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Talladolid
Falencia y Zamora
^fú
MiiiTOS í AEIES-SÜ NlTÜMLm E ilSmiA
Valladolid
:©ALENCIA Y JZaMORA
t>. gosé Ü)." Quaírrabo
Fotograbados de Meíseneach y Gómez Polo — Hkliografías de Thomás
Cromos de Xumetra — Dibujos de Pascó, Pasbos, Xumetra
RlQUERO Y DcÉGUEZ
BARCELON.A
ESTABLECIHIEBTO TIPOGRÁFICO - EDITORIAL DE DANIEL CORTEZO Y O
Calle de Ausias-March , Nüheros q; v 97
iflí^íífWl^ieííte» V.
'^^^^p^^'
SL bajar de las sierras asturianas los sucesores de Pelayo,
no pararon en su primer ímpetu hasta los montes de Avila
y Extremadura, invadiendo una y otra vez el dilatado territorio
que surcan el Duero y sus copiosos tributarios. Aquellas vastas
y fértiles regiones, no divididas entre sí por valla alguna consi-
derable, no pobladas ni definitivamente poseídas sino al cabo de
algunos siglos, formaron el ensanche natura! del reino de León
paralelamente con el del condado de Castilla. Hoy reparten en-
tre sí el expresado suelo cuatro grandes provincias : Falencia,
Zamora, Valladolid y Salamanca.
VI INTRODUCCIÓN
Habitábanlo en las edades más remotas los vacceos y los
vetones en zonas estrechas y prolongadas de norte á mediodía;
los primeros al oriente, desde las fuentes del Carrión y del Pi-
suerga hasta los montes de Guadarrama; los segundos del
Duero al Tajo, abarcando una porción de Extremadura. A la
vida nómada de los pueblos pastores reunían los vacceos la la-
boriosidad de los agrícolas, distribuyéndose anualmente las tie-
rras que habían de cultivar y el producto de las cosechas, y
castigando con pena de muerte tedia oGiikación ó atentado con-
tra la común propiedad (i): los cereales, principal riqueza de
sus feraces llanuras, metíanlos durante las guerras en hondos
graneros, donde se conservaba el trigo cincuenta años y cienjto
el mijo. Más tarde se reunieron en poblaciones, y Plinio les
atribuye diez y ocho, Tolomeo nombra veinte, y menciona algu-
nas más el itinerario de Antonino (2). Independientes y aguerri-
dos, levantaron en unión con los ólcades y carpetanos un ejército
de cien mil hombres contra Aníbal (3), y defendieron brava-
mente de la avidez y soberbia de los cónsules romanos sus bie-
nes y su libertad. El pretor Lucio Postumio Albino fué el primero
que en el año 1 79 antes de Cristo invadió y saqueó sus comar-
cas, matando á treinta y cinco mil de los habitantes (4) : siguióle
treinta años después el avariento Licínio Lúculo, cuyas hazañas
(i> ínter Jinilimas illas gentes^ dice Diodoro Sicu\o, cu liissima est Vaccceorum
naiio. Hi enim divisos quoiannis agros colunt, et communicatis inter se frugibus,
suam cuique Partem atlribuunl: rusticis aliquid interverteutibus, suppiicium capitis
muleta est. Silio Itálico apellida late vagantes á los vacceos.
(a) Las que nombra Tolomeo, y cuya difícil reducción no emprenderemos en
este lugar, son: Bargiacis, Intercacia, Víminacium, Porta Augusta, Ántraca, Meo-
riga. Avia, Sepontia Parámica, Gella, Albocella, Rauda, Segísama Julia, Palancia,
Eldana, Cougium, Cauca, Octodurum, Pintia, Sentica y Sarabris. En el camino de
Mérida á Zaragoza menciona Antonino en dicha región á Sibaria, Ocello Duri, Al-
bucella, Amallóbrica, Septimanca y Nivaria; y en el de Astorga á Zaragoza á Bri-
gecio, Intercacia, Tela, Pincia y Rauda. Plinio cita álntercacia, Palancia, Lacóbriga
y Cauca; Estrabón á Segisama, Intercacia y Aconcia bañada por el Duero.
(3) Carpetanorum cum appendicibus Olcadum Vaccceorumque centum millia
fuere^ invicta acies si cpquo dimicaretur campo. (T. Livio.)
(4) Eadem cestate et L. Posthumium in Hispania ulteriore bis cum Vaccceis egre-
gie pugnasse scribunt, ad triginta et quinqué millia hostium occidisse et castra op-
pugnasse. (T. Livio, Dec. IV, lib. X.)
Campesino de Valladolid
INTRODUCCIÓN Vil
se redujeron á la pérñda matanza que sin respeto á los pactos
hizo en los moradores de Cauca, al infructuoso sitio de Interca-
cia, y á la retirada vergonzosa que hubo de emprender perse-
guido hasta el Duero por los de Falencia ; pero más desastrosa
fué todavía catorce años adelante la de Emilio Lépido, á quien
mataron seis mil soldados los palentinos dignos aliados de Nu-
mancia. Necesitóse el esfuerzo del vencedor de ésta, Escipión
Emiliano, para domar á los vacceos, que cercados prefirieron la
muerte á la servidumbre (i). Los vetones, no menos belicosos,
al mando de su jefe Hilermo auxiliaron á Toledo sitiada por
Fulvio Nobilior, y figuraron en las guerras púnicas y en las de
los pompeyanos contra César, formando en el ejército romano,
después de sometidos, cohortes y escuadrones ó alas de caballe-
ría, pues sobresalían en ligereza sus jinetes como sus yeguas en
fecundidad (2). Inaccesibles al ocio y á toda idea de diversión ó
paseo, no comprendían medio entre el descanso de las tiendas y
la fatiga de los combates (3).
Á la caída del imperio romano, destituido aquel país de po-
der que le amparara, quedó abandonado á las incursiones de los
suevos y á los estragos aún más asoladores de los godos, á cuyo
dominio no pasó completamente sino reinando Leovigildo. La
monarquía goda dejó en él vestigios y recuerdos no escasos: en
San Román de Hornisga escogió Chindasvinto sepultura para
sí y para su esposa ; en Baños junto á Falencia edificó Reces-
vinto una iglesia á San Juan Bautista; en Gérticos acabó sus
días este rey, y allí mismo se cree fué elegido Vamba en el
lugar que lleva su nombre. Campos Góticos se denominaron por
(i) Vaccoei obsessi, liheris ei Conjugibus trucidatis, tf>st se interemeruni. ^T. Li-
vio, epítome lib. LVIl.)
(2) Leves intitula Lucano á los vetones. Silio Itálico aplica á sus yeguas la cé-
lebre fábula de que concebían simplemente del viento.
(3) Refiere Estrabón que al principio tuvieron por locos á unos centuriones
romanos á quienes veían pasearse delante de su campamento: putabant enim aut
in tabernáculo quiete sedendum aut puf^nandum esse.
Vin INTRODUCCIÓN
largo tiempo las vastas llanuras actualmente conocidas por tie-
rra de Campos.
Pronto cesó de pesar sobre ellas el yugo sarraceno, pero
tarde reflorecieron la paz y la seguridad en el emancipado terri-
torio. Desde que lo atravesaron por primera vez los victoriosos
pendones de Alfonso I, hasta que se cubrió de ciudades, villas y
lugares, transcurrieron no menos de tires siglos, durante los cua-
les apenas fué otra cosa que un yermó, y dilatado palenque
abierto á las encarnizadas luchas de los opresores y de los liber-.
•
tadores de España. Aunque Alfonso III fijase en el Duero la
frontera estableciendo en Zamora su cuartel general, aunque
victorioso en Simancas Ramiro II emprendiese la colonización de
las riberas del Tormes y del Adaja, á menudo las algaras infle*
les en la creciente de sus avenidas borraban los límites trazados
por la espada de nuestros reyes, y barrían los prematuros ensa-
yos de la cristiana restauración. Hasta mediados del siglo xi no
se dio pues por aflanzada su posesión y por consumada su con-
quista. En 1035 fué repoblada Falencia, en 1 102 Salamanca, y
por el mismo tiempo Zamora que no habia podido sostenerse
tan aislada; Ciudad Rodrigo lo fué después hacia 1 170.
Cuando se levantaron de entre sus ruinas ó tuvieron princi-
pio estas poblaciones, reinaba ya en todo su esplendor el arte
bizantino. Él dotó de catedrales para su tiempo suntuosas á Za-
mora, Salamanca y Ciudad Rodrigo, á V^lladólid y Toro de
ricas colegiatas, de preciosos templos á Dueñas^ Carrión, Agui-
lar de Campóo y Benay^nte ; él sembró de parroquias innume-
rables las ciudades y las villas, de ermitas y de castillos los
cerros, de monasterios y prioratos los páramos y las márgenes
de los ríos. Sea por la grandeza y hermosura que supo dar á
sus construcciones, bastante para prevenir el de$eo ó la necesi-
dad de renovarlas, sea por el dichoso estacionamiento del país,
lo cierto es que en ningún otro quizá se han conservado tan en-
teras y en tanto número, y que su tipo venerable, tan raro en
otras partes y allí tan familiar, parece vivir con lo presente en
INTRODUCCIÓN IX
vez de permanecer inmóvil cual monumento de lo pasado.
Á pesar de su tardía aparición, muy en breve alcanzaron las
nuevas colonias la plenitud de su desarrollo y el colmo de su
grandeza. Irradió sobre toda la comarca el subitáneo brillo de
Valladolid honrada tan á menudo desde el siglo xii con la resi-
dencia de los soberanos de Castilla, y llegó á ser el foco vital y
el corazón de la monarquía durante períodos, infelices y turbu-
lentos unos, ilustres y gloriosísimos los otros. No hay villa ape-
nas en aquellos campos que no haya encerrado por algún tiem-
po la corte dentro de sus tapias; ni hay castillo que no recuerde
insignes títulos ó solares, prisiones de magnates ó príncipes, si-
tios, asaltos, hazañas y catástrofes; ni hay allí nombre que no
suene, ni lugar que no se describa, en las crónicas de los si-
glos XIV y XV y en las historias del xvi. Las azarosas menorías
de Femando IV y Alfonso XI, el brillante é inquieto reinado de
Juan U, las glorias inmortales de los Reyes Católicos, las re-
vueltas de las Comunidades, la tranquila pujanza del Empera-
dor, la severa majestad de Felipe II, la decadente pompa del Ter-
cero, todo lo llenan de memorias suyas, y se adhieren con indi-
soluble vínculo al suelo donde estamparon más particularmente
sus huellas.
Y no fué sólo Valladolid el teatro de tan larga serie de
acontecimientos: al rededor suyo participan de su fama y com-
pletan sus anales Peñafíel, Olmedo, Medina del Campo, Siman-
cas, Tordesillas, Villalar, Medina de Rioseco, conservando más
ó menos completo el traje del lucido papel que desempeñaron.
Falencia sobre el Carrión, Zamora y Toro sobre el Duero, si
bien no tan encumbradas como la reina del Pisuerga, tienen
historia y existencia propia, antiguos blasones, notables monu-
mentos; pero con aquella compite en rango y la vence en mag-
nificencia la abatida Salamanca, que si la una fué corte del reino,
la otra lo fué de las ciencias durante más largo tiempo. Iglesias,
conventos, colegios, palacios, forman un gran museo arquitec-
tónico de la ciudad del Tormes, cuyo séquito componen girando
INTRODUCCIÓN
en torno de ella y recibiendo su luz Alba, Ledesma, Béjar y
Ciudad Rodrigo.
Adulta y poderosa vamos á hallar pues la monarquía, que
en Oviedo vimos dentro de la cuna, y creciente y joven en
León ; pero no tal como después se ha mostrado desde que fijó
en Madrid su capital, dotada de aquella unidad centralizadora
que absorbió casi en el estado la personalidad de las provincias
y de los municipios. Veremos todavía al feudalismo , indócil y
osado tal vez más que nunca, dictar á menudo la ley al sobe-
rano, y hacerle guerra con las mercedes de él obtenidas ; vere-
mos al trono, viajando siempre de pueblo en pueblo, llevar una
vida ambigua entre la de campamento y la de corte, y carecer
de asiento y hasta de palacio propio en los días de su mayor
grandeza; veremos más veces en guerras intestinas que en he-
roicas campañas contra los moros agitarse aquellos campos y
cruzarse unas con otras las lanzas castellanas ; á los concejos,
fieles auxiliares del poder real, sucumbir después en la liga for-
mada contra los abusos del mismo ; á las nobles ciudades de
Castilla sobrevivir á su representación y á sus fueros , retenien-
do su peculiar carácter y fisonomía en el seno de la general
nivelación; veremos por fin, en correspondencia con esta dilata-
da sucesión histórica , desenvolverse en construcciones magnífi-
cas el arte, desde los primeros ensayos del género ojival hasta
la mayor pureza y suntuosidad del renacido greco-romano.
r
» • i
1
¥ «o que ha sido Madrid de tres siglos á esta parte, eso fué
^^^ Valladolid durante los tres anteriores: una villa improvi-
sada y sin historia, objeto de la predilección gratuita de los mo-
narcas, preferida á las antiguas cortes de León y Burgos y á
las gloriosamente conquistadas de Toledo y Sevilla para ñjar
12 VALLADOLID
SU real domicilio, y mantenida con todo en su humilde clase,
corriendo los días de su mayor pujanza, tal vez para que recor-
dase, así ella como las ilustres ciudades postergadas, que^ todo
lo debía al soberano favor. Sin embargo la villa del Pisuerga
pretende tener sobre la del Manzanares patentes y naturales
ventajas; un suelo más fecundo, un río más caudaloso, situación
más oportuna para constituirse emporio de comercio y navega-
ción por medio de no difíciles canales. Á principios del siglo xvii
logró todavía arrebatar por algunos años á su rival y sucesora
la dignidad de capital de la monarquía; y aún ahora, importan-
te por su categoría civil, judicial y universitaria, extendida su
jurisdicción militar sobre el antiguo reino de León hasta las
costas del Océano, y elevada últimamente al rango de metro-
politana su sede episcopal que no cuenta tres siglos de existen-
cia, es acaso la única entre las ciudades de la vieja Castilla, que
en vez de sentarse sobre las ruinas de lo pasado, camina á su ,
engrandecimiento con la mirada fija en el porvenir.
En su formación y planta ofrece Valladolid singular analo-
gía con la presente .corte. Como ésta, empezó por un pequeño
núcleo á orillas del río que al occidente corre, y al rededor del
primitivo alcázar que se trocó después en monasterio de San
Benito; como ésta, fué creciendo y redondeándose por norte,
levante y sur, manifestando en la irregularidad de sus extremi-
dades la gradual inclusión de los arrabales en su recinto ; como
ésta, tiene al oriente su Prado que se interna en la población,
si bien menos prolongado y harto más inculto que el madrileño.
Lo que empero la distingue son los dos brazos del Esgueva,
riachuelo angosto si bien á veces asolador como un torrente,
que cruzan del este al oeste casi paralelamente la ciudad, el
uno por medio de ella en dirección algo oblicua, el otro descri-
biendo en línea curva su circuito meridional, y ambos desaguan
por separado en el Pisuerga. Variedad en las perspectivas y
abundancia de contrastes, magníficas plazas y sombrías plazue-
las, simétricas y alineadas calles junto á viejas y tortuosas
VAL LA D O L I D I3
manzanas, brillantes tiendas y ruinosas tapias de conventos,
focos de animación y movimiento en medio de yermos y silen-
ciosos barrios, monumentos de toda clase y de toda época des-
collando sobre caserío ya humilde ya ostentoso : he aquí lo
que encierra de preferente para el artista la corte de los siglos
medios respecto de la uniformidad de la moderna (i). Es ver-
dad que lo mismo que á Madrid, sus coronados protectores no
le dejaron por lo general grandiosos edificios, ni se vio decora-
da en el apogeo mismo de su gloria con obras comparables á
las que ennoblecieron á León , Burgos, Toledo, Sevilla y Sala-
manca; pero lo recibido de entonces, en g^an parte lo ha con-
servado, cesando al par de la necesidad de su ensanche, y del
fausto y exigencias de su destino, la destructora manía de la
renovación.
La entrada principal que presenta Valladolid al mediodía,
es de incomparable magnificencia. Al asomar por la puerta del
Carmen, compuesta de tres arcos y erigida en el reinado de
Carlos III cuya estatua la corona, descúbrese de golpe una área
triangular, diez y seis veces más extensa que la plaza Mayor
de Madrid (2), vuelta por la base á la circunferencia y por el
vértice hacia el centro de la población, y rodeada toda de tem-
fi] Mengua es que en nuestros ariisiicos tiempos se desconozca ó se olvide lo
que medio siglo atrás, bajo el imperio de la regularidad clásica, no se ocultaba al
viajero Bosarte, quien hablando de Valladolid escribe : «Los que pretenden que
todas las casas de un pueblo ó de cada calle se tiren á cordel y sean iguales en
altura, que las plazas sean altas y cargadas de habitaciones y que el aspecto sea
muy igual... no dudarán con tales principios despojar crudamente á los sentidos
de su principal deleite que es la variedad/ ni tendrán reparo en fastidiarlos con
una pesada monotonía, ni en hacer tolerar el ímpetu de los vientos encañonados
por calles rectas, ni en fastidiar con penosas y tristes escaleras á los que usan las
habitaciones. Los vicios de la planta de un pueblo no están en que sus calles sean
diferentes entre sí, ni en que entre unas y otras casas haya desigualdad de altu-
ras, ni en que se continúen por medio de tapias de jardines.»
(3) Ponz la consideró sólo tres veces más grande; pero Bosarte asegura que
de su medición resultan 42 obradas de tierra menos 80 estadales, componién-
dose cada obrada de 600 estadales cuadrados, y cada estadal de 10 pies por lado.
Consta pues el Campo Grande de 2.5 1 2,000 pies, mientras que el área de la plaza
Mayor de Madrid no llega á 145,000.
14 VAI. LADOLID
píos y públicos edificios. Doce conventos, además del grande
hospital de la Resurrección, los unos abandonados ó converti-
dos en diversos usos, habitados los otros por religiosas, cierran
en dilatada línea este ámbito inmenso, descollando entre sus
desiguales fachadas de los siglos xvi y xvii la ostentosamente
churrigueresca de San Juan de Letrán : los Mercenarios des-
calzos que lo poseían, los Capuchinos, los Carmelitas calzados,
los de San Juan de Dios, los Agustinos recoletos, todos salie-
ron á la vez de su morada, sino los misioneros Filipinos; pero
en la suya permanecen con la iglesia abierta al culto las fran-
ciscanas de Sancti Spiritus y de Jesús María , las dominicas de
la Laura y de Corpus Cristi, las huérfanas de la Misericordia*;
y solamente á la de Agustinas recoletas en el vecino Campo de
la Feria se ha trasladado la parroquia de San Ildefonso. Cual-
quier objeto parece allí diminuto, cualquiera muchedumbre es-
casa, cualquier adorno ó monumento que no fuese colosal se
perdería en el seno de tal espacio (i); tanto que apenas logra
llamar la atención un elegante paseo de olmos y acacias, largo
de mil cuatrocientos pies y con una fuente á su extremo, que
ocupa el lado oriental de la esplanada (2). Campo Grande la
llama el pueblo, Campo de Marte los eruditos, y añaden que
en otro tiempo se apellidó de la Verdad cuando servía de pa-
lenque á los caballeros para mantener su derecho con la espa-
da: á las lides, á las justas y festejos sucedieron más lúgubres
espectáculos, y más de una vez se levantaron los patíbulos y se
encendieron allí las hogueras á fin de sofocar en España los
gérmenes del oculto fuego del luteranismo.
Atravesada ésta que pudiéramos calificar de ante-ciudad y
(i) Hubo en medio una fuente, «y porque levantaron, dice Ponz, el falso testi-
monio de que no le llegaba el agua, la quitaron de allí.»
(2) Desde que escribía en 1861 estas páginas, se han realizado en aquella in-
mensa plaza arreglos y construcciones de importancia, que si bien embellecen
mucho su aspecto, me juzgo dispensado de (letallar en una obra de carácter ar-
tístico y monumental. Ha desaparecido por desgracia, si mal no recuerdo, el arco
de ingreso á la calle de Santiago con el objeto de ensancharla.
VALLADOLID I5
un puentecillo sobre el Esgueva, introduce á la población un
arco titulado de Santiago y sustituido á la antigua puerta del
Campo^ obra sencilla y majestuosa de principios del siglo xvii
que se atribuye á Francisco de Praves, insigne arquitecto. Dos
templos sobresalen en la primera calle que se enfíla, fundados
los dos á últimos del xv, pero renovados en época de mal gusto;
el uno de las comendadoras de Santiago metido en un patío
adentro, el otro parroquial bajo la advocación del mismo após-
tol, cuyo ábside y cuadrada torre conservan restos venerables
de gótica arquitectura. Mejores los contenía el grandioso convento
de San Francisco, situado á la derecha de la propia calle al
desembocar en la plaza Mayor; y con ellos han perecido en su
fatal demolición recuerdos históricos de más valía que las nuevas
casas construidas en su solar y la espaciosa acera ofrecida á los
curiosos y paseantes.
La plaza Mayor de Valladolid, pues la anterior se deno-
mina campo más bien que plaza, reúne las condiciones apeteci-
bles en obras de este género: planta regular cuadrilonga de
ciento treinta pies de anchura por ciento noventa de longitud,
uniformes casas con tres órdenes de balcones, cómodo pavimen-
to, pórticos sostenidos por magníficas y altas columnas de una
sola pieza, toda la hermosura en fin que puede dar una perfecta
simetría. Ocupa el centro del lienzo septentrional la casa de
Ayuntamiento, presentando seis balcones en el piso bajo y diez
y siete en el principal divididos solamente por pilastras á mane-
ra de galería; deslácenla empero lo aplastado de las aberturas
y los extravagantes chapiteles de sus dos torres, entre los cua-
les se eleva no con mucha mayor gracia el moderno cuerpo del
reloj t:oronado de trofeos militares. Así renacieron de las ceni-
zas del espantoso incendio de 1561 la plaza y el edificio muni-
cipal bajo la dirección de Francisco Salamanca, por cuya traza
se reedificaron también los contiguos barrios de la Platería,
Especería y Rinconada que el fuego había consumido con sus
riquezas. Del trágico fin de D. Alvaro de Luna señálase como
l6 VALLADOLID
recuerdo el mascarón de bronce colocado en un ángulo de la
plaza (i); mas no fué en esta donde murió decapitado el con-
destable, sino en la vecina del Ochavo, que en el siglo xv se
intitulaba la Mayor, y cuyo ámbito posteriormente redujeron las
manzanas al rededor construidas.
Ahora la plazuela del Ochavo es simplemente casi una en-
crucijada, formada por la intersección de varias simétricas calles,
que toma el nombre de la octógona figura que le dan sus re-
machadas esquinas. Igual uniformidad en el caserío, igual pro-
fusión y grandeza de columnas traídas á gran costa de las
lejanas canteras de Villacastín, reproducen las inmediatas calles,
residencia del comercio; y no acaban los soportales sino en la
Platería, que desde el Ochavo adelante sigue tirada á cordel y
decorada de pilastras en vez de columnas, campeando en su
fondo la bella fachada de la iglesia de la Cruz, atribuida sin
razón bastante á Juan de Herrera. Á espaldas de la casa de
Ayuntamiento, en la plaza de la Red destinada á la venta de
comestibles, cimbréase sobre la fuente de la Rinconada una
graciosa pirámide frente á la iglesia de Jesús Nazareno, y cerca
de allí adorna la fuente Dorada una linda estatua de Apolo.
Si en vez de seguir en dirección al oeste por aquel sitio des-
ahogado hasta dar vista á la torre de San Benito y salir á la
margen del Pisuerga, nos internamos por la ciudad hacia levan-
te remontando el pequeño cauce del Esgueva que corre á tre-
chos subterráneo, pronto á la vuelta de algunas calles se nos
aparecerá la grandiosa aunque incompleta mole de la Catedral,
privada de las dos torres que debían flanquearla, una de las
cuales no llegó á concluirse y la otra se vino al suelo en nues-
tros días. El que reconozca como tipo único de perfección la
(i) Conjetúrase con bastante probabilidad que el mascarón fue puesto allí por
los años de j 65 8, en que el supremo consejo de Castilla declaró en juicio contra-
dictorio la inocencia y lealtad de D. Alvaro dos siglos después de su muerte, y
que la argolla que en la boca tiene alude á la falsedad con que depusieron contra
él los testigos.
VALLA DO LID I7
severa y grandiosa arquitectura de Herrera, se extasiará ante
la dórica fachada, si bien afeada ya en su segundo cuerpo con
barrocas añadiduras, y deplorará entrando en el templo que se
haya quedado á la mitad de la obra aquel todo sin igual (i),
trazado para descollar sobre todas las catedrales como el Esco-
rial* su hermano sobre todos los monasterios; pero el artista
exento de exclusivismo, sin rehusar su admiración á la sencilla
majestad de lo edificado, reservará una lágrima para la antigua
colegiata bizantina que se creyó necesario demoler al erigir la
nueva sede, y cuyas interesantes ruinas se alegrará aún de po-
der contemplar al través de los principiados arcos y pare-
dones.
Siguiendo el flanco derecho de la Catedral decorado de pi-
lastras y ventanas cuadradas ó circulares, descúbrese la plaza
de Santa María, y á un lado de ella la churrigueresca fachada
de la Universidad con estatuas de las ciencias que allí se ense-
ñan y de los reyes que la protegieron, empezando por Alfon-
so VIIJ. Cambia ya en sus contornos el aspecto de la ciudad:
las calles, como las de Francos, Moros, Rúa oscura, las Parras
y Ruiz Hernández, conservan los nombres que en los siglos xii
y xiii recibieron; muchas de las casas ofrecen, si no la forma de
entonces, al menos el delicado estilo plateresco, combinado en
algunas con las postreras galas del gótico. Los puentecillos
sobre el Esgueva que cruza por allí descubierto (2), los árboles
que sombrean sus orillas, dan á aquel barrio un no sé qué de
campestre y pintoresco ; y completan la variedad del cuadro el
bizantino pórtico y el gótico ábside y crucero de la parroquia de
la Antigua.
Fundada á fines del siglo xi por el conde Pedro Ansúrez y
(i) Tal proyectó hacerlo su artífice, desterrando para siempre de España, se-
gún expresión suya, la barbarie y soberbia ostentación de los antiguos edificios,
es decir, de los góticos.
(2) Posteriormente se ha cubierto el cauce del arroyo, perdiendo el sitio en
variedad é interés lo que ha ganado en higiene y policía.
\
l8 VALLADOLID
ampliada en el xiv por Alfonso XI, levanta esta venerable igle-
sia al otro lado de la Catedral, como para humillarla, su torré
monumental de cuatro cuerpos, que lleva el peso de más de
siete centurias, coronada por una aguja de pintados ladrillos.
A su sombra parecen agruparse los solares más ilustres: frente
á la graciosa portada corintia del santuario de las Angustias,
da entrada al palacio del almirante D. Fadrique Enríquez, hon-
ra y prez de Valladolid en el siglo xvi, un arco semicircular en-
cima del cual se abría un lindo ajimez encuadrado dentro de la
moldura ; muéstrase convertida en hospital la antigua mansión
del conde Ansúrez, embellecida con gótico portal y artesonado
posteriores á su época; la del marqués de Villasante luce sus
labores platerescas en la calle del Rosario, pequeña iglesia que
tiene de gótico la entrada y parte del interior ; y en la casa del
marqués de Revilla, esquina á la calle de la Ceniza, llaman la
atención una rica techumbre sobre la escalera y una galería
formada de caprichosos arabescos. En medio de estos nobles
albergues descuella la bizantina torre de San Martín, coetánea
casi y semejante á la de la Antigua, menos en el cónico remate
que se le quitó; pero su iglesia parroquial en 1621 fué renova-
da toda al estilo dórico por Francisco de Praves.
¿Quién al entrar en Valladolid no pregunta por San Pablo,
prodigio del arte gótico y depositario de insignes recuerdos
desde la menoría de Juan II hasta el retiro del duque cardenal
de Lerma su restaurador? Vedle allí al célebre templo de do-
minicos al extremo de la Corredera de su nombre, ostentando
en la riquísima portada más profusión de labores y esculturas
que pureza y elegancia de líneas, y encerrando en la grandiosa
y desmantelada nave la majestad de una basílica. Cansados los
ojos de ver y de admirar tropiezan á la vuelta del edificio con
la portada del inmediato colegio de San Gregorio, no menos
labrada y minuciosa que la de San Pablo, y erigida como ésta
por la generosidad de fray Alonso de Burgos, obispo de Falen-
cia: patios, galerías, portales, ventanas, artesonados, todo se
V A L L A D o L I D IQ
halla revestido de la pomposa ornamentación que se acostum-
braba á últimos del siglo xv; y si aún ahora sorprende tal cú-
mulo de bellezas, ¡cuál sería su completo efecto, antes que
arrebataran los franceses el primoroso sepulcro del fundador,
antes que fuera demolido para presidio-modelo el claustro mag-
nífico de San Pablo, antes que para instalar en el colegio las
oficinas del gobierno civil se mutilaran ó destruyeran sus estan-
cias y sus muros exteriores!
Á estos monumentos acompañan dignamente las casas cir-
cunvecinas. Frente á San Pablo presenta el real palacio de Fe-
lipe III, comprado al duque de Lerma, su grave frontis guarne-
cido de dos torres y coronado por una serie de arcos de medio
punto, como casi todos los del siglo xvi, y su patio rodeado de
galería alta y baja con relieves y medallones platerescos. Aque-
lla linda ventana de abalaustradas columnas, abierta en el án-
gulo mismo de la casa del conde de Ribadavia (i), esquina á la
Corredera, recuerda el nacimiento y solemne bautizo de Felipe II,
que salió para la augusta ceremonia por un pasadizo levantado
desde una reja del piso bajo hasta la vecina iglesia de domini-
cos. Delante de San Gregorio otra casa del duque del Infantado
despliega al rededor del patio dos elegantes arquerías de orden
jónico con bellas y finísimas labores en el friso superior ; y en el
fondo de la ancha calle muestra su gallarda arquitectura la de-
nominada del Sol^ construida á principios del xvii por el sabio
conde de Gondomar, Diego Sarmiento de Acuña, quien reedificó,
al propio tiempo, la contigua parroquia de San Benito el Viejo,
esculpiendo á espaldas de ella un grande escudo imperial. La
parroquia, actualmente suprimida, da vista á una plazuela, desde
la cual tirando siempre hacia nordeste se divisa otra desierta
plaza; allí se isienta melancólica la iglesia de Santa Clara, mani-
festando exteriormente sus dos épocas, de fundación en el si-
glo XIII y de ampliación en el xvi. Hacía 1619 avanzó desde
(i) Hoy del marqués de Camarasa.
20 VALLADOLID
San Benito hasta más allá del convento la puerta septentrional
que lleva hoy su nombre, para incluir en el recinto de la ciudad
aquel arrabal formado como una excrecencia sobre el camino de
Burgos ; y entonces también quedó dentro de la cerca el extenso
Prado, que todavía permanece al cabo de más de dos siglos va-
cío y yermo en medio de la población.
Causa novedad verse trasladado de pronto desde las angos-
tas calles á aquel anchuroso espacio, que hacen medroso las
sombras y el silencio de la noche, é insalubre la humedad exce-
siva, por atravesarlo en toda su longitud el cauce del Esgueva.
Destinado á pastos y á cultivo, parece campo más bien que
paseo, á pesar de cruzarlo diversas calles de álamos y chopos,
y de rodearlo numerosos templos y edificios (i). Al occidente
tiene la Chancillería, hoy Audiencia, con su adjunta cárcel, vas-
ta y seria construcción del siglo xvi, la parroquia dedicada á
San Pedro de remota creación y de moderna apariencia; la
iglesia de Descalzas Reales erigida por la reina Margarita de
Austria, sin contar la antiquísima ermita de nuestra Señora de
la Peña de Francia y el convento de monjas de la Madre
de Dios, que años há desaparecieron de su sitio : al mediodía
del Prado están la parroquia de la Magdalena que le da su
nombre, y el monasterio de las Huelgas. Reedificó la Magdale-
na hacia mediados del xvi D. Pedro Gasea, obispo de Palencia
y Sigüenza y pacificador del Perú, y sobre los dos arcos de la
portada estampó un escudo real de colosales dimensiones, y en
medio de la esbelta nave de crucería dejó su sepulcro y su efi-
gie tendida, cuya primorosa escultura compite con la del bellí-
simo retablo mayor. Las Huelgas ocupan el palacio de D.* Ma-
ría de Molina, y en el centro del crucero de su espaciosa y
renovada iglesia guardan las cenizas de la magnánima reina,
sirviendo de lecho la urna gótica á su majestuosa estatua de
alabastro.
(i) Hoy está convertido el Prado en frondoso paseo, y merced á nuevas plan-
taciones ha mejorado, tanto como en salubridad, en deleite y hermosura.
VALLADOLID 21
En aquellos barrios excéntricos y destartalados, crecidos al
extremo oriental de la población, y formados al parecer por
nuevo y allegadizo vecindario, habitaban sin embargo á veces los
antiguos monarcas de Castilla y con ellos la nobleza de su cor-
te. Junto á la Magdalena residía Fernando IV, el rey Pedro
en las contiguas casas del abad de Santander que habían per-
tenecido á los Templarios. Allí poseían desde el siglo xii estos
caballeros, cuyo . nombre retiene una calle, la iglesia de San
Juan erigida luego en parroquia y conservada hasta nuestros
días, en que su pila bautismal se ha trasladado al templo de
monjas cistercienses de Belén, obra arreglada de principios
del XVII. Á sus inmediaciones también una reina harto liviana de
conducta, Leonor de Portugal, madre política de Juan I, fundó
el grandioso convento de Mercenarios calzados, hoy destinado
en parte á cuartel y en parte demolido, sin que de la portada
de su templo y de su claustro construidos según el estilo de He-
rrera permanezcan ya vestigios. A las antiguas puertas de San
Juan y de Santistevan ha sustituido por aquel lado la de Tudela,
adornada por fuera de arbolado hasta la fuente de la Salud.
Pero el ornamento principal del distrito lo constituye el co-
legio de Santa Cruz , fábrica admirable que reúne toda la regu-
laridad y pulimento de las modernas, con la riqueza y majestad
y exquisita labor de las antiguas. Aunque fundado por el car-
denal Mendoza en tiempo de los Reyes Católicos, predomina
en su traza el anticipado gusto del renacimiento, y á los detalles
góticos exceden los platerescos , combinados unos y otros con
la más cabal armonía. Su fachada magníñca y bella, á pesar de
los balcones recientemente sustituidos á las ojivales ventanas,
invita á cruzar la herbosa plaza delantera, y á penetrar en el
patio que circuyen tres graciosos órdenes de galerías cerradas
de cristales, donde se custodian *las riquezas artísticas salvadas
del naufragio de los conventos. Una vez caducado el primitivo
objeto del edificio, difícilmente podía dársele otro más digno
que el de museo y biblioteca.
22 VALLADOLID
Tomando una larga calle hacia mediodía, encuéntrase á los
pocos pasos la parroquia de San Esteban, que abandonada su
antigua iglesia, se instaló en la de San Ambrosio perteneciente
á los jesuítas, unida á un gran colegio de estudios, sólo notable
por su churrigueresca portada. Restos son del primitivo templo
las ménsulas y los arcos tapiados que en la opuesta acera se
denotan y los que existen todavía juntamente con lápidas no
muy añejas dentro del corral de la casa apellidada de los Duen-
des. La del Cordón frente á San Ambrosio, de palacio que an-
tes era, donde se cree fué hospedado San Francisco, donde
vivió D. Alvaro de Luna, y murió de una caída en 1461 el
obispo de Falencia D. Fedro de Castilla, ha venido á parar en
hospital de orates ó inocenteSy quedando solamente para dar
margen á romancescas tradiciones, unos enormes cerrojos col-
gados de la pared y un farol pendiente de una mano misteriosa.
A otro hospital contiguo daba renombre el humorístico epitafio
de Fedro Miago su fundador, que escrito según el lenguaje
hacia fines del siglo xv, es un resumen de cristiana filosofía (i).
Al occidente de San Esteban y más al centro de la ciudad
cae la parroquia del Salvador, notable exteriormente por su
plateresca fachada de tres cuerpos y por su ligera y elevada
torre de otros tantos, é interiormente por algunas capillas de
la gótica decadencia. Abundan dentro de su feligresía, no me-
nos que las iglesias, las casas históricas y monumentales. En
una de las más próximas al templo hay cierta ventana, decora-
da sencillamente con pilastras y frontón triangular, pero de tan
C i) Si este Pedro Miago, cuyo apellido toma Antolínez de Burgos por corrup-
ción de Aniago, de donde dice era señor, fué, según afirma la tradición, mayordo-
mo del conde Pedro Ansúrez, debemos suponer el epitafio tres ó cuatro siglos
posterior á su fallecimiento. Decía así la lápida puesta en el portal con figura de
medio relieve:
Aquí yace Pedro Miago
Que de lo mió me fago.
Lo que comí y bebí perdí,
Lo que acá dejé no lo sé,
Y el bien que fice fallé.
VALLADOLID 23
perfectas proporciones que merece ser propuesta por modelo
de clásica arquitectura. La que hoy ocupa la academia de no-
bles artes en la calle del Obispo, antiguamente de Pedro Ba-
rrueco, junto á la destruida iglesia de Clérigos Menores, alber-
gaba en el siglo xvi al formidable tribunal de la Inquisición
hasta que se trasladó más adelante á las inmediaciones de San
Pedro. En la calle de Teresa Gil vivía, al empezar el xiv, la
ilustre dama de este nombre, infanta de Portugal y rica hembra
de Castilla; allí nació Enrique IV en la casa de Diego Sánchez,
á la cual pertenece acaso el grande arco gótico tapiado cerca
de Portaceli; allí en la casa de las Aldabas vio brillar sus prós-
peros días el desgraciado D. Rodrigo Calderón, cuyo decapita-
do cuerpo y expresivo bulto de mármol, con los demás de su
familia^ conserva la contigua iglesia de religiosas dominicas de
Portaceli construida por él á toda costa. Distínguense además
en dicha calle la iglesia de San Felipe Neri flanqueada por dos
torres, la de Premonstratenses con su fachada convexa de ladrillo,
y al extremo de la misma en el Campillo la de monjas también
dominicas de San Felipe de la Penitencia, concluida en 1618.
El aumento más reciente que recibió Valladolid fué sin duda
por el lado del sur, extendiéndose primero hasta el brazo infe-
rior del Esgueva, y avanzando luego mucho más allá al oriente
del Campo Grande. Aquellos barrios, no incorporados en el
recinto de la ciudad sino de dos centurias á esta parte, revelan
todavía su plebeyo origen de arrabal ; y sus mismas parroquias
llevan el sello de su moderna fundación. En el siglo xv era San
Andrés una ermita fuera de los muros, junto á la cual se daba
sepultura á los ajusticiados ; desde entonces ha ganado más en
magnitud que en interés artístico, no conteniendo otra cosa re-
comendable sino la capilla de los Maldonados. San Ildefonso data
como parroquia de los últimos años del xvi. y ha buscado ya
nuevo local en la iglesia de Agustinas recoletas. Más antigüe*
dad presenta San Antón, aunque simple oratorio, en su fábrica
de sillería y en su elegante nave gótica cortada por un crucero.
24 VALLADOLID
Falta recorrer todavía la zona occidental de la ciudad, que
baña en toda su longitud el Pisuerga, y cuyas torres y cúpulas
van desñlando al través de la densa arboleda alineada sobre la
izquierda margen del río. De esta perspectiva disfruta San Lo-
renzo, reedificada y hecha parroquia hacia 1468, pareciendo
mejor con la amenidad del sitio la crestería que corona su ca-
pilla mayor y su nave, bien distante de corresponder por dentro
á su gótica gentileza. En las vecinas calles colocadas al oeste
de la plaza Mayor, aparece el teatro sucesor del famoso corral
de comedias donde tan insignes obras se estrenaron en los si-
glos XVI y xvii; la iglesia de la Pasión, en su fachada y en su
interior locamente churrigueresca ; la de Trinitarios calzados,
cuyas tres naves y góticas capillas devoró en 1 809 un incendio;
y la de Bernardas recoletas tituladas de Santa Ana, elegante
rotonda con simétricos altares, construida no há un siglo toda-
vía por traza de Sabatini.
Sobre todas empero descuella más adelante San Benito,
vasto alcázar real cedido á los monjes por Juan I, serio y mag-
nífico templo de tres naves edificado á últimos del siglo xv por
Juan de Arandia y decorado con primoroso retablo y sillería
por Berruguete ; claustro digno de Herrera por su severa ele-
gancia si bien debido á artífice menos famoso, fachada de ex-
traño é indefinible carácter, que se eleva encima del pórtico á
manera de pabellón formado por grandes arcos sobrepuestos y
flanqueado por octógonos torreones. No es poca fortuna poder
hoy reconocer al través de su actual destino militar el conjunto
y las partes principales del monástico edificio, á cuya imponente
masa se agrupa por el lado del río San Agustín , presentando
hacia el paseo su robusto ábside de sillería rodeado de contra-
fuertes. Entera si bien desmantelada yace la majestuosa iglesia
de agustinos calzados, arreglada al mejor gusto del siglo xvi y
precedida de una portada del xvii; pero ha caído la del adjunto
colegio de San Gabriel, y su ingreso de orden corintio embelle-
ce ahora el campo santo.
VALLADOLID 25
Internémonos un poco por aquel distrito, primer recinto de
la villa en el siglo xi, y sembrado tal vez más que otro alguno
de Valladolid de construcciones religiosas. Al norte de San Be-
nito arrimábase la parroquia de San Julián ; y allí cerca, al ex-
tremo de la calle del doctor Cazalla, á la cual dio nombre la
demolida casa del dogmatizador de Lutero, se levantaba en su
plazuela la de San Miguel titulada anteriormente de San Pelayo,
donde se custodiaba el archivo municipal, y cuya campana toca-
ba á rebato en días de tumulto. Reunidas ambas parroquias,
pasaron después de la extinción de los jesuítas á ocupar la
suntuosa iglesia de San Ignacio, que hoy se denomina de San
Miguel, enriquecida en su retablo mayor con preciosas estatuas
y relieves, y con reliquias y alhajas copiosas en su espléndida
sacristía. Al revolver de cada esquina asoman allí celosías de
conventos y portadas de iglesias : ya sea Santa Isabel de monjas
franciscanas, construida aún al estilo gótico ; ya la Concepción,
de la misma orden religiosa y de la misma arquitectura, pero
más esbelta; ya Santa Catalina de dominicas, que encierra los
sepulcros y marmóreas estatuas de sus bienhechores; ya las
brígidas, cuyo exterior retiene aún la forma de opulenta casa y
unos medallones representando corridas, luchas y espectáculos
en memoria de las reales fiestas de Felipe III ; ya por último las
bernardas de San Quirce, trasladadas en el turbulento reinado
de D. Pedro desde la opuesta orilla del Pisuerga á la plazuela
solitaria que hoy ocupan. Había además un convento de recole-
tos franciscos de San Diego á espaldas del real palacio, del cual
no resta sino la capilla donde se desposó Carlos II con Mariana
de Neoburg, un antiguo oratorio de San Blas (i), y otro de
Nuestra Señora del Val que todavía permanece. Aunque conver-
(i) Á una cofradía allí establecida estaban inscritos los Reyes Católicos, cuyos
retratos, sacados del natural con los trajes de su época por Antonio del Rincón,
pintor coetáneo, honraban el reducido oratorio. Agregada después aquella funda-
ción á la de San Juan de Letrán en el Campo Grande, vinieron á parar estos pre-
ciosos cuadros á la escalera de la contigua casa de los capellanes, donde los vio
Bosarte en 1802. Ignoramos su actual paradero.
4
20 VALLADOLID
tidas en claustros muchas ilustres moradas, subsiste una frente
á San Miguel notable por su atrevida ventana abierta en la es-
quina, y en la plaza de Fabio Neli el palacio de este noble ita-
liano, decorado con dos torres severas y con una portada corintia
de dos cuerpos, cuyo orden asimismo siguen las columnas de su
patio.
En el ángulo de nordoeste y tocando casi al puente Mayor
está la parroquia de San Nicolás, construida de piedra en su
parte inferior y de ladrillo en lo restante, y tan antigua en lo
primero como vieja en lo segundo. Emigrando pues de su ruino-
so templo, se ha mudado al vecino de Trinitarios descalzos,
compuesto de tres modernas naves y honrado con la posesión
del cuerpo del bienaventurado Miguel de los Santos, que termi-
nó allí en 1625 su breve y gloriosa carrera. Las torres y prolon-
gadas líneas de rejas y balcones que ostenta en la misma plaza
el Hospicio, indican que no ha tenido siempre tan modesto ca-
rácter; era palacio del conde de Benavente, y junto á los arcos
de este nombre que dan salida al paseo avanzaba otro de sus
torreones, demolido poco há por los ingenieros, cuyos balcones
pareados y de abertura semicircular apoyaban sobre macizos
conos inversos. Al lado de San Nicolás un laberinto de pequeñas
manzanas y callejuelas marca aún el recinto de la Sinagoga,
cercado en otro tiempo y establecido á los judíos por los frailes
de San Pablo : y á lo último campea aislado á la orilla del río el
humilde convento de Santa Teresa, divisando en frente los efí-
meros restos del de mínimos de la Victoria.
Frescas son y deleitables las márgenes del Pisuerga: la iz-
quierda por bajo de la ciudad ceñida con las umbrías calles del
paseo que hoy se denomina de las Moreras y anteriormente del
Espolón; la derecha sembrada de casitas y huertas, entre las
cuales se distinguía con sus jardines y palacio y su artiñcio de
Juanelo (i) la huerta apellidada del Rey y desde que la adquirió
(i> Llamábase así por analogía con el famoso ingenio de Toledo, y debióse su
VALLADOLID 27
— ■■■■ -— ^■. M..M II ■■ — — ^M II- ^■^ ■ - I II «M 11 I I ^ ■ .11 mil ■■■■■■ »■ » ■■
Felipe III del duque de Lerma su privado. Cierra la perspectiva
por la parte septentrional, reflejándose en la corriente, un anti-
guo puente de diez arcos. Los unos tirando á la ojiva, los otros
al semicírculo, y desiguales todos entre sí, no permiten determi-
nar el tiempo de su fábrica que la tradición atribuye al conde
Ansúrez y á su esposa : en medio de él se levantaba una torre,
más de una vez ocupada y embestida en las discordias civiles de
la Edad media, y derribada á mediados del siglo xvi. Al otro
lado del puente se dilata un arrabal, donde estuvo hasta el xiv
el convento de monjas de San Quirce y luego desde el xvii el
de trinitarias de San Bartolomé ; y en amena pradería cercana al
río asienta más lejos su cuadrada mole el monasterio de Jeró-
nimos, flanqueado de torres en sus ángulos y envanecido con un
excelente claustro de Juan de Herrera.
Brillante como un trofeo de bruñidas armas, risueña como
un canastillo de flores, aparece Valladolid desde las alturas de
poniente, tendida largamente sobre la ribera, orlada con la pla-
teada cinta del río y con la frondosa guirnalda de sus alamedas,
y desplegando por cima de ellas en anfiteatro las masas de sus
techos ó perfilando en el claro cielo sus agujas y remates. Un
ojo perspicaz y experto logrará discernir uno por uno los edifi-
cios de entre la confusión general ; mas para ver sus contornos
y apreciar mejor su carácter conviene buscar un punto de vista
más cercano en el seno de la misma población. Así la torre de
la Antigua, atalaya al par que ornamento principal de la ciudad,
ofrece por los arcos de sus ventanas el panorama más completo:
al norte su compañera la de San Martín y la majestuosa nave
de San Pablo escoltada de grandes caserones ; al occidente el
monástico alcázar de San Benito rodeado de numerosos conven-
tos, con el Pisuerga y la vega á sus espaldas ; á oriente el vecino
Prado metido en el caserío á manera de ensenada entre los ca-
construcción en lóc? á D. Pedro Cubiaure con el objeto de abastecer las fuentes
de la ciudad y regar la Huerta del Rey ; fué demolido en 1 794.
^LLADOLlD
bos avanzados de Santa Clara y de las Huelgas; al mediodía la
desmochada Catedral, la barroca Universidad, la crestería del
colegio de Santa Cruz, las elevadas torres del Salvador y de
Santiago, y los extremos edificios del Campo Grande; por todas
partes espadañas y torrecillas y veletas que sobresalen.
Hora es ya de analizar este complejo grupo y de descompo-
ner, por decirlo así, los elementos con que cada siglo ha contri-
buido á su formación. Hasta aquí no hemos hecho sino saludar
los monumentos de Valladolid ; vamos á emprender su detallada
visita, clasificándolos más bien por el tiempo de su fundación
que por el de sus reformas posteriores, y estudiándolos con re-
lación á la época que los vio nacer y á los notables sucesos que
presenciaron. De esta suerte resultará más animada la descrip-
ción, y más dramática á su vez la historia.
ae leías ae orocaao, cuyos caaa-
veres por su rico traje indicaban
30 VALLADOLID
ser de caballeros; otros encontrados junto á la Universidad al
construir en 1 7 1 5 su nuevo claustro ; dos habitaciones de mo-
saico, hallada la una al pié de la Catedral y la otra cerca del
arca de Santiago ; una arquita de monedas del Imperio en la ca-
lle de la Parra ; y la urna de una matrona de aquel tiempo, des-
tinada á pila en la parroquia de San Esteban. Nada patentiza
sin embargo que dicha población correspondiera á la Pintta que
situó Antonino á ciento y seis millas de Astorga y que Zurita
reduce mejor á Peñafiel, á pesar del crédito que ha obtenido
desde el siglo xvi la opinión del erudito humanista Fernán Nú-
ñez de Toledo, gozoso de condecorar á su ilustre patria con tan
antiguo y eufónico nombre y de honrarse á sí propio con el títu-
lo de Pinciano. Valle de olor^ valle de olivos^ valle de lides^ valle
de Ulid^ son las diversas etimologías á que se presta su actual
denominación, fundándose sobre tan débiles apoyos la conjetura
de que como punto limítrofe entre los arévacos, astures, vac-
ceos y carpetanos, servía frecuentemente de palestra á sus com-
bates, ó la suposición de haber tenido por fundador á un sarra-
ceno, á quien ó sea á su nieto se toma por aquel Ulid Ablapaz
(Walid Abul-Abbas) vencido y muerto en San Esteban de Gor-
maz á manos de Ordoño II. Por testimonio de tales fábulas ale-
gábase el famoso león de piedra colocado sobre un pilar á la
entrada de la Catedral, entre cuyas garras asomaba la cabeza
de un moro con el letrero Ulit oppidi conditor^ esculpido en
época muy posterior al suceso (i).
En la crónica de Cárdena citada por Sandoval es donde apa-
rece por primera vez Valladolid entre las poblaciones del infan-
tazgo, que juntamente con la villa de Rioseco ofreció Sancho 11
á su hermana Urraca en cambio de Zamora, cuyo cerco debía
(i) Este pilar, que subsistió hasta 1841 y que antes de la erección de la Cate-
dral estuvo colocado en la plaza de Santa María, servía como de rollo, donde acos-
tumbraban aun en el siglo xvii publicarse los pregones y las almonedas y los
autos de los jueces ordinarios, y donde eran puestas á la vergüenza las malas mu-
jeres, excediéndose tanto el pueblo en maltratarlas que fué preciso poner coto á
estos desmanes.
VALLADOLID 3I
costarle la vida. Pero el principio de su renombre y de su gran-
deza, yá que no su fundación misma, lo debe Valladolid al conde
Pedro Ansúrez, á quien Alfonso VI lo cedió con otros pueblos
hacia 1074 en recompensa de sus servicios. Era hijo del pode-
roso Asur Díaz conde de Monzón, Husillos, Saldaña, Liévana y
Carrión y de su primera consorte D.* Eylo, que por nobleza y
favor sobresalían en la corte de Fernando I como él en la de
Alfonso; y la tradición le atribuye mucha parte en la libertad de
su rey, retenido en Toledo por su huésped Almenón. Engran-
deció el opulento magnate á Valladolid como á capital de sus
estados; ediñcó la iglesia de Santa María la Antigua, y algunos
años después la de Santa María la Mayor, erigiéndola en cole-
giata y dotándola generosamente; fundó la parroquia de San
Nicolás además de las de San Julián y San Pelayo, que tal vez
halló ya establecidas; construyó el gran puente sobre el Pisuer-
ga; abrió á los pobres y peregrinos dos hospitales junto á su
mismo palacio; y en suma la hizo rica, hermosa y grande entre
todas las villas castellanas, hasta el punto de poder alternar
bien pronto con las más distinguidas ciudades del reino.
El recinto de Valladolid no tenía entonces arriba de dos mil
doscientos pies de circuito, arrancando al norte desde el torrea-
do alcázar, después monasterio de San Benito, siguiendo por las
calles de Santa Isabel y San Ignacio, por la plaza de San Pablo
y su Corredera, bajando por frente á las Angustias, y orillando
la derecha margen del brazo superior del Esgueva hasta cerrar
otra vez con el alcázar. Ocho eran las puertas distribuidas en
sus muros: frente á San Agustín la de los Aguadores ó de
Nuestra Señora, cuya antigua efigie se venera hoy en la parro-
quia de San Lorenzo ; en la esquina del real palacio . la de Ca-
bezón ó de D. Rodrigo; en la Corredera la de la Peñolería; la
de los Baños al fin de la calle de las Damas; la de la Pelletería
en la calle de Cantarranas; la del Azog^ejo (i) á la entrada de
(i) Diminutivo de la palabra arábiga az-zoq que signifíca mercado.
32 VALLADOLID
la Platería; la del Trigo junto á la puentecilla de la Rinconada,
y la del HierrQ inmediata á San Benito: cuyas ocho puertas
figuraban en el primitivo sello municipal á guisa de estrella, in-
terpoladas con salientes torres. Fuera de esta cerca y al sudeste
de la misma, levantó el conde Pedro Ansúrez su morada y los
principales templos, dando en cierto modo la señal para el en-
sanche de la villa y presintiendo la grandeza á que había de
llegar.
En 21 de Mayo de 1095 celebróse la dedicación solemne de
Santa María la Mayor por el arzobispo de Toledo D. Bernardo
y por Raimundo obispo de Palencia, asistidos de los obispos
Pedro de León, Gómez de Burgos, Osmundo de Astorga, Mar-
tín de Oviedo y Amorino de Lugo, y acompañados de varios
condes y caballeros, entre ellos el famoso Alvar Fáñez, yerno
del insigne fundador. En la escritura que Ansúrez y su esposa,
llamada Eylo como la madre de éste, otorgaron en el propio
día á Salto primer abad y demás clérigos de la colegiata, con-
cediéronle un vasto territorio comprendido entre los dos brazos
del Esgueva para poblarlo, los monasterios de San Julián y San
Pelayo dentro de la villa y otros muchos en tierra de Campos,
los diezmos de pan y vino, el mercado de Valladolid, y la mitad
de las multas exigidas por delitos (i). Careciendo ya de suce-
(i) En el archivo de la Catedral existe la citada escritura, cuyas cláusulas
más importantes transcribimos: Ego comes Petrtis Ansuriz et conjure mea come-
tissa Eyloni multa mole peccatorum oj>j>ressi^ culparum nostrarum enormitatem re-
cognoscenles^ pro remedio animarum nostrarum omniumque parentum nostrorum^
ecclesie Sce. Marie de Vall^oliti site secus fluvium Pisorice in territorium del Cabe-
zones guam ecclesiam supradicti nos fundavimus^ multas portiones nostre heredita-
tis multis in locis offerimus.., ea lege ut obsequium Dei quotidic celebretur in pre-
fata ecclesia, et devotio sacris altaribus sine intermissione^et requies ibidem recon-
ditis exhibeatur. Damus igitur atque offerimus in hac cartula testamentaria ad
sacrum altare et ad abbas domnus Saltus et collegio clericorum qui ibidem sunt
conmoranteSj unum barrium in Valleoliti cum suis terminis et divisionibus ^ de illa
kairera majore que discurrit per mediam villam usque adcurtem de Martino Franco
et curtem de domno Cidiz et curtem de Sol Arnaldiz que fuit dominum, et discurrit
per directum ad Aseuam usque ad illum quadronem cum illis molinis et cum suis
piscariis^ ut habeat licentiam abbas ibi constitutus populandi ultra Aseuam quan-
tum potuerit. Adjicimus etiam illud monasterium Sci, Juliani quod est /undatum hic
VALLADOLID ^^
■ I — '
sión varonil, permitieron á la comunidad escoger de entre los
descendientes de sus hijas el patrono que mejor le conviniera, y
en caso de extinguirse su posteridad, al extraño que más la fa-
voreciese. En otra escritura de 31 de Marzo de 1 109 citada por
Antolínez, confirieron á los clérigos en unión con los patronos y
con aprobación del arzobispo de Toledo el derecho de elegir
abad del seno de su iglesia si lo hubiere <ligno, ó si no de fuera;
y así filé las más veces, por qué esta codiciada dignidad vino á
ser patrimonio de infantes y de personajes los más eminen-
tes (i).
in villam; similUer apponimus tnoñasterium Sci^ Pelagii et omnes ecdesias que ihi
fuerint fúndate; necnon adjicimus ibi decimum de pane et de vinum de Valleoliti in
vita nostra, etpost obitum nostrum quisquís dominaverit hanc hereditatem sine ulla
contentione reddat decimam j>refate ecclesie Sce, Marie, (Sigue la donación de va-
rias iglesias y monasterios, nombrándose entre estos los de San Sebastián ribera
del Duero, de San Tirso en Trigueros, de San Estevan en Villavoldo término de
Cardón, de San Miguel en Riba de goza, de Santa Columba en Cervatos, de San
Esteban en Fuentes de Valdepero, de San Cristóbal en Cordovilla término de Cis-
neros, de San Andrés en Sciscla, de San Pclayo en Barcial de Lomba y de Santa
María de Camraso en Ceaya, y las iglesias de San Pedro en Cuéllar, de San Martín
en Lombigos, de San Pedro en Carrión dentro de la ciudad de Santa María, de
San Mames en Quintanella de Anellos y de Santiago en Villa del rey.) Et adhuc
ad/icimus in Valleoliti prejate ecclesie Sce, Marie de illo mercatOt de omnia que ibi
ganaverimus vel adquisierimuSy de ómnibus calumpniis que in/ra villam et extra
villam evenerint, seu de homicidio vel de furto aut de latrone aut de aliqua calump-
nia, concedo medietatem ecclesie beate Marie, et non habeat licentiam nostro majo-
riño vel sagione aut illo concilio de illa villa ñeque ullo homine intrate per vim in
casas de clericis que canonicis sedeant Sce. Marie pro nulla catumpnia... Ordinamus
quod numquam sedeat isto monasterio dividato de propinquis nostris vel de extra-
neis, sed illo abbate qui ibi fuerit constitutus serviat nobis in diebus nostris, et post
obitum nostrum sedeat de qualicumque voluerit de Jiliis vel de neptis nostris qui
melius fecerit ei et ad Ule placuerit.., Et sipeccato impediente, et nostra extirpe ex-
tincta fuerit ut nullum remaneat, evadat á cujuscumque Ule voluerit et melius fece-
rit.,. Pacta charla XII kal.jun. discurrente era MCXXXIII, et in eodem die fuit illa
ecclesia dedicata. Ego comes Petrus et cometissa Eyloni in hanc seriem testamenti
manus nostras una cum filias nostras roboravimus. Petrus Legionensis sedis eps.
Amorinus Lucensis sedis eps. Didacus abbas in Seo. Facundo. Regnante Aldephon-
sus rex in tota Espania, Raimundus comes in Gallicia, Bernardus Toletane sedis
archieps. Raymundus Palenline sedis eps. et istos dedicaverunt illa ecclesia. (Si-
guen otras muchas firmas de condes y caballeros confirmando la donación.)
(i) Los primeros abades de Valladolid durante el siglo xii fueron Salto ó
Asaldo, Herveo, Pedro, Martín, Juan, Miguel y Domingo; en el tími se distinguie-
ron Juan Domínguez canciller de San Fernando, D. Felipe hijo del santo rey, don
Sancho de Aragón hijo de Jaime I, D. Martín Alonso hijo natural del rey Sabio, y
Gómez García de Toledo cuyo epitafio puede verse en el tomo de Castilla la Nueva,
5
34 VALLADOLID
Á espaldas de la parte edificada de la Catedral y en el suelo
que ocupar debía la que resta por edificar, permanecen restos
de la antigua colegiata, no tal como el conde la fundó, sino con
las mudanzas hechas en su fábrica siglo y medio más adelante.
Por el Tudense sabemos que la construyó de nuevo y la enri-
queció con muchas posesiones su abad el sapientísimo Juan
canciller del santo rey Fernando, nombrado después obispo de
Osma; y durante estas grandes obras fué cuando residió el ca-
bildo en el templo de la Antigua por espacio de año y medio
hacia el 1226. Su estructura más bien que al género puramente
bizantino demuestra pertenecer al de transición usado en el si-
glo XIII. Ancha por extremo era su única nave, teniendo la ca-
becera al oriente y los pies al opuesto lado, donde queda de
pié un fragmento de la primitiva torre con ventana y cornisa
ajedrezada ; distínguense hasta cinco de sus pilares arrimados al
muro, y flanqueado cada uno por cuatro columnas de notables
capiteles bizantinos ; y todavía se ve entera la portada lateral
que miraba hacia la Antigua, cuyos arcos ligeramente apunta-
dos, aunque bizantinos por lo demás, descansan sobre capiteles
de forma cúbica emplastados de yeso. De pilar á pilar obsérvan-
se arcos como de capillas, ojivales y bajos algunos y otros más
recientes, abriéndose encima de ellos sencillas ventanas semicir-
culares ; y á la derecha de la entrada indican los arranques la
existencia de otra capilla gótica, que tal vez fuese la del Sagra-
rio en cuyas bóvedas aparecían los blasones del cardenal Tor-
quemada. Antolínez de Burgos á fines del siglo xvi alcanzó á
ver y describe con admiración un magnífico claustro (i), del cual
descripción de la catedral de Toledo, capilla de Santa Lucía; en el xiv Juan Fer-
nández de Limia después arzobispo de Santiago y Fernando Alvarez de Albornoz
primo del cardenal ; en el xv Diego Gómez de Fuensalida obispo de Zamora, el
cardenal Pedro deFonseca, Roberto de Moya obispo de Osma, el célebre Alonso
Tostado, el cardenal fray Juan de Torquemada, el cardenal D. Pedro de Mendoza
y su sobrino D.'García; los últimos en el siglo xvi fueron D. Fernando Enríquez
hijo del almirante, D. Alfonso Enríquez Villarroel y D. Alfonso de Mendoza.
(i) «Yo, dice, alcancé un claustro que se labró algunos años después de la
fundación de la iglesia, que fué de los más suntuosos y lucidos que había en Es-
VALLADOLID 35
acaso formaba parte aquella especie de corredor llamado hoy la
Cerería que presenta á uno y otro lado agudos nichos ojivales;
lo cierto es que aún subsiste con el nombre de Librería la parte
superior de la inmediata capilla de San Lorenzo fundada en 1345
por Pedro Fernández de la Cámara, tesorero de Alfonso XI (i),
y destinada después á sala del concejo municipal en el cual te-
nían asiento y voto dos canónigos (2). Dividida horízontalmente
en dos pisos su altura, ostenta en el de arriba sus bóvedas for-
mando cupulilla cada una y adornadas con varios arabescos.
Gemela de Santa María la Mayor, dícese que con ella nació
y fué inaugurada en un mismo día Santa María la Antigua, esta
para ser parroquia del palacio del conde, como aquella para co-
legiata; pero escrituras coetáneas la mencionan existente ya
siete años antes en 1088, y tal vez el epíteto de la Antigua, que
se le dio desde el principio, podría suponer en ella un origen
más remoto. Mucho conserva de la fábrica de aquel siglo, aun-
que á mediados del xiv Alfonso XI la renovó, dando al crucero
y á la principal de sus tres naves harto mayor altura, y cam-
biando en peraltadas bóvedas sus primitivos techos de madera.
Gruesas molduras bizantinas revisten la ojiva de la portada,
pintorreada y casi oculta por un moderno pórtico, en cuyas
paña, todo lleno de imágenes de bulto de piedra, todo con colores, y todo al rede-
dor poblado de nichos de entierros muy antiguos de ilustres personas, con sus
letreros y escudos de armas labrados en lo alto de las bóvedas, cuya variedad de
armas, por ser unas reales, otras de la ciudad y otras de prelados, suponen ser la
fábrica de bienhechores.»
(i) «En medio del claustro, añade el citado Antolínez, habia dos capillas, la
una con la advocación de S. Toribio, la otra de S. Lorenzo que los prebendados
convirtieron en sala de cabildo, y su altura era tanta que se atajó por medio y aun
quedó bastante proporción. Fueron los fundadores de esta capilla en i 345 Pedro
Fernandez de la Cámara y su hermano Juan Gutiérrez, y ayudó á su fundación un
tal Juan Manso fundando una cofradía del Cuerpo de Dios, con condición de que
el cofrade prebendado que dijese la misa no fuese concubinario.» De un hijo del
fundador de esta capilla parece ser la siguiente lápida que se ve en la actual ante-
sacristía: Aquiyace Pero Pérez sacristán que fué de la egiesia de Santa Marta la
Mayor, efijo de Paro Fernandez de la Cámara texorero mayor que fué del rey D. Al-
fonso^ que Dios perdone las sus ánimas, efinó en la era de MCCCCXIX (año 1 381).
(2) Subsistió dicha sala hasta el año 1600 en que fueron destruidos los claus-
tros.
36 VALLADOLID
puertas el conde D. Pedro de Portugal atestigua haber visto
suspendidas las aldabas que el conde Armengol nieto de Ansú-
rez arrancó de las de Córdoba en 1 1 49, y que pasaron á ador-
nar después el sepulcro de su abuelo. Por dentro campea la
arquitectura gótica en los arcos de comunicación, en los capite-
les de los pilares y en varias de las capillas, señalándose en el
fondo de la nave derecha por sus bellas pinturas puristas la de
los condes de Cancelada fundada por Gregorio de Tovar del
consejo de Órdenes, y otra en la misma nave contemporánea de
los Reyes Católicos. El retablo de la capilla mayor, obra maes-
tra de Juan de Juní empezada en 1 5 5 1 y en seis años concluida
por precio de dos mil trescientos ducados, inmortaliza el nombre
del insigne escultor que tal expresión y vida supo comunicar á
los numerosos relieves y ñguras de que se compone, bien que
su arquitectura adolece bastante de caprichosa (i).
Cuanto tiene la Antigua de monumental descúbrese en toda
su belleza desde la plazuela que el Esgueva cruza, situada á sus
espaldas: ¿qué importa que un muladar obstruya el suelo, y que
se le arrimen mezquinas y parásitas construcciones? Agrúpanse
la obra de Ansúrez y la de Alfonso XI; sobre el ábside lateral
bizantino descuella el gótico principal, perforado por dos órdenes
de severas aunque engalanadas ojivas, flanqueado de estribos,
erizado de caprichosas gárgolas, coronado de agudos botareles,
ceñido lo mismo que el crucero con un lindo antepecho calado.
Corre por el flanco de la iglesia un pórtico ó galería bizantina
de quince arcos, distribuidos de cinco en cinco y orlados por una
moldura cilindrica, que tachonan florones de cuatro hojas des-
cribiendo rombos en sus huecos; sus desgastados capiteles, sus
graciosos semicírculos tapiados, claman para que se restaure
<i) Obligóse Juan de Juní en 1545 á hacerlo por 2,400 ducados, pero atrave-
sándose la competencia de Francisco Giralte que ofrecía desempeñar la obra con
mayor baratura, y viniendo á parar la cuestión en pleito, en i 5 5 i estipuló con
los feligreses nuevo contrato, en el cual firmó también su mujer Ana de Aguirre,
haciendo cien ducados de rebaja. Consta el retablo de tres cuerpos sin contar el
basamento y el remate.
VALLADOLID
Torre de Santa María la Antigua
38 VALLADOLID
aquella tan frágil y tan antigua belleza en que nadie apenas re-
para y que forma juntamente con la torre el más pintoresco
conjunto de Valladolid. La torre, una de las más elevadas y
grandiosas del género bizantino, sube desde el primer cuerpo á
mayor altura que la iglesia, y acumula encima otros tres, divi-
didos por cornisa de tablero y sostenidos por columnas en sus
esquinas. Las ventanas semicirculares abiertas en sus cuatro
cuerpos, una en el primero, dos en el segundo, tres en el terce-
ro, y dos en el cuarto que reparten entre sí la anchura de las
tres inferiores, llevan columnas á los lados y la misma orla
romboidal que los arcos del pórtico, continuada horizontalmente
á modo de cornisa á la altura de los capiteles, y comunican una
aérea gallardía á aquella imponente arquitectura. Sírvele de re-
mate una aguja, parecida en su forma á una mitra por las líneas
algo convexas de sus ángulos, y cubierta de ladrillos rojos á
manera de escamas que brillan á lo lejos.
Á imitación de la torre de la Antigua se levantó á su lado
casi la de San Martín, una de las primeras parroquias fundadas
con motivo del ensanche de la villa. En nada discrepa de su
modelo sino en lo liso de las cornisas y en el ajimez ojival que
sustituye en su segundo cuerpo al arco de medio punto, prueba
de que su construcción alcanzó ya los tiempos de la arquitectu-
ra gótica, á pesar de haber copiado las formas bizantinas. Han-
la tenido por arábiga algunos poco entendidos en materias tales,
y este error artístico ha producido otro histórico, de suponerla
atalaya en la época de los sarracenos. Su chapitel piramidal,
también idéntico al de la Antigua, fué quitado tiempo há para
aligerarla del peso que había producido en sus costados grietas
y hendiduras (i), sin apelar, como se hubiera hecho probable-
mente en nuestra cultísima edad, al extremo recurso del derribo.
(i) De esta supresión del chapitel habla ya como de cosa antigua en 1 788 el
ingeniero D. José Santos Calderón en un ofício en que tranquiliza completamente
al cura de San Martin que le había consultado acerca de la solidez y firmeza de la
torre.
VALLADOLID 39
Por lo tocante á la iglesia ya dijimos que fué renovada en 1621
con toda la regularidad del orden dórico así en su interior como
en su portada; pero dudamos que esta reedificación, aunque
encomendada á Francisco de Praves, maestro mayor de las obras
reales, si se la compara con el derribado templo, cediese mucho
en honra de Dios y del bienaventurado San Martín^ como se
lee en el friso de la nave.
Las demás fundaciones del conde Ansúrez ningún rasgo
ofrecen de su primera fisonomía. En el abandonado y ruinoso
templo de San Nicolás sólo parecen antiguos los sillares del
cuerpo inferior de la torre : San Julián y San Pelayo que después
tomó el nombre de San Miguel, ambos existentes en aquella épo-
ca remota, han desaparecido completamente. Las armas del con-
de y las reales, sostenidas por dos leones á la entrada del hos-
pital de Esgueva, recuerdan haber sido éste el palacio del
poderoso magnate; pero es por demás advertir cuan posterio-
res á su tiempo son las dos estatuas góticas puestas bajo dose-
letes á los lados de la portada, representando al parecer la
Anunciación de la Virgen, y el artesonado de menudas labores
que cubre la cúpula del vestíbulo. En este hospital, floreciente
aún hoy día, vinieron sin duda á refundirse otros dos estableci-
dos por Ansúrez, uno de ellos bajo la advocación de Todos los
Santos en la calle de la Solana (i), el otro pudo ser el de Pedro
Miago que dicen fué su mayordomo.
Del puente Mayor, otra de sus obras más importantes, re-
fiere la leyenda que lo construyó en ausencia del conde su es-
posa D.^ Eylo, y que hallándolo éste á su vuelta estrecho en
demasía, hizo añadirle otra tanta anchura en toda su longitud.
Y en efecto, obsérvase la fábrica de un extremo á otro partida
(1) Dicho hospital, cuyo solar subsiste convertido en corral, tenía sobre su
puerta, hasta el año 1669 en que fué reedificado, la siguiente inscripción no muy
antigua por cierto según el lenguaje : Hospüal de la cofradía de Todos los Santos,
de los Abades y S. Miguel de los Caballeros^ que fundaron el conde D. Pedro Ansú-
rez y la condesa D.' Elo su mujer ^ año MC.
40 VALLAD o LID
en dos mitades de época diferente, lo cual sin duda dio origen
á la tradición, pareciendo la más antigua por las ménsulas de su
pretil y por los agudos contrafuertes de sus arcos la que cae
corriente arriba.
Mientras vivió Alfonso VI, obtuvo su mayor privanza Pedro
Ansúrez, si bien menos ocupado en los negocios de la corte que
en el gobierno de sus propios estados y en la defensa de los de
su yerno Armengol conde de Urgel, que murió desgraciadamen-
te en MoUerusa peleando con los sarracenos. Á su prudencia y
á las virtudes de su consorte la piadosa Eylo confío el soberano
la educación de su hija Urraca, cuyo reinado prometía mejores
esperanzas; pero los desórdenes del palacio y las imprudencias
de la joven reina pronto llegaron á tal exceso, que el respeta-
ble ayo, incapaz de contenerlas con su censura y privado de la
real gracia y de los honores y bienes recibidos, tuvo que aco-
gerse á Alfonso I rey de Aragón, quien no omitió favor ni hala- ,
go para atraerle á su servicio y enmendar los agravios de su
voluble esposa. Amanecieron en breve días azarosos para Cas-
tilla y para Urraca, en que vencida una y repudiada la otra por
el aragonés se vieron amenazadas de perder aquella la indepen- |
dencia y ésta la corona : y entonces el leal magnate olvidado de
la ingratitud pasada y conmovido por la desgracia de su pupila,
se presenta al rey batallador en su castillo del Castellar, mon-
tado en un caballo blanco, vestido de escarlata y con un dogal
en la mano, diciéndole: «los castillos y tierras que me confias-
teis, á la reina se los he entregado, cuyos eran, como á su se-
ñora natural : pero las manos y la lengua y el cuerpo con que
os presté homenaje, vuestros son y á entregároslo vengo para
que dispongáis de ello á vuestro albedrío. > Irritóse de pronto
el rey, pero acabó por admirar y aun recompensar tamaña
hidalguía con dádivas y honores, absolviéndole del incauto jura-
mento.
Durante estos aciagos disturbios, hacia el año 1 1 1 2, bajó al
sepulcro la condesa D.^ Eylo que lo eligió no se sabe dónde, si
VALLADOLID
41
ya no fué en su favorecido monasterio de Sahagún al lado de
su único hijo varón el pequeño Alfonso, que allí yacía des-
de 1080 habiéndose llevado consigo las esperanzas de sus pa-
dres. Tal vez con el deseo de lograr aún sucesión varonil, bien
que pareciera cifrado su cariño en Armengol su nieto, pasó el
conde á segundas nupcias con Elvira Sánchez ; pero en 1 1 1 8
acabó sus días sin prole alguna de su nueva esposa, haciéndose
enterrar debajo del coro de Santa María la Mayor que antigua-
mente estaba en alto. Si tuvo allí un mausoleo digno de su
grandeza y de la gratitud de Valladolid, deshízose éste junta-
mente con la vieja colegiata en 1552, y entonces abierta la
tumjbst apareció el cadáver del noble adalid con su armadura y
sus espuelas y su gloriosa espada; pero mezquina sepultura por
cierto le aguardaba en el moderno edificio, y tal como provisio-
nalmente se le hizo, así por tres siglos se ha quedado en la ca-
pilla del fondo de la nave izquierda, tendida sobre la urna la
efigie del finado ni antigua ni buena, y escritos en dos tablas
para mengua de Castilla y ultraje de los vivientes aquellos sa-
bidos y sentenciosos versos, que si bien de principios del mismo
siglo XVI según el lenguaje, merecieran esculpirse en mármol:
Aquí yace sepultado
Un conde digno de fama,
Un varón muy sefíalado,
Leal, valiente, esforzado;
Don Pedro Ansurez se llama.
El qual sacó de Toledo
De poder del rey tirano
Al rey, que con gran denuedo
Tuvo siempre el brazo quedo
Al horadarle la mano (i).
La vida de los pasados
Reprehende á los presentes :
Ya tales somos tomados.
Que el mentar los enterrados
Es ultraje á los vivientes.
Porque la fama del bueno
Lastima por donde vuela,
Al bueno con el espuela,
Y al perverso con el freno.
Este gran conde excelente
Hizo la Iglesia Mayor
Y dotóla largamente ,
El Antigua y la gran puente,
Que son obras de valor,
San Nicolás, y otras tales
(1) Véase en el capítulo de la historia de Toledo, tomo de Casulla la Nueva^
la anécdota á que dio lugar el mote de mano horadada aplicado á Alfonso VI por
su liberalidad.
6
42 VALLADOLID
Que son obras bien reales , Ya casi puesto en olvido
Segim f>or ellas se prueba; Dentro de esta sepultura.
Dejó el hospital de Esgueva Porque en este claro espejo
Con otros dos hospitales. Veamos cuanta mancilla
Por esta causa he querido Ahora tiene Castilla
Que pregone esta escritura Según lo del tiempo viejo.
Lo que nos está escondido,
Cuatro hijas dejó Pedro Ansúrez, todas noblemente casa-
das: María la primogénita con el conde de Urgel. Emilia con el
celebrado Alvar Fáftez de Minaya, Elvira con un conde Sancho,
y Mayor con Martín Alonso de Meneses. Bajo la tutela de su
madre y de su abuelo se había educado en Valladolid el joven
Armengol, que reuniendo á los paternos estados de Urgel los
maternos de Castilla, vino á ser uno de los príncipes más pode-
rosos de su tiempo. Sus hermanas Estefanía y Mayor, se des-
posaron la una con Fernán García, la otra con el famoso Pedro
de Trava, ayo de Alfonso VII, y él en vida de Ansúrez con
Arsendis, hija del vizconde de Ager, acrecentando su pujanza
con tan ilustres parentescos. A pesar de su doble carácter de
barón catalán y de ricohombre castellano y de los opuestos
intereses de sus diversos señoríos, su espada no se distinguió
en las encarnizadas querellas entre Castilla y Aragón, sino
únicamente contra los musulmanes en la rendición de Baeza y
Almería y al pié de los muros de Córdoba, de cuyas puertas
arrancó con sobrenatural esfuerzo las aldabas, que trajo á su
residencia por trofeo y que Alfonso el emperador añadió por
timbre á sus blasones (i).
Pudiera honrarse Valladolid con ser corte de tal magnate,
pero á mayores destinos y á más alto lustre la llamaban ya des-
de entonces los acontecimientos. Allí reunidos en concilio los
prelados del reino por el cardenal legado Adeodato, trataron
(i) Estas aldabas, colocadas primero en las puertas de la Antigua y después
á los lados del sepulcro de Ansúrez, han desaparecido, advirtiéndose únicamente
junto á dicho sepulcro los agujeros en que estuvieron engastadas.
VALLADOLID 43
en 1 1 24 de remediar los desórdenes de la guerra y los abusos
introducidos á su sombra. Allí, después de coronado solemne-
mente en León con la diadema imperial, vino Alfonso VII en
Junio de 1135, seguido de sus proceres entre los cuales brillaba
el conde Armengol , tal vez para activar la guerra contra los
infieles de Andalucía. Allí en 1137 se celebró un nuevo concilio
presidido por el cardenal Guido, al cual siguieron las entrevis-
tas del emperador con el rey de Portugal , reconciliados entre
sí por la mediación benéfica del legado. Pero nunca desplegó su
magnificencia el soberano en la villa del Pisuerga como á prin-
cipios del año 1 1 5 2 , al desposarse en segundas nupcias con
Rica, hija del duque de Polonia Uladislao, en espléndidas justas
y toros y danzas que deslumhraron á los rubios hijos del norte
venidos con la princesa, y poco después en la solemnidad con
que armó caballero á su infante primogénito D. Sancho. Allí le
volvemos á encontrar en 1155 con sus hijos y esposa, asistien-
do á un tercer concilio de catorce obispos congregados bajo la
presidencia del legado Jacinto, y allí por Enero del siguiente
año al conceder á la villa juntamente con varios montes la mer-
ced de una feria franca por Santa María de Agosto.
Con la afluencia de gentes atraídas por tan frecuentes y
altas ocasiones, creció rápidamente Valladolid al rededor del
palacio condal y de la colegiata, formándose en breve la feligre-
sía de San Martín fuera de la cerca primitiva, mientras que allá
arriba junto al puente se aumentaba la de San Nicolás. Su régi-
men municipal, asaz libre respecto del señorío de sus condes,
estaba vinculado en diez familias ó linajes, tal vez las de los
primeros pobladores, en las cuales residía privativamente el
derecho de elección para los cargos y oficios públicos, que cada
año repartían entre sí por suerte y adjudicaban por turno entre
los aspirantes. Reuníanse en la casa llamada de Linages sita en
la calle del Río junto á San Lorenzo, y desde allí divididos en
dos grupos de cinco familias, á uno de los cuales daban nombre
las de Tovar y Mudarra y al otro las de Reoyo y Cuadra, pa-
44 VALLADOLID
saban los primeros á la iglesia mayor y los segundos desde el
siglo XIII á la de San Pablo para distribuir los oñcios de justi-
cia. Esta singular oligarquía, que dividiendo la población en dos
grandes bandos, no podía dejar de producir con el tiempo re-
petidos y sangrientos tumultos, por de pronto sin embargo no
paralizó la prosperidad del naciente concejo, cuya jurisdicción
se extendía sobre Cabezón, Tudela y Portillo con sus aldeas, y
más tarde sobre Santovenia, Herrera del Duero y término de
Aniago adquiridos por compra, y cuyos procuradores en las
cortes de León y Carrión hacia 1 188 tomaron asiento ya con
los delegados de las más insignes ciudades de Castilla.
En II 54 á 28 de Agosto falleció en Valladolid el conde Ar-
mengol, y heredó el señorío de la villa con los estados de
Urgel su hijo del mismo nombre, casado con Dulce de Aragón
hija del esclarecido Ramón Berenguer y de la reina Petronila.
En la división de la monarquía de Alfonso VII entre sus dos
hijos cupo Valladolid al reino de Castilla; pero irritado Fernan-
do II de León contra los Laras que le habían excluido de la
tutela de su sobrino, devastó con el hierro y con la tea los do-
minios de aquella ilustre casa tendidos sobre las márgenes del
Duero, y en 11 77 invadió ambiciosamente el infantazgo de Va-
lladolid que comprendía los valles de Duero y Esgueva hasta
Vamba, comarca restituida en breve á Alfonso VIII por la paz
de II 8 1 . Sin embargo el señor de Valladolid, cuyo gobierno
en sus frecuentes ausencias tenía confíado á Fernán Rodríguez
de Sandoval, siguió al parecer la causa del monarca leonés, de
quien fué mayordomo mayor, recibiendo de su mano cuantiosas
mercedes é importantes villas en su reino. Murió este conde
Armengol en 1 1 de Agosto de 1 1 84, desgraciada y gloriosa-
mente como su abuelo, sorprendido por los infieles en las inme-
diaciones de Requena, al regresar triunfante y cargado de des-
pojos de una feliz correría contra los moros de Valencia.
Su hijo Armengol , tercero de este nombre en el señorío de
Valladolid, casi nunca tuvo su residencia en Castilla, y dejando
VALLADOLID 4;
allí por lugarteniente suyo á Alfonso Téllez de Meneses, dirigió
las miras á sus estados de Cataluña, donde ganó fama de esfor-
zado en sus continuas luchas con los barones convecinos. Pero
si Valladolid carecía de la presencia de su señor, en cambio go-
zaba á menudo de la de su rey, que en 1193 y 1 195, en 1201
y 1 204, según consta por la data de diversas escrituras, hospe-
dábase en el alcázar situado sobre el Pisuerga. Así, cuando
en 1 208 terminó su carrera el último conde Armengol, sin de-
jar más sucesión de Elvira de Subirats su consorte que una
hija llamada Aurembiax, Alfonso VIII incorporó la codiciada
villa á su corona, por más que el testamento del difunto mag-
nate legase la mitad de ella al papa Inocencio III y la otra mi-
tad á sus herederos propios. En vano la condesa Aurembiax
alegó sus derechos, en vano los trasmitió á su esposo el infante
D. Pedro de Portugal, y los retuvo éste en la donación que del
condado de Urgel hizo en 1231 á Jaime I de Aragón; la razón
de estado, aprovechando la extinción de la descendencia varo-
nil de la hija primogénita de Ansúrez, prevaleció sobre las
cláusulas de un testamento, porque la que en breve iba á ser
corte de Castilla ya no debía reconocer otro señorío que el de
su monarca.
48 VALLADOLID
Junio de 1 209, ajustaron allí sus largas querellas el rey de Cas-
tilla y su yerno el de León, que disuelto su enlace con Beren-
guela le asignó para su mantenimiento ciertas villas, prometién-
dose recíproca amistad por cincuenta años, y sancionando la
promesa el anatema de seis prelados, arbitros y ejecutores del
convenio, contra los que osaran infringirlo. La ínclita Bereng'uela,
á quien su padre legó en usufructo el infantazgo de Valladolid,
el más rico y vasto de Castilla, pues llegó á comprender cin-
cuenta y dos pueblos, trasladó allí en 1 2 1 5 la corte de su her-
mano y pupilo Enrique I ; y cuando la intriga y la violencia la
obligaron á abandonar la tutela al ambicioso D. Alvaro de Lara,
quedóse en la misma villa, hasta que no creyéndose segura se
refugió á la fortaleza de Autillo. Valladolid vio indignada en un
simulacro de cortes generales aprobados servilmente los des-
manes del soberbio tutor y el despojo de su benéfica señora;
pero fallecido el joven rey en Falencia á los pocos días de haber
presenciado su partida, saludó con inmenso júbilo á Berenguela
que volvía con su hijo de la mano, para transferir á las sienes
del mancebo la corona de Castilla, que iban á presentarle las
cortes del reino, reunidas allí mismo, como á primogénita de
Alfonso VIII. Celebróse esta doble proclamación á i .^ de Julio
de 1 2 1 7 en la plaza Mayor ^ apellidada entonces del Mercado y
situada fuera del amurallado recinto, donde subieron á un ta-
blado cubierto de telas de oro la reina y el príncipe ; y fué luci-
da y noble y numerosa por demás la comitiva que les acompañó
desde la plaza al templo de Santa María y desde allí otra vez
al alcázar, y ruidosas las aclamaciones y brillantes los regocijos
que inauguraron el feliz gobierno del rey santo.
Suscitáronse tormentas en sus principios, pero disipólas en
breve el calor del naciente astro. Alfonso IX de León, que ha-
bía bajado hasta Arroyo y Laguna á una legua de Valladolid
para disputar á su hijo el materno cetro de Castilla, se retiró
sin intentar ataque alguno: D. Alvaro de Lara, que promovía
nuevas inquietudes talando los pueblos, fué conducido á la villa
VALI-ADOLID 49
prisionero y metido ei^ estrecha cárcel. Obtuvo Valladolid la
predilección de Fernando III sin duda por el cariño de su ma-
dre ; y las cortes celebradas en Febrero de 1 2 2 1 en que se con-
denó al seftor de los Cameros don Rodrigo Díaz á restituir al
rey los castillos usurpados, el concilio reunido en 1228 'bajo la
presidencia del legado obispo de Sabina para extirpar el concu-
binato de los clérigos y condenar los errores albigenses, el ca-
pítulo general de la orden de Calatrava tenido á 28 de Octubre
de 1238 en presencia del rey y de su madre y de su segunda
esposa, fueron otras tantas ocasiones en que la hizo teatro de
su grandeza. En la capilla de aquél alcázar, á 26 de Noviembre
de 1 246, solemnizáronse los desposorios del príncipe Alfonso
con Violante hija del rey de Aragón, niña apenas dé once años,
á quien fué señalada en arras la misma villa con otras de impor-
tancia; pero las triunfales campañas de Andalucía impidieron al
glorioso monarca asistir á la fausta ceremonia, y á las rogativas
que de su orden se hicieron el año siguiente por la salud de San
Luís su primo á Nuestra Señora de la Peña de Francia en su
devoto santuario del Prado de Valladolid. Otorgó San Fernan-
do á la población varias donaciones en 12 40 y 1242, y hay
quien dice que sus armas en la toma del castillo del Carpió ;
pero el origen de estas es tan controvertido como el objeto que
representan, dudándose si son llamas, ondas ó girones.
También al sabio Alfonso, al rey legislador, blanco de tan
varia fortuna en vida como de opuestos juicios en la historia,
mereció Valladolid una especial solicitud y una frecuente per-
manencia. En 1252 y 53, desde el año primero de su reinado,
le conñrmó los antiguos privilegios y donaciones y le concedió
otras nuevas: en 1255 víspera de San Juan Bautista dio comien-
zo allí al código inmortal de las Partidas^ y allí terminó en
30 de Agosto el fuero real, que no fué otorgado á la villa sin
embargo hasta diez años después: en 1258 por el mes de Ene-
ro reunió en ella cortes generales para reformar las costumbres,
la mesa y el traje de las diversas clases del estado empezando
50 VALLADOLID
por sí y por la reina, y más adelante expidió ordenanzas locales
sobre las atribuciones de los alcaldes y trámites de sus juicios.
Su nieto Alfonso, hijo del infante D. Fernando de la Cerda y
de Blanca de Francia, destinado por derecho á sucederle, vio
allí la Itiz en 1270 y fué bautizado con insigne pompa en la
iglesia de Santa María. Pero el descontento cundía y amenazaba
estallar en sedición : los grandes murmuraban de ultrajes y des-
afueros recibidos,. los prelados pedían el remedio de sus quere-
llas contra los ministros reales (i). En la reunión numerosísima
que en 1281 allí tuvieron los abades de los monasterios de la
orden de Cluni, del Cister y de Premonstrato en Castilla, y en
la hermandad entre ellos acordada para la observancia de su
instituto, tal vez pudo observar Valladolid á vueltas del celo re-
ligioso algo de política desazón y de las ambiciosas intrigas del
infante D. Sancho que les había convocado : mas no tardó en
ver rasgado el velo de iniquidad. En 8 de Julio de 1 282 (2) ante
una junta inmensa de prelados, ricoshombres y caballeros de
Castilla, León y Galicia, ante la esposa del monarca y el infante
D. Manuel su hermano y sus hijos los infantes D. Pedro y Don
Juan, oyó negar la obediencia al rey Alfonso, y aclamar por le-
gítimo señor al rebelde príncipe, y prestarse todos juramento de
sostener recíprocramente sus libertades, ó más bien de asegurar
sus usurpaciones.
Tal vez hizo teatro á Valladolid de tan odiosa escena la au-
toridad de la reina Violante que la poseía en señorío y la arras-
tró á conjurarse contra su real esposo; pero en compensación
debióle la villa dos de sus más insignes conventos, San Francis-
co y el de dominicos de San Pablo. Había fundado el primero
(i) El Sr. Sangrador en su apreciable historia de Valladolid afirma que se ce-
lebraron en esta población las cortes de 1 27 i, de las cuales se apartaron los no-
bles descontentos con el infante D. Felipe á su cabeza, y en que mediaron la reina
Violante y el infante D. Fadrique y otros para terminar sus desavenencias con el
rey ; pero así de las historias más acreditadas como de las actas de cortes se des-
prende que estas se tuvieron en Burgos.
(3) La crónica de D. Juan Manuel pone este suceso en el mes de Abril de dicho
año.
VALLADOLID 5I
en 1 2 10 bajo la protección de la reina Berenguela fray Gil com-
pañero del patriarca de Asís, en el sitio apellidado Río de Ol-
mos camino de Simancas : Violante lo trasladó dentro de la po-
blación, cediendo á los religiosos en 1 260 unas casas en la calle
de los Olleros frente al Mercado convertido más tarde en Plaza
Mayor, en un barrio á la sazón extremo y el más céntrico des-
pués. Otra reina, María de Molina, agregó al convento un pala-
cio contiguo; mas sin perder su primer destino, la morada de
los humildes frailes Menores dio aposentamiento muchas veces
á las personas reales, como su iglesia dio sepultura á los despo-
jos de las mismas. El primero que allí bajó á descansar fué don
Pedro hijo de Alfonso X y de la fundadora, fallecido en Ledes-
ma á 20 de Octubre de 1 283, mientras auxiliaba la rebelión del
hermano contra el padre; el segundo D. Enrique hermano del
mismo rey Alfonso, cuyo cadáver traído desde Roa, donde mu-
rió en Agosto de 1303, debió su honrado entierro á la genero-
sidad de la reina María. Ni del lugar y forma de los sepulcros
de ambos infantes ni de sus epitafios queda memoria cierta ( i ) ;
pero sí de los versos leoninos que llevaba en la capilla mayor
el túmulo de Pedro Alvarez seftor de Norefta, padre del famoso
Rodrigo Alvarez de Asturias (2). Ninguna descripción, ningún
(i) Según Antolínez de Burgos, estaban sepultados en dos nichos á los lados
de la capilla mayor, en el del evangelio D. Enrique, en el de la epístola D. Pedro á
quien llama D. Pedro Manuel. Morales en su Via/e sanio asegura que no se sabía
el lugar de la sepultura de D. Enrique, y que la de D. Pedro estaba en la capilla
de los Leones en cama alta con bultos él y su mujer Margarita de JVarbona. Nin-
gún escritor moderno, de los que antes de 1837 alcanzaron á ver aquel edificio,
ha resuelto dicha controversia.
(2) Dice Morales que era de palo este sepulcro con las armas de Noreña; pero
en tiempo de Flórez el sepulcro y los versos ya no existían. Estos nos los ha con-
servado una historia manuscrita del convento.
Impia mors, quis te furor impulit ut Petrus iste
Sic rueret per te, cui vita favebat aperte }
Hic custos legis, cor regis, pauperis egis,
Hic tutela bonis, hic cultor relígionis.
Hunc genus, hunc mores, facundia, census, honores,
Deseruisse docent quem coluisse solent.
Al otro lado de la piedra :
52 VALLADOLID
diseño nos permite tampoco apreciar dignamente la pérdida de
aquel templo, demolido en iZ^^^ para subvenir á los gastos de
la guerra civil; sólo sabemos que era una suntuosa y dilatada
nave, construida en la mejor época del arte gótico, pues de pe-
queña que antes era, la hizo de nuevo con su gran pórtico á fines
del siglo XIV Juan Hurtado de Mendoza, uno de los tutores de
Enrique III, sepultado debajo del coro. Las portadas que salían
á la calle y plaza Mayor, decíase haberlas costeado los jurados
en penitencia de haber infringido .el derecho de asilo tapiando
las puertas á un homicida; la de la plaza, consumida en el terri-
ble incendio de 1561, se reedificó conforme á la traza que Feli-
pe II señaló. Así el claustro como la iglesia encerraban grandio-
sas capillas: la de Linages cubierta por una cúpula octógona de
crucería, se veía alfombrada de losas, entre ellas la de un obis-
po, y rodeada de nichos greco-romanos de medio punto con
lápidas en su fondo; la de los Leones y próxima á la sacristía y
colateral de la mayor, contenía la notable tumba de una dama
y de una hija de Enrique II, ambas por nombre Leonor, falleci-
da la madre en 1369 y la hija en 1375, á cuya historia dieron
acaso romancesco interés los leones esculpidos sobre la cubier-
ta (i). Grandes cuadros de Bartolomé de Cárdenas, Felipe Gil
Serve Dei Francisce, mei sis dux morientis^
Do tibí me, tu sis animae comes egredientis.
In te confído, placuitque mihi tuus ordo.
Me totum tibí do, quid plus? cum corpore cor do.
Pro te qui minor es, ad fratres migro minores,
Fratribus unitus, fratris sub veste minoris.
Anno Domini MCCLXXXVl.
Este magnate gran servidor de Sancho IV, era padre, y no abuelo como dice
Flórez, de D. Rodrigo Alvarez de quien hablamos en el tomo de Asturias y León,
pág. 1 60. En medio de la capilla mayor» según Morales, estaba enterrado con
tumba alta cerrada de reja, el conde de Castro.
(i) Cuéntase que recelando el rey de la fidelidad de su dama, mandó exponer
el tierno fruto de sus amores á la voracidad de aquellas fieras , las cuales, respe-
tando maravillosamente á la niña, le demostraron la inocencia de la madre. De
esta anécdota no dan indicio alguno las historias ni la inscripción colocada en el
sepulcro, que decía así: «Aquí yacen enterradas D.' Leonor de los Leones y D." Leo-
nor su hija y del rey D. Enrique el Viejo que Dios dé santo paraíso ; finó la madre
VALLADOLID 53
y Diego Valentín Díaz, preciosas figuras de Juni y de Gregorio
Hernández, cubrían los muros ó adornaban los retablos; y sem-
braban por todas partes el pavimento nobilísimas sepulturas,
distinguiéndose entre todas la que custodió por seis afíos los
preciosos restos del descubridor del nuevo mundo, Cristóbal
Colón, antes de ser trasladados á la Cartuja de Sevilla, y la que
recordaba la pavorosa leyenda aplicada después al alcalde Ron-
quillo (i).
Con la fundación de San Francisco guarda singular analogía
la de San Pablo. También le concedió el solar la reina Violante
otorgando á los dominicos en 1276 el vasto terreno de Casca-
jera hasta San Benito, donde les sirvió de primer santuario la
ermita de nuestra Señora del Pino; también la reina María, al
confiarle los despojos de su tierno hijo Alfonso fenecido á los
cinco aftos (2), dio á la fábrica poderoso impulso, y lególe una
renta anual de cuatro mil maravedís sobre el portazgo de Va-
aquí en Valladolid en la era MCCCCVII, y la hija finó en la villa de Guadalajara en
la era MCCCCXIIIj; y la dicha Leonor hizo hazer esta capilla y estas sepulturas
para que la enterrasen á ella y madre, á las cuales Dios por su santísima miseri-
cordia quiera perdonar sus almas.» En su testamento menciona Enrique II á esta
dama, llamándola Leonor Alvarez, y á su hija desposada con D. Alfonso de Ara-
gón, hijo del marqués de Villena, cuyo matrimonio al fin no se realizó, legando á
la primera diez mil maravedís anuales, y á la segunda veinte mil doblas de oro
para su dote.
(i) En el centro de la iglesia, debajo de una lápida donde se veían de relieve
las figuras de un hombre con su mujer, dícese que fué enterrado un juez de alta
categoría. Hallábase un religioso á deshora de la noche escribiendo el sermón de
honras en la biblioteca, cuando le apareció el alma del infeliz magistrado rodeada
de demonios, quienes promulgada la sentencia del Señor que les entregaba tam-
bién su cuerpo, condujeron al fraile á la sepultura, le mandaron extraer del cadá-
ver la sagrada hostia con religioso aparato, y prescribiéndole referir el caso desde
el pulpito, se llevaron aquel con estruendo formidable. La odiosidad que excitó
contra el alcalde Ronquillo el suplicio del obispo Acuña en Simancas, dio margen
á suponerle objeto de esta leyenda que parece más antigua ; pero basta recordar,
como lo prueba el Sr. Sangrador, que Ronquillo murió en T/iadrid y no en Valla-
dolid á 9 de Diciembre de i $ 5 2, y que no fué sepultado en San Francisco, sino en
la iglesia de religiosas de Arévalo.
(2) Nació este infante en Valladolid en 1 286 y murió allí mismo en 1 29 1; es-
taba desposado ya con D.* Juana Núñez de Lara que se criaba en palacio. Créese
estuvo enterrado en una de las tres cajas pintadas de bermellón que vio Morales
puestas en alto en la capilla mayor, y que tal vez desaparecieron al labrar allí el
duque de Lerma su magnífico panteón.
54 VALLADOLID
lladolid mientras durase la obra de la iglesia y claustro. Pero
más tarde, á mediados del siglo xv, veremos al edificio desple-
gar sus brillantes galas, y recibir á principios del xvii el com-
plemento de su grandeza, perfeccionando la obra de las reinas
el cariño de un prelado y la munificencia de un valido.
Antes que uno y otro convento, filé erigido en 1 247 el de
Santa Clara en vida de la santa por una de sus compañeras
bajo la advocación de Todos los Santos. El sitio que al presen-
te ocupa se hallaba fiíera de los muros, y lo estuvo hasta la en-
trada del XVII en que llegó á envolverlo la población; díríase
que aguardando pacientemente esta crecida,* renunció á trasla-
darse en 1 37 1 junto á la iglesia de San Esteban á unas casas
del conde D. Sancho. Desde Alfonso XI hasta Enrique IV, to-
dos los reyes otorgaron privilegios y rentas á este convento,
acreditado por su rígida clausura. Ocupaba su primitiva iglesia
el sitio donde hoy está el coro bajo, y á ella pertenecen los vie-
jos muros del cuerpo que avanza hacia la plazuela, presentando
en su ventana ojiva un no sé qué de monumental. Por dentro
corresponden á una capilla cuadrada con bóveda de crucería,
donde vivió como emparedada en una contigua celda, y donde
quiso reposar en muerte la viuda de Alonso Pérez de Vivero,
D.* Inés de Guzmán (i); la otra capilla del coro la fundó para
su entierro D. Alonso de Castilla, más esclarecido aún por la
fama de sus virtudes que por su descendencia del rey D. Pe-
dro (2). La iglesia actual, nave gótica de piedra, desfigurada
interiormente, pero cuyo exterior aún engalana alguna creste-
ría, la construyó hacia 1495 D. Juan Arias del Villar, obispo de
(i) Sobre la tumba de esta dama se lee : «A honra y gloria de Dios todo pode-
roso yace aquí en esta sepultura D.' Inés de Guzman condesa de Trastamara, que
mandó facer esta capilla año de 1489.» Su esposo fué el que muriendo por orden
de D. Alvaro de Luna ocasionó la caída de este valido.
(2) Fué éste D. Alonso hijo natural de D. Pedro de Castilla, después obispo
de Osma, habido en una dama inglesa. Cuenta la tradición que cada vez que se
acercaba á la muerte alguna persona del noble linaje de los Castillas, se percibían
fuertes y misteriosos golpes dentro del mencionado sepulcro.
VALLADOLID 55
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Oviedo y más tarde de Segovia, reedificando al propio tiempo
la portería, según acreditaban sus blasones esculpidos en la.s
claves de la bóveda (i). En la capilla mayor, ocupada por un
retablo churrigueresco, contienen los enterramientos de las fa-
milias de Boninseni y Nava cuatro nichos de severa arquitectura
como la de los tiempos de Herrera ; pero las estatuas yacentes
ofrecen aún en época tan avanzada la expresiva actitud y la rica
minuciosidad de trajes que caracterizaban las de la Edad me-
dia (2).
No reanudaremos el hilo de la historia, tan revuelta como
gloriosa para Valladolid en el breve reinado de Sancho IV y en
las agitadas menorías de Fernando IV y Alfonso XI, sin tender
antes una mirada por el dilatado circuito que ocupaba ya enton-
ces la villa. Limitada al poniente por el Pisuerga y partiendo
del alcázar como de centro inmóvil, habíase ido aumentando por
las otras direciones en línea casi paralela á la del primer recin-
to. La puerta de Nuestra Señora no había cambiado sino de
nombre titulándose del Río ; pero desde allí subía la nueva mu-
ralla á la puerta del Puente, en medio del cual descollaba un
torreón para su defensa. Seguía la cerca por el lado septentrio-
( i) Murió el citado obispo en i 5 o i en el pueblo de Mojados. Creen las religio-
sas que está enterrado en su claustro, y así lo afirma Garibay, pero según Colme-
nares yace en Segovia.
(a) En los nichos del lado del evangelio yacen un caballero y una señora ; el
bulto de aquél presenta una hermosa cabeza de anciano, enjuto de carnes, vestido
de armadura completa, con una mano empuñando la espada y con la otra caída,
notándose á sus pies un león y el casco ; la dama viste un rico traje de la época, y
lleva un perrito de lanas sobre la orla de su vestidura. Las inscripciones dicen
así: «Aquí yace el muy ilustre señor Pedro Boninseni, comendador de Fuente la
Peña y recebidor general de la religión de San Juan; falleció á 8 de Setiembre de
1581. Requiescat in pace. Este caballero fué embajador de su religión en esos
reinos y en los de Portugal, y fué capitán en Italia y gobernador de Taranto, y es
de quien dize la corónicade Malta cuando la cercó el Turco.»— «Aquí yaze la muy
ilustre señora D.' Isabel Boninseni y de Nava, falleció á 18 de Setiembre de i 580.
Requiescat in pace.» Otro bulto semejante de caballero se ve en uno délos nichos
del lado de la epístola, con el siguiente epitafio : «Aquí yace Juan de Nava caba-
llero del abito de Santiago, gentilhombre de la boca de S. M., hijo de Pedro de
Nava del consejo de los Reyes Católicos y de Juana Ondegardo; están enterra-
dos en la capilla de Santa Catalina de San Francisco de esta ciudad. Murió año
de I 590.»
t;6 VALLADOLID
nal, incluyendo el barrio de San Nicolás y orillando la huerta
de San Pablo, hasta la puerta de San Benito el Viejo, desde la
cual dejando fuera á Santa Clara, se inclinaba hacia levante y
abría dos puertas al extremo occidental del Prado, la una deno-
minada de San Pedro enfrente de esta iglesia, la otra de San
Martín junto á la cruz donde antes estaba la ermita de la Peña
de Francia. Formando una excrecencia hacia la Magdalena, la
separaba del monasterio de las Huelgas situado allende los
muros, y hoy todavía contiguo á dicha parroquia aparece tapia-
do un viejo arco de ladrillo de forma de herradura, que pudo ser
puerta, si bien la de San Juan estaba algo más adelante en la
plazuela de este nombre. Al extremo de la calle de Herradores,
hacia el sudeste un elevado castillo con foso y barbacana defen-
día la puerta de San Esteban, otra enfilaba la calle después
llamada de Teresa Gil ; y tomando el muro por foso el brazo
inferior del Esgueva y excluyendo el anchuroso Campo Grande,
formaba la puerta del Campo donde se levanta hoy el arco de
Santiago, y sobre el otro brazo del Esgueva la de San Lorente
hasta cerrar otra vez con el alcázar.
Dentro de esta muralla de diez puertas, muchas de las cua-
les subsistían aún á la entrada del siglo xvii, quedaron encerra-
das diferentes iglesias, que desde el xii las más, habían nacido
como ermitas en medio de los campos, y que luego vinieron á
ser parroquias rodeadas de feligreses; en qué época precisa-
mente no se sabe, ni si fueron erigidas tales á un mismo tiempo,
pero á mediados del xiv consta ya que lo eran casi todas. De
esta suerte á la Antigua, á San Julián, á San Pelayo titulada ya
entonces San Miguel, á San Martín y á San Nicolás, fueron
añadiéndose San Lorenzo, Santiago, el Salvador, San Esteban,
San Juan, la Magdalena, San Pedro y San Benito el Viejo, pre-
sidiendo á los respectivos barrios recién formados en torno
suyo. Sus templos, pobres sin duda y reducidos en razón de su
origen, perdieron sucesivamente su primitiva forma: los de San-
tiago y San Lorenzo restaurados en el último período del arte
VALLADOLID 57
gótico; los de la Magdalena, el Salvador, San Pedro y San Be-
nito en el siglo xvi y xvii; los de San Miguel, San Juan y San
Esteban trasladados casi en nuestros días á vacantes y espacio-
sas iglesias de conventos.
Coincidió, si más bien no le fué debido, este singular incre-
mento de Valladolid con el reinado de María de Molina, su
principal favorecedora después del conde Ansúrez, figura ma-
jestuosa y apacible que durante cuarenta afíos llena casi exclu-
sivamente sus anales. Ya en vida de su esposo Sancho el Bravo
tuvo allí la prudente reina su residencia más frecuente, y alcan-
zó del rey que concediera á aquellos vecinos la aldea de Cigales
para que fuesen más ricos y hubiesen más con que poderles ser-
vir; allí dio nacimiento en 1 286 á su segundo hijo Alfonso cuya
muerte cinco aftos después debía llorar, y en 1 290 á Pedro que
terminó gloriosamente su juvenil carrera en la vega de Granada.
Aumentaron en aquella época el lustre de la villa la celebración
de un concilio nacional en 1291 y de unas cortes generales de
León y Castilla en 1 293 ; y sus escuelas públicas, que con algún
fundamento se suponen trasladadas allí desde Palencia, florecían
de tal suerte con la protección del soberano (i), que al estable-
cer las de Alcalá de Henares, nada mejor creyó éste poderles
otorgar que los mismos privilegios é inmunidades de aquellas.
Con la muerte de Sancho quedó su esposa por única salva-
guardia de un nifto, cuyo derecho contradecían poderosos reinos,
y cuya tutela ambiciosos bandos se disputaban. Las intrigas y
sugestiones de D. Enrique, tío del rey difunto, lograron enagenar
de la reina el ánimo de sus más fieles subditos; y Valladolid
en 1 295 víspera del Bautista cerró las puertas á su señora, y al
cabo no le permitió entrar sino sola con su hijo, separada de la
(i) En 129$ concedió dicho rey al estudio general para salario de sus maes-
tros las tercias de Valladolid y su tierra además de las de Mucientes y Fuensalda-
ña, por los grandes servicios que le habían prestado siempre los letrados de aque-
lla escuela, tal vez, como conjetura el Sr. Sangrador, en la ruidosa cuestión de la
sucesión á la corona.
8
58 VALLADOLID
comitiva. En las cortes abiertas allí el siguiente día, cedió la
madre el codiciado gobierno á D. Enrique, reservando única-
mente para sí la educación del rey menor; y si bien prestaron
juramento á Fernando IV los concejos de León y Castilla, reno-
varon su hermandad recelosa imponiendo condiciones al trono,
y á ellos siguió con sus demandas el brazo de la iglesia. Pero á
fuerza de habilidad y dulzura triunfó D.* María: los más temi-
bles é inquietos magnates, D. Diego de Haro y D. Juan Núftez
de Lara, vinieron en pos de ella á rendir homenaje á su hijo; y
la villa, vuelta en sí del momentáneo extravío, abrazó con tanto
ardor su causa, que sorda á la voz de la reina Violante su anti-
gua señora, la cual en ausencia de aquella aspiraba á penetrar
en su recinto sosteniendo las pretensiones del infante de la
Cerda, le impidió la entrada coronando de armas sus muros, y
la obligó á retirarse á Cabezón lanzando imprecaciones y ame-
nazas.
Valladolid fué el cuartel general escogido por la varonil
princesa en 1 296 para hacer frente á la formidable liga con que
Aragón, Francia, Portugal, y un pretendiente al reino de León
y otro al de Castilla, aspiraban á derribar el trono y desmem-
brar la monarquía. Hallábase la reina oyendo misa en la capilla
del alcázar, cuando en traje de camino se le acercó D. Enrique
consternado con el inminente peligro, proponiéndole como único
medio de conjurarlo un segundo enlace con el infante de Ara-
gón D. Pedro, caudillo de las huestes aliadas. Ella, no tomando
consejo sino de su casto y firme corazón, respondió tque jamás
quebrantaría la fe del primer consorcio aun á trueque de ganar
cien coronas para su hijo, y que mejor interesaría en favor de
éste á Dios conservando su decoro, que admitiendo en sus tocas
el más mínimo lunar. » Y Dios no engañó su esperanza : aban-
donada de D. Enrique y llevados á Andalucía sus defensores,
combatió por ella la peste diezmando el ejército enemigo, y sus
destrozados restos imploraron tregua para retirarse, y los cadá-
veres del infante de Aragón y de sus nobles, al atravesar por
VALLADOLID 59
Valladolid, merecieron de su generosa adversaría ricos paftos
de oro con que cubrir su desnudez. Al rey de Portugal, que lle-
gó más tarde con otro ejército hasta Simancas, sin poder ella
oponerle más soldados que los ñeles habitantes de su corte,
respondió negándose á las exigencias que le presentaba y aun
á toda entrevista, y amenazándole con la ruptura del proyectado
enlace entre sus hijos si jamás se ponía en su presencia. Esta
comunidad de glorias y peligros se la recompensó D.* María á
los de Valladolid concediéndoles franquicia de portazgos, que
al año siguiente hizo extensiva á los mercaderes que la abaste-
cieran.
Por tres aftos consecutivos, en Febrero de 1298, Abril
de 1299 y Abril de 1300, reunidas allí las cortes otorgaron á
la corona cuantiosos donativos para las necesidades de la gue-
rra, y en las últimas por fin hincó la rodilla ante el joven rey el
infante D. Juan su tío, que traía perturbado el reino con ince-
santes rebeliones. De otras dos cortes generales presenció Va-
lladolid la solemne apertura durante el breve reinado de Fer-
nando IV, de las unas en 28 de Junio de 1307, de las otras
en 24 de Abril de 131 2, en las cuales se ordenaron sabias y
populares leyes. No fueron con todo estos años los más ventu-
rosos para María de Molina; mejor quisiera seguir arrostrando
riesgos y combates que sufrir el desvío ingrato de su hijo, sobre
todo después del casamiento de éste con D.^ Constanza de Por-
tugal, que se celebró en Valladolid con suntuosas fiestas en el
mes de Enero de 1302. Entregado el rey á la fatal privanza de
sus antiguos y constantes enemigos el infante D. Juan y D. Juan
de Lara, excitó el disgusto de la nobleza y especialmente de
D. Enrique su antiguo tutor; y la reina madre hubo de emplear
toda su prudencia en calmar el despecho de éste y los celos de
aquella, enmendando los agravios del imprudente mozo. A poco
muríó D. Enrique, y D.^ María olvidando pasadas quejas mos-
tró una vez más su magnánima bizarría : pocas lágrimas corrie-
ron en las exequias del avaro y turbulento anciano, y al trasla-
i
6o VALLADOLID
dar su cadáver desde Roa á Valladolid, escasa comitiva y de
mal grado le acompañaba, ni iban con la cola cortada los roci-
nes, ni lucían velas en la procesión ; pero la reina cuidó de suplir
este abandono, y envió para cubrir el féretro una preciosa tela
de brocado.
La caída de los Templarios tuvo en Valladolid un eco dolo-
roso. Poseían allí desde mediados del siglo xii el convento y la
iglesia de San Juan, nombrado en segundo lugar entre todos
los de España en una bula de Alejandro III : apoderóse de sus
tienes la corona, á pesar de haber declarado su inocencia el
concilio de Salamanca; la iglesia permaneció como parroquia
hasta iS^2 en que fué demolida por ruinosa; el convento fué
dado por habitación á D. Nufto Pérez de Monroy, abad de San-
tander y canciller de la reina, quien fundó en él un hospital,
quedando todavía al parecer espacio bastante en el edificio para
servir á los reyes de palacio (i). En este hospital fué sepultado
su opulento fundador, que sobreviviendo pocos años á su seño-
ra, falleció en 2 de Agosto de 1326; pero devorado por las
llamas el piadoso asilo, no sabemos en qué fecha, pasaron sus
restos al interior del monasterio de las Huelgas, á cuya fábrica
había contribuido pródigamente (2).
(1) Sólo así puede conciliarse la indudable erección del hospital en el referido
convento, con las repetidas indicaciones de la crónica del rey D. Pedro, quien se-
gún la misma tenía su alojamiento en las casas del abad de Santander. En confir-
mación de nuestra conjetura afirma el moderno historiador de Valladolid que esta
morada, donde D. Pedro celebró Sus bodas con Blanca de Borbón, es la conocida
con el nombre de palacio del Duque^ del cual ya no existen ruinas, y cuyo sitio
señalan unas tapias en el espacio que media entre la calle de la Magdalena y la de
los Templarios.
(2) El epitafio decía así : « Aquí yace D. Ñuño Pérez de Monroy abad de Santan-
der, notario mayor por el rey D. Alonso del reino de León. Fizo este hospital para
los omes mantener á servicio de Jesucristo y de la Virgen Santa María su madre y
de la corte celestial, por du alma en remisión de sus pecados. Fué canciller de la
reina D.' María que edificó el monasterio de las Huelgas que es aquí en Vallado-
lid : fué natural de Plasencia, e finó á dos dias andados del mes de agosto era de
mil e trescientos e sesenta e cuatro.» Fray Alonso Fernández, que inserta dicha
inscripción en su historia de Plasencia, refiere el testamento del abad, que legó al
hospital todos sus bienes y sesenta mil maravedís de renta para sustentar diaria-
mente á cincuenta pobres y cuidar á treinta enfermos, tres mil doblas de oro al
VALLADOLID 6l
El rey Fernando, que en 1 3 1 1 había convalecido en Valla-
dolid de una peligrosa dolencia, murió al año siguiente en Jaén;
y no falta quien traiga á orillas del Pisuerga el principio de la
trágica historia de los Carvajales ligada con aquella muerte
misteriosa, diciendo que en el campo de la Verdad y que después
se llamó de Marte, lidiaron los infelices hermanos con los Bena-
vides (i). Hallóse la reina de nuevo sin más apoyo que su en-
tereza para salvar la cuna de su nieto y el cetro en ella deposi-
tado, de los recios embates de encontradas ambiciones; pero
aunque instada con dobles miras por su cufiado D. Juan á encar-
garse de la regencia, rehusó con todo admitirla mientras no se
la confiriese el solemne voto.de las cortes, y para terminar di-
sensiones, dejó á su hijo D. Pedro el gobierno de León y á don
Juan el de Castilla, tomando á su cargo la crianza del pequefio
Alfonso que también acababa de perder á su madre. Su benigna
influencia no se ejercitó sino en hacer levantar en una junta de
prelados, que por Junio de 1 3 1 4 se tuvo en Valladolid, el entre-
dicho lanzado por el pontífice á causa de la indebida percepción
de las tercias decimales, y en conciliar á los desavenidos tuto-
res por medio de las cortes allí mismo congregadas en Julio
de 1 31 8. Una misma y gloriosa muerte en la vega de Granada
puso fin muy pronto á las querellas del tío y del sobrino; y aun
lloraba D.* María á su hijo Pedro, cuando su último hijo Felipe
y el hijo del difunto D. Juan y D. Juan Manuel su primo se
presentaron en Valladolid á reclamar imperiosamente la tutela,
y sin aguardar la decisión de las cortes como la reina les pres-
cribía, se la hicieron otorgar por sus parciales. Aumentáronse
con esto en vez de calmar los disturbios ; fué llamado el reino
á cortes generales en Falencia ; pero antes de acudir allí la ex-
monasterio de las Huelgas para construcción de la capilla en que habían de depo-
sitarse los restos de D.' María y mil para hacer el claustro, trescientas para el del
convento de Santa Clara, trescientas para concluir la cerca del de San Quirce, y
cuatrocientas para celebrar veinte mil misas, la mitad para sí y la mitad para la
reina.
(i) El citado fray Alonso Fernández.
b2 VALLADOLID
celsa pacifícadora, detúvola en su predilecta villa mortal enfer-
medad. Entonces llamó á los caballeros y regidores de aquella,
y encomendando á su lealtad la custodia del nieto hasta, que
llegara á la mayoría, cerró más tranquila los ojos día i .^ de Ju-
lio de 1321 (i).
Desde San Francisco, donde murió la reina en las habitacio-
nes que se había reservado al ceder sus casas al convento, fué
llevado el cadáver, vistiendo el hábito dominico, á un reciente
templo de religiosas, donde celebró los oñcios el cardenal obispo
de Sabina, y fueron . muchas y muy sentidas las oraciones "que
por su alma se elevaron, aun sin el estímulo délas indulgencias
concedidas al efecto por el legado. Aquel templo lo había ella
fundado con la advocación de Santa María la Real y sobrenom-
bre de las Huelgas, á imitación del de Burgos (2), para unas
pobres dueñas de la orden del Cister, cuyo primer asilo sobre
la margen izquierda del Esgueva se había incendiado en 1282,
desprendiéndose del palacio contiguo á la Magdalena que antes
fué real morada de su hijo. Con sus limosnas y las de su digno
ministro el abad de Santander trocóse el palacio en convento ;
pero consumido en 1328 por las llamas en días de civil contien-
da, renació de sus cenizas (3), para ser tercera vez destruido á
fines del siglo xvi, y reemplazado por una ostentosa construc-
ción arreglada al estilo de Herrera. La espaciosa nave, la alta
cúpula, el ancho crucero, el bello retablo de orden corintio, cuya
(i) Esta fecha se halla bastante controvertida. Mariana y otros la ponen en
I ." de Junio de i 3 2 a ; y el Sr. Sangrador, que en el primer tomo de su historia la
había fijado en i.* de Julio de i 32 1, en el segundo sigue á Mariana. Por nuestra
parte preferimos atenernos al cronicón contemporáneo de D. Juan Manuel, que
pone dicho fallecimiento en Julio de i 32 1 , y á lo que se desprende de la data de
las cortes de 1322, que celebradas con posterioridad á la muerte de D." María,
funcionaban ya en 8 de Mayo.
(2) En su testamento mandó D.' María, que fuese siempre monja y señora del
monasterio una princesa de sangre real y que tuviese su ración como las infantas
de Burgos ; pero no se sabe que en el de Valladolid profesara infanta alguna, aun-
que sí señoras de calificada nobleza.
(3) Véase más adelante en el capítulo de Toro la venta que el convento hizo á
aquel concejo en 1403 del llamado monte de la Reina^ contiguo á dicha población,
para atender á importantes reparaciones.
VALLADOLID 63
arquitectura y relieve principal empezó y acabó en 1 6 1 6 el fa-
moso Gregorio Hernández, llaman menos la atención que el se-
pulcro en medio de la iglesia colocado de la ilustre fundadora,
que parece expuesta aún allí de cuerpo presente al amor y
veneración de los pueblos como en el día de sus exequias. Des-
de la capilla mayor del gótico templo, donde en 1572 alcanzó á
verla Morales (i), fué pasada la urna al crucero de la nueva
fábrica, pero con tan poco cuidado, que junto á los antiguos
relieves de alabastro se ven las toscas pilastras que en los án-
gulos se añadieron. Escudos reales y de familia, fíguras de la
Virgen y de San Bernardo, representan dichos relieves, y el de
los pies á la misma reina con altísimo y singular tocado en el
acto de otorgar á las monjas la carta de fundación. La efígie
tendida sobre la cubierta, mayor del tamaño natural, resplan-
dece de blancura, bella en el rostro, mórbida en las carnes,
honesta en la vestidura, ceñida con esmaltada correa, con toca
en la cabeza y con un libro en las manos ; sobre la orla de su
vestido juega un perrito faldero, y á los pies y á los lados velan
pequeños leones. Los que aquel túmulo labraron, si es que no
habían alcanzado á conocerla, tenían al menos muy reciente la
memoria de la que, tan grande como Berenguela é Isabel la
Católica, si no logró tan altas dichas, arrostró mayores dificul-
tades.
Otras monjas también cistercienses experimentaron la libe-
ralidad de D.^ María, y fueron las de San Quirce. Bajo la invo-
cación de Santa María de las Dueñas moraban al principio junto
(i) «La reina tiene corona, añade Morales, mas está en hábito honesto, sin
tener letra ninguna. Tiene los escudos con castillo y león, y otros con solo león, y
castillo por orla, que parece fueron las armas de su padre el infante D. Alonso de
Molina. Á ambos lados en la pared están arcos labrados de follages de yeso, con
tumbas no muy grandes de lo mismo, con aquellos escudos de león y sin letra:
son sepulturas de los infantes sus hijos, como las monjas por tradición refieren.»
Sin embargo la opinión general es que D. Alfonso y D. Enrique, que murieron de
menor edad, fueron sepultados en San Pablo. Morales, que visitó las Huelgas nue-
ve años antes de empezarse la iglesia actual, dice que se parece en toda ella ser
obra muy antigua.
64 VALLADOLID
al puente al otro lado del Pisuerga; y en este sitio las designa
en su testamento otorgado en 1307 la infanta de Portugal doña
Teresa Gil, que ha transmitido su nombre auna de las mejores
calles (i). £1 nuevo título de San Quirce con que las nombra
la reina, y el objeto que da á su piadosa manda de tres mil ma-
ravedís para cubrir la casa comenzada^ hacen creer que se esta-
ba ya efectuando en 1 3 2 1 la traslación del monasterio dentro
de la población, si bien Antolínez la refiere y atribuye á los
trastornos del reinado de D. Pedro. El sitio que en el arrabal
dejaron se convirtió en hospital de San Lázaro ; el que pasaron
á ocupar en la parroquia de San Nicolás pertenecía á la noble
familia de Ulloa, y la villa ayudó con crecidas sumas á construir
la iglesia, no ciertamente la que hoy existe de dórica arquitec-
tura, que esta fué concluida en 1632. Á la tenaz resistencia que
opuso este convento en 1 46 1 al establecimiento de la clausura
y á la reforma intentada por el prior de San Benito, sucedió la
más rígida observancia, produciendo en su claustro modelos de
santidad.
El vacante cargo de tutor lo confirieron á D. Felipe, hijo de
la gran reina, las cortes reunidas en Valladolid á 8 de Mayo
de 1322, año memorable para la villa, durante el cual vio con-
gregado además un capítulo general de Calatrava y un concilio
el más notable de cuantos allí se celebraron por el número é
importancia de sus cánones. Pero el entusiasmo y júbilo subie-
ron á su colmo, cuando cumplido fielmente por el concejo su
glorioso encargo, y llegado á sus catorce ailos el rey, salió á
caballo en un día de Agosto de 1325 escoltado por lo más ilus-
tre de sus reinos, y en el campo de ¿a Verdad pendones desple-
gados proclamó su mayoría, recogiendo de sus tutores los sellos
(i) En las historias generales y en las peculiares de Valladolid no hemos po-
dido hallar más noticias de esta dama: su patronímico parece indicar que tuvo
por padre á D. Gil Alonso, hijo natural de Alfonso III rey de Portugal y bailío de
San Blas en Lisboa. Legó dicha señora á San Quirce cuatrocientos maravedís de á
diez dineros.
VALLADOLID 65
con que tan interesadamente habían gobernado. Muchos meses
y aun algunos del siguiente afto duraron las cortes en que se
hizo esta solemne declaración, y en que el joven soberano,
agradecido á los servicios que se le votaron, confirmó privile-
gios, otorgó peticiones, y premió sobre todo á los de Vallado-
lid concediéndoles por juro de heredad numerosos pueblos y
librándoles de todo pecho y marzadga (i). Antes de concluir el
año, en 28 de Noviembre, brillantes fiestas solemnizaron allí
sus desposorios con D.^ Constanza, hija de D. Juan Manuel, á
quien le interesaba atraer á su servicio : la infanta permaneció
en Valladolid con título de reina; pero deshecho más adelante
el proyectado enlace por otro más ventajoso con María de Por-
tugal, Constanza ñié llevada prisionera al alcázar de Toro, has-
ta que por último fiaé restituida á su padre.
Días de revuelta sucedieron impensadamente á los de unión y
esperanza: celosa la población que había custodiado en difíciles
trances el trono, levantóse indignada contra los favoritos que
lo avasallaban. Cundió la voz de que el hebreo Jucef, tesorero
real, había venido á llevarse la infanta Leonor hermana de Al-
fonso para casarla con el valido Alvar Núftez Osorio; y fomen-
tados estos falsos rumores por su aya D.* Sancha García y
acreditados por los aprestos de viaje, al ver á la doncella salir
de palacio cabalgando en una muía seguida del obispo de Bur-
gos su canciller y de toda su comitiva, el pueblo insurrecciona-
do la obligó á retroceder, y se dispuso á asaltar el palacio pi-
diendo la cabeza del judío. Entretúvoles la infanta con la
promesa de castigarle si la permitían trasladarse al alcázar
viejo; pero después de penetrar en él, escudando á Jucef que
asido á las faldas de su vestido la seguía á pié y tembloroso
entre la escolta, desoyó los sediciosos clamores prevalecida con
la fortaleza del sitio. La furia de los amotinados habríase extin-
guido tal vez al pié de aquellos muros, si por ocultas instigacio-
(i) Impuesto que se pagaba en el mes de Marzo.
66 VALLADOLID
nes de la dueña no hubieran llamado en auxilio suyo al prior
de la orden de San Juan Fernán Rodríguez de Balboa, que tenía
ya sublevadas á Toro y Zamora contra la privanza de Osorio.
Presentóse Alfonso delante de Valladolid en Julio de 1328, re-
forzada su hueste con las tropas de los concejos comarcanos;
la villa le rehusó la entrada si antes no separaba á su valido, el
cual se vengó mandando talar las tierras y pasar á cuchillo los
ganados. Para abrir brecha y facilitar el ataque, no temieron
los sitiadores incendiar el reciente convento de las Huelgas pe-
gado á la muralla, después de extraído por orden del rey el
cadáver apenas consumido de su venerable abuela; pero recha-
zados al resplandor siniestro de las llamas y puestos algunos
de inteligencia con los de adentro, suspendieron los mortíferos
combates. Cedió por ñn Alfonso destituyendo al favorito, á
quien bastaba por culpa á falta de otra la de causar tamaños
disturbios; y entró ruidosamente aclamado en la villa, donde
acabaron de disiparse los recelos que aún llevaba de la lealtad
de sus moradores. Salvado de la muerte el aborrecido tesorero
y libertadas las gentes del alcázar, llevóse consigo á Portugal á
su hermana Leonor para asistir á sus bodas, que este y no otro
había sido el objeto del misterioso viaje, y regresó al cabo de
poco tiempo con su nueva esposa en medio de espléndidos re-
gocijos. Lejos de guardar resentimiento á los insurgentes, los
declaró en una cédula como libertadores, compadeciendo los
daños que habían sufrido por apartarle de la compañía del trai-
dor Osorio, y estimando este servicio por no menor al de su
crianza y custodia.
A este movimiento político añadiéronse intestinas querellas:
llegaron entre sí á las manos en las elecciones de 1332 las
banderías de Tovar y de Reoyo, que desde siglos atrás, y no
siempre en paz completa, se repartían los cargos y oñcios mu-
nicipales; la sangre corrió, y los ánimos se escandecieron hasta
el punto, que el rey en cédula de 4 de Marzo hubo de prohibir
so pena de muerte proclamar como grito de alarma aquellos
VALLADOLID 67
apellidos, y para quitar tal vez á la lucha su carácter demasiado
popular, excluyó en adelante de los ayuntamientos y de los
destinos públicos á los menestrales y gente menuda. Pero los
tumultos apenas interrumpían las continuadas funciones y repe-
tidas fiestas que ocasionaba en Valladolid la permanencia de la
corte. Celebrólas harto complaciente la villa en 1330 por el
nacimiento de un hijo natural, D. Pedro el de Aguilar, que dio
á Alfonso XI su dama la hermosa Leonor de Guzmán á vista
de la misma reina. En los dos años consecutivos dieron á luz
allí también la dama y la esposa, aquella á D. Sancho el Mudo
el de Ledesma, ésta á D. Fernando, cuya temprana muerte pri-
vó á Castilla de un reinado menos azaroso probablemente que
el del cruel D. Pedro. Á todas las demostraciones motivadas
por tales acontecimientos superaron con todo en esplendor las
famosas justas, en que el brioso soberano, aprovechando un
breve respiro de paz interior y de tregua con los moros, quiso
desplegar la bizarría y gala de sus caballeros, y lidiar disfraza-
do al frente de los de la Banda que poco antes había instituido.
Eran estos los mantenedores del torneo ; tras ellos entró en el
memorable campo de la Verdad el escuadrón de aventureros, y
se mezclaron y combatieron con ardor sin igual, suspendiendo
por largas horas la atención de las damas y señores colocados
en vistosas galerías y del inmenso pueblo apiñado tras de las
barreras. Aumentado el empeño al paso que disminuía el núme-
ro de los contendientes, saliéronse del palenque y llegaron pe-
leando al puente del Esgueva junto á la puerta del Campo,
donde por fin á las tres de la tarde lograron separarlos los
jueces, sin poder ó sin atreverse á adjudicar á una ú otra parte
la prez de la jornada. Terminóla dignamente un suntuoso festín
servido á entrambas cuadrillas en sus respectivas tiendas, pre-
sidiendo el rey la mesa de los de la Banda; y reunidos después
todos, le acompañaron hasta su morada al son de las aclama-
ciones populares. Sucedía esto por la pascua de 1335.
Las fiestas de navidad de 1337 y 1341 las pasó también en
68 VALLADOLID
Valladolid Alfonso XI ; pero sus visitas se hicieron menos fre-
cuentes en sus últimos años, empleados en gloriosas campañas
contra los moros de Andalucía. Pocos monarcas dotaron á la co-
ronada villa de tantos y tan insignes privilegios : durante su rei-
nado y mediante su protección se erigió en universidad pontificia
el estudio general; adquirió belleza y desahogo el templo de la
Antigua, elevándose sobre las naves laterales y cubriéndose de
esbelta bóveda la principal; y dióse principio al suntuoso claustro
de Santa María la Mayor y á sus vastas capillas, á cuya fábrica
contribuyeron con fuertes sumas el canciller don Ñuño Pérez y
el abad de la colegiata D. Juan Fernández de Limia, imponiendo
éste al cabildo la obligación de conservar el claustro primitivo.
Con fausto agüero para Valladolid abrió el joven Pedro su
reinado, oyendo en cortes generales desde Julio hasta Octubre
de 1 35 1 las necesidades y peticiones de sus varios reinos, y
dictando sabias é importantes ordenanzas para las diversas cla-
ses del estado ; pero poco tardó en desplegar allí mismo toda
la violencia de sus pasiones. En Mayo de 1353, desprendiéndo-
se de los brazos de la Padilla, vino para dar su mano á Blanca
de Borbón que le aguardaba desde el 25 de Febrero acompa-
ñada de la reina madre: señalóse para las bodas el día 3 de Ju-
nio, y salieron los novios de las casas del abad de Santander,
que servían entonces de real palacio, montados en blancos
palafrenes, y la reina María y la reina viuda de Aragón tía de
D. Pedro cabalgando en sendas muías, cuyas riendas llevaban
los infantes hijos de ésta D. Juan y D. Fernando, mientras que
D. Enrique y D. Tello, hijos de la Guzmán, reconciliados últi-
mamente con el rey su hermano, guiaban el caballo de Blanca.
Reunidos se hallaban en amistoso grupo los que dentro de
breves años habían de exterminarse. Dirigióse la comitiva á
Santa María la Mayor, donde resonó la solemne promesa con-
yugal ; tres días después huía el desatentado mancebo á reunir-
se otra vez con su dama, sin conmoverle las súplicas de su ma-
dre y de su tía ni los encantos de su inocente esposa. Solamente
VALLADOLID 69
las instancias de los mismos deudos de la Padilla pudieron re-
ducirle al cabo de algún tiempo á volver al lado de la abando-
nada princesa ; pero esta segunda estancia no duró más que la
primera, y partió para no verla ya más, cual si un diabólico
maleficio los separara. Desde entonces al parecer se le hizo
odiosa la misma villa teatro de su infausto enlace, y sólo tres
veces tornó á visitarla ; en 1354 de paso para Cuéllar al ir á
desposarse sacrilegamente con D.^ Juana de Castro, en 1358
para presidir un capítulo de la orden de San Juan, y en 1360
para derribar las cabezas de Garci Fernández y de Juan Sán-
chez, hijos del noble caballero Fernán Sánchez, tal vez por pro-
bado crimen, tal vez sólo por injustas sospechas.
De Enrique II, cuyo partido abrazó desde muy temprano
Valladolid, no quedan allí notables recuerdos, aunque consta su
residencia por privilegios y cédulas expedidas desde aquel pun-
to en 1369, 1 37 1, 1376 y 1379. En este último año se detuvo
allí su cadáver traído desde Burgos á Toledo, celebrándosele
solemnes exequias en Santa María la Mayor, como diez años
atrás se habían celebrado en San Francisco por una de sus da-
mas, Leonor Alvarez, cuyo sepulcro y tradición singular arriba
ya mencionamos. Creación de este monarca fué el tribunal de la
Chancillería, compuesto de siete oidores que daban audiencia
tres días á la semana, y establecido desde su fundación en Va-
lladolid en las casas de Fernán Sánchez de Tovar calle de
Moros: pero transferido sucesivamente de pueblo en pueblo, no
llegó á fijarse,, y todavía no de un modo inalterable, en su pri-
mer asiento hasta el 1442, y reformado después por los Reyes
Católicos, pasó á ocupar las casas de Alonso Pérez de Vivero,
en el sitio donde figuran hoy la audiencia y cárcel junto á la
parroquia de San Pedro. El edificio, flanqueado por dos fuertes
y cuadrados torreones, y marcado en su frontispicio con las ar-
mas de León y Castilla, pertenece al siglo xvi (i).
(i) Dice el señor Sangrador que al revocarse en 1828 la fachada con motivo
70 VALLADOLID
Vestido de luto por el fatal desastre de Aljubarrota, con los
infantes sus hijos, abrió Juan I las cortes de Valladolid en i.^ de
Diciembre de 1385, exponiendo los motivos del duelo que en-
volvía su corazón, no sólo por la mengua de sus armas y por
la pérdida de tantos caballeros, sino por los inveterados abusos
que no podía desarraigar, y por los gravosos tributos que las
necesidades de la guerra le obligaban á imponer á sus vasallos.
A uno y otro punto atendieron las cortes ; pero los apuros au-
mentaron al año siguiente con los precipitados aprestos que en
la villa se dispusieron para defender el reino contra el duque de
Lancáster, que al frente de una armada inglesa venía á preten-
derlo. Sólo azares é inquietudes experimentó por aquellos años
Valladolid ; sin embargo en medio de ellas se realizaron dos de
sus más importantes fundaciones, la del convento de la Merced
y la del monasterio de San Benito.
El origen del primero, si merece crédito la tradición, va en-
lazado á una historia que no es la más edificante. Acompañando
á la reina Beatriz heredera de Portugal y esposa de Juan I, vino
á Castilla su madre Leonor Téllez de Meneses, viuda del rey
Fernando, á quien éste había arrebatado de los brazos de su
primer marido Juan Lorenzo de Acuña, haciendo disolver su
enlace para elevarla al tálamo real. Retirada ó detenida más
bien en el convento de Tordesillas mientras vivió su yerno,
pasó después á Valladolid, donde se había refugiado cabalmente
el burlado Acuña llevando puesta por sarcasmo en el sombrero
la divisa de su deshonra, y donde había fallecido al poco tiem-
po, obteniendo sepultura en la iglesia de la Antigua. Los años
no enmendaron á la reina viuda, y de ciertos amores con Zoilo
íñiguez gentil caballero hubo, además de un hijo fenecido de
tierna edad, una hija llamada María, cuya crianza encomendó á
de la llegada de Fernando VII, quedaron ocultas dos inscripciones que había en
lápidas de mármol, una de las cuales refería su fundación á los Reyes Católicos, y
la otra contenía este expresivo verso :
Jura, fidem ac poenam, reddit sua murtera cunctis.
VALLADOLID 7I
Fernán López de Laserna, y encargóle al morir que en su pro-
pia morada estableciese un convento de religiosas donde se
encerrara el fruto de su liviandad. Mas no sucedió así, porque
la hija también enamorada de un sobrino de Laserna, con quien
antes creía tener parentesco, casó con él, y para cumplir en
algo la voluntad materna, erigió en su casa natal, ya que no un
convento de monjas, uno de frailes Mercenarios. Añádese que
esto fué en 1384: ó en la fecha ó en los sucesos hay error, pues
á haber pasado las cosas de esta manera, antes del 1410 no
pudieran llevarse á cabo. Lo cierto es que la reina Leonor
como fundadora tuvo allí su sepulcro, aunque olvidado con el
tiempo permaneció casi desconocido hasta 1626 en que se tras-
ladó desde una capilla al claustro (i). Junto á ella yacía el in-
fante D. Juan Alonso de Portugal, hijo bastardo al parecer del
rey Dionís (2), que murió en Valladolid de edad de noventa y
ocho años en 24 de Julio de 1422. Tenía la iglesia techumbre
de madera de labor muy costosa; la capilla mayor la reedificó
magníficamente aquel valeroso adalid, terror de los ingleses en
sus guerras con Francia, honor de Valladolid su patria, y brazo
derecho de Juan 11, D. Rodrigo de Villandrando, que compró
el patronato de ella, y que en su testamento del año 1465 (3)
(1) Entonces se le puso la siguiente inscripción en letras doradas: «Aquí yace
la reyna D.* Leonor, mujer de D. Fernando de Portugal; está un infante á sus pies.
Dotó dos misas cada semana por sí y por su hija D.' Beatriz reyna de Castilla mu-
jer del rey D. Juan I, y fué fundadora de este monasterio año de i 384.» De este
enterramiento real no hace memoria Morales en su Vtck/e SantOy prueba de que en
su tiempo se hallaba perdida.
(2) No hallamos por aquellos tiempos otro que así se llame en las genealo-
gías de Portugal de Méndez Silva, quien dice no tener de él más noticia que su
nombre.
(3) No es de dicho año, como supone Antolínez, el testamento, sino del 1448
á I <; de Marzo, según lo ha publicado el académico de la Historia señor Fabié,
copiándolo del archivo de la casa de Salinas y Ribadeo. Compruébase esta priori-
dad de diez y siete años en la muerte del esforzado varón con el silencio que guar-
dan las crónicas acerca de su actitud en los notables acontecimientos que señala-
ron los seis años últimos del reinado de Juan II y los once primeros del de
Enrique IV, en los cuales, aunque septuagenario, no hubiera podido menos de
influir, mayormente andando tan metida con la reina en la caída de D. Alvaro de
Luna la intrigante condesa de Ribadeo, su segunda esposa. Manda enterrarse
72 VALLADOLID
hizo el encargo, no cumplido por cierto, de que para sí y su
mujer se labrasen dos entierros con sus bultos. Amplióse el
convento á principios del siglo xvii con la donación de la conti-
gua muralla, en cuyo hueco se encontró una Virgen de barro,
objeto desde entonces de singular devoción con el título de la
Cerca; se construyó un magnífico claustro con dóricas columnas
en la galería baja y jónicas en la superior; hízose á la iglesia
una portada de orden dórico sencilla y noble; obras todas que
merecieran ser atribuidas á Juan de Herrera, si no se supiese
que en 1629 labraban el claustro Hernando del Hoyo y Rodrigo
de la Cantera, y Pedro de la Vega la portada (i). Nada ha
obstado para que el mutilado convento se destinara en nuestros
días á cuartel, y viniera al suelo la iglesia, para abrir por su
solar comunicación más expedita con la puerta de Tudela.
Mayor fama y mayor grandeza todavía alcanzó San Benito:
por fundador tuvo al mismo Juan I, por local el antiguo y fuerte
alcázar, al rededor del cual había ido formándose la villa. Desde
el principio los reyes se reservaron esta morada para sí: ni el
conde Ansúrez ni los de Urgel sus descendientes, aunque seño-
res de Valladolid, lo habían jamás habitado. Andando el tiempo
lo abandonaron también los reyes por otras mansiones menos
imponentes si bien más cómodas, y vemos á Fernando IV resi-
dir en su palacio contiguo á la Magdalena, á María de Molina
en sus habitaciones de San Francisco, á Pedro el Cruel en las
casas que fueron del Temple, y solamente en las revueltas
de 1328 figura el alcázar como lugar de refugio de la infanta
D. Rodrigo en la capilla mayor aún no construida de la iglesia de la Merced, para
cuya fábrica lega 200.000 maravedís y hacer dos sepulturas con sus bultos, una
para sí y otra para la referida D/ Beatriz de Zúñiga ; y en un codicilo de 2 de
Abril siguiente dispone se celebren en dicha iglesia dos misas diarias, una canta-
da y otra rezada en sufragio de las almas de los suyos, y en la vecina parroquia
de San Esteban por los expresados frailes un aniversario cada año por el alma de
su madre Aldonza Díaz del Corral.
(i) Consta que en 1630 se debían á Cantera 35,363 reales, y en 1633 á Hoyo
28,263. A Pedro de la Vega ayudó en la portada Felipe de Ribera. Francisco de
Praves en 163 1 hizo la traza para el cuarto nuevo del convento desde el refecto-
rio hasta la bóveda, por lo que le pagaron doscientos reales.
VALLADOLID 73
Leonor. Éralo sin duda completamente seguro, pues lo ceñía
profundo foso y alta barbacana, y reforzaban cinco torreones
cada uno de sus cuatro lienzos, agrupándose con otro fuerte
que se llamaba el alcazarejo flanqueado por ocho cubos, todo
ello contenido dentro de una vasta cerca con extensos jardines
de flores, higueras y naranjos. Entrábase por la puerta denomi-
nada de Hierro y después Real; el alcázar mayor contenía dos
grandes patios, donde estaban la bodega, los graneros y las
caballerizas del rey, y en el lienzo oriental del patio del norte
hacia San Julián la real capilla dedicada á San Ildefonso, que
presenció tantos casamientos de príncipes. Entre el alcázar y la
cerca, á la parte de occidente, había un barrio que decían de
Reoyo y se componía de tres calles desde San Agustín hasta la
puentecilla de San Lorenzo (i).
Todo este recinto dilatado lo cedió Juan I á los benedictinos,
en reparación de otro monasterio incendiado en otro tiempo por
su padre siendo aún conde de Trastamara (2). En 27 de Se-
tiembre de 1390 se reunieron en la capilla del alcázar quince
monjes venidos del priorato de Nogales con el venerable fray
Antonio de Ceinos á su frente, á quienes el obispo de Oviedo
don Guillen instaló en la real morada. Doce días después murió
el rey en Alcalá, y careciendo de validez por no ser autorizadas
con el sello real sus cuantiosas donaciones, viéronse los monjes
de pronto reducidos á la escasez, con el tesoro no más de la
fama de sus virtudes que les adquirió el renombre de beatos.
(i) En tiempo de fray Mancio de Torres, que en su historia de San Benito es-
crita en 1023, nos ha conservado estos preciosos detalles, subsistía parte de la
cerca y barbacana hacia la cocina y cillería del convento, « habiéndose arrasado
todo lo demás por razón de los edificios, y las torres por merced de los reyes con
motivo de los daños quede ellas resultaban al monasterio.» El alcazarejo se man-
tenía aún en pié, y en él estaba el colegio de niños Esclavos de Nuestra Seño-
ra. Sobre el Esgueva había una sala donde guardaban sus armas los de Valla-
dolid.
(2) Se ignora cuál fuese este monasterio y dónde estuvo situado, si en Fran-
cia, Aragón ó Castilla. Antolínez citado por Risco (tomo -^pde la España Sagrada)
dice que estaba en Valladolid mismo; pero no consta que hubiese allí casa alguna
de benedictinos anterior á la fundación de Juan 1.
lO
74 VALLADOLID
Vivieron al principio en el alcazarejo, sin más iglesia que la
antigua capilla con clausura igual á la del más penitente con-
vento de religiosas ; y su rígida observancia, propuesta por mo-
delo é implantada en muchos otros cuya reforma se les enco-
mendó, valió á aquella insigne casa ser erigida en cabeza de su
orden. No correspondía á esta grandeza moral la majestad del
edificio, cuando el obispo de León D. Alonso de Valdivieso, su
decidido protector, concertó con el arquitecto Juan de Arandia,
vizcaino y natural de Elgoybar, la fábrica de la capilla mayor
y la de la nave del evangelio titulada de San Marcos, aquella
para entierro propio, ésta para el de D. Lope su hermano y
demás parientes; posteriormente hizo contrata de la otra nave,
el todo en poco menos de dos millones de maravedís. No se
olvidó el buen prelado de su sepulcro y hasta de sus menores
detalles (i), y un año después su cadáver aguardaba en la igle-
sia vieja la conclusión de la obra; pero noticiosa de ello la Reina
Católica, mandó so pena de su enojo que no se colocasen en
aquella capilla otros entierros ni otros blasones que los de los
reyes fundadores del monasterio. Ocultaron la cédula los mon-
jes; y fallecida la reina dieron cumplimiento á la voluntad del
bienhechor; mas por otra cédula de 9 de Diciembre de 1600
fué desalojado el obispo para hacer lugar á dos infantes (2), á
quienes á su vez arrojaba de San Pablo la vanidad del favorito
duque de Lerma, y lo pasaron á la capilla de San Marcos sin
(1) En el convenio de i.* de Setiembre de 1499 que trae Risco, se lee el artí-
culo siguiente: «ítem ha de facer en dicha capilla á la parte del evangelio un arco
para la sepultura de dicho señor obispo, con sus piezas mortidos, con chambrana
rica con sus follajes, y la vuelta del arco con sus borlas colgantes muy finas y muy
espesas, las quales dichas piezas han de nacer sobre dos escudos de armas con
ángeles que los tengan. En derecho de la chapa de la chambrana se han de
poner dos escudos de armas con sus ángeles, el un escudo de Valdivieso y el otro
de los de Ulloa. ítem en el remate del arco de la dicha sepultura bajo de la cham-
brana ha de hacer una imagen de Nuestra Señora de la quinta angustia.» Murió
este prelado en Villacarlón á 2 1 de Mayo de i 500, dejando al monasterio toda su
hacienda, plata, ropa, alhajas y tapicería, y además trescientos mil maravedís
para edificar una ancha y honrada hospedería en que se aposentasen.
{2) Eran estos Alfonso hijo de Sancho IV y de María de Molina y un hijo de
D. Juan Manuel.
VALLADOLID 75
más distintivo que una simple estatua tendida. Al lado de Val-
divieso había descansado antes en la capilla mayor la reina
María hermana del emperador Carlos V y viuda de Luís de
Hungría, desde su muerte acaecida en Cigales en 1558 hasta
su traslación al Escorial en 1574.
Levantadas sobre sus pilares las espaciosas naves del templo
fíeles todavía á las tradiciones ojivales, pensóse en adornarlas;
y en 1526 se encargó al célebre Alfonso de Berruguete la cons-
trucción del retablo mayor, que en 1532 tenía ya asentado y
tan enperficion^ como dice él mismo, que estaba muy contento (i).
Y podía estarlo bien, porque sus abalaustradas columnas y cor-
nisas, sus pinturas y relieves y estatuitas sin cuento, salidas
todas de una mano, formaban en el género plateresco una obra
incomparable: y sin embargo logró igualarle si no vencerle
Gaspar de Tordesillas, tal vez su discípulo, en el retablo de
San Antonio que hizo en 1547 para el testero de la nave de la
epístola, soltando la rienda en el ornato á su voluptuosa fantasía.
Para el coro bajo se mandó labrar con todo el primor y minu-
ciosidad de aquel estilo una sillería apenas inferior á la de nin-
guna catedral, colocando en los asientos los nombres y escudos
y santos titulares de los cuarenta y dos monasterios de la orden
en España, obra atribuida por conjeturas al entallador Andrés
de Nájera, que en Santo Domingo de la Calzada su pueblo dejó
otra semejante. Otras preciosidades artísticas, no menos que
riquísimas alhajas y reliquias muy devotas, encerraba aquel
augusto templo, descollando entre las primeras el Cristo de la
Luz, la perla como la llaman del escultor Gregorio Hernández,
que respiraba no sólo nobleza, sino aun divinidad.
Las obras continuaron en la segunda mitad del siglo xvi, y
sobre el pórtico de la iglesia levantó Juan de Rivero Rada aquella
(1 ) Así lo escribía á Andrés de Nájera, suplicándole fuese tasador por su parte
en la estimación que había de hacerse del retablo, en la cual no conviniéndose los
peritos, Felipe de Borgoña nombrado por tercero, después de poner varios repa-
ros á la obra, la tasó en 4400 ducados.
76 VALLADOLID
torre de aspecto tan caprichoso y tan ageno de la clásica regu-
laridad que empleó en la fachada de la portería y sobre todo en
la traza del majestuoso claustro, de orden dórico en el primer
cuerpo y jónico en el segundo, cuyas bellas proporciones han
parecido por largo tiempo sólo dignas de la fama de Herrera (i).
A mediados del xviii
completó las galerías
que faltaban el monje
lego fray Juan Ascon-
do, así como otro lego
fray Pedro Martínez
había construido poco
antes la escalera prin-
cipal sobre arcos y co-
lumnas. En éstos con-
cluye la serie de los
arquitectos de San Be-
nito empezada por el
cantero Gómez Díaz ve-
cino de Falencia , á
quien consta haber en-
cargado en 1453 la
piadosa D." Inés de
Guzmán el panteón de
Antigua torre de San Benito _ ^
SU marido Alonso Pérez
de Vivero, víctima de la venganza de D. Alvaro de Luna, en la
capilla que junto al claustro había fundado anteriormente el
obispo de Palencia D. Sancho de Rojas, y donde se enterraron
después los condes de Fuensaldaña descendientes del desgra-
ciado contador de Juan II (2).
(i) En el archivo del monasterio, muy copioso y bien ordenado, constaba que
cl arquitecto del claustro fué dicho Rivcro y no Herrera, según lo aseguró el mon-
je encargado de aquel al viajero Bosarte.
(3) Habla en la capilla dos letreros que decían: a Esta capilla es de Alonso
VALLADO LID 77
Trocado de alcázar en convento San Benito, de convento ha
vuelto en nuestros días á ser fuerte y cuartel, y fácil es concebir
cuánto habrá alterado el nuevo destino su venerable ñsonomía.
Los retablos, los cuadros y eñgies, la sillería, pueden aún admi-
rarse en el museo; pero el célebre claustro y la magníñca igle-
sia se hallan como prisioneras en poder de la milicia, y sólo es
dado contemplar por fuera el flanco y el ábside de aquella, mar-
cando el número de sus bóvedas los robustos machones y las
rasgadas ventanas ojivales. Algunos años atrás, antes de sufrir
rebaja, vimos todavía levantarse con no sé qué belicoso desen-
fado la torre de cuatro cuerpos, que avanza á estilo de pabellón
sobre la tapiada puerta del templo, sirviéndole de pórtico su
cuerpo bajo, abierto hacia sus tres lados, lo mismo que el se-
gundo, por un grande arco apuntado levemente y orlado de
molduras. Galerías de dos arcos semicirculares perforaban los
costados del tercer y cuarto cuerpo, cuyos ángulos subían desde
abajo á reforzar octógonos torreones, imprimiéndole una forma
que sin poder reducirse á ninguno de los géneros conocidos^ ni
menos equivocarse con los restos del antiguo alcázar, como han
creído algunos, parecía sin embargo una de sus reminiscencias,
y dejaba indelebles huellas en la fantasía por su originalidad y
atrevimiento.
La prematura muerte de Juan I renovó en Castilla las turba-
ciones de una menor edad; y al frente de un ejército se acerca-
ron á Valladolid en Agosto de 1391 el arzobispo de Toledo, el
duque de Benavente y otros magnates descontentos á reclamar
parte en la regencia de que se les había excluido, conciliándose
al fin las pretensiones de unos y otros por mediación de D.* Leo-
nor, tía del rey y reina de Navarra. Tres años después llegado
Pérez de Vivero, señor de la casa de Villa Juan que murió por ser leal á la corona
real. Esta obra hizo Gómez Diaz, cantero vecino de Falencia por mandado de la
condesa de Trastamara, mujer que fué de Alonso Pérez de Vivero, año de 1453.»
Recluyóse después esta señora, como ya dijimos, en el convento de Santa Clara.
La capilla de los Viveros subsiste, formando cuerpo separado de la iglesia.
78 VALLADOLID
á la mayoría Enrique III sometió á juicio los actos de sus tuto-
res el mencionado duque y el arzobispo de Santiago, que bien
necesitaron de su perdón, y guardó allí como prisionera á la
reina Leonor complicada en las inquietudes del reino, hasta
devolverla al de Navarra su marido. Durante este reinado, en
que una mano juvenil y enfermiza empuñó con ñrmeza las riendas
del gobierno, Valladolid no sufrió sino las generales y terribles
avenidas de 1 403 que maltrataron su cerca y puente, y vio por
dos veces reunirse las cortes en su recinto: la una en el citado
año para volver la obediencia al papa de Avifión Benedicto XIII
de quien se había separado Castilla pasajeramente, la otra
en 1405 para proclamar heredero de la corona, dos meses des-
pués de nacido, á aquel príncipe D. Juan, cuya azarosa y larga
historia se identiñca casi con la de la villa que fué su corte
preferente.
Si á Enrique el Doliente no debió Valladolid monumento
alguno, dos de sus más queridos y respetables consejeros la
favorecieron con la fundación de otras dos insignes casas reli-
giosas, el condestable Rui López Dávalos con la de agustinos,
Diego López de Zúñiga con la de trinitarios. Obtuvo el primero
en 1398 de la reina Catalina un palacio que poseía ésta á es-
paldas del alcázar habitado ya á la sazón por los benedictinos,
y en 1407 de acuerdo con su esposa D.* Elvira de Guevara,
estimulado tal vez por el piadoso ejemplo que tenía á los ojos,
lo cedió á la orden de San Agustín. Ignóranse las formas del
primitivo convento, antes que hacia 1598 se llevara á cima la
actual iglesia (i), de vastas y bellas proporciones y de grave
arquitectura en su nave, crucero y cimborio, cuyos arcos torales
sustentan estriadas columnas. Los marqueses de la Vega en la
capilla de Santiago, el noble italiano Fabio Neli en la de la
( I ) Existía según Ponz la citada fecha en unp de los últimos arcos de la bóveda
según el Sr. Sangrador la de 1595. Añade éste que el arquitecto bajo cuya direc-
ción se concluyó consta haber sido Baltasar Álvarez; Ccan Bermúdez lo da por
ignorado.
^LLADOLID
Anunciación (i), D.Juan de Tarsis primer conde de Villamediana
en la capilla mayor, á la vez por aquellos años se prepararon
lujosos entierros con estatuas, y enriquecieron con excelentes
pinturas los retablos y hasta las paredes; la fachada empero,
compuesta de dos ordene» 'l'» n;Uc,t.«o «„« »., <■-««
tispicio, tardó en concluí
hasta 1 664. Maltratado t
de la Independencia, des-
nudo de sus artísticas
joyas, mutilado en sus
capillas , San Agustín
participa de la suerte de
San Benito al cual está '
pegado; mas todavía su
grandioso ábside descue-
lla con majestad sobre la
del Pisuerga, cercado d<
que le imprimen cierto gói
su lado ha venido al suel
San Gabriel de la misma
en 1576 por D.' Ana d
estatua yacía sobre la urna en medio de claustro del antiguo
U;i ^_ • 1 j_ • Convento de S. Agustín.
capilla mayor, obteniendo únicamente
gracia su portada corintia para ser trasladada al cementerio.
El poderoso Diego López de Zúñiga, al erigir en 141 7 no
lejos de la puerta del Campo el convento de la Trinidad, destinó
la capilla mayor para entierro de su rama primogénita y otras
dos para sus demás descendientes. Otras nobles familias com-
pitieron en imitarle, y pronto las capillas se vieron llenas de
esculturas y de sepulcros y de estatuas de mármol bravamente
labradas en expresión de Ponz, quien á pesar de su clásico ri-
(i) Podz elogia en gran manera los cuadros de esta capilla, pero Bosarte to-
davía más las pinturas al temple que han desaparecido lastimosamente con su
demolición. La reja de esta capilla llevaba el año i ;g8, tade Santiago el de 1594.
8o VALLADOLID
gorismo no pudo menos de rendirles homenaje (i). Era la igle-
sia de tres naves y suntuosa, de estilo ojival, con un gallardo
pórtico cuyas ruinas se conservaron hasta época muy reciente,
y por colmo de fortuna poseía su capilla mayor un primoroso
retablo plateresco, rival del de San Benito, obra, según creencia
general, de la misma privilegiada mano de Alonso de Berruguete.
Todo lo consumieron en 1 809 las llamas, no quedando á los
religiosos más que un humilde asilo, que también ha desapare-
cido á su vez en la calle de Boariza.
Los palacios se volvían conventos, pero en cambio los con-
ventos servían á los reyes de palacio, no como albergue pasa-
jero, sino como fija residencia. Teníanla en San Pablo el rey
niño Juan II y su madre la reina Catalina y el infante D. Fer-
nando su tío, durante la regencia más tranquila y venturosa que
había jamás alcanzado Castilla. En aquel convento, aún muy
distante de la magnificencia que después tuvo, se celebró en 1 409
un capítulo de la orden de Alcántara, y se juntaron las cortes
para ratificar los desposorios entre D. Alfonso, primogénito del
infante, y la princesa María hermana del rey, bien ágenos de ser
entonces los futuros reyes de Aragón. En una de sus ^as fué
solemnemente recibido el embajador granadino Alí Zoher, que
venía con ricos presentes á implorar una prorrogación de treguas
que no le fué concedida; y en la contigua calle de la Cascajera
justaron los bravos jinetes de su comitiva con los caballeros
castellanos, en los lucidos torneos que se ordenaron para obse-
quiar á la reina de Navarra. En San Pablo fué recibido en 141 1
el infante D. Fernando con un ósculo por el rey y con un abrazo
por la reina madre al regresar victorioso de la campaña de An-
tequera, á cuya toma debió su renombre ; y allí otorgaron otras
cortes cuantiosos servicios para continuar la dichosa guerra
contra Granada. Sin duda por hallarse estrecha en su monástica
(i) Véase en Besarte la descripción del retablo y sepulcros de la capilla de
San Blas pertenecientes á los señores de Villaviudas.
VALLADOLID 8l
habitación, hizo la reina derribar en aquel año una línea de casas
inmediata al convento, para construir un regio alcázar en el sitio
que vino á ocupar después el colegio de San Gregorio, y con
el objeto de abrir á la entrada de aquel una ancha plaza, tomó
á los religiosos gran porción de su huerta. El terreno al parecer
no llegó á emplearse, pues en 1467 lo devolvió al convento
Enrique IV cumpliendo la última voluntad de su padre.
Vecinos de índole bien diversa se amparaban por el lado
opuesto á la sombra de San Pablo. Publicado en 2 de Enero
de 141 2 el riguroso ordenamiento contra los judíos, que mate-
rial y moralmente los aislaba del resto de la sociedad imponién-
doles duras prohibiciones y distintivos afrentosos, pidieron los
de Valladolid al prior de dominicos les estableciese el solar
necesario para vivir reunidos y encerrados según el edicto pre-
venía. Concedióselo el pripr en el distrito del Puente al oeste
del convento, y allí edificaron sus viviendas que comprendían
ocho ó diez calles y que cercaba un alto muro con una sola
puerta, cuya llave guardaba de noche el corregidor. Así vivió
ochenta años la abatida raza hasta su expulsión general en 1492,
en que la judería habitada otra vez por cristianos tomó el nom-
bre de Barrio Nuevo. Era la aljama de Valladolid de las más
numerosas y florecientes de Castilla, y de su seno había salido
á fines del siglo xiii el sabio rabí Abner, que convertido á la
fe católica sostuvo su verdad en público certamen y fué uno de
sus más victoriosos apologistas (i).
En el espacio de dos años la iglesia de San Pablo vistió
luto por las exequias del infante D. Fernando yarey de Aragón
en 1 41 6, y en 141 8 por las de la reina Catalina, cuyo cadáver
quedó allí depositado desde el 2 de Junio día de su muerte has-
(i) Bautizóse en 129^ tomando el nombre de maestre Alfonso, y murió ha-
cia 1346 después de haber desempeñado por largo tiempo el cargo de sacristán
de Santa María la Mayor. Escribió el libro de las batallas de Dios, vertiéndolo él
mismo del hebreo al castellano por mandado de la infanta D.* Blanca señora de
las Huelgas de Burgos, cuyo notable manuscrito vio Morales en la biblioteca de
San Benito; y fué autor de otras obras que menciona Castro.
ZI
82 VALLADOLID
ta su traslación á la catedral de Toledo en Diciembre del si-
guiente año. Vio entonces el joven rey abrírsele las puertas del
alcázar, donde su madre harto cautelosa le había tenido como
encerrado; pero al terminar su menor edad, que tan pacífica y
casi gloriosa transcurriera bajo la tutela de aquellos, empeza-
ron las intrigas y los bandos de los que se disputaban el domi-
nio de su alma débil é impresionable. Sus primos y cuñados los
turbulentos infantes de Aragón, D. Juan y D. Enrique, trataron
de subyugarle por la fuerza; D. Alvaro de Luna, su paje y
compañero de encierro en la mocedad, aspiró á poseerle por el
cariño. De este reinado, que no fué más que una menoría pro-
longada, obtuvo sin embargo Valladolid venturosas primicias
en las cortes abiertas á 13 de Junio de 1420, en que reconoció
el monarca á los pueblos el importante derecho de no pagar
pecho alguno que no fuera antes otorgado por sus procura-
dores.
Hay en la calle de Teresa Gil junto á la iglesia de religio-
sas de Portaceli un grande arco gótico tapiado que pertenece
al convento : aquellas parece fueron las casas de Diego Sánchez,
donde alojada accidentalmente la reina María, en el día 5 de Ene-
ro de 1425 dio á luz con faustos agüeros un infante que fué des-
pués Enrique IV. Pompa sin igual acompañó á su bautismo
celebrado en la iglesia de San Pablo y seguido de procesiones
y torneos (i), y con mayor si cabe fué aclamado príncipe de
Asturias, corriendo el mes de Abril, en el refectorio del conven-
to donde las cortes se hallaban de nuevo congregadas. A las
fiestas sucedieron, como otras veces, á fines del próximo año
alborotos populares, suscitados por los recrudescentes bandos
de Tovar y de Reoyo ; hablábase de sangre copiosamente ver-
tida y de casas incendiadas; pero al acudir el rey desde Zamo-
ra, huyeron los criminales á pesar de hallarse tomadas las
(i) Es incomparablemente deliciosa la relación que hace de esta solemnidad
en su carta primera el bachiller de Cibdad Real, describiendo no sólo las gualas,
sino los semblantes y caracteres de los personajes.
VALLADOLID 83
puertas, y rindióse la torre del puente, arrojándose al río los
pelaires que la ocupaban (i). Enojado Juan II destituyó á los
regidores, y tal vez entonces, para evitar la conflagración pro-
ducida por las elecciones anualmente, hizo vitalicios sus cargos^
continuando no obstante vinculada en aquellas familias la facul-
tad del nombramiento.
Pronto estallaron en abierta lucha las rivalidades de la cor-
te. Como en opuestos campos observándose mutuamente, ha-
llábase el rey en Simancas al lado del condestable D. Alvaro, y
en San Pablo de Valladolid aposentados los infantes de Aragón,
el uno de los cuales ceñía ya la corona de Navarra, ocupados
en atraer y regalar á los magnates de Castilla, y en atizar en
nocturnas pláticas la envidia y el descontento contra el privado.
Tal partido llegaron á formar, que el monarca para evitar un
rompimiento sometió la decisión de las querellas al arbitrio de
cuatro jueces, dos por bando ; quienes reunidos en el monaste-
rio de San Benito é incapaces de avenirse, apelaron según lo
acordado al voto decisivo del prior de aquel, fray Juan de Ace-
vedo. Día 5 de Setiembre de 1427 pronuncióse la sentencia que
desterraba al condestable de la corte á una distancia de quince
leguas durante diez y ocho meses ; pero si bien fué dócilmente
aceptada, no tardaron sus mismos émulos divididos entre sí á
llamarle otra vez al lado del rey, cuyo afecto había redoblado
con la ausencia. Tal vez para celebrar esta concordia, más bien
que para festejar á la infanta Leonor de Aragón que iba á des-
posarse en Portugal, tuvieron lugar en Valladolid á principios
del año 1428 aquellos brillantes espectáculos, que por espacio
de cuatro días ofrecieron sucesivamente el infante D. Enrique,
el rey de Navarra, el de Castilla y el condestable, ocupando las
(i) «Venimos de Zamora á Valladolí, dice en su carta VI el citado bachiller,
porque dijeron al rey que la villa se hundia en guerras ceviles de Mario é Sila; y
eran unos seis carda estambre, que se sotrajeron á la torre de la puente. El rey se
ha ensañado del mal proveimiento que dan á la justicia los regidores de Valladolí,
e ha dejado al relator Fernando Diaz de Toledo para que acabe la pesquisa desta
desbarrada.»
84 VALLADOLID
horas diurnas en cabalgatas y torneos y las noches en banque-
tes y danzas, donde ambas cortes con sus reinas al frente des-
plegaban todo su esplendor, y donde poniendo tregua á la am-
bición y al encono, parecía no existir más lucha que de liberalidad
y de cortesía (i).
Lo que duraron las fiestas duró la paz : á las sordas intrigas
promovidas por los ilustres huéspedes en la corte de su primo,
sustituyeron encarnizadas luchas en las fronteras de Aragón y
de Navarra, y después en los campos de Extremadura, cuyas
plazas fuertes ocuparon los infantes D. Enrique y D. Pedro;
pero al hacer frente á estos peligros con tanto valor como des-
treza D. Alvaro de Luna, no se descuidó de mantener la gloria
de las armas de Castilla y el entusiasmo de los pueblos en más
honrosas empresas contra los infieles. Así á la entrada de 1429,
en el mayor ardor de aquella casi civil contienda, las cortes
reunidas en Valladolid negaron al rey de Granada las treguas
que pedía; y en 1431 se verificó la caballeresca jornada á An-
dalucía, que destaca tan brillante entre las turbulencias de aquel
reinado, y que por poco dio anticipadamente á Juan II la prez
reservada para Isabel la Católica su hija. Al año siguiente Va-
lladolid vio suplicantes á los embajadores del rey de Túnez im-
plorar para el granadino la paz, de que no menos que el vencido
necesitaba el vencedor; y el rey pudo entregarse de nuevo
tranquilamente á sus métricos trabajos y á los bélicos ejercicios
de las justas. Dos lanzas rompió en las que allí se tuvieron por
el mes de Abril de 1434, seguidas de un suntuoso banquete
que dio á los caballeros el condestable y de una linda encami-
sada á lo morisco; espectáculo deslumbrador, bien diferente del
que en el próximo invierno presentaron aquellas calles inunda-
das por el Esgueva, que transformó la Platería^ llamada enton-
ces Costanilla^ en campo de devastación.
(i) Véase la minuciosa descripción de estas fiestas en la carta XVI del bachi-
ller de Cibdad Real.
VALLADOLID 8$
Cinco años después quinientos hombres de armas destaca-
dos de Rioseco, donde acampaba la liga de los nobles descon-
tentos, sorprendieron á Valladolid apoderándose de sus puertas;
y el rey, acosado á la vez por sus subditos y por sus primos el
de Navarra y el de Aragón, que al rumor de las discordias
acudieron para recobrar sus perdidos bienes, se vio forzado á
capitular con ellos en Castronuño, consintiendo en alejar de su
lado por seis meses al condestable. Con la retirada de éste cre-
cieron los males públicos, tanto que las cortes reunidas en la
regia villa para remediarlos en Abril de 1 440, autorizaron de
nuevo la vuelta del valido secundando los deseos del monarca.
Pero al propio tiempo cundió la discordia dentro de la misma
casa real, y salióse de ella el príncipe heredero, persistiendo en
no tornar hasta que su padre hubiese destituido á ciertos con-
sejeros que le disgustaban : á esta reconciliación pusieron sello
las bodas celebradas en Valladolid por Setiembre del propio
año entre el joven Enrique y la princesa D.^ Blanca, hija del rey
de Navarra. Con pompa mayor aún que de costumbre fué reci-
bida la novia, y desde la posada de su padre conducida al pala-
cio de San Pablo donde se verificaron los desposorios, y después
de algunos días presentada al pueblo, saliendo con su esposo
y sus padres y sus suegros en lucida cabalgata á visitar el tem-
plo de Santa María : danzas y festines, justas y un paso de ar-
mas mantenido por Rui Díaz de Mendoza no sin muerte de
algunos caballeros, solemnizaron este enlace malogrado, que
tan poca dicha había de traer á ninguna de las partes.
En aquella época de tan mezquina y complicada historia, de
banderías tan pronto formadas como disueltas, de luchas todas
personales, de revueltas y traiciones, de encumbramientos y
ostracismos, época que al través de las diferencias sociales es
acaso la que más se parece á alguna de nuestras modernas,
ningún nombre suena tan glorioso y tan leal como el de Valla-
dolid. Ni una sola vez aparece sublevada contra su rey y señor,
ni como teatro de las humillaciones y vergonzoso cautiverio del
86 VALLADOLID
— • - - —
trono, ni como sangriento campo donde se disputaban el supre-
mo mando* las facciones : el más valiente de sus guerreros, Ro-
drigo de Villandrando, salvó al monarca de los partidarios de
D. Enrique de Aragón á las puertas de Toledo en 1441 ; sus
naturales arrostraron todo riesgo para librarle en 1444 de la
opresión en que le tenía dentro de Portillo el insolente rey de
Navarra. Por esto Juan II, que ya la había declarado en 1422
la más noble villa de sus reinos confiriéndole este dictado, juró
en 1442 no enagenarla jamás de la corona ni siquiera darla á
príncipe ni á reina, y en 1453 un año antes de su muerte hizo
exentos á los vecinos para siempre de pedidos, empréstitos y
monedas. Él mismo expresa ser aquella su residencia ordinaria
durante la mayor parte del año ; y las ordenanzas de cortes
de 1442, 1447, 1448 y 1 45 1 nos la muestran como un centro
legislativo, de donde partían disposiciones más sabias que obe-
decidas contra la anarquía feudal y las regias prodigalidades.
En las de 1448, año notable además por un extraño lance de
caballería entre micer Jaques de Lalain y Diego de Guzmán,
que en la plaza hoy huerta de San Pablo derribó al soberbio
borgoñón, distinguióse por su noble sinceridad el procurador
Diego de Valera, quien al acompañar con los demás hasta la
puerta del Campo al rey que iba á verse con su hijo en Torde-
sillas, recomendó la clemencia con los desterrados al par que la
justicia de no condenarles sin oirles, atrayéndose los murmullos
de los cortesanos y el aprecio del monarca (i).
Acercábase el prolijo drama á su trágico é imprevisto des-
enlace: cegado por la venganza perdió D. Alvaro la serenidad,
y dio lugar á sus enemigos á herirle so color de justicia. Viole
con asombro Valladolid llegar preso desde Burgos donde poco
antes había pasado la corte, y partir inmediatamente para la
(i) Los historiadores generalmente han enaltecido mucho esta entereza del
Valera; pero su mérito se rebaja no poco al recordar cuánta parte tuvo en la caída
y prisión del condestable y cuan ligado andaba con sus enemigos, pudiendo con-
fundirse en su boca el interés de partido con las inspiraciones de la rectitud.
VALLADOLID 87
fortaleza de Portillo, de la cual ya no había de volver, terminado
un breve simulacro de proceso, sino acompañado del virtuoso
franciscano del convento del Abrojo fray Alonso de la Espina,
que saliéndole al camino, enderezó sus pensamientos y sus es-
peranzas hacia la eternidad. Sus émulos sólo con la vida creye-
ron poderle ya privar de su pujanza, y arrancando al rey la
terrible firma en un momento de flaqueza, escogieron por lugar
del suplicio la plaza misma donde tantas veces había desple-
gado su bizarría y magnificencia. Por posada destináronle la
casa de Alonso Pérez de Vivero, donde es hoy la Audiencia,
de cuya muerte le acusaban ; pero los insultos y vocería de los
criados obligaron á trasladarle á la de Zúñiga su enemigo y
guardador, sita en la calle de Francos, donde pasó una noche
de gran contrición e dolor ^ y se fortaleció con los Santos Sacra-
mentos para el trance decisivo.
Amaneció el lúgubre 2 de Junio (i) de 1453, y en la plaza
del Ochavo, que con las calles y manzanas contiguas formaba
entonces la Mayor de Valladolid, levantábase un cadalso cu-
bierto de paño negro y encima una cruz alumbrada por cirios,
sobresaliendo un poste con la escarpia destinada á recibir la
truncada cabeza del condestable. Llegó éste por la calle de
Francos, Cantarranas y Platería, montado en una muía enlutada
y precedido del pregonero, cuyas punzantes acriminaciones no
le arrancaban sino estas humildes palabras: más merezco. Apeóse
al lado de San Francisco, y subiendo al patíbulo con firmeza,
después de inclinarse ante la cruz, paseó un rato como dudando
si hablaría al pueblo ó callaría, cuando divisó entre la apiñada
muchedumbre á su fiel paje Morales y á Barrasa, caballerizo
de D. Enrique. A éste le encargó decir al príncipe que no si-
(i) Según los documentos que cita el Sr. Quintana en su Vida de D. Alvaro^
debe fijarse indudablemente en este día la controvertida fecha de aquel suplicio,
que Mariana refiere al 5 de Julio y el Sr. Sangrador al 7 de Junio. No se ofrece
más reparo sino que el epitafio del sepulcro del condestable en la catedral de
Toledo dice que murió en el mes de Julio.
88 VALLADOLID
guiera el ejemplo del rey su padre en el modo de galardonar á
sus servidores; á aquél entregó por último don el anillo de sellar,
que el joven recibió llorando fuertemente, llorando con él á grito
alto no pocos de los circunstantes. «Del cuerpo fagan luego á
su sabor,» dijo después de contemplada la escarpia y sabido el
objeto de ella; y atadas las manos con la cinta que él mismo
sacó del seno, y separada del cuello la ropa, entregó la cabeza
al verdugo, que pocos minutos después la levantó destilando
sangre á la vista del pueblo horrorizado. Tres días permaneció
expuesto el cadáver y nueve la cabeza, con un cepillo al lado
para recoger limosnas, y con ellas se le dio sepultura entre los
malhechores en la ermita de San Andrés situada aún fuera de
los muros ; pero á los dos meses fué trasladado á más decente
entierro en San Francisco, empezando así la rehabilitación de
sus despojos, que tan magníficamente había de consumarse trein-
ta y seis años más tarde en la catedral de Toledo (i).
Menos tranquilo y bajo el peso de más severo fallo ante la
posteridad, vino á morir Juan II en Valladolid á 2 1 de Julio áú
siguiente año, echando menos en medio de los crecientes dis-
turbios el apoyo de que tan insensatamente se había privado, y
lamentándose de haber nacido para rey de Castilla y no para
fraile del Abrojo. Y en verdad que el fundador de este austero
eremitorio distante como dos leguas de Valladolid, el santo fray
Pedro Regalado, que en 1390 había ilustrado la villa con su
nacimiento y la comarca con sus virtudes y prodigios, tuvo una
muerte harto más envidiable que la del pusilánime monarca
en 31 de Marzo de 1456 en su convento de la Aguilera junto á
( I ) Véase la descripción de la capilla del Condestable en dicha catedral, tomo
de Castilla la Nueva. En la relación de los últimos momentos de D. Alvaro hemos
seguido extrictamentc las memorias coetáneas, especialmente la inimitable car-
ta 103 del bachiller de Cibdad Real, menos en lo que refiere de las fluctuaciones
y órdenes encontradas del rey en aquel terrible día, pues el rey no se hallaba
entonces en Valladolid sino sobre Maqueda; y este error, incomprensible en un
seguidor de la corte, ha sido uno de los argumentos que más se han esforzado
contra la autenticidad de las referidas cartas.
VALLADOLID 89
Aranda de Duero, donde permanece expuesto á la veneración
pública su cadáver.
Más cerca de Valladolid, á un cuarto de legua no más, y
sobre la opuesta margen del Pisuerga, convirtióse en el propio
reinado hacia 1440 la ermita de Nuestra Señora del Prado
en monasterio de Jerónimos, llamados por el abad de la co-
legiata Don Roberto de Moya. A la fábrica de su espacioso
templo dieron impulso después los Reyes Católicos, destinan-
do su capilla mayor para entierro de los hermanos de Boab-
dil rey de Granada, D. Fernando y D. Juan, que residieron
mucho tiempo cerca de San Pablo (i); al edificio todo hizo dar
más adelante Felipe III algo de la grandiosa regularidad del
Escorial y labrar un claustro entre otros, que aumenta el catá-
logo de las obras atribuidas al insigne Herrera, como si proce-
diera de su mano todo cuanto á su escuela pertenece. Cinco
arcos por lienzo lo componen, y pilastras dóricas y corintias
adornan su doble galería.
Como punto de descanso en la fatigosa jornada histórica
que acabamos de andar, se nos presenta aquel magnífico con-
vento de San Pablo, que después de haber constituido la morada
casi continua de Juan II, tuvo en depósito su cadáver hasta que
fué llevado á la deliciosa Cartuja de Miraflores. En el estado en
que lo dejó la reina María de Molina (2), alcanzólo en sus pri-
meros años el monarca, y empezó á mejorarlo á instancia de su
coníesor fray Luís de Valladolid, venerable religioso que asistió al
concilio de Constancia y estableció en la universidad las cátedras
de teología. Las obras entonces hechas desaparecieron con las
reformas posteriores, y sólo quedó la sillería del coro pintada
con figuras al temple en sus respaldos, que al cabo fué susti-
tuida también por otra en el siglo xvii. Mayor empresa acome-
(i) Bautizáronse en 30 de Abril de 1492 en el real de Granada: casó D. Fer-
nando con D.® Mencía de la Vega, y D. Juan, que fué gobernador en Galicia, con
Doña Beatriz de Sandoval.
(2) Véase más arriba pág. $3.
13
90 VALLADOLID
tió el cardenal fray Juan de Torquemada, prior que había sido
de aquella casa, en reconstruir el templo tan vasto cual hoy se
ofrece con su larga nave y crucero, dando á la capilla mayor
una altura prodigiosa. A la muerte de este ilustre protector^
acaecida en Roma en 1468, no tardó á presentarse otro en fiay
Alonso de Burgos, obispo de Falencia y confesor de Isabel la
Católica, quien hizo el coro, el retablo y reja de la capilla mayor,
la fachada de la iglesia (i), las piezas del capítulo y los claus-
tros alto y bajo del convento. Estos, que caliñcan de preciosí-
simos los artistas que alcanzaron á verlos, han sido bárbara y
gratuitamente destrozados, no en días de revuelta, sino para
construir el presidio modelo que al cabo se halló estrecho en
aquel local, aprovechándose la piedra para el nuevo cuartel de
caballería; pero la fachada de la iglesia subsiste salvada del
vandalismo oficial, como las víctimas que sobreviven para acu-
sar á los delincuentes.
En el siglo que la vio nacer, y con relación á la gentileza
incomparable de los monumentos coetáneos, menos digno tal
vez hubiera sido de admiración que de censura aquel ostentoso
capricho del arte gótico, cuya decadencia marcó sensiblemente,
contribuyendo quizá no poco á la corrupción del gusto ; y mien-
tras no se aduzcan algo más que gratuitas suposiciones, nos
repugna atribuirlo á Juan y á Simón de Colonia, á los inspira-
dos arquitectos de la Cartuja de Miraflores y de las afiligrana-
das torres de Burgos. No es que no sea rico hasta la profusión
y esmerado hasta la minuciosidad el trabajo de boceles y foUa-
(i) Aunque la fachada generalmente se atribuye al cardenal Torquemada, y
así parece confírmarlo el relieve colocado sobre la puerta, afirmando también Lia-
guno que fué terminada en 1463, preferimos seguir las indicaciones expresas de
los contemporáneos y en particular la kalenda antigua del colegio de San Grego-
rio citada por Pulgar en su historia de Falencia, la cual hablando del obispo fray
Alonso de Burgos decía así : «Qui etiam monasterium totum S. Pauli edifícavit
splendide non sine magnis sumptibus,pra;ter corpustantummodoecclesiae, atque
praefata edifícia monasterii ab hoc tanto praesule constructa, aliqua diruta, aliqua
vero antiquata quae ruinam minabantur, restituit.» Cambiados por el duque de
Lerma los antiguos escudos de la fachada, no pueden ya ser invocados para adju-
dicar la erección de ella al cardenal ó al obispo.
VALLADOLfD
Facftada de San Pa
92 VALLADOLID
• —
jes, de figuras y doseletes, de trepados y colgadizos, que cam-
pean por todas partes sobre un fondo labrado, cual jJrecioso
tapiz, de escamas y tracerías: mas no aparece allí la ojiva agu-
da y esbelta, sino encuadrada, comprimida por líneas horizonta-
les, cediendo el paso á la bastarda forma conopial; falta ele-
gancia á las proporciones, unidad y armonía al coi^unto, y el
oportuno relieve á cada una de las partes, presentándose todas
ei^ un mismo plano como en los retablos de estilo plateresco.
Sin el auxilio de la lámina, difícil nos sería dar á los lectores
una idea de los órdenes y compartimientos en que se distribuye,
y que sólo después de un atento examen se demuestran al tra-
vés del exuberante ornato. Una portada, guarnecida en sus ar-
quivoltos y escoltada á los lados por efigies de santos de la
orden con sus pináculos y repisas, encima de la cual un relieve
corrido representa no muy felizmente la coronación de la Virgien
y al cardenal asistido de los santos de su nombre el bautista y
el evangelista; un grande arco rebajado, cubierto también de
figuras y orlado de festones, que cobija aquella portada; dos
treboladas ojivas que resaltan del muro, partidas por tres do-
seletes uno en el intermedio y dos en el vértice de cada una,
bajo los cuales se sientan el Rey del universo y los santos Pe-
dro y Pablo, sirviendo de nichos los senos de aquellas á los
cuatro evangelistas ; una claraboya de sencillos y hermosos ara-
bescos, encuadrada á manera de remate de antiguo retablo, y
recamada en su hemiciclo superior de colgantes preciosos que
imitan un rico cortinaje ; dos agujas de crestería, que flanquean-
do el arco principal, suben desde el suelo hasta la última línea
del cuerpo descrito, formadas de haces de columnitas y de gru-
pos de sutiles pirámides y de estatuitas sin cuento, más estima-
bles cuanto más pequeñas : tales son las partes componentes de
la grande obra del siglo xv. En el relieve que está encima de
la puerta, en las enjutas del arco, á los lados de la claraboya,
se ven ángeles sosteniendo escudos de armas de mayor ó menor
tamaño, que no son ya los del fundador: un restaurador orgu-
VÁLLADOLID
Facbada d« San Pablo ( parte iaferlor )
\'A.LLADOLID
Fachada de San Pablo.— Detalles de la i
94 V A L L A D o h 1 D
lioso á principios del siglo xvii los reemplazó todos con los su-
yos, y á mayor abundamiento los reprodujo sobre los seis pila-
res que colocó delante de la portada, confiándolos á la custodia
de otros tantos leones de piedra.
Este fué D. Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Ler-
ma, valido omnipotente del rey Felipe III, que al sentir vacÜar
su privanza, buscó en la Iglesia un seguro asilo contra la fortu-
na, guareciendo su cabeza con el capelo cardenalicio. Al esco-
ger por panteón la iglesia de San Pablo, con la mira de emular
tal vez las magnificencias del Escorial, gastó no menos de se-
senta mil ducados en levantar toda la nave á la altura que tenía
la capilla mayor desde la obra de Torquemada; y con esta re-
forma hubo de añadirse á la fachada un segundo cuerpo. De
grande estima sin duda gozaba el primero todavía, pues á pesar
del rigorismo preceptista que condenaba entonces la gótica bar-
barüy tratóse no obstante de imitarla en los mejores tiempos de
la arquitectura. El lienzo que sobre la antigua fachada se asen-
tó, cortóse horizontal y perpendicularmente por relevadas mol-
duras de trenzados cordones en quince compartimientos desigua-
les, dentro de los que sobre discordantes repisas colocáronse
grupos de historia sagrada y personajes del antiguo y nuevo
Testamento, mezclados con los consabidos blasones, salpicán-
dolo todo con innumerables estrellas en memoria de las del
apellido de Rojas. Por remate se dio á la obra un frontón trian-
gular, adornado de extrañas bien que lindas hojas en su cornisa
y de labores de encaje en sus vertientes, y en su centro repitió-
se de mayor tamaño el escudo del nuevo patrono sostenido por
dos leones. La cuadrada torre que antes había y otra nueva
colateral hubieron de subir al nivel del frontón, desnudas em-
pero de todo ornato, y terminando en un mezquino arco para
las campanas (i). La imitación como se ve no fué tal que hicie-
( I ) En dichas torres debajo de las armas del duque hay una larga ¡nscripción,
puesta sin duda al tomar aquél posesión del patronato, de la cual con motivo de
la elevación sólo leímos las siguientes frases: Quam piurima cernens in se divina
96 VALLADOLID
ra honor á sus autores, pero merece gratitud por haber al
menos respetado la integridad del modelo que no supo conti-
nuar.
Más homogeneidad presenta el interior, y sin los ducales
timbres que en las claves de la bóveda campean sobre la pinta-
da y dorada crucería, creyérase que la grandiosa y altísima
nave nació de una vez con toda su elevación al mismo tiempo
que la capilla mayor y crucero, mientras reinaba aún exclusiva-
mente el estilo ojival. De las cinco bóvedas del cuerpo de la
iglesia, el coro levantado en alto ocupa las tres, impidiendo á
los ojos gozar desde luego de su elevación y gentileza : la sille-
ría hizo labrarla de nuevo el duque de preciosas maderas, des-
alojando la antigua de fray Luís de Valladolid, y presidió á su
traza tal nobleza y severidad que sin advertir el anacronismo la
han tenido muchos por de Herrera (i), y figura dignamente
ahora en la catedral erigida por el más célebre de los arquitec-
tos. No se tocó á las dos ricas portadas de los brazos del cru-
cero, cuajadas como la exterior de estatuas y relieves y creste-
ría, de las cuales la izquierda introducía al claustro, y la derecha
comunicaba con el colegio de San Gregorio ostentando las ar-
mas de fray Alonso de Burgos su fundador ; en el ábside polí-
gono dejó abiertas las rasgadas ojivas que tan bellamente lo
alumbran ; pero el gótico retablo mayor, costeado por el mismo
Burgos, fué quitado de su puesto y vendido en 1 6 1 7 á la parro-
quia de San Andrés, para hacer lugar á otro de orden corintio
pietate congesta bona, gratus inperpetuum^ tnemor humana condtttonis.,, cosnobium
p:iirono destitutum grandi pecunia dotavtt exornavitque, ac suij'uris f>aÍronatus li'
berorumque primonatorum fecitj inque sepulturce locum sibi et Caiherince Lacerda
uxori vivenlibus, posierisque suis pie decrevit VIIÍ idus decembris MDCI. Esto en
una torre, en la otra se repite casi lo mismo en castellano.
(i) Veinticuatro años después de fallecido Herrera, en 162 i, según una nota
que existía en el archivo del convento, se finalizó la sillería del coro, compuesta
de cincuenta y cinco sillas altas y cuarenta y cinco bajas, costando la hechura de
cada par unas con otras treinta ducados al duque cardenal. Las sillas altas tienen
columnas dóricas estriadas, y pilastras las bajas: las maderas fueron traídas de
las Indias portuguesas.
VALLADOLID 97
que construyeron los artífices de la sillería Francisco Velásquez
y Melchor de Beya (i). Sin embargo, donde cifró su mayor
cuidado el favorito, fué en el panteón que fabricó para sí á la
izquierda del presbiterio, haciendo retirar á dos regios infantes:
allí en un nicho á manera de tribuna sostenido por pilastras de
mármol, se hizo representar de rodillas con su esposa Catalina
de Lacerda en excelentes estatuas de bronce dorado, como las
de Carlos V y Felipe II en el Escorial, valiéndose del mismo
célebre escultor Pompeyo Leoni ; allí en un subterráneo retrete
debajo del pavimento hizo abrir su sepulcro; allí cerca dicen
que se reservó un pequeño aposento para su retiro, como el
real fundador de San Lorenzo, cuyos solemnes recuerdos dista
mucho de suscitar. Ocupábase de esto el duque de Lerma
en 1604, en el apogeo de su poder, al año siguiente de la pér-
dida de su consorte (2), bien ageno entonces de pensar que en
aquella iglesia catorce años después hubiese de celebrar su pri-
mera misa, y todavía más ageno de que permaneciendo en pié el
edificio, hubiera de profanarse su mausoleo y reaparecer á la luz
sus huesos esparcidos y su cráneo destrozado, y pasar al museo
las ilustres efigies cual anónimas y encontradizas antiguallas.
Colateral con el túmulo de Lerma abríase enfrente el reli-
cario, saqueado en la invasión francesa, y tan copioso en ricas
joyas como lo era en buenos cuadros la vasta sacristía. Hallóla
el duque construida poco antes á expensas de D. García de
Loaysa, arzobispo que fué de Toledo ; dos columnas dóricas es-
(i) También la arquitectura de este retablo se ha creído equivocadamente de
Juan de Herrera; las pinturas, que no desmerecían de aquella, las hizo Bartolomé
de Cárdenas. Costeáronlo los religiosos, si bien puso en él sus armas el duque de
Lerma. Ignoramos si pereció ó si fué trasladado, pues el que hoy existe moderno
y diminuto no corresponde ciertamente á la majestad del templo.
(2) La lápida sepulcral decía así : D. O. M. Franct'scus Lertnce dux, induce San-
dovalis familice ca^ui^ Philippo III monarchce summo sese ioium impendens^ ab ípso
regia munificentia cumulaiissime ornaius, regi summa fide et gratitudine serviens^
Deo bonorum omnium auctori supplex, secundis rebus mortis memor, vivus integer
ac vaiidus^ hoc monumentum sibi ac Caiherince Cerdee ducissce, conjugi pientissimce^
Mar garitee regince cubiculi majoriprcefecice, liberis et posteris^Jaciendum curavii.
MDCIV. Las dos estatuas se dice que costaron veinte mil ducados.
'3
98* VALLADOLID
triadas adornan su ingreso, pero su bóveda es aún de crucería,
y sus grandes ventanas conservan resabios del gótico moderno.
A este género bastardeado pertenecen las paredes exteriores
más próximas á la fachada; aunque siguiendo por fuera el flanco
derecho de la nave, van asomando por la parte superior genti-
les arabescos y agujas de crestería. De pronto aparece en el
mismo muro otra fachada riquísima, y el espectador sorprendi-
do se halla en presencia de un monumento distinto del primero,
y que sin embargo tiene con él de común el estilo, el fundador
y el instituto religioso á que pertenecía.
Fray Mortero, que así apellidaban á D. Alonso de Burgos,
ora por ser natural del valle de Mortera, ora por su rudo as-
pecto, no había gastado toda su actividad y energía en las de-
licadas comisiones, que facilitando á Isabel la posesión de la
corona, á él le valieron la mitra; sino que una vez prelado, las
enderezó á construir brillantes y magníficas obras. Sin hablar
de las que costeó en Burgos y Falencia, las de San Pablo de
Valladolid por sí solas parecieran bastantes á absorber su aten-
ción y agotar sus tesoros; y no obstante faltábale todavía rea-
lizar su creación predilecta, el título especial de su gloria y
nombradía. Agradecido á la enseñanza que había recibido en
aquel convento, quiso erigir al lado del mismo para los religio-
sos de su orden un colegio de estudios bajo la advocación de
San Gregorio, llamando á lo más selecto y florido de las artes
para adornar dignamente la mansión de las ciencias. Ocho años
tan solo, de 1488 á 1496, duró la fábrica de esta joya, labrada
toda minuciosamente como un relicario por fuera y por dentro;
mas el inspirado artífice que la trazó, Macías Carpintero, vecino
de Medina del Campo, no logró verla terminada : á los dos años
de dirigirla, una desastrada muerte, un suicidio misterioso puso
fin á sus días, degollándose con una navaja en 31 de Julio
de 1490 (i).
(i) Esta noticia la tomó Ceán Bermúdez de un diario manuscrito de los caba-
lleros Verdesotos regidores de Valladolid.
VALLADOLID
Fachada de San Gmecokio
del trabajo. Del suelo arrancan del- p-^eht* i^te».»» ce sak ghgor.o
gados troncos y nudosas varas retorcidas, aquellos para formar
las repisas, éstas el arquivolto de la portada y las aristas de los
pilares que flanquean todo el frontispicio, compuestos de tres
órdenes de pilastras y rematando en pequefias agujas: el fondo
figfura una estera de mimbres entretejidos; las estatuas, así las
VALLADOLID
102 VALLADOLID
de los lados de la puerta, como las que ocupan los nichos de los
pilares disminuyendo gradualmente en tamaño, representan vellu-
dos salvajes con clavas en las manos, parto tal vez de la fanta-
sía excitada por aquellos años con el descubrimiento del nuevo
mundo. Sutiles ramajes con la flor de lis, que constituía el bla-
són del fundador y que campea cien veces en su escudo, bordan
el dintel y las jambas del cuadrado portal formadas de una sola
pieza ; y distingüese el prelado de rodillas ante San Gregorio
y otros santos en el relieve del testero, que más cercano parece
á las tinieblas de la época bizantina que á la aurora del renaci-
miento. Una conopial y trebolada ojiva adorna el arco rebajado
guarnecido de encajes, desde el cual suben rectamente dos
trenzados cables á dividir el muro en tres compartimientos; en
los laterales vense sostenidos por ángeles los episcopales escu-
dos de la flor de lis y dos heraldos más arriba ; en el central el
soberano escudo de los Reyes Católicos, protectores del colegio,
entre dos rapantes leones; pero es menester observar de cerca
el granado fructífero que los sostiene, y el pilón de la fuente de
donde brota el árbol, y la multitud de niños encaramados por
las ramas ó colocados al rededor de aquél, para concebir una
idea de la juguetona inventiva del escultor. En cuanto á la cres-
tería de los numerosos doseletes y del remate, salió tan desgra-
ciada y corrompida, que apenas merecen deplorarse los estra-
gos ejercidos en ella por el tiempo que tampoco ha respetado
mucho los calados y las flores de lis y las granadas tendidas
como una diadema á lo largo del edificio.
La misma prolijidad de ornato, las mismas flores de lis nos
acompañarán por todo el ámbito interior: después de encontrar-
las en las columnas del primer patio semigótico, las veremos
repetidas en los ángulos del segundo debajo del escudo de los
reyes. Doble galería y en cada lienzo seis arcos de aplanada
curva sobre columnas espirales, forman este patio suntuoso; los
de arriba se subdividen en dos, orlados de colgadizos y festo-
neados por una gruesa guirnalda, entre cuyos huecos asoman
VALLAHOLID
Patio de San Gregorio
104 VALLADOLID
unos angelitos y un campo flordelisado. Mayor pureza en el
estilo gótico conservan los calados rombos del antepecho, por
bajo del cual circuye el friso inferior una cadena de piedra; en
el superior alternan manojos de flechas con nudos gordianos,
gloriosas divisas de Fernando é Isabel ; y de la cornisa moder-
namente reformada (i) avanzan caprichosas gárgolas del mejor
gusto. La escalera ostenta reproducidas en su parte baja las
labores del antepecho, los muros cubiertos de casetones y sal-
picados de escudos de lises, la cúpula ricamente artesonada; y
al pié de ella y en Simbas galerías lucen sus góticos primores
varias puertas y ventanas, al paso que sus hojas platerescas en
el primer patio una portada del renacimiento. Las de la biblio-
teca, capilla y refectorio obtuvieron los elogios del crítico Ro-
sarte.
Para llegar á la capilla situada en el piso bajo, atraviésase
una larga pieza cuyo techo esmaltan doradas flores de lis sobre
fondo azul, y un pequeño corredor abovedado; pero al que ha
leído la descripción de sus antiguas preciosidades, asalta una
triste sorpresa, al hallar vacía y desnuda aquella estancia. Con
la invasión de los franceses desapareció el retablo de la Piedad,
quinta esencia délas sutilezas del goticismo y comparable sólo
cU sepulcro de ^uan II (2), el cual además del grupo principal
del Descendimiento de la cruz compuesto de ocho figuras, com-
prendía veinte y un relieves de la historia del Salvador y multi-
tud de estatuas pequeñas, entre ellas el retrato del obispo, no-
table por su verdad y semejanza. La urna, que en medio de la
capilla encerraba los restos del fundador, era una de las más
insignes joyas del renacimiento, labrada muchos años después
de su muerte, que ocurrió en 8 de Noviembre de 1499. Cuatro
esfinges ó sirenas se adelantaban de los ángulos del sepulcro;
cuatro medallas simbolizando virtudes, y cuatro figuras de la
(i) «Esta coronación se hizo en el año de 1 708,» dice una inscripción repar-
tida en tarjetones refiriéndose á aquel insignificante reparo.
{2) Bosarte.
e
' - .
valladolid 105
Virgen con el Niño, San Gregorio, Santo Domingo y San Pedro
Mártir, cubrían sus costados; y al rededor corría un lindo ba-
laustre sembrado de flores de lis y de graciosos niños. Los már-
moles eran de meícla, blanco empero el de la tendida efigie de
D. Alonso, que le representaba con sus vestiduras episcopales
y con un libro en las manos, harto favorecido en el semblante
respecto de los retratos coetáneos, y no obstante recordando
según se cree con el mote opertbus credite^ único epitafio que
existía, la desventaja de sü aspecto comparado con sus obras.
El monumento, así por la belleza y corrección de las formas
como por el esmero de la ejecución, parecía digno de Berru-
guete y semejante al del cardenal Tavera en el hospital de To-
ledo: así tuvo la desdicha de gustar á los caudillos de Bona-
parte que se lo llevaron como artístico botín, y los fi-agmentos
escapados á la rapacidad de los extranjeros dícese que los em-
plearon los naturales en fregar y pulir los pavimentos de sus
casas (i).
Tras de la codicia que arrebata, vino el vandalismo que
destruye; y manos españolas demolieron no há muchos años el
largo muro que corría desde la fachada de San Gregorio hasta
la casa del Sol, enriquecido en su parte superior con exquisitos
(i) En 1861 ó 62 escribíamos: «Muy grata ha sido nuestra sorpresa, al saber
que, restauradaúltimamente esta célebre capilla, se ha abierto otra vez al culto con
religiosa solemnidad: pero debemos advertir una vez por todas que en el texto
nos referimos á los tiempos en que verifícacnos nuestro viaje por Castilla la Vieja
en 1852 y á las impresiones que entonces recibimos, sin perjuicio de dar cuenta
al fin del tomo, como lo hicimos en el de Castilla la Nueva, de las mudanzas ocu-
rridas en este largo intermedio, las cuales ojalá sean todas tan plausibles como
las que nos van llegando de Valladolid. Sabemos con efecto que el desierto é in-
salubre prado de la Magdalena se transformó en un ameno vergel ; que se hallan
desembarazados y limpios los pintorescos alrededores de la Antigua; que hay
proyectos de habilitar de nuevo el grandioso templo de San Benito; que se trata
de la restauración de San Pablo; que la ha experimentado ya, muy acertada y
completa, el patio de San Gregorio sin distinguirse apenas los reparos; y por
último, que tanto el actual Gobernador civil Sr. de Aldecoa como los individuos
de la Academia de Bellas Artes se hallan animados del más exquisito y laudable
celo, rivalizando en ingeniosos recursos para remediar en lo posible los dolorosos
estragos, harto ciertos, que en nuestras páginas lamentamos. Reciban por tanto
esta anticipada y justa satisfacción.»
ij
I06 VALLADOLID
adornos del renacimiento, nichos, hermosos bustos, bichas y
candelabros. Entre tantos edificios religiosos vacantes en Valla-
dolid, no supo encontrarse otro para oficinas del gobierno sino
el precioso colegio, al cual era imposible tocar sin dar al suelo
con cien bellezas y sin ahuyentar de aquellos claustros las ilus-
tres memorias del elocuente Granada, del virtuoso cuanto infor-
tunado Carranza, del sabio y vehemente Cano, que hicieron allí
sus estudios. Al dividir en habitaciones el vasto salón de la bi-
blioteca, deshízose su brillante techumbre art^sonada, rica en
dorados y primorosa en labores; pérdida tanto más deplorable,,
cuanto más tranquila fué la época en que se consumó, triste como
las últimas víctimas de un contagio que se daba ya por extin-
guido.
Cuando asistía asombrada Valladolid á la construcción de
las magníficas obras de Torquemada y de fray Mortero, lucían
sobre ella días de grandeza y de reposo tras de prolongadas
agitaciones y calamidades (i). Acababa de atravesar con honra
el reinado desastroso de Enrique IV, y de acreditar al príncipe
nacido en su seno la constante fidelidad que le juró al procla-
marle rey á la muerte de su padre. Había arrojado de su recinto
en 1 464 al hijo del almirante, que trataba de sublevar á nom-
bre del infante D. Alfonso la villa que el rey le confiara (2) ; y
aunque al año siguiente ondeó en sus muros el pendóa rebelde
levantado en Ávila desafiando el ejército real, habíanse dado
(i) En 1457 hubo peste en Valladolid, de la cual acaso tomó nombre la puerta
de la Pestilencia que se hallaba al extremo del Campo Grande á la izquierda de la
del Carmen saliendo; y en 1461 á 6 de Agosto hubo en la plaza un incendio que
abrasó cuatrocientas treinta casas entre grandes y pequeñas con la Costanilla y
parte de Cantarranas y de la Rua-escura. Tal vez con este motivo se trasladó la
antigua plaza Mayor á la del Mercado.
(2) Según el importante cronicón de Valladolid dado á luz por el Sr. Baranda
en el tomo Xill de la Colección de documentos inéditos^ «sábado quince de setiembre
Juan de Vivero e don Alfonso fijo del almirante se alzaron con Valladolid, e tovie-
ron cercado á Alonso Niño merino en la puerta del Campo; e otro dia domingo en
la tarde se levantó la comunidad contra los dichos y los echaron de la villa, e
despojaron todos los mas que eran de la opinión de aquellos, e sacaron al merino
de la dicha torre; y esa noche vino aquí Alvaro de Mendoza con fasta mil rocines
de la guarda.»
VALLADOLID I07
'^^^^^^~~'^^ ■ I I l^^i^— — ^^— ^»^ I I ■ MI — ^^— ■lili ■■■■ ^IIMIl M— |.| fMlM
prisa sus moradores en sacudir el odioso yugo de los turbulen-
tos magnates, y en abrir las puertas al destronado monarca
Que en Valladolid solmente
Halló fée e conocimiento
De señor (i).
Sus huestes acudieron á auxiliarle después del dudoso triunfo
de Olmedo, y equilibraron las fuerzas de los poderosos conju-
rados. Si contra la regia voluntad fué teatro la villa sin saberlo
del más importante y feliz consorcio que hubo jamás en España;
ái en la memorable noche del i8 de Octubre de 1469, dentro
de la casa de Juan Vivero hoy ocupada por la Audiencia, dio su
mano la princesa Isabel al infante de Aragón D. Fernando que
había entrado secretamente, celebrando las bodas con tenue
aparato y con prestados recursos (2), Valladolid entonces no
abandonó al rey Enrique para aplaudir á los nuevos desposados
y secundar las intrigas de los revoltosos; antes poniendo tregua
á sus bandos entre cristianos viejos y conversos, y recelando de
la lealtad de Vivero, acometieron de consuno su fortificada
mansión, y obligaron á los augustos huéspedes á huir hacia
Dueñas sin tardanza (3). Enrique pasó luego á confirmar la
(1) Pulgar.
(3) El citado cronicón da un exacto dietario de estos notables acontecimientos.
En 3 I de Agosto puesto el sol llegó á Valladolid la princesa D.' Isabel con el arzo-
bispo de Toledo y el almirante D. Fadriquc. En 14 de Octubre á las once de la
noche vio por primera vez el príncipe D. Fernando á su futura, y volvió luego á
Dueñas. En 1 8 de Octubre á las siete de la tarde se desposaron públicamente en la
sala rica de dicha casa por mano del arzobispo. Al día siguiente se velaron y se
les dijo la misa, y comieron con gran solemnidad; «esa noche, dice, fué consunto
entre los novios el matrimonio, á dó se mostró complido testimonio de su vergi-
nidad e nobleza en presencia de jueces e regidores e caballeros, según pertenecía
á reyes.» En ag de Octubre, domingo, fueron á misa á Santa María la Mayor con
mucha solemnidad, é hizo un sermón fray Alonso de Burgos tomando por tema:
patientam habe in me, el omnia reddam Ubi.
(3) De estos bandos entre conversos y cristianos viejos, protegido? éstos por
Vivero y aquéllos por los parciales del rey D. Enrique, no hay en el referido cro-
nicón más indicio que el siguiente . «Sábado 8 de setiembre de 1470 después de
comer pelearon en Valladolid dos cofradías que al tiempo había en ella, la una de
la Trenidad, la otra de S. Andrés, aquella era de mercaderes e sus ayudas, la otra
I08 VALLADOI. in
fidelidad de los suyos y á sosegar la población, cuyo gobierno
encargó al conde de Benavente, haciéndole merced de la casa
del proscrito Juan de Vivero.
Pero la muerte del débil soberano permitió á Valladolid
transferir sin meng^ua sus sinceros homenajes á la varonil her-
mana y sucesora del mismo. Visitáronla desde los primeros
meses de su reinado Fernando é Isabel, hospedándose en el
edificio que les recordaba sus desposorios (i); y lejos de guardar
enojo á la villa por los pasados recelos y hostilidades, la con-
virtieron en su cuartel general para la formidable lucha que iban
á sostener en defensa de su corona. Allí sin adormecerse como
los reyes anteriores en fiestas y regocijos (2), oyeron y contes-
taron con firmeza á las reclamaciones del rey de Portugal; allí
recibieron la sumisión y las mesnadas de los más ilustres ricos-
hombres de Castilla, juntando en tres meses un ejército de diez
mil jinetes y treinta mil peones; allí aguardó la magnánima
reina, previniéndolo y animándolo todo, la decisión de las ar-
mas, que por fin en los campos de Toro aseguraron sus dere-
de ciertos escuderos e ofíciales e otras gentes ; en la qual pelea pelearon en la
boca de la Frenería e á la boca de la calle de Olleros e de Santiago e del Azoguejo:
murieron catorce varones e dos mujeres de esta pelea.» De la venida y retirada de
los príncipes, ni del combate de la casa de Vivero, no hace mención alguna. En
otro alboroto suscitado en 149$ murió el conde de Coruña, según escribe Galín-
dez Carvajal, ó como se lee en otros, el conde de Camina, herido inadvertidamente
por su criado. El cronicón no habla de esta muerte, sino de la de D . Juan Manrique,
hijo del maestre de Santiago, á quien un paje suyo dio una pedrada en la cabeza
en 23 de Noviembre de 14B8.
(i) En 18 de Marzo de i47'> entraron los reyes en Valladolid, aposentándose
en las casas de Vivero que pocas horas antes había evacuado el conde de Bena-
vente ; y al otro día muchos de la villa, sin mandado, antes con enojo de los reyes,
comenzaron á derrocar los baluartes de dicha casa contigua á la puerta de Cabe-
zón, que levantados en parte por Vivero y en parte por el conde, parece se habían
hecho odiosos al pueblo por las opresiones pasadas.
(2) Trae el cronicón de Valladolid una minuciosa relación de la justa que se
celebró en 3 de Abril de 1475,1a más rica que en cincuenta años se había visto, y
de la cual fué mantenedor el duque de Alba, quien además hizo sala á los reyes y á
la corte en sus casas del Cordón. En la justa tomó parte el rey, sacando en el yel-
mo un yunque con este expresivo mote :
Como yunque sufro y callo
por el tiempo en que me hallo.
VALLADOLID lOQ
chos y la unión y la grandeza de España. Asociada Valladolid
á las más gloriosas empresas é importantes sucesos de aquel
reinado, presenció notables actos de severidad y firmeza en
afianzar el imperio de las leyes y la seguridad de los pueblos ;
obtuvo ver fijado en su seno bajo nueva forma el tribunal de la
chancillería; recibió con brillantes festejos en el invierno de 1488,
en uno de los intermedios de la gloriosa conquista del reino de
Granada, á los embajadores que venían á preparar la unión de
la imperial casa de Austria con la española (i); asistió estreme-
cida en 19 de Junio de 1489 al formidable estreno de las justi-
cias de la Inquisición (2); vio en 1492 expulsados de su seno
los judíos; y acogió en 20 de Mayo de 1506 el último suspiro
del descubridor del nuevo mundo, el gran Colón, que colmado
de servicios y de desengaños, falleció con la resignación del
justo en la calle de la Magdalena, encomendando su espíritu al
Señor (3).
A la católica real pareja otra sucedió harto menos gloriosa,
la de Felipe el Hermoso y de Juana la Loca, á, quienes procla-
mó Valladolid en la primavera de 1506, y juraron las cortes
del reino reunidas en la histórica sala capitular de San Pablo,
donde la firmeza del almirante salvó á la desgraciada reina del
encierro que su ingrato esposo le destinaba. Fallecido éste en
Burgos á 25 de Setiembre del mismo año, al día siguiente toda
(i) Estas fiestas, en que se trató de superar el fausto y magnificencia de la an-
tigua corte de Borgoña á los ojos de los alemanes y flamencos, se celebraron
en 4 de Enero de 1489 : los reyes se hallaban en Valladolid desde el 6 de Setiem-
bre anterior.
(2) En este primer auto, no mencionado por Antolínez, fueron quemadas diez
y ocho personas vivas y cuatro muertas: «ninguno de los vivos, dice el cronicón,
paresció confesar la sentencia en público.» Entre los nombres de los reos que cita
no aparece ninguno notable; pero sí lo eran algunos de los presos en el otoño an-
terior, tales como Juan Rodríguez de Baeza y su mujer, Luís de Laserna, y el
Dr. Diego Rodríguez de Aylión que fué traído de Galicia. El tribunal del santo ofi-
cio no se estableció fijamente en Valladolid hasta el año i 500.
(3) Se le hicieron las exequias en la Antigua, y fué depositado su cadáver en
San Francisco, desde donde fué trasladado en i 51 3 por orden del rey Fernando á
la Cartuja de Sevilla, y desde allí en i <; 36 á la isla de Santo Domingo. Cedida ésta
á los franceses en 1 795, fué pasado á la catedral de Cuba.
lio VALLADOLID
Valladolid, con la chanciilería y el obispo de Catania á su fren-
te, se trasladó á Simancas á reclamar la persona del infante
D. Fernando, segundo hijo de los reyes y niño de tres aflos y
medio, para que no se apoderaran de él algunos grandes á fin
de promover disturbios; y otorgando á los de Simancas su
pundonorosa exigencia de seguir al infante y de formar á su
alrededor una guardia de cien hombres, fué llevado al reciente
colegio de San Gregorio, y guardado y educado allí cuidadosa-
mente hasta la vuelta del Rey Católico su abuelo. Regresó éste
á Valladolid en 1509, y entonces en 4 de Marzo juró la famosa
liga de Cambray con el papa, el emperador y el rey de Francia
contra la república de Venecia; entonces la reina Germana de
Foix, su segunda esposa, hospedada en la casa del almirante, le
hizo padre día 3 de Mayo de un infante llamado D. Juan, que
muriendo á los pocos días abrió de nuevo el camino á la unión
de los reinos peninsulares; entonces el rey, sexagenario casi,
salió á jugar cañas con su cuadrilla en las fiestas con que se
celebró por San Juan la nueva del casamiento de su hija Catali-
na con Enrique VIII de Inglaterra.
Entre tanto seguía creciendo la población al compás de la
monarquía, de la cual era uno de los focos principales: restau-
rábanse las antiguas iglesias^ otras se erigían de nuevo, y todas
bajo aquel tipo de lujosas formas y de carácter indeciso, en que
iban mezcladas las más tardías galas del arte gótico con las
más tempranas flores del renacimiento. A Santa María la Ma-
yor hacia la plazuela de su nombre hizo añadir el cardenal Tor-
quemada un magnífico pórtico y una grandiosa capilla del Sa-
grario, en cuyas bóvedas figuraba la incendiada torre emblema
de su apellido. La antigua parroquia de San Miguel, que desde
el siglo XII al parecer había dejado la advocación de San Pela-
yo, reparó las quiebras producidas tal vez en 1489 por el in-
cendio de las vecinas casas, renovando su fachada, en la cual
los Reyes Católicos hicieron colocar la efigie del santo arcángel,
transferida hoy con el cargo parroquial al templo de los jesuí-
112 VALLADOLID
tas; y en 1497 levantaron su capilla mayor, que desde treinta
años atrás yacía por el suelo, el doctor Portillo y el comenda-
dor D. Diego de Bobadilla, ambos muy favorecidos de los mo-
narcas, dotándola en común para conservar mejor los lazos de
amistad y parentesco que los unían. En la parroquia del Salva-
dor, á la cual más tarde debía proveer el renacimiento de bella
portada y esbelta torre, construyéronse por entonces suntuosas
capillas eon sepulcros para sus patronos, distinguiéndose por
su alta bóveda de rica crucería y por sus góticos primores la
del Bautista propia de los duques de Medinaceli, oculta ahora
á la derecha detrás de un retablo y destinada á depósito de
muebles (i). En 1490 dio Luís de Laserna á la parroquia de
Santiago las sencillas formas ojivales que aún conserva al tra-
vés de las obras posteriores, por dentro en la crucería del pres-
biterio y artesonado del coro, por fuera en la cuadrada torre
de piedra que corona un moderno remate, y en el ábside mismo
donde un tosco relieve representa al apóstol de las Españas en
medio de dos escudos del fundador. La iglesia posee una obra
maestra de escultura en la adoración de los magos de Juan de
Juní.
Las agujas de crestería que engalanan el exterior de San
Lorenzo y la cornisa que lo ciñe figurando sartas de perlas, in-
dican bastantemente la época de su restauración, debida desde
los cimientos al noble D. Pedro Niño, merino y regidor perpetuo
de Valladolid: la ocasión se dice "fué el recobro inesperado de
una hija muy amada, á quien había sanado el manto de la Vir-
gen, y luego por poco había sumido en el sepulcro la retención
irreverente del mismo. Lámparas de plata é innumerables votos,
dádivas de reyes y de pobres, de grandes y de pequeños, cuel-
(i) Hay en esta capilla tan lastimosamente abandonada un sarcófago de D. Pe-
dro de Lacerda, hijo del duque D. Luís, fallecido en 1549. En otra capilla del
opuesto lado, que según se lee en la reja es del licenciado de Burgos y de D.' Isa-
bel de Torquemada su mujer, yacen dos estatuas que por sus trajes pertenecen á
últimos del siglo xv. En la mayor descansan Juan Rodríguez de Entrambasaguas
y D.* Isabel Andrés de Cartagena que murieron hacia 1403.
114 VALLADOLID
gan ante esta venerada efigie, aclamada por patrona de la po-
blación sobre cuya puerta antes velaba, á la cual se atribuye un
antiquísimo y portentoso hallazgo; y como si fuera el destino de
aquella parroquia atesorar tradiciones singulares, contiene otra
devota imagen de nuestra Señora titulada de la Cabeza por ha-
berla inclinado deponiendo como testigo acerca de la palabra
de casamiento empeñada por un caballero á una pobre doncella,
y luego del Pozo por haber salvado de él á un niño, elevándole
sobre las aguas hasta el borde donde le aguardaban los brazos
de su madre. Con tales objetos de piadoso culto no podía menos
de experimentar la iglesia frecuentes transformaciones: primero
en 1602 bajo la dirección de Juan Díaz del Hoyo por precio de
dos mil quinientos ducados, de la cual sólo queda la suntuosa
portada corintia que terminó en 1 6 1 7 Bartolomé de la Calzada;
más adelante al estilo churrigueresco, cubriéndose los techos y
paredes de confusa y extravagante talla (i) ; y por último
en 1826 en que se trató de restituirle su anterior regularidad.
No por tantas reformas ciertamente ha pasado San Andrés:
cuando á la entrada del siglo xvii emprendió el obispo de S¡-
güenza fray Mateo de Burgos su reedificación, no terminada
hasta 1776 por fray Manuel de la Vega, ambos nacidos en su
feligresía, tal vez apenas había perdido el humilde aspecto de
ermita que tenía á últimos del siglo xv al convertirse en parro-
quia, y vivían en ella los recuerdos del degollado condestable
que han desaparecido por completo de su espaciosa nave mo-
derna.
Multiplicábanse también por entonces, si bien de estructura
más modesta, los asilos de religiosas. En 1472 fundó la vene-
rable D.* Juana de Hermosilla el beaterío de Santa Isabel que
(i) Creemos no debe atribuirse á Juan Díaz del Hoyo esta ornamentación ba-
rroca, como lo hace el Sr. Sangrador; pues en 1602 no había cundido aún el con-
tagio de sirenas, grifos, ángeles y ridicula hojarasca que menciona, y jo comprue-
ba la nobleza y sencillez de la portada de aquel tiempo. Conviene por tanto
distinguir dos épocas.
VALLADOLID
Il6 VALLADOLID
doce aflos después se erigió en convento de franciscas; en 1488
ediñcó el de Santa Catalina de Sena D.^ María Manrique, viuda
del señor de la Mota D. Manuel de Benavides, á la cual perse-
guía de muerte su propio hijo para impedir la fundación;
en 1506 dio licencia el papa á D.* María de Zúñiga para insta-
lar el de Comendadoras de Santiago, principiado durante las
guerras de Granada por las viudas y huérfanas de los caballe-
ros que allá sucumbían. Santa Isabel conserva su gótica nave
con bóveda de crucería y el antepecho calado del coro, real-
zándola lindos retablos del renacimiento, tanto el mayor com-
puesto de diversas historias y relieves, como el que contiene la
admirable figura de San Francisco esculpida por Juan de Juní.
Las grandes estatuas de mármol arrodilladas que á los lados
del presbiterio de Santa Catalina ocupan unos nichos con pilas-
tras, más bien que á los señores de la Mota creemos que re-
presentan á D. Antonio Cabeza de Vaca y á su mujer D.* Ma-
ría de Castro, que en recompensa de la capilla mayor dejó á
las monjas én 1604 setecientos ducados de renta, y la que en
medio de una capilla yace con traje de golilla á Juan Acacio
Soriano, abogado de la chancillería, que legó sus bienes al con-
vento en 1588. En cuanto al de Comendadoras titulado de
Santa Cruz, apenas ofrece vestigios de su primera fábrica: su
iglesia se cortó después por el tipo greco-romano, su fachada
interna bien que anterior á la corrupción del gusto adolece de
pesadez, y tan sólo hacia la espalda aparecen unas labores gó-
ticas en la celosía de su torre.
A las construcciones religiosas vencían aún en importancia
las civiles. En la plaza del Mercado, que había venido á ser ya
la Mayor, junto á la puerta principal de la iglesia de San Fran-
cisco, mandaron los Reyes Católicos por el mes de Marzo
de 1499 construir las casas del ayuntamiento: aniquilólas el
incendio de 1561 sin dejamos el menor recuerdo de sus dimen-
siones y de su estilo. Subsiste empero como concluido- de ayer
el suntuoso colegio, que el insigne cardenal D. Pedro González
il
VALLADOLID
Museo. — Espaldar de una silla de coro (De Berruguete)
Il8 VALLADOLID
de Mendoza erigió para abrir á los ingenios pobres las más bri-
llantes carreras, y cuya magnificencia se desarrolló casi simul-
táneamente con la del colegio de San Gregorio su competidor,
al cual sirvió de estímulo y de modelo. Instaláronse en número
de veinte sus primeros colegiales en las casas que fueron de
Diego de Arias y más adelante convento de Belén, y allí se ce-
lebró la primera misa en 25 de Febrero de 1484. Hasta la pri-
mavera de 1486 no se inauguraron las obras del actual edificio,
empezando por el derribo de las casas que ocupaban su solar;
en 1492 habían terminado ya, celebrándose su conclusión con
grandes fiestas^ y comiendo aquel día en el refectorio la reina
Isabel. Su advocación fué la de Santa Cruz, la que solía poner
á sus monumentos el cardenal; el arquitecto fué el mismo que
el de su célebre hospital de Toledo, Enrique de Egas hijo del
flamenco Anequin. Sin embargo no contentó la fábrica en su
principio al ostentoso primado de las Españas, y sin los repeti-
dos elogios que de ella hacían el rey y la reina, asegúrase que
hubiera mandado demolerla por mezquina.
Y he aquí lo que cuesta trabajo comprender al que desde
un ángulo de la vasta y yerma plaza en que está situado admira
aquel magnífico cuadrado de sillería, formado de tres cuerpos, y
coronado en su delantera por una balaustrada, y al rededor por
una diadema de flameros y pilaretes. Sutiles machones remata-
dos en agujas, que tienen más de góticos en la intención que en
los detalles, trepan desde abajo hasta la plateresca cornisa, di-
vidiendo en cinco compartimientos la fachada principal;. los de
en medio más adornados, con alguna crestería en su primer
tercio y con pilastras estriadas en los restantes, cierran el en-
trepaño del centro vistosamente almohadillado, sobre el cual
campean los escudos reales y los de Mendoza. Nada empero
sorprende como el ver en aquella obra la singular precocidad
del renacimiento, años antes de espirar el siglo xv, y su impro-
visado triunfo sobre el arte de la Edad media; tanto más cuanto
en la fachada del hospital de Toledo, construida muy posterior-
VALLADOLID II9
mente por el mismo Egas, aparece todavía como un tímido en-
sayo. Labores platerescas muy limpias y delicadas, que revelan
experta y segura mano, llenan exclusivamente las pilastras,
columnas y friso de la portada, en cuyo testero de medio punto
figura como en aquella el cardenal de rodillas ante la cruz sos-
tenida por Santa Elena; y al mismo género pertenecen las que
adornan el gracioso y rico balcón del segundo cuerpo. No ha-
blamos del frontispicio triangular, ni de los que coronan los
cuatro balcones restantes, ni de los hierros labrados de sus an-
tepechos; pues todo esto son innovaciones modernas que no
alcanza á disculpar la autoridad de D. Ventura Rodríguez, y
que hacen echar de menos las anteriores ventanas, que eran
ojivales según noticias. Entonces, en la última mitad del siglo
pasado, se trocaron también en balcones las aberturas de las
fachadas laterales, y se picó la piedra, y se dio al edificio aquel
aspecto remozado, que si bien halaga de pronto la vista, lo priva
del más poético barniz de antigüedad (i).
Reina en el patio la misma elegancia y pulcritud, y el mismo
gusto en sus tres órdenes de galerías, cuyos arcos de medio
punto sostienen octógonos pilares, resaltando en sus enjutas
ora las cruces ora los blasones del cardenal : un gótico antepe-
cho bellamente trepado ciñe el segundo cuerpo, y el tercero una
balaustrada. Con el nuevo destino del colegio su conservación
ha mejorado todavía; subsiste su copiosa biblioteca, y aquellas
galerías cerradas de cristales á manera de invernáculos encie-
rran uno de los más preciosos museos de España. Huyendo de
la profanación y del abandono ó de la inminente demolición,
vinieron á juntarse allí, procedentes de distintas iglesias y claus-
tros, las minuciosas y expresivas tablas de la antigua escuela y
los grandiosos lienzos de la mejor época del arte, las obras
maestras que pintó Rubens para el pobre convento de monjas
(i) Deplora esto en su Viaje el mismo Bosarte, nada sospechoso de antico-ma-
nía como la llama.
VALLADOLID
de Fuensaldaña (i), y las creaciones nacional^ de Velázquez y
Murillo, de Ribera y Zurbarán, de Jordán, Palomino y Valentín
Díaz, las delicadas esculturas de Berruguete, las animadas efi-
gies y grupos de Juan de Juní, los célebres pasos de semana
santa de Gregorio Hernández, los insignes trabajos en bronce y
marfíl de Pompeyo Leoni, la admirable sillería plateresca de
San Benito y la de San Francisco poco menos estimable, sarco-
fagos góticos, lápidas romanas, objetos artísticos de toda edad
y carácter. Ahora les prestad noble edificio en sus claros ándi-
tos y espaciosas salas la hospitalidad que antes estaba llamado
á dar á los talentos necesitados de protección, conserva el rico
depósito de las generaciones pasadas en vez de producir hom-
bres eminentes para las venideras, y así como su arquitectura
marca perfectamente la transición entre la Edad media y la mo-
derna, abriga hermanadas bajo su techo las glorías de uno y
otro período.
(i) Son tres cuadros que representan á nuestra Señora sobre un trono de
ángeles, á San Antonio de Padua y á San Francisco, encargados por el conde de
Fuensaldaña y celebrados entre los más insignea de Rubens.
CAPÍTULO IV
ValladoUcl en los tr«s ülUmos siglos.— Edificios modernos
'/ f ' NTES de llegar Valladolid en el espléndido siglo xvi á la
j-^ plenitud de su grandeza, pasó como las demás ciudades
de Castilla por duras pruebas y trastornos, en los cuates sin
embargo no perdió al par de aquellas su representación y su
importancia. Inaugurada apenas la regencia del gran Cisneros,
opúsose la villa á la organización de milicias permanentes pro-
yectada por el cardenal, y se levantó en defensa de sus liberta-
des no bien comprendidas acaso, obligando al capitán Tapia,
que venía á reclutar soldados, á refugiarse dentro de San Fran-
cisco. Devolviéronle la tranquilidad las prudentes cartas y luego
la presencia del joven soberano, que en 1 8 de Octubre de 1 5 1 7
hizo en ella su solemne entrada, y se hospedó en las suntuosas
casas frente á San Pablo esquina de la Corredera. La entrega
hecha allí á Adriano de Utrech del capelo cardenalicio al cual
122 VALLADOLID
en breve había de suceder la tiara, la visita que pasó el rey á
la chancillerfa seguida de suntuoso festín y de brillantes espec-
táculos (i), y las célebres cortes que por primera vez convocó,
tuvieron en movimiento á Valladolid durante los seis meses es-
casos de la permanencia real. Abriéronse aquellas en 2 de Fe-
brero de 1 5 1 8 en una sala alta del colegio de San Gregorio ;
en 7 del propio mes fué jurado Carlos I, mas no sin que antes
jurara las leyes y privilegios del reino y sobre todo la exclusión
de los extranjeros de los cargos y oñcios públicos, gracias á la
ñrmeza del diputado por Burgos el doctor Zumiel (2). Dos aflos
después, en i.° de Marzo de 1520, volvió el monarca á Valla-
dolid de paso para Alemania donde iba á recoger la diadema
imperial, y no bastaron á retenerle ni las instancias del concejo
que se negaba á conceder el donativo para el viaje, ni el des-
atentado tumulto que estalló el día 5 para cerrarle la salida. Al
través de cinco mil insurgentes armados reunidos en la plaza
Mayor abrióle calle hasta la puerta del Campo la guardia fla-
menca; pero el rebato de la campana de San Miguel, si bien
costó sendos castigos á los culpables (3), tuvo ecos muy pro-
longados y dio en cierto modo la seflal al levantamiento de las
comunidades de Castilla.
Por algunos meses mantuvo en paz á la población el consejo
de gobierno, que bajo la presidencia del cardenal flamenco dejó
instituido el emperador y que desde el 5 de Junio se fijó en
Valladolid, cuando un día á fines de Agosto vino á encenderla
( 1 ) Refiere Antolínez que en este banquete salió de un enorme pastel un niño
de cuatro años brincando por la sala, y que en el patio se dio al pueblo una comi-
da en la cual brotaban dos fuentes de vino, siguiendo por la tarde funciones de
toros y cañas y por la noche una farsa pastoril representada en uno de los salones.
(2) Llamábase Juan y era doméstico del condestable, por cuyo influjo sin duda
se volvió después contra las Comunidades y desempeñó en Toledo el oficio de ri-
guroso juez. Ignoramos si fué este doctor ó algún hijo suyo ei que hizo con su
mujer D.* Catalina de Estrada el célebre retablo mayor de la Antigua por los años
de 1550, según refiere Antolínez que le titula alcalde mayor de Villalpando.
Í3) El cordonero portugués que tañó la campana pudo escapar, pero á otros
se les azotó, se les cortaron los pies, se les derribaron las casas, y tres clérigos
fueron sacados á la vergüenza y encerrados en el castillo de Fuensaldaña.
VALLADOLID 12^
el reflejo de las terribles llamas que consumían á Medina del
Campo por adicta á la comunidad. Al toque de asonada saquean,
abrasan las casas de Antonio de Fonseca, autor de aquel incen-
dio, y las de los regidores que otorgaron el donativo, salvándose
únicamente la del comendador Santistevan á favor del aparato
religioso y de la mediación de los franciscanos ; júntanse luego
en la Trinidad, juran la nueva bandera, eligen por caudillo de
sus huestes al infante de Granada (i); y nombran para la junta
de Ávila animosos diputados. Un fraile dominico desde el pulpito
de Santa María intima á los vecinos una orden de la insurrecta
junta para prender al consejo, y bien que no osaran cumplirla
por entonces, los miembros de aquel se desbandaron al acercarse
Juan de Padilla, y los que no se salvaron con la fuga, fueron
conducidos presos á Tordesillas en carretas y cercados de lan-
zas. Sólo restaba el buen cardenal Adriano, que al fin no cre-
yéndose seguro, intentó salir también por el puente mayor con
su escolta flamenca ; y aunque el amotinado pueblo y las instan-
cias de D. Pedro Girón le obligaron á volver atrás para evitar un
sangriento conflicto, logró á los pocos días evadirse con mayor
cautela á Medina de Rioseco y reconstituir el gobierno al abrigo
de sus muros.
En las calles cada día se cruzaban los aceros, y resultaban
choques y reyertas entre los bandos. Tímidos de suyo los mer-
caderes trataron de poner á salvo en los conventos sus bienes
y riquezas ; obligóles á volverlas á sus casas la indignación po-
pular, protestando contra la injuriosa sospecha de saqueo. Au-
mentábase por momentos el número de los deseosos de paz con
las exhortaciones y mensajes que á su amada villa hacía llegar
el almirante D. Fadrique Enríquez, uno de los tres gobernado-
res del reino, usando de su hereditario y poderoso influjo y de
su prudencia conciliadora; y una comisión del ayuntamiento an-
(i) Era este don Juan, uno de los hermanos de Boabdil bautizados por los
Reyes Católicos, de quienes hablamos atrás pág. 89. Su hermano D. Fernando
había muerto en i 5 i 5 .
124 VALLADOLID
duvo de Rioseco á Tordesülas, del gobierno á la junta, para
entablar entre ambas partes una avenencia imposible por enton-
ces de lograr y rechazada con furor por el pueblo, que destituyó
y arrojó de sí á los oficiosos mediadores (i). El campo quedó
por los más ardientes : mil hombres de armas de Valladolid al
mando del diputado Alonso de Saravia, siguieron á D. Pedro
Girón al sitio de Rioseco, y estrellóse en la tenacidad del belicoso
Acufla la voz del presidente y oidores de la chancillería, que en
vano corrieron á detener el armado brazo de los combatientes.
Con la retirada de las huestes comuneras y la pérdida de
Tordesillas cundió en Valladolid la alarma y desatóse la anar-
quía: mezclados con los irritados plebeyos los desertores y fu-
gitivos, después de talar las campiñas empezaron á saquear las
casas, llegando á tal punto el desenfreno que hubo de atajarlo
con severos castigos el obispo Acufla. Motejado de traidor in-
cesantemente, acabó por abandonar Girón la villa y el mermado
ejército; y en vanas escaramuzas se pasó lo más crudo del in-
vierno, persiguiendo muchas veces á los de Valladolid hasta sus
puertas la guarnición que en Simancas tenía el conde de Oflate.
Pensó al fin la junta, reinstalada allí al escapar de Tordesillas,
en dar á sus tropas un digno jefe, y eligió al toledano D. Pedro
Laso de la Vega ; el pueblo proclamó al idolatrado Juan de Pa-
dilla, y á gritos y amenazas hizo prevalecer su nombramiento á
pesar de la resistencia del modesto adalid. Sonrióle al principio
la fortuna con la toma de Torrelobatón en los últimos días de
Febrero de 1 5 2 1 , pero nuevos tratos vinieron á entorpecer la
campafla: negociaciones ocultas y peligrosas entre el almirante
y algunos diputados, sesiones tumultuosas en el seno de la junta,
discursos conciliadores, pláticas furibundas, asonadas populares,
mantuvieron por largo tiempo suspensa á Valladolid entre la
(i) Estos fueron don Pedro Bazán, señor de la Bañeza, el doctor Espinosa, el
bachiller Pulgar y Diego de Zamora, en unión de los cuales ñié también destituido
el infante de Granada, confiriéndose la capitanía á Sancho Bravo de Lagunas que
huyó por no aceptarla.
VALLADOLID I25
paz y la guerra. Nada aún se logró: á las amenazas de perder
la universidad y la chancillería contestó la villa con gritos de
furor; á los carteles, con otros carteles; á la proscripción nomi-
nal de centenares de comuneros con la declaración de traidores
solemnemente lanzada contra los proceres principales; y perdidos
dos meses, exhaustas enormes sumas tomadas del monasterio
de San Benito y del colegio de Santa Cruz, volvió Padilla una
noche á Valladolid, y sacó dos mil infantes y doscientas lanzas
para incorporarlos en su triunfal carrera. Al primer paso tropezó
en Villalar con la derrota y con el cadalso.
Al estallido de tal nueva dispersóse en Valladolid la junta
y la plebe se embraveció ; pero sin dirección y sin defensa hubo
de abrir las puertas al ejército vencedor, que desfiló por las
calles desiertas y silenciosas, sin asomarse á su paso los deso-
lados moradores. Aquel mismo día, 27 de Abril, resonó en las
plazas el perdón que el almirante en nombre del emperador
otorgaba á sus compatriotas, y evitóse por entonces el horror
de los suplicios; pero al aflo siguiente murieron ajusticiados el
licenciado Rincón y el alguacil Pacheco, mientras que en Burgos
hería la cuchilla al fogoso procurador de Valladolid Alonso de
Saravia. Con la entrada del soberano en la regia villa en 26 de
Agosto de 1522 deshiciéronse los patíbulos, y aunque de la
amnistía general, proclamada con augusta pompa en el mes de
Octubre por el mismo emperador, quedaron exceptuadas cerca
de trescientas personas, entre ellas algunos vecinos de Vallado-
lid y el mismo prior de Santa María D. Alonso Enríquez, ya
no llegó á cumplirse en ellas la cruel justicia: hubo fiestas y
corridas de toros y justas reales en que el César en la flor de
su juventud quebró dos lanzas, y en la fachada del palacio del
almirante, negociador infatigable de la gracia, se perpetuó en
una vulgar quintilla la memoria de su lealtad al príncipe y de
sus servicios á Valladolid (i). Subsiste en la plazuela de las
(i) Créese que la lápida de mármol negro, en que se leían no hace muchos
I2b VALLADOLID
Angustias, ya que no la inscripción ni el bello ajimez gótico de-
bajo del cual caía, la portada de arco semicircular de su vivien-
da, como recuerdo de aquel insigne varón, figura la más vene-
rable quizá que destaca en medio del tumultuoso grupo de las
Comunidades.
Sin embargo Valladolid, aunque foco del desgraciado movi-
miento, nada apenas perdió de sus prerrogativas; y al ver con-
gregarse con tal frecuencia bajo el cetro imperial en la famosa
sala capitular de San Pablo las c(wtes de Castilla, pudo creerse
aun en aquellos tiempos en que de sus votos pendían los recur-
sos de la corona y la suerte de la nación. Húbolas en 1523 con-
tinuadas al aflo siguiente en que todavía quedaron sin conclusión,
en 1527 desde Febrero hasta Abril, en 1537 con asistencia de
la emperatriz y del príncipe heredero, en 1542 desde Enero
hasta Mayo, en 1544 y en 1548 por el príncipe D. Felipe á
nombre de su padre, en 1555 y en 1558 por la princesa Dofla
Juana, hija del emperador, como gobernadora del reino. Es ver-
dad que de cada vez eran más cuantiosos y con menos reparo
se otorgaban los donativos para sostener ruinosas guerras con
el francés ó con el turco, y se retardaba más y más ó se remitía
al consejo el despacho de las peticiones presentadas por los
procuradores ; síntomas de engrandecimiento en el poder real,
que trajo á la España mezcla de males y de bienes, y que sa-
cándola de la postración del siglo xv le preparaba otra para el
siglo XVII.
¡ Cosa extraña ! en aquel período de su mayor grandeza, en
Valladolid que constituía casi fijamente su corte durante sus
años los versos siguientes, existe oculta debajo de una capa de yeso. Decía así
Viva el rey con tal victoria,
Esta casa y su vecino.
Quede en ella por memoria
La fama, renombre y gloria
Que por él á España vino.
Año MDXXII. Carlos.
Almirante D. Fadrique, segundo de este nombre.
VALLADOLID I37
permanencias en la península, carecía el monarca de palacio
propio; y recién casado con Isabel de Portugal, la llevó allá en
Noviembre de 1 5 26 á las mismas casas de! conde de Ribadavia
donde nueve años antes se había albergado. Allí en 21 de Ma-
yo de 1527 dio á luz la emperatriz al que se llamó Felipe II, y
como si transfundiera en el acto á su hijo aquella estoica impa-
sibilidad tan admirada por unos como execrada por otros, de-
cía entre los acerbos dolores del
parto á la q
ahogarse: n¿
comadre, que
grttarei. Im-
posible es
contemplar I
j.unto á San
Pablo aquel
caserón que
hacia la Co-
rredera y
hacia las Ca-
denas de
San Grego- ^*" ■"""•= "*''"* ^"""^ "
rio no presenta más que vetustas rejas é irregulares balcones,
á excepción de la plateresca ventana abierta en la esquina so-
bre la cual se asienta una ancha y aplastada torre, sin tras-
ladarse mentalmente al solemne 5 de Junio en que fué conducido
el augusto niño, para ser bautizado, desde la casa al contiguo
templo por un frondoso y perfumado corredor, y sin recordar
los brillantes festejos, que suspendidos por un momento con la
nueva de la prisión del papa y del saqueo de Roma por los
mismos imperiales, celebraron altas esperanzas no fallidas por
esta vez.
Ya no fué en esta morada, sino en la vecina situada enfren*
te de San Pablo y propia á la sazón del comendador Francisco
VALUAbOLID
de los Cobos, donde al año siguiente parió la emperatriz á otro
infante llamado D. Juan, que en breve murió de alferecía. Dis-
tinto era el aspecto del edificio del que tuvo más adelante al
convertirse en pala-
cio de Felipe III des-
pués de haberlo sido
de su privado; pero
tal vez en aquel tiem-
po existían ya, según
lo plateresco del es-
tilo, las galerías altas
y bajas del patio con
Ü sus esbeltas colum-
( s ñas y sus arcos apla-
rfí nados y sus meda-
llones y bustos de
emperadores roma-
nos en las enjutas.
Diez días después de'
su primer enlace con
María de Portugal,
en 2 2 de Noviembre
de 1543, hospedóse
allí el príncipe Don
.,« Felipe; y allí en 8
■^ I de Junio de 1 545 vio
la luz y recibió el
VENTAKx DE UA CASA DE fel.p. 11 bautismo CU k Capi-
lla su primogénito Carlos, que empezó la serie de sus desgra-
cias costando la vida á su madre á los cuatro días de nacido.
Desde muy temprano ensayóse Felipe el Prudente en las
funciones de rey, gobernando desde Valladolíd los reinos de
España en las frecuentes ausencias de su padre. Reemplazáron-
le en 1 548, con motivo de su viaje á Alemania, su hermana doña
VALLADOLID I2Q
María y su primo el príncipe Maximiliano, que en el año ante-
rior se habían desposado con grande aparato en la misma villa;
y en 1554, al pasar á Inglaterra con cuya reina María se había
vuelto á casar, dejó por gobernadora á su segunda hermana
D.*^ Juana viuda del príncipe de Portugal, que residió de conti-
nuo en Valladolid (i). Ella mandó celebrar en la vasta iglesia
de San Benito las solemnes exequias de su abuela la reina dofla
Juana, que después de cincuenta años de demencia murió en
Tordesillas por Abril de 1555. Ella, sabedora de la abdicación
de su padre, hizo levantar pendones por su hermano, y en 24 de
Octubre de 1556 recibió al ex-emperador que iba á encerrarse
en el monasterio de Yuste. Diez días permaneció en Valladolid
por última vez Carlos I, hospedándose en casa del conde de
Melito, y reservando para sus hermanas D.* Leonor y D.*^ María,
reinas viudas de Francia y de Bohemia, los obsequios y regoci-
jos que le estaban preparados. Dos años apenas transcurrieron
hasta que en Diciembre de 1558 se colgaran otra vez de negro
las naves de San Benito, y se levantara en el centro un túmulo
empavesado de gloriosas banderas con la corona imperial por
remate, para las honras fúnebres del desengañado monarca, en
las cuales predicó ¿y quién mejor? el también desengañado du-
que de Gandía San Francisco de Borja.
Muchas subsisten en Valladolid de las nobles y torreadas
mansiones de aquella época gloriosa. Algunas, como las del
Cordón y de los Duendes, conservan recuerdos más antiguos
-que se remontan á los tiempos de Juan II; otras ostentan ya la
severidad de la arquitectura greco-romana, ora en portadas
como la del palacio de Fabio Neli, ora en ventanas como la que
mira enfrente de la iglesia del Salvador : la mayor parte empero
se engalanan con las caprichosas y menudas labores del renaci-
miento, y si en ellas se mezcla algo de gótico es tan sólo por
(1) Durante el gobierno de esta princesa, en 4 de Mayo de 1556, fué degolla-
do en la plaza de Valladolid don Alonso de Peralta, gobernador de Bugía, por no
haberla defendido debidamente contra los infieles.
17
130 VALLADOLID
vía de reminiscencia. Tales son las del marqués de Villasante y
del de Revilla, tal el lindo patio de la del duque de Infantado
al lado de la casa natal de Felipe II, tal era la de Benavente
antes de perecer lo que de palacio le quedara al convertirse en
hospicio (i), tales la de Salinas en la calle de Santiago y otra
en la del Obispo citadas con elogio por Ponz, tal se conserva
frente á la actual parroquia de San Miguel la del marqués de
Valverde con la almohadillada ventana abierta en un ángulo,
con su mascarón de bronce y sus dos figuras de relieve, objeto
de romancescas tradiciones (2). Más interesante tal vez que ésas
fastuosas viviendas de señores y magnates es la modesta casa
habitada por el que vestía de tan exquisitas esculturas los tem-
plos y los palacios, por el incomparable Alfonso de Berrugue-
te (3) : muéstrase junto al monasterio de San Benito, formando
una baja galería sostenida por columnas jónicas pareadas, el
taller de donde salieron tantos prodigios del arte y de donde se
supone haber salido muchos más. Y no menor veneración des-
pierta á la salida del Campo Grande esquina á la calle de San
Luís el sitio de la casa de aquel Juan de Juní, gloria peculiar de
Valladolid, que por los mismos años poblaba de excelentes efi-
gies sus altares; cuya habitación quiso poseer, comprándola
medio siglo después á su hija, el famoso Gregorio Hernández
heredero de su genio privilegiado.
(i) Excusamos repetir lo que de cada una de estas casas dijimos en el capítu-
lo I al recorrer las calles de Valladolid.
(a) Cuéntase que el mascarón con argolla en la boca y las figuras colocadas
arriba en unos medallones, una de ellas en actitud de recogerse la falda del vesti-
do, se refieren al adulterio de cierta señora con su paje, que el tribunal al conde-
narlos permitió al marido consignar perennemente en la fachada de su casa. Pres-
cindiendo de lo monstruoso de tal anécdota en una nación y en unos tiempos en
que se escribían el Médico de su honra y A secreto agravio secreta venganza^ sólo
observaremos con el Sr. Sangrador que las dos figuras son de mujer.
(3) Aunque natural de Paredes de Nava residía Berruguete en Valladolid»
donde obtuvo una escribanía del crimen que probablemente no regentaba por sí
mismo. Trabajó mucho tiempo, pues en i $26 emprendió el retablo de San Benito
terminados sus largos estudios en Italia, y no murió hasta i $61 en Toledo donde
labraba el sepulcro de Tavera.
VALLADOLID I3I
Tampoco las iglesias dejaron ociosos en Valladolid á los
artistas del renacimiento. Pensóse en dotar la corte de un tem-
plo digno de su rango, y en 1 3 de Junio de 1527 abriéronse las
zanjas para la nueva colegiata de Santa María, cuya traza se
confió á Diego de Riaflo, autor de la sacristía de la catedral de
Sevilla. Por su muerte pasó la obra en 1536 á Rodrigo Gil de
Ontaflón, quien juntamente con su hermano Juan, con Juan de
Alba y Francisco Totomía, la llevó adelante hasta la altura de
seis estados. De ella sólo nos dicen los que alcanzaron á verla
< que era relevante y en tanto extremo costosa que al parecer
jamás pudiera concluirse; » pero fácil es conjeturar su estilo
por el de las catedrales de Segovia y Salamanca que inmortali-
zan el nombre de Rodrigo. Lástima es que no se guardara al
viejo templo la atención que usó su padre Juan Gil con el de
Salamanca, edificando al lado y no encima de él; y así irrita
menos que al encargarse de la fábrica Juan de Herrera, después
de paralizada por muchos aflos no sabemos con qué motivo,
derribara á su vez todo lo nuevamente construido, sofocando en
su germen la creación gótico-plateresca.
De esta hiezcla participa la iglesia de monjas de la Concep-
ción, fundada en 1521 por el regidor Juan de Figueroa y por
su mujer D.* María Núfiez de Toledo. En la bóveda, en las
ventanas, en las molduras de la portada, predomina aún el gé-
nero ojival; y acaso no cuentan mayor antigüedad la nave de
crucería de la ermita de San Antón y la portadita gótica del
oratorio del Rosario. Otros conventos empero, aunque erigidos
en la mitad primera del siglo xvi, con las traslaciones y mudan-
zas sufridas posteriormente perdieron del todo su primera fiso-
nomía. De Portillo vinieron en 1530 las agustinas de Sancti
Spiritus traídas por el comendador Martín Gálvez, de Villasirga
años después las franciscas descalzas llamadas por la condesa
de Osomo D/ María de Velasco; unas y otras edificaron en el
Campo Grande que empezaba á poblarse entonces. Las prime-
ras permanecen allí en su lóbrega iglesia poblada de sepulcros
132 VALLADOLID
de bienhechores (i); las segundas pasaron frente á la Chancí-
Hería, donde la reina Margarita de Austria les construyó á prin-
cipios del XVII un templo regular adornado de estimables pintu-
ras, tomando con esto el nombre de Descalzas Reales. £1 edificio
que dejaron estas en el Campo Grande lo ocuparon las domini-
cas de Corpus Christi fundadas en 1545 por D.* Ana Bonisen,
después de haber estado sucesivamente en el barrio de San
Lorenzo, en Simancas y al otro lado del Pisuerga ; y en el mis-
mo Campo se establecieron las del Sacramento desmembradas
de dicha fundación, antes de trasladarse junto á San Nicolás al
lado del puente. Con la protección del príncipe D. Felipe, por
el cual se titularon de San Felipe de la Penitencia, mudáronse
en 1 5 5 1 desde la calle de Francos al Campillo las arrepentidas,
que en 1530 había recogido el dominico padre Minaya; pero la
iglesia no se terminó sino en 1 6 1 8 á expensas de los vecinos, y
por el mismo tiempo costeó tal vez el lindo retablo mayor su
patrono Juan de Valencia. Hijuela de este convento fué el de la
Aprobación, que para noviciado de aquellas se creó en 1605
junto á San Nicolás, y se halla ahora suprimido.
De esta suerte casi todas las fundaciones del reinado del
Emperador no llegaron á constituirse y á ñjar en cierto modo
sus formas hasta el de Felipe III. Así sucedió con la de monjas
bernardas de Belén, cuya traslación á su nueva iglesia de orden
dórico, que ahora sirve de parroquia de San Juan, verificada
con gran pompa en 1 6 1 2 por el duque de Lerma sobrino de su
fundadora D.'^ María de Sandoval, ha hecho olvidar los princi-
pios que el convento tuvo en las casas de Diego Arias y el
horrible estrago que en su claustro hicieron las doctrinas del
luterano Cazalla á quien acompañaron en el castigo siete de sus
(i) Estos son los de Juan de Ortega de la cámara de Felipe II, y de D.« Fran-
cisca de Zúñiga y Sandoval, ambos con estatua, y el de D.* Mencía Manuel y Cas-
tilla. En la portada del templo existe la inscripción siguiente : «A loor y gloría de
Dios todopoderoso. Padre, Hijo, y Espíritu Santo, y de su bendita madre, Mart.-de
Galbes comendador... fundó e acabó e toda la cassa restauró y el ospital edificó
año de M y D y XXX años : rrogad á Dios por él.»
VALLADOLID I33
religiosas en 1559, según recordaba la inscripción de la cruz de
piedra plantada por el Santo Oficio enfrente de su fachada. El
único que conservó al parecer su primitivo templo con resabios
de gótico, fué el convento de dominicas de la Madre de Dios,
instituido hacia 1 550 detrás de San Pedro y dotado por D. Pedro
González de León y por su mujer D.* María Coronel; pero
en 1 806 éste cabalmente fué demolido por ruinoso.
Otro tanto que de las de monjas pudiéramos decir de las
casas de religiosos. Los jesuítas, que ya en 1543 vinieron á
Valladolid, se albergaron de pronto en el hospital de San Antón,
y á pesar del crédito de su instituto no tuvieron por muchos
años otro domicilio, hasta que en los primeros del siglo xvii les
edificó su casa profesa de San Ignacio la munificencia de la con-
desa viuda de Fuensaldaña D.* Magdalena Borja y Loyola,
nombres queridos para la Compañía (i). El templo, vaciado en
el molde greco-romano, y ataviado en su nave, crucero y cúpula
con aquellas labores de yeso tan frecuentes en Valladolid, logra
distinguirse por su esplendidez entre los de su religión, y entre
los de su época por sus correctas y regulares formas: los cuatro
apóstoles de su retablo mayor han merecido atribuirse á Pom-
peyó Leoni, los relieves y esculturas del mismo á Gaspar Be-
cerra que tiempo atrás había fallecido, algunas efigies de sus
capillas á Gregorio Hernández, á Miguel Ángel un crucifijo de
marfil; y la sacristía, antesacristía y relicario, de una suntuosi-
dad poco común en las mismas catedrales, abundan en preciosi-
dades artísticas y devotas. En el presbiterio figuran orando de
rodillas, dentro de un nicho á manera de pórtico, las estatuas
de la fundadora y de su marido el conde Juan Pérez de Vivero,
que murió quince aflos antes que ella en 1610; y su entierro
ocupa una espaciosa cripta. Casi por el mismo tiempo, y con
semejantes aunque más reducidas proporciones, erigióse el co-
(i) Era esta señora nieta de San Francisco de Borja por su padre, é hija de
una sobrina de San Ignacio, según su lápida refiere.
134 VALLADOLID
legio de San Ambrosio, señalándose entre sus bienhechores Don
Diego Romano, obispo de Tlascala, cuya figura de mármol per-
manece al lado del altar mayor, y honrándolo con su residencia
y con su sepulcro el venerable escritor ascético Luís de la Puen-
te (i). Desde la expulsión de sus sabios y virtuosos moradores
en 1767, trasladóse á San Ambrosio la parroquia de San Este-
ban y á San Ignacio la de San Miguel, y sus casas se trocaron
en cuarteles, conservando aún hoy día el del colegio su barro-
quísima portada.
Era en 1544 cuando se establecieron los Mínimos al otro
lado del puente en la ermita de San Roque, y en 1552 cuando
los del Carmen Calzado se instalaron junto á la puerta de este
nombre al extremo del Campo Grande; y sin embargo el edifi-
cio de los primeros por lo que de él subsiste, y el de los segun-
dos destinado á hospital militar, parecen de fecha algo más
reciente. Atribuyese á Diego de Praves, maestro mayor de Fe-
lipe III, la iglesia de Carmelitas, elogiada por su seria arquitec-
tura, pero más favorecida todavía por el piadoso escultor Her-
nández, quien por devoción y por vecindad le legó muchas de
sus insignes obras, su retrato y sus mortales despojos al fenecer
en 22 de Enero de 1636.
Bajo un- monarca como Felipe II no podían menos de multi-
plicarse en Valladolid las fundaciones religiosas. Mas no se li-
mitó el próvido soberano á ceflir de conventos su villa natal para
mostrarle su cariño: hizo reedificar con magnificencia sus más
céntricos y populosos barrios, dio á su municipalidad singulares
distinciones y un soberbio consistorio, erigióla en silla episcopal
emancipándola de la de Falencia, encargó para ella al más in-
signe de sus arquitectos la traza de una catedral incomparable,
condecoróla por último, enmendando el descuido ó la indiferen-
cia de cinco siglos, con el dictado de ciudad. Y sin embargo él
(i) Murió en 1634. Junto á él yace otro venerable, Jerónimo Benete, que des-
pués de haber sostenido toda su vida á los pobres con el producto de sus pinturas,
falleció en 1 707 vistiendo la sotana de jesuíta.
VALLADOLID I35
fué quien le quitó la prerrogativa de corte, que alternadamente
con otras poblaciones y en los últimos tiempos casi exclusiva-
mente había tenido, adoptando para residencia suya otra villa:
diríase que los dones á aquella conferidos fueron á título de
indemnización por el rango que perdía.
En los primeros aflos que siguieron á la abdicación del em-
perador, mientras estuvo ausente de España el rey Felipe, per-
maneció en Valladolid el gobierno encomendado á la prince-
sa D.^ Juana, bajo cuya tutela crecía enfermizo é impresionable
el príncipe D. Carlos. Entonces le tocó á la población ser teatro
de unos sucesos que revelarpn principalmente el carácter y la
tendencia del nuevo reinado, de mantener á toda costa la unidad
católica de la monarquía. Sucesos que en nuestros días se pre-
sentan especialmente pavorosos por el castigo, pero que á la
sazón lo parecieron incomparablemente más por el crimen y por
el peligro que los motivaba. En este punto el Felipe II tan exe-
crado no fué más que el consecuente biznieto sucesor de la ca-
tólica Isabel tan bendecida: podrán en todo caso censurarse los
medios, mas no controvertirse la rectitud, la elevación, y hasta
las ventajas políticas del pensamiento. Á los mal extirpados gér-
menes del mahometismo y de la ley mosaica, que podían recru-
decer en los de su raza, pero no propagarse á los demás, á
quienes retraían de los vencidos y de sus creencias inveterados
odios y desdenes, vino á juntarse harto más temible la cizaña
protestante importada en la península por sus frecuentes rela-
ciones y hasta su común vasallaje con Alemania. La Inquisición,
que desde los Reyes Católicos había seguido sin tregua funcio-
nando en Valladolid, citaba ya á su sombrío tribunal de la calle
del Obispo á reos que invocaban el mismo Dios de los cristia-
nos; preces humildes al Salvador aparecen aún en las húme-
das paredes de sus calabozos, escritas por los años de 1534
y 1 55 1 (i): sin embargo sus justicias, si algunas hubo por en-
(1) El Sr. Sangrador, que dice haber reconocido hasta los más ocultos subte-
136
VALLADOLID
tonces, quedaron eclipsadas del todo por las más solemnes y
terribles de 1559.
Un día se difundió por la regia villa el rumor de que junto
á la plazuela de San Miguel se había descubierto un conventículo
de luteranos; que una mujer celosa, siguiendo á su marido pla-
tero y sorprendiendo la contraseña de los adeptos, había logrado
penetrar en la nocturna asamblea denunciándola en seguida al
Santo Oñcio (i); que había sido preso con toda su familia el
doctor Agustín Cazalla, uno de los más sabios y elocuentes pre-
dicadores del emperador (2); y cundió la alarma en los gober-
rráneos de aquel edificio, hoy academia de nobles artes, copia los siguientes frag-
mentos de inscripciones en verso, que atestiguan como otras en latín la instrucción
no vulgar de los detenidos. Quiénes fuesen estos no osaremos conjeturarlo, y sin
asegurar que perteneciesen á la secta luterana, cuyo descubrimiento fué posterior
á las expresadas fechas, observaremos por la cristiana piedad de los sentimientos
que no debieron ser sus autores moriscos ni judaizantes. Serían tal vez acusados
tan inocentes si no tan ilustres como Carranza y fray Luís de León.
Con fé caridat y esperanza Año de i 5 5 i .
Y obrando bien por amor Deseo, mi Dios bendito.
La gloria de Dios se alcanza Y no me muero de enfermo,
Y esta es ver la alabanza Como ermitaño contrito
Con que Hacer mi vida en un yermo
Año de 1534. Para alegrías. ..*...
Llorando noches y días
Hacer allí habitación
Como hizo Jeremías
En el monte de Sion.
Desdichado, desdichado !
Aun en esto no he gozado En tu fé santa me fundo.
De catorce meses tres. Bendito y santo Jesu,
Y con grillos á los pies Pues yo sé cierto que tú
Mas de seis meses he estado. Veniste á salvar el mundo.
( 1 ) Vivía esta mujer con su marido Juan García, según tradición, en la calle de
la Platería, donde, dicen, se mandó colocar en memoria del suceso Una figura que
la representaba.
(2) Era natural de Sevilla é hijo de Pedro Cazalla, contador del rey; pero per-
tenecía á una de las más arraigadas familias de Valladolid por su madre D.* Leo-
nor de Vivero, cuya era la casa donde vivía y juntaba á sus sectarios. Fué ca-
nónigo de Salamanca: no se sabe si pasó á Alemania como otros teólogos enviados
por el emperador á conferenciar con los luteranos, aunque algo de esto parece
indicar lllescas en su Historia pontifical al decir que volvieron pervertidos algunos
de los que iban allá á convertir. Tuvo dos hermanos curas, Francisco y Pedro, y
una hermana soltera, Beatriz, que fueron como él ajusticiados; otro de sus herma-
nos, Juan, y una hermana, Constanza, viuda del contador Hernando Ortiz, salieron
condenados á cárcel perpetua.
VALLADOLID 1 37
nantes y el espanto en la muchedumbre (i). Á medida que se
trataba de aislar el dafto, más dilatadas aparecían sus ramifica-
ciones: en Falencia el maestro teólogo Alonso Pérez, en Toro
el bachiller Herreruelo, en Zamora Pedro Sotelo, Cristóbal de
Ocampo y Cristóbal de Padilla, en Pedrosa su cura Pedro de
Cazalla, dogmatizaban la herética reforma; á todos acaudillaba
y dirigía con su malogrado tesón D. Carlos de Sesso, caballero
veronés, domiciliado en Villamediana de Logroño y enlazado
con la ilustre estirpe de los Castillas (2). No había clase, ni pro-
fesión, ni sexo, ni edad, exentas del contagio: sacerdotes y segla-
res, teólogos y abogados, hijosdalgo, comendadores de órdenes
militares, artesanos y labradores, nobles damas, jóvenes donce-
llas, humildes criadas, austeras beatas, y hasta vírgenes del
claustro bien mozas y bien hermosas, seducidas acaso por sus
directores, llegaban cada día á las prisiones del tribunal, cogi-
dos varios en su fuga y algunos ya fuera de España. Igual si
rigurosa anduvo la formidable vara, sin torcerse por contempla-
ción alguna, creyendo con razón que mayor escándalo que el del
crimen es el de la impunidad, y mayor que éste todavía el de
la parcialidad en el castigo.
Llegó el día prefijado, domingo 21 de Mayo de 1559, para
uno de aquellos lúgubres espectáculos, explicables por las cir-
cunstancias de los tiempos, defendibles por los resultados, pero
siempre repugnantes al corazón, al par que terriblemente fasci-
nadores para la fantasía. Centelleaba la plata y oro, ondeaba
la seda y brocado en los tablados y galerías levantadas en tor-
(i) Copiosa luz sobre los errores de los dogmatizantes y sobre sus medios de
propaganda ha derramado últimamente en sus Heterodoxos españoles el diligentí-
simo Menéndez Pelayo, cuyas investigaciones con placer aprovecharíamos, si más
estrechamente se relacionaran con el objeto de esta publicación; basta á nuestro
propósito no hallamos en discrepancia notable con su concienzuda historia.
(2) No se dice cómo ni cuándo vino de Italia este caballero: algunos escriben
Sesse en vez de Sesso, dando margen á creerle de aquella ilustre familia arago-
nesa. Herrezuelo, en vez de Herreruelo, llama Menéndez al bachiller de Toro si-
guiendo al autor de la Historia pontifical, y de Cristóbal de Padilla, á quien otros
titulan caballero de San Juan, dice que era criado de la marquesa de Alcañices.
18
138 VALLADOLID
no de la plaza Mayor para el príncipe D. Carlos y su tía doña
Juana, para las autoridades y corporaciones, para los grandes y
damas de la corte que lucían sus galas y sus tocados, contras-
tando no poco con el aspecto sombrío del tablado de los reos.
Por el suelo, por los balcones y ventanas, por los tejados, hor-
migueaba una inmensa multitud, reunida de toda Castilla la
Vieja, según los contemporáneos. Desfiló la triste procesión; las
túnicas sembradas de llamas indicaban en catorce de los infeli-
ces que iban á ser entregados al suplicio, mientras que los otros
diez, y seis serían reconciliados con la Iglesia. Entre los prime-
ros absorbía la atención el célebre Cazalla, acompañado de su
hermano D. Francisco, cura de un pueblo de la diócesis de Fa-
lencia y de su hermana D.^ Beatriz; seguían el maestro Alonso
Férez, los caballeros Ocampo y Fadilla, el bachiller Antonio
Herreruelo, cuya impenitencia indicaba la mordaza puesta en su
boca, el licenciado Francisco Férez de Herrera, vecino de Cala-
horra, el platero Juan García, D.^ Catalina de Ortega viuda del
comendador Loaisa, y tres mujeres de Fedrosa, Isabel de Es-
trada, Catalina Román beata y Juana Velázquez, criada ésta de
la marquesa de Alcañices; el último era Gonzalo Báez, judaizan-
te de Lisboa. El sabio dominico Melchor Cano hizo oir desde
un pulpito su elocuente voz; leyéronse las causas y las senten-
cias, y se absolvió á los reconciliados condenando los más á
reclusión perpetua, algunos á destierro y todos á confiscación
de bienes. De ilustre sangre eran casi todos ellos : además de
un hermano del doctor Cazalla Juan de Vivero, de su hermana
Constanza y de su esposa D.^ Juana de Silva, hija natural del
marqués de Montemayor, figuraban entre los penitenciados
D.* Francisca de Zúñiga, hija del contador Baeza natural de Va-
lladolid; D. Juan de Ulloa Fereyra, caballero de Toro; D.* Leo-
nor de Cisneros, esposa de Herreruelo; María de Saavedra, mu-
jer del hidalgo Cisneros de Zamora, y más notablemente Don
Luís de Rojas Enríquez, hijo del marqués de Foza; D.* María de
Rojas su tía, monja de Santa Catalina de Valladolid; su tío Don
VALLADOLID I39
■ ■■ ■ ■ ^^^^^
Pedro Sarmiento, comendador de Alcántara, y la esposa de éste
D.* Mencía de Figueroa, y por último su joven prima D.* Ana
Enríquez, hija del marqués de Alcafiices (i), que al subir al
pulpito estuvo por caer desmayada. Completaban el número
Antón Waser, inglés, criado del D. Luís; Isabel Domínguez, cria-
da de D.* Beatriz de Vivero; Antón Domínguez, su hermano, y
Daniel de la Cuadra, labrador de Pedrosa.
Volvieron éstos en procesión á sus cárceles; los relajados
al brazo seglar, verificada antes en los tres sacerdotes la cere-
monia de la degradación, fueron traídos al Campo Grande don-
de se levantaban quince patíbulos con sus argollas. Admiraba
y enternecía á todos con sus entrañables muestras de contrición
el doctor Cazalla; proclamaba que sólo la ambición y el deseo
del renombre de que gozaban los jefes de secta le habían arras-
trado á su ruina; exhortaba vivamente á penitencia al bachiller
su compañero, que oponía á la serena humildad del cristiano
la tenacidad sombría del estoico. En los demás el horror á la
hoguera obraba un tibio y dudoso arrepentimiento; así que uno
tras otro apretó sus cuellos el garrote, y las llamas se cebaron
únicamente en sus cadáveres. Sólo el obstinado Herreruelo
arrostró este cruel suplicio ; ni una queja ni un extremo se le
escapó; pero en su rostro, dice un testigo de vista (2), quedó
estampada la más extraña tristeza que jamás cupo en expresión
humana. Con estos fueron quemados también los desenterrados
huesos y la efigie de la madre de los Cazallas D.^ Leonor de
Vivero, fallecida en la prisión, y se mandó demoler y sembrar
de sal su casa como receptáculo de la herejía (3).
No sin inquietud se consumó la gran vindicta ; y ora por
sospechas de tumulto, ora por prevenir el desorden en gentío
tanto, los soldados se mantuvieron sobre las armas. Aquel día
(i) Era ya casada con D. Juan Alonso de Fonseca.
(2) Gonzalo de Illescas en su Historia pontifical.
(3) En el solar se levantó una columna de piedra con una inscripción que sub-
sistió hasta el año 182 i : la calle retiene el nombre del doctor Cazalla.
140 VALLADOLID
á favor del tropel estrechó por primera vez la princesa dofta
Juana á su hermano natural D. Juan de Austria, mozo entonces
de catorce años, á quien en compañía de su tutor Luís Quijada
hizo venir desde Villagarcía donde se educaba (i): viole con
gran secreto, mas no tanto que dejara de traspirar, abriendo el
camino á su reconocimiento como príncipe, que en aquel mismo
año le concedió Felipe 11.
De vuelta de su largo viaje llegó éste á Valladolid en 8 de
Setiembre inmediato, y con los festejos de su venida se mezcla*^
ron las fúnebres pompas de un segundo auto de fe, que le te-
nían reservado para el domingo 8 de Octubre. Presos en Pam-
plona mientras huían D. Carlos de Sesso y un hermano del
marqués de Poza, fray Domingo de Rojas, dominico, marchaban
al frente de los reos de muerte, siguiéndoles el licenciado Diego
Sánchez, clérigo de Villamediana ; Pedro de Cazalla, cura de
Pedrosa, hermano también del doctor, y Juan Sánchez su cria-
do; cuatro monjas del convento de Belén, D.^ María de Gueva-
ra, D.* Catalina de Reinoso, D.* Margarita Santisteban y doña
María de Miranda; otra monja fugitiva de Palermo, llamada
Eufrasia de Mendoza (2), Pedro Sotelo de Zamora, Francisco
de Almarza de Soria y un morisco conocido por Gaspar Blanco:
acompañábales la efigie de Juana Sánchez, beata de Valladolid,
que había escapado al verdugo dándose muerte en la cárcel
con unas tijeras. Á menor castigo estaban reservadas la noble
esposa de Sesso, D.* Isabel de Castilla y D.* Catalina su her-
mana ó sobrina, tres monjas más de Belén, y otras mujeres que
con algunos hombres componían como la otra vez el número de
diez y seis penitenciados (3). Predicó D. Pedro de Castro, obis-
(i) Fué á Valladolid Quijada por especial comisióQ del Emperador retirado eQ
Yuste, con cartas sobre el asunto de la herejía.
(2) Eufrosina Ríos se la nombra en otras listas, expresando que era monja de
Santa Clara de Valladolid.
(3) Según los manuscritos de la inquisición que en la biblioteca de Santa
Cruz consultó el Sr. Sangrador, fueron dichos penitenciados, además de las cita-
das señoras y de las monjas de Belén D.' Felipa de Hercdia, D.* Francisca de Zú-
ñiga y D.' Catalina de Valcazar, Margarita Hernández, labradora de Valverde; Ana
VALLADOLID I4I
po de Cuenca ; el rey prestó juramento sobre la cruz de mante-
ner la fe y amparar su tribunal. * ¿Así me dejaréis quemar?» le
gritó al marchar para la hoguera el infortunado Sesso ; y el
monarca contestó con aquellas palabras tan acriminadas y sin
embargo las únicas capaces de excusar su impasibilidad por la
rectitud y convicción profunda que revelan : * para quemar á mi
propio hijo, si fuese hereje, traería yo la leña. > La serenidad
del caballero dogmatizador no se desmintió entre las llamas ; y
electrizado de verla el criado de Cazalla, también impenitente,
trepó á lo más alto del palo, y gritando cieña, leña,» se arrojó
con delirante brío en medio de la hoguera. Los otros, al pare-
cer arrepentidos, murieron en la argolla.
No pasaron más de dos años sin que la Inquisición volviera
á solemnizar sus rigores; pero esta vez se ejercieron ya princi-
palmente en sus objetos ordinarios, moriscos y judaizantes; y
los luteranos que aparecieron eran casi todos franceses, alema-
nes y flamencos introducidos en España, de los cuales uno tan
solo sufrió el último suplicio. Siete fueron los relajados al brazo
seglar, y uno de ellos quemado por su pertinacia en el judaismo
con tres estatuas de ausentes, en el auto de 28 de Octubre
de 1561; veintisiete los reconciliados, y entre ellos únicamente
son de mentar fray Rodrigo Guerrero, religioso mercenario de
Sevilla y maestro en teología, y fray Gonzalo de LJlloa, agusti-
no de Orense. En otro auto de 26 de Setiembre de 1568 Leo-
nor de Cisneros, que admitida á penitencia había vuelto á caer
en sus errores, quiso morir entre las llamas, emulando el triste
valor de Herreruelo su marido, á pesar de las sentidas exhorta-
ciones del obispo de Zamora D. Juan Manuel. Mas na son tanto
de Mendoza, Ana de Castro, beata; D/ Teresa de Doypa de Madrid, casada; Leonor
de Toro, viuda; Isabel de Pedrosa, ama del cura Pedro Cazalla ; Catalina Becerra,
Francisco de Coca, Amador de Miranda, judaizante; Antón González y Pedro
Aguilar, todos menos los tres últimos por luteranos. Entre esta nómina y la que
publica en su Historia de España el Sr. Lañiente sacada del archivo de Simancas,
nótanse bastantes discrepancias ; ambas las hemos tenido presentes para comple-
tarlas una por otra.
142 YALLADOLID
de lamentar estos castigos, que excusaban al fin guerras religio-
sas y desastres sin cuento á la monarquía, como las persecucio-
nes suscitadas por la envidia y acogidas por la suspicacia contra
víctimas tan ilustres como el arzobispo Carranza ó tan puras y
virtuosas como fray Luís de León. Ambos tuvieron en las pri-
siones de Valladolid su prolijo cautiverio, el primero de 1559
á 1566 hasta que fué remitido á Roma, el segundo desde 1572
en adelante por espacio de cinco años ; pero si en estos proce-
sos, y en el del célebre humanista Francisco Sánchez el Bró-
cense, incurrió el ceñudo tribunal en la nota de injustas sospe-
chas, al menos no echó sobre sí, como otros tribunales no tan
inculpados, el oprobio de una condenación inicua.
Una hoguera harto más vasta y pavorosa que las encendi-
das de vez en cuando por la justicia en el Campo Grande, se
levantó poco antes del tercer auto en el centro de Valladolid,
amenazando devorarla toda. Quien le prendió fuego no se supo
por de pronto; sospechóse de los extranjeros, de los luteranos:
pero algunas astillas y unos mendigos que las encendieron á fin
de guarecerse del frío en la noche de 21 de Setiembre de 1561,
bastaron con el soplo del cierzo para reducir á pavesas todo lo
más rico y principal de la población. Ardió en seis horas de un
extremo á otro la Platería, cuyos artífices, más hábiles y nume-
rosos que en ninguna otra ciudad de España, salvaron sus joyas
arrojándolas á los pozos: desde allí partido el fuego en dos
brazos asoladores, invadió por un lado la Especería y Cebade-
ría hasta la Rinconada, por el otro penetró en la ancha plaza
Mayor envolviendo las casas consistoriales y la fachada de San
Francisco.. El estallido de las llamas, el hundimiento de los edi-
ficios, el humo y el polvo que interceptaban la luz del sol para
que brillase más siniestra la del incendio, llantos, alaridos, re-
bato de campanas, cantos religiosos con que eran acompañadas
al lugar de la catástrofe las más devotas efigies y la misma
Hostia santa para conjurar sus estragos, mientras que miles de
operarios de toda clase y condición, caballeros, soldados, frailes.
144 VALLADOLID
artesanos, labradores, maniobraban para detenerlos, parecían
anunciar que era el postrero para Valladolid aquel día, cuyo
aniversario se celebra aún por solemne voto. Cuatrocientas
cuarenta fueron las casas destruidas, y sólo tres las personas
que perecieron. Conmovióse Felipe II con el infortunio de su
patria, y en 9 de Octubre expidió cédula desde Madrid para
que se reedificara lo quemado del modo más conveniente alor-
nato de la villa y plaza, haciéndose las calles derechas sin escon-
ces^ y las paredes de ladrillo y con muy poca madera para dis-
minuir el peligro, y mandó que hubiera vela de noche y personas
que tuvieran cargo de herradas de cuero, Jeringas^ escaleras y
otros aparejos necesarios para matar el fuego, con obligación
de acudir con ellos adonde lo hubiera. Encargó además á su
maestro mayor Francisco de Salamanca los planos de la nueva
plaza y consistorio, disponiendo para mayor uniformidad y ar-
monía que las obras no se limitaran á lo arruinado sino que se
extendieran á las calles contiguas, y ayudando á ellas por su
parte no menos que con cincuenta mil ducados.
Entonces la plaza Mayor y sus inmediaciones tomaron aquel
aspecto de regularidad y simetría que sorprende y encanta al
viajero del siglo xix ; entonces fué cuando se extendió al rede-
dor su triple balconaje capaz de veinticuatro mil espectadores,
y se levantaron por todos lados sobre monolitas columnas de
granito sus espaciosos soportales, dilatándose al oriente hasta
la calle de Orates, y subiendo á formar la pequeña y graciosa
plazuela del Ochavo y las uniformes calles confluyentes ; enton-
ces con pilastras y jambas y dinteles, de una sola pieza tam-
bién, reedificóse igual y recta la Platería. Las casas consistoria-
les desde el lado de San Francisco se trasladaron al opuesto
frente de la plaza, ocupando el testero de ella; pero su fábrica,
bien que dirigida hasta 1573 por Francisco de Salamanca y
continuada luego por su hijo Juan, todavía quedó incompleta, y
dio lugar para que dos siglos después rematase las torres á su
manera el licencioso churriguerismo y se añadiese en nuestros
146 VALLADOLID
tiempos la del reloj, privándonos de poder juzgarla por la pri-
mitiva traza del arquitecto (i).
Mas no dominaba aún tan exclusivamente el rigorismo greco-
romano, que por el mismo tiempo no se marcara en las cons-
trucciones de vez en cuando el gusto más tolerante del primer
período del renacimiento. Vivía cargado de aftos el famoso Ro-
drigo Gil, autor del comenzado proyecto de Santa María la
Mayor; y á él se confió la planta del nuevo templo de la Mag-
dalena (2), cuya reedificación había encargado por su testamento
el obispo D. Pedro de la Gasea á su hermano D. Diego. La del
cuerpo de la iglesia con su torre la ejecutó por seis mil cuatro-
cientos ducados el maestro Francisco del Río conforme á dicha
planta y al convenio otorgado en 1570; la de la capilla mayor
la emprendió en 1576 el propio Rodrigo Gil por cuatro millo-
nes de maravedís (3) ; pero es dudoso que pudiese llevarla á
cabo, porque al año siguiente falleció. Tiene la iglesia en su
despejada nave y crucero y en sus gentiles bóvedas mucho de
aquel género del siglo xvi que se apellida gótico moderno ; y su
(i) En el capitulo primero, pág. i «;, describimos ya brevemente este edificio.
(2) Sabido es que la existencia de esta parroquia remonta á grande antigüe-
dad y que el palacio de Fernando IV tomaba nombre de su proximidad á la Mag-
dalena. Del templo anterior no queda en el actual más que una memoria, y es el
siguiente epitafio en el arco que da entrada á la capilla de los Revillas. «Aquíyaze
sepultado don Sanctome fundador de la cofradía de la Trinidad, capitán que fué
de la gente de Valladolid en la derrota de S. Isidro en defensa de la jurisdicción
de esta abadía con el obispo de Falencia.» Tal vez al reformar la inscripción al
mismo tiempo que la iglesia se omitió la fecha de este suceso interesante, del cual
no tenemos otra noticia, pero que debió ser sin duda bastante anterior alano 1470
en que existía ya dicha cofradía de la Trinidad.
(3) Valía entonces 37 ^ maravedís el ducado. Bosarte publicó una y otra escri-
tura, que dice haber visto originales en el archivo del marqués de Revilla, la una
de 1 1 de Octubre de i $70, la otra de 14 de Junio de i '576. Notamos empero, sin
saberlo explicar, que esta, relativa á la capilla mayor, indica estaba todavía por
hacer el cuerpo de la iglesia, al paso que aquella supone estar ya hecha la capilla,
como así procedía naturalmente; de suerte que las fechas parecen invertidas. La
torre, que según la primera debía tener ciento y cinco pies de altura y elevarse
treinta sobre el tejado de la iglesia, sin duda no llegó á su cumplimiento, pues la
que hoy existe es harto más baja y sus arcos demuestran más antiguo carácter;
dícese sin embargo que la primitiva no era más que una simple espadaña coloca-
da sobre el viejo arco ó puerta de la villa que subsiste al lado de la iglesia.
friso pregona los elogios del magnífico prelado de Falencia y
más tarde de Sigüenza, del enérgico y desprendido presidente
del Perú, al paso que el gigantesco escudo imperial, que llena
casi la fachada toda desde los dos arcos de ingreso arriba, re-
cuerda los servicios por él prestados y la gratitud del empera-
dor (i). Vive allí el insigne varón en su efigie de alabastro
(i) Eb singularmente curiosa la iDscripción escrita al rededor de la nave,
alusiva i lOB grandes trabajos que pasa eo el Perú el presidente Gasea de i 54;
148 VALLADOLID
tendida en medio del crucero, tal es de natural la expresión del
risueño semblante ; y la riqueza de las vestiduras é insignias
pontificales que en vida usó, debió quedarse atrás á la delicade-
za de las labores con que el cincel supo bordar el duro mármol.
Airoso salió de su empeño el escultor Esteban Jordán, de enri-
quecer isu obra conforme al bulto del fundador del colegio de
San Gregorio, é antes mas que menos; pero la urna de mármol
rojo no llegó á labrarla con las molduras que debía según su
propio modelo, pues en ella no hay más adorno que una tarjeta
sostenida por dos ángeles con un texto de la Biblia (i). Su ele-
gancia en la arquitectura y su primor en la estatuaria lo desple-
gó el excelente artista en el bellísimo retablo mayor de orden
corintio, cuyos cinco cuerpos y multiplicados nichos y figuras
abarca de una vez el ojo en su armonioso conjunto, y examina
con placer en sus esmerados detalles. Mil quinientos ducados
fueron el precio en que se concertaron todas estas obras
en 1 5 7 1 , y en más de otro tanto cuatro años después el dorar
y colorear el retablo, que apareció terminado en el día de su
titular año de 1577.
Estos góticos resabios, conservados aún en parte por los
á 1550, reduciendo á fuerza d^ armas y derrotando en lid campal á Gonzalo Piza-
rro y á los suyos, y devolviendo á la corona real aquel rico imperio no sin severos
castigos de los rebeldes. Dice así: nllmus, ac revmus. doci. dnus. Petrus Gasea, qui
primo sacras generalis inquisitionis ex consilio^ ^ost Palentínus, deinde Seguntinus
antistes^ Perú regnum novi orbis, regiam invictissitni Charoli quinti tmperatores
Hispaniarumque regis vicem gesiurus, adivit, unde iyrannis rebellibusque primo
congressu superatis, provinciisque illis regio imperio subactis^ vexilla hcec nonnu-
¡laque trophcea arripuit^ quo circa decies centum millia super tercentum millia du-
catorum aureorum census Ccesaris militibus una die ipse solus^ auri contemptor,
erogavit; quibus feliciter gesiis^pro taniis beneficiis divinitus in eum collatis vota
solvensy hanc sacram cedem ad laudem et gloriam omnipotentis Dei et ad honor em
beatce Marice Magdalence á fundamentis erexit et munificentissime dotavitj eamque
sibi nomine mauseoli vendicavit. Obiii Seguniice anno á nativitate Domini t$6jy
IV idus novemb, cetatis suce 74.0 En un ángulo de la fachada se ve otro escudo con
nueve banderas y con el siguiente lema que el emperador concedió á Gasea poder
añadir á sus blasones : C^sar restiiutis Perú regnis tyrannorum spolia,
( I ) Accepit regnum decoris et diadema speciei de manu Domini, El concierto de
Esteban Jordán con el doctor Gasea hecho en 2 3 de Octubre de i $ 7 1 lo copia tam-
bién Bosarte.
rALLADOLID
149
viejos arquitectos, seg^n acabamos de ver, son sin duda los que
se propuso extirpar de España para siempre el celebrado Juan
de Herrera, al levantar de orden del rey los planos de la iglesia
mayor de Valladolid. Su primera empresa fué arrollar cuanto
habían empezado Diego de Riafio y Rodrigo
¡noso el tipo de
acariciábalo con
más cariño tal
vez, como crea-
ción suya exclu-
siva, que la
grandiosa cons-
trucción del Es-
corial que le ha-
bía legado con-
cebida ya Juan
Bautista de To-
ledo. Ambicionó
hacer un todo
sin igual, y tra-
zó un cuadrilon-
go de cuatro-
cien tosonce pies
de longitud y
-.K^ff^^.. ^^ -.---, . doscientos cua-
tro de anchura,
■GLcs.A DE distribuyéndolo
en tres naves
y capillas al rededor, y cortándolo por mitad con un crucero
en forma de cruz griega, en cuyo centro debía levantarse
una cúpula; en los ángulos proyectó cuatro torres, y á la
izquierda del crucero hacia el Esgueva un espacioso claustro, á
su derecha una fachada lateral hacia la plazuela de Sta. María.
La principal quiso que venciese en elevación á la de ¿os Reyes
Restos d
150 VALLADOLID
de aquel famoso monasterio, y es la única que proclama la glo-
ria del que pudiéramos llamar el Felipe II del arte. Su idea es
sencilla y colosal como todas las de Herrera: cuatro medias
columnas dóricas de una vara de resalte, sostienen á sesenta
pies de altura el entablamento del primer cuerpo; en el entre-
paño del centro un arco, que según D. Ventura Rodríguez
€ excede á todos los triunfales erigidos por la vanidad de los
romanos emperadores (i),> cobija la puerta rectangular y una
imagen de la asunción de la Virgen ; en los intercolumnios se
abren dos nichos con las efigies de San Pedro y San Pablo, y
dos puertas menores á uno y otro lado de la columnata. Si
alcanzó á ver esta parte de su obra el insigne arquitecto, gran-
de debió ser su complacencia, cual lo sería su indignación si en
el segundo cuerpo la mirase hoy desfigurada por la atrevida
mano de Alberto Churriguera, á qfiien encargó el cabildo á
principios del siglo xviii la terminación de la fachada. En las
estatuas de los cuatro Doctores puestas sobre los pedestales de
la balaustrada que ciñe la cornisa, en las pilastras y retropilas-
tras correspondientes á las columnas de abajo, en los escudos
colocados en sus intermedios con el sol y la luna, y en el del
nombre de María sito encima de la grande é insulsa ventana
que da luz al templo, en las acroterías en fin que rematan el
triangular frontispicio, se marca notablemente la época infeliz
de esta continuación (2), á la cual pertenece también el atrio
(i) Son palabras del informe que dio de la fabrica de aquel templo en 1768
el segundo restaurador de la buena arquitectura, quien dice antes hablando de la
fachada: «nunca el orden dórico á quien pertenece unió más bien la fortaleza suya
con la hermosura, ni se vio con libertad más bien entendida.» Extraña sobrema-
nera el lenguaje conceptuoso y por decirlo así altamente churrigueresco de aquel
escrito, firmado por el que se proponía desterrar el churriguerismo del arte.
(2) Estas dos épocas y estos dos géneros que contrastan tan visiblemente en
la fachada, ó no supo ó no quiso distinguirlos en su informe el sabio Rodríguez:
lo primero no se concibe, lo segundo no se explica. Lo cierto es que todo lo supo-
ne de Herrera, todo lo celebra y ensalza con igual entusiasmo. Más explícitos an-
duvieron Ponz y Ceán Bermúdez, execrando las variaciones introducidas en el
plan, y expresando que las estatuas, así las de San Pedro y San Pablo como las de
arriba, fueron hechas en 1 729 por un tal Bahamonde.
VALLADOLID Í51
que delante se extiende cercado de verjas con sus pilares. Tal
vez á vista de tamaños delirios se aplaudiera menos el restau*
rador de la arquitectura greco-romana de haber desterrado la
gótica minuciosidad, preferible sin duda en su concepto propio
á la monstruosa Ucencia en que había de degenerar tan pronto
su severa reforma.
De las dos torres simétricas que debían banquear la facha-
da principal, la de la izquierda no pasó de su primer cuerpo, la
otra llegó á su conclusión. Nuestra generación la ha visto aún,
decorada con fajas y pilastras en sus tres primeros cuerpos y
con ventanas y claraboyas en los entrepaños, abrir en el tercero
á los cuatro vientos otros tantos graciosos arcos, y por entre
el abalaustrado antepecho que en cuadro lo ceñía levantarse
en forma de templete octógono el cuarto cuerpo con igual
corona de balaustres, y cimbrearse á doscientos setenta pies de
altura la cruz sobre el cimborio y su gentil linterna. £n la tarde
I«)2 VALLADOLID
del 31 de Mayo de 1841, después de una tormenta, hundióse
toda con horrible estruendo, logrando salir con vida algunas
víctimas encerradas entre sus escombros; á pesar del pronóstico
de D. Ventura, aquellas robustas paredes «eregidas como para
sufrir el continuado peso de los siglos» no resistieron al de dos
y medio (i); y la vecina torre de la Antigua, que cuenta casi
triple fecha, pudo sonreir, ella hija de la barbarie^ de ver por
el suelo á su presuntuosa rival, maravilla de la edad de oro.
Para los dos ángulos opuestos del cuadrilongo diseñó el arqui-
tecto otras dos torres, iguales en sus dos primeros cuerpos á
las descritas, y sobre las cuales debían asentar dos pirámides
de sesenta pies.
En el interior es donde prevalece la majestad del edificio;
y sean cuales fueren las prevenciones ó las esperanzas precon-
cebidas del que entra por primera vez, triunfa de las unas y
satisface completamente las otras aquella mezcla indescriptible
de fuerza y de elegancia, que se observa en las bóvedas, en los
arcos, en los machones revestidos de bellas pilastras de orden
corintio. Por cima de las capillas, cuya entrada reduce notable-
mente un arco cerrado con verja, corre lo mismo que en el Es-
corial un ándito ó tribuna descubierta con balaustrada en el
antepecho, favorable al misterio y al desahogo de la vista. Mas
por desgracia las tres naves no despliegan más que cuatro
bóvedas, hasta el punto donde debía cortarlas el crucero ; y en
lugar de la perspectiva que ofreciera su anchuroso espacio, vie-
nen á cerrarlas tres capillas provisionales, de las que la mayor,
colocada ahora en el centro de la fábrica destinado para la
excelsa cúpula, presenta un aspecto desacorde y casi teatral
con la multitud de puertas y tribunas á guisa de balcones abier-
tas en su hemiciclo. £1 coro, que había de situarse más allá del
crucero, á espaldas del altar mayor, dejando libre y despejado
(i) Trátase de levantar nuevamente dicha torre, no sé si confornfeal proyecto
de Herrera.
VALLADOLID 153
el cuerpo principal de la iglesia, lo obstruye actualmente cer-
cado de altas paredes, en cuyo grueso se forman profundas
capillas y de una elevada reja por el lado del presbiterio. Las
bóvedas, contra la mente del arquitecto sin duda, se ven cubier-
tas de recuadros y labores de yeso: nada hay en suma que no
contribuya á desvirtuar las impresiones del gran todo llegado
apenas á su mitad.
Retenido por las obras del Escorial y á lo último por sus
achaques. Herrera no dirigió por sí la fábrica de su concepción
predilecta, sino por su aparejador Pedro de Mazuecos, maestro
de obras de Valladolid ; y cuando la muerte del grande arqui-
tecto y la del gran monarca poco distantes entre sí privaron
de sus dos sostenes á la naciente catedral, Mazuecos y tras él
Diego de Praves continuaron todavía por veinte años el pode-
roso impulso comunicado por aquellos. Con la postración que
sobrevino á Valladolid en pos del momentáneo recobro de su
grandeza, interrumpiéronse los trabajos durante el siglo xvii; y
sólo á principios del inmediato bajo el fatal ascendiente del barro-
quismo volvieron á emprenderse con más ardor que acierto,
levantando las cuatro capillas de la derecha, y habilitando para
el culto la parte ediñcada, como si se desconfíase ya de condu-
cirla á su término (i). Dos millones de ducados calculaba Ro-
dríguez en 1768 para la conclusión de la basílica; hoy sabe
Dios á cuántos ascendería el presupuesto. Detrás de la capilla
mayor aparecen las construcciones empezadas :
pendent opera interrupta, minaeque
Murorum ingentes ;
distingüese la ancha zona del crucero; márcanse los estribos de
(i) Acredita el cabildo, dice el informe mencionado, tener gastados desde el
año 1709 hasta el presente setenta mil ducados para levantar las cuatro capillas
de la mano derecha, proseguir y finalizar la fachada principal y la una de las to-
rres, continuar la otra, con varios crecidos gastos en la hechura de retablos dora-
dos, efigies de santos, rejas de hierro, canceles, y otras muchas cosas precisas
para el interior adorno que pide la decencia del sagrado culto.»
20
15 I VALLADOLID
las naves, que más allá debían prolongarse con otros tres arcos
y comunicarse en línea recta á espaldas del coro cercadas de
capillas en disposición semejante á la catedral de Salamanca;
contémplase en los magníñcos planos el vasto local reservado
para la sacristía y sala capitular y para el dórico claustro, que
con siete arcos en cada galería había dé medir ciento setenta y
seis pies en cuadro. Y entre los destrozos y ruinas de lo que
fué (i) y el embrión de lo que probablemente no llegará jamás
á ser, que luchan y se confunden como dos cuadros disolventes
en el momento de la transición, siéntese á la vez la lástima de
lo destruido y el deseo impaciente de lo que está por construir.
No que juzguemos, como los exclusivos seguidores de Vitrubio,
que aquel monumento realizado por completo hubiese de exceder
á cuantos llenan la cristiandad con excepción del de San Pedro
en Roma; pero quisiéramos que de escuela tan decantada nos
quedase un tipo perfecto é irrecusable, para que puesto en com-
paración perenne con las catedrales de Burgos, Toledo y Sevi-
lla, entrase en liza á disputarles la palma, y diese lugar á
imparciales fallos sobre las excelencias de una y otra arquitec-
tura.
En los accesorios del templo todo lleva el mezquino sello
de interinidad ; y no bastan para ñjar la atención en las capillas
varios sepulcros modernos y algunas pinturas regulares que las
adornan (2). Solamente dos objetos se hermanan allí con la
severidad del edificio, y son la custodia del famoso Juan de Arfe
y la actual sillería del coro. Aquella, alta de dos varas y com-
(1) De los restos de la colegiata bizantino-gótica y de sus obras antiguas, ha-
blamos atrás en la pág. 34.
(2) Estas pinturas son copias en su mayor parte : los mejores originales son
de Lucas Jordán y de Piti su discípulo. Las lápidas sepulcrales pertenecen al si-
glo XVII, y algunas al xvi trasladadas del antiguo templo, distinguiéndose las de la
ilustre familia de Venero con varios bultos de piedra, que estaban en la iglesia de
San Francisco en su capilla de Santa Catalina. Hállanse también sepultados en
dichas capillas los obispos Soria y Talavera, los demás en las naves del templo.
Del entierro del conde Ansúrez y de su epitafio, véase lo dicho en las páginas 41
y 43. La casa donde nació en 1 5 52 el beato Simón de Rojas, incluida en el ensan-
che del nuevo templo, se ha convertido en capilla.
VALLADOLID I55
puesta de cuatro cuerpos unos octágonos y otros circulares,
con las ñguras de Adán y Eva y el misterio de la Concepción
en el centro, la terminó el docto artífice en 1590 por cuarenta
y cuatro mil reales, emulando más bien la gallardía greco-ro-
mana que la plateresca prolijidad, sin omitir por esto el más
exquisito primor en los relieves y labores. La sillería, aunque
traída últimamente de la iglesia de San Pablo, no la hubiera
trazado de otra forma el mismo Herrera, tal es su analogía con
el estilo de la catedral (i); y en gracia de ella perdonamos y
aun aplaudimos por esta vez que le cediera el puesto la anterior
sillería del siglo xv, procedente de la antigua colegiata, de la
cual aparecen interesantes fragmentos y tablas en varias capi-
llas y puertas de la sacristía, y que mejor hubiera sido trasla-
dar por vía de trueque á la gótica iglesia del convento.
Felipe II, decidido patrono y hasta promovedor de esta
construcción soberbia (2), la visitó dos veces en su principio;
primero en 1590 en que la peste abrevió su permanencia, des-
pués en 1592 durante la temporada de verano, desde 21 de
Junio hasta 1 6 de Agosto, que pasó con su corte en Valladolid.
Pero antes de cerrar los ojos, sin aguardar á que adelantasen
más las obras, quiso verla sublimada al rango de catedral, po-
niendo fin de una vez al prolongado litigio y hasta choques
violentos producidos por las exenciones que alegaba la abadía
de Valladolid respecto del obispado de Palencia. En 25 de
Setiembre de 1595 expidió Clemente VIII la bula de erección
de la nueva diócesis, formada de las desmembraciones de su
matriz y de las de Segovia, Avila, Salamanca y Zamora ; y en
9 de Enero de 1596 el soberano, para hacerla capaz de esta
prerrogativa eclesiástica, otorgó el título de ciudad á la que
(1) Véase lo que de esta sillería queda dicho en la página 96.
(2) En 1 583 concedió este rey al cabildo de Valladolid con aplicación á la fá-
brica de su catedral, el producto de las cartillas de doctrina cristiana para uso de
los niños, privilegio que otorgado por tres años se fue prorrogando hasta el pre-
sente siglo.
156 VALLADOLID
hasta entonces, según el adagio, se había aventajado sobre
todas las villas (i). Con buen signo nació la moderna sede,
ocupada por sabios y virtuosos prelados (2), y designada ya al
cabo de dos siglos y medio para ascender á metrópoli, en una
jerarquía en que rarísima vez se improvisan las carreras y en
que cuenta por mucho la antigüedad.
Al lado de un monumento de importancia tal, apenas figu-
ran las demás construcciones religiosas erigidas en el propio
reinado : el reducido convento de Teresas, plantel de santidad
establecido en 1568 cabe el Pisuerga al nordoeste de la pobla-
ción, cuya pobreza ilustran los numerosos recuerdos de su in-
mortal fundadora y las fragantes virtudes de sus primeras hijas;
el colegio de doncellas de la Anunciación instituido en 1586 por
el abogado D. Luís Daza y extinguido ya en 1 71 2 ; el convento
de franciscanas de Jesús María fundado por los mismos años en
( 1 ) Vilia por villa, Valladolid en Castilla.
(2) Su catálogo es como sigue : D. Bartolomé de la Plaza, primer obispo de
Valladolid en i 597 y antes lo fué de Tuy, murió en 1600.— D. Juan de Acevedo,
renunció en 1606 la mitra para aceptar los cargos de inquisidor general y de
presidente de Castilla, murió en 1608.— D. Juan Vigil de Quiñones, trasladado á
Segovia en 1 6 1 6.— D. Francisco Sobrino, murió en 1 6 1 7.— D. Juan Fernández de
Valdivieso, murió en 16 19 antes de tomar posesión.— D. Enrique Pimentel, tras-
ladado á Cuenca en 1620.— D. Alonso López Gallo, antes obispo de Lugo, murió
en 1624.— D. Juan de Torres Osorio, antes obispo de Oviedo, murió electo de Má-
laga en 1632.— Fray Gregorio de Pedrosa, Jerónimo, antes obispo de León, murió
en 1645.^0. Francisco de Alarcón, notomóposesorio.— Fray Juan Merinero, fran-
ciscano, murió en 1663.— D. Francisco Seijas y Losada, trasladado en 1670 á
Salamanca.— D. Juan de Astorga, no tomó posesión.— D. Gabriel Lacalley Heredia,
renunció el obispado por sus dolencias en 1Ó83.— D. Diego de la Cueva, murió
en 1707.— D. Andrés Urueta, murió en 1716.— Fray José de Talavera, Jerónimo,
murió en 1 7 2 7.— D. Julián Domínguez de Toledo, murió en 1 74 ^.-D. Martín Del-
gado Cenarro, venerable por sus eminentes virtudes, murió en 17$ 3.— D. Isidro
Cosío y Bustamante, renunció la mitra en 1 767.— D. Manuel Rubín de Celis, tras-
ladado á Cartagena en 1 77 3.— D. Antonio Joaquín de Soria, murió en 1 784.— Don
Manuel Joaquín Morón, murió en 1801.— D. Juan Antonio Fernández Pérez de
Larrea, murió en 1803.— D. Vicente Soto y Valcarce, murió en 1819.— D. Juan
Baltasar Toledano, murió en 1 830.— D. José Antonio Ribadeneyra, murió en 1856.
— D. Luís de Lastra y Cuesta, antes obispo de Orense, entró en 1857, como primer
arzobispo, promovido en 1862 á Sevilla.— D. Juan Ignacio Moreno, cardenal, tras-
ladado desde Oviedo y promovido á la silla primada de Toledo en 1875.— Fray
Fernando Blanco, dominico, antes obispo de Ávila, fallecido en 1881.— D. Benito
Sanz y Fores, antes obispo de Oviedo, actual arzobispo.
158 VALLADOLID
el Campo Grande; el de carmelitas descalzos, segundo de su
orden, instalado en 1 581 fuera de la puerta de Santa Clara; el
de monjes basilios que anduvieron largo tiempo errantes de er-
mita en ermita sobre la opuesta margen del río; el de San Juan
de Dios y el de Agustinos recoletos construidos en dicho Cam-
po Grande casi á la vez; los colegios de Ingleses y Escoceses
creados por el celoso monarca para asilo de los jóvenes católi-
cos de la gran Bretaña y semillero de apóstoles y tal vez de
mártires. Demarcábase ya fuera de la antigua puerta del Campo
aquel triángulo inmenso de edificios, y el ensanche de la pobla-
ción por el lado oriental del mismo hizo necesaria la creación
de la parroquia de San Ildefonso desmembrando la de San An-
drés; pero diósele por hospedaje la iglesia de monjas del Sacra-
mento, con las cuales alternaban los clérigos en la celebración
de los oficios, hasta que sucediendo á ellas en 1 606 las Agustín
ñas recoletas se fabricaron otro templo mejor, que también ha
acabado por hacer suyo la parroquia, abandonando el primero.
Á la mancebía, que tan santa vecindad reclamaba desalojar de
aquel sitio (i), sustituyó el hospital de la Resurrección, en cuya
portada se lee la fecha de 1579, y en el cual han venido á re-
fundirse los innumerables que contaba Valladolid.
Subió Felipe III al trono ; y la nueva ciudad, enlutada por
las víctimas del contagio que la diezmó en el verano de 1599,
reanimóse en el siguiente para recibir al joven rey que venía á
visitarla. En 19 de Julio de 1600 verificóse la solemne entra-
da (2): nunca había desplegado Valladolid tal aparato y digni
(1) Desde el siglo xv corría esta casa á cargo de la cofradía de la Consolación,
que invertía en beneficio de los pobres los productos de tan torpe ganancia, hasta
que en i 5 5 3 la municipalidad se apoderó del edificio trasladando á él los enfer-
mos, y la mancebía pasó al lado de la antigua puerta de Teresa Gil y después á la
ronda de San Antón, donde la alcanzó el decreto de Felipe IV mandándolas cerrar
en todo el reino.
(a) Ínterin se disponía el recibimiento, detúvose el rey, como lo había hecho
ya en 1 592 Felipe II, en las casas de D. Bernardino de Velasco inmediatas al Car-
men calzado, que á la sazón se consideraban todavía fuera de los muros. Para los
gastos de esta entrada tomó á censo el ayuntamiento hasta cuarenta mil ducados.
l6o VALLADOLID
dad en las ceremonias, tal esplendor en los festejos, tal magni-
ñcencia en sus calles y plazas, tal lucimiento y gala en sus
vecinos, como entonces que se proponía ganar la predilección
de su coronado dueño y mostrarse digna del perdido rango con
sus alardes de grandeza. Instó, prometió, hizo valer las glorias
de lo pasado, las lástimas de lo presente, los beneñcios del por-
venir, solicitó con discreta lisonja el honor de inscribir perpetua-
mente entre sus regidores al vanidoso duque de Lerma por
quien todo se gobernaba ; y dos meses más tarde, al despedir á
su regio huésped, sonreíale ya la esperanza de verle tornar
bien pronto para fijar allí su residencia. Con efecto, publicóse
á la entrada del 1601 que la corte se trasladaba desde las ori-
llas del Manzanares á las del Pisuerga, y en 9 de Febrero se
instalaron los reyes en la restablecida capital. Tanto por la es
casez de edificios públicos, como para compartir las preeminen-
cias oficiales entre las poblaciones de Castilla la Vieja, cuyoabati
miento se trataba de remediar con aquella traslación, fué llevada
la chancillería á Burgos y la inquisición á Medina del Campo.
De palacio real, ínterin se trataba de levantar uno desde
los cimientos, sirvió el del conde de Benavente, que había ocu-
pado ya durante su gobierno la princesa D.^ Juana ; y su proxi-
midad al río, al puente, al verde soto teatro de amorosas y
pendencieras aventuras, y su sitio al extremo occidental de la
población, pudo recordar á sus nuevos moradores la posición y
vistas del alcázar madrileño. Más adelante el flojo rey admitió
de su privado la histórica morada que acababa éste de adquirir
frontera á San Pablo, propia un tiempo de D. Francisco de los
Cobos, donde había vivido siendo príncipe Felipe II y nacido su
hijo D. Carlos: y entonces adquirió el edificio la imponente fa-
chada que le distingue, flanqueada por dos torres y coronada
por una gentil galería de arcos alternados con cuadradas aber-
turas (i). El escudo real, colocado bajo el frontón triangular
(1) Había en el centro de la fachada otro torreón denominado el peinador de
102 VALLADOLID
del balcón del centro, denota su nuevo aunque breve destino y
el augusto título que le ha quedado. Á sus espaldas cerróse
una plazuela recién formada para corridas de toros y otros so-
lemnes espectáculos, cuya memoria se cree que conservan cier-
tos lindos medallones esculpidos en las paredes exteriores del
convento de las Brígidas, que tal vez le han comunicado la de-
nominación de los Leones (i). Para completar la ñsonomía de
aquella corte, en la misma plazuela se fundó con la protección
del de Lerma un convento de recoletos franciscos de San Diego,
en una de cuyas celdas cuéntase que solía encerrarse Felipe III
á hacer penitencia hasta salpicar de sangre las paredes ; y la
propia capilla de palacio fué cedida á la tercera orden de San
Francisco.
Durante su corta residencia hizo patria á Valladolid de más
de un infante la fecundidad de la reina Margarita. En 22 de
Setiembre de 1601 dio á luz, no sin eminente peligro de su vida,
á la que vino á ser reina de Francia y madre de Luís XIV, la
célebre Ana de Austria; en 1603 parió otra infanta llamada
María que murió á los dos meses; pero el júbilo llegó á su col-
mo, cuando en 8 de Abril de 1605, día de viernes santo, nació
el deseado príncipe que reinó después con el nombre de Feli-
pe IV. Celebróse el bautismo en San Pablo el domingo de Pen-
tecostés; y en las funciones de iglesia, en las mascaradas é ilu-
minaciones, en los saraos y juegos de cañas en que tomó parte
el mismo rey, ostentó la corte de España una incomparable
magnificencia, sin duda para deslumhrar al embajador de Ingla-
terra que había venido por aquellos días á ratificar las paces,
como si las locas profusiones de los convites dados por el duque
de Lerma y por el condestable al altivo almirante inglés y de
la reina, que se desplomó en 1 729. Vendió el duque de Lerma este palacio á la
corona, según afirma el Sr. Sangrador, por 37 millones y pico de maravedís.
( I ) Los medallones representan en pequeños grupos luchas de fieras, corridas
de carros, y otros juegos más propios de la antigüedad que del siglo xvii, lo que
no sabemos explicar sino por un capricho del artista.
TALLADOLID I&3
los regalos hechos á su comitiva, no fuesen más bien que de
poderío síntomas de vanidad y flaqueza de los que acompañan
siempre á la decadencia de los estados (i).
Patio del Palacio Real
En seguiniiento del monarca, cuya persona ejercía aún la
(i) Ea imposible no recordar cod este motivo y aun transcribir el cáustico
soneto que Pellícer atribuye á Góngora, tan severo y justo en su censura contra
las prodigalidades cortesanas, como injusto en su animosidad contra el autor del
Quiote.
Parió la reina ; el luterano vino
Con seiscientos hereges y heregiaa;
Gastamos un millón en quince dias
En daries ¡oyas, hospedage y vino.
Hicimos un alarde 6 desatino
Y unas fiestas, que fueron tropelías,
Al áoglico legado y sus espías
Del que juró la paz sobre Calvino.
Bautizamos al niño Dominico,
Que nació para serlo en las Españas;
Hicimos un sarao de encantamiento.
Quedamos pobres, íui Lutero rico.
Mandáronse escribir estas hazañas
A 0. Quijote, á Sancho y su jumento.
164 V A L I. A D o I. I D
acción centralizadora que faltaba á su gobierno, todo lo que
existía entonces en la nación de ilustre, de eminente, de notable
en diversos conceptos, había acudido á Valladolid, que á la vez
de centro político era el foco intelectual de la monarquía. Los
ingenios, más brillantes que sólidos, más vastos que profundos
de aquella época, veían por lo general de mal talante su nueva
morada, y empujados por aquella sorda corriente de oposición
que á menudo dirige las ideas por rumbo contrario al de las
tendencias oñciales, no escaseaban á la flamante capital las bur-
las que también habían prodigado á Madrid en los días de su
fortuna (i). Entre ellos, no tan oscureciólo que no mereciera el
aprecio ó la envidia de sus contemporáneos y hasta alguna vez
las distinciones del poder (2), pero pobre asaz y desvalido, vivía
el gran Cervantes con su mujer, dos hermanas, una sobrina y
una hija natural, en una de las casas nuevas del Rastro á es-
paldas del Campo Grande, donde concluyó la primera parte de
(i) En esta cruzada contra Valladolid distinguióse sobre todos el terrible
Góngora, que le dedicó cinco ó seis sonetos no muy limpios, entre ellos el que así
principia :
i Vos sois Valladolid ? i vos sois el valle
De olor } \ ó fragrantísima ironía !
En otro soneto dice :
Busqué la corte en^él, y yo estoy ciego,
O en la ciudad no está, ó se disimula.
Y en otro :
Pisado he vuestros muros calle á calle.
Donde el engaño con la corte mora ;
Y cortesano sucio os hallo agora,
Siendo villano un tiempo de buen talle.
Tampoco se quedó atrás Quevedo, bien que muy joven todavía. Cervantes,
aunque no pasó allí muy buenos ratos, dice sin embargo en su Licenciado Vidriera
que prefería «de Madrid los estremos, de Valladolid los medios... de Madrid cielo
y suelo, de Valladolid los entresuelos.»
(2) Véanse los últimos versos del citado soneto de Góngora, de los cuales pa-
rece deducirse que se encargó á Cervantes la relación de los festejos por el naci-
miento de Felipe IV.
V A L L A D o L I D l6S
SU inmortal Quijote^ y donde el haber amparado á un caballero
herido en cierta nocturna pendencia de las tan usuales á la sa-
zón, le costó á él y á su familia varios días de cárcel hasta que
el proceso aclaró su inocencia.
Mas no fueron tanto los epigramas más ó menos exactos ó
decentes de mordaces poetas contra el Valle de olor y los per-
fumes del Esgueva, cuanto otros argumentos más positivos para
venales consejeros, los que decidieron la restitución de la corte
á Madrid en 20 de Febrero de 1 606, á los cinco años cumplidos
de su llegada. Las enormes sumas ofrecidas ostensiblemente
por los madrileños para los gastos de traslación, sin contar los
donativos privados y secretos, hicieron evocar diestramente los
recuerdos de la enfermedad de la reina, de la muerte de la in-
fanta, de las periódicas epidemias que ocurrían; y Valladolid
fué declarada insalubre. No se desalentó ésta sin embargo de
recobrar por análogos medios su perdida dignidad; y como sí
se adjudicase por subasta la prerrogativa de capital, se compro-
metió en 1608 á erigir á su costa un suntuoso real palacio y á
contribuir anualmente con cien mil ducados para sostenerlo,
solicitando la gracia de ceder el antiguo al duque de Lerma, y
á su favorito D. Rodrigo Calderón la casa de Verdesoto en la
calle de Teresa Gil. Infructuosas salieron esta vez las promesas,
neutralizadas acaso por otras mayores ; y la nueva ciudad, des-
vanecida su momentánea grandeza, sintió más acerbamente su
soledad y postración, al volver á una condición más subalterna
que la que antes tuvo siendo villa. Abandonóse el colosal pro-
yecto de hacer navegables el Esgueva, Pisuerga y Duero, ensa-
yado con éxito en presencia del monarca: disminuyó en su
ensanchado recinto el vecindario, arruináronse los gremios,
cerráronse unas tras otras las fábricas de paños y sederías, y
alcanzó á Valladolid y sus contornos con la expulsión de los
moriscos la pérdida de más de mil habitantes (i).
(i) En 1 589 se contaban en el término de la abadía de Valladolid mil ciento
setenta y dos moriscos.
l66 VALLADOLID
No obstante aumentábanse los conventos, y en los edificios
religiosos hallaba ocupación perenne la arquitectura. El erudito
conde de Gondomar, D. Diego de Sarmiento y Acufla, al mismo
tiempo que se labraba un palacio de portada corintia y de pri-
morosa fachada, cuyo remate le ha comunicado el nombre del
Soly é instalaba en él su biblioteca de quince mil volúmenes re-
cogidos en sus embajadas á Alemania, Inglaterra y Flandes (i),
emprendía hacia 1 609 la reedificación de la parroquia de San
Benito el Viejo, que hoy convertida en almacén no da asilo si-
quiera á los profanados restos de su patrono. Algo más tarde
levantó la parroquia del Salvador, antigua ermita de Santa
Elena, su fachada suntuosa de do$ portales ; pero al examinar
sus tres cuerpos, de orden jónico el primero, corintio el segundo
y compuesto el tercero, y las figuras de la Anunciación de la
Virgen y Transfiguración del Señor, y la ventana de estilo pla-
teresco, y el ático y balaustrada en que termina, y la fina minu^
ciosidad de las partes, y la caprichosa idea del conjunto, cual-
quiera la creería inspiración del renacimiento y le atribuyera un
siglo más de antigüedad. La torre, que empezando por un pri-
mer cuerpo cuadrado de piedra, continua con otros dos octógonos
de ladrillo, se distingue entre las de Valladolid por su altura y
ligereza.
No hallamos en aquellos tiempos arquitecto más insigne á
quien atribuir semejantes obras que Francisco de Praves, aun-
que en la renovación de San Martín y en el magnífico arco de
Santiago erigido en 1626 sobre los cimientos de la antigua
puerta del Campo se manifestó el traductor de Paladio harto
más adicto á la rígida sencillez de las tradiciones greco romanas.
A él probablemente, y de ningún modo á Juan de Herrera, se
debe la traza de la linda iglesia de las Angustias, que costearon
( I ) Esta biblioteca, distribuida en cuatro salas espaciosas ocupando exclusiva-
mente una de ellas numerosos é interesantes manuscritos, fué trasladada á Madrid
al empezar este siglo, y forma hoy parte de la nacional. El sabio conde murió en a
de Octubre de i6af6.
VALLADOLID 167
en 1 604 Martín Sánchez de Aranzamendi y D/ Luisa de Ribera
su mujer; y no cabe en aquel género mayor elegancia y pureza
que la de su fachada, decorada en el primero y segundo cuerpo
con cuatro columnas corintias, en los entrepaños con nichos que
ocupan excelentes figuras de San
Pedro y de San Pablo, y en el re- / . ■■■/
mate con frontón triangular. A la ^ ^
belleza del edificio corresponden las - ■ ■ .
preciosidades artísticas que encierra;
el retablo mayor, de sencilla forma
y de perfecta escultura , atribuido á
Pompeyo Leoni; en la capilla del
lado de la epístola debajo de ua
barroco templete la incomparable
Virgen de los Cu£kt¿los^ obra maes-
tra de Juní; y en la de enfrente la
Virgen de las Angustias con el ca-
dáver de Jesús en el regazo, que con
otras efigies y pasos de Gregorio
Hernández, ha sido trasladada al
Museo, parecía hacer visible la com-
petencia de los dos artistas privile-
giados del siglo XVI y del xvii en
representar á cual más dignamente
el sublime dolor de María.
Las renovaciones más ó menos
completas que por entonces experi-
. ■ » j I 1 1 / Iglesia de las Angustias
mentaron casi todos ios templos, así
los de creación reciente como los de antigua fecha, según en su
lugar respectivo al tratar de su fundación las hemos ido consig-
nando, dieron á sus fachadas el aspecto uniforme que todavía las
caracteriza : su tipo es un lienzo de ladrillo distribuido en dos
cuerpos, adornado con columnas ó pilastras, coronado por un
frontispicio triangular, flanqueado por dos torres y cuando no por
ibS VALLADOLID
dos espadañas. Á excepción de las colosales obras emprendidas
en San Pablo por el duque valido, poco de notable presentan las
demás de aquella época, aunque construidas muchas bajo los
reales auspicios, por más que el soberano y su corte solemnizaran
con lucida procesión en 1601 la instalación de los Recoletos en
San Diego, en 1 6 1 2 la traslación de las monjas de Belén, en 1 6 1 5
la de las Descalzas Reales á sus nuevas iglesias. Observamos
ya que en este reinado más bien se constituyeron y ñjaron los
conventos establecidos durante los dos anteriores, que no se
fundaron otros por primera vez. Algunos, sin embargo, tuvieron
bajo él su origen: en 1603 los Clérigos Menores, cuyo vasto
templo demolido hoy día en la calle del Obispo no se terminó
hasta 1690; en el mismo año los Mercenarios descalzos, que
asentados tras de diversas mudanzas junto á la puerta de Tu-
dela, pasaron en el presente siglo al hospital de Letrán; en 1606
los descalzos de la Trinidad, situados largo tiempo fuera de los
muros al otro lado del puente mayor, mientras poseían vivo
aquel dechado de santidad, fray Miguel de los Santos (i), que
feneció en 10 de Abril de 1625, y cuyos preciosos restos se lle-
varon en 1670 á su nueva morada déla plazuela de SanQuirce,
donde dieron cima en 1740 á su iglesia de tres naves, hoy con-
vertida en parroquia de San Nicolás.
En el propio año de 1 606 solicitó de la ciudad la duquesa
viuda de Alba, D.* María de Toledo, permiso para trasladar
desde Villafranca del Vierzo el convento de monjas dominicas
que había allí comenzado bajo la advocación de nuestra Señora
de la Laura; y hospedadas provisionalmente junto á la puerta
del Carmen en la casa de D. Bernardino de Velasco, se estable-
cieron diez años después en su actual vivienda al otro lado del
Campo Grande. Ni la fábrica ni el ornato del templo revelan la
magnificencia de la fundadora, cuyo entierro ' sólo indica en el
presbiterio una sencilla lápida colocada en frente de la de su
(i) Fué beatiñcado en 1 779, y en 1 862 se trató ya de su canonización.
VALLADOLID 169
esposo D. Fadrique, hijo del intrépido y adusto gobernador de
los Países Bajos (i). Debió contrastar la pobreza de la Laura
con el esplendor de otro convento de la misma orden que se
erigía á la sazón ; la iglesia aunque reducida se construía esme-
radamente según el diseño de Francisco de Mora, pintábanse
con recuadros y almohadillas las paredes y la cúpula, enlosába-
se de mármol el crucero y el presbiterio, y mármoles blancos y
verdes se combinaban con el bronce en la formación del rico
tabernáculo y retablo mayor, engastando exquisitas pinturas y
admitiendo no menos bellas eñgies. £1 convento era Portaceli,
fundado primeramente en 1598 para franciscanas en la calle de
Olleros; su protector el improvisado magnate D. Rodrigo Cal-
derón, marqués de Siete Iglesias y subprivado por decirlo así de
Felipe III, quien adquirido el patronato de aquel y haciéndolo
cambiar de regla y de domicilio, lo había traído á su propia
casa de /as Aldabas en la calle de Teresa Gil, inaugurándolo
con gran pompa en 1 6 1 4. Á los lados del crucero dispuso los
mausoleos de su familia ; y en un nicho aparecen las estatuas
de sus padres, en el otra la suya y la de su esposa (2), todas
de rodillas y ostentando en nevado mármol el rico traje de su
tiempo, distinguiéndose la del marqués, que parece ser la del
lado del evangelio, por su cabeza calva y venerable. ¡ Ah ! ¡ ni
la conciencia propia, ni la envidia agena, ni el ejemplo de don
Alvaro de Luna, le habían jamás advertido que pudiese llegar
á su sepulcro separada del tronco aquella cabeza, y que las
buenas religiosas, ñeles al menos ellas en la desgracia, hubiesen
de recibir su cadáver de manos del verdugo!
(i) Dicen asi las inscripciones, de las cuales la primera es evidentemente re-
novada. «Aquí yace el Excmo. Sr. D. Fadrique Alvarez de Toledo duque de Alba:
requiescat inpace,—Aqui yace la Excma. Sra. D/ María de Toledo y Colona duque-
sa de Alba, fundadora de este convento: requiescat tn pace.» Vivía la duquesa con
las religiosas, y falleció antes de trasladarse éstas á su nuevo local.
(2) Era ésta, según el Sr. Lafuente, D.' Inés de Vargas de quien nacieron al
marqués varios hijos; su padre el capitán D. Francisco Calderón, le tuvo de una
doncella alemana con la cual casó después, y alcanzó á ver la desgracia de Don
Rodrigo.
2a
lyO VALLADOLID
Arrastrado por el duque de Lerma en su caída, vivía reti-
rado D. Rodrigo en su palacio de Valladolid, cuando en el
año 1 6 19 fué una noche reducido á prisión, y á la mañana si-
guiente conducido al castillo de Montanches. Dos años duró el
proceso, pero la cuchilla no cayó hasta después de fallecido el
rey que tanta privanza le había dispensado. La plaza de Madrid
fué teatro del suplicio en 21 de Octubre de 1621, y Valladolid
no vio reproducida dentro de sus muros la horrible tragedia del
condestable en el personaje cuya protección constituía poco
antes su esperanza. Sin embargo, los homenajes tal vez serviles
que había tributado la ciudad á los ídolos del favor, tuvo la
noble constancia de no desmentirlos en los días de infortunio:
pacíñco y obsequioso asilo encontró en ella al salir desterrado
de la corte el duque- cardenal ; y cuando en 161 8 dejó el mundo
que le repelía por la iglesia que le amparaba, no sin procurarse
aún las más eminentes dignidades, la ceremonia de su primera
misa se celebró en San Pablo con pompa casi regia. En el acia-
go fin de su hechura vio estremecido la suerte, que tal vez sin
su retirada á tiempo se le destinara ; pero sus magníficas refor-
mas en el templo dominico y las respetuosas atenciones que al
ex favorito demostraba la ex-capital, distrajeron y suavizaron
sus amarguras, y al terminar su larga existencia á 1 7 de Mayo
de 1625, brilló todavía en los ostentosos funerales un reflejo del
antiguo poder. Con el palacio, donde al parecer murió, aunque
ya de antes incorporado á la corona, pasó también á ésta la fa-
mosa huerta del duque sita sobre la derecha margen del Pi-
suerga.
Felipe III conservó á Valladolid su primer afecto, visitán-
dola á veces en sus frecuentes idas á la villa de Lerma con su
núnistro; Felipe IV, olvidado casi de haber nacido en ella, la
abandonó á la corriente de sus infortunios. Graves y repetidos
fueron los que experimentó por aquellos años; en 1626 los de-
sastres de una avenida, de 1629 á 31 los horrores del hambre,
en 1648 una nube de langosta que asoló los campos; pero nin-
VALLADOLID I7I
guno comparable al de la inundación de 4 de Febrero de 1636,
en que el Pisuerga arruinó ó maltrató sobre una y otra orilla
numerosos conventos y edificios, y en que los dos hinchados
brazos del Esgueva se derramaron por las calles de la ciudad,
hundiéndose ochocientas casas, y pereciendo bajo sus escombros
ó en las olas más de ciento cincuenta vidas. En sus postreros
años volviendo el soberano de la frontera de celebrar el tratado
de los Pirineos, se detuvo en Valladolid del 1 8 al 2 2 de Junio
de 1660, días que fueron de lucidas fiestas y variadas funciones
de toros, noches de músicas y vistosos fuegos en el Prado y en
la huerta del río, de saraos y comedias en el palacio. Esto fué
todo lo que debió la antigua corte á su coronado patricio, en
cuya época no vio nacer más fundaciones que las de Premonstra-
tenses, Capuchinos y sacerdotes de San Felipe Neri en 1628,
1 63 1 y 1658, y las de religiosas de San Bartolomé y Santa
Brígida en 1634 y 1637. Esta última promovida por la venera-
ble Marina de Escobar, tuvo efecto en las casas del licenciado
Butrón, una de las más suntuosas de hijosdalgo, que en la
parte superior de su fachada conserva curiosos medallones de
antiguos espectáculos (1), y cuya entrada sirve aún de portería,
si bien la iglesia despejada y alegre se reedificó á fines del
propio siglo: la de San Bartolomé de monjas trinitarias tomó el
nombre del primitivo hospital que reemplazó al otro lado del
puente, y después de sufrir los estragos de las inundaciones y
de la guerra ha acabado por desaparecer. La de Capuchinos en
el Campo Grande, las de San Felipe y de Premonstratenses en
la calle de Teresa Gil, nada ofrecen de señalado, sino la tercera
su convexa fachada y el ornato churrigueresco que más tarde
se le impuso.
Dos autos de fe, de que apenas hay noticia, había celebrado
la inquisición de Valladolid en 1623 y en 1636; con otro harto
más famoso inauguróse allí el reinado de Carlos II en 30 de
(i) Véase lo que atrás queda dicho en la página i6o.
172 VALLADOLID
Octubre de 1667. Ochenta y cinco reos judaizantes, naturales
de Portugal casi todos, y de condición humilde á excepción de
algunos administradores de rentas reales, ocuparon el formida*
ble tablado : sólo dos, Gaspar Fernández y Baltasar Rodríguez,
fueron entregados por pertinaces á la justicia seglar, y aun
éstos, dando señales de arrepentimiento al llegar al patíbulo,
evitaron el cruel suplicio de las llamas. Por mucho tiempo deseó
en balde la ciudad la visita del enfermizo monarca, y en 1679
se reformó y compuso toda, aguardándole á su regreso de Bur-
gos juntamente con la joven reina; pero sus esperanzas se frus-
traron, sin ahorrar por esto los dispendios de las fiestas prepa-
radas ni los de la ostentosa comitiva que salió á presentarle
sus homenajes en el camino. La honra sin embargo de que no
pudo gozar al tiempo del primer enlace, se la proporcionó el
segundo, trayendo allí en 1 690 al rey con toda su corte para
recibir á su nueva esposa Mariana de Neoburg, y haciendo
teatro de sus desposorios la humilde iglesia de San Diego en
el día 4 de Mayo, festividad de la Ascensión, al cual siguió una
semana de regocijos hasta la salida de la real pareja (i).
Con pompa muy parecida á la de estos augustos recibimien-
tos, con juego de sortija y estafermo, celebróse en 1681 la de-
dicación de la Cruz, iglesia cuya elegante fachada adorna el tes-
tero de la Platería, recordando más bien el estilo de Herrera á
f
quien se atribuye como tantas otras, que los tiempos de corrup-
ción artística en que fué renovada. No así la de Jesús Nazareno,
y menos aún la de la Pasión, que en su exterior y en su baja y
sombría nave cubierta de pinturas ostenta las extravagancias
del barroquismo. Todas estas iglesias, llamadas penitenciales
por hallarse á cargo de cofradías de penitentes, que nacieron ó
llegaron á su mayor auge en el siglo xvii (2), se honran de
( 1 ) «Esmeróse la ciudad en suntuosas é ingeniosas invenciones de festejos, co-
medias, máscaras, cañas, toros, despeñaderos, fuegos en la tierra y en el agua, de
modo que compitiesen los elementos sobre quien habia de festejar más á sus due-
ños.» Flórez en sus Reinas católicas.
(2) Existen en el día con este título la Pasión, las Angustias, la Cruz y jesús
174 VALLADO LID
poseer aún tan expresivas como devotas figuras, y guardaban en
otro tiempo aquellos grupos tan famosos con el nombre de
pasos^ que llevados en andas recorrían las calles en las proce-
siones de Semana Santa, excitando una admiración menos artís-
tica, pero más popular y entusiasta ciertamente, que la que
producen ahora colocados en el museo. Obras fueron casi todos
del escultor privilegiado de los sufrimientos del Redentor y de
la Virgen, del fecundo Gregorio Hernández. Aquellos insignes
cuánto modestos artistas, iluminados por la fe y animados por
la caridad, devolvían á menudo á la iglesia en piadosas funda-
ciones lo que por sus preciosos trabajos recibían ; de esta ma-
nera Diego Valentín Díaz, señalado pintor, dotó y restauró el
colegio de Niñas Huérfanas en el Campo Grande, dejándole,
como había hecho Hernández al Carmen Calzado, su sepulcro
y su retrato y un curioso retablo de perspectiva (i).
El siglo XVIII pasó sobre Valladolid tan vacío de sucesos
históricos como escaso de monumentos. La fidelidad que en la
guerra de Sucesión conservó siempre por las flores de lis, pro-
duciendo en 7 de Julio de 1 706 un alzamiento popular contra
los partidarios del Archiduque; la segura estancia que se pro-
curó allí Felipe V para su familia y corte en Setiembre de 17 10,
abandonando á Madrid después de la perdida batalla de Zara-
goza; las inundaciones del 6 de Diciembre de 1739 y del 25 de
Febrero de 1788, copiosas en daños si bien exentas de vícti-
Nazareno: la Piedad, abandonada por ruinosa en la calle de su nombre, se trasla-
dó en 1727 á la iglesia de San Antón, festejándose con solemnes i'egocijos esta
mudanza. También pertenecía á la cofradía de plateros el oratorio de San Eloy
consagrado en i $47, y que tomó el nombre de Nuestra Señora del Val desde que
fué llevada allí en 1 6 1 o aquella devota efigie procedente de una ermita que ocu-
paba entonces la Merced descalza. .
(ij Merece transcribirse la lápida que da cuenta de dicha fundación. «Esta
iglesia hizo y la dedicó al nombre de María Santísima Diego Valentín Díaz pintor,
familiar del Santo Oficio; para cuya conservación y remedio de las huérfanas de su
colegio dejó toda su hacienda, y aunque de todo se le dio el patronazgo, fué su
voluntad se dé al que sea más bienhechor, y á él y á D.* María de la Calzada su
mujer se le dexe esta sepultura. Fué á dar cuenta á Dios año de 1 660. Ayúdesele
á pagar el alcance rogando á Dios por él.»
VALLADOLID
Hospital de San Juj
1 76 VALLADOLID
mas, en que se vio convertido en lago el centro de la población,
salvándose por las ventanas en barquichuelos sus consternados
moradores; los festejos nunca vistos con que se solemnizó en
1747 la canonización de San Pedro Regalado y en 1768 y 1778
la beatiñeación de los venerables trinitarios Simón de Rojas y
Miguel de los Santos, hijos los dos primeros de la ciudad y el
tercero su huésped y vecino : he aquí las únicas memorias que
en los anales de dicha centuria brillan. Pero todavía son menos
notables las artísticas, y acaso fuera preferible que se hubiesen
quedado completamente en blanco durante el interregno del
buen gusto. Hemos visto ya en la catedral y en otros templos
las invasiones del churriguerismo; no menos desatinadas las
observaremos en el ediñcio de la universidad. Dícese que trazó
su fachada el autor del famoso transparente de Toledo, y por
cierto que no desmienten la analogía sus dos series de colum-
nas de orden compuesto y las hojarascas de sus escudos, exce-
lentes en expresión de Ponz para nidos de golondrinas; amane-
radas estatuas representan en los nichos de los intercolumnios
y en la delantera del ático las varias ciencias y facultades, entre
las cuales ocupa el lugar preferente la. teología; y como epílogo
de la historia del establecimiento coronan la balaustrada de su
remate cuatro figuras de reyes, la de Alfonso VIII, fundador
de la universidad de Palencia su antecesora, y las de Alfon-
so XI, Juan I y Enrique III, protectores generosos de la de Va-
lladolid (i). Revistió también el caprichoso traje de aquella
época el hospital de San Juan de Letrán, fundado en el Campo
Grande desde 1550 y concedido últimamente para convento á
los Mercenarios descalzos; y pasó entonces por maravilla la
portada con sus ridiculas columnas salomónicas y el exótico
templete en que termina y sus trofeos inoportunos de bombas
(i) Alfonso XI erigió en universidad pontificia el estudio general de Vallado-
lid y fija en 20,000 maravedís las rentas de las tercias concedidas por sus antece-
sores; Juan 1 eximió de todo pecho á sus maestros, licenciados y bachilleres; En-
rique 111 les otorgó las tercias de los arciprestazgos de Cevico y Portillo.
178 VALLADOLID
y morteros. Más tarde, cuando á la anarquía licenciosa sucedió
• la tirante dictadura de las reglas, empezó á levantarse al lado
del anterior, según los planos de D. Ventura Rodríguez, el con-
vento de filipinos, como llaman á los agustinos misioneros des-
tinados á aquellas colonias que lo habitan en gran número toda-
vía, si bien de la construcción sólo puede juzgarse por el des-
ahogado y ameno claustro, única parte concluida del edificio;
al paso que Sabatini trazaba en 1780 una agraciada rotonda
con seis altares para las monjas bernardas de Santa Ana, que
trasladadas de Perales á Valladolid en 1595, alcanzaron del
dadivoso Carlos III la reedificación de su iglesia.
Del corriente siglo no son recuerdos precisamente los que
faltan á Valladolid, sino distancia oportuna para apreciarlos
como es debido. Con el tiempo parecerán más interesantes su
larga opresión bajo el peso de las armas fí-ancesas principiada
ya antes de la caída de Carlos IV, su heroico levantamiento
en I.® de Junio de 1808, la matanza de sus inexpertos cuanto
valientes hijos ametrallados en el puente de Cabezón, el denue-
do de sus regidores arrostrando del emperador Napoleón ame-
nazas de muerte á trueque de no entregar víctimas á su cuchilla,
la glacial acogida hecha al intruso rey José, las aclamaciones
entusiastas á los libertadores alternadas una y otra vez con el
espanto producido por la vuelta de los enemigos (i); y á con-
tinuación de las visitas de sus antiguos reyes se registrarán la
de Fernando VII en 1828 y las de D.* Isabel II en 1858 y 1861.
En cuanto á su aspecto, en vez de nuevas construcciones mo-
co En 7 de Enero de 1808 ocuparon los franceses á Valladolid en calidad de
aliados; en 1 2 de Junio, el mismo día de la derrota de Cabezón, la entraron como
enemigos. Después de la victoria de Bailen respiró libre la ciudad por algún tiem-
po, y en 28 de Octubre proclamó solemnemente á Fernando VII; pero en breve
recayó bajo la servidumbre extranjera. Del 6 al 1 7 de Enero de 1 809 permaneció
Napoleón en Valladolid; en 27 de Abril y en 10 de Julio de 181 1 pasó por allí
el rey José de ida y vuelta de París, y se fijó en ella con su corte desde el 23 de
Marzo hasta el 2 de Junio de 1813 en que la abandonó definitivamente. En menos
de un año fué libertada tres veces la ciudad por el ejército aliado, y otras tantas
volvió al poder de los franceses.
VALLADOLID 1 79
numentales (i) sólo podrá señalar materiales adelantos y mejo-
ras de ornato y policía; pero si atajando el vandalismo y saliendo
de la incuria que tan deplorables pérdidas le han causado, se
dedica á conservar y á restaurar solícitamente, según empieza
á observarse, el precioso depósito que le queda, todavía puede
en esta época merecer bien de las artes y de la verdadera cul-
tura y encontrar en sus pasadas glorias el más ñrme apoyo
para su futuro engrandecimiento.
(i) SiD caliñcarlos de tales, merecen atcoción el teatro ediñcado ¡unto á la
plazuela de las Angustias, y el suntuoso palacio arzobispal, cuya capilla decoró
espléndidamente el arzobispo cardenal Moreno con preciosas tablas de la vida y
martirio de San Esteban traídas de Portillo.
za, y fueron sometidas sucesivamen-
l82 VALLADOLID
te por los monarcas á la jurisdicción absorbente de aquel concejo.
Tudela, Cabezón, Pefiaflor, Portillo en 1255, Cigales en 1289^
Olmos de Esgueva en 1367 pasaron á la obediencia de su pode-
rosa vecina, mandándoseles no tener otro fuero, seña ni sello que
el de Valladolid y acudir á sus juicios, perdido el derecho de po-
ner alcaldes propios. De esta suerte, bien que á costa de su vida
peculiar, reforzaron la autoridad municipal de la regia villa, y
exentas generalmente de aristocrático señorío, impidieron que
en su horizonte se desplegaran al viento las enseñas feudales
y que avanzaran hasta sus muros las mesnadas de los ricos-
hombres. Si va unido el nombre de ellas á algún importante
suceso, si recuerdan combates ó avenencias ó entrevistas de
príncipes, son episodios del continuado drama que allá dentro
se desenvolvía, reflejos ó sacudidas emanadas del foco que las
abarcaba en su esfera de luz y actividad.
Sin embargo un pueblo hay, que situado dos leguas más
abajo sobre la opuesta orilla del río, presenta su larga historia,
y lo que es más, sus actuales títulos de importancia y nombra-
día aparte de la antigua corte. Muy antes de nacer ésta, aquel,
honrado con un nombre genuinamente romano, había pasado
ya por más asaltos, ruinas y restauraciones de las que en su
carrera había de experimentar Valladolid. Septimanca era una
población de las Vacceas en el camino de Mérida á Zaragoza,
una de las pocas del itinerario cuya situación y correspondencia
pueden fijarse con seguridad. Godos y sarracenos respetaron
su nombre, y nada más tal vez : á mediados del siglo viii figura
entre las varias que libertó prematura y fugazmente la espada
de Alfonso I; á fines del ix, entre las que protegidas por los
triunfos de Alfonso III renacieron y se colonizaron y se ciñeron
de fuertes muros para guardar la frontera. Hízola á menudo
residencia suya Alfonso IV, y contando afianzar y extender sus
conquistas por aquel lado más de lo que sus inclinaciones mo-
násticas prometían, erigióla en silla episcopal hacia el año 927.
De esta diócesis, formada de desmembraciones de las de León
VALLAD OLID 183
y Astorga y anterior á la de Falencia, sólo se conocen dos pre-
lados, Ildefredo en 959 y después Teodisclo; pues como con-
traria á los cánones la mandó suprimir en 974 un concilio re-
unido en León por la infanta Elvira, tía y tutora de Ramiro III.
Mas entonces ya la condecoraba una gloria más insigne que
su breve dignidad, el lauro de la inmortal jornada de Julio
^^ 939 (i)- Precedida de un eclipse de sol de temeroso agüero
para unos y otros combatientes, trabóse á vista de Simancas
■
una acción sangrienta entre Ramiro II que iba en socorro de los
sitiados de Zamora y el califa Abderramán III: la España cris-
tiana y la sarracena, cansadas ya de una lucha de dos siglos,
parecían haber juntado allí sus fuerzas para decidir de una vez
los destinos de la península. Desde la aurora estremecía el sue-
lo el movimiento de entrambas huestes y ensordecían el aire sus
trompetas y alaridos; pero no se mezclaron hasta después de
levantado el sol, sin que palidecieran en aquel formidable cho-
que los que tres días antes habían temblado de un fenómeno
natural. En la delantera y centro de la batalla hacía prodigios
de valor el príncipe Almudafar, tío del califa; pero resistían bra-
vamente los apiñados escuadrones cristianos sostenidos por los
( I ) En el tomo de Asturias y León observamos que los que distinguían la batalla
de Simancas de la de Zamora fijaban la primera en el 19 de Julio, día en que acon-
teció el eclipse ; pero habiendo sido éste tres días anterior á aquel combate, debe
referirse más bien al día 22, El orientalista Dozy en el primer tomo de susRecher-
ches sur Vhisioire et la litterature i'Esj(>a^n& últimamente publicadas, niega la céle-
bre acción de los fosos de Zamora, como fundada únicamente en el error que supo-
ne cometido por el escritor árabe Masoudi, al tomar por /oso la palabra i4//^/ianúfec,
siendo nombre propio del lugar Alhandega donde se completó la derrota de los
fugitivos musulmanes : este error, si lo es, se generalizó desde muy antiguo, pues
Morales afirma ya que en las crónicas arabescas esta batalla se conoce por la del
barranco. Verdad es que nuestros cronistas la pasan en silencio : la de Simancas
la refieren unos al año 934, otros al 938, y alguno al 940. Nadie la relata con
más copiosos é interesantes detalles que Conde : lástima que á los orientalistas
merezca tan poca confianza ! Otro historiador árabe citado por Dozy atribuye la
derrota de los sarracenos á traición de los nobles irritados por el valimiento que
dispensaba el califa á Nadjda de Hira, oscuro esclavo. En varios cronicones alema-
nes se halla consignado el recuerdo de esta victoria de los cristianos unido al del
eclipse, mencionando además á cierta reina Toda, que no puede ser otra que la
varonil regente de Navarra, adiada tal vez de Ramiro II y participe de su gloria en
el combate.
184 VALLADOLID
auxiliares muslimes que había traído el tránsfuga valí de Santa-
ren, al paso que el monarca leonés con sus caballos armados de
hierro hendía y desbarataba las alas enemigas formadas por las
gentes de Toledo y de Badajoz. El califa al frente de su guar-
dia y de la flor de la caballería andaluza restableció la suerte
del combate, que para los suyos se volvía ya en derrota : nues-
tras historias afírman que ésta se consumó con matanza de
ochenta mil Ínfleles, escapando apenas Abderramán semivivo;
las arábigas pretenden que la noche separó á los dos ejércitos y
que descansaron sobre cadáveres, esperando con temor é impa-
ciencia la vuelta del día para terminar su contienda. Añaden
que los recelos infundidos á Ramiro por el traidor valí de San-
taren, Omeya-benishac (i), y la muchedumbre de banderas
muslímicas abultada por la incierta luz del crepúsculo, decidie-
ron al rey de León á retirarse, salvando de su poder á los que-
brantados sarracenos; y en efecto parece que la victoria de los
cristianos, por más que brillante, no fué bastante completa y
decisiva para hacer levantar el sitio de Zamora, en cuyos fosos
pocos días después se coronaron de igual gloria sus valientes
defensores.
Esta épica batalla, que enlazada con visiones y prodigios,
conmovió vivamente la fantasía de largas generaciones, marcada
con dolor y espanto en la memoria de los vencidos, y saludada
con júbilo, á pesar del aislamiento tan absoluto á la sazón entre
las naciones, hasta en el más remoto confín de la cristiandad,
no aseguró sin embargo tranquilidad duradera á la fronteriza
Simancas. Desalojó de sus muros á los cristianos hacia el 950,
si hemos de creer á los anales arábigos, el valí Ahmed-ben-Said
Abu-Amer, y en 964 la tomó otra vez y destruyó el califa Alha-
(i) Pudiera suponerse que este personaje es el Abu-Yahia de Zaragoza, que
según Sampiro militaba con el califa y fué hecho prisionero por Ramiro II su anti-
guo confederado, á pesar que no convienen del todo las circunstancias. Ibn-Khal-
doun citado por Dozy refiere el cautiverio de un Mohamed-ibn-Hachim el Todjibita
gobernador de Zaragoza.
VALLADOLID 185
kem 11; si damos fe á alguno de nuestros historiadores (i), so-
corrióla por este tiempo el conde de Castilla Fernán González
que la había repoblado y fortalecido, dejando tendidos en sus
campos diez mil infieles. Pero la más cierta, la más terrible de
sus desgracias, la que señalan unos y otros por memorable, es
la que padeció cayendo en manos del irresistible Almanzor en
el verano de 981, después que fueron destrozadas en la vecina
llanura de Rueda las fuerzas reunidas de los castellanos, nava-
rros y leoneses, t Cercóla con sus estancias repartidas, dice un
documento contemporáneo (2), y aquejándola con sus arcos y
saetas, derribando sus muros y abriendo sus puertas, entró con
ferocidad el lugar ; todos los que allí encontraron xle los cristia-
nos pasaron á cuchillo los moros crueles con su espada venga-
dora.! Entre los defensores cayó el que era sin duda su caudi-
llo, el conde Nepociano Díaz, cufiado de Ramiro III, casado con
su hermana la infanta D.* Oria. A esta época se refiere la le-
yenda de las siete mancas doncellas mutilándose á sí mismas
para guardar su castidad, las cuales, si no han dado su nombre
al pueblo según pretenden ignorantes etimologistas (3), han
formado por lo menos su blasón. Más verdadera gloria comuni-
ca á Simancas la constancia de los cautivos, que acaso por más
(i) Luís del Mármol, quien en su descripción de África hizo uso de las histo-
rias arábigas. Tal vez este hecho se confunde con la parte que tomó el conde, no
en la célebre victoria de Simancas, sino después en la persecución de los enemi-
gos, según se desprende del famoso privilegio del voto que otorgó al monasterio
de San Millán de la Cogulla.
(2) Es un privilegio de Veremundo II, de 7 de Febrero del año 985 ó 986, en
que hace donación á la catedral de Santiago de los bienes de Domingo Sarracino,
martirizado en Córdoba. Transcríbelo Morales juntamente con otro expedido á fa-
vor del monasterio de Samos, que habla del conde Nepociano Díaz y de su muerte
en Simancas. En cuanto á la data del suceso seguimos á Dozy ; los anales Complu-
tenses señalan el año 983, y los de Cárdena el 984. Estos dicen : «tomaron á Siet-
mancas, et fué quando la de Roda.»
(3) Semejante hablilla del vulgo extrañamos verla acogida por autores, que
cualquiera fuese su criterio, no podían ignorar que el pueblo se llamase Septi-
manca desde la época romana, y no sabemos dónde halló Méndez Silva que lleva-
se entonces el nombre de Séntica y en tiempo de Alfonso I el de Bureva : todos los
documentos están acordes en desmentirlo. El blasón de la villa es un castillo con
una estrella y siete manos en la orla.
24
l86 VALLADO LID
ricos perdonó la cimitarra, y que traídos á Córdoba languide-
cieron en sus mazmorras durante dos años y medio, hasta que
vertieron su sangre en medio de la pla¿a, cuando ya se hallaba
en camino para conseguir su rescate un mensajero del rey Ve-
remundo. Entre ellos se ha conservado únicamente el nombre
de Domingo Yáfiez Sarracino, que en aquel término y en el de
Zamora poseía cuantiosas haciendas (i).
Simancas no reparó sus estragos ni se consideró definitiva-
mente segura sino un siglo después con la conquista de Toledo;
pero con el peligro disminuyó también su importancia, y la que
en el siglo x era custodia de la frontera, fortaleza sólo inferior
á la de Zamora, y honrada con el título de ciudad, suena ya
raras veces en el xii, confundida con las rústicas poblaciones de
Campos. £1 súbito crecimiento de Valladolid, plantada tan cerca
de ella sobre la ribera misma, robábale por decirlo así toda su
savia y vigor. Dícese que en 1202 aún poseía Simancas un tér-
mino muy dilatado ; mas en breve la hallamos incorporada al
de la nueva capital, á cuyo municipio fué concedida como una
de tantas aldeas en 6 de Noviembre de 1255, privada de tener
fuero propio. Dependencia tan humillante, en vez de quebrantar
los ánimos de sus moradores, los exacerbaba más con el recuer-
do de sus antiguos timbres, dando lugar á discordias y reyertas
entre la villa decadente y la pujante, mal apagadas todavía en
el siglo XVI.
Desde aquel punto la historia de Simancas se identifica con
la de la nueva corte, cuya proximidad más bien que honores y
ventajas atraía sobre ella peligros, agitaciones, armamentos, en
las continuadas revueltas civiles que hervían al rededor del
trono. Ocupóla en 1 296 el rey Dionís de Portugal amenazando
(i) Todo consta del privilegio del 986 arriba mencionado. Morales creyó ha-
ber descubierto en el monasterio de San Acisclo de Córdoba el epitafio de la mu-
jer de Sarracino, supliendo algunas equivocaciones del contexto que literalmente
decía así: Obiit J amula D¿L„ Didicus Sarracini uxor era T vicesim, V kal. ags. La
data conviene con el suceso, ora se lea 982, ora 987, según si se aplica la cifra V
al año ó al día del mes.
VALLADOLID 187
á la varonil regente D.* María; pero los descontentos castella-
nos que le acompañaban se redujeron á su deber, y los extran-
jeros desbandados retiráronse á toda prisa. Allí se encerró
en 1427 Juan II con D. Alvaro de Luna su privado, hasta que
no pudiendo sostenerle por más tiempo contra las exigencias
de sus enemigos, hubo de salir para la corte y el valido para el
destierro. Treguas, negociaciones, conferencias, no caben en
cuenta las que allí se pactaron y tuvieron. Mas no siempre se
mantuvo Simancas espectadora pasiva de los acontecimientos:
en 1465 tomó partido por su rey Enrique IV contra la rebelde
liga, y cuando los sublevados de Valladolid, después de batir á
Peñaflor, acamparon en las cuestas que la dominan, la fíel villa
les resistió denodadamente, defendida por Juan Fernández Ga-
lindo. Parodiando la escena de Ávila, cuyo principal autor había
sido el arzobispo de Toledo, más de trescientos mozos de espue-
la pasearon con ignominia la estatua del sedicioso prelado á
vista de los sitiadores, y publicada la sentencia á voz de prego-
nero, la quemaron en medio de la plaza al son de esta canti-
nela:
Esta es Simancas, D. Opas traidor,
esta es Simancas, que no Pefiaflor.
En SU castillo, jamás hostil á la corona aunque puesto bajo
la tenencia del almirante, educóse D. Fernando nieto de los
Reyes Católicos; y fallecido en 1 506 su padre el archiduque, los
simanquinos no consintieron la entrada á los de Valladolid que
reclamaban al tierno infante, sino que le acompañaron á su
nueva residencia por no delegar á nadie su custodia. Pronto se
convirtieron los almenados muros de residencia de príncipes en
prisión de estado, sofocando dos años después los dolorosos
ayes que arrancaba la tortura á D. Pedro de Guevara, á vuelta
de graves revelaciones contra el Gran Capitán y otros magna-
tes de Castilla, cuyo descontento del Rey Católico atizaba el
emperador Maximiliano. En 1 5 1 5 sirvieron de cárcel al vicecan-
l88 VALLADOKin
ciller de Aragón Antonio Agustín, destituido del favor de su
monarca por no haberle servido á medida de su gusto en las cor-
tes del reino; y en 15 19 recibieron á D. Pedro mariscal de Na-
varra, víctima de la lealtad á sus desposeídos reyes por quie-
nes despreció dignidades y libertad, hasta que en 1523 puso
término á sus días una cristiana muerte, ó según añrman otros,
un desesperado suicidio (i).
Con la guerra de las Comunidades se reveló más enconada
que nunca la rivalidad entre Simancas y Valladolid. Padilla y
Bravo á su paso por la villa, al traer presos á los oidores del
consejo real, se descuidaron de ocuparla y guarnecerla, y die-
ron lugar á que sus enemigos acampados en Rioseco vinieran
á instancia de los habitantes á enarbolar en aquellos muros el
pendón del monarca. Mandados por el conde de Oftate hostiga-
ban sin cesar los caballeros á los de la Junta, interceptando sus
comunicaciones, tomándoles los víveres y rebaños, y llegando
en sus correrías á las puertas de la sublevada capital, donde el
viejo capitán Tristán Méndez hacía proezas dignas de los anti-
guos tiempos. Cansados los comuneros de estas escaramuzas
en que como menos expertos y disciplinados llevaban siempre
la peor parte, emprendieron el sitio de aquel padrastro que no
les daba tregua ni reposo ; pero se lo hicieron abandonar muy
pronto los certeros tiros de la artillería, y Simancas, satisfecha
de vengar sus agravios particulares á la sombra de sus servicios
políticos, se quedó con el doble timbre de fiel y de vencedora.
(i) Acerca de ambos personajes cuenta singulares rumores la historia manus-
crita del cura Cabezudo. Del vicecanciller dice que «no quiso el rey decir por en-
tonces la causa de su prisión, y aunque el rey ponia otros colores, la verdad fué
por requerir de amores á la reina Germana su mujer.» Especie que nos parece por
demás absurda tratándose del grave y ya provecto magistrado : soltóle con fian-
zas el cardenal Cisneros durante su regencia. En cuanto al mariscal refiere la cita-
da historia, que viendo que no terminaba con la vuelta del emperador su cautive-
rio, vino á caer en una tristeza tan grande, que con un cuchillo pequeño de escri-
banía se punzó toda la garganta y se mató. Lo mismo indica Garibay, pero niégalo
Moret con referencia al sacerdote que le asistió y administró los Sacramentos.
Desde el castillo de Atienza habíanle traído en 1519a Barcelona, donde se negó
' á prestar juramento á Carlos 1 mirándole como á usurpador del trono de Navarra.
VALLADOLID 189
Sin embargo no pudo negar una lágrima seguramente á
aquel gallardo joven, que vestido de terciopelo blanco y sereno
el rostro como si fuera á desposarse, salió de la fortaleza para
el cadalso levantado en medio de la plaza, en la mañana
del 14 de Agosto de 1522. Era D. Pedro Maldonado Pimentel,
regidor de Salamanca y primo del conde de Benavente, el cual
desde la derrota de Villalar vivía en holgada prisión, conñando
en el poder de sus deudos y descuidado del improviso rayo que
hirió su cabeza. Sin lágrimas despidióse del mariscal de Nava-
rra, compañero suyo de cárcel, y de su propio hermano religioso
francisco, que entró á decir misa por él aguardando en el altar
la nueva de su muerte; y arrodillado sobre una alfombra tendió
su cabeza al verdugo, mancillando la sangre en breve la blan-
cura de su ropa, y hay quien dice que la fama de su linaje, hay
quien dice que la púrpura del inclemente César.
La expiación no tardó en recaer sobre otra cabeza más de-
lincuente y más ilustre. Años había que el turbulento obispo
de Zamora, como enjaulado león, se revolvía impaciente dentro
del castillo que por cárcel perpetua se le había dado (i), mal sa-
tisfecho con la vida que le aseguraban su sagrada dignidad y su
noble parentela. Un domingo de cuaresma, 25 de Febrero
de 1526, á hora* de vísperas entró á visitarle por enfermo el
alcaide Mendo Noguerol; pero después de secreta y prolongada
lucha quedó cadáver acribillado de heridas, mientras el homicida
prelado, saliendo á la barbacana y subido sobre el adarve, me-
día con la vista el foso para descolgarse y huir. Estorbóselo no
sin respeto la gente que acudió á los gritos del hijo del alcaide,
y empezó el proceso sobre el asesinato y la evasión proyectada,
que al cabo de tres semanas de declaraciones vino á concluir
(i) «oí decir muchas veces, escribe el historiador de Simancas, á personas
que en aquel tiempo le guardaban, que siempre paseaba en la sala real grande
con tanta prisa y furia como si fuera huyendo, y que le duraba el paseo tres y
cuatro horas. Y como un hidalgo de esta villa le dijese: {por qué no se sienta
usía , que estará cansado r le respondió : Nunca están asentados estos sesenta
años.»
1()¿ VALl-ADOLID
de entrambos á Pedro de Mazuecos, todas bajo la dirección de
su privilegiado arquitecto Juan de Herrera, inculcando que no
se afease la forma del ediñcio al ensanchar su capacidad. En
1588 encomendó á Francisco de Mora nuevas trazas que ejecu-
taron Mazuecos el joven, Diego de Praves y Francisco su hijo,
durando la fábrica hasta 1631, mientras que diestros entallado-
res labraban prolijamente los estantes (i). El archivo y su
disposición y arreglo lo confió desde 1566 á su secretario Die-
go de Ayala, á cuyos tJescendientes hasta nuestros días pasó
vinculado este honroso oficio (2).
Bajo el aspecto monumental ganó poco el castillo cierta-
mente; los recelos de Felipe II se cumplieron. Una techumbre
de plomo parece aplastar su gallardía; los torreones despoja-
dos de su corona semejan palomares, y el principal lleva por
cubierta un extraño chapitel á modo de campana. Balcones y
rejas reemplazan á los ajimeces ó ventanas de medio punto,
redondas lumbreras asoman más arriba... así reformaban He-
rrera y sus discípulos las construcciones de la Edad media.
Aún conserva, sin embargo, los cubos y almenas de su barba-
cana, y el ancho y profundo foso, y los puentes antes levadizos
que á levante y á poniente dan entrada ; y no sin emoción atra-
viesa éste el viajero para llegar á la puerta principal, cuyo arco
sellan las armas reales y cuyas torres desfiguran las adiciones
del siglo pasado. £1 patio grande, la esbelta galería que lo do-
(i) De los artífices que aUí trabajaron trae Ceán Bermúdez una extensa rela-
ción de la cual resulta que el entallador Rodrigo Daques labró en i <)64 las alace-
nas de la sala baja de la torre vieja y en i 567 las de la sala superior titulada del
patronato viejOy Pedro Mazuecos el mozo en i 589 las piezas bajas de la izquierda,
el escultor Hernando Munal la portada de las salas de estado en i <>90, las bajas de
la derecha en i 592 Tomé Cavano y Gonzalo de Acevedo, y Juan de Pintos en 1 $9?
la escalera principal.
(3) El último, D. Hilarión de Ayala, murió en 1844. Después de los incalcula-
bles trabajos que en el archivo prestó su fundador Diego de Ayala, los principales
son debidos á D. Francisco de Hoyos, á D. Antonio su hijo y á D. Pedro García de
los Ríos que en el siglo xvii hicieron los inventarios, y áD. Tomás González, canó-
nigo de Plasencia, que lo reorganizó después de los trastornos de la invasión fran-
cesa.
valí. ADOLID 193
- — > — ^ — —— — ^— ^— __^___
mina, atraen de pronto las miradas; pero luego olvida las for<
mas artísticas y los recuerdos locales y el edificio, para ocupar-
se sólo del histórico caudal que encierra.
Á su derecha é izquierda tiéndense en el piso bajo dos
líneas de salas, regulares unas, prolongadísimas otras, algunas
octógonas ó circulares colocadas en el hueco de los torreones.
Sube la espaciosa escalera, y en el principal ve reproducida
igual distribución; las salas de estado enlosadas con jaspes
blancos y negros, cubiertas de techo artesonado, vestidas de
primorosa estantería del xvi, cual si de su recinto se hubiera
querido desalojar los suspiros del cautiverio y los gritos de la
tortura ; el cubo que fué prisión de Acuña convertido en lindísi^
mo gabinete con florones en su bóveda. Con las del segundo y
tercer piso se cuentan más de cuarenta estancias (i), las más
con anaqueles de yeso, varias con un corredor que á media
altura las circuye. Allí está la historia de España, cuando Es-
paña era casi la Europa por no decir el universo, la de Italia,
Flandes y el Nuevo Mundo que poseía, la de Alemania, Francia
é Inglaterra, sus enemigas ó sus aliadas. Allí los tres reinados
más gloriosos, los Reyes Católicos, el Emperador, Felipe II el
creador de aquel inmenso panteón de memorias que puede evo-
car cualquiera ante la posteridad, para cuyo juicio dejó el mis-
mo tantos datos en millares de notas y apuntes escritos de su
mano laboriosa. Aquel gran tesoro, que tentó la imperial codi-
cia de Napoleón y cuyo despojo emprendió en 1 8 10 sin que haya
podido lograrse en más de medio siglo su restitución completa,
aquel tesoro explorado alguna vez por nuestros escritores y más
á menudo por los extranjeros, yace todavía desconocido en su
mayor parte, y quizá no ha revelado hasta ahora sino una mí-
nima porción de sus secretos. El ánimo desfallece bajo el cúmulo
de materiales existentes y de los que cada día van entrando, y
(i) Los departamentos principales son los de real patronato, registro general
del sello, estado, guerra y marina, contaduría mayor y dirección general de ren-
tas, cada uno de los cuales ocupa varias salas.
95
194 VALLADOLID
naturalmente se ocurre preguntar: ¿quién de esa balumba de
papeles contemporáneos se lanzará á desentrañar la historia
del siglo XIX ?
Al revés de la fortaleza, la perspectiva exterior de la villa
es más grata que sus adentros. Un antiguo puente de diez y
siete arcos, ceñido de modillones por debajo de su pretil, sub-
yuga á sus pies el ancho Pisuerga; restos de muralla la circu-
yen, y el caserío se eleva en anñteatro, dominado por la parro-
quia y el archivo que guardan entre sí cierta simétrica analogía.
Por dentro es un rústico villorrio de doscientos vecinos, donde
no encuentra el estudioso, no ya esparcimiento, pero ni cómodo
albergue siquiera. Poco antes de las Comunidades destruyó un
incendio su antigua iglesia de San Salvador, y la claustra servía
para el culto provisionalmente, cuando en uno de sus ángulos
fué sepultado el infeliz Acuña. El nuevo templo, construido al
estilo gótico del xvi, ostenta su trebolado portal, y despliega
con elegancia sus tres naves ¡guales en altura, sostenidas por
columnas cilindricas de estrecho capitel ; el retablo, que hasta
1 5 7 1 no se acabó de pintar, es fama que lo labró el insigne
Juní, escultor de Valladolid, de cuya diestra mano no desdicen
sus medallones, figuras y relieves. De la vieja fábrica no sub-
siste más que la torre bizantina que las llamas respetaron, me-
tida toda en la actual fachada y afeada con un moderno remate:
molduras ajedrezadas orlan sus arcos y ciñen sus cuatro cuer-
pos, y en el tercero y cuarto ábrese un magnífico ajimez en
cuyos capiteles se observan extrañas y profusas labores.
Pero si en este género busca el artista una perfecta y bien
conservada joya, no la encontrará sino en un pueblo de catorce
chozas más bien que casas, á medio camino entre Simancas y
Valladolid. La parroquia de Arroyo de la Encomienda, que por
sus dimensiones pudiera calificarse de ermita, no es una ruina
ni parece una antigualla, sino un lindísimo dige acabado de ayer,
ó por lo menos desenterrado de profundidades donde no le al-
canzaran los estragos del tiempo. Todo lo que constituye una
VALLADOLIt>
196 VALLADOLID
iglesia del siglo xii, todo lo presenta en exquisita miniatura: á
un lado el portal semicircular con sus tres arcos concéntricos y
decrecentes y bordados los arquivoltos ; bellos capiteles, pre-
ciosas cornisas, grotescos y variados caprichos en las ménsulas;
el ábside en su redondez perforado por tres ventanas que se
estrechan hacia dentro, apoyando sus dovelas sobre cortas co-
lumnas con grupos de ángeles y animales por capitel. Dijérase
que es el modelo de una basílica grandiosa que se quedó olvi-
dado en aquella soledad; y la soledad, y el olvido y la pobreza
le han protegido mejor que no hubieran hecho la estimación, la
frecuencia y la liberalidad de las gentes.
Otro monumento de época y carácter diferente, aunque no
menos completo, se eleva al nordeste y á una leg^a de Valla-
dolid, y es el castillo de Fuensaldaña. Fabricáronlo en el si-
glo XV y lo poseyeron por más de dos centurias los Viveros
vizcondes de Altamira y señores del pueblo, del cual tomaron
título de condes á fines del xvi (i): su primer ascendiente fué
el contador real Alonso Pérez, á quién hizo arrojar fuera de sí
el condestable Luna por una ventana del alcázar de Burgos el
día de viernes santo de 1453; el segundo Juan de Vivero, en
cuya casa se celebró el enlace de los Reyes Católicos. Al cons-
truirse aquel albergue, el poder feudal se hallaba ya agonizante,
y poco recelo inspiraba la aparición del alcázar aristocrático á
las puertas mismas de la capital. Sin embargo, no vienen á di-
simular ó á suavizar su guerrero continente adornos cortesanos,
y todo en él anuncia más bien una fortaleza que una fastuosa y
pacífica morada. Por cima del cuadrado recinto de un muro que
le cerca por tres lados guarnecido de almenas y salientes cubos^
descuella á gallarda altura el edificio de planta cuadrilonga,
sobresaliendo los cuatro torreones que guardan sus ángulos y
las dos garitas que resaltan en el centro de los lienzos más
(i) La sucesión de esta ilustre casa ha venido á recaer en la del marqués de
Alcañices.
VALLADOLID I97
prolongados ; los bélicos matacanes y los merlones recortados
en triángulo con bolas á modo de perlas en sus cúspides, le
forman al rededor una condal diadema de incomparable majes-
tad. Allí la gentileza, hermanada constantemente con la robus-
tez, evita la pompa y desdeña los atavíos: sencilla es la ojiva
de la entrada, sin más escultura que el blasón de sus dueños;
desnudas las salas sobrepuestas una á otra, á las cuales se sube
desde el patio por una escalera aislada con puente levadizo;
lisas y angostas y cerradas con fuerte reja las ventanas levan-
tadas tres ó cuatro escalones sobre el piso; por doquiera ma-
cizas bóvedas y paredes de formidable espesor. Á ellas sin duda,
no menos que á su actual destino de granero, debe el castillo
su conservación excepcional. A sus pies se dilata el pueblo, y se
cimbrea tíb sin gracia la torre de su parroquia mitad de piedra
y mitad de ladrillo, y oran por los condes sus fundadores las
monjas concepcionistas, privadas ya del tesoro inestimable que
les atraía incesantes visitas y limosnas de los viajeros, á saber,
tres excelentes pinturas de Rubens que desde su altar mayor
pasaron á ocupar el puesto preferente en el museo de Vallado-
lid (i).
No por todas partes se ofrecen al artista tan lisonjeros ha-
llazgos, harto preciosos para ser frecuentes, pero en cambio
produce la comarca abundante cosecha de recuerdos. Al norte
de Fuensaldaña se tropieza con Mucientes, lugar donde Felipe
el Hermoso puso en observación á la triste reina D.^ Juana antes
de entrar en Valladolid á su regreso de Flandes, sin que lograra
convencer de la demencia de su esposa á los grandes de Casti-
lla que acudieron á visitarla (2). A su levante aparece Cigales
(i) Véase la página 1 19 de este tomo. En el pavimento de la iglesia de dichas
religiosas, hay una lápida con la siguiente inscripción y su escudo correspon-
diente: «Aquí yace D. Alonso hijo del señor D. Alonso Pérez de Vivero, conde de
Fuensaldaña, murió á 4 de diciembre de 1 68 1 .»
(2). Fueron éstos el almirante y el conde de Benavente, que hallaron en aque-
lla fortaleza á D.' Juana acompañada del cardenal Cisneros y de Garcílaso, y como
en los días que hablaron largamente con ella no la encontrasen nunca desconcer-
198 VALLADOLID
tan nombrada en las crónicas del xiv y xv^ campamento de los
ex-tutores de Alfonso XI, D. Juan Manuel y D. Juan confede-
rados contra los validos del monarca, teatro de la efímera re-
conciliación del rey D. Pedro con sus bastardos hermanos Don
Tello y D. Enrique en un día de Mayo de 1353, y de otra no
menos pasajera en 1427 entre el débil Juan II y los bulliciosos
infantes de Aragón que traían revuelta su corte. Todavía mués
tra la villa el antiguo y ruinoso palacio donde fué á morir en
18 de Octubre de 1558 la reina María viuda de Luís rey de
Hungría y de Bohemia, al mes no cumplido del fallecimiento del
Emperador su hermano. También posee Trigueros su palacio ó
castillo (i), y en tiempo del conde Ansúrez tenía ya su monas-
terio de San Tirso, cedido en 1095 ^ ^^ iglesia de Valladolid, y
otro de Santa María unido en 1 1 29 al de San Zoil de Carrión
por la condesa D.^ Mayor Gómez, de ninguno de los cuales
queda más que la memoria.
La palma empero de antigüedad la pretende Cabezón, no
solamente sobre las villas del contorno sino sobre la misma
Valladolid; y en verdad que si le faltan títulos para acreditar
su pretensión de haber recogido en 1065 el postrer aliento del
glorioso rey Fernando, los presenta harto auténticos en la
misma donación de Ansúrez para decir con orgullo que en al-
gún tiempo fué aldea suya la reina del Pisuerga (2). Bien pudo
tada, dijeron con valentía al archiduque que se mirase bien en recluirla. «Estaba
sola, dice pintorescamente Zurita, en una sala escura, sentada en una ventana,
vestida de negro y unos capirotes puestos en la cabeza que le cubrían casi el
rostro.»
(1) Perteneció el señorío de Trigueros á los Lujancs de Madrid condes de
Castroponce^ el de Gigalcs al famoso conde Pero Niño, pasando sucesivamente por
hembras al señor de Herrera, al condestable de Castilla, al conde de Benavente y I
por último al duque de Osuna.
(2) Ecclesie Sánete Marte de Valleoliii, dice el conde en su donación que in-
sertamos íntegra en la pág. 32, site secus fluvium Pisorice in territorium del Cabe-
zone; palabras que expresan claramente que Valladolid y su iglesia caían dentro
del territorio ó término de Cabezón. En cuanto á la opinión, contraria á la de los
más autorizados cronistas, de haber muerto allí Fernando 1, no tiene mejor apoyo
que ciertos versos de un romance de los del Cid, cuya antigüedad no llega tal
VALLADOLID igq
esto ser, porque siglo y medio antes que Valladolid fué poblada
Cabezón por Alfonso III al mismo tiempo que Dueñas y Siman-
cas. Su pintoresca puente de nueve arcos sobre el Pisuerga, las
ruinas del castillo que coronan el cerro nombrado de Altamira,
realzan poéticamente su aspecto al paso que atestiguan su im-
portancia. Dióla en arras Alfonso VIII á su esposa Leonor de
Inglaterra ; agrególa el Décimo al concejo de Valladolid ; capi-
tuló en ella con la rebelión Enrique IV, declarando por sucesor
á su hermano Alfonso á trueque de casarle con su dudosa hija
D.* Juana, é hízole jurar solemnemente en 30 de Noviembre
de 1 464 por los tres estados reunidos en un campo ; ganó su
señorío Juan de Vivero con el título de vizconde de Altamira,
atrincherándose en su castillo á favor de la princesa Isabel. Co-
rona dignamente éstos sucesos la heroica aunque desgraciada
defensa de su puente contra las huestes de Napoleón en 1 2 de
Junio de 1808.
Convertido en granja subsiste no lejos de Cabezón el insig-
ne monasterio de Palazuelos, donde se celebraban cada trienio
los capítulos generales de la orden cisterciense. Era antes una
villa que Alfonso VIII dio en 1213a Alfonso Tello de Meneses,
biznieto del conde Ansurez, y que al momento transfirió el pia-
doso caballero á los monjes benedictinos de San Andrés de
Valbenigna para que tomando la cogulla blanca se establecie-
sen en aquella vega deleitosa. Sus vecinos en 1224 recibieron
fuero del abad Domingo, que trocaron por el de Portillo
en 1 31 3, año célebre para el monasterio, en cuyo claustro se
juntaron los concejos de Castilla para repartir entre la prudente
reina María y su hijo D. Pedro y su ambicioso cuñado D. Juan
vez al siglo xv, en que dice la infanta Urraca hablando del rey su padre al Cam^
peador :
Fizóos mayor de su casa
Y caballero en Coimbra
Cuando la ganó á los moros,
Cuando en Cabezón moría.
200 VALLA ^DOLID
la regencia y tutoría del pequeño Alfonso XI. No tan antiguo,
pero más venerado tal vez por la santidad de Pedro Regalado
su fundador (i), floreció á orillas del Duero entre álamos y
sauces el convento del Abrojo, á cuyos austeros moradores en-
vidiaba en su agonía Juan II ; pero también vendrá lentamente
al suelo la humilde mansión de franciscanos reformados, que
supo conservar por tanto tiempo su pobreza, ilustrada solamen-
te por penitencias y milagros. Mentaráse vagamente su nombre,
como se mienta hoy el del monasterio de Santa María que esta-
ba algo más arriba en la misma ribera, del cual sólo se sabe que
fué dado en 1067 por Sancho II al santo abad Domingo de Si-
los, sin poderse averiguar si es el que Sampiro menciona con el
propio título, ^rig^do sobre el Duero por el rey Ramiro el ven-
cedor de Simancas.
Tudela, Herrera, Puente Duero, se asientan una tras otra
cabe el río que les da sobrenombre y á cuyo celebrado caudal
no corresponde la importancia de estos pueblos. En Tudela,
que es el más crecido, ningún resto de fortaleza viene á confir-
mar su glorioso significado, defensa del Duero, aunque en las
escenas complicadas de la Edad medía representó distintas ve-
ces algún papel. Tocóle su turno á Laguna, cuando en ella
acampó Alfonso K de León para combatir á su propio hijo
Fernando el Santo, celoso de su engrandecimiento ; tocóle á
Renedo, cuando en 1506 presenció la estéril conferencia que
tuvieron en una capilla el Rey Católico y su yerno, encubriendo
con muestras de cariño su recíproca desconfianza; tocóles en fin
á las más humildes aldeas del contorno hallarse asociadas á al-
gún hecho notable desde el siglo xiii al xvi ; pero estas distin-
ciones eventuales no las llevan escritas en su aspecto, y perma-
neciendo en su condición oscura, ellas mismas han olvidado lo
que recuerdan.
(i) Fundólo en 14 15 en unión con el virtuoso fray Pedro de Villacreces, y
compartía su residencia entre este eremitorio y el de la Aguilera.
»Y~\o así Peñafiel. Villa noble y solariega, con blasones pro-
r^^pios, con intrínseca pujanza, se presenta armada de punta
en blanco, levantando por cabeza su enhiesto castillo tan robus-
to todavía como venerable, y defendiéndose con su cintura de
murallas rodeadas de foso. El Duratón la atraviesa deslizándose
por los ojos de dos puentes, y el Duero majestuoso parece de
lejos saludarla al romper sus aguas en los pilares de otro her-
moso puente de ocho arcos. Su vecindario, numeroso respecto
del de los pueblos de Castilla, pues excede de tres mil almas, se
distribuye en tres antiguas parroquias, Santa María, San Salva-
dor y San Miguel de Reoyo, de las cuales la segunda á fínes
202 VALLADOLID
del siglo XI llevaba el título de real monasterio. Bajo las bóve-
das de la principal un concilio de obispos sufragáneos de la
metrópoli de Toledo, entre los cuales se contaba el de Falencia,
dictó en 1302 importantes reglas sobre reforma de la disciplina
y protección á los convertidos. Con sus parroquias rivalizaba el
convento de dominicos, cuya primera piedra puso en 5 de Mayo
de 1324 el infante D.Juan Manuel destinándolo tal vez para
panteón de su familia, aunque mayor fama ha logrado con la
posesión de los restos de la bienaventurada Juana de Aza, ma-
dre del santo patriarca de la orden. Otro convento de francis-
canos, uno de monjas de Santa Clara, hospitales, ermitas, dos
arrabales con sus respectivas parroquias, indican el desarrollo
que alcanzó bajo varios conceptos la población en épocas ante-
riores.
Algún nombre arábigo debió llevar Peftafiel entre los sarra-
cenos, si es cierto que se la ganase hacia i o 1 4 el conde Sancho
García. Al menos consta que dio fuero á sus pobladores el ada-
lid castellano, y que en 1256 y 1264 Alfonso X les otorgó el
real y varias franquicias á sus caballeros, protegiéndolos á título
de concejo de extremadura^ es decir fronterizo. Recibióla
en 1 282 el infante D. Manuel, hermano del Rey Sabio, de manos
de Sancho IV su sobrino, como regalo hecho á su recién nacido
Juan Manuel á quien sacó de pila el rebelde príncipe, ó más
bien en recompensa del apoyo prestado al usurpador; pero al
siguiente año por Diciembre le sorprendió la muerte en su nue-
vo dominio. Al heredar D. Juan Manuel los estados paternos,
escogió por cabeza de ellos á Peñafiel enclavada en el centro
de Castilla, y en 1307 empezó á amurallarla; allí tuvo su corte
el ambicioso magnate, allí su estudioso retiro el escritor á la
vez filósofo y caballeresco del Cande Lucanor; allí negoció
en 1325 el casamiento de su hija Constanza con el rey Alfon-
so XI cuya tutela acababa de ejercer, y volvió á recibirla
en 1328 sin haberse efectuado su enlace, vengando la injuria
con prolijas y encarnizadas querellas. Frente á frente de la reg^a
VALLADOLID 203
capital se alzaba el alcázar del ofendido infante, que detrás de
sus almenas desañó constantemente la bravura del monarca y
le hostigó sin tregua casi hasta 1 340 con osadas correrías y te-
mibles alianzas. Cuando en el seno de una honrosa paz acabó
su agitada y laboriosa carrera, quisp reposar entre sus predi-
lectos religiosos de San Pablo de Peñafiel, en cuyo templo yace
olvidada una de las espadas más insignes y una de las más
diestras y elegantes plumas del siglo xiv (i).
Sus dos hijas estaban destinadas á reinar; D.^ Constanza en
Portugal, D.^ Juana en Castilla al lado de Enrique II su marido,
á quien había acompañado varonilmente en el destierro. Enton-
ces seguramente volvió Peñafiel á la corona, pues Juan I, nieto
del letrado infante, la cedió de nuevo á Fernando su segundo
hijo con título de ducado, poniéndole en la cabeza al darle la
investidura una guirnalda de aljófar. En hora menguada para
Castilla lo hizo, porque subiendo al trono de Aragón Fernando
el de Antequera, la transfirió á su tercer hijo D. Enrique, tan
funesto por las revueltas que suscitó con sus hermanos á Juan II.
Rotas en 1429 las hostilidades entre ambos reinos, introdujo
en Peñafiel á los aragoneses el conde de Castro Diego Gómez
de Sandoval, y desmintiendo la villa su nombre cerró de pronto
las puertas al soberano que acudió á recobrarla; bien que per-
donada generosamente, volvió á la obediencia tan luego como
sus opresores se retrajeron al castillo. No tardó éste en rendir-
(i> El epitafio, que se le puso mucho después, dice que murió en i 362 en la
ciudad de Córdoba; pero desde el 1 349 cesa de figurar su nombre en las crónicas
y documentos. Casó tres veces, con Isabel hija de Jaime II rey de Mallorca, con
Constanza hija de Jaime II de Aragón y con D.* Blanca de la Cerda y Lara; de las
dos últimas tuvo sucesión. Verno de reyes y padre de reinas, llena con sus hechos
la primera mitad del siglo xiv y con sus obras el primer puesto entre los ingenios
de su época : las que andan impresas en el tomo 51 de la Biblioteca de Autores
Españoles son : El conde de Lucanor ó libro de Patronio^ del caballero e del escude-
ro^ de los estados, de las maneras del amor, de castigos ó consejos para su hijo^ de
los frailes predicadores y de la asunción de Sta, Marta. Argote de Molina cita otras
varias, de los sabios, de la caza, de los engeños, de los cantares, de los ejemplos.
Mandó además escribir una crónica de España y el cronicón latino de sus aconte-
cimientos más notables publicado en el tomo II de la España sagrada.
204
VALLADO LID
se, y entró en su torre prisionero por sospechas de connivencia
con los rebeldes el duque de Arjona D. Fadrique, nieto del
desgraciado maestre del mismo nombre inmolado por su her-
mano el rey D. Pedro; pero aquel cautiverio no fué prolongado,
pues al siguiente año le puso término la muerte con lástima
universal (i). Mal segura en poder de infantes Peftafiel fué dada
después al conde de Urefta, á favor de cuyos descendientes los
duques de Osuna la erigió Felipe III en marquesado.
He aquí la rápida historia de sus vicisitudes enlazadas con
la varia suerte de sus dueños ; no menos ilustres los tuvo el
pequeño lugar de Curiel, distante una legua al otro lado del
Duero, cuyas dos parroquias Santa María y San Martín no se
hicieron sin duda para la escasa población presente. Perteneció
su señorío á la incomparable reina Berenguela, dióla en arras
Alfonso el Sabio á su esposa Violante de Aragón; pero su cas-
tillo sirvió más veces de cárcel que de palacio. El revoltoso in-
fante D. Juan harto feliz en escapar á costa de un breve encierro
de las airadas manos del rey D. Sancho hermano suyo; Jaime
de Mallorca rey de Ñapóles recluido allí en 1368 por Enrique
de Trastamara como aliado del rey D. Pedro, hasta que pagó
por su rescate setenta mil doblas la reina su consorte ; el bas-
tardo Sancho culpable sólo por haber nacido del mismo don
Pedro; todos suspiraron impacientes por salir de aquellos mu-
(1) De este suceso escribe el bachiller de Cibdad Real en la carta XLV de su
centón epistolar: «Acá, en Astudillo, se ha sabido la muerte del noble duque de
Arjona, que habrá sido el fenecimiento de sus cuitas... E el rey trae paños de due-
lo por su finamiento, e le ha mandado facer osequias muy honorables. Mas iqué
importa? Que el duque quedará sepelido tn ceternum en Peñafíel do murió en pri-
sión, e D. Fadrique de Luna se queda con Arjona. Ha sido plañida la muerte del
duque só la piel, ca sus enemigos le facian malo, e dicen otros que era médola de
la humanidad e cortesía e el vero acorrimiento de los que le demandaban ayuda.
En la gloria le fará Dios la paga si es vero. » No le trata tan bien el romance que
nos queda acerca de su prisión, pues pone en boca del rey estas amargas recon-
venciones :
De vos, el duque de Arjona,
Grandes querellas me dan ;
Que forzades las mujeres
Casadas y por casar.
Que les bebiades el vino
Y les comíades el pan,
Que les tomáis la cebada
Sin se la querer pagar.
VALLADOLID 205
ros, dentro de los cuales el tercero acabó sus días precozmente.
Hoy en la fortaleza de Curíel y en la de Castrillo de Duero, lo
mismo que en la de Pefiafiel, no flotaría al viento otra enseña
que los girones de la casa de Osuna, en quien no acumuló tan-
tos monumentos el destino sino para imponerle el deber glorio-
so de conservarlos. Tal vez alcancen mejor suerte estos castillos
que los monasterios nacidos antes que ellos en las mismas már-
genes, y que ahora se aniquilan abandonados: el de Valbuena
fundado para los cistercienses por la condesa Estefanía hija de
Armengol de Urgel y de la primogénita de Ansúrez, á quien
auxilió con liberales dádivas Alfonso VII ; y el de premonstraten-
ses de Retuerta erigido por D.^ Mayor la cuarta hija del pode-
roso conde, casada con el progenitor de los Meneses.
Á larga distancia se descubre Portillo, que situada en em-
pinado cerro y ceñida de muros parece una vasta ciudadela, que
domina su célebre castillo á manera de torre del homenaje. Tres
arcos introducen á su recinto; tres parroquias contaba poco
tiempo atrás, y alguna de sus ruinosas iglesias se ve trocada
en cementerio; la población se ha desparramado fuera de la
cerca por el pié de la colina. Del castillo lo que más entero
queda son los subterráneos, así como su historia se reduce casi
á prisiones y encierros. Sufriéronlo allí en el reinado de Juan II
muchos personajes del uno y del otro bando, incluso el mismo
rey detenido en 1 444 en poder del de Navarra su primo y cus-
todiado allí por el conde de Castro, hasta que con pretexto de
salir á caza recobró la libertad lanzándose en brazos del partido
opuesto. Tan sólo para D. Alvaro de Luna tuvo un éxito la-
mentable este cautiverio, del cual ya no salió sino para encon-
trar en Valladolid el cadalso. Por el contrario el conde de Be-
navente D. Alonso Pimentel llegó á obtener de Enrique IV el
señorío del lugar de su antigua reclusión, y se lo devolvió
en 1476 Femando el Católico arrancándolo de manos de los
portugueses.
Vasto término y diez y ocho aldeas reunía Portillo cuando
206 VALLADOLID
en 1255 y después en 1325 fué agregada al concejo de Valla-
dolid : su fuero propio debió gozar de crédito, pues lo solicitaban
los pueblos comarcanos. Pero la inmediata villa de Mojados re-
cibió en 1 1 75 el de Madrigal de su nuevo señor el obispo de
Falencia, á quien se la dio Alfonso VIII. Mojados se asienta á
orillas del río Cega al extremo de un puente; y las cuadradas
torres y los ábsides bordados por fuera con arabescos de ladri-
\\o, imprimen en sus parroquias San Juan y Santa María un ca-
rácter monumental. Á Iscar rodean dilatados pinares, y al par
que la distinguen sus tres antiguas iglesias y su elegante con-
sistorio, ennoblécenla su origen y su restauración, derivado aquél
del romano municipio Ipscense y ésta de Alfonso el conquista-
dor de Toledo que la encomendó ál valiente Alvar Fáñez de
Minaya. Un día en 1334 se acercó yendo de caza Alfonso XI al
pié de su castillo, perteneciente entonces á la casa de Haro, y
pidió se le diese entrada ; negósela el alcaide, y esta audaz re-
sistencia, sin valerle los derechos feudales, le costó sufrir en
Valladolid el suplicio de los traidores. Más tarde vinieron á po-
seerlo los Zúftigas, condes de Miranda del Castañar.
En el fondo de rasas y amarillentas llanuras se destacan por
ñn los muros de Olmedo la famosa, llave de Castilla, á cuya
posesión, según el adagio, iba vinculado el dominio del antiguo
condado, ó más bien la preponderancia entre las facciones que
se lo disputaban. Por su levante corre el Eresma, por su po-
niente el Adaja; restos de castillo la señorean al nordoeste,
cual si la naturaleza y el arte se hubieran convenido en fortale-
cerla. Entre la triunfal escolta de poblaciones que acompañaron
á Toledo en su reconquista, brilla el nombre de Olmedo (i),
que sin recurrir á orígenes más antiguos se explica naturalmen-
(i) Recordamos aquellos dos versos del poético catálogo de las conquistas de
Alfonso VI que trae el arzobispo D. Rodrigo, y que insertamos en el tomo de
Castilla la Nueva—Toledo, en la reseña histórica de esta ciudad:
Cauria, Cauca, Colar, Iscar, Medina, Canales,
Ulmus et Ulmetum, Magerit, Atencia, Ripa.
VALLADOLID 207
te por los frescos árboles del territorio situado entre dos ríos.
La arquitectura de sus parroquias más inclinada todavía al gé-
nero bizantino que al ojival^ y una ermita de Santa Cruz fundada
hacia el siglo xii en sus contornos (i), demuestran que la villa
creció con rapidez y que sus monumentos precedieron bastantes
años á su historia ó al menos á los ruidosos sucesos consignados
en crónicas y anales. Sólo sfe sabe que su fuero era el de Roa;
que ebrio de amor vino allí en 1353 el impetuoso rey D. Pedro
huyendo por segunda vez de Valladolid y de los brazos de su
legítima esposa para lanzarse en los de María de Padilla; que
andando el tiempo la hija de su adulterio D.^ Constanza, mujer
del duque de Lancáster, recibió á Olmedo con otras villas al re-
nunciar en 1388 sus derechos á la corona, y que en 1436 fué
asignada en dote por el rey de Navarra á Blanca su hija, pro-
metida vanamente al príncipe D. Enrique. De aquella época, es
decir del período más azaroso para Castilla, datan las glorias y
los infortunios de Olmedo, bajo cuyo despejado cielo no sé qué
estrella favorable al trono dio por dos veces al pendón monár-
quico victoria contra los rebeldes.
( 1 ) Trae Sandoval en su crónica de Alfonso VI la inscripción colocada en la
torre de dicha ermita, de la cual se desprende que la fundó y dotó un virtuoso sa-
cerdote, y añade el autor que vino éste de Andalucía huyendo de la invasión de
los moros almohades. Merecen transcribirse sus curiosos dísticos leoninos :
Sub cruce, sub Christo, dum corpore vixit in isto,
Cselica facta dedit quem lapis iste tegit.
Ordine tam pulchro sancto dominante sepulchro,
Pauperiem voluit semper, et hanc docuit.
Coelitus adjutus, pacis anxius, indeque tutus,
Hoc sibi fecit onus quod tenet ista domus.
Hanc sublimavit vivens, moriensque beavit,
Auctam divitiis moribus atque piis.
Presbyter insignis, fulgens ut stella vel ignis,
Hic fuit absque dolo, regnat ct ipse polo.
Mille trahunt centum septuagésima. Arnugo.
En el nombre de Arnugo, que cree ser el de la persona sepultada, hallamos por lo
insólito alguna dificultad, no menos que en la data que Masdeu enmienda arbi-
trariamente por era centum bis septuagésima 6 año 1202. El tercer verso parece
indicar que perteneció á la orden del Sepulcro ó á los Templarios, que según tra-
dición tenían casa en Olmedo.
208 VALLADOLID
Mal de su grado toleraba la villa el señorío de D. Juan de
Aragón, que olvidado de su reino de Navarra, sólo se acordaba
de ser infante de Castilla para revolverla y saquearla. Al verle
llegar banderas desplegadas contra su propio rey al frente de
tropas advenedizas, cerróle las puertas, recordando primero el
deber de subdita que el de feudataria ; pero entrada á viva fuer-
za, lloró degollados en un patíbulo'á sus principales moradores,
y entregadas al furor de la soldadesca las casas y bienes de sus
vecinos. Agravóse la opresión con el cerco que le puso el ejér-
cito real acampando á media legua hacia los molinos de los
Abades : reuniéronse en cortes bajo las mismas tiendas los bra-
zos del reino, corrieron negociaciones inútiles con los sitiados,
hasta que llegando refuerzos al monarca se acordó venir á las
manos. Dos horas antes de ocultarse el sol, en 19 de Mayo
de 1445, trabóse la batalla que desde la mañana había comen-
zado por escaramuza: los combatientes antes de embestirse se
contemplaron y midieron sus fuerzas largo rato. Las huestes no
eran numerosas, pues la del rey que era la mayor apenas exce-
día de dos mil seiscientos peones y otros tantos jinetes, pero en
ellas militaba la flor y la nobleza toda de Castilla, desplegando
sus más lucidas galas como si fuera en un torneo: la mayor
parte, olvidadas por un momento sus mutuas querellas, seguían
al bondadoso Juan II y al príncipe su hijo reconciliados á la sa-
zón, y con los caballeros lidiaban los prelados de Toledo, Si-
güenza y Cuenca; pocos si bien muy principales, el almirante,
el conde de Benavente, el de Castro, los Quiñones, por envidia
al condestable servían al rey de Navarra y á su hermano Don
Enrique. Peleóse con encono (i), y al frente de sus alas se en-
contraron D. Enrique con el de Luna, el navarro con su yerno
(i) «E unos para otros chocaron, dice el bachiller de Cibdad Real en su epís-
tola XCII, e se peleó mucho rato corajosamente como si fuera contra los moros, e
no se vencia una parte á otra; e muchos que de animosos se jataban, atordidos de
la pelea, de sus decurias se salían e se metían en las que mas apartadas eran, de
que no callan los nombres los que acá cuentan el fecho c se mostraron muy ani-
mosos.»
V A I. I. A D o I. I D 209
el príncipe de Castilla. No tardaron en cejar los sublevados,
pero el triunfo aunque completo no se ensangrentó con la ma-
tanza; treinta y siete cadáveres tan sólo quedaron tendidos en
el campo; muchos cayeron prisioneros, entre ellos los más ilus-
tres, con quienes anduvo asaz clemente el vencedor. Los infan-
tes de Aragón, no juzgándose ya seguros en Olmedo, la aban-
donaron aquella noche, y D. Enrique fué á morir en Calatayud
de la atosigada herida que en la mano izquierda recibió. Sobre
el teatro de la batalla mandó el piadoso rey en cumplimiento de
su voto erigir una capilla al Espíritu Santo, donde se celebra-
ran perennes sufragios por las almas de los muertos ; á los na-
turales recompensó con insignes mercedes, y nueve afiqs des-
pués encarecía aún sus servicios, cuando el héroe de la jornada
D. Alvaro de Luna había sucumbido ya en el cadalso á los ren-
cores de los que allá fueron vencidos (i).
Mayores peligros corría el cetro en 1467 en las débiles
manos de Enrique IV. Pedro de Silva, que tenía á Olmedo por
la reina D.* Juana, abrió en 1 8 de Junio un postigo de la mura-
lla al infante D. Alfonso, quien aclamado por los rebeldes mu-
chos y poderosos, estableció allí su corte más frecuentada que
( I ) En el archivo municipal de Olmedo hallamos un privilegio dado por Juan II
en Valladolid á 7 de Marzo de 1454, por el cual concede á la villa los pontazgos
de Valdestillas y de Palacio, expresándose en la siguiente forma : «E me pidieron
por merced que en remuneración de los trabajos e daños y pérdidas e robos que
avian rescibido en los tiempos pasados e por guarda de la dicha villa, les fíciese
merced de los dichos derechos... e yo acatando e considerando los dichos trabajos
y pérdidas y robos y daños y males que pasaron y padescieron por mi servicio los
de la dicha villa, así como buenos y leales vasallos son tenudos e obligados á su
rey y señor natural, los quales son á mi públicos e notorios e conoscidos, e ppr
tales los he y declaro, especialmente á la sazón que el rey D. Juan de Navarra y el
infante D. Enrique su hermano y otros cavalleros de su opinión vinieron á la di-
cha villa, e porque los non quisieron acoger en ella y les resistieron la entrada, la
entraron y tomaron por fuerza e hicieron degollar ciertos omes de los mejores de
la dicha villa y robaron á todos los vecinos y moradores della todos sus bienes y
hazienda que les hallaron ; e asimismo otros males y daños que padescieron du-
rante el tiempo que yo estove con mi real y tove cercada la dicha villa fasta el dia
de la batalla que yo ove con los dichos rey e infante e con los otros cavalleros que
con ellos estaban, en la qual por la gracia de Dios fueron por mí vencidos y des-
baratados.»
27
2IO VALLADO LID
la de su hermano. Presentóse el rey con su mesnada de cuatro
mil hombres no cumplidos; y á pesar suyo, por el denuedo de
Beltrán de la Cueva su privado y por la impaciencia de los
suyos, mezcláronse las huestes día 20 de Agosto. De un lado
combatía el valido que con orgullo había mostrado antes á sus
contrarios para servirles de blanco las armas y la divisa que
pensaba usar ; del otro con sus vestiduras arzobispales el turbu-
lento Carrillo ducho en funciones semejantes, al lado del joven
príncipe; sólo el monarca, sea por miedo, sea por horror á la
fratricida lucha, se mantuvo retraído de ella, hasta que le bus-
caron para anunciarle la victoria. Sin embargo, no fué ésta tan
decisiva como la otra de su padre : los conjurados permanecieron
en posesión de la villa, mientras que los del rey se retiraron á
Medina del Campo. La paz acordada al año siguiente puso á
Olmedo en poder de la ínclita princesa Isabel como primicias
del glorioso reinado que le aguardaba ; y luego apenas coronada
se apresuró á jurar á sus habitantes cuantas prerrogativas le pi-
dieron, que todas respiran odio al señorío feudal, á las quere-
llas y opresiones de los grandes y hasta á sus propias fortifica-
ciones, que en lugar de defenderla le habían acarreado en las
guerras civiles una funesta importancia (i).
(1) De este notable documento de su archivo otorgado por la Reina Católica al
principio de su reinado, extractamos lo que sigue : «Las cosas que yo juro e pro-
meto por mi palabra y fé real de guardar y que serán guardadas á la villa de Ol-
medo y lugares de su tierra son las siguientes; que agora y en tiempo alguno no
faré ni mandaré facer merced ni cmpeñamiento ni gracia ni donación ni trueque
ni cambio de la dicha villa ni de los lugares de su tierra á ninguna persona de
cualquier estado, condición, preeminencia ó dignidad que sean, ni la apartaré ni
será apartada de la corona real destos mis reinos e que la déteme para ellos. Otro
sí de no darles corregidores sino fuere á pedimiento de dicha villa e por mas
tiempo de un año. Otro sí por quanto de la fortaleza que se ovo fecho en la dicha
villa vino grand daño á ella y á su tierra y á la república de ella, que por quitar y
apartar estos daños e otros inconvenientes que de ello se podian seguir, que yo
no faré ni mandaré fazer ni que sea fecha ni se faga fortaleza ni otra casa fuerte en
la dicha villa ni en su tierra que pueda ser dicha ofensiva ni defensiva agora ni en
tiempo alguno ; ni porque aya escándalos ni guerras ni otros bullicios en estos
mis reinos, e aunque convenga e sea complidero á mi servicio e al bien de la dicha
villa e tierra de fazer la dicha fortaleza e casa defensiva e ofensiva, que se non
hará ni la mandaré fazer en tiempo alguno. Ítem que gocen de los pedidos e mará-
VAL.LADOLID 211
Hoy subsisten todavía estos muros para ella ominosos, pero
ya no tientan á opresor alguno á guarecerse tras de sus frágiles
lienzos ; coronados de almenas, flanqueados de torreones de dis-
tintas formas, aunque cuadrados los más, sirven antes de pinto-
resco adorno que de peligro, por más que hacia poniente y me-
diodía se conserven casi enteros. En varios portales de la cerca,
pues se cuentan más de siete, obsérvase el doble arco y la canal
por donde caía el rastrillo. Las parroquias, fabricadas de ladri-
llo, levantan á corta altura sus cuadradas torres, y en el exte-
rior de sus torneados ábsides ostentan aquellas zonas de arque-
ría de medio punto que distinguen característicamente á las de
Toledo; pero no todas retienen intacta su primitiva forma. En
Santa María, la principal de las seis, reedificóse de piedra la
capilla mayor, dándole bóveda de crucería y un retablo de me-
nuda arquitectura donde pintó los misterios de la Virgen en
doce interesantes tablas algún purista aventajado; y el ojivo
portal quedó debajo de un pórtico greco-romano añadido á su
fachada. San Juan fué también renovada, cuando luchaba el re-
nacimiento con las postreras tradiciones del arte gótico, por un
obispo de Córdoba, á cuya ilustre familia de Cotes sirvió de
panteón una capilla hoy destinada á sacristía, con cúpula por
techo y con platerescos sepulcros en sus ángulos (i). En la
moderna iglesia de la Merced, cuya bóveda y cimborio tachonó
el barroquismo con vistosos casetones, se han reunido dos pa-
rroquias, San Julián y San Pedro; mas por fortuna permanece
vedis que el rey D. Enrique m¡ señor hermano les ovo fecho.» Les promete ade-
más su favor y ayuda para reprimir las opresiones y vejaciones de algunos caba-
lleros, y les permite juntarse con mano armada para resistirles.
(i) Sobre un arco de la capilla mayor se lee : « Aquí yace el honrado cavallero
Garci González de Cotes y su mujer Teresa Rodríguez, al qual armó cavallero el
infante D. Fernando estando sobre Seteñil año de 1407 ; falleció á 19 de septiem-
bre año de 141 3. Reedificó este arco con esta iglesia su descendiente Hernando
de Vega y Cotes presidente de los consejos de Hacienda é Indias y obispo de Cór-
doba. » En los sepulcros, uno de los cuales tiene más de gótico-arábigo que de
plateresco, se leen los epitafios de D. García que falleció en i 542 y yace allí con
su mujer, de otro García fenecido en 1561 y de D. Jerónimo, todos del apellido
de Cotes.
212 YALLADQLID
aún de pié el viejo templo de San Julián, que con los de San
Miguel y San Andrés nos traslada á la desconocida Olmedo del
siglo XIII.
Los tres pertenecen á la transición del estilo bizantino al
gótico, con los cuales viene á mezclarse no poco de arábigo. Al
lado de la naciente ojiva tímidamente trazada campea el arco
de herradura, como se nota en las dos puertas y en la nave de
San Julián ; las bóvedas son macizas y de medio cañón, los ábsi-
des de forma románica aunque desnudos de ornato^ y en sus
costados tienen nichos sepulcrales. Arabescas labores y cornisa
estalactítica presenta una de las hornacinas de dicho templo (i);
en las de San Andrés aparecen á la derecha dos grandes efigies
yacentes de caballeros armados con un pajecillo á sus pies, re-
presentando según fama á los marqueses de San Felices y con-
des de Alcolea ; y por fuera indican también entierros varios
nichos apuntados á espaldas de una vetusta capilla. Á San An-
drés distinguen el retablo mayor, atribuido por mera tradición
á Berruguete no solamente en la parte de escultura sino tam-
bién en la de pincel, y la torre que encima de un grande arco
abre arriba tres menores; á San Miguel sus tres naves, elevadí-
simas en proporción de su estrechez, cuyos arcos suspendidos y
cortados á cierta altura le dan todavía un carácter más extraño.
Pero el objeto más venerado, no ya de la parroquia sino de la
villa entera, es la imagen de su patrona la Virgen de la Sote-
rraña que allí se reverencia en una clara y moderna cripta, efi-
gie que si bien por sus formas y tamaño no semeja harto anti-
gua, remontan sus devotos al tiempo de San Segundo, discípulo
de los apóstoles, y ligan con la reconquista del pueblo por su
aparición á Alfonso VI y misterioso hallazgo en una cueva (2).
(1) Este sepulcro, que recuerda el de Fernán Gudiel en una de las capillas de
la catedral de Toledo, lleva en la orla un epitafio que empieza : «Aquiyaze Alfonso
Sanchiz.»
(2) De esta imagen compuso el presbítero Antonio Prado hacia mediados del
último siglo un novenario inédito con siete recuerdos históricos, panegíricos y mo-
VALLADOLID 213
Cinco humildes conventos de religiosas contaba Olmedo
desde la entrada del siglo xvi: hoy las franciscas de la Cruz y
las de Jesús se han reunido con sus hermanas las de la Concep-
ción en un mismo claustro; subsisten en su pobre edificio las
dominicas de la Madre de Dios, y fuera de los muros hacia le-
vante las bernardas de Sancti Spiritus, que en el reinado de
Enrique IV parece ocuparon la ermita fundada por Juan II sobre
el campo de batalla (i). Pegado á la misma cerca por aquel
lado, y entre árboles que parecen dar mayor antigüedad á la
destrucción, vimos aún de pié medio cascarón de la capilla ma-
yor de San Francisco, á cuyo convento transformado en para-
dor ha cabido más triste suerte que al de Mercenarios conver-
tido en escuela pública. Á una legua de allí se ha reducido á la
condición de granja, demoliendo cuánto no sirve para sus cam-
pestres usos, el célebre monasterio de Jerónimos erigido á prin-
cipios del siglo XV y titulado de la Mejorada por su fundadora
María Pérez, que destinó á este piadoso objeto la herencia con
que la habían mejorado sus padres en tercio y quinto. La sille-
ría gótica de su coro ha pasado á San Andrés, á Santa María
un curioso relicario con cuarenta y nueve bustos de santos que
contienen algún resto de los mismos.
La quietud de aquel claustro vino á turbarla un matador
en 2 de Noviembre de 1 5 2 1 , costando grandes trabajos á los
monjes el asilo que le dieron, hasta que huyó á Méjico á impo-
nerse con voluntaria penitencia la expiación que evitó de la jus-
ticia: era Miguel Ruiz de la Fuente bañado en la sangre de
Juan de Vivero, á quien había armado asechanzas en el camino
de Medina aquella noche, ambos ilustres hidalgos de la villa.
¿Será acaso la víctima de quien canta aquel sentido romance?
rales, y es lo único que se ha escrito acerca de la historia de Olmedo, tratada allí
toda con referencia á esta devota figura.
(i) a dicho convento se refiere una de las concesiones de la Reina Católica en
el documento arriba citado : « Otro sí por quanto el monesterio de Sancti Spiritus
que es cerca de la dicha villa es pobre e tiene de merced e limosna ciertos mara-
vedís, es mi merced e mando que aquellos sean pagados.»
214 VALLADOLID
De noche le mataron
Al caballero,
La gala de Medina,
La flor de Olmedo.
¿Será éste el caballero de Olmedo, á quien presentó en escena
el gran Lope, avisado por su misma sombra del trágico destino
que le aguardaba (i)? ¿Anda ligada dicha historia con la titá-
nica empresa que cuentan acometió un enamorado de cambiar
el cauce del río Adaja abriendo la cava que se ve junto á Me-
dina, sólo por coger la palabra á la señora de sus pensamien-
tos? ¿Ó quizá se la confunde con otra muerte producida por los
nefandos celos de un imberbe paje que reconoció luego á su
padre en el asesinado rival? Ni uno ni otro parece de aquel
siglo; si aquello se remonta á las hazañas de caballería, esto
desciende hasta el drama romántico de nuestros tiempos. Lo
cierto es que al llegar á la cuesta del Caballero donde sucedió
la catástrofe, á la hora del crepúsculo, siente uno estremecerse,
y al través de los pinares cree divisar la triste sombra y perci-
bir el gemido del héroe de la leyenda, que cuanto más descono-
cido y vago más vivamente impresiona la fantasía.
(i) La acción del drama de Lope no es más que una trivial intriga de amor y
celos que supone acaecida en el reinado de Juan II ; pero se ve claramente que lo
escribió sobre el romance popular, cuyos versos intercala poniéndolos en boca de
un pastor en el momento en que va á consumarse el asesinato. Con el propio títu-
lo de El Caballero de Olmedo compuso Monteser una parodia del de Lope.
CAPITULO Vil
Medina del Campo
QUÉ solitaria yace la villa de las ferias, el emporio del co-
mercio de Castilla! ¡qué silencioso el recinto donde tantas
veces se congregaron las asambleas del reinot ¡qué abatida la
mansión frecuente y no siempre tranquila de los monarcas, la
residencia querida y última de Isabel la Católica, la denodada
sostenedora del pendón comunero al través de las llamas y del
estrago! Sus catorce mil vecinos se han reducido á setecientos,
sus quince parroquias á siete y sobra aún la mitad ; á cada paso
2l6 VALLADOLID
se tropieza con ruinas de conventos, con recuerdos de suntuo-
sos hospitales. Barrios enteros han desaparecido cual si los hu-
biese devorado la tierra ; y á larga distancia del centro perma-
necen en medio de aquel nuevo Herculano ya un arco, ya una
torre, señalando la vasta redondez de su destruida cerca. Los
campos la han invadido por todas partes, y lo que fueron calles
han tornado á sementeras. ¿Qué es lo que guarda pues con sus
cuádruples muros el celebrado castillo de la Mota que al orien-
te vela sobre los restos de Medina? Ya no tiene reyes ó fueros
que defender, ni validos que combatir, ni riquezas que custodiar.
No parece sino que avergonzada de su pobreza se ha acurruca-
do en lo más bajo de la hondonada la población antes extendida
por la raíz de los cerros que la circuyen, y que el humilde Za-
pardiel, más acomodado á su condición presente que á su gran-
deza pasada, libre casi de edificios y ceñido de zarzales, acom-
paña su muda soledad, arrastrándose lentamente por un lecho
cenagoso.
Apenas hay ejemplo en pueblo alguno interior de aumento
tan improviso y de tan rápida decadencia. Diríase que las nom-
bradas ferias, que cuatro veces al año celebraba, le habían for-
mado un puerto en el seno de las llanuras, ó abierto hasta allí
canales navegables desde los extremos de la península. Coloca-
da entre los focos industriales y agrícolas de Avila, Segovia,
Valladolid, Toro, Zamora y Salamanca, era el gran mercado
adonde afluían los productos y manufacturas de todas, distribu-
yéndolas por el norte y occidente de España. Hermanábase este
pacífico movimiento con las deliberaciones á veces tumultuosas
de las cortes y con el estrépito de las armas, que traía consigo
á menudo la estancia de los reyes, atraídos desde el siglo xiv
en adelante por no sé qué oculta fuerza hacia la populosa y
traficante villa. No fueron sólo Juan II y Enrique IV, errantes
siempre de pueblo en pueblo durante las continuas turbulencias
de sus reinados, sino Fernando é Isabel en el apogeo de su
gloria los que la honraron casi anualmente con su presencia,
^LLADOLID
cuando les brindaban con su esplendor y sus delicias tantas y
tan insignes capitales. Duró la pujanza de Medina hasta muy
entrado el siglo xvi, en que la vida de la nación con el descu-
brimiento del Nuevo Mundo huyó del centro á las extremidades,
dejando poco menos que yerto el corazón de Castilla.
A pesar de su arábigo apelativo que tiene común con otras
tantas, Medina del Campo no ñgura en los anales sarracenos,
y aun después de restaurada por el conquistador de Toledo,
tarda- bastante en adquirir nombradía. En 1 1 70 la obtiene entre
los lugares dados en arras por Alfonso VIII á su consorte Leo-
nor de Inglaterra, y merece hospedar al mismo rey: Alfonso el
Sabio, que la visita en 1258, completa su primitivo fuero con
importantes leyes acerca del número y nombramiento de los
alcaldes, reuniones del concejo, y enjuiciamiento y penas contra
las riñas y homicidios. En 1 296 ve retirarse disperso el ejército
del rey de Portugal desconcertado por el sereno valor de la
reina María de Molina. Por primera vez en 1302 se reúnen allí
las cortes convocadas por Fernando IV, acudiendo sólo los con-
cejos de León y Extremadura, á las cuales suceden otras más
2l8 VALLADOLID
generales en 1 305 para decidir las pretensiones sobre el seño-
río de Vizcaya, y otras en 1 3 1 8 durante la menor edad de Al-
fonso XI á fin de otorgar servicios á los infantes para su infausta
expedición á Andalucía. Allí encontraremos en 1353 á una reina
infortunada, á la triste Blanca de Borbón, llorando al lado de su
suegra los desvíos de su esposo; allí á los caballeros coligados
para defender su querella, cuyo caudillo Juan Alonso de Albur-
querque espira de pronto con sospechas de veneno, encomen-
dando que no se dé sepultura á su cadáver hasta conseguir la
justa demanda; allí antes de un año al iracundo rey, que rotos
los frágiles lazos con que se intentó sujetarle, manda quitar la
vida á Sancho Ruiz de Rojas y al adelantado Pedro Ruiz de
Villegas, sembrando de ilustres víctimas su camino.
Para reducir las plazas y castillos inobedientes todavía y
saciar de oro á los adalides extranjeros, llama las cortes á Me-
dina en 1370 Enrique II y les pide cuantiosos donativos:
en 1380 las junta nuevamente Juan I para decidir á cuál de los
dos pontífices, al de Roma ó al de AviftÓn, ha de rendir home-
naje la monarquía. Con estas coincide el nacimiento de un in-
fante, segunda prole del rey y de Leonor de Aragón, y sin sa-
berlo festeja Medina al que ha de poseerla en señorío y ceñir
más adelante la corona materna. Dícese que una noche al vol-
ver el monarca del bosque de Carrioncillo aquejado de oculta
pena, frente á la parroquia de San Andrés se le hizo visible el
santo apóstol, desmintiéndole los celos que á nadie había reve-
lado y anunciándole que le daría la reina un hijo para el día de
su festividad; y con efecto en 30 de Noviembre nació D. Fer-
nando. Pero la villa natal no le fué dada desde luego ; confirióla
primero el rey á su segunda esposa Beatriz de Portugal, y re-
vocando luego su disposición, al firmar con su prima Constanza
la paz sellada con un enlace, se la dio de vida juntamente con
Olmedo. La hija del rey D. Pedro, antes de volver á Inglaterra
con su marido, quiso visitar en el mes de Agosto de 1388 aquel
corto legado que le quedaba del reino de su padre; y allí, ex-
VALLADOLID 219
tínguidos los odios hereditarios, recibió del hijo de Enrique de
Trastamara, que iba á ser su consuegro, obsequios y honores
verdaderamente reales.
Por fin en 1406,- sin averiguar el tiempo y el modo, había
pasado ya Medina al infante, cuando bajo la advocación de San
Andrés su patrono fundó el convento de dominicos. Al partir
para su gloriosa campaña contra los sarracenos, escogióla por
residencia de sus numerosos hijos y de su esposa Leonor Urra-
ca, á quien se le hizo tan agradable, que en los días de su viu-
dez, saliendo de las tierras de Aragón donde había reinado,
volvió á fijarse en ella con preferencia á cualquier otro retiro.
Con justas y lucidos festejos celebráronse allí á presencia suya
en 20 de Octubre de 141 8 los desposorios de su hija María con
Juan II y su elevación al trono de Castilla, á la cual siguió la
reunión de cortes en el próximo año. Pero desgraciadamente
para la quietud de Medina D. Fernando, al morir rey de Ara-
gón, la había legado á su segundo hijo D. Juan, á quien vio
nacer aquella con fatal agüero en 1397. Ceñida apenas la coro-
na de Navarra vino el cizañero príncipe, más bien que á visitar
á su madre, á tramar alzamientos con los grandes castellanos,
á quienes ligó con juramento por el mes de Noviembre de 1426
en la cercana ermita de Orcilla. Durante las guerras intestinas
que provocó, aquella fué su plaza fuerte y su campamento ; pe-
ro muy pronto, trocada en mejor la suerte, vencidos los rebel-
des y echados los extranjeros, vino á ser por algunos años la
corte de Juan ü. La reina viuda de Aragón, para que no prote-
giese á sus hijos los infantes, hubo de salir desterrada á Torde-
sillas; aunque en breve, acatando su dignidad y sus virtudes,
fué restituida al venturoso asilo que se había labrado en el
convento de monjas dominicas de Santa María la Real (i).
(i) Mariana y Méndez Silva lo titulan de San Juan de Dueñas. Fué D.* Leonor
Urraca hija única de D. Sancho conde de Alburquerque, uno de los hermanos de
Enrique II, apellidada por sus opulentos estados la rica hembra^ y codiciada de
muchos por esposa cuando dio su mano al infante D. Fernando.
220 VALLADO LID
donde espiró en Diciembre de 1435, bendecida del pueblo y
transida de dolor por el cautiverio de sus hijos en Ponza. En
aquel templo yace la fecunda madre de reyes y de reinas al
lado de su cuarta nieta Magdalena infanta de Navarra, que en-
tregada en rehenes á los Reyes Católicos feneció doncella en
mayo de 1 504.
Mientras residió en Medina Juan II, rodearon casi perenne-
mente su trono las asambleas del reino. Á fines de 1429 se
concedían cuarenta y cinco cuentos para resistir á las invasiones
de los reyes hermanos de Aragón y de Navarra; en 1430 se
confiscaban los estados á los rebeldes infantes y á sus adictos,
repartiendo entre los fieles sus despojos, medida á que rehusa-
ron suscribir los procuradores antes de consultar á sus ciudades
respectivas; en 1431 por Octubre se otorgaba la paz á los por-
tugueses y se votaban recursos para continuar la guerra de
Granada tan gloriosamente empezada aquel año, perturbando
el público regocijo de aquellos días los recelos de nuevos tras-
tornos y las prisiones decretadas contra los Vélaseos y los To-
ledos; en 1434 se dictaban ordenanzas contra las banderías, y
era arrestado el revoltoso D. Fadrique de Luna, hijo bastardo
del rey Martín de Sicilia y emigrado de Aragón, á quien cuatro
años atrás había acogido allí la corte, prodigándole distinciones
y pingües rentas. Durante el siguiente invierno una desastrosa
avenida del Zapardiel vino á demostrar que, tan pequeño como
era, podía convertirse en azote de la villa, y el rey desistió del
proyecto de traerle nuevos caudales, cegando la zanja abierta
con este objeto. Días de grandeza para Medina, días de gloria
para sus hijos, cuyo pendón mejor que en las contiendas civiles
ondeaba victorioso en los campos granadinos, conquistando, ya
en el asalto de Ronda, ya en el combate de la Higuera, aque-
llas aldabas y cadenas que cuelgan todavía en su iglesia princi-
pal, aquellos trece róeles plateados en campo azul que blasonan
su escudo! Lleva éste por orla un extraño mote: ni el papa be-
neficio ni el rey oficio^ en memoria de la singular exención de
VALLADOLID 221
que gozaban de toda provisión real y pontificia sus cargos civi-
les y sus prebendas eclesiásticas.
Continuaba en posesión de Medina el rey de Navarra á pe-
sar de sus deméritos, pues en 1436 la señaló en dote á su hija
Blanca desposada con el príncipe, para que así volviese á la co-
rona de Castilla: pero cansado de sus continuas tramas el so-
berano, creyó llegada la hora de confiscársela irrevocablemente.
Habitaba allí como áolía Juan II, ora. prendiendo, ora perdonan-
do, ora en abierta lucha, ora en transacciones con los descon-
tentos, entre los cuales se contaban su consorte y su propio hijo,
receloso, clemente y pródigo siempre fuera de sazón, cuando en
el verano de 1441 apareció cercada la villa por las huestes de
los infantes. Corto fué el sitio, porque una noche abrió en los
muros traidora brecha el caballero que tenía su custodia, y al
amanecer del 14 de Julio invaden la población los conjurados
dirigiéndose á la real morada. Los habitantes, ó azorados ó
neutrales, se mantienen inmóviles, y sólo alguna caballería en
las bocas de las calles y de las plazas, detiene por un momento
el ímpetu de los eneniigos, mientras que D. Alvaro de Luna y
su hermano el arzobispo de Toledo y el maestre de Alcántara,
después de probar la desigual pelea, se salvan á uña de caballo
por el lado opuesto. Al rey encuentran en la plaza defendido
sólo por su dignidad, y descabalgan y bésanle la mano los gran-
des sediciosos, y el rey de Navarra le rinde acatamiento, al que
contesta dándole paz en el rostro el ofendido monarca. No fué
aquello avenencia de partidos (i), sino triunfo del más osado y
(i) Tal pudiera deducirse de los halagüeños colores con que describe este su-
ceso Juan de Mena :
Vi la furia civil de Medina,
E vi los sus muros no bien foradados,
Ví despojadores e vi despojados
Hechos acordes en paz muy aina;
Ví que á su rey cada cual inclina
Yelmo y cabeza con el estandarte,
222 VALLADOLID
escarnio de la majestad real, á quien retuvo cautiva á vuelta de
pérfidos homenajes, imponiéndole sus consejeros y sus criados
y convirtiéndola en instrumento de su tiranía.
Sacudióla en un momento de vigor Juan II huyendo de la
fortaleza de Portillo; reconocióle Medina del Campo por su
único seftor, y á fines de 1 444 le vio reconciliado ya con su hijo,
en medio de sus cortes, solicitando medios para abrir contra los
sublevados la campaña que debía terminar con la victoria de
Olmedo. Por última vez le recibió en 1453 enfermo de cuarta-
nas, devorado de remordimientos por la acerba paga que á los
servicios de su fiel privado acababa de dar, sin que ni los cono-
cidos lugares ni el acostumbrado clima devolviesen el vigor á su
cuerpo ni á su espíritu la serenidad. Tiempos no más tranquilos
y más degradantes escenas alcanzó á presenciar en el siguiente
reinado: traiciones, revueltas, impunidad, disoluciones y escán-
dalos en la corte, y castigado con el suplicio en el desgraciado
Alonso de Córdoba, el delito de enamorar á la querida del rey
Catalina de Sandoval. Sólo de ésta se mostró celoso Enrique IV;
su esposa, su cetro lo abandonaba á sus validos, sus dominios
á las facciones, repartiendo con profusa mano entre sus insacia-
bles ricos hombres lo poco que le restaba. Mientras que allí
distribuía condados y señoríos, se enarbolaba en el castillo de
la Mota la bandera de la rebelión á nombre del arzobispo de
Toledo, y la villa sujeta á todo estrago iba á perderse sin re-
E vi dos estremos hechos una parte
Debaxo la justa real disciplina.
Y luego recordando el espanto que produjo la voz de Jesús en el huerto sobre los
que iban á prenderle, continúa:
Y como aquel pueblo cayó casi muerto,
Assí en Medina veyendo tal ley
Vista la cara de nuestro grsLti rey
Le fué todo llano e allí descubierto.
No es posible llevar más adelante la lisonja para encubrir su humillación al mal
parado rey, ó las ilusiones que se forjaba tal vez el candido poeta acerca de la
fusión de los partidos.
VALLADOLID
223
curso, cuando entró victorioso el ejército real, á quien por se-
gunda vez en Olmedo había favorecido la fortuna. Allí pasó el
rey Enrique la noche que siguió á su único é involuntario triun-
fo, allí oyó benévolo las proposiciones conciliadoras del nuncio
pontificio, allí en la inacción vio deshacerse hoja por hoja su
efímero laurel, hasta que al fin hubo de firmar las capitulacio-
nes, mediante las cuales fué cedido con otros aquel rico pueblo
á su hermana y heredera.
Por aquellos días, después de ver cumplidos los tristes pro-
nósticos que de su real alumno había formado, falleció en Cuen-
ca á 30 de Mayo de 1469 uno de los más insignes hijos de
Medina y de los que más acaso contribuyeron á su pujanza, fray
Lope de Barrientos dominico, obispo sucesivamente de Segovia,
Ávila y Cuenca, confesor de Juan II y maestro del príncipe, á
quien cupo en la corte un papel tan principal como después al
arzobispo Carrillo y al cardenal Mendoza. Magnífico, dadivoso,
más acomodado en las costumbres á su época que á su profe-
sión, previno minuciosamente en vida la brillante pompa con
que había de ser trasladado su cadáver á la capilla del hospital
de la Piedad edificado á sus expensas, donde bajo una cúpula
artesonada con estrellas de gusto arábigo, aparece de rodillas
sobre la losa su efigie, que por lo earecterístico del semblante
debe ser de notable semejanza y por la riqueza del traje epis-
copal muy conforme á su esplendidez (i). La inscripción del
friso recuerda sus títulos y blasones, entre otros ¡menguado
elogio para un prelado! el ser fundador del linaje de Ba-
rrientos.
(i) En su testamento otorgado en Medina á 1 7 de Noviembre de 1454 dispo-
ne el obispo que el cadáver «lo entierren y sepulten en la nuestra capilla mayor
del nuestro hospital, e lo pongan debaxo del vulto de alabastro, segund por la via
que lo nos tenemos fecho e ordenado.» Al hospital lega una porción considerable
de sus bienes, al convento de dominicos una fuerte manda. La familia de Barrien-
tos era una de las siete familias más ilustres de Medina; acerca de la descendencia
de D. Lope establecida en Cuenca, véase lo dicho en el tomo de Castilla la Nueva,
Fuera del sepulcro del obispo, no contiene cosa notable el hospital sino un pe-
queño retablo gótico en la sacristía con preciosos grupos de figuritas.
VALLADOLID
La fortaleza de la Mota habfa pasado al arzobispo de Sevi-
lla Fonseca y por muerte de éste á su sobrino; cansados de su-
fruir sus continuos daños cercáronla los medíneses en 1473,
llamando en su auxilio al temible alcaide de Castronuño que con
su osadía burlaba la ley y hasta la imponía á los partidos, y por
armas y por tratos á un tiempo, traba-
jaron en adquirirla para derrocarl
con sus gentes el duque de Alb
persando á los sitiadores, tomó
lio en tercería hasta tanto que s(
nízara á Fonseca, con promesa d
donarlo después al pico destruct
al presentarse en 1475 Fernan-
do é Isabel recién coronados
en Segovia , creyó no poder
tributarles don más grato que
aquellos muros, que ponían en
sus manos la población más
opulenta de Castilla y la más
importante para las necesida-
des de la guerra. Los tres
brazos del reino reunidos -en
cortes, últimas que se celebra-
ron 6n aquel punto, ofreciéron-
les la mitad del oro y plata de
las iglesias de sus dominios Castillo de la mota. -torre dbi.
por vía de anticipo hasta lo- homenaje
grar la victoria, que no se hizo
aguardar por largo tiempo. Las ovaciones de Medina fueron
las primeras que recibió Fernando V al volver triunfante de
los campos de Toro; y el primer uso de la adquirida fuerza,
que le permitía ser clemente, fué e! perdón concedido á los po-
derosos hermanos -Girones, el conde de Ureña y el maestre de
Calatrava. Desde entonces apenas transcurrió ningi^n aAo sin
VALLADOLID 225
que los Reyes Católicos visitasen su amada villa. De su perma-
nencia le dejaron notables fechas: en 27 de Setiembre de 1480
la creación del formidable tribunal del Santo Oficio y el nom-
bramiento de los primeros inquisidores; en 27 de Marzo de 1489
la salida para su gloriosa carrera de lides y conquistas hasta
descansar en la Alhambra; en 1494 su triunfal regreso de Gra-
nada; en 1497 las conferencias con el embajador francés, en
que se ventilaban los despojos de dos coronas, la de Ñapóles y
la de Navarra. Sin embargo, en aquel período de gloria lucie-
ron días desastrosos para Medina, el 23 de Febrero de 1479,
el 16 de Julio de 149 1, el 7 de Setiembre de 1492, en que las
llamas con una insistencia, que más parece obra de malicia que
de casualidad, amenazaron devorarla toda, consumiendo esta
última vez lo que la liberalidad de Isabel la Católica acababa de
reedificar.
Interesantes recuerdos de aquellos años nos conservan las
torres de la Mota. Allá junto á la barrera, en una desabrigada
y humilde cocina, habitaba la heredera de la monarquía espa-
ñola, la princesa D,^ Juana^ sin sentir la intemperie del frío,
fijos los extraviados ojos en el puente levadizo que ni á sus
mandatos ni á sus ruegos se bajaba, espiando la ocasión de es-
capar para ir á pié á reunirse en Flandes con su veleidoso ma-
rido el archiduque. Ni las instancias del obispo de Córdoba ni
las del arzobispo de Toledo bastaron para que volviese á sus
aposentos; sólo el cariño de su madre que vino enferma de Se-
govia, y sobre todo la promesa de enviarla á su esposo al aso-
mar la primavera, lograron tranquilizar á la desgraciada loca
de amor. En aquel recinto perdía sus esperanzas al trono de
Ñapóles Fernando duque de Calabria, y con la noticia de la
muerte de su padre D. Fadrique recibía los postreros avisos*
del destronado rey despertando su vigor aletargado. En más
estrecha prisión se embravecía cual cautivo tigre el famoso
César Borja, traído de Italia con engaño que no disculpan sus
innumerables perfidias y maldades, y guardado de reserva por
29
220 VALLADOLID
el suspicaz Fernando V para soltarlo en ocasión oportuna, no
ya contra sus enemigos, sino contra el mismo Gran Capitán de
cuya lealtad recelaba. Cansado de aguardar por espacio de dos
años la libertad, procúresela con la fuga el audaz revolvedor
en la noche del 25 de Octubre de 1506, y aunque el alcaide
Gabriel de Tapia llegó á tiempo de cortar la cuerda con que se
descolgaba por las almenas, todavía maltrecho pudo montar á
caballo y refugiarse con auxilio del conde de Benavente á las
tierras del rey de Navarra su cuñado.
Todas estas memorias las eclipsa las del fallecimiento de la
inmortal Isabel, cuyo postrer suspiro se duda si recogieron los
muros de la fortaleza, ó los del palacio que tenían los reyes en
la plaza, ó los del convento de Santa María la Real. Un denso
velo de tristeza pesaba sobre la corte en el año de 1504: la
princesa por fin había partido á Flandes separándose de su ma-
dre para no volverla á ver ; la infanta Magdalena, hija de los
reyes de Navarra Catalina de Foix y Juan de Albret, educada
durante ocho años ál ladp de la Reina Católica no con la des-
confianza de rehenes sino con maternal afecto, acababa de mo-
rir en la flor de su primavera; el rey convalecía apenas de una
grave enfermedad, cuando su esposa en el verano se sintió ata-
cada de la hidropesía que á los cincuenta y tres años debía
conducirla al sepulcro. Madre tan desgraciada como reina ven-
turosa, había perdido sucesivamente á su único hijo varón, á su
primogénita, á su nieto; y de tantos reinos, de tantas conquis-
tas dejaba por heredera á una infeliz demente. Al apercibirse
de su próximo fin, en 1 2 de Octubre dictó su testamento, pági-
na la más tierna y más sublime que haya suscrito jamás mano
soberana ( i ) ; y continuó sin tregua ocupándose del bien de sus
(i) No podemos resistir al deseo de insertar una muestra de este precioso
documento poco conocido bien que no inédito, que copiamos de su original en el
archivo de Simancas. «E quiero e mando, dice, que mi cuerpo sea sepultado en el
monasterio de S. Francisco que es en la Alhambra de la cibdad de Granada, en
una sepoltura baxa que no tenga vulto alguno, salvo una losa baxa en el suelo
llana con sus letras esculpidas en ella. Pero quiero e mando que si el rey mi señor
VALLADOLID 227
vasallos hasta el 26 de Noviembre, en que á la hora de medio-
día espiró tan santamente como gloriosamente había vivido. El
luto que vedó á sus pueblos se encargó de mostrarlo el cielo
lloviendo á mares semanas continuas al salir para Granada su
cadáver; y burlando sus modestas prevenciones acerca de la
sepultura, que tanto contrastan con la vanidad ostentosa del
obispo Barrientos, la historia, más unánime que nunca tal vez
en su admiración y en su cariño, ha tomado de su cuenta la
inscripción, la efigie y el monumento.
. Á su esclarecido consorte, arrebatado doce años después
por el mismo mal, Medina no le vio morir, pero sí enfermo y
<lébil por un extraño filtro que le propinó su segunda mujer
xleseosa de sucesión, huir de las gentes y de los negocios y
complacerse no más en la soledad de los bosques. Principiaba
ya á la sazón la decadencia de aquel emporio, pero á sus causas
lentas y radicales añadióse un hecho glorioso y terrible que la
precipitó, dando á sus ruinas el esplendor de las de Numancia
y Sagunto. En 2 1 de Agosto de 1 5 20 presentóse á sus puertas
Antonio de Fonseca, reclamando la artillería que desde tiempo
atrás se custodiaba en la Mota para batir los muros de Segovia
levantada por las Comunidades: Medina, que simpatizaba con
ellas, se negó á entregarla, y desmontando parte de la misma,
empleó la restante en guarnecer la plaza y las avenidas de las
calles. El ataque empezó : los medineses, rechazados de la débil
eligiere sepoltura en otra cualquier iglesia ó monasterio de qualquier otra parte
ó lugar de estos mis reinos, que mi cuerpo sea allí trasladado e sepultado junto
con el cuerpo de su señoría, porque el ayuntamiento que tovimos biviendo e que
nuestras ánimas espero en la misericordia de Dios teman en el cielo, lo tengan e
representen nuestros cuerpos en el suelo. E quiero e mando que ninguno vista
jerga por mí, e que en las obsequias que se fizieren por mí donde mi cuerpo esto-
viere las hagan llanamente sin demasías, e que no aya en el vulto gradas ni cha-
piteles, ni en la iglesia entoldaduras de lutos ni demasía de hachas, salvo sola-
mente trece hachas que ardan de cada parte en tanto que se dixere el oficio divino
•e se dixeren las missas e vigilias en los dias de las obsequias, e lo que se avia de
gastar eñ luto para las obsequias se convierta e dé en vestuario á pobres, e la cera
•que en ellas se avia de gastar sea para que arda ante el Sacramento en algunas
iglesias pobres onde á mis testamentarios bien visto fuere.»
228 VALLADOLID
cerca, se atrincheraron tras de los cañones en el centro de la
población; los soldados de Fonseca se derramaron por los ba-
rrios más opulentos robando y saqueando y sembrando á tre-
chos alcancías de alquitrán. De pronto brotaron las llamas, y
en breve la villa toda fué un mar de fuego ; y entonces aque)
pueblo de mercaderes vio impasible arder sus moradas y sus
riquezas, sin abandonar un punto la artillería ni distraerse de su
custodia para acudir al remedio de su daño. Avergonzado, per-
seguido por la execración general y tal vez por sus propios re-
mordimientos, el incendiario caudillo huyó de Medina y poca
después de España; y victoriosos pero arruinados circularon los
moradores la triste nueva á las ciudades de Castilla con frases
dignas de su heroísmo (i). Tres días duró el fuego: de sete-
cientas á nuevecientas casas perecieron en las calles de la Rúa,
de San Antolín, de San Francisco y en el barrio de la Joyería;
abrasóse el célebre convento de Franciscanos depósito de inesti-
mables mercancías, y el hueco de un olmo de la huerta junto á la
noria sirvió de asilo al Santísimo Sacramento. Oro, plata, perlas^
brocados, tapicerías, formaban el cebo de aquella vasta hoguera
en que se consumió la fortuna y se acrisoló la honra de Medina.
Peligroso era tras de tamaña catástrofe hablar de paz y
(i) Son de notar las siguientes en la carta que acerca del triste suceso dirigió
Medina á Valladolid, escrita en el lenguaje elocuente con sus puntas de concep-
tuoso que caracteriza los documentos de aquella época. «Antonio de Fonseca y
los suyos, desque vieron que los sobrepujábamos en fuerza de armas, acordaron
de poner fuego á nuestras casas y haciendas, porque pensaron que lo que ganá-
bamos por esforzados perderíamos por codiciosos. Por cierto, señores, el hierro
de nuestros enemigos en un mismo punto hería en nuestras carnes y por otra
parte el fuego quemaba nuestras haciendas; y sobre todo veíamos delante nues-
tros ojos que los soldados despojaban á nuestras mujeres y hijos. Y de todo esto
no teníamos tanta pena como de pensar que con nuestra artillería querían ir á
destruir á la ciudad de Segovia, porque de corazones valerosos es los muchos
trabajos propios tenerlos en poco, y los pocos ágenos tenerlos en mucho... Ya te-
nemos los cuerpos fatigados de las armas, las casas todas quemadas, las hacien-
das todas robadas, los hijos y las mujeres sin tener do abrigarlos, los templos de
Dios hechos polvos ; y sobre todo tenemos nuestros corazones tan turbados que
pensamos tornarnos locos. Y esto no por mas de pensar si fueron solos pecados
de Fonseca ó si fueron tristes hados de Medina, porque fuese la desdichada Medi-
na quemada. n
VALLADOLID 22Q
mucho menos de perdón á los ánimos escandecidos. Invadió la
muchedumbre el consistorio, al regidor Gil Nieto atravesó con
su daga el tundidor Bobadilla, y el cadáver echado por las ven-
tanas cayó sobre las picas de los amotinados: Lope de Vera, el
librero Téllez y otros sucumbieron inmolados á la furia popular.
Con banderas de luto y alaridos de venganza fueron acogidas
allí las huestes de Bravo y de Padilla: la primera salida fué
contra Alaej os perteneciente á los Fonsecas, cuyo castillo no se
rindió tan fácilmente como el pueblo. Cuatro meses duró el sitio
sostenido por el alcaide Gonzalo de Vela contra Luís de Quin-
tanilla caudillo de los medineses, y al cabo hubieron de retirar-
se, dejando prisionero en poder de los cercados para ser colga-
do de una almena á Bobadilla el tundidor, que hecho intolerable
después de la revuelta por sus aspiraciones aristocráticas (i),
se había acreditado en el asalto de brioso y audaz guerrero. A
Francisco del Mercado, capitán de la gente de caballo, hubiera
cabido por sentencia del consejo igual suplicio, á no haberse
puesto en salvo, fenecidas las Comunidades ; pero ya que no á
sus propios hijos, vio Medina caer al pié de la picota en 1 4 de
Agosto de 1522 las cabezas de siete procuradores de ciudades
aprendidos en Tordesillas, y luego en 1 3 de Octubre la de Pe-
dro de Sotomayor, diputado por Madrid. No pudo por tanto la
villa gloriarse del infortunio padecido por una causa vencida y
declarada por desleal. Pero la corte sin embargo le continuó
por algún tiempo sus favores, y casi todo el año de 1532 lo
pasó dentro de su recinto la emperatriz Isabel en ausencia de
su esposo, realzando el esplendor de las célebres ferias, no sin
que murmuraran de su residencia los cortesanos con aquellos
epigramas con que suelen perseguir las pretensiones de los pue-
blos que nacen ó que ya dedinan (2).
(i; a Tomó casa y puso porteros, dice Guevara, y se dejaba llamar señoría,
como si él fuera ya señor de Medina ó fuera muerto el rey de Castilla ; » y añade el
• historiador de Simancas que comenzó á hacer plato como señor de salva.
(3) He aquí cómo se expresa Guevara acerca de Medina en una de sus epísto-
230 VALLADOLID
Á Medina del Campo no le quedan de sus mejores días
preciosos é insignes monumentos, pero sí vestigios irrecusables
de prosperidad y de grandeza. La extensión de su plaza asom-
braría en cualquiera capital ; y los soportales que en parte la
ciñen y los de la calle de la Rúa recuerdan las numerosas tien-
das y almacenes, los multiplicados oficios, la mercantil anima-
ción que hervía allí como en su centro (i). Aquellas orillas del
Zapardiel, devueltas ya casi á su rusticidad primitiva, atrajeron
tantas riquezas y sostuvieron barrios tan opulentos como las del
humilde Esgueva en medio de Valladolid; por aquellos dos
puentes circulaba á todas horas gentío innumerable, y junto al
principal descollaban San Francisco dando nombre á una de las
calles más frecuentadas, y la antigua casa de ayuntamiento que
con sus escrituras pereció también entre las llamas. La actual
con su fachada de sillería flanqueada de torreones, y las Cami-
las: «Mi parecer es que ni tiene suelo ni cielo, porque el cielo está siempre cu-
bierto de nubes y el suelo lleno de lodos, por manera que si los vecinos la llaman
Medina del campo, los cortesanos la llamamos Medina del lodo. Tiene un rio que
se llama Zapardiel, el cual es tan hondo y peligroso que las ánsares hacen pie en
el verano: como es rio estrecho y cenagoso, provéenos de muchas anguilas, y
aun encúbrenos con muchas nieblas.» En otra carta dice el mismo hablando de
las ferias : « Veo en estas tiendas de burgaleses tantas cosas ricas y apacibles, que
en mirarlas tomo gozo y de no poderlas comprar tomo pena. La emperatriz salió
.á ver la feria, y como princesa prudentísima no quiso consigo sacar ninguna da-
ma, porque siendo los galanes que las sirven tan pobres y tan pocos, no pudiera
ser menos sino que ellas se desmandaran á pedir ferias, y ellos se obligaran á pa-
garlas.»
(i) De este movimiento dan alguna idea los siguientes versos de un vulgar
romancillo ó jázara rufianesca, cuyo mérito poético dista mucho de corresponder
al interés topográfico. Como tan prosaicos, los transcribimos á renglón seguido.
« Está S. Miguel — junto á Zapardiel. — Seros ha notorio — el gran consistorio— de
los regidores;— justicia y señores- todos en cuadrilla— gobiernan la villa.— Luego
en continente— pasareis la puente,— y á un paso de grúa— tomareis la Rúa.— Pero
en esta calle— no es razón que calle— que hay mil ejercicios— de dos mil oficios;—
veréis los traperos,— sastres, calceteros,— y los tundidores,— y los corredores,—
arcas de escribanos— no se dá de manos ;— y veréis los cambios— cambios y re-
cambios—y el rollo y alberca,— la noria con cerca.— Es grande alegría— ver la jo-
yería—y la mercería — y la librería — con la lencería, — y el reloj armado — de
S. Antolin,— y luego á man drecha— una calle estrecha,— y por allí van — luego á
S. Julián, etc.» La noria con cerca alude sin duda á la de la huerta de San Fran-
cisco, cercada en reverencia de haber encontrado refugio allí el Santísimo Sacra-
mento.
VALLADOLID 23I
cerías, sencilla y elegante construcción dividida interiormente en
tres naves por dos columnatas, indican en qué pujanza se man-
tenía aún la población durante el siglo xvi. Hospedábanse los
reyes, destruido ya su palacio, en la casa del regidor Dueñas,
cuyo patio circuye doble galería de orden corintio con bustos
en las enjutas, y cuya escalera recuerda la bellísima de los ex-
pósitos de Toledo. Aquella noble morada, que se distingue en-
frente de San Facundo por su portal y ventanas platerescas
decoradas con pilastras y frontones triangulares, sirvió de alber-
gue al tribunal de la Inquisición establecido pasajeramente en
Medina mientras que Valladolid fué corte de Felipe III. Pero
nada infunde tan alta idea de las fortunas de sus vecinos como
el grandioso hospital de la Concepción, erigido en 1 619, muy
avanzada ya la decadencia, por el cambista Simón Ruiz, cuya
estatua aparece arrodillada en el presbiterio de la capilla en
medio de las de sus dos consortes vestidas con gentil gala:
verdadero palacio alzado á la miseria, tiene en su fachada tres-
cientos pies de longitud, setenta y dos arcos en las galerías alta
y baja de su espacioso claustro, y en él quedan refundidos hasta
. veintidós asilos de su especie. En época más reciente,- para sa-
car de su abatimiento á la población, trató el caído marqués de
la Ensenada de convertirla en depósito inmenso, empleando en
beneficio del lugar de su destierro los restos de su noble activi-
dad; y con este objeto se levantó á la salida la vastísima fábri-
ca, que hoy lleva el nombre de cuarteles, lastimosamente des-
mantelada durante la guerra de la Independencia.
Los templos, que generalmente suelen sobrevivir al caserío
cuando viene por grados la decadencia y no por efecto de súbi-
tos trastornos, han pagado en Medina su contingente á la des-
trucción, y aunque según el aspecto de los que subsisten la pér-
dida artística no parece muy importante, por lo menos ha sido
copiosa. San Nicolás, San Pedro, San Esteban, San Andrés, San
Juan de Sardón, Santa María la Antigua, han desaparecido entre
las parroquias; Santa María del Castillo desde su vieja iglesia
233 VALLADOLID
se trasladó á una moderna ermita, y Santiago al hermoso tem-
plo de jesuítas, que fundó hacia 1563 Pedro Quadrado (1), y
en cuyo crucero descansan bajo sencilla losa las cenizas del vir-
tuoso ministro de Fernando VI, que en 1781 feneció resignada-
mente en inmerecida desgracia del monarca sucesor. Permanecen
todavía San Martín, San Facundo con sus tres cortas naves sos-
tenidas por estriadas coUimnas, San Miguel cabe el río, Santo
Tomé junto á la puerta de Valladolid abandonado solo en medio
del campo por el reflujo de la población, los dos reforzados en
sus ábsides con estribos de gótico moderno. Zonas de arquitos de
harto más antiguo carácter guarnecen el de San Julián hacia la
puerta de Olmedo. Sobre todos ellos descuella en un extremo de
la plaza San Antolín, que de simple parroquia ascendió en 1480
á colegiata, pero si algo tuvo de monumental lo perdió en el in-
cendio de 1 5 20: su portada, á pesar del realce que le da una
vasta lonja, es insignificante en el estilo del renacimiento, sus tres
naves iguales en altura descansan sobre bocelados pilares del
siglo XVI, su retablo mayor se compone de numerosas tablas de
relieves, y en la sillería del coro, en los sepulcros, en las capi-
llas espaciosas, nada detiene la atención del artista.
Menos espléndido que antes renació de sus cenizas San Fran-
cisco, pero ha vuelto á hundirse al par de San Andrés, convento
de dominicos restaurado por fray Lope de Barrientos. Nueve de
religiosos y seis de monjas contaba aún Medina en el siglo xvii :
hacia los cuarteles se conservan los antiguos restos del de pre-
monstratenses, é inmediato al castillo el de benedictinos de San
Bartolomé, cuyo lindo claustro y curiosa iglesia no correspon-
den á la antigüedad de su fundación en 1 1 8 1 por el caballero
Berengario, que lo sometió después al de Sahagún. La erección
de Santa Clara se atribuye al rey San Fernando; Santa María la
(i) Profetizó esta fundación San Ignacio, de quien fué grande amigo el funda-
dor. Murió éste en i $66, y su estatua y la de su mujer D.' Francisca Marjón ador-
nan el presbiterio. La bóveda del templo es de crucería y el retablo mayor se
recomienda por su mérito.
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I
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1
VALLADOLID 233
Real recuerda á su fundadora la reina de Aragón Leonor Urraca
cuyo sepulcro posee; ambos edificios góticos, aunque poco nota-
bles. La nave de crucería de las Magdalenas con su crucero la
mandaron construir en 1556 D. Rodrigo Dueñas, regidor, y su
esposa D.^ Catalina Quadrado, señores de las villas de Tortoles
y de Población de Cerrato.
Sólo un monumento hay en Medina, y es el castillo de la
Mota. Cuatro recintos forman su conjunto: la barbacana exterior
que cierra la plaza de armas, el muro de ladrillo con almenados
cubos y aspilleras para la arcabucería, el castillo propiamente
dicho, y la torre del homenaje orlada toda de modillones y
flanqueada por dos garitas en cada uno de sus cuatro lienzos,
describiendo ángulos entrantes en las esquinas. Sobre el arco
del puente levadizo, que divide el primer recinto del segundo,
los blasones de los Reyes Católicos y su divisa del nudo gor-
diano y de las flechas indican la época en que se efectuaron
aquellas obras; y otro arco altísimo, que con doble rastrillo se
cerraba, introduce á las habitaciones del alcázar, alguna de las
cuales conserva con el nombre de tocador de la reina su bó-
veda de lacería. Dos minas ó corredores subterráneos, uno de-
bajo del otro, circuyen la fortaleza, permitiendo por sus ocul-
tas troneras una defensa encarnizada. Las ruinas no son bellas,
pero sí imponentes; la torre se elevaba á prodigiosa altura, y
aun se denotan los arcos de su segundo cuerpo.
Como lozanos retoños al rededor de un robusto tronco de-
rribado, han crecido en torno de Medina del Campo, villas po-
pulosas : en vecindario casi la iguala Rueda, conocida sólo por
la fatal derrota que en 981 sufrieron Ramiro III de León y
Sancho García de Navarra y el conde de Castilla Garci Fernán-
dez arrollados por la cimitarra de Almanzor (i); excédela bas-
tante la Seca, y la duplica Nava del Rey, poblaciones más. im-
portantes por sus modernos edificios que por antigüedades ó
( I ) Véase lo dicho atrás pág. 185.
30
234 VALLADOLID
recuerdos. Hacia el norte limita su jurisdicción el majestuoso
Duero, y en su confluencia con el Adaja asoma entre frondosas
alamedas la célebre cartuja de Aniago que fundó en 1441 la
reina D.^ María y que encubre bajo el más rústico exterior un
magnífico claustro de ojival arquitectura. Habíanla precedido
varios ensayos de monasterios (i) desde que eñ 1 135 fué cedida
su iglesia por Alfonso VII al de Santo Domingo de Silos, pa-
sando el lugar alternativamente del señorío real al del concejo
de Valladolid.
Al oeste de Medina, paralelo casi al Zapardiel, corre el río
Trabancos, pero ha desaparecido la línea de castillos que de-
fendía sus llanuras. Pereció el del Carpió, ¿y qué mucho si se
ha hundido hasta la parroquia del pueblo, convertida hoy en
cementerio, permaneciendo sólo entre las ruinas la gótica capilla
mayor con sus hermosos sepulcros de alabastro y con el pan-
teón de sus señores (2), y la torre ennegrecida cuya antigüedad
remonta hasta los árabes el vulgo? Del de Siete Iglesias, lugar
inseparablemente unido á la memoria de su desgraciado mar-
qués D. Rodrigo Calderón, no se conservan sino vastos subte-
rráneos : el de Alaejos subsistió entero con sus cuatro torreones
hasta nuestros días, en que su dueño lo abandonó á los vecinos
para que aprovecharan sus sillares, no quedando de él más que
lo bastante para acreditar su solidez y echar menos su gallar-
día. No le valió el haber servido de morada ó más bien de cár-
cel en 1468 á la reina D.^ Juana, esposa de Enrique IV, puesta
en poder del arzobispo de Sevilla D. Alonso de Fonseca; ya no
existe el torreón del tocador por el cual escapó cierta noche
descolgándose dentro de un canasto, para correr á reunirse en
(i) Tales fueron el de Jerónimos que en 1376 trató de establecer la reina
Doña juana Manuel, y el colegio de sacerdotes mozárabes que fundó á principios
del siglo inmediato el obispo de Segovia D. Juan Vázquez de Cepeda cediendo su
patronato á la reina D.* Marta, sin que llegara á realizarse.
(3) En 146$ dio Enrique IV la villa al conde de Alba, cuyos descendientes
unieron á este título el de marqueses del Carpió : los entierros de la capilla mayor
pertenecen á la familia de Vázquez.
VALLADOl-ID 2^5
Buitrago con su hija, montada á la grupa del caballo del joven
D. Luís de Mendoza : pero si infamó aquellos muros con adúl-
teros amores la liviana princesa, según publicaron sus enemigos,
echando nueva mancha sobre el tálamo real, justo era recordar
la gloriosa resistencia que opusieron en 1520 á los comuneros
de Segovia, Avila y Medina, que en el alcázar del aborrecido
Fonseca trataban de vengar el atroz incendio de sus hogares.
Bajo el señorío de aquella poderosa familia floreció Alaejos en
el siglo XVI, y en sus dos parroquias Santa María y San Pedro
lególe el renacimiento insignes construcciones. Distingüese la
primera por sus buenos detalles platerescos y por los ricos ar-
tesonados estalactíticos que adornan su cimborio y la parte in-
ferior del coro alto; la segunda, mayor y más esbelta, por sus
excelentes proporciones, por la ligereza de las columnas que
sustentan sus tres naves, y por la elevación y gracia que carac-
teriza su torre bien que terminada en la postrer centuria. Entre
las conquistas de Alfonso VI nombra á Alaet el obispo D. Pe-
layo; hoy es un pueblo grande y rico que ha ganado en impor-
tancia lo que ha perdido en fortaleza.
Por un castillo, como suena el nombre, empezó Castro Ñuño
en las márgenes del Duero junto á la embocadura del Traban-
eos; Castro Benavente se le llamó antes que lo repoblara y ce-
diera á la orden de San Juan, Ñuño Pérez alférez de Alfonso VII,
quien otorgó en 1152a sus habitantes varias exenciones y el
fuero de Sepúlveda. Cediólo en 1 30 1 Fernando IV al inquieto
D. Juan su tío á trueque de reducirle á su obediencia; pactó allí
en 1439 Juan II con los infantes de Aragón, humillando su au-
toridad ante las exigencias de los rebeldes. Bajo el débil cetro
de Enrique IV un audaz alcaide tras de aquellas almenas llegó
á erigirse en arbitro y opresor de la comarca : Pedro de Menda-
via, á quien cuenta Guevara entre los famosos tiranos^ todo lo
asolaba y revolvía desde al Duero al Tormes, burlando alter-
nativamente á los diversos bandos del reino, y para confirmar
sus usurpaciones enarboló contra los Reyes Católicos el pendón
*.
336 VALLADOLin
de la Beltraneja. Castro Ñuño fué el asilo del rey de Portugal
fugitivo y derrotado en Toro ; Castro Ñuño, cuando se habían
ya rendido las plazas todas, resistió hasta el verano de 1477
con esfuerzo digno de mejor causa, y después de capitular hon>
rosamente salieron para Portugal los defensores con su bagaje,
obteniendo el alcaide Mendavia en vez de castigo una recom-
pensa de siete mil ñorines. Elscarmentados los vecinos y teme-
rosos de los males de la guerra, arrasaron el castillo, de cuyas
piedras se dice haberse construido la ermita situada en el cerro
de la Muela, y cuyo nombre conserva aún la parroquia de Santa
Marfa. Esta destrucción se comprende al menos, no la que dia-
riamente se está cebando á sangre fría en torres indefensas, en
ruinas pintorescas y venerables.
CAPÍTULO VIII
Tor deslllas. — Torrelobatóc — Vlllalar
a NA jornada sobra para recorrer el teatro de la campana
que en ocho meses anduvo Juan de Padilla, campaña, más
bien que gloriosa por sus aciertos ó resultados, interesante por
la bandera que sostuvo y por la noble desgracia que la coronó.
Tordesillas, cuartel general de sus operaciones tan pronto ga-
nado como imprevisoramente perdido, Torrelobatón trofeo de
su bravura y testigo después de su desidia, Villalar padrón la-
mentable de su derrota y suplicio, forman el breve triángulo
misterioso donde se encierran los destinos del héroe de las
Comunidades. Las aldeas, los arroyos, los barrancos mismos
han inmortalizado su nombre, uniéndolo á las vicisitudes de
238 VALLADOLID
aquella lucha menos épica que dramática; y no sé qué aspecto
melancólico y solemne toman sus rasas y yermas llanuras, don-
de cada cual, según el sistema histórico que se ha forjado, cree
ver surgir espléndido el trono del caos de las revueltas feudales
y concejiles de la Edad media, ó percibir el postrer suspiro de
las libertades castellanas.
Tordesillas se sienta sobre un alto ribazo á la orilla dere-
cha del Duero, descollando entre sus iglesias la gótica crestería
de San Antolín y de Santa Clara. Desde sus miradores señorea
un horizonte dilatado, cuyo primer término alegran las corrien
tes del río recamadas de verdor y un magnífico puente de diez
arcos apuntados, en medio del cual se levantaba en otro tiempo
una torre flanqueada por almenados torreones. No lejos de él
existía el palacio donde se hospedaron tantos reyes, y donde
arrastró medio siglo de soledad y de insensatez la reina propie-
taria de Aragón y de Castilla, la triste D.^ Juana; mandóse de
real orden en 1771 demoler por ruinoso, y hoy lo reemplaza un
moderno villar. Aunque poco inferior en blasones históricos á
Medina del Campo, nunca alcanzó Tordesillas la pujanza de
aquella ; por esto ha sido menos profunda su caída. Su vecinda-
rio ha disminuido poco del que contenía en el siglo xvi, sus seis
parroquias subsisten, y presenta aún animación y vida su cua-
drada plaza, cruzada por cuatro calles, rodeada de pórticos y
uniforme en su ventanaje. De sus murallas permanecen vesti-
gios y los arcos de sus cuatro puertas : castillo nunca lo tuvo,
sino un pequeño fuerte contiguo á la puerta del Mercado, sin
eximirse por lo débil de las calamidades de riguroso cerco.
Ninguna de sus parroquias sobresale en hermosura ni en
grandeza: San Miguel, Santiago, San Juan, á más de reducidas,
son insignificantes á fuer de renovadas; Santa María se distin-
gue solamente por su torre, que ceñida de balaustres y termi-
nada por un segundo cuerpo con airosa cúpula y linterna, ad-
mite todavía alguna ventana ojival en su estilo del Renacimiento;
San Pedro cubre sus tres naves con bóveda de cru9ería, conté-
VALLADOLID 239
niendo dos bultos mortuorios dentro de un nicho en la capilla
del inquisidor Gaytán. La más notable es sin disputa San Anto-
lín, erigida al santo tutelar de Falencia, á cuya diócesis perte-
necía la comarca; y su gótica capilla de los Alderetes, que
avanzando por fuera hacia el mirador, realza con la gentileza de
sus botareles la amenidad del sitio, custodia en su interior in-
signes obras de escultura. Sobre una tumba aislada cubierta de
medallones y figuras al uso plateresco, yace la bella efigie del
comendador Pedro González de Alderete, rodeada de graciosos
niños, reclinados cuales sobre el casco del guerrero, cuales so-
bre fúnebres calaveras ; y dentro de un arco gótico aparece otra
estatua tendida de Rodrigo de Alderete, juez mayor de Vizca-
ya (i). Labrólas á mediados del siglo xvi el famoso Gaspar de
Tordesillas, aventajado imitador y tal vez discípulo de Berru-
guete, á cuyo cincel se debió también probablemente el retablo
de la capilla dedicado á la Virgen de la Piedad : el litigio susci-
tado entre el artista y el patrono nos ha conservado por con-
ducto de Ceán Bermúdez esta preciosa noticia.
Antigüedad y magnificencia, si las hay en Tordesillas, ha-
llarse han en un convento de religiosas. Han perecido el de
franciscanos y el de dominicos de Santo Tomás ; el de comen-
dadoras de San Juan fundado en 1489 se ha modernizado por
completo; el de Santa Clara empero ostenta á la vez sus au-
gustas memorias y sus formas monumentales. Un rey licencioso,
el célebre D. Pedro, lo erigió en 1363; el primer fruto de la
más querida de sus damas, la infanta D.^ Beatriz, se encerró en
aquel claustro, desvanecida con la catástrofe de Montiel la es-
peranza de suceder á su padre y de casarse con el príncipe de
(i) En torno de la urna del Comendador se lee el siguiente epitafio: «Este
bulto e capilla mandó hacer el doctor Pedro de Aldrete comendador de la caballe-
ría de Santiago, vecino e regidor de la villa de Tordesillas, falleció en Granada
año de i 501, cuyo cuerpo está aquí sepultado.» El entierro del nicho lleva esta
otra leyenda: «Aquí yace el licenciado Rodrigo Alderete juez mayor de Vizcaya
por sus magestades, falleció año de mili e quinientos...» y luego continúa pintado
en vez de esculpido «y XXVII,» prueba de que la inscripción se puso en vida del
finado, añadiéndose después el año de su muerte.
240 VALLADOLin
t — ■
Portugal. Transformáronse en monasterio las casas principales
que habitaba el rey durante sus frecuentes estancias en la villa,
donde al lado de la reina su madre, se había visto como asedia-
do por los grandes para que rompiese sus adúlteros lazos,
donde había ensangrentado con muertes como solía, las fiestas
y torneos celebrados por la rendición de Toro, donde en 1355
y 1359 le había hecho padre la Padilla de la infanta Isabel que
vino á casar en Inglaterra con Edmundo duque de York, y del
príncipe D. Alfonso cuya muerte prematura hizo inútil su pro-
clamación como heredero. Insignes honores y prerrogativas se
acumularon sobre la real fundación; hízoles merced D. Pedro
de los pontazgos de Tordesillas y de Zamora, y varios pueblos
del contorno rendían homenaje al báculo de su abadesa. Hon-
rado encierro de testas coronadas, albergó sucesivamente el
edificio á la reina viuda de Portugal D.* Leonor de Meneses, de
cuya inconstante voluntad y liviana conducta recelaba su yerno
Juan I; á la reina viuda de Aragón D.* Leonor Urraca, objeto
de la suspicacia de Juan II durante la guerra con sus hijos los
infantes; á D.^ Juana la Loca que venía á contemplar á menudo
los embalsamados restos de su marido depositados en el templo.
Napoleón hizo respetar la clausura escribiendo su nombre en
aquellos muros (i); honrólos en 18 de Setiembre de 1858 alo-
jada en su hospedería, la bondadosa Isabel II.
Con el carácter gallardo y sobrio de la arquitectura ojival
del siglo XIV combínanse armoniosamente en Santa Clara los
rasgos del arte arábigo importado en Castilla, ó mudejar como
se ha dado en llamarle, tan floreciente en el reinado de D. Pedro
y tan del gusto de aquel monarca. ¿Hiciéronse al inaugurarse el
monasterio, ó son restos acaso de la mansión espléndida de
(i) Atestigua el Sr. Rada y Delgado en la descrípción del viaje de SS. MM. en
i8()8, con referencia á la nonagenaria abadesa de Santa Clara, que á petición de
la misma, escribió Bonaparte para que sus soldados respetasen á su vez el con-
vento: aquí ha estado el Emperador, y que estas palabras se conservan todavía
medio borradas. Detúvose el gran caudillo en Tordesillas el 26 de Diciembre
de 1808.
VALLADOLID 24 1
María de Padilla acomodados al nuevo destino, las obras que
en este género se observan? El claustro, que pudo ser patio muy
bien, apoya sus rudos arcos semicirculares sobre capiteles ará-
bigo-bizantinos de columnas sin basa, desde los cuales suben
franjas de labores hasta las vigas que cubren los ánditos en vez
de bóvedas ; acá y acullá asoma alguna puerta en forma de he-
rradura, y en el muro exterior de la iglesia se divisan unos ar-
cos lobulados con lindos arabescos. Dícese que fué techumbre
de una regia sala el artesonado que se extiende sobre la capilla
mayor, cuajado de oro y describiendo ingeniosas estrellas, por
cuyo arranque corre á manera de friso una galería de arcos
estalactíticos, conteniendo pintados bustos de santos de singular
hermosura; y en verdad que si en algo desdice de un palacio,
es por estas sagrada.s imágenes y no por falta de riqueza. Alta
y gentil es la gótica nave, orlada de copiosas molduras y folla-
jes la ojiva de la portada, bello el retablo principal, á cuyos lados
campean renovadas las armas reales del fundador. Al estilo del
templo corresponde la sacristía cubierta por ochavada cúpula,
salpicados sus muros con la cifra de Jesús.
Dos tercios de siglo contaba la obra del rey D. Pedro,
cuando vino á realzarla, añadiéndole una preciosa capilla, el
contador mayor de Juan II, Fernán López de Saldaña. Llegaba
á la sazón el arte al apogeo de su vigor y lozanía, al momento
de entreabrir sus flores y de asomar sus más vistosas galas, sin
que todavía se adulterase en nada la pureza de sus líneas ni se
afeminara su noble y varonil atractivo. El artífice elegido fué el
que llevaba entonces adelante la más castiza y homogénea cons-
trucción de su género, la catedral de León: llamábase Guillen
de Rohán, como se ha escrito generalmente copiando á Llaguno,
ó de Ridán según leímos nosotros en el epitafio (i), extranjero
(i) Está en la pared exterior de la capilla, esculpido en caracteres tudescos, y
dice así: «Aquí yace maestre Guillen de Ridan maestro de la yglesia de León (las
dos primeras letras del vocablo han saltado ya) et aparejador deísta capilla, e fínó
á VII dias de deciembre año de mili et CGCC et XXX et un años.»
3t
242 VALLADOLID
probablemente por lo que indican el apellido y hasta el nombre.
Empezóse la capilla en 1 430, y al año siguiente falleció el ar-
quitecto obteniendo fuera de ella humilde sepultura ; quedaba
empero su traza, que cuatro años después logró verse realizada.
Á la derecha de la nave ábrense dos grandiosos arcos orlados
de colgadizos, que introducen á su recinto formado por dos bó-
vedas de crucería; siete graciosas ventanas rasgan la parte supe-
rior de los muros resaltando en sus alféizares majestuosas efígies
de los apóstoles, y en la inferior aparecen cuatro nichos sepul-
crales bordados de arabescos delicadísimos hasta la mitad de su
abertura, con dos ángeles en su vértice que sostienen los bla-
sones de los ñnados. Las tumbas carecen de inscripción; pero
según la que corre por el friso de la capilla (i), la efígie tendida
con ropaje talar, espada en la mano y turbante en la cabeza,
conforme á la moda cortesana del siglo xv, representa al mismo
fundador Fernando de Saldafia, y la inmediata á su esposa El-
vira de Acevedo, quedando en duda á qué miembros de su
familia pertenecen el otro bulto de mujer, y el de varón con tú-
nica corta y el pelo cortado á cerquillo, y los que se notan sen-
tados á los pies de los sepulcros, del mismo tamaño que los
yacentes. Por apreciables que sean estas esculturas ceden no
poco en perfección y delicadeza á las del retablo, que aseguran
fué el portátil del rey D. Pedro y que más bien creemos por su
( I ) De esta larga inscripción sólo pudimos leer lo siguiente:... «Femand López
de Saldaña contador mayor del virtuoso rey don Johan e su camarero e su canciller
e de su consejo, et fué et es comentada en el año del nascimiento de nuestro Sal-
vador Jhu. Xpo. de mil quatrocientos et treynta et cinco años, á honor et reveren-
cia... (de la virgen María)... que él tiene por protectora et abogada en todos sus
fechos ; e está aquí enterrada Elvira de Azevedo su mujer que Dios perdone, la
qual finó en T.<* (Toledo) víspera de Pascua mayor que fué á onze dias de abril de
mil quatrocientos e treinta e tres años. Gloria in excelsis Deo et in tcrra pax ho-
minibus bone voluntatis; laudamus te, benedicimus te, adoramus te, glorifica-
mus...» Si mal no recordamos, en el año del fallecimiento de Elvira se omite la
palabra treinta, mas no pudo ser otro que el de 1433 según la celebración de la
pascua que fué á 1 3 de Abril. Fué Fernán López de Saldaña uno de los personajes
más importantes de la corte de Juan II, enemigo del Condestable por haberle qui-
tado éste en 1434 la cámara y ropería del rey, y en la batalla de Olmedo de 1445
figuró en el bando de los infantes de Aragón.
VAL LADO LID 243
florido carácter contemporáneo de la capilla, donde bajo dose-
letes de la más pura crestería dos órdenes de relieves interpo-
lados con imágenes de profetas recuerdan la serie de los tor-
mentos del Salvador, compitiendo con el primor de los detalles
la singular expresión de las figuras. Estofado todo de brillantes
colores, pintadas por fuera y por dentro sus puertas con histo-
rias sagradas, nada le falta para ser una regia joya y una obra
maestra de su siglo.
En Tordesillas no hay que buscar monumentos ni aun me-
morias anteriores á la reconquista. Quédense en paz la Aconcia
de Estrabón y la Tela de Tolomeo y la Torre de Sila y las
etimologías hebraicas, célticas y arábigas que de aquel nombre
se han ensayado (i); de oíero deriva que no de íorre^ y Oter
de Siellas se la llama constantemente en los documentos de la
Edad media. En su archivo subsisten las pruebas de la impor-
tancia que adquirió desde muy temprano: la venta que en 1229
le otorgó Fernando el Santo de la heredad de Zofraguilla, cu-
riosas leyes suntuarias publicadas en 1252 contra el excesivo
lujo de las armas, el fuero que en 1262 le concedió Alfonso X
en recompensa de grandes servicios prestados á su padre y á
su bisabuelo el de las Navas (2), la promesa de Sancho IV
en 1 287 de no desprenderla jamás del real señorío (3), la dona-
(i; Puede consultarlas el lector desocupado en el diccionario del Sr. Cortés,
que soñando siempre con sus raíces hebreas ve en Thor Stiah una sinonimia con
Aconcia y Tela, y en el del Sr. Madoz que tras de emplear columna y media en re-
futarle concluye interpretándola por Torre de los Shilahes, una de las tribus ára-
bes invasoras á lo que dice. El blasón parlante de la villa fígura tres sillas á la ji-
neta sobre un peñasco entre dos llaves doradas.
(2) En el preámbulo de este fuero fechado en Sevilla expresa que se lo da
«porque fallamos que la villa de Oterdesiellas no avien fuero complido porque se
judicasen así como devien, e por esta razón venien muchas dubdas e muchas con-
tiendas e muchas enemistades e la justicia no se cumplie... e por darles galardón
por los muchos servicios que fícieron al noble don Alfonso nuestro bisabuelo e á
nuestro padre.»
(3) « Por fazer bien e merced, dice el privilegio original, al concejo de Oter de
Siellas á los que agora son e fueren en adelante, otorgámosles que sean siempre
nuestros por en todos nuestros dias e de los otros reyes que vinieren después de
nos, e que los non demos á infante ni á ric ome ni á rica fembra ni á orden ni á
otro ninguno, ni que sean de otro señorío sino del nuestro ; e porque esto sea fir-
244 VALLADOLID
ción que en 1 305 le hizo Fernando IV de las aldeas de Bercero
y de Matilla. Allí consta el homenaje que en 2 de Abril de 1354
recibió de los moradores de la villa el rey D. Pedro debajo del
portal de la iglesia de Santa María (i); allí la prisa que se dio
Juan I de reincorporarla á la corona en 1385, después de ceder
en cambio á su esposa Beatriz la villa de Béjar, poniendo á sal-
vo la jurisdicción del convento de Santa Clara; allí el privilegio
que le otorgó Enrique IV en 28 de Agosto de 1465 de tener
mercado franco todos los martes, merced que confirmada por
los reyes posteriores constituye todavía su prosperidad y rique-
za (2).
La gratitud del rey y su interés por el acrecentamiento de
Tordesillas se explican por los graves sucesos de que fué teatro
la población durante el siglo xv. Empezó éste con la celebra-
ción de cortes que en Marzo de 1401 juntó en ella Enrique III
para atajar la codicia y los excesos de los arrendadores de al-
cabalas. Moraba allí en 1420 Juan II recién salido de su larga
menoría, cuando entró audazmente á apoderarse de su persona
su primo D. Enrique de Aragón rodeándole de gentes armadas
hasta conseguir la mano de su hermana Catalina, siendo el pri-
mero en imponerle aquella mal encubierta servidumbre que sin
más cambio que el de dueños ya no había de terminar sino con
su reinado. En 1439 la liga de los cien grandes juramentados
contra su monarca (3), en 1443 los tratos del príncipe D. Enri-
me e estable mandárnosles dar este nuestro privilegio. En Valladolid, lunes trece
dias andados del mes de enero en era de MCCCXXV.» Firman después del rey su
mujer y los infantes D. Fernando y D. Alfonso.
(i) Este documento expresa que habitaba el rey «en las casas de morada de
Diego Ruiz yerno de Juan Alfonso.»
(2) Expidió Enrique IV esta cédula en el real sobre Valladolid, mostrándose
inclinado «por los muchos e buenos e leales servicios que vosotros me avedes
fecho e fazedes de cada dia, e porque de aquí adelante esa villa se pueble e enno-
blezca mas e sea mejor proveida.»
(3) La censura que excitó esta conjuración se muestra bien en la carta que
escribió el bachiller de Cibdad Real á Pedro Alvarcz Osorio señor de Cabrera:
« Escribo á Vm. dende el lecho, dice ; e á Dios pluguiera que antes de haber sabi-
do lo que al postrero de la otra semana pasó en Tordesillas, yo fuera finado.
r
VAI.LADOLID 245
que con Pacheco y con el obispo Barrientos para libertar á su
padre de la tiranía del bando aragonés restituyendo la privanza
al Condestable, en 1448 la reconciliación del rey con su hijo
sellada con el decreto de prisión de los cortesanos que los
traían entre sí revueltos, fueron la parte que alcanzó á Torde-
sillas de la porñada é ignominiosa contienda en que los partidos
jugaban la corona, y la corona el honor de la monarquía. Por
desgracia de Enrique IV nacióle allí á su enfermizo padre de su
segunda esposa Isabel de Portugal en 15 de Noviembre de 1453
un infante llamado Alfonso, que más tarde le alzaron los rebel-
des por competidor en el trono, encendiendo en guerra civil las
dos Castillas. Fué al rey en este trance leal la villa y propicia
en sus campos la fortuna, quedando vencido en ellos un escua-
drón de los sublevados y muerto su jefe Juan Carrillo (i); y
estos son los servicios que premió con su protección decidida.
Allí residía en el siguiente año de 1466 al renovar la institución
de la Santa Hermandad.
No menor aprecio dispensaron los Reyes Católicos á Tor-
desillas. Habíala libertado ya don Fernando en el mes de Junio
de 1474, reinando todavía su cufiado, de la opresión del famoso
alcaide de Castro Nufio, cuyos secuaces no entregaron sino tras
de vigorosa defensa la fortaleza de la puerta del Mercado : en
sus cercanías, coronado rey al afio siguiente, pasó revista á su
ejército antes de abrir la campafia contra los portugueses; y
ñjando allí sus cuarteles la grande Isabel dirigía y vigilaba la
formidable y decisiva lucha concentrada al rededor de Zamora
y Toro. Libres ya de riesgos y cuidados, en la plenitud de su
grandeza, violes la población en 1494 reunir asamblea general
A Vm. me lamento de que... hayades ahora sido uno de los ciento que en Torde-
sillas entrastes con los que, á guisa de vasallos de otro rey, fícieron pleitesías con
el rey suyo legítimo con una mancha, que de aceite no cundiera mas en un capote
de velarte, que cundirá en vuestros linajes ín scecula sceculorum.y>
(i) Antes de espirar reveló este caudillo al monarca cierto trato para matarle
y el nombre de los conjurados, pero Enrique IV por incredulidad ó por clemencia
no hizo caso del aviso y 16 mantuvo perpetuamente secreto.
246 VALLADOLID
de las órdenes militares, y trazar de acuerdo con Portugal los
límites de los descubrimientos y conquistas de ambas naciones
en África y en Indias: ¡cuan diferentes escenas presenció luego,
cuando abatido y mustio el Rey Católico renunció en i.° de
Julio de 1506 á favor de su petulante yerno el poder que su
consorte le había legado sobre los reinos de Castilla, y cuando
en Febrero de 1 509 trajo consigo á su demente hija, insepara-
blemente acompañada del cadáver de su esposo, para instalarla
en la residencia que definitivamente le había escogido ! Cuarenta
y siete años permaneció en ella la señora de la mayor monar-
quía de los tiempos modernos, insensible á los trastornos, á las
glorias, á las vicisitudes de cuanto la rodeaba, contentándose
con descubrir desde las ventanas de su palacio el templo donde
yacía el que en vida tan mal la había correspondido, sin que
otro suceso viniese á interrumpir su monótona existencia más
que las dos breves visitas de su hijo Carlos I en 3 de Octubre
de 1 5 1 7 y en 5 de Marzo de 1 5 20.
Aún estaba muy reciente la última que recibió sin conocerle
del futuro emperador al despedirse para Alemania, cuando de
pronto y casi á un tiempo llamaron á las puertas del palacio los
consejeros del rey ausente y los caudillos de las sublevadas co-
munidades, evocando como del sepulcro á la hija de los Reyes
Católicos para constituirla arbitra imparcial y legítima de sus
querellas. Cuidadoso de que los insurrectos tomaran el nombre
de la reina, acudió á ella el consejo real con el arzobispo Rojas
á su frente para que reprobase con su firma aquellos actos ; y
entonces ocurrió una escena solemne y misteriosa, que arroja á
la vez un rayo de luz en el sombrío encierro y en la perturbada
mente de D.^ Juana. < Quince años hace, dijo, que no me trataa
verdad ni á mi persona bien, como debieran ; y el primero que
me ha mentido es el marqués,» añadió señalando al de Denia
su mayordomo que á su lado estaba, y que postrándose á sus
plantas exclamó : < Verdad es, señora, que os he mentido, pero
helo hecho por quitaros de algunas pasiones, y hágola saber
VALLADOLID 247
que el rey vuestro padre es muerto y yo lo enterré. > Volvién-
dose ella al presidente repuso: «paréceme un sueño, obispo,
cuánto me dicen y veo; > y el prelado contestó que en sus ma-
nos estaba después de Dios el remedio del reino. AI otro día,
no olvidada de la etiqueta, mandó que se trajesen bancos y no
sillas para sentarse los consejeros como en tiempo de su ma-
dre, reservando únicamente silla al presidente ; y después de
seis horas de plática secreta los despidió, prometiendo ñrmar
las providencias que en Valladolid con sus compañeros acor-
daran.
Mas no les dio tiempo Padilla : el 2 de Setiembre llegó á las
puertas de Tordesillas á la cabeza de su hueste toledana, y
al ruido de salvas y trompetas y aclamaciones fué conducido
hasta el palacio, donde la reina le acogió benignamente, é in-
formada de su noble calidad y rectas intenciones, le nombró ca-
pitán general del reino. De orden de la misma, según se publicó,
trasladóse de Ávila á Tordesillas la santa junta; Burgos, León,
Toledo, Salamanca, Ávila, Segovia, Toro, Madrid, Valladolid,
Sigüenza, Soria y Guadalajara, enviaron á ella sus procurado-
res y á la vez numerosas gentes de infantería y de á caballo,
que no cabiendo en la población acamparon fuera, alojándose
por las vecinas aldeas los capitanes. En 24 de Setiembre se
inauguró la asamblea ; el doctor Zúñiga, catedrático de Sala-
manca, peroró largamente sobre los males y remedios de las
cosas públicas, y D.^ Juana después de pedir almohadas para
oirle despacio, dolióse de los unos, aprobó los otros, y mandó
que designaran de su seno cuatro personas con quienes pudiera
conferenciar cada día, si preciso fuese, acerca del gobierno. Los
primeros actos de la junta fueron exigir la responsabilidad álos
que en las cortes de la Coruña habían otorgado el subsidio al
soberano, y ordenar el arresto de los consejeros reales en Va-
lladolid, de los cuales sólo tres llegaron á la villa presos : el
marqués de Denia D. Bernardo de Rojas y Sandoval, fué sepa-
rado de la real casa con su esposa, y conñóse á la del capitán
248 VALLADOLID
Quintanilla y á las de otros comuneros, el servicio y custodia de
la reina y de la infanta Catalina, doncella de catorce años y
única compañía de la infortunada madre (i).
Esta galvánica resurrección, si fué tal como se dijo entonces,
cesó muy en breve ; D.* Juana volvió á su letargo, y la sania
junta se quedó con el sello real y un fantasma de reina, sin
atreverse á llevar adelante sus deliberaciones. Perdióse el tiem-
po en tratos de paz inútiles, en recriminaciones acerbas con los
que defendían los derechos del emperador; y hasta mediados
de Noviembre no se puso en marcha el ejército de ías comuni-
dades, compuesto de diez y siete mil hombres, llevando por ca-
pitanes á muchos de los que habían venido por diputados.
Desairado por la transmisión del mando á D. Pedro Girón, reti-
róse Padilla á Toledo, y sólo quedaron para guardar la villa y
el palacio, cuatrocientos clérigos que seguían las banderas del
obispo de Zamora y unos pocos jinetes y peones. Día por día
se aguardaba la noticia de la toma de Rioseco, donde al amparo
de frágiles muros se guarecían los regentes ; aprestábanse fes-
tejos para el triunfo y coronas para los vencedores, cuando á
un tiempo cundió la voz de que Girón sin combatir, con torpeza
muy semejante á la perñdia, se había retirado con sus fuerzas
á Villalpando, y que avanzaban sobre Tordesillas las tropas
imperiales.
Vecinos, soldados, clérigos, todos se apercibieron á la de-
fensa, emulando el heroísmo de Medina del Campo. Al caer la
tarde del 5 de Diciembre, desoído el mensaje de los sitiadores,
empezó el ataque al nordeste de la cerca entre las puertas de
Santo Tomás y de Valladolid, y muy pronto conocida la resis-
tencia del muro, hubo de asestarse contra una de las puertas la
(i) Casó esta princesa en i 524 con Juan III rey de Portugal. AI dar cuenta al
emperador de la situación del reino el consejo real en 1 2 de Setiembre de dicho
año, la reasume en estos breves y enérgicos rasgos: «De manera que V. M. tiene
contra su servicio comunidad levantada, á su real justicia huida, á su hermana
presa y á su madre desacatada; y hasta agora no vimos alguno que por su servi-
cio tome una lanza.n
VALLADOLID 249
artillería de campaña. Mandaba las huestes el joven conde de
Haro, primogénito del condestable Velasco, seguíale el de Ci-
fuentes con el estandarte real encarnado y verde al frente de
dos compañías de jinetes desmontados, mientras que al opuesto
lado de la villa el cojide de Alba de Liste se esforzaba en abrir
brecha por un tapiado boquerón que el caballero Dionís de Deza
acababa de descubrir. Anochecía ya, cuando quedó libre el por-
tillo y practicable con los desprendidos escombros la subida,
por donde treparon uno á uno los más valientes y penetraron
por entre las llamas que á las casas vecinas habían prendido los
sitiados ; y al mismo tiempo caía á hachazos la puerta, fran-
queando la entrada á las cerradas columnas del enemigo. Todo
fué confusión y matanza en medio de las tinieblas, rasgadas
únicamente por el resplandor del incendio : los proceres atrave-
saron á paso de carga la villa, corriendo á apoderarse del pala-
cio y á impedir que los fugitivos se llevaran por el puente á la
reina, á quien hallaron en el atrio con su hija, asustada y ató-
nita entre dos bandos que se proclamaban á la vez sus defenso-
res. Duró el saqueo hasta la mitad del siguiente día, hasta dejar
hartos y rendidos á los feroces soldados y rudos vasallos de los
grandes (i) ; cayeron prisioneros dentro del monasterio de Santa
Clara nueve diputados de la santa junta, y muertos no sin es-
trago de los vencedores gran número de vencidos^ vendiendo
caras sus vidas algunos de los mismos clérigos de Acuña (2).
Tordesillas y la reina Juana salieron, como se dijo entonces, de
la opresión de los rebeldes (3), pero la una asolada, la otra
(i) Los del conde de Luna, de las montañas de León, viendo que en el saco
venían los demás muy cargados, decían, según refíereel historiador de Simancas:
«no pensé que saco, saco era furtar, que yo furtára mas que cuatro.»
(a) «Vi con mis ojos propios, escribe Guevara al célebre obispo de Zamora, á
un vuestro clérigo derrocar á once hombres con una escopeta detrás de una al-
mena, y el donaire era que al tiempo que asestaba para tirarles, los santiguaba
con la escopeta y los mataba con la pelota. Vi también que dieron al clérigo
una saetada por la frente... que ni tuvo tiempo de se confesar ni aun de se san-
tiguar.»
(3) A estos sucesos se rcfíere sin duda una piedra que vimos en Tordesillas
33
250 VALLADOLID
sumida otra vez en su melancólica demencia, de la cual ya no
despertó sino pocos momentos antes de espirar en 1 1 de Abril
de 1555, noche de jueves santo, á la voz del venerado Francis-
co de Borja. Con la salida de su cadáver y del de su marido
para la capilla real de Granada, acabó la spmbra de corte que
una sombra de reina había dado á Tordesillas.
Cuando Padilla, para reparar los desastres causados por la
mala fe del caudillo que le había sido antepuesto, se puso otra
vez al frente de las tropas obligado por las aclamaciones popu
lares, sus miradas se fijaron desde luego en Torrelobatón, pue-
blo del almirante D. Fadrique, cuya guarnición dándose las
manos con las de Tordesillas y Simancas, y asegurando las co-
municaciones con Rioseco, tenía bloqueada á Valladolid último
asilo de la santa junta. Antes que á los poderosos Enríquez
había pertecido Torrelobatón en el siglo xiv á la reina D.^ Jua-
na Manuel, quien habiéndola heredado de su madre D.^ Blanca
de Lacerda, la cedió en 1380 al hospital de Villafranca de Mon-
tes de Oca. En 1 444 era ya del almirante, y como tal mereció
ser teatro en i.° de Setiembre de las solemnes bodas de su
hija D.^ Juana Enríquez con el rey de Navarra D. Juan de Ara-
gón, enlace que á vuelta de graves daños é injusticias trajo más
adelante el beneficio de dar existencia á Fernando el Católico.
Perdióla en. las fi-ecuentes revueltas el inquieto magnate, y sir-
vió de prisión su recinto al rebelde conde de Castro : pero en
breve filé restituida á su señor, bajo cuyo nieto se preparaba á
sostener el pendón real y la autoridad de los gobernadores,
después de haber presenciado las estériles negociaciones que
para evitar el rompimiento mantuvo desde allí el benévolo Don
Fadrique con la junta de Tordesillas.
con los siguientes versos, de los cuales el tercero presenta en su principio alguna
dificultad:
Esta villa fué tomada
Y por Dios fué delibrada.
.... tame esta victoria
Por dejar de mí memoria.
VALLADOLID 2^1
Fuertes muros rodeaban entonces al pueblo, aunque su po-
sición en un hoyo no brinda á la defensa ; hoy no subsiste de
ellos más indicio que un arco al extremo de la plaza junto al
moderno consistorio, pero ya en aquel tiempo había desborda-
do de la cerca el caserío, formando un arrabal que ha ido en
aumento posteriormente. Su actual aspecto discrepa muy poco
de la época de las comunidades, á la cual pertenecen con corta
diferencia sus dos parroquias de San Pedro y Santa María,
ambas de tres naves y de la gótica decadencia, con la particula-
ridad de que entre la nave principal y las laterales de la segun-
da, media á cada lado un solo arco de comunicación, rebajado
y grandioso, que atrevidamente abarca toda la longitud del
templo. Nada mejor conservado que el castillo, tan entero que
sin su historia y su carácter se le creyera casi de construcción
reciente : dominan los techos su robusta mole, flanqueada en
tres de sus ángulos por cubos y en el otro por la cuadrada torre
del homenaje, que descuella gentil con sus ocho garitas; y ni
uno falta apenas de los modillones que ciñen la obra, sin
que aparezca una sola almena ni vestigios de que nunca las
haya habido.
Corría la segunda mitad de Febrero de 1521, al caer una
mañana sobre Torrelobatón siete mil infantes y quinientas lanzas
al mando de Juan de Padilla. Con el primer ímpetu penetraron
en el arrabal é intentaron escalar los muros; pero los certeros
tiros de los sitiados, barriendo sus apiñadas filas, les hicieron
más cautos para lo sucesivo. Armáronse las baterías, exploróse
el lado más débil de la cerca, abriéronse portillos, fueron ahu-
yentadas en repetidas escaramuzas las fuerzas que ya el almi-
rante, ya el conde de Haro, destacaban para socorrer á los de
dentro. Al quinto día, 26 de Febrero, recompensó la fortuna la
previsión y constancia del adalid toledano : asaltada á la vez por
todo su circuito la pequeña villa, entrada á viva fuerza por un
lado y rendida por otro, pagó con el más cruel saqueo, como
Tordesillas, su heroica resistencia, y quedó preso su jefe Garci
252 VALLADOLID
Osorio, de la familia del marqués de Astorga. El castillo, ates-
tado de niños y mujeres, se entregó al día siguiente con más
ventajosas condiciones. Con esta toma se juzgó compensada la
reciente pérdida; con este triunfo que prometía otros mayores
olvidáronse las pasadas derrotas, y de todas las ciudades de
Castilla levantóse una aclamación unánime al nombre que se
había hecho símbolo de victoria y de esperanza.
¡Esperanzas ilusorias! Transcurrieron días, semanas, meses,
y Padilla continuaba en Torrelobatón dormido sobre sus laure-
les. Concertáronse treguas por ocho días, que con sutiles mañas
y especiosos proyectos de paz fueron prorrogando los gober-
nadores hasta rehacer sus fuerzas; y la hueste comunera, entre-
gada de día á la inacción ó al merodeo, y de noche al más pro-
fundo sueño al calor de las hogueras encendidas de trecho en
trecho por las calles del arrabal, acabó por experimentar nume-
rosas deserciones, perdiendo sus mejores lanzas y los veteranos
que tenía á sueldo. Todo el cuidado del vencedor se cifró en
fortalecer su conquista, como si en ella hubiese de asentar su
trono, y en alguna que otra correría por las inmediaciones para
contemplar de lejos á Tordesillas; y entre tanto bajaba de Bur-
gos con crecidos escuadrones el condestable, y subían los otros
magnates, banderas desplegadas, á envolverle en su guarida.
La proximidad del ejército imperial, reunido á una legua de
distancia en Peñaflor, sacó por fin á Padilla de su letargo : en-
tonces pensó en retirarse hacia Toro para juntarse con los re-
fuerzos de Zamora y Salamanca; entonces, desdeñando los
siniestros agüeros de su capellán y echándose en brazos de la
Providencia, en la mañana del 23 de Abril emprendió su salida
de aquel lugar funesto que tenía su vigor paralizado.
No aguardó las sombras de la noche para encubrir su reti-
rada; receloso de alguna emboscada del enemigo ó tal vez más
de la firmeza de los suyos, quiso que al menos se la infundiera
la luz del día avergonzando á los cobardes : delante marchaban
dos cuerpos compuestos de ocho mil peones, iba en el centro la
VALLADOLID 253
artillería de Medina del Campo, y detrás con quinientas lanzas
el caudillo. Mustios y con la celeridad que toleraban lo lluvioso
del día y lo cenagoso del terreno habían andado tres leguas de
eriales y ondulosos campos á lo largo del arroyo Ornija, cuan-
do se dejaron oir antes que ver á sus espaldas los escuadrones
imperiales. Dejando atrás á su infantería mal segura también
como la otra, dos mil cuatrocientos jinetes y entre ellos la flor
de la grandeza embistieron cuáles por los flancos, cuáles por la
retaguardia, á los ya temerosos comuneros; el estrépito y la
gritería y algunos disparos de cañón bastaron para sembrar el
pánico entre sus filas, y la lluvia que les azotaba el rostro y la
esperanza de guarecerse en el pueblo de Villalar, que cercano
se veía, acabaron de desordenarlas. A las voces de Santa Ma-
ría y Car/os apenas había quien repusiera Santiago y libertad
sino Padilla, que por tres veces intentó en vano detener y orde-
nar sus tropas, y que seguido sólo de cinco escuderos se preci-
pitó á morir en medio de las lanzas enemigas ; atascada en el
lodo la artillería no pudo maniobrar, y dispersos como manadas
de ovejas los peones, sin disparar un solo tiro, caían atropella-
dos bajo las plantas de los caballos. Al fin hubo de rendirse el
valiente campeón rota la lanza y herido en una pierna, y si ha-
lló por lo general entre sus adversarios el respeto debido á su
noble infortunio, no faltó quien villanamente á pesar de verle
desarmado le ensangrentara el rostro de una cuchillada.
Villalar, pueblo humilde y hasta la sazón oscuro, presenta
al norte unas areniscas cuestas, que fueron teatro de la batalla
ó más bien de la derrota. Rodeólas por el lado oriental una di-
visión de caballeros dejándose caer de pronto sobre los fugiti-
vos; y en aquel pequeño puente llamado de Fierro que se
levanta apenas sobre el arroyo, allí se ensangrentó la matanza,
que vino á aumentar la llegada de los peones imperiales. Más
de dos leguas hasta Villaster á la luz del crepúsculo persiguió
el conde de Haro á los comuneros, felices cuando lograban tro-
car la roja cruz que adornaba sus pechos por la blanca de los
254 V A L L A D o L I D
vencedores: ni uno de estos pereció, de los vencidos no murie-
ron más que ciento (i), quedando cuatrocientos heridos y mil
prisioneros que desnudó hasta las carnes la rapacidad de los
soldados. Dióse á Padilla por cárcel el contiguo castillejo de
Villalba, lugar que ya no existe, perteneciente entonces al caba-
llero de Toro D. Juan de Ulloa que le había herido cobarde-
mente ; y allí con su inseparable amigo Juan Bravo, capitán de
Segovia, y con los dos Maldonados de Salamanca, aguardó á
que los gobernadores fallaran sobre su destino. Á la mañana
siguiente fueron conducidos á una casa de Villalar, donde pre-
cediendo solamente un breve interrogatorio, les intimó el alcal-
de la sentencia de decapitación (2) ; escogió Padilla por confesor
un fraile francisco, y por único testamento, ya que su hacienda
había de ser confiscada, escribió á la ciudad de Toledo y á su
esposa aquellas dos incomparables cartas, en que mejor que en
las lides desplegó su magnánimo carácter (3).
En sendas muías se dirigían los ilustres reos al suplicio;
pero en lugar de D. Pedro Maldonado Pimentel, á quien por de
pronto habían logrado salvar las instancias de su deudo el conde
de Benavente, buscóse otra víctima, á Francisco Maldonado,
que iba ya preso camino de Tordesillas. El pregón que delante
recitaba el verdugo los daba por traidores, á cuyo dictado no
pudiéndose contener el impetuoso Bravo < mientes tú y aun
quien te lo mandó decir,» exclamó; con un desatento golpe de
vara contestó el alcalde, con estas sublimes palabras Padilla :
€ Sr. Juan Bravo, ayer fué día de pelear como caballeros, hoy
(i) Así dice Sandoval ; el conde de Haro en el parte que dio al emperador in-
dica que «los muertos y heridos serían obra de mil hombres, de los cuales mató
muchos el artillería.»
(2) Publicóse en el tomo 1 de la Colección de documentos inéditos de los seño-
res Navarrete, Salva y Baranda, pág. 283. El doctor Cornejo, que la firma con los
licenciados Garci Fernández y Salmerón, fué uno de los oidores del consejo que
Padilla trajo presos á Tordesillas, culpa que tiene buen cuidado de recordar en el
interrogatorio.
{i) Las insertamos en el tomo de Castilla la Sueva^Toledo^ en la reseña his-
tórica de esta ciudad.
VALLADOLID 255
lo es de morir como cristianos. > AI llegar á la fatal picota asie-
ron del segoviano, que rehusó morir sino á la fuerza, y tendido
sobre un repostero le degollaron, separando como de rebelde
la cabeza del cuerpo por orden del implacable magistrado ; Pa-
dilla, después de entregar al hijo mayor del marqués de Denia
D. Enrique unas reliquias que traía al cuello para su consorte,
y de contemplar un momento el truncado cadáver de su amigo,
diciéndole t ¡ahí estáis vos, buen caballero! » tendióse tranqui-
lamente á su lado y sufrió la misma suerte (i). Casi al propio
tiempo fué traído el capitán de Salamanca, y un momento des-
pués colgaban al rededor del célebre rollo tres cabezas, no de
mártires ni tampoco de traidores, como opuestas pasiones los
han declarado, sino de caballeros más animosos que prudentes
y de mejor intención que acierto.
A las de muchas ciudades excede en interés dramático la
reducida plaza de aquel lugar donde tal tragedia se representó:
situada al oeste del pueblo cíñenla al norte y mediodía bajas
habitaciones de tierra y ladrillo, al oriente descuella la raquítica
torre del reloj frente á la cual erguíase sobre unas gradas la
funesta picota (2), al poniente presenta su flanco la parroquia
de San Juan, que si bien del siglo xvi como la otra de Santa
María, no ostentaba entonces la cúpula y el moderno ornato
que engalana ahora sus tres naves. Aunque perteneciente á la
orden de Santiago y aneja á la encomienda de Castroverde de
Cerrato, elegía Villalar sus alcaldes, y en 1537 acabó de eman-
ciparse, comprando diezmos, montes, pastos y jurisdicción por
cinco millones y medio de maravedises. Al año siguiente Pedro-
(i) Para completar los pormenores de los últimos instantes de Padilla debe-
mos añadir que antes de tenderse dijo al verdugo: «hacedme este placer, que
seáis conmigo mas liberal que con el señor Juan Bravo,» y luego levantando los
ojos exclamó : Domine^ non secundum peccata nostra facías nobis. Al ir á desnu-
darle el verdugo, se lo prohibió y aun le amenazó D. Luís de Rojas. Bravo pidió
ser degollado primero «para no ver la muerte del mejor caballero de Castilla.»
(3) Ya no existe este padrón, ni al pié de él los restos de los caudillos comu-
neroSj pues en 1 8 j i parece fueron exhumados y depositados dentro de una urna
en una parroquia do la villa, y desde allí trasladados á la catedral de Zamora.
256 VALLADOLID
sa su vecina se eximió también del señorío de Toro y se apelli-
dó del Rey en memoria de esta merced.
Al terminar esta histórica correría, pálidos aparecen los re-
cuerdos y hasta insignificante la fisonomía de las restantes villas
de la comarca, por más que sean relativamente populosas. Res-
tos de fuerte castillo, una puerta de su derruida muralla y un
suntuoso palacio de sus señores ofrece la Mota, nombre gené-
rico que en la provincia equivale á fortaleza, y al cual añadió el
dictado del Marqués desde que reinando Felipe II fué erigida
en marquesado á favor de D. Rodrigo de Ulloa. No dos parro-
quias, que estas las tienen allá los más pequeños lugares, sino
cuatro cuenta la villa de Tiedra, lo cual unido á su sobrenom-
bre ¿a Vieja y á las ruinas del castillo que la guardaba indica
su importancia antigua ; hoy se la conoce principalmente por la
fama de una devota efigie de nuestra Señora á la cual venera
en pomposo santuario. Ni una ni otra suenan en la historia de
las Comunidades; la que alcanza en ellas algún papeLes Peña-
flor, de donde salió completo para recoger su fácil lauro el ejér-
cito de los gobernadores, y que en Diciembre anterior, al mar-
char sobre Tordesillas los imperiales, había visto ya saqueadas
sus casas y profanados sacrilegamente sus templos por una
compañía de peones (i). No era la primera vez que experimen-
taba la pobre villa los estragos de la guerra : quiso resistir de-
nodadamente en 1465 á todo el poder de los grandes conjura-
dos en Avila contra Enrique IV, y tomada al fin sufrió la pena
de ver nivelados sus muros con el suelo.
Pero en verdad que nos fatigan ya tantos sitios y saqueos,
combates y matanzas, como entretejen, exclusivamente casi, los
anales de aquellos pueblos y que hacen envidiable la suerte de
(1) Acudió á castigarlos el general conde de Haro, pero viendo que se aperci-
bían á la resistencia y temiendo las resultas en vísperas de una batalla, se con-
tentó con lograr que se devolviesen á la iglesia sus alhajas. Sólo un cáliz de plata
no pareció ; al día siguiente se encontró en la manga del sayo del capitán Bosme-
diano, el primero á quien derribó sin vida un tiro lanzado desde el muro de Tor-
desillas.
VALLADOLrO 257
los que carecen de historia. Sobre huellas de sangre hemos
caminado sin interrupción apenas desde nuestra salida de Valla-
dolid, y echamos menos aquellas paradas á la sombra de los
claustros ó bajo los pórticos de alguna iglesia solitaria, que en
las pasadas excursiones se nos ofrecían, y que en ésta nos ha
impedido hasta ahora la corriente de los sucesos, dejándonos
entrever no más entre el polvo de las batallas las torres de le-
janos monasterios. Ruinas también nos esperan alU y estragos
lamentables, no todos causados por el tiempo, sino bastantes
por la mano del hombre ; pero hasta la melancolía se impregna
de la tranquilidad de los sitios, y en el silencio y soledad la
imaginación cobra vigor para rehacer lo destruido, y el corazón
suavidad para perdonarlo.
CAPITULO IX
San Román de Hornija. — Vamba.— Monasterio de la Espina
y f ' dos leguas cortas de Villalar vamos á trasladamos, pero
j-^ á tiempos muy distantes del siglo xvi. A mediados del vii
un rey godo ediñcaba en la tortuosa hoz del Hornija, junto á su
confluencia con el Duero, un devoto monasterio para alivio de
su alma y sepultura de sus despojos. Amargas debieron ser las
memorias y sombrías las visiones que en medio de su real gran-
deza perturbaban la conciencia del anciano Chindasvinto, sí no
eran en él un engañoso alarde la religión y piedad de que le
alaban sus contemporáneos y que en diversos actos manifestó:
la imagen del joven y apacible Tulga violentamente desposeído
200 VALLADOLID
de la corona paterna, despojado de su cabellera y consumido en
breve de pesar en el retiro, los ensangrentados espectros de
doscientos nobles y quinientos de los medianos, culpables en
épocas más ó menos remotas del mismo crimen de rebelión que
le había á él entronizado, é inmolados no tanto por justicia como
por su propia seguridad (i), mal podían dejarle en reposo, por
más que el séptimo concilio de Toledo lanzara nuevos anatemas
contra los sucesivos rebeldes y usurpadores, por más que á su
lado se sentara ya con la diadema su hijo Recesvinto, y apare-
ciera terminada para siempre en provecho suyo la era de las
conjuraciones y destronamientos. Tal vez pertenecía á su crecido
patrimonio aquella tierra, tal vez iba vinculado á ella algún dulce
recuerdo de su vida privada, el de su hermosa Reciberga, que
en su flor más temprana había fallecido, dejándole tres hijos por
fruto de su breve consorcio (2). Cuando le llegó su postrer día
(i) Quoscumque contra reges, qui á regno ex^ulsi fu erante dice el cronista
Fredegario, cognoverat esse noxioSf tolos sigillatimjussit inierfici, eorumque uxores
et filias fidelibus suis cum facullatibus tradt't. Añade luego de primatibus CCJuisse
interfectos, de mediocribus CCCCC. Expresa sin embargo el arrepentimiento de
Chindasvinto fXBnitentiam agens, eleemosynam multam de rebus.propriis Jaciens ;
pero aún le es más favorable San Ildefonso en aquellas frases citadas por Sando-
val : MitiSf gloriosus vel insignis, oriodoxus et verefius, hic á Deo habuit regnum.,.
extra Toletum pace obiit, in monasterioque Sancti Romani de Hornisga quod ipse á
/undamento edificavii.., sepuHus fuit.
(2) Fueron éstos, recogiendo los dispersos hilos de aquel periodo confuso,
Recesvinto, Teodofredo el padre del rey Rodrigo, y Favila el padre de Pelayo li-
bertador de España, á los cuales añaden la madre de Egica los que suponen áéste
sobrino de Recesvinto. Contando Reciberga veinte y dos años á su fallecimiento
y siete de matrimonio según el epitafio, resulta que hubo de casarse á los quince,
y es preciso reconocer que murió sin haber reinado, aunque aparezca su firma
como reina al pié de la donación hecha por Chindasvinto en 646 al monasterio de
Compludo en el Vierzo, documento de autenticidad más que dudosa. Chindasvin-
to no entró á reinar antes del 643, y á principios del 649 se asoció en la autori-
dad ó más bien la transfirió á su hijo Recesvinto que debía ser al menos de veinte
años para empuñar el cetro: poniendo pues su nacimiento en 629 y la muerte de
su madre en 63$, aún faltarían á ésta siete años para haber podido reinar. Pres-
cindamos de la edad de noventa años que Fredegario atribuye á Chindasvinto, y
que tan mal se aviene con la osadía de su rebelión y con el rigor y energía de su
gobierno, pero aun dejándolo en setenta, pareciera harto grande la desproporción
con la edad de su esposa para suponerlos juntos en el trono. Algunos dudan si el
esposo de Reciberga fué Recesvinto y no Chindasvinto, fundados en que así se
lee en el códice gótico de la biblioteca de Toledo que trae el epitafio de aquella,
VALLADO LID 201
al ambicioso monarca, en 30 de Setiembre de 653 pudo ser
conducido ya al preparado sepulcro, el mismo quizá ó contiguo ,
por lo menos al que había dedicado á su malograda esposa,
exhalando en los más sentidos versos su dolor y su cariño.
f ¡ Ah! decía, si perlas y tesoros bastaran á desarmar el brazo
de la muerte, inmortal hubieras sido, esposa mía... pero ya que
el destino ha podido más que yo, á la custodia de los santos te
encomiendo, para que al consumirse en llamas la tierra, entre
ellos resucites justamente glorificada. ¡Y ahora, adiós ya, mi
amada Reciberga ! grata te sea la postrer morada que te fabrica
tu esposo Chindasvinto. » Un antiguo códice, y no la piedra, nos
ha conservado este bello epitafio ; ignoramos si llegó á escul-
pirse, como también el destinado al mismo rey, el cual ó bien
es la sangrienta diatriba de algún enconado enemigo, ó la con-
fesión humilde de sus propias culpas hasta un punto incompa-
tible casi con el decoro de la majestad real (i). Lisa aparece la
tumba de márnlol blanco con su cubierta de ataúd, que hoy se
designa como del fundador en la primera capilla á la derecha
del temjplo, y donde se descubren huesos reputados aún por de
dichos consortes: en otro tiempo cerrábase el arco con reja, y
por toda la comarca corría con crédito de santidad el nombre
bien que en otros de no menor antigüedad se halle lo contrario. Saavedra dice
que ChindaBvinto descendía de Recaredo, en cuyo caso no podía ser menos que
nieto suyo.
(1) En el tomo de Castilia la Nueva— Toledo, y en la reseña histórica de esta
ciudad, insertamos el primer epitafio y fragmentos del segundo, atribuidos ambos
á San Eugenio III, pues se encuentran entre sus obras. Encima del sepulcro de la
iglesia de San Román está el de Reciberga escrito en un rasgado pergamino, al
cual lo trasladaría de los libros algún curioso, en vez de haber pasado desde allí
á los libros. En cuanto al de Chindasvinto no creemos que haya estado jamás,
pues hasta los historiadores se excusan de transcribirlo callando la verdadera
causa, y Morales disimula el escándalo con estas donosas palabras: «el del rey
mas parece elegía por ser muy largo, y así lo dejaré por no tener cosa que á la
historia pertenezca.» Pudieran ser efecto de humildad las terribles calificaciones
puestas en boca de Chindasvinto, al tenor de las que en otros epitafios se prodiga
á sí mismo San Eugenio, y las de indigno, pecador y miserable quQ solían entonces
acompañar las firmas.
202 VALLADOLID
del que allí yacía, y hasta los monjes en pleno siglo xvi rezaban
de él en el coro una fabulosa leyenda (i).
£1 monasterio, dedicado á San Román abad de León en
Francia, sobrevivió á la invasión sarracena ó renació muy pron-
to de sus ruinas, pues en 891 fué agregado por Alfonso III al
de Tuñón en Asturias con sus tierras y habitantes (2). Largo
tiempo conservó la iglesia su primitiva forma de cruz griega
con sus cuatro brazos iguales^ imitando la del mismo sepul-
cro (3) ; con el ensanche de la capilla mayor alteróse después no
poco, y por fin desapareció por completo á mediados del último
siglo, para hacer lugar á la desnuda é insignificante fábrica que
hoy se ve, y que justifica poco la celebridad de su arquitecto el
monje lego fray Juan Ascondo. Por fortuna los fragmentos, es-
parcidos ó incrustados en la nueva obra, permiten apreciar has-
ta cierto punto el carácter y riqueza de la antigua: ruedan por
el suelo gruesos fustes de columnas de mármol blanco, y otros
á modo de pilares se hallan distribuidos ante el pórtico; sirven
de escalón á la entrada dos labradas piedras semicirculares,
subsiste la antigua pila bautismal, y la del agua bendita parece
(i) «Tiénenle por sanio en aquella tierra, dice Morales en su Viaje^y encl
monasterio tienen una historia repartida en nueve liciones como para leer en
maitines, y es lástima ver cuan fingida y fabulosa es. Ya les he dicho á estos padres
como es cosa indigna de su mucha religión y prudencia tener aquella historia y
en aquella figura.» Hablábase en ella de la elección milagrosa del rey, y de una
expedición suya al África en la cual tomó á Ceuta, y de dos compañeros suyos
Romano y Otón, suponiendo á éste arzobispo de Toledo y al otro monje y gran
santo. En el distrito se le conocía con el nombre de Chindo, el mismo que se le da
en el Fuero Juzgo y que es el primero de los dos que tenía, al uso de los godos y
demás pueblos septentrionales.
(2) Monasterium quod vociiant Sancti Romani de Ornica cum villas el familias
uxia flumine Dorio,
(3) «Échase bien de ver, observa Sandoval, en la obra deste templo ser gótica
y real: tiene un crucero de cuatro brazos, como la pinta S. Ildefonso hablando de
su fundación.» Sin embargo, las palabras de éste parecen referirse al sepulcro
más bien que á la iglesia, pues están así concebidas : intus ecclesiam ipsam in cor-
nulo per qualuor parles monumenlo magno sepultas fuit. Morales se lamenta de
que ¿n su tiempo estuviese ya la obra desfigurada y que sólo quedasen muchas
de las ricas columnas de diversos géneros y colores de mármoles que había por
todo el edificio.
VALLADOLID 263
excavada en la venerable lápida de la dedicación del templo (i).
En el soportal de la contigua casa, en la sacristía, en la colum-
nita que sostiene el pulpito, además de varias bases, obsérvanse
magníficos y elegantes capiteles muy semejantes á los corintios,
con diversas series de hojas y acanaladas fibras, en que todavía
no se descubre muy degenerado el arte del Bajo Imperio, al
paso que en algunos fustes campean las estrías en espiral tan
aceptas á los constructores latino godos. Todo induce á creer
que estos despojos inestimables proceden más bien de su fun-
dación primera que de su restauración : no es tan fácil fijar la
época de dos curiosas urnas de madera doradas y cubiertas de
esmaltes que contiene el relicario, presentando la una, que es
la de San Román, grifos y monstruos y hojarascas de relieve
con la cifra de Jesús y otras repetidas en los ángulos, la otra
diferentes historias al parecer caballerescas. En su segundo pe-
ríodo fué la regia casa simple priorato, y de éste se conserva
una lápida en la pared exterior (2): hoy es parroquia dé un
vecindario de quinientas almas, al cual preside su torre fundada
sobre arcos encima de la puerta principal.
A pocas leguas del enterramiento de su padre poseía el rey
Recesvinto una granja {villa) nombrada Gérticos y metida en
el monte Cauro (3), donde en el verano de 672 pasó á restau-
rar sus fuerzas quebrantadas no tanto por los años como por
una larga enfermedad. La muerte puso término prematuro en
I .° de Setiembre á un reinado pacífico y glorioso, de cuya bon-
(i) Trae Morales la inscripción de ella que decía: Hic suni reliquie numero
sanctorum, sancti Romani monacht, sancti Mariini episcopio sánete Marine virginis^
sancti Petri apostoli, sancti Johannis Bapttste, sancti Aciscli^ et aliorum numero
sanctorum. Las únicas palabras que pueden hoy leerse son las postreras et alio-
rum,,. sanctorum,
(2) Esta lápida probablemente sepulcral es de la era MCCL... y las letras están
partidas en renglones dobles y gastadas por extremo.
{i) Asi debió llamarse el monte Torozos ó algún ramal del mismo. El arzobis-
po San Julián dice que Gérticos estaba en territorio de Salamanca, equivocación
que corrigieron los cronistas posteriores, poniéndolo en el de Falencia ; en la dis-
tancia del lugar á Toledo acertó bastante, pues la supone de unas ciento y veinte
millas.
264 VALLADOLID
dad inducen á sospechar algunas graves y misteriosas revela-
ciones escapadas entre los elogios (i), y que Dios juzgó en su
tribunal con menos incertidumbre que la historia. Celebrados
los funerales con más pompa de lo que el agreste sitio prometía
y bajado á la tumba su cadáver, trataron los proceres reunidos,
desde luego y sin mudar de puesto según los concilios preve-
nían, de dar al trono un sucesor; y las miradas todas, por un
milagro de abnegación y de justicia, nuevo tal vez en aquellas
tumultuosas asambleas, se ñjaron en el anciano Wamba. Mas
por otro prodigio igualmente raro el elegido rehusó; á razones
opuso razones, á instancias y ruegos firmeza, y como peñasco
batido por las olas, mantúvose de pié en medio de los que cer-
cándole de rodillas, no ya le ofrecían el reino, sino que le pe-
dían la salvación de él. De pronto uno de los caudillos desnuda
la espada, y poniendo la punta al pecho del tenaz magnate
fó aceptar ó morir,» exclama con voz de trueno; «no menor
pena merece el que antepone su particular reposo y albedrío al
bien público y á la voluntad general. » Wamba cedió, y todos le
acompañaron á Toledo para ser ungido rey en la metrópoli.
Tan singulares escenas ocurrían en el pequeño lugar que hoy
se apellida Vamba á dos leguas cortas de Torrelobatón, y que
trocó su nombre de Gérticos, no con el del príncipe que acabó
allí su carrera, sino con el del que la empezó por aclamación
sin ejemplar.
En el siglo x, retirada la avenida de la dominación musul-
mana que no alcanzó á borrar el sitio 'ni sus recuerdos, florecía
allí un monasterio bajo la advocación de Santa María de Vam-
ba. Vivió en él desterrado, mientras reinó Froila II, el persegui-
do obispo de León Frunimio (2), y gobernábalo en 945 el abad
Ñuño confirmando con su signo los reales privilegios. Pasó des-
• ( I ) Véase el pasaje citado del tomo de Castilla la Nueva^Toledo,
(2 ; Cita Ycpes una escritura de Sahagún del año 928 en la cual se lee : Fruni-
mius Bambensis sedis confirmaU palabras que sólo se explican con el retiro del
obispo Frunimio en el monasterio de Vamba.
VALLADOLID 265
pues á la orden de San Juan, de la cual todavía es encomienda; y
si no constara que la poseían ya en el xii los caballeros del Hos-
pital, se la creyera sin duda procedente de las confiscaciones
de los extinguidos Templarios. Porque algo encierra de extraño
y misterioso la iglesia, actualmente destinada á parroquia del
pueblo, por más que su construcción evidentemente se refiera,
no al período latino-godo, como pensó Morales (i), sino á la
transición del estilo bizantino al ojival. Tres arcos apuntados á
un lado y otro abren comunicación entre la nave central y las
laterales, cubiertas únicamente por un pobre techo de madera
en declive ; los pilares se componen de grupos de columnas, las
unas cilindricas, las otras con resaltados ñudos en sus fijstes,
coronadas todas con bizantino capitel; y á la cabecera de las
naves fórmanse tres altas bóvedas á manera de cúpulas, sos-
tenidas por bajos y sombríos arcos de herradura, elevándose
por ftiera sobre la del centro la torre de las campanas. No ha-
bía en el templo más altar que el principal, donde se venera
una bella y devota imagen de la Virgen : ahora los retablos han
ido desalojando los sepulcros de sus hornacinas, en las cuales
se reproduce bajo sus diversas fases la ojiva, ora desnuda y
severa, ora florida y caprichosa como la que cobija el purista
cuadro de la Epifanía.
Pero la emoción se acrecienta al pasar de la iglesia al claus-
tro ; y si á la oscuridad que el sol desaloja apenas de aquel re-
cinto, se añaden las tinieblas y el silencio de la noche, y se le
registra á la oscilante luz artificial que todo lo abulta y pone
en movimiento, entonces pueden llegar á saborearse las subli-
mes delicias del terror. Atraviésase una estancia de bajas y rui-
nosas bóvedas, apuntaladas por un pilar en su centro ; informes
y mohosas tumbas avanzan de las negruzcas paredes, guardan-
do en su seno arcanos insondables. Sálese al claustro, y sus
(i) «Bien parece haber sido monasterio, dice en sus Anales y y toda la fábrica
representa antigüedad de este tiempo de godos.»
34
266 VALLADOLID
gruesos muros y los escasos y pequeños arcos semicirculares
abiertos hacia el patio obstruido de malezas, le dan un aspecto
desolador de época indeterminada ; una tosca columna en las
esquinas de sus ánditos es todo lo que de escultura se acierta á
descubrir. A varios aposentos abovedados y hechos á modo de
celdas, introducen portales apuntados; á la entrada del uno de-
tiénense los pies y erízanse los cabellos ante un inmenso osario
detenidamente formado con las calaveras de los que yacían en
algún contiguo cementerio; el otro conserva la tradición de ha-
ber servido de entierro en vida á cierta penitente infanta. En
los labios del que la refiere varía sin cesar la historia, confün-
dense los nombres y los tiempos al capricho de la ignorancia ó
de la fantasía, y poseído de vértigo el oyente, se figura ver
girar en torno suyo asidos de las manos, á personajes de inco-
nexos dramas y apartados siglos.
Un rayo de crítica, como suele la luz del día, viene á disi-
par tan heterogéneas visiones : por fortuna la verdad esta vez
no vale menos que la fábula. Aquella carcomida urna con escu-
dos lisos ó gastados en su cubierta, que se nota junto á la
puerta del claustro, guardó las cenizas del rey Recesvinto,
inaccesibles no sabemos cómo á la codicia y profanación de los
infieles ; y de allí no salieron hasta el siglo xiii, al mismo tiem-
po que de Pampliega las de Wamba su sucesor, para juntarse
en la capilla del alcázar de Toledo por orden de Alfonso el Sa-
bio (i). En los inmediatos sepulcros, no menos toscos, os dirán
que yacen los campeones de Zamora, los que en 1072 pelearon
en singular combate por su ciudad y por su señora la infanta
Urraca para vindicarlas de la imputación de regicidio; y os mos-
trarán como prueba irrecusable unas quintillas puestas allí
en 1567, que el lugar y el asunto os harán parecer menos pro-
saicas de lo que realmente son, y que se recomiendan aún por
cierto sabor romancesco de sencillez y melancolía :
(i) Véase el tomo de Castilla la Nueva-^Toledo.
VALLADOLID , 267
Siendo Zamora cercada
Con ejército muy ancho,
Dícese que fué reptada
Y por alevosa dada
Por la muerte de D. Sancho.
Salieron tres Zamoranos
Defendiendo el caso malo;
Todos tres eran hermanos,
Animosos y galanos,
Hijos de Arias Gonzalo.
Con Ordoñez pelearon
Todos tres, y al fin murieron
Y sus vidas acabaron,
Como los que se emplearon
Por ganar lo que perdieron.
Juntamente feneció
Ordoñez con el tercero;
Y assí el campo no quedó
Por nadie, según juzgó
El juez y su compañero.
Estos cuerpos trajo aquí
Doña Urraca hija del rey.
Veslal yace á par de tí.
Requiescant in pace, di,
Cum sanctis in gloria Dei.
Os referirán que junto á aquellos cuerpos, que por el honor
de ella inmolaron sus vidas, lloró la infanta sus pasadas culpas
y la parte que caberle pudo en la muerte de su hermano, y que
en aquella lóbrega estancia, á la cual se da el merecido nombre
de cueva, vivió prolijos años de oración y de penitencia, hasta
salir su alma de este mundo ya completamente acrisolada (i).
¡Pura leyenda todo ello! Urraca la de Zamora, la hermana de
Alfonso VI, duerme en León bajo las regias bóvedas del pan-
teón de San Isidoro ; la que en Vamba reposa es otra Urraca,
posterior de cien años á la otra, primera esposa de Fernando II
(i) Encima de la puerta hay un letrero castellano que recuerda la tradición, y
otro dentro en latín que dice de la infanta cum Christo regnat in ceíernum.
268 VALLADOLID
de León é hija de Alfonso I de Portugal. Disuelto su enlace con
el monarca por razón de parentesco en tercer grado, sin haber
podido durante ocho años gozar en el trono una hora de ventu-
ra por las continuas guerras del padre con el esposo, en 1175
tomó la cruz de religiosa de San Juan (i) escogiendo aquel re-
tiro ; si lo guardó tan austero y absoluto como la tradición indi-
ca, es cosa que ignoramos. La pobre reina debía tener que llo-
rar menos faltas que desdichas,, pero siquiera antes de morir
vio coronado rey á su hijo Alfonso el IX, sin olvidar por eso su
soledad (2).
Aunque de origen más reciente, no hubo en toda la comar-
ca monasterio más celebrado que el de la Espina : las personas
que á su erección concurrieron, la preciosidad de sus reliquias y
los prodigios que de ellas se contaban, lo rico de la hacienda y
lo grandioso del edificio, todo contribuía á su mayor lustre é
importancia. Admiradora entusiasta del santo abad de Claraval
la virtuosa D.^ Sancha hermana de Alfonso VII, ora le conocie-
ra de fama, ora de trato, si es cierto que peregrinase por Fran-
cia, Alemania y Palestina, hízole donación en 20 de Enero
de 1 147 de dos heredades suyas, San Pedro de Espina y Santa
María de Aborridos, para establecer una casa de cistercienses ;
y excitado con el nombre casual el deseo de la piadosa infanta
y á fin de justificarlo en cierto modo, no descansó hasta lograr
un dedo del príncipe de los apóstoles y una espina de la corona
del Salvador, que obtuvo del monasterio de San Dionisio de
París por mediación de Luís VII rey de Francia. Envió el gran
( 1 ) Cita Flórez dos escrituras, una de las cuales dice refiriéndose al 1 1 7 5 anno
quo regina sibi crucem imposutt, y la olra regina Urraca freirá HospUalis sancii
Johannis confirmat.
(2) Hay en el bularlo de Santiago, según Flórez, una escritura datada del 1 1 88,
año del fallecimiento de Fernando II, que empieza así: Ego Al/onsus Dei graiia
rex Legionis una cum genitrice mea Urraka regina fado chartam, etc. Estas pala-
bras dan á entender que Urraca volvió á la corte al lado de su hijo; sospechamos
sin embargo por la escasez de memorias que no sería continua ni larga allí su re-
sidencia, y que su muerte, cuyo año se ignora, ocurriría en el mismo lugar donde
fué sepultada.
VALLADOLID 269
Bernardo á Nivardo su hermano para realizar la fundación, que
en 1 1 49 confirmó el emperador Alfonso cediendo los derechos
que en aquellos despoblados pudieran compelerle (i). Las mira-
das del santo fundador y de la insigne protectora no se aparta-
ron jamás de su querido plantel (2), y gracias á los cuidados del
uno y á la generosidad de la otra propagó en breve por Castilla
sus retoños.
Algo aún halló que* añadir á la grandeza del monasterio,
corriendo el siglo xiv, la poderosa familia de Alburquerque, y
su jefe D. Juan Alfonso, nieto. del rey Dionisio de Portugal (3),
empleó en beneficio de aquel la absoluta privanza que obtenía
en los primeros años del rey D. Pedro su pupilo. Las tres bó-
vedas que faltaban á la nave principal del templo, las dos naves
menores, los claustros bajos con sus oficinas, fueron obra del
que juntaba al favor de valido la opulencia de magnate. Cuando
vio al real mancebo arrastrado por los sanguinarios instintos
que tal .vez en su germen no había cuidado bastante de sofocar,
y por el ciego amor que él mismo culpablemente había fomen-
tado, entonces el valido recordando su autoridad de ayo se con-
virtió en censor, y de censor bien pronto en enemigo; y al
(i) Del documento se desprende que Espina y Aborridos habían sido lugares
en otro tiempo: et istce villcB deserice jacent inter sanctum Cyprianum de Macólo et
Castromonte, Hay memorias de que el rey tenía allí un palacio de maciza construc-
ción.
(2) Así lo llama San Bernardo en la carta que escribe á dicha infanta : Obse-
cramusvos eipro novella vestraplantatione, tilos loquor de Spina^ut eis viscera
misericordias exhibeaíis. Su primer abad parece fué Balduino, aunque Alfonso y
Toribio se llaman también primeros en el necrologio. La historia del monasterio
se halla compendiada en esta singular inscripción quetrae Yepes, enlaque andan
separados los verbos de los nombres correspondiéndose entre sí :
Petit
Sancia
^dificat
Bernardus per Nivardum
Ditat
Alfonsus
Protegit
Spinea corona
Aperit
Petrus.
(3) Hijo natural de éste y su mayordomo mayor, según Méndez Silva, fué don
Alonso Sánchez padre de D. Juan Alfonso, quien aunque de alcurnia portuguesa
estaba muy heredado en Castilla. Su madre se llamó D.' Teresa de Meneses.
270 VALLADOLID
frente de la liga formada con los hijos de la Guzmán y los in-
fantes de Aragón y muchos de los grandes de Castilla para ha-
cer entrar en razón al temerario monarca, sorprendióle la
muerte en Medina del Campo, tan funesta para su causa, que
se dijo procurada con yerbas por su médico Paulo. El cadáveí*
de Alburquerque siguió presidiendo á los confederados; en las
marchas iba delante de la hueste, en los consejos llevaba por
él la voz su mayordomo. Solamente cuando en Toro se creyó
domeñado para siempre el león de Castilla con freno que muy
pronto había de romper con mayor estrago, entró el féretro á
reposar en la Espina, cumpliendo los últimos votos del difunto
y dando ya por cumplida su misión reparadora.
Con tales datos no hay que decir si se anda con afán el
desigual camino desde Torrelobatón, y si se costea impaciente-
mente la almenada cerca que una legua en derredor cierra el
coto del monasterio. No corresponde el primer aspecto á la es-
peranza : el portal de entrada no sube del siglo xvi, y la facha-
da de la iglesia la vistió algún discípulo de D. Ventura Rodrí-
guez á fínes del pasado con el conocido uniforme de orden
jónico y corintio en sus respectivos cuerpos, de frontón triangu-
lar, y de dos torres á los lados rematadas en templetes octógo-
nos y elegantes linternas. Mas luego se presenta á recompensar
las fatigas del viaje el interior, desplegando sus tres naves, su
crucero y su cúpula, sus bóvedas peraltadas y gallardísimas, sus
arcos ojivales de comunicación, sus pilares de columnas agru-
padas y románicos capiteles, sus ventanas, semicirculares unas
y apuntadas otras, decoradas con ricas molduras y columnitas,
toda la magnificencia en fín del arte bizantino ya provecto dán-
dose la mano con el gótico naciente (i). De las seis arcadas que
se suceden desde la entrada hasta el crucero, ocupa las tres el
(i) Es señalado el elogio que hace de este templo fray Manrique en sus Ana-
les Cistercienses : Porro sacellum^ si materiam spectes^ sumptuosum ei grave; si
opus artemquey adeo expolitum, adeo prceclarum, ut vix aliud cequale reperiatur in
loto regnoy superius nullum.
VALLADOLID 27I
coro sostenido en alto por bóvedas de crucería. Difícil es, por
no decir imposible, discernir la primitiva obra de D.* Sancha de
la ampliación de Alburquerque, tan homogéneo es el estilo de
la fábrica, en la cual parecen haber transigido las dos épocas
que la historia le señala, semejando harto adelantada para el
siglo XII, y para el xiv sobrado antigua y severa.
Si algo discrepa del conjunto es la capilla mayor, reedifica-
da en 1546 con su cupulilla especial contigua á la del crucero,
y entonces las primitivas tumbas de los Alburquerques fueron
reemplazadas con los nichos platerescos y efigies arrodilladas
que ocupan los lados del presbiterio; á la parte del evangelio
las del mismo D. Juan Alfonso y de su esposa D.* Isabel de
Meneses, á la otra parte las de su hijo D. Martín Gil y de su
tío D. Martín Alfonso. Inapreciables fueran estos bultos, si la-
brados en tiempos más cercanos á los personajes que represen-
tan, ofrecieran mayores prendas de semejanza. Más cerca del
altar púsose estatua de alabastro á la ilustre fundadora á modo
de cenotafio, y otra enfrente á la infanta D.* Leonor hija de
Juan II y de su primera consorte, que muriendo de pocos años
allí cerca, fué sepultada en aquel suelo venerado (i). En las ca-
pillas se encuentran acá y allá urnas y nichos ojivales : en el
brazo derecho del crucero extiéndese paralela á la mayor una
capilla gótica dedicada á nuestra Señora de Gracia, y al extremo
del mismo la muy suntuosa donde era adorada la santa espina,
y donde se obraban las maravillas de que están llenos los ana-
les del monasterio (2).
(1) Fué dicha infanta jurada sucesora del reino en los cortos meses que me-
diaron desde la muerte de su hermana primogénita D.* Catalina hasta el nacimien-
to del príncipe D. Enrique, es decir de Setiembre de 1424 á Enero del siguiente
año.
(2) Describen minuciosamente la preciosa reliquia y la solemnidad con que
se enseñaba Morales en su Vic^/e Sanio y Manrique en sus Anales del Cister^ refi-
riendo los milagros obrados con el agua en que se la metía. En el segundo puede
leerse la tradición de la acémila que se quedó inmóvil al querer llevarse la santa
espina del monasterio, y la prodigiosa reaparición de la misma en su puesto esca-
pándose de la capilla del condestable D. Juan Fernández de Velasco que la había
hecho robar secretamente.
272 VALLADOLID
Iglesia provisional construida por Nivardo dícese que fué
una muy pequeña, que se conserva á espaldas de la presente y
que nada ofrece de antiguo ni de notable. Del primitivo claustro
sólo subsiste una serie de ojivas sepulcrales arrimada al muro
de la iglesia ; lo demás de él se deshizo hacia fínes del x vi ó
principios del siguiente, no sin lástima de los que alcanzaron á
verlo (i), por el prurito de reemplazarlo con las dos galerías,
dórica la de abajo y jónica la de arriba, que dan vuelta á sus
cuatro lienzos. Para mayor desgracia, á las presuntuosas inno-
vaciones del arte han venido á juntarse últimamente los estra-
gos del abandono: de la sala capitular, del panteón, no se des-
cubren ya sino ruinas. Cuando visitamos el sagrado ediñcio, dos
ó tres hijos fieles lo cuidaban con amor, prolongando como po-
dían su desvalida existencia: hoy tal vez habrán sucumbido, é
ignoramos qué suerte le cabrá en aquel hondo valle solitario,
donde no le alcanza ni una mirada protectora.
Harto fácil es de prever por los ejemplos que tiene tan
cercanos. En San Cebrián de Mazóte ha perecido, á pesar de su
situación dentro del pueblo, un convento de monjas dominicas
fundado en 1 305 por D.^ Teresa Alfonso Téllez de Meneses, la
madre acaso de Alburquerque el restaurador de la Espina.
Junto á Uruefta acabó el monasterio benedictino del Bueso,
aunque puesto bajo el poderoso patronato de los duques de
Osuna; en el siglo xvi se había renovado su iglesia, pero mos-
trábase un arco llano y un sepulcro liso donde la tradición su-
ponía enterrado al célebre D. Bueso, coronando sus caballeres-
cas aventuras cantadas en los romances con la fundación de
( 1 ) Elocuentes son las palabras con que condena el vandalismo de los clásicos
reformadores el fecundo Caramuel que se había educado en aquel monasterio. En
su poco conocida obra Philif>pus prudens que publicó en 16^8, escribe : Antiquum
illud claustrum Jam esí dirutum, et froedecessorum nostrorum reliquice vener ahiles
quiescunt sub Jove, Lapides alio iransiulit avarilia; el incultce frondes, quas spon-
te térra illa parturit, sepulchra ornarent, nisi armentis pecoribusque concederen-
tur. Lugeo qui refero; corrigant qui /aciunt : sancia enim non debent traciari nisi
sánete.
VALLADOLID 273
aquel retiro en sitio fresco y deleitoso para terminar allí sus días
con otros guerreros penitentes (i).
Los benedictinos de San Mancio, los cístercienses de Mata-
llana, los Jerónimos de Valdebusto, todos habitaban algo más
arriba en el espacio de pocas leguas. Debían su erección los dos
primeros monasterios, como los de Palazuelos y Retuerta (2),
á la noble familia de Meneses procedente de Portugal, que tan
enlazada acabamos de ver con los Alburquerques y que domi-
naba las dilatadas llanuras de Campos. Una visión se cuenta
que descubrió el cuerpo de San Mancio discípulo del Salvador
y apóstol de Ebora á Gutierre Téllez de Meneses, y un milagro
lo detuvo en aquel sitio, dando origen al monasterio y poco
después á la población contigua de Villanueva. Su iglesia con-
sagrada en 1 195, á la cual ha sucedido otra grande y hermosa
según la caliñca Morales, de estilo gótico moderno, que hoy
sirve de parroquia al lugar, fabricáronla dos hermanos suceso-
res de Gutierre, Alonso Téllez y Suero, y la sujetaron á la de
Sahagún donde era venerada ya en especial capilla la cabeza
del santo mártir (3). Padres de estos parece fueron Tello Pérez
de Meneses y su mujer Gontrodo, á quienes en 1 173 había ce-
dido Alfonso VIII el territorio de Matallana, santificado ya por
anteriores monasterios (4), para que lo ocupasen los religiosos
(i) Probablemente no tiene más fundamento la tradición que la identidad del
nombre. Hállase la firma de D. Bueso como merino de Saldaúa en varias escritu-
ras de Sancho III y Alfonso VIII. Sin embargo la Crónica General le supone un
caudillo francés que penetró hasta Orcejo y fué muerto en singular combate por
Bernardo del Carpió, de quien otros le hacen primo ; y á esta narración, reprodu-
cida en el romance que empieza Estando en paz y sosiego, se refiere Morales sin
duda al mencionarle como muy a/amado en nuestros cantares. Otro romance popu-
lar se conoce en Asturias que comienza así :
Camina D. Bueso
Mañanica fría
«
A tierra de moros
A buscar amiga.
(2) Véanse las páginas igg y 20$ del presente tomo.
(3; Recordamos lo dicho en el tomo de Asturias y León^ capítulo de Sahagún.
(4) De un privilegio de Sahagún que cita Sandoval, y de una donación de
35
274 VALLADOLID
■
del Císter: empezó su bello y. espacioso templo en 1228 la pri-
mera esposa de Fernando el Santo Beatriz de Suavi^i, y por su
fallecimiento en 1235 continuólo su suegra la inmortal Beren-
guela. En casas de labor se encuentran hoy transformadas las
que lo fueron de oración y de retiro, y grupos de arboledas
plantadas por los monjes indican de lejos su situación en medio
de aquellos páramos; pero no cobijan ya sino ruinas^ como ci-
preses que vegetan al rededor de sepulcros.
Froilán obispo de León que trae Lobera se desprende que en 950 existia en Mata-
llana un monasterio bajo el título de Santa María, y que en looa lohabía'de mon-
jas allí mismo. Antes de darlo el rey á los Meneses, lo adquirió por cambio de la
orden de San Juan á la cual pertenecía.
CAPITULO X
Medina de Rioseco
'"Y~ViviDE el distrito de Tordesillas del de Rioseco, corriendo
'^-'de levante á poniente, una cordillera menos alta que es-
cabrosa, repartida en ramales numerosos y surcada por hondos
valles, cuyo núcleo forma el áspero monte de Tórozos tan te-
mido antes por los viajeros de Asturias y Galicia. La densa
oscuridad de sus robles y encinas, despejada ya en varias direc-
ciones, cubría inextinguibles hordas de bandidos y feroces aten-
tados; y aún se designa en lo más alto, encima de Almaraz, la
venta que por sospechosa fué demolida á ñnes del último siglo.
Sin embargo, no escasea de pueblos aquel quebrado territorio ;
en angosta cañada se oculta San Cebrián de Mazóte, Almaraz
276 VALLADOLID
existente ya en 1097 desparrama por la pendiente sus treinta
casas, Urueña se mantiene enriscada sobre una loma, Castro-
monte asoma dominando un valle, circuida de antiguos muros
con cuatro puertas y ennoblecida por una parroquia de tres
naves y de construcción bizantino -gótica, que sentimos no poder
contemplar más detenidamente. Al este aparece con restos de
castillo la Mudarra, colonia de segadores gallegos establecida
por la ciudad de Rioseco, de la cual se titula arrabal á pesar de
su distancia de tres leguas; al norte sobre una colina Valde-
nebro decaída de su esplendor y despojada de su fuerte arma-
dura (i), y más adelante Val verde lugar del marqués de Monreal
donde descansó en 1063 al ser trasladado de Sevilla á León el
cuerpo de San Isidoro (2).
De estas villas la más interesante es Uruefta no tanto por
sus monumentos como por sus memorias. Más de cárcel que de
belicosa defensa sirvió su célebre castillo y larga serie de pri-
sioneros contó, desde aquel conde Pedro Vélez que pagó con
lenta y bárbara muerte, según los romances, el haber holgado
con una prima del rey Sancho III (3), hasta el conde de Urgel
( 1 ) Atribuye Méndez Silva la fundación de Valdenebro nada menos que al rey
Brigo, diez y nueve siglos antes de la venida de Cristo. Conservaba aún en el xvii
sus muros y su castillo, del cual en 1422 hizo señor á Diego Gómez de Sandoval,
conde de Castro, D.' Leonor reina viuda de Aragón. Además de su parroquia tiene
otra casi derruida, titulada de Nuestra Sefirora de Troya.
(2) En la donación hecha por Fernando I en 22 de Diciembre de 1063 á San
Isidoro de León (España Sagrada, tomo XXXVI) hallamos la cláusula siguiente :
Concedimus ibi ecclesiam cum tribus altar ibus in Campis Goihorum in Rioseco ad
Villam Verde, quce dicitur ecclesia S. Salvatoris, in medio primo altari, ad meridianum
partis dextrce altari S. ísidori archiepiscopi, ad levam vero S. Martini vocaiur; con-
cedimus ibiipsum locellum conclusum, eo quodibiquievitsanctissimumcorpusbea-
tissimi ísidori quando asportatum fuit de Hispali metropolitana.
(3) Ignoramos qué fundamento histórico tenga el siguiente romance, único
en referir el hecho, que tal como allí se cuenta no dudamos en calificar de fabu-
loso. Por 8u lenguaje parece del siglo xvi, y adolece de bastante flojo á excepción
del principio donde hay sobra de crudeza:
Alterada está Castilla Con una prima carnal
Por un caso desastrado. Del rey Sancho el deseado.
Que el conde don Pero Vélez Las calzas á la rodilla
En palacio fué hallado Y el jubón desabrochado..
VALLADOLID 277
competidor de Fernando I al trono de Aragón y D. Fadrique de
Luna, bastardo del rey de Sicilia, culpable de insensatos desma-
nes y alborotos. No recibió su fortaleza, como han escrito algu-
nos, el postrer suspiro de la infeliz Blanca de Borbón, pero sí á
María de Padilla su afortunada rival, conducida por su real
amante, para ponerla á cubierto durante algunos días de la in-
dignación general del reino sublevado contra su privanza. Dio
Enrique IV la villa al maestre de Calatrava D. Pedro Girón, á
cuyo primogénito D. Alfonso Téllez se transmitió como cabeza
de condado ; y éste fué el primer título de la casa de Osuna, en
la cual ha continuado Urueña tomando sus blasones. Amurallada
y sin más salida que la de dos puertas, la misma población pa-
rece cautiva como los ilustres huéspedes que ha guardado.
Paralelo casi con la dirección de los Alcores, que así se
llama la cordillera, de nordeste á sudoeste baja el río Sequillo,
y para conducir á la ciudad que toma su nombre, convida á re-
montar sus márgenes por camino más poblado y apacible que
el de la sierra. Castro Membibre y San Pedro del Ataree, pue-
blos del conde de Miranda, conservan ruinas, aquél de castillo
y éste de palacio; Villavellid en la pendiente de un cerro, el
torreón de homenaje y varias almenas del suyo; Villar de Fra-
des, adornada con un puente de tres arcos y con una moderna
iglesia del lego Ascondo, el recuerdo etimológico de su monacal
origen ó dependencia. Una tras otra se presentan en opuestas
orillas Villanueva de los Caballeros y Villagarcía, que junto con
Santa Eufemia y. Barcial de la Loma, reconocían por señor en
el reinado de Juan II á Gutierre González Quijada, de cuya fa-
La infanta estaba en camisa Casi medio destocada,
Echada sobre un estrado, Con el rostro desmayado.
La sentencia del rey al mandarle encerrar en el castillo de Ureña, es atroz en
demasía:
No le den cosa ninguna Le sea un miembro quitado,
Donde pueda estar echado Hasta que con el dolor
Y de cuatro en cuatro meses Su vivir fuese acabado.
278 VALLADOLID
milia pasaron á la del conde de Peñaflor. Villagarcía era seña-
lada ya á fines del siglo xi por un monasterio de San Boal ó
Baudilio, que dotó copiosamente Nepociano Bermúdez y agregó
al de Sahagún en clase de priorato ; y en tiempos más recientes
hiciéronla famosa la educación del vencedor de Lepan to, confia-
da por el emperador secretamente á su mayordomo Luís Qui-
jada, y la residencia del festivo padre Isla en el insigne novicia-
do que tenían allí los jesuítas. Pero, si como han creído
generalmente los anticuarios y persuaden la situación y las
distancias, corresponde el lugar á la Intercacia de los Vacceos,
entonces se echan menos con tristeza los vestigios de aquella
población, contemporánea y precursora del heroísmo de Nu-
mancia, que en el año 149 antes de Cristo cerró las puertas al
cónsul Lúculo echándole en rostro su perfidia con los de Cauca,
que mostró tanto valor en sostener el sitio como cordura en
esquivar la campal batalla, que reparó una y otra vez las bre-
chas abiertas en sus muros, y derrotó en sus salidas á los ro-
manos, y obligada del hambre al fin se rindió por honroso
concierto, burlando con su rústica pobreza la avaricia del ven-
cedor (i).
En lo alto de una meseta se dibujan sobre la ribera occi-
dental los derruidos murallones del castillo de Tordehumos, y
en la vertiente el caserío de la villa y las torres de sus tres pa-
rroquias, brindando al viajero á atravesar el puente para con-
templar la bellísima portada gótica del arruinado convento de
Santa Clara, cuyas religiosas siglos hace se trasladaron á Rio-
seco. Tordehumos, derivada como Tordesillas de otero y no de
(i) Bellum his conditionibus dirempium, dice Apiano; ínter c atii Lucullo darent
sex millia sagorum (mantos de lana burda), fecudum cerium quemdam numerum,
obsides quinquaginta; aurt atque argenti, cvjiis siti bellum iniulerat Lucullus^ ni-
hil daré foierani^ ñeque enirn habebaní, ñeque in pretio esse apud illius regionis
Celtiberos metalla isia soleni. Distinguióse en el sitio de Intercacia el joven Esci-
pión, diez y ocho años antes de tomar á Numancia, venciendo en singular comba-
te á un corpulento español y subiendo el primero á la muralla; y solamente con
él, por no fiar de Lúculo, quisieron pactar los sitiados.
VALLADOLID 279
torre y nombrada ya en el siglo x (i), puede presentar también
á la historia sus anales : fué plaza fuerte en 1 308 donde el tur-
bulento D. Juan Núñez deLara resistió al poder de Fernando IV,
prolongando la defensa y las negociaciones hasta que cansados
los sitiadores se desbandaron; condenó allí Alfonso XI en 1328
la memoria de Alvar Núñez Osorio su pérfido valido; dióla
luego á su favorita Leonor de Guzmán ; rompieron allí mismo
en 1354 los infantes de Aragón D. Juan y D. Fernando y su
madre la reina Leonor con el rey D. Pedro su primo, desertan-
do á los de la liga; y después de pasar el pueblo por varios
señoríos, incorporóse por fin al de los duques del Infantado. Al
del almirante Enríquez pertenecía su vecina Villabrájima, y sin
embargo, una y otra sirvieron de cuartel al ejército comunero
de D. Pedro Girón al prepararse á cercar en Rioseco la peque-
ña hueste de los grandes; pero aquella estancia no le resultó
menos funesta de lo que más tarde había de serlo la de Torre-
lobatón al malogrado Padilla.
Imposible es atravesar á la vera del menguado río aquella
vasta llanura circuida de montecillos, en cuyo fondo descuellan
las torres de esta otra Medina, sin traer á la memoria los días
de espectación que anunciaban en sus campos el inminente des-
enlace de la tenaz querella entre la nobleza y las Comunidades.
Detrás de aquellas tapias había buscado asilo, huyendo de Va-
lladolid con un solo paje, el cardenal gobernador; y al llama-
miento de sus dos nuevos colegas, el condestable y el almirante,
iban acudiendo con sus milicias los condes de Benavente, Lemos
y Valencia, el marqués de Astórga y los más ilustres proceres
de Castilla. Era Rioseco, por decirlo así, la corte del almirante,
que vino el último, agotados los medios de conciliación. Manda-
das por un magnate ambicioso y despechado, avanzaron á la
caída de Noviembre de 1 5 20, las huestes populares en número
(i) Auiero de Futnus se la llama en una escritura de Astorga del año 974, pu-
blicada en el tomo XVI de la España Sagrada.
28o VALLADOLID
casi triple de sus contrarios ; las alturas del contorno llenáronse
de muchedumbre atraída como si fuera por el espectáculo de
una justa, y aguardaban el éxito con el pié en el estribo nume-
rosos correos para llevar á las ciudades más lejanas la nueva
de la segura victoria. Mas los pendones aristocráticos no se
cuidaban de abandonar los muros ni de contestar al reto de
fuerzas superiores, que satisfechas con hacer en el palenque
vano alarde de su pujanza, volvieron sin intentar el ataque á
sus alojamientos. Crecía con la dilación, de un lado la impa-
ciencia y del otro la esperanza : llegábanles refuerzos á los mag-
nates, pedíanlos con ansia á sus poblaciones los caudillos co-
muneros. De Rioseco á Villabrájima iban y venían mensajes de
paz, ninguno más solícito que el distinguido franciscano fray
Antonio de Guevara, cuya elocuente voz resonó con audaz ener-
gía en la iglesia del lugar ante el consejo de los defensores de
la santa junta. Sus palabras, que sólo consiguieron irritar al
fogoso obispo Acuña y á sus decididos compañeros, se insinua-
ron hondamente en el ánimo de D. Pedro Girón, vacilante entre
los compromisos de su causa y los intereses de su clase (i): lo
que pasó en sus ocultas conferencias se ignora, pero al cabo de
quince días de estéril campaña, el ejército sitiador se retiró sin
combate hacia Villalpando, y quedó despejado á sus enemigos,
bien apurados poco antes, el camino hasta Tordesillas.
Mantúvose Rioseco con escasa guarnición, guardada por el
prestigio de su incruento triunfo, y á pesar del riesgo que la
amenazaba por el lado de Torrelobatón, osó tomar la ofensiva
en la próxima primavera, corriendo á rebato los vecinos pueblos
declarados por los insurgentes. En Palacios de Meneses, situado
(i) Entre las cartas de Guevara, y en la 48 de la primera parte, se halla com-
pleto el razonamiento que hizo á los jefes de la Comunidad en Villabrájima y la
respuesta asaz contundente que recibió del prelado de Zamora, indicando á lo
último la secreta plática con que logró reducir al general de los insurrectos. San-
doval refiere una misteriosa cena verificada allí mismo, en que la condesa de Mó-
dica esposa del almirante, alcanzó reunir á su marido y al conde de Benavcntc con
Acuña y con Girón, aparentando los dos magnates para adormecer al primero y
ganar al segundo, conformarse eon los capítulos presentados por la Junta.
VALLADOLID 281
una legua más arriba hacia nordeste, hallaron los imperiales
inesperada resistencia: de lo alto de los adarves, donde habían
clavado ya sus banderas, los arrojaron sus reducidos defensores
auxiliados por las valientes aldeanas ; y segunda vez, con el so-
corro de cincuenta escopeteros que de Ampudia les vino, recha-
zaron no sin notable escarmiento á los sitiadores. Todavía per-
manecen ruinas de las humildes murallas donde tremoló con
más firmeza que de costumbre el pendón comunero, y una ais-
lada torre, resto tal vez de otra parroquia más antigua que la
subsistente construida en los últimos tiempos del arte gótico.
Otra legua más allá se eleva sobre un cerro el castillo de Mon-
tealegre, alternando con los cuadrados torreones de sus ángulos
los cilindricos y almenados del centro de sus cortinas, y domi-
nando el pueblo del mismo nombre, cuyo señorío propio de los
Manueles se refundió en el condado de Feria. Gente de Toledo
lo ocupaba, cuando lo acometieron los soldados del almirante y
convenidos con el alcaide ganáronlo por sorpresa, vengando con
su comprada victoria el desastre de Palacios.
Gran prez de leal adquirió Rioseco con la derrota de las
Comunidades, aunque á costa de graves sustos y de no meno-
res sacrificios (i). Valióle no poco para su engrandecimiento la
gratitud del emperador, á cuyos prófugos consejeros había dado
asilp y cuyo ejército dentro de sus muros se había organizado,
juntamente con el patrocinio del noble D. Fadrique su señor,
principal artífice de la pacificación de España. La feracidad del
suelo, sus copiosas manufacturas de lana, sus concurridas ferias
tan célebres casi como las de Medina del Campo, á expensas
de la cual anduvo creciendo, la elevaron á tal grado de prospe-
ridad, que á fines del siglo xvi pasaba por el lugar más opu-
lento de señorío y se le atribuían más de mil vecinos millona-
(i) De un minucioso cuaderno formado para la correspondiente indemniza-
ción que existe en el archivo municipal, resulta que los gastos hechos por la villa
en la época de las Comunidades, ascendieron á siete millones y medio de marave-
dises.
36
282 VALLADOLlb
ríos (i). Tenía en suma la importancia de ciudad, mucho antes
que Felipe IV en 1632, le concediera el título de tal en recom-
pensa de sus servicios. Sin sus brillantes monumentos parecieran
exagerados Jos recuerdos de su pasada grandeza, que no ha
perdido aún la esperanza de reconquistar.
De su existencia bajo la dominación de los árabes no tiene
más indicios que su nombre genérico de Medina, ni de su identi-
dad con alguna de las poblaciones romanas más prueba que las
ociosas conjeturas de ciertos anticuarios. Bien pronto descolló
en los anchurosos Campos Góticos repoblados por Alfonso III,
apropiándose por distintivo el nombre del río que los cruza;
y entre los dones ofrecidos á Sahagún en el siglo x aparecen la
iglesia de San Fructuoso de Rioseco cedida con sus diezmos
en 921 por Frunimio obispo de León, y los monasterios de San
Esteban y Santa Engracia incorporados en974y986á aquella
venerable cabeza. Otro monasterio fundaron hacia 1 1 3 2 Romano
y sus discípulos, anejándolo con permiso de la piadosa infanta
Doña Sancha, á quien tal vez pertenecía entonces el pueblo, á
la abadía de San Isidoro de Dueñas, que en 1424 lo transfirió
mediante un censo á cierta cofradía establecida en honor de San
Miguel. Intacto se conserva en medio de la población y junto
á Santa María este interesante templo dedicado al santo arcán-
gel, tipo del arte bizantino en su primitiva y severa desnudez.
Los capiteles de donde arrancan los arcos decrecentes de sus
dos portadas abiertas á los pies y á un lado del edificio, las ven-
tanas de angostos vanos distribuidas en su único ábside, la cor-
nisa ajedrezada, los multiformes canecillos, acusan lo simple y
tosco de su labor; reina en todas sus partes el semicírculo, ex
cepto en el arco apuntado de la capilla principal; y las columnas
de su nave sostienen en vez de bóvedas enmaderado techo de
(i) Así dice D. Luis de Zapata en sus misceláneas^ impresas últimamente en
el Memorial Histórico, Según Ponz, la población ascendía un tiempo á siete mil
vecinos que en su época se habían reducido ya á mil cuatrocientos.
VALLADOLID 283
dos vertientes. Ved ahí el decano de los monumentos de la
ciudad.
Por convenio celebrado en 1 143 entre los dos obispos pasó
Medina, llamada Legionense en aquel documento, de la diócesis
de León á la de Falencia. En 1242 dividió sus términos de los
de Valdenebro el santo rey Fernando, y en 1258 Alfopso el
Sabio los deslindó de la jurisdicción de Valladolid, que alegando
privilegios de reyes anteriores y abusando de su prepotencia, aso-
laba con robos, muertes y violencias el disputado territorio (i).
Al fallecimiento de Sancho IV figuró Rioseco en la hermandad
formada por los pueblos de Castilla para guardar sus derechos
al rey menor y enmendar los desafueros padecidos en los últi-
mos reinados: fué uno de los lugares dados en 1301 al infante
don Juan para que renunciase al señorío de Vizcaya. Como
prenda de amor la cedió Alfonso XI á su dama ; como regalo
de bodas la otorgó Enrique II á su cufiado D. Felipe de Castro,
rico-hombre de Aragón, casado con su hermana D.* Juana, al
sacarle de la prisión que por él había sufrido en Burgos. No
guardó rencor á la villa el hijo de la Guzmán por la resistencia
que le opuso en su segunda entrada manteniéndose por el rey
D. Pedro, pues en 1370 le confirmó el privilegio de su padre
para que nadie cortara lefia en los montes del concejo; y Juan I
recompensó la gloriosa defensa de la misma contra el duque de
Lancáster, proclamándola muy noble y leal^ y confiriéndole por
blasón dos castillos y dos cabezas de caballos asomados á unas
almenas.
De su tía D.* Juana fallecida sin sucesión heredó el sefiorío
de Rioseco el almirante de Castilla D. Alfonso Enríquez, hijo
del maestre D. Fadrique y nieto de Alfonso XI, eligiéndola por
cabeza de sus estados. Pero el nuevo almirante D. Fadrique su
hijo la hizo foco de conjuración contra D. Alvaro de Luna, cuya
(i) El documento existente en el archivo municipal expresa «que los de Valla-
dolid gelo entravan por fuerza, e que les matavan los omes e que los forzaban e
los robaban e les fazien muchos daños e mucho mal sobre ello.n
284 VALLADOLID
caída exigió del rey en 1439 al frente de una poderosa liga de
grandes y de un ejército numeroso: la derrota de Olmedo le
humilló hasta obligarle á entregar al soberano el castillo de su
capital y á su propia hija la reina de Navarra en rehenes de su
obediencia; su fuga dio motivo á confiscarle la villa hasta ser
nuevamente perdonado. Rioseco siguió la suerte y tomó el ca-
rácter de sus señores ; bulliciosa y rebelde en tiempo del primer
don Fadrique y de su hijo D. Alonso durante el reinado calami-
toso de Enrique IV, pacífica y leal bajo D. Fadrique el segundo
que la asoció á su gloria en la reducción de las Comunidades,
magnífica y opulenta en poder de su hermano D. Fernando, á
favor del cual la erigió en ducado el emperador premiando en
uno los servicios de entrambos. Su rápido desarrollo lo debió
principalmente á sus dos ferias por los meses de Abril y Agosto y
al mercado franco de los jueves, que los Reyes Católicos en 1477
le concedieron, y que dilataron por toda la tierra de Campos y
más allá la soberanía de su caduceo.
Más de mercantil que de guerrera tiene la actual fisonomía
de Medina de Rioseco. En vano la ciñe por el lado del sur un río,
en vano le hacen pedestal dos colinas; ni aquél alcanza á ser-
virle de foso, ni éstas de muralla natural para contribuir á su
defensa. A falta del Sequillo, cuyos puentes durante ciertas es-
taciones sólo parecen objetos de ornato, tráele aguas y mercan-
cías el famoso canal de Campos, antiguo en proyecto y reciente
en ejecución, ofreciendo á los ojos un ameno cuadro y á su trá-
fico é industria una brillante perspectiva. De sus históricas mu-
rallas no conserva más que tres baluartes y algunas puertas,
señalándose la ojival que da salida hacia Falencia, abierta en un
torreón y defendida por matacanes: la principal situada al Me-
diodía no es más que un arco moderno de anchura desmedida
respecto de su elevación. Señoreaba la población por aquel lado
fuerte castillo eminente, artillado de ocho piezas, como dice
Méndez Silva ; y ni una almena le faltaba, cuando á mediados
del último siglo se mandó demolerlo, á fin de que el inmediato
VALLADOLID 285
convento de San Francisco empleara sus materiales en la fábrica
de una torre, y los restantes se destinaran á construir en el
mismo solar un grandioso cuartel de caballería, que al cabo de
cincuenta años acabó también por ser abandonado á la codicia
de los vecinos. Frondosas alamedas disimulan la deformidad de
estas ruinas, y rodean como inofensivos sitiadores la ciudad.
Mas no le valió su actitud inerme para libertarla en el aciago 1 4
de Julio de 1808 de la crueldad de los franceses, que ebrios de
sangre y feroces con la victoria alcanzada en sus cercanías, lle-
naron de matanza las calles y de violaciones sacrilegas los tem •
píos, sin perdonar á las honras más que á las vidas.
Dentro de su recinto se nota lo que desde Valladolid en
toda la provincia no habíamos encontrado, la animación, el mo-
vimiento, el aspecto distinguido de ciudad, aunque por otro lado
no se aventaje en gran copia de vecindario, ni en el desahogo
y regularidad de sus calles, ni en la magnificencia de sus casas,
viejas muchas sin ser antiguas. Largas filas de columnas guar-
necen de pórtico las vías principales de la Rúa y de Pañeros y
rodean la vasta plaza mayor, si bien con desigualdades é inte-
rrupciones que perjudican á su belleza. Poco la favorecen ade-
más la casa de ayuntamiento y la cárcel, que exigen ambas ur-
gentes reparos. Edificio civil no contenía otro notable al parecer
sino el antiguo teatro que se asegura haber debido á los almi-
rantes (i); pero en la esplendidez de los religiosos pocas capi-
tales la exceden y muchas no la igualan. Tres parroquias
cuenta, cada una tan grande y suntuosa como si fuese la única,
erigidas ó por mejor decir reedificadas en el período de su ma-
yor fortuna, en los siglos xvi y xvii, demostrando que la pie-
dad de los feligreses corría parejas á la sazón con su opulencia.
Desde el oratorio bizantino de la mitad primera del siglo xii,
que llevamos descrito arriba, pasa el artista sin transición, pues
(i) Según el Sr. Rada y Delgado, sirvió dicho teatro de fundamento al que
hoy existe, y era de grande extensión, con la particularidad de tener el escenario
en el centro y los asientos de los espectadores al rededor.
286 VALLADOLID
TÍO hay monumentos de épocas intermedias en Rioseco, á la so-
berbia mole de Santa María, donde el arte gótico, en compe
tencia ó en transacción más bien con el renacimiento, trazó con
mano ya mal segura sus postreras concepciones. Si al aproxi-
marse á la ciudad le ha llamado la atención desde lejos su torre
piramidal, cimbreándose en el espacio á semejanza de un piná-
culo de crestería, reconoce observando más dt cerca los detalles
que aquel mágico efecto lo producen un templete octógono y
una linterna, productos ambos del barroquismo, que en 1737
se le pusieron por remate; y por su parte el cuerpo principal,
en los bocelados arcos semicirculares de sus tres órdenes de
ventanas, en las mal afiligranadas agujas de los entrepaños, y
en las urnas y caprichos que lo coronan, indica que principió ya
en edad harto avanzada para realizar un prodigio de ligereza.
Ocupa la torre á los pies de la iglesia el sitio comunmente des-
tinado á la fachada principal, que está colocada en el flanco
derecho entre dos contrafuertes, desplegando las profusas galas
de la decadencia; el arco conopial compuesto de varios concén-
tricos, angrelado el inferior y el superior orlado de penachería,
los botareles que lo flanquean prolijamente calados, el muro
cubierto de arquería un poco bastarda, la cornisa ostentando
entre labores casi platerescas el escudo del almirante. De fecha
posterior, acaso de la misma en que se acabó la torre, parecen
las colgaduras que por bajo de las gárgolas adornan los contra-
fuertes ; mas á pesar de su carácter de imitación no siempre
feliz, deleita en conjunto aquella suntuosa fábrica de sillería con
sus gentiles ventanas y robustos machones. Al opuesto lado
hay otra puerta, que lleva esculpidos en los casetones de sus
hojas bustos de apóstoles y profetas.
Convengamos en que el gótico moderno, nombre que hemos
aceptado ya para designar las construcciones hechas en la pri-
mera mitad del siglo xvi, y aun posteriormente, bajo la reniinis-
cencia más bien que bajo la inspiración del género ojival, si
adulteró por un lado los detalles^ introdujo por otro gratas
VALLA DOLID
RIOSECO,— Parroquia db Santa MarIa
288 VALLADOLID
innovaciones en la distribución de los templos. Las naves late-
rales se levantan al nivel de la central, y los pilares irguiéndose
aislados hasta la bóveda en haces de columnitas, cuyos boceles
parecen prolongarse más allá del capitel para formar las aristas
y crucería del techo, semejan troncos de palmera destinados á
sostener un onduloso pabellón ; adquiérese el desahogo á costa
del misterio, y no hay rincón donde guarecerse de la blanca luz
de los rasgados ajimeces, que si bien guarnecidos de copiosas
molduras en sus dovelas y de arabescos en su vértice, carecen
de vivos matices y pinturas en sus cristales. De los más gallar-
dos en su clase es el interior de Santa María, con la especialidad
de no tener más capillas que las dos del testero de las naves
menores, colaterales á la principal. Dotó á ésta de un excelente
retablo el insigne escultor de la Magdalena de Valladolid, la-
brando seis grandes relieves de la historia de la Virgen con su
asunción en el centro y diversas imágenes de apóstoles y reyes,
que distribuyó en varios cuerpos de elegante arquitectura deco-
rados de columnas estriadas. Al lado del nombre de Esteban
Jordán que en 1590 terminó su obra, aparece el de Pedro de
Oña su yerno que más adelante la pintó y estofó (i). En la es-
paciosa sacristía, rica en objetos artísticos, brilla la magníñca
custodia de Antonio de Arfe, padre del célebre Juan, cuyos cua-
tro cuerpos con su pirámide principal y las menores de sus án-
gulos se ven cuajados de preciosos relieves y figuras de levitas,
ángeles, evangelistas y doctores.
Hay en Santa María á la parte del evangelio una notable
capilla, donde en el reducido trecho de veintiocho pies en cua-
dro se propuso el renacimiento, diríamos casi almacenar mejor
que ostentar el caudal de sus riquezas y la fecundidad de sus
caprichos. Reja, retablo, sepulcros, bóveda, paredes, todo lo
(i) a un lado del retablo se lee: Stephanus Jordán Philippi regis catholici
Sculptor egregius factebat anno Dom. i 590. Y al otro: Peirus de Oña ejus gener
depingebai expensis ecclesice anno Dóm, 1603. De Esteban Jordán hablamos más
arriba página 148.
VALLADOLID 289
cubrió de relieves, estatuas, pinturas, grecas, follajes y medallo-
nes, en que compite el gusto y la perfección de los detalles con
la fantástica y licenciosa disposición del conjunto. Contemplada
en su realidad, y no en el cuadro semi-ideal que le ha dado
nombradía (i), la capilla de los Benaventes produce fatiga y
confusión en el espíritu y. deja no sé qué impresión penosa como
todo lo que se aparta del orden y de la unidad; las doraduras
y los estucos maltratados á trechos contribuyen á darle un as-
pecto lóbrego y sombrío. Fundóla por los años de 1554 Alvaro
Alfonso de Benavente, caballero de Rioseco, dedicándola á la
Concepción de Nuestra Señora y dotando para su servicio tres
capellanías; y con el objeto de embellecerla todo lo posible,
llamó á los principales artistas de su época á fin de que cada
cual en su línea apurasen en ella sus primores.
El trazador y director de la obra, según contiene un tarje-
ton sobre el arco de la portada, fué Jerónimo Corral (2) ; el ar-
tífice de la reja que separa del templo la capilla, y que con sus
bustos, trofeos, festones y demás minuciosidades platerescas
cautiva la atención, llamábase Francisco Martínez (3). £1 reta-
blo se encomendó al célebre Juan de Juní, que llenaba de mara-
villas de este género las iglesias de Valladolid, y que en 1557,
fallecido yz, el fundador, estipuló las miíiuciosas condiciones á
que había de arreglarse su trabajo (4). En él dio á la vez seña-
lada muestra de sus prendas y defectos, de su destreza en la
(i) Aludimos al de Villamil que tan mágico efecto produjo en la exposición
de pinturas de 1847.
(2) Hyeronimus Corral hoc fecit opus. Con esto queda rebatida la opinión de
Ponz que atribuye á Juní la construcción no menos que las pinturas y esculturas
de la capilla, suponiéndole profesor en las tres nobles artes como Becerra y Be-
rruguete.
(3) Léese su nombre por la parte de afuera en un tarjetón que por dentro
contiene*la fecha de i 5 54.
(4) Copia la escritura íntegra Ceán Bermúdez en el tomó II de su obra, pági-
na 22 1 , y de ella se desprende que se dio á Juní no 3óIo el asunto sino la idea de
los relieves, dictándole casi su composición. En dicho documento no se habla sino
del retablo, que se obliga el escultor á concluir dentro de dos años por precio
de 4$ o ducados ó sean 168,750 maravedís.
37
290 VALLADOLID
escultura y de sus extravíos arquitectónicos. Obsérvase en la
efigie principal de la Virgen y en los cinco relieves que la cer-
can, referentes á su nacimiento é infancia y á la historia de sus
padres, el extraordinario movimiento y el ardiente estilo que en
expresión de Ponz caracterizan las obras del autor, tanto que
las actitudes de sus figuras pecan á veces de teatrales; pero en
los cuerpos de arquitectura revueltos con un sin número de es-
tatuas y distribuidos sin elegancia ni concierto, hay sobra de
invención espiritosa y se anticipan casi siglo y medio las extra-
vagancias del churriguerismo. Ignoramos si el mismo cincel re-
presentó de relieve en el cascarón del ábside el juicio universal,
los muertos abandonando los sepulcros, los coros de bienaven-
turados y el Juez supremo en su trono de majestad sostenido
por los cuatro animales del Apocalipsis. Rebosa de lujoso orna-
to el recinto; las paredes vestidas de labores de estuco, el
cimborio tachonado de claves y bordado por complicada lacería,
entre cuyos huecos asoman ya los profetas de la antigua ley,
ya los siete planetas, y en las pechinas los cuatro evangelistas.
Enfrente del retablo sobre el arco de entrada aparece el Salva-
dor con los doctores de la Iglesia, cuyos nichos aguantan
indecentes sirenas ó monstruosas columnas; y llena el luneto
una gran pintura que abarca la Creación, el pecado y la expul-
sión de nuestros primeros padres, arrojados del Paraíso por un
ángel y precedidos de la Muerte que celebra grotescamente su
triunfo danzando y tañendo una guitarra.
Pero lo más notable de la capilla son los tres sepulcros, co-
locados á lo largo del muro frontero á la reja bajo grandes
arcos semicirculares, sirviendo de zócalo las urnas pobladas de
niños, guirnaldas y blasones, y de pilastras unas grandiosas
cariátides que suben á recibir sobre un capitel á modo de canas-
tillo el ancho cornisamento. Urnas, pilastras y estatuas yacentes
son de mármol, resaltando sobre el estuco: no faltan, sin em-
bargo, despropósitos que desluzcan esta magnificencia. Á las
enjutas de los arcos andan pegadas figuritas á caballo, y desde
VALLADOLID 29I
el arquitrabe hasta la bóveda trepan extrañas armazones imi-
tando cúpulas én perspectiva y otras quimeras. Tampoco lucen
ya en el fondo de los nichos las descascaradas pinturas trazadas
por mano de Blas Pardo (i); mas los bultos mortuorios distri-
buidos por parejas conyugales, los varones con gorra y ropaje
aforrado de martas y un rollo de papeles en la mano, las damas
con el vistoso traje de su época, velados por un perro ó una
figura sentada á sus pies, honran juntamente al artífice que los
labró y á los personajes que representan. En la hornacina más
próxima al retablo descansan los padres del fundador, Juan de
Benavente y María González de Palacios ; en las siguientes Die-
go de Palacios y Constanza de Espinosa, Juan González de Pa-
lacios y Beatriz Arias, pertenecientes á la familia materna (2);
para sí ninguna memoria reservó el noble Alvaro Alfonso, con-
tentándose con ser enterrado junto á sus progenitores en la
cripta que está debajo del pavimento de mosaico. Tiene esta
capilla otra pieza interior con techo de crucería, y el exterior
de su ábside se atavía con labores platerescas.
Harto después de Santa María, hacia 1565, siguió todavía
las huellas del arte gótico la parroquia de Santiago, y sin ceñir-
se precisamente á sus detalles, supo imitar sus gallardas líneas
é imprimir al interior del edificio toda su ligereza y majestad.
Los pilares sutiles y fasciculados, ceñidos de un anillo ó doble
capitel á dos tercios de su altura, los esbeltos arcos ojivales.
(i) Débese esta noticia al Sr. García Escobar, literato del país, y tal vez puede
atribuirse al mismo Pardo la pintura de Adán y Eva más arriba mencionada. Una
de éstas de los nichos representa la resurrección de Lázaro.
(2) Dicen así por su orden los epitafios : uAquí yace Juan de Benavente hijo
del noble cavallero Alvaro Alfonso de Benavente, y María González de Palacios su
mujer, padres del fundador de esta capilla; fallesció el D. Juan de Benavente año
de I $30.»— «Aquí yace sepultado Diego de Palacios y Constanza de Espinosa su
mujer, fallescieron...»— «Aquí yacen sepultados los católicos Juan González de
Palacios, hijo del noble caballero Sancho Fernandez de Palacios sepultado en la
iglesia de nuestra Señora del Olmo de la villa de Palacios, y Beatriz Arias mujer
del dicho Juan González, fallescieron...» Falta en los dos últimos la fecha. Es me-
nester no confundir, como hemos visto alguna vez, el título de los condes de Be-
navente esclarecidos magnates de Castilla, con el apellido de dichos Benaventes,
simples caballeros de Kioseco.
los ajimeces de medio punto, y sobre todo el pardo color de los
sillares desnudos de afeite, nos trasladan por un momento á las
basílicas de la Edad media. Sólo después de más atento exa-
RIOSECO.— PARKOquiA DE Santiago
men, las dóricas bases de las columnas y los ornatos de las bó-
vedas nos recuerdan que estamos en el templo del Renacimien-
to : las de las naves menores entre sus arcos cruzados ostentan
pintados florones y copiosas labores de yeso, las de la principal
presentan una serie de medias naranjas, cubiertas en sus casca-
VALLADOLID 293
roñes y pechinas de variados casetones y ramajes, que labró
en 1673 el maestro Berrojo (i); y esta innovación, si por un
lado perjudica á la homogeneidad, no puede negarse que realza
la gentileza. Cinco bóvedas forman la longitud del templo, y la
inmediata á los pies la ocupa el coro sobre un arco notablemen-
te rebajado. Nada interrumpe la maciza severidad de los muros
laterales sino los pilares resaltados y el abalaustrado corredor
que gira por bajo de las ventanas pareadas, cuya forma pare-
cen reproducir las capillas, pequeñas también y distribuidas de
dos en dos. La principal y las dos de los costados las invadió
con sus retablos el barroquismo, trazando en diez comparti-
mientos al rededor del semicírculo de la primera, la vida del
apóstol de las Españas. Plateresca es la portada que introduce
á la sacristía, y entrelazada de aristas la* alta bóveda de la es-
tancia, cuyas paredes adornan estimables cuadros y esculturas.
En el exterior de Santiago ensayó distintos y variados gé-
neros la imitación. Á su espalda tres elevados cubos recuerdan
el agrupamiento de los ábsides bizantinos, tiran á góticos los
estribos que flanquean su nave, y cada una de sus tres puertas
parece corresponder á tres diversos tipos, al ojival, al plateres-
co y al greco romano. No remeda mal la del norte el estilo del
siglo XV con la gracia de sus follajes y la crestería de sus agu-
jas; ni desmerece del buen gusto del Renacimiento la otra late-
ral del mediodía compuesta de tres cuerpos, conteniendo entre
festonados pilares las imágenes de los evangelistas y en el fron-
tispicio la del Padre Eterno; pero la fachada principal, que de-
coran pareadas columnas, corintias en el primer cuerpo y com-
puestas en el segundo, se aparta por la demasiada altura de
éstas de las arregladas proporciones tan esenciales en la arqui-
(i) Encima del coro están la fecha y el nombre del arquitecto de las bóvedas,
y añade el Sr. Escobar que las hizo por 18,330 reales, y que los florones y tarje-
tas que las adornan, los vació Lucas González por 16,800. El mismo Berrojo,
según las noticias de aquél, empezó la torre existente erigida en lugar de otra an-
terior, y la terminó en 1678 el maestro Obregón. El arco del coro data de 1638.
294 VALLADOLID
tectura de Vitrubío. La efigie del santo titular colocada en un
nicho sobre la ventana del centro, rectangular como el portal,
indica haber pertenecido á otra fachada más antigua, contem-
poránea de otra torre anterior á la que se levanta hoy á su
izquierda y que no aparece concluida pi acompañada por su co-
lateral.
Para alarde de su rígida grandeza el arte clásico se reservó
toda completa la parroquia de Santa Cruz, respecto de la cual
más que de ninguna otra se justifica el empeño de atribuir á
Herrera cuantas obras en este género sobresalen (i). Campea
en el fondo de un atrio espacioso cercado de verja de hierro,
sobre cuyos pedestales asientan imponentes leones, la magnífica
y elegante fachada, inspiración desarrollada felizmente dentro
del angosto círculo <áe los preceptos : en el primer cuerpo re-
saltan ocho pilastras corintias, y en el segundo seis colocadas
sobre un zócalo corrido, que remata á los extremos en ante-
pecho cerrado por un pedestal con su bola. En el entrepaño in-
ferior del centro ábrese dentro de un arco la puerta principal y
otras dos menores en los contiguos, todas de recto dintel ; á
ellas corresponden arriba una gran ventana y dos nichos con
frontones descritos por segmentos de círculo; nichos menores,
fajas y recuadros adornan los entrepaños restantes. Las escul-
turas, más recomendables por la idea que por la ejecución, se
refieren todas al augusto signo á que está consagrado el templo:
sobre las puertas laterales dos relieves figurando el hallazgo
del santo leño y la milagrosa resurrección que dio á conocerlo
entre los otros, en las hornacinas inmediatas las sibilas Cumea
y Samia que predijeron sus grandezas, en las superiores Santa
Elena y Constantino, Heraclio y Alfonso VIII, asociado aquél á
(i) Dice el Sr. Rada y Delgado haber oído referir que ante aquella fachada
exclamó Napoleón: «¡también anduvo por aquí el famoso Herrera!» No consta sin
embargo, que éste fuera el arquitecto de una construcción que creemos algo pos-
terior á su época, y cuya traza dudamos hubiese parecido aún bastante severa al
autor del Escorial.
VALLAD O L I D 295
la exaltación de la cruz en la reconquista de Jerusalén, y éste al
triunfo de la misma en las Navas de Tolosa, y por último sobre
el cornisamento David é Isaías historiadores, por decirlo así,
más bien que profetas del Crucificado. Encima del vértice del
ático triangular descuella una gran cruz de piedra, haciendo
juego con las acroterías de esféricos remates que en ambas ex-
tremidades se levantan.
Una despejada nave, cubierta de bóveda de cañón con mol-
duras y labores de yeso, alumbrada por ventanas cuadrangula-
res y guarnecida de pilastras corintias como el exterior, consti-
tuye la iglesia de Santa Cruz: aunque cuenta cuatro capillas por
lado, lo construido no es más que el tronco principal de la cruz
latina que debía formar su planta, y cuyos brazos habían de
cerrar dos torres, conforme á la que se ve principiada. Ocupan
los retablos de las capillas el muro lateral de ellas más cercano
á Ja cabecera del templo ; de suerte que desde el ingreso puede
abarcarlos de una mirada el espectador, y solazarse en los de-
lirios churriguerescos que tanto escandalizaban al viajero Ponz.
La capilla de la Concepción la fabricó en 1677 fray Alfonso de
Salizanes, obispo sucesivamente de Oviedo y de Córdoba, lle-
nándola de efigies y trasladando á ella los huesos de sus ilus-
tres progenitores.
Entre los conventos de Rioseco, demolidos ó arruinados
como el de San Pedro Mártir y el de San Juan de Dios, ó faltos
de condiciones artísticas como los dos de religiosas, se distingue
únicamente el de San Francisco, fundación de los poderosos
Enríquez. El estilo gótico, bien que ya decadente, llegó todavía
á tiempo de trazar su iglesia y de erigir en el centro su cúpula
y de exornar sus bóvedas con dibujos de crucería y sus venta-
nas con vidrios de colores. La dorada reja, que separa del cru-
cero la nave, labróla en 1532 un tal Andino con muchos meda-
llones y floreros en su remate (i). Sin tomar ejemplo de los dos
(i) Léese en un tarjetón la fecha y el nombre del artífice,
29b VALLADOLID
platerescos retablos colaterales, admitió posteriormente un altar
barroco en sumo grado la capilla mayor, en medio de la cual
poseían derecho de sepultura los insignes fundadores. Á ella
bajó en 1538 lleno de aftos y servicios, el benéfico y conciliador
D. Fadrique, pero .6 nunca tuvo estatua, ó pereció al trasladar-
se el entierro desde el centro á los costados de la capilla; y
únicamente al pié del retablo aparecen arrodillados con su re-
clinatorio las efigies de bronce de su esposa D.* Ana de Cabre-
ra condesa de Módica, y de su cuñada D.^ Isabel, casada con
su hermano D. Bernardino conde de Melgar y hermana también
de la condesa. Yace en una de las capillas con bulto tendido
sobre la losa, el sabio Fernando Mena distinguido médico de
Felipe II (i), y á la entrada de aquella, fija la atención un pe-
queño órgano de forma gótica, sutilmente trepado y sostenido
por un aéreo pedestal de gusto plateresco, que es un singular
compuesto de columnitas, nichos y figuras. La sillería y el &•
cistol del coro, labrados á la entrada del siglo xviii, compiten
con lo más rico y delicado del xvi, tanto como la diversidad del
género consiente.
Frente al panteón de los almirantes levantábase su palacio,
y ha tenido menos suerte aún en su conservación. Magnífica y
caprichosa, cual del tiempo de los Reyes Católicos, debió ser
su arquitectura, según lo que demuestra la fachada: una guir-
nalda guarnece y otra encuadra el arco de la puerta, tan plano
que apenas puede calificarse de tal, avanzando en las enjutas
dos leones con sus repisas. Figuraban arriba entre águilas ra-
pantes ún escudo de armas colosal y dos bustos de relieve
dentro de orlas de follaje, y veíase claveteado de pequeñas
(i) Son célebres sus escritos : según Nicolás Antonio, unos le creyeron por-
tugués, otros natural de Socuéllamos en la Mancha. Su epitafio dice asi :
Reliquias Menae,celebrisdoctori8 in orbe,
Sic locus exiguus, parva sepulcra tegunt.
Ossa, bonse vires magnas prsebentia vitae,
Albida praegelida, cerne, teguntur humo.
puntas de diamante todo el muro, que hoy día no se eleva más
allá de la portada. ^ Cómo ha venido al suelo la mansión opu-
lenta de los sefiores de Rioseco, á cuya sombra creció tan rápi-
damente la villa, y que en vez de recuerdos de opresión y ser-
vidumbre no los despertaba más que de respeto y de gratitud?
En otras naciones se explicara la caída de estos palacios por un
ciego ímpetu popular ; en España por el abandono é incuria de
sus mismos dueños, por una abdicación voluntaría de su honro-
so patronato.
con los ojos, deseáramos recorrer con la
planta cuanto pueblo hemos visto citado (y cuál no se cita
allá?) en antiguas crónicas y documentos, y que ni una al-
mena de castillo, ni un ábside de monasterio, ni una torre de
parroquia se escapara á nuestro examen : pero un viaje no es un
catálogo, ni una descripción se hace á manera de inventario; y
para evitar monótonas repeticiones y graduar la importancia de
300 VALLADOLID
los objetos, es menester que se pierdan algunos indecisos en
lontananza, á fin de que resalten en primer término los más no-
tables. Con semejantes reflexiones seguíamos en dirección á
oeste el camino de Rioseco á Villalpando, consolándonos de que
lo avanzado de la hora no nos permitiera visitar al paso ó con
breve rodeo las tres parroquias de Villafrechos, ni las dos de
Villamayor, ni el rollo que en medio de la plaza de Santa Eu-
femia aún recuerda el antiguo señorío de los Quijadas, ni el
retablo mayor y la custodia de la iglesia de Villar de Fallaves
que Ponz creyó poder atribuirse sin injuria al insigne Berru-
guete.
A Villalpando con harto sentimiento no pudimos contem-
plarla sino envuelta en las sombras de la noche, y á falta de luz
para examinar sus monumentos, si algunos tiene, hubimos de
contentarnos con recordar su historia. Pobló la villa Femando II
por los años de 1170; tuviéronla en encomienda los Templa-
rios, cuyo recuerdo perpetúa Nuestra Señora del Temple; el
duque de Lancáster la ocupó en 1386 al invadir las tierras de
Castilla. Por su enlace con María de Solier (i) la adquirió á
fines del siglo xiv Juan de Velasco; y sus descendientes, en
quienes anduvo vinculada la dignidad de condestable, poseyeron
allí un suntuoso palacio y casa fuerte guarnecida de artillería.
Gobernábala un corregidor cuya jurisdicción se extendía sobre
ocho pueblos, y su población excedía de dos mil vecinos antes
que á costa suya se engrandeciera Rioseco absorbiendo su trá-
fico y riqueza ; pero le han quedado ocho parroquias de diez que
contaba entonces (2), seis ermitas, un convento de monjas y dos
que fueron de religiosos, una hermosa plaza cuadrada con otras
cuatro menores, y bastantes restos de sus sólidas murallas.
(1) Era hija de mosén Arnao de Solier, francés, uno de los compañeros de Du-
guesclin, cuyos servicios recompensó Enrique 11 haciéndole merced de Villalpan-
do en 12 de Noviembre de i 369. Tenían antes la villa los sucesores del infante
D. Juan, á quienes levantó el rey D. Pedro la confiscación de sus estados.
(2) Las actuales son Santa María la Antigua, nuestra Señora del Temple, San
Miguel, San Andrés, San Lorenzo, San Nicolás, San Pedro y Santiago.
VALL.ADOLID 3OI
Consolónos la esperanza de volverla á ver algún día al recorrer
la provincia zamorana á la cual pertenece y en cuya descripción
le toca su puesto natural.
Las márgenes del Valderaduey, cabe el cual se extiende
Villalpando, presentan al que las sigue corriente arriba, cami-
nando al nordeste, una serie de pueblos colocados á más ó me-
nos distancia, que muestran casi todos la residencia señoril de
sus antiguos poseedores. En Bolaños aparece un arruinado cas-
tillo del marqués de Sotomayor, en Valdunquillo una legua más
adentro el renovado palacio del duque de Alba con otras casas
suntuosas de mayorazgo. A Villavicencio de los Caballeros dis-
putósela al de Alba el almirante D. Fadrique hasta el punto de
llegar á rompimiento en 1507: los monjes de Sahagún, que ob-
tenían en ella un priorato, se habían repartido en 1 136 su juris-
dicción con D.* María Gómez y sus hijos, y otorgaron á los
pobladores el fuero de León. Castroponce dio título al condado
concedido á los Lujanes señores de Trigueros; Villahamete
perteneció al marqués de San Vicente, cuya morada ciñe una
cerca con aspilleras. Dependencia del monasterio de Sahagún
fué el lugar de Santervás dado por la infanta D.* Sancha y fa-
vorecido con singulares fueros por el abad en 1334, y todavía
humean las ruinas de su priorato incendiado en nuestros días.
Dos y tres parroquias y restos á veces de alguna otra derruida
realzan estas cortas poblaciones, arguyendo en sus pasados
tiempos no sabemos si mayor piedad ó mayor vecindario; ¿qué
mucho que más arriba contenga seis la famosa villa de Grajal,
que situada en territorio de León marca sobre dicha ribera el
límite de la provincia ?
Por cañadas muy contiguas á la del Valderaduey bajan asi-
mismo del norte á su izquierda el Sequillo y á su derecha el
Cea, trazando aquél el confín de la provincia de Falencia y éste
de la de León, hasta que desviados entre sí dejan en medio una
vasta llanura, al extremo de la cual y más cercana al primero
se asienta Villalón cabeza del distrito. Su población apenas re-
^02
- A D O L I n
conoce ventaja á la de Rioseco, y como ésta divídese en tres
parroquias, San Juan, San Pedro y San Miguel, que descuella
por su torre bizantina aumentada con un moderno remate. In-
signe fábrica debió spr la dp
este último tem
que lo desfigurai
dos, adiciones y i
tos de nueva di
cuales asoman ai
zantinos, arcos g<
arábigas, restos
de alfargfa de
ingeniosos en-
trelazos y viví-
simos colores ,
pero todo ya
sin relación en-
tre sí como ob- .
jetos recogidos !
en un museo.
A la transición
del estilo gótico
al plateresco
pertenecen un
suntuoso hospi-
tal y un magní-
fico rollo ó pilar VILLALÓN-lcíL^s.A D. SA« Miauc^
jurisdiccional,
cuya tosca escultura no corresponde á la preeminencia que una
copla vulgar le atribuye en Castilla entre todos los de su clase.
Ambos monumentos los debe Villalón á su ilustre seflor el conde
de Benavente, á quien la vendió hacia 1434 D. Fadrique conde
de Luna, disipando locamente los dones recibidos de Juan II. En
perjuicio de las dos Medinas logró del rey Felipe I el nieto del
VALLADOLID 3O3
comprador la gracia de celebrar en Villalón una feria, y tras de
prolongadas revueltas que alcanzaron á la villa, le otorgó el Rey
Católico la confirmación de la merced á trueque de reducirle á
su servicio; tal era el provecho que de ella resultaba así al
magnate como á los vecinos.
Al propio conde rendía vasallaje Mayorga, ahora inferior á
aquella en gentes, pero superior en nombradía. Si alguna re-
ducción hace fundada la semejanza del vocablo, es la de esta
población á la antigua Meóriga mencionada por Tolomeo entre
las Vacceas. Fernando II, según la opinión general, no hizo más
que levantarla de sus ruinas; Alfonso el Sabio en 1257 la au-
torizó para cerrar sus puertas á los merinos, atajando los abu-
sos y extorsiones de la rapacidad disfrazada de justicia (i). No
se avenían mejor los habitantes con la jurisdicción del abad de
Sahagún, y amotinados en 1270 demolieron los palacios y casas
que tenía allí el monasterio, sin más resultado que el de haber-
las de reedificar, pagando mil sueldos de multa y pidiendo per-
dón de rodillas al ofendido prelado. También los Templarios
poseían en su recinto una pingüe bailía y una iglesia, de la cual
aún aparecen vestigios á una extremidad del pueblo por el lado
del puente.
Mayorga era fuerte, y se inmortalizó salvando el reino con
el largo sitio que sostuvo en 1 296, en el segundo año de la me-
noría de Fernando IV. Cercábanla las huestes aragonesas alia-
das con los partidarios del infante D. Juan y de D. Alfonso de
la Cerda, que en Sahagún acababa de ser proclamado rey de
Castilla, llegando al número de cincuenta mil peones y mil ca-
balleros: pero la furia del invasor se quebrantó en aquellos
muros que resistieron uno y otro mes á sus ataques, hasta que
diezmado el ejército por las calenturas del estío, privado de sus
jefes y del principal de todos el infante D. Pedro de Aragón,
(i) Versaban las quejas contra el merino sobre los yantares que se tomaba y
sobre las causas que promovía por sospechas y que le daban ocasión de exigir
composiciones pecuniarias. Archivo municipal de Mayorga.
304 VALLADOLID
hubo de replegar sus tiendas á fines de Agosto, cubierto de
luto y de ignominia. En Mayorga celebró la pascua de 1331
Alfonso XI, cuando deslindó sus términos de los del lugar de
San Martín del Orrio actualmente despoblado, y cuando hizo
expiar en la horca á Juan Núñez Arquero los tumultos que en
Übeda había suscitado echando de la ciudad á los caballeros y
arrogándose la popular dictadura con título de aprov echador.
Tres veces cedió la villa Juan I, lo cual no depone á favor de la
estabilidad de sus mercedes, á Pedro Núñez de Lara, á Juan
Alonso de Meneses, y por último á su hijo D. Fernando, á quien
^" 1393 se la usurpó su tío D. Fadrique duque de Benavente
por entrega del alcaide de la misma Juan Alonso de la Cerda.
Recobróla el de Antequera y la transmitió á sus hijos los infan-
tes de Aragón : confiscada á éstos por sus continuas rebeliones,
fué dada en 1430 por Juan II al conde de Benavente D. Rodrigo
Alonso Pimentel, cuyo hijo la perdió también más adelante por
iguales culpas. Después de la victoria de Olmedo recibió el buen
rey en Mayorga á los auxiliares portugueses que tomaron parte,
ya que no en los riesgos de la campaña, en las alegrías del
triunfo, naciendo en medio de ellas el proyecto del segundo en-
lace del monarca con Isabel de Portugal ; pero más hostilmente
la ocuparon en 1476, cuando para obtener la libertad hubo de
entregársela el conde de Benavente combatiendo por los Reyes
Católicos, de quienes la recobró el procer esta vez leal, expul-
sados del reino los enemigos.
Lienzos de sólida argamasa alrededor de la población re-
cuerdan los violentos ataques que han sufrido, y abren más de
una entrada á su recinto además de los arcos de sus antiguas
puertas: frondosas alamedas y un magnífico puente de trece
ojos sobre el Cea reciben por el lado del norte al que viene á
visitarla. Aunque todavía descuellan sobre su caserío las torres
de seis parroquias, apenas conserva ya la mitad de las que con-
taba un tiempo, cuando, si no exageran curiosas relaciones, no
incluía menos de diez mil vecinos. Obsérvanse fundidos en el
V A I. L A D o i- I D 305
tipo general de sus iglesias diversos caracteres arquitectónicos;
pórtico en la fachada, arábigo y de herradura el arco de la
puerta lateral, ojivos los que ponen en comunicación las tres
naves sosteniendo la techumbre de madera, torneado el ábside
á manera de los bizantinos, las torres de. la misma fuerte arga-
masa que los muros, reforzadas por machones de ladrillo. Santa
María de la Plaza ocupa el sitio inmediato á la plaza vieja; á un
lado de la nueva levanta San Salvador su campanario cuadrado
en el primer cuerpo y octógono en el segundo con dos órdenes
de ventanas. San Juan y Santa María de Arvas ostentan en su
capilla mayor, siguiendo el semicírculo del testero, retablos gó-
ticos de numerosos compartimientos y calados doseletes; Santa
Marina y Santiago no desdicen del estilo de sus compañeras. Ha
desaparecido la capilla de la Magdalena que en edificio propio
de la abadía de Sahagún construyó en 1363 Juan Alfonso vecino
de la villa y contador mayor del rey D. Pedro, y apenas quedan
rastros del convento de San Francisco fundado según tradición
en 1 2 1 4 por el mismo patriarca : pero el moderno y espacioso
santuario de Santo Toribio Mogrovejo recuerda á Mayorga el
insigne honor de haber dado el ser en 1538 al ejemplar arzo-
bispo de Lima.
En el riñon de aquellas rasas y monótonas comarcas, donde
ni murmura corriente, ni se mece apenas un árbol, ni sonríe con
encanto alguno la naturaleza, donde las poblaciones toman el
humilde apellido de Campos para distinguirse de otras más cé-
lebres de su mismo nombre, y las viviendas y los trajes mismos
desús habitantes el color de sus terrones, cada villa ostenta nu-
merosos templos y cada templo alguna artística belleza. Cuenca
de Campos, que ya en 1 1 1 5 recibió su fuero de la reina Urraca,
que en 1334 mantuvo el pendón real contra las fuerzas de don
Juan Manuel y de D. Juan Núñez de Lara, y que desde princi-
pios del siglo XV perteneció á los ilustres Vélaseos más adelante
condestables de Castilla, en sus tres parroquias de Santa María,
San Mames y Santos Justo y Pastor encierra testimonios de su
39
306 VAL LADO LID
antigüedad é importancia. Forma la primera un cuadrilongo
dividido en tres naves por seis pilares octógonos, que suben
adelgazándose y reciben las ojivas de la nave central, tendién-
dose sobre ellas en vez de bóvedas enmaderados techos en ver-
tiente, cuyos entrelazados dibujos con sus raras complicaciones
proceden del estilo arábigo no menos que una de las dos puer-
tas laterales: el ábside es de estructura gótica sencilla. En el
retablo mayor de San Mames, de lindo gusto plateresco, llaman
la atención unas bellas pinturas en tabla que representan de
medio cuerpo al apostolado, casi destruidas no tanto por el
tiempo como por algún inepto restaurador. Reproduce la iglesia
de monjas Clarisas, aunque no erigida antes de 1554, la misma
techumbre artesonada de Santa María sobre arcos de medio
punto, no de madera blanca como aquella, sino cubierta de ma-
tices y dorados que los años asaz han deslucido; y por su ámbi-
to corre á cierta altura una serie de esbeltísimas ventanas ará-
bigo ojivales metidas en recuadros. Los fundadores del convento,
D.^ María Fernández de Velasco y el conde de Haro su sobrino,
yacen á un lado de la capilla mayor, figurada ella en estatua
tendida, y él de rodillas en ademán de orar vistiendo ropas ta-
lares.
Más notables construcciones presenta aún Aguilar de Cam-
pos, que debió su antiguo nombre de Castromayor al castillo
cuyos restos al oriente la dominan. Desmantelólo á fines del
siglo XII Alfonso IX de León para que no sirviera de baluarte
contra sus propios estados á los fronterizos de Castilla, sacando
antes la villa, en cambio de otras, del poder de los monjes de
San Zoil de Carrión, á quienes la había cedido el conde Gómez
Díaz juntamente con el monasterio de San Juan allí fundado
por él mismo. Sus más antiguas parroquias Santa María y San
Pedro, omitiendo la de San Esteban tiempo hace derruida, á
fuerza de reparos y añadiduras carecen de orden arquitectónico
determinado, distinguiéndose sólo en la primera un primoroso
retablo mayor, de la época del renacimiento, con numerosos
\LLADOLID
cuadros en relieve de la historia del Salvador y de la Virgen, y
en la segunda entre varios retablos tan razonables cuanto es
posible serlo en el género barroco, uno plateresco de la Mag-
dalena con frontal de azulejos, erigido por la familia de Villagra
AGUILAR DE CAMPOS.— Parroquia de San Andrés ,
á la entrada del siglo xvii (i). Puede empero aspirar al rango
de monumento la parroquia de San Andrés, edificada en el xv
por el almirante D. Fadrique señor de la villa, que dotó su fá-
brica con mil maravedís al año (2), si bien su interior gótico
O) A un lado su Ice repartida en dos lápidas ia inscripción siguiuntL-: » Esta
capilla fundó y dotó ti dotor Francisco Alonso de Villagra collcgial que fue del
coUegio de Santa ^, rector, catedrático y chanciller de la universidad de Valla-
dolid, provisor de la misma ciudad, consultor de la inquisición y visitador de la
audiencia de Sto. Domingo y oidor de la de Méjico, de donde vino al consejo real
de las Indias. Murió año de 1 607 ; dejó por patrones á D.' Antonia de Villagra su
hermana y á Chrístobal de Villagra su sobrino í{obernador y capitán general de
la provincia de Nicaragua y ú sus hijos y sucesores. Acabóse esta obra año
de ibia.»
Í2l Así se desprende de un privilegio de Juan II, que se conserva con otros
3oS VALLADO LID
blanqueado no compite en interés con su ruinoso y pintoresco
exterior. Ábrese en tres arcos de herradura concéntricos la por-
tada principal encuadrada por un marco almohadillado, y la
misma forma guardan las dos puertas laterales del templo. Á
esta obra de ladrillo cobija un pórtico de sillería que cerca el
edificio hasta tocar con los brazos del crucero: sus pilares octó-
gonos, con las bases esculpidas al igual de los capiteles, llevan
arriba varios blasones; su techo hundido en parte, sin conservar
más que las vigas, ofrece vestigios de arábigas labores; y en
derredor despliegan singulares y variados caprichos infinitas
ménsulas, que siguen por fuera á lo largo de las naves menores
y de la principal. Corona este poético conjunto, realzado por
sus mismas quiebras, una graciosa espadaña en lugar de torre,
agrupada con otra más moderna que sirve para el reloj.
No menor riesgo que al pórtico sagrado amenaza al rollo
que en la plaza contigua se levanta, no tanto por las piedras
socavadas de su base, como por algunas de esas corrientes de
vandalismo mal llamado liberal que soplando á menudo de las
ilustradas capitales alcanza á penetrar en los rincones más apar-
tados. Persuádanse los honrados vecinos de Aguilar que no ha
de acreditar mucho su patriotismo ni su criterio el derribo de
aquel padrón á^ feudalismo y vasallaje^ como tal vez en algún
libro lo habrán visto calificado; guárdenlo como un testimonio
de su categoría de villa y de la benéfica protección de los almi-
rantes, y muéstrenlo con orgullo erguido sobre la gradería de
su pedestal, gallardo en proporciones, rico en esculturas de la
época de los Reyes Católicos, dejando atrás en majestad y ele-
gancia al muy famoso de Villalón.
De este vandalismo, nunca más detestado y nunca más fre-
pergaminos en el archivo de la parroquia, y empieza de este modo: « Sepades que
el mayordomo de la iglesia de S. Andrés me hizo relación que el almirante D. Fa-
drique, seycndo suya la dicha villa, ovo dado y constituido para fábrica de la
dicha iglesia mili maravedís en cada año y perpetuamente y para siempre ja-
más, etc.»
VALt. ADOLID
CtlNOS DE CAMPOS. — Kes
310 V A L L A D o L I D
cuente que en nuestros días, pocos ejemplos hay tan deplorables
como el que ofrece la inmediata villa de Ceínos. Pobre, oscura,
reducida, poseía una joya capaz de envanecer á las más opulen-
tas ciudades; y esta joya la ha destruido á sangre fría, por ca-
pricho, á orillas de la carretera donde sorprendido el viajero se
detenía á contemplarla. Era conocida con el nombre de Santa
María del Temple ; nadie sabía su origen y su historia ; única-
mente el título y la magnificencia declaraban haber pertenecido
á los poderosos Templarios. Habíase olvidado ya que contaba
por una de sus veinticuatro bailías en el territorio castellano, y
que á su iglesia fué traído hacia 1222 desde Baeza el cadáver
de D. Gonzalo Núfiez, el último de los turbulentos hermanos
Laras, que falleció emigrado con poca honra entre los enemigos
de su fe y de su patria, y tal vez al morir quiso á ejemplo de
sus hermanos vestir el hábito de alguna sagrada milicia (i). No
sabemos por qué fatalidad, aunque tan espléndida y hermosa y
labrada á toda costa de sillería que tanto escasea en la comarca,
siempre se la miró más bien como un vegestorio que como un
monumento; y así en 1799 propuso derribarla un clásico arqui-
tecto, Francisco Alvarez Benavides, para construir con su piedra
una maravilla en regla en la parroquia principal ; así fué desti-
nado su recinto á cementerio , acelerando quizá de esta suerte
su ruina en vez de conjurarla. Los ancianos cuentan que el edi-
ficio se prolongaba sobre el solar donde han brotado casas
ahora, y donde alcanzamos aún á ver sillares con labores bizan-
tinas procedentes acaso del claustro ó convento adjunto ; en
cuanto al templo permanecía aún de pié pocos años hace, y
pudimos contemplar todavía su nave única y sus gruesas colum-
nas de grandiosos capiteles toscamente esculpidos de follaje
(1) D. Alvaro en sus últimos momentos había vestido el de Santiago y D. Fer-
nando el de San Juan. De D. Gonzalo dice el arzobispo D. Rodrigo : in villa quce
Bealia dicilur infirmitate gravissima coniigii t'psum morí, el delaius á suis sepullus
esl in Cephinis ubi habent oralorium frates Templi. Mariana con referencia á un
documento del archivo de la catedral de Toledo nombra á Ceínos entre dichas
veinticuatro bailías si bien corrompido el vocablo en el de Safines.
valladolid 311
que daban vuelta al ábside por dentro y por afuera. Sobrevivió-
le muy poco la robusta torre, que con sus dos órdenes de ven-
tanas orladas de doble moldura de estrellas cuadrangulares, con
su airoso chapitel de pizarra, y sobre todo con las rojas y ama-
rillentas y verdosas tintas de sus muros, refrigeraba dulcemente
el ánimo aburrido por la fatiga de la jornada y la insipidez de
aquellas vastas llanuras.
Mas no todo ha perecido : del frondoso árbol ha quedado la
más bella rama, un cuerpo separado del resto del edificio aun-
que enlazado con él por un extremo. Sala ú oratorio, ignórase
cuál fuese el destino de aquel cuadrado, que presenta por den-
tro la más rica decoración. Una serie de arcos rodean las pare-
des, sostenidos por pareadas columnas, claveteados de estrellas
en sus arquivoltos, y en el fondo de cada uno se descubre una
figura de santo, pintada según muestran los escasos vestigios
por mano inteligente habida razón de los tiempos ; otro nicho
de doble anchura y de mayor profundidad forma la que llaman
capilla del Santo Cristo. A media altura transfórmase la pieza de
cuadrada en octógona mediante cuatro pechinas, debajo de las
cuales SQ observan los símbolos de los evangelistas, y por los
ocho ángulos suben otras tantas columnitas á recibir la cornisa,
arrancando de ella las aristas de la bóveda, anchas y bordadas
en medio con la acostumbrada moldura de estrellas, hasta reunirse
en la clave donde resalta el Agnus Det. En los ocho lados de
lo que pudiéramos llamar cimborio figuran preciosas ventanas ;
distribuidas de dos en dos pero cegadas las que caen encima de
las pechinas, las otras campeando solas y estrechándose por
fuera abren á la luz una angosta rendija. Nunca en tan reducido
trecho desplegó más copiosas y gentiles galas el arte bizantino.
Severa y sin ostentación es la entrada que desde afuera á
dicha estancia conduce, abierta sobre una desmoronada grade-
ría, á un lado del muro exterior, formando un arco djecrecente
de medio punto, cuyo espesor flanquean cuatro columnas por
lado, mientras que ocupa el centro de la cortina una claraboya
312 VALLADOLID
circular á modo de estrella cercada de característica moldura.
Pero la salida de enfrente, que da al atrio del derruido templo,
reserva al viajero la más agradable sorpresa. Compónenla cinco
arcos laterales sostenidos por grupos de columnas pareadas que
apoyan como en los claustros sobre un zócalo corrido, sirviendo
de portal uno de ellos y los restantes de ventanas , según se
acostumbra en ciertas aulas capitulares. Festonean su semicír-
culo las estrellas ó cabezas de clavo, en cuya sencilla combina-
ción conforme sea el punto de vista tan variados dibujos se
encierran: follajes desplegados en airosas volutas, trenzados
que entretejen canastillos, figuras de hombres y aves enlazadas
y revueltas con gruesos tallos, rivalizan en adornar con fecun-
didad prodigiosa los capiteles. En una de las ventanas, que se
distingue de las otras por hallarse partida en dos á manera de
ajimez, adviértense arrimadas á las columnas ó labradas en sus
mismos fustes, de tamaño algo menor que el natural, tres efigies
sin cabeza, una con alas de ángel, otra con palma de mártir,
todas con las manos mutiladas, lo mismo que otra de mujer
sentada al otro lado del portal. ¿Qué representan? ¿de dónde
proceden estas figuras misteriosas, de severo aspecto y tosca
ejecución? no parecen hechas para aquel sitio, y probablemente
fueron recogidas de entre los escombros del contiguo templo,
como víctimas de un naufragio.
Cuando desaparecen de lo alto del muro los últimos reflejos
del sol poniente, la oscuridad, el silencio, aquellos destrozados
cadáveres de piedra, y los humanos despojos que arroja de vez
en cuando el removido suelo evocan del fondo del alma graves
y lúgubres pensamientos. Creeríase uno en la región de la
muerte, lejos, muy lejos de la morada y sociedad de los vivos,
si alguna vez no se interrumpieran las meditaciones en que se
abisma el alma con el chasquido del látigo, con la gritería de
los conductores y el rodar de las diligencias que por la inme-
diata carretera de León pasan indiferentes y rápidas, como el
movimiento del siglo por entre las ruinas de lo pasado.
314 FALENCIA
el Pisuerga y el Duero (i), que los sencillos y fuertes vacceos
cultivaban antiguamente. Ignoramos por qué razón se parti-
cularizó en esta comarca el epiteto de los dominadores de la
península entera, á no ser por el recuerdo de la prolongada
lucha que en ella sostuvieron con los suevos de Galicia corriendo
el siglo v : ello es que no aparece así denominada hasta que
Alfonso I la recorrió triunfalmente, helando de terror á los
sarracenos, á mediados del viii. Más adelante se la llamó Tierra
de Campos circunscribiendo sus anchos límites; y aunque retu-
vieron el sobrenombre del distrito muchos pueblos de los cer-
canos, redújose su término propiamente dicho al espacio que
media entre las márgenes del Sequillo y las inmediaciones de
la orilla derecha del Carrión, abarcando todo el sudoeste de la
provincia de Falencia y una estrecha zona de la porción confi-
nante de la de Valladolid (2). Dilatadísimos y rasos horizontes,
inmensas sábanas de mieses que ondulan como un mar agitado,
en medio de las cuales asoman como navios las torres parro-
quiales de sus villas, tal es la imagen que despiertan en la
fantasía y el aspecto que presentan en verdad aquellos vastos
graneros de Castilla, cruzados por el canal que para dar salida
á sus cereales abrió la mano benéfica de Fernando VI.
Desde el campanario de la iglesia de Frechilla, población
en otro tiempo más crecida y fuerte, pero que á su posición
céntrica más bien que á su importancia debe el ser ahora cabe-
za de distrito, descúbrese en extenso llano la mayor parte de
las villas que lo componen, algunas harto más grandes y popu-
losas que ella misma. A oriente y mediodía serpentea el brazo
del canal que se denomina de Campos; al poniente corre escaso
(1) Occupavü Campos Gothtcos^ dice el arzobispo D. Rodrigo hablando de Al-
fonso I, qut ab Estola, CarrionCy Pisorica et Dorio includuniur. Nómbralos también
el Albeldense: Campos Golhicos usqve ad /lumen Dorium eremavit,
(2) De las treinta y cuatro villas que formaban últimamente el distrito de
Campos, sólo cinco pertenecen á la provincia de Valladolid y las demás á la de
Falencia, á saber: once al partido judicial de la ciudad, quince al de Frechilla y
tres al de Carrión.
FALENCIA 315
de aguas el Sequillo; al norte, donde termina el nombre de la
comarca, aunque continúa igual el aspecto del país, aparecen
Mazuecos, Villalumbroso y Cisneros, ennoblecida con el glorio-
so apellido del cardenal, y en una de cuyas ermitas los genea-
logistas han querido ver un ascendiente del modesto Francisco
Jiménez en aquel caballero de la Banda que yace sobre una
hermosa tumba de alabastro sostenida por seis leones, como si
necesitara de heredados timbres quien ha ilustrado con los
suyos su religión y su patria.
Tan desnudas y bajas como son las márgenes del Sequillo,
todavía de norte á sur marcan su línea frecuentes pueblos, y
en sus intermitentes caudales se reflejan numerosos puentes ya
de madera ya de sillería. Villada es lugar de mercado y de más
de dos mil almas, sobre cuyo señorío competían á principios
del siglo XVI el duque de Alba y el almirante de Castilla; siguen
asimismo sobre la derecha Villacidaler y Boadilla con sus
alamedas y las insignificantes ruinas del monasterio cistersien-
se de Santa María de Benavides (i); más abajo se agrupan
unos en frente de otros Herrín, Villafrades y Gatón, pertene-
cientes á la provincia de Valladolid, de los cuales el pri-
mero se distingue por sus iglesias, antiquísima la de Santa
María, grandiosa y elegante la del Salvador, y Villafrades por
( I ) Existía desde 1 1 69 este monasterio, al cual Alfonso VIII diez años después
cedió la heredad de Bcne-vivas, cuyo nombre ae corrompió en el de Benavides.
En medio de su iglesia so hallaba un sepulcro con efigie yacente de caballero, y
en él este singular epitafio que transcribimos á pesar de creerlo bastante posterior
á la fecha del fallecimiento. «Sabuda cosa sea que don Rodrigo González fué uno
de los mas nobles ornes de España, de mañas y de linaje, e fizo mucho bien á fijos-
dalgo en casar e criar, e fizo por sus manos mil y ducientos y cincuenta y cinco
caballeros, e á la sazón que él murió guardábanlo ocho ricos omes con sietecientos
caballeros, que eran todos sus acostados e sus parientes, e á su finamiento eran
con él ducientos y cincuenta y cinco caballeros de sus vasallos. En esta sazón era
casado con doña Berenguela López hija de don Lope y de doña Urraca; ella por sí
era una de las mejores dueñas que eran en España. En esta sazón reinaba el rey
D. Alonso en Castilla e en León, e avia guerra con el rey don Jaime de Aragón, e
finó don Rodrigo González en el mes de febrero, que fué en era de MCCXCl V (año
de C. 1 256). n Éste pasa por el progenitor de los Girones y Pachecos, hijo de Gon-
zalo Ruiz Girón, competidor de los Laras, de quien se habla más adelante.
3l6 FALENCIA
/
el severo castigo que le impuso el regente cardenal Cisneros
arrasándola en su lucha con los magnates castellanos. Junto á
la intersección del río con el canal está sentada Villarramiel,
donde bulle el tráfico y abunda la gente más que en otra algu-
na de dicha ribera, descollando sobre sus casas la torre de San
Miguel, que hundiéndose luego de reedificada en 2 de Febrero
de 1776 sepultó un centenar de víctimas bajo sus escombros.
Toma el canal sus aguas del río Carrión y despréndese de
los ramales del norte y del sur, junto á la vastísima laguna que
se apellida la Nava, surtida por varios riachuelos y frecuentada
en invierno por bandadas de aves acuáticas y en estación menos
lluviosa por copiosos rebaños de toda clase que pacen su lozana
yerba. En su circunferencia están situadas cinco villas que en
común la poseen y explotan con provecho, Mazariegos, Villa-
martín, Grijota, Villaumbrales y Becerril, las dos primeras en
raso y pantanoso terreno, en amena y frondosa campiña las
restantes. La más importante de todas es Becerril con su anti-
guo caserío, sus seis parroquias, su magnífica casa de ayunta-
miento y sus fábricas de estameñas; y más parece haberlo sido
cuando en 1333 presenció la conferencia de Alfonso XI con el
infante D. Juan Manuel y con D. Juan Núñez de Lara, quienes
no fiándose del justiciero rey, desaparecieron al otro día del
convite, y cuando en 1 5 2 1 venció allí á los comuneros el con-
destable, haciendo prisionero á su caudillo D. Juan de Figueroa.
Sin embargo, superóla siempre y la supera todavía Paredes de
Nava, que dobla su vecindario y alcanza á seis mil almas re-
partidas en cuatro parroquias : la de Santa Eulalia, en cuya pila
fué bautizado Alonso Berruguete, conserva de su inmortal feli-
grés un precioso retablo mayor, por desgracia mutilado, en el
cual no ceden las pinturas á sus famosos relieves. Muchos
señores se sucedieron en la posesión del castillo que dominaba
á Paredes, desde que la pobló hacia 1 1 70 Fernando II : el re-
volvedor infante D. Juan que la obtuvo en 1301, y á nombre
del cual había resistido cinco años antes á las armas de la reina
FALENCIA 317
María; el aragonés D. Felipe de Castro casado con una herma-
na de Enrique 11; el sobrino de este rey, D. Pedro conde de
Trastamara, á quien la tuvo por algún tiempo usurpada su
primo el conde de Gijón; D. Juan rey en Navarra é infante en
Castilla; y por confiscación de su patrimonio en 1430,1a recibió
del soberano el adelantado Pedro Manrique, en cuyo hijo Don
Rodrigo, penúltimo maestre de Santiago y padre del dulce poe-
ta Jorge Manrique, recayó la villa con título de condado. Más
abajo de Paredes sobre el mismo canal, florece también en
industria y comercio Fuentes de Nava ó de D. Bermudo, per-
petuando en este nombre no sé qué vago recuerdo de remota
fundación ó de ignorado señorío.
cNo se llame señor, decía un adagio, quien en tierra de
Campos no tenga un terrón:» mal podía pues el poder feudal
en este país tan codiciado, no dejar huellas de numerosos cas-
tillos. Hasta nuestros días casi, conservó Castromocho el suyo,
fuerte y magnífico, propiedad del conde de Benavente; Autillo
debe su nombradía al que sirvió de refugio en 1 2 1 6 á la insigne
reina Berenguela contra las persecuciones de D. Alvaro de
Lara, hasta que la desgraciada muerte de su joven hermano
Enrique I obligó á levantar el cerco al ambicioso tutor y la
llamó á reinar para ventura de Castilla. Allí reunida con su hijo
la generosa madre, resonó al aire libre y junto á la ermita del
castillo la primera voz que proclamó rey á Fernando el Santo,
y la villa fué la recompensa dada á Gonzalo Ruiz Girón, uno
de los más fieles y activos campeones de la causa de la reina
durante su pasado ostracismo. No despierta recuerdos tan glo-
riosos el castillo de Belmonte perteneciente al duque de Nájera;
pero en la monótona llanura se elevan con tanta gracia sus cua-
tro cubos sobre la plataforma ceñida de matacanes, que bien
merece una mirada del artista aquel lindo y acabado dije, no
menos que las delicadas esculturas platerescas de la capilla,
principiada un tiempo á espaldas de la mayor en la parroquia
del lugar. También Meneses para residencia de sus señores
3l8 FALENCIA
poseería su fortaleza, cuando desde el siglo xii dio apellido á la
nobilísima alcurnia portuguesa, tan poderosa como leal á la ín-
clita madre de San Fernando, y de cuya munificencia hallamos
memorias en los monasterios todos de la comarca (i).
Descuella empero allá en dicha línea de monumentos la fa-
mosa Torre de Mor mojón, que el vulgo en su pintoresco len-
guaje apellida estrella de Campos^ como si fija en la bóveda
celeste, sirviera de norte al viajero perdido en espacios inter-
minables. No sabemos si sería violento derivar su nombre de
mojón de los moros^ remontando su origen á la época remota en
que marcaba la frontera respecto de los infieles ; lo cierto es que
en 1 1 24 estaba, confiada su tenencia al conde D. Pedro de
Lara (2). Desmoronado por dentro, ostenta el castillo robustos
en apariencia sus numerosos torreones, sobresaliendo entre
ellos grandioso é imponente el del homenaje; y á la raíz del
aislado cerro que le sirve de pedestal, yace el pequeño y antiguo
pueblo. Sus vecinos en 1521, saliendo en procesión y con traje
penitente, imploraron no sin fruto, la clemencia de Juan de Pa-
dilla, cuando ávidas y sañudas acudían sus huestes á combatir
la fortaleza que acababan de ocupar por sorpresa los imperia-
les : rindióla al cabo de breve sitio el capitán navarro D. Francés
de Beamonte, mientras que á la. belicosa voz del obispo de Za-
mora, los comuneros asaltaban los muros de la vecina Ampudia
y se les abrían las puertas de su castillo, para replantar en él
el pendón de su señor el conde de Salvatierra, uno de los pocos
magnates decididos por el alzamiento.
Todavía encima de Ampudia conservan las cuadradas torres
sus almenas; mas no son éstas las que principalmente fijan la
atención del que se acerca á la muy nombrada villa, sino la de
su iglesia colegial que de lejos aparece robusta á la vez que
(1) Matallana, San Mancio, la Espina, San Cebrián de Mazóte, Palazuelos, Re-
tuerta. Véase atrás página 27^.
(2) En un documento de esta fecha que cita Salazar y Castro, firma como tes-
tigo el conde dominante in Lara el in turre de Mormolion.
FALENCIA 319
ligera, con cierta semejanza á la de Toledo. Imítala en los dos
estribos que avanzan de cada uno de sus ángulos, y con istria-
dos pilares, balaustres y candelabros como que aspire á produ-
cir el efecto de la gótica crestería, mayormente en el segundo
cuerpo octógono y en la aguja del remate: de cerca se descubre
que la obra, poco más feliz en su remedo que la fachada supe-
rior de San Pablo de Valladolid, no data tal vez más allá de los
tiempos del duque de Lerma, que en 1608 hizo trasladar á la
parroquia la antigua colegiata de Husillos. El templo de tres
naves, que se comunican por arcos de medio punto y cuyas ba ■
jas bóvedas se revistieron posteriormente de crucería, no perte-
nece á una sola época ni á orden determinado ; agudas ojivas
forman sus portadas laterales. En la capilla mayor yacen sobre
túmulos las efigies de los nobles Herreras y Ayalas sus patro-
nos (i); en la de San Ildefonso la de D. Alfonso de Fuentes
canónigo y provisor de Burgos y la de su padre (2). Nótase en
esta capilla un retablo plateresco con pasajes de relieve entero,
y en la de la Concepción erigida por D. Alfonso Martín Castro
y empezada en 15 14, un bello grupo de alabastro de la Virgen
y Santa Ana con el niño Jesús y en el segundo cuerpo la cruci-
fixión dentro de un marco del renacimiento.
Fuera de ésta no tiene la villa otra parroquia, pero sí un
convento de franciscanos, fundado también por el valido de
Felipe III, y memorias de otros destruidos, entre ellos uno de
(i) Probablemente estaban antes en medio, pero fueron arrimadas á los lados
con tan poco esmero, que sobre el bulto del caballero de los pies á la cabeza, car-
ga un tabique atravesado. Desbaratáronse las inscripciones, y solamente debajo
de la estatua de la dama, vestida con toca y con un perro y un pajecillo á los pies,
puede leerse el nombre de Maria de Ayala.
(2) Los bultos son de piedra y de tosca escultura. El epitafio del primero dice
así: «Aquí yace sepultado el reverendo D. Alfonso de Fuentes provisor y murió
año de mil y DXXI años.» El letrero del friso de la capilla añade que mandó Jazer
la capilla y que era «tesorero e canónigo y provisor de la santa iglesia de Burgos,
el qual mandó decir una misa todos los viernes del año cantada e quatro memo-
rias cada año, dejó al cabildo tres préstamos; murió primero de agosto.v Ponz
menciona otro retablo, fundación de un obispo de Burgos, fray Pascual de Ampu-
dia, que falleció en Roma en i%t2 y fué sepultado allí en la Minerva.
320 FALENCIA
Templarios. Ermitas contaba muchas en derredor, y aún retie-
ne su gótica estructura la espaciosa de la Virgen de Arcona-
da, imagen huida milagrosamente de aquel pueblo según la tra-
dición, y objeto de veneración profunda en los contornos. Ceñían
á Ampudia fuertes muros, en los cuales se encerró hacia 1298
D. Juan Núftez de Lara contradiciendo la regencia de D.* María
de Molina ; pero al acercarse la magnánima reina huyó á Torre-
lobatón el rebelde, y la villa se rindió. Poseíala á la entrada del
siglo XV D. Sancho de Rojas arzobispo de Toledo, y la dio al
hijo de su hermana D.^ Inés, al mariscal Pedro García de He-
rrera, cuya familia la transmitió por enlace á los condes de
Salvatierra. Duro, violento, fogoso sostenedor de las Comuni-
dades para satisfacer á merced de las revueltas sus venganzas
y sus caprichos, perdióla con sus demás estados y con la vida
el último conde D. Pedro de Ayala, desangrado en el castillo
de Burgos ; más tarde la obtuvo el poderoso duque de Lerma,
á cuya protección debió su aumento y sus más insignes prerro-
gativas.
Un extenso y enmarañado bosque, que atravesado sin segu-
ro guía y en la oscuridad de la noche nos pareció aún más
vasto y pavoroso, separa de Ampudia á Dueñas, cuyo nume-
roso caserío, al trasponer los calcáreos cerros que al poniente
la dominan, aparece rodeado de deliciosas alamedas. £1 Pisuerga
y el Carrión juntándose en sus cercanías fecundan una amenísi-
ma vega, que se extiende á su levante á modo de matizada
alfombra. Tenía Dueñas en lo más alto un castillo que recor-
daba los antiguos trances de guerra y los diversos señoríos
por los cuales ha pasado ; tiene un palacio donde acontecie-
ron los primeros sucesos del más glorioso de los reinados,
una parroquia monumental digna de ser colegiata, un monaste-
rio de los más célebres y opulentos de la orden benedictina. Su
historia aventaja en esplendor á la de muchas ciudades, y como
á éstas, se le ha buscado romano abolengo y tradiciones con
que ennoblecer su restauración y explicar su etimología.
FALENCIA 321
Nada menos seguro sin embargo que la reducción á Dueñas
•
de la antigua EIdana nombrada entre las vacceas por Tolo-
meo, y que la heroica defensa que en alguna de las campañas
de la reconquista, no se expresa en cuál, opusieron sus mujeres'
á los sarracenos. El origen de su nombre Domnas^ más bien
que de esta desconocida hazaña, pudiera proceder de algún
primitivo convento de religiosas cuya memoria se haya perdido.
Poblóla á fines del siglo ix Alfonso el Magno, no fundándola
de nuevo sino levantándola de sus ruinas, y en el reinado de
su hijo García era ya un fuerte castillo, á cuya sombra erigió
este rey el monasterio de San Isidoro; mas no le valió su forta-
leza contra las devastaciones impetuosas de Almanzor. Fué
dada en arras por Alfonso VIII á Leonor de Inglaterra su espo-
sa; pero osó resistir á la reina Berenguela su hija y al glorioso
príncipe que le presentaba, sometida á la orgullosa prepotencia
de D. Alvaro de Lara que en breve logró quebrantar el nuevo
soberano. Al salir de su menoría Fernando IV hacia 1300, fué
Dueñas otra vez teatro de rebeldes ligas entre D. Juan Núñez
de Lara y D. Alonso de la Cerda, que en calidad de preten-
diente otorgó con larga mano todas sus peticiones á los envia-
dos del rey de Francia. Allí en 1354 se retiró D.* Juana de
Castro á los pocos días de sus bodas con el rey D. Pedro, sin
quedarle de su soñada grandeza otra cosa que aquel lugar y el
título de reina, con que á disgusto de su pérfido esposo conti-
nuó disimulando la injuria hasta su muerte. Un mes de sitio
costó á Enrique de Trastamara la toma de Dueñas á fines del
año 1367, y al empuñar el cetro la dio en señorío á su dama
Leonor Alvarez y á su hija del mismo nombre; poseyéronla
después los Vázquez de Acuña, condes de Buendía, y hacién-
dola cabeza de sus estados la elevaron á su mayor pujanza en
el siglo XV.
Al anochecer del 9 de Octubre de 1469 llegaba á Dueñas
después de una fatigosa jornada desde Gumiel un gallardo
mancebo con semblante más que traje de príncipe, escoltado
4«
322 FALENCIA
por doscientos caballeros. Era éste el rey de Sicilia primogénito
del de Aragón, que burlando la suspicacia del de Castilla y las
intrigas de los valedores de la Beltraneja, venía secretamente á
desposarse con la princesa Isabel, no presintiendo sino una mí-
nima parte de las grandezas que habían de resultar de este
matrimonio. Ningún asilo más propio por la comodidad y forta-
leza del sitio, ni más seguro por la adhesión de sus señores : el
conde D. Pedro de Acuña tenía por hermano al animoso arzo-
bispo de Toledo D. Alonso Carrillo, principal autor de dicho
enlace, y por nuera á D.^ Inés Enríquez, hermana de la reina
de Aragón y tía del regio candidato. Entrada la noche del 14
partió á Valladolid D. Fernando, acompañado de Gutierre de
Cárdenas su ñel amigo, á tener con su futura la primera plática
que duró dos horas; el 18 volvió allí para casarse, no sin ha-
berlo comunicado antes al rey D. Enrique con las más sumisas
protestas, y á los grandes y prelados y ciudades del reino con
discreta cortesía. Poco tranquilos en Valladolid se establecieron
los ilustres novios en Dueñas desde principios de Mayo de 1470;
y allí la grande Isabel en 2 de Octubre dio á luz por primer
fruto una hija que llevó su nombre y reinó en Portugal ; allí el
ínclito Fernando adoleció de muy venenosas fiebres que en 7 de
Noviembre pusieron en peligro tantas glorias y venturas como
en su existencia encerraba el porvenir.
Todavía subsiste dentro de la villa, poseído hoy por el
duque de Medinaceli, el palacio que les ofreció tan larga resi-
dencia, testigo de tantas alegrías y cuidados ; todavía conserva
la gran sala pintado el techo de casetones, aunque sin el brillo
y la riqueza que le hizo dar el epíteto de dorada; y añádese
que se guardaban en el archivo y que fueron en ocasiones con-
sultados los ceremoniales del solemne acontecimiento, que una
errónea tradición supone allí realizado robando esta justa prez
á Valladolid (i). Un casamiento se celebró en aquella estancia.
(i) Véase atrás pág. 107.
FALENCIA 323
pero harto menos fausto y ventajoso que aquel, en 1 8 de Mar-
zo de 1506, con más comitiva de extranjeros que aplauso de
los naturales; y fué el del Rey Católico á sus 54 años con Ger-
mana de Foix, nieta de su hermana la reina de Navarra. Este
segundo enlace, que tendía á dividir lo que había unido el pri-
mero, inspirado, más bien que por el deseo de terminar las
guerras de Ñapóles con Francia, por los disgustos con su yerno
el archiduque y por la ingratitud de los grandes de Castilla,
tuvo el mejor de los resultados que cabía, el no tener nin-
guno.
Bajo los primeros condes de Buendía brillaron para Dueñas
tiempos de esplendor y de sosiego. D. Pedro de Acuña, más
leal y consecuente que el arzobispo su hermano, sirvió sumiso
cuando reyes á los que de príncipes había favorecido, y terminó
su carrera en 1482 lleno de años y de merecimientos. Su hijo
D. Lope Vázquez, tío del Rey Católico por su esposa, marchan-
do á la épica guerra de Granada al frente de sus caballeros y
vasallos, derrotó junto á Quesada á los moros de Baza y Gua-
dix y les ganó trece banderas, y con el peligroso cargo de ade-
lantado de Cazorla combatióles sin tregua hasta echarles de
sus montañas. Pero en tiempo del tercer conde D. Juan, sea
que su imbecilidad engendrase desprecio ó diese ocasión á los
de su casa para oprimir en su nombre al pueblo, sea más bien
que cundiera allí el contagio de emancipación extendido sobre
Castilla, levantóse Dueñas á la voz de comunidad con no pocos
desmanes y desacatos contra sus señores; y como éstos revol-
viesen contra la villa, reclamó con premura el auxilio de Valla-
dolid. Pesóle del importuno alzamiento á la junta y de ver al
magnate hasta entonces indiferente ó favorecedor secreto de su
causa trocado en acérrimo enemigo; mas por no abandonar á
sus vecinos y seguidores, aunque á la sazón amagaba á Valla-
dolid el condestable, envióles al mando de D. Juan de Mendoza
setecientos peones armados de picas, ballestas y escopetas, que
mantuvieron en Dueñas el pendón comunero hasta su próxima
324 FALENCIA
caída en Villalar (i). No tuvo el conde D. Juan en su consorte
Doña María de Padilla más que una hija por nombre Catalina,
mentecata como él, y heredaron sucesivamente el condado sus
hermanos D. Pedro y D. Fadrique virrey de Navarra, que lo
transmitió á su hijo D. Juan, muerto sin sucesión, y á su hija
Doña María, casada con el adelantado D. Juan de Padilla : de
esta suerte los Padillas, enlazados por diversas ramas con los
Acuñas, después de prolongado litigio entre sí, se repartieron
la herencia de aquellos, imponiendo su blasón á la villa en vez
del de sus antiguos señores.
No sabemos en qué año precisamente, pero hacia la época
en que dominaban el país los poderosos Laras, á principios del
siglo XIII, se erigió sin duda la magnífica parroquia de Santa
jL. María, según el estilo de transición románico-ojival que preside
á su estructura. Vese por fuera el ábside principal flanqueado
ya de machones, en vez de guardar las torneadas formas de
los bizantinos, cual á su lado las presenta otro ábside menor;
pero á la manera de aquellos ostenta ventanas de medio punto
con columnitas en sus jambas, que por lo enteras parecen recién
concluidas. Tiénenlas asimismo los muros laterales : solamente
desdicen del carácter general la portada de últimos del siglo xv,
cuya conopial ojiva adornan arabescos muy degenerados, y la
moderna cúpula en que remata la cuadrada torre, edificada
hasta el segundo cuerpo en la época primitiva. Mayores estra-
gos ha causado en el interior del templo una imbécil renova-
ción. Los arcos de comunicación los despojó de sus molduras;
las bóvedas, de sus aristas; los pilares, de los haces de columnas
f 1) Puede verse en Sandoval la carta que en acción de gracias escribieron los
de Dueñas á Valladolid en 8 de Marzo de 1521. Son de notar en ella las siguien-
tes frases: «Dios como señor universal, para manifestar á los tiranos su omnipo-
tencia, permite que con los flacos sean destruidos los fuertes y poderosos. ^Quien
pensara que siendo esta villa tan obligada e tan dominada e puesta en servidum-
bre, fuera como es tanta parte porque los enemigos estén puestos en tanta aplica-
ción y trabajo?... E por tanto esta noble villa no piensa tener ni alcanzar otro ma-
yor título, después de ser de la corona imperial de Su Magestad, que estar debajo
del querer y voluntad de V. S. todos los tiempos del mundo.»
FALENCIA 325
con ricos capiteles que los revestían según el que ha quedado
por muestra á la entrada, y hasta adulteró los colgadizos de
recortadas puntas que guarnecen los arquivoltos; asentó el
nuevo cimborio sobre barrocas pechinas, y enlució de cal todo
el ámbito de la iglesia. Quédale á ésta sin embargo la majes-
tuosa disposición de sus tres naves cortadas por ancho crucero
más allá de la cuarta bóveda, la gallardía de sus proporciones,
la riqueza de su capilla mayor, y en ésta y á lo largo del flanco
derecho una bien conservada serie de ventanas bizantinas.
A dos épocas ó tal vez á dos manos bien distintas pertenece
la sillería del coro colocado encima de la entrada sobre un arco
rebajado; pues mientras en algunos respaldos asoman entre
follajes grotescas y malísimas figuras, brilla en otros la mayor
pureza y elegancia de góticos arabescos. Debajo del coro á la
izquierda hay una capilla con portada, cuyas ojivas concéntricas
y decrecentes se apoyan en cilindricas columnas; y al lado de
ella yace arrumbada una urna sepulcral antiquísima, cuya
cubierta salpican numerosos blasones (i). Ocupan el frente de
ella rudas y misteriosas esculturas que no alcanzamos á inter-
pretar ; pero si representan á lo que parece muchedumbre de
sitiados defendiéndose detrás de unas almenas, y grupos de
mujeres, cuales levantando el brazo en actitud de combatir,
cuales arrodilladas en torno de la cruz que enarbola una en el
centro, viénese á la memoria la leyenda de la cual se pretende
derivar el nombre de la villa, y ante aquel remoto indicio se
siente uno tentado casi á creerla menos apócrifa.
Á los lados de la capilla mayor campean los sepulcros de
los condes de Buendía, en el testero un precioso retablo gótico
de estilo todavía puro hermanado con escultura ya bastante
adelantada. Doseletes afiligranados cobijan los diez y nueve
cuadros de relieve y las diez y ocho estatuas que comprende en
(i) Son ocho los escudos de la cubierta, en unos de los cuales se notan un
castillo y unas quinas, en otros al parecer dos lobos, en otro un león rapante y
una ala con una espada que es el timbre de la familia de Manuel.
320 FALENCIA
SUS varios órdenes y compartimientos, todas doradas y estofadas
y recomendables por su expresión y belleza, singularmente la
del centro que representa la asunción de nuestra Señora. Aun-
que de género distinto no deslucen el retablo la moldura que lo
ciñe y el lindo tabernáculo de orden corintio guardado por
cuatro ángeles y por dos grandes figuras de Moisés y de David.
Los entierros de los patronos están en alto, y sus armas apare-
cen en las antiguas colgaduras que tapizan los muros inferiores.
Los dos nichos del lado de la epístola llevan colgadizos en su
arco de medio punto y pilastras de crestería que suben á nota-
ble altura, destacando entre ellas sobre un fondo de arábigas
labores el escudo rodeado de las trece banderas que atestiguan
él esfuerzo del segundo conde; y con efecto en doradas urnas
yacen allí D. Lope Vázquez y su ¡lustre esposa D.* Inés Enrí-
quez hija del almirante (i). En el túmulo de enfrente más próxi-
mo al altar reposa el primer conde D. Pedro, figurado de rodi-
llas en un reclinatorio, revestido de armadura, con dos pajes á
sus espaldas que sostienen el yelmo, la espada y el escudo (2);
la ornamentación del nicho es casi idéntica á la de los descritos,
á excepción de dos figuritas puestas encima de las pilastras ; no
así la del inmediato que es de marcado gusto plateresco y en-
cierra la efigie también arrodillada de alguno de sus nietos, cuyo
nombre no llegó á esculpirse en el tarjetón.
(i) He aquí el epitafio de D. Lope: «Aquí yace el muy magnífico señor D. Lo-
pe Vázquez de Acuña conde de Buendia y adelantado de Cazorl'a, el qual venció
los moros de Vaza y Guadix en la batalla de Quesada con la gente de su casa y
tierra, y ganó trece vanderas, y haciendo otras notables hazañas echó los moros
hasta hoy de aquella tierra, por lo qual sus obras merecen perpetua memoria.
Falleció á primero de Hebrero de mil CCCCLXXXIX años.»— El de la condesa dice:
«Aquí yace la muy magnífica señora D." Inés Enriqucz mujer del señor D. Lope
Vázquez de Acuña conde de Buendia y adelantado de Cazorla, cuya bondad y re-
ligión fué digna de la nobleza de su linaje y del marido que tuvo y de la fama que
dexó. Fálleselo á XXIII de deziembre de MCCCCLXXXV años.»
(2) « Esta piedra, dice la inscripción, encierra el cuerpo digno de fama del muy
católico y noble y virtuoso caballero el conde de Vuendia D. Pedro de Acuña, el
primero conde de este título y señor de esta villa de Dueñas, el qual después de
muy católica vida y sanctos dias pasó de esta vida á la eterna viernes XXX de oc-
tubre de mil y CCCCLXXX y dos años.»
FALENCIA 327
Hijo del mismo conde D. Pedro y de D.^ Inés de Herrera
su consorte fué D. Luís, sepultado en la capilla del hospital que
sus padres fundaron, en hornacina recamada de góticas labores,
pero sin más ornato en la tumba que los blasones del pedes-
tal (i). La iglesia del piadoso asilo, como otras de aquel tiempo,
se compone de dos nave^ con techo de crucería, que se comu-
nican por medio de arcos ojivales. Junto al palacio subsiste un
convento, que habitaron desde fecha asaz remota los religiosos
agustinos ; pero ni en antigüedad ni en esplendor pudo compa-
rarse al que bajo la advocación de San Isidoro poseyeron los
benedictinos á la salida del pueblo, en sitio frondoso y abundan-
tísimo de aguas que fertilizan sus huertas.
Su fundación remonta á principios del siglo x, y aún ha pa-
recido demasiado reciente á los que ñjando su primer asiento
en el vecino lugar de Baños, donde vamos á hallar una iglesia
erigida por Recesvinto, desde los últimos tiempos de la monar-
quía goda lo suponen continuado bajo la dura servidumbre sa-
rracena hasta que lo dotó de nuevo Alfonso el Magno su res-
taurador (2). Por nuestra parte creemos que su primer título
de existencia es la escritura otorgada por el rey García y su
esposa Munia Dona, hallándose en la ciudad de León, á 1 5 de
Febrero del año 911 primero de su reinado, para sustento de
los monjes establecidos entre los ríos Pisuerga y Carrión junto
al castillo de Donas (3) y de los huéspedes y peregrinos que
(i) Léese en dicho sepulcro: «Aquí yace el muy magnífico señor D. Luis de
Acuña, hijo de los ilustres señores D. Pedro de Acuña y D.* Inés de Herrera con-
des de Buendia fundadores de este hospital, el que mandó hazer estas capillas y
dexó dos capellanes perpetuamente le digan dos misas, y murió á dos dias de no-
viembre año de MDXXII.»
(2) De esta opinión es Sandoval, alegando á propósito que la iglesia y lugar
de Baños eran de pertenencias del monasterio ; pero es menester recordar que no
pasaron á serlo hasta el reinado de D.* Urraca. Otros afirman que .anteriormente
estuvo dedicado á San Martín y que databa del tiempo de los godos una pequeña
iglesia existente en la huerta de la casa, más inmediata al Pisuerga, la cual juzga-
mos no sería otra que la que tuvieron los monjes por espacio de unos dos siglos
desde su fundación primitiva en el x hasta la construcción de la actual.
(3) Así dice el privilegio, y añade que está in suburbio Legionenst\ es decir
328 FALENCIA
allí se detuvieren, dando á su abad Oveco el término adjunto
con sus tierras, huertos y molinos. Los inmediatos sucesores de
García, Ordofio II en 19 de Febrero de 915, Froila II en 16 de
Diciembre de 924, Ramiro II en 29 de Junio de 935 y i.^ de
Noviembre de 936, cual con la cesión de la fértil ribera incluida
entre la peña de Forcellos y Calabazanos, cual con la del pe-
queño monasterio de Santa María de Remolino situado entre
ambas corrientes, cual con la de otras heredades, aumentaron
rápidamente la hacienda de San Isidoro. Confirmó Fernando I
en 1042 las mercedes de sus antecesores, estableció desde 1073
Alfonso VI en aquella casa la austera reforma de Cluní; y favo-
reciéronla con nuevas donaciones, entre ellas con la de Baños,
la reina Urraca y su hijo Alfonso en varias ocasiones, principal-
mente al visitarla en 1 1 1 7.
De este reinado ó del anterior data probablemente la fábrica
del presente templo, en que el arte bizantino aparece en su
primer período, desarrollado ya por completp, pero sencillo,
austero todavía, sin las ricas galas que más adelante desplegó.
En todas sus partes por dentro y fuera, en las tres naves y
crucero, en los tres ábsides hemisféricos que se agrupan á su
espalda, en la cuadrada torre que en vez de cúpula se levanta
del centro asentada sobre los arcos torales, abriendo hacia cada
lado en el segundo cuerpo tres ventanas con columnas encima
de otras tapiadas en el primero, nótase la correcta severidad de
las líneas y la parsimonia del ornato. Tan sólo los exquisitos
capiteles, que sostienen el doble medio punto de la portada,
pusieron á prueba la habilidad del escultor, tan grosera en las
figuras como delicada en las labores de sus cintas y trenzados.
Igual contraste se advierte en la pila del agua bendita, donde
en medio de una revuelta confusión de follajes, ángeles y fieras
destaca el escudo del monasterio con dos palmas, una flor de
en los dominios, no en el arrabal de León, de cuya ciudad dista Dueñas unas vein-
te leguas.
FALENCIA 329
lis y una estrella en sus cuarteles. Reina la desnudez en el in-
terior desde que pasó como Santa María por una reforma igual-
mente aciaga; y en medio de aquel desahogo y distribución
perfecta del conjunto, duélese la vista de encontrar trocados en
lisas pilastras los bocelados pilares, picados los capiteles, opri-
midos por moderna cornisa los cilindricos arquivoltos, rehechas
las bóvedas, y todo en fin tan blanqueado y frío que á algunos
se les ha antojado obra de reciente construcción.
Cerca de Dueñas está Falencia, dos leguas escasas; y en
vez de surcar el canal ó seguir la carretera, nos llaman á dar
un grato paseo por la orilla de Pisuerga, si es que no basta lo
apacible del camino, insignes memorias y más insignes monu-
mentos. Á la otra parte del río, al extremo de un puente de
nueve arcos, asoma Tariego, desparramado por la falda de una
colina, cuyo vértice ocupan las desfiguradas ruinas de su céle-
bre castillo que se proyectó convertir en telégrafo no há muchos
años. ¿Quién no recuerda que fué aquel uno de los baluartes
con que mantuvo firme su poder, y segura la custodia de Enri-
que I su pupilo, el ambicioso D. Alvaro de Lara? ¿quién no sabe
que en 7 de Junio de 1 2 1 7 se introdujo allí sigilosamente un
féretro con los despojos del rey mancebo fallecido el día ante-
rior en Falencia por imprevisto azar, y que con el secreto de su
muerte, mandando en su nombre como si viviera, prolongó el
tutor por algún tiempo su tiranía, sin recelar que transpirado el
misterio aprovechase esta tregua misma á Berenguela para pre-
parar en Autillo la proclamación de Fernando? Deshecha la
colosal pujanza de los Laras, pasó el castillo á otros dueños que
se dividieron su posesión (i), hasta que vino á juntarse en un
mismo señorío con el de Dueñas.
Si cruzando el río nos decidiéramos á penetrar por los on-
(i) De documentos que vimos en el archivo municipal de Falencia se des-
prende que hacia 1300 estaba partido el señorío del castillo de Tariego, pues
pretendían tener una cuarta parte de él Alfonso Martínez y Rodrigo Alfonso su
hermano vecinos de la capital.
42
330 FALENCIA
dulosos campos de la derecha, cuyos montes de enebros y ca-
rrascas ha reducido á yermos páramos la imprudente segur,
dejando expuestas al azote del alquilón sus mieses y viñedos,
hallaríamos multitud de pueblos guarecidos generalmente en
angostos valles, que formaban la antigua merindad de Cerrato
incluida casi entre el Pisuerga, Esgueva y Arlanza, y que com-
ponen ahora el distrito de Baltanas. Vio Baltanás en Abril
de 1296 juntarse las huestes del infante D. Juan y del de Lara
con los auxiliares aragoneses del pretendiente La Cerda y for-
marse contra el solio de un rey niño el nublado que conjuró la
varonil ñrmeza de una madre ; combatióla en 1 8 de Setiembre
de 1475 el rey de Portugal en persona, ganándola para su so-
brina la Beltraneja y cogiendo prisionero al conde de Benavente
que la defendía; y aún conserva en lo alto de un cerro vestigios
del castillo y en la plaza el palacio de su señor. Algunas leguas
más al nordeste, sobre la margen del Arlanza, veríamos á Pa-
lenzuela con sus restos de murallas, sus dos parroquias y los
torreones del edificio donde en 1425 celebró cortes Juan II; á
su izquierda á Quintana del Puente que tomó nombre del mag-
nífico de diez y ocho arcos que atraviesa el mismo río, y allí
cerca el venerable monasterio benedictino de San Salvador del
Moral. Sin ir tan lejos, en Hontoria á una legua de Tariego
encontraríamos el priorato de Santa Colamba dependiente de
San Isidoro de Dueñas, en Villaviudas un palacio señorial, en
Reinoso otro insigne puente sobre el Pisuerga, en Hornillos las
ruinas de un castillo donde pasando de Torquemada á Peñafiel
se detuvo en 1507 la reina D.* Jqana. Inclinando un poco el
rumbo al mediodía, en feraz y ameno valle se nos ofreciera la
populosa Cevico de la Torre, y más adentro junto al Esgueva
Castrillo de D. Juan, villas un tiempo de poderosos magnates
cuya mansión todavía subsiste, la segunda cercada de foso y
construida al estilo gótico según indicios (1). Pero el goce y el
(i) Pertenece este palacio ó más bien fortaleza al conde de Orgaz, el de Cevico
FALENCIA 331
provecho de semejante excursión no alcanzarían con mucho á
compensar la fatiga de las tres jornadas al menos que en ella
se emplearan: es tan deliciosa la calzada que seguimos orillando
el Pisuerga, para dejarla apenas entrados! está tan cerca, á la
vista casi, la curiosísima fundación del rey godo! y á la noche
nos brinda Falencia con reposo tan justamente deseado!
Corría ^el año décimo tercio desde que Recesvinto había
sido llamado á compartir el trono con su anciano padre y el
noveno desde que reinaba solo, año 66 1 de Cristo, cuando ha-
bitaba aquella ribera el piadoso monarca, ocupado en levantar
al Bautista un pequeño pero suntuoso templo. La tradición lo
atribuye al cumplimiento de un voto ó á un acto de gratitud
por haber sanado de sus dolores nefríticos en el saludable ma-
nantial, que dio el nombre de Baños al lugar no poblado toda-
vía ; y añade que fué en ocasión de haber vuelto victorioso de
su campaña contra los vascones y derrotado á su jefe Froya en
batalla campal no lejos de los Firineos (1). Tenía la familia de
Chindasvinto su patrimonio y tal vez su solar en aquella tierra
de Campos ; y ya encontramos en Gérticos, hoy Vamba, la pos-
trera estancia y sepultura del hijo, como en San Román de
Hornija la del padre. Fero la fabrica primitiva, que en ambos
puntos se ve reedificada y que sólo puede" apreciarse allí por
escasos fragmentos, permanece en Baños entera ó al menos
bastante completa para estudiar en ella el tipo de las construc-
ciones propiamente godas : y su situación fuera del lugar y su
destino de cementerio realzan su bien conservada vejez con el
encanto de la soledad y de la tristeza.
Es el templo de reducidas dimensiones como lo eran los de
de la Torre al de Oñate, el de Villaviudas al marqués de San Vicente, cuyo era
también el señorío de Hornillos, y al duque de Abrantes el de Baltanas.
(i) Expresa estas circunstancias una tabla de escritura moderna existente en
dicha ermita, que trae copiada con bastantes errores la lápida de la dedicación.
De este alzamiento de los vascones apenas indicado por el Pacense, del sitio de Za-
ragoza por Froya su caudillo y de su vencimiento, hablamos brevemente en el
tomo de Araj^óity parte 2.*, cap. 1 ,°
332 FALENCIA
SU época generalmente ; la obra de sillería, con varios dibujos
ó signos esparcidos sin orden por los sillares, que no parecen
haber tenido más objeto que el ajuste de ellos cuando se labra-
ron. Al cuerpo de la iglesia precedía un atrio de ocho pies hoy
casi derruido (i): el arco de entrada muestra en su clave una
cruz parecida á las de Malta, cercada de una orla de poco relie-
ve cuyo estilo preludia el bizantino, y más arriba se nota tapia-
do un ajimecillo de dos arcos que se reproduce con idénticas
molduras y labores en el muro de la fachada, y recuerda los de
Lino, Naranco y Valdediós. Una singularidad ofrece este monu-
mento, y es el arco túmido ó reentrante, vulgarmente dicho de
herradura, que se ha creído siempre procedente y característico
de la arquitectura arábiga y por ella transmitido al arte cristia-
no; y he aquí que le sorprendemos desarrollado ya en pleno
siglo VII, en el último confín de occidente. Por todas partes se
marca bien visible, en la puerta principal, en las cuatro arcadas
que dividen á lo largo las tres naves, en la embocadura y bó-
veda de la capilla mayor y en la ventana abierta en el fondo de
la misma. Ábside ó hemiciclo no lo forma la cabecera, sino un
cuerpo rectangular reforzado por estribos en sus ángulos exte-
riores ; y si las naves laterales terminan en capillas, harto deja
conocerse que son adiciones mucho más recientes del género
ojival. Las columnas monólitas, los capiteles groseramente cin-
celados pero tan intactos como si acabaran de desenterrarse,
reteniendo en sus dos órdenes de follaje cierto sabor de los
corintios, no alcanzan á acreditar por sí solos la magnífica idea
que del templo se concibe al imaginarlo revestido todo de már-
moles y jaspes de diversos colores, cual lo describen no ya
contemporáneas sino modernas historias (2). Ha desaparecido
(i) Habla Ponz de un pórtico con columnas que en sus días se conservaba
bastante arruinado, y de algunos letreros árabes que no supimos encontrar en lo
exterior de la iglesia.
(2) Así Morales, Mariana y otros. Sandoval trae una exacta y minuciosa des-
cripción de la iglesia tal como estaba en su tiempo, que transcribimos á continua-
ción en cuanto pueda completar la nuestra : « Tiene la iglesia dentro ocho pilares
334 FALENCIA
el techo que era indudablemente de madera, con varios escudos
ó blasones de familia pintados en tiempo muy posterior debajo
de sus tirantes ; las pequeñas ventanas ó claraboyas abiertas
encima de los arcos carecen de labores ; en suma se recomienda
más el conjunto por su gracia y buena distribución que por su
riqueza (i).
Tal es el desconocido santuario, admirablemente preservado
no sabemos cómo, de la devastación universal de los sarrace-
nos, y que sirve de precioso eslabón entre las raras antigüeda-
des visigodas descubiertas en Toledo y las construcciones astu-
rianas del siglo IX. Su ornamentación discrepa apenas de la
de una pieza cada uno, de piedra mármol y pizarra, de tres varas de alto y de grue-
so siete palmos, y en el remate unos chapiteles de piedra blanca llena de lazos y
labores sobre que cargan los arcos del edificio. Tiene el cuerpo de la iglesia en
largo treinta y ocho quartas de vara y de ancho cuarenta y siete. Tiene cinco ca-
pillas por frente, y la de enmedio es la mayor y Us dos últimas colaterales son
más bajas. Está edificada en cruz, y la nave que cruza entre el cuerpo de la iglesia
y los altares tiene noventa quartas de largo y trece palmos de ancho. Tiene el
cuerpo de la iglesia ocho claraboyas, cuatro en cada lado, y sobre ellas en lo alto
de la pared en el remate della y de los tirantes del techo hay veinte y nueve escu-
dos de armas con unas medias lunas blancas en campo roxo, las puntas de la luna
abaxo, y á mano izquierda que es la parte del evangelio hay trece escudos con las
mismas armas y otros diez y nueve que tienen el campo azul y orla colorada con
cinco divisas que desde abajo parecen flordelises ó hojas de higuera; estas armas
se devieron pintar muchos años después de la fundación de la iglesia. Sobre el
arco del altar mayor está un crucifixo antiguo, y sobre la cabeza en la pared del
arco está una piedra de cuatro esquinas, y de cada una de ellas sale una como ca-
beza de perro, y en la frente tiene pintada una venera y por la parte de abaxo una
como rosa conforme á otras que están en el edificio.»
(i) De este monumento, casi único de su época, del cual tuve la fortuna de ser
el primero entre los modernos en ocuparme antes de 1864, pues de los antiguos
y especialmente de Sandoval, como acabamos de ver, fué bastante conocido, pu-
blicó en 1872 una extensa monografía el Sr. Rada y Delgado en su Museo de anti-
güedades, detallando escrupulosamente las medidas de cada parte del edificio.
Entre su concienzudo trabajo y este sucinto, al cual dispensa honrosa mención,
reconociendo que no me permitía ampliarlo más la índole de la obra, hay perfecta
identidad de impresiones y juicios, y su prolijo examen viene á confirmar en todos
sus extremos el que encierran estas pocas páginas. Verdaderamente no advertí
en el arco de ingreso al atrio las letras arábigas, que copiadas por el Sr. Rada é
interpretadas por el Sr. Saavedra dicen : Baxir ibn C... mi confianza es Dios; pero
el Baxir ó Beshr-ibn-Katten, á quien las refiere aquél, figuró según Al-Makkarí,
como cadí de Córdoba, no como guerrero, en el califado de Alhakem 1 (796-822)
y no en el de Alhakem 11 (961-976), y por lo mismo mal pudo acompañar las vic-
toriosas expediciones de Almanzor.
FALENCIA 335
empleada más tarde en las obras bizantinas y se reduce á floro-
nes de seis hojas, que en guirnaldas de mayor ó menor tamaño
corren á lo largo de la cornisa de la nave, al rededor del arco
toral y por el friso de la capilla mayor. Retablos no los tiene,
y la antigua estatua de San Juan, más oblonga que gruesa,
labrada en mármol y como de media vara, que se veneraba en
el altar, se ha trasladado á la parroquia del pueblo dedicada á
San Martín (i). Sólo queda sobre el arco toral mencionado,
sostenida por cuatro ménsulas y rodeada de veneras y estrellas
espirales, la venerable lápida de la dedicación, curioso docu-
mento histórico al par que literario, con que el rey ofrece en
regulares exámetros al Precursor de Cristo aquel eterno obse-
quio ^ aquel tabernáculo construido de su propia hacienda :
Praecursor Domini mártir Baptista Joannes, .
Posside constructam in aetemo muñere sedem,
Quam devotus ego rex Rescisvintus, amator
Nominis ipse tui, proprio de jure dicavi,
Tertio post decimum regni comes inclitus anno,
Sexcentum decies era nonagésima nona (2).
Basta cruzar la carretera y andar media hora escasa para
trasladarse de la orilla del Pisuerga á la del Carrión, donde
aparece un convento de religiosas dominando el corto pueblo
y el fresco valle cuyo señorío tuvo hasta nuestros días. Llámase
el pueblo Calabazanos ; el convento, al cual había precedido un
monasterio de benedictinos, lo fundó para monjas clarisas Doña
Leonor, hija única del revoltoso duque de Benavente D. Fadri-
(i) Observa el Sr. Rada en dicha efígie vestigios de vivos colores y doradura
y tradiciones del estilo romano en los cabellos, barba y pliegues del manto y tú-
nica, aunque en la rigidez de las piernas y desproporción de las manos se nota la
decadencia del arte.
(2) La inscripción se conserva muy legible, aunque ya no brillan sobre el már-
mol sus caracteres de oro tal como la representan algunas relaciones. El último
verso embarazó á Morales hallando ociosa para el sentido la palabra decies^ defec-
to que Yepes enmendó leyendo sexagies decem. Las palabras de j>ropio jure indi-
can según la más acertada interpretación que la obra la costeó Recesvinto de sus
bienes patrimoniales y no de los del estado.
336 FALENCIA
que de Castilla, bastardo que fué de Enrique II y tan complica-
do en los trastornos de la menor edad del III. Casó la noble
dama con el adelantado mayor Pedro Manrique señor de Amus-
co ; y al enviudar en 1 440, cumpliendo la voluntad de su mari-
do, labró aquel retiro para consagrar allí al Señor el resto de
sus años, que llegaron aún á treinta, y la juventud lozana de
dos de sus hijas (i). No es que date también de entonces la
existencia ni aun la tal cual nombradía de aquel villorrio, que ya
en 1 43 1 lo habían ennoblecido con su presencia el rey D. Juan II
y la reina D.^ María, asistiendo en calidad de padrinos sin corte
ni aparato á la boda que celebraba su gran privado D. Alvaro
de Luna con su segunda esposa D.^ Juana Pimentel, hija del
conde de Benavente. Desengañadas del mundo ó predestinadas
al claustro, vestían allí generalmente el sayal franciscano seño-
ras de distinguida alcurnia, y en las del ilustre apellido de Man-
rique anduvo casi vinculada por mucho tiempo la dignidad de
abadesa. Sin embargo nada de aristocrático y mucho menos
de feudal, nada del feliz período arquitectónico que coincidió
con su origen, se descubre en el edificio ni en su humilde y
renovada iglesia. Una ermita fabricada dentro de su huerta á
San Miguel, y la solemnidad con que se le festeja, recuerdan
el furor con que se disponía una banda de comuneros á asaltar
el convento en odio tal vez del duque de Nájera su patrono,
y el sobrenatural auxilio atribuido al santo arcángel, cuya ima-
gen se creyó ver en los aires rechazando á los sacrilegos inva-
sores : achaque propio de las pasiones de la época, en que cada
bandería proclamaba tener de su parte el favor del cielo.
Al revés de Calabazanos, carece de historia Villamuriel si-
« (i) Llamábanse D.' María y D.' Aldonza, la primera de las cuales había sido
desposada, y ambas yacen dentro de un arco del coro bajo á mano izquierda, jun-
to á su madre que tiene bulto de alabastro y murió religiosa según el epitafio
en 7 de Setiembre de 1470. La fundación de este convento de Calabazanos, no
realizada hasta entonces, la había dispuesto ya por testamento en 1381 Diego
Gómez Manrique, suegro de la fundadora, mandando que fuesen las monjas hasta
cuarenta de velo negro y mujeres de buen lugar.
P A L E N C I A
tuada enfrente al otro lado del Carrión, pero en cambio puede
figurar su parroquia entre los más insignes monumentos. Sólo
VILLAMURIEL.— EiTERiOR d
se sabe de su pasado que antes de pertenecer al obispo de Par
lencia fué iglesia de los caballeros del Temple, y bien se le co-
noce en la gentileza y extraña pompa de la arquitectura. Por
cima de las bajas y dispersas casas del rústico pueblo descuella
338 FALENCIA
la robusta torre, cuyo último cuerpo, taladrado de arcos y co-
ronado de balaustres^ pirámides y globos, parece una moderna
cabeza implantada en el exhumado tronco de una antigua y co-
losal estatua, si como tal imaginamos la construcción bizantina
con sus dobles estribos angulares y sus dos órdenes de venta-
nas de medio punto, flanqueadas de sutiles columnas y distri-
buidas de dos en dos según la idea primitiva. Más allá asoma el
octágono cimborio, que ha barnizado de rojizas tintas el tiempo,
y en cuyas ventanas, machones y canecillos juega la luz con la
sombra pintorescamente. Data la obra de la época en que lu-
chaban entre sí el arte bizantino y el ojival, y cada uno parece
haberse reservado el ornato de una de las dos portadas. En la
lateral domina el arco semicircular, bajo, profundo, decrecente
en sus concéntricas curvas, vestido de hojas de parra con sus
racimos delicadamente trepadas, angrelado en su intradós con
multiplicados lóbulos al estilo arábigo; y los toscos contrafuer-
tes, los bélicos matacanes y un torreoncillo que defiende la en-
trada, completan el carácter guerrero y sombrío de su estruc-
tura. En la principal triunfa la ojiva, si bien la columna que di-
vide sus dos arcos, tapiado uno de ellos, pertenece al género
anterior por su grueso y por el follaje de su capitel, y no menos
lo recuerda la claraboya superior lobulada, en sustitución de la
cual no sabemos porqué se abrió otra moderna más abajo, mu-
tilando la serie de arquitos figurados encima de la puerta.
Penetremos en el templo : allí prevalece la gótica esbeltez
sobre la románica gravedad. La nave central se lahza á sober-
bia altura sobre las laterales, cruza en aristas planas los arcos
de su bóveda, desenvuelve hasta el crucero tres rasgadas ojivas
sobre haces formados de doce columnas. Alumbran el crucero
grandes y ricos ajimeces, y en el centro sobre los apuntados arcos
torales y sus cuatro pechinas correspondientes elévase el cim-
borio, abriendo por sus ocho lados doble serie de ventanas de
medio punto con columnitas en sus jambas, y cerrándose arriba
en forma de elegante estrella. Todo es allí gentil, peraltado,
VILLAMUBIKL. — Fack>
340 P A L E N C I A
piramidal; y los mismos muros, negando paso al espíritu para
rastrear de un lado y otro, parece le obligan á remontarse al
cielo.
Una legua de Falencia lo mismo que Villamuriel, dista Ma*
gaz situada más al oriente, villa de señorío también episcopal,
registrando desde la falda de un alto cerro, que guarnecen res-
tos de castillo, la vega fecundísima del Pisuerga. Dióla en 1122
la reina Urraca al venerable obispo Pedro de Agen, en agrade-
cimiento del ardor con que había abrazado su causa reprimien-
do y aniquilando á sus enemigos (i), y en 1138 confirmó la
donación Alfonso VIL Eran éstas como avanzadas del dominio
temporal que sobre la ciudad ejercía en parte el prelado; y
preparan al viajero, que vislumbra ya en el horizonte las torres
de Palencia, á encontrar en su aspecto como en su historia algo
de aquellas viejas ciudades alemanas y flamencas, en que re-
unidos en uno ambos poderes, se enlazaba el báculo con la espa-
da y el alcázar se agrupaba con la catedral.
(i) Son muy expresivos los términos de esta donación que existe en el archi-
vo de la catedral de Palencia : Quia erga me fidelitatem semper servavit^ diligentes
me dilexiU odientes me odivit, quosdam eiiam adversarios honorem meum inguie-
tafites viriliter expugnavH.,, conculcavit el ad nihilum redegii.
de una vez habría desconocido su transformado semblante. Sabe
Dios cuántos llevaba ya de estar allí sentada, antes que creciera
hasta el punto de llegar á ser la metrópoli de los vacceos y el
asilo de los comarcanos para defender su independencia contra
los procónsules de Roma: no es menester por esto buscarle por
fundadores una diosa ó un rey imaginario, como han intentado
pseudos-eruditos en sus ficciones harto más absurdas y harto
342 FALENCIA
menos graciosas que las populares (x). Sin embargo, no puede
menos de observarse que el nombre de Pallantia con que la
designan los antiguos, tiene más de griego que de céltico ó in-
dígena; y si estuviera más cercana al mar, se la tomaría por
una de aquellas colonias helénicas que poblaron las costas del
Mediterráneo.
Pero aunque extranjera al parecer en el nombre, se acreditó
bien de española en amar y mantener su libertad. Sin haber
sonado en las querellas con que cartagineses y romanos ayuda-
dos de los incautos naturales se disputaban el derecho de sub-
yugarlos, aparece Falencia por primera vez, al frente de la lucha
provocada por las iniquidades de la república vencedora. Ban-
dadas de pueblos corrieron á guarecerse dentro de sus muros
después del infortunio de Cauca y de la honrosa capitulación de
Intercacia; y la multitud de sus defensores junto con el esclare-
cido renombre que ya gozaban de valerosos, arredró tanto á los
enemigos que se aconsejó á Lúculo que desistiese de cercarla.
Obstinóse en la empresa el avaro cónsul, menos ávido de gloria
que de las riquezas que suponía allí guardadas ; pero las salidas
de los sitiados y las incesantes correrías de los de afuera, jine-
tes tan osados como ligeros, privaron de víveres el campo sitia-
dor, que hubo al fin de retirarse en escuadrón cerrado, acosán-
dole por espacio de muchas leguas los palentinos hasta las már-
genes del Duero (2).
Sucedía esto el año 603 de la fundación de Roma; catorce
(1) Tales son las etimologías traídas de Palas y de Palatuo, rey fabuloso, sin
que tenga más fundamento la opinión que la supone fundada por Tubal ó Tarsis,
á menos que no se comprendan bajo esta frase todas las poblaciones de origen
inmemorial.
(3) He aquí cómo refiere el hecho Apiano Alejandrino : Inde Pallaniiam iium
est, urbem virtutis fama clariorem, in quam etiam plurimi con/ugerani, Qua de cau-
sa fuere qui Lucullum admonerent ut inteniato oppido abscederei: sed homo avarus
ab urbey quam locupletem esse inaudiverat^ non ante absirahi poiuit, quam crebris
Pallantinorum equiium incursibusfrumentari prohibiius, commeaius inopia labora-
re ccepa, Tum demum quadraio agmine exerciium reduxiiy urgentibus etiam a iergo
Pallantinis^ doñee ad Durium /lumen perventum est. Hinc Pallantini noctu in sua
regressi sunt, Lucullus vero in Turdetaniam hiematum concessit.
FALENCIA 343
más adelante se repitió la prueba, de la cual debía reportar Fa-
lencia mayor victoria. Acusada de haber favorecido con vitua-
llas á los heroicos numantinos, bien que inocente de la menor
violación de los tratados, vióse circuida otra vez por las legiones
romanas al mando del cónsul Emilio Lépido, quien contra razón
y justicia y hasta contra las órdenes terminantes del Senado, se
empeñó en destruir la floreciente capital de los vacceos. Pro-
longóse el asedio, y á pesar de los ardides de los sitiadores y
de los mentidos triunfos que propalaban para someter el sa-
queado país (i), halláronse á su vez sitiados dentro de sus trin-
cheras y apretados de los rigores del hambre: ya no eran sólo
los caballos sino los soldados los que perecían á centenares sin
combate y sin heridas. Una noche hacia la última vela dase de
repente la orden de levantar el campo ; apresuran la partida
antes de que amanezca los tribunos y centuriones; quedan aban-
donados los enfermos y heridos, no sin abrazarlos antes sus
compañeros, rogándoles que no se descubran con sus lamentos.
Era tan confusa y sin orden la retirada, que nada le faltaba
apenas para ser huida, y al salir en su persecución los palenti-
nos degeneró en carnicería, pereciendo más de seis mil hombres
al fílo de sus espadas. Sólo alguna deidad propicia á Roma pudo
retraer á sus enemigos de completar el destrozo entrada ya la
noche, cuando escuálidos y desfallecidos se tendían por el suelo
los orgullosos legionarios, invocando la muerte á trueque de
reposar (2).
(i) Cuenta el mismo Apiano que hallándose Flaco cercado de enemigos en
una de sus expediciones para traer bastimentos al campo, echó la voz de que Fa-
lencia había sido ya tomada, prorrumpiendo los suyos en gritos de júbilo con los
cuales los crédulos vacceos se dispersaron.
(2) No describimos aquí con épicos rasgos un cuadro de fantasía, sino que
traducimos casi á la letra la relación de Apiano, tan circunstanciada, tan bella,
tan gloriosa á los palentinos y tan por cima extractada en nuestras historias, que
no podemos menos de insertar entero este pasaje en su versión latina : Sed Pa-
llantios obsidio diuiius protrahebaiur, et Jam deficieniibus cibis f ames Romanos affli-
gebat, Jamque Jumenta omnia perierani^ atque ex ipsis etiam viris multi inopia mo-
riebantur, Et imperatores quidem A£milius et Brutus diu nihil non constanter
Pertulerunt, sed tándem malis cederé coactij repente nocíu circiter ultimam vigiliam
344 P A L E N C I A
Con tan alto ejemplo se reanimó el espíritu de la antigua
España ; Numancia, no hallándose ya sola, se afirmó más en su
gloriosa resistencia, y abriéronse á los belicosos arévacos las
fértiles llanuras vacceas suministrándoles copiosas provisiones.
Tres años después acercóse á Falencia el grande Escipión para
castigarla de la noble complicidad que esta vez no rehusaba;
pero no fué mucho más afortunado que sus antecesores. Sus
hazañas se redujeron á salvar cuatro escuadrones de caballería
del aprieto en que les había metido su tribuno Rutilio Rufo en
el desigual territorio de Complanio, donde al amparo de los
cerros los acribillaban los palentinos, y á esquivar con hábiles
maniobras la batalla hasta sacarlos á la llanura. Con igual des-
treza previno otra emboscada que se le tendía al paso de un río
pantanoso y de difícil vado, tal vez el Pisuerga; y por camino
más largo y menos expuesto, burlando con nocturnas marchas
la fuerza del calor, y abriendo pozos cuyas aguas generalmente
amargas no alcanzaban á apagar la sed, se juzgó feliz con haber
salido de aquella ominosa tierra sin más pérdida que la de nu-
merosos caballos.
Ignoramos si á menor costa que la de su libertad logró evi-
tar Falencia la trágica suerte de Numancia ; de todas maneras
no pasó medio siglo sin que saludara su restauración bajo los
auspicios de Quinto Sertorio, ó siquiera un simulacro de ella
vestido con el traje romano. Adicta con entusiasmo al emanci-
pador de España, sin arredrarse en sus últimos reveses por la
rendición de otras ciudades, cerró las puertas á Fompeyo, y
preparóse por tercera ó cuarta vez á sufrir las calamidades de
un sitio. Tras de asaltos repetidos, hincáronse estacas en los
díscessum denunciante tribunique militum ac primipili discurrentes singulos ad
discedendum ante lucem urgebant. Cum igitur omnia iurbulenier gerebani, ium vero
saucios ei cegrotos deserebant, ampiecientes et ne se proderent orantes. Eos iia con-
fusis ordinibus abeuntes ac tantum non fugtentes, insecuii Pallaniini infestantesque
á mane usque ad vesperam multis deirtmentis affecerunt. Tamdem ingruenie nocte
Romani /ame laboreque confecii passim ui res /erebat in campis humum sepro/ece-
runtj ei Pallaniini, numine aliquo eos averíente, ad sua regressi sunt.
FALENCIA 345
muros para minarlos, y ya veía inminente la hora de su caída,
cuando á la noticia de la aproximación de Sertorio levantaron
precipitadamente el campo los enemigos, prendiendo antes
fuego á las estacas para destruir lo que no habían podido tomar.
Las brechas abiertas por el incendio fácilmente las reparó á su
vuelta Sertorio, acogido con gozosos vítores por los libertados;
mas no así pudo llenarse el hueco que en breve dejó á los es-
pañoles la violenta muerte del caudillo en quien cifraban su
postrer esperanza. De los últimos en someterse fueron los
vacceos con su metrópoli, después de haber vencido aún junto
á Clunía á Cecilio Mételo en el afio 700 de Roma; y ni la misma
servidumbre bastó de pronto á procurarles la paz, que turbaban
á menudo con sus incursiones los belicosos cántabros hasta su
completa reducción por Augusto.
Aunque no mereció Falencia de sus dominadores ningún
título ni distinción especial, conservó no obstante el rango debi-
do á su importancia y á sus gloriosos recuerdos. Nómbrala To-
lomeo entre las ciudades vacceas (i), señálala por mansión el
itinerario de Antonino en el camino de Astorga á Tarragona y
á las Galias, Plinio la cita por una de las cuatro principales de
aquella región, y Mela la designa juntamente con Numancia
como las dos más esclarecidas de la provincia Tarraconense de
las metidas tierra adentro, si bien confiesa que ya en su tiempo
la superaba en esplendor Zaragoza. Que era vasto su recinto lo
indican las poblaciones en masa de los contornos, que en él se
encerraron con sus riquezas burlando la rapacidad de Lúculo;
que era fuerte lo demuestran los repetidos cercos que siempre
con éxito sostuvo, á pesar de que su situación no favoreciese
mucho la defensa. Extendíase por una y otra orilla del Carrión,
y no como ahora sobre la izquierda, según comprueban los ras-
(1) Yerran notoriamente Estrabón y San Isidoro al situar á Falencia, el pri-
mero en el país de los arévacos y el segundo en el de los celtíberos. Pertenecía
la ciudad al convento jurídico de Clunia, y no era cabeza de prefectura como su-
pone Pulgar.
44
346 FALENCIA
tros de ediñcios que á gran distancia se han descubierto; de
monumentos romanos ni aun memoria le queda, á excepción de
alguna lápida sepulcral incrustada en sus actuales muros (i).
Después de cuatro siglos de silencio, que lo fueron de paz
seguramente, vuelve á aparecer su nombre en los últimos tiem-
pos del Imperio para mezclarse con los trastornos é infortunios
que acompañaron á su caída. Palentinos eran en opinión de mu-
chos aquellos dos nobles hermanos mancebos, Dídimo y Veri-
niano, que sosteniendo en la península la vacilante autoridad
del emperador Honorio, con quien alguno les atribuye paren-
tesco, cerraron durante tres años el paso de los Pirineos al in
truso Constantino, aclamado tumultuariamente en la gran Bre-
taña y en las Galias, y confederado con hordas innumerables de
vándalos y suevos codiciosas de botín y sedientas de matanza.
No secundó la fortuna su lealtad, pues vencido ó abrumado por
el número el corto ejército de sus servidores, fueron conducidos
á presencia de Constante hijo del tirano, que había trocado el
hábito de monje con la púrpura de cesar, y por supuestas cul-
pas degollados en Aries con sus jóvenes esposas, mientras que
otros dos hermanos suyos, Teodosíolo y Lagodio, salvaban sus
vidas refugiándose cuál á Italia y cuál al Oriente. Roto una vez
el dique, se precipitaron los bárbaros auxiliares del usurpador
dentro de España que por recompensa de su victoria se les
abandonó, y no detuvieron su marcha asoladora hasta los cam-
pos de Palencia, donde sea por la fertilidad del país, sea en
odio de la patria de aquellos héroes, cebaron su furia con mayor
estrago (2).
( 1 ) Tal es la que se ve á la derecha de la puerta del Mercado, bien conservada
y partida perpcndicularmente en dos mitades, en una de las cuales se lee: D. A/.
— Pomj>ejo Severo an. XXXXI po, (posuit) Cornelia,.. Lo demás es ilegible, como la
otra inscripción que hay al opuesto lado de la puerta; ambas llevan en su parte
superior é inferior adornos rudos y sencillos. Méndez Silva refiere que en 1522
se halló en un edificio arruinado cierta pila de piedra de la época de Pompeyo el
grande con doce mil monedas de metal.
(2) Para ilustrar este punto tan importante como oscuro de nuestra historia,
debe consultarse ante todo la relación de Paulo Ürosio, español y contemporáneo
P A L E N C I A 347
Vinieron entonces sobre la península aquellos días pavoro-
sos, de 408 á 410, en que segaban víctimas á porfía el hambre,
la peste y la espada; en que las madres devoraban á sus pro-
pios hijos; en que, acostumbradas al pasto de los cadáveres, las
ñeras penetraban en las devastadas poblaciones para lanzarse
sobre los pálidos vivientes (i); mas en breve se espantaron de
su obra los invasores, y antes por su provecho que por lástima
de los vencidos les llamaron á reparar mediante tributo las talas
de los campos y las ruinas de las ciudades. Repartidas entre sí
por suerte las provincias, cupo á los alanos la Cartaginense
dentro de cuyos límites caía Falencia : si la recobraron más ade-
lante los imperiales que con el auxilio de Walia los destrocaron,
ó sí pasó á los vándalos en quienes se refundieron los restos de
del hecho, quien lo cuenta así : Mtssit vero (Constantinus tyrannus) m liispaniam
judices, quos cum provincice obedienier accepissent^ dúo fratresj'uvenes vobiles ac
iocupletes, Dydímus et Verinianus^ non assumpsere ne adversus iyrannum guidem
lyrannidem, sed imperalori justo adversus iyrannum et barbaros iueri sese patriam-
gue suam moliti sunt.,. Hi vero plurimo tempore servulos iantum suos ex propriis
prcediis colligentes ac vernaculis alentes sumptibus , nec dissimulato proposito,
absgue cvjusguam inquietudine^ ad Pyrenai claustra tendebant. Adversus hos Cuns-
tantinus Constantem fílium suum ¡proh dolor ! ex monacho Ccesarem factum^ cum
barbaris guibusdam gui guondam in /cedus recepti atgue in militiam allecti Hono-
riaci vocabantur^ in Htspanias missii. Hinc apud Hispanias prima mali labes : nam
interjectis illis fratribus gui tutari prívalo prxsidio Pyrenoei alpes moliebanlur^ his
barbaris guasi in pretium victoria primum prcedandi tn Palatinis campis licentia
data^ dehinc supradicli montis clauslrorumgue ejus cura permissa est, remota rus-
ticanorum Jideli et uiiíi custodia. Todo el fundamento para referir á Palcncia este
suceso estriba en la voz Palatinis^ que en antiguas ediciones afirman se leía Pa-
lenlinis^ bien que en ninguna hemos visto tal cosa; mas aun así, causa extrañeza,
como ya observó Morales, que una ciudad tan apartada de los Pirineos tuviese
confiada la custodia de ellos, y es absurdo que el saqueo de sus campos precedie-
ra á la ocupación de aquel paso por los bárbaros del norte. San Isidoro escribe
que Veriniano y Dídimo eran romanos y que duró tres años la resistencia. Que
eran parientes de Honorio, que fueron muertos con sus esposas y que sus herma-
nos huyeron, lo refiere Nicéforo, añadiendo que la batalla en que fueron vencidos
por Constante se dio dentro de Lusitania, lo cual conviene mejor con la situación
de Falencia. Marco Antonio Sabéllico, escritor de la época del renacimiento á prin-
cipios del XVI, que da por Palentinos á los dos caudillos llamándolos Dindimo y
Severiano, dice que los bárbaros extendieron sus estragos desde el Pireneo hasta
el Occéano y que después de asolar á Falencia, tomaron á Astorga, atacaron inútil-
mente á Toledo, y mediante una fuerte suma de dinero perdonaron á Lisboa. La
narración del arzobispo D. Rodrigo adolece de bastantes anacronismos.
(i) Palabras casi textuales de San Isidoro en su Historia de los vándalos.
348 FALENCIA
aquella gente, no tenemos datos bastantes para decidirlo. De
estos conflictos violentos y de la funesta vecindad de los suevos
establecidos en Galicia reportó continuos daños la ciudad, no
tantos empero como de las bandas aventureras del visogodo
Teodorico, que só color de servir á los romanos y de perseguir
á sus enemigos, desolaron en la primavera de 457 toda la re-
gión occidental. Falencia, dice Idacio, pereció con catástrofe se-
mejante á la de Astorga, y lo mismo que allá fueron saqueados
los templos, y derribados los altares, é incendiadas las casas, y
sometidos á esclavitud sin diferencia de sexo los que por más
débiles perdonó la cuchilla.
Florecía allí desde su origen el catolicismo, si bien no son
conocidos los apóstoles que sembraron su germen en aquel
suelo, ni los mártires que durante el rigor de las persecuciones
lo regarían con su sangre. Sin lisonja puede remontarse á los
primitivos tiempos la institución de su silla episcopal, que no
debía carecer de pastor la dilatada y populosa región de los
vacceos, ni en toda ella se levantaba otra población alguna
adornada con semejante prerrogativa ó siquiera capaz de dis-
putársela á Falencia. Fero desde fines del siglo iv cundía lozana
por aquellos campos, procedente de Galicia, la cizaña de Pris-
ciliano, persona en quien parecían haberse reunido toda clase
de seducciones como los elementos de todas las herejías en su
sistema, y cuyo suplicio ejecutado en Tréveris por sentencia
imperial no había logrado sino trocar en culto la adhesión de
sus sectarios. Supersticiones del paganismo mal extirpadas so-
bre el hado de las estrellas y la lucha de los dos principios,
libros apócrifos difundidos como apostólicos entre el vulgo,
austeras apariencias de misticismo que encubrían á lo que se
dice nefandos misterios de lubricidad, grande aparato de ciencia
teológica y de letras humanas, atraían hacia la nueva doctrina
á hombres y mujeres, á nobles y plebeyos, á legos y sacerdo-
tes ; y muchos de los prelados, cuando no por secreta simpatía,
por temor de mayores daños contemporizaban con el error. Sin
FALENCIA 349
la incansable solicitud del santo obispo de Astorga Toribio,
extendida no sólo á las diócesis comarcanas sino á toda la pe-
nínsula, y sin el concilio reunido en 447 por orden del pontífice
San León, la España se hubiera admirado de hallarse de una
vez priscilianista ; mas á pesar del remedio todavía en el siglo vi
era amada y bendecida en Falencia la memoria del infeliz here-
siarca. Incrépalo en 530 á los palentinos, felicitándoles al mismo
tiempo de no imitar sus obras. Montano arzobispo de Toledo,
á cuya metrópoli se habían agregado desde la nueva división
de provincias desmembrándose de la de Tarragona; y con el
mismo objeto escribe á otro Toribio de grande celo y no menor
influencia, que antes de vestir el traje monástico parece haber
desempeñado ilustres dargos en el país (i). Cuéntase que uno
de los dos Toribios, se disputa si el obispo del siglo v ó el
monje del siglo vi, hallando rebeldes á la voz de la verdad los
corazones, subióse á una altura, y levantadas las manos al cielo
para aterrarlos con el castigo, hizo salir de madre las aguas
del río y dilatarse con general estrago sobre la ciudad prevari-
cadora (2). Esta tradición, de escaso fundamento y no muy an-
(i) Han pretendido algunos sin bastantes pruebas, que este segundo Toribio
era también obispo : San Ildefonso le califíca de monje, y Montano en la carta que
le escribe elogia altamente su cristiana solicitud, que había manifestado cuando
en el siglo florecía ocupado en los negocios del mundo, extirpando en Falencia
el error de la idolatría y la secta vergonzosa de los priscilianistas. En esta segun-
da carta se refiere Montano no sin oscuridad á alguna elección ó consagración de
obispo hecha contra los cánones, pues dice haber concedido al inválidamente
electo los municipios de Segovia, Britablo y Cauca durante su vida, no por dere-
cho sino por contemplación á su dignidad. En la primera dirigida al clero palen-
tino reprende que simples presbíteros se atrevieran á consagrar el crisma y que
fuesen llamados para la consagración de las basílicas obispos de fuera de la me-
trópoli, indicando que la sede de Falencia estaba á la sazón vacante por aquellas
palabras que arguyen la antigüedad de la misma : doñee consueius vobis d Domino
prceparatur antisies.
(2) Este castigo, poco conforme con el espíritu del evangelio y con los medios
de que se valió la Providencia para su propagación, no consta según confiesa
Pulgar en el antiguo breviario de Falencia, y hasta en las lecciones modernas del
santo no se menciona sino en términos muy lacónicos, sin tantas circunstancias
supuestas y disputadas sobre la época, extensión y resultados de la castástrofe,
de la cual no temen derivar algunos la ruina de Falencia hasta los tiempos de
Sancho el Mayor, olvidándose de que bajo los reyes godos siguió floreciendo su
i
350 FALENCIA
tigua data, pudo nacer del confuso recuerdo de alguna avenida
extraordinaria, que enlazándose con el de las turbaciones reli-
giosas, se grabara hondamente en la imaginación del pueblo
como un formidable ejemplo de la cólera divina.
La oscuridad pesa sobre los prelados de aquella afligida
iglesia (i), hasta que durante la monarquía goda aparecen dis-
tintamente con sus nombres en los concilios de Toledo. En el
tercero, afio 589, abjuró Maurila el arrianismo juntamente con
el rey Recaredo y sus magnates y con otros obispos impuestos
por Leovigildo; en los de 610, 633, 636 y 638 asistió el grave
y elocuente Conancio, como le titula San Ildefonso, autor de
muchas nuevas melodías musicales y de un libro de oraciones
sobre los salmos, quien por más de treinta afios ocupó digna-
mente su silla y mereció tener por discípulo en la doctrina espi-
ritual á San Fructuoso, obispo de Braga. Al octavo concilio
acudió Ascarico en 653; al undécimo, duodécimo, decimotercio
y decimoquinto Concordio de 675 á 688; al decimosexto en 693
Baroaldo, á quien acaso tocó ver la ruina de su diócesis asolada
por los conquistadores sarracenos.
Grande fué á la sazón el exterminio de la ciudad, ora la
destruyeran en su primer ímpetu los infieles, ora acabase de
arrasarla Alfonso I al reducir á yermo los Campos Góticos,
viéndose incapaz de conservarla á tanta distancia de sus fron-
silla episcopal. No es menester semejante historia para explicar la solemne pro-
cesión y el antiguo voto con que la iglesia palentina aclama á Santo Toribio por
patrón y restaurador de su fe.
(i) Algunos como Pulgar y Flórez han tenido por obispo de Falencia á San
Pastor, de quien dicen los martirologios fué esclarecido en Orleans, y Genadio
añade que compuso un pequeño tratado á manera de símbolo contra los priscilia-
nistas. El título que se le da de obispo palatino lo interpretan por palentino, auto-
rizados con el ejemplo de algunos códices de los concilios toledanos, explicando
su residencia en Francia por los trastornos y persecuciones de los tiempos, y
hasta sospechando si sería uno de los dos prelados que en 45 7 Teodorico se llevó
de Astorga prisioneros. En igual interpretación se fundan de acuerdo con los eru-
ditos Marca y Baluze, para referir á la misma sede el episcopado de Pedro, que en
el concilio de Agda de «joó, firma episcopus de Palaíio^ y que se hallaría tal vez
en la Galia Narbonense siguiendo la corte del rey Alarico.
P A L E N C I A 351
teras. Sólo una vez figura en los anales arábigos el nombre de
Balancia (i), citada en la división de provincias que precedió á
la fundación del imperio de los Omíadas en Córdoba, é incluida,
como Osma, Cauca y Clunia, en la segunda que era la de To-
ledo ó antigua Cartaginense. Si algún obispo, según se afirma
con dudosos datos, llevó el título de aquella sede durante su
calamitosa servidumbre, debió ser meramente auxiliar, á fin de
conservar en la pequeña corte de Asturias con otras dignida-
des de la misma especie, un recuerdo á la vez que una esperan-
za (2). ¿Por qué no la restauró Alfonso III, el que levantó de
sus ruinas aun más allá del Duero tantas poblaciones desiertas,
el colonizador de los Campos Góticos, el repoblador de Zamo-
ra, Dueñas y Simancas? ¿Por qué permaneció aletargada y casi
muerta todo el siglo x, sin reanimarse con las victorias de Or-
doño II y de Ramiro II, y sin temblar de espanto ante la cimi-
tarra de Almanzor? Expliqúese como se quiera, su largo aban-
dono es cierto, y sin duda se daba ya por perpetuo, cuando en
el reinado de Alfonso V los obispos confinantes, de Burgos y
de León, dividieron entre sí por suertes el territorio palen-
tino (3).
Una leyenda muy semejante á la de San Juan de la Peña y
á la de San Antolín de Bedón (4) acompaña á la restauración
de Palencia, ó al menos á la del templo por el cual empezó;
pero no son esta vez tradiciones locales ú oscuras crónicas de
(i) Así la nombraban los árabes, cambiando como suelen la P en B.
(2) En el concilio, de controvertida autenticidad, reunido en Oviedo año de 8 i i
para someter á esta silla las nuevamente creadas y por crear, entre las cuales se
menciona la de que tratamos, suscribe con otros nueve obispos Abundancio de
Palencia. Sandoval y Argáiz citan varias escrituras del 937 al 950 firmadas por
Juliano, obispo también palentino. Á esto se opone la aserción de Fernando I en
su privilegio, de que Palencia careció por más de trescientos años de régimen
episcopal.
(3) Son palabras del referido privilegio : vicini episcopi diviserunt sibi Pallen-
iinum episcopatum per soriem. Recuérdese lo que dijimos de San Isidoro de Due-
ñas, situado según la escritura de fundación, in suburbio Legionensi^ en la juris-
dicción de León.
(4) Véase cl tomo de Aragón, i." parte, cap. Vil, y el de Asturias^ i .' parte,
cap. XII.
352 FALENCIA
monasterios, sino la general de España y el arzobispo D. Ro-
drigo, quienes ya en el siglo xiii la consignan. Cazaba por entre
las malezas que habían crecido sobre los escombros de la ciu-
dad, ya poco menos que ignorada, el poderoso rey de Navarra
y conde de Castilla, Sancho el Mayor; y acosando á un jabalí,
penetró tras él en una cueva, que tal parecía por lo desmoro-
nada una subterránea capilla dedicada antiguamente al mártir
San Antolín. Levantó el venablo para atravesar á la fiera que
se había acurrucado junto al altar, pero su brazo quedó instan-
táneamente yerto, como si quisiera volver el santo por el que-
brantado derecho de asilo y vengar la profanación de su san-
tuario. Postróse el monarca arrepentido, y obtenido otra vez el
movimiento de aquel que lo había paralizado, hizo levantar
sobre la cripta una iglesia y al rededor de ella reedificar la
ciudad, dotando aquella de cuantiosos bienes y ésta de insignes
privilegios.
La verdad es que de semejante aventura, más poética que
cierta, nada dice el mismo rey D. Sancho, al restablecer con
solemne documento la catedral en 21 de Diciembre de 1035.
En él expresa que una de las principales ansias que al darle el
cetro le puso Dios en el corazón fué el remediar la desolación
de las antiguas iglesias destruidas por los bárbaros, y que in-
quiriendo en los sagrados cánones cuáles eran las que caían
dentro de sus nuevos dominios, es decir en tierras de Castilla,
halló que la segunda después de la metropolitana Toledo había
sido Falencia. Añade que había confiado su restauración al
obispo Ponce, que lo era de Oviedo, con cuya ciencia y solici-
tud contaba para ilustrar los entendimientos y domar á la vez
los fieros corazones, pues la invasión de los infieles, dice, no
había abierto menor brecha en las costumbres que en las mura-
llas, ni yermado menos las almas de virtudes que de fecundidad
las campiñas. Designa á Bernardo por primer prelado de la
nueva diócesis, á la cual señala por términos al poniente el
curso del río Cea hasta su desagüe en el Duero, y al levante
^
FALENCIA 353
desde el nacimiento del Pisuerga hasta Pefiafiel, terminando al
mediodía en Portillo y Siete Iglesias. Concédele el señorío de
la ciudad con sus llanos, montes, ríos, campos y solares, y el
de varios castillos, villas y abadías que en seguida nombra (i),
los diezmos ó escusados reales, y la libre extracción de made-
ras y de cualesquiera materiales para edificar en todos sus esta-
dos. A los pobladores otorga franquicia de pechos y tributos,
salvaguardia contra cualquier violencia, y exención de toda
autoridad que no sea la episcopal (2). Tal es la augusta carta
que con él firmaron la reina su esposa y sus cuatro hijos, tres
obispos, tres condes y tres condesas, y que ateniéndonos á
la citada fecha, debió ser uno de los postreros actos de su
vida (3).
Otro monarca al propio tiempo se ocupaba en restaurar á
Palencia y su ilustre silla, á instancias del mismo obispo Ponce
que fué el alma de esta empresa. Veremundo III de León, sea
en hostil competencia, sea de común acuerdo con el de Navarra,
en 1 7 de Febrero de aquel año somete á la nueva iglesia la ciu-
(i) Santa María de Husillos con sus villas y sus decanías ó términos antiguos,
Santiago, San Vicente, Santa Cruz, Santa María de Villa Abarca, Villa Jovenales,
Padilla, Pozos, Villa Gudiel, Villamomina, Villalegre, Buardo, Camporcdondo y
Alba, todas con sus términos.
(2) De aquí la siguiente cláusula que manda se paguen al obispo las compo-
siciones pecuniarias por delitos: Homictdium autem si pro peccaiis de hominibus
illius contigerit^ Uli episcopo loiutn pectum persolvi prectpimus, siatuimus et firma-
mus ; si autem aliquis monachus occisus esl aut mactatus in iota térra qui suus ex
(oto non /ueritf medietas illius pecti episcopo el altera medielas solvatur principi
terreno propter sacrilegium.
(3) Trae el documento Pulgar en su Historia de Patencia^ enmendando la
era 1075 en 1073 (año 1 o 3 s de C.) en el cual coincidieron la indicción tercera que
señala el privilegio, y el fallecimiento del mismo rey D. Sancho según su epitafio
en San Isidoro de León. Y aun en vista de que en aquella fecha sólo faltaban diez
días para concluir el año, ó bien ha de corregirse como propone Moret el XIII kal.
/anuarii por februarii aáe\antánáo\a once meses, opinión que seguimos en el capí-
tulo Vn del tomo de Asturias^ ó ha de suponerse que el rey murió dentro de los
tres meses primeros de 1036, siguiendo el cómputo de la Encarnación que pro-
longaba el año hasta el 25 de Marzo, si bien Mariana escribe no sabemos, con qué
datos, que falleció en 18 de Octubre. Entre los hijos del monarca suscribe en se-
gundo lugar Ramiro, que reinó más tarde en Aragón, lo cual nos afirma en que no
era bastardo como ya observamos en la introducción de aquel tomo, respetando
la autoridad de D. Modesto Lafuente que en este punto nos combate.
45
354 FALENCIA
dad y su comarca y las de Avia, Perrera, Castrojeriz, Villadie-
go, Amaya, Astudillo y otras que cita, hasta los términos de
Santillana (i). ¿Indica tal vez esta doble fundación el respectivo
derecho que sobre aquel territorio pretendían los dos sobera-
nos? ¿Fué por parte del leonés una protesta contra las violentas
usurpaciones del navarro, que abusando de su prepotencia había
conquistado el país que media entre el Pisuerga y el Cea, y aun
ocupado temporalmente la capital de León? ¿Ó maniñesta por
ventura su enérgica decisión de recobrar lo perdido, apenas
cerró los ojos su fuerte competidor, suponiendo datada del 2 1
de Enero la escritura de éste y ocurrida su muerte en el breve
plazo que corrió entre ambas fechas (2)? ¿Es que todo lo expli-
ca la prudente mediación del obispo de Oviedo, que bien que
subdito natural de Veremundo, volaba como mensajero de paz
de uno en otro campamento interesando á los dos reyes enemi-
gos en su obra santamente neutral, para que, cualquiera fuese
el éxito de la contienda, quedase su realización asegurada? Con-
jeturas son éstas á que abre campo la reserva verdaderamente
diplomática de entrambos documentos, y que sólo pudiera re-
solver la averiguación de su genuina data.
Doloroso es decirlo, pero tal vez esta resurrección de Pa
lencia, precedida de prodigios y con tan nobles designios apa-
rentemente motivada, inspirósela el rey D. Sancho más que la
piedad, la ambición y la mira de afianzar por medio de una co
Ionización inteligente sus injustas conquistas ; tal vez la animosa
revindicación de Veremundo sobre las ruinas de la margen del
(1) Muchos de estos lugares jamás han pertenecido á la diócesis de Falencia
sino a la de Burgos, prueba de que no tuvo efecto la demarcación de Veremundo.
Ofrece éste su donación á Jesucristo y á la Virgen y á San Antonino mártir, cuj'us
basílica /undata est in suburbio Legionensi (palabras que ya llevamos explicadas)
in villa vociiata Palentia in territorio Mon tesón f>rope alvo Carrion.
(2) De este dictamen son Moret y Risco, y no deja de comprobarlo la circuns-
tancia de mencionarse en la escritura de Sancho, el reinado de Veremundo en Ga-
licia, al paso que en la de Veremundo no se habla ya del primero, y la de hallar
suscritos al pié de ésta los mismos condes que firmaron aquella, conjeturando que
fallecido el conquistador volverían al servicio de su legitimo rey.
FALENCIA 355
Carríón encendió aquella cruda guerra en que perdió el reino y
la vida á manos de su cuñado. Extinguióse con su dinastía la
memoria de sus desvelos en favor de la renaciente iglesia y
ciudad, que bajo el cetro de Fernando I de Castilla no recono-
cieron por restaurador y patrono más que á Sancho el Mayor
su difunto padre. Apasionados encomios tributa á éste la histo-
ria de dicho restablecimiento, escrita reinando su hijo, en 1045,
comparando su actividad y celo con la desidiosa molicie de otros
príncipes más vecinos, en lugar de los cuales, dice, le llamó
Dios de las regiones de oriente; y no inferiores los prodiga á
Ponce, que oriundo de Francia y sentado por Alfonso V en la
silla episcopal de Oviedo, había pasado de la corte de León á
la de Castilla, y cabalgaba asiduamente al lado del rey Sancho
en sus expediciones. A él atribuye la gloriosa iniciativa del pro-
yecto y la incansable perseverancia en llevarlo á cima, hasta
que considerando como adulterio el desposarse á la vez con dos
iglesias, á propuesta suya fué elegido por primer obispo de la
palentina Bernardo, también venido del país oriental, de Fran-
cia ó de Navarra, y no menos solícito que Ponce en promover
el divino culto (i).
(1) tsttí documento precioso, más bien crónica que privilegio, que copia Pul-
gar con muchísimas erratas de un códice del marqués de Montealegre, diciendo
que en su tiempo no aparecía en el archivo de la catedral, lo hemos visto original
allí número i.*, legajo r.*», armario i.'. conservando las antiguas señas de coloca-
ción que indica Moret. En la fecha, era MLXXXIll, no cabe dificultad alguna. Su
prosa rimada, su estilo sumamente conceptuoso, añaden cierto interés literario á
su importancia histórica. He aquí cómo describe la destrucción de la iglesia de
Palencia, de la cual no se sabía entonces más que ahora : Post eruptionem Agare-
uorum spaiio CCCXX annorun tn viduilaie subjacuit regimine episcoporunt. Non
invenrebaiur uiius compatriota illius qui effici cupisset vir íp^ius. Jacebat sentuosa
et inculta ei d fundamento destrucla quoe antejueral subarrata multis viris^ de qui-
biis sunt hic nomina quinqué^ Murita^ Conantius, Concordius, Barballus ei Ascari-
gus... Numerus et aliorum nomina non sunt nostris voluminibus imposita. Quidopus
est verbis? erai dispersa et in captivitatem conversa: ideo non restaurabaiur á pro-
pinquis, quia faiuitas et cupiditas eral in illis, el inmorabantur in volutabro flagi-
tiorum, nec inquirebant reliquias sanctorum aui relictas sedes episcoporum^ sed erat
gloria illis in equis et in sellts depictis; epicurizabanl in ómnibus mundanis deliciis.
(^Aludirá esta terrible censura á Veremundo?) Ut vidil Dominus illos tía recusos ei
ab ómnibus bonis seclusos^ missil nuntios ex aliis finibus ul reduceret illos in divi-
nis virgiliis. Quare elegit omnipotens Deus regem Sanctium ab Eois pariibuSy qui
35Í> FALENCIA
Pequeño de estatura, perspicaz y diligente, rodeado siempre
de canteros y envuelto en el polvo de la fábrica de su iglesia,
representa á Bernardo la relación contemporánea ; y entre las
obras del material edificio y los esplendores de la Jerusalén ce-
rex ma^Hissimus el in ómnibus sagacissimus^ orlus ex regah'bus prosa^üs^ nuiri-
tus in PampUonensis partibus^ quin alier nonfuit melior bello aut clementior tilo.
El constans eral el Icnis el timoratus in divinis rebus^ ideo juste vocari poluit rex
Hispanorum regum: sua ferocitale ac peritia adquisivit hanc tcrram usque ad Galli-
ciam. Postquam fuit in suojure cepit peragrare eam et regere regali more^ namque
fuit pulcher atque alacris^ hilaris et dapsilis^ largus in auleis dapibus; ideo prope-
ra bant ad eum ex mu I lis partibus clerici atque laici. De quibus unus fuit presui
Ponlius, strenuus atque prudens opere^ predicator cóntinuus more Pauli apostoli^
assiduus indesinenter dogmala Dei insinuabal ómnibus prudenter^ nec metuebat
mortemt nec renuebat vivenlis sortem... Presui fuit Ovelensis eleclus nobili regi
Adefonso Legionensi, quo nemo rex Justior Juity qui Lupum ad vindictam tulit ei
tormentum jurcx subiiL (Rcfcrirásc sin duda, á alguno de los muchos actos de
justicia que contra los nobles rebeldes ejerció Alfonso V, al suplicio de algún Lo-
pe.) Rex in justicia eral reclus; presui clero et eo electus^ in vaticinio subierat per-
feclus: ideo utroque regi videbatur Deo sanclisque suis suh/eclus. Ex patria Jelix
presui fuit Francorumf ubi appulsa est sagacitas Romanorum el predicatio princi-
pis apostolorum; ideo non defatigabalur in casligatione chrislianorum^ et eo nutu
Dei perculsus, huc est appulsus^ et ad agnitionem Dei reduxit mullos. Postquam ce-
pit conservaran aula nobilissimi regis Sane tii causa reslaurandi animas, et equi-
tare sedule in eomitatu ejus agilis, ut aspexil eversionem Palentiof, teligit cor illius
idus Dei providenlia*. (Después de referir las conferencias que acerca de su res-
tauración mediaron entre el rey y el obispo, sin hacer mención tampoco del pro-
digio del jabalí, continúa:) ¡n parvo tempore cepit labor crescere. Postquam est re-
edificaia cripta^ arbilratus est episcopus sacrificare in ipsa: inquil^ faciamus ei bina
aitaria ut offerantur in eis sacra libamina. Denique invitavit venustum regem atque
reginam cum eorum possessione nimia el omnes optimates ac presules vicinales ut
/ecissenl dedicationem secundum canonicalem Jussionem,.. Fatur ita peritissimus
episcopus regi serenissimo: ecce quoe olim fuerat sponsa viduata ad nuptialem tha-
lamum est reornata. Nunc eligamus sibivirum fidelem qui facial eimonilia ex aere...
quoniam non licet mihi haber e diias uxores ne d eludan t me fornicationes; non po-
tesl homo serviré duobus dominis^ Ha non potest duabus uxoribus... Tune elegerunt
calidum Bernardum in amqre ecclesiastico^ qui si non operatur in ornamentis tali
sponscBf dicit se manere in morle et non degere vitam in divina sorte; concambiat
aurum et argentum pro lapidibus et cemento, non diligens nisi pelrarum incisores,
quoniam jam contemplatur celestes Sculptores qui edijicant sibi pompalam mansio-
nem. Hic isti desudanl in umbra^ illi sine molu componunl formam; isla est lapidea,
illa est aslrifera; hcec caducalis^ illa perpetualis; in isla cantant homines, in illa
resonant angelí. Quid dicam? cere studiose mercalur Bernardus presui et illi qui
sibi auxilium prebuerit. Hic dant petras aspras^ illic accipiunt lapides calcedonicas
et smaragdicas; hic pavimentum de argillis tribuunt; illic stratum de auro et gem-
mis accipiunt; hic dant arenas^ illic capessunt margaritas veras. Ut mihi videtur
presui Bernardus cum suis mercatoribus circumvenil Dominum in suis mcrcemo-
niis... Quid possumus dicere de sua callidilale? quamvis sistel in statura parvitatiSy
qui cum Domino mercator et centupiiciter lucralur nihil foret exposi; sed nemo nos-
PALENCIA 357
lestiál á cuya semejanza se erigía, entre los trabajos, dispendios
y sudores prodigados en este suelo y la recompensa inmortal
que prometían, establece un ingenioso paralelo en elogio del
primer prelado. Aunque construida de piedra, y no de tapia y
madera como otras de su tiempo (i), la catedral levantada tan
de improviso sobre la cripta, no debió exceder en magnificencia
á lo que la rudeza del siglo permitía, puesto que antes de tres
centurias hubo de ser reedificada. Su principal tesoro fueron las
reliquias del mártir Antonino, cuya advocación tomó después de
las del Salvador y de la Virgen ; y si este santo entre los varios
de su nombre es el venerado antiguamente en Aquitania, sin
duda las trajo de allá el rey Sancho que dominaba parte de
ella, ó Ponce ó Bernardo nacidos allende los Pirineos, de donde
tal vez tomó origen la leyenda y se dilató por toda la comarca
la devoción á San Antolín (2).
irum sapientior et perspicatíor i7/o, guía quod dal Deo nihilo indigei ex co. Sigue
luego un elogio del rey Fernando I, á la sazón reinante, qui paírissal in bonilate
tanli patriSj etiam excellü illum in copia dignitatis. Ule honestissimus rexjuil^ iste
lum imperio subii; Ule fuit pulchra facie^ isle egregia et agili\ Ule fuil dapsilis el
largus^ iste prodigus amplius\ Ule adquisivil regnum usque ad Galliciam, hic jam
imperando transivit illam. Si ipse bel lando fui I similis leoni, iste devastando similis
tigridi fortiori. Quid opus est laudis^ cum ómnibus propinquis fortuna sil major?
Tria sunt in toto mundo Christianorum imperia^ ex quibus unum est in patria Ibe-
ria\ de quo adolescens Fredenandus sagacitate propria est semper coronandus,
Y después de insertar una donación del mismo rey, concluye con dos incorrectos
exámetros:
Rex valeat noster providus per sécula secli
Qui nomine et fama multa quoque sécula tangit.
En letra muy menuda se lee abajo: Adhuc alia restante ideo sil membranea huc
usque discoperia.
í i) Lapidum honestissima domus, dice el citado privilegio de Fernando I.
(2) Es singular que en la escritura del rey Sancho no se mencione la dedica-
ción del templo á San Antolín, y sí en la de Veremundo y en la relación de i04«;.
Según la opinión más común, el santo venerado en Falencia, y bajo cuya advoca-
ción hemos visto erigidos monasterios en Asturias é iglesias en Tordesillas y Me-
dina del Campo, es el mismo cuya cabeza se custodiaba en el pueblo de su nombre
junto á Cahors, y que resplandeció con muchos milagros cuando Sancho el Mayor
estuvo en Aquitania á visitar la cabeza del Bautista, como refiere el cronicón del
monje Ademaro, citado por Pulgar. Las actas de este santo, que le hacen sobrino
del rey de Tolosa Teodorico, cenobita en Salerno, predicador de idólatras y mar-
3$8 FALENCIA
Dueño pacífico de los reinos de León y de Castilla, é invo-
cando los recuerdos de su padre y los de su suegro Alfonso V,
ya que no los de su infeliz cuñado, Fernando I completó la obra
que ambas coronas habían á la vez promovido. En 26 de Di-
ciembre de 1059, al confirmar las primitivas concesiones al
obispo Miro sucesor de Bernardo, somete de un modo más ex-
plícito al dominio del prelado y de su cabildo la ciudad entera,
cualquiera llegare á ser su acrecentamiento, y á todos sus po-
bladores sin diferencia de ley, condición ú oficio, y sin que este
señorío pueda ser jamás enagenado. Las quejas suscitadas por
los obispos de León y de Burgos sobre la diminución de sus
diócesis, se acallaron con una nueva y más determinada circuns-
cripción de la de Falencia. A las reliquias de San Antolín añadió,
para honrar la nueva basílica, los cuerpos de los santos Vicente,
Sabina y Cristeta que yacían en Ávila olvidados ; y aunque lue-
go mudó de propósito transfiriéndolos á Arlanza y á León, más
adelante arrepentido de esta veleidad como de un pecado, ofre-
ció en reparación á la iglesia palentina y á su obispo Bernardo,
segundo de este nombre, en 19 de Mayo de 1065, el monaste-
rio de San Cipriano de Pedraza, además del brazo de San Vi-
cente que había retenido. Todo indica, en suma, que la ciudad
se edificó para la catedral y no la catedral para la ciudad, que
eclesiásticas fueron sus primeras glorias y prerrogativas, eclesiás-
ticas sus leyes, eclesiástico su gobierno, hasta que adulta ya y
vigorosa pensó en emanciparse, reputando servidumbre la tute-
la bajo la cual había crecido.
tir en Pamiers por orden de no sé que rey Galacio, sucesor de Teodorico, están
llenas de incongruencias y anacronismos, que demuestran haberse formado de
tradiciones de distintas épocas y lugares. Algunos, empero, se han esforzado en
probar bajo la fe de los fingidos cronicones, que el patrono de Falencia era otro
San Antonino, español martirizado allí mismo, con el cual forman competencia
otro que padeció en Apamia ciudad de Siria y un soldado de la legión Tcbca, que
llevaron el mismo nombre.
CAPITULO III
•"ÍOecunstruiase Falencia sobre las dos márgenes que en su
-^P primer período había ya ocupado; y por la derecha, cu-
bierta hoy solamente de verdes sotos y lozanas huertas, dilatá-
banse crecidos barrios al rededor de sus nacientes parroquias.
San Julián, San Martín, San Esteban, Santo Tomé, Santa Ana,
Santa María, todas se erigieron en el siglo xi ó en el inmediato,
y todas desaparecieron del xvi al xvn después de trocadas en
ermitas fwr deserción de sus feligreses, sin dejar de su existen-
cia otra señal que una cruz de piedra (i), á excepción de Santa
^60 FALENCIA
Ana, que subsistió hasta nuestros días en su antigua forma al
extremo del puente, y de Santa María única parroquia conser-
vada allende el río para los labradores y hortelanos del con-
torno, cuya fábrica renovada humildemente asoma entre los
árboles solitaria. Dos puentes, llamado el uno Mayor y el otro
las Puentecillas, enlazaban esta parte occidental con la de orien-
te, adonde más adelante debía transferirse la población entera,
que entonces no pasaba de la calle de Barrio-nuevo, corriendo
por la del Cuervo la cerca, y abriéndose la puerta de Burgos
enfrente de lo que es ahora la Compañía. Viñas eran todavía
los alrededores de San Lázaro, donde algunos suponen tuvo su
casa el Cid convirtiéndola en hospital; Santa Marina no fué
incluida dentro de los muros hasta el siglo xvi; y toda la vasta
extensión de la Puebla al éste de la calle Mayor se cultivaba á
la sazón bajo el señorío del cabildo, sin más edificio que una
iglesia de San Pedro aislada en medio de los campos. Dentro
de la ciudad sobre la orilla izquierda no existían entonces más
parroquias que la catedral y San Miguel situada más abajo
junto al río. Tal es lo que se desprende de la donación que á
sus canónigos hizo en 30 de Mayo de 1084 el obispo Bernardo
el segundo, y que confirmó Raimundo su sucesor en 5 de Diciem-
bre de I ICO en presencia del legado pontificio Ricardo, de los
arzobispos de Toledo y Arles, y de otros prelados y abades
allí reunidos en concilio provincial (i).
Las crónicas señalan á Falencia por teatro de la dramática
que trae Pulgar, tomo U, p. i 18 de su historia, y de la que dejó manuscrita en los
primeros años del siglo xvii el canónigo magistral D. Asensio García.
(i) La primera donación hecha por el obispo Bernardo á la mesa capitular,
consiste en dos partes del diezmo de Falencia, en las pesqueras de la mitad de la
villa con sus molinos, en medio huerto del palacio con otro huerto de Sancho Az-
nárez, en la mitad del portazgo del mercado, en la iglesia de San Pedro de la Pue-
bla (de populalione) con su monasterio, en las viñas de San Lázaro, juntamente
con otros derechos que poseía en Monzón, Grijota, Fromista, Carrión y otros pue-
blos. A esto añade la segunda donación del obispo Raimundo la iglesia de San Mi-
guel con todas sus pertenencias. No se expresa el objeto de la convocación de este
concilio del año 11 00, ni se explica la asistencia del arzobispo de Arles á una
asamblea tan distante de su iglesia.
FALENCIA 361
querella, en que Jimena, la hija del conde Gómez, empezando
por pedir justicia al monarca contra el bizarro Ruy Díaz, ma-
tador de su padre, acabó por entregar la mano al mismo á
quien ya de antes había entregado el corazón. Querida hubo
de hacer la ciudad al Cid campeador este dichoso enlace, que á
tantos poetas y tan bellamente ha inspirado desde el anónimo
cantor del romancero hasta el gran Corneille; pero de su resi-
dencia en ella no aparecen más indicios en el curso de su épica
historia. Tampoco el conquistador de Toledo Alfonso VI dejó
en Falencia otras huellas de su reinado, que las mercedes que
otorgó en 1090 y 1095 ^^ obispo Raimundo llamándole su
maestro y confirmándole las de su abuelo y de su padre. En la
escala de multas ó caloñas proporcional á la gravedad de los
delitos y á la dignidad del injuriado, equipara los agravios que
á aquel se hicieren á los irrogados á su real persona, y los
inferidos al cabildo cual si lo fueran á infanzones, pues los
miembros de él, á pesar de sus vastas posesiones ó tal vez por
causa de las mismas, eran objeto de continuas molestias y vejá-
menes en sus bienes ó vasallos por parte de los pueblos circun-
véanos. Imitó el ejemplo del soberano su yerno el conde Rai-
mundo de Borgofia, sometiendo las villas de Arévalo y Olmedo
á la iglesia de San Antolín, cuya devoción de día en día se
acrecentaba. Refiérese que hallándose de paso en la ciudad
el primer obispo de Osma el venerable Pedro, hacia el año 1 1 1 o,
mientras velaba en la capilla subterránea del santo, se extinguió
la lámpara de repente, y habiendo pedido al Señor que volviera
á encenderse por sí misma si eran auténticas las reliquias que
alumbraba, fué atendido su ruego, y quedó sancionada con el
portento la autoridad de la tradición.
Recibió el postrer suspiro del virtuoso prelado otro Pedro
que acababa de suceder á Raimundo en la silla de Palencia,
natural de Agen en Francia y uno de los insignes varones que
trajo de allá con el de Osma el arzobispo de Toledo D. Ber-
nardo para semillero de obispos. Distinguióse entre todos el de
46
362 FALENCIA
Falencia por su adhesión á la oprimida reina Urraca, y llamado
con engaño á presencia dé Alfonso de Aragón, fué sumido por
éste en dura cárcel para privarla de sus consejos. Después de la
batalla de Viadangos, cayó la ciudad con las otras principales
de Castilla en poder del aragonés, cuyas banderas siguieron
muchos de sus habitantes; pero confederados en Sahagún con
los de León, Burgos, Carrión y Nájera para entablar avenencia
entre los dos consortes, y viendo al monarca faltar á sus empe-
ños, declaráronse al cabo por su desvalida señora. Falencia fué
el punto para donde citó á concilio el arzobispo de Toledo don
Bernardo á los prelados, abades y ricos hombres del reino, á
fín de remediar los males gravísimos que afligían á la vez á la
Iglesia y al Estado; en 25 de Octubre de 1 1 13 abrióse la asam-
blea poco concurrida por el trastorno de los tiempos, y su voz
se perdió de pronto entre el estrépito de los combates y la con-
fusión de la anarquía. Hasta más tarde, al declinar rápidamente
la fortuna de Aragón, no recobró su libertad el animoso obispo
Fedro, á quien amó siempre Urraca como á su más leal y cons
tante servidor, que había tenido comunes con ella los amigos y
los adversarios, logrando alguna vez pisotear á estos últimos (i);
y su firmeza se vio abundantemente recompensada no sólo por
la reina sino por Alfonso VII su hijo, de cuya pujanza logró ser
testigo todavía.
En circunstancias más propicias para extirpar los desórde-
nes y borrar las huellas de los pasados disturbios, congregóse
en Falencia otro concilio durante la cuaresma de 1 1 29, diez
años antes de concluir aquel largo y glorioso episcopado. Acu-
dieron á él numerosos obispos de Castilla y de Galicia con Rai-
mundo arzobispo de Toledo y el famoso Diego Gelmírez de
Santiago, á quien se tributaron casi regios honores y filiales
obsequios por parte del joven monarca, que asistía á la solem-
(i) Véanse atrás en la pág. 340 los términos en que se expresa la reina al ha-
cer donación del lugar de Magaz al prelado.
FALENCIA 363
nidad con su esposa Berenguela de Barcelona. Condenando y
previniendo las usurpaciones de los poderosos no sólo en los
bienes sino aun en el régimen de las iglesias, mandóse que no
se dieran éstas á seglares só cualquier color, ni las poseyeran
por derecho hereditario, ni ejerciesen poder en ellas, ni perci-
biesen sus tercias ú otras prestaciones, ni las recibiesen de su
mano los clérigos, sino que todo ello quedara á disposición de
los obispos y de sus vicarios. La obligación de sincera y fiel obe-
diencia al soberano recordada con anatema, los deberes del
soberano con sus pueblos á los cuales sin legal juicio no podía
despojar, la separación de los adúlteros é incestuosos, el casti-
go de los monederos falsos condenados á perder los ojos, la
prohibición de dar asilo á los traidores, ladrones y perjuros, la
restitución de lo robado á catedrales y monasterios, la censura
contra los exactores de portazgos indebidos, contra los rapto-
res de bueyes, contra los despojadores de sacerdotes, mujeres,
mercaderes y peregrinos, á quienes amenazaba con pena de
reclusión ó destierro, todos estos cánones indican hasta qué
punto se había entronizado la violencia relajando los vínculos
sociales. Y como la licencia de costumbres nada había respetado,
á los clérigos se les ordenó despedir sus concubinas declaradas
y abstenerse del ejercicio de las armas, á los monjes errantes
volver á sus monasterios, á los obispos no retenerlos sin licen-
cia de los abades y reducir á concordia los disidentes. La espa-
da misma de la excomunión había enmohecido, y para restituirle
su temple se vedó acoger á los excomulgados, y admitirlos de
una diócesis en otra, y aceptar los diezmos y donativos que
ofrecieran como por sacrilego soborno.
Harto recientes llevaba Falencia las cicatrices de aquella
época calamitosa para consentir que de nuevo las abriese la
guerra intestina;. y así, cuando vuelto de su destierro el conde
Pedro de Lara, pasó de favorito de la reina madre á defensor
del ambicioso padrastro, llamando otra vez á Castilla las hues-
tes aragonesas á trueque de satisfacer sus vengativos rencores.
364 FALENCIA
la ciudad en cuyos muros se había guarecido éste con su yerno
el conde Beltrán y con otros poderosos descontentos, abrió las
puertas al legítimo soberano y le entregó los rebeldes que aten
taban al honor del trono como en otro tiempo al del tálamo
real. Túvoles el rey presos en León hasta que restituyeron los
pueblos y castillos usurpados, y los dejó ir vacíos y sin honra
usando con sus personas de clemencia (i). Después del 11 30
en que esto sucedía por el mes de Enero, hallamos á menudo
en la capital de Campos á Alfonso el emperador, que la visitó
con su esposa en 5 de Diciembre de 11 35 permaneciendo en
ella todo el siguiente año, que en 1 138 y 1 140 residía otra vez
allí otorgando gracias y privilegios á su iglesia, y que por la
Navidad de 1 155, casado ya segunda vez con Rica de Polonia,
armó caballero en la misma á su hijo Fernando designado para
rey de León. La repetida confirmación de las mercedes de sus
antepasados con facultad de vender y cambiar los bienes po-
seídos, la donación de Villamuriel, la reiterada entrega del se-
ñorío de la ciudad sin más reserva que la de poner sus usajes y
fueros al abrigo de toda mudanza á no mediar el beneplácito
real, la concesión de derecho de behetría al obispo y de fuero
de infanzones á los canónigos, acreditaron una .y otra vez la
heredada piedad de Alfonso VII hacia la catedral de San Anto-
lín, á la cual tampoco olvidó en sus dádivas innumerables su
hermana D.^ Sancha, otorgándole en 1142 la villa de Braolio
junto á Paredes. Mayores vínculos de gratitud ó benevolencia
ligaron sin duda con aquel templo á D.^ Urraca hija del empe-
rador y viuda del rey García de Navarra, si es su cadáver el
que realmente descansa en el sepulcro colocado á espaldas de
la capilla mayor (2).
( 1 ) Más duro se mostró con los vencidos el conde Rodrigo Martínez adalid del
rey, pues unciéndolos con los bueyes los hizo arar y comer yerba en los pesebres
y beber en las balsas, hartándolos de ignominias, según refiere la crónica latina
de Alfonso Vil.
(2) No hay más documento que el epitafio que acredite el entierro de esta
princesa en la catedral de Falencia, en la cual no existe memoria de fundaciones
FALENCIA 365
Al obispo Pedro I había, sucedido el Segundo que murió no
se sabe si en el sitio de Almería ó en el concilio de Reims ha-
cia 1 148, y á éste reemplazó Raimundo II, á quien llamaron tío
los reyes Sancho III y Alfonso VIII su hijo, como de la noble
familia de Minerva enlazada probablemente con las de la madre
ó de la esposa del primero. Acompañó el prelado en 1 1 70 al
joven Alfonso á desposarse en Burdeos con Leonor de Inglate-
rra, y experimentó en todas ocasiones su reverencia y su cariño
á fuer de deudo. Había por este tiempo crecido prodigiosamente
la ciudad ; y por indicación del discreto rey que comprendió lle-
gada la hora de la mudanza, otorgó el eclesiástico procer á los
vecinos más amplias y generosas leyes, sacrificando parte de
sus derechos al alivio y prosperidad de sus sometidos. Firmó
los nuevos fueros el obispo Raimundo á 23 de Agosto de 1 181
en una aldea de Arévalo, y en 31 de Julio Alfonso VIII le había
ya cedido, en liberal indemnización de lo que perdía, el monas-
terio de San Salvador del Campo de Muga, Santa María de
Labanza, Santa Cruz de Árenos, Bañes, Villavega y demás
iglesias y lugares que forman hacia las montañas de Liévana el
estado de Pemía poseído por sus sucesores con título de con-
dado (i). Tres años atrás, en 11 78, habíale dado pleno dominio
sobre los moros y los judíos avecindados en Palencia, aquellos
junto á San Miguel, estos al rededor de San Julián allende el
río, para que sólo á él pechasen, eximiéndolos de cualquier tri-
algunas de la misma, al paso que el monasterio de Sandoval afirma poseer sus
restos al tenor de una escritura de 1178. Nacida de Gontrode noble asturiana,
desposada solemnemente en 1 1 44 con García rey de Navarra en la ciudad de León,
viuda en 1 1 50, reina de Asturias por merced de su padre de 1 1 $3 á 1 164, nada
ha dejado que ignorar más que la suerte de sus últimos años y el lugar y data de
su fallecimiento. Véanse repetidas menciones de ella en el tomo de Asturias y
Ledn, cap. VII y IX de la !.• parte, y I y HI de la 2.' El arcediano del Alcor dice
que murió en Palencia año de r 141, en lo cual hay error manifiesto de veintitrés
años por lo menos ó de doble número tal vez. El epitafio, cuya autenticidad no
está bastante comprobada, señala por fecha de su muerte el i 2 de Octubre
de 1 189.
(i) Trae el documento Pulgar, pero sin duda equivocó de un año la fecha,
poniendo era MCCXVII!, en vez de MCCXVIIII, pues habiéndose otorgado al año
quinto de la toma de Cuenca que fué en 1 177, corresponde al 1 1 8 1 y no al 11 80.
366 P A L E N C I A
buto ó alcabala real, pero sujetándolos á contribuir con el con-
cejo á las cargas comunes y á la fábrica de los muros (i).
Levantábanse estos á la sazón en círculo más dilatado al
rededor de la ciudad, porque el antiguo recinto venía ya tan
estrecho á su desarrollo material, como á sus necesidades mo-
rales los fueros primitivos; y en 1 190 se hallaba el rey activan-
do con su presencia aquellas obras, á las cuales nadie se evadía
de coadyuvar, ni aun los excusados del cabildo. Á este ensan-
che, que duplicó por lo menos el caserío sobre la orilla izquier-
da, abarcando la actual calle Mayor y gran parte sino la totali-
dad de los extensos barrios de la Puebla,, debió sin duda
Alfonso VIII el título de segundo fundador: por esto se lee en
antiguos códices que Falencia fué por él poblada en 1 196 día de
Nuestra Señora de Agosto, fecha sin duda en que se terminó la
nueva cerca. Tal vez entonces el cabildo, cuya era como hemos
dicho la propiedad de aquel terreno, dividió su jurisdicción de
la del obispo, que antes ejercían de mancomún, é instituyó me-
rino aparte para el barrio nuevamente poblado, el cual junta-
mente con el merino mayor y con dos alcaldes ordinarios de
nombramiento episcopal gobernó la ciudad por muchos siglos,
prestando todos juramento de obediencia á la justicia real. Por
su parte creó el rey en Falencia y en los pueblos comarcanos
alcaldes de hermandad que guardasen sus derechos á los veci-
nos, sin tener que recurrir al bárbaro medio de tomarse prendas
(i) En el archivo municipal de Falencia, al cual debemos la mayor parte de
los documentos y noticias que nos han servido para la formación de este capítu-
lo, copiamos el siguiente privilegio dado en Valladolid á 12 de Abril de i 194:
Presentibus ac fuluris notum sil ac mani/eslum quod ego AiUe/onsus Dei gratia rex
Castelle ei Toleti una cum uxore mea Alienar regina et cumjilio meo Ferrando Ja-
cio cariam instiiuíionis et slabiliiaiis vobis universo Palentine urbis concilio pre-
sentí etjuturo et filiis et posteris vestris et omni successioni vestre perpetuo valitu-
ram. Statuo itaque ut omnes judei et mauri^ qui nunc et in posterum usque in finem
in Palentia habitaverint^ vobiscum injacenderiis vestris et pectis et opere muri el
vallorum pedente et ab omni alio tributo regio et regalé exactione sive gravamine
sint liheri prorsus et absoluti. Siquis vero hanc cartam iníringere seu diminuere
presumpserit, iram Domini omnipotentis plenarie incurrat, et regie parti mille áu-
reos in cauto persolvat et dampnum quod vobis inlulerit duplicatum restituaU
FALENCIA 367
en vindicación de sus agravios (i). De esta suerte vinoá formar
un concejo poderoso y libre ; y vendiéndole en 1 1 9 1 por dos
mil y cien áureos los montes de Dueñas, dióle ocasión de dilatar
su territorio. No es mucho pues, que dócil al llamamiento del
buen monarca á quien tanto debía, acudiera en tropel la juven-
tud palentina á la gloriosa expedición' de las Navas en pos de
su obispo Tello y á las órdenes de Juan Fernández Sanchón,
peleando con tal denuedo, que al primitivo blasón de castillo
dado á la ciudad por Fernando I, mereció añadir la cruz, cuyo
triunfo aseguró aquella jornada.
Más insigue aunque menos durable monumento de su pro-
tección legó á Falencia Alfonso VIII ; hablamos de la universi-
dad, la primera que se erigió en España, y á cuyo ejemplo
movido de rivalidad fundó luego el rey de León la Salmantina.
Desde mucho tiempo atrás poseía aquella un estudio general
acreditado así por la frecuencia de discípulos como por la ins-
trucción de los profesores (2) ; y en él bebió Santo Domingo la
doctrina con que había de confundir á los Albigenses, al paso
que vendiendo sus libros para socorrer á las víctimas del ham-
bre, ensayaba precozmente las maravillas de su caridad. Co-
menzaba el siglo xiii, cuando el rey Alfonso, aprovechando las
breves treguas de sus campañas victoriosas, llamó de Francia
y de Italia célebres maestros en todas las facultades, y con gran-
des salarios logró fijarlos en Falencia para que fuese ésta den-
(O Existe en el citado archivo una cédula expedida en Falencia á 6 de No-
viembre de 119$ á fín de poner coto á semejante abuso: Ómnibus conciliis de vi-
cinitaie Palentte et aiiis ad quos liitere iste pervenerini^ salutem. Mando etjirmiter
defendo ne aliquis pignorei homines Palenlie de Campo nec in alio ioco, guia soltu-
ram illam quamjeci de peindra non feci de hominibus Palenlie, sed in Paleniia
constilui alcaldes de hermanitale qui emendabunt querelas- hominibus de vicinilaie
Palenlie^ el in unoquo que concilio de vicinilaie Palenlie simililer mando alcaldes
Poni bonos homines qui querelas hominum Palenlie sine peindra de Campo el de alio
loco Joras villam de Paleniia emendenl. Qui vero pignoraveril in duplum resliluel.
Quicumque aulem contra mandatum meum homines de Paleniia in Campo vel in alio
loco/oras Palenliam pignoraveril, iram meam incurrel.
(2) Abundans^ dice San Antonino de Florencia hablando de dicho estudio,
tam multiludine numerosa scholarum quam sludiosa perfeclione doclorum.
368 FALENCIA
tro de su reino el emporio de la sabiduría. La pronta muerte
del fundador, la agitada menoría de Enrique I, el rápido incre-
mento de la universidad competidora, cualquiera de estas causas
ú otras que ignoramos sofocaron casi en su germen tan magní-
fica institución; y el arzobispo de Toledo D. Rodrigo, que asis-
tió á su nacimiento en 1 208, alcanzó á ver antes de 1 243 su
extinción casi completa. Probó á reanimarla en 1 262 el pontífice
Urbano IV á instancia de los palentinos, extendiendo á sus ca-
tedráticos y alumnos los privilegios é inmunidades de los de
París (i) ; mas nada bastó á detener su ruina, y antes de acabar
la misma centuria se hallaba definitivamente trasladada á Valla-
dolid. Ni siquiera memoria ha quedado del local que ocupaba;
tal vez contiguo á la catedral primitiva, fué incluido en la nueva
construcción del siglo xiv. El prematuro fin de estas escuelas
pretende explicarlo una tradición sangrienta no comprobada
por documento ó noticia alguna contemporánea, contando que
la venganza popular, provocada por el adulterio de uno, degolló
simultáneamente á los estudiantes en una noche, cada cual en
su posada.
Al morir el vencedor de las Navas dejó por uno de sus
cuatro albaceas al obispo Tello, que empleó su autoridad con
el rey menor para hacerle reparar ciertos perjuicios irrogados
por su padre á la iglesia palentina. Nombrado con el de Burgos
por el pontífice para averiguar el parentesco de Enrique I con
Mafalda princesa de Portugal, declaró la nulidad del consorcio
que acababa de celebrarse en Palencia y en el cual cifraba don
Alvaro de Lara la prolongación de su despótica tutoría. Había-
la arrebatado éste á la hermana del joven soberano, la inmortal
Berenguela, induciéndola por conducto de Garci Lorenzo, ciu-
dadano de Palencia, á quien con dádivas y promesas había
(i) Poética singularmente es la alegoría con que comienza esta bula, (^olebat
hactenus^ dice, delitiarum hortum civitas Palentina, de suh cujusportis fons irriguus
emanabai ; horlus tile profecto fructus uberes producebal^ quorum suavitatem et
duicedinem ad diversas mundi partes foniis afluentia derivabat.
FALENCIA 369
ganado, á renunciar en él un cargo tan espinoso ; y el primer
uso que hizo de su poder fué echar de la corte y luego sitiar
en Autillo á la magnánima señora. Estaba en armas por uno ú
otro bando toda la tierra, mientras el real mancebo cumplidos
apenas los trece años, y disgustado del espectáculo de la gue-
rra civil á que le había arrastrado más de una vez su ambicioso
tutor, se divertía en Falencia cierto día de primavera en un
patio del palacio episcopal con juegos y compañeros más pro-
pios de su edad. Una teja desprendida á impulsos de una pie-
dra que inadvertidamente se lanzó vino á herir aquella inocente
cabeza, y con su muerte acaecida once días después, en 6 de
Junio de 121 7, en vez de acrecentarse los males del reino, por
una singular coincidencia se remediaron. Cuando á pesar del
secreto cuidadosamente mantenido por los Laras á ñn de alar-
gar con él su gobierno, se divulgó la triste nueva por la ciudad,
y marchó el obispo á Tariego en busca del cadáver que* había
sido ocultamente extraído, para acompañarle con la debida
pompa á su sepulcro preparado en las Huelgas, el llanto vertido
por el malogrado príncipe, cuyas esperanzas aguaba la impopu-
laridad del regente se mezcló con las ovaciones tributadas á
Berenguela y á su hijo Fernando, que entraron á asegurarse
de la fidelidad de los palentinos antes de su solemne proclama-
ción en Valladolid.
De las glorias del nuevo reinado capoles asimismo una hon-
rosa parte, especialmente en las campañas de Extremadura. El
obispo Tello, que tanto contribuyó á afianzar la corona en las
sienes de San Fernando, brilló de continuo entre sus consejeros
más venerables en la corte y en el campamento, y para ayudar
á la santa guerra le cedió liberalmente las tercias de Urueña y
su comarca. Restablecido con severas leyes el orden, perdieron
la vida y los bienes los que al amparo de sus castillos creían
poder entregarse á todo exceso burlando la justicia real (i);
(i) Otro ejemplo de las justicias de Fernando el Santo, semejante al que rc-
47
370 FALENCIA
fueron marcados con hierro y admitidos á penitencia los que
disolviendo la unidad religiosa pretendían inocular en la ciudad
los errores albigenses importados de la otra parte de los Piri-
neos. Señalóse aquel episcopado con la fundación de los con-
ventos de dominicos y franciscanos de Falencia, primicias ambos
de su orden respectiva, y con la ruidosa conversión de San
Pedro González Telmo, sobrino del prelado y deán de la igle-
sia, que hundido en el lodo y humillado en el momento de
ostentar á caballo sus' profanas galas, trocó su prebenda por el
retiro de un claustro y por las fatigas de la predicación. Murió
don Tello en 1 246, y en vez de reposar con sus predecesores
en la antigua claustra de la catedral, legó sus despojos al cole-
gio de Trianos, junto á Sahagún, que para los dominicos había
fundado. D. Rodrigo, su sucesor, siguió con no menor asiduidad
las campañas del conquistador de Sevilla, en la cual obtuvo he-
redamientos y en Campos la villa de Mazaríegos con sus perte-
nencias y vasallos.
Alfonso X acumuló cédulas y ordenanzas como su padre
hazañas y conquistas; y desde el principio de su reinado, en 18
de Julio de 1256, concedió á Falencia el fuero real que acababa
de formar, sustituyéndolo al del obispo Raimundo, otorgó exen-
ción de moneda forera al prelado, cabildo y clero, dispuso lá
forma de guardar los bienes episcopales durante las vacantes y
la del homenaje que á la entrada del nuevo obispo debía prestarle
el concejo, aprobó en fin la avenencia acordada entre éste y los
canónigos sobre los excusados ó francos de tributo. Obligado
por sus dispendios y prodigalidades á mendigar así de los veci-
nos como de la iglesia frecuentes donativos, hasta obtenerlos
cordamos en la Puerta del Sol de Toledo (tomo de Castilla la Nueva — Toledo) nos
suministra una cédula de venta que hizo al citado obispo por 1177 maravedises
de oro de las tierras y vasallos que habían pertenecido á Gonzalo González en Mel-
gar y en la puente de Fitero ; «e esta heredad, dice, tomé e vendí por el mió meri-
no que mató, e por mujeres que íorzó, c por muchas maldades que me fizo en mi
reino.» Pulgar trae equivocada la era de este documento, que en vezdeMCCXXXI
debe ser acaso MCCLXXXl correspondiente al año 1 243.
FALENCIA 371
cada año, declaraba siempre recibirlos por mera voluntad de
los donantes y no por derecho ó costumbre de que pudieran
prevalecerse los reyes posteriores (i). Para reanimar el decaído
espíritu guerrero, recordando los servicios prestados por los
moradores á su glorioso padre y á él mismo antes que reinara,
dio franquicia á los que tuvieran caballo y armas, y todos los
años que salieran á hueste les dispensó del pago de Martinie-
ga (2). No bastaron estas concesiones para que Falencia dejase
de ser en 1 271 el primer foco de la conjuración de los grandes
descontentos, que acaudillados por el infante D. Felipe, don
Ñuño de Lara y D. Lope de Haro, recibieron altivamente un
mensaje del rey despachado desde Murcia, desechando sus pro-
puestas de paz, y llamando alevosamente contra su señor y su
patria los aceros de Navarra y Fortugal y hasta las infieles
cimitarras de Granada y de Marruecos.
Mayores escándalos presenció y favoreció tal vez la ciudad,
cuando rodeado de innumerables seguidores el príncipe don
Sancho, exigía desde allí á su abandonado padre la abdicación
de la corona. Vio también bajo el nuevo mando turbulencias y
ligas de ricos-hombres, pero reprimidas con mano harto más
fuerte, sin dejárseles apenas tiempo de organizarse. Tío mater-
no de Sancho IV suponen algunos al obispo de Falencia D. Juan
Alfonso, al cual otorgó entre otros privilegios el de poner los
pesos públicos y percibir su renta; pero mirando por la libertad
del concejo aliado natural del trono, manifestó en 1287 que ni
de infante ni de rey había sido su intención dar al prelado el
señorío ni las alzadas ni el poder de nombrar Silcaldes de la
hermandad, ni privar á la ciudad de sus derechos sobre moros
y judíos. Hallóse en ella el bravo rey en 1 291, e ovo gran pla-
cer ^ dice la crónica, de tantos frailes ayuntados en el capítulo
general que allí celebraba la orden de Santo Domingo; presi-
(1) Cédulas de 4 de Noviembre de i 2 $5 al obispo y de 23 de Junio de 1277
al concejo.
(2) Privilegio de i de Mayo de i 270 expedido en Burgos.
372 FALENCIA
díalo fray Munio de Zamora, que depuesto luego del generalato
por el pontífice y privado de la mitra palentina que en compen-
sación le confiriera el soberano, falleció en Roma nueve años
adelante, sobrellevando resignadamente sus inmerecidos contra-
tiempos. Ignoramos qué desórdenes y atentados perturbaron
después el sosiego de Falencia : lo cierto es que blandiendo la
espada de la justicia volvió allá á fines de 1 293 el riguroso mo-
narca, y no la envainó hasta satisfacer la vindicta cumplida-
mente, no sin exceptuar aun del perdón á los presos y á los
fugitivos (i).
Con su muerte abrióse la época más agitada y más gloriosa
para los palentinos, la menor edad de Femando IV bajo la
regencia de María de Molina. Convocadas para aquel punto las
cortes, concibió la prudente reina el medio de cerrar las puer-
tas de la ciudad á su suegra, á su cuñado, á cuantos trataban
en fin de arrebatar á su hijo el cetro, entendiéndose desde Va-
Uadolid con Alonso Martínez, distinguido ciudadano, cuya dis-
creción y energía logró neutralizar la mayor influencia de Juan
Fernández, jefe del partido opuesto. «¡Qué! exclamó en el con-
cejo al oir que el infante D. Juan pedía entrar, reclamando nada
menos que mil maravedís de vianda para sí y su comitiva : ¿qué
(1) No conocemos este suceso sino por la cédula que hallamos en el archivo,
dada en Falencia por Sancho IV en 2a de Enero de 1 294. «Sobre querellas, dice,
que nos ovieron fechas muy malas e muy desaguisadas por mengua de la justicia
que se non cumplie en Falencia oviemos de venir y. Et mandamos facer sobre ello
pesquisa general, e en aquellos que tanyó la pesquisa cumpliemos en ellos la jus-
ticia con derecho. Et el concejo pidiónos merced que pues la pesquisa fuera fecha
c la justicia aviemos complida en los que tanyien, diésemos al concejo por quitos
de las otras demandas que contra ellos aviemos en razón desta pesquisa. Et nos
por les facer bien e merced e por muchos servicios que nos fícieron á nos e aque-
llos onde nos venimos é nos facen, toviemos lo por bien et dárnosles por libres e
por quitos de todo quanto es pasado en razón de esta pesquisa fasta el dia de hoy
en cualquier manera, 9alvo aquellos que nos tenemos en la nuestra prisión que
tenemos por bien que estén y á la nuestra merced, et otrosí aquellos que dieron
por fechores los nuestros alcaldes... et otrosí los que son foydos que fueron apla-
zados e non vinieron á cumplir, que non tenemos por bien que entren en esta
merced que nos facemos.» Manda en seguida que se rompan los procesos menos
los de los exceptuados. Tal vez fueron estos los alborotos ocurridos en el obispa-
do de fray Munio, de que más adelante se hablará.
FALENCIA 373
diríamos al rey, que ha ordenado en cortes non le diésemos á
él para yantar sinon treinta maravedís, cuando nos demandase
al tanto ó más? ¿qué diríamos á los otros infantes? Cierto que
de ningún desafuero havemos por qué querellarnos en adelante,
pues tal demanda consentimos de quien no es nuestro señor
natural.» Acogió el pueblo con aclamaciones estas palabras,
marchando en tropel al convento de San Pablo donde delibe-
raban ya las cortes, para que confirmasen la negativa; y de ahí,
á impulsos del temor infundido diestramente, se pasó á negar
la entrada á infantes y ricos hombres que pudieran tomarse por
violencia lo que por derecho se les rehusaba. Grande fué la
sorpresa y el enojo de D. Juan al hallar levantado el rastrillo
del portal de Santa María, y al verse excluido de influir en las
resoluciones de la asamblea; pero mayor fué su despecho, cuan-
do admitido en ella una vez antes de disolverse, se estrellaron
en la reverente firmeza de los ornes buenos sus malignas insi-
nuaciones contra la reina y sus afectadas inquietudes por la
libertad de los pueblos.
Apelóse de las conferencias á las armas, y Falencia se apre-
suró á reparar sus muros para sostener los derechos del rey
niño y de la magnánima tutora. Dueñas, Ampudia, Tariego,
Magaz, Palenzuela, Monzón, Paredes, Becerril, todos los casti-
llos de las cercanías ocupados por el infante D. Juan, por don
Alfonso de la Cerda, por D. Juan Núñez de Lara, ceñían y
ahogaban la capital con un círculo de hierro, derramando hasta
sus puertas el estrago y la matanza ; campos talados, mieses
incendiadas, viñas y huertas arrancadas de raíz, molinos y ace-
ñas derruidas, robos de ganados, muertes de hombres, fueron
el resultado de incesantes escaramuzas durante la primavera
de 1 296. No arredró tan duro bloqueo á los ciudadanos, antes
tomando la ofensiva, embistieron el castillo de Tariego, y lo
ganaron ; y como el rey estimulando su valor les ofreciera por
aldeas á Dueñas y Ampudia con sus términos para arrancarlas
del poder de los enemigos, marcharon sobre la primera con
374 FALENCIA
auxilio de D. Diego de Haro y la rindieron. Desde Valladolid
contemplaba con gratitud inefable la varonil regente el ardi-
miento de sus fieles subditos ; y en un mismo día les concedió
la villa de Tariego y su fortaleza á tanta costa adquirida, la
franquicia de portazgo perpetua y general, y la celebración de
otra feria que empezando el primer domingo de cuaresma dura-
ra quince días, además de la ya establecida en la fiesta de San
Antolín (i). La reconstrucción de la cerca se pagó de los bienes
de los que militaban con los rebeldes, á quienes se otorgó un
plazo para volver á la obediencia, pasado el cual fué su propie
dad definitivamente adjudicada al concejo por merced del sobe-
rano (2). Aparte de contadas excepciones, todos allí rivalizaron
en lealtad, todos participaron del galardón, hidalgos y peche-
ros, clérigos y seglares; pero en la recompensa como en los
servicios sobresalió Alonso Martínez de Olivera, descendiente
del Cid y comendador mayor de Santiago. Habíanle muerto
sus gentes, había vertido su sangre por numerosas heridas, ha-
(1) Estos tres privilegios llevan todos la fecha de 30 de Junio y un mismo
preámbulo que es el siguiente : « Por muchos servicios é buenos que (izieron á los
reyes onde vengo e fazen agora á mi en esta guerra que me fazen el infante
D. Juan mi tio e D. Alfonso hijo del infante D. Fernando, e D. Juan Nuñez, e otros
ricos omes e otras gentes que son con ellos; que les mataron e les fírieron los
parientes en mió servicio, e los robaron e los astragaron e los quemaron pieza de
lo que havian en viñas e huertas e en molinos e en aceñas e en otras cosas, e por-
que ganaron el castillo de Tariego á su grande costa para mió servicio, etc.» Otro
privilegio de 37 de Julio de 1 302 empieza en esta Forma: «Conosciendo nos en
como serviestes bien e lealmente á los reyes onde nos venimos e señaladamente
á nos vos el conceyo de la cibdad de Falencia, fincándonos niño e pequeño quan-
do el rey D. Sancho nuestro padre finó ( Q. D. P. ), e aviendo guerra con nuestros
enemigos así con cristianos como con moros, e nos criastes e nos levastcs el
nuestro estado c la nuestra honra adelant con los otros de la nuestra tierra, etc.»
Omitimos copiar la introducción del de i.** de Febrero de 1 300, en la que se enu-
meran las varias salidas y expediciones de los palentinos, por no repetir la rela-
ción del texto.
(2) En esta concesión, otorgada á 6 de Setiembre de 1 296, exceptúa el rey lo
que anteriormente había dado á Alfonso Martínez de los bienes de los sublevados.
Ya por otra cédula había aplicado estos temporalmente á la fábrica de los muros :
«et digo que lo ayan para se aprovechar de ello para la cerca de la villa por quan-
to tiempo yo toviere por bien... pero si alguno de aquestos vinieren a nuestro
servicio á aquel plazo que los yo he embiado llamar por mis cartas, tengo por
bien que ayan todo lo suyo.»
FALENCIA 375
bíanle derribado las cercas de sus lugares de Baños, y Revilla y
talado sus haciendas; y estos lugares y la casa fuerte ó castillo
donde moraba junto á la puerta de Burgos se le permitió vin-
cularlos en mayorazgo á su posteridad, y fué eximida de todo
tributo la casa hospital de San Lázaro que en la ciudad acababa
de erigir (i).
Con recíprocos daños y común ruina continuó por algunos
años la guerra, interrumpido el trato mercantil de que vivía la
ciudad (2) : acudió la reina más de una vez á remediar cuánto
pudo sus necesidades, á alentar su brío con el título de muy
noble, á dirigir la campaña contra los enemigos en derredor
apostados ; y armándose á su voz los moradores, mezclados con
la escasa hueste real, arrebataron á D. Juan la villa de Paredes,
ahuyentaron de Ampudia al de Lara, y tomáronle la torre de
Calabazanos. Pero entretanto los infantes rebeldes habían lo-
grado introducir su cizaña en el seno de la población, y mante-
nían inteligencias con algunos ciudadanos, del linaje de Corral
los principales, espiando la ocasión de ganar con un golpe de
mano lo que á punta de lanza no habían podido. En la densa
oscuridad de una noche de Noviembre de 1 298 asombraron al
vigía de la torre de San Miguel misteriosas luces que á la otra
(1) No sabemos si es éste el mismo Alonso Martínez arriba mencionado, jefe
del partido de la reina ; en el nombre y en los servicios convienen, pero el uno al
parecer no pasaba de simple ciudadano y vecino de Falencia, mientras el otro por
lo que se desprende del privilegio que se le dio en 2 de Julio de 1 296 y más aun
de su testamento otorgado en 25 de Mayo de 1 302, era ricohombre portugués,
hijo y hermano de los condes de Barcelos, cuarto nieto del Cid por su abuela
Sancha Rodríguez, deudo de la reina D." María, casado con Juana de Guzmán, y
señor de lugares y vasallos, cuya riqueza y poder y numerosa é ¡lustre parentela
indican sus cuantiosas mandas pías y legados. El privilegio expresa entre otras
causales la siguiente : « porque defendisteis y habéis tenido y tenéis la ciudad de
Falencia á nuestro servicio.» Diósele en 1 300 una cuarta parte del castillo de Ja-
riego, y fueron hijos suyos probablemente Alfonso Martínez y Rodrigo Alfonso
que en i 343 trataban de venderla, como dijimos en la nota de la pág. 329.
(2) En 12 de Marzo de 1297 firman una cédula Gonzalo García escudero del
abad de Santander y otros mercaderes del mismo lugar, confesando estar indem-
nizados de la cantidad de siete mil maravedises en u dineros e doblas e torneses,
e dos caballos e paños e otras cosas» que les tomaron los vecinos creyendo que
iban en deservicio del rey Fernando.
37^ FALENCIA
parte del río á gran distancia se divisaban ; y súbito tocó á re-
bato, despertando á los habitantes bien ágenos de la negra tra-
ma en que iban á ser envueltos. Coronáronse de gente las mu-
rallas, reforzáronse las guardias de las puertas, y el enemigo
se retiró desconcertado. De los traidores unos huyeron, otros
quedaron con la ciega confianza de que no había de descubrirse
su delito; pero nada se escapó á lia perspicacia de los jueces
que consigo trajeron el rey y su madre para hacer pesquisa del
suceso. Fueron presos descuidados los delincuentes, y tal vez
en esta ocasión se estrenó la cárcel construida por el concejo en
la torre de maesire Andrés que para dicho objeto compró del
obispo (i). Terminado el proceso, los reyes que durante su
curso se habían ausentado, regresaron á autorizar la solemne
justicia que sin piedad alguna se ejecutó en varias cabezas: á
los prófugos se les proscribió, dando derecho á cualquiera de
prenderlos ó matarlos caso de volver á la ciudad (2). Al mismo
tiempo tremoló el pendón real en las sometidas fortalezas de
Monzón, Rivas y Becerril, y fué desamparado el castillo de
Magaz, último baluarte del pretendiente la Cerda, que recuperó
sin combate el obispo D. Alvaro Carrillo.
Debajo de esta denodada lucha política, que debía al pare-
cer absorber los esfuerzos y aunar las voluntades de los palen-
tinos, agitábase sin embargo con más ardor que nunca otra
intestina y social entre el señorío eclesiástico y las franquicias
municipales. No es que tomaran color dinástico tales querellas:
el clero lo mismo que el pueblo había abrazado la causa del
joven rey que empezó prometiéndole la enmienda de los vejá-
menes de sus antecesores, y el cabildo todo, especialmente su
arcediano D. Simón, mereció bien por sus servicios en aquella
(i) Mandáronsela construir el rey y su madre, según aparece de la obligación
que en f^o^ fírmó el concejo de pagar al obispo por la expresada torre y casa
treinta mil maravedís de la moneda corriente.
(3) Asi se declara en varios capítulos que otorgó el rey estando en Burgos
en 10 de Mayo de 1301 á las ciudades de Castilla, entre los cuales hay algunos
peculiares á Falencia.
FALENCIA 377
guerra. Así pues ambas partes deñríeron con igual conñanza á
Fernando IV la decisión de sus contiendas sobre la tenencia de
las llaves de la ciudad y sobre el pago de la martiniega, recla-
mando el concejo contra las facultades que había usurpado el
obispo D. Juan valido de su crédito cpn Sancho IV; pero
también esta vez le resultó desfavorable el fallo, y lo achacó á
prepotencia de su contrincante (i). Estalló en violentos desór-
denes el disgusto, y así como en el obispado de fray Munio ha-
bían pegado fuego á una torre y dado muerte á varios servido-
res de Juan Yáftez su merino, asimismo contra D. Alvaro se
propasaron á graves injurias, de las cuales obtuvo por sentencia
del rey rigurosa satisfacción el altivo prelado. Descalzos de
pies, sin bonetes y cintos, y con cirios en las manos, desñlaron
en procesión desde la puerta del Mercado hasta el palacio epis-
copal cincuenta parejas de ciudadanos en la víspera de Navidad
de 1 300 ; y allí de rodillas pidieron gracia á su ofendido señor
y le reiteraron el juramento de ñdelidad, sin creer ellos dema-
siado en la sinceridad del perdón ni él en la del homenaje.
No por esto el monarca, que juzgó peligrosas ó prematuras
semejantes tentativas de independencia, retiró su protección á
la ciudad á quien tanto debía ; antes fueron señalados por mer-
cedes los años de su reinado. En 1 299 aseguró á sus vecinos
(1) Hemos visto la petición que presentaron al rey los diputados de ta ciudad
en Valladolid á 28 de Mayo de 1 298 y que le leyeron en sus casas que son á la
Magdalena^ recordándole haber sido por él dispensados de la martiniega por ra-
zón de amurallar la población y por haber ido con su hueste sobre Ampudia. «Nos
cercamos la villa, dicen, e ficiemos las puertas e las llaves e las tenemos; e assí
la guarda de la villa e las llaves siempre las ovo el concejo en su poder antes del
obispo D. Juan ; e después que .bien vedes vos que si otro toviere las llaves, non
vos podemos facer homenage nin guardar la villa para vos. E si en tiempo del
obispo D. Juan tomó alguna cosa, tomónoslo por grand poder que avia contra de-
recho c contra nuestra voluntad,... e veyendo el rey D. Sancho que pasaran algu-
nas cosas contra los sus derechos e contra nos e el poder que el obispo tovo del
de la chancillería, revocó todas las cartas e previlegios e las otras cosas que el
obispo avia tomado,» cuyas palabras aluden á la declaración de 1 287 arriba refe-
rida. De la sentencia protestaron por ser parcial á favor del obispo como dictada
por el de Astorga, y por no habérseles querido dar plazo para probar sus dere-
chos, estando la tierra en peligro como está.
48
378 FALENCIA
así de las violencias de los soldados como de las arbitrariedades
de la justicia (i); en 1300 les eximió de fonsado y fonsadera y
de todo pecho que no fuese el de martiniega, el de yantar una
vez al año y el de moneda forera de siete en siete; en 1302,
apenas llegado á la mayor edad, les confírmó ampliamente sus
libertades y franquezas, les permitió al tenor de ellas juntarse
en hermandad, y mandó rendir cuenta de los servicios y sisas á
los recaudadores. En beneficio del tráfico que formaba la ocu-
pación principal de aquellos, atendida la estrechez de su terri-
torio, les dio especial salvaguardia en 1304 para comerciar
libremente y transitar por todo el reino con sus acémilas y ca-
rretas, sin temor á las extorsiones de ricos hombres y caballe-
ros (2). Dos infaustos sucesos vinieron últimamente á hacer
menos grata á Fernando IV su morada en Falencia: una malig-
na enfermedad de que adoleció, y el asesinato de su favorito
Juan Alfonso de Benavides. Allí reconciliado apenas "con el in-
fante D. Juan su tío, luchó muchos días en 1 3 1 1 entre la muerte
y la vida, primero en el convento de San Francisco fuera de los
muros, y luego en las casas de Rui Pérez de Sasamón, salván-
dole su prudente madre no menos de los excesos de su intem-
perancia que de las intrigas palaciegas que bullían en torno de
su lecho (3). Benavides cayó una noche herido por mano des-
(1) Tres puntos contiene dicho privilegio: «que ninguno sea muerto ni des-
pechado sin ser oído e librado por fuero y por derecho, ni sus bienes les sean
tomados e enagenados sino puestos en recabdo; segundo, que se non faga pes-
quisa general cerrada, salvo si algún desaguisado se ficiere en yermo ó de noche;
tercero, que los que tienen los castillos de la tierra no tomen ninguna cosa por
fuerza.»
(2) Es notable el preámbulo de esta cédula por indicar la condición social y ,
económica de Falencia: «porque los mas de los omes que moran en la dicha cib-
dad viven por mercadurías e an de andar por la mi tierra de unos logares á otros,
e demás que la mantenencia de esta cibdad es assi de paños c de mercaderías e
de pan e de vino e de carnes, e de todas las otras viandas como do todas las otras
cosas que an mester lo an de traer de otras villas y logares fuera de su término,
porque el su término es pequeño c lo non an y tan complidamente como es mes-
ter... e porque me embiaron mostrar que infantes e ricos omes e infanzones e ca-
vaüeros e escuderos e otros omes les fazen perjudicios e tomas sin razón e sin
derecho, etc.»
{3) «E á cabo de tres dias, dice la crónica, recudióle grande postema con muy
PALENCIA 379
conocida al salir de la regia estancia, y con este azar principió
el drama misterioso, que continuado en Martos con el suplicio
de los Carvajales, terminó en Jaén con la súbita muerte del rey
emplazado.
Vio Falencia en la menoría de Alfonso XI renovarse las tu-
multuosas escenas de las anteriores, y sofocadas por el estrépito
de las armas, cuando no compradas por el soborno, las resolu-
ciones de la asamblea^ que congregada en su recinto en la pri-
mavera de 1 31 3, debía adjudicar la regencia por tantos preten-
dientes codiciada. Hallóse forzada la reina María á franquear la
ciudad á los infantes acuartelados por los lugares circunvecinos,
quienes penetrando con ejércitos más bien que con escoltas, lo
llenaron todo de confusión y espanto ; y los de D. Juan aposen-
tados en la Morería, y los de su sobrino D. Pedro en el Arra-
bal, estuvieron más de una vez á pique de ensangrentar las
calles con atroz pelea. Constanza, la reina madre, desertó del
lado de su suegra para reunirse con los enemigos de la misma:
las cortes se fraccionaron en banderías, y mientras en San Pa-
blo se proclamaba tutor á D. Juan, en San Francisco se confería
el cargo á D. Pedro y á su madre. Disolviéronse sin poder ave-
nirse las dos juntas ; pero apenas evacuada la ciudad, revolvió
sobre ella D. Pedro desde Valladolid, y amaneciendo á las
puertas del palacio, le introdujo allí con tres caballeros disfra-
zados Diego del Corral su confidente. Palencia volvió á ser el
más firme apoyo del partido de D.^ María y de su bizarro hijo,
que contuvo todos los esfuerzos intentados desde Carrión por
gran dolor de costado e ovieronlo de sangrar; e porque era muy mancebo e se
guardava muy mal, demandava todavía que le diessen á comer carne, e algunos
de los físicos querían gelo dar, e la reina defendió que non gelo diessen, e guar-
dólo que no lo comiesse fasta los catorce dias, e á los catorce dias passados ovo
mejoría e diéronle carne, como quier que nunca le dexó la fiebre... La reina
D.* Constanza su mujer queríalo levar á Carrion, porque si oviessc de morir que-
ría le tomasse la muerte en su poder de ella e de D. Juan Nuñez por se apoderar
de los reynos ; e porque el rey entendió esso, tomó muy grande pesar e embió
luego por la reina su madre, e pidióle por merced que le truxesse á Valladolid á
sus casas.»
380 FALENCIA
D. Juan y D.* Constanza, para apoderarse del gobierno de Cas-
tilla. En las hermandades formadas en defensa del trono y de
la libertad de los pueblos, tomó una parte muy principal, fir-
mando los capítulos de 13 17 (i); y en 13 19, después de la
desastrada muerte de los tutores D. Juan y D. Pedro, organizó
dentro de sus muros una nueva confederación á 20 de Agosto,
previniéndose contra los nuevos bullicios que pudieran algunos
intentar en perjuicio de sus fueros.
Sin embargo, si en alguna ocasión pudo vestir luto y sentir
quebrantado su aliento la ciudad, debió ser en aquellos días
ciertamente. Acababa de llegar á la extremidad más deplorable
su perpetua lucha con el poder episcopal: los mismos alcaldes,
que á nombre y por elección de la mitra, daban audiencia á las
puertas de San Antolín, habían trabado injuriosas pláticas con
el obispo D. Gómez, y agregándoseles otros vecinos, habían
cogido por las riendas la muía en que cabalgaba, habíanle he-
rido en su persona y perseguícfole con una lluvia de piedras
hasta su palacio. Instruyóse proceso, y como si los tutores de
Alfonso anticiparan la futura severidad de su pupilo, fueron
condenados á muerte por real sentencia de 1 2 de Enero de 1 3 1 9
cuarenta ciudadanos principales y confiscadas sus haciendas /^tt
haber puesto ¿as manos en su señor. Repugna el creer que se
cumpliera en todos este suplicio ó más bien matanza, y que el
(i) En el archivo municipal de Falencia hallamos una copia de los que en di-
cho año presentó la hermandad creada en Cuéllar al consejo de regencia formado
por la reina D.* María y por los infantes D.Juan y D. Pedro, hallándose en Carrión.
Los capítulos más importantes son: «i.*" que el cavallero dado por ayo al rey ande
con él de cada dia, y sino que se ponga otro cavallero bueno que lo guarde e lo
castigue (lo eduque) e lo costumbre muy bien, c que anden con el rey cavalleros
de los fijosdalgo, de omcs buenos, de los de las cibdades e de las villas aquellos
que entendieren los tutores que cumplirán para ello; 2.° que se reformen los
abusos de la chancillería y se prohiba á los clérigos ejercer tales oficios; 3.*" que
se indemnice á los hermanados por los robos, fuerzas, tomas e males causados á
ellos desde la muerte del rey Fernando; 4." que ni caballero ni clérigo ni judío
sean arrendadores de los pechos; 5." que no estén obligados á dar cuentas aque-
llos que por las discordias que habia entre los tutores, tomando parte por el uno
ó por el otro, fueron echados de las villas e les fueron derribadas las casas e to-
mado lo que havian e perdieron allí los padrones y escrituras.»
FALENCIA 381
prelado, ministro del Dios de clemencia, no detuviera con su
brazo la segur, y volara ante la más piadosa de las reinas á ob-
tener el perdón de sus ofensores: lo cierto es que á las rentas
del obispado aparecen incorporadas varías ñncas de los que
apellidan traidores las escrituras.
En esta situación azarosa y violenta' fué cuando se acometió
una empresa de las más grandiosas, propia al parecer de tiem-
pos de unión y de sosiego, la construcción de una nueva cate-
dral. Celebróse con solemnidad extraordinaria la inauguración
de las obras en i .® de Junio de 1 3 2 1 ; puso la primera piedra
Guillermo de Bayona, cardenal obispo de Sabina y legado pon-
tificio, y asistieron siete obispos, entre ellos el de la diócesis
llamado Juan que acababa de suceder á Gómez. Habíanse jun-
tado tan ilustres huéspedes para las cortes que iban á tenerse
en la ciudad ; pero frustró su convocatoría la nueva del falleci-
miento de la reina María, y Falencia ya no pudo recibir y vito-
rear una vez más á su insigne favorecedora. Bajo el gobierno
altamente personal de Alfonso XI figuró menos que en las tur-
bulencias de su menor edad: sólo nos dice la crónica que allí
residía el rey enfermo de cuartanas en 1335, cuando mandó
suspender las hostilidades contra Navarra; ni conocemos de él
otras cédulas referentes á los palentinos, que la exención de
pagar al obispo cierta parte de martiniega en 1322, y la orden
dada en 1336 á los colectores de no coger tercias decimales en
su territorio.
Del rey D. Pedro obtuvo Falencia en 1351 la confirmación
de sus fueros á instancias del obispo Vasco, que más adelante
promovido á la metrópoli de Toledo feneció emigrado en Por-
tugal, para evitar las suspicaces iras del monarca. Declaróse
contra éste la ciudad en la encarnizada lucha que sostuvo con
sus hermanos, tal vez por la influencia que allí ejercía uno de
ellos, D. Tello señor de Vizcaya, cuyo cadáver desde Cuenca
de Campos donde murió, fué llevado pomposamente en 1370 á
sepultar en la iglesia de San Francisco. Enrique II, que ya en
382 FALENCIA
las cortes de Burgos de 1367, anteriores á la derrota de Náje-
ra, había asegurado así al concejo como al cabildo la conserva-
ción de sus respectivas franquicias, trató en 1377 de dirimirlas
contiendas entre uno y otro acerca de los excusados, atenién-
dose á la sentencia arbitral del obispo Gutierre. Seguían en Fa-
lencia las banderías y atentados , cuya represión encomendó
Juan I al prelado en 1382, y dos años después concedió á la es-
colta de su merino el derecho de traer levantadas las picas aun
en presencia del soberano. Más singular fué la gracia que otor-
gó á las dueñas palentinas de usar bandas de oro encima de los
tocados; dícese que para premiar el ardimiento con que en au-
sencia de los hombres de armas, acudieron á guarnecer los mu-
ros contra las huestes inglesas capitaneadas por el duque de
Lancáster. Añádese que por esta hazaña mereció Falencia ser
teatro de las célebres cortes de 1388, reunidas para poner tér-
mino á la guerra, y de los solemnes desposorios de Enrique
primer príncipe de Asturias, con Catalina de Lancáster, cele
brando con alegres festejos la fausta unión de las dos ramas
que hasta entonces no habían cabido juntas en el suelo de Cas-
tilla.
No fué tan fácil la extinción del cisma pontiñcio, de que en
junta de prelados se trataba al mismo tiempo dentro del con*
vento de franciscanos, declarándose todos por el papa de Avi-
ñon, especialmente el obispo Gutierre que le debía su capelo.
A éste sucedió en su silla, dejando la de Jaén, un antiguo criado
del rey D. Pedro que había seguido á su hija en Inglaterra, el
famoso Juan de Castro, autor de una historia cuya pérdida de-
ploran los apologistas del Cruel^ como si en punto á imparcia-
lidad pudiese llevar grandes ventajas la del servidor á la del
enemigo. Fué Juan de Castro firme defensor de la inmunidad
eclesiástica, y en unión con el insigne Tenorio arzobispo de To
ledo, alcanzó de Enrique III en 1 396 exención de moneda fore-
ra á favor del clero castellano, por lo cual á los dos prelados y
al monarca en testimonio de gratitud, dedicaron durante siglos
FALENCIA 383
un aniversario las parroquias todas de la diócesis. Dos veces al
principio de su reinado confirmó Enrique á la ciudad los privi
legios y mercedes de sus antecesores, mantuvo la jurisdicción
del alcalde mayor de la hermandad, que equilibraba la prepo-
tencia episcopal (i), y mandó reparar y ampliar los muros, de-
clarando comprendido al clero en la obligación de costearlos.
A principios del siglo xv refluyeron en esplendor y grande-
za de la sede palentina los merecimientos y servicios de don
Sancho de Rojas, que ya combatiendo valerosamente á los
moros en Antequera al frente de sus diocesanos, ya negociando
en Aragón una corona para el infante D. Fernando, fué sin dis-
puta el personaje más importante de la menor edad de Juan II.
Los estados de Pernia, que á su antecesor Raimundo había
conferido en las sierras del norte Alfonso VIII, se erigieron
entonces en título condal inseparablemente unido á la mitra: y
al recorrer los obispos de Falencia sus montuosos dominios
acatados más como dueños temporales que como pastores, al
descubrir nueve villas considerables con sus castillos sujetas á
su poder al rededor de la capital (2), al hacer en ella su entra-
da solemne con pompa más bien feudal que eclesiástica, mon-
tando un blanco corcel, calzando doradas espuelas, vistiendo
calzas y capa mitad negras y mitad coloradas, y recibiendo con
las llaves de la ciudad los homenajes del concejo, al elegir
anualmente cada primer domingo de Marzo los doce regidores
y los dos alcaldes entresacados de una lista de sesenta nombres
que los nominadores les presentaban (3), pudieron creerse prín
(i) Existe en el archivo una cédula de i 392 en que se nombra para dicho ofi-
cio á García Alvarez Osorio, hijo de Alvar Pérez, por sus muchos servicios, man-
dando le recudan con todas las rentas e derechos del mismo.
(2) Eran estas nueve villas Villamuriel, Magaz, Grijota, Santa Cecilia, Villalo-
bón, Villajimcna, Villamartín, Mazariegos y Palacios del Alcor; todas casi dentro
del radio de la capital.
(3) Los nominadores eran veinte, designados por otros dos nominadores de
primer grado, uno por parte de caballeros, y otro por parte de ciudadanos y pe-
cheros, que señalaba en pública asamblea la persona principal de los concurren-
tes y en caso de discordia el corregidor. Cada uno de dichos veinte nominadores
384 FALENCIA
cipes en su diócesis, conservando hasta en los tiempos de mayor
unidad monárquica estas prerrogativas señoriles casi descono-
cidas en España. Antes que D. Sancho de Rojas, en 1415,
pasara á ocupar la silla primada de Toledo, vio convertidos en
Falencia y en su territorio por la inspirada voz de San Vicente
Ferrer á los millares de judíos allí avecindados y sometidos á
su vasallaje ; y si esta feliz mudanza pudo consolar el corazón
del prelado, lastimó los derechos del señor con la emancipación
improvisada de los neóñtos y con la cesación de los pechos y
tributos que de ellos percibía, cuya indemnización se le satisfizo
sobre las rentas reales. La sinagoga la cedió el obispo para
fundar el hospital de San Salvador, incorporado después al de
San Antolín, y de la judería no quedó más que el nombre á la
otra parte del río junto á la iglesia de San Julián (i).
De este carácter de magnates ó ricoshombres vinculado en
los obispos de Falencia, resultó que por mucho tiempo fuesen
exclusivamente escogidos de la más noble alcurnia, y que resi-
dieran casi siempre junto al trono, mezclados en las intrigas de
la corte ó en los negocios del Estado. Asistió en Valladolid al
bautizo de Enrique IV D. Rodrigo de Velasco, haciéndosele
larga por sus muchos años la procesión (2), y poco después le
vemos sucumbir del modo más inopinado á manos de su coci-
nero, demente ó reputado tal, quien en su idioma extranjero
elegía tres vecinos, que componían los sesenta de entre los cuales debía el obispo
escoger los doce regidores. En la misma forma eran nombrados los dos alcaldes
que administraban justicia hasta que los Reyes Católicos pusieron corregidor. Los
regidores continuaron siendo de nombramiento episcopal hasta i 574.
(i) Comprueba esta indicación una escritura de arriendo del siglo xv, hecho
á la mora Aljovar, la vieja tejedora de velos, de cierta casa cercana á la iglesia de
San Julián, que es á la judería vieja. Pulgar dice que la calle de la Judería se llamó
de Santa Fe después de la expulsión definitiva de los judíos en 1492. Entre los
tributos que pagaban al obispo, prestaban uno de treinta dineros por cabeza, en
memoria de los treinta en que fué vendido el Salvador.
(2) Escribe estos detalles el Bachiller de Cibdad Real, añadiendo que el obis-
po se ovo de meter en una casa e decir que tenia cámaras por no decir que tiene
sesenta e seis años.
P A L E N C I A 385
publicaba el intento de tiempo atrás sin ser comprendido (i).
En la asamblea solemne reunida en Falencia á principios de
Mayo de 1429 antes de emprender la guerra con Aragón, en
que grandes y prelados juraron lealtad y sumisión omnímoda al
soberano en cualquier trance, desempeñó un papel principal
don Gutierre de Toledo, y valiente y belicoso en la batalla de
la Vega de Granada, ahorrado de faldas y con sus corazas
dobles^ en expresión del Bachiller de Cibdad Real, s'emejava un
Josué armado; mas ni la dignidad ni el linaje le libraron de ser
reducido á prisión, no tanto quizá por los tratos secretos que
con Navarra y Aragón se le achacaban, como por ásperas y
punzantes alusiones contra el Condestable á la sazón omnipo
tente (2). La vacante que resultó de la promoción de D. Gutie-
rre al arzobispado de Sevilla la ocupó D. Pedro de Castilla,
nieto del famoso rey del mismo nombre: viéronle combatir en
la hueste real los campos de Olmedo, pero su esfuerzo no pudo
desplegarse más que en civiles discordias, por más que en Fa-
lencia predicase contra los inñeles la cruzada con indulgencias
inauditas para vivos y difuntos el celoso franciscano fray Alonso
de Espina á presencia del nuevo rey Enrique IV (3). Causó á
D. Fedro la muerte en Valladolid á 27 de Abril de 1461 la
caída de un andamio en sus casas del Cordón, dejando muchos
hijos de su incontinente mocedad, uno de los cuales, D. Sancho,
fijó en Falencia su casa y adquirió en ella el más alto predo-
minio.
(1) Por matar le vispe, según decía, traía consigo una porra, lo que los caste-
llanos entendían por las abispas y no por el obispo.
(2) Tomólo tan á mal Juan II á pesar de su habitual flojedad, que á un prelado
que amenazaba con excomuniones por la prisión referida contestó que «á obispo
revolvedor de sus reinos y mal obispo le mandara prender y doblar y limpiar sus
hábitos para mandarlos al Santo Padre.» Otra vez en ocasión de haber incendiado
un rayo el palacio de Luna en Escalona, imputándose á D. Gutierre el haber dedu-
cido de ahí agüeros sobre la caída de D. Alvaro y de haber citado un pronóstico
análogo sucedido en la estatua de Julio César, hubo el obispo de jurar al rey con
el pectoral en la mano que jamás leyera ni oyera tal historia.
(3) «Juntáronse con la bula, dice Mariana, casi trecientos mil ducados; cuan
poco de todo esto se gastó contra los moros !»>
49
38b FALENCIA
Graves querellas se suscitaron entre éste y el nuevo obispo
don Gutierre de la Cueva, hermano del real favorito D. Beltrán.
Al bachiller Alonso de la Serna, que el rey había mandado por
corregidor, embistieron los vecinos dentro de la catedral duran-
te la misa con espadas y piedras para matarle, obligándole á
guarecerse en el coro; y como el prelado castigara con entre-
dicho el sacrilegio y procediera contra los culpables, declará-
ronse por el infante D. Alfonso dirigidos por D. Sancho de
Castilla, y le proclamaron rey en 26 de Junio de 1465. Tumul-
tuariamente y tomando la voz del príncipe fué echado por tierra
el fuerte alcázar que poseían los obispos sobre el muro en la
plaza del Mercado Viejo, y que ya no volvió á levantarse de
sus ruinas. En vindicación de estos agravios cayó sobre la ciu-
dad el anatema de los delegados pontificios, confirmado por el
cielo al parecer con el formidable azote de la peste que arreba-
taba más de cien víctimas diarias, privadas de consuelos reli-
giosos en su agonía y de oraciones y de pompa fúnebre en su
sepultura.
En tiempo del obispo D. Diego Hurtado de Mendoza se
renovaron las calamidades, y al par se renovaron ó siguieron
más bien sin interrupción las contiendas. En 1475, año en que
la reina Isabel se instaló en Falencia durante el mayor peligro
de la decisiva campaña, atenta por un lado á la invasión de los
portugueses y por otra al castillo de Burgos, el hambre nacida
de la sequedad hizo de tal suerte sentir sus rigores en la co-
marca, que toda ella se despobló, emigrando sus habitantes á
tierras de Toledo ó de Andalucía. Mas no cejó la interminable
porfía de la ciudad con el prelado, cuyo poder empezó á decli
nar con la creación de las nuevas hermandades para extinguir
los malhechores, haciéndose Falencia cabeza de la de Campos;
y estas disensiones las aprovecharon los Reyes Católicos para
instituir definitivamente un corregidor, que ejerciese en su nom-
bre la autoridad que antes ejercían en el del obispo los alcaldes
ordinarios. El derecho de representar en cortes á la población,
f» A L E N C I A 387
que de tiempo atrás se habían arrogado sus señores (i), lo
revindicó para aquella D. Sancho de Castilla, negociando con
el delegado regio en 1 468 que sin mediar licencia ni aprobación
episcopal pudiesen los vecinos nombrar sus procuradores; pre-
rrogativa que por descuido del concejo ó por efecto de las mu-
danzas políticas vino muy pronto á caer en desuso.
No había sido tan general la conversión de los judíos, ó no
se había negado tan rigurosamente á los de fuera el avecinda-
miento en la ciudad, que en la entrada de fray Alonso de Bur-
gos, cuyo pontificado se señaló con obras tan insignes en la
diócesis y especialmente en Valladolid, no salieran algunos en-
tre otras cuadrillas á festejarle, presentándole el venerando
libro de la Ley por manos de su rabino (2). Seis años después
la pragmática de 1492 cerró para siempre las puertas de la
sinagoga, desterrando ó reduciendo al catolicismo los escasos
restos del vecindario israelita; y poco tardó en desaparecer
también la aljama bajo la influencia de no menos severos edic-
tos. Día de San Marcos del año 1500 recibieron el bautismo
los moros domiciliados en Falencia, tomando su calle por me-
moria el nombre del santo evangelista, y quedando sin uso su
mezquita, de la que subsisten aún vestigios notables en la casa
llamada del Cordón. La sinceridad del cambio fué la que del
temor podía esperarse: por esto al confesar en 1549 los moris-
cos palentinos que sólo habían tratado de salvar las apariencias
( 1 ) Una cédula real de Juan II en 1 4 1 2 manda al concejo de Falencia deje de
enviar sus procuradores supuesto que el obispo D. Sancho de Rojas había hecho
ya homenaje por la ciudad, refiriéndose á otra disposición de Enrique III para que
ínterin pendiese el pleito, el obispo y no la ciudad mandase á cortes los procura-
dores.
(2) «Los judíos iban en procesión, dice en sus Memorias el canónigo Arce, can-
tando cosas de su ley, y detrás venía un rabí que traia un rollo de pergamino en
las manos cubierto con un paño de brocado, y esta decían que era la Torah, y lle-
gado al obispo, este hizo acatamiento como á la ley de Dios porque diz que era la
santa escritura del Testamento viejo, y con autoridad la tomó en las manos, y lue-
go la echó atrás por encima de sus espaldas, á dar á entender que ya era pasada,
y así por detrás la tornó á tomar aquel rabí.»
388 P A I. E N C I A
permaneciendo en el fondo mahometanos, la inquisición de Va-
Uadolid no creyó justo castigarles.
La epidemia que afligió á Falencia otra vez en 1 5 1 9, no fué
más que el anuncio de los trastornos y desgracias en que la en
volvió al año siguiente el alzamiento de las Comunidades de
Castilk. El suplicio de un fraile agustino encargado de su pro-
pagación y sentenciado á garrote por el consejo, obró más efi-
caz y prontamente que no había podido hacer desde el pulpito
su palabra: el pueblo se amotinó, y confundiendo en odio común
á las autoridades todas, cualquiera fuese su procedencia, así
ahuyentó al corregidor del rey como á los provisores del obispo.
Regidores elegidos por la muchedumbre reemplazaron en Agos-
to á los que en Marzo habían entrado por nombramiento epis-
copal; los oficios se repartieron entre las personas de la Comu-
nidad, apropiándose su alcalde la jurisdicción de todo el
adelantamiento. Al antiguo y constante espíritu de insurrección
contra el señorío eclesiástico, añadíase personal encono respecto
de D. Pedro Ruiz de la Mota, que después de haberse mostrado
en las cortes de Valladolid uno de los más celosos campeones
del poder real, se hallaba en Fiandes al lado del emperador,
recién promovido por éste de la silla de Badajoz á la de Falen-
cia. No pudiendo desfogarse en el prelado la ira popular, estuvo
en peligro de morir su hermano, y lo estuvieron aun los canó-
nigos y clérigos de la catedral sólo por haber dado posesión de
la mitra al aborrecido consejero. Un día, á 1 5 de Setiembre de
1520, juntáronse á toque de rebato las turbas, y se dejaron
caer en masa sobre Villamuriel, en cuyo alcázar se hacía fabri-
car el obispo suntuosos aposentamientos. Prendióse fuego á las
nuevas obras, vino al suelo la mayor parte de la torre, fué ta-
lado el contiguo soto y más adelante el de Santillana, como si
con los árboles y con las piedras se derribara también y se ex
tirpara de raíz la prepotencia de su dueño (i).
(i) Hemos visto una bula de Clemente VII expedida en i 527, por la cual se
f» A L E N C I A 389
A aumentar la conflagración de los ánimos vino de Vallado-
lid á fines de Diciembre el bullicioso obispo Acuña; mudó si al-
gunos quedaban de los legítimos oficiales, y trató de prender á
D. Diego de Castilla hijo del D. Sancho y heredero de su in-
fluencia, quien evitó con la ftiga el cautiverio. Sin dejar la mitra
de Zamora, ciñóse por aclamación popular la de Falencia, como
ensayó más tarde en sus sienes la de Toledo, bien que de su
dignidad no ejerció allí más funciones que aceptar á buena cuen-
ta diez y seis mil ducados que de las rentas de la iglesia se le
ofrecieron. Los dos mil hombres de guarda que se le habían
dado, los distribuyó entre la ciudad, Carrión y Torquemada,
colocándolos en frontera contra Burgos y otros lugares de ca-
balleros, pero recomendándoles al mismo tiempo la disciplina;
y hecho un rey y un papa ^ como dice Sandoval, regresó á Va-
Iladolid. La toma de los castillos de Fuentes de Valdepero, de
Monzón y de Magaz, el saqueo de Mazariegos, y otras hazañas
que le hicieron temible á par del fuego en toda la tierra de
Campos, señalaron durante el invierno las frecuentes visitas del
intruso prelado, siempre rápidas, siempre improvisas como una
sorpresa. Afortunadamente todo se redujo á estragos, asola-
mientos y escaramuzas que no llegaron á combates; y las calles
de Falencia, llenas á todas horas de desorden y tumulto, no se
ensangrentaron jamás, cual las de otras poblaciones, con muer-
tes y violencias.
De vuelta de Flandes entró en Falencia Carlos V á 7 de
Agosto de 1522, y antes de pasar á Valladolid se detuvo en
ella cerca de tres semanas con su consejo. Desde allí se despa-
charon á varias ciudades del contorno rigurosas sentencias para
derribar las cabezas del pasado movimiento, hasta que exclamó
absuelve de censuras á los palentinos y se les condonan, mediante indemnización
y la reedificación de lo demolido, los infinitos daños hechos en odio del obispo
durante la guerra de las Comunidades, y los estragos causados en la fortaleza de
Villamuriel, á la cual sorprendieron sin alcaide y sin artillería. La ciudad alegaba
en descargo suyo que eran pobres y extranjeros, en su mayor parte, los perpetra-
dores del atentado.
390 F> A L E N C I A
arrojando la pluma en un arranque de clemencia: c basta ya de
derramamiento de sangre. > Venía con él el obispo la Mota, que
tan violentas pasiones había concitado contra sí sin haber pisa-
do todavía su diócesis; pero la muerte previno su llegada á la
ciudad, saliéndole al paso en Herrera del Pisuerga, no sin sos-
pechas de veneno. En Setiembre de 1527 volvió el emperador
á Falencia para evitar las enfermedades reinantes en Valladolid,
á la sazón que en su corte su cruzaban los embajadores del
pontífice, de Francia y de Inglaterra, negociando acerca de los
destinos de Europa y solicitando á porfía entablar paces ó con-
tinuar alianzas. Un espectáculo singular vino por aquellos días
á refrescar los recuerdos de los últimos bullicios; y fué la pú-
blica penitencia que descalzos de pies y cubiertas de ceniza las
frentes, hicieron en aquella catedral el alcalde Ronquillo y
cuantos habían entendido en el suplicio de Acuña, para conse-
guir absolución de las censuras en que incurrieran por haber
puesto las manos en su consagrada persona.
Después de la tercera visita que hizo Carlos V á la ciudad
en 1534, por motivos iguales á los de la segunda, disfrutando
de vistosos espectáculos de fuegos y cañas en la plaza nueva
del Azafranal y entrando en torneo con trescientos de sus caba-
lleros en el sitio de la Floresta entre los dos ríos, apenas en-
contramos impresa en aquel suelo huella alguna de soberano.
Y no es que aún hicieran sombra al poder real las mermadas
facultades del señorío eclesiástico; porque á pesar de las recla-
maciones de los obispos, á pesar de la energía del ilustrísimo la
Gasea, pacificador del Perú, en defensa de sus derechos tempo-
rales, el religioso Felipe II llevó á cabo la secularización del go-
bierno de Falencia principiada por los Reyes Católicos, sin re-
cordar los escrúpulos que acerca de ella había manifestado la
grande Isabel en su codicilo (i). En 1574 vendió por ochocien-
(i) Puso en el una cláusula que cita el canónigo Pulgar en estos términos:
«Otrosí por quanto el obispo de Palencia ha pedido la dicha ciudad de Palcncia,
diciendo que perteneciendo á su dignidad episcopal recibe agravio en el poner en
r-
FALENCIA 391
tos ducados cada una, las doce plazas de regidores que hasta
entonces habían sido de nombramiento episcopal, y que se per-
petuaron vinculadas en las más opulentas familias: autorizado
luego con bula del pontífice, enagenó ocho de los lugares de la
mitra, olvidándose de la correspondiente indemnización. Falen-
cia llegó á recobrar su voto en cortes, pero fué ya en 1 666,
reinando Carlos II, cuando rodeaba á un fantasma de rey un
simulacro de las antiguas asambleas; y sin embargo, consideró
se todavía bastante precioso este derecho para comprarlo por
ochenta mil ducados (i). Concesión tardía, que no alcanzó á
devolver á la ciudad su existencia política ni su importancia de
otros tiempos.
Quedáronle á Falencia sus obispos, no ya señores sino padres;
y á la conservación de su silla debe principalmente el no haber
sido absorbida ó eclipsada, como las demás poblaciones del ra-
dio, por la pujanza prpgresiva de Valladolid. Las virtudes, las
liberalidades, las piadosas fundaciones han hecho en los siglos
modernos más venerables á sus prelados, que en los antiguos
el poder, los esclarecidos blasones, las altas dignidades corte-
sanas (2) ; el humilde cayado ha hallado dóciles las cervices que
ella corregidor c otras justicias nuestras, y en le aver quitado un derecho en la
dicha ciudad que se dice el peso^ y otros derechos y preeminencias... suplico al
rey mi señor y ruego y mando á los otros mis testamentarios que luego manden
ver lo que el dicho obispo pide, y brevemente determinen lo que hallaren por
justicia por personas de ciencia y conciencia, y todo lo otro que se deva ver
sobre ello, y aquella ejecuten y cumplan por manera que mi ánima sea descar-
gada.»
(i) Copia Pulgar en el tomo 111 de su historia este largo privilegio datado de
«5 de Marzo de dicho año, por el cual, después de enumerar no sin hartas inexac-
titudes históricas, las antiguas preeminencias y servicios de la ciudad y las vici-
situdes sufridas en el ejercicio de su derecho, se le concede uno de los dos votos
que las cortes de 16=) o autorizaron al rey D. Felipe IV para venderá dos ciudades
del reino.
(2) Creemos que éste es el lugar oportuno para presentar completo el episco-
pologio de Falencia, advirtiendo que la cronología seguida por Pulgar, especial-
mente en los siglos xiii, xiv y parte del xv, está muy lejos de satisfacernos, aun-
que sólo pudiera corregirse con un prolijo y completo estudio de los documentos
del archivo de aquella iglesia. ^Bernardo primer obispo, nombrado en 1 03 «>, vivió
hasta I 040.— Miro, hasta i 06-;.— Bernardo II, hasta 1 085.— Raimundo, hasta i i 08.
-^92 FALENCIA
antes se erguían contra la rigurosa vara; y nosotros recorda-
mos, recuerdo unido en nuestro corazón al de los días más dul-
ces y del afecto más profundo, haber visto años há formar
calle la muchedumbre y prosternarse con ambas rodillas ante el
Pedro de Agen, hasta 1 1 39.— Pedro II, hasta i 1 48.— Raimundo II, hasta 1 184.
f En este tiempo intercala Pulgar á Mateo, á quien titula obispo de Palencia la sen-
tencia arbitral pronunciada en i 177 por Enrique II de Inglaterra, acerca de las
disensiones suscitadas entre el rey de Castilla y el de Navarra, y fué uno de los
enviados de Castilla.)— Arderico ó Enrico, murió en opinión de santidad en i 208.
--Tello,en 1246.— Rodrigo, en 1 254.— Pedro III, en 1 2 56.~Fernando,hacia i 265.
—Alfonso García, hacia 1 276.— Tello II, se confunden sus actos con los de su an-
tecesor por estar muy corrompidas las fechas.— Juan Alfonso, de 1278a i 293. —
Fray Munio de Zamora, de 1 294 á i 296, murió en Roma en i 300.— D. Alvaro Ca-
rrillo, en I 309.— Gerardo portugués, trasladado después de 1 3 1 i al obispado de
Evora, donde en 1331 feneció asesinado. - Domingo, hacia 1 3 1 4.— Gómez, hacia
1320.— Juan II, hacia 1 32«5.— Pedro de Orfila, electo y no confirmado. — Velasco
P'ernández, pone su muerte el arcediano de Alcor hacia 132$, pero es de creer sea
el mismo que sucedió más adelante.— Juan de Saavedra, en i 344. (introduce aquí
dicho arcediano otro obispo Pedro, de quien cita unos estatutos hechos en 1 343.)
—Vasco Fernández de Toledo, promovido á la silla toledana en i 352.— Reginaldo
francés, tesorero de Inocencio VI, trasladadoála de Lisboa en i ^"jó.- D. Gutierre,
chanciller mayor de la reina D.* Juana, se ignora en qué año murió, pero se le
cree distinto del que sigue.— D. Gutierre Gómez de Luna, nombrado cardenal,
primero por Urbano VI, y luego por Clemente VII á favor del cual se declaró, mu-
rió en 1391.— D. Juan de Castro ó Castromocho, hacia 1396. (El maestro fray
Tomás de Herrera pone en dicho año un obispo Pedro, de quien no hay más noti-
cia que cu firma en un privilegio.)— D. Sancho de Rojas, de 1 40 3 hasta 1 4 1 5 , que
pasó á la primada de Toledo.— Fray Alonso de Arguello, trasladado en 1416 a
Sigüenza y más tarde á Zaragoza. — D. Rodrigo de Velasco, muerto en 1426, ó en
143? según Mariana; es muy incierto el año de su fallecimiento.— D. Gutierre de
Toledo, promovido en 1439 al arzobispado de Sevilla y luego al de Toledo.— Don
Pedro de Castilla, muerto en i 46 1 .— D. Gutierre de la Cueva, en i 469.— D. Rodri-
go Sánchez de Arévalo, autor de la historia de España apellidada La Palentina^
murió en Roma en 1471 sin venir á su arzobispado.— D. Diego Hurtado de Mendo-
za, promovido á Sevilla en 1485.— Fray Alonso de Burgos, m. en 1499.— D. Diego
Deza, promov. en 150$ á Sevilla.— D. Juan Rodríguez Fonseca, trasl. a Burgos en
I 5 14.— 1-). Juan Fernández de Velasco, m. en i $20.-0. Pedro Ruiz de la Mota,
muerto en ií;2 2.— D. Antonio de Rojas presidente de Castilla, antes obispo de
Mallorca y arzobispo de Granada, de 1 524 al 2$, en que pasó á la iglesia de Bur-
gos.— D. Pedro de Sarmiento, promov. en 1534 á Santiago.— D. Francisco de
Mendoza, m. en 1^36. — D. Luís Cabeza de Vaca, m. en i$so.— D. Pedro de la
Gasea, trasl. en i"; 61 á Sigüenza.— D. Cristóbal Fernández de Valtodano, promo-
vido en I 569 á Santiago.— D. Juan Zapata de Cárdenas, m. en 1577.— D. Alvaro
de Mendoza, m. hacia i 586.— D. Fernando Miguel de Prado, m. en 1594.- Don
Martín de Aspe y Sierra, m. en 1607.- D. Felipe de Tarsis, promov. en 161 5 á
Granada. -Fray José González dominico, trasl. en 1626 á Pamplona y después á
Santiago y á Burgos.— D. Miguel de Ayala, trasl. en 1628 á Calahorra.— D. Fer-
nando de Andrude y Sotomayor, promov. á Burgos en 1631 y después á Sigüenza
y Santiago.— D. Cristóbal Guzmán y Santoyo, m. en 1656.— D. Antoniode Estrada
FALENCIA 393
modesto coche del cariñoso pastor que la bendecía en sus dia-
rios paseos, recibiendo á cada hora homenajes más respetuosos
que en las grandes ceremonias los barones feudales.
Manrique, m. en 1658.— D. Enrique de Peralta, promov. á Burgos en 1663.— Don
Gonzalo Bravo Grajera, trasl. á Coria hacia 1665.— Fray Juan del Molino Navarre^
te franciscano, m. hacia 1685.— Fray Alfonso Lorenzo de Pedraza mínimo, m. en
1 7 1 1 .— D. Esteban Bellido de Guevara, m. en 171 7.— D. Francisco Ochoa de Men-
darozqueta, m. en 1732.-0. Bartolomé de San Martín y Ur¡be,m. en 1740.— Don
José Morales Blanco, m. en 174$.— D. José Rodríguez Cornejo, trasl. á Plasencia
en 1749.— D. Andrés de Bustamante, m. en 1764.-0. José Loaces, m. en 1769.—
D. Manuel Arguelles, m. en 1779.--D. José Luís de Mollinedo, m. en 1800.— Don
Buenaventura Moyano, m. en 1802.— D. Francisco Javier Almonacid, m. en 1821.
— D. Narciso Enrique Prat, no confirmado.— D. Juan Castillón, entró en 1824,
trasladado á Málaga en 1828.— D. José Asensio Ocón, trasl. á Teruel en 1832. —
D. Carlos Laborda, m. en 1853.— D. Jerónimo Fernández, m. en 1865.— D. Juan
Lozano y Torreira, que hoy rige la diócesis.
5^
■^ V . gosias caJiejueías uc la juaena, y pronto se oiviaará
que agrupada con el puente Santa Ana haya reflejado
en las aguas hasta nuestros tiempos su fábrica venerable. Si
permanece Santa María, es más bien como una necesidad de lo
presente que como un resto de lo pasado; y parece haber bro-
tado ayer humilde y sencilla en medio de la vega, y no subsistir
de pié por único testigo de una lenta y general destrucción. El
río, antes encajonado en la ciudad, respira más libre ahora por
un lado el ambiente de las praderas ; y en verdad que sus dos
puentes estrechos é irregulares, las Puentecillas más arriba y el
(i) Véase el principio del aaterior capítulo, p. 360.
39^ FALENCIA
■ ■■ ^^^^^^^^^^ ™~ ™ ^—^^^^ I II I I ^ -. I I ■ III ■ M ^— III I ■ . » ■■ . ■ J -^ ■ M ^ I ■ I —— I I ■ lili»
Mayor más abajo, tenían harto de rústicos para servir de lazo
entre las dos partes de la población. Toca el primero á la extre-
midad de una isla, que circuyen tomando el nombre de Cuér-
nagos los dos brazos del río, y que flota sobre la corriente como
una preciosa maceta de verdor : llamábase Floresta de D. Diego
Osorto y cudináo en 1534 la escogió el Emperador para palenque
de su torneo. Lo que han perdido en movimiento, lo han ganado
en amenidad y desahogo entrambas márgenes; y la izquierda,
orlada de frondosas alamedas desde la huerta del palacio epis-
copal hasta más allá de la majestuosa torre de San Miguel, pre-
senta por su situación marcadas analogías con el paseo de las
Moreras de Valladolid.
Las quiebras de la población por el lado de poniente se
compensaron con su crecimiento hacia levante, cual si compacta
se hubiera trasladado toda á la otra parte del río, conservando
su figura. Lo que más en Falencia asombra son los escasos
vestigios que ha dejado tal mudanza: campos se han vuelto lo
que fué ciudad, ciudad lo que fueron campos, sin que ni allá se
tropiece con ruinas, ni aquí aparezcan indicios de reciente des-
monte. Un muro, de construcción al parecer homogéneo, encie-
rra el área toda, que se extiende de norte á mediodía, formando
un cuadrilongo casi regular. No han sido allí los estragos del
tiempo ó las máquinas de guerra las que más han combatido
sus fuertes lienzos y causado sus numerosas renovaciones; la
cerca ha seguido la suerte del caserío retrocediendo ó avanzan-
do con él, y dista mucho la actual de ser, no ya la del siglo xi
levantada al tiempo de la restauración primitiva, no la dirigida por
Alfonso VIII al ampliar por la parte de tierra su recinto, pero ni
aun la reedificada durante la menoría de Fernando IV y rehe-
cha más tarde por orden de Enrique III. Viósela aún en el xvn
sobrevivir á los barrios que circunvalaba allende el río, donde se
abría la puerta de San Julián; y por mucho tiempo se conoció á
lo largo de la calle Mayor la línea que al oriente presentaba y la
situación de las antiguas puertas de Burgos y de Santa María.
398 FALENCIA
Las presentes mufallas se hicieron para el ámbito que tiene
ahora la ciudad y que no ha rebosado fuera de ellas todavía.
Altas de treinta y seis pies por nueve de espesor y fabricadas
de sillares, no demuestran en su totalidad haber alcanzado á
ver muchas centurias, á pesar de las almenas imitadas á trechos
en su remate. Hacia el río sólo ofrecen desmantelados restos,
aunque subsisten las puertas del Puente Mayor, Puentecillas y
Portillo; á la parte de tierra, donde conserva el recinto toda su
solidez, comunican las de San Lázaro y de San Juan, que fué
abierta en 1581 (i). Las principales, colocadas á los dos extre-
mos de la gran calle Mayor que divide la población vieja de la
nueva, son la de Monzón al norte, la del Mercado al mediodía ;
y el arco moderno que forma ésta, contrasta con las venerables
lápidas que fijas á uno y otro lado recuerdan la dominación ro-
mana (2). Las alamedas, que de un siglo acá prestan sombra á
los muros ciñendo de un frondoso pórtico la ciudad, salen á re-
cibir á gran distancia al viajero sobre la carretera de Valladolid,
y se condensan como para festejarle á la derecha de aquella
entrada, trazando seis avenidas á modo de estrella con una glo-
rieta en el centro sobre el solar del demolido convento de car-
melitas descalzos.
En 1508, arreglada la nueva calle que después de haber
descrito por largo tiempo el límite vino á trazar el diámetro de
la población, sintióse la ventaja de abrir á su opuesta extremi-
dad otra puerta, trasladando á ella la contigua de Monzón (3) :
y de ahí el pintoresco é inusitado grupo que presentan en un
ángulo las dos puertas, la nueva mirando al norte, la antigua á
levante ; aquella adornada de almenas y flanqueada por colum-
(i) En dicho año permitió el rey abrir al extremo de la calle entonces llamada
de D. Pedro una puerta entre la de Monzón y la de San Lázaro, que no puede ser
otra que la de San Juan.
(2) Véase la nota primera de la pág. 346.
(3) Las causales que se expresan en el acuerdo de dicha mudanza, son por
haberse empedrado la calle de Pan y Agua desde la puerta del Mercado, y la de
la Mejorada, y por estar al cabo de calle tan principal y la mejor de la ciudad.
P A L E N C I A
ñas que sirven de base á dos garitas, conforme al estilo de su
época; ésta de arco bajo, sombrío y levemente apuntado, defen-
dida por matacanes muy salidos entre dos redondos y gallardos
torreones que la custodian. Allí se nos figura el siglo xiii frente
al siglo XVI, la puerta, digámoslo así civil, de la paz y del co-
mercio, junto á la puerta belicosa armada contra los sitios y los
asaltos.
£n dirección casi paralela al río, bien que algo divergente
según tira al norte, atraviesa la ciudad aquella gran vía á que
se dio modernamente el nombre de Mayor ^ ceñida de arriba
abajo, en ambas aceras, de soportales sostenidos por columnas
de todas épocas, géneros y dimensiones (i). Debajo de ellos
(i) sCiertamente admira, dice Ponz en su K%'e, cuan grandes y cuan buenas
on muchas de ellas, de diferentes órdenes de arquitectura; y por lo que costa-
ían saco yo la opulencia de los pasados respecto de n
400 FALENCIA
aparecen dos portadas de 1500, con columnas truncadas y es-
cudo imperial en el centro, cuyos rótulos indican el doble desti-
no del edificio (i), el uno de Cárcel, el otro de Audiencia que
daban allí los corregidores y adelantados de Campos. En la
calle donde tenía su palacio D. Sancho, no el rey de Navarra
restaurador de Falencia como cree el vulgo, sino el hijo del
obispo D. Pedro de Castilla, ayo del príncipe D. Juan y gran
privado de los Reyes Católicos, se halla la casa de Ayuntamien-
to, obra nada recomendable por antigüedad, pues mientras ejer-
cieron jurisdicción temporal los obispos, celebraba el concejo sus
sesiones dentro de la catedral y juzgaban los alcaldes á las
puertas de la misma.
Toda la parte oriental, situada á la derecha del que cruza
desde la puerta del Mercado á la de Monzón, lleva en su nom-
bre de Puebla el indicio de su reciente origen respecto de la
ciudad. Primero campo y luego arrabal antes de ser incluida en
la cerca, estuvo siempre bajo la autoridad del cabiWo ejercida
por un merino de nombramiento suyo, que con cárcel y cepo y
cadena en aquel distrito subsistió largo tiempo después de la
supresión de los alcaldes episcopales é institución de los corre-
gidores. En el bajo caserío, en las calles despejadas y rectas
que rodean la parroquia de San Lázaro y el convento de Santa
Clara, se revela el carácter de un dilatado barrio fabril, desde
donde derrama Palencia por toda la península sus acreditadas
mantas y bayetas. Allí se extiende la cuadrilonga plaza Mayor,
cercada de pórticos por dos lados y con la vetusta fachada de
San Francisco en el fondo, recordando los festejos que ofreció
á Carlos V mientras todavía se apellidaba campo del Azafranal
y obstruía su solar un cementerio, que luego vendieron á la ciudad
los religiosos para correr toros y ensanchar el mercado (2).
(i) Sobre el portal de la llamada Audiencia se lee : Ponam in pondere juditium,
etjustüiam in mensura Isaías; y sobre el de la Cárcel : Parcere subjectis etdebella-
re superbos,
(2) Hemos visto la bula expedida por Paulo III en 1545 aprobando dicha ce-
402 FALENCIA
Antes de formarse la presente calle Mayor, y aun mucho
después hasta época muy cercana, tuvo el nombre de tal otra
más inmediata al río, que estrecha y tortuosa enfila la ciudad
en toda su longitud hasta más allá del palacio del obispo, y en
ella residía antiguamente el principal comercio de Falencia.
Aquel era el centro de la población cuando se extendía sobre
la opuesta margen ; al paso que la calle de Barrio Nuevo, situa-
da en medio ahora, demuestra con su denominación haber sido
el primer paso de ensanche por el lado del este. A pesar de
constituir esta zona el núcleo primitivo, escasea tanto como el
resto de la ciudad en casas notables y solariegas; y solamente
la del Cordón^ contigua de San Miguel y perteneciente^ la fa-
milia de Sierra, presenta á su espalda un curioso monumento.
Es una estancia octógona, partida ahora por medio, cuyos arcos
semicirculares llevan colgadizos y labores góticas de yeso en
las enjutas é inscripciones arábigas en el friso: servíale de in-
greso otro arco exterior profusamente adornado con las galas
gótico-arabescas de últimos del siglo xv. Afírmase que era
aquella la mezquita de los moros domiciliados en la calle de
San Marcos : pero si es cierto que aquellas letras no expresan
más que oraciones cristianas en latín (i), y si advertimos los
huecos reservados para escudos de armas, no veremos allí sino
una obra de imitación de tantas como puso en boga la conquista
de Granada.
En medio de la mayor revuelta de calles é irregularidad de
manzanas descuella la catedral, guardando en su asiento visible
correspondencia con la disposición de la ciudad primitiva. Al
entrar á buscarla por la izquierda desde la parte alta de la calle
Mayor, se la encuentra vuelta de espaldas mirando al río, hoy
sión con destino á la plaza pública, donde puedan vender los mercaderes y arte-
sanos, ei iauri sagiltari el arundinibus seu ramis ludi,
(i) En unas que forman círculo al rededor de una estrella, se nos aseguró ha-
ber leído el Sr. Gayangos Deus omntpotens. De esta costumbre hemos visto nume-
rosos ejemplos en Toledo y en otros puntos.
P A L E M C I A
CATEDKAL.— Plei
404 FALENCIA
tan solitario y en algún tiempo arteria principal de la población,
encima de la cuesta que baja á las Puentecillas. Verdad es que
carece de fachada, sea que faltasen fondos para construirla, sea
que cambiadas las condiciones del local en el largo transcurso
de la fabricación, se desistiese á lo último de adornar aquel
exterior tan arrinconado. Algunos pilares de crestería que suben
arrimados á la nave central y un triángulo con agujas en el
remate, es cuanto presenta por aquel lado su pobre y trivial
arquitectura. El más copioso y mejor ornato se despliega en
las portadas del crucero, que se abren hacia dos plazas, una
muy vasta al norte y otra más pequeña al n^ediodía; y como
por una singularidad de su traza tiene la iglesia doble crucero
formando una cruz patriarcal, resultan á cada lado dos puertas
de diversa magnitud separadas por una corta distancia.
La septentrional apellidada de los Reyes^ contigua á otra
menor completamente lisa , ostenta orlada de follajes su grande
ojiva, cubierto de figuras y doseletes el arquivolto, partido el
tímpano en cuadros de relieve, y una estatua muy destrozada
en el pilar que divide las dos hojas. Igual idea, bien que con
mayor esplendidez, reproduce la puerta del' sur que se titula
del Obispo ; y ya son tres y no una las series de imágenes con
sus guardapolvos que describen las aristas de la bóveda, inter-
poladas con guirnaldas de piedra ; los apóstoles debajo de sus
tabernáculos guardan los costados del ingreso,. presididos en el
centro por la Virgen ; el testero y á la vez el muro superior
se ven cuajados de animales y caprichosas representaciones dis-
puestas á modo de tablero; y en la cúspide del arco exterior
resalta la efigie de San Antolín. Los blasones del obispo Men-
doza arriba (1472— 85) y los del obispo Fonseca en el friso de
la portada (1505—14) precisan la fecha de estas esculturas,
más recomendables por la abundancia que por el esmero de- la
ejecución, pero maltratadas por el tiempo con un rigor á la ver-
dad excesivo. Á la misma edad pertenece la puerta menor de
aquel lado, volviendo por la honra de su siglo con la genti-
Falencia
Catedral. ~Pu«rta de los Novios
€
'- h
P A L E N C I A 405
leza de su arco conopial guarnecido de elegante penachería.
No tan airosa la dejó la cuadrada torre que avanza al me-
diodía entre las dos puertas; pues aunque por no haber pasado
del primer cuerpo no pudo mostrar más que su robustez refor-
zada por dobles estribos en los ángulos, el desairado medio
punto de sus ventanas y la escasa crestería de sus agujas no
son de naturaleza para inspirar deseos de que bajo el mismo
plan se hubiesen continuado los cuerpos sucesivos. De todas
maneras su terminación produciría mejor efecto, que no ahora
su truncado remate y la diminuta espadaña anchamente asenta-
da sobre la plataforma y también cubierta de pretenciosos cres-
tones. A la izquierda aparecen los muros exteriores del claustro
con afiligranados machones de trecho en trecho, enfrente asoma
la capilla mayor labrada de escamas en su cubierta, y arrancan
de las naves inferiores grandes arbotantes lanzándose á soste-
ner la principal : pero en todas partes se denota muy marcada
la decadencia del arte gótico, y apenas conservan resabios de
su estilo las remedadas labores con que en 1598 fueron ador-
nadas sus paredes. Lo más puro y más antiguo que por fuera
se descubre es el vistoso grupo de las cinco capillas del tras-
altar con sus rasgadas ventanas, castizas molduras y venerable
colorido, por donde empezó la fábrica del edificio en la primera
mitiad del siglo xiv.
Sorpresa y disgusto siente el que enterado de la fecha de
su inauguración, en vez de contemplar, cual se prometía, un
monumento ojival en el apogeo de su severidad y gentileza, se
encuentra con una de esas obras fastuosas y degeneradas del
tercer período,' que tanto abundan en Castilla. Tal vez impre-
sionado con el recuerdo de la leyenda, esperaba aún descubrir
restos de la ruinosa cripta que determinó la restauración de
Falencia, ó al menos de la construcción bizantina tan celosa-
mente activada por el primer obispo Bernardo, de cuya magni-
tud y disposición nada sabemos de fijo, ni de las causas que
movieron á reedificarla en 1321, cuando apenas llevaba cien
406 P A L E N C I A
años desde su complemento y solemne dedicación (i). Lo cierto
es que la nueva catedral, aunque principiada bajo augustos aus-
picios por el cardenal legado á presencia del obispo de la dióce-
sis y de los de León, Zamora, Segovia, Plasencia, Córdoba y
Bayeux de Francia, creció tan lenta y perezosamente, que
en 1486 se hallaba todavía á la mitad de su fábrica y descu-
bierta casi toda (2), dando con esto motivo para conjeturar que
la primitiva no desapareció de una vez, sino que era derribada
á medida que avanzaban las recientes obras. Durante el largo
espacio transcurrido entre la concepción y la ejecución del plan,
introdujéronse grandes mudanzas no sólo en el estilo sino en la
traza y dimensiones ; y de ahí la perspectiva anómala y un tanto
confusa que ofrece el interior al que penetra por primera vez
en su recinto.
De cruz patriarcal hemos calificado su planta, y no cabe
idea más apropiada á su figura. Diez bóvedas componen la lon-
gitud de la nave central ; un crucero atraviesa la sexta y otro
crucero la novena, ocupando las dos intermedias la capilla ma-
yor, y la cuarta y quinta el vasto coro: la última ó sea el ábside
está destinada á capilla parroquial, y á su espalda se reúnen en
(i) Consta esta ignorada dedicación de la catedral primitiva de una bula exis-
tente en el archivo del cabildo, armario i.°, legajo i.°, n. 3.'', que dice así; Hono-
rius episcopus servus servorum Dei venerabili fratri episcopo Palentino saluíem el
aposíob'cam benedictionem, Cum nobili structur a erecta esse dicaiur de novo ecclesia
Palentina^ et ad eam solempniter dedicandam invitare disponas episcopos convici-
nos, nos precibus tuis benignum impertientes assensum, ratam habemus remissio-
nem quam iidem episcopi facient hiis qui ad solempnitatem ipsius dedicationis cum
devotione convenient annuatim^ dummodo statutum concilii generalis indultaremis-
sio non excedat, Dat. Lateran. XI kal, aprilis ponti/icatus nostri anno tertio. En el
sello de plomo se lee : Honorius pp. III y en el dorso de la bula Ranerius que era
el nombre del canciller. Dicha bula, no mencionada por ninguno de los escritores
de las cosas de Falencia, corresponde al año 1219, tercero del pontifíca<^o de Ho-
norio, aunque en el dorso haya escrito alguno modernamente 1220. Nótense las
palabras nobili structura y erecta de novo, arguyendo estas últimas que el edificio
principiado en i03<> tardó cerca de dos siglos en concluirse para no vivir más
que uno.
(2) Así lo expresa una bula de Inocencio VIII, núm. 6, permitiendo aplicar á la
fábrica las medias annatas de los beneficios que vacaren por espacio de treinta y
cinco años : quod ecclesia, dice, pro majori parte discooperta est, et/uxtamagnitu-
dinem edificiorum inceptorum vix pro media parte constructa existit.
1
FALENCIA
CATEDRAL. — NAvt
408 FALENCIA
semicírculo las dos naves laterales formando cinco capillas. De
esta suerte el cuerpo de la iglesia que precede al crucero cons-
tituye una mitad escasa de su extensión ; y detrás de la capilla
mayor aparece de improviso otro templo que viene á continuar-
lo con bastante homogeneidad. Si esta novedad sorprende por
un lado gratamente al espectador, por otro le desconcierta y
trastorna, destruyendo á sus ojos la unidad del edificio, y pri-
vándole de puntos de vista bastante desahogados para abarcar
su conjunto.
Las naves laterales son bajas, y no muy alta la principal;
pero las bóvedas, adornadas de crucería y tendiendo ya en su
ancha ojiva al medio punto del renacimiento, resplandecen con
gran copia de florones dorados y en sus claves con los escudos
de los obispos que las erigieron. Ocho columnas interpoladas
con boceles trepan arrimadas á cada pilar, ceñidas de tres ani-
llos que figuran sartas de perlas; en las arcadas de comunica-
ción campea la ojiva más aguda que en las bóvedas, orlada de
molduras. Los arcos de la galería que por cima corre, distribuí-
dos por parejas y subdivididos en otros dos de forma rebajada,
se distinguen por la pureza de los calados arabescos que bordan
su antepecho y su parte superior, análogos ente sí sin ser idén-
ticos precisamente. No así las aplastadas ventanas abiertas más
arriba en los lunetos, cuyos blancos vidrios y desnudos círculos
en vez de rosetones indican la poca cuenta que se tuvo ya al
construirlas con las tradiciones de la gótica magnificencia.
Siguiendo arriba desde el crucero, que extiende sus dos
brazos más allá de la anchura de las naves menores, se advierte
mejor caracterizada y más conforme á su tipo ideal la arqui-
tectura. En los arcos de la galería, contenidos dentro de otro
rebajado, reina allí una admirable ligereza. Los pilares toman
en su planta la forma romboidal, compuestos de haces de veinte
columnas y adornados con capiteles de follaje; en las ventanas
se diseña una ojiva más legítinia y gallarda. Por cima de la bó-
veda que cierra la capilla parroquial á cierta altura, asoman muy
FALENCIA 409
rasgadas las siete del ábside principal, y en el hemiciclo de las
naves laterales las que alumbran sus cinco capillas con recor-
tadas estrellas y otros calados en el vértice de sus grandes
aberturas.
Todo indica que por aquel extremo se empezó la reedifica-
ción en el reinado de Alfonso XI, y que hacia allí asentó la pri-
mera piedra el cardenal obispo de Sabina. En la parte exterior
del ábside, debajo de un arco donde se ve la imagen de nuestra
Señora entre las de Santa Sabina y Santa Catalina, muéstrase
la sepultura del canónigo Juan Pérez de Acebes prior de Husi-
llos, de quien se dice fué el primer obrero de la nueva fábrica.
Cortos sin embargo fueron los adelantos de ésta en el siglo xiv,
pues la misma capilla de la parroquia, erigida de pronto para
ser la mayor, debió su terminación entrado ya el xv al obispo
D. Sancho de Rojas, según publican las cinco estrellas de su
escudo (i). Más adelante, no sabemos cómo ni por quién preci-
samente, se concibió dar al proyecto mayor grandeza; lo hecho
se respetó para conservarlo, pero reputóse como no hecho para
la continuación. Pensóse en una capilla mayor más vasta, en un
crucero más espacioso ; y desde mediados del siglo xv se aco-
metió, cual si fuera de nuevo, la colosal empresa. Con cuánta
rapidez se desenvolvieron las bóvedas, lo declaran en sus claves
los blasones de los prelados proclamando su munificencia ; en
las dos de la capilla mayor los de D. Pedro de Castilla (1440 61),
en las del crucero los de fray Alonso de Burgos (1485 99), en
las dos que caen sobre el coro los de Fonseca (1505 14), en la
siguiente los de Zapata (1569-77), en las dos últimas de los
pies de la iglesia los de La Gasea (1550 61) (2). De esta suerte
(i) Observa Pulgar que los blasones de Hojas son fáciles de confundir en la
piedra con los de Fonseca de que está salpicado el templo, no diferenciándose las
estrellas sino en el color, las de Fonseca coloradas y las de Hojas azules.
(2) Opinamos que lo que se debió á estos obispos, al menos á los dos postre-
ros, fué el adorno de las bóvedas, pues las naves ya hubieron de estar cerradas
anteriormente, según demuestran las delicadas obras del trascoro; y sólo así se
explica que las armas de Zapata ñguren en la tercera bóveda, y en las dos poste-
se
410 FALENCIA
en poco más de una centuria fué levantada casi la totalidad de
la basílica, en menos tiempo del que se había empleado para
construir la cabecera.
Atendiendo á lo avanzado de la época, más es de admirar y
de agradecer lo que conserva de gótico el monumento, que de
censurar lo que se desvía. No serían los últimos entre los ar-
quitectos contemporáneos los nombres del autor y del amplia-
dor de la traza, si la fortuna los hubiese preservado del común
olvido. Por desgracia sólo hemos podido encontrar los de Ro-
drigo de Astudillo, uno de los aparejadores recibidos para dar
impulso á la obra en 1493; de García de Soto, cantero que su-
ministró la piedra para rehacer el pilar de la Trinidad; del
maestro Bartolomé de Solórzano, que en 1498 emprendió la
construcción de los arcos correspondientes al coro, tomando por
tipo los del magníñco crucero que en Marzo del año anterior
había llegado á feliz remate (i). Martín de Solórzano llama
Ceán Bermúdez al que en 1 504 tomó la empresa de terminar
en seis años aquella catedral, y á quien por su fallecimiento
reemplazó en 1 506 Juan de Ruesga ; pero la extensión y la
fecha de las obras demuestra que éste tampoco cumplió
su empeño casi imposible dado caso que lo contrajese, y
riores las de La Gasea que le precedió en la silla episcopal. Ceán Bermúdez refie-
re la conclusión de la catedral de Falencia al año i 506, época sobremanera anti-
cipada.
( I ) De los libros de fábrica que atentamente recorrimos aparece : « que en .1 7
de octubre de 1493 fué recibido por maestro aparejador e asentador en la obra
de cantería de la dicha iglesia Rodrigo de Astudillo cantero vecino de Falencia, el
qual se obligó á servir á la obra de la dicha iglesia continuamente con un mozo, e
mirar sobre los oficiales... dándosele por cada dia quarenta maravedís, y el mozo
treinta con tal que supiese moldurar y hacer molduras.— Que García de Soto se
obligó á sacar todo el canto que fuese menester para el pilar de la Trinidad que
se ha de derrocar e tornarse á hacer.— Que en 20 de noviembre de 1498 Bartolo-
mé de Solórzano cantero e maestro de la obra tomó á hacer los andenes e clara-
boyas e mayuelos e todas las cosas pertenescientes en los dos arcos que están
sobre el coro, los primeros desde el crucero, segund e como están hechos e asen-
tados e labrados los otros arcos nuevos que están al derredor del dicho crucero e
sobre las puertas principales y en la capilla nueva que está adelante del crucero,
con la costa de piedra y cal, todo por veinte mil maravedís.»
PALENClA 411
que pudo tener todavía más de un sucesor en su tarea (i).
Coincidió ciertamente la mayor actividad de la fábrica con
el glorioso reinado de los Reyes Católicos ; y gracias á la apli-
cación de las medias annatas de las prebendas vacantes durante
un largo período, y á la predicación de las bulas é indulgencias
concedidas á este objeto, lograron los obreros allegar grandes
recursos. Rivalizaban en celo pobres y ricos, sacerdotes y se-
glares ; y viendo como lucía la iglesia y se magnificavan sus
obras y edificios, lególe un deán treinta mil maravedís, sin pe-
dir otra cosa que ser enterrado en la grada más baja de la
puerta del presbiterio. Puestos al frente de este generoso movi-
miento los prelados, D. Diego de Mendoza instituía heredera á
su primera sede en unión con su segunda de Sevilla, fray Alon-
so de Burgos dejaba tres millones de maravedís para continuar
el templo y dotarle de un bello claustro, D. Diego Deza desti-
naba cuantiosas sumas á la erección del retablo principal, don
Juan Fonseca imprimía en todas partes y especialmente en el
trascoro las huellas de su diligencia y liberalidad. Para las ven-
tanas del crucero, á expensas de la ilustre casa de los Castillas,
concertáronse en 1503 con Juan de Valdivieso y Arnao de
Flandes doce ricas vidrieras de colores, que ó no llegaron á
ponerse nunca, ó desaparecieron por algún azar á ejemplo de
las de varias capillas del ábside que se proponían por mode-
lo (2).
(i) Dice Ceán Bermúdez que el Martin Solórzano, hermano quizá ó pariente
del Bartolomé citado si no es el mismo con error de nombre, era un arquitecto
muy acreditado vecino de Santa María de Haces en la merindad de Trasmiera, y
que estipuló hacer la obra con piedra de las canteras de Paredes del Monte y de
Fuentes ^e Valdepero. En lo poco que añade acerca de dicha catedral el anotador
de Liaguno, no hace más que copiar á Ponz, tanto en las dimensiones del edificio
al cual da 40 s pies de longitud, 160 de latitud y ^5 de altura á la nave principal,
como en los juicios artísticos que emite, diciendo que el carecer de los adornos y
trepados que tienen las otras de su género le da más decoro y majestad. Ni en la
exactitud del hecho ni en la del principio podemos convenir.
(2) Son muy curiosas las siguientes cláusulas de dicho contrato continuado
en el libro de fábrica correspondiente: « Que toda la obra sea de imagines e bien
pintadas e de muy ñnas colores, como las que están en las capillas de S. Pedro y
.| I 2 P A L K N ( I A
La idea del obispo Deza la llevó á cabo su sucesor Sarmien-
to (1525 34), levantando en la capilla mayor el retablo, que
marca muy bien conforme al tiempo la transición entre la gótica
crestería y la severidad greco-romana. Veintiséis pequeñas efi-
gies de santos y doce cuadros de pincel purista representando
misterios ocupan sus numerosas comparticiones divididas por
pilastras platerescas, llamando la atención en el centro San An-
tolín y más arriba la Virgen rodeada de espíritus angélicos. Las
armas del prelado alternan con bustos de santas en el fi*iso, y
forma el remate un gran Calvario con varios adornos del géne-
ro mixto y caprichoso que dominaba á la sazón. Multitud de
florones de oro tachonan no solamente las bóvedas sino la cor-
nisa y arcos y aristas de la capilla, como si fuera un pabellón
estrellado.
Antes que el retablo estaban labrados ya los costados del
presbiterio ; y la misma reja que lo cierra, bastante sencilla con
pulpito á cada lado, había sido puesta por el inmediato antece-
sor de Sarmiento, D. Antonio de Rojas, que dio para ella dos
mil ducados. Preciosos sepulcros góticos presentan hacia las
naves laterales dichos respaldos, y en el del lado del evangelio
corre una galería coronada por un segundo cuerpo, cuyas dos
ojivas centrales contienen retablitos, y las extremas sirven de
nichos á dos enterramientos. En el uno yace sobre la urna, es-
culpida de toscas imágenes en hilera, la efigie del deán D. Ro-
drigo Enríquez hijo del almirante de Castilla, fallecido en 1465,
con un jabalí y un monaguillo á sus pies; en el otro la del
canónigo Francisco Núftez abad de Husillos, debajo de un arco
cubierto de trepados follajes, y sobre cama más rica en cuya
delantera resaltan con sus doseletes las figuras de la Virgen,
S. Miguel y mejores si mejores podieren, e que en ella pinten las imagines y esto-
rias que por dichos obreros les sean dadas, y en ellas haya las armas del obispo
D. Pedro de Castilla y las de D. Sancho de Castilla y de D. Juan de Castilla obispo
de Salamanca &u hijo, y que se tomen informes de Avila, Burgos ó León.» En otra
parte dice se pongan como las de las otnis ventanas. Dichos maestros vidrieros
eran vecinos de Burgos.
PAL encía m3
San Andrés y San Juan evangelista (i). A la parte de la epís-
tola aparece un solo retablo y una hornacina trebolada guarne-
cida de excelentes hojas, que encierra la adornada tumba y la
estatua tendida de otro prebendado (2). Por un extraño capri-
cho peculiar de la época, el arco que por aquel lado comunica
con el presbiterio tiene en realidad el mismo escorzo que figura
la perspectiva, ejemplo reproducido en otro que sale al claustro
y en otro que da subida á la torre desde el crucero.
Frente á la reja de la capilla mayor luce más complicado y
gentil remate la del coro, que no se terminó hasta 1571, aun-
que el plateresco pedestal recuerda en dos tarjetones la visita
que en 1522 dentro del espacio de un año recibió la basílica
del papa Adriano y del emperador Carlos V (3). Leemos que
D. Sancho de Rojas dio dos mil florines para la sillería, pero
no debió ser seguramente para la que hoy existe: porque ni el
edificio estaba á la sazón tan adelantado que permitiese colo-
carla en aquel puesto, ni sus labores aunque góticas saben al
gusto tan depurado á la entrada del siglo xv. Las sillas de aba-
jo llevan arabescos en su respaldar, las de arriba frontones pira-
midales, distinguiéndose la episcopal por su elevado doselete.
A mediados del xvii el obispo Peralta doró el arco de entrada,
(i) La inscripción del deán está en el friso de la urna y dice así: Uic requies-
cit dominus Rs. Enrici decanus islius eccleste^ Jiltus almirandi Castelle, obiit II die
Febroartí anno Domini MCCCCLXV, La del abad de Husillos, puesta encima del
arco, contiene los siguientes renglones que no nos atrevemos á llamar versos :
Franciscus Nuñez doctor juris uiriusque^
Ábbas de Husillos^ hic unus canonicorum,
Consiliarius aulem regum quam reverendus,
Clauditur hoc iumulOy sed vita gaudet utraque.
Obiü non, martii anno Domini MDI.
(2) En el borde de dicho sepulcro se lee r « En esta sepultura está D. Diego de
Guevara abad de Campos, que gloria aya, falleció día de Sant Antolin, año
de MDIX.»
(3) Se halla repartida en los dos tarjetones la leyenda siguiente : Adrianus VI
'Pontifex maximus^ Carotus V Romanorum imperator^ Hispaniarum rex hujus nomi-
nis primus—hanc sacram subeunt cedem intra unius anni cursum^ proesule Petro
Ruiz de la Mota.
414 FALENCIA
sobre el cual colocó una imagen de la Concepción ; y del mismo
siglo ó posterior es el grande órgano más armonioso en sus
voces que en sus formas.
Mucho hay que observar en la cerca exterior del coro, em-
pezando por los muros laterales que contienen cada uno dos
capillas. Las del costado del evangelio demuestran con sus bla-
sones haber sido construidas en tiempo de Fonseca; pertenece
la más próxima al crucero á la decadencia gótica con su minu-
ciosidad de pilastras, doseletes y crestería, ocupando su centro
con varias obras más recientes un gran crucifijo; la otra labrada
al estilo plateresco, que compartía ya entonces la pujanza con
el anterior, presenta sobre un fondo azul sembrado de estrellas
á Jesucristo de relieve entero entre los cuatro evangelistas, y en
los nichos laterales las estatuas de San Hermenegildo, San
Luís, San Francisco y Santo Domingo. La misma alianza arqui-
tectónica manifiestan las capillas del lado de la epístola; y al
paso que la de más arriba, destinada á guardar una bella y
antigua pintura de la Visitación en compañía de San Lorenzo
y San Esteban, corresponde con su gótica filigrana á su mencio-
nada colateral, la siguiente despliega, bien que de mala escul-
tura, multitud de nichos platerescos é imágenes al rededor de
un arco rebajado que cobija el retablito de San Pedro y San
Pablo, revelando en ella alguna posterioridad el escudo episco-
pal de Sarmiento y la fecha de 1534 consignada en un tar-
jetón.
En el trascoro empero brillan sin competencia y con todo
su esplendor las cinco estrellas de Fonseca; allí se propuso el
prelado emplear el arte más exquisito en obsequio de su devo-
ción más acendrada. Hallándose en Flandes de embajador cerca
de la reina D.^ Juana y de su esposo el archiduque en 1505,
hizo pintar á uno de los mejores artistas de aquel ilustrado país
un cuadro de nuestra Señora de la Compasión sostenida por el
discípulo amado, y representar al rededor sus siete dolores,
pintura interesante hasta lo sumo no sólo por la expresión de
FALENCIA
- El. Trascobo
4l6 FALENCIA
los rostros y por lo acabado de los detalles, sino por el retrato
del obispo figurado de rodillas ante la Virgen. Aquel retablo
forma el objeto preferente del trascoro: las puertas que lo cié
rran llevan escritos piadosos dísticos y la relación en latín y
castellano de las indulgencias concedidas á los devotos de la
santa imagen (i); el medio punto contiene las armas del funda-
dor, y un caprichoso arco lobulado ostenta más arriba las rea-
les sostenidas por el águila con el yugo y las saetas. Todo el
cuerpo arquitectónico del respaldo, asentado á manera de altar
sobre majestuoso gradería, contribuye al mayor realce de la
joya artística que engasta. Los relieves de San Ignacio mártir
y de San Bernardo colocados sobre dos labradas puertas semi-
circulares, las estatuas de dos santos obispos hacia los ángulos,
seis bellas figuritas puestas más abajo en los intermedios unas
y otras con ricos doseletes ó sutiles pináculos, el menudo friso
(i) Copiamos á continuación los dísticos puestos en boca de la Virgen, aun-
que notan señalados por su pureza y elegancia como pudiera esperarse de la bue-
na época del renacimiento, y la citada relación en castellano, omitiendo en gracia
de la brevedad la latina que le precede. Todo ello está escrito en letra germánica
rasgueada de no muy fácil lectura y con muchas y notables erratas, que enmen-
damos según el sentido y el metro y hasta suplimos en el tercer verso una pala-
bra que falta.
Disce, salutator, nostros meminissc dolores
Septenos, prosint iit tibi quaque die.
PríEdixit Simeón /)£;c/ws mucrone fcriri,
Et matrem nati vulnera ferré sui.
Hinc cum cesa fuit puerorum turba piorum,
Pertuli in Egiptum non bene tuta meum.
El dolui qua;rens puerum divina docentem
In templo, hinc captum pondera ferré crucis.
Cum vidi et ligno llxum, tum morte sopitum
Deponi, inque petra linquere pulsa fui.
Nos igitur nostros quisquis meditare dolores,
Percipies Natum ferré salutis opem.
«Anno de MüV el reverendo e magnífico señor D. Juan de Fonseca, por la gracia
de Dios obispo de Palcncia, conde de Pernia, mandó hacer esta imagen de nostra
Señora de la Compasión, estando en Flandcs por embajador con el señor rey don
Felipe de Castilla e con la reina doña Juana nuestros señores. Todos los que reza
rcn siete Ave Marías ct siete veces el Pater noster de rodillas delante de ella gana
muchos perdones; ct los cofrades de esta cofradía rezándolos ganan los dichos
perdones e otras indulgencias contenidas en la bula de esta cofradía.»
FALENCIA 417
de gusto plateresco, la airosa greca entrelazada que corona el
muro, fueron obra sin duda de los más aventajados escultores
y tallistas de aquel tiempo, tal es su prolijidad y gentileza (i).
Algo después se labraría el pulpito de madera arrimado á un
pilar contiguo para los concursos literarios, pues las copiosas
labores de su antepecho y de su tornavoz rodeado de tres órde-
nes de figuras proceden exclusivamente ya del renacimiento.
No olvidó el magnífico Fonseca la escalera abierta al pié de
su predilecto retablo para bajar á la capilla subterránea de San
Antolín ; y sus blasones atestiguan que á su fecundo caudal se
debieron también los relieves que cubren las paredes, alusivos
á la historia del santo. Extiéndese debajo del coro la llamada
cueva, desenvolviendo en la oscuridad sus rudas bóvedas y sus
arcos de medio punto, sin encerrar más objetos que la efigie
del venerado patrono y un pozo á cuyas aguas acuden los fieles
con piadosa confianza. En aquel hondo recinto, reconstruido
más de una vez desde que lo halló oculto entre rocas y silvestre
espesura el rey D. Sancho, no parecen haber penetrado las
vicisitudes artísticas que se suceden á la luz del sol, ni haberle
impreso su sello especial ningún género de arquitectura. Allí,
si algo se siente, es un reflejo del religioso temor que embargó
el armado brazo del monarca, ó de la vigorosa fe de Pedro de
Osma, cuando revivió para disipar sus dudas la extinguida lám-
para encendida por un soplo celestial (2).
Por su situación en la cabecera del templo y por su grande-
za compite la capilla de la parroquia con la mayor, y debía serlo
en verdad según el plan primitivo; pero al destinarla á su actual
objeto, se rebajó su altura al nivel de las naves laterales por
medio de una segunda bóveda, dejando ver arriba la del ábside
con sus siete vidrieras. Forma su entrada un arco semicircular
orlado de colgadizos y coronado por un grueso antepecho, con
(i) Ponz caliñca su estilo de muy parecido al de Alfonso Berruguete, que fué
muchos años posterior y siguió muy distinta escuela.
(2) Véase atrás en la pág. 361 la tradición á que aludimos.
53
4l8 FALENCIA
rosetones calados en las enjutas; la bóveda es muy adornada,
tal vez en demasía, pues producen confusión en parte los ara-
bescos que penden de sus aristas. De los siete lados que tiene
la capilla, los dos primeros están bordados hasta arriba de pri-
morosos calados góticos, y á la derecha del espectador aparece
bajo un arco la estatua tendida de una ilustre bienhechora con
un libro en las manos y una doncella reclinada á sus pies : fué
ésta D.* Inés Osorio, dos veces casada sin prole y fenecida
en 1 49 2 antes de ver terminado el crucero que costeó en su
mayor parte (i). El retablo, cuajado de relieves platerescos
aunque poco conforme al acreditado primor del estilo, se hizo
más adelante hacia 1532 al renovarse la capilla ; y entonces
dicen fué hallado entero el cuerpo de la princesa D.* Urraca la
d e Asturias, y puesto en alto á la parte del evangelio en la
misma arca tosca y lisa donde estuvo desde su entierro en el
templo primitivo (2). Pobre tumba para la hija de Alfonso VII,
y aun así no bastante exenta de dudas sobre su autenticidad.
Hacia la curva nave del trasaltar presenta el respaldo de la
capilla un cuerpo de arquería con friso de trepados follajes y
alguna estatua y pintura, obras pertenecientes á los primeros
(i) Á causa de unos bancos arrimados á la urna no pudimos leer del epitafio
sino las siguientes palabras : «dexó todo lo »uyo á esta iglesia e fizo este retablo e
las capas blancas. Portillo.» El retablo no debe ser el que existe ahora en la capi-
lla, ó se hizo mucho después de su muerte. Dice el arcediano del Alcorque el pri-
mer marido de esta señora filé García Alonso de Chaves y el segundo Alvaro de
Brac amonte, señor de Peñaranda, que de ninguno tuvo hijos, y que del mueble y
arras hizo heredera á la iglesia de Palencia, y de lo restante á su sobrino D. Diego
Osorio, hermano del obispo Acuña el célebre comunero. En el brazo izquierdo
del crucero se ven sus armas que unían los blasones maternos de Castro á los pa-
ternos de Osorio. En las actas capitulares hallamos que entre otras cosas dejó á
la iglesia una rica espada de arreo que parece se vendió para la fábrica.
(2) La inscripción que hay debajo de la tumba es de letra y redacción del si-
glo xvi; ignoramos si se escribió en vista de otra más antigua, en cuyo caso pudie-
ra decidir con su autoridad á favor de la catedral de Palencia la controversia que
tiene con el monasterio de Sandoval acerca de la posesión de aquel cadáver. Dice
así : Hic requiescil domina Urraca regina Navarras^ uxor domini Garda? Ramiri re-
gís Navarrce^ quoe Juit filia serenissimi domini A l/onsi imf>eraioris Hispanice qui
Almeriam obtinuity quce obiit 12 octobris anno Domini ii8g. Véase la nota 2.* de la
pág. 364.
PA LENCI A
CATEDRAL. — Capilla del sagrario,
DB Doña Urr'
420 FALENCIA
tiempos de la reedificación ; pero las capillas de enfrente, dis-
puestas en semicírculo, han sufrido alteraciones notables en su
gallarda estructura del siglo xiv. Ya no brillan en su ventanaje
los pintados vidrios que las alumbraban y que debían servir de
tipo para el crucero (i); una moderna portada distingue mala-
mente la del centro, donde está colocado perenne el monumento
de semana santa que se acabó en 1590; y ásu izquierda se ven
renovadas la de San José y la de San Pedro, estucada ésta con
relieves blancos de mascarones y cariátides sobre fondo azul,
con medallones de profetas en los lunetos y grandes esculturas
de los Reyes Magos dentro de marcos platerescos, restauración
que lleva escrito el nombre del patrono Gaspar de Fuentes y
la fecha de 155 1. En las dos capillas de la derecha quedan al
menos los antiguos sepulcros, y la de Santa María la Blanca
encierra bajo agudas ojivas, urnas muy curiosas sostenidas por
leones, sembradas de escudos ó circuidas de figuras en su delan-
tera, ocupadas por varios arcedianos de Carrión con su bulto
(i) En el contrato, 8e mencionan, como ya vimos, los de las capillas de San
Pedro y San Miguel, que creemos era la titulada hoy de San Isidro, según el orden
con que las enumera Pulgar. De este mismo orden aparece que en tiempo de aquel
escritor, á fines del siglo xvii, la del actual bautisterio se llamaba de San Marcos,
de San Nicolás la del monumento y en ella estaba entonces la pila, de las once mil
Vírgenes la de San José, donde leían escritura y moral los prebendados de oficio,
y tenía en medio un bulto de alabastro el obispo D. Juan de Castromocho. Hay un
documento muy curioso del 1 346 en el que con motivo de asignar á cada capellán
su altar respectivo, se citan los de Santa Lucía, San Gregorio super fulpitum, San
Ildefonso, Santa Catalina, Santa Cruz, San Juan, la Trinidad, San Marcos, San Mi-
guel, Santa María la Nueva, es decir, la Blanca, que expresa hallarse en construc-
ción, San Nicolás, San Pedro retro chorum, San Eugenio en la capilla de San Jorge,
Santa María Magdalena, San Agustín, San Clemente, Santa María, San Pablo y en
la misma capilla San Mateo, San Ambrosio, Santo Tomás mártir, Santiago, Santo
Toribio, San Matías, San Bartolomé, Espíritu Santo y Corpus Christi, y en el sub-
terráneo los de San Antolín, San Martin y San Jerónimo antes de San Pedro. En
una época en que se hallaba tan al principio la nueva catedral y subsistente según
nuestra conjetura la mayor parte de la antigua, no son reducibles las nombradas
capillas á las actuales aun cuando tengan la misma advocación. Muchas debieron
existir en la primitiva claustra, y de sus santos titulares dice Pulgar había efigies
en dos altares laterales de la capilla parroquial. Parece esta era la de Santa Mag-
dalena donde estaba sepultada según dicho documento la reina D.* Urraca, y esta
indicación que jamás hemos visto alegada confirma no poco la autenticidad de su
sepultura.
CATEDRAL. -Capí
422 FALENCIA
por cubierta ; el uno que erigió á sus expensas la capilla ha-
cia 1340, otro que á fines del propio siglo se señaló en defensa
de su jurisdicción contra el prelado, otro muy caritativo y libe-
ral en la fábrica de puentes y redención de cautivos que falleció
en 1429 (i). Un entierro muy semejante contiene la inmediata
capilla de San Isidro, sino que la yacente efigie parece de mu-
jer, y la cal impide discernir los blasones de sus escudos. Ade-
más de estas cinco capillas hay en el hemiciclo otras dos peque-
ñas, la de la pila bautismal exenta de innovación, y la de
enfrente dedicada un tiempo á San Jorge que perteneció á Mar-
tín Pradera, secretario de Felipe III.
En el cuerpo de la iglesia sólo las tiene la nave lateral del
evangelio; todas con el retablo á un costado en la misma direc-
ción de la capilla mayor, dejando el muro del fondo despejado
para una rasgada ventana de medio punto, todas con su orato-
rio ó recapilla, alguna de las cuales encierra notables pintu-
ras (2). Empezando por los pies del templo, preséntase la pri-
(i) En la urna del lado de la epístola que lleva escudos jaquelados hay dos
epitafios, si bien creemos que la estatua se refiere al primero que dice asi : « Aquí
yace D. Alfonso Rodríguez Girón, arcediano que fué de Carrión, que fizo esta ca-
piella de su propia espensa, que finó en el año de la era de mil e CCC e setenta e
nueve años (i 341 de C.) que Jhu. Xpo. le perdone á él e a todos los finados que
por allá fuéremos, amen. Pater noster por él e per los finados.» La otra lápida es
del tenor siguiente: «Aquí yace D. PeroFerrs. (Fernández) de Pina délas IX villas
canónigo de Palencia e de Orense e de Sigüenza, arcidiano que fué de Carrion en
esta eglesia XI años, e movió pleito contra él D. Johan de Castromocho obispo que
fué de Palencia sobre la jurisdicción de su arcidianado e duró IX años en corte e
ovo tres sentencias definitivas contra el obispo el arcidiano e una executoria bu-
llada del papa Benedicto e fué compenado en las costas ; otro sí fizo e reparó la
mayor parte de la pesquera de las aceñas del mercado que están só la puente, e
rreparó las dichas aceñas que estava todo perdido: otro sí docto dos capellanías
perpetuas en esta capiella de Santa María de la O do está enterrado: e rogat á Dios
por su alma. Anno Dni. millesimo quatorcentesimo III."* die vero mensis.T.» y que-
da un blanco. Á la parte del evangelio hay un arco más elevado con tres imáge-
nes en el vértice del frontón y de las pilastras, y muchas figuritas en la urna ; la
letra romana de la inscripción indica haber sido renovada: «Aquí yace el reveren-
do padre D. Alonso Diaz de Támara, arcediano de Carrion e protonotario del papa,
que fiso la puente de D. Guarin e sacó treinta y cinco cautivos de Granada e dio
todo lo suyo á pobres. Finó á XII de abril anno Dni. MCCCCXXIX.»
(2) En la de San Gregorio cita Ponz algunos buenos cuadritos de estilo flamen-
co, y en la de San Jerónimo elogia y describe largamente una pintura antigua y
FALENCIA 423
mera, octógona y pintada y cubierta de dorados, la capilla de
Santa Lucía ó de las reliquias, que las contiene comparables en
número é importancia á las de cualquiera catedral (i). Siguen
las de San Gregorio y de San Ildefonso, que en vida adornaron
con retablos plarerescos y en muerte autorizan con sus sepul-
cros dos eruditos canónigos, los más laboriosos y diligentes en
escribir las cosas de Falencia, D. Juan de Arce abad de San
Salvador, y el arcediano del Alcor D. Alonso Fernández de
Madrid, fallecido el primero en 1535, el segundo en 1559 des-
pués de setenta años de residencia: éste yace dentro de un
ataúd de piedra en medio de su capilla, aquél representado en
tendida efigie, debajo de un arco flanqueado por abalaustradas
columnas, con la imagen de la Virgen arriba y en el fondo del
nicho la del Eccehomo (2). En la de San Fernando, que antes
fué de Santa Catalina, otro arco del Renacimiento con pilastras
y frontón cobija la yacente estatua del canónigo D. Alvaro de
Salazar que murió en 15 16 (3). Restos empero mucho más
ilustres, aunque privados de ostentoso mausoleo, custodia la in-
mediata capilla de la Cruz, hoy titulada de la Concepción: res-
tos de dos prelados del siglo xii, el esclarecido Raimundo II
autor de los fueros y el virtuoso Arderico acatado por santo,
que en 1503 fueron hallados al. deshacer un viejo paredón y
colocados debajo del altar sin un letrero siquiera : restos tam-
bién de otro obispo no menos señalado, aunque muy reciente.
alegórica, que representa en su concepto la destrucción de la Sinagoga y el esta-
blecimiento de la ley de gracia.
(i) Véase el catálogo de ellas al principio del tomo II de Pulgar y la mención
de algunas en el Viaje santo de Morales.
(3; La inscripción dice así: Joanni de Arce abbati S. Salvaioris hujus sacra*
oedis canónico, viro óptimo atque integerrimo et cristianes religionis cultori eximio^
basílica hcec Divo Gregorio sacra, guam vivens miro opere exornavit, ex testamento
hoeres patrono benemérito posuit MDXXXV, Tanto el Consuetudinario de Arce como
la Silva Palentina del arcediano del Alcor quedaron manuscritos, bien que á sus
noticias se debe casi todo lo que contiene de interesante la historia de Pulgar.
(3) Tiene este entierro la siguiente letra: Sepulchrum Dni, Alvari de Salazar
canonici in hac sancta ecclesia^ vixit annos LXXIII, obiit die V de novemb, de
MDXVI años.
424 FALENCIA
Heno aún de vida al visitar nosotros aquellos lugares en 1852.
Una lápida sencilla como las costumbres del finado, unos versos
humildes, pero verdaderos como nuestro cariño, que este solo
tributo pudo rendirle de lejos, consignan allí en el pavimento,
nos han dicho, el venerable recuerdo de D. Carlos Laborda (i).
Séanos concedido, ya que no el hincar las rodillas ni verter una
lágrima sobre la amada losa, hacer llegar al través del espacio,
una mirada de dolor y de envidia á aquel rincón que guarda
nuestro tesoro, el corazón que tanto nos quiso mientras latía.
Entre los dos cruceros frente al costado derecho de la ca-
pilla mayor, las de San Jerónimo y de San Sebastián ofrecen
retablos muy conformes al tipo greco romano y sepulturas del
mismo género ocupadas por sus patronos y bienhechores: en
aquella figuran de rodillas dentro de un arco sostenido por co-
lumnas corintias, las estatuas de Jerónimo de Reinoso y de otro
de su linaje; ésta no tiene más que simples lápidas para Gómez
Fernández y María Juárez de Torres su mujer, fallecidos res-
pectivamente en 1549 y 1544, y para el tesorero D. Juan Gu-
(i) Por.una delicada inspiración fueron enterrados con el cadáver dentro de
una caja de plomo, el retrato del difunto y un certifícado ó más bien necrología,
bastante completa que tenemos á la vista, y que sentimos no nos permitan extrac-
tar los límites y naturaleza de esta obra. Algunas de las noticias que contiene an-
ticipamos en el tomo de Aragón, parte i.% cap. IV, al saludar en Barbuñales su
cuna, como ahora en Falencia su sepulcro. El epitafio que se nos dispensó la hon-
ra de acoger, dice así :
Carolus hic tcgitur mitissimus ille Laborda,
Et gregis et patriae pastor amatus, amans.
Ex forti dulcedo íluit, cui pectore ^obur,
Flamma in corde vorax, mellis in ore favum.
Natus Aragonise rapitur, Balearibus hospes.
Lux, decus Hesperias, sed pater ipse tibi.
Ah ! patre bis denos Pallentia fulta per annos,
Exule quo moerens, quo redeunte nitens I
Custodi ciñeres, animam custodiat ¿ether,
Exemplura socii, dogmata semper oves.
Vita functus VI id. februarii anno MDCCCLIII, oetatis suoc LXIX. R. I. P.
Sentimos que por inadventencia del lapidario se esculpiera en el tercer verso fuü
por /Zwi7, y en el último servent por semper destruyendo así la medida prosódica.
FALENCIA
CATEDRAL. — Reja
426 FALENCIA
tiérrez Calderón que alcanzó al 1629. Al opuesto lado se han
convertido en sacristía las que fueron capillas, y aún subsisten
en ella dos nichos mortuorios, festonado de colgadizos el medio
punto, conteniendo las efigies acostadas de los canónigos Orí-
huela y Tamayo, que florecieron á la caída del siglo xv (i).
Riqueza en las sagradas joyas y vestiduras, más bien que
esplendidez en su construcción, despliega la sacristía, y sor-
prende el primor de sus preciosos ternos, venidos de Flandes y
regalados á la iglesia por los obispos Cabeza de Vaca y Zapata
á mediados del xvi, en cuyos medallones bordados de seda, ri-
valiza la aguja con el más diestro pincel, dibujando los augustos
misterios. Ya había traído de allá el obispo Fonseca, según di-
cen sus memorias, un ornamento completo con capa de brocado
y cuatro tapices muy buenos de historia eclesiástica y otros
cuatro de la Salve regina; y en los libros de fábrica de 1501,
vemos mencionadas las almáticas frontaleras que bordaba San-
cho de Burgos; y hallamos especificaciones muy curiosas de
alhajas, piedras y tejidos en la donación de un pontifical otor-
gada en 1330 por el obispo D. Juan de Saavedra, preciosidades
cuya conservación tendrían á gran fortuna los anticuarios. En
todo tiempo lo será para los artistas la de la magnífica custo-
dia, atribuida por algunos al famoso Arfe, sin embargo de llevar
en varios puntos la firma de Juan de Benavente y el año
de 1585 (2). Columnas de orden corintio y compuesto, estria-
das y grutescas, sostienen sus dos cuerpos de plata, y dentro
del primero centellea el viril de oro salpicado de pedrería, en
forma de templete exágono, rodeado de bellas figuras de los
(1; \L\ epitafio del primero, lleno de difíciles abreviaturas, contiene en sustan-
cia lo siguiente: Hicjacet dom. Johannes Ai/onsi de Orihuela capelUnus dom.Johan-
nts regís Casielle^ archidiac. del Alcor, obiit ann, Dom, MCCCCLXXVIlí^ XVIH
mensis seplemb. El otro dice : «Aquí yace el honrado e discreto varón don Lope de
Tamayo maestre escuela en esta santa iglesia, que Dios aya, fálleselo á XVIII de
octubre año de mili e CCCC e XCVI años.» Ambos sepulcros tienen figuras arro-
dilladas á los pies de la principal.
(2) Acabóse la custodia en i 608, según datos existentes en el archivo.
CATHDKAL, ~ Ccsi
428 FALENCIA
doce apóstoles ; dentro del segundo la efigie de San Antolín.
Para cobijar esta obra exquisita, que cuenta por coetánea y
compañera una rica cruz, labró el churriguerismo hacia la mitad
del siglo XVIII en el pontificado del Sr. Bustamante, un gran ta-
bernáculo de cuatro columnas y caprichosa cúpula colgada de
campanillas, que juntamente con el zócalo, movido por un me-
canismo interior y cubierto de frontales también de plata, forma
el suntuoso carro con que se pasea triunfalmente la hostia santa
en su augusta solemnidad. Ojalá se hubiese construido antes, á
la vez con la custodia, este soberbio aparato, no menos que el
costoso altar hecho para iguales ocasiones ; y entonces, mejor
que una masa de precioso metal, poseería aquella iglesia una
maravilla del arte.
Á falta de capillas, presenta la nave del lado de la epístola,
dos portadas que comunican al claustro ; la una de gallarda y
esbelta ojiva sobriamente adornada de follajes, con una imagen
de nuestra Señora en el testero; la otra plateresca, llena de
figuras y caprichos, marcada con la fecha de 1535 en los tarje-
tones. Dos millones de maravedís dio el obispo fray Alonso de
Burgos para reedificar de muy buena e honrada cantería e muy
linda fechura la claustra vieja, donde yacían los primitivos pas-
tores, entre ellos Raimundo I y Pedro de Agen : y aunque tardó
en llevarse á cabo la obra, quedó al fin erigido un espacioso
claustro, de figura cuadrada, de cinco arcos en cada lienzo oji-
vales y elevados, haciendo ver en los ángulos los blasones del
fundador conforme á su deseo (i). Ignoramos qué razón, si es
que pudo haberla jamás para semejante atentado, movió á tapiar
aquellos arcos hacia fines de la pasada centuria, y aun á picar
(i) En uaa escritura de 1499 fechada en Valladolid, expresa dicho prelado
que da un cuento y medio de maravedís «para que se faga e acabe la claustra prin-
cipal de la dicha su iglesia, la que quiso que se faga e labre de muy buena cante-
ría y que sea fecha en toda perfección, y que sean puestas sus armas en las pie-
dras de las claves de la dicha claustra, para que los que por ella pasaren se acuer-
den e hayan memoria de rogar á Dios por su ánima. (Archivo de la catedral,
arm. i.*", leg. i.<>, núm. 9.)» Más adelante añadió otro medio cuento, expresándose
con las palabras que en el texto lineamos.
430 P A L E N C I A
con ensañamiento sus molduras y boceles como si se tratara de
borrar su memoria, dejando solamente intactas las agujas de
crestería de los contrafuertes exteriores, la crucería de los án-
ditos y algunas portadas de la gótica decadencia.
Contemporánea del claustro es la sala capitular ; y en 2 de
Noviembre de 1 509, por haberse hundido los andamios, costó
la vida á diez y ocho peones ó á los más de ellos el cerramiento
de la alta bóveda, muy adornada en sus claves y aristas. De
sus paredes cuelga un tapiz sarraceno de procedencia descono-
cida, que se conjetura fué bandera, con letras arábigas en el
centro y en unos tarjetones de la orla. La librería del cabildo
consta próximamente de seis mil volúmenes; mas apenas con-
serva ninguno de aquellos códices de escritura, cánones y teolo-
gía, que en la Edad media se prestaban bajo fianza y se arren-
daban anualmente por subasta dando dos ó más florines, prueba
de la rareza de los libros al paso que de la avidez de los estu-
diosos (i). Si la ciencia saliese ahora tan cara, harto tememos
que fuese mucho más escaso que á la sazón el número de sus
seguidores.
Cinco son con la catedral las actuales parroquias de Falen-
cia: San Miguel, Santa Marina, San Lázaro y la de allende el
río que arriba mencionamos. Sólo San Miguel merece figurar
como monumento, y más bien que á los puramente góticos pue-
de agregarse á los del anterior período de transición por lo
mucho que de románico contiene. Reminiscencias son de aquel
estilo la notable altura de la nave principal respecto de las me-
nores, la disposición de la capilla mayor y de las dos colatera-
les en el fondo de aquellas, las columnas cilindricas de lisos
capiteles en figura de conos inversos agrupadas al rededor de
los pilares. En los arcos de comunicación, así como en los aji*
meces que alumbran la nave del centro, prevalece ya la ojiva:
( I ) A este propósito cita el arcediano del Alcor ciertos contratos del año 1 40 1 .
En tiempo de Ambrosio de Morales habían desaparecido ya la mayor parte de es-
tos manuscritos, pues sólo vio uno deshojado de vidas de santos.
4^2 FALENCIA
toda la fábrica del templo, muy espacioso para parroquia, ma-
niñesta datar del siglo xiii, aunque muy de principios de la
centuria. Á fines de ella dotó dos de sus capillas, de Santiago
y de Santa Clara, el poderoso Alonso Martínez de Olivera, que
en la primera tenía sepultadas á una hermana y una hija, y ha-
bía erigido la segunda en agradecimiento del auxilio sobrenatu-
ral obtenido en un combate con los moros (i). Hoy no existen
memorias sepulcrales sino en una capilla de la izquierda, donde
aparecen dentro de un lucillo del renacimiento las estatuas
arrodilladas de sus patronos Andrés de la Rúa y Constanza de
Rivadeneyra, fenecido aquél en 1562 y ésta en 1589, y la del
sacerdote Diego de la Rúa tendida debajo de un arco á su de-
recha.
Pintoresco grupo forman á espaldas de la iglesia el ábside
ceñido por fuera de canecillos y flanqueado de machones, el
crucero, la nave mayor y la grandiosa torre que por encima
descuella abriendo sus ojivas desmesuradas. Mas para contem-
plar mejor su gallardía conviene trasladarse al frontis del edifi-
cio. La portada principal, en vez de gótica como lo es la del
costado, parece más bien bizantina por su gruesa y decrecente
anchura: en sus flancos no presenta columnas ni señales de ha-
berlas tenido ; pero guarnecen el arco levemente apuntado seis
(i) Refí ere este suceso en los términos siguientes el notable testamento de
este personaje que mencionamos en la pág. 374. «Acaeció, dice, que estando yo
en Tarifa fueron á tierra de moros veinte y dos de á caballo y diez peones de mis
criados á traer algún ganado; llevólos un adalid mal cristiano y metiólos en Al-
gezira dó los tomaron presos; y como los moros tomaron sabiduría de ellos, otro
dia viniéndome topé con Audalla y Marín caudillo de Granada con ochocientos de
á caballo y quinientos peones, y con el ayuda de Dios peleé con él con docientos
de á caballo y cien peones, y fueron los moros todos muertos y cautivos, salvo
fasta cinquenta que con el caudillo se salvaron, y fué dia de Santa Clara, y vieron
muchas veces los mios á Santa Clara delante de la pelea.— ítem mando que porque
yo mandé quedar á Francisco Fernandez de Aguilar sobrino de D.' Juana de Guz-
man mi mujer en Xercz á se curar de un ojo, (falta aqui algo para el sentido) que
aquel dia se quebraron y á restar los cautivos que quedaron en Algezira, mando
que pongan las camisas de ellos en la pared de Santa Clara y pinten en ella este
milagro que acaesció.» Pulgar, que trae integro este documento, vindica su auten-
ticidad contra algunos que la ponían en duda, -asegurando haberlo visto autoriza-
do y reconocido en 1437.
FALENCIA 435
Órdenes de figuras, que vestidas con ropas talares ó dalmáticas
representan ángeles en su mayoría, sumamente curiosos á pesar
de la mutilación casi general de sus cabezas y de lo tosco ó
gastado de sus doseletes. Campea más arriba entre dos estribos
un ajimez ojival, y continuando el muro y toda la amplitud de
la fachada asienta sobre ella con singular osadía la cuadrada
torre, sin que sea fácil determinar dónde empieza ésta y dónde
termina aquella. Danle el aspecto de un aéreo mirador las colo-
sales ventanas que perforan cada uno de sus lados, partidas en
dos ó tres arcos por esbeltas columnitas y bordadas en su ce-
rramiento con calados rosetones; reina allí ya sin mezcla pero
gprave todavía la gótica elegancia, y no la desfigura el cubo po-
lígono de la escalera que se le arrima á guisa de ligero torreón.
Sobre la cornisa que la rodea asoman los arranques de un cuer-
po más reciente que se rebajó ó quedó en proyecto: mejor está
así truncada remedando con la obra principiada un coronamien-
to de almenas.
Hasta el poderoso encanto de los recuerdos viene á realzar
el interés de aquel gigante de piedra, evocando la trágica esce-
na de 1533. Habíanlo tomado por asilo dos acusados, por sos-
pechas no más según se dijo, defendiendo valientemente toda
la noche el paso de la angosta escalera; y amaneció una maña-
na de Octubre cercada de hombres armados la iglesia, y apiña-
da en su plazuela y en sus casas circunvecinas la muchedumbre
convocada por pregones. Todo se estrellaba al pié de aquella
mole impasible animada por la tenacidad de sus dos ocultos de-
fensores, cuando acudiendo el uno á la autorizada voz del corre-
gidor asomóse sin recelo á la ventana, y tan pronto el virote de
un ballestero le derribó cadáver á la plaza en medio de un grito
general de indignación. El otro rendido á prisión fué al momen-
to con harta furia ahorcado. Expiaron con penitencia pública su
perfidia el autor y el instrumento de ella, corregidor y balles-
tero, con quinientos hombres más, yendo en procesión con can-
delas, en cuerpo ó en camisa, desde la catedral á San Miguel,
55
434 P A L E N C I A
y no pasó más allá el castigo por el número y calidad de los
culpables.
Las otras dos parroquias nada ofrecen de notable en su
gótica estructura. Santa Marina sustituyó á otra del mismo
nombre situada fuera de los muros, en la cual á fines del si-
glo XIII vivían unas emparedadas (i), y que fué demolida por
último durante los trastornos de las Comunidades, un año des-
pués de votada por la ciudad una procesión á San Roque, que
tenía su altar en ella, por la cesación de la pestilencia de 1 5 1 9.
La iglesia bien que distribuida en tres naves que se comunican
por arcos bajos, participa de la pobreza de sus feligreses, jor-
naleros en su mayor parte, reunidos al extremo septentrional
de la población ; y las renovaciones han acabado de destruir el
escaso interés que podía inspirar. Pobre asimismo debía ser la
de San Lázaro en el barrio de la Puebla, antes que la ampliara
en tiempo de los Reyes Católicos D. Sancho de Castilla, eri-
giendo la capilla mayor adornada por fuera de agujas y botare-
Íes. Su existencia como hospital, anterior á la de parroquia, hay
quien pretende remontarla á la edad del Cid, y de él se preciaba
de derivar su patronato no menos que su linaje el citado Alonso
Martínez de Olivera, que edificó y dotó copiosamente dicha casa
y orden vinculándola en su mayorazgo (2).
Campo era todavía aquella parte de la ciudad, cuando en él
se levantó á mediados del siglo xiii el convento de San Fran-
cisco, albergue de monarcas y teatro de ruidosas juntas en el
reinado de Fernando IV y de Alfonso XI. Nada sin embargo
presenta de magnífico hacia la plaza Mayor su antigua é irregu-
lar fachada precedida de un atrio, y compuesta de una grande
ojiva tapiada, de una espadaña lateral y de un pórtico de tres
arquitos apuntados. La nave conservándose baja, ha perdido su
primitivo carácter, y ha desaparecido de su ámbito el sepulcro
(1) Hay mención de ellas en el citado testamento.
(2) Véanse sobre San Lázaro las pág. 360 y 374 de este tomo.
FALENCIA
43Í> P A L E N C I A
del hijo de la Guzmán, D. Tello señor de Vizcaya, que sobre-
vivió poco más de un año á la tragedia de Montíel y á la entro-
nización de su hermano Enrique (i). Dícese que reservó para sí
el lugar de su entierro D. Juan de Castilla, obispo de Salamanca
y tercer nieto del rey D. Pedro, al reedificar en 1 5 1 1 la capilla
mayor tal cual hoy se ve, con su ornato exterior de crestería.
También en San Francisco poseía una capilla según su testa-
mento el ínclito servidor de Fernando IV; y tal vez representa
á alguno de sus descendientes, puesto que lleva en el rótulo el
mismo nombre de Alonso Martínez la estatua arrodillada de un
joven caballero con dos pajes á sus espaldas, que ocupa en la
capilla de San Antonio un nicho recamado de colgadizos, cuaja-
do de variados y elegantes arabescos, y cuyo escudo sostienen
dos leones.
En 1378 aún, al trasladarse allí cerca con la protección de
Enrique II y de la reina Juana su consorte el convento de Santa
Clara fundado poco antes en Reinoso, se concedieron al cabildo
mil maravedís de juro por indemnización del terreno enclavado
en medio de sus heredades. Promovieron liberalmente su fábrica
el almirante D. Alfonso Enríquez y su mujer D.* Juana de Men-
doza la rica hembra^ bajo cuyo patronato se hallaba ; y de ahí
su suntuosidad, mayor que la ordinaria en una iglesia de reli-
giosas. Revélase por fuera en las ventanas y contrafuertes del
ábside, no menos que en la gótica portada guarnecida de mol-
duras y follajes de buen gusto y acompañada de una claraboya
de graciosos calados. Su interior figura una cruz griega de bra-
zos iguales, y las naves de los costados rematan en dos capi-
llas, dando lugar acaso con su extraña disposición á la errada
creencia que la supone edificio de templarios. Los arcos ojivos,
(i) Murió á 15 de Octubre de 1370 en Cuenca de Campos, y no en Galicia
como dice Mariana. Califícale éste de hombre en todas sus cosas igual y de buenas
costumbres, á pesar de lo cual tuvo cinco ó seis hijos fuera de matrimonio. Susu-
rróse que le había dado yerbas maestre Romano, médico del rey Enrique, con
quien andaba al cabo desavenido, y que por su muerte sin prole legítima incor-
poró el señorío de Vizcaya á la corona.
P A L E N r, 1 A
SAN PABLO. — SEPULCRO de D. Juah de Rojas y 3u mujbi
438 FALENCIA
las bóvedas de sencilla crucería, los pilares de planta romboi-
dal revestidos de cilindricas columnas, guardan pureza y seve-
ridad de estilo; y aunque el barroco altar mayor desluce la
cabecera, el coro bajo á los pies del templo conserva la antigua
sillería y la tumba de la opulenta fundadora (i). En cuanto á
la sepultura del almirante, que viejas memorias nos describen
magnífica y diferenciada á muñera de nave con su mástil y
popa, en balde la buscamos por todas partes, y de consiguiente
es inútil discutir, como han hecho algunos, si pertenecía á don
Alfonso Enríquez, ó si los bultos en ella colocados representa-
ban á su hijo D. Fadrique y á las dos esposas del mismo doña
María de Córdoba y Toledo y D.^ Teresa Quiñones que se
cree fueron allí enterrados (2). Frente á la entrada abierta en
el crucero un doble arco apuntado introduce á la capilla del
Bautista. Es tradición que flotante sobre las aguas fué hallada
por el noble bienhechor aquella portentosa imagen del Cristo,
que constituye la más preciada joya del convento y ante la cual
hincó la rodilla Felipe II.
Bajo la misma advocación de San Pablo tuvieron en Falen-
cia los dominicos una casa poco menos célebre y más antigua
que la de Valladolid. Menciónala una bula del año 1231 expe-
dida para protegerlos contra la rivalidad del cabildo, y hay quien
añrma que en el de 1 2 1 9 la fundó el santo patriarca antes que
otra alguna de la península, reconocido á la ciudad dpnde se
había educado en la ciencia y en la virtud. Sancho IV la dotó
copiosamente é hizo reconstruirla con grandeza tal, que después
de su muerte su esposa é hijo la tuvieron muy á menudo por
(i) Por su testamento otorgado en 143 i dispuso D.* Juana de Mendoza su
entierro en la capilla mayor que habfa mandado hacer, y legó al monasterio los
lugares de Reinoso, Barrio y Melgar con muchas joyas de plata, ornamentos y ta-
picería, ordenando hubiese allí cuarenta monjas y ciertos frailes y capellanes.
(2) En un pilar se lee que yace enterrado dentro de la iglesia con su mujer
don Alfonso Enríquez, almirante de Castilla, hijo de D. Fadrique maestre de San-
tiago, que murió año de 1429 y dotó y fundó magníficamente de sus bienes y ha-
cienda dicha iglesia y convento, dejando por patronos perpetuos á los almirantes
duques de Rioseco sus descendientes.
P A I- fc: N C 1 A
SAN PABLO. — Capilla c
440 FALENCIA
palacio y por sitio de reunión las cortes durante aquel período
turbulento. Testimonios de estas obras eran las armas reales
colocadas en el capítulo y sacristía vieja y en una sala con
grande chimenea inmediata á la hospedería. La arquitectura
ojival del templo, gallarda aunque sencilla, corresponde bien á
su época, y recuerdan el tipo ordinario de la anterior los dos
ábsides ó capillas trazadas en el fondo de las naves menores,
notándose el arco de la del lado de la epístola sostenido aún
por pareadas columnas bizantinas. En el presbiterio yacían per-
sonajes ilustres retoños de estirpe regia: cerca del altar un nieto
de Alfonso el Sabio é hijo segundo de su primogénito, D. Fer-
nando de la Cerda sepultado allí en 1 305 con su esposa doña
Blanca la Palomita; á su izquierda D.* Teresa Alfonso, hija
natural ó nieta de Alfonso IX con su marido D. Ñuño González
de Lara; á su derecha D. Pedro Manuel, señor de Montalegre,
nieto de D. Juan de Villena y su consorte.
Grandes y no desventajosas mudanzas trajo al edificio el
siglo XVI, y hácelas visibles desde afuera el contraste del vetus-
to aspecto de la nave con la hermosa sillería de la capilla ma-
yor, que descuella majestuosa junto á la puerta de Monzón con
sus estribos y blasones y su coronamiento de balaustres. Por
dentro la alta bóveda de crucería, las rasgadas ventanas de tres
arcos bordadas de arabescos, la elevada reja, el retablo de
numerosos y pequeños nichos semejante al de la catedral, deja-
das á un lado las adiciones que ha tenido, pregonan la magnifi-
cencia del patrono que la reedificó, y cuyo escudo de cinco
estrellas campea en el altar y encima* de la puerta imitada al
estilo gótico que introduce á la sacristía. Fué D. Juan de Rojas
marqués de Poza, quien hizo la renovación y logró verla consa-
grada en 1534 por el obispo Sardinense, reemplazando los
antiguos sepulcros con su ostentoso mausoleo. Llena éste con
sus tres cuerpos toda la pared del costado del evangelio, com-
parable en grandeza con los mejores de su edad, y enriquecido
con los primores y caprichos del renacimiento. Sus estriadas
FALENCIA .«41
columnas jónicas llevan adornos grutescos en el tercio inferior;
y todas sus figuras y relieves, desde los dos ángeles que sirven
de ménsulas á la obra hasta el Padre Eterno del remate, los
cuatro evangelistas que ocupan los nichos laterales del primer
cuerpo, el Eccehomo, la Virgen y San Gabriel del segundo, San
Juan y San Jerónimo, Santa Catalina y San Jacinto, esculpidos
abajo y arriba en los costados, son dignos de los buenos cince-
les que á la sazón abundaban. Sobresalen en el centro bajo un
elegante medio punto artesonado las estatuas del fundador y
de su esposa D.* Marina de Sarmiento, orando de rodillas en
su reclinatorio, vestidas con el gallardo traje de la corte del
Emperador en que brillaron aquellos personajes (i).
Al contemplar las expresivas facciones y venerable testa
del anciano marqués, primero de su título aunque de nobilísima
prosapia y padre de trece hijos, viénense á la memoria profun-
dos contrastes entre sus altos honores y la pompa de su sepul-
cro y el oprobio y la desventura que vino á caer sobre su fami-
lia. No la perdonó el contagio de la herejía luterana ni el rayo
vengador del Santo Oficio; y en el primer auto de fe de Valla-
dolid de 1559, á los seis años de fallecido el jefe de ella, pare-
cieron con el sambenito sus. hijos D.^ María de Rojas, monja de
Santa Catalina y D. Pedro Sarmiento, comendador de Alcánta-
ra y su nieto D. Luís de Rojas, hijo del primogénito D. Sancho
que había premuerto á su padre. El destierro ó la prisión per-
petua ocultó su ignominia y su arrepentimiento : en el segundo
auto espiró en el patíbulo y fué echado muerto á la hoguera
otro hijo del marqués, fray Domingo de Rojas, que, tal vez en
el convento de Falencia, había vestido el hábito de los predica-
(i) En la cartela de abajo se lee: «Aquí yace el muy ilustre señor don Juan
de Rojas, marqués de Poza y la muy ilustre señora D.* Marina de Sarmiento su
mujer, el cual mandó hacer esta obra; murió primero de Agosto año 1553.»
Más abajo se ve la fecha de 1557, que será la de la conclusión del sepulcro ó la
del fallecimiento de la consorte, hermana del obispo y cardenal D. Pedro de Sar-
miento.
56
dores (i). Sí la justicia inexorable no se detuvo ante los blaso-
nes de los culpados, tampoco los empañó (y ojalá siempre así
SAX PABLO .-Seí
sucediera!) con mancha alguna hereditaria; y el ser hermano y
(i) Véase la historia de dichos autos en las páginas 1 18 y 1 39 de este tomo.
En su historia de la casa de Lara D. Luis de Salazar, que menciona j nombra uno
FALENCIA
SAN PABLO.— Retablo c
444 FALENCIA
sobrino de los reos no le estorbó á D. Francisco, tercer mar-
qués de Poza, para ocupar los más honrosos puestos junto al
trono de Felipe II y de Felipe III. Enfrente del de su abuelo se
levanta su panteón, labrado de mármoles pardos, blancos y
rojos, y compuesto de cuatro columnas dóricas sobre un alto
pedestal, que sostienen el ático con las armas de Rojas; y for-
ma simetría con el otro grupo su efigie arrodillada al lado de
la de su consorte D.^ Francisca Enríquez de Cabrera (i).
Antes que reconstruyeran la capilla mayor tan suntuosa-
mente los señores de Poza y Monzón, había reformado la cola-
teral de la epístola el deán D. Gonzalo Zapata, erigiendo
en 1 5 1 6 á la Virgen de la Piedad un retablo de relieves con
doselete de crestería, y mandando abrir y bordar de trepados
follajes el bello arco ojival que comunica con el presbiterio (2).
Más adelante se añadió otra bóveda á la longitud de la nave
principal, y la fachada se modernizó quedando sin más adorno
que el de las pilastras dóricas y portales cuadrados, envidiando
á la portada lateral sus labores góticas aunque del período de
la decadencia. Del claustro que últimamente se derribó hacen
grandes elogios los que alcanzaron á verlo : costeólo en 1 5 1 2
por uno á los hijos del marqués D. Juan, nada dice de estos sucesos ; y Zapata en
su Miscelánea impresa poco há en el tomo IX del Memorial Histórico, al citar como
¿ejemplo de herencias extraordinarias lo sucedido con la casa de Poza, sólo indica
que vino á parar en el que en i <>q2 la poseía por haberse imposibilitado su her-
mano mayor (D. Luís) y su tío D. Pedro, y haber sido muerto en una pendencia á
cuchilladas el otro hermano O. Sancho que heredó el marquesado. EnelD. Carlos
de Schiller figura en primera línea un marqués de Poza, y aunque en sus hechos,
en sus ideas y hasta en su nombre de Rodrigo este personaje es enteramente
ideal, tal vez sugirieron su creación al trágico alemán las acusaciones de protes-
tantismo en que se halló complicada aquella poderosa familia.
(i) El epitafio expresa que D. Francisco de Rojas fué del consejo de Estado y
Guerra de Felipe II y del III y murió en 1604, Y ^^^ su esposa, de la familia de
los almirantes, mandó hacer la obra del panteón y la reja, y dejó seiscientos du-
cados de renta anual.
(2) Por el letrero del retablo se sabe la fecha y el nombre del fundador, pues
del epitafio que rodea la urna, encima de la cual se ve tendida su estatua, sólo
puede leerse que murió á 30 de Enero por hallarse lo demás metido en la pared.
En el hueco del nicho se declara largamente que compró, dotó y reedificó dicha
capilla para sepultura suya y de sus sobrinos.
P A L E N C I A
juntamente con el dormitorio el virtuoso fray Pascual de Ampu-
dia, obispo de Burgos, honra y prez de aquel convento.
SAN PABLO. -Reja de la Capilla -Mayor
Hasta el siglo xvi no florecieron en Falencia otras órdenes
religiosas que las de dominicos y franciscanas. En 1559 se esta-
4^6 FALENCIA
blecieron en el centro de la población los jesuítas, y de 1584
á 1599 ediñcaron con el auxilio de opulentos protectores una
suntuosa iglesia y colegio que pasó á ser seminario desde su
primera expulsión; en 1594 fué entregado á los hermanos de
San Juan de Dios el hospital de San Blas hoy destinado á casa
de beneficencia : en 1599 instaláronse fuera de las murallas los
carmelitas descalzos fijándose, después de inútiles esfuerzos
para introducirse en la ciudad, en el solar convertido ahora en
paseo junto á la puerta del Mercado: y por último en 1603
vinieron los franciscanos recoletos, y cerca de la catedral en la
bajada á las Puentecillas fundaron el convento de San Buena-
ventura donde existe actualmente el instituto literario. Ninguno
de estos edificios merece la atención del viajero sino la Compa-
ñía, cuya elegante fachada decoran dos órdenes de pilastras
corintias, curvos frontispicios en la puerta y ventana, y el fron-
tón triangular cortado por un ático, al paso que su nave, cru-
cero y cúpula se distinguen interiormente por adornos del propio
género y sobre todo por sus acertadas proporciones.
Multiplicáronse hacia la misma época los conventos de mon-
jas, pero no con la grandeza del de Santa Clara. Las dominicas
de la Piedad trasladadas en 1540 desde Torre de Mormojón;
las carmelitas descalzas que con prósperos auspicios trajo
en 1580 á la ciudad Santa Teresa, principiando su fundación en
el oratorio de nuestra Señora de la Calle (i); las bemardas ve-
nidas en 1592 desde Torquemada al sitio que dejaron las ante-
riores ; las agustinas canónigas ; las agustínas recoletas fundadas
en 161 1 por D. Pedro de Reinoso, primero casado y después
sacerdote, construyeron modestamente sus iglesias, sujetándose
al tipo por el cual se cortaban todas á la sazón.
(i) Desde allí pasaron al sitio que hoy ocupan. Es muy interesante la relación
que en el libro de sus fundaciones hace de ésta la santa, y grandes los elogios que
tributa á los palentinos. «Toda la gente, dice, es de la mejor masa y nobleza que
yo he visto... es gente virtuosa la de aquel lugar si yo la he visto en mi vida.»
Ayudóla principalmente en su empresa el canónigo Jerónimo de Reinoso que ya-
ce en la capilla de San Jerónimo en la catedral.
p AL encía 447
Frente á la puerta de la catedral que mira al norte, forma
ángulo dilatándose hacia la plaza una vasta fábrica de ladrillo y
piedra; es el hospital de San Antolín y San Bernabé. Grandes
y numerosas mudanzas ha tenido desde que á mediados del
siglo XII lo erigió Pedro Pérez, capellán del obispo Pedro, que
murió en el sitio de Almería, dotándolo éste y su sucesor Rai-
mundo con varias propiedades y diezmos, y Alfonso VIII en
1 162 con la donación de la villa de Pedraza. Prosperó el hospi-
tal bajo el patronato del cabildo, y en el siglo xv el obispo don
Pedro de Castilla contribuyó con larga mano á su reconstruc-
ción, cuya muniñcencia heredaron por algunas generaciones sus
descendientes, y completóla con sus dádivas la viuda del último
D. Sancho, D.* Mariana de Mendoza (i). Toscos estribos flan-
quean el exterior de la espaciosa capilla ; mas por dentro se
halla reducida á una nave lateral de bóvedas de medio punto,
habiéndose dividido en pisos y destinado á salas la principal,
que conserva sus arcos ojivales.
Resta ya sólo visitar en Palencia el palacio episcopal, situa-
do más adelante en otra plaza á la derecha. De cuando era
mansión señorial no existen ya vestigios: en 1567 empezó su
reedificación el obispo Valtodano, pero suspendidas las obras
se desmejoró hasta el punto de ser casi inhabitable á últimos
del siglo XVII, y así llegó á fines del siguiente en que el ilustrí-
simo Mollinedo le dio nuevo ser, haciéndolo sólido, desahogado,
bien distribuido, con vistas deliciosas hacia su vasta huerta y
las sinuosas márgenes del río. Perdónesenos si concedemos
algo, una vez siquiera, á las emociones y afectos personales que
constantemente hemos sofocado en el prolijo curso de la obra;
(i) Recuerda sus benefícios una lápida que dice así: <cD.' Mariana de Mendoza
hija de los marqueses de Cañete, mujer de D. Sancho de Castilla, mandó á este
hospital mil ducados para curar en este cuarto de mal contagioso, y á la capilla de
San Lázaro donde está enterrada mil y seiscientos, y á la cofradía de la caridad
para los envergonzantes cuatrocientos ducados, todos de renta cada año, y otros
muchos pios legatos.» Murió dicha señora hacia i 580. Sobre la entrada del hos-
pital hay una fecha, no pudimos discernir si i 5 30 ó i $ 39.
448 FALENCIA
porque ¿cómo no recordar la cariñosa hospitalidad que allí reci-
bimos ? ¿ cómo olvidar las sabrosas pláticas con el venerable an-
ciano que entonces lo habitaba, y la acerba despedida presagio
de perpetua separación y de próxima muerte? Muchas veces al
coordinar en el silencio de la noche las impresiones del día, al
trazar rápidamente los apuntes para nuestro libro, nos asaltó
la triste idea de que sus ojos ya no habían de recorrer estas pá-
ginas, que no había de gozar de la satisfacción de ver descrita
por su querido amigo á su querida Falencia; y este presenti-
miento se habría cumplido aun cuando en vez de años sólo hu-
bieran mediado meses, porque á los cinco falleció. Vaya pues
unido á las mismas páginas, si alguna duración han de alcanzar,
el nombre de D. Carlos Laborda, que también sus virtudes son
recuerdos, también sus acciones un monumento para la dióce-
sis ; y despidámonos con él en los labios y el luto en el corazón,
como años atrás, de la ciudad que su residencia nos hizo tan
preciosa.
el siglo XII ó XIII, en que, si hemos
de atender á su esplendidez, gozaban aquellos pueblos de ma-
yor importancia que ahora. Nunca en tan corto espacio experi-
45o FALENCIA
mentamos tal serie de goces artísticos como en una excursión
de jornada y media que al norte de Falencia hicimos, doblándo-
se lo íntimo de la fruición con la sorpresa del hallazgo.
Salimos una tarde formando alegre cabalgata por la puerta
de Monzón, y á poco más de media legua vimos asomar en la
llanura el castillo de Fuentes de Valdepero con sus torreones
ceñidos de matacanes y sus ventanas ojivas en la fachada meri-
dional. Pareciónos su fábrica poco más antigua que la honrosa
resistencia que opuso al obispo Acuña á principios del año 1 5 2 1 ,
guardado por Andrés de Ribera y defendido por las mismas
mujeres con entusiasmo tan verdaderamente popular, que im-
puso respeto al caudillo comunero y alcanzó á los sitiados ven-
tajosas capitulaciones. Aunque en parte derruido, le promete
una larga existencia su solidez, y á poca costa pudieran recobrar
las salas su primitiva grandeza. Pertenece al duque de Alba, y
en su escudo de piedra colocado al pié de una torre, notamos
una espada de acero que referimos á la heroica defensa : díjose-
nos era la del padre de Bernardo del Carpió, el ciego conde de
Saldaña. De esta suerte el pueblo, y no es el pueblo solo, olvi-
da las verdaderas y recientes glorias por las apócrifas y román
cescas.
Pasamos á Husillos al otro lado del Carrión : la iglesia que
descuella sobre sus setenta casas se remonta al siglo xii, pero
sus recuerdos van mucho más allá todavía. Cítanse donaciones
que la suponen existente ya en la edad de Ramiro II (i), antes
de que la erigiesen en abadía los condes de la inmediata villa
de Monzón, Fernando Ansúrez y sus hermanos. Reinaba en
León su hermana D.* Teresa esposa de Sancho el Gordo, y
acudiendo á ella un anciano cardenal llamado Raimundo, para
que le concediese en lugar desierto un santuario donde colocar
(i) Una menciona Morales otorgada por Evoholmor y su mujer Especiosa y su
hermano Zalama, presbítero, en la era de 933 reinando en León Ramiro, y para
explicar la oposición entre estos dos datos, cree que la erase toma aquí por años
de Cristo. Opinamos más bieii que hay error en la fecha ó que se habrá leído mal.
P A L E N C I A 451
las preciosas reliquias que le había dado el papa y acabar allí
sus días, indicóle el de Husillos y medió con el conde á fin de
obtenérselo (i). Instituyóse una colegiata, fué Raimundo el pri
mer abad, y al compás de la devoción fué creciendo la hacienda
de la casa, contándose entre sus bienhechores la infanta Urraca
la de Zamora. Su hermano Alfonso VI para atajar discordias
mandó partir los bienes entre el abad y los canónigos, señalan-
do al Cid Campeador por uno de los comisarios; y en 1088,
ante el concilio congregado allí por el legado cardenal Ricardo,
presentóse con el obispo de Santiago Diego Peláez, á quien
tenía preso quince años había por acusación de pérfidos tratos
con el rey de Inglaterra, y después de arrancarle la confesión de
su indignidad, le hizo deponer solemnemente y promover en lu-
gar suyo á Pedro abad de Cárdena. Desaprobó Roma el violen-
to proceder del rey y la servil complacencia del legado, y anuló
el nombramiento del intruso.
Estos sucesos no los alcanzó, como harto posterior á ellos,
el actual edificio, cuya memoria más antigua es en todo caso la
lápida que consigna la concesión de coto hecha á la abadía por
Sancho III en 1 158 (2). Sin la ojiva que en la portada se deno-
ta, harían retrasar su fecha las labores de sus arcos en diminu-
ción y de su cornisa y la moldura de cabezas de clavo que
guarnece el arquivolto exterior. Dos ventanas apuntadas á los
lados de la claraboya, llevan también su orla de jaqueles, y en
(i) La reina le respondió que ella no tenía cosa semejante que le satisfaciese:
«mas miño hermano, dijo prosiguiendo adelante, vos dará si él quisiere la su
iglesia de Santa María de Dcfesa brava, que así se llamaba entonces aquel sitio.»
/tsí lo cuenta Morales sacándalo de la escritura de fundación que cita con referen-
cia á los canónigos, pues dice no la vio en el archivo por haberse presentado en
cierto pleito. En su Viaje sanio pone el hecho anterior al año 9$o y nombra á la
reina Teresa mujer de Ramiro: en los Anales la reconoce por esposa de Sancho I
y refiere el suceso al 985 ó poco antes.
(2) Dicha inscripción está dentro á la derecha y la leímos en esta forma:
vEra MCLXXXXVÍ rex Sancius dompni Aldejonsi imperatoris Hisj)aniarumfilius
dedil caulos ecclesie Sánele Marte de Fusellis, Raymundo Gilaberli existenle ahbale
ejusdem ecclesie^ el eadem era predictus rex domnus Sancius obiil ultimo die Augus-
li.tt Morales la transcribe con varios errores y entre ellos uno sustancial en la fe-
cha, poniendo era i 1 9 5 en lugar de i 1 96.
452 FALENCIA
la vieja torre se abren algunas de dos arcos puramente bizanti-
nas. El ábside presenta en su convexidad un irregular conjunto
de machones, canecillos, trozos de' cilindricas columnas ó de pi-
lastras más recientes, que indican los reparos que ha sufrido.
No corresponde á las prerrogativas del templo la pobreza del
interior, que es de una nave sola sin columnas ni pilares, baja,
de toscos arcos ojivales, y renovada en sus bóvedas por añadi-
dura con recuadros de yeso. El antiguo relicario y el piadoso
tesoro que contenía han desaparecido (i), tal vez desde que la
colegiata se trasladó á Ampudia á principios del xvii ; mas en
las puertas del basamento del retablo se lee todavía y se repre-
senta de relieve la historia tradicional de aquellas reliquias (2).
De género bien distinto es la joya con que hoy se envanece
la iglesia de Husillos: un sepulcro pagano de procedencia des-
conocida, de piedra compacta y pulida como el mármol, de pri-
mor comparable al de las más exquisitas antigüedades romanas.
El significado de la escena, esculpida de más de medio relieve
en la delantera de la urna, no se atina fácilmente: dos cadáveres,
uno de mujer y de atlético varón el otro, echados en el centro,
y entre ellos de pié un robusto mancebo, á los extremos dos
mujeres reclinadas, personas de ambos sexos con grandes velos
tendidos como para cubrir el cadáver, revelan bien una ceremo-
nia fúnebre, pero no es tan cierto que figuren el combate de los
Horacios y la muerte de su hermana á manos del último, ni
menos la paz entre sabinos y romanos por mediación de sus
(i) Véase cómo lo describe el autor del Via/e santo: <«E1 relicario es una caja
de piedra en la pared al lado de la epístola junto al altar mayor, con moldura al
rededor tan antigua al parecer como toda la obra de la iglesia. Tiene dos puertas
de reja de hierro tan antiguas como la obra, y dentro hay una arca dorada tumba-
da, nueva, con algunos follajes de estofado, de hasta tres cuartas de largo y me-
dia vara en alto.» Las reliquias principales entre un sin número de menudas, eran
un trozo de Lígnum Cructs^ una espina de la corona del Redentor y un pié de San
Lorenzo.
(2) Kn una de dichas puertas se contiene : Car¿íf«a//s Ratmundus^ primus hu-
yas sánete bastiicc ahhas, sánelas hie reliquias á domino A ^apUo papa I¡ donatas
portavit ac reeondidil anno Dom. DCCCCL, En la otra se repite casi lo mismo. Los
relieves parecen obra del siglo xvi.
P A L E N C I A ^53
hijas y esposas (i). Siglos hace que artistas y viajeros admiran
aquella obra maestra, sin que se sepa dónde y cuándo fué halla-
da, ni cómo vino á tan escondida soledad: sólo aparece que el
sepulcro, lo mismo que el del Rey Monje en Huesca, el de
Itacio en el panteón real de Oviedo, el atribuido al rey Alfonso
en la catedral de Astorga, encierra restos de algún personaje
muy distinto de aquel para quien se labró con mil años de an-
terioridad. Con la perfección del arca contrasta lo tosco de la
cubierta, añadida sin duda al destinarla á su actual empleo; mas
carece de epitafio que permita asegurar si yace allí el conde
fundador ó alguno de sus descendientes (2).
(1) Trasladada en 1872 esta joya al museo arqueológico nacional, tuvo oca-
sión de examinarla detenidamente el erudito Sr. Fernández Guerra, y recordando
tres sarcófagos muy parecidos en el asunto de su escultura, custodiados en Roma
en los palacios Giustiniani, Barberini y Borghese, que desde el siglo pasado fue-
ron objeto de animada discusión entre Winckelman, Eckel, Viscontiy otros insig-
nes anticuarios, cayó en la cuenta que el de Husillos representaba la misma esce-
na de aquellos, es decir, la muerte de Agamenón y de Casandra. Con el ingenio
que le distingue, explica nuestro sabio arqueólogo, en el tomo I del Museo de An-
itffüedadeSf las trece figuras, una por una, que componen el relieve, mostrándonos
además de las dos víctimas, del adúltero Egisto y de un cómplice que aplasta con
un tajo de cortar carne la cabeza de la troyana, á la celosa Clitemnestra con una
tea en la derecha y una serpiente en la izquierda, seguida de una furia; á Orestes
y Electra dormidos á uno y otro extremo del cuadro como presagiando la futura
venganza, y en igual actitud á Ingenia inclinada sobre la segur que la inmoló, re-
cordando por decirlo así el prólogo de toda la 'tragedia; á una mujer, probable-
mente la nodriza de Orestes, apartando con horror el rostro, y á otra que se lo
cubre con las manos; á un servidor de Agamenón que acude ya tarde en su auxi-
lio; y á otros en fin que tienden sobre la catástrofe grandes lienzos, cuya extremi-
dad envuelve á la derecha un simulacro' de Apolo del cual era Casandra sacerdo-
tisa. En los sarcófagos de Roma, de composición parecida, Eckel y otros creyeron
ver más bien la venganza tomada sobre Clitemnestra y Egisto por Orestes y Pila-
des alentados por Electra, opinión que combate con serias dificultades el Sr. Fer-
nández Guerra. A su vez interpreta los dos relieves de los costados de la urna,
haciendo notar que son de labor harto menos primorosa que la delantera, y en el
grupo de la derecha compuesto de cuatro figuras discierne la prisión de Orestes
y de su amigo en el Chersoneso Táurico y su reconocimiento con Ifigenia, y en las
dos de la izquierda la absolución del matricida por la diosa Palas. No es fácil opo-
ner á esta explanación otra más aceptable ni desenvolverla con mayor lucidez.
(2) Por larga y minuciosa que sea la relación que de esta urna hace Morales,
no sabemos abreviarla una línea, tan interesante es. «Y estando toda ella, dice en
sus Anales, labrada como se dirá, tiene la cubierta tumbada de una piedra tosca y
lisa y tan groseramente labrada, que parece se hizo de aquella manera para que
la labor de la caja de abajo pareciese mejor, aunque sin este opósito le basta sola
su escelencia para mucho resplandecer. En la haz desta caja está esculpido de mas
454 P A L E N C I A
Corto interés ofrecen ya los restantes entierros de Husillos.
Hállanse toscos bultos de sacerdotes con un libro en las manos
á la entrada de la iglesia y en un nicho de los que ocupan el
fondo de las capillas ojivales de la izquierda al lado del de la
célebre urna romana ; en la inmediata capilla, donde existe un
antiquísimo retablo de San Ildefonso, hay otra tumba del si-
glo XVI con estatua yacente de prebendado (i); en la bizantina
de la derecha una lápida del xiii (2). Tal vez las contenía en
mayor número el claustro, cuya entrada de arco semicircular
que medio relieve el fin de la historia de los Horacios y Curiacios, pues está al
principio la hermana muerta y allí su esposo y otra gente llorosa sobre la herma-
na, y entre ellos uno que, no se le pareciendo mas que el colodrillo con la mano
puesta en él, representa mas tristeza que ningún rostro de los muy tristes que se
parecen; con esto se puede creer quiso el artífice fuese este el Agamenón de Ti-
mantes, que cubriendo su pesar el buril lo muestra mayor el arle. Sigue luego
una manera de sacrificio, y parece el pasarlo el padre al matador por debajo del
//g^iVo sororio y todo aquello que Tito Livio prosigue; porque también en el un
testero desta caja están dos que teniendo un asa en medio parece sacrifican, y en
el otro testero asimismo están dos que encierran en un sepulcro la urna con las
cenizas de la muerta. k!sta es á mi juicio la historia : la escelcncia de la escultura
se puede sumar con lo que dijo el famoso Ücrruguete, después de haber estado
gran rato como atónito mirándola : ninguna cosa mejor he visto en Italia. Lo que á
mí me sucedió allí es que habiendo mas de veinte figuras, cuando estaba mirando
la una y pensaba que allí se habia acabado la perfección del arte, en pasando á
mirar la siguiente entendía como tuvo el artífice de nuevo mucho que añadir. Ca-
da figura mirada toda junta tiene estraña lindeza, y en cada miembro por sí aun-
que sea muy pequeño hay otra particular, que sin ayudar al todo, ella por sí sola
se tiene su estremado artificio. Toda la escultura está muy conservada sino es una
sola figura al un lado, que á lo que yo creo por estar muy relevada la quitó algún
grande artífice para llevarse algo de aquella maravilla. Y no se espante nadie
como me detengo tanto en celebrar una piedra, porque demás de mi afición natu-
ral á la pintura y escultura, desta antigualla dijo el cardenal Poggio, á quien todos
conocimos por hombre de lindo ingenio y alto juicio, que podía estar en koma
entre las mas estimadas por su igual. Y á lo que yo creo debe ser sepultura de
aquel conde Fernando Ansurez fundador, que aviendo ávido esta rica antigualla
de romanos, quiso sirviese para su sepultura. De romanos digo que es, pues para
sepultura de ningún cristiano cierto que no se hiciera con tan profana historia.»
En el Viaje Santo, donde se expresa casi en iguales términos, añade que es de
ocho pies en largo y tres y medio de alto y otro tanto en ancho, que dentro hay
huesos, y que tal vez tenga algunas letras el lado do la urna arrimado á la pared,
que está liso según se juzga por lo que se puede tocar.
(i) Tiene á sus pies un perro y el siguiente epitafio: «Aquí yace el honrado y
discreto varón D. Pero Kuiz de Villoldo abbad de Lavanza, prior desta yglcsia,
que Dios aya, falleció á XI de junyo de MDIII años »
(2) Dice asi: ¡dibus novembris obiii magister Ste/anus sacrista hujus ecclesie,
ejus anima requiescat in pace^ amen^ era MCCXCIX (1261 de C.)
P A L E N C I A
455
se ve á un lado de la del templo, antes que sufriera la renova-
ción que hace en el día menos lamentable su completa é inmi-
nente ruina.
De los poderosos condes que dominaban aquella tierra,
Husillos era el panteón y Monzón el castillo. Este nombre deri-
vado del montecillo en que está, Monteson en latín bárbaro, y
eventualmente idéntico al de la célebre villa de las cortes ara-
gonesas, suena desde la primera repoblación de los Campos
Góticos que siguió á las conquistas de Alfonso ÍII. La importan-
cia de su fortaleza sobre la vega del Carrión puede medirse por
la autoridad del que la guardaba en la primera mitad del si
glo X, Ansur Fernández, padre de Fernando Ansúrez y de sus
hermanos Gonzalo, Ñuño y Enrique, al par que suegro del rey
Sancho I. No sabemos si era conde ó alcaide de la misma
en 1029 el buen Fernán Gutiérrez, á quien crónicas y romances
enlazan con el suceso de los aleves hijos de D. Vela matadores
del joven conde de Castilla. Incapaz de resistirles á viva fuerza,
dícese que los acogió dentro muy sumiso y los entretuvo con
banquetes, mientras avisaba en secreto al rey de Navarra que
vino arrebatadamente á vengar á su cuñado. Encendióse á la
entrada del castillo una hoguera, y en ella pagaron su traición
los tres hermanos Rodrigo, íftigo y Diego : su cómplice Fernán
Flainez escapó disfrazado y metióse en los montes de las Somo-
zas, pero acorralado y cogido cual fiera, recibió por fin el casti-
go de manos de la esposa de su víctima (i).
(i) Seguimos, sin darla por cierta ni mucho menos, la relación de la Crónica,
general y del Romancero : éste llama alcaide, aquella conde de Monzón á Fernán
Gutiérrez. La fuga de Flainez la describe el romance de este modo:
Hernán Flayno esc traidor
Se le habia escapado,
Mudárase los vestidos,
Cavalgó sobre un caballo
Sin llevar silla ni freno,
Un capote cobijado,
La capilla en la cabeza,
En piernas iba el malvado;
Entróse dentro en los montes,
No se halla aunque es buscado.
El rey don Sancho mandó
Que el monte sea cercado,
Prendido lo habia en él
AI alevoso malvado;
Trajéronlo do es la infanta-,
A ella lo han entregado,
Y fízo en él tal justicia
Que lo mató por su mano.
456 FALENCIA
Al renacer Falencia por aquellos años, daba nombre Mon-
zón á toda la comarca ; no es mucho lo dé todavía á una de las
puertas de la ciudad. Su título era el primero que llevaban con
otros muchos el conde Ansur Díaz y su hijo el famoso Pedro
Ansúrez, restaurador de Valladolid ; y tal vez como residencia
de este último, fué teatro de los infaustos desposorios de su
pupila la reina Urraca con Alfonso rey de Aragón, en cierta
noche del mes de Octubre de 1 109, que se señaló con una fuer
te helada como agüero de la desolación que había de caer sobre
Castilla. En mi declarado ya el divorcio, sirvió de asilo Mon
zón á D. Pedro de Lara, contra quien se habían coligado nume-
rosos émulos del absoluto favor de que gozaba con la princesa
á fuer de amante ó de marido: cejó tras de porfiado sitio su
resistencia, y hubo de rendirse prisionero (i). Andando el
tiempo vinieron á poseer á Monzón los señores y luego mar-
queses de Poza, de cuya época parece datar el actual castillo
coronado de almenas, que con el puente de trece ojos sobre
el río forma una imponente perspectiva.
Disipároíisenos más arriba los bélicos recuerdos y las som-.
brías tradiciones al penetrar en los amenos sotos donde conflu-
yen el Carrión y el Ucieza, y donde con lo exuberante de las
aguas despliega desusada pompa la vegetación. Allí entre fron
dosas alamedas, alumbrado por los últimos rayos del sol, se
nos apareció de improviso un monumento, el priorato de Santa
Cruz de la Zarza, habitado por los premonstratenses desde que
en 1 1 76 los trajo Alfonso VIII del monasterio de Retuerta
poniendo al abad Juan á su frente, hasta que en 1627 cansados
de la soledad se mudaron á Valladolid. Márcanse por fuera
gentiles y desembarazados todos los miembros de una iglesia
Observamos ya en el tomo de Asturias y León que ese conde Flainez, que la tra-
dición denigra, años después de su pretendido suplicio firma lleno de vida y de
honores los privilegios y concesiones de Sancho el Mayor, y añadiremos ahora la
dotación de la catedral de Falencia por Vercmundo III.
(i) Fueron sus adversarios D. Pedro de Trava su propio suegro, D. Gutierre
Fernández de Castro y D. Gómez de Manzancdo, quienes le enviaron preso al cas-
tillo de Mansilla cerca de León, desde donde pudo escapar á Barcelona.
FALENCIA 457
bizantina, la nave, el crucero con rasgados ajimeces en cada
brazo, los ábsides laterales, y el principal de forma pentágona
reforzado por machones; pero en sus ventanas flanqueadas de
esbeltas columnas cilindricas y en el bajo portal bocelado, la
ojiva señala ya la proximidad de la transición. Reina asimismo
por dentro en los arcos de las bóvedas, y aun posteriormente
fueron adornadas con estrellas de crucería ; reina en las lóbregas
galerías del desierto claustro, que sin embargo no participa de
la elegancia ni de la perfecta conservación del templo.
Había cerrado la noche cuando llegamos á Amusco, y á la
primera luz del siguiente día vimos en la parroquia de San Pe-
dro uno de los portales más grandiosos que ha dejado el arte
bizantino. Siete arcos decrecentes, que por su rompimiento im-
perceptible apenas merecen llamarse apuntados, disimulan el
espesor del muro, guarnecido el uno de dientes de sierra, otro
sembrado alternativamente de angelitos y cabezas, los restan-
tes tachonados de florones ; las doce columnas llevan por basa
un simple anillo, pero en sus capiteles ostentan con variedad
prodigiosa así ramas de encina y otros follajes, como figuras de
hombres y mujeres y fantásticos brutos. A los lados del arco
exterior figuran bajo doseletes las efigies de San Pedro y San
Pablo, y encierran la obra en una especie de atrio dos robustos
arbotantes, que tal vez se construyeron al incrustar en la nueva
iglesia la vieja fachada, de la cual subsiste á la altura del coro
un ajimez, bizantino en todo menos en su ojiva. Desgraciada-
mente el siglo XVI no acertó á fabricar en reemplazo de lo que
destruyó sino una alta y espaciosísima nave enteramente desnu-
da, con cúpula muy plana, y en el testero un retablo colosal : del
presbiterio arrumbó los sepulcros de los Manriques de Lara, á
excepción de alguna losa con relieves, y por el atrio rueda un
trozo de atlética estatua de alguno de los adelantados mayores
de Castilla (i). Respetóse la antigua puerta lateral, pero se em-
( i) Del epitafio esculpido en letras góticas de relieve sólo pueden leerse por
58
458 FALENCIA
plastaron de yeso sus numerosas molduras. La espadaña con
sus tres órdenes de arcos tiene honores y elevación de torre.
Cuan poblada fuese en lo pasado la villa de los Manriques,
merced á sus fábricas de lana no menos que á la feracidad del
suelo, lo demuestra otra parroquia que fuera del pueblo se levan-
ta con el nombre de Santa María de las Fuentes, conservada
hoy en clase de ermita por la devoción de los pastores del con-
torno. Bizantina en la traza y disposición de sus tres naves, tres
ábsides y crucero y en los grupos de columnas que forman sus
pilares, gótica en los arcos muy marcadamente apuntados, es un
acabado modelo del género de transición, y una prueba de lo
mucho que duró en aquel país su predominio, pues hacia la mi-
tad del siglo XIV la obra continuaba todavía (i). Gracias á no
haberla alcanzado después la manía de las renovaciones, halla-
mos en sus capillas retablos anteriores al estilo ya que no á la
época del renacimiento (2) ; vemos reproducirse en sus dos por-
tadas bien que ojivales la misma degradación de arcos y riqueza
de capiteles que en la de San Pedro, á cuyo ejemplo tiene su
atrio la del costado; contemplamos en la fachada las ménsulas
de caprichosos mascarones, la prolongada claraboya, la sencilla
espadaña, y en el torneado ábside los sutiles pilares, las fajas
de tablero, las graciosas ventanas de dos ó tres columnas por
lado, que caracterizan las construcciones puramente románicas,
y que le dan apariencias de nmyor antigüedad.
La historia de Amusco se refunde en la de una familia, pero
la colocación de la piedra estas palabras : don Po, Manrique adel... doce días del mes
de.,. Opinamos que el sepulcro debió ser de alguno de los adelantados de Castilla
que hubo de la estirpe de los Manriques en el siglo xvr, pues los que lo fueron de
León en el xv, D. Pedro Manrique y su hijo D. Diego, no yacen en Amusco sino en
el monasterio de Valvanera.
(i) Pruébalo la merced que en i 334 hizo al concejo de Amusco su quinto se-
ñor Garci Fernández, de fabricar cinco ó más molinos sobre el Ucieza, con tal que
se emplease la renta en la obra de Santa María y en reparar las fortificaciones. De
estas hay vestigios todavía.
(3) Tales son el de Antón García y su mujer hecho en i s 24 y el del licenciado
de Amusco.
FALENCIA 459
esta familia se apellidaba Lara. Disputóla en el siglo xii á los
Osorios, á cuyo progenitor Rodrigo Martínez había dado en 1 1 35
Alfonso VII toda la heredad que allí tenía con el infantazgo de
San Pelayo ; y poseíala por completo el esclarecido Pedro Man-
rique, cuando al morir en 1202 dejó á su tercer hijo Rodrigo el
señorío al cual ella dio nombre, como la principal de las nueve
villas que constituían en Campos su dominio. Arraigóse tras-
plantada en Amusco aquella rama, que olvidando el de Lara,
convirtió en linaje el nombre hereditario de Manrique: Pedro, biz-
nieto de Rodrigo en 1323; Garci Fernández, hijo de Pedro
en 1362; Pedro, hijo de García, en 1381 preso en el alcázar de
Palencia como favorecedor del conde de Gijón, los tres legaron
sus mortales despojos á la iglesia de San Pedro. Sin embargo,
la villa aunque solariega no iba incorporada al mayorazgo y se
dividía á menudo entre los hijos del poseedor, hasta que D. Juan
García Manrique, hermano del último y arzobispo de Santiago,
que la escogió á veces por retiro en sus desgracias cortesanas, la
vinculó en 1382 á favor de Diego Gómez, otro de sus hermanos,
que feneció gloriosamente en el desastre de Aljubarrota. Creció
portentosamente en el siglo xv por herencias y enlaces la pujan-
za de los señores de Amusco, y no tuvieron los infantes de Ara-
gón aliado más poderoso ni el de Luna enemigo más formidable
que el adelantado Pedro Manrique y su hijo Diego, primer conde
de Treviño. Al morir éste allí en 1458, armóse la villa sin pro-
vecho en defensa de su viuda D.* María de Sandoval, á quien
prendieron sus cuñados y despojaron de la tutela de los hijos, y
que después de repetidos azares y vicisitudes, viuda segunda
vez del conde de Miranda, acabó retirada en un convento. Fué
su primogénito aquel animoso D. Pedro, cuyos eminentes servi-
cios premiaron los Reyes Católicos en 1482 con el ducado de
Nájera, y que contradijo después con inaudita tenacidad la re-
gencia de Femando V. El título de señor de Amusco, eclipsado
por otros más ilustres bien que más recientes, continuó en su
descendencia masculina, y por extinción de ella en 1 600, saltó
460 FALENCIA
de varón en varón á otras ramas del tronco de los Manriques.
Heredólo últimamente la de Garci Fernández, tío del primer
duque, á favor del cual se había desmembrado en el siglo xv el
señorío de las Amayuelas que en 1658 se erigió en condado.
Ambas Amayuelas, la de arriba y la de abajo, dominan una pers-
pectiva deliciosa al otro lado del canal á vista de Amusco, y sus
parroquias de Santa Colomba y San Vicente pasan por cons-
trucciones góticas en el país; pero nos impidió visitarlas la rapi-
dez de la excursión, haciéndonos dejar también á un lado el
pueblo de San Cebrián con el encomiado retablo de su igle-
sia (i), y el gran convento franciscano de la Calahorra conver-
tido en fábrica de harinas. Sólo un momento nos detuvimos á la
entrada de Pina de Campos, sin penetrar en su recinto cercado
en parte todavía, á contemplar su gallardo castillo, cuyos muros
taladran saeteras en cruz, y cuyas torres angulares no menos
que otras cuatro salientes en el centro de cada cortina coronan
altas y piramidales almenas. Las famosas calderas de los Laras
alternando con águilas en sus blasones, dicen que allí señoreaba
otra línea de los Manriques, la de los marqueses de Aguilar.
Ansiábamos llegar cuanto antes á los históricos campos de
Támara y visitar el suelo donde se hundió en 1037 el trono
de León y que empapó la sangre del último de sus monarcas.
Sangre inocente y generosa, vertida por la más injusta ambición,
y sin embargo fecunda, doloroso es decirlo, para la unidad y
pujanza de la monarquía, puesto que con ella se amasaron los
cimientos de la grande obra reservada á la dinastía de Feman-
do I. Apareciéronse á nuestra fantasía el malogrado Veremundo,
y su brioso caballo Pelayuelo, y los siete campeones que sobre
él cayeron peleando, y los arrollados leones, y los victoriosos
castillos ; pero en balde buscaron nuestros ojos por llanos y ce-
rros algún objeto que recordara la terrible catástrofe, en balde
(i) Consta de cuatro cuerpos con medios relieves, según dice Ponz, que elogia
asimismo la sencilla arquitectura del coro y el pórtico que mira al mediodía.
FALENCIA 461
interrogamos al labrador si vivía la tradición del suceso en sus
cantares ó si venía á asombrarle alguna vez, al remover la tierra,
el hallazgo de armas ó despojos humanos. No obstante, la situa-
ción del lugar en el país comprendido entre Pisuerga y Cea obje-
to de la contienda de los dos cuñados, su proximidad al Carrión
considerando como uno de sus brazos el Ucieza, y la analogía
por no decir la identidad del nombre, persuaden ser aquel el
valle de Tamarón teatro de la lucha fratricida (i).
Á falta de memorias bastarían para ennoblecer á Támara
sus monumentos. La iglesia llamada del castillo y único resto
que de él subsiste, mostrando el rudo carácter de la primera
época bizantina y careciendo de ábside semicircular como las
primitivas de Asturias, perteneció según fama á los Templarios
cual aneja á la encomienda de Villasirga, y de ellos pasó con el
señorío del pueblo á la orden de San Juan. La parroquia de San
Miguel fué priorato de San Pedro de Cárdena ; la principal, de-
dicada á San Hipólito, ignoramos lo que sería antes que en el
siglo XIV desplegara una magnificencia digna de brillar en la ca-
pital más distinguida. Anda ligada la advocación del santo, en
cuyo día nació Alfonso XI y de quien se manifestó siempre muy
devoto, con la protección que á la fábrica del templo dispensó
en 1334 mandando emplear en ella las tercias que del lugar per-
cibía. .Á la puerta mayor^ colocada en el flanco del edificio, sirve
de pedestal una escalinata y de pórtico una gran bóveda de sen-
cillas ojivas tan alta como las interiores ó poco menos, debajo
de la cual campea mejor el ingreso de seis arcos decrecentes.
(i) En el tomo de Asturias y León describimos el suceso. Habiendo acontecido
en miércoles según los anales Complutenses, y refiriendo el monje de Silos la co-
ronación de Fernando I en León al 2 2 de junio, debió darse la batalla en 8 ó i 5 de
aquel mes que fueron miércoles en el año de 1037. En el nombre y circunstancias
del sitio convienen los antiguos cronistas, y el Silense expresa trans/ecto Canta-
briensium limite: pero Mariana añade de su caudal que fué cerca de Lantada, con-
fundiendo acaso esta acción con la que ganó en 1068 Sancho I! contra su hermano
Alfonso. La crónica de Alfonso Vil dice que in valle Tamari estuvieron para venir
á las manos en 1 127 aquel monarca y su padrastro Alfonso de Aragón, situando
expresamente dicho valle entre Castrojeriz y Hornillos, donde todavía hay un pue-
blo llamado Tamarón que no debe equivocarse con el que nos ocupa.
^02 r^ A L E N C I A
que recuerdan aunque apuntados la reciente tradición bizantina.
El templo reúne la gravedad y gentileza de las obras góticas
de aquella centuria, y la amplitud del crucero aumenta el des-
ahogo de sus tres naves, sostenidas por pilares de ocho colum-
nas, en cuyos capiteles se entrelazan con las hojas animales de
capricho.
Más avanzada y en su mayor eflorescencia se hallaba la ar-
quitectura al levantar el bellísimo arco del coro, aislado á los
pies de la nave principal. Dos líneas de colgadizos lo guarne-
cen, aguántanlo columnas labradas de florones romboidales,
cíñelo un antepecho calado con figuras bajo doseletes en medio
de él y á los extremos, iguales á las del apostolado repartidas
en los dos cuerpos de crestería que miran hacia las naves me-
ñores. La sillería de dos órdenes se hizo más tarde en el si-
glo XVI, al mismo tiempo que se reedificó de crucería su bóveda
esculpiendo en la clave el escudo imperial. Su escalera gira es-
piralmente al rededor de un pilar lo mismo que la de Villamu-
riel, y el vacío del arco lo ocupa el órgano suspendido sobre un
ligero puntal. En la pila bautismal cuajada de lindos relieves
que representan los hechos de San Hipólito, en las del agua
bendita abundantes en figuras, se advierte también la delicada
mano de los escultores de la Edad media ; pero ni á estos acce-
sorios ni á la elegancia de la reja corresponde el barroquismo
de los altares. Los cajones de la sacristía, minuciosamente enta-
llados con varias historias, encierran preciosos ternos y orna-
mentos de más de trescientos años de fecha ; y entre las reli-
quias figura la cabeza del santo titular traída de Roma en 1654
por el carmelita firay Bernabé de Guardo, natural de la villa.
Gran ruina vino sobre la iglesia el último día del año 1568
con el hundimiento de la torre, que derribó seis capillas de la
izquierda (i). Situada como la actual á los pies de aquella, en
medio de dos portadas de la decadencia gótica que acompañan
(1) Recuerda esta catástrofe la inscripción puesta debajo de una tribuna.
FALENCIA 463
dos claraboyas de trepados arabescos, parece que databa, lo
mismo que éstas, del tiempo de los Reyes Católicos, cuyos escu-
dos se notan á los lados del de la casa Austriaca en uno de los
cuerpos de la construcción presente, trasladados acaso de la
anterior. Erigióse la nueva sobre atrevidos arcos con la orna-
mentación acostumbrada de pilastras y recuadros y ventanas de
medio punto, añadiendo nichos con fíguras en los costados de
las superiores, y diósele el remate de rigor, balaustrada de pie-
dra, agujas en los ángulos, cupulilla y linterna, que bastan para
merecerle el concepto de obra de Herrera y para ser citada
entre las mejores torres de Castilla (i). Gruesos machones ro-
bustecen por fuera el edificio, y entre los del ábside asoma do-
ble serie de góticas ventanas.
Apenas habíamos perdido de vista á Támara , saliónos al
encuentro Santoyo, pueblo guarnecido, como de armadura com-
pleta, de altos muros almenados con sus torres y garitas de
trecho en trecho y tres arcos en lugar de puertas. Á vistas de
estos indicios de importancia antigua tan poco acordes con su
condición presente, cualquiera se inclina casi á acoger la pre-
tensión inventada por los cronicones apócrifos del siglo xvii, de
haber sido aquella una de las primitivas sedes episcopales con
nombre de Tela, fundada por San Eutiquio discípulo del após-
tol San Juan, de quien dicen le vino el llamarse Santoyo, y des-
destruída por la invasión de los suevos. Y en efecto parece edi-
ficada bajo la impresión de grandiosos recuerdos y venerandas
tradiciones aquella parroquia, que aun después de visitada la
de Támara sorprende al espectador. Algunos años de prioridad
llevan á la otra sus tres naves , pues á pesar de cerrarse sus
arcos en ojiva, los pilares presentan hacia la mayor, que es alta
y angosta, dos órdenes de columnas sobrepuestos como en va-
rías obras de transición (2), y en las ventanas de las laterales
(i) De tal la califica Ponz, que yerra en suponer de la época de los Reyes Ca-
tólicos la arquitectura general del templo, pues su estilo es harto anterior.
(3) Como ejemplo de esta sobreposición de columnas recordamos los pilares
de la catedral de Sigüenza.
464 FALENCIA
se observan los cortos fustes y los grandes capiteles del estilo
románico. Como la otra iglesia , tiene esta á sus pies la torre y
en un costado la entrada principal, la torre abriendo una sobre
otra sus desnudas ojivas, la portada precedida de un atrio y
decorada con un arco artesonado de piedra y con labores de
gusto plateresco.
En su mitad superior ofrece la parroquia de Santoyo bien
diferente y aun más suntuoso carácter, prueba de que el si-
glo XVI compitió con el xiii en honrarla y engrandecerla. Alto
y espacioso crucero con claraboyas en sus brazos, esbeltos y
bocelados pilares, espléndida capilla mayor que iguala en an-
chura á las tres naves y á la cual introducen tres arcos peral-
tados de aplanada curva, graciosa estrella descrita en el centro
de la bóveda por la reunión de las arcadas que arrancan de los
diez ángulos del vasto polígono, ventanas ojivales en número
de ocho bordadas de arabescos y cubiertas de vidrios pintados
con figuras, forman un admirable conjunto en que las postreras
galas del arte gótico se combinan con las innovaciones del re-
nacimiento. Entonces se adornaron con dibujos de crucería to-
das las bóvedas del templo , labróse el facistol y la sillería del
coro alto con efigies esculpidas en los respaldos, y se erigió á
un lado del presbiterio honorífico sepulcro á un benemérito sa-
cerdote (i). Por complemento de estas obras un secretario de
Felipe II hacia 1570 encargó la traza y ejecución del gran reta-
blo, con que quiso enriquecer su villa natal , al eminente Juan
de Juní, quien, si el hecho es seguro, no desmintió en sus últi-
mos años la reputación tan justamente adquirida (2). De exqui-
(i) Está dentro de un nicho con efigie yacente y un ángel de relieve en la
urna, leyéndose en ella el epitafio que sigue: «Aquí reposa el cuerpo de Andrés
Pérez beneficiado que fué en esta iglesia, el que dejó aquí una memoria de tres
misas cada semana la una cantada, y un hospital junto con su casa, dotólo todo
de sus bienes; falleció á... año MDXl.»
(2) Llamábase dicho secretario Sebastián Cordero de Navares, por sobrenom-
bre Santoyo con motivo de ser hijo de aquel pueblo. Por los libros de fábrica
consta según Ponz que la del retablo duró desde i 570 hasta i 583 y que en ella
trabajaron los artífices Gabriel Vázquez de Barreda, Antonio Calvo, Miguel Barre-
da, Juan Ortiz y Manuel Alvarez. De Juan de Juní no aparece en las citadas cuen-
FALENCIA 465
sito cincel proceden sin duda la estatua del Bautista colocada
en el centro, los ocho relieves de su vida, las efigies de santos
en los intercolumnios, la coronación de la Virgen puesta arriba
debajo de un templete, y el Calvario y las figuras alegóricas
del remate, aunque todo ello es trabajo excesivo para una sola
mano: por de pronto las pinturas de los costados otro las hizo
á nuestro entender. La arquitectura del retablo, compuesto de
tres órdenes de columnas estriadas jónicas y corintias y de un
tabernáculo que los reproduce en pequeño, no desdice de la
extraña y licenciosa originalidad que caracteriza y aun deslustra
las concepciones del célebre escultor.
En el camino de Santoyo á Astudillo, tan corto como es,
brindónos á descansar una ermita , resto único de un pueblo
llamado Torre Marte que desapareció á mediados del siglo xvii.
De estructura gótica por ñiera, de carácter bizantino en el inte-
rior, presenta en los ricos capiteles de sus columnas singulares
grupos de fieras y serpientes , y conserva un pulpito construido
en 1490 con el antepecho bordado de relieves de yeso (i). Co-
piosas ofi'endas rodean la antiquísima efigie del Cristo, más
venerada en los contornos que recomendable por el mérito de
la escultura (2). Otra ermita en las inmediaciones de Santoyo,
la de Santa Lucía de Guadilla, remontaba su fundación al
año 1097, si no miente la inscripción que hallamos después en
un libro (3) y de la cual nada supimos entonces, tal vez por
haber ya perecido el santuario.
tas memoria alguna ; y así la opinión, que fundada en la analogía del estilo íe
atribuye aquella obra, no pasa de ser una conjetura, tan equivocada acaso como
la que supone hecha por Berruguete la figura principal de San Juan, olvidando
que aquel artista había muerto ya nueve años antes, en 1561. En concepto de
Ponz, hizo también Juní la estatua y el retablo de San Andrés colocado en un bra-
zo del crucero. ^
(i) Por su parte baja corre la inscripción siguiente: «Esta obra se fizo año
de XC en que se ganó Granada.» Sin embargo, Granada no se ganó hasta princi-
pios del 1492.
(2) «Escelente crucifijo que estiman por de Gregorio Hernández» dice el viaje-
ro Ponz que no debió verlo seguramente,
(3) El único que la trae y aun incompleta es Argáiz, autor de poco crédito, y
59
4t)6 FALENCIA
-■_■- IIIIIBIIBB II II I ^
Llegamos por fin á Astudillo, donáe viven los recuerdos de
aquella dama hermosa y discreta, digna de mejor amante que
el rey D. Pedro, digna del cetro si no lo hubiera ambicionado.
La curiosidad nos condujo desde luego al convento de Santa
Clara que ella ñmdó y que escogió para su humilde sepultura
al cerrar los ojos en Sevilla por Julio de 1361 : interesábanos
ver la tumba donde reposó por un año apenas su cadáver, traído
con pompa de las orillas del Guadalquivir y con mayor pompa
devuelto á ellas, después que el monarca se propuso hacerla
reinar postumamente declarándola ante las cortes por su legíti-
ma esposa. Á vista de una gastada urna situada junto á la reja
del coro, creímos de pronto cumplir nuestro deseo; mas al
acercarnos reconocimos sobre la cubierta dos toscos bultos de
consortes cuyo nombre se ignora (i), y se nos dijo á una voz,
desmintiendo la historia y metiéndonos en confusión, que no
habían sido en el convento depositados los restos de la Padilla,
sino en la parroquia de Santa María en la capilla de la nave
derecha (2). Quedóse muy atrás en grandeza la fundación de
D.^ María á la de su hija Beatriz en Tordesillas : la iglesia es
desnuda y pobre, y sin las dos góticas ventanas que alumbra
su capilla mayor fabricada de cantería, y sin las armas de Cas-
tilla pintadas en el enmaderamiento de la nave, nadie adivinara
su antigüedad y su origen. Dícese, y no es improbable, que la
vicaría del convento fué palacio que habitó á veces con su real
amante la fundadora; y como de las huellas del rey justiciero
brotan por do quiera las tradiciones populares, muéstrase una
mano con lin cordón esculpida en el dintel de una casa contigua,
en memoria de la que hizo cortar á cierto infiel secretario.
supliendo sus erratas dice así: Era TCXXXV Ratmundus episcofus Palenline sedis
gratia Dei pontifex hanc hje...
(1) Esta urna estaba antes en el presbiterio y carece de epitafio.
(2) Si padecen equivocación los vecinos, como puede suceder tratándose de
hecho tan remoto, acaso nació de las palabras de Mariana que titula de Santa Ma-
ría el monasterio en qne fué enterrada la Padilla. Pudo también ser colocada en
dicha parroquia provisionalmente, ínterin se le construía en el convento un de-
cente sepulcro, que luego se excusó por la traslación del cadáver á Sevilla.
P A I- E N C I A 467
Desde el siglo xi en que la menciona una escritura de Ve-
remundo III, suena ,Astudillo en la historia lo bastante para
acreditar su existencia, no para demostrar que tomara parte
activa y ruidosa en los acontecimientos. Dióse en arras á reinas,
en prenda de seguridad á infantes, y en señorío á Ruy Díaz de
Mendoza, mayordomo de Juan II y de Enrique IV, que la trans-
mitió á sus descendientes los condes de Castrojeriz. Era señor
del pueblo á mediados del siglo xvi Jerónimo de Reinoso, padre
de D. Francisco, obispo que fué de Córdoba á fines de la cen-
turia, y de la infeliz D.*^ Catalina, monja de Belén en Vallado-
lid, pervertida por los errores de Cazalla, que expió con la vida
en el segundo auto de fe de 1559 (i). La Mota ó fortaleza que
la dominaba apenas ha dejado vestigios, y á sus pies se excava
el cerro para formar miserables viviendas; pero todavía defien-
den el pueblo almenados torreones de piedra y lienzos de mu-
ralla, marcándose las cinco puertas de su recinto. Por su impor-
tancia y por su crecido vecindario ha merecido obtener el rango
de cabeza de distrito. Sus tres parroquias se titulan Santa Ma-
ría, San Pedro y Santa Eugenia; las dos primeras de dos naves
de estilo ojival aunque bajas y no sin resabios bizantinos, de una
sola la última renovada en el siglo xvi, todas con retablo mayor
de apreciable escultura, gótico ó del renacimiento. Santa María
se envanece de deber su fundación á la insigne reina Berengue-
la, y en la capilla del testero de una de sus naves contiene una
bella estatua tendida de un comendador de Montemolín: su
torre, como la de Santa Eugenia, con sus multiplicadas series
de arcos uniformes recuerda la extraña fisonomía de la de San
Benito en Valladolid.
(i) Su madre Juana de Baeza descendía de judíos, y debió ser hija, hermana ó
prima del contador Baeza, padre de D.* Francisca de Zúñiga, penitenciada por lu-
terana en el primer auto, y nieta acaso de Juan Rodríguez de Baeza, preso con su
mujer por judaizante en 1488. De Astudillo era también natural Juan Sánchez,
criado de Pedro de Cazalla, uno de los más activos emisarios de la nueva herejía,
de carácter é instrucción muy superiores á su clase, según aparece del lib. IV,
cap. vil, párrafo 3.** de los Heterodoxos españoles.
468 FALENCIA
Al oriente de Astudillo se desliza el Pisuerga por los once
ojos de un antiguo y grandioso puente, en dirección á mediodía.
Remontando sus márgenes hallaríamos á Melgar de Yuso vin-
culado un tiempo en los primogénitos de la casa del almirante
Enríquez con título de condado, y el famoso puente de Hitero
de la Vega, adonde fué desde el África conducido hacia 1220
el cadáver del bullicioso D. Gonzalo de Lara, vestido con el
hábito de la orden de San Juan cuya era la encomienda del
pueblo, y en donde el tiranuelo Gonzalo González soltaba el
freno á los crímenes y violencias que castigó confiscando sus
bienes Fernando el Santo (i). Al contrario siguiendo la corrien-
te abajo hubiéramos visto junto á otro puente á Torquemada,
la segunda villa del territorio después de Astudillo, marcada
ya según conjeturas en los itinerarios romanos (2), esclarecida
bajo el señorío de los Sandovales marqueses de Denia, duques
de Lerma más adelante. Esta dependencia hizo escogerla tal
vez para habitación de la reina D.^ Juana, de quien era mayor-
domo el marqués y prima su consorte, durante el primer aflo
de su viudez inconsolable. Tres días antes de la navidad de 1 506
vino de Burgos, siguiendo constantemente con los ojos, por
temor de que se lo robaran, el féretro del Archiduque : el viaje
hecho de noche y á la luz de las antorchas parecía, más bien
que el de una corte espléndida, el de fúnebre comitiva. A las
tres semanas, en 14 de Enero de 1507, dio á luz no sin gran
peligro el postumo fruto de su desgraciado amor, una hija por
nombre Catalina, que fué reina de Portugal y esposa de Juan III.
Desde el apogeo de su grandeza había recaído el trono en la
miseria de sus aciagas menorías : disputábanse la regencia el
Rey Católico desde Ñapóles, el emperador Maximiliano desde
Alemania, y aun varios príncipes la mano de la pobre loca que
empuñaba el más poderoso cetro del orbe ; y aquel humilde
(i) Véase atrás la nota de la pág. 369.
(2) Méndez Silva la reduce á Poria Augusta^ otros á Antraca y otros á Bar-
^iaciSy nombradas por Tolomeo entre las vacceas.
P A L E N C 1 A 4Ó9
pueblo era el foco donde se cruzaban todas las intrigas y ambi-
ciones de dentro y fuera. A cada momento se temía ver con-
vertidas sus calles en sangrienta liza entre el duque de Nájera
y el marqués de Villena, jefes del partido flamenco, y los soste-
nedores del rey Fernando acaudillados por el duque de Alba
y el condestable ; pero la impertérrita energía del gran Cisne-
ros, apoderado de la iglesia, hizo salir de la villa las tropas de
los grandes, no permitiendo desplegar allí otro pendón que el
de la reina. La peste puso cima á estos trastornos, obligando á
la corte á mudarse precipitadamente desde Torquemada á Hor-
nillos.
Pesábanos de no recordar en los lugares mismos estos acon-
tecimientos, y de no ver sobre todo aquella parroquia de tres
naves que pareció al viajero Ponz *de excelente construcción en
el estilo gótico con los correspondientes ornatos en su línea. >
Pero lo avanzado de la tarde nos obligó á regresar directamente
á Falencia, atravesando un extenso páramo de dos leguas á la
luz del crepúsculo y andando otras tres en la más densa oscu-
ridad, absortos y casi abrumados por las impresiones de aquella
fecunda jornada.
CAPITULO VI
Carrlón y su distrito
^^lETE leguas más arriba de Falencia baña el Carríón la villa
h^de su nombre, no siendo fácil averiguar sí se lo ha dado ó
si de ella lo ha recibido. Uno y otra lo llevan de muy atrás,
desde que en el siglo ix fueron arrojados más allá del Duero
los musulmanes. Cuéntase que la población se lo debe á unos
carros, que introdujeron por sus puertas disfrazados de carbone-
ros á los soldados de Alfonso ei Casto, decididos á arrancarla
del poder de los infieles; y de esta leyenda, fundada no más en
una arbitraria etimología, han tomado origen sus blasones.. Del
controvertido tributo de las cien doncellas ha nacido otra, que
asegura fueron allí libertadas en el acto de la entrega por la
braveza de unos toros, que acometieron y dispersaron á los
bárbaros cautivadores. Lo más cierto es que Alfonso III con-
quistó ó pobló á Carrión, y en ella se encontraba cuando atentó
contra su vida su servidor Adanino, de quien y de sus hijos
472 FALENCIA
¡nocentes ó culpables mandó hacer pronta y severa justicia (i).
Aunque tan cercana al teatro de la guerra durante el siglo x,
no la hallamos mezclada en sus vicisitudes : sólo sabemos que
la envolvió en sus estragos aquella llama misteriosa, que salien-
do del mar en i.° de Junio de 939 devastó toda Castilla desde
Pancorvo hasta Zamora (2).
Hicieron famosa á Carrión los condes que por encomienda
del rey ó por derecho hereditario gobernaban aquel país desde
los montes de Liévana hasta Monzón, y con su residencia pros-
peró sobre manera, tomando á veces de su iglesia principal el
nombre de Santa María (3). El más ilustre de su linaje fué el
conde Gómez Díaz que florecía á mediados del siglo xi, y más
ilustre aún su esposa D.* Teresa por cuyas venas corría la san-
gre de los reyes (4). Su opulencia y su piedad se desplegaron
especialmente en la fundación del monasterio de San Zoilo, cuyo
cuerpo trajo de Córdoba su primogénito Fernán Gómez, como
la mayor recompensa de los servicios que había prestado al
amir en las guerras con sus vecinos. Numerosa prole nació de
este consorcio, cuatro varones y cuatro hembras por lo menos,
y casi todos fenecieron, alguno peleando gloriosamente con los
(i) Et Carrionem venit, dice Sampiro, et ibidem servum suum Adamninum cum
filiis suis trucidari /ussit^ eo quod cogitaverai in necem regís. La misma cróni-
ca, inserta en la del Silense, en vez de cum filiis suis dice á filiis suis ^ lo cual varia
notablemente el sentido, y esta versión seguimos en el tomo de Asturias y León^
cap. VI, I/ parte.
(3) He aquí cómo describe los efectos de este fenómeno el cronicón Burgense:
Era DCCCCLXXVll kaLj'unii die sabbati hora nona^ flamma exivit é mari et incen-
dit plurimas villas et urbes et homines et bestias ^ et in ipso mari j>innas incendit^ et
in Zamora unum barrium et casas piurimas, et in Carrion et in Castroxeriz et in
Burgis et in Berviesca et in Calzada et Ponticorvo et in Buradon et alias plurimas
villas. En los mismos términos lo refieren los anales Compostelanos y el cronicón
de Cárdena en prueba del pavoroso recuerdo que dejó.
(3) El autor arábigo Ibn-Khaldoun, citado por Dozy, dice que reinaban los
Beni-Gómez en el país que se dilata entre Zamora y Castilla y que se llamaba San-
ta María su capital.
(4) Biznieta de Veremundo II por su madre Aldonza y por su abuela Cristina
la hace el obispo D. Pelayo : su padre Pelayo el Diácono, hijo de Froila y su abuelo
materno el infante Ordoño el Ciego, hijo de Ramiro, se cree fueron nietos del rey
Froila II, aunque no se halla expresado en dicha genealogía. Véase la nota del
cap. XIII, I.* parte, del tomo de Asturias y León.
P A L E N C I A 473
moros, en vida de su generosa madre, que llena de días, de
méritos y de penas, bajó á descansar con los suyos en el
año 1093. En ella se extinguió la familia ó cesó de ser heredi-
taria la dignidad, pues en los años adelante vemos al célebre
Pedro Ansúrez añadir á sus títulos el de conde de Carrión, con
indicios irrefragables del señorío que ejerció sobre la comar-
ca (i).
Ya hemos observado que las tradiciones valen menos á
veces que la historia ; y entre los auténticos y venerables recuer-
dos que acabamos de consignar, y las absurdas consejas que
de los infantes de Carrión refiere la crónica hacia el mismo tiem-
po, no es dudosa ciertamente la ventaja. Que los dos hermanos
Diego y Fernando, hijos de un desconocido conde Gonzalo,
casaran por codicia con las hijas del Cid D.^ Elvira y D.^ Sol,
que en los reales de Valencia se desdoraran por sus cobardes
hechos, que de vuelta á Castilla abandonaran desnudas á sus
esposas en los bosques de Berlanga después de azotarlas cruel-
mente, que osando presentarse en las cortes de Toledo rehuye-
ran dar satisfacción de su indigno agravio, que al cabo, no
pudiendo excusarla más, combatieran ellos y su tío D. Suero
en su villa condal con tres guerreros del Campeador y salieran
vencidos del palenque sin saberse si tuvieron otro castigo que
el oprobio, esto más bien que romance caballeresco parece rela-
ción de bandidos, en la cual la verosimilitud, el decoro y el sen-
tido común resultan á la vez maltratados. Sin embargo la han
acogido por genuina nuestros historiadores, sin averiguar si es
(i) Pruébanlo las escrituras que cita Sandoval en sus Cinco Reyes ^ algunas
anteriores al año 1093 en que falleció D.' Teresa, lo que no sabemos explicar de
otro modo sino que por muerte de los dos hijos mayores de la condesa Fernando
y García en 1083, habría de confiar el rey aquel importante gobierno á un varón
poderoso y guerrero como Ansúrez, de quien no se sabe por otra parte que tuvie-
ra parentesco alguno con los Gómez. Entre las iglesias de que hizo donación á la
de Valladolid su insigne fundador en 1095, nombra el monasterio de San Esteban
de Villoldo en el término de Carrión, y cuantas iglesias existieren allí, y la de San
Pedro dentro de la ciudad de Santa María, que no es otra que la misma villa de
Carrión.
60
474 FALENCIA
compatible con los tiempos, con los lugares, con las personas á
que se atribuye (i).
Mayor interés y verdad encierra la retirada de Alfonso VI,
que vencido segunda vez en Golpejares por el rey de Castilla
su hermano y perdido su reino de León, buscó asilo dentro de
Carrión en el templo de Santa María, y allí fué preso y aherro-
jado por el vencedor, no redimiendo la vida sino con la promesa
de meterse monje en Sahagún (2). Cuando volvió á reinar tran-
quilamente, en 1086, otorgó fueros á la villa, que ya los había
recibido de Alfonso V, su abuelo, iguales ó muy parecidos á los
de León ; y estos primitivos confirmó y adicionó la reina Urraca
en 29 de Setiembre de 1 109. Al año siguiente, estallada la gue-
rra entre los regios consortes, apoderóse de Carrión Alfonso el
(i) Basta observar que en la época de las supuestas bodas, hacia el 1094 en
que fué tomada Valencia, había muerto ya el conde Fernando Gómez y sus herma-
nos, y que nunca llevaron el patronímico de González que el poema del Cid les
atribuye, si bien lo de infantes pudiera explicarse por la real alcurnia materna. La
primera en referir tales sucesos, omitidos (no hay que decirlo) por el Silense, por
el arzobispo D. Rodrigo y por Lucas de Tuy, pero vulgarizados por los cantares
de gesta, fué la crónica general de Alfonso el Sabio, que los tomó sin duda del
poema y de la crónica latina del Cid Gesta Roderici campidocti^ no siendo de ad-
mirar el acuerdo que reina entre estas narraciones y las demás en prosa ó verso
más ó menos antiguas referentes al célebre Campeador, como que todas proceden
de una misma fuente. Vestidas con el encanto de su ingenua sencillez ó de su
enérgica aunque ruda poesía, disimulan en parte la deformidad del cuento, que
en una historia grave como la de Mariana se vuelve insoportable. Dozy conjetura
plausiblemente que esta fábula injuriosa pudo nacer de rivalidad contra la familia
leonesa de los Gómez, humillándola respecto del héroe de Castilla, pero se equi-
voca en hacerlos distintos de los descendientes de la infanta Cristina y del infante
Ordoño, pues se juntaron ambas familias mediante el enlace de Gómez Díaz y Te-
resa, padres de los mal traídos infantes.
(2) Los anales Complutenses fijan esta prisión en i 5 de Julio de 1 07 1 , el cro-
nicón de Cárdena en 1073, y siendo así hubiera debido ser muy al principio del
año. No se sabe qué pueblo sea Golpejares, cuya etimología se reconoce en el
nombre latino de Vulpecularia que le da D. Rodrigo : debió estar junto á Carrión y
á la orilla de su río como dice el citado arzobispo, y no en las del Pisuerga donde
ponen los anales Toledanos el teatro de la batalla de 1071. Según D. Rodrigo y el
Tudense, escapósele á Alfonso la victoria de las manos por haber prohibido seguir
al alcance á los enemigos derrotados, lo cual dio lugar al rey Sancho por consejo
del Cid á rehacer sus fuerzas y á caer de rebato sobre los descuidados leoneses. No
es forzoso entender, aunque tampoco lo rechazamos, que fuera preso el vencido
dentro del mismo templo, pues toda la villa como llevamos dicho se llamaba San-
ta María.
P A L E N C I A 475
Batallador, y al abrigo de su fortaleza se sostuvo contra el país
sublevado en torno, haciéndola su cuartel general, unas veces
acorralado en sus muros, otras lanzándose desde ellos sobre
Castilla cual torrente devastador (i). Para gobernarla nombró
con título de conde á su primo Beltrán de Risnel (2), que pa-
sando á ser yerno de D. Pedro de Lara, contribuyó acaso á traer
al servicio del rey consorte al antiguo amante de la reina. Tan
hondas raíces echaron allí los aragoneses, que en 1 1 26, fallecida
ya D.^ Urraca, aún tremolaban en aquel baluarte sus banderas,
hasta que los vecinos llamando á su señor natural Alfonso VII
le rindieron obediencia sin que la guarnición osara resistir.
Sea para honrarla, sea para extirpar en ella todo afecto á la
dominación pasada, el hijo de Urraca visitó á menudo la reco-
brada villa, en 1 1 29 acompañado del arzobispo de Santiago,
en 1 1 30 para asistir al concilio reunido por el cardenal Umberto,
legado apostólico. No era el primero que en Carrión se celebra-
ba, recordando aún sus moradores el que habían visto en 1 102
presidido por Bernardo, arzobispo de Toledo ; pero éste por el
número de los prelados y por la presencia del rey y de sus mag-
nates fué harto más solemne y ostentoso. Abrióse en el monas-
terio de San Zoilo á 4 de Febrero, y en él fueron depuestos tres
obispos, los de León, Oviedo y Salamanca, por justas causas que
no se expresan, todo bajo la dirección é influencia del famoso
Diego Gelmírez, alma y motor de aquella asamblea (3). En 1 1 33
(i) De los capítulos 84, 8$ y 113 del libro I de la Historia Compostelana^ apa-
rece que la reina Urraca por los años de 1 1 1 3 había recobrado á Carrión y perma-
necía allí, leyéndose en el último pasaje lo siguiente : Peracio non modici temj>oris
curriculo regina Urraca Carrione suscepta esi et rex Aragonensis ex^ulsus est,
Pero en el cap. 6 del libro 11, dice que en 1 1 1 8 el monasterio de San Zoilo estaba
otra vez en poder del rey de Aragón. De que los aragoneses poseyeron á Carrión
hasta el 1 1 26 nos cerciora la crónica latina de Alfonso Vil, núm. 3.°
(2) La madre del conde Beltrán, Eliarda de Risnel, era sobrina por línea ma-
terna de la reina Felicia, madre de Alfonso y esposa de Sancho de Aragón. Casó el
conde en segundas nupcias con Elvira, hija de D. Pedro de Lara, en compañía del
cual fué preso en 1 1 30 dentro de Palencia.
(3) Véanse los capítulos 14 y i $ del lib. III de la Historia Compostelana. Pro-
bablemente fueron políticas las causas de la deposición, atendidas las prolongadas
47^ ' P A L E N C I A
se encontraba otra vez allí con su corte el soberano, y en 1 137
recibió en aquellos muros á su cuñado Ramón Berenguer, conde
de Barcelona, recién elevado por su esposa al trono de Aragón,
terminando en amistosas conferencias las inveteradas discordias
de ambos reinos, y haciendo reconocer feudataria de Castilla
toda fci región situada sobre la derecha del Ebro.
Importantes fueron las cortes que tuvo en Carrión Alfon-
so VIII por el verano de 1188, pues á ellas vino llamado Al-
fonso IX de León que acababa de suceder á su padre, y reconoció
la superioridad de su primo besándole la mano y recibiendo de
él la orden de caballería. Otras celebró allí el mismo rey á prin-
cipios de 1 195 en que otorgó fuero á los pobladores de Nava-
rrete: luego pasó más de un siglo sin presenciar la villa reunio-
nes semejantes, hasta que en 13 13 el infante D.Juan como uno
de los tutores de Alfonso ,XI juntó en ella á los procuradores de
su bando. Intrigas para alzarse él solo con la regencia, apuros del
erario, descontento de los ñjosdalgo y caballeros por la rebaja
de los acostamientos que tiraban, trajeron perturbadas aquellas
cortes, tanto que vinieron á.las manos los quejosos sobre la par-
tición de los dineros y por poco ensangrentaron la real morada,
perdiendo el respeto á la venerable reina D.^ María, que se re-
tiró ofendida á Falencia. Sin embargo, en 1 3 1 7 residía otra vez
en Carrión la ilustre gobernadora con su coronado nieto, conce-
diendo franquezas á la villa y aprobando los capítulos de her-
mandad formados por los ricoshombres, caballeros y procura-
dores.
Con el incendio del archivo municipal perecieron á la entrada
del corriente siglo los numerosos privilegios que ennoblecieron
á Carrión: consta empero que Alfonso el Sabio en 1255 le hizo
divisiones del reino, en las cuales figuró tan decididamente el arzobigpo Gelmírcz.
Los prelados depuestos fueron Diego de León y Juan de Salamanca : el de Oviedo
no sabemos si fué el cronista D. Pelayo ó algún otro que por su renuncia le hubie-
ra sucedido, pero Roma al parecer no aprobó el acto del concilio, pues consideró
intruso al nuevo obispo Alfonso, como indicamos en el episcopologio de Oviedo,
tomo de Asturias y León.
FALENCIA 477
gracia del portazgo y en 1277 la eximió de tributo, que el rey
D. Pedro en 1360 le confirmó sus libertades, que en 1464 la
declaró Enrique IV exenta de portazgos en todo el reino, y de
alojamiento de tropas el Rey Católico en 1509. La prerrogativa
que más arguye el aprecio de los reyes fijé la que en 1295 ^^
otorgó Fernando IV ó méis bien su madre, de no ser jamás ena-
genada ni desprendida de la corona ; y aunque la olvidó Enrique
de Trastamara dando en 1366 el señorío del pueblo á Hugo
Carbolayo, uno de los compañeros del firancés Duguesclin, cadu-
có con la derrota de Nájera esta merced, y robusteció Juan II
en 141 5 la solemne promesa, permitiendo á la villa resistir con
armas toda entrega á otro dueño sin que incurriese en la nota
de rebeldía. Sin fiíerzas debió hallarse de seguro para rechazar
al conde de Benavente, cuando se apoderó de ella en 1472 apro-
vechándose de la flojedad de Enrique IV y convirtió en cindadela
su parte superior á fin de dominarla á la vez que defenderla;
pero libertáronla los celos del conde de Treviño y del marqués
de Santillana que tenían allá dentro solares y tumbas de sus
ascendientes. Sitió el primero la fortaleza en 1474, acudió el
segundo para favorecerle y para vigilarle á un tiempo, pues temía
de la ambición de su aliado no guardara para sí la presa, apoyá-
banlos contra el de Benavente los príncipes D.^ Isabel y D. Fer-
nando ; y he aquí que en lo más inminente del choque vino á
pacificarlos el rey Enrique menos indolente que de costumbre,
devolviendo á Carrión la independencia, y mandando reparar
sus antiguos muros y demoler el nuevo fuerte levantado para
oprimirla.
De aquellos permanecen restos considerables por el lado de
oriente, y junto á Santa María un arco apuntado con ruinas de
torreón, además de algún otro situado muy adentro de la villa.
Cuéntase que un tiempo se dividía en dos barrios cerrados, re-
gido cada cual por su conde, suponiendo que había dos; y si no
fuera exagerada la cifra de doce mil vecinos que se atribuye á
su población antigua, mientras ahora no cuenta más de seiscien-
^jS FALENCIA
tos, tendría que haber menguado mucho su recinto en vez de
dilatarse progresivamente. Su bajo caserío, fabricado de tierra
en su mayor parte y con vastos corrales, se aviene mejor á su
actual condición labríega que al brillo de su pasada historia ; é
inútil es buscar las distinguidas mansiones que por su naturaleza
ó por la cercanía de sus dominios en Campos poseían en ella
muchos señores de Castilla. Las torres mismas de sus numero-
sos templos apenas sobresalen ni realzan su perspectiva, ora se
la contemple desde las áridas cuestas que limitan por tres lados
su horizonte, ora elevada al occidente desde las márgenes del
río, tan escasas de verdor como lo está de aguas por lo común
el ancho cauce.
El magnífico puente de nueve arcos, que lo atraviesa, la tra-
dición lo remonta con harta facilidad á la época de la ilustre
fundadora de San Zoilo, á quien Carrión, como Valladolid á Pe-
dro Ansúrez, se complace en deber todo lo que conserva de
antiguo y grandioso. Poco es ello en el orden civil, porque del
palacio de los condes nada existe, sabiéndose por memorias más
que por vestigios su situación al extremo del Pradillo sobre la
pendiente del ribazo izquierdo. Yace arruinado el célebre hospi-
tal de la Herrada, erigido para hospedar á los peregrinos de
Compostela, no por la ínclita D.* Teresa, sino por Gonzalo Ruiz
Girón, mayordomo del rey á la entrada del siglo xiii (i). De las
suntuosas casas consistoriales queda solamente la fachada con
varios arcos en el cuerpo bajo y sobre el del centro un grande
escudo de armas imperial, formando su coronamiento una gale-
ría de gótico carácter ; pero las llamas que en 1 8 1 1 abrasaron
el edificio con otros principales no hay que imputarlas esta vez
á los franceses; fueron imprudentes guerrilleros españoles al
(i) Cita Pulgar con referencia al Dr. Gudiel cinco escrituras de los años 1 209,
I 2 1 2, 1222, 1224 y 1 226, mediante las cuales el ascendiente de los Girones dotó
con opulencia dicho hospital situado en el camino llamado francés^ por ser el de
Santiago á Francia. Titulóse hospital de Gonzalo kuiz antes que el vulgo lo deno-
minase de la Herrada, por la que había á la puerta para dar de beber á los ro-
meros.
FALENCIA 479
mando de un Santos Padilla, los que á trueque de desalojar al
enemigo de Carrión incendiaron sus mejores monumentos y poco
faltó para que la redujeran toda á cenizas.
Entre las parroquias de la villa, que formaban el cabildo
llamado de los Veinte ^ obtiene cierta preeminencia la de Santa
María del Camino^ iglesia venerable, puramente románica, que
en el siglo xi daba su nombre á la población. Su portada prin-
cipal no es la que á sus pies se encuentra tapiada sin más ador-
no que dos columnas y una imagen antiquísima de la Virgen,
sino la del costado metida entre dos arbotantes y cubierta en
tiempo harto más reciente con un pórtico de techumbre arteso-
nada. En los arcos concéntricos de medio punto que apoyan
sobre capiteles labrados de figuras, alternan con las orlas aje-
drezadas tosca guirnalda de pámpanos y racimos y una serie
de personas en diversas actitudes y de incierto significado. Pero
el ancho friso de escultura colocado más arriba, presenta aún
más difícil problema; pues si bien el coronado personaje sentado
en el centro sobre simbólicos animales y blandiendo la espada
designa sin duda al Rey de los cielos, y en los tres jinetes que
se dirigen hacia la Virgen y el Niño, vemos figurada la adora-
ción de los Magos, confesamos no acertar con el sentido que
encierran las maltratadas imágenes del otro extremo, entre las
cuales se nota un obispo. Á los lados del friso resaltan dos ca-
balleros, uno montado en un corcel , otro en una fiera muy
brava; y en ellos y en las rudas cabezas de toro que sirven de
impostas al arquivolto interior, y en las doncellas dudosamente
esculpidas en un capitel, ha pretendido leerse auténtico y com-
probado el hecho milagroso que se supone acontecido en aquel
lugar antes de la erección del templo, y que siglos hace se ce-
lebra con anuales funciones como anulación sobrenatural del
infame convenio de Mauregato (i).
(i) No hemos sabido ver en dichos relieves tan claramente co^io otros la re-
presentación de los moros y doncellas ni menos las calaveras de toros que Ponz
480 FALENCIA
En el testero de la nave de la epístola hay una capilla de-
dicada á Nuestra Señora de la Victoria, conservando por fuera
toda la rudeza de su ábside, y recordando adentro el sonado
prodigio por medio de un cuadro moderno de escasa fe y de
mérito aún más escaso (i). Es la iglesia, aunque de tres naves,
de reducidas dimensiones, desnuda de ornato y hasta sin colum-
nas que revistan sus gruesos pilares, pero gentil y elevada en
su nave central respecto de las menores, muy caracterizada por
el semicírculo de sus arcos de comunicación y ventanas, noto-
riamente clasifícable entre las construcciones bizantinas del pri-
mer período. El crucero admitió posteriormente arcos y bóvedas
ojivales, y después bajo la influencia del barroquismo sufrió la
capilla mayor una renovación completa, de la cual no escapó
más que el arco de entrada con sus columnas y gruesos capite-
les; un pesado cimborio cobija el presbiterio, costeado en mal
hora por el obispo de Falencia Molino Navarrete, cuya efigie
de mármol arrodillada ocupa un nicho alto enfrente de las de
sus padres.
Juntas sucumbieron en la catástrofe de 1 8 1 1 la torre de
piedra de Santa María y la parroquia de Santiago, sita en fren-
te de la plaza Mayor cerca del derruido consistorio. Reedificada
después en 1849, toda nueva y desmantelada por dentro, vive
para el culto, pero ha muerto para el arte; y los ábsides latera-
les y algunos capiteles que subsisten acrecientan el sentimiento
de su pérdida. Por fortuna el fuego respetó su fachada, que
aunque baja y modesta en sí y mal ' acompañada de una torre
de ladrillo ni antigua ni elegante, ofrece ejemplos curiosos para
el estudio de la escultura bizantina. Las dos columnas , de que
consta únicamente el portal semicircular, llevan en sus fustes
descubrió en el friso, siendo por otra parte muy fácil que la leyenda se forjara
sobre la escultura.
(i) En dicha capilla existe un sepulcro con estatua yacente de sacerdote y á
sus pies la de un paje también tendida, leyéndose en caracteres góticos lo siguien-
te: «Aquí está sepultado el discreto varón licenciado Juan de Paz, el qual acabó su
vida dia de Santa Clara año de MDXIIII.»
FALENCIA 481
estrías oblicuas sembradas de 'florones en los intermedios, é
imágenes en los capiteles : el arquivolto está cuajado de figuras
sentadas en ademán de ejercer varios oficios, algunas de ellas
CARRIÓN. — Iglesia de Santiago -"^^^^l^
difíciles de comprender por su rudeza y por su deterioro. En
medio del friso, que corre por debajo del alero, aparece la im-
ponente efigie del Salvador vestido con túnica y manto de ricas
guarniciones y rodeado por los místicos emblemas de los cuatro
evangelistas, y á los lados se extienden en dos alas los após-
toles, figuras tiesas, amaneradas en los pliegues de sus ropas,
deformes y hasta bárbaras, si se quiere, en sus proporciones y
dibujo, y sin embargo inapreciables para la historia del arte en
el siglo XI: lástima que descabezadas en su mayor parte por los
vándalos modernos, les falte la expresión contemplativa del
semblante que aumentaría lo rígido de su actitud.
CARRIÓN.— Escultura central de la Iglesia de Santiago
Al mirador que domina el río y la vega se asoman dos pa-
rroquias; San Andrés, compuesta de tres naves de igual altura
y sostenida por elevadas columnas cilindricas al estilo del rena-
cimiento, y nuestra Señora de Belén fabricada también en el
siglo XVI, pero reducida y de una sola nave, con su torre de
piedra, junto al destruido palacio condal. En aquella, dentro de
un nicho de orden jónico se ve reclinada la estatua del obispo
de Guadix, Melchor Alvarez de Bozmedíano, enviado en calidad
de teólogo al concilio de Trento; en esta el bulto yacente de
Fernando D(ez, canónigo de Alcalá fallecido en 1556. La de
San Julián está renovada por completo , lo mismo que la de
FALENCIA 483
San Juan del Mercado, cuya baja torre se señala por los arcos
menores abiertos en sus cuatro muros á uno y otro lado del
principal. Además de estas seis parroquias y de las dos ó tres
de sus afueras, contenía la villa alguna otra en su recinto, una
de ellas la de San Pedro y San Pablo cedida en 1 5 2 7 á los do-
minicos por el obispo Sarmiento, la misma tal vez que ya
en 1095 había sometido el conde Ansúrez á Santa María de
Valladolid. La iglesia con el convento fué otra de las víctimas
del incendio mencionado ; la de San Francisco se hunde en el
abandono, si no se ha hundido ya, sin haber bastado á salvarla
las sepulturas de los Vegas y Cisneros, á cuyos huesos ha ca-
bido acaso suerte peor que la que les reservaba en 1474 el
conde de Benavente provocando la cólera de su heredero el
marqués de Santillana (i).
Santa Clara , único convento de religiosas después de la
supresión del de Santa Isabel, ofrece una linda portada de pi-
lastras dóricas en el primer cuerpo, y corintias en el segundo,
y en este tres nichos con estatuas correspondientes á los arcos
inferiores. En el siglo xvii se renovó la iglesia puesta bajo el
patronato de los condes de Osorno, á cuya familia pertenece la
ilustre dama que yace en labrada urna, representada con her-
moso semblante y honestas tocas (2).
Resta sólo atravesar el puente y seguir una frondosa ala-
meda sobre la margen derecha del río para hallamos enfrente
del monasterio que constituye la mayor celebridad de Carrión
y absorbe casi sus recuerdos y grandezas. De las dependencias
(i) Como en razón de tener allí enterrados á sus ascendientes se interesara el
marqués por la libertad de Carrión, mandó decir el conde á su adversario que
recogería los huesos de aquellos y se los enviaría en una espuerta para que los
reuniese con los de los otros en San Francisco de Guadalajara, insolente reto que
produjo el rompimiento de hostilidades.
(3) El epitaño está colocado de manera que sólo puede leerse «condesa de
Osorno, mujer del Sr. Gómez Carrillo.» No habiendo habido otro enlace en lalínea
de los condes de Osorno con los Carrillos que el de Aldonza Manrique, hija del
primer conde Gabriel con Gómez Carrillo, señor de Pinto en la última mitad del
siglo XV, sólo á ella puede referirse el sepulcro y la figura, constando por otra
-parte que tuvo dicha Aldonza una hermana, Beatriz, abadesa de aquel convento.
484 FALENCIA
de San Zoilo formóse tiempo hace un barrio á su alrededor, al
cual sirvió siempre de parroquia una capilla de su templo pues-
ta bajo la advocación de la Magdalena. Pero no descuella el
edificio sobre los subditos hogares con la majestad de las anti-
guas abadías; vasto y regular como un cuartel, presenta en sus
líneas la más insípida igualdad y la más completa desnudez en
todo su exterior. Solamente para hacer alarde de sus locuras
se reservó el churriguerismo la portada de la iglesia, donde
vestido á lo Luís XIV aparece el joven mártir cordobés en me-
dio de San Félix y San Juan Bautista, y en lo más alto, encima
de un escudo real y de San Benito, el arcángel San Miguel entre
ridiculas hojarascas y cogollos. La del convento algo más arre-
glada consiste en pareadas columnas jónicas con un frontispicio
triangular; de la primitiva fábrica de piedra no queda más que
el basamento de la torre incrustada en la nueva obra de ladrillo
con su ventana bizantina, y al otro lado una cornisa de tablero.
Ignoramos qué incendio ó qué ruina hizo necesaria la reedi-
ficación del augusto templo románico, ó qué capricho ó libera-
lidad mal inspirada la acometieron voluntariamente ; ignoramos
la época precisa en que se hizo, que hubo dé ser entre fines
del siglo XVII y principios del inmediato; ignoramos sobre todo
el nombre del que la dirigió, y tampoco hemos cuidado de sa-
berlo para no tener que entregarlo á la execración ó al despre-
cio de la posteridad. La iglesia de San Zoilo no es simplemente
greco-romana, ni barroca, ni de un dórico mal entendido en
expresión de Ponz ; ningún género de arquitectura deshonra,
porque á ninguno pertenece; y á pesar de componerse de nave,
crucero, cimborio y capilla mayor, que no forma ábside de nin-
guna clase, más que iglesia parece sala, destinable á cualquier
objeto menos al culto. Al retablo que poseía del siglo xvi re-
emplaza un moderno é insignificante tabernáculo, y á las anti-
guas urnas de los cuerpos santos otras sin mérito ni riqueza (i):
(i) Las antiguas, según las describe Morales en su Vio^e Sanio ^ eran dos, de
P A L E N C I A 485
la sillería del coro bajo que rodea el altar carece de adorno, y
la del coro alto situado á los pies de la iglesia, á pesar de su
Hombradía, no la merece sino por la calidad de la madera, á
menos que la haya alcanzado por las columnas salomónicas de
su segundo cuerpo.
En un campo de ruinas costara menor esfuerzo alimentar la
fantasía con las memorias de aquella casa venerable y recons-
truirla idealmente, que en medio de un conjunto de objetos tan
blanqueados, tan nuevos, tan disonantes. Existía ya en 1047
dedicada á San Zoilo y á San Félix igualmente que al Bautista,
si no está errada la fecha de la donación que le otorgaron Gó-
mez Díaz y Teresa ( i ) ; pero la traslación de las preciosas reli-
quias desde Córdoba la atribuyen las crónicas de la orden á
Femando, hijo de los condes, que por aquellos años no se ha-
llaba todavía en edad de obtener con sus proezas la gracia del
rey sarraceno y la concesión de aquel tesoro. Yacían en la ciu-
dad de los califas los restos de Zoilo, noble mancebo degollado
después de sufrir los tormentos más atroces en una de las per-
secuciones del Imperio ; y una revelación divina los había des-
cubierto, reinando Sisebuto, al obispo Agapio, quien sacándolos
del viejo cementerio pagano, los sepultó honrosamente en una
pequeña iglesia de San Félix. Este fué el botín que desprecian-
do el oro y la plata pidió al asombrado amir el joven caballero
cristiano; y á él se agregaron, según las tradiciones monásticas,
el cuerpo de un San Félix, probablemente el titular del templo
madera, cubiertas de planchas de plata de obra antiquísima, doradas en unas par-
tes y por la frontera labradas con algunas imágenes de más que medio relieve;
había en ellas muchos engastes con piedras, algunas muy grandes y todas falsas
al parecer. Carecían de cerradura, y para abrirlas era necesario deshacer la cha-
pería, lo cual, como aseguraban los monjes, jamás hasta aquella época se había
practicado.
(i) Tráela Yepes, pero sospecha Flórez que hay equivocación en la data, pues
el día de la semana no conviene con la letra dominical de aquel año. Faltan datos
para afirmar que el monasterio existiese antes de la llegada del cuerpo de San
Zoilo, bajo la advocación de San Juan, pues no basta para probarlo el libro de con-
cilios que poseía y que cita Morales, empezado en 948 y perteneciente al abad
Teodomiro, toda vez que no consta el lugar de su procedencia.
486 FALENCIA
que había recibido el de San Zoilo, el de Agapio que lo había
encontrado, y hasta los objetos que rodeaban su sepulcro (i).
Atravesó incólume regiones infieles y desiertos países la piado-
sa comitiva, abriéndose de mañana por sí mismas las puertas
de los lugares cercados donde pernoctaba; y después de insta-
lados en el monasterio los sagrados huesos, sea que lo hallaran
ya fundado, sea que dieran motivo á su erección, continuaron
más frecuentes los prodigios, como si se alegrasen de su nueva
morada y agradeciesen el rescate y la hospitalidad.
A excepción de Sahagún no tuvieron en Castilla los bene-
dictinos fundación más grandiosa y rica que la de San Zoilo y
de la cual dependieran mayor número de prioratos. Del primer
edificio nada sabemos, pero debió corresponder á su lustre y
opulencia, que no se formó gradualmente con adquisiciones su-
cesivas, sino que se desplegó toda de una vez bajo la protección
liberalísima de la condesa. Sin embargo es fama que á sus vir-
tudes más que á sus dones y beneficios debió la noble Teresa
el honor de ser trasladada, desde el atrio donde yacía con su
(i) ai abrirse la urna en el año de 1 600 hallóse dentro de ella un pergamino
con la siguiente letra, cuyo lenguaje parece del siglo xv. «Aquí yace el cuerpo de
S. Zoil todo e la camisa e la saya en que fue martirizado e la su cinta e la tierra de
la su fuesa e la tierra de huesos menudos en otro palio e las candelas que ardían
sobre, la su fuesa por la gracia de Dios porque los cuendes hallaron el cuerpo de
S. Zoel.» Mucho se ha debatido si el San Félix de que se trata es el llamado de
Alcalá, monje degollado bajoja dominación de los sarracenos que quemaron y
echaron al río su cadáver, ó el marido de Liliosa y amigo de Aurelio, martirizado
también en Córdoba hacia el mismo tiempo: pero supuesto que el cronicón Cerra-
tense nos habla de otro San Félix muy anterior á éstos, pues tenía ya templo eri-
gido en la época de los godos, cPor qué no había de ser su cuerpo más bien que
el de los otros el que acompañara en su traslación al de San Zoilo al cual había
dado hospedaje, como le siguió el de Agapio y cuánto tenía relación con el santo,
hasta las velas del sepulcro según hemos visto? Extrañamos que á Morales, á
Yepes y sobre todo á Flórez no se ocurriera esta solución tan natural á los nume-
rosos obstáculos con que tropiezan en sus encontradas opiniones. El año fijo de
la traslación no puede averiguarse por la expedición de Fernando Gómez en favor
del rey de Córdoba, pues eran frecuentes los. casos en que los amires se valían de
auxiliares cristianos en sus guerras intestinas; conjeturamos empero que coinci-
dió con el reinado de Muhamad-ben-Jehwar (de 1044 á 1061), combatido sin tre-
gua por el de Toledo y despojado al fin por su pérfido aliado el de Sevilla, al cual
ayudaban los cristianos de Aragón y Cataluña como al de Toledo los gallegos y
castellanos.
FALENCIA ^87
marido, al sagrado recinto del templo, cuando en él se rehusaba
todavía sepultura á los mismos patronos y sólo se concedía á
los santos y escogidos de Dios. Y por santa se tuvo y hasta
milagros se atribuyeron á aquella insigne mujer, querida del
Señor y digna de ser llorada por los hombres ^ avara consigo y
pródiga con los pobres^ como dice el epitafio que cuenta por
obras suyas la iglesia, el puente y un cómodo albergue para los
peregrinos (i).
Los demás sepulcros de la familia quedaron en la galilea^
nombre dado á veces en la Edad media al pórtico de los monas-
terios (2). Su lugar lo ocupa probablemente el moderno pan-
teón, que hoy trocada la distribución del edificio comunica con
la iglesia por debajo del coro; pues detrás de los importunos
tabiques pudimos vislumbrar por una abertura ocho antiguos
sarcófagos dispuestos uno encima de otro, cuatro á cada lado (3).
(i) Los dísticos del epitafio, harto correctos en el metro y en el estilo para
ser del siglo xi, se pusieron probablemente al trasladarse el entierro de la conde-
sa desde el atrio al templo hacia el xiv ó xv. Morales dice que el sepulcro era sun-
tuoso aunque llano ¡unto al altar mayor : ahora está en alto á un lado del mismo.
En la fecha del óbito se equivocó transcribiendo era MXCV en lugar de MCXXXI,
como enmendó bien Sandoval ; acerca del año concuerdan la inscripción y los
anales Compostelanos, pero discrepan en el día y mes, pues aquella señala el 9 de
Junio y éstos el 3 de Octubre.
Faemina chara Deo jacet hoc tumulata sepulchro
Quae cometissa fuit nomine Teresia.
Hoec mensis junii sub quinto transiit idus:
Omnis eam mérito plangere debet homo.
Ecclcsiam, pontem, peregrinis óptima tecta,
Parca sibi struxit largaque pauperibus.
Donet ei regnum quod permanet omne per evum
Qui manens trinus regnat ubique Deus.
Obiit era TCXXXI (1093 de C.)
(2) Véase el glosario de Ducange y la arquitectura monástica de Lenoir. Mora-
les habla de esta pieza situada fuera de la iglesia «que ni es capilla ni tiene altar
ni retablo, y la llaman Galilea.»
(3) Uno de ellos por lo que se entrevé es muy parecido al del infante D. Felipe
en Villasirga que describiremos más adelante. Nuestro diligente compañero el
Sr. Parcerisa se propuso volver á Carrión para practicar ain reconocimiento que
prometía resultados tan satisfactorios como los de Naranco y Villanueva en Astu-
rias, pero le ha faltado hasta aquí ocasión de realizarlo. Quede entre tanto consig-
nada esta indicación para los que emprendan restaurar aquellas antiguallas que
se creían ya destruidas.
488 FALENCIA
Sin mudar de sitio mudaron de aspecto en 1786, gracias á una
reforma tan gjratuita y detestable como la del templo; y por
cierto que con sus arcos almohadillados y su insulsa anaquelería
y sus revoques de yeso se lucieron tanto los ilustrados apósto-
les del buen gusto como los depravadores de él con sus extrava-
gancias. Por fortuna conservaron transcritas en los nuevos nichos
las inscripciones de las urnas y de las lápidas esparcidas por el
pavimento, olvidándose de verter al lenguaje culto su interesan-
te rudeza. Con enfáticos elogios ponderan las virtudes del ínclito
conde Gómez Díaz, fallecido en 1057, y con más sencillez las de
sus ocho hijos que le siguieron al sepulcro; ^^n^^i^ favorecedora
magnifica del monasterio en 1074; en 1083 Fernando el pri-
mogénito, que trajo de Córdoba los cuerpos santos; en el mismo
año García, muerto en batalla por los infieles; en 1084 Elvira,
en 1093 Pelayo, en 1104 María, en 1107 Diego, y por último
en 1 1 08 Mayor, que como sus hermanas lleva el título de con-
desa, aunque nada consta de sus casamientos. Yacen allí ade-
más, ligados sin duda con aquella gran familia por algún vínculo
que ignoramos, María, ilustre dama fenecida en 1043; Gómez
Martín, víctima también del alfanje sarraceno en 30 de Mayo
de 1090; la condesa Aldonza, mujer escogida y yAtxAx'&^ox^
insigne de la casa, que acabó sus días en 1096; Fernando, cónsul
Malgradiensey muerto en 1 1 26, y Alvar Fernández, potestad ó
justicia cuyo nombre va asociado al del artífice ó pintor de su
sepultura (i). Tal vez rasgando la blanca mortaja que lo sofo-
co Cuenta Sandoval que un abad metió debajo de tierra muchas de las arcas
de piedra para que se pudiese andar por la capilla, y que pisando las tapas se gas-
taron las letras hasta el punto de hacerse casi ilegibles. Apelamos á las copias de
este autor y á las de Yepes para llenar los huecos que, por dicha razón sin duda,
se dejaron en las inscripciones al transcribirlas en los nuevos nichos; en cuanto á
las variantes, que no son pocas sobre todo respecto de las fechas, no hay medio
de decidir las dudas mientras no se restauren las lápidas originales si aún existen.
De estos letreros algunos están en verso aunque tosco, otros en prosa rimada que
se aproxima á la cadencia del exámetro, por la cual ó por el asonante nos guia-
mos para cortar las líneas.
I. Inclitus qui quondam fuii Didaci comes Gomecius
religione aique militia splendidus lampade
FALENCIA ^8g
ca, podrá reaparecer algún día en su primitivo ser el panteón
condal, único resto salvado de la piqueta demoledora á trueque
de reclusión perpetua.
La renovación del edificio empezó por el claustro en la pri-
mor tefe uct in matrem piam recef>tus hicjacei
corpore^ j>olorum transmiltens spiritum arce,
fidei spei et charitaiis turma refertus,
dapsilis, b^nignus^ nunc gaudet numine factus,
occasum adiitjebroarii luce nona era MXC juncia V.
Así lo trae Yepes, con cuyo auxilio suplimos lo que falta en el moderno letrero,
donde en vez de la palabra morte de la tercera línea se puso morum refiriendo á
lampade,
II. Hoc túmulo requiescitjamulus Dei comes Ferdinandus Gomecii^ obiit die ter-
tia feria pridie idus marcii era MCXXl: Christus perducat animam ejus in paradi-
sum. La deprecación la trae Sandoval en otros términos : Christus in quo credidit
succurrat ei. En cuanto al 14 de Marzo cayó en martes efectivamente en dicho
año.
III. Hoc in túmulo requiescitjamulus Dei Garsea Gómez qvi occisus est á sarra-
cenis pridie idus decembris era MCXXL Sandoval en vez de idus escribe kalendas,
y añade la plegaria pietas Christi succurrat illum, amen.
IV. PelagiuSy tertius hujus ccenobii Jundatorum filius,
hic honorificejacet humatus^
cum Dei sanctis computetur el ipse beatus,
Obiit era MCXXXI, XV U I kal.Jebroarii.
En Yepcs se lee era MCXXXVlll y décimo nono kalendas,
V. Didacus Gomecii quartus hujus cenobii fundatorum /tlius Juit^qui ipse etiam
hic habetur sepultus: obiit era MCXLV quarto kal.junii. Asi Yepes; en el letrero
del panteón falta la fecha.
VI. Domina Sancia Gómez comitissa^ hujus cenobii ad/utrix magnifica, hicjacet
sepulta, célica ut credimus sede felici possessa : obiit era MCXII, décimo quarto kal.
aprilis, Yepes pone quarto kalendas.
Vil. Hicjacet in sarcófago isto cometissa Gelvira Gómez quce obiitXkaLjanua-
rii die feria tertia era MCXXH, En esta fecha hay suma discordancia, pues Yepes
copió era MCXXXIl, y Sandoval era MCXXV y XI kal, en vez de A'; y lo peor es
que de tantas variantes ninguna conviene con el día de la semana, pues ni el 22
ni el 23 de Diciembre de 1084, 1087 ó 1094 fueron martes. Sandoval continúa
la deprecación Christus in quo credidit succurrat illam,
VIII. Illustrissima Maria Índoles regum (debiera decir proles), filia Gómez et
Tharasie: fides, spes, charitas, vir tutes cuñete in ea clarescunt : obiit era MCXXXXII,
XII kal. aprilis. Esta inscripción la han omitido todos.
IX. Hic dormit sepulta femina quce obtulit multa,
comitissa Mayor Gómez, sacro huic monasterio,
cuimerces doneiur in cáelo: obiit era MCXLVl nonas januarii.
Yepes escribe hera en vez de femina,
6a
490 FALENCIA
mera mitad del siglo xvi; y si se hubiera detenido allí, en ver-
dad que apenas nos atreveríamos á censurarla por lo que des-
truyó, siquiera fuese majestuoso y tal vez rico, en gracia de la
profusión y delicadeza de esculturas que vertió á manos llenas
por sus cuatro galerías. En los cinco arcos que forma cada una
campea la ojiva, gallarda aún y elegante, pero no ya rodeada
de abultados boceles sino de las molduras planas del renaci-
miento: columnitas estriadas y pirámides con bolas, remedan la
X. Domina Marta stirpe clara, hoc in locojacet húmala;
de carne morlali /eliciler migravit exula,
ea propier in celum ejus anima sil delata,
Obiil era MLXXXI guinlo kaL oclobris.
Lleva esta lápida, que tampoco hemos visto impresa, el título de cenotafío; y si
en la fecha no hay error, es la más antigua de todas.
XI. Gómez Marlinusjacel hac sub rupe sefultus
qui fuil mucrone diro maurorum occisus
III kaL funii era MCXXVIIL
XII. Cometissa Aloma femina electa hicjacet quoque sepulta:
locelur regina judicis ad dexteram Christi,
ingentia quce dona Dei templo contulit isti,
quce regia ex traduce so lar i de/un gitur luce.
Era MCXXXIIII idibusjunii.
Las palabras regina y ex traduce regia (vastago real) indican la alta nobleza de
esta dama ; Sandoval la cuenta entre las hijas de los fundadores: Yepes observa
que la fecha del óbito está errada, pues consta por un privilegio que dicha conde-
sa vivía catorce años después.
XIII. Pulvis in hacfossa pariter tumulantur et ossa
consulis illustris Fernandi Malgradiensis^
qui celis posilus letetur in arce polorum
qua gaudet Zoilus, Félix et turma bonorum.
Centies undena sexta decima quater era.
El cómputo de la era, que es la de 1 1 64, está mejor y más claro así que en Yepes
y Sandoval. Éste dice que la tenencia por donde este caballero se llamó Malgra-
diense era en tierra de Campos. El poema ó crónica versificada del sitio de Alme-
ría por Alfonso VII usa repetidas veces de la palabra cónsul como sinónima de
conde, caudillo militar con jurisdicción dada por el rey sobre determinado país ó
territorio.
XIV. D. Pedro el pintor me fizo este mió monumento, Alvar Fernandez podestat.
La sepultura, donde estaba tan original y extraña leyenda, tenia según Sandoval
muchísimos escudos de piedra pequeños con la banda del linaje de Sandoval y
sin color. El don aplicado al artífice daría que sospechar si era moro ó judío á no
ser el nombre tan cristiano.
FALENCIA 491
crestería de los contrafuertes exteriores. Las claves de las bó-
vedas cuyos arcos se entrelazan en crucería, los copiosos floro-
nes que las esmaltan, las ménsulas de donde part6n los arran-
ques, contienen bustos y medallones y relieves innumerables,
de singular perfección y prodigiosa variedad. Á vista de ellos
se comprende que Juan de Badajoz, el famoso arquitecto de
León que en 1537 dio la traza de la obra, sólo pudiera dirigir
por sí mismo el lienzo que mira á oriente á pesar de haber vi-
vido todavía muchos- años, y que se encargase de continuarla
su discípulo Pedro de Castrillo, vecino de Carrión. Tampoco éste
logró llevarla á cabo por falta de caudales, y en 1574 se hizo
nuevo ajuste con Juan de Celaya, arquitecto de Falencia, que en
tres aftos terminó el claustro inferior (i). En semejante empresa
el principal honor correspondía á los escultores: el primero fué
Miguel de 'Espinosa, á quien sucedió Antonio Morante, y á uno
de los dos se atribuye la bella estatua del Cristo atado á la
columna, que está en el panteón de los condes, presentada se
dice por muestra de lo que sabía hacer antes de ser admitido
para tan prolija tarea (2). El claustro alto, que se compone de
arcos de medio punto, sostenidos por columnas corintias y abier-
tos de dos en dos sobre las ojivas del bajo, con exquisitas cabe-
zas de santos de la orden en las enjutas, lo emprendieron des-
pués y acabaron definitivamente en 1 604, Pedro de Torres y
Juan de Bobadilla también palentinos, arquitecto el uno y escul-
tor el otro, á quien se agregó á lo último Pedro de Cicero.
Levantada la cabeza en la actitud del que contempla los as-
tros, fatígase el viajero de recorrer el gran libro escrito propia-
mente en piedra en la estrellada techumbre, y de explicarse una
(i) Á sus trabajos se refíere sin duda la fecha escrita con tinta bajo uno de
los arcos del ándito de la entrada: Edro.° (es decir Febrero) 19,1 575.
(2) Ceán Bermúdez, á quien se deben la mayor parte de estas noticias, refiere
el hecho á Morante, y añade que no correspondiendo á las otras imágenes las de
San Pablo y San Sebastián, por ser de tantas manos la escultura, las mejoró des-
pués Bernardino Ortiz, otro escultor de Falencia. Él mismo nos da las medidas del
claustro que son: 128 pies de largo cada lienzo, 16 de ancho, y 22 y medio de
altura.
492 FALENCIA
por una las figuras sin cuento que constituyen sus páginas. En
las ménsulas se suceden desde Adán y Eva todos los persona-
jes de la historia sagrada, patriarcas, profetas, jueces, sacerdo-
tes, matronas, apóstoles, evangelistas y uno que otro santo de
la ley de gracia ; solamente las del ándito contiguo á la sacristía
y panteón de los monjes arrimadas á los arcos, ofrecen precio-
sos grupos de angelitos y fúnebres trofeos de calaveras. Cinco
claves mayores sin los medallones intermedios, cuenta cada unat
de las veinticuatro bóvedas, y á dos series principalmente se
reducen los bustos en* ellas esculpidos : á la ascendencia tempo-
ral del Redentor formada de patriarcas y de reyes, interpolada
con textos de la Biblia referentes á las grandezas del Mesías y
de la Virgen Madre, que se encierran en elegantes tarjetones,
y á la descendencia espiritual de San Benito. Todas las glorias
de la orden tienen allí su ciclo especial presidido por el inmor-
tal patriarca, santos, sabios, pontífices, emperadores, monarcas,
reinas y emperatrices, diversos en época y país, en fama y en
carácter, así los que de voluntad trocaron la púrpura por el há-
bito, como los que tuvieron el claustro por prisión destronados
violentamente (i). Cierran esta brillante comitiva los fundadores
(i) En unos tarjctones se Ice el resumen estadístico de las grandezas de la
religión benedictina: Sancii canonizan i ^600— Doctores i 5700— /?e^es 39— Car-
dinales 200— Imferatrices 10, regince 12—Tapce 46 —Imper atores 16. La galería
por donde se entra es la que presenta más curiosa colección: en la primera bóve-
da hay diez y seis papas, en la segunda otros tantos emperadores, casi todos de
Oriente, vestidos con el traje que llevan en sus monedas, y son Constantino, Teo-
dosio, Teófilo, Alexis, Isaac, Lotario, Hugo, Miguel IV, Miguel V, Juan, Manuel,
Romano César, Ludovico Pío, Miguel, el emperador de los búlgaros y otro cuyo
letrero está borrado. Figuran en la tercera Santa Cunegunda emperatriz, Santa
Ricarda, Santa Alfreda reina de Nortumberlandia, Santa Eteldreda de Mercia, San-
ta Batilde, Augusta, Constancia, María, Zoa, Eufrosina, Isabel, Inés, y Cunigunda
emperatrices, íñiga reina de León, Elburga de Sajonia y Matilde de Inglaterra. En
la siguiente bóveda están Salomón rey de Hungría, Carlomagno rey de Germania,
Casimiro de Polonia, Sigisberto de Nortumberlandia, Pipino de Italia, Rachis de
Italia, Sigismundo de Borgoña, Vamba, Veremundo probablemente el Diácono,
Alfonso IV de León, Alfonso VI de Castilla y Ramiro II de Aragón. Brillan en otra
San Leandro, San Ildefonso, San Isidoro, San Anselmo, San Bruno, San Pedro Da-
miano, Alcuino, Beda y otros de no menor celebridad. En todas ellas la clave cen-
tral reproduce la imagen de San Benito con este lema: gratia Benedictus et
nomine.
FALENCIA 493
del monasterio y su familia, acompañando á los santos tutelares,
y protegiendo la casa con el esplendor de sus blasones (i).
Ya que de la fábrica del claustro primitivo nada respetó el
siglo XVI, consignó al menos su recuerdo en las ventanas del
lienzo que corresponde á la iglesia y en varias portadas semi-
circulares de arcos decrecentes, remedando como supo ó quiso
las formas bizantinas. De agradecer es tal homenaje tributado
en época en que se despreciaba por bárbara aquella arquitectu-
ra, y demuestra cuál debía impresionar la majestad de lo des-
truido, cuando así se transmitió su carácter, sin sentirlo tal vez,
á las nuevas obras. En la portada de arco rebajado que intro-
duce al templo, á par de las columnas abalaustradas y del deli-
cado friso y de los grutescos que guarnecen el frontón, no se
desdeñaron los artistas del renacimiento de afectar el gusto
gótico cruzando en figura de rombos las estrías, de lo cual si
resultó más bien una parodia que una imitación, acredita de to-
dos modos su buena voluntad. Unos conceptuosos dísticos en
el nicho inmediato, refieren á los abades fray Alonso Barrantes
y fray Juan Díaz, fallecido aquél en 1627 y éste en 1631, la
gloria de haber terminado la suntuosa reconstrucción (2).
(i) Están en la bóveda inmediata á la entrada de la iglesia, cuya clave central
ocupan San Zoilo, llevando por singular anacronismo un traje del siglo xvi y un
sombrero adornado con plumas, y las otras cuatro San Benito, Santa Escolástica,
San Félix y Santa María Magdalena. Dos círculos inmediatos á la clave contienen
los escudos del convento, que consisten en dos manos empuñando palmas con
este rótulo: «de S. Zoil, de S. Felices, cuyos cuerpos están sepultados en este mo-
nasterio,» y otros dos las armas de la familia acuarteladas de castillos y leones, ni
más ni menos que las reales, con el siguiente letrero : «Estas armas son del conde
D. Gómez Diaz y de la condesa D.* Teresa su mujer, que fué hija del infante D. Or-
doño hijo del rey Ramiro de León, y de la infanta D.* Cristina hija del rey D. Ve-
remundo de León, fundadores de este monasterio.» Sobre la exactitud de esta ge-
nealogía nos referimos á la cita ya hecha del obispo D. Pelayo. No son más propios
los trajes del conde y de la condesa, de sus tres hijos D. Fernando, D. García y
Don Pelayo, y de sus tres hijas D.* Mayor, D.* Sancha y D.* Elvira, cuyas figuras
de medio cuerpo llenan los demás compartimientos de la crucería, los varones
con yelmo y espada ó lanza, las mujeres con un libro en las manos.
(2) En 1633 fueron ambos trasladados á aquel nicho, en cuyo fondo se leen
los citados versos:
494 FALENCIA
Sin los jesuítas, cuya modesta y sólida enseñanza vienen á
buscar en aquel escondido rincón numerosos alumnos de todos
los confínes de España, el monasterio de San Zoilo yaciera pro -
bablemente confundido en un montón de ruinas. ¡Extraña ca-
sualidad! dos monumentos platerescos, los más insignes acaso
en su línea, obras de un mismo arquitecto, de Juan de Badajoz,
deben ambos su salvación y su custodia al benemérito instituto
para el cual no fueron edificados y cuyo primer servicio cede en
favor de las artes y del techo que le hospeda; y allí, como en
San Marcos de León, á la sombra de las magnificencias de lo
pasado se cultivan las esperanzas del porvenir (i).
Peor fortuna ha cabido á la abadía de Benevivere que flore-
cía á media legua y al oeste de San Zoilo, poco inferior en
antigüedad y opulencia. Lamentable es el espectáculo que ofíre-
cen sus informes restos, á los cuales como de propósito se ha
dejado la forma de almenas; y esta desolación contrasta dolo-
rosamente con la frescura de los prados, con la amenidad de la
huerta, con el murmullo de las aguas que constituían su pingüe
propiedad. De pronto no despiertan el mayor interés la portada
del renacimiento, ni las boceladas ventanas de la decadencia
gótica, ni el desnudo exterior del ábside que permanece flan-
queado de machones ; pero visto por dentro son de notar sus
ojivas no muy pronunciadas, sus capiteles entre góticos y bizan-
tinos, sus cinco angostas y prolongadas lumbreras semicircula-
res, y los arcos que irradiando de la clave bajan á descansar
sobre delgadas columnas. Á la derecha de la capilla mayor
subsiste en pié otra capilla lateral y uno de los cuatro lien-
zos de la cúpula, que perforan dos rasgadas ventanas de me-
Barrantes que Díaz una conduntur in urna,
Quos decus in mentís unaque fama canit.
Suscitat ossa patrum virtus, ars marmora claustri,
Saza loquuntur opes, ossa loquuntur opus.
(i) Uno y otro edificio, arrancados de la benéfica sombra que los protegía,
han cambiado de destino; ignoramos cuál sea hoy día el de San Zoilo.
P A L E N C I A
dio punto adornadas de mascarones. Todavía se demarca el
recinto de la iglesia que era de tres naves, no tal como la fundó
hacia 1 1 65 el conde Diego Martínez de VÜlamayor, que des-
pués de haber servido en los más honrosos cargos á tres mo-
narcas, se labró allí su retiro entre los canónicos reglares de
San Agustín, sino con las mudanzas que se dice haber hecho
en ella por el año de 1382 su descendiente Diego Gómez Sar-
miento.
Ha desaparecido empero sin dejar rastro toda la parte pri-
mitiva del siglo XII ; el apostolado y el carro de Ezequiel ocu-
pado por el Salvador del mundo y tirado de los anímales del
Apocalipsis, que según testimonio de Ponz estaban esculpidos
sóbrela puerta del templo; y la majestuosa entrada á la sala
capitular consistente en un severo arco bizantino, á cada lado
del cual había otros tres conteniendo estatuas, decorados con
columnas del mismo género. Dentro de la sala veíase la urna
del infortunado duque de Arjona don Fadrique de Castro, cuyo
cadáver desde el encierro de Peñafiel, donde falleció en 1 430,
trajo su primo Pedro Ruiz Sarmiento á aquella casa de la cual
496 FALENCIA
era patrono (i); y á ella vinieron también de Italia después
de 1 541 los restos de D. Pedro Sarmiento, obispo de Falencia,
representado en estatua de rodillas. El fundador Diego Martí-
nez yacía en la capilla de San Miguel en tumba magníñca para
aquella edad, aunque con sencillo y modesto epitafio (2). Estos
sepulcros preciosísimos y otros de los condes de Salinas no
existen ya sino en la cartera de algún arqueólogo, cuyo celo
no alcanzó á librarlos de una gratuita destrucción en tiempos
en que parecía hallarse al fín desahogada la furia del van-
dalismo revolucionario (3). Á la abadía estaba casi unido el
priorato de San Torcuato, destinado á parroquia de los labra-
dores del contorno.
No era esta la única estancia que en el corto trecho de seis
leguas de Carrión á Sahagún salía al encuentro á los peregri-
nos de Santiago: convidábales á medio camino el hospital de
nuestra Señora de las Tiendas construido á propósito para ellos
y perteneciente á la casa de San Marcos de León, cuyas tierras
(i) Ambos tenían por abuelo común á D. Fadrique, maestre de Santiago, víc-
tima del rey D. Pedro su hermano, y D. Pedro Enríquez, padre del duque de Ar-
jona, era hermano de D.* Leonor, casada con Diego Gómez Sarmiento y madre de
Pedro Ruiz. Mariana se equivocó en suponer á éste sobrino y no primo del duque;
y el epitafio del sepulcro, bastante posterior al suceso según parece, incurría en
dos errores, uno refiriendo al año 1432 el óbito que fué en 1430, y otro haciendo
á Pedro Ruiz primer conde de Salinas, título no creado hasta 1470 á favor de otro
D. Diego Sarmiento. Véase sobre la prisión y muerte de D. Fadrique, que de su
madre D.* Isabel tomó el apellido de Castro, la pág. 204 del presente tomo. Núñez
de Castro, historiador de Guadalajara, afirma que el cadáver fué trasladado desde
Benevivere á la iglesia de Santa Clara de Toledo, como indicamos al hablar de
ésta en el tomo de Castilla la Nueva— Toledo.
(2) Siguiendo la copia de Ponz decía: Htc jacei venerabilis memorice Didacus
Martínez, domus Beneviverensis oedificator^ patronus ej'usdem dotnus, cuj'us anima
requiescat in pace : obiit era MCCXIÍII nonas novembris. Pulgar lo trac bastante
variado, poniendo Didacus Ordonius por Martínez^ señalando la era correspon-
diente al año 1 1 7 5 y no ti 76, y añadiendo existente domino Pascasio primo abba^
te. Morales le apellida Diego Fernández y dice fué mayordomo de Alfonso VIII que
le dio la abadía después de haber comenzado á fundarla.
(3) Fué vendido y derribado el edificio en 1 843 á pesar de los extraordinarios
esfuerzos que hizo para salvarlo la Comisión central de Monumentos y en espe-
cial su dignísimo secretario D. Valentín Carderera, quien cuando estaba aún in-
tacto en 1836 copió los sepulcros y el pórtico del capítulo, conservando en su
inestimable colección, ya que de otro modo no piido, el diseño de aquel y de tan-
tos otros.
en 1 182 declaró exentas de todo pecho Alfonso VIH. Menos
distaba de Carrión por el lado del norte otro monasterio bene-
dictino situado á una legua de la villa en Nogal de las Huertas,
bajo el título de San Salvador, el cual viviendo á la vez en
VILLALCÁZAK DE SIHGA.-Convento de Templarios
abundancia de bienes y en austera disciplina, existió agregado
al de Sahagún desde 1093 hasta 1 494 y acabó por ser reducido
á priorato. A igual distancia tenía al este la población de los
condes una encomienda de templarios en Villalcázar de Sirga,
donde se eleva aún el monumento más notable de la comarca
y acaso de la provincia entera, bastante por sí solo á consolar
de las cuantiosas pérdidas que apuntamos.
498 FALENCIA
El alcázar, que dio nombre al pueblo y que ha desaparecido,
debió estar arrimado á la iglesia parrroquial, en cuyo flanco
derecho todavía avanza algún torreón, indicio de su fortificación
primitiva. Dícese que á su espalda y sobre las bóvedas de su
cabecera se levantaban las habitaciones de los misteriosos caba-
lleros ; y parecen comprobarlo el truncado remate del muro y
el cerramiento de las naves, que no terminan en ábside como
de costumbre, sino en pared recta con tres ventanas que si bien
ojivales pueden por su carácter calificarse de bizantinas. A los
pies del templo cayó también, según oímos asegurar, la primera
bóveda, y con ella la fachada si es que llegó á construirse, como
lo hacen creer cinco ó seis estatuas colocadas en lo alto; el
brazo derecho del crucero aparece cortado, y hundida la gran
torre de piedra que al extremo de él se erguía y que se habilitó
posteriormente de cualquier modo con obra de ladrillo. Sin
estas quiebras y mutilaciones, que preferimos atribuir á desgra-
ciada ruina más que á voluntario derribo, mereciera tal vez la
oscura parroquia de Villasirga el primer lugar entre los edifi-
cios más suntuosos de aquella orden espléndida, sobre todo si
fuera exacta la tradición que corre allí acreditada entre los veci-
nos, de que un tiempo la ceñía al rededor un pórtico incompa-
ble igual á la bóveda que cubre su portada lateral. Su altura
compite con la de la nave mayor, y la gallardía de sus arcos
apuntados con la de los interiores: situada en el ángulo descrito
por la nave izquierda y el brazo del crucero, que se adelanta
ostentando en su frente una gentil claraboya, raya en lo ideal
la pintoresca combinación de sus líneas y la belleza de sus deta-
lles. Algo de semejante vimos en Támara, no tan imponente ni
tan rico de escultura. Ábrense en el rincón dos portadas, una
enfrente de otra, la mayor que corresponde á la nave, la menor
tapiada hoy día al crucero que formaba capilla aparte: ambas
con sus columnas bizantinas y arcos ojivales, que son cinco
en una y tres en otra, declaran haber nacido en el período de
transición hacia el siglo xiii, pero se aproximan al delicado
P A L E N C I A 499
gusto del XV las figuritas de ángeles y bienaventurados distri-
buidas por los arquivoltos. Dos series de nichos trilobados des-
cansando en pareadas columnitas cubren el muro encima de
la puerta principal hasta el arranque de la bóveda, ocupados
por estatuas de santos no menos estimables, que preside la
Virgen en la línea de abajo, y en la de arriba el Salvador ro-
deado de los símbolos de los evangelistas. Los machones indi-
can que este atrio cubierto debía prolongarse, trazando al
aire libre una vasta nave de extraordinaria majestad.
Tal como existe el templo se acerca su planta á la forma de
cruz griega, pues corta casi por medio la anchura de las tres
naves el crucero, alargándose otro tanto en cada brazo, sólo
que el derecho queda truncado según dijimos. Aunque en las
bóvedas y en los arcos de comunicación triunfa la ojiva ligera y
desenfadada, llevan el sello de la época anterior los capiteles
de las columnas que se agrupan en número de doce al rededor
de cada pilar, y las ventanas de medio punto de la nave central
que se han escapado de ser convertidas en circulares tragaluces.
A la intersección del crucero sigue otro segundo de menor am-
plitud, con ventanas bizantinas en sus dos extremos, y en sus
cuatro ángulos efigies de santos debajo de doseletes góticos del
primer período y un pulpito guarnecido en el antepecho de
esculturas de la misma clase. Capillas en el fondo de las naves
ya observamos que no las hay, ni probablemente las ha habido
nunca, acaso por la disposición del convento que caía á sus
espaldas ; pero no falta en su sitio el retablo mayor, compuesto
de bajos relieves en el pedestal y de pinturas en tabla represen-
tando misterios al rededor de la figura de Nuestra Señora colo-
cada en el centro con su guardapolvo de crestería. Otro retablo
también purista le acompaña, al extremo de la nave izquierda.
Por aquel lado describe el brazo del crucero una capilla
espaciosa, que tenía, como hemos visto, comunicación directa
con el pórtico y dependía de San Marcos de León, á cuyos
caballeros pertenecen sin duda sus enterramientos. Corren á lo
500 P A L E N C I A
largo del muro tres hornacinas de ojiva rebajada, por fuera
orladas de labores platerescas, y en medio se levanta sobre seis
leones una tumba aislada con escudos de armas en su delantera
y una estatua tendida, de mérito notable respecto de su antigüe-
dad, que tiene un halcón en la mano y tres perros á sus plan-
tas. Lleva en la cabeza un bonetillo, la cruz de Santiago al
pecho, una larga túnica casi talar y espuelas en los pies ; el
letrero se ha hecho ilegible (i); pero la semejanza del traje y
del corte del cabello con el de otros bultos que yacen en el
monasterio de Aguilar de Campóo, y sobre todo la igualdad de
un relieve de la coronación de la Virgen esculpido en su cabe-
cera con otro que allá se ve, nos permitirán más adelante averi-
guar próximamente la época de esta sepultura y tal vez hasta
el nombre del escultor.
No es ésta sin embargo la que ha venido á buscar en Villa-
sirga el viajero y que así por su magnificencia como por la cele-
bridad del personaje que la ocupa constituye la más preciada
joya del templo. Debajo de la postiza escalera que conduce al
coro colocado sobre maderos en las dos bóvedas contiguas á la
entrada, cierra á la derecha el segundo arco de comunicación
la urna grandiosa del infante D. Felipe y el arco colateral la de
su consorte. Allí descansa el quinto hijo de Fernando el Santo
y de Beatriz de Suavia, el alumno del arzobispo D. Rodrigo
educado á la sombra de la catedral de Toledo, el discípulo de
Alberto Magno en las aulas de París, el abad de Valladolid y
Covarrubias y arzobispo electo de Sevilla, que todas estas digni-
dades abdicó en su mocedad por lograr la mano de la princesa
Cristina de Noruega, para indemnizarla, según se dijo, de la del
rey Alfonso X á quien venía destinada. Nada del amor al estu-
dio y al retiro, nada de las pacíficas inclinaciones de su primer
estado conservó el infante en su bulliciosa carrera, empleada
(i) No pudimos dislin^'inr con certidumbre en la inscripción ni el nombre ni
la era, y sólo sospechamos si se leería Juan Pérez.
casi únicamente en suscitar disturbios en el reino y ligas entre los
magnates, y en mendigar alianzas contra su hermano y rey á Na-
varra, á Portugal y hasta al rey moro de Granada, en cuya corte
VILI.ALCÁZAK nr. SIRCA. -Sf.i'I'lciío dkí- Infasíe Don I'V:l[|'f.
residió largo tiempo y le acompañó á Sevilla para hacer las paces
con Alfonso. Al año. siguiente de t 274, á 28 Noviembre, acabó
sus días en Sevilla hacia los 44 años de su edad en paz y en gra-
cia del soberano, antes que las desventuras y desunión de la real
familia le complicaran en nuevas y más culpables rebeliones.
La que enfrente yace no es aquel blanco lirio del norte agos-
502 FALENCIA
tado por el ardiente sol meridional, que murió de pena dicen
por el desigual trueque de su consorcio, ¿ y quién sabe si, más
bien que por ambiciosas aspiraciones, por un afecto más tierno
y puro? Cristina probablemente reposa en Covarrubias, en Vi-
llasirga la segunda mujer de D. Felipe, Leonor Ruiz de Castro,
que con sus derechos al infantado de León dio pretexto á su
marido de mover querellas al monarca y le trajo las alianzas de
su hermano D. Fernando y de su tío D. Ñuño González de Lara.
De este casamiento no se conoce más fruto que un hijo de igno-
rado nombre que murió niño en vida de sus padres y duerme con
ellos; tuvo además el infante una hija llamada Beatriz Fernán-
dez que vivía en 1321 (i). Sobrevivió Leonor al esposo, y por
su testamento se mandó enterrar en el convento de San Felices
de Amaya de la orden de Calatrava, donde se les creyó largo
tiempo sepultados á los dos, hasta que salieron del olvido las
tumbas de Villasirga y fueron sacadas á la luz sus inscripcio-
nes (2). Por qué y cómo se encuentran allí á pesar de la volun-
(1) Así la nombra el testamento de D.' Blanca de Portugal, nieta por su madre
de Alfonso el Sabio, llamándola expresamente hija del infante D. Felipe y legán-
dole dos mil maravedises. Pellicer la equivoca con D.' Beatriz de Castro, mujer de
Diego Pérez Sarmiento el Viejo y segunda dotadora del monasterio de Benevive-
re, que murió en i 340.
(2) Todos los autores anteriores al siglo pasado ignoraron, no sabemos cómo,
la existencia de estos sepulcros, incluso Hades que describe los escudos que tenía
el entierro de la infanta en San Felices de Amaya, uno con la banda de los Castros
y otro con siete róeles, y añade que desde allí mandó Felipe 11 trasladar los cuer-
pos á Burgos en i 568. Salazar y Castro cita el testamento otorgado por la misma
á 37 de Abril de 1275 en Santa Olalla, lugar de su abuela D.' Elo que dejó á la or-
den de Calatrava. A mediados del último siglo fué reconocido el cadáver de D. Fe-
lipe por orden de D. Andrés Bustamante, obispo de Palencia, que hizo poner llave
á la urna, y fué hallado perfectamente incorrupto y blando al tacto, revestido de
un bordado manto real. La inscripción puesta detrás de la cabecera del sepulcro
dice así : Era mülestma trecentesima duodécima quario kalendas mensis decembris
vigilia beaii Saturnini obiil dominus Filippus injans, vir nobiiissimus^Jilius regís
domini Fernandi^ pairis cuj'us sepultura est Hispali, cujus anima requiescat in pace
amen, Filius vero jacet hic in ecclesia beaie Marte de Villasirga cujus anima omni-
potenii Deo et sanclis ómnibus conmendelur — dicani pater noster et ave Marta. Por
estar harto arrimada al poste la pesada urna de la infanta que sin mucha gente y
trabajo no es dable mover, no puede leerse su epitafio que comprobaría la verdad
de aquel entierro y fijaría el año de su muerte. Ponz, ño sabemos por dónde, la
llama Inés.
FALENCIA 503
tad de la testadora, no hemos podido averiguarlo : tal vez Don
Felipe en sus últimos momentos, como acostumbraban los per-
sonajes de aquel siglo, vistió el hábito del Temple, y los caba-
lleros se llevaron su cadáver á dicha casa, una de las más
antiguas y suntuosas de la orden, adonde le siguió para no estar
divididos el de su viuda.
Rostro aplastado, ojos cerrados muy prominentes, bonete
con orejeras, el halcón en una mano y la otra puesta en el puño
de la espada, onduloso manto que le envuelve, y á los pies un
perro y un conejo, caracterizan la efigie del infante, de tamaño
mayor que el natural, acostada sobre la cubierta. Con la roja
cruz del Temple alternan en los escudos los castillos paternos y
las águilas de la casa de Suavia que también se distinguen en
el cinto. Rodea los costados de la urna la fúnebre comitiva com-
puesta de innumerables figuras de relieve, de las cuales varias
sirven de columnas á los arcos de adorno, unas en procesión
delante del ataúd, otras en confuso tropel mesándose los cabe-
llos, gentes á pié y á caballo, monjas y plañideras, frailes y obis-
pos, músicos con trompetas y caballeros con la cruz en el pecho,
y por último la representación del sepulcro sostenido por leones
como lo está el original. En la cabecera se ve al moribundo co-
giendo de la mano á su esposa y á otra persona poniendo la
suya sobre la cabeza del mismo (i). Análogas escenas figuran
(i) a fin de completar la descripción de estos relieves, añadiremos la que de
los mismos publicó el Sr. Amador de los Ríos en el Museo español de anti¡Jüeda-
des, i.cr tomo, observando en la expresada urna detalles que no advertimos bas-
tante, y omitiendo otros á su vez. «Allí se mira, dice, la infanta Leonor sobre un
caballo enlutado, rodeada de sus damas, vestidas unas de corte, cubiertas otras
de negros monjiles, y seguida de las endechadoras que parecen entonar lastime-
ros cantares. Allí el féretro con el cadáver conducido en hombros de seis escude-
ros y escoltado por una cabalgata de caballeros, acompañados á su vez de hombres
de armas que llevan del revés los escudos nobiliarios del príncipe. Allí el caballo
de batalla del D. Felipe, mostrando pendiente del arzón en igual forma su es-
cudo de armas, y llevado de la rienda por un paje. Allí las órdenes religiosas, los
abades y obispos, los clérigos y acólitos, elevando al cielo sus preces por el alma
del magnate, y á su lado sostenida por sus damas, rasgándose las vestiduras y
mesándose el cabello, reproducida la figura de la infanta, cuyo dolor procuran mi-
tigar en vano algunas religiosas.»)
504 FALENCIA
en la urna de Leonor, cuyos timbres jaquelados y de cinco cora-
zones se combinan con los de su esposo así en los escudos como
en la orla del manto y correas de él pendientes, y su delicada
mano sostiene asimismo un corazón, dejándose ver en la otra
FKOMISTA.-Pakiíoquía de San Martín
dos sortijas. Es más singular que bello su altísimo tocado sujeto
á un lado con botones y envuelto en guarniciones menudamen-
te rizadas, que dan vuelta al rostro y cubren la boca al estilo
oriental.
Desde Villasirga continuaba al oriente la calzada de pere-
grinos por Arconada, donde hacia 1047 ^^ conde Gómez Díaz
fundó para asistencia de aquellos el monasterio de San Facun-
FALENCIA 5 05
do (i), cuya iglesia subsiste como parroquia y no la más antigua
del pueblo, pues hay otra de la Asunción construida de tapia y
sin bóveda que presume ser la decana de la diócesis. Más ade-
lante conserva Fromista dos hospitales titulados de Santiago y
de palmeros^ y tres parroquias dedicadas á Santa María, á San
Pedro y á San Martín. Debe la última su erección á la viuda de
Sancho el Mayor, rey de Navarra, y heredera de Castilla, D.* Ma-
yor ó Nuña, quien llena de años en 1066, después de sobrevivir
á sus tres hijos los reyes de Sobrarbe, Navarra y Castilla, dejó
sus viñas y tierras y los cuantiosos ganados que en Asturias
poseía á los monjes benedictinos que allí^ trajo, y sometióles el
barrio contiguo poblado de vasallos suyos solariegos (2). En 1 1 18
la reina Urraca anejó el monasterio al de San Zoilo, haciéndolo
priorato : la vivienda de los religiosos fué renovada en su mayor
parte por el arquitecto fray Juan Ascondo á mediados del últi-
mo siglo ; pero la iglesia guarda intactos sus torneados ábsides
bizantinos y levanta del centro del crucero su octógona torre
cercada de varios órdenes de ventanas semicirculares, la cual
por raro capricho comunica por un pasadizo á manera de puen-
te con la escalera colocada en un cubo aislado. Más que la anti-
güedad ennoblece á este templo el prodigio de la sagrada Hostia
que se quedó pegada á la patena en el acto de administrar el
Viático á un penitente ligado inadvertidamente con las censuras
eclesiásticas, y hasta después de absuelto no pudo comulgar (3).
(i) En la donación de este monasterio al de San Zoil, publicada por Yepes,
dice el conde haber sido la iglesia consagrada por dos obispos Cipriano y Pedro,
cuyas sedes no expresa ; sin embargo, el primero era de León. Lo mismo refiere
una inscripción que hay en el pórtico y que trae el diccionario de Madoz, datada
del reinado de Fernando, sin duda el I, y de la época del conde Gómez. No estuvi-
mos allá, y así no podemos enmendar sus inexactitudes, pero sospechamos que la
era MCCXXX tan notoriamente equivocada, debe ser MLXXXX correspondiente
al año 10$ 2.
(2) El testamento que cita Yepes data del i ^ dcf Junio, y en él manda hacer de
sus rebaños tres partes, una para el lugar de su sepultura, otra para el culto de
San Martín y otra para los monjes de la casa. No se sabe dónde está enterrada
D.« Mayor, de la cual no hay memoria en el panteón real de León, ni de su existen-
cia posterior á la viudez se tuviera noticia á no ser por dicho documento.
(3) Sucedió este caso en 25 de Noviembre de 1453 : el enfermo se llamaba
64
506 FALENCIA
Fromista, patria de San Pedro González Telmo en el siglo xiii,
estaba bajo el señorío de los Gómez Benavides, mariscales de
Castilla, que poseían su fuerte y se titularon marqueses de la
misma por concesión de Felipe II.
Al extremo oriental del distrito trazan tres paralelas de nor-
te á mediodía el Pisuerga, el canal de Castilla y la carretera de
Santander. Sobre la orilla derecha del río recuerda Lantadilla la
primera derrota que sufrió en 19 de Julio de 1068 Alfonso VI
reinante en León, combatiendo con su hermano Sancho II de
Castilla (i). Junto al canal descuella en las Cabanas el castillo
del marqués de Villatprre, y abren paso por dentro de su recin-
to á la carretera Santillana y Osorno esclarecida por los condes
*
de su título, que desprendidos del robusto tronco de los Manri-
ques hacia la mitad del siglo xv, siguieron en toda guerra y
disensión la bandera de su linaje agrupándose con los demás
parientes en torno del jefe de la familia (2). Extinguióse su línea,
incorporáronse en los del duque de Alba sus estados, y hasta su
palacio pereció abrasado en la guerra de la Independencia. Qué-
dase al occidente del camino en Villadiezma la capilla que encie-
rra las tumbas de dos prelados nacidos en la contigua casa sola-
riega, D. Alonso González, obispo de León, fallecido en 161 5, y
su sobrino fray José González que empezó su carrera episcopal
en Falencia y la terminó en Burgos en 1631 : más adelante en
Pedro Fernández Teresa, y había sido excomulgado por la deuda contraída con un
judío, mediante cuyo pago se juzgaba ya libre de la censura. Frente de la puerta
del mismo templo se muestra su sepulcro. Morales describe el aparato con que se
enseñaba este misterio venerado constantemente por espacio de cuatro siglos, y
la impresión que causaba el descubrirlo. «Los cabellos se erizan, dice, el cuerpo
todo tiembla, y el alma aunque indigna concibe algo de temor y reverencia.»
( 1 ) Plantada llaman el lugar de la batalla los anales Complutenses, expresando
que estaba sobre la margen del Pisuerga, y Lantada el cronicón de Cárdena.
(2) Erigióse el condado de Osorno en 1445 á favor de Gabriel Manrique, hijo
segundo de Garci Fernández, señor de Aguilar y primer conde de Castañeda, pri-
mo del adelantado Pedro Manrique; por su madre D.* Aldonza de Castilla, nieta
del infonte D. Tello, tuvo el señorío de Villasirga. Continuó por siete generacio-
nes su línea masculina, alternando ios nombres de Pedro y Garci Fernández hasta
su extinción en el siglo xvii.
Abia de las Torres, cabeza de arciprestazgo, vense escasos res-
tos de un castillo del marqués de Montealegre. De esta suerte
no perdiendo de vista un momento el arte ni la historia, se olvi-
dan las molestias del viaje, y el más árido y monótono terreno
se transforma en delicioso panorama.
CAPITULO Vil
Partidos de Saldaña y de Cervera del Pisuerga.— Agullar de Campóo
GONFORME nos accrcamos á las montañas del norte, fuente
de humor y de vida, cobra el suelo mayor variedad y se
viste de vegetación más frecuente y más lozana. El partido de
Saldana, como el de Carrión, comprende en su mayor parte
rasas llanuras ; pero cruzan sus páramos más á menudo rfos
benéñcos aunque de escaso caudal, formando valles y cañadas
donde parecen haber brotado los pueblos con la escasa alame-
da que les da sombra y con la reducida vega que cultivan. De
más de ciento que cuenta el distrito, veinte no más tienen la
categoría de villa, y de estas sólo tres además de la cabeza
alcanzan al número de mil habitantes, Herrera del Písuerga,
Guardo y Villasarracino. Sin recuerdos apenas y sin vestigios
de lo pasado, sin otros monumentos que las bajas y cuadradas
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torres de sus parroquias , pocas detienen la atención del viajero
al desfilar rápidamente por las márgenes de los riachuelos, que
fertilizan y con frecuencia inundan sus campiñas.
Diez y ocho pueblos componían el valle de Boedo, á cuyas
aguas disputadas con reñidos pleitos dióse el nombre de río
de la plata y y tenían sus juntas en Calahorra junto á la cual
aparecen vestigios de fortaleza : Espinosa de Villagonzalo en
otro tiempo amurallada, Villaprovedo de cuya parroquia elogia
Ponz el retablo mayor y la portada, San Cristóbal inmediata á
un antiguo priorato benedictino, pertenecían á esta jurisdicción.
Sobre el Pisuerga en la confluencia del Burejo domina Herrera
una amena perspectiva, y su vistosa plaza y sus concurridos
mercados se combinan con los restos del magnífico palacio del
condestable duque de Frías para acreditar su importancia de
todos tiempos. En el siglo xii tuvo dos monasterios agregados
al de Aguilar de Campóo, el de San Agustín por Alfonso Vil
en 1 152 y el de San Román en 1 173 por Alfonso VIII; en el
siguiente presenció la prisión de D. Alvaro de Lara por las
gentes de- Fernando III, á quien había salido al camino para
tenderle asechanzas ó desafiar su poder el orgulloso magnate.
A orillas del Valdavia agua arriba se suceden Castríllo de
Villavega que tomó su nombre acaso del cuadrado torreón ó
atalaya que le señorea, Barcena de Campos con su espléndida
parroquia y el convento que fué de basilios, Villanuño asentada
en una ladera, Villasila con su aneja Villamelendro, Villaeles en
angosta garganta. Arenillas de San Pelayo cuya gótica iglesia
poseyeron los premonstratenses como dependencia del monaste-
rio de Retuerta, Renedo cercada de olmos, Buenavista y su
barrio al pié de derruido castillo, más allá la Puebla partida por
el arroyo. El pequeño Vallarna nacido en Hitero Seco, donde
retiene el nombre de mola el cerro en el cual se erguía una for-
taleza de los Laras, pasa no lejos de Villasarracino, una de las
principales de la comarca, y va á morir lejos de allí en el Pi-
suerga. Comparado con estos puede presumir de caudaloso el
FALENCIA 511
Carrión, y atravesando en toda su longitud el partido, se reser-
va la prerrogativa de regar la fértil vega de Saldaña y de visitar
la histórica capital.
Remonta esta su origen á la dominación romana si atende-
mos al contexto de cierta lápida más que al silencio de los anti .
guos geógrafos (i), y. participa con otras poblaciones de la
gloria de haber sido precozmente conquistada por Alfonso I.
Condes la gobernaron desde el principio como plaza fronteriza,
y en las crónicas y romances es famoso aquel Sandias ó Sancho
Díaz, amante de Jimena y padre de Bernardo del Carpió, que
expió dicen la deshonra de la hermana de Alfonso el Casto con
la pérdida de los ojos y de la libertad. Corriendo el siglo xi
hallamos por dos veces reunidos los condados de Saldaña y
Carrión, primero en Gómez Díaz, el fundador de San Zoilo, y
luego en Pedro Ansúrez, el restaurador de Valladolid. En aquel
castillo de su buen ayo, que había visitado quizás en su niñez,
rerminó la reina Urraca su existencia más azarosa que larga
á 8 de Marzo de 1 1 26, no encerrada por su hijo sino ejerciendo
actos de soberana, pero sin que la severa majestad de la muer-
te ahuyentara del mismo féretro la maledicencia que pregonó
en vida y exageró probablemente sus extravíos (2). Dos años
y medio después, en Noviembre de 1 1 28, atavióse con regia
pompa el alcázar para recibir á la bella y joven Berenguela
hija del conde de Barcelona, desde donde vino por mar rodean -
(1) Dicha lápida, hallada en León junto á San Isidoro y publicada por Ponz y
Risco, dice así: L. Lollio materni F. Lolliano Saldaniesi an. XVÍII Lollius malernus
f>. S, T, r. L. Véase el tomo de Asturias y León^ cap. I, parte 2.*
(2) La especie de haber fallecido de parto de un hijo ilegitimo procede de un
cronicón puesto al frente de la historia Compostelana, escrita como es sabido con
espíritu sumamente hostil á la reina. Regnavit iyrannice ei muliebriter^ dice, ei
apud castrum Saldania in ftariu adulterini filii vitam in/elicem finivit. Es de adver-
tir que á la sazón contaba 45 años. La Compostelana á pesar de su animadversión
nada de esto dice, sino que Urraca recibió ya muy enferma á los enviados del ar>
zobispo de Santiago y mandó restituirles el castillo de Cira. De otras versiones
que infaman su muerte nos ocupamos en el tomo de Asturias y León. La cubierta
de su sepulcro en el panteón de San Isidoro no siempre estuvo lisa como allí
dijimos. Sandoval la vio en cita retratada de media talla con el traje antiguo y
con un tocado alto de vizcaina, y aun Flórez la alcanzó á ver.
<>I2 FALENCIA
do toda la península á fin de evitar el tránsito poco seguro por
los dominios de Aragón. Recibió á su desposada Alfonso VII en
la costa de Cantabria, y en Saldaña, antes de llegar á su corte,
celebró las bodas con los más venturosos auspicios. Aquí ter-
minan los grandes recuerdos de la villa; más adelante ya no
figura sino como título de condado, creado por Enrique IV á
favor de D. íñigo López de Mendoza y hereditario en los pri-
mogénitos de la casa de Infantado.
Bajo su señorío siguió gozando de insignes preeminencias,
puesta á la cabeza de cerca de cien lugares. Testigos son del
esplendor antiguo sus parroquias de San Miguel , San Pedro y
San Martín, espaciosas y de tres naves todas ellas, el esqueleto
del castillo que la domina desde lo alto de la peña de San Ro-
mán, el puente de veinte y tres arcos sobre el Carrión aunque
asaz maltratado por el tiempo. Su hermosa vega se extiende
río abajo más de dos leguas ; remontando la corriente se estre-
cha por espacio de cinco ó seis hasta llegar á Guardo, villa
enriscada con ruinosa fortaleza en su cumbre, á cuya espalda
principia la sierra con su espesura de robles y abedules.
Entramos ya en otro distrito quebrado y pobre pero fron-
doso y pintoresco, que preside Cervera del Pisuerga y que ilus-
tra Aguilar de Campóo. El suelo se encrespa, la vegetación se
engrandece, conviértense las lomas en montañas, las montañas
en cordilleras, los matorrales y plantíos en densas alamedas y
bosques majestuosos, y al mismo tiempo los valles se ramifican,
los ríos se dividen en cien arroyos subiendo á sus oscuras fuen-
tes, los pueblos se fraccionan hasta degenerar en aldeas ó gru-
pos de veinte, de diez, de cinco casas ó más bien chozas, cada
uno con su parroquia, cada seis ú ocho con su ayuntamiento.
Poco discrepa en suma el aspecto del país y la índole de su
territorio y las inexplotadas minas y los trashumantes rebaños
y las tareas y carácter de sus moradores, de lo que presentan
las montañas de León y las de Burgos situadas á su poniente y á
su levante, y la región de Liévana de la cual al norte le divi-
PALENCIA 513
den las Sierras Albas y de Brañosera. Paralelo á su límite oc-
cidental baja el Carrión de las breñas de los Cárdanos, refle-
jando los techos pajizos de las villas de Alba y Camporredondo;
traza su confín oriental el Pisuerga, después de haber corrido
con rumbo al este por bajo de la sierra donde tiene su cuna.
Entre los dos se deslizan en línea diagonal el Valdavia por el
valle de Respenda, el Burejo por el de Ojeda, nombres que
recuerdan sus antiguas demarcaciones.
Cómo otorgó Alfonso VIII al obispo Raimundo vastos do-
minios en aquella tierra, comprando con ellos mayores franqui-
cias para los palentinos, cómo en el siglo xv fueron erigidos en
condado vinculado á la mitra hasta el presente, tomando el
nombre del arroyo Pernia que los baña^ referido queda en la
historia de la capital (i). Árenos, el Campo, Bañes, Villavega,
Camasobres, Resoba, todos los lugarejos en la donación nom-
brados, subsisten no muy cambiados desde entonces; y en el
centro de sus ásperos riscos conservan el rango de colegiatas
el monasterio de San Salvador de Campo de Muga y la abadía
de Santa María de Labanza, aun después de incorporadas sus
dignidades al cabildo catedral (2). Ni uno ni otra se desdeñan
(i) Véase atrás págs. 365 y 38 3.
{2^ Hoy corrompido el nombre se llama San Salvador de Cantamuda ó Canta-
muga: Argáiz supone que primero fué monasterio benedictino, y deriva arbitra-
riamente su etimología de Mugait, caudillo sarraceno vencido por el Rey Casto.
En la escritura de Alfonso VIII son de notar las cláusulas siguientes : Videns Pa-
lentinum ftopulum gravibus foris et consuetudinibus gravarte impetravi ab ecclesia
Sancii Anionini et á domino Raymundo legitimo avúnculo nosiro.., ui pre/ata eccle-
sia primevos removerei foros^ et bonos cum consenso meo insíitueret et redigeret in
scriptis. Revera cum Palentina ecclesia^ evacuatis redditibus fororum Palentini con-
cilii quos antiquitus percipere solebat, plurimum gravaretur^ concedo in concam-
bium et recompensationem hoc monasterium Sancti Salvatoris de Campo de Muga,
cum ómnibus directis et pertinentiis suis et possessionibus quas hodie habet et possi-
det. et quas in diebus Adefonsi imperatoris avimei habuit et possedit et in diebus
pairis mei regis Sancii^ preter populationes de Camasores et barrios de Risova... et
cum aliis solaribus qui sunt et semper fuerunt Sánete Marie de Lavancia^ et cum
ecclesia Sánete Crucis de Aremos et cum tredecim solaribus populatis et omni here-
dilate sua, et cum ecclesia Sancti Petri in Campo et duobus solaribus et omni here-
ditate suay et cum ecclesia Sancti Juliani de Cammos cum sua villa et ómnibus per-
tinentiis suiSy et cum ómnibus solaribus populatis et heremis de villa de Banñes et
omni hereditate sua, et cum domo de Villavegarum et ómnibus pertinentiis swis, et
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514 FALENCIA
de servir de parroquias á pueblecillos de cien almas, aquél á
la entrada, ésta en el fondo de una hoz sinuosa y profunda.
Por desgracia no penetramos hasta allí para poder afirmar si
junto con el título permanece su fábrica primitiva, reconstruida
en 1 185 la de Labanza por el conde Rodrigo Bustos, su bien-
hechor (i).
Cervera, la cabeza del partido, es una linda población serra-
na de anchas y limpias calles y de amenos contornos, cuya
plaza regular cierran cómodos soportales, y cuya iglesia de
cantería se eleva á la falda de un cerro con la advocación de
Santa María del Castillo. No busquemos allí otra antigualla
que algún resto de fortaleza: los monumentos, la historia de
la comarca están á cuatro leguas de distancia en Aguilar de
Campóo, adonde nos conduce en dirección á oriente el bullicioso
curso del naciente Pisuerga, regando al paso la deleitable vega
de Salinas, cruzando por debajo de sólidos puentes y dando
impulso á pintorescos molinos.
Otro fué nuestro itinerario subiendo desde Herrera para
llegar directamente á la célebre Aguilar. A la izquierda dejamos
el valle de Ojeda, que empezando en Villabermudo abarca
cum ecclesia Sánete Marte de Rianes cum sua villa el ómnibus periineniiis suis.
A estas añade otras iglesias y villas del país de Licbana; la fecha del documento
debe ser la de 1 1 8 1 , según notamos p. 3 6 s •
(i) Refiérelo el epitafio que publicó Pulgar y que aunque moderno es intere-
sante por las noticias que contiene: «Aquí yacen sepultados el conde D. Rodrigo
Gustios y la condesa su mujer y uno de sus tres hijos que tuvieron, señores de
grande estado de muchas villas y lugares, grandes bienhechores de esta abadía,
cuya iglesia, casa y claustro reedificaron año de i 185 y la dotaron con muchos
de sus bienes, y aviendo gastado el dicho conde la mayor parte de su vida en la
guerra en defensa de la fe, falleció en su casa originaria que tuvo cerca de esta
en el lugar de Polentinos en el solar de Colmenares, en 20 de Diciembre del año
de 1 192; en cuya memoria se renovaron los escudos que están sobre estos se-
pulcros, por aver faltado con el tiempo los antiguos de madera con otras insignias
de guerra que estavan sobre ellos.» El mismo Pulgar trae el instrumento de par-
tición de rentas hecho en 1 290 entre el abad y canónigos de Labanza, y menciona
varios privilegios otorgados á la abadía, uno de Alfonso VII en 1 142 dándole los
términos y puertos de que goza, otros de Sancho IV en i 289 concediéndole la
villa de Polentinos y á sus canónigos las mismas exenciones y franquicias que á
los de Palencia, y diversas confirmaciones de los reyes Alfonso XI, Pedro, Enri-
que 11, Juan I y Juan II.
FALENCIA 515
veinte lugares sometidos casi todos por Alfonso IX de León al
convento de monjas cistercienses de San Andrés de Arroyo, el
cual florece todavía lo mismo que el de Santibáñez de Ecla en
aquella cañada bajo la dependencia de las huelgas de Burgos.
Desde Alar, campo que fué de su señorío, donde el remate del
canal de Castilla ha improvisado un pueblo de almacenes, otro
más ancho y frondoso valle á orillas del Pisuerga contiene á
Nogales, á Prádanos, á Olmos de Santa Eufemia, cuyos nom-
bres indican la vegetación que les circunda, mezclada con la de
frescos chopos y saúcos. Becerril del Carpió, rico en frutales,
deja asomar á la vera del camino una reducida iglesia bizanti-
na, completa en sus líneas y detalles desde la portada hasta el
ábside que encierra un gótico retablo ; y otra más rústica pre-
senta Olleros debajo de un peñasco que le sirve de bóveda,
cueva dicen en otro tiempo donde se retiraba á orar un devoto
pastorcillo. A la derecha queda Mave y su priorato de Santa
María, lugar nombrado por el cronista Sebastián entre las pri-
meras conquistas de Alfonso I, que forma con otros el ayunta-
miento de Gama ; más allá descuella coronada de nieves la roca
de Bernorio, que ha dado lugar entre los naturales á grandio-
sas tradiciones, de un castillo edificado en su cumbre por
Augusto durante la guerra con los cántabros, y de una pobla-
ción que á su pié existía y que incendiaron los godos para ren-
dir la fortaleza, defendida no se sabe si por los suevos ó por
los romanos (i).
Con tales recuerdos no es extraño que sea reducida Agui-
lar por algunos autores á la Véllica ó Belgia donde sufrieron
los indomables cántabros su primera derrota, y que deriven
otros su origen de yuliobriga 6 de Brigantium. Campo del
álamo (campus populi) parece sonar el sobrenombre de Campóo
(1) Ignoramos el fundamento histórico de tradiciones semejantes, y no lo hay
mayor para decir que en el término de Olleros hubiese una ciudad denominada
Oliva, y otra llamada Calabria junto á Aguilar, donde hoy está el lugar de Cabria
con ruinas de castillo y de monasterio.
516
FALENCIA
añadido al harto genérico de Aguilar, aunque en un documento
del 1 03 1 , citado no recordamos dónde, se la llama Campo Pau .
Tenía su gobierno con el de Asturias de Santillana en 1 1 2 7
don Rodrigo de Lara, que tan larga resistencia opuso á Alfon-
so VII; en la partición de los reinos de León y Castilla entre
los hijos del Emperador, cupo la villa al primero, y fué dada
en arras por Fernando II á su tercera esposa D.^ Urraca de
Haro. Envidiósela á su madrastra Alfonso IX luego de fallecido
su padre, y puso estrecho cerco al castillo, en cuya defensa se
inmortalizó Marcos Gutiérrez que lo tenía por D. Diego López
de Haro, hermano de la reina. Mientras hubo cueros y yerba y
animales inmundos que comer se sostuvo la guarnición disminu-
yendo de cada día; cuando todo se acabó, exánime y desfalle-
cido tendióse el alcaide á la puerta con las llaves en la mano,
y allí le encontraron los sitiadores que asaltaron el desierto
muro, haciéndole volver á la vida con las más solícitas atencio-
nes. Sabedor de que D. Diego no se daba aún por satisfecho
de su resistencia, pidió al rey el pundonoroso Marcos le diese
el castillo para podérselo devolver al que se lo había confiado,
y así se hizo ; pero el de Haro no lo admitió convencido al fin
de la bravura del alcaide, y le mandó entregarlo otra vez al
caballeresco monarca (i).
Vemos no obstante que en 1204 poseía á Aguilar Alfon-
se VIII de Castilla, favoreciéndola tanto que algunos le han
atribuido su repoblación. Desde el principio de su reinado tuvo
Alfonso X la mira de hacerse suya la villa toda por compras,
permutas y revindicaciones, y encontrándose en ella á 14 de
(i) Sobre este hecho hay un romance de Sepúlveda más poético de loque sue-
len serlo los de dicho autor, y rcfíérelo no á las disensiones de Alfonso con su
madrastra, sino á las guerras entre León y Castilla, empezando así:
Leoneses con castellanos
grandes barajas hablan :
los reinos eran partidos,
dos Alfonsos los tenian.
Aquese rey de León
en Castilla entrado había,
sobre Aguilar el castillo
muy grande cerco ponía.
FALENCIA • SI7
Marzo de 1255, ^^ señaló términos y otorgóle su fuero real (i).
Continuó unida á la corona, hasta que Alfonso XI la dio en
patrimonio á sus hijos, frutos ilegítimos de la Guzmán, primero
á Pedro que por esto se llamó de Aguilar y murió niño en 1338,
y luego á Tello más adelante señor de Vizcaya, que alcanzó
para ella en 1367 de su hermano Enrique II notables franqui-
cias y mercedes (2). Su señorío, junto con el condado de Cas-
tañeda en Asturias de Santillana, lo transmitió D. Tello á su
hijo D. Juan, y éste á su hija Aldonza, casada con Garci Fer-
nández Manrique, compañero del infante D. Fernando en su
gloriosa campaña de Antequera, y mayordomo de su hijo don
Enrique de Aragón. Excitó Garci Fernández el enojo de Juan II
proclamándose conde y maltratando á los ministros reales, y
vino el rey con mil lanzas sobre Aguilar en 1422; pero Aldon-
za veintiún año después la vinculó en su hijo Juan, y éste en
recompensa de sus servicios alcanzó de los Reyes Católicos que
(i) Hállase publicado dicho privilegio en el tomo I del A/eworí¿i/ Hisiórico^
pág. 257. En su principio se lee: «La primera vez que vin á Aguilar de Campo
depues que fuy rey, fallé que la villa de Aguilar era de muchos sennoríos de órde-
nes et de fijosdalgo, et otrossi fallé de lo mió que me avien dello escondudo é fur-
tado. Et porque la villa de Aguilar amó siempre el muy ondrado rey don Alfonso
mió visavuelo et el mucho ondrado et muy noble rey don Fernando mió padre, et
ovieron grand sabor de facerles bien et merced, et yo por encimar lo que ellos
comenzaron et por facer el burgo de Aguilar que sea buena villa et ondrada et
rica... Todo aquello que fallé que no era mió... á los unos lo compré, et á los otros
di canvio por ello, et lo al que fallé de lo mió que me tenían escondudo et furtado
tómelo, asi que toda la villa de Aguilar la sobredicha finca toda mia pora siempre
jamás quita et libre con entradas et con sallidas et con todos sus términos et con
todos sus derechos enteramienlre.» Y luego más adelante : « Et doles et otorgóles
á todos comunialmentre que ayan el fuero del mió libro, aquel que estava en Cer-
vatos pora siempre jamás porque bivan et que usen por él, et que ayan dos alcal-
des et un merino de la villa de Aguilar quales yo pusiere... et que judguen los
alcaldes la villa et todos los términos por este fuero que les yo do, et el merino
que faga su oñcio.»
(2) Concedióselas en Burgos á 8 de Febrero antes de su derrota en Kájera,
ampliando la exención de portazgo que en i 285 había otorgado Sancho IV. «Por
facer bien, dice, e merced al concejo de Aguilar de Campo e de sus aldeas, vasa-
llos que son del conde D. Tello nuestro hermano, e porque nos lo pidió por mer-
ced el dicho D. Tello, e otrossi por muchos e altos e muy leales e grandes servi-
cios que el dicho D. Tello nos fizo e faze do cada dia, tenemos por bien de quitar
e franquear de portazgo, montazgo, de cuentas, peage, pasage, ronda, castellería,
de varcage, oturras, mededuras, asadura, borra y demás tributos.»
5l8 FALENCIA
fuese erigida en marquesado á favor de su hijo Garci Fernán-
dez. Los marqueses de Aguilar en el siglo xvi comunicaron á
la villa su esplendor: Luís hospedó en ella magníñcamente á
Carlos V á su llegada de Flandes en 151 7; Juan, embajador
en Roma, alcanzó en 1542 la fundación de la colegiata, otros
la adornaron con suntuosos panteones; y al cabo fenecida en
el XVII su descendencia varonil , heredáronla los condes de
Oñate.
Bien se le echa de ver en el aspecto la nobleza y antigüe-
dad, que sonríe embellecida por su amena situación. El Pisuerga
la baña al mediodía, ancho puente de seis arcos conduce á su
entrada, cíñenla frondosas alamedas tocando casi los muros ó
irradian á lo largo de los caminos. Aisladas y escabrosas peñas
se elevan del suelo á escasa altura por cima de las densas copas
de los árboles y junto á las corrientes cristalinas. Entre los ce-
rros que la rodean y á cuya espalda asoma la imponente sierra
inmediata, domínala al nordoeste uno más áspero, pedestal del
célebre castillo que ha perdido ya su corona de almenas y mata-
canes, pero conserva los gallardos cubos de sus ángulos y de
su barbacana. Desde la población subía la cerca á enlazarla
con su defensor, cerrando la falda de la colina que tal vez estu-
vo habitada en otro tiempo, cuando contaba cuatrocientos veci-
nos, doble número que en el día; y así lo persuade la parroquia
de Santa Cecilia, solitaria ahora en la pendiente, cuya bizantina
torre, guarnecida de columnas en sus esquinas y de ménsulas
en el remate, abre á los cuatro vientos sus ventanas, una en el
primer cuerpo y dos en el segundo. Debajo de cobertizo tiene
en el costado la portada, profunda, decrecente, con cuatro
columnas á cada lado, pero de traza ya ojival ; y ojivos son
también los arcos que dividen sus tres naves, sosteniendo el
techo de madera. Á la entrada de la capilla mayor, renovada
por desgracia y privada de su hemisférica forma, se distinguen
por su riqueza dos capiteles, uno de follaje y otro que parece
representar la degollación de los Inocentes.
FALENCIA 519
De otra iglesia que cae fuera de la cerca en el declive
opuesto y titulada San Andrés ó Santa Lucía, dícese también
que fué parroquia, y se asemeja en todo á la de Santa Cecilia,
sólo que conserva sus tres ábsides bizantinos con restos disper-
sos del gótico retablo, y en su portal el medio punto recamado
de dientes de sierra: suple por torre una espadaña de dos arcos
apuntados. En lo más llano al otro lado del río hay un conven-
to de monjas de Santa Clara, trasladado por los Sres. de Agui-
lar desde el sitio que ocupaba á media legua de allí en Porquera
de los Infantes junto al nacimiento del arroyo Camesa.
Largas cortinas con sus torreones marcan el recinto de la
villa sobre todo hacia poniente, y permanecen sus seis puertas,
unas en su antigua forma ojival, la del río reemplazada por un
arco moderno, casi todas ostentando el águila que constituye
las armas municipales. La de Reinosa juntamente con varios
escudos y íiguras ofrece sobre su clave una inscripción hebraica
del siglo XIII al xiv, que recomendamos á los inteligentes y que
sin duda se relaciona con los numerosos judíos que en la po-
blación habitaban (i). Señálanse entre el viejo y deforme case-
río algunas moradas por sus blasones y por su fábrica del si
glo XVI, una principalmente á espaldas de la colegiata, que
dejaron arruinar sin concluirla los marqueses de Villatorre,
adornada con estriadas columnas en la puerta y medallones en
las enjutas del arco, con escudos en las esquinas y con gárgo-
las, almenas y garitas en su coronamiento. A un lado de la
cuadrilonga plaza ceñida de pórticos campea trocado hoy en
casa de ayuntamiento el palacio de los Manriques, muy cambia-
do del que edificó en el siglo xv la condesa Aldonza para resi-
dencia de sus descendientes.
La inmediata parroquia de San Miguel debió al marqués
(i) a dos líneas escritas en castellano, de las cuates sólo pudimos leer junio
era MCCC.fiJo.,.^ siguen otras seis bien conservadas en caracteres hebraicos,
partidas por dos arquitos dentellados con figuras destruidas, y á cada lado hay
dos escudos acuartelados de águilas y castillos.
$20 FALENCIA
D. Juan en 1542 los honores de colegiata (i); pero tres siglos
atrás, mucho antes del señorío de los Manriques, el templo
tenía ya la magnificencia conveniente á su futuro rango. Cons-
truido en el primer período ojival, cuya forma llevan así los
arcos de las portadas como la doble serie de ventanas abiertas
entre los machones del ábside, conserva todavía mucho de bi-
zantino, tal como las columnas cilindricas colocadas ocho á cada
lado de la puerta principal con capiteles uniformes de sencillo
follaje, la grande y tosca estatua subsistente en un costado del
arco exterior, y el medio punto en cuyo centro resalta la figura
de Cristo. Nada de moderno desentona aquel conjunto sino la
cuadrada torre asentada sobre el ingreso, que á pesar de sus
arcos greco romanos, pilastras y cimborio recuerda por lo baja
las proporciones de la antigua.
A la iglesia introducen un atrio cubierto de apuntada bóve-
da y un segundo portal bizantino-gótico de cuatro arcos en
degradación. Rebajadas ojivas forman sus tres naves demasiado
cortas respecto de su anchura, sin que les comunique mucha
gallardía el crucero, ni menos las favorezca el revoque que han
sufrido. Los pilares se componen de ocho delgadas columnas
con capiteles lisos ó de follaje; prolongadas ventanas alumbran
la nave de la epístola ; la del evangelio presenta una serie de
hornacinas con grandes colgadizos y frontones triangulares,
marcadas con escudos de armas, pero las estatuas y epitafios
han desaparecido para hacer lugar á los retablos colocados en
su hueco. Todas las capillas del templo, así las del testero de
las naves, como las que corresponden á sus pies cogiendo la
profundidad del atrio, están llenas de memorias sepulcrales: la
del bautisterio á la izquierda del que entra contiene cuatro,
donde se ven águilas y castillos esculpidos toscamente sobre
(i) Aprovechó el marqués la ocasión de su embajada en Roma para obtenerla
erección de la colegiata de Aguilar, siendo extinguidas en cambio las antiguas
abadías de Castañeda, Escalada y San Martín de Helines, que poseía su casa en la
diócesis de Burgos.
FALENCIA 521
las urnas, y yacentes estatuas de un arcipreste de Aguilar en el
siglo XIII y de uno de los ganadores de Antequera en el siglo xv
al lado de su esposa (i); la colateral encubre detrás de la mo-
derna sillería de un convento cinco nichos ojivales recamados
de arabescos como el arco de entrada, de sencillo y elegante
estilo gótico, en uno de los cuales se distingue por sus labradas
vestiduras la tendida efigie del arcipreste de Fresno, fundador
del hospital. En el brazo izquierdo del crucero descansan sus
parientes (2).
De principios del siglo xiii por lo menos parece datar un
tosco bulto de larga barba y cabello partido sobre la frente,
vestido de túnica y manto, que está en la cabecera de la nave
de la epístola ; mientras que no pasa del xvi otro de sacerdote
que ocupa la del evangelio, acostado sobre un sepulcro plate-
resco, detrás del cual aparece de relieve entero el entierro de
Jesús. En medio de estas dos capillas ostenta la mayor su reta-
blo de cuatro cuerpos representando misterios de la Virgen, y
dos grandes mausoleos de mármol con su basamento, pilastras
y frontón al estilo greco romano, donde brilla el blasón de los
Manriques; á un lado figuran orando de rodillas las excelentes
estatuas del marqués D. Juan, patrono y creador en cierto
modo de la colegiata, y de su esposa D.^ Blanca Pimentel; al
(i) En el pedestal del sepulcro del arcipreste se nota multitud de relieves
medio enterrados en el pavimento; la inscripción dice así: «Aquí yace don Juan
Mate arcipreste de Aguilar, Dios perdone su alma, era de MCCCXXXIII (129$ de
C.).» En la tumba de los dos consortes se lee : «Estas sepulturas mandó hazer Fer-
nán González de Valdelomar e Juana Gutiérrez su mujer en el año de mil e CCCC
e X años, quando el infante don Ferrando venció á los infantes de Granada en el
puerto de la Roca del Asna e se ganó Antequera por fuerza de armas: Dios los
quiera perdonar.» El marido viste traje talar á manera de hábito religioso, pero
lleva una águila colgada al cuello y larga tizona en las manos; el vestido de la
mujer es muy modesto, con mangas anchas y toca en la frente. En dicha capilla
se ve una tosca cruz que se descubrió juntamente con un Crucifijo muy prodi-
gioso.
(2) Un moderno epitafio nombra á su hermana Juana Fernández de Soto y al
marido de ésta Fernán Gutiérrez Churrón bienhechores del convento de Santa
María la Real, que vivían en i 399, y á varios descendientes suyos déla familia de
Castillo.
(t
is D. Luís
3S sepul-
consorte
Mendoza
Nieto de
; D. Juan
Luís que
en i6t6
dispu s o
la reedi-
ficación
del co-
ro en el
centro
de la na-
ve prin-
cipal.
Pero
el monu -
mentó
más in-
signe de
Aguilar
deCam-
póoestá
fuera de
su recin -
to,alex-
«----■ tremo
de una larga y deliciosa alameda, al pié de unos riscos pin-
torescos que se levantan al poniente. Santa María la Real,
:a dé [nfantado, murió según el letrero en [
1 las cortes que se celebraban en Aragón.
P A L E N C I A 523
grandioso monasterio de premonstratenses, no siempre desde
su origen perteneció á los hijos de San Norberto; fundóse
para benedictinos ó para canónigos reglares de San Agustín
ó quizá seculares, allá por el año de 822, si no yerra una
antigua escritura de su archivo (i); y en su principio inter-
vienen, como en el de San Juan de la Peña, San Antolín de
Falencia y otros, jabalíes acosados por cazadores, ermitas arrui-
nadas y ocultas entre matorrales. Contó su hallazgo Alpidio,
que tal era el nombre del caballero, á su hermano el abad Opila,
quien movido de la santidad y agreste belleza del sitio, edificó
sobre aquellos escombros su residencia, trasladándose á ella
con sus clérigos, alhajas y ganados. Treinta años adelante,
viviendo todavía el mismo abad, visitó el conde Osorio el nuevo
monasterio, al cual ofreció su persona y unas tierras en Peña
Aranda, y no fué menos copiosa la donación otorgada en 1050
por la condesa Ofresa, y las que otros magnates y hasta reyes
firmaron á favor del mismo. Sometiéronsele varias iglesias de
la comarca, entre ellas la de Santa Eugenia de Cordovilla con-
sagrada por Pascual, obispo de Burgos, y cedida al abad Lece-
nio, á quien se atribuye parentesco con el Cid (2). A mediados
(i) Cítala Morales con referencia al oidor Arce de Otalora, y de ella sacó los
copiosos detalles que da de esta fundación en el lib. xiii, cap. 36 de sus Anales y
algunas cláusulas que copia de las donaciones del conde Osorio y del abad Opila.
De su contexto resulta que Alpidio era natural de la provincia Loricana y de la
villa Tabúlala in partes Iberijluminis, que eran dos las ermitas que halló desier-
tas con tres títulos de reliquias, y que su hermano Opila poseía en Castilla la
Vieja un monasterio de San Miguel, del cual otorgó escritura de cesión en el rei-
nado de Ordoño I en presencia del conde Osorio. En cuanto al que estableció en
Aguilar no se sabe si fué de monjes ó de clérigos, pues usa de ambos nombres
indistintamente. El documento íntegro, no menos que la donación del conde Oso-
rio y la de la condesa Ofresa (Eufrasia), las copiosas mercedes dé los monarcas
principalmente de Alfonso VIII, los títulos de las vastas propiedades del monaste-
rio, todo el contenido en fín del tumbo ó becerro que ha ido á parar al archivo de
la Academia de la Historia, con la serie de sus abades hasta época muy reciente,
lo ha publicado, prestando un buen servicio, D. Manuel de Assas en el Museo es-
pañol de antigüedades,
(2) Dice Yepes que la dio éste al abad y que el Cid la tenía de Alfonso VI, y
cita la inscripción puesta sobre el portal de la ermita : Ob honorem Salvatoris et
Ste, Eugenie virginis et ceterorum sanctorum quorum reliquie hic condite sunt Pas-
Chalis episcopus Burgensis consecravit isiam ecclesiam décimo octavo kal, februa-
524 FALENCIA
del siglo XII poseían el patronato del monasterio los hermanos
D. Alvaro y D. Ñuño Pérez de Lara, y se desprendieron de él
para que fuese abadía independiente; tal vez entonces pasó á
los premonstratenses, con cuya entrada pudo coincidir la recons-
trucción del edificio que pertenece á fines de aquel siglo ó á
principios del inmediato (i).
La situación, los árboles, la montaña comunica un indescrip-
tible encanto á la fachada del templo, que es sencilla pero gra-
ciosa y original. Columnas pareadas flanquean la puerta y la
ventana colocada encima, cuya mitad inferior tapiada cobija
bajo doselete una pequeña figura de Nuestra Señora; en sus
arcos, igualmente que en el de otra ventana que comunica á la
nave lateral derecha, domina sin mezcla el medio punto. Forma
el remate una especie de galería de cuatro ojivas orladas de
cordones concéntricos, terminando en un triángulo á modo de
espadaña, que encierra otra ojiva con un escudo de armas en su
rii sub era MC... abbas Lecemus, El año está difícultoso, pero correspondiendo al
episcopado de Pascual debe ser de i i i <> á 1 1 1 8.
(i) De uno de los documentos, dados á luz por el Sr. Assas, á saber, de la
concordia aprobada en i 162 por el cardenal Jacinto entre los canónigos seglares
poseedores del monasterio y los religiosos premonstratenses, que lo ocuparon con
el apoyo del obispo de Burgos y de la autoridad civil, ó más bien entre los abades
de las dos comunidades que entrambos se llamaban Andrés, resulta que á los de
la primera, que no pasaban de seis individuos, sólo se dejaron de vida una iglesia
de San Cebrián y algunas rentas en reses y granos para que, al morir aquellos,
de todo se reincorporara el monástico instituto. Asegura dicho Sr. Assas que en
la puerta de la iglesia que sale hacia San Pedro se lee á un lado: Sub era MCCLÍ
(i 2 1 3 de C.) /utt consumaia ista ecclesia, y que enfrente hay esta otra lápida: ísía
ecclesia esi consécrala per manum Mauritii Burgensis episcopio tempore abbatis
Michaelis et prioris Sebasiiani^ regnante rege domino Fernando^ III kalendas novem-
bris, anno grabe MCCXXIL Pasáronsemc por alto en 1852 estos letreros, pero
dudo que hubiese podido aceptarlos por genuinos, no precisamente porque la
data discrepe del carácter arquitectónico del templo, sino por la extrañeza de con-
tar en el segundo por años de Cristo y no por eras. Pueden ser exactas las fechas,
sin ser ni con mucho coetáneas, habiendo sido tomadas de los documentos. La
que ni por exacta ni por documentada acepto es la aseveración de Assas «de ha-
ber sido edificadas las cuatro alas del claustro monasterial bajo el mando del abad
Lecenio, á fines del siglo xi ó muy á principios del xii»: el estilo de transición
que en él se denota, la data de los sepulcros y la bien averiguada de la contigua
sala capitular declaran que se construyeron á fines del xu ó muy á principios
del xui.
P A L E N C I A 525
vértice, y con el cual no armoniza del todo bien la moderna
torre de la izquierda. En la esquina que da al camino un ángel
con las alas tendidas presenta un bello dístico á la Virgen
que abraza ¿os tiernos
miembros de su recién
nacido y guarece en su
seno al que no cabe en
el espacio (i).
Iguales en altura,
contra la costumbre
de las construcciones
góticas del primer pe-
ríodo, son las tres
naves ojivales de la
monástica iglesia, sos-
tenidas por grupos
de doce columnitas ,
cuyos capiteles no lle-
van más adorno que
sencillas volutas; no ■
asf los del espaciosf- ^
simo crucero que en
pequeñas figuras re-
presentan el descen-
dimiento de la cruz, la
resurrección del Sefior
y otros misterios, re- aguilar de campóo
firiéndoseá los mismos Fachada del Mor:A9TEKio
las inscripciones lati-
nas contenidas en los abacos con abreviaturas y enlazamien-
tos de letras. Los arcos semicirculares y las columnas de las
(1; Virgo sui partua teneros amplectitur artua;
Quem tenet ín gremio non capítur spatio.
La letra parece ser del siglo xiii.
526 FALENCIA
jambas marcan el sello bizantino en las ventanas de los brazos
del crucero y de las naves laterales; al estilo gótico pertenecen
las de la capilla mayor, cuya planta heptágona tiene la forma
de herradura. Tanto del retablo principal que en relieves de la
época del Renacimiento figuraba la pasión de Cristo, como de
otros menores, delirantes engendros del churriguerismo, no que-
dan más que lamentables destrozos; y las losas arrancadas del
pavimento para ser llevadas á la colegiata, completan aquel
cuadro de desolación.
No ha cabido, por lo general, mejor suerte á los sepulcros;
hasta siete yacen arrumbados á los pies de la nave izquierda,
mutiladas las esculturas, levantadas las cubiertas, mostrando
revueltos y medio consumidos los cráneos y canillas de sus an-
tiguos moradores. En alguno se observa un hueco excavado
para la cabeza al estilo de los túmulos egipcios. Los bultos mor-
tuorios visten curiosos trajes de su época, del 1293 ^^ 1305,
según las inscripciones : el uno de semblante femenil lleva una
especie de yelmo en la cabeza y tendido por los hombros el ca-
bello, envolviéndose en un largo manto, en cuyos broches y
guarnición lo mismo que en los blasones de la urna, campean
dos lebreles; otro con el pelo partido por medio y cortado á
cerquillo al rededor de las sienes, gasta ropa talar con botones
ajustada al cuello, de manga apretadísima hasta el codo, soste
niendo con una mano la correa que sujeta el manto y con la
otra recogiendo sus pliegues, y éste es Munio (Ñuño) Díaz Cas-
tañeda, y?^/ amigo del monasterio é intrépido defensor desús de-
rechos (i); otro del mismo ropaje, en cuyo rostro apuntala
(i) La inscripción puesta en la cabecera de la tapa está gastada y rota en su
principio y sólo puede leerse de ella lo siguiente:
« specula qui conditur. . .
Regula magnifícus, prudens et fidus amicus,
Cujus erat cura nobis defenderé jura.
Aquí yace Muño Diaz Castañeda que Dios perdone la su alma, era de mil CCCXXXI
años (i 293 de C.) Antón Pérez de Carion fizo estos luzilos.» En el primer verso
FALENCIA 527
barba, acaricia un halcón, y en su cabecera se advierte un gru-
po idéntico al de cierta tumba de Villasirga, el Salvador coro-
nando á su Madre y dos ángeles que asisten de rodillas (i). En
otra urna, circuida de una procesión fúnebre de monjes que sos-
tienen la arquería de relieve, está vuelta la tapa, de la cual tal
vez ha desaparecido la efígie de la ilustre Inés cuyas altas pren-
das encarece el epitafio (2): los tres sepulcros restantes, y dos
más colocados en los brazos del crucero, presentan por único
adorno y señal escudos de diversos blasones (3). Junto á la
puerta de salida al claustro aparece una estatua tendida con
magníficas vestiduras sacerdotales, un libro en las manos y tres
leyó Assas: specula qui condidil hoc monumenlum: me inclino al conditur, y dado
que las últimas palabras sean legibles pero no bien claras, interpretaría. /loc mo-
numento. En vez de fidus^ como exige el metro, puso j)ius,
(i) Recuérdese la indicación que de dicho grupo hicimos atrás, página 503,
hablando de un sepulcro de Villasirga, obra probablemente del mismo Antón Pé-
rez de Carrión. Del epitafío no supimos descifrar sino el aquí yace y la era de
MCCCXXXXIII años (i 305 de C.) El Sr. Assas con más penetración, ó examinán-
dolo con más comodidad después de limpiado, ó aprovechando las indicaciones
del tumbo, ha podido darlo completo en esta forma: «Aquí yace D. Pedro Dias de
Castañeda marido de la dicha señora doña Inés Rodríguez de Villalobos era
MCCCXXXVIll:» tomando por Via última X de la data, resultan cinco años me-
nos. Por esta inscripción, de estilo más reciente que las otras, se viene en conoci-
miento de quién sea la Inés del contiguo túmulo, y que dicho Pedro era hermano
del Munio, como indica además la identidad de los blasones.
(2) También éste presenta incompletos ó borrados sus primeros versos :
rata de claro sanguine nata,
. . . sublata jacet hic Angnes tumulata,
Donis fecunda, pía, mitis, crimine munda,
Prudens, facunda, procul est á morte secunda.
Era MCCCXXXIX (1301 de C.)
Los claros que dejamos en los dos primeros versos los ha llenado el Sr. Assas,
no sé si leyendo ó adivinando, Bont's órnala en el primero, y Vita sublata en el
segundo. De esta señora le proporcionaron dar extensas noticias los documentos
del expresado tumbo.
(3) Los del entierro de la izquierda del crucero consisten en tres bandas dia-
gonales y florones estrellados, los del que está á la derecha en cinco calderos que
sin duda pertenecen á alguna línea de Laras. Otros de bienhechores sin cuento
enumera al rededor de la iglesia el Sr. Assas, detallando nombres y fechas y el
sitio del entierro puntualmente, sin duda siguiendo las indicaciones del necrolo-
gio, porque letreros no los trac, ni los vimos, ni interesaría á la historia ni al arte
el compilarlos.
528 FALENCIA
perros á sus pies, que la tradición supone figura del abad Opila,
por más que no lleve báculo ni mitra sino un birretillo en la ca-
beza y que parezca la escultura cuatro siglos por lo menos
posterior á su existencia (i). Dentro de los arquitos del sarcó-
fago resaltan de dos en dos los apóstoles y en el centro Dios
Padre presentando al Crucificado, exactamente lo mismo que en
el de Munio Castañeda; y de ahí se desprende que el artífice de
todos ó de la mayor parte de ellos y tal vez de los de Villasirga
fué, como en éste se expresa, Antón Pérez de Carrión, escultor
ignorado hasta aquí y digno de nombradía entre sus coetá-
neos.
Mayor interés excita aún en el magnífico claustro la memo-
moria de otro artista. A continuación de la era MCCXLIII que
corresponde al año 1205, léese escrito perpendicularmente en
el fuste de una columna, de las que se agrupan á la entrada de
la sala capitular, el nombre de Domingo, á quien se debe la
construcción de aquellos suntuosos arcos, columnatas y gale-
rías (2). Exceptuando la traza ojival de las bóvedas y aberturas,
nada hay que no sea puramente bizantino así en el portal y aji-
meces del capítulo, al través de los cuales se descubre un bos-
que de pilares, como en los ánditos del claustro que abren hacia
el melancólico patio cubierto de zarzas una serie de arcos de
medio punto, sostenidos por pareadas columnitas y encerrados
(i) Con referencia á un escritor moderno sin nombrarle, copia Assas estas
palabras, sin lo cual y sin otra frase que transcribe anónima entre comillas, se
creería que no había llegado á conocimiento suyo mi conciso trabajo. Verdad es
que en la descripción, así de la villa como del monasterio, reproduce los menores
detalles de éste con casi idénticas frases y hasta con alguna errata de imprenta;
mas no pretendo deducir de aquí pueriles derechos á ser citado. Insinúa el autor
de la monografía que el bulto referido á Opila pudiera representar al abad Apa-
ricio que gobernó de 1291 á i^oo, observando de paso que hasta el 1593 no
obtuvieron privilegio de usar mitra los abades premonstratenses. Este bellísimo
sepulcro y el de D.* Inés fueron antes de 1872 traídos á Madrid al Museo arqueo-
lógico nacional, dando ya por desesperada la conservación del monasterio; ignoro
la suerte de los restantes.
(2) Así lo indica el letrero: Era MCCXLIII fuit factum hoc opus.—Dominicus,
Entendiendo por V la primera I el Sr. Assas, en lugar de XLIII puso XLVII, que
corresponde al año i 209.
FALENCIA 529
de tres en tres en arcadas mayores que descansan también so-
bre haces de columnas. A pocos de este género ceden los capi-
teles de unas y otras en la riqueza y variedad de los follajes,
conchas, cintas, entrelazos, aves, serpientes, monstruos y ñguras
que componen pasajes enteros, tales como el degüello de los
Inocentes y la presentación de Jesús en el templo ; pero sobre
todo la incomparable gentileza de las hojas de acanto eclipsa
cuánto labró de más gracioso en la antigüedad el arte corintio
y cuánto debía labrar el gótico más adelante (i). Bellas é inge-
niosas labores adornan los abacos que se han librado de la re-
novación; y gracias al cielo que no ha permitido se cumpliera
el funesto voto del clásico reformista, que echaba de menos en
aquella monumental galería baja la fría decoración de pilastras
dóricas pareadas que dieron á la alta los discípulos de Herre-
ra (2).
La sala capitular, conservando las columnas que la dividían
como en tres naves, fué convertida en espaciosa escalera que
desemboca arriba en un vasto salón ó corredor ; y entonces des-
(1) Con los dos expresados sepulcros fueron trasladados al museo de Madrid
ocho pares de capiteles del claustro, dos de ellos iconísticos, cuatro ó cinco im-
postas, varias basas y fragmentos, el fuste cilindrico de la inscripción, de la igle-
sia ocho capiteles historiados de los pilares de intersección del crucero con las
naves, y dos de una ventana de la sacristía, i Qué desolación no se habrá añadido
en el edificio, si es que subsiste, con el vacío de estas piedras arrancadas de su
asiento, á la que nos presentó ya en 1852 al visitarlo, y todavía más al Sr. Assas
que veinte años después lo dio por desahuciado I Gran tentación son los museos
para precipitar la ruina de los monumentos con el pretexto de salvar á tiempo los
detalles, y en ningún concepto es más desastrosa la centralización que aplicada á
los objetos del arte, que en vez de ser buscados en su nativo suelo por los arqueó-
logos, se juzga mejor reunir en un común depósito, así para más segura conser-
vación, como para más cómodo estudio : verdad es que sólo á médicos de gran
reputación es dado recibir á domicilio las consultas de los enfermos en lugar de
visitarlos en su cama. Los museos jamás serán otra cosa que cementerios; y antes
de enterrar ningún dudoso cadáver, no cabe afán ni dispendio excesivo para ave-
riguar si aún tiene vida y prolongársela.
(2) «El claustro bajo de este convento, dice Ponz cuyo claro talento nunca
hemos visto tan obcecado por el espíritu de escuela, es una especie de arquitectu-
ra arabesca con grupos de columnas y ornatos de aquella clase en capiteles. El
alto es muy otra cosa^ ejecutado en tiempo de Felipe II... Si la galería baja acom-
pañase á la alta, sería éste uno de los buenos claustros en el gusto de la mejor
arquitectura.»
67
530 FALENCIA
de allí se trasladaron al templo los mal parados sepulcros, entre
los cuales no aparece ya el del conde Osorio, cuyo bulto aunque
de obra nueva, atestigua Morales hallarse en aquel sitio (i).
La escalera primitiva, de elevada bóveda y románicos capiteles,
comunica con el coro alto suspendido á los pies de la nave ma-
yor de la iglesia ; á ésta se entra desde el claustro por una
puerta semicircular. Otras estancias antiguas, como la que ser-
vía de bodega, cuyos arcos peraltados estriban sobre gruesos
fustes cilindricos, se fabricaron sin duda para más noble empleo
cuando el monasterio florecía en su mayor pujanza.
Al salir de aquella mansión augusta y solitaria condenada á
perecer lentamente de abandono, de las selváticas breñas que
la dominan, tituladas desde tiempo antiguo Peñalonga, surge
de pronto un recuerdo inesperado, álzase un nombre fantástico
y sonoro. Una angosta cueva, oculta entre la maleza, blasona
de custodiar los restos del celebérrimo Bernardo del Carpió y
de un su alférez, y la tapa de la tosca urna colocada en el fon-
do del descenso consigna el año de su muerte como si se trata-
ra de algún histórico personaje (2). Hasta época muy reciente
(1) Menciónalo como existente en dicho lugar cl Sr. Assas, con el de doña
Teresa Fernández, mujer del conde, y cl de su hijo don Rodrigo Osorio, llevando
osos por blasones ; en la capilla de la Magdalena, situada fuera del claustro, des-
cribe sembrado de conchas el de Ofresa, con otras siete tumbas de parientes su-
yos que enumera en la pared una moderna lápida. De dos urnas habla también,
metidas en el muro de la sala capitular debajo de un bien labrado arco sepulcral,
en que yacen tres nobles hermanos, Gonzalo Gómez, Gutier Díaz y Diego Gómez
de Sandoval, y D.» Elvira mujer del último é hija de Juan Fernández Delgadillo.
En el claustro junto á su comunicación con el templo cita otro entierro, dentro de
nicho ojival, de una hija del famoso conde Pedro Ansúrez, que no es ninguna de
las cuatro reconocidas en la historia, Sancha mujer de Lope Díaz, fundadora del
monasterio de Bujedo, que murió en la era MCCXXI (i 183 de C.) : hubiera debido
sobrevivir á su padre 6$ años.
(2) Dice la inscripción en letra gótica del siglo xvi : «Aquí yace sepultado el
noble y esforzado caballero Bernardo del Carpió, defensor de España, hijo de don
Sancho Dias conde de Saldaña, y de la infanta doña Jimena hermana del rey don
Alonso el segundo llamado el Casto, murió por los años de DCCCL.» Sobre la en-
trada se lee el nombre de Bernardo y el de su alférez, Fernando Gallo. Morales,
que habla de este sepulcro y de la visita del Emperador, observa «que el gran
lucillo de piedra no está cubierto con una laude como suelen estar comunmente
todos los antiguos, sino de algunas piedras.» Véase lo que acerca de este roman-
cesco personaje dijimos en el tomo de Asturias y León, cap. IV, i .• parte.
introducía á la cueva una ermita dedicada á San Pedro, y pare-
cían confírmar la inmemorial tradición, ya que no respecto de
la existencia muy controvertible del hijo de Jimena, al menos
sobre el acaecimiento de algún notable hecho de armas en aquel
sitio, las numerosas huesas descubiertas en las inmediaciones y
en el cerro del castillo. Llegó á tomar tal consistencia la fama,
que Carlos V á su paso por Aguilar mandó abrir el sepulcro, y
en presencia del futuro héroe de la historia apareció reducido á
un puflado de polvo el héroe de la leyenda. Ni aun esto queda
tal vez hoy día ; pero la imaginación á despecho de la crítica se
complace en evocar allí, antes que se desvanezca del todo, la
vaga sombra del campeón de Roncesvalles.
531 ZAMORA
son romanos los cimientos de su viejo puente destruido, si
denota que se hallaba al paso de alguna frecuentada vía
la inscripción conservada en el portal del ayuntamiento (i),
otro nombre seguramente debió llevar; y no es posible aplicarle
los de Séntica, Sibaria ó Sarabris, y Ocello Duri, sin corregir
demasiado las graduaciones de Tolomeo y el orden de distan-
cias del itinerario de Antonino (2). Sólo la ignorancia geográ-
fica más completa pudo suponerla en los primeros siglos de su
restauración, desde principios del x en adelante, sucesora de la
heroica Numancia, con quien nada tuvo de común sino su situa-
ción sobre el Duero, aunque á cincuenta leguas una de otra. La
etimología de su nuevo nombre de Zamora se intentó explicarla
con ridiculas consejas (3), y hasta más tarde no se ocurrió que
podía proceder de la lengua arábiga interpretándolo por tur^
quesa.
(i) La denominación de Viacus, á quien se dedica la lápida, parece referirse á
Mercurio como dios de los caminos, y dice así:
Viaco
M. Atilius
Silonis
Quir. Silo
ex voto.
(3) Scntica, reducida á Zamora por Florián de Ocampo natural de la misma,
estaba más allá de Salamanca por el lado de Mérida; y Sibaria, si es la Sarabris de
Tolomeo, tampoco conviene con la situación de aquella, pues se hallaba casi en la
misma latitud que Compluto ó Alcalá que dista de Zamora más de un grado. La
que menos dificultad ofrece en su equivalencia es Ocello Duri, segunda mansión
de Salamanca á Zaragoza, distante de la primera cuarenta y dos millas, y hasta su
nombre 0/uelo del Duero recuerda la posición de la ciudad de que tratamos. A la
misma opinión se inclinan los que más detenidamente han estudiado el asunto,
como vemos por las Memorias históricas de Zamora recién publicadas por el Sr. Fer-
nándQu: Duro, donde va inserto un luminoso discurso de D. Miguel, docto pres-
bítero del siglo pasado. De la correspondencia de Zamora con Numancia, hecha
por los naturales cuestión de acalorado patriotismo casi hasta nuestros días, na-
die se acuerda ya, ni más ni menos que de los enormes alegatos que la de-
fienden.
(3) Indigna ciertamente del arzobispo D. Rodrigo es la que trae de la vaca
negra ó mora á la cual el vaquero gritó Ce Moray grito que los soldados de Alfon-
so III aplicaron por nombre á la población; pero fray Juan Gil de Zamora, escritor
del siglo XIV, que la califica con razón de necedad, incurre en otras tales como lo
de Zara Mora y Cesat is mora.
ZAMORA 535
La primera reconquista de la ciudad , dejando aparte las
inciertas tentativas inmediatas á su pérdida (i), la atribuyen
nuestras crónicas á Alfonso I, las musulmanas á Froila, hijo de
Alfonso. Añade alguna de estas que permaneció más de dos
siglos bajo el dominio de los cristianos hasta las invasiones de
Almanzor (2); otras empero la suponen en breve recobrada por
el califa Abderramán I que la visitó hacia el año 785, y afirman
ora que fué ganada en la primavera del 813 por Abderramán II
siendo príncipe todavía, ora sitiada inútilmente hacia 878 por
el príncipe Almondhir, ora destruida en el reinado de Muha-
mad (3). Presa disputada en país fronterizo entre dos razas
irreconciliables, no la permitieron sus alternativos estragos le-
vantarse sólidamente del polvo de las ruinas, hasta que Alfon-
so III en 893 emprendió su restauración, llamando para poblarla
á los cristianos del país vecino , y para reconstruir sus muros y
edificios á arquitectos y peones de Toledo , no sabemos si infie-
les y mozárabes, aunque nos inclinamos á lo segundo. Unos
baños y una hermosa iglesia dedicada al Salvador y pingüe-
mente dotada, fueron las fábricas principales que brotaron den-
tro de aquel fuerte recinto, avanzada formidable del belicoso
reino de las montañas contra el fastuoso imperio del califa.
Dejóla éste en paz guardando las treguas que á la sazón
tenía con Alfonso ; pero una muchedumbre innumerable de in-
surgentes y aventureros, fanatizada por AhmedbenAlkithi,
descendiente de los Omíadas y aliado del rebelde Hafsún, se
precipitó como una desastrosa avenida, asolándolo todo á su
paso, sobre la ciudad que crecía en tanto daño del islamismo.
Encerróse de pronto en sus murallas la guarnición, y aun se
( 1 ) En el tomo de Asturias y León, p. 39, citamos el texto publicado en las cartas
del orientalista Borbón acerca del ataque de Zamora por Ñuño Ramírez en 7 2 3 y su
recobro por Ambasa, y más adelante otro referente á su primera toma por Habib.
Pero, como ya observamos, merecen escaso crédito dicho textos.
(2) Almakkarí, traducción inglesa, tomo II, pág. 85.
(3) Véase á Conde, II.« parte, capit. 23, 35 y 55, y Almakkarí, tomo II, pági-
na 463.
536 ZAMORA
dice fué desbaratada en una salida ; mas bajando á socorrerla
un ejército, se trabó campal batalla que no duró menos de
cuatro días. Los primeros en huir fueron los berberiscos asala-
riados ; los muslimes del reino de Toledo y del oriente de Es-
paña murieron en sus filas cubriendo de cadáveres el campo.
De los sesenta mil combatientes que se atribuyen á aquellas
hordas , pocos escaparon con vida y libertad. La cabeza de
Ahmed, fenecido en la pelea ó degollado después, se colgó con
otras muchas en las puertas y almenas ; y aquel día, que fué
aproximadamente el 9 de Julio de 901, dejó un largo recuerdo
de triunfo á los cristianos y de espanto á los sarracenos con el
nombre de día de Zamora (i).
Con tan insigne victoria se consolidó la seguridad de la nue-
va población, y para que el suave imperio de la cruz se exten-
diera al par de las conquistas de la espada, creóse en ella una
cátedra episcopal. Uno de los primeros, sino el primero en ocu-
parla, fué Atilano, cuyas firmas aparecen de 905 al 915, y cuya
santidad declaró solemnemente Urbano II á fines ya del siglo xi.
Natural de Tarazona y discípulo y compañero de San Froilán,
de pronto en la soledad de las montañas de León y luego á
orillas del Esla en el monasterio de Moreruela que fundaron,
fueron ambos en un mismo día y en la fiesta de Pentecostés
consagrados obispos el uno de León y el otro de Zamora. A los
diez años de regir la diócesis asaltaron humildes escrúpulos á
Atilano, y al salir con el bordón de peregrino después de dis-
tribuir sus rentas á los pobres, arrojó desde el puente al río su
anillo pastoral, diciendo que hasta recobrarlo no se tendría por
seguro de haberle Dios perdonado los pecados de su juventud.
f i) Inierea sub era DCCCCXXXIX^ dice Sampiro, congrégalo exercitu magno
Árabes Zamoram properarunt, Hcec audiens serenissimus rex, congrégalo magno
exercilu inler se dimicanles, cooperante divina clementia, delevil eosusquead inler-
necioncm : etiam A ¡chaman qui propheta eorum dtcebatur ihidem corruil, el quievit
Ierra, Véase la relación más extensa de Conde en el cap. VI, parte i.* del tomo de
Asturias y León. En esta victoria hacen intervenir D. Rodrigo y D. Lucas al caba-
lleresco Bernardo del Carpió, sin advertir que, según su cómputo, había de contar
ya más de cien años de edad.
ZAMORA 537
Dos años empleó en obras de penitencia y visitas de santuarios,
al cabo de los cuales avisado por sueños de que volviera á su
silla, y hospedándose desconocido en una ermita de las afueras,
encontró su anillo en el vientre de un pescado que para su cena
había recibido de limosna. Tañeron por sí mismas las campanas;
los ciudadanos corrieron en tropel al encuentro de su prelado,
que apareció de repente revestido de ricos hábitos pontificales,
y tuvieron la dicha de gozar por otros siete años de su paternal
gobierno y de cerrarle los ojos cariñosamente (i). Sucediéronle
uno tras otro, sin dejar más huella que su nombre, Juan, Dulci-
dio, Domingo, Juan el segundo y Salomón, titulándose indife-
rentemente obispos de Zamora ó de Numancia, hasta que á
fines del siglo se hundió su sede sepultada bajo las ruinas de la
ciudad.
Capital de Galicia, es decir del reino de Asturias, denomi-
nan á ésta á menudo las historias arábigas, y en verdad parecía
serlo por la frecuente y casi continua residencia de los soberanos,
que desde aquella plaza limítrofe guardaban la frontera y espia-
ban la ocasión de llevarla adelante con sus armas. Tenía Zamo-
ra más de campamento que de corte, y aquellos príncipes gus-
taban más de su agitación belicosa, de sus aprestos y peligros
que de las pompas y regalos de León. Allí atajó Alfonso el
Magno los rebeldes intentos de su primogénito García pren-
diéndole de improviso; allí regresó, abdicada ya la corona, de
(i) Seguimos en esta relación las lecciones de un antiguo Icccionario cister-
ciense publicadas en la España, Sagrada^ t. XIV, mas no podemos convenir con
Flórez en la época en que supone haber florecido el santo, de qqo á i 009. En que
fué coetáneo y compañero de San Froilán no cabe duda, pero dos Froilanes ocu-
páronla silla de León, el uno de 900 á 905, el otro de 992 á 1 006 ; y queda ya
por Risco evidentemente demostrado que el santo corresponde al primero y no al
segundo, desvaneciendo el dictamen contrario de Lobera que indujo en error á
Flórez y á los mismos Bolandos. Rectificada pues la cronología respecto de San
Froilán, debe asimismo corregirse respecto de San Atilano. A esto se agrega que
de 00$ á 91 5 constan firmas de un obispo zamorano de este nombre, según con-
fiesa Flórez que le juzga distinto, y no se encuentra ninguna en el período que le
atribuye, período por otra parte harto calamitoso en que Zamora yacía otra vez
bajo el yugo sarraceno ó sepultada bajo sus escombros y no se hallaba en situa-
ción de ser paternalmente regida por un prelado.
68
538 ZAMORA
SU última expedición contra los sarracenos, sucumbiendo en
breves días á la fatiga y á los pesares más que á los años ; allí
en la flor de los suyos y á los tres de empuñar el usurpado
cetro, ocupó el lecho fúnebre del padre el hijo sedicioso, cuyos
días fueron abreviados sobre la tierra. En Zamora falleció tam-
bién la reina Elvira, esposa de Ordoño II, amargándole el placer
de la victoria con que á poco después volvió coronado, y no
tardó él tres años en sentirse allí mismo acometido de la enfer-
medad que le acabó en León ó bien en el camino. Zamora fué
la estancia de Ramiro II, desde que vino con gran comitiva de
magnates á recoger la corona que le dejaba su hermano Alfon-
so retirándose á un monasterio, hasta que en medio de sus pre-
parativos de guerra contra los inñeles le sorprendió la noticia
de que el monje quería reinar otra vez, y marchó sobre León á
probarle con la espada lo irrevocable de la renuncia.
En aquel reinado tuvo un día de gloria la ciudad : nuestras
crónicas lo confunden con la jornada inmortal de Simancas cuyo
vivo esplendor absorbe los episodios inmediatos ; en alguna re-
lación musulmana prevalece al contrario, dando nombre á la
campaña entera, el formidable recuerdo del foso de Zamora. Ce-
ñíanla, dice, siete muros de extraordinaria solidez, obra de los
reyes anteriores, separados entre sí por cortaduras y profundos
cauces llenos de agua. De los dos primeros se apoderó al frente
de un ejército innumerable el califa Abderramán III, quien des-
pués de una gran batalla, ventajosa para sus armas según unos,
de dudoso éxito según otros, y felicísima para los cristianos al
decir de éstos si es como creemos la de Simancas, estrechó el
sitio de la plaza donde se habían encerrado los enemigos ; pero
al asaltar la tercera cerca, en aquella angostura inundada por el
río, al pié de la valla coronada de bravos defensores, perecieron
acribilladas las falanges agarenas en número de cuarenta ó cin-
cuenta mil hombres, y obstruida de cadáveres la corriente con-
virtióse en un lago de sangre. De esta matanza, sucedida en 939
á fíne§ de Julio ó principios de Agosto, hablan los anales de los
ZAMORA 1^39
vencidos y no los de los vencedores, quienes después de referir
la victoria de Simancas, indican otra conseguida en Alhándega
á orillas del Tormes que acabó con los restos de la hueste fugi-
tiva, sin decir una palabra de Zamora (i). El eclipse que coinci-
dió con estos sangrientos días lo señalan unos y otros: y los
nuestros mencionan además otro pavoroso agüero que había
precedido en i.^ de Junio del mismo año, una llama salida del
océano que derramándose sobre Castilla abrasó un barrio de la
ciudad (2).
Siguen los escritores sarracenos apuntando continuas pérdi-
das y reconquistas, que parecen desmentir la ponderada fortaleza
de Zamora, haciendo ondear en sus murallas tan pronto la ban-
dera de la cruz como el estandarte del profeta. Si la recobró
en 941 el valí de la frontera Abdala-benCoraixi del rey Ramiro
que el año anterior la había tomado (3), si la entró por fuerza
en 963 el califa Alhakem II en persona pasando á cuchillo á casi
todos sus defensores y destruyendo su cerca, muy fugazmente
( I ) Dozy opina que la sangrienta batalla del foso de Zamora no es otra que
la de Alhándega, y que el historiador Masoudi que escribía desde Asia aunque
coetáneo, tomando por apelativo el nombre propio de al-khandec que significa
foso^ dio origen á esta reduplicación de combates. Á nosotros nos hace fuerza
que aquel polígrafo de Bagdad ,no se contentara con haber creado el hecho que
pudo nacer involuntariamente de su error, sino que pasara á adornarlo con deta-
lles de caudal propio, tales como los brazos de agua y los siete muros fabricados
por antiguos reyes. En el cap. I, 2.* parte del tomo de Asturias y León y en el capí-
tulo V, I .* parte del presente tratamos de conciliar entre sí las relaciones arábigas
y cristianas de esta campaña tan importante y de fijar con la exactitud posible la
fecha y sucesión de sus acontecimientos.
(a) « Era de DCCCCLXXVII, dice el cronicón de Cárdena, kal. junii, dia de sá-
bado á hora de nona, salió flama del mar e incendió muchas villas e cibdades e
omes e bestias, e este mismo mar encendió peñas, e en Zamora un barrio, e en
Carrion, en Castro Xeriz e en Burgos cien casas, e en Briviesca e en la Calzada e
en Pancorvo e en Belorado e otras muchas villas.» Es traducción casi literal del
texto latino del cronicón Burgense que citamos atrás, pág. 472, acerca de este
singular fenómeno, que no sabemos haya sido hasta aquí explicado ni comentado.
Posteriormente ha tratado de hacerlo Fernández Duro en sus Memorias históri-
cas^ tomo I, pág. 206 y sig.
(3) Conde afirma que los infieles á pesar de su derrota en el foso de la ciudad
lograron apoderarse de ella por asalto, bien que al año siguiente la perdieron;
pero Gayangos observa en sus notas á Almakkarí, qu« nada hay en las historias
arábigas que justifique tan inverosímil suposición. Véase á Conde, II parte, capí-
tulo 82, 84 y 89.
540 ZAMORA
debieron ocuparla, pues pasan semejantes cambios en silencio
los analistas cristianos, quienes en este intermedio no consignan
otro acontecimiento en Zamora que la pacífica muerte natural
de Ordoño III ocurrida hacia mediados de Agosto de 955. No
dejó tan efímeras huellas en el verano de 981 la irresistible es-
pada de Almanzor, cuyo lugarteniente Abdala-ben-Abdelasis,
nombrado Piedra Seca^ puso sitio á la población, y ya que no
pudo ganar la ciudadela, pasó á sangre y fuego los alrededores,
cebándose en las iglesias y claustros de la comarca: su toma
estaba reservada al gran caudillo que acosaba de ciudad en ciu-
dad á Ramiro III. Sus defensores dispersos corrieron algunos á
guarnecer con no menos desgraciado valor á la fuerte Simancas
donde hallaron el cautiverio y en Córdoba el martirio ; el más
señalado fué Domingo Sarracino, cuyos copiosos bienes á falta
de heredero fueron aplicados por el rey Veremundo á la iglesia
de Compostela, y á cuya santa memoria se erigió más tarde una
ermita junto á las aceñas de su propiedad (i).
( I ) A estos sucesos y al privilegio de Veremundo, único que los menciona, nos
referimos en las págs. 185 y r86 del presente tomo: ahora no creemos fuera del
caso insertar algunas cláusulas del citado documento. ínter quos fuit vir felicissi-
mus nomine Sarracenus, proles Joannis vocitatus^ qui dimisit hereditalem ei cortes
in civitate Numantia qvoe modo Zamora nuncufatur, cum nullum superstitem vel
hereditarium aut propinquum relinqueret... Sic do ei concedo cortem inius in civitate
novaprape ecclesiam sánete Leocadie in omni gyro sicut eam ipse sanctus Domini-
cus obiinuit cum ómnibus stiis utensilibus^ cupis, torcularibus et tendis in Mércate-
llo^ et vineis quce servierunt ipsi corii ubicumque sunt, ab integro eas concedimus;
et azeniam integram in vado quem dicunt domini Garcice. et medietatem in alia in
reliares^ et ibi in Teliares quartam portionem in alia azenia, et omnes suos hortos
unum in Aruale et alium in ripa fluminis Durii^ et suos /erraginales ubicumque illos
habuit, et alium hortum in Perales^ et etiam cuneta quce ipsidomui deservierunt, tam
ex illa parte fluminis Durii térras et vineas et omne suum debitum, quam qux ipsi
corti deserviunt. Adhuc dando atque donando adjicimus quod ipsi corti pertinuit,
villam quam vocitant Alcopam in ripa rivuti Arotoy^ cum ómnibus suis prestationi-
bus quce intus etforis sunt, cupis et torcularibus^ terris, vineis per suos certissimos
términos, et omnia quce adipsam villam pertinent sicut Ule eam obtinuit, cum suis
^ugariis et porcariis qui ibi servierunt et modo ibi suni, sive et peculiare de ovibus
ubicumque sunt qux ipsi corti deservierunt. Dudamos si el santo mártir era ó no
convertido del islamismo, no por el nombre de Sarracino muy común en aquella
época, sino por expresar la escritura que en el bautismo tomó el de Domingo, pero
el de Juan que llevaba su padre indica que pertenecía á familia cristiana. Quizá su
cuerpo fué traído de Córdoba por mediación del rey Veremundo, pues en la ermi-
ZAMORA 541
Proclamado rey Veremundo II por los gallegos en compe-
tencia de Ramiro, obtuvo de Almanzor bajo ciertas condiciones
de vasallaje el dominio de Zamora y León y del país compren-
dido hasta las costas del mar ; pero haciéndosele intolerable el
yugo á fuerza de humillaciones y violencias, trató de sacudirlo
en 988. Perdida su capital, no se atrevió á encerrarse en Zamo-
ra, ni sus moradores abandonados del monarca tuvieron ánimo
de defenderla, antes abrieron las puertas al inexorable hajib que
la entregó al furor de sus soldados. Desmantelada y casi desierta
permaneció once años, hasta que en 999 Almanzor la repobló
de musulmanes y dio el mando de la plaza á Abulawas el Tod-
jibita. Esto es lo que nos cuentan de sus vicisitudes en aquel
período calamitoso las historias arábigas (i), al paso que las
nuestras con su absoluto olvido expresan más significativamente
todavía lo profundo de su desolación. El glorioso nombre de
Numancia, que por error se le atribuía, parecía destinarla en su
segunda época como en la primera á ejemplo de un heroísmo
sin fortuna y á la acerba suerte de servir de sepulcro á sus hijos
después de haberlo sido tantas veces de sus agresores. Ni el
cetro restaurador de Alfonso V, ni las animosas hazañas del jo-
ven Veremundo III, bastaron para despertarla de su letargo tan
parecido á la muerte ; y hasta verse libre de guerras domésticas
é intestinas no pensó Fernando I en levantar del polvo aquel
firme baluarte del Duero, á instancia de los leoneses que recor-
daban su antigua hermandad con los zamoranos.
Los valientes pobladores que llamó de las montañas y los
ventajosos fueros y excelentes usos que les otorgó (2), no con-
tribuyeron tanto al lustre de la restaurada ciudad, como el error
ta se mostraba su tumba, de la cual recogían tierra los fíeles para ponérsela al
cuello por reliquia.
(i) Véase el fragmento de Ibn-Khaldoun citado por Dozy en el tomo I de sus
Recherches, pág. 107 y 108.
(2) Dedtt ei perpetuo^ dice el Tudense, bonos foros et nobilissimos mores. Al
fuero de Zamora se refiere el de Santa Cristina, lugar de Benavente otorgado por
el mismo Fernando 1 en 1062.
5-12 ZAMORA
que cometió repartiendo la monarquía entre sus hijos. Dada en
patrimonio con la mitad del infantazgo á Urraca la primogénita,
resistió ella sola con más éxito que los vastos reinos de León y
de Galicia á la ambición absorbente del mayor de los hermanos
y vio estrellarse al pié de sus adarves el poder de Castilla y el
ímpetu de su monarca. Los romances representan á la infanta,
menos recatada y prudente de lo que figura en la historia, tur-
bando la agonía de su padre con importunas demandas de hereda-
mientos, y al moribundo rey acompañando su legado de Zamora
con maldiciones solemnes contra los infractores de su voluntad,
á las cuales responden amén los circunstantes, á excepción de
Sancho que se encierra en un sombrío y ominoso silencio (i).
Sin embargo no vino de éste la agresión primera, sino de García
que no contento con su reino de Galicia usurpó parte de los do-
minios de Urraca, cuya defensa afectó tomar el de Castilla para
tener ocasión de desposeer á su hermano y de declarar roto el
testamento otorgado en perjuicio de su primogenitura. Tras de
Galicia incorporóse de León, tras de García llegó á Alfonso el
turno de ser destronado, después de dividir hábilmente sus
fuerzas y de seducirle con el reparto de los despojos ; y la soli-
citud con que voló Urraca al socorro de su predilecto hermano
alcanzándole la vida só condición de hacerse nionje, y la fuga
del príncipe á los moros de Toledo, mezclaron el fuego de la
(i) Quien os la tomare, hija,
La mi maldición le caiga !
Todos dicen amen, amen,
Sino don Sancho que calla.
Con esta grandiosa escena termina el antiguo romance Morir vos queredes padre:
i habrá podido nacer de ella el refrán al buen callar llaman Sancho 7 Lo cierto cs
que el lenguaje más que libre y desenvuelto que en él emplea la infanta, choca con
la opinión de sensatez y honestidad que siempre tuvo, y sospechamos que la tra-
dición popular la confundiera por la identidad del nombre con la reina Urraca su
sobrina que dejó más dudosa reputación, á menos que no se atribuya esta mala
nota á la animadversión transmitida entre los castellanos hacia la memoria de la
que fué causa de la muerte de su rey y de la humillación de sus banderas. El Tu-
dense afírma que Zamora fué dada á Alfonso y no á Urraca por el testamento de su
padre, y que Alfonso la cedió á su hermana para defensa suya en las guerras que
veía próximas á estallar.
ZAMORA 54^
venganza con el de la ambición en el ánimo del rey Sancho con-
tra el pequefto estado de la infanta. Reclamóle la entrega de
Zamora en cambio de dineros ó de otras tierras no tan fronteri-
zas (i), y como nada obtuviese con promesas ni con amenazas,
preparó durante el invierno en Burgos la campafta de la próxi-
ma primavera.
Desde los primeros días de Marzo de 1072 hormiguearon
formidables huestes al rededor de la única ciudad donde no
tremolaban los leones de Castilla, pues Toro por rendición ó
por convenio arrebatada á la infanta Elvira, acababa de entre-
gar sus llaves al rey Sancho. Animaban á los defensores, no
menos que el brío varonil de Urraca, las canas venerables de
su ayo Arias Gonzalo, dispuesto á inmolarse para sostener el
fatal testamento que con su previsor consejo no había logrado
impedir: y al penetrar en Zamora el pundonoroso Cid Ruy Díaz
con un mensaje de su rey más arduo para su rectitud que no lo
había sido para su esfuerzo el darle tantas veces la victoria,
respondieron á una voz los habitantes reunidos dentro de San
Salvador, que hasta la muerte no desampararían ni á su patria
ni á su seftora. Amorosas reconvenciones traen los romances,
dirigidas por la infanta al Campeador desde lo alto de una torre,
que clavándose como dardos en el corazón del guerrero le
obligan á retirarse confuso y á suspender el ataque (2). Su
( 1 ) Según la Crónica general^ que es la que cuenta con más minuciosidad estos
sucesos, los lugares ofrecidos á Urraca en compensación de Zamora fueron «Medi-
na de Rioseco con todo su infantazgo desde Villalpando fasta en Valladolideaun
Tiedra que es muy buen castiello. »
(2) Véase el conocido romance que empieza
Afuera, afuera Rodrigo
El soberbio castellano!
Acordársete debiera
De aquel buen tiempo pasado...
y las palabras de Rodrigo
Afuera, afuera los mios
Los de á pié y los de á caballo,
544 ZAMORA
indecisión y el mal éxito de la embajada, de cualquier causa
naciera, enojaron al monarca hasta el extremo de echarle de su
presencia, bien que luego pesaroso de perder su mejor espada,
envió en seguimiento suyo un caballero á desagraviarle y á
hacerle volver con su compañía (i).
Sangrientos en demasía fueron los tres asaltos que en días
consecutivos se intentaron contra la ciudad (2), y hubo que
reducir el sitio á bloqueo, esperando rendirla con el rigor del
hambre más que con la violencia de las armas. Siete meses duró
la épica acción del cerco con mil lances caballerescos de salidas,
escaramuzas y desafíos (3), pero á fines de Setiembre corría
visiblemente á su desenlace. Era ya intolerable el apuro de los
sitiados, diezmados por el hierro enemigo y por la miseria; la
infanta con las lágrimas en los ojos no les pedía sino nueve
días más de resistencia hasta ponerse en salvo y reunirse en
Toledo con Alfonso, y todos ofrecían seguirla dejando la plaza
vacía al opresor, cuando un caballero Vellido Dolfo, que con
Que de aquella torre mocha
Una vira me han tirado, etc.
El antiguo amor, secreto ó correspondido, de la infanta hacia el Cid, no pasa de
ser una combinación dramática de muy buen efecto que carece de apoyo en la
historia.
(i) Iba el Cid, según la Crónica^ á reunirse con Alfonso en Toledo, cuando le
alcanzó en Castronuño Diego Ordóñez, enviado del rey Sancho.
(2) «E combatieron muy de rezio tres dias e tres noches, dice la Crónica Gene-
ral^ e las cavas que eran muy fondas todas fueron allanadas, e derribáronlas bar-
bacanas, e ferieronse de las espadas á mantiniente los de fuera con los de dentro,
e murieron hi muchas gentes además, de guisa que la agua de Duero toda iva tin-
ta de sangre desde la villa ayuso... E el rey mandó entonces que dexasen de
combatir la villa e que sopiesen quantos homes morieran hi, e fallaron que avien
hi muerto mil e treinta omcs.»
(3) Los cantares más antiguos que tuvo presentes la Crónica General y que
después se han perdido, atribuyen al sitio una duración de siete años; pero no
duró más el reinado de D. Sancho, como observa muy bien aquella. En los roman-
ces que se conservan, la mayor parte modernizados, fígura generalmente como
protagonista el Cid, eclipsando al rey hasta el punto casi de anularle.
Del cabo que el rey la cerca
Zamora no se da nada;
Del cabo que el Cid la aqueja
Zamora ya se tomaba.
ZAMORA
545
treinta vasallos se había encerrado en ella, prometió á Urraca
ahuyentar á los sitiadores en cambio de un galardón tan inde-
terminado como los medios que se reservaba para tan difícil
empresa. Fingió denostar al venerable Arias Gonzalo y huir de
la cólera de sus hijos, saliendo por un portal que se le abrió en
dirección al campamento ; y allí presentado al rey, se dio por
víctima de su lealtad y de su buen consejo para que se le entre-
gara Zamora. En vano desde los muros presintiendo la alevo-
sía, los sitiados avisaban á gritos al sitiador que se guardara
de Vellido (i): estas acusaciones, diestramente trocadas por el
prófugo en testimonios de su adhesión sincera, no hacían sino
aumentar la confianza de Sancho en su nuevo favorito, que le
descubría los caminos ocultos de tomar la ciudad y hasta el
postigo siempre abierto por donde habían de introducirse sus
soldados (2).
Una mañana, domingo á 7 de Octubre, solos entrambos
acababan de dar vuelta al recinto exterior, y bajando hacia el
río entregó el rey el venablo á su compañero y apartóse algu-
nos pasos... aquel venablo le pasó súbitamente de parte á parte
entrando por la espalda y saliéndole por el pecho, y el traidor
á escape en su corcel corrió á meterse por el postigo que había
indicado. Viole el Cid y sospechó, montó á caballo sin calzarse
las espuelas con la prisa, y tuvo lugar de maldecir su olvido,
pues con esto se le escapó el malvado tocando ya á la misma
puerta, y quedó en su renombre un lunar, no de cobardía sino
( I ) Guarte, guarte, rey don Sancho !
No digas que no te aviso,
Que de dentro de Zamora
Un alevoso ha salido.
Llámase Vellido Dolfos
Hijo de Dolfos Vellido;
Cuatro traiciones ha fecho
Y con esta serán cinco.
Si fué gran traidor el padre
Mayor traidor es el fijo.
Crónicas y romances porfían en cuál atribuirá peores antecedentes áeste Vellido,
á quien unos hacen gallego del lugar de Villadave, otros de tierra de Valladolid,
otros vasallo natural del rey Sancho, es decir castellano. El nombre Dolfos equi-
vale á Adulfo ó Ataúlfo.
(2) La Crónica general llama de Arena á este postigo; Sandoval refiriéndose á
otras crónicas lo titula de Zambranos de la Reina.
69
546 ZAMORA
de imprevisión, que sus émulos le echaron en rostro más ade-
lante. Bañado en sangre y casi exánime fué conducido don San
cho á su tienda ( 1 ), y pocas horas después espiró, reconociéndose
herido por la justicia divina y por la
„, -^ maldición paterna y mandando pedir per-
dón á sus hermanos. Belicosa y fúnebre
comitiva con incesantes lamentos acom-
pañó el cadáver hasta el monasterio de
Oña: terrible fué el epitafio que en su
tumba se inscribió imputando á Urraca
el fratricidio {2). Las ambiguas palabras
crui ose s-fiAL* BL LUGAS ücl ascsiDO, el asilo que encontró debajo
Don sanmo""""^ del manto de la infanta contra el enojo
de Arias Gonzalo, y la incertidumbre que
nos ha quedado de su castigo, dieron cuerpo tal vez á este
rumor injurioso, incompatible con las virtudes que tanto enco-
mian los cronistas en la princesa.
Hasta la ciudad que abrigaba al aleve fué dada por alevosa,
y cubierto de todas armas salió del campamento el altivo Diego
Ordóñez á arrojar contra los muros y contra sus habitantes,
(1) nVtas non osavan, dice la Crónicn. sacarle el venablo por miedo que mo-
rrie hí; e luego llegó hi un maestro de Burgos e mando'] aserrar el venablo quan-
to el astil del un cabo e del otro, por tal que non perdiese la Tabla. o
(2) Publicólo en sus Antigüedades Berganza, y es sumamente notable :
Sanclius, forma París eijcrox Hedor in armis,
Claudilur hac urna,jam faclus pulvis et umbra.
Femina méate dirá sóror liunc vila expoliavü ;
Jure guident dempio, nonjleviljralre fercmpij.
Rex iste occis
s esl prodilore consilio sororis siie Urraca: apud Xiiinanliam civila
lempermanu,
it Bjlliti Adelfls magfii prodftoris in era MCX.
Nonts oclobris rapuit me ctirsvs ab horis.n
En el dia del r
era domingo,
como lo fué en realidad : los Composlelanos fijan cquivocadamcnt
el dia 4. La participación di; Urraca en el regicidio no está Inn expresa en la Oó
nica y Romane
ero. pero algo indican las palabras de Vellido al volver á Zamora:
Tiempo era, doña Urraca,
De cumplir lo prometido.
ZAMORA
547
j^randes y pequeños, muertos y vivos, nacidos y por nacer, el
negro baldón de felonía (i). Por una y otra parte se arreglaron
las condiciones del combate, y obligóse el desafiador á mante-
ner su reto en cinco duelos seguidos contra otros tantos cam-
peones, según prescribían las leyes de honor siempre que se
agraviaba á todo un concejo. Asegurado nuevamente Arias
Gonzalo, por las protestas é imprecaciones de la muchedumbre
convocada, de que ningún cómplice entre ellos tenía Vellido, á
nadie quiso confiar más que á sí y á sus cuatro hijos la peligrosa
defensa del buen nombre de Zamora : lo único que otorgó á los
llorosos ruegos de Urraca, fué tomar el postrer turno en vez
del primero que se había reservado. Acompañó el triste padre
hasta el palenque á Pedro Arias su hijo menor, armóle con sus
manos y santiguóle, y hasta el medio día le miró resistir deno-
dadamente á los mandobles de su contrario; pero estremecióse
al verle que se abrazaba á la cerviz del caballo, hendido el yel-
mo y la cabeza, sin soltar aún la espada, y más al oír el feroz
sarcasmo de Ordóñez; tdon Arias, embiadme acá el otro vues-
tro fijo, ca este nunca vos llevará el mandado.» Y venció el
retador al segundo hijo Diego, sacando por el pié el cadáver
de la liza, y trabó lid con Rodrigo, el mayor y el más fuerte de
los hermanos; mas á pesar de derribarle muerto, el caballo
herido hizo salir del cerco al vencedor, y los jueces del campo
aprovecharon este incidente para declarar terminado el combate
é indeciso el fallo de la victoria. Interesaba á los castellanos el
conservar á su esforzado campeón, á los zamoranos el salvar
(O Niega Sandoval que Diego Ordóñez fuese de la familia de Lara como le
apellida la Crónica^ y asegura que pertenecía á la casa real de León y que tenía
en Galicia su condado. En el Romancero se presenta Ordóñez á lidiar en defecto
del Cid que había jurado no hacer armas contra Zamora. La fórmula del reto repe-
tida en varios romances parece sacramental :
Yo vos repto, zamoranos,
Por traidores fementidos;
Repto los chicos y grandes,
Y á los muertos y á los vivos;
Kepto hombres y mugieres,
Los por nascer y nascidos ;
Repto las yerbas del campo.
También los peces del rio ;
Reptóos el pan y la carne,
También el agua y el vino.
548
ZAMORA
SU último hijo al generoso Arias Gonzalo, tan desgraciado como
el rey Príamo, tan heroico como el padre de los Horacios (i).
Lo que hay de historia en este famoso sitio y lo que hay de
leyenda, difícil es y acaso imposible de deslindar; pero ningún
otro hecho, ni siquiera dé los de ayer, vive tan palpitante en la
memoria del pueblo y en los lugares que lo presenciaron: Za-
mora entera no parece tener otro destino que servir de monu-
mento al gran poema. Palacio de doña Urraca se denomina al
viejo caserón contiguo á una puerta que abre hacia el norte su
doble arco semicircular, el interior con su rastrillo, defendido
por dos cubos, y sobre cuyo ingreso resalta el busto de la in-
fanta con toca singular á manera de concha, acompañado de los
sabidos versos Afíiera, afuera^ Rodrigo (2). Siguiendo en di-
rección á poniente la muralla, aparece la tapiada puerta del
Mercadillo por donde es fama salió Vellido, y más adelante el
postigo por el cual se metió acosado por el Cid, cuyo caballo
dejó sus huellas allí marcadas. Señálase aún la prisión del regi-
cida, y junto á la puerta del Obispo el solar de la morada del
Campeador. La ermita bizantina de Santiago el peqtieñino re-
cuerda en la vega del río el pérfido asesinato, el campo de la
Verdad deriva su nombre del caballeroso reto ; y una pequeña
(i) Sobre la tradición que supone enterrados en Vamba á los hijos de Arias
Gonzalo, véase lo que atrás queda dicho pág. 267. Fernando y no Rodrigo se lla-
ma al último en un bellísimo romance, parte del cual nos permitiremos transcribir
por no ser muy conocido.
Por aquel postigo viejo
Que nunca fuera cerrado
Vi venir seña bermeja
Con trecientos de caballo:
Un pendón traen sangriento
De negro muy bien bordado,
Y en medio de todos ellos
Traen un cuerpo fínado.
Á la entrada de Zamora
Un gran llanto es comenzado ;
Llóranle todas las damas
Y todos los hijosdalgo:
Unos dicen ¡ay mi primo!
Ctros dicen ¡ ay mi hermano !
Arias Gonzalo decía :
Quién no te hubiera criado
Para verte agora muerto,
Arias Hernando, en mis brazos !
(2) Léense allí los dos primeros versos del romance en caracteres romanos de
relieve muy gastados. Encima de otra puerta se notan los dos siguientes i4rorúfáí-
seU debiera^ etc. Sin duda no se esculpieron antes del siglo xvi.
cruz que llaman de don Sancho, puesta sobre un tosco pilar en
el alto que domina la ciudad á un cuarto de legua de distancia
camino de la Iniesta, indica probablemente el paraje desde
donde clavando aquél en Zamora su
codiciosa mirada, exclamó que hasta
lograr su posesión no se juzgaría
verdaderamente señor de la monar-
quía.
Desbandóse con la muerte de
su rey el ejército sitiador; muchos
en su retirada, extraviados por el
país que hostilmente habían asola-
do, hallaron la muerte ó el cauti-
verio (i). Avisado en secreto por
su hermana, y abandonando con no
menor cautela su asilo de Toledo,
vino á Zamora Alfonso á tomar po-
sesión de los tres reinos, unidos en
provecho suyo por la ambición de su
hermano: leoneses, gallegos y as-
turianos acudieron con júbilo á ren-
V^¿' ' ««^ ■*£■''. „' dirle vasallaje; los castellanos con
„ ^ ^ el Cid al frente, antes de recibirle
CitL'Z DF.i. Rey Don SANCfro '
por señor, le exigieron el famoso
juramento, prestado después en Santa Gadea de Burgos, de no
haber consentido en la muerte del rey Sancho. De la residencia
de Urraca en Zamora, ni de su señorío especial que tanto había
costado, no aparece en la historia posterior indicio; sin duda lo
conservó hasta 1 1 o i año de su fallecimiento, pero vivió en la corte
al lado de su hermano, que de joven la había mirado por madre y
que siguió consultándola en su edad madura, y al lado del cuer-
( I ) AUi diversa fugix pericula atlemplanUs, dice el arzobispo don Rodrigo, alii
fier áevia deviantes, in caplivilalis et morlis suppiicia incid^runt.
po de San Isidoro objeto de su predilección fervorosa, á cuyo
servicio se consagró, disfrazando la austeridad monástica con
las galas de princesa (i).
A pesar de la importancia, bien demostrada por los sucesos,
que adquirió Zamora luego después de restaurada, tardó toda-
vía medio siglo en recobrar la prerrogativa episcopal de que la
había despojado con la existencia el terrible Almanzor. Ha-
cia 1 102 domicilióse en ella Jerónimo, consagrado obispo de
Valencia y obligado después de la muerte del Cid á abandonar
su recién creada diócesis al furor de los infieles; y como ejer-
ciese funciones pastorales en la ciudad que para su hospedaje y
sustento se le había señalado, y se quejara el de Astorga á
quien desde la extinción de la primitiva sede zamorana estaba
(i) Spretis carnalibus copüs, escribe el Tudensc afecto como buen I
a de Urraca, su6 laicaíi kabiíu sed iiilrinsecus sub moniíti ob;
isto sponso adhesit. Véase en el tomo de Asiurias y León el epitafio
;1 panteón de San Isidoro.
552 ZAMORA
sometido su territorio, declaró el papa limitada aquella dignidad
á la vida del que la obtenía (i); pero la población iba en au-
mento acelerado, instaba el arzobispo de Toledo, el francés
Bernardo, como metropolitano que pretendía ser y como pro-
tector del obispo titular de Valencia á quien había traído de
Perigord en compañía suya; y á la muerte de Jerónimo antes
de 1 124 nombró el primado para sucederle á Bernardo, otro de
sus compatricios y clientes, que investido ya de jurisdicción
propia y con asiento fijo se tituló primer prelado de Zamora.
Señalábase aún en 1135 el reducido solar y tal vez el edificio
de la catedral primitiva, cuando Alfonso VII para construir la
nueva concedió al obispo la iglesia de Santo Tomé con sus per-
tenencias, coadyuvando al mismo objeto las donaciones de los
ciudadanos (2). Pero la gloria de abrir los cimientos de la actual
basílica estaba reservada á Esteban, que ocupó la silla de Ber-
nardo fallecido en 1 149, y tuvo la dicha singular, después de
veintitrés años de trabajos incesantes y á costa de grandes su-
mas, de consagrar por sí mismo en 15 de Setiembre de 1 1741a
(i) Á pesar de los reparos opuestos por FIórez en el tomo XIV de la España
Sagrada, creemos en la identidad de dicho Jerónimo con el otro del mismo nom-
bre á quien confío el conde Raimundo de Borgoña la restauración de la iglesia de
Salamanca. Tratándose de dos ciudades distantes sólo doce leguas ontre sí y go-
bernadas aún en 1 1 44 por un mismo conde, no hallamos imposible que un mismo
prelado administrara las dos iglesias en el principio de su restablecimiento. Cons-
tan por confesión de FIórez donaciones de templos de Zamora hechas por el conde
Raimundo y por Alionso VI á Jerónimo, obispo de Salamanca, y así le nombra una
de ciertas casas, viñas y palomares en término de Morales otorgada en 1 106 por
Cidi Domíniz al cabildo Zamorano.
(2) Las palabras del rey pueden referirse tanto á la institución como al edifi-
cio material : ipsa est equidem quce fost ultimam gentilium rabiem usque modo nec
jus sutdm nec pastorem praprium obiinerepotuit. Pero la donación hecha por Aura
Alvariz en i i 33 de la heredad de Fuente Falaf con casa, tierras, viñas, montes y
prados, ofrecida Domino inviciissimo iriumphatori, sanctissimo Salvatori et omnium
sanctorum quorum baselica ab aniiquis sita est in Zemora^ indica la subsistencia
del antiguo templo. Es curiosa la noticia de las autoridades de la ciudad que su-
ministra dicha escritura: mandotnie Zemora comité dom, Rodericus Martinez^sub
manu ejus merino Johannes Pelaiz et Salvador Gunsalviz, sayone Fafila^ in ipsius
sedis S. Salvaioris B. episcopus, ejus archidiaconus dom. Guilelmus^ archipresbiteri
dom. Johannes et dom, Petrus Stephaniz. El mismo Alfonso VII en 1 1 $6 hizo exten-
sivos á los canónigos de Zamora los privilegios y fueros de que gozaban los de
Santiago. León y Falencia.
ZAMORA 553
suntuosa fábrica empezada bajo sus auspicios. Dejónos esta
memoria en versos leoninos su inmediato sucesor Guillermo, y
al proclamar que aquel templo venía á sustituir el de Salomón,
no sabemos si se refiere al del sabio rey de los hebreos, sea en
la acepción mística general, sea por exagerado encomio de su
magnificencia, ó bien al del obispo Salomón, el último probable-
mente de la primera serie de los prelados de Zamora, que á
fines del siglo x habían destruido ó profanado las hordas aga-
renas (i).
Con la dilatación de las conquistas más allá del Duero había
dejado la ciudad de ser frontera contra los infieles por el lado
de mediodía, pero empezó á serlo por el de occidente de un
nuevo reino cristiano que se formaba no sin dafto de Castilla,
del reino de Portugal, reconocido en cierta manera por Alfon-
so VII al principio de su reinado. Las paces ó más bien treguas
con la reina Teresa su tía, propietaria de aquel estado, se con-
cluyeron hacia 1 1 26 en Zamora, donde acudieron á rendir ho-
menaje al joven príncipe los condes y prelados de Galicia y los
capitanes de Extremadura. Así se denominaba entonces el terri-
torio comprendido desde León hasta más allá de Salamanca,
cuyo gobierno no se confiaba sino á poderosos señores y expe-
rimentados guerreros, residentes á menudo en la referida plaza
tan importante por su situación como por su fortaleza. Por sí ó
por sus merinos y lugartenientes la regían, en 11 33 Rodrigo
Martínez el cónsul de León que murió cinco años después en el
(1) Extraña parecerá esta segunda interpretación, pero ya que á ella da mar-
gen la coincidencia de los nombres no la juzgamos indigna de ser notada. La ins-
cripción renovada y puesta sobre el cancel de la puerta del norte, dice así :
Fit domus ista quidem veluti Salomónica pridem ;
Huc adhibete fídem, domus hec succedit eidem.
Sumptibus et magnis viginti fít tribus annis :
A quo fundatur, Domino faciente, sacratur.
Anno MCLXXIUl completur, Stephanus qui fecit habetur.
Epitaphium episcopi Vilielmi.
Por epitafio se entiende aquí inscripción,
70
554 ZAMORA
sitio de Coria, y hasta 1 169 el insigne conde Ponce de Cabrera,
mayordomo del emperador y uno de sus más leales y valerosos
caudillos. En la catedral descansan los restos del magnate cata-
lán, esforzadísimo en las armas ^ que condujo las innumerables
huestes extremeñas al pié de los muros de Almería (i). Por
otras escrituras sabemos que en 1 1 70 mandaba allí Fernán Ro-
dríguez, en 1 1 78 Gonzalo Osórez, en 1181 el conde de Urgel
señor de la vecina Valladolid que añadía á sus estados aquella
interesante tenencia.
Sin embargo no era la población, como pudiera creerse, una
simple colonia militar; su desarrollo municipal se denota en la
respectiva pujanza y antagonismo de las clases, que estallaba á
veces en sangrientos conflictos. De uno de ellos en 11 58 nos
han conservado vaga memoria los anales, nacido de ocasión
bien leve, á saber de la compra de una trucha que el criado de
cierto caballero llamado Gómez Aznárez de Vizcaya quiso por
su precio tomar al hijo de un zapatero. Cogió el pueblo arreba-
tadamente las armas con los nobles é hijosdalgo, y acorralán-
dolos en la iglesia parroquial de Santa María la Nueva donde
tenían estos su cofradía, los hizo perecer entre las llamas que
prendió al edificio, de las cuales sólo se salvó milagrosamente
la hostia consagrada. Abandonaron la ciudad los sediciosos,
pero el delito por su generalidad, aunque tan enorme, hubo de
ser perdonado por Fernando II (2).
(i) Véase su elogio en el poema del sitio de Almería desde el verso 163 hasta
el 185. No debe confundirse el D. Ponce de Cabrera con D. Ponce de Minerva que
frecuentaba la misma corte del emperador y era su alférez : vino aquel de Catalu-
ña probablemente con la reina Berenguela hija del conde de Barcelona, fué yerno
del conde D. Pedro de Trava, y por su hija Sancha resultó ascendiente de los du-
ques de Arcos. Su familia heredó poco después el condado de Urgel, entre cuyos
señores aparecen varios con idéntico nombre de Ponce de Cabrera. Opinamos es
el mismo que en una escritura de 1 142 se llama Poncio Geraldo; en otra de 1 168
ñgura asociado en el gobierno de Zamora al conde de Urgel, teniendo por vicarios
ó lugartenientes á D. Miguel y D. Asensio. En un pilar de la capilla mayor existe
su estatua de rodillas, y abajo una lápida más antigua con este letrero : Hic jacti
comes Poncius de Cabrera sirenuisstmus in armis qui obiit in era millesima CC sép-
tima (i 169 de C.)
(2) Indújome en error de fecha y á poner en la primera edición 1 168 por 1158
ZAMORA 5^5
Casi coincidieron estas revueltas con los servicios prestados
al monarca por los zamoranos en la reducción de los de Ávila
y Salamanca (i), que agraviados ó celosos por la fundación de
Ledesma y Ciudad Rodrigo, se sublevaron peleando en campo
abierto contra su legítimo señor. Zamora, sometida perenne-
mente al reino de León mientras estuvo separado del de Casti-
lla, militó con más gloria que en las guerras intestinas, en las
campañas de Extremadura contra los sarracenos bajo la direc-
ción de Alfonso IX hijo de Fernando II (2) ; y la más honrosa
la cita que de un manuscrito especial del suceso hace el Sr. Muñoz en el apéndice
de su Catálogo histórico bibliográfico. De las varias relaciones á que se refiere el
Sr. Fernández Duro, sólo logré ver una muy sucinta escrita en el siglo xvi, y á
haber encontrado en ella la circunstancia de que reinaban á la sazón Sancho III en
Castilla y en León Fernando II, cayera fácilmente en la cuenta de que el año no
podía ser sino el de 1 1 58. Si el caballero era Aznárez ó Álvarez no es tan fácil de
discernir: que ni él ni los que perecieron abrasados eran regidores, lo demuestra
que tales cargos no existían en el siglo xii; así que, como observa muy bien Fer-
nández Duro, no fué quemado el concejo, antes bien el amor de los fueros é inmu-
nidades del concejo sublevó al pueblo contra los privilegiados. Siete mil personas,
entre ellas cuatro mil hombres de guerra, salieron fuera de la ciudad; púsose al
frente del motín y echó el primer haz de leña cierto Benito, pellitero, procurador
del común, que de cada diez zamarros que labraba daba uno por amor de Dios
para los pobres, y que á su muerte, no se dice si natural ó violenta, mereció en
San Pablo honrosa sepultura con fama de santo y hacedor de milagros. Apercibié-
ronse los nobles á vengar la muerte de sus deudos, y principalmente Ponce de
Cabrera la de un hijo suyo perecido en el incendio, que se asegura fué enterrado
en la catedral al lado de la sacristía ; el rey sin embargo envió cartas de perdón,
pues el mal recaudo era ya Jecho y no era bien echar mal tras mal, y hasta anuló
muchas concesiones de señoríos y heredamientos, de lo cual, se dice, irritados el
conde Ponce y su yerno Vela Gutiérrez Osorio se pasaron á Castilla, cuyo rey
Sancho tuvo en Sahagún una entrevista con su hermano el de León para terminar
la disidencia. Una de dichas relaciones describe minuciosamente un frontal ó re-
tablo de cien marcos de plata y cien ducados de oro y ciento diez y seis piedras
preciosas, que en penitencia del sacrilegio mandó hacer al común el papa Alejan-
dro III, encargando la absolución al obispo Esteban. Véase el tomo 1, pág. 3 $6 de
las expresadas Memorias.
(i) Sobre la actitud de los zamoranos en dichos alzamientos, y sobre la tras-
lación del cuerpo del rey D. Ramiro (el 11 sin duda), desde Zamora á Astorga, que
supone la Crdníca genera/ haber dispuesto Fernando II para abatir los bríos de
aquella, véanse en el tomo de Salamanca^ Ávila y Segovia^ pág. 221 de la edi-
ción presente, mis dudas acerca de una cuestión de que extraño no se hiciera car-
go el señor Fernández Duro.
(2) Prueba el moderno historiador de Zamora con un privilegio de 1 193, que
en dicha ciudad nació ó por lo menos fué bautizado Alfonso IX, qui in ipsaecclesia
baptismatis recepi gratiam.
5S^ ZAMORA
parte que le cupo en aquellos triunfos y tomas de lugares es-
crita está en cierta lápida coetánea sobre una de las puertas de
la ciudad (i). Al morir Alfonso en 1230, fué la más constante
en sostener el partido de las infantas Sancha y Dulce instituidas
herederas por su padre, hasta verlas avenidas con su hermano,
y en resistir mientras pudo la reunión de la corona leonesa con
la castellana.
Sin embargo, el obispo que la gobernó desde 1239 hasta
1254, primero del nombre de Pedro, lleva en su losa sepulcral
el distintivo 6^ familiar del gran rey Fernando conquistador
de Sevilla. Sucedióle en la dignidad Suero Pérez , cuyo largo
régimen ilustró el prodigioso hallazgo del cuerpo de San Ilde-
fonso en la parroquia de San Pedro, y perturbaron por otra
parte ruidosas contiendas con los jueces y el concejo, llegando
éstos al extremo de derribar violentamente las casas de los ca-
nónigos y del mismo prelado (2). En los siglos posteriores la
silla de Zamora sirvió con frecuencia de escalón para los más
altos puestos metropolitanos, y en el xiy Pedro Gómez Barro-
so, en el xv Juan de Mella, en el xvi Rodrigo de Castro llega-
ron á vestir la púrpura cardenalicia ; pero ni los títulos, ni cien-
cia, ni virtudes hicieron á ninguno de ellos tan célebre como al
comunero Acuña sus proezas y sus desgracias (3).
(i) La puerta se llama de Olivares ó del Obispo, y la inscripción colocada á la
parte afuera dice así: Era millesima ducentésima sexagésima octava Alfonsus rex
Legionis cepit Caceres et Montanches et Meritam et Badalloz et vicit A bemfuit re-
gem Maurorum qui tenebat viginli milita equitum et LX millia peditum^ et Zamoren-
ses fuerunt Víctores in prima acie^ et eo anno ipse rex VIII kls. octobris obiit et
regnavit annis XLII et eo anno factum est hoc pórtale. Tuvo tanto eco en Zamora
la victoria de Mérida, que según el Tudense corrió allí la voz de haber visto á
San Isidro con otros santos acudir apresuradamente á la batalla.
(2) En 1281 corría la causa sobre dichos atropellos.
(3) Desconfiando de las inexactitudes tan frecuentes en Gil González Dávila,
con los datos que se nos hizo el obsequio de remitir desde Zamora, logramos
formar el siguiente episcologio desde los tiempos de San Atilano, quien, como
atrás indicamos, murió hacia el año 9 1 5.— Juan floreció de 9 1 6 á 926. — Dulcidio
de 927 á 947.— Domingo de 960 á 968.— Juan II de 970 á 979.— Salomón en 985
y 986. La existencia de un obispo Gomesano ó Gómez introducido por Dávila al
tiempo de la restauración de Zamora ó antes en 1042, carece de fundamento.—
Jerónimo obispo titular de Valencia, de 1 102 á 11 24.— Bernardo, primus episco-
ZAMORA 557
De las cortes que tuvo en Zamora Alfonso el Sabio por el
mes de Junio de 1274, queda el ordenamiento expedido sobre
abreviación de los pleitos ; y sin embargo, duró más que su
reinado el que sobre el ejercicio de la jurisdicción episcopal
Pus de modernis según el epitafio, hasta 1 149.— Esteban hasta 1 174, — Guillermo
hasta 1 19 1. — Martín Arias, renunció en 1 2 10 y murió trece años después.— Mar-
tín Rodríguez, trasladado á León en i 237. — Segundo Segúndez mencionado en
1238. — Pedro I hasta i2$4. — Suero Pérez hasta 1286.— Pedro II hasta 1302.—
Gonzalo Rodríguez Osorio, asistió en i 3 1 o al concilio de Salamanca sobre la ex-
tinción de los Templarios.— Rodrigo desde i 32 1 hasta i 339. — Pedro Gómez Ba-
rroso trasl. en 13$! á Sigüenza y después á Sevilla. — Alonso Fernández de Va-
lencia hasta 136$ .—Martín de Acosta trasl. á Lisboa en 1 3 7 i .—Alvaro, comisionado
por Enrique II para reconciliar á su hija Leonor con Carlos III de Navarra su ma-
rido, m. en i 39»;.— Alonso de Ejea trasl. de Ávila y promovido en 1403 á Sevilla.
—Alonso de lllescas trasl. en 141 3 á Burgos.— Diego Gómez de Fuensalida envia-
do al emperador Sigismundo para tratar de la unión de la iglesia, m. hacia 1 42.6.
—Fray Martín de Rojas dominico, hasta 1428. — Pedro Martínez, hasta 1438.—
Juan de Mella natural de Zamora, nombrado cardenal hacia i4<>6, murió en Roma
en 1467 electo obispo de Sigüenza.— Rodrigo Sánchez de Arévalo trasl. de Oviedo
en 1467, y en 1468 promovido á Calahorra y después á Palencia. — Juan de Me-
neses, hasta i 594.— Fray Diego de Deza dominico, trasl. en 1496 á Salamanca y
sucesivamente á Palencia, á Jaén y á Sevilla.— Diego Meléndez Valdés trasl.de
Astorga, residió y murió en Roma en i 506.— Antonio Acuña, ajusticiado en Si-
mancas en I 5 26. - Francisco de Mendoza trasl. á Palencia en 1534. — Pedro Ma-
nuel de Castilla trasl. de León y promovido en 1546 á Santiago. ~ Antonio de
Águila trasl. de Guadix, m. en 1560. — Alvaro de Moscoso trasl. de Pamplona,
m. en 1564.— Juan Manuel y la Cerda, trasl. en 1572 ¿ Sigüenza. » Rodrigo
de Castro promovido en 1577.a Cuenca y después á Sevilla.— Diego de Si-
mancas trasl. de Ciudad-Rodrigo, m. en i 583.— Juan Ruiz de Agüero autor de un
tratado contra comedias, m. en i 595. — Fernando Suárez de Figueroa trasl. de
Canarias, m. en 1608.— Fray Pedro Ponce de León dominico, trasl. de Ciudad-Ro-
drigo, renunció en 161 5.— Juan de Zapata Osorio, m. en 162 i. — Fray Juan Mar-
tínez de Peralta monje Jerónimo, promovido á Zaragoza en 1624. — Fray Plácido
de Tosantos benedictino, m. á los tres meses en 1624. — Juan Roco Campofrío,
trasl. en 1626 á Badajoz y después á Coria. — Juan Pérez de Laserna trasl. de Mé-
jico, m. en 1 63 1 .—Diego de Zúñiga Sotomayor antes obispo de Orense, m. en 1637.
—Juan Coello de Ribera, que en 1642 con sus clérigos y frailes defendió la ciu-
dad contra los portugueses, trasl. á Plasencia en 1649, permaneció en Zamora
hasta 1653 no habiéndose presentado el electo fray Martín de León y Cárdenas.
—Antonio Payno, antes de Orense, promovido en 1 658 á Burgos y luego á Sevilla.
—Fray Alonso de San Vítores benedictino, antes de Orense, m. en 1660 en opi-
nión de santidad.— Pedro Gálvez, m. en 1662. — Lorenzo de Zúñiga Sotomayor,
m. en 1 666.— Antonio Castañón, antes de Ciudad Rodrigo, m. en 1 668.— Dionisio
Pérez Escobosa, antes de Mondoñedo, m, en 167 1.- Juan de Astorga Rivero, m.
en 1679.— Fray Alonso de Balmasedu, agustino, trasl. de Gerona, m. en 1684.
—Fray Antonio de Vergara dominico, antes arzobispo de Manila, m. en 1693.—
Fernando Manuel, promovido á Burgos en 1702. — Francisco Zapata Vera, m.
en 1720.— José Zapata Vera, m. en 1727.— Jacinto Arana, m. en 17 39. -Fray Ca-
yetano Benítez de Lugo dominico, m. al mes y medio en 1 7 39.— Onésimo de Sala-
558 ZAMORA
dentro de la ciudad, en Bamba, Sanzoles, Manganeses y otros
lugares de la mitra, venía debatiéndose con el concejo desde
el tiempo de Alfonso IX. Con diez ricos-hombres leales y deci-
didos como su primo Fernán Pérez Ponce (i), tan rígido censor
de su flaqueza como firme sostén en su desgracia, otra hubiera
sido la suerte del abandonado monarca ; pero Zamora, no tan
fiel como el magnate, ni tan sometida cuanto era de creer á su
influencia, se dejó arrastrar por las promesas del rebelde prín-
cipe ó intimidar por las amenazas de su hermano, el perverso
D. Juan, que con ellas logró rendir el alcázar. Teníalo D.* Te-
resa Gómez, mujer de Garci Pérez Chirino ; y al ver alzada la
cuchilla contra su tierno niño que en las afueras se criaba, no
se halló ¡ pobre madre ! con el valor heroico de arrostrar, como
más tarde Guzmán el Bueno, las iras del bárbaro sitiador.
Cuando la muerte y el perdón del anciano rey abrieron al am-
bicioso Sancho la vía al trono, Fernán Pérez pasó á servirle
como al padre, en vez de prolongar disturbios civiles de que
sólo habían de sacar partido los reinos extraños ; y á su solici-
tud fué confiada la crianza del heredero de la corona, del pe-
queño Fernando, atendiendo por otra parte en la elección de
esta residencia c al saludable cielo de que goza la ciudad y á la
fertilidad y regalo de su comarca (2).» Estas circunstancias y
manca, promovido en 1752a Granada y después á Burgos. — Jaime Cortada, pro-
movido en 1753 á Tarragona. — José Gómez, m. sin residir en 17 $4. — Isidro
Alonso Cabanillas, m. en 1766.— Antonio Jorge y Galván, promovido á Granada
en 1776.— Manuel Figueredo, trasl. á Málaga en i78<;.r-Fray Ángel Molinos do-
minico, m. en 1786.— Antonio Piñuela Alonso m. en 1793.— Ramón Falcón de
Salcedo, trasl. en 1803 ^ Cuenca.— Joaquín Carrillo Mayoral, m. en 18 10.— Pedro
Inguanzo y Rivero, promovido á Toledo en 1824. — Fray Tomás de la Iglesia y
España dominico, m. en 1834.— Miguel José de Irigoyen electo en 1847, trasl.
en 1 8 «5 o á Calahorra.— Rafael Manso, antes obispo de Mallorca, m.en 1862.— Fray
Bernardo Conde premonstratense, antes de Plasencia, m. en 1880.— Tomás Beles-
tá, actual obispo. Como se habrá notado, desde el siglo xiv acá más de una terce-
ra parte de prelados fueron promovidos á otra silla, á metropolitana casi todos.
(i) Érale primo por su madre Aldonza Alfonso, hija natural de Alfonso IX, y
por línea paterna tataranieto del conde Ponce de Cabrera, cuya hija Sancha casó
con Vela Gutiérrez, bisabuelo de Fernán Pérez.
(a) Mariana, lib. XIV, cap. X.
ZAMORA 559
la necesidad de acudir á las inquietudes que sembraba el infante
D. Juan por aquellas tierras vecinas á su pretendido reino dé
León, atraían á Sancho IV hacia Zamora; y recuerda una de sus
estancias la venerada imagen de la Virgen de la Iniesta, que se
dice halló cazando en el sitio donde está su templo á una legua
de la ciudad: al menos el privilegio de la fundación del lugar
habla de prodigios obrados y de mercedes recibidas (i).
No estuvo exenta de vacilaciones y trastornos la obediencia
que prestó á Fernando IV en su menoría la ciudad que le había
criado. Ocupó á nombre de D. Juan el alcázar Pelayo Gómez,
cuñado de aquella á quien se le había tomado por medios tan
atroces; introdújose por otro lado en la plaza el infante D. En-
rique, coloreando con pretexto de justicia sus venganzas (2); y
hasta el adelantado Pedro Ponce no siguió las ñeles huellas de
su difunto padre Fernán Pérez. Reunidas allí en Julio de 1301
las cortes de León, Galicia y Asturias, mientras funcionaban
aparte en Burgos las de Castilla para evitar choques y peleas
entre los partidos, dictaron medidas de represión contra los
malhechores y medios de indemnizar de sus robos y quemas á
los concejos. No menos alcanzaron á Zamora los disturbios de
la siguiente menor edad de Alfonso XI: los infantes D. Juan Ma-
nuel y D. Felipe se disputaron encarnizadamente la posesión
(i) Cítase un privilegio dado en Valladolid á i.<* de Agosto de 1290 que
contiene las siguientes cláusulas: «Por gran voluntad que avernos de fazer bien e
ayuda á la iglesia de Sta. María de la Iniesta por muchos milagros que nuestro
señor J. C. en aquel santo lugar fáze, e conosciendoquantos bienes equantas mer-
cedes rescibimos siempre de ella e esperamos á rescibir, dárnosle e otorgárnosle
que aya hi doce pobladores que pueblen en este lugar con Juan Bartolomé clérigo
que hi es agora... e que sean quitos de todo pecho e de todo pedido... e que no
sean de los que han cavallo e armas c tienda redonda... e que sean vasallos de la
iglesia.» El lugar no ha crecido mucho desde entonces. La actual iglesia no es
ciertamente la que entonces dirigió el maestro Pero Vázquez, según el señor
Fernández Duro, que con razón deplora la reciente desaparición del primoroso
retablo, donde se veían arrodilladas las efigies de D. Sancho y de su insigne
esposa.
(2) Cuatro vecinos los más ricos y más honrados, que nombra la Crónica, hu-
yeron á Toro por aviso de la reina D.* María, y enfurecido D. Enrique de que se
le hubiesen escapado, mandó matar á Juan Gato, alcalde que había sido del rey, y
á Esteban Elias.
560 ZAMORA
del alcázar; y al faltar la venerable reina que había sido ángel
tutelar de tres reinados, faltó equilibrio y freno al ambicioso
triunvirato de los tutores, hasta que el rey, mancebo apenas,
revindicó para sí la mal parada autoridad. Pero por más mues-
tras que diera de gobierno personal tal vez con exceso , el des-
contento público deploró como continuación de los abusos déla
regencia los de la privanza concedida por el inexperto soberano
á Alvar Núftez Osorio : y Zamora fué de las primeras ciudades
sublevadas contra el valido por el prior de San Juan Fernán
Rodríguez. No se lo tomó á mal Alfonso XI una vez desenga-
ñado, y recompensóselo con frecuentes visitas y mercedes. Allí,
después de hacerlo en Burgos y en León, reunió en 1342, al
tratar de la conquista de Algeciras, á los ricos-hombres que le
habían ofrecido las alcabalas, y en todos sus triunfos contra los
moros de Andalucía le siguió muy de cerca la enseña zamo-
rana.
En aquellas tierras principalmente se agitó la terrible y
porfiada lucha del desatentado rey D. Pedro con su propia fa-
milia coligada para hacerle entrar en razón, por espacio de tres
años, desde el rompimiento con su ayo Juan Alfonso de Albur-
querque hasta el sangriento desenlace de Toro. De estos tras-
tornos sacó Zamora nombradía y galardón de leal ; y no sin
honda repugnancia, al ver aclamado por el reino entero al bas-
tardo Enrique en 1366, consintió en remitirle su homenaje, que
luego retiró, desairada por brusca acogida. En su alcázar tre-
molaba el pendón de D. Pedro aun después de la tragedia de
Montiel... pero no, era el pendón de Portugal, á cuyo rey pre-
tendía entronizar en Castilla Fernando Alfonso, nieto del revol-
toso infante D. Juan el de Tarifa (i), el cual dándose la mano
(i) Su padre Alfonso, hijo de primer matrimonio, era hermano de D. Juan
el Tuerto que lo era de segundo. Casó Fernando Alfonso con hija legitima
de Alfonso IV, rey de Portugal , y se llamó de Zamora por las huestes que
acaudillaba y representación que tuvo en la ciudad, de la cual era obispo su her-
mano Alonso Fernández de Valencia. De la villa de Valencia de D. Juan, de la
cual había sido señor el infante, tomaron apellido los descendientes de Fernando
ZAMORA 561
con Men Rodríguez de Sanabria y con D. Fernando Castro el
de Galicia, mantenía á disposición del extranjero, con achaque de
fidelidad al difunto, aquella áspera firontera. Acudió Enrique II
á sitiar la ciudad, y entrándose adelante por el país enemigo á
devolverle estragos por estragos, dejó á Pedro Fernández de
Velasco el cuidado de rendirla, lo cual no se logró sino al tercer
afto, después de preso en una salida Fernando Alfonso, y me-
diante inteligencias con los sitiados. Grave borrón se le aña-
diera al vencedor fratricida, si fuese verdad que á trueque de
recobrar la fortaleza se manchara, él ó los suyos, con la sangre
de tres niños inocentes, hijos del alcaide Alonso López de Te-
jeda, ilustre salmantino, que pospuso el cariño de padre al
honor de caballero (i).
Al siguiente año de 1372 instalóse en Zamora el rey Enri-
que para dirigir la guerra que acababa de renovarse y hacer
desde allí nuevas entradas en Portugal ; estancia menos angus-
tiosa que la que hizo en aquellos muros su hijo Juan I, tratando
Alfonso, que murió expatriado en Portugal, y con este apellido reaparecen un
siglo más adelante en el segundo sitio de Zamora, siempre en favor de los por-
tugueses.
(i) El fundamento principal de este suceso, tan injurioso á la memoria de
O. Enrique, que el silencio de la Crónica no alcanza á desmentir, como á probarlo
tampoco meras relaciones heráldicas ó de familia, consiste en una tabla colgada,
según noticias, en una capilla del claustro de San Francisco de Salamanca, que
decía así: «Aquí yacen los tres mártires inocentes, fijos de Alonso López de Tejeda
y de D.* Inés Alvarez de Sotomayor, los quales mártires fueron degollados por
mandado del rey D. Enrique, porque el dicho Alonso López su padre le defendió
á Zamora que tenia por el rey D. Pedro su hermano. Y aunque después le fué en-
trada por fuerza de armas c le fueron tomados estos inocentes que se criavan en
la ciudad, y degollados, él no quiso entregar el alcázar al qual se retrajo con al-
guna gente, y lo defendió, hasta que muerta toda de hambre y de pestilencia, se
salió una noche con las llaves y se pasó en Portugal. Muerto ya el rey D. Pedro,
no quiso volver en Castilla en tiempo del rey Enrique, aunque le perdonó.» En la
fecha había error, así leyendo era MCCCCV equivalente al año 1367, como
año 1397 según trae absurdamente González Dávila : en el relato hay confusión y
muchos asideros para impugnarla. Trabajo cuesta creer que sea todo fábula, y
trabajo reconocerlo todo por verdad, y explicar en uno y otro caso la exposición
pública de este padrón durante tantos siglos, sin más dato que lo confirme. Del
padre decía otra tabla que, al tiempo de morir D. Pedro, era electo maestre de
Santiago, y que lo redujo á su servicio el rey Juan 1, muriendo en 1404 colmado
de honores y mercedes.
7«
562 ZAMORA
de reparar sus fuerzas quebrantadas en Aljubarrota y de con-
certar paces con los ingleses para deshacer su formidable liga
con los vencedores lusitanos. En las turbulencias consiguientes
á la menor edad de Enrique. III temió Zamora caer en manos
del revoltoso duque de Benavente, que andaba en secretos tra-
tos con Portugal y cuyo partido mal encubiertamente sostenía
Ñuño Martínez de Villaizán, alcaide del Castillo: y aunque el
arzobispo de Toledo acudiendo como pacificador logró que se
le entregase la fuerte torre de la catedral para prevenir toda
sorpresa, todavía osó acercarse á las puertas el hijo bastardo
de Enrique II con la esperanza de que se las abrirían sus vale-
dores. Fué preciso obtener con blandura del alcaide Villaizán
que traspasara el castillo á Gonzalo de Sanabria, y al joven rey
trasladarse con su corte á la amenazada ciudad, á fin de sosegar
los ánimos y de conjurar el peligro exterior, concluyendo tre-
guas á cualquier precio con los portugueses; pero la prisión del
arzobispo de Toledo, efctuada dentro de palacio por sus com-
pañeros de gobierno que le acusaban de connivente con el
duque, llenó la población de inquietud y escándalo, y tendió
sobre ella y sobre otras ciudades la fúnebre sombra del entre-
dicho.
Tres veces reunió cortes en Zamora Juan II; en 1427 conti-
nuando las de Toro, en 1432 para que juraran al príncipe
D. Enrique los procuradores de Galicia, y en 1436 si no está
equivocada la fecha. Sucesos notables no los tuvo la ciudad en
este largo reinado ni en el siguiente, aunque no podían menos
de mover ó fomentar banderías en su seno las agitaciones del
estado : tales fueron las querellas, que complicadas con rivali-
dades de pueblo á pueblo, armaron á zamoranos contra toreses
y ensangrentaron los campos de Valdegallina en 1 3 de Agosto
de 1472. Acaudillaban [á los de Toro, gente de caballo casi
toda, Juan de Ulloa que los [dominaba y el alcaide de Castro
Ñuño, famoso aventurero terror de la provincia; los de Zamora,
peones en su mayor número, cada cual con un cardo por divisa
ZAMORA 563
y tomando por patrón á San Ildefonso, marchaban en pos del
estandarte rojo tremolado por Rodrigo de Tejeda. La victoria
á costa de muchas muertes quedó por los últimos, y se perpe-
tuó en sarcásticos cantares y sirvió de estímulo para más ilus-
tres hazañas la memoria de esta refriega (i).
No parece que Zamora militase compacta y unánime á la sa-
zón : había en ella un partido poderoso á las órdenes de Alonso
de Valencia, alcaide de su castillo, descendiente por línea recta
del infante D. Juan el de Tarifa (2), el cual debía entenderse con
Juan de Ulloa si hemos de juzgar por el común empeño desple-
gado tres años después por entrambos á favor del rey de Por-
tugal. En vano Fernando el Católico, al pasar en la primavera
de 1475 ^ asegurarse de la ciudad, se lisonjeó de atraer á su
servicio al noble alcaide por una hermana suya cuñada del car-
denal Mendoza: preponderó en el ánimo de Alonso el influjo de
su primo, marqués de Villena, y al acercarse éste con cuatro-
cientos caballos á nombre de la princesa D.^ Juana, abrióle en-
(i) Ai fin de la crónica de Enrique IV dicese que había una nota copiada al
parecer de mano de Florián de Ocampo, que decía así: «Martes XIIl dias de agosto
año de MCCCCLXXII fué la batalla que hicieron los cavalleros, escuderos y ciuda-
danos de Zamora con Juan de Ulloa y contra el alcaide de Castronuño, Pedro de
Mendaña y sus valedores en el Val de la Gallina: era la gente del dicho Juan de
Ulloa y sus allegados DXL lanzas e peones pocos; eran los de Zamora CLXX de
cavallo y peones de hombres hijosdalgo de cuenta c ciudadanos, por todos DCCC
poco mas ó menos, e al cavo plugo á Dios que vencieron los de la ciudad de Za-
mora e prendieron muchos de los contrarios, e Francisco Garcia notario doy fe
que lo vi y fui presente á todo ello.» En la fecha hay equivocación, pues el i 3 de
Agosto de dicho año no fué martes sino jueves. Rodrigo de Tejeda, llamado tam-
bién de Olivares porque moraba y tenía su hacienda en la puebla de aquel arra-
bal, fué el héroe déla jornada, y entre él y su caballo cuéntase que sacaron trein-
ta y tres heridas. La historia manuscrita de Novoa , de donde sacamos estas
noticias, trae una alocución dirigida en 1475 por el comendador Pedro de Ledes-
ma á los zamoranos para animarlos á echar á los portugueses, en que les recuerda
la tan sangrienta batalla que ganaron contra aquel ias soberbias gentes Taurilanas^
y cita tres versos de un canto popular:
Juan de Ulloa el tresquilado.
Vate al Val de la Gallina,
Verás como pica el cardo.
(2) Era Alonso de Valencia quinto nieto del Rey Sabio y tercer nieto de Alón*
80 IV de Portugal, cuya hija María casó con Fernando Alonso su bisabuelo; llevaba
como su abuelo y su padre el título de mariscal de Castilla.
564 ZAMORA
trada por una puerta que tenía á su cargo, un domingo 16 de
Julio. Hasta las torres del puente confiadas por el rey Fernando
al leal Francisco de Valdés, caballero de su casa, tuvo que aban-
donarlas éste por intriga y engaño de su tío Juan de Porras,
hombre de grande ascendiente, consejero del difunto Enrique IV
y vendido á D. Juan Pacheco. Con esto se convirtió Zamora en
corte de la Beltraneja puesta allí bajo la custodia de los esposos
Lope de Almada y Beatriz de Silva su aya y camarera, y en
cuartel general de los portugueses, que más bien que por su so-
brina había lanzado en provecho propio el rey D. Alonso V á la
conquista del trono de Castilla.
Mas no se desalentó Francisco de Valdés, antes unido con
Pedro de Mazariegos, regidor como él, concertó secretamente
con los Reyes Católicos residentes á la sazón en Burgos, entre-
garles la ciudad y hasta la princesa y el rey su tío; con cuyo
objeto D. Fernando, echada la voz de que yacía enfermo de pe-
ligro y cerrada á todo el mundo su cámara, púsose en marcha
con la mayor celeridad y recato, y al llegar á Valladolid supo
que los tratos habían sido descubiertos. Con efecto, perecieron
en el suplicio á 30 de Noviembre por orden del rey de Portugal
cuatro hombres cuya calidad y nombre no se expresa (i); y no
obstante á los tres días Valdés y Mazariegos, no sabemos si por
sorpresa ó á viva fuerza ó por algún derecho que les confiriera
su oficio, recobraron las torres del puente y enarbolaron la ban-
dera de Isabel. Tan pronto como se alzó, vióse cercada y com-
batida la más próxima á la ciudad por los portugueses y sus
partidarios, que lograron no sin sufrir grandes pérdidas quemar
las puertas y derribarlas ; pero detrás de ellas tropezaron con
una trinchera tan fuerte como si fuese de cantería. Llovían desde
arriba las piedras sobre los apiñados sitiadores, y coincidiendo
por aquellos años de transición las antiguas y las nuevas armas
(i) Nos referimos al cronicón de Valladolid otras veces citado en esta obra,
publicado en el tomo XIII de los Documentos inéditos.
ZAMORA 565
de la milicia, mezclábanse los tiros de pólvora con los dardos y
saetas: caían al río desplomados los muertos y los moribundos,
enrojecíase el agua, el aire se oscurecía, oscilaba la rojiza luz
del fuego alumbrando la encarnizada pelea. Trémulo de coraje
el rey de Portugal alentaba con recia voz á los suyos, y veía su-
cumbir al pié de la torre fatal, con malogrado denuedo, á sus
criados y oficiales más queridos, hasta que las súplicas de un
anciano caballero y las instancias del sagaz Carrillo, arzobispo
de Toledo, que preveía la próxima llegada del Rey Católico en
auxilio de los cercados, le movieron á hora de vísperas á man-
dar la retirada. A pesar de conservarse por él el fuerte alcázar,
no se tuvo por seguro dentro de la ciudad donde prevalecían
en número sus contrarios ; y en la noche que siguió á aquel tur-
bulento día 3 de Diciembre, puesta á seguro en el castillo su
recámara, salió para Toro con gran mengua de su reputación,
llevándose á la princesa y al arzobispo y á los más comprometi-
dos por su causa.
Á la mañana siguiente no se oían en Zamora más que víto-
res á Isabel y Fernando, é incorporados los moradores á la gente
que trajo á toda prisa de sus lugares el comendador Pedro de
Ledesma, estrecharon á trescientos hombres que habían que-
dado de laguarnición portuguesa, y que para evitar aquella furia
se encastillaron con su capitán Chichorro en la robusta catedral
dándose la mano con el alcázar. Comenzaba ya el capitán Alva-
ro de Mendoza á batir el sagrado edificio, cuando llegó á mar-
cha forzada desde Valladolid el rey Fernando y les admitió á
capitulación permitiéndoles irse á reunir con su ejército. Aten-
dióse en seguida exclusivamente al sitio del alcázar, á aislarlo de
la ciudad por medio de gruesas tapias ó palenques, á rodearlo
por fuera de profundas cavas para que no pudiera ser socorrido,
á asentar contra él once estancias ó baluartes bien provistos de
gente y de artillería. Tres ingenios lo fatigaban con incesantes
disparos, y con el tren de batir acercáronse á sus muros dos
lombardas superiores en calibre á la famosa Sangüesa del duque
56b ZAMORA
de Alba (i). Todo lo arrostraba su alcaide Alonso de Valencia
sostenido por la esperanza de pronto auxilio y por los consejos
del chantre su tío (2), que no era el único en manejar las armas
harto más de lo que su hábito requería^ pues también en las
opuestas filas el canónigo Diego Ocampo en odio de aquel pre-
potente linaje hizo á sus expensas un trabuco y causó á los de
dentro terribles estragos.
Dos meses y medio pasaron de esta suerte, en que el rey de
Portugal desde Toro y el de Castilla desde Zamora se tendían
sorpresas y emboscadas, y se acercaban recíprocamente al pié
de los muros enemigos para espiar un momento de descuido, y
hacían teatro de reñidas escaramuzas el trecho que media entre
las dos ciudades como ensayando la gran batalla definitiva. Re-
forzado el primero con las tropas de su hijo el príncipe D.Juan,
apareció en 19 de Febrero de 1476 sobre la opuesta orilla del
Duero, privándole este errado movimiento de atacar la pobla-
ción y de socorrer el castillo sin tomar antes el puente que de-
fendía Valdés con su valor acostumbrado. Sitiadoras y sitiadas á
su vez entrambas huestes combatían á un tiempo dos fortalezas,
los castellanos el alcázar para el cual se había trocado en pa-
drastro la torre de la catedral que antes le servía de tutela, los
portugueses el torreón exterior del puente embestido con tanto
ímpetu como en la otra jornada su compañero. Pero aunque
encerrados los últimos en campo atrincherado, y alojado su rey
en el convento de San Francisco, con los fríos y las continuas
hostilidades de la caballería ligera y los tiros disparados desde
la ciudad, su situación se hacía intolerable. Corrían entretanto
secretas pláticas de paz, y una noche en que los dos regios com-
(1) Así dice Zurita, cuya narración calcada generalmente sobre la de Hernán
Pérez del Pulgar es la más completa que poseemos de estos sucesos... Algunos
incidentes nos suministra sin embargo la que inserta Novoa, tomada de la crónica
de armería titulada Selva y vergel de nobles^ que escribió en 1553 Diego Noguerol
y cuyo manuscrito se guardaba en el archivo del marqués de Cardeñosa.
(2) Llamábase D. Gonzalo y tuvo larga descendencia que trae el historiador de
la casa de Lara. Zurita le hace hermano y no tío de D. Alonso, pero en este punto
creemos mejor informado á Salazar.
ZAMORA 567
petídores habían acordado verse á solas en medio del río, con-
fiaba ya D. Alonso lograr su intento de añadir á su reino el de
Galicia y el distrito de Zamora y Toro ; mas por la rápida co-
rriente ó por impericia de los remeros no pudieron juntarse las
dos barcas, y acaso sin este incidente Zamora fuera hoy día por-
tuguesa.
Al amanecer el i.^ de Marzo vióse desde las murallas el
hueco dejado por el campamento enemigo. Por mucha prisa que
se dio D. Fernando á volar en su persecución, la estrechez del
puente y el estorbo de las vallas y trincheras le impidieron orde-
nar sus haces y alcanzar al ejército portugués hasta á dos leguas
de distancia. Lo que pasó en aquella batalla, que aseguró á los
Reyes Católicos el cetro, y que con opuesto resultado tan dis-
tinto rumbo habría impreso á la España y á la Europa entera,
lo reservamos para la historia de Toro que le ha comunicado su
nombre : baste aquí consignar la gloria de que allí se cubrieron
los zamoranos peleando en la división de Pedro de Ledesma y
metiéndose con su bandera encarnada en lo más encendido de la
lucha. Escoltada por otras ocho tomadas al enemigo volvió á
la ciudad la triunfal enseña, en la cual el Rey Católico por su
mano añadió una banda de tafetán verde llamada de la esmeral-
da i, X^íS ocho rojas que la absurda heráldica deriva nada menos
que del tiempo de Viriato (i). Todavía fué menester el valor y
(1) El rey de armas Gracia Dci, á quien se dice encargó el monarca formar el
escudo de Zamora, lo describe de esta suerte :
La noble seña sin falta
Bermeja de nueve puntas,
De esmeralda la más alta,
Que Viriato puso juntas.
En campo blanco se esmalta.
^ Quién es esta gran señora?
La Numantina Zamora, etc.
En la arenga que pone Noguerol en boca del comendador Ledesma se atribuye al
blasón de la ciudad el mismo origen que á la etimología de su nombre, aludiendo
á la fábula de la vaca negra. «Con la vuestra famosa seña bermeja, les dice, here-
dada de aquel fuerte vaquero su primero inventor, derramastes aquella multitud
de sangre que aun no está enjuta ni desferrada de las verdes yervas.»
568 ZAMORA
la destreza de D. Alonso de Aragón, hermano del rey, para re-
ducir el castillo al último extremo y obligarle á rendirse el 19 de
Marzo con honrosas condiciones, permitiendo á Alonso de Valen-
cia sacar todo lo suyo y la artillería y dándole para su seguri-
dad la fortaleza de Castrotorafe. Los padecimientos y la lealtad
de Zamora fueron recompensados con una feria anual de veinti-
dós días empezando quince antes de la cuaresma, que á 7 de
Mayo siguiente le concedieron los reales esposos exenta de por-
tazgo y alcabala (i).
Si azarosos fueron los principios del inmortal reinado de Fer-
nando é Isabel, mal presagiaba las futuras grandezas del de su
nieto el alzamiento de las comunidades de Castilla, en el que
complicó á Zamora gravemente el belicoso humor de su prela-
do (2). De choques y disturbios anduvo ya acompañada en 1507
la entrada de D. Antonio de Acuña en su diócesis, oponiéndole
estorbos y dificultades por un lado la poderosa enemistad del
condestable Velasco, por otro las provisiones del consejo que
daba por nulo su nombramiento en Roma por no haber prece-
dido la presentación real. A las cédulas y á las armas hizo fren-
te el nuevo obispo, y sorprendiendo en la posada al alcalde
Ronquillo encargado de ejecutar los mandatos superiores, le
llevó preso á la fortaleza de Fermoselle, abriendo con él una
cuenta de agravios que veinte años después había de saldarse
en Simancas. No hubo fuerza capaz de arrancarle de su silla ni
hasta de turbar su tranquilo posesorio : el Rey Católico, pren-
dado de su sagacidad y energía, le confió la misión de reducir
al marqués de Villena su pariente y una embajada al rey de
Navarra, en la que contra derecho de gentes fué preso y entre-
(i) Desde tiempo inmemorial se denomina feria del botijero^ y dura en la ac-
tualidad desde el principio de la segunda semana de cuaresma hasta mitad de la
cuarta.
(2) Fué hijo el célebre Acuña, de quien tantas veces se ha hablado en este
tomo, de D. Luís de Acuña y Osorio y de D.' Aldonza de Guzmán, fallecida la cual
abrazó D. Luís el estado eclesiástico y ocupó la silla episcopal de Burgos cerca de
cuarenta años.
ZAMORA 569
gado á los franceses, á quienes había combatido en la infeliz
jornada de Rávena. Mal podía tolerar el indómito vigor de Acu-
ña un poder competidor dentro del lugar de su residencia, y lo
encontró en el conde de Alba de Liste, D. Diego Enríquez,
cuyos estados y noble alcurnia le daban grande ascendiente en
la ciudad ; de aquí los celos, las desavenencias, las sordas é
irreconciliables iras que sólo ansiaban una ocasión para el rom-
pimiento.
Presentóse ésta en los últimos días de Mayo del año 1 5 20.
Bramaba el pueblo zamorano contra sus procuradores, Bernar-
dino de Ledesma y Francisco Ramírez, que en las cortes de
Cor uña habían otorgado al rey D. Carlos el donativo, pidién-
dole absolución del juramento prestado á sus comitentes de
darles previo aviso de sus acuerdos y de no abusar de los po-
deres ilimitados que con semejante promesa habían obtenido.
Amagábales la funesta suerte que por aquellos días tuvieron los
de Segovia, si no se hubieran retirado á tiempo al monasterio
de Montamarta, á tres leguas de la ciudad ; y sin la mediación
del conde, que era bien quisto y popular todavía, habrían sido
derribadas sus casas por el suelo. Ya que no pudieran ser habi-
das sus personas, á pesar de haberse reclamado su entrega á
los religiosos con amenazas de quemar el convento, fueron arras-
trados en estatua por las calles con pregones afrentosos, y pin-
tados en las casas del consistorio sus retratos, escribiendo al
pié, después de los nombres, su traición y su perjurio. Negóse-
Íes el salvo conducto que pedían para presentarse á dar cuenta
de sus actos. En medio del tumulto prevalecía no obstante
sobre el obispo la influencia del de Alba, tanto, que Acuña
desesperado hubo de abandonar la ciudad y acudió á la junta
de Tordesillas pidiéndole ayuda á trueque de sus servicios. Con
la gente y artillería que obtuvo de los comuneros gozosos de
granjearse tan firme auxiliar, revolvió sobre Zamora, donde no
osó esperarle el conde, sino que desamparada la fortaleza mar-
chó á juntarse con la hueste de los caballeros.
73
570 ZAMORA
Los dos contendientes figuraron en primera línea en su res-
pectivo campo. Acuña formó una falange sagrada de cuatrocien-
tos clérigos de su diócesis, valientes, y bien armados á quienes
azuzaba como alanos en los combates (i). En la defensa de
Tordesillas, en el socorro de Torrelobatón, en la derrota de
Villalar, militaron siempre las compañías de Zamora al lado
de las de Toro y Salamanca, participando de la gloria de aque-
llas jornadas y también de las rivalidades é indisciplina que
esterilizaban á menudo sus victorias y agravaban sus reveses.
Mientras empuñó el bravo obispo la espada, no reconoció la
ciudad otro señor ni caudillo; mientras alentó, aunque preso, en
Simancas, no tuvo otro prelado, gobernando como administra-
dor de la iglesia D. Francisco de Mendoza. De consiguiente no
se limitaron allí las alteraciones á eclesiásticos inquietos y gente
ordinaria, como ha escrito algún historiador de Zamora para
acreditarla de leal ; subió al patíbulo su procurador en la Santa
Junta Francisco Pardo; aparecen entre los exceptuados del per-
dón seis individuos de las ilustres familias de Porras y de Ocam-
po; y si se celebraron con grandes fiestas la reducción y el cas-
tigo de los rebeldes, es porque rara vez faltan vivas para los
vencedores y porque el entusiasmo oficial no data precisamente
de nuestra era.
Aquí termina la historia pública de Zamora, á no registrar
como acontecimientos las visitas reales con que muy de paso la
honraron, en 1522 Carlos V, en 1554 Felipe II todavía prínci
pe, al ir á desposarse en Inglaterra con la reina María, en 1602
Felipe III y su consorte Margarita de Austria. Siguen empero
sus anales íntimos, llenos de odios y disensiones de familia, de
duelos y emboscadas, de reyertas y asaltos, que convertían en
sangrienta liza sus calles y sus casas en fortalezas; y los bandos
de los Mazariegos y de sus contrarios no desmerecieron en
(i) aY al arremeter decia: aquí mis clérigos;» son palabras de Sandoval. Véa-
se en la nota primera pá^. 349 de este tomo la cita de Guevara sobre lo mismo.»
ZAMORA 571
pleno siglo x^i de las más encarnizadas facciones de la Edad
media. En 1642 la amenazaron los portugueses invadiendo el
país extraño para asegurar 1á reciente emancipación del suyo; y
el obispo Coello de Ribera, renovando en causa más legítima
el marcial ejemplo de Acuña, armó á los clérigos y frailes para
defenderla ; en 1 808 la sometieron sin hallar resistencia los
franceses después de la funesta batalla de Rioseco. Ahora en
el seno de la paz y del retiro recuerda Zamora como anciano
militar los sitios que con tanta prez sostuvo en el siglo x con-
tra los sarracenos, en el xi contra los castellanos, en el xv
contra los portugueses, con más entusiasmo por sus antiguas
glorias que deseos de conquistar nuevos y costosos blasones.
Gi.AKO espejo por el lado de mediodía ofrece el ancho Duero
á la capital, pintoresca entrada el magnífico puente. Desde
la opuesta orilla, por entre las ruinas de San Francisco ó de
San Jerónimo, aparece coronada por las antiguas y numerosas
torres de sus parroquias y como principal florón por el bizantino
cimborio de la catedral, asentada sobre cuestas que al oriente
bajan en suave declive y terminan al poniente en quebradas
rocas y precipicios, rodeada de arrabales que besan y ocultan
su pedestal. El puente abre á las aguas diez y seis arcos ojivos
y encima de los estribos otros tantos huecos de medio punto á
fin de aligerar su mole; mas ha perdido ya su poético almena-
je (i). y sus famosas torres, invicto baluarte del trono de Isabel
la Católica, se han convertido en dos portales sin carácter, cons-
truido el exterior en 1566, el interior decorado en 161 7 con
un frontispicio triangular. Al informe torreón que resta, se ha
la^ stmenas del puente Méndez Silva, pues dice tenfa
574 Zamora
impuesto desde 1 7 1 7 un pesado chapitel y por veleta una figu-
ra giratoria, muy sonada entre el vulgo con el nombre de Go-
bierna (i). La existencia del puente no data sino del siglo xiv;
en 24 de Enero de 13 10 unas crecientes se llevaron á su ante-
cesor, al cual algunos han supuesto de romano origen (2), y
cuyos pilares todavía asoman á la superficie algo más abajo,
corriendo desde la puerta de Olivares hasta el sitio que ocu-
paba enfrente la destruida iglesia de San Lorenzo (3).
Extiéndese Zamora de oriente á poniente, presentando al
norte el vértice del ángulo que forma: su figura, para usar del
rústico pero expresivo símil de los naturales, se aproxima á la
de una albarda. Con más poesía describe el cantar antiguo su
situación :
De un cabo la cerca Duero,
Del otro pefía tajada,
Del otro veinte y seis cubos,
Del otro la barbacana (4).
Y todavía es fácil reconocerla por las mismas señas, pues los
muros conservan sus torreones y en varios puntos sus almenas.
En la parte más alta de la ciudad márcase aún el primitivo re-
(i) Representa esta figura la Fama en actitud de pregonarlas glorías de la
ciudad, y aunque tan moderna, ha sido varías veces restaurada. Poco antiguos
son de consiguiente los cantares que la ponen en parangón con la otra veleta de
la torre de San Juan, el famoso Pero Mato de que se hablará más adelante.
(2) No es esto decir que yo sostenga esta suposición erróneamente, como pre-
tende el Sr. Fernández Duro, y hablo en singular, observando una vez por todas
que mi compañero Parcerisa, á quien se cita frecuentemente conmigo y aun á so-
las, no fué sino dibujante y editor de los Recuerdos y Bellezas, y que cada autor
de la obra responde de su texto exclusivamente.
(3) De ésta hacen mención las lecciones de San Atilano como existente en
tiempo del sanio obispo.
(4) Mediodía, occidente, norte y oriente parece ser el orden de los confines
que se trazan á la ciudad en estos tradicionales versos. A los dos últimos se sus-
tituyen en casi todas las ediciones del Romancero estos otros puestos en boca del
rey Fernando 1 al legarla á su hija :
Del otro la Morería;
Una cosa es muy preciada !
Es de advertir que por Morería no se entiende aquí ningún barrio a&í llamado,
sino las regiones por conquistar que se extendían á la otra parte del Duero.
576 ZAMORA
cinto, que empezando desde la puerta septentrional del palacio
de D.* Urraca (i) y dominando las rápidas pendientes vueltas
al ocaso, costeaba los miradores del río por debajo de San Pe-
dro y de San Andrés, donde subsisten largas cortinas guarne-
cidas de cubos, y seguía por la plaza y por San Juan que se
denominaba entonces de Puerta Nueva hasta volver al mismo
punto de partida. Más adelante la población se dilató al oriente
por campos menos desiguales, y se formaron en lo bajo de la
orilla, al pié de la antigua cerca, los barrios de Horta y de
Santo Tomé, el cual á fines del siglo xiv se llamaba puebla del
ValUy gozando de privativos fueros sus moradores como suje-
tos á señorío particular (2). Estos cuantiosos ensanches se in-
cluyeron en la nueva muralla; pero han quedado fuera de ella,
no porque sean de formación más reciente sino por la dificultad
del terreno, los arrabales de San Lázaro, Sancti Spiritus, Oli-
vares, Cabañales y San Frontis, colocados en semicírculo de
nordoeste á sur al abrigo de la enriscada fortaleza, y presi-
didos por pequeñas parroquias cuya estructura revela su remo-
to origen.
Con dichas ampliaciones y mudanzas han variado de posi-
ción y nombre las puertas: de las nueve que ahora existen in-
clusos los postigos, las principales son la del Puente, la de Oli-
vares ó del Obispo, la de la Feria y la de Santa Clara junto á
la cual descuella un torreón polígono hacia levante (3). El his-
(1) Véase atrás la mención de esta puerta, página 548. Según historias ma-
nuscritas, tenía dicho palacio, del cual apenas hemos alcanzado vestigioSi tres-
cientos pies de frente , y ciento de altura y veinticinco de diámetro las dos
torres, cuyo eleganitsimo remate bt\anttiio se comprueba poruña antiquísima pin-
tura en tabla á que se refiere Fernández Duro.
(2) Según antiguas informaciones de testigos, los vecinos de dicha puebla
estaban exentos de martiniega, y en calidad de vasallos llevaban por cada hogar
una pierna de vaca y un par de gallinas á Pedro de Mera su señor y después á
Fernán Ramírez; los que huyendo de la ciudad se acogían á aquel barrio no po-
dían ser sacados por fuerza.
(3) Las restantes puertas se apellidan del Pescado, Nueva y de San Pablo; los
portillos, de San Martín y de San lorcuato. En el siglo xii se llamaba de Santa Co-
lumba una que miraba hacia el oeste, que creemos sea la tapiada del Mercadillo.
578 ZAMORA
tórico castillo, situado al extremo occidente, se convirtió duran-
te la última guerra civil en moderna fortificación á modo de
ciudadela al mismo nivel de la muralla; y como en épocas
anteriores de trastorno, se le incorporaron la catedral vecina
y el palacio episcopal, sin perder por esto su destino ni su ca-
rácter.
Hecho para alternar con belicosos torreones, cual se le vio
sin duda algún día, parece en verdad el cimborio del augusto
templo, tal es de imponente y grave su fisonomía. Al hallamos
por primera vez con el bello y raro tipo, del cual van á ofrecer-
nos repetido ejemplo en breve espacio Toro y Salamanca, sen-
timos una sorpresa y un placer indefinibles, y deploramos que
el arte románico nos haya escaseado en sus iglesias ó que el
tiempo y los hombres hayan respetado tan poco esta clase de
construcciones, que constituyen, por decirlo así, su preciosa dia-
dema. Cuatro cubos flanquean su redondez, terminados en cu-
pulillas y perforados de ventanas que les comunican una ligere-
za comparable á la de la crestería gótica con mayor severidad,
y se la dan á los curvos entrepaños la continuada serie de
aquellas aberturas, cuyos arcos de medio punto sustentan triples
columnitas, y las buhardillas ó espadañas de forma triangular
en que rematan. Por cima de ellas asoma la media naranja, par-
tida por labrados radios (i), y la acompaña en armónico grupo
También hubo un postigo denominado de Arena ó de Zambranos de la Reina, se-
gún notamos página 54$.
(i) La calidad porosa de la piedra y su mucha antigüedad hacen que se infil-
tren algún tanto las aguas pluviales: este inconveniente que debiera remediarse
con una delgada plancha de plomo, la que con facilidad se amoldaría á las grue-
sas escamas que forman los sillares de la media naranja haciendo oficio de tejas,
lo ha sido recientemente por una gruesa capa de argamasa, que á más de contras-
tar horriblemente con la entonación del edificio, ha cegado por completo todas
las labores. Con dificultad podrá presentarse á la vista cosa más desapacible é in-
grata que aquellas cinco calvas, que otra cosa no parecen hoy día las cúpulas que
dan remate al celebrado cimborio. Por veneración á los monumentos de nuestra
patria y por decoro de las bellas artes, suplicamos á la respetable Academia de
San Fernando en la que se halla hoy refundida la Comisión central de monumen-
tos, que haga todo lo posible para que desaparezca cuanto antes el desdichado
remiendo que tan mala impresión causa, y tan pobre idea ha de dar de nuestra
^^O Z A M b R A
la majestuosa torre^ no sabenios si incompleta ó rebajada, lle-
vando salientes machones en sus cuatro esquinas y tres órdenes
de ventanas también semirculares, que aumentan progresiva-
mente á cada cuerpo desde una hasta tres por lado. Así debió
nacer casi de improviso la suntuosa basílica á los ojos de la
asombrada generación de mediados del siglo xii.
No todas empero sus obras exteriores proceden de la pri-
mera edad: á la del gótico florido pertenece la capilla mayor
reforzada con estribos, coronada de calado antepecho y de afi-
ligranados crestones; la moderna torre del reloj ostenta sin di-
simulo su agudo chapitel y su veleta; y dos cuerpos de pilastras
dóricas y jónicas, con agujas repartidas de trecho en trecho,
decoran el muro del crucero y la cerca del claustro que forman
ángulo por el lado del norte. La portada correspondiente á di-
cho brazo consta de un grande arco greco-romano, de cuatro
medias columnas corintias, y de un ático triangular con cuatro
pirámides arriba, y en el fondo la veneranda imagen del Salva-
dor, titular d^ la iglesia, perteneciente sin duda á la portada
primitiva. Para contemplar en su pureza la fábrica bizantina, es
menester trasladarnos, ya que el edificio carece á los pies de
fachada (i), á la otra lateral del mediodía llamada del Obispo
por estar frente á la entrada de su palacio. Vese allí sobre una
escalinata la puerta de plena cimbra, los cortos fustes cilindricos,
los capiteles de abultadas hojas, el cuádruple arquivolto decre-
cente orlado de lóbulos ó colgadizos, de cuya unión por los ex-
tremos resultan círculos hondamente trepados. En los medios
puntos de los arcos colaterales resaltan dos relieves : á la dere-
cha la Virgen con el niño Jesús en su regazo adorado por dos
ángeles, á la izquierda dos figuras que representan sin duda á
los apóstoles según el nombre de PatUus. que en el libro del
cultura y coaocimientos arqueológicos á los muchos viajeros que con el alicieDte
del ferro-carril pasan á visitar la perla del siglo xii.
(i) Que un tiempo la hubo hacen sospecharlo las ventanas y labradas ménsu-
las que asoman por fuera y se demuestran dentro de la capilla del Cardenal,
ZAMORA
Catedral.— Puerta del Obispo
1
*
CATEDRAL. — Dbtallbs de la Puerta d
582 ZAMORA
uno se lee; en los vanos se notan, aunque bastante desgastados,
dragones, flores y diversos caprichos en sendos casetones. So-
bre dichos arcos se abre una estrella lobulada dentro de cua-
drada moldura; sobre el ingreso corre una galería figurada de
cinco ventanas como las ya descritas. Encierran esta portada
dos altas columnas de anchas estrías y capitel almenado, á cuya
altura avanza la cornisa de arquería trilobada que continúa á lo
largo de las naves, y en el remate se diseña entre dos menores
un grande arco con una ventana en el centro. ¡Cuántas veces y
á todas horas, á la luz del día y en la oscuridad de la noche,
nos detuvimos á leer aquella página monumental, que tanto dice
con su silencio, suaviza tanto con su tristeza!
Si no constase que la catedral entera se hizo en veintitrés
años, de 1 151 á 1 174, con poco vista celeridad, nos sentiríamos
tentados á creer algo posterior la estructura de sus naves á
causa de la ojiva bien desenvuelta, aunque algo reentrante á los
extremos, que campea así en los arcos de las bóvedas como en
los de comunicación, marcando ya la proximidad del siglo xiii.
Por lo demás las proporciones de dichas naves no muy altas ni
muy preeminente sobre las menores la principal, los grupos de
columnas pegados á los gruesos pilares sin más escultura en sus
capiteles que rudas almenas, la robustez en suma y la austeridad
del conjunto, guardan completo y sin mezcla el carácter bizan-
tino ; y bien que las ventanas semicirculares carezcan de su pe-
culiar ornato y la luz no penetre al través de pintados vidrios,
mantiene religiosa oscuridad el venerable y genuino color de los
sillares. El mayor triunfo del ignorado arquitecto está en el gen-
til cimborio levantado en medio del crucero sobre arcos torales
ojivos como los demás ; tanta es la gracia de su torneada cir-
cunferencia, la esplendidez de sus diez y seis ventanas, y la ele-
gancia con que los arcos arrancan de los labrados capiteles de
otras tantas columnas á reunirse en la clave central.
Tan sólo -hacia la cabecera aparece modificada la disposición
del templo, y al reedificarse á últimos del siglo xv la capilla
CATEDRAL.-FACHAI
584 ZAMORA
mayor, fué sin duda cuando se duplicó con otra arcada la an-
chura de los brazos del crucero, agregándoles el espacio que
debieron ocupar los ábsides laterales. Distingüese esta adición
por su pronunciado estilo gótico, por sus agudas ojivas, y por
la crucería y aristas doradas de sus tres bóvedas, mostrando un
grande escudo imperial en su clave la bóveda del medio, que
fué destinada á presbiterio, cerrando con alta reja los tres arcos,
para compensar la escasa profundidad dada á la capilla mayor,
cuyo techo describe media estrella. El promovedor de la nueva
obra fué el obispo Diego Meléndez Valdés, que detenido en
Roma por su cargo de mayordomo pontificio, sin haber visitado
su iglesia de Zamora en los años que la regió desde 1496 has-
ta 1506, empleó al menos en provecho de ella las pingües ren-
tas que le producía. Sus blasones de cinco lises resplandecen en
la primorosa reja, acompañada de dos pulpitos cuyo pié y ante-
pecho forman menudas redes de follaje en hierro sobredorado;
y acaso usaba por divisa la sentencia escrita á la entrada en gó-
ticos caracteres : d cualquier ctunta es loco el que mucho presume
de si ligeramente^ cahe el vanaglorioso. Las reformas alcanzaron
al interior de las puertas situadas á los extremos del crucero
primitivo, orlando la del mediodía con hojas de cardo y de pám-
panos muy delicadas, y la del norte con calados colgadizos de
grifos y de candelabros, ciñéndolas á entrambas en su parte
. superior con una balaustrada de piedra, detrás de la cual se
asienta en la primera el órgano y el reloj en la segunda.
Poco se aviene con la arquitectura de la capilla y menos aún
con la general del edificio el moderno retablo, vaciado en el
molde de D. Ventura Rodríguez, por más que brillen en su línea
las cuatro columnas de rosado jaspe con sus dorados capiteles
corintios, y el medallón principal de mármol blanco de Carrara
encerrado en el arco de medio punto. Representa la transfigu-
ración del Salvador con más acierto en las figuras de los após-
toles que en los personajes del centro ; en el ático se leen las
palabras hic est filius meus dilectus^ y en lo más alto asoma en
ZAMORA 585 .
actitud de contemplar á su unigénito el Padre Eterno que las
pronunció : las estatuas puestas en los intercolumnios y las sen-
tadas en el segundo cuerpo no pasan de la medianía. Mezquinos
y de mal gusto son los dos retablos colaterales situados fuera
de la capilla. Sepulcros no hay otros en aquel recinto que el del
insigne conde Ponce de Cabrera, cuya estatua cubierta de arma-
dura y con el casco en el suelo ora de rodillas, sobre una peana
arrimada al pilar derecho de la reja, debajo de un doselete gó-
tico de la decadencia, reemplazando tal vez alguna memoria más
antigua (i).
Al prelado Meléndez Valdés es debida también la construc-
ción del coro debajo de las dos bóvedas de la nave mayor más
cercanas al crucero ; el mismo gusto y primor se advierte en su
reja que en la del presbiterio, el mismo escudo de armas en ella
y en el trascoro. De humor alegre, de fecunda y retozona fan-
tasía debió ser el artífice que en el reverso y en los brazos de
los asientos esculpió mil picantes apólogos, mil raras caricaturas
y transparentes alegorías, algunas en verdad sobrado licencio-
sas. Con su inventiva rivalizaba su destreza, y pocas catedrales
pueden ostentar esculturas como los bustos de patriarcas y pro-
fetas que hay en los respaldos de la sillería baja, como los san-
tos de uno y otro sexo entallados en la alta, y el Redentor y los
apóstoles que ocupan el muro del testero : las caladas barandi-
llas de las escaleras de comunicación ofrecen en sus ángulos
grupos de columnas, imágenes y doseletes. Menos hábil se de-
nota la mano que en los casetones del friso superior labró folla-
jes y variados caprichos; pero la orla en que termina de trepa-
dos arabescos, y los aéreos pináculos de la silla episcopal y de
las dos contiguas á la entrada, no desmerecen de la delicadeza
y gracia del estilo. Parecidas galas despliegan tres arcos en el
trascoro, los del extremo cobijando dos puertas, el del centro
(1) La inscripción parece anterior á la estatua, como advertimos atrás al co-
piarla, pág. 554.
74
<;86 ZAMORA
una pintura en tabla donde legiones de bienaventurados rodean
sentadas el trono del Salvador.
No abundan en la iglesia de Zamora, á pesar de su antigüe-
dad, las memorias sepulcrales de la Edad media, y las que hay
se reducen á meras lápidas, renovadas casi todas. Ilustres y nu-
merosos entierros llenaban el primitivo claustro, y los restos
salvados del voraz incendio de 1591 se depositaron juntos al
pié de la cerca exterior del coro á la parte del evangelio. Al
lado de la losa que lo recuerda (i) se ve la del deán D. Gómez
Martínez que en 1350 legó cuantiosa hacienda para aniversa-
rios (2), en el respaldo opuesto otra del chantre D. Juan Alonso
del Busto, fallecido en 1425 (3), y en la nave lateral de la epís-
tola las de un alcalde de rey y de un abad de Sancti Spiritus á
principios de la misma centuria (4). De los obispos no quedan
labradas urnas ni yacientes efigies, pero sí la mención del infati-
gable Esteban, fundador y consagrador del templo, perpetuada
por Guillermo, su sucesor, en la inscripción colocada sobre la
puerta del norte (5), y en los costados de la de mediodía dentro
(i) Dice así: Corpora illustrium utriusque sexus^ in sepulchris claustri veteris
reperta anno incendii i 59 1 , honorifice conduniur hic anno 1 62 1 . Entre dichos res-
tos refiere la tradición que se encontró un brazo de Arias Gonzalo.
(2) Esta inscripción curiosa en detalles presenta un pasaje algo difícil que por
la premura del tiempo y por su corta importancia dejamos de llenar: «Aquí ant
este altar yaz don Gómez Ms deán de Qamora; dexó por su alma al cabildo las sus
casas que son en la rúa de Mercadillo e en Andavias el palacio, otras casas de al-
quiler, unas viñas en Penedo, dos yugos de buis aliñados con un prado, un palom-
bar en Palacios, IIII yugos de buis los dos aliñados, III piados en S. Frontes, XXVI
pares de casas fechas^ III cortezielas, todo lo qual en esto an á dar cada
año ce maravedís á un capellán que diga misa aquí en esta capilla VI misas cada
semana, dos en S. Frontes, e anle de fazer el cabildo por siempre cada mes media-
do un aniversario, e finó sábado IIII dias de novembrio era de mili e CCCLXXX e
ocho añosl»
(3) «Aquí en el suelo, dice, delante deste altar yaze don Juan A. del Busto
chantre desta iglesia que Dios perdone, e finó dgo. (domingo) á tres dias por andar
de jullio año del Señor de mili e quatrocientos e veinte e cinco años. O tu leedor
di Pater noster por mí que Dios perdone á tí e á mí.»
(4) En dichas lápidas, ambas renovadas, se lee : «Aquí yace Lope Ro.* (Rodrí-
guez) de Olivares alcalde del rey e oydor en la su audiencia, finó año 1402.— Aquí
yace Al.° García abad de S. Spiritus y canónigo de esta Sta. iglesia, falleció á 20 de
mayo de 1409.»
(5) En la pág. 553 transcribimos ya esta interesantísima inscripción.
ZAMORA 587
dos lucillos sobre fondo dorado los epitafios de Pedro el prime-
ro y de Suero Pérez (i), á los cuales acompañan no muy distan-
tes los de Pedro el segundo y de Bernardo restaurador de la
sede zamorana (2). ¡Ah! también allí como en Falencia se ha
añadido desde nuestra visita otro epitafio de un buen amigo y
de un prelado virtuoso, también allí reclama de nosotros una
oración y una lágrima la tumba de D. Rafael Manso, de recuer-
do tan honroso para Villamayor de Campos su patria, tan dulce
para Salamanca, teatro de su carrera, tan venerable para Ma-
llorca su primera silla, hombre en quien competían la ingenuidad
y llaneza de carácter y el más absoluto desprendimiento con la
mayor fortaleza del celo episcopal (3).
Á los pies de las naves en lugar de puertas, como en las
catedrales suele haberlas, se abren tres capillas, de las cuales la
del medio dedicada á San Ildefonso, lleva el nombre del carde-
nal su fundador. Fué D. Juan de Mella, hijo y prelado de Zamo-
ra, donde nació en 1397, fiel é insigne servidor de los papas
Eugenio IV y Calixto III que le confirió el capelo con el título
de Santa Prisca, y agregado á la corte pontificia residió y murió
en Roma á 13 de Octubre de 1467 lejos de su patria y diócesis,
gobernada en ausencia suya por su hermano fray Fernando,
obispo de Lidda en Palestina. No alcanzó á mancillar sus blaso-
nes la apostasía de otro hermano religioso de San Francisco,
llamado fray Alonso, que renovando en Durango la secta de los
(i) He aquí su contenido : Hicj'acei dom, Petrus^ primus hn/us nomintSf episco-
pus Zamorensis et familiar is regis Ferdinandi qui Hispalim á Mauris cepita obiii
anno 1254.— //íc jacet dom. Suerus Pérez eps, Zamorensis^ cuj'us tempore corpus
S. Ilde/onsi archiepi. Toletani divinitus inveniumfuit in eccla. S. Petri huj'us civita-
tiSy obiit anno 1 286.
(2) El de D. Bernardo colocado en la nave de la epístola dice : Hic j'acei dom,
Bernardus primus eps. Zamorensis de modernis, ob, anno 1 149. tn la nave opuesta,
si mal no recordamos, está el de otro Pedro, renovado como los anteriores : Hic
jacet dom. PetruSy hto'us nominis secundus^ eps. Zamorensis^ obiit anno 1302.
(3) Bien consigna las culminantes virtudes del Sr. Manso, su caridad y su la-
boriosidad, el conciso epitafio que se le puso : D. D. Raphael Manso episcopus Za-
morensis, vir doctrina ac largitate in pauperes prceclarus,^ quem Deus ad latorum
prcemia quinto k alendas januarii ann. MDCCCLXH evocavit, j'acet hic R. I. P.
588 ZAMORA
Fratricelos, para evitar la hoguera dio consigo en Granada con
varias cómplices y víctimas de su libertinaje, y recibió allí de los
moros no menos cruel suplicio (i). El monumento más notable
que legó el cardenal á su iglesia fué la citada capilla, aunque las
labores del renacimiento mezcladas con las góticas en el arco de
la portada indican haberse construido después de su muerte:
consta de dos bóvedas labradas de crucería, y en los muros, así
como en las tablas del precioso retablo colocado á la derecha
del espectador, figuran pasajes de la vida de San Ildefonso. Re-
presentan las tres del primer cuerpo la investidura de la celeste
casulla, la aparición de Santa Leocadia y otro hecho del santo;
las del segundo el Calvario, el bautismo de Jesús y la degolla-
ción del Bautista; á cada una sirven de marco dorados arabes-
cos, y graciosas pulseras á todo el retablo, en el cual se lee el
nombre del autor de aquellas pinturas, el insigne Fernando Ga-
llego, si es que no lo ha adivinado ya el conocedor de su pincel
privilegiado entre los de su época. Entre las numerosas sepul-
turas que contiene la capilla, no se lee el apellido del fundador
sino en la del regidor Luís de Mella y Vázquez, fallecido en 1523;
las demás pertenecen á la familia de Romero, ligada tal vez por
estrechos vínculos con la del cardenal. Alvaro, que finó en 1470,
yace dentro de un nicho orlado de colgadizos con un paje á los
pies reclinado sobre su casco (2) ; la efigie de Pedro, de quien
en 1508 enviudó Beatriz de Reinoso, resalta en la delantera de
la tumba ; siguen las lápidas de Sancho y Pedro, patronos de la
(i) De este suceso acaecido hacia el 1442 hacen mención la crónica de Juan II,
Garibay y Mariana. « Hízose inquisición, dice éste, de los que se hallaron inficio-
nados con aquel error; muchos fueron puestos á cuestión de tormento y los mas
quemados vivos. Era el capitán de todos... fray Alonso Mella; éste por miedo del
castigo se huyó á Granada con muchas mozuelas que llevó consigo, que pasaron
la vida torpemente entre los bárbaros. E\ mismo, no se sabe por qué causa, pero
fué acañavereado por los moros, muerte conforme á la vida y secta que siguió.»
(2) En un tarjetón de la urna se lee: «Aquí yace el honrado cavallero Alvaro
Romero, que murió á VIII dias de julio año de mili CCCCLXX.» El otro sepulcro
es «del honrado cavallero Pedro Romero que murió á i 3 diciembre de 1 508 y de
la honrada y devota dueña Beatriz de Reinoso su muger que murió á 10 ene-
ro I 530.»
Z A M o R A 589
capilla, de Velasco, canónigo de Córdoba, y de Juan, maestre
escuela de Zamora y capellán mayor, muerto aquél en 1 507 y
éste en 1548. Ocupa el puesto de honor en el testero debajo de
un arco guarnecido de follajes la urna alabastrina de otro Juan
Romero, predecesor en la dignidad del ya nombrado, cuyo fren-
te reproduce la imagen del difunto orando ante la Virgen, y al
pié de la cual juguetean lindos perros (i). La espaciosa sacristía
encierra apreciables cuadros de apóstoles y de batallas del pue-
blo de Dios.
Á San Juan evangelista erigió la capilla inmediata de la nave
de la epístola el canónigo Juan de Grado que otorgó en 1507
su testamento, y en época tan avanzada halló todavía quien
obrara una maravilla de gótica delicadeza. La cajonería oculta
casi las labores de su túmulo de alabastro, pero no su bellísima
estatua vestida de casulla ricamente bordada, con el cáliz en la
mano, acompañada de un clérigo que reza las últimas preces y
de un ángel que acoge el alma del fínado (2). Donde más luce
•
el primor de la escultura es en la hornacina superior dispuesta
á manera de retablo : los gentiles colgantes del arco de medio
punto, los afiligranados botareles, las imágenes de San Pedro y
San Pablo, las expresivas figuras que, cada cual en su repisa,
forman encima del arco la escena completa del Calvario, los án-
geles que recogen en cálices la sangre del Redentor y otros dos
que suspendidos del arquivolto llevan los clavos y el martillo,
parecen trabajados en cera, tal es el color y la blandura de la
piedra. Dentro del nicho aparece, de tamaño menor que el natu-
ral, un anciano de larga barba recostado en el lecho mortuorio,
apoyando sobre la mano su coronada cabeza, admirable por su
mórbida actitud y por los exquisitos pliegues de su ropaje y su-
(i) Htcjacet, dice el epitañOy dom. Joannes Romero scolasiícus el canonicus hu-
jus eccle. istiusque capelle major capellanuSj obiit anno Dominimill. quingent. XXXl^
die vero XX mensis februarii,
(2) Hay el siguiente rótulo : « Sepultura del doctor Juan de Grado, canónigo
de esta iglesia, el qual restauró esta capilla e la dotó de dos capellanes perpe-
tuos.»
590 ZAMORA
dario. Difícil sería averiguar á quién representa, si no le desig-
nara como á uno de los primeros progenitores de la Virgen
Madre, tal vez Adán, Abraham ó Jesé, el árbol genealógico que
arrancando del féretro despliega con incomparable gracia sus
vastagos y brota doce monarcas de Judá entre ellos el rey pro-
feta, ostentando en su cima á María reina del universo.
Muy atrás se quedó el cincel del renacimiento en las cariá-
tides con que adornó los entierros de la capilla de San Miguel
colateral á la de San Juan, y en los tendidos bultos de dos canó-
nigos de un mismo nombre, Fernando de Balbas, que con el
intervalo de medio siglo los ocuparon (i). Nada de notable
ofrecen las capillas de los costados, á lio ser la de San Bernardo
en la nave izquierda, fundada á mediados del xiv por el obispo
D. Alonso de Valencia para su sepultura, y reedificada el xvi
por el canciller Francisco de Valencia, cuyos servicios guerre-
ros y diplomáticos enumera una prolija inscripción (2). De esta
renovación datan la reja y la portada con sus abalaustradas
columnas y sus estatuas poco dignas del apogeo de las artes.
Una joya posee la sacristía, y es la finísima custodia, obra
del gótico estilo en su mayor eflorescencia, sutil y mágico con-
junto de arbotantes, agujas y doseletes, cuajada de imágenes
de santos y profetas, y en los pedestales llena de calados relie-
ves y trofeos alusivos á la Pasión ó á la Eucaristía. En el tem-
plete exágono del primer cuerpo, que encierra un viril más pre-
( I ) El uno de los epitafios es de Fernando Martínez de Balbas que murió en i 2
de Mayo de i 5 18, el otro de Fernando de Balbas que restauró la capilla y la dotó
de dos capellanes, fallecido en 10 de Marzo de 1 564. Éste debió ser el canónigo
exceptuado de la amnistía por comunero en 1522.
(a) Diego de Valencia y Teresa de Guzmán fueron, según la lápida, los padres
de este D. Francisco, bailío de Lora, que acompañó á Carlos V en sus guerras de
Alemania y á Felipe II en la batalla de San Quintín, que enviado por el duque de
Alba fortificó á Dunkerque, que concluyó paces en calidad de embajador con el
rey de Túnez, que fué al socorro de Malta y sirvió en la guerra de Portugal y mu-
rió en 2 I de Octubre de 1606. Está la losa dentro de un nicho con pilastras en el
fondo de la capilla. En medio de ésta no existe ya el magnífico enterramiento del
prelado de que habla Fernández Duro, y si es exacta la copia que trae del epitafio,
contenía el error inexplicable de hacer al obispo biznieto del rey Sancho, y padre
á éste deHnfante D. Juan, que no era sino su hermano.
ZAMORA
592 ZAMORA
cioso todavía, figuran sentados en derredor de la hostia los
doce apóstoles, en los cuerpos superiores la Virgen encima de
un árbol, San Atilano y el Salvador: el zócalo es de distinto
carácter y lleva la fecha de 1598. Á su riqueza da más realce
la suntuosa gradería de plata con que en las grandes solemni-
dades se cubre el altar mayor.
El claustro que precedió inmediatamente al actual greco-
romano no era ya el primitivo. Para reedificarlo concedió Alfon-
so IX algunas rentas en 1 206, época de transición la más pro-
picia al arte: ¿correspondía á ella la arquitectura? Es de presu-
mir, aunque nada se sabe de fijo. Contenía diversas capillas, una
de ellas la de Santa Ana, cedida en 1431 á los Valencias en
cambio de otra inmediata á la de Santa Catalina, la cual hubo
de deshacerse por el estorbo que causaba (i). Las llamas que
en 1 591 lo redujeron á cenizas, juntamente con la librería y el
archivo, hacen su pérdida menos sensible que si se debiera á
gratuito capricho; y fuerza es confesar que no carecen de ele-
gancia los arcos dóricos, medias cañas y labrada cornisa de sus
galerías reedificadas desde los cimientos, obra ejecutada bajo
la dirección de Juan Gómez de Mora por el maestro Fernando
de Nates, y terminada en 1621.
En ninguna ciudad acaso como en Zamora escolta á la cate-
dral una comitiva de parroquias tan copiosa é interesante. A
veintitrés asciende aún hoy su número, sin contar algunas que
tiempo há desaparecieron, tales como San Martín el pequeñino^
Santa Olalla del Burgo y San Miguel de la Cabana (2). Ocu-
( 1 ) Consta la avenencia del cabildo con el regidor Juan de Valencia para dicho
trueque y para la traslación de dos bultos sepulcrales.
(2) Dicha parroquia de San Miguel pertenecía á la orden del Temple, si bien
debía ser regida por sacerdote del clero secular conforme á la excepción acordada
en una avenencia del año i 241 entre el cabildo y el maestre, en cuya reserva fue-
ron también comprendidas las de Santa María la Nueva de Toro y Santa María de
Villabarba: en 1 599 fué unida á la de San Salvador, y trasladada al convento de
benedictinos una famosa cruz de carne que allí se veneraba, aparecida según tra-
dición durante cierta peste. Santa Olalla existía ya en 1 220 en que el obispo Mar-
tín hizo concordia con sus feligreses sobre presentación de beneficios, y sustituyó
ZAMORA 593
paba la primera la plaza contigua á la iglesia mayor, la segun-
da el mercado del trigo y la tercera las inmediaciones de San
Salvador de la Vid á la cual fué incorporada: las dos últimas
se hallaban en los primitivos arrabales encerrados posterior-
mente dentro del nuevo recinto. Otras iglesias había en las
afueras en clase de santuarios á semejanza de Santiago, llama-
do antiguamente de las Eras (i), y por las lecciones de San
Atilano conocemos la de San Vicente de CornUy vecina al Se-
pulcro, y la de San Lorenzo al otro lado del puente (2).
Obtiene entre las parroquias cierta primacía la de San Pe-
dro, no por haber sido catedral antes que la presente como sin
fundamento se asegura (3), sino por los santos cuerpos de San
Ildefonso y San Atilano que se gloría de poseer. Cuéntase que
un pastor de los montes de Toledo, llamado Pedro Domínguez,
vino á Zamora ^n tiempo del obispo Esteban á manifestar el
sitio de aquellos venerados despojos que decía habérsele reve-
lado por el cielo ; nadie dio crédito á sus palabras ni á las de
otro pastor por nombre Pascual, que movido por una aparición
de la Virgen del Viso hizo un siglo después análoga excitación.
Había llegado empero el plazo de arriba señalado para el gran
descubrimiento, año de 1260, ocupando la silla Suero Pérez; y
al ensanchar la iglesia de San Pedro salió á la luz una urna de
á la iglesia parroquial de San Andrés mientras que ocuparon ésta los jesuítas.
San Martín, hoy refundida en la catedral, permaneció hasta época muy reciente.
(i) Según documento del año 1 144 fué dada al cabildo por Diego Romaniz y
Mayor Pérez su mujer la cuarta parte de esta iglesia de Santiago situada al oeste
en el arrabal junto á la puerta de Santa Columba. En 1 1 76 y 1 178 constan otras
donaciones hechas por García Garcés y su hermana María y por Pedro y Teresa
López de cuánto les pertenecía en aquella. De la ermita de Santiago hablamos
pág. 548.
(2) Junto á la ciudad en el lugar llamado Campluma, á fines del siglo xii, dio
licencia el obispo Guillermo al maestre de Santiago, Fernando Díaz, para edificar
una iglesia de Santa Susana, reservándose la tercera parte de los diezmos. El pri-
vilegio de Veremundo II, citado pág. 540, menciona un templo de Santa Leocadia
dentro de la ciudad nueva, existente á últimos del siglo x.
(3) Contra la afirmación de fray Juan Gil de Zamora, autor de poco crédito
aunque del siglo xiv, están otros historiadores más antiguos que titulan de San
Salvador á la iglesia erigida por Alfonso 111, y documentos del xi y xii que con-
firman esta primitiva advocación.
75
594 ZAMORA
piedra con este rótulo: patris Ildephonsi archiepiscopi Toletani.
Añádese que fué confirmada con portentos la verdad del hallaz-
go, recobrando la vista ante las desenterradas reliquias un cie-
go de Lugo, á quien se lo había predicho el santo y aparecido
por tres veces en el sepulcro de San Vicente de Ávila, de San
Gerardo de Braga y de Santiago de Compostela. Cómo vinie-
ron á parar en Zamora las augustas cenizas del doctor más
insigne de la iglesia goda, salvadas sin duda de la invasión sa-
rracena por los fieles, y cómo quedaron ignoradas durante los
primeros siglos de la restauración cristiana, es cosa no fácil de
explicar, ni tampoco el que junto á su tumba se encontrara al
pié de un antiquísimo altar de la Virgen la del bienaventurado
obispo coetáneo de Alfonso III. Unos y otros restos por temor
á piadosos hurtos se depositaron nuevamente en paraje escon-
dido, precaución que no impidió, según se dice* á un sacerdote
de Toledo llevarse á su iglesia la cabeza de San Atilano pen-
sando sustraer la del inmortal arzobispo. La devoción sin em-
bargo tomó grandes creces, la parroquia añadió á su título de
San Pedro el de San Ildefonso, principalmente desde que á
últimos del siglo xv fué casi del todo reedificada á expensas
del dadivoso obispo Meléndez Valdés. Abriéronse en 1427 las
sagradas urnas para Juan II, en 1522 para Carlos V, en 1554
para el príncipe D. Felipe, en 1602 para Felipe III, en cuyo
reinado instó con el pontífice el conde de Fuentes, gobernador
de Milán, para erigir en colegiata la parroquia reservándose su
patronato perpetuo y derecho de sepultura, proyecto que se
frustró por obstáculos imprevistos.
De la primitiva fábrica del templo anterior al venturoso
hallazgo quedan por vestigios el pequeño ábside de la epístola
colateral á la capilla de la Concepción, una ventana ojiva en la
fachada principal y una tapiada puerta en el flanco izquierdo,
levantada como dos varas sobre el actual nivel de la calle, cuyo
triple arquivolto de medio punto sostenido por columnas bizan-
tinas guarnecen trepados iguales á los de la puerta del Obispo
ZAMORA 595
en la catedral ; á su lado se reconoce una galería también cerra-
da. La nave se reconstruyó en el postrer período del arte gó
tico, según denotan las bóvedas de crucería, las ventanas, los
pilares cilindricos en que apoyan los rebajados arcos; y lo corta
que se quedó respecto de su anchura hace presumir que no
llegó á su complemento. En 26 de Mayo de 1496, dice la ins-
cripción, se elevaron los cuerpos de San Ildefonso y de .San
Atilano -encima del arco que cortando á media altura la ojiva
de la capilla mayor sirve de dosel al retablo; pero las estatuas
y adornos de aquella portada, y el tabernáculo que cobija las
dos urnas, corresponden á época más reciente y más desgra-
ciada para el buen gusto, al siglo xvii. Esta segunda renova-
ción no perdonó los portales ni la cuadrada torre ; quitó del
medio de la nave las antiguas sepulturas (i), y en las paredes
y cimborio de una capilla colateral á la sacristía hizo alarde de
barrocos caprichos.
No de ahora sino de siete siglos atrás lleva el dictado de
Nueva la parroquia de Santa María, llamada de la Abadía por
otro nombre como regida un tiempo por abades (2). Sin duda
alcanzaron á ver la furiosa sedición y terrible incendio de 1 158
aquella puerta lateral de leve herradura y aquel torneado ábsi^
de revestido por fuera de arcos semicirculares, de columna$
(1) Empotrada de plano en la pared izquierda se ve una grande y tosca esta-
tua de largo cuello, con espada y ropa talar, cuyo epitafío dice : Obiit famulus Dei-
Petrus de Mera pater Fernandi ijyo annos : profter tutnuli imj>edimentum transía-
tum futí Corpus de medio majoris capelle ubijacebai. Enfrente hay otro bulto seme-
jante con este letrero: «Aquí yacen los onrados caballeros Juan y Antonio de As-
pariegos año de 1407.» Más reciente aunque todavía ojival es otro entierro á la
entrada de la sacristía con dos estatuas, la del padre de relieve entero y arrodilla-
da en el fondo del nicho, la del hijo tendida y vistiendo armadura con gorra en la
cabeza y el casco á los pies; debajo se lee en caracteres góticos : «Aquí yacen los
onrados cavalleros P. de Ayala el qual fundó esta capilla, e Juan de Ayala de Nie-
11a su hijo, el que dexó en esta capilla perpetuamente la misa que se dize á las X
e XI oras, e dexó mas su azicnda al ospital de Sant Elifonso para curar los pobres,
falleció á XXV de abril año de MDXXX años.n La adornada capilla de enfrente,
contiene á cada lado dos hornacinas con pilastras y frontispicio y efigies de ro-
dillas.
(2) En 1 200 lo era Romano, del cual hemos visto una concordia con Pedro,
abad del monasterio de Peleas que se llamó después Valparaíso.
59^ ZAMORA
exentas y de molduras ajedrezadas ; y todavía se muestra el
agujero por donde se dice salió la Hostia trasladándose porten-
tosamente á otra iglesia contigua (i). La desmochada torre
asienta á los pies del edificio sobre una capilla, y á un lado de
ella se observa otra puerta macizada y una ventana bizantina.
El interior del templo cubierto de apuntadas bóvedas disimula
con el moderno revoque su antigüedad^ si bien conserva un ar-
mario destinado á archivo de la hermandad de los nobles, y una
vetusta pila bautismal esculpida al rededor con figuras en sen-
dos nichos.
¿Dónde hallar en el género románico una joya más brillante
y completa que la Magdalena de Zamora, y que en su extraño
lujo semi-oriental mejor revele el carácter de las obras de los
templarios.? Fuélo en realidad, como dependiente de otra pa-
rroquia que en la misma ciudad poseían titulada Santa María de
Horta y que á pesar de ser la matriz dista mucho de presentar
igual magnificencia. Aislada del caserío, rodeada de espacio y
desahogo, luce por todos lados la Magdalena sus robustos con-
trafuertes, sus ricos y variados canecillos, sus ventanas de me-
dio punto partidas muchas por un grueso pilar en dos ojivas,
sus claraboyas bordadas de calados círculos, á su cabecera el
gallardo ábside con todas las galas de aquel estilo, á sus pies
la ancha torre truncada como tantas otras, con una antigua
espadaña. Tapiado el portal derecho hacia el paseo de San
Martín, sólo le queda el izquierdo, ante el cual se detiene el
viajero sorprendido al cruzar la transitada plazuela, porque en
verdad son de admirar los preciosos capiteles de sus ocho co-
lumnas y las bellísimas hojas primorosamente plegadas y entre-
tejidas que festonean sus cuatro arcos decrecentes, desde el
mayor sembrado de cabecitas hasta el último angrelado y cu-
(i) Era ésta se dice la parroquial de San Martin donde estaban antes las Due-
ñas, pero la fundación de ellas es casi un siglo posterior á dicho suceso. Según
otra versión no se movió la Hostia de aquel rincón adonde no llegaron las llamas.
Véase atrás, pág. 554.
ZAMORA
Iglesia de la Magdalena
e
ZAMORA 597
I
u
bierto de florones. Una cornisa de delicado follaje ciñe esta
portada, florida y risueña, si no le imprimiesen cierta melancó-
lica gravedad cuatro lucillos sepulcrales abiertos á su lado.
Las columnitas arrimadas á los muros indican que la nave
de la Magdalena tuvo bóvedas en vez de su actual techumbre
de madera. A la capilla mayor alta y estrecha introducen suce-
sivamente dos arcos, el primero ligeramente apuntado y soste-
nido por columnas, el segundo semicircular y aun algo reen-
trante que descansa sobre cuadrados pilares fasciculados,
mostrando una claraboya encima de su clave y un letrero al
rededor del arquivolto (i); pero esta inscripción, referente al
patronato y al fallecimiento de una noble dania en el siglo xv,
es muy posterior á la construcción del ábside puramente bizan-
tino. En los entrepaños de las columnas, que suben á recibir las
aristas del cascarón, hay suntuosas ventanas cegadas en el día
y debajo de ellas ciertos nichos, uno de ellos más pequeño y
orlado de arabescos á la parte de la epístola destinado al pare-
cer para las vinajeras: hasta el barroco retablo se esfuerza en
tomar allí aires de gentileza y cuida de no ocultar las elegantes
formas de la arquitectura. La nave no contiene más capillas que
dos arcos de medio punto que avanzan á los lados de la mayor,
cuyas columnas han desaparecido, excepto dos estriadas en es-
piral, dejando sólo. los capiteles y ricas impostas; encima tal vez
existieron tribunas. A la parte del evangelio sigue más abajó un
magnífico sepulcro, sobre el cual levantan una especie de pabe-
llón cinco columnas también estriadas, notable por los fantásti-
cos grupos de esfinges y dragones esculpidos en sus capiteles y
trebolada arquería, y por la corona de aspilleradas torres en
que remata. En la cubierta del féretro se advierte una labrada
cruz, en el fondo una tosca estatua de pequeñas dimensiones,
( I ) Está en caracteres floreados y dice así : « Esta capilla es del noble cavallero
don Juan de Acuña que Dios aya e de la señora doña Marina Enriques su muger e
los que dellos descendieren, la qual dotó dicha señora e después del señor morió
último dia de marzo de mil CCCCLXXX.»
598 ZAMORA
cubierta de armadura y tendida en el lecho funeral, cuya alma
figura más arriba llevada por dos ángeles y acompañada de
otros dos que agitan incensarios ; pero ni la fecha de este mau-
soleo, probablemente del siglo xiii, ni el nombre del difunto,
templario tal vez, aparecen en parte alguna de la obra.
Aunque no con tanto esplendor, en las demás parroquias
hallaremos marcada la misma fusión bizantino-gótica, sin atre-
vernos á decidir cuál de los dos géneros predomina. En el exte-
rior de San Isidoro cercana á la catedral se combina el portal
apuntado con la ventana semicircular. En la fachada principal
de San Juan vemos asomar por cima de la moderna portada
una grande ojiva con diversas molduras, mientras que en la
puerta lateral el profundo arco de plena cimbra tachonado de
gruesos florones gravita sobre grupos de columnas cuyos fustes
se entortijan ó forman curiosas trenzas: la iglesia consta de tres
naves iguales en altura sostenidas por anchos arcos bocelados,
y la capilla mayor y sus colaterales llevan bóvedas de crucería.
Asiéntase dicha parroquia junto á la plaza donde existía en el
siglo XII la puerta Nueva del anterior recinto ; y en su antigua
torre cubierta con una aguja de pizarra están el reloj de la ciu-
dad y una veleta en forma de jinete armado, calada la visera y
tremolando la enseña vencedora; denomínala el pueblo Pero
MatOy estableciendo entre él y la Gobierna del puente relacio-
nes misteriosas (i). El concierto formado por la campana del
reloj y por la de la Queda era en las grandes fiestas uno de los
característicos regocijos, que dio margen al proverbio: reloj y
campana — -fiesta Zamorana,
La unidad arquitectónica de la torre de San Juan debió de
(i) La actual figura, prescindiendo de si hubo otra anterior, parece datar
del 1 642 y que su autor fué el rejero Pedro de Sepúlveda ; en 1 686 se le aplicaba
ya el mote de Pero Mato, en cuya etimología tanta erudición se ha consumido.
Apellido fué en los siglos xvi y xvii de familia no oscura, así en Zamora como en
otras poblaciones ; y las Memorias del Sr. Fernández Duro reproducen la historia
de un médico de Córdoba así llamado, que lo fué de su honra dando muerte á su
mujer.
ZAMORA 599
sufrir naturalmente con la colocación del reloj y con las mudan-
zas y frecuentes reparaciones á que ha dado margen ; no así la
de San Vicente, que se levanta con severa majestad, abriendo
por sus cuatro lados tres órdenes de ojivas con anchos marcos
de molduras, y no la desdora su chapitel aunque moderno: el
portal románico, no bien acorde con el interior del templo, riva-
liza con el de la Magdalena y lo vence quizá en la incomparable
gracia de los follajes que engalanan sus capiteles y dovelas.
Renovada toda menos en el gótico ingreso se presenta San
Bartolomé, humilde y techada de madera San Antolín, entram-
bas muy reducidas ; pero la capilla mayor de la segunda cons-
truida según el estilo del siglo xv encierra una imagen de nues-
tra Señora, que se dice aparecida al rey Sancho el Mayor en la
cueva del santo patrono de Falencia, y traída por los palentinos
en el año 1062 para defender á Zamora de cierta embestida de
los sarracenos en virtud de la hermandad que tenían las dos
ciudades; uno y otro hecho á cual más dudoso están represen-
tados en pintura. La efigie dista de parecer antigua, y opinamos
que su historia se confunde con la de la Virgen de la Iniesta,
depositada en aquella parroquia ínterin que Sancho IV le hacía
fabricar un templo en el lugar de su aparición. Cerca de San
Antolín ofrece San Esteban sus dos portadas laterales de ca-
rácter bizantino y su exterior flanqueado de machones y ceñido
de canecillos: en vez de formar ábside la capilla mayor lleva á
su espalda una bella ventana de medio punto, pero la nave de
bajas ojivas nada contiene de notable sino la lápida que
en 1305 hizo poner á su madre un obispo de Ciudad Rodri-
go (O-
San Andrés es una excepción del tipo general de sus com-
pañeras; pertenece á la época del renacimiento, y ostenta en
las enjutas de su puerta dos medallones de San Pedro y San
( I ) Era MCCCXLÍÍÍj dice, V kls, aug, rever endissimuspater dnus. Al/onsus eps.
Civitatensis fecii hic irans/erri corpus mairis sue dompne Marte ch/us anima re-
quiescat in pace amen.
6oO ZAMORA
Pablo y en el nicho superior la estatua de su titular. Su despe-
jada nave, cubierta de labrado maderaje de dos vertientes y
sostenido á trechos por arcos que cargan sobre cilindricos pila-
res, al llegar á los dos tercios de su longitud se divide en dos,
abovedadas de profusa crucería y alumbradas por ventanas ge-
melas del gusto que apellidamos gótico moderno. De aquí
resultan dos capillas mayores que se comunican por un arco;
en la izquierda campea un retablo de buen efecto á pesar de su
degenerada arquitectura, en cuyos tres cuerpos están repartidos
los doce apóstoles, ocupando los compartimientos centrales la
Virgen, el Salvador y el grupo del Calvario. Pero el mejor or-
namento de la capilla es un sepulcro de alabastro, cuajado de
menudos follajes y figuras y labores platerescas en sus pedes-
tales, enjutas y friso, decorado de columnas corintias á los lados
de la hornacina, y en el segundo cuerpo con un busto de San
Jerónimo y dos bellas estatuas de ancianos desnudos sentados
sobre un roto frontispicio. Hízolo construir para sí Antonio de
Sotelo, reedificador de la iglesia, cuya efigie en traje de caballe-
ro armado aparece de rodillas dentro del nicho con el casco y
manoplas en el suelo, y rodeóse de los restos de sus mayores
removidos de sus antiguas tumbas y representados en otros
bultos de relieve (i). La capilla derecha dedicada á San Andrés
tiene en el muro opuesto un panteón que se propone imitar en
madera y con menos primor y ornato la traza del que acabamos
de describir: yacen allí los obispos D. Francisco y D. José Za-
pata tío y sobrino, y el primero es el que figura arrodillado.
(i) Unos figuran á Pedro y Lope de Sotelo, abuelo y padre del fundador, fa-
llecido aquél en 1447 y éste en i 5 14, trasladados, dice el letrero, desde la anti-
gua capilla mayor con sus mujeres y pasados ; otros á Bernardo su hermano co-
mendador de San Juan que murió en i $67, y á Pedro caballero de la misma orden
hijo de Gregorio y de D.* Antonia de Mella, primeros patronos de la capilla que
acabó sus días en i (;8i. En el sepulcro del fundador se lee: «El honrado cavallero
Antonio de Sotelo fundó y dotó esta capilla y reedificó esta iglesia á honra y glo-
ria de Dios nuestro Señor, mandóse enterrar en este sepulcro, falleció á i4de
enero de i 548.»
ZAMORA 60I
coloridas las ropas y el semblante (i). Protectores decididos de
los jesuítas, diéronles aquella iglesia que poseyó la Compañía
durante medio siglo, hasta que con la supresión del instituto
volvió á ser parroquia y fué destinado á seminario conciliar su
espacioso colegio que goza de vistas dilatadas.
En la misma altura de San Andrés eleva San Cipriano su
torre de ventanas ojivales, como ojivales son sus bóvedas y la
angosta entrada del presbiterio bien que apoyada en románicos
capiteles: indicio de fábrica más antigua son cuatro piedras es-
culpidas, engastadas en la torre, quizá procedentes del pórtico
primitivo (2). La antigua cerca que por debajo corría, dejaba
fuera distintas parroquias asentadas en las vertientes hacia el
río en medio de los barrios del sudeste. La que menos interés
ofrece por lo renovada es Santa Lucía, pero lo despiertan el
portal y la torre bizantina de San Leonardo, cuyo agudo chapi-
tel de pizarra recuerda el de la antigua Valladolid ; su capilla
mayor, desdeñando el enmaderado techo de la pobre nave, se
engalanó posteriormente con estrella de crucería. Para llamar
la atención hacia Santa María de Horta basta decir que perte-
neció á los templarios, pasando, no sabemos cómo, mucho
antes de su trágica extinción, á la orden del Hospital (3). Aun-
que inferior en suntuosidad á su aneja la Magdalena, según ya
observamos, no desmerecen del ilustre recuerdo de sus patro-
nos la adusta torre colocada sobre el pórtico, la severa puerta
(1) El tarjetón contiene el siguiente epitafio: Hic jacet ilimus. D. D. Francis-
cas Zapata Vera el Morales eps. Zamorensis^ el ad e/us pedes sepultus yacel eliam
ilimus. nepos el sucessor D, D. Josephus Zapata^ uterque domum islam Soc. Jes.
erexercy magnifice dotarunl el lemplum exornarunt. Obiit Ule XÍV jan. MDCCXX^
isle III e/usdem MDCCXXVII.
(2) Una de sus capillas en un arco apuntado encierra la sepultura de Cristó-
bal González de Fermosel, gentil hombre del rey D. Felipe (no expresa cuál, pero
seria probablemente el I), que fundó las misas de diez y once.
(3) Poseíala esta, no solamente antes de 1282 según el convenio que hizo
con el obispo y cabildo acerca de dicha parroquia, sino ya en 1 246, como se des-
prende del siguiente epitafio que hay en la sala capitular de que hablaremos
más adelante: Hic Jacet Dominicus Petri alumpnus Hospilalis presbiter sub
era MCCLXXXÍlíl.
76
602 ZAMORA
semicircular, los fuertes estribos, la cornisa de arquería trebola-
da que ciñe su exterior, los cruzados arcos de la bóveda y los
torales flanqueados de columnas. A su lado existía un convento
de monjas del mismo título, cuya traslación á otro punto permite
ahora contemplar su sombrío claustro, antes que por ellas habita-
do por los caballeros, cuyos gruesos arcos oprimen cortas colum-
nas pareadas en línea transversal, y penetrar en una estancia
contigua rodeada de tumbas, destinada sin duda á sala de capí-
tulo. Sobre la entrada del convento se lee en letras góticas un
versículo de la Biblia que proclama la impotencia del hombre y
la vanidad de sus obras sin el auxilio de Dios (i).
La antigüedad de Santo Tomé, cedida en 1135 por Alfon-
so VII para la fábrica de la catedral , se revela principalmente
en el arco de la capilla mayor, en sus columnas y hojas ajedre-
zadas, y en los preciosos restos de ventana que detrás de la
misma se descubren : tiene forma de basílica, y aunque sus tres
naves se han convertido en una sola, conserva los dos cascaro-
nes laterales, cuyos arcos de entrada son de herradura parecidos
á los arábigos (2). Mayor renovación ha sufrido San Salvador,
llamada de la Vid para distinguirla de la iglesia principal , pero
conserva á sus pies la vetusta torre perforada de ancho venta-
naje. Todo el ornato del arte bizantino en su más completo
desarrollo arreglado á las más correctas proporciones, y todo
en perfecta conservación, lo presenta reunido el contiguo tem-
plo de Santiago : portal de plena cimbra con tres columnas de
graciosos capiteles á cada lado , formando dos arcos gemelos á
guisa de ajimez suspendidos al aire en el centro; torre cuadrada
y primitiva; tres naves estrechas y gentiles, muy aventajada en
altura la del centro y abovedadas las tres con la particularidad
de ser apuntadas las laterales ; arcos de comunicación semicir-
( 1 ) Nisi Dominus ediñcaverit domunif in vanum laboraverunt qui edificant
eam. Vanum esi vobis,..
(2) Sobre la cesión de Santo Tomé véase la pág. $ 5 2; y sobre su barrio ó pue-
bla, el principio de este capítulo.
ZAMORA 603
culares, cuatro por lado ; pilares cuadrados á cuyas caras se
arrima una columna de muy rico capitel ; ventanas con columna-
tas en las tres naves y otras á espaldas de la capilla mayor y
de las menores del testero, puesto que de ábsides carece como
Santo Tomé y San Esteban. Tal es esta linda iglesia, acabado
modelo en su línea, de cuya fundación é historia nada sabemos,
ni siquiera á quién pertenecen los dos nichos sepulcrales de la
nave izquierda. Más adelante se encuentra San Torcuato, que
abandonando su viejo edificio se mudó enfrente á la iglesia de
la Trinidad fabricada al uso del siglo xvii con. cúpula y crucero,
y custodia las reliquias de un mártir casi desconocido, llamado
San Baudilio y por corrupción San Boal.
Cada arrabal tiene su parroquia , y á excepción de San Lá-
zaro todas tan antiguas como las del interior de la ciudad, po-
bres, cubiertas de techo de madera y sin embargo ataviadas
con algún resto de sus artísticas galas. Miradas á vista de pája-
ro desde los muros, sobresalen entre sus grupos de casas res-
pectivos, á la manera de los pendones que guiaban en las
solemnidades á los gremios y á las mesnadas en los combates.
Sancti Spiritus conserva detrás de su capilla mayor un hermoso
rosetón de caladas estrellas que data seguramente desde su
origen; fundóla en 1 2 1 2 el maestro Juan, deán de Zamora; fué
abadía que dio título á una dignidad capitular, y en la puerta
que sale desde la iglesia al derruido claustro se ve el bulto de
un abad fallecido á mediados del siglo xiv (i). A los Cabañales
preside el sepulcro perteneciente á la orden de San Juan y nom-
brada ya en las lecciones de San Atilano, con su torre á los
pies y su ventana de medio punto en la testera: á su respectivo
barrio da nombre San Frontis ó Frontino, cuyo ábside es de
(1) Es de tosca escultura y de cuello desmedidamente largo como otros de su
tiempo, y el epitafío dice: «Arenco de Ribera abad desta iglesia de Siancti Spiritus
mandó fazer este vulto XXIIII dias de marzo era de mili CCC y ochenta e ocho
años.» De las decenas y unidades de la fecha no estamos completamente seguros
ni del nombre tampoco.
604 ZAMORA
figura poligonal (i). A todas estas aventaja San Claudio, parro-
quia de los Olivares, por la riqueza de su bizantino portal, cu-
riosos capiteles, estriados y entretejidos fustes, arquivoltos
sembrados de figuras de perros y leones que la cal en mal hora
casi ha encubierto. Por dentro á los lados del ingreso de la ca-
pilla mayor, que profunda y abovedada hace resaltar la mez-
quindad de lo restante, hay como en la Magdalena dos arcos
sostenidos por gemelas columnas, cuyos capiteles reproducen
monstruos y centauros en correspondencia con la idea de la
portada.
Hemos procurado con toda solicitud, sin lisonjearnos de
haberlo conseguido, comunicar á esta reseña el grato sabor que
nos dejó aquella minuciosa visita , y evitar la monotonía en que
á menudo caen al tratar de describirlas las impresiones en sí
más variadas. De un monumento único, entero, grandioso cabe
dar más exacta idea y hacerlo sentir mejor que no de esa abun-
dancia de vestigios, incompletos cada uno de por sí pero armo-
niosos en su conjunto, páginas dispersas y truncadas del arte,
decoración homogénea y genuína de las escenas de lo pasado.
Aquí un ábside, allí una portada, más lejos una torre, separadas
y en amigable compañía producen mayor efecto que si forma-
sen un solo edificio, aislado y extraño por decirlo así en medio
de una población remozada; y con esto se explica la preferencia
(i) Dióle esta advocación^ ya que no el obispo Bernardo (de 1124 á 1 149)
natural de Perigord, donde se venera por fundador de la silla episcopalá San
Frontino, al menos más tarde su compatricio Aldovino, cuyo es el enterramiento
y epitafio, interpretado así por un inteligente párroco de dicha iglesia:
PRO QUIETE ETERNA FUNDAT0R18 LOCI SANCTE ECCLESIE
jacet hic tumulatus
Petrogoris natus, Aldovinus que vocatus,
Moribus ornatus, fama vitaque probatus.
Qui obiit ultima die junii, era MCCLIII (i 2 1 5 de C.)
El cura Novom en su historia manuscrita de Zamora se refiere, sin explicarla bas-
tante, á cierta antigua tradición «de ir á matar la sierpe todos los años desde la
ciudad á una puebla llamada S. Frontes,» y trae unos versos de Juan Guiral, poeta
culto zamorano, alusivos á este asunto.
ZAMORA 605
que sentimos por Zamora respecto de otras ciudades de más
artístico renombre. Nos asusta empero la precaria suerte de
tantas iglesias, y temblamos de que una reducción de parro-
quias inevitable, privándolas de la savia conservadora, no las
condene á perecer de abandono ó á los golpes de la segur.
Tal ha sido ya la desgracia de los conventos de religiosos,
harto inferiores á aquellas en número y en importancia. Aún
alcanzamos á ver de pié los descarnados arcos del claustro de
San Jerónimo , de forma semicircular, apoyados en columnas
exentas y con medallones en sus enjutas, construidos en el si-
glo XVI como lo restante de la fábrica; aún pudimos contemplar
los ruinosos paredones de San Francisco y su capilla mayor y
sus ventanas ojivales de triple arco, que recordaban los estra-
gos del sitio de 1476 y el alojamiento del rey de Portugal, que
custodiaban las obras históricas con pretensiones de eruditas de
fray Juan Gil de Zamora, preceptor del rey Sancho IV (i), que
databan desde la traslación de los frailes Menores, instalados en
la ermita de Santa Catalina antes de 1 259, áotra de Santa Ma-
ría de los Milagros situada en aquella orilla (2). Á la invasión
de los franceses se remonta la ruina del convento de Santo Do-
mingo, antes titulado de San Ildefonso, rico de memorias del
santo patriarca que lo fundó, de las predicaciones de San Vicen-
te Ferrer y de mil curiosas tradiciones, tres veces ediñcado y
(i) Dedicóle un libro titulado de preconiis Hispanice, Su historia «a/wra/,ec/eí-
siástica Y civil y sus demás obras, inéditas en su mayor parte, formaban siete
gruesos volúmenes guardados en la biblioteca de su convento y llamados vulgar-
mente los Egidios. Alcanzó fray Juan Gil la edad decrépita hasta el punto de per-
der la memoria de lo que había escrito, según afírma el Tostado.
(2) Cedióles los huertos adyacentes un tal Gallinato y fué sepultado en la pri-
mitiva iglesia, que sirvió de capilla mayor hasta que hizo construir otra más
espléndida Arnaldo Solier, señor de Villalpando. Había además otra soberbia y
grandiosa capilla fundada por un deán de Zamora, cuyos preciosos relieves de la
Pasión encomia altamente Wadingo. A la derecha del presbiterio yacía no sé qué
infanta hija de un rey de Castilla, á la izquierda parte de los restos de Rodrigo
Martínez de Lara. En el claustro se hacía memoria de la resurrección de Mayor
Muñiz, niña de cuatro años, que depositada cadáver una noche por su madre
Leonor en el altar de San Francisco, cuéntase que á la mañana siguiente fué re-
cobrada viva.
ZAMORA
tres destruido : en su iglesia se enterraban los Benavides y los
Ledesmas, y en su claustro el mismo artífice que en 1395 labró
sus arcos, llamado Diego Fernández. Las monjas permanecen
en sus claustros, á excepción de las de Horta y de la Concep-
ción, cuya casa se ha convertido en instituto literario, subsistiendo
6o8 ZAMORA
la iglesia con su crucero y cúpula barroca (i). Las más antiguas
son las Dueñas de Santa María la Real, fundadas hacia 1238
por la viuda del noble Rodrigo de Zamora que vistió con dos
hijas el hábito dominico (2) ; pero su actual convento al otro
lado del puente y los frontispicios triangulares de sus balcones
y la moderna forma de su templo distan de corresponder á
época tan remota. Igual renovación ha sufrido Santa Clara
coetánea casi en el origen, y con más esplendidez llevó á cabo
el obispo Cabanillas á mediados del último siglo la de Santa
Marina perteneciente á las religiosas terceras de San Francisco,
cuya iglesia sonríe con su elíptica traza y sus vistosos y simé-
tricos altares. San Pablo, de la orden dominica como las Due-
ñas, presenta una despejada nave de crucería de imitación gó-
tica y en el presbiterio una excelente estatua de Alfonso de
Mera su fundador (3); no menos agradecidas á la memoria de
los suyos se manifiestan las Descalzas franciscas (4). Así tam-
bién publica el nombre del que lo hizo construir el oratorio de
la Casa Santa de Jerusalén contiguo á San Torcuato, fabricado
en el postrer período ojival dentro de un atrio que circuye al-
menado muro casi destruido (5).
Monumentos civiles, tan escasos en España donde la religión
absorbía casi la vida social, seguramente no hay que buscarlos
(1) Suprimiéronse además los conventos de San Bernabé en la plazuela de los
Ciento y de Santa María de las Victorias junto á la parroquia de Santiago, este de
dominicas, aquel de terceras de San Francisco.
(2) De aquel año data un breve de Alejandro IV permitiendo sacar dos reli-
giosas del convento de Santo Domingo de Madrid para maestras del de Zamora.
(3) Murió en 1553: la efigie está de rodillas dentro de un nicho del renaci-
miento, y á sus pies hay un lindo paje reclinado sobre el casco en actitud de
dormir.
(4) Una inscripción conserva en el presbiterio los nombres de Juan de Carva-
jal, del hábito de Santiago y de sumujer D.* Ana Osorio de Ribera, de la familia de
los marqueses de Astorga, fundadora del convento, que falleció en i 592 y cuyos
restos fueron trasladados desde la parroquia de San Ildefonso en 160$ en que se
concluyó la iglesia de las Descalzas.
($) «Esta obra mandó fazer, dice la lápida, el onrado Alfonso Frnz. (Fernández)
Quadrato canónigo de Zamora, fijo de Alón. Frnz. Quadrato cavallero e de Inés
Pérez su mujer, el qual fizo e dotó á sus propias espensas á servicio de Dios ntro.
Señor c honra e demostración de la Casa Santa de Jrslem.»
ZAMORA 609
en Zamora. La casa de ayuntamiento, situada en el testero de
la cuadrilonga plaza, data de 1622, segundo año del reinado
de Felipe IV ; y su fachada se reduce á pórtico bajo y galería
alta entre dos torres ó pabellones, de arcos semicirculares en el
primer cuerpo y apuntados en el segundo, que rematan en cha-
piteles suspendidos sobre cuatro pilares, todo sin ornato ni pri-
mor (i). El palacio episcopal, edificio más bien eclesiástico que
civil, reconstruido un siglo hace por el ilustrísimo Cabanillas, no
tiene niás que el desahogo de sus salas y sus preciosas vistas
hacia el río y los arrabales, que parecen enjambres de mendigos
apiñados debajo de sus balcones, desde donde desciende á me-
nudo el benéfico rocío de la limosna. Algún interés ofi^ecen el
vasto hospital en el fondo de otra plaza por la pintoresca com-
posición de sus partes, y enfrente el hospicio por las góticas
molduras de sus cuadradas ventanas, que mejor que á su actual
destino corresponden al que tuvo de palacio del duque de Alba.
En línea de ilustres y solariegas moradas todavía presenta Za-
mora la del marqués de Villagodio, unida por medio de arbotan-
tes con la iglesia de San Ildefonso y venerada por la tradición
de haber vivido en ella San Atilano, aunque la ventana abierta
en una esquina y el caballeresco mote esculpido en la orla que
encuadra el arco del portal no remontan más allá de los Reyes
Católicos (2). A la misma época pertenece otra fachada de sille-
ría, cuyas grandes ventanas adornan exuberantes galas de la
gótica decadencia, dividiendo sus vanos una sutil columna : allí
habitaba, se dice, el anciano Francisco de Monsalve tan brutal-
mente maltratado con su propia muleta por su pariente Maza-
(1) Véase al principio de esta tercera parte, pág. 534, la inscripción romana
colocada á la puerta del consistorio.
(2) Se halla escrito en letras góticas y repetido :
Á los casos de fortuna
Segura tiene la vida
Y la esperanza perdida.
Muéstrase convertido en capilla el que dicen fué aposento de San Atilano, donde
se veneran reliquias de santos procedentes de las catacumbas de Roma.
77
ZAMORA
riego y tan bizarramente vengado por su hijo (r)¡ y el nombre
de plazuela de la Yerba que lleva el sitio lo deriva el vulgo, asaz
poético á veces, de la que crecía en la yerma calle por donde
nadie osaba transitar durante la furia de los partidos, i Qué le
ha faltado para competir en celebridad con la que sirvió de pa-
lestra á Capuletos y Mónteseos? que en vez de D. Antonio de
Zamora se hubiese inspirado en ella Guillermo Shakspeare.
(i) En su comedia de Masariegos y MonscUves apenas se apartó D. Antonio de
Zamora de la verdad Kistórica del suceso, ocurrido en el reinado del Emperador:
et insulto hecho por Diego de Mazariegn á su anciano tío en Santa Maria la Nueva
dia de Reyes de i 5 -j i , la satisfaccifin dada al cadáver del agraviado y la carta de
perdón recogida de su yerta mano, el duelo singular seguido de la reconciliación
entre loa dos primos, figuran en la escena tales como en cierta curiosa relación
escrita por un contemporáneo.
por los celos y reyertas que harto á menudo de la propia
fraternidad se originan, son ciertamente Zamora y Toro, dis-
tantes no más que cinco leguas entre sí, sentadas sobre la
margen derecha del mismo río, parecidas en el número y carác-
ter de sus templos, nombradas inseparablemente en unas mismas
páginas de la historia. Toro no presenta pruebas más seguras
de antigüedad romana que su hermana primogénita, tanto para
disputarle los nombres de Sarabris y Ocellum Durii como para
atribuirse el de Albucella ó Arbucala (i), aunque deduce no im-
(i) Albucella, situada en el itinerario de Antoninoá veinlidós millas de Ocello
Duri, parece ser la misma que Polibio y Livio denominan Arbucala, ciudad de los
vacceos, tomada por Aníbal después de porñada resistencia ; mas para reducirla á
Toro no vemos hasta aquí sino débiles conjeturas.
6X2 ZAMORA
probablemente su etimología de un enorme toro de piedra, cua-
les aparecen con frecuencia en las vecinas regiones de Avila y
Segovia, cuyo mutilado tronco se muestra todavía á un lado de
la colegiata. Descubriríase esta antigualla á la sazón que Alfon-
so III encomendó á su hijo García fundar allí una población, ora
fuese en suelo virgen, ora sobre las ruinas de otra preexisten-
te (i) : pero en los asaltos y combates, que en aquel siglo tantas
veces ensangrentaron el Duero al avanzar ó retroceder los mu-
sulmanes, ni una sola vez figura Toro al par de Zamora y de
Simancas. Nómbranla varios documentos del siglo x únicamente
como cabeza de un vasto término que lindaba con la diócesis de
León (2), y cuyas iglesias luego de suprimido el efímero obis-
pado de Simancas fueron adjudicadas al de Astorga, hasta que
renaciendo el de Zamora en el siglo xii le quedaron definitiva-
mente sometidas.
Cupo Toro con su comarca á la infanta Elvira, como Zamo-
ra á Urraca, en la división de estados que dispuso Fernando I
entre sus hijos : pero no quiso ó no pudo imitar la leal resisten-
cia de su vecina contra la ambición ilimitada del rey Sancho, y
tan pronto fué atacada como rendida, si bien con la muerte del
usurpador volvió al dominio de su señora que vivió hasta el 1 5
de Noviembre de 11 01 (3). La extensión de su fértil campo ó
territorio aparece de los límites que le trazó en 1153 Alfon-
so VII (4) ; y su primitivo fuero, ignorado hoy día por desgracia.
(i) Taurum namque^ dice Sampiro, ad populandum dedil filio suo Garseano.
(3) Tal es la circunscripción señalada ú dichü obispado en 9 1 6 por Ordoño II
y confírmada en 95 $ por el III. En la supresión de la sede de Simancas ordenada
en 974 se lee : Modo Deo annuenle lornamus ad civilalem Astoricensem ecclesias de
campo de Tauro per lerminum de Aulero de Fumus usque quo vadil ad Aslor^anos el
indeper Morarelia, Todavía existen los lu^^ares de Asturianos y Moreruela.
(-?) Yace en el panteón de San Isidoro de León: véase en el correspondiente
tomo su epitafio. Flórez afirma que casó esta infanta con el conde García de Cabra,
ayo del joven Sancho hijo de Alfonso VI; Sandoval opina mejor que permaneció
soltera.
(4) Los términos en el privilegio demarcados son : Caslro de Ripa Durii el per
illa enzina de Pelro Froilaz el per Cerveirolo el Per tilo caslello de Pclagio Guima-
raz el per Canical el per Valesa el per aldeia de la Por la ^ el inde á Pozólo de Eslepar,
el per Vilakesler el per Vilalali el per Castelanos el per Pílela el per Carballosa el
ZAMORA 613
gozaba de tal crédito muchas leguas á la redonda, que el con-
cejo de San Cristóbal en el distrito de Salamanca acordó adop-
tarlo en 1 184 y solicitó hermandad con los toreses, ofreciéndoles
la mitad de las tercias de sus iglesias para la fábrica del puente
con tal de no pagar pontazgo. Fuéronles otorgados por Alfon-
so IX otros fueros fechados en la misma población á 4 de Mayo
de 1222, refiriéndose á los que anteriormente les había dado, y
fijáronse los excusados que habían de tener los caballeros. Diez
años después Fernando III confirmó y adicionó las mercedes de
su padre, y á él debe Toro la creación de su municipio : antes la
regía militarmente un gobernador como á plaza fronteriza; en
adelante tuvo dos alcaldes elegidos por los vecinos y cierto nú-
mero de jurados por sus respectivas colaciones ó parroquias,
corriendo la administración de justicia á cargo de un juez puesto
por el monarca.
Derecho tenía la ciudad á la especial solicitud del santo rey,
porque de ella había salido en 1 2 1 7 para reinar en Castilla sus-
traído por su madre con discreto ardid á la cautelosa suspicacia
paterna ; en ella le había librado la muerte, oportuna aunque
natural, de su poderoso enemigo D. Alvaro de Lara ; en ella
recibió como sucesor de su padre la corona de León al volver
de sus campañas de Jaén en el otoño de 1230: verdad es que
allí también á 5 de Noviembre de 1 235 perdió á su virtuosa con-
sorte Beatriz de Suevia, mientras él recogía laureles en Andalu-
cía. Grande era ya la importancia de Toro, pues seguía en las
huestes su bandera la mitad de la provincia (i). Su concejo de
acuerdo con el alcalde real Rui Fernández proveía en 1275 á su
per Petrosela de Rivulo Sicco el j>er Villaceiie el per Maívam el per Fontes el per
Villazoletinam el per Talanda quomodo feril in Dorio ^ el quanlum ibi á nobis inve-
neril de regalengo^ monlibiis^ fonlibus^ rivulos, villares^ villas popúlalas vel impo-
púlalas,
( I ) Cita D. Antonio Gómez de la Torre en su Corograjia de Toro una carta diri-
gida en 1 246 por Alfonso el Sabio, siendo aún infante, á los concejos de San
Román, Fuente el Saúco, Fuente la Peña y otros para que vayan en hueste con el
concejo de Toro y guarden la seña de este, como solían en tiempo de su padre y
abuelo.
bl4 ZAMORA
propia defensa y al sostenimiento del trono durante la ausencia
de Alfonso X aspirante al imperio de Alemania, y en 1 280 con-
minaba con terribles penas á los vecinos que dejaran el señorío
del rey para entrar en el de órdenes ó de dueñas y caballeros.
Sin embargo, el príncipe D. Sancho, sublevado contra su padre,
la cedió en 1283, ^ ^^ ^^ asegurarla más en su devoción y de
sofocar algún conato de alzamiento reprimido con rigurosos su-
plicios (i), á su esposa D.* María de Molina: y la prudente
señora no sólo se apresuró á aumentar sus privilegios y liberta-
des, sino que vino á residir en ella honrándola con el nacimiento
de su primogénita Isabel, futura esposa del duque de Bretaña, y
trabajando al mismo tiempo solícita, bien que inútilmente, en la
reconciliación de las partes juntamente con su cuñada Beatriz,
reina viuda de Portugal. Otra infanta de este último nombre y
también destinada á ocupar el trono lusitano, vio la luz allí
mismo en 1293, colmando de júbilo á los regios esposos y á la
ciudad favorecida de nuevo con su presencia. No la olvidó en la
época de su viudez la esclarecida reina, pues visitándola en 1301
atendió al remedio de las necesidades y querellas expuestas por
los vecinos, y dio diez años de franquicia á los vasallos de órde-
nes y castillos que acudiesen á poblarla.
La amena situación y apacible clima de Toro movieron sin
duda á los regentes del reino á escogerla por residencia de Al-
fonso XI durante su niñez, como Fernando IV su padre había
pasado la suya en Zamora. Pero llegado apenas á su mayor
edad y cumplidos sólo quince años, el bravo mancebo la hizo
teatro de su sangrienta justicia. Llamó al infante D. Juan el
Tuerto, digno hijo del de Tarifa, cuya ambición insaciable é in-
trigas con Aragón y Portugal traían revuelta la monarquía;
brindóle con la esperanza de casarle con su hermana Leonor, y
ofrecióle por medio de Alvar Núñez su privado alejar del pala-
(1) Sufrieron pena capital Lope García con dos hermanos suyos y otros caba-
lleros partidarios del infante de Lacerda.
ZAMORA
615
CÍO á Garci Laso de la Vega en quien veía un enemigo capital.
Toro se vistió de gala para recibir al primo de su rey en 3 1 de
Octubre de 1326, y al siguiente día fiesta de Todos los Santos,
entró D. Juan en la sala del banquete regio dispuesto para aga-
sajarle: se ignora lo que allí pasó, pero al momento cayó herido
de muerte con dos caballeros suyos Garci Fernández Sarmiento
y Lope Aznárez de Hermosilla (i). El suplicio, si tal puede lla-
marse un asesinato, se anticipó á la sentencia, que en seguida
pronunció el joven soberano en medio de los circunstantes sen-
tado en un solio cubierto de luto, refiriendo los crímenes del
infante y juzgándolo por traidor; más de ochenta villas y casti-
llos que poseía fueron confiscados para la corona, y de la eje-
cución del fallo se encargó el propio rey saliendo el otro día á
ocuparlos. Aquel mismo año concedió Alfonso á la ciudad una
feria franca por Santa María de Agosto: pero la merced le fué
mal agradecida por los vecinos, que se coligaron con los de Za-
mora y Valladolid contra la prepotencia de Alvar Núñez acau-
dillados por Fernán Rodríguez de Balboa prior de San Juan,
hasta derribar al valido y conseguir la condenación de su me-
moria. Por este tiempo servía Toro de prisión á la joven Cons-
tanza hija de D. Juan Manuel, que de desposada con el rey
pasó á ser su cautiva, víctima inocente de una política desleal,
empleada como instrumento para halagar y burlar alternati-
(1) El precioso poema ó crónica rimada de Alfonso XI, culpa nada embozada-
mente la muerte alevosa de D. Juan el Tuerto y la imputa á los malos consejos de
los privados del rey, especialmente á los de Alvar Núñez Osorio. Trae curiosos
detalles del suceso desde la copla 196 hasta la 246, y termina refíriendo esta sin-
gular profecía :
En Toro compiló su fin
E derramó la su gente.
Aquesto dixo Melrin
El profeta de Oriente.
Dixo : el león de Espanna
De sangre fará camino;
Matará el lobo de la montanna
Dentro en la fuente del vino.
El león de la Espanna
Fué el buen rey ciertamente,
El lobo de la montanna
Fué don Johan el su pariente.
E el rey cuando era nínno
iMató á don Johan el Tuerto;
Toro es la fuente del vino
Adonde don Johan fué muerto.
6l6 ZAMORA
vamente la ambición de su padre, á quien al cabo fué restituida
doncella.
De las turbulencias y desastres del siguiente reinado á po-
cas poblaciones tocó más crecida parte. A fines de 1354 se ha-
llaba en Toro con su madre el rey D. Pedro; sus hermanos
bastardos, sus prímos los infantes de Aragón y la principal no-
bleza del reino, coligados en Medina del Campo ó acampados
en los lugares circunvecinos, reclamando que se reconciliase con
Blanca su legítima consorte y que alejara á la Padilla con su
codiciosa parentela. Nada resultó de las vistas que tuvieron en
Tejadillo á media legua de la ciudad cincuenta de cada parte,
sino el engrosamiento de los quejosos y la deserción de los que
con el rey estaban, tanto que al ver desfilar desde los muros la
sublevada hueste temió el iracundo príncipe, y voló á Urueña á
reunirse con su dama. Su espanto creció al saber que su propia
madre había llamado y acogido en Toro á sus enemigos, y no
halló de pronto más recurso que volver y entregarse á disposi-
ción de ellos, dejando prender á los oficiales de su casa y admi-
tiendo en su lugar á los que quisieron imponerle. Poco menos
que prisionero de su hermano D. Fadrique habitó la posada del
obispo de Zamora junto al cuarto real del convento dominico de
San Ildefonso donde moraba la reina madre, hasta que aprove-
chando la libertad que para cazar se le dejaba, á favor de la
niebla huyó á Segovia, y reuniendo cortes en Burgos obtuvo
gentes y dinero para sujetar á los rebeldes.
Puesto sobre Toro trabó varias escaramuzas con los de
dentro, pero antes que esta reducción le interesaba la de Toledo,
asilo de su infeliz esposa, de quien se apoderó otra vez casti-
gando cruelmente á sus defensores. Entonces libre de otras in-
quietudes revolvió contra la ciudad donde al rededor de su ma-
dre se habían concentrado todas las fuerzas del levantamiento.
En Castro Ñuño, en Pozo Antiguo, en Morales pasó el verano
de 1355 hostilizándola flojamente; mas al fin informado de que
el infante D. Enrique había salido para Galicia dejando en ella
ZAMORA 617
á su mujer, y sabedor de las bajas y desaliento de sus contra-
rios, hacia el mes de Setiembre convirtió el bloqueo en sitio, y
plantó en las asoladas huertas su formidable campamento. En
vano se llegó á hablarle de conciliación á nombre del pontífice
el legado cardenal de Bolonia; la caída de la ñaca torre del
puente que por milagro había resistido tanto tiempo y la esca-
sez de víveres sufrida por los cercados, prometían ya segura
presa á su comprimido furor. Cierto vecino llamado Alonso
García Recuero (i) le había ofrecido entregarle una noche la
puerta de Santa Catalina pidiendo indemnidad para sí y sus pa-
rientes; el pueblo murmuraba reducido á la extremidad, des-
confiaban los jefes de la liga, y cada cual trataba de negociar
secretamente su perdón. Hasta el infante D. Fadrique, amones-
tado por Hinestrosa, tío de la Padilla, y asegurado por boca del
mismo rey, desde una isla del río donde se hallaba, pasó á la
opuesta orilla á besarle la mano y á reunirse á sus banderas.
Viéronlo desde la ciudad los coligados y creyéronse vendi-
dos: los más con la reina D.* María se encerraron en el alcázar,
otros se escondieron por las casas, los que quisieron huir encon-
traron tomadas las salidas. Aquella noche D. Pedro atravesó
cautelosamente el río con sus tropas y se le abrió la concertada
puerta: á la mañana siguiente, día de Reyes de 1356, presen-
tóse frente al alcázar, y el primero que se le rindió fué su her-
mano D. Juan, muchacho de catorce años, por cuyo respeto fué
perdonado el que en brazos le traía (2). A su madre la mandó
( i) Otros le nombran Alonso García de Triguero.
(3) A fuer de imparciales no podemos menos de transcribir en este lugar un
generoso rasgo de D. Pedro, tanto más notable cuanto menos frecuente en él,
por más que digan sus admiradores. La crónica lo refiere así: «Y dixo Martin
Avarca al rey... Señor, sea la vuestra merced de me perdonar é irme he para vos
y llevaros he al infante D. Juan vuestro hermano. Y el rey le dixo: á mi hermano
D. Juan perdono yo, mas á vos Martin Avarca no vos perdono, y aun sed cierto
que si á mí venides que vos mandaré matar. Y el dicho Martin Avarca dixo: Señor,
haced de mí como fuere á vuestra merced. Y tomó á D. Juan en los brazos y víno-
se para el rey, pero el rey no lo mató; y desto plugo á muchos cavalleros que es-
tavan con el rey, porque no lo mató.»
78
6l8 ZAMORA
salir; salvaguardia para los caballeros que la acompañaban no
quiso darle ninguna. Cruzaba la abatida reina el pequeño puente
del castillo en medio de D. Pedro Estévanez Carpintero y de
Rui González de Castañeda que traía levantada en la mano una
cédula de gracia, cuando á Carpintero le derribó un golpe de
maza, esgrimida por el escudero de Diego de Padilla su compe-
tidor en el maestrazgo de Calatrava, á Castañeda le atravesó
un cuchillo la garganta, é igual suerte sufrieron Martín Alfonso
Tello y Alfonso Téllez Girón que detrás venían. Desmayóse la
condesa de Trastamara D.* Juana Manuel, D.* María vino al
suelo como muerta, y al volver en sí salpicada de sangre, ro-
deada de cadáveres desnudos y destrozados, rompió en acerbos
alaridos maldiciendo á su cruel hijo y la hora en que lo engen-
dró. D. Pedro la hizo llevar al palacio de San Ildefonso permi-
tiéndola al fin retirarse á su tierra de Portugal, y continuó ce-
bándose en otras ilustres víctimas (i) para que donde abundó
la humillación superase la venganza.
Toro, que gozaba de voto en cortes, las vio congregadas
por dos veces en su recinto reinando Enrique de Trastamara,
la primera en Setiembre de 1369, año de su cruenta coronación,
la segunda en el propio mes de 1371, llevando consigo prisio-
nero á su sobrino Sancho, bastardo del rey D. Pedro, condena-
do á perpetuo encierro en aquella fortaleza. En las primeras
cortes se trató de restablecer en su vigor la administración de
justicia y de poner tasa al precio de los víveres y de los jorna-
les de los artesanos; en las segundas de la baja del valor de la
moneda, de la abolición de las behetrías, de las insignias que
debían distinguir á moros y judíos de los cristianos, y de la re-
cuperación de los pueblos usurpados á Castilla por el rey de
Navarra. Á las últimas asistió la reina D.^ Juana recordando sin
duda las horribles escenas que había presenciado en aquel pue-
(i) Fueron éstas, según la crónica, Gómez Manrique titulado de Oríhuela, Al-
fonso Gómez comendador mayor de Galatrava, Diego Pérez de Godoy fraile de la
misma orden y otros.
ZAMORA 619
blo, del cual era ya señora jurisdiccional. Visitólo con frecuencia
Juan I para atender á la guerra de Portugal y á las invasiones
del duque de Lancáster por Galicia y León, y en él residía En-
rique III á la salida de su menor edad en 1393, cuando vino á
prestarle sumisión su tío D. Fadrique, duque de Bena vente.
Condolido el joven rey del abatimiento y despoblación de Toro,
de la ruina de sus muros y de la fragilidad de su puente, en 1398
mientras estaban allí otra vez reunidas las cortes, cuidó de re-
parar sus quiebras autorizando ciertas imposiciones con este ob-
jeto (i). Allí el cielo le concedió el mayor placer que tuvo du-
rante su breve y enfermiza existencia, y fué el tardío nacimiento
de un hijo y sucesor en 6 de Marzo de 1405, celebrado con
brillantes festejos y más dignamente con el perdón de D. Pedro
de Castilla, nieto del destronado rey, á quien su prima la reina
ocultó detrás de las cortinas de su cama á fin de obtenerle por
sorpresa la gracia de su esposo.
Juan II no echó en olvido á su pueblo natal, mas no supo
darle la grandeza ni el sosiego de que bajo su vacilante cetro
careció la monarquía. Las cortes que hospedó Toro en 1426,
ocupadas en reformar los gastos de la real casa, hirvieron en
contiendas de partido, saliéndose el de los infantes de Aragón
á confederarse contra la pujanza del de Luna; la estancia del
monarca en 1439 perturbáronla riñas suscitadas entre los cria-
dos y escuderos de los grandes acerca de los alojamientos; y
en 1442, apoderada del mando la facción del rey de Navarra,
(1) Existe en el archivo municipal de Toro la cédula, en que atendiendo áque
el término de la villa ocupa muy gran espacio de campo é está gran parte de ella
despoblada por las mortandades e guerras pasadas, e que los muros de ella están
muy mal reparados e en algunos lugares derribados, e otrosí que la puente mayor
de la villa está eso mesmo muy mal reparada, e otrosí que la puente nueva cerca
de la otra la lleva muchas veces el rio por ser de madera, les faculta para echar y
derramar por dicha villa y su término una meaja de todas las cosas que se com-
praren e vendieren e trocaren. En el propio archivo vimos la escritura de venta
del llamado monte de la Reina cercano á la ciudad, que le otorgaron en 1403 las
Huelgas de Valladolid por la necesidad que el convento padecía «y por quanto
había de reparar la iglesia, retejar el cabildo, facer una torre y reparar el palacio
que está todo descubierto e se cayó.»
620 ZAMORA
Otras cortes reunidas para otorgar ochenta millones terminaron
con la alarma de haberse descubierto una mina desde el exte-
rior de la ciudad hasta el castillo, por donde se dijo habían de
penetrar los amigos del Condestable á asesinar en pleno con-
sejo á los gobernantes. En la liga de la nobleza contra Enri-
que IV, cuando la escena de su deposición en Ávila, Toro se
declaró por su legítimo soberano y sirvió de cuartel general á
los leales como Valladolid á los sediciosos, presentando un
ejército más numeroso que fuerte : los daños que á sus huertas
y alamedas causaron las tropas acampadas y los trabajos por
su fidelidad sufridos, se los recompensó Enrique en 1467, sere-
nada la tempestad, con la concesión de otra feria por cuaresma
á instancia de Alonso y Fernando de Fonseca sus constantes
servidores.
Lucha casi fratricida ardía en 1472 entre toreses y zamora-
nos, en la que como ya referimos (i) llevaron aquellos la peor
parte; pero la derrota de Valdegallina no quebrantó el poder
tiránico que ejercía en Toro Juan de Ulloa al frente de su ban-
do, sino que al año siguiente, arrancando de sus casas al licen-
ciado Valdivieso, consejero real y á Juan de Villalpando, jefes
del partido opuesto, hizo ahorcarlos á la puerta de ellas, é inva-
dió y saqueó las moradas de los que encomendaron su salvación
á la fuga. Para asegurar la impunidad de sus desmanes, luego
de fallecido el impotente Enrique IV, abrazóse Ulloa con ardor
á la bandera de D.* Juana, si bien astuto y mañero entretuvo
con vanas esperanzas al rey Fernando hasta que entró en Cas-
tilla á favor de la princesa el ejército portugués. Púsolo sin
resistencia de sus contrarios en posesión de la ciudad; el casti-
llo se mantuvo por el Rey Católico que acudió á socorrerlo,
pero perdidos tres días en retos de batallas y duelos persona-
les que corrieron de una parte á otra sin resultado, y retirándose
con algún descrédito de sus armas D. Fernando falto de víveres
(O Pág. 563.
ZAMORA 62 1
y de dinero, hubieron de rendirse al fin sus defensores. Toro
fué en Castilla el más firme baluarte del rey de Portugal, á
donde se refugió con su sobrina y con su corte arrojado de Za-
mora en Diciembre de 1475, y desde donde en Febrero inme-
diato volvió á salir para recobrarla alentado por los refuerzos
que le llegaron con el príncipe su hijo. Harto más confuso que
la vez primera debía regresar.
Sobre la orilla meridional del Duero, como á dos tercios de
camino de Zamora á Toro, forman las cuestas de Santa María
del Viso una angostura con el río, más allá de la cual se ensan-
cha la dilatada llanura de Pelea Gonzalo (i). Por aquel estrecho
desfilaron con prisa si bien con orden las huestes portuguesas,
un día i.° de Marzo de 1476, levantado el sitio de Zamora; y
á la entrada del mismo, momentos después, se detuvo el ejér-
cito del rey Fernando, que iba en persecución del enemigo, á
deliberar si convenía ó no pasar adelante para obligarle á la
batalla. Decidiólo el brío de D. Pedro de Mendoza, el famoso
cardenal de España, quien deponiendo los hábitos episcopales
y apareciendo armado de punta en blanco, montado en un fogo-
so corcel, avanzó á reconocer el campo, mientras que Luís de
Tovar, impaciente de la tardanza, gritaba al esposo de la gran-
de Isabel que aquel día había de pelear si quería ser rey de
Castilla. £1 enemigo aguardaba, ordenadas en el llano sus ha-
ces, superior en fuerzas y más descansado, reforzado con las
tropas que guarnecían á Toro, protegido por la proximidad de
la noche y por el cercano refugio de la ciudad (2). Temeraria
(1) La etimología del lugar, que es de poco más de cien vecinos, no deriva,
como pudiera creerse, de la célebre batalla, sino del nombre corrompido de Pela-
yo Gonzalo, que sería acaso su señor. Lo mismo sucede con otros dos pueblos de
la provincia llamados Peleas el de Arriba y el de Abajo.
(2) La historia de Novoa, de cuya relación tomamos varios detalles comple-
tando la de Hernando del Pulgar, trae la curiosa disposición de los dos ejércitos.
El centro del de Castilla lo ocupaba el rey D. Fernando con la gente de armas de
Galicia, Salamanca, Ciudad Rodrigo, Medina, Valladolid y Olmedo y toda la infan-
tería: el ala derecha se componía de siete escuadrones que mandaban respectiva-
mente Alvaro de Mendoza, el obispo de Avila D. Alonso de Fonseca, Pedro de
022 ZAMORA
empresa parecía acometerle, pero el éxito la abonó. Sin embargo,
la impetuosa arremetida del príncipe heredero de Portugal al fren-
te de su caballería y el estruendo y humo de las espingardas des-
barataron de pronto la vanguardia castellana que había hostiga-
do su marcha de continuo, cuando acudieron á sostenerla los
escuadrones del duque de Alba y del cardenal, contra quien
militaba trémulo de coraje más que de vejez su irreconciliable
rival el arzobispo de Toledo. Del otro lado chocaron los cuer-
pos principales en que iban los dos reyes, y la mayor violencia
del combate se concentró al rededor del estandarte de Portu-
gal, que Pedro Vaca de Sotomayor arrancó á Duarte de Al-
meida y que disputado por ambas partes con furor, á la orilla
del río se hizo pedazos. Peleaban todos revueltos, con espadas
más que con lanzas, sin distinguirse entre sí las dos naciones
más que por el habla y por el grito de guerra, compitiendo por-
tugueses y castellanos enconados por inmemoriales contiendas,
cuales en mantener la prez, cuales en lavar la afrenta de Alju-
barrota.
Seis horas casi permaneció indecisa la victoria, hasta que á
la luz del crepúsculo el rey D. Alonso, destrozados sus escua-
drones, perdidas la mayor parte de sus banderas, corrió muchas
leguas por el monte á meterse con escasa gente en Castro-Nuño,
en tanto que su hijo D. Juan ignorante de su paradero conser-
Guzmán, Bernal Francés, Pedro de Velasco, Vasco de Vivero y el comendador Le-
desma, caudillo de los zamoranos : en el ala izquierda á la parte del Duero figura-
ban con sus compañías el cardenal Mendoza, el duque de Alba, eJ Almirante y el
conde Alba de Aliste, tíos del rey, y D. Luís Osorio con la gente del marqués de
Astorga su sobrino. Mandaba el rey de Portugal el centro de sus huestes con el
conde de Eule y su guarda mayor Pereira y multitud de caballeros castellanos de
su partido; en el ala derecha iban por capitanes el arzobispo de Toledo, el conde
de Faro, el duque de Guimaraes, el conde de Villareal y el de Monsanto; en la iz-
quierda el príncipe D. Juan y el obispo de Evora con la caballería más escogida y
gran número de espingardas; la infantería venía repartida en cuatro cuerpos á la
parte del río. El ejército portugués contaba 10,000 peones y 3500 caballos, según
la crónica de Valladolid, el castellano 2000 caballos y 3000 peones solamente.
De los portugueses murieron 900 y más de 300 se ahogaron en el Duero; los ven-
cedores no perdieron más que 30 hombres.
ZAMORA 623
vaba intacta aún sobre un ribazo el ala izquierda (i). Tal vez
cayendo de improviso sobre los desbandados vencedores hubie-
ra trocado la suerte de las armas, pero la noche que cerraba
oscura y lluviosa le hizo pensar en retirarse á Toro, cuyo estre-
cho puente enfiló con dificultad acosado hasta la entrada de él
por partidas ligeras. El Duero, á la sazón crecido, sepultó á no
pocos portugueses llevando al pié de Zamora sus cadáveres :
otros se salvaron apellidando fingidamente Fernando y Castilla
á favor de la oscuridad, que impidió fuese más vivo el alcance
y más copiosa la matanza. El botín fué mayor pues se perdió
todo el bagaje; los prisioneros contados bien que ilustres, que-
dando por un raro azar en poder de los vencidos el conde de
Alba de Aliste, tío materno del Rey Católico. La gloria misma
del triunfo anduvo de pronto en opiniones, apropiándosela los
portugueses por haber permanecido más tiempo en el campo (2);
sólo los resultados hicieron conocer que la herida que allí reci-
bió su causa, aunque poco sangrienta era mortal.
Mustio, receloso, presenciando día por día la defección de
los grandes más adictos á su bandera, no seguro siquiera del
terreno que pisaba, permaneció el rey de Portugal toda la pri-
mavera encerrado en Toro ; y por fin en 13 de Junio salió de la
ciudad, bajando por el río á Oporto, para ir á mendigar auxi-
lios al de Francia. Quedó al frente de la guarnición el conde de
Marialva, yerno de Juan de Ulloa, y fué mayor su trabajo en
sujetar la aversión de los vecinos que en resistir á los enemigos
exteriores. Los tratos para abrir las puertas al ejército de Fer-
(1) El romance que empieza
En esa ciudad de Toro
Grande turbación había
pone sentidas reconvenciones en boca del duque de Guimaraes á los portugue-
ses por haber abandonado á su rey en la batalla al verlos regresar sin él á la ciu-
dad.
(3) Es notable á este propósito la picante expresión de Mariana: «los histo-
riadores portugueses, dice, encarecen mucho este caso y afirman que la victoria
quedó por el príncipe D. Juan. Asi venzan los enemigos del nombre cristiano.»
624 ZAMORA
nando é Isabel, que á principios de Febrero se habían frustrado
no obstante de haberse acercado aquél personalmente desde
Zamora, se renovaron á la entrada de Julio por medio de una
mujer llamada Antona García, esposa de Juan de Monroy, quien
de acuerdo con Pedro Pañón y Alonso Fernández Botinete,
tentó dar entrada por el puerto ó ribazo de la Magdalena á las
tropas castellanas que por el lado del río bloqueaban la ciudad.
Arrimáronse á las murallas, antes de amanecer, las compañías
del Almirante y del conde de Benavente y la caballería manda-
da por el obispo de Ávila D. Alonso de Fonseca; pero su ani-
moso ataque no pudo ser desde dentro secundado por los cons-
piradores, que descubiertos al gobernador sufrieron la última
pena con imponente aparato militar y con gran lástima del
pueblo (i).
Cierto pastor por nombre Bartolomé, complicado al parecer
en esta trama, preparó otra más afortunada para la noche
del 19 de Setiembre. Guiadas por él asaltaron á Toro hacia las
barrancas del Duero, sitio que reputado como inaccesible se
hallaba casi abandonado, las gentes de Pedro de Velasco, de
Vasco de Vivero y de los Fonsecas, entre todos seiscientos
hombres, y el primero que trepó al muro por la escala fué
Alonso de Espinosa (2). Ganado el adarve, corrieron los sitia-
dores divididos en dos cuerpos, los unos á la plaza, los otros á
abrir la puerta del río por donde se lanzaron en tropel las fuer-
zas del de Benavente y del de Alba: sólo el alcázar resistió de-
fendido, no ya por Juan de Ulloa de quien no habla más la
historia, sino por su mujer D/ María, digna hija del audaz Pedro
(i) escolláronlos hasta el lugar del suplicio, según ciertos manuscritos, cua-
trocientos soldados bien armados: Antona vestía saya blanca, medias encarnadas
y un garnachón á manera de balandrán.
(2) Escalona en su historia de Sahagún trae la concesión hecha por los Reyes
Católicos á dicho caballero por buenos y leales servicios: «señaladamente fué por
mí mandado á ver é mirar porqué lugares et como mexor et mas sin peligro se
pudiese entrar et tomar et escalar la dicha ciudad de Toro... é porque á la sazón
que la dicha ciudad se entró por escalas él fué el primero que subió por la escala
et entró en la dicha ciudad.»
ZAMORA 625
Sarmiento que acaudilló la rebelión de Toledo contra Juan II.
Con la llegada de la reina, que acudió á toda prisa desde Sego-
via, activóse por fuera y por el lado de la ciudad el cerco de la
fortaleza; fabricáronse estancias al borde del foso, abriéronse
minas, cuatro ingenios y multitud de lombardas asestaron sus
formidables bocas contra los muros, y al mismo tiempo empe-
zaron los autos de justicia y llegaban al oído de los sitiados los
pregones que les amenazaban con la pena de los rebeldes. Sin
embargo no se excusó el rompimiento de la lucha entre las dos
animosas mujeres: la artillería dirigida por D. Alonso de Ara-
gón, á quien se había ya debido la rendición del castillo de Za-
mora, destruyó las cortinas casi todas y de las torres buena
parte, murieron dentro muchos ó se inutilizaron por heridas, la
mina había penetrado hasta el medio de la cava. Por fin el 19
de Octubre, un día antes de cerrarse el proceso, María Sar-
miento, asegurado el indulto y la conservación de su hacienda,
entregó el alcázar y la torre del puente, y se puso en rehenes
con sus hijos hasta que se rindieran los fuertes de la Mota y de
Monzón que tenía también á sus órdenes. Del de Villalonso hizo
entrega al siguiente día su yerno el conde de Marialva, saliendo
de noche con los portugueses que le quedaban y algunos caste-
llanos, últimos defensores de la infeliz Beltraneja; y al momento
la infatigable Isabel envió el tren de batir contra Castro Ñuño
y otros nidos de rebeldes, cuya reducción encomendó á su es-
poso, que llegó el 30 de Guipúzcoa, al tener ella que marchar
á Uclés para proveer á la elección del maestre de Santiago.
De cuantas cortes se celebraron en Toro, las más impor-
tantes sin disputa fueron las de 1505. Abriéronse en 11 de
Enero al mes y medio de fallecida la Reina Católica, y leído su
testamento juraron por reyes á D.* Juana y como esposo de
ésta á D. Felipe ausentes á la sazón en Flandes, por adminis-
trador de los reinos á D. Fernando, á quien suplicaron en aten-
ción á la enfermedad mental de su hija que no los desamparase,
si bien allí nació ya la sorda oposición del duque de Nájera, de
79
626 ZAMORA
D. Juan Manuel y de otros partidarios del Archiduque contra el
gobierno del próvido monarca. Del lugar de su promulgación
entonces tomaron nombre las famosas leyes ordenadas en vida
de la grande Isabel y que dejó por monumento de su corta
legislatura aquella ilustre asamblea. Por los mismos años residía
también en Toro eventualmente el severo tribunal de la Inqui-
sición ejerciendo su rigor ten buen número de judaizantes que
tenía presos, personas ricas y principales» no sabemos si del
país; lo que consta sí es que en él hicieron bastantes prosélitos
medio siglo después los errores luteranos del doctor Cazalla,
cuyo hermano Pedro era párroco del vecino pueblo de Pedrosa
donde radicaba al parecer su familia materna de Vivero, y que
entre sus adeptos se señalaron dentro de la ciudad el pertinaz
bachiller Herreruela y el comendador sanjuanistajuan deUlloa
Pereyra (i).
En 1520 Toro siguió la voz de las Comunidades : sus pro-
curadores en las cortes de la Coruña rehusaron el subsidio al
soberano, y asistieron á la junta de los sublevados en Ávila; á
las autoridades puestas por el rey reemplazaron otras procla-
madas tumultuariamente; y con la ambición de suplantar á su
hermano y de echarle de la ciudad, el noble Hernando de Ulloa
se puso al frente de las milicias populares. Más que alzamientos
políticos hubo allí como en otras partes banderías y revueltas
civiles, con esfuerzos sin unidad, con planes sin concierto, con
campañas sin resultado. Sólo quedó el abatimiento, que sin qui-
tarle su importancia á Toro la redujo en adelante á la oscuridad,
á pesar de haber permanecido hasta tiempos muy recientes
cabeza de provincia (2).
Tiene Toro con Zamora, ya lo hemos dicho, al par que re-
(t) Véase atrás, pág. 138, la relación del célebre auto de fe de Valladolid
en I «559.
(2) Lo fué hasta principios del presente siglo, y su irregular demarcación no
sólo comprendía gran parte de los actuales partidos de Kioseco, Villalpando, Mota
del Marqués y Fuente Saúco, sino que alcanzaba á los lejanos territorios de Ca-
rrión de los Condes, y de Reinosa.
ZAMORA 627
laciones de historia semejanzas de fisonomía: el río, el puente,
los barrancos, la bizantina cúpula del templo principal, la multi-
tud de torres que la acompañan. El Duero, que antiguamente
besaba casi sus murallas, se ha alejado ahora algún tanto, cegado
por la tierra que arrastran las aguas llovedizas, que desmoro-
nando el ribazo y socavando los cimientos de los edificios han
destruido parte de la población primitiva. El puente actual de
piedra, compuesto no menos que de veintidós arcos, lo era de
madera todavía en 1398; el mayor, abandonado después por la
desviación del cauce, existía más arriba (i), y junto á él se le-
vantaba en el siglo xiv una iglesia de Santo Tomás y en el xv
una ermita de Nuestra Señora de Pont vieja. A una altura de
más de cien varas sobre el río, enfilando el puente, prolóngase
el despejado paseo del Espolón, dominando una de las vegas
más deliciosas y celebradas por sus varias y exquisitas frutas, la
cual cubierta á menudo por la niebla parece convertirse en ancho
mar en que flotan como islas las lomas y los árboles como
esquifes, al mismo tiempo que miradas desde abajo las torres
de la ciudad se pierden vaporosas en la región de las nubes.
Por el lado de oriente, registrando un horizonte no menos
vasto, descuella el histórico alcázar, reducido hoy á un grupo
informe de desmochados cubos. Desde el puente viejo subía á
unírsele un antiquísimo muro de hormigón, que seguía por el
palacio de los Fonsecas hasta el arco del Reloj, se dirigía por
la calle de Tras castillo á la iglesia de San Pedro del Olmo, y
orillaba el puerto de la Magdalena, descendiendo otra vez al
río. Con más verosimilitud puede atribuirse al príncipe D. Gar-
cía esta primitiva cerca al poblar á Toro á la entrada del si-
glo X, que no el recinto evidentemente posterior que abarca sus
diversos ensanches, tapias frágiles y medio derruidas á trechos
que no merecen el dictado de soberbias como en el siglo xvii
se las llamaba, ni el de encumbrados los torreones que las flan-
(i) bin duda éste es el puente de cuya construcción se trataba en 1 184 y al
cual se refiere la carta precitada del concejo de San Cristóbal.
02» Z A M O ft A
quean (i). Las seis puertas repartidas por su circuito se recons-
truyeron las más durante
los dos últimos siglos, se-
gún declaran sus moder-
nos frontispicios á manera
de espadañas.
Calles anchas y bas-
tante rectas, aunque in-
transitables en la estación
de las vendimias que
transforma la población
en un vasto lagar, plazas
espaciosas cercadas de
ediñcios públicos, iglesias
á cada paso y vestigios
de algunas demolidas, tal
es el aspecto interior de
la ciudad. A los lados de
la plaza Mayor sirven de
paseo cubierto dos filas
de soportales; y sobre un
pórtico de cinco arcos la
casa consistorial, renova-
da en 1778, tiende su ga-
lería sostenida por parea-
das columnas. Si emboca-
^„„„ mos desde la plaza la
TORO.-TORRE DEL Reloj f
anchurosa vía de! Merca-
do, fijará en el fondo de ella nuestras miradas la magnífica torre
del Reloj hecha toda de labrada sillería, suspendida sobre un
arco que probablemente reemplaza á alguna puerta del primer
(O «Está puesta, dice de Toro Méndez Silva, en los cristalinos raudales del
orgulloso Duero que bate sus soberbios muros, encumbradas torres, con siete
puertas, galante puente de mucha fortaleza y arte.»
ZAMORA 629
recinto. Empezóse en 1 7 19, aunque su lápida parece llevar la fe-
cha de 1733, y con más gallardía y ligereza que la que de época
tal pudiera esperarse levanta sus cuatro cuerpos, cuadrados los
dos inferiores hasta la altura de una balaustrada que la ciñe con
agujas en sus ángulos, octógono el tercero lo mismo que la lin-
terna en que remata su cimborio.
Conservan en Toro el nombre de palacios, y lo acreditan
con sus memorias y sus restos de grandeza, algunos caserones
imposibles de confundir con los particulares. Dos hay en la
plaza del convento de dominicos residencia habitual de los mo-
narcas; uno es el del obispo de Zamora donde en 1355 estuvo
detenido D. Pedro en poder de los coligados, otro perteneciente
al marqués de Alcafiices y antes según parece á los nobilísimos
Fonsecas, cuya severa fachada del siglo xvi ostenta en su án-
gulo una torre y lindos canecillos en la cornisa. Frente á San
Julián yace ruinoso y abandonado otro del duque de Alba que
alcanzó los últimos tiempos del arte gótico ; pero á todos vence
en importancia el inmediato á la Trinidad, propio del marqués
de Santa Cruz, por la tradición de haberse celebrado en él las
cortes de 1371, 1442 y 1505. De las dos primeras seguramen-
te no pudo ser testigo, tal como está, aquel portal semicircular
tachonado en su arquivolto, metido entre dos columnas y deco-
rado en el medio punto con varios blasones, cuyos follajes saben
no poco al gusto del renacimiento: lo más que le cupo presen-
ciar fueron las últimas, coetáneas poco más ó menos al estilo de
su construcción. Salón de las leyes, por las que á la sazón allí
se publicaron, se denomina una cuadrilonga estancia cubierta de
riquísima techumbre, que trazando estrellas, rombos y otros
arabescos dibujos,, brilla con dorados florones y guirnaldas de
vivos matices: en el friso superior campean los escudos reales,
en el inferior los del dueño del edificio (i).
(i) Encima de la entrada hay un tarjetón renovado en 1805 que consigna la
tradición mencionada.
630 ZAMORA
Entre las iglesias obtiene el primer lugar Santa María la
Mayor, erigida en colegiata desde el tiempo de los Reyes Cató-
licos (i) y titulada antes abadía, no faltando quien afirme, bien
que sin fundamento, que en el rango de catedral fué compañera y
aun anterior á la de Zamora. Pudo hacerlo así creer la magnifi-
cencia de la fábrica y tal vez su semejanza con aquella basílica,
á la que iguala si no vence en la profusión del ornato como en
la gentileza del conjunto. Si la fundó Alfonso VII, según algunos
opinan, mucho debió adelantarse á su época el arquitecto ; si
hizo construirla Fernando el Santo tan declarado favorecedor de
Toro, muy fielmente se guardaron para ser tan tarde las tradi-
ciones del viejo estilo : entre uno y otro reinado se encierra aun-
que desconocida á punto fijo la data de su origen. No cabe en
las líneas exteriores del monumento más armonía, más variedad,
más pintoresca disposición. Sobre los ábsides laterales descuella
notablemente el principal, con su lisa arquería abajo, sus ricas
ventanas más arriba, y la lobulada cornisa que lo ciñe á la altura
del almenado capitel de sus columnas : á los lados se extienden
á manera de dos alas los brazos del crucero mostrando al extre-
mo una claraboya circular. Sobre ellos y sobre el ábside asienta
majestuosamente el cimborio, abriendo al rededor aquellas dos
hileras de ventanas guarnecidas de puntas de encaje y sostenidas
por grupos de columnas, en medio de aquellas cuatro torrecillas
que trepadas por largas aspilleras en forma de caladas estrías
y salpicadas en su parte superior de estrellados rosetoncitos pa-
recen de sutil filigrana : rotonda más espléndida, más elegante
aún que la de Zamora, y mejor conservada además, porque la
cubierta de tejas que modernamente se le añadió es preferible
con mucho á los plastones de argamasa que en aquella deplora-
mos. Y al lado del cimborio en fin sobresale no sin gracia aunque
nuevo el último cuerpo de la torre, de octágona forma, fabrica-
(i) No sabemos precisamente el año; sólo consta que en 1463 no lo era toda-
L y que en i $ 1 4 lo era ya.
vía y que en i 5 14 lo era ya
632 ZAMORA
do sobre la antigua mole cuadrada que conserva sus primitivas
aberturas. . . /
Tenía el templo á ^us pies uií soberbio pórtico, con bóveda
igual á la de las naves laterales, cerrado en parte, conforme in-
dica una puerta exterior bizantino-gótica, y hasta formando cons-
trucción separada que la tradición asegura haber pertenecido á
un hospital. En el siglo xvi se convirtió en capilla prolongándolo
considerablemente y cubriendo con techo de madera las adicio-
nes, en las cuales resultaron comprendidos ciertos nichos ojivos,
al parecer sepulcrales, colocados á bastante distancia del ingre-
so. La gran portada quedó erigida en retablo, brillante de oro
y de colores ; y á fe que ninguna jamás ha merecido mejor tan
sagrado destino. Hormiguean de figuras y labores los capiteles
de sus catorce columnas y los ángulos de las jambas que entre
estas asoman, de bustos y doseletes sus seis decrecentes ojivas,
y en la exterior se despliega el juicio final con dos largas hileras
de reprobos y de justos. El dintel encierra de relieve la asunción
de María, su purísimo cuerpo en el ataúd rodeado por los após-
toles, su alma conducida al cielo por dos ángeles; el tímpano la
presenta de bulto entero coronada por el Redentor. La efigie
principal del retablo, que es la de la misma Virgen sosteniendo
con una mano al niño Jesús y con una flor en la otra, ocupa el
pilar divisorio de las dos puertas, cuyos huecos antes de espirar
el arte gótico se llenaron con ocho relieves de misterios que no
desdicen de la anterior escultura (i); otras ocho estatuas de ta-
maño natural, figurando ángeles, reinas y profetas entre ellos á
David, guardan los costados del arco debajo de sendos guarda-
polvos.
Con el cerramiento del portal mayor vino á llenar sus veces
(1) Por el mismo tiempo, en 1498 á 1 7 de Agosto, se contrató con Francisco
de Sevilla, carpintero de Toro, por ocho mil maravedís la obra de la tribuna y coro
que se había de poner sobre la puerta de la Majestad, que era al parecer la que nos
ocupa. En el propio libro de fábrica hay otro asiento que se hizo con el cantero
Juan Pérez en 24 de Setiembre de i 5 i o sobre la obra de la torre.
TORO,— Puerta laterai
6^4 ZAMORA
el lateral que mira al norte, inferior al otro en dimensiones mas
no en riqueza, pues sus tres arcos semicirculares y concéntricos
ofrecen preciosos dibujos entre los cuales resaltan graciosos án-
geles y venerables ancianos coronados, sus grupos de triples
columnitas llevan capiteles historiados y cubiertos de guirnaldas,
gentiles follajes guarnecen el estrados del arquivolto, y en cada
lóbulo del angrelado dintel asoma una figura. A lo largo del
muro se abren diversas ventanas bizantinas, pero la que cae en-
cima de la puerta sirve de nicho á una imagen de la Asunción.
La portada opuesta del mediodía, vuelta hacia el Espolón, es de
arco peraltado que sostienen á cada lado tres columnas.
En el interior de la insigne colegiata salta más á la vista la
amalgama ó transacción amigable de las dos arquitecturas. Bó-
vedas de medio cañón cubren la nave central, el crucero y la
capilla mayor, pero las de las naves laterales desenvuelven sus
cruzadas aristas ; cilindricos fustes,^coronados algunos de pom-
poso capitel, revisten con sobriedad los macizos pilares, pero los
arcos así los de comunicación como los del techo son ojivales al
par que los de Zamora. Sin embargo, predomina allí marcada-
mente todavía sobre el gótico el arte bizantino : suyas son las
labores que circuyen las claraboyas de la nave izquierda y de los
brazos del crucero, suyas las ventanas de la derecha y sus.colum-
nas con anillo y las hojas y figuras que adornan copiosamente
sus dovelas, suyo en fin el admirable cimborio, aunque en los
ángulos de los arcos torales avancen ya doseletes afiligranados
sobre los símbolos de los cuatro evangelistas. No sabemos desde
qué punto sorprende más, si visto por fuera en toda su gallar-
día, ó por dentro y desde abajo en toda su elevación. La dificul-
tad de asentar un cuerpo circular sobre uno cuadrado sin pechi-
nas ni otras equivalencias está tan natural y tan perfectamente
vencida, que apenas se conoce que haya habido que vencerla. Su
cubierta ó cascarón no discrepa del de la catedral zamorana,
pero le excede en altura, y no son allí diez y seis sino treinta y
dos repartidas en dos órdenes las ventanas que se abren á la
ZAMORA 6^5
luz, reproduciendo la forma y ornato de las exteriores ; sólo que
los lisos capiteles de sus gruesas columnas y las pesadas impos-
tas de sus jambas, estrechando en gran manera los vanos, les
comunican cierta rudeza característica de aquella edad, á que no
pudo sustraerse del todo la aérea concepción del arquitecto.
La capilla mayor, profunda respecto de las dos laterales y
alumbrada por una pequeña claraboya, vino á ser desde últimos
del siglo XV el panteón de los Fonsecas, cuyos sepulcros pues-
tos en alto ocupan los costados del presbiterio. Esbeltas ojivas
orladas de follaje forman los nichos del lado de la epístola, con-
teniendo el más próximo altar la yacente efigie del guerrero
obispo de Ávila D. Alonso, que después lo fué de Cuenca y de
Osma, valiente adalid de los Reyes Católicos en la batalla y en
el asalto de Toro, patria suya, donde costeó con otras muchas
aquella obra ; el otro encierra el bulto de Pedro de Fonseca, no
menos señalado en el servicio de dichos monarcas, alternando
en las enjutas sus blasones de cinco estrellas con el ala y la es-
pada que constituían los de su consorte D.* María Manuel (i). A
la parte del evangelio debajo de arcos aplanados descansan otro
personaje de la misma familia con ropa talar y bonete, y una
dama con toca y un libro en las manos y con escudo idéntico á
los del palacio del marqués' de Santa Criiz. Varias figuras con
rótulos resaltan en el fondo de las hornacinas, y en la delantera
de las urnas pequeñas imágenes de santos dentro de proporcio-
nados arquitos.
Debajo de la segunda de las tres bóvedas de que consta la
(i) La inscripción está en el centro de la urna entre dos relieves de la adora-
ción de los Reyes y de la venida del Espíritu Santo. crAqui yace, dice, el muy noble
y virtuoso cavallero Pedro de Fonseca guarda mayor del rrei e del su consejo, y
la noble y muy virtuosa señora doña María Manuel su muger, cuyas ánimas Dios
aya; él fallesció á III de abril del año 05 (i 50$ sin duda) y ella á » La fecha de
este óbito quedó en blanco. Los descendientes de este noble matrimonio llevaron
en el siglo xvii el título de marqueses de la Lapilla, que se juntó después con el
marquesado de Monasterio en la familia Centurión, y últimamente con el de Al-
branca que radica en Ciudadela de Menorca por enlace de D.* Bernardina de Fiva-
11er con D. Gabino Martorell, transmitiéndose juntamente con el mayorazgo el
patronato de la expresada capilla.
636 ZAMORA
nave principal extiende el coro sus filas de asientos cerrándose
en semicírculo ; en su cerca exterior se levantan cuatro góticas
estatuas de Santiago y San Juan, hijos del Cebedeo, de la Vir-
gen y San Gabriel, sobre repisas muy labradas que representan
las dos últimas la formación de Eva y el primer pecado. Lápidas
no contiene otras el cuerpo de la iglesia sino dos del siglo xiii á
lo último de la nave izquierda á los pies de una colosal pintura
de San Cristóbal (i), y otra en medio del crucero más curiosa
que antigua (2). La sacristía, adornada de varios cuadros de
apóstoles y evangelistas pintados con la vigorosa entonación de
Ribera, encierra alhajas y ornamentos que regaló en 1486 Don
Diego de Fonseca, obispo de Coria, y una bella custodia de
plata labrada en 1538 por Juan Gago, cuyo pié de gusto plate-
resco y abalaustradas columnas se combinan con labores de la
decadencia gótica y multitud de figuras de relieve que pueblan
el tabernáculo.
Las parroquias proporcionalmente en Toro no abundan
menos que en Zamora, mas no presentan sus antiguas galas
tanta riqueza. En las portadas por lo general no se ven colum-
nas ni labrados capiteles, sino simples aristas ó molduras decre-
centes en arcos de ladrillo ; los ábsides por fuera en lugar de
suntosas ventanas, llevan arquería figurada como los de las
iglesias de Toledo. Muchas son de tres naves pero bajas y
reducidas, y algunas sólo tienen dos careciendo á un lado de la
que debiera formar simetría con la otra ; los techos de madera
casi todos, únicamente la capilla mayor en las que se reforma-
ron al final del siglo xv ostenta bóveda de crucería. Consérvase
(i) Las losas se embadurnaron y pintáronse encima malamente las letras oca-
sionando difícultades en la lectura del nombre del obispo y de la primera fecha:
«Aquí yaze doña María de Velasco tia de don Suero por la gracia de Dios obispo de
Zamora la sub era MCCCXXIII (1285 de C.)— Aquí yace Pedro Guillclmo que
heredó esta iglesia sub era MCCLXXXXVI (i 258 de C.)»
(2) No comprende más que estas singulares indicaciones referentes á algún
anónimo peregrino: «Aquí yace el leproso alienígena agradecido, murió á prima
2 2 de octubre el año de 1 64 1 .»
ZAMORA 637
este tipo con mayor pureza en las que un día pertenecieron á
la jurisdicción de los templarios, en San Salvador, en el Sepul-
cro, en Santa Marina. La primera figuró entre los doce conven-
tos principales de la infortunada orden en España, y á mediados
del siglo XII aparece ya su nombre con el de otros cuatro en
una bula de Alejandro III. La característica gentileza de las
fábricas de aquellos se revela muy especialmente en los tres
altos ábside^ perfectamente torneados, revestidos dentro y fuera
de una serie de arquitos, y en los grandes arcos de medio punto
que dividen las naves, de las cuales se cortó parte de la dere-
cha en tiempos ya remotos : el sello oriental marca la puerta
ojiva que por aquel lado conducía á las derruidas habitaciones
de los caballeros. Idénticos rasgos ofrecen el Sepulcro y Santa
Marina, que extinguidos los templarios pasaron á los sanjua-
nistas, los cuales al lado de aquella tenían un claustro; en la
una lleva la capilla mayor bóveda de medio cañón apuntada y
encima del arco una claraboya, en la otra comunica la nave de-
recha con la principal por medio de arcos gótico-arábigos asi-
mismo. Al Temple pertenecía también Santa María la Nueva (i),
mas de dicha época no guarda vestigio alguno interesante.
Bajo la advocación de Santa María hay otras dos parro-
quias dependientes de dos célebres colegiatas, la de Arvas en
Asturias y la de Roncesvalles en Navarra; y la última unida á
la de Santa Catalina, que ha dejado su nombre á la puerta
oriental de la ciudad, apoya el maderaje de sus ahogadas na-
ves en arcos de medio punto. Poco después del martirio de
Santo Tomás de Cantorbery se le erigió á la parte del norte la
iglesia de su título, y desde luego se encargaron de ella los
premonstratenses: en 1 794 fué reparada, pero conserva los dos
grandes arcos de comunicación cuya anchura iguala á la longi-
tud de las naves como en el Sepulcro, no menos que la clara-
boya y los bellos ajimeces sutilmente calados de su capilla ma-
(i) Véase la nota segunda de la página 592.
638 ZAMORA
yor, adornada mucho después de su fundación con techo de
crucería y con un minucioso retablo del renacimiento. Lo mismo
sucedió en la Trinidad : el ábside es de piedra, y en su fondo
brillan multitud de tablas representando misterios que compo-
nen el retablo divididas por columnas abalaustradas ; fáltale al
lado de la epístola la nave correspondiente, y la ojiva en degra-
dación caracteriza su portal. Arcos ojivos sobre pilares cilindri-
cos sostienen las angostas naves de San Pedro apellidado del
OlmOy mostrando singular gentileza el que da entrada á la capi-
lla mayor que por su maciza bóveda y planta semicircular pare-
ce ser la primitiva.
En adornar para entierro suyo la de San Lorenzo se em-
plearon hacia fines del siglo xv D. Pedro de Castilla, nieto del
infortunado rey de este nombre é hijo de D. Diego que en
Curiel y en Coca sufrió largo cautiverio, y su esposa D.* Bea-
triz de Fonseca hermana del arzobispo de Sevilla D. Alonso.
Follajes y colgadizos y agujas de crestería con figuras engala-
nan el arco trebolado de la hornacina situada á la parte del
evangelio, entre el cual y otro de medio punto que lo cierra
dos ángeles ostentan los blasones de ambas familias acompaña-
dos de laudatorios dísticos, y dos el epitafio (i): sobre la urna
(i) Éste y aquellos dicen así: «Aquí está sepultado el muy noble ca vallero
D. Pedro de Castilla, nieto del rrei D. Pedro, que santa gloria aya, falleció domin-
go á catorce días de marzo año del nacimiento de nuestro Señor Jhuxpo. de
MCCCCXCII años.— Aquí está sepultada la muy virtuosa señora doña Beatriz de
Fonseca, santa gloria aya, muger que fué del dicho Sr. D. Pedro, falleció miérco-
les XXII dias de agosto año de ntro. Sr. de MCCCCLXXXVII años.» Son singular-
mente enfáticos los versos dedicados al primero:
Vivís? an híec nostros oculos tua fallit imago?
Numquam credidcrint te tua ssecla mori.
Hac sub mole tegor: milites, celébrate sepulchrum;
HesperííE charus, rregibus et populis.
Los de su esposa son como siguen, advirtiendo que en el segundo verso hemos
variado el orden de las palabras conforme á las exigencias del metro:
Quam genus et virtus evexit ad oethera quondam,
Hoc parvo Beatrix clauditur ecce solo.
Quce jacet hic semper mortalia cuneta Beatrix
Contcmpsit, cupiens praemia magna celi.
ZAMORA 639
esculpida con relieves de santos bajo doseletes, yacen las efigies
de gran tamaño, imitando al varón cubierto de elegantísima
armadura y de airoso manto, con el yelmo á los pies sostenido
por un paje, y á la dama con honesta toca y holgada vestidura.
Florones y escudos esmaltan la crucería de la bóveda, y ocupa
la testera un retablo de góticas pinturas qué en el primer cuer-
po recuerdan la historia de la Virgen y en el segundo la del
mártir titular. No lleva, sin embargo, esta capilla el nombre de
dichos patronos sino el del rey D. Sancho, el IV probablemen-
te, no sabemos si por haberla fundado: de todas maneras la
pequeña nave, el techo de madera, la portada lateral de plena
cimbra debajo del pórtico, las zonas de arquitos que por fuera
bordan sus muros de ladrillos, demuestran no escasa antigüe-
dad.
San Julián de los Caballeros, así llamada por cierta cofradía
que tenían estos allí, pretende haber alcanzado la dominación
sarracena y mantenido bajo ella el culto católico, según afirma
la lápida modernamente puesta sobre su trebolado ingreso: pero
luchaba ya con la imitación gótica el renacimiento, cuando se
construyó de piedra su torre, y subieron sus despejadas naves á
una misma altura apoyadas en bocelados pilares. Ningún epita-
fio por desgracia, siquiera fuese renovado como el de Pedro de
Vivero, guarda mayor de Juan II (i), señala el lugar donde
yace Antona García, la varonil conspiradora, que murió víctima
de su adhesión á la causa de la grande Isabel. De la misma
época data la reedificación de San Sebastián, existente ya
en 1294^ ^^s ^^ 1 5 16 labrada toda de piedra y abovedada con
vistosa crucería por la filial afección de fray Diego de Deza,
arzobispo de Sevilla, que en su pila bautismal había sido rege-
nerado cual lo fué más adelante el cardenal Tavera; distingüese
á la entrada su escudo encuadrado por rectas molduras, y es
(i) Dicho Vivero fundó mayorazgo y murió en 1457, como dice la lápida res-
taurada en 1 786 por su descendiente el marqués de Valparaíso.
6^0 ZAMORA
fama que se proponía fundar allí un colegio tomando por mode-
lo el de San Gregorio de Valladolid. En tiempos más recientes
todavía, fueron renovadas dos parroquias cedidas á institutos
religiosos y después de la supresión de estos restituidas á su
primer destino ; San Pelayo, dependiente en su origen con título
de priorato de los benedictinos de San Zoilo de Carrión, y des-
de 1569 por cesión de Pedro de Vivero su patrono agregada al
convento de agustinos que la rehicieron con cúpula y crucero en
la plaza del castillo, y Santo Tomás á la cual en el mismo año
se trasladaron los mercenarios desde el barrio de la Magda-
lena, menos notable por su fábrica que por sus vistas deliciosas
hacia mediodía. San Juan de la Puebla se instaló en la ermita
donde antes era venerada la Virgen del Canto, patrona de la
ciudad, cuya imagen ha pasado á la Concepción.
Diez y seis parroquias para una población de dos mil veci-
nos escasos parece número exorbitante; y sin embargo apenas
hace medio siglo que tenían por compañeras á San Juan
de los Vascos perteneciente á la orden de San Juan, en cuyo
nombre han pretendido algunos ver una prueba de que al repo-
blar á Toro vinieron de Gascuña sus feligreses; á Nuestra Se-
ñora del Templo, humilde iglesia incorporada á Santa María de
Arvas, á San Marcos aneja á San Julián, á Santo Domingo de
Silos y á la Magdalena unidas hoy á la Trinidad, y en la última
se leía sobre el portal que en i ico había sido construida y que
se llamaba Martín el arquitecto (i). ¿Qué más.í^ en 1344 coo
motivo de un convenio que firmaron dominicos y franciscanos
para repartirse la predicación por las iglesias, suenan además
de todas las enumeradas San Andrés del Bollón y San Andrés
de Pedro Berona, Santiago el Viejo y Santiago de Tajamontes,
San Juan Evangelista, San Esteban, San Lázaro, Santa Cruz,
San Miguel, San Román, San Martín, San Cipriano, San Anto-
(i) Habla de ellas como existentes en su tiempo la Corografía de Gómez de la
Torre publicada en 1802: Floranes leyó en la inscripción de la Magdalena, la
fecha de 1155.
ZAMORA 641
nio, San Nicolás, San Bartolomé reducida después á capilla,
San Pedro sobre el río, San Vicente y Santo Tomás entrambas
junto al puente viejo; de suerte que la jurisdicción parroquial
de cada una no se extendía casi fuera de la sombra de su
torre.
Los dos conventos que así se distribuían los pulpitos se ha-
llaban establecidos en Toro desde el siglo anterior. El de domi-
nicos dedicado á San Ildefonso, lo fundó hacia 1 285 la insigne
reina D.* María de Molina, junto á una ermita de Santa María
la Blanca, y en la capilla mayor hizo sepultar á su hijo Enrique
fallecido en 1299 ^ ^^ edad de once años. Dentro del propio
ediñcio tenía su real morada, en la cual le sucedieron otras rei-
nas : María de Portugal, viuda de Alfonso XI, empeñada inútil-
mente en enfrenar las desbocadas pasiones de su hijo D. Pedro,
y Catalina de Lancáster al dar á luz á Juan II. Cuéntase que en
medio de los bandos que hervían reinando Enrique IV, puestos
á punto de venir á las manos, una voz perceptible de reconci-
liación salió del simulacro de Nuestra Señora de las Paces^ ve-
nerado en una capilla de aquel templo, donde el rey en 1472
ordenó celebrar todos los sábados una misa. Varias agujas oji-
vas es lo único que resta de la gran nave, que según aseguran
los que la vieron podía competir en decoro y majestad con
muchas catedrales: sobre la puerta principal se conserva una
claraboya de trepados círculos, y á un lado una portada gótica
del siglo XV. El claustro bajo lo hizo labrar hasta las bóvedas
fray García de Castronuño, obispo de Coria y confesor de la
reina Catalina, que yacía dentro de una capilla en marmóreo
sepulcro, y lo terminó un siglo después el nombrado arzobispo
Deza, quien legó además á la casa querida, donde había vestido
el hábito, la capilla de Santa Catalina, el refectorio, tres dormi-
torios, y una nueva sala de capítulo, mandando enterrar en
ella á sus padres y hermanos con ricos bultos de alabastro que
no duraron allí mucho tiempo.
Entre los árboles de espaciosa plaza asoman las ruinas de
81
642 ZAMORA
San Francisco, cuya iglesia destruida en tiempo de la invasión
francesa formaba, si hemos de juzgar por la grandiosa y alta
capilla mayor, una magnífica nave gótica, algún tanto estrecha,
de cinco capillas por lado, subsistiendo todavía muy profundas
las del costado de la epístola. En 1270 ilustraba ya al convento
la santa muerte de fray Esteban Cuervo, famoso por sus virtu-
des y milagros (i): un terrible incendio lo devastó en 1423, y
cuarenta años más tarde lo reedificó la piedad del noble Juan
Rodríguez Portocarrero y de D.^ Beatriz de Barreto su consorte
ó más bien la de sus nietos, poco antes de que levantara su se-
gundo claustro el esforzado obispo de Ávila D. Alonso de
Fonseca. Hasta la mitad del siglo xvi no hubo en la ciudad
otros conventos que los dos citados: ya hemos visto cómo
en 1569 se les añadieron los agustinos y los mercenarios; vi-
nieron en 1589 los carmelitas descalzos y después de varias
mudanzas se fijaron en 1 608 enfrente de San Lorenzo ; por últi-
mo á principios de la misma centuria fundaron sus casas los
franciscos descalzos y los capuchinos.
Infantas y reinas fueron las que en Toro abrieron los pri-
meros asilos á las vírgenes del Señor. Santa Clara debe su
erección á D.* Berenguela, primogénita de Alfonso el Sabio y
señora de Guadalajara, cuyos restos se precia de guardar en
urna de madera sostenida en alto por tres leones á un lado de
la capilla mayor, que posteriormente se reedificó con bóveda de
crucería (2). A las monjas de Santa Sofía de la orden premons-
(i) Joven y caballero convirtióse un viernes Santo después de oído un ser-
món, despojándose de sus profanas galas, como refiere Wadingo que se extiende
bastante en la narración de sus hechos.
(2) En el centro de la urna están pintadas las armas reales, y á los lados se
leen en letra bastardilla estos versos que á más de ser pésimos se hallan trastro-
cados y faltos de sentido, sin duda por faltar otros intermedios:
■
Cubierta de luto está en ese estante
Infanta e señora de Guadalajara,
Del rey D. Alonso y su esposa chara
Hija que fué de doña Violante,
ZAMORA 6.|:^
trátense, que visten hábito blanco y elegante toca rizada sobre
la frente á modo de cresta, acogió en 1307 D.^ María de Molina
en su propia casa, pasando ella con este motivo tal vez á habitar
en San Ildefonso, pues la agitación de los tiempos no les per-
mitía vivir con seguridad fuera de los muros en la residencia
que tres años antes les había señalado en la huerta comarcana
el abad del monasterio dúplice de San Miguel de Grox, del cual
al principio formaban parte. Contrasta el espacioso convento
con la mezquindad de la iglesia, y la relación de las caprichosas
esculturas, monstruos y sirenas que contiene nos hizo sentir más
la imposibilidad de visitarlo: la entrada del palacio creen algu-
nos descubrirla aún en la ojiva tapiada al pié de la torre. En el
mismo año de 1307 D.* Teresa Gil, hermana de Dionís rey de
Portugal (i), dispuso por su testamento de 16 de Setiembre
plantear un convento de dominicas con título de San Salvador,
que luego se trocó por el de Sancti Spiritus á imitación del
convento de Benavente de donde vino en calidad de priora no
sé qué infanta Leonor (2) : se ha dicho que la fundadora yacía
en el coro juntamente con D.* Beatriz, reina de Portugal, que
moró allí cuarenta años (3), y tal vez les sirvan de tumba
Sabio monarca en guerras pujante.
Esta señora fundó á Santa Clara. Año de i 2 s 5 .
Nacida la infanta en 12^3 ^cómo podía fundar en 12 5 5? hay aquí una notable
anticipación de fecha. Pero que esté sepultada en dicho convento más bien que en
el de Santo Domingo de Madrid lo declara terminantemente un privilegio de
Juan II dado á i 5 de Marzo de 1408 y existente en el archivo de aquel, y lo com-
prueba el reconocimiento que se hizo en 1 772. De ella hablamos en los correspon-
dientes tomos de Castilla la Nueva^ capítulos de Madrid y de Guadalajara.
(i) Con más datos que los que teníamos al hablar de esta dama al principio
del tomo, pág. 23 y 64, podemos afirmar que era hija natural de Alfonso ÍII de
Portugal, hermana y no hija de D. Gil Alonso.
(2) Hermana del rey D. Fernando de Aragón llama á dicha infanta Gómez de
la Torre, más ni el I ni el II de este nombre tuvieron ninguna que fuese religiosa.
Floranes dice que era hermana de la célebre Rica hembra hija y heredera del con-
de D. Sancho, y llamada también Leonor con sobrenombre de Urraca, que reinó
en Aragón con su esposo Fernando I.
(3) Tampoco atinamos en quién fuese la expresada reina : la esposa de Alfon-
644 ZAMORA
actualmente los dos sencillos ataúdes de madera que se advier-
ten dentro de modernos nichos á un lado y otro del presbiterio.
AI primer período gótico pertenece el arco de ingreso de la
capilla mayor cubierta lo mismo que la nave de precioso arte-
sonado arabesco, al renacimiento la portada exterior.
Por la data de los demás conventos de religiosas puede
concebirse su estructura, arreglada al tipo general de crucero y
cimborio que en las modernas iglesias prevalece. A mediados
del siglo XVI tuvo principio la Concepción fundada por D.* Ana
de Rojas, señora de Requena; en 1563 Santa Catalina que for-
maba ángulo con la parroquia de la Trinidad y se cerró poco
hace agregándose las monjas á sus hermanas de Sancti Spiritus;
en 1 6 1 9 las carmelitas de Santa Teresa ; en 1 648 las mercena-
rias descalzas. El viajero se cansa de registrar con tan escaso
provecho artístico ese interminable catálogo de templos, porque
todavía le aguardan fuera de los muros, más para recordarle lo
pasado que para interesarle en su estado presente, dos ermitas:
Santa María de la Vega poseída á su tiempo por los templa-
rios, nombrada más de una vez en el cerco puesto á la ciudad
en 1355 por el rey D. Pedro, y entonces contigua al río que
ahora pasa lejano ( i ) ; y Nuestra Señora de la Soterraña distan-
te media legua al sur, primer albergue de las premonstratenses
de Santa Sofía antes de entrar en la ciudad, y asiento de una
so IV de Portugal hija de Sancho IV de Castilla no pudo ser, pues yace en Lisboa
con su marido á quien solamente sobrevivió dos años. ^ Sería tal vez la segunda
mujer de Juan I, que le trajo en dote sus derechos á la corona de Portugal como
hija única del rey Fernando, y de cuya larga existencia después de su prematura
viudez ni del lugar de su entierro nada apenas ha podido averiguarse? De esta
opinión he visto después que era Floranes. Desalojadas del convento las religio-
sas en 1869, se averiguó que la citada reina descansaba con efecto dentro del
coro en sepulcro de alabastro; pero leyóse sin duda mal la fecha del óbito (i 342)
que cita Fernández Duro, si más bieri no es la era del fallecimiento de D.* Teresa
Gil, que por otra parte vivía aún tres años después del 1304. Por lo tocante á
D.' Beatriz, viviente todavía en 1406, pudo alargar su vida hasta 1430 en que
apenas contaría sesenta años de edad y cuarenta de retiro.
(i) En 1 48 i mandaron hacer el retablo de Santa María de la Vega Rodrigo de
Ulloa y D.« Aldonza de Castilla su mujer.
ZAMORA 645
antigua cofradía en la cuál se inscribió Juan II agradecido á la
fecundidad inesperada de su segunda esposa Isabel, sin saber
todavía que aquel fruto de bendición debiera ser la gran Reina
Católica por excelencia, la inmortal regeneradora de España.
y I sf el interés histórico como la riqueza monumental de la
3 -^provincia se hallan casi exclusivamente concentrados en las
. dos ciudades que tan despacio acabamos de visitar. A excepción
de Benavente y de dos ó tres más de algún vecindario, las otras
poblaciones no pasan de humildes villorrios; tanto que de tres-
cientas que comprende, apenas una quinta parte alcanza al nú-
mero de mil almas. Ni en las alturas los castillos, ni en las
soledades los monasterios abundan tanto allí como por las re-
giones colindantes de León y de Castilla. Poco al menos es lo
que vimos de notable, atravesando de norte á mediodía su terri-
torio en toda su longitud. ^Quién sabe si tal vez la más oscura
648 ZAMORA
aldea ó las breñas más escondidas encierran alguna preciosa
joya del arte, alguna venerable antigualla? Pudiera indudable-
mente suceder, pero no hay indicio que haga sospechar su exis-
tencia, ni rastro de luz que conduzca á su descubrimiento; y en
medio de esta completa ignorancia, en la imposibilidad de regis-
trarlo todo, no podíamos peregrinar á la ventura en busca de
eventuales y hasta inverosímiles hallazgos.
La provincia carece de límites naturales y marcados, y por
consiguiente de fisonomía peculiar. Por el lado del norte se
confunde con los páramos de Astorga, por el de levante con las
llanuras de Campos, por el sur con los montuosos carrascales
de Salamanca; sólo hacia poniente presenta más elevada barrera
al vecino reino de Portugal, bastante para defenderla ínterin
aquél permanezca extranjero, mas no tan insuperable que exclu-
ya para algún día legítimas esperanzas de unión. Corta el Duero
aunque no por igual, corriendo de este á oeste, la anchura del
territorio; júntasele el Tormes por el ángulo de sudoeste, y
baja del norte á incorporársele el Esla, que cruzando en diago-
nal su mayor extensión, la divide en dos países de muy distinta
naturaleza: quebrado y silvestre el de su orilla derecha com-
puesto de los distritos de Sanabria y Alcañices, llano y feracísi-
mo el que se extiende á la izquierda por las comarcas de Bena-
vente, Villalpando, Zamora y Toro. Tierra del pan y tierra del
vino según su preferente cosecha se denominaban estas vastas
campiñas, comprendiendo la última allende el Duero el onduloso
término de Fuente Saúco; el de Sayago, todavía más desigual,
puede calificarse de serranía.
Para empezar nuestra rápida excursión salgamos ya de
Toro; y si vamos á caza de recuerdos, en vez de seguir la fruc-
tífera vega donde vació su cuerno la abundancia , caminemos
hacia oriente poco más de una legua hasta descubrir á Morales.
Allí falleció en 1316 D. Alfonso primogénito del infante D.Juan
el de Tarifa, casado con Teresa Núñez de Lara; allí, según al-
gunos, le nació al rey D. Pedro acampado contra Toro en el
ZAMORA
6.19
verano de 1355 la infanta Isabel, tercer fruto de sus amores
con la Padilla. Contaba la villa tres parroquias en razón de su
importancia; tres conserva aún Pozo Antiguo, y dos respectiva-
mente Pinilla, Vez de Marbán y Belver de los Montes, situadas
al norte una tras otra en suaves y fértiles laderas. Junto á la
última florecía en el siglo xi enriquecido con donaciones cuan-
tiosas un monasterio titulado San Salvador de Villaceyt, que á
principios del siguiente se incorporó al de Sahagún , bien que
todavía en el xiii sostenía graves contiendas con los vecinos, y
era objeto de atroces violencias. Las ruinas del castillo dé Bel-
ver representan á la fantasía la alevosa muerte de Alvar Núñez
Osorio, que caído de la privanza de Alfonso XI se había forta-
lecido en aquel país todo suyo contra la saña de sus enemi.
gos (i): de un falso amigo le vino el daño, y en cierto día de
Octubre de 1328 hallándole desapercibido le mató á puñaladas
Ramiro Flórez su alcaide y su vasallo.
De la cordillera que por el sur separa la provincia de la de
Salamanca, bajan numerosos arroytielos que fecundan los valles
de Fuente Saúco y se unen al Guareña para rendir tributo al
Duero; ricos viñedos visten el pié de sus lomas, densos bosques
(i) El citado poema de Alfonso XI indica las vastas posesiones de Osorio en
aquella comarca:
Don Alvar Nunnes de Ossorio,
Muchos buenos con él van,
Por Simancas pasó á Dorio
E fuese á San Román,
A Brcnna e Belver,
A Tiedra muy real casa,
E fuese con muy gran placer
A San Pedro de la Tarsa,
A Oter de Fumos el fuerte
Dó el tesoro tenia:
Non cuydava en la muerte
Que acerca le venia.
Después de poner en boca del conde sus querellas y las razones que tenía para no
entregar al rey los castillos, menciona su muerte con breves y misteriosas frases,
dando á entender que fué justa expiación de la que por consejo suyo se dio en
Toro á D. Juan el Tuerto, á quien antes había pertenecido Belver.
Todo el mundo fablará
De como lo Dios complió:
Donde tiró á Don Johan
Este conde allí morió.
En Belver castillo fuerte
Hi lo mataron sin falla:
En como fué la su muerte
La cstoria se lo calla.
Matáronlo sin guerra
E sin cavallería;
El rey cobró su tierra
Que le forzada tenia.
83
650 ZAMORA
y matorrales sus cimas, y pueblan sus cañadas algunas villas
no insignificantes. Tales son la capital del partido amurallada
en otro tiempo ; Fuente la Pefta notable por su frondosa arbo-
leda, calles rectas y espaciosas y linda parroquia de tres naves;
y la Bóveda, cabeza de una vasta encomienda de San Juan que
en 1 1 1 6 dio la reina Urraca á la orden luego después de funda-
da. En el camino, á la subida de unas cuestas cubiertas de ca-
rrascas é infestadas algún día de ladrones, se nos aparecieron
en amena soledad los restos de un monasterio esclarecido en
los anales cistercienses : dióle principio Martín Cid , natural de
Zamora, unido con cuatro monjes que le envió desde Claraval
San Bernardo, y en 1 1 3 7 Alfonso VII hallándolo varón justo le
dio para este fin el lugar del Cubo , situado á la raya en la ver-
tiente opuesta. La abadía llevaba el nombre del vecino pueblo
de Peleas, y estuvo en otro paraje inmediato llamado de Bello-
fonte hasta 1232 en que se trasladó al actual, que por cierto
no desmerece del título hermoso de Valparaíso. Promovió dicha
mudanza el santo rey Femando en memoria de haber nacido
puntualmente en aquel sitio en 1198, cuando era todavía de-
sierto monte, donde á la insigne Berenguela sobrecogieron en
un viaje los dolores del parto : y siglos después el culto religio-
so consagró la cuna del gran monarca juntamente con el sepul-
cro del abad Martín, cuyos restos fueron traídos solemnemente
de su mansión primera, tributándose al fundador lo mismo que
al bienhechor los honores de bienaventurado.
Sólo paredones y algunas bóvedas subsisten (i); mas por
lo que ha quedado se reconoce que era de tres naves la iglesia,
muy bajas las laterales y cortadas en época posterior para ca-
pillas, bizantinos los capiteles de los pilares, ojivos en general
los arcos, bien que de medio punto como más antiguos los del
ancho y profundo crucero: de la capilla mayor nada aparece; la
(i) Nos referimos aquí, como por lo general en el texto, á la época de nuestro
viaje en 1852.
ZAMORA 651
portada y la torre se ve que habían sido renovadas al estilo
churrigueresco. Aún demuestra mejor su gusto gótico florido
el lindo claustro, trazado por cuatro galerías de seis arcos cada
una, que guarnecían delicados follajes mezclados con ñguras
de anímales de toda especie, y bordaban puros y sutilísimos
arabescos; las bóvedas de crucería de sus ánditos arrancaban
de repisas compuestas de grupos de angelitos con escudos y
rótulos, en alguno de los cuales puede aún leerse doctor de Gra-
do y y estas palabras despiden bastante luz para conjeturar que
aquella espléndida obra se debió en todo ó en parte á la muni-
ficencia del fundador de la capilla de San Juan Evangelista en
la catedral de Zamora, con cuya gentileza guarda singular ana-
logía (i). En el género barroco se presenta allí la galería alta
decorada de medallones, en el bizantino la sala capitular con
portada y dos ajimeces de plena cimbra y columnas de labrados
capiteles y pilares que aguantan sus apuntadas bóvedas : sobre
varias puertas nótanse versos latinos en elogio del patriarca de
la orden (2). No lejos de Valparaíso, en San Miguel de la Ri-
bera, había un convento de franciscos descalzos que se honraba
de haber sido fundación y residencia de San Pedro de Alcán-
tara.
Encierran la comarca de Sayago por norte y oeste el Due-
ro, por sur el Tormes metidos en profundos cauces ; y en la
estación de las lluvias con los manantiales que dó quiera brotan
inúndase la tierra surcada por infinitos torrentes ó rieras que
desaparecen en verano. Abundantes pastos alimentan en sus
valles copiosísimo ganado, cuya lana constituye la industria del
(i) Véase pág. $89.
(2) Pertenecen dichos versos al género conceptuoso:
Ipsa salutantem Bernardum Virgo Salutat,
Ex Verbi verbis Bernardi verba melosque.
Siento que me atribuya el señor Fernández Duro la disparatada copia que de
estos versos inserta, tomo I, pág. 427 de sus Memorias, sin metro y sin sentido,
pues á no haber podido ó sabido leer otra cosa, ni debía publicarlos yo, ni él
transcribirlos.
652 ZAMORA
país. Humildes y reducidos son aquellos pueblos pastoriles, y
no es de los mayores entre ellos Bermillo su cabeza. Gánanle
en vecindario Pereruela, Peñaosende, Almeida y sobre todo
Fermoselle asentada sobre un peñasco en la confluencia de am-
bos ríos, entre deliciosos cerros plantados de viña, á vista de la
frontera de Portugal. Antes de pasarla el Duero para hacerse
lusitano, corre largo trecho encajonado por desfiladeros de su-
blime y pintoresco horror, cuyos inaccesibles ribazos firanquean
osadamente las bandas contrabandistas. En el ya desmantelado
castillo de Fermoselle tuvo preso el obispo Acuña al alcalde
Ronquillo al tomar posesorio de la mitra contra el interdicto
real ; y en él tremoló todavía después del desastre de Villalar
el estandarte comunero sostenido por los Porras, notable familia
zamorana.
Sobre las márgenes del Duero se dilata en el centro de la
provincia el distrito de la capital , más fecundo en vino por un
lado, más pingüe en mieses por el otro, y limitado al occidente
por el rápido curso del Esla. Una barca que cruza este río daba
ya nombre al empezar el siglo x á San Pedro de la Nave (i),
•priorato benedictino y hoy parroquia del lugar, que bajo vulgar
y desnuda cascara encierra una de aquellas pequeñas y precio-
sas basílicas, de que sólo Asturias conserva raros ejemplares.
Es un rectángulo cuadrilongo de tres naves, partidas transver-
salmente por un crucero, á cuyos extremos se abren sus dos
puertas: en el fondo avanza la capilla mayor también rectangu-
lar. Las bóvedas son de plena cimbra ; tragaluces , ventanas,
ajimeces de dos y tres arquitos, todo de medio punto; columnas
no las hay sino en los cuatro ángulos de intersección del cruce-
ro, y en el arco toral del santuario que es de pronunciada he-
rradura; y sus capiteles, longitudinalmente aplastados á manera
de impostas, presentan en su frente y en sus costados curiosos
(i) Cita Argáiz un documento del año 902 por el que Alfonso III dio á este
monasterio la posesión de Valdeperdices.
ZAMORA 653
relieves, en los que contrasta la rudeza de las figuras con la
gentileza de follajes y entrelazos (i). Las naves laterales co-
munican con los brazos del crucero por arcos rebajados, por
cima de los cuales corre una especie de tribuna con labrado
friso en el antepecho. Montamarta tres leguas al norte de Za-
mora tenía también su monasterio, y tres leguas más allá en la
misma orilla del Esla florecía el de Moreruela, de cuya suntuo-
sidad solamente quedan informes ruinas dominando el pantano-
so terreno. No fué allí sin embargo donde á fines del siglo ix lo
erigió San Froilán reuniendo cerca de doscientos monjes y don-
de le acompañó en el retiro San Atilano : su célebre fundación
estuvo algo más arriba en sitio más saludable mientras la habi-
taron los benedictinos, hasta que en 1 153 reemplazados por los
cistercienses , cambiaron estos de lugar por intervención de
D. Ponce de Cabrera á quien Alfonso el emperador encomendó
su instalamiento. Bajo el patronato de los herederos del conde
que se enterraban en dicha iglesia y con las dádivas de una in-
fanta de Portugal, insigne protectora de la casa, y hermana,
según algunos, de la reina Teresa primera esposa de Alfon-
so IX (2), elevóse Moreruela á un grado de esplendor, de que
apenas permiten ya formar idea sus escombros, y que pronto
atestiguarán no más las mudas páginas de la historia.
Ilustraba no menos la izquierda margen del Esla el castillo
(i) Representa uno de estos frentes el sacrifício de Isaac, otro á Daniel en el
lago de los leones; en los costados se notan tosquísimos San Pedro, San Pablo,
Santo Tomás y San Felipe, todo con sus correspondientes letreros; distínguense
por la gentileza los cimacios y los frisos.
(2) Morales, que vio en la capilla mayor de Moreruela la tumba alta de esta
infanta con bulto de piedra, no pudo averiguar su nombre; Risco la llama Beren-
guela hija menor de Sancho I de Portugal, bien que Méndez Silva asegura que
ésta murió de corta edad. Pero si es cierto, como afirma Herculano, moderno é
insigne historiador de Portugal, con referencia á graves autores extranjeros, que
dicha Berenguela casó con Valdemaro II rey de Dinamarca y que reinaron allí
sus hijos, no parece probable que viniese á ser enterrada en Moreruela. Hace
pocos años que dentro de un sepulcro de aquel templo se encontró una momia
flexible todavía, que fué llevada á la catedral de Zamora: di jóse entonces que era
el cadáver de la esposa de Alonso Meléndez de Bornes, caballero portugués que
en 1 186 dio varios lugares al monasterio.
654 ZAMORA
de Castrotorafe poblado por Fernando II de León (i), defendi-
do valerosamente á nombre de Isabel la Católica contra el rey
de Portugal, y dado por salvaguardia á Alonso de Valencia
después que hubo entregado á Zamora : hoy hasta el nombre
del pueblo ha sido sustituido por el de San Cebrián , pero con-
tinúa poseyendo su territorio la orden de Santiago. Más al este
Villafáfíla contigua á unas salitrosas lagunas, población harto
reducida para cuatro parroquias que contiene, vio en 1506 al
Rey Católico firmar la avenencia por la cual entregaba á su im-
paciente yerno Felipe de Austria el gobierno de Castilla. Tierra
de Campos es ya propiamente toda la vasta llanura que por
aquel lado termina en el Valderaduey, poblada de lugares más
crecidos entre los cuales descuella Villalpando : á los recuerdos
de esta populosa villa anteriormente ya pagamos homenaje (2);
á sus monumentos, caso de que se nos engañara al asegurarnos
que no los tiene , pedimos perdón de haber sacrificado su exa-
men á la rapidez de nuestra ruta.
A la otra parte del Esla varía completamente el aspecto del
país : fragosas montañas, densos bosques de robles y encinas,
enmarañados jarales, copiosas fuentes y arroyos que cubren de
escaso verdor el denegrido suelo, pueblos cortos y pobres que
casi pueden calificarse de caseríos. Entre el expresado río, la
imponente sierra de la Culebra y la frontera de Portugal, forma
el áspero partido de Alcañices un triángulo cuyo vértice apoya
en el Duero. Rige desde lejos en lo eclesiástico casi toda su co-
marca el báculo arzobispal de Santiago mediante las dos vicarías
de Alba y Aliste, que toman su nombre, ésta del riachuelo prin-
cipal que la baña, aquella del antiguo castillo que coronaba una
de sus más altas cimas : los vocablos unidos de Alba de Aliste,
sirvieron de título á un condado, que obtuvo desde mediados
del siglo XV la rama segunda del almirante Enríquez, mantenién-
(i) Así dicen el arzobispo D. Rodrigo y el Tudense, pero ya en 1 129 Alfon-
so VII concedió términos á este concejo y el fuero de Zamora.
(2) Véase atrás, pág. 900.
ZAMORA 65')
dose en su posesión contra la autoridad real de Juan II (i). Á
favor de otro vastago de la misma estirpe erigió el Emperador
en marquesado la villa de Alcañices, cuyo señorío había here-
dado por enlace con la familia de Almanza ; anteriormente la
poseyeron los templarios, y en 1297 P^^^^i poner término á pe-
ligrosas guerras se celebraron en ella los dos enlaces del joven
rey Fernando IV con Constanza de Portugal y del príncipe her-
mano de ésta con Beatriz de Castilla. Todavía existe el palacio
de los señores y en el centro de la plaza un cubo de su fortaleza
convertido en torre de reloj. Marqués de Tábara casi al propio
tiempo fué creado un* Pimentel, y también allí habían dominado
los templarios, y en época más remota el gran cenobita San
Froilán había congregado allí cerca en vida monástica seiscien-
tas personas de ambos sexos.
A espaldas de la sierra de la Culebra se encrespan al norte
otras aún más formidables, la Segundera, la Gamoneda, la Peña
Negra, que cruzándose en varias direcciones y trazando los lími-
tes de León, Galicia y Portugal, forman acaso el punto culmi-
nante de Castilla la Vieja y comprenden en sus rápidas vertientes
y profundos valles la tierra de Sanabria. Nada ofrecen de histó-
rico sus lugarejos sepultados en la nieve la mitad del año, sino
algún nombre tal como Ungilde y Hermisende que despierta la
memoria de sus pobladores godos. Entonces al parecer, en lo
más áspero y frondoso de aquellas breñas, se elevaba ya el mo-
nasterio de San Martín de Castañeda, que reedificó en el siglo x
el abad Juan, venido de Córdoba la musulmana, á reparar en el
país reconquistado los estragos de los musulmanes (2) : propie-
(i) Los de Benavente hacia 1448 acaudillados por su conde acudieron á Alba
de Aliste que estaba cercado por los del rey y los forzaron á alzar el cerco.— Maria-
na, lib. XXII, cap. 7, Crónica de Juan 11, cap. 107.
(2) Transcribiremos aquí la inscripción queen el capítulo del Vierzo del tomo
át Asturias y León no hicimos más que indicar: Hic locus aniiquiius Martinus
Sanctus est honore dicaius^ brevi oj>ere insiructus diu mansit dirutus, doñee Johan-
nes abba á Corduva venii el hic iempium litavit^ edis ruinam á /undamentis erexit
et acta saxa exaravit ; non imperialibus /ussis sed fratrum vigilantia insianiibus,
656 ZAMORA
dad de los monjes era el profundo y anchuroso lago, donde se
precipita en su nacimiento el Tera, y de donde vuelve á salir
para recorrer en toda su longitud el distrito y visitar á medio
camino la villa que es su cabeza. La Puebla de Sanabria como
plaza fronteriza tiene muros que la ciñen y enhiesto castillo que
domina la comarca ; ningún hecho de armas recuerda, sin em-
bargo, sino una pacífica bien que importantísima conferencia
tenida á 20 de Junio de 1 506 entre Fernando el Católico y el
Archiduque, receloso y bien escoltado el yerno, inerme y apaci-
ble el suegro con singulares muestras de cordialidad y abnega-
ción. Dos horas hablaron á solas dentro de una ermita contigua
al Remesal, á igual distancia de la Puebla y de Asturianos donde
tenían sus respectivos alojamientos, sirviéndoles de portero el
gran Cisneros que cerrada la puerta y sentado en un poyo man-
tuvo los grandes á respetable distancia (i).
Caminando al oriente hacia Mombuey y Villar de Ciervos,
ensánchanse las cañadas y suavízase insensiblemente el terreno,
de suerte que al entrar el Tera en el partido de Benavente riega
ya una fértil y deliciosa vega sembrada de pueblecitos y en el
siglo X de monasterios (2). Con ella confluyen á su izquierda el
valle de Vidriales, á su derecha el de Val verde, surcados por
arroyuelos ; del lado del norte baja el Orbigo reunido con el
Eria, que después de cruzar los campos de la Polvorosa, teatro
annis dúo et tribus mensibus perada sunt hec open'bus^ Ordout'us peragans scepira,
era novtes centena novies dena. Así copió Morales la era que correspondería al
año 952 ; Masdeu interpreta las dos últimas palabras que no se leen bien nona et
quinquagena que sería el año 921, Yepes la rcfíere al 9 i 6. La frase non imperiaii-
busjussis recuerda otra análoga de la inscripción coetánea de San Pedro de Mon-
tes non oppressione vulgi sed lar guate pretil et sudorejratrum.
(i) De esta entrevista hablan extensamente nuestros historiadores, refiriendo
la numerosa comitiva del archiduque y los donaires que el Rey Católico, disimu-
lando su sentimiento, dirigía á cada uno de los grandes que con aquél venían se-
cretamente armados.
(2) Distinguióse por su opulencia y devoción el de Santa Marta de Tera que
floreció hasta el siglo xvi en que su abadía se convirtió en dignidad de la catedral
de Astorga, y en la misma ribera existió el de San Miguel de Camarzana. Otro dú-
plice ó de ambos sexos hubo á corta distancia de allí en San Pedro de Zamudia.
ZAMORA 6S7
de las victorias de Alfonso III (i) y cuyo sobrenombre toman
diversos lugares, rinde al Esla sus caudales algo más arriba que
el Tera. En el mismo desagua el Cea por la parte oriental,
donde se encuentran poblaciones más considerables, Fuentes de
Ropel, Villalobos, Castro Gonzalo, con dos ó tres parroquias
cada una, y la última con restos de castillo y un puente de vein-
tisiete ojos sobre el Esla, memorable por diversas batallas y
cuya antigüedad pretende remontarse á los celtas. .
Hacia la confluencia de estos ríos, entre el Orbigo y el Esla,
se asienta la villa de Benavente, tercera de la provincia, cercada
de amenísimas huertas y lozanos plantíos, dispuesta en anfitea-
tro, rica en iglesias monumentales, coronada por el alcázar de
sus condes. Antes de penetrar en su amurallado recinto, interro-
garéis acerca de su fundación á la historia ; y ella, no atrevién-
dose á registrar en sus críticas páginas el sitio que refiere la
Crónica general^ puesto á la villa en 8 1 1 por Ores, rey moro
de Mérida, del cual dice la libró Alfonso el Casto ayudado del
valiente Bernardo su sobrino, no os presentará sino oscuridad y
vacío antes de que la poblara Fernando II de León (2). Pero os
contará en seguida que en 1 1 76 la honró su poblador reuniendo
allí en cortes á la mayor parte de los prelados y grandes de su
reino, que en 22 de Enero de 1 188 detenido en ella por mortal
dolencia le legó su postrer suspiro, que su hijo Alfonso IX
en 1 202 la escogió para celebrar segundas cortes cuyo ordena-
miento se conserva, y que allí en 1231 Fernando el Santo firmó
con sus hermanas Sancha y Dulce, hijas de primer matrimonio,
la concordia que le allanó pacífica senda al trono de León, com-
prándoles con la renta de treinta mil doblas de oro la renuncia
de sus derechos. En ella tenían los caballeros del Temple una
(i ) Véase el tomo de Asturias y León, cap. VI, i.« parte.
(3) Generalmente se fíja en el año 1 169 la fecha de esta puebla, pero debe ser
anterior, pues en i .° de Octubre de 1 168 se hallaba en Benavente el rey al otor-
gar fuero á la villa de Llanes « sacado e concentrado por el mi fuero de Benavente
que yo poblé.»
83
658 ZAMORA
de sus principales bailías ó encomiendas, y sus iglesias por una
singular anomalía dependían y aún dependen de la diócesis de
Oviedo, de cuyos confines distan más de veinte leguas.
Durante siglo y medio se hace menos frecuente en los ana-
les la memoria de Benavente, tal vez por efecto de decadencia,
pues Sancho IV concedió privilegios en 1 285 á los que acudie-
ran á repoblarla. Pero desde que Enrique II la dio con título de
ducado á su hijo bastardo D. Fadrique, si no más próspera vino
á ser más famosa. Una hueste formidable de portugueses é in-
gleses le puso cerco en 1387; mas el valor de Alvaro Osorio
que la defendía y la escasez de víveres que destruyeron muchas
leguas al rededor los mismos naturales, obligaron al enemigo á
retirarse con desdoro al cabo de dos meses. No es que debiera
la salvación á su duque, que ambicionando la regencia de Enri-
que III su sobrino contra el tenor del testamento de Juan I, mal
contento de la preponderancia de sus colegas y desesperado al
fin de verse excluido del gobierno, no se retiró á la cabeza de
sus estados sino para mantener más de cerca sus inteligencias
con el rey de Portugal cuya alianza procuraba enlazándose con
su hija, y para agitar el país con sus armamentos é infructuosas
tentativas contra Zamora. Tan pronto reñido como reconciliado
con la corte, llegó á fatigar la clemencia del joven rey, quien al
salir de su menor edad, trocada en rigor la condescendencia,
mandóle preso al castillo de Monterrey y luego al de Mora,
desde donde matando al alcaide pudo escapar á Navarra; pero
entregado en 1414 por aquel príncipe, á pesar de ser cuñado
suyo, al enviado de Castilla, acabó tristemente sus días el inquie-
to D. Fadrique en la fortaleza de Almodóvar junto á Córdoba,
sin poder legar sus dominios á su única hija Leonor que había
casado en 1408 con el adelantado Pedro Manrique (i).
( t ) Salazar sospecha que esta hija, cuya madre no consta quién fuese, la hubo
el duque en su prima D.« Leonor de Castilla, hija del infante D. Sancho conde de
Alburquerquey esposa de Día Sánchez de Rojas, señor de Monzón, á quien en i 393
mataron alevosamente los criados de D. Fadrique por estos amores tal vez, más
ZAMORA 659
Su confiscada herencia la transfirió en 1398 el monarca á
un noble portugués llamado Juan Alonso Pimentel, casado con
una tía materna de la reina Beatriz esposa de Juan I, recompen-
sando así sus leales servicios y cuantiosas pérdidas por la causa
de Castilla, é indemnizándole por la entrega de Braganza y Vi-
ñaes (i). Benavente nada perdió de su importancia al conver-
tirse de villa ducal en condal bajo la jurisdicción de la ilustre
familia emigrada, que se arraigó desde luego en el país hasta
competir de improviso con las más antiguas y poderosas del
reino. El segundo conde Rodrigo Alonso, aunque yerno del Al-
mirante y suegro del infante D. Enrique de Aragón, se ladeó
casi siempre á favor de D. Alvaro de Luna á quien dio por es-
posa en 1432 á su hija Juana, y con esto y con su constante
adhesión al soberano, adelantó singularmente su fortuna adqui-
riendo los señoríos de Villalón y Mayorga. Por muerte de su
primogénito Juan á quien hirió en Benavente un escudero lu-
chando con él por diversión, entró á succderle el otro hijo Al-
fonso, que en 1442 hospedó en su villa con grandes fiestas á
Juan II ; pero siguiendo el partido de los grandes descontentos,
fué preso con ellos en 1 448 y llevado á la fortaleza de Portillo.
Al presentarse poco después á las puertas de su alcázar liber-
tado del encierro con la fuga, los naturales sublevados echaron
fuera á la guarnición real, y bien pertrechados y aguerridos
contuvieron al mismo rey que desistió de ponerles sitio: por úl-
bien que por rencillas políticas. Muerto el marido, pidió el duque licencia para
casar con la viuda, y aunque la obtuvo no lo efectuó, pues D.* Leonor se metió
monja en el convento de Sancti Spiritus de Benavente. Así se desprende de un do-
cumento citado por Castillo, cronista de la orden dominicana, que demuestra era
hermana de la princesa del mismo nombre (cosa rara!) que casando con Fernando
de Antequera vino á ser reina de Aragón ; y aquella sin duda es la reformadora
del convento de dominicas en Toro de que en su lugar hablamos, cuñada y no her-
mana de dicho Fernando I.
(i) Se las había dado el rey Fernando de Portugal al casarle con D.' Juana de
Meneses hermana de la reina Leonor, y se las conservó Enrique III en el convenio
que hizo con él al recibirle á su servicio, bien que luego le mandó entregarlas al
maestre de Santiago. Pueden verse los documentos en el Memorial publicado en
1753 sobre los derechos de los condes de Benavente á la grandeza de primera
clase, que hemos tenido presente al escribir estas líneas.
66o ZAMORA
timo la caída del condestable resarció al tercer conde de cuánto
había perdido.
En tiempo del cuarto, llamado Rodrigo Alonso como su
abuelo, de 1461 á 1499, llegó á su apogeo la pujanza délos
Pimenteles, primero por la flaqueza de Enrique IV que le nom-
bró duque de Benavente y conde de Carrión, después por la
gratitud de los Reyes Católicos, de quienes contra toda espe-
ranza se declaró el campeón más decidido, cayendo en Baltanas
prisionero de los portugueses. Recompensáronle entre muchas
mercedes con la donación de la Puebla de Sanabria y de la tie-
rra de Carballeda que perdió Diego de Losada por su desleal-
tad : pero la resistencia de los pueblos frustró más de una vez
las concesiones reales ; Carrión sostuvo su independencia con las
armas y con el auxilio de otros señores; la Coruña sufrió dos
sitios antes que reconocer el señorío del conde (i), que hubo de
contentarse con recibir en cambio las villas de Ayllón y de Ria-
za. A su suegro D. Juan Pacheco tomó cinco fortalezas; con el
conde de Lemos tuvo porfiadas querellas, pero intercedió gene-
rosamente por su competidor ante el rey Fernando que se pre-
sentó en Benavente para dirimirlas. Sus campañas contra los
moros granadinos, singularmente en los sitios de Ronda y Má-
laga, coronaron gloriosamente su carrera.
Acompañados del quinto conde Alfonso llegaron á Bena-
vente en 23 de Junio de 1506, Felipe el Hermoso y su infeliz
esposa, avanzando hacia la capital con mayores muestras á cada
paso de ambición en el uno y de demencia en la otra. Alfonso
Pimentel fué uno de los primeros grandes que desnudaron el
acero contra las rebeldes Comunidades : su hijo y sucesor An-
(i) «Yendo el conde, dice el memorial citado, con cuatrocientas lanzas y al-
guna gente de á pie á tomar posesión de dicha ciudad, se le resistió asistiendo á
la defensa la mayor parte del reino de Galicia, por lo cual levantando el cerco que
le habia puesto y dando vuelta para sus tierras, entró las ciudades de Santiago y
Orense para satisfacerse de sus contrarios, y capitulada paz con las iglesias y ciu-
dadanos de ellas las dejó libres. En este viaje prendió al conde de Camina por
cierto trato doble que habia hecho contra él, y le trajo preso á Castilla donde le
tuvo mucho tiempo en una jaula de madera en la fortaleza de Benavente.»
ZAMORA 66l
tonio sirvió en paz y en guerra al Emperador y á Felipe II ; su
nieto Juan Alonso, después de armar á su costa nueve mil hom-
bres para la incorporación de Portugal y de acudir á la defensa
de la Coruña contra los ingleses, desempeñó diversos virreinatos
en el reinado del III. Así continuaron en la primera grada del
trono, con consideración poco menos que de príncipes, prevale-
ciendo siempre sobre las heredadas coronas ducales, la primitiva
condal de Benavente (i), hasta que extinguida hará «ien años
la línea varonil de los Pimenteles, después de absorber tantas y
tan ilustres casas vino á ser absorbida por la de Osuna.
La población no desmerece de la grandeza de sus señores.
Dejando fuera á la entrada las ruinas de un convento de domi-
nicos y de otro de Jerónimos, penetra el viajero por una puerta
de doble ojiva flanqueada de torreones que mira hacia sudeste,
la más característica de las seis que introducen á su murado re-
cinto. Subiendo siempre, se enfila una larga calle, donde por un
lado descuellan la portada barroca de San Francisco y su torre
cuadrangular con ventanas de medio punto coronada de pirámi-
des que imitan botareles ; por otro aparece la fachada del hos-
pital de la Piedad, suntuosa fundación de los condes en la se-
gunda década del siglo xvi (2). Un precioso marco de góticos
follajes encuadra el arco semicircular de su ingreso, y labores
de análogo estilo bordan el antepecho de su galería superior.
Más arriba en el punto más frecuentado levanta la parro-
quia de San Nicolás su torre, antigua en parte, sobre el portal
ojivo decrecente bien que desnudo de molduras. Pero llega á su
(i) Entre los títulos que se refundieron en dicho condado fíguran los ducados
de Béjar, Plasencia, Arcos, Monteagudo y Gandía, los marquesados de Lombay,
Javalquinto y Terranova, los condados de Luna, Belalcázar y Oliva, los principa-
dos de Squilace y Anglona, y otros propios de los Zúñigas, Borjas, Sotomayor y
Vigil de Quiñones.
(2) Debajo de una imagen de nuestra Señora y de dod escudos de la familia
se lee la inscripción siguiente: «Este hospital hicieron y dotaron los illes. Señores
Don Alonso Pimentel conde quinto e doña A'na de Velasco e Herrera; intituláron-
lo de nuestra Señora de la Piedad porque nuestro Señor la aya de sus ánimas: co-
menzóse e dotóse en el año de MDXVII, acabóse en el año de XVIH.»
662 ZAMORA
colmo la sorpresa del artista^ cuando al desembocar en la plaza
le sale al encuentro de improviso un bellísimo grupo de cinco
ábsides, decorados todos en derredor de ventanas bizantinas con
columnas en sus jambas, y ceñidos de modillones que se unen
formando arquería. Aquella es la iglesia principal de Benavente,
Santa María del Azoque, cuyo título tal vez deriva de la voz
arábiga az-zoq que significa mercado, y uno de los monumentos
más curiosos del siglo xii ó de principios del xiii. Á un lado la
cuadrada torre reforzada con robustos estribos, sembrada de
aberturas idénticas á las de los ábsides, completa dignamente
aquel conjunto tan interesante por sus líneas como por su ve-
tusto colorido. A los extremos del crucero tiene el templo dos
puertas: la del mediodía, de plena cimbra, guarnecida de dien-
tes de sierra en el arquivolto y de hojas románico góticas en los
capiteles de sus seis columnas, presentando las efigies de los
evangelistas alternadas con otras de santos y en el tímpano el
Cordero sin mancilla incensado por espíritus angélicos; la otra
colateral pertenece á la misma época; no así la principal situada
á los pies del edificio, que es moderna y de orden dórico con
ornamento de pilastras. Por dentro así los arcos de comunica-
ción como las bóvedas de las tres naves despliegan ya la ojiva,
y las de la mayor llevan hasta labores de aristas entrelazadas;
los pilares en sus cuatro caras muestran una simple columna,
pero los del crucero son fasciculados si bien con capiteles bizan-
tinos. Cada brazo del crucero forma dos capillas en cuyo arqui-
volto se dibujan zigzags, y á ellas corresponden por fuera los
cuatro ábsides menores.
Recuerda en Benavente á los templarios, tan ricamente he-
redados en ella, la singular arquitectura de la parroquia de San
Juan del Mercado, cuyas dos portadas respiran cierta sombría
gravedad. Sobre todo merecen observarse los capiteles de la
lateral, partidos horizontalmente por una moldura ó anillo, en-
cima del cual asoman toscas figuras de apóstoles al parecer, y
debajo de fpUajes, cintas, espirales y varios adornos del estilo
ZAMORA 663
de transición. En el testero resalta la adoración de los Magos
con esculturas de ángeles y otras en el arquivolto; la puerta
que es de medio punto se halla incluida dentro de un arco oji-
val. Sin duda en las hornacinas fúnebres de diversas formas,
que se notan al lado de una y otra puerta, yacen caballeros de
la extinguida orden ó de la de San Juan que le sucedió en la
posesión de la iglesia (i) ; y encomienda fué de la última la con-
tigua casa orlada de cordón, construida hacia el tiempo de los
Reyes Católicos.
Otras torres descuellan aún, y son las de San Andrés y de
Nuestra Señora de Renueva, parroquias en mucha parte refor-
madas con obras posteriores, pero no tanto como la del Sepul-
cro que teniendo fama de ser la más antigua, se ha convertido
en la más insignificante. Á fines del último siglo estaban de pié
todavía San Miguel, Santiago, San Martín y San Juan de los
Caballeros, que con otra de San Pedro, destruida anteriormen-
te, llegaban un tiempo al número de once parroquias. Los con-
ventos de monjas eran tres como los de religiosos y todos sub-
sisten aún, el de clarisas, el de bernardas y el de dominicas de
Sancti Spiritus, cuyo hábito vistieron damas de regia estirpe
propagando su regla en Toro (2).
En lo más alto de la villa, al extremo meridional de una
meseta que se apellida la Mota, asoma reducido casi á esquele-
to el palacio señorial que tan ilustre la hacía y con cuyas glorias
vivió tantos siglos identificada. Muros, arcos, torres coronadas
de almenas y matacanes, redondas unas, cuadradas otras, se
hallan en aquel desorden precursor de un hundimiento total, que
favorece de pronto á lo pintoresco de la perspectiva y parece
aumentar todavía sus vastas dimensiones. Su fábrica, en gran
(O Dentro de ella hay otros sepulcros con epitafios; uno es el de Sancho Ruiz
de Saldaña, cuya fecha está en blanco.
(2) Véase lo que dijimos poco atrás de D.* Leonor de Castilla hija de Don
Sancho conde de Alburquerque, hermana de la reina de Aragón y nieta de Alfon-
so XI.
664 ZAMORA
parte de ladrillo, no ha podido resistir al embate de cuatro si-
glos escasos. En alguna de sus torres mejor conservada apare-
cen ventanas góticas de la decadencia, y da vista al río una ga-
lería de arquitos semicirculares y algo reentrantes al estilo
arabesco con antepecho abalaustrado. Poco más de cien años ha
transcurrido desde el fallecimiento del último Pimentel, y ved en
qué ha parado el esplendor de su desierta morada. Quedan sólo
los espaciosos jardines y más allá la dehesa de los Tamarales
cercada de densísima arboleda; queda el delicioso panorama que
forman á los pies de aquella altura por un lado bosques inter-
minables, por otro huertas de frutales salpicadas de casas y
molinos, surcadas por las sinuosas corrientes del Esla y del Or-
bigo que brillan con blanco esmalte sobre el opaco verdor. ¡Oh
renaciente pompa de la naturaleza! ¡cómo avergüenzas las ca-
ducas glorias del arte y el estéril é irresucitable polvo de los
monumentos! ¡oh perenne sonrisa de la creación, indiferente á
las vicisitudes, insensible á la desolación de las humanas gran-
dezas !
Xl^DIG^
PÁGINAS.
Introducción v
VALLADOLID
CAPÍTULO I.— Ojeada general á ValladoHd 1 1
CAP. II. — Valladolid desde su fundación hasta el siglo xiii. — Monu-
mentos bizantinos 29
CAP. III. — Valladolid desde el siglo xiii hasta principios del xvi. —
Construcciones góticas 47
CAP. IV. — Valladolid en los tres últimos siglos. — Edifícios modernos. 121
CAP. V. — Simancas. — Pueblos comarcanos de Valladolid 181
CAP. VI. — Distritos de Peñafiel y de Olmedo 201
CAP. VIL— Medina del Campo 2i3
CAP. VIII. — Tordesillas. — ^Torrelobatón. — Villalar 287
CAP. IX. — San Román de Hornija. — Vamba. — Monasterio de la Es-
pina 239
CAP. X. — Medina de Rioseco 275
CAP. XI. — Distrito de Villalón. — Mayorga. — Ceínos 299
FALENCIA
CAPÍTULO L— Tierra de Campos. — De Dueñas á Palencia 3i3
CAP. II.— Orígenes de Palencia hasta su restauración por Sancho el
Mayor 341
CAP. III. — Palencia durante los siglos medios. . • 359
CAP. IV. — Fisonomía actual y monumentos de Palencia 3^5
CAP. V. — De Palencia á Astudillo 449
84
CAP. VI.— Carrión y su dislrito
CAP. VII. — P a nidos de Saldaña y de Cervera de Pisuerga.— Agaitai
de Campóo
ZAMORA
CAPÍTULO I.— Recuerdos du la capitu! 563
CAP. Il.-Monumemos de Zamora 573
CAP. III.— Toro 611
CAP. IV. — Ojeada general á la provincia.— Benavente 647
índice de los intercalados
VALLADOLID
PÁGINAS.
Introducción. — Cabecera
CAPÍTULO I.— Cabecera
CAP. II.— Cabecera
Torre de Santa María la Antigua
CAP. III.— Cabecera
Antigua torre de San Benito
Claustro del antiguo convento de San Agustín
Facbada de San Pablo
» Detalles de la derecha
» Parte central
Fachada de San Gregorio
Puerta interior de San Gregorio
Fachada de San Gregorio. — Detalle de la izquierda
Palio de San Gregorio
Colegio de Santa Cruz, hoy Museo
Museo. — Fragmentos de una sillería de coro (de Berruguete). . .
Galería del Museo
Museo. — Espaldar de una silla de coro (de Berruguete)
CAP. IV.— Cabecera
Casa donde nació Felipe II
Ventana de la casa de Felipe II
La acera de San Francisco
El Ayuntamiento
Iglesia de la Magdalena
Restos de arquitectura árabe junto á la iglesia de Santa Magdalena.
Fachada de la Catedral
Colegio de Ingleses
Colegio de Escoceses
Palacio Real, hoy Audiencia
Patio del Palacio Real
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668 ÍNDICE
PÁGINAS.
Iglesia de las Angustias 167
Fachada de la Universidad 173
Hospital de San Juan de Letran 175
Teatro de Calderón 177
CAP. V.— Cabecera 181
Archivo de Simancas 191
Parroquia de Arroyo 195
CAP. VI. — Cabecera 201
CAP. VII.— Cabecera 2i5
Medina del Campo 217
Castillo de la Mota. —Torre del Homenaje 224
CAP. VIII.— Cabecera 237
CAP. IX. — Cabecera 259
CAP. X. — Cabecera 273
RiOSECo. — Parroquia de Santa María 287
o — Parroquia de Santiago. 292
CAP. XI.— Cabecera 299
ViLLALÓN. — Iglesia de San Miguel. . 3o2
Aguilar de Campos. — Parroquia de San Andrés 3o7
CeíNos DE Campos. — Restos de Santa María del Temple. . 309
FALENCIA
CAPÍTULO I.— Cabecera 3i3
Baños. — Iglesia de San Juan Bautista 333
ViLLAMURiEL. — Exterior de la Parroquia 337
» Fachada de la Parroquia 339
CAP. II.— Cabecera 341
CAP. III.— Cabecera 359
CAP. IV.— Cabecera 395
Vista general de Palencia. . 397
Puerta de Monzón 399
Vista general de la Catedral 401
Catedral.— Puerta del Obispo 4o3
» Nave principal 407
» El Trascoro 41 5
u Capilla donde se halla la momia de doña Urraca. . 419
o Capilla de San Pedro 421
o Reja de hierro repujado del arco en esviaje. . . . 426
» Custodia de plata 427
o Frontón de altar, bordado (siglo xvi) 429
» Detalle de la puerta del Claustro 43 1
Parroquia de San Miguel 435
»
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»
ÍNDICE 669
PÁGINAS.
San Pablo. — Sepulcro de D. Juan de Rojas y su mujer. . 487
» Capilla de Nuestra Señora de las Angustias. . . 489
Sepulcro de D. Francisco de Rojas y su mujer. . 442
Retablo del altar mayor 443
Reja de la Capilla Mayor 445
CAP. V. — Cabecera 449
CAP. VI.— Cabecera 471
Caurión. — Iglesia de Santiago 481
» Escultura central de la Iglesia de Santiago.. 482
Ruinas de Benevivere 495
ViLLALCÁZAR DK SiRGA. — Convcnto de Templarios. .... 497
» Sepulcro del infante D. Felipe. ... 5o i
Fromista. — Parroquia de San Martín , . . . 504
CAP. VII. — Cabecera 509
Aguilar de Campóo. — Claustro del Monasterio 522
» Fachada del Monasterio 525
ZAMORA
CAPÍTULO I.— Cabecera 533
Cruz que señala el'lugar donde fué herido el rey D. Sancho. . . 546
Murallas y pórtico de la casa de D.* Urraca 549
Cruz del rey D. Sancho 55o
La casa del Cid 55 1
CAP. II.— Cabecera 573
Vista general de Zamora. . 575
Puente sobre el Duero 577
Fachada de la Catedral 5^9
Catedral.— Detalles de la Puerta del Obispo 58 1
» Fachada de la Puerta del Obispo 583
» Claustro 591
Casa del Marqués de Villagodio 606
La Casa de los Momos G07
CAP. III.— Cabecera 611
Toro. — ^Torre del Reloj 628
» Exterior de la Colegiata 63 1
» Puerta lateral de la Colegiata 633
CAP. IV. — Cabecera 647