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Full text of "Veladas de otoño: Leyendas y poemas"

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OBRAS 



DE 



MANUEL DEL PALACIO. 



OBRAS 



DE 



MANUEL DEL PALACIO. 





LEYENDAS Y POEMAS 




MADRID : 
Est. Tipográfico de los Sucesores de Rivadeneyra, 

IMPRESORES DE LA. REAL CASA. 

Paseo de San Vicente , núm. 20. 



I884. 



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KL CRISTO DE VERGARA. 



LEYENDA. 



AL YA 

CÉLEBRE ESCULTOR CATALÁN, 

JERÓNIMO 8ÜÑOL. 



EL CRISTO DE VERGARA. 



LEYENDA. 



ay de Vergara en la villa, 
Tras un pórtico amparada 
Del tiempo que la mancilla, 
Vieja iglesia, cuya entrada 
Tiene al frente una capilla. 




Quien á fuerza de palpar 
Consigue allí penetrar, 
Pese á la falta de luz , 
Ve entre la sombra un altar, 
Y en el altar una cruz: 



8 

Y vago y desvanecido 
Un cuerpo que luz refleja, 
De aquella cruz suspendido, 
Tan desmayado y herido, 
Que parece que se queja. 

Bella imagen del dolor 
Lo excita al par que lo calma 
Con su sonrisa de amor, 
En que puso genio y alma 
Montañés el escultor. 

Mas ¿cómo se encuentra allí? 
I Cómo en tan pobre lugar 
Se esconde tesoro así ? 
La historia os voy á contar 
Que me contaron á mí. 

Y sabréis , pues lo declara 
La tradición tal cual es, 
Por qué coincidencia rara 
Vino á parar á Vergara 

El Cristo de Montañés. 



I. 



En el sitio que hoy ocupa 
La parroquia de San Pedro, 
De artística decadencia 
Abigarrado modelo, 
Hubo en Vergara, del siglo 
Diez y siete á los comienzos , 
Una ermita , cuyo origen 
Está entre brumas envuelto. 
De San Pedro tomó el nombre , 
Patrón insigne del pueblo , 
Porque en unos rotos muros 
Que coronaban el cerro, 
Al ir por piedra una tarde 
Halló su efigie un cantero; 

Y tantos devotos hizo 

Que, de su culto en obsequio, 
Limosnas se recogían 
Para levantarle un templo. 
De la ermita mayordomo 

Y demás cargos anexos 
Era Rodrigo de Urbieta 



10 

Por no sé qué privilegio , 
Pues sirvió en sus mocedades 
En los españoles tercios , 

Y aun más de su gusto hallaba 
La pólvora que el incienso. 
De su largo matrimonio 

Ya por la muerte disuelto , 
Un hijo á Urbieta quedóle , 
Mas tan audaz y perverso , 
Que Dios se le dio sin duda 
Por castigo, y no por premio. 
Veinte años cumplido habia 

Y ni un noble pensamiento, 
Ni una amistad verdadera, 
Ni un generoso deseo, 
Daban ternura á su alma 
Ni calor á su cerebro. 
Ingrato y antojadizo , 

Y rencoroso y soberbio, 
Hacer mal era su dicha 

Por sólo el placer de hacerlo. 
En vano formó su padre 
De corregirlo el empeño, 
Con el rigor muchas veces 

Y algunas con el consejo; 



IZ 



De todo Andrés se burlaba , 
Que era su malvado pecho 
Para los sermones, piedra f 
Y para los golpes , hierro. 
Con lo que el honrado padre 
Vegetaba en tal desvelo, 
Que más de una vez la aurora 
Le vio llorando en el lecho. 



Habitaba Don Rodrigo, 
Por ser suya de abolengo, 
Una casa, de la ermita 
Separada por un huerto. 

Y para servicio propio 

Y servicio de San Pedro , 
Le acompañaba un anciano 
Según él soldado viejo, 
Aunque más trazas tenía 
Que de soldado , de lego. 

En cuanto á Andrés, arrojada 
De su hogar hace ya tiempo, 
Vivia , Dios sabe cómo , 
Ni dónde , ni por qué medios* 



12 

Eran las diez de la noche , 
Y era una noche de Enero 
De esas en que muestra al mundo 
Todo su horror el invierno , 
Cuando cauteloso y ágil 
En largo capote envuelto, 
Junto al portal de la ermita 
Detúvose un bulto negro. 
Mojada estaba la tierra , 
Triste el lugar y desierto , 
Sin una luz las ventanas, 
Sin una estrella los cielos. 
Sólo de un ave nocturna 
El graznido ronco y seco 
Algunas veces venía 
Á interrumpir el silencio. 
Bajo el dintel bizantino , 
Ya libre de lluvia y cierzo , 
De su capote los pliegues 
Echó atrás el encubierto, 
Dejando ver, de un relámpago 
Al vivo y fugaz reflejo , 
El rostro de Andrés Urbieta 
Pálido sí, pero bello; 
Que era el hijo de Rodrigo 



*3 

De Satanás un remedo , 
Con la fealdad en el alma 

Y la hermosura en el cuerpo. 
Aunque ni temor ni duda 
Se pintaban en su aspecto, 
Interrogando la sombra 
Miró, ya cerca, ya lejos , 
Después de lo cual, y armado 
Con fina daga de acero , 
Metióla en la cerradura 
Murmurando un juramento ; 

Y de las manos palanca 

Y ariete del cuerpo haciendo, 
Forzada la puerta , el mozo 
Cayó de la ermita dentro. 

De una lámpara de cobre 
Al moribundo destello 
Levantóse Andrés , enfrente 
Del santo patrón del pueblo. 
Era la efigie de piedra , 
Si bien conservando á trechos 
Señales -de la pintura 
Con que al nacer la vistieron. 
La diestra alzada tenía 



*4 

Como imponiendo respeto , 

Y en la siniestra las llaves, 
Atributo de su empleo. 
Aunque por mano labrada 
De un artífice grosero , 
Habia en aquella efigie 
Parodia del arte griego, 
Un no sé qué de dulzura , 
De bondad. y sentimiento, 
Que daba al pobre esperanza 

Y al afligido consuelo. 

¿ Q u ® pasó en aquel instante 
Por la mente del mancebo , 

Y qué lava sus pasiones 
Inflamó con torpe fuego ? 
En aquel recinto oscuro 

Se encerraban sus recuerdos, 
Sus penas y sus placeres , 
Sus odios y sus afectos. 
Allí fué donde, jugando, 
Dio agilidad á sus miembros , 

Y á vencer sin ser vencido 
Se adiestró desde pequeño. 
Tocar aquella campana 
Era en las fiestas su anhelo, 



Y atizar aquellas luces 

Y aprender aquellos rezos. 

Y allí también una noche 
Vio, sin que le diera miedo, 
El cadáver de su madre 
Que, mudo como un espectro, 
Velaba el buen Don Rodrigo , 
Desde entonces siempre serio. 

¡ Ay ! de todo aquel pasado, 
Vago ya como un ensueño , 
Sólo la muerta vivia 
De Andrés en el pensamiento. 

Cerca del aliar, y al muro 
Con su candado sujeto, 
Un cajón alto y angosto 
Con una hendidura en medio , 
Esta inscripción ostentaba , 
Blanca sobre fondo negro : 
— Aquí se echan las limosnas 
Para las obras del templo. — 
Como arrancado al influjo 
Que le encadenaba al suelo , 
Andrés alzó la cabeza, 
Respiró seguido y recio, 



i6 

Y hacia el cajón dirigióse 
Con paso seguro y lento. 
La limpia daga en su mano 
Volvió á relucir de nuevo , 

Y buscando las junturas 
De la madera y el hierro , 
Pronto en la pared quedaba 
Sólo el candado suspenso. 
Sacó entonces del bolsillo 
Un papel , que leyó entero, 

Y colgándole de un clavo 
Donde todos puedan verlo , 
El cajón echóse acuestas 
Después de probar su peso , 

Y dando un soplo á la lámpara 
Tomó el camino del pueblo : 
Mientras la lluvia caia 

Y á las ráfagas del cierzo 
Mezclaba el ave nocturna 
Su graznido ronco y seco. 

Disipáronse las nubes, 
Rasgó la aurora su velo, 

Y alzóse en el horizonte 
Límpido $1 sol y sereno. 



*7 

Al despuntar la mañana 
Bajó Rodrigo á su huerto , 
Por si del turbión los daños 
Necesitaban remedio, 

Y ocupado en tal faena 
Estuviera largo tiempo, 
Si , pálido y tembloroso 
Desde el postigo entreabierto 
No le llamara el criado, 

Más que con voces , con gestos. 
Atajándole el camino 
Marclió rápido á su encuentro, 

Y Gil , al verle delante , 
Su mano derecha asiendo , 
El pórtico de la ermita 
Le señaló con el dedo. 

— Serénate, Gil , no tiembles , 

Y habla pronto, por el cielo, 
Dijo Rodrigo. ¿Qué pasa? 

— Que quisiera haberme muerto. 
Señor, que nos han robado. 
— ¿Cómo? ¿Quién? 

— Vais á saberlo, 
Si en este papel lo ha escrito 
El infame que lo ha hecho. 



i8 

Forzada encontré la puerta, 

Y en el sitio del dinero 
Esto es todo lo que habia, 
Tomad , señor, y leedlo. 
Clavó Rodrigo sus ojos 
En el papel un momento, 

Y con voz firme, aunque sorda, 
Dijo , acercándose al viejo : 

— Vas á oir , pero tu vida 
Responde de mi secreto. — 
Después se apoyó en la piedra, 
Apretó contra su pecho 
Al pobre Gil, que lloraba, 

Y leyó , de rabia trémulo : 

— Padre, lo siento por vos; 
Vine á la casa de Dios 
A tomar y no á pedir ; 
Cuenta es ésta que al morir 
Ajustaremos los dos. 

Por atender á mi medro 
Al nuevo templo he robado 
La limosna , y no me arredro ; 
Una vez que está sentado 



19 

Bien puede esperar San Pedro. 

Parto para no volver ; 
Si os conviene ó no callar 
Vos lo habéis de resolver , 
Que quien nada ha de heredar, 
Nada tiene que perder. — 

Enderezóse Rodrigo 
Y el papel dobló en silencio, 
Diciendo á Gil , cuyos ojos 
Eran raudales de fuego: 

— Ya conoces al infame 

—Sí tal. 

— Pues bien , te aconsejo 
Que olvides cuanto ha pasado 
Como se olvidan los sueños. 
Ni al amigo en la hostería , 
Ni al confesor en el templo, 
Reveles nunca ese nombre 
Que yo con vergüenza llevo. 
¿Recuerdas lo que encerraba 
El cajón ? 

— Sí lo recuerdo ; 
Nueve mil quinientos reales, 



20 

Poco más ó poco menos. 
Los contamos el domingo 

Y es martes. 

— Hoy no los tengo, 
Mas otro cajón te encargo 
Pues mañana hay que traerlos. 

— Pero Señor 

— Esta casa, 
Mis ropas , cuanto poseo 
Es de la iglesia ; yo solo 
La iglesia y la villa dejo. 

— ¡Don Rodrigo! 

— De mis bienes 
¿Sabes tú cuál me reservo? 
Pues es mi espada , la misma 
Que voy á esgrimir de nuevo. 
¿ Quieres, Gil, seguirme ? 

— Siempre 
Sigue el lebrel á su dueño. 
— Entonces, no te detengas, 
Haz un cajón y un letrero , 

Y que mañana sin falta 
Resuelva el Ayuntamiento 
Quién ha de ser mayordomo 
De la ermita de San Pedro. 



21 



II. 

i Qué bella va la fragata 
Sobre las olas dormida, 
Por el céfiro impelida 
Entre festones de plata ! 
¡ El mar azul la retrata 
Con tranquila majestad , 

Y en aquella soledad 
Parece un ave gigante 
Que busca el nido distante 
Colgado en la inmensidad ! 

Las tropicales regiones 
Dejo, de hermosura llenas, 
Al crujir de sus entenas 

Y al tronar de sus cañones. 
Serenatas y canciones 

La ofrecen grato rumor, 

Y el marino soñador 
Ve dibujarse en las olas 
De las playas españolas 
El contorno seductor. 



22 



Baterías y sollados 
Limpios cual oro bruñido, 
Son albergue reducido 
Á grumetes y soldados. 
Juegan algunos sentados 

Y beben otros de pié ; 

Hay quien sin saber por qué 
Se encoleriza y bravea , 

Y hay quien rezando pasea 
Lleno de cristiana fe. 

Gentiles y caballeros 
Por la presencia y la ropa, 
En el alcázar de popa 
Conversan tres caballeros. 
Amores y desafueros 
Narran uno de otro en pos; 
Y — ¡osados fuisteis los dos — 
Dice el tercero iracundo, 
Pero sólo con el mundo , 

Y yo con él y con Dios ! 

— ¿Hasta á Dios movisteis guerra? 
— Hasta á Dios. 

— Es divertido. 



23 

— Relatadnos cómo ha sido. 
— Es cuento para la tierra. 
Enigmas que el alma encierra 
Porque los teme quizas , 
Sombras que quedan atrás..... 
— Pues vaya, si eso os da miedo 

Hablad de amores 

— No puedo. 
— ¿No habéis amado? 

— Jamas. 



Niño, mi madre perdí; 
Joven ] mi patria dejé : 
Un padre tuve, y no sé 
Si lo tengo, pese á mí. 
Errante y pobre me vi 
Y la suerte me ayudó. 
— ¿ Volvéis pues á casa ? 

—No: 
— Entonces, ¿quién os arroja 
Á España ? 

— ¿Sábela hoja 
Porqué el viento la arrastró? 



24 

—Mas, pesadumbres á un lado 

Dejemos 

— ¿Qué pensaría 
De vuestra antigua osadía 
El que os hubiera escuchado? 
— No lo sé, mas si dudado 
Hubiese de mi poder, 
Lo cierto al llegar á ver 
Pronto á su costa supiera 
Que contra toda quimera 
Sé luchar y sé vencer. 



Y tras un cortés saludo 
El hidalgo fanfarrón 
La escalera del salón 
Bajó pensativo y mudo. 
Con rostro un tanto ceñudo 
Los otros le vieron ir, 
Luego la seña al oir 
Que les llamaba á almorzar 
Juntos echaron á andar 
Y rompieron á reir. 



25 

¿ Qué nave es aquella nave 
Que en las sombras de la noche 
Desmantelada y sin rumbo 
Hacia los abismos corre ? 
Fiera borrasca sus lonas 
Ha convertido en jirones , 

Y crujen sus masteleros 
Del huracán al azote 
Cual si de nuevo sintieran 
Del hacha los rudos golpes. 
Ya encaramada se mira 
De las olas en el borde, 
Ya como cetáceo herido 
Bajo la espuma se esconde. 
I Quién en aquel triste leño 
La fragata reconoce, 
Donde hace poco sonaron 
Serenatas y canciones ? 

I Quién creyera tal mudanza 
Cuando, limpio el horizonte, 
Toda era arrullos la brisa 

Y el cielo todo fulgores ? 
De soldados y grumetes 

Ya no se escuchan las voces ; 
Sólo rondan los vigías , 



26 

Ó del tambor al redoble 
Trabajan los marineros 
Cazando gavias y foques. 
Impávido el comandante 
Da desde el puente sus órdenes 
Haciendo al pasaje todo 
Bajar á los camarotes. 
Mas alguien con el mandato 
No debe estar muy conforme, 
Pues junto al timón oculto 
Vela silencioso un hombre. 
Aunque la sombra le ampara 
Se adivina por su porte 
Á un hidalgo bien nacido 
Ni muy viejo ni muy joven. 
Agarrado está á una cuerda 
Para que el mar no le arrolle 
Cuando la cubierta barre 
Salpicando hasta los topes; 

Y en el temblor de sus labios, 

Y en sus pupilas inmóviles, 
Se ve que medita ó sueña 

Y lo que habla en sueños oye. 
— Piedad, murmura, ¡ Dios mió ! 
No tus iras amontones 



27 

Sobre el pecador , que humilde 
Hoy con el pasado rompe. 
No es el amor á una vida. 
Que consumí ciego y torpe 
En criminales empresas 

Y en desatentados goces, 
Lo que mi razón alumbra 

Y hace que ante tí. me postre , 
Es que tu grandeza veo , 

Y me abruma el peso enorme 
Que en este supremo instante 
No hay conciencia que soporte. 
Que yo tu bondad conozca , 
Que yo tu poder adore, 

Y todo cuanto me diste, 
Ambición, riqueza, nombre, 
Arrojaré en tus altares 
Apenas la tierra toque. 

Y si no merezco tanto 

Y tumba aquí me dispones, 
Recibe clemente y pío 

El alma que á tí se acoge. — 

Y esto diciendo el hidalgo 
Como en éxtasis quedóse, 
Del huracán y las olas 



28 

A los trágicos acordes. 

Una semana más tarde, 
Cuando con lengua de bronce 
Saludaba la Giralda 
Del nuevo sol los albores, 
Quebrando apenas del Bétis 
Las claras ondas veloces , 
La fragata se mecia 
Del Oro al pié de la Torre. 

De un arrabal de Sevilla 
En la calle más poblada, 
De jardines circundada 

Y hermosa al par que sencilla, 
Se alza una alegre mansión, 
Vivienda á un tiempo y taller , 
Que al barrio causa placer 

Y á veces admiración; 
Pues en la penumbra oscura 
De un cuarto bajo y desnudo 
Lucir se ven á menudo 
Maravillas de escultura. 

De esta casa siempre abierta 
Como artístico pensil, 



29 

Una mañana de Abril 
Llamó un hidalgo á la puerta : 

Y al sonar un — adelante — 
Siguiendo á un mozo la pista, 
Pronto se halló del artista 
Frente á frente el visitante. 

— Si acaso os he de estorbar — 
Murmuró 

— De ningún modo; 
A serviros me acomodo 
Si algo tenéis que mandar. 

— Si este vuestro taller es , 

Y me cabe tanto honor , 
¿ Hablo con el escultor 
Juan Martínez Montañés ? 

— Dispuesto siempre á agradaros, 

Señor 

— Martínez, os ruego 
Me llaméis sólo Don Diego 

Y oigáis por qué vine á hablaros. 
De las Indias llegué aquí 

Há poco , y no es maravilla 
Si cuanto ofrece Sevilla 
De notable, recorrí. 
Cien cosas viejas y nuevas 



3° 

A cual más bellas he visto, 
Mas ninguna como el Cristo 
Del convento de las Cuevas. 
De esa imagen celestial 
La huella en el alma tengo , 
Y ansioso á pediros vengo 
Que me labréis otra igual. 
— Una guardo á medio hacer 
Que costará, bien contados, 
Unos quinientos ducados. 

— Con mil pagada ha de ser. 

— Don Diego, tan alto honor 

— Sois vos el que me le dais , 
Sin duda porque ignoráis 
Lo que os estimo el favor. 
Quedamos, pues, en los mil. 

■ 

— ¿Y os corre prisa? 

— Hoy es tres. 
¿ Qué plazo pedís ? 

— Un mes. 

— Volveré pasado Abril. 
Y del convenio en señal 
Sirva este anillo 

— Guardadlo. 

— Como recuerdo tomadlo 



3i 

De amistad franca y leal. 

— Entera la pongo en vos. 
— De ella mi esperanza fio. 
--Dios os guarde, señor mió. 

— Artista, que os guarde Dios. 

El barrio estaba desierto, 
Dobló la tapia del huerto 
El buen hidalgo al salir, 
Y dijo : — Si Andrés ha muerto, 
Diego comienza á vivir. 



III. 

Grandes fiestas se disponen 
De Vergara en el lugar, 
Que es San Zoilo , y de San Zoilo 
Viene San Pedro detras. 
Enjalbegada de nuevo 
La ermita del Santo está, 
Y cubre un arco la puerta 
De verbena y de arrayan. 
También la casa inmediata 
Luce encima del portal 



3» 

Los faroles que sirvieron 
Para la Natividad ; 

Y aunque á docenas las rosas 
Se ven al pié del altar, 

Por miedo á que se marchiten 
No han venido muchas más. 
Diligente el mayordomo 
Anda de aquí para allá, 
Cuando le detiene un chico 
Diciéndole : — Don Beltran , 
Por vos pregunta un sujeto 
Que os quiere en seguida hablar. 

— ¿ Trae algo ? 

— Un carro cargado 

Y alguna gente de paz. 

— Dile que pase adelante. 
— Señor cura, vedle ya. — 
Llegóse el recien venido , 

Y con cristiana humildad , 
Besando al padre la mano, 
Habló así : — Buen capellán , 
Unas palabras oidme 

Si no lo tomáis á mal. 
Dejé una cuenta pendiente 
Con San Pedro años atrás , 



33 

Y pues sois sú mayordomo , 

Con vos la debo saldar. 

Aquellos hombres que guia 

A vuestra casa un rapaz , 

Cuatro cajones conducen 

Que á vuestra vista 'abrirán. 

Él más grande encierra un Cristo 

Que en ofrenda de piedad , 

A nombre de un muerto , quiero 

A la ermita regalar. 

Colocado á lá derecha 

Del Santo Patrón será, 

Donde tiene la limosna 

Para el templo su caudal, 

Y donde siglos de siglos 

Muestre su divina faz. 

De las tres cajas restantes, 

Que calculo contendrán 

Unos ocho mil doblones, 

Pues no los quise contar, 

A los pobres de la villa 

Repartid lo que queráis, 

Y para la iglesia nueva 

El sobrante destinad. 

— Que Dios, señor, os io pague. 



34 

— Pagado lo tengo ya. 
— Pero vuestro nombre al menos.... 
— Diego ó Don Diego, es igual. 
— ¿Y vuestra patria? 

— La vuestra. 

— ¿Y venis? 

— Vengo del mar; 

Y guárdeos Dios, Padre cura, 

Y si queréis saber más , 
Á ese Cristo preguntadle 
Que él acaso os lo dirá. 



EPILOGO. 



Llevando diez y ocho naves 
A sus naves amarradas, 
Y de Felipe Tercero 
Sobre el pabellón las armas , 
Entró en Gibraltar un dia 
Don Miguel de Vidazábal. 
Recia embestida sostuvo 
Del Atlántico en las aguas 
Donde botín, no laureles, 



35 

Buscan los turcos piratas, 

Y donde esta vez al menos 
Halló castigo su audacia, 
Pues la gente vizcaína 

No fué en el combate blanda. 
Antes de bajar á tierra, 

Y entre vítores y salvas 
Á visitar sus heridos 

El bravo Almirante baja. 
Cuatro ó seis soldados viejos 
Le siguen y le acompañan 
Hasta el oscuro sollado 
De la nave capitana. 
No son los heridos muchos, 
Por fortuna ó por desgracia, 
Que sobre el puente tuvieron 
Dos veces á la canalla , 

Y es , si corsarios le asestan , 
Golpe seguro é[ del hacha. 
De todos noticias pide , 

Á todos atiende y habla , 
Compadeciendo al que sufre 

Y animando al que desmaya. 
Para acabar su visita 

Uno tan sólo le falta, 



36 

Mas de él al ponerse enfrente 

Y al iluminar su cara , 
Salió del cerrado grupo 

Un hondo — ¡ Jesús me valga ! 
Volvióse rápidamente 

Y con voz grave y pausada : 

— Mi buen Rodrigo de Urbieta, f 
Dijo el General — ¿qué pasa? 

— Señor , que sueño sin duda , 
Que mi corazón estalla , 

Que siento subir al rostro 
Olas de sangre y de lágrimas, 

Y que pregunto á ese herido 
Quién es y cómo se llama. 

— No contesta el que no escucha — 
Murmuró con ruda calma 

Un enfermero impasible, 
Que junto al lecho se hallaba. 
— Desmayado está don Diego , 
Á quien la vida se escapa 
Por tres heridas mortales, 
Pero ninguna en la espalda. 

— ¡ Le conocéis , según eso ? 

— ¡ Que si le conozco , vaya ! 
Somos , señor Almirante, 



37 

Amigos y camaradas. 

Yo le he enseñado el oficio 

Cuando se alistó en la escuadra 

— ¿Hace mucho? 

— Hace diez meses; 
Nuestro barco era la Laura, 
Mas como éste se ha ido á pique 
Hemos mudado de casa. 
— ¿Y sabes, dijo Rodrigo, 
Su procedencia y su patria? 

— Sé que se nombra don Diego 
Solamente , mas , cachaza , 
Que á volver en sí comienza, 

Y , si no ha perdido el habla , 
Hombre es que responde á todo, 
Muy sereno y en voz alta. — 
Del lecho á la cabecera 
Recostóse Vidazábal , 
Asió á Rodrigo las manos 
Que entre las suyas temblaban , 
Y haciendo los demás corro 
Inmóviles como estatuas , 
Pronto del mar y el aliento 
Llenó el susurro la estancia. 



38 

La frente el herido alzó : 
— Tengo sed ; ¡ agua ! gritó ; 
Después , como recordando , 
La diestra á la sien llevando 
Al General saludó. 

— Agua pide^ y aquí está; 
Contra el dolor enemigo 
Remedio tal vez será; 
Dásela tú , buen Rodrigo, 

Y él te la agradecerá. 

— Tomad y bebed , hermano , 
Dijo el que el vaso ofrecía ; 
Tendió don Diego la mano , 

Y al ver que el llanto corria 
Por el rostro del anciano : 

Un grito lleno de horror 
De esperanza, de temor , 
De cuanto inspiran al alma , 
El arrebato y la calma 

Y la duda y el amor, 



39 

Brotó del herido pecho 
Del desventurado Andrés , 
Que, vacilante y maltrecho , 
Cayó desde el alto lecho 
De don Rodrigo á los pies ; 

Gritando en la fiebre ardiente 
De su loco frenesí : 
— No me maldigas, detente : 
Dejo de una cruz pendiente 
Quien responderá por mí. 

El al desdichado ampara , 
£1, á las ofensas pío, 
Perdona al que las repara ; 
El me espera , padre mió , 
En San Pedro de Vergara ! — 

Oyóse un ronco estertor 

Y una plegaria á la par : 
Luego, en confuso rumor, 
Los gemidos del dolor 

Y los gemidos del mar. 



1883. 



LOS VIENTOS, 



ARGUMENTO DE UN POEMA 



Á PEPE NAVARRETE, 



EN MEMORIA 



DE NUESTROS ALEGRES DÍAS DE CÁDIZ. 



LOS VIENTOS. 



ARGUMENTO DE UN POEMA. 




Á orillas del mar. 

s alta noche, y con atento oido 
Te escucho murmurar ; 
¿ Qué me dice tu lúgubre gemido ? 
¿ De qué te quejas , mar ? 



Lo mismo que en la vida , en tus espumas 

Paz y combate hallé ; 
Los dos tenéis por horizonte brumas , 

Y en vuestro fondo, ¿ qué? 



Risas de gozo , fúnebres lamentos , 

Olas que yo bebí ; 
¿Qué sois? Acaso lo sabrán los vientos 

Que ruedan sobre mí. 



44 



EL AURA. 



Me duermo en el capullo de las flores 

Y acaricio la sien de las doncellas ; 

¡ Soy el perfume de la vida humana , 
Soy la inocencia ! 

Corona de mi frente es el rocío 
Que esmalta la pradera; 

La dulce inspiración doy al artista, 
Los lauros al poeta. 

Entre nubes de nácar y de rosa 

Tengo morada regia, 
Y cuando alienta un ángel en el cielo 

Desciendo yo á la tierra. 



45 



LA BRISA. 



Vaga, impalpable, leve 
Como el tranquilo arrullo 
Que el labio de la madre 
Prodiga á su rapaz : 

Yo doy á los arroyos 
El plácido murmullo, 
Y animo de las selvas 
La augusta soledad. 

En mí busca consuelo 
Quien de pesar suspira , 
Del alma que combate 
Yo templo el ciego ardor. 

Yo soy cuanto florece, 
Yo soy cuanto respira , 
Mi templo es el espacio, 
Mi símbolo el amor. 



46 



LOS CÉFIROS. 



Las ilusiones somos 

Que el alma llenan , 
Y forman el encanto 

De la existencia. 

Lazo de flores 
Que la ventura ahoga 

Cuando se rompe. 

Gloria, dicha, fortuna, 
Fe y esperanza , 

Esqondidas llevamos 
En nuestras alas : 
Y en torno de ellas, 

Los ángeles del sueño 
Revolotean. 



47 



EL VENDAVAL. 



Cuando llega el otoño, y la pradera 

De su matiz despoja, 
Yo soy quien llevo en rápida carrera 

La última hoja. 

Cuando el mortal feliz contempla en calma 

Correr año tras año , 
Yo soy quien en el fondo de su alma 

Engendra el desengaño. 

Nada hay que para mí sagrado sea, 
Nadie que en mí no espere; 

Sólo acato un poder, el de la idea, 
Que cual yo nunca muere. 



4» 



EL HURACÁN. 



Sobre los mundos paso y los conmuevo ; 
Mi voz es el aliento de Luzbel; 
En mis entrañas la venganza llevo; 
Soy mensajero de él. 

Conmigo van el luto y el espanto; 
Yo nací de la furia y el error; 
Mi placer es el mal, mi herencia el llanto; 
Mi nombre es el dolor. 



49 



LA CALMA. 



Soy la hiedra trepadora 
Que vive abrazada al muro ; 
Soy lo que un rayo de aurora 
Para el horizonte oscuro ; 
Aquel perfume divino 
Que se siente y no se ve. 

Madre soy de la ventura, 
Bálsamo de toda herida, 
Puerto de entrada segura 
Cuando incierta va la vida 

Por los mares del destino 

Soy la calma , soy la fe. 



Cádiz, 1866. 




MONDUJAR. 



LEYENDA GRANADINA 



AL MAESTRO 

DE POETAS Y AUTORES DRAMÁTICOS, 
MANUEL TAMAYO Y BAUS. 




MONDUJAR. 



LEYENDA. 



I. 




or Isabel y Fernando , 
Aun con los moros en lucha, 
Gobierna Pedro de Zafra 
El castillo de Mondújar. 
Dominan de aquel castillo 
Las atalayas robustas 
De Lecrín el lugarejo 

Y el valle que le circunda , 

Y sus anchos murallones 
Que verdes huertos ocultan , 



54 

De la riscosa Alpujarra 
Defienden las angosturas. 
Muley Hacen el caudillo, 
El de la mala fortuna, 
Labró aquella fortaleza, 
Á un tiempo alcázar y tumba, 
Pues á su pié, y en la Rauda, 
Según tradición vetusta, 
Los monarcas nazaritas 
Tuvieron su sepultura. 
Cuando destronado y ciego 
Buscó allí abrigo á la furia 
Del Zagal, su propio hermano, 
Alzado rey por las turbas, 
Ni sus amenos jardines, 
Ni sus pintorescas grutas, 
Del pobre Hacen alegraron 
Las amargas horas últimas, 
Y en el rincón más desierto 
De la torre más oscura , 
Murió, bajo el peso hundido 
De sus memorias confusas. 

Han pasado algunos años; 
No es ya la gente moruna 



55 

La que su pendón tremola 
Sobre la tierra andaluza. 
Dobló Granada rendida 
Su cerviz á la coyunda , 

Y ayes en vez de canciones 
El Generalife escucha. 

Y en vano fiero y rebelde, 
Pidiendo al rencor ayuda, 
De la Alpujarra bravia 
Puebla el moro la espesura. 
Que de la cruz las enseñas 
Desde el valle se columbran, 

Y en ausencia de su esposo 
Es doña Guiomar de Acuña 
El improvisado alcaide 

Del castillo de Mondújar. 



II. 



Reina el silencio y la calma 
En rededor del castillo ; 
Ni hay luz en los ajimeces , 
Ni escuchas en el recinto. 



56 

Tan sólo en la plataforma, 
Sobre el puente levadizo , 
Se ve apoyado en el muro 
Un hombre medio dormido. 
Brilla en el cielo la luna, 

Y su fulgor indeciso 
Eefleja en las blancas tiendas 
Del campamento morisco; 
Serpiente que en la llanura 
Dilata sus mil anillos, 

En la codiciada presa 
Teniendo los ojos fijos. 
Seis semanas van corridas 
De apretado y rudo sitio, 

Y á cada tenaz ataque 
Mayor la defensa ha sido. 
Comparten con la de Acuña 
La victoria y el peligro 
Cuarenta soldados fieles 

Y ocho ó diez allegadizos , 
Entre monteros y pajes , 

Ó muy viejos ó muy niños. 

Y á ejemplo de su Señora 

Y en odio contra el impío , 
Cuando al fragor del asalto 



57 

Se conmueven los rastrillos, 
Hasta las dueñas pelean, 
Ya con armas, ya con gritos. 
En tanto Pedro de Zafra 
Vive en Córdoba tranquilo, 
De los Católicos Reyes 
Siempre al mandato sumiso, 
Sin que le lleguen mensajes 
Ni le alarmen vaticinios , 
Pues cuitas de la prudencia 

Las da el valor al olvido. 

i 

Reina el silencio y la calma 
En rededor del castillo ; 
Mas súbito lo interrumpe 
El rechinar de un postigo , 
Y una sombra que avanzando 
Como quien sabe el camino, 
Junto al hombre se detiene 
Que hace lecho el duro risco. 
Sueño ligero es sin duda 
El suyo, pues dando un brinco, 
Ya está despierto y armado 

Al combate apercibido. 

• 

— Bien , Martin , así te quiero, 



5» 

La voz de la sombra dijo. 
— Mi voluntad nunca duerme , 
Señora, sin mi permiso. 
— Nada ocurre ? 

— Nada bueno ; 
Hacia la orilla del rio 
Levantarse nuevas tiendas 
Durante la noche he visto. 
—Refuerzos para el rebelde. 
— Me es igual cuatro que cinco. 

— Cuatro mil eran ya muchos 

— Por eso me da lo mismo. 
Morir mañana ó el otro 

Todo es morir. 

— ¿ Y si amigo 
Diera el cielo á nuestros males 
Con la esperanza el alivio ? 

— ¿Qué decís, Señora? 

— Escucha. 
Ya sabes que Bernardino 
Mi montero tiene en Béznar 
Varios moros conocidos. 

— ¿Y bien 

— Ayer uno de ellos, 
Encargándole el sigilo, 



59 

Le rogó que hasta mis manos 
Llegar hiciera un escrito. 

— ¿De don Pedro? 

— No es su letra. 
— ¿Pero la firma? 

— Es el signo 
De la cruz quien la reemplaza. 

— ¿Y dice? 

— «Estad sobre aviso ; 
Alguien piensa en socorreros, 

Y si le abrís el portillo 

De la huerta, antes del alba 
Acudirá en vuestro auxilio.» 

— ¿ Nada más ? 

— En la memoria 
Guardo entero el pergamino. 
— Si es un moro el que lo trajo, 
Poco de moros me fio. 

— Ni yo, pero en casos tales 
El temor fuera delito, 

Y asunto , Martin , es éste 
Que quiero arreglar contigo. 
Son las tres , toma la llave , 

Y sin ser visto ni oido , 
Abre la puerta , y conduce 



6o 

Al hombre aquí ; yo vigilo. 

Por supuesto, que entre él solo 

— Sólo entrará, vive Cristo, 
Que uno siendo amigo es mucho, 
Y es nada siendo enemigo. 



III. 



Quedóse la Castellana 
Presa de angustia secreta 
Y fija en la barbacana, 
Por la llanura lejana 
Tendiendo la vista inquieta. 

Y mientras sus negros ojos , 
Ya por la vigilia rojos, 
Miraban en derredor , 
De palabras y cerrojos 
Le trajo el viento el rumor. 

Pocos momentos después 
Un bulto de otro seguido, 
Avanzó mudo y cortés , 



6i 

Y de su dueña al oido, 
Dijo Martin : — i Este es ! 

— Si sois vos doña Guiomar, 
Licencia os pido de hablar, 
Interrumpió el caballero : 
— Hablad , más decid primero 
Vuestro nombre. 

— Soy Pulgar. 

Y soltando el alquicel 
Que le da aspecto africano, 
El hazañoso doncel 
Besó á la dama la mano 

Cosa poco usada en él. 

i 

Tras esto se enderezó , 
El puño izquierdo apoyó 
De su espada sobre el pomo, 

Y así con tranquilo aplomo 
Á doña Guiomar habló : 

• 

— Trajo la fama hasta mí 
El grave aprieto en que aquí 
La rebelión os tenía, 



62 

Y hablando en algarabía 
Entre el moro me metí. 

De su raza me creyeron, 
Y, sin saber lo que hicieron, 
Á mis planes ayudaron , 

Y con lo que me dijeron 
Más á venir me alentaron. 

Mi gente tengo apostada, 

Y á una señal convenida 
Será nuestra la jornada, 
Bien impidiendo la entrada , 
Bien guardando la salida. 

Pulgar soy, y no os asombre, 
Pero os juro sin braveza, 
Que sólo oyendo este nombre 
No queda mañana un hombre 
Al pié de la fortaleza. 

Vuestras órdenes espero. 
¿ Qué decís ? 

— Digo, Señor, 

Y perdonadme primero, 



6 3 

Que os estimo caballero 

Y os rechazo protector. 

De Zafra soy compañera 

Y su honor sostengo fiel ; 

Si vuestro amparo admitiera 
Fuerais vos , que yo no fuera , 
La que cumpliera con él. 

Gracias os doy, buen Pulgar, 

Y vuestro arrojo sin par 
Vivo queda en mi memoria , 
Mas de esta hazaña la gloria 
Entera quiero guardar. 

Y ahora, si acaso el salir 
Nuevo riesgo ha de añadir 
Al que habéis por mí afrontado, 
Juradme no combatir 

Y aquí os quedad á mi lado. — 

Ya unos instantes hacía 
Que Pulgar, de rojo que era, 
Amarillo seponia, 

Y su mirada altanera 



6 4 

Fija en un punto tenía. 

Cuando Guiomar acabó, 
Como quien ahogar se siente 
El caudillo respiró , 
Limpióse luego la frente 
Sudorosa, y replicó : 

— Ni yo os conozco , señora, 
Ni vuestras frases admito, 
Ni á tratar vamos' ahora 
De hazaña que os enamora 

Y que yo no necesito. 

Ayuda vine á ofreceros 
Por don Pedro y por el Rey: 
Si no acerté á complaceros, 
Catad que cumplí una ley 
Que obliga á los caballeros. 

Vasallo he sido leal 

Y en ello no busqué medro; 
Si os es la suerte fatal , 
Tratado habréis por igual 
Al Rey, á mí y á don Pedro. 



65 

Y adiós, que el alba risueña 
Luce su rostro encendido , 

Y el riesgo Pulgar desdeña ; 
Quien para dueño ha nacido 
Ni aun de vos puede ser dueña. 

Poniendo al diálogo fin 
Hernán -Pérez echó á andar, 

Y empujada por Martin 
Se oyó otra vez rechinar 
La poterna del jardin. 

IV. 

Era don Pedro de Zafra 
Soldado de mar y tierra, 
En quien el valor tenía 
Por hermana la prudencia. 
Ora navegando en Flándes, 
Ora riñendo en la Vega, 
Lo mismo que en el Consejo 
Brillar supo en la palestra, 

Y cuando á suelo africano 
Fueron á esconder su pena 
El destronado rey moro 



66 

Y su noble descendencia , 
Escolta les dio don Pedro, 
Dándoles al par con ella 
La amistad que fortalece 

Y el respeto que consuela. 
Por eso entre los moriscos 
Alcanza cuanto desea , 

Y está en Córdoba tratando 
Con los Reyes la manera 
De someter la Alpujarra 
Antes que el incendio prenda , 

Y lo que ha nacido chispa 
En un volcan se convierta. 
Provisto , pues , de poderes 

Y ofrecimientos en regla, 
Dejó á Córdoba una tarde 

Y á Granada dio la vuelta, 
Donde con ira y asombro 
De su mujer tuvo nuevas, 

Que bien comprender le hicieron 
Lo apurada que se encuentra. 
Para remediar el daño, 
De Dúrcal tomó la senda , 
Pueblo que sólo distaba 
De su castillo una legua» 



67 

Mas en vano el cumplimiento 
Reclamó de antiguas deudas ; 
En vano de sus servicios 
Fué á exigir la recompensa ; 
Á sus frases de concordia , 
Tan dignas como sinceras , 
Del moro le contestaron 
Los alaridos de guerra. 
Pidió entonces á sus Reyes, 
En vez de razones fuerzas, 

Y mientras tanto, á su esposa 
Hizo llegar estas letras : 

— «Si Pedro no está mañana 
Á tu lado , por él reza ; 
Mas cuando el rezo concluya 
Que prosiga la defensa. » 

Inmóvil y pensativa , 
Recostada en una almena, 
De Lecrin el ancho valle 
La castellana contempla. 
En grupo inquieto y curioso 
Varios soldados la cercan , 

Y en torno de la muralla 
Ceñudo Martin pasea. 



68 

Sentadas en duro banco 
Murmuran dos ó tres dueñas, 
La negra noche que avanza 
Haciendo mucho más negra, 

Y el relámpago que alumbra 
Los contornos de la sierra , 
Sobre los objetos todos 
Vierte lividez siniestra. 

— ¿Veis algo? — con tono rudo 

Y alargando la cabeza , 
Dijo Martin á la turba 
Que á doña Guiomar rodea. 

— ¡ Nada ! — contestó un arquero 
De faz curtida y morena ; — 
Sueño fué sin duda 

— Lope , 
El que no duerme, no sueña. 
Yo lo he visto , y mi señora 
Lo ha visto también. 

— Pluguiera 
A Dios que te equivocaras, 
Pero es cierto. 

— ¿ Y no recuerdas 
Por qué camino tomaron? 

— Sí , Martin , la historia es ésta : 



69 . 

Del Homenaje en la torre 
Me hallaba de centinela , 
Viendo los reflejos últimos 
Del sol perderse en la Vega, 
Cuando hacia el lado de Dúrcal 
De polvo entre nube densa 
Doce ó catorce jinetes 
Descubrí en traje de guerra. 
Cristianos me parecieron , 

Y según todas las señas, 
Al fuerte se dirigian 

I Cómo será que no llegan ? 

— Tan cerrada está la noche — 

Murmuró Guiomar inquieta — 

Que es fácil hayan perdido 

De los senderos la huella; 

Juntad , Martin , nuestros hombres, 

Elegid los que os parezca, 

Y reconoced el campo 

Si no hay enemigos cerca. — 

Y esto diciendo, sentóse 
Doña Guiomar en la piedra, 
Queriendo con sus miradas 
Aclarar la sombra espesa. 



7o 

Largo rato. inútilmente, 
Á favor de las tinieblas , 
Martin y sus camaradas 
Escudriñaron las sendas. 
Sólo un pastor á la aurora , 
Desde su choza desierta, 
Divisó en una angostura, 
Como la traición estrecha, 
Once cadáveres juntos 
Cuyas mutiladas diestras 
Once espadas oprimian 
Tintas en sangre agarena. 
Aleve fué la emboscada 

Y heroica la resistencia , 
Mas allí cayó don Pedro 
Luchando como un atleta, 

Y allí los diez servidores 
Que de fieles dieron prueba. 
Mano piadosa y cristiana 
Sepultó en la fortaleza 
Los mártires valerosos 

De la hecatombe sangrienta; 

Y cuando al siguiente dia, 
Redoblada su impaciencia , 
Dio al castillo nuevo asalto 



7* 

La multitud que lo asedia, 
Pudo ti que avanzó el primero 
Ver coronando la almena 
De doña Guiomar de Acuña 
Las flotantes tocas negras , 
Y escuchar clara y distinta 
Voz que el corazón le hiela , 
Gritándole desde el muro : 
— ¡ Maldito ! ¡ maldito seas ! 



V. 



Llegó á Córdoba el aviso 
De catástrofe tamaña, 
Y su ejército movieron 
Los Católicos Monarcas. 
De jinetes y peones 
Con una lucida escuadra 
Partió don Alonso Tellez, 
Por voluntad soberana, 
Á socorrer á Mondújar 
Honrando á Pedro de Zafra. 
No fué el socorro preciso , 



72 

Que sólo al saber su marcha y 
Desbandados los rebeldes t 
Huyeron á la montaña. 
Por lo cual , metiendo dentro 
Guarnición segura y brava, 
El castillo dejó Tellez, 

Y con él la castellana. 

Á la corte fueron ambos, 
Pues los Reyes les aguardan , 

Y allí encontró la de Acuña 
Tal concierto de alabanzas , 
Tanta copia de bondades 

Y tal número de gracias, 
Que empezó por recibirlas 

Y concluyó por llorarlas. 

Hoy de aquella fortaleza, 
Sepulcro á un tiempo y alcázar; 
De aquellos huertos floridos 
Que el ambiente embalsamaban ; 
De aquellos robustos muros , 
De aquellas ricas estancias , 
Quedan informes peñascos 
Unidos por la argamasa ; 
Alguna higuera bravia 



73 

Que con amor los abraza, 
Y un cristalino arroyuelo 
Que del roto aljibe mana , 
Donde, al declinar la tarde, 
Bajan á beber las águilas. 



1882 




¡IMPOSIBLE!] 



POEMA . 



AL 



INIMITABLE AUTOR DE LAS DOLOHAS, 
RAMÓN DE CAMPOAMOR. 



«IMPOSIBLE! 



i 



POEMA. 



DEDICATORIA. 




i querido Ramón : Pocos favores 
He debido á la picara fortuna 
Tan gratos para mí, ni seductores, 

Como el cuento de amores 
Llamado Los Amores en la luna. 

Con sin igual empeño, 
Una , dos y tres veces lo he leido , 
Soñé con él , y al despertar del sueño, 

Tu poema pequeño, 
Grande como el Antar me ha parecido. 

Y á fuer de agradecido j 
Queriendo á tu amistad rendir tributo, 
Voy á ver si me salgo con mi tema 
De ofrecerte un conato de poema 
Pequeño, muy pequeño, diminuto. 



7« 



PROLOGO. 



Oculto entre el follaje de la vega, 
Morisco por su traza y por su adorno, 
Hay de Granada en el sin par contorno 
Un carmen que el Genil fecunda y riega; 
Quien á su puerta -llega, 
Estrago y soledad y sombra mira; 
Todo allí al alma compasión inspira, 
Por la rota pared el viento pasa , 
Y en el hundido patio de la casa 
La fuente melancólica suspira. 
Seis lustros hizo ya que en una fiesta , 
Cansados de vagar á pié y en coche 
Por la gentil floresta 
Llenándola de amor y de ventura, 
Dimos varios amigos una noche , 
Con aquella mansión triste y oscura. 
¡ Noche feliz y breve 
Cuyo recuerdo vive en la memoria ! 
La brisa fresca y leve 
Los dormidos cipreses arrullaba, 



79 

Y á lo lejos, en dulce murmurio, 
Solemne se escuchaba 

Esa jamas interrumpida historia 

Que á peñascos y flores cuenta el rio. 

De un viejo cedro el colosal ramaje; 

De las estrellas el fulgor incierto; 

El graznido salvaje 

De algún ave nocturna, sorprendida 

Por insólito estruendo inesperado , 

La imponente belleza del paisaje, 

Todo en aquel desierto, 

Á un tiempo encantador y desolado , 

Convidaba á los goces de la vida 

Por lo mismo quizá que estaba muerto. 

Y de la luna el rayo tembloroso, 

Y de la selva la quietud augusta , 
Llevaban al espíritu en reposo 

La visión que seduce y la que asusta. 

Movido por mi ardiente fantasía , 
Por misteriosa voz tal vez llamado , 
Á la puerta corrí que me atraía , 

Y del azar ó de la luz guiado, 
Penetré en una vasta galería. 
Su rico alicatado 



^ 



8o 

Perdido los colores aun no habia, 

Y en esbeltas columnas se apoyaba, 
Donde la yedra el mármol encubría 

Y la silvestre higuera vegetaba. 
Allá en el fondo oscuro, 
Como adosado al muro, 

Un gallardo templete descollaba, 
Cuya bóveda, en parte por el suelo, 
Ver á trozos dejaba 
La bóveda magnífica del cielo. 
Miraba yo con ojos asombrados 
Aquel nido de amor seco y vacío, 
Cuando de un ajimez en los calados 
Distinguí vagamente 
Un papel, sobre el cual mi desvarío 
Adivinó impaciente 
Algunos caracteres ya borrados : 
Cogíle; entre sus pliegues escondía 
Un rizo de cabellos perfumados, 
'Y el polvo al sacudir que le cubría, 
En letra á duras penas perceptible, 
Vi que el papel decia 
Esto, ni más ni menos: a: [Imposible! » 

La voz de mis amigos , 



•'I 



81 

Sacándome del éxtasis profundo 
En que todo mi ser se sumergía , 
Me llamaba al descanso y á la cena ; 
Yo estaba allí sin miedo , sin testigos , 

Y preparado á disputar al mundo 
Aquella posesión de encantos llena , 
La oprimí con furor entre mi mano, 
Cerca del corazón le abrí morada, 

Y más dichoso que Colon y Elcano 
Al encontrar la tierra suspirada , 
Con el terrible peso del arcano 
Volé á aspirar el aura embalsamada. 

La historia os contaré de esos cabellos; 
Conservados por mí como un tesoro, 
Vieron mis travesuras y amoríos: 

¿Dónde están hoy? Lo ignoro 

] Ay ! ¡ pero guardo de ellos 

Más memoria quizá que de los mios ! 



I. 



Vastago y heredero, 
De noble tronco y de florida rama, 



82 

Con mucha juventud , mucho dinero , 

Y un apellido que ilustró la fama , 
Era don Luis Chacón , en los albores 
Del siglo que aun avanza y ya declina y 
Modelo de mancebos seductores 

Y gala de la gente granadina. 
Hermoso, audaz, sereno, 

Nacido en la abundancia y el regalo r 
Jamas á sus caprichos puso freno, 
Ni distinguió lo bueno de lo malo , 
Ni separó lo malo de lo bueno. 
Nunca por peligrosa 
Dejó de acometer humana empresa , 

Y en la lid amorosa 

Sufrir pudo su cuerpo alguna cosa, 

Pero lo que es el alma salió ilesa. 

De su pasión al fuego 

Cien pobres corazones se quemaron ; 

Mas ni la injuria, ni el desden, ni el ruego 

El amor de su pecho despertaron ; 

Pretender, conseguir, olvidar luego: 

Sólo estos tres placeres le ocuparon; 

Que hay quien del mar en el abismo boga r 

Y hay quien en una lágrima se ahoga. 



83 

Vivia por entonces, si no miente 
La tradición, nuestro galán bizarro, 
Junto á un antiguo puente, 
Donde va á terminar precisamente 
La Carrera de Darro; 

Y no lejos del lóbrego y sombrío 
Palacio de Chacón, que retrataba 
De otra edad la grandeza y poderío , 
La iglesia de San Pedro se elevaba, 
Minados sus cimientos por el rio. 
La madre de don Luis, santa señora, 
La vivienda feudal ennoblecía, 

Y en más de una ocasión, cuando á la aurora 
La vieja puerta rechinar se oia, 

Se hallaban de improviso y á deshora 

Uno que entraba y otra que salia; 

Ella, al templo á rogar por el que adora ; 

Él , desertor acaso de la orgía. 

La madre placentera 

Olvidaba, al mirarle, su amargura; 

Él, cual si de su error se arrepintiera. 

Le besaba la mano con ternura, 

Y en el beso quedaba toda entera 
Esa parte de fiera 

Que tiene en sí la humana criatura» 



84 

Otras veces , llorando 

Llamábale hacia sí la pobre anciana, 

Y casi suplicando 

Le decía: — «Mi Luis, piensa en mañana. 

No olvides mi consejo, 

Único bien de cuantos bienes dejo : 

Para gozar de la pasión mentida, 

Basta un solo momento de la vida; 

Para un afecto dulce y sosegado , 

Toda la vida es plazo limitado. » 

Pero i ay ! que ni ternezas , ni sermones , 
Ni *votos , ni oraciones , 

Pueden hacer, al menos entre gentes, 
Que caminen despacio los torrentes. 
Pese á una y otra prueba, 
Don Luis de sus caprichos es vasallo , 
# Y no hay de Puerta Real á Plaza Nueva, 
Ni caballo mejor que su caballo, 
Ni manceba mejor que su manceba. 
Y una vez que, movido 
Por no sé qué intención ó qué locura, 
Pensó en hacerse monje, y decidido 
Dijo á su madre que llamara al cura , 
En un papel firmado 



85 

Quiso escribir sus faltas el primero , 
Y, sin haber su escrito comenzado, 
Retrocedió espantado 
Al asomarse al borde del tintero. 
Armiño de una especie diferente 
Que, tímido á su modo, 
Halla más grato perecer en lodo 
Que mojarse la piel en la corriente^ 

Llegó á ser tal y tanta 
De la madre infeliz la desventura, 
Tanta la soledad de que se espanta , 

Y tanto el duelo que incesante apura, 
Que, buscando agradable compañía, 
Hizo venir de un pueblo comarcano 
Una muchacha que, en aciago dia 

La encomendó, al morir, su noble hermano, 

Y que feliz vivia 

Hija creyendo ser de un pobre anciano, 
Cuya mujer la amamantó á su pecho 

Y en cuya casa halló comida y lecho. 
Gracia, que así la joven se llamaba, 
Al mandato acudió de su señora, 

Y ésta, que ya la amaba, 

Por el hermano, cuya muerte llora, 



86 

Como benigna madre la trataba 

Al verla tan gentil y seductora. 

¡Y era la lugareña 

Digna de tal merced ! Nunca la aurora 

Al derramar sus fúlgidos destellos 

Iluminó una frente tan risueña , 

Ni una boca tan linda y tan pequeña, 

Ni unos ojos tan negros como aquéllos: 

Cuando al llegar vestida de estameña, 

Y en dos trenzas partidos los cabellos 

Penetró de Chacón en la morada, 

Cuantos pajes y hujieres la miraron 

Humildes se inclinaron 

Creyéndola una reina disfrazada. 

Sólo don Luis , cual siempre entretenido , 

Al decirle una vez de sobremesa 

— ¿No quieres ver á Gracia, que- ha venido?— 

Respondió : — ¿ Para qué ? lo he conocido 

En que siento el olor á la dehesa. — 

Gracia lo supo, y devoró el ultraje; 

El tiempo fué pasando ; 

Mudó la niña de apariencia y traje; 

Su acento, que era rudo, se hizo blando; 

Hasta que una mañana 

Que á la iglesia cercana 



87 

Su señora á buscar se dirigía , 

Con ira soberana 

Vio que don Luis ansioso la seguía. 

Del atrio en los umbrales 

La alcanzó, y atrevido 

— Tomad, dijo, esta rosa que os ofrezco; — 

Ella , que nunca oyó palabras tales , 

Con el rostro encendido 

— Ni la tomo, exclamó, ni la merezco ; — 

Y atropellando audaz á tres ó cuatro, 
Entróse repitiendo : — ¡te aborrezco! — 

Y él se quedó pensando : — ¡te idolatro ! 

Es una noche tibia y perfumada, 
De esas en que parece 
Que bajo el limpio cielo de Granada 
Un nuevo sol espléndido amanece. 
Detras de la entreabierta celosía 
Que sobre el huerto fronterizo cae, 
Ya terminada la labor del día, 
Goza Gracia escuchando la armonía 
Que en sus alas el céfiro le trae. 
Las fuentes y las flores, 
Todo tiene su voz en el concierto; 
Hasta los desvelados ruiseñores 



88 

Que anidan en los árboles del huerto. 

Apoyado en las manos el semblante, 

Todo Gracia lo admira; 

El fulgor del lucero rutilante, 

La hoja que rueda y el rumor que espira. 

O de la tierra alzando con tristeza 

« 

La purísima frente nacarada, 

Contempla embelesada 

Del astro de la noche la belleza : 

Que siempre fué la luna 

De las almas fantásticas el centro, 

Y no hay mujer alguna 

Que no busque una imagen allí dentro. 
Por fin, como de un sueño despertando,. 
Gracia se alzó; por la extensión vacía 
Tendió un instante los cansados ojos; 
Luego, cerca del lecho en que dormia, 
Sus rezos murmurando, 
Ante una Virgen se postró de hinojos f 

Y aunque nada ya en torno se veia , 
Siguió la luz brillando 

Detras de la entreabierta celosía. 

Súbito un grito agudo 
Rompió el silencio que doquier reinaba f 



8 9 

Y uri bulto negro, misterioso y mudo 
Hacia la joven avanzó que oraba. 
Largo antifaz cubriendo su semblante 
Sólo sus ojos vislumbrar dejaba, 

Y asesino ó amante, 

Algo de tigre en ellos centellaba. 

— ¡ Socorro, Virgen mia ! — 

Dijo Gracia á la vez con ira y miedo; — 
¡ Salid , infame ! — murmuró sombría , 

Y el encubierto replicó : — no puedo. 
Para triunfar de tí forcé una puerta; 
Dormida te creia; 

Ya me es igual dormida que despierta. 

— ¡Antes que presenciar tal villanía 

Pluguiera á Dios que me encontrarais muerta ! 

— ¿Sabes quien soy? — Lo sé. — Pues de ese modo 

Algo sabrás de mi furor terrible. 

— Sé que de todo sois capaz; de todo, 

Menos de lo imposible. 

— ¡ Morir ó amar, elige ! 

— Ya he elegido ; 
Olvídame, señor, y otros placeres 
Curen la pena de que causa he sido. 
— Eso quisieras tú, pero hay mujeres 
Que antes logran la muerte que el olvido. 



9 o 

¡ Muere, pues ! — Y con saña destructor* 

Del ropón desprendiendo que le viste 

Fatal arma traidora, 

Rápido se lanzó sobre la triste , 

Que, apagando la luz, gritó: — Señora, 

Vén tú , pues que mi madre ya no existe. 

Y luchando en la sombra y reluchando, 
Ya sin voz , y sin alma , y sin consuelo, 
Fué Gracia á tropezar en una puerta 
Que al solo impulso blando 

De su mano de hielo 
Giró de par en par ; ¡ estaba abierta ! 
A una suntuosa cámara llevaba 
Que Gracia nunca visitado habia; 
De su techo una lámpara colgaba, 

Y á su luz que oscilaba 

El retrato de un viejo se veía 
Con el manto y la cruz de Calatrava. 
Cerca de aquél y tapizando el muro 
Muchos retratos más casi borrados , 

Y allá en el fondo oscuro 

Dos guerreros inmóviles y armados. 
— ; Favor ! — gimió la pobre balbuciente 
Asiendo de uno de ellos por la gola; 
El guerrero tembló; volvió la frente 



9' 

Gracia al peligro, y encontróse sola. 

Prudente y prevenida la doncella 
En la sala de honor esperó el dia ; 
Toda la noche aquella 
La hicieron los Chacones compañía. 

Aun de don Luis la madre reposaba 
Cuando una carta recibió en su mano ; 
— Es para vos, y de llegar acaba — 
Dijo una dueña de cabello cano. 

Y Gracia , que en la alcoba penetraba , 
Atenta como siempre al primer ruido, 
Tomó el papel que aquélla le acercaba, 

Y leyó con acento conmovido : 

« ¡ Madre, no me esperéis ! De aquí me alejo 

Porque el deber lo ordena; 

Vida , esperanza , amor, todo lo dejo 

Y me voy con mi infamia y con mi pena. 
Abierto ante mis pies miro el abismo; 
Puedo llegar á ser vil y cobarde, 

Y antes que avergonzarme de mí mismo 
Huyo de mí y de vos : ¡el cielo os guarde! 
Senda noble y gloriosa 

Mi juvenil espíritu imagina; 



92 

Busca mi mente ansiosa 

La estatua más hermosa, 

La voz más grata y la mayor ruina. 

Del arte en los misterios 

Aprenderé cien goces ignorados , 

Y el polvo al contemplar de los imperios 
En él veré mis sueños retratados. 

Sé que me perdonáis y yo os bendigo; 

Grande ha sido mi culpa, madre mia; 

Mas la ilusión abrigo 

De que digno de vos volveré un dia 

Pidiendo premio donde hallé castigo» 

Una súplica aún; que de mi ausencia 

Nadie investigue el pavoroso arcano 

Que guarda mi conciencia ; 

Del mar es copia el corazón humano, 

Y fuera gran demencia 
Querer interrogar al Océano. » 

Dos lágrimas no más , lentas y solas, 
Surcaron las mejillas de la anciana, 

Y eran amargas como son las olas 
Que se deshacen en espuma vana. 
Quiso hablar, y la frase mal segura 
En un suspiro se escapó del pecho; 



93 

Con manos encendidas 

De Gracia acarició la frente pura, 

Y ambas cayeron juntas sobre el lecho 

En un inmenso abrazo confundidas. 



II. 



j Italia, Italia ! Bendecido suelo 
En que halla el peregrino fatigado 
Con las confusas glorias del pasado 
Del porvenir el misterioso anhelo. 

Región encantadora 
Que sólo ensueños de placer inspira ; 

Maga fascinadora, 
Si el que nunca te vio por tí suspira, 
El que deja de verte, por tí llora. 

Iba la tarde á declinar ; domando 
De sus corceles el ardiente brío, 
Que trotan resoplando, 
Van dos jinetes de exterior sombrío 
La romana campiña atravesando. 
Don Luis Chacón es uno ; su escudero 
Gaspar el otro; aquel que le adiestrara 



94 

En manejar la rienda y el acero, 

Y que por ver el júbilo en su cara 
Viviera sin hablar un año entero. 

Mas en vano lo intenta, 
En vano de sus muchas correrías 
Episodios y fábulas le cuenta, 
Ó de risueños y lejanos dias 
El apacible cuadro le presenta. 

Nada la nube ahuyenta 
Que en torno de don Luis se agita y crece f 
Que de su oculto lloro se alimenta , 
Que le aniquila al par que le enardece ; 

Y entre la cual , envuelto y abismado, 
Una visión fantástica parece 
Persiguiendo la dicha que ha soñado, 

Y el soplo de su aliento desvanece. 

Borrar quiere del alma 
Lo que grabado lleva en la memoria , 
Mas sólo en el olvido está la calma , 

Y quiso el cielo que la misma palma 
Sirva para el martirio y la victoria. 
Por eso de Gaspar teniendo en poco 

La charla y el cariño, 
Cruza el desierto que asoló la gloria 
Con la sublime exaltación del loco , 



95 

Con la serena intrepidez del niño. 

¡Ni un árbol, ni una flor! ¡Negras colinas 
Interrumpen á veces de aquel llano 
La triste soledad ! Allá, á lo lejos, 
Sobre las agrias cumbres del Albano 
Derrama el sol sus últimos reflejos. 

Pirámides de ruinas 
Dan por asiento la gastada piedra ; 
Y en el frontón hundido 
Busca reposo la torcaz paloma , 
Mientras, bebiendo el aire corrompido, 

Bajo un dosel de hiedra 
Sus anchas fauces el lagarto asoma. 

Del acueducto erguido 
Logra la cabra dominar la altura , 

Y allí su sed ardiente 
Templa en el hilo de agua trasparente 
Que entre las rotas bóvedas murmura. 

Óyese de repente 
Sordo rumor que turba al más sereno : 

Es un búfalo enorme 
Que, oculto en el repliegue de una roca, 
Se baña revolcándose en el cieno. 
La cabeza deforme 



9 6 

Mueve con lentitud acompasada, 

Y espuma destilando por su boca, 
Gira en torno la estúpida mirada. 

I En qué piensa don Luis que ve en tal hora 
El término llegar de su camino, 
Más lejos cada vez de la que adora 

Y esclavo más y más de su destino? 

El mismo no lo sabe ; 
Gaspar, que conocerlo quiere en vano, 
Marcha á. su flanco silencioso y grave ; 

Quizá de aquel arcano 
Oculta en el hogar quedó la llave, 

Y así los dos con parecida suerte 

Nutren igual empeño, 
Don Luis piensa en un sueño que es su muerte 

Y Gaspar en su vida que es un sueño. 

De pronto , al ensancharse la vereda, 
Vieron desde la cúspide del monte 
Del ancho valle la extensión vacia; 
Dibujóse en el diáfano horizonte 
De la, villa Panfili la arboleda, 

Y Roma apareció ; lento se oia 
Del Ángelus sonar el dulce coro 



97 

<2ue en cuatrocientas torres repetía 
De las campanas el metal sonoro; 

Y entre el vapor de la indecisa bruma 
Como arrastrando al mar su historia impía, 

Sin ruido y sin espuma 
El Tíber soñoliento se perdia. 
Semejante al ciprés que el rayo abate, 
De los bronces al eco plañidero 
Dobló don Luis la juvenil cabeza , 
Llevó la diestra mano hacia el sombrero, 

Y en el caballo hundiendo el acicate , 
Sin que acierte Gaspar si jura ó reza, 
Al galope tomó por el sendero. 

— ¿ Está ya todo visto ? preguntaba 

A un cicerone anciano 

Un hidalgo español , que visitaba 

Los salones sin par del Vaticano. 

» — Señor, nada nos queda; 

El arte vive aquí griego y romano, 

Y es imposible que ni en sueños pueda 
Más lejos ir el pensamiento humano : 
Venus , Minerva, la Amazona, Juno, 
Laoconte , Adonis, Hércules , Cupido, 
jAh ! Cuando recordéis uno por uno 



9* 

Sus encantos , señor 

— Estoy vencido. 
Tú me dijiste que el cincel del hombre 
Nunca produjo perfección tan alta ; 
Justo es que lo declare y que me asombre, 
Mas algo aquí no encuentro que me falta. 
— ¿ Cómo se llama , pues? 

— No tiene nombre, 

Y yo lo he visto, sin embargo, un dia 

— Sin que por ello vuestro anhelo excite 
Puedo enseñaros mucho todavía. 

— Enséñame una estatua que palpite. 
— Loco me parecéis. 

— Si no la tienes, 
Ni la quieres buscar, si te importuna 
En vez de halagos recibir desdenes , 
Yo te diré un lugar en donde hay una. 
Gaspar, ¿no es cierto? 

— Tu señor delira . 
¿No lo adviertes , Gaspar ? 

— Sigúele el vuelo, 
Que vive entre el afán y la mentira, 

Y hay quien viviendo así se gana el cielo. 
Mírale con las Musas embebido. 

—Di mejor embobado. 



99 

I Pobre don Luis ! Tres meses le he servido 
Y es mucha la afición que le he cobrado; 
— Pues si buscando amor pierde el sentido 
Buen viaje hemos echado ! 

III. 

De Egipto en las pirámides altivas , 
De Grecia en los escombros inmortales, 
De Germania en las selvas primitivas , 
Halló don Luis para templar sus males 
Venturas fugitivas. 

— ¿Qué son, pensaba, las humanas penas 
Del tiempo ante el estrago ? 
¿ Quién sabe si estas cálidas arenas 
Fueron rica ciudad ó turbio lago ? 
¡Cuántas pasiones, cuya llama ardiente 
Acrecentó el deseo , 
Se evaporaron en su propio ambiente 
Como la niebla que extenderse veo ! 
¡Amor, felicidad, gloria, esperanza; 
Sueño de un breve dia , 
Sombra que se persigue y no se alcanza , 
Luz que deslumhra al mísero á quien guía ! 
¡Fantástica ilusión de la belleza, 



100 



Necio de aquél que sobre tí construye 

¿ Dónde lo bello de la Esfinge empieza ? 
La Venus ideal ¿ dónde concluye ? 

— ¡ Gaspar ! 

— Señor. 

— Me siento fatigado; 

— Lo supongo , don Luis; hoy justamente 
El mismo pensamiento me ha asaltado ; 
Dos años hace que, cual vos ausente 
Nada sé de la patria que he dejado. 

— ¿ Y la recuerdas ? 

— Con el mismo anhelo 
Que recuerdo á mi madre, que, de fijo, 
Dirá más de una vez mirando al cielo : 
¿Qué será de aquel hijo 
En quién cifro mi dicha y mi consuelo ? 
— Pues bien, llegó la hora 
Por tí anhelada, y para mí temida; 
Al despuntar de la cercana aurora 
Seguiremos la ruta interrumpida. 
De España nuevas en París aguardo , 
Cuentas y cofres acomoda y cierra , 
Y sin más dilación ni más retardo 
Á ver volvamos la Nevada Sierra. 



IOX 



— Así os quiero, ¡Don Luis! 

— Así me place. 

— Quien no mata la pena la da aliento ; 
Dejadme que os admire y os abrace. 

— Ay, Gaspar, que yo siento 

Dos penas, la que muere, y la que nace. 

— j Mi último adiós te mando, y te bendigo! 
Esto no más decia 

La carta que de manos de un amigo . 
Don Luis recibió en Francia cierto dia. 

Y aun pasado no habia 

Un mes de aquella fecha dolorosa, 

Cuando un mozo , muy triste y muy bizarro, 

Con mano temblorosa 

Llamaba á un portalón vecino al Dárro. 

Crujir oyóse la maciza llave, 

Y un hombre entre soldado y pordiosero 
Con voz áspera y grave 

— ¿Quién sois, y qué queréis? — gruñó severo, 
— Quisiera antes de todo 
Saber á quien servis..... 

— Hay opiniones 

— Á la que vos tengáis yo me acomodo; 
¿ No es ésta la mansión de los Chacones? 



102 

— Fué, sí, señor ; sin duda al pueblo extraño 

Nada sabéis 

—Hablad. 

v — Ya de esa raza, 
Como dice el tendero Juan Otaño, 
No quedan más que deudas en la plaza. 
— Pues ¿quién habita aquí? 

— Yo solamente ; 
La Real Cnancillería, 
En la que ejerzo de alguacil suplente, 
Las fincas embargadas me confia. 
—Y, decidme, apoyándose en la puerta, 
Balbució el forastero , 
¿ Cómo está la Condesa? 

— ¿Cómo? ¡muerta! , 
Dos meses hace el veinte de Febrero. 
— ¿Y los demás? 

— No sé; cuentan de un hijo 
Cuya suerte se ignora desde el punto 
Que de su casa huyó; siempre se dijo 
Que era loco, ó malvado, ó todo junto. 
— ¿Le conocisteis vos ? 

— No, por mi vida, 

Yo era entonces soldado 

— ¿Y que fué de una joven recogida? 



103 

— Preguntáis, buen amigo, demasiado. 

— Toma y habla, menguado, 

l Piensas que de un golilla estás delante ? 

— Hablaré, sí, señor, me habéis pagado 

Y debo corriplaceros al instante. 

Cuando cerró los ojos á la anciana , 

Que de madre con ella hizo las veces , 

La pobre joven , al mirar cercana 

La visita de esbirros y de jueces, 

Acabado el entierro, 

Aun más humilde que si fuera mió , 

Lejos de la ciudad buscó un encierro 

En yo no sé que carmen junto al rio. 

Allí escondida mora 

Sola con su dolor , pues , poco á poco , 

Se. han comido las trampas de aquel loco 

Propiedades y ajuar de la señora. 

Cuanto pude os conté; si aunque vacía 

Queréis la casa visitar, me ofrezco 

Á serviros de guía 

— Dé todo corazón os lo agradezco. 
Acaso alguna vez os lo recuerde, 
Hoy tiempo no me queda. 
— Cuando gustéis, señor; nada se pierde, 
-r- Adiós, pues, y guardad esa moneda. 



104 

Y una dobla poniendo en la ancha mano r 

Que guardó con sonrisa de villano 

El alguacil ladino, 

Después de saludar con muy buen modo r 

Chacón de la ciudad tomó el camino, 

Vacilante y febril come? un beodo. 

Muy cerca ya don Luis de su posada 
Vio que Gaspar, cual nunca diligente, 
Á su encuentro volaba. 

— ¿Qué ocurre? — preguntó rápidamente. 

— Señor , que ha estado arriba , que os buscaba^ 
Que una esquela tenéis por ella escrita, 

Que en vuestro cuarto al penetrar lloraba. 
— Pero ¿quién? ¡vive Dios! 

— La señorita. 

— ¿ Y se ha marchado ? 

— Me encargó os dijera 
Que por vuestra salud al cielo pide, 
Que veros quiso por la vez postrera 
Y que de vos por siempre se despide. 
— Dame al punto la llave. 

— Subid presto, 
Hallaréis la misiva 
Donde ella misma la escribió y la ha puesto. 



ios 

— ¿Qué dispondrá de mí, que muera ó viva? 

«Mi Luis, mi único amor; amor sagrado 
Cuya primera confesión te envió, 
Por verte he suspirado 

Y no he de verte más , hermano mió. 
Tu moribunda madre 

Me reveló el secreto de su esposo , 
Bendigamos los dos á nuestro padre, 
No turbemos su paz y su reposo. 
Á la tranquila aldea 
Donde pasé mi infancia parto ahora, 
Todo lo que aun tenemos tuyo sea, 
Yo torno á ser la humilde labradora. 
Lo he jurado á tu madre en la agonía 

Y el juramento es santo, 
Sólo el pensar en tí con alegría 
Puede enjugar mi llanto. 
Amémonos de lejos 

Como se aman los justos en la tierra, 

No empañemos del alma los reflejos , 

Con Dios y el mundo y la conciencia en guerra. 

Y si ves que envenena mi memoria 
Tu corazón sensible , 

Arrójala de allí, piensa en la gloria 



LA CALLE DE LA CABEZA 



LEYENDA TRADICIONAL. 



AL MÁS SEVERO DE LOS CRÍTICOS; Y MÁS BON- 
DADOSO DE LOS hombres; Á 

MANUEL CAÑETE. 




LA CALLE DE LA CABEZA. 



(TRADICIÓN MADRILEÑA.) 




I. 

esde un lugar de la Mancha 
Cuyo nombre no recuerdo, 
Vino á servir á la corte 

Gaspar Antúnez, el tuerto, 

Que, según su padre, nunca 

Sirvió para nada bueno. 
Dos cartas en la chaqueta, 

Dos duros en el chaleco , 

Una navaja de muelles 

Y un endemoniado genio 

Por equipaje llevaba 



s 



ii4 

Cuando salió de su pueblo, 

Y con él , y mucho polvo, 

Y algunos reales de menos , 
Entró de noche en la villa 
Por el puente de Toledo. 

Estaba oscura la noche, 
Que el alumbrado es moderno, 

Y de los tiempos tratamos 
Del buen Felipe Tercero, 
En que era Madrid un triste 
Lugaron, sucio y estrecho, 
Alma mezquina de España , 
Muy grande entonces de cuerpo. 

Á oscuras , pues , y sin guía 
Recorrió nuestro mancebo 
Callejas y callejones 
Enmarañados y negros, 
Hasta topar con las gradas 
De yo no sé qué convento , 
Donde de puro cansado 
Se dejó coger del sueño. 

Y allí estuviera sin duda 
Muchas horas, como muerto, 
Pues de la muerte tenía 
La soledad y el silencio, 



"5 

Si con él no tropezaran , 
Del ancho portón saliendo , 
Un hombre de edad madura 

Y un alegre rapazuelo. 
De monaguillo de iglesia 
Este mostraba el aspecto; 
El otro era un padre cura 
De aire noble y rostro serio. 
Con un farol el más joven 
Iba alumbrando al más viejo , 

Y por la luz atraido 

Y por el golpe despierto, 
Gaspar alzó la cabeza 
Vacilando como un ebrio. 

— ¿ Quién es ? — dijo incorporándose 
Por un soberano esfuerzo. 
— Nosotros — repuso el chico; — 
Con que salud , y hasta luego. 
— Y tú , ¿ quién eres ? — el cura 
Murmuró con grave acento — 
¿Qué haces aquí ? ¿ Por qué causa 
Duermes fuera de tu lecho? 
— Señor, la cosa es muy simple; 
Soy en Madrid forastero, 

Y como llegué de noche 



n6 

Y ni hogar ni amigos tengo, 
Rendido por el cansancio 
Busqué reposo á mis miembros , 

Y clementes, aunque duras, 
Estas piedras me lo dieron. 
— ¿Y á qué vienes á la corte, 
Si no es decirlo indiscreto ? 

— ¿Qué ha de ser? de colocarme 
La oportunidad acecho, 
Ansioso de hacer fortuna 
Sin reparar en los medios. 
— ¿ Eres ambicioso ? — Mucho. 
— ¿Y prudente? 

— Así lo creo. 
— Pues despiértate del todo, 
Que asilo mejor te ofrezco, 

Y con más luz y más calma 
Hablar mañana podremos.» 

Y el sacerdote delante 

Y detras los dos mancebos, 
De una angosta callejuela 
En la oscuridad se hundieron. 



ii7 



II. 

De los nobles distinguido 

Y amado de los plebeyos , 
Era don Gil de Mendoza 
Cura mayor de San Pedro , 
En quien por igual lucian 
Las virtudes y el talento. 
De esclarecido linaje , 

Y á la vez rico y espléndido r 
Pasó sus años de mozo 

En fiestas y galanteos; 
Pero un amor malogrado , 
Según algunos dijeron , 
O un oculto, según otros, 
Terrible drama doméstico , 
De la noche á la mañana 
Le trocaron por completo, 

Y el espejo de galanes 
Fué á los ancianos espejo. 
Muchos meses vivió en Roma 
Olvidando y aprendiendo, 
Hasta que vino á su patria 



n8 

Ya encanecido el cabello , 

Y del Rey tomó un curato, 
Dando á los pobres el sueldo. 
Este era el buen sacerdote 
De Gaspar Antúnez dueño 
Desde que le halló dormido 
Sobre las gradas del templo, 
Una noche que volvía 

De dar la Unción á un enfermo. 

Así las cosas se hallaban , 
Cuando un desusado estrépito 
Se oyó en la casa del cura 
Una mañana de invierno. 
Acudieron los vecinos, 
Los golillas acudieron , 

Y al entrar quedaron todos 
•Petrificados de miedo. 

Junto á la cama yacia 
Don Gil de Mendoza yerto, 
La venerable cabeza 
Cortada á cercen del cuello; 

Y las ropas en desorden 

Y los arcones abiertos 
Manifestaban bien claro 



ii9 

De aquel crimen el objeto. 
Buscóse á Gaspar Antúnez 
Con gran diligencia y celo; 
Mas trabajaron en balde 
Corchetes y cuadrilleros. 
Sólo á fuerza de pesquisas 
Rastrear pudo un sabueso 
Que de Portugal la ruta 
Tomó el miserable siervo; 
Y aunque hasta allí fué á seguirle 
De la justicia el empeño, 
Cual gota de agua en un charco 
El se perdió en el misterio. 



III. 

Diez años pasado habían 
Desde el terrible suceso , 
Que ya recordaban sólo 
Los narradores de cuentos , 
Cuando una hermosa mañana 
Se paró frente de un puesto 
De los muchos que en el Rastro 
Pagaban los carniceros , 



120 



Un hidalgo de buen porte , 
Cuyo lenguaje y arreos 
De su patria y de su alcurnia 
No daban indicio cierto. 
Chocó á alguno su semblante , 
Alguno extrañó su dejo , 
Mas á nadie causó risa, 
Porque todos ver pudieron 
Que, aunque la capa era larga r 
Por bajo asomaba el hierro. 
Antes bien, con tono humilde 
Muy diferente del gesto : 

— ¿ Qué busca vueseñoría ? 
Dijo el mercader atento. 

— Buen hombre , lo que buscaba 
En esa tabla lo veo; 
Que ayer mandé mi criado 
Por cabeza de carnero , 

Y volvió sin ella á casa , 

Lo cual me enojó en extremo. 

— ¿ Queréis la cabeza toda 
Ó solamente los sesos? 

— Toda; con que ahorrad preguntas 

Y pague esa dobla el precio. 
Tomó la cabeza el rico, 



121 



Tomó la dobla el tendero , 
Y los curiosos tomaron 
El tole muy satisfechos. 

Dos ó tres hombres tan sólo 
En pos del hidalgo fueron, 
O por llevar igual rumbo, 
Ó por designio secreto. 
Pronto uno más , y otro , y otro 
Aumentaron el cortejo, 
Porque á los no prevenidos, 
Los cobardes y los necios 
El andar del embozado 
Les daba mucho recelo , 
Pues caminando de prisa, 
Sin apercibirse de ello, 
Tras de sus pasos dejaba 
De roja sangre un reguero. 
Por fin un sordo murmullo, 
Nube preñada de truenos, 
Vino á sorprender al hombre , 
Que, parado y sonriendo, 
Preguntó á los más cercanos : 
— ¿ Se puede saber que es esto ? 
Un alguacil que á la turba 



122 



Escoltaba desde lejos, 

— Señor — contestó , no es nada ; 

Mas tiene al público inquieto 

Ver que al andar vais dejando 

Huellas de sangre en el suelo. 

— Y es verdad, ¡ Dios me castigue ! 

¿ No hay quien tenga á mano un lienzo 

Y esta cabeza me envuelva 

Que he Comprado hace un momento ? 

Un grito', tan solo un grito 
Ronco , formidable , inmenso , 
Como toque de agonía 
Resonó en todos los pechos. 
La cabeza que el hidalgo 
Mostraba como un trofeo, 
Era de Gil de Mendoza, 
Cura mayor de San Pedro. 

— ¡Don Gil, don Gil !— repetían 
Cien y cien voces á un tiempo. 

— j Á Gaspar ! ¡ al asesino ! — 
Clamaban mozos y viejos. 

Gaspar miró en torno suyo, 
Sintió erizársele el pelo , 
Y con él rodó por tierra 
Aquel despojo sangriento. 



123 

Sentenciada está la causa , 
Convicto y confeso el reo ; 
La Plaza Mayor de fiesta , 
El patíbulo en su centro. 
Va á morir Gaspar Antúnez, 
Y antes del trance tremendo , 
Pedir quiere á la cabeza 
El perdón que pide al cielo. 
De sus lágrimas movido 
Accede el juez á su ruego , 
Mas no merece el aleve 
Sin duda tan alto premio : 
La cabeza que le traen 
Es cabeza de carnero. 

Aun existe casi á espaldas 
De la Plaza del Progreso , 
La calle de la Cabeza , 
Donde aconteció aquel hecho. 
Sobre la casa del Cura 
Aun vieron nuestros abuelos 
Una cabeza de mármol 
Que el Rey le puso por sello. 
Fábula, historia ó leyenda, 
Ni la afirmo ni la niego ; 



124 

Mas si á las nobles acciones 
Halla recompensa el bueno; 
Si es verdad que la conciencia 
Tiene en el alma su imperio , 
Al que no marcha en la vida 
Por el camino derecho, 
¿ Quién sabe en qué encrucijada 
Le espera el remordimiento ? 




LOS ENVIDIOSOS. 



FRAGMENTO DE UN POEMA. 




LOS ENVIDIOSOS. 



INTRODUCCIÓN DE UN PEQUEÑO POEMA QUE 
PROBABLEMENTE NO PASARÁ DE LA INTRODUCCIÓN. 



I. 




os verás en la calle, en el paseo, 
En el foro , en la Bolsa, en la Zarzuela, 
Con el semblante demacrado y feo, 
Y en la ropa los surcos de la vela. 
Asisten al can-can y al jubileo 
Protestando del método y la escuela , 
Pues de niños no fueron á ninguna 
Graduándose de sabios en la cuna. 



128 



II. 



Los hay de mala suerte y buen talante 
Que salen de conquista por la noche, 
Sólo por ver si atrapan, Dios mediante, 
Alguna vieja que les lleve en coche. 
Raro es entre ellos quien conoce á Dante; 
Pero todos á Pipo y á Bamboche, 
Y no ignoran tampoco la hostería 
Donde se come mal , pero se fia. 



III. 



Por dar gusto al amigo y á la novia 
Van de las letras á picar el cebo, 

Y ora escriben con B Vigo y Varsovia, 
Ora reniegan del ardiente Febo. 

El que los quiera ver con hidrofobia, 
No tiene más que hacerse un traje nuevo; 
Llaman á la amistad vana quimera, 

Y piden dos pesetas á cualquiera. 



129 



IV. 



Tocante á su valor no digo nada ; 
Pobre de aquel que lo pusiera en duda; 
No hay quien resista el temple de su espada, 

Como la punta de un colchón aguda. 

Su sátira discreta y delicada 
Es del ingenio poderosa ayuda, 
Y así viven delgados como alambre 
Matando cuanto ven , menos el hambre. 



V. 



j Oh sacra envidia ! ¡ venerando numen 
Que bajo el cielo de mi patria vives , 

Y de nuestras grandezas el resumen 
Con desenfado igual cantas ó escribes! 
Ya coronen á un vate, ya lo emplumen, 
Gratas ofrendas en tu altar recibes : 

El caso es abatir al que se eleva 

Y que se mojen todos cuando llueva. 



130 



VI. 



Cuentan que el calamar, al ver cercano 
£1 pez que se lo come si lo atrapa, 
Enturbia con su tinta el Océano 

Y entre la oscuridad ligero escapa. 
Así cerca del rostro al ver la mano 
£1 envidioso sus miserias tapa, 

Y envuelto de su nada en lo profundo 
Va sembrando simplezas por el mundo. 



VII. 

Fiera y tirana ley del apetito 
Que al hombre inspiras pensamientos tales, 

Y si es audaz le llevas al delito 

Y si es tonto á medrar con sus iguales : 
Cuanto más en tus crímenes medito 
Más á piedad me mueven los mortales : 

¿ Quién pide fe, ni amor, ni sentimiento 
Al mono indócil ó al chacal hambriento ? 

Madrid, 1868. 



LAS PLORES DE MAYO 



LEYENDA. 



A MI ANTIGUO Y CARIÑOSO AMIGO, 
ANTONIO SÁNCHEZ MOGUEL. 



/ 



LAS FLORES DE MAYO. 



LEYENDA. 



I. 




t N mil ochocientos ocho, 
Como supondrán ustedes 
Y como yo decir debo 
Aunque el rubor me avergüence, 
Madrid era, en punto á luces, 
Un pueblo de mala muerte. 
Desconocido el petróleo, 
El gas sin saber qué hacerse, 
Y siendo caso inaudito 
Estar despierto á las nueve, 



134 

Sólo alumbraban las calles, 

Y eso en las fiestas solemnes , 
Algunas cuantas docenas 
De farolillos de aceite 

Con que el buen Carlos Tercero 
Quiso alegrar las paredes, 

Y los devotos candiles 
Que en cien sitios diferentes 
Á cuadritos y retablos 
Daban sombra casi siempre. 
De aquella edad la memoria, 
Que hoy un sueño nos parece , 
Áuifc hay quien viva conserva 
Porque á la niñez le vuelve, 

Y sé por más de un testigo 

De aquel tiempo y á par de éste, 
Que el misterio y la poesía 
Tuvieron allí un albergue, 
Que hace ya bastantes años 
Les niegan nuestros hoteles. 

Y es en el Madrid de entonces, 
Sin luces y con franceses , 

En el Madrid de las majas 

Y los chisperos rebeldes , 
Donde á entrar nos atrevemos 



135 

Por más que es de noche y llueve, 
Y que vamos á una calle 
Muy desierta y poco alegre, 
Que se llamó y aun se llama 
La calle de la Cruz Verde. 



II. 



Espiraba el primer dia 
De Mayo , mes de las flores , 
Y en el reloj de San Plácido 
Sonaba la media noche. 
Triste y empañado el cielo 
Por oscuros nubarrones , 
Dejaba paso á la lluvia , 
Del viento juguete dócil, 
Que azotaba los cristales 
Con acompasados golpes. 
Sin duda á saber la causa 
De aquel extraño redoble, 
O de respirar ansiosa 
La fresca brisa que corre , 
Ó por algo que ella sabe , 



136 

Ó porque á alguno le importe, 
Á un balconcito muy bajo 
Está asomada una joven. 
La luz que de adentro viene 
Ilumina en ocasiones 
Una cabellera rubia 
Que un lazo negro recoge , 
Y en un rostro nacarado 
Dos ojos como dos soles. 
Del cuerpo no se ve nada, 
Que del balcón hasta el borde , 
Ya en el suelo sostenidos , 
Ya atados á los barrotes, 
Cien búcaros diferentes 
Forman un espeso bosque: 
Rosas de nieve y de grana 
Que ya sus capullos rompen ; 
Amarillos alelíes , 
Matas de claveles dobles 
Confundidos y mezclados 
Con arrayanes y bojes, 
Ya entre los hierros se asoman , 
Ya junto al muro se esconden. 
Parece el balcón el marco 
Que á muchas Vírgenes ponen , 



137 

Y al ponérselo á la niña 
No anduvo el artista torpe. 

Todo en torno era silencio; 
Pero de repente oyóse 
Al extremo de la calle 
El rápido andar de un hombre > 

Y de un farol moribundo 
Á los tibios resplandores, 
Pudo verse á un guapo mozo 
De aire y continente nobles , 
Terciada al hombro la capa , 

Y en la cintura el estoque , 
Llegar del balcón enfrente, 

Y al sentir un : — ¡ buenas noches ! 
Quedarse clavado en tierra 

Ni más ni menos que un poste. 

— I Eres tú , luz de mis ojos, 
Tú , mi querida Dolores ? — 
Murmuró al fin el mancebo 
Con enamoradas voces. 

— Sí , yo soy, Enrique mió; 
Mas por si alguien mira ú oye , 
Ponte donde no te vean 

Y habíame sin que me nombres. 



1 3 8 

— ¿ Me esperabas ? 

— Hace rato: 
Sé que siempre te recoges 
Á estas horas, y quería 
Que , al par que de tus amores , 
Me hablaras de lo que ocurre, 
Pues aun cuando no me importe , 
Por tí y por mi madre vivo 
Sufriendo penas atroces. 
Ella no me dice nada , 
Pero algunas expresiones 
Que be cogido á las vecinas 
Me hacen temer algún choque 
Que nuestra dicha destruya 
Antes que gozarla logre. 
— Tranquilízate, mi dueño, 

Y por nada te incomodes, 

Que antes que se acabe el mundo 
Ya nos pondremos á flote. 
Hoy es primero de Mayo, 

Y aunque el demonio lo estorbe, 
Para el quince, Dios mediante, 
Nos echan las bendiciones. 
Cierto que algo se prepara, 

Yo no sé cómo ni dónde , 



'39 

Y que nadie está contento 

Pues no hay huésped que no enoje ; 
Pero las cosas políticas 
Son para gentes de Corte , 

Y ya habrá alguno que arregle 
Lo que los otros embrollen. 
Yo, pobre oficial de guardias, 
Bailaré al son que me toquen , 

Y seré feliz en tanto 

Que cual te adoro me adores. 

— ¿Lo dudas? 

— Fuera ofenderte. 

— Pues vete tranquilo. 

— Voyme. 

— ¿ Volverás luego ? 

— Esta tarde. 
— Alegre te aguardo entonces. 
— Retírate ya, bien mió. 
— ¿Ytd? 

— Si es que no te opones, 
Voy á robarte una rosa. 
*— No hace falta que la robes : 
Las primeras que han abierto 
Bien es que tu pecho adornen ; 
Para tí voy á arrancarlas. 



140 

— Sí, pero no las arrojes, 
Que por bellas y por tuyas 
No consiento que se enloden. 
En dos brincos las alcanzo 

— Cuidado, que madre tose; 
Tómalas, y adiós, Enrique. 

— Adiós. 

— Y basta. 

— Á tus órdenes. 

Y á la vez que se sentía 
De un beso el mágico acorde , 
En el inmediato huerto 
Cantaban dos ruiseñores. 



ni. 

Noche fué aciaga y terrible 
La noche del dos de Mayo; 
Noche en que hasta el sueño esquivo 
Hizo duro el yugo blando. 
Sobre todo en Maravillas 
Nadie durmió con descanso, 
Que el odio desveló á muchos 
Y á no pocos el espanto. 



Mi 

Eran las nueve y estaban 
Los faroles apagados, 
Sin que en puertas ni balcones 
De una luz se viera el rastro. 
Apenas un ser viviente 
Transitaba por el barrio , 

Y los pocos que lo hacian 
Iban solos y á buen paso. 
Por eso se santiguaban 

Los que, con asombro y pasmo, 
Por la calle del Tesoro 
Vieron, asidas del brazo, 
Dos mujeres encubiertas 
Que, cayendo y tropezando, 
De un postigo iban en busca 
Junto al cual hicieron alto : 
— ¿Es aquí? Con triste acento 
Dijo la de menos años. 
— Sí, hija mia ; ésta es la casa 
Que yo soñé fuera de ambos. 
La llave en la cerradura 
Metió con incierta mano, 

Y prontamente en la sombra 
Las sombras se evaporaron. 



142 

Y era aquella la morada 
De don Enrique Gallardo , 
Que del corazón altivo 
Al poderoso mandato, 
Después de pasar el día, 
Combatiendo como bravo, 
Frente de su misma puerta, 
Cayó de su madre en brazos. 

Y son su madre y su amada 
Las que en su alcoba velando f 
Ven por la herida escaparse , 
Sin dolor y sin desmayo, 

El alma donde sus almas 
Amantes depositaron. • 
Al ver entrar á Dolores, 

Y al ver en sus ojos llanto , 
Incorporóse el herido, 

Y atrayéndola á su lado : 

— Gracias, dijo, prenda mia; 
Siento el dolor que te causo , 
Pero no quiero morirme 
Sin que tú cierres mis párpados. 
— No querrá el cielo que mueras. 
— Es mi destino , y le acato , 
Que la gloria que en tí pierdo 



'43 

Para mi patria la gano. 
{ Maldiga Dios al infame 
Que , con hipócrita engaño , 
Vino de lejanas tierras 
Nuestra ventura á robarnos; 

Y sorpréndale la muerte, 
Lejos de su bien más caro , 
En suelo donde no nazcan 
Ni flores el mes de Mayo ! 
— Por favor , Enrique mió , 
Modera tus arrebatos, 

No aflijas más á dos pobres 

Mujeres que te adoramos. 

— Es verdad, ya estoy sereno, 

Y bien necesito estarlo , 
Que de mi triste partida 
Siento que se acerca el plazo. 
¿Ves estas flores ? No ha mucho 
Que, besadas por tus labios , 
Sobre mi pecho las puse , 
Emblema de amor sagrado. 

Si eran blancas y son rojas , 
No me culpes por el cambio ; 
Las lágrimas que te debo 
Con gotas de sangre pago. 



144 

Guárdalas , y cuando secas 
Se truequen en polvo vano , 
Arroja al aire ese polvo, 
Como semilla de daños, 
Que del coloso á las plantas 
Produzca frutos amargos. 
¿Así lo harás? 

— Te lo juro, 
Que á tí sólo me consagro , 
Y, vivas ó mueras , nadie 
Podrá romper estos lazos. 
— Sí, Dolores, sólo mia, 
Que este pensamiento grato 
Es de mis heridas todas 
El más saludable bálsamo. 
Mi madre será la tuya , 
Sé de su vejez amparo , 
Y espera en calma que llegue 
De unirte conmigo el plazo. 

No puedo más de mis ojos 

Se va tu imagen borrando 

¡Madre ! ¿De quién es la sombra 
Que apenas á ver alcanzo ? 
— Don Gaspar, el sacerdote, 
Vinq á verte y te lo traigo 



— Bien hiciste , madre amada, 
Dejadme con él un rato. 

Oyóse algunos minutos 
Un triste acento apagado , 
Luego un grito, uno tan sólo, 
Después plegarias y llantos; 
Mientras el alma de Enrique 
Iba cruzando el espacio, 
Viendo la ventura arriba , 
Dejando el dolor abajo. 



IV. 

Han pasado muchos meses 
Desde la anterior historia, 
Que ya ninguno recuerda 
Pues todo el tiempo lo borra. 

Y es una tarde de otoño 
Serena y encantadora , 

Y están tocando á oraciones 
En un convento de monjas, 
De los varios que hermosean 
Los contornos de Segovia. 



10 



146 

De la torre en lo más alto 

Se vislumbra humana forma; 

Es una joven novicia 

Que arrodillada solloza , 

Al par que dirige al cielo 

Frases de angustia muy hondas. 

— I Dios mió ! — exclama — Tú fuiste 

Quien me llevó á la victoria , 

Y al fin me encuentro contigo 

Y con mi conciencia á solas. 

« 
Cumplidos mis juramentos 

Nada ya que hacer me toca, 

Y á tí vengo, sin que anuble 
Mi pensamiento una sombra. 
Me concediste dos madres 

Y las dos en paz reposan ; 
Prometí ser fiel á un hombre 

Y aun mi corazón le adora. 
Un encargo, uno tan solo 
Dio al olvido mi memoria, 
Que por el odio engendrado 
Me llenaba de zozobras. 
Hoy que del mundo me alejo 
Como quien vence y perdona f 
Dejar libre quiero el alma 



*47 

De este peso que me agobia. 
¡Flores primeras de Mayo, 
De mi amor tempranas rosas , 
Fuisteis robadas al aire, 

Y el aire es quien os recobra! 
Mas si en sus alas un dia 

Os lleva la suerte loca 
De nuestro fiero verdugo 
Hasta rozar la corona, 
De una mujer desdichada 
No le contéis las congqjas, 
Que suele ser el martirio 
Compañero de la gloria , 

Y yo trocar no quisiera 
Por la suya mi aureola. 
Partid á los cuatro vientos, 
Porque mañana á estas horas 
La desposada de Enrique 
Será del Señor esposa. 

Cuando nuevo Prometeo 
Encadenado á la roca , 
Espiraba en Santa Elena 
El prisionero de Europa, 
Sobre la tierra movida 



14» 

Que en oprimirle se goza, 
Dos ó tres flores humildes 
Entreabrieron sus corolas. 
¡Cinco de Mayo era el dia! 
¡ Flores de Mayo preciosas , 
Hermanas quizá de aquellas 
Que absorbieron gota á gota, 
Con la sangre de un soldado 
Las lágrimas de una monja ! 

i»78. 




EL HERMANO ADRIÁN. 



LEYENDA. 



AL INSIGNE PINTOR SEVILLANO, 

JOSÉ VILLEGAS. 



EL HERMANO ADRIÁN. 



LEYENDA. 



I. 



fies^í omo sale apresurado 
Al abrirse la colmena 
Tropel alegre y confuso 
De bullidoras abejas, 
Así al caer de una tarde 
De otoño, lluviosa y fresca, 
Salieron ocho ó diez mozos 
Alborotando por treinta, 
De un caserón sucio y negro, 
Aunque de noble apariencia, 



25» 

Que del arrabal de Córdoba 

Daba sombra á una calleja. 

No era ya de los Califas 

La espléndida Corte aquella, 

Pues iba á espirar el año 

De mil quinientos setenta, 

Pero' aun, sultana del Bétis, 

Por su hermosura y riqueza 

Embelesando los ojos 

Dejaba al alma suspensa; 

Que á ésta y aquéllos á un tiempo 

Brindaban encanto y guerra 

De sus jardines la pompa, 

De su suelo la opulencia , 

El valor de sus galanes 

Y la gracia de sus hembras. 

Y á correr tales peligros 

Y á gozar tantas bellezas 
Una falange de artistas 
Labró su nido resuelta 
En los rotos murallones 

Y en las cúpulas soberbias 
De la ciudad que algún dia 
Fué del Occidente reina. 
Genios de doradas alas 



253 

Que el sol de la gloria quema, 
Que de esperanza se nutren , 
Que con imposibles sueñan 

Y que al declinar la tarde , 
Ya acabada su tarea , 

Del sabio Pablo de Céspedes 
Desierto el estudio dejan, 
Llenando al pasar la calle 
De suspiros y ternezas, 
Cantares y carcajadas , 
Juramentos y blasfemias. 

Iba tendiendo la noche 
Sus cortinajes de niebla, 
Cuando del alegre grupo 
Destacóse una pareja 
Que abandonando la turba 
Tomó dirección opuesta. 
Dos mancebos la formaban 
Casi de igual apariencia, 
Por más que el uno tenía 
Faz desdeñosa y morena 
Que iluminaban á ratos 
Dos ojos como centellas, 

Y el otro el semblante dulce 



154 

Y la rubia cabellera 

De un querubín arrancado 
í)el tríptico de una iglesia. 
Ninguno de veinte abriles 
Pasaba, según las señas, 

Y unidos en lazo estrecho 
De amistad segura y tierna, 
Ambos con mucho de artistas 

Y no poco de poetas, 

De Céspedes, su maestro, 
Los dos predilectos eran. 
Por Agustín del Castillo 
Contestaba el de faz seria : 
El rubio, infeliz expósito , 
Llamábase Adrián á secas. 
En silencio y muy de prisa, 
Después de bastantes vueltas, 
Llegaron por fin del rio 
Hasta la margen amena , 

Y allí las capas tendiendo 
Sobre la alfombra de hierba, 
Que de la reciente lluvia 
Aun conservaba las huellas , 
Este coloquio entablaron 
Juntando las manos diestras. 



155 

« — ¿Hablaste con ella, Adrián? 
— Debajo de su ventana 
Me sorprendióla mañana, 
Pero fué vano mi afán. 
De sus padres al rigor 
Su voluntad encadena. 
— ¿ Y ya á casarse ? 

—Con pena. 
-^-Te engaña, Adrián: con amor. 
No hay fuerza ni tiranía 
Que el cariño no quebrante, 
Ni toma ningún amante 
Mujer en quien no confia. 
Ave pasajera ha sido 
Que da al viento su cantar ; 
Tú la enseñaste á volar 

Y vuela lejos del nido. 

— Mas ¿no conoce la ingrata 
Que es ella mi vida entera ? 
— ¿Cuándo ha tenido la fiera 
Lástima de aquel que mata ? 
Jugó con tu corazón 

Y ganó ; su ejemplo toma: 
Te ha herido como paloma, 
Véngate como león. 



156 

— No puedo, Agustín, no puedo; 
En el afán que me inspira. 
Quererla, me enciende en ira, 
Olvidarla, me da miedo. 
Dime, pues, si es la verdad 
Lo que me anuncia tu labio ; 
Dime que con torpe agravio 
No ultrajas su castidad; 
Y después de bendecir 
Al que noble me amparó, 
Si dejar de amarla no, 
Podré dejar de vivir. 
— ¿Aun lo dudas? 

— ¿ Qué he de hacer ? 
— Pues da tregua á tus enojos , 
Porque con tus propios ojos, 
Lo vas esta noche á ver. 
— ¿Esta noche? 

— Te lo juro. 
— ¿Y cómo? 

— Es cosa sencilla, 
Que tiene el sueño la villa 
Muy pesado y muy seguro. 
Todo de mi cuenta corre; 
Á las doce, y muy alerta, 



*57 

Búscame de la Malmuerta 
Junto á la arábiga torre. 
Una vez allí los dos 
Yo tu duda aclararé; 
No faltes. 

— No faltaré. 
— Entonces, adiós. 

— Adiós.» 
Y dejando en soledad 
La oscura y triste ribera , 
Ambos con planta ligera 
Perdiéronse en la ciudad. 

Empujadas por el viento 
Se rasgan las nubes negras, 
Abriendo paso á la luna 
Que sus perfiles argenta. 
Han sonado ya las doce , 
Apagándose con ellas 
Los rumores en la calle, 
Las luces en las viviendas. 
Sólo dos sombras confusas 
Se ven en una plazuela 
Contigua á la vieja torre 
Llamada de la Malmuerta, 



15* 

Cuyas dos sombras calladas 
Que dos mancebos semejan, 
Ya escuchando se detienen , 
Ya inquiriendo se pasean. 
De pronto , tras de una esquina 
En el muro se repliegan , 

Y sus miradas dirigen 
Hacia una ventana estrecha, 
Donde al fulgor de una lámpara 
Vaga imagen se proyecta. 

Es una mujer; su aspecto 
Denuncia su gentileza, 
Que al interrogar ansiosa 
Con los ojos las estrellas, 
Su faz y la de la luna 
Disiparon las tinieblas. 
Turbada está y pensativa 
Como quien teme ó espera, 

Y sabe Dios cuánto tiempo 
Le durara la tristeza , 

Si un sordo rumor de pasos 
Que por instantes se acerca 
No convirtiese en carmines 
De su tez las azucenas. 
Tres exclamaciones mudas 



»59 

Que el alma robó á la lengua 

Al mismo compás dijeron : 

— ¡ Amor ! — | castigo I — ¡ vergüenza ! 

Pronto llegó el embozado 

De su esperanza á la meta , 

Y á una señal convenida 
La niña, con mano diestra, 
Lanzó á la calle una llave 
Que botó contra las piedras. 
No tuvo, con todo, tiempo 
El galán de recogerla, 

Que otro embozado á tal punto, 

El pié poniendo sobre ella, 

— « ¡ Atrás ! — exclamó con ira — 

Y descúbrase quien sea, 
Que es oficio de ladrones 
Ir á caza de estas prendas. » 
Sonó un grito en la ventana , 
Surgió otra sombra siniestra, 

Y dos espadas desnudas 
Relampaguearon inquietas. 
— «¿ Qué haces , Agustín ? 

— Vengarte — 
Contestó una voz resuelta. 
— Reñid, pues, y no uno á uno; 



:6o 

Para los dos tengo fuerzas.» 

Y hablando el desconocido, 
La capa arrolló á la izquierda 

Y en la pared apoyándose 
Dio principio la pelea. 
Mas al ver Adrián su rostro 
Donde la luna refleja , 
Entre los dos combatientes 
Lanzóse, con tal demencia, 
Que herido por un acero 
Cayó desplomado en tierra. 

En esto á abrirse empezaron 
Los balcones y las rejas; 
Algún vecino celoso 
Echó al aire la linterna; 
Dieron chillidos de espanto 
O de envidia las doncellas, 

Y de ronda ya cercana 
Trajo el aviso una dueña. 
Detras del feliz amante 
Se oyó crujir una puerta, 

Y Agustin al verse solo 

Con su amigo, que no alienta, 
Levantándolo en sus brazos 



i6i 

Cual si tierno niño fuera. 

* * 

En silencio y muy de prisa 
Ganó la oscura calleja. 



Gotas de sangre en el suelo , 
Una llave casi nueva, 
Mucho corrillo en la plaza , 
Y mucha boca indiscreta, 
Eso halló no más la ronda 
Cuando, armada y soñolienta, 
Llegó al lugar del suceso 
Con su alcalde á la cabeza. 



n. 



De un convento las campanas 
Sin intervalo repican, 
Que hacen en Córdoba fiesta 
Los hermanos Carmelitas. 
Por donación de ua devoto 
Se ha fundado una capilla, 
Y ya el altar concluido 
Se bendice en este día.' 



ii 



i6a 

El Üenzo que lo decora 
Una cruz tiene por firma, 

Y ha servido en él de asunto 
Magdalena arrepentida. 
Dicen que es de autor anónimo 
Los curiosos que lo admiran , 

Y hallan extraño se oculte 
Quien es tan insigne artista» 
La pecadora sublime 
Rezando está de rodillas , 
Siendo su templo el recinto 
De una caverna sombría , 
Un crucifijo y un cráneo 
Los que su oración inspiran , 
Su lecho la dura piedra , 

Su descanso la vigilia, 
£1 cielo su juez airado, 

Y su verdugo ella misma ; 
Nunca á perfección tan alta 
Llegó la belleza física , 
Como en aquella pintura, 
De los ojos maravilla. 

A través de los harapos 
Se ve un alma que palpita , 
Que vive, y recuerda, y siente 9 



163 

Y ama, y espera, y confia. 
De aquel demacrado rostro 
En las virginales líneas, 
Inútilmente se buscan 
Las huellas de la lascivia; 
Todo lo borró el encanto 
De la aspiración divina, 
Cual ola que á cada embate 
Deja la arena más limpia. 
Ya va llenando la gente 
La anchurosa galería , 

Ya el sacristán los atriles 
Dispone para la misa. 
Por llegar junto á la verja 
Los más impacientes lidian , 

Y hay quien llega sin pensarlo T 
Porque á la fuerza le obligan. 
Uno descuella entre todos, 
Uno á quien cuantos le miran 
Abren paso , hasta ponerle 

El primero de la fila. 
Tras él avanza una joven 
De negras tocas vestida; 
Ambos se paran á un tiempo , 

Y al cuadro elevan la vista. 



x(¡4 

— « ¿Qué os parece, señor Céspedes? — 

Dice el sacristán con risa ; 

Oiga yo de vuestra boca 

Si es tan bueno como afirman. 

— Pues digo — exclama el maestro — 

Que del pintor tengo envidia, 

Y que, ó debe ser Ticiano, 
Ó vive Adrián todavía. » 
Bajó la dama al oirle 

La frente descolorida, 

Y en el rincón más oscuro 
Se escondió de la capilla, 
Mientras Céspedes , teniendo 
La mirada en ella fija, 
Murmuraba : — « Se parecen 
Como dos granos de mirra , 
Pero uno corrompe el aire, 

Y el otro lo purifica. * 

— «¿No viene, hermano, á la fiesta? 
Ya el esquilón nos avisa, 

Y entra el guardián en el coro 
Con cantores y organistas. 
Tomar parte en vuestro triunfo 
La comunidad ansia , 



i6 5 

Que la habéis donado un lienzo 
Que, más que lienzo, es reliquia. 
— Basta, hermano, y perdonadme; 
Rendido estoy de fatiga, 

Y á orar me quedo en mi celda , 
Ya que la oración me alivia. 

En cuanto al lienzo, es tan pobre 
Que , aunque el vulgo lo sublima , 
Pienso que el último sea 
De cuantos pinté en mi vida. 
Todos los que en torno miro 
Con el pasado mé ligan : 
Fantasmas son de unos sueños 
Que hoy la realidad disipa , 

Y al recordarme mi gloria 
Me recuerdan mis desdichas. 
Déjeme, pues, buen hermano, 

Y mi dolor no le aflija, 
Que voj camino del cielo 
Con mi corona de espinas. » 

Y esto diciendo, quedóse 
Desfallecido en la silla, 
En tanto que el otro fraile 
Al coro se dirigía. 



1 66 

Cuando ya solo en la celda 
Se halló el joven carmelita, 
Levantóse, y del secreto 
De una papelera antigua 
Sacó una carta cerrada 

Y fuese al balcón á abrirla. 
Vieron desde allí sus ojos 
La ciudad y la campiña, 
El sol que del ancho rio 
Doraba las puras linfas , 

Y al mismo tiempo, y muy cerca, 
Escuchó clara y distinta 

Del órgano del convento 

La celestial armonía. 

Luego, al sentir que una lágrima 

Le quemaba la mejilla , 

Rompió de la carta el sobre 

Y leyó con faz tranquila : 
«Adrián : Estaré muy lejos 

Cuando estas letras recibas, 

Y en ellas quiero dejarte 

De mi amistad prueba escrita. 
Desde la noche funesta 
En que la suerte enemiga 
De tu amor y mi venganza 



i6 7 

Nos arrebató la dicha, 
No sólo velé tu sueño 
Curando tu grave herida, 
Sino que de aquella infame 
He sido constante espía. 
Si al seductor en tres años 
Mi acero no hizo justicia, 
Fué recordando lo mucho 
Que te amparó su familia, 
Cuando en abandono triste 
Huérfano y solo vivías; 
Pero á la infiel me propuse 
Por toáas partes seguirla, 
Pregonando sus maldades 

Y haciéndola de él indigna. 
Esto es lo que he conseguido, 

Y ya mi misión cumplida, 
Parto é Florencia y á Roma, 
Que estudio y placer me brindan. 
No casará Magdalena 

Con don Rodrigo de Silva, 
Quien siente de haberla amado 
Vergüenza tan infinita, 
Que en expiación de esa culpa 
Ha erigido la capilla 



168 

Donde pronto los cristianos 
Alzarán preces benditas. 
No te envolverá en sus redes t 
Porque Dios de ellas te libra , 

Y de todos despreciada 
Sufrirá en breve la inicua 
El rigor de los que lloran 

Y el desden de los que olvidan. 
Adrián , la gloria te espera ; 
Eres monje, fuiste artista; 
Hoy puedes ser las dos cosas; 
Mira al cielo, reza y pinta. 
Yo te animaré á la lucha, 

Y cuando al pesar te rindas 
Llama á Agustín del Castillo, 
Que no faltará á la cita. » 

Mordióse el fraile los labios , 
En que brotó una sonrisa, 
Hizo pedazos la carta 
Poniendo un beso en la firma > 

Y metiéndose en la celda 
Con desusada energía 
Cuadros, bocetos, apuntes, 
Reunió en una inmensa pira, 



- 169 

Á los cuales aplicando 

Una roja lamparilla 

Que á un viejo Cristo alumbraba 

Metido en una hornacina , 

Hizo pabellón de fuego 

Y pirámide de chispas. 

Cuando después de la fiesta 
La comunidad reunida 
Fué á dar al pintor su hermana 
Enhorabuenas y albricias, 
Halló un fraile moribundo 
Sobre un montón de cenizas. 



Años hace que de Córdoba 
Visitando las ruinas , 
En la oscuridad de un templa 
Fijé en un cuadro la vista. 
De una bella pecadora 
Ser retrato parecía, 
Y en él no se vislumbraban 
Nombre, ni fecha, ni cifra. 
¿Era de Adrián la pintura? 
¿ Era Magdalena ,misma ? 



170 

Nunca llegué á averiguarlo 
Pero aquel hermoso enigma 
Aun, si á mi memoria acude, 
Siento que el sueño me quita. 




LA PRIMAVERA. 



BOCETO DE UN POEMA 



A MI QUERIDO AMIGO Y COMPAÑERO, 

JOSÉ P. VELAJEtüE. 




LA PRIMAVERA. 



BOCETO DE UN POEMA. 



PRELUDIO. 




a mar, y tierra y viento 
El himno cantan que al empíreo sube ; 

Ya el prado, ayer sediento, 
Recoge el llanto que le da la nube. 



Del tronco carcomido 
Se columpia la verde enredadera, 

Y llama desde el nido 
Á la tórtola fiel su compañera. 



*74 

Rumor de onda sonora 
En el aire y el bosque se percibe, 

Y al beso de la aurora 
Todo se anima y se despierta y vive. 

I Salve, estación amada,' 
Por Dios y por los hombres bendecida. 

Madre siempre esperada 
Que de sus pobres hijos no se olvida ! 

Aun de tu sol el rayo 
De mi pecho en el fondo reverbera; 

i Crepúsculos de Mayo, 
Alegrad mi cansada primavera ! 



CORO DE INTRODUCCIÓN. 

Nosotras somos el alegre coro 
De esa deidad que el tiempo llama Abril, 
Y preso el mundo en nuestras redes de oro 
Ve deslizarse el sueño juvenil. 

Dicha, amor, esperanza ; poesía, 
Todo en nosotras vinculado está ; 



175 

Alba de la Creación fué nuestro día , 
Su noche á nuestra noche seguirá. 

Con Grecia amanecimos á la Historia; 
De Colon y Cortés fuimos en pos ; 
Los opresores nos llamaban gloria; 
Los oprimidos nos llamaron Dios. 

Del Arte y de la Ciencia mensajeras, 
Los hicimos brotar ó renacer, 
Y fueron del ingenio primaveras 
Newton, Murillo, Dante, Gutenberg. 

Hoy, respondiendo al eco de tu lira, 
Juntas llegamos en tropel aquí ; 
l Cuál de nosotras es la que te inspira? 
Dínoslo ya. — Y el vate dijo así : 



LA PRIMAVERA DEL AMOR. 

Un alma está dormida ; 
De pronto un movimiento, 
Una explosión oculta 
De dulce sentimiento, 



176 

La voz jamas oida 
De algún soñado ser, 
Rompiendo su letargo 
La llevan en sus alas, 
De espacios infinitos 
Por las abiertas salas 
Entre dolor amargo 

Y celestial placer. 

Asi en la mente brota 
El fuego de la idea ; 
De la materia surge 
La voluntad que crea, 

Y el hombre, eterno ilota, 
Se iguala á su Hacedor; 
Cuando en la opaca bruma 
De la naciente vida, 
Contempla con el gozo 
De la ilusión cumplida 
Formarse de la espuma 
La Venus del amor. 

I Amor! grito primero 
De todo humano idioma, 
Flotando sobre el caos 



177 

Como celeste aroma, 
El universo entero 
Postróse ante tu altar. 

Y del Edén fecundo, 
Perdidos los verjeles, 
Cual irritado atleta 
Ganoso de laureles, 
En otro Edén el mundo 
Viniste á trasformar. 

Por tí vistió natura 
Sus galas más hermosas, 
Por tí la virgen tierra 
Se coronó de rosas, 

Y de la fuente pura 
Fué música el rumor. 
Por tí crece en el lodo 
Contento el vil gusano; 
El tronco ayer marchito 
Retoña más lozano; 
Por tí germina todo 
Átomo , fruto , flor ! 

¡ Bendita primavera, 
Símbolo de la infancia! 

12 



i 7 8 

¡ Dichoso aquel que aspira 
Tu mágica fragancia 
Y por la vez primera 
De amor cede al poder ! 
¡ Que cuando sopla airado 
De invierno el cierzo rudo r 
Mejor el árbol troncha 
. "Que solo está y desnudo, 
Que el que miró á su lado 
Sus vastagos crecer ! 



PRIMAVERAS PASADAS. 

Jardines del Buen Retiro r 
De Madrid rico verjel, 
¡ Cuántas primaveras visteis 
Sobre vosotros correr ! 
¡ Cuántas damas y galanes , 
Llenos de amor y de fe , 
En vuestras amenas frondas 
Oyeron con avidez 
Los halagos del cariño 
Y las quejas del desden! 
Aun cuando al morir la tarde 



179 

Palidece el astro-rey , 
Ó la brisa matutina 
Columpia el alto ciprés, 
No hay arbusto que no tome 
La forma de una mujer, 
Ni ruido que no murmure 

Laura, Julieta, Isabel 

Allí de Lope y Quevedo 
Sigue las huellas el pié; 
De la corte de Felipe 
Se admira la esplendidez, 

Y el llanto asoma á los ojos 
De cuantos quisieron bien 
Del noble Villamediana 
Recordando el fin cruel. 
¡Pobre poeta! hasta el cielo 
Pudo atrevido ascender, 

Y el rayo que allí se forja 
Diadema de su amor fué. 
Por eso los cortesanos 
Le llamaron descortés , 

Que donde el capricho impera 
La adulación es de ley. 
¡Jardines del Buen Retiro, 
Qué de historias escondéis ! 



1 8o 

También era primavera, 

Y mes de Mayo también , 
Cuando haciendo vuestras flores 
Alfombra de su coree, 

Un invasor atrevido 
Humilló nuestra altivez. 
Vosotros testigos fuisteis 
De la saña del francés , 

Y aun en triste montecillo 
Alzada la cruz se ve 

Á cuya sombra los mártires 
Duermen el sueño postrer. 
Bordado está de amapolas 
Todo el montecillo aquél, 
j Del cadáver de la patria 
Gotas de sangre tal vez! 



PRIMAVERAS PRESENTES. 

Son las seis de la mañana, 

Y á dar al cuerpo respiro 

Y á sacudir la galbana 
Dirígese hacia al Retiro 
La multitud cortesana. 



x8x 

Cuantos enfermos están 
Á los pilones se van 
•Con el vaso preparado; 
Buscando gente el casado , 
Huyendo de ella el galán. 

Al estanque en que se alegra 
Va la pobre suripanta 
De suerte y mantilla negra , 

Y los maridos con suegra 
Al baño de la Elefanta. 

Del Parque toma el sendero 
El que de Alcázar ó Quero 
Llegó con mujer y chicos , 

Y en la jaula de los micos 
Parece el mico primero. 

Al sueño suele llamar, 
Haciendo que aprende Historia 
Más de un fingido escolar, 
Sentado junto á una noria 
De que debiera tirar. 



182 

Mientras de un peral al pié 
Disputan Pedro y José, 
Ya de la furia en el colmo, 
Sobre cuál la tierra fué 
Donde dio peras el olmo. 

Todo es rumor y alegría 
En aquel recinto ameno; 
Todo luz, todo armonía 
Bajo su cielo sereno 

Y entre su enramada umbría. 

El aire fresco y sutil 
Con flores y plantas juega, 

Y la turba juvenil, 
Gozando también su Abril, 
Juega á la gallina ciega. 

Aquí cien niñas gozosas 
Juntan en corro las manos, 
Crisálidas vaporosas 
Que dejan de ser gusanos 

Y van á ser mariposas. 



i8 3 

Más allá Concha y Camila, 
Ocultas en el Parterre, 
Comentan con faz tranquila 
El billetito de un lila 
Que escribe virtud sin erre. 

Y en revuelta confusión 
Halla el cuerpo retozón , 
Libre de penas y enojos , 
Encanto para los ojos , 
Placer para el corazón. 

Regalada primavera , 
i Quién el secreto tuviera 
De tu espíritu fecundo , 
Que anima y que regenera 
Todos los años el mundo ! 

¡ Quién por mágico poder 
Eterna lograra hacer 
En dulce , inefable calma , 
La primavera del alma 
Que huyó para no volver! 



1 84 

¡ Y viviendo de esta suerte 
Pudiera en batalla ruda 
Triunfar animoso y fuerte 
Del otoño , que es la duda', 
Y el invierno, que es la muerte I 



LO QUE DICEN LAS HOJAS. 

Moviendo su penacho, 

Dice la palma : 
— Del vencedor soy premio, 

Del mártir , gala. 
— Yo, murmura la rosa, 

Soy la fragancia. 
— Y yo, prorumpe el sauce, 

Dolor que mata. 
—^ Soy fuerza, grita el roble f 

— Yo , el laurel , fama. 
— Yo soy virtud , la encina 

Dice en voz baja. 
Así al cielo y al aire 
Las hojas hablan, 
Cuando aquél resplandece 
Y éste se apaga, 



185 

Y sonríen los pinos 
Á las acacias , 

Y lloran las adelfas 
Enamoradas , 

Y se buscan las vides 
Y se entrelazan. 

Sólo el ciprés oscuro 

Suspira y calla, 
Pareciendo en la noche 

Negro fantasma , 
Que de volar cansado 

Plegó las alas, 
Ó bien en la llanura 

Triste atalaya, 
Enseñando el camino 

De su morada 
Á las que al cielo aspiran 

Cándidas almas. 
Por eso de las tumbas 

La puerta guarda, 

Y cuando el suelo cubre 
Manto de escarcha, 

Su copa al aire mece 
Siempre lozana. 



i86 



LO QUE DICE EL RUISEÑOR. 



Cruce el águila caudal 
La vaga región del viento, 

Y escalando el firmamento 
Conquiste gloria inmortal. 
En tanto yo de un rosal, 
Menos alto que florido, 
Colgaré mi alegre nido, 

Y de las aves al coro 
Uniré el canto sonoro 

Ni ensayado ni aprendido. 



Cantor de la primavera 
La suerte me quiso hacer, 

Y me escucha con placer 
La naturaleza entera. 
Más de; una vez la pradera 
Contemplé de sangre roja, 

Y entre la mortal congoja 

Y el incendio aterrador, 



i$7 

Iba mi canto de amor 
Resonando de hoja en hoja. 

* Poetas y ruiseñores 
Del mismo soplo nacimos , 
Y en el mundo en que vivimos 
No hay más que música y flores. 
En vano con sus rigores 
Nos brinda fortuna inquieta, 
Que mientras guarde el planeta 
Luz, primavera y amor, 
Al canto del ruiseñor 
Responderá el del poeta. 



i88 



LO QUE DICE EL POETA. 



SONETO. 



¡Ensueños de ambición, dicha engañosa, 
Como todas las nubes pasajera ! 
j Con qué placer al fin de mi carrera 
Os doy mi despedida cariñosa ! 

Ya no codicia más el alma ansiosa. 
Que la verdad y el bien busco sincera, 
Que dormirse á tu arrullo, primavera, 
Y entre flores hallar oculta fosa. 

Sobre ella trine el ruiseñor canoro; 
La tenue luz del espirante dia 
Baje á envolverla en sus crespones de oro. 

No cantará ya el vate cual solia 

Pero ¡silencio! contened el lloro 

¡ Acaso esté soñando todavía ! 



MURILLO. 



LEYENDA BIOGRÁFICA. 




MURILLO. 



LEYENDA BIOGRÁFICA. 




unto á la orilla del Bétis, 
Que al par fecunda y alegra 
Los verjeles sevillanos 
Conque aun el árabe sueña, 
Hace dos siglos y medio, 
Largos ya, según mi cuenta, 
Que en una humilde casita 
De la calle de las Tiendas, 
Ai nacer un débil niño, 
De amante consorcio prenda, ' 
Nació la gloría más pura 



192 

De las glorías de esta tierra. 
Si era ó no de alcurnia noble, 
Si era hidalgo ó no lo era, 
Ni las crónicas lo dicen 
Ni en verdad nos interesa; 
Que títulos de hidalguía 
Cual los que Murillo ostenta, 
Ni se tienen, ni se piden, 
Ni se compran , ni se heredan. 
Que fueron pobres sus padres 
Se da como cosa cierta, 
Y no es de extrañar, que el cielo 
Hace á menudo que crezcan 
En las conchas más ocultas 
Las más peregrinas perlas. 
Signo de que fué su infancia, 
Como su origen , modesta , 
Es que hasta los más curiosos 
No paran mientes en ella, 
Siendo la primer noticia 
Que de Murillo se encuentra 
La que consigna el comienzo 
De su brillante carrera. 
Túvolo Juan del Castillo 
De niño casi, en su escuela, 



193 

Allí cultivó el dibujo 
Con mano firme, aunque tierna. 
Muy pronto de su maestro 
Hubo de llorar la ausencia, 

Y desvalido y sin guía 
Vivió, llevando ala feria 
Las imágenes devotas 

Que hacía en tablas y en telas, 
. Y que por precio mezquino 
Se exportaban para América. 
Pero al ver de Pedro Moya, 
Llegado allí de Inglaterra, 
Las magníficas figuras 
.En que Vandick se refleja, 
Romper su cárcel ansia 
Volando á más alta esfera, 
Que son muy grandes sus alas 
Para prisión tan pequeña. 
Mas ¡ ay ! Vandick ya no existe, 

Y soñador y poeta, 

A Italia vuelve los ojos 

Y en marchar á Italia piensa. 
Trabaja entonces con brío, 
Lienzos y más lienzos llena, 

Y á un mercader que su viaje 

«3 



«94 

Paralas Indias apresta, 
Hace resuelto y prudente 
De sus cuadros almoneda. 

Y sin decírselo á nadie, 
Sin despedirse siquiera , 
De Madrid toma el camino 

Y á Velazquez se presenta, 
Que como amigo y paisano 
Le dice con alma y lengua : 
-i- Disponed de cuanto tengo r 
Genio, taller, cama y mesa. 

Dos años van trascurridos ; 
Dos años Murillo lleva 
Viviendo en Madrid la vida 
Del sentimiento y la idea. 

No hay ya secreto en el arte 
Que su pincel no sorprenda, 
Pues con Velazquez le inspiran 
Rubens, Ticiano y Ribera. 

Pero un color le seduce 
Que no tiene en su paleta , 

Y es el azul de aquel cielo 
Ál que ninguno semeja. 

Y por eso decidido 



195 

Dando á Sevilla la vuelta, 
— j Gracias á Dios ! — repetía 
Viendo la Giralda cerca. 

Tierra donde fué á espirar 
Y que le viste nacer, 
Bien puedes ufana estar, 
Que en la cuna de aquel ser 
Puso la gloria un altar.. 

Tu cielo en él se grabó 
Con resplandores tan bellos , 
Que nadie á saber llegó 
Si el artista los copió 
Ó si le copiaron ellos. 

Quizá en sus sueños veia 

El contorno soberano 

De la imagen de María, 
Cuando con segura mano 

En el lienzo la imprimía. 

Y á custodiar su tesoro, 
Maravilla del decoro 



196 

Y tormento de Luzbel, 
De los ángeles el coro 
Brotaba de su pincel. 

Belleza tan bien sentida 
Que bien en ella se advierte 
Sirve á una fe decidida, 
De aspiración en la vida, 
De galardón en la muerte. 

¡Murillo ! si en esa altura 
Del hombre ofrendas recibes, 
Si alcanzaste la ventura, 

Y entre esos ángeles vives 
Que idealizó tu pintura : 

Tú que el arte y la poesía 
Fundistes en el crisol 
De tu hermosa fantasía, 
Con la del pueblo español 
Recibe la ofrenda mia. 

3 Abril 1882. 



JUAN BRAVO, EL COMUNERO. 



LEYENDA. 



ADVERTENCIA. 



Por encargo de mi buen amigo Mariano Vázquez , director 
de la Sociedad de Conciertos , escribí en breves horas la leyen- 
da de Juan Bravo , con objeto de que se leyera en los interme- 
dios de la magnífica composición musical que Bethoven inter- 
caló en los entreactos de El Conde Egmont. 

Razones fáciles de comprender me hicieron cambiar el per- 
sonaje sustituyéndole por otro algo parecido en la muerte , ya 
que no en la vida ; y mi leyenda , declamada , como él sabe 
hacerlo, por el distinguido actor Rafael Calvo, obtuvo un 
éxito superior al que yo esperaba y ella merecía. La incluyo, 
por tanto, en este libro, sin alterar en nada su estructura, para 
que conserve su carácter, que no es otro que el de una impro- 
visación poético-musical. 




JUAN BRAVO, EL COMUNERO, 



LEYENDA 



(1521) 



PRÓLOGO. 




on sordo rugido anuncia 
La mal comprimida cólera. 
Que por libertad suspira 
La noble tierra española. 
Le dio el César Carlos Quinto 
Mucho nombre y mucha gloría , 
Mas de prelados y grandes 
Sufre la coyunda odiosa, 



202 

Y los castellanos pagan 
Mientras los flamencos cobran. 
Aun el temor del castigo 
Pone mordaza en las bocas, 

Y ocultos están los hierros 

Y están sin bruñir las cotas , 
Que esclavo que la cadena 
Llevó puesta muchas horas 
De sus miembros entumidos 
Tarde la fuerza recobra. 
Por eso cuando los hombres 
Se juntan en son de broma 
En las fiestas populares 
Con que se alegra Segovia, 
No son donaires ni chistes 
Ni juegos de gente moza, 
Sino palabras sombrías 

Y ardientes miradas torvas 
Lo que ven y lo que escuchan 
Cuantos al corro se asoman. 
Sólo si algún indiscreto , 
Por una causa ó por otra, 

De algún nombre venerado 
Llega á evocar la memoria f 
Todos los labios sonríen t 



203 

Todas las manos se chocan , 
Todos los ojos fulguran , 

Y sueñan las almas todas. 
— ¡ Padilla ! dicen en coro— 
Él nuestro derecho apoya , 

Y á su voz y á su ardimiento 
No hay quien resistencia oponga. 
Pero aun es mayor el gozo 

Si deslizado en la sombra , 
El recuerdo de Juan Bravo 
Despierta esperanzas locas, 
ídolo de los pecheros , 
De los nobles prez y antorcha , 
En la apostura arrogante 

Y gentil en la persona , 

No hay peligro que no venza , 
Ni infortunio á que no acorra, 
Ni corazón que no gane 
En lides tiernas ó heroicas. 
Mas de tantos corazones 
Que le siguen y le adoran, 
Uno solo le avasalla 

Y ante uno solo se postra: 
El que palpita en el seno 
De la virgen pudorosa, 



204 

Emblema de su ventura 

Y flor de celeste aroma, 
Que con su sonrisa ríe 

Y con sus lágrimas llora. 
Pensativa está María, 

Que Bravo á luchar se arroja, 

Y ella el combate desea 
Que ya próximo pregonan 
Los latidos de su pecho 

Y de su amor las zozobras. 
Volar quisiera á su lado, 

Y al ver que su afán no logra, 
Canto parecen de guerra 

Sus apasionadas notas. 



I. 



Niña, que en sueño de amor 
Anhelas para el que quieres 
Del combate los placeres 
Y del triunfo el esplendor. 

Feliz tú que no imaginas 
Que del tiempo á los rigores 



205 

No hay corona, ni aun de flores, 
En que no broten espinas. 

Pronto de lucha tenaz 
Vas á sentir el desvelo; 
Pronto tus ojos al cielo 
Se alzarán pidiendo paz. 

Y entre el horrendo fragor 
De la tormenta que brama 
Y el delirio de tu amor, 
Mariposa del dolor 
Te abrasarás en su llama. 



H. 

Ya estalló la rebelión , 
Ya por valles y colinas 
Pregoneras las ruinas 
De horrores y llanto son. 
Ya el comunero pendón 
Al viento alzado tremola, 
Y, desbordada cual ola 
Por la lluvia de la guerra, 



206 

Enrojeciendo la tierra 
Corre la sangre española. 

No hay pueblo, ni hay alquería 
Que no responda al mandato , 
Ni campana que á rebato 
No suene de noche y dia: 
No hay por inútil ó impía 
Arma al combate vedada, 
Que en la contienda empeñada 
Sirven todas por igual, 

Y á veces logra el puñal 
Satisfacciones de espada. 

Con astucia de chacales, 

Y firme el hierro en la mano, 
Contra el bando castellano 
Avanzan los imperiales. 
Cabezas muy principales 
Sus iras pueden temer, 

Que ya la nube á crecer, 

Y el rayo que allí fulgura, 
Donde ve mayor altura 
Es donde viene á caer. 



207 

Bien Padilla lo previno 
Cual prudente caballero , 
De Bravo su compañero 
Haciendo propio el destino. 
Ambos del fatal camino 
Van por la misma pendiente, 

Y al hundirse en Occidente 
El sol , que ya no verán, 
Así platicando están 

De sus soldados al frente : 

— Bravo, no espero vencer, 
Ni me aterra combatir; 
Cual bueno sabré morir 
Cumpliendo con mi deber. 
Pero tú, dichoso ayer, 

Tú, para quien es la vida 
Como una senda florida 
De juventud y de amor, 
Déjame con mi dolor, 

Y este ingrato pueblo olvida. 

— No es popular gratitud, 
Padilla, lo que yo ansio; 

Es que en este pecho mió 



208 

Sólo arraiga la virtud. 
Consagré mi juventud 
Á la patria , y no te asombre , 
Más que el soñado renombre , 
Más que la marcial victoria, 
Busco el rumor de la gloria 

Y amo la dicha del hombre. 

Si una corona algún dia 
Conquisto, sin anhelarla, 
Será para colocarla 
En las sienes de María. 
Su imagen me alienta y guia 
En esta lucha terrible, 

Y afrontando lo imposible 
Voy al combate sereno, 
Con la esperanza del bueno 

Y la fe del invencible. 

— Bravo, por última vez. 
— Todo, Padilla, es en vano; 
Tú cejas ante el arcano, 
Yo mido su lobreguez. 
Si es valor ó insensatez 
Lo dirá nuestra fortuna; 



309 

Y adiós , que viene importuna 
La noche hacia el campamento, 

Y ya su disco sangriento 
Muestra en el zenit la luna. 

En esto el clarín sonó 
Dando tregua á la fatiga , 

Y la hueste de la liga 
Al descanso se entregó. 
Todo en silencio quedó 

Y todo en sombra á la par, 
Pudiendo sólo observar 
El escucha que rondaba, 
Un jinete que volaba 
Camino de Villalar. 



III. 

Un momento en el pecho de Bravo 
La duda se alzó, 
Para huir cómo nube que ahuyentan 
Los rayos del sol. 



14 



2ZO 



Ya no escucha sonar del amigo 
La trémula voz ; 
Ya tan sólo á la gloria sonríe 
Su fiel corazón. 

De su amada los brazos le esperan 
Que tanto anheló, 
Y ya siente á lo lejos sus dulces 
Endechas de amor. 



Canta , canta delirante 
De tu victoria el instante 

Y abre paso á la esperanza, 
Porque ese rumor que avanza 
Es que se acerca tu amante. 

Contempla ya su hermosura t 

Y aunque de férrea armadura 
Le vistieron los enojos , 
Haz que el fuego de tus ojos 
Rompa su cárcel oscura. 



211 



¿ Que si es tuyo, y si es tu Juan 

Á tí misma te preguntas ? 

¿ No te lo dice tu afán , 

Y esos lazos en que juntas 
Vuestras dos almas están ? 

Atrás dejando el clamor 
Hijo del bélico ardor 
Viene tu aliento á beber ; 
¡ Habíale sólo de amor 
Aunque él te hable de deber ! 

Nube fantástica y leve 
Os traza senda ignorada; 
Id donde benigna os lleve , 
Que en esa región soñada 
Hasta la ventura es breve. 

Gozad la dulce armonía 
Que puso en lo eterno Dios 

Y á la muerte desafia , 
Por la que el hombre daría 
Dos vidas j si hubiera dos ! 



212 



IV. 



¡ Muda quedó la libertad querida ! 
Sangre lleva del Duero la corriente , 

Y está la luz del sol oscurecida 

Y esconde el miedo en el hogar la gente. 
Tal después del rumor que á su caída 

Produce entre las peñas el torrente , 
Halla en hondo y pacífico remanso 
Turbias espumas y mortal descanso. 

Vencida fué la hueste coligada, 

Y ante la fuerza sucumbió el derecho ; 
De Villalar con la feliz jornada 

Bien puede estar el César satisfecho. 

Su formidable victoriosa espada 
Del temido león se hundió en el pecho, 

Y lk muerte las cárceles pasea 
Corto hallando el botín de la pelea. 

j Bravo se agita allí ! Sueños de gloria , 
Inquietudes de amor, delirios vano6, 
Todo bulle y fermenta en su memoria 



213 

Como en podrido tronco los gusanos. 
La luz que le llevaba á la victoria 
Cegó sus ojos y quemó sus manos , 

Y en el recinto de prisión oscura 
Ve trocado el edén de su ventura. 

¡ Si sordo de Castilla á los acentos 
La voz de la verdad hubiese oído ! 
¡ Si desdeñando quejas y lamentos 
Viviera en dulce calma adormecido ! 

¡Si de amor por los tiernos juramentos 

Sepultara el del odio en el olvido! 

Mas ¿ quién con torpe lengua y alma baja 
Al héroe ofende y al amante ultraja ? 

— Antes la muerte — arrebatado grita— 
Que de mi patria renegar cobarde; 
Por ella siempre y por mi amor palpita 
El corazón en generoso alarde. 

Aun te idolatro, libertad bendita, 

Y pues has de lucir, temprano ó tarde, 
Haz que un destello de tu lumbre pura 
Descienda á iluminar mi sepultura. 



214 



V. 

¿Qué sombra será aquella 
Que triste y á deshora 
Cruzando va las calles 
Del lóbrego lugar ? 

Es la gentil doncella 
Que á Bravo fiel adora, 
Y diera hasta la vida 
Su vida por salvar. 

De puerta en puerta corre 
Llamando á la venganza, 
Mas nadie de su cuita 
Consuela la aflicción. 

Y al pié del alta torre 
Do vive su esperanza , 
Quisiera en cien pedazos 
Dejar el corazón. 

Inútil es, María, 
Tu afán y tu ardimiento, 
De Bravo la memoria 



215 

No exalta al pueblo ya. 

Triunfó la cobardía 
Del varonil aliento, 
Y él fuerte hacia el abismo 
Precipitado va. 

j Por Dios, niña, no llores ! 
El fuego que te inflama 
Quebrar no puede el muro 
Que guarda á tu doncel* 

Amor de los amores 
En su dolor te llama ; 
No aumentes con tu pena 
La pena que hay en él. 

Mas i cielos ! tu rodilla 
Se dobla temblorosa, 
Tus ojos al espacio 
Se elevan sin mirar ; 
La nieve en tu mejilla 
Sustituyó á la rosa ; 
En la perpetua noche 
Tu espíritu va á entrar. 



2l6 

Su amor era la esencia 
De tu vivir tranquilo; 
El te prestaba aliento, 
Bebiéndole de tí. 
La muerte ó la demencia 
Se ocultan en tu asilo, 

Y al cielo te adelantas 
Para esperarle allí. 

Mañana, al suspirado 
Fulgor del nuevo dia, 
Cuando los bronces suenen 
Con fúnebre clamor , 
Recíbele á tu lado 

Y ofrécele, María, 
La libertad eterna 

Y el perdurable amor. 



VI. 



I Qué pasaba en la cárcel mientras tanto? 
I Qué luchas , qué agonías 
Llenaban de zozobra ó de quebranto 
El pobre corazón, muerto al encanto 



217 

De alegres horas y dichosos dias ? 

Bravo es feliz ; ha dado á la existencia 
Su último adiós , y el alma resignada 
Tranquila espera la fatal sentencia ; 
El ángel del candor y la inocencia 
Velará por su nombre y por su amada. 

Salir de esta morada 
Solicita no más, y de su empeño 

Por acortar el plazo , 
Llama en su ayuda al apacible sueño 
Que amoroso le brinda su regazo. 

Y sueña ver que los macizos muros 

Se abren de su prisión, y en lontananza 
De un sol radiante á los destellos puros 
La libertad esplendorosa avanza. 

De sus centros oscuros 
Huyen el fanatismo y la codicia 
Con la ambición, y el crimen y la guerra , 
ídolos que fabrica la malicia , 

Y" adora ya la tierra 
Un ídolo tan sólo ; ¡la justicia ! 

Logró por fin el héroe su victoria 
Que hace inmortal la fama > 

Y escuchando los cánticos de gloria 
En delicioso arrobamiento exclama : 



21* 

¡ Oh dulce sueño del mortal amigo! 
Bendígate el Señor ; 
Vienes á mí callado y sin testigo 
Como á cita de amor. 

Tú disuelves los tristes pensamientos 
Que al alma angustia dan ; 
Tú alegras con placeres los tormentos 
Que ya no volverán. 

Y envueltos en la nube perfumada 
Que tiñes de zafir , 
Nos hundimos felices en la nada 
Dejando de sufrir. 



VIL 

¿Tocó tu frente el laurel 
Y fué la suya amorosa 
La que ceñiste con él ? 
I Halló recompensa hermosa 
Tu sacrificio cruel ! 



219 

Por la traición subyugado 

Y por la fuerza rendido, 
Como atleta no domado 
Te levantaste caído, 

Y venciste derrotado. 

No morirá tu memoria, 
Ni anhelan más grata suerte 
Cuantos pretenden tu gloria , 
Porque la mayor victoria 
Es el vencer á la muerte. 

Y pues no fuera el dolor 
Digno premio á hazaña tal, 
¡ Vaya al mártir nuestro amor , 

Y en honra del venecdor 
Resuene el himno triunfal ! 

i.° Mayo x88i. 




EL PUÑAL DEL CAPUCHINO. 



LEYENDA ' FANTÁSTICA. 



A MI HERMANO ÁNGEL. 



EL PUÑAL DEL CAPUCHINO. 



LEYENDA FANTÁSTICA. 



I. 




scenario, los Abruzzos; 
Decoración, un convento; 
Actores, un capuchino 
Y dos jóvenes viajeros. 
Extiende su densa bruma 
Cerrada noche de invierno , 
Y los vidrios de la celda 
Azota furioso el viento. 
— De modo — murmura el fraile — 



224 

Que á marchar estáis resueltos 

— Sí tal. 

— Por más que me pese, 
Vuestra decisión respeto. 
La Santo Madona os guie , 
Que es peligroso el sendero, 

Y no está el monte poblado 
Por santos, ni mucho menos. 
¿Llevaréis armas? 

— Ninguna. 

— Hicisteis mal , y lo siento , 
Que pecar de confiados 

Es casi pecar de necios. 
Yo , pobre y humilde fraile , 
Nada valgo y nada tengo, 
Mas con el alma os bendigo, 

Y á Dios pediré en mis rezos 
Que os lleve sanos y salvos 
De vuestra jornada al término. 
Sin embargo , como prueba 
De caridad y de afecto , 

Algo que puede ser útil 
Para el viaje daros quiero; 
Tomad , y cuando el peligro 
Ya no exista , devolvédmelo. 



225 

Y una caja de madera 
Entre las manos poniendo 
Del más gallardo y más joven 
De los valientes mancebos, 
Silencioso les bendijo, 
Al portón sacóles luego , 
Y al verles ya cabalgando 
Entróse á rezar al templo. 



II. 



Jinetes sobre dos muías 
Cuyos vigorosos remos 
Con paso menudo y firme 
Hieren apenas el suelo , 
Internáronse los mozos 
Del bosque en lo más espeso. 
Las nubes se deshacían 
Empujadas por el cierzo, 
Y entre los pinos brillaba 
La luna de trecho en trecho. 
— ¿En qué piensas , Federico? — 



is 



226 

Dijo de pronto uno de ellos. 
— Pensaba en que más á gusto 
Nunca he llevado mi cuerpo. 
Buena bendición por fuera, 
Buena comida por dentro, 
Buen abrigo, y sin cuidado, 
Nada me falta, Lorenzo. 

— Dios se lo pague al buen fraile» 
— Tienes razón , y por cierto 
Que aún su regalo no vimos. 
¿Lo guardaste? 

— Aquí le llevo. 

— Á ver, á ver; una caja 
Con la cifra del convento , 

Y en ella 

— ¡ Mira ! un rosario.... 

Y un puñal"..... 

— ¡ Contraste bello ! 
La vida y la muerte el crimen 

Y la expiación ¡ oro y hierro ! 

Mas detente ¿no has oido? 

— Alguno que silbó lejos 

Por allí viene es un hombre 

Seguido de un perro negro. 

— Un pastor jEhí buen amigo, 



227 

Acerqúese..... 

— Ya me acerco. 
— ¿No habrá por estos contornos 
Mesón , cuadra ó aposento 
En que hallen las bestias cena 

Y los racionales sueño? 
— Buscaréis inútilmente, 
Señores , si buscáis eso : 
Estamos de la montaña 
En el sitio más desierto , 

Y habéis de andar muchas horas 
Antes de llegar al pueblo. 
Pero conozco un refugio, 

Y con placer os le ofrezco. 
Caminad á la derecha, 

Y al trasponer aquel cerro, 
Al pié de unas viejas ruinas 

Y formada con sus restos, 
Encontraréis una choza 
Donde en verano solemos 
Mis cabras y yo hacer alto 
Cuando el sol nos da tormento. 
Provisión de paja y leña 
Guardo allí para el mal tiempo, 

Y aunque el paraje es muy frió, 



228 

Los paredones son recios. 

Haced lumbre , aunque no grande , 

Pues el resplandor del fuego 

Pudiera ser atalaya 

Para algún huésped molesto, 

De esos que cazan lo mismo 

Las muías que los conejos. 

— Agradecidos quedamos , 

Y si el favor tiene precio 
Decid cuál es 

— Ni le tiene, 
Ni yo mis favores vendo ; 

Conque adiós , y buena noche 

— Él colme vuestros deseos. 

Caminando á la derecha 
Los dos jinetes siguieron , 
Hasta dar en un ribazo 
Que lame turbio arroyuelo. 
Le coronan entre zarzas 
De una torre los fragmentos, 

Y de un murallon hendido 
Amparándose en el hueco, 
Una cabana se esconde, 

Á la cual sirven de techo 



229 

Varios robustos sillares 
De verde hiedra cubiertos. 
— Albricias, ya hemos llegado ; 
¿Qué te parece, Lorenzo? 

— Que ya me tienes en tierra 
Para ayudarte dispuesto. 

— De la muralla al abrigo 
Nuestras muías amarremos. 
— Ya están. 

— Las maletas baja, 

Y á palacio, que hace fresco. 

— ¡ Pero calle ! ¿está cerrado 
El postigo ? 

— Está sujeto 
Con un clavo que no es flojo ; 
Pero, adelante, ya es nuestro. 
¿Y ahora, Federico? 

— Ahora 
Hagamos luz lo primero ; 
Llevemos paja á las bestias 
Que ayunan sin merecerlo , 

Y tras un sorbo de Lacrima, 
Cuyo frasco traigo lleno , 
Cada cual cumpla su antojo 
Pues es de su antojo dueño. 



230 

La luz está ya encendida, 
Las muías comen el pienso , 
El Lacrima es delicioso, 
Leña en el hogar tenemos , 
Con esta mesa la puerta 
Vamos á atrancar por dentro , 
Y pues es grande y mis ojos 
Se niegan á estar abiertos , 
Hago sobre ella mi cama, 
Tranquilamente me acuesto, 
Tú te sientas á mi lado, 
Me dejas echar un sueño 
De dos horas; en seguida 
Duermes tú mientras yo velo, 

Y Federico, perdona, 

No puedo más hasta luego. 



III. 



Restregóse Federico 
Los párpados un momento, 



231 

Y pintáronse en sus labios 
Una risa y un bostezo. 
De su amigo ya dormido 
Contempló el rostro sereno , 

Y en la mesa y á su alcance 
La caja del fraile viendo, 
Abrióla, tomó el rosario 

Y murmuró \ Padre nuestro! 

Sacó el puñal en seguida , 
Probó la punta en un dedo , 

Y llevándola por broma 
Al corazón de Lorenzo 
Dijo para sí : ¡Bien duerme 
Está lo mismo que un leño. 
De pronto, rasgando el aire, 
Creyó escuchar á lo lejos 
Un pavoroso silbido , 
Fúnebre como un lamento , 

Y tras él, aun más lejanos, 
Sordos ladridos de perro. 
Mientras absorto y confuso 
De espanto y sorpresa lleno , 
Vio lo que mortales ojos 
Ver otra vez no pudieron. 



232 

Reanimándose la llama 

Y á sus fulgidos destellos , 
Apareció de una gruta 

El fondo triste y siniestro. 
De esta gruta en el recinto, 

Y sentados en el suelo, 
Conversaban muchos hombres 
Casi de harapos cubiertos. 
Escopetas y pistolas 

Eran sus galas y arreos, 

Y de cuentas de rosarios 
Llevaban ornado el cuello. 
De tan extrañas figuras 
Alzábase altivo en medio 
El pastor de la montaña 
Con su enorme perro negro. 
Mirábale Federico 
Inmóvil, aunque sin miedo, 
Cuando aquél abalanzándose 
Le asió por el brazo izquierdo, 

Y ásu pesar, y arrastrando, 
Sacóle del aposento. 

De una vasta galería 
El espacio recorrieron 
Hasta dar en una sala 



233 

Ornada de antiguos lienzos, 

Y que algunas rojas teas 
Iluminaban á intervalos. 
Veinte veces el forzado 
Llevó la diestra á su pecho, 
£1 puñal del capuchino 

Acariciando en silencio ; 

Y veinte veces , curioso 
Por descubrir el misterio, 
Su puñal volvió á la vaina 

Y su espíritu al sosiego. 
Por fin, del pastor guiado, 
Llegó Federico al centro 

De otro salón , donde en corro, 

Y en altas sillas de cuero, 
Celebraban los bandidos 
Conciliábulo tremendo. 
Tendido sobre una mesa 

Y agarrotados los miembros 
Su decisión esperaba , 
Mudo y tembloroso , un viejo. 
Del pastor al verse enfrente 
Todos en pié se pusieron, 

Y hacia la mesa avanzando 
Con su víctima y su perro , 



234 

Que las manos le lamía 
Sin duda la sangre oliendo, 
Así dijo el miserable, 
Con voz ruda y torvo ceño : 

— No atormentéis á ese anciano 
Ya sin fuerza y sin aliento; 

Os traigo una nueva presa 
Que os dejará más provecho. 
Es joven, y acaso rico, 

Y pues rabiáis por saberlo 
¡ Ea ! entréganos el oro 

Que escondisteis en el seno 

— El oro i pastor infame ! 

¿ Quieres oro ? \ toma hierro ! 
Llenó un gemido la estancia, 
Cayó desplomado un cuerpo, 

Y al despertar Federico 
De aquel espantoso sueño, 
Aun apretaba en sus brazos 
El cadáver de Lorenzo. 

Cuando al despuntar el dia 
Pudo el honrado cabrero 
Romper á fuerza de puños 
El postigo siempre abierto, 



235 

Halló cerca de la mesa 
Juntos en abrazo estrecho , 
Dos cadáveres calientes, 
Y á poca distancia de ellos 
Un puñal ensangrentado, 
Un rosario blanco y negro, 
Dos maletas, y una caja 
Con la cifra del convento. 



1883. 



FIN. 



ÍNDICE, 



Páginas. 

El Cristo de Vergara 5 

Los Vientos 41 

Mondújar 51 

Imposible 75 

La Calle de la Cabeza xn 

Los Envidiosos 125 

Las Flores de Mayo 131 

El Hermano Adrián 149 

La Primavera 171 

Murillo 189 

Juan Bravo, el Comunero 197 

El Puñal del Capuchino 221 



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