuando  á  Carpintero  le  derribó  un  golpe  de 
maza,  esgrimida  por  el  escudero  de  Diego  de  Padilla  su  compe- 
tidor en  el  maestrazgo  de  Calatrava,  á  Castañeda  le  atravesó 
un  cuchillo  la  garganta,  é  igual  suerte  sufrieron  Martín  Alfonso 
Tello  y  Alfonso  Téllez  Girón  que  detrás  venían.  Desmayóse  la 
condesa  de  Trastamara  D.*  Juana  Manuel,  D.*  María  vino  al 
suelo  como  muerta,  y  al  volver  en  sí  salpicada  de  sangre,  ro- 
deada de  cadáveres  desnudos  y  destrozados,  rompió  en  acerbos 
alaridos  maldiciendo  á  su  cruel  hijo  y  la  hora  en  que  lo  engen- 
dró. D.  Pedro  la  hizo  llevar  al  palacio  de  San  Ildefonso  permi- 
tiéndola al  fin  retirarse  á  su  tierra  de  Portugal,  y  continuó  ce- 
bándose en  otras  ilustres  víctimas  (i)  para  que  donde  abundó 
la  humillación  superase  la  venganza. 

Toro,  que  gozaba  de  voto  en  cortes,  las  vio  congregadas 
por  dos  veces  en  su  recinto  reinando  Enrique  de  Trastamara, 
la  primera  en  Setiembre  de  1369,  año  de  su  cruenta  coronación, 
la  segunda  en  el  propio  mes  de  1371,  llevando  consigo  prisio- 
nero á  su  sobrino  Sancho,  bastardo  del  rey  D.  Pedro,  condena- 
do á  perpetuo  encierro  en  aquella  fortaleza.  En  las  primeras 
cortes  se  trató  de  restablecer  en  su  vigor  la  administración  de 
justicia  y  de  poner  tasa  al  precio  de  los  víveres  y  de  los  jorna- 
les de  los  artesanos;  en  las  segundas  de  la  baja  del  valor  de  la 
moneda,  de  la  abolición  de  las  behetrías,  de  las  insignias  que 
debían  distinguir  á  moros  y  judíos  de  los  cristianos,  y  de  la  re- 
cuperación de  los  pueblos  usurpados  á  Castilla  por  el  rey  de 
Navarra.  Á  las  últimas  asistió  la  reina  D.^  Juana  recordando  sin 
duda  las  horribles  escenas  que  había  presenciado  en  aquel  pue- 


(i)  Fueron  éstas,  según  la  crónica,  Gómez  Manrique  titulado  de  Oríhuela,  Al- 
fonso Gómez  comendador  mayor  de  Galatrava,  Diego  Pérez  de  Godoy  fraile  de  la 
misma  orden  y  otros. 


ZAMORA  619 


blo,  del  cual  era  ya  señora  jurisdiccional.  Visitólo  con  frecuencia 
Juan  I  para  atender  á  la  guerra  de  Portugal  y  á  las  invasiones 
del  duque  de  Lancáster  por  Galicia  y  León,  y  en  él  residía  En- 
rique III  á  la  salida  de  su  menor  edad  en  1393,  cuando  vino  á 
prestarle  sumisión  su  tío  D.  Fadrique,  duque  de  Bena vente. 
Condolido  el  joven  rey  del  abatimiento  y  despoblación  de  Toro, 
de  la  ruina  de  sus  muros  y  de  la  fragilidad  de  su  puente,  en  1398 
mientras  estaban  allí  otra  vez  reunidas  las  cortes,  cuidó  de  re- 
parar sus  quiebras  autorizando  ciertas  imposiciones  con  este  ob- 
jeto (i).  Allí  el  cielo  le  concedió  el  mayor  placer  que  tuvo  du- 
rante su  breve  y  enfermiza  existencia,  y  fué  el  tardío  nacimiento 
de  un  hijo  y  sucesor  en  6  de  Marzo  de  1405,  celebrado  con 
brillantes  festejos  y  más  dignamente  con  el  perdón  de  D.  Pedro 
de  Castilla,  nieto  del  destronado  rey,  á  quien  su  prima  la  reina 
ocultó  detrás  de  las  cortinas  de  su  cama  á  fin  de  obtenerle  por 
sorpresa  la  gracia  de  su  esposo. 

Juan  II  no  echó  en  olvido  á  su  pueblo  natal,  mas  no  supo 
darle  la  grandeza  ni  el  sosiego  de  que  bajo  su  vacilante  cetro 
careció  la  monarquía.  Las  cortes  que  hospedó  Toro  en  1426, 
ocupadas  en  reformar  los  gastos  de  la  real  casa,  hirvieron  en 
contiendas  de  partido,  saliéndose  el  de  los  infantes  de  Aragón 
á  confederarse  contra  la  pujanza  del  de  Luna;  la  estancia  del 
monarca  en  1439  perturbáronla  riñas  suscitadas  entre  los  cria- 
dos y  escuderos  de  los  grandes  acerca  de  los  alojamientos;  y 
en  1442,  apoderada  del  mando  la  facción  del  rey  de  Navarra, 


(1)  Existe  en  el  archivo  municipal  de  Toro  la  cédula,  en  que  atendiendo  áque 
el  término  de  la  villa  ocupa  muy  gran  espacio  de  campo  é  está  gran  parte  de  ella 
despoblada  por  las  mortandades  e  guerras  pasadas,  e  que  los  muros  de  ella  están 
muy  mal  reparados  e  en  algunos  lugares  derribados,  e  otrosí  que  la  puente  mayor 
de  la  villa  está  eso  mesmo  muy  mal  reparada,  e  otrosí  que  la  puente  nueva  cerca 
de  la  otra  la  lleva  muchas  veces  el  rio  por  ser  de  madera,  les  faculta  para  echar  y 
derramar  por  dicha  villa  y  su  término  una  meaja  de  todas  las  cosas  que  se  com- 
praren e  vendieren  e  trocaren.  En  el  propio  archivo  vimos  la  escritura  de  venta 
del  llamado  monte  de  la  Reina  cercano  á  la  ciudad,  que  le  otorgaron  en  1403  las 
Huelgas  de  Valladolid  por  la  necesidad  que  el  convento  padecía  «y  por  quanto 
había  de  reparar  la  iglesia,  retejar  el  cabildo,  facer  una  torre  y  reparar  el  palacio 
que  está  todo  descubierto  e  se  cayó.» 


620  ZAMORA 


Otras  cortes  reunidas  para  otorgar  ochenta  millones  terminaron 
con  la  alarma  de  haberse  descubierto  una  mina  desde  el  exte- 
rior de  la  ciudad  hasta  el  castillo,  por  donde  se  dijo  habían  de 
penetrar  los  amigos  del  Condestable  á  asesinar  en  pleno  con- 
sejo á  los  gobernantes.  En  la  liga  de  la  nobleza  contra  Enri- 
que IV,  cuando  la  escena  de  su  deposición  en  Ávila,  Toro  se 
declaró  por  su  legítimo  soberano  y  sirvió  de  cuartel  general  á 
los  leales  como  Valladolid  á  los  sediciosos,  presentando  un 
ejército  más  numeroso  que  fuerte :  los  daños  que  á  sus  huertas 
y  alamedas  causaron  las  tropas  acampadas  y  los  trabajos  por 
su  fidelidad  sufridos,  se  los  recompensó  Enrique  en  1467,  sere- 
nada la  tempestad,  con  la  concesión  de  otra  feria  por  cuaresma 
á  instancia  de  Alonso  y  Fernando  de  Fonseca  sus  constantes 
servidores. 

Lucha  casi  fratricida  ardía  en  1472  entre  toreses  y  zamora- 
nos,  en  la  que  como  ya  referimos  (i)  llevaron  aquellos  la  peor 
parte;  pero  la  derrota  de  Valdegallina  no  quebrantó  el  poder 
tiránico  que  ejercía  en  Toro  Juan  de  Ulloa  al  frente  de  su  ban- 
do, sino  que  al  año  siguiente,  arrancando  de  sus  casas  al  licen- 
ciado Valdivieso,  consejero  real  y  á  Juan  de  Villalpando,  jefes 
del  partido  opuesto,  hizo  ahorcarlos  á  la  puerta  de  ellas,  é  inva- 
dió y  saqueó  las  moradas  de  los  que  encomendaron  su  salvación 
á  la  fuga.  Para  asegurar  la  impunidad  de  sus  desmanes,  luego 
de  fallecido  el  impotente  Enrique  IV,  abrazóse  Ulloa  con  ardor 
á  la  bandera  de  D.*  Juana,  si  bien  astuto  y  mañero  entretuvo 
con  vanas  esperanzas  al  rey  Fernando  hasta  que  entró  en  Cas- 
tilla á  favor  de  la  princesa  el  ejército  portugués.  Púsolo  sin 
resistencia  de  sus  contrarios  en  posesión  de  la  ciudad;  el  casti- 
llo se  mantuvo  por  el  Rey  Católico  que  acudió  á  socorrerlo, 
pero  perdidos  tres  días  en  retos  de  batallas  y  duelos  persona- 
les que  corrieron  de  una  parte  á  otra  sin  resultado,  y  retirándose 
con  algún  descrédito  de  sus  armas  D.  Fernando  falto  de  víveres 


(O   Pág.  563. 


ZAMORA  62 1 


y  de  dinero,  hubieron  de  rendirse  al  fin  sus  defensores.  Toro 
fué  en  Castilla  el  más  firme  baluarte  del  rey  de  Portugal,  á 
donde  se  refugió  con  su  sobrina  y  con  su  corte  arrojado  de  Za- 
mora en  Diciembre  de  1475,  y  desde  donde  en  Febrero  inme- 
diato volvió  á  salir  para  recobrarla  alentado  por  los  refuerzos 
que  le  llegaron  con  el  príncipe  su  hijo.  Harto  más  confuso  que 
la  vez  primera  debía  regresar. 

Sobre  la  orilla  meridional  del  Duero,  como  á  dos  tercios  de 
camino  de  Zamora  á  Toro,  forman  las  cuestas  de  Santa  María 
del  Viso  una  angostura  con  el  río,  más  allá  de  la  cual  se  ensan- 
cha la  dilatada  llanura  de  Pelea  Gonzalo  (i).  Por  aquel  estrecho 
desfilaron  con  prisa  si  bien  con  orden  las  huestes  portuguesas, 
un  día  i.°  de  Marzo  de  1476,  levantado  el  sitio  de  Zamora;  y 
á  la  entrada  del  mismo,  momentos  después,  se  detuvo  el  ejér- 
cito del  rey  Fernando,  que  iba  en  persecución  del  enemigo,  á 
deliberar  si  convenía  ó  no  pasar  adelante  para  obligarle  á  la 
batalla.  Decidiólo  el  brío  de  D.  Pedro  de  Mendoza,  el  famoso 
cardenal  de  España,  quien  deponiendo  los  hábitos  episcopales 
y  apareciendo  armado  de  punta  en  blanco,  montado  en  un  fogo- 
so corcel,  avanzó  á  reconocer  el  campo,  mientras  que  Luís  de 
Tovar,  impaciente  de  la  tardanza,  gritaba  al  esposo  de  la  gran- 
de Isabel  que  aquel  día  había  de  pelear  si  quería  ser  rey  de 
Castilla.  £1  enemigo  aguardaba,  ordenadas  en  el  llano  sus  ha- 
ces, superior  en  fuerzas  y  más  descansado,  reforzado  con  las 
tropas  que  guarnecían  á  Toro,  protegido  por  la  proximidad  de 
la  noche  y  por  el  cercano  refugio  de  la  ciudad  (2).   Temeraria 


(1)  La  etimología  del  lugar,  que  es  de  poco  más  de  cien  vecinos,  no  deriva, 
como  pudiera  creerse,  de  la  célebre  batalla,  sino  del  nombre  corrompido  de  Pela- 
yo  Gonzalo,  que  sería  acaso  su  señor.  Lo  mismo  sucede  con  otros  dos  pueblos  de 
la  provincia  llamados  Peleas  el  de  Arriba  y  el  de  Abajo. 

(2)  La  historia  de  Novoa,  de  cuya  relación  tomamos  varios  detalles  comple- 
tando la  de  Hernando  del  Pulgar,  trae  la  curiosa  disposición  de  los  dos  ejércitos. 
El  centro  del  de  Castilla  lo  ocupaba  el  rey  D.  Fernando  con  la  gente  de  armas  de 
Galicia,  Salamanca,  Ciudad  Rodrigo,  Medina,  Valladolid  y  Olmedo  y  toda  la  infan- 
tería: el  ala  derecha  se  componía  de  siete  escuadrones  que  mandaban  respectiva- 
mente Alvaro  de  Mendoza,  el  obispo  de  Avila  D.  Alonso  de  Fonseca,  Pedro  de 


022  ZAMORA 


empresa  parecía  acometerle,  pero  el  éxito  la  abonó.  Sin  embargo, 
la  impetuosa  arremetida  del  príncipe  heredero  de  Portugal  al  fren- 
te de  su  caballería  y  el  estruendo  y  humo  de  las  espingardas  des- 
barataron de  pronto  la  vanguardia  castellana  que  había  hostiga- 
do su  marcha  de  continuo,  cuando  acudieron  á  sostenerla  los 
escuadrones  del  duque  de  Alba  y  del  cardenal,  contra  quien 
militaba  trémulo  de  coraje  más  que  de  vejez  su  irreconciliable 
rival  el  arzobispo  de  Toledo.  Del  otro  lado  chocaron  los  cuer- 
pos principales  en  que  iban  los  dos  reyes,  y  la  mayor  violencia 
del  combate  se  concentró  al  rededor  del  estandarte  de  Portu- 
gal, que  Pedro  Vaca  de  Sotomayor  arrancó  á  Duarte  de  Al- 
meida  y  que  disputado  por  ambas  partes  con  furor,  á  la  orilla 
del  río  se  hizo  pedazos.  Peleaban  todos  revueltos,  con  espadas 
más  que  con  lanzas,  sin  distinguirse  entre  sí  las  dos  naciones 
más  que  por  el  habla  y  por  el  grito  de  guerra,  compitiendo  por- 
tugueses y  castellanos  enconados  por  inmemoriales  contiendas, 
cuales  en  mantener  la  prez,  cuales  en  lavar  la  afrenta  de  Alju- 
barrota. 

Seis  horas  casi  permaneció  indecisa  la  victoria,  hasta  que  á 
la  luz  del  crepúsculo  el  rey  D.  Alonso,  destrozados  sus  escua- 
drones, perdidas  la  mayor  parte  de  sus  banderas,  corrió  muchas 
leguas  por  el  monte  á  meterse  con  escasa  gente  en  Castro-Nuño, 
en  tanto  que  su  hijo  D.  Juan  ignorante  de  su  paradero  conser- 


Guzmán,  Bernal  Francés,  Pedro  de  Velasco,  Vasco  de  Vivero  y  el  comendador  Le- 
desma,  caudillo  de  los  zamoranos  :  en  el  ala  izquierda  á  la  parte  del  Duero  figura- 
ban con  sus  compañías  el  cardenal  Mendoza,  el  duque  de  Alba,  eJ  Almirante  y  el 
conde  Alba  de  Aliste,  tíos  del  rey,  y  D.  Luís  Osorio  con  la  gente  del  marqués  de 
Astorga  su  sobrino.  Mandaba  el  rey  de  Portugal  el  centro  de  sus  huestes  con  el 
conde  de  Eule  y  su  guarda  mayor  Pereira  y  multitud  de  caballeros  castellanos  de 
su  partido;  en  el  ala  derecha  iban  por  capitanes  el  arzobispo  de  Toledo,  el  conde 
de  Faro,  el  duque  de  Guimaraes,  el  conde  de  Villareal  y  el  de  Monsanto;  en  la  iz- 
quierda el  príncipe  D.  Juan  y  el  obispo  de  Evora  con  la  caballería  más  escogida  y 
gran  número  de  espingardas;  la  infantería  venía  repartida  en  cuatro  cuerpos  á  la 
parte  del  río.  El  ejército  portugués  contaba  10,000  peones  y  3500  caballos,  según 
la  crónica  de  Valladolid,  el  castellano  2000  caballos  y  3000  peones  solamente. 
De  los  portugueses  murieron  900  y  más  de  300  se  ahogaron  en  el  Duero;  los  ven- 
cedores no  perdieron  más  que  30  hombres. 


ZAMORA  623 


vaba  intacta  aún  sobre  un  ribazo  el  ala  izquierda  (i).  Tal  vez 
cayendo  de  improviso  sobre  los  desbandados  vencedores  hubie- 
ra trocado  la  suerte  de  las  armas,  pero  la  noche  que  cerraba 
oscura  y  lluviosa  le  hizo  pensar  en  retirarse  á  Toro,  cuyo  estre- 
cho puente  enfiló  con  dificultad  acosado  hasta  la  entrada  de  él 
por  partidas  ligeras.  El  Duero,  á  la  sazón  crecido,  sepultó  á  no 
pocos  portugueses  llevando  al  pié  de  Zamora  sus  cadáveres : 
otros  se  salvaron  apellidando  fingidamente  Fernando  y  Castilla 
á  favor  de  la  oscuridad,  que  impidió  fuese  más  vivo  el  alcance 
y  más  copiosa  la  matanza.  El  botín  fué  mayor  pues  se  perdió 
todo  el  bagaje;  los  prisioneros  contados  bien  que  ilustres,  que- 
dando por  un  raro  azar  en  poder  de  los  vencidos  el  conde  de 
Alba  de  Aliste,  tío  materno  del  Rey  Católico.  La  gloria  misma 
del  triunfo  anduvo  de  pronto  en  opiniones,  apropiándosela  los 
portugueses  por  haber  permanecido  más  tiempo  en  el  campo  (2); 
sólo  los  resultados  hicieron  conocer  que  la  herida  que  allí  reci- 
bió su  causa,  aunque  poco  sangrienta  era  mortal. 

Mustio,  receloso,  presenciando  día  por  día  la  defección  de 
los  grandes  más  adictos  á  su  bandera,  no  seguro  siquiera  del 
terreno  que  pisaba,  permaneció  el  rey  de  Portugal  toda  la  pri- 
mavera encerrado  en  Toro ;  y  por  fin  en  13  de  Junio  salió  de  la 
ciudad,  bajando  por  el  río  á  Oporto,  para  ir  á  mendigar  auxi- 
lios al  de  Francia.  Quedó  al  frente  de  la  guarnición  el  conde  de 
Marialva,  yerno  de  Juan  de  Ulloa,  y  fué  mayor  su  trabajo  en 
sujetar  la  aversión  de  los  vecinos  que  en  resistir  á  los  enemigos 
exteriores.  Los  tratos  para  abrir  las  puertas  al  ejército  de  Fer- 


(1)    El  romance  que  empieza 

En  esa  ciudad  de  Toro 
Grande  turbación  había 

pone  sentidas  reconvenciones  en  boca  del  duque  de  Guimaraes  á  los  portugue- 
ses por  haber  abandonado  á  su  rey  en  la  batalla  al  verlos  regresar  sin  él  á  la  ciu- 
dad. 

(3)  Es  notable  á este  propósito  la  picante  expresión  de  Mariana:  «los  histo- 
riadores portugueses,  dice,  encarecen  mucho  este  caso  y  afirman  que  la  victoria 
quedó  por  el  príncipe  D.  Juan.  Asi  venzan  los  enemigos  del  nombre  cristiano.» 


624  ZAMORA 


nando  é  Isabel,  que  á  principios  de  Febrero  se  habían  frustrado 
no  obstante  de  haberse  acercado  aquél  personalmente  desde 
Zamora,  se  renovaron  á  la  entrada  de  Julio  por  medio  de  una 
mujer  llamada  Antona  García,  esposa  de  Juan  de  Monroy,  quien 
de  acuerdo  con  Pedro  Pañón  y  Alonso  Fernández  Botinete, 
tentó  dar  entrada  por  el  puerto  ó  ribazo  de  la  Magdalena  á  las 
tropas  castellanas  que  por  el  lado  del  río  bloqueaban  la  ciudad. 
Arrimáronse  á  las  murallas,  antes  de  amanecer,  las  compañías 
del  Almirante  y  del  conde  de  Benavente  y  la  caballería  manda- 
da por  el  obispo  de  Ávila  D.  Alonso  de  Fonseca;  pero  su  ani- 
moso ataque  no  pudo  ser  desde  dentro  secundado  por  los  cons- 
piradores, que  descubiertos  al  gobernador  sufrieron  la  última 
pena  con  imponente  aparato  militar  y  con  gran  lástima  del 
pueblo  (i). 

Cierto  pastor  por  nombre  Bartolomé,  complicado  al  parecer 
en  esta  trama,  preparó  otra  más  afortunada  para  la  noche 
del  19  de  Setiembre.  Guiadas  por  él  asaltaron  á  Toro  hacia  las 
barrancas  del  Duero,  sitio  que  reputado  como  inaccesible  se 
hallaba  casi  abandonado,  las  gentes  de  Pedro  de  Velasco,  de 
Vasco  de  Vivero  y  de  los  Fonsecas,  entre  todos  seiscientos 
hombres,  y  el  primero  que  trepó  al  muro  por  la  escala  fué 
Alonso  de  Espinosa  (2).  Ganado  el  adarve,  corrieron  los  sitia- 
dores divididos  en  dos  cuerpos,  los  unos  á  la  plaza,  los  otros  á 
abrir  la  puerta  del  río  por  donde  se  lanzaron  en  tropel  las  fuer- 
zas del  de  Benavente  y  del  de  Alba:  sólo  el  alcázar  resistió  de- 
fendido, no  ya  por  Juan  de  Ulloa  de  quien  no  habla  más  la 
historia,  sino  por  su  mujer  D/  María,  digna  hija  del  audaz  Pedro 


(i)  escolláronlos  hasta  el  lugar  del  suplicio,  según  ciertos  manuscritos,  cua- 
trocientos soldados  bien  armados:  Antona  vestía  saya  blanca,  medias  encarnadas 
y  un  garnachón  á  manera  de  balandrán. 

(2)  Escalona  en  su  historia  de  Sahagún  trae  la  concesión  hecha  por  los  Reyes 
Católicos  á  dicho  caballero  por  buenos  y  leales  servicios:  «señaladamente  fué  por 
mí  mandado  á  ver  é  mirar  porqué  lugares  et  como  mexor  et  mas  sin  peligro  se 
pudiese  entrar  et  tomar  et  escalar  la  dicha  ciudad  de  Toro...  é  porque  á  la  sazón 
que  la  dicha  ciudad  se  entró  por  escalas  él  fué  el  primero  que  subió  por  la  escala 
et  entró  en  la  dicha  ciudad.» 


ZAMORA  625 


Sarmiento  que  acaudilló  la  rebelión  de  Toledo  contra  Juan  II. 
Con  la  llegada  de  la  reina,  que  acudió  á  toda  prisa  desde  Sego- 
via,  activóse  por  fuera  y  por  el  lado  de  la  ciudad  el  cerco  de  la 
fortaleza;  fabricáronse  estancias  al  borde  del  foso,  abriéronse 
minas,  cuatro  ingenios  y  multitud  de  lombardas  asestaron  sus 
formidables  bocas  contra  los  muros,  y  al  mismo  tiempo  empe- 
zaron los  autos  de  justicia  y  llegaban  al  oído  de  los  sitiados  los 
pregones  que  les  amenazaban  con  la  pena  de  los  rebeldes.  Sin 
embargo  no  se  excusó  el  rompimiento  de  la  lucha  entre  las  dos 
animosas  mujeres:  la  artillería  dirigida  por  D.  Alonso  de  Ara- 
gón, á  quien  se  había  ya  debido  la  rendición  del  castillo  de  Za- 
mora, destruyó  las  cortinas  casi  todas  y  de  las  torres  buena 
parte,  murieron  dentro  muchos  ó  se  inutilizaron  por  heridas,  la 
mina  había  penetrado  hasta  el  medio  de  la  cava.  Por  fin  el  19 
de  Octubre,  un  día  antes  de  cerrarse  el  proceso,  María  Sar- 
miento, asegurado  el  indulto  y  la  conservación  de  su  hacienda, 
entregó  el  alcázar  y  la  torre  del  puente,  y  se  puso  en  rehenes 
con  sus  hijos  hasta  que  se  rindieran  los  fuertes  de  la  Mota  y  de 
Monzón  que  tenía  también  á  sus  órdenes.  Del  de  Villalonso  hizo 
entrega  al  siguiente  día  su  yerno  el  conde  de  Marialva,  saliendo 
de  noche  con  los  portugueses  que  le  quedaban  y  algunos  caste- 
llanos, últimos  defensores  de  la  infeliz  Beltraneja;  y  al  momento 
la  infatigable  Isabel  envió  el  tren  de  batir  contra  Castro  Ñuño 
y  otros  nidos  de  rebeldes,  cuya  reducción  encomendó  á  su  es- 
poso, que  llegó  el  30  de  Guipúzcoa,  al  tener  ella  que  marchar 
á  Uclés  para  proveer  á  la  elección  del  maestre  de  Santiago. 

De  cuantas  cortes  se  celebraron  en  Toro,  las  más  impor- 
tantes sin  disputa  fueron  las  de  1505.  Abriéronse  en  11  de 
Enero  al  mes  y  medio  de  fallecida  la  Reina  Católica,  y  leído  su 
testamento  juraron  por  reyes  á  D.*  Juana  y  como  esposo  de 
ésta  á  D.  Felipe  ausentes  á  la  sazón  en  Flandes,  por  adminis- 
trador de  los  reinos  á  D.  Fernando,  á  quien  suplicaron  en  aten- 
ción á  la  enfermedad  mental  de  su  hija  que  no  los  desamparase, 
si  bien  allí  nació  ya  la  sorda  oposición  del  duque  de  Nájera,  de 


79 


626  ZAMORA 


D.  Juan  Manuel  y  de  otros  partidarios  del  Archiduque  contra  el 
gobierno  del  próvido  monarca.  Del  lugar  de  su  promulgación 
entonces  tomaron  nombre  las  famosas  leyes  ordenadas  en  vida 
de  la  grande  Isabel  y  que  dejó  por  monumento  de  su  corta 
legislatura  aquella  ilustre  asamblea.  Por  los  mismos  años  residía 
también  en  Toro  eventualmente  el  severo  tribunal  de  la  Inqui- 
sición ejerciendo  su  rigor  ten  buen  número  de  judaizantes  que 
tenía  presos,  personas  ricas  y  principales»  no  sabemos  si  del 
país;  lo  que  consta  sí  es  que  en  él  hicieron  bastantes  prosélitos 
medio  siglo  después  los  errores  luteranos  del  doctor  Cazalla, 
cuyo  hermano  Pedro  era  párroco  del  vecino  pueblo  de  Pedrosa 
donde  radicaba  al  parecer  su  familia  materna  de  Vivero,  y  que 
entre  sus  adeptos  se  señalaron  dentro  de  la  ciudad  el  pertinaz 
bachiller  Herreruela  y  el  comendador  sanjuanistajuan  deUlloa 
Pereyra  (i). 

En  1520  Toro  siguió  la  voz  de  las  Comunidades :  sus  pro- 
curadores en  las  cortes  de  la  Coruña  rehusaron  el  subsidio  al 
soberano,  y  asistieron  á  la  junta  de  los  sublevados  en  Ávila;  á 
las  autoridades  puestas  por  el  rey  reemplazaron  otras  procla- 
madas tumultuariamente;  y  con  la  ambición  de  suplantar  á  su 
hermano  y  de  echarle  de  la  ciudad,  el  noble  Hernando  de  Ulloa 
se  puso  al  frente  de  las  milicias  populares.  Más  que  alzamientos 
políticos  hubo  allí  como  en  otras  partes  banderías  y  revueltas 
civiles,  con  esfuerzos  sin  unidad,  con  planes  sin  concierto,  con 
campañas  sin  resultado.  Sólo  quedó  el  abatimiento,  que  sin  qui- 
tarle su  importancia  á  Toro  la  redujo  en  adelante  á  la  oscuridad, 
á  pesar  de  haber  permanecido  hasta  tiempos  muy  recientes 
cabeza  de  provincia  (2). 

Tiene  Toro  con  Zamora,  ya  lo  hemos  dicho,  al  par  que  re- 


(t)    Véase  atrás,  pág.   138,  la  relación  del  célebre  auto  de  fe  de  Valladolid 

en  I  «559. 

(2)  Lo  fué  hasta  principios  del  presente  siglo,  y  su  irregular  demarcación  no 
sólo  comprendía  gran  parte  de  los  actuales  partidos  de  Kioseco,  Villalpando,  Mota 
del  Marqués  y  Fuente  Saúco,  sino  que  alcanzaba  á  los  lejanos  territorios  de  Ca- 
rrión  de  los  Condes,  y  de  Reinosa. 


ZAMORA  627 


laciones  de  historia  semejanzas  de  fisonomía:  el  río,  el  puente, 
los  barrancos,  la  bizantina  cúpula  del  templo  principal,  la  multi- 
tud de  torres  que  la  acompañan.  El  Duero,  que  antiguamente 
besaba  casi  sus  murallas,  se  ha  alejado  ahora  algún  tanto,  cegado 
por  la  tierra  que  arrastran  las  aguas  llovedizas,  que  desmoro- 
nando el  ribazo  y  socavando  los  cimientos  de  los  edificios  han 
destruido  parte  de  la  población  primitiva.  El  puente  actual  de 
piedra,  compuesto  no  menos  que  de  veintidós  arcos,  lo  era  de 
madera  todavía  en  1398;  el  mayor,  abandonado  después  por  la 
desviación  del  cauce,  existía  más  arriba  (i),  y  junto  á  él  se  le- 
vantaba en  el  siglo  xiv  una  iglesia  de  Santo  Tomás  y  en  el  xv 
una  ermita  de  Nuestra  Señora  de  Pont  vieja.  A  una  altura  de 
más  de  cien  varas  sobre  el  río,  enfilando  el  puente,  prolóngase 
el  despejado  paseo  del  Espolón,  dominando  una  de  las  vegas 
más  deliciosas  y  celebradas  por  sus  varias  y  exquisitas  frutas,  la 
cual  cubierta  á  menudo  por  la  niebla  parece  convertirse  en  ancho 
mar  en  que  flotan  como  islas  las  lomas  y  los  árboles  como 
esquifes,  al  mismo  tiempo  que  miradas  desde  abajo  las  torres 
de  la  ciudad  se  pierden  vaporosas  en  la  región  de  las  nubes. 
Por  el  lado  de  oriente,  registrando  un  horizonte  no  menos 
vasto,  descuella  el  histórico  alcázar,  reducido  hoy  á  un  grupo 
informe  de  desmochados  cubos.  Desde  el  puente  viejo  subía  á 
unírsele  un  antiquísimo  muro  de  hormigón,  que  seguía  por  el 
palacio  de  los  Fonsecas  hasta  el  arco  del  Reloj,  se  dirigía  por 
la  calle  de  Tras  castillo  á  la  iglesia  de  San  Pedro  del  Olmo,  y 
orillaba  el  puerto  de  la  Magdalena,  descendiendo  otra  vez  al 
río.  Con  más  verosimilitud  puede  atribuirse  al  príncipe  D.  Gar- 
cía esta  primitiva  cerca  al  poblar  á  Toro  á  la  entrada  del  si- 
glo X,  que  no  el  recinto  evidentemente  posterior  que  abarca  sus 
diversos  ensanches,  tapias  frágiles  y  medio  derruidas  á  trechos 
que  no  merecen  el  dictado  de  soberbias  como  en  el  siglo  xvii 
se  las  llamaba,  ni  el  de  encumbrados  los  torreones  que  las  flan- 


(i)    bin  duda  éste  es  el  puente  de  cuya  construcción  se  trataba  en  1 184  y  al 
cual  se  refiere  la  carta  precitada  del  concejo  de  San  Cristóbal. 


02»  Z  A  M  O  ft  A 

quean  (i).  Las  seis  puertas  repartidas  por  su  circuito  se  recons- 
truyeron las  más  durante 
los  dos  últimos  siglos,  se- 
gún declaran  sus  moder- 
nos frontispicios  á  manera 
de  espadañas. 

Calles  anchas  y  bas- 
tante rectas,  aunque  in- 
transitables en  la  estación 
de  las  vendimias  que 
transforma  la  población 
en  un  vasto  lagar,  plazas 
espaciosas  cercadas  de 
ediñcios  públicos,  iglesias 
á  cada  paso  y  vestigios 
de  algunas  demolidas,  tal 
es  el  aspecto  interior  de 
la  ciudad.  A  los  lados  de 
la  plaza  Mayor  sirven  de 
paseo  cubierto  dos  filas 
de  soportales;  y  sobre  un 
pórtico  de  cinco  arcos  la 
casa  consistorial,  renova- 
da en  1778,  tiende  su  ga- 
lería sostenida  por  parea- 
das columnas.  Si  emboca- 
^„„„  mos   desde    la    plaza   la 

TORO.-TORRE  DEL  Reloj  f 

anchurosa  vía  de!  Merca- 
do, fijará  en  el  fondo  de  ella  nuestras  miradas  la  magnífica  torre 
del  Reloj  hecha  toda  de  labrada  sillería,  suspendida  sobre  un 
arco  que  probablemente  reemplaza  á  alguna  puerta  del  primer 

(O  «Está  puesta,  dice  de  Toro  Méndez  Silva,  en  los  cristalinos  raudales  del 
orgulloso  Duero  que  bate  sus  soberbios  muros,  encumbradas  torres,  con  siete 
puertas,  galante  puente  de  mucha  fortaleza  y  arte.» 


ZAMORA  629 


recinto.  Empezóse  en  1 7 19,  aunque  su  lápida  parece  llevar  la  fe- 
cha de  1733,  y  con  más  gallardía  y  ligereza  que  la  que  de  época 
tal  pudiera  esperarse  levanta  sus  cuatro  cuerpos,  cuadrados  los 
dos  inferiores  hasta  la  altura  de  una  balaustrada  que  la  ciñe  con 
agujas  en  sus  ángulos,  octógono  el  tercero  lo  mismo  que  la  lin- 
terna en  que  remata  su  cimborio. 

Conservan  en  Toro  el  nombre  de  palacios,  y  lo  acreditan 
con  sus  memorias  y  sus  restos  de  grandeza,  algunos  caserones 
imposibles  de  confundir  con  los  particulares.  Dos  hay  en  la 
plaza  del  convento  de  dominicos  residencia  habitual  de  los  mo- 
narcas; uno  es  el  del  obispo  de  Zamora  donde  en  1355  estuvo 
detenido  D.  Pedro  en  poder  de  los  coligados,  otro  perteneciente 
al  marqués  de  Alcafiices  y  antes  según  parece  á  los  nobilísimos 
Fonsecas,  cuya  severa  fachada  del  siglo  xvi  ostenta  en  su  án- 
gulo una  torre  y  lindos  canecillos  en  la  cornisa.  Frente  á  San 
Julián  yace  ruinoso  y  abandonado  otro  del  duque  de  Alba  que 
alcanzó  los  últimos  tiempos  del  arte  gótico ;  pero  á  todos  vence 
en  importancia  el  inmediato  á  la  Trinidad,  propio  del  marqués 
de  Santa  Cruz,  por  la  tradición  de  haberse  celebrado  en  él  las 
cortes  de  1371,  1442  y  1505.  De  las  dos  primeras  seguramen- 
te no  pudo  ser  testigo,  tal  como  está,  aquel  portal  semicircular 
tachonado  en  su  arquivolto,  metido  entre  dos  columnas  y  deco- 
rado en  el  medio  punto  con  varios  blasones,  cuyos  follajes  saben 
no  poco  al  gusto  del  renacimiento:  lo  más  que  le  cupo  presen- 
ciar fueron  las  últimas,  coetáneas  poco  más  ó  menos  al  estilo  de 
su  construcción.  Salón  de  las  leyes,  por  las  que  á  la  sazón  allí 
se  publicaron,  se  denomina  una  cuadrilonga  estancia  cubierta  de 
riquísima  techumbre,  que  trazando  estrellas,  rombos  y  otros 
arabescos  dibujos,,  brilla  con  dorados  florones  y  guirnaldas  de 
vivos  matices:  en  el  friso  superior  campean  los  escudos  reales, 
en  el  inferior  los  del  dueño  del  edificio  (i). 


(i)    Encima  de  la  entrada  hay  un  tarjetón  renovado  en  1805  que  consigna  la 
tradición  mencionada. 


630  ZAMORA 


Entre  las  iglesias  obtiene  el  primer  lugar  Santa  María  la 
Mayor,  erigida  en  colegiata  desde  el  tiempo  de  los  Reyes  Cató- 
licos (i)  y  titulada  antes  abadía,  no  faltando  quien  afirme,  bien 
que  sin  fundamento,  que  en  el  rango  de  catedral  fué  compañera  y 
aun  anterior  á  la  de  Zamora.  Pudo  hacerlo  así  creer  la  magnifi- 
cencia de  la  fábrica  y  tal  vez  su  semejanza  con  aquella  basílica, 
á  la  que  iguala  si  no  vence  en  la  profusión  del  ornato  como  en 
la  gentileza  del  conjunto.  Si  la  fundó  Alfonso  VII,  según  algunos 
opinan,  mucho  debió  adelantarse  á  su  época  el  arquitecto ;  si 
hizo  construirla  Fernando  el  Santo  tan  declarado  favorecedor  de 
Toro,  muy  fielmente  se  guardaron  para  ser  tan  tarde  las  tradi- 
ciones del  viejo  estilo :  entre  uno  y  otro  reinado  se  encierra  aun- 
que desconocida  á  punto  fijo  la  data  de  su  origen.  No  cabe  en 
las  líneas  exteriores  del  monumento  más  armonía,  más  variedad, 
más  pintoresca  disposición.  Sobre  los  ábsides  laterales  descuella 
notablemente  el  principal,  con  su  lisa  arquería  abajo,  sus  ricas 
ventanas  más  arriba,  y  la  lobulada  cornisa  que  lo  ciñe  á  la  altura 
del  almenado  capitel  de  sus  columnas :  á  los  lados  se  extienden 
á  manera  de  dos  alas  los  brazos  del  crucero  mostrando  al  extre- 
mo una  claraboya  circular.  Sobre  ellos  y  sobre  el  ábside  asienta 
majestuosamente  el  cimborio,  abriendo  al  rededor  aquellas  dos 
hileras  de  ventanas  guarnecidas  de  puntas  de  encaje  y  sostenidas 
por  grupos  de  columnas,  en  medio  de  aquellas  cuatro  torrecillas 
que  trepadas  por  largas  aspilleras  en  forma  de  caladas  estrías 
y  salpicadas  en  su  parte  superior  de  estrellados  rosetoncitos  pa- 
recen de  sutil  filigrana :  rotonda  más  espléndida,  más  elegante 
aún  que  la  de  Zamora,  y  mejor  conservada  además,  porque  la 
cubierta  de  tejas  que  modernamente  se  le  añadió  es  preferible 
con  mucho  á  los  plastones  de  argamasa  que  en  aquella  deplora- 
mos. Y  al  lado  del  cimborio  en  fin  sobresale  no  sin  gracia  aunque 
nuevo  el  último  cuerpo  de  la  torre,  de  octágona  forma,  fabrica- 


(i)    No  sabemos  precisamente  el  año;  sólo  consta  que  en  1463  no  lo  era  toda- 
L  y  que  en  i  $  1 4  lo  era  ya. 


vía  y  que  en  i  5  14  lo  era  ya 


632  ZAMORA 


do  sobre  la  antigua  mole  cuadrada  que  conserva  sus  primitivas 
aberturas.         . .  / 

Tenía  el  templo  á  ^us  pies  uií  soberbio  pórtico,  con  bóveda 
igual  á  la  de  las  naves  laterales,  cerrado  en  parte,  conforme  in- 
dica una  puerta  exterior  bizantino-gótica,  y  hasta  formando  cons- 
trucción separada  que  la  tradición  asegura  haber  pertenecido  á 
un  hospital.  En  el  siglo  xvi  se  convirtió  en  capilla  prolongándolo 
considerablemente  y  cubriendo  con  techo  de  madera  las  adicio- 
nes, en  las  cuales  resultaron  comprendidos  ciertos  nichos  ojivos, 
al  parecer  sepulcrales,  colocados  á  bastante  distancia  del  ingre- 
so. La  gran  portada  quedó  erigida  en  retablo,  brillante  de  oro 
y  de  colores ;  y  á  fe  que  ninguna  jamás  ha  merecido  mejor  tan 
sagrado  destino.  Hormiguean  de  figuras  y  labores  los  capiteles 
de  sus  catorce  columnas  y  los  ángulos  de  las  jambas  que  entre 
estas  asoman,  de  bustos  y  doseletes  sus  seis  decrecentes  ojivas, 
y  en  la  exterior  se  despliega  el  juicio  final  con  dos  largas  hileras 
de  reprobos  y  de  justos.  El  dintel  encierra  de  relieve  la  asunción 
de  María,  su  purísimo  cuerpo  en  el  ataúd  rodeado  por  los  após- 
toles,  su  alma  conducida  al  cielo  por  dos  ángeles;  el  tímpano  la 
presenta  de  bulto  entero  coronada  por  el  Redentor.  La  efigie 
principal  del  retablo,  que  es  la  de  la  misma  Virgen  sosteniendo 
con  una  mano  al  niño  Jesús  y  con  una  flor  en  la  otra,  ocupa  el 
pilar  divisorio  de  las  dos  puertas,  cuyos  huecos  antes  de  espirar 
el  arte  gótico  se  llenaron  con  ocho  relieves  de  misterios  que  no 
desdicen  de  la  anterior  escultura  (i);  otras  ocho  estatuas  de  ta- 
maño natural,  figurando  ángeles,  reinas  y  profetas  entre  ellos  á 
David,  guardan  los  costados  del  arco  debajo  de  sendos  guarda- 
polvos. 

Con  el  cerramiento  del  portal  mayor  vino  á  llenar  sus  veces 


(1)  Por  el  mismo  tiempo,  en  1498  á  1 7  de  Agosto,  se  contrató  con  Francisco 
de  Sevilla,  carpintero  de  Toro,  por  ocho  mil  maravedís  la  obra  de  la  tribuna  y  coro 
que  se  había  de  poner  sobre  la  puerta  de  la  Majestad,  que  era  al  parecer  la  que  nos 
ocupa.  En  el  propio  libro  de  fábrica  hay  otro  asiento  que  se  hizo  con  el  cantero 
Juan  Pérez  en  24  de  Setiembre  de  i  5  i  o  sobre  la  obra  de  la  torre. 


TORO,— Puerta  laterai 


6^4  ZAMORA 


el  lateral  que  mira  al  norte,  inferior  al  otro  en  dimensiones  mas 
no  en  riqueza,  pues  sus  tres  arcos  semicirculares  y  concéntricos 
ofrecen  preciosos  dibujos  entre  los  cuales  resaltan  graciosos  án- 
geles y  venerables  ancianos  coronados,  sus  grupos  de  triples 
columnitas  llevan  capiteles  historiados  y  cubiertos  de  guirnaldas, 
gentiles  follajes  guarnecen  el  estrados  del  arquivolto,  y  en  cada 
lóbulo  del  angrelado  dintel  asoma  una  figura.  A  lo  largo  del 
muro  se  abren  diversas  ventanas  bizantinas,  pero  la  que  cae  en- 
cima de  la  puerta  sirve  de  nicho  á  una  imagen  de  la  Asunción. 
La  portada  opuesta  del  mediodía,  vuelta  hacia  el  Espolón,  es  de 
arco  peraltado  que  sostienen  á  cada  lado  tres  columnas. 

En  el  interior  de  la  insigne  colegiata  salta  más  á  la  vista  la 
amalgama  ó  transacción  amigable  de  las  dos  arquitecturas.  Bó- 
vedas de  medio  cañón  cubren  la  nave  central,  el  crucero  y  la 
capilla  mayor,  pero  las  de  las  naves  laterales  desenvuelven  sus 
cruzadas  aristas ;  cilindricos  fustes,^coronados  algunos  de  pom- 
poso capitel,  revisten  con  sobriedad  los  macizos  pilares,  pero  los 
arcos  así  los  de  comunicación  como  los  del  techo  son  ojivales  al 
par  que  los  de  Zamora.  Sin  embargo,  predomina  allí  marcada- 
mente todavía  sobre  el  gótico  el  arte  bizantino :  suyas  son  las 
labores  que  circuyen  las  claraboyas  de  la  nave  izquierda  y  de  los 
brazos  del  crucero,  suyas  las  ventanas  de  la  derecha  y  sus.colum- 
nas  con  anillo  y  las  hojas  y  figuras  que  adornan  copiosamente 
sus  dovelas,  suyo  en  fin  el  admirable  cimborio,  aunque  en  los 
ángulos  de  los  arcos  torales  avancen  ya  doseletes  afiligranados 
sobre  los  símbolos  de  los  cuatro  evangelistas.  No  sabemos  desde 
qué  punto  sorprende  más,  si  visto  por  fuera  en  toda  su  gallar- 
día, ó  por  dentro  y  desde  abajo  en  toda  su  elevación.  La  dificul- 
tad de  asentar  un  cuerpo  circular  sobre  uno  cuadrado  sin  pechi- 
nas ni  otras  equivalencias  está  tan  natural  y  tan  perfectamente 
vencida,  que  apenas  se  conoce  que  haya  habido  que  vencerla.  Su 
cubierta  ó  cascarón  no  discrepa  del  de  la  catedral  zamorana, 
pero  le  excede  en  altura,  y  no  son  allí  diez  y  seis  sino  treinta  y 
dos  repartidas  en  dos  órdenes  las  ventanas  que  se  abren  á  la 


ZAMORA  6^5 


luz,  reproduciendo  la  forma  y  ornato  de  las  exteriores ;  sólo  que 
los  lisos  capiteles  de  sus  gruesas  columnas  y  las  pesadas  impos- 
tas de  sus  jambas,  estrechando  en  gran  manera  los  vanos,  les 
comunican  cierta  rudeza  característica  de  aquella  edad,  á  que  no 
pudo  sustraerse  del  todo  la  aérea  concepción  del  arquitecto. 

La  capilla  mayor,  profunda  respecto  de  las  dos  laterales  y 
alumbrada  por  una  pequeña  claraboya,  vino  á  ser  desde  últimos 
del  siglo  XV  el  panteón  de  los  Fonsecas,  cuyos  sepulcros  pues- 
tos en  alto  ocupan  los  costados  del  presbiterio.  Esbeltas  ojivas 
orladas  de  follaje  forman  los  nichos  del  lado  de  la  epístola,  con- 
teniendo el  más  próximo  altar  la  yacente  efigie  del  guerrero 
obispo  de  Ávila  D.  Alonso,  que  después  lo  fué  de  Cuenca  y  de 
Osma,  valiente  adalid  de  los  Reyes  Católicos  en  la  batalla  y  en 
el  asalto  de  Toro,  patria  suya,  donde  costeó  con  otras  muchas 
aquella  obra ;  el  otro  encierra  el  bulto  de  Pedro  de  Fonseca,  no 
menos  señalado  en  el  servicio  de  dichos  monarcas,  alternando 
en  las  enjutas  sus  blasones  de  cinco  estrellas  con  el  ala  y  la  es- 
pada que  constituían  los  de  su  consorte  D.*  María  Manuel  (i).  A 
la  parte  del  evangelio  debajo  de  arcos  aplanados  descansan  otro 
personaje  de  la  misma  familia  con  ropa  talar  y  bonete,  y  una 
dama  con  toca  y  un  libro  en  las  manos  y  con  escudo  idéntico  á 
los  del  palacio  del  marqués' de  Santa  Criiz.  Varias  figuras  con 
rótulos  resaltan  en  el  fondo  de  las  hornacinas,  y  en  la  delantera 
de  las  urnas  pequeñas  imágenes  de  santos  dentro  de  proporcio- 
nados arquitos. 

Debajo  de  la  segunda  de  las  tres  bóvedas  de  que  consta  la 


(i)  La  inscripción  está  en  el  centro  de  la  urna  entre  dos  relieves  de  la  adora- 
ción de  los  Reyes  y  de  la  venida  del  Espíritu  Santo.  crAqui  yace,  dice,  el  muy  noble 
y  virtuoso  cavallero  Pedro  de  Fonseca  guarda  mayor  del  rrei  e  del  su  consejo,  y 
la  noble  y  muy  virtuosa  señora  doña  María  Manuel  su  muger,  cuyas  ánimas  Dios 

aya;  él  fallesció  á  III  de  abril  del  año  05  (i  50$  sin  duda)  y  ella  á »  La  fecha  de 

este  óbito  quedó  en  blanco.  Los  descendientes  de  este  noble  matrimonio  llevaron 
en  el  siglo  xvii  el  título  de  marqueses  de  la  Lapilla,  que  se  juntó  después  con  el 
marquesado  de  Monasterio  en  la  familia  Centurión,  y  últimamente  con  el  de  Al- 
branca  que  radica  en  Ciudadela  de  Menorca  por  enlace  de  D.*  Bernardina  de  Fiva- 
11er  con  D.  Gabino  Martorell,  transmitiéndose  juntamente  con  el  mayorazgo  el 
patronato  de  la  expresada  capilla. 


636  ZAMORA 


nave  principal  extiende  el  coro  sus  filas  de  asientos  cerrándose 
en  semicírculo ;  en  su  cerca  exterior  se  levantan  cuatro  góticas 
estatuas  de  Santiago  y  San  Juan,  hijos  del  Cebedeo,  de  la  Vir- 
gen y  San  Gabriel,  sobre  repisas  muy  labradas  que  representan 
las  dos  últimas  la  formación  de  Eva  y  el  primer  pecado.  Lápidas 
no  contiene  otras  el  cuerpo  de  la  iglesia  sino  dos  del  siglo  xiii  á 
lo  último  de  la  nave  izquierda  á  los  pies  de  una  colosal  pintura 
de  San  Cristóbal  (i),  y  otra  en  medio  del  crucero  más  curiosa 
que  antigua  (2).  La  sacristía,  adornada  de  varios  cuadros  de 
apóstoles  y  evangelistas  pintados  con  la  vigorosa  entonación  de 
Ribera,  encierra  alhajas  y  ornamentos  que  regaló  en  1486  Don 
Diego  de  Fonseca,  obispo  de  Coria,  y  una  bella  custodia  de 
plata  labrada  en  1538  por  Juan  Gago,  cuyo  pié  de  gusto  plate- 
resco y  abalaustradas  columnas  se  combinan  con  labores  de  la 
decadencia  gótica  y  multitud  de  figuras  de  relieve  que  pueblan 
el  tabernáculo. 

Las  parroquias  proporcionalmente  en  Toro  no  abundan 
menos  que  en  Zamora,  mas  no  presentan  sus  antiguas  galas 
tanta  riqueza.  En  las  portadas  por  lo  general  no  se  ven  colum- 
nas ni  labrados  capiteles,  sino  simples  aristas  ó  molduras  decre- 
centes  en  arcos  de  ladrillo ;  los  ábsides  por  fuera  en  lugar  de 
suntosas  ventanas,  llevan  arquería  figurada  como  los  de  las 
iglesias  de  Toledo.  Muchas  son  de  tres  naves  pero  bajas  y 
reducidas,  y  algunas  sólo  tienen  dos  careciendo  á  un  lado  de  la 
que  debiera  formar  simetría  con  la  otra ;  los  techos  de  madera 
casi  todos,  únicamente  la  capilla  mayor  en  las  que  se  reforma- 
ron al  final  del  siglo  xv  ostenta  bóveda  de  crucería.  Consérvase 


(i)  Las  losas  se  embadurnaron  y  pintáronse  encima  malamente  las  letras  oca- 
sionando difícultades  en  la  lectura  del  nombre  del  obispo  y  de  la  primera  fecha: 
«Aquí  yaze  doña  María  de  Velasco  tia  de  don  Suero  por  la  gracia  de  Dios  obispo  de 

Zamora  la sub  era  MCCCXXIII  (1285  de  C.)— Aquí  yace  Pedro  Guillclmo  que 

heredó  esta  iglesia  sub  era  MCCLXXXXVI  (i  258  de  C.)» 

(2)  No  comprende  más  que  estas  singulares  indicaciones  referentes  á  algún 
anónimo  peregrino:  «Aquí  yace  el  leproso  alienígena  agradecido,  murió  á  prima 
2  2  de  octubre  el  año  de  1 64 1 .» 


ZAMORA  637 


este  tipo  con  mayor  pureza  en  las  que  un  día  pertenecieron  á 
la  jurisdicción  de  los  templarios,  en  San  Salvador,  en  el  Sepul- 
cro, en  Santa  Marina.  La  primera  figuró  entre  los  doce  conven- 
tos principales  de  la  infortunada  orden  en  España,  y  á  mediados 
del  siglo  XII  aparece  ya  su  nombre  con  el  de  otros  cuatro  en 
una  bula  de  Alejandro  III.  La  característica  gentileza  de  las 
fábricas  de  aquellos  se  revela  muy  especialmente  en  los  tres 
altos  ábside^  perfectamente  torneados,  revestidos  dentro  y  fuera 
de  una  serie  de  arquitos,  y  en  los  grandes  arcos  de  medio  punto 
que  dividen  las  naves,  de  las  cuales  se  cortó  parte  de  la  dere- 
cha en  tiempos  ya  remotos :  el  sello  oriental  marca  la  puerta 
ojiva  que  por  aquel  lado  conducía  á  las  derruidas  habitaciones 
de  los  caballeros.  Idénticos  rasgos  ofrecen  el  Sepulcro  y  Santa 
Marina,  que  extinguidos  los  templarios  pasaron  á  los  sanjua- 
nistas,  los  cuales  al  lado  de  aquella  tenían  un  claustro;  en  la 
una  lleva  la  capilla  mayor  bóveda  de  medio  cañón  apuntada  y 
encima  del  arco  una  claraboya,  en  la  otra  comunica  la  nave  de- 
recha con  la  principal  por  medio  de  arcos  gótico-arábigos  asi- 
mismo. Al  Temple  pertenecía  también  Santa  María  la  Nueva  (i), 
mas  de  dicha  época  no  guarda  vestigio  alguno  interesante. 

Bajo  la  advocación  de  Santa  María  hay  otras  dos  parro- 
quias dependientes  de  dos  célebres  colegiatas,  la  de  Arvas  en 
Asturias  y  la  de  Roncesvalles  en  Navarra;  y  la  última  unida  á 
la  de  Santa  Catalina,  que  ha  dejado  su  nombre  á  la  puerta 
oriental  de  la  ciudad,  apoya  el  maderaje  de  sus  ahogadas  na- 
ves en  arcos  de  medio  punto.  Poco  después  del  martirio  de 
Santo  Tomás  de  Cantorbery  se  le  erigió  á  la  parte  del  norte  la 
iglesia  de  su  título,  y  desde  luego  se  encargaron  de  ella  los 
premonstratenses:  en  1 794  fué  reparada,  pero  conserva  los  dos 
grandes  arcos  de  comunicación  cuya  anchura  iguala  á  la  longi- 
tud de  las  naves  como  en  el  Sepulcro,  no  menos  que  la  clara- 
boya y  los  bellos  ajimeces  sutilmente  calados  de  su  capilla  ma- 


(i)    Véase  la  nota  segunda  de  la  página  592. 


638  ZAMORA 


yor,  adornada  mucho  después  de  su  fundación  con  techo  de 
crucería  y  con  un  minucioso  retablo  del  renacimiento.  Lo  mismo 
sucedió  en  la  Trinidad :  el  ábside  es  de  piedra,  y  en  su  fondo 
brillan  multitud  de  tablas  representando  misterios  que  compo- 
nen el  retablo  divididas  por  columnas  abalaustradas ;  fáltale  al 
lado  de  la  epístola  la  nave  correspondiente,  y  la  ojiva  en  degra- 
dación caracteriza  su  portal.  Arcos  ojivos  sobre  pilares  cilindri- 
cos sostienen  las  angostas  naves  de  San  Pedro  apellidado  del 
OlmOy  mostrando  singular  gentileza  el  que  da  entrada  á  la  capi- 
lla mayor  que  por  su  maciza  bóveda  y  planta  semicircular  pare- 
ce ser  la  primitiva. 

En  adornar  para  entierro  suyo  la  de  San  Lorenzo  se  em- 
plearon hacia  fines  del  siglo  xv  D.  Pedro  de  Castilla,  nieto  del 
infortunado  rey  de  este  nombre  é  hijo  de  D.  Diego  que  en 
Curiel  y  en  Coca  sufrió  largo  cautiverio,  y  su  esposa  D.*  Bea- 
triz de  Fonseca  hermana  del  arzobispo  de  Sevilla  D.  Alonso. 
Follajes  y  colgadizos  y  agujas  de  crestería  con  figuras  engala- 
nan el  arco  trebolado  de  la  hornacina  situada  á  la  parte  del 
evangelio,  entre  el  cual  y  otro  de  medio  punto  que  lo  cierra 
dos  ángeles  ostentan  los  blasones  de  ambas  familias  acompaña- 
dos de  laudatorios  dísticos,  y  dos  el  epitafio  (i):  sobre  la  urna 


(i)  Éste  y  aquellos  dicen  así:  «Aquí  está  sepultado  el  muy  noble  ca  vallero 
D.  Pedro  de  Castilla,  nieto  del  rrei  D.  Pedro,  que  santa  gloria  aya,  falleció  domin- 
go á  catorce  días  de  marzo  año  del  nacimiento  de  nuestro  Señor  Jhuxpo.  de 
MCCCCXCII  años.— Aquí  está  sepultada  la  muy  virtuosa  señora  doña  Beatriz  de 
Fonseca,  santa  gloria  aya,  muger  que  fué  del  dicho  Sr.  D.  Pedro,  falleció  miérco- 
les XXII  dias  de  agosto  año  de  ntro.  Sr.  de  MCCCCLXXXVII  años.»  Son  singular- 
mente enfáticos  los  versos  dedicados  al  primero: 

Vivís?  an  híec  nostros  oculos  tua  fallit  imago? 

Numquam  credidcrint  te  tua  ssecla  mori. 
Hac  sub  mole  tegor:  milites,  celébrate  sepulchrum; 

HesperííE  charus,  rregibus  et  populis. 

Los  de  su  esposa  son  como  siguen,  advirtiendo  que  en  el  segundo  verso  hemos 
variado  el  orden  de  las  palabras  conforme  á  las  exigencias  del  metro: 

Quam  genus  et  virtus  evexit  ad  oethera  quondam, 

Hoc  parvo  Beatrix  clauditur  ecce  solo. 
Quce  jacet  hic  semper  mortalia  cuneta  Beatrix 

Contcmpsit,  cupiens  praemia  magna  celi. 


ZAMORA  639 


esculpida  con  relieves  de  santos  bajo  doseletes,  yacen  las  efigies 
de  gran  tamaño,  imitando  al  varón  cubierto  de  elegantísima 
armadura  y  de  airoso  manto,  con  el  yelmo  á  los  pies  sostenido 
por  un  paje,  y  á  la  dama  con  honesta  toca  y  holgada  vestidura. 
Florones  y  escudos  esmaltan  la  crucería  de  la  bóveda,  y  ocupa 
la  testera  un  retablo  de  góticas  pinturas  qué  en  el  primer  cuer- 
po recuerdan  la  historia  de  la  Virgen  y  en  el  segundo  la  del 
mártir  titular.  No  lleva,  sin  embargo,  esta  capilla  el  nombre  de 
dichos  patronos  sino  el  del  rey  D.  Sancho,  el  IV  probablemen- 
te, no  sabemos  si  por  haberla  fundado:  de  todas  maneras  la 
pequeña  nave,  el  techo  de  madera,  la  portada  lateral  de  plena 
cimbra  debajo  del  pórtico,  las  zonas  de  arquitos  que  por  fuera 
bordan  sus  muros  de  ladrillos,  demuestran  no  escasa  antigüe- 
dad. 

San  Julián  de  los  Caballeros,  así  llamada  por  cierta  cofradía 
que  tenían  estos  allí,  pretende  haber  alcanzado  la  dominación 
sarracena  y  mantenido  bajo  ella  el  culto  católico,  según  afirma 
la  lápida  modernamente  puesta  sobre  su  trebolado  ingreso:  pero 
luchaba  ya  con  la  imitación  gótica  el  renacimiento,  cuando  se 
construyó  de  piedra  su  torre,  y  subieron  sus  despejadas  naves  á 
una  misma  altura  apoyadas  en  bocelados  pilares.  Ningún  epita- 
fio por  desgracia,  siquiera  fuese  renovado  como  el  de  Pedro  de 
Vivero,  guarda  mayor  de  Juan  II  (i),  señala  el  lugar  donde 
yace  Antona  García,  la  varonil  conspiradora,  que  murió  víctima 
de  su  adhesión  á  la  causa  de  la  grande  Isabel.  De  la  misma 
época  data  la  reedificación  de  San  Sebastián,  existente  ya 
en  1294^  ^^s  ^^  1 5 16  labrada  toda  de  piedra  y  abovedada  con 
vistosa  crucería  por  la  filial  afección  de  fray  Diego  de  Deza, 
arzobispo  de  Sevilla,  que  en  su  pila  bautismal  había  sido  rege- 
nerado cual  lo  fué  más  adelante  el  cardenal  Tavera;  distingüese 
á  la  entrada  su  escudo  encuadrado  por  rectas  molduras,  y  es 


(i)    Dicho  Vivero  fundó  mayorazgo  y  murió  en  1457,  como  dice  la  lápida  res- 
taurada en  1 786  por  su  descendiente  el  marqués  de  Valparaíso. 


6^0  ZAMORA 


fama  que  se  proponía  fundar  allí  un  colegio  tomando  por  mode- 
lo el  de  San  Gregorio  de  Valladolid.  En  tiempos  más  recientes 
todavía,  fueron  renovadas  dos  parroquias  cedidas  á  institutos 
religiosos  y  después  de  la  supresión  de  estos  restituidas  á  su 
primer  destino ;  San  Pelayo,  dependiente  en  su  origen  con  título 
de  priorato  de  los  benedictinos  de  San  Zoilo  de  Carrión,  y  des- 
de 1569  por  cesión  de  Pedro  de  Vivero  su  patrono  agregada  al 
convento  de  agustinos  que  la  rehicieron  con  cúpula  y  crucero  en 
la  plaza  del  castillo,  y  Santo  Tomás  á  la  cual  en  el  mismo  año 
se  trasladaron  los  mercenarios  desde  el  barrio  de  la  Magda- 
lena, menos  notable  por  su  fábrica  que  por  sus  vistas  deliciosas 
hacia  mediodía.  San  Juan  de  la  Puebla  se  instaló  en  la  ermita 
donde  antes  era  venerada  la  Virgen  del  Canto,  patrona  de  la 
ciudad,  cuya  imagen  ha  pasado  á  la  Concepción. 

Diez  y  seis  parroquias  para  una  población  de  dos  mil  veci- 
nos escasos  parece  número  exorbitante;  y  sin  embargo  apenas 
hace  medio  siglo  que  tenían  por  compañeras  á  San  Juan 
de  los  Vascos  perteneciente  á  la  orden  de  San  Juan,  en  cuyo 
nombre  han  pretendido  algunos  ver  una  prueba  de  que  al  repo- 
blar á  Toro  vinieron  de  Gascuña  sus  feligreses;  á  Nuestra  Se- 
ñora del  Templo,  humilde  iglesia  incorporada  á  Santa  María  de 
Arvas,  á  San  Marcos  aneja  á  San  Julián,  á  Santo  Domingo  de 
Silos  y  á  la  Magdalena  unidas  hoy  á  la  Trinidad,  y  en  la  última 
se  leía  sobre  el  portal  que  en  i  ico  había  sido  construida  y  que 
se  llamaba  Martín  el  arquitecto  (i).  ¿Qué  más.í^  en  1344  coo 
motivo  de  un  convenio  que  firmaron  dominicos  y  franciscanos 
para  repartirse  la  predicación  por  las  iglesias,  suenan  además 
de  todas  las  enumeradas  San  Andrés  del  Bollón  y  San  Andrés 
de  Pedro  Berona,  Santiago  el  Viejo  y  Santiago  de  Tajamontes, 
San  Juan  Evangelista,  San  Esteban,  San  Lázaro,  Santa  Cruz, 
San  Miguel,  San  Román,  San  Martín,  San  Cipriano,  San  Anto- 


(i)  Habla  de  ellas  como  existentes  en  su  tiempo  la  Corografía  de  Gómez  de  la 
Torre  publicada  en  1802:  Floranes  leyó  en  la  inscripción  de  la  Magdalena,  la 
fecha  de  1155. 


ZAMORA  641 


nio,  San  Nicolás,  San  Bartolomé  reducida  después  á  capilla, 
San  Pedro  sobre  el  río,  San  Vicente  y  Santo  Tomás  entrambas 
junto  al  puente  viejo;  de  suerte  que  la  jurisdicción  parroquial 
de  cada  una  no  se  extendía  casi  fuera  de  la  sombra  de  su 
torre. 

Los  dos  conventos  que  así  se  distribuían  los  pulpitos  se  ha- 
llaban establecidos  en  Toro  desde  el  siglo  anterior.  El  de  domi- 
nicos dedicado  á  San  Ildefonso,  lo  fundó  hacia  1 285  la  insigne 
reina  D.*  María  de  Molina,  junto  á  una  ermita  de  Santa  María 
la  Blanca,  y  en  la  capilla  mayor  hizo  sepultar  á  su  hijo  Enrique 
fallecido  en  1299  ^  ^^  edad  de  once  años.  Dentro  del  propio 
ediñcio  tenía  su  real  morada,  en  la  cual  le  sucedieron  otras  rei- 
nas :  María  de  Portugal,  viuda  de  Alfonso  XI,  empeñada  inútil- 
mente en  enfrenar  las  desbocadas  pasiones  de  su  hijo  D.  Pedro, 
y  Catalina  de  Lancáster  al  dar  á  luz  á  Juan  II.  Cuéntase  que  en 
medio  de  los  bandos  que  hervían  reinando  Enrique  IV,  puestos 
á  punto  de  venir  á  las  manos,  una  voz  perceptible  de  reconci- 
liación salió  del  simulacro  de  Nuestra  Señora  de  las  Paces^  ve- 
nerado en  una  capilla  de  aquel  templo,  donde  el  rey  en  1472 
ordenó  celebrar  todos  los  sábados  una  misa.  Varias  agujas  oji- 
vas  es  lo  único  que  resta  de  la  gran  nave,  que  según  aseguran 
los  que  la  vieron  podía  competir  en  decoro  y  majestad  con 
muchas  catedrales:  sobre  la  puerta  principal  se  conserva  una 
claraboya  de  trepados  círculos,  y  á  un  lado  una  portada  gótica 
del  siglo  XV.  El  claustro  bajo  lo  hizo  labrar  hasta  las  bóvedas 
fray  García  de  Castronuño,  obispo  de  Coria  y  confesor  de  la 
reina  Catalina,  que  yacía  dentro  de  una  capilla  en  marmóreo 
sepulcro,  y  lo  terminó  un  siglo  después  el  nombrado  arzobispo 
Deza,  quien  legó  además  á  la  casa  querida,  donde  había  vestido 
el  hábito,  la  capilla  de  Santa  Catalina,  el  refectorio,  tres  dormi- 
torios, y  una  nueva  sala  de  capítulo,  mandando  enterrar  en 
ella  á  sus  padres  y  hermanos  con  ricos  bultos  de  alabastro  que 
no  duraron  allí  mucho  tiempo. 

Entre  los  árboles  de  espaciosa  plaza  asoman  las  ruinas  de 

81 


642  ZAMORA 


San  Francisco,  cuya  iglesia  destruida  en  tiempo  de  la  invasión 
francesa  formaba,  si  hemos  de  juzgar  por  la  grandiosa  y  alta 
capilla  mayor,  una  magnífica  nave  gótica,  algún  tanto  estrecha, 
de  cinco  capillas  por  lado,  subsistiendo  todavía  muy  profundas 
las  del  costado  de  la  epístola.  En  1270  ilustraba  ya  al  convento 
la  santa  muerte  de  fray  Esteban  Cuervo,  famoso  por  sus  virtu- 
des y  milagros  (i):  un  terrible  incendio  lo  devastó  en  1423,  y 
cuarenta  años  más  tarde  lo  reedificó  la  piedad  del  noble  Juan 
Rodríguez  Portocarrero  y  de  D.^  Beatriz  de  Barreto  su  consorte 
ó  más  bien  la  de  sus  nietos,  poco  antes  de  que  levantara  su  se- 
gundo claustro  el  esforzado  obispo  de  Ávila  D.  Alonso  de 
Fonseca.  Hasta  la  mitad  del  siglo  xvi  no  hubo  en  la  ciudad 
otros  conventos  que  los  dos  citados:  ya  hemos  visto  cómo 
en  1569  se  les  añadieron  los  agustinos  y  los  mercenarios;  vi- 
nieron en  1589  los  carmelitas  descalzos  y  después  de  varias 
mudanzas  se  fijaron  en  1 608  enfrente  de  San  Lorenzo ;  por  últi- 
mo á  principios  de  la  misma  centuria  fundaron  sus  casas  los 
franciscos  descalzos  y  los  capuchinos. 

Infantas  y  reinas  fueron  las  que  en  Toro  abrieron  los  pri- 
meros asilos  á  las  vírgenes  del  Señor.  Santa  Clara  debe  su 
erección  á  D.*  Berenguela,  primogénita  de  Alfonso  el  Sabio  y 
señora  de  Guadalajara,  cuyos  restos  se  precia  de  guardar  en 
urna  de  madera  sostenida  en  alto  por  tres  leones  á  un  lado  de 
la  capilla  mayor,  que  posteriormente  se  reedificó  con  bóveda  de 
crucería  (2).  A  las  monjas  de  Santa  Sofía  de  la  orden  premons- 


(i)  Joven  y  caballero  convirtióse  un  viernes  Santo  después  de  oído  un  ser- 
món, despojándose  de  sus  profanas  galas,  como  refiere  Wadingo  que  se  extiende 
bastante  en  la  narración  de  sus  hechos. 

(2)  En  el  centro  de  la  urna  están  pintadas  las  armas  reales,  y  á  los  lados  se 
leen  en  letra  bastardilla  estos  versos  que  á  más  de  ser  pésimos  se  hallan  trastro- 
cados y  faltos  de  sentido,  sin  duda  por  faltar  otros  intermedios: 

■ 

Cubierta  de  luto  está  en  ese  estante 
Infanta  e  señora  de  Guadalajara, 
Del  rey  D.  Alonso  y  su  esposa  chara 
Hija  que  fué  de  doña  Violante, 


ZAMORA  6.|:^ 

trátense,  que  visten  hábito  blanco  y  elegante  toca  rizada  sobre 
la  frente  á  modo  de  cresta,  acogió  en  1307  D.^  María  de  Molina 
en  su  propia  casa,  pasando  ella  con  este  motivo  tal  vez  á  habitar 
en  San  Ildefonso,  pues  la  agitación  de  los  tiempos  no  les  per- 
mitía vivir  con  seguridad  fuera  de  los  muros  en  la  residencia 
que  tres  años  antes  les  había  señalado  en  la  huerta  comarcana 
el  abad  del  monasterio  dúplice  de  San  Miguel  de  Grox,  del  cual 
al  principio  formaban  parte.  Contrasta  el  espacioso  convento 
con  la  mezquindad  de  la  iglesia,  y  la  relación  de  las  caprichosas 
esculturas,  monstruos  y  sirenas  que  contiene  nos  hizo  sentir  más 
la  imposibilidad  de  visitarlo:  la  entrada  del  palacio  creen  algu- 
nos descubrirla  aún  en  la  ojiva  tapiada  al  pié  de  la  torre.  En  el 
mismo  año  de  1307  D.*  Teresa  Gil,  hermana  de  Dionís  rey  de 
Portugal  (i),  dispuso  por  su  testamento  de  16  de  Setiembre 
plantear  un  convento  de  dominicas  con  título  de  San  Salvador, 
que  luego  se  trocó  por  el  de  Sancti  Spiritus  á  imitación  del 
convento  de  Benavente  de  donde  vino  en  calidad  de  priora  no 
sé  qué  infanta  Leonor  (2) :  se  ha  dicho  que  la  fundadora  yacía 
en  el  coro  juntamente  con  D.*  Beatriz,  reina  de  Portugal,  que 
moró  allí  cuarenta  años  (3),  y  tal  vez  les  sirvan  de  tumba 


Sabio  monarca  en  guerras  pujante. 

Esta  señora  fundó  á  Santa  Clara.      Año  de  i  2  s  5 . 

Nacida  la  infanta  en  12^3  ^cómo  podía  fundar  en  12 5  5?  hay  aquí  una  notable 
anticipación  de  fecha.  Pero  que  esté  sepultada  en  dicho  convento  más  bien  que  en 
el  de  Santo  Domingo  de  Madrid  lo  declara  terminantemente  un  privilegio  de 
Juan  II  dado  á  i  5  de  Marzo  de  1408  y  existente  en  el  archivo  de  aquel,  y  lo  com- 
prueba el  reconocimiento  que  se  hizo  en  1  772.  De  ella  hablamos  en  los  correspon- 
dientes tomos  de  Castilla  la  Nueva^  capítulos  de  Madrid  y  de  Guadalajara. 

(i)  Con  más  datos  que  los  que  teníamos  al  hablar  de  esta  dama  al  principio 
del  tomo,  pág.  23  y  64,  podemos  afirmar  que  era  hija  natural  de  Alfonso  ÍII  de 
Portugal,  hermana  y  no  hija  de  D.  Gil  Alonso. 

(2)  Hermana  del  rey  D.  Fernando  de  Aragón  llama  á  dicha  infanta  Gómez  de 
la  Torre,  más  ni  el  I  ni  el  II  de  este  nombre  tuvieron  ninguna  que  fuese  religiosa. 
Floranes  dice  que  era  hermana  de  la  célebre  Rica  hembra  hija  y  heredera  del  con- 
de D.  Sancho,  y  llamada  también  Leonor  con  sobrenombre  de  Urraca,  que  reinó 
en  Aragón  con  su  esposo  Fernando  I. 

(3)  Tampoco  atinamos  en  quién  fuese  la  expresada  reina :  la  esposa  de  Alfon- 


644  ZAMORA 


actualmente  los  dos  sencillos  ataúdes  de  madera  que  se  advier- 
ten dentro  de  modernos  nichos  á  un  lado  y  otro  del  presbiterio. 
AI  primer  período  gótico  pertenece  el  arco  de  ingreso  de  la 
capilla  mayor  cubierta  lo  mismo  que  la  nave  de  precioso  arte- 
sonado  arabesco,  al  renacimiento  la  portada  exterior. 

Por  la  data  de  los  demás  conventos  de  religiosas  puede 
concebirse  su  estructura,  arreglada  al  tipo  general  de  crucero  y 
cimborio  que  en  las  modernas  iglesias  prevalece.  A  mediados 
del  siglo  XVI  tuvo  principio  la  Concepción  fundada  por  D.*  Ana 
de  Rojas,  señora  de  Requena;  en  1563  Santa  Catalina  que  for- 
maba ángulo  con  la  parroquia  de  la  Trinidad  y  se  cerró  poco 
hace  agregándose  las  monjas  á  sus  hermanas  de  Sancti  Spiritus; 
en  1 6 1 9  las  carmelitas  de  Santa  Teresa ;  en  1 648  las  mercena- 
rias descalzas.  El  viajero  se  cansa  de  registrar  con  tan  escaso 
provecho  artístico  ese  interminable  catálogo  de  templos,  porque 
todavía  le  aguardan  fuera  de  los  muros,  más  para  recordarle  lo 
pasado  que  para  interesarle  en  su  estado  presente,  dos  ermitas: 
Santa  María  de  la  Vega  poseída  á  su  tiempo  por  los  templa- 
rios, nombrada  más  de  una  vez  en  el  cerco  puesto  á  la  ciudad 
en  1355  por  el  rey  D.  Pedro,  y  entonces  contigua  al  río  que 
ahora  pasa  lejano  ( i ) ;  y  Nuestra  Señora  de  la  Soterraña  distan- 
te media  legua  al  sur,  primer  albergue  de  las  premonstratenses 
de  Santa  Sofía  antes  de  entrar  en  la  ciudad,  y  asiento  de  una 


so  IV  de  Portugal  hija  de  Sancho  IV  de  Castilla  no  pudo  ser,  pues  yace  en  Lisboa 
con  su  marido  á  quien  solamente  sobrevivió  dos  años.  ^  Sería  tal  vez  la  segunda 
mujer  de  Juan  I,  que  le  trajo  en  dote  sus  derechos  á  la  corona  de  Portugal  como 
hija  única  del  rey  Fernando,  y  de  cuya  larga  existencia  después  de  su  prematura 
viudez  ni  del  lugar  de  su  entierro  nada  apenas  ha  podido  averiguarse?  De  esta 
opinión  he  visto  después  que  era  Floranes.  Desalojadas  del  convento  las  religio- 
sas en  1869,  se  averiguó  que  la  citada  reina  descansaba  con  efecto  dentro  del 
coro  en  sepulcro  de  alabastro;  pero  leyóse  sin  duda  mal  la  fecha  del  óbito  (i  342) 
que  cita  Fernández  Duro,  si  más  bieri  no  es  la  era  del  fallecimiento  de  D.*  Teresa 
Gil,  que  por  otra  parte  vivía  aún  tres  años  después  del  1304.  Por  lo  tocante  á 
D.' Beatriz,  viviente  todavía  en  1406,  pudo  alargar  su  vida  hasta  1430  en  que 
apenas  contaría  sesenta  años  de  edad  y  cuarenta  de  retiro. 

(i)    En  1 48  i  mandaron  hacer  el  retablo  de  Santa  María  de  la  Vega  Rodrigo  de 
Ulloa  y  D.«  Aldonza  de  Castilla  su  mujer. 


ZAMORA  645 

antigua  cofradía  en  la  cuál  se  inscribió  Juan  II  agradecido  á  la 
fecundidad  inesperada  de  su  segunda  esposa  Isabel,  sin  saber 
todavía  que  aquel  fruto  de  bendición  debiera  ser  la  gran  Reina 
Católica  por  excelencia,  la  inmortal  regeneradora  de  España. 


y  I  sf  el  interés  histórico  como  la  riqueza  monumental  de  la 
3 -^provincia  se  hallan  casi  exclusivamente  concentrados  en  las 
.  dos  ciudades  que  tan  despacio  acabamos  de  visitar.  A  excepción 
de  Benavente  y  de  dos  ó  tres  más  de  algún  vecindario,  las  otras 
poblaciones  no  pasan  de  humildes  villorrios;  tanto  que  de  tres- 
cientas que  comprende,  apenas  una  quinta  parte  alcanza  al  nú- 
mero de  mil  almas.  Ni  en  las  alturas  los  castillos,  ni  en  las 
soledades  los  monasterios  abundan  tanto  allí  como  por  las  re- 
giones colindantes  de  León  y  de  Castilla.  Poco  al  menos  es  lo 
que  vimos  de  notable,  atravesando  de  norte  á  mediodía  su  terri- 
torio en  toda  su  longitud.  ^Quién  sabe  si  tal  vez  la  más  oscura 


648  ZAMORA 


aldea  ó  las  breñas  más  escondidas  encierran  alguna  preciosa 
joya  del  arte,  alguna  venerable  antigualla?  Pudiera  indudable- 
mente suceder,  pero  no  hay  indicio  que  haga  sospechar  su  exis- 
tencia, ni  rastro  de  luz  que  conduzca  á  su  descubrimiento;  y  en 
medio  de  esta  completa  ignorancia,  en  la  imposibilidad  de  regis- 
trarlo todo,  no  podíamos  peregrinar  á  la  ventura  en  busca  de 
eventuales  y  hasta  inverosímiles  hallazgos. 

La  provincia  carece  de  límites  naturales  y  marcados,  y  por 
consiguiente  de  fisonomía  peculiar.  Por  el  lado  del  norte  se 
confunde  con  los  páramos  de  Astorga,  por  el  de  levante  con  las 
llanuras  de  Campos,  por  el  sur  con  los  montuosos  carrascales 
de  Salamanca;  sólo  hacia  poniente  presenta  más  elevada  barrera 
al  vecino  reino  de  Portugal,  bastante  para  defenderla  ínterin 
aquél  permanezca  extranjero,  mas  no  tan  insuperable  que  exclu- 
ya para  algún  día  legítimas  esperanzas  de  unión.  Corta  el  Duero 
aunque  no  por  igual,  corriendo  de  este  á  oeste,  la  anchura  del 
territorio;  júntasele  el  Tormes  por  el  ángulo  de  sudoeste,  y 
baja  del  norte  á  incorporársele  el  Esla,  que  cruzando  en  diago- 
nal su  mayor  extensión,  la  divide  en  dos  países  de  muy  distinta 
naturaleza:  quebrado  y  silvestre  el  de  su  orilla  derecha  com- 
puesto de  los  distritos  de  Sanabria  y  Alcañices,  llano  y  feracísi- 
mo el  que  se  extiende  á  la  izquierda  por  las  comarcas  de  Bena- 
vente,  Villalpando,  Zamora  y  Toro.  Tierra  del  pan  y  tierra  del 
vino  según  su  preferente  cosecha  se  denominaban  estas  vastas 
campiñas,  comprendiendo  la  última  allende  el  Duero  el  onduloso 
término  de  Fuente  Saúco;  el  de  Sayago,  todavía  más  desigual, 
puede  calificarse  de  serranía. 

Para  empezar  nuestra  rápida  excursión  salgamos  ya  de 
Toro;  y  si  vamos  á  caza  de  recuerdos,  en  vez  de  seguir  la  fruc- 
tífera vega  donde  vació  su  cuerno  la  abundancia ,  caminemos 
hacia  oriente  poco  más  de  una  legua  hasta  descubrir  á  Morales. 
Allí  falleció  en  1316  D.  Alfonso  primogénito  del  infante  D.Juan 
el  de  Tarifa,  casado  con  Teresa  Núñez  de  Lara;  allí,  según  al- 
gunos, le  nació  al  rey  D.  Pedro  acampado  contra  Toro  en  el 


ZAMORA 


6.19 


verano  de  1355  la  infanta  Isabel,  tercer  fruto  de  sus  amores 
con  la  Padilla.  Contaba  la  villa  tres  parroquias  en  razón  de  su 
importancia;  tres  conserva  aún  Pozo  Antiguo,  y  dos  respectiva- 
mente Pinilla,  Vez  de  Marbán  y  Belver  de  los  Montes,  situadas 
al  norte  una  tras  otra  en  suaves  y  fértiles  laderas.  Junto  á  la 
última  florecía  en  el  siglo  xi  enriquecido  con  donaciones  cuan- 
tiosas un  monasterio  titulado  San  Salvador  de  Villaceyt,  que  á 
principios  del  siguiente  se  incorporó  al  de  Sahagún ,  bien  que 
todavía  en  el  xiii  sostenía  graves  contiendas  con  los  vecinos,  y 
era  objeto  de  atroces  violencias.  Las  ruinas  del  castillo  dé  Bel- 
ver representan  á  la  fantasía  la  alevosa  muerte  de  Alvar  Núñez 
Osorio,  que  caído  de  la  privanza  de  Alfonso  XI  se  había  forta- 
lecido en  aquel  país  todo  suyo  contra  la  saña  de  sus  enemi. 
gos  (i):  de  un  falso  amigo  le  vino  el  daño,  y  en  cierto  día  de 
Octubre  de  1328  hallándole  desapercibido  le  mató  á  puñaladas 
Ramiro  Flórez  su  alcaide  y  su  vasallo. 

De  la  cordillera  que  por  el  sur  separa  la  provincia  de  la  de 
Salamanca,  bajan  numerosos  arroytielos  que  fecundan  los  valles 
de  Fuente  Saúco  y  se  unen  al  Guareña  para  rendir  tributo  al 
Duero;  ricos  viñedos  visten  el  pié  de  sus  lomas,  densos  bosques 


(i)    El  citado  poema  de  Alfonso  XI  indica  las  vastas  posesiones  de  Osorio  en 
aquella  comarca: 


Don  Alvar  Nunnes  de  Ossorio, 
Muchos  buenos  con  él  van, 
Por  Simancas  pasó  á  Dorio 
E  fuese  á  San  Román, 

A  Brcnna  e  Belver, 
A  Tiedra  muy  real  casa, 


E  fuese  con  muy  gran  placer 
A  San  Pedro  de  la  Tarsa, 

A  Oter  de  Fumos  el  fuerte 
Dó  el  tesoro  tenia: 
Non  cuydava  en  la  muerte 
Que  acerca  le  venia. 


Después  de  poner  en  boca  del  conde  sus  querellas  y  las  razones  que  tenía  para  no 
entregar  al  rey  los  castillos,  menciona  su  muerte  con  breves  y  misteriosas  frases, 
dando  á  entender  que  fué  justa  expiación  de  la  que  por  consejo  suyo  se  dio  en 
Toro  á  D.  Juan  el  Tuerto,  á  quien  antes  había  pertenecido  Belver. 


Todo  el  mundo  fablará 
De  como  lo  Dios  complió: 
Donde  tiró  á  Don  Johan 
Este  conde  allí  morió. 

En  Belver  castillo  fuerte 
Hi  lo  mataron  sin  falla: 


En  como  fué  la  su  muerte 
La  cstoria  se  lo  calla. 

Matáronlo  sin  guerra 
E  sin  cavallería; 
El  rey  cobró  su  tierra 
Que  le  forzada  tenia. 


83 


650  ZAMORA 


y  matorrales  sus  cimas,  y  pueblan  sus  cañadas  algunas  villas 
no  insignificantes.  Tales  son  la  capital  del  partido  amurallada 
en  otro  tiempo ;  Fuente  la  Pefta  notable  por  su  frondosa  arbo- 
leda, calles  rectas  y  espaciosas  y  linda  parroquia  de  tres  naves; 
y  la  Bóveda,  cabeza  de  una  vasta  encomienda  de  San  Juan  que 
en  1 1 1 6  dio  la  reina  Urraca  á  la  orden  luego  después  de  funda- 
da. En  el  camino,  á  la  subida  de  unas  cuestas  cubiertas  de  ca- 
rrascas  é  infestadas  algún  día  de  ladrones,  se  nos  aparecieron 
en  amena  soledad  los  restos  de  un  monasterio  esclarecido  en 
los  anales  cistercienses  :  dióle  principio  Martín  Cid ,  natural  de 
Zamora,  unido  con  cuatro  monjes  que  le  envió  desde  Claraval 
San  Bernardo,  y  en  1 1 3  7  Alfonso  VII  hallándolo  varón  justo  le 
dio  para  este  fin  el  lugar  del  Cubo ,  situado  á  la  raya  en  la  ver- 
tiente opuesta.  La  abadía  llevaba  el  nombre  del  vecino  pueblo 
de  Peleas,  y  estuvo  en  otro  paraje  inmediato  llamado  de  Bello- 
fonte  hasta  1232  en  que  se  trasladó  al  actual,  que  por  cierto 
no  desmerece  del  título  hermoso  de  Valparaíso.  Promovió  dicha 
mudanza  el  santo  rey  Femando  en  memoria  de  haber  nacido 
puntualmente  en  aquel  sitio  en  1198,  cuando  era  todavía  de- 
sierto monte,  donde  á  la  insigne  Berenguela  sobrecogieron  en 
un  viaje  los  dolores  del  parto :  y  siglos  después  el  culto  religio- 
so consagró  la  cuna  del  gran  monarca  juntamente  con  el  sepul- 
cro del  abad  Martín,  cuyos  restos  fueron  traídos  solemnemente 
de  su  mansión  primera,  tributándose  al  fundador  lo  mismo  que 
al  bienhechor  los  honores  de  bienaventurado. 

Sólo  paredones  y  algunas  bóvedas  subsisten  (i);  mas  por 
lo  que  ha  quedado  se  reconoce  que  era  de  tres  naves  la  iglesia, 
muy  bajas  las  laterales  y  cortadas  en  época  posterior  para  ca- 
pillas, bizantinos  los  capiteles  de  los  pilares,  ojivos  en  general 
los  arcos,  bien  que  de  medio  punto  como  más  antiguos  los  del 
ancho  y  profundo  crucero:  de  la  capilla  mayor  nada  aparece;  la 


(i)    Nos  referimos  aquí,  como  por  lo  general  en  el  texto,  á  la  época  de  nuestro 
viaje  en  1852. 


ZAMORA  651 


portada  y  la  torre  se  ve  que  habían  sido  renovadas  al  estilo 
churrigueresco.  Aún  demuestra  mejor  su  gusto  gótico  florido 
el  lindo  claustro,  trazado  por  cuatro  galerías  de  seis  arcos  cada 
una,  que  guarnecían  delicados  follajes  mezclados  con  ñguras 
de  anímales  de  toda  especie,  y  bordaban  puros  y  sutilísimos 
arabescos;  las  bóvedas  de  crucería  de  sus  ánditos  arrancaban 
de  repisas  compuestas  de  grupos  de  angelitos  con  escudos  y 
rótulos,  en  alguno  de  los  cuales  puede  aún  leerse  doctor  de  Gra- 
do y  y  estas  palabras  despiden  bastante  luz  para  conjeturar  que 
aquella  espléndida  obra  se  debió  en  todo  ó  en  parte  á  la  muni- 
ficencia del  fundador  de  la  capilla  de  San  Juan  Evangelista  en 
la  catedral  de  Zamora,  con  cuya  gentileza  guarda  singular  ana- 
logía (i).  En  el  género  barroco  se  presenta  allí  la  galería  alta 
decorada  de  medallones,  en  el  bizantino  la  sala  capitular  con 
portada  y  dos  ajimeces  de  plena  cimbra  y  columnas  de  labrados 
capiteles  y  pilares  que  aguantan  sus  apuntadas  bóvedas :  sobre 
varias  puertas  nótanse  versos  latinos  en  elogio  del  patriarca  de 
la  orden  (2).  No  lejos  de  Valparaíso,  en  San  Miguel  de  la  Ri- 
bera, había  un  convento  de  franciscos  descalzos  que  se  honraba 
de  haber  sido  fundación  y  residencia  de  San  Pedro  de  Alcán- 
tara. 

Encierran  la  comarca  de  Sayago  por  norte  y  oeste  el  Due- 
ro, por  sur  el  Tormes  metidos  en  profundos  cauces ;  y  en  la 
estación  de  las  lluvias  con  los  manantiales  que  dó  quiera  brotan 
inúndase  la  tierra  surcada  por  infinitos  torrentes  ó  rieras  que 
desaparecen  en  verano.  Abundantes  pastos  alimentan  en  sus 
valles  copiosísimo  ganado,  cuya  lana  constituye  la  industria  del 


(i)    Véase  pág.  $89. 

(2)    Pertenecen  dichos  versos  al  género  conceptuoso: 

Ipsa  salutantem  Bernardum  Virgo  Salutat, 
Ex  Verbi  verbis  Bernardi  verba  melosque. 

Siento  que  me  atribuya  el  señor  Fernández  Duro  la  disparatada  copia  que  de 
estos  versos  inserta,  tomo  I,  pág.  427  de  sus  Memorias,  sin  metro  y  sin  sentido, 
pues  á  no  haber  podido  ó  sabido  leer  otra  cosa,  ni  debía  publicarlos  yo,  ni  él 
transcribirlos. 


652  ZAMORA 


país.  Humildes  y  reducidos  son  aquellos  pueblos  pastoriles,  y 
no  es  de  los  mayores  entre  ellos  Bermillo  su  cabeza.  Gánanle 
en  vecindario  Pereruela,  Peñaosende,  Almeida  y  sobre  todo 
Fermoselle  asentada  sobre  un  peñasco  en  la  confluencia  de  am- 
bos ríos,  entre  deliciosos  cerros  plantados  de  viña,  á  vista  de  la 
frontera  de  Portugal.  Antes  de  pasarla  el  Duero  para  hacerse 
lusitano,  corre  largo  trecho  encajonado  por  desfiladeros  de  su- 
blime y  pintoresco  horror,  cuyos  inaccesibles  ribazos  firanquean 
osadamente  las  bandas  contrabandistas.  En  el  ya  desmantelado 
castillo  de  Fermoselle  tuvo  preso  el  obispo  Acuña  al  alcalde 
Ronquillo  al  tomar  posesorio  de  la  mitra  contra  el  interdicto 
real ;  y  en  él  tremoló  todavía  después  del  desastre  de  Villalar 
el  estandarte  comunero  sostenido  por  los  Porras,  notable  familia 
zamorana. 

Sobre  las  márgenes  del  Duero  se  dilata  en  el  centro  de  la 
provincia  el  distrito  de  la  capital ,  más  fecundo  en  vino  por  un 
lado,  más  pingüe  en  mieses  por  el  otro,  y  limitado  al  occidente 
por  el  rápido  curso  del  Esla.  Una  barca  que  cruza  este  río  daba 
ya  nombre  al  empezar  el  siglo  x  á  San  Pedro  de  la  Nave  (i), 
•priorato  benedictino  y  hoy  parroquia  del  lugar,  que  bajo  vulgar 
y  desnuda  cascara  encierra  una  de  aquellas  pequeñas  y  precio- 
sas basílicas,  de  que  sólo  Asturias  conserva  raros  ejemplares. 
Es  un  rectángulo  cuadrilongo  de  tres  naves,  partidas  transver- 
salmente  por  un  crucero,  á  cuyos  extremos  se  abren  sus  dos 
puertas:  en  el  fondo  avanza  la  capilla  mayor  también  rectangu- 
lar. Las  bóvedas  son  de  plena  cimbra ;  tragaluces ,  ventanas, 
ajimeces  de  dos  y  tres  arquitos,  todo  de  medio  punto;  columnas 
no  las  hay  sino  en  los  cuatro  ángulos  de  intersección  del  cruce- 
ro, y  en  el  arco  toral  del  santuario  que  es  de  pronunciada  he- 
rradura; y  sus  capiteles,  longitudinalmente  aplastados  á  manera 
de  impostas,  presentan  en  su  frente  y  en  sus  costados  curiosos 


(i)    Cita  Argáiz  un  documento  del  año  902  por  el  que  Alfonso  III  dio  á  este 
monasterio  la  posesión  de  Valdeperdices. 


ZAMORA  653 


relieves,  en  los  que  contrasta  la  rudeza  de  las  figuras  con  la 
gentileza  de  follajes  y  entrelazos  (i).  Las  naves  laterales  co- 
munican con  los  brazos  del  crucero  por  arcos  rebajados,  por 
cima  de  los  cuales  corre  una  especie  de  tribuna  con  labrado 
friso  en  el  antepecho.  Montamarta  tres  leguas  al  norte  de  Za- 
mora tenía  también  su  monasterio,  y  tres  leguas  más  allá  en  la 
misma  orilla  del  Esla  florecía  el  de  Moreruela,  de  cuya  suntuo- 
sidad solamente  quedan  informes  ruinas  dominando  el  pantano- 
so terreno.  No  fué  allí  sin  embargo  donde  á  fines  del  siglo  ix  lo 
erigió  San  Froilán  reuniendo  cerca  de  doscientos  monjes  y  don- 
de le  acompañó  en  el  retiro  San  Atilano :  su  célebre  fundación 
estuvo  algo  más  arriba  en  sitio  más  saludable  mientras  la  habi- 
taron los  benedictinos,  hasta  que  en  1 153  reemplazados  por  los 
cistercienses ,  cambiaron  estos  de  lugar  por  intervención  de 
D.  Ponce  de  Cabrera  á  quien  Alfonso  el  emperador  encomendó 
su  instalamiento.  Bajo  el  patronato  de  los  herederos  del  conde 
que  se  enterraban  en  dicha  iglesia  y  con  las  dádivas  de  una  in- 
fanta de  Portugal,  insigne  protectora  de  la  casa,  y  hermana, 
según  algunos,  de  la  reina  Teresa  primera  esposa  de  Alfon- 
so IX  (2),  elevóse  Moreruela  á  un  grado  de  esplendor,  de  que 
apenas  permiten  ya  formar  idea  sus  escombros,  y  que  pronto 
atestiguarán  no  más  las  mudas  páginas  de  la  historia. 

Ilustraba  no  menos  la  izquierda  margen  del  Esla  el  castillo 


(i)  Representa  uno  de  estos  frentes  el  sacrifício  de  Isaac,  otro  á  Daniel  en  el 
lago  de  los  leones;  en  los  costados  se  notan  tosquísimos  San  Pedro,  San  Pablo, 
Santo  Tomás  y  San  Felipe,  todo  con  sus  correspondientes  letreros;  distínguense 
por  la  gentileza  los  cimacios  y  los  frisos. 

(2)  Morales,  que  vio  en  la  capilla  mayor  de  Moreruela  la  tumba  alta  de  esta 
infanta  con  bulto  de  piedra,  no  pudo  averiguar  su  nombre;  Risco  la  llama  Beren- 
guela  hija  menor  de  Sancho  I  de  Portugal,  bien  que  Méndez  Silva  asegura  que 
ésta  murió  de  corta  edad.  Pero  si  es  cierto,  como  afirma  Herculano,  moderno  é 
insigne  historiador  de  Portugal,  con  referencia  á  graves  autores  extranjeros,  que 
dicha  Berenguela  casó  con  Valdemaro  II  rey  de  Dinamarca  y  que  reinaron  allí 
sus  hijos,  no  parece  probable  que  viniese  á  ser  enterrada  en  Moreruela.  Hace 
pocos  años  que  dentro  de  un  sepulcro  de  aquel  templo  se  encontró  una  momia 
flexible  todavía,  que  fué  llevada  á  la  catedral  de  Zamora:  di  jóse  entonces  que  era 
el  cadáver  de  la  esposa  de  Alonso  Meléndez  de  Bornes,  caballero  portugués  que 
en  1 186  dio  varios  lugares  al  monasterio. 


654  ZAMORA 


de  Castrotorafe  poblado  por  Fernando  II  de  León  (i),  defendi- 
do valerosamente  á  nombre  de  Isabel  la  Católica  contra  el  rey 
de  Portugal,  y  dado  por  salvaguardia  á  Alonso  de  Valencia 
después  que  hubo  entregado  á  Zamora :  hoy  hasta  el  nombre 
del  pueblo  ha  sido  sustituido  por  el  de  San  Cebrián ,  pero  con- 
tinúa poseyendo  su  territorio  la  orden  de  Santiago.  Más  al  este 
Villafáfíla  contigua  á  unas  salitrosas  lagunas,  población  harto 
reducida  para  cuatro  parroquias  que  contiene,  vio  en  1506  al 
Rey  Católico  firmar  la  avenencia  por  la  cual  entregaba  á  su  im- 
paciente yerno  Felipe  de  Austria  el  gobierno  de  Castilla.  Tierra 
de  Campos  es  ya  propiamente  toda  la  vasta  llanura  que  por 
aquel  lado  termina  en  el  Valderaduey,  poblada  de  lugares  más 
crecidos  entre  los  cuales  descuella  Villalpando :  á  los  recuerdos 
de  esta  populosa  villa  anteriormente  ya  pagamos  homenaje  (2); 
á  sus  monumentos,  caso  de  que  se  nos  engañara  al  asegurarnos 
que  no  los  tiene ,  pedimos  perdón  de  haber  sacrificado  su  exa- 
men á  la  rapidez  de  nuestra  ruta. 

A  la  otra  parte  del  Esla  varía  completamente  el  aspecto  del 
país :  fragosas  montañas,  densos  bosques  de  robles  y  encinas, 
enmarañados  jarales,  copiosas  fuentes  y  arroyos  que  cubren  de 
escaso  verdor  el  denegrido  suelo,  pueblos  cortos  y  pobres  que 
casi  pueden  calificarse  de  caseríos.  Entre  el  expresado  río,  la 
imponente  sierra  de  la  Culebra  y  la  frontera  de  Portugal,  forma 
el  áspero  partido  de  Alcañices  un  triángulo  cuyo  vértice  apoya 
en  el  Duero.  Rige  desde  lejos  en  lo  eclesiástico  casi  toda  su  co- 
marca el  báculo  arzobispal  de  Santiago  mediante  las  dos  vicarías 
de  Alba  y  Aliste,  que  toman  su  nombre,  ésta  del  riachuelo  prin- 
cipal que  la  baña,  aquella  del  antiguo  castillo  que  coronaba  una 
de  sus  más  altas  cimas :  los  vocablos  unidos  de  Alba  de  Aliste, 
sirvieron  de  título  á  un  condado,  que  obtuvo  desde  mediados 
del  siglo  XV  la  rama  segunda  del  almirante  Enríquez,  mantenién- 


(i)    Así  dicen  el  arzobispo  D.  Rodrigo  y  el  Tudense,  pero  ya  en  1 129  Alfon- 
so VII  concedió  términos  á  este  concejo  y  el  fuero  de  Zamora. 
(2)    Véase  atrás,  pág.  900. 


ZAMORA  65') 


dose  en  su  posesión  contra  la  autoridad  real  de  Juan  II  (i).  Á 
favor  de  otro  vastago  de  la  misma  estirpe  erigió  el  Emperador 
en  marquesado  la  villa  de  Alcañices,  cuyo  señorío  había  here- 
dado por  enlace  con  la  familia  de  Almanza ;  anteriormente  la 
poseyeron  los  templarios,  y  en  1297  P^^^^i  poner  término  á  pe- 
ligrosas guerras  se  celebraron  en  ella  los  dos  enlaces  del  joven 
rey  Fernando  IV  con  Constanza  de  Portugal  y  del  príncipe  her- 
mano de  ésta  con  Beatriz  de  Castilla.  Todavía  existe  el  palacio 
de  los  señores  y  en  el  centro  de  la  plaza  un  cubo  de  su  fortaleza 
convertido  en  torre  de  reloj.  Marqués  de  Tábara  casi  al  propio 
tiempo  fué  creado  un* Pimentel,  y  también  allí  habían  dominado 
los  templarios,  y  en  época  más  remota  el  gran  cenobita  San 
Froilán  había  congregado  allí  cerca  en  vida  monástica  seiscien- 
tas personas  de  ambos  sexos. 

A  espaldas  de  la  sierra  de  la  Culebra  se  encrespan  al  norte 
otras  aún  más  formidables,  la  Segundera,  la  Gamoneda,  la  Peña 
Negra,  que  cruzándose  en  varias  direcciones  y  trazando  los  lími- 
tes de  León,  Galicia  y  Portugal,  forman  acaso  el  punto  culmi- 
nante de  Castilla  la  Vieja  y  comprenden  en  sus  rápidas  vertientes 
y  profundos  valles  la  tierra  de  Sanabria.  Nada  ofrecen  de  histó- 
rico sus  lugarejos  sepultados  en  la  nieve  la  mitad  del  año,  sino 
algún  nombre  tal  como  Ungilde  y  Hermisende  que  despierta  la 
memoria  de  sus  pobladores  godos.  Entonces  al  parecer,  en  lo 
más  áspero  y  frondoso  de  aquellas  breñas,  se  elevaba  ya  el  mo- 
nasterio de  San  Martín  de  Castañeda,  que  reedificó  en  el  siglo  x 
el  abad  Juan,  venido  de  Córdoba  la  musulmana,  á  reparar  en  el 
país  reconquistado  los  estragos  de  los  musulmanes  (2) :  propie- 


(i)  Los  de  Benavente  hacia  1448  acaudillados  por  su  conde  acudieron  á  Alba 
de  Aliste  que  estaba  cercado  por  los  del  rey  y  los  forzaron  á  alzar  el  cerco.— Maria- 
na, lib.  XXII,  cap.  7,  Crónica  de  Juan  11,  cap.  107. 

(2)  Transcribiremos  aquí  la  inscripción  queen  el  capítulo  del  Vierzo  del  tomo 
át  Asturias  y  León  no  hicimos  más  que  indicar:  Hic  locus  aniiquiius  Martinus 
Sanctus  est  honore  dicaius^  brevi  oj>ere  insiructus  diu  mansit  dirutus,  doñee  Johan- 
nes  abba  á  Corduva  venii  el  hic  iempium  litavit^  edis  ruinam  á  /undamentis  erexit 
et  acta  saxa  exaravit ;  non  imperialibus  /ussis  sed  fratrum  vigilantia  insianiibus, 


656  ZAMORA 


dad  de  los  monjes  era  el  profundo  y  anchuroso  lago,  donde  se 
precipita  en  su  nacimiento  el  Tera,  y  de  donde  vuelve  á  salir 
para  recorrer  en  toda  su  longitud  el  distrito  y  visitar  á  medio 
camino  la  villa  que  es  su  cabeza.  La  Puebla  de  Sanabria  como 
plaza  fronteriza  tiene  muros  que  la  ciñen  y  enhiesto  castillo  que 
domina  la  comarca ;  ningún  hecho  de  armas  recuerda,  sin  em- 
bargo, sino  una  pacífica  bien  que  importantísima  conferencia 
tenida  á  20  de  Junio  de  1 506  entre  Fernando  el  Católico  y  el 
Archiduque,  receloso  y  bien  escoltado  el  yerno,  inerme  y  apaci- 
ble el  suegro  con  singulares  muestras  de  cordialidad  y  abnega- 
ción. Dos  horas  hablaron  á  solas  dentro  de  una  ermita  contigua 
al  Remesal,  á  igual  distancia  de  la  Puebla  y  de  Asturianos  donde 
tenían  sus  respectivos  alojamientos,  sirviéndoles  de  portero  el 
gran  Cisneros  que  cerrada  la  puerta  y  sentado  en  un  poyo  man- 
tuvo los  grandes  á  respetable  distancia  (i). 

Caminando  al  oriente  hacia  Mombuey  y  Villar  de  Ciervos, 
ensánchanse  las  cañadas  y  suavízase  insensiblemente  el  terreno, 
de  suerte  que  al  entrar  el  Tera  en  el  partido  de  Benavente  riega 
ya  una  fértil  y  deliciosa  vega  sembrada  de  pueblecitos  y  en  el 
siglo  X  de  monasterios  (2).  Con  ella  confluyen  á  su  izquierda  el 
valle  de  Vidriales,  á  su  derecha  el  de  Val  verde,  surcados  por 
arroyuelos ;  del  lado  del  norte  baja  el  Orbigo  reunido  con  el 
Eria,  que  después  de  cruzar  los  campos  de  la  Polvorosa,  teatro 


annis  dúo  et  tribus  mensibus  perada  sunt  hec  open'bus^  Ordout'us  peragans  scepira, 
era  novtes  centena  novies  dena.  Así  copió  Morales  la  era  que  correspondería  al 
año  952  ;  Masdeu  interpreta  las  dos  últimas  palabras  que  no  se  leen  bien  nona  et 
quinquagena  que  sería  el  año  921,  Yepes  la  rcfíere  al  9  i  6.  La  frase  non  imperiaii- 
busjussis  recuerda  otra  análoga  de  la  inscripción  coetánea  de  San  Pedro  de  Mon- 
tes non  oppressione  vulgi  sed  lar  guate  pretil  et  sudorejratrum. 

(i)  De  esta  entrevista  hablan  extensamente  nuestros  historiadores,  refiriendo 
la  numerosa  comitiva  del  archiduque  y  los  donaires  que  el  Rey  Católico,  disimu- 
lando su  sentimiento,  dirigía  á  cada  uno  de  los  grandes  que  con  aquél  venían  se- 
cretamente armados. 

(2)  Distinguióse  por  su  opulencia  y  devoción  el  de  Santa  Marta  de  Tera  que 
floreció  hasta  el  siglo  xvi  en  que  su  abadía  se  convirtió  en  dignidad  de  la  catedral 
de  Astorga,  y  en  la  misma  ribera  existió  el  de  San  Miguel  de  Camarzana.  Otro  dú- 
plice  ó  de  ambos  sexos  hubo  á  corta  distancia  de  allí  en  San  Pedro  de  Zamudia. 


ZAMORA  6S7 


de  las  victorias  de  Alfonso  III  (i)  y  cuyo  sobrenombre  toman 
diversos  lugares,  rinde  al  Esla  sus  caudales  algo  más  arriba  que 
el  Tera.  En  el  mismo  desagua  el  Cea  por  la  parte  oriental, 
donde  se  encuentran  poblaciones  más  considerables,  Fuentes  de 
Ropel,  Villalobos,  Castro  Gonzalo,  con  dos  ó  tres  parroquias 
cada  una,  y  la  última  con  restos  de  castillo  y  un  puente  de  vein- 
tisiete ojos  sobre  el  Esla,  memorable  por  diversas  batallas  y 
cuya  antigüedad  pretende  remontarse  á  los  celtas.    . 

Hacia  la  confluencia  de  estos  ríos,  entre  el  Orbigo  y  el  Esla, 
se  asienta  la  villa  de  Benavente,  tercera  de  la  provincia,  cercada 
de  amenísimas  huertas  y  lozanos  plantíos,  dispuesta  en  anfitea- 
tro, rica  en  iglesias  monumentales,  coronada  por  el  alcázar  de 
sus  condes.  Antes  de  penetrar  en  su  amurallado  recinto,  interro- 
garéis acerca  de  su  fundación  á  la  historia ;  y  ella,  no  atrevién- 
dose á  registrar  en  sus  críticas  páginas  el  sitio  que  refiere  la 
Crónica  general^  puesto  á  la  villa  en  8 1 1  por  Ores,  rey  moro 
de  Mérida,  del  cual  dice  la  libró  Alfonso  el  Casto  ayudado  del 
valiente  Bernardo  su  sobrino,  no  os  presentará  sino  oscuridad  y 
vacío  antes  de  que  la  poblara  Fernando  II  de  León  (2).  Pero  os 
contará  en  seguida  que  en  1 1 76  la  honró  su  poblador  reuniendo 
allí  en  cortes  á  la  mayor  parte  de  los  prelados  y  grandes  de  su 
reino,  que  en  22  de  Enero  de  1 188  detenido  en  ella  por  mortal 
dolencia  le  legó  su  postrer  suspiro,  que  su  hijo  Alfonso  IX 
en  1 202  la  escogió  para  celebrar  segundas  cortes  cuyo  ordena- 
miento se  conserva,  y  que  allí  en  1231  Fernando  el  Santo  firmó 
con  sus  hermanas  Sancha  y  Dulce,  hijas  de  primer  matrimonio, 
la  concordia  que  le  allanó  pacífica  senda  al  trono  de  León,  com- 
prándoles con  la  renta  de  treinta  mil  doblas  de  oro  la  renuncia 
de  sus  derechos.  En  ella  tenían  los  caballeros  del  Temple  una 


(i  )    Véase  el  tomo  de  Asturias  y  León,  cap.  VI,  i.«  parte. 

(3)  Generalmente  se  fíja  en  el  año  1 169  la  fecha  de  esta  puebla,  pero  debe  ser 
anterior,  pues  en  i .°  de  Octubre  de  1 168  se  hallaba  en  Benavente  el  rey  al  otor- 
gar fuero  á  la  villa  de  Llanes  «  sacado  e  concentrado  por  el  mi  fuero  de  Benavente 
que  yo  poblé.» 

83 


658  ZAMORA 


de  sus  principales  bailías  ó  encomiendas,  y  sus  iglesias  por  una 
singular  anomalía  dependían  y  aún  dependen  de  la  diócesis  de 
Oviedo,  de  cuyos  confines  distan  más  de  veinte  leguas. 

Durante  siglo  y  medio  se  hace  menos  frecuente  en  los  ana- 
les la  memoria  de  Benavente,  tal  vez  por  efecto  de  decadencia, 
pues  Sancho  IV  concedió  privilegios  en  1 285  á  los  que  acudie- 
ran á  repoblarla.  Pero  desde  que  Enrique  II  la  dio  con  título  de 
ducado  á  su  hijo  bastardo  D.  Fadrique,  si  no  más  próspera  vino 
á  ser  más  famosa.  Una  hueste  formidable  de  portugueses  é  in- 
gleses le  puso  cerco  en  1387;  mas  el  valor  de  Alvaro  Osorio 
que  la  defendía  y  la  escasez  de  víveres  que  destruyeron  muchas 
leguas  al  rededor  los  mismos  naturales,  obligaron  al  enemigo  á 
retirarse  con  desdoro  al  cabo  de  dos  meses.  No  es  que  debiera 
la  salvación  á  su  duque,  que  ambicionando  la  regencia  de  Enri- 
que III  su  sobrino  contra  el  tenor  del  testamento  de  Juan  I,  mal 
contento  de  la  preponderancia  de  sus  colegas  y  desesperado  al 
fin  de  verse  excluido  del  gobierno,  no  se  retiró  á  la  cabeza  de 
sus  estados  sino  para  mantener  más  de  cerca  sus  inteligencias 
con  el  rey  de  Portugal  cuya  alianza  procuraba  enlazándose  con 
su  hija,  y  para  agitar  el  país  con  sus  armamentos  é  infructuosas 
tentativas  contra  Zamora.  Tan  pronto  reñido  como  reconciliado 
con  la  corte,  llegó  á  fatigar  la  clemencia  del  joven  rey,  quien  al 
salir  de  su  menor  edad,  trocada  en  rigor  la  condescendencia, 
mandóle  preso  al  castillo  de  Monterrey  y  luego  al  de  Mora, 
desde  donde  matando  al  alcaide  pudo  escapar  á  Navarra;  pero 
entregado  en  1414  por  aquel  príncipe,  á  pesar  de  ser  cuñado 
suyo,  al  enviado  de  Castilla,  acabó  tristemente  sus  días  el  inquie- 
to D.  Fadrique  en  la  fortaleza  de  Almodóvar  junto  á  Córdoba, 
sin  poder  legar  sus  dominios  á  su  única  hija  Leonor  que  había 
casado  en  1408  con  el  adelantado  Pedro  Manrique  (i). 


( t )  Salazar  sospecha  que  esta  hija,  cuya  madre  no  consta  quién  fuese,  la  hubo 
el  duque  en  su  prima  D.«  Leonor  de  Castilla,  hija  del  infante  D.  Sancho  conde  de 
Alburquerquey  esposa  de  Día  Sánchez  de  Rojas,  señor  de  Monzón,  á  quien  en  i  393 
mataron  alevosamente  los  criados  de  D.  Fadrique  por  estos  amores  tal  vez,  más 


ZAMORA  659 


Su  confiscada  herencia  la  transfirió  en  1398  el  monarca  á 
un  noble  portugués  llamado  Juan  Alonso  Pimentel,  casado  con 
una  tía  materna  de  la  reina  Beatriz  esposa  de  Juan  I,  recompen- 
sando así  sus  leales  servicios  y  cuantiosas  pérdidas  por  la  causa 
de  Castilla,  é  indemnizándole  por  la  entrega  de  Braganza  y  Vi- 
ñaes  (i).  Benavente  nada  perdió  de  su  importancia  al  conver- 
tirse de  villa  ducal  en  condal  bajo  la  jurisdicción  de  la  ilustre 
familia  emigrada,  que  se  arraigó  desde  luego  en  el  país  hasta 
competir  de  improviso  con  las  más  antiguas  y  poderosas  del 
reino.  El  segundo  conde  Rodrigo  Alonso,  aunque  yerno  del  Al- 
mirante y  suegro  del  infante  D.  Enrique  de  Aragón,  se  ladeó 
casi  siempre  á  favor  de  D.  Alvaro  de  Luna  á  quien  dio  por  es- 
posa en  1432  á  su  hija  Juana,  y  con  esto  y  con  su  constante 
adhesión  al  soberano,  adelantó  singularmente  su  fortuna  adqui- 
riendo los  señoríos  de  Villalón  y  Mayorga.  Por  muerte  de  su 
primogénito  Juan  á  quien  hirió  en  Benavente  un  escudero  lu- 
chando con  él  por  diversión,  entró  á  succderle  el  otro  hijo  Al- 
fonso, que  en  1442  hospedó  en  su  villa  con  grandes  fiestas  á 
Juan  II ;  pero  siguiendo  el  partido  de  los  grandes  descontentos, 
fué  preso  con  ellos  en  1 448  y  llevado  á  la  fortaleza  de  Portillo. 
Al  presentarse  poco  después  á  las  puertas  de  su  alcázar  liber- 
tado del  encierro  con  la  fuga,  los  naturales  sublevados  echaron 
fuera  á  la  guarnición  real,  y  bien  pertrechados  y  aguerridos 
contuvieron  al  mismo  rey  que  desistió  de  ponerles  sitio:  por  úl- 


bien  que  por  rencillas  políticas.  Muerto  el  marido,  pidió  el  duque  licencia  para 
casar  con  la  viuda,  y  aunque  la  obtuvo  no  lo  efectuó,  pues  D.*  Leonor  se  metió 
monja  en  el  convento  de  Sancti  Spiritus  de  Benavente.  Así  se  desprende  de  un  do- 
cumento citado  por  Castillo,  cronista  de  la  orden  dominicana,  que  demuestra  era 
hermana  de  la  princesa  del  mismo  nombre  (cosa  rara!)  que  casando  con  Fernando 
de  Antequera  vino  á  ser  reina  de  Aragón ;  y  aquella  sin  duda  es  la  reformadora 
del  convento  de  dominicas  en  Toro  de  que  en  su  lugar  hablamos,  cuñada  y  no  her- 
mana de  dicho  Fernando  I. 

(i)  Se  las  había  dado  el  rey  Fernando  de  Portugal  al  casarle  con  D.'  Juana  de 
Meneses  hermana  de  la  reina  Leonor,  y  se  las  conservó  Enrique  III  en  el  convenio 
que  hizo  con  él  al  recibirle  á  su  servicio,  bien  que  luego  le  mandó  entregarlas  al 
maestre  de  Santiago.  Pueden  verse  los  documentos  en  el  Memorial  publicado  en 
1753  sobre  los  derechos  de  los  condes  de  Benavente  á  la  grandeza  de  primera 
clase,  que  hemos  tenido  presente  al  escribir  estas  líneas. 


66o  ZAMORA 


timo  la  caída  del  condestable  resarció  al  tercer  conde  de  cuánto 
había  perdido. 

En  tiempo  del  cuarto,  llamado  Rodrigo  Alonso  como  su 
abuelo,  de  1461  á  1499,  llegó  á  su  apogeo  la  pujanza  délos 
Pimenteles,  primero  por  la  flaqueza  de  Enrique  IV  que  le  nom- 
bró duque  de  Benavente  y  conde  de  Carrión,  después  por  la 
gratitud  de  los  Reyes  Católicos,  de  quienes  contra  toda  espe- 
ranza se  declaró  el  campeón  más  decidido,  cayendo  en  Baltanas 
prisionero  de  los  portugueses.  Recompensáronle  entre  muchas 
mercedes  con  la  donación  de  la  Puebla  de  Sanabria  y  de  la  tie- 
rra de  Carballeda  que  perdió  Diego  de  Losada  por  su  desleal- 
tad :  pero  la  resistencia  de  los  pueblos  frustró  más  de  una  vez 
las  concesiones  reales ;  Carrión  sostuvo  su  independencia  con  las 
armas  y  con  el  auxilio  de  otros  señores;  la  Coruña  sufrió  dos 
sitios  antes  que  reconocer  el  señorío  del  conde  (i),  que  hubo  de 
contentarse  con  recibir  en  cambio  las  villas  de  Ayllón  y  de  Ria- 
za.  A  su  suegro  D.  Juan  Pacheco  tomó  cinco  fortalezas;  con  el 
conde  de  Lemos  tuvo  porfiadas  querellas,  pero  intercedió  gene- 
rosamente por  su  competidor  ante  el  rey  Fernando  que  se  pre- 
sentó en  Benavente  para  dirimirlas.  Sus  campañas  contra  los 
moros  granadinos,  singularmente  en  los  sitios  de  Ronda  y  Má- 
laga, coronaron  gloriosamente  su  carrera. 

Acompañados  del  quinto  conde  Alfonso  llegaron  á  Bena- 
vente en  23  de  Junio  de  1506,  Felipe  el  Hermoso  y  su  infeliz 
esposa,  avanzando  hacia  la  capital  con  mayores  muestras  á  cada 
paso  de  ambición  en  el  uno  y  de  demencia  en  la  otra.  Alfonso 
Pimentel  fué  uno  de  los  primeros  grandes  que  desnudaron  el 
acero  contra  las  rebeldes  Comunidades :  su  hijo  y  sucesor  An- 


(i)  «Yendo  el  conde,  dice  el  memorial  citado,  con  cuatrocientas  lanzas  y  al- 
guna gente  de  á  pie  á  tomar  posesión  de  dicha  ciudad,  se  le  resistió  asistiendo  á 
la  defensa  la  mayor  parte  del  reino  de  Galicia,  por  lo  cual  levantando  el  cerco  que 
le  habia  puesto  y  dando  vuelta  para  sus  tierras,  entró  las  ciudades  de  Santiago  y 
Orense  para  satisfacerse  de  sus  contrarios,  y  capitulada  paz  con  las  iglesias  y  ciu- 
dadanos de  ellas  las  dejó  libres.  En  este  viaje  prendió  al  conde  de  Camina  por 
cierto  trato  doble  que  habia  hecho  contra  él,  y  le  trajo  preso  á  Castilla  donde  le 
tuvo  mucho  tiempo  en  una  jaula  de  madera  en  la  fortaleza  de  Benavente.» 


ZAMORA  66l 


tonio  sirvió  en  paz  y  en  guerra  al  Emperador  y  á  Felipe  II ;  su 
nieto  Juan  Alonso,  después  de  armar  á  su  costa  nueve  mil  hom- 
bres para  la  incorporación  de  Portugal  y  de  acudir  á  la  defensa 
de  la  Coruña  contra  los  ingleses,  desempeñó  diversos  virreinatos 
en  el  reinado  del  III.  Así  continuaron  en  la  primera  grada  del 
trono,  con  consideración  poco  menos  que  de  príncipes,  prevale- 
ciendo siempre  sobre  las  heredadas  coronas  ducales,  la  primitiva 
condal  de  Benavente  (i),  hasta  que  extinguida  hará  «ien  años 
la  línea  varonil  de  los  Pimenteles,  después  de  absorber  tantas  y 
tan  ilustres  casas  vino  á  ser  absorbida  por  la  de  Osuna. 

La  población  no  desmerece  de  la  grandeza  de  sus  señores. 
Dejando  fuera  á  la  entrada  las  ruinas  de  un  convento  de  domi- 
nicos y  de  otro  de  Jerónimos,  penetra  el  viajero  por  una  puerta 
de  doble  ojiva  flanqueada  de  torreones  que  mira  hacia  sudeste, 
la  más  característica  de  las  seis  que  introducen  á  su  murado  re- 
cinto. Subiendo  siempre,  se  enfila  una  larga  calle,  donde  por  un 
lado  descuellan  la  portada  barroca  de  San  Francisco  y  su  torre 
cuadrangular  con  ventanas  de  medio  punto  coronada  de  pirámi- 
des que  imitan  botareles ;  por  otro  aparece  la  fachada  del  hos- 
pital de  la  Piedad,  suntuosa  fundación  de  los  condes  en  la  se- 
gunda década  del  siglo  xvi  (2).  Un  precioso  marco  de  góticos 
follajes  encuadra  el  arco  semicircular  de  su  ingreso,  y  labores 
de  análogo  estilo  bordan  el  antepecho  de  su  galería  superior. 

Más  arriba  en  el  punto  más  frecuentado  levanta  la  parro- 
quia de  San  Nicolás  su  torre,  antigua  en  parte,  sobre  el  portal 
ojivo  decrecente  bien  que  desnudo  de  molduras.  Pero  llega  á  su 


(i)  Entre  los  títulos  que  se  refundieron  en  dicho  condado  fíguran  los  ducados 
de  Béjar,  Plasencia,  Arcos,  Monteagudo  y  Gandía,  los  marquesados  de  Lombay, 
Javalquinto  y  Terranova,  los  condados  de  Luna,  Belalcázar  y  Oliva,  los  principa- 
dos de  Squilace  y  Anglona,  y  otros  propios  de  los  Zúñigas,  Borjas,  Sotomayor  y 
Vigil  de  Quiñones. 

(2)  Debajo  de  una  imagen  de  nuestra  Señora  y  de  dod  escudos  de  la  familia 
se  lee  la  inscripción  siguiente:  «Este  hospital  hicieron  y  dotaron  los  illes.  Señores 
Don  Alonso  Pimentel  conde  quinto  e  doña  A'na  de  Velasco  e  Herrera;  intituláron- 
lo de  nuestra  Señora  de  la  Piedad  porque  nuestro  Señor  la  aya  de  sus  ánimas:  co- 
menzóse e  dotóse  en  el  año  de  MDXVII,  acabóse  en  el  año  de  XVIH.» 


662  ZAMORA 


colmo  la  sorpresa  del  artista^  cuando  al  desembocar  en  la  plaza 
le  sale  al  encuentro  de  improviso  un  bellísimo  grupo  de  cinco 
ábsides,  decorados  todos  en  derredor  de  ventanas  bizantinas  con 
columnas  en  sus  jambas,  y  ceñidos  de  modillones  que  se  unen 
formando  arquería.  Aquella  es  la  iglesia  principal  de  Benavente, 
Santa  María  del  Azoque,  cuyo  título  tal  vez  deriva  de  la  voz 
arábiga  az-zoq  que  significa  mercado,  y  uno  de  los  monumentos 
más  curiosos  del  siglo  xii  ó  de  principios  del  xiii.  Á  un  lado  la 
cuadrada  torre  reforzada  con  robustos  estribos,  sembrada  de 
aberturas  idénticas  á  las  de  los  ábsides,  completa  dignamente 
aquel  conjunto  tan  interesante  por  sus  líneas  como  por  su  ve- 
tusto colorido.  A  los  extremos  del  crucero  tiene  el  templo  dos 
puertas:  la  del  mediodía,  de  plena  cimbra,  guarnecida  de  dien- 
tes de  sierra  en  el  arquivolto  y  de  hojas  románico  góticas  en  los 
capiteles  de  sus  seis  columnas,  presentando  las  efigies  de  los 
evangelistas  alternadas  con  otras  de  santos  y  en  el  tímpano  el 
Cordero  sin  mancilla  incensado  por  espíritus  angélicos;  la  otra 
colateral  pertenece  á  la  misma  época;  no  así  la  principal  situada 
á  los  pies  del  edificio,  que  es  moderna  y  de  orden  dórico  con 
ornamento  de  pilastras.  Por  dentro  así  los  arcos  de  comunica- 
ción como  las  bóvedas  de  las  tres  naves  despliegan  ya  la  ojiva, 
y  las  de  la  mayor  llevan  hasta  labores  de  aristas  entrelazadas; 
los  pilares  en  sus  cuatro  caras  muestran  una  simple  columna, 
pero  los  del  crucero  son  fasciculados  si  bien  con  capiteles  bizan- 
tinos. Cada  brazo  del  crucero  forma  dos  capillas  en  cuyo  arqui- 
volto se  dibujan  zigzags,  y  á  ellas  corresponden  por  fuera  los 
cuatro  ábsides  menores. 

Recuerda  en  Benavente  á  los  templarios,  tan  ricamente  he- 
redados en  ella,  la  singular  arquitectura  de  la  parroquia  de  San 
Juan  del  Mercado,  cuyas  dos  portadas  respiran  cierta  sombría 
gravedad.  Sobre  todo  merecen  observarse  los  capiteles  de  la 
lateral,  partidos  horizontalmente  por  una  moldura  ó  anillo,  en- 
cima del  cual  asoman  toscas  figuras  de  apóstoles  al  parecer,  y 
debajo  de  fpUajes,  cintas,  espirales  y  varios  adornos  del  estilo 


ZAMORA  663 


de  transición.  En  el  testero  resalta  la  adoración  de  los  Magos 
con  esculturas  de  ángeles  y  otras  en  el  arquivolto;  la  puerta 
que  es  de  medio  punto  se  halla  incluida  dentro  de  un  arco  oji- 
val. Sin  duda  en  las  hornacinas  fúnebres  de  diversas  formas, 
que  se  notan  al  lado  de  una  y  otra  puerta,  yacen  caballeros  de 
la  extinguida  orden  ó  de  la  de  San  Juan  que  le  sucedió  en  la 
posesión  de  la  iglesia  (i) ;  y  encomienda  fué  de  la  última  la  con- 
tigua casa  orlada  de  cordón,  construida  hacia  el  tiempo  de  los 
Reyes  Católicos. 

Otras  torres  descuellan  aún,  y  son  las  de  San  Andrés  y  de 
Nuestra  Señora  de  Renueva,  parroquias  en  mucha  parte  refor- 
madas con  obras  posteriores,  pero  no  tanto  como  la  del  Sepul- 
cro que  teniendo  fama  de  ser  la  más  antigua,  se  ha  convertido 
en  la  más  insignificante.  Á  fines  del  último  siglo  estaban  de  pié 
todavía  San  Miguel,  Santiago,  San  Martín  y  San  Juan  de  los 
Caballeros,  que  con  otra  de  San  Pedro,  destruida  anteriormen- 
te, llegaban  un  tiempo  al  número  de  once  parroquias.  Los  con- 
ventos de  monjas  eran  tres  como  los  de  religiosos  y  todos  sub- 
sisten aún,  el  de  clarisas,  el  de  bernardas  y  el  de  dominicas  de 
Sancti  Spiritus,  cuyo  hábito  vistieron  damas  de  regia  estirpe 
propagando  su  regla  en  Toro  (2). 

En  lo  más  alto  de  la  villa,  al  extremo  meridional  de  una 
meseta  que  se  apellida  la  Mota,  asoma  reducido  casi  á  esquele- 
to el  palacio  señorial  que  tan  ilustre  la  hacía  y  con  cuyas  glorias 
vivió  tantos  siglos  identificada.  Muros,  arcos,  torres  coronadas 
de  almenas  y  matacanes,  redondas  unas,  cuadradas  otras,  se 
hallan  en  aquel  desorden  precursor  de  un  hundimiento  total,  que 
favorece  de  pronto  á  lo  pintoresco  de  la  perspectiva  y  parece 
aumentar  todavía  sus  vastas  dimensiones.  Su  fábrica,  en  gran 


(O  Dentro  de  ella  hay  otros  sepulcros  con  epitafios;  uno  es  el  de  Sancho  Ruiz 
de  Saldaña,  cuya  fecha  está  en  blanco. 

(2)  Véase  lo  que  dijimos  poco  atrás  de  D.*  Leonor  de  Castilla  hija  de  Don 
Sancho  conde  de  Alburquerque,  hermana  de  la  reina  de  Aragón  y  nieta  de  Alfon- 
so XI. 


664  ZAMORA 


parte  de  ladrillo,  no  ha  podido  resistir  al  embate  de  cuatro  si- 
glos escasos.  En  alguna  de  sus  torres  mejor  conservada  apare- 
cen ventanas  góticas  de  la  decadencia,  y  da  vista  al  río  una  ga- 
lería de  arquitos  semicirculares  y  algo  reentrantes  al  estilo 
arabesco  con  antepecho  abalaustrado.  Poco  más  de  cien  años  ha 
transcurrido  desde  el  fallecimiento  del  último  Pimentel,  y  ved  en 
qué  ha  parado  el  esplendor  de  su  desierta  morada.  Quedan  sólo 
los  espaciosos  jardines  y  más  allá  la  dehesa  de  los  Tamarales 
cercada  de  densísima  arboleda;  queda  el  delicioso  panorama  que 
forman  á  los  pies  de  aquella  altura  por  un  lado  bosques  inter- 
minables, por  otro  huertas  de  frutales  salpicadas  de  casas  y 
molinos,  surcadas  por  las  sinuosas  corrientes  del  Esla  y  del  Or- 
bigo  que  brillan  con  blanco  esmalte  sobre  el  opaco  verdor.  ¡Oh 
renaciente  pompa  de  la  naturaleza!  ¡cómo  avergüenzas  las  ca- 
ducas glorias  del  arte  y  el  estéril  é  irresucitable  polvo  de  los 
monumentos!  ¡oh  perenne  sonrisa  de  la  creación,  indiferente  á 
las  vicisitudes,  insensible  á  la  desolación  de  las  humanas  gran- 
dezas ! 


Xl^DIG^ 


PÁGINAS. 

Introducción v 

VALLADOLID 

CAPÍTULO  I.— Ojeada  general  á  ValladoHd 1 1 

CAP.  II. — Valladolid  desde  su  fundación  hasta  el  siglo  xiii. — Monu- 
mentos bizantinos 29 

CAP.  III. — Valladolid  desde  el  siglo  xiii  hasta  principios  del  xvi. — 

Construcciones  góticas 47 

CAP.  IV. — Valladolid  en  los  tres  últimos  siglos. — Edifícios  modernos.  121 

CAP.  V. — Simancas. — Pueblos  comarcanos  de  Valladolid 181 

CAP.  VI. — Distritos  de  Peñafiel  y  de  Olmedo 201 

CAP.  VIL— Medina  del  Campo 2i3 

CAP.  VIII. — Tordesillas. — ^Torrelobatón. — Villalar 287 

CAP.  IX. — San  Román  de  Hornija. — Vamba. — Monasterio  de  la  Es- 
pina   239 

CAP.  X. — Medina  de  Rioseco 275 

CAP.  XI. — Distrito  de  Villalón. — Mayorga. — Ceínos 299 


FALENCIA 

CAPÍTULO  L— Tierra  de  Campos. — De  Dueñas  á  Palencia 3i3 

CAP.  II.— Orígenes  de  Palencia  hasta  su  restauración  por  Sancho  el 

Mayor 341 

CAP.  III. — Palencia  durante  los  siglos  medios. .     • 359 

CAP.  IV. — Fisonomía  actual  y  monumentos  de  Palencia 3^5 

CAP.  V. — De  Palencia  á  Astudillo 449 

84 


CAP.  VI.— Carrión  y  su  dislrito 

CAP.  VII. — P  a  nidos  de  Saldaña  y  de  Cervera  de  Pisuerga.— Agaitai 
de  Campóo 


ZAMORA 

CAPÍTULO  I.— Recuerdos  du  la  capitu! 563 

CAP.  Il.-Monumemos  de  Zamora 573 

CAP.  III.— Toro 611 

CAP.  IV. — Ojeada  general  á  la  provincia.— Benavente 647 


índice  de  los  intercalados 


VALLADOLID 


PÁGINAS. 


Introducción. — Cabecera 

CAPÍTULO  I.— Cabecera 

CAP.  II.— Cabecera 

Torre  de  Santa  María  la  Antigua 

CAP.  III.— Cabecera 

Antigua  torre  de  San  Benito 

Claustro  del  antiguo  convento  de  San  Agustín 

Facbada  de  San  Pablo 

»  Detalles  de  la  derecha 

»  Parte  central 

Fachada  de  San  Gregorio 

Puerta  interior  de  San  Gregorio 

Fachada  de  San  Gregorio. — Detalle  de  la  izquierda 

Palio  de  San  Gregorio 

Colegio  de  Santa  Cruz,  hoy  Museo 

Museo. — Fragmentos  de  una  sillería  de  coro  (de  Berruguete).     .     . 

Galería  del  Museo 

Museo. — Espaldar  de  una  silla  de  coro  (de  Berruguete) 

CAP.  IV.— Cabecera 

Casa  donde  nació  Felipe  II 

Ventana  de  la  casa  de  Felipe  II 

La  acera  de  San  Francisco 

El  Ayuntamiento 

Iglesia  de  la  Magdalena 

Restos  de  arquitectura  árabe  junto  á  la  iglesia  de  Santa  Magdalena. 

Fachada  de  la  Catedral 

Colegio  de  Ingleses 

Colegio  de  Escoceses 

Palacio  Real,  hoy  Audiencia 

Patio  del  Palacio  Real 


1 1 

2() 
37 

47 
76 

79 

9' 
c)3 

95 

99 
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01 

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1 1 

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i5 

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21 

27 

28 

43 

43 

47 

49 
3i 

37 

39 
61 

63 


668  ÍNDICE 


PÁGINAS. 


Iglesia  de  las  Angustias 167 

Fachada  de  la  Universidad 173 

Hospital  de  San  Juan  de  Letran 175 

Teatro  de  Calderón 177 

CAP.  V.— Cabecera 181 

Archivo  de  Simancas 191 

Parroquia  de  Arroyo 195 

CAP.  VI. — Cabecera 201 

CAP.  VII.— Cabecera 2i5 

Medina  del  Campo 217 

Castillo  de  la  Mota.  —Torre  del  Homenaje 224 

CAP.  VIII.— Cabecera 237 

CAP.  IX. — Cabecera 259 

CAP.  X. — Cabecera 273 

RiOSECo. — Parroquia  de  Santa  María 287 

o       — Parroquia  de  Santiago.  292 

CAP.  XI.— Cabecera 299 

ViLLALÓN. — Iglesia  de  San  Miguel.  . 3o2 

Aguilar  de  Campos. — Parroquia  de  San  Andrés 3o7 

CeíNos  DE  Campos. — Restos  de  Santa  María  del  Temple.    .  309 


FALENCIA 


CAPÍTULO  I.— Cabecera 3i3 

Baños. — Iglesia  de  San  Juan  Bautista 333 

ViLLAMURiEL. — Exterior  de  la  Parroquia 337 

»                Fachada  de  la  Parroquia 339 

CAP.  II.— Cabecera 341 

CAP.  III.— Cabecera 359 

CAP.  IV.— Cabecera 395 

Vista  general  de  Palencia.   . 397 

Puerta  de  Monzón 399 

Vista  general  de  la  Catedral 401 

Catedral.— Puerta  del  Obispo 4o3 

»            Nave  principal 407 

»            El  Trascoro 41 5 

u           Capilla  donde  se  halla  la  momia  de  doña  Urraca.    .  419 

o            Capilla  de  San  Pedro 421 

o            Reja  de  hierro  repujado  del  arco  en  esviaje.      .      .      .  426 

»            Custodia  de  plata 427 

o            Frontón  de  altar,  bordado  (siglo  xvi) 429 

»            Detalle  de  la  puerta  del  Claustro 43 1 

Parroquia  de  San  Miguel 435 


» 
» 
» 


ÍNDICE  669 

PÁGINAS. 

San  Pablo. — Sepulcro  de  D.  Juan  de  Rojas  y  su  mujer.             .  487 

»             Capilla  de  Nuestra  Señora  de  las  Angustias.  .      .  489 

Sepulcro  de  D.  Francisco  de  Rojas  y  su  mujer.    .  442 

Retablo  del  altar  mayor 443 

Reja  de  la  Capilla  Mayor 445 

CAP.  V. — Cabecera 449 

CAP.  VI.— Cabecera 471 

Caurión. — Iglesia  de  Santiago 481 

»            Escultura  central  de  la  Iglesia  de  Santiago..  482 

Ruinas  de  Benevivere 495 

ViLLALCÁZAR  DK  SiRGA. — Convcnto  de  Templarios.       ....  497 

»                      Sepulcro  del  infante  D.  Felipe.  ...  5o i 

Fromista. — Parroquia  de  San  Martín ,      .      .      .  504 

CAP.  VII. — Cabecera 509 

Aguilar  de  Campóo. — Claustro  del  Monasterio 522 

»                     Fachada  del  Monasterio 525 


ZAMORA 

CAPÍTULO  I.— Cabecera 533 

Cruz  que  señala  el'lugar  donde  fué  herido  el  rey  D.  Sancho.    .      .  546 

Murallas  y  pórtico  de  la  casa  de  D.*  Urraca 549 

Cruz  del  rey  D.  Sancho 55o 

La  casa  del  Cid 55 1 

CAP.  II.— Cabecera 573 

Vista  general  de  Zamora.     . 575 

Puente  sobre  el  Duero 577 

Fachada  de  la  Catedral 5^9 

Catedral.— Detalles  de  la  Puerta  del  Obispo 58 1 

»            Fachada  de  la  Puerta  del  Obispo 583 

»            Claustro 591 

Casa  del  Marqués  de  Villagodio 606 

La  Casa  de  los  Momos G07 

CAP.  III.— Cabecera 611 

Toro. — ^Torre  del  Reloj 628 

»        Exterior  de  la  Colegiata 63 1 

»        Puerta  lateral  de  la  Colegiata 633 

CAP.  IV. — Cabecera 647