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OBRAS
DE
MANUEL DEL PALACIO.
OBRAS
DE
MANUEL DEL PALACIO.
LEYENDAS Y POEMAS
MADRID :
Est. Tipográfico de los Sucesores de Rivadeneyra,
IMPRESORES DE LA. REAL CASA.
Paseo de San Vicente , núm. 20.
I884.
¿»
ÜFTVF r ^T \%
8 hl AY. iP^n gi?
Oí Gli'OhD
KL CRISTO DE VERGARA.
LEYENDA.
AL YA
CÉLEBRE ESCULTOR CATALÁN,
JERÓNIMO 8ÜÑOL.
EL CRISTO DE VERGARA.
LEYENDA.
ay de Vergara en la villa,
Tras un pórtico amparada
Del tiempo que la mancilla,
Vieja iglesia, cuya entrada
Tiene al frente una capilla.
Quien á fuerza de palpar
Consigue allí penetrar,
Pese á la falta de luz ,
Ve entre la sombra un altar,
Y en el altar una cruz:
8
Y vago y desvanecido
Un cuerpo que luz refleja,
De aquella cruz suspendido,
Tan desmayado y herido,
Que parece que se queja.
Bella imagen del dolor
Lo excita al par que lo calma
Con su sonrisa de amor,
En que puso genio y alma
Montañés el escultor.
Mas ¿cómo se encuentra allí?
I Cómo en tan pobre lugar
Se esconde tesoro así ?
La historia os voy á contar
Que me contaron á mí.
Y sabréis , pues lo declara
La tradición tal cual es,
Por qué coincidencia rara
Vino á parar á Vergara
El Cristo de Montañés.
I.
En el sitio que hoy ocupa
La parroquia de San Pedro,
De artística decadencia
Abigarrado modelo,
Hubo en Vergara, del siglo
Diez y siete á los comienzos ,
Una ermita , cuyo origen
Está entre brumas envuelto.
De San Pedro tomó el nombre ,
Patrón insigne del pueblo ,
Porque en unos rotos muros
Que coronaban el cerro,
Al ir por piedra una tarde
Halló su efigie un cantero;
Y tantos devotos hizo
Que, de su culto en obsequio,
Limosnas se recogían
Para levantarle un templo.
De la ermita mayordomo
Y demás cargos anexos
Era Rodrigo de Urbieta
10
Por no sé qué privilegio ,
Pues sirvió en sus mocedades
En los españoles tercios ,
Y aun más de su gusto hallaba
La pólvora que el incienso.
De su largo matrimonio
Ya por la muerte disuelto ,
Un hijo á Urbieta quedóle ,
Mas tan audaz y perverso ,
Que Dios se le dio sin duda
Por castigo, y no por premio.
Veinte años cumplido habia
Y ni un noble pensamiento,
Ni una amistad verdadera,
Ni un generoso deseo,
Daban ternura á su alma
Ni calor á su cerebro.
Ingrato y antojadizo ,
Y rencoroso y soberbio,
Hacer mal era su dicha
Por sólo el placer de hacerlo.
En vano formó su padre
De corregirlo el empeño,
Con el rigor muchas veces
Y algunas con el consejo;
IZ
De todo Andrés se burlaba ,
Que era su malvado pecho
Para los sermones, piedra f
Y para los golpes , hierro.
Con lo que el honrado padre
Vegetaba en tal desvelo,
Que más de una vez la aurora
Le vio llorando en el lecho.
Habitaba Don Rodrigo,
Por ser suya de abolengo,
Una casa, de la ermita
Separada por un huerto.
Y para servicio propio
Y servicio de San Pedro ,
Le acompañaba un anciano
Según él soldado viejo,
Aunque más trazas tenía
Que de soldado , de lego.
En cuanto á Andrés, arrojada
De su hogar hace ya tiempo,
Vivia , Dios sabe cómo ,
Ni dónde , ni por qué medios*
12
Eran las diez de la noche ,
Y era una noche de Enero
De esas en que muestra al mundo
Todo su horror el invierno ,
Cuando cauteloso y ágil
En largo capote envuelto,
Junto al portal de la ermita
Detúvose un bulto negro.
Mojada estaba la tierra ,
Triste el lugar y desierto ,
Sin una luz las ventanas,
Sin una estrella los cielos.
Sólo de un ave nocturna
El graznido ronco y seco
Algunas veces venía
Á interrumpir el silencio.
Bajo el dintel bizantino ,
Ya libre de lluvia y cierzo ,
De su capote los pliegues
Echó atrás el encubierto,
Dejando ver, de un relámpago
Al vivo y fugaz reflejo ,
El rostro de Andrés Urbieta
Pálido sí, pero bello;
Que era el hijo de Rodrigo
*3
De Satanás un remedo ,
Con la fealdad en el alma
Y la hermosura en el cuerpo.
Aunque ni temor ni duda
Se pintaban en su aspecto,
Interrogando la sombra
Miró, ya cerca, ya lejos ,
Después de lo cual, y armado
Con fina daga de acero ,
Metióla en la cerradura
Murmurando un juramento ;
Y de las manos palanca
Y ariete del cuerpo haciendo,
Forzada la puerta , el mozo
Cayó de la ermita dentro.
De una lámpara de cobre
Al moribundo destello
Levantóse Andrés , enfrente
Del santo patrón del pueblo.
Era la efigie de piedra ,
Si bien conservando á trechos
Señales -de la pintura
Con que al nacer la vistieron.
La diestra alzada tenía
*4
Como imponiendo respeto ,
Y en la siniestra las llaves,
Atributo de su empleo.
Aunque por mano labrada
De un artífice grosero ,
Habia en aquella efigie
Parodia del arte griego,
Un no sé qué de dulzura ,
De bondad. y sentimiento,
Que daba al pobre esperanza
Y al afligido consuelo.
¿ Q u ® pasó en aquel instante
Por la mente del mancebo ,
Y qué lava sus pasiones
Inflamó con torpe fuego ?
En aquel recinto oscuro
Se encerraban sus recuerdos,
Sus penas y sus placeres ,
Sus odios y sus afectos.
Allí fué donde, jugando,
Dio agilidad á sus miembros ,
Y á vencer sin ser vencido
Se adiestró desde pequeño.
Tocar aquella campana
Era en las fiestas su anhelo,
Y atizar aquellas luces
Y aprender aquellos rezos.
Y allí también una noche
Vio, sin que le diera miedo,
El cadáver de su madre
Que, mudo como un espectro,
Velaba el buen Don Rodrigo ,
Desde entonces siempre serio.
¡ Ay ! de todo aquel pasado,
Vago ya como un ensueño ,
Sólo la muerta vivia
De Andrés en el pensamiento.
Cerca del aliar, y al muro
Con su candado sujeto,
Un cajón alto y angosto
Con una hendidura en medio ,
Esta inscripción ostentaba ,
Blanca sobre fondo negro :
— Aquí se echan las limosnas
Para las obras del templo. —
Como arrancado al influjo
Que le encadenaba al suelo ,
Andrés alzó la cabeza,
Respiró seguido y recio,
i6
Y hacia el cajón dirigióse
Con paso seguro y lento.
La limpia daga en su mano
Volvió á relucir de nuevo ,
Y buscando las junturas
De la madera y el hierro ,
Pronto en la pared quedaba
Sólo el candado suspenso.
Sacó entonces del bolsillo
Un papel , que leyó entero,
Y colgándole de un clavo
Donde todos puedan verlo ,
El cajón echóse acuestas
Después de probar su peso ,
Y dando un soplo á la lámpara
Tomó el camino del pueblo :
Mientras la lluvia caia
Y á las ráfagas del cierzo
Mezclaba el ave nocturna
Su graznido ronco y seco.
Disipáronse las nubes,
Rasgó la aurora su velo,
Y alzóse en el horizonte
Límpido $1 sol y sereno.
*7
Al despuntar la mañana
Bajó Rodrigo á su huerto ,
Por si del turbión los daños
Necesitaban remedio,
Y ocupado en tal faena
Estuviera largo tiempo,
Si , pálido y tembloroso
Desde el postigo entreabierto
No le llamara el criado,
Más que con voces , con gestos.
Atajándole el camino
Marclió rápido á su encuentro,
Y Gil , al verle delante ,
Su mano derecha asiendo ,
El pórtico de la ermita
Le señaló con el dedo.
— Serénate, Gil , no tiembles ,
Y habla pronto, por el cielo,
Dijo Rodrigo. ¿Qué pasa?
— Que quisiera haberme muerto.
Señor, que nos han robado.
— ¿Cómo? ¿Quién?
— Vais á saberlo,
Si en este papel lo ha escrito
El infame que lo ha hecho.
i8
Forzada encontré la puerta,
Y en el sitio del dinero
Esto es todo lo que habia,
Tomad , señor, y leedlo.
Clavó Rodrigo sus ojos
En el papel un momento,
Y con voz firme, aunque sorda,
Dijo , acercándose al viejo :
— Vas á oir , pero tu vida
Responde de mi secreto. —
Después se apoyó en la piedra,
Apretó contra su pecho
Al pobre Gil, que lloraba,
Y leyó , de rabia trémulo :
— Padre, lo siento por vos;
Vine á la casa de Dios
A tomar y no á pedir ;
Cuenta es ésta que al morir
Ajustaremos los dos.
Por atender á mi medro
Al nuevo templo he robado
La limosna , y no me arredro ;
Una vez que está sentado
19
Bien puede esperar San Pedro.
Parto para no volver ;
Si os conviene ó no callar
Vos lo habéis de resolver ,
Que quien nada ha de heredar,
Nada tiene que perder. —
Enderezóse Rodrigo
Y el papel dobló en silencio,
Diciendo á Gil , cuyos ojos
Eran raudales de fuego:
— Ya conoces al infame
—Sí tal.
— Pues bien , te aconsejo
Que olvides cuanto ha pasado
Como se olvidan los sueños.
Ni al amigo en la hostería ,
Ni al confesor en el templo,
Reveles nunca ese nombre
Que yo con vergüenza llevo.
¿Recuerdas lo que encerraba
El cajón ?
— Sí lo recuerdo ;
Nueve mil quinientos reales,
20
Poco más ó poco menos.
Los contamos el domingo
Y es martes.
— Hoy no los tengo,
Mas otro cajón te encargo
Pues mañana hay que traerlos.
— Pero Señor
— Esta casa,
Mis ropas , cuanto poseo
Es de la iglesia ; yo solo
La iglesia y la villa dejo.
— ¡Don Rodrigo!
— De mis bienes
¿Sabes tú cuál me reservo?
Pues es mi espada , la misma
Que voy á esgrimir de nuevo.
¿ Quieres, Gil, seguirme ?
— Siempre
Sigue el lebrel á su dueño.
— Entonces, no te detengas,
Haz un cajón y un letrero ,
Y que mañana sin falta
Resuelva el Ayuntamiento
Quién ha de ser mayordomo
De la ermita de San Pedro.
21
II.
i Qué bella va la fragata
Sobre las olas dormida,
Por el céfiro impelida
Entre festones de plata !
¡ El mar azul la retrata
Con tranquila majestad ,
Y en aquella soledad
Parece un ave gigante
Que busca el nido distante
Colgado en la inmensidad !
Las tropicales regiones
Dejo, de hermosura llenas,
Al crujir de sus entenas
Y al tronar de sus cañones.
Serenatas y canciones
La ofrecen grato rumor,
Y el marino soñador
Ve dibujarse en las olas
De las playas españolas
El contorno seductor.
22
Baterías y sollados
Limpios cual oro bruñido,
Son albergue reducido
Á grumetes y soldados.
Juegan algunos sentados
Y beben otros de pié ;
Hay quien sin saber por qué
Se encoleriza y bravea ,
Y hay quien rezando pasea
Lleno de cristiana fe.
Gentiles y caballeros
Por la presencia y la ropa,
En el alcázar de popa
Conversan tres caballeros.
Amores y desafueros
Narran uno de otro en pos;
Y — ¡osados fuisteis los dos —
Dice el tercero iracundo,
Pero sólo con el mundo ,
Y yo con él y con Dios !
— ¿Hasta á Dios movisteis guerra?
— Hasta á Dios.
— Es divertido.
23
— Relatadnos cómo ha sido.
— Es cuento para la tierra.
Enigmas que el alma encierra
Porque los teme quizas ,
Sombras que quedan atrás.....
— Pues vaya, si eso os da miedo
Hablad de amores
— No puedo.
— ¿No habéis amado?
— Jamas.
Niño, mi madre perdí;
Joven ] mi patria dejé :
Un padre tuve, y no sé
Si lo tengo, pese á mí.
Errante y pobre me vi
Y la suerte me ayudó.
— ¿ Volvéis pues á casa ?
—No:
— Entonces, ¿quién os arroja
Á España ?
— ¿Sábela hoja
Porqué el viento la arrastró?
24
—Mas, pesadumbres á un lado
Dejemos
— ¿Qué pensaría
De vuestra antigua osadía
El que os hubiera escuchado?
— No lo sé, mas si dudado
Hubiese de mi poder,
Lo cierto al llegar á ver
Pronto á su costa supiera
Que contra toda quimera
Sé luchar y sé vencer.
Y tras un cortés saludo
El hidalgo fanfarrón
La escalera del salón
Bajó pensativo y mudo.
Con rostro un tanto ceñudo
Los otros le vieron ir,
Luego la seña al oir
Que les llamaba á almorzar
Juntos echaron á andar
Y rompieron á reir.
25
¿ Qué nave es aquella nave
Que en las sombras de la noche
Desmantelada y sin rumbo
Hacia los abismos corre ?
Fiera borrasca sus lonas
Ha convertido en jirones ,
Y crujen sus masteleros
Del huracán al azote
Cual si de nuevo sintieran
Del hacha los rudos golpes.
Ya encaramada se mira
De las olas en el borde,
Ya como cetáceo herido
Bajo la espuma se esconde.
I Quién en aquel triste leño
La fragata reconoce,
Donde hace poco sonaron
Serenatas y canciones ?
I Quién creyera tal mudanza
Cuando, limpio el horizonte,
Toda era arrullos la brisa
Y el cielo todo fulgores ?
De soldados y grumetes
Ya no se escuchan las voces ;
Sólo rondan los vigías ,
26
Ó del tambor al redoble
Trabajan los marineros
Cazando gavias y foques.
Impávido el comandante
Da desde el puente sus órdenes
Haciendo al pasaje todo
Bajar á los camarotes.
Mas alguien con el mandato
No debe estar muy conforme,
Pues junto al timón oculto
Vela silencioso un hombre.
Aunque la sombra le ampara
Se adivina por su porte
Á un hidalgo bien nacido
Ni muy viejo ni muy joven.
Agarrado está á una cuerda
Para que el mar no le arrolle
Cuando la cubierta barre
Salpicando hasta los topes;
Y en el temblor de sus labios,
Y en sus pupilas inmóviles,
Se ve que medita ó sueña
Y lo que habla en sueños oye.
— Piedad, murmura, ¡ Dios mió !
No tus iras amontones
27
Sobre el pecador , que humilde
Hoy con el pasado rompe.
No es el amor á una vida.
Que consumí ciego y torpe
En criminales empresas
Y en desatentados goces,
Lo que mi razón alumbra
Y hace que ante tí. me postre ,
Es que tu grandeza veo ,
Y me abruma el peso enorme
Que en este supremo instante
No hay conciencia que soporte.
Que yo tu bondad conozca ,
Que yo tu poder adore,
Y todo cuanto me diste,
Ambición, riqueza, nombre,
Arrojaré en tus altares
Apenas la tierra toque.
Y si no merezco tanto
Y tumba aquí me dispones,
Recibe clemente y pío
El alma que á tí se acoge. —
Y esto diciendo el hidalgo
Como en éxtasis quedóse,
Del huracán y las olas
28
A los trágicos acordes.
Una semana más tarde,
Cuando con lengua de bronce
Saludaba la Giralda
Del nuevo sol los albores,
Quebrando apenas del Bétis
Las claras ondas veloces ,
La fragata se mecia
Del Oro al pié de la Torre.
De un arrabal de Sevilla
En la calle más poblada,
De jardines circundada
Y hermosa al par que sencilla,
Se alza una alegre mansión,
Vivienda á un tiempo y taller ,
Que al barrio causa placer
Y á veces admiración;
Pues en la penumbra oscura
De un cuarto bajo y desnudo
Lucir se ven á menudo
Maravillas de escultura.
De esta casa siempre abierta
Como artístico pensil,
29
Una mañana de Abril
Llamó un hidalgo á la puerta :
Y al sonar un — adelante —
Siguiendo á un mozo la pista,
Pronto se halló del artista
Frente á frente el visitante.
— Si acaso os he de estorbar —
Murmuró
— De ningún modo;
A serviros me acomodo
Si algo tenéis que mandar.
— Si este vuestro taller es ,
Y me cabe tanto honor ,
¿ Hablo con el escultor
Juan Martínez Montañés ?
— Dispuesto siempre á agradaros,
Señor
— Martínez, os ruego
Me llaméis sólo Don Diego
Y oigáis por qué vine á hablaros.
De las Indias llegué aquí
Há poco , y no es maravilla
Si cuanto ofrece Sevilla
De notable, recorrí.
Cien cosas viejas y nuevas
3°
A cual más bellas he visto,
Mas ninguna como el Cristo
Del convento de las Cuevas.
De esa imagen celestial
La huella en el alma tengo ,
Y ansioso á pediros vengo
Que me labréis otra igual.
— Una guardo á medio hacer
Que costará, bien contados,
Unos quinientos ducados.
— Con mil pagada ha de ser.
— Don Diego, tan alto honor
— Sois vos el que me le dais ,
Sin duda porque ignoráis
Lo que os estimo el favor.
Quedamos, pues, en los mil.
■
— ¿Y os corre prisa?
— Hoy es tres.
¿ Qué plazo pedís ?
— Un mes.
— Volveré pasado Abril.
Y del convenio en señal
Sirva este anillo
— Guardadlo.
— Como recuerdo tomadlo
3i
De amistad franca y leal.
— Entera la pongo en vos.
— De ella mi esperanza fio.
--Dios os guarde, señor mió.
— Artista, que os guarde Dios.
El barrio estaba desierto,
Dobló la tapia del huerto
El buen hidalgo al salir,
Y dijo : — Si Andrés ha muerto,
Diego comienza á vivir.
III.
Grandes fiestas se disponen
De Vergara en el lugar,
Que es San Zoilo , y de San Zoilo
Viene San Pedro detras.
Enjalbegada de nuevo
La ermita del Santo está,
Y cubre un arco la puerta
De verbena y de arrayan.
También la casa inmediata
Luce encima del portal
3»
Los faroles que sirvieron
Para la Natividad ;
Y aunque á docenas las rosas
Se ven al pié del altar,
Por miedo á que se marchiten
No han venido muchas más.
Diligente el mayordomo
Anda de aquí para allá,
Cuando le detiene un chico
Diciéndole : — Don Beltran ,
Por vos pregunta un sujeto
Que os quiere en seguida hablar.
— ¿ Trae algo ?
— Un carro cargado
Y alguna gente de paz.
— Dile que pase adelante.
— Señor cura, vedle ya. —
Llegóse el recien venido ,
Y con cristiana humildad ,
Besando al padre la mano,
Habló así : — Buen capellán ,
Unas palabras oidme
Si no lo tomáis á mal.
Dejé una cuenta pendiente
Con San Pedro años atrás ,
33
Y pues sois sú mayordomo ,
Con vos la debo saldar.
Aquellos hombres que guia
A vuestra casa un rapaz ,
Cuatro cajones conducen
Que á vuestra vista 'abrirán.
Él más grande encierra un Cristo
Que en ofrenda de piedad ,
A nombre de un muerto , quiero
A la ermita regalar.
Colocado á lá derecha
Del Santo Patrón será,
Donde tiene la limosna
Para el templo su caudal,
Y donde siglos de siglos
Muestre su divina faz.
De las tres cajas restantes,
Que calculo contendrán
Unos ocho mil doblones,
Pues no los quise contar,
A los pobres de la villa
Repartid lo que queráis,
Y para la iglesia nueva
El sobrante destinad.
— Que Dios, señor, os io pague.
34
— Pagado lo tengo ya.
— Pero vuestro nombre al menos....
— Diego ó Don Diego, es igual.
— ¿Y vuestra patria?
— La vuestra.
— ¿Y venis?
— Vengo del mar;
Y guárdeos Dios, Padre cura,
Y si queréis saber más ,
Á ese Cristo preguntadle
Que él acaso os lo dirá.
EPILOGO.
Llevando diez y ocho naves
A sus naves amarradas,
Y de Felipe Tercero
Sobre el pabellón las armas ,
Entró en Gibraltar un dia
Don Miguel de Vidazábal.
Recia embestida sostuvo
Del Atlántico en las aguas
Donde botín, no laureles,
35
Buscan los turcos piratas,
Y donde esta vez al menos
Halló castigo su audacia,
Pues la gente vizcaína
No fué en el combate blanda.
Antes de bajar á tierra,
Y entre vítores y salvas
Á visitar sus heridos
El bravo Almirante baja.
Cuatro ó seis soldados viejos
Le siguen y le acompañan
Hasta el oscuro sollado
De la nave capitana.
No son los heridos muchos,
Por fortuna ó por desgracia,
Que sobre el puente tuvieron
Dos veces á la canalla ,
Y es , si corsarios le asestan ,
Golpe seguro é[ del hacha.
De todos noticias pide ,
Á todos atiende y habla ,
Compadeciendo al que sufre
Y animando al que desmaya.
Para acabar su visita
Uno tan sólo le falta,
36
Mas de él al ponerse enfrente
Y al iluminar su cara ,
Salió del cerrado grupo
Un hondo — ¡ Jesús me valga !
Volvióse rápidamente
Y con voz grave y pausada :
— Mi buen Rodrigo de Urbieta, f
Dijo el General — ¿qué pasa?
— Señor , que sueño sin duda ,
Que mi corazón estalla ,
Que siento subir al rostro
Olas de sangre y de lágrimas,
Y que pregunto á ese herido
Quién es y cómo se llama.
— No contesta el que no escucha —
Murmuró con ruda calma
Un enfermero impasible,
Que junto al lecho se hallaba.
— Desmayado está don Diego ,
Á quien la vida se escapa
Por tres heridas mortales,
Pero ninguna en la espalda.
— ¡ Le conocéis , según eso ?
— ¡ Que si le conozco , vaya !
Somos , señor Almirante,
37
Amigos y camaradas.
Yo le he enseñado el oficio
Cuando se alistó en la escuadra
— ¿Hace mucho?
— Hace diez meses;
Nuestro barco era la Laura,
Mas como éste se ha ido á pique
Hemos mudado de casa.
— ¿Y sabes, dijo Rodrigo,
Su procedencia y su patria?
— Sé que se nombra don Diego
Solamente , mas , cachaza ,
Que á volver en sí comienza,
Y , si no ha perdido el habla ,
Hombre es que responde á todo,
Muy sereno y en voz alta. —
Del lecho á la cabecera
Recostóse Vidazábal ,
Asió á Rodrigo las manos
Que entre las suyas temblaban ,
Y haciendo los demás corro
Inmóviles como estatuas ,
Pronto del mar y el aliento
Llenó el susurro la estancia.
38
La frente el herido alzó :
— Tengo sed ; ¡ agua ! gritó ;
Después , como recordando ,
La diestra á la sien llevando
Al General saludó.
— Agua pide^ y aquí está;
Contra el dolor enemigo
Remedio tal vez será;
Dásela tú , buen Rodrigo,
Y él te la agradecerá.
— Tomad y bebed , hermano ,
Dijo el que el vaso ofrecía ;
Tendió don Diego la mano ,
Y al ver que el llanto corria
Por el rostro del anciano :
Un grito lleno de horror
De esperanza, de temor ,
De cuanto inspiran al alma ,
El arrebato y la calma
Y la duda y el amor,
39
Brotó del herido pecho
Del desventurado Andrés ,
Que, vacilante y maltrecho ,
Cayó desde el alto lecho
De don Rodrigo á los pies ;
Gritando en la fiebre ardiente
De su loco frenesí :
— No me maldigas, detente :
Dejo de una cruz pendiente
Quien responderá por mí.
El al desdichado ampara ,
£1, á las ofensas pío,
Perdona al que las repara ;
El me espera , padre mió ,
En San Pedro de Vergara ! —
Oyóse un ronco estertor
Y una plegaria á la par :
Luego, en confuso rumor,
Los gemidos del dolor
Y los gemidos del mar.
1883.
LOS VIENTOS,
ARGUMENTO DE UN POEMA
Á PEPE NAVARRETE,
EN MEMORIA
DE NUESTROS ALEGRES DÍAS DE CÁDIZ.
LOS VIENTOS.
ARGUMENTO DE UN POEMA.
Á orillas del mar.
s alta noche, y con atento oido
Te escucho murmurar ;
¿ Qué me dice tu lúgubre gemido ?
¿ De qué te quejas , mar ?
Lo mismo que en la vida , en tus espumas
Paz y combate hallé ;
Los dos tenéis por horizonte brumas ,
Y en vuestro fondo, ¿ qué?
Risas de gozo , fúnebres lamentos ,
Olas que yo bebí ;
¿Qué sois? Acaso lo sabrán los vientos
Que ruedan sobre mí.
44
EL AURA.
Me duermo en el capullo de las flores
Y acaricio la sien de las doncellas ;
¡ Soy el perfume de la vida humana ,
Soy la inocencia !
Corona de mi frente es el rocío
Que esmalta la pradera;
La dulce inspiración doy al artista,
Los lauros al poeta.
Entre nubes de nácar y de rosa
Tengo morada regia,
Y cuando alienta un ángel en el cielo
Desciendo yo á la tierra.
45
LA BRISA.
Vaga, impalpable, leve
Como el tranquilo arrullo
Que el labio de la madre
Prodiga á su rapaz :
Yo doy á los arroyos
El plácido murmullo,
Y animo de las selvas
La augusta soledad.
En mí busca consuelo
Quien de pesar suspira ,
Del alma que combate
Yo templo el ciego ardor.
Yo soy cuanto florece,
Yo soy cuanto respira ,
Mi templo es el espacio,
Mi símbolo el amor.
46
LOS CÉFIROS.
Las ilusiones somos
Que el alma llenan ,
Y forman el encanto
De la existencia.
Lazo de flores
Que la ventura ahoga
Cuando se rompe.
Gloria, dicha, fortuna,
Fe y esperanza ,
Esqondidas llevamos
En nuestras alas :
Y en torno de ellas,
Los ángeles del sueño
Revolotean.
47
EL VENDAVAL.
Cuando llega el otoño, y la pradera
De su matiz despoja,
Yo soy quien llevo en rápida carrera
La última hoja.
Cuando el mortal feliz contempla en calma
Correr año tras año ,
Yo soy quien en el fondo de su alma
Engendra el desengaño.
Nada hay que para mí sagrado sea,
Nadie que en mí no espere;
Sólo acato un poder, el de la idea,
Que cual yo nunca muere.
4»
EL HURACÁN.
Sobre los mundos paso y los conmuevo ;
Mi voz es el aliento de Luzbel;
En mis entrañas la venganza llevo;
Soy mensajero de él.
Conmigo van el luto y el espanto;
Yo nací de la furia y el error;
Mi placer es el mal, mi herencia el llanto;
Mi nombre es el dolor.
49
LA CALMA.
Soy la hiedra trepadora
Que vive abrazada al muro ;
Soy lo que un rayo de aurora
Para el horizonte oscuro ;
Aquel perfume divino
Que se siente y no se ve.
Madre soy de la ventura,
Bálsamo de toda herida,
Puerto de entrada segura
Cuando incierta va la vida
Por los mares del destino
Soy la calma , soy la fe.
Cádiz, 1866.
MONDUJAR.
LEYENDA GRANADINA
AL MAESTRO
DE POETAS Y AUTORES DRAMÁTICOS,
MANUEL TAMAYO Y BAUS.
MONDUJAR.
LEYENDA.
I.
or Isabel y Fernando ,
Aun con los moros en lucha,
Gobierna Pedro de Zafra
El castillo de Mondújar.
Dominan de aquel castillo
Las atalayas robustas
De Lecrín el lugarejo
Y el valle que le circunda ,
Y sus anchos murallones
Que verdes huertos ocultan ,
54
De la riscosa Alpujarra
Defienden las angosturas.
Muley Hacen el caudillo,
El de la mala fortuna,
Labró aquella fortaleza,
Á un tiempo alcázar y tumba,
Pues á su pié, y en la Rauda,
Según tradición vetusta,
Los monarcas nazaritas
Tuvieron su sepultura.
Cuando destronado y ciego
Buscó allí abrigo á la furia
Del Zagal, su propio hermano,
Alzado rey por las turbas,
Ni sus amenos jardines,
Ni sus pintorescas grutas,
Del pobre Hacen alegraron
Las amargas horas últimas,
Y en el rincón más desierto
De la torre más oscura ,
Murió, bajo el peso hundido
De sus memorias confusas.
Han pasado algunos años;
No es ya la gente moruna
55
La que su pendón tremola
Sobre la tierra andaluza.
Dobló Granada rendida
Su cerviz á la coyunda ,
Y ayes en vez de canciones
El Generalife escucha.
Y en vano fiero y rebelde,
Pidiendo al rencor ayuda,
De la Alpujarra bravia
Puebla el moro la espesura.
Que de la cruz las enseñas
Desde el valle se columbran,
Y en ausencia de su esposo
Es doña Guiomar de Acuña
El improvisado alcaide
Del castillo de Mondújar.
II.
Reina el silencio y la calma
En rededor del castillo ;
Ni hay luz en los ajimeces ,
Ni escuchas en el recinto.
56
Tan sólo en la plataforma,
Sobre el puente levadizo ,
Se ve apoyado en el muro
Un hombre medio dormido.
Brilla en el cielo la luna,
Y su fulgor indeciso
Eefleja en las blancas tiendas
Del campamento morisco;
Serpiente que en la llanura
Dilata sus mil anillos,
En la codiciada presa
Teniendo los ojos fijos.
Seis semanas van corridas
De apretado y rudo sitio,
Y á cada tenaz ataque
Mayor la defensa ha sido.
Comparten con la de Acuña
La victoria y el peligro
Cuarenta soldados fieles
Y ocho ó diez allegadizos ,
Entre monteros y pajes ,
Ó muy viejos ó muy niños.
Y á ejemplo de su Señora
Y en odio contra el impío ,
Cuando al fragor del asalto
57
Se conmueven los rastrillos,
Hasta las dueñas pelean,
Ya con armas, ya con gritos.
En tanto Pedro de Zafra
Vive en Córdoba tranquilo,
De los Católicos Reyes
Siempre al mandato sumiso,
Sin que le lleguen mensajes
Ni le alarmen vaticinios ,
Pues cuitas de la prudencia
Las da el valor al olvido.
i
Reina el silencio y la calma
En rededor del castillo ;
Mas súbito lo interrumpe
El rechinar de un postigo ,
Y una sombra que avanzando
Como quien sabe el camino,
Junto al hombre se detiene
Que hace lecho el duro risco.
Sueño ligero es sin duda
El suyo, pues dando un brinco,
Ya está despierto y armado
Al combate apercibido.
•
— Bien , Martin , así te quiero,
5»
La voz de la sombra dijo.
— Mi voluntad nunca duerme ,
Señora, sin mi permiso.
— Nada ocurre ?
— Nada bueno ;
Hacia la orilla del rio
Levantarse nuevas tiendas
Durante la noche he visto.
—Refuerzos para el rebelde.
— Me es igual cuatro que cinco.
— Cuatro mil eran ya muchos
— Por eso me da lo mismo.
Morir mañana ó el otro
Todo es morir.
— ¿ Y si amigo
Diera el cielo á nuestros males
Con la esperanza el alivio ?
— ¿Qué decís, Señora?
— Escucha.
Ya sabes que Bernardino
Mi montero tiene en Béznar
Varios moros conocidos.
— ¿Y bien
— Ayer uno de ellos,
Encargándole el sigilo,
59
Le rogó que hasta mis manos
Llegar hiciera un escrito.
— ¿De don Pedro?
— No es su letra.
— ¿Pero la firma?
— Es el signo
De la cruz quien la reemplaza.
— ¿Y dice?
— «Estad sobre aviso ;
Alguien piensa en socorreros,
Y si le abrís el portillo
De la huerta, antes del alba
Acudirá en vuestro auxilio.»
— ¿ Nada más ?
— En la memoria
Guardo entero el pergamino.
— Si es un moro el que lo trajo,
Poco de moros me fio.
— Ni yo, pero en casos tales
El temor fuera delito,
Y asunto , Martin , es éste
Que quiero arreglar contigo.
Son las tres , toma la llave ,
Y sin ser visto ni oido ,
Abre la puerta , y conduce
6o
Al hombre aquí ; yo vigilo.
Por supuesto, que entre él solo
— Sólo entrará, vive Cristo,
Que uno siendo amigo es mucho,
Y es nada siendo enemigo.
III.
Quedóse la Castellana
Presa de angustia secreta
Y fija en la barbacana,
Por la llanura lejana
Tendiendo la vista inquieta.
Y mientras sus negros ojos ,
Ya por la vigilia rojos,
Miraban en derredor ,
De palabras y cerrojos
Le trajo el viento el rumor.
Pocos momentos después
Un bulto de otro seguido,
Avanzó mudo y cortés ,
6i
Y de su dueña al oido,
Dijo Martin : — i Este es !
— Si sois vos doña Guiomar,
Licencia os pido de hablar,
Interrumpió el caballero :
— Hablad , más decid primero
Vuestro nombre.
— Soy Pulgar.
Y soltando el alquicel
Que le da aspecto africano,
El hazañoso doncel
Besó á la dama la mano
Cosa poco usada en él.
i
Tras esto se enderezó ,
El puño izquierdo apoyó
De su espada sobre el pomo,
Y así con tranquilo aplomo
Á doña Guiomar habló :
•
— Trajo la fama hasta mí
El grave aprieto en que aquí
La rebelión os tenía,
62
Y hablando en algarabía
Entre el moro me metí.
De su raza me creyeron,
Y, sin saber lo que hicieron,
Á mis planes ayudaron ,
Y con lo que me dijeron
Más á venir me alentaron.
Mi gente tengo apostada,
Y á una señal convenida
Será nuestra la jornada,
Bien impidiendo la entrada ,
Bien guardando la salida.
Pulgar soy, y no os asombre,
Pero os juro sin braveza,
Que sólo oyendo este nombre
No queda mañana un hombre
Al pié de la fortaleza.
Vuestras órdenes espero.
¿ Qué decís ?
— Digo, Señor,
Y perdonadme primero,
6 3
Que os estimo caballero
Y os rechazo protector.
De Zafra soy compañera
Y su honor sostengo fiel ;
Si vuestro amparo admitiera
Fuerais vos , que yo no fuera ,
La que cumpliera con él.
Gracias os doy, buen Pulgar,
Y vuestro arrojo sin par
Vivo queda en mi memoria ,
Mas de esta hazaña la gloria
Entera quiero guardar.
Y ahora, si acaso el salir
Nuevo riesgo ha de añadir
Al que habéis por mí afrontado,
Juradme no combatir
Y aquí os quedad á mi lado. —
Ya unos instantes hacía
Que Pulgar, de rojo que era,
Amarillo seponia,
Y su mirada altanera
6 4
Fija en un punto tenía.
Cuando Guiomar acabó,
Como quien ahogar se siente
El caudillo respiró ,
Limpióse luego la frente
Sudorosa, y replicó :
— Ni yo os conozco , señora,
Ni vuestras frases admito,
Ni á tratar vamos' ahora
De hazaña que os enamora
Y que yo no necesito.
Ayuda vine á ofreceros
Por don Pedro y por el Rey:
Si no acerté á complaceros,
Catad que cumplí una ley
Que obliga á los caballeros.
Vasallo he sido leal
Y en ello no busqué medro;
Si os es la suerte fatal ,
Tratado habréis por igual
Al Rey, á mí y á don Pedro.
65
Y adiós, que el alba risueña
Luce su rostro encendido ,
Y el riesgo Pulgar desdeña ;
Quien para dueño ha nacido
Ni aun de vos puede ser dueña.
Poniendo al diálogo fin
Hernán -Pérez echó á andar,
Y empujada por Martin
Se oyó otra vez rechinar
La poterna del jardin.
IV.
Era don Pedro de Zafra
Soldado de mar y tierra,
En quien el valor tenía
Por hermana la prudencia.
Ora navegando en Flándes,
Ora riñendo en la Vega,
Lo mismo que en el Consejo
Brillar supo en la palestra,
Y cuando á suelo africano
Fueron á esconder su pena
El destronado rey moro
66
Y su noble descendencia ,
Escolta les dio don Pedro,
Dándoles al par con ella
La amistad que fortalece
Y el respeto que consuela.
Por eso entre los moriscos
Alcanza cuanto desea ,
Y está en Córdoba tratando
Con los Reyes la manera
De someter la Alpujarra
Antes que el incendio prenda ,
Y lo que ha nacido chispa
En un volcan se convierta.
Provisto , pues , de poderes
Y ofrecimientos en regla,
Dejó á Córdoba una tarde
Y á Granada dio la vuelta,
Donde con ira y asombro
De su mujer tuvo nuevas,
Que bien comprender le hicieron
Lo apurada que se encuentra.
Para remediar el daño,
De Dúrcal tomó la senda ,
Pueblo que sólo distaba
De su castillo una legua»
67
Mas en vano el cumplimiento
Reclamó de antiguas deudas ;
En vano de sus servicios
Fué á exigir la recompensa ;
Á sus frases de concordia ,
Tan dignas como sinceras ,
Del moro le contestaron
Los alaridos de guerra.
Pidió entonces á sus Reyes,
En vez de razones fuerzas,
Y mientras tanto, á su esposa
Hizo llegar estas letras :
— «Si Pedro no está mañana
Á tu lado , por él reza ;
Mas cuando el rezo concluya
Que prosiga la defensa. »
Inmóvil y pensativa ,
Recostada en una almena,
De Lecrin el ancho valle
La castellana contempla.
En grupo inquieto y curioso
Varios soldados la cercan ,
Y en torno de la muralla
Ceñudo Martin pasea.
68
Sentadas en duro banco
Murmuran dos ó tres dueñas,
La negra noche que avanza
Haciendo mucho más negra,
Y el relámpago que alumbra
Los contornos de la sierra ,
Sobre los objetos todos
Vierte lividez siniestra.
— ¿Veis algo? — con tono rudo
Y alargando la cabeza ,
Dijo Martin á la turba
Que á doña Guiomar rodea.
— ¡ Nada ! — contestó un arquero
De faz curtida y morena ; —
Sueño fué sin duda
— Lope ,
El que no duerme, no sueña.
Yo lo he visto , y mi señora
Lo ha visto también.
— Pluguiera
A Dios que te equivocaras,
Pero es cierto.
— ¿ Y no recuerdas
Por qué camino tomaron?
— Sí , Martin , la historia es ésta :
69 .
Del Homenaje en la torre
Me hallaba de centinela ,
Viendo los reflejos últimos
Del sol perderse en la Vega,
Cuando hacia el lado de Dúrcal
De polvo entre nube densa
Doce ó catorce jinetes
Descubrí en traje de guerra.
Cristianos me parecieron ,
Y según todas las señas,
Al fuerte se dirigian
I Cómo será que no llegan ?
— Tan cerrada está la noche —
Murmuró Guiomar inquieta —
Que es fácil hayan perdido
De los senderos la huella;
Juntad , Martin , nuestros hombres,
Elegid los que os parezca,
Y reconoced el campo
Si no hay enemigos cerca. —
Y esto diciendo, sentóse
Doña Guiomar en la piedra,
Queriendo con sus miradas
Aclarar la sombra espesa.
7o
Largo rato. inútilmente,
Á favor de las tinieblas ,
Martin y sus camaradas
Escudriñaron las sendas.
Sólo un pastor á la aurora ,
Desde su choza desierta,
Divisó en una angostura,
Como la traición estrecha,
Once cadáveres juntos
Cuyas mutiladas diestras
Once espadas oprimian
Tintas en sangre agarena.
Aleve fué la emboscada
Y heroica la resistencia ,
Mas allí cayó don Pedro
Luchando como un atleta,
Y allí los diez servidores
Que de fieles dieron prueba.
Mano piadosa y cristiana
Sepultó en la fortaleza
Los mártires valerosos
De la hecatombe sangrienta;
Y cuando al siguiente dia,
Redoblada su impaciencia ,
Dio al castillo nuevo asalto
7*
La multitud que lo asedia,
Pudo ti que avanzó el primero
Ver coronando la almena
De doña Guiomar de Acuña
Las flotantes tocas negras ,
Y escuchar clara y distinta
Voz que el corazón le hiela ,
Gritándole desde el muro :
— ¡ Maldito ! ¡ maldito seas !
V.
Llegó á Córdoba el aviso
De catástrofe tamaña,
Y su ejército movieron
Los Católicos Monarcas.
De jinetes y peones
Con una lucida escuadra
Partió don Alonso Tellez,
Por voluntad soberana,
Á socorrer á Mondújar
Honrando á Pedro de Zafra.
No fué el socorro preciso ,
72
Que sólo al saber su marcha y
Desbandados los rebeldes t
Huyeron á la montaña.
Por lo cual , metiendo dentro
Guarnición segura y brava,
El castillo dejó Tellez,
Y con él la castellana.
Á la corte fueron ambos,
Pues los Reyes les aguardan ,
Y allí encontró la de Acuña
Tal concierto de alabanzas ,
Tanta copia de bondades
Y tal número de gracias,
Que empezó por recibirlas
Y concluyó por llorarlas.
Hoy de aquella fortaleza,
Sepulcro á un tiempo y alcázar;
De aquellos huertos floridos
Que el ambiente embalsamaban ;
De aquellos robustos muros ,
De aquellas ricas estancias ,
Quedan informes peñascos
Unidos por la argamasa ;
Alguna higuera bravia
73
Que con amor los abraza,
Y un cristalino arroyuelo
Que del roto aljibe mana ,
Donde, al declinar la tarde,
Bajan á beber las águilas.
1882
¡IMPOSIBLE!]
POEMA .
AL
INIMITABLE AUTOR DE LAS DOLOHAS,
RAMÓN DE CAMPOAMOR.
«IMPOSIBLE!
i
POEMA.
DEDICATORIA.
i querido Ramón : Pocos favores
He debido á la picara fortuna
Tan gratos para mí, ni seductores,
Como el cuento de amores
Llamado Los Amores en la luna.
Con sin igual empeño,
Una , dos y tres veces lo he leido ,
Soñé con él , y al despertar del sueño,
Tu poema pequeño,
Grande como el Antar me ha parecido.
Y á fuer de agradecido j
Queriendo á tu amistad rendir tributo,
Voy á ver si me salgo con mi tema
De ofrecerte un conato de poema
Pequeño, muy pequeño, diminuto.
7«
PROLOGO.
Oculto entre el follaje de la vega,
Morisco por su traza y por su adorno,
Hay de Granada en el sin par contorno
Un carmen que el Genil fecunda y riega;
Quien á su puerta -llega,
Estrago y soledad y sombra mira;
Todo allí al alma compasión inspira,
Por la rota pared el viento pasa ,
Y en el hundido patio de la casa
La fuente melancólica suspira.
Seis lustros hizo ya que en una fiesta ,
Cansados de vagar á pié y en coche
Por la gentil floresta
Llenándola de amor y de ventura,
Dimos varios amigos una noche ,
Con aquella mansión triste y oscura.
¡ Noche feliz y breve
Cuyo recuerdo vive en la memoria !
La brisa fresca y leve
Los dormidos cipreses arrullaba,
79
Y á lo lejos, en dulce murmurio,
Solemne se escuchaba
Esa jamas interrumpida historia
Que á peñascos y flores cuenta el rio.
De un viejo cedro el colosal ramaje;
De las estrellas el fulgor incierto;
El graznido salvaje
De algún ave nocturna, sorprendida
Por insólito estruendo inesperado ,
La imponente belleza del paisaje,
Todo en aquel desierto,
Á un tiempo encantador y desolado ,
Convidaba á los goces de la vida
Por lo mismo quizá que estaba muerto.
Y de la luna el rayo tembloroso,
Y de la selva la quietud augusta ,
Llevaban al espíritu en reposo
La visión que seduce y la que asusta.
Movido por mi ardiente fantasía ,
Por misteriosa voz tal vez llamado ,
Á la puerta corrí que me atraía ,
Y del azar ó de la luz guiado,
Penetré en una vasta galería.
Su rico alicatado
^
8o
Perdido los colores aun no habia,
Y en esbeltas columnas se apoyaba,
Donde la yedra el mármol encubría
Y la silvestre higuera vegetaba.
Allá en el fondo oscuro,
Como adosado al muro,
Un gallardo templete descollaba,
Cuya bóveda, en parte por el suelo,
Ver á trozos dejaba
La bóveda magnífica del cielo.
Miraba yo con ojos asombrados
Aquel nido de amor seco y vacío,
Cuando de un ajimez en los calados
Distinguí vagamente
Un papel, sobre el cual mi desvarío
Adivinó impaciente
Algunos caracteres ya borrados :
Cogíle; entre sus pliegues escondía
Un rizo de cabellos perfumados,
'Y el polvo al sacudir que le cubría,
En letra á duras penas perceptible,
Vi que el papel decia
Esto, ni más ni menos: a: [Imposible! »
La voz de mis amigos ,
•'I
81
Sacándome del éxtasis profundo
En que todo mi ser se sumergía ,
Me llamaba al descanso y á la cena ;
Yo estaba allí sin miedo , sin testigos ,
Y preparado á disputar al mundo
Aquella posesión de encantos llena ,
La oprimí con furor entre mi mano,
Cerca del corazón le abrí morada,
Y más dichoso que Colon y Elcano
Al encontrar la tierra suspirada ,
Con el terrible peso del arcano
Volé á aspirar el aura embalsamada.
La historia os contaré de esos cabellos;
Conservados por mí como un tesoro,
Vieron mis travesuras y amoríos:
¿Dónde están hoy? Lo ignoro
] Ay ! ¡ pero guardo de ellos
Más memoria quizá que de los mios !
I.
Vastago y heredero,
De noble tronco y de florida rama,
82
Con mucha juventud , mucho dinero ,
Y un apellido que ilustró la fama ,
Era don Luis Chacón , en los albores
Del siglo que aun avanza y ya declina y
Modelo de mancebos seductores
Y gala de la gente granadina.
Hermoso, audaz, sereno,
Nacido en la abundancia y el regalo r
Jamas á sus caprichos puso freno,
Ni distinguió lo bueno de lo malo ,
Ni separó lo malo de lo bueno.
Nunca por peligrosa
Dejó de acometer humana empresa ,
Y en la lid amorosa
Sufrir pudo su cuerpo alguna cosa,
Pero lo que es el alma salió ilesa.
De su pasión al fuego
Cien pobres corazones se quemaron ;
Mas ni la injuria, ni el desden, ni el ruego
El amor de su pecho despertaron ;
Pretender, conseguir, olvidar luego:
Sólo estos tres placeres le ocuparon;
Que hay quien del mar en el abismo boga r
Y hay quien en una lágrima se ahoga.
83
Vivia por entonces, si no miente
La tradición, nuestro galán bizarro,
Junto á un antiguo puente,
Donde va á terminar precisamente
La Carrera de Darro;
Y no lejos del lóbrego y sombrío
Palacio de Chacón, que retrataba
De otra edad la grandeza y poderío ,
La iglesia de San Pedro se elevaba,
Minados sus cimientos por el rio.
La madre de don Luis, santa señora,
La vivienda feudal ennoblecía,
Y en más de una ocasión, cuando á la aurora
La vieja puerta rechinar se oia,
Se hallaban de improviso y á deshora
Uno que entraba y otra que salia;
Ella, al templo á rogar por el que adora ;
Él , desertor acaso de la orgía.
La madre placentera
Olvidaba, al mirarle, su amargura;
Él, cual si de su error se arrepintiera.
Le besaba la mano con ternura,
Y en el beso quedaba toda entera
Esa parte de fiera
Que tiene en sí la humana criatura»
84
Otras veces , llorando
Llamábale hacia sí la pobre anciana,
Y casi suplicando
Le decía: — «Mi Luis, piensa en mañana.
No olvides mi consejo,
Único bien de cuantos bienes dejo :
Para gozar de la pasión mentida,
Basta un solo momento de la vida;
Para un afecto dulce y sosegado ,
Toda la vida es plazo limitado. »
Pero i ay ! que ni ternezas , ni sermones ,
Ni *votos , ni oraciones ,
Pueden hacer, al menos entre gentes,
Que caminen despacio los torrentes.
Pese á una y otra prueba,
Don Luis de sus caprichos es vasallo ,
# Y no hay de Puerta Real á Plaza Nueva,
Ni caballo mejor que su caballo,
Ni manceba mejor que su manceba.
Y una vez que, movido
Por no sé qué intención ó qué locura,
Pensó en hacerse monje, y decidido
Dijo á su madre que llamara al cura ,
En un papel firmado
85
Quiso escribir sus faltas el primero ,
Y, sin haber su escrito comenzado,
Retrocedió espantado
Al asomarse al borde del tintero.
Armiño de una especie diferente
Que, tímido á su modo,
Halla más grato perecer en lodo
Que mojarse la piel en la corriente^
Llegó á ser tal y tanta
De la madre infeliz la desventura,
Tanta la soledad de que se espanta ,
Y tanto el duelo que incesante apura,
Que, buscando agradable compañía,
Hizo venir de un pueblo comarcano
Una muchacha que, en aciago dia
La encomendó, al morir, su noble hermano,
Y que feliz vivia
Hija creyendo ser de un pobre anciano,
Cuya mujer la amamantó á su pecho
Y en cuya casa halló comida y lecho.
Gracia, que así la joven se llamaba,
Al mandato acudió de su señora,
Y ésta, que ya la amaba,
Por el hermano, cuya muerte llora,
86
Como benigna madre la trataba
Al verla tan gentil y seductora.
¡Y era la lugareña
Digna de tal merced ! Nunca la aurora
Al derramar sus fúlgidos destellos
Iluminó una frente tan risueña ,
Ni una boca tan linda y tan pequeña,
Ni unos ojos tan negros como aquéllos:
Cuando al llegar vestida de estameña,
Y en dos trenzas partidos los cabellos
Penetró de Chacón en la morada,
Cuantos pajes y hujieres la miraron
Humildes se inclinaron
Creyéndola una reina disfrazada.
Sólo don Luis , cual siempre entretenido ,
Al decirle una vez de sobremesa
— ¿No quieres ver á Gracia, que- ha venido?—
Respondió : — ¿ Para qué ? lo he conocido
En que siento el olor á la dehesa. —
Gracia lo supo, y devoró el ultraje;
El tiempo fué pasando ;
Mudó la niña de apariencia y traje;
Su acento, que era rudo, se hizo blando;
Hasta que una mañana
Que á la iglesia cercana
87
Su señora á buscar se dirigía ,
Con ira soberana
Vio que don Luis ansioso la seguía.
Del atrio en los umbrales
La alcanzó, y atrevido
— Tomad, dijo, esta rosa que os ofrezco; —
Ella , que nunca oyó palabras tales ,
Con el rostro encendido
— Ni la tomo, exclamó, ni la merezco ; —
Y atropellando audaz á tres ó cuatro,
Entróse repitiendo : — ¡te aborrezco! —
Y él se quedó pensando : — ¡te idolatro !
Es una noche tibia y perfumada,
De esas en que parece
Que bajo el limpio cielo de Granada
Un nuevo sol espléndido amanece.
Detras de la entreabierta celosía
Que sobre el huerto fronterizo cae,
Ya terminada la labor del día,
Goza Gracia escuchando la armonía
Que en sus alas el céfiro le trae.
Las fuentes y las flores,
Todo tiene su voz en el concierto;
Hasta los desvelados ruiseñores
88
Que anidan en los árboles del huerto.
Apoyado en las manos el semblante,
Todo Gracia lo admira;
El fulgor del lucero rutilante,
La hoja que rueda y el rumor que espira.
O de la tierra alzando con tristeza
«
La purísima frente nacarada,
Contempla embelesada
Del astro de la noche la belleza :
Que siempre fué la luna
De las almas fantásticas el centro,
Y no hay mujer alguna
Que no busque una imagen allí dentro.
Por fin, como de un sueño despertando,.
Gracia se alzó; por la extensión vacía
Tendió un instante los cansados ojos;
Luego, cerca del lecho en que dormia,
Sus rezos murmurando,
Ante una Virgen se postró de hinojos f
Y aunque nada ya en torno se veia ,
Siguió la luz brillando
Detras de la entreabierta celosía.
Súbito un grito agudo
Rompió el silencio que doquier reinaba f
8 9
Y uri bulto negro, misterioso y mudo
Hacia la joven avanzó que oraba.
Largo antifaz cubriendo su semblante
Sólo sus ojos vislumbrar dejaba,
Y asesino ó amante,
Algo de tigre en ellos centellaba.
— ¡ Socorro, Virgen mia ! —
Dijo Gracia á la vez con ira y miedo; —
¡ Salid , infame ! — murmuró sombría ,
Y el encubierto replicó : — no puedo.
Para triunfar de tí forcé una puerta;
Dormida te creia;
Ya me es igual dormida que despierta.
— ¡Antes que presenciar tal villanía
Pluguiera á Dios que me encontrarais muerta !
— ¿Sabes quien soy? — Lo sé. — Pues de ese modo
Algo sabrás de mi furor terrible.
— Sé que de todo sois capaz; de todo,
Menos de lo imposible.
— ¡ Morir ó amar, elige !
— Ya he elegido ;
Olvídame, señor, y otros placeres
Curen la pena de que causa he sido.
— Eso quisieras tú, pero hay mujeres
Que antes logran la muerte que el olvido.
9 o
¡ Muere, pues ! — Y con saña destructor*
Del ropón desprendiendo que le viste
Fatal arma traidora,
Rápido se lanzó sobre la triste ,
Que, apagando la luz, gritó: — Señora,
Vén tú , pues que mi madre ya no existe.
Y luchando en la sombra y reluchando,
Ya sin voz , y sin alma , y sin consuelo,
Fué Gracia á tropezar en una puerta
Que al solo impulso blando
De su mano de hielo
Giró de par en par ; ¡ estaba abierta !
A una suntuosa cámara llevaba
Que Gracia nunca visitado habia;
De su techo una lámpara colgaba,
Y á su luz que oscilaba
El retrato de un viejo se veía
Con el manto y la cruz de Calatrava.
Cerca de aquél y tapizando el muro
Muchos retratos más casi borrados ,
Y allá en el fondo oscuro
Dos guerreros inmóviles y armados.
— ; Favor ! — gimió la pobre balbuciente
Asiendo de uno de ellos por la gola;
El guerrero tembló; volvió la frente
9'
Gracia al peligro, y encontróse sola.
Prudente y prevenida la doncella
En la sala de honor esperó el dia ;
Toda la noche aquella
La hicieron los Chacones compañía.
Aun de don Luis la madre reposaba
Cuando una carta recibió en su mano ;
— Es para vos, y de llegar acaba —
Dijo una dueña de cabello cano.
Y Gracia , que en la alcoba penetraba ,
Atenta como siempre al primer ruido,
Tomó el papel que aquélla le acercaba,
Y leyó con acento conmovido :
« ¡ Madre, no me esperéis ! De aquí me alejo
Porque el deber lo ordena;
Vida , esperanza , amor, todo lo dejo
Y me voy con mi infamia y con mi pena.
Abierto ante mis pies miro el abismo;
Puedo llegar á ser vil y cobarde,
Y antes que avergonzarme de mí mismo
Huyo de mí y de vos : ¡el cielo os guarde!
Senda noble y gloriosa
Mi juvenil espíritu imagina;
92
Busca mi mente ansiosa
La estatua más hermosa,
La voz más grata y la mayor ruina.
Del arte en los misterios
Aprenderé cien goces ignorados ,
Y el polvo al contemplar de los imperios
En él veré mis sueños retratados.
Sé que me perdonáis y yo os bendigo;
Grande ha sido mi culpa, madre mia;
Mas la ilusión abrigo
De que digno de vos volveré un dia
Pidiendo premio donde hallé castigo»
Una súplica aún; que de mi ausencia
Nadie investigue el pavoroso arcano
Que guarda mi conciencia ;
Del mar es copia el corazón humano,
Y fuera gran demencia
Querer interrogar al Océano. »
Dos lágrimas no más , lentas y solas,
Surcaron las mejillas de la anciana,
Y eran amargas como son las olas
Que se deshacen en espuma vana.
Quiso hablar, y la frase mal segura
En un suspiro se escapó del pecho;
93
Con manos encendidas
De Gracia acarició la frente pura,
Y ambas cayeron juntas sobre el lecho
En un inmenso abrazo confundidas.
II.
j Italia, Italia ! Bendecido suelo
En que halla el peregrino fatigado
Con las confusas glorias del pasado
Del porvenir el misterioso anhelo.
Región encantadora
Que sólo ensueños de placer inspira ;
Maga fascinadora,
Si el que nunca te vio por tí suspira,
El que deja de verte, por tí llora.
Iba la tarde á declinar ; domando
De sus corceles el ardiente brío,
Que trotan resoplando,
Van dos jinetes de exterior sombrío
La romana campiña atravesando.
Don Luis Chacón es uno ; su escudero
Gaspar el otro; aquel que le adiestrara
94
En manejar la rienda y el acero,
Y que por ver el júbilo en su cara
Viviera sin hablar un año entero.
Mas en vano lo intenta,
En vano de sus muchas correrías
Episodios y fábulas le cuenta,
Ó de risueños y lejanos dias
El apacible cuadro le presenta.
Nada la nube ahuyenta
Que en torno de don Luis se agita y crece f
Que de su oculto lloro se alimenta ,
Que le aniquila al par que le enardece ;
Y entre la cual , envuelto y abismado,
Una visión fantástica parece
Persiguiendo la dicha que ha soñado,
Y el soplo de su aliento desvanece.
Borrar quiere del alma
Lo que grabado lleva en la memoria ,
Mas sólo en el olvido está la calma ,
Y quiso el cielo que la misma palma
Sirva para el martirio y la victoria.
Por eso de Gaspar teniendo en poco
La charla y el cariño,
Cruza el desierto que asoló la gloria
Con la sublime exaltación del loco ,
95
Con la serena intrepidez del niño.
¡Ni un árbol, ni una flor! ¡Negras colinas
Interrumpen á veces de aquel llano
La triste soledad ! Allá, á lo lejos,
Sobre las agrias cumbres del Albano
Derrama el sol sus últimos reflejos.
Pirámides de ruinas
Dan por asiento la gastada piedra ;
Y en el frontón hundido
Busca reposo la torcaz paloma ,
Mientras, bebiendo el aire corrompido,
Bajo un dosel de hiedra
Sus anchas fauces el lagarto asoma.
Del acueducto erguido
Logra la cabra dominar la altura ,
Y allí su sed ardiente
Templa en el hilo de agua trasparente
Que entre las rotas bóvedas murmura.
Óyese de repente
Sordo rumor que turba al más sereno :
Es un búfalo enorme
Que, oculto en el repliegue de una roca,
Se baña revolcándose en el cieno.
La cabeza deforme
9 6
Mueve con lentitud acompasada,
Y espuma destilando por su boca,
Gira en torno la estúpida mirada.
I En qué piensa don Luis que ve en tal hora
El término llegar de su camino,
Más lejos cada vez de la que adora
Y esclavo más y más de su destino?
El mismo no lo sabe ;
Gaspar, que conocerlo quiere en vano,
Marcha á. su flanco silencioso y grave ;
Quizá de aquel arcano
Oculta en el hogar quedó la llave,
Y así los dos con parecida suerte
Nutren igual empeño,
Don Luis piensa en un sueño que es su muerte
Y Gaspar en su vida que es un sueño.
De pronto , al ensancharse la vereda,
Vieron desde la cúspide del monte
Del ancho valle la extensión vacia;
Dibujóse en el diáfano horizonte
De la, villa Panfili la arboleda,
Y Roma apareció ; lento se oia
Del Ángelus sonar el dulce coro
97
<2ue en cuatrocientas torres repetía
De las campanas el metal sonoro;
Y entre el vapor de la indecisa bruma
Como arrastrando al mar su historia impía,
Sin ruido y sin espuma
El Tíber soñoliento se perdia.
Semejante al ciprés que el rayo abate,
De los bronces al eco plañidero
Dobló don Luis la juvenil cabeza ,
Llevó la diestra mano hacia el sombrero,
Y en el caballo hundiendo el acicate ,
Sin que acierte Gaspar si jura ó reza,
Al galope tomó por el sendero.
— ¿ Está ya todo visto ? preguntaba
A un cicerone anciano
Un hidalgo español , que visitaba
Los salones sin par del Vaticano.
» — Señor, nada nos queda;
El arte vive aquí griego y romano,
Y es imposible que ni en sueños pueda
Más lejos ir el pensamiento humano :
Venus , Minerva, la Amazona, Juno,
Laoconte , Adonis, Hércules , Cupido,
jAh ! Cuando recordéis uno por uno
9*
Sus encantos , señor
— Estoy vencido.
Tú me dijiste que el cincel del hombre
Nunca produjo perfección tan alta ;
Justo es que lo declare y que me asombre,
Mas algo aquí no encuentro que me falta.
— ¿ Cómo se llama , pues?
— No tiene nombre,
Y yo lo he visto, sin embargo, un dia
— Sin que por ello vuestro anhelo excite
Puedo enseñaros mucho todavía.
— Enséñame una estatua que palpite.
— Loco me parecéis.
— Si no la tienes,
Ni la quieres buscar, si te importuna
En vez de halagos recibir desdenes ,
Yo te diré un lugar en donde hay una.
Gaspar, ¿no es cierto?
— Tu señor delira .
¿No lo adviertes , Gaspar ?
— Sigúele el vuelo,
Que vive entre el afán y la mentira,
Y hay quien viviendo así se gana el cielo.
Mírale con las Musas embebido.
—Di mejor embobado.
99
I Pobre don Luis ! Tres meses le he servido
Y es mucha la afición que le he cobrado;
— Pues si buscando amor pierde el sentido
Buen viaje hemos echado !
III.
De Egipto en las pirámides altivas ,
De Grecia en los escombros inmortales,
De Germania en las selvas primitivas ,
Halló don Luis para templar sus males
Venturas fugitivas.
— ¿Qué son, pensaba, las humanas penas
Del tiempo ante el estrago ?
¿ Quién sabe si estas cálidas arenas
Fueron rica ciudad ó turbio lago ?
¡Cuántas pasiones, cuya llama ardiente
Acrecentó el deseo ,
Se evaporaron en su propio ambiente
Como la niebla que extenderse veo !
¡Amor, felicidad, gloria, esperanza;
Sueño de un breve dia ,
Sombra que se persigue y no se alcanza ,
Luz que deslumhra al mísero á quien guía !
¡Fantástica ilusión de la belleza,
100
Necio de aquél que sobre tí construye
¿ Dónde lo bello de la Esfinge empieza ?
La Venus ideal ¿ dónde concluye ?
— ¡ Gaspar !
— Señor.
— Me siento fatigado;
— Lo supongo , don Luis; hoy justamente
El mismo pensamiento me ha asaltado ;
Dos años hace que, cual vos ausente
Nada sé de la patria que he dejado.
— ¿ Y la recuerdas ?
— Con el mismo anhelo
Que recuerdo á mi madre, que, de fijo,
Dirá más de una vez mirando al cielo :
¿Qué será de aquel hijo
En quién cifro mi dicha y mi consuelo ?
— Pues bien, llegó la hora
Por tí anhelada, y para mí temida;
Al despuntar de la cercana aurora
Seguiremos la ruta interrumpida.
De España nuevas en París aguardo ,
Cuentas y cofres acomoda y cierra ,
Y sin más dilación ni más retardo
Á ver volvamos la Nevada Sierra.
IOX
— Así os quiero, ¡Don Luis!
— Así me place.
— Quien no mata la pena la da aliento ;
Dejadme que os admire y os abrace.
— Ay, Gaspar, que yo siento
Dos penas, la que muere, y la que nace.
— j Mi último adiós te mando, y te bendigo!
Esto no más decia
La carta que de manos de un amigo .
Don Luis recibió en Francia cierto dia.
Y aun pasado no habia
Un mes de aquella fecha dolorosa,
Cuando un mozo , muy triste y muy bizarro,
Con mano temblorosa
Llamaba á un portalón vecino al Dárro.
Crujir oyóse la maciza llave,
Y un hombre entre soldado y pordiosero
Con voz áspera y grave
— ¿Quién sois, y qué queréis? — gruñó severo,
— Quisiera antes de todo
Saber á quien servis.....
— Hay opiniones
— Á la que vos tengáis yo me acomodo;
¿ No es ésta la mansión de los Chacones?
102
— Fué, sí, señor ; sin duda al pueblo extraño
Nada sabéis
—Hablad.
v — Ya de esa raza,
Como dice el tendero Juan Otaño,
No quedan más que deudas en la plaza.
— Pues ¿quién habita aquí?
— Yo solamente ;
La Real Cnancillería,
En la que ejerzo de alguacil suplente,
Las fincas embargadas me confia.
—Y, decidme, apoyándose en la puerta,
Balbució el forastero ,
¿ Cómo está la Condesa?
— ¿Cómo? ¡muerta! ,
Dos meses hace el veinte de Febrero.
— ¿Y los demás?
— No sé; cuentan de un hijo
Cuya suerte se ignora desde el punto
Que de su casa huyó; siempre se dijo
Que era loco, ó malvado, ó todo junto.
— ¿Le conocisteis vos ?
— No, por mi vida,
Yo era entonces soldado
— ¿Y que fué de una joven recogida?
103
— Preguntáis, buen amigo, demasiado.
— Toma y habla, menguado,
l Piensas que de un golilla estás delante ?
— Hablaré, sí, señor, me habéis pagado
Y debo corriplaceros al instante.
Cuando cerró los ojos á la anciana ,
Que de madre con ella hizo las veces ,
La pobre joven , al mirar cercana
La visita de esbirros y de jueces,
Acabado el entierro,
Aun más humilde que si fuera mió ,
Lejos de la ciudad buscó un encierro
En yo no sé que carmen junto al rio.
Allí escondida mora
Sola con su dolor , pues , poco á poco ,
Se. han comido las trampas de aquel loco
Propiedades y ajuar de la señora.
Cuanto pude os conté; si aunque vacía
Queréis la casa visitar, me ofrezco
Á serviros de guía
— Dé todo corazón os lo agradezco.
Acaso alguna vez os lo recuerde,
Hoy tiempo no me queda.
— Cuando gustéis, señor; nada se pierde,
-r- Adiós, pues, y guardad esa moneda.
104
Y una dobla poniendo en la ancha mano r
Que guardó con sonrisa de villano
El alguacil ladino,
Después de saludar con muy buen modo r
Chacón de la ciudad tomó el camino,
Vacilante y febril come? un beodo.
Muy cerca ya don Luis de su posada
Vio que Gaspar, cual nunca diligente,
Á su encuentro volaba.
— ¿Qué ocurre? — preguntó rápidamente.
— Señor , que ha estado arriba , que os buscaba^
Que una esquela tenéis por ella escrita,
Que en vuestro cuarto al penetrar lloraba.
— Pero ¿quién? ¡vive Dios!
— La señorita.
— ¿ Y se ha marchado ?
— Me encargó os dijera
Que por vuestra salud al cielo pide,
Que veros quiso por la vez postrera
Y que de vos por siempre se despide.
— Dame al punto la llave.
— Subid presto,
Hallaréis la misiva
Donde ella misma la escribió y la ha puesto.
ios
— ¿Qué dispondrá de mí, que muera ó viva?
«Mi Luis, mi único amor; amor sagrado
Cuya primera confesión te envió,
Por verte he suspirado
Y no he de verte más , hermano mió.
Tu moribunda madre
Me reveló el secreto de su esposo ,
Bendigamos los dos á nuestro padre,
No turbemos su paz y su reposo.
Á la tranquila aldea
Donde pasé mi infancia parto ahora,
Todo lo que aun tenemos tuyo sea,
Yo torno á ser la humilde labradora.
Lo he jurado á tu madre en la agonía
Y el juramento es santo,
Sólo el pensar en tí con alegría
Puede enjugar mi llanto.
Amémonos de lejos
Como se aman los justos en la tierra,
No empañemos del alma los reflejos ,
Con Dios y el mundo y la conciencia en guerra.
Y si ves que envenena mi memoria
Tu corazón sensible ,
Arrójala de allí, piensa en la gloria
LA CALLE DE LA CABEZA
LEYENDA TRADICIONAL.
AL MÁS SEVERO DE LOS CRÍTICOS; Y MÁS BON-
DADOSO DE LOS hombres; Á
MANUEL CAÑETE.
LA CALLE DE LA CABEZA.
(TRADICIÓN MADRILEÑA.)
I.
esde un lugar de la Mancha
Cuyo nombre no recuerdo,
Vino á servir á la corte
Gaspar Antúnez, el tuerto,
Que, según su padre, nunca
Sirvió para nada bueno.
Dos cartas en la chaqueta,
Dos duros en el chaleco ,
Una navaja de muelles
Y un endemoniado genio
Por equipaje llevaba
s
ii4
Cuando salió de su pueblo,
Y con él , y mucho polvo,
Y algunos reales de menos ,
Entró de noche en la villa
Por el puente de Toledo.
Estaba oscura la noche,
Que el alumbrado es moderno,
Y de los tiempos tratamos
Del buen Felipe Tercero,
En que era Madrid un triste
Lugaron, sucio y estrecho,
Alma mezquina de España ,
Muy grande entonces de cuerpo.
Á oscuras , pues , y sin guía
Recorrió nuestro mancebo
Callejas y callejones
Enmarañados y negros,
Hasta topar con las gradas
De yo no sé qué convento ,
Donde de puro cansado
Se dejó coger del sueño.
Y allí estuviera sin duda
Muchas horas, como muerto,
Pues de la muerte tenía
La soledad y el silencio,
"5
Si con él no tropezaran ,
Del ancho portón saliendo ,
Un hombre de edad madura
Y un alegre rapazuelo.
De monaguillo de iglesia
Este mostraba el aspecto;
El otro era un padre cura
De aire noble y rostro serio.
Con un farol el más joven
Iba alumbrando al más viejo ,
Y por la luz atraido
Y por el golpe despierto,
Gaspar alzó la cabeza
Vacilando como un ebrio.
— ¿ Quién es ? — dijo incorporándose
Por un soberano esfuerzo.
— Nosotros — repuso el chico; —
Con que salud , y hasta luego.
— Y tú , ¿ quién eres ? — el cura
Murmuró con grave acento —
¿Qué haces aquí ? ¿ Por qué causa
Duermes fuera de tu lecho?
— Señor, la cosa es muy simple;
Soy en Madrid forastero,
Y como llegué de noche
n6
Y ni hogar ni amigos tengo,
Rendido por el cansancio
Busqué reposo á mis miembros ,
Y clementes, aunque duras,
Estas piedras me lo dieron.
— ¿Y á qué vienes á la corte,
Si no es decirlo indiscreto ?
— ¿Qué ha de ser? de colocarme
La oportunidad acecho,
Ansioso de hacer fortuna
Sin reparar en los medios.
— ¿ Eres ambicioso ? — Mucho.
— ¿Y prudente?
— Así lo creo.
— Pues despiértate del todo,
Que asilo mejor te ofrezco,
Y con más luz y más calma
Hablar mañana podremos.»
Y el sacerdote delante
Y detras los dos mancebos,
De una angosta callejuela
En la oscuridad se hundieron.
ii7
II.
De los nobles distinguido
Y amado de los plebeyos ,
Era don Gil de Mendoza
Cura mayor de San Pedro ,
En quien por igual lucian
Las virtudes y el talento.
De esclarecido linaje ,
Y á la vez rico y espléndido r
Pasó sus años de mozo
En fiestas y galanteos;
Pero un amor malogrado ,
Según algunos dijeron ,
O un oculto, según otros,
Terrible drama doméstico ,
De la noche á la mañana
Le trocaron por completo,
Y el espejo de galanes
Fué á los ancianos espejo.
Muchos meses vivió en Roma
Olvidando y aprendiendo,
Hasta que vino á su patria
n8
Ya encanecido el cabello ,
Y del Rey tomó un curato,
Dando á los pobres el sueldo.
Este era el buen sacerdote
De Gaspar Antúnez dueño
Desde que le halló dormido
Sobre las gradas del templo,
Una noche que volvía
De dar la Unción á un enfermo.
Así las cosas se hallaban ,
Cuando un desusado estrépito
Se oyó en la casa del cura
Una mañana de invierno.
Acudieron los vecinos,
Los golillas acudieron ,
Y al entrar quedaron todos
•Petrificados de miedo.
Junto á la cama yacia
Don Gil de Mendoza yerto,
La venerable cabeza
Cortada á cercen del cuello;
Y las ropas en desorden
Y los arcones abiertos
Manifestaban bien claro
ii9
De aquel crimen el objeto.
Buscóse á Gaspar Antúnez
Con gran diligencia y celo;
Mas trabajaron en balde
Corchetes y cuadrilleros.
Sólo á fuerza de pesquisas
Rastrear pudo un sabueso
Que de Portugal la ruta
Tomó el miserable siervo;
Y aunque hasta allí fué á seguirle
De la justicia el empeño,
Cual gota de agua en un charco
El se perdió en el misterio.
III.
Diez años pasado habían
Desde el terrible suceso ,
Que ya recordaban sólo
Los narradores de cuentos ,
Cuando una hermosa mañana
Se paró frente de un puesto
De los muchos que en el Rastro
Pagaban los carniceros ,
120
Un hidalgo de buen porte ,
Cuyo lenguaje y arreos
De su patria y de su alcurnia
No daban indicio cierto.
Chocó á alguno su semblante ,
Alguno extrañó su dejo ,
Mas á nadie causó risa,
Porque todos ver pudieron
Que, aunque la capa era larga r
Por bajo asomaba el hierro.
Antes bien, con tono humilde
Muy diferente del gesto :
— ¿ Qué busca vueseñoría ?
Dijo el mercader atento.
— Buen hombre , lo que buscaba
En esa tabla lo veo;
Que ayer mandé mi criado
Por cabeza de carnero ,
Y volvió sin ella á casa ,
Lo cual me enojó en extremo.
— ¿ Queréis la cabeza toda
Ó solamente los sesos?
— Toda; con que ahorrad preguntas
Y pague esa dobla el precio.
Tomó la cabeza el rico,
121
Tomó la dobla el tendero ,
Y los curiosos tomaron
El tole muy satisfechos.
Dos ó tres hombres tan sólo
En pos del hidalgo fueron,
O por llevar igual rumbo,
Ó por designio secreto.
Pronto uno más , y otro , y otro
Aumentaron el cortejo,
Porque á los no prevenidos,
Los cobardes y los necios
El andar del embozado
Les daba mucho recelo ,
Pues caminando de prisa,
Sin apercibirse de ello,
Tras de sus pasos dejaba
De roja sangre un reguero.
Por fin un sordo murmullo,
Nube preñada de truenos,
Vino á sorprender al hombre ,
Que, parado y sonriendo,
Preguntó á los más cercanos :
— ¿ Se puede saber que es esto ?
Un alguacil que á la turba
122
Escoltaba desde lejos,
— Señor — contestó , no es nada ;
Mas tiene al público inquieto
Ver que al andar vais dejando
Huellas de sangre en el suelo.
— Y es verdad, ¡ Dios me castigue !
¿ No hay quien tenga á mano un lienzo
Y esta cabeza me envuelva
Que he Comprado hace un momento ?
Un grito', tan solo un grito
Ronco , formidable , inmenso ,
Como toque de agonía
Resonó en todos los pechos.
La cabeza que el hidalgo
Mostraba como un trofeo,
Era de Gil de Mendoza,
Cura mayor de San Pedro.
— ¡Don Gil, don Gil !— repetían
Cien y cien voces á un tiempo.
— j Á Gaspar ! ¡ al asesino ! —
Clamaban mozos y viejos.
Gaspar miró en torno suyo,
Sintió erizársele el pelo ,
Y con él rodó por tierra
Aquel despojo sangriento.
123
Sentenciada está la causa ,
Convicto y confeso el reo ;
La Plaza Mayor de fiesta ,
El patíbulo en su centro.
Va á morir Gaspar Antúnez,
Y antes del trance tremendo ,
Pedir quiere á la cabeza
El perdón que pide al cielo.
De sus lágrimas movido
Accede el juez á su ruego ,
Mas no merece el aleve
Sin duda tan alto premio :
La cabeza que le traen
Es cabeza de carnero.
Aun existe casi á espaldas
De la Plaza del Progreso ,
La calle de la Cabeza ,
Donde aconteció aquel hecho.
Sobre la casa del Cura
Aun vieron nuestros abuelos
Una cabeza de mármol
Que el Rey le puso por sello.
Fábula, historia ó leyenda,
Ni la afirmo ni la niego ;
124
Mas si á las nobles acciones
Halla recompensa el bueno;
Si es verdad que la conciencia
Tiene en el alma su imperio ,
Al que no marcha en la vida
Por el camino derecho,
¿ Quién sabe en qué encrucijada
Le espera el remordimiento ?
LOS ENVIDIOSOS.
FRAGMENTO DE UN POEMA.
LOS ENVIDIOSOS.
INTRODUCCIÓN DE UN PEQUEÑO POEMA QUE
PROBABLEMENTE NO PASARÁ DE LA INTRODUCCIÓN.
I.
os verás en la calle, en el paseo,
En el foro , en la Bolsa, en la Zarzuela,
Con el semblante demacrado y feo,
Y en la ropa los surcos de la vela.
Asisten al can-can y al jubileo
Protestando del método y la escuela ,
Pues de niños no fueron á ninguna
Graduándose de sabios en la cuna.
128
II.
Los hay de mala suerte y buen talante
Que salen de conquista por la noche,
Sólo por ver si atrapan, Dios mediante,
Alguna vieja que les lleve en coche.
Raro es entre ellos quien conoce á Dante;
Pero todos á Pipo y á Bamboche,
Y no ignoran tampoco la hostería
Donde se come mal , pero se fia.
III.
Por dar gusto al amigo y á la novia
Van de las letras á picar el cebo,
Y ora escriben con B Vigo y Varsovia,
Ora reniegan del ardiente Febo.
El que los quiera ver con hidrofobia,
No tiene más que hacerse un traje nuevo;
Llaman á la amistad vana quimera,
Y piden dos pesetas á cualquiera.
129
IV.
Tocante á su valor no digo nada ;
Pobre de aquel que lo pusiera en duda;
No hay quien resista el temple de su espada,
Como la punta de un colchón aguda.
Su sátira discreta y delicada
Es del ingenio poderosa ayuda,
Y así viven delgados como alambre
Matando cuanto ven , menos el hambre.
V.
j Oh sacra envidia ! ¡ venerando numen
Que bajo el cielo de mi patria vives ,
Y de nuestras grandezas el resumen
Con desenfado igual cantas ó escribes!
Ya coronen á un vate, ya lo emplumen,
Gratas ofrendas en tu altar recibes :
El caso es abatir al que se eleva
Y que se mojen todos cuando llueva.
130
VI.
Cuentan que el calamar, al ver cercano
£1 pez que se lo come si lo atrapa,
Enturbia con su tinta el Océano
Y entre la oscuridad ligero escapa.
Así cerca del rostro al ver la mano
£1 envidioso sus miserias tapa,
Y envuelto de su nada en lo profundo
Va sembrando simplezas por el mundo.
VII.
Fiera y tirana ley del apetito
Que al hombre inspiras pensamientos tales,
Y si es audaz le llevas al delito
Y si es tonto á medrar con sus iguales :
Cuanto más en tus crímenes medito
Más á piedad me mueven los mortales :
¿ Quién pide fe, ni amor, ni sentimiento
Al mono indócil ó al chacal hambriento ?
Madrid, 1868.
LAS PLORES DE MAYO
LEYENDA.
A MI ANTIGUO Y CARIÑOSO AMIGO,
ANTONIO SÁNCHEZ MOGUEL.
/
LAS FLORES DE MAYO.
LEYENDA.
I.
t N mil ochocientos ocho,
Como supondrán ustedes
Y como yo decir debo
Aunque el rubor me avergüence,
Madrid era, en punto á luces,
Un pueblo de mala muerte.
Desconocido el petróleo,
El gas sin saber qué hacerse,
Y siendo caso inaudito
Estar despierto á las nueve,
134
Sólo alumbraban las calles,
Y eso en las fiestas solemnes ,
Algunas cuantas docenas
De farolillos de aceite
Con que el buen Carlos Tercero
Quiso alegrar las paredes,
Y los devotos candiles
Que en cien sitios diferentes
Á cuadritos y retablos
Daban sombra casi siempre.
De aquella edad la memoria,
Que hoy un sueño nos parece ,
Áuifc hay quien viva conserva
Porque á la niñez le vuelve,
Y sé por más de un testigo
De aquel tiempo y á par de éste,
Que el misterio y la poesía
Tuvieron allí un albergue,
Que hace ya bastantes años
Les niegan nuestros hoteles.
Y es en el Madrid de entonces,
Sin luces y con franceses ,
En el Madrid de las majas
Y los chisperos rebeldes ,
Donde á entrar nos atrevemos
135
Por más que es de noche y llueve,
Y que vamos á una calle
Muy desierta y poco alegre,
Que se llamó y aun se llama
La calle de la Cruz Verde.
II.
Espiraba el primer dia
De Mayo , mes de las flores ,
Y en el reloj de San Plácido
Sonaba la media noche.
Triste y empañado el cielo
Por oscuros nubarrones ,
Dejaba paso á la lluvia ,
Del viento juguete dócil,
Que azotaba los cristales
Con acompasados golpes.
Sin duda á saber la causa
De aquel extraño redoble,
O de respirar ansiosa
La fresca brisa que corre ,
Ó por algo que ella sabe ,
136
Ó porque á alguno le importe,
Á un balconcito muy bajo
Está asomada una joven.
La luz que de adentro viene
Ilumina en ocasiones
Una cabellera rubia
Que un lazo negro recoge ,
Y en un rostro nacarado
Dos ojos como dos soles.
Del cuerpo no se ve nada,
Que del balcón hasta el borde ,
Ya en el suelo sostenidos ,
Ya atados á los barrotes,
Cien búcaros diferentes
Forman un espeso bosque:
Rosas de nieve y de grana
Que ya sus capullos rompen ;
Amarillos alelíes ,
Matas de claveles dobles
Confundidos y mezclados
Con arrayanes y bojes,
Ya entre los hierros se asoman ,
Ya junto al muro se esconden.
Parece el balcón el marco
Que á muchas Vírgenes ponen ,
137
Y al ponérselo á la niña
No anduvo el artista torpe.
Todo en torno era silencio;
Pero de repente oyóse
Al extremo de la calle
El rápido andar de un hombre >
Y de un farol moribundo
Á los tibios resplandores,
Pudo verse á un guapo mozo
De aire y continente nobles ,
Terciada al hombro la capa ,
Y en la cintura el estoque ,
Llegar del balcón enfrente,
Y al sentir un : — ¡ buenas noches !
Quedarse clavado en tierra
Ni más ni menos que un poste.
— I Eres tú , luz de mis ojos,
Tú , mi querida Dolores ? —
Murmuró al fin el mancebo
Con enamoradas voces.
— Sí , yo soy, Enrique mió;
Mas por si alguien mira ú oye ,
Ponte donde no te vean
Y habíame sin que me nombres.
1 3 8
— ¿ Me esperabas ?
— Hace rato:
Sé que siempre te recoges
Á estas horas, y quería
Que , al par que de tus amores ,
Me hablaras de lo que ocurre,
Pues aun cuando no me importe ,
Por tí y por mi madre vivo
Sufriendo penas atroces.
Ella no me dice nada ,
Pero algunas expresiones
Que be cogido á las vecinas
Me hacen temer algún choque
Que nuestra dicha destruya
Antes que gozarla logre.
— Tranquilízate, mi dueño,
Y por nada te incomodes,
Que antes que se acabe el mundo
Ya nos pondremos á flote.
Hoy es primero de Mayo,
Y aunque el demonio lo estorbe,
Para el quince, Dios mediante,
Nos echan las bendiciones.
Cierto que algo se prepara,
Yo no sé cómo ni dónde ,
'39
Y que nadie está contento
Pues no hay huésped que no enoje ;
Pero las cosas políticas
Son para gentes de Corte ,
Y ya habrá alguno que arregle
Lo que los otros embrollen.
Yo, pobre oficial de guardias,
Bailaré al son que me toquen ,
Y seré feliz en tanto
Que cual te adoro me adores.
— ¿Lo dudas?
— Fuera ofenderte.
— Pues vete tranquilo.
— Voyme.
— ¿ Volverás luego ?
— Esta tarde.
— Alegre te aguardo entonces.
— Retírate ya, bien mió.
— ¿Ytd?
— Si es que no te opones,
Voy á robarte una rosa.
*— No hace falta que la robes :
Las primeras que han abierto
Bien es que tu pecho adornen ;
Para tí voy á arrancarlas.
140
— Sí, pero no las arrojes,
Que por bellas y por tuyas
No consiento que se enloden.
En dos brincos las alcanzo
— Cuidado, que madre tose;
Tómalas, y adiós, Enrique.
— Adiós.
— Y basta.
— Á tus órdenes.
Y á la vez que se sentía
De un beso el mágico acorde ,
En el inmediato huerto
Cantaban dos ruiseñores.
ni.
Noche fué aciaga y terrible
La noche del dos de Mayo;
Noche en que hasta el sueño esquivo
Hizo duro el yugo blando.
Sobre todo en Maravillas
Nadie durmió con descanso,
Que el odio desveló á muchos
Y á no pocos el espanto.
Mi
Eran las nueve y estaban
Los faroles apagados,
Sin que en puertas ni balcones
De una luz se viera el rastro.
Apenas un ser viviente
Transitaba por el barrio ,
Y los pocos que lo hacian
Iban solos y á buen paso.
Por eso se santiguaban
Los que, con asombro y pasmo,
Por la calle del Tesoro
Vieron, asidas del brazo,
Dos mujeres encubiertas
Que, cayendo y tropezando,
De un postigo iban en busca
Junto al cual hicieron alto :
— ¿Es aquí? Con triste acento
Dijo la de menos años.
— Sí, hija mia ; ésta es la casa
Que yo soñé fuera de ambos.
La llave en la cerradura
Metió con incierta mano,
Y prontamente en la sombra
Las sombras se evaporaron.
142
Y era aquella la morada
De don Enrique Gallardo ,
Que del corazón altivo
Al poderoso mandato,
Después de pasar el día,
Combatiendo como bravo,
Frente de su misma puerta,
Cayó de su madre en brazos.
Y son su madre y su amada
Las que en su alcoba velando f
Ven por la herida escaparse ,
Sin dolor y sin desmayo,
El alma donde sus almas
Amantes depositaron. •
Al ver entrar á Dolores,
Y al ver en sus ojos llanto ,
Incorporóse el herido,
Y atrayéndola á su lado :
— Gracias, dijo, prenda mia;
Siento el dolor que te causo ,
Pero no quiero morirme
Sin que tú cierres mis párpados.
— No querrá el cielo que mueras.
— Es mi destino , y le acato ,
Que la gloria que en tí pierdo
'43
Para mi patria la gano.
{ Maldiga Dios al infame
Que , con hipócrita engaño ,
Vino de lejanas tierras
Nuestra ventura á robarnos;
Y sorpréndale la muerte,
Lejos de su bien más caro ,
En suelo donde no nazcan
Ni flores el mes de Mayo !
— Por favor , Enrique mió ,
Modera tus arrebatos,
No aflijas más á dos pobres
Mujeres que te adoramos.
— Es verdad, ya estoy sereno,
Y bien necesito estarlo ,
Que de mi triste partida
Siento que se acerca el plazo.
¿Ves estas flores ? No ha mucho
Que, besadas por tus labios ,
Sobre mi pecho las puse ,
Emblema de amor sagrado.
Si eran blancas y son rojas ,
No me culpes por el cambio ;
Las lágrimas que te debo
Con gotas de sangre pago.
144
Guárdalas , y cuando secas
Se truequen en polvo vano ,
Arroja al aire ese polvo,
Como semilla de daños,
Que del coloso á las plantas
Produzca frutos amargos.
¿Así lo harás?
— Te lo juro,
Que á tí sólo me consagro ,
Y, vivas ó mueras , nadie
Podrá romper estos lazos.
— Sí, Dolores, sólo mia,
Que este pensamiento grato
Es de mis heridas todas
El más saludable bálsamo.
Mi madre será la tuya ,
Sé de su vejez amparo ,
Y espera en calma que llegue
De unirte conmigo el plazo.
No puedo más de mis ojos
Se va tu imagen borrando
¡Madre ! ¿De quién es la sombra
Que apenas á ver alcanzo ?
— Don Gaspar, el sacerdote,
Vinq á verte y te lo traigo
— Bien hiciste , madre amada,
Dejadme con él un rato.
Oyóse algunos minutos
Un triste acento apagado ,
Luego un grito, uno tan sólo,
Después plegarias y llantos;
Mientras el alma de Enrique
Iba cruzando el espacio,
Viendo la ventura arriba ,
Dejando el dolor abajo.
IV.
Han pasado muchos meses
Desde la anterior historia,
Que ya ninguno recuerda
Pues todo el tiempo lo borra.
Y es una tarde de otoño
Serena y encantadora ,
Y están tocando á oraciones
En un convento de monjas,
De los varios que hermosean
Los contornos de Segovia.
10
146
De la torre en lo más alto
Se vislumbra humana forma;
Es una joven novicia
Que arrodillada solloza ,
Al par que dirige al cielo
Frases de angustia muy hondas.
— I Dios mió ! — exclama — Tú fuiste
Quien me llevó á la victoria ,
Y al fin me encuentro contigo
Y con mi conciencia á solas.
«
Cumplidos mis juramentos
Nada ya que hacer me toca,
Y á tí vengo, sin que anuble
Mi pensamiento una sombra.
Me concediste dos madres
Y las dos en paz reposan ;
Prometí ser fiel á un hombre
Y aun mi corazón le adora.
Un encargo, uno tan solo
Dio al olvido mi memoria,
Que por el odio engendrado
Me llenaba de zozobras.
Hoy que del mundo me alejo
Como quien vence y perdona f
Dejar libre quiero el alma
*47
De este peso que me agobia.
¡Flores primeras de Mayo,
De mi amor tempranas rosas ,
Fuisteis robadas al aire,
Y el aire es quien os recobra!
Mas si en sus alas un dia
Os lleva la suerte loca
De nuestro fiero verdugo
Hasta rozar la corona,
De una mujer desdichada
No le contéis las congqjas,
Que suele ser el martirio
Compañero de la gloria ,
Y yo trocar no quisiera
Por la suya mi aureola.
Partid á los cuatro vientos,
Porque mañana á estas horas
La desposada de Enrique
Será del Señor esposa.
Cuando nuevo Prometeo
Encadenado á la roca ,
Espiraba en Santa Elena
El prisionero de Europa,
Sobre la tierra movida
14»
Que en oprimirle se goza,
Dos ó tres flores humildes
Entreabrieron sus corolas.
¡Cinco de Mayo era el dia!
¡ Flores de Mayo preciosas ,
Hermanas quizá de aquellas
Que absorbieron gota á gota,
Con la sangre de un soldado
Las lágrimas de una monja !
i»78.
EL HERMANO ADRIÁN.
LEYENDA.
AL INSIGNE PINTOR SEVILLANO,
JOSÉ VILLEGAS.
EL HERMANO ADRIÁN.
LEYENDA.
I.
fies^í omo sale apresurado
Al abrirse la colmena
Tropel alegre y confuso
De bullidoras abejas,
Así al caer de una tarde
De otoño, lluviosa y fresca,
Salieron ocho ó diez mozos
Alborotando por treinta,
De un caserón sucio y negro,
Aunque de noble apariencia,
25»
Que del arrabal de Córdoba
Daba sombra á una calleja.
No era ya de los Califas
La espléndida Corte aquella,
Pues iba á espirar el año
De mil quinientos setenta,
Pero' aun, sultana del Bétis,
Por su hermosura y riqueza
Embelesando los ojos
Dejaba al alma suspensa;
Que á ésta y aquéllos á un tiempo
Brindaban encanto y guerra
De sus jardines la pompa,
De su suelo la opulencia ,
El valor de sus galanes
Y la gracia de sus hembras.
Y á correr tales peligros
Y á gozar tantas bellezas
Una falange de artistas
Labró su nido resuelta
En los rotos murallones
Y en las cúpulas soberbias
De la ciudad que algún dia
Fué del Occidente reina.
Genios de doradas alas
253
Que el sol de la gloria quema,
Que de esperanza se nutren ,
Que con imposibles sueñan
Y que al declinar la tarde ,
Ya acabada su tarea ,
Del sabio Pablo de Céspedes
Desierto el estudio dejan,
Llenando al pasar la calle
De suspiros y ternezas,
Cantares y carcajadas ,
Juramentos y blasfemias.
Iba tendiendo la noche
Sus cortinajes de niebla,
Cuando del alegre grupo
Destacóse una pareja
Que abandonando la turba
Tomó dirección opuesta.
Dos mancebos la formaban
Casi de igual apariencia,
Por más que el uno tenía
Faz desdeñosa y morena
Que iluminaban á ratos
Dos ojos como centellas,
Y el otro el semblante dulce
154
Y la rubia cabellera
De un querubín arrancado
í)el tríptico de una iglesia.
Ninguno de veinte abriles
Pasaba, según las señas,
Y unidos en lazo estrecho
De amistad segura y tierna,
Ambos con mucho de artistas
Y no poco de poetas,
De Céspedes, su maestro,
Los dos predilectos eran.
Por Agustín del Castillo
Contestaba el de faz seria :
El rubio, infeliz expósito ,
Llamábase Adrián á secas.
En silencio y muy de prisa,
Después de bastantes vueltas,
Llegaron por fin del rio
Hasta la margen amena ,
Y allí las capas tendiendo
Sobre la alfombra de hierba,
Que de la reciente lluvia
Aun conservaba las huellas ,
Este coloquio entablaron
Juntando las manos diestras.
155
« — ¿Hablaste con ella, Adrián?
— Debajo de su ventana
Me sorprendióla mañana,
Pero fué vano mi afán.
De sus padres al rigor
Su voluntad encadena.
— ¿ Y ya á casarse ?
—Con pena.
-^-Te engaña, Adrián: con amor.
No hay fuerza ni tiranía
Que el cariño no quebrante,
Ni toma ningún amante
Mujer en quien no confia.
Ave pasajera ha sido
Que da al viento su cantar ;
Tú la enseñaste á volar
Y vuela lejos del nido.
— Mas ¿no conoce la ingrata
Que es ella mi vida entera ?
— ¿Cuándo ha tenido la fiera
Lástima de aquel que mata ?
Jugó con tu corazón
Y ganó ; su ejemplo toma:
Te ha herido como paloma,
Véngate como león.
156
— No puedo, Agustín, no puedo;
En el afán que me inspira.
Quererla, me enciende en ira,
Olvidarla, me da miedo.
Dime, pues, si es la verdad
Lo que me anuncia tu labio ;
Dime que con torpe agravio
No ultrajas su castidad;
Y después de bendecir
Al que noble me amparó,
Si dejar de amarla no,
Podré dejar de vivir.
— ¿Aun lo dudas?
— ¿ Qué he de hacer ?
— Pues da tregua á tus enojos ,
Porque con tus propios ojos,
Lo vas esta noche á ver.
— ¿Esta noche?
— Te lo juro.
— ¿Y cómo?
— Es cosa sencilla,
Que tiene el sueño la villa
Muy pesado y muy seguro.
Todo de mi cuenta corre;
Á las doce, y muy alerta,
*57
Búscame de la Malmuerta
Junto á la arábiga torre.
Una vez allí los dos
Yo tu duda aclararé;
No faltes.
— No faltaré.
— Entonces, adiós.
— Adiós.»
Y dejando en soledad
La oscura y triste ribera ,
Ambos con planta ligera
Perdiéronse en la ciudad.
Empujadas por el viento
Se rasgan las nubes negras,
Abriendo paso á la luna
Que sus perfiles argenta.
Han sonado ya las doce ,
Apagándose con ellas
Los rumores en la calle,
Las luces en las viviendas.
Sólo dos sombras confusas
Se ven en una plazuela
Contigua á la vieja torre
Llamada de la Malmuerta,
15*
Cuyas dos sombras calladas
Que dos mancebos semejan,
Ya escuchando se detienen ,
Ya inquiriendo se pasean.
De pronto , tras de una esquina
En el muro se repliegan ,
Y sus miradas dirigen
Hacia una ventana estrecha,
Donde al fulgor de una lámpara
Vaga imagen se proyecta.
Es una mujer; su aspecto
Denuncia su gentileza,
Que al interrogar ansiosa
Con los ojos las estrellas,
Su faz y la de la luna
Disiparon las tinieblas.
Turbada está y pensativa
Como quien teme ó espera,
Y sabe Dios cuánto tiempo
Le durara la tristeza ,
Si un sordo rumor de pasos
Que por instantes se acerca
No convirtiese en carmines
De su tez las azucenas.
Tres exclamaciones mudas
»59
Que el alma robó á la lengua
Al mismo compás dijeron :
— ¡ Amor ! — | castigo I — ¡ vergüenza !
Pronto llegó el embozado
De su esperanza á la meta ,
Y á una señal convenida
La niña, con mano diestra,
Lanzó á la calle una llave
Que botó contra las piedras.
No tuvo, con todo, tiempo
El galán de recogerla,
Que otro embozado á tal punto,
El pié poniendo sobre ella,
— « ¡ Atrás ! — exclamó con ira —
Y descúbrase quien sea,
Que es oficio de ladrones
Ir á caza de estas prendas. »
Sonó un grito en la ventana ,
Surgió otra sombra siniestra,
Y dos espadas desnudas
Relampaguearon inquietas.
— «¿ Qué haces , Agustín ?
— Vengarte —
Contestó una voz resuelta.
— Reñid, pues, y no uno á uno;
:6o
Para los dos tengo fuerzas.»
Y hablando el desconocido,
La capa arrolló á la izquierda
Y en la pared apoyándose
Dio principio la pelea.
Mas al ver Adrián su rostro
Donde la luna refleja ,
Entre los dos combatientes
Lanzóse, con tal demencia,
Que herido por un acero
Cayó desplomado en tierra.
En esto á abrirse empezaron
Los balcones y las rejas;
Algún vecino celoso
Echó al aire la linterna;
Dieron chillidos de espanto
O de envidia las doncellas,
Y de ronda ya cercana
Trajo el aviso una dueña.
Detras del feliz amante
Se oyó crujir una puerta,
Y Agustin al verse solo
Con su amigo, que no alienta,
Levantándolo en sus brazos
i6i
Cual si tierno niño fuera.
* *
En silencio y muy de prisa
Ganó la oscura calleja.
Gotas de sangre en el suelo ,
Una llave casi nueva,
Mucho corrillo en la plaza ,
Y mucha boca indiscreta,
Eso halló no más la ronda
Cuando, armada y soñolienta,
Llegó al lugar del suceso
Con su alcalde á la cabeza.
n.
De un convento las campanas
Sin intervalo repican,
Que hacen en Córdoba fiesta
Los hermanos Carmelitas.
Por donación de ua devoto
Se ha fundado una capilla,
Y ya el altar concluido
Se bendice en este día.'
ii
i6a
El Üenzo que lo decora
Una cruz tiene por firma,
Y ha servido en él de asunto
Magdalena arrepentida.
Dicen que es de autor anónimo
Los curiosos que lo admiran ,
Y hallan extraño se oculte
Quien es tan insigne artista»
La pecadora sublime
Rezando está de rodillas ,
Siendo su templo el recinto
De una caverna sombría ,
Un crucifijo y un cráneo
Los que su oración inspiran ,
Su lecho la dura piedra ,
Su descanso la vigilia,
£1 cielo su juez airado,
Y su verdugo ella misma ;
Nunca á perfección tan alta
Llegó la belleza física ,
Como en aquella pintura,
De los ojos maravilla.
A través de los harapos
Se ve un alma que palpita ,
Que vive, y recuerda, y siente 9
163
Y ama, y espera, y confia.
De aquel demacrado rostro
En las virginales líneas,
Inútilmente se buscan
Las huellas de la lascivia;
Todo lo borró el encanto
De la aspiración divina,
Cual ola que á cada embate
Deja la arena más limpia.
Ya va llenando la gente
La anchurosa galería ,
Ya el sacristán los atriles
Dispone para la misa.
Por llegar junto á la verja
Los más impacientes lidian ,
Y hay quien llega sin pensarlo T
Porque á la fuerza le obligan.
Uno descuella entre todos,
Uno á quien cuantos le miran
Abren paso , hasta ponerle
El primero de la fila.
Tras él avanza una joven
De negras tocas vestida;
Ambos se paran á un tiempo ,
Y al cuadro elevan la vista.
x(¡4
— « ¿Qué os parece, señor Céspedes? —
Dice el sacristán con risa ;
Oiga yo de vuestra boca
Si es tan bueno como afirman.
— Pues digo — exclama el maestro —
Que del pintor tengo envidia,
Y que, ó debe ser Ticiano,
Ó vive Adrián todavía. »
Bajó la dama al oirle
La frente descolorida,
Y en el rincón más oscuro
Se escondió de la capilla,
Mientras Céspedes , teniendo
La mirada en ella fija,
Murmuraba : — « Se parecen
Como dos granos de mirra ,
Pero uno corrompe el aire,
Y el otro lo purifica. *
— «¿No viene, hermano, á la fiesta?
Ya el esquilón nos avisa,
Y entra el guardián en el coro
Con cantores y organistas.
Tomar parte en vuestro triunfo
La comunidad ansia ,
i6 5
Que la habéis donado un lienzo
Que, más que lienzo, es reliquia.
— Basta, hermano, y perdonadme;
Rendido estoy de fatiga,
Y á orar me quedo en mi celda ,
Ya que la oración me alivia.
En cuanto al lienzo, es tan pobre
Que , aunque el vulgo lo sublima ,
Pienso que el último sea
De cuantos pinté en mi vida.
Todos los que en torno miro
Con el pasado mé ligan :
Fantasmas son de unos sueños
Que hoy la realidad disipa ,
Y al recordarme mi gloria
Me recuerdan mis desdichas.
Déjeme, pues, buen hermano,
Y mi dolor no le aflija,
Que voj camino del cielo
Con mi corona de espinas. »
Y esto diciendo, quedóse
Desfallecido en la silla,
En tanto que el otro fraile
Al coro se dirigía.
1 66
Cuando ya solo en la celda
Se halló el joven carmelita,
Levantóse, y del secreto
De una papelera antigua
Sacó una carta cerrada
Y fuese al balcón á abrirla.
Vieron desde allí sus ojos
La ciudad y la campiña,
El sol que del ancho rio
Doraba las puras linfas ,
Y al mismo tiempo, y muy cerca,
Escuchó clara y distinta
Del órgano del convento
La celestial armonía.
Luego, al sentir que una lágrima
Le quemaba la mejilla ,
Rompió de la carta el sobre
Y leyó con faz tranquila :
«Adrián : Estaré muy lejos
Cuando estas letras recibas,
Y en ellas quiero dejarte
De mi amistad prueba escrita.
Desde la noche funesta
En que la suerte enemiga
De tu amor y mi venganza
i6 7
Nos arrebató la dicha,
No sólo velé tu sueño
Curando tu grave herida,
Sino que de aquella infame
He sido constante espía.
Si al seductor en tres años
Mi acero no hizo justicia,
Fué recordando lo mucho
Que te amparó su familia,
Cuando en abandono triste
Huérfano y solo vivías;
Pero á la infiel me propuse
Por toáas partes seguirla,
Pregonando sus maldades
Y haciéndola de él indigna.
Esto es lo que he conseguido,
Y ya mi misión cumplida,
Parto é Florencia y á Roma,
Que estudio y placer me brindan.
No casará Magdalena
Con don Rodrigo de Silva,
Quien siente de haberla amado
Vergüenza tan infinita,
Que en expiación de esa culpa
Ha erigido la capilla
168
Donde pronto los cristianos
Alzarán preces benditas.
No te envolverá en sus redes t
Porque Dios de ellas te libra ,
Y de todos despreciada
Sufrirá en breve la inicua
El rigor de los que lloran
Y el desden de los que olvidan.
Adrián , la gloria te espera ;
Eres monje, fuiste artista;
Hoy puedes ser las dos cosas;
Mira al cielo, reza y pinta.
Yo te animaré á la lucha,
Y cuando al pesar te rindas
Llama á Agustín del Castillo,
Que no faltará á la cita. »
Mordióse el fraile los labios ,
En que brotó una sonrisa,
Hizo pedazos la carta
Poniendo un beso en la firma >
Y metiéndose en la celda
Con desusada energía
Cuadros, bocetos, apuntes,
Reunió en una inmensa pira,
- 169
Á los cuales aplicando
Una roja lamparilla
Que á un viejo Cristo alumbraba
Metido en una hornacina ,
Hizo pabellón de fuego
Y pirámide de chispas.
Cuando después de la fiesta
La comunidad reunida
Fué á dar al pintor su hermana
Enhorabuenas y albricias,
Halló un fraile moribundo
Sobre un montón de cenizas.
Años hace que de Córdoba
Visitando las ruinas ,
En la oscuridad de un templa
Fijé en un cuadro la vista.
De una bella pecadora
Ser retrato parecía,
Y en él no se vislumbraban
Nombre, ni fecha, ni cifra.
¿Era de Adrián la pintura?
¿ Era Magdalena ,misma ?
170
Nunca llegué á averiguarlo
Pero aquel hermoso enigma
Aun, si á mi memoria acude,
Siento que el sueño me quita.
LA PRIMAVERA.
BOCETO DE UN POEMA
A MI QUERIDO AMIGO Y COMPAÑERO,
JOSÉ P. VELAJEtüE.
LA PRIMAVERA.
BOCETO DE UN POEMA.
PRELUDIO.
a mar, y tierra y viento
El himno cantan que al empíreo sube ;
Ya el prado, ayer sediento,
Recoge el llanto que le da la nube.
Del tronco carcomido
Se columpia la verde enredadera,
Y llama desde el nido
Á la tórtola fiel su compañera.
*74
Rumor de onda sonora
En el aire y el bosque se percibe,
Y al beso de la aurora
Todo se anima y se despierta y vive.
I Salve, estación amada,'
Por Dios y por los hombres bendecida.
Madre siempre esperada
Que de sus pobres hijos no se olvida !
Aun de tu sol el rayo
De mi pecho en el fondo reverbera;
i Crepúsculos de Mayo,
Alegrad mi cansada primavera !
CORO DE INTRODUCCIÓN.
Nosotras somos el alegre coro
De esa deidad que el tiempo llama Abril,
Y preso el mundo en nuestras redes de oro
Ve deslizarse el sueño juvenil.
Dicha, amor, esperanza ; poesía,
Todo en nosotras vinculado está ;
175
Alba de la Creación fué nuestro día ,
Su noche á nuestra noche seguirá.
Con Grecia amanecimos á la Historia;
De Colon y Cortés fuimos en pos ;
Los opresores nos llamaban gloria;
Los oprimidos nos llamaron Dios.
Del Arte y de la Ciencia mensajeras,
Los hicimos brotar ó renacer,
Y fueron del ingenio primaveras
Newton, Murillo, Dante, Gutenberg.
Hoy, respondiendo al eco de tu lira,
Juntas llegamos en tropel aquí ;
l Cuál de nosotras es la que te inspira?
Dínoslo ya. — Y el vate dijo así :
LA PRIMAVERA DEL AMOR.
Un alma está dormida ;
De pronto un movimiento,
Una explosión oculta
De dulce sentimiento,
176
La voz jamas oida
De algún soñado ser,
Rompiendo su letargo
La llevan en sus alas,
De espacios infinitos
Por las abiertas salas
Entre dolor amargo
Y celestial placer.
Asi en la mente brota
El fuego de la idea ;
De la materia surge
La voluntad que crea,
Y el hombre, eterno ilota,
Se iguala á su Hacedor;
Cuando en la opaca bruma
De la naciente vida,
Contempla con el gozo
De la ilusión cumplida
Formarse de la espuma
La Venus del amor.
I Amor! grito primero
De todo humano idioma,
Flotando sobre el caos
177
Como celeste aroma,
El universo entero
Postróse ante tu altar.
Y del Edén fecundo,
Perdidos los verjeles,
Cual irritado atleta
Ganoso de laureles,
En otro Edén el mundo
Viniste á trasformar.
Por tí vistió natura
Sus galas más hermosas,
Por tí la virgen tierra
Se coronó de rosas,
Y de la fuente pura
Fué música el rumor.
Por tí crece en el lodo
Contento el vil gusano;
El tronco ayer marchito
Retoña más lozano;
Por tí germina todo
Átomo , fruto , flor !
¡ Bendita primavera,
Símbolo de la infancia!
12
i 7 8
¡ Dichoso aquel que aspira
Tu mágica fragancia
Y por la vez primera
De amor cede al poder !
¡ Que cuando sopla airado
De invierno el cierzo rudo r
Mejor el árbol troncha
. "Que solo está y desnudo,
Que el que miró á su lado
Sus vastagos crecer !
PRIMAVERAS PASADAS.
Jardines del Buen Retiro r
De Madrid rico verjel,
¡ Cuántas primaveras visteis
Sobre vosotros correr !
¡ Cuántas damas y galanes ,
Llenos de amor y de fe ,
En vuestras amenas frondas
Oyeron con avidez
Los halagos del cariño
Y las quejas del desden!
Aun cuando al morir la tarde
179
Palidece el astro-rey ,
Ó la brisa matutina
Columpia el alto ciprés,
No hay arbusto que no tome
La forma de una mujer,
Ni ruido que no murmure
Laura, Julieta, Isabel
Allí de Lope y Quevedo
Sigue las huellas el pié;
De la corte de Felipe
Se admira la esplendidez,
Y el llanto asoma á los ojos
De cuantos quisieron bien
Del noble Villamediana
Recordando el fin cruel.
¡Pobre poeta! hasta el cielo
Pudo atrevido ascender,
Y el rayo que allí se forja
Diadema de su amor fué.
Por eso los cortesanos
Le llamaron descortés ,
Que donde el capricho impera
La adulación es de ley.
¡Jardines del Buen Retiro,
Qué de historias escondéis !
1 8o
También era primavera,
Y mes de Mayo también ,
Cuando haciendo vuestras flores
Alfombra de su coree,
Un invasor atrevido
Humilló nuestra altivez.
Vosotros testigos fuisteis
De la saña del francés ,
Y aun en triste montecillo
Alzada la cruz se ve
Á cuya sombra los mártires
Duermen el sueño postrer.
Bordado está de amapolas
Todo el montecillo aquél,
j Del cadáver de la patria
Gotas de sangre tal vez!
PRIMAVERAS PRESENTES.
Son las seis de la mañana,
Y á dar al cuerpo respiro
Y á sacudir la galbana
Dirígese hacia al Retiro
La multitud cortesana.
x8x
Cuantos enfermos están
Á los pilones se van
•Con el vaso preparado;
Buscando gente el casado ,
Huyendo de ella el galán.
Al estanque en que se alegra
Va la pobre suripanta
De suerte y mantilla negra ,
Y los maridos con suegra
Al baño de la Elefanta.
Del Parque toma el sendero
El que de Alcázar ó Quero
Llegó con mujer y chicos ,
Y en la jaula de los micos
Parece el mico primero.
Al sueño suele llamar,
Haciendo que aprende Historia
Más de un fingido escolar,
Sentado junto á una noria
De que debiera tirar.
182
Mientras de un peral al pié
Disputan Pedro y José,
Ya de la furia en el colmo,
Sobre cuál la tierra fué
Donde dio peras el olmo.
Todo es rumor y alegría
En aquel recinto ameno;
Todo luz, todo armonía
Bajo su cielo sereno
Y entre su enramada umbría.
El aire fresco y sutil
Con flores y plantas juega,
Y la turba juvenil,
Gozando también su Abril,
Juega á la gallina ciega.
Aquí cien niñas gozosas
Juntan en corro las manos,
Crisálidas vaporosas
Que dejan de ser gusanos
Y van á ser mariposas.
i8 3
Más allá Concha y Camila,
Ocultas en el Parterre,
Comentan con faz tranquila
El billetito de un lila
Que escribe virtud sin erre.
Y en revuelta confusión
Halla el cuerpo retozón ,
Libre de penas y enojos ,
Encanto para los ojos ,
Placer para el corazón.
Regalada primavera ,
i Quién el secreto tuviera
De tu espíritu fecundo ,
Que anima y que regenera
Todos los años el mundo !
¡ Quién por mágico poder
Eterna lograra hacer
En dulce , inefable calma ,
La primavera del alma
Que huyó para no volver!
1 84
¡ Y viviendo de esta suerte
Pudiera en batalla ruda
Triunfar animoso y fuerte
Del otoño , que es la duda',
Y el invierno, que es la muerte I
LO QUE DICEN LAS HOJAS.
Moviendo su penacho,
Dice la palma :
— Del vencedor soy premio,
Del mártir , gala.
— Yo, murmura la rosa,
Soy la fragancia.
— Y yo, prorumpe el sauce,
Dolor que mata.
—^ Soy fuerza, grita el roble f
— Yo , el laurel , fama.
— Yo soy virtud , la encina
Dice en voz baja.
Así al cielo y al aire
Las hojas hablan,
Cuando aquél resplandece
Y éste se apaga,
185
Y sonríen los pinos
Á las acacias ,
Y lloran las adelfas
Enamoradas ,
Y se buscan las vides
Y se entrelazan.
Sólo el ciprés oscuro
Suspira y calla,
Pareciendo en la noche
Negro fantasma ,
Que de volar cansado
Plegó las alas,
Ó bien en la llanura
Triste atalaya,
Enseñando el camino
De su morada
Á las que al cielo aspiran
Cándidas almas.
Por eso de las tumbas
La puerta guarda,
Y cuando el suelo cubre
Manto de escarcha,
Su copa al aire mece
Siempre lozana.
i86
LO QUE DICE EL RUISEÑOR.
Cruce el águila caudal
La vaga región del viento,
Y escalando el firmamento
Conquiste gloria inmortal.
En tanto yo de un rosal,
Menos alto que florido,
Colgaré mi alegre nido,
Y de las aves al coro
Uniré el canto sonoro
Ni ensayado ni aprendido.
Cantor de la primavera
La suerte me quiso hacer,
Y me escucha con placer
La naturaleza entera.
Más de; una vez la pradera
Contemplé de sangre roja,
Y entre la mortal congoja
Y el incendio aterrador,
i$7
Iba mi canto de amor
Resonando de hoja en hoja.
* Poetas y ruiseñores
Del mismo soplo nacimos ,
Y en el mundo en que vivimos
No hay más que música y flores.
En vano con sus rigores
Nos brinda fortuna inquieta,
Que mientras guarde el planeta
Luz, primavera y amor,
Al canto del ruiseñor
Responderá el del poeta.
i88
LO QUE DICE EL POETA.
SONETO.
¡Ensueños de ambición, dicha engañosa,
Como todas las nubes pasajera !
j Con qué placer al fin de mi carrera
Os doy mi despedida cariñosa !
Ya no codicia más el alma ansiosa.
Que la verdad y el bien busco sincera,
Que dormirse á tu arrullo, primavera,
Y entre flores hallar oculta fosa.
Sobre ella trine el ruiseñor canoro;
La tenue luz del espirante dia
Baje á envolverla en sus crespones de oro.
No cantará ya el vate cual solia
Pero ¡silencio! contened el lloro
¡ Acaso esté soñando todavía !
MURILLO.
LEYENDA BIOGRÁFICA.
MURILLO.
LEYENDA BIOGRÁFICA.
unto á la orilla del Bétis,
Que al par fecunda y alegra
Los verjeles sevillanos
Conque aun el árabe sueña,
Hace dos siglos y medio,
Largos ya, según mi cuenta,
Que en una humilde casita
De la calle de las Tiendas,
Ai nacer un débil niño,
De amante consorcio prenda, '
Nació la gloría más pura
192
De las glorías de esta tierra.
Si era ó no de alcurnia noble,
Si era hidalgo ó no lo era,
Ni las crónicas lo dicen
Ni en verdad nos interesa;
Que títulos de hidalguía
Cual los que Murillo ostenta,
Ni se tienen, ni se piden,
Ni se compran , ni se heredan.
Que fueron pobres sus padres
Se da como cosa cierta,
Y no es de extrañar, que el cielo
Hace á menudo que crezcan
En las conchas más ocultas
Las más peregrinas perlas.
Signo de que fué su infancia,
Como su origen , modesta ,
Es que hasta los más curiosos
No paran mientes en ella,
Siendo la primer noticia
Que de Murillo se encuentra
La que consigna el comienzo
De su brillante carrera.
Túvolo Juan del Castillo
De niño casi, en su escuela,
193
Allí cultivó el dibujo
Con mano firme, aunque tierna.
Muy pronto de su maestro
Hubo de llorar la ausencia,
Y desvalido y sin guía
Vivió, llevando ala feria
Las imágenes devotas
Que hacía en tablas y en telas,
. Y que por precio mezquino
Se exportaban para América.
Pero al ver de Pedro Moya,
Llegado allí de Inglaterra,
Las magníficas figuras
.En que Vandick se refleja,
Romper su cárcel ansia
Volando á más alta esfera,
Que son muy grandes sus alas
Para prisión tan pequeña.
Mas ¡ ay ! Vandick ya no existe,
Y soñador y poeta,
A Italia vuelve los ojos
Y en marchar á Italia piensa.
Trabaja entonces con brío,
Lienzos y más lienzos llena,
Y á un mercader que su viaje
«3
«94
Paralas Indias apresta,
Hace resuelto y prudente
De sus cuadros almoneda.
Y sin decírselo á nadie,
Sin despedirse siquiera ,
De Madrid toma el camino
Y á Velazquez se presenta,
Que como amigo y paisano
Le dice con alma y lengua :
-i- Disponed de cuanto tengo r
Genio, taller, cama y mesa.
Dos años van trascurridos ;
Dos años Murillo lleva
Viviendo en Madrid la vida
Del sentimiento y la idea.
No hay ya secreto en el arte
Que su pincel no sorprenda,
Pues con Velazquez le inspiran
Rubens, Ticiano y Ribera.
Pero un color le seduce
Que no tiene en su paleta ,
Y es el azul de aquel cielo
Ál que ninguno semeja.
Y por eso decidido
195
Dando á Sevilla la vuelta,
— j Gracias á Dios ! — repetía
Viendo la Giralda cerca.
Tierra donde fué á espirar
Y que le viste nacer,
Bien puedes ufana estar,
Que en la cuna de aquel ser
Puso la gloria un altar..
Tu cielo en él se grabó
Con resplandores tan bellos ,
Que nadie á saber llegó
Si el artista los copió
Ó si le copiaron ellos.
Quizá en sus sueños veia
El contorno soberano
De la imagen de María,
Cuando con segura mano
En el lienzo la imprimía.
Y á custodiar su tesoro,
Maravilla del decoro
196
Y tormento de Luzbel,
De los ángeles el coro
Brotaba de su pincel.
Belleza tan bien sentida
Que bien en ella se advierte
Sirve á una fe decidida,
De aspiración en la vida,
De galardón en la muerte.
¡Murillo ! si en esa altura
Del hombre ofrendas recibes,
Si alcanzaste la ventura,
Y entre esos ángeles vives
Que idealizó tu pintura :
Tú que el arte y la poesía
Fundistes en el crisol
De tu hermosa fantasía,
Con la del pueblo español
Recibe la ofrenda mia.
3 Abril 1882.
JUAN BRAVO, EL COMUNERO.
LEYENDA.
ADVERTENCIA.
Por encargo de mi buen amigo Mariano Vázquez , director
de la Sociedad de Conciertos , escribí en breves horas la leyen-
da de Juan Bravo , con objeto de que se leyera en los interme-
dios de la magnífica composición musical que Bethoven inter-
caló en los entreactos de El Conde Egmont.
Razones fáciles de comprender me hicieron cambiar el per-
sonaje sustituyéndole por otro algo parecido en la muerte , ya
que no en la vida ; y mi leyenda , declamada , como él sabe
hacerlo, por el distinguido actor Rafael Calvo, obtuvo un
éxito superior al que yo esperaba y ella merecía. La incluyo,
por tanto, en este libro, sin alterar en nada su estructura, para
que conserve su carácter, que no es otro que el de una impro-
visación poético-musical.
JUAN BRAVO, EL COMUNERO,
LEYENDA
(1521)
PRÓLOGO.
on sordo rugido anuncia
La mal comprimida cólera.
Que por libertad suspira
La noble tierra española.
Le dio el César Carlos Quinto
Mucho nombre y mucha gloría ,
Mas de prelados y grandes
Sufre la coyunda odiosa,
202
Y los castellanos pagan
Mientras los flamencos cobran.
Aun el temor del castigo
Pone mordaza en las bocas,
Y ocultos están los hierros
Y están sin bruñir las cotas ,
Que esclavo que la cadena
Llevó puesta muchas horas
De sus miembros entumidos
Tarde la fuerza recobra.
Por eso cuando los hombres
Se juntan en son de broma
En las fiestas populares
Con que se alegra Segovia,
No son donaires ni chistes
Ni juegos de gente moza,
Sino palabras sombrías
Y ardientes miradas torvas
Lo que ven y lo que escuchan
Cuantos al corro se asoman.
Sólo si algún indiscreto ,
Por una causa ó por otra,
De algún nombre venerado
Llega á evocar la memoria f
Todos los labios sonríen t
203
Todas las manos se chocan ,
Todos los ojos fulguran ,
Y sueñan las almas todas.
— ¡ Padilla ! dicen en coro—
Él nuestro derecho apoya ,
Y á su voz y á su ardimiento
No hay quien resistencia oponga.
Pero aun es mayor el gozo
Si deslizado en la sombra ,
El recuerdo de Juan Bravo
Despierta esperanzas locas,
ídolo de los pecheros ,
De los nobles prez y antorcha ,
En la apostura arrogante
Y gentil en la persona ,
No hay peligro que no venza ,
Ni infortunio á que no acorra,
Ni corazón que no gane
En lides tiernas ó heroicas.
Mas de tantos corazones
Que le siguen y le adoran,
Uno solo le avasalla
Y ante uno solo se postra:
El que palpita en el seno
De la virgen pudorosa,
204
Emblema de su ventura
Y flor de celeste aroma,
Que con su sonrisa ríe
Y con sus lágrimas llora.
Pensativa está María,
Que Bravo á luchar se arroja,
Y ella el combate desea
Que ya próximo pregonan
Los latidos de su pecho
Y de su amor las zozobras.
Volar quisiera á su lado,
Y al ver que su afán no logra,
Canto parecen de guerra
Sus apasionadas notas.
I.
Niña, que en sueño de amor
Anhelas para el que quieres
Del combate los placeres
Y del triunfo el esplendor.
Feliz tú que no imaginas
Que del tiempo á los rigores
205
No hay corona, ni aun de flores,
En que no broten espinas.
Pronto de lucha tenaz
Vas á sentir el desvelo;
Pronto tus ojos al cielo
Se alzarán pidiendo paz.
Y entre el horrendo fragor
De la tormenta que brama
Y el delirio de tu amor,
Mariposa del dolor
Te abrasarás en su llama.
H.
Ya estalló la rebelión ,
Ya por valles y colinas
Pregoneras las ruinas
De horrores y llanto son.
Ya el comunero pendón
Al viento alzado tremola,
Y, desbordada cual ola
Por la lluvia de la guerra,
206
Enrojeciendo la tierra
Corre la sangre española.
No hay pueblo, ni hay alquería
Que no responda al mandato ,
Ni campana que á rebato
No suene de noche y dia:
No hay por inútil ó impía
Arma al combate vedada,
Que en la contienda empeñada
Sirven todas por igual,
Y á veces logra el puñal
Satisfacciones de espada.
Con astucia de chacales,
Y firme el hierro en la mano,
Contra el bando castellano
Avanzan los imperiales.
Cabezas muy principales
Sus iras pueden temer,
Que ya la nube á crecer,
Y el rayo que allí fulgura,
Donde ve mayor altura
Es donde viene á caer.
207
Bien Padilla lo previno
Cual prudente caballero ,
De Bravo su compañero
Haciendo propio el destino.
Ambos del fatal camino
Van por la misma pendiente,
Y al hundirse en Occidente
El sol , que ya no verán,
Así platicando están
De sus soldados al frente :
— Bravo, no espero vencer,
Ni me aterra combatir;
Cual bueno sabré morir
Cumpliendo con mi deber.
Pero tú, dichoso ayer,
Tú, para quien es la vida
Como una senda florida
De juventud y de amor,
Déjame con mi dolor,
Y este ingrato pueblo olvida.
— No es popular gratitud,
Padilla, lo que yo ansio;
Es que en este pecho mió
208
Sólo arraiga la virtud.
Consagré mi juventud
Á la patria , y no te asombre ,
Más que el soñado renombre ,
Más que la marcial victoria,
Busco el rumor de la gloria
Y amo la dicha del hombre.
Si una corona algún dia
Conquisto, sin anhelarla,
Será para colocarla
En las sienes de María.
Su imagen me alienta y guia
En esta lucha terrible,
Y afrontando lo imposible
Voy al combate sereno,
Con la esperanza del bueno
Y la fe del invencible.
— Bravo, por última vez.
— Todo, Padilla, es en vano;
Tú cejas ante el arcano,
Yo mido su lobreguez.
Si es valor ó insensatez
Lo dirá nuestra fortuna;
309
Y adiós , que viene importuna
La noche hacia el campamento,
Y ya su disco sangriento
Muestra en el zenit la luna.
En esto el clarín sonó
Dando tregua á la fatiga ,
Y la hueste de la liga
Al descanso se entregó.
Todo en silencio quedó
Y todo en sombra á la par,
Pudiendo sólo observar
El escucha que rondaba,
Un jinete que volaba
Camino de Villalar.
III.
Un momento en el pecho de Bravo
La duda se alzó,
Para huir cómo nube que ahuyentan
Los rayos del sol.
14
2ZO
Ya no escucha sonar del amigo
La trémula voz ;
Ya tan sólo á la gloria sonríe
Su fiel corazón.
De su amada los brazos le esperan
Que tanto anheló,
Y ya siente á lo lejos sus dulces
Endechas de amor.
Canta , canta delirante
De tu victoria el instante
Y abre paso á la esperanza,
Porque ese rumor que avanza
Es que se acerca tu amante.
Contempla ya su hermosura t
Y aunque de férrea armadura
Le vistieron los enojos ,
Haz que el fuego de tus ojos
Rompa su cárcel oscura.
211
¿ Que si es tuyo, y si es tu Juan
Á tí misma te preguntas ?
¿ No te lo dice tu afán ,
Y esos lazos en que juntas
Vuestras dos almas están ?
Atrás dejando el clamor
Hijo del bélico ardor
Viene tu aliento á beber ;
¡ Habíale sólo de amor
Aunque él te hable de deber !
Nube fantástica y leve
Os traza senda ignorada;
Id donde benigna os lleve ,
Que en esa región soñada
Hasta la ventura es breve.
Gozad la dulce armonía
Que puso en lo eterno Dios
Y á la muerte desafia ,
Por la que el hombre daría
Dos vidas j si hubiera dos !
212
IV.
¡ Muda quedó la libertad querida !
Sangre lleva del Duero la corriente ,
Y está la luz del sol oscurecida
Y esconde el miedo en el hogar la gente.
Tal después del rumor que á su caída
Produce entre las peñas el torrente ,
Halla en hondo y pacífico remanso
Turbias espumas y mortal descanso.
Vencida fué la hueste coligada,
Y ante la fuerza sucumbió el derecho ;
De Villalar con la feliz jornada
Bien puede estar el César satisfecho.
Su formidable victoriosa espada
Del temido león se hundió en el pecho,
Y lk muerte las cárceles pasea
Corto hallando el botín de la pelea.
j Bravo se agita allí ! Sueños de gloria ,
Inquietudes de amor, delirios vano6,
Todo bulle y fermenta en su memoria
213
Como en podrido tronco los gusanos.
La luz que le llevaba á la victoria
Cegó sus ojos y quemó sus manos ,
Y en el recinto de prisión oscura
Ve trocado el edén de su ventura.
¡ Si sordo de Castilla á los acentos
La voz de la verdad hubiese oído !
¡ Si desdeñando quejas y lamentos
Viviera en dulce calma adormecido !
¡Si de amor por los tiernos juramentos
Sepultara el del odio en el olvido!
Mas ¿ quién con torpe lengua y alma baja
Al héroe ofende y al amante ultraja ?
— Antes la muerte — arrebatado grita—
Que de mi patria renegar cobarde;
Por ella siempre y por mi amor palpita
El corazón en generoso alarde.
Aun te idolatro, libertad bendita,
Y pues has de lucir, temprano ó tarde,
Haz que un destello de tu lumbre pura
Descienda á iluminar mi sepultura.
214
V.
¿Qué sombra será aquella
Que triste y á deshora
Cruzando va las calles
Del lóbrego lugar ?
Es la gentil doncella
Que á Bravo fiel adora,
Y diera hasta la vida
Su vida por salvar.
De puerta en puerta corre
Llamando á la venganza,
Mas nadie de su cuita
Consuela la aflicción.
Y al pié del alta torre
Do vive su esperanza ,
Quisiera en cien pedazos
Dejar el corazón.
Inútil es, María,
Tu afán y tu ardimiento,
De Bravo la memoria
215
No exalta al pueblo ya.
Triunfó la cobardía
Del varonil aliento,
Y él fuerte hacia el abismo
Precipitado va.
j Por Dios, niña, no llores !
El fuego que te inflama
Quebrar no puede el muro
Que guarda á tu doncel*
Amor de los amores
En su dolor te llama ;
No aumentes con tu pena
La pena que hay en él.
Mas i cielos ! tu rodilla
Se dobla temblorosa,
Tus ojos al espacio
Se elevan sin mirar ;
La nieve en tu mejilla
Sustituyó á la rosa ;
En la perpetua noche
Tu espíritu va á entrar.
2l6
Su amor era la esencia
De tu vivir tranquilo;
El te prestaba aliento,
Bebiéndole de tí.
La muerte ó la demencia
Se ocultan en tu asilo,
Y al cielo te adelantas
Para esperarle allí.
Mañana, al suspirado
Fulgor del nuevo dia,
Cuando los bronces suenen
Con fúnebre clamor ,
Recíbele á tu lado
Y ofrécele, María,
La libertad eterna
Y el perdurable amor.
VI.
I Qué pasaba en la cárcel mientras tanto?
I Qué luchas , qué agonías
Llenaban de zozobra ó de quebranto
El pobre corazón, muerto al encanto
217
De alegres horas y dichosos dias ?
Bravo es feliz ; ha dado á la existencia
Su último adiós , y el alma resignada
Tranquila espera la fatal sentencia ;
El ángel del candor y la inocencia
Velará por su nombre y por su amada.
Salir de esta morada
Solicita no más, y de su empeño
Por acortar el plazo ,
Llama en su ayuda al apacible sueño
Que amoroso le brinda su regazo.
Y sueña ver que los macizos muros
Se abren de su prisión, y en lontananza
De un sol radiante á los destellos puros
La libertad esplendorosa avanza.
De sus centros oscuros
Huyen el fanatismo y la codicia
Con la ambición, y el crimen y la guerra ,
ídolos que fabrica la malicia ,
Y" adora ya la tierra
Un ídolo tan sólo ; ¡la justicia !
Logró por fin el héroe su victoria
Que hace inmortal la fama >
Y escuchando los cánticos de gloria
En delicioso arrobamiento exclama :
21*
¡ Oh dulce sueño del mortal amigo!
Bendígate el Señor ;
Vienes á mí callado y sin testigo
Como á cita de amor.
Tú disuelves los tristes pensamientos
Que al alma angustia dan ;
Tú alegras con placeres los tormentos
Que ya no volverán.
Y envueltos en la nube perfumada
Que tiñes de zafir ,
Nos hundimos felices en la nada
Dejando de sufrir.
VIL
¿Tocó tu frente el laurel
Y fué la suya amorosa
La que ceñiste con él ?
I Halló recompensa hermosa
Tu sacrificio cruel !
219
Por la traición subyugado
Y por la fuerza rendido,
Como atleta no domado
Te levantaste caído,
Y venciste derrotado.
No morirá tu memoria,
Ni anhelan más grata suerte
Cuantos pretenden tu gloria ,
Porque la mayor victoria
Es el vencer á la muerte.
Y pues no fuera el dolor
Digno premio á hazaña tal,
¡ Vaya al mártir nuestro amor ,
Y en honra del venecdor
Resuene el himno triunfal !
i.° Mayo x88i.
EL PUÑAL DEL CAPUCHINO.
LEYENDA ' FANTÁSTICA.
A MI HERMANO ÁNGEL.
EL PUÑAL DEL CAPUCHINO.
LEYENDA FANTÁSTICA.
I.
scenario, los Abruzzos;
Decoración, un convento;
Actores, un capuchino
Y dos jóvenes viajeros.
Extiende su densa bruma
Cerrada noche de invierno ,
Y los vidrios de la celda
Azota furioso el viento.
— De modo — murmura el fraile —
224
Que á marchar estáis resueltos
— Sí tal.
— Por más que me pese,
Vuestra decisión respeto.
La Santo Madona os guie ,
Que es peligroso el sendero,
Y no está el monte poblado
Por santos, ni mucho menos.
¿Llevaréis armas?
— Ninguna.
— Hicisteis mal , y lo siento ,
Que pecar de confiados
Es casi pecar de necios.
Yo , pobre y humilde fraile ,
Nada valgo y nada tengo,
Mas con el alma os bendigo,
Y á Dios pediré en mis rezos
Que os lleve sanos y salvos
De vuestra jornada al término.
Sin embargo , como prueba
De caridad y de afecto ,
Algo que puede ser útil
Para el viaje daros quiero;
Tomad , y cuando el peligro
Ya no exista , devolvédmelo.
225
Y una caja de madera
Entre las manos poniendo
Del más gallardo y más joven
De los valientes mancebos,
Silencioso les bendijo,
Al portón sacóles luego ,
Y al verles ya cabalgando
Entróse á rezar al templo.
II.
Jinetes sobre dos muías
Cuyos vigorosos remos
Con paso menudo y firme
Hieren apenas el suelo ,
Internáronse los mozos
Del bosque en lo más espeso.
Las nubes se deshacían
Empujadas por el cierzo,
Y entre los pinos brillaba
La luna de trecho en trecho.
— ¿En qué piensas , Federico? —
is
226
Dijo de pronto uno de ellos.
— Pensaba en que más á gusto
Nunca he llevado mi cuerpo.
Buena bendición por fuera,
Buena comida por dentro,
Buen abrigo, y sin cuidado,
Nada me falta, Lorenzo.
— Dios se lo pague al buen fraile»
— Tienes razón , y por cierto
Que aún su regalo no vimos.
¿Lo guardaste?
— Aquí le llevo.
— Á ver, á ver; una caja
Con la cifra del convento ,
Y en ella
— ¡ Mira ! un rosario....
Y un puñal".....
— ¡ Contraste bello !
La vida y la muerte el crimen
Y la expiación ¡ oro y hierro !
Mas detente ¿no has oido?
— Alguno que silbó lejos
Por allí viene es un hombre
Seguido de un perro negro.
— Un pastor jEhí buen amigo,
227
Acerqúese.....
— Ya me acerco.
— ¿No habrá por estos contornos
Mesón , cuadra ó aposento
En que hallen las bestias cena
Y los racionales sueño?
— Buscaréis inútilmente,
Señores , si buscáis eso :
Estamos de la montaña
En el sitio más desierto ,
Y habéis de andar muchas horas
Antes de llegar al pueblo.
Pero conozco un refugio,
Y con placer os le ofrezco.
Caminad á la derecha,
Y al trasponer aquel cerro,
Al pié de unas viejas ruinas
Y formada con sus restos,
Encontraréis una choza
Donde en verano solemos
Mis cabras y yo hacer alto
Cuando el sol nos da tormento.
Provisión de paja y leña
Guardo allí para el mal tiempo,
Y aunque el paraje es muy frió,
228
Los paredones son recios.
Haced lumbre , aunque no grande ,
Pues el resplandor del fuego
Pudiera ser atalaya
Para algún huésped molesto,
De esos que cazan lo mismo
Las muías que los conejos.
— Agradecidos quedamos ,
Y si el favor tiene precio
Decid cuál es
— Ni le tiene,
Ni yo mis favores vendo ;
Conque adiós , y buena noche
— Él colme vuestros deseos.
Caminando á la derecha
Los dos jinetes siguieron ,
Hasta dar en un ribazo
Que lame turbio arroyuelo.
Le coronan entre zarzas
De una torre los fragmentos,
Y de un murallon hendido
Amparándose en el hueco,
Una cabana se esconde,
Á la cual sirven de techo
229
Varios robustos sillares
De verde hiedra cubiertos.
— Albricias, ya hemos llegado ;
¿Qué te parece, Lorenzo?
— Que ya me tienes en tierra
Para ayudarte dispuesto.
— De la muralla al abrigo
Nuestras muías amarremos.
— Ya están.
— Las maletas baja,
Y á palacio, que hace fresco.
— ¡ Pero calle ! ¿está cerrado
El postigo ?
— Está sujeto
Con un clavo que no es flojo ;
Pero, adelante, ya es nuestro.
¿Y ahora, Federico?
— Ahora
Hagamos luz lo primero ;
Llevemos paja á las bestias
Que ayunan sin merecerlo ,
Y tras un sorbo de Lacrima,
Cuyo frasco traigo lleno ,
Cada cual cumpla su antojo
Pues es de su antojo dueño.
230
La luz está ya encendida,
Las muías comen el pienso ,
El Lacrima es delicioso,
Leña en el hogar tenemos ,
Con esta mesa la puerta
Vamos á atrancar por dentro ,
Y pues es grande y mis ojos
Se niegan á estar abiertos ,
Hago sobre ella mi cama,
Tranquilamente me acuesto,
Tú te sientas á mi lado,
Me dejas echar un sueño
De dos horas; en seguida
Duermes tú mientras yo velo,
Y Federico, perdona,
No puedo más hasta luego.
III.
Restregóse Federico
Los párpados un momento,
231
Y pintáronse en sus labios
Una risa y un bostezo.
De su amigo ya dormido
Contempló el rostro sereno ,
Y en la mesa y á su alcance
La caja del fraile viendo,
Abrióla, tomó el rosario
Y murmuró \ Padre nuestro!
Sacó el puñal en seguida ,
Probó la punta en un dedo ,
Y llevándola por broma
Al corazón de Lorenzo
Dijo para sí : ¡Bien duerme
Está lo mismo que un leño.
De pronto, rasgando el aire,
Creyó escuchar á lo lejos
Un pavoroso silbido ,
Fúnebre como un lamento ,
Y tras él, aun más lejanos,
Sordos ladridos de perro.
Mientras absorto y confuso
De espanto y sorpresa lleno ,
Vio lo que mortales ojos
Ver otra vez no pudieron.
232
Reanimándose la llama
Y á sus fulgidos destellos ,
Apareció de una gruta
El fondo triste y siniestro.
De esta gruta en el recinto,
Y sentados en el suelo,
Conversaban muchos hombres
Casi de harapos cubiertos.
Escopetas y pistolas
Eran sus galas y arreos,
Y de cuentas de rosarios
Llevaban ornado el cuello.
De tan extrañas figuras
Alzábase altivo en medio
El pastor de la montaña
Con su enorme perro negro.
Mirábale Federico
Inmóvil, aunque sin miedo,
Cuando aquél abalanzándose
Le asió por el brazo izquierdo,
Y ásu pesar, y arrastrando,
Sacóle del aposento.
De una vasta galería
El espacio recorrieron
Hasta dar en una sala
233
Ornada de antiguos lienzos,
Y que algunas rojas teas
Iluminaban á intervalos.
Veinte veces el forzado
Llevó la diestra á su pecho,
£1 puñal del capuchino
Acariciando en silencio ;
Y veinte veces , curioso
Por descubrir el misterio,
Su puñal volvió á la vaina
Y su espíritu al sosiego.
Por fin, del pastor guiado,
Llegó Federico al centro
De otro salón , donde en corro,
Y en altas sillas de cuero,
Celebraban los bandidos
Conciliábulo tremendo.
Tendido sobre una mesa
Y agarrotados los miembros
Su decisión esperaba ,
Mudo y tembloroso , un viejo.
Del pastor al verse enfrente
Todos en pié se pusieron,
Y hacia la mesa avanzando
Con su víctima y su perro ,
234
Que las manos le lamía
Sin duda la sangre oliendo,
Así dijo el miserable,
Con voz ruda y torvo ceño :
— No atormentéis á ese anciano
Ya sin fuerza y sin aliento;
Os traigo una nueva presa
Que os dejará más provecho.
Es joven, y acaso rico,
Y pues rabiáis por saberlo
¡ Ea ! entréganos el oro
Que escondisteis en el seno
— El oro i pastor infame !
¿ Quieres oro ? \ toma hierro !
Llenó un gemido la estancia,
Cayó desplomado un cuerpo,
Y al despertar Federico
De aquel espantoso sueño,
Aun apretaba en sus brazos
El cadáver de Lorenzo.
Cuando al despuntar el dia
Pudo el honrado cabrero
Romper á fuerza de puños
El postigo siempre abierto,
235
Halló cerca de la mesa
Juntos en abrazo estrecho ,
Dos cadáveres calientes,
Y á poca distancia de ellos
Un puñal ensangrentado,
Un rosario blanco y negro,
Dos maletas, y una caja
Con la cifra del convento.
1883.
FIN.
ÍNDICE,
Páginas.
El Cristo de Vergara 5
Los Vientos 41
Mondújar 51
Imposible 75
La Calle de la Cabeza xn
Los Envidiosos 125
Las Flores de Mayo 131
El Hermano Adrián 149
La Primavera 171
Murillo 189
Juan Bravo, el Comunero 197
El Puñal del Capuchino 221
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