LIBRARY OF PRINCETON
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OCT 1 2 2004
THEOLOGICAL SEMINARY
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Avíanca
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*
*
Especial atención a las comunidades religiosas.
Especialidad en grupos religiosos, escolares y parroquiales.
Servicio a domicilio.
Tramitación gratuita de documentación.
Planes extraordinarios para el AÑO SANTO.
71 No. 11-10 1er. Piso Teléfonos 35 13 00 y 35 18 77
Bogotá - Colombia
V
vinculum
ORGANO DE LA CONFERENCIA DE RELIGIOSOS DE COLOMBIA
AÑO XXIII
1975
MAYO
y
JUNIO
SUMARIO:
Presentación 3
Motivaciones de la dirección espiritual P. Ricardo Baracaldo, cmf 5
La dirección espiritual en la Iglesia (Graciela de Santa María, ocd 9
¿Dirección espiritual o dirección del espíritu? (Darío Restrepo L., sj 17
¿Se debe tener miedo al psicólogo? ¿En qué puede ayudar la psicología a la vida
religiosa? Salvador López, sch 22
La dirección espiritual Anunciación Arzubialde, stj 31
Testimonios — Líneas de formación 36
DIRECTOR:
P. HERNANDO URIBE, ocd
COLABORADORES:
ALVARO PANQUEVA, cm
DARIO RESTREPO, sj
SALVADOR LOPEZ, Sch.
RICARDO BARACALDO
Dirección y Administración: Calle 71 No.
11-14 - Bogotá, Tel. 3 5 8 8 84.
Resp. Mingobierno Lic. 657/53.
Tarifa Postal reducida No. 240 de la
Administración Postal Nacional.
Editorial PAX - Bogotá.
124
CASETES~
SERIE I. VOCES
1 : La Puerta — El Agua,
2: La Tierra — El Camino.
3: La Semilla — La Raíz.
4: La Llave — El Muro.
5: El Tallo; Las Hojas — La Flor; El Fruto.
SERIE II. NOVENA DE NAVIDAD - I - II - III
SERIE III. HAY SEÑALES EN TU CAMINO
1 ; Semáforo en rojo — Semáforo en amarillo — Semáforo en rojo.
Doble vía — Dar la precedencia - Cruce de caminos.
2: Límite de velocidad — No volver atrás — Bajada peligrosa.
Curva a la izquierda — Paso para peatones.
Altibajos.
3: Triple dirección — Curva y contracurva — Estación de servicio.
Paso a nivel no vigilado — Puente móvil — No hacer sonar la bocina.
4: Curva a la derecha — Niños — Caminos que se estrechan.
Restaurante — Prohibido girar a la izquierda — Retén.
5: Curvas en serie — Trabajadores en vía — Peligro.
Paso a nivel vigilado — Puesto de socorro — Caída de piedras.
6: Camino resbaladizo — Prudencia — En una sola dirección.
Prohibido estacionar — Taller de reparación.
"Stop"
SERIE IV. MILAGROS DE JESUS
1 : Caná — El Ciego — La Pesca — La Viuda de
Naim.
2: El Centurión — El Paralítico — Lázaro — La
Cananea.
3: El Lunático — La Hija de Jairo. La Tempestad —
Multiplicación de los Panes.
SERIE V. PARABOLAS DE JESUS
1 : El Sembrador - La Cizaña - El Siervo Cruel -
Los Obreros de la Viña.
EN PREPARACION
SERIE Vi. TEMAS SOBRE LA VIDA RELIGIOSA.
SERIE VII. CATEQUESIS.
SERIE VIII. MES DE MARIA
De Venta:
Conferencia de Religiosos de Colonnbia
Calle 71 No. 11-14 - Bogotá, Colonnbia.
PRESENTACION
La dirección espiritual no está de moda. El hombre moderno siente una repulsa ins-
tintiva a que otros determinen su vida, porque si algo bueno han hecho las ciencias
positivas y la misma teología ha sido descubrirle al hombre el valor de su autonomía y su
capacidad para definir por sí mismo, cada uno, el sentido de su existencia.
Por otra parte la desorientación y el desconcierto vocacional están a la orden del día.
Desde tiempo atrás el árbol de las convicciones ha comenzado a deshojarse nostálgica-
mente. Junto con los frutos podridos se está cayendo el árbol mismo. No resulta fácil
encontrar personas que hagan girar su vida en torno a principios asumidos con vigor, de
tal manera que llegue a faltar la vida antes que fallar en ellos. Los compromisos a medias
van produciendo efectos tan devastadores, que mucha gente sabe cada vez menos a qué
atenerse.
No pocos religiosos consideran que su ascenso en ciencias humanas y teológicas ha de
producir como primer resultado su propia determinación, con exclusión de toda inter-
vención, contraria ai desarrollo de la personalidad. Pero es curioso que lo que se defiende
con tanto entusiasmo y suficiencia en el campo de la espiritualidad, esté en contradicción
con lo que está ocurriendo en las demás actividades humanas, en las cuales se busca
afanosamente una orientación y un entrenamiento.
El cansancio de las buenas tradiciones, que han ido languideciendo al llegar a nosotros,
nos ha llevado al abandono de las mismas, y a la acogida entusiasta de derroteros más
acordes con nuestra modernidad. A fuerza de insistir en la autosuficiencia en los caminos
del espíritu, cada uno termina abandonado a sí mismo con el consiguiente desbarajuste en
3
las propias virtualidades interiores. Las convicciones van sufriendo un resquebrajanniento
fatigante y descorazonador. Los objetivos de la vida aparecen cada vez más raros y
desdibujados. A base de improvisaciones y ocurrencias, se termina en el peor de los
desalientos, sin saber para qué sirve la vida.
La dirección espiritual no es del agrado de muchos paladares. Hasta el nombre resulta
fastidioso, aunque aún no se ha logrado encontrar para esta realidad un nombre más
apropiado. Resulta engañoso hablar aquí de deporte o de facilidad de palabra. La direc-
ción espiritual es una disciplina rigurosa y vigorosa, para espíritus templados, atentos e
inconformistas, llamada a devolver a la vida cristiana y religiosa su auténtica grandeza. Y
su tono de desafío y testimonio: sal del mundo y luz sin fronteras.
La Conferencia de Religiosos de Colombia, deseosa de prestar un servicio cada vez más
orientativo a los religiosos del país, se propone presentar, a base de números monográficos
de la Revista, los temas y problemas que más están golpeando en este momento a la Vida
Religiosa. En esta oportunidad presenta el tema de la dirección espiritual, visto por
cinco religiosos que viven y trabajan en el país. Al plantear este tema, la Conferencia de
Religiosos de Colombia comprende los múltiples problemas que la dirección espiritual
trae consigo. Sabe de sobra que es necesario hacer un gran esfuerzo por encontrar las
nuevas formas que expresen ciertas verdades tan elementales y antiguas como permanen-
tes. Y sabe además lo difícil que es estar buscando un equilibrio que en cada momento se
derrumba.
Por eso se atreve a proponer el tema de la dirección espiritual, firmemente convencida
de que lo que aquí se dice son solo pistas, pero que el verdadero esfuerzo por redescubrir
esta gran verdad, tan molesta y necesaria, tenemos que hacerlo entre todos. El que
encuentre soluciones positivas que nos las comunique para beneficio de todos. Sólo el
esfuerzo común, el atrevimiento común, la conquista común, podrán darnos la seguridad
de que avanzamos. A esta labor quedan todos invitados.
LA DIRECCION
COLABORAN EN ESTE NUMERO
P. RICARDO BARACALDO
Carrera 15 No. 10-73
P. DARIO RESTREPO
Carrera 10 No. 65-48
P. SALVADOR LOPEZ
Apartado Aéreo 51074
H. GRACIELA DE STA. TERESA
Calle 119 No. 1-01
H. ANUNCIACION ARZUBIALDE
Apartado Aéreo 100264
4
Motivaciones de ía
dirección espiritual
P. Ricardo Baracaldo
La crisis actual es un fenómeno que
cobija a todos los estamentos y estructuras
y afecta a la piedad, a la oración y direc-
ción espiritual. Ciñéndonos a la sola di-
rección espiritual, observamos que la han
afectado de una manera especial la falta de
auténticos directores espirituales, de
hombres experimentados en el genuino es-
píritu sobrenatural, pero además el aban-
dono de la vida de oración o la idea de la
propia luz y fuerza o el centrar toda la la-
bor espiritual en la acción exterior.
En el presente artículo queremos poner
de relieve lo valiosa que es la dirección es-
piritual, motivar y estimular a quienes
aspiran a la perfección. Motivar, en efecto,
es enriquecer, potenciar, desarrollar dina-
mismos y capacitar para el triunfo.
La naturaleza humana experimenta li-
mitaciones y por lo mismo necesita de
fuerzas para superarse. La gracia exige
igualmente una respuesta adecuada del
hombre a los planes amorosos de Dios.
Las siguientes consideraciones se orde-
nan a presentar algunos elementos de la
dirección espiritual que constituyen moti-
vaciones y estímulos para su estima y
práctica.
1. El llamamiento a la perfección
El Concilio Vaticano II recuerda a todos
los cristianos la obligación de aspirar a la
perfección del propio estado (LG 44),
porque "en 'la Iglesia todos están llamados
a la santidad" y "todos los discípulos de
Cristo están llamados a la plenitud de la
vida cristiana y a la perfección de la cari-
dad" (LG 40).
Los religiosos, establecidos en un género
de vida como es la pobreza, castidad y
5
obediencia y vida común, que manifiesta y
estabiliza socialmente su voluntad de per-
fección, están obligados a la santidad en
primer lugar por ser cristianos y luego por
su acto personal de consagración hecho con
carácter de perpetuidad que les exige una
particular perfección para el resto de su
vida.
La razón fundamental de la exigencia a
la santidad es la vocación universal de la
Iglesia a dar una respuesta de amor a la
acción redentora de Cristo, al despliegue de
amor sobre la comunidad humana. Toda
obligación, en efecto, en la v<da cristiana
depende de la caridad y se reduce a la ca-
ridad. Quien cumple la caridad cumple
toda la ley y queda bajo la acción, las mo-
ciones e inspiraciones del Espíritu Santo.
De esta vocación y obligación a la per-
fección del propio estado surge espontánea
la obligación de emplear todos los medios
convenientes al desarrollo de la perfección,
cual es entre otros la dirección espiritual.
A este propósito es valiosa la recomen-
dación de la dirección espiritual que Pío
Xli hace a los sacerdotes: "Creemos
oportuno recomendaros también, queridos
hijos, que en los comienzos y en el desa-
rrollo de la vida espiritual, no os fiéis de
vosotros mismos, sino que con sencillez y
docilidad, recibáis consejo y pidáis auxilio
a quienes puedan dirigiros con sabia mode-
ración, indicaros los peligros, sugeriros los
oportunos remedios y en cualesquiera di-
ficultades interiores o exteriores puedan
guiaros rectamente y encaminaros a la
perfección cada día mayor, en confor-
midad con el ejemplo de los santos y las
enseñanzas de la ascética cristiana. Sin esta
prudente dirección de conciencia, de ley
ordinaria, es bastante difícil secundar con-
venientemente los impulsos del Espíritu
Santo y de las gracias divinas" (Menti
nostrae, 54).
El documento señala que la dirección
espiritual es un medio y ayuda valiosa y
muy conveniente para conseguir la perfec-
ción del propio estado. Quien realmente se
siente llamado y se ha comprometido a
buscar la perfección, está igualmente com-
prometido a emplear el medio que de ley
ordinaria es indispensable para lograr el fin
apetecido.
2. La dimensión teológica de la dirección
espiritual
La tarea de la dirección espiritual se
justifica si se inserta en el misterio de
Cristo y de \a iglesia. Cristo nos salva por
medio de su iglesia. Todo en la Iglesia es
labor pastoral: la jerarquía, el magisterio, la
jurisdicción, la liturgia, su organización, sus
empresas, su apostolado. De aquí surge el
hecho de que toda la vida y las actividades
de la Iglesia son un verdadero pastoreo, una
auténtica dirección eclesial, espiritual.
Esta dirección eclesial, general, oficial
que ejercen el Papa, los Obispos, los sacer-
dotes y aún los laicos que participan de las
tareas pastorales y de enseñanza, es una
labor de servicio a los de más, de ayuda
caritativa al prójimo, un testimonio de
Cristo, un apostolado, una irradiación de
Cristo. Es hacer iglesia, es formar a Cristo.
Dentro de estas funciones eclesiales y
pastorales se encuentra la dirección espiri-
tual, que emana de la dinámica de los
apóstoles, profetas, evangelistas, doctores y
pastores "para organizar a los fieles en la
obra del ministerio y desarrollar el Cuerpo
de Cristo hasta que alcancemos la unidad
de la fe y del conocimiento del Hijo de
Dios y seamos hombres perfectos según ia
medida propia de la plenitud de Cristo" (Ef
4,11-13).
La dirección tal como la describió Pío
Xli es una obra eminentemente pastoral y
por lo mismo obra estricta de caridad. Es la
corona y calmen de toda la pastoral y del
mensaje del evangelio. "Simón, hijo de
6
Juan, ¿me amas? Le contestó: -Señor, tú
sabes que yo te amo. Jesús le repitió:
Apacienta mis ovejas" (Jn 21,16).
La historia de la Iglesia, la vida de los
santos Y la doctrina de los maestros de la
vida espiritual enseñan que la adquisición
de la perfección es la meta de toda labor
pastoral, porque se ordena a adquirir el
crecimiento en la gracia y en el conoci-
miento de nuestro Señor Jesucristo (2 Pt
4,13).
La dirección espiritual en cierto modo
prolonga todas las funciones eclesiales y
pastorales de la Iglesia, sin embargo no se
identifica con ellas, las supera en quilates y
en su conjunto son una obra preciosa de la
caridad divina, porque forma a Cristo en el
corazón de los fieles (Gal 4,19).
3. La dinámica del Espíritu Santo
La acción del Espíritu Santo se mani-
fiesta irrumpente en la persona de Cristo.
"Jesús regresó del Jordán lleno del Espíritu
Santo. Y era conducido por el mismo Es-
píritu al desierto" (Le 4,1). "Regresó Jesús
de Galilea lleno del poder del Espíritu" (Le
4,14). Sobre Cristo desciende el Espíritu
Santo (Le 3,22) y bautiza con Espíritu
Santo y fuego (Le 3,16). El Espíritu es el
que dirige la acción salvadora de Cristo.
El fiel que prosigue la misión de Cristo
recibe del Padre el Espíritu Santo (Le
11,13) y el Espíritu enseña a los fieles lo
que deben hablar en los tribunales (Le
12,12). Quien de verdad ama a Cristo re-
cibe el Espíritu de la verdad (Jn 14, 15-17)
que enseñará y recordará todo lo que
Cristo ha anunciado (v. 24).
El Espíritu es el que da el sentido de
filiación (R. 8,16), da la pertenencia a
Cristo (v. 9), mora en los fieles (1 C 3,16),
mueve a los fieles (R 8,14), los ayuda y
ruega por ellos (R 8,26) y los colma de su
amor (R 5,5).
La obra de la perfección y de la direc-
ción espiritual la realiza el Espíritu Santo.
Del Espíritu nos vienen todos los conoci-
mientos profundos de Dios (1 C 3,10.12)-
cambia con su fuerza el hombre interior
(Ef 3,16) y pone en nuestros labios la pa-
labra Padre (Gal 4,6).
El Espíritu Santo hace vivir el misterio
de Cristo en los fieles y conduce a los hijos
de Dios a la vivencia de las virtudes cristia-
nas (Gal 5,22-23), a vivir la vida del mismo
Espíritu (Gal 5,16). El renueva nuestro
interior (Ef 4,23) y nos prepara para la
plenitud de la vida divina (Ef 4,30).
Siendo el Espíritu Santo el auténtico
director espiritual, se sigue que los fieles
deben ser dóciles a las luces e impulsos del
mismo Espíritu para adelantar en el camino
de la perfección.
De aquí se concluye que la dirección
espiritual es teologal por el autor, que es el
Espíritu Santo, por los medios que son so-
brenaturales: la gracia, los sacramentos y
las virtudes de la fe, la esperanza y la cari-
dad, y por la fe en el mismo director espi-
ritual como instrumento visible del Espíri-
tu Santo, por la meta que es la íntima
unión con Cristo en la presente vida y en la
eterna.
4. La tarea de la dirección
La ascensión a la santidad es una tarea
árdua y difícil. Es un arte y una disciplina
que incumbe al director y al dirigido. El
empeño y fidelidad del dirigido y la ciencia
y prudencia del director se conjugan para
un resultado sobrenatural, la perfección.
La crisis ha afectado a esta doble tarea,
porque no hay estímulos ni siquiera
preocupaciones por emprender el camino
de la perfección y por lo mismo no se
busca la dirección espiritual.
No hay tampoco auténticos directores
espirituales, en parte porque ya no se les
7
busca y en parte porque como advierte San
Juan de la Cruz "para este camino, a lo
menos para lo más subido de él, y aún para
lo mediano, apenas se hallará un gui'a cabal
según todas las partes que ha menester.
Porque además de ser sabio y discreto, es
menester que sea experimentado" (Llama
de amor viva 3,30).
La tarea de recorrer la vi'a purgativa,
iluminativa y unitiva, la contemplación del
Cristo total es algo demasiado elevado y
hermoso para no buscar la ayuda de un
hombre experimentado en los caminos del
Señor. Es bastante imprudencia no buscar
la máxima seguridad y no desear el máximo
provecho espiritual.
La labor de descubrir el rostro de Cristo
en sus misterios, de amarlo y de vivirlo es
muy delicada y comprometedora. Pero no
menos delicada es hoy la labor de descu-
brirlo en nuestros hermanos, en los más
pequeños, en los pobres para amarlo, ser-
virlo y sacrificarse por él. Tiene perenne
actualidad la palabra de Juan:
"El que dice que ama a Dios
e injuria a su hermano, miente.
Si a su hermano a quien ve, no ama,
no ama a Dios a quien no ve" (1 Jn
4,20).
Para esta labor se requiere mayor fe,
mayor caridad según la misma norma de
Juan:
"El nos dió este mandamiento:
El que tenga amor a Dios,
ame también a su hermano" (1 Jn 4,21).
La doble vertiente de la vida de perfec-
ción, la búsqueda y contemplación del
Cristo total va a implicar necesariamente
un sentido y conocimiento perfecto de
Cristo y la experiencia de quien ha reco-
rrido por tales senderos. Quien realmente
ha sentido arder en el corazón el amor de
Cristo y ha sido iluminado por la luz de
Cristo y lo ha visto en la fracción del pan.
puede anunciarlo a los demás (cfr. Le
24,31.32.35).
5. La dinámica humana del dirigido
En la dirección espiritual es necesario
tener en cuenta la persona del dirigido. Es
una realidad única, irrepetible en la histo-
ria. Es una persona rica en cualidades y
limitada por sus defectos innatos.
Cristo fue un auténtico director espiri-
tual con sus apóstoles: comprensivo de las
limitaciones, paciente en superar las difi-
cultades de ignorancia de los discípulos,
exigente en las desviaciones, prudente y
caritativo en no descubrir la intimidad y la
doblez del infiel, previsor para anunciar los
peligros, maestro para ¡lustrar los misterios
del reino, consolador en las tristezas, amigo
para descubrirles las palabras del Padre y
las ternuras de su propio corazón. El sin
embargo ha respetado la hora de Dios, la
acción del Espíritu Santo, ha esperado la
hora de Pentecostés para los suyos.
El director espiritual desempeña un
papel importantísimo, porque trata de
aplicar el plan de Dios a una persona con-
creta que lleva un bagaje de tendencias,
propensiones, pulsiones, introversión o
extraversión, calma o nerviosismo, vigor o
delicadeza, ternura o dureza, toda la gama
de dinamismos mentales, afectivos y vo-
litivos.
Acudimos al médico, al psiquiatra, al
psicólogo, porque son competentes para
solucionar una serie de problemas que de
otra suerte sería aventurado el pretender
una solución inconsulta.
La vida espiritual implica una serie de
problemas y soluciones de índole psicoló-
gica y sobrenatural. Si bien el Espíritu
Santo actúa en las almas, no obstante de
ley ordinaria se sirve del instrumento
humano, del director para que ayude a sus
hermanos en la adquisición de la perfección
sobrenatural
8
La dirección espiritual
en la Iglesia
Graciela de Santa Teresa
Carmelita Descalza
LA DIRECCION ESPIRITUAL EN EL MISTERIO DE LA IGLESIA
Una de las grandes ayudas de que la Iglesia ha dispuesto para hacer llegar hasta las
almas su misterio de santidad, ha sido la dirección espiritual. A sabiendas de que para
muchos éste es uno de los capítulos de la espiritualidad ya superados, por anacrónico,
inútil y hasta perjudicial, juzgo necesario tratarlo como punto de reflexión dentro de la
renovación espiritual exigida por la Iglesia misma. Y quiero tratarlo desde mi fe, plena-
mente arraigada en el suelo de la Iglesia y no sujeta ni dependiente de fáciles opiniones de
profetas improvisados.
Frente a posibles objeciones y prejuicios, pienso que es preciso distinguir entre el valor
esencial de un principio y sus formas de expresión siempre a la altura del mismo. La razón
es válida para la dirección espiritual. Tendríamos que tener ideas claras a la hora de hacer
una crítica.
No quiero formular definiciones. Que broten espontáneas de la reflexión. Más impor-
tante que definirla, es presentarla en su sitio y en su valor. Para ello me limitaré solo a tres
puntos:
1 . La dirección espiritual en el misterio de la Iglesia.
2. El hombre, sujeto de la dirección espiritual.
3. Necesidad y actualidad de la dirección espiritual.
9
1. La dirección espiritual en el misterio de la Iglesia
a. Base bíblico-teológica
"Sed santos en todo vuestro proceder, conforme a la santidad del que os llannó, porque
escrito está: "Sed santos, porque santo soy yo"' . "Esta es la voluntad de Dios: vuestra
santificación"^ . Una voluntad que se expresó desde el principio, en la misma palabra que
creó al hombre; "Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra ... A imagen suya lo
creó"^ . A imagen de su santidad esencial. Dios es el Santo, la Santidad.
Conocemos la respuesta del hombre y su tragedia subsiguiente. ¿Qué hará el hombre?
¿Qué hará Dios? La palabra creadora no puede perderse en el vacío de la nada. La
misericordia de Dios se inclina sobre el hombre, y la torna en palabra de amor: — Re^
hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Vayamos en ayuda del hombre: lla-
mémoslo, justifiquémoslo, santifiquémoslo. Un plan de amor salvador, un proyecto de
deificación del hombre. Se realizará en el tiempo:
Revelación, elección, vocación, ley, alianzas, constitución de un pueblo, sacerdocio,
profetismo ... Y, "llegada la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo para que recibié-
semos la adopción. Y por ser hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo,
que grita: iPadre! "'* . Es decir. Dios es total y definitivamente para el hombre. Ahí está
para liberarlo, para unirlo con El, para transfigurarlo en El. Esta es la verdadera adopción,
dice San Juan de la Cruz.
Toda esta acción de Dios se concreta y se expresa en el "acontecimiento Cristo" que
plenifica y perfecciona las antiguas ayudas e instaura una nueva economía, un nuevo
orden y es el origen de una realidad sacramental de salvación universal: la Iglesia, prolon-
gación y presencialización de su Persona, de su Misterio, de su Misión en favor del
hombre, y como depositarla única del tesoro salvífico e imagen y fuente de su santidad: la
Iglesia santa y santificadora.
Fin de la Iglesia es, pues, salvar, santificar al hombre; todo medio conducente a este fin
dimana de ello y solo en su suelo alcanza plena validez. Fe, gracia, vida sacramental,
oración, ascesis; Escritura, magisterio, ministerios, carismas, etc. Uno de estos medios
cuya misión específica es ayudar al pleno desarrollo de la vida cristiana en las almas, es la
dirección espiritual. Por eso entra de lleno en el misterio de la Iglesia, de ella extrae su
valor y eficacia, la realiza, la presencializa: "Donde dos o más se junten en mi nombre ahí
estoy yo"' . Ahí está la Iglesia.
Imposible encerrar en breves palabras una eclesiología. Unos conceptos nada más, por
vía de ilustración y como fundamento de lo dicho.
' 1 Pe. 1,15-16.
^ 1 Tes. 4,3.
^ Gen. 1,26-27.
" Gal. 1,4-6.
' Mat. 18,20.
10
La Iglesia, desde su origen, por su naturaleza y por su finalidad, es esencialmente
social: Reunión, congregación de creyentes, comunidad de fe reunida en torno a Dios que
es su centro. Pueblo de Dios: pueblo santo, linaje escogido, sacerdocio regio. Pueblo en el
que todos los "llamados, justificados y santificados" gozan de una igualdad fundamental
que excluye en absoluto toda casta, toda clase, todo privilegio, no obstante la necesaria
diferenciación establecida por Dios. Igualdad que no es anarquía, sino ordenación en la
caridad y al servicio de los miembros. Dentro de esta igualdad fundamental, como servicio
de caridad y como ejercicio del sacerdocio regio, se inscribe la dirección espiritual. Rela-
ción de fraternidad, no de dominio.
La Iglesia es creación del Espíritu, su templo y su edificio en el que todos los "bauti-
zados en el Espíritu Santo"^ son hijos de Dios y unidad en Cristo. "Uno mismo es el
Espíritu"^. Pueblo santo nacido del Espíritu —don específico de la Nueva Alianza— que
al derramarse sobre la comunidad y sobre cada uno de sus miembros, inaugura la "nueva
creación en Cristo" y un nuevo régimen de gracia y de santidad a imagen de la santidad
misma del Hijo de Dios. Santidad que, si bien constituye el íntimo ser de la Iglesia, está
llamada a crecer bajo el impulso del mismo Espíritu, el cual, para este fin, crea llama-
mientos, ministerios, funciones y suscita carismas diversos dentro de la unidad esencial;
no es un caos de ministerios y carismas: todos ellos deben conocer una subordinación al
Espíritu aun cuando todo miembro sea inmediatamente enseñado y movido por El. Toda
santidad comienza en el Espíritu, es creación suya, es alimentada y vivificada por El y es
El quien la lleva a su plenitud. Como colaboradora del Espíritu en la santificación de las
almas colocamos la dirección espiritual en la línea de los carismas.
La Iglesia es también cuerpo de Cristo. Es el Espíritu quien, por el bautismo, incorpora
a cada uno como miembro de este cuerpo: "Siendo muchos, forman un solo cuerpo . . .
Vosotros sois cuerpo de Cristo"^ Unidad, incorporación: no simple yuxtaposición
desvinculada y desarticulada, sino unión de tal manera íntima por la caridad, que a la vez
que ordena a todos y cada uno de los miembros para el servicio mutuo, excluye por sí
misma todo individualismo, todo aislacionismo, toda autosuficiencia. Aquí no hay indi-
viduos porque todos están incorporados a un mismo cuerpo que es Cristo y cada uno es
miembro del otro^. "Este cuerpo crece en aumento divino, alimentado, trabado, unido
por todos los ligamentos que lo unen y nutren según la operación de cada miembro . . .
hasta que todos lleguemos a la plenitud de Cristo"' °. Para la edificación de este cuerpo a
cada uno se le ha dado una medida de gracia y se la ha encargado un servicio en orden a
distribuir la vida de Cristo a los miembros: caridad vivida en la verdad' ' . Cultivar la vida
de Cristo en las almas y llevarla a su plenitud, es la labor de la dirección espiritual: esta es
su "gracia", su servicio dentro del cuerpo de Cristo.
* Me. 1,8.
Ef. 2,18; 1 Cor. 12,4.
* 1 Cor. 12, 27; Rom. 12, 4-8.
^ 1 Cor. 12,27.
'° Ef. 4,13; Col. 1,19-20.
11
Conclusión: la dirección espiritual se integra plenamente en el misterio de la. Iglesia, lo
expresa y está a su servicio.
b. Servicio ecleslal
Para cumplir su cometido, la dirección espiritual se sitúa en la Iglesia, permanece en
ella, y trabaja con los contenidos mismos de la revelación y con el tesoro espiritual de la
Iglesia. Como carisma creado y confirmado por el Espíritu, se subordina a El y se coloca
como humilde servidora de su acción santificadora, en orden a ayudar a los hermanos a
alcanzar su plenitud. Parte de un designio divino; trabaja con el germen de la vida divina
depositado en las almas, propicia su desarrollo armónico y lo lleva a su madurez total.
Lee, descubre el misterio de Dios en cada alma a través de llamadas y exigencias íntimas y
absolutamente personales; ilumina, orienta, estimula, sostiene, respeta. No se impone
sobre la libertad personal, ni la afecta: la cultiva y la educa. Llega cuando la llaman, sirve
mientras la juzgan necesaria, y sabe retirarse cuando se la considera inútil o innecesaria.
Dentro de la constitución jerárquica de la Iglesia, no es un estamento canónico regu-
lado por leyes especiales. Se ha quedado con el vuelo del Espíritu. En cuanto carisma,
puede ir aneja al sacerdocio ministerial y como parte preeminente de su misión. Hasta
ahora ha Sido lo común. Así lo hemos aceptado y vivido, y por este canal ha hecho de
muchas almas una santidad realizada de la Iglesia y para la Iglesia. Es su máximo orgullo,
valoración y justitificación de su existencia. Pero como carisma, puede darse dentro del
sacerdocio general, no como privilegio, sino en vista de la naturaleza misma de la Iglesia.
Cuando sé que el sacerdocio bautismal es creción del Espíritu con miras a la edificación
del cuerpo de Cristo, mi fe no debe vacilar: un sacerdote, una superiora, una co-hermana,
un laico capacitado, pueden perfectamente acompañarme en mi camino hacia la reali-
zación de mi ser sobrenatural. Ellos son "luz del mundo y sal de la tierra"' ^ .
La iglesia, por su parte, ha hecho suyo este medio de colaboración fraterna. La ha
tenido en gran aprecio como colaboradora en su misión salvífica. Ha orientado su desa-
rrollo y ha presidido su evolución y su acomodación a las distintas épocas y culturas. No
se trata, ciertamente, de un dogma de fe, pero se inserta en nuestra fe y en nuestro
sentido de Iglesia de tal manera que nuestra posición de aceptación o de rechazo, consti-
tuye una nota de nuestra eclesialidad.
2. El hombre, sujeto de la dirección espiritual
Fin de la Iglesia es salvar al hombre, re-haciéndolo hasta su plena configuración con
Cristo. Es aquí donde la Iglesia y el hombre mismo, necesitan la dirección espiritual.
¿Pero es que el hombre, el superhombre de hoy, precisa de alguna ayuda?
¿Quién es ese hombre?
Dios mismo lo define al crearlo: IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS.
' ^ Mat. 13 14.
12
En realidad el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encar-
nado' ^ . En el misterio de Cristo "muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra
justificación"'
El hombre nació perfecto en las manos de Dios: a imagen y semejanza suya. Pero esta
imagen se autodestruyó y su semejanza con Dios desapareció. A partir del pecado original,
el hombre está hecho como simple creatura, pero NO ESTA HECHO como hijo de Dios.
Radicalmente incapaz de rehabilitarse, es Dios mismo quien debe re-hacerlo, re-crearlo,
porque es el único que puede llegar hasta las raíces y hasta las estructuras profundas que
hay que cambiar y renovar.
Triste situación la del hombre caído: unidad y antagonismo; dualismo casi espontáneo
como constitutivo de su misma naturaleza; lucha penosa contra sí mismo: materia y
espíritu, frente a frente disputándose el dominio del ser; consiguiente ruptura de toda
unidad y de toda armonía, secuela necesaria de limitaciones, ignorancias e impotencias.
Realidad pavorosa que todos constatamos en nuestro propio ser y que arranca de nuestra
entraña el mismo grito de Pablo: "¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ". La
respuesta la da la certeza de nuestra fe: "Gracias a Dios, por Jesucristo"' ' .
La rehabilitación del hombre precisa de un largo, penoso y perseverante esfuerzo. Su
dualismo y su antagonismo solo son superables en Cristo. Su unidad y armonía serán
recobradas en su unión y transformación en Dios. No otro es el proceso de la vida
espiritual. El dibujo del Monte de la perfección, de San Juan de la Cruz es una ilustración
completa de este proceso.
El hombre debe comenzar por aceptar desde una fe libre, el mensaje salvador de Cristo.
Debe ser "bautizado en el Espíritu": elevado a la dignidad de hijo de Dios, entra a formar
parte del pueblo santo, es incorporado al cuerpo de Cristo y queda consagrado templo del
Espíritu. En adelante ya es "unidad" con los hermanos en espera de la consumación
escatológica en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; en espera de su
deificación total: "Esta es la verdadera adopción como hijos", en frase de San Juan de la
Cruz. Esta es la plenitud del hombre.
Plenitud, resultante de la acción del Padre, que llamó; del Hijo, que redimió; del
Espíritu Santo, que santificó; y de la comunión con los hermanos.
Pero este hombre "llamado", "redimido" y "santificado", ¿ya está en su plenitud?
No. Debe conquistarla con su propio esfuerzo, con la ayuda de toda una economía
salvadora y con la colaboración de sus hermanos.
La visión real de nuestra situación actual como redimidos la encontramos en los
capítulos 5-8 de la Carta a los romanos. Una serie de antítesis expresivas del antagonismo
feroz que nos destroza, y de las ansias de plenitud que nos martirizan al mismo tiempo
que nos lanzan a Dios. Leamos a Pablo: "carne y espíritu, muerte y vida, esclavitud y
G.S., 22.
'" Rom. 4,25.
' ^ Rom. 7.25.
13
libertad, tinieblas y luz, pecado y gracia; hombre viejo y hombre nuevo, Adán y Cristo".
Las consignas de Pablo, como las de Cristo, son implacables, definitivas, de un radicalismo
insoslayable: NO, al pecado. NO, a las obras de la carne, enemiga de Dios. Vida nueva para
Dios en Cristo, vida según el espíritu. Vida de hijos de Dios.
El hombre redimido continúa carnal, incapaz de lo espiritual, cerrado a Dios. Dos
caminos se abren a su libertad: el de la divinización, que pasa por la cruz, y el de una
deshumanización creciente, que termina en la animalización. En el primer caso el hombre
no está solo. El camino hacia la plenitud es arduo pero realizable en la Iglesia, con Cristo,
en el Espíritu y en compañía de los hermanos.
3. Necesidad y actualidad de la dirección espiritual
a. Necesidad
Este apartado es casi una síntesis de todo lo anterior. Desde el misterio de la Iglesia y
desde la situación presente del hombre, hemos considerado la dirección espiritual como
un servicio carismático, como una expresión de la caridad fraterna. De todos modos como
una ayuda necesaria para el hombre y reclamada por su misma condición de indigencia.
Desde cualquier situación o condición en que se encuentre, el hombre ha buscado siempre
la ayuda de sus semejantes. Jamás la ha considerado insultante para su dignidad ni des-
tructiva de su personalidad. La ha visto como necesaria complementariedad en el logro de
su perfeccionamiento. Y esto, a todos los niveles.
En el campo espiritual, la ayuda se presenta tanto más necesaria cuanto el espíritu está
por encima de la materia y en la medida en que el destino sobrenatural sobrepuja la
condición simplemente creatural del hombre. Esta ha sido una constante a través de los
siglos y de las culturas. "Nadie es bastante fuerte para librarse de las funestas influencias
que nos apartan del bien. Es menester que alguien nos dé la mano y nos guíe"* ^ . Así se
pensaba en la Roma pagana. Y valga por todas las grandes religiones espirituales el sentir
de Gandhi: "Creo en la teoría del Gurú y en su importancia en la vida espiritual ... No es
posible el verdadero conocimiento espiritual sin la ayuda del Gurú. Solo un maestro que
posea una perfecta sabiduría espiritual puede ser escogido como Gurú".
En la medida en que la vocación y el ideal cristianos superan cualquier otro ideal
religioso, se hace más acuciante la necesidad de ser ayudados. Conocedor de la incapaci-
dad humana. Dios mismo se ha dado al hombre y le ha dado toda una economía de
salvación. La ha encerrado en la Iglesia para que sea administrada por el hombre mismo en
favor de sus hermanos. La dirección, como parte de esta economía, es necesaria. Entra en
los designios divinos: "Es Dios tan amigo que el gobierno y trato del hombre sea también
por otros hombres semejantes a él y que por razón natural sea el hombre regido y
gobernado, que totalmente quiere que las cosas que sobrenaturalmente nos comunica no
les demos entero crédito ni hagan en nosotros confirmada fuerza y segura, hasta que
pasen por este arcaduz humano de la boca del hombre"' ^ .
Cit. Raúl Plus, Dirección espiritual, p. 12.
' ^ Subida del Monte Carmelo II, 22, 9.
14
La necesidad de la dirección espiritual ha de considerarla cada quien desde su dignidad
e hijo de Dios y miembro de la Iglesia. Dc^dc las exigencias íntimas y personal i'simas de
Dios y desde su capacidad de respuesta; desde su situación presente y su tensión escato-
lógica. Desde la humilde conciencia de su pobreza, o desde su personalismo autosufi-
ciente. Desde su libre decisión por Dios en entrega de amor. La respuesta que cada uno
formule le dará la calidad de su cristianismo como consagrado.
b. Actualidad
Para quien aún conserve el sentido de Dios, de la Iglesia y de su cristianismo, la
dirección espiritual será una realidad siempre actual. Como actual es Dios y actuales son
sus exigencias.
Pero es que, además, a nivel eclesial y universal, asistimos al pronunciamiento de
fenómenos que la postulan. Se trata, por una parte, de un verdadero despertar de la vida
espiritual, a una hambre insaciable de experiencia de Dios, a una vida de oración y de
contemplación profundas. Fenómeno ante el que KarI Rahner no duda en afirmar: "Ca-
bría decir que el cristiano del futuro, o será un místico, es decir, una persona que ha
experimentado algo, o no será cristiano"'*. Fenómeno que, necesariamente, precisa de
guías que lo conduzcan a través del mundo de las experiencias divinas.
Paralelamente, y como consecuencia de la fuerte crisis de valores que vivimos; como
consecuencia también del movimiento renovador, que ha sacudido todas las instituciones,
estructuras e ideologías; en medio de una carencia de seguridad, de estabilidad, de objeti-
vos claros, de confusionismo desorientador, necesitamos quien nos guíe hacia la verdad
completa.
La necesidad se deja sentir más acuciante en relación con la vida religiosa en cuanto
más cargada de exigencias divinas, y víctima en tantos casos, de fáciles equivocaciones y
de apreciaciones no siempre justificables. Cuántas lamentables situaciones individuales y
comunitarias se habrían evitado o habrían tomado un rumbo diferente de haber tenido a
tiempo, a su lado, un auténtico hombre de Dios capaz de leer y de interpretar la historia y
su evolución a la luz de Dios.
Todo esto hace pensar que es ésta la hora de la dirección espiritual. Una dirección que
a la luz de lo expuesto, ya no puede presentarse como dominio sobre la persona ni como
paternalismo, inadmisible hoy, sino que, repitámoslo, toma la forma de una expresión
preciosa de la caridad fraterna. Una dirección espiritual, además, de tipo individual que no
puede ser sustituida por una formación en grupo: cada alma es un mundo único con su
historia y su geografía irrepetibles, como encarnación de un designio divino único
también, sobre el que resuena, insistente, una llamada personal que espera una respuesta
personal.
En los planes de Dios, hay un camino para cada alma y quizá no lo hemos descu-
bierto ... Tal vez vayamos por atajos diferentes, equivocados . . . Pidamos ayuda. Bus-
quemos luz, orientación, sonsejo: ¿un sacerdote? ¿una superiora? ¿una cohermana? El
I 8
Escritos de Teología. VII, p. 25.
15
Espíritu sopla donde quiere, como quiere, cuando quiere. Puede reservarse él mismo la
dirección de un alma, pero lo ordinario es conducirla a través de los medios que El mismo
ha creado como instrumentos de su acción. Rechazar, menospreciar estos medios no es
menos que rechazar a su autor; no es menos que una renuncia a nuestro patrimonio
espiritual y a nuestros derechos dentro de la comunidad eclesial. Y por ende, una renuncia
a nuestra propia plenitud.
Siempre fui amiga de letras, aunque gran daño hicieron a mi alma confe-
sores medio letrados, porque no los tenía de tan buenas letras como quisiera.
He visto por experiencia que es mejor, siendo virtuosos y de santas costum-
bres, no tener ningunas; porque ni ellos se fían de sí, sin preguntar a quien las
tenga buenas, ni yo me fiara; y buen letrado nunca me engañó.
Santa Teresa, Vida 5, 3
16
¿ Dirección espiritual o
dirección del
espíritu ?
Darío Restrepo L.
" . . . Entonces Padre, ¿qué tengo que
hacer? "
Esta pregunta, al parecer tan simple,
determinó por mucho tiempo el punto
básico de la llamada "dirección espiritual".
Los mismos términos de "director" y
"dirigido" ("Padre" e "hijo espiritual"),
tomados en su sentido literal y estricto,
trazaron durante decenios los derroteros de
este diálogo religioso.
Una persona cronológica y psicológi-
camente adulta, adoptaba de esta manera
un comportamiento infantil en materia de
fe y de vida espiritual' . Esto sucedía con la
anuencia, aunque inconsciente, del mismo
* No se debe confundir un comportamiento
infantil en materia de vida espiritual con la
"infancia espiritual" que como vía de perfec-
ción implica todo lo contrario: una gran ma-
durez V consciencia en la vía del Espíritu
hasta la simplicidad evangélica.
director, quien por sí solo buscaba, encon-
traba y ordenaba la "solución" del pro-
blema consultado. Al 'dirigido' no le
quedaba otra tarea que la de obedecer y
cumplir fielmente lo ordenado por su
'director'.
Este retrato, que a más de uno puede
parecer caricatura de la entrevista espiri-
tual, fue demasiado frecuente y tradicional.
La historia de la espiritualidad nos de-
muestra que el término "dirección" fue
tomado muy en serio, iquizá demasiado en
serio! Algunos directores espirituales y
muchos de sus dirigidos se guiaron en este
punto por el sentido literal de estas pala-
bras para concluir en un mandato espiritual
de parte del director que hablaba 'en
nombre de Dios', y en una obediencia ciega
y completamente pasiva por parte del diri-
gido.
Semejante manera de proceder acarreó
numerosos perjuicios a quienes acudieron
17
en busca de una 'solución' para sus difi-
cultades religiosas. La "santidad" del di-
rector —se pensaba—, suplía todo lo demás,
tanto en lo referente al director como en lo
que concernía al dirigido. La ciencia que
aquel debía tener, su experiencia, su ca-
pacidad de suscitar en su interlocutor una
colaboración activa, madura y responsable,
quedaron oscurecidos por el halo de su
procalamada santidad.
Ya Santa Teresa de Jesús denunciaba
este equívoco^ adoctrinada por su triste
experiencia del fracaso con varios direc-
tores de solo buena voluntad, que la diri-
gieron según sus conocimientos espirituales
sin tener en cuenta el camino particular por
donde el Espíritu conducía a la Mística
Doctora. No se debería este fallo al hecho
de querer conducir los directores a sus
dirigidos por el mismo camino por donde
Dios los conducía a ellos? ¿La voluntad de
Dios se puede identificar sin más con la
voluntad del director?
Dice la Santa que durante diecisiete años
estuvo engañada por las desacertadas orienta-
ciones que sus directores espirituales de esta
época: "siempre fui amiga de letras, aunque
gran daño hicieron a mi alma confesores
medio letrados . . . Estos otros [confesores]
tampoco me debían de querer engañar sino no
sabían más . . . Creo permitió Dios por mis
pecados ellos se engañasen y me engañasen a
mí. Yo engañé a otras hartas con decirles lo
mismo que a mí me habían dicho . . .". STA.
TERESA DE JESUS, Obras Completas, Edi-
ciones Aguilar, Madrid, 1951. Vida, cp. V, p.
42.
"Para esto es muy necesario el maestro, si es
experimentado; que si no, mucho puede errar
y traer un alma sin entenderla, ni dejarla a sí
misma entender . . . ; Yo he topado almas
acorraladas y afligidas por no tener experien-
cia quien las enseñaba, que me hacían lástima,
y alguna que no sabía ya qué hacer de sí
porque no entendiendo el espíritu [los doc-
tores espirituales], afligen alma y cuerpo y
estorban el aprovechamiento . . . ". Oc, cp.
XIII, p. 78. Véase también la p. 79. En el
Camino de Perfección, o.c, cp. V, p. 278s.,
habla de la necesidad de "letras" en los con-
fesores (directores (.
El problema puede plantearse en la si-
guiente forma. Qué relación hay entre estos
dos enunciados: "Dirección Espiritual" y/o
"Dirección del Espíritu". Existe una dis-
yuntiva (o), o hay una relación de unión
indisoluble (y), entre ellos.
Estas reflexiones nos han llevado ante la
puerta de un interrogante fundamental:
qué se entiende por "Dirección Espiritual".
¿Preguntarnos sobre esto no es incurrir en
una discusión "bizantina", cabe decir,
inútil? ¿Estamos seguros de que los ma-
yores beneficiarios de esta 'dirección', los
religiosos, entendemos su sentido correc-
tamente?
En la entrevista religiosa, quién es el
"director": ¿el sacerdote interlocutor^ (u
otro que desempeña esta misión), o el Es-
píritu Santo? ¿No hemos comprobado con
frecuencia, tanto 'directores' como 'diri-
gidos', que en el orden de los hechos el
Espíritu Santo ha pasado a segundo plano
cuando no ha quedado completamente
suplantado? ¿La penosa experiencia de las
equivovaciones cometidas en la vía del
Espíritu no nos ha demostrado a unos y a
otros, que sin dudar de nuestra buena vo-
luntad, hemos errado por completo por
falta de docilidad al Espíritu de la Verdad
en los dos interlocutores?
Esta humilde pero muy provechosa
comprobación nos descubre el punto capi-
tal de una auténtica "dirección espiritual":
Dada la ambigüedad del término "director",
algunos prefieren hoy otra terminología. Lo
llaman "Padre espiritual", "consejero u
orientador espiritual", y a la misma relación,
"diálogo espiritual", etc. No obstante, no te-
nemos reparo en seguir usando el término
clásido de "dirección o director espiritual"
siempre y cuando que a cada uno de los in-
terlocutores de este diálogo se le asigne el
p>apel que le corresponde. Cf. LAPLACE
Jean; El Diálogo Espiritual (La dirección de
conciencia). Ed. Hechos y Dichos, Zaragoza,
1967, p. 9. Cf. además p. 14ss.: "Quejas
contra la Dirección (espiritual}".
18
el "discernimiento de espíritus". ¿Cuál es
su papel dentro del diálogo de conciencia?
La dirección "espiritual" en cuanto es-
piritual es precisamente una obra del Espí-
ritu Santo quien es el único que puede
hacer que el hombre no se rija por criterios
simplemente naturales, psíquicos, "según la
carne" sino por criterios sobrenaturales,
espirituales, "según el espíritu"*. Dirección
Espiritual por consiguiente significa y debe
significar una "Dirección según el ES-
PIRITU (con mayúsculas), es decir, según
el Espíritu Santo.
Este es precisamente el objetivo del
"discernimiento de espíritus" y en último
término, de toda dirección espiritual. Entre
las múltiples voces de nuestro tiempo, en-
tre los distintos espíritus (espíritu del mal,
del hombre carnal y mundano, del hombre
'psíquico''', en las diversas posibilidades
ante el bien, etc.), llegar a detectar, me-
diante un discernimiento personal y en
común con el director espiritual, cuál es la
voz del Espíritu Santo, cuál es la voluntad
concreta de Dios sobre mí "aquí" y
"ahora" en el "hoy" de mi propia historia
de salvación en relación con mi "frater-
nidad" (Iglesia, comunidad, equipo apos-
tólico . . .)^
La dirección espiritual no solo pretende
hacernos zanjar en profundidad los linderos
que separan al bien del mal. Mediante el
discernimiento de espíritus nos entrena
para poder distinguir entre las varias posi-
bilidades que se nos ofrecen en el campo
del bien, cuál es la voluntad concreta de
4
Lo nacido de la carne es carne; lo nacido del
Espíritu es espíritu" — Jn. 3,6—.
^ Cf. Evangélica Testificatio de Paulo VI, n. 38.
* Notemos de paso la relación que existe entre
una dirección espiritual comunitaria (correc-
ción fraterna, revisión de vida, grupo de
oración, etc.) y la dirección espiritual perso-
nal, complemento indispensable de la ante-
rior.
Dios. No todo lo bueno por ser bueno es
voluntad de Dios sobre mí aquí y ahora^.
Es necesario examinar todas estas posibi-
lidades para escoger no solo lo bueno* sino
tratar de acertar con lo que según la volun-
tad divina para mí, es "lo bueno, lo agra-
dable, lo perfecto"' .
Esto no se podrá obtener, si tanto el
director como aquél a quien orienta, no se
someten con plena y total docilidad al
Espíritu, verdadero Director de la con-
ciencia humana. El diálogo espiritual será
por lo tanto una búsqueda en común de la
voz del Espíritu en la que el director presta
su ayuda espiritual' ° para que su interlocu-
tor pueda llegar a comunicarse directamen-
te con Dios, sin interferencias que le
impidan buscar y hallar la voluntad de Dios
sobre el destino de su vida.
La dirección espiritual pretende "acer-
tar" en la búsqueda y encuentro de esta
voluntad divina y "asegurar" el cumpli-
miento de la misma. Pero esta "certeza" no
la puede garantizar el director' ' sino solo
el Espíritu de Verdad.
El oficio del guía espiritual no es pues el
de un "director" en el sentido más propio
y común de la palabra. El, ordinariamente
no debe "dirigir" el diálogo dando solu-
ciones hechas'^, a no ser en casos extre-
mos o con personas perturbadas psíquica-
7
Todo me es lícito mas no todo me
conviene", dice S. Pablo en la. Cor. 6,12.
* la. Tes. 5,21.
' Rom. 12,2.
'° Como instructor inicialmente y luego más
como cooperador y orientador.
' ' "... hay diferentes caminos por donde lleva
Dios, y no por fuerza los sabrá todos un
confesor". STA. TERESA DE JESUS, Cami-
no de Perfección o.c, p. 288.
1 2
Por este aspecto su acción se asemeja a la
actitud de "no-directividad".
19
mente. La persona que acude a él debe
conservar intacta toda su libertad personal
bajo la moción interior donde el Espíritu
tiene toda la iniciativa para inspirar lo que
quiera, donde y como El lo quiera. Y el
director tendrá que guardarse muy bien de
sustituir o de interferir esta acción del
Espíritu sin darse muchas veces plena
cuenta de ello.
El director será por lo tanto solo un
'coadjutor' de la gracia divina, alguien que
ejerce una 'diaconía' del Espíritu. Por eso
su misión es la de co-laborar, la de
con-currir y co operar a la acción divina en
la persona de su interlocutor. Su papel
corresponde al del "instructor" que ayuda
a preparar y disponer a otro para que
pueda luego hacer por sí mismo y de modo
ordinario, un discernimiento en su propia
vida espiritual. No es instructor de prin-
cipios teóricos (profesor), sino de los
elementos necesarios para esta acción. Se
asemeja a un "instructor de vuelo" quien
indica lo que hay que hacer para poder
volar solo. Es más un "entrenador" de
ejercicios que un expositor de ellos. Es "el
que hace hacer"; no el que soluciona sino
el que suministra elementos y orientaciones
que ayuden al otro a solucionar sus pro-
blemas según Dios.
Pero si él no debe ser un "director" en
el sentido explicado anteriormente, tam-
poco será un simple espejo, mudo testigo
de un combate interior del que acude a él.
Su deber es el de presentar y ser testigo de
las coordenadas evangélicas necesarias para
que el que vive esa experiencia goce de
completa libertad espiritual, garantía de su
propia decisión y elección. El director
instruye, ayuda, orienta, corrige y aseso-
ra' ^ de manera especial en lo referente al
discernimiento de espíritus.
En este sentido el diálogo espiritual se podría
llamar "directivo".
Según la tradición''' el director espi-
ritual hasta hace algún tiempo, con los
datos suministrados por el dirigido, hacia el
discernimiento y le comunicaba a este lo
que debería hacer. Pero desde que se ha
redescubierto el sentido y finalidad del
discernimiento' ^ , el director hace que su
interlocutor tome parte esencial y activa en
el mismo proceso. El Concilio Vaticano II
en el decreto "Perfectae Caritatis", al
cambiar el enfoque de la obediencia (pasi-
va) religiosa, modificó en este mismo
sentido por las implicaciones de esta obe-
diencia, el papel que debe tener la persona
que busca un consejo espiritual. Dice este
decreto (n. 14), hablando a los superiores,
que lleven a sus súbditos a que
"...empleando las fuerzas de la inteli-
gencia y de la voluntad, así como los dones
de la naturaleza y de la gracia . . . cooperen
con obediencia activa y responsable . . . ".
Esto mismo debe aplicarse a la actitud de
toda persona que acude en búsqueda de
una ayuda espiritual en el diálogo de con-
ciencia.
La dirección espiritual es por consi-
guiente una relación dialogal entre dos
personas, director y discípulo espiritual, en
que el primero presta al segundo una ayuda
espiritual en orden a conocer y a cumplir la
voluntad divina sobre este, mediante su
activa colaboración y responsabilidad. Son
dos papeles igualmente activos aunque en
distinto plano. El modo, orden, materia y
Cf. la historia del "Discernimiento de
Espíritus" en el Dictionnaire de Spiritualité,
v. III, art. 'Discernement des Esprits', col.
1222SS.
S. Ignacio de Loyola en sus Ejercicios
Espirituales [nn. 313-327; 328-336;
4,6-10,17 . . .] introdujo (a partir de su con-
versión en 1521) un método de discerni-
miento que debe ser practicado tanto por el
director de Ejercicios como por el ejercitante
para llegar, en un trabajo común, a descubrir
la voluntad concreta de Dios en un determi-
nado momento de la vida. Este mismo mé-
todo se aplicó a la dirección espiritual.
20
frecuencia del diálogo están condicionados
a la persona que busca la dirección, a la que
el director debe adaptarse en función del
fin buscado. Esto significa que no hay una
manera universal de llevar esta dirección
espiritual ni una fórmula preestablecida de
solución a los problemas religiosos, válida
para todos los casos. La relación que se
establecerá en este diálogo espiritual no
preexiste al diálogo mismo; se hace en él y
por él, está condicionado necesariamente
por él.
El Espíritu Santo en cuanto Espíritu es
imprevisible, inefable, inaccesible. El Es-
píritu como el viento sopla donde quiere.
Y su acción en el hombre conserva estas
mismas características. Por eso no es ma-
nipulable, no es clasificable, es siempre el
"Creator Spiritus". Solo una completa
docilidad a su paso por la vida del hombre
podrá permitir que sus gracias (carismas),
sean reconocibles "en espíritu y en ver-
dad", dentro de la Iglesia, por una acertada
dirección espiritual que enseñe a leer las
huellas de su visita en un auténtico "dis-
cernimiento según el ESPI RITU".
Adviertan estos tales (los directores espirituales) que guían las almas y
consideren que el principal agente y guía y movedor de las almas en este
negocio no son ellos, sino el Espíritu Santo, que nunca pierde cuidado de ellas
y que ellos sólo son instrumentos para enderezarlas en la perfección por la fe
y ley de Dios, según el espíritu que Dios va dando a cada una.
S. Juan de la Cruz, Llama 3, 46
21
¿ 5e debe tener miedo ai psicólogo ?
¿ En qué puede ayudar la
psicología a la vida religiosa ?
Salvador López
Existen hoy en nuestra sociedad dos cosas que parecen contradictorias:
La fe ciega en el psicólogo y el miedo al psicólogo.
Las dos suponen ignorancia de lo que es la psicología y de lo que hace el psicólogo.
La fe ciega es supersticiosa y supone ignorancia de las limitaciones de la psicología: Se
le pide el remedio de males que están muy lejos de sus posibilidades y solución de
problemas que no son de su incumbencia. Por ejemplo: con frecuencia se la toma como
un sustituto de la religión por quienes no saben ni lo que es Psicología, ni lo que es
religión.
Pero también se la teme y se le tiene prevención injustificada. Tanto el temor como la
prevención suponen ignorancia y prejuicios. Se ignoran los límites del quehacer psicoló-
gico, porque no es fácil saber los límites dentro de los cuales debe operar la psicología y
por consiguiente el psicólogo. No es raro que esto lo ignoren ios legos en esta rama del
saber, cuando no lo saben bien los mismos peritos . . . ¿Quién ignora que insignes psicó-
logos, como Freud y otros, ¿se han salido de los justos límites de su ciencia?
Pero, como aquí no hablamos para todos, sino para un público específico, existen
entre los religiosos {tal vez más entre las religiosas, aunque yo soy un admirador de los
ingentes progresos que se han hecho en la promoción cultural de las mismas) quienes aún
ignoran con precisión qué es lo que le toca hacer a un psicólogo y por ello dudan de la
22
eficacia de su labor o la niegan sin más. Tienen derecho a hacerlo, mientras no tengan
pruebas de una cosa y de otra.
Por eso en estas líneas nos proponemos exponer con toda claridad de que seamos
capaces, el área a que se circunscribe el trabajo del psicólogo y la trascendencia que éste
tiene para la vida religiosa. No lo haremos de una manera erudita sino sencilla, al alcance
de los profanos en Psicología.
Misión del psicólogo en la tarea de llevar la vida religiosa a la madurez
En este artículo no es mi intención resolver problemas, sino plantearlos. El fin que
persigo es hacer ver la misión del psicólogo en la difícil tarea de llevar a una persona que
vive la vida religiosa institucional hasta la madurez de esta vida.
Procedamos planteando casos y viendo que en ellos la Psicología tiene una labor
específica y aún más, que tal vez le corresponde la clave de la solución.
a. En el camino hacia la integración del sexo
Es cierto que todo religioso debe resolver el problema de la integración del sexo en la
totalidad de su persona. O resuelve este problema o fracasa en su vida.
Ahora bien, este es un problema netamente psicológico, porque lo forman fuerzas
específicamente psicológicas como son "el sentimiento de culpa", la madurez afectiva, el
miedo, la acción de fuerzas reprimidas, la influencia que en la libertad tienen las fuerzas
psíquicas que la combaten, la independencia afectiva, la confianza en sí mismo, el
complejo de maldad propia, etc. etc. ... El que no sepa controlar estas fuerzas, la fuente
de donde manan y el proceso que siguen en su evolución, así como el punto que ocupan
en cada momento en la psique, se verá imposibilitado de controlar esas fuerzas, de
hacerlas concurrir a la madurez y la integración de la persona.
Para esta problemática no sirve la dirección espiritual sola. Yo diría que la dirección
espiritual parte del presupuesto de que la persona dirigida es psíquicamente normal y
sana. Si esto no se da, todo su trabajo puede quedar minado y trabajar tan en balde como
el que edifica sobre un terreno minado por una corriente subterránea.
Mi trabajo en la Consejería de la Conferencia de Religiosos de Colombia parte de este
principio y mi experiencia me ha demostrado que no me equivoqué en la suposición.
b. En la lucha contra el "complejo de inferioridad"
Una religiosa se encontraba en una situación psíquica lamentable: la causa era que su
director espiritual "la había dejado por imposible", esto es, le había dicho que era incapaz
de seguir tratándola, porque no adelantaba nada. La pobre quedó en una situación mortal,
convencida de que no tenía remedio . . .
23
No debe creerse que todo mal tiene remedio. Por desgracia tanto en el cuerpo como en
la psique hay males incurables. Pero aquel caso concretamente no era desesperado. No
obstante su curación dependía de la Psicología, no exclusivamente de la Teología, aunque
esta siempre es útil. Veamos por qué:
Se trataba de un caso en que había invadido toda la psique de una manera impresio-
nante el "complejo de inferioridad". Yo diría más; un caso en que un "sentimiento" de
inferioridad, mantenido durante mucho tiempo sobre el alma en situaciones continuadas
y complicadas, se había convertido en COMPLEJO DE INFERIORIDAD, cuyas ramifi-
caciones por la psique eran difíciles de precisar y no menos de erradicar.
Para esta tarea no está preparado un director espiritual por muy competente que sea.
Le falta el estudio sobre las realidades de ios "complejos"psíquicos como tales y sobre
todo un método concreto y operativo de "terapia", una "psico terapia".
Y es curiso este caso, porque precisamente ese "Complejo de inferioridad" está pro-
ducido por la falta de "humildad" en el sentido más preciso del término en Teología. Pero
al Director Espiritual le faltan los conocimientos precisos de diagnóstico y terapia de las
consecuencias que ha producido en la psique esa falta de aceptación de las limitaciones.
c. En la lucha contra los sentimientos
Veamos otro caso también de competencia del Director Espiritual a primera vista:
Se trata de una persona que siente odio a otra de la misma comunidad.
Se puede aumentar el cuadro de referencia: Un religioso que es simpatiquísimo con los
"de afuera" y le resulta imposible convivir con "los de dentro".
También aquí se trata de algo muy relacionado con la caridad, concepto tan teológico
y cristiano.
En estos casos estamos frente a un efecto psíquico de los sentimientos: Amor, odio,
aversión, rechazo, simpatía, antipatía, resentimiento, amargura, son diversas maneras de
aparecer en la psique los sentimientos, afectos y pasiones.
¿Quién debe ocuparse de controlar todas estas realidades psíquicas, el psicólogo o el
director espiritual? Los dos bajo aspectos diversos. Pero yo diría que le correspondería al
director espiritual, cuando se trata de una persona psíquicamente normal, auténtica y
madura, y al psicólogo, si la persona se halla enredada en procesos psíquicos complicados,
que la hacen inmadura, o es de constitución psíquica débil o traumatizada.
En este caso no bastan consideraciones piadosas, aunque despojemos a este término de
todo sentido peyorativo: Se precisa una técnica terapéutica precisa, obra del psicólogo,
más que del director espiritual. Este se expone a que su trabajo dignísimo de respeto, se
quede en la superficie y deje en el inconsciente la raíz oculta que mantiene desde abajo el
renacer siempre nuevo de la aversión o el odio.
La tarea de controlar sentimientos es difícil, aun para el psicólogo más experto.
24
d. Promoviendo la fidelidad a Dios
Hay muchas personas consagradas que, confundidas ante sentimientos encontrados,
creen que deben huir de la vida religiosa, "porque no son fieles a Dios". Les atormenta la
conciencia de que "no están haciendo nada", de que "no están en su lugar", de que
"entraron a la vida religiosa por la puerta falsa", de que "son indignas", deque "no son
felices . . . ". Son muchas las razones que alegan para huir, cuando todos esos pensa-
mientos no suelen ser otra cosa que consecuencias de tensiones psíquicas, de sentimientos
de culpa o de inferioridad que los atormentan desde el inconsciente y en los cuales en
modo alguno está implicada la vocación. No es cuestión de vocación, sino de enfermedad
psíquica. Resuelta la enfermedad, puede volver a brillar otra vez la luz esplendorosa de la
vocación.
Imaginémonos que se trata de una religiosa que fue educada en un puritanismo ex-
tremo por su mamá: todo debía hacerse rigurosamente; si se faltaba en lo más mínimo, se
caía en la indignación de Dios; era preciso hacer todos los días la visita al Santísimo, sin
excepciones; no se podía hacer concesión alguna a la moda; las mangas debían ser largas y
lo mismo la falda: se medían por milímetros; una noche estuvo muchas horas de oración,
llena de dudas torturantes pensando si debía acceder a la invitación de una amiga para ir a
la playa y si debía usar el traje de baño y cómo . . .
Una religión así concebida, sume al alma en una tortura continua. Si esto cae en una
conciencia estrecha, es posible que llegue a afectar el fondo del inconsciente y que
después de algún tiempo surjan en la conciencia la sensación de que todo se hace mal, de
que no es digna de estar entre santas; de que no ha hecho nada en muchos años. Incluso
puede llegar a hacer su aparición la "angustia", la terrible sensación de una amargura sin
límites.
Ante esta situación puede surgir la idea de que no se hace nada en la vida religiosa y de
que, por lo mismo, se debe abandonar. Pero, para cualquiera que estudie el caso, será
evidente que aquí no hay implicado un problema de vocación, sino de salud psíquica. Es
necesario airear esa conciencia, abrirla a la vivencia real de que "Dios es amor" y no
miedo; de que servir a Dios no es una cosa torturante, sino amable, riente, alegre ... Se la
debe llevar a que "se aprecie a sí misma", a que se vea tal cual es. Una persona llena de
méritos, ganados en una vida santa y digna ...
Puede encontrarse uno con un religioso que haya visto con miedo y con asombro que
un día surge en su mente la idea de que él es un bufón, que payaso que no sirve a Dios
con sinceridad y con autenticidad, que lo que le correspondería hacer sería huir, dejar de
hacer el payaso. Y no obstante se trata de un religioso bueno, cuya vida ha sido una
continua entrega y que ha servido siempre a los demás de estímulo y testimonio. ¿Cómo
explicarlo y sobre todo cómo hacer que él mismo se encuentre tal como es y que vuelva a
encontrar la paz y la alegría? Será necesario examinar detenidamente, empleando en ello
mucho tiempo, sin cansarse, las raíces de esos sentimientos que surgen del fondo de su
ser: ¿Cómo cayeron en ese fondo? ¿Cómo fue él mismo inconscientemente, alimentando
esa fuente que ahora le está ahogando con las aguas amargas que de ellas manan?
He ahí otra tarea más del psicólogo que del Director Espiritual.
25
e. En busca de la alegría
¿Y qué se me da con una persona (sea hombre o mujer) que todo lo ve negro? Los
Superiores no hacen nada bien; la vida religiosa se ha tornado invivible; las estructuras son
ataduras que impiden todo movimiento, la gente no merece el sacrificio que se hace por
ella; la Hermana X es intratable, gruñona, repugnante; el apostolado que hace la Comu-
nidad es ineficaz y los métodos propios del siglo pasado; no avanzamos nada; cada día
estamos peor . . .
Después de sentir que bullen estos pensamientos mucho tiempo en la cabeza, ¿qué otra
cosa cabe hacer sino es coger la puerta e irse?
Y no obstante aquí no hay problema de vocación, sino de carácter. Se trata de un
religioso PESIMISTA y cuanto ve lo cree negro, malo, imperfecto.
No conseguirá nada cambiarlo por medio de meditaciones o simples consejos: Será
preciso hallar el resorte psíquico en que se apoya ese SENTIMIENTO PESIMISTA. La
tarea no es ciertamente fácil, porque el pesimismo es como el escrúpulo: Revive conti-
nuamente, cuando se le creía vencido y dominado.
¿Cómo volver la alegría a esa alma pesimista? Cambiándole la mente: Unicamente así,
porque su tristeza es consecuencia de su negra visión de la vida. Mientras ésta persista, la
alegría será imposible. Los recursos serán mucho más propios del psicólogo que del
director espiritual.
f. ¿Como hacer oración?
Ningún tema más propio del director espiritual que el de la oración y no obstante hay
personas implicadas en ese problema a quienes un director espiritual, en cuanto tal, no
conseguirá hacer dar un paso.
Existe un buen número de estas almas religiosas que tienen la sensación de que todos
sus esfuerzos por hacer oración son inútiles, que han sido llevadas a ese problema como
consecuencia del destrozo que en su alma ha hecho una enfermedad psíquica. De suerte
que este problema, para ellas muy torturante, no es sino una consecuencia de otro
problema más importante: Su neurosis paralizante. Mientras no se consiga arrancar el
alma de esa neurosis, será imposible resolver el problema de su oración, mejor, de la
sensación que ellas tienen de que no hacen nada en la oración. Podrá ocurrir, y yo así lo
creo en ciertos casos, que esa "sensación" suya no corresponda a la realidad: Hasta sería
posible que ante Dios esa persona tenga un extraordinario mérito en su oración, que para
ella misma es nula, PORQUE no siente nada, porque está en la oración como un témpano
de hielo, porque le es imposible decirle nada a Dios. En efecto, no le puede decir nada a
Dios, pero tampoco le es posible decir nada a los hombres: Es su enfermedad la causante
de esa frialdad, de esa insensibilidad. Es la SENSIBILIDAD la que está herida en esa
persona y esa sensibilidad es la que hay que resucitar primero, si se quiere llevar algún
alivio a esa persona, que sufre por no poder hacer oración.
De nuevo nos encontramos ante una tarea del psicólogo, más que del director espiri-
tual.
26
g. Formando en la humildad
También es competencia del director espiritual la formación en la humildad evidente-
mente. Pero hay ocasiones en que esta tarea es complicada y el resultado está obstaculi-
zado por fuerzas "complejas" de raíces muy ocultas:
Se trata de una Maestra de Novicias que muy bien sentada en su sillón en la dirección,
manda que su mamá, que está a la puerta, pase hasta donde ella está, sin salir a recibirla y
besarla y abrazarla . . . ¿Quién es esa religiosa, acaso un mostruo? No, sencillamente la
antigua niña "consentida" por esa misma mamá que ahora espera a la puerta . . .
Este hecho, el ser CONSENTIDA, tiene muchas más consecuencias de las que puede
suponer un director espiritual en cuanto director espiritual (puede suceder que él también
sea psicólogo, pero ahora no tenemos en cuenta este posible hecho). El hecho del con-
sentimiento en la infancia suele tener repercusiones psíquicas insospechables, como esa de
que hablamos, que fue confesada entre lágrimas por la misma interesada.
Pero al lado de esa consecuencia había otras muchas, que habían hecho infecunda y
casi trágica la vida de esa religiosa. Elevada por la mano de un psicólogo había llegado a
verse tal como ella era y había llegado a ver cómo el consentimiento había sido para ella
una verdadera "maldición". Enredos, debilidades, tropiezos, choques, caídas, disgustos y
lágrimas habían sido la secuela triste de sus mimos en la infancia.
Llámase director espiritual o psicólogo, el que intente sacar a esta persona del enredo
de su egoísmo cultivado en la infancia, tiene que tener una "endiablada" habilidad para
analizar la psique y hacerle tocar con la mano que su estado es consecuencia de aquella
fatal siembra de ego-centrismo y vanidad.
h. Buscando el equilibrio en la vida religiosa
Hay personas, también en la vida religiosa, cuyo caminar por la vida es tortuoso y
conflictivo: Por donde pasan crean problemas y se enredan en enfrentamientos y choques.
Para rennediar esto, se acostumbra a mandarlas a hacer ejercicios espirituales: Van, los
hacen, vuelven al trabajo y se vuelven a enredar en líos parecidos.
¿Qué ocurre? ¿Qué los Ejercicios son inútiles? No, en modo alguno, sino que antes de
mandarlos a hacer ejercicios había que procurarles un tratamiento psíquico, esto es, había
que procurarles alguien que les ayudara a encontrar ese misterioso "por qué" de su
manera de caminar por la vida. ¿Por qué siempre líos? ¿Por qué parece que goza en
crearlos? Sí, esa es precisamente la causa: Esa persona GOZA en crear líos. Ese es el
hecho que necesita explicación y sobre todo ese es el hecho que debe ser llevado a la
conciencia de la misma persona interesada porque es la única manera de librarla de sí
misma, de volverla a la paz, porque, aunque hemos afirmado que ella goza con eso, es
también verdad que SUFRE por eso. Así de contradictorios somos los hombres. Esa
misma persona ignora por qué se da en sí misma esa mezcla tan chocante de gozo malsano
y de sufrimiento sincero.
27
¿Se sorprendería alguien, si oyera afirmar que todo procede de su orgullo? ¿Será
creíble que la raíz última de esa desconcertante conducta fuera una cierta necesidad,
alimentada allá lejos, en la infancia, de llamar la atención y de hacerse notar? Pues no
sería sino uno de los infinitos amargos frutos de la siembra temprana de vanidad en el
alma de tantas infelices niñas.
Y he ahí otra labor específicamente psicológica.
i. Otra clase de desequilibrio
Pero no es sólo el orgullo el causante de muchos desequilibrios. Lo es también la
afectividad inmadura, esto es, fuera del control de la voluntad.
Una joven religiosa ejerce sobre las niñas del colegio una influencia desorbitada: La
siguen como hipnotizadas; hacen cuanto les insinúa, realizan sacrificios que es inútil
pretender que hagan por inspiración de otra persona alguna; la oyen ensimismadas . . .
De una manera vaga todas comprenden que allí existe algo raro. Pero es difícil decir
qué. Las Superioras están perplejas: Ven que aquello no es normal, pero no saben decir
por qué. Si intentan poner orden en aquel caos, equilibrio en aquella exaltación, se
encuentra con que lo único que habría que hacer es alejarla de las niñas. Pero ¿por qué?
¿Qué motivo pueden poner para ese alejamiento? Es difícil concretar algo, y sobre todo
algo culpable ... Si, por fin, la alejan, las alumnas la acompañan a la estación y hay
lágrimas y aún desmayos ... Si ante sus reclamaciones de inocencia, se la permite volver,
se apodera de las alumnas una especie de histeria . . .
¿Qué está pasando? Nada. Que esa persona es portadora tal vez inconsciente de una
afectividad incontrolada e irradiante, que, como un imán, atrae a sí la afectividad muy
sensible de las jovencitas. Se trata de una fuerza envolvente, acariciante, y fuerte que las
adolescentes sienten sin advertirlo. Esto equivale a decir que la sienten en la zona pática,
en la sensibilidad, pero que no se refleja claramente en la conciencia. Se dejan llevar, pues,
sin el control de la reflexión, como una jovencita se deja llevar por el primer amor . . .
A veces esa afectividad incontrolada se ejerce sobre otra religiosa de la comunidad y
cuantas veces, alarmadas por el fenómeno, la trasladan de residencia, cae en la misma
trampa. Y, como se trata de fenómenos del fondo endotímico de la personalidad (del
fondo sensible, del fondo afectivo) no son percibidos por la conciencia. La consecuencia
inmediata es que las portadoras de esta sensibilidad desbordante se consideran perseguidas
Y ofendidas cada vez que las superioras alarmadas toman alguna medida para remediar el
desorden.
Estamos ante otro fenómeno de la incumbencia del psicólogo.
j. Llevando algún alivio a un enfermo
Se ha dado repetidamente en comunidades religiosas el caso de un religioso enfermo,
psíquicamente enfermo, que ha sido juzgado y condenado como hipócrita, astuto o
28
incluso picaro, por sus hermanos. Estos no entendían su enfermedad. No lo hacían por
malicia, pero sí con crueldad para el pobre enfermo. El desprecio o la condenación no se
hace sin la amargura del paciente, doblemente dolorosa por tratarse de un dolor que se
añade a otro dolor: Al dolor de la enfermedad se añade el dolor del desprecio y de la
distancia y el aislamiento que produce la incomprensión.
Una religiosa es activa, trabajadora, diligente en su trabajo. Tal vez demasiado. De
pronto, sin transición, se encierra en su habitación y permanece allá sin salir, sin hacer
nada, sin comunicación ni actividad alguna. Esta conducta contradictoria desconcierta a la
comunidad. Se la juzga y se la condena y queda cada día más aislada.
¿Cuál puede ser la causa? Pudiera tal vez deberse a una enfermedad grave". LA DE-
PRESION periódica que esa persona sufre. Es típico de esas personas la alternancia de un
"entusiasmo" seguido de una "depresión". Ese cambio es repentino, sin transición'. Si las
superioras y las hermanas superan esto, en lugar de murmurar de la pobre enferma, la
asistirían más que nunca en su estado que es de una amargura intensísima en el período
de DEPRESION (este cambio es repentino). Que al menos esa pobre religiosa tenga el
consuelo de la comprensión de sus hermanas.
* * *
Un religioso sufre en su ministerio: No tiene habilidad para desempeñarlo y en lugar de
placer le procura frustraciones y amarguras. Si la incomprensión de sus hermanos y supe-
riores le impide dejarlo, puede suceder que venga el inconsciente en su ayuda y de pronto
empiece a decir que se ha quedado ciego. Lo ve el oculista y declara que el ojo está
normal. Esto deja al religioso en una posición desairada. Pero él siente que no ve. ¿Qué ha
pasado? Que el inconsciente ha urdido una jugada para liberarlo de la tortura psíquica
que le produce su trabajo (por ejemplo el dictar clases) ha inventado una ceguera que no
es fisiológica (el médico tiene razón), sino psíquica (el religioso también la tiene: ino
ve! ). Sólo la intervención de un psicólogo puede reconciliar pareceres tan opuestos e
incompatibles.
CONCLUSION
La lista de los casos en que la psicología puede ayudar a la vida religiosa pudiera
continuarse indefinidamente. Nunca faltarán los casos.
De lo cual podemos concluir que la labor del psicólogo no tiene nada de misteriosa, ni
de imprecisa, ni de temible. La enfermedad psíquica es tan determinable como la somá-
tica. Y la labor del psicólogo es tan precisa y necesaria como la del médico, mejor, como
la del higienista.
Es además útil, para las religiosas sobre todo, el hecho de que el psicólogo sea a la vez
sacerdote. Ya hemos dicho repetidas veces que lo que se le debe pedir es un trabajo
específicamente psicológico, pero precisamente para que pueda realizarlo, es muy útil su
condición de sacerdote, por esta razón:
29
He constatado MUCHAS veces que yo he podido realizar una labor psicoterapéutica,
porque mi condición DE SACERDOTE hizo que la religiosa se abriera a mí TOTAL-
MENTE, cosa que no se había atrevido a hacer con el psicólogo laico, al que había
consultado anteriormente. Y a veces no sin razón: Los "problemas de un religioso" (sea
hombre o mujer) no los entiende el mundo de hoy y con demasiada frecuencia —esto es
una rigurosa constatación— se dejan llevar de prejuicios contra la vida religiosa en vez de
inspirarse en la ciencia, suponiendo que la tienen. Por jemplo: No a una, sino a muchas
religiosas les ha ocurrido que al ir a consultar algún problema psíquico de origen sexual, se
han encontrado con médicos psico analistas (freudianos) que las han enredado más y que
las han aconsejado sin más que salgan de la vida religiosa PORQUE NO TIENEN VO-
CACION. Esto ha creado en la pobre religiosa un problema cien veces mayor que el que
fueron a consultar, porque ellas, SIENTEN que sí tienen vocación y eso es verdad. La
vocación está por encima y más allá de la enfermedad. Curada la enfermedad (para eso se
ve a un psicólogo) se quitan los obstáculos a la vocación. Pero a veces, en lugar de quitar
obstáculos, se les ponen otros nuevos, sin razón alguna.
Y lo más triste es que se saca la conclusión de que no existe vocación ante el sólo
hecho de que un religioso (hombre o mujer) sienta en sí los impulsos del sexo. El
psicólogo entonces cree más a los prejuicios que él ha tomado del ambiente, que a la
ciencia verdadera. Y aconseja lo que manifiestamente es un disparate, porque en pura
ciencia médica y psicológica de la existencia de pulsiones sexuales, aunque sean fuertes,
no se pueden sacar más que dos conclusiones: Que la persona es NORMAL y que tiene
SALUD. Lo cual ciertamente, por sí solo, puede volverle la paz en lugar de arrojarla de la
vida religiosa. He conocido casos tanto de hombres como de mujeres. Ciertamente entre
nosotros prevelecen los prejuicios sobre la ciencia. Y lo que digo son hechos claros. A más
de cuatro de estos religiosos, a quienes se les había aconsejado que salieran de la vida
religiosa, les he devuelto la paz y ahora viven su consagración con alegría. Son los hechos
los que hablan.
En la Conferencia de Religiosos de Colombia se ejerce una CONSEJE RIAde tipo psicológi-
co AL SERVICIO DE LA VIDA RELIGIOSA. Partimos de un supuesto:
En muchas ocasiones, para que funcione BIEN la vida religiosa, es preciso que funcione
bien la vida psíquica. O lo que es lo mismo: Con frecuencia el mal funcionamiento de la
vida psíquica destruye muchas vocaciones. Todo intento por normalizar la vida psíquica
entre los religiosos es un servicio a la vida religiosa.
30
LA
DIRECCION
ESPIRITUAL
Constataciones y
Perspectivas
Anunciación Arzubialde
1. Introducción
Abordar el tema de la "Dirección Espi-
ritual" en el momento actual, puede pare-
cer a no pocas personas del ámbito reli-
gioso un recuerdo rancio del pasado; de ese
"pasado" del que hablamos a veces en voz
baja y como pidiendo perdón por él.
Sin embargo, es preciso revalorizar este
aspecto, indudablemente útil, si no nece-
sario, en la práctica de la vida espiritual,
entendiendo por tal la conquista progresiva
de sí mismo, orientada a la donación de
servicio a los hermanos y a la adoración e
intimidad con Dios.
Nadie que haya emprendido seriamente
esta ardua tarea, podrá decir que se basta a
sí mismo para su consecución. Somos in-
dividualmente demasiado limitados, exce-
sivamente débiles para hacer frente a tantas
tendencias contrarias como surgen de
nuestro propio yo íntimo y a tantos es-
tímulos negativos que martillean cons-
tantemente la puerta de nuestra voluntad.
Ciertamente, el avance de la psicología y
la rápida difusión de sus teorías han hecho
fácil o, al menos, se han abierto vías de
acceso para el conocimiento de sí mismo al
alcance de una gran mayoría. Hoy los
problemas de las diversas corrientes que
estudian al hombre, se barajan libremente y
son el tema frecuente de nuestra conver-
sación.
Se alza el tono de voz, se adopta una
actitud de pleno convencimiento y se
emplean términos sacados del vocabulario
freudiano haciendo exhibición de unos
conceptos que antes sólo eran del dominio
de una minoría.
Y . . . nada de esto es en sí mismo criti-
cable. Unicamente cabe cuestionar si la
vulgarización de estos conocimientos
acerca del yo, de sus motivaciones, reac-
31
ciones, impulsos, etcétera, etcétera . . .
compensa y suple lo que antes llamábamos
"Dirección Espiritual"; es decir, si se puede
encontrar en un libro, lo mismo que se
buscaba antes en aquél que se elegía como
director y consejero de la marcha de
nuestra vida.
2. ¿El sicólogo de hoy es el director de
ayer?
Cabría introduciraquí el puesto queocupan
en el arreglo de todo tipo de confl ictos inter-
nos los sicólogos. Es innegable que en el
transcurso de unos pocos años estos medios
del alma se han colocado a la cabeza del
mundo. El sicólogo está hoy en los centros
educacionales, en empresas, técnicas in-
dustriales, financieras, políticas ... A él se
recurre cuando nos visitan las depresiones o
nos sentimos "en crisis".
Esto nos indica que si bien la cultura de
los aspectos íntimos del ser humano ha
crecido, y se ha hecho popular, han
aumentado en una proporción mayor las
dificultades, los confrnctos y las angustias
que atenazan al hombre, de tal modo que
automáticamente se siente impulsado a
salir de sí mismo en busca de una ayuda
que le procure el restablecimiento de su
equilibrio interior.
tivamente al programa de vida que se ha
trazado.
Sabiendo que Dios es fiel, y que su
gracia nos acompaña siempre, el religioso
debe procurarse además los elementos que
están a su alcance para mantener su paz
interior y para fomentar su avance en el
camino de la santidad.
Entre estos medios está indudablemente
el de la Dirección Espiritual, entendiendo
por tal dirección la ayuda humana que una
persona capaz libremente elegida presta a
otra que se le confía enteramente para ser
guiada en el desarrollo de su vida cristiana.
Es, pues, una colaboración a la obra del
Espíritu Santo siempre que esta actuación
sobre el dirigido mantenga obviamente, su
propio puesto de subsidiariedad y en nin-
guna manera inhiba o suplante la prioridad
de autodominio que sobre sí mismo tiene
el individuo en condiciones normales para
ello.
Tal vez el autoritarismo con que se
ejercía hace unos años la Dirección Espiri-
tual ha sido causa de su actual receso y de
la desestima con que hoy se la considera.
Pero además de ésta, hay otras causas
que influyen para que este ejercicio en-
cuentre numerosas objeciones y repug-
nancias.
3. La dirección espiritual en la vida reli-
giosa
La vida religiosa de nuestros días no se
ve libre de situaciones semejantes. El
compromiso de los votos de Pobreza,
Castidad y Obediencia vividos a plenitud
conlleva una tensión constante de exigen-
cias y renuncias que la persona, por muy
magnánima y generosa que sea no.es capaz
de mantener por sí sola. Necesita unas
ayudas, por lo menos tan fuertes como sus
propias dificultades, para responder posi-
4. Por parte de quien debiera dirigir
La labor es principalmente de
Sacerdotes y Superioras Religiosos. Con
respecto al Clero Secular, son muchos los
Sacerdotes en los que su propio género de
vida no invita a buscar en ellos el estímulo,
el apoyo y la fuerza que el dirigido pre-
tende encontrar. No es raro tampoco es-
cuchar de estos mismos pastores de la grey
opiniones tan desorientadoras como las que
indican menosprecio por estos asuntos, ya
sea por parecerles bagatelas pasadas a la
32
historia, o asuntos exclusivamente rela-
cionados con siquiatría, si el caso incluye
conflictos, o colindantes con el receloso
misticismo, del que es preferible huir ya
que es mucho más "recomendable" el
conformismo burgués bien instalado en
unas cuantas formas del buen vivir.
Sin embargo, lo más general es el caso
de la falta de tiempo para dedicarlo a esas
"finezas", abandonando el resto de la Co-
munidad Cristiana, ya que la dirección de
unas cuantas almas se considera como
"Finezas de privilegiados".
Los Superiores cuando se trata de Co-
munidades Religiosas, principalmente
femeninas, tienen el difícil papel de ser por
obligación los Directores Jurídicos y
Administrativos de los intereses comuni-
tarios, siendo a ellos a quien les corres-
ponde el velar por la vida espiritual de sus
subditos. Esto hace que frecuentemente se
deslinden los campos y se caiga en algún
exceso o bien querer controlar la marcha
espiritual de cada individuo, cosa que cae al
margen de su responsabilidad, o la de dejar
hacer y deshacer libremente a cada uno,
para evitar mentiras forzadas, rebeldías u
otros problemas.
5. Por parte del dirigido
La persona cae fácilmente en el espe-
jismo del autocontrol. Se cree capaz de
resolver sus propios problemas, se abusa de
la confianza en el propio criterio, se escuda
en la dificultad de encontrar un Director
que efectivamente lo sea y busca suplir su
falta con otros movimientos más moder-
nos, como la revisión de vida, etcétera . . .
y se olvidan a veces factores tan importan-
tes como la humildad de reconocerse
insuficiente, la sumisión a quien creemos
capaz de ayudarnos en la tarea constante
de conversión y superación, la disponibi-
lidad y apertura a la gracia que nos es dada
en la comunicación de inquietudes o fallos
y la difícil aceptación de la obediencia al
consejo y orientación recibida.
Todo esto causa la falta de orden y
coherencia espiritual, el vivir sin programa,
sin ideales, sin puntos de referencia . . .
Naturalmente que no se puede buscar en
el director Espiritual un sustituto de la
propia energía o de la voluntad inexis-
tentes. El Director, si es tal, ayuda, pero no
suple ni hace milagros.
6. Cualidades del director
Evidentemente las cualidades requeridas
son muchas: todas las que integran una
personalidad rica y las que supone una fe
madura.
Al Director se le exigen unos conoci-
mientos en teología y espiritualidad, en
técnica humana de relaciones, dirección,
temperamentos y caracteres. Se quiere ver
en él un hombre abierto a los otros, capaz
de intuir una situación, de adivinar una
necesidad, de analizar un estado de ánimo.
Y a la vez, conocedor de sus propias reac-
ciones. Todo esto es indudablemente difí-
cil, requiere un largo y paciente aprendi-
zaje, a ratos penoso y madurados siempre
en los fracasos. Ha de ser persona de ex-
periencia espiritual, lo cual le hace capaz
de darse cuenta de los movimientos del
Espíritu, le enseña a respetarlos, sin querer
imponer los propios criterios y a vivir
constantemente pidiendo luz a Dios.
Se requiere una gran pureza de corazón
o desinterés, que se sitúa en su lugar mar-
ginal, que piensa en el bien del sujeto, que
ha sabido educar su propia sensibilidad,
aceptando direcciones difíciles o pesadas, y
renunciando a otras donde él había puesto
mayor empeño y se rompen por iniciativa
del dirigido o por iniciativa del Director
cuando ve que no son de provecho.
33
7. Cualidades del dirigido
Después del Espíritu Santo, el dirigido
es la persona más importante en esta tarea
de la dirección espiritual. No solamente
porque él presenta los males que se deben
remediar, sino porque él mismo toma re-
medios, iniciativas, precauciones, etcétera,
según crea conveniente.
Sobre todo, el dirigido es quien decide.
Utiliza toda su libertad en la elección,
pero una vez realizada, tiene que abrirse sin
reservas, mucho más allá de lo que com-
porta la culpabilidad moral (tema del
Confesor). Esta apertura es la clave del
éxito y, a la vez, la mayor dificultad.
Las cualidades más necesarias al dirigido
son entre otras: la inteligencia para darse
cuenta de lo que es y hace, la TRANS-
PARENCIA en la relación y el espíritu de
fe.
8. La relación
Siendo, pues, indispensable el no re-
servar nada de la interioridad del dirigido
importa mucho determinar la naturaleza de
esta relación entablada en la dirección es-
piritual, ya que condiciona el contenido, es
compleja, y se presta a deformaciones.
La tradición habla de la relación pater-
nal. Nosotros hablamos, corrientemente, de
padres espirituales. La palabra no le cae
bien a nuestras sensibilidades modernas,
temerosas de la autoridad que se va a
imponer o del paternalismo que se com-
place en sí, y mantiene al otro en estado
minoritario.
Muchos prefieren hablar de amistad, de
sostén fraternal, de una relación de ayuda.
Estas palabras sugieren la libre elección, la
participación, la investigación común
dentro del respeto a las libertades.
De todas formas estas distintas maneras
de hablar, viejas o nuevas, evocan una re-
lación, que por convertirse en real, alcanza
los estratos más profundos del ser.
Tiene que originarse una elección libre
en sus comienzos y a lo largo de toda la
existencia de tal relación.
Asume y valora el componente humano
de la relación; confianza, estima, since-
ridad, amor o amistad. Muchos fracasan
por no ser capaces de una auténtica rela-
ción humana, o por dejarse desviar ense-
guida por actitudes de inmadurez. Esto es
debido, con mayor frecuencia, al dirigido,
pero también se da en el director.
Impregnando todo ese ingrediente
humano sobre él, actúa el elemento FE. Se
está buscando comunitariamente a Dios, y
en función de este fin, actúan uno y otro y
ve cada uno al otro.
Se ha comprobado, que muchos Di-
rectores influyen más por lo que son que
por lo que dicen. Sin darse cuenta, marcan
la impronta de su personalidad. Por otra
parte, el Dirigido se transforma más fácil-
mente cuando interviene en la relación con
todo su ser, entregándose; que cuando es-
cucha como discípulo. Cuando la dirección
o diálogo se prolonga, normalmente crea
amistad. Pero amistad especial, porque el
Director sigue actuando con libertad,
aprobando o desaprobando libremente,
según crea.
El llamado método "Counseling", muy
usado últimamente en Psicoterapia, ofrece
elementos útiles para la Dirección Espiri-
tual. El Pterapeuta, facilita la exposición
del paciente, le ayuda a encontrar por sí
mismo las dificultades y los remedios. Lo
logra a base de una conversación muy
cuidada en que prácticamente no se pro-
nuncia ni aconseja ni manda, y sobre todo
no manifiesta reacciones de juicio. Se li-
mita, con intervenciones sobrias y apa-
rentemente sin relieve, a provocar y dirigir
34
los descubrimientos del paciente. Al Di-
rector Espiritual le conviene conocer esas
técnicas, pero sin abdicar de su misión re-
ligiosa, divina, de reconciliación. Si aban-
dona su campo, engañado por la eficacia
momentánea, acaba perdiendo su razón de
ser y la eficacia misma.
9. Contenido general de la dirección espi-
ritual
Si hablamos de Dirección Espiritual, hay
que entender "Espiritual" en sentido muy
amplio: Obra del Espíritu, Ejercicios Es-
pirituales, Energías Espirituales del
Hombre . . .
Como esquema señalaríamos tres tareas
en las que puede centrarse la Dirección
Espiritual:
— Educar la libertad: crear serenidad,
distensión humana y religiosa, confianza en
sí mismo; hacerle superar falsas evidencias
V prejuicios; despertar la sensibilidad de la
conciencia moral y espiritual.
— Desarrollar fe y amor: hacer realista el
plano de la gracia, el misterio sobrenatural
en la vida sacramental, en la caridad apos-
tólica; fomentar el sentido de vocación,
entendiendo por vocación la iniciativa y
donación generosa al servicio del Reino de
Cristo, es decir, al establecimiento del amor
en el corazón de todos los hombres, si-
guiendo para ello dócilmente la acción del
Espíritu Santo.
— La Cruz: comprender su misterio en
la propia vida y en la Iglesia; comprenderlo,
vivirlo, mientras se mantiene el amor y el
entusiasmo.
— Abertura al hecho cotidiano, a la vida
concreta, a la intercomunicación con los
demás, evitando que se cree indiferencia
frente a lo que no es o no dice el Director.
10. Conclusión
Después de estas breves reflexiones,
podríamos concluir con la idea de que
ciertamente la dirección es en primer lugar
una tarea hondamente apostólica y, en un
segundo término, tarea que requiere mucho
sacrificio de tiempo, y dominio de la sen-
sibilidad; renuncia a trabajos más vistosos y
remunerativos.
Pero no dudamos en que quien se en-
tregue a esta labor, poniendo al servicio de
ella sus cualidades y sus luces, encontrará
en ella misma uno de los métodos mejores
para su propia santificación.
35
LINEA5
DE
FORMACION
La Conferencia de Religiosos de Colombia quiere abrir en Vinculum una sección
dedicada a presentar testimonios de lo que están reflexionando y realizando las comu-
nidades religiosas en Colombia. Estos testimonios resultan de la mayor importancia, pues
revelan la vitalidad actual y los caminos que se están abriendo.
En esta oportunidad ofrecemos un documento sobre formación de las Hermanas de la
Presentación, Provincia de Bogotá. En él se presentan en forma armónica derroteros para
el redescubrimiento histórico del propio Carisma, de la Palabra de Dios y de la realidad
del mundo en que vivimos. Podrá iluminar, a no dudarlo, muchos de los esfuerzos que se
están haciendo en otras provincias.
Nos permitimos invitar insistentemente a otras comunidades para que nos envíen
testimonios de su trabajo y su reflexión, sobre todo con motivo de algún acontecimiento
importante, como reuniones plenarias y capítulos provinciales. Estos documentos irán
apareciendo en Vinculum.
36
Introducción
"Nuestra profesión de vida evangélica nos impulsa hacia una plenitud en Cristo"
P. C. 60 C.
En un mundo que cambia al ritmo de una evolución acelerada la formación exige una
solidez y profundidad peculiares. No se trata solamente de hacer tal o cual forma, sino de
una creación continua y dinámica según la evolución de la vida y de la historia. Transmitir
lo esencial del pasado, pero también preparar el porvenir, pues debemos formarnos no
solo para hoy sino también para mañana (Cfr. Doc. 71-67).
La vida de una hermana de la Presentación es un proceso continuo dirigido a encarnar
en la Iglesia, el carisma de Marie Poussepin, el cual está inspirado en el Evangelio y puede
sintetizarse asi': servicio personal y comunitario de la caridad para llevar "donde quiera
que sean llamadas el conocimiento de Cristo y de sus misterios" (Reg. XXVII).
Se necesita en la Provincia un plan de formación, general y unificado. Al respecto
presentamos el siguiente:
I. OBJETIVO GENERAL
Realizar un proceso continuo de maduración humano-cristiana, mediante la acción
conjunta de la persona y la comunidad para adquirir una personalidad religiosa que
responda hoy en la Iglesia, a las exigencias de la propia vocación, dentro del proyecto de
la Congregación: "Vivir y revelar a Jesucristo" (Doc. 71-58).
II. OBJETIVO ESPECIFICO
Formar en nosotras a la Hermana Dominicana de la Presentación: persona de fe y
oración, servidora de la Palabra, consciente de tas realidades de nuestro país, de América
Latina y del mundo, comprometida en el servicio de la Iglesia según el carisma de Marie
Poussepin.
Mujer equilibrada, alegre, laboriosa, sencilla, disponible; a la vez delicada y fuerte,
audaz y prudente; capaz de una libertad responsable y con sentido crítico.
III. LINEAS GENERALES
• Dentro de las metas señaladas hay que delimitar objetivos parciales propios de cada
etapa. Hay que emplear también medios eficaces para lograr tales objetivos.
• La formación es una acción conjunta de la persona y de la comunidad:
•• De la persona: ". . . La formación, obra de toda la vida, es crecimiento y
unificación de nuestra persona; es también medio de realizar el progreso en la fe. Cada
37
hermana, responsable de su propio perfeccionamiento, lo asume con una libre coopera-
ción a la gracia . . . para llegar a ser lo que Dios quiere que sea . . . " (Cfr. P. C. 60 C).
•• De la comunidad: "... Para que una religiosa pueda vivir seriamente su com-
promiso en la Misión de la Iglesia, se requiere el compromiso de la comunidad" (Cfr. Doc.
71-60). "... Se construye en un mismo movimiento la persona y la comunidad ..." (P.
C. 4 C ).
Para que la comunidad local sea formadora, debe asumir a cada uno de sus miembros
en la totalidad de su ser y todas deben trabajar por impulsar la vida de fe, de esperanza y
de amor, y por dinamizarla según los principios de participación, subsidiariedad y corres-
ponsabilidad en vista a la Misión. La animadora debe ser la primera en sostener e impulsar
este dinamismo.
• Es necesario asegurar la unidad y la continuidad entre las distintas etapas de la
formación en un proceso dinámico que conduzca a la meta final y que se caracterice por
ser personalizante, progresivo y comunitario. Esto supone un proceso, que permita desde
el ingreso a la Congregación, tener una idea clara de lo que implica la vida consagrada, que
se irá enriqueciendo durante toda la vida.
Para hacer reales estas líneas, es urgente que el plan de formación sea adaptable a las
condiciones personales y a las circunstancias; y que tenga en cuenta los aspectos humano
y cristiano.
A. FORMACION HUMANA
Una base de cultura y de madurez que sirva de cimiento a la formación religiosa.
Comprende la adquisición de hábitos de cultura, la formación doméstica, formación
del criterio, el conocimiento y la adaptación de sí misma, las relaciones con la familia, la
apertura hacia los otros, el cultivo de las aptitudes personales, el ejercicio de una libertad
responsable. Este aspecto humano de cada heramana requiere también una formación
socio-política y una preparación profesional acorde con las condiciones personales y de la
misión.
B. FORMACION CRISTIANA
Llevar hasta el máximo las exigencias del compromiso bautismal mediante una pro-
funda formación comunitaria, doctrinal, espiritual y misionera.
1. Formación comunitaria
La vida comunitaria es un elemento característico de nuestro ser dominicano: la Pala-
bra nos congrega y nos envía.
Formarnos para la vida comunitaria implica:
38
• Abrirnos al amor de Jesucristo, fundamento de nuestra caridad fraterna.
• Desarrollar cualidades humanas, como la acogida, el respeto mutuo, la aceptación
dinámica y la valoración de la persona con un sentido profundo de lealtad.
Estas actitudes llevan a:
descubrir y dejarse descubrir;
aceptar y aceptarse;
darse y recibir;
creer y confiar,
el diálogo será entonces no sólo una comunicación de palabras sino una participación de
vida.
• Crear un clima de verdad que permita reconocer y aceptar las limitaciones propias y
ajenas para crecer juntas en un dinamismo de realización personal y comunitaria.
• Fomentar la comunión como condición y meta de nuestra Consagración vivida en
castidad, pobreza y obediencia.
• Asumir con responsabilidad la elaboración, puesta en marcha y evaluación del
proyecto comunitario, conscientes de que la Comunidad se construye en la medida en que
busca, reflexiona, supera tensiones, se traza metas y evalúa.
2. Formación doctrinal
Progresiva y sólida, fuente de convicciones profundas que impulsen nuestra vida en
cada situación. Requiere bases de filosofía y ciencias del hombre como psicología, antro-
pología y sociología. Debe ser teológica, bíblica, litúrgica y eclesial con una orientación
marcadamente pastoral. Este aspecto doctrinal ha de incluir conocimientos suficiente-
mente profundos sobre:
• El carácter definitivo de nuestro compromiso con Cristo.
• Nuestra Identidad y el espíritu propio de la Congregación.
• El carácter que tienen los votos como expresión de nuestra consagración a Dios y
como medios que liberan para la misión.
• Las llamadas de la Iglesia y del mundo, y la respuesta a las mismas de acuerdo con
nuestra Identidad para alcanzar la unidad en el pluralismo (Cfr. Men. Cons. Gral. Ex.
1973).
3. Formación espiritual
Fundada en la vida teologal, plenamente Cristocéntrica.
39
La Hermana de la Presentación, a partir del Noviciado en donde recibe una seria
iniciación en ia vida espiritual, debe continuar avanzando mediante la profundización de
la vida teologal y evangélica para progresar en una continua experiencia de Dios en Cristo
por el Espíritu Santo.
Cada una descubre y asume su propio proceso espiritual, su forma vital de oración con
ayuda del discernimiento y de una orientación personal y comunitaria centrada en el
espíritu propio de la Congregación.
La oración y el estudio ordenado a la contemplación, tiene que llevarla a un encuentro
identificante con Cristo, su centro, que la impulse a comprometerse en el servicio de sus
hermanos.
Esto implica:
• Organizar la vida de cada hermana y de la comunidad en función de una sólida vida
espiritual, mediante el equilibrio entre contemplación, acción misionera, vida comuni-
taria, descanso.
• Favorecer el ejercicio de una libertad responsable.
• Vi vir el misterio Pascual centradas en la celebración eucarística, corazón de todt
nuestra vida, lazo de nuestra comunión fraterna, fuente de nuestro impulso apostólico
(Cfr. P. C. 44 C).
• Anunciar a Cristo con una vida evangélica radical, principal finalidad de la vida
religiosa.
• Impulsar con fidelidad creadora, la vida de la Congregación, como consecuencia
práctica del estudio del carisma de Marie Poussepin, de la historia de ia Congregación, y
de nuestra Identidad de Hermanas Dominicanas de la Presentación.
• Revitalizar el amor a Nuestra Señora asumiendo sus actitudes de sencillez, acogida,
fidelidad, alegría y don. Como ella: recibir, guardar, encarnar y transmitir la Palabra (Cfr.
Identidad).
4. Formación misionera
Iniciada desde que se ingresa a la Congregación, progresiva y continuada a través de la
vida.
"Para cumplir su Misión la Iglesia evangeliza: Evangelizando promueve y santifica.
Fieles al Espíritu debemos atender a las urgencias de la evangelización en nuestro Conti-
nente".
Anexos Pro. Est. 72
40
"Que la formación desde sus primeras etapas se desarrolle en la línea de la evangeli-
zad ón".
Línea de acción comunitaria
Pro. Bogotá, 1974
Para ello es necesario:
• Revisar nuestias motivaciones vocacionales.
• "Tomar conciencia de que por nuestro bautismo somos Iglesia, y de que, en ésta, la
Congregación se compromete a la evangelización por la cual asume con cada hermana las
modalidades y consecuencias de la Misión que le confía" (Anexo Pro. Est. 72).
• Participar en la vida de la Iglesia a nivel espiritual, comunitario y de la Misión (Men.
Cons. Gral. Ex. 1973).
• Sensibilizarnos para la apertura a los problemas de la misión y comprometernos con
ella.
• Desarrollar en nosotras ciertas cualidades indispensables para asumir el compromiso
misionero: sentido de responsabilidad, espíritu de servicio, acogida.
• Asimilar en la vida el sentido del texto:
"Fieles a su espíritu construímos comunidades cuyo dinamismo misionero depende de
nuestra comunión con Dios y con nuestras hermanas. Esta comunión es anuncio y signo
de la presencia del Reino ".
Doc. 71-26
• Adquirir la suficiente competencia profesional para servir a la Misión.
IV. REALIZACION
• Cada hermana se responsabiliza de su autoformación.
• Cada comunidad local asume la formación integral de cada uno de sus miembros, y
busca los medios para ello (Cf. Proy. Est. pag. 38).
• Un equipo orienta y dinamiza este proceso a todos los niveles y hace efectiva la
continuidad y la unidad de la formación.
(Sacado de "CUESTIONES VITALES", Capítulo Provincial, diciembre 1974)
41
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