K;' ''W:' Um& "^/ >#v i ■'f'tSZ--' f * I'»’ w ^ •* •» V c 4 4 DE CHILE. PUBLICASE MENSUALMENTE EL 30 DE CADA MES. SNTIAfiO DE CHILE. IMPRENTA CHILENA, CALIJi DE SAN CARLOS, ENERO 30 DE 1852. /■ í » . f - V . ACW5fl í? n IT1»SlíílA«!{Í« 3»3li«w ■V' - * ^ . . '.sai -waí'-- v-r, , ■ '■-V'^" ¿I 1 •-■• - ^ w « .U # ■ -- p HT ■♦■■ ■ « ■ ^ 4 V. ' ^’ M o-«l i;n ay íj,ü¿a^Av;;T.nH » á}/:3S<íJü ' '^ V?.Sf t«5 -ín k. ■“/ . -•- ^1. .yiíd L J llECONQUISTJ ES P ÑOLA. ¡nuiles para la ¡lisio- ría de Chile. 1814 — 1817^ por miguel luis i Gregorio Víctor AMUNÁTEGUI. Durante la aciaga época de la reconquista, la historia de Chile se divide en dos partes, como que también la socierlad chilena se fracciona en dos porciones. La una comprendo las tiranías i violencias de Ossorio i de Marco, la otra las miserias i pa- decimientos do los emigrados. Al paso que la primera nos cnlrislece como un largo i doloroso martirio, la segunda nos consuela, a la par que nos aflije, presentándonos el cuadro do hombros que conservan su dignidad en medio de la pobreza, i no des- cansan un momento, buscando recursos para salvar su patria de la opresión cu que jime. La emigración arrastró en sus olas miembros de' todas las clases sociales. Después del desastre de Rancagua se esparció una alarma jencral, un terror pánico irresisti- ble, que precipitó al otro lado do los Andes a individuos que no habían tenido inje- rencia en la política ni de hecho ni de palabra. Se corrió que los vencedores venían pasijudo a cuchillo a los vencidos, voz que motivó la circunstancia de haber comba- tido sin cuartel i con bandera negra en aquella fatal jornada. Las escenas sangrien- tas de Méjico, Caracas i Alto Perú daban también a los españoles una fama terrible, (|ue lo hacia esperar todo de su crueldad i barbarie. Soldados, mujeres i niños atra- vesaron los xVndes a pié i en la mayor confusión. Esta multitud que improvisaba un viaje penoso por entre rocas cubiertas de nieve, endonde dejaba un rastro de sangre. o soportó pL'naliilaiies sin cuento. F.illaban los víveres i las caljalgadiiras; niuehos de eslos infelices viijeros abandonaban en el camino estemiarrera, pretendieron que debía entregársele el mando de las tropas en virtud do la delegación de San 31arlin. Los carrerinos no se mostraron mui dis- puestos a permitir se infiriese a su caudillo tan humillante agravio, c hicieron en- tender que noohcdecerian las órdenes de ningún otro. Los emigrados a quienes la guerra civil traía divididos desde Clnle, habrían venido a las manos, en el momento de i»i- sar un suelo estraño, si O'Higgins hubiera cometido la imprudencia de i cclamar el mando; mas viendo la disposición de los ánimos no se atrevió a exijir una obedien- cia que se le habría negado, i se puso en camino con los dragones de Alcázar, evi- tando con su determinación que se desbordasen de una manera terrible resentimien- tos antiguos que los sucesos referidos habian agriado. Siguióle luego don José ilüguel con el giaieso de la fuerza, i apénas pisó los um- brales de la ciudad, tuvo que sujetarse a una inquisición injuriosa para su honra p(..' la causa que la inspiró. Se hablaba mucho en el público de los injentes caudales que llevaba consigo, del oro i de la plata de (pie se habia apoderado en su fuga de Santiago, i declarándose los mandatarios de Cuyo herederos del fisco chileno, pro- curaron echarse sotire aquel tesoro. Un escuadrón de aduaneros, escoltados por una partida de cívicos se precipitó sobre los cquipaj(‘s de los Carreras, de su hermana doña Javiera, de Üribe i de don José 31aria Benavente, i les intimó (|ue dejasen re- jistrar las cargas de su pertenencia. Los dueños al principio resistieron con enerjia semejante examen; pero su oposición no hizo, sino aumentar el empeño de los em- pleados del resguardo, que los amenazaron con usar de violencia, si no consentían por bien. Entonces hubo que ceder. Inspeccionaron los baúles i las camas con la mayor escrupulosidad; mas en vez do las cuantiosas sum 's, que talvcz esperaban des- — 4— cubrir;^ solo hallaron ropa ¡ ohjolos do poco valor. No lialiiondo podido [iractirarso igual Operación con el equipaje de don Ju.só íliguol por liahorso perdido las llaves, lo condujeron ellos mismos a la aduana, endonde lúe preciso al siguií nle dia para abrirlo desarrajar la cerradura. Este reconocimicnlo no produjo lampoco ningún re- sullado, i sulrieron el mismo desengaño (pie con los oíros. No puede ponerse en dir da que la razón de esta medida l'ué, como lo hemos indicado, el de.seo de posesio- narse de los caudales, que según suponían, se hablan apropiado los Carreras. Si hu- biese sido un mero trámite fiscal, se habría practicado con lodos; mas únicamente se observó con las personas citadas. Ilabria bastado este recibimiento para suscitar entre el gobernador i Carrera ene- mistades i disensiones; pero motivos mas serios vinieron bien pronto a imprimir a la controversia un carácter mas grave i hostil. Don .losé Miguel preUn- dia ejercer sobre sus tropas la autoridad de un jcneral en jefe, sin permitir que nin- gún mandatario eslranjero se entrometiera en el réjimen doméstico i económico de su división, i alegaba por lúndamcnlo a su comliicLa el pacto de unión que existía entre Chile i la república arjenlina. Reclamaba de un aliado lo que sin dificultad le Inbria concedido un neutral. Desde que entraba con la autorización eoinpetenlc en el territorio do un pueblo amigo, i mas que amigo, hermano, no estaba dispues- •o a tolerar (pie se le usurpasen las atribuciones que le correspondiau de dereclio. Ha- bía salido de su patria al IVeiile de los restos esca])ados del destrozo de Rancagua;.se Inliia dirijido a Mendoza pira buscar protección, no para rendirse, i solo aguardaba auxilios del gobierno de 15uenos-.\ires, jiara repasar la cordillera i continuar la gue- rra en la provincia de Coquimbo. Sostenía, pues, que o de tropas cuya mayor parle abrigaba ha- —fi- fia su persona un verdatlcro aféelo, el amor del soldado por un jefe respetado, mien- tras que él no había reunido todos los tdementos de que necesitaría para intimidar a los parciales del jcneral chileno, c impedir que la desesperación i el entusiasmo por su caudillo los precipitaran en una resistencia porfiada. Tomó el partido de ce- jar por entonces, i aplazó pera mas larde el cum|)l¡mienlo de sus designios. Uno de los rasgos proininenles de su carácter era el disimulo; sabia ocultar su pensamiento, i no escrupulizaba por llegar a su fin acomodarse un rostro que disfrazase los senti- mientos que en realidad le animaban. Por salir del apuro no tuvo en esta ocasión ninguna repugnancia para ir a las ocho de la mañana a hacer a don José Miguel una visita, en la cual le hizo mil protestas de amistad, se disculpó por su providen- cia i le manifestó estaba conforme en (]ue él o cualquiera de sus amigos pasasen a Buenos-Aires, o al punto que mas les acomodase. No tardó Carrera en convencerse de que no tenia intención de cumplirle esta promesa. Hacia este tiempo partieron para la capital del Plata Mackena e Irisarri acompañados de don Pablo Vargas. Se susurró que el objeto de su viaje era ir a tra- bajar por los intereses de su facción al lado del director supremo. Sospechando este propósito, el bando contrario procuró neutralizar las v(\ntajas que podían obtener con esta determinación, enviando también un ajenie que abogase por su causa. Na- die pareció mas idóneo para tan delicada misión, que el presbítero Uribe. Le sobraba sagacidad para luchar en diplomacia con los emisarios de los o'hinqíjinütas, i estaba en posesión de todos los dalos i antecedentes necesarios para defender las pretensio- nes de sus amigos. A fin de llevar a cabo esta resolución, solicitó Carrera de San Martin que concediese a su colega el correspondiente pasaporte. Mas este olvidado de los ofrecimientos que habia hecho pocos dias antes, contestó que estaba dispuesto a permitir se trasladara a Buenos Aires cualquier individuo que se le indicara, a menos que fuese de los que componían la última .Junta de Cliile, poríjue ignoraba que decisión lomarla sobre las personas de estos su gobierno, a quien ya habia consultado. Esta variación del gobernador dejaba traslucir algo de sus designios. Importaba por consiguiente apelar cuanto antes ala protección del director, i buscar un amparo a la sombra de su autoridad. Fue lo que hizo don José Miguel, apresurándose a pe- dir licencia para que ¡iirticsen su hermano Luis i el coronel don José María líena- vente, ya que no la Inbia logrado para don Julián Uribe, como lo habia deseado, Estos dos caballeros debian hacer ante el gabinete de Buenos Aires la historia de los servicios prestados por su partido a la independencia americana, i una relación de los agravios que les habia inferido el intendente de Mendoza, inqalorando junta- mente los auxilios que exijia una espcdicion restauradora. Mas lodo el empeño de los rarrerinns por aferrarse en su naufrajio a una tabla de salvamento, era inútil; su ruina estaba decretada i su poder no alcanzaba a conjurar la tempestad que iba a sumerjirlos. San Martin no era hombre que desistiera fácil- mente de lo que una vez habia concebido. Habia visto que don José Miguel no se in- timidaba por simples amenazas, aunque llevasen la forma de decreto i la firma de un mandatario superior, i la eSpericncia le habia enseñado que aquel jeiiio contu- maz solo se doblegaría delante de una fuerza capaz de imponerle. Desde que esta idea habia penetrado en su espíritu, so habia puesto a la obra. Antes de lodo habia computado sus recursos para no esponerse a dar un golpe cu falso. Habia alistado las milicias de los alrrededores, a fin de que viniesen a reforzar el cuerpo de auxiliares arjentinos, mandado por Las-lleras, que estaba a sus órdenes, i se habia asegurado de la cooperación de Alcázar i IMolina, cpio disponían de una parle délas tropas chi- lenas. Cuando tuvo arreglados todos estos preparativos, exijió de Cirrera ipie diese a reconocer en su división por comandante jeneral de armas a don Marcos Bilcirce. El des¡?rac¡ado don José Miguel, que se iba sintiendo ya débil e impotente para la resistencia, no se atrevió a contestar el oficio por no enconar mas la cuestioiii Pensó probablemente que el silencio lo baria ganar tiempo, basla conocer las intenciones del director supremo. Ueprimió con trabajo los arranques de su arrogancia, i se con- tuvo. Pero este sacrificio de nada le valió. San Martin se bailaba demasiado fuerte i estaba mui resentido, para que le guardara muchas consideraciones. En aquellos dins le dirijió una tras oirá las notas mas imperiosas e insultantes. Carrera que babia a- percibido que se le babian minado muchos de sus propios soldados, perdidas sus es- peranzas, quiso morir como valiente, mas bien que bajo los golpes de la persecu- ción, i solicitó con ahinco se le proporcionaran algunos auxilios para dejarse caer con sus compañeros sobre la provincia de Coquimbo. La respuesta de San Martin fue intimarle el 30 de Octubre que si en el perentorio término de diez minutos no entregaba su tropa a don Marcos Balcarce, le tratarla no como a un enemigo cslran- jero, sino como a un infractor de las leyes del pais, i le castigarla como a tal. (3) Carrera, aunque le doliera, conoció bien pronto que no le quedaba otra salida que rendirse. El cuartel estaba rodeado por numerosas milicias de caballería •, se babian abocado cañones a las avenidas principales; Alcázar i Molina al frente de sus solda- dos aparecían entre los sitiadores; se había desplegado en una palabra un grande a- parato militar, ni mas ni niénos que si fueran a asaltar, no e! desmantelado corral que servia de alojamiento a los emigrados, sino un punto convenientemente fortifi- cado. Sin embargo toda aquella ostentación de fuerzas se redujo a una simple para- da, porque el jcneral cediendo a la necesidad obedeció a cuanto se le exijia, i según se lo indicaron, hizo formar la tropa en el patio del cuartel. Entonces a la vista de la linea se proclamó un bando que proponía a los chilenos continuar sus servicios bajo las banderas arjentinas, o retirarse como meros ciudadanos. En seguida un ayu- dante mandó que avanzasen dos pasos los que prefirieran la primera de estas pro- puestas. Solo dos hombres se separaron de la fila; los demas permanecieron firmes. Esta decisión desagradó a los mandatarios de Cuyo, i a pesar del bando^ todos aque- llos hombres, tanto los que Inbian admitido el nuevo compromiso, como los que ha- blan rehusado, fueron retenidos i enviados en número de 700 a Buenos-Aires, endon- de fueron incorporados en distintos batallones. (4) (3) «Tocios los eniigraiios de Chile (]iiedan bajo la protección del supremo gobierno de las Provincias luidas, cotgo han debido estarlo desde que pisan ii su territorio; de consiguiente las obligaciones i contratos que dichos individuos l'ormaron con aquel gobierno, quedan libres de su cumplimiento en el instante que entraron en esta jurisdicción. \a no tiene V'. S. ni los vocales que componian aquel gobierno mas representación que la de unos ciudadanos de Chile, sin otra autoridad, que la de cualquiera otro emigrado, por cuya razón, i no de- biendo existir ningún mando, sino el del supremo director, o el que emano de él, le jirevcngo que en el perentorio termino de diez minutos entregue V.S. al ayudante que conduce este, la orden para que las tropas que se hallan en el cuartel de la Caridad, se pongan a las inmediatas del comandante jene- ral de armas don Marcos IJalcarce. La menor ccintravcneion, protesto o demora a esta providencia me lo hará reputara V. S., no como un enemigo, sino como un inrractor de las sagradas leyes de este pais. El adjunto bando que en este momento se está publicando enterará a V.S. de las ideas liberales do este gobierno.— Dios guarde a V. S. muchos años. .Mendoza 30 de Octubre de 18U.— Joséde San Martin. —Señor brigadier don .losé Miguel Carrera. (4) Como algunos pudieran tenor dudas sobre el número de plazas a que ascendian las tropas de Carrera, vamos a copiar el estado siguiente, lechado el 22 de Octubre de 1814, que don José Miguel ca- vío con su hermano Luis al director supremo do las Provincias Arjentinas. Brigada de artillería Batallón de infantería de linea A." 1. , , , , , Batallón de infanteria de linca N.» 2. , , , , , batallón de infanteria de linea N." 3. , , , , , Batallón de infantería de línea 4. , , , , , batallón de injenuos Rejimiento de caballería. Gran Guardia Nacional. Asamblea Jencral, de caballería. ,,,,,, Dragones. Total 103 hombres, 36 38 22 73 60 164 « « 210 » > » » » t f f 708 — 8— Apenas se concluyó esta función, San Martin liizo ilaniar a su presencia a don Jo- sé .Miguel i a don Juan José Carrera, a Urilie i a don Diego Denavenle, i exhortándo- los a la conformidad, puso en su conocimiento que obligado por las circunstancias se veia en la precisión de dejarlos arrestados. El primero de estos señores le contes- tó que «no estrañaba semej inte tratamiento, ponjue lo esperaba desde tiempo atras, i que con respecto a la conformidad, era esa una virtud que le hablan enseñado los españoles en sus cárceles, cargándole de cadenas.» De ahí fueron los cuatro condu- cidos a un estrecho calabozo, endomle quedaron prisioneros con centinela de vista. El gobernador habia llevado mui a mal la repugnancia que la tropa había mostra- do para enrolarse en el ejército arjenlino, i atribula, por las insinuaciones de ciertos individuos, esta, (pie él llamaba insubordinación, a la influencia del capitán don Ser- vando Jordán. Por este motivo estaba irritadisimo con este oficial, a quien ordenó Comparecer luego quo se retiraron los cuatro anteriores. Cuando se le presentó, le recibió con cortesía, pero habiéndole mandado que siguiese a su ayudante, no sabe- mos con qué objeto, el capitán a corla distancia de su persona se colocó el sombre- ro en la cabeza por librarse de los rayos del sol. Talvez ejecutarla esta acción con insolencia, auiu[ue Jordán asegura que no, bajo su lpalabra de honor; mas lo cierto es que San Martin se precipitó furioso solare él, le arrojó al suelo su sombrero, le dió una manotada en el brazo i le gritó con voz entrecortada por la cólera. «Delante de mí nadie se cubre. Tengo bayonetas para destapar a V. los sesos. V. pagará su de- sacato.» Hizo después arrastrarle a la prisión de los criminales comunes, i remachar- le una barra de grillos, [o) Contamos la anécdota, porque puede servir para dibujar un rasgo de carácter de uno de los libertadores de América. Los hombres notables son casi siempre una mezcla de grandes cualidades i de pequeños defectos, i la histo- ria que no es una apolojía, sino un espejo fiel de lo pasado, debe procurar poner en escena los personajes cuales han sido, i no rotular con nombres célebres creaciones convencionales o de j)ura fantasía. Cuando el escritor tropieza con una falta do al- guno de esos a quienes nos liga la gratitud, i que deseariamos hallar siempre inta- chables, es un triste deber, pero es un deber sagrado consignarla; sin insultar a la verdad se desíiuitará en otra ocasión, relatando sus hazañas o su.s virtudes. A solicitud de Carrera, él i sus compañeros de cárcel fueron trasladados a Rueños- Aires bajo la custodia de JO dragones. El j(‘fe de la escolla habia recibido instruccio- nes para exijir de los reos (así se les denominaba en el pasaporte) el dinero que nc- cesilaria para satisfacer su paga. Sabedora la tropa de esta dis[)osicion reclamó de los presos los sueldos cumplidos del último mes, que no se le habían aun cubierto, i como estos se negaron a sus pretensiones, resolvió chancelar sus cuentas por si mis- ma, siípieando los c(juipajes. Afortunadamente este complot principió a tramarse en las inmediaciones de San Luis, de manera que el intendente do la provincia Dupiii pudo ser informado de la maquinación i evitar su estallido, haciendo arrestar .al ofi- cial que la encabezabi. La tropa continuó custodiando a los viajeros hasta el pueblo de íiUjan, distante diez i seis leguas de la ca'pilal, endomle recibió órilen del diruc- tor don Jervacio Posadas para retirarse i dejarlos entrar libremer.le; pero ánles de separarse el capitán (¡iie la mandaba, arrancó a don Jo.sé Miguel 50 [¡esos como re- compensa debida a sus soldados por haberlos acompañado. itliéntras venían los prisioneros de lAIeiuloza a Rucaos-Aires, habia ocurrido en esta Not.v.--I,.i prcmar.a Ucl tiempo no pcrmile. il.ar mu iiolicia riremistanciaila d('l ariiiamonlo, i de los jclf's i olieialcs sim‘1Io..í, tanto do los »auM*pos de linea (anuo de lo.s de tniliidas ipic lian mni^raiio, i so liall.in on esta cinilid, ipic realizada se acompañar.i con lo.i píos do lista de l.i úiorza existente cuin- prendida en el presento oslailo. Llejí.m a cada nioniento mu porción ilc cini¡;rados del ejercito i particulares. (5) Todo esto consla de la roprcscnl tciun qu i ctcYÓ Jordán al supremo director nara mi< iarsc del agravio iiuc se le tiabla inferido. — 9— ciiidatl un lance funesto quecompromelió todavía masía critica posición de los tres her- manos. Hemos hablado antes de las dos comisiones compuestas la una de Slackena, Irisa- rri i Vargas, i ¡a otra de don Luis Carrera i Benavenlc, que a cortos intervalos envia- ron las dos facciones en que estaban divididos los emigrados a defender sus encon- trados intereses al lado del gobierno central. Mackena i los Carreras se aborrccian de muerte. Al principiar su vida pública la mas estrecha unión había existido entre el primero i don ,Tosé Miguel-, ambos se habían inanilcstado una estimación sincera, i había reinado entre ellos una intimidad, como se encuentra rara vez aun entre ca- maradas de colejio. Después, la desconformidad de miras políticas los habia separa- do, habia enfriado su afecto i al fin los habia convertido en enemigos implacables. Wo hai resentimientos mas profundos, que los que suceden a la amistad. Durante toda la campaña contra los españoles, se habían inferido reciprocamente grandes ofensas, i se habían prodigado una multitud de esas injurias, que se mirarían como insignificantes, si se consideraran a sangre fria; pero que abultadas por la preven- ción parecen desmedidas. Cuando los Carreras estaban perseguidos bajo la administración Lastra, Mackena habia firmado contra ellos un informe que comprende desde su aparición en la re- volución hasta su prisión en Chillan, i que ha quedado como la acusación mas ful- minante, que se les haya levantado. A su turno los Carreras, cuando se apoderaron del mando a consecuencia del movimiento de Julio, le confinaron con otros a Men- doza. Allí Mackena, que habia sabido atraerse las atenciones del gobernador, con- tribuyó en gran parte a desbaratar los planes de sus rivales, i a que en vez de ser fivorccidos, se les persiguiese. Era un anciano jcneralmente respetado; de una auste- ridad de costumbres ejemplar; reunía a la rijidez del veterano, que se ha habituado a cumplir al pié de la letra la ordenanza, la devoción fervorosa del católico irlan- dés, nación a que pertenecía, que observa rigorosamente los mandamientos de Dios. Su valor estaba probado; cántes de venir a Chile, habia servido en los ejércitos de Es- paña, tanto en la Península, como en Africa. Aunque el empleo de cuartel-maestre que desempeñaba, le habría permitido abstenerse de entrar en la batalla, nunca ha- bia podido permanecer simple espectador, i voluntariamente habia casi siempre so- licitado de sns jefes comisiones arriezgadas. (G) Su cabeza estaba cubierta de canas; pero bajo ellas ocultaba la petulancia de un joven. A despecho de los años la sangre circulaba lijera por sus venas, i el corazón le latía aprisa. Esa exaltación de carác- ter hacia que sus pasiones fuesen en extremo impetuosas; no sabia ni amar ni abo- rrecer a medias. Su odio contra los Carreras era ingol)crnablo, salvaba todas las ba- rreras. Era su enemigo a cara descubierta, sin hipocresía. Nada le impedia espresar delante de todo el mundo crudamente i sin ambajes, lo que pensaba acerca de ellos. Quien se halla penetrado del orgullo, de la fogosidad, del arrojo que sus tres ad- versarios habían recibido en patrimonio de la naturaleza, esc comprenderá la impre- sión terrible que debían causarles las injurias de un hombre de la categoría de don Juan Mackena. Si él los odiaba, ellos también le odiaban. Si él los insultaba i los ofendía, ellos también le insultaban i le ofendían. Ninguno de los cuatro estaba ama- sado para contentarse con zaherir desde lejos a sus contrarios, i limitarse como mu- jeres a hacer una guerra do palabras. Dos veces habían intentado dar.se razón con las armas en la mano. Primeramente en Talca, ¡Mackena i don Luis se habían desa- fiado; pero no sabemos cómo la autoridad habia sido advertida, i el duelo no habia podido llevarse a cabo. Después en Mendoza, don Juan .losé i ¡Mackena hal)ian re- suelto también terminar la cuestión como militares de lionor; habían concurrido con [c>] .Vsi apnreer ifc su hoja de servicios i ele un ccrlificado dcl marques de la líomaiia que orijiiialc.s tenemos a la visla. -10- este objeto a la cafiada; hablan alcanzado aun a dispararse un liro, i como ninguno hubiese recibido lesión, estaban cargando de nuevo sus pistolas, cuando llegó apre- suradamente al frente de una partida el ayudante don Domingo Arteaga que venia a intimarles en nombre del jeneral en jefe que o se separaran sin tardanza, o mar* charan arrestados. Sabedor don .losé Miguel del negocio, babia pensado que cual- quiera que fuese su resultado embrollarla todavía mas sus relaciones con San 3Iarlin, i habia procurado impedirlo a toda costa. (/) A los pocos dias salió Mackena para Buenos-Aires con sus compañeros; don Luis con el suyo, le siguió de cerca, según queda dicho. En cada posada, en cada posta recojia este último las voces ofensivas a su familia, que habían ido esparciendo los que le precedían. En todas partes oia que los habían pintado como forajidos, traido- res, asesinos; que atribuían a don José Miguel la pérdida de Chile, el desastre de Ilancagua; que le echaban en cara haber abandonado cobardemente a los patriotas. Figuraos que los resentimientos del viajero eran de antigua data, i que a cada paso su amor propio recibía una nueva herida ¡i qué herida! una sola habría bastado pa- ra convertir en enemigos irreconciliables a dos hombres que se hubieran amado, i entóneos podréis calcular la medida de su furor. Llegado a la capital don Luis fue casualmente a alojarse en una fonda, calle de por medio, con la que ocupaba Jlackena. En la ciudad fué peor que en el camino. Las rencillas de los chilenos servían naturalmente de conversación en las tertulias. A ca- da momento le llegaban a don Luis mil cuentos,- mil chismes. En todas las casas donde visitaba, le pedían esplicaciones sobre lo que relativamente a su persona i la de sus hermanos propagaban sus contrarios. Esas liablillas que mancillaban la repu- tación de su familia, comentadas por tos comadreros de un pueblo eslraño, al cual venia a pedir protección, atizaban su rabia, aguijoneaban su deseo de venganza, i le ponían fuera de si. >'o era, puede decirse, un sentimiento puramente personal el que le estimulaba; sus motivos tenían algo de mas jeneroso, de mas desprendido. De los tres Carreras, don Luis era el que ménos animosidades habia suscitado. Al con- trario, todos por lo jeneral le amaban; sus camaradas por su jovialidad, los soldados por su valor, las mujeres por su belleza i su elegancia. Era un mozo apuesto i cor- les, ele sangre lijera, de un corazón caballeroso, que se hacia querer tan luego como se le conocía. Uno de sus adversarios políticos nos ha confesado con toda nobleza que era un valiente cuya mano so estrechaba siempre con gusto, i uno de sus com- pañeros de armas ha escrito que su cabeza erguida, sobresaliendo entre las illas, era el pendón que seguían durante el combate. Asi murmuraban contra sus hermanos, reservaban para ellos todo el veneno, toda la bicl; a don Luis le consideraban, iban aun hasta ensalzarle por abatir a los otros dos. Contaban que en la acción de Ran- cagua, cuando la tercer.-) división tuvo que retirarse, habia roto su espada, exaspera- do al ver que no se le dejaba abrir por entre las trincheras i batallones enemigos un pasaje a los sitiados. El hecho es falso; pero es cierto que lo referian. Sin embar- go, estos lenitivos no le enfriaban, estas excepciones en su favor no le calmaban. Una injuria inferida a don José Jliguel le dolia mas que si él la hubiera recibido. Le profesaba un tierno afecto de hermano, i le respetaba como al mas ilustre represen- tante de su apellido, como al sostenedor de su casa. Encaraba, pues, el negocio no enteramente bajo el punto de vista egoísta, sino como una mancha que se intentaba arrojar sobre su familia, sobre el nombre que llevaba. Exijir una satisfacción era a su juicio un deber sagrado, que le correspondia cumplir, porque se llamaba Carrera. I’or desgracia las cosas habían llegado a un eslremo, que no se les divisaba otra solución que un duelo. Fué esta la resolución que adoptó don Luis, i en su confor- '7) (lonvei'íarion ron rlon .Juan 'le Dios t rola. iniciad escribió a Maeleena la siguiente esquela: «Noviembre 20. V. ha insultado el honor de mi familia i el mió con suposiciones falsas i embusteras; i si V. lo tiene, me ha de dar satisfacción, desdiciéndose en una concurrencia pública de cuanto V. ha hablado, o con las armas de la clase que V. quiera i en el lugar que le parezca. — No sea señor de Mackena que un accidente tan raro como el de Talca, haga que se descubra esta esípaela. — Con el portador espera la contestación deV.-L. C.» La fonda en que vivia don Luis perteneeia a un norte-americano IMr. Taylor, co. mandante de un queche de guerra arjenlino; se interesaba en eslremo por su hués- ped, que le habia sido mui recomendado por Mr. Poinsset, aquel intimo amigo i con- sejero de los Carreras, primer cónsul de la Confederación en Chile. Este consintió en encargarse de la carta, i fue a llevarla en persona. La respuesta de Mackena no se hizo aguardar. Hela aquí: «Noviembre 20. La verdad siempre sostendré, i siempre he sostenido; demasiado honor he hecho a V. i a su familia, i si V. quiere portarse como hombre, pruebe tener este asunto con mas sijilo que el de Talca i el de fllendo- z i. Fijo a V. el lugar i hora para mañana a la noche; i en esta de ahora podria de- cidirse, si me viera V. con tiempo para tener pronto pólvora, balas i un amigo, que aviso a V. llevo conmigo. De Y.-M.» A las siete de la noche del siguiente dia don Luis acompañado de Mr. Taylor, a quien habia elejido por padrino, se dirijió al bajo de la Residencia, uno de los arra- bales mas solitarios de la capital del Plata, i encontró allí aguardándole a don Juan M.5ckena junto con don Pablo Vargas. La calle estaba desierta. A mas de los cuatro actores indispensables cu el desafío, solo iba a presenciarlo el cirujano don Carlos llanford, a quien se habia llamado en la previsión de una desgracia. Los contendo- res se saludaron con cortesía. Carrera sacó un par de pistolas, i se las pasó a los tes- tigos. Estos las examinaron con cuidado, i después las cargaron. Concluida esta ope- ración se las presentaron a iMackena, quien escojió la que mejor le pareció; don Luis tomó la otra. Colocados en seguida a una distancia de doce pasos, dispararon al mis- mo tiempo. La bala de Carrera no tocó siquiera el cuerpo de IMackena; pero la de este atravesó el sombrero a su adversario. Taylor so interpuso entóneos; dijo que Sg habían portado como hombres de honor, que debían darse por satisfechos i buscar cómo avenirse. Don Luis contestó que estaba pronto a una reconciliación, siempre que su contrario consintiese en retractarse en una concurrencia pública de todas las palabras con que habia atacado su reputación. Apenas le dejó concluir j\iackena. Las pretcnsiones de su rival habían avivado su rabia de solo oirlas. «No me desdeciré nunca, gritó, i ántcs de hacerlo me batiré lodo un dia.» «I yo me batiré dos,» re' plicó don Luis, volviéndole baldón por baldón. Ni uno ni otro quiso escuchar una sola razón mas; se les habían hecho largos los minutos gastados en la interrupción, i exijieron de los testigos que se apresuraran a cargar las armas otra vez. En esta ocasión fueron las pistolas de M ickena las que se emplearon, i fué a Carrera a (juien le locó elejir. Los dos tornaron a colocarse frente a frente, en la misma posición < u que ántcs se habían apostado. Dada la señal, salieron los dos tiros, i Mackena midió con su cuerpo la tierra; la bala de su adversario le habia hecho pedazos el guarda- monte de su pistola, le habia quebrado un dedo i le habia roto de rebote las arterias de la garganta. Fué inútil la asistencia del cirujano, i vanos todos los socorros con que se intentó volverle a la vida. (!J) Don Luis habia quedado ileso i estaba vengado. Poro lalvcz le habría sido mejor morir. Si en aquel momento hubiera conocido el porvenir que le estaba reservado (9) Don itlannel Ganclariltas, refiriéndose al testimonio oral do Varpas, testimonio oiie sepun nareee no s.al)ia de la propia toca del testigo, lia contado en el .Vraticano de diverso modo e,,le snee.so; ñero iiosolroi liemos preferido giii.irnos por mía relación escrita de puño i letra de Mr. Taylor en nuc ase- giira liajo su palabra de honor ser verd.id ciiaiilo se lia Icido. — 12— ¿qiiic'n sabe si habría envidiado la suerte ile su rival? Solo il)a a sol)revivirle cuatro años, i cuatro años (jue tío serian para él mas ;;r la boca a los que las pronunciaban. No tenia n quien volvor los ojos; se encontraba desvaíalo i sin amparo, en un pais eslranjero. — 13 — cuyo gobierno se había decidido por sus acusadores. El director supremo habia lle- vado su irritación hasta pretender degradar de sus insignias militares a un oficial que pertenecía a otra nación. Habría cumplido aun ese atentado escandaloso, sino hu- biera habido entre sus allegados uno que le hizo conocer lo irregular de semejante conducta, i le espresó con toda franqueza que mandara ahorcar a don Luis si se le antojaba, pero que se abstuviera de arrancar unas charreteras que él no habia colo- cado sobre sus hombros. En tan tristes circunstancias llegó don José Miguel a Buenos-Aires; Posadas le re- cibió con frialdad, i cuando tenia que ajenciar la libertad de su hermano, le costó trabajo el no sor encarcelado él mismo. Sin embargo hizo cuantas dilijencias estu- vieron en su poder, rccojió las declaraciones de los testigos, se proporcionó todos los datos, todos los documentos que manifestaban la inocencia del acusado. Trabajó por salvarle contra viento i marea. Todos sus pasos fueron al principio inútiles; todos sus esfuerzos quedaron frustrados. Al fin, aprovechándose del advenimiento al gobierno de don Carlos María Alvear, jóven jeneral que acababa de ilustrarse con la toma de ¡Montevideo, i que sucedió en el mando a su pariente Posadas, pudo lograr que las })uertas de la prisión se abriesen para don Luis. El nuevo director heredó en parte las antipatías de su antecesor contra los Carre- ras. Le rodeaban varios individuos que no les tenían mui buena voluntad, entre otros Balcarce i don Juan Florencio Ferrada, íntimo amigo de O’Higgins, a quien este ha- bia conocido desde Europa. Movido Alvear por las influencias de estos personajes de- cretó del dia a la noche, i sin que hubiera ocurrido ningún accidente que lo justifica- ra, la confinación de los tres Carreras a Santa Fe. Pero don José Miguel que le habia tratado en España, donde habían servido en el mismo ejército, con motivo de una representación que le dirijió contra una tropelía de esta naturaleza, volvió a anu- dar sus relaciones con él, costándole mucho desimpresionarle de la mala opinión que acerca de su persona le habían hecho formar. Entre los dos habia ademas un vinculo común, que los estimulaba a unirse, el odio a San Martin; asi es que no tar- daron en estrechar su amistad, .\lvcar, jeneral de veinte i cuatro años, el mas jóven de sus colégas, ambicioso de gloria, aborrecía al gobernador de Cuyo que podía arre- batarle las ocasiones de distinguirse. La mala voluntad que Carrera profesaba a San Martin, era un motivo poderoso, para que le estimara. Los celos que dominaban a Al- vear eran tan violentos, que cuando se trataba de abatir a su rival le abandonaba hasta la prudencia. iNo podía soportar que ocupase un punto tan importante como Mendoza, que debía servir de base a las operaciones militares de la restauración de Chile, i sin reparar en la gran popularidad que le sostenía en aquel em[)leo, fué hasta intentar sostituirle en el mando de la provincia por un señor Pcdriell, hombre oscuro i sin an- tecedentes. Esta caprichosa disposición se estrelló contra la opinión [)ública que re- sistió enérjicamenle su ejecución, i no hizo mas que poner al descubierto la impo- tencia en (]ue se hallaba el director para voltear a su enemigo. El pueblo i las tropas que idolatraban a San .Martin, se reunieron al instante en un cabildo abierto, mani- festaron su descontento por semejante medida, i elevaron una petición para que se le conservase en el destino (|ue tan satisfactoriamente desempeñaba. El gobierno cen- tral, cuy.a autoridad en aquella época era poco fuerte, reconoció después de una de- mostración tan poco equivoca, que seria una temeridad persistir en su resolución. Al- vear tuvo, pues, que pasar por la confusión de volver sobre sus pasos; de modo que este incidente no produjo otro electo que envenenar las antipatías de los dos émulos. Estas desavenencias, como lo hemos indicado arriba, aprovecharon hasta cierto punto a Carrera. Alvear por odio a su competidor se manifestó dispuesto a escuchar- le, i a ayudarlo en sus empresas. Don José Aliguel hizo cuanto pudo para que estos ofivcimiciitos no se quedaran en biumos dcsco.s, i se convirtieran en obras. Lo pre- --14- scnló planes de invasión, le esplicó sus ideas en prolijos memoriales i procuró ha- cerle comprender que las Provincias l'nidas estaban interesadas en la restaura- ción de Chile no solo para probar su jenerosidad i adquirir gloria, sino también por utilidad propia. Solo le pedia 500 arjentinos, armas i demas auxilios indispen- sables. Estaba seguro, decia, que los emigrados en doble número se agregarían a la espedicion. Estas fuerzas le bastarían para dejarse caer sobre Coquimbo, i hacer en seguida la guerra de partidarios, mientras el pueblo, i en particular los cam- pesinos, animados por este socorro, se levantaban en masa contra sus opreso- res. (10) Ll director parecía oirle con complacencia, pero no pasaba de meras palabras. Le exhortaba a perseverar, mas no le proporcionaba ni los soldados ni el dinero que solicitaba. Es cierto que por favorable al proyecto que fuese su ánimo, no se ha- llaba en circunstancias de atender a su realización. No so sentía mui firme que di- gamos en su silla presidencial, i ántes de pensar en salvar a los demas, tenia que ver como sostenerse el mismo. Un descontento sordo jerminaba contra su adminis- tración. Se tachaba su conducta de despótica i arbitraria; se le acusaba de ser el primer mandatario supremo, que después de la fundación de la república se ro- dease de un fausto, que sobrepujaba talvez al de los mismos virreyes. Los altivos porteños te veian con disgusto pasearse por la ciudad rodeado de numerosa escol- ta, como si fuera un monarca, i soportaban de mala gana que hiciera aguardar lar- gas horas en sus antesalas a tos que pedían audiencia, .\lvear no ignoraba las pre- venciones que suscitaba; pero acariciaba a las jentcs de espada, i se lisonjeaba de poder dominar la crisis con el apoyo de sus fuertes brazos. Mas la parcialidad que descubría para con los militares, la prodigalidad con que repartía los grados, le- jos de favorecerle, le enajenaban cada vez mas i mas las simpatías de sus compa- triotas. Era ya un refrán popular, que todo teniente que se le acercaba, se retira- ba de capitán, i todo mayor, de coronel. El presidente escuchaba los murmullos sin inquietarse tanto como debiera. Con- fiaba para acallar la oposición en un brillante ejército de 6000 hombres, perfec- tamente equipado a la europea, como nunca se había visto otro en el pais, que mantcnia acampado en los Olivos a corta distancia de Buenos-Aires. Ignoraba que sus enemigos contaban con una milicia do otra especie, que no estaba armada con fusiles ni con cañones; pero que sabia arrebatárselos a sus contrarios, i volver los soldados contra los que se habían tomado el trabajo de disciplinarlos. Las socieda- des secretas, en que cjcrcia grande inllujo San Martin i su [lartido, socababan a la sordina el prestijio del director. Se movian con misterio i andaban en la sombra; pero los resultados de sus tareas eran incalculables i de una rapidez asombrosa. Alvear había percibido en el horizonte signos presagos de la tempestad; mas la con- sideraba todavía remota i fácil de conjurar. Se engañó como un niño. De repente estalló en la capital del Plata una furiosa revolución. El pueblo levantó barricadas, i suspendiendo sus ocupaciones, permaneció por tres dias pronto a oponer la fuerza a la tuerza, si con bayonetas intentaba contrarrestar su voluntad. Fue precisamen- te el cabildo, quien se puso a la cabeza del movimiento. No le quedó al director otro refujio que el campamento de los Olivos, i mui luego este mismo dejó de ser seguro. Don Ignacio Alvarez, que comandaba una parte de las tropas, fraterni?ó con los revolucionarios i se puso en actitud hostil contra su joneral. No había ya como resistir, i Alvear para escapar tuvo que ir a buscar un asilo a un pais es- traiijero. Era tal la animosidad de ciertas personas contra los Carrera.s, que se valieron para ( ) Il.nioí tenido a la \ista uno ,1c los ineinoiiak’S iircscnlados por Cañera a Alvear. molestarlos hasta de estos acontecimientos, en los cuales no podion ser otra cosa que simples espectadores. Entre las prisiones que se ejecutaron en Buenos-Aires, se contó la suya, i no se contentaron con meterlos en un calabozo, sino que les remacharon a cada uno una barra de grillos. ¿Por qué este cruel tratamiento? ¿Ha- bía alguna solidariedad entre estos tres eslranjeros i el cx-clirector? Ninguna. No ha- bían mediado entre ellos otras relaciones, que las que dejamos referidas, para ver si podían arreglar una espedicion restauradora, que libertase a Chile de la domina, cion española. ¿Cuál fue entónces el motivo del arresto de los tres Carreras? Una equivocación del oficial encargado de las prisiones, que no entendió bien las órde- nes que se le impartieron, dice el oficio en que se les dió una satisfacción al po- nerlos en libertad; pero nosotros, para quienes esa esplicacion es mui sospechosa i poco clara, casi estaríamos tentados a responder, el odio. (11) Apesar de la mala disposición a su respecto que esta tropelía debía hacerle pre. sumir, don José Miguel no desesperó, i continuó sus solicitaciones al lado del coro- nel don Ignacio Alvarez, que habia sido clejido director interino. Volvió a presen, tarle desarrollado i comentado el plan que habia propuesto a su antecesor, ofreció otra vez sus servicios i los de sus compañeros; pero el jefe del estado se redujo por toda contestación a darle las gracias por el empeño que manifestaba en favor de la causa americana, i a disculpaise de no tomar una resolución, que aplazaba para me- jores tiempos, con la situación apurada en que se hallaba la república. (t2) Don Jo- sé Miguel comprendió entonces que no tenia nada que aguardar del gobierno ar- jentino, que seria inútil su insistencia, i desatendidas todas sus súplicas. Agobiado por tantos contrastes, desanimado por tantas decepciones, cualquiera otro habría desesperado, se habría creído bajo el imperio de una fatalidad inexora- ble i se habría abatido bajo los golpes de la desgracia. El permaneció inquebranta- ble i resuelto a continuar la lucha contra todos los obstáculos que se levantaban en su camino. Chile se habia perdido en sus manos, i estaba decidido a sacrificar su vida i cuanto es caro al hombre, por reconquistar sus derechos atropellados i afian- zar su independencia. Estaba dotado de una rara fuerza de voluntad; nunca acobar- daba en sus empresas por difíciles i arriesgadas que pareciesen; no habia embarazos que no se considerase capaz de superar; jamas los mas graves inconvenientes le ha- cían desistir de loque habia determinado. Guando la respuesta categórica del direc- tor le hizo entender que de Buenos-Aires no sacaría el ejército que necesitaba, se puso a meditar en los medios de encontrarlo en otra parte. El pueblo que mas ha • bia amado después de su patria, eran los Estados-Unidos. Pensó que en esa nación de sus simpatías podría talvcz proporcionarse los auxilios que le eran indispensa- bles, para que la bandera tricolor tlamcasc de nuevo en su suelo natal. Tan luego como se le ocurrió esta idea, trató de realizarla sin demora. No hizo vacilar un mo- mento su resolución ni la escasez de sus recursos pecuniarios, ni el abandono en que (H) "Una mala íiitelijcncia dcl oficial encargado, al recibir las órdenes para el arresto de al- gunas personas, causó el de V. S. S. sin que haya habido causa para ello. Esta manifeslacioii les servirá de salisl'accion, i de no haber desmerecido la reputación buena de V. S. S.. Dios guar- de etc. Sala Capitular de Ilucnos-Aires Abril 19 de 18l.a.— Francisco Antonio de Escalada— SS. bri- gadieres i coronel don José Miguel, don Juan José i don Luis Carrera.» (12) "Me ha llenado de satisfacción el patriótico celo con que V. S. empeña sus luces en la me- ditación de los medios que han de fijar el destinodc la América del Sud, en cuva eonsecuencia ha presentado con fecha 8 del que rijo un juicioso plan relativo a la libertad defestado de Chi- le, cuya suerte mira este gobierno con igual interés que la de estas Provincias. He examinado con toda la detención que exijo proyecto tan importante, i sin embargo de que en él resultan las oportunas rellcxioncs en que se funda, he tenido por conveniente no deliberar por ahora en la materia hasta que se reciban nuevas noticias déla espedicion peninsular, c instruido de ellas pueda fijarseel plan de operaciones militares, según el suceso de las del ejército del Pet ó, que por momentos se espera. Doi a V. S. las gracias igualmente que a la valiente oiieialidad que ofrece sus servicios en la empresa, i me lisonjeo que la ulterior conducta de este gobierno acreditará cuanto interesa su atención la suerte fulura del desgraciado Chile. Dios guardeetc. Buenos-Aires Mavo 11 de iS.'it.— Ignacio Alvarez— Por ausencia del secretario Tomas Guido— Señor Brigadier don José Miguel de Carrera,* — 16— ¡í),i a (Icjir a una esposa joven i bella, niel desamparo en que quedaban sus hijos, niños (¡uc dormian lodavia en la cuna. A toda prisa reunió cuanto dinero poscia, lo pidió prestado a sus amigos, empeñó las alhajas de su mujer, encomendó su fami- lia a la protección de la Providencia i se dió a la vela, no llevando consigo para asalariar soldados, para comprar buques, armas i pertrechos mas ([ue 393 marcos de plata en barra i 12,300 pesos (13) Nada mas que con esta cantidad, que habia reu- nido a costa de mil sacrificios, se embarcó para Norte-America, i sin embargo iba cu la firme pcrsuacion de traer consigo una cspcdicion que espulsase para siempre de Chile a los españoles. ¿Cuál era la razón de esas halagüeñas esperanzas? ¿Cómo se iniajinaba obtener de un pueblo lejano, de diferentes creencias i antecedentes, lo que no habia podido alcanzar entre nuestros vecinos que estaban interesados en el triunfo de nuestra causa que era la suya, i a los cuales ligaba con los chilenos la co- munidad de raza i de oríjen? Contaba probablemente con su jenio i su constancia. Los hechos probaron que su fé en si mismo no era una vana presunción. A los ca- torce meses volvía a cruzar el océano, trayendo consigo «una respetable escuadrilla, abundancia de toda clase de armas, un jcneral i oficiales de acreditado mérito, mu- niciones de guerra, hábiles artistas, imprenta, instrumentos parala fábrica de ar- mas i trabajos de guerra, oficiales inferiores para la instrucción de hs tropas, i cuan- to podia contribuir a la salvación del pais i a su seguridad futura, dejando enta- bladas relaciones de grande importancia a los intereses déla independencia jenoral de Sud-Ainérica» Si esta espedicion no realizó el objeto deseado, no fué cier lame li- le por culpa suya. Precisamente al mismo tiempo en que Carrera surcaba el Atlántico para ir a bus- car elementos con que socorrer a su patria, San .Martin comenzaba a organizar en IMcndoza bajo la protección del director, un ejército para espedicionar sobre Chile, lira este un pensamiento que meditaba aun desde ánles do la emigración, no porque liubiese adivinado a punto fijo los sucesos tales como se verificaron, sino porque ha- bia concebido que para derrocar el poder español, se necesitaba destruir en Lima el centro de sus recursos, i que pasar por Chile era un camino mas corto i mas fácil para dirijirse a aquella ciudad, que el que se habia seguido hasta entóiiccs por el Alto Perú. Esta idea, entre varios otros motivos, le impulsó a abandonarla direc- ción ilel ejército del Tucuman, en que habia sucedido al jcneral Belgrano, prctes- lando el mal estado de su salud, i a solicitar que se le confiase la provincia de Men- doza, insignificante a los ojos del vulgo, pero cuya posición al pié de los Andes la hacia para él de un precio inestimable, debiendo servir de base a la realización de su plan. La ocupación de Chile por los españoles aumentó las dificultades del proyecto, si bien hacia el triunfo mas glorioso. Antes solo las nieves de la cordi- llera estorbaban su pasaje, i ahora esa misma cordillera servia de antemural a sol- dados enemigos que habia que derrotar. Su rivalidad con Alvear casi desvaneció sus esperanzas, i por persistir en su empeño se vió forzado, como queda dicho, a atizar la revolución que precipitó a su émulo. Cuando el triunfo de sus amigos en Buenos-Aires hubo quitado del medio aquel obstáculo, i cuando la activa co- operación del director interino Alvarez comenzaba a allanarle todas las dificulta- des, supo de repente con inquietud que el congreso jcneral de las Provincias Arjen- tinas, reunido en el Tucuman con el objeto de nombrar en propiedad el majistra- do supremo i de organizar el estado, se habia fijado en don .luán Martin Pueirre- don. Era este un caballero que se sabia fuertemente prevenido contra la espedi- (t.t) (>uo filé la única canliilari f|tie llevó consif;o, consta de ' una rcprcscnlacion qucelcvó fon .lose Miguel al gobierno supremo de Ibnuios-Aires para (jiic se le exonerase del i>ago de los fuirtcs dcrccli'j.' que gravaban la cs[iortacion del dinero. — 17 — cion de Chile, i era mas (juc probable que con su elevación al poder el proyecto fracasara. Cualquiera otro de temple menos firme que San Martin, se habria desanimado. Levantar un ejército en aquellas circunstancias, cuando la guerra cslerior i las di- sensiones intestinas tenian estenuada ala nación, era ya por sisóla una empresa bar- io ardua i dil'iciL p "’a que nadie se lisonjeara de darle cima a despecho i contra li voluntad del jefe de la república. Sin embargo San Martin no se resolvió a aban- donarla partida; antes buscó como vencer las presuntas resistencias del nuevo direc- tor, i como obligarle a conformarse con sus miras. Estas pretcnsiones que se ba- brian estimado ridiculas i disparatadas en un hombre vulgar, habrian parecido serias i fundadas a quien quiera que conociese la sagacidad estraordinaria del go- bernador de Cuyo, la fertilidad de su injenio i la rapidez de sus concepciones. Co- nio el jcneral de Maquiavclo, tenia algo del zorro i algo del león. Si se mostraba va- liente en el campo de batalla, las combinaciones a que se entregaba en su gabinete le habrian atraído la admiración de los mas consumados dijilomáticos. Gustaba aun por sistema de emplear los amaños, las intrigas, las maquinaciones subter- ráneas, antes de recurrir a las-armas para acabar de arruinar a sus adversarios; La continuación de nuestra narración suministrará mas de una prueba de lo que asentamos, Conocidos estos anleccilcnles, nadie estrañará por cierto que San Martin no se desconcertara al recibir la fatal noticia de aquel nombramiento que amenazaba des- vanecer como el humo sus doradas esperanzas, desbaratar todos sus planes, anu- lar sus talentos, dejarle confundido quién sabe por cuanto tiempo mas en la catego- ría de los gobernadores de provincia. En un instante calculó lo que tenia que hacer. Tan rápido en ejecutar como en concebir, se puso inmediatamente a la obra. Con toda presteza hizo salir para Bucnos-A.ires a uno de sus ayudantes, que gozaba do toda su confianza. Este ájente llevaba el encargo de entenderse con el gobierno central, que componían entonces amigos fieles i adictos a San Martin; debia con el acuerdo i el permiso de las autoridades, que consideraba seguros, apoderarse de lo- dos los portrechos de guerra que encontrase en la capital, i remilirsclos a Mendoza a la mayor brevedad. Lo que importaba sobre todo, i lo que particularmente reco- mendó al emisario, era la prisa. Los pertrechos debían ponerse en marcha i quedar fuera del alcance del director supremo, antes de que este tuviera tiempo para detenerlos. Con esto se proponía San Martin asegurarse de todos los recursos que Rueños-Aires podia 'proporcionarle. Sabia ([ue una vez bajo su mano, no ora fácil arrancárselos. En cuanto al consentimiento de Pueirredon creía tener medios de hacerle mas tratable. Tras de su ayudante, i con pocos dias de diferencia, partió él mismo a toda carrera con dirección hacia Córdova. En el camino le salió al en- cuentro su emisario; había cumplido punto por punto con sus instrucciones; ve- nia a anunciarle que el cargamento se había internado ya en la pampa, i a traerle ciertos avisos de los amigos de la capital, que quedaron un secreto entre los dos. San Martin se impuso de todo, i sin descansar continuó su viaje. A poco de haber llegado a Córdova, hizo también su entrada en la ciudad don Juan Martin Pueirredon, que se encaminaba a Buenos-.Aires a recibirse del man- do. Desde la cinco de la tarde hasta la una de la noche, el jiresidcntc i el jcncr.il tuvieron una larga conferencia. Sin duda fué sobre la espcdicion de Chile, porque desde entóneos el nuevo director se manifestó mui favorable al proyecto i cambió completamente de ideas a este respecto. Cuentan que uno de los principales argu- mentos que empleó San Martin para convencerle fué asegurarle que si no se con- veniau, corría mucho riesgo de ser asesinado, ántes de alcanzar a la posta vecina. 3 Tin liipg-í ccimo quedaron acordes, se separaron, dirijiéndosc el uno a la capital a gobernar el estado, i el otro a Mendoza a organizar el ejército. La aprobación del supremo director a la espedicion de Chile casi no importaba mas que la licencia concedida a San ¡Martin de promoverla i levantarla, si para ello le alcanzaban las fuerzas. Buenos-Aires, agobiado por la larga i costosa lucha que .sostenía en el Alto-Perú, sin erario público, despedazado por las facciones civiles, so. bresallado por la alarmante noticia de que en la Península se estaba disponiendo un poderoso ejército para venir a ahogar en su seno los jórmenes de la insurrección, no podia proporcionarle la multitud de elementos que aquel grandioso proyecto exijia. San Martin no lo ignoraba? asi siempre habla calculado con que tendría que sacarlo todo de las tres provincias de Alendoza, San Juan i San Luis. ¡Mas la difi- cultad del problema no estaba en saber de dónde se sacarían los recursos, sino có- mo se sacarían. Aquellas tres comarcas eran pobres, escasas de población como el resto de la América; el espíritu público era desconocido entre sus habitantes; no los animaba un grande entusiasmo que los estimulase a hacer prodijios. Faltaba pro- visión de armas, acopio de víveres, vestuarios i municiones; no habla soldados ni dinero; todo en una palabra estaba por crear. En tal aprieto San Martin no vaci- ló, como no vacilaba nunca, en estrujar a los moradores para formar el ejército que le era menester. Los trató sin compasión. Kadie se exceptuó; todos tuvieron que .satisfacer su cuota, unos en plata, otros en trabajo. A los patriotas les impuso fuertes contribuciones, a los godos, como era natural, otras mas crecidas todavía. Obligó a los hacendados a cederle una paite de sus sementeras para alimentar a las tropas, i algunos de sus potreros para mantener los caballos; a las mujeres ri- cas i pobres, a coser la ropa de los soldados; a los artesanos a trabajar a ración i sin salario en los pertrechos de guerra. Declaró libres í obligados a alistarse a los esclavos de veinte a cuarenta años. Llamó a las armas a todos los que eran ca- paces de llevarlas; no se eximieron del alistamiento ni los hijos de las familias acomodadas, a los cuales colocó de sárjenlos u oficiales. Esto duró dos años, i lo que tiene de estraño es, no que San Martin arrancase a aquellos habitantes el fruto de sus sudores, porque eso i mucho mas se ha visto en el mundo, sino que supie- se arrancárselos sin descontentarlos, i aun granjeándose su aprecio; nunca se mani- festó mejor el talento sagaz del gobernador, que en estas circunstancias. Siempre tenia a mano, cuando necesitaba conseguir algo, algún protesto, alguna astucia que dulcificase su exijencia. llecurria a mil arbitrios injeniosos, a los mas diestros disi- mulos para no exasperar a los contribuidores. Con esta táctica despertó un entu- siasmo jeneral, e hizo que todos se creyesen interesados en la empresa i la mirasen como cosa propia. Compartíase el tiempo de San Martin en buscar del modo indicado medios para levantar i sustentar su ejército, i en atender a su disciplina. Era en este último punto mui delicado i rigoroso. Ao le gustaba que tropas regladas se asemeja.sen a montoneras. Preferia tener siddados bien enseñados, aunque fuesen poco nume- rosos, a mandar hordas insubordinadas i mal disciplinadas, Queria dejar a la ca- sualidad lo menos que fuera posible, i por eso procuraba saber de antemano hasta que punto podia contar con su jente. Le agradaba dirijir una campaña cientifica- mente, (>on plan, con combinaciones, i para eso necesitaba militares espertes, dies- tros i*n las maniobras, i que poseyesen no solo el valor, sino también, i mui princi- palmente, una educación marcial. Con la mayor estrictez aplicaba esta teoría a la Organización de su ejército. Los soldados tenían poco mas o ménosocho horas de ejercicio todos los dias; mnebas veces los disciplinaba hasta por la noche. No los deja- b.a un momento ociosos. Cuando no estaban ejercitándose, los empleaba en limpiar — 19— las armas 1 en las ciernas faenas del servicio. De osla manera la discip)lina de su ojércilo llegó a ser admirable. A pesar de su tirantez i rigor, sus subalternos le amaban i respetaban. Los ofi- ciales admiraban en él al veterano o,ue se liabia (ducado en las gueiras de Europa, al guerrero valeroso que habia obtenido una mención especial en el parte de la batalla de Bailen, al vencedor de San Lorenzo. Los soldados le perdonaban fácil- mente las rudas fatigas que les hacia soportar por los desvelos paternales que le me" redan. Frecuentemente hablaba con ellos, se informaba en persona de sus necesi- dades para remediarlas, manifestaba interes en cuanto ¡es concernia. Dominaba a los jefes por la admiración, a los inferiores por las muestras de un cariño que no dcscendia nunca a la indiiljcncia. Así San Martin habia logrado hacerse estimar de los habitantes que esquilmaba, i del ejército que trataba con la mayor rijidez. Has- ta su cualidad de provinciano le favorccia en una época en que la capital inspiraba ya muchos zelos a las demas provincias arjen linas. (14) A los jefes i oficiales chilenos, con excepción de los que eran partidarios mui exal- dos de Carrera, los llamó también a que cooperasen a la restauración de su patria. Les encomendó la disciplina de algunos cuadros, o los empicó en otras varias co . misiones de importancia. Entre estos merece un recuerdo especial por la actividad j destreza con que le segundó en sus arduas larcas, don José Ignacio Zcnlcno, sim- ple paisano, a quien estaba reservado un brillante porvenir, aunque hasta entónccs solo habia intervenido en la revolución, asistiendo a los cabildos, o mezclándose a las pobladas. Cuando ¡legó a las Provincias Unidas, repugnándole ser gravoso a quien quiera que fuese, aun a los españoles, en cuyas casas habia alojado el gober- nador a los emigrados, se proporcionó en la vecindad de la pamjja una pequeña he- redad que cultivaba con su propia mano. Habiendo sabido San IMarlin que era una persona instruida, fué a buscarle él mismo, i le nombró oficial de su secretaria, i po- co después su secretario. El jencral encontró en Zenteno el hombre que ncccsital)a; de una paciencia férrea i de una laboriosidad incansable, le ayudó a dictar esa mul- titud de providencias que exije la formación do un ejército, i a velar sobre su cum- plimiento. ^ Los -demás emigrados a quienes no se proporcionó ocupación en Mendoza, sea por sus opiniones políticas, sea por cualquier otro motivo, fueron a establecerse en su mayor parle a Buenos- Aires, i bien pronto buscaron, quienes en la industria, quienes en una empresa arriesgada, los medios de subsistencia. Los unos bajo la dirección de don Manuel Gandarillas, jóven chileno que estaba llamado a represimlor un papel distinguido en los acontecimientos posteriores de su patria, i que manifestaba ima ap- titud asombrosa para las artes, fundaron una imprenta i una fábrica <■'€ naipes. Dos comerciantes chilenos, don Diego Barros i don Bafacl Bilbao, i uno arjenliuo, el se- ñor Arana, Ies suministraron jcncrosamente los capitales necesarios. En ambos esta- blecimientos se emplearon como operarios, olvidando sus preocupaciones aristocráti- cas, miembros de las familias mas encumbradas de nuestro pais. Mas de un coronel ganó entónces su pan, improvisándose cajista o recortando cartones, i esperó resig. nado que llegase el momento de volver a desenvainar la espada para lidiar en los Combates. Es preciso decir en su alabanza que fueron tan hábiles artesanos, como habían sido valientes soldados. La imprenta llegó a ser la mejor, o mas bien, la úni, ca de Buenos-Aires, lo que le mereció la protección del gobierno, i el honor de dar a luz el periódico oficial. (I.t) Otros emigrados se comprometieron con sus personas i sus miserables fortunas en (U) Torios estos datos sóbrela orfanir.acion del ejército nos lian sido suiiiinlstrados iior el ie- neral arjentino Dehesa. - i (l”i) Conversación con don Diego Beuavente. —20— un corso que por nquel tiempo se proyectó, pora incomodar a los españoles. (IC.) Se hallaba entonces desocupado i fastidiado por su inacción el conocido marino ingles (üuillermo Brown, que acababa de asentar su reputación de bizarria i ciencia náu- tica, destruyendo dentro del mismo puerto de .llontcvideo, en donde flameaba a la sazón la bandera de la España, las fuerzas navales de esta nación, aunque superio- res en número a las suyas. Esta hazaña había contribuido no poco a la toma de aquella plaza, i alcanzado una alta nombradla a su autor. Esta circunstancia movió sin duda a muchos emigrados chilenos, i a muchos de los aventureros cstranjeros que habian acudido a la capital de las Provincias Arjcniinas, con la intención de medrar a la sombra de la revolución, a instar a Brown, para que consintiera en po- nerse a su cabeza en una correría naval por el Pacifico. La espedicion debía propo- nerse un triple objeto, arruinar el comercio español en aquellos mares, libertar a los prisioneros de Juan Fernandez c intentar, si se podia,]un desembarco en el puerto de Coquimbo, para que a favor de la diversión que este ataque ocasionaría en las tropas realistas San .Martin atravesase con aaias facilidad los Andes. Brown acojió la idea con ardor, iencompuii i del clérigo Urilae, de un francés Buchard i de varios otros se puso sin pérdida de tienapo a tratar de realizarla. No les faltaron armadores que se prestasen a habilitarlos, lisonjeándose con sacar crecidos réditos de un corso que po- nía entre los artículos de su programa, barrer con todas las embarcaciones españo- las de la mar del sud. El gobierno mismo fomentó la empresa, abriéndoles sus arsc^ nales para que se proveyesen de los pertrechos que les fallaran. Gracias a esta pro- tección, pudieron poner en estado de darse a la vela las viejas i averiadas naves que Inibian adquirido. i\o eran estas mas de cuatro, a saber la fragata ¡Negra o Hércules, montada por Guillermo Brown, el berganlin Trinidad, propiedad también del ante- rior i que dirijia su hermano, el queche Uribe, mandado por el italiano Barrios i equipado por el clérigo don .lulian, que lo había bautizado con su nombre, i la cor- beta Halcón cuyo capitán i dueño era el francés Buchard. Sin embargo, si la escua- drilla no era numerosa ni mui bien acondicionada, estaba sí tripulada por hombres que la creían mas que suficiente para que nadie les disputara el imperio del océano. Los jefes, marineros i jente de desembarco eran lodos de lo mas selecto por su cora, je. Aunque la espedicion dejaba columbrar sus peligros no pequeños, como también prometía oro i ricas presas, si se portaban con denuedo, los voluntarios no habian escaseado, i los caudillos habian tenido buen cuidado do no admitir, sino a los que hubiesen dado sus pruebas. Los buques estaban carcomidos, pero las tripulaciones eran escojidas. Entre otros chilenos, iba como jefe de armas de la corbeta Halcón don llamón Freiré, ([ue aunque era en la tierra, donde se habi i dado a conocer por sus proezas, no era con lodo la primera vez que hacia sentir a la marina española el peso de su brazo; pues ya en 1813 había arrebatado en Talcahuano a los navegantes realistas presas de mucha importancia, i eso casi sin los. elementos precisos. Idcvaba a sus órdenes la mayor parte de los dragones que con él habian escapado de Banca- gua. A fines de Octubre de 181."> salieron de Buenos-Aires la ¡Negra i el Trinidad, i po- co después el Halcón i el Uribe, llevando lodos bandera arjenlina, ménos el úUimo que habia enarbolado una bandera negra. Eos audaces marinos (pie los montaban, se atrevían a doblar en tablas podridas por el tiempo, ese terrible cabo de Hornos que todavía hace empalidecer a los mas intrépidos naveganl<’s, i se compromclian con cuatro buípies mal equipados a limpiar de lodo bajel enemigo el vasto océano (pie so extiende desde la tierra del Fuego hasta el ¡simo de Panamá, .árrosiraban peligros (10) lUir.i ronii;ir r.si.i rHacion m's priiado en piiiiior hipar por el Icfliiiioiiin itrl ji'iieral don R.iiiioii V’rrirc i cii ffgiindn pur vario;- pai les relalivub al asiiiUo etti ilos por las aiiloi iiladrs lio I lilla u (iiiayaijuil. --Í1 — de lodo jenero, con nociones imperfectas sobre la dirección de los vientos i la posi- ción de los lugares, en un mar, se puede decir, desconocido, porque hasta entonces casi solo habia sido surcado por los bajeles españoles. Iban a atacar con fuerzas me- diocres, i sin ninguna esperanza de socorro, a un adversario dueño de todas las cos- tas, i no deteniéndose aqui su arrojo, estaban resueltos a saltar a tierra i a acometer- le en ella, aunque se hallase parapetado detras de sus fortalezas, algunas de las cua- les lenian la fama de ser inexpugnables. La Negra i el Trinidad pasaron sin tropiezo el Gibo de Hornos, i dirijieron su rumbo hacia la Mocha, punto de reunión señalado de antemano para los buques de la espcdicion. El viaje de el Halcón i el Uribe distó mucho de ser feliz. No encon- traron en su camino a los realistas, ningún navio procuró cerrarles el paso; poro al doblar el cabo tuvieron que combatir a enemigos mas terribles todavía, los vientos, que concitaron contra ellos una desecha tempestad de catorce dias. Durante ese tiempo las dos embarcaciones marcharon convoyadas, para que en caso de desgracia, una de ellas sirviese de asilo al equipaje de la otra. La que ménos resistencia ponia al embate de las olas, era el Uribe, que su armador habia cargado con tantos ca- ñones i de tan grueso calibre, que se hundía naturalmente en el agua bajo un peso que su porte no le permitía sostener. Un dia, a la caída de la tarde, i en lo mas recio de la borrasca, lo percibió el Halcón medio envuelto entre las nubes i las sombras de la noche, en un estado de angustia tal, que su perdida le pareció inevitable. No le fue posible prestarle ningún auxilio; porque él mismo resistía apénas a la furia de la tempestad, que levantaba millones de olas tan altas i tan prontas en reventar, que una sola que hubiera azotado contra la embarcación la habría sumerjido. Cuando a la mañana siguiente se disiparon las tinieblas, el Hal- cón no divisó por ningún lado a su compañero de viajo. Desde entonces nadie vol- vió a ver a el Uribe. Quién sabe cuál habia sido su suerte. Talvez el huracán lo ha- bia sepultado en el fondo del océano, o estrellado contra las rocas erizadas de pun- tas agudas, que cubren aquellas playas. Este era el único de los cuatro buques que no llevaba a su bordo mas que chilenos. De tan trájica manera pereció con sus con- militones tan enérjicos como él, don Julián Uribe, que con su cabeza de tribuno i su corazón de soldado, quién sabe qué papel estaba llamado a representar en las futuras revoluciones de Chile; pereció allí donde termina el Atlántico i principia el Pácifico, cuando su imajinacion quizá le sonreía con la idea de gloriosos triunfos i con la imájen seductora de recuperar esa patria, a la cual todo se lo habia sacri- ficado. ¡Pobre clérigo! que murió sin otra nccrolojia que una cuantas lineas de la Gaceta del Ilei, que infamaban su persona i su familia, i que le perseguían aun mas allá de la tumba, haciendo impiamente a Dios cómplice de sus rencorosas pa- siones. Reunido en la Mocha el Halcón con la Negra i el Trinidad, según estaba conve- nido, descansaron de sus fatigas, i después de reparar sus averías, se dispusieron para dar principio a sus proyectos, que modificaron con arreglo a sus intereses. Muerto Uribe, los jefes de los otros tres buques eran eslranjeros, a quienes excitaba sobre todo el deseo del lucro, i que por lo tanto se empeñaban en hacer el mayor número de presas que les fuese posible, aunque para conseguirlo hubieran de des. cuidar los demás linos de la espedicion. Asi miénlras Brown se dirijia a reconocer la isla de Juan Fernandez, despachó el Halcón i el Trinidad para que recorriendo las costas, sorprendieran las naves ignorantes todavía del riesgo que las amenazaba. Sea porque los vientos se lo impidieran, o por cualquiera otro motivo, lo cierto e.s que la Negra no ejecutó ninguna tentativa de ataque contra el presidio, ántes al contrario se dirijió apresuradamente a San Lorenzo, isla cercana al puerto del Ca- llao, donde habían quedado de rcunirsele sus compañeros. No habiendo tardado es- —Si- tos en ilegar cargados de bolín i de prisioneros, la escuadrilla se puso a cruzar a la boca del indicado puerto, en acecho de los buques que entrasen o saliesen. Como en Lima se ignoraba, no solo la proximidad, sino aun la existencia de semejante corso, los insurjentes permanecieron a su gusto en la ventajosa posición que hablan esco- jido, sin que nadie los inquietase durante diez dias, que aprovecharon para sus ne- gocios. La suerte los favoreció mas délo que se hablan imajinado quizá; pues cayeron en sus manos cuatro hermosas naves con rico i surtido cargamento, entre ellas una gran fragata, la Gobernadora, i un velero pailebot, el And:, luz, que pasaron a en- grosar sus fuerzas, armadas cada una con dos cañones. A otra de las embarcaciones apresadas le derribaron los palos, i la convirtieron en un ponlon. que les servia de cárcel para los prisioneros i de hospital para los enfermos. Fue trasladada a este si- tio la tripulación de la Gobernadora, que habia sido reemplazada por jente segura, ¡ con ella el carpinleco del buque. liste que era hombre intrépido, no pudo confor- marse con su detención, i buscó cómo escaparse. Comunicó a sus compañeros el objeto de sus preocupaciones, i escusado parece decir que lodos le aprobaron i pro metieron su cooperación. .\o se les presentaba otro medio de fuga, que un bote que hablan dejado en el ponlon; pero precisamente lo liabian dejado, porque estalla tan agujereado i mal Iraido, que lo hablan juzgado bueno para nada. Mas ya que no se ofrecía otro arbitrio, se pusieron a reOexionar entre lodos sobre su compos- tura, i al fin lograron medio tapar los agujeros con las zudas de unos baúles. Cuan do lo hubieron remendado lo mejor que pudieron, se embarcaron en él confiados en la protección del cielo veinte i un individuos, que arribaron felizmente a Chancai, i comunicaron les primeros en Lima la noticia de la estación del corso patriota. rS’ada podría espresar el furor de Crown, cuando descubriendo a la vuelta de una de sus correrías la fuga de los presos, conjeturó que la posición de su flotilla no ora ya un misterio para los peruanos. Mas no conformándose con perder sin indemniza- ción las valiosas presas de que, a no sobrevenir este contratiempo, se habría apode- rado, resolvió desquitarse con un golpe de mano sobre el Callao. A. primera vista parece que solo a un loco se le ocurriría acometer con cinco buques estropeados i faltos do tripulación, al mas importante do los establecimientos españoles en la América del Sud; al Callao defendido por esos célebres castillos, cuyos poderosos medios de resistencia pueden calcularse por su excesivo costo, que hacia pregunlar a Cárlos III si estaban consl ruidos de piedra o de plata; al C dlao aefendido por ciento cincuenta cañones colocados en tan fuertes balerías, que de su boca partió el último tiro en favor de la Metrópoli; al Callao en fin defendido mas que por lodo esto, por su fama de inexpugnable. El asombro que esta audacia inspira, subirá de punto, cuando se sepa que Brown no intentaba solo sacarse bajo el fuego de las for- talezas enemigas a los buques surtos en la rada i lanzar algunas balas rojas contra la población en despique de sus cspeclativas burladas; sino que se proponia desembar- car en la ciudad misma i arrebatarle sus tesoros. Sin embargo el resultado casi jus- tificó este ataque temerario, que rayaba en la insensatez. El 21 de enero de 1816, la escuadrilla penelró hasta dentro de la bahía, i contes- tó a las balas de los castillos, que agujereaban las naves, izando la bandera insurjen- te i saludándola con veinte i un cañonazos. En aquel momento no habia en el puer- lo buques armados en guerra; pero sí lanchas cañoneras, que sostenidas por un fuego bien nutrido de las balerías de tierra, obligaron a los patriotas a ponerse en retirada. Dos o tres veces mas, volvieron al asalto, echando a pique en una ellas, la fragata bueiile Hermosa c incendiando varias casas de la ribera. Pero como nada obtenían con esta clase do alaipie, por mas arrojo (¡nc desplegasen, renunciaron a la láctica franca de que habían usado hasta entónces, i recurrieron a una de esas estralajemas en que el buen éxito depende de la audacia, i que en tiempos pnsleriores empleó — ?3— lord Coclirano. Por la noclie encendieron varias fogaías en la isla de San Loi*on¿fT, que cierra i domina la bnhia, para llamar liácia aquel lado la nteneion del enemigo, i mientras tanto, protejidos por la oscuridad, se aventuraron al través de los buques en cuatro o cinco botes. Al principio todo les salió a pedir de boca; respondian la ronda al quien vive de los centinelas, i estos engañados los dejaban pasar adelante^ Merced a esle ardid, lograron sorprender varias lanchas cañoneras; pero al fin uno de los botes cayó sobre una que estaba alerta. Había en ella 50 estremeños recicn llegados de España, que recibieron a los asaltantes en las puntas de las bayonelaSi Trabóse entóneos cuerpo a cuerpo una lucha encarnizada, en que la vicloria no ha- bría favorecido a los realistas, si el estrépito del combate no hubiera h 'cho acudir a los boles de auxilio, que con un fuego mortífero obligaron a los audaces aventureros a retirarse con mucho daño apesar de su denuedo. Abortado este plan, estaba visto, ni la fuerza, ni la astucia salían bien contra el Callao, i la prudencia aconsejaba a los espedicionarios no encapricharse en la teme- ridad, ornas bien, su perdida era segura, si no buscaban la salvación en una pronta fuga. Abascal había destacado de Lima una división de 1,000 hombres, que para perseguir a los corsarios iba a embarcarse en seis buques de alto bordo, que aceler.v damente había armado con las erogaciones del comercio (18). Habiendo lomado en cuenta estas mismas consideraciones partió Crown el 28 de Enero, i como impor- tase para el logro del corso que se ignorara el derrotero de la escuadrilla, aparentó encaminarse a Chile; pero con el fin de que perdiesen su pista, cambió por la noche de dirección, continuó recorriendo la costa hacia el norte i no se detuvo hasta Gua- yaquil, adonde se acercó con la resolución de arrancarlo una gruesa contribución con el perentorio argumento de sesenta balas rojas, que había apiontado para lanzarse* las, si no se dejaba convencer. Esta ciudad se hallaba en estremo alarmada con el aviso del corso trasmitido por Abascal a lodos los puertos del litoral; mas apesar de que temía la visita de los corsarios, no se la aguardaba tan pronto* Los patriotas, pues, habrían podido con facilidad sorprenderla, si desgraciadamente un pailebot que a fuerza de velas se escapó de ser tomado al entrar, no hubiese anunciado su venida. Guayaquil está situado sobre un rio ancho, rápido, navegable, que tiene flujo i reflujo como el mar; cuatro fuertes construidos sobre sus bordes defienden el pasaje; el primero, denominado Punta de Piedra, dista cinco leguas del puerto. Se necesitaba antes de penetrar en la bahía, posesionarse de esta fortaleza, que era como su llave- Pío perdieron tiempo los independientes, i mientras Brown la acometía por mar, Freire saltaba valerosamente en tierra, i caminando ala sombra de unos bosques que ocultaban su marcha, la atacaba por retaguardia i se apoderaba de ella a la bayo- neta. El gobernador había procurado defenderla tan luego como recibió la noticia de encontrarse a las puertas el enemigo; mas el refuerzo que le envió, volvió a avisarle que había llegado demasiado tarde, porque habia caído ya en poder de los asaltantes. Grande fue la confusión en Guayaquil, cuando se supo este desastre. Todos no pen saban mas que en huir, las mujeres i aun la mayor parle de los hombres, i en poner a salvo los caudales tanto públicos, como particulares; pues todavía estaba vivo el recuerdo de los flibusteros, que varias veces se habían precipitado sobre la ciudad como aves de rapiña, cometiendo todo linaje de atrocidades i saqueando hasta los temp'os. En medio del espanto jeneral, las autoridades organizaban la resistencia, cubrían la playa de soldados, levantaban baterías i procuraban en una palabra recibir dcl mejor modo que les fuese posible a sus adversarios. Estos no tardaron en penetrar en la rada con solo un bergantín i una goleta, pues a los buques mayores los ha- 17l Fs'n-s biif^iip eran la': rnrliplaa Taslo, minerva, Palatox, Roin.a de lo? .\nj(>!e», Contercio i el berganlin Barbarita, bajo el inaii'lo de don tjidro Coiii>oyro. —24— biin dejillo afuer.i, temiendo que la poca altura del agun los emhnrazara en su marcha i les impidiera nniiiobrar con libertad. El asalto principió con ventaja de los insurjcntcs. íiis tropas de desembarco bajo la dirección de Ereire abordaron la ribera, arrebatando una de las baterias, cuyos cañones eeliaron al rio. IMas un fatal incitlente les impidió aprovccinrso de un Iriunro, que juzgaban seguro. Uno de los castillos denominado San Carlos incomodaba al bcrgintin en sus movimientos; im- pacientado Ilrown por l as averias que le estaban causando sus balas, impelió el berganlin hacia tierra para colocarse a medio tiro de pistola i trabar el combate con mas ven- taja. En esc momento bajaba la marea, i el norte poniéndose como el mar de par- le de sus contrarios, encalló el buque en la arena; por casualidad se encontró bara- ilo en tal situación, que los realistas ocultos detrás de parapetos, descargaban sobre él sus fusiles a mansalva i sin recibir lesión alguna, de manera que con facilidad se enseñorearon del buque. Algunos de los corsarios pudieron escaparse en las lanchas; lírown que no consignó imitarlos, viendo que los guayaquileños a.sesi- naban sin piedad a los restantes bajó a la Santa Bárbara con un lanza fuego en la mano, i los amenazó con que si no respetaban el derecho de jenles, incen- diaria la pólvora. Conociendo por su ademan que estaba resuelto a cumplirles la palabra, suspendieron la carnicoria, haciendo prisionero a Brown i 4i de sus com- pañeros. El populacho se vengó en el iierg.antin del miedo que los marinos le ha- bian causado; en un instante lo dcspedazi) furioso, saqueando las velas, jarcias i máslile.s; trabajo les costó a las autoridades que no se robasen hasta los cañones. Al observar Freiré la de.sgracia de Brown, reembarcó en la goleta las tropas con que habla asaltado i tomado una de las fortificaciones de tierra, i .se juntó felizmen. te con las otras embarcaciones, siendo el portador de la triste noticia de la prisión del jefe, Hll sentimiento que debia producirles tan infausto acontecimiento, no ami- lanó a aquellos intrépidos navegantes. Sin demora pensaron en salvar a su caudillo, i como durante la correria se habian habituado a burlar.se del peligro a fuerza de temeridad, no trepidaron un instante en comprometerse en el rio con la fragata i la corbeta. La suerte del berganlin no los hizo prudentes, i marcharon adelante confiados en esa buena estrella que siempre favorece a los bravos. Eos guayaquile- ños habian recuiicrado su tranquilidad; pues creian que las fragatas no se aniina- rian a entrar en la balda, a causa de su magnitud i p ir no dejar sin custodia las valiosas presas que arrastraban consigo. ¡Mjicho se asombraron, pues, cuando per- cibieron la Negra i el Halcón, que venian a proponer a tiro de cañón el canje de .sus compañeros. No obstante su reciente victoria, no .se encontraron capaces de re- chizar por si solos un nuevo ataque, i cifraron toil is sus esperanzas en la oportuna llegada de la flota peruana, que según los p irles del virrei debia aparecer de un momento a otro. ÍMas en valdc los atalayas consultaban el horizonte, no se divisa- lia ninguna vela amiga, i mientras tanto todo el mundo podia ver estacionar ¡dentro de la misma balda a los corsarios en facha asaz amenazante. Entónccs procuraron embromarlos, para ganar tiempo hasta que les viniesen auxilios. Con osla intención aparentaron prestar oidos a las propuestas de los independientes; mas en vez de darles una respuesta categórica, se pusieron a hacer objecciones, a cambiar mensa- jes, a proponer modificaciones i a disculparse de acpieltos interminables trámites con quehabia que reunir al pueblo para considtarle, i con otra infinidad de pretestos por este estilo. Conociendo su láctic.a Freire i el ermano de Brown (]uc dirijian el ataque, intimaron (pie si dentro de algunas horas no se concluia la transacción, incendiarian a bala roja la dudad, ultimátum que iirodujo un efecto májico en los guayaquileños, que en tantas oímsíoucs Inbi.in esperimentado el fuego délos piratas. En un momento todo .se arregbi, cediéndose en cambio de Brown i de sus compa- ñeros una de las fi\igit.as apresadas, tres buquecitos de poco valor i ademas algunos — 2r>- ptTSomjes de jerarquía (jut) habían caldo en poder do los corsarios, (,‘níro ellos el nuevo gobernador Slcndiburu, que venia de España a Guayaquil. Después do las dos Lentalivas infructuosas sobre el Callao i Guayaquil, los marinos patriotas, amenazados por la escuadra del Perú, no habrían podido permanecer por mas tiempo en el Pacifico, sin esponerse a ser esterminados por las fuerzas superio- res que se enviaban contra ellos, pero mas que este riesgo, lo que particularmente se oponía a la continuación del corso, era la desunión que hal)ia comenzado a reinar entre los espedicionarios. Individuos de diversas naciones, diferentes por sus creen- cias i costumbres, hablando distinto idioma, animados talvez por antipatías de raza, no los ligaba siquiera la unidad de miras; pues la empresa, para los unos era una especulación, para los otros una cruzada en favor de la causa americana. Al principio cuando no había todavía un rico botín que repartirse, los intereses egoístas de los unos se hermanaban con las miras patrióticas de los otros; lodos se empeña- ban en marchar Juntos adelanle, sea" para molestar a los realistas, sea para hacer negocio con las presas de los buques enemigos. Pero cuando después del suceso de Guayaquil, trataron, en la isla de Galápagos, donde se retiraron al efecto, de disti ibuir.se los despojos, estallaron a impulsos do la codicia las rivalidades has- ta entóneos contenidas, i fue imposible para el porvenir el concierto i la annonia. Los dos jefes, el uno francés i el otro ingles, que ya se habían enemistado durante el curso de la espedieion acabaron de malquistarse con ocasión del repartimiento, n odio quese inspiraron fue un odio a muerte, al menos en cuanto a su manera do os- presarse: líuchard decía (¡ue abia de ahorcar a Brown, i Brown que abia de ahorcar a líuchard. Para evitar una mala interpretación, hai sin embargo que hacerles la justicia de confesar que estas desavenencias eran, por decirlo así, puramente domés- 1 icos; no habían salido del casco del buque; en los dias de peligro los aventureros siempre h djian recordado que condaatian bajo una misma bandera i contra el mismo enemigo. Con todo la conciliación era imposible; i luego quese arreglaron como pudieron, la cs- pedicion so dividió en dos que lomaron diverso rumbo. Buchard con la Consecuen- cia, una de las naves capturadas, i el i)ailcbol Andaluz, volvió a doblar el cabo i arribó felizmente a Buenos .Aires. Freiré, que iba de jefe de armas de la Consecuen- cia, al poco tiempo después de su desembarco, pasé a incorporarse al ejercito de lUcndoza con los restos de sus dragones, reliquias gloriosas de tantos combates, qu(í acribillados de heridas, pelearon todavía en las llanuras de Maipo. Brown con la Negra i el Halcón se dirijió al puerto de San Buenaventura (en la costa del Chocó) a proveerse de viveres i a vender sus efectos. Ilabia desembarcado muchas de sus inercadcrias i la mayor parte de la tripulación, cuando supo que los realistas se aproximaban. Sin detenerse echó a pique una desús embarcaciones que le estorbaba, i huyó precipitadamente, dejando en tierra sus efectos, lo que es mas, un gran nú- mero de sus compañeros, entre los cuales se encontraba su propio hermano i muchos chilenos que perecieron o fusilados por los españoles o combatiendo a las órdenes de Bolívar, en cuyas tilas se enrolaron después los pocos que se salvaron. Este corso, aunque operó sobre parajes distantes de Chile, influyó sobre los acon- tecimientos de este pais; suspendió sus comunicaciones con el Perú, impidiendo (pie Aba.scal le remitiese socorro.s, i distrajo la atención de ilarcó del punto en que siem- pre debería haberla fijado, Mendoza. ('ConlinuaráJ 4 DIS CfJlíS o pronunciado an(e el Conseco j)or el señor preben- dado DON MANUKL VALDKít ül líeinpu de SU incorporacio?¿ a la Aunque me Ii illo incorporado en esta Universidad por disposición del Supremo Gobierno, recibiendo un honor que no esperaba i de que no me creo digno, sin em- bargo, los cslalulos Universitarios me imponen en este momento la obligación de dirijiros la palabra, i con este motivo reclamo vuestra induljencia, i espero me pres- téis vuestra atención para hablar de una materia que en mi concepto os del mas vivo Ínteres i de la mas alta importancia. De la relijion, señores, i de la relijion católica que es la única verdadera, i que considero como el elemento vital i la base mas fir- me de los gobiernos i prosperidad de los Estados. La sociedad, señores, no puede existir sin la confianza, como que es el sentimien- to que establece i mantiene todas las relaciones del hombre, relaciones que afianzan su bienestar i mejoran su condición. ¿Que seria de la familia, introducida en sus indi- viduos la fatd incertidumbre, el temor i los recelos? Hijos i padres, hermanos i es- posos no se conocerian ni se prestarían el menor servicio — la familia dejaria de exis. lir. ¿I qué diremos de la -amistad, del comercio i del trabajo, de los majistrados i particulares, en otros términos, de lo que se llama sociedad? — llabrémos de decir lo mismo, que no existiria, porque la confianza mancomuna i la incertidumbre aisla o deja inerte el móvil de todas nuestras operaciones, llabrémos de confesar, pues, (|ue lo que fortifica i perfecciona el sentimiento de la confianza, es el alma do la socie- dad i el primero i principal elemento de su existencia i su dicha. Pues yo, señores, digo, i lo digo en verdad, que este elemento os la relijion. — En efecto, la relijion pone en movimiento el temor i la esperanza, los dos estímulos poderosos del cora- z )u humano, i los gobierna con discernirnicnlo i sabiduria para que den por fruto la práctica de la justicia, virtud que inlunde la confianza i la mantiene viva en me- 'lijion sin sacerdocio es una quimera. Aun en los pueblos salvajes como cu los tiempos primitivos, el sacerdocio ha existido, i se le halla vinculado en los pa- dres o cabezas de familia que a veces formaban una clase particular; porque la reli- jion sin un cuerpo que la represente, queda sujeta a las vicisitudes del pensamiento individual, a la que dura un solo dia, es decir, no existirá. La voz de la conciencia que no es dirijida, es voz de las pasiones, i ya se sabe lo que éstas son — veleidosas, seductoras, inconstantes e inmoderadas. Sí: no puede haber en esto la menor duda: él sacerdocio es necesario para la existencia de la relijion i de la sociedad i ha de estar asimismo organizado, o ha de haber estabilidad en sus principios, doctrina i uniformidad en su conducta; o en otros términos, para que el sacerdocio sea verda- deramente tal, i pueda desempeñar su destino, no ha de ser creación humana, sino la misión del que domina los tiempos i circunstancias, acomodándose a ellas i tra- zando en todas la conducta que ha de guardarse; ha de ser la misión de un Dios, o el misterio confiado a los hombres por este mismo Dios. Hé aquí porqué en la anti- güedad trataron los sacerdotes de revestirse de este carácter o desempeñar esta fun- ción, de la que resultaron los oráculos, los libros sagrados, los misterios i ceremo- nias. La diferencia entre ellos es sin embargo notable. Hubo verdadera i falsa mi- sión, verdadero i falso sacerdocio. Los malos abusaron i compusieron la mayor par- te, porque el hombre carga en sí mismo el jérmen de la corrupción; los hubo em- pero buenos aunque contados. Los filósofos que han pretendido observar la historia i que la han observado mal, no han reparado en tamaña diferencia, i han perdido el tiempo en vanas declamaciones contra las clases sacerdotales, suponiéndolas en com. binacion con el poder i las preocupaciones contra los intereses del pm blo; i de aquí lian pasado al proyecto quimérico de organizar mejor esta autoridad, haciéndola mas humana i filantrópica. Ambos pensamientos falsos, dcsmenlidos por la esperiencia, i que prueban las dos cosas que acabo de indicar, primera: la necesidad del sacerdo- cio; segunda: que no puede ser creación humana. Uilimamcnte, si el sacerdocio ha de ser, como nadie lo negará, un ministerio de mediación entre Dios i los hombres, *-JS— un ri‘.¿nlador i disoiplinador do las coslumbros, ha de ser laiulden iiulependionle en su organización i alriluicioncs. i\ü convendria ijuc (uese arislocrala o i)upular po; (|no seria tachado de parcialidad o emulación; tampoco la criatura del poder porque se le llamarla asalariado, ni majislralura nacional porque se le querria hacer un cuei [)0 de oficiales públicos, el siervo de la mayoría. — lia de ocupar una posición tal, que lo higa superior a l.is exijcncias c insinuaciones del poder i a los caprichos i versa- tilidades de la opinión. Solamente asi podrán los sacerrloles formar la corporación del santuario, custodiar la verdad i hablar con el señorío de que esta reviste a sus ministros; solamenlcasi podrán dirijirja palabra a todos i hablarles solemnemente de sus respectivas obligaciones; a los particulares según su estado, sexo i condición, .a todas las autoridades de la jerarquía social, a los gobernantes i gobernados, a las varias porciones de la nación en el caso desgraciado de rescindirse la Iralernitiad, i a la misma nación cuando quiera abusar de su poder con agravio del verdadero ho- nor i de la eterna justicia. Sacerdotes fueron San Agustín, calm indo las tormentas populares i San Flaviano i San Ambrosio, las iras del emperador. Sacerdote fuá San í.eon el grande; i en nuestros dias nadie negará que lo h.i sido monseñor Afro sa- crificando jenerosamonle su vida para contener el torrente de sangre que iuuudalia a Pari.s. — .tl.-is se dirá: ¿dónde b.allarcmos esta independencia i purez a, esta conse- cuencia i eslabiiidad, esa equidad i modestia que se acomoda a las personas i condi- ciones, dónde la fortaleza i magnanimidad necesarias para balancear intereses pode- rosos i contrapuestos sin perder de vista el fiel de la verdadera justicia; dónde este conjunto de virtudes que ciertamente es admirable porque siempre será raro, por no- decir quimérico, entro hombres sujetos a pasiones, i variables e inconstanlcs como ellas? I.a pregunta es racional i .solo prueba que se necesita para ello de un auxilio del cielo i aun de la promesa especial de este don; promesa que existe i de cuyo luimpümicnlo liai testimonios infinitos e irrefragables. Jesucristo dijo: «como mo <‘nvió mi I*adre, asi os envió yo. (iOn vosotros estaré hisla la consumneion de los tiempos»; i la liisloria manifiesta que no lo dijo en vano. Los padres de los primeros siglos fueron verdaderos pastores de su grei, i sus sucesores el amparo de los opri- midos, los ccio.sos i respetuosos admonitores de los pueblos i de los reyes. Eii lo mas recóndito de las naciones, en las aldeas i lugarcillos, los sacerdotes son los proleelo" res de las viudas, huérfanos i abandon idos, los que en la obscuridad de las cárceles [ in.izmorns rehabilitan con la csprranz i a los que la sociedad mira como unos mons- truos i (lo cuya enmienda de.scspera. Este prodijio se ha obrado ( n el mundo p.or medios sobrenaturales; pero la l’rovidencia no oculta su mano cuando quiere llamar la atención délos hombres, i gusta de vaior.se de los medios comunes pero adecuados al objeto, gusta de hacerlo asi para que palpemos nuestra miseria i engaños, i para que arilemos la profundidad, saliiduria i justicia de sus designios. A’o bai duda: los medios son sobrenaturales, [lonpic Dios lia obrado i obra en efecto de ini modo espe- cial; pero también son racionales i mui dignos de esplicacion. Tened, señores, la bondad de oirme. Sacordoles de inn éiioca o pueblo determinado no pueden [iresenlar en su doeirina mas (fiic resultados piiiinilaas i característicos de la estación o tiempo que l('S loro. I’mlieran espresarla en los términos mas jcneralcs i adecuados a todos los tiempos i jnises, siempre, no obstante, se resentirian de lo que le es peculiar, siem- pre aliiMz iriaii un liorizonte mui reducido para los nuevos i variados aconlccimieiitos (fue liiibii r in ilc sucederse después; siempre queiUirian sometidos a todas las reformas (fiie imbeas • la esperieiieia, i mareados al fin con el sello eomun a lodos los hombres, es (lee r, con el de pensador. -s lalvez, pero jinis adores limitados. Sacerdotes (‘in- fiero (le lodos los tiempos i naciones, enl(Midién(lose i eorrespondiéndosc mñtn i- meiili; en la pr.iciiea de mi número dcteriniindo (le priiicifiios fijos e inva-riahles; sacerdotes de esl i ( lase, inareliando uniformes fior la senda de sus antepasados i somclidüs a la autoridad de la mayoría, a la dirección de sus principales joles, i del (|ijc entre ellos estuviese al (Vente dando la voz i ordenando la acción i el moviniien. lo; sacerdotes tan disciplinados i laboriosos como los que acabo de indicar, liabian de ser por necesidad los verdaderos colaboradores de la Providencia en la grande obra ele la rehabilitación del hombre, los que habían de estrechar todos los vínculos res- petables, mantener la vida social i salvar su conservación entre las tormentas i zozo- bras que a veces la combaten i que de continuo la amenazan. Sacerdotes de este ca. rácter i condición, i mas que todo, desprendidos de sí mismos i de las ataduras del siglo; liombres de oración i de caridad, i penetrados del temor de Dios, no podían dejar de llenar la gran vacante que se sentía en la sociedad, ni de satisfacer plena- mente la mas viva e imperiosa de sus necesidades. Asi lo vemos verificado en la historia. Aparece la gran familia humana i comienza a difundirse desde un punto pequeño del globo, pero también comienzan a difundirse en su compañía los desór- denes i los delitos. ¿Qué son los anales de la antigüedad sino un drama sangriento i iris'e, en que individuos i sociedades se disputan encarnizadamente el poder, con una üereza superior a la de los brutos; i en el que, sise vende cuando en cuando algunas vislumbres de paz, soloes para presentar en ellos todas las aberraciones i torpezas de un corazón corrompido? ¿Puede acaso descansar el espíritu en la historia de algún pueblo que en sus escenas domésticas i familiares nos presente algún dechado de mansedumbre i buena correspondencia, o de una verdadera racionalidad? Ah! solo nos quedan los cuadros hechiceros trazados por la imajinacion de los poetas o de al- gún filósofo entusiasta; mas en realidad de verdad solo aparecen padres sacrilicando a sus hijos, hermanos a sus hermanos, el candor i la inocencia entregados al poder i brutalidad do los insensatos, i aun mas todavía que la lengua no se atreve a proponer ni el pensamiento a indicar. 1 lo eslraño i singular es, que este cortejo ignominioso do pasiones viles, fué siempre protejido i en gran parte sostenido por el sacerdocio. Apenas se adoraba al verdadero Dios en un corto recinto del globo, i hasta allí pe- netró el conlajio, habiendo época en que la verdadera fé i lealtad quedaron reduci- das al albergue de algunos simples particulares. Con la venida del INlcsias se aclaró este horizonte tenebroso, i principió la cura de dolencias tan graves c inveteradas; {)rincipió a brotar 1.) redención desde un rincón oscuro de la Judea para hacerse [ a- tcnle en el Calvario; i desde allí como un raudal copioso de cristalinas aguas se der- ramó majestuosameule por lodo el mundo; i en el curso de diez i ocho siglos ha la- vado i rejenerado a la especie humana. La caridad, la mansedumbre i el trabajo no son ya flores de las villas i lugares de la Jadea, sino la propiedad i ornamento d*^ lodos los países; la doctrina e imájen del Salvador i su poderosa gracia la difunden í cultivan hasta en los páramos i soledades; i su preciosa semilla se mantendrá viva ’ fecunda a despecho' de las pasiones i de los falsos cálculos de la orgullosa filosofia. Si; solamente el sacerdocio que la historia nos presenta como el padre i tutor de la hutnanidad, solamente él podrá ser el verdadero, i en lo que acabo de decir, bien entenderéis que hablo del sacerdocio católico. ¡No hai duda, señores, solamente los católicos cuentan entre los suyos a los Crisóstomos, Agustinos i Gregorios; solo entre ellos han aparecido los líenitos i Bernardos, los Aolascos, Javieres i > Ícenles de Paul. ¿I por qué? — Porque solamente en la organización del catolicismo puede lormarscel verdadero sacerdote. En efecto, los milagros de la caridad i del celo son frutos del temor de Dios i de una disposición efectiva a cooperar con él en la grande obra ele la rejeneracion del hombre, disposición peculiar de los puros i limpios de corazón, de los pobres de espíritu, de, los mansos i humildes, de los que tienen hambre i sed de justicia. ¿I se li diarán estas virtudes en hombres gobernados por el espíritu del siglo i que participan desús pasiones e intereses? Seguramente que nó. — Ilabcislos de suponer, por necesidad, sin familia i desprendidos de la riqueza i vanidades; los —30— li.iLciá (le suponer ilÍ6c¡plin:idos i sumisos; los habéis de suponer caU'dicos. No insis* tiré sobre estos capitiilos demostrados victoriosamente por sabios escritores i aun por muchos individuos de los que en este mismo lugar i con esta misma ocasión os han dirijido la palabra, i me ceñiré a una rellexion importante deducida de la misma hislo" ria. El cristianismo ha civilizado al mundo, pero los misioneros o Apóstoles han sido católicos; la lierejia i el cisma jamas se han tomado este trabajo, i si se presentan al- gunos ejemplares, son contados i aun pudiera decirse ridiculos. San Francisco Javie- con su breviario i Crucilijo civilizó una buena parte del Asia, miéntras que las socier dades bíblicas con millares i millones, pero con ningún misionero (iel, han tenido que palpar su desengaño. Los misioneros de la herejía predican i escriben; los católicos tundan escuelas, hospitales i casas de beneficencia, recojen ^ps últimos suspiros del mo- ribundo, lavan iunjen a los leprosos, i esfuerzan con la misericordia a los criminales, acompañándoles con lágrimas de caridad hasta la escala del patíbulo. La diferencia es bien notable i también su fundamento. Unos cargan la cruz de la abnegación i obe- diencia, los otros son viajeros, compañeros de comercio, hechuras de la riqueza i del j)odcr; los primeros predican a Jesucristo i procuran imitarle en su carrera dolorosa i de amarguras, mirando al cielo con viva fé i sin otro estipendio que la esperanza; los otros son oficiales asilaríados, i cuando mas minisíros de la pobre, miserable i débil razón humana. Si, señores, la diferencia en el orijen i olqeto de la misión es la causa de tan diversos procedimientos. Jlision de la tierra producirá lo que puede esperarse de los hombres; algunos servicios o infinidad de yerros i vergonzosos descuentos. !4i* sion de Dios; algunas flaquezas talvez, compañeras siempre del hombre, i por otra parte, útil contrapeso del celo i de los aciertos, pero un trabajo constante i sostenido, un trabajo fructuoso i de una trascendencia jeneral i eficaz. Tan evidente es esto, que a haber tenido el sacerdocio católico la cabida a qne es llamado en la sociedad, ha hria mudado esta de semblante, presentando el admirable espectáculo de la harmonía i de la concordia en medio de los variados i encontrados intereses de las pasiones humanas; se habría derrocado el imperio del mal, se habría realizado todo el plan del cristianismo i llenado las miras de la Providencia. Pueden recordar.se en comproba- ción de lo dicho, el aspecto de las sociedades en los primeros siglos de la Iglesia, el de muchos pueblos .sencillos que en estos últimos tiempos se han convertido a la fé, i aun el cambio notable qne las naciomis caducas han esperimentado cuando se ha levantado en ellas algún apóstol de la verdad, algún fundador de una institución evanjélica, algún pastor celoso en custodiar su grei. La verdad es, que aunque esto* personajes no han sido raros, porque el Evinjelio dará frutos hasta la consumación de los siglos, i aunque también es cierto que su celo nunca deja de ser eficaz, que- dan siempre reducidos sus efectos por la guerra que les declaran, ya las pasiones de los malvados, ya la emulación imprudente i ciega de las autoridades tcm|)oralcs. laqui, señores, torno a la parle principal de la proposición que he sentado sobre la indepen- dencia del sacerdocio, i continúo manifestando la necesidad de esta independencia, como también qne la emulación de los otros poderes de la sociedad que se le mani- fiestan rivales, ha sido siempre injusta i ominosa. Semejante emulación i temores pudieran ser racionah-s cuando el sacerdíveio tuviera en el seno de la sociedad intere, ses peculiares i de corporación separados i distintos de los del pueblo, i cuando para hacerlos electivos pudiera emplear la fuerza o usar del poderlo que otras autoridades supremas; pero ni uno ni otro articulo es cierto. El sacerdocio corre la misma suerte en sus intereses temporales (pie el resto de la comunidad; iiadecc con la guerra i de- mas azotes de la pros[)eridad pública, i en la paz ('.ontribuye con la parte común do trabajo (pie le corres[)onde, i los gravámenes consiguientes; recibe la alimo- nia del pueblo i por lo mismo se siente mis ligado a sus benefaclos i hasta cierto punto en la necesidad de vivir cslreclnmeiilc unido i mancomunado con él’ — Sí — I 3qui tenéis el fundamento de la contribución decimal i en los términos fn que la ha establecido la Iglesia. Quisieran algunos subrogarla con una conlribncion peen, niaria sacada de las arcas públicas, porque saben que la Iglesia no ha entrado so- bre esta materia en menudas contestaciones con las potestades seculares, pero no re* paran que el clero no se presentarla entonces con la dignidad que le pertenece, que perderla algo de la paternidad que es llamado a ejercer i que no excluye ciertamente las erogaciones filiales. Sea de esto lo que fuere; siempre será una verdad que el Sa- cerdocio no goza en esta parto de una independencia que pueda despertar justos i fundados recelos. Ménos todavía por su posición social i los fueros e inmunidades que le concede el derecho. El Sacerdocio forma siempre una señalada minoría, no tiene mas armas que la cruz, ni otra voz de orden que la de sumisión i obediencia. ¿A qué sociedad o porción do la sociedad pudiera hacerse temible? Aun suponiendo en eslg particular lo que se quiera, i dando cabida a todas las combinaciones del tcnior^ digo que tan estraordinario acontecimiento solo pudiera verificarse en el caso de un clero meramente nacional i sin otra responsabilidad que la común o talvcz ninguna. Jlas si esto pudiera decirse de un clero cismático o disidente, nadie lo dirá del católico*. Este es responsable a la Iglesia derramada en todo el mundo i representada por los Pastores, i lo es a la cabeza jeneral de los fieles, o al sumo Pontifico i A''icario do Jesucristo. Si delinípiiera alguna vez, alzara la bandera de insurrección i enta- blara pretensiones ominosas, el remedio estaba en manos del agraviado, fuese el pueblo o el gobernante — un recurso a la cabeza de la Iglesia o en su lu- gar al cuerpo o mayoría de los Pastores, recurso o apelación que en el caso de ser justa, habria do ser atendida. La cabeza visible de la Iglesia i el cuerpo de los Pas- tores no forman una autoridad absoluta i arbitraria, se gobiernan por estatutos ave. riguados, por cánones sabios i justos, mui p articularmente por los fallos claros i ter- minantes de los sagrados libros que ordenan la sumisión a las autoridades estable- cidas por culpables i malévolas que sean. ¿Qué podrá pues temerse de la Iglesia? — ■ \"o lo ignoro i no lo puedo averiguar, a ménos quesea la importunidad de sus amo- nestaciones, o la voz severa i augusta de la predicación, voz que por ser de la ver- dad, suele hacerse odiosa, pero voz necesaria, que es el desempeño fiel del ministerio i la obediencia al mandato de .Jesucristo. Pudieraseñalarse otra razón de estos temo- res o de la guerra declarada contra el Santuario i que parece no terminará jama.=. Pudiéramos decir, señalar otra razón, bien que causa rubor el manifestarla. Las ri- quezas que la piedad de los fieles ha consagrado a los templos i las erogaciones de otros en favor de un establecimiento pió o al tiempo de su incorporación en alguna congregación eclesiástica, han llamado la atención i despertado la codicia de los po- derosos; i para cubrir yerros en la administración o salvar al estado en los apuros a que lo redujeron las pasiones de los gobernantes, se ha querido echar por el atajo se ha apelado a los falsos protestos de bien jeneral, pretensiones de usurpación o supuestas conspiraciones sociales; se ha despojado violentamente a la Iglesia i aun puesto en parrilla a sus ministros. .Juliano Apóstata i licnrique 8.° han tenido i ten- drán imitadores. También pudieran señalarse el odio enconado de la filosofía que armada de viles sofismas i solo en posesión de la duda, aspira sin embargo al impe- rio del pensamiento; la obcecación de la razón humana que rehúsa prestarse a la dó- cil sumisión de la fé i que, soberbia como Luzbel, prelenric imponer silencio a la tierra, escalar el cielo i sorprender al criador sus arcanos. Mas ya lo había indicado al hablar del odio contra el Evanjclio, de las blasfemias contra la Providencia i la invariable i eterna justicia. Si, scñorc.s; todo lo dicho hasta aqui es un argumento concbiyente en favor de la independencia del sacerdocio i de sus eminentes prerrogativas; i las mismas razones csplican porqué en la antigüedad no pudo esta corporación llenar debidamente .su —32— ol)joto ni in.inlcncr 1 consolidar el Estado, siendo peculiar este ministerio del Sacer- docio católico— Continuadme vuestra atención, que la materia aunque tratada por otros es siempre grave i de grande interes, i oidme algunas reílexiones que no creo serán inútiles. De las castas sacerdotales del Indostan poco tenemos que decir. Con el aparato del misterio i el auxilio de la fuerza, podian,como en efecto lo consiguie- ron, establecer su dominio, pero eternizaban también los odios i rivalidades civiles i las enfermedades del Estado; iiabian de ser el obstáculo de toda mejora i adelanta- miento i al cabo el principio de una entera desorganización. Ciertamente pocas na- ciones mas dé!)iles i desgraciadas que las de la gran península del Asia. Entre los Asirios, Ejipcios i Persas las castas sacerdotales no dividían para gobernar, poro for- m daan corporaciones de intereses especiales, intereses que las separaban de la ma- sa popular, dejándolas sin indujo en el bien común e inspirando recelos ya a la totalidad del pueblo ya a la autoridad soberana. Eran dichas castas una especie de lral)a con la que era preciso acomodarse, i lalvez se les permilia i aun dotaba para el servicio que p odian prestar ya en las fiestas i solemnidades públicas, ya en el lance cri- tico de una conmoción interior o de una guerra nacional i llegado el caso de despertar ios afectos patrios i entusiasmar el valor. Con corta diferencia se organizó el sacer- docio de los Griegos i entre los Uomanos quedó vinculado en la aristocracia como un medio reservado de disponer de la voluntad del pueblo i mantenerlo sumiso. Pero es de notar (lue entre ellos no hubo prcdií^acion ni doctrina ni cultivo de vir- tudes, no buho comunicación o rejeneracion espiritual. El Sacerdocio fué, si se quie- re, un cuerpo auxiliar del poder o un freno de las pasiones populares, pero no logni formar al buen ciudadano ni morijerar i civilizar la nación; fuó una majistratura profana i no mas. .Mui diverso se presenta el Sacerdocio mosaico , consignado en una tribu pero derramado en toda la nación, mezclado con el pueblo , sujeto a sus mismas necesidades i encargado especialmente de esplicar la divina lei, de man- tener vivo i puro el temor del Señor i la práctica de las virtudes domésticas i civi- les. El .Sacerdocio mosaico era un ministerio do verdadera mediación, el que man- lenia las relaciones del hombre con la Divinidad i lo ponía en el caso de merecer i alcanzar sus favores. Los hebreos estaban destinados a formar el pueblo mas ven- turoso de todos, i en efecto asi fué miéntras permanecieron íieles a Dios respelamP^ el Sacerdocio i la lei; pero su fortuna fué pasajera; mui luego se olvidaron del pac- to celebrado en el .Siiiaí i de los avisos de sus mayores; dieron la mano a los estran- jerosi tomaron parle en las ignominias de la idolatría; perdieron a Dios i comenzó a formarse la dura i humillante cadena de sus ejemplares e interminables de.sgra- cias. El Sacerdocio cristiano es una continuación del mosaico i su misión igualmen- te divina; es también independiente en su organización i atribuciones; no es el au. tor de la lei sino el encargado de esplicarla i hacerla observar; es un asalariado df. la Divinidad i no de los hombres, essuperior en su fuero a todas las potestades. ¿Que queja racional puede Indaer contra él, sus inmunidades i jerarcjuia V Seria preciso formarla contra el Lejislador Supremo, o querer salir de la condición en que nos bailamos de vivir sometidos al imperio de la verdad; seria nada ménos que ejer- cer los fueros de la Omnipotencia. {Jastante pesada es para el mismo Sacerdocio la cruz de su estado que le obliga a mantener una guerra abierta contra nuestras ter- cas pasiones i sus temerarios abusos; mas él la carga con resignación i confianza salñendo ipic os un depósito sagrado i de .salvación, aun que de el se le baya de pedir algún dia la mas estrecha i rigurosa cuenta. Ab! el .Sacerdocio tiene que hablar a los Soberanos i a los pueblos de sus respectivas obligaciones, amenazando a b)s desleales con los rayos de la eterna justicia; tiene que predicar verdades hu- millantes, verdades amargas, i para ello se necesita de magnanimidad i valor. — No, cicrtaincnlc, no des inpcñarán tan delicada i augusta comisión las hecluir.as de las —3-3— facciones, los cloros nacionales, los que a pretesto de respetar la naajesfad del piicbol rompen los vínculos de la caridad i se separan del gremio de la iglesia. ¿A qi:é cu- loridad pudieran apelar en el caso de ser desmentidos siendo ellos solos la parte i el tribunal? Qué pudieran responder si la osada fdosofia les saliera al encuentro acusándoles del yerro i dei engaño? — El Clero leal i Católico no quedaría triste- mente enmudecido. Pudiera contestar con la sabiduría de su profesión i la digni- dad que lo caracteriza: Si no os convencéis con los documentos que presentamos, leneis ahi el testimonio de la antigüedad, el de toda la corporación católica i de su venerable i augusto jefe; no tratamos de imponeros nuestras voluntades, sino de que respetéis la verdad. Esta posición eminente i tan digna de los ministros del Santuario fiié la de los Grisóslomos i Basilios, de Gregorio 7." i Tomas de Canlorbéri, fué la de Ikirdalou, Masillon i Bossuet, quienes dieron a los Reyes en persona las mas severas i solemnes lecciones; i ella formará en los gobiernos democráticos i re- presentativos verdaderos sucesores de aquellos intérpretes del Evanjelio, i quienes puedan calmar los tormentos populares, paralizar la ambición i conjurar la anar- quía. No quiero, señores, mantener tan alto vuestra consideración, i para acabar de manifestaros la necesiílad e importancia del Sacerdocio revestido de todas sus pre- rrogativas voi a descender a un caso práctico i particular. ¿Qué papel tan distinto no hace un párroco virtuoso en las sencillas i laboriosas funciones que le encomien- da la Iglesia, del que baria por ejemplo un comisionado de la lejislatura i encargado de cultivar el espirilu de! pueblo, do mantener i aun de introducir las buenas cos- tumbres? El oficio de este personaje, por bien desempeñado que se le suponga, que- dará reducido ,al d.a un útil consejero o de un amigo; alegaría leyes, moralidades i testos, provocaría con el cebo de la recompensa, o amenazaría con la autoridad de los majistrados; baria esto i mucho mas, pero intentaría lo que en vano han pre- tendido otros muchos, se veria al fin desarmado p.ir la malicia i habría de confesar su yerro. El párroco es hombre de otro caríiclcr; absuelve o condena a nombre de la Iglesia i de los siglos i con una autoridad recibida por los canales mas sagrados i respetables; es el Sacerdote del Eterno, no capitula con las pasiones humanas i está dispuesto a sellar su testimonio con el sacrificio de su vida; sus trabajos i su- dores no quedan nunca sin fruto. Dadme, señores, purgada a la sociedad del espíritu anticristiano i por consiguiente un párroco respetado de todas las clases i en el pleno goze de sus immunidades i me daréis mudada la faz de una parroquia. Sin tanto estrépito de policía i majistratura los crímenes se verían mejor reprimidos i aun estinguidos i las virtudes mas arraigadas, jeneralizadas i puras. La razón es óbvia: el párroco cultiva el corazón o el retrete en que jerminan los afectos i de donde parten las buenas o malas acciones; los empleados civiles apénas alcanzan a man- tener las esterioridades del buen órden i salvar los fueros de la justicia. El Párro- co cuenta con la protección especial del cielo; los otros con auxilios jeneralcs que muchas veces no invocan. El primero es un mediador, es un tutor, un padre, el dueño de la confianza de su grei; los otros son los brazos de la fuerza, a veces los trabadores importunos de una inocente libertad, i los ministros ejecutores de una autoridad arbitrari.i. Ah! el pueblo siente tamaña diferencia i en muchas oca- siones es justo; descansa a la sombra del pastor i mira con triste ceño a sus censo- res— Estoi mui lejos de llevar a mal la vijilancia de los majistrados en la represión i castigo de los delitos; pero, señores, también habréis de confesar conmigo que poco o nada consigue el celo de los empleados públicos cuando pierden de vista la san- tidad de sus obligaciones, i dejan de sor los auxiliares de la Iglesia i los verdaderos ministros de justicia; que el estado de la sociedad es cntóncesmas oménos violento, i quesolo se mantiene el órden mientras dura la fuerza, quedando paralizados los resor- tes sociales, francas las avenidas dcl delito i patente el riesgo de que las pasiones mas odiosas i viles se enseñoreen de todos, i'ío se oculta esta verdad a la perspicacia de los (ilósofos i pensadores; mas el odio a la Iglesia, soplado por el mismo infierno i mantenido por la soberbia del corazón, ha intentado oscurecer el fondo de este cuadro recurriendo al supuesto despotismo clerical i a las usurpaciones de la edad media. No me detendré en este punto aunque tan a la mano, por haberlo tratado elocuentemente otros escritores que han justificado a la Iglesia manifestando con documentos irrefragables que los bienes sociales de que ahora gozamos son el fruto de esos cánones olvidados, de esa autoridad pontificia tan ultrajada, i de ese zelo de los pastores que se ha creido osadia. No me detendré, repito, en estos capítulos, i pasaré a decir que si en un tiempo los soberanos, por dar oidos a las voces insidio- sas de la calumnia, entraron en el gremio de los perseguidores i minaron los funda- mentos de su autoridad con perjuicio de la paz i de la concordia, también a su (ur- no podrán sufrir este mismo desengaño los pueblos. ¿Quién a la verdad en todos tiempos i paises i en toda clase de gobierno ha defendido sus fueros, abogado por sus libertados i clamado en su favor pidiendo justicia? .No por cierto tribunos popu- lares, filósofos pensadores, ni viles lisonjeros de sus pasiones i excesos; únicamente han sido los ministros de la Iglesia, los pastores i párrocos, los predicadores de .Ic- sucristo. Estrañados éstos violentamente o embarazados en el ilesempeño de su co- misión, serán consecuencias inevitables el cslerminio do las virtudes, el triunfo del delito, la fuga para siempre lamentable de la concordia i la paz. Si, señores, no dudo de esta verdad que pudiera probarse con hechos auténticos i de nuestros dias, como tampoco dudaré que corren particularmente este riesgo los pueblos americanos que en el goze primitivo de su independencia i todavía inespertos en el uso de su sobe- ranía, pudieran dejarse prevenir por el engaño i entrar en una carrera de desgracias de dilieil remedio. — Hspueslos estamos, como es notorio, a las encontradas corrien- tes do la opinión europea, a los torpes engaños de nuestro orgullo, a la fatal incer tidumbre déla impiedad i a las pasiones que con ellas jerminan; lo estamos por tan- to a la acción violenta de los elementos anárquicos i desorganizadores que arruinan infelizmente a los pueblos. En lance tan apurado, cu esta crisis peligrosa i de tan graves i remotas con.secuencias, solo salvan a la sociedad los principios, pero no principios especulativos i de mer.1 razón, que todas las pasiones alegan sin deponer su teiífuedad i aun perdiéndose en las tinieblas del endurecimiento, sino principios co- nocidos de antemano i represenlculos en corporaciones gobernadas por ellos, prin- cipios salvadores i católicos, principios sagrados i eternos. Si: solrtmentcnte el cato- licismo i Sacerdocio pueden salvar a la .\mérica de los riesgos que la amenazan, dar asiento a su organización en instituciones i afianzar para siempre el imperio de la libertad i de las leyes. Ojalá, señores, hubiese ménos dificultad para reconocer una verdad tan sencilla como la que acabo de demostraros, verdad que es la única interpretación de las revolucio- lies polilicas i aun de todos los incidentes de la vida humana! Ojalá hubiese la bue- na fé precisa para sentir su evidencia i cerrar los oidos a las voces secretas de nuestro orgullo tan ciego en sus consejos, tan temerario i mezquino en sus cálculos! Mas aunque no la hubiera i aunque hasta cierto punto cueste el repetirlo, no por eso de- jará de ser un principio fundamental i de los mas luminosos— que toda construcción social se desploma, si el Señor retira de ella su mano; que nuestros planes i combi- naciones son quimeras irrealizables si no entran en el orden de la providencia, i que la felicidad de un pueblo se medirá siempre por su zelo en la práctica de la divina lei, i el respeto que profese a la Iglesia, su doctrina i sus ministros. --35 Facultad de ciemas físicas i maciaticas. MATEMATICAS. — Sobre el progreso de las aciicias inalcmá- ticas. (Discurso de recepcioti de don jóse zegers^. SEÑOR rector: Señores: Penetrado de gratitud por la honrosa distinción con que la Facultad de Ciencias Matemáticas i Físicas se ha dignado favorecerme, asociándome, a pesar de mi insiii'r- cicncia, a tan ilustre corporación, no acierto a espresar los sentimientos que me afec- tan en tan solemne circunstancia, i si me atrevo a ocupar Y>or un momento vuestra atención, es porque siendo la sabiduría compañera de la ¡nduljencia, confio en que os dignareis en esta ocasión dispensarme la vuestra. El progreso de las matemáticas en el pasado i presente siglo, i su in f uenc'ia en la prosperidad de la sociedad en jeneral, es el tema que voi a tratar de esponcros, exa- minándolo tan solo bajo sus aspectos principales i con la brevedad posible. Remontándonos al siglo semibárbaro de la filosofía escolástica, veremos que en aquella época la ignorancia i la superstición, estendiendo su maléfica influencia so. F)tc los estudios científicos, no hicieron mas que diferir el momento en que d sisle. ma cartesiano debia abrir el campo a los descubrimientos de IVcwton i Leibnilz, des- cubrimientos sublimes, que fueron sin duda alguna el orijen de la rejeneracion de los principios, ofuscados entonces por las falsas doctrinas. La filosofía de iVeM'ton, apoyada en una lójica sana i en el cálculo, no podía ménos de producir resultados siempre conformes con la observación, i apesar de las resis- tencias que se opusieron a ella, como anteriormente también a la de Descartes, pudo al fin triunfar de la tenacidad con que la combatían los doctores, cuya autoridad om- nipotente no solo provenia del espíritu de rivalidad que predominaba en todas las discusiones de aquel tiempo, mas también de la convicción en que estaban de la infa- libilidid de sus opiniones. Con tales antecedentes no era, pues, posible se contrajesen sin pasión i de mui buena le a determinar la marcha que debe seguir el espíritu hu- mano en la investigación de la verdad. Por otra parte, las teorías do Lcibnitz i Desearlos, manifestando con evidencia 1,? superioridad del análisis aljebraico sobre el análisis i síntesis jeométricas, conocidas i empleados exclusivamente por los antiguos,-contribuycron del modo mas eficaz a pre- parar la nueva era en que los principios de la mecánica trascendental, aplicados se« gun aquellas teorías, debían jencralizar en los casos mas complicados la solución de los problemas portentosos que determinan las leyes i movimientos do los cuerpos ce- lestes. Por último, la sábia i melódica nomenclatura que adoptaron aquellos filósofo:-» abreviando el estudio, estableció con la mayor evidencia i concisión las relaciones i principios mas importantes de la ciencia. Considerando, ademas, que el áljebra fué por mucho tiempo una ciencia mui limi- tada, compremlcrémos desde luego el esfuerzo de estos injenios; pues el espirilu bu- — 30— irnno dificiinienic podia acostumbrarse al rigor i abstracción de sus demostraciones, i hasta la misma jcneralidad de los signos que emplea, la iiacian en cierto modo, i por decirlo asi, cstraña a nuestra naturaleza. La marcha que prcscribian los métodos aljebraicos, causaba desmayo aun a los hombres mas versados con esta clase de me- ditaciones; asi es que si echamos una mirada sobre los trabajos de los grandes jeó- metros del siglo pasado, a quienes el áljebra debe importantes descubrimientos, nos será fácil conocer <100 algunos do ellos se encontraban aun poco familiarizados con el lenguaje de esta misma ciencia, que tanto perfeccionaron después. El método que siguieron primero, solo podia ser provechoso hasta cierto punto, pues exijia indispensablemente el tener siempre mui presentes en la memoria la se- rie de principios i demostr;»ciones para poder comprender los siguientes; dificultad que debia naturalmente complicarse a medida que se alejaban del orijen primitivo de esa continuación o encadenamiento que tienen entre sí los principios. Sin embargo, no puede negarse que, a pesar del inconveniente indicado, el méto- do de demostrar o de investigar las verdades de las matemáticas, era ya mui lumi- noso, pero; como acabamos de decirlo, se hacia cada vez mas difícil en razón de la mayor complicación de los principios, i porque exijia también cada vez mayores es- fuerzos del espíritu para poder crear nuevos medios o arbilrios a medida (jue se va- riaba de objeto. >o obstante, como por rnui diversas que sean las causas que motivan las investigaciones i razonamientos matemáticos, tienen siempre aquellas ciertas par- tes comunes que pueden reducirse a regias jenerales, con cuyo auxilio las dificulta- des deben necesariamente facilitarse en cada nueva cuestión, discurrieron a este fin el método analítico, que es el que nos enseña a encontrar estas regias, siendo el álje- bra el elemento principal que emplea dieho método para cunseguirlas i determinar- las. A Euler, Clairaut i D,.\lcmbcrt se debe, sin duda alguna, la revolución que ha causado en la ciencia este análisis aljcbraico, que lioi dia puede considerarse como un método universal, ilimitado cu sus aplicaciones, i cuyas dificultades casi han desapa- recido del lodo. Lcibnilz i Bornouilli se dividieron la gloria de haber introducido en dicho análi- sis las funciones csponencialcs i los logarilmos: Cote manifestó el modo de represen- tar por medio de los senos o cosenos las raíces de ciertas ecuaciones aljeuidic.is. Eu- 1er deseul)rió nuevos métodos par.i hacer desaparecer de la solución de los prohlemas, los términos imajinarios que podían presentarse embarazando el cálculo. Apoyándo- se en estas teorías, se llegó a dar una forma enleramenle nueva a la parle del análi- sis aplicable a las cuestiones de la aslronomia i de la física, forma que fue adoptada por todos los jeómetras, i que ha producido en esta parle dcl cálculo, casi la mism.j revolución que produjo el descubrimiento de los logarilmos en los cálculos ordina- rios. El análisis de las series, las fracciones continuas inventadas por Drounckor; las in- vestigaciones sobre las series de productos indefinidos i los cálculos diferencial e in- tegral, instruinonlos ios mas fecundos i poderosos de los descubrimientos que pueden llegar a hacerse, lodos estos, como a.simismo otros ramos i leorias de la ciencia, per- feccionados por estos eminentes varones, son los que indudablemente han contribuido a facilitar i perfeccionar los diversos métodos (jiie lian rejenerado las sociedades. Otra prueba también inequívoca, que conliilniyó poderosamente a esíe progresol fue el deseo de instruirse que animaba en aipiellas ciroimslancias a la sociedad, i es gusto pronunciado que la impuls dj i liácia los estudios positivos, liácia las ciencia, milemáticas i fisicas. Las abstracciones de la melafisica, i los ensueños especulativos de los inventores de ciertos sislomis, que no tenían por fiinduncnlo ni la cerlidum- hre matemática, ni la autoridad de los sabios filósofos; todas aquellas opiniones es- — S7 — travagantcs, material insipido de huios infolios, que mui luego di-bian condenarse al eterno olvido, todas aquellas aberraciones de una imajinacion lodavia en la infancia; t'rrores inveterados trasmitidos de jeneracion en jimcracion, i que tantos daños ha- bían causado; lodo eso principió afortunadamente a mirarse como frivolidades: i cau- sa admiración el ver que sistemas tan erróneos, como los de las épocas anteriores, hubieran podido llegar a prevalecer, si no fuera porque está bien probado que la am- bición se aforra amenudo de cuanto hai mas absurdo, i porque en los siglos de igno- rancia lo mismo que en las épocas de embrutccimienlo, siempre prevalecen las má- xini is i los. principios mas falsos i estemporáneos. Pero el tiempo, la opinión i la li- bertad, pugnando con esfuerzo, llegaron felizmente a anonadar tantos absurdos i a estiblecer con fundamentos sólidos los principios investigadores de la verdad. Desde enlónccs, rota la valla que se oponía al progreso do las luces, parece que a porfía los injenios, tanto tiempo comprimidos, lomaron lodo su vuelo, sucediéndose sin interrupción hasta nuestros dias. lloucllc, iUicquer, Lavoisier, demostraron, apo- yándose en la lójica mas luminosa i persuasiva, los fenómenos principales de la qui- iiiici: Euler, Bcrthollet, Laplace, Mongo, célebres ya por sus importantes descubri- mientos en el análisis matemático: D'Alembcrl descubridor del cálculo aplicado a las diferencias parciales i a la forma jcneral de sus integrales: Guitou, Chaptal, FourcrXo,' Yauquelin, nrofundos en la química; Biot, Hauy, Puület, en la fisicao Saussurc, Volla, Leslic, Humboldt. Arago, en la astronomía i mcteorolojiii, Bcrnoulli, Yallejo, Pon- celef, Poisson en la mecánica, Delambre, Brisson, Condorcct, Puissant, Bourdon». Lagrange, Dupuy, Francoeur, Leroi i muchos otros, especialidades diversas, a cual mas eminentes, que han llevado la ciencia al grado de engrandecimiento en que en el dia se encuentra. Largo seria, por no decir interminable, el manifestar detenidamente la marcha que siguieron estos sabios, en sus profundas meditaciones, para demarcar i descubrir la unión i enlace que tienen entre sí las ciencias, como asimismo sus .infinitas apli- caciones a las arles. — .Método, análisis, sistema, fueron precisamente los elementos que emplearon para llegar al fin (|ue se habían propuesto : esto es en cuanto a la ciencia : en cuanto a las artes, sus pruebas fueron subordinadas a distintos elementos, i para acercarse a la perfección se valieron sin duda de aquella lójica que como por instinto nos enseña la naturaleza, auxiliada ademas de la voluntad i del método. Por último, investiga- ron también detenidamente las bases o principios de las causas esternas que obran sobre los sentidos, el enlace de sus propiedades i la infalibilidad de las leyes que las rijen. Que los puntos de contacto que tienen las ciencias, son tanto mayores, cuanto mas se perfeccionan éstas, es una verdad que se comprueba sin necesidad de hacer un es- tudio profundo de sus diversos ramos; basta para ello recorrerlos tan solo con algu- na detención, manifestándose en tal caso las dificultades que debieran presentarse para demarcarlas, i distinguir los puntos en que pueden llegar fácilmente a confun- dirse. Ciñéndonos de preferencia para manifestar estas verdades a las ciencias físicas, lla- madas por Bacon raíces de las demás ciencias, verémos en primer lugar ala quí.nica manifcslarnos las propiedades de la atracción i afinidad molecular en sus relaciones las mas intimas, i que alundarando los diferentes ramos de la filosofía natural nos descu- bre los fenómenos del calórico, de la luz i de la electricidad: revelándonos el sacrclo de la composición del aire, del agua, de los gases, i otros innumerables conoci- mientos, cuyas aplicaciones se hacen estensivas al meteorolojista, al fisiólogo, al mincralojista, al médico, al agricultor, al mclalurjista i al fabricante en jcneral. La historia nr.lural, en segundo lugar, clasificando, describiendo i estudiando los —38— cuerpos orgánicos e inorgánicos, forma en el dia una ciencia tan vasta que ha moti- vado diversas subdivisiones, que comprenden la jeolojia, la mineralojia i anatomía vcjclal, la botánica, la agricultura, horlicultura, etc. Análogas i numerosas subdivi- siones hallaremos también en el reino' animal, mereciendo el primer lugar el estudio del hombre en cuanto a su naturaleza física, el cual comprende la medicina i todas las ciencias que de ella diminan; después en su naturaleza moral, que encierra la íilosofia, la metafísica i la psicolojia ; en su condición social, la ética, la lejislacion, la economía política, etc. La astronomia que comprende el estudio de ios cuerpos que pueblan el espacio; la meteorolojia el de los fenómenos atmosféricos, la jeogralia i la }iidrograíia, el de los fenoinenos que se presentan en la superficie del globo; i |a hidráulica, hidroslática i aerostática, que no son masque la consecuencia i el desarrollo de la mecánica. Cuyos ramos de la ciencia se subdividen aun mucho mas, i son cada uno en particular el objeto i estudio especial de los sabios, que trabajan sin cesar por des- cubrir en ellos nuevas propiedades i aplicaciones. Lsla lijera reseña demuestra tam- bién la grandeza del plan que abrazan en el dia los estudios matemáticos, cuyos ra- mos se apoyan principalmente en el perfecto conocimiento del análisis i ¡os cálculos- Antes de terminar esta parte de mi discurso, no omitiré el mencionar con especia- dad otro ramo de la ciencia, recientemente sistemado, i cuyas infinitas aplicaciones han contribuido poderosamente a impulsar el progreso de las artes i de la industria. La jeometria descriptiva, debida al ilustre ¡Mongo, se considera con razón, no solo como uno de los medios mas eficaces para perfeccionar en cierto modo las facultades intelectu des, mas también, i mui principalmente, como el arbitrio mas injeniosoque darse puede para manifestar i trasmitir de un modo luminoso al artífice las verdade- ras dimensiones de todos los cuerpos, sea cual fuere su figura i posición respectiva en el espacio, cuyas condiciones i consecuencias, por complicadas que sean, siempre pueden minifestarsc gráficamente i con toda fijeza sobre una simple hoja de papel. 3Ias las operaciones mentales de que la jeometria descriptiva es la traducción grá- fica, serian hasta cierto punto incompletas, si no se combinaran con otra ciencia im- portante, cual es la jeometria analítica, viniendo a ser ésta, en tal caso, la llave del discurso, i la primera la traducción gráfica. De la unión i enlace de estas dos cienaias, se han obtenido fecundos resultados, .flcndo los principales la claridid i elegancia que han adquirido los cálculos, la ven- tajosa dirección i jiro que se ha dado a sus operaciones, presentándose entonces con la mayor jencralidad al entendimiento, aun en las combinaciones i casos mas com- plicidos, i por último el haberse hecho claros i palpables los principios que ánles pa- recian oscuros, por la falla de arbitrios para manifestarlos i esponerlos del modo con-, veniente. Hasta aqui solo hemos considerado el estado i progresos de la ciencia, debidos a los sabios fine han ilustrado los siglos diez i ocho i diez i nueve; pero seria demasia- do incom[)leto este cuadro sino dicrámos siquiera una mirada relros¡c'ctiva a la épo- ca anterior a lüuclides i a la era cristiana, cuyo paralelo establecerá mejor los resul- tados i consecuencias que necesariamente deber'.n deducirse. Los conocimientos mas importantes que h d)ian alcanzado los sabios de aquelh época remota, se reducían en compendio a los siguientes. Thales de IMilelo dio a conocer en la Grecia la jeometria i la astronomía, demostrando, en la primera con especialidad, algunos casos relativos a la comparación de los triángulos entre si, i del circulo. Pylhágoras demostró los luminosos i tan jeneralizados principios de las propiedades del triángulo rectángulo, inventó la tabla de multiplicar, esplicó el movimiento de la tierra, i probó también que el circulo es la mayor de todas las fi- guras planas do. cuantas tienen igual contorno, como asimismo (iiie la esfera es el solido mayor de cuántos tienen igual superficie. Hipócr.alcs de Cdiio encontró la - no— cuadratura de las lúnulas del círculo, i desciiltrió ¡gua’incnle que si se podían hallar dos medias proporcionales entre el lado de un cubo dado, i el duplo de esto mismo lado, la primera media proporcional seria el lado de un cubo duplo. Aristeo compu- so cinco libros sobre las secciones cónicas, que tuvieron grande aceptación entre los antiguos; el mismo se dice haber sido el autor de la medida de la pirámide i del co- no. Architas de Tarento resolvió el problema de la duplicación del cubo por medio de una superticic cilindrica i del circulo, siendo también el primero que empicó el análisis jeomctrico que le habia enseñado Platón, con cuyo auxilio hizo diversos descubrimientos. Anaximandro construyó las cartas jeográficas, i determinó la figura de la tierra por un globo, cuya circunferencia trató de medir Posidonio: Hiparen de Niza, determinó la precesión de los equinoccios, demostró los principios de la trigonometría esférica, concibiendo también la idea de la lonjitud i de la latitud as- tronómicas: Teodoro de Sánaos inventó el nivel i la escuadra; íVrquímedes, los espe- jos cóncavoso ardientes,! demostró también diversos principios. Euclides finalmente nos ha trasmitido sus elementos de jeonaetria, obra considerada como la mas perfecta entre las elementales; escribió con igual acierto otras no menos importan tes, pero que por desgracia se han malogrado como muchas de otros célebres autores, de que solo tenemos noticia. A pesar de lo limitado de los conocimientos referidos, comparados con los que han alcanzado nuestros sabios, justo será encomiar el mérito de los fundadores de la ciencia, pues siendo seguramente mui limitadas las bases i principios en que pu- dieron apoyarse para sus investigaciones i descubrimientos, sorprende el grado de importancia que llegaron a dar a aquellos pueblos, circunstancia que se comprueba, si hemos de juzgar por las obras portentosas de todo jénero que nos han trasmitido, i do las cuales muchas se conservan como monumentos imperecederos, no obstante el trascurso de los siglos, i de la mano muchas veces destructora del hombre. Aqui, señores, llegamos a una dilatada, lamentable i tenebrosa época, en que la naturaleza, al parecer indiferente, dejó se apagara el fuego que ántes le habia ilu- minado, i que tan telices resultados pronosticaba a la especie humana. La época de la edad media será siempre en la historia del mundo, un triste i sombrío parén- tesis interpuesto entre dos principios rejencradores; misterios son estos que el hom- bre debe respetar, humillándose en la confusión de sus ideas ante el poder soberano que todo lo rije. Apareció por fin el jenio del saber; rápido i arrollando las preocupaciones, ma- nifestóse radiante a todos los pueblos. Galileo descubre las leyes de la pesantez o gravedad, i demuestra que la tierra es la que jira; construye los telescopios, instru- jnentos que nos permiten penetrar en la inmensidad del espacio, sondeando asi los misterios de la creación: Torriceili inventa el barómetro i prueba la existencia del vacio; Iveplcro determina la marchci i distancia de los planetas, descubriendo las le- yes de sus movimientos; llooke manifiesta las del péndulo, i con sus teorías se llega a medir la forma del globo, su densidad i su fuerza de atracción: Franklin inventa los conductores metálicos o pararrayos; Blasco de Caray aplica en Barcelona el vapor a la navegación; finalmente, Delnmbre i ¡Mecbani realizan la grande i portentosa obra de la determinación de un meridiano terrestre i la verdadera lonjitud del metro, gastando tan solo en estos importantes trabajos poco mas de siete años. Semejantes pro- gresos de la sociedad i sus consecuencias, fueron principalmente el resultado de la facilidad con que llegaron a difundirse sucesivamente los diversos principios de las ciencias, debido al arle de la imprenta, cuyo fundador, Guttemberg, merece también ocupar un lugar preferente en la memoria i gratitud de los hombres; deduciéndose finalmente de todo ésto, la consecuencia evidente del progreso del espíritu, i un gr.m — io- fin moni que se desenvuelve a medida que se jeneralizan los verdaderos ¡ luminosos principios de la cici\eia; cual es la unidad del pensamiento. Descendiendo yv de tan elevadas rejiones a investigar la influencia de los estudios matemáticos, i sus principales aplicaciones a las artes en jeneral i a la industria, lía- liaremos otra fuente inagotable de prosperidad i grandeza. Multiplicados testimonios nos presentan desde luego los suntuosos c imponentes monumentos antiguos i mo- dernos, que adornan i recomiendan a las opulenta sciudades, monumentos que llevan impreso en si misnios el sello de las creencias e ideas dominantes de la época en que fueron construidos, i que nos arroban en profundas meditaciones infundiendo aun en los mas indiferentes un respeto rclijioso i profundo mezclado con la mayor veneración, hacia el artifice que supo elevar, como por encanto, en los aires, aquellas cúpulas jigantescas, i colocar tan armoniosamente aquellas piedras, cuyo admirable trabajo revela la constancia mas sostenida, asociada a los mas vastos conocimientos del arte. Si penetramos ahora en el interior de aíiucllas bóvedas elevadas, ¿cuál será nuestro asombro? alli sobrecojidos de respeto i sorpresa tribularérnos homenaje a- la divinidad, a la ciencia i al injenio, que nos identiíica, por decirlo asi, con aque lia. En cuanto a la astronomía, náutica i arquitectura naval, veremos levantarse la obra maestra del saber humano, en esas naves portentosas, que surcando los mares reparten los beneficios del comercio i de la industria por todas las rejiones de la tierra, i cuil formidables castillos velan como fieles custodios sobre la observancia de las garantías sociales. Fijándonos en sus beneficios, relativamente a los diferentes ramos de la industria, ¿cómo podremos enumerar en pocas palabras tan vastas aplicaciones, i consecuen- cias tantas? Los taberes i fábricas con sus móviles poderosos, elaborando i transfor- mando las materias primeras, nos presentan el cuadro mas interesante i sorprenden- te. Alli admiraremos aquellas máquinas, resultado de las combinaciones mas profundas de los principios de la mecánica; i si analizáramos su maravillosa estructura, veríamos cómo, de los simples principios i elementos combinados, ha podido resultar un todo, al parecer igualmente simple, i cpic a su vez, cual otro ser inlelijcntc, crea i multiplica en un tiempo dado, desde el objeto mas pequeño i sencillo, basta el mas complicado i dificultoso. En cuanto a las consecuencias morales, ¡cuán inmensos son también sus beneficios! En esos establecimientos do la industria, encuentra el obrero honrrado i laborioso el trabajo i subsistencia para si i para sus hijos; adquiere hábitos de órden , conocimientos prácticos, i también aquella educación moral que importa mas que to I ), i con la que siempre podrá conseguir su bienestar, objeto a que con razón as- piri todo ser racional. Al locar este punto no puedo dejar de presentaros un satisfactorio i palpable ejem- plo de estas verdades, i que tenemos felizmente bien inmediato; quiero ablar de nues- tras el i.ses industriales. La comparación de su estado presente con lo que eran, hace pocos anos, nos presajia seguramente un porvenir venturoso, pues vemos en este privilejiado suelo, desenvolver.se rápidamente todos los ramos de la industria, com- patibles con los elementos que han [lodido ponerse en acción, atendidas las circuns- tancias i exijencias de nuestra sociedad. Mas en las clases dedicadas a las carreras cicntificas es donde palpamos principal- mente de dia en dia los mas lecundos resultados, debidos a la estensa, sólida i bien sistem.ida base de conoennientos que adcpiiere nuestra juventud. Estos resultados, son, en su mayor parle, volviendo al tema de mi discurso, la cotusccuencia del fomen- to que han tenido los estudios matemáticos en el pais. Grato seria para mi el estén- derme sobre este punto, sino fuera por el temor de herir la excesiva delicadeza i mo- — íl— deslía de muchos que me escuchan, i que lian tenido i tienen una parte bien directa i conocida en tan prósperos sucesos. El homenaje que en esta ocasión tributo a las matemáticas, atribuyéndoles el mé- rito de haber rectificado i dirijido casi exclusivamente la marcha del espíritu huma- no, descorriendo el velo que ofusc d)a en un tiempo la intelijencia, no debe parecer exajerado, pues solo me ha movido la justa admiración que siempre deben causar las leyes que rijen el universo, fundadas todas en los principios eternos de aquella Ciencia. Debo ya, señores, terminar esta sencilla memoria; pero antes séame permitido re- producir las elocuentes palabras del eminente Laplace en su bella esposicion del sis- tema del mundo. « Conservemos Con empeño, dice, i aumentemos el sagrado depósito de esos subli- « mes Conocimientos, delicia de todo ser que piensa. Ellos han proporcionado impor- « tantes mejoras a la agricultura, a la navegación, a la jeografia, etc. ; pero su mayor « beneficio ha consistido en disipar los temores ocasionados por los fenómenos celes- « tes, destruyendo los errores nacidos de la ignorancia en que estábamos de nuestras « verdaderas relaciones respecto de la naturaleza, errores tanto mas funestos, cuanto « que el órden social debe descansar sobre estas relaciones : verdad i justicia. Hé << aqui sus leyes inmutables. Léjos de nosotros la máxima -peligrosa de que algunas « veces es conveniente apartarse de ellas: espcriencias funestas han probado en todos « los tiempos que esas leyes sagradas jamas se atropellan impunemente.» M A TEMA TI CAS . Sobre el m flujo de las Malemálicas en el desarrollo de las ciencias físicas. (Discurso de recepción de 'don JOSE BASTARRICA.) Señores : Si no me sintiera sostenido por el honor que me hacéis de asociarme a los impor- (antes trabajos de tan ilustre Cuerpo, jamas habría yo ni siquiera intentado una ta- rea, que, sin falsa modestia, es infinitamente superior a mis débiles fuerzas. Alién. (ame también vuestra induljcncia, esa sabia induljencia, que al mismo tiempo que revela la elevación de vuestras luces, sirve de un robusto apoyo a la juventud en sus primeros ensayos en la espinosa carrera del saber. Escudado bajo la salvaguardia de estos principios, os 'presento por lema de mi discurso la influencia de las Matemáticas en el desarrollo de las ciencias físicas. — A^lsta es sin duda esta materia, i su detenido exámen daría lugar a cuestiones inter- minables; pero, circunscrito a los estrechos límites de una composición de este jéne- ro, me contentaré con haceros una esposicion rápida de las indicaciones que, a mi juicio, son de una importancia capital. Las Matemáticas, llamadas con razón la ciencia por excelencia, son tan antiguas como el hombre. Los Caldeos i los Ejipcios la aplicaron a la astronomía. Llevada a (irccia se estableció sobre bases mas sólidas; Pilágoras descubrió la famosa propie- dad del cuadro de la hipotenusa del triángulo rectángulo; Platón enseñó las secciones cónicas; Euclides reunió en un cuerpo de doctrina las proposiciones esparcidas de jeo- metria; Arquimedes determinó la razón de la circunferencia al diámetro i midió la superficie i volumen de la esfera. Esta ciencia, casi abandonada en el siglo séptimo, fué restablecida por los Arabes, 6 que se dedicaron a la astronomía c introdujeron entre los Griegos los principios de las diferentes partes de las ciencias exactas. A ellos les debemos el sistema de nume- ración i el desarrollo de los primeros principios de áljebra, de los cuales Diofante fue el inventor: ellos fueron también los que prepararon para las naciones occiden- tales de la Europa, los progresos que éstas hicieron en el siglo quince. Los italianos se ocuparon de la resolución jeneral délas ecuaciones de tercero i cuarto grado J Desácrtes aplicó el áljebra a la teoría de las curvas; ¡\cpcr inventó el cálculo loga- ritmico Pascal el cálculo de las probabilidades; Leibnitz i Newlon publicaron los elementos del análisis infinitesimal (ICGi) ; D’Alembert fuécl primero que inventó el cálculo integral a las diferenciales parciales ; i por último, muchos otros sabios aprovechándose de estos conocimientos, los han desarrollado admirable- mente, i han elevado esta ciencia al alto grado de perfección en que hoi la vemos. mientras esta ciencia marchaba a pasos lentos, nació otra, que debiéndolo lodo a aquella, ha venido a ser con el tiempo tan estensa i mucho mas bella, por los infini- tos i variados fenómenos que encierra. Esta ciencia, que yo no alcanzaré jamas a des- cribir completamente, es la física, fuente inagotable en que beben las demas ciencias» artes i todo jénero de industria, i la que coloca al hombre en intimo contacto con el Creador, pues que en su estudio encuentra a cada paso pruebas luminosas de su e.xis- tcncia i alributos. Tiene por objeto el estudio de las propiedades i acciones que los cuerpos ejercen entre sí. Su cslension es inmensa ; indaga i cspHca lodos los fenó- menos que hacen alguna impresión en nuestros sentidos, i con la misma facilidad que examinaria un grano de arena, se lanza al espacio a observar el carácter de los fluidos aeriformes que forman nuestra atmósfera, i incontrádose estrecha en este vasto campo, vuela a la rejion celeste, sigue a los diversos astros en sus dilatadas órbitas, i cuando ha descubierto las leyes de sus movimientos, la causa de sus perturbaciones, vuelve humilde al lugar de donde ha salido, comunicándonos el resultado de sus ob. servaciones para el progreso de la humanidad. Es tal su magnitud, que los infinilog ramos de las ciencias naturales no son otra cosa que combinaciones de la física con las .Matemáticas, i no hai ningún adelanto en ellas que no sea debido al influjo de estas dos ciencias. .\unquc la aslronoinia i muchos otros ramos de las ciencias naturales, fueron des. cubiertos antes que la física, si observamos la superficialidad con que han sido trata- dos i la lentitud de sus progresos, debemos confesar que no rnerecian propiamerrle oí nombre de ciencias, si no cuando estuvieron bajo el influjo de aquellas. La aslro- nomia, por ejemplo, que ha sido la primera ciencia cultivada por el hombre, hizo mui pocos progresos en los primeros siglos, i su estudio se reducía a simples obser- vaciones, erróneas casi siempre por la falla de instrumentos. Mas, desde que se apli- có el cálculo, i el inmortal Galileo descubrió el telescopio i las leyes de la pesantez, ocupó la astronomía el alto rango que le estaba destinado. La dependencia entre las ciencias que me ocupan, quedará suficientemente demos- trada con solo dar una lijera idea del espíritu i oríjen cienlilico de las Matemáticas. La grande estension de esta ciencia i sus infinitas aplicaciones, han hecho necesa- rio el trascurso de 18 siglos i la consagración de inlelijcncias privüejiadas, para lle- gar a conocer su carácter jeneral o la unidad de los principios que la constituyen. plural con que aun se la designa, nos indica claramente que todavía quedan huellas d(í aquella incertidumbre que el tiempo no ha podido borrar. Esla ciencia se dice ordinariamente que tiene por objeto la medida de las mag niludes; definición exacta en el fondo, o que al niénos no conduce a error sobre su resultado final i su importancia, pues por sencillo que parezca medir una magnitud, mirada abstrariamenle, semejante operación no es fácil efectuar. La tnedida de una n-cla por otra recta, que es quizá la magnitud mas fácil de me* — /(3— dír, es las mas veces imposible. La distancia entre los diversos cuerpos celestes, o de la tierra aunó de ellos, i aun la mayor parte de las distancias terrestres, que con tanta frecuencia son inaccesibles, no son succpliblcs de una medida directa. Aun suponiendo el caso mas sencillo, que sea accesible en su totalidad, todavia seria me- nester que la recta no fuera excesivamente grande, ni tampoco demasiado pequeña, pues ambos estreñios nos impedirían conseguir nuestro objeto. En una palabra, la medida inmediata de una recta presenta tal complicación de dificultades, que puede decirse con verdad, que solo aquellas lineas artificiales creadas por el hombre, son las únicas suceptibles de una medida exacta. I si esta dificultad se nota en la mag- nitud mis sencilla, ¿con cuántos obstáculos tendríamos que luchar sise tratase de las superficies, de los volúmenes de los tiempos, de las velocidades, de las fuer- zas, etc.? En esta imposibilidad el espíritu humano ha tenido que inventar el modo de medir indirectamente las magnitudes, i be aqui el oríjeu de las matemáticas. Para conseguir este objeto, el método jeneral que se emplea constantemente, i el único que se puede concebir, consiste en relacionar las magnitudes que deseamos encon- trar con otras cuya medida se pueda hallar directamente. Sucede con frecuencia que aquellas magnitudes de que nos servimos para determinar las principales que quere- mos conocer, se encuentran en el mismo caso de no podcr.se medir directamente, i por consiguiente deben a su vez hacerse el objeto de una cuestión semejante, i así en seguida; de modo, pues, que el espíritu humano se encuentra obligado frecuente- mente a establecer una larga serie de operaciones, entre el sistema de las magnitu- des incógnitas i el de aquellas que son susceptibles de una medida directa. Para indicar de una vez el carácter jeneral de la ciencia, podríamos decir con ri- gor, que si no nos amedrentase el temor de multiplicar sin necesidad las operaciones matemáticas, bastaría la medida de una sola recta convenientemente clejida, i un número suficiente de ángulos, para medir cualquiera magnitud a que dan lugar los diversos fenómenos naturales que pueden presentarse. Réstame solo manifestar de que modo se establecen las relaciones entre las diver- sas magnitudes, i esta es la parle analítica de las matemáticas, el mas poderoso ins- trumento con que el hombre penetra en los arcanos de la naturaleza: a él, a su admi. rabie desarrollo, al establecimiento de sus métodos, se debe la manifestación exacta délas puras leyes de la inlelijcncia humana. Todos los fenómenos del universo, cualesquiera que sean, dan lugar a consideracio- nes de números, i solo los conocemos con una prcsicion rigurosa, cuando sus resul- tados se espresan numéricamente. La física i demas ciencias de observación estarían aun en una completa o.scuridad, i lejos de llegar a la altura en que se ostentan, no habrían pasado de meras hipóte- sis, que a ningún resultado positivo nos habrían conducido, si el análisis matemá- tico con su jigintczco apoyo no hubiera ejercido sobre ellas su benéfica inlluencia. En efecto, tanta es la multiplicidad que nos presenta el mas sencillo fenómeno natu- ral, que la vida de la humanidad, consagrada exclusivamente a su estudio, no seria suficiente para darnos a conocer las leyes a que eslá sujeto, con la convicción de la imposibilidad de que puedan variar. En tal caso, el entendimiento humano, ansioso de órganos mas seguros que los de la observación de los hechos para llegar al cono- cimiento de la verdad, ha tenido que ocurrir aljcálculo, como el único cajaaz de dar- nos a conocer con rigurosa exactitud el presente, el pasado i el porvenir. Solo por la inlluencia del cálculo ha podido el sábio Newlon penetrar el secreto mas importante de la naturaleza. A este hombro inmortal le estaba reservado enca- bezar la revolución (lue eslalló en las ciencias naturales, con el descubrimiento de la Ici que rijo las acciones reciprocas de todos los cuerpos. Hablo de la lei de la gr.avi- tacion universal; la que nianidcsla que todas las moléculas del universo gravitan unas sobre otras, proporcionahnenle a sus masas i en razón inversa del cuadrado de la distancia. Esta Ici universal sirve de tundamenlo a la mecánica racional i celeste; i en virtud de ella el universo se asimila a una maquina, en que los diversos sistemas planetarios son otros tantos sistemas de palancas equilibrados, entre si por la lei de la gravitación, i puestos en movimiento por la mano poderosa del Creador. Solo por íin desde la época de su descubrimiento la física ha adquirido el carácter de sen- cillez i claridad que ahora ostenta. Si, la tarea de las ciencias de observación no es otra, que suministrar datos a las matemáticas para que esta resuelva las cuestiones que aquellas se proponen, i una vez que se haya conseguido espresar una relación entre los datos e incógnitas de un problema, esta relación no solo nosdael valor de la cantidad desconocida deque trata- mos, sino también el de cualquiera de los demas elementos que entran en la cues- tión i que quisiéramos a su vez tomarlos por incógnita. Los sencillos ejemplos que siguen nos pondrán mas en claro estas verdades. Una conmoción es producida en el aire por el estampido de un canon. Colocados a una gran distancia, la aparición de la luz nos advierte el instante en que esta es- jilosion tiene lugar, sin embargo un intervalo de tiempo trascurre ántes que el ruido llegue a nosotros; distintos observadores, colocados a diversas distancias, percibirán la luz en el mismo instante que nosotros; pero el sonido les llegará en tiempos dife- rentes i tanto mas tarde cuanto mas léjos estén; lo que no induce a creer que hai al- guna lei particular entre el espacio recorrido por el ruido i el tiempo que este tarda en recorrerlo. Un estudio mas profundo del fenómeno nos enseñará, que una distan- cia doble, exije un tiempo doble, una distancia triple un tiempo también triple etc., lo que el aljebrista traduce diciendo; que los espacios son proporcionales a los tiem- pos. Esta sencilla relación, por la cual hallamos el tiempo, conocido el espacio, o es- te si se conoce aquel, nos conduce a la resolución de varias cuestiones prácticas de la mayor importancia. Tomemos aun este otro ejemplo. Abandonando un cuerpo de la altura de una to- rre, ei tiempo de su caida es mayor a medida que el edilicio es mas alto. Se trata de determinar la relación que existe cutre los números que indican las alturas, i los tiempos correspondientes; ¿será esta la misma que en la propagación del .sonido? cS decir, a una altura doble, triple, etc., corresponderá también un tiempo doble, tri- ple, etc.? >'o, (ialileo demostró, el primero, que para un tiempo doble la altura es cuatro veces mayor, para un tiempo triple nueve veces mayor, i así en seguida; lo qucel aljebrista esplica diciendo: la altura de la caida de un cuerpo, es proporcional al cua- drado del tiempo. Esta relación, que no es sino una consecuencia de la lei de atrac- ción universal, dá lugar a la resolución de muelns cuestiones positivas, i al esclareci- miento de un sin número de fenómenos naturales. l,as leyes del péndulo ,por ejem- plo, se esplican por la acción de la pesantez, i nadie ignora las variadas e impor- tantes aplicaciones de este sencdlo instrumento; a él se debe la exacta medida del tiempo; la configuración, densidad i peso de la tierra, i lo que es aun mas prodijio- so, él nos sirve también para resolver las importantes cuestiones relativas a la den- sidad i peso del sol i los planetas. Creo, señores, haber demostrado evidentemente la importancia délas matemáticas, i el influjo directo que ejercen en el desarrollo de las ciencias físicas; fácil sena tam- bién manifestar sus relaciones con todos los demas ramos dcl saber humano; j)ero esta tarea, a mas de que seria ajena de mi principal objeto, ha sido desempeñada con un éxito completo por los mas profundos escritores. Agregaré, sin embargo, (jue de todas las ciencias que cultiva el bombre, las matemáticas tienen en la práctica una aplicación mas inmediata i directa. Comldnadas con las ciencias naturales, tienen — .{.j— el poder de crear cuanto puede contribuir al bienestar del hombre, el de dcslriiír los elementos que pudieran servir de estorbo a su prosperidad i sus progresos , i por último el de influir con poderosa eficacia sobre su desarrollo intelectual. Las obras mas admirables del s.aber humauo, son sin duda creación de su poder inmenso. Fijémonos sino en las naciones mas distinguidas de la vieja Europa, i las veremos sembradas de monumentos de esta especie. La Inglaterra, sobre todas, mediante la cooperación de algunos de los sabios que se han dedicado al cultivo de esta ciencia, ha em- prendido i realizado en el presente siglo infinitas obras, que, al mismo tiempo que admira el mundo, son otras tantas fuentes de la riqueza prodijiosa de ,esta nación privilejiada. Siendo todo esto una verdad demostrada, es altamente lamentable el descuido o la indiferencia con que se ha mirado en nuestro pais el estudio de una ciencia de ta- maña importancia. Multitud de preocupaciones, hijas de una ignorancia vergonzosa, se levantan aun en contra de este precioso estudio. La jeneralidad de nuestros compa- triotas ha considerado, i aun hai algunos que consideran todavia, esta sublime cien- cia, como un ejercicio puramente mecánico i que en manera alguna contribuye a la elevación i desarrollo de las nobles facultades del espíritu. ¡Triste es decirlo! pero la mayor parte de los que gozan en la sociedad de una posición ventajosa, la desde- ñan, i apartando a sus hijos de tan útil estudio, sofocan en la oscuridad los talentos mas brillantes i privan a la patria de su mayor tesoro. Los jóvenes, ademas, imbui- dos en semejantes principios, se resisten al estudio de cualquiera ramo que no sea de una aplicación esclusiva a la Topografía; siendo que esta parte de las matemáticas, es acaso una de las mas insignificantes de su vasto objeto. Pero, por mas que estos obstáculos parezcan insuperables, i aunque su destrucción, mas bien que de nuestros esfuerzos, será el resultado de la marcha progresiva de los tiempos, debemos alentarnos, sin embargo, por los paternales esfuerzos que en estos últimos tiempos ha hecho el Supremo Gobierno, a fin de sacarnos de tan funesto a- bandono: él ha creado diversos establecimientos de este jénero, en que haciéndonos palpar todas sus ventajas, despertará al fin nuestro entusiasmo por el cultivo de una ciencia tan practicable i de tan felices resultados. Entre estas diferentes creaciones, la mas importante es, sin disputa, la honorable corporación a que desde hoi tengo el honor de pertenecer. Apoyado con el auxilio de los distinguidos sábios que la com- ponen, consagraré a ella lodos mis esfuerzos, i si alguna vez logro que mis trabajos le sean de alguna utilidad, habré principiado a satisfacer la inmensa deuda que con- traigo al ser admitido en su seno. DIS CURS O pronimciado garlos riso patroix ante la Fa- cultad de IJuma^ndades el día 1 6 de Enero de 1 85.2, para (Cec- inar su incorporación como miembro de dicha facultad. Señores : Vosotros, que conocéis mejor que nadie los placeres qne produce el cultivo de las ciencias; vosostros, a quienes la lei ha confiado el sagrado depósito de la educación; que, encargados de edificar sobre ella el porvenir de Chile, la habéis organizado ya en gran parte, sin olvidaros de reglamentarla desde la que debe recibir la mas tierna juventud; que en vuestra corla pero brillante carrera habéis echado los ciinionios de la lilenlura nacional i recojido los primeros laureles con que ha coronado vuestros trabajos la gratitud nacional; vosotros comprendereis fácilmente mi profunda gra- titud al Supremo Gobierno por haberme nombrado uno de vuestros miembros, i puéstome en camino de participar de vuestros importantes trabajos. Ble asocio a ellos con la seguridad de que nada de valor podre hacer a causa de mis débiles fuerzas; pero con la confianza de que, cualesquiera que estas sean, harán todo aquello de que son capaces mediante el auxilio de vuestras luces. Bien sabéis que por algún tiempo he estado encargado de la enseñanza del idioma patrio; i en los cortos estudios que.de él he hecho, he reconocido ¡a necesidad de culti- varlo con esmero, a causa de los innumerables abusos que en él han introducido las malas traducciones del francos. Conozco que no soi el primero en denunciar este mal, i que una excelente gramática salida de vuestro seno se ha propuesto, entre otros objetos, remediarlo. Pero, si al dirijirme a vosotros por la primera vez, voi a habla- ros sobre él, es porque siempre hai cosas mui sabidas i que sin embargo se toleran i no se sienten. Una voz mas que se levante contra el impedirá siquiera que se le dé ese pasaporte con que al cabo se admite con indiferencia lo que al principio se re^ chaza i después se sufre, aunque con alguna repugnancia. Tampoco voi a indicar sino mui lijcramcnte el remedio que me parece mas urjentc recomendar, dejando los demas a los ulteriores trabajos de la Corporación, porque la materia seria de lo contrario demasiado larga para este momento. Una creencia mui jeneral atribuye a la influencia del idioma francés la corrupción i los abusos introducidos en el castellano. Los que así piensan se sublevan contra toda innovación tomada de aquella lengua. Otros por el contrario, deseosos de nue- vas adquisiciones, aceptan sin el menor escrúpulo cuanto creen encontrar de nuevo en los escritores franceses. Los primeros se encierran en un estrecho i severo puris- mo: los segundos, por el contrario, abren ancha puerta a todas las innovaciones. Unos i otros, aunque por opuestas sendas, van completamente extraviados. Difícil sería señalar hasta qué punto son razonables i fundadas ambas opiniones; pero es un hecho innegable que ambas son verdaderas supersticiones igualmente corruptores del idioma; i creo que solo el estudio detenido déla lengua podrá preservarla de la deca- dencia a que por tan diversos medios la conducen. No fallan afortunadamente personas de gusto i conocimientos que no se dejan arrastrar a uno ni otro eslreino; pero se ven por otra parle tan plagados nuestros es- critos de frases i voces estrañas, que no creo inoportuno hacer aquí una breve reseña histórica de nuestra lengua, con algunas lijeras observaciones, a fin de señalar a los que asi escriben la verdadera causa del mal, aunque tomando el asunto desde bien atras, con el objeto de señalarles la fuente en que han de beber su desengaño. Mui diversos fueron los elementos que entraron a formar el idioma castellano. En ellos se cuentan no solo los varios idiomas antiguos de tantos pueblos que el comercio i las vicisitudes políticas de los imperios llevaron a cultivar i poblar el suelo de la España, si no también los varios accidentes propios del clima i la naturaleza del suelo, que asi como la forma de gobierno, la relijion i las alternativas en la fortuna de las naciones, contriliuycn a formar la Índole, el carácter i el gusto de sus habitantes. Si es una verdad que el idioma sigue la suerte de la literatura de un pueblo, no es niénos cierto que también sufre las alternativas de la sociedad; (pie crece i se eleva cuando esta prospera i se engrandece, i decae cuando esta se abale i dejencra. Am- bos siguen una marcha paralela, si puedo espresarme asi. Cuando la historia de todos los pueblos no fuera una clociicnle demostración de esta verdad, bastaría a convencernos l.a historia de la lengua castellana. .\o cri'o ne- (Tsario ni propio de este lugar, como ya he dicho, el largo trabajo de presentarla en toda la eslension que pudiera, i una lijera idea bastaiá al objeto que me propongo. Nació el ¡tiloma que hablamos con la monarquía de los Visigodos, i eíitónCPs tío fué mas que un dialecto, una especie de jerga formada de la fusión de la lengua de aquellos bárbaros con la de los Romanos, que entonces éra la jeneral en la penín- sula. Digo jeneral porque es un hecho reconocido que el latin no era el único idio- ma que hablaban aquellos habitantes. Los primitivos pueblos tenian también el suyo propio; algunos restos habian quedadode la dominación Cartajinesa; el comerciocon los Griegos habia también dejado no pocos rastros de su benéfica influencia, i hasta se encuentran algunas voces de la lengua Hebrea. No merece tomarse en cuenta la pequeña parte que pudo tocar a los otros pueblos bárbaros que a un tiempo con los Visigodos inundaron la España. Establecida la unidad de gobierno por la primera monarquía Goda, era mui na- tural que se estableciese también la lucha entre tan varios elementos, hasta constituir la unidad del idioma; i nada mas natural tampoco que la principal iníluencia tocase al idioma del pueblo, que era cntónces el latin, i al de los conquistadores, que era el dialecto teutónico. La fusión se operó con ventaja del primero, porque a pesar de ser el de los vencidos, era al cabo el mas culto, i no hai fuerzas humanas que estor- ben la influencia de la ilustración. Asi sucedió en efecto, i hubo de nacer el romance: tal se llamó el dialecto popular, como si hubiese querido reconocerse, al darle este nombre, que el idioma de los romanos, al cabo de esta lucha inevitable, habia sido el padre de nuestra lengua. Una que otra muestra nos ha quedado de lo que alcanzó a ser el romance durante los tres siglos que duró la primera monarquía Goda, i esas muestras nos lo presentan todavia duro i bárbaro. Se conoce que luchaba ya por sacudir la aspereza con que habia salido de los dialectos del norte, i por la cual la desdeñaban los sabios i lo re- chazaban las actas públicas, cuando recibió otro elemento no menos poderoso que los anteriores. Con la conquista de los Moros vino la lengua de los Arabes, que debia tener sobre él una irresistible influencia. Una lengua victoriosa, al mismo tiempo que la mas ¡lustrada de la época, no podia ménos que pretender conquistar la mayor parte, sino la principal, en la fusión que entóneos se operaba en la Castellana. La España opuso al conquistador la fuerte resistencia que su relijion i su indomable carácter exijian. Pero al fin sus armas tuvieron que encerrarse en un rincón de la Península, miéntrasque el vencedor la ocupaba casi toda i le imponía su civilización. Trabóse entre ambos la lucha mas obstinada, i durante siete siglos no dejaron un instante de disputarse el terreno; los sucesos fueron varios, i después de un continuo flujo i reflujo en que ya los unos, ya los otros, ganaban lo que acababan de perder, vemos por fin que la antigua monarquía quedó definitivamente dueño del terri- torio. Durante este largo período logró no sucumbir nuestra lengua i no perderse en la del pueblo conquistador; pero no pudo evitar que un pueblo culto en alto grado, bizarro, caballeresco, jeneroso, valiente, apasionado, le imprimiese cu gran parte su jenio oriental, su entusiasmo, su imajinacion, su delicada sensibilidad. En un pais meridional como la España, de un clima privilejiado, de una naturaleza engalanada con cuanto puede inspirar a la imajinacion, excitar la pasión, animar el sentimiento, ora imposible que no encontrase el conquistador las mayores simpatías í la mejor disposición a la unidad de carácter i de literatura. Otras causas, como la relijion i la consiguiente firmeza de un pueblo que se obstinó en reconquistar su independencia i nacionalidad, estorbaron esa unidad; pero la influencia se hizo sentir. Este período de siete siglos es el de la verdadera formación del Castellano, asi co- mo es también el de la verdadera formación del pueblo Español. Admira ver con cuánta rapidez se engrandeció la monarquía goda; también sorprende ver que el lenguaje hizo tan cstraordinarios progresos, que de un siglo a otro suele encontrarse —58— una diferencia que parece exijir el trascurso de muchos siglos. Es verdad que no si^ guió sin interrupción esa progresión siempre creciente. El siglo trece, por ejemplo, ílejóse mui atraz al anterior, i sin embargo no vemos que se hubiese avanzado mas en el catorce. Pero de todos modos el romance llegó a ser el idioma popular, el idio- ma oficial i de las actas públicas, el de los nobles i los sabios, i por fin el idioma de la poesía. En él se escribieron ya los códigos, en él cantaba el pueblo las hazañas de sus héroes, él fué en fin el intérprete de la galantería de los caballeros. Por un lado el latín le imponía la construcción de su frase i su periodo, con el esfuerzo que los sabios i los hombres de letras hacían por restaurar la litera- tura de los romanos : tenia ademas la ventaja de ser el idioma de las ceremonias de la relijion. Por otra parte los Arabes, cultos i sabios, habían de enriquecer el idioma con las voces propias de las ciencias i las artes que cultivaban con admirable éxito. No será estraño entóneos que al terminar el siglo quince, en la época de Isabel i Fer- nando, cuando la España se encontró dueño de su territorio, con un gobierno firme- mente organizado, con un pueblo rico, civilizado e industrioso, con una nobleza cul- ta, hábil i emprendedora, en fin, cuando la España parecía dispuesta a derramarse •de su propio territorio i preparada a conquistar el mundo entero, no será estraño <]ue se encontrase entónces con un idioma culto, rico, sonoro, harmonioso, enérjico, i numeroso. Con lo que había heredado del latín había conseguido ser fluido, suelto, harmo- nioso, imitativo, suave, flexible, lleno, significativo i enérjico. No pudo alcanzar tan en alto grado algunas de estas cualidades, a causa de las preposiciones i artículos con que tuvo que suplir la falta de inflexiones en sus nombres i verbos, i por carecer de la necesaria libertad de la hipérbaton. Pero en cambio se vió ménos espuesto a caer en anfibolojias ; su mayor número de letras le hizo mas copioso i sonoro; el uso de los afijos, tomado de los orientales, le hizo mas delicado; la mayor suavidad de algunas de sus letras i el cuidado de no encerrar sus vocales entre muchas articula- ciones directas c inversas, como lo consiguió, le hicieron mas dulce ; la variedad de su acentuación, que le permitía reforzar la última silaba, le dio mayor variedad, ga- la, espresion i tono musical ; las muchas terminaciones, palabras i jiros que tomó del griego le dió mayor riqueza en el estilo común i en el de las ciencias, i le hizo ad- quirir cierta gracia, a que se prestaba admirablemente por sus articulos, como el el griego. Si las terminaciones de este idioma le hicieron mas rotundo, la varia es- tcnsion de sus palabras i sobre todo la frase ciceroniana le hicieron lleno, grave i majestuoso. Pero si tan bien había sabido aprovechar cuantos elementos encontró en la penín- sula, no se crea por esto que todas sus ventajas las tomase do estraña fuente. Va he dicho que el clima de la España, su suelo cubierto de cuantas galas puede ostentar la mas rica natura'cza, sus ríos, sus valles, todo debía encender la imajinacion, todo inspiraba el entusiasmo i el deseo de agradar, lodo hacia que la pasión se comunicase con vehemencia i el sentimiento se manifestase esquisito i delicado. I era imposible que el lenguaje no participase de este carácter, como su natural inléiprele. Por otra parle los saraos, las justas i torneos en que tanto se complacían los reyes, los amartelamientos i amorios de una corle tan caballeresca i galante, dieron a la lengua la nobleza, galantería, agudeza, espresion, nervio, jovialidad i cultura. A esto se agregaron «aquellas costumbres moriscas, en que, según la bella espresion del señor Quintana, se unian tan bellamente el esfuerzo i el amor, aquellos moros tan bizarros i tan tiernos, aquel pais tan bello i delicioso, aquellos nombres tan sonorosos i tan dulces; lodo aquello en fin que contribuye a dar novedad i poesía a las composicio- nes en que se pinta: asi es que los romances moriscos principalmente están escritos con un vigor i una lozanía de estilo <[uc encantan. A los desafíos, cabalgatas i divi- —49— sas sucedieron los campos, los arroyos, las flores, las cifras en los árboles, todo aque- llo que daba a los romances amenidad i sencillez.» Con tan felices elementos contaba el idioma cuando la España aspiró a conquistar el mundo. En su marcha triunfante por casi toda la Europa, rccojió las mas ricas preseas de los otros idiomas del continente, i adornada la lengua de los mas ricos despojos, se ostentó en su mas alto grado de riqueza, progreso i cultura hasta mas allá del siglo diez i seis. Llegó a ser en esa época mas popular en toda la Europa que lo es ahora la lengua francesa: hecho elocuente que prueba haber sido el mas propio para lodo jénero de estilo i producciones. Entónces florecieron esa multitud de escritores i poetas que el mundo ha inmortalizado i cuya numeración me pondría en la necesidad de hacer una larga lista. Pero tuvo que pagar su tributo a la fortuna. Con los últimos reyes de la dinastia Austríaca, la España sufrió el azote de las mas terribles calamidades. Se despobló su territorio por la emigración al nuevo mundo, i por las guerras de ambición sosteni- das en el continente. Con la esDulsion de los moriscos fue desterrada la industria; el peso enorme de los tributos dejó casi vacias las fábricas; a falta de manufac- turas que oprimir, el fisco oprimió a los labradores con excesivos impuestos; los pro- pietarios territoriales abrumados por la tiranía, abandonaron el cultivo de las tie- rras; las necesidades del estado obligaron a vender los títulos de nobleza; la admi- nistración interior, ya estraviada, se corrompió; la guerra mal dirijida en el esterio no hizo mas que apurar los últimos recursos dol territorio para conservar una som- bra de poder en las provincias de mas allá de los mares. Para colmo de desgracia, la inquisición se convirtió en un tribunal de fanatismo que oprimió el jénio i la con- ciencia bajo el peso de su terrible persecución. ¿Qué había de suceder bajo este réjimen opresor? El resultado era fatal. La Espa- ña dejeneró, cayendo en la inacción i casi en la barbarie. Esa enerjia, esa fuerza de carácter que había desplegado para sostener su nacionalidad, se convirtió en estúpi. do desprecio por las luces i las costumbres de los otros pueblos vecinos, que se ilus- traban i se civilizaban rápidamente. Orgullosa de su antigua gloria i su pasada gran- deza, trató de alimentarse con la exajeracion de sus recuerdos : su cortesía se convir- tió en pesado ceremonial : su galantería, su elegancia, todo en simulacro cstrava- ganle de lo que fué. Era imposible que su literatura i su idioma so sostuvieran en tan peligrosa pen- diente. Con la escuela gongorina comienza en efecto esa época de decadencia del len" guaje, que abrazó la mayor parle del siglo diez i siete i no pequeña del diez i ocho, época que empezó por enervar su gallardía a fuerza de adornos i a estragar su riqueza a fuerza de hinchazón i falso oropel, i acabó por hacerlo inintclijible con el culteranismo i la afectación en las voces i en la frase. Si la España hubiera podido pasar del cultivo de la poesía, en que había progresado tan admirablemente, al cul- tivo de la sana filosofía, de las arles i las ciencias, a que la convidaba la natural marcha de la civilización en esa época, su literatura i su idioma se habrían enrique cido con cuanto exijen las necesidades de las artes i con cuanto necesitan las discu- siones científicas i filosóficas para trasmitir las ideas mas nuevas i abstractas. No era pobre a la verdad en esta parte ; pero los nuevos progresos de la civilización trajeron nuevas exijcncias, i el castellano no habia acomodado a su Índole mil voces científi- cas i técnicas que ya era fuerza admitir. Estas dos causas la prepararon a recibir la influencia de su vecina, que por la mis- ma época hacia admirables progresos. La rama de los Borbones se sentó en el trono, i la España empezó a recibir la influencia francesa, ya en la política, ya en la civili- zación i en las costumbres. En literatura también la recibió, i no era \iosible que 7 — oO— el idiom.i se eximiese de esa lei incvilal)le. No teniendo producciones propias, cuan- to se leía i cuanto se presenciaba en el teatro le venia de la Francia. Desde entonces vemos levantarse esa contienda entre los puristas rigorosos, que re- chazaban todo elemento exótico, i los que por otra parte, sin discreción ni examen, plagaban de estranjerismo nuestra lengua. Perdióse el tiempo en polémicas i discu- siones, i la escuela que trató de aprovechar la nueva vida que parecía recobrar de cuando en cuando la España en el siglo diez i ocho, no pudo sostener la restaura- ción con el ejemplo. En vez de las nuevas producciones del injenio, se llenaron los perió- dicos de artículos i disputas acaloradas, i la actividad del talento perdió miserable- mente el tiempo en apolojías, sátiras i rencillas. Es verdad que en esto ganó la cri- tica i el espíritu de investigación; pero no cabe duda de que la protección que em- pezó a favorecer las ciencias i las artes con Carlos III se malogró, como se malogra- ron los esfuerzos de la Academia, a pesar de los certámenes i los premios con que se empezaba a sostener la emulación. En medio de tan estéril actividad casi podría asegurarse que Iriartc, Moralin, Me- lendez i Jovcllanos, con uno que otro mas, fueron los únicos que soslu\ieron el honor del siglo diez i ocho. Es verdad que bastan ellos para sostener sin desventaja la com- paracionn con los mejores siglos; pero, ¿qué no se habría hecho si el talento no hu- biera malogrado los favores que por todas parles se le dispensaban? Esta breve reseña de la historia de nuestra lengua bastará para convencernos de que está mui léjos de carecer de esas dotes que ciertos escritores van a buscar en otras lenguas, principalmente en la francesa. La creen pobre porque no conocen sus recursos, i no quieren tomarse el trabajo de estudiarla. 1 como tampoco les per- mite la ignorancia conocer su verdadera índole, cuando no encuentran tan a la ma- no la jenuina correspondencia de una voz o una frase estraña,la prohíjan sin exámen, sin darle la forma correspondiente al número i cadencia castellana, i sin el jiro que reclama la sintá.xis de la lengua. Lo peor de lodo es que la ridicula presunción de enriquecer asi el castellano los hace incorrejibles i el mal irremediable; la arrogancia propia de su falta de conoci- mientos no les deja conocer que no hacen mas que llenarla de falsa moneda; arrin- conar la verdadera riqueza que tanto costó atesorar a los grandes talen los de los bue- nos siglos; recargarla de voces que no necesita; llenarla en fin de elementos cterojé- neos que acabarán por hacerla inintelijible i corromperla. Difícil empresa seria hacerles comprender que la resistencia a sus inoportunas in- novaciones no es eso que ellos llaman eslreeho purismo. Sepan sin embargo que so- lo se pretende que, cuando se encuentre en una lengua estrafia alguna voz que falla a la nuestra, se adopte, con tal que se le dé la terminación i acento acomodados a la índole castellana. Asi fué como la formaron i enriquecieron los mejores escritores, i asi fué como pudieron dar a su imnjinacion todo el vuelo de que fué capaz. Pero esta operación requeriría estudio, i no se encuentran con valor para lomarse semejan- te trabajo. No crean tampoco que se reprueban las traducciones. Hai ciertas ciencias que de pocos años acá han recibido prodijioso impulso, principalmente las naturales i eco- nómicas: otro tanto puede decirse de las artes. La Fspaña i demas pueblos que ha- blan su idioma no son por eierlo los que mas han contribuido a este movimiento; i no traducir de los que saben mas que ellos seria negarse a lomar parle en los pro- gresos de la humanidad, seria ciego i estúpido desprecio a las lucos i la civilización, (jue los haría volver a la triste época que ántes he bo.s(]uejado. Nadie puede neg. r la utilidad de traducir. Léjos de eso, son las traducciones uno de los mejores medios de enriquecer una lengua: ellas son para un idioma lo que los viajes para la intcli- encía, billas ramiliarizaron al castellano con las ideas de los pueblos antiguos, i le hicieron conquistar los tesoros de los modernos. Las traducciones son en fm una es- pecie de comercio indispensable para los pueblos. Pero que sean útiles las traducciones no es decir que deba traducirse mal, como se hace mui jeneralmcnte para llenar los folletines de las gacetas. Una buena tra- ducción exije mas que mediano conocimiento de la lengua propia como de la del oriji- nal. Pide ademas que el traductor esté familiarizado con la materia que la obra tra- ta, Es una especie de nueva creación, cuyos materiales se toman de la obra orijinal para ordenarlos conforme al jenio i carácter de la lengua en que se introduce. Mas el arquitecto ha de ser tan diestro que al aprovechar los materiales no los coloque de modo que baje el estilo, ni altere la armonía del conjunto: necesita en fin tanto talento que el autor no se desconozca en su obra, si llega a verla. Traducir de otro mo lo es martirizar el orijinal, trasladando las ideas en un lenguaje que les hace per- der la mejor parte de su fuerza i su viveza, si es que llegan a ser entendidas, i es cs- p )ncrse ademas a corromper el propio idioma con palabras i frases exóticas que mal- tratan el oido i el buen gusto rechaza. ,\sí se ve inundado el castellano de multitud de galicismos que lo traen tan mal parado. ¿I cómo remediarlo? Sabiendo dónde está el mal, podrá aplicarse el remedio. Va- rias son las causas de los abus\)s: pero bastará indicar las principales, que para mí son: 1.* el abandono de nuestros autores de los buenos siglos, i 2.“ el desden con que se miran las lenguas sabias. Lo que ánlcs he dicho de las dot'S que alcanzó nuestra lengua en época mas feliz bastará para recomendar el estudio de los escritores que como Manrique, Garcilaso, León, Granada, Herrera, Rioja, Lope, Cervantes, Calderón i tantos otros, manejaron la lengua en todos sus tonos, la hicieron pulsar todas las fibras del corazón i la acó. modaron a cuantos jéneros de estilo podian apetecerse. No siempre podrá recomendar- se esta lectura como un pasatiempo; pero nunca dejará de ser un estudio indispen- sable para conocer i aprender a manejar los innumerables recursos de la lengua. So- lo asi pudo restaurarla en el siglo pasado la escuela de Lusan, Cadalso i Melendez, i solo asi la van haciendo recobrar su antiguo brío i lozanía los literatos del presen- te siglo. Hai en este estudio un escollo que evitar, i es la facilidad de incurrir en la afectación por los arcaísmos; pero las reglas del arte bastarán a enseñar las precau- ciones necesarias para evitarlo, i ellas por fortuna no son tampoco difíciles. Una errada preocupación, harto jeneral por desgracia entre nosotros , aumenta la distancia con que se mira este estudio; pero es preocupación, i no debe dominarnos. Los recuerdos de nuestra emancipación del yugo colonial nos hacen mirar como reac- cionario cuanto nos viene de nuestra antigua metrópoli, i la costumbre de mirar con distancia todo lo que le pertenezca nos hace negarle hasta su misma gloria. De aquí la costumbre de creer que nada ha producido i que nada es capaz de producir: error funesto, bueno solo para alejarnos de sus relaciones c inhabilitarnos para marchar a la par con sus progresos. Sobre lodo, ¿hemos de hablar su mismo idioma, o pretende- mos formarnos al cabo otro distinto? Si ha do ser lo primero, tengamos presente que poco tiempo se necesita para que un mismo idioma tome distinto carácter i deje de ser común entre dos pueblos que algo difieren en clima, en instituciones i costum- bres. Igual importancia tiene el estudio de las lenguas sabias. Ya he indicado de cuáles se formó la castellana i de cuáles tomó las principales dotes que la colocan en el pri- mer lugar entre las vivas de Europa. No pretendo aconsejar un estudio profundo de todas ellas, por mas cierto que sea que no conocerá su verdadera índole sino el que haya hecho el estudio de esas fuentes. Basta el de la lengua latina, unido al que án- tcs he recomendado, para el buen manejo de la nuestra: pero querer demostrar aquí su necesidad seria alargarme demasiado en un hecho notorio, i tomarme un Irab.ajo —52— que ha sido \a pcrl'ecla mente desempeñado por un individuo que pronto se asociará a los trabajos de esta corporación. Al hablar del estudio de las lenguas sabias, debo comprender también el del idio- ma francés, de ese francés a cuya rápida fortuna se atribuyen tan injustamente los abusos que solo la ignorancia de sus malos imitadores ha introducido en el nuestro. Este ha sido destruido por el francés, se dice jencralmente; pero la breve reseña que antes he presentado sobre su historia convencerá de que el castellano se destruyó por si solo, sin que tonga derecho de culpar mas que a sus propias desgracias, i que cuan- do el francés se halló en estado de influir sobre él, mal podía destruir i corromper lo que ya estaba aniquilado i corrompido. Si la lengua francesa fuera bien conocida de los que la traducen, conocerían tam- bién lo que es propio de su índole i sabrían evitar los galicismos. ¿Pero, qué sucede con un gran número de nuestros traductores? Salen del colejio conociendo la lengua propia mal, i la francesa peor; se creen con facilidad para entender lo que encuen- tran escrito en los primeros libros que caen en sus manos, i sin considerar sus cor- las fuerzas i débiles años se dan por traductores; se contratan muchas veces para lle- nar los periódicos a dos o cuatro reales por columna, i atestan las prensas con tra- ducciones que mas parecen lenguaje de algún francés que quiere hablar en español. Sin conocer ántes los dos idiomas, imposible es que asi no suceda. 1 en verdad, un milagro seria que enseñándose el francés bajo un sistema mercantil, como está sucediendo en muchas partes, i en casi todas por estranjeros que consideraciones i otras muchas que seria largo enumerar, persuaden que combatir el mal en detalle es darle mas fuerza i cons istencia; i que si presenta dificultades su total esterminio, es preciso hacer un esfuerzo para vencerlas, prestándoles una aten- ción mas seria que la que hasta aquí se ha empleado. No vayais a creer, señores, ’que me alienta la esperanza de resolver el problema: si- ria un arrojo temerario de mi parte querer derribar solo un edificio colosal que ha resistido el embale de los tiempos: os reiríais de mi presunción e impotencia, i con justicia; pero como algunas veces sucede, que basta una indicación, un bosquejo pa- ra llamar la atención de los sabios sobre un punto a que no habían prestado la debi- da, ya por hallarse dividida en otros asuntos de importancia, o por el poco aliciente que presta, he creído que bajo este aspecto puede ser útil mi trabajo presentando una base, que en un debate serio con conocimientos i esperiencia consumada, pueda dar un resultado favorable. En esta persuasión, creo importante un análisis de los atributos que deberia tener una lei de enjuiciamientos en su tramitación, i en la or- ganización de sus tribunales, para detallar los defectos de la actual, i encontrar tai- vez el principio que debe convenir a su formación: tres puntos que abraza esta me- moria, i que procuraré presentar con la brevedad posible, aunque con todos los de- fectos que lleva consigo un primer ensayo: para el cual os pido gracia e induljcncia, PRIMERA PAPvTE. De la tramitaeioii de los jaBÍcios* No se necesita perderse en largas disertaciones, ni pedir a la historia lo que ha si- do en los tiempos antiguos i modernos para determinar las cualidades deseables en una lei de enjuiciamientos: basta formarse una idea abstracta de su naturaleza i ob- jeto, para comprender que debe ser recta en sus decisiones; sencilla, pronta i econó- mica en su tramitación; igual en sus medios de defensa; i como el complemento de todas, pública en sus debates. Estas cualidades son tan obvias, que con anunciailas se conoce lo que ellas significan. Sin embargo nada habríamos avanzado con saber su significado, sino podemos reducirlas a la práctica, i para que nos dé este resulta- do, el mejor modo es aplicarlas una a una a las disposiciones de la lei vijente con el doble objeto de hacer resaltar en la comparación los defectos de la última, i discu- rñr si su remedio es posible por medio de las primeras. De la Rectitud. Se la define jeneralmente, la conformidad de las decisiones judiciales con la lei: pe- ro encuentro que esta definición no abraza los dos actos distintos en que ella se ejer- cita, que son la ventilación de un hecho dudoso, hasta convertirlo en cierto i verda- dero; i la aplicación posterior de una lei que lo contenga. Se hallará algo abstracta la división, pero en mi juicio es real i verdadera; porque un método erróneo de pro- banzas puede desfigurar el hecho, i aun dar por cierto uno que por falta de pruebas seria falso: la aplicación de la lei que contenga este hecho puede ser recta, sin em- bargo que el fundamento puede ser erróneo, La primera pende de la calidad de las pruebis sobre las cuales tiene la Ici una intervención directa para determinarlas; i la írgunda pende de la capacidad i boiiradez del juez, a las que pocas reglas pueden prescribirse: a ésta podria llamarse rectitud del juez, i a la otra rectitud legal. Pero sea o no cierta esta división, mi intención es solo tratar de esta última, en cuanto comprende las pruebas i el modo con que las ha regularizado, para que presten la fuerza necesaria a la convicción del Juez. Si en virtud, pues, do sus airibiieiones no les ha dado una formación conveniente, habrá faltado a la rectitud: para lo cual es necesario recorrerlas particularmente. Confesión de parte. — Los requisitos que la lei establece para su validez harían de ella la prueba mas concluyente, si no la neutralizara el modo poco natural i defectuo. so de tomarla: lo regular es hacerla por medio de posiciones i esta palabra sola en- cierra los inconvenientes que la hacen ineficaz. El lenguaje estudiado con que se hacen las preguntas, la separación de ellas, la ambigüedad con que se representan los heclios aislados, i en que se pone el mayor cuidado de esconder su relación con el hecho principal; i la fórmula lacónica i sin esplicacion con que se obliga a respon- der en un momento dado, llevan el carácter de una sorpresa, indigna por cierto de la aprobación de la lei, que por otra parte quiere que sea espontánea. ¿Si se quiere desenmascarar a la mala fé por medio de estos disfraces, i tenderle lazos en estos en- gaños, hai mas probabilidad de enrredar en ellos al de buena, quien se esforzará en contestar lo mejor que pueda, mientras el de mala, con la descontianza que siempre le acompaña, se asilará en la negativa, importándole poco añadir un perjurio. Por otra parte, no podré convenir jamas, en que mediando estas fórmulas fatídi- cas, se crea que hai igualdad entre el que pregunta i el que responde. Al primero se le concede todo el tiempo necesario para coordinar con descanso todos los artificios posibles con q ie disfrazar el hecho, i como si esto no fuera bastante, se le admite un auxiliar poderoso, o mas bien un nuevo actor con mas ventajas que el primero para dirijir con mas 'icguridad i con mano mas esperta los tiros que han de acabar con el contendor. El 2.“, por el contrario, no tiene ni el tiempo necesario para reu- nir en su memoria los datos, accidentes i circunstancias de un hecho, para respon- der en una o dos palabras aun asunto que necesitaba largas esplicaciones. Aunque es- te verse sobre un hecho propio, tiene que pugnar con la oscuridad, .separación i aun malicia de las proposiciones que debe absolver sin otra ayuda que su capacidad na- tural, ha de desen r red ir este laberinto formado por sus adversarios, i en esta lucha de- sigual la lei permanece fria espectadora i dá la victoria casi regularmente al que con mayores ventajas tenia casi seguridad de obtenerla. Esta rellexion adquiere mas fuerza, sise atiende a que entre nosotros, los litigan- tes permanecen .ajenos durante la secuela de sus propios juicios, de la dirección • medios de que se vale el abogado para concertar su defensa: ignoran lo que deben decir i hacer: lo que les daña i perjudica; no teniendo otra garantía del buen éxito que la confianza que les presta la capacidad del abogado a quien encomiendan su derecho. Si de esta ignorancia se saca el recurso de recabar de uno de los liligankes lo que el abogado haya podido suponer, agregar o desfigurar, no se permite al otro la gran ventaja de hacer esta inquisición por medio del suyo. Si ambos deben supo- nerse instruidos en el hecho que disputan es mas natural i mas igual exijir de ambos un.i relación o un careo verbal delante del juez; quien si advierte alguna desigualdad de talento o capacidad, puede suplirla, i con estas circunstancias, si se efectúa una confesión, tendrá toda la fuerza de tal sin recurrirse a los embustes i trampas que se llaman legales. Juramento decisorio. — Bien considerada esta prueba, en nada contribuye al escla- reciiniento del hecho litijioso, sino es una pequeña seguridad mas de parle del que jura que dirá la verdad. Pero en nuestro siglo tan positivo aun esta seguridad se ha Oi perdido desde que se ve con lanía facilidad i frecuencia perjurar: por lu que ahora solo se considera como un monuincnlo hislórico para recuerdo de aquellos tiempos felices en que se daba tanta fé al juramento. Me parece pues inútil tratar de el por el desuso en que ha caldo. Prueba testimonial. — Esta prueba que de suyo es incierta, porque se presta indis- tintamente a la buena o mala fé, la lei se ha empeñado tanto en correjirla, que la ha recargado con disposiciones i restricciones que la embarazan i desfiguran. En la calificación de las personas a quienes solo permite deponer, e> odiosa i en cierto mo- do vejatoria. En el modo i forma en que deben darla, parece que hubiera inventado la mas aparente para producir incertidumbre, i recursos al impostor. Para fundar las restricciones pertenecientes al primer punto se vale de cualro prin- cipios. No pueden ser testigos aquel a quien le falta edad, conocimiento, probidad e im- parcialidad. Justos son los motivos, pero en la aplicación de ellos, se advierle en nues- tro réjimen actual, una tendencia a auyentar las deposiciones de los testigos, que pue- de sernos perniciosa. Si se toma en consideración que esta prueba es la mas común, necesaria i única en ciertos casos: que es un servicio gratuito que presta un ciudada- no a otro para que le favorezca en su contienda, deberia mas bien alentársele, exci- tarla por medio de providencias benignas, i allanarle lodos los estorbos para que se haga lo menos odiosa posible. Si .se teme el peligro de falsedad, cohecho o perjurio, castigúense estos crímenes con penas ciertas i severas pero posteriores al juicio en que se han cometido: dése ademas acción al interesado para reclaimr el todo o parte de su derecho al testigo que por estos delitos, fue causa de su pérdida, i en caso de no tener bienes que lo sufra su persona; i este será mejor correctivo que la nulidad de la deposición con que ahora se castiga. La prueba mas demostrativa de esta tendencia es la nomenclatura que hace la lei 8.“ lít.® 16 p. 3.“ de losque les falta probidad; en que incluye casi todo el indice de un código penal, que a poderse llevar a efecto, inabilitaria a una buena parte de la so- ciedad; porque seguramente no es pequeña la que en el discurso do su vida, no sí haya manchado con algún crimen de los que señala; pero dado caso que sean uno< pocos> aun contra estos comete un avance, por las suposiciones en que se funda: 1 .“ que el que ha cometido un delito, no puede rejenerarse, lo que es temerario: 2.® que d que ha cometido un homicidio, o forzado una mujer, no tenga probidad para tes- tificar que una propiedad me pertenece, o que ha visto a Juan cometer otro delito de distinta especie; lo que es antilójico i aun irracional: i 3.® que ya sea para impri- mir un baldón, o para que no se escapen de la acción de la lei, los que hayan co- metido estos delitos, privándoles de la IcstifaLcion, se les libra de un servicio one- roso que nada les perjudica, i el verdadero castigo recae sobre el interesado en la deposición, que por su falta puede perder su derecho; lo que es en cierto modo ve- jatorio. Síguese después con este motivo un juicio de tachas cstcmporánco, porque es mui ajeno del asunto que se discute: dilatorio, porque paraliza el juicio principal, con el cual no tiene coneexion: infructuoso, porque averiguado i probado el delito, su cas- tigo se reduce solo a la nulidad de su relación; i últimamente vejatorio, porque con un juramento se exime al acusador falso de las penas que en otros casos se señalan, i puede impunemente calumniar. Pasemos ahora a examinar el mudo i forma de dar la deposición. El secreto que reina en ellas, es el principal jérmen de la inseguridad que presta en el dia esta prueba. Para escu.sarnie do dcinoslrarlo, copiaré lo quea este respecto, dice el distinguido autor de la memoria citada: «La pi imera garantía, dice, de la fide- lidad del testimonio es su publicidad Deposiciones dadas en la oscuridad, ante liu ájente subalterno, de quien no pueden esperarse independencia de carácter, ni S —os- las luces necesarias para tan delicada función de la judicatura consLiluyen uno de los mas monstruosos vicios de nuestro actual sistema. La publicidad, convenicnti- sima en todos o casi todos los trámites del juicio, lo es particularmente en la recep- ción del testimonio. Ella es el correctivo mas eficaz de la revelación incompleta, de la revelación apasionada, de la revelación oscura o equivoca. Ella desenmascara al perjurio, i lo que todavía vale mas, lo proscribe del templo de Temis, amenazándole con el castigo inmediato de la afrenta i de la execración pública.» Estas pocas pala- bras, al mismo tiempo que esponen las ventajas de la publicidad, marcan de relieve los defectos a que ahora está sujeta con el secreto, i no necesitan de comentario. Otra rutina perniciosa, que es consecuencia de este sistema, es la declaración en forma de interrogatorio. Se cree que con este método se ayuda la memoria del testi- go, dividiéndole i reduciendo a esqueleto las diversas parles de que se compone su deposición; pero si presta alguna facilidad, es al testigo falso, para librarse del tra- bajo de fraguar una relación, icón los monosílabos si o nó sale del apuro. Otra co- sa sucede con aquel que verdaderamente quiere dar una deposición de lo que ha vis- to u oido: las preguntas que le dirijan a este respecto, le harán variar el curso de sus ideas, i para responder a ellas tiene que resolver distintas operaciones, que nos hará ver un análisis sicolójico. Tiene en su memoria un conjunto de circunstancias (|ue forman un hecho: la pregunta es relativa a una de ellas: primero es entender el sentido de las palabras; estando conforme en su significado, averiguar si existe esta circunstancia en su mente: si la encuemra análoga, desmembrarla del todo: luego ver si los monosílabos sí o nó pueden comprenderla: si hai que eslenderla o rcslrin- jirla, incerlidumbre en el modo de espresarla. Todas estas operaciones ha de ejecu- tar en pocos segundos i sin titubear, por el temor de que se crea que inventa i duda. Con estas dificultades no es estraño que aun personas instruidas se confundan i contradigan, aun en el supuesto de ser verdadera su declaración. ¡Ilui al contrario sucederá con una relación seguida del deponente, en presencia del juez i de las partes. Entonces el testigo si quiere deponer falsamente, tendrá que in- ventar una relación compacta i llena de menudencias, que es mui difícil no conten- ga vacíos o contradicciones, que el juez podrá averiguar mui fácilmente; i el verda- dero obtendrá la ventaja de valerse de sus propias espresiones i seguir el curso de sus ideas, guardando el orden en que están colocadas en su memoria. Aun en el ca- so raro que la cortcd.id o ignorancia no pudiese desecharse pasados los primeros mo- mentos de una publicidad, se ganaría que las preguntas hedías por el juez o las partes no tendrían aquel estudio estratéjico, que se emplea hoi en los interrogatorios. Con esta medida se evitaría ademas el grave inconveniente de emplear un número excesivo de testigos por cada parte; porque solo de este modo puede remediarse el que un testigo responda a una pregunta, aquel a otra, éste absuelva una circunstancia que otro ignora i como es un misterio la estension de sus declaraciones, es necesa- rio valerse de cuantos sean sabedores del hecho hasta el número de 30 para reunir el de dos contestes, uniformes i mayores de toda excepción que exije la lei. Si los testigos son para determinar la convicción del juez, qué mas puede necesitar éste que la relación cruzada cuando mas de cuatro que atestigüen todo lo que supieren? El juez lunceptiiará entonces cuál de ellos resulta mas verídico en la comparación inmedia- la que haga de sus declaraciones, i no habrá necesid.id de recurrir a esa nomencla- tura ridicula de si es presencial o de oidas, si es singular i con qué clase de singu- aridad, si dio o no razón de su dicho i otras circunstancias que resultan del descar- nado interrogatorio que por primera vez examina. Añadid a lodo esto el tiempo i los gastos crecidos que por consecuencia de este sistema se tienen que emplear para confeccionarla, en perjuicio de los mismos litigan- tes, de los tcsiigos i del juez, i sera bajo todos aspectos odiosa, vejatoria, insegun. —59— cmnprio ida i dispendiosa: lo que por otra parte no es de su esencia misma sino de la eriMcion de la Ici. Kii la Instrumental la leí ha cometido un despojo violento, quitando a los parti- culares el cuidado particular de sus derechos, sin poderles dar en cambio las segu- ridades suficientes a lejitimarle; pues para confiar su custodia, ha creado una multi- tud de empleados interiores, que viven a espensas de ellos, i de cuya moralidad, se- guridad i demas garantías no puede salir responsable. — Para que estas tengan la ver- dadera publicidad, seguridad i garantías, en la 3.“ parte indico un medio mas sen- cillo i espedito, sin costar tanto trabajo i gastos su sosten. Vista ocular. — Los asuntos que se deciden en el dia por esta prueba pertenecen a los juicios prácticos, que por su naturaleza es propio de la organización de tribuna- les, asunto de la 2.“ parte. Presimciones o conjeturas. — Después de la lei 26 tít. 1 .° p. 7.’, i demás que de- marcan la manera precisa con que el juez ha de usar de su juicio de hombre, es inú- til i redundante darle un carácter de prueba, que sirva para determinar un hecho. Pero la reforma de esta doctrina, demasiado coercitiva, como lo son todas las leyes preventivas, que quieren sostener competencia con la sutileza del interes privado, es mas bien objeto de la reforma jencral de las leyes, de cuya coordinación i claridad penderá también la bondad de la séptima prueba llamada Lei o fuero. La última de las pruebas jenerales es la fama pública, que bien se considere por tal la insignificante i rutinera pregunta, con que aun en los asuntos privados se cie- rran los interrogatorios, o bien se aplique solo a los casos que la lei la contrae, su fuerza se deriva de la testimonial, i está sujeta a los mismos inconvenientes que aque- 11', de que he hablado largamente. En virtud de lo espuesto, me es licito concluir, que cada una de las pruebas tiene mas o menos defectos, por su mala organización; por consiguiente les falta la recti- tud legal, cuya falta puede ser de mucha trascendencia en la aplicación de los casos particulares. Tratemos ahora de la Sencillez. Asi como es de fácil intelijencia esta cualidad que marca sus ventajas en su sonido mismo, asi también es obvia i patente la complicación de nuestra lei de procedimien- tos. Ella no forma un cuerpo que pueda consultarse cuando haya que recurrir a sus disposiciotacs, porque se halla repartida en los distintos códigos que en once siglos se han ido publicando sucesivamente. ¿Podrá dejar de ser confusa, complicada i contradic- toria una lei dictada en tan distintas épocas, distintas costumbres, distintas ideas, instituciones, hábitos, i aun variado lenguaje? ¿iNo es admirable i sorprendente que aun estemos sirviéndonos de estas disposiciones, que en parte se contrarían, en parte han caido en desuso? ¿Que se lleve la ficción de la promulgación tan adelante, que se hagan obligatorios preceptos que la vida entera de los que se dedican a su cono- cimiento no sea bastante para coordinarlos i estar a su alcance? ¿Que el rol del li- tigante en un asunto propio sea meramente pasivo, el del abogado lleno de respon- sabilidad i el del juez sumamente embarazoso, pues necesita que le manifiesten los recursos i le guien por la mano para decidir lo que disponen las leyes? ¿A'o es la- mentable que de este desorden i confusión saque recursos la mala fé para hacer au- xiliar i armar en su defensa el brazo destinado a castigarla? .\o concluirla tan pron- to, señores, si quisiera hacer presentes todas las consecuencias mas o ménos mons- truosas que fluyen de este acopio indijesto i secular, en que con el nombre de leyes, como por encanto, se sostiene el santuario de la justicia. Una reforma que desíierre todas las práclicas ruíiner.as, que llene los vacios i pur- - (lo - gue de lijs supcrfluidados; en una palabra, que amalgame (odas las disposiciones v¡- jentes, i les dé una precisión ¡ójica, seria bastante para librarnos de estos escollos i siinpliíicT los resortes de esta gran máquina, que siempre ha de estar en movi- miento. La celeridad de los juicios es un objeto mui importante de lodo réjiraen judicial bien enlendido. Ya se versen sobre derechos o propiedades, o bien sobre el castigo d(‘ los delilos, a mas de los particulares, interesa a la sociedad entera, la pronta con- clusión de los juicios ; poi(|ue las primeras detenidas mas del tiempo conveniente embarazan el comercio, i perjudican la industria: para la averiguación de los segun- «los una resjlucion tardía importa una verdadera pena en el inocente, i un castiga ineficaz en el culpable Dura cosa es, señores, que al examinar las ventajas de estas cualidades tan noce, sarias en una lei de procedimientos bien ordenada, tengamos que lamentar en h nuestra la carencia absoluta de ellas; que deseando encontrar estos atributos tan esenciales eomo positivos, hallemos siempre en nuestro réjimen el reverso de lo que deheria ser. Ponpie a la verdad, es difícil formar e\[)iofeso iin sistema mas pródigo en dilaciones perjudiciales (jue el actual. El asunto mas sencillo, como el mas coni- jdicado, ha de pasar por la lentitud ceremoniosa i llena de trabas con que solo Cs j)erinili(lo impetrar jiislicia : la providencia mas insigniíicante, como la importante, lia de ir acom|)añada de sii compíñente término, de que no pueden juescindir ni los interesados ni el juez. Unos i otros tienen (pie resignarse a dejar pasar con paso do ]domo estos términos, mas o iiiénos elásticos, según la incuria de los empleados in- feriores. Por fin llega a darse la sentencia, ¿se habrán acabado con ésta las demoras? No: que es arrastrado de nuevo a otro juicio en que se repiten los mismos trámites, Sujetos a las mismas morosidades que tuvieron lugar en el primero. l’ero si estos términos se limitaran solo a los determinados en el curso ordinario del juicio (¡lie se ventila ; si estas demoras i ndardos no excedieran do los señalados por la lei cspi-esimenlc en cada Iraiuilacion, el mal podría hacerse llcvjidero, porque .se podría conjeturar su conclusión; pero aliora ¿quién puede ¡irevecr el curso i du- ración del asunto mas sencillo que cae en nuestros juzgados? ¿No cs un verdadero enigma designar el tiempo que ha de tr.iscnrrir para tacar su lin? ¿De dónde nace esta incertidumhi'c? Su causa cs mui conocida i nace mcdiaiamenle de la lei que perimte el esclarecimiento de los artículos paralizando el asuiUo ¡irincipal, c inme- diatamente de la mala fé, interesada en la demora, (¡ue se vale de estos recursos to- das las veces que convenga a sus inlorcses. Efcclivainenle, no hai un hecho que no se componga de varias ramificaciones, i por llano que sea, deje de presentar incidentes que averiguados uno a uno hagan inlcrminahle la decisión del todo. Con este recurso ospeditü no cs de cslrañar que el poseedor malicioso recurra a ellos i aun se glorie de mulliplicarlos, i haga variar a su antojo porque con eslo obtiene tres ventajas, la (lo relener la pos’sion el tiempo (juc duren ellos: la de complicar i oscurecer la cuestión primera, de cuya confusión casi siempre saca utilidad; i la de cansar i abu- irir al contendor, abrumándole con los crecidos gastos que le ocasiona, i que a é¡ suministra la ¡n'opiedail lilijiosa. Con (\sta Iriple venlaja es imposible que deji' de; ( blener alguno de ('Slos resultados, o de vencer al contendor, o de obligarlo a aban- donar sil (len'cho, o a hacer ntia (ransaceion favorable. (ion tan ¡loderosos alicientes veréis siempre, señores, a la mala fé opuesta a la bre- vedad (le los juicios, sin que [Uiedan ¡lonerle di(¡ne ni (d coliliganle, ni el ju(‘z ni !•* — (íl — íci misma; siendo una consecuencia ncccsaiia de la tramitación por escrito; lo que por cierto no la recomienda para sostenerla por mas tiempo. Economía. Es bien precaria la situación de un litigante que reclama o defiende su dere- cho, tomando solo en consideración el tiempo que pierde, lo que deja de percibir i los disgustos, sinsabores c incomodidades morales que van anexas a un pleito; re- cargarla ademas con derechos, contribuciones i cargas que no sean absolutamente indispensables, equivale en ciertos casos a una denegación completa de justicia, i en los demas a agravar eslraordinariamente los sufrimienlos de los que necesariamente han de reclamar su ministerio* A este respecto, examinada a la lijera nuestra lei, parece que fuera Ir» mas benigna i equitativa, porque le exime de pagar los jueces, tomando sobre sí esta incumbencia; solo le exije módicos derechos de papel sellado, i que compense el trabajo de loslun- cionarios empleados en su servicio; derechos que al parecer son insignificantes i pe- queños. ¡Sí! pequeñas son también las gotas que una descomposición atmosférica arroja en lluvia, pero repetidas sucesivamente por un largo periodo i reunidas en un cauce, forman un torrente que desbarata i absorve todo lo que encuentra en su tránsito; de la misma manera sucede con esta pretendida parsimonia que quiere osten- tarse en la administración de juslicii: son exiguas al principio, pero se repiten tan amenudo por un tiempo indefinido, que a su conclusión forman una masa tan con- siderable, que baria temblar a los litigantes si previeran su enormidad. No se crea que pondero, porque no es estraño ver, que después de terminado un pleito, la pla- nilla de gastos suba a una cantidad igual o mayor que la disputada, i que al que vence, le quede solo el honor de haber rescatado su propiedad por un valor equiva- lente, i al que pierde le cueste una ruina completa, I no puede ser de otro modo. No paga, es cierto, directamente al juez, pero en el impuesto del papel sellado con- tribuye con su parte a formar su renta; luego el abogado te desfalca la tercera, cuar- ta o quinta parte del valor disputado ; hace la fortuna de los escribanos, receptores, procuradores i otros defensores, i en jeneral mantiene a prorrata esa gran familia de empleados que rodea a los tribunales i juzgados; lo que ciertamente no se hace con pequeños capitales, ni es mercancía que se vende al fiado. Aun hai una singularidad mas perjudicial con el impuesto del papel sellado. No he consultado ningún dato estadístico sobre el monto de esta contribución ; pero me parece que después de los costos del papel, del sello i recaudación, s.u producto lí- quido no será mayor en gran manera al desembolso que hace el Erario Nacional pa- ra el sosten de la adrainislracion de justicia. Pero gane o pierda en este balance, no puede pasar de esta suma sin distraer los fondos fiscales a objetos distintos. De esta necesidad resultan estas importantes consecuencias: que ella es insuficiente para ren- tar a todos los que ejerzan funciones judiciales, i por consiguiente tiene que limitar- se a asignarla solo a un pequeño número de estos empleados; que tiene que rcpirtir entre estos los trabajos de importancia, i en este reparto, atendido su número, que- dan recargadísimos; que su renta es mui desproporcionada a estos trabajos, i aun apenas alcanza a satisfacer sus primeras necesidades, i sin embargo les separa del co- mercio humano ; que para los de monos importancia tiene que mendigar ¡os servi- cios gratuitos de personas que no tienen las calidades para ejercer tan delicadas fun- ciones; que ve impasible los errores i aun vejaciones de éstos, porque no puede exi- jir de ellos sino lo que buenamente puedan hacer, i últimamente se halla en la im- posibilidad de atender debidamente a los diversos puntos que casi carecen de estuS hcjioficios. P.icn diviso ol rodeo de que se ha valido la lei para librar al juez del conlaclo t dependencia de las parles para cobrar su honorario; ¿pero qué peligro puede resultar de que un subalterno del Tribunal cobre por éste sus derechos? ¿Qué dependencia puede haber en percibir una cantidad que gane o pierda la parte, siempre ha de ser fija o determinada, sin poderla aumentar el favor ni disminuirla el odio que acarree con su fallo? Son escrúpulos que de ninguna manera podrán evitarse, aun en el caso de ser pagados por el fisco. Por el contrario, erogando las partes una cuota fija, po- dréis crearlos donde quiera que haya necesidades bastantes para sosicnerlos, i con la calidad de exijir su buen servicio, sin serles oneroso. Los emolumentos que per- ciban corresponderán al mayor o menor trabajo que hayan empleado, servirán de es- timulo para el pronto despacho de las causas, i finalmente quitareis el principal es- torbo para una reforma jeneral. Igtsaldacl. Scguramcnleal tratar deesla cualidad, no quiero hablar de una desigualdad mani- fiesta, porque baria un agravio gratuito a la presente lei que se ha esforzado en con* ceder a lodos las mismas garantías, los mismos recursos i los mismos medios de de- fensa; pero hii algunas que se escapan a este deseo, i que resultan indirectamente de su mala organización. Tales son : 1 Por rizón de la complicación de sus dispo- siciones, desigualdad entre el litigante que por la frecuencia con que ha recurrido a ellas se halla instruido en sus rodeos i recursos, i aquel que por su i npericia o poco hábito de presentarse en los Tribunales puede ser sorprendido por el primero. 2.* Por la morosidad de los juicios, la hai mui notable entre el litigante de buena fé a quien interesa su pronta terminación, i el de mala, a quien conviene la demora, i que se vale de los recursos de la misma lei para hacerlo duradero. 3.® Por razón de lo.s gastos que sanciona existe entre el rico que puede hacer las espensas de un lilijio s¡ no con facilidad a lo menos con desahogo, i el pobre a quien cualquiera erogación le cuesta un sacrificio, i aunque recurra al remedio frivolo de declararse por tal, será flojamente defendido i mucho peor servido por los ajenies subalternos. Ultimamente se hace notar una desigualdad inmerecida enlrc el afortunado Inbilanle de ciertas ciudades en que están aglomerados los recursos judiciales, i los vecinos de otras, en que para alcanzar iguales garantías tienen que abandonar su domicilio, sus ta- reas, i duplicar los gastos judiciales i eslrajudiciales. I\o trato de sublevar preocupa- ciones ni rivalidades: si hago presente esta desproporción es porque recae regular- mente sobre los que se hallan dedicados a la induslria, que forma el primer elemen- to de nuestra subsistencia, i por esto deben ser atendidos con especialidad, por el beneficio que reporta de ellos la comunidad entera. Todas estas desigualdades desaparecerían si se tratase de 'remediar los defectos jc- ncrales de la lei de procedimientos de que provienen. PubSieidad. Este es el lema favorito i uniforme de cuantos han tratado esta materia de proce- dimientos. En este mismo recinto habéis presenciado ya dos veces los ensayos de dos jóvenes de esperanzas, esforzándose en aplicarla a nuestros juicios : yo mismo trataría de valerme de la autoridad de muchos publicistas p ira probar su bondad garanlias, ¿peí o qué avanzaría con esto? Molestar vuestra atención i repetiros lo que habéis oiilo en ocasiones distintas. \o dudo de (|uc apreciaréis sus ventajas, pero en- contraréis (|ue es inaplicable a nuestros juicios, miénlras sea su base el esclareci- triicriio por escrito. .Miénlras subsista cslc órdon de Iraniilacion ni los primeros ale- — G3— gnlos ni las pruebas ni ningún acto posterior es compatibli' con la publií iilad: por consiguiente primero será encontrar un nuevo plan que sustituirle para aplicarla después: pasaré pues a la segunda parte. SEGUNDA PARTE. De la organización «le Tribunales i guarismo so — e-i— fmplea en negocios de poco momento con toda la insignificancia que liasla aqui se Inn considerado los juicios de menor ciianlia: nos restan cincuenta i dos para los asuntos de importancia: de éstos, los veinte alcaldes ordinarios que cargos concejiles, que con poca diferencia participan de todos los inconvenientes de los de menor cuan- tía 5 a lo menos reúnen el de prestar gratis sus servicios, sin conocimientos profesio- n des i sin dedicarles mis tiempo que el sobrante de sus trabajos diarios. Con las Irlismas causas poca diferencia habrá en los resultados. Puede, pues, decirse que solo los treinta i dos restantes administran útilmente justicia ; de los cuales, catorce tie- nen la iniciativa i diez i ocho dan mas seguridad a lo obrado por aquellos por la corrección o enmienda de sus sentencias, pudiendo consideraise como complemento de los primeros: de manera que en último análisis, solo hai catorce conductos o cana- les por donde se ejercita el incalculable número de pleitos. Renuncio, señores, a hacer comentarios sobre las consecuencias que naturalmente fluyen de este análisis, porque baria descolorido el cuadro, siendo de aquellos que mis bien pueden sentirse que csplicarse. í.'niilRd. HÍuciias razones podría espoher para probar la utilidad de esta cualidad, aplicada a los Juzgamientos; pero se estrellarían contra el poder del hábito de considerar el húmero de que se componen nuestros Tribunales Superiores, como una fuerte garart- tii de seguridad i acierto en sus fallos. Contrarrestar de frente esta preocupación de- masiado arraigada, seria asunto de una larga disertación que ella sola ocup.iria el espacio de esta i\lcmoria. En obsequio de la brevedad tratare de comprimirlas aun con riesgo de quitarles su fuerza. Desde luego haré presento la inconsecuencia que 'se observa en nuestro sistema, en admitir la unidad en los juzgados de primera instancii, i guardar la pluralidad para los Tribunales de segunda. Entre una i otra hai una contrariedad tan manifiesta e in- compatible, que no admite transacción, i se cscluyen mutuamente. Pondérese, pues, cuanto se quiera la seguridad del número en los Tribunales superiores: debe concederse también que es arriesgado, perjudicial i aun inoficioso confiar a una sola persona ca- balulente lo mas importante : la creación i jiro que deben llevar los pleitos; i vice- Versij si se cree útil la unidad en los juzgados ¿por qué no aplicarla también a los Tribuhales? Si ,1 los primeros puede tachárseles la poca seguridad de sus decisiones, los seguridos acarrean inconvenientes mas numerosos i mis positivos. lié áquí los principales: — Necesidad del secreto en sus acuerdos — Falla de responsabilidad cu sus miembros — Lentitud en sus procedimientos — Mayor número de empleados — Mas costosos al Erario Nacional i a los particulares — Centralización de garantías en pocos puntos — Espirito de cuerpo — Preponderancia del saber i otros que es nece- sario especificar con separación. 1.” Necesidad dd secreto en sus acuerdos. — Seria desmoralizar completamente la autoridad Judicial, hacer que los litigantes presenciasen los debates en que cada uno de los Jueces apoya con mas o menos fuerza su opinión, i ésta siempre se traduciría por oyentes inlercsados,por ignorancia o injusticia, perdiendo aun el poco preslijio de que gozan. Peio si es una necesidad para estos cuerpos colejiados el secreto, es un mal para los Juicios en jeneral, porque es un axioma fuera de duda (pie la publici- dad es la mejor garanlia paia la rectitud i ventilación de ellos. Cánibiese ahora el personal de estos Iribunales; en lugar de cinco que tengan que debatir su opinión, sea solo uno que dé su decisión: entónccs podrán ser los Juicios públicos, sin que se menoscabe su autoridad, porque su decisión llevará el sello de la convicción sin dar Ingir a la dc.sco:ili inz.i que siempre di'Jaria una opinión vacilante i cuestionada. —6o— 2. ® Falta de respmisahilidad en m$ miembros. — «La pluralidad de jueces, dice un « autor (1), debilita la responsabilidad, no solo porque les suministra un medio de « absolverse a si mismos echándose la culpa unos a otros, i la odiosidad de una reso^ « lucion injusta, de modo que siendo obra de todos no lo es de ninguno, sino tam- « bien porque los fortifica contra la opinión pública, i los hace soportar con indife- « rencia la censura»; mientras siendo un juez único, pesa enteramente sobre el la responsabilidad de sus actos, sin que tenga otra defensa ante el público o ante las leyes que la rectitud de sus decisiones. 3. ® Lentitud en sus procedimientos. — Las deliberaciones, consultas i debates que son consecuencias de las distintas opiniones, harán emplear el doble del tiempo que bastaria a uno solo para instruirse del proceso mas intrincado. 4. ® Mayor número de empleados. — Gomo cuerpo moral necesita que todos los au- tos i dilijencias le vayan acreditados i preparados, de manera que solo tenga que dar su fallo: por consiguiente, habrá que servirse de mis personas, encargadas de oslas diversas funciones, que las necesarias a uno solo que puede ah orrar en gran parto el número excesivo de empleados subalternos que solo acarrean entorpecimientos, dila- ciones i gastos, sin ventaja positiva del esclarecimiento de los juicios. 5. ® Mas costosos al Erario Nacional i a los particulares. — En cuanto a lo pri. mero, se demuestra con una operación sencilla de aritmética. Cuarenta i siete mil ochocientos cuarenta i cuatro pesos paga el Erario a quince jueces letrados incluso el sumariante: cuatro Cortes de Apelación, colocadas en tres provincias, le cuestan noventa i ocho mil cuatrocientos doce pesos: restando la suma invertida en los pri- meros, asciende el exceso a cincuenta mil quinientos sesenta i ocho a favor de los segundos, es decir, dos mil setecientos veinte i cuatro pesos mas de la mitad. Res- pecto de los segundos, casi siempre se observa que la planilla de gastos en la apela- ción, sube al doble de la hecha en primera instancia, i solo en aquella se pagan esas grandes igualas, por los alegatos verbales, informes en derecho i otras galanterias que seria de desear se suprimieran porque poco o nada aprovechan, i roban por el con- trario un tiempo precioso para su prontitud. 6. ® Centralización de las garantías en pocos puntos. — Si la apelación es una ga- rantía, i esta se halla confiada a solo cuatro Tribunales establecidos en tres puntos, es claro que en éstos se halla refundido este beneficio i con él m uehos otros que le están unidos. Resulta, pues, de esta centralización una dependencia de las otras pro- vincias áda tres de ellas, que ni por sus necesidades, ni por otros motivos son mas acreedoras que las demas para ser favorecidas: ni puede presumirse que sea in- lencional esta preferencia, sino que en la imposibilidad de establecerlas en todas, se ha recurrido al espediente de crearlas en las mas centrales para que sean menos costosas a las demas estos recursos; pero esta imposibilidad se la ha formado la mis- ma Ici por el demasiado número que en cada una ocupa : desligue esos tribunales: adóptese el sistema unipersonal, i habrá mas del necesario para colocar una en cada provincia, con lo que estarán mas bien servidas i desaparecerá esa dependencia odio- sa que mas tarde va a ser causa de rivalidades. Los efectos del espíritu de cuerpo, en que se aumentan las suceptibilidades , i ia preponderancia del que por su saber, esperiencia o carácter arrastra la opinión, es de todos los cuerpos numerosos, i en ninguno es mas perjudicial que en un Tribunal de Justicia. ¿Contra tantos inconvenientes positivos que ventajas reales puede producir? ¿Será la seguridad del eoecho? Bastantes pruebas diarias dan nuestros jueces de moralidad i rectitud intrínsecas, que pudieran citarse por modelo a cu dquiera nación del mundo. (1) l.aslarria principiof de Lejislacion. 9 — ÜG— Bastnnlc campo presentan también nuestras leyes para que cometieran frecuentemen- te este atentado, sin responsabilidad positiva. Bien pesado es el trabajo de su cargo, mezquina i miserable su retribución, para que resistan a la tentación de mejorarla por este medio: sin embargo se les ve vejelar en una medianía apurada, i legan a su familia la memoria solo de sus servicios, para que se una a la gran nomenclatura de las que por estos motivos mendigan su subsistencia del estado : pruebas las mas convincentes de que con el mayor heroismo desprecian esos alicientes poderosos. Pe- ro demos que esto fuese posible, ¿no sería temeridad querer sostener inconvenien- tes mayores i de mas consecuencia por evitar, un peligro raro c imajinario? Si una rijida moral o el temor de la opinión pública no alcanzan a evitar, que un juez so manche con una felonía, el número i cuantas leyes preventivas se imajinen serán inútiles para contenerlo. Examinemos ahora el fuerte de su garantía, la seguridad numérica para el acierta de sus fallos. Es cierto que la csperiencia, saber i talento reunidos dan mas probabi- lidad de acertar con la verdad, que la investigación hecha por uno solo; poro apesar de esta triple ventaja, hai cierta irregularidad en la forma o circunstancias que a primera vista no puede descifrarse, i que hace que nuestros Tribunales, siendo numé- ricos en sus miembros, sean singulares en su dictámen. El punto es critico i merece analizarse. ¿De dónde toma el Tribunal el principal conocimiento de los hechos consignados en un espediente? De la relación de un empleado sin responsabilidad manifiesta, i que jamas está a la altura del menos sabio de sus miembros: de un relato que pue- de ser incompleto, apasionado, o aunque imparcial, es mui personal i propio de la capacidad del relator; por consiguien e puede ser oscuro, erróneo o equivoco según el concepto que éste haya formado de la cuestión. ¿Bebiendo todos en una misma fuente, adquiriendo todas sus ideas cu una misma atmósfera, qué puede hacer variar sus concepciones? El alegato de los abogados: con él entran las dudas, las disputas i deliberaciones: cada uno sostiene su opinión i las discusiones serian interminables, si no se recurriese a votación para reunirlos: toda la diferencia de pareceres viene a refundirse en esta proposición: se confirma o no la sentencia apelada? \ cññcaáo el escrutinio, resultan dos votos por la afirmativa i tres por la negativa. Según nuestras leyes i práctica hai mayoría absoluta por la revocatoria en este caso; pero según la equidad i por el principio de que el mayor número es el que decido, que es el mis- mo que aquellas proclaman, no hai sino un empate real i verdadero. Uno del juez que dió la sentencia i dos que la confirman, son tres, por otros tres que la reprueban. ¿Puede estar mas claro el empate? Sin embargo se manda ejecutar esta última : se desprecia el parecer mas competente, al cual no puede compararse ni la relación del relator, ni el concepto de los otros jueces ; porque éste da su voto con los anteceden- tes a la vista, antecedentes que él mismo ha creado, i con conocimientos que ha ad* quirido en el curso de la causa. I el caso no es raro por desgracia, porque si des- corriéramos el velo que oculta sus acuerdos veríamos que de esta manera han salido muchos victoriosos desi)ues de estar justamente condenados. Un abuso de otra clase hace que nuestros Tribunales sean ineficaces en su objeto principal. Este abuso está fundado también en una preocupación arraigada, de que debe darse toda latitud a la defensa de las partes: en virtud de ella se ha permitido que en segunda instancia se reproduzcan todas las defensas hechas en la primera i aun se aduzcan otras que no obraron en ésta. Si la apelación es un recur.so para coiTcjir la arbitrariedad o error del ju >z a quo, i cotejar su decisión con los motivos que luvonara dictarla, ¿cómo quiere lograrse este objclo admitiendo nuevas pruebas, documentos, acciones i minuciosas defensas que aquel no tuvo presente? Una jtala- bra mis que se añada en esclarecimiento de los auteccdeiites ya es un nuevo dal'í — G7— •con quo juzga el de -2.“ que no estuvo a disposición del de primera. Variando los an- tecedentes deben variar también los fundamentos en que se apoyaba la 1.* sentencia, i con ellos la cuestión principal, equivaliendo en la mayor parle de los casos a ha- berse ventilado en única instancia el pleito, i sin embargo se emplea la fórmula de se revoca la sentencia apelada. ¿Una revocación de esta clase se podrá reputar una declaración del error o falsedad de la 1 .“?¿Se podrá hacer efectiva la responsabilidad del juez que con intención o sin ella dió una sentencia injusta? De ninguna manera. Lo que importa es una relajación del respeto que se debe a la autoridad: es entregar indefenso al juez de 1.» instancia a los litigantes agraviados de su sentencia para que encarnen en él su odio i saña: es hacer ridicula i de ningún valor esta primera decisión: es en fin proporcionar a los contendores en la primera instancia un campo en que hacer sus escaramuzas para medir sus fuerzas i prepararse al verdadero com- bate decisivo. Asi es que poca atención se presta a esta primera parte del juicio con- fiando la defensa a tinterillos o abogados poco inlelijentes, ya sea inlencionalmen- te o por consultar la economía; en la intclijencia de que cuanto mayor sea el des- cuido u omisión, mejores armas se reservan al esperto abogado de la 2.“ con que pue- da desmoronar el falso cimiento de la primera. ¿Xo son estos suficientes motivos para coartar la facultad de introducir nuevos an- tecedentes en este recurso, que lo pervierten? No será justo que pague su culpa el que por omisión o noglijencia no ios presentó a su debido tiempo? Si el documento omitido es de aquellos que influyen directamente i sin jdescuido no pudo proporcio- nárselo o no pareció ántcs, puede darse el recurso de restitución lo mismo que a los menores i otros cuerpos privilejiados, i de esta manera la apelación podrá pasar por las instancias que se quiera i con una velocidad compatible con la natural defensa de las partes. Comparados pues los inconvenientes de la pluralidad de jueces con las ventajas d(. la unidad, es preciso no estar de buena fé o sumamente preocupados para no deci- dirse por la última, sin la cual es imposible tener un buen réjimen judicial. Uní fonsi itlad . Esta cualidad debe considerarse como el complemento de la división i unidad de lo. juzgamientos para dar un movimiento simultáneo a todos los resortes de la administras cion. Es coHvcnientisiraa a los jueces para evitar la confusión de sus atribuciones i juris- dicción; i 1 los litigantes para que puedan por sí solos dirijir sin mucho esfuerzo el jiro que debe llevar un asunto propio; objetos que nunca se podrán alcanzar mien- tras existan en nuestro sistema tanta división i designación de trámites* particulares para los juicios que se llaman especiales; bien que será inútil tratar de ellos no ha- hiendo un modelo jeneral que los nivele como efectivamente no lo hai en el nuestro. La investigación pues de este modelo nos ocupará en la TERCERA PARTE. De la forma tie la traiisitaeioii. Dos son los principios que pueden servir de base a una lei de administración de justicia: uno que ordena la tramitación por escrito i el otro el de procedimientos verbales. El primero predomina en nuestro actual sistema con mas o menos estension en los juicios principiles, se mezcla cu los accesorios i en jeneral le sirve de funda- mento. — 6t> — • Serla repetir Imta el Caslidio analizar de nuevo los casos i modo en que este prin- cipio es causa de dilaciones interminables, de los gastos inniensus que ocasiona a las parles la multitud de empleados que trae consigo, de la rara complicación e inco- herencia de las leyes que ordenan sus trámites; de las ficciones i sutilezas ridiculas a que a veces se recurre p ira armonizarlas: de la mala división, f’tilla de unidad i uni- formidad en sus juzgamientos: en suma tadas las anomalías, deleclos i errores que sucesivamente he ido notando en la 1." i 2.® parte de esta memoria. Tal como existe, de esfuerzo en esfuerzo ha llegado al mis alto grado de perfección de que es suscep tibie i sin embargo quedan todavía vijentes los males que lamentamos; prueba clara de que por su naturaleza es insuficiente para servir de base a un rejimen completo en este ramo. El otro principio es el de procedimientos vcrba'es, que en diversas formas se halla establecido en casi todas las naciones que nos preceden en civilización i cultura: este os 1 1 base de los juicios por jurados cuyas ventajas i garantías tanto se encomian. Pe- ro si produce saludables efectos en aquellas rejiones, es porque sus necesidades i an- teicleutes están conformes con estas instilucioues i se amoldan a los elementos so- ciales que poseen; porque sus ventajas no provienen tanto de su organización cuanto de las circunstancias particulares de la sociedad que los admite. Para que el juicio por jurados dé las garantías de libertad e independencia, se necesita moralidad en el pueblo; nociones siquiera jeneralcs de las leyes i do justicia en sus diversas clases, costumbres i hábitos análogos a oslas instituciones, i aun con estas circunstancias ha sido peligroso establecerlos en algunas partos. ¿ Qué seria entre nosotros cuyo estado social, coslutnbn's, Icjislacion, práctica forense i civilización son dia- metralmenle opuestos a aquellas cualidades? Produciria consecuencias aun mas per- niciosas que las que se trataban de evitar. 1 la prueba la tenemos en el único caso en que lo hemos adoptado, en el juicio de impronta. La sanción jiopular casi siem- pre acompaña al acusado i aun se victorea al que ha sido condenado, después de h i- l>cr causado desórdenes su debate. Seria pues lo mas desao'rlado querer introducir cn'.re nosotros, ignorantes todavía i llenos de preocupaciones, una inslilucion que pa- sarán muchos años para que estemos en oslado de recibir. C anocemos aun bajo otro aspecto estos juicios verbales i con este mismo nombre se aplican entre nosotros a los negocios de menor i mínima cuantía, que no pudienJo soportar los gastos i dilaciones de los demas juicios, se les lia dado una forma breve i sencilla conforme a los pequeños intereses de que en ellos se trata; pero si produeetii .alguna ventaja la brevedad i sencillez de sus trámites, se pierde por la arbitrariedad i mal desempeño que forzosamente ha de producir el confiarlos con nn laconismo ex- cesivo a personas cuya profesión i conocimientos son mui distintos del cargo que ejercen, al que poca atención prestarán por ser gratuito i solo trae consigo molestias i pérdida de tiempo; i que finalmente, para hacer efectiva su responsabilidad, no ln¡ sino recursos parecidos ante jueces de igual naturaleza, i que deciden sin los anleee- (lenltís del primero. Pero si estos malos resultados son palpables, también es eviden- te que no provienen de la esencia misma de los juicios, sino del mal arreglo que por las cireunslane.ias se les ha dado: se les ha desnaturalizado abandonándolosal capricho i voluntad de personas que cuando mas tienen un buen sentido coiTuiii; se los ha mi- rado después con la indiferencia que inspiran los asuntos mismos i fastidiosos en que regularmente se emplean; hasta juzgarlo indignos de una atención protectora. IVi una providencia importante se ha espedido para correjirlos: iniéntras que en los jui- cios de mayor ciianlia se han hecho sérias i repelidas reformas qne han acarreado mas confusión. Entre uno i otro liai esta diferencia: qne este último ya no admite otras reformas sin variar su esencia; i el primero por su elasticidad se presta a ludas las mejoras i es compatible con cualesquiera c;reuiislaiicias. — (]9— A pesar de la irregularidad con que entre nosotros está constituido, produce las inapreciables ventajas de la brevedad, sencillez i economía: confiese ademas a jueces unipersonales que posean los conocimientos profesionales: dése publicidad a sus de- bates, mezclándolos con algunos ápices del otro principio en cuanto basten para dar constancia a lo obrado i establezcánse los recursos necesarios; entonces estará corre- jido de arbitrariedad, i será aplicable no solo a los de menor cuantía, sino también a los de cualquiera materia i cuantía con ventajas provechosas. Bajo estas bases pro- curemos formar un modelo que sirva para lodos los juicios. Compondremos primero un Tribunal de un solo juez letrado, de un secretario i fis- cal permanente i otros empleados subalternos que en sesión pública oyen a un liti- gante que pone demanda contra otro esponiendo verbal i sucintamente los motivos i documentos que la apoyan, i estos fundamentos redactará concisamente el secreta- rio, al pié de cuya relación pondrá el juez el decreto de que el demandado compa- rezca dentro de tercero dia, i este decreto se hará ejecutar por medio de un noliíi- cador del Tribunal, quien a su entrega exijirá recibo, o en caso de no encontrarlo seguirá los trámites acostumbrados. Compareciendo ambos en el plazo señalado, de- mandante i demandado alegarán lo concerniente a su derecho, de cuya sesión levan- tará una acta el secretario íirmindo con el juez i los interesados después de leida i ratificada. Sea el punto de hecho o de derecho, los citará aun para dentro de ocho dias, vencidos los cuales comparecerán con sus abogados, documentos, testigos i de- mas pruebas que hagan a su favor. Se abrirá el debate con una nueva relación de los actores, después se leerán los documentos, se seguirá la relación de los testigos, cuyo número no pasará de cuatro o seis por cada parte, a ménos que el juez concep- tuare necesario aumentar su número: de todas estas declaraciones se hará un eslrac- lo ratificado i firmado por el declarante. En este estado tomarán la palabra los fa- cultativos informantes siendo el juicio práctico, o solo los abogados si.fuere de dere- cho, contrayéndose a las leyes del caso i sin graves alegatos. Si después de este de- bate el fisc d o el juez encontrare que no se han practicado todas las dilijcncias o que el punto no está bastante esclarecido, mandará evacuarlas en la misma o en otra sesión inmediata, con tal que no pase de seis dias; o si se encontrare en estado de fallar, dará por concluida la sesión publicando su diclámen o bien aplazándolo para después del fallo definitivo. Si no hubiere dado su sentencia sobre tabla, tendrá dos dias naturales para dictarla por si o precedida consulta del fiscal i el secretario, los cuales la firmarán siendo o no contraria a su parecer, i de esta manera la remitirá con todos los antecedentes por medio de secretaría al tribunal mas inmediato: este después de recibirla, tendrá el término de tres dias para revisar los antecedentes e ins- truirse de la cuestión, siéndole enteramente prohibido admitir nuevos informes de cualquier clase que sean de las partes contendientes, i con el parecer del fiscal i se- cretario se conformará o no con la sentencia apelada: en el primer caso, si es unifor- me en lodos sus puntos, la devolverá al juez primero para que la ejecute, o si es conlrai ia, la remitirá por secretaria a otro juez aunque sea fuera de la provincia, con tal que sea de igual jerarquía, i este tendrá también igual término para que por solos los antecedentes i prévio los pareceres de su fiscal i secretario, se conforme ne- cesariamente con alguna de las dos sentencias contrarias que se le consultan, i con. cluido este fallo definitivo, devolverá lodos los antecedentes aljuoz’dela causa, quien, sea o no contraria a la suya, hará ejecutar la última, ordenando la publicación d« las tres. Para hacer práctico este modelo, falta que dar algunas esplicaciones sobre los pun- los innovados i armonizarlos con nuestro sisleun actual. Principiarémos por la orga. nizacion de Tribunales i Juzgados. En h Cipital de la República habrá una Corte Suprema con jurisdicción en todo —TO- SI) Icnílorio. En cada cabecera de provincia habrá una Corte Criminal i otra Corle Civil para los negocios de mayor cuantía con separación de ramos i limitadas a los del depirtamcnlo: en los mismos términos se nombrará uno o mas juzgados inferio- res para los de menor cuantía de la misma cabecera. En cada departamento se esta- blecerá un juzgado de letras en materia civil i criminal de mayor cuantía i uno infe- rior para los de menor i mínima cuanlia. En la mismi forma habrá también en ca- da subdclegacion, distrito, villa o pueblo unosuperior para los de mayor cuantía ioiro inferior para los de menor, con la prohibición espresa de que ninguno de estos funcio- narios resida o ejerza jurisdicción en sus haciendas o casas de campo; ni administre justicia a los que no están sujetos a su territorio. De In Corte Suprema. Esta Corte se compondrá: De un juez con el sueldo de s 6000 Un fi6cal con el de 4500 Un secretario con el de 4000 olicial archivero 1500 2. ° id. copiador de sentencias .... 1000 3. ° id. amanuense »700 Un noliliculor . . . • »500 Un recaudador »300 Dos porteros con 200 pesos cada uno . . »'2Ü0 18,700 Estos sueldos los pagará el fisco. Para gastos de escritorio, limpieza i ornato del tribunal cobrará el recaudador dos pesos de cada parte concluidos que sean los plei- tos (1) i una onza para el (¡seo en los mismos términos. Es privativo de este tribunal. 1. ” Conocer en única instancia i sin ulterior recurso de las causas señaladas en los incisos 2, 3, 6, 7, 8, 10 i 11 del art. 96 de la Constitución de 28. 2. ® Como tribunal de apelación conocer en última instancia de estos recursos de los tribunales de su provincia — los de competencia — nulidad — denegación de justi- cia— recursos do fuerza — de hecho que de cualquiera otros se entablaren espresamen- te en sus estrados. 3. ® Ejercer la superintendencia directiva, correccional, consultiva i económica so- bre todos los tribunales i juzgados de la iN’acion. 4. ® Presidir las visitas^de cárcel en la Capital. (Porte CrimíMul. En cada cabecera de provincia habrá una con este nombre compuesta de los mis- mos empleados que la Corte Suprema, con las mismas funciones respectivas, diferen- ciando en las materias de su jurisdicción i en el sueldo de los funcionarios que serán llagados inmediatamente por las partes ántes de la publieacion de la sentencia últi- ma en esta foiiiia. () I 13 S 'cri't.'irio ser.á lesni^rn nato do estas simias i cada mes las cntrcp;ar.i a la Tesorería Nacional con la cuciil i resjiv'Cliva: no pudiendo disponer sino de las iiriineras con cunsenliinienlo ded juez i el II e.i!. _t(-- Dotacion dcl juez en cada pleito g 17 2 Id. del fiscal 12 Id. dcl secretario 10 id. del 1 ,er oficial . Id. del 2.0 Id. del 3.0 »2 Id. del notificador. »2 Id. del recaudador Id. de los 2 porteros un peso cada uno. ... Para gastos de escritorio »4 Para el fisco 172 8 7ü 4 Esta suma pagará la parte que designare el juez, quien puede dictar las providen. ciag oportunas para su entero cobro: los demás gastos de defensa los pagará la parte que la hubiere aducido sin que se cuenten en las costas; los testigos serán también gra- tificados con intervención dcl recaudador con dos pesos, siendo de la clase de emplea- dos o decentes i de uno de la clase de artesanos, finalizada que sea la sesión en que fueron presentados. Corresponde a este tribunal conocer en primera instancia conforme al modelo pro- puesto: 1. '’ Las causas criminales — las fiscales — las de comisos — las que pertenecen al Tri- bunal de cuentas, i que traen aparejada ejecución: las primeras i últimas siendo de mayor cuantía, 2. ® Como Tribunal de apelación las de la Corte Civil respectiva i las demas que le fueren consultadas. 3. ® Presidir las visitas de cárcel en las respectivas provincias i precedencias de eti- queta. Para las causas de oficio criminales seguirá el mismo método aclual en cuanto ala sumaria que debe levantar el juez inferior de menor cuantía en este ramo i para el juicio plenario empleará el orden prefijado en el modelo. Solo se considera por titulo suficiente de ejecución el instrumento público o au- téntico—sentencia publicada competentementejei de! poder lejislativo, decreto judi- cial ejecutivo o local. Para su tramitación se ceñirá al modelo para lodos ios juicios hasta absolver o condenar en último fallo sin preceder mandamicnio de ejecución i embargo, del cual hará las veces la sentencia final condenatoria acxcepcion de prisión que solo se decretará por insolvencia o en caso de haberse probado manejo fraudu- lento. Todos los demas trámites que dispone la lei de 8 de Febrero de 1838 para ha- cer efectivo el embargo, se encargarán al alcalde o Rejidores de la Municipalidad o al juez inferior en su defecto, quienes después de evacuadas todas estas dilijcncias, darán cuenta al tribunal, mandando abonar a este el sueldo de 1G pesos i de 8 al ajen- te que hubiere empleado. Corte Civil. Para todos los negocios civiles de mayor cuantía, con esclusion de los eclesiásticos, militares, i los asignados a la Suprema i Cortes Criminales, habrá una en cada cabe- cera de provincia con los mismos empleados que aquellas a excepción del fiscal que nombrará el juez i en la persona que merezca su confianza, siempre (|ue se trate de bienes de menores u otros privilejiados, de juicios que requieran conocimientos pro- fesionalos o vista dcl objeto,! en este caso será pagado por el beneficiado con el suel- do asignado a sus funciones. En la misma forma se cobrarán también las cantidades asignadas al fisco para gastos de escritorio i testigos. En los juicios sumarios de posesión, obra nueva, despojo, alimentos i otros, la providencia para hacer comparecer al demandado Contendrá también las providen- cias conducentes para remediar o suspender el mal hasta el fallo definitivo. En todos los departamentos fuera del de las provincias habrá un juzgado de letras reuniendo las materias i atribuciones de las dos cortes i con los empleados siguien- tes: Un juez letrado con el sueldo de. . S 12 Un secretario con »8 Un escribiente »4 Un nolificador i recaudador con . . »2 1 un portero con. ....... »l Al fisco 16 Para escritorio t 45 JTiizgailos inferiores. Un cada villa o pueblo habrá un juez para los negocios civiles i criminales de su recinto o distrito. Con ün juez que posea conocimientos jurídicos, aunque no sea re- cibido un secretarlo, ún escribiente, un notilicador i recaudador i un portero: con el sueldo de 8 pesos el juez, de 4 el secretario 2 el escribiente 1 el notificador i recau- dador i 4 reales el portero i otro peso para gástos de escritorio i ocho para el fisco» Estos jueces Conocerán de todos los asuntos sean de mayor o menor cuantía con la restricción solo de los criminales graves que sean de oficio o entre partes: los remiti- rán al juzgado departamental después de levantada la sumaria para que siga conocien- do en juicio plenario. El mismo réjimen se observará para los jueces de menor cuantía que deben esta* blecerse en todos los departamentos sujetos al juzgado o tribunal que corresponda i percibirán e! sueldo asignado a los jueces inferiores con las siguientes advertencias. Siempre que la suma disputada no excediere de 20 pesos, solo pagarán dos pesos pa- ra gastos del juzgado i esta sentencia no tendrá apelación: si no pasare de 40 solo pa. garán la mitad del sueldo asignado a todos los empleados i demas contribuciones. Ex- cediendo de estas sumas pagarán Íntegros estos derechos. En las causas de oficio en que el reo no tuviese bienes con que pagar, cobrarán su sueldo integro dcl fisco con la constancia de su conclusión. I>i8posicionci9 jetieralef^. Todos los juicios son por su naturaleza verbales i públicos: se exceptúan de esta última circunstancia aquellos en que se trate do injurias de palabra, causas de fami- lia, de estupro, de violencia, incesto i en jeneral aquellos que ofendan el pudor i laS buenas costumbres que serán privados; sin embargo el juez podrá dar permiso para asistir a quien crea conveniente con tal que las parles no lo repugnen. Todo juicio podrá tener tres instancias: primera demanda, apelación i consulta o úllimo fallo* Solo en la primera porirán aducirse los docnmenlos o pruebas. Dos sentencias uniformes causarán ejecutoria: salvo las causas leves criminales, las civiles que no excedan de 20 pesos i las que tengan un efecto suspensivo, en que basta- rá una sola. Toda sentencia que cause ejecutoria adquirirá la autoridad de cosa juzgada desde el momento de su publicación; sin embargo se suspenden sus efectos siempre que se interpongan los recursos de nulidad, restitución in integrum i otros casos que espe- cifican las leyes jenerales. Tanto el demandante como el demandado han de comparecer personalmente a se- guir el juicio i solo se eximirán de esta comparecencia por privilejio o causa justa. Gozan de privilejio los que tengan fuero, las personas constituidas en dignidad que se graduará por la jurisdicción que ejerzan o ésten a cargo de alguna oficina o de un empleo respetable, i las mujeres honrradas — Las causas justas son enfermedad, au- sencia en pais remoto, edad avanzada u otras de esta naturaleza probadas lejitima- inente. En estos casos se nombrará un apoderado por escritura pública o ante el juez i por el hecho de tenerlo se sustituirá en todo al poderdante en aquel juicio i sus incidencias sin necesidad de especificarlo, siempre que no obre con un dolo manifies- to i culpable o ignore algún hecho notable, que entonces deberá declarar el poder- dante en cualquier parte que se encontrare. De las praielms. Las pruebas son las mismas que señalan las leyes, pero como hai algunas diferen- cias en el modo de aducirlas según el distinto modelo, se irán anotando en cada una de ellas> Confesión de parte. — Solo la hecha en presencia del juez tendrá la fuerza de con- cluir el juicio sin mas pruebas, si es terminante i tiene todos los requisitos, i su for- ma será en manera de declaración; la dada en cualquiera otra parte servirá de presunción que unida a otras sirva para determinar al juez. Juramento. — El de decir verdad se exijirá ánies ,dc dar sus declaraciones tanto las partes como los testigos, i el decisorio solo a falta de toda otra prueba. Testigos. — Su declaración ha do ser verbal, pública i en el acto mismo del debate. Se exceptúan de estas circunstancias los mismos que gozan de privilejio o tengan im- pedimento para comparecer personalmente en juicio, que lo harán a manera de in- forme. Los testigos serán presentados por la parte misma que ha de servirse de sus de- claraciones, abonándoles las gratificaciones señaladas según su clase, pero si el de- signado por ellas o citado por el juez, se resistiese a comparecer, podrá apremiarlo con multas, prisión u otras equivalentes; i su número será cuando mas de seis por cada parte i solo puede aumentarse a requisición del juez. El juez, las partes i aun los abogados podrán dirijirle preguntas después de con- cluida su declaración, con tal que no sean capciosas ; podrán también hacérseles car- gos breves sobre sus dichos. Pero las tachas dirijidas a su persona, aunque pueden indicarse, no podrán hacerse efectivas hasta después de finalizado aquel juicio, i por medio de otro nuevo criminal en que el interesado lo acusará de perjurio por haber declarado falsamente o con alguna prohibición de la lei, como por ejemplo, falta de edad, conocimiento, parcialidad o falta de probidad. En cuanto a las primeras el juez puede rechazarlos de oficio, i respecto'de la última es necesario que el delito que inhabilita sea de igual naturaleza a aquel en que sirve de testigo i que se le pruebe. Probada la inhabilidad o el delito cometido, se le aplicará la pena del falsario, i sa- lo tisf.irá los daños que i’on su dedaradon pudo causar, i en caso contrario será lam- bion militado el querellante como presunto calumniador. Instrumentos. — Se dividen en auténticos, públicos i privados. La fuerza de los primeros es la misma, pero las solemnidades de los últimos para que tengan igual varian substancialmente. Las del público se reducen a ocurrir las partes contratantes a uno o mas anota- dores que habrá en cada población, con dos ejemplares de la escritura o contrato que quieren celebrar, escritos de un tenor, de una misma letra i aun igual papel si es p isible. El oficio del anotador se limitará solamente a confrontar su identidad, i constándole, pondrá la nota de estar conformes o advertirá en la misma las diferen- cias que advirtiere, firmándola con las partes o firmará otro a ruego por el que no supiere, anotando esta circunstancia. Después sacará una reseña del contrato en que ha intervenido en un libro que llevará al efecto, anotando los nombres de los con- tratantes, la clase de contrato, las obligaciones impuestas en él, i si hubiere hipoteca especial la individualizará de la misma manera que se halla en el contrato; i devol- verá a las partes el ejemplar respectivo. Para elevar a escritura pública los inventarios i tasaciones será necesaria la pre- sencia de éste al tiempo de efectuarlos, i bastará un solo ejemplar firmado por los asis- tentes, i especificada la cantidad a que ascienden por el mismo anotador ántes de su ünna, [)ondrá contancia de ello en su libro. IJastará igualmente solo un ejemplar en las letras de cambio, libranzas, pagarées i otros documentos que no pueden hacerse dos de un tenor, con tal que aquel anote ántes de su firma la cantidad, endozo i demas circunstancias que consten del docu- mento, las que sentará también en su libro. .No se entenderá que el endozo de estos documentos trasmite el derecho ejecutivo del endozante, sin la intervención de la firma del anotador i la de los dos contraían- les si es posible. Para los testamentos i otras últimas disposiciones, sean cerradas o abiertas, a mas d« la presencia i certificado de éste, .será necesaria la concurrí ncia del alcalde o reji- flor en su caso de la .Municipalidad del pueblo, o donde no la hubiese, del que haga sus veces i cuatro testigos rogados. Todos los actos en que interviniere el anotador serán puestos en el libro que este llevare, guardando la antigüedad en que se hicieron, i de este libro sacará una copia o reseña semanalmonte, que publicará en los periódicosdel pueblo o donde no lo hu- biere, fijará carteles en los lugares acostumbrados. Para cancelar las escrituras ocurrirán los mismos interesados con los ejemplares respectivos i en ambos pondrá el anotador la nota de estar cancelada i lodos tres h firinirán. Pero si se hubiere perdido alguno de ellos i su dueño estuviere de acuerdo en cancelarla, lo hará en el ejemplar restante; i haciendo constar esta circunstancia, firmada también por los tres, quedará de hecho anulado el ejemplar perdido. Dicha cancelación debe también publicarse. Los derechos que debe percibir por cada escritura en que intervenga, son de dos pe.sos siendo de dos ejemplares, de un peso si constase de uno solamente, cuatro pe- sos por lestamenlo i un peso diario por la confección de inventarios. Siempre que para anotar los primeros fuere llamado a la casa de los otorgantes, se doblarán sus derechos. No es tampoco necesario que lo haga en lugar determinado, ni que lo sea el (lia i hora en (¡uc intervenga, con tal que (';sle no sea feriado. La fuerza del instrumento público es traer aparejada ejecución, sea cualquiera su fecha, si está realizado el contrato o vencido el plazo estipulado. Si hubiere eninien- da o corrección en alguno de los ejemplar(!S, no espuesta por |el anotador, |»roducc andón en el contrario jíara invalidarlo i dar toda la fuerza al otro no enmendado, a no ser que el tenedor del ejemplar correjido pruebe que el contrario se valió de al- gún medio doloso para hacerlo. Para hacer constar este hecho se necesitan dos testi- gos. Si la obligación constase de un solo ejemplar, i en éste estuviere la corrección, enmienda o borron, no siendo en cosa sustancial, ocurrirán de nuevo al anotador para que la especifique; pero si fuese en cosa sustancial o en la cantidad, de manera que no pueda cómodamente entenderse, pierde su fuerza ejecutiva i sulo servirá de instrumento privado. La fuerza de este último es solo hacer presunción a favor del que lo presenta, que unido con otros, sirve para determinar la convicción del juez, i no adquirirá la fuer- za de público ni aun por el reconocimiento de la firma del deudor, a no serque éste confiese lisa i llanamente la deuda en la presencia judicial. Establecido el oficio de anotador, pasarán los espedientes i domas documentos que componen el archivo de los escribanos a la Oficina de Estadistica, de donde se sacarán las copias que se necesitaren firmadas por el jefe de la Oficina, oertilicandi» que concuerdan con el orijinal o insinuadaspor el anotador i en esta f arma ad(|uiriráu la fuerza de escritura pública las que se sacaren en el término de diez años. Ln tos puntos fuera do la capital pasarán los arenivos a las municipalidades o a quieji haga sus veces. Vista ocular o evidencia. — En el dia se repulan juicios prácticos los asuntos suje- tos a esta prueba, i tendrán si se quiere la misma denominación, pero distinta tra- mitación. En la primera conferencia que tengan las partes conforme al modelo jene- ral, determinará el juez si es o nó juicio que requiera conocimientos especiales i si se halla en este caso la materia disputada, lo declarará asi concediendo un tiempo com- petente para que nombren los peritos que se instruyan de la cuestión práctica- mente, uno por cada parte. Concluido el término, si no hubiesen ejecutado lodavia todas las dilijencias, pedirán próroga a arbitrio del juez. Estando en estado de dar su informe por escrito o verbal o en ambos, lo avisarán al juez, quien citará a las par- les en un un término perentorio para que concurran con sus abogados i pruebas, nombrando al mismo tiempo un tercer perito que asumirá el cargo de fiscal o de tercero en discordia, i el debate se efectuará como en los demas juicios, guardándose el mismo orden para los recursos que se observa en los demas. En los juicios mercantiles, de minas i otros que no necesiten inspección ocular del objeto disputado, bastará con el nombramiento de un perito sulo, hecho por el juez en c didad de fiscal, sin emplear mas término que el ordinario. Para inspeccionar un cadáver u otros objetos en materia criminal, será necesaria, ademas del facultativo, la presencia del sumariante i de un anotador que hará las veces de secretario, si el anterior no lo tuviere, i en caso de tenerlo, todos cuatro firmarán el certificado. los térsaaiaBos. El término para comparecer en juicio es de tres dias están lo en el lugar del juez, i estando en lerritoriu distinto el de ordenanza (l). Concluido éste, se citará al de- mandante a los ocho dias en que, si no compareciere, se resolverá conforme encontra- re el juez de justicia; pero el efecto d.e esta sentencia será solo dar la posesión al recla- mante i se esperará un año al demandado para que purgue la rebeldía, i pasado este plazo se ejecutará sin ulterior reclamo. Lo misnio será con respecto a los reos ausen- tes o fugados. Compareciendo las partes, tendrán el de ocho dias para el csclaiccimicnlo de 1^^ (t'i lis (lo necosií^l.vl rrrorriKirla CDiifoniic a las mayores vcnlajns obtenidas en las vias de pomtiniea- ciiju torres ire.' i mai'üi.iius. —70— cuoslion j poro si ct juez- no se cnconlrarc suficienlomento instruido pira fa-llac, los citará a oirá nueva coideroncia que no pasará de igual termino; i con lo que resol- viere, seguirán los términos de apelación, que será de tres dias para Cíida una, si el asunto no fuere mui grave, i podrá estendersc a seis dias del cual no podrán pasar. Si los testigos estuvieren ausentes, se espedirá requisitoria al juez del territorio en que se encontraren i se esperará la vuelta de ésta para la última conferencia. Para el estraordinario o ultramarino se observarán los mismos requisitos establecidos actual- mente, pero se esperará su conclusión i veinte dias mas para la ultima conferen- cia. En los juicios prácticos tiene el juez facultad discrecional para conceder los com- petentes a la gravedad del asunto; piro en los ordinarios solo podrá ampliarlos a petición de ambis parte.s, i de una sola con pleno conocimiento del mo- tivo de la solicitud, o cuando él mismo lo necesite para mayor ilustración; pero no pa- sará del doble del ordinario, sino cuando haya poderosos motivos que lo recia' men. Por ningún caso ni beneficio habrá restitución de estos Icrminos parcialmente, Sentenria. Lo dicho sobre ella basta para conocer qne no hai diferencia entre la definitiva o interlocutoria, i que todas delnm abrazar las acciones i excepciones propuestas en el tlebate. El modo de fundarla es el mismo que prescriben nuestras leyes patrias, Gomo todos los juicios lian de estar prcci.samcnte sujetos a estos trámites sin in- tervención de las parle.s, o de oficio, con excepción solo de mni pocos casos ya de- terminados, queda sin efecto la doctrina minuciosima que a este respecto determinan las leyes actuales: no habrá por consiguiente apelación de hecho ni recurso de sú- plica. Por lo que hace a los demas recursos, como de injusticia notoria, nulidad, compe- tencia, recusaciones i (pierella de capítulos, si no interviniere suspensión en el ejer' eicio de sus funciones, seguirá el juicio contra él entablado por medio de informes, o bien por su fiscal que será su apoderado nato en estos casos, o bien señalará cual- niara otro, como le pareciere mas conveniente; pero si fuere suspendido inlerina- incnte, comparecerá personalmente. Antes he insinuado la intervención de un miembro municipal para las dílijencias de re.nate, confección de inventario i tasación de bienes. En la misma forma intervendrá en aquellas dílijencias preparatorias, tales como el nombramiento de tutor i curador, informaeioii de suma pobreza, i afjucllas que aun no sean contenciosas, como la apertura de un testamento, habilitación de edad, previa la asistencia del anotador en los casos que se requiera i dando cuenta al tribunal o juzgado que corresponda (le todo lo obrado para que le dé autoridad i aprobación. í)e la misma manera cumplirá con las dílijencias de minas en que no hubiere lilis; poniendo su V." lí.“ en los pedimentos que de éstas se hagan en el oíicio del anol.i. dor, sin cuya circunstancia i la de poner la hora, dia, mes i año en que se bagan (Slas solicitudes, no tendrán fuerza alguna. También dará las posesiones ('onforme a Ordenanza, por si o por ájente suballiTiio, llevando un rejisiro déoslas dilijencias, l.is que aprobadas por el juez, servirán d(‘ lindo de propiedad. Es imposible comprender en t lu i»oeo csincio i tan a la lijen lodos los puntos quo stí ligan unos n oíros i que para uniforin irlos se neccsila mas tiempo, sabor i espe- riencia que la mia; pero como mi objeto solo ha sido hacer un bosquejo, una indi* cacion que sirva de base a capacidades mas ilustradas, no temo que se me echen en cara defectos, vacios, inexactitudes i aun algunas contradicciones; porque confieso que este es un asunto superior a mis fuerzas i conocimientos. Sin embargo me asiste una convicción o instinto si se quiere, que realizado un plan bajo estas bases, cam- biaria con notables ventajas la faz déla administración de justicia, cada dia mas des- acreditada. A lo menos con respecto al personal, me atrevo a decir que es indudable que lodos mejoran de condición. Ganan los jueces en dignidad, porque seguramente la habrá mayor en ser uno solo el director que en estar subordinados unos a otros i es- to sin bajar de la escala en que actualmente están colocados, porque quedarán todos ocupando los tribunales superiores. Ved aquí su comparación: POR EL NUEVO PLA.N (SR NECESITAN) POR EL ANTIGUO Para la Corte Suprema. . . . En la Corte Suprema Para las Cortes Criminales. . . . 12 En la de .\pelaciones de la Capital.. 5 Para las Civiles En las de Coquimbo i Concepción.. 8 Para Fiscales de las dos 1 . . . 13 Fiscales de las mismas 4 Jueces Letrados 14 Suma . . 38 Suma Aun faltan dos para completar el número de los tribunales superiores que para es- te plan se necesitan contando con los mismos que ahora los componen. Con respecto a su sueldo el de la Corte Suprema es determinadamente mayor. El de las otras Corles aun suponiendo que decidan solo un pleito por dia, no bajará de ú. 000 pesos el del Juez, 4,000 el del Fiscal, 3,000el de los Secretarios isucesivamenle el de los demas empleados; pero en el caso improbable que bajara de estas sumas, aun habría el recurso de aumentar la cuota de sus derechos, sin que alcanzase a gravarse a los litigantes con la módica suma de 100 pesos, bien minima por cierto comparada con la incierta i crecida que hoi gasta en el pleito mas insignificante. Para el empleo de secretario están llamados los relatores, escribanos de cámara i do número que desempeñarán estos destinos con mejor sueldo, con mas dignidad i menos responsabilidad i trabajo. Para los jueces departamentales, subdelegaciones, distritos i de menor cuanlia haf suficiente número de abogados a quienes convenga proporcionarse un sueldo que no ad- quirirán ahora en su bufete, sin molestar a los que están dedicados a otras faenaj personales. Es cierto que el abogado no ganará esas grandes igualas que tercian o cuando me- nos quintan el capital disputado, pero en compensación percibirá prontamente cl producto de su trabajo i aun quizá en mayor cantidad i siempre con menos inccríi- dumbre, según el crédito que le asista. Para dar empico a los procuradores cl oficio de anotador es aparente a sus cono- cimientos i relaciones i cl de nolificador a los receptores. La ganancia real i manifiesta de los litigantes es bajo lOdos aspectos inmensa; ga- nan en la sencillez i brevedad con que so despachan: ganan en la seguridad i justicia con que se administra; ganan en fin en los gastos iniuimos i determinados que sol'^ desembolsan: ahorrando ademas las incomodidades, molestias i aun vejámenes quehui sufren a cada paso. Ultimamente cl fisco por medio de esta contribución directa ganará una suma mayor que laque colecta ahora sin ser tangravosaa los contribuyentes, invirtiendo una pe- queña parte en la administración. —78 — Si lodos inojoT.in de condición, si encada punto que se compare del nuevo con d auligiio sistema, aquel lleva una ventaja inmensa, ¿qué objeción razonable, qué inconveniente verdadero podrá oponérsele? ninguno de importancia: solo temo que no se le preste la atención que requiere para mejorarlo, o la necesaria actividad pa- ra reformarlo. En ambos casos me lamentaré de esa inercia con el distinguido escri- tor con cuyas palabras principio i acabo esta memoria. «Seamos francos, dice: en el « fondo de las objeciones que me empeño en desvanecer hai algo que a primera vis- « la no se revela; algo mas tenaz que ellas i rebelde a la lójica: un enemigo pode- « roso de lodo lo que se presenta como nuevo por mas pro\ ceboso i urjenle que sea; « una fuerza de inercia que se recomienda a los que se dejan dominar por ella, con « los disfraces especiosos de circunspección, prudencia i sensaléz: como si fuese sen- « salez, la ignorancia que cree naturales, inherentes a la esencia de las sociedades « humanas, los hábitos depravados producidos por un sistema vicioso: como si H fuese circunspección i prudencia subsistir en un orden de cosas que no llena ei « programa de la moderna sociedad chilena; que lo contraria i lo hace hasta cicTto « punto ilusorio. He dicho mal subsistir. iLn moral i política todo principio maléfico «,sc desarrolla, se propaga de lo enfermo a lo sano i cutide indelinidamcnte con el « tiempo » 1 ACLLTAD DE TEOLOJIA. Santiago, marzo 6 de Elevo al conocimiento de U.S. los informes de las comisiones nombradas para a- sislir a los exámenes públicos del Instituto Nacional i Seminario de esta Arquidiócc- sis en aquellos r unos de las ciencias sagradas, cuyo cultivo incumbe promover a la Facultad de Teolojia. La premura del tiempo con que recibí el anuncio de los dias en que debim solemnizarse algunos de los referidos exámenes, no permitió sustituir otros miembros a los que se escusaron de la asistencia para las clases de Teolojia del Seminario, i aunque el infrascrito había querido desempeñar este trabajo, tuvo el sentimiento de no verificarlo, por haber recibido las notas de los señores que se es* Clisaban, precisamente cuando ya eran vencidos los dias asignados a los exámenes. II igo esto presente al .señor Héctor para que no se eslrañe la omisión de los informes acerca de las dichas clases de Teolojia del Seminario. Dios guarde a U.S. Al señor Ucclor de la Universidad. Pedro de Iteycs. Santiago, enero 1 de 1853. En desempeño de la comisión qae ¥. se sirvió conferirme, asisLí a los exámenes de Catecismo dados en el Instituto Nacional en los dias prevenidos en su nota lo de Diciembre próximo pasado, i puedo asegurar a U. que me fue bastante salisfaclo- rio ver las pruebas que dieron los jóvenes de su dedicación i adclanlamienlo en esto ramo. Cuyo resultado pongo en su noticia como me lo previene. Dios guarde a Ü. Séñor Decano de la Fa cuitad de Teolojia. Fr. Joaquín Ravest. Santiago, enero 9 de 185-3. Eos exámenes de este establecimiento de mi cargo que han terminado ayer, solo me han permido asistir una sola vez a los de Historia Santa del Instituto Nacional, para cuya inspección se sirvió U.S. comisionarme. En su consecuencia debo decir a U.S., que de todos los exámenes que de dicho ramo pude presenciar, algunos fueron e n mi concepto bastante buenos, otros regulares t menos que regular uno que otro. Lo pongo en conocimiento de Ü.S. en desempeño de mi encargao. Dios guarde a U.S. Al señor Decano de la Facultad de Teolojia de la Universidad. José' Manuel Orrego. Santiago, enero 9 de 1852. Cumpliendo con la comisión que U. se sirvió conferirme, asistí el 7 del presente a los exámenes de Historia Sagrada i Catecismo que se rindieron en el Seminario Conciliar. Todo lo que puedo decir sobre ellos es que la jeneralidad de los examina- dos me dejó satisfecho. Por la prontitud i acierto con que respondían, manifestaban haber estudiado bien su examen . Dios guarde a U. Miguel M. Gikmes. Al señor Decano de Teolojia. Santiago, enero 10 de 1852. Én virtud de la comisión que U. se sirvió darme en su nota 15 deí pasado Diciem- bre para que asistiese a los exámenes de Fundamentos de la fé, Historia Sagrada, i compendio de la Historia Eclesiástica en el Instituto Nacional, puedo informar a U. que los que he presenciado, a excepción de uno en el último ramo, todos han contes- tado mui satisfactoriamente, dando solución competente a cada una de las dificidta- des propuestas, acreditando en esto una prueba de aplicación i aptitud de parle del alumno, i de zelo i buena dirección del profesor. Dios guarde a U. Señor Decano de la Facultad de Teolojia don Pedro Reyes. Manuel Tahlez 80— Santiago, febrero 27 de i8o2. En cumplimiento de! encargo que U. en su respetable nota de 29 de Diciembre úllimo tuvo a bien [lacerme, asistí a los exámenes de Historia Santa i de Catecismo que rindieron los alumnos del Seminario Conciliar; i me cabe la honra de informar a U. que en su mayor parte se desempeñaron éstos con lucimiento, haciéndose notar algunos en particular por su sobresaliente capacidad o por su mucho aprovechami- ento; i respecto de uno que otro que no supieron corresponder a los esfuerzos de sus profesores por su adelanto, me fué mui satisfactorio observar en los examinadores un procedimiento severo, que al mismo tiempo que servirá de estimulo a los jóvenes pa. ra hacerles cumplir con su deber, cerrará la puerta a la presuntuosa fuera confianza de algunos que, sin la debida preparación, no se ruborizan de presentarse al acto so- lemne del exámen. Dios guarde a U. muchos años. Zoilo YiUaloni Al señor Decano de la Facultad de Tcolojia* 1 ACLIVFAD Santiago, marzo 6 de 18o2. Dirijo a F. para que se sirva hacerjiresentesal Consejo de la Universidad, los in- fófines que hasta esta fecha se han recojido de los comisionados para asistir a los exámenes de los alumnos del Instituto Nacional en el presente los que han acreditado por informes del Rector del Instituto Aacional haher hecho los cursos requeridos por varios Supremos Decretos espedidos en diferentes épocas-^ Teniendo el Consejo en consideración l.° que por los certifleados del Rector antedi- cho que Aldunate presenta, consta que ha cursado en el Instituto Nacional de un modo distinguido todos los estudios que para ser recibido a la práctica de Agrimen- sor exijen los Supremos Decretos de 15 de enero de 1831 i 30 de abril de 1842, con excepción solamente del dibujo — Que por un testimonio, debidamente autenti- cado, de los Directores del Colejio de Georgetown en los Estados Unidos, •consta así mismo que el propio Aldunate siguió en ese establecimiento un curso completo de matemáticas, química i otros ramos, con aprovechamiento en todos, ordenó informar que por las razones antedichas le considera mui acreedor al favorable despacho de su solicitud, tan luego como en concepto del Supremo Gobierno haya acreditado su- ficientemente el aprendizaje del dibujo, que verbalmente ha asegurado haber hecho. (Ton motivo de la solicitud de don Luis Gorostiaga, de que mas arriba se ha dado cuenta, el señor Domeyko llamó la atención del Consejo ácia la conveniencia de ha'- cer menos rigorosos los exámenes pircialcs o de ramos especiales que actualmente se reciben en el Instituto Nacional, estableciendo un exámen jcneral para cuando el es- i idiante haya concluido los estudios de la carrera a que aspire, comprensivo de to- dos esos estudios. El método vijeute en el din, dijo, puede ser mui oportuno para las primeras clases, a fin de estimular la aplicación de los principiantes; pero respecto «le las superiores, son notables sus inconvenientes. Rindiendo al fin de cada año un exámen parcial de lo en él aprendido, los jóvenes no tienen lugar de dijerir sus I imociinientos i los olvidan con la mayor facilidad después de rendido ese exámen, por sobresaliente que haya sido, porque carecen de un estimulo que los obligue a re- pasar los ramos que van dejando atras. Este estimulo se estableccria mediante el exámen final que propongo; i a mas de la grande utilidad que de él se reportaría pa- ra la solidez del aprendizaje, resultaría también la no despreciable de economizar a los profesores el considerable tiempo que pierden recibiendo rigorosos exámenes par- ciales a los numerosos individuos que principian siempre las clases i en seguida las van abandonando, de manera que son comparativamente mui pocos los que llegan al fin de la carrera. — Sobre lodo, en los estudios correspondientes ala Facultad de Gien- cias iWatemálicas i Físicas, considero de la mayor necesidad el exámen jencral pro- ptieslo, porque solo por su medio puede conocerse quién posee en ellos la debida ap. titud. El señor Sazie, apoyando esta propuesta, dijo que consideraciones análogas a las cspucsias por el señor Domeyko, habían movido al Consejo a adoptar para los cursos de Medicina del Instituto Nacional el método de hacer repasar cada año lo aprendi- do en el anterior, siempre que dura mas de uno el estudio de algún ramo, efectuán- dose en el último un repaso jeneral que termina por un exámen completo i profun- do de todo el ramo. Añadió que en Francia se ha adoptado también úUimamenle es- te sistema en todos los estudios superiores, por haber hecho la experiencia reconocer sus ventajas sobre el que ántes se hallaba establecido. El (Tonspjo creyó esta materia mui digna de considerarse con la debida detención, i el señor Rector dispuso quedase en tabla para las primeras sesiones después del uróximo feriado» U.91- SESlOJi DEL 28 DE FEBRERO DE I8!i2, Presidida por el señor Rector, presentes los señores jMeneses, Reyes Sazie, Relio don Carlos, Doineyko i el Secretario — Aprobada el acta de la sesión del 17 de enero» se dió cuenta : 1. ® De un oficio del señor Ministro de Instrucción pública (trascribiendo un Su prenio Decreto por el cual se manda llevar a efecto la división de la Instrucción pre- paratoria de la profesional i científica, en la forma prescrita por el Reglamento es- pedido en 22 de noviembre de 1847 •, se nombra Rector de la sección destinada a U instrucción preparatoria en el Instituto ¡Nacional al presbítero don Manuel Orrego, i se dispone que para hacer el nombramiento del Delegado Universitario, jefe espe- cial de la instrucción superior, el Consejo de la Universidad proponga una terna, como está resuelto por el art. 3.” del Reglamento que se manda poner en ejecución. 2. ® De un oficio del señor Decano de Humanidades, dando cuenta del resultado de los exámenes de Economía Política, Historia Antigua i de la Edad Media, Fran- cés e Ingles que ha presenciado recientemente en el Instituto Nacional, i acompañan- do otra nota en que el miembro de su Facultad, don Ramón Briseño, trasmite igual informe acerca de los exámenes de Filosofia, Literatura, Historia Literaria e Historia ¡Moderna, rendidos en el propio establecimiento. Se mandó publicar ambos informes en los Anales. 3. ° De una nota del Gobernador del Departamento de la Victoria, trasmitiendo los datos que se le pidieron para la formación de la estadística de la instrucción pú- blica, i como al mismo tiempo hace presente que don Manuel Lira, inspector nom- brado para las escuelas de San Bernardo, no ha parecido a inspeccionarlas ni aun se sabe el punto de su residencia, se acordó decirle en contestación que proponga otro individuo que en ese cargo reemplace al espresado don Manuel Lira. 4. ® De una contestación del Cónsul de Chile en Paris a la nota que con fecha 20 de Agosto último le dirijió el señor Rector. En ella anuncia que en cumplimiento de los deseos del Consejo Universitario, se ha suscrito a los perimlicos que se le han in- dicado, desde el 1.® de enero del presente año, i que los números serán remitidos por los buques que se presenten mensualmentc para Valparaíso. 5. ® De tres oficios mas: uno de la Junta de Educación de Quillola, pidiendo mode- los impresos para la formación de los estados de la instrucción que deben pasarse anualmente al Consejo; el 2.® del R. P. Provincial de San Francisco dando cuenta del estado de la instrucción en su Convento de esta Capital; i el 3.® del Director de la Escuela de Artes i Oficios, dando igual razón acerca de este establecimiento i del resul- tado de sus recientes exámenes jenerales — De los dos últimos oficios se mandó acusar reci- bo, i contestar al 1 .® que por haberse agotado la edición délos modelos pedidos, no po- drán enviarse mientras no se haga otra nueva. Después de esto procedió el Consejo a formar la terna que al Supremo Gobierno debe pasar para la elección del Delegado Universitario, en conformidad de lo dis- puesto por el Supremo Decreto deque se ha dado cuenta 'mas arriba. Al irse a volar por cédulas, el señor Meneses dijo que le parecia conveniente espusiesc ánles el se- ñor Rector cuáles eran las personas en que se había fijado para que compusiesen di- cha terna; puesto que si hubiese a este respecto en los demas miembros del (a)nsejo conformidad de opinión, podía cscusarse el escrutinio. El señor Rector en conse- cuoncia dijo, que los sujetos que le liabian parecido mas aparentes para el objeto in- dicado, eran, en primer lugar don Ignacio Domeyko, en segundo don Francisco de Borja Solar, i en tercero el profesor de Filosoíia, don Ramón Briseño. Después de recomendar especialmente los méritos de cada uno de estos señores, añadió que, aun. que entre los miembros de la Universidad hai otros que mereccriau también esta dis- tinción, seria inútil pensar en ellos, puesto que no estarian dispuestos a admitir tal nombramiento, ni sus oí'upaciones de olro jénero se lo permitirian. Terminada esta er.P' , -cior. , 'os los miembros iweseiUos del Consejo declararon que adherían a la i . o : ♦ p ip el señor Reelor, i el señor Domeyko fue el único que sustituyó a o ■ 1 de don Salvador Sanfuentes en el primer lugar de la misma, o . : . se ordenó pasar al Gobierno la terna acordada, para los efectos con- rir,.-. v g.iida el señor Rector dijo: que estaba instruido de que habiéndose citado úl- t. ni.oenle al señor don Borja Solar para concurrir al Consejo, habia contestado que /) n ) sf* crei I miembro de esta Corporación, en virtudjde haber cesado de ser Rector el Instituto Nacional, cuyo empleo, en su concepto, se tuvo en consideración para iqii ■! nombramiento. Consultaba pues al Consejo su opinión a este respecto. Tenien. do presente que el nombramiento de miembro Conciliario hecho en el señor Solar fué personal, sin embargo de no poder dudarse que influirla poderosamente para con- ferírselo su calidad de Rector del Instituto, el Consejo resolvió que el referido señor debe ser tenido por tal miembro, Ínterin no espire el período dedos años porque es- tos cargos se confieren, con arreglo a la Ici — Con lo que fué levantada la sesión. DEL Santiago, febrero 25 de 4 852. Conviniendo llevar a efecto la división del Instituto Nacional en la forma prescri- ta por el Reglamento dado para la instrucción Universitaria en 22 de Noviembre de I en decretar: L/iMic hüi, queda dividido el Instituto Nacional en dos secciones entera- mente separadas, i distintas entre si por lo gubernativo i económico; la una destinada a la instrucción preparatoria, i la otra a la Universitaria i científica. Arl. 2.® En la sección destinada a la instrucción preparatoria no habrá por aliora alumnos internos que tengan mas de diez i siete años de edad. —03— Art. 3." Nómbrase Rector de la sección de la instrucción preparatoria, al Pres- bítero don Manuel Orrego. Art. 4.® Para hacer el nombramiento del Delegado Universitario, Jefe especial de la instrucción superior i científica, el Consejo de la Universidad propondrá una terna, como está resuelto por el art.® 3.® del Reglamento que se manda poner en ejecución. Anótese comuniqúese i archívese.— AIonit. — Fernando Lazcano. % ,F ;^Ji »/, .1 í tó« .« 4«.t -n 0* %N.«vitií*i»t| ' úH<¥.4 « .4.J4 4~ ’ 'BT* ' , 9^ * . r» ' ■■ •;^- > , i;- *'•*'*• Vir ...7?f- -.. '•.*•#•' *#'*(• *v .^<^1 »t' « 4^ •' ' '^4 r ' * ■•¥ * -'tf -fei- ' u • r- ■ 1 < * ^ ^H| 4 A. úí " Jf. Hjí V* ^ ■ ', ♦* .. #.,v nA-* .- L.4 íiECOy QU/S T J ESPAÑOLA. — Apuntes para la Histo- ria de Chile. 181 i — 1817^ por miguel luis i guegorio Víctor AMUNÁTEGUI. mm DE CH ICABÜCO. Ah.iscal en las tres cspedicioncs que cnvúá contra Chile, siempre tuvo la misma idea, subyugar este país por las armas o la política, dejar en él una parte de sus tropas para asegurar su dominio i dirijir tas restantes sobre las Provincias Arjenti- nas. Si consoguia apoderarse de Mendoza, como era fácil, amagaba por la espalda ai ejército de Uondeau en el Alto Perú, e interceptaba los auxilios que le fuesen re- mitidos de líuenos-Aires. Tres jencrales. Pareja, Gainza i Ossorio recibieron a esto respecto idénticas instrucciones ; la invasión do las Provincias xArjentinas debía ser la consecuencia i una de las principales ventajas de la reconquista de Chile. Ossorio estuvo a punto de realizar el encargo del virrei ; pero la insurrección del Cuzco» acaecida en la misma época, le obligó a desmembrar su ejército, mandando 950 hom- bres al socorro de Pezuela, a quien este suceso habia puesto en el mayor apuro. Después si en vez de ocuparse en poblar las cárceles i presidios con individuos ino- fensivos, se hubiera empleado en reclutar la jente necesaria para resarcirse de esta baja i cumplir con su comisión, quién s d)c cuántos años hab|-ia demorado la indepen- dencia de América. Una columna de 3,000 hombres que hubiera escalado los Andes, i se hubiera precipitado al otro lado con esc empuje peculiar del soldado reciente- mente victorioso, habría esparcido la consternación entre los insurjentcs del Plata. Esc ataque repentino por uno de sus flancos desconcertaba los piones de los arjenti- nos, i los ponia a dos dedos de su ruina. No tcnian otro medio de parar ese golpe terrible, que introducía al enemigo en su propio seno, sino oponerle una parte de las fuerzas que estaban acantonadas en otros puntos igualmente amagados, i que con este movimiento habrían quedado desguarnecidos. Un cambio semejante en las posiciones del ejército, en caso de verificarse, habría cspucsio la confederación al embate de diver- sos asaltos simultáneos, i entóneos la república, trabajada como estaba por discordias intestinas, solo habría podido salvarse, a costa de grandes sacrificios, que la habrían dejado cstenuada. Aun suponiendo que la incursión proyectada por el virrei, no hubiera tenido un 13 — OG— ovciilo tan próspero, romo 1 1 destrucción completa del último íjaluarle donde se Iia- bia asilado la libertad americana, do lodos modos estaba en la conveniencia de los realistas el intentarla. La ocupación de una provincia que por su situación Labia lie* gado a ser el cuartel jeneral de los emigrados, que aprovechándose de su vecindad, podian perturbar el orden en Chile, mediante las iniluencias que debian dejar en él, ¡ el aislamiento de Buenos-. \ires en que por la misma evolución se colocaba al jcnc- ral Rondeau, eran dos resultados brillantes, que compensaban sobradamente las fa- tigas de una campaña en que no Labia mas que mostrarse para triunfar. En aquel entonces Mendoza no contaba con elemento alguno de defensa , i habría cal- do en su poder sin disparar un fusilazo, porque el gobernador de Cuyo estaba resuello a retirarse delante de los agresores, antes que comprometerse en una lucha desigual. La posesión de esta comarca por las armas del rci habría dado a los acon- tecimientos un jiro mui diverso del que tuvieron, i hecho mas que dudoso el triunfo espléndido que después alcanzaron los patriotas. Las presunciones humanas no son oráculos infalibles, la previsión es una facultad que con frecuencia nos induce al error; pero en el caso presente casi todas las probabilidades están porque la ejecu- ción del paso mencionado habría obstruido con un obstáculo invencible esa rula qqe en 1817 inmortalizaron los iudepondicntcs con sus victorias. Para no detenernos en comentarios inútiles, cuando versan no sobre lo que ha sucedido, sino sobre lo que ])udo suceder, solo advertiremos en apoyo de nuestro aserto que si los españoles hu. hieran dado cima al atrevido pensamiento de Abascal ni habría podido levantarse en ¡Mendoza el ejército restaurador, ni se habria por consiguiente recuperado a Chile, ni habria zarpado jamas de Valparaíso la escuadra que redimió al Perú. San Martin que había concebido el proyecto de recorrer el mismo camino señala- do por Abascal a sus lejiones, aunque en órden inverso i con mui distintos designios, conociendo lodo el alcance de semejante determinación, temblaba de que el jeneral español adoptase la marcha que le convenia í asomase de un momento a otro sobre la cresta de la cordillera, cuando el no tenia preparado mas que la concepción del plan. Pocas posiciones mas desesperadas i violentas que la suya; bullía en su cabeza una grande idea que entrañaba resultados maravillosos, la libertad de un mundo (piizá, i esa idea fecunda, que en su imajinacion veia realizada, estaba próxima a abortar sin producir ningún bien, a consecuencia de una agresión csiranjera, que no tenia como rechazar, i de obstáculos interiores, que en vano pugnaba por vencer. El pensamiento de organizar una espedicion que atacara a los españoles por mar i por tierra i los cspulsara de sus principales establecimientos, parecía enlónccs una idea tan quimérica en razón de las innumerables dificultades con que se tropezaba ])ara formarla, que cualquiera habria desesperado de rematar la empresa con acierto. Empero ninguna contrariedad, por amen izante que al principio apareciera, fiié bas- tante piKierosa para arredrar a San Martin. El héroe arjenlino pertenecía a esa fa- milia de hombres obstinados a quienes ningún atajo es capaz de contener, i que cuan- do se han propuesto algún fin, o perecen en la demanda, o llegan al termino prefi- jado cueste lo que cueste. Con un tacto esquisilo i con una laboriosidad eslraord ina- ria supo allanar los estorbos que embarazaban su carrera i tocar la meta, a despecho de los impedimentos que amigos i enemigos le opusieron. El peligro mas inminente a que por lo pronto había que proveer, era esa invasión eslerior que el dia ménos pensado podía descargar sobre la provincia de su mando i cqjcrle desprevenido ; asi fué lo primero que trató de evitar. Cuando observó que Ossorio no pensaba en atacarle inmedialamenlc, procuró quitarle todo estimulo para emprenderlo. La astucia era la cualidad que predominaba en su carácter, como el arro- joenel de Bolívar. A ella recurrii’t para quitarasu incómodo vecino el deseo de hacerle una visita intempestiva, que le habria sorprendido en medio do los preparativos con qnc so (lisponia para ¡r a dosalojarle de su rocionlc conqiiisla. Concibió que si le- graba persuadirle que los niandalarios de ¡Uondoza se ocupaban en transacciones niercanliles antes que de contiendas i combates, se le calmarian en gran manera sus <ánimos belicosos. El principal aliciente que debia influir sobre el capitán español para hacerle intentar una invasión, no podia ser otro que el temor de verse inquie- tado en la posesión de un pais endonde aun no habia robustecido su imperio. Si se llegaba a hacerle creer que la capital de Cuyo distaba mucho de ser un campa- mento, no se necesitaba ser uu calculador mui eximio para prometerse que Ossorio^ sintiéndose asegurado en el reino que su buena estrella le habia deparado, pensaria en gozar los favores do la fortuna, i se entregarla a la grata tarea de consolidar su dominación con preferencia a iniciar una campaña, abriéndose pasaje por entre la nie- ve i saltando por encumbradas cordilleras. San .ílartin no ignoraba que la victoria ha hecho estromadamente descuidados a grandes jcnorales ¿cómo no esperar que dc'slum- brara a uno tan vulgarcomo era Ossorio? En conformidad con estas ideas acordómostrar- se apocado i humildeante el conquistador de Gliile, i reservar sus brios para mejor oca. sion. lin dedesarmarlc le remitió una trasotr.a dos o tres embajadas a pedirle que no se rompieran las hostilidades, que según las apariencias estaban próximas a estallar entre los dos estados, i que se restablecieran las relaciones comerciales interrumpi- das por los últimos acontecimientos. La instancia que manifestaba por llegar a un avenimiento, era calculada p '.ra hacer creer al jefe español que los arjentinos estaban en la imposibilidad de hacer una tentativa contra Chile. Ossorio debia indefccliblo- inentc lomar las proposiciones de paz que se le dirijian por el órgano del goberna- dor de Cuyo, como una prueba evidente de su debilidad, como uua confesión tácita de su impolCRcia. El gobierno chileno contestó a estos oficios que jamas pactaria con rebeldes, Ínte- rin n« volvieran al gremio de la España, de donde impiamente se habían separado. No necesitaba San Martin abrir el pliego en que se le replicaba, para saber su con- Icnido. .lamas habia peusado que Ossorio admitiría sus propuestas i celebraría con él un tratad.) de e.om arelo. Unicamente habia tenido en cuenta al entablar estas ne- gociaciones quitar a Ossorio la precisión de atacar para no ser atacado a su turno, i ganar él mismo tiempo para ponerse sobre la defensiva i acometer en seguida luego que pudiera. La trogüa de algunos meses que por estos manejos se habia proporcionado, acabó de asegurársela por una nueva eslratajeraa. Hizo esparcir cu Santiago por medio de cartas escritas en .llondoza o de fieles emisarios que previendo como mui inmediata una irrupción de los españoles, i no estando dispuesto a defenderse, habia tomado con anticipación las medidas concernientes a una pronta retirada, cuales eran, tras- ladar a un lugar seguro los caudales del fisco i las pertenencias de los particulares: que por el mismo motivo habia hecho trasportar hacia el interior todos los efectos (le valor existentes en la ciudad, i los ganados i cosechas que estaban en los campos, • habiendo dejado solo en las cercanías los caballos i las muías, para (pie los habitan- tes pudieran fugar apresuradamente lau pronto como viesen ondear sobre las nieves el pabellón español. Los artificios de! astuto arjentino tuvieron nn éxito completo. Luego que cslas no- ticias llegaron a los oidos de los oficiales realistas, comenzaron a caminar de diclá- juen i a considerar una cspedicion a la olr.a banda mas dificil i menos útil de lo que al principio habían crcido. La guerra es para muchos una csp(>eiilacion, i la abun- dancia o escasez de holin decide de su conveniencia. La voz que se iiabia propagado de haber qued ado .'Mendoza reducida a uii esqueleto, horró a los ojos de muchos mi- litares l.is vcutaj is resultantes de su ocupación i apagó su ardor marcial. su juicio jio podia sor lU'cesari a una incursión conlra mercadert^s i labradores, en la que no —98— lia’ña ni peligros que evitar, ni g-^nancias que oblcner, ni gloria que adquirir. I.os únicos frutos que debían espcMarse de una campaña, como la que se proyectaba ini- ciar, eran las penalidades sin fin de los espcdicionarios en un viaje dilatado por cn- Irc rocas escarpadas, donde talvcz iban a encontrar la muerte, i la conquista de unas cuantas casas de barro despojadas de sus muebles i abandonadas por sus due- ños, adquisición que no compensaba por cierto las fatigas que demandaba. Las ideas desús subalternos inlluycron como era natural sobre Ossorio, cuyas disposiciones bélicas se habían notablemente entibiado con la seguridad que se le habia hecho concebir de que sus adversarios no podían ni querían agredir sus dominios. La per’ suasion en que estaba de que se habían puesto a correr aun antes de que se fuera ea su seguimiento, acabó por hacérselos despreciables i por hacerle mirar con indife- rencia una espedidon a la que ni el miedo ni la codicia le estimulaban, i que demo- rada de dia en dia, concluyó por no verificarse., Miéntras tanto San Martin se aprovechaba de esa inacción para reclutar hombre a hombre esc ejército débil en número, pero fuerte por su valor i disciplina, que elevó a Chile al rango de una nación. Trabajó en su enganche c instrucción con una ac- tividad que pocos han desplegado en su vida, como que a cada instante temia ver descolgarse de la cima de la cordillera a cuyo pié estaba situado su pequeño campa- mento, a los realistas que venian a desbaratárselo. Los afanes que le costaron la enseñanza de los individuos alistados, la fabricación de pertrechos, el acopio de las municiones de boca i la recolección de los fondos necesarios para los gastos fueron estremados. Con todo, esos afanes habrían podido llamarse lijeros, comparándolos con los muchos que se le esperaban ántcs de llevar a cabo sus proyectos. En el vasto plan que se ajitaba en su mente, la reunión de tropas que le pusieran a cubierto de una sorpresa, no era mas que el principio de su obra. Necesitaba todavía para coro' narla con el debido acierto vencer dos dificultades (normes, que habrían acobardado a un alma ménos impertérrita que la suya. Tenia que tramontar con un ('jércilo compuesto de las tres armas esas moles estupendas, que se alzaban a su vista, de tránsito dificil aun para un viajero solo, i derrotar en seguida en el opuesto lado a los vencedores de Ilancagua, que iban a caer con las fuerzas intactas sobre sus sol- dados diezmados por la intemperie i abrumados por el cansancio. Bastaba preguntar cuál era el estado de los caminos por donde los republicanos tenían que pasar, i los batallones con que los realistas podían repelerlos, para inducir hacia qué parte se inclinaría la victoria: por esta sola consideración, atendiendo a las reglas de las pro- babilidades, cualquiera habría declarado la partida perdida ántcs de jugarse. El mismo San Martin a pesar do la confianza singular que tenia en sus propios recursos, sentia delante de tantos obstáculos dudas mortales sobre los resultados de la espedidon que meditaba. Por mal jencral que supusiera a Ossorio, no se persuadía lo fuera hasta el estremo de malograr las infinitas ocasiones de csterminarlo que so le iban a ofrecer ora en su pasaje por los Andes, ora en su descenso al territorio cin le- ño. Las zozobras con que la previsión de una de.sgracia turbaba su espíritu, no co- menzaron a disiparse, sino cuando supo que Ossorio habia sido rcemj)lazado por ¡llar- eo, a quien habia conocido durante su permanencia en España. Sabiendo por espe- riencia propia que el nuevo gobernante era un imbécil fácil de engañar, i un col).ar- dc incapaz de una resistencia enérjica, sintió con el anuncio de este nombraniiculo renacer en su corazón de una m inera irresistible su vacilante le. Cuéntase (pie se ha- llaba sentado a la mesa, donde a la sazón cumia con varios de sus amigos, o ando se lo aviso que don Francisco Casimiro habia sido elejido cajiitan jeneral de Chile, i (pie al saber esta noticia, arrebatado por un enliisiasmo súbito i cuasi prolético, to- mó en sus manos una copa, (pie llenó de vino hasta sus bordes, i brindó en seguida —90— T*or la imlcpondcncia (le AiiKÍrica con una convicción lan profunda, como si XJSluviora leyendo las palabras que proferia en el oscuro porvenir. !\o se descuidó por eso en sus trabajos, esperanzado en las torpezas que la inepti- tud baria cometer a su antagonista i de que (íl estaría pronto a utilizarse. El gobier- no chileno contaba con tantos elementos para su resguardo, que parecía obra de mi- lagro el derribarlo. Con las numerosas huestes que le rodeaban, podía estimarse al abrigo de todo peligro. Si la cuestión entre los dos partidos llegaba a ventilarse eju una batalla campal, desplegando cada uno sus fuerzas respectivas, los patriotas ha- brían sido derrotados irremediablemente. No se le ocultaba a San Martin la superio- ridad númerica del enemigo i su debilidad comparativa; pero esa preponderancia no le asustaba, porque mas que en la fuerza bruta, creía en la eslratejia, en la diplo- macia, en la astucia. Confiado en su natural sagacidad, no consideraba una faena superior a sus alcances colocar a los españoles en tal situación, que la multitud de sus soldados de nada Ies sirviera. La elaboración de un plan que no obstante su inferioridad manifiesta le diera b victoria, había sido el tema de sus constantes meditaciones desde que había concebi- do la idea de la espedicion libertadora, i nunca había desesperado do encontrar la incógnita del problema. Desde luego se fijó en dos medidas que juzgaba, i con ra. zon, indispensables para el logro de sus proyectos ulteriores. Era la primera ponerse al corriente por datos exactos i fidedignos de cuanto en Chile sucedía, -a fin de diri- jir con lino las operaciones militares sobre este reino, i la segunda hacer ver a los realistas bajo un aspecto engañoso cuanto pasaba en Mendoza, para que tomaran en falso todas sus disposiciones de defensa. La actividad i destreza que empleó en la consecución de estos dos resultados importantes, solo son comparables a las que desplegó en la organización i equipo de su ejíircito, cosa de que se ocupaba al mismo tiempo. No podia alcanzarse el doble objeto que se proponía, sino por medio de espedientes injeniosos, que burlaran la vijilancia del enemigo e introdujeran el desacierto en su campo. La invención de tretas que le condujeran a esc termino, no ofreció graves dificultades a San Martin, que como sabemos era eximio en esa clas(i de descubrimientos i mis temible quizá en su gabinete urdiendo las redes con que se disponia envolver a las personas que trataba de anular, que en el campo de bata- lla donde sin embargo había dado pruebas de bravura. Miembro de las sociedades secretas en España i fundador de lojias en America, se habia avezado en estas aso- ciaciones tenebrosas a las intrigas i manejos encubiertos. Dolado ademas de un la. lento fecundo en invenciones i amaños, sabia sacar provecho de los accidentes mas insignificantes para embaucar con ellos a sus adversarios i hacerles creer cuanto s& le antojaba. Los ardides de que se sirvió para engañar a Ossorio i a Marcó, luvieroa lina influeiicia demasiado directa en el desenlace de los sucesos para que sea licito pasarlos en silencio ; pero como la relación de lodos ellos seria interminable, nos li- mitaremos solo a referir los principales. Al poco tiempo después de la emigración, algunos chilenos, entre los cuales se en- contraba don Podro Aldunate, aburridos de permanecer en una tierra estraña, vivien- do en la esc.isez i no teniendo en que trabajar, resolvieron restituirse a Chile i que- dar ocultos en su propia patria Insta que se mejorase el estado de los negocios. Lo supo San Mirlin, c inmediatamente los hizo apresar i formar causa como a descrlo-í res. El tribunal encargado de juzgarlos dió muestras de una severidad excesiva, pues considerando sus preparativos de viaje como un crimen digno de la pena capital, los condenó a muerte. Esta sentencia pareció demasiado rigorosa a San Martin i la conmutó en una confinación a la Puntado San Luis. No sabemos si se propondría con semejante conducta efectuar lo que después hizo, o[sienlónces no tendría mas objeto que impedir con este castigo la vuelta a Chile de los emigrados. Sea lo que sea, el — 1 1)0- gobicrno cspifiol luvo noticias de lo sucedido e hizo puhliear en la Gacela un pe- queño articulo sobre el particular, en el cual se encarecía la mísera suerte de los desterrados i el ansia que lodos manifestaban por regresar a su país natal a gozar de la lenidad con que se trataba a los patriotas arrepentidos. San .Alartin conoció en el acto las ventajas que podía sacar de aquel incidente, pa- ra entablar con sus enemigos de un modo fácil i sencillo relaciones favorables a la ciusa de la independencia. Habiéndose csplicado secrelaraenle a este respecto con Picarle, Guzinan, Fuentes i algunos otros emigrados cuyo patriotismo le era conoci- do, les propuso que abandonasen las Provincias Arjenlinas i se dirijieran a Chile donde su presencia podia ser de la mayor utilidad. Indicóles que les servirían de salvo conducto las voces mismas que los godos habían cuidado de esparcir. Podrían alegar como protesto para paliar su regreso la imperiosa necesidad en que se ha- bían visto de escapar a esas titanias i vejaciones del gobernador que tanto vocifera- ban en su periódico oQcial, i el propósito que tal opresión les había hecho formar de .abjurar las ideas liberales. Era probable que los españoles darían crédito a sus pala- bras i los dejaran tranquilos en sus casas, tanto por creer ciertos los hechos a que aludirían, como por el deseo de promover la deserción en l.as fdas de los insurjentes. Si a favor de este eng.iño lograban establecerse en el pais, propalarían la voz de que las Provincias Unidas no contaban absolutamente con recursos para espedicionar so- bre Chile, fomentarían el descontento en todas las clases i procurarían remitirle a Mendoza las noticias que juzgaran de importancia. Los individuos indicados no trepidaron un momento en admitir la peligrosa comi- sión que les proponía San .^lartiii, i después de haberse concertado en la manera como cada uno rcprescntaria su papel, empezaron a darle ejecución, saliendo una noche ocultamente del territorio arjentino con dirección a la provincia de Coquimbo. Apénas se rujió al siguiente dia esta partida, cuando San Martin para dar mas apa- riencias do verdad a su tramoya hizo perseguir a los supuestos fujilivos por diverso* piquetes de caballería que, cscusado parece decirlo, no los alcanzaron, auii({uc para conseguirlo los correteasen hasta Las fronteras enemigas. Los españoles no se dejaron engañar por esta cslralajcma, i mirando con razona los tránsfugas como sospechosos, los apresaron i pusieron en estrecha incomunicación. El astuto, arjentino había previsto esta conlinjcncia, como también su remedio. Luego (|uc supo el encarcelamiento de sus mcnsajcfos, llamó a Aldunate de San Luis, donde le tenia confinado, i le excitó a que escudado con la salvaguardia de su condenación a muerte i desu destierro se volviera a Chile lo'mismo que los anteriores; encargándole que cuando fuera interrogado acerca de ellos, los presentase como victimas de sus persecuciones. Aldunate aceptó con gusto una proposición que le permilia tornar a su ¡latria, como antes lo hahia deseado, i libertar a varios paisanos suyos de la pri- sión en que jemian. Sin pérdida de tiempo hizo los preparativos indispensables para S'i viaje, i acto continuo se puso en marcha para su destino con las precauciones mi- nuciosas que bibria lomado un verdadero fujitivo. Llegado a Chile no fué recibido en un calabozo como sus predecesores. El castigo que ya antes le liabian indijido los patriotas era conocido, como lo hemos dicho, en el pais i alejaba de su persona toda idea de doblez i mala fé. Así cuando la autoridad le hizo comparecer a su pre- sencia, para ¡ntcri ogarlo sobre las causas dc.su vuelta, espuso con ose aplomo de todo reo cuya absolución está segura: que los procedimientos hostiles del goñornador de Giiyo eran los motivos públicos i notorios, que lo habían determinado a fugar de la otra banda, ecmao ya lo habían practicado ántes que él varios otros individuos, entro los cuales nombró a Picarte i sus demas compañeros, a quienes aseguró se les había aplicado un tralamicnlo]ar.álogo al suyo p u\habor manifestado cierta simpatía en favor de la Melr ’ipoli. El gobierno, que no tenia ninguna razón para dudar de la vcraci- —'101— . dad dd deponente, i si para creerle, se persuadió por esta declaración que habia an. dado injusto en la aprensión de los sujetos antedichos, i deseoso de reparar el error en que suponia haber incurrido, se apresuró a ponerlos en libertad, dejándolos por esta circunstancia espeditos para desempeñar su comisión. De esta manera pudo contar San Martin en el centro dd pais enemigo con una falanje de operarios fieles i laboriosos, que en adelante no tuvieron mas ocupación, que atizar el descontento producido por las violencias de los realistas i comunicarle con la mayor exactitud los datos que creian conducentes al buen suceso de la espedí- don. Los movimientos de las tropas reales, los bandos promulgados por el gobierno i sus efectos, la'i escaramuzas de las guerrillas insurjentes i otra multitud de asuntos interesantes por este estilo, se supieron en Mendoza por su conducto. Desde el esta- blecimiento en Chile de estos emisarios, no hubo acontecimiento que arrojara alguna luz sobre la situación política dd reino, que no fuera noticiada a los patriotas con la mayor prontitud (1). Mientras que el gobernador de Cayo se enteraba, merced a la dilijencia de sus co* rresponsales, de cuanto hacian sus enemigos, él trabajaba! en Mendoza para que es- los no tuvieran la misma certidumbre con respecto a sus operaciones, e ignoraran hasta los últimos momentos sus planes i recursos. Una intriga coronada por un éxito feliz le habia permitido acreditar al lado del gobierno chileno a los mismos sjentes que iban encargados de espiarle. Otra intriga no ménos injeniosa i dirijida con una maestría sorprendente, le proporcionó una comunicación directa con Marcó i sus prin- cipales allegados, i le puso en aptitud de hacerle creer como verdades indubitables las mentiras garrafales quesobre sus proyectos le convenia autorizar. Existían en el distrito de su mando un gran número de realistas que los revolu- cionarios chilenos habían relegado al otro lado de la cordillera durante la época de su auje, por ser de aquellos godos fanáticos, que se habrían llevado conspirando, si no so les hubiera alejado del centro de sus relaciones. El gobernador temiendo que en aquellas circunstancias, estos prisioneros le suscitasen algunás dificultades, sea embarazando sus providencias, sea delatándolas a sus adversarios, los hizo trasladar a la Punta de San Luis distante ochenta leguas del paraje donde habia asentado su campamento. Entre las personas trasladadas iba don Felipe del Castillo Albo, comerciante acau- dalado i de representación en Chile, de suma honradez i de una fidelidad intacha- ble al monarca, motivos suficientes para que sus palabras gozasen de grande autoridad en su partido. Antes de su destierro a las Provincias Arjentinas habia manifestado de un modo franco i leal su apego por la España. Su casa habia servido de club a los partidarios del rci, su bolsillo habia proveído a los gastos exijidos por la política, su persona habia aparecido complicada en todos los movimientos reaccionarios. Don José Miguel Carrera lo habia confinado por estas causas a Mendoza, recomendándole al jefe de la provincia como un sarraceno incorrejible, que era necesario vijilar con el mayor cuidado. San Martin le habia tratado en consecuencia, i colocado su nombre cl primero en la lisia de los que por perjudiciales, habia separado de IMendoza ; mas después rcfleccionando pensó que un hombre semejante tan acatado de sus correlijio- narios como detestado por los insurjentes, podía servirle de mucho en la situación presente, valiéndose de su intervención, sin que él mismo lo sospechase, para sumi- nistrar a Marcó noticias falsas sobre el estado do la espcdicion, i sonsacarle, en retor- no de las imposturas que se le remitieran, la confesión auténtica dol plan de defensa que habia adoptado. (l'j Este hecho nos ha sido referido por cl jeiicral don José Sauliago .Udunatc. —102— C4)n este objeto le hizo volver de San Luis, i encargó a uno de sus oíiciales que procurara granjearse su amistad, comisión de fácil desempeño a causa del carácter franco i espansivo de Castillo Albo. Tomáronse en seguida por medios indiix'cios, tanto de él como de los chilenos emigrados, minuciosos informes acerca de sus nego- cios particulares, i cuando se adquirieron a este respecto los datos precisos, la per- sona que se habla captado su conüanza empezó a dirijirle frecuentes cartas bajo cual- quier protesto, para conseguir que contestase con otras, a las cuales se cortaban con prolijidad las firnns. Hecha esta operación, el ájente a quien San Martin había en- conv'ndado la dirección de esta intriga, escribía en nombre de Castillo Albo a su esposa i a sus deudos, a Marcó i a sus demas amigos políticos largas cartas en las que les hablaba a los primeros de asuntos domésticos i de intereses tan peculiares suyos, que alejabin todo recelo de superchería, i en las (¡ue relataba a los segundos |os sucesos de .Mendoza en la manera i forma que a San Martin convenia. Para des- vanecer las sospechas que la diferencia de la letra'habria hecho nacer sobre su auten- ticidad, se cuidó de hacer decir en la primera al honrado comerciante que por temor de que cayeran en manos de los satélites de San Martin, no las escribiría nunca de su puño, ni las firmaría con su nombre i apellido; pero que el conductor en prueba de veracidad enlregaria junto con cada misiva un pedazito de papel con la firma correspondiente. Marcó i los miembros de su camarilla se encantaron, cuando recibieron este anun- cio. No se les pasó siquiera por las mientes que pudiera haber alguna traición encu- bierta en la correspondencia mencionada. Castillo Albo estaba en Mendoza, luego Castillo Albo debía escribirles, tal fue el raciocinio que se hicieron. La Providencia le había colocado sin duda en aquel sitio para desconcertar con sus oportuno® avisos las tramoyas de los rebeldes. Nadie, a no ser una persona vcrdadi ramenlc com- prometida i espuesta a perder su cabeza al menor desliz, habría imajinado ese inje- nioso espediente para recatar su nombre. El temor de ser descubierto, que se reve- laba a cada linea, era una prueba evidente de la veracidad del testigo. Por otra par- te, las noticias eran halagüeñas, i eso bastaba para que se las tuviera por verdaderas. El hombre es formado así por la naturaleza : siempre cr'^e los acontecimientos que favorecen sus pasiones, sus ideas, sus intereses; siempre duda de los sucesos que con- trarían sus esperanzas. Alucinado por sus raciocinios i engañado por las apariencias, no es eslraño que el presidente de Chile no vacilara en entablar una sostenida co- rrespondencia con el gobernador de Cuyo, en la que el astuto arjentino le hacia creer bajo el seudónimo que hahia adoptado cuantas patrañas se le antojaba comu- nicarlc, i en la que Marcó particip;\ndolc en contestación cuáles eran las intenciones del gabinete, se convirtió sin saberlo en el principal espía de los insurjentes. La alegría de San Martin no conoció limites, cuando vió el éxito obtenido por su astucia. En lo sucesivo no tuvo que fatigarse en arbitrar trazas para acreditar entre los españoles sus embustes. Había encontrado un medio soberano que le dispensaba de ese trabajo. Cuando necesitó hacerlo en adelante, salió de sus apuros con la ma- yor facilidad, enviando un correo al palacio mismo de Marcó a entregarle una carta de Castillo Albo en que se afirmaba la falsedad que le convenia esparcir, i una boli- ta de papel que el mensajero llevaba oculta en el conducto del oido. Era esta última la contraseña convenida, que comparada con las otras firmas del negociante exis- icntcs en Chile resultaba ser idéntica, i que el propio aseguraba llevar en aipiol si- tio para que no se supiera jamas quién era el autor de los papeles que consigo traia, aun en el caso de ser apre.sado por los insurjentes. Marcó recibía al conductor siem- pre del mismo modo, i por decirlo asi, casi con los brazos abiertos. Aplaudía su des- — 1 03— treza i discreción, lo recompensaba con una buena propina i le despedia con la con- testación correspondiente (2). No acabaríamos nunca si tratáramos de contar una por una todas tas argucias do que se valió San Martin para burlar la credulidad de sus torpes adversarios. Es ina* gotable el catálogo de anédoctas que existen sobre el particular. Con lodo vamos a referir a mas de la anterior otra que prueba la rara capacidui de observación con que el ciclo lo había dotado, i el arte infinito con que sabia aprovecharse para sus fines de las menores incidencias. Una noche que se encontraba trabajando en su gabinete, los guardias que custodiaban las gargantas de la cordillera, condujeron a su presen- cia a un hombre que habían sorprendido tratando de introducirse furtivamente en la provincia. San Martin suspendió por algunos instantes la ocujiacion que le embe- bía, i después de haber examinado al prisionero con esa mirada penetrante que le era característica, le dijo con voz amenazante que era un espía del cnom'g) i que iba a entregarle al verdugo, si no le confesaba paladinamente la verdad. El pobre diablo turbado por aquellas amenazas i creyéndose realmente descubierto, declaró ser efec- tivamente un mensajero de 3Iarcó, i a trueque de salvar su vida, puso en manos de su interrogante algunas cartas que traía escondidas entre los forros de su montura, para varios realistas residentes en Mendoza. Apenas hubo leido San Martin los sobres, cuando conoció las ventajas inmensas que podía sacar de la posesión de aquellas pií-zas para engañar al enemigo, i sin pérdida de momento pensó en ejecutar el’plan que para ello improvisó. Obligó al mismo portador, sobre cuyas huellas puso a los corchetes de la policía a fin de que no se le escapara, a que llevara las cartas a su destino i le trajera al siguiente dia las contestaciones, habiéndole amenazado antes con la muerte si revelaba a quien quiera que fuese el secreto de su conferencia anterior. Luego que las respuestas estuvieron en su poder, hizo comparecer ante sí a tas personas que las habían firmado, i cuando se hallaron en su presencia le,s manifestó que teniendo en sus manos aquellos documentos, testimonio irrecusable de sus intelijencias con el ene- migo, podía hacerlos fusilar inmediatamente sin tomarse siquiera el trabajo de formar- les su proceso, i que estaba resuello a practicarlo así, amónos que consintieran en es- cribirle otras cartas enteramente diversas de las queántos habían redactado. El tono firme con 'que fueron pronunciadas estas palabras, hizo ver a los interesados que es- taba determinado a obrar como decía. Su deliberación por consiguiente no fue lar- ga, ni su resolución dudosa. No encontrándose con fuerzas para sufrir el martirio, escribieron i firmaron cuanto se les dictó, i San Martin se encargó de remitir a Chile sus cartas contestes entre sí i redactadas en el mismo sentido que las de Castillo .\I- bo con un mensajero de su confianza, pues en cuanto al primero, le dejó bien ase- gurado en Mendoza. A fin de mantenerse al corriente de cnanto pasaba por acá, San Martin no se li- mitó a usar de los medios injeniosos que dejamos referidos. Había organizado ade- mas una numerosa falanje de espías, que tenia esparcidos en todo el territorio. Se esmeraba particularmente en que estos ajenies no se conocieran unos a otros, porque de esta manera estaba seguro de que no se complolarian para engafyirle, i los ponía así mismo en la imposibilidad de delatarse unos a otros, caso de que alguno le trai- cionase o fuese descubierto. Pagaba sus servicios con jenerosidad, a diferencia de Marcó que se mostraba tacaño con los suyos, por lo cual aeonteció algunas veces que San Martin, que los recompensaba mucho mejor, se los sobornase por lo bajo i sesir- viese de sus propios emisarios para espiarle o embaucarle. No es preciso creer por esto que el gobernador de Cuyo emplease solo en estas comisiones a viles mercenarios de esos que por oro sirven todas las causas; frecuentemente se valia de individuos de corazón, [■X] Todos estos pormenores están .autorizados por el tcstiinonio de don José .tnlonio .\lv.arez Con- daréo, a quien Sau .tlartia liabia puesto en el secreto de la intriga i de cuya boca los hemos oscucludo. — lOi— íitliclos a la iiulep(!ndcm;i;i fior convicciun, quecon noble desinlcrcs csponian su vida, sin mas estimulo que el deseo de cooperar a la libertad de su patria. No fallaron hombres del pueblo, que con una abnegación sin límites admitieron tan peligrosos encargos, arrostrando la rabia i la venganza de los realistas bajo un gobierno inquis silorial i receloso, que rodeado de delatores se imajinaba crímenes en las accióne- nlas insignificantes' Una de la« catástrofes mas horribles que ensangrientan la histo- í'ia de esa época, demostró cuan grandes son esos sacrificios ignorados que después de una derrota pierden a los que los ejecutan, i que después de la victoria talvez Sc olvidan. Vivía en San Felipe una familia que llevaba el apellido de Traslavina. Su decisión por la independencia la habia hecho pasar de una decente medianía a la pobreza. Las contribuciones forzosas, las proratas, las confiscaciones habian consumido su fortuna. Auu([ue la revolución habia sido el oríjen del menoscabo de sus bienes i de la escasez que soportaba, no habia renegado sus principios ni arrepentidose de sus sacrificios. Si se hubiera hallado en el caso de volver a principiar, habria seguido la misma conducta sin vacilar, a sabiendas de las penalidades que sc le aguardaban- Con la desgracia su patriotismo se habia fortificado i sus convicciones se ha- bian arraigado. La triste situación de Chile le acongojaba tanto como la suya pro- ])ia. Esta familia era numerosa. Tenia por padre un anciano ciego c in- válido para el trabajo. Gomponiase sin contar las mujeres de seis varones. Todos habian sido soldados, menos el menor a quien su poca edad no le habia permitido cargar el fusil como los otros; habian lidiado bajo las banderas pa- triotas desde el comienzo de la guerra, i en su hoja de servicios estaban consignadas todas las acciones desde Yerbas buenas hasta Rancagua. Después dcl sometimiento del p'iis, probablemente la humildad de su posición les permitió quedar en la som- bra i vivir tranquilos ocupados de sus negocios. La subsistencia de toda la familia pesaba sobre los cuatro hermanos mayores, que hacian cuanto de ellos dependía por llenar cumplidamente sus deberes. Si hubieran dejado de trab.ijar un dia, el pan ha bria filiado en la casa. Entramos en estos pormenores domésticos, porque solo con su conocimiento podrá estimarse cual se debo la abnegación i el civismo que anima- rian a estos jóvenes, cuando se prestaron a desempeñar un encargo en que jugaban su vida, i con ella el bienestar de personas tan queridas. En cualquiera es gran mé- rito esponer la existencia por el triunfo de una grande idea; pero es doble mérito cs- poncr como los Traslaviñas la comodidad de un padre viejo i venerado, que no sc encuentra ya en situación de pasarse sin el auxilio de sus hijos. I']l primojénito se llamaba Juan José, i estaba casado con una hija de aquel coro- nel don José Miría Porlus que hemos visto en la batalla de Rancagua, mandando las milicias de Aconcagua. Porlus emigró a ¡Mendoza, corno lodos los que escaparon do aquella fatal jornada. San Mirtin que queria a toda costa organizar su espionaje en la provincia de Aconcagua, pordonde tenia meditado que se descolgara el ejér- cito, i ponerse en relación con los patriotas que por allí hubiera, sabiendo que era natural de aquella tierra, le llamó un dia, le comunicó sus deseos, le hizo ver la uti lidad que se roporlaria de realizarlos, i le preguntó como conocedor de sus paisanos cuáles serian entre ellos patriotas bastante decididos para prestarse al desempeño de una comisión tan ardua i peligrosa, como era la de remitirle un estado exacto de las fuerzas realistas acantonadas cu la comarca i los demas dalos que estimare conve- nientes. El coronel le designó como ajiarcnlos para su propósito a don José .\ntonio SalKias, vecino de Putaendo, i a don I*edro Regalado Hernández de Qiiillota, i aun. que comprendia mui bien todo el riesgo que correrian los que admitiesen el men- cionado encargo, le nombró primero que a los otros dos a su ¡iropio yerno, el cual como queda dicho residia en San Felipe. - 105— Croyemio el gobornador en virLiul de los informes de Porliis que los individuos indieadüs aceplarian sin oponer reparo de ninguna especie, despachó a don Manuel Navarro, orijinario de la misma provincia, para que se pusiera de acuerdo con ellos ¡ les comunicara sus insirucciones, que se guardó de darle por escrito. Solo llevjba a manera de credencial la siguiente carta que aunque enigmática, bastaba que fuese autorizada por tal firma para que su sentido fuera fácil de descifrar. — «Señor don Juan José Traslaviña i don José Antonio Salinas. — Sauliago i Octubre 17 de 181 (i. Mis paisanos i señores: los informes que he adquirido de sus sentimientos i lionra- dez me han decidido a lomarme la confianza de escribirles. El amigo Navarro dador de esta enterará a V.V. de mis deseos en la vina del Señor. Yo espero, i V.A''. no lo duden, que recojeremos el fruto; pero para esto se hace necesario el tener buenos peones para la vendimia. — No reparen Y.V. en gastos para tal cosecha; todos serán abonados por mi, bien por libranza, o a nuestra vista, que precisamente será esle verano. — Con esle motivo asegura a V.V. su amistad i afecto sincero su apasionado paisano Q.S. .11. B. — José de San Martin.» (3) Habiendo recibido esta carta, que por un equívoco singular San Martin databa en Santiago, Salinas i Traslaviña buscaron como darle una pronta ejecución. No enti- bió su ardor la consideración de los peligros a que se esponian, i no se piense que pudo lisonjearlos mucho la esperanza de la impunidad. Desde los primeros pasos de- bieron conocer que era difícil sustraerse al ojo vijilantc de la policía; Navarro a pe- sar de sus precauciones había excitado sospechas, i se había visto precisado a regre- sar a Mendoza, para no caer en manos de la jusiicia,qne había traslucido su llegada. Este incidente i las dilijencias que comenzó a practicar la autoridad, habrían arre- dr;v3fl a patriotas ménos desprendidos; pero no desalentaron a estos hombres del pueblo, que se sacrificaron casi a ciencia cierta por comunicar las noticias que se les pedían para redimir la patria de la esclaviltid. Para principiar Salinas se encaminó a Quillota, donde en compañía de Regalado Hernández i de otros dos nuevos asociados llamados Ramón Arestigui i Ventura La- gunas, joven de diez i siete años, arbitraron los medios de satisfacer los deseos de San .Martin. Guarnecía por entonces aquel pueblo el cuerpo denominado Hñzares de la Ginordia, i como uno de los datos que con mas instancia les pedia el jcneral, era un estado de las fuerzas realistas, lo primero en que pensaron fue en procurarse una noticia cabal de aquella tropa. El joven Lagunas había trabado conocimiento con un tal La-Rosa, sárjenlo del Tejimiento, i ofreció conseguir loque querían por la inlcr- [V¡ Junto con la carta de San Martin conducía Navarro otra de Porlu.s, que como la anterior cayó en manos de los realistas, i cuyo tenor es el siguiente: ".Mendoza t."> do Octiilirc de 1816. Señor don José Antonio Salinas. MÍ mejor amigo: el silencio que V. i demas paisanos habrán advertido en mí en el discurso de dos años, no ha sido electo de un letargo, ni mónos de cansancio en trabajar a íin de ¡salvai' nuestro país, libertando a sus habitantes z i Salinas fueron sucesivamente ajusticiados; su corta edad liabia salvado al jóveu J.igúnas de la muerto, pero no de una agonía mas espantosa que la misma muerte. l*or un relin amiento de crueldad se le In/.o acompañar a sus amigos hasta el supli- ci(», 1 se le obligó a permanecer al pié de la horca al tiempo de la ejerueion de cada uno. liOS tres cadáveres lueron dejados suspendidos de las cuerdas. I.1OS espectadores so retiraron conmovidos. Mas por lo común a(|uel escarmiento no despertó sentimientos de sumisión, sino de rabia. En v.ino un predirador desde nna catevlra levantaila en la misiiia plaza, los excitó a la lidelidad, les aconsejó el rospc' to rtl rci; T[iK'll:i oscona snngricnln produjo sobre los auditores mayor efecto que sus palabras^ casi todos hicieron en lo íntimo de su corazón votos, porque el triunfo de los independientes vengara a las victimas. (4) Este suceso siniestro causó una impresión notable de terror sobre el vecindario do la capital, que no estaba habituado a semejantes espectáculos.’En los dias subsiguien- tes circularon por entre el pueblo muchos de esos rumores aterradores, que sieinpro son el indicio de una imajinacion sobresaltada. Comenzóse a decir por lo bajo quo Marcó estaba dispuesto a incendiar la ciudad, si era atacado por el ejercito trasan- dino; que se fabricaban puñales para un degüello jeneral; que en el cuartel de San Pablo se estaban construyendo horcas que iban a colocarse en la anchurosa calle do la cañada, i otras patrañas por ese estilo. Mas si la multitud se manifestaba asusta- diza, no así los patriotas activos, a quienes como que alentaba ese mismo exceso do rigor desplegado por los godos. La noche del dia en que Traslaviña i sus compañeros eran ejecutados, un joven ponia con toda calma en el buzón del correo un paquete de cartas que le había confiado con este objeto don Manuel Rodríguez i cuyos sobres iban dirijidos a los principales oficiales americanos que servian bajo las banderas do la España. El joven se llamaba don José Santiago Aldunate, i las cartas habían sido escritas i firmadas en Mendoza por O’IIiggins i otros emigrados, i eran una especio de proclama en que se les recordaba a aquellos militares su orijen i los agravios co« muñes que a los criollos sin excepción les habia inferido la Metrópoli. IMicntras pasaban en Chile todos los acontecimientos referidos, San IMartin hacia sus últimos aprestos, i pensaba en emprender la marcha. Sus tropas estaban ya lis- tas, bien disciplinadas i bien pertrechadas. Pero le quedaba al jeneral que superar una grave dificultad, quizcás la mayor de todas. ¿Por dónde conducía su ejército? ¿Gimo atravesaba los Andes, esa estupenda valla natural que Dios habia co- locado entre los dos países? Si los españoles obraban con destreza, temía que un so- lo hombre no le b qase coa vida a la llanura. Con una simple trinchera defendida por una pequeña división podían cerrarle el pasaje, i una vez elctenidos sus soldados, acosados por el hambre i batidos por la tempestad, iban a encontrar su tumba bajo la nieve. Toda su esperanza se cifraba en ocultarles su itinerario, i obrar de tal mo- do, que no supieran c! camino de sus Icjiones, sino cuando estuvieran a este lado prontas a medirse en un campo de batalla. Mas dejando aparte todas las continjen- cias de este proyecto i suponiendo que consiguiera realizarlo, todavía no estaban evi- tados todos los obstáculos. Antes de tratar de ponerlo en ejecución, tenia que deci- dirse él mismo por uno de los caminos, para apartar de aquel punto la atención del enemigo i dirijirla hácia otro. ¿Cuál seria ese? ¿Cómo examinarlos, cuando, deseaba que ni aun sus mas íntimos descubrieran que los estaba haciendo csplorar, para ma- yor seguridad de que no se revelaría el motivo de su ansiedad? San Martin era el prudente entre los prudentes. Todo el que tiene el arte de enga- ñar a los demas, no puede menos de ser en estremo receloso. Creía que el buen éxi- to de la espcdicion dependía del secreto. Era tal su convencimiento a este respecto, que según sus propias espresiones, no liabria querido confiar ni a su almohada sus planes, sus dudas, sus esperanzas, sus temores. Si hubiera sido posible, todo lo ha- bría hecho por si mismo, pero no lo era. ¿Qué hacer entonces? Tenia entre sus ayu- dantes uno que gozaba de toda su confianza. Llamábase don José Antonio .\lvarez Candarco. Era injeniero i mui apto por sus cualid.)des para una comisión delicada como atjuella. En este se fijó el Jeneral para que esplorara uno por uno todos los senderos (juc cruzan las cordilleras. La prinura condición que le impuso fue que (4'i Torios los (I:itos anteriores nos han sido siiminislrados por don Galrricl Traslaviña, Iiormano me- nor (I.'l ajusticiado, por el coinaudanlo ric los Húzares de la Concordia i por algunos oli os couleni- poraiicos. ocultase a quien quiera que fuese los trabajos a que iba a dedicarse; que obrara de modo que nadie sospechara el término de sus correrías; que procurara persuadir a todo el mundo que era mui diversa la clase de sus ocupaciones. Le hizo ver que del sijilo dependía la salvación común, que una palabra indiscreta podia perderlo lodo. Alvarez Gondarco comprendió perfectamente la necesidad que había de no escusar precaución alguna, i se esforzó por corresponder a la distinción que babia merecido de su jefe. INlas esa estricta circunspección a que se le sujetaba, embarazaba el cum- plimiento de su encargo, ponía infinitas trabas a sus operaciones. A cada viaje que emprendía, se veia precisado a poner en tormento su imajinacion para inventar pre- lestos que los esplicasen. Cuando se dirijia al norte, decía que iba al sud i vicc-versa. Tomaba los mas minuciosos cuidados para que no se columbraran la importancia de sus trabajos i el interes que les prestaba San Martin. Al fin de cada una de sus espío- raciones, venia tarde de la uochc, i por decirlo asi de incógnito a darle cuenta de sus resultados. Lo peor era que tantos desvelos salían infructuosos. Aquellas investi- gaciones practicadas por persona competente hacían resaltar los obstáculos sin ofre- ccr el remedio, .\lvarez por mas que examinase con atención escrupulosa todas aque- llas veredas, no hallaba sino sendas buenas para animales, al borde de profundos abismos, cortadas por torrentes i despeñaderos, incapaces de servir para el tránsito de un ejército. Podían pasar por ellas contrabandistas o arrieros, mas no cañones ni bagajes, A cada visita de su ájente, subía de punto la zozobra de San Martin. Solo queda- ban por reconocer los caminos que desembocan en el valle de Aconcagua. K1 jenc- ral deseaba con ansia que se les inspeccionara; porque solo aguardaba tener noticias precisas acerca de su naturaleza, para tomar su última resolución i fijar definitiva- mente su partido. Pero su exámen parecía casi imposible; pues estaban severamente guardados por los españoles, que fusilaban como espías o como tránsfugas a los pa- sajeros de arabos lados. ¿Quien se alreveria a emprender uti viaje a cuyo término se encontraba la muerte? San Martin exijió de Alvarez que los recorriera, i para pro- porcionarle un pasaje por entre los centinelas i alguna probabilidad de que Marcó no le ahorcaría i le dejaría volver a comunicarle sus observaciones, recurrió al arsenal de sus amaños i dispuso uno que aunque no exento de todo reproche, era el único que se presentaba en un caso tan arduo, ücurriósele disfrazar a su injeniero do par- lamentario, i darle por pasaporte un oficio en que notificaba al presidente de Chile la declaración de la independencia arjentina, que meses ántes había proclamado d congreso del Tucuman. Como se concebirá, era este un salvoconducio, que podia mui bien trocarse en una sentencia de muerte. .4 San Martin niénos que a nadie, se le ocultaba el riesgo que iba a correr su mensajero, i temiendo que este se desalenta- ra con una garantía tan precaria, junto con descubrirle su arbitrio, le pidió que mar- chara sin temor, porque si los godos tocaban uno solo de sus cabellos, él baria ahor- car sin remisión a todos aquellos de sus paniaguados que tenia bajo su mano como rehenes. Ni el documento que se le daba por salvaguardia, ni la promesa con que se le re- forzaba, libertaban a Alvarez de todo cuidado por su existencia. (Jomprendia dema- siado que el portador de una nueva que por lo rancia debía hacerle sospechoso i (|uc ])oi su contenido era en alto grado desagradable para un mandón español, aun cuan- do fuera premunido de mejores seguridades que las que a él le escudaban, se salaria siempre del lance con trabajo. Sin embargo no se escusó del encargo, a condición de que se le dejaría un dia para prepararse. El jeneral queria que partiese sin tard.mza; pero al fin tuvo que acceder a sus deseos. Alvarez estaba en el secreto de la intriga que se estaba jugando con el nombrede (’, astillo Albo, i era ademas amigo de este ca- ballero. I.a dilación que con tanto empeño solicitaba, no tenia otro objeto (jue i»edir —109— al honrado comerciante una caria de recomendación, en la cual, caso do ohtenerl.i confiaba mas para escapar con vida de aquel paso, que en el oficio i terribles rcpre-' salias de San ¡Martin. En efecto al siguiente dia, a protesto de despedirse fué en per. sona a comunicarle su viaje, i con toda naturalidad se le ofreció para que le escri- biera a su esposa por su medio. Castillo Albo ignorando que se le mantenia en co- rrespondencia con su mujer, se resistió desde luego, temiendo que San ¡Martin lo llevase a mal. Pero fué tanto lo que le instó Alvarez, tanto lo que le aseguró que el gobernador no se disgustaria, que al cabo se decidió a hacerlo. Su carta, en la que por su puesta recomendaba mucho al portador, era sencilla i se referia a hechos muí anteriores, como escrita por un hombre que no estaba en relación con su familia des- de tiempo atras. ¡Mas todo eso lejos de perjudicar, favorecia; porque en Santiago de- bia interpretarse aquella sencillez como calculada para engañar al conductor, que no podia suponerse en el secreto de la clandestina correspondencia. Premunido de un papel insignificante por su contenido, pero que para él impor- taba acaso la vida por la recomendación que hacia de su persona, Alvárez se puso en marcha por la via de Huspallata, i llegó a la primera guardia española, cuando se acercaba la noche. El jefe de la partida respetó su carácter de emisario; pero preten- dió hacerle continuar la ruta incontinenti, lo que desconcertaba todo su plan, por- que en medio de la oscuridad le era imposible observar el camino. ISo tuvo mas re- curso que finjirse enfermo i suplicar que miéntras se mejoraba, se enviase a pedir órdenes al jefe realista que mas cercano se encontrase. Así consiguió permanecer allí hasta el siguiente dia, en que al amanecer el oficial La-Fuente, hoi mariscal del Pe- rú, le vino a encontrar para conducirle a Santiago. ‘Al acercarse a la ciudad fue reci- bido por un destacamento de soldados, lan lujosamente equipados como oficiales, cu- yos uniformes estaban cubiertos de bordados i cuyas cornetas eran de plata, osten- tación pueril de lujo con que se pensó deslumbrarle sobre el estado del ejército. Le vendaron los ojos con misterio, i le llevaron a la presencia del capitán jeneral. Mar- có se había figurado que se enviaba un mensajero con miras pacíficas; mas cuando vió que lo que traía no era sino el acta de la independencia de las Provincias Arjen- tinas, a vista de una rebelión tan declarada, de una provocación tan audaz se enfu- reció hasta el frenesí í amenazó al conductor del pliego con tomar providencias ca- paces de escarmentar su insolencia. En tal estremidad recurrió Alvárez al talismán de que se había provisto; tenía en la mano la carta de Castillo Albo, i aprovechán- dose de uno de los momentos en que se calmaba el furor de Marcó, se la presentó tímidamente. Luego que el presidente leyó la firma i los clojios con que se recomen- daba al parlamentario, cambió de tono, i alegando como causa de su mutación las inmunidades con que el derecho de jentcs consagra la persona de los enviados, des- pués de manifestarle que nada tenia que temer, dispuso que fuese hospedado en ca- sa del coronel i comandante de dragones don .\ntonio ¡Morgado, miéntras consultaba sobre el particular al consejo de guerra. Durante su corta permanencia en Chile, Alvárez adquirió la certidumbre de que existia un gran descontento en el ejército realista i aun de que se estaba tramando una especie de conspiración entre los jefes principales, lo qne le hizo augurar muí favorablemente de la espcdicion patriota. Siendo ayudante de San Martin había ha- blado con él de las sociedades masónicas, en las que, según dicen, se había iniciado el mismo jeneral en Madrid, i por consiguiente conocía la clave de los signos emble- máticos con que se comunicaban los hermanos entre si.Enade estas señales hecha de intento o por casualidad, le granjeó la intimidad de Morgado, que tomándole por uno de sus corrclijionarios, le reveló la existencia de una vasta asociación política que nacida en España, contaba en toda la América con una multitud de adeptos. Se hallaban afiliados en ella muchoa oficiales i realistas distinguidos, que se proponían -lio— por Icnnino de sus Ira'oajos secrelos el reslableciniicnlo de 1 1 abolida conslilueion de Cádiz. En Chile eran miembros de esta lojia, los militares do mas reputación, co- mo ílorgado, .’Marqucli, Cacho i otros que aborreciendo la estúpida tiranía de Mar- có, nad) dcscal)ón mas que verse libres de un supeiior tan despreciable, ülorgado no se limitó a comunicar a .-Vlvárez el plan de la sociedad, sino que también le puso en relaciones con los socios. Conociendo este las ventajas que podia sacar de esta cons- piración interior, entró en proposiciones con estos conslilucionales solapados. Los exhortó a que se sublevaran contra el capitán jcneral, i se declarasen independien- tes de la España, mientras no la rijiese una constitución, prometiéndoles que el ejer- cito de Mendoza los segundaria para que el levantamiento surtiese buen efecto. Mas como los oficiales realistas por los finjidos avisos que les hablan trasmitido a nombre de Castillo Albo suponían mui diminutas las fuerzas de San Martin,! como por otra parle no les inspiraban suficiente confianza las promesas del arjcnlino, que no les daba ninguna garantía de su palabra, trepidaban en admitir, i proponían a su vez que los insurjenles principiasen por pasarse, que iníluirian para que se les conservasen sus grados i que después realizarían juntos el proyecto. De proposición en proposición, quién’sabe adúnde habrían ido a pararen sus maquinaciones contra un gobierno que con- venían en derribar los mismos encargados de sostenerle, cuando Marcó cortó de re- ponte las conferencias. Había concebido violentas sospechas de un enviado sin obje- to, que solo había venido a notificarle un suceso conocido con anticipación por la correspondencia pública del Janeiro. De buena gana le habría ahorcado o fusilado; pero el consejo de guerra que para tratar de la materia convocó, compuesto de esos mismos oficiales con quienes Alvarez habia entrado en tratos, le negó el derecho de hacerlo, de manera que tuvo que contentarse con espuls irle a toda prisa del territo- rio. En cuanto al acta de la declaración de la independencia arjcnlina, por dictámen del auditor de guerra don Prudencio Lazcano, hizo que el verdugo la quemase en la plaza pública, como un libelo infame, «atentatorio a los principios que lanalurale* za, la rclijion i el rei prescriben.» (5) El objeto del viaje de Alvarez se habia completamente llenado. A su vuidta San. Martin poseyó todos los datos que necesitaba acerca de la topografía de los lugares Como era esta la única cosa que le faltaba para lijar las combinaciones de la cam- paña, bien pronto todo el plan estuvo arreglado, sino en el papel, al menos en su pensamiento. Todas las eventualidades fueron calculadas, todas las evoluciones de- terminadas, las funciones de cada jefe i de cada batallón bien designadas. Todo en una palabra fue previsto en cuanto puede hacerlo una intelijencia humana. Mientras tanto nada contrastaba mas con la habilidad i la prudencia de San ¡Mar- tin, que la imprevisión i la torpeza de Marcó i su circulo. Las hostilidades iban a abrirse, i no habían adoptado todavía ningún partido. A'ariaban de determinacio- nes cada dia, daban órdenes i contraórdenes i por lodos sus pasos se traslucia mui a las claras que no tenían sistema ni cosa parecida. Habia providencias que las cir- cunstancias habrían indicado a los individuos que hubieran tenido menos tintura de milicia o de láctica, i que ni siquiera se les ocurrían a aquellos menguados. Por ejem- plo, la ocupación militar de los principales caminos de la cordillera les habría exiji- do poca jcnle, i habría sido funestísima para los independientes. Un cuerpo coloca- do en un desfiladero i corrcs|)ondienlemenle atrincherado, una balería situada cu al- guna de esas alturas inaccesibles, habrían sido un atajo qne con dificultad habrían superado los invasores. Pero por fortuna en nada eso pensaron. (.S) To.ios 1<>.< iiorinoiiorcs de la relación (luc acaba de leerse nos lian sido suniiniblrados por el iiiis- jiio don Jos<‘ Amonio .Mvarez, Condarco. Ya que no estimaban conveniente liacer alguna tentativa de resisten, cia en el cora, znn de los Andes, podian haber concentrado sus tropas para caer con todas sus fuer- zas sobre los patriotas agobiados por la fatiga i las penalidades de la marcha. Pero en vez de obrar como habria obrado un teniente, el consejo de guerra de Marcó cre- yó posible defender con un ejército de unos cuantos miles lo que apenas habria po- dido con un millón de soldados, i en consecuencia resolvió guardar diseminando sus tropas todas las avenidas de los Andes en una estension de mas de cuatrocientas le- guas. Con tan estúpido plan el ejército se fraccionó, i el gobierno del rei perdió las ventajas que habria podido sacar de la unidad de dirección i de la concentración de los recursos. Dos motivos impulsaron particularmente a los godos a cometer este desacierto; los ardides de San Martin i la actitud del pueblo. Uno de los objetos que a toda costa se propuso conseguir el jeneral arjentino, fué engañar, o cuando ménos hacer titubear a los enemigos acerca del punto pordonde se descolgarla a Chile. No hubo resorte que no tocara, precaución que no tomara para alcanzarlo. Por impedir que los rea- listas maliciaran siquiera el rumbo que meditaba seguir, duplicó su reserva, i no descubrió su itinerario ni aun a sus principales oficiales. Al contrario hizo circular entre los suyos, i sobre todo en Chile por los medios de que ya hemos hablado, no- ticias mentirosas con respecto a su plan de campaña. Guando estuvo bien resuelto a venir por Aconcagua, todo su empeño se dirijió a persuadir que invadirla porclsud. Finjió adoptar misteriosamente medidas que no podian tener otro fin. Conociendo el carácter falso de los indios, trató de aprovecharse de su duplicidad i de hacer que le ayudasen a embaucar a los palaciegos de Marcó. Los pchuenches forman una horda que habita la rejion comprendida entre los Andes i la provincia de Cuyo, de la cual Ki separa por el norte el rio Diamante. Por entre ellos debia abrirse paso el ejército patriota, si intentaba marchar por el camino del Planchón que desemboca a los va- lles de Talca. Gomo si tal fuera su resolución, San Martin convocó a aquellos indí- jenas a un parlamento, de que se acordaron durante, muchos años por la magnificen- cia de los agasajos con que los festejó, i solicitó su permiso para que las tropas atra- vesaran su territorio. Los indios accedieron con apresuramiento a la petición de tan jeneroso amigo; pero al mismo tiempo arrastrados por sus malos instintos comunica- ron puntualmente al gobierno de Ghile cuanto habla sucedido. No era otra cosa lo que habla querido Sau Martin. Todavía una vez su finura habitual le habia hecho ver justo. Para que la relación de los pehuenches surtiera mejor efecto, habia cuidado de acer que los corresponsales de Mendoza noticiaran a sus correlijionarios de por acá que un injeniero francés habia sido comisionado para csplorar el rio Diamante, i pa- ra que construyera sobre él un puente. Los godos estuvieron mui dispuestos a pres- tar crédito a un aviso que recibían por dos orijenes diversos. Gon aquel descubri- miento alborotóse la camarilla de 3Iarcó. Hablóse mucho en palacio de la presunta alianza de los indíjenas con los rebeldes. ¿Proyectarla el caudillo insurjente asociar- se también con los araucanos? Esa idea desazonó en estremo a los cortesanos. El re- cuerdo de la intrepidez con que ese pueblo bárbaro habia rechazado durante siglos la conquista, habia quedado vivo en la memoria de los españoles Por eso les pare- cía perjudicialisimo que se unieran a los invasores. Meditóse mucho sobre la manera de impedir que los indijenas faltando a la fidelidad reforzaran a los republicanos. Al fin de muchas cavilaciones, para eludir este eminente peligro, resolvióse enviar a la Araucania al relijioso fr. Melchor IMartincz con el objeto de que les impidiera que- brantar su juramento. Era este padre mui idóneo para semejante comisión. A mas de ser un hombre sa- gaz i bastante entendido, liabia vivido cuarenta años entre los indijenas, lublaba su lo ¡(liorna, poseía 5ii amor, conocía sus costumbres i lenta nociones jcográficas de la co- marca. Asi fue que se desempefni perfeclamenle, e hizo mas de lo que se le habia exijido. Tan luego como principió sus averiguaciones descubrió que nunca habia ve- nido tal injeniero francés al rio Diamante. Este dalo le llevó a recelar lo que babia en realidad. Despachó a la otra banda buenos espias, i con sus noticias se afianzó en sus sospechas de que la intención de San Martin no era acometer por allí. Comuni- cóle al presidente el resultado de sus investigaciones, i le propuso que mas bien que aguardar a los patriotas fuese a desbaratarlos al mismo Mendoza. La opinión tan terminante que manifestaba ¡Marlinez, de que el sud no seria ata- cado, no produjo igual convencimiento en el consejo de Marcó, porque si el puente no babia sido construido sobre el Diamante, el parlamento habia sido celebrado con los pcliuenches. La esjdoracion no hizo, pues, sino sumerjir a los cortesanos mas i mas en la duda, en la ansiedad. Tenían fuertes presunciones para creer que el sud era el punto amagado; pero nada les aseguraba qne el norte no lo estuviera también. En medio de estas perplejidades, no se les ocurrió otra cosa, sino desparramar las tropas para guardar con cuerpos parciales ('ida uno de los lugares que podian ser amenazados. Asi inutilizaron a fuerza de dividirlo un ejército de mas 5000 veteranos sin incluirlas milicias a sueldo, que reunido habria podido, sino vencer a los insurjenlcs, al menos resistirles con honor. Hemos dicho mas arriba que lo que impulsó a los conquistadores a cometer esta torpeza, fu(i no solo la inccrtulumbre del camino que escojeria San Martin, sino tam- bién la actitud de la población. Sentian que se ajilaba bajo el yugo, que sus simpa- lias eran para los invasores, sn odio para ellos, que la hablan oprimido tan brutal- mente. llabian desconfiado de los criollos, cuando no les daban el mas lijero motivo ¿cómo no desconfiar, cuando sus recelos no eran sino demasiado fundados? A cada instante temian una insurrección unánime, una lon)a de armas jeneral. Pensaban quo el único medio de evitarla era ocupar militarmente cada ciudad, cada aldea, cada hacienda. Para realizar este sistema, se veian forzados a no tener ejército i a distribuir sus tropas por escuadrones, aun por compañías, a fin de alcanzar a guarnecer lodos los puestos en tan dilatado lerrilorio. No bai casi para que advertir que con seme- jante plan se condenaban a la impotencia de resistir a los republicanos. Luando se está en posesión de estos antecedentes, se comprende mui bien el desden con que acojieron la idea que proponía .Martínez de que en vez de quedarse (juicios en Chile, fuesen a acometer en Mendoza el campamento mismo de los invaso- res. Sin duda el proyecto no podia ser mejor calculado, salvo el pasaje de los Andes, si el pidrc misionero les hubiera garantido que el pais no se sublevaría durante su ausencia. ¿Quien, a no ser un insensato, se habria atrevido a asegurarlo? Pastaba te- ner ojos i abrirlos para ver que lo contrario seria lo probable. A despecho del des- jdiegue de tropas, a despecho de esos escuadrones escalonados, el pueblo no se limitaba ya a murmurar en la sombra, i principiaba a protestar a mano armada con- tra la dominación goda. La provincia de Colcbagua sobre lodo se conmovía. Los guanos de sus campos se organizaban en montoneras. Partidas de rebeldes correteaban ])ortoda su ostensión. Ims fundos de los propietarios tildados de realistas eran asalta- dos. La alarma se esparcía en la coniarca. En una palabra el pueblo comenzaba las hostilidades, antes de la llegada del ejército libertador. Es ocasión de hablar aqui d(! un hombre que simple abogado i eslraño hasla cn- tónccs 3 la carrera de las armas, hizo a los españoles una cruda guerra, i cooperó co- mo el que mas al buen excito de la esp(^dicion trasandina; de un hombre que adqui- rió tanta gloria i desplegó tanto jenio en el peligro, que desjuics de la victoria llegó a inspirar celos al mismo San .llai lin. Don .^laniiel Rodríguez, secretario que habia sido de don José .Miguel ('.añera, dominado por un patriotismo ardiente, no se coir — 1 In- formó con permanecer en Mendoza en la inacción después de la derrota de. Rancagua, i a los pocos dias de haber emigrado solicitó del gobernador de Cuyo que le confia- se una misión importante i difícil, tal era, la de volver a Chile para participarle sus observaciones sobre la situación del pais, dar curso a la correspondencia que quisiera enlabiar con los patriotas de por acá e inflamar el odio del pueblo contra sus opreso- res. Escusado parece advertir que el jencral se apresuró a aceptar un ofrecimiento que tanlo le cuadraba, i Rodríguez que no lo había hecho por baladronada, sino con la firme intención de cumplirlo, no perdió tampoco tiempo para dar principio a su arriezgado proyecto. Como lo había prometido, penetró en Chile, recorrió sus cam- pos en tudas direcciones, vivió en sus principales ciudades, entró en relaciones con los insurjentes solapados que estaban diseminados en toda la estension del territorio, repartió las proclamas i las cartas que se le remitían de Mendoza, atravesó tres veces los Andes para ir a comunicar en persona a San Martin el resultado de su misión, visitó a los ricos hacendados i a sus pobres inquilinos, a todos los excitó a la revuelta*, sin embargo no se encontró nadie entre tan diversos linajes de joule que estimulado por el temor del castigo o la esperanza de la recompensa osara déla, tarlc, supo escapar a todas las activas pesquisas de la policía, i se burló, puede de- cirse, cara a cara de todo el poder dé los godos. Para que se conciba bien cuánta habilidad supone esta maravillosa destreza, re- cuérdese cuál era el estado del pais bajo el imperio de Ossorio i sobre todo bajo c[ de Marcó, cuál la vijilancia inquisitorial del gobierno, cuál el espionaje que atisbaba por todas partes hasta el menor jesto, cuál el terror cerval que con tales medios ha- bían logrado despertar en la mayoría de los moradores; ténganse presentes las nu- merosas partidas que guardaban los caminos, las patrullas que cruzaban las campi- ñas. los cuerpos de tropa que cubrían toda la estension del reino, acantonados de distancia en distancia; nótese que no era licito dar un paso sin permiso especial, que no se podia pasar de una ciudad a otra, mas aun que no se podía andar unas cuan- tas cuadras sin un pasaporte. No obstante un pobre proscrito se reia de esas minu- ciosas precauciones del despotismo, a su despecho se paseaba por donde mejor le le convenia, se dcsliz.aba por entre las guardias, se alojaba en casa de los mismos jueces. En vano le perseguian con tesón, Rodríguez siempre se les escapaba. De una ima- jinacion traviesa i fecunda, era diestrisimo en disfrazarse. Y'a buscaba su seguridad bajo la capucha de un fraile limosnero o el bonete de un minero, o bien iba libre de temor a sus negocios, llevando al hombro la bandola de un mercachifle ambu. lante, o bien todavía durante sus permanencias en Santiago se adaptaba el vestido del criado que servia al individuo con quien necesitaba conferenciar. Cierto dia, conver- lido en calesero le abrió por su propia mano al mismo Marcó la portezuela de su coche, i le acomodó el estribo para que bajara, porque era de esos hombres que afrontan por gusto el peligro, i que a fuerza de audacia i sangre fría, logran conju’ rarlo. En uno de sus viajes a Mendoza cayó en manos de una de las partidas que cerraban los boquetes de la cordillera; había lomado la ropa i el aire indolente de un peón: el oficial que la mandaba le interrogó con cuidado, pero nada sospechó.- Con todo no le puso desde luego en libertad. El destacamento se ocupaba en com. poner un camino, i dándole herramientas le obligó a trabajar. Rodríguez como si hubiera nacido peón, manejó durante dos días con tanta destreza el pico i el azadón que cuando se concluyó la faena, le dejaron partirsin dificultad, no habiendo conce- bido el mas lijero recelo acerca de su verdadi'ra condición (0). Otra vez se hallaba mui tranquilo en casa de uno de esos jueces de campaña cuya T)’ Atri'í'urin (llilli'iiii iiioii. If. — If í— aruislad Inbia subido conquislarsc, ouando vinieron a avisurlc que se acercaba un pi- quete para prenderle, bos soldados estaban ya mui próximos, i no había como esca- par. No obstante Rodríguez permació impasible, miró a su alrededor i casualmente sus ojos se lijaron en el cepo, mueble, como se sabe, indispensable en la casa de todo ju iz. En ménos de un minuto se le ocurrió como convertir aquel inslrumenlo de tortura en su tabla de salvamento. Exijió de su amigo, que estaba tan azorado como un condenado a muerte, que le metiera i aprisionara en el con (odo rigor, i mién- (ras ejecut »l)a la operación, le aleccioqó para que diera por causa de su prisión a los recien venidos, que no dejarían de interrogarle sobre el particular, una calaverada de joven. Sucedió punto por ponto como lo habia pensado. El olicial no dejó de in- dagar cuál era el motivo que li d)ia merecido a aquel hombre tan severo tratamiento. Kl amor do la propia conservación dió ánimos al juez para repetir bien su lección, i como estaba calculada para interesar a jentes del jaez de los soldados, todos decla- raron que debía dársele soltura Asi miéniras que guiados por el dueño de casa, se (iirijian a un bosque vecino, donde esperaban sorprender a Rodríguez, este lavorecido por los mismos que debían capturarle, se ponía en salvo por ti lado opuesto (7). Esta existencia novelesca, que no ora mas que un tejido de aventuras sorprenden- tes por el arrojo de su autor i de burlas picarozcas contra los ajenies de un gobierno detestado, no podía ménos de cautivar la atención de las masas' Rodríguez en poco tiempo llegó a ser un héroe verd tderamenle popular. Todos le amaban, parlicular- inente los guasos, que eran aquellos de los babitantes con quienes mas habia pro- curado ponerse en contacto. No limitaba sus as[)iraciones a ser un simple cartero de San M irlin, un mero instrumento de sus intrigas aquende la cordillera ; su ambi- ción se habia irado mas alto blanco; deseaba lomenlar la insurrección éntrelos mis- mis chilenos, i para eso, ningunos le p arecian mas propios que los moradores de los campos. Ricn se le habia ocurrido que habria sido la (juimera de un loco pretender levantar, no digo una división, sino un escuadrón en un pais ocupado militarmente por el enemigo. Pero si semejante intento le habria parecido insensato, no creía tal el de promover la guerra de montoneras. Lo consideraba al contrario mui practica- ble, i si llegaba a realizarse, en eslremo provechoso para la causa de la patria, por- (|ue de ese modo iba a suscitarse a los realistas un enemigo asaz molesto, puedo de- cirse, dentro de su propio campamento. Todos sus trabijos tendian, pues, a ese lin, 1 para con.scguirlo nada le importaba mas, que ganarse el afecto de los guasos. Va hemos dicho que los mirabi como los únicos capaces de comprometerse en la empre- sa. Los admirables conocimientos prácticos del terreno que poseen estos hombres, su valor imperturbable, su destreza en el caballo, su disimulo concentrado que les per- mite ocultar bajo la máscara de la sumisión i mansedumbre sus instintos belicosos, to- do esto los hacia aptísimos para entrar en una lucha de emboscadas i de asaltos, en la cual el buen éxito exije que se aúnen la astucia con el coraje. Rodriguez habiéndose puesto en relación con ellos por la intervención de algunos hacendados patriotas, se los atrajo por la amabilidad de su carácter, los acaloró con sus palabras, los asombró con el atrevimiento de sus resoluciones i el denuedo con', que las ejecutaba. Valiéndose de estos medios, se ligó con los fucries vínculos del respeto i de la lid(;lidad 5 un gran númerode los campesinos que habitan las comarcas compren- didas entre el illaip > i el ¡llaiile, i adquirió la certidumbre de que podio contar sobre su abnegación. Su intluencia era lanío mas poderosa, uianlo que la debió no al di- nero, sino a sus calidades personales. La penuria de su bolsillo le habia forzado a ser parco en sus dádivas. lais regalos que ofrccia a sus nuevos amigos en prueba de amistad, nunca fueron valiosos, aunque si e.sojidos mui a su gusto. t>i no les daba (T¡ C uivcTr-acion c ui diei M iiiii.'l C i v.iiil 's, compaíi to iI ■ Ito li igii.-z. -115- plata, les obsequiaba en cambio vino, tabaco, azúcar í yerba, arliculos de que lleva- ba siempre consigo una buena provisión. Los campesinos recibían con reconocimicn* lo estos humildes presentes, que les servían para satisfacer sus vicios predilectos; ta- les agasajos no podían menos de acrecentar el cariño que le profesaban. Cuando Radriguez supo a ciencia cierta la proximidad de la venida de San Martin, creyó llegado el momento de obrar, i pensó en organizar sus guerrillas para distraer i embromar a los godos. En consecuencia, avisó a los que tenia palabreados de an- temano que era ya tiempo de cumplir su compromiso, i de levantar el estandarte de la insurrección. Todos respondieron a su llamamiento. Eran eiloso patriotas desespe- rados dispuestos a atropellar por todo, o hombres temerarios de esos a quienes nada intimida, o bandidos desalmados a quienes convenia tapar sus robos con la bandera de la revolución. Guardáronse bien de reunirse en un solo grupo, que no habría tar- dado en ser desbaratado por las tropas realistas. Antes por el contrario, se dividie- ron en diversas bandas, que por lo jeneral no eran ni estables, ni compuestas de los mismos individuos, ni sujetas siempre al mismo caudillo, sino que se congregaban o separaban, según había o no un buen golpe que dar. Habia sin embargo tres que eran hasta cierto punto fijas i reconocían cada una su jefe. Estaban capitaneadas la una por don Francisco Villota, dueño de la hacienda de Teño, una de las mas im. portantes de la provincia de Colchagua, patriota distinguido, de corazón noble i de un valor a toda prueba; la otra por don Francisco Salas, vecino oscuro de San Fer- nando; i la tercera por el famoso salteador José Miguel Neira. Se nos permitirá antes de proseguir nuestra relación, detenernos un poco en la historia de esta última partida, que llegó a hacerse célebre por lo mucho que inco- modo a los realistas i por los grandes latrocinios que cometió. Esperamos que se es- tará tanto mas dispuestos a perdonarnos esta digresión, cuanto que el relato de las fechorías de estos bandidos puede servir hasta cierto punto para figurarse la vida i la táctica de los demas montoneros. Neira habia sido en su juventud ovejero; de guar- dar rebaños habia pasado a saltear hombres en los caminos. .4 ndando el tiempo se habia creado una gran reputación en su oficio. Otros parecidos a él se le habiau agregado, i habia pasado a ser capitán de bandoleros. Era un facineroso que tenia por máxima matar siempre al enemigo, para ponerlo en la impotencia de vengarse. No obstante, como todos los bandidos, dejaba vislumbrar de cuando en cuando un destello de jcncrosidad. Una noche con otros cuatro habia asaltado el rancho de un pobre guaso llamado Florencio Guaj ardo, que vivía solo en compañía de su mujer. -\1 sentir este la proximidad de los ladrones, se habia armado de un chuzo, apagado la vela i csperádolos a pié firme a la entrada de su cuarto. El primero que osó pene- trar a tientas en la oscuridad, cayó por tierra dando grandes alaridos; Guajardo con .su chuzo le habia roto una pierna. Neira miénlras sus otros compañeros retiraban a^ herido, se precipitó adentro furioso con la resistencia; Guajardo le recibió en la punta de su arma, i le abrióen la frente una ancha herida, cuya cicatriz siempre con- servó. El bandido perdió el sentido, i el dueño de la casa se aprovechó de aquel mo- mento para escapar como pudo. Aunque Neira quedó postrado i permaneció durante mucho tiempo luchando con la muerte, Florencio no se atrevió a continuar viviendo en el pais, porque era cosa sabida que aquel era terrible en sus venganzas. Trascu- rrieron muchos meses; Neira era ya jefe ,de guerrillas, cuando un dia que marchaba al frente d(! su tropa, se encontró con Guajardo. Le hizo rodear en el acto, i le ma‘ nifestó que iba a lomar represalias de la herida que tanto le habia hecho sufrir. El prisionero sin desconcertarse le respondió que no seria grande hazaña que ayudado por tantos le oprimiera. El bandolero sintió el reproche, mandó darle un sable i que nadie se cntromelicra en su querella, i en seguida entró en un combate singular con sn .iflvcrsnrio. Guajanlo mas lücslro o mas feliz le hirió todavía, i Xeira le proclamó un valiente, dejándole ir en libertad (8). Ilodriguoz. que conoció al antiguo ovejero durante sus correrías, le convirtió al patriotismo, le arrancó la promesa de no robar sino a los godos, promesa que como se colejirá no siempre cumplió, i le hizo consentir en formar una montonera de su gavilla correspondientemente aumentada. Neira entró en campaña con 60 o 70 indivi- duos lodos bárbaros i sanguinarios como él ; pero como él también diestros i arroja- referido, su jenc- rosa abnegación le condujo a un destino mui distinto del que merecia. Entre tanto la ventaja obtenida en los llanos de Huemul no era r.i con mucho de- cisiva. En aquel reencuentro habia perecido un caudillo ineri'orio, p ro no las mon- toneras, que léios de eso se multiplicaban a medida que se il;a esparciendo la voz de que la invasión de San Mirtin estaba ya mui próxima. Semejante obstinación hi- zo perder todo el tino a la camarilla de Marcó, i le impulsó a tornar providencias tan disparatadas i desfavorables a su propia causa, que no pueden menos de contar- se entre los resultados mas brillantes alcanzados por las montoneras. Desesperados los realistas de d “struir las bandas por los medios ordinarios empleados Insta entóneos, resolvieron desbaratarlas, ni ims ni ménos. como se limpian las haciendas de las alimañas que las infestan. C m el objeto de quitarles todo albergue., recurrieron al peregrino espediente de incendiar los bo.squos i sementeras, irrogando incalculables perjuicios a los propietarios. Para impeilir que en adelante S(> surtieran de cabalga- duras o reemplazaran las que perdiesen, ordenaron que nadie, a no ser militar o emisario del gobierno, pudiese viajar en ninguna especie de bestia en la ostensión comprendi- di desde el iMaipo hasta el Minie. l,os vecinos de C ilchagua, (biricú i Talca debiaii entregir a la autoridad, par.i ser trasládalas a los partidos de Uancagua, Santiago, (17) Parle de .Morgado de la de Febrero de 1817, Valdiviano Federal N. 69 i Dalos orales. -12:í— Amles i Ac.)ncngun, sus caball;u1is, qac nu les serian devuoll.is hasta nueva orden. La muerte era la sanción de estas disposiciones arbitrarias (18). ?io contento Marcó con agrupar todos aquellos ganados, donde mejor se le antojó, arrancó a ricos i po- bres cuantos caballos le fueron necesarios para montar su ejército, i en Santiago se apoderó hasta de las muías caleseras, a protesto do que estando acostumbradas a ti- rar carruajes, eran excelonics para conducir el tren de artillería (I9). Quien conozca los hábitos e ideas de nuestros guasos, «que estiman mas su caballo que su propia mujer» (20), esc comprenderá la irritación i los ímpetus de venganza que tal espo- liacion evcit(') en ellos. «Físla imprudente medida, dice un historiador contemporá- neo, fue la que mas eficazmente hizo patriota a todo el reino.» Estas precauciones del despotismo, como casi siempre suele suceder, perjudicaron en vez de favorecer a los que las babian dictado. En vanóse incendiaron los campos; los rebeldes encontraron techo en que guarecerse. En vano se quiso privarlos de ca- ballos; los guasos se los llevaron espontáneamente, i eso cuando no iban a alistarse en persona bajo la bandera de la insurrección. En vano se intentó esterminarlos, porque sobrevivieron a la dominación de los godos, i solo se dispersaron cuando los opresores habian recibido un golpe de muerte. En medio de los azares que le causaban las guerrillas i el levantamiento de la po- blación, ocupaba todavía la atención de Marcó un asunto que no era a sus ojos de men ir gravedad. San Martin para robustecerle en la persuasión de que la invasión venia por el sud i alejar de Valparaíso dos buques de guerra españoles que podian incomodarle, le anunció por una de esas falsas cartas, a que tantó crédito daba ¡Mar- có, la noticia de que habian zarpado de Buenos Aires el 25 de Octubre una fragata, tres corbetas, una goleta, dos bergantines i cuatro trasportes destinados a atacar a Talcahuano i San Vicente, para obrar en combinación con las fuerzas de tierra, que ya se movían desdo Mendoza sobre la provincia de Concepción. Era imposible que tal escuadra hubiera salido, porque nunca había existido; pero Marcó trayendo a la memoria el corso de Brown, considi^ró probable su venida, i con esto sus apuros se redobla-’ ron. Si antes se habla propuesto defender cerca de 400 leguas por el lado de la cor- ddlera, ahora se creía obligado ademas a protejer contra un desembarco las dilatadas c.)slas de la República. .\sí fué que, a pesar de la escasez de dinero i de sol. dalos, gastó 30,000 pe.sos en reparar la Venganza i la Sebastiana, completó su tri. pulacion con tropa veterana i las lanzó contra una flota imajinaria, que esperaba encontt-ar desunida i maltratada por su reciente travesía del cabo de Hor- nos (21). (18' Ramio (le 22 (le Enero de 1817. ^l'jj Archivo del Ministerio del Interior. (20) (iuzman, el Oliileno Instruido en lu Historia do su País. (21) Para que se vea el candor con que Marcó creia, por inverosimiles qne fuesen, las falsas noti- cias que San Martin le comunicaba por medio de las supuestas cartas de Castillo Albo, léase el si- guiente documento que sacamos del Ministerio del Interior, donde quedan otros varios sobre la ma- teria, en el cual reconoce con la mayor buena fé la existencia de una escuadra arjentina que va a atacarle en combinación con las fuerzas de tierra i toma medidas para impedirlo. •Seftordon Tomas Blanco Cabrera, comandante de la fragata de S. M.l.a Venganza. Cuando estimulé a IJ.S. por mi oflci'o de 1.5 a una conferencia viniendo a esta capital, fué para sig- nilicarlc la imperiosa necesidad de variar cualquier obielo en espcdicion, dirijiéndola contra los enemigos de Rueños .4ires en estos mares. Tmgo 4*guru «oucía de haber salido de allí el 25 de Octubre utia fragata, tres corbetas, una goleta, dos bergantines armados i cuatro trasportes con 400 hombres de desembarco i fusiles para armar sus partidarios, atacando a Talcahuano i- San Vicente en eomlii- nacion dtUas fuerzas de tierra que ya están en movimiento de Mendoza romm la prcv!na'a de Cuncepdon i' rian cspueslo a fracasar. Sabia que Pucirre- don i el ministro de la guerra don Blárcos Ralcarce eran poco adictos a la espcdicion, i trataba de impedir con aquella precipitación estraña en un asunto de tamaña im* portancia, que una providencia aconsejada por la timidez o la indicision desbaratase todos sus aprestos, fruto de tantas fatigas i meditaciones. Si el jefe supremo del es- tado trepidaba en darle la orden de marchar adelante, él estaba dispuesto a hacerlo sin aquella formalidad; porque sabia que una victoria le absolveria de todo reato, i un desastre al otro lado de los Andes, siendo imposible la retirada, le costaría la vi- da, tuviera o no tuviera la aprobación del director. Lo que liabia previsto sucedió. Pueirredon i Balcarcc, que Icmian echar sobre si la responsabilidad de una empre- sa que a cualquiera otro que no fuera San Martin, parcela en estremo peligrosa i aventurada, para descargarse sobre este del peso de la determinación demoraron la respuesta hasta que supusieron que se habla puesto en marcha. En efecto San Martin no habla titubeado, c inquietándose lo menos del mundo por la tardanza de la contestaciqn del director, la vispera del diaque tenia fijado pa- ra salir, habla convocado un consejo de los principales jefes, a quienes confió eiitón- ces por la primera vez el fin que se proponía i los medios de realizarlo. A la siguiente madrugada, 17 de Enero de 1817, partió por el camino de íluspa* llata o! coronel Las-lleras con el batallón núrn. 1 1 reforzado con 30 granaderos a ca- ballo i dos piezas de montaña. A alguna distancia iba a su retaguardia el gran par- que de artillería, que en los parajes inaccesibles a las bestias de carga era necesario arrastrar a fuerza de brazos. El objeto de esta pequeña división era atraer la aten- ción del enemigo hacia aquella parte para facilitar el pasaje del grueso del ejército» que venia por los Patos. San Martin organizó sus tropas en tres divisiones: la de vanguardia a las órdenes del mayor jeneral Soler, la del centro a las de O’Higgins i la retaguardia bajo sU propio mando. El 18 el ejército comenzó a salir del campamento, que acabó de eva* cuar el 19, dejándolo como estaba rodeado de guardias de milicias, de mo*do que los mendozinos no supieron ni el dia ni la dirección de su marcha. Principiaba San Martin a trepar las cordilleras, cuando uno de esos boquCanÓ'^ que corren por sus crestas casi con la velocidad de telégrafos eléctricos, llegó apre- suradamente a anunciarle de parte del coronel Las-lleras, que su mayor don Enri- que Marlinez con 110 hombres habla tenido en el paraje denominado Picheuta, un encuentro con 250 realistas capitaneados por el mayor de Talavera don Miguel Mar- queli, el cual se avanzaba a practicar un reconocimiento, i que después de tíos horas i media de fuego los patriotas se habian visto forzados a retirarse, á caiisa de la ven- tajosa posición del enemigo i de la superioridad de su número; pero que ¡Marqueli habia abandonado inmediatamente su puesto, dejando en el sitio algupos cadáveres i víveres. (22) Estaba el jeneral bajo la impresión de este suceso que abrir, la campV ña, sino con una derrota, tampoco con una victoria, cuando apareció por el lado do Mendoza don Hilarión de la Quintana, conduciendo un pliego del supremo director^ en que le intimaba que retrogradase con sus tropas, si no contaba con la seguridad del triunfo. San iMartin se encontró colocado en una critica alternativa; continuar adelante era eehar sobre sus hombros el peso de una responsabilidad terrible, retro- ceder era perderlo todo, por(|ue si volvía a Mendoza, iba a desbandarse el ejército falto de paga i de víveres. No obstante, no tuvo siquiera un momento de irresolución, incorporó en sus tropas a don Hilarión de la Quintana, que ignoraba el contenido (22' Diario de! jeneral Las-lTera'. — 120- del monsajc i so guardó en el bolsillo el oficio, a que solo contestó con el boletín de la victoria de Chacabuco. (23) El ejército, que no sospechó absolutamente tas angustias del jeneral, prosiguió itn- porlérrilo la marcha por entre las asperezas de los Andes, cuya aridez le precisaba t trisportar consigo hasta el alimento de las cabalgaduras. San Martin, por si los es- pañoles le acometían en las gargantas de la cordillera, no daba un piso sin lurlilicar •nmediatamcnle los puntos favorables que se le presentaban, i sin acopiaren ellos pro- visiones para el caso de una retirada. Áqui querríamos poder detenernos para rcfi rir con lodos sus pormenores ese mara- villoso pasaje de los Aiides, que bastaría él solo para inmortalizar al ejército que lo emprendió, aun cuando no hubiera ligado su nombre a las batallas de Chacabuco i I^Iaipo. Esas montañas estupendas, cuyas cúspides se pierden entre las nubes, cubier- l.s de nieves eternas i coronadas do volcanes, opusieron a su tránsito mas dificulta- des que 1 as armas enemigas. El aspecto jeneral de esos cerros, que se suceden unos a otros en una progresión cuyo término no se divisa, con sus cimas blanqueadas por la nieve, como las olas por la espuma, es el de un vasto océano que un soplo pode- roso hubiera petrificado en el momento qne levantaba hacia el cielo sus aguas eneres padas por la tempestad. ¡Tan accidentada es su soperficic, tan profundos sus valles, lan prodijiosas sus alturas! La semejanza indicada par>.‘ce mas perfecta todavía, cuan- do se sabe que ese mar de piedra, tiene como el verd ¡dero mar sus dolencias endé- micas, i que las personas que lo surcan están sujetas a una (mfermedad llamada pu~ na, que como el mareo hace sufrir agonías terribles al paciente. La dificultad de res- pirar, ocasionada por la rareza del aire que corre en las rejiones superiores es ta.i grande en los .Andes, que durante el tránsito de los espedicionarios, batallones en- teros se vieron obligados a detener su marcha i a sentarse en el suelo por no poder sacar el aliento de sus pechos jadeantes. Esa barrera colosal que separa a Chile de las Provincias Arjentinas, i donde r. ini nn invierno perpetuo, tiene todos los inconvenientes del océano, sin tener ningún i de sus ventajas. En un viaje marítimo hai que conducirlo lodo consigo so pena de perecer; pero el viento i el agua ejecutan gratuitamente el trasporte, que en estos páramos estériles i escabrosos no puede efectuarse, sino a costa de los fatigosos es- fuerzos del hombre. Para comprender bien todas las dificultades que los soldados tu- vieron que vencer durante su marcha, baste advertir que a mas de sus pertrechos de guerra arrastraban consigo alimento para el hombre, forraje para el animal, tiendas en que guarecerse i leña con que calentar sus miembros entumecidos por el frío; porque en aquellas soledades graníticas no crecen árboles ni yerba, i no se encuen- tran asilo ni refujio contra la rijidez del clima. El único camino que se presentaba para salir de aquel laberinto de montnñas, en que se habían comprometido, era un angosto sendero que serpenteaba al borde de anchurosos barrancos cuya profundidad causaba vértigo, i que ofrecían en su seno espaciosa tumba para un ejército entero. A veces la vereda que seguían se angostaba tanto, que por un lado locaban los transeúntes a la roca, i por el otro veian a .‘Ui piés el abismo en cuyo fondo mujian imitetuosos torrentes con el estrépito de catara- tas, miéntras sobre sus cabezas contemplaban masas de piedra que parecían próxi- mas a desprenderse al menor choque i arrojarlos al precipicio que costeaban. En oír ,s ocasiones eran subidas lan escarpadas o bajadas tan rápidas, que parecía imposible trepar o descender por ellas. Sin embargo todas esas dificultades fueron supéra las. Can el favor de Dios los independientes no tuvieron el sentimiento de marear su pa- saje, dejando a su espalda los huesos de muchos de sus compañeros. Por mas que ha- (23) Conversación con floii José Antonio Aliárcz ConUarco, que se cnco: Irala on San M.rt n al tiempo de rccíLir dicho oficio. — 1 2T— yan dicho algunos historiadores, la muerte respeto sus filas. La intemperie produjo una que otra baja; pero la mortandad no fue cosa notable en la tropa. Este resulta- do debe atribuirse no por cierto a la suavidad de aquel camino abierto en la roca viva, sino a la prudencia con que el jeneral había calculado todas las medidas de precaución para protejer la vida de sus soldados. Prueba nuestro aserto lo costosos que fueron los medios a que tuvo que recurrir para conseguirlo. Mas de nueve rail mu- las i ochocientos caballos herrados trajo consigo para trasportar el ejército i sus ba- gajes, i cuando llegó a este lado de la cordillera, mas de la müad de las primeras habían perecido, i de los segundos solo ochenta so encontraban capaces de soportar un jinete. Pero en fin, poco importaban tantas fatigas, tantas penalidades que ya ha- bían sido pasadas; poco le importaba a San Martin que su jcnle estuviera a pie; no son las cabalgaduras lo que escasea en los valles de Chile; i la victoria debía pare- cerle segura, porque atravesar los Andes era mas difícil que vencer a los realistas. Mientras tanto la división Las-Horas, después de la corla refriega con Marqucli, que dejamos referida, había continuado su ruta por Huspallata. Su valiente jefe lle- vaba en sus instrucciones marcada la marcha casi paso a paso. Ningún accidente dig- no de mención le sobrevino hasta que el 4 de Febrero se encontró delante de la Guar. dia. Resolvió apoderarse de este punto militar en términos, si era posible, que los individuos de su guarnición fueran pasados a cucliillo o hechos prisioneros, para que ninguno escapándose pudiera llevar la noticia al enemigo, Al efecto destacó al mayor don Enrique Martínez con -180 horaI)rcs i con la orden de que procurara que ni una sola persona se le saliera de! fuerte. Aquel teniente, propio para servir bajo tan bi- zarro superior, asaltó la posición con el ardor de quien deseaba que la función no se asemejara a la de Picheuta, se la tomó a la bayoneta i de los 106 hombres que la ocu- paban solo 14 se salvaron, porque 50 quedaron prisioneros i los demas muertos. Las-lleras, según el itinerario que le había designado San Martin, no debía pose’ sionarse de Santa Rosa, sino el 8 de Febrero Tenia pues que aguardar cuatro dias antes de proseguir adelante, i durante ese tiempo estaba forzado a evitar todo com- bate so pena de desarreglar i de frustrar tal vez el plan jeneral de la campaña. Los movimientos de las diversas divisiones debían ser uniformes i medidos casi por reloj. Unas cuantas horas de atraso o de apresuramiento podían causar perjuicios inmensos, perderlo todo quizá. Las-Hcras no lo ignoraba, i por cumplir con su deber de subal- terno sumiso deseaba en esta ocasión aplazar toda contienda con tanta ansia , como había esperimentado en otras porque se aproximara. Pero lograrlo parecía difícil, pues era de suponer que los realistas tan luego como tuvieran conocimiento de lo ocurrido en la Guardia, se apresurarían a cerrar el paso a los patriotas i se pondrían sin tardanza en marcha contra ellos. Solo había probabilidades de demorar el encuen- tro, aparentando retirarse i consiguiendo hacerlo creer. Fue este el arbitrio que lo- có Las-Hcras. Dió a su tropa la orden de retroceder, i en el momento de ponerse en camino con uno de los mismos prisioneros dirijió un oficio al primer jefe enemigo que encontrara, anunciándole que la suerte de los soldados que le habían tomado en Picheuta, seria la de los que acaba de capturar en la Guardia. Escusado parece de- cir que aquel mensaje no era mas que un protesto para notificar a los godos la finji- da retirada; pero no lo es advertir que la estratajema surtió un efecto completo. Quintanilla, jefe del cantón militar de Aconcagua, recibió la nota en Santa Rosa, pre- cisamente cuando se estaba disponiendo a partir contra el cuerpo de insurjentes ca- pitaneado por Las-Heras. El aviso le hizo vacilar sobre el partido que convendría adoptar, mas poco le duró su irresolución, pues ¡casi instantáneamente le llegó otro aviso, comunicándole que por el lado de Putaendo asomaba una columna enemiga. Entóncis lisonjeándose con que por la parte de la Guardia habia cesado todo peligro, determinó correr a contener a los invasores por donde se presentaban, i abaudó sin 17 ningún cuid.ulo vill.i de Sania Rosa, de la nial Íais-Heras, nuToed a su ardid, no lardo en apoderarse con la mayor lacilidid. ('M) La columna que aparecía por Rutaendo era la vanguardia mandada por el briga- dier Soler, quien al saber que se acercaban los españoles, dispuso que saliera a reci- birlos el comandaule Necoebea con una partida do 80 granaderos, los únicos para los cuales fue piasible proporcionarse caballos. La división de Quinlanilla constaba de caballería c inlanteria i era eslremadamente superior en número, i como si eso no bastara, se Inbia posesionado del cerro de las Coimas i ocupaba una ventajosísima po- sición. Cuando los patriotas estuvieron a su vista, el comandante reconoció que seria una •usensalcz pensaren desbaratarlos en tal atrinelieramienio, i linjiendo haberse atemori- zado con su imponente aspecto, volvió las espaldas i comenzó a retirarse. Los godos se lo creyeron, i confiados en su superioridad i en la timidez de sus adversarios, se prcciiiitaron a todo correr hacia la llanura, esperando que aquello seria no un com- bate, sino un desparramo i una carniceria. IVro sucedió mui al reves de lo que se habian imajinado, porque los granaderas (fue con su movimiento solo habían queri- do hacerlos bajar de la altura, volviéndoles caras de repente, les dieron tan feroz carga, que los aaichillaron i corretearon en todas direcnones. Loque sobre lodo con- tribuyó a aterrorizarlos, fue el ruido inusitado de las vainas de latón que traían los insurjenles, pues hasta esta época solo se habian usado en Chile las de cuero. Los fujilivos no dejaron de correr, sino mui léjos, i cuando fueron a incorporarse con el grueso del ejército, comunicaron a sus compañeros el pánico que les habían causado los sablazos de los granaderos i la sonajera de sus vainas. Las dos victorias parciales alcanzadas por Las-lleras i iVecochca entregaron a San Martin la provincia de .Veonenagua, i le permitieron procunrse víveres en abundan- cia, i lo que mas le importaba, montar su caballería. La división Las-lleras, que co- mo hemos dicho, había venido por el camino de Iluspallala hasta Santa R«)sa, scunió en esta villa con el cuerpo principal, que habia atravesado los Andes por los Ralos. Asi se habia ejecutado al pié de la letra el plan de San lAIarlin sin que ninguno de sus ráículüs le fallara, sin que ninguno do sus subalternos dejara de llenar perfecta- mente la parle que se le habia encomendado. Antes de seguir a los patriotas en su marcha a Chacabuco, volvamos la atención a lo que pasaba entre tos godos. Contaban con un ejército de 5021 hombres, que por lo tanto excedía en 1061 al de San Martin, que no alcanzaba en el momento de pi- sar nuestro territorio, sino a 3960; pero estaba esparcido a grandes distancias, frac- cionado por batallones, por compañías, i no tenia absolutamente ningún jeneral bue- no ni malo que lo mandara. Esto último parecerá increíble, inaudito; pero es la ver- (lid. Corría ya esc mes de Febrero, en cuya mitad iba a decidirse la cuestión, i Mar- có i su circulo no pensaban en elejir un caudillo que condujera sus huestes a la ba- talla. ¿Fn qué se ocupaban esos hombres? cuál era su plan? Un dia. arriba de improviso el teniente coronel Marqueli, ha visto al enemigo, se ha balido con él en la misma cordillera, los invasores no vienen porelsud, van a ata- car por Aconcagua. Los palaciegos pierden el tino, no saben qué hacerse. En su con- fusión llegan a persuadirse que son innumerables las tropas de San Martin , pues también les llegan noticias de que otras columnas aparecen por el sud. ¿Qué hacer? ¿(iómo concentrar ese ejército ipic han ido desmembrando por cada provincia, por cada departamento, por cada villorrio? iVo se Inn recobrado todavía de la sorpresa, de la primera impresión do terror, cuamlo he a(]ui tpie las malas nuevas se suceden sin interrupción. La Guardia ha sido lomada; (tuintanilla vergonzosamente derro- tado. .\o hai remedio; o abandonan la capital, o tienen a su pesar (lUC venir a las Diario ilcl jciicr.il I.as-Ucras. -Í29— manos casi en las goUras mismas do la ciudad, porque el joncral insurjente avanza i nada le detiene. Los propios salen en todas direcciones con orden a los comandan- dantcs de que se pongan en marcha sin tardanza, i se encaminen pronto a Aconca- gna. Los batallones se apresuran, i corren al encuentro de sus adversarios. Pero ¿cómo van a batirse? ¿quién va a mandarlos? IVo lo saben. El jencral en jefe no se les ha dado a reconocer, no se ha nombrado aun siquiera. ¿Que negocio tan grave embarga las potencias de don Francisco Casimiro , para que no atienda a designar un jefe, ya que no es capaz de dictar otras providencias? ¡Está ocupado en arbitrar los medios de poner a salvo su equipaje, de impedir que los agresores se apoderen no del reino, sino de los lindos dijes que adornan sus sa- lones! No somos nosotros los que le levantamos una calumnia pueril i ridicula, si careciera de fundamento; es él mismo quien lo dice en una carta confidencia!, que vamos a copiar integra; porque patentiza cuales eran los grandes pensamientos que le ahsorvian en la hora del peligro, cuatro dias antes de la batalla de Chacabuco. «Señor don José Villegas — Reservada — Santiago i Febrero 8 de 1817 — 3Ii aprociable amigo: ya estará V. impuesto de los últimos sucesos de los Andes, i que estos no han sido tan favorables como me lo esperaba. Los enemigos por todas partes asoman en grupos considerables, i cada dia descubren mas sus ideas de comprometernos, llamán- donos la atención por todas partes para apoderarse a un tiempo mismo del Reino lo- do, o para dividir nuestras pocas fuerzas para tamañas atenciones. Si ocurro a ellas, según se presentan, mui en breve disminuiré mi i)equeño ejército con las pérdidas que son consiguientes; si rae reduzco a la capital, puedo ser aislado; i perdida la co- municación con las provincias i ese puerto, me quedo sin retirada i espueslo a ma- lograr mi fuerza, que pudiera desde luego contrarrestar la délos invasores. si los pue- blos estuvieran en nuestro favor; pero levantado el Reino en masa contra nosotros, i oír indo de acuerdo con el enemigo, toda combinación es aventurada, i todo resul- tado incierto. Por estos principios, i el hallarse mi tropa cansada con los continuos movimientos que he tenido que hacer con ella en las presentes circunstancias, me veo precisado a manejarme con toda la precaución que dicta la madurez i la pruden- cia.» «Sin otro motivo, por ahora, i atendiendo al mucho equipaje con que me hallo, i que me seria tanto mas doloroso el perderlo en la última desgracia, cuanto que se aprovechasen de él estos infames rebeldes, he resuelto remitir una pequeña parte a ese puerto, a cargo del portador que es mi mayordomo, a quien estimaré a V. le franquee una pieza en su casa donde pueda depositarlo con lo demas que vaya re- mitiendo en lo sucesivo; para que en un caso desgraciado, que no lo espero, sin em- bargo déla maldita sublevación *del Reino, me haga favor de embarcarlo con su per- sona en uno de los buques mejores que haiga en ese puerto, o en el Juslinianocomo que es de la real hacienda, procurando salvarlo a toda costa para que esta canalla no se divierta a costa de Marcó.» «Por precaución ya tengo anticipado a V. aviso para qjie lome todas las medidas mas convenientes para asegurar esc jfunto, i con igual objeto camina, como se lo ten- go dicho en oficio de hoi, el señor Olaguer Feliu, pues este debe ser el punto de re- tirada de mis tropas. Por las mismas razones deberá Y. embargar lodos los buques q le se hallen en ese puerto i los que vayan viniendo, sin permitirles la salida, i re- servando siempre el objeto de esta providencia, que no conviene se trasluzca por aho- ra. Para lo cual será siempre bueno el honestar la [irohibicion de su salida con la recalada de la escuadrilla enemiga — F. Casimiro Marcó del Pont.» Esta carta no necesita comentarios. Basta leerla para figurarse al hombre que la firma. No se encuentran por otra parle palabras para vituperar como merece al man- datario menguado, que en semejante ocasión no atiende a su deber, sino a librar del — 130— pillnjc sus miserables fruslerías, i que en vez de meditar en los medios de resistir i de vencer, se entretiene en asegurarse los de la fuga . Al íin Marcó, cuando hubo provisto a tan serios e importantes intereses, vino a fijarse en elejir un caudillo que dirijiera sus tropas, i encomendó el cargo a don Rafael iMaroto, comandante de los Talayeras. Este caballero, recien electo jeneral de una división desorganizada, i cuyos bata- llones, fatigados todavía por la marcha, acababan de incorporarse unos a otros, no se reunió con ella, sino la antevíspera de la batalla. En el campamento reinaba ese de- saliento que siempre se apodera del soldado, cuando conoce que no hai sistema, cuan- do no se ve dirijido por una cabeza capaz i una voluntad firme. Habían perdido la conciencia moral de sus fuerzas, i ántes de batirse, estaban derrotados. En los corri- llos no hablaban de otra cosa, sino de la terrible carga de los granaderos de las Coi- mas, de los sanguinarios e implacables negros que formaban batallones enteros en el ejército patriota. Estas conversaciones solo servían para desanimarlos mas i mas; i lo peor era que no hallaban a su alrededor nada que los estimulara, nada que vol- viera a templar su valor; pues veian que la población en masa se pronunciaba en su contra, i que aun los individuos que se ponían en contacto con ellos, pedían por lo bajo al ciclo el triunfo de los libertadores. Todo lo contrario sucedía en el ejercito de San Martin. Los soldados tenían fe en un jeneral que con una mezcla admirable de prudencia i audacia había principiado, ántes de desbaratar al enemigo, por superar los obstáculos que le oponía la natura- leza misma. Sus primeras victorias les lanrecian el preludio de otras mas grandes to- davía. Las simpatías que los habitantes se apresuraban a manifestarles, no hacían sino acrecentar su entusiasmo. .Vsi estaban impacientes por pelear, i ardían por mos- trar lo que valían a la faz de un pueblo que espectador interesado de la contienda, seguía sus menores movimientos con la mayor ansiedad. El 11 de Febrero de 1817, San .llartin abandonó la villa de Santa Itosa, i dió la orden de continuar adelante. Solo la cuesta de Chacabuco separaba ya a los comba- tientes. La jornada de esc dia fíié corla. San ¡Martin se empleó en estudiar el terre- no, i en coordinar su plan de ataque. Hizo que sus dos injenicros don Antonio Arcos i don .Tose Antonio Alvárez le levantasen un cróquis déla cuesta i sus cercanías, i cuando poseyó lodos los datos, adoptó su partido i aguardó tranquilo que llegase el momento de la ejecución. .\1 amanecer del siguiente dia las tropas patriotas se pusieron en marcha. Iban re[>arlidas en dos divisiones. La primera capitaneada por el brigadier don IMiguel Soler, se componía de los batallones ¡V. 1 de cazadores i N. 1 1, de las compañias de preferencia del N. 7 i del N. 8, de siete piezas de artillería, de la escolla del je- neral i del cuarto escuadrón de granaderos a caballo. La segunda mandada por el brigadier don Rornardo O’lliggins constaba del grueso de los batallones N. 7 i N. 8, de dos piezas i do los tres primeros escuadrones de granaderos a caballo. Sobre la cima de la cuesta se divisaba un cuerpo de realistas, no mui considerable, dispuesto según las apariencias para cerrarles el pasaje. Ai división Soler lomó por una vere- da estr '.viada a la derecha del camino que va de Santa Rosa a Chacabuco, i prosi- guió andando oculta por las serranías i sin ser apercibida de los que ocupaban la cumbre; mientras que la división O’lliggins marchaba por el camino real a la vista del enemigo, i en la acl.lud de tratar de desalojarle. Cuando esta última estuvo ,a tiro de fusil, sus adversarios, que la dominaban por la manera como estaban coloc.i- dos, le dispararon una docena de fusilazos, a que no contestó, sino con el redoble de sus taiidaores i las tocatas de sus clarines. Fero como si aquellos sonidos tuvieran un preslijio májico, los godos abandonaron en desórden su posición, i huyeron des- l'-voiidos cuesta ab ijo. Luióuces O'Higgius, evhortando a sus soldados con la palabra — 131 — i el ejemplo, se precipitó tras ellos, habiéndose demorado apenas para recobrarse del cansancio que les había causado la subida. El terror de los realistas había sido pro- ducido por la aparición de la columna de Soler, que cuando menosse lo imajinaban, se les presentó por su llanco izquierdo. Viéndose rodeados por esta evolución, deses- peraron de sostenerse, i solo pensaron en salvarse. Al mismo tiempo que 0’lli{i¿5ins perseguía por la espalda ales fujitivos. Soler guardando la misma disposición que ha- bía observado hasta aquel momento, continuó caminando por las quebradas de la derecha. Guando San Martin, que venia a la retaguardia, hubo llegado a la cumbre, su primer cuidado fué cerciorarse dcl estado de las eos is, i con el anteojo de uno de sus injenieros se puso a examinar el campo en todas direcciones, to mando juntamente noticias de cuantos le rodeaban. A lo léjos i allá en la planicie alcanzaba a distin- guirse formada en batalla la linea de los enemigos. A mas corta distancia veíase a la división de O’IIiggins correr encarnizada i a paso redoblado sobre los dispersos del destacamento que acababa de desbaratar con solo su presencia. El cuerpo de Soler había desaparecido entre las irregularidades del terreno. Con ociendo San Martin la impetuosidad del primero de estos jefes, calculó que nada le contendría, i que Ira- baria la pelea sin aguardar el arribo do la división de la derecha. Inquieto por una presunción que todo hacia demasiado probable, despachó unos tras otros a todos sus ayudantes para ordenar al brigadier Soler que se apresurara en auxiliar a sus compañeros, i él mismo continuó adela n te para ir a participar la suerte de los com- batientes. • Los españoles contaban con dos batallones de infantería, el de Talavera i el vetj;- rano de Chiloé, que ascendían como a 1500 hombres, reforzados con la correspon- diente caballería. Habían escojido una posición ventajosa. Apoyaban su derecha en un barranco defendido con dos piezas de artillería, i su izquierda en un cerro a cu- ya espalda habían colocado la caballería, a fin de que los protejiesc por detrás. Co- mo desde luego solo les acometió la división O’Higgins, no eran inferiores en nú- mero a los patriotas. La reyerta fué durante una hora porfiada i sostenida; el fuego bi n graneado, i el coraje igual por ambas partes. La infantería de los republicanos dió repelidas cargas a la bayoneta con O’Iliggins a su cabeza, pero no pudo, apesar de su ímpetu, desbaratar la linea enemiga, a causa de que al coronel Zapiola le fué imposible segundarla por su costado derecho, pues teniendo para hacerlo que atra- vesar por la falda del cerro en que se apoyaba, la naturaleza del terreno impedia maniobrar a sus famosos granaderos i los esponia a recibir a pecho descubierto las balas del enemigo. Hallábase el combate en esta indecisión, cuando dos comp iñias del iV. 1 de cazadores, que como se recordará perlcnecian a la división Soler, ha- biendo recibido por medio del ayudante Alvárez Condarco la órden que trasmilia el jeneral a todos los jefes indistintamente de que acometieran sin tardanza, se dejaron caer al mando dcl c.apitan Salvadores por ese mismo cerro que prolejia la derecha de los realistas, i estorbaba las cargas de Zapiola. Miéntras osle asalto imprevisto e im- petuoso desorganizaba aquel costado i permitía a la caballería déla división de O’llig- gins cumplir con su deber, el comindantc don Mariano Necochea con el cuarto es- cuadren de granaderos se precipitaba por la espalda del mismo cerro e iba a embestir con un empuje irresistible a la caballería española situada en aquel lugar. Los jine- tes realistas recordando seguramente el encuentro de las Coimas, no tuvieron ánimo para resistirlos, i amainando al primer choque, buscaron la salvación en la lijercza de sus caballos. Muchos de ellos en la confusión de la huida fueron a estrellarse con la inlántcria, i acabaron de desordenarla. Aprovechándose del desbarato, O’Miggins con sus valientes soldados, Zapiola i Necochea con los suyos, asaltaron, rompieron i atravesaron por varios puntos las filas de los godos, l’or un movimiento de desespo- - 132— ncion, trataron estos todavía de defenderse .formándose en columna cerrada; mas la presencia de espíritu los habla ya abandonado, i esta maniobra mal ejecutada solo sirvió para que se declarara la derrota i comenzase la carnicería (25). San Martin queriendo evitar a toda costa que los fujilivos se rehiciesen i fuesen a encerrarse en Santiago, hizo partir a escape en todas direcciones a sus ayudantes para que ordenasen a todos los jefes de caballería que los persiguiesen hasta donde les aguantaran los caballos. Este mandato fue cumplido demasiado al pié de la letra. Los sables que los granaderos traían afilados en el molejón, causaron destro- zos espantosos. Después se encontró un cadáver que habla sido raateriarlmente ra- jado por un hachazo en dos porciones desde la cabeza hasta la parte inferior; ha- llóse también un fusil que habla sido rebanado de un sablazo (2G). En los moinen- los de principiar la derrota, el comandante iXecochea tenia rodeado con su escua- drón un piño de prisioneros; uno de ellos, instigado probablemente por la rabia, lanzó un tiro a quema ropa sobre un hermano de este jefe que servia en el mismo cuerpo. Apenas vió el comandante caer por semejante alevosía a su hermano saq- griento i al parecer sin vida, cuando arrebatado por el sentimiento de pérdida tan sensiide, gritó a su jente que sin dar cuartel a nadie acuchillasen a los dispersos. El escuadrón obediente a su voz emprendió la carrera, dejando marcado su pasaje con una huella de sangre, i no se detuvo hasta el portezuelo de Colina. A 700 se hace su- bir el número de realistas, que murieron en esta jornada, lo que para un ejército de 2500 hombres a lo sumo, era una mortandad horrible. Entre ellos se encontraron dos jefes que sucumbieron como bravoi, Marqueli i Elorreaga. La pérdida de los patriotas fué mucho menor, i en la clase de oQcialcs solo se contaron dos de baja graduación. Hidalgo i González. Como se ve, la batalla de Chicabuco no fué notable ni por la estratejia que des- plegaron en ella los jencrales, ni por el número de combatientes, ni por lo reñido de la pelea. Los ejércitos no se estuvieron tiroteando durante dos días, como sucedió án- Ics en Hancagua. Los patriotas aun eran mui superiores a los realistas; nada tenia dees- Iraño que vencieran. ¿Por qué entonces este hecho de armas es tan cé'cbre, i por qué tan justamente célebre? Es porque para apreciar una batalla, no debe atenderse solo a lo que es en si, sino también a los antecedentes que la han preparado i a los re- sultados que son su consecuencia. Si la victoria fué tan poco costosa para los repu- blicanos en Chacabuco, eso lodebicron al prodijiaso injenio i ajla profunda prudencia de San ílarlin que, desde su gabinete en .ílendoza, supo con sus ardides desarmar a los españoles en Chile i reducirlos a la impotencia de resistirle. l)no admira este combate porque suministra una prueba evidente de que aun en la guerra, cuyos re- sultados parecerían a primera vista depender de solo la fuerza bruta, la intclijencia lo puede todo; porque es la solución prevista de un problema cuya incógnita se ha despojado por cálculos casi matemáticos; porque es la consecuencia precisa de pre- parativos que uno ha estado viendo ejecutar para arribar a este mismo fin. No es que nurslro ánimo sea atribuirle toda la gloria a San Martin, pues consideramos que les cabe parte no pequeña a los ajentes de toda especie que tan hábiles se mostraron en segundarle; pero lo que queremos decir es que la acción no tiene en si nada de mas portentoso que tantas otras de la independencia. Toda su grandeza consiste en que es un acontecimiento cuya realización so ha estado disponiendo desde muchos meses antes, i que ha satisfecho plenamente las cspectativas de los que lo han producido. Es un hecho que no debe nada a la casualidad, i que lo debe lodo a la previsión hu- mana. Si el ejército godo estaba vencido ánles de venir a las manos, es porque las {‘2'i) ITi'ano.s descrito la balalln de ('.liacaljiico, giii.indonos particiilarnienlo por dalos ruie nos lia su- niMiis'r.ido don José ,\nlonio Alvaro/, ('.ondaroo, ayiidanlo de San .Martin en aquella jornada. (áS) O inversacion con ol joneral arjentino Didiosa. — 133— felices Iramcyns de los insurjentes le habían hecho perder la conciencia de su poder. Si al pié de la cuesta no se hallaron reunidos los 5,000 soldados con que contaba Marcó, es a causa de la incertiduinbre acerca del punto amagado, en que le había colocado San Martin; es a causa de esa insurrecion de las campiñas que Rodríguez había organizado. Poro no porque haya pasado como decimos, se deslustran en lo menor los timbres de los guerreros que asistieron a esta función. ¿Qué importa que no hayan peleado largas horas, qué importa que no hayan ejecutado en el campo de batalla dificilcs i complicadas evoluciones, cuando han tenido que soportar du- rante muchos meses las mas rudas tareas, cuando han tenido que atravesar los An- des i medirse con la naturaleza antes que con el hombre? mientras patriotas i realistas reñían en Chacabuco, Marcó, que por un error de cálculo inconcebible no juzgaba tan próximo al enemigo, se ocupaba en Santiago de formar con las tropas que a cada momento llegaban de diversos puntos una buena división para que corriese en auxilio del cuerpo de Maroto. Ese mismo día hizo salir por la mañana con aquel objeto al comandante don ¡Manuel Birañao con su re- jimicnto de húzares de la Concordia, i él mismo quedó disponiendo las cosas nece- sarias para que por la tarde siguieran igual dirección dos batallones de infantería, un rejiraiento de caballería i una brigada de artillería. Por el camino Barañao tuvo noticias de que la batalla estaba trabada, i como el jcneral enviase a pedir socorro con instancias, apresuró el paso cuanto pudo. De trecho en trecho iba recibiendo^ partes que le comunicaban las peripecias del combate. Subía el portezuelo de Coli- na, cuando le salieron al encuentro los primeros fujitivos, i con ellos el oficial don An- jcl Calvo, quien al mismo tiempo que te anunció el reves que acababan de esperimentr tar, con esa temeridad producida porJa descs[)eracion de una derrota, le aseguró qué la victoria habiasido en cstremo costosa para los invasores, que habían quedado casi tan maltratados, como los mismos vencidos, i que si una tropa de refresco caia sobro ellos en medio de su triunfo, el éxito no seria dudoso. La exasperación, el amor propio humillado, el deseo do venganza hacían pintar a Calvo tan miserable la si- tuación de los patriotas, que fué h i el M ude se encaminarían por tierra a la provincia de Concepción. Las medidas mismas conducentes a este fin se tomaron mal i apresuradamente. Era evidente que miraban como mui próxima la vecindad de los patriotas, i que ansiaban por aumentar el espacio que los separa- ba. La mayor parte de aquellos militares no pensaban mas que en ganar terreno, en. alejarse lo mas pronto posible, i en esta disposición de ánimo tornaron a la ciu. dad. Grandes eran la alarma i la ansiedad que ajilaban a Santiago. Con la noche se habían aumentado las incertidumbres del dia. Bien pocos eran los que estaban al ca- bo de lo que habia sucedido. Circulaban las noticias mas contradictorias. Cada uno raciocinaba según su placer, i acomodaba los acontecimientos a su paladar. ¡No cabia la menor duda de que el 12 de Febrero iba a ser el aniversario de un hecho impor- tante i decisivo. ¡Nadie ignoraba ya que aquel dia se habia dado una batalla. Pero ¿cuál habia sido el resultado? ¿habían triunfado los libertadores, o eran los godos los que estaban victoriosos? La ajitacion que habia reinado en palacio, las carreras de caballos, el movimiento de tropas, la zozobra de ciertos magnates, habían hecho presumir con mucha razón que el evento no era favorable para los opresores. Duran- te algunas horas aun la noticia de la completa victoria de San Martin se habia es- parcido por todas partes, no habia hallado contradicción en ninguna i habia aterrado a los sarracenos. Mas un poco después un nuevo rumor viene a destruir el júbilo de los insurjentes i a volver la esperanza a sus adversarios. Es cierto se dice que el jenc- ral arjentino ha destrozado hoi la división de Maroto; pero también lo es que líara- ñao ha caído de repente con la reserva sobre los vencedores desprevenidos i agobia- dos de fatiga, i les ha hecho pagar caro su primera ventaja. Una especie de sanción oficial confirma este susurro, i le da cierta validez. Las campanas de varias iglesias se ponen a celebrar con sus repiques el afianzamiento de la dominación española. Id. r.hillan 7ir> » Rí'.jiiinciilo (le drasmie.s de Concepción 4l(« » lí.scti ."dron de liúzaresl. CiO « Arlilleria con U> cañone.s . . . t 'i.'iO <\ yV m.ns de cslas l'iier/as le restaban a .Marcó muchas otras repartidas en diversos puntos. Véasela obra citada ilclJallostcros. — 13li— Los patriotas se resisten a creer-, porque no pueden persuadirse que Dios les haya se- ñalado cercano el término de sus males, solo para hacerles en seguida mas insopor- table su continuación; pero si buscan como convencerse unos a otros con sus pala- bras de que aquello no es mas que una mentira mal forjada, i si se empeñan por no manifestar en alta voz los temores que esperimentan, en su interior la congoja de la duda les hace sufrir algo parecido a los dolores de aquel que no sabe si va a vivir o morir. En el primer momento de sorpresa no reparan que no hai tiempo para que Barañao haya podido ejecutar tal hazaña al pié de la cuesta de Chacabuco con la re- serva que acababa de salir el mismo día de la ciudad. Gonlribuia sobre lodo a asus- tarlos la seguridad con que lo afirmaban los godos, los cuales obraban en esto de buena fé; pues habiendo sabido la propuesta del comandante de los húzares, arreba- tados porel deseo, habían dado por realizado lo que no era, sino un proyecto. Al fin la lle- gada de Marcó Con su división, los preparativos de fuga que se hacen a loda prisa, el ruido de los cañones i de los Tejimientos que abandonan la capital, cortan todas las disputas, aclaran todas las sospechas i descubren la verdad de lo que ha pasado. La trona habia venido en orden desde la Palmilla hasta Santiago; pero cuando a la media noche se dio la señal de la partida comenzó la confusión. Los jefes habian perdido la cabeza, i la desgracia los habia acoquinado hasta el eatremo de no saber hacerse obedecer. A. la claridad del sol el pundonor militar habia conservado la disciplina; pero ya se sabe que las tinieblas duplican el terror i quitan a la cobardía todo mira- miento. ISo habia salido aun la división de las calles de la ciudad, cuando los solda- dos principiaron a desertarse, i a buscar su salvación cada uno por su lado. Los mismos que permanecieron fieles bajo las banderas, se pusieron en camino sin res- petar la línea i sin ser dirijidos por sus jefes respectivos. Marchaban a discreción, en pelotones, revueltos los de a caballo con los de a pié, dando gritos i disparando por diversión al aire sus fusiles. Al acercarse a la pirámide de San Pablo, se formó un tropel espantoso; todo fué balazos, tumulto i algazara. A causa del desórden con que iban, se habían embarazado ellos mismos el pasaje; i como hasta su prt^pia sombra Jes infundía miedo, creyeron que el enemigo los habia cercado i que se preparaba a degollarlos. Trabajo les costó persuadirse que su alarma era infundada i resolverse a proseguir su fuga. Pero al fin cerciorados de que eran sus vultos los que Ies asustaban, recobraron ánimos para continuar, i avanzaron sin accidente hasta la cuesta de Prado. Aquí se apodera otra vez de los fujilivos un nuevo i mas formida- ble pánico. Los patriotas van a caer sobre ellos, i no hai como evitarlos; cada uno debe atender a su seguridad i tratar de escaparse como Dios le ayude. En unos cuan- tos minutos esa persuacion, que no es mas que un fantasma producido por la fiebre del temor i la ansiedad de la huida, se difunde como el relámpago por entre toda aquella multitud compacta i confusa. Nadie piensa en preguntar quién ha traído el aviso, por dónde se descubre a los insurjentes i en qué número se acercan. Aquellos militares, entre los cuales se contaban sin duda muchos bravos, que habian despre- ciado la muerte en mas de una ocasión, estaban completamente amilanados i no se habrían reconocido ellos mismos, ¡Tanto es lo que abaten aun a los hombres mas fuertes las grandes catástrofes, como aquella de que eran víctimas! Kn lugar de pro- curar resistir como soldados, inutilizan apresuradamente la artillería, despedazan las armas, desarrajan los cofres en que se' conducían 300000 pesos del erario público' i los ménos delicados, oficiales i subalternos, se los reparten, como si fuera bolin. Desde entónces se concluyó la poca subordinación que habian observado aquellas re- liquias del grande ejército de Marcó, i casi no se encuentra nombre para espresar la desorganización completa en que la mayor parte siguió corriendo hacia Valparaíso. (27) (27) Casi todos los pormenores míe acaban de leerse nos han sido suminislrados por don Manuel Uu- rañao. 18 ~ J3fi— Veamos ahora lo que sucedía en esle puerto. Eñ la larde del 13 de Febrero habíd llegado la noticia de la derrota que habían sufrido los realistas en Chacabuco, i trast de la noticia habian cr lenzado a entrar unos en pos de otros numerosos grupos de fujiti- vos- Alborótese el pueblo, como era natural. Las autoridades, estupefactas i acongo- jadas bajo el peso de tan infausta nueva, se quedaron inactivas i con los brazos cru- zados. El gobernador Villegas, que habia sido uno de los sátrapas mas insolentes í despóticos del gobierno español, perdió con la desgracia su arrogancia i altanería. La ciudad cayó en una especie de acefalia. Los comprometidos lo desatendieron todo por ocuparse de sus preparativos de fuga. Los dispersos que en gran número iban entrando, con el azoramiento de la derrota, esparcían la voz de que los ven- cedores venían casi pisándoles los pasos, i acrecentaban la turbación con sus exajera- ciones. Entre tanto el ruido de la calle habia penetrado no solo por las macizas puer- tas del castillo, sino que atravesando por sobre el mar, habia introducido el alarma en la tripulación de la fragata Victoria, que estaba ancladada en la bahía. Es de ad- vertir que tanto en la fortaleza, como en esle buque, estaban encerrados una multi- tud de prisioneros políticos, que no hablan alcanzado a ser trasportados a Juan Fer- nández, a causa de los muchos confinados que habia habido que conducir en aquellos últimos tiempos. Entusiasmados unos i otros con el triunfo de su causa, i aprove- chándose del estupor de sus guardianes, se sublevaron i arremetieron^ contra ellos. Los del castillo no tuvieron gran dificultad en apoderarse de las armas, hacerse abrir las puertas i confundirse entre la muchedumbre después de haber cambiado una do- cena de tiros con los soldados fatigados por la marcha, que se les ponían por delan- te. Pero los de la Victoria tuvieron que trabajar algo mas, ántcs de obtener su liber- tad. Poco les costó meter en la bodega al capitán Várgas i a los cr7Ílotes que los cus- todiaban; mas cuando se encontraron señores de la nave i dueños de salirse, se estre- llaron con el inconveniente de que no sabían gobernar los boles i de que la fragata de guerra Bretaña estaba a su costado i los tenia bajo sus fuegos. Entraron en deli- beración, pero el remedio no se Ies presentó. Enlónces los mas jóvenes, entre los cuales se contaban don Santiago Buéras i don José de los Santos Mardónes, llenos de impaciencia i prefiriendo correr cualquier riesgo, mas bien que conservar la vida dentro de aquella cárcel ambulante, se despidieron de los compañeros a quienes el fardo de los años les impedia imitarlos, saltaron en el bote i principiaron a dirijirlo •t la ribera, como mejor podían. Aunque observaban el mas profundo silendo, no lo» graron burlar tanto como habría sido preciso la vijilancia de la Bretaña, la cual lue- go que los percibió, destacó en su persecución una de sus landias. Cuando esto suce- dió, fallábales todavía algo a los patriotas para abordar a la playa, i conociendo que si permanecían en el bote, iban sin ninguna duda a ser cojidos, no vacilaron en pre- cipitarse al agua, encaminándose a diversos puntos para dividir la atención de sos perseguidores. Como la ribera no estaba mui lejana, todos consiguieron salir sin otro daño que el de haberse empapado, i naetiéndosc por las calles i quebradas, desorien- taron a los realistas. Los prisioneros que quedaron a bordo, fueron después desem- barcados por los mismos godos, a quienes no Ies convenía ocupar con semejante car- ga, un lugar que no alcanzaba a contener ni con mucho a todos los que solicitaban ser embarcados. (28) Entre los derrotados llegó a Valparaíso don Rafael IWaroto, que tan poco lucido habia quedado en la primera función de armas que le habia locado mandar. Fuese inmediatamente a reunir con Villégas, i los dos probablemente se entretuvieron en llorar su infortunio, pues no adoptaron ninguna de las muchas providencias que re- clamaban las circunstancias. .Mientras se referían sus cuitas en el interior de la casa (28) Conversación con el jcncral .^Idunatc. — 137— del gobernador, a fuera en la ciudad rujia el raotin. Los pelotones de soldados, rom* piendo lodos los diques de la subordinación, se entregaban a la licencia mas desen- frenada. Se les habia asociado el populacho, que sintiéndose libre de toda sujeción, amenazaba al vecindario con actos de violencia i de pillaje. Toda la estension de la playa estaba llena de jente, equipajes i cabalgaduras. Desde luego los fujitivos hablan procurado salvar sus personas i sus efectos; pero bien pronto habían comprendido que tenían que descuidar completamente los segundos i dar gracias al cielo si consc- guian pasar ellos mismos a bordo. En aquel momento solo habia once buques en la rada. Los primeros que habían venido, i muchos de los habitantes de Valparaíso, se ha- bían apresurado a refujiarse en ellos; i los capitanes no habían tardado en conoceu que si permanecían dentro del puerto, sus embarcaciones se hundirían bajo la multi- tud de pasajeros que exijian ser admitidos con el derecho de la necesidad i de la fuerza. Para evitar este riesgo i libertarse do compromisos, habían desplegado sus velas i se hablan ido a colocar a una gran distancia fuera de la bahía. Cuando se des cubrieron sus intenciones, la desesperación se apoderó de los que quedaban desam- parados en la ribera. En la imposibilidad de saciar su despecho, desfogaron su furor con gritos frenéticos i acciones de locos. Unos rompían los fusiles i despedazaban sus casacas; otros buscaban en el saqueo una compensación de su abandono. Mezclábanse en aquella batahola los reniegos, las maldiciones, los lamentos, las injurias de hecho i de palabra. Aquellos hombres unidos poco ántes para la defensa de una misma causa, se miraban ahora como enemigos implacables, se aborrecian a muerte, pues cada uno veia en los otros, competidores, estorbos para su fuga. En medio de este desorden una lancha atracó a la playa, i dos oficiales seguidos de unas cuantas personas se encaminaron como a embarcarse en ella; pero tan luego romo lo sospecharon muchos Taiaveras que por alli estaban, los rodearon i se dispu- sieron a impedirlo. Enlónces aquellos dos personajes se dieron a reconocer por Ma- roto i Villégas; mas a pesar del respeto que los soldados acostumbraban tributar a su coronel, no le dejaron el paso libre i comenzaron a echarle en cara la indolencia que mostraba por su suerte. Para escapar a sus reconvenciones i lograr que no le detu- vieran, Maroto tuvo que recurrir en esta estremidad a disculparse, alegando que el objeto de su partida no era otro, sino ir en persona a ajenciarles botes i lanchas que los condujeran a los buques. Gracias a esta esplicacion pudo continuar; pero los otros, por mas que aguardaron, nunca vieron acercarse las embarcaciones prometidas. No podríamos decir si les hizo el ofrecimiento de buena o mala fe; pero lo cierto es que no lo cumplió. Apénas embarcado en la Bretaña, las once naves recibieron la órden de darse a la vela. Es verdad por otra parle que habiéndose apoderado el pueblo de los castillos, habia principiado a lanzar balas contra ellas, aunque sin acertarles, pues se hallaban fuera del alcance de los tiros. Asi fueron dejados en tierra, i así per- dieron los realistas tantos hombres, cuantos habrian sido suficientes para formar una brillante división. Todos ellos o se dispersaron o cayeron prisioneros en manos de los independientes. El convoi partido de Valparaiso en la mañana del 14 de Febrero, hizo escala en el Iluasco, i en seguida dirijió su rumbo hacia el Callao, adonde arribaron en diversos tiempos los buques que lo componían. Ya que hemos referido la disolución del grueso del ejército godo, parece llegada la oca- sión de contar cuál fué la suerte que corrió Marcó después de la derrota. Este cuitado tan cobarde el dia del peligro, como bárbaro en la prosperidad, habia sido uno de los primeros en dar la señal de la fuga. Al principio no hizo mas que seguir la corriente que arrastraba la emigración a Valparaiso; pero previendo probablemente los obstá- culos que iban a embarazar la partida en aquel punto, cambió de dirección i se en- caminó acompañado de varios de sus palaciegos al puerto de San Antonio, eudonde -138— sabia qiiese encontraba el bcrganlin San Miguel- Aquella marcha precipitada fué panr ¿1 un verdadero martirio. Habituado al suave rodado del coche, el galope del caballo- le era insoportable. Afeminado por una vida regalona i sibarítica, su cuerpo delica» do no era propio pira resistir ni los sacudones de la carrera ni las asperezas de las Veredas por las cuales se precipitaban, a fin de ganar terreno. ¡Has de una vez ¡m- jiloró de sus compañeros que acortasen el paso, pues de otro modo le seria imposi- ble continuar. Las numerosas pandillas que ocasionó el cansancio del presidente,, retardaron considerablemente a los viajeros. Sin embargo todos, lastimados por los pidccimienlos del pobre iMarcó, deseaban con ansia arribar a San Antonio, no solo para verse en fin a salvo, sino también para que se repusiera de sus fatigas. Pero la casualidad, o mas bien la Providencia, que queria castigarle por sus crimenes, le hi- zo llegar a destiempo, cuando ya el buque había salido, i solo para contemplar des- de la playa las velas que, como su esperanza, se desvanecían entre los vapores del horizonte. Las personas de su comitiva comprendiendo que en su situación no les restaba otro arbitrio que el arrojo, quisieron alcanzarlo en una de las canoas de los pescadores; pero don Francisco Casimiro, que se cstremecia de espanto a la idea de arrostrar el furor de tas otas en tan frájil esquife se puso a llorar como un niño, i les suplicó de rodillas que desistiesen de su temerario proyecto, i no le dejasen de. samparado en tan duro trance. Las lágrimas i ruegos del capitán jencral despertaron! la compasión de los amigos que le rodeaban, i enternecidos con la humillación ac- tual de aquel hombre, que estaban acostumbrados a ver dictar órdenes con la alti- vez de un monarca absoluto, consintieron en participar su destino a riesgo de per- derse. De San Antonio se encaminaron de nuevo a Valparaíso; mas durante el trán- sito fueron sorprendidos en el fondo de una quebrada, escondidos entre las malezas, por don Francisco Ramírez, quien habiendo sido auxiliado por el destacamento del capital! don Félix Aldao, los apresó al frente de una partida de inquilinos, i los re- mitió a Santiago. Tanta era la fermentación que contra ÍMircó reinaba en la capital, que para evitar que el populacho le insultase groseramente o matara a pedradas, fué preciso entrar- le oculto en una calesa. Habiéndosele conducido a la presencia de San Martin, este le recibió con la mayor frialdad i mirándole de piés a cabeza sin moverse de su asiento; mas el prisionero no desconcertándose a pesar de una acojida tan glacial ii poco corles, se adelantó teniendo en la mano una espada pequeña, proporcionada a su talla i notable mas bien por el lujo de las cinceladuras, que por el temple del ace- ro, i con gran ceremonia se la alargó al vencedor diciéndole: era el primero a quien la rendía en su vida. Esta ráfaga de orgullo se disipó a la primera palabra de San .Harlin que, contestándole con desden la conservase, pues no la necesitaba para nada, le alargó a su turno el bando en que ponía precio a su cabeza i a las de los- principales caudillos del ejército libertador. A su vista Marcó se turbó lodo, como si se le hubiera presentado su sentencia de muerte, principió a balbueiar las escusas mas pueriles, i al fin no halló mejor disculpa que arrojar sobre sus ministros la res- ponsabilidad de aquel escrito. San Martin .se divirtió todavía un largo rato en pro- longar con sus reconvenciones i cargos la turbación i ansiedad de don Francisco Ca- simiro, i cuando so cansó de aquel enlrcteuimienlo cruel, le despidió sin dejarle en- trever que resolución lomaria acerca de su persona.. A los pocos dias ordenó que saliera desterrado para las Provincias Arjentinas, donde al cabo de aignn tiempo el relamido i suntuoso oapilan jcneral murió despreciado i olvidado de todos (.2ít). Casi simiilláncamenle con la balalla do Chacabuco, el comandante Cabol se apo- (29) (.onvcrsacion cen don -tose .Vnlonio -VIvárez Condurco. que se liallabn présenlo a osla cnirc- — 139— fTcraba de Coqnimbo; don Manuel Rodríguez de San Fernando ¡ el leníehlc eoronet don Ramón Freire de Talca. De estas tres espcdiciones, las dos primeras no ofrcceft ningún accidente notable; pero no asi la tercera, a cuyos hechos prestaremos por este motivo alguna mas atención. Capitaneábala, como queda dicho, don Ramón Freire,. ese mismo que hemos visto romper el 2 de Octubre de 1814 la linea de los sitiado- res de Rancagua, ese mismo que hemos visto mas tarde formar parte del corso de Brown i distinguirse en el asalto de Guayaquil. Todo lo que traia consigo se reducia a too infantes i 20 jinetes, i según sus instrucciones debia procurar hacer creer a los' españoles que este puñado de hombres era nada menos que la vanguardia del ejér- cito invasor. Al principio venia con la intención de dejarse caer a Chile por el Plan- chón, boquete de la cordillera que sale a Curicó; mas habiendo sabido que guarne- cían este punto dos fuertes Tejimientos de caballería mandados por Morgado i Lan- taño, cambió de dirección i se encaminó por el de Cumpeo, que desemboca a los va- lles de Talca. Cuando se aproximó a las últimas serranías de la cordillera, aguardó para pasarlas que comenzara a anochecer, i en seguida sin darle descanso, hizo que la mayor parle de su tropa volviera aíras, para que al siguiente dia mudan- do de uniforme, apareciera de nuevo por el mismo lugar. Por tres o cuatro veces le mandó ejecutar esta evolución, a fin de que los habitantes tomaran por una división formal su reducido destacamento. El ardid surtió el efecto deseado, i no lardó en esparcirse por toda la comarca que la vanguardia de los patriotas había pisado ya el territorio de Chile. A esta nueva corrieron a incorporarse con ella muchos indivi- duos de todas jerarquías, i bien pronto Freire vió agruparse en torno suyo un nú- mero considerable de hombres. Pero como habían acudido en la persuasión de que- iban a reunirse con el ejército, cuando descubrieron que lo que habían creído tal,, no era sino un pelotón de soldados, principiaron a separarse poco a poco, pesarosos de haberse comprometido tan precipitadamente; i mui luego de tanta muLlilud el jefe insurjenle no vió a su lado, sino a Neira con su guerrilla i a unos cuantos de los mas animosos. Sin embargo no se desalentó, i ansioso por obrar marchó cautelo- samente contra uno de los rejimienlos que los realistas habían destacado hacia la cordillera. Encontrábase este acampado en un potrero. Freire se acercó en el mayor silencio, i sin ser sentido; pero al tratar de abrir un portillo para penetrar adentro,, el centinela hizo fuego i dió la voz de alarma. Mas el aviso de nada sirvió a los go*. dos; pues una descarga cerrada, que les lanzó instantáneamente la infantería por sobre la cerca cojiéndolos desprevenidos, los puso en completo desórden, i un impe- tuoso ataque de la caballería concluyó la dispersión. Algunos de los fujilivos, que fueron a remaUr en su carrera hasta Talca, aseguraron al comandante Piedra, que hacia de gobernador, que se habían balido con una de las divisiones del ejército de San Martin. Este lo creyó, i no hallándose capaz de tenérselas con fuerzas tan supe- riores, huyó para el sud con la guarnición i los caudales. Por esta circunstancia Frei- re entró a la ciudad sin verse forzado a disparar un solo tiro. A poco de hallarse en esta posición, le llegó la noticia de la victoria de Ghacabuco, i tras de esta, lade que el realista Olate con un cuerpo de los derrotados se dirijia hacia Concepción por el camino de la costa. Freire no perdió tiempo, salió al encuentro de los fujitivos, i los capturó a lodos ellos junto con su armamento i un rico convoi, en el cual se com- prendían varias barras de oro, que depositó relijiosamcnle en las cajas del erario sin reclamar para si la parte de presa que le correspondía. Los acontecimientos referidos trajeron por consecuencia la evacuación casi total del territorio por los españoles, el agotamiento de sus fuerzas, la pérdida de sus principales caudillos, a quienes arrebató de sus filas la muerte o la prisión. De toda esa dilatada rejion, que se esliende desde el desierto de Alacama hasta la Araucania, donde habían dominado por mas de dos años como señores, solo les quedó un puer- — 140— lo en un.1 de sus estremidades. Las reliquias del numeroso cjércilo godo, escapadaij de los desastres anteriores, perseguidas por los pa triol as victoriosos de atrinchera- miento en atrincheramiento, tuvieron al fin que refujiarse en Talcahuano con el va- liente i hábil coronel Ordoñez. Con excepción de ese punto, todo el resto se vió libre de sus opresores, i el ejército de los Andes pudo decir: «En veinte i cuatro dias he- mos hecho la campaña, pasamos las cordilleras mas elevadas del globo, concluimos con los tiranos i dimos la libertad a Chile» (30). Sin embargo la lucha no estaba terminada, i habia que añadir aun varios actos al drama sangriento de la revolución. Pero aunque el triunfo definitivo estuviera leja- no, desde entonces podía asegurarse que seria inevitable. Durante la reconquista, los procónsules de la España habían hecho un servicio inmenso a la causa de la inde- pendencia; pues con su brutal despotismo, con sus torpes demasías habían demos- trado prácticamente a los criollos la sinrazón de su autoridad, i habían logrado con- vertir su respeto a la Metrópoli en odio encarnizado. Nunca debe creerse mas pró- ximo el reinado de la justicia, que cuando alguno de esos sistemas que se fundan en la iniquidad es llevado a sus últimas consecuencias. Nada resiste a la evidencia de los hechos, i el mejor medio de probar a un pueblo la absurdidad de un rejimen cualquiera es dejar que lo esperimente. Los sofismas pueden oscurecer la verdad de las palabras; pero la esperiencia es un argumen to que no tiene réplica. Cuando los hombres del año diez atacaron la dominación de la España con raciocinios, muchos no quisieron escucharlos, calificaron aun sus teorías de blasfemias contra el cielo; pe- ro lo que no consiguieron esos varones ilustres, lo consiguieron Carrasco, Ossorio i Marcó con sus torpezas, con su desden insultante por los colonos, con sus ínfulas de conquistadores, con su desprecio por todos los derechos. Los que principalmente convirtieron al patriotismo a la mayoría de los habitantes, fueron esos tres últimos representantes de la Metrópoli, que nacidos en países eslranjeros pasaron por Chile, arrojando a la cárcel los ciudadanos mas beneméritos, entregándolos a veces al ver- dugo, robándoles su dinero, ultrajándolos de lodos los modos imajinables, para ir a morir oscuramente en comarcas lejanas, después de haber cruzado por el ciclo azul de Chile como esos fúnebres cometas que, según las creencias populares, traen consi- go la desolación i la muerte. ¡Bendito sea Dios que les permitió ejercer su despótico imperio sobre nuestra patria para que abrieran los ojos de los ciegos a la luz de la verdad, i los oidos de los sordos a la voz de la justicia ! ISU DB JUAN FBBNANDEZ."’ Los sucesos ocurridos en las prisiones i en los lugares destinados a la deporta- ción, deben ocupar algunas pajinas en ese infausto periodo de nuestros anales, que se abre con la derrota de Rancagua i concluye con la victoria de Chacabuco. Los su- (30) Parto do la acción de Chacabuco, dado al gobierno arjentino por el jencral San Martin. escribir este capitulo, a mas de la obra del Sr. Eiaña, titulada el Chileno consolado en lo* presidios, hemos consultado los manitiestos que dirijieron tos confinados al virrei o al capitán jone- Maria V T'® "'^5 sniniiiistrado el jencral don Manuel Blanco Encalada i don José — Ul— ffimlentos de todo jcnero con que Ossorio i Marcó abrumaron a cuantos patriotas pudieron sorprender, o a los que antojadizamente caliGcaron con el nombre de tales, merecen por cierto referirse al lado de los esfuerzos heroicos que hicieron los emi- grados por rescatar a su patria, i de los males de toda especie que soportóla pobía* cion en masa bajo el yugo de estos déspotas. Los castigos mas terribles no recayeron solo sobre algunos individuos aislados, los jefes de partido o los secuaces que habían manifestado con calor sus opiniones, no, el fanatismo de los vencedores llegó hasta el estremo de perseguir como rebeldes a los moderados, a los ¡mparciales, a los indi- ferentes. Muchos que no habían tomado parte ni de palabra siquiera en la cuestión que Se debatía en los campos de batalla, en la prensa i en las conversaciones, se encon- traron de la mañana a la noche encerrados en una cárcel, purgando un crimen que no sabían cuándo ni cómo habian cometido. La persecución fue jeneral, sin excep- ción, contra todo el que no habia sido un realista decidido, i no se limitó aúna pro- vincia o a una ciudad, sino a todas las provincias i ciudades del reino. El primer punto que tuvo que sufrir los funestos efectos de la reconquista, fué Concepción. Atacada en Abril de 4 813 por fuerzas superiores, cuando man- daba el ejército real el brigadier don Gavino Gainza, habia capitulado bajo la condición espresa de que nadie seria perseguido ni molestado por motivos políti- cos, pero luego que los españoles la tuvieron en sus garras, olvidaron el, pacto ante- rior, i con insigne mala fe apresaron a los vecinos que les parecieron sospechosos. Mas de doscientos fueron encerrados en la iglesia nueva de la Catedral, trástorma- da en prisión; i los defensores de la plaza en número de trescientos fúeróñ deposita- dos en la Quiriquina, isla desierta de la cual se hizo un presidio. A la celebración de los tratados de Lircai, según una de las cláusulas del convenio, estos desgraciados fuéron puestos en libertad; pero solo por algunos dias, como si se hubiera querido hacerles mas doloroso su nuevo encierro, concedién doles algunos momentos de sol' tura entre prisión i prisión. Efectivamente, cuando los Carreras volvieron a ense- ñore.arse del gobierno, Gainza ordenó que los patrio tas libres fueran arrestados por segunda vez, alegando como causa de semejante determinación que estos jefes iban a violar las capitulaciones recientemente firmadas, i así se ejecutó con todos ellos, ménos los pocos que desconfiando de las garantías ofrecidas por los españoles, se ha- bian retirado con anticipación a Santiago. Algún tiempo después, Gainza fué reemplazado por Ossorio, i Chile entero no tar- dó en caer bajo la dominación de los godos. Los detenidos de Concepción quisieron aprovecharse de esta circunstancia para recuperar su libertad. Con el objeto de sa- car alguna utilidad del cambio de jeneral i de la alegría inspirada por el triunfo, elevaron al gobierno una representación, en la que después de esponer la injusticia con que se habian violado en su arresto dos pactos solemnes, i las vejaciones de que eran victimas, concluían pidiendo su escarcelacion. Sus cálculos les salieron falli- dos. El sucesor de Gainza contestó a sus reclamos, mandando que se les formara causa por la participación que habian tenido en la revolución, i que se les perdona* ra o castigara, según resultasen o no comprometidos en ella. Desgraciadamente para los presos el conde de la Marquina, uno de los vecinos mas influyentes de Concep- ción, vió en este mandato una ocasión propicia para congraciarse con la nueva auto- ridad, i voluntariamente se encargó de levantarles su proceso. El deseo vehemente que tenia de acreditar su celo i lealtad por el monarca, le hizo trabajar con tanta actividad en el desempeño de su tarea, que a los pocos meses habia terminado las causas i le hizo mostrarse de una conciencia tan escrupulosa en el exámen de los hechos, que a todos los enjuiciados los declaró reos de lesa-majestad. (2). (2) Este hecho consta de un manuscrito de la Biblioteca Nacional, titulado. Ocurrencias Sueltas que colocadas con oportunidad pueden servir para caracterizar los sucesos de Chile. — M2— Una vez pronunciada la sentencia, los desventurados prisioneros no tuvieron mas que conformarse con su fallo, i armarse de paciencia para soportar sin quejarse los rigores del destino. ¿A que tribunal habrían apelado? Desde el instante en que el fiscal los declaró culpables, no se les guardó consideración alguna, i no hubo in- sulto ni vejámen que no se creyera lícito contra ellos. Por no cslendcrnos demasia- do no queremos hacer una enumeración prolija de lodos sus padecimientos. El que quiera formarse una idea aproximada de su triste situación, no tiene sino fijarse en que mas de doscientos ciudadanos beneméritos, entre los cuales se encontraban an- cianos decrépitos i niños de tierna edad, estuvieron encerrados juntos en la nave de «n templo inconcluso, i que estos infelices permanecieron en aquel estrecho local «1 lar-go espacio de dos años, sofocados por el aire húmedo e infecto que respiraban, «stenuados por el hambre i tratados con tan poca conmiseración, como los animales 4e pn corral. Las escenas de Concepción se repitieron en todo el pais reconquistado. En cuantas poblaciones entraron los españoles hicieron las mismas prisiones arbitrarias i trata- ron a los prisioneros con la misma dureza. Eso si que no todos los revolucionarios corrieron la misma suerte. Las cuatro paredes de un calabozo no se juzgaron sufi- ciente garantía contra muchos que en razón de su alcurnia, su talento o su riqueza, tenían numerosas relaciones en el pais. Temiendo que estos altos personajes, al sen- tirse oprimidos, contestaran a los golpes de estado con conspiraciones, los invasores ijabian determinado de antemano sacarlos fuera del continente i colocarlos en un pa- raje tan seguro, que no tuvieran oportunidad do e.scaparse ni medios de trastornar la quietud pública. En las instrucciones del virrei del Perú a Ossorio, se le encarga- ba espresamente que luego que restableciera el órden en la capital i en los otros pue- blos del reino enviara con la mayor prontitud un destacamento a ocupar la isla de Juan Fernández, conduciendo la artillería i municiones que los insurjentes hablan estraido de aquel punto. El objeto que se llevaba en vista al habilitar de nuevo esa roca árida i aislada en medio del mar, era el de que sirviera de cárcel jcncral para guardar a los prisioneros de importancia. (3) Los españoles no podían haber cscojido un lugar mas apropósito para este fin. La isla de Juan Fernández tenia entre los chilenos una fama terrible, que aumentaba el horror de su mansión. Gomo habla sido habitada siempre por jente de mala compa- ñía, estaba marcada en el ánimo de los colonos con un signo indeleble de infamia. Esta circunstancia contribuía mucho a que un destierro entre sus peñascos, se mira- ra como mas duro que si lo fuera en otra parte. Según los tiempos habla servido o de guarida a los piratas, o de receptáculo de los criminales atroces. En la época de su descubrimiento por el piloto que le dió su nombre, la España la miro con indife- rencia i no quiso fundar en ella ningún establecimiento. Por esta causa había per- manecido durante muchos años abandonada, sirviendo de asilo a los ílibusteros, que iban allí a reposar de su fatigas o a repartirse el botín, i de refujio a los marinos es- tranjeros, a quienes las leyes coloniales no permitian abordar al continente. Cuando la tempestad habla desmantelado sus naves, una larga correría agolado sus provisio- nes i el escorbuto diezmado sus equipajes, saltaban a esa isla endonde encontraban dos bienes inestimables, que solo el navegante sabe apreciar como es debido: nume- rosas cabras monteces que les proporcionaban carne fresca en abundancia, i copio- sos manantiales que les permitian renovar sus repuestos de agua. Gomo se comprenderá fácilmente, la España no miró con ojos favorables que con- trabandistas i advenedizos se hubieran apoderado de una propiedad suya, con el ob- jeto esclusivo de pillar sus naves o defraudar sus rentas fiscales. En consecuencia rc- (^) Instrucciones del virrei a Ossorio, Art.° lí. - 113— solvió libiírtarse a lodo tvanoi! de esos vecinos incómodos a sus posesiones de ultra- mar, i hacer imposible en adelante su desembarco en Juan Fernández. El espedidla le mas eficaz que se le ocurrió para lograrloj t'ué convertir esc nido de piratas en un desierto incapaz de suministrar recursos a alma viviente. Era evidente que viendo desolada la isla, los corsarios no volverian a visitarla para lanzarse desde su altura con la rapidez i voracidad del buitre en buscado una presa. La falta de subsistencias los obligarla a dirijir su rumbo hacia otra parte. No se les ocurrió siquiera por un momento a los gobernantes españoles enviar pobladores que ocuparan esa tierra, que babian tenido abandonada desde su descubrimiento i acrecentar asi sus domi- nios con una nueva colonia, sino que empecinados en la idea de devastarla, soltaron en sus costas grandes perros para que devoraran a las cabras, i ellos por su lado la t daron i destruyeron en todo sentido, a fin de que nadie pudiera morar entre sus breñas. Algún tiempo después la Metrópoli se acordó de Juan Fernández, que de nada le servia, i trató de aprovecharlo en algo. No había querido gastar la mas pequeña su- ma en colonizarlo, i dilapidó muchísimos miles en trasformarlo en presidio i cons- truir en sus riberas ocho balerías, que coronadas de cañones mantuvieran a raya a las naves cstranjeras, que intentaran aproximarse. Desde entóneos .Juan Fernández fué para Chile, i aun para el Ferú, un sitio destinado esclusivamcntc a recibir los delincuentes feroces, que se quería segregar de la sociedad, i a los cuales se conmu- taba la pena de muerte. No se necesitó trabajar mucho para convertirlo en una man- sión digna de recibir a tales huéspetles; porque la naturaleza parece haberlo creado ex profeso para ser un lugar de tormentos. Su aspecto soto basta para infundir en los corazones una tristeza indecible. Esa tierra que parece encantada a los marineros fa- tigados de ver siempre agua, i cansados de las privaciones impuestas por un viaje ma- rítimo, se presenta a los ojos de un observador menos interesado como un hacinamien- to de rocas estériles e inhospitalarias. La figura de la isla es la de una inmensa mon- taña, cuya base está enterrada en el océano, levantando solo su cabeza sobre la super- ficie de las olas. La constitución física del terreno da a entender que se ha elevado del fondo de las aguas, a impulsos de una erupción volcánica. Los contemporáneos lo creían tanto mas, cuanto que en sus dias había sufrido un terremoto espantoso. No solo las habitaciones de los colonos i de la guarnición, sino también los fortines tíe la playa habían sido derribados por la fuerza del sacudimiento. Tras el remesón, el mar había acometido con ímpetu, barrido coñ los escombros i sepultado en sus abismos al gobernador i su mujer, a los soldados i presidarios. El terreno es- tá herizado de picos agudos i entrecortado por profundos valles. El viento comprimi- do entre las gargantas i quebradas, sopla por ráfagas con una violencia irresistible; estas bocanadas frecuentes i súbitas arrastran como tijeras plumas los objetos mas pe- sados, cortan las anclas a las naves surtas en el puerto, desgajan los árboles mas cor- pulentos, derrumban las viviendas, i lo que es peor, arrastran en sus torbellinos una infinidad de piedrccitas arrancadas de los cerros, capaces de lastimar a los que sor- prenden. El temperamento es duro i variable. A lluvias continuas, que inundan el suelo, suceden de repente calores tan sofocantes, que secan en un momento lo moja- do, pasando la atmósfera súbitamente de un estremo a otro. La esterilidad de la isla, la dificultad de provisionarla, la dureza de su clima i el temor de los terremotos habían hecho que los independientes la desampararan en tiem- po dcl director Lastra, retirando los 50 hombres del batallón de Concepción que la guarnccian. Los españoles no quisieron, como queda dicho, imitar su ejemplo. Abas- cal consideraba el restablecimiento del presidio, como uno de los medios mas podero- sos para completarla pacificación de Chile, i en este concepto había ordenado a Ossorio que lo habilitara a la mayor brevedad. Üssorio se apresuró a ejecutar sus instrucciones lü €on la prontitud que se le había mandado, i apenas se posesionaba de Santiago, cuan- do ordenaba al intendente de Concepción, que remitiera a la isla la guarnición co- rrespondiente. Don José Berganza, que a la sazón ejercía este empleo, desempeñó la comisión que el capitán jencral le habia encomendado con la mayor celeridad, a pe- sar de haber tenido que vencer serias dificultades en su ejecución. Fvos militares re- husaban abiertamente cumplir con las órdenes de sus jefes, i se negaban a partir. Pre- ferían dejar el servicio, antes que ir a soterrarse en una isla, que por la rijidez do la temperatura i la escasez de subsistencia sujetaba a los carceleros a la misma con- dición que a los encarcelados. No se logró triunfar de sus resistencias, sino conce- diendo a cada oficial un grado sobre el que tenían, i haciendo a los soldados la pro- mesa solemne de protejerlos, caso de que hostigados por las molestias del destino, tomaran la resolución de desertarse. Los soldados se dejaron engañar por estas ofer- tas i aceptaronj pero mui pronto tuvieron que arrepentirse de su credulidad. A los pocos meses de su llegada a! presidio, agobiados por los males consiguientes a la fal- ta de recursos, perecieron siete. Entonces muchos do los otros, alc-rrado.s por esta muerte prematura e ingloriosa, trataron de fugarse, confiando en el permiso que sus jefes les habían otorgado; mas notaron con dolor que estaban en la imposibilidad de practicarlo. Se habia cuidado de no dejar a su alcance una sola lancha, i ciento vein- te leguas de travesía no se pasan a nado, (i) Cuando se supo en Santiago que la isla estaba guarnecida por el destacamento competente, mandó Ossorio, como lo hemos dicho en un capitulo anterior, apresar a todos aquellos patriotas moderados, rpic premunidos de la legalidad de sus procedi- mientos i apoyados en sus derechos, habían aguardado la mayor parte tranquilos su llegada. Los arrancó con estrepito de los brazos de sus mujeres e hijos, i sin darles tiempo para recibir auxilio alguno, los remitió a Juan Fernández. Los deportados, que por lo jeneral pertenecían a la alta aristocracia del pais, i entre los cuales so enumeraban personajes verdaderamente sobresalientes por sus virtudes o sus talentos, los mas de salud delicada i avanzada edad, consideraron esta pena como una calami- dad espantosa. Por sus achaques i por sus hábitos, necesitaban para vivir de la benig. nidad del clima, el abrigo de sus casas r el consuelo de sus familias. En esta virtud, separarlos de su residencia para relegarlos al lugar mas destituido de recursos, era condenarlos a una muerte prolongada. El cambio brusco c inesperado de la capital por un presidio, no podia menos de causar en su alma una impresión dolorosa. La amargura de su situación se habría mitigado algún tanto, si se les liubicran guardado esas consideraciones a que los reos políticos son acreedores, i que por lo eoinun nunca se les dispensan. Mas en el caso presente habri.a sido una locura es- perarlas. Los soldados encargados de su custodia, que estaban tan disgustados con su posición, como ellos con la suya, i que so juzgaban, por decirlo asi, alados a La otra punta de su cadena, no podían estar dispuestos a tratarlos bien. Por eso no es de estrañar que la mala voluntad de los guardianes se manifestara desde el arribo de los presos. Apenas habían desembarcado, cuando ya solicitaban del gobernador que los obligase a trabajar como los delincuentes ordinarios. Servia este desli. no don .\nscImo Carabántes, hombre de buenos sentimientos, aunque si algo débil de carácter. Dejábase dominar por un oficial Garcia, jefe de la guarnición, i por su ayudante don Francisco Vial, ambos a dos godos atr d)iliarios, sin ninguna educación ni decencia, que no se aprovechaban de su indujo, sino para oprimir a loS patriotas. No obstante su falla de nervio, el gobernador resistió esta vez. La pretcn- sión manifestada por los soldados de que obligara a los ilustres deportados, entro los cuales reniau directores supremos del estado, senadores, diputados, cabildantes i due colocadas con oiiorluiiidad pueden servir para earaclcri/.ar los «deesos — 145 — saccnloles vcnerabk'S, a qiíe sd ocuparan en algo, aun cuando mas no fuese que en barrcí'les el cuaileb practicar toda su servidumbre i cazar las ratas que plagaban la isla, le pareció tan desmedida, que se negó terminantemente a escucharla^ i limitó toda su jurisdicción sobre los presos a vijilarlos en las habitaciones, que para recibir- los se habian levantado apresuradamente. Reducíanse estas a unos miserables ran- chos de paja, que por su construcción i materia estaban abiertos por todos lados al aire i a la lluvia. La pobreza i desnudez reinaban en su interior; no tenían muebles de ninguna especie; pero si inmundicias e incomodidades, que el recuerdo de las suntuosas casas que acababan de abandonar, contribuía a hacerles mas sensibles. Con todo se habrían estimado Icliccs, si no hubieran tenido que soportar otros infles, ^uc la intemperie i el desaseo; pero parece que hasta los animales se hablan conju- rado en su contra. En efecto desde su llegada hasta su salida, no cesaron de alormentarlos. Va eran ratas enormes que les minaban las chozas con una multitud de cuevas i cscavaciones, i consumían diariamente en los almacenes mas víveres que el destacamento entero, sin que pudiera descubrirse medio alguno de eslinguirlas; ya eran insectos armados de aguijones como las avispas, que los martirizaban du- rante el diacon sus picaduras; o bien b.chos i sabandijas de otra clase, que los morti- ficaban durante la noche, quitándoles el sueño, ese bien supremo del desgraciado. Talvcz estos sufrimientos parecerán insignificantes i vulgares a quien los lea sin haberlos esperimentado; pero es preciso atender para juzgar de su intensidad, a que venían sobre otros, a que eran diarios i a que no dejaban a los pacientes ni un momento de reposo. A las privaciones i dolores físicos se agregaban los padecimientos morales. Los pa- triotas no estaban solos en la isla. Por un refinarñiento de crueldad, el gobierno ha- bía enviado junio con ellos a los desterrados por delitos cora unes> a fin de que el con- tacto con ladrones i asesinos les hiciera mas doloroso su eslrañamiento. Fíjese por un instante la atención del lector en la situación de esos virtuosos chilenos, obliga- dos a alternar con soldados i malhechores sin fe ni lei, i concibirá sin necesidad de largos comentarios cuánto tendrían que sufrir con la compañía de esos hombres bru- tales, que por su fuerza debían dominarlos, como ellos por su debilidad obedecer; Agravaban estas molestias, suficientes por si solas para atormentar de un modo ho- rrible a aquellos encopetados señores, acostumbrados al mas rendido acatamiento, la memoria de sus familias, que quedaban en el continente entregada:s a la ra- pacidad de los españoles i una ¡neertidumbre moflal sobre su propia suerte, porque la confinación a Juan Fernández había sido solo una medida preventiva para liber- tarse del temor de que conspiraran, raiéntras se les seguía causa sobre su participa- ción en la revolución. El pensamiento de remitir los sospechosos a una isla, ántes de entablar contra ellos el juicio correspondiente, era parto de la cabeza de Abascal, i basta él solo para caracterizar la arbitrariedad dcl monstruoso gobierno establecido por los realis- tas. ¿G imo desde un presidio i sin comunicaciones con el csterior habrían podido los confinados preparar los documentos i pruebas concernientes a su defensa? ¿INo se citan i emplazan aun a los mismos prófugos i contumaces? ¿Con que derecho, pues, se les relegaba entónocs a un peñasco rodeado por el océano, desde donde, quedando privados de toda relación con el continente e ignorando quien era el juez, el acusa- dor i el testigo, estaban en la absoluta imposibilidad de dar instrucciones acerca de una causa que no sabían a ciencia cierta sobre que artículos recaía? Cuestión era es- ta a que los realistas no hallaban qué responder; pero que entre tanto no impedia la actuación de los procesos. Esa sentencia pendiente sobre la cabeza de los confinados los mantenía en una atisicdad terrible. A cada instante temblaban de ver llegar un buque conduciendo la orden de trasportarlos a las mazmorras de Boca-Chica, las ca- — lío— sas-matas del Callao o algún presidio del Africa, adonde irian a morir en la miseria, olvidados de sus conciudadanos i l*^os de su patria. Este conjunto de aflicciones ca- paces de agobiar la firmeza de un estoico, concluyó por abatir su espíritu i su cuer- po, i a los pocos dias de aquellos sobresaltos continuos se asombraron niutuanientc, viendo la espantosa rapidez con la cual se iban envejeciendo. El único acontecimiento que inteirumpia la uniformidad de estas tribulaciones, era la llegada de la Sebastiana, que venia con el situado cada cuatro o cinco meses, i que conducía siempre a su bordo una nueva carga de deportados. A cada viaje de la fatal corbeta, la colonia recibía un aumento notable en su personal con los pa- triotas que los realistas apresaban desde la última población del norte hasta la últi- ma del sud i que remitían a .luán Fernández, donde llevaban a sus futuros compañe- ros de infortunio tristes noticias de su (amilia i el estado del pais. En obsequio de la verdad advertiremos también que frecuentemente sucedía que el mismo buque se volvía con algunos presos que obtenían su libertad a fuerza de dinero o mediante el intlujo de personas poderosas; pero siempre eran muchos menos los que salían, que los que entraban. El hecho que asentamos de que algunos desterrados recuperaban su libertad orr cambio de una retribución pecuniaria, parecerá lalvez a muchos demasiado avan- zado por la corrupción que supone en los gobernantes, i lo calificarán de una de esas calumnias propagadas por el espíritu de partido en las épocas turbulentas. Sin embargo nada es menos que eso. El testimonio de los contemporáneos i documentos fehacientes acreditan lo mismo que aliirmnnos. Cuando se trató de desterrar a los iusurjenles, el gobierno habia incluido en esta clase a don Diego Larrain, que a la Síizon se encontraba en una de sus haciendas. Súpolo el interesado, i escribió imne- dialamenle a Ossorio, reclamando contra semejante injusticia. La contestación que obtuvo, fué el siguiente decreto dirijido al jefe del distrito donde residía. «Don Die- go Larrain debe contribuir con 50,000 pesos para gastos del ejército; en esta intcli- jencia le exijirá inmediatamente i sin la menor escusa esta cantidad o el documento íMjuivalonlc para que la entregue en estas cajas nacionales su señora esposa. Luego que el citado Larrain haya dado cumplimiento de un modo o de otro a esta órden, le entregará U. el adjunto pasaporte para que sin la menor demora se ponga en ca- mino para su destino de Chillan. Santiago i Novicmbrel 1 de 1814. — Ossorio.» Con- testación. "Vo soi inocente; nadie me ha juzgado, ni aun oido. Afianzo con los 50,000 ]tesos, hipotecándolos en mi hacienda de Colin i tasada en 101 ,000 pesos, la seguridad de mi persona i resultas de mi juicio, siempre que puesto en la ciudad de Santiago, donde solamenle puedo dar mis pruebas, sea oido i juzgado conforme a derecho.» Nada de esto le valió al desgraciado caballero, i tuvo que ir a espiar a Juan Fernán- dez su riqueza. Algún tiempo después el gobierno, a quien la necesidad de fondos Inbia hecho ménos exijente, rebajó la cantidad pedida, i Larrain a quien el presidio Inbia hecho mas tratable, aceptó el convenio, pagándo la suma demandada, con tal de salir en libertad. ¿Qué tiene de imposible después de esto, que lo que sucedió ron Larrain, sucediera con otros varios? El odio que los gobernantes españoles abrigaban contra los americanos ,cra tan entrañable, que lo desplegaban por sistema aun contra sus mismos partidarios, i no les permilian desempeñar en la administración ningún destino, por iusiguific.anle cunado so presentaron improvisamente —I is— !ó5 s jld iilos (]’Jc arrancútulolc de los brazos de sus liijos, lo condujeron a un cunrleF, i de alli en uní beslia de albarda, a la chasa de la corbeta.» «Es tnesp'iCable el terror que oprimió a aquellos inocentes. Tímidos i aflijidos al estremo con el horror de las irop is que los cercaban, unos caen, otros salen abraza- dos del padre hasta la calle: los dos mayores corren al palacio del presidente: lloran alli. claman, ruegan; pero es en vano: no se les permite entrar, i después que lo con- siguieron por el respeto de otras personas, se les niega todo consuelo.» oEl mayorcito, modelo de los hijos i héroe de la piedad íilial,no cesó día ni noche en catorce meses de ocurrir al palacio, llorar i practicar cuantas dilijcncias le acon- sejaban para la restitución de su padre, que consiguió al íin; i con la providencia le acompañó una carta, donde se manifiesta toda la sensibilidad del amor i la inocencia, ajilada de las prisas del deseo: alli se esplican los tiernos placeres, las dulces espe- ranzas de cada uno de sus hijos. Padre, le decia el menor, en el momento que llegue el buque no se detenga V. un instante en embarcar su cama: no converse V. con na- die, El mayor le decia: Padre mió, cuidado que una tempestad, como sucedió a los del viaje anterior, no Se arrebate el barco, i llegue sin V,: monte Y, a bordo al ins- tante; ya tengo asegurado un caballo en que vuelo a recibirlo al puerto, para servirle i Ser el primero que le abraze. Cida una de sus hijitas le anunciaba el anio- ro.so don que habia trabajado por sus manos i con que le esperaba, prometiéndole contar I ts lágrimas derramadas, i los trabajos que habia sufrido en su ausencia.» «Interin tildaba el tiempo del embirquc, porque la corbeta pasó a una comisión a Chiloé, el amante padre solia convidar a algunos amigos, para que oyesen las sen- cillas i siricéras espresiones de sus hijos; i estaba entretenido en esta dulce conversa- ción en la choza de otro compañero, cuando repentinamente divisó la suya sumerjida en el torrente de las llamas que abrazaban la isla. Tómole este sobresalto, i la ho- rrible vista de este espectáculo, en el punto que su corazón estaba mas ajilado de aquelli profunda sensibilidad, i cuando de antemano le tenia tan lastimado con los sucosos de su jnision. Le fué necesario subir con violencia una empinada cuesta, pa- ra ver si podia salvar algo de sus muebles; pero la debilidad consiguiente a catorce meses de miseria, i la poca elasticidad de un corazón tan atormentado, lo sorpren- dieron de modo, que en el mismo instante de llegar a la altura, ver la confusión, los gritos, el furor de las llamas cayó muerto, sin dar lugar ni a recibir la absolución sa- cramental.». . . . «Un favorsingular de la Providencia que hizo variar algún tanto el viento del rumbo en que conducía el fuego a la población, permitió corlarlo cuando ya estaban consumidas las mas habitaciones, contándose entre ellas el hospital, botica i cuantos recursos habia para los enfermos.» Esta calamidad no fué la mayor ni la última que sufrieron los condenados. Hubo otras iguales por lo ménos, que por órden opuesto les hicieron soportar los mismos padecimientos. La suerte no ponía tregua a sus rigores. Apénas se libertaban de un mal, cuando caian en el contrario. En un mismo dia pasaban repentinamente de un frió excesivo a un calor devorante. Estaban todavía calientes las cenizas del incendio, cuando el agua venia a causar estragos análogos a los producidos por el fuego. La inundación en otra de las plagas que los mantenian en un sobresalto continuo. Las frecuentes lluvias engrosaban los arroyos de que estaba atravesada la isla, los cuales trasformados en torrentes, se desbordaban con eslréqiilo por el interior délas tierras, arrasando con los árboles, las casas i lodos los estorbos que embarazaban su marcha, miénlras el mar hinchándose por la violencia del viento, anegaba con sus olas los te- rrenos ménos elevados. .Aunque por esta razón las casas se hablan construido en las alturas, no por eso eseapaban en todas ocasiones. En una desecha tempestad de cin- co o seis días, cayeron aguaceros tan copiosos, ipie produjeron un aluvión, que su- merjió las habitaciones, fabricadas en las faldas de los cerros. Lográronse salvar las — j.i9— personas; pero los bienes se perdieron en la avenida. Los infelices poseedores de loe ranchos arruinados, casi desnudos i en la mayor incomodidid por la pérdida de sus muebles i de su ropa, se vieron en la necesidad de vivir i dormir algún tiempo so- bre charcos de agua. Las consecuencias fueron enfermedades dolorosos, que en la carencia absoluta de remedios, abrasados por el incendio, cada ijno toleraba con una angustia inespresabie, al considerar que podian bajar al sepulcro por falta d.c los cor- tos auxilios que se habrian necesitado para restituirles la salud. Para colmo de desgracia las provisiones, mermadas por las ratas, i consumidas Qp parte por el fuego, en parte por la inundicion, comenzu’on a escasear. Los confM nados, a decir verdad, nunca habian gozado de la abundancia; porque siempre se les habia tasado la comida con parcimonia, i sujetado a ración como a los soldados; mag al fin habian vivido en un estado intermedio entre la satisfacción i el hambre. Lm* pero a principios de 1816 su situación se empeoró. La Sebastiana, que traia periódi- camente el bastimento, se hizo aguardar, i esa demora los redujo a una miseria es-? pantosa. En los almacenes quedaban mui pocas provisiones, i esas corrompidas; la isla no ofrecía recursos en su interior; i era difícil que naves mercantes osaraq acercarse a un peñón sin puertos, i en cuyas caletas no podian man ten.rsc por las continuas tempestades. «La mi.Seria crecía cada dia, i en cinco meses los angustiados prisioneros solo divisaron dos lejanas velas, que no pudieron aproximarse, o no oye- ron los repelidos tiros de artillcria con que les pidieron socorro. No quedaba mas recursos que una pequeña porción de fréjoles añejos, i cada dia se presentaban csce* ñas que oprimían el corazón, tal fué la del 25 de Abril en que los presidarios cla- maron al gobernador que les diese un caballo moribundo que habia, para alimen- tarse. En estos apuros se emprendió formar un lanchon con los fragmentos de otro antiguo i madera de la isla, valiéndose de un viejo calabrote para estopa i de las co-- bijas para velamen. Ya un oficial de marina se habia encargado de dirijir en la obra al semi-carpintero que tenian, cuando se divisó en IMayo una vela, e inmcdiataraeni te se dispuso la alcanzase a todo riesgo i empeño el bote i pidiese socorro. Tuvo 1« felicidad de abordarla i a poco tiempo volvió con tres oficiales i varios marineros do la fragata Paula, que pasaba cargada de víveres, especialmente de trigo, para Cht» loé; las tempestades la arrojaron a Coquimbo, de donde venia. Dijeron que estabant mui prontos a dejar cuantos víveres, especialmente trigo, quisieran; porque sieudq su navegación a aquel archipiélago, se les habia avanzado mucho el tiempo, i ha-» liándose el buque bastante maltratado i los mares i los vientas contrarios a su rula« no podian conducir tanta carga como llevaban; que esta era del fisco, i no tenia el gobernador que gastar dinero por ella, a mas de que estaban en precisión de pro- veerse en abundancia; porque la navegación se hallaba absolutamente interceptada, i gran parte de los buques de la carrera encerrados en Valparaíso por la escuadra da Buenos Aires, mandada por su comandante Guillermo Brown, i así no debían espe, rar víveres en mucho tiempo. Estraordinariamente alegres i seguros del remedio, sa despachó el bote del presidio con orden para que entrase la Paula a descargar; pera un soberbio e irresistible temporal arreb.iló a la Paula con el bote, los marineros i toda la esperanza, i con esto privó a los presidarios aun del corto auxilio de la pes- ca; porque los marineros que fueron, eran precisamente los pescadores, i el bote, que era único, el que servia en este destino» (5). Este contratiempo los abismó en esa indolencia estúpida, que se apodera del alma, cuando se frustran los cálculos mejor hechos. La única señal de vida que daban los detenidos, era interrogar con ojos lánguidos el horizonte, endonde muchas veces creían descubrir la corbeta entre la neblina do la mañana. .Avistóse al cabo la Sci (•'j) Egaña, el Cliilciio coníolaito en los presidios. — 150— bisliani, i a su aspecto la colonia se sintió renacer. Esta vez con el alimento traía la deseada nave noticias plausibles: el anuncio de una próxima libertad. Deseando Ossorio reparar una injusticia, i cimentar en cuanto fuese posible su au- toridad en el amor de los chilenos, había enviado, como lo dejamos referido en oirá parle, a solicitar de Fernando VII un indulto Jcncral para los revolucionarios que no habían emigrado. El monarca había accedido gustoso a sus pretensiones, i dicta- do en consecuencia la real cédula de 12 de Febrero de 18 IG para que se les pusiera en libertad i se les devolvieran sus bienes. Desgraciadamente el rescripto no alcanzó a llegar durante el gobierno de Ossorio, i Marcó que le sucedió, cu vez de ejecutar como debiera e! legado de clemencia que le dejaba su antecesor, se limitó a trascri- bir a las desterrados la órden del soberano por la cual se les resliluia el goce de su libertad; pero no llevó mas lejos su cumplimiento. Cuando a causa de esta notifica- ción se felicitaban los agraciados con la idea de tornar a sus hogares, el gobernador del presidio desvaneció de un golpe sus lisonjeras esperanzas con la lectura de un oficio del capitán jeneral, en que después de disculparse con las medidas de seguri- dad que tenia que tomar para la defensa del país, miéiilras durasen los movimien- tos de la América, concluía diciéndole: «Debe V. hacer entender a esos confinados que están perdonados i que acabadas sus causas no se trata ya de pasados hechos; quesus bienes se han entregado, i entregarán a los que reclamen con lejilima representa- ción; i que el gobierno les dispensará toda la protección que quepa en su posibili- dad; pero que sus personas deben todavía mantenerse separadas del continente par varias razones, siendo su propia conveniencia tina de las que he tenido en conside- ración para tomar esta deliberación con el mejor acuerdo» (G). Esta arbitrariedad incalificable precipitó a los desterra dos de la tristeza en la de- sesperación’ Después de aquella decepción perdieron toda confianza en el porvenir. Sus ánimos se abatieron, i no hallaron en parle alguna alivio para sus males. La esce- na sombría que los rodeaba, no era propia para infundirles conformidad i aliento. Los hombres con quienes tenían que tratar eran facinerosos, a los cuales se había con- mutado la pena de muerte, o soldados rústicos i groseros; las mujeres entre quienes vivían, eran prostitutas de la ínfima clase, que se había recojido en el continente i arrojado en la isla para que no infesiasen la sociedad; el clima especialmente era lau rijido, que exceden a toda ponderación las dolencias i penalidades que les hacia pa- sar. Aquella mansión presentaba tan pocos atractivos, que ni aun el amor del lucro pudo retener al gobernador Piquero, a quien una posición privilejiada le permitía monopolizar los víveres i venderlos a su antojo, i renunció a su destino aburrido de Ins incomodidades sin cuento que se soportaban en Juan Fernández. Nombróse en su lugar a don Anjel del Cid, Talavera que solo sabia firmarse; pereque bajo la tos- quedad do stis maneras ocultaba un carazon bueno i franco. ¿Mas qué valia la bondad del gobernador, cuando los males nacían de la naturaleza misma de las cosas? ¿Cómo evitar la desnudez, el hambre, el frió, el calor, las tempestades, cuando eran la consecuencia obliajada de su situación? Los presos en aquel desamparo se en- tregaron en brazos de la Providencia, i continuaron vcjelando, mas bien que viviendo en el presidio. Necesitaban para resignarse a conservar la vida de las piadosas exhortaciones del presbítero don ,!o.sé Ignacio Cienfuegos, que los consolaba con su palabra i los ejem- plarizaba con la paciencia con que soportaba sus desdichas, aliviando a los otros en cuanto podia. Pidiendo auxilios a la relijion, este virtuoso eclesiástico celebró unos ejercicios espirilinles, en que derramó como sacerdote sobre los corazones ulcerados por la desgracia, ese bálsamo de paz que prodigaba a cada instante como particular. Le («) Oficio de -H) de Oclubic de IS16_ — iM— acompañaba en la benéfica misión de predicar h conformidad para males incvital)lcá don Manuel Sálas, que al candor de un niño reunía la profundidad de un filósofo Es- te caballero juntaba diariamente a todos los desterrados en su habitación, que llama- ban el Pórtico a causa del espacioso corredor en que verificaban las reuniones, pana conversar con ellos de la patria i divertirlos con una multitud de cuentos festivos i chistosos, llenos de moral práctica i buen sentido popular. Uno de los que por su postración moral necesitaba mas de estas distracciones era don Juan Egaña, literato estimable, que dedicado toda su vida al estudio de la lojislacion, la política i las be- llas letras, sufria grandemente por verse arrancado de sus ocupaciones queridas, i no salía de su abatimiento, sino para escribir la crónica del presidio i las memorias de sus trabajos i reflexiones, Miéntras tanto se verificaba en el continente un trastorno jeneral, que cam- biaba la faz de los sucesos. La victoria de Ghacabuco i la fuga de los espa- ñoles ponían de nuevo a Chile bajo el dominio de los patriotas, i elevaban la pobre colonia al rango de nación independiente. Rescatado el pais, era necesario consti- tuirlo i nombrar un mandatario que lo defendiera. La población designó para este cargo por aclamación unánime al jeneral San Martin, i por renuncia de este a don Bernardo O’Higgins como el segundo después de aquel. Uno de los 'primeros cui- dados del director fué buscar modo de que volvieran a su patria los mártires de la liber- tad. Temía i con razón que los españoles enviasen a Juan Fernández alguno de sus buques de guerra para que los tomara a su bordo i los condujese al Callao, donde en clase de rehenes sirviesen de garantía a los realistas que quedaban en Chile. Por esta consideración sacar a las ilustres victimas del cautiverio en que jemian, era una obra que exijia dilijencia suma; pero se tropezaba para conseguirlo con una inmen- sa dificultad, ño existiendo en nuestras costas un solo esquife de que poder echar mano para la travesía; porque la multitud de jente que había huido dospues de la la victoria de los patriotas, se habia apoderado para emigrar de todas las embarca- ciones disponibles.. En este Conflicto quiso la fortuna que fondease en Valparaíso el bergantín Aguila, que engañado por la bandera española, que con este fin se habia enarbolado en los Castillos, habia creído esta plaza bajo la dominación de la Metró- poli. Inmediatamente se tripuló la nave apresada con jente de guerra i se nombró su Capitán a don Raimundo Morris, jóven educado en la marina inglesa i teniente del ejército de los Andes, dándole la órden de restituir al seno de sus familias a los patriotas confinados. Mas habiéndose luego reflexionado que aquel buque era dema- siado pequeño para operar en la isla un desembarco a viva fuerza, caso que la guar- nición intentara resistir, se pensó que se lograrla mas bien el objeto propuesto poC la via de las negociaciones. En consecuencia se recurrió al coroncli Cacho, prisione- ro español, para que obtuviese de don Anjcl del Cid la soltura de los desterrados^ asegurándole en caso de buen éxito su propia libertad, la del gobernador i cuantos quisiesen seguirle. Gacho aceptó gustoso la proposición, i se hizo a la vela con Mo- rris para Juan Fernández. El 25 de Marzo los prisioneros de Juan Fernández percibieron en el horizonte una vela. Como tenían noticia de la espedicion emprendida por Brown al Pacífico, esta vez como otras muchas se dejaron halagar con la esperanza de que aquella se- ria quizá una de las naves corsarias, que venían a traerles la suspirada libertad. Don Manuel Blanco Encalada, que era uno de los mas jóvenes de entre ellos, subió apre- suradamente a una eminencia para observar las disposiciones del buque, i no tardó en venir a avisar a sus compañeros, que dcl costado del berganfin se habia despren- dido un bote con bandera de parlamentario. A medida que este se aproximaba, no- taron con júbilo que las cucardas de la tripulación eran no españolas, sino arjen- ^iuas. Mas cuando atracó a la ribera, pasaron de una sorpresa a otra ma- 20 yor, viendo que el bote se retiraba después de haber dejado en tierra un oficial- español, que se precipitaba con efusión en los brazos del gobernador del Cid. No era otro que el mencionado Cacho, el cual concluyó en un solo dia i sin mucho trabajo todos los arreglos, de manera que el Aguila pudo volverse con la preciosa carga de 78 patriotas, que agonizaban en aquel presidio. No pudiemlo Morris desen- tenderse de los clamores de los demas habitan les de Juan Fernández, que pedían igualmente la libertad, tuvo que admitirlos a bordo junto con la guarnición i el go bernador. Solo las ratas quedaron en la isla. (7). Un ardid de O’Higgns permitió escaparse de su prisión a los confinados en la Quiriquina. Escribió diversas cartas en que anunciaba un ataque sobro Talcahuano para un dia fijo, i procuró diestramente que cayesen en manos del enemigo. Luego que Ordoñez, jefe de los realistas, tuvo de ellas conocimiento, ajeno del engaño, trató de concentrar sus fuerzas para desbaratar el plan descrito, i al efecto mandó retirar la guarnición de la Quiriquina, que era bastante numerosa, como que tenia que cus- todiar a mas de 300 hombres, de los cuales la mayor parte habían sido militares. Aprovechándose estos de la ausencia de sus guardianes,, prepararon balsas, i se huyeron al Tomé,'para enrolarse otra vez bajo las banderas de la libertad i tornar a combatir contra los opresores. (7). Lista de los patriotas conducidos por el Aguila.— D. .filan Enrique Rosales, D. Manuel Salas, I). Manuel de Avala, D. Josó Léiton, D. Martin Encalada, D. José Ancicta, D. Tomas Quesada, D, Pablo Romero, ü. Antonio Tirapegui, D. Ramón Silva, D. Vicente Ursbistondo, I). Francisco üaona, D. José Portales, l>. Agustin Eizaguirrre, D. Enrique Lasalc, D. Juan de Dios I'iiga, D. Ignacio Ca- rrera, D. Baltazar Creta, D. Santiago Muñoz Rosanilla, D. Mateo Arnaldo llevcl, D. Luis Cruz, D. Ignacio Torres, D, Pedro José Romero, D. José .Maria Hermosilla, D. José Solis, D. Francisco Peña, D. .Marcos Bello, D, Carlos Correado Saa, ü. Martin de Arhulú, 1). BfanucI Blanco Encalada, D. Fran- cisco Pérez, D. Manuel Larrain, D. Gabriel Larrain, D. Juan Egaña, D. Mariano Egaña, D. Francisco Villalobos, D. Rafael Lavalle, D. Anselmo Cruz, D. jMigiiél Morales, D. Agustin Vial, D. José Santia- go Radiola, 1). Francisco Lastra, D. .•Vntonio Urriitia i Mcndiburii, D. Vicente Claro, U. José Ignacio Cuadra, D. Felipe Monasterio, D. Isidoro Erraziiriz, I). José Maria Argomedo, D. Felipe Calderón de Labarca, D. Guillermo Tardif, 1). José Antonio Fernandez, I). Sanliago Fernandez, D, Domingo Cru- zat, D, Manuel Garreton, D, José Santos Astete, I). Julián Astete, D, Jaime de la Guarda, D. Sanliago Pantoja, I). Pedro Victoriano, D., Juan Crisoslomo de los Alamos, D. José Maria Alamos, D. Manuel Espejo, D. Juan Luna, D. Buenaventura Laguna, s D. Gaspar Ruiz, D. Pedro Benavenle, D. Bernardo Vergara, D. Remijio Blanco. Sacerdoies.— Presbilero 1). Francisco Castillo, Id. D. Pablo Michillol, Id. D. Ignacio Cienfuegos Id. D. Joaquín Larrain, Id. D. José Tomas Losa, Id. D . Juan .José Cribe, Id. D . Laureano Diaz, Fr’ Domingo Miranda, Fr, Agustín Rocha. Personas que acompañaban a sus padres.— Doña Rosario Rosales, don Santiago Salas, don Sanliago Rosales, don Rafael Benavenle, INDICE. Informe de la Comisión de la Facultad de Filosofía i Humanidades. Advertencia. BATALLA DE RANCAGUA. Situación de Chile a principios de 181 í — Convenio de Lircai — Resultados de este convenio — Ctmbio de gobierno en Santiago — Disensiones intestinas que produ- jo este acontecimiento entre los patriotas— Reconciliación de O’Higgins i Carrera— Pro. videncias de la Junta Gubernativa de Santiago— Plan de campaña del jeneral Garre- — 153— i'a— Id. del jencral O'Higgins — Fuerzas de los patriotas— Batalla de Rancagua— Re- tirada de los patriotas — Combate de la ladera de los Papeles. GOBIERNO DE OSSORIO. Entrada de los vencedores en la capital — Bando del gobernador político Pisana llamando a los que se habían ausentado — Carácter de Ossorio — Disposiciones impo- líticas e injustas de este Jefe con respecto al ejército — Prisión i destierro a Juan Fer- nández de un gran número de patriotas— Establecimiento del Tribunal de Infiden- cia-Institución de los pasaportes — Medidas reaccionarias tomadas por el gobierno realista — .\scsinato de los prisioneros de la cárcel de Santiago — Gaceta del Rei — Res- tablecimiento de la Real Audiencia e instalación de Ossorio como capitán jencral in- terino— Petición de gracia en favor de los presos políticos dirij ida por Ossorio a Fer- nando VII — Bandos de policía — Talayeras — Medidas fiscales del gobierno realista — Reemplazo de Ossorio por Marcó. GOBIERNO DE MARCÓ. Paralelo entre los caracteres de Ossorio i Marcó— Estrenos del gobierno de este úl- timo— La camarilla — Parcialidad de Marcó por los peninsulares — Fortaleza de Santa Lucía — Tribunal de Vijilancia — Pasco del estandarte — Marcó rehúsa dar cumplimien- to a la cédula de gracia espedida por el monarca en favor de los presos políticos — Medidas fiscales de este mandatario — Sus bandos despóticos i arbitrarios — Retrato de San Bruno. LA EMIGRACION. Diferencias entre San Martin i don José Miguel Carrera — Desafío de don Luis Ca- rrera con Mackena — Relaciones de don José Miguel Carrera con el director Alvear — Partida del jeneral chileno para Lstados-Unidos — Entrevista de San Martin con el director Pueirredon — Trabajos de San Martin para la organización del ejército — Ocu- paciones de muchos de los emigrados en Buenos-Aires — Corso de Brown. BATALLA DE CHACA6ÜC0. Plan de campaña de Abascal — Ardides de San Martin — Suplicio de Traslaviña, Hernández i Salinas — Reconocimiento que de los caminos de la cordillera hace prac- ticar San Martin— .Misión de Alvárez Condarco a Chile — Estratajemas de San Martin para ocultar por donde conduciría su ejército— Plan de resistencia adoptado por los realistas — Retrato de don Manuel Rodríguez — Las montoneras— Salida del ejército libertador de ¡Mendoza — Pasaje de la cordillera— Primeros combates — Confusión de los realistas — Batalla de Chacabuco — Proyecto para renovar el combate — Retirada de las tropas realistas para Valparaíso — Desórdenes ocurridos en este puerto — Fuga i captura de Marcó— Entrevista de este jefe con San Martin — Operaciones militares do Freiré. ISLA DE JUAN FERNÁNDEZ. Prisiones practicadas por los realistas en Concepción — Isla de Juan Fernández. — Padecimientos do los ¡latriotas confinados en este presidio— Su libertad— Id. de los prisioneros de la Quiriquina. ])JS CURSO (le incorporación pronunciado aiife la Facultad de Fdos()fin i Humanidades por el miembro de ella dcn anibal pin- to, el (lia 18 de Marzo de 1852. CONSIDERACIONES SOBRE EL METODO FILOSOFICO. El hombre no fue creado para ser espectador impasible del Universo; la natura- leza le (lió en sus sentidos un medio de comunicación con el mundo exterior, sus facultades inleleclualcs aprecian los datos de los sentidos, i sus necesidades i su cu- riosidad son un impulso que, si es permitido decirlo, lo arrastran fuera de si. Gomo un naufrago arrojado a las playas de una isla desconocida se ocuparia inmediata- mente en recorrerla para saber los recursos con que para su subsistencia podria con- tar i satisfacer la curiosidad que las nuevas plantas i demas objetos despertarían en (d, asi la humanidad lanzada por una mano invisible sobre el planeta que habila- mos, observa i estudia incesantemente todos los objetos que la naturaleza ha puesto al alcance de sus facultades. Dos móviles nos impulsan a la ciencia: una curiosidad invencible, que el misterio incomoda i busca siempre la causa que produce el efecto, i nuestras necesidades, no solo aquellas de coya satisfacción depende nuestra existencia, sino las del gusto, del hábito etc. Estos móviles van casi siempre unidos, porque rara vez una nueva verdad deja de ser un elemento de felicidad para el hombre, e independientemente de los bienes positivos que un descubrimiento puede producirnos, hai en el solo hecho de descubrir algo una satisfacción de lejilimo orgullo. ¿Por qué facultades llega el hombre a la adquisición de nuevos conocimientos? — qué grado de certidumbre hai en tos datos de esas facultades? — qué dirección de- bemos dar a estas i que escollos debemos evitar para no .‘dejarnos de la verdad? La solución de estas cuestiones es el objeto que me he propuesto en el trabajo que ten- go el honor de someter a vuestra ilustrada consideración, pero tomo ni el tiempo ni las circunstancias me han permitido darle la ostensión que requiere, encontrareis en él mas bien el programa de la obra que la obra misma. Nuestra razón es limitada, el aspecto solo de las cosas no nos revela su naturaleza i es pri'ciso para conocerla ver a aquellas en acción. No sabríamos que el sol brilla sino viésemos su luz; percibimos los fenómenos i conocemos a las cosas como causas de estos. Si nuestra alma estuviese privada de actividad no tendríamos siquiera conciencia de su existencia; esta como su identidad en los diversos momentos, como sus facul- tades morales e intelectuales, la inferimos de sus actos. Todo lo que del a'ma sabe jnos es que es el sujeto do nuestros deseos, de nuestras voliciones, de las meditacio- nes, razonamientos i demas operaciones intelectuales. .Analizando nuestras ideas percibimos entre ellas ciertas diferencias, i de oslas di- ferencias nace la división que hacemos de las facultades do nuestra alma Las ideas de los objetos, de su estension, de su figura, de sus colores etc. las referimos a la per- cepción, como también las relaciones de semejanza o diferencia, de cantidad, de situa- ción que observamos en ellos. Pero ademas de las ideas que la acción de los objetos produce en nuestra alma Ini en elh otras que son un resultado de su actividad, co- — h:í— mo las ideas del espacio, del tiempo, del infinito, todas las ideas abstractas en nna palabra. La idea de un espacio infinito, de la eternidad, son puras concepciones de nuestra mente, pues que ellas no corresponden a ningún objeto percibido ni son tampoco ideas fantásticas porque distinguimos perfectamente una gran diferencia en- tre ellas i un capricho de nuestra imajinacion. Finalmente hai ideas como las que tenemos de las leyes naturales, de los atributos del Ser Supremo, que no son ni un re- sultado de la percepción ni una concepción pura de nuestra actividad racional i a cuya adquisición llegamos por el raciocinio. La percepción nos revela los fenómenos de nuestro espíritu, la existencia i cuali- dades de los cuerpos como también sus relaciones; por ella el espacio se puebla i so abre delante de nosotros esa variada i magnifica escena del universo, el firmamento con sus innumerables astros, los infinitos seres descansan sobre nuestro planeta, la armonía de los sonidos, la belleza de los paisajes. Ella nos da la base de nuestros conocimientos, el pedestal sobre que la razón eleva el edificio de la ciencia. Entre los datos de la percepción debemos contar en primer lugar las modificacio- nes de nuestra alma, los fenómenos de esa causa que gobierna nuestro cuerpo, que piensa, que medita, que es en fin nuestra alma, nuestro yo, porque todo lo que no es ella es bien poco i despreciable cu nosotros. Parecerá a primera vista estraño que el alma pueda percibirse asi misma, pero asi es sin embargo, i una espericncia de todos los momentos puede cerciorarnos de este hecho. ¿Qué dolor, que deseo senti- mos sin que sepamos que sufrimos i deseamos? quién medita sin que lo acompañe la conciencia de que está meditando, i aun mas sin que sepa distinguir entre el jc- ncro de meditación a que está contraído actualmente i los que lo han ocupado ántes? Se ha querido probar nuestra existencia, pero creo que un silojismo nada agrega- rá a la íntima convicción que nos acompaña, tanto mas cuanto que seria mui difícil, sino imposible, el formular a este respecto un raciocinio irreprochable. Nada se pier- de. con esta imposibilidad porque^si se ha aparentado negar la propia existencia, es im- posible que se haya podido dudar dp ella, i la filosofía no debe ocuparse de tales su- tilezas. La conciencia refiere a la misma causa las diversas modificaciones de nuestra alma; el yo que piensa i quiere hoi dia es el mismo que pensó i quiso ayer o hace un año. Cómo, porque referimos a una misma causa fenómenos separados, distintos unos de otros, no lo sabemos, i sin embargo la convicción de nuestra identidad como la de nuestra existencia es inseparable de esa misma existencia. La ciencia que tiene por objeto el conocimiento de nuestro espíritu es esencialmen- te esperirnental; solo observando los fenómenos, clasificándolos, refiriéndolos según sus clases a las diferentes facultades podremos llegar a resultados seguros. Es preci- so reconocer a la escuela de Escocia el honor de haber dirijido la filosofía al objeto que muchos siglos ántes le habia señalado Sócrates i dirijidoia por el verdadero ca- mino. Se podria decir con verdad que en la edad media como en los tiempos anti- guos con pocas excepciones, de todo se trataba en los libros de filosofía menos del verdadero objeto de esta, el espíritu humano, i las ideas que de él se tenían, el mo- do como se discutían sus atributos, prueban que no se habia pensado en observarlo. Se ha negado por algunos filósofos la realidad de los datos de la percepción sen- sitiva se ha dicho imposible la comunicación entre el espíritu i la materia, todo lo que vemos i palpamos es una fantasmagoría, una ilusión como el delirio de una ca- beza con fiebre; otros para salvar la realidad han explicado esa comunicación por hipótesis mas o ménos orijinalcs, como la visión en Dios de Mallebranchc; pero ni la negación de los unos ni las hipótesis de los otros han arrastrado muchos prosélitos, i la jencralidad de los hombres ha continuado creyendo en esa comunicación como en un hecho que no puede ponerse en duda m explicarse. Todas las hipótesis son — Í5C— posibles cuando se trata de semejantes hechos, pero con inventarlas nada se hace pa- ra el adelantamiento de la verdad. A la maniíiesta csperiencia, dice Galileo, se de- ben proponer todos los discursos humanos. Uno de los mas maravillosos fenómenos i en que mas se revela la infinita sabidu- ría dcl Supremo Hacedor es el de nuestras pcreepciones esternas. Fijando la atención, reflexionando un poco, es imposible dejar de sorprenderse como objetos colocados muchas veces a distancias inmensas de nosotros se nos hacen presentes, como percibimos sus colores, sus formas, sus situaciones respectivas. Lo familiarizados que estamos con este hecho nos priva do la sorpresa i maravilla quo causaría al que abriese por pri- mera vez los ojos i pudiese percibir con la claridad con que nosotros percibimos los objetos exteriores sin pasar por el aprendisaje de la infancia. ¿Se despide de los ob- jetos alguna imájen que viene a comunicarse a nuestra alma o esta sale de nuestro cuerpo para acercarse a los objetos? Estas suposiciones han tenido sus órganos en la historia de las ideas filosóficas, pero la observación de los fenómenos relativos a la percepción favorecida por el progreso de otras ciencias ha disipado muchos errores a este respecto. Como las afecciones de nuestro cuerpo se comunican al alma no lo sabemos, i es mui probable que no lo sabremos nunca; es este uno de los misterios de que la na- turaleza ha querido guardar el secreto, poro esa comunicación es un becbo evidente para todos. Admitido este hecho la percepción se explica; los objetos obran sobre nuestro cuerpo ya por los rayos de luz que rellejan, ya por las vibraciones que co- munican al aire, ya de otro mudo, i las afecciones corpóreas se traducen en el alma por las cualidades que atribuimos a los objetos. Talvez he dicho mal al decir que la percepción se csplica; lodo lo que en realidad hacemos es descomponer el fenómeno pero el misterio queda siem[)re en pié. Todas las sensaciones van siempre acompañadas de un juicio sobre la causa que las ha producido; algunas veces no llegamos sino hasta nuestro propio cuerpo ienlónces la percepción es interna, otras pasamos mas allá i llegamos hasta la causa que ha produci- do la afección corpórea i entóneos la percepción es esterna. Cuando por mal estado de salud sufrimos dolor referimos la sensación a una parte de nuestro cuerpo, pero en otros casos, cuando el dolor es producido por la acción de un cuerpo exterior, hai otro juicio mas por el que atribuimos a esc cuerpo la causa de la afección desagra- dable que sentimos. En este ejemplo los grados do la percepción son claramente vi- sibles, pero en la mayor parte de los casos, efecto del hábito sin duda, la acción de les objetos sobre nuestros órganos es tan insensible que la afección corpórea se ocul- ta i parece que nuestra alma percibiera inmediatamente los objetos lejanos. No es de los niénos admirables fenómenos que nos descubre el análisis de la per- cepción la operación por la que nuestra alma reúne las sensaciones i compone los ob- jetos. En la percepción de un árbol, por ejemplo b ii una variedad de elementos que debemos a sensaciones diversas, a diversos sentidos, i estas sensaciones se agrupan en nuestra alma i forman en ella las ideas de los objetos. De ciertos colores que de- bemos al sentido de la vista, de ciertas formas i otras cualidades táctiles, de cierto olor, formamos una rosa. La naturaleza ha transportado a nuestras percepciones esa conexión de partes i separación de individuos que existe en el mundo exterior, i co- sa digna de observarse, la unidad de los cuerpos se rompe para comunicarse a nues- tro espíritu como el rayo de luz que pasa por el prisma, pero la naturaleza nos dió al mismo tiempo el poder do restablecerla. Esa composición de los objetos percibi- dos se verifica espontáneamente en nuestra alma i por uu proceder tan oscuro como 1.1 comunicación entre ella a el cuerpo i la refereiicia que hacemos de nuestras sen- S.aciones a las causas que las producen. ile.ipeclo do los d,.los de la percepción es preciso tener presento que lo (jue perci- —157— bimos es únicamcnlc el fenómeno, quedando desconocida para nosotros la esencia de las cosas. Conocemos de los cuerpos su modo de afectar nuestros sentidos, sus cuali- dades*, la idea de un cuerpo es el conjunto de las sensaciones que puede producir, idea por consiguiente relativa i que un sentido mas o menos baria cambiar. Su exis- tencia misma no la percibimos directamente sino por inferencia. Todo se liga en la naturaleza por mil relaciones que comparando los objetos per- cibimos; cada objeto está en cierto modo unido i dependiente de los otros i forma parte de ese todo lleno de armonía i belleza que llamamos uiiiverso. Por la compa- ración nos abrió la naturaleza el camino para llegir a la idea de ese lodo revelándo- nos por medio de ella las semejanzas, la variedad de matizes i de figuras, las rela- ciones de tamaña situación i demas porque están enlazados los objetos de la crea- ción. Las relaciones como todo lo que percibimos, las percibimos en nuestro espíritu i de alli las referimos al mundo exterior. Comparar dos objetos es, comparar las sen- saciones que producen o en otros términos dos estados de nuestro espíritu, i a esa comparación acompaña siempre un juicio sobre la semejanza o diferencia, mas o me- nos etc. de los objetos comparados. Percibimos la belleza i sublimidad de las cosas en las relaciones de los elementos que las componen; dispuestos de tal modo producen en nosotros encanto i admira- ción, i llamamos belleza a la cualidad que los objetos que tenemos delante tienen de producir tal sensación. Cuando nos bailamos en presencia de' un hermoso paisaje ¿que es lo que nos agrada? el eonjunto; cada árbol, la verdura que cubre el campo, el arrollo que lo atraviesa, considerados aisladamente no llamarían nuestra atención pero aqui el mérito de cada cosa se realza por la compañía de las otras. Lo mismo sucede respecto del sublime, un trueno en la mitad del dia puede no producir en nosotros sino una sensación insignificante, mientras que por la noebe, en medio de una tem- pestad, i encontrándonos aislados, producirá en nosotros ese anonadamiento, ese sentimiento de nuestra debilidad en presencia de la fuerza de la naturaleza que des- piertan siempre los espectáculos sublimes. Las semejanzas que percibimos entre la variedad de objetos que se nos presentan dan orijen a las ideas jeneralcs. En un olmo, un nogal, un castaño, por ejemplo, distinguimos ciertos elementos que se repiten con variaciones accidentales i conservan- do lo que en ellos es esencial i permanente se forma en mi espíritu la idea jcneral de árbol. El hombre a la presencia de un nuevo objeto le asigna la denominación con que ha designado ántcs otros objetos que le son semejantes, i los niños cuando prin- cipian a hablar dan un mismo nombre a todos los hombres que ven i otro a todas las mujeres; otro tanto se observa en los pueblos salvajes que designan con un mismo nombre objetos que en los idiomas de los pueblos civilizados tienen nombres distin- tos. Un misionero que ha pasado algún tiempo entre los salvajes de Eolivia me de- cía que estos llamaban palo a una silla, como a una mesa i una puerta. Esto me da lugar a pensar que el hombre percibe ántes las semejanzas que las diferencias entro los objetos i que en la formación del lenguaje los primeros nombres fueron jenera- les. Algunos filósofos hacen preceder la formación de las ideas jenerales de una ope- ración complicada, i que, a mi entender, no ha tenido nunca lugar; según ellos el hombre analiza las sensaciones que forman las ideas de los diferentes objetos, las cla- sifica, i separa los que se encuentran en todos de las que son particulares a cada uno. La naturaleza es mas sencilla en su modo de obrar, esa operación es la dcl fi- lósofo que analiza las ideas poro el hombre primitivo percibió las semejanzas i clasi- ficó instintivamente sin preceder sus juicios de operaciones tan detenidas. Hai entre nuestras ideas algunas que han sido producidas por la actividad espon- tánea de nuestra inlelijcncia i otras que debemos al ejercicio voluntario de nuestras — lo8— facultades. Asi las ideas jcneralcs se multiplican por la observación; tal planta, por ejenplo estaba incluida en la especie tal pero ha pasado aformar una especie distinta desde que se descubrieron en ella ciertos caracteres particulares. Las ideas jcneralcs son ideas abstractas en cuantos no tienen una existencia obje- tiva; existen como concepciones de nuestro espiritu pero no representan ningún ob- jeto real. Le seria posible a un pintor dibujar tal árbol que tiene presente o que vió alguna vez, pero se fatigaría en vano si quisiese hacer otro tanto con la idea jcneral de árbol. Todo el mundo tiene noticia del acalorado debate que tuvo lugar en la edad me- dia entre los^realistas que veian en las ¡deas jcneralcs «una cierta naturaleza subsis* tente por sí misma, distinta del espíritu que la concibe, i de los individuos que com- prende, anterior al menos lójicamente a estos individuos» (Simón) i los nominalis- tas que sostenían que los términos jenerales, útiles como auxilio de la memoria, ne- . cosarios en la construcción del lenguaje, solo representan la colección de los indivi- duos i no son mas que palabras.» (id ) Lo que hai de positivo en esta cuestión es que las ¡deas jenerales no representan ninguna sustancia existente fuera de nosotros i modificada de tal o cual modo, pero también es cierto que son algo mas que puras palabras, porque en realidad es una anomalía tales palabras que se encuentran en todos los idiomas, que todo el mundo usa i entiende i al mismo tiempo vacias de sentido. Si las ideas jenerales no tienen una realidad objetiva son sin embargo concepciones comunes a todos los hombres, que se producen esDontáneamente al espectáculo de los seres individuales que nos ro- dean. Donde quiera que haya árboles i montañas se tendrá la idea jcneral de árbol i de montaña. Pero sobre las ideas de especies i de jéneros hai otras que son el último grado de la abstracción i que concebimos como inherentes a todo lo que existe. Des[»ojcmos a un objeto cualquiera de todos sus accidentes, sus modos de existir, i quedará siem- pre la idea de sustancia que en esc caso particular era modificada de tal o cual ma- nera. La ostensión visible hace nacer en nuestra mente la idea del espacio, de la os- tensión abstracta, como de la duración de las cosas nos formamos la idea del lio:npo en que todas las cosas tanto presentes como pasadas i futuras existen. Tal o cual ¡dea jcneral no existiría en la mente del hombre si el jéncro o la especie que representa no hubiese sido creado, un pueblo puede tener ciertas ¡deas jenerales de que carecen otros, pero seria necesario suprimir la creación i al hombre mismo para que este de- jase de tener las ideas de sustancia, de tiempo i espacio. Desde el momento que algo existe distinguimos en el lo que es absoluto, sustancial, de lo que es una modifica- ción, un accidente; no podemos percibirlo sin concebir al mismo tiempo el espacio en que está colocado ¡ el tiempo en que existe, pero no por eso debemos dar a esas ideas una realidad que no tienen fuera de nuestro espíritu. Do la iiitlitccion. En el uso de la inducción está la diferencia entre el carácter de la ciencia moder- na i el de la ciencia antigua; a ella se deben los asombrozos descubrimientos que en estos últimos tiempos se han hecho i la dirección positiva que ha tomado el espíritu humano. Seguramente que la observación de los fenómenos i la inducción de las le- yes de la naturaleza no fue desconocida do los antiguos pero se hacia sin sistema, por la disposición natural de nuestro espíritu. «En jcneral, dice Powell, los antiguos no- taron los hechos que se ofrecian por si mismo i algunos los redujeron al dominio de la demostración jeométrica, pero no tentaron hacer nuevas combinaciones i averiguar las causas por nuevas modiücacioucs de los fenómenos} en una palabra hicieron ob: — 159— servacioncs pero no experimentos, rccojieron ias nolieias que la naturaleza les daba espontáneamente pero no la interrogaron para descubrir otras.» Durante la edad media la naturaleza l'ué todavía menos observada que en la anti- güedad. La fdosofia estaba reducida a la metafísica i en ella a los errores de los tiió- sofos griegos se agregaron oiros nuevos. Ei método era el mismo pero aplicado con ménos discernimiento; la sabiduría consistía en saber manejar bien las armas de la dialéctica i estar al cabo de los principios recibidos en la escuela como verdades in- contestables. La ciencia era un tejido de proposiciones arbitrarias, apoyadas en ra- ciocinios convencionales, no una traducción de la realidad, una interpretación de la naturaleza, becha con el auxilio de la espcriencia, como aspira a serlo en nuestros tiempos. Las disputas eran interminables porque faltaba el árbitro que las decide, la Observación. En toda ciencia no se trata de saber lo que debe ser sino lo que os i poco importa* que en virtud de nuestros raciocinios tal cosa deba ser asi si en reali- dad es distinta; i ¿cómo saber lo que es en realidad sino corroboramos nuestras re- flexiones con la observación i la csperiencia? Guando la naturaleza habla es preciso someterse. Se dirá que no todas las ideas pueden someterse a la prueba de la experiencia, que hai ciencias que versan sobre concepciones racionales puras, es verdad, pero en ese caso si una experiencia como la que se practica en las ciencias naturales no es posi- ble, podemos al ménos suplirla con la observación del proceder de nuestro espíritu en la formación i desarrollo de esas ideas. Para mostrar que la rapidez en la caída de los cuerpos no está en razón de su gravedad, pudo Galileo subir a la torre de Pisa i de- jando caer cuerpos de diferente peso que llegaron casi a un mismo tiempo a tierra persuadir con este hecho a sus adversarios, pero cuando se discute sobre la realidad del espacio o cosas parecidas, razones como la que empleó Galileo no son posibles. Es esta una gran desventaja para las ciencias morales, i por eso en ellas son ménos fijas las ideas, las opiniones mas diverjentes que en las ciencias naturales. En buen método hará ménos sensibles las consecuencias de esc defecto por una análisis escru- pulosa de las ideas i principios que constituyen aquellas ciencias, las cuales no su- frirían por esa diversidad de opiniones que se debilitan unas a otras, si el hojubre en sus investigaciones pospusiese todo sentimiento personal al deseo de encontrarla ver- dad, si procediese con ménos precipitación, i finalmente si en vez de juzgar a la hu- manidad en nosotros mismos la considerásemos en el hombre jcneral si es permitido decirlo. Es mui raro que un hombre llegue por si solo sin el auxilio de los que le han precedido al descubrimiento de una nueva verdad i se diría que esta como el sol tiene su aurora que la precede i la anuncia. Antes que Colon emprendiese su famo- so viaje en busca de nuevas tierras hacia el occidente se habían ya descubierto las Azores, las islas de Cabo Verde, la costa meridional de Africa, i estos descubrimien- tos habían despertado gran entusiasmo por las aventuras maritimas; existían tradi- ciones de navegantes que habían divisado hácia el poniente señales de tierra, ade,- mas de las consideraciones a que el progreso de las ciencias había dado orijen sobre la necesidad de nuevos continentes que mantuvieran el equilibrio en nuestro plane- ta. Cosa semejante sucedió con el método esperimental i ántes que Bacon le hubiese dado su constitución i manifestado sus ventajas, Galileo i otros sabios lo liabiau practicado i aun indicado sus leyes. Leonardo de Vinci, uno de esos jénios universales, artista, militar i sabio a la vez, dice que «al tratar algún argumento particular querría hacerjen primer lugar al- guna experiencia, por que su plan es referirse primero a las observaciones i demos- trar después porque los cuerpos obran de tal o cual modo; que este es el método que se debe seguir cuando se investigan los fenómenos de la naturaleza, i que si esta / — KiO— principia disourricudo i concluye cspcriinenlando, el hombre debe seguir el cami- no contrario i como se ha dicho principiar por la experiencia i procurar por su me- dio descubrir los principios jeneraics.» (L. V. ap. Venturi) Combatiendo el método antiguo, poniendo en duda i aun negando los principios recibidos en la escuela, era preciso también destruir el obstáculo que 'oponian a la libre investigación de las leyes de la naturaleza las preocupaciones relijiosas. En apoyo de las opiniones recibidas se buscaban en los libros sagrados testos a los que una forzada interpretación hacia atestiguar en contra de las nuevas ideas. Galilco a quien se hizo expiar la penetración de sus miras, decia en una caria a la Gran Du- quesa de Toscana. . . . «Me parece que en la discusión de las cuestiones naturales no se debería principiar por la autoridad de la Escritura Santa sino por experiencias jui- ciosas i demostraciones necesarias.» líacon tiene la gloria de haber divisado toda la fecundidad de la inducción, haber puesto la observación como la condición primera del adelantamiento de las ciencias i demostrado los vicios de la escolástica en sus bases i en su método. «En cuanto a las cuestiones escolásticas, dice Dugald Slewot hablando de Bacon, sobre la natura- leza i esencia del espíritu, sobre si es o no estenso, sobre su relacioti con el espacio i el tiempo, sobre si existe como lo han pretendido algunos por lodo en jeneral ¡ en ninguna parte en particular, Bacon las ha dejado en el mas desdeñoso olvido i no ha contribuido prabablcmente menos a desacreditarlas por esta declaración in- directa de su opinión que si hubiese descendido a exponer sus absurdos.” Las gran- des verdades que siguiendo la ruta abierta por Bacon han revelado al mundo ¡N’cw- ton, Lavoisier i Franklin son el mejor justificativo déla certeza de las miras de aquel. Gracias a él la naturaleza no revela ya como espontáneamente i al acaso sus secretos, un descubrimiento no queda como ántes aislado e infecundo sino que sirve de antece- dente a otros nuevos, i el hombre puede jactarse de descubrir mas bien que de en- contrar la verdad. En la contemplación déla naturaleza observamos que a ciertos hechos suceden constantemente otros, que a la cercanía del fuego, por ejemplo, sentimos calor, que colocando una semilla en la tierra nace algún limpo después uua planta, i llamamos causa al fuego i a la semilla respecto del calor i de la planta que consideramos co- mo efectos de los primeros. Es evidente que en este como en casos semejantes lo único qne nuestro espíritu percibe es la sucesión de dos hechos; el poder que liai en el fuego para producir el calor i en la semilla para producir la planta se le oculta, pero sin embargo nuestro espílu da a esa sucesión un carácter particular que las distingue de las otras sucesiones eventuales. Hume a demostrado con mucha agu- deza lo falso de la idea que por lo común se tiene de la causalidad. «Nada hai tan oscuro, dice, en la metafísica como las ideas de poder, fuerza, enerjia, unión ne- cesaria, ideas de que a cada momento hacemos uso en nuestras investigaciones . . . En vano volvemos la vista a los objetos que nos rodean para considerar sus opera- ciones; nos es imposible descubrir esc poder, esa unión necesaria, esa cualidad que une el efecto a la causa, i hace que aquel siga infaliblemente al segundo Se dirá que dentro do nosotros mismos sentimos ese poder, pues que nes sen- timos capaces de mover los lárganos de nuestro cuerpo i dirijir las facultades del es- píritu por medio de un simple acto de la voluntad. Basta, se dirá, una volición para mover nuestros miembros o exitar una idea en la im.ajinacion, un sentimiento inti- mo nos atestigua esta intluencia de la voluntad; de acpii la idea do ese poder i de esa enerjia de que sabemes estar dotados como los demas seres intelijontes, i supone- mos estas cosas en los cuerpos, suposición que se confirma por los fenómenos que observamos en ellos. Sea de esto lo que se quiera, es preciso convenir que la idea de poder deriva de la fclle.xion, pues que se produce en nosotros medilaiulo sobre la^ — IGl — Operaciones del ;ihna i sobre el imperio de la voluntail, sobre los órganos del cuerpo como sobre las facultades del espirilu. Digo pues que la inllucncia de las voliciones sobre los movimientos corpo-rales es un hecho conocido por experienc ia como lo son todas las operaciones de la naturaleza i que jamas pudo preveerse este he- cho en la sola enerjia de la causa, porque esa eneijia que forma el vinculo necesario de las causas i los efectos nos es desconocida. A cada instante sentimos que nuestro cuerpo obedece a las órdenes de la voluntad, pero por mui profundas investigaciones que se hagan estaremos condenados a ignorar los medios eficientes de esta operación extaaordinaria, tan lejos estamos de tener de ella un sentimiento íntimo.» Sin embargo si es cierto, como dice Hume, que nuestro espíritu no percibe el po- der, la virtud de la causa para producir el efecto, es también cierto que damos a esa relación el carácter de constante i de condicionalmente necesaria. Si después de una larga i bien dirijida experiencia un hecho se nos ha presentado constantemente seguido de otro, quedamos convencidos que al ménos mientras subsista el actual ór‘ den de la naturaleza el mismo fenómeno se repetirá dadas las mismas circunstancias, lista unión, constante al ménos hasta ahora, que hemos observado enlrc dos hechos la creemos consecuencia de la disposición que el Autor Supremo ha dado a bascosas. Independientemente de una repugnancia natural a los milagros de la casualidad hai en el hombre una idea vaga de la existencia de las leyes naturales que se despierta al aspecto solo del universo. De esa unión constante que suponemos entre lis causas i los efectos, nace el prin- cipio tan útil i fecundo en las investigaciones de la naturaleza, de que no hai efecto sin causa. A este principio debemos el conocimiento de las propiedades de los cuer- pos, conocimiento en que está fundado el imperio del hombre sobre la naturaleza bru- ta. Si no estuviésemos persuadidos de esa verdad no nos fatigaríamos en arar la be- rra i arrojar en ella la semilla para cosechar sus frutos un año después. Llegamos aese conocimiento jeneralizando, estendiendoa la especie lo que hemos observado en cier- to número de individuos. Arrojando al agua un trozo de madera observamos que do- ta sobre ella sin sumerjirsc, repelida esta operación algunas veces quedamos persua- didos de que la madera flotará siempre, de que el flotar en el agua es una de sus propiedades. Se llama inducción esa jeneralizacíon en virtud do la cual eslendemos a una especie los fenómenos que ob.servamos en uno o mas individuos. Del conocimiento de las propiedades la razón se eleva al de las leyes jenerales del universo, i la inducción es como la escala por la que el hombre sube a la cúspide de la pirámide para divisar desde allí el conjunto de lo creado, la distribución de los seres i la acción de cada uno en la vida universal. Del rneioeiitio flciliicti vo. Todo lo que el alma percibe o concibe, lo percibo o concibo con relación a algo. Las modific. iciones de nuestro espíritu, sus voliciones i dem is actos de que es suscep- tible los referimos al sujeto, es decir, al espirilu. IMis sensaciones me revelan cierto calor, cierta forma, cierto olor, por ejemplo, i mi espirilu percibe esas cualidades como existentes en un cuerpo que llamo tal flor. Concibo que haciendo jirar a una recta sobre uno de sus estreñios, resultará una figura que llamo circulo i no puedo pensar en él, sin considerai lo en relación i como comprendido en la idea jener.tl de figura. Llamamos juicios esas relaciones que el alma percibe entre las cualidades i las sustancias, entre los individuos i las especies, entre estas i sus jéneros, eníin, entre dos ideas. Creo que el juicio es inseparable de toda percepción de nuestro espíritu; puede mui bien quedar tácito sin traducirse en p balaras, pero no por eso habría daíja- do de existir; e.s imposible fijar la vista sobro dos objetos dd mismo color sin que .1 li comparación acompañe el juicio espreso o tácito de su semejanza. Como en la naturaleza, todo se liga en el mundo de las ideas, i los juicios son el vinculo de esa unión. Cuando la relación, objeto del juicio, es un resultado de la experiencia, los jui- cios son empíricos, i necesarios cuando nace forzosamente de la unión de las idéas- eos priineroscomo todo lo que a la experiencia debemos es conlinjente, mientras que los segundos son de una completa evidencia. Que los hombres son mortales es una verdad i lo ha sido hasta ahora, pero no es ni absurdo ni contradictorio el que dejen de serlo; por el contrario el que entre el todo i sus parles reunidas veo una relación de igualdad i el juicio que la afirma me representa una verdad necesaria, que lo será siempre por que es imposible concebir que algún dia deje de ser verdad el axioma, lo que es es lo fjue es, a que aquel juicio puede reducirse. Asi como nuestra alma percibe las diferentes relaciones que unen a dos ideas per- cibe también las que ligan a unos juicios con otros, i gracias a esta percepción el raciocinio es posible; Cuvior pedia que se le diese un hueso de un animal cualquiera i ofrecía deducir de él la estructura completa del animal cuando vivo, fundado cu solidariedad que existe entre las diversas partes de los seres organizados en virtud de la cual la existencia de una está ligad », depende de la del todo, asi como la de osle do lado cada una de sus parles. La razón procede como Cuvior, jsobre los dalos de la expe- riencia i de la rofloccion construye el árbol de la ciencia del que solo una pequeña jnrte es visible a los sentidos. Limitada por su naturaleza no puede percibir i com- prender de un golpe la realidad, i para formarse una idea cabal de ella necesita re- correrla en toda su eslension, marchando, guiada por el raciocinio, de lo conocido a lo desconocido. l’or una excesiva admiración por la experiencia se ha negado la utilidad del raciocinio deductivo, diciendo que no nos revela verdades nuevas pues que las conse- cuencias están contenidas en las premisos. Es verdad que antes de formular las con- secuencias nuestro espíritu la habia percibido, que sentadas las [)rcmisas la conse- cuencia se presenta como espontáneamente, pero en fin, la consecuencia es un juicio nuevo i lo debemos a la yuxta-posicion de las pnunisas. Desde el momento (|ue dos juicios existen en nuestra mente son posibles todas las consecuencias; pero de nada servicia esto si esa posibilidad no llegise a realizarse. El objeto del raciocinio es p.ecisamente éste, fecundizar los juicios acercándolos i derivar de ellos las conse- cuencias que contienen. Ilnlre las razones que se dan p ira probar la redondez de la tierra, se aduce la de que cuando nos acercamos en un terreno descubierto a una montaña lo ipic pri- mero divisamos es su cima i su base lo último, cosa que no siiccderia si la forma de nuestro planeta no fuese convexa. El hecho de que en un globo una eminencia colocada a ilistaueia considerable del espectador ocultará su baso, i el otro de que al .acercarnos a las montañas lo primero que descubrimos son las cimas, han sido se- guramente conocidos desde los mas remotos tiempos, i sin embargo la ceusccuencia de esas premisas, posible desde el nionaenio que existieron en la mente del hombre no lia sido formulada sino de pocos siglos a esta parte. Yo puedo saber ipie los án- gulos formados por una recta que toca a otra son iguales a dos rectos; puedo saber también que dos cantidades iguales a una tercera, son iguales entre si, i a pesar de eso ignorar que la suma de los tres ángulos de un triángulo es igu.il a dos rectos, io que es una consecuencia de aquellas premisas. Fíl raciocinio sirve también p.ira aclarar nuestras ideas i trasmitir a los olrosnucslras convicciones. ¡Vlucbas veces sucedeqncriertosjnicios se presentan a nuestra alma de una m inera oscura i vaga, tanto ipie no es raro creerlos inspindos; pero una atenta aná- lisis apoyada por c! raciocinio, nos conducirá a descubrir sus antecedentes en otros — 1C3— juicios aulerioros. Una proposición puede parcccrmc a primera vista absurda; pero sí se muestra entre ella i otras de cuya verdad no’diido, una ilación nocesaria se iogrará hacerme cambiar do opinión. Mucho se In abusado de la dialéctica; en vez de servirse de ella para demosirar, eslender i jeiieraliz ir la verdad, dirijirlu a un fin elevado i útil partiendo do verdades reconocidas, se la ha empleado como un medio de satisl'acerla vanidad abatiendo a los adversarios, como un ejercicio de jimnástica espiritual, discutiendo sobre palabras vacias. Los solistas griegos hadan consistir su ciencia en defender el pro i el contra, en probar la verdad de los absurdos i el absurdo de las verdades. Mas tarde en una época parecida, aunque mas seria, la dialéctiea como medio de disputar, fué consi- derada la primera sino la única de las ciencias. Melchor Gano dice de ciertos esco- lásticos «que van en busca de lo incierto, lo oscuro, lo inútil, siguen largas e ino- portunas polémicas sobre los universales, la analojia, el primer conocido, el princi- pio de individualización, la distinción, la cantidad, la cosa cuanta i otras vanidades semejantes.» La naturaleza misma del raciocinio nos indica que para obtener consecuencias verdaderas, es preciso que lo sean 1 is premisas i a la falta de esta condición se de- ben la mayor parte de los errores que durante tantos siglos han constituido el fondo de la metafísica. Nada puede principiar a existir, decían los epicúreos, ¡de este prin- cipio falso deducian un falso sistema. Entre los antiguos filósofos, como en la edad inedia, pasaban como cosas probadas una multitud de axiomas, falsos como éste, que entraban en todos los razonamientos, que corrían de boca en boca, sin que nadie los hubiese detenido para examinarlos i que han desaparecido a la luz sola de una filo- sofía mas adelantada. Los raciocinios según las premisas pueden conducirnos a verdades continjentes o necesarias. Si las dos premisas o una de ellas .son juicios cmpiricos, la consecuencia será de verdad continjente; i por el contrario. Si los juicios que sirven de premisas son analíticos, la consecuencia será de una absoluta verdad. De aqui dos órdenes de ciencias; en las unas como las matemáticas, los juicios que las constituyen son noce- sirios; su contradicción seria un absurdo; en las oiras por mui ciertos que sean para nososlros sus principios, el negarlos no será sostener ni un imposible, ni un ab- surdo. Indicaré tan a la lijera como a la naturaleza de este trabajo corresponde, las prin- cijiales relaciones en que se fundan los raciocinios deductivos. De las causas inferimos los efectos, como de éstos aquellas. «Si vemos órden, cor- respondencia de p irles, medios dirijidos a la consecución de un fin, dice el señor Helio, deducimos de aquí la existencia anterior do una voluntad que se propuso el fin, de una intelijencia que ideó los medios i de un poder que los puso en acción. De esta manera fuimos conducidos al conocimiento del adorable autor de la natura- leza. La harmonia maravillosa del universo, donde cada parte parece haber sido he- cha para hacer juego con las otras, i todas concurren a la conservación i propa- gación de los entes animados; donde aun al parecer el, mas pequeíao i despreciable do estos entes presenta a la vista una trabazón delicada de partes evidentemente calculada para obrar juntas, un sistema de necesidades i facultades constantemente correlativa.s,. una siinetriu de formas que es como la divisa de una intelijencia que ha querido re- velarse a otras, una uniformidad de reproducción que en nada se asemeja a lo que podemos figurarnos de los cfuctosde un choque de átomos fortuito; ¿qué digo? donde cada órgano de cada uno de estos vivientes, cada viscera, cada músculo, cada vaso, cada fibra es un sistema de máquinas de complicado, pero esquisito, artificio, lleno a la verdad do misterios para nuestros limitados alcances, pero seguro en sus efectos, fácil en su modo de obnr (que se verifica en la mayor parte de los casos sia — 104— la ínlervencion de la voluntad i aun de la conciencia); dolado hasta cierto punto de la facultad de resistir a los accidentes i de repararse a si mismo; donde, por ejemplo, el órgano de la visión, uno de los que mejor conocemos, i pro- bableraente uno de los ménos complicados, encierra primores de mecanismo que apénas han podida imitarse groseramente en los mas acabados instrumentos de que se gloria la industria humana; esta maravillosa harmonia, estas correlaciones, este orden nos obligan a reconocer una causa intelijentc, benéfica, dolada de un poder i sabiduria superiores, fuera de toda comparación i medida, a las que el hombre em- plea en sus obras.» Gomo dice el señor Bello, todo en la naturaleza parece estar calculado para cier- tos fines, i cuando vemos analojia en los medios inferimos semejanza en los fines. Si se me presenta a la vista un animal que no conozco, un león, por ejemplo, i ob- servo en él una organización semejante a los tigres i otros animales feroces que me son conocidos, de las propiedades de estos deduzco las de aquellos. Este raciocinio por analojia es sumamente habitual en la vida, pero es preciso no fiarse en él demasiado i tratar .siempre de verificar sus datos por la esperiencia. Las ideas jcncrales, como lo hemos visto, se fundan en la semejanzas que tienen en- tre sí ciertos individuos, en sus cudid ides o propiedades comunes, de modo que na- da puedo haber en la idea de la especie que no esté comprendida en la idea del in- dividuo, como ninguno de los elementos do la idea de jénero puede dejar de encon- trarse en la de la especie. Guando digo Pedro es hombre, afirmo impücilamcntc de Pedro todas las cualidades i propiedides del hombre, i si entre estas se encuentra la de ser mortal, es necesario que Pedro lo sea igualmente. En esta relación del indi- viduo a la especie i de esta al jénero está fundado el silojismo, que es el raciocinio mas jencralmente empleado en las ciencias morales. Analizando un principio de cu. ya evidencia estamos ciertos, llegamos al conocimiento de otros principios lójica- mente ligados a aquel. En el hecho de la existancia del ?/o encuentra Descartes el jér- men de toda la metafísica. Sobre el principio de la universalidad i carácter oblig.a- lurio de la Ici del deber construye Kanl el edificio de la moral. Mas es de advert r que siguiendo este método ha llegado el espirilu humano a levantar lodos los falsos sistemas. Si el hecho de que partimos es falso lo serán también las consecuencias que de él deduzcamos, i sucede amenudo que una proposición nos fascina, que está tan ligada con las ideas recicibidas, con nuestro modo de pensar, que sin detenernos a analizarla' la sentamos como una verdad inconcusa i la ponemos de base de nuestras opiniones. Gomparando dos cantidades con una tercera, si las primeras resultan ser iguales a la última, debe existir entre ellas la misma relación de igualdad que entre la última i cada una de las primeras. Si A es igual a B i B a C, el alma percibe inmediata- mente que en la primera ecuación puede sustituirle C a B, que son una misma cosa en diferentes términos i por consiguiente .4 G. Se ha dicho que en este caso no es la relación de identidad la que sirve de base al raciocinio, que B puede ser igual a G sin ser por eso G. En tal opinión se confunde, a mi modo de ver, el signo con la idea que representa. Cuando yo digo 5 i cuando digo 3+2 espreso una misma can- tidad de dos modos distintos, es la misma cosa vestida con diversos ropajes. La obje- ción parece adquirir mas fuerza cuando se trata de figuras jeomélricas. «Guando se afirma, dice Dugald Slewarl, que el área de un círculo es igual a la de un trián- gulo que tenga por base a la circunferencia i por altura al radio, alguno puede creerse con el derecho de espresar la relación entre las dos figuras con la forniula 1I = H; ¡ no seria un evidente paralojismo inferir de esta proposición que el circulo es el irián- gu'o;’n Teniendo presente que lo que .se considera en este caso es puramente la es- tepsion, qm al hablar de una canlidid de eslension se prescinde do la figura, que — 1G5— dos cantidades iguales en estension en abstracto representan una misma cosa, se ve- rá que el paralojismo es imajinario i solo existe respecto de la figura que en el mo- mento no se considera. El principio de identidad formulado en ecuaciones nos con- duce en matemáticas a la solución de los problemas. Del método. El método no es una creación artificial; hai en nuestras facultades intelectuales una fuerza inlrinseca que las dirije en tal o cual sentido según los casos, i muchas verdades se habian seguramente descubierto ántes que el espíritu humano, dirijiendo sobre si mismo sus miradas, encontrase las reglas según las cuales debe dirijirse en la adquisición de conocimientos. La razón no hace mas que formular esas leyes de nuestra naturaleza intelectual, estenderlas, darles mas claridad, indicar su aplicación a las diversas circunstancias. Pero esc método espontáneo, natural, es vago, depen- diente de los accidentes del momento, i el objeto de la razón en su estudio es darle la fijeza que le falta idescubrir una porción de secretos que solo se revelan a una atenta meditación. Cuando quiero conocer a fondo un objeto que tengo delante, la razón natural me dicta el proceder que debo seguir, es a saber, analizarlo, separar los elementos que lo componen i estudiarlos separadamente. Esta operación que ejecuto sobre un ob- jeto, puedo también ejecutarla en las ideas, pues que por la abstracción me es posi- ble realizar una operación parecida a la del químico sobre los cuerpos. Las ciencias no se presentan hechas a nuestro espíritu: hoi adquirimos una verdad, mañana otra, otra al día siguiente; clasificamos después estos conocimiento, i al con- junto le damos tal nombre. Cuántos siglos han pasado ántes que la química llegase a ser una ciencia constituida, i sin embargo muchos de sus principios existían ya en la' mente de los hombres, i sobre nociones de química se fundaba lo que en la edad media se llamó ciencias ocultas. Mil guerras i mil pactos habian tenido lugar ántes que se hablase de Derecho Internacional, i existían costumbres relativas al comercio i al estado de las personas. Llegó un dia en que se vió que todos esos hechos depen- dían de unas mismas relacionea i se clasificaron según ellas, examinando las re- glas establecidas, comparando lo que eran con lo que debían ser para el común bien de los estados Reducir las ideas a sus elementos mas simples, los fenómenos a sus causas, es co- nocerlas i a este resultado solo por el análisis podemos llegar. Observar i analizar, he aquiel verdadero método que debémos seguir en la investigación de la verdad i para la corrección do nuestros conocimientos. 'i En el exámen que hemos hecho de nuestras facultades hemos visto hasta donde nos es posible llegar en el conocimiento de las cosas e importa que la razón se penétre bien del alcance de sus fuerzas, para no excederse i disvariar tomando por realidades hipótesis i fantasías. «La esencia délos cuerpos nos es desconocida, dice E. Saissef:' para los sentidos los cuerpos son fenómenos relativos i variables percibidos bajo la condición jencral de la estension, para la razón son 'a causa de nuestras sensaciones, causas reales, pero en si absolutamente inaccesibles a nuestro conocimiento.» Por no haber sabido respetar esos límites i dar a las facultades humanas la debida dirección, ha enjendrado la filosoíia tanto falso sistema; de estos estravios se valen los detractores de la razón para probar su impotencia. Seguramente la razón es li- mitada, ella puede contemplar el juego de los resortes de la gran máquina sin divi- sar la mano que la dirije; pero no por eso de la buena aplicación de sus facultades dejan de resultar bienes positivos que contribuyen al mejoramiento de nuestra suerte — 1 (ic- en osla vida; i si la cansa de las cosas se le ociiUa puede al menos percibir el modo de existir i la acción de esas cosas. El primer vicio de que la filosofía debe resguardarse es el que hemos indicado: respetar los limites que a las fuerzas de la razón se han señalado en el orden de las cosas. ¿\ qué otros resultados que hipótesis mas o niénos injeniosas se llegará cuan- do se trata de averiguar los principios necesarios del ser absoluto, como lo hace un escritor moderno, las ¡deas que Dios debe tener del espacio, de la unidad, del tiem- po? Otro defecto de que adolecen muchos sistemas filosóficos es sentar principios arbi- trarios que no están fundados ni en la experiencia ni en buenos raciocinios. Asi He- gel partiendo del principio de la identidad del pensamiento i de la realidad, de la razón humana i de la razón divina, deduce lodo un sistema absurdo, una especie da espinosismo en abstracto. Según él «el problema de la filosofía está reducido a dar la intelijencia de lo que es, porque lo que es, es la razón realizada.» Pensar es creer, la creación es sucesiva i lójica como el desarrollo del pensamiento. Para demostraros hasta qué grado de absurdo se llegó por tan descarriado camino, me bastará deciros que un sectario de este sistema principió en .Alemania una de sus lecciones diciendo a sus oyentes: Señores, hoi vamos a crear a Dios. Asi como nos eslraviamos declarando reales nuestras fantasías, llegamos también por un camino opuesto a resultados no ménos falsos. Hai hechos de cuya evidencia está todo el mundo convencido i que sin embargo seria imposible esplicarlos, i algu- nos filósofos han creido corlar el nudo negándolos. No lodo lo que está fuera de los limites de nuestra razón es, como dice Jaeques, como si no existiese, es nada, porque Irfé, la creencia en algo que no comprendemos es la base de la ciencia. Esta seria imposible si no creyésemos en la realidad ^ i este simple cuadro que solo exijiria un tiempo mui limitado para enseñarlo con buen éxito, seria ya un núcleo de conocimientos útiles i prácticos que serian inapre- ciables en muchas circunstancias de la vida. Si la inlclijcncia tiene grados, que los tenga también en el modo de cultivarla, de alimentarla. Ilai un hábito tan invete- rado en seguir la ciencia en todas las profundidades de su lójica, que acaba por ha" Gcrsc innacccsiblc a la mayor parle de los individuos. Asi en lodos los tiempos, en todos los paises se ha temido, i con razón, la media ciencia, los hombres embebidos en una ciencia que no podían dijerir. ¿Por qué? — lie aquí la razón. Si en lugar de perseguir la ciencia en todas sus deducciones lójicas, nos detuviésemos en los hechos lualeriales i útiles que aqui i allí dan lugar a una serie de raciocinios que los enca- denan unos a otros, pero que tienen un objeto único por resultado, el lado útil apli- cable de las cuestiones, ¿haliria enbánces peligro de ver nacer esos semi-sabios tan terribles para el honor do la especie humana i que scmcjaiilcs al mono de la fábula, toman el Pireo ¡lor un hombre, amalgaman sin razón i sin juicio las ideas mas peli- grosas, empleando términos que absolutamente no comprenden en su mayor parle? I\o lo creo, líaced que el discípulo trasluzca las dificultades de la ciencia que su in- lelijcncia no le permite alcanzar, no lardará en reconocer su incapacidad, se atendrá gustoso a la parle útil do ella, i una falla de modestia no lo permitirá prevalerse de una ciencia que tan poco trabajo le ha costado i que se ha detenido en los limites que su intebjcncia misma le había trazado. Permitidme citar a este respecto un ejciur —10)9— que recuerdo siempre con gusto i que me prueba la simplicidad de ciertos cspl» ritus para con estas ciencias tan bellas i algunas veces tan maltratadas. Hace algunos años un joven de 25 a 30 años, empleado como conductor de puentes i calzadas i en perfecta posesión de la práctica de su profesión, intclijentc por otra parte i ambicio- so por lo mismo, fue a buscarme un dia suplicándome que en dos meses lo pusiese en estado de presentarse a un concurso para un empleo superior que debía mejorar sensiblemente su posición. El programa, me dijo con uua sensillez sin igual, exijo la Aritmética, la Jeometria, el Aljebra, la Trigonometría, el uso de las tablas de lo- garitmos de los números i de las lineas i algunas nociones de Jeometria descriptiva. Me sonreí al ver tanta confianza, i para curarlo de un golpe, le puse entre las ma- nos la Jeometria de Lcgendre, i pasé dos dias en hacerle entender que lodos los án- gulos rectos eran iguales entre si. Como tenia un juicio sano, comprendió toda la es- • tensión de su intento, i me miró con un aire desanimado. Quiere V. le dije enton- ces, dejar esto a mi disposición i le respondo casi del resultado? Lo que se exije de los prácticos es la práctica de todas estas ciencias i no esas demostraciones estériles para el uso que V. quiere hacer de ellas. Voi a enseñar a V. los resultados útiles so- lamente, i V. los admitirá como verdaderos, salvo el que quiera V. después recurrir a la prueba, que le será indifectible. Emprendí en efecto esta obra, i al fin del tiem- po prefijado sabia eslraer las raíces, hacer uso de las proporciones, calcular por lo- garitmos, trazar todas las figuras regulares, calcular sus lados, sus aristas, medir las superficies, los volúmenes, resolvía un triángulo con rara perfección, i sabia en una palabra hacer la aplicación de todas las ciencias del programa. En el concurso aven- tajó a todos sus competidores i obtuvo el empleo que deseaba. Perdonadme, señores, esta digresión en obsequio de su oportunidad. Volvamos al asunto. El Aljebra podría lalvez considerarse como una ciencia abstracta, si solo se ense- nase como un medio de cálcu’o. Pero que poder de aplicación no tiene cuando se la considera ligada a la jeometria! A que serie de descubrimientos útiles en las arles, i en las ciencias no ha dado lugar! ¿!So se ha encontrado con solo su auxilio la llave de todos los movimientos de los cuerpos celestes, e iniciado al hombre en las mara- villas de la omnipotencia de l)ios?¿I es la Astronomía una ciencia abstracta? la As- tronomía, que nos ha dado los medios de sulcar los mares en todos sentidos con una certidumbre que llamamos matemática para dar idea de su infalibilidad? ,Qa Astro- nomía que creando la ciencia náutica, ha multiplicado de tal manera las comunica- ciones, que casi en el dia no hai punto del globo que no haya sido visitado i csplo- rado por el hombre? Si pasamos ahora a las aplicaciones mas vulgares de la ciencia, a aquellas ciencias que se llaman mas ordinariamente aplicadas en primera lUiea encontramos la mecá- nica. Ya no existe aquel tiempo en que la mayor parte de los estudiantes no se atrevían a mirar cara a cara esta ciencia, por no poseer los conocimientos necesarios para es- Uidiarla. En verdad, si se quiere cscudriñ ir los secretos mas íntimos de esta ciencia, sondear todas las nociones elevadas, i por lo mismo abstractas, que contiene, son aun indispensables los mas altos conocimientos en raatemálicas, Pero en nuestro si- glo de máquinas de vapor i de caminos de fierro, en la vida práctica que cada uno lleva en el dia i tiende cada voz mas a llevar, ,;deberénios contentarnos con teorías sin aplicación? I porque no enseñar estas teorías i sus aplicaciones por métudos ele- mentales al alcance del mayor número? Por qué reservarlas para aqiieilos espíritus cscojidos que se asimilan tan fácilmente todos sus secretos? Enseñar por todas las vias posibles i las mas simples, tal debe ser el objeto de los encargados de esta mi- sión. Asi, para no presentar mas que un ejemplo entre otros muchos, para hallar cí trabajo desarrollado por la delcnsion del vapor en las máquinas de vapür, se emplean nombre de Teorema de Tomas Simo on° i> ^ i . ‘ conocido con el yor numero de los esiiirl¡Tnf<.c n. , .. naiiarse al alcance del ina- modo elemental las fórmulas relativas '‘«alogos pueden aun demostrarse de un centrifuga, ele, “ -cvnn.cmo variadu, al péndulo,, la fuera, JTe st' «ero. l'oncelel, el gran maesiro de 1’™"“"“'' una palabra celebre al iluslre Academia de las ciencias do Franela “ » quien lamo cosió cnirar a I, . •o brillo cuan gra ¡m n T “■'P»-c‘un con lan- jeron de su reclmo todo lo qm remci™drZ''cr" T .“™P“ placía en repetirlo, que habla emnloid . r - ’ ^ abstracta. Decía, i se com- do como se le habla enseñado la ^ ‘desaprender, en olvidar el mo- las que tanto convienen a las leves dé*iT "" leonas subtiles i abstrac- tos o a los que son erside ^d s en -JC» a los cuerpos celes- te cuando se las quiere apUcar a s n- w enteramente diferen- induslriales. Este gran maestro pues h?^* !-T ciencia, continuando la obra va bosnuei id i en'^^'*i ‘decirlo asi una verdadera domb, los Prony etc. cHc./Iíemulo b i V í Gou- guido entre las ciencias de aplicación * dándole un rango distin- ..¿trt ^ ^^.-a .s admira- r“ A eJ:: • r n=:zt de fundar esos magnilicos sistem is sobre el el privilejio csclusivo sirven después de Lse a os sáb i^d ‘^'^‘^^^¡‘^¡‘dad que dedubir de ellos las con o uenc ^ P>'«cticos para dustria. Pero al menos mm má' s p ó . ^ ^ da in- a los profanos; ,,ue sus rujuezas sean pucshs'".l" T' ""‘‘“'I prohibidos ‘debe hacer el que sea amigo del ^Z^oT realidad debe proponerse el que enseña i c.l es*^”' r ’ *^'1* ‘^^•íelo que en iciicia en este punto. ’ ‘ * sentido de mi insis- -;:ra;z:zr:;;i:7:rrz socied,,,! i caer por esto „m"‘ Z , las teorías m.rleu.átieos a la fuente de los errores |ds)fesados por eiermrm7'ofos*^l"f’'”'^7'“' res sill duda, por esos jefes de escuela auo selli ' ^ Brandes peiismlo- Icnden Irasformar de un golpe la soc ethd '" I" “ 'i°'“ ' ‘l''U Pre- garle la regularidad de un l'ddtoTe jmu.^f > eslZ“rbVrncí7s '' Z" «tu pasar en revista algt^TZI c““ “-'-ú para tn Mecánica industrial ilcsde luego ¡ desde lo - no ' pneilcii presentar, del trab.o — 171 — CCS, laics como el aire, el agua i el vapor. Esta parte de la ciencia enseña a los pro- pietarios de minas, de molinos etc. como es posible comparar entre ellos las diferen- tes enerjías mecánicas desarrolladas por ajentes tan distintos en su naturaleza pecu- liar, como un caballo i una caída de agua, un muelle de acero comprimido i una masa de aire en movimiento. Nos dice como se elije la unidad de medida común de estos efectos tan variados, i en resumen como se les compara en dinero, lo que en efecto es la ultima palabra de la comparación. Las mismas consideraciones conducen a comparar los productos útiles sin ninguna analojía entre ellos, i a hallar el trigo que un caballo de fuerza puede moler en una hora, o libras de aceite que puede producir, o libras de algodón que puede fabricar etc. etc. Estas ideas tan simples como su desarrollo serán apreciadas por todos, porque están en contacto con todos los intereses. Si se entra después en el dominio de las máquinas propiamente dichas, detenién- dose desde luego en las mas simples, en los que todos emplean en cada instante de la vida, como las cuerdas, las palancas, las poleas etc. ¡qué de datos prácticos no so pueden sacar del conocimiento profundo del juego de estas máquinas simples, de la relación variable entre el trabajo gastado i el efecto útil producido, del mejor em- pleo de la fuerza motriz. Quien no quedará satisfecho de ver hacer justicia, en algu- nas palabras sensatas i palpables para todo el mundo, a esas ambiciosas pretensiones de algunos ignorantes que creen, igualándose a Dios, que pueden crear fuerzas em- pleando las máquinas, sin saber que el trabajo depositado en ellas jamas lo restitu- yen integralmente en efecto útil correspondiente, i que la mas perfecta de las má- quinas es solamente la que mas se aproxima a la igualdad entre estos dos efectos. Entonces se aplaudirán estas palabras de nuestro celebre Lacroix para sonrojar a loS perseguidores del movimiento perpetuo diciendo que persistir en esto es el indicio de una profunda ignorancia o de una enfermedad del espíritu. Pasando de aquí a un exámen rápido de las resistencias perjudiciales, tales como el rozamiento, la tesura de las cuerdas, etc. sacaremos preciosas consecuencias para el constructor en jcneral, el artesano, el obrero, todo el que se ocupe de las máqui- nas en movimiento. Se adquirirá este dato tan sensillo i tan útil en la práctica: que el rozamiento es independiente de la magnitud de las superficies en contacto; que solo depende del peso de las piezas, i por consiguiente habrá que precaverse inmedia- tamente contra el peligro de aumentar considerablemente el peso de las piezas de las máquinas i limitarlo a las dimensiones que necesite su resistencia. Se verá que este rozamiento, o mas bien su efecto mecánico, adquiere en ciertos mecanismos elementales en uso, como los excéntricos, la rosca etc. proporciones tales que el tra- bajo motor suele ser, según las circunstancias dos, tres cuatro veces mayor que el efecto útil producido, lo que debe restrinjir su empleo como motor. Poniéndonos sin cesar todas estas consideraciones en el caso de formar juicio de los hechos, nos permiten dominarlos i formar de ellos un cuerpo de ciencia. Seria larga la sola nomenclatura de todos los puntos de la ¡Wecánica industrial que presentan un inmenso interes al espíritu del hombre civilizado i trabajador. Los medios injeniosos de medir la resistencia de las maderas i de los metales colocados verticalmentc o de costado, colgados o sostenidos, de deducir dalos para calcular las dimensiones de las piezas, el mejor modo de trazar las ruedas de engra- naje, la teoría de los aparatos llamados reguladores, volantes, que semejantes a seres intelijentes moderan o aceleran la acción de una máquina cuando ella misma lo juz- ga necesario; todas estas cuestiones interesan en el mas alto grado no solo al rico in. dustrial, o al artesano, sino también al hombre desocupado o que no vive de su tra- bajo, porque en el siglo en que estamos no es permitido hacer alarde de su ignoran cía, i el deseo de saber domina todos los espíritus. —1T2— También bajo el punió de vista de la esplotacion de las riquezas del pais, los cono- cimientos en Mecánica industrial tienen un interes visible para todos, i algunos ejem- plos bastarán para demostrarlo. En la actualidad se construye un gran número de molinos movidos todos por corrientes de agua naturales que hai en abundancia en todas las latitudes. Ahora bien, entre los diversos motores que se pueden clejir, es decir,’ entre las ruedas hidráulicas que pueden poner en movimiento las piedras, las hai, como las que aquí tienen un uso mas Jcneral, que solo trasmiten un efecto útil apenas igual a la cuarta parle del trabajo mecánico contenido en la caida de agua. Supongamos, i es lo que sucede, que evista una forma de rueda que puede trasmitir las tres cuartas partes, con la misma corriente de agua i una rueda mejor, se podrá pues hacer and ir tres juegos de piedras en lugar de uno, o producir con la misma fuerza una cantidad triple de harina. Argüir con que el agua no es escasa, seria una • razón mui fútil, seria una blasfémia en industria; porque seria lo mismo que decir que el rico debe malgastar sus riquezas sin ningún discernimiento. La introducción en Chile del uso de las máquinas agrícolas ¿no seria una conquis- ta para este pais tan rico i que tanto se queja de la escasez de brazos? La cuestión de hacer tal o cual trabajo con las máquinas en un tiempo dado, en lugar de hacerlo en un tiempo mas dilatado e incierto, es acaso de una naturaleza indigna del áiite- fes de los grandes propietarios? ¿Xo hai en el fondo de esta cuestión una razón de Ínteres jencral poderosa i visible? ¿!Vo se ha admitido i reconocido desde mucho tiem- po que la producción por medio de las máquinas hace bajar notablemente el precio «ic las mercancías i las pone por "consiguiente al alcance del pobre? Asi, economía social, bienestar material, todo está contenido en el cultivo de esta ciencia de apli- cación. Hallamos un número mayor de razones poderosas para que se fomente en Chile el estudio de las arles industriales, en las riquezas naturales de su suelo, sin hablar de la agricultura de que proceden tantos ramos de industria en el cultivo de los cerea- les, do las plantas olcajinosas, de las sustancias linlorias, de la seda, de la viña etc. La explotación de las minas se presenta en primera linea. ¿Se ha dicho ya por aca- so la última nalabra sobre este punto? Son pues perfectos los procederes que se ha- llan en uso? ¿Nada hai que aprender, nada que enseñar en esta parle? No me atre- vo a creerlo. El cobre, esta riqueza que apenas cede su importancia al oro i a la pla- ta solo es hasta ahora un objeto de exportación, por decirlo asi. Su refinación i la- minación hasta ahora solo se hallan en estado excepcional en el pais. ¿1 qué diremos de esa fuente inagotable de riqueza i de poder que so llama carbón de piedra? de ese elemento industrial que tanto ha contribuido a la grandeza de la Inglaterra, que solo estrac tanto como tres veces el resto de la Europa i ocho veces tanto como la Francia, de esa materia que se puede llamar preciosa, si se considera que no solo hace gratí papel como sustancia calorífica que economiza la madera del pais, sino también como ájente de reducion de los minerales metálicos i que permitirla obte- ner tan baratos los objetos de fundición i de fierro que componen casi la totalidad de 1 as de primera necesidad. Si en efecto se estableciesen fundiciones no tardarían en fabricar esos vasos esos hornos, esos muebles i utensilios del pobre que reempla- zarían con tanta ventaja las vasijas de barro informes i frájiles de que se sirve en el dia. Se podría fabricar la coke como la cal, tan fácilmente si la ulla es de primera formación, i esta nueva materia primera, este nuevo combustible, mucho mas difícil de trasportar que la ulla, porque debe utilizarse en grandes pedazos, esta materia no se hará ya venir del eslranjero. Es aun necesario para obtener lodos estos bienes que las vias de comunicación sean mas perfectas? No; la posición jengráfica de (^.liile, la forma de su territorio facilitan ol Ira.sporlc de lodos sus productos por mar, i el ejemplo de! camino de fierro de — m— Copiapó puede ser imitado por do quiera que haya un centro de explotación. líai mas: el impulso dado a estas explotaciones hará también que la ciencia se emplea mui ventajosamente en la mejora de las vias de comunicación. Al hablar del cobre no he heclio mas que insinuar las ventajas que presentarla su explotación mas estensa, sin hablar de la posibilidad de trabajarlo. Queí ¡No hai aun un solo calderero chileno! ¡Qué vacio tan grande se nota aqui en la enseñanza indus- trial! i que vasto campo de trabajo hai que ofrecer a los artesanos. Cuando el Go- bierno lo halle por conveniente este ramo de trabajo se creará en la Escuela de Ar? tes i Oficios, i el cobre tomará bajo el martillo solo i la soldadura como accesorio las mil formas variadas que se le dá en las arles, se harán tubos para las bombas, tubos para la iluminación de gas, lámparas, objetos de cocina i demas de la economía do- méstica. Innumerables pájinas podrían escribirse sobre todas las industrias que se hallan en jérmen en Chile i para cuya explotación no falta mas que voluntad. Las potasas i las sodas, la fabricación del javon i de las velas esteáricas, la de aceites, la eslrac- cion del yeso i de los mármoles, la de las diferentes variedades de arcilla, la fabri- cación de la loza ordinaria, el azul de Prusia, la de tejidos de lana cañamo i lino. Todos los elementos do estas explotaciones i de estas fabricaciones existen en este sue- lo o en los productos de este suelo. Pero para hacer completa esta exposición tcn- dria que ir mui léjos; rae es suficiente haber indicado algunos trozos de esta larg* serie de riquezas, para demostrar que el desden o el olvido en que se les deja es una falta grave con respecto al bien estar material de las masas, i la estraccion irresisti- ble que inspiran las ciencias de aplicación no puede ménos que aumentarse con el pensamiento de que su estudio debe conducir inevitablemente a la mejora del estado social del pais. ¿Cómo derramar lo mas que sea posible estos conocimientos ^ jenerales en toda lar cstension de la República de un modo poco 'costoso al Estado? El modo me paree» fácil. Debcrian establecerse desde luego en la capital i ciudades principales cualrcr cursos públicos esencialmente prácticos: l.° de dibujo lineal i de las máquinas; 2.® de Aritmética i jeomelria práctica; 3.” de Mecánica práctica; 4.° nociones sucintas i al alcance de todos de física i de Química aplicadas a las arles industriales. Cultivar con mas cuidado aun, principalmente en los primeros años ese plantel de trabajado- res que saldrán de la Escuela Nacional de Artes i oficios para ir a repartir a las pro- vincias el fruto de sus estudios i a hacer por sí mismos la aplicación de sus conoci- mientos prácticos. De aqui la necesidad de multiplicar estos conocimientos en la Es- cuela, a fin de formar lo que se llama monitores en las escuelas mútuas. Estos alum- nos mismos serán los primeros llamados a profesar en los cursos públicos que se es- tablezcan, i se tendrá asi el espectáculo, que no es raro hoi en Europa, de ho-mbres que poseerán con una superioridad notable una profesión manual i que al mismo tiempo tengan los conocimientos variados que debcrian formar la base de toda edu- cación sólida. Por esta razón insisto mucho en que se lleve a efecto el programa es- crito en el Reglamento de la Escuela en lo concerniente a los cursos de física i de química industriales, porque no deben hacerse las cosas a medias. Enseñar las pri- meras nociones de Mecánica elemental sin algunas de las experiencias de Física ex- perimental que a ella se refieren; estudiar los motores hidráulicos sin conocer las propiedades físicas de los finidos, i en fin las máquinas de vapor sin conocerlas propieda- des del calor, seria desentenderse del método en materia de enseñanza, carecer de ló* jica cuando es mas necesaria. Del mismo modo, no es permitido trabajar con fruto los metales, soldarlos, alear- los, emplear las arenas propias para las fundiciones, las maderas para la carpinte- ría, sin conocer a fondo las propiedades las ventajas i los defectos de todas esas sus- —m— tancias. Do aquí la necesidad de crear en la Escuela un curso de química esencial* mente pnáctica que, sin cstenderse hasta el análisis calculado i riguroso de las tie- rras, de las piedras i demas sustancias, dé a conocer al menos la naturaleza de los fundentes en liso, los caracléres jencrales que sirven para reconocer tal o tal cuerpo, si una ulla, por ejemplo, es de buena calidad para hacer coke, en que consiste que un fierro sea quebradizo sobre frió, quebradizo sobre caliente, etc., etc. Insisto tanto mas en la necesidad de dar en lo posible conocimientos prácti* eos sobre las ciencias industriales a los alumnos de la escuela en particular, cuanto que solo deben producir ventajas, i no hai ningún inconveniente serio que temer. Por otra parte, maestros i obreros pueden sentir un movimiento de envidia al ver que jóvenes instruidos son llamados a aventajarlos en su carrera. Pero aquí ¿qué ta* lleres hai verdaderamente tales? Pocos o ningún herrero propiamente dichos. Hai cerrajeros i ningún mecánico, ningún fundidor de fierro. Nuestros alumnos son pues llamados a llenar esc vacio en calidad de maestros jpara formar otros, i justificar así los grandes sacrificios que hace el Gobierno. Para ser maestro es pues necesario so- bresalir en la parte que se profesa, asi como en las ciencias, para enseñar bien la aritmética i jeomclria es menester poseer mucho mas-, para dar la enseñanza prima- ria, poseer la enseñanza secundaria por lo menos, i para formar maestros ser inje- nicro. La escuela, en fin, en los primeros años debe ser, a mi juicio, una escuela de maestros i no una escuela de obreros. Los mismos sentimientos que me animan cuando se trata del bien del pais me ha* cen desear vivamente que se aumente el número de las profesiones en la escuela, con aquellas que no exijen un material considerable i cuya urjencia a la vez sea bien reconocida. De esta manera estas tentativas industriales serán poco costosas, nuevos ramos de trabajos se pondrán a la vista del público i se podrán hacer en pe- queño experiencias propias para guiar a los imitadores i a los especuladores, presen* tándoles los datos prácticos que les faltan en el dia. Rindamos homenaje al Gobierno que en su jencrosa iniciativa es el primero quo sabe dar tan buen impulso a las masas. Honor a los hombres escojidos que tan bien han comprendido su siglo, creando i protejiendo la enseñanza j industrial. El impul- so dado desde lo alto una vez impreso, estos jérmenes de civilización propagándose en la sociedad, no pueden dejar de producir en ella precoces i buenos frutos. I en fin digámoslo de una vez, no pueden dejar de comunicar a un mismo tiempo al po- bre gratuitamente, tanto la ciencia que lo ¡ilustra mejorándolo, como la profesión que ha de alimentarlo. ¿No es esto desempeñar dignamente la misión del padre para con sus hijos, no es satisfacer del modo mas cumplido al liberalismo mas ámplio al liberalismo mas puro? He dicho al principio que el asunto que me proponía tratar se hallaba por todos sus puntos en contacto con todos los intereses de la sociedad. Desearia haber demos- trado suficientemente que los intereses materiales progresarían con ver desarrollarse el estudio i la práctica de las ciencias industriales. Fácil es también demostrar que debe suceder lo mismo con respecto o lo moral. El peligro para las sociedades reside mucho mas, según mi juicio, en la ignorancia que en el saber, i si por otra parte la ostensión jeneral de las luces parece tener con respecto a la política algún incon- veniente, como toda buena institución puede tener su lado malo, este inconveniente no podría evitarse de un modo absoluto, porque toda sociedad progresa no es per- mitido decirle: tú no pasarás mas adelante, i Chile lo ha probado mui bien de algu- nos años a esta parte, pues que en lugar de proceder paso a paso, como han estado obligadas a hacerlo las antiguas sociedades, ha salvado siglos en poco tiempo, i c.ida dia se verá nacer en el pais otros elementos mas de riqueza i de poder que han he- cho por tanto tiempo al nuevo mundo tributario dcl antiguo. Un solo hecho podrá —175— manifestarlo i la Escuela de Arles i Oficios lo ofrecerá. Desde ahora es evidente para todos que los alumnos de este establecimiento podrán en menos de dos años ser ca- paces, bajo la dirección de sus maestros, construir una máquina de vapor en todas sus partes. Este resultado es inmenso comparado con el punto de partida, i espera- mos que una de las próximas exposiciones lo comprobará. Estos rápidos progresos de una juventud estudiosa ¿son pues dignos de deplorarse? El estudio no tiende por si mismo a elevar al hombre dándole algunos grados mas en su propia estima? ¿I la obligación de respetarse mis, la conciencia de su propio valor no serán medios poderosos de moralización? ¿i\o son propios, en fin, para des- truir en el artesanq esos hábitos viciosos o cuando menos desordenados que se echa en cara a algunos de ellos, i que no las deben sino a la inferioridad moral i cientí- fica en que se les deja? No lo pienso, i los veinte años de experiencia que he adqui- rido en las escuelas de Francia me dan algún derecho para afirmarlo. El obrero práctico es orgulloso, se cree capaz de todo, es celoso i apasionado. Orgullo por or- gullo, yo prefiero el que es fundado i razonado, i apelo para justificar esta prefe- rencia a los 4,000 alumnos que han salido de las escuelas de artes i oficios de 20 años a esta parte, porque honran a la Francia i a su industria en los numerosos i grandes talleres que la cruzan por todas partes, en buques de vapor i caminos de fierro. No terminaré por fin, esta apolojía de las ciencias aplicadas sin añadir que si que da demostrado que los intereses materiales i morales de la sociedad están íntimamen te ligados con su estudioj no podria negarse que lo mismo debe suceder con respcc to a los intereses relijiosos, porque ¿no es rendir a Dios el homenaje mas puro cul tivar esa bella intelijencia que ha dado al hombre, como debemos suponerlo, no para cerrarle el camino de la ciencia sino para iniciarlo por el contrario en todas laS maravillas de la creación? Que este triple interes sea pues el atractivo constante ofre*- cido a las meditaciones del hombre civilizado, i felicitémonos por este momento do ser sus modestos intérpretes. Abril 11, 1852. AN ATAS IS de las es flor es cencías salinas qae en diversas par- tes cubren el llano de Maipo i de las sus tapidas estrañas que , se hallan en las aguas empleadas para et riego de este llano por DON ANTONIO RAMIREZ. / ■■■ ^ El trabajo que tengo el honor de presentar, tiene por objeto la análisis calificativa de las csdorescencias salinas que aparecen en los llanos deSan Ignacio, i la determi- nación de las sustancias estrañas que se hallan disueltas en el agua de Maipo; si- guiendo en mis manupu'aciones los procedimientos indicados por el señor Domeyko en su memoria sobre las aguas de Santiago. Las ideas que emitiese no estarán éseri- tas de los errores consiguientes a la falla de práctica i a lo incompleto de mis cono- cimientos sobre los principios fundamentales de la ciencia; pero yo las creeré exactas tí» merecen vuestra aprobación o si son conformes a las vuestras» ' • 23 S&tiiatcioii tle ln so osporason ilo osla ir i!) i, o h.ibri.n por uooos'ul.ul tío rooiinirso a los proIVsoros alli ovisionlos, ipio. si l'iioson do oolojios partioidaros, dolionan supo, norso mtoros.ulos on alojar oualipiiora oompolitior, \>;ró^uoso a oslo tpio ol tomor do mu parcialidad do parí»' do sus oxamiuadoros roiraoria (piii.á do do«lioarso a la ousoüaura a los lu)ml'ros mas oapaoos, i so vorá ipio imillitud do Iropiozos so dtau i suscilar, sin oonsiilorablos \oi\lajas ipio los compousou, a la propagación ilo las lucos tpio lai\to importa lacdilar por todos los caminos! Sin amsiiU rnblis rrnfajns so l>a dicho; i on ot'oclo, on la mayor parto tío las pio- sincias soran tt'davia por a’gnn tiempo raras las personas do sohrosalionto mocito tpio so dodiipion a 1» instrucción I'ln aquellas quo so lidlon do mojor condición a esto respecto, los directores ile ostahlocimiontos tío educación aordailcramcnto luionos, poco deberán lomor la apertura ilo otros que no lo seai\. 1.a competencia tpto estos les bagan a l'aaor tlol espiritu de novedad ipie se alega, será bien olimora, porque .idou\as do quo ol público no taiala o<» hacer justicia, no son muchos los padres que se resuelven a retirar sus hijos do un ostahlocimionlo bien acmlitadi», j>ara que va- yan a correr los albures do olnv quo rocion aparece, l.a insidtsisloncia ilo los prolVsort's, ipio tambiot» so lamenta, on tnula so romcdii- ria con el ovámen, mientras tm fuese posible asignarlos emolumentos monos escasos quo on ol dia, cscasoi quo os la verd ulera causa do osv insubsistonci u .No menos porniciosa que la hasta aipii ov nninada parece la segunda atribución quo so propone conceder a las comisiones inspectoras, vio tljar las materias vpio Inn ,dc ensenarse on cada cst ddocimionlo i aun los métovhis con quo so ha do voritic ir su onseiiatua. Hasta a»pd osas atribuciones han corrospondulo aumpio con monos latitud ol t'.onsojo rnivorsilario, poro únicamente .sobro h>s establecimientos .sostenidos c>>n f.mdos nacionales, prninciales o municipales, a virtud de la dirección quo sobrv' « líos ejerce. V mas de no parecer que haya vlerccho para haivr ostensiva igu d direc- ción a los cvdojios particulares, ,*no seria perjudicar al progreso de la instrucción misma impcvbr ipie nuevos métodiis .se ensaveu’.’ .Vca.so la opinión de la autorol.ul al parecer mis competente, es infalible .sobre este particular? I'al fue la consideraciou que hito sen dar solamente al l'.onsejo l.i facult.ul de dar meras instrucciones .sobia' los melovlos ipie conviniese .seguir en la enseñanza. jl qué deberla dcciisio cuamlo no es ya la ruiversidul ipiien ha de lijar tales mclodws, sino las comisiones «le provin- cia orginitadas del moilo qne l*ersy desea? jOuién nos aseguraria que en cada loca- lid ul no se adiqit.iri.m mediante este sistema métodos dislinlos, aumentando ,isi in- mensamente la misma desconformidad vpic se tratase de obviar? Por cierto, no seria iiiiii av.iii/ado temer que a lucniulo se pusiesen en planta métodos absmahis i aun se pretendiese ejercer en esto una tiranía funesta, si a falla de conocimientos propios las coihÍnÍoucs recurriesen a dclermin nías personas de las dcdicailas a la enscñaiix a para de.scmp.'iiar a su nombre tal atribución sobre los dcma.s establecimientos. .\im por lo que hace a la tij ación de los ramos ipie hubiesen de enseñarse en ca- da casi, se ofrece el inconveniente ile qne mui a menudo .sena irrealixable en las provincias darles toda la estcnsivui ipie la comisión deicrminara. 1 no hai duda que lio conv cudria impedir que un cslablccimii iUvi se abriera solo i>or esc motivo. I.os arbitrios m.is oportunos que por ahora .se prc.scntan en ( hile para extender los ramos do instrucción i mejorar los métodos en tod is parles, .son en primer liig.ir: 1.1 creaeion de buenos colejios i escuel.is moilclos sostenidos por el tíobierno en los principales pueblos de l.ts prov incias, para que su ejemplo prodiixc.i en ellas, bijo ules respectos, los mismos favorabli's efectos que ha producido el del Instituto Na- cional en Santiago. J.* El est ibiecimiento ile una frecuente inspvHvion a car.;o de iiulividiios de una idonoiil.nl comprobada i que. dcbiil.imenle retribuidos por su Ir.i- bajo, tengan a'giina resp 'ns.ibilid.id en el caso de no desempeñar con celo sus debe- — 195— res. Felizmente, respecto de las escuelas, se hacinpoz ido ya a poner en ejecución os- le mismo método, i es de esperar que el Supremo Gobierno vaya aumentando en lo sucesivo el número hoi demasiado iusuficicnle de tales visitadores a medida que las circunstancias del Erario Nacional lo permitan. Los exámenes públicos son el tercer medio eficaz que ocurre para el logro del fin propuesto, i las indicaciones de Persy sobre este pariicular, merecen ser atendidas. Mui poderoso estímulo ofrecería sin duda para los profesores de colejio i preceptores de escuela la obligación que se les impusiese de presentar todos los años sus alumnos a un examen público ante personas autorizadas, sabiondo que Inbia de retirárseles la autorización que para abrir sns establecimientos se les hubiese conferido, en caso que el ningún adelantamiento de los educandos dieseuna prueba irrecusable de su com- pleta incapacidad o abandono. Aun siu este temor, la vergüenza de s ilir deslucidos pro- duciría los mejores efectos tanto en ellos como en los alumnos; i si a esto se agrega, se la distribución de premios, i publicación de noticias que hiciesen los Inspectores sobre el estado en que hubiesen encontrado sus clases, nada se h ibria omitido d(*, cuanto puede hacerse por ahora pa.a estimular el celo de los encargados de la ins- trucción. En conclusión, el único requisito previo que los micmbios conciliarios qoc toma- ron parle en esta discusión opinaron debía exijirse a los que aspirasen a abrir cual- quier establecimiento de educación, fué el do acreditar su relijiusidad i buenas cos- tumbres. Como el autor de la memoria que se discute propone al fin de ella plantear cu Concepción dos escuelas gratuitas nocturnas, a cada una de las cuales cree podrían ' asistir, sin pe.judica. a sus ocupaciones diarias, doscientos o mas individuos adul- tos de la clase menesterosa, que en un espacio de tiempo moderado .ecibirian una conveniente educación primaria, el Consejo, a pesar del ningún suceso que este mis- mo pensamiento ha tenido en Sanli-ago, lo reputó altamente laudable i mui digno de ensayarse en aquel punto para ver si allí produce mejores resultados. Igualmente merecedora de aplauso i de aceptación se reputó otra oferta que agre- ga a la anterior, i es la de admitir gratis en el colejio que allí dirijo, algunos jóve- nes pobres, recomendables por sus disposiciones p .ra el estudio, sus modales i mora- lidad, que deseen abrazar algún dia la carrera de la enseñanza, con el fin de obviar en algo la falta de una escuela normal en aquella provincia. Después de esto el señor Rector levantó la sesión, dejando para la próxima el acor- dar definitivamente los términos en que hubiese de informirse al Supremo Gobierno. Saniiago, marzo 3 de 1852. \ ista la lerna formada por el Consejo de la Universidad para la pr< visión del car- go de Delegado Universitario, a que hace referencia el Supremo Decreto de 22 de noviembre de 1817, vongo en nombrar para que desempeñe dicho destino, a don Ignacio Doineyko, que me ha sido propuesto en primer lugar. Co m u n i q u esc — .II on t t . — Fi ruando Lazcauo. OBSERVACIONES sobre la Historia de la Literatura Es- pañola^ de JORJE TicKNORj ciudada7io de los Estados-Unidas : por DON ANDRES BELLO. La necesidad de una obra de esta especie se habia 'jiccho sentir largo tiempo en el estudio de la literatura española; i nos complacemos en anunciar que Mr. Ticlaior ha llenado del modo mas satisfactorio este vacío. No solo ha concentrado, juzgado i rectificado cuanto se habia escrito sobre el mismo asunto dentro i fuera de España, sino que a lo ya conocido añade de su propio caudal multitud de datos biográficos i bibliográficos que estaban al alcance do pocos, i que ha sabido traer a colación con mucba oportunidad i discernimiento. Los aficionados a las letras castellanas halla- rán en el erudito norte-americano un juez intelijente, capaz de apreciar lo bello i grande bajo las formas peculiares de cada pais i cada siglo; tan ajeno dei rigorismo superficial que califica las producciones del injenio por las reglas convencionales de un sistema esclusivo, como de las ilusiones de aquellos que se saborean, no solo con lo tosco i bárbaro, sino hasta con lo trivial i rastrero, si pertenecen a épocas o jcnc- ros predilectos; descarríos uno i otro nada raros, el primero en los siglos anteriores al nuestro, i el segundo en nuestros dias. Pero lo que mas realza esta obra es, a mi juicio, la parte histórica, el encadenamiento filosófico de los hechos, la saga- cidad con que se rastrean las fuentes, la lucidez con que se pone a nuestra vista el desarrollo del jénio nacional en los varios ramos de .Hteratura. La sección relativa al drama es la de mas amplias dimensiones; i la que el autor parece haber tratado con especial atención i esmero. Supérfluo seria, i hasta presuntuoso de mi parte, espresar este juicio sobre lo que ha obtenido tan jeneral i honrosa aceptación en todo el mundo literario, si no me hubiese inducido a ello el deseo de dar a conocer entre nosotros, donde la lengua i literatura castellanas se miran con inescusable desden, la obra mas a propósito para convencerlo de injusto. No se crea, por lo dicho, que adhiero a todas las opiniones del autor. En el dis- curso que tengo el honor de presentar a la Facultad de Humanidades, i en los que probablemente le seguirán, me propongo controvertir algunas de sus deducciones i juicios. Mis observaciones se referirán a la primera Scccíou de la Historia, que abra- za toda la literatura castellana desde fines del siglo duodécimo hasta principios del décimoseslo. 20 — Iíi8— Mr. Ticknor me pirccc aírib;iir mui poca o ninguna parte, en la mas temprana poesia de los castellanos, a la inüuencia de los árabes; juicio cpie yo liabia formado años hace, cuando la opinión contraria, patrocinada por escritores eminentes, habia llegado a ser un dogma literario, a que suscri.bian, sin loin irse la pena de someterlcT a un detenido exáincn , casi todos los eslranjeros i nacionales que de propósito o por incidencia hablaban de la anticua literatura de España. Que entraron en la lengua castellana multitud de voces arábigas; que aun algunos de los sonidos con que se pronunciaba fueron modificados por el idioma de los Muslimes, i que del contacto, de la mezcla intima de las dos razas, se pegaron al romance castellano ciertos jiros, ciertas expresiones proverbiales, lo tengo por incontestable. Si esta influencia pasó del idioma a ios cantos populares de los castelíanos, como parecía natural, es un punto que examinaremos después. Observemos entre tanto el hcclto lundamental, i no disimulemos su importancia i alcance. Trasladaré aquí con cMe objeto la luminosa exposición de Mr. Ticknor (a), a la que con pocas limitaciones suscribo. «Otra tremenda invasión descargó sobre España; violenta, imprevista, i que por algún tiempo amenazó barrer con toda la civilización i cultura que de las antiguas instituciones del pais se conservaban, o que empezaban a jerminar bajo las nueva». Hablo de la notable invasión de los árabes, que nos obliga a buscar algunos de los ingredientes del carácter, idioma i literatura de los españoles en el corazón del Asia, coma ya nos hemos visto obligados a buscarlos en lo mas septentrional de la Eu- ropa. «Los árabes que en todas las épocas de su historia han sido un pueblo pintoresco i extraordinario, debieron a la ardorosa relijion que les fué dada por el jénio i fana- tismo de Mahoma, un impulso que bajo muchos respectos no ha tenido paralelo en el mundo. Por el año de Cristo 623 eran lodavia dudosos la fortuna i destinos del Profeta, aun dentro de los estrechos liiniles de su indómita i vagabunda tribu; i al cabo de menos de un siglo, no solo la Persia, la Siria i c;isi toda el Asia occidental^ sino el Ejiplo i toda la parle septentrional del .\frica se hahian rendido al poderío de aquella fé belicosa. Da un suceso tan vasto i tan rápido, fundado en el entusias- mo relijioso, i tan prontamente seguido de una civilización adelantada, no nos ofrece otro ejemplo la historia. «Cuando los árabes obtuvieron una posesión tolerablemente tranquila de las ciu- dades i costas africanas, era natural que volviesen los ojos n Es^jaña, do la que solo estaban separados por un estrecho dcl ISledilerráneo. Desembarcaron con grandes fuerzas en Jibraltar el año do 711. Siguióse inmediatamente la batalla dcl Guadale- tc, como la llam iron los moros, o de Jerez, como la apellidaron los cristianos; i en el trascurso de tros años avasallaron con su acostumbrada celeridad toda la España, excepto aquella rejion fatal del .Norucs'c, a cuy is‘ montañas se retiraron un gran número de cristianos, capitaneados por Pelayo, dejando a sus demas compatriotas en manos de los conquistadores. «Pero miénlras los cristianos que se liabian salvado dcl naufr.ajio del poder góti- co, pcrmanecian encerrados en los montes de Vizcaya i Asturias, o sostenian aqucll,'» desesperada lucha de cerca de ocho siglos, que terminó en la espulsion final de los invasores, los moros, en el centro i cspecialmeiilc en el rnediodia de la España, go- zab;m de un imperio tan espléndido i tan iiUelcclual como su relijion i civilización pcrinitian. «Mucho se ha dicho sobre la gloria de este imperio i d efecto que produjo en la lileraluia i coslumhros de las naciones modernas. Hace ya tiempo ipic lluel i .Mas- (ii) M¡-indice A, ul ñii (Ic la lii>toi ia. sicu creyeron que pedia raslroaríe Insla ellos c! orijen de la rima i de las fieciones rotnánlicas; pero en el dia se miran jeneralinentes una i oirás como producciones, por decirlo asi, espontáneas del espirita humano, que diferentes naciones en dife- rentes épocas han sacado a luz separadamente para si mismas (b). Algo mas tarde el jesuíta Andrés, docto español, que escribía en talla i en italiano, descoso de confe- rir a su patria el honor de haber dado al resto de la Europa el primer impulso en la can’era de la civilización después de la calda del imperio romano, concibió una teo- ría mas amplia i mejor definida que la de Iluet; es a saber, queMa poesía i cultura de los trobadores de Provenza, que se creen ser las mas antiguas de la Europa meri- dional, se derivan entera e inmediatamente de los árabes do España; teoría adopta- da por Ginguené, por Sismondi i por lós autores de la Historia Literaria de Fran- cia. Pero lodos estos escritores proceden sobre la suposición de haber aparecido en Provenza la rima, la composición métrica i cierto espíritu poético algo mas tarde de lo que por investigaciones posteriores se sabe que fué. Porque el padre Andrés i sus secuaces fijan la fecha de la propagación de las inílucncias arábigo-hispánicas al sur de la Francia, en la conquista do Toledo, que fué el año de 1085, época en que es positivo se aumouló gradualmente la comunicación entre los dos paises [c). Pero Raynouard ha publicado después un fragmento da un poema, cuyo m inu scrilo no puede ser posterior al año 1,000; i ha demostrado asi, que la literatura provenzal contaba mas de un siglo do existencia al tiempo de la conquista de T oledo, i sube hasta la época de la gradual corrupción del latin i la gradual formación del lenguaje moderno. Schlegel, el mayor, ha discutido también esta teoría, i ha dejado poco que dudar en cuanto a la solidez de las deducciones de Raynouard (d). «Pero aunque no podamos, con el padre Andrés i sus secuaces, encontrar en los árabes de España la fuente principal o primaria de la poesía i cultura de toda la Eu- ropa meridional en los tiempos modernos, [)odemos con todo adjudicar a ellos algu- na parle en lo que concierne a la lengua i literatura csiaañolas. Porque sus progre- sos en el cultivo de las letras fueron casi tan rápidos i brillantes como en la esiension de su imperio. Los reinados de los dos AbderraJnnas, i la época gloriosa de Córdo- ba, que comenzó por 750, i duró hasta casi su ocupación por los Cristianos en I23G, se distinguieron por una ilustración que enlónccs no tenia igual en K uropa; i si el reino de Granada, que expiró en 1 492, no fué tan ilustrado, fué talvez aun mas espión, dido i lujoso. A las escuelas públicas i las bibliotecas de los árabes españoles acudían no solamente los de la misma fé, sino cristianos de diferentes paises de Europa; i uno de los hombres mas notables de su siglo (Jerberlo, después Silvestre segundo, primer pontífice que dió Francia a la sede romina) se cree que debió su elevación ¿i los conocimientos que adquirió en Sevilla i Córdoba. «En medio de este floreciente imperio vivia gran muchedumbre de nativos cristia- nos, que no siguieron a sus d(jros i deno lados hermanos en la retirada a las monta- ñas bajo las .banderas de Pelayo, sino que permanecieron entre sus vencedores, pro- ib') En cuanto a la rima, es preciso adniilir qiic en al¡?nnos paises ha n.aridn rsponláneanienle, i asi me parece que sucedió en ei lalin de la media edad por causas Inherentes a la teiijíiia latina, que no se cneneulran en otros idiomas. Este es nn punto a (pie talvez llamaré alijnn (lia la atención de la Ea- cnltad. En cnanto a las liceiones románticas, bai sin duda ciertos elementos que pindén mirarse como sujeridus por la imajinacion en todas (larlcs i (jne aparecen por consijíiiien Le en las liceiones poéticas, de todos los pueblos: ajencias sobrcnaliirales, jiíiaiites, dragones, vestiglos ele. Pero adi-mas de estos caracteres comunes, bai otros determinados, especiales, (¡ne distinguen la poesía de nna edad o (Uv un pueblo, i el hallarse estas pecnliares formas en otra edad o pueblo, es un indicio seguro de deri- vación. Asi algunas de las mas brillantes fieciones de la (labal icria .Vnclantc jnicdcn rastrearse basta las marabillas de la Tabla Itedoiida, creadas por la fantasía brelt/iia. E>la es materia quo merccc- ria también ilustrarse, (xot.í uri. rii.imiCTüu). (c) iiA esta época, iiílice (Jingnené,» es a la ((ue so remontan acaso los primeros ensayos poéticos de la España, i seguramente los primeros cantos de nuestros trobadores.» (d) Mr. Ticknor se refiere a nna olma de A. W. Sclilegel intitulada Ohteivncíonrt sol, re laff«gu«i //((•r.ví.vra París 1818, 110 publicada. Segiin Schlegel loe en alt(> grado anli-ai ábiga. por el tono i espíritu, la primera poesía provcn/.al, i todavía mas la ¡jrimera poesía española. —200 — tejidos por aqucilii laxa tolerancia que la rclijion mahometana prescribía i practica- ba al principio. Como vencidos, pagaban doble tributo que los moros, í sufrían im- puestos sobre sus iglesias; pero en lo demás estaban sujetos a pocas cargas i servi- dumbres, i aun se les permitía tener sus obispos, templos i monasterios, i ser juzgados por sus propias leyes i tribunales en las controversias entre ellos mismos, salvo que se tratase de la pena de muerte. Poro aunque de este modo se mantenian como un pueblo en cierta manera distinto; i aunque, considerando la dependencia en que vi- vían, conservaron la le de sus padres con una constancia i lealtad apenas creíbles, no podía menos de hacer mella en ellos la presión continua de una dominación po- derosa i magnifica, i de una población bajo todos respectos mas próspera i adelanta- da que la suya. En el trascurso de siglos era inevitable que su carácter nacional ce- diese por grados a esta incesante influencia. Llegaron por fin a usar el traje moris- co; adoptaron las costumbres de los moros; sirvieron en los ejércitos muslimes, i ob- tuvieron cargos de honor en las cortes de Córdoba i do Granada. En suma, bajo to. dos respectos merecieron el nombre que se les dió do mozárabes, o cuasi — árabes en costumbres i lengua; porque tan mezclados estaban con sus dominadores que llegaron por fin a no distinguirse, sino por su le, de la población arábiga entre la cual vivían. «El efecto de todo esto en cuanto hasta entonces había logrado sobrevivir a la len- gua i literatura de liorna, se echó de ver en ellos mui presto, como debía suceder. Los españoles que residían entre los moros, no se cuidaron de su degradado lalin, i empezaron luego a h djlar el árabe. En 794 creyeron los conquistadores que ya era tiempo de establecer escuelas para enseñar su lengua a los cristianos de sus domi- nios, i de prohibirles que usasen otra. Alvaro de Córdoba, que ¡escribía su Imliculus Lurninosus por 874, i era testigo compelcnte en la materia, manifiesta el gran suceso que había tenido esta providencia de los ilominadores; pues se queja de que los cris- tianos de su tiempo no apreciaban el latín, i a tal punto se habían familiarizado con el árabe, que apenas habría podido hallarse un cristiano entre mil, que fuese capaz de escribir en latin a otro cristiano; mientras que muchos de ellos componían poe- sías arábigas en que rivalizaban con los moros mismos. A tanto llegó el temprano predominio del árabe, qnc Juan, obispo de Sevilla, uno de aquellos varones venera, bles que eran igualmente respetados por los cristianos i los musulmanes, creyó ne- cosario trasladar a aquel idioma las Escrituras, porque sus diocesanos no podían leer- las en otro. Aun fué preciso que el rejislro de las Iglesias se llevase en árabe, como se hizo desde entónccs por varios siglos; i asi es que en los archivos de la catedral de Toledo se han visto recientemente, i sin duda se ven hoi dia, mas de dos mil do- cumentos escritos en árabe, principalmente por cristianos i eclesiásticos. «.\i varió de un golpe este orden de cosas cuando la fortuna de las armas se de- claró por los cristianos del norte, porque después de reconquistadas algunas de las provincias centrales del p iis, las monedas selladas por los reyes cristianos para que circulasen entre sus vasallos déla misan fé, csla!)an cubiertas de inscripciones arábi- gas; como puede verse en algunas de Alfonso VI i Alfonso VIH. El rei don Alonso el Sabio por un solemne doerclo espedido en Ifiirgos a diez i ocho de Setiembre de 1250, proveía a la educación ¡lela juventud sevillana, estableciendo para ella escuelas arábigas, al mismo tiempo que latinas. I todavía mas tarde los actos i documentos públicos de aquella parle de España solian escribirse en áral)c; i las firmas de es- crituras eclesiásticas importantes, redactadas en latin o español, se ponían a veces en letras arábigas, como se ve por una de Fernando IV en que se conceden ciertos privilejios a los tnonjos de San Clemente. De manera que casi hasta el tiempo de la conquista de Granada, i bajo ciertos respectos aun después, el idioma, costumbres ¡ civilización de los árabes estaban todavía mui difundidos entreja población cristiana de la España central i meridional, —201 — «Asi, cuando los cristianos del norte, después de la mas enconada i tenaz contien- da, rediraian de la servidumbre la porción mas considerable de su antigua patria, i arrinconaban a los moros en las provincias del sudeste, se vieron, según iban ganan- do terreno, rodeados de grandes muchedumbres de sus compatriotas i hermanos en la fé; cristianos, a la verdad, en creencias i sentimientos, aunque de escasa doctrina rclijiosa i de imperfectas ideas morales; pero moros en el vestido, las costumbres i la lengua. Uniéronse, por supuesto, las dos diversas masas; pero la guerra las habia te- nido tanto tiempo separadas, que, si bien de la miama estirpe, i ligadas por algunas de las mas poderosas simpatías de la naturaleza humana, carecían ya de un idioma común para las cotidianas relaciones de la vida. Pero esta unión de las dos partes del pueblo cristiano, donde i como quiera que se efectuase, envolvia la inmediata modi- ficación de la lengua que unos i otros habían de emplear en sus comunicaciones re- ciprocas. El latín corrompido, alterado por el contacto de fa lengua gótica, habia sin duda sufrido sucesivas modificaciones desde el tiempo de la conquista arábiga; pero otra nueva i final adaptación era endispcnsable. Verificóse inmediatamente una in- fusión considerable del árabe, i entró el último de sus principales elementos en la lengua española, que pulida i afinada en los siglos siguientes por el progreso de la civilización i las luces, es todavía en sus facciones prominentes la misma que apare- ció poco después de lo que con característica nacionalidad se ha llamado Restaura' don de España. «El lenguaje que los guerreros cristianos trajeron del norte, i que fue progresiva- mente modificado por su progresivo contacto con la población morisca del sur, no era por cierto el latin clásico. Era un latín, corrompido al principio por las mismas causas de bastardeo a que habia estado sujeta aquella lengua en toda la estensiondel imperio romano; corrompido luego por el inevitable efecto del establecimiento de los godos i do otros bárbaros en España; i corrompido ulteriormente por agregaciones de la lengua primitiva ibera o vasca ocasionadas por la residencia de los cristianos en las montañas a que se refujiaron, i en que el antiguo idioma de la Iberia no habia dejado nunca de hablarse. Pero la principal causa de la degradación del latin en el norte desde mediados del siglo octavo fue sin duda la miserable condición de los que lo hablaban. Habían huido de las ruinas del latinizado reino de los godos, aco- sados por la fulminante espada de los muslimes; i se encontraron apiñados entre las escarpadas cuestas de los montes de Vizcaya i Asturias. Privados de las instilu- cioucs sociales en que se hablan criado, i que por deterioradas i ruinosas que estu- viesen, representaban todavía i retuvieron hasta lo último toda la civilización que ha- bia quedado en este mísero pais; mezclados con una jente que hasta entónces habia sacudido poca parte do la barbarie que la hizo resistir con igual tenacidad a la inva- sión romana i a la de los godos; encerrados en un territorio demasiado estrecho para su número, demasiado áspero, demasiado pobre para suministrarles una tolerable subsistencia, parece que los cristianos refujiados cu aquellas montañas se vieron re- ducidos desde luego a una condición que distaba poco de la vida salvaje, i en que, por supuesto, no les era dado cuidarse de la pureza del idioma que|hablaban. Ni fue- ron mucho mas favorables para este objeto las circunstancias en que luego se halla- ron, cuando con el denuedo de la desesperación comenzaron a recobrar su perdida patria. Estaban constantemente en armas, constantemente en los peligros i penali- dades de una vida de combates i fatigas, amargada todavía mas i exasperada por odios intensos, nacionales i rclijiosos. Asi cuando avanzaban victoriosos hacia el sur i las costas, i entraban en comunicación con aquellas poblaciones cristianas que ha- bían quedado entre los moros, no podían menos de sentirse a presencia de una culta civilización, mui superior á la suya. «El resultado era inevitable. La mutación que cntóiiccs experimentó su lengua, —302— dependía de las circunslancias peculiares en que se liallaban. Asi como los godos, entre los siglos quinto i octavo, adoptaron un gran número de palabras latinas, por- que el latín era la lengua de un pueblo mas intelectual i adelantado i con quien es- taban íntinninenle mezclados, asi, i por las mismas causas, la nación entera entre los siglos octavo i décimotercio, recibió de los árabes otra contribución para su vo- cabulario, i se acomodó de una manera notable a la adelantada cultura de sus com- patriotas meridionales i de los avasallados moros (d). «lín que precisa época deba decirse que se formó la lengua llamada despucs es- pañola i castellana, por la unión del corrompido i goticisado lalin que venia del norte, con el árabe del mediodía, no puede ahora determinarse. Esta unión debió naturalmente producirse por una de aquellas graduales i silenciosas transformacio- nes que experimenta el carácter esencial de un pueblo, i que no dejan tras de si monumentos auténticos ni memorias circunstanciadas. El erudito Marina, a quien sobre esta materia podemos prestar confiinza sin riesgo de extraviarnos, asegura que no existe, ni a su juicio existió j unas, documento alguno en lengua castellana, de fecha anterior al año 1150. A la verdad, el mas antiguo que se cita es una confir- mación de privilejios otorgada por Alfonso Vtl el año 1155, a la ciudad de Abilés en Asturias (e). Así por gradual e imperceptible que haya sido la formación i primer aparecimiento del castellano, como hibla de la España moderna, podemos estar .se- guros de que a mediados del siglo duodécimo se había ya elevado a la categoría de lengua escrita i había empezado a figurar en los importantes documentos públicos de la época (f). «Desde entónces podemos pues reconocer en España la existencia de un idioma que se propagaba por l a mayor parte del país; diferente del lalin puro o degradado, i todavía mas del árabe, pero nacido manifiestamente de la unión de ambos; modifi- cado por las analojias i espíritu de las construcciones e idiotismos góticos, ; entreve- rado de reliquias de los vocabularios de las tribus jermánicas, de los iberos, los (fll podría decirse que los lieclios que so comparan son mas l)¡on contrarios que análogos? Eii el primero el lalin vulgar, vehículo do la decaiila cultura romana, prevalece sobre el idioma de jos bárbaros, del que solo recibe cierto número de raíces; cu el segundo el lenguaje informe i rudo de ios cristianos del norte, aquel mismo lalin vulgar que haliia sufrido una profunda dejeiieraeion, preva- lece sobre el rico, culto i r(Tinado idioma de sus civilizados brriiianos dcl mediodia, i de los indus- triosos e ilustrados árabes, a quienes lo na otro número de palabras. El caudal del tonumcé, de la len- gua adulterada de los se aumenta con las coiilribucioucs iberas, góticas, arábigas, que lo enriquecen, desfigurándolo basta cierto jiiiiilo, pero conserva en gran tparle su nsouoiiiia ma- terna. En la primera revolución triunfó el idioma de la raza mas civilizada; cu la segunda la lengua de los vencedores, que distaba niucbo de la riqueza i pulidez de la que fué suplantada por ella. Ésta vitalidad de la Icui'ua rumana vulgar es un fenómeno que no me ¡larecc sulicientemeute csplicado. (Nota dei. rnvnucTOR,) (e) Fué publicado cu la Revista de Madrid, segunda época, lomo Vil, paj. 267 i siguientes. (fj El autor de la rrefadon de Almería, inserto en la Crónica de Alfonso > llj describe así a los guerre- ros castellanos que concurrieron a aquella célebre esiiedicion en 1H7 : Posl hcTC Caslclla> procediinl spiciila mille, Farnosi cives per sicciila longa potentes. Illornin castra fulgent coeli velut aslra : Auro fulgebant; argéntea vasa fercbanl: Non csl pauperlas in cis, sed magna facultas. Nullus mendiciis utqiie debilis, nec male lardus: Sunl fortes enneti, snnt in cerlaininc liili. Carnes el vina snnt in casiris inopina. Copia frumcnli daliir omni spnnte pctcnti. Arniorum tanta, siellarum lumina quanla. Sunt et eqiii niulti ferro sen panno siiffulti. Illorum lingiia resonal ipiasi tympanoiuba. España Sagrada, lomo XXI, paj. lO.l. El lujo i riqueza de los castellanos pueden haberse exajerado por el poda; pero el último verso es un testimonio irrecusable de la ('xistcncia del diaiccio casicllano con su caraclcrisUca sonoridad,- cu la primera milad d-.d siglo duodécimo. (Noi t peí, Tuapvc'I'OR.) celtas i los fenicios que en diversas edades habian ocupado casi toda la Península (g). Este idioma se llam') a! pricipio romincc porque liabia nacido de la lengua de los romanos; asi como los cristianos refujiados en las montañas del Norueste fueron denominados al romi por los árabes, que los creían de estirpe romana (b). Mas tar- de se llamó español, por el nombre jcneral de la nación, i al fin, acaso mas frecuen- temente, castellano, por aquella porción del pais, cuyo ascendiente político predo- minó hasta el punto de dar a su dialecto la preponderancia sobre todos los otros que, como el gallego, el catalan i el valenciano, fueron por mis o menos tiempo idiomas escritos, que se gloriaban cada uno de una literatura propia. «La proporción de los materiales suministrados por cada lengua de las que entra- ron en la composición del español, no se ha lijado con exactitud hasta ahora, aun- que se sabe lo bistante para establecer una transacción entre sus pretcnsiones recí- procas, Sarmiento, que investigó la materia con algún cuidado, opina que las seis dé- cimas partes del moderno castellano son de orijen latino; otra décima, griega i ecle- siástica; otra, septentrional; otra, arábiga; i el resto, indostánico, americano, jitano, aleman moderno, francés e italiano. Pero Larramendi i Humboldt están seguros de que debe añadirse el vascuence; i al paso que las indagaciones de Marina tienden a rebajar la cuota arábiga, las de Gayangos la hacen subir a la octava parte. Es pro- bable que este cómputo no se aleja mucho de la verdad. Sea de ello lo que fuere, sobre el punto principal no cabe duda: la mas ancha base del castellano debe bus- carse en el latin, al que en realidad es preciso atribuir todas o la mayor parte de las contribuciones que suelen referirse al griego (i). La lengua castellana, formada de este modo, se hizo de uso jeneral mas temprano i mas fácilmente, quizá, que cualquiera otra de las nuevamente creadas que surjieron en la Europa meridional i fueron suplantando al idioma universal del mundo roma- no, a medida que la confusión de la media edad dcsaparecia. Las causas de la crea- ción i adopción del nuevo lenguaje fueron mas imperiosas en España por las íntimas relaciones de los moros, los mozárabes i los cristianos entre si; al paso que el reina- do de San Fernando, por lo ménos ácia el tiempo de la conquista de Sevilla, en <247, fué una época, ya que no de tranquilidad, de prosperidad i casi de esplendor; agregándose a todo esto que el latin, como lengua hablada i escrita, habia dejenera- (g) No puedo descubrir en el castellano esas construcciones o idiotismos góticos. Bastaba la barba- rie para sustituir a la artiriciosa estructura de la lengua latina construcciones mas espedilas i fáciles; para aboliría declinación, i simplificar la conjugación. En los dialectos Jermánicos hubo decli- naciones i todavia las liai. La conversión del pronombre latino ítU en el artículo definido estaba pre- parada en el latin mas puro: UU hnmincí <¡ui, .los hombres que;» los dialectos romances no hicieron mas que jencralizar este uso. Del numeral unut a nuestro artículo indefinido no habia mas que un pa- lo: el articulo indefinido lleva envuelta la ideado la unidad. En fin, el embrión de los tiempos com- puestos existia ya en la mas jenuina latinidad: CluiUi animum per.tpcctíím hubro nbsolulum juíu'í epos, iQué parle asignaremos pues a las analojías i espíritu góticos'? ¿No diríamos con mas exactitud qüe nuestro romance es la lengua de los romanos alterada [lor la ajencia simplificadora de la barbarie, i enriquecida por sucesivas contribuciones de otras lenguas que anmentaron su caudal sin borrar el tijio primitivo? (Nota del traiuictoii.) (h) Llamóse romance, romaní, romanzo. Cada uno dc los dialcctos vulgarcs que. nacieron de la lengua romana o latina. Creo que la forma de la palabra es orijinalmente francesa. En el caslellino antiguo ícdijo román-, asi Goiizalo dc Berceo anuncia, en uno de sus poemas, dice que va a versificar en román paladino, En cual suele el pueblo fablar a su vecino; c.%\o c.%, en lengua romana vulgar . Los fraiiccscs dijeron romane O romA/u, reteniendo la i del nominativo latino romanas, coiiio CU corps [corpas], temps [tempus], fils {jilius); dcsiiicncia quc fué mucho iiias fi ccuenta en la antigua lengua de ou/, que en el francos de ahora, i deque ofrece raros ejemplos el castellano. (i) Yo me inclino a creer que la la influencia de una lengua en otra no debe medirse por el nú- mero de palabras que le presta. Según esa regla daríamos a la lengua latina en la composición i jéuio del ingles mucho mas de lo que en rigor le pertenece. El gran caudal de la lengua caste- llana es latino; sus construcciones, sus jiros, son jeneraluienle latinos; los otros idiomas que han concurrido a enriiiiieccrla pueilen mirarse como tributarios, mas bien que auxiliares. Cuéntense, por ejemplo, los elementos heterojéneos que entran en una lei de las Siete Partidas, escritas cuan- do estaba todavia en todo su vigor la intiiiencia arábiga, i so verá cnáiilo preponderan los de orijen latiuv sobretodos los otros juntos. (Noli el dTradvctor,) —204^ do a tal punto en Espifu, que no podía oponer la misma resistencia a ceder su lu- gar, que en otras parles donde igual revolución caminaba a su fin. No debemos pue¿ sorprendernos de encontrar no solo muestras, sino considerables monumentos de li- teratura española inmediatamente después del reconocido aparecimiento de la len- gua misma. El poema narrativo del Cid, por ejemplo, no puede ser de fecha poste- rior a 1200; i Berceo, que floreció entre 1220 i 1210, aunque casi se disculpa de no escribir en latín, manifestando asi con toda certidumbre haber pertenecido a la épo- ca en que las dos lenguas contendian por el predominio, nos ha dejado una gran cantidad de jenuinos versos castellanos (j). Pero no fue sino algo mas tarde, en el reinado de Alfonso X, entre 1252 i 1282, cuando quedó reconocida i consumada la introducción del español, como una lengua escrita, regular i culta. Por órden de eso principe se tradujo en ella la Biblia según la Vulgata: el ordenó que todos los con- tratos, todos los instrumentos públicos so otorgasen en ella; i por medio de su céle- bre código de Las Siete Partidas preparó de antemano la propagación i autoridad del castellano en todos los países en que llegaron después a prevalecer la raza española i el poder de Castilla.» Sobre los anleccd ntes del castellano, descritos de un modo tan vivo i pintoresco por Mr. Ticknor, puede haber poca variedad de opiniones; pero ¿esplican ellos sufi- cientemente el resultado final? ¿No se hubiera podido, a vista de ellos, anunciar a priori que el árabe iba a ser el idioma universal o predominante de la Península, enriquecido probablemente con cierto número de raíces latinas, pero conservando su organismo propio i su jenio? ¿Habría podido predecirse que estaba reservado este triunfo al latín bastardeado de los toscos i rudos montañeses del norte, i que el li- naado i copioso lenguaje del centro i del mediodía correría la misma suerte que las poblaciones intelectuales i prósperas que lo hablaban? En la lucha de dos pueblos no es la fortuna de las armas sino la superioridad de civilización i cultura lo que hace prevalecer un idioma. La lengua que los conquistadores romanos impusieron a las naciones del occidente, no pudo sobreponerse al griego de las muelles pero civi- lizadas provincias de la Europa oriental i del Asia. Las tribus jermánicas que con- quistaron el imperio i modelaron en parte sus instituciones, vieron desaparecer poco a poco sus dialectos n.alivos, absorvidos por el idioma de los vencidos. ¿Qué tienen de franco o de gótico o de lombardo las lenguas del sur de la Europa? Algunos cen- tenares de voces dispersas, que para conservar su aislada existencia han tenido que asimilarse a un organismo ajeno, tomando las formas, i prestándose a las combina- ciones, orijinariamente latinas, de los varios romances. Pero, ya que no pudo prevalecer el idioma, ¿no habría debido esperarse siquiera que el espíritu i jenio de los árabes se hubiera hecho sentir de un modo notable en la naciente poesía de los españoles? «No hai duda» (decía yo el año 1834 en el nú- (j) Sobre la antigüedad det Poema del Cid tendré ocasión de bablar de propósito.— El pasaje do Gonzalo de Berceo, a que alude Mr. Ticknor, es el mismo que yo cité arriba, i dice así: yniero fer una prosa en román paladino, En cual suele el pueblo tablar a su vecino, Ca non so tan letrado por fer ot™ latino. (S. Uom. cop. 2.) Pero la verdadera lección, la única que p uede dar un razonable contexto i sentido, es metro latino Ptota es ciertamente una palabra iiuc el poeta lia sacado de la lituijia, en el sentido de compo- sición poética, (]ue sin duda tuvo; como ya ))arece haberlo conjeturado Fernanilo Wolf, citado por Mr. Ticknor, i lo comprueba, ademas del Glosario de Dueange, el Diccionario ilo la .Veademia Es- pañola. Asi, de lo que se disculpa Berceo es de no escribir en nndru latino; fonna de composición uue se miró, durante toda la inedia edad, i por mas de un siglo después, como l.i mas noble i digna. Es indubitable, por otra parte, que los franceses i provenzales versilicaron en lengua vulgar mu- cho .íntes de 1200. Algunos de estos poemas existen, i son liaslantc largos i regulares. Bien es verdad que la lengua do lo» troveros dista inai del uiodernu francos, que del castellauo uioderao el Poenia del Cid. —205- niero 195 del Araucano)» que mirada por encima la serie de conquis tas i rcvolucío* nes de que fué teatro la Península, toda pronosticaba una mezcla sensible, una pre- ponderancia decidida do orientalismo en el jenio intelectual i moral délos españoles. Losárabes tuvieron sojuí^gada por ocho siglos toda o gran porción de Espina; i la ter- cera parle de esc tiempo habia bastado a los romanos para naturalizar allí su idio- ma, sus leyes, sus costumbres, su civilización, sus letras. Roma dió dos veces su re- lijion a la Península Ibérica. Juzgando por analojia, ¿no era de creer que la larga d> minacion de los conquistadores mahometanos hubiese producido una raetamorfósis semejante, i que encontrásemos ahora en España el árabe, el alcoran i el turbante, en vez de esas formas sociales latino-jcrmánicas que apenas dejan percibir un lijero matiz oriental? Pero nunca están mas sujetos a error estos raciocinios a priori. que cuando se aplican al mundo moral i político; donde, como en el físico, no es so- lo la naturaleza de los elementos, sino también su afinidad relativa, lo que determi- na el resultado de la agregación i el carácter de los compuestos. Los elementos lati- no i arábigo se mezclaron intimamente; pero no se fundieron jamas el uno en el otro; un principio eterno de repulsión ajilaba la masa; i luego que dejaron do obrar las causas externas que los comprimían i los solicitaban a unirse, resurtieron con una fuerza proporcionada a la violencia que habían sufrido hasta entonces. La enerjia del espíritu relijioso de los restauradores, exaltada por una guerra desoladora, inex- tinguible, trasmitida de jeneracion a jeneracion por una larga serio de siglos; espí- ritu de que participaban los españoles que bajo el yugo sarraceno guardaban la fé i con ella, i casi como una parte de ella, la lengua de sus mayores, fué talvcz lo que salvó al romance. Por una parte el espíritu del cristianismo, por otra el de la caba- llería feudal, dieron el tono a las costumbres; i si las ciencias debieron algo a las su- tiles especulaciones de los árabes, las buenas letras, desde la infancia del idioma has- ta su virilidad, se mantuvieron constantemenle libres de su influjo. «Es cosa digna de notar que jamas ha sido la poesía de los castellanos tan simple» tan natural, tan desnuda de los atavíos brillantes que caracterizan el gusto oriental, como en el tiempo en que eran mas íntimas las comunicaciones de los españoles i de los árabes; que los campeones alarbes no aparecen en los antiguos romances de los españoles, sino a la manera que los guerreros Iroyanos i persas en la poesía de los griegos, como enemigos, como tiranos advenedizos que era necesario esterminar, i como materia de los triunfos de la patria: i que el abuso de los conceptos i de las metá- foras, el estilo hiperbólico i pomposo, en una palabra, lo que se llama orientalismo, no infestó las obras españolas, sino largo tiempo después de haber cesado toda co- municación con los árabes; como que fue en realidad una producción espontánea del occidente,» En cuanto a la ausencia de todo resabio arábigo en la primera poesía narrativa de los españoles, creo que estoi sustancialmonlc de acuerdo con el erúdito i filosófico historiador norte-americano. Pero si los árabes no influj^cron de un modo percepti- ble en aquella antiquísima poesía, ¿se deberá decir lo mismo de los otros pueblos con quienes la España romana estuvo en contacto? álr. Ticknor reconoce la influen- cia provenzal en ciertas composiciones del jénero Urico; pero nada dice de la que tu- vieron en la poesía narrativa, en la epopeya caballeresca, los trobadores franceses de la lengua de Oui, llamados nropiamcnle troveres. Esta especie de poesía le parece haber sido una producción espontánea, formada entcrainento por el dc.scnvolvimien- to de fuerzas nativas, sin el concurso de ninguna ojcncia cstranjera. Yo he espresado años hace un juicio diverso. En el viejo Poema dcl Cid, muestra jenuina de la mas antigua epopeya caballeresca de los castellanos, i a que por tanto se referirán prin- cipalmente mis observaciones, se echa de ver a cada paso, que su autor, quien quie- ra que fuese, conoció la poesía de los troveres, i fué en parte jnspirr.do por ella. 27 — 20G— Sin desconocer el espiritn nacional lan profunda i admirablemente estampado en esta preciosa antigualla, encuentro en sus formas externas, en su manera, basta en sus locuciones i jiros, una afinidad evidente con tos Cantares de Gesta, con los poe- mas caballerescos, que tanta boga tuvieron en Francia desde el siglo undécimo. Desgraciadamente, para fundar esta aserción, me será preciso descender a menu- dencias que parecerán sin duda áridas i fastidiosas a la jen eral idad de los lectores. Pero hai materias en que las menudencias inporlan. La semejanza, por ejemplo, de las formas métricas, semejanza que es menester poner a la vista desmenuzando los elementos rítmicos, es una de las pruebas mas decisivas de la inílucncla de una escuela de poesií en otra. Me veré también en la necesidad de repetir a veces lo que he dicho en algunos de mis escritos anteriores sobre esta materia i sobre otras que tienen conexión con ella. Teniendo contra mi una autoridad ton respetable como la de ¡Mr. Ticknor, debo hacer una reseña completa de mis pruebas. Principiaré por algunas cuestiones previas, relativas al Poema del Cid. La prime- ra será esta: ¿llai motivo de creer que el lenguaje de este poema sea m is antiguo que el de Bcrceo, el del Alejandro, la versión del Fuero Juzgo, i otras obras que pertenecen indudablemente al siglo décimotercio? I. Comenzando por los artículos, en el Cid no se ven otros que los modernos el, la, lo, los, las. — En el Alejandro se emplean a veces da por la, cío por lo, dos por los, das por las. , Creyeron a Tersites da maor partida. (cop. 402) Por vengar da ira olvidó Icaltat. (G68) Alzan do que sobra forte de los taulcros. (2221) Fueron dos tróvanos de mal viento feridos. (472) Quierovos cuántas eran elas naves contar. (225) Exien de Paraiso das tres aguas sanctas. (2Gt) Lo mismo vemos de cuando en cuando en la versión castellana del Fuero Juzgo: «E por esto dostriia mas dos enemigos cstrannos, por tener el so pueblo en paz.» «Délas bonas costumpnes nasce da paz et da concordia entre los poblos.» Sánchez, en su edición del Alejandro, escribe inadvertidamente estos antiguos artículos como dos palabras, e la, e lo etc. Apenas es necesario notar su inmediata derivación de las \occs \aúms illa, illud, illos, illas. EWos forman una transición entre las formas latinas i las del Poema del Cid. 2. En el verbo que significaba en latín la existencia se habian amalgamado dife- rentes verbos; porque fui, fucram, farro, facriin, fuissem, vienen sin duda de di- versa raiz que es, cst, estis, este, estolc, cram, ero, csscm; i es probable que svm^ sumas, sunf, sim, provienen de una tercera raiz. í.os castellanos aumentaron esta heterojeneidad de elementos, añadiendo otro mas, que lomaron del verbo latino sedeo; elemento que aparece tanto mas amenudo, i se aproxima tanto mas a la forma latina, cuanto es mas antiguo el escritor. En Bercco encontramos las formas seo (sedeo), sirdes (sedes), siede (sedel), sedemos (sedcinus), seedrs (sedetis), sieden (seden!), de que no hallo vcslijio en el Cid, cuyo presente de indicativo es siempre mui semejante al moderno: so, eres, es, somos, sodesf son. ~i07— En el impcrlocto de indicativo se asemeja el Cid a Berceo: mliii, sedias, o sed'if, sedics, o ida, seias, o seie, seles, derivados de sedebam, sedebas; ademas de era, eras. Tenemos en Bcrcco el imperativo seed (sedete): en el Cid, sed, como hoi se dice. El Arcipreste de Ilita conserva todavia el subjuntivo seya, seyas, (sedeam, sedeas). En el Cid leemos constantemente sea, seas. El infinitivo en Berceo es por lo regular scer (sedere): en el Cid siempre ser, contracción que no sube seguramente al siglo decimotercio. Así lo que en Berceo es sceré, seeria o sccrie, en el Cid es seré, seria, serie. Verdad es cpie en Berceo se encuentra a veces la contracción sere', seria, serie, cuando lo exije el metro; pero prevalece la doble e, de que creo no se halla ningún ejemplo en el Cid. Esta inserción del verbo sedeo en el que significa la existencia es antiquísima en la lengua. Se encuentra en las primeras escrituras i privilejios que conocemos: en el de. Aviles tenemos todavia la forma latina pura sedeat que después fué seya, i al íiu sea. Asomaba ya oscuramente sedere por esse en la latinidad clásica. 3. Las formas que toma frecuentemente el latino videre en Berceo sujieren obser- vaciones análogas: vedes (vides), vedie (videbam), veder (videre), etc. 4. Acer (habere). La conjugación de este verbo en el Cid no tiene mas señales de an- tigüedad que en la jeneralidad de los escritos del siglo XIII. En Berceo ocurren las formas casi latinas aves (habes), ave (habet), aven (habent). 5. En el Cid, diré, dirás. En Berceo encoutramos dizrc, dizrás, que se aproxi- man a decir he, decir has. 6. En Berceo son mas frecuentes los pretéritos irregulares, sacados inmediatamen- le del latín: escripso (scripsil), miso (inisit), promiso (proinisit), remanso (rcmansit), riso (risit), etc. 7. Consérvase en Bcrcco el futuro latino en aro, ero: Si una vez tornara en la mi calabrina. Non fallaré en el mundo señora ni madrina. (S. Oria 104) Ca si Dios lo quisiere e yo ferio podiero, Buscarvos he acorro en cuanto que sopiero. (Mil. 248) No hai vestijio de esta terminación verbal en el Cid. 8. Otra señal inequívoca de superior antigüedad en Berceo es la terminación «me en lugar áo mbre, como en nomne (nomine) nombre; de donde nomnadia, noin- nar (nominare), etc. Asi coslumne (consueludine) costumbre; hnnne (luminc) lumbre, omne (hominc) hombre, etc. Guardan analojia con estos femna (feminaj hembra, damna (damnal) doña, etc. Nada de esto en el Cid. 9. En el Cid hallamos alean:, alcanza, alcanzo (alcance). Dijese mas antiguamente cncalzo i por consiguiente encalzar. El verbo se encuentra en Berceo, Mil. 340, S. Mili. 457, i ambas voces en el Alejandro, 695, 1032. En francés encalz, cncalcer, enchausser; en italiano incalzo, incalzare; en la baja latinidad incalzarc. El uso dcl Cid se acerca tanto al nuestro como el de Berceo i el Alejandro a la raiz. 10. Cid, amidos (invitus) de inda gana, en francés envis. La forma amhidos del Alejandro, 1851, es manifiestamente mas antigua. 11. Cid, cama (pierna): la forma primitiva camba, en francés jf'amiic, se encuentra en el Alejandro, 136. 12. Cid, cvedar. cuidar (cogitare). En Berceo cuidar, i ademas coidar, eueidar cueitar, que se aproximan algo mas al oriji ii. —‘>08— 1 i. En el Cid, plata Conservase en líerceo i en la versión casletlana del Fuero Juzgo, ar S. Dom. 294; nuevas, cuevas, jrruchas, muevas, S. Dom. 7 13 fuera de otros ejem- plos en el mismo poema, i a proporción en los otros. Vemos por el contrario que la antigua forma en ó, de palabras donde después pasó a ué, rima alguna vez con la o de palabras (pie nunca han sufrido esa transformación: La una deslas, ámlias tan honradas personas, — 20a— Tenia cnna su mano dos preciosas coronas, De oro bien obradas; oine non vio tan lonas, Nin un ouine a otro non dio tan ricas donas. (S. Dom. 233). Yo no creo que un hecho tan notable i tan uniforme pueda explicarse sino en 1» suposición do que Eercco pronunciaba ó, no ué, i de que los copiantes sustituyeron el diptongo a la vocal, escribiendo como ellos estaban acostumbrados a pronunciar. Siguióse luego una época en que la lengua vacilaba entre los dos sonidos; de lo que tenemos abundantísimas muestras en el Fuero Juzgo castellano. Vemos ya en e| Alejandro las rimas cierto, abierto, huerto, muerto, 1222, i faceáera, fuera, muera, guerrera, ^OGÍ; i en el Arcipreste de Hita ocurre con mucha mas frecuencia esta espe- cie de consonancias. Al fin la lengua retuvo en ciertas palabras la vocal primitivap desechando el diptongo, como en conde (comité), que solia también pronunciarse cueiidc; i en otras adoptó definitivamente el diptongo, como en muerte, fuente, etc. Lo que ha parecido a muchos una serial de superior antigüedad en el Cid es It sencillez i desaliño de la frase. Bcrcco es en jeneral mas correcto, i un tanto mas artificial en la estructura de sus períodos. Pero este es un indicio falaz. La instruc- ción de un escritor, su conocimiento del latín, que supone ciertas nociones grama- ticales, las personas para quienes escribe, i el jenero mismo de la composición,, in- fluyen necesariamente en sus locuciones i frases. ¡Cuántas obras italiana.s deberían pasar por anteriores a las del Petrarca, si por lo tosco i bárbaro de las construcción nos hubiese de fijarse su fecha! En la antigua epopeya narrativa los periodos son je- neralinente cortos, i lo mismo se observa aun en los romances históricos i caballeres- cos del siglo XVI. Lo mas o menos determinado del metro no prueba otra cosa que mas o menos árte en el poeta. Agregúese que el Poema del Cid ha sido horriblemen- te estropeado por los copiantes, a quienes debe imputarse mucha parte de lo que ho¡ hallamos de incorrecto i rudo en el lenguaje i el metro; como tendré ocasión de probarlo. Ateniéndonos, pues, a la comparación de los textos impresos, no encuentro moti- vo de juzgar mis antiguo el lenguaje del Cid que el de Berceo, sino mas bien al contrario. Pero de aquí no debe inferirse que el Cid se haya compuesto precisa- mente a mediados o a fines del siglo décimotercio; porque rae parece indudable que aun el lenguaje de Berceo, i mucho mas el del Cid, han sido modernizados por los copiantes. «En Bcrcco (ha dicho un distinguido contemporáneo) hai uno que otro verso con trazas de haberse escrito hoi mismo; lo cual no sucede con el Poema del Cid, donde no hai uno solo que al lenguaje hoi usado tanto se acerque:» aserción aventurada. Son bastantes los que podrían citarse en contrario (I). Otra cuestión previa en que es preciso que nos detengamos un momento, es esta: ¿de qué fecha es el códice que se guardaba en Vivar, único que del Poema del Ckt se conoce hasta ahora, i de que se sirvió don Tomas Antonio Sánchez en la edición. (1) De todas cosas, ciianUs son do vianda. El Campeador dejarlas ha en vuestra mano. Utas decidnos del Cid, ¿do qné será pagado, ü qné ganancia nos dará por lodo aqueste año? lia menester seiscientos marcos. Dijo Martin Antolinez, yo deso me pago. Así como entraron, al Cid besáronle las manos. Así es vuestra ventura; grandes son vucslrás ganancias. Notólos don ¡\tarlino, sin peso los tomaba. Cinco escuderos tiene; a todos los cargaba, Esios versos ocurren entre los doscientos primeros. —5 io- do sus Pooslíis castellanas anteriores al siglo XV? Los últimos versos del códice di- cen í|uc «Per Abbal lo escribió en el mes de líliyo, Era de mil C(1...XLV años.» Pero después de la segunda G se notaba una raspadura i un espacio vacio como el que hubiera ocupado otra C, o la conjunción c, que no deja de ocurrir otras veces en igual paraje. Esta segunda suposición es inadmisible. ¿Qué objeto hubiera tenido la cancelación de una voz tan usual i propia? ¿Era tan nimiamente escrupuloso en el uso de las palabras el que puso por escrito el Poema? ¡No es imi)osible que habien- do escrito una C de mas, la horrase. Pero lo mas verosímil es que algún curioso la rasparla, como sospecha Sánchez, para dar al códice mas antigüedad i estimación; conjetura que se confirma, no solo por la letra, que parecía del siglo XIV según el mismo Sánchez, sino |)or el lenguaje, que presenta rauclias señales de inferior anli- güedad al de Berceo, como me parece haberlo probado (m). No creo, pues, que se pueda admitir como verdadera fecha del códice la que en él a primera vista aparece. Escribióse sin duda en la Era mil trescientos cuarenta i cin- co, que corresponde al año 1307 de Cristo.* ¿En qué tiempo se compuso el Poema? no admite duda que su antigüedad es mui superior a la del códice. Yo me inclino a mirarlo como la primera, en el orden cro- nolójico, de las pocsias castellanas que han llegado a nosotros, illas para formar este juicio presupongo que el manuscrito de Vivar no nos lo retrata con sus lecciones primitivas, sino desfigurado por los juglares que lo cantaban i por los copiantes, que hicieron sin duda con esta lo que con otras obras antiguas, acomodándola a las su- cesivis variaciones de la lengua, quitando, poniendo i alterando a su antojo, hasta que vino a parar en el estado lastimoso de mutilación i degradación en que ahora (a vemos. ¡No es necesaria mucha perspicacia para percibir acá i allá vados, interpola, ciones, trasposiciones, i la sustitución de unos epítetos a otros, con daño del rit- mo i de la rima. Las poesías destinadas al vulgo debían sufrir mas que otras esta es- pecio de bastardeo, ya en las copias, ya en la trasmisión oral. Que desde mediados del siglo XII hubo uno o varios poemas que celeliraban las proezas del Cid, es incontestable. En la Crónica latina de Alfonso Vil escrita en la segunda mitad de aquel siglo, introduce el autor un catálogo, en verso, de las tro- pas i caudillos que concurrieron a la espcdicion de Alnieria; i citando entre estos a Alvar Rodriguez de Toledo, recuerda a su abuelo Alvar Eañez, compañero de Rui Diaz, i dice de osle último que sus hazañas eran celebradas en cantares i que se le llamaba comunmente Hito Cid: Ipse Redericus Mío Cid saepc vocalus. Do qiio canlalur, etc. Se cantaban pues las victorias de Rui Diaz i se le daba el titulo de Mió Cid, con que le nombra a cada [taso el Poema, desde la segunda mitad del siglo XII ¡)or lo menos. Mr. Ticknor conjetura por estos versos que a mediados de aquel siglo eran ya conocidos i cantados los romances de que empezaron a salir colecciones impresas en el siglo XVI. Pero es eslraño que no hubiese referido esta conjetura al Poema del Cid, en que es frecuentísimo, i por decirlo asi, habitual el epíteto Mi» Cid, que no recuerdo haber visto en ninguno de los viejos romances octosílabos que celebran los hechos del Campeador. (ni') Despuos (lo escrito el presente diseiirso ha llegado a mis manos el primer tomo de la tra- ducción castellana déla Historia de ¡Ur. Ticknor con adiciones i notas criticas jior don Pascual de Hayangos. En tina ñola de la pajina se dice fpie el códice de Per Abbat iiié primero de las monjas de Vivar, i lo poseyó ilcspiics el crúdilo don Eujenio I.Ingnnoi Ainirola, quien lo racililó a Saneber para su nublicadón. «En cuanto a la fecha del códice, añade el señor tíayangos, no admile duda (|iie se cscriliió en iWEtXXI.V, i que. algún curioso raspó una de las C a fin de darle mayor anli- guedad; si hubiese habido una e en lugar de una C, como algunos suponen, la raspadura no hubiera sidt) tan grande. Punto es este que heñios examinado con detención i escrupulosidad a la vista dcl códice orijinal, i acerca del cual no nos queda la nicuor duda.» -211 — Noturé de paso, quo la palabra romance ha tenido diferentes acepciones en caste- llano, sin lomar en cuenta su primitivo significado de lengua romana vulgar. Dióse este nombre a todo jenero de composiciones poéticas en castellano: Berceo llama ro- mance sus Loores de Nuestra Señora, cop 232, i el Arcipreste de Hita su colección de poesías devotas, morales i satíricas, cop. 4. No es improbable que en España, co- mo en Francia, se designasen particularmente con el título de romances las mas an- tiguas epopeyas históricas o caballerescas, apellidadas también Gestas i Cantares de Gesta. Pero desde el siglo XV prevaleció la práctica de llamar así los narrativos en verso octosílabo i asonancia alternativa, de que están llenos los Cancioneros. En el siglo XVII se compusieron en el mismo metro romances sujetivos i líricos, en que se han ejercitailo los mejores poetas españoles hasta nuestros días. Seria temeridad afirmar que el Poema que conocemos fuese precisamente aquel, o uno de aquellos, a que se alude en la Crónica de Alfonso VII; aun prescindien- do de la indubitable corrupción del texto, i no mirando el manuscrito de Vivar sino como trascripción incorrecta de una obra de mas antigua data. Pero tengo por mui verosimil que por los años de U50 se contaba una Gesta o relación de los hechos de Mío Cid en los versos largos i el estilo sencillo i cortado, cuyo tipo se conserva en el Poema, no obstante sus incorrecciones; relación, aunque destinada a cantarse, es- crita con pretensiones de historia, recibida como tal, i depositarla de tradiciones que por su cercanía a los tiempos del héroe no distaban mucho de la verdad. Esta re- lación, con el trascurso de los años, i según el proceder ordinario de las creencias i los cantos del vulgo, fué recibiendo continuas modificaciones e interpolaciones, en que se exajeraron los hechos del campeón castellano, i se injirieron fábulas que no tar- daron en pasar a las Crónicas i a lo que entónces se reputaba hiStoria. Cada jenera- cion de juglares tuvo, por decirlo asi, su edición peculiar, en que no solo el lengua- je, sino la leyenda tradicional, aparecían bajo formas nuevas. El presente Poema del Cid es una de estas ediciones, i representa una de las fases sucesivas de aquella an- tiquísima Gesta. Cuál fuese la fecha de esta edición es lo que se trata de averiguar. Si no prescin- diésemos de las alteraciones puramente ortográficas, del retoque de frases i palabras para ajustarlas al catado de la lengua en 1307, i de algunas otras innovaciones que no atañen ni a la sustancia de los hechos ni al carácter típico de la expresión i del estilo, seria menester dar al Poema una antigüedad poco superior a la del códice- Pero el códice, en medio de sus infidelidades, reproduce sin duda una obra que con- taba ya muchos años de fecha. Pruébalo asi, no la rudeza del metro comparado con el de Berceo, porque este indicio vale poco, sobre lodo si se admite, como es de toda necesidad, que el texto ha sido gravemente adulterado en las copias; no la mayor ancianidad de los vocablos i frases cotejados con los de Berceo i de otros escritores del siglo XIII, porque esta aserción carece de fundamento, como creo haberlo pro. hado; sino la forma misma de muchas de las palabras alteradas. El Poema no pudo haberse compuesto sino cuando muchas de estas no habían pasado todavía de la vo- cal ó al diptongo «e. Esta observación es de don Tomas Antonio Sánchez, i me pa- rece decisiva. Los copiantes, dando a las palabras la pronunciación contemporánea, pintando esta pronunciación en la escritura i haciendo asi desaparecer la asonancia, nos dan a conocer que trabajaban sobre orijinales que habían ya envejecido cuando los transcribían. Otra Observación han hecho algunos en prueba de las alteraciones que habia sufri- do el texto según lo exhibe el manuscrito de Vivar, i es la asonancia de vocablos graves con vocablos agudos, como de Mensaje, partes, grandes, con lidiar, caital, voluntad,, i do hendiciones, corredores, ciclatones, con Campeador, Sol, razón. De aquí culijicron que el poeta hubo de haber escrito lidiare, canalc, campeadore, ra- -212— zonc, terminaciones mas semejantes a las del orijen latino i por consiguiente mas antiguas (n). Pero la verdad del caso es que según la práctica de los poetas en la primera edad de la lengua, no se contaba para la asonancia la e de la última silaba de palabras graves, sin duda porque se proferia de un modo algo débil i sordo, a se- mejanza de la c muda francesa. En efecto, es inconcebible que se haya pronunciado jamas soné, dañe, yac, en lugar de son, dan, ya, (sunt, dint, jain); la e de la sila- ba final hubiera alejado estas palabras de su orijen, en vez de acercarlas. Por otra parle, las obras en prosa nos dan a cada paso ovicr por oviere, quisier por quisiere, podier por podicre, dondlpor donde, parí por parle, qrand por grande; i no se ve nunca 7nase por mas o mais, ni dae por da, ni dañe por dan, ni yac por ya, como escribieron los colectores do romances en el siglo XVI, los cuales queriendo restable- cer la asonancia qne había dejado de percibirse, añadieron una e a la sílaba final de las voces agudas, cuando en rigor debieron haberla quitado a las graves, escribiendo parí, cort, corrcdor’s, infant’s. De esta manera habrían representado aproximativa- mente los antiguos sonidos débiles i sordos, a que el castellano había ya dado mas robustez i llenura, cuando ellos escribieron. En los Cancioneros mismos no figura nunca esta é advenediza sino en los finales de los versos, donde los colectores iinajinaron que hacia falta para la rima. De lodos modos, la presencia de esta e no daría mas antigüedad al Poema del Cid que a muchos de ¡os romances viejos; donde leemos, por ejemplo: Moriana en un castillo Juega con el moro Galvane; Juegan los dos a las tablas Por mayor placer lomare. Cada vez que el moro pierde, Bien perdía una cibdade; Cuando ñloriana pierde. La mano le da a besare; Por placer que el moro loma Adormecido se cae, etc. (Bibliol. de Aut. Españ., tom. X, páj. 3). La snsltlucion de cpiletos es una circunstancia mucho mas significativa. Los del Cid son sujeridos frecuentemente, como los de Hornero i los Troveros, por las exi- jencias del metro. Martin Antolinez es el húrgales cumplido o el húrgales contado, o el hurgalts de pro, según lo pide el asonante. Rui Díaz, de la misma manera i por la misma Causa, es Mió Cid el Campeador, el o Mío Cid el de Vivar, o el que en huc7i ora cinxo espada, o el qne en buen ora nació o el que en buen ora násco, o el de la barba bellida, etc. Pero sucede a veces que se infrinje la asonancia, poniéndo- se un epíteto en vez de otro: manifiesta errata de escribiente, que traslada con poco cuidado, o quizá escribe de memoria. Sobre lodos estos indicios de infidelidad i laS correcciones que sujieren, me propongo tratar en otra ocasión. Doi pues por sentado, lo que no creo que nadie dispute, que el Poema del Cid se compuso antes de 1307, lecha del manuscrito de Por Abbal. ¿ Pero cuánto tiempo ántcs? Yo nopuedo persuadirme de que se compusiese con tanta inmediación a la muerte del héroe, como se ha creído jencral mente. Las fábulas i errores históricos de que abunda, denuncian el trascurso de un siglo, cuando ménos, cutre la existencia del (lO Sancliez vacila cu este punto, pero parece mas bien indinarse a lui modo de pensar. [Tom. I, p.ij. 22i). • 213- Cimpeador i la del Poema. La epopeya de los siglos duodécimo i décimolercio era en España una historia en verso; escrita sin discernimiento, i atestada de las habli- llas con que en todo tiempo ha desfigurado el vulgo los hechos de los hombres ilus- tres, i mucho mas en épocas de jeneral rudeza; i sin embargo recibida por la ¡ente que la oia cantar (pues lectores habia poqiiisimos fuera de los claustros), como una relación sustancialmentc verdadera de la vida o las principales aventuras de un per- sonaje. Pero las tradiciones fabulosas no nacen ni se acreditan de golpe, mayormen- te aquellas que suponen una entera ignorancia de la historia auténtica, i que se oponen a ella en cosas que no pudieron ocultarse a los contemporáneos o a sus in- mediatos descendientes. Tal es en el Poema del Cid la fábula del casamiento de las hijas de Rui Diaz con los Infantes de Carrion, i todo lo ([ue de alli se siguió has- ta su matrimonio con los Infantes de Aragón i de Navarra. Echase de ver que el au- tor del Poema ignoró la alta calidad de doña Jimena, la esposa del héroe, i los ver- daderos nombres i enlazes de sus hijas. Sus Infantes de Girrion son tan apócrifos como los de Lara, de no menor celebridad romancesca. Que se exajerasen desde mui temprano el número i grandeza de las hazañas de un caudillo tan señalado i tan popular, nada de estraordinario tendría; pero es difícil concebir que poco después de su muerte, cuando uno de sus nietos ocupaba el trono de Navarra, i una biznicU estaba casada con el heredero de Castilla; cuando aun vivían acaso algunos de sus compañeros de armas, i muehisimos sin duda de los inmediatos descendientes de estos se hallaban derramados por toda España, se ignorase en GaslMla haber sido su esposa una señora que tenia estrechas relaciones de sangre con la familia reinante, i haber casado la menor de sus hijas, no con un infante aragonés imaj inario, sino con un conde soberano de Barcelona, que finó treinta i dos años después de su suegro. Algunos habrá que se paguen de los efujios a que apelaron Berganza i otros para conciliar las tradiciones poéticas del Cid con la historia; suponiendo, entre otras co- sas, que el Cid se casó dos veces, i que cada una de sus hijas tuvo dos nombres di- ferentes. Pero todo ello, sobre infundado i gratuito, es insuficien te para salvar la veracidad de los romances, crónicas i gestas, que reconocen un solo matrimonio del Gid, i dan un solo nombre a cada una de sus hijas. En otra ocasión procuraré separar lo histórico de lo fabuloso en las tradiciones populares relativas al Cid Gampeador, i refutar al mismo tiempo los argumentos de aquellos que echando por el rumbo contrario no encuentran nada que merezca con- fianza en cuanto se ha escrito de Rui Diaz i hasta dudan que haya existido ja- mas. Groo en fuerza de lo dicho que el Poema del Gid hubo de componerse poco án- tcs o después de 1200, i ciertamente ántes de expirar la primera mitad del si- glo XIII. Este juicio sujerido por el cotejo de los hechos narrados en el Poema con la verdadera historia, se comprueba en parte por un dato cronolójico en el verso 1201, donde se hace mención del rc¿ de los Mnníes Claros; título que dieron los españoles a los principes de la secta i dinastía de los Almohades. Esta secta no se levantó en Africa hasta mui entrado ya el siglo XII, ni tuvo injerencia en las cosas de España hasta mediados del mismo siglo; i asi un autor que escribiese por aquel tiempo o poco después, no podía caer en el anacronismo de hacerlos contemporá- neos del Gid i de Juceph, miramamolin de la dinastía de los Almorávides, derribada por ellos. En la Castilla del Padre Risco, a la pájina 69, se cita un dictámen del distingui- do anticuario don Rafael Floranes: el cual, dice Risco, «advirtiendo que en el Re- parlimicnlo de Sevilla del año 1253, que publicó Espinosa en la Historia de aque- lla ciudad, se nombraba cutre otros a Vero A'oat, Ghantre de la clerecía real, llegó 23 rr pcrsuadiráe que no fue otro el autor dcl Poema. alcnJido el tiempo, el oíieío de este sujeto, i el buen gusto de don Alfonso IX i del santo rei don Fernando su hi- jo.» Según esto. Per Abbat no es el nombre de un moro copista sino el del autor, i el manuscrito lleva la fecha de la composición, no de la copia. Pero ¿será esa fecha la de 1207 que corresponde a la Era MCCXLV, que parece ser la del códice, o la dcl año 1307 correspondiente a la Era MGCCXLV, que según lo arriba dicho es la única que puede aceptarse? La primera no convenia a Floran es, que por otro dato de que luego hablaremos, no creia que el Poema del Cid se hubiese compuesto án- Ics de 122t. Pero la segunda dista demasiado de la época del Repartimiento. Para obviat- esta dificultad supuso F’loranes que la Era dcl manuscrislo no significaba la Española, sino la vulgar del nacimiento de Cristo, que cuenta, como todos saben, ^ años menos. Compúsose, pues, el Poema, según Floranes, en el mes de Mayo del año de de 1245. Esta opinión ha tenido pocos secuases. IMilitan contra ella, no tanto las señales de superior antigüedad del Poema, que, en rigor, no son decisivas, cuanto la sospe- chosísima raspadura, i la conversión de la Era en el año de Cristo, contra la costum- bre jeneral de aquel tiempo. La semejanza de nombre i apellido no es argumento de bastante fuerza contra dificultades tan graves. Ejemplos do igual semejanza, sin iden- tidad personal, eran comunísimos en España por la poca variedad de los nombres pi’opios que se usaban, i porque muchos de ellos eran hereditarios i estaban como vinculados en ciertas familias. Por lo demas, las palabras mismas del códice niani- fieslan que allí se trata do una copia, pues un mes (como observa Sánchez) era tiem- po bastante para trascribir el Poema, no para componerlo, (a) Ilai aquí otra coincidencia digna de notarse. Don Tomas .Antonio Sánchez, en una nota a la copla 1016 del Arcipreste de Mita, dice que Orliz de Zúñiga en sus Ána~ les de Sevilla, con la autoridad de .\rgote de Molina en su Introducción al Reparti- miento manuscrito, refiere que Nicolás de los Romances i Domingo Abad de los Ro- mances fueron poetas del santo rei don Fernando i que ambos quedaron avecindados en Sevilla. .Mr. Tieknor (páj. 116 del tomo primero) da con mas especificación, aun- que con alguna variedad, la misma noticia. Sienta que San Fernando, después de la conquista de Sevilla en 1218, dió repartimientos a dos poetas que le habían acom- pañado durante el sitio, Nicolás de los Romances, i Domingo Abad de los Romances; el primero de los cuales permaneció en aquella ciudad algún tiempo después, ejer- ciendo alii su profesión de poeta. I añade por nota lo que sigue. «Ilai suficiente fun- damento para creerlo así, aunque el hecho misino de darse a una persona por apelli- do la especie de poesías que componía, no deja de ser singular. Ortiz de Zúñiga di- ce que lo halló en los documentos orijinales de los Repartimientos, de que se habia servido Argote de Molina, i en escrituras dcl archivo de la Catedral. Los Reparti- mientos o distribuciones de tierras en una ciudad, de que, como refiere Mariana, emigraron o fueron espelidos cien mil moros, no eran poca cosa, i los documentos que atestiguaban esta repartición parecen haber sido circunstanciados i exactos.» Que un Pedro .Abad fuese copista de romances en 1307 i un Domingo Abad los compusie- se orijinales hacia el año 1250, puede preocupar a primera vista; pero se explica fá- cilmente en la suposición de una familia que tuviese el sobrenombre Abad. Lo que me parece importante i significativo es el apellido de los Romances. \ ése por él que estas composiciones daban cierta celebridad a los poetas en la primera mitad del si- glo Xlll. ¿Pero se trata aqui de los romances octosilábos que se recopilaron mucho mas larde, o de los Caníarc.*; de Gesta, como el Poema del Cid? IMr. Tieknor se incli- na a lo primero. Yo, admitiendo que la palabra significaba en aquella edad una es- la] F,i) una nnta antorior he eilaflo el testimonio de un jnlelijcntc anticuario, el S. Gayangos, que lidie por imlubitablu la i a.'i>adura de la C. — 21S— pccie (le poesía popular, orco (juc osla calidad era tan caraclorislica dt* los Cantares de Gesta como de los Romanees viejos, i que la forma octosilalia de la epopeya na- rrativa, de que no croo que existan monumentos anteriores al siglo XV, no era co- nocida en tiempo de San Fernando, i de don Alonso el Sabio su hijo. En realidad el romance octosílabo nació de la antigua epopeya en versos largos, como procura- r(í probarlo a su tiempo. ¡Vi juglar o juglar esa significaba precisamente cantor o can- tora de los romanees oclosilabos, que Mr. Ticknor llama baladas {lallads). «Los ca- balleros» dice la Ici 20, título 21, Partida Segunda «non consentien que \os juglares dijesen ante ellos otros cantares, si non de guerra o que fablasen en fecho de armas;» esto es, Cantares de Gesta como los del Poema del Cid, que según ahora lo tenemos, se divide en tres secciones o cantos, llamados allí mismo cantares. La segunda de es- las secciones termina asi: Las coplas dest’ cantar aqui s’van acabando: El Criador vos vala con todos los sos Sanctos. (v. 2287 i 2288) Berceo dice a Santo Domingo de Silos: Padre, entre los otros a mi non desampares, Ca dicen que bien sueles pensar de tus joglares. (776) De manera que se llamaban los que cantaban todo Jéncro do poesías na- rrativas, i aun lodo jf’nero de poesías. Tal fu(; también el significado áejongleurs en francés. Los Cantares de Gesta, de que también se hace mención en la Críhiica de- neral atribuida a don Alonso el Sabio, solian asi mismo denominarse Gestas según se vé por el principio de la segunda sección o Gímíar del Poema del Cid: Aqui s’ compieza la Gesta de Mió Cid el de Vivar. (v. 1099). Por donde aparece que el verdadero titulo del Poema es La Gesta de Mió Cid. I por aqui se ve también (dicho sea de paso) el jtínero de composición a que pertene- ce i a obra, el de las Gestes o Clianfons de Geste de los trobadores franccse.s, Floranes insistió particularmente en los versos siguientes, que cslán al fin del Poe- ma: Ved cuál ondra crece al que en buen hora nació, Guindó señoras son sus fijas de Xavarra o d’ Aragón: Hoi los reyes de España sos parientes son: A lodos alcanza ondra por el que en buen hora nació. En la edición de Sánchez se lee todas, en lugar de iodos; errata manifiesta, sea dcl manuscrito o del impreso, porque esto adjetivo no puede referirse sino a reyes. Parece coh'jirse de estos versos haberse compuesto el Poema después que todas las familias reinantes de España h ibian emparentado con la descendencia del Gid. .Aho- ra bien; la sangre de Rui Diaz subió al trono de ¡Navarra con don Garda Ramirez, nieto del Cid, que recobró los d-uninios de sus mayores en 113'i. Entró en la fami- lia real de Castilla el año 1151 por el casamiento de Blanca de Navarra, hija de don Garda Ramirez, con el infante dm .Sandio, hijo del emperador don Alonso, i here- dero del reino. De Castilla la llevó a León en 1197 doña Bcrenguela, hija dcl rei don Alonso eldelas NaL'as,qu.eíaé\n\o de los referidos Sancho i Blanca; i a Portugal doña Urraca, que casó con el mjnarc.i portugués Alonso II, cuyo reinado principió —216— en 1212 (f). I los reyes ile Ar.igon no enlroncaron ron ella li.ista el año de 1221 por el tnalrituonio de don Jaime el Conquislador <íon Berengnela de Caslilli. Por consi- guiente el Poema no pudo menos de componerse después de 1221, según la conclu- sión de don Rafael Floranes. Pero es preciso apreciar este argumento en lo que realmente vale. No se debe deducir de los versos citados la verdadera edad de la composición según los dalos de la historia auténtica, sino según las erradas nociones históricas del poeta, cuales- quiera que fuesen. Si el poeta creyó que la descendencia del Cid se hahia enlazado con la dinastía de Aragón desde el siglo undécimo, por el supuesto matrimonio de una de las hijas del Cid con un infante aragonés, claro está que la data verdadera del enlace de las dos' familias no puede servir para lijar el tiempo en que se escribió el Poema. I descartada esta fecha, es preciso confesar que no valen gran cosa las otras. Porque habiendo creído el poeta que la sangre del Cid ennoblecía desde el siglo XI dos de los principales tronos de la España cristiana, el de Aragón i el de Navarra, los enlaces repelidos de las varias familias reinantes de la Peninsul a le daban suficien- te motivo para colejir vagamente que en el espacio de 80 o 100 años habrían empa- rentado todas ellas con la descendencia del Campeador, sin pensar en matrimonios ni épocas determinadas. La consecuencia lejilima que se puede deducir de aquellos versos no seria mas que una repetición de lo que arriba he dicho. Es preciso que en- tre ellos i la muerte del Cid haya trascurrido bastante tiempo, para que tantos he- chos exajerados o falsos pasasen por moneda corriente. Por otra parte, me inclino a creer que el Poema no se compuso mucho después de 1200, i que aun pudo escribirse algunos años antes, atendiendo a las fábulas que en él se introducen, las cuales están, por decirlo asi, a la mitad del camino entre la verdad histórica i las abultadas ficciones de las Crónicas Jeneral i del Cid, que se compusieron algo mas adelante. El lenguaje, ciertamente, según lo exhibe el códice de Vivar, no sube a una antigüedad tan remota; pero ya hemos indicado la causa. Resumiendo lo dicho hasta aqui, resulta: 1. One el códice de Per Abbal se escribió en I30T. 2. Llue Per Abbat no fue autor del Poema, sino mero copiante. 3. Que el códice de Per .Vbbat es un ejemplar incorrecto de una obra de superior antigüedad. 4. Que la fecha del poema, considerados los hechos que refiere, su tipo artístico, i lo que por entre las innovaciones de copia se columbra del lenguaje en que estaba escrito, puede colocarse con bastante verosimilitud poco ántes o después de 1200. Sobre quién fuese el autor de este venerable monumento de la lengua, no tenemos ni conjeturas siquiera, excepto la de don Rafael Floranes, que no ha hecho fortuna, Pero, bien mirado, el Poema del Cid ha sido la obra de una serie de jeneraciones de poetas, cada una de las cuales ha formado su texto peculiar, refundiendo los anterio- res, i realzándolos con exajeraciones i fábulas que hallaban fácil acojida en la vani* dad nacional i la credulidad. Ni terminó el desarrollo de la leyenda sino ei/las Cró- nicas Jeneral i del Cid, que tuvieron bastante autoridad para que las adiciones pos- teriores, que continuaron hasta el siglo XVII, se recibiesen como ficciones poéticas ¡ no se incorporasen ya en las tradiciones a que se atribuía un carácter histórico. Resta clasificar esta composición, i lijar el lugar que le corresponde entre las pro- 0R OBSERVACIONES BAROMETRICAS. LUGARES. H. T. t. ALTITUDES. ALTITUD DEL VOLCAN Cerro de la Viscacha | 1 0,602,6 20,2 11,” 2031,2 metros 6767,2 Santiago. (1) i t 0,7 14,9 19 22 Cerro de Garfia < 1 0,609,2 25,1 25,1 1962,8 6758,8 Santiago. ( 10,715,4 22,0 18,0 Cerro Azul (Somnot) 1 0,513,0 10,5 10,5 3391,8 6759,5 Santiago. ) 0,714,4 21,2 21,0 Cerro de los Maltones ( 0,52o, 5 9 9 3257,1 6854,1 Santiago. ) 0,714,6 19 15,7 Lérmino medio 6784,9 Si reunimos ahora las altitudes dadas por Huinbnld i Penttand, con las que resul- tan de nuestras observaciones, será fácil reconocer que la vasta cordillera de los An- des presenta tres rejiones culminantes donde se hallan reunidas las cimas mas eleva- das. La primera peitcnecientc a los Andes de Chile, se halla situada entre los 32° 50’ i 3í° 30’ de latitud austral. En ella se halla el volcan de Aconcagua, dos otras cimas cuya altura excede seis mil metros i varios que se elevan a mas de cinco mil. La segunda corresponde a la alta llanura de Bolivia desde los 15” 50’ hasta los 18” 10’ de latitud austral i presenta cuatro cimas de una altitud superior a 0000 me- •ros, situada en dos cadenas distintas; el Jllimani, el lluaina Potos! i el Aiicohun perteneciendo a la cordillera oriental de los Andes dirijida de noroeste al sudoeste, mientras que el cerro de Saajama, el Tacnra i el volcan de Arequipa se hallan situa- dos en la prolongación de los Andes de Chile. En fin, la última rejion considerada durante mucho tiempo como la mas elevada de todas, corresponde a los Andes de Quito i no presenta mas que un solo punto de una altitud superior a 6000 metros. Las otras cimas culminantes se hallan repartidas entre dos cadenas paralelas a los Andes de Chile pero simadas mucho mas al oeste entre 0” i 2" de latitud austral; i 80” — 81” 30’ de lonjitud al oeste del meridiano de París. Para completar estos datos sobre el relieve de los Andes, reunimos en el cuadro siguiente, las alturas de las principales cimas pcrtenecicutes a las tres rejiones cul- minantes. SISTEMA DE LOS ANDES DE CHILE. REJION CULMhXA.NTE SITUADA ENTRE 32° 50’ i 34" 30’ DE LATITUD SUR. >OMBHE DE LOS CERROS. ALTITUDES. ROÍIRRE DE LOS OBSERVADOREÍ, Volcan de Aconcagua 6797 Pissis Tiipungato 6710 • Id. fierro del Juncal 6028 Id. Volcan de S. José 5532 Id. Cerro del Plomo 5Í33 Id. ;i) Para los dalos relativos a Sariliago, hemos aprovecliaJo tas observaciones roolcorolójicai que el SchorGülibS ha tenido la bondad de eoinunicanios, —221 — SISTEMA DE LOS ANDES DE BOLIVIA. REJION CULMINANTE SITUADA ENTRE 15° 50’ i 1 8° 1 0’ DE LATITUD SUR. NOMBRE DE LOS CERROS. ALTITUDES. NOMBRE DE LOS OBSERVADORES. J1 liman i 6509 Pissis IVevado de .Sorata o Ancohun 6187 Genttand Cerro de Saajama 6414 Pissis Huaina Potosí 6084 Id. Volcan de Arequipa 5600 Penttand Cerro de Sepultura (cerca de Oruro) 5383 Pissis Cerro de ^yllacola « 5372 Id. SISTEMA DE LOS ANDES DE QUITO. REJION CULMINANTE SITUADA ENTRE 0° i 2° DE LATITUD SUR. NOMBRE DE LOS CERROS. ALTITUDES. NO.MBRE DE LOS OBSERVADORES. Chimborazo 6530 Ilumboldt C lyambe 5954 Id. .4ntisana 5833 Id. Colopaxi 5753 Id. MEMORIA sobre los caminos en Chile. DISCURSO DE RECEPCION DE DON FRANCISCO VELASCO INJENIERO CIVIL. EnLrc los elementos que mas poderosamente promueven el bien público i desarro- llan la riqueza de las naciones, las vias de comunicación ocupan con justicia, uno de los mas señalados e importantes lugares. Efectivamente, en la apertura de cada una de ellas hallan los pueblos mil ocupa- ciones, mil industrias productivas, de las que la laboriosidad i la intelijencia obtie- nen un seguro i feliz porvenir. Apartando las vias de comunicación los obstáculos que se oponen a la fuerza es- pansiva i bienhechora del comercio, abren al trabajo anchas venas de riqueza inago- table. La agricultura después de embellecer con su mano fecundante los pueblos de cuya vida cuida, enderezará su marcha pacifica al desierto. La Industria, fiel compa- ñera de la Agricultura, seguirá su huella por doquiera,- i mientras que esta convier- te en prados, bosques i jardines los áridos i calientes arenales que a su paso encuen- tra, aquella escala las mas altas montañas o desciende a los valles mas profundos, para rccojer algún producto que constituirá, talvez, el orijen o adelanto de una cien- cia de vital importancia para el hombre. Cuando la Industria, la Agricultura i el Comercio se hallen estrechamente ligados por un sistema adecuado de vias de comunicación, las naciones subirán con paso firme la difícil escala que conduce asu grandeza i esplendor. Para csplicarnos claramente la acción que las vias de comunicación ejercen en el adelanto social, como son la base sobre que se apoyan esas tres poderosas columnas 29 • 322 - lie !a humaniil:i(l, la agricultura, la Industria i el comercio, retrocedamos un momen- to pira considerarlas en su infancia. Los primeros cuidados a que el hoinhre tiene que entregarse asi que existe, son de proporcionarse sjistento a la vidi necesario. lín el cultivo de la tierra halla la satis- laccion do esta necesidad, pero otras, no menos imperiosas, le aconsejan por la n i. luraleza de ellas, buscar los medios de llenarlas fuera de los productos del suelo que trabiji. Las sensaciones dolorosas que csperimenla su cuerpo al contacto inmediato de otros que le son nosivos, el sofocante ardor con que el estío le abraza en la des- nudez en que se encuentra, lo compelen a proporcionarse un hábito cualquiera que lo libre de tanto sufrimiento. Para conseguirlo, es mcucster recurrir a la fabricación de alguna tela. Asi el hombre en busca de su alimento se hace indispensablemente agricultor, i para subvenir a tantas diversas necesidades como siente o experimenta en la vida, industrial. Si cada individuo tuviere que entregarse a las atenciones que le demandan a la vez, la industria i la agricultura, lejos de quedar sus esfuerzos coronados por la abun- dmeia, llegarían a ser insuíicientes aun para atender a sus primeras exijencias. El trabajo i atención que preste a un ramo, se hará sentir en la decadencia consiguiente del otro. Al contrario: si el hombre puede entregar todas sus fuerzas i su tiempo a un so. o ramo, seguro de obtener los productos del otro, que constituyen o bien la industria o la agricultura, sus progresos serán de mas a mas crecientes. Mientras que el uno posee los medios de subsistir, el otro consigue los que le ponen a cubierto de los males i dolores que pesan sobre su raza. De aqui el orijen del cambio o del co- mercio i por consiguiente de las vias de comunicación. Desde que el agricultor cam- bia el sobrante que le deja anualmente su trabajo por los del industrial, i este los .suyos por los de aquel, cada cual, se empeñará por su parle en recojer mayor canli- (1 id do productos, a fin de hallarse en aptitud de conseguir proporcionalmente au- mentado el de los objetos que motivan su cambio. El agricultor arriba a este resultado por dos medios diferentes. — O bien dilata los limites de un suelo para tener miyor superlicie que someter a su labranza, o bien mejora los medios de cultivo. De la misma manera puede el industrial aumentar el número de sus artefactos: ya sea ensandnudo la esfera de su taller, o ya creando máquinas i elementos de acción mas poderosa. En el primer caso el agricultor invade necesariamente el desierto, conquistando para la sociedad territorios que solo fueran del dominio de las fieras. El industrial con el aumento de trabajo reúne en torno suyo mil familias que en unión de los agricul- tores pronto formarán una grande i poderosa nación. En el segundo se vé distinta- mente el papel que desempeña la inlelijencia, la que, secundada por las ciencias que ella misma cria 'i cultiva, pone en manos del hombre, el dominio del mundo. Pero si suponemos a la industria i agricultura privadas de vias de comunicación, nos convencemos sin trabajo de que ambas seguiriAn sin cesar retrogra dando bastí perderse en la nada. ¿Que objeto, que interes teiulria el productor de cualquiera es- pecie en acopiar de ella mayor numero, si la fatiga a que por ello se somete, no le produce si no la triste convicción de la inulilid.id de. su improbo trabajo.? Es claro (¡ue cerradas las vias que facilitaban el cambio de los productos déla agricu.lura por los de la induslria; separada esta de los recursos cpic le ofrece aquella, no Icndria medios de existir i de consiguiente abandonaria un suelo donde no encontrara sino desolación i muerte. Del mismo modo que la agricultura sin el apoyo de la industria lendria que devolver al desierto los campos que a fuerza de trabajo le hubiera arre- 1) il.ulo. Jeueralmcnte se .dmile la idea de que las vias de comunicación pueden mirarse -523— como uno de los motores o raus«s princip-iles del adelanto humano: idea de cuya exactitud h.ii tantos comprobantes, cuantas son tas naciones que ocupan en el mun- do un puesto distinguido i eminente. Mas para que tal progreso deje la marcha pe- sada i vacilante que le vemos seguir en muchos puntos, es menester también que sean buenas i en estado de viabilidad, de manera que los gastos de transporte sean insensibles al comercio. Eu el estado normal de dos plazas mercantiles, el valor de las especies que forman su comercio se mueve dentro de limites que mantienen un equilibrio razonable en- tre los intereses del consumidor i productor. El número de mercaderías que se mueven de un punto a otro, sube o baja en re- lación a las oscilaciones que experimentan sus precios. A una lalta de este, el pro- ductor se afana por multiplicar sus remesas; pero el consumidor solo toma de ellas, la cantidad que absolutamente necesita. -Abundan las mercaderías que antes gozaran de un elevado precio, i el pierio en- lónces, a favor de la concurrencia se abate i disminuye, con cuya disminución, el consumidor deja ya de ser tan circunspecto i permite al productor sacar del número, las ventajas que esperara del crecido valor de sus especies. El precio de una mercadería que se traslada de un punto a otro, lo forman: el valor primitivo de la especie en el puulo de partida; los gastos de transporte. En consecuencia del principio anteriormente establecido, para que el cambio se verifique en la mayor escala posible, el productor debe enajenar su especie al precio máximun i el consumidor recibirla por el minimun. El precio primitivo de una mer- cadería no podría disminuir sin la total ruina del cambio, que conviene, al conlra- rio mantenerlo en su mayor altura; por consiguiente, son los gastos de transporte, los que deben disminuirse todo cuanto se pueda a fin de rccojcr los opimos frútos que ofrece a las naciones un comercio activo i numeroso. Los gastos de transporte podrán siempre reducirse tanto, cuantas sean las mejoras que sirven las vias de co- municación. Toda economía en la conducción de mercaderías, es una ganancia (]Uc proporciona luiente se reparte entre el productor, mercader i consumidor i que for- mará mas tarde su común riqueza. Asi es como por un encadenamiento fácil i sencillo, las vias de comunicación re- compensan a l is naciones ios sacrificios queestas hacen por su mejora o creación: con la civilización pasilica i segura del salvaje, con la anoxacion do territorios que perdidos anteriormente para la sociedad, proporcionan alimento i bien estar a millones de individuos que sin ellos, vejetarian sumidos en la miseria i la ignorancia, con la mo- ralidad i pureza de costumbres que un trabajo moderado i lucrativo, pero constante difundo en el proletario, a quien el ocio lleva a la miseria, i al abandono de iodo sa- no i fraternal ptincipio. Las vias de comunicación se dividen en Marítimas i terrestres. Estas últimas, se subdividen con relación a la fuerza locomotiva que emplean. Sircunscríbomc a tratar de las que en Chile hacen uso de la fuerza viva o bien sean — Carrett«ras. La Ici de 17 de Diciembre de 1812, clasifica los caminos en el orden que sigue* Art.'* 19. Los caminos se dividen en caminos públicos i caminos vecinales. Art.® 20. Los caminos públicos son los que sirven de comunicación do una ciudad, villa o lugar, con otra ciudad villa o lugar. Art." 37. Los caminos vecinales son aquellos que comunican los fundos particula- res con los caminos públicos. Las dimensiones que la Ici señala a estas dos clases de caminos, eslán consigtiadas en los arliculos 21, 22 i 37. Art.° 21. El ancho de todo camino público que corra por cerros o cuestas será de diez i seis varas de claro. Art.“ 22. El p ase por terrenos planos tendrá veinte i seis varas de claro i cada orilla o costado una zanja o foso de dos varas de hondo i dos de profundidad. Art.° 37. Los caminos vecinales tendrán cuando menos, diez i seis varas de an- cho. La simple indicación de la anchura que la lei fija a los caminos públicos, que co- rren por cerros, basta a demostrar sus defectos. .Si estrictamente se cumpliera su sen- tido literal, todos los fondos de que el Supremo Gobierno pudiera disponer para el adelanto de este ramo, serian insuficientes e incapaces de llenar una parle siquiera de nuestras necesidades. Diez i seis varas de claro en el cerro, con mas la anchura de la zanja que recibe las aguas del camino i de la parle de cerro que lo domine, mas la distancia a que debe colocarse esta zanja del escarpe, forman cuan- do menos una estension de diez i siete varas. Nuestras carretas tienen cuatro varas, poco mas o menos de uno al otro csiromo del eje, de manera que, dando de ancho a los caminos en cuesta, dos veces la lon- jitud del eje de las carretas, mas una vara par.a la zanja, otras dos de ellas para que dos puedan encontrarse libremente i sin peligro de llegarse demasiado al demandan- te, tendremos que once varas para los caminos de esta clase, es cuanto puide apete- cerse. ¿Qué ventajas se obtienen con el exceso de seis varas en las diez i siete que laeitamcnle señala la lei a estos caminos? — ¡Qué puedan andar tres, cuatro carretas a la vez, sin estorbarse mútuamente? Es evidente que la lejislatura jamas tuvo pre- sente semejante consideración, pues, desde que se apartasen sus miras de lo necesa- rio, igual razón habia para que en lugar de tres o cuatro, fuesen seis, ocho o diez las carretas a que el camino debiera ofrecer el espacio suficiente para que hicieran su marcha juntas. Lo que en mi concepto se ha querido prevenir, son los accidentes que ordinariamente se pueden ocurrir en un camino', obstruyendo mucha parte de él; como ser la fractura de alguna carreta, la calda de un peñazco, o la descomposición del suelo por efecto de las lluvias o del rodado mismo. Mas estas ventajas, no pueden venir, sino del mayor o menor cuidado que se preste a la conservación de los traba- jos ejecutados: ventajas, de las que si goza un camino de diez i siete varas con ma- yor fundamento disfrutará otro de once; i al paso (¡ue en este, los gastos de conser- vación se hacen con mucha mas economía, en el de diez i siete varas, nunca se po- drá justificar el exceso inmenso de los que ocasiona el desmonte de seis varas en el grueso del cerro. Los números pondrán de manifiesto esta verdad. Supongamos un trozo de camino en cuesta con mil varas de lonjitud, diez i siete de ancho i una pendiente en la falda de 25®. El volúmen encerrado por estas di- mensiones es de 67381.4 varas cúbicas. Considérese el mismo trozo de camino con once varas en lugar de diez i siete de anchura, i hallaremos que su volúmen es de 28211.6 varas cada una. La diferencia entre estos números es de 38169.8 varas de otro modo. Cuando 67381.4 varas de desmonte procedente de una anchura de 17 varas allanan un camino de mil, si la anchura fuere de once, la distancia allanada del camino subiría 2388.4 varas. .Si la anchura que la lei prescribe a los caminos en cuesta, es tan excesiva como creo liaberlo demostrado, la que señala a los caminos planos no me parece ahuilada; sin embargo, las rebajarla a 2í que podrán distribuirse de una manera ventajosa i eco- nómica. Con 12 varas que se diese a la calzada fuera de los suburbios de las polila- ciones, habria el espacio suficiente para el carreteo. El complemento a 24, ocupando los costadas por mitad, servirian p.ira la conslruccion o apertura de los fosos; ¡iira —225— acopiar i elaborar si fuere necesario el material de construcción; para la plantación de árboles i colocación de los pirámides leguarios o indicadores inherentes a un tra- bajo bien acabado. Por la configuración de! territorio una parte de nuestros caminos públicos forman una larga linea angulosa que recorre la República de Sur a Norte, en cuasi toda su extensión, de cuya linca se desprenden háciael occidente otras, que dan comunicación a las capitales de las Provincias o de los Departamentos, con los puertos mas cercanos. Asi la primera como las otras lineas que constituyen el plan o conjunto de nuestras comunicaciones, se balian continuamente detenidas, ya por los rápidos i numerosos rios que desprendiéndose de la gran cordillera de los Andes, corren a depositar en el Pacífico sus aguas, o por lascerranías que unas veces de Oriente a Poniente i otras de Norte a Sur cruzan nuestro suelo. A los inconvenientes con que la naturaleza ha querido oponerse a la libre circula- ción de todas estas vias, los particulares han juntado otros que aunque no de tanto bulto como los arriba designados, no por eso son menos capaces de desanimar al via- jero mas osado. ¿F.ntra en los proyectos de un propietario circum balar un terreno de estension indefinida?- -Uno, dos i tres caminos públicos atraviesan por el centro, que dando valor i estimación asi a los productos como al suelo que rrecorren, se opo- nen al cumplimiento de sus miras. Pero el propietario pensó que ganaría mas ce- nándolo, i a poco tiempo una tapia o cercado, con unos cuantos árboles cortados, indican al transeúnte que en adelante es dupla o tripla la distancia que tiene que ven- cer con todas las sinuosidades i peligros i desagrados que lo presentan las laderas lí- mites de un valle entero. El camino público es el desagüe natural que el propietario tiene para rccojer las vertientes de todos sus regadíos. Sin embargo de no ser mi propósito hacer el análisis de la Lcjislacion de caminos, de la que por otra parte se ocupa el Supremo Gobierno en estos dias, he creído ne- cesario ántes de pasar a examinar los principios de dirección i construcción de ca- minos, llamar la atención del honorable cuerpo a los hechos que dejo mensionados, convencido de las fatales trascendencias que sus repeticiones traerían al pais. La situación que ocupe un camino ejercerá sobre el comercio, una acción marca- damente vital; en consecuencia conviene prestarle toda la atención que nos reclama su elevado objeto. Cuando un camino es de corta estension, pocas o ningunas son las dificultades que ofrece al fijar su dirección competente; pero a medida que la lonjitud crece, las di- ficultades siguen en rápida proporción. La economía en la construcción i reparación de los caminos públicos, pone a la nación en estado de emprender nuevas i mayores construcciones i de hacer parlici par a todas sus poblaciones de los mismos , beneficios. Esta idea es bastante por si misma para demostrar cuanto importa a los intereses del comercio, se miren los gas- tos que la nación haga en la creación i conservación de sus vias de comunicación, con el mas rijido i escrupuloso cuidado. Pero también esta economía ha de circunscribirse i estrecharse a ciertos limites: pues, podría suceder que por evitar obstáculos que exijieran el desembolso de fuertes cantidades para su allanamieoto, se ocurriera a desarrollos cuya estension o naturaleza, desviase la linca de su objeto primordial, haciéndola inútil o por lo ménos insuficiente para secundar los intereses del comer- cio. En semejante alternativa, es menester un estudio profundo de las localidnlcs i no perder nn solo instante de la vista una consideración al tiempo de examinar la otra. Con el conocimiento cabal de la lopografia del terreno que abrase un proyecto, .se llegará a fijar la posición de ciertos puntos por los que necesariamente deberá locar — 22G— h delincación. Eslos puntos llamados comunmente de Sujeción, son los que deter- minan por decirlo asi, la posición jcneral de una linea. Las consideraciones que preceden a su elección, pueden reducirse a tres, i son: 1.* Que la linea que demarcan se recorra en menos que otra cualquiera; 2 " Que reúna la suma de probabilidades de croar o servir a poid leiones o focos de aíjloincracion mercantil que pudieran erijirse o nacer en las ciudades, lugares o campos que atraviese; 3 “ Que su apertura i conservación se hagan con el menor gasto posible. Tales son las bases, bajo l.as euales, puede en jeneral formularse el proyecto de un camino. Bien entendido que estas consideraciones no deben jamas mirarse sino bajo un punto de vista jeneral, porque el detalle de un proyecto de esta naturaleza, no es un problema de los que pueden redueirse a principios fijos e invariables. Llámase eje o directriz de un camino, la linca que dividiendo su anchura en par- tes iguales lo recorre en toda su ostensión. La sección dada al camino por un plano perpendicular al eje, demuestra las par- tes que lo constituyen, i son: para el cimino plano, un arco de círculo o el .segmento de una elipse: el primero queda determinado por los dos puntos extremos de la secci- ón o anchura de la calzada i por la altura que se asigne a esta: si su forma exterior fuera elíptica, conoceremos los seini-ejes; ei mayor en la mitad de la anchura i el menor en la altura de la calzada. A los lados de la curva, se harán fosos de diferentes dimensiones; las cuales dependen de la naturaleza deí lerreno i del caudal do aguas a que tuvieren que dar cabida: su forma es, ordinariamente la de un trapecio. Para un camino en cuesta, las parles que manifiesta 1 a sección perpendicular al eje, son: — Una linca recta inclinada hacia e! cerro; un foso semejante a los de cami- nos planos, i finalmente el escarpe. La inclinación de esta linea sobre el foso ha de ser siempre mayor que la del eje sobre su proyección borizonlal, a fin de que las aguas, no corran jamas siguiendo la dirección de este. ¡So se limita la sección perpendicular al eje a demostrarnos únicamente las formas exteriores do uii camino, ya sea en plano o en cuesta, sino que nos da cuenta delalla- damentc de todts lasobra.s que en ellos se ejecuten. A esta sección se da el nombre de perfil transversal. Conociendo este elemento, podremos decir, (lue un camino, es la superficie enjen- drad.i por el movimiento de su perfil iransversd paralelamente asi mismo, recorrien- do todos los puntos de la directriz. La posición de un camino queda determinada por la Directriz i su proyección ori- zontal. La mayor inclin.acion que la experiencia permite a la direcliz sobro su proyecí ion horizontal para los caminos en cuesta, es de 5.”, esto es si la lonjiled fuere de poca Ostensión; pero en distancias de consideración, no se pueden dar mas de 3." 30’. Esta inclinicion se da a pirlir de la baso de la montaña: teniendo entendido que a medida que la fuerza muscular did animal de tiro, se va de¡)i!il;mdo vaya disminu- yendo la pendiente, a fin de (‘quilibrar las fuerzas gastadas, con la disminución de esfuerzo, primero tantos minutos, en seguida cuantos, de tal modo; que al llegar la carretera a la cresta de la montaña, la pendiente de la directriz, baya llegado al mi- nimun, que nunca será ménos de 2® sin esponer la línea a uun desarrollo excesi- vo e inútilmente prolongado. Debe huirse lodo lo que el lerreno permita en los caminos en cuesta, de hacerlos cambiar rei>ctid is veces do dirección, formando ángulos entrantes i salientc.s, movi- miento (pie lleva el nombre de zig-zag, porque al encuentro de cada uno de los án- gulos que hace la dir.ctriz, la locomoción pierde una parte de su fuerza útil, i ade- mas obra sobre el suelo una destrucción perm Miente. Si os eonveniciile evitar ((uc la -227- dircclriz separe su jiro de la linea recia, con mucha mas razón que debe prohibirse que alternalivamente suba i baje. Siendo indispensable que la directriz cambie de dirección, como efcclivamente lo es, debe cuidarse que el movimiento se opere según el ángulo mas obtuso que permita trazar la localidad; pero en este como en los demas casos en que el ángulo tenga for* zozamente que ser agudo, el movimiento deberá efectuarse según un arco de círculo, de parábo la o de elipse tanjcnle a los lados del ángulo. Mientras que las ruedas de un carro cualquiera siguen una dirección rectilínea, los efectos que obran sobre la carretera son los causados por el rosaniienlo i la presión; pero el punto en donde esta cambia, tiene que resistir no solo a la presión i rosa- miento, sino que juntas i combinadas eu un mismo punto, efectúan su destructora acción, en el suelo, de la misma manera que el barreno sobre la madera. En este movimiento una de las ruedas describe un arco de círculo, al paso que la otra sin cambiar de posición, jira sobre si misma, ocasionando males de tanto mayor bulto, cuanto menor sea el ángulo de la directriz. Se remedia en partes este inconveniente, primero, por el brazo de una curva que debe seguir la directriz, i después por la forma que se dé a la superficie del camino. La curva como llevo dicho deberá ser un arco de circulo, parábola o elipse, i la for- ma de la superficie, tal, que facilite el movimiento de la rueda sobro la cual se ope- ra, paralizindo el de la otra, de manera que insensiblemente i sin esfuerzo, vuelvan las dos a tomar su marcha rectilínea. Varios son los métodos o sistemas que sucesivamente se han empleado para la construcción de un camino. El Imperio Romano poseyó grandes caminos cuya construcción lleva el sello de sus obras i de su época inmortal. Enipczaban por nivelar el suelo sobre que se debian asentar los primeros fundamentos: una capa de mortero recibía la primera hilada de piedra escojida de cantera de mas que mediano porte: otra capa del mismo ma- terial llenaba los vacíos de la primera hilada i servia de asiento a la segunda de in- ferior tamaño, í asi sucesivamente hasta llegar a la superficie. En la colocación de las piedras, llevaban su prolijidad i cuidado hasta asentarlas en la misma posición que tuviesen en la cantera. El espesor que daban a lo que se llama la calzada pasa de cuatro pies ordinariamente. Por consiguiente, basta mensio- nar este raasiso i recordar la escelencia de los morteros Romanos para formarse una idea de la duración eterna de sus obras. Pero no se detiene en la fuerza i solidez la magnificencia i esplendidez de los Romanos; han querido que sus grandes caminos, siempre dispuestos cn el estado de paz a ver cir- cular por ellos las mercaderías que iban i venían a la capital del Imperio de los pun- tos mas apartados de sus conquistas, i en el de guerra a facilitar el transporte de sus numerosas lejiones i trenes de guerra, presentasen por do quiera todas las comodida- des apetecibles. A orillas del camino, un piso de la misma naturaleza que el de la calzada, levantado i cómodo, fuera del contacto de carros i caballerías, estaba desti- nado para los viajeros de a pié: vistosas i salidas pirámides equidistantes, reglaban la marcha de las tropas o de los caminantes de otro jénero: hermosas i multiplicadas fuentes neutralizaban las fatigas de un largo viaje o los ardores de un sol de eslío. En fin, casas-posadas, bajo la vijilancia del Gobierno i a disposición de los ejércitos o del comercio, completaban el cuadro de sus magnificos caminos. llabia tres especies de trabajadores: I.® Los Lejionarios o soldados del ejército: 2.® Trabajadores a salario, finalmente la 3.» clase de trabajadores la componían los pri- sioneros de guerra i criminales. — De nues.ra época son notables los trabajos de Ingla- terra, trabajos que no cuentan, es verdad, mas que 30 o 34 años de existencia ántes de cuyo tiempo los caminos públicos de la Gran-Drelaña no estaban eu estado dg —228 — halagar el orgullo nacional. Cotidianamente las dilijencias, i carros de transporte eran detenidos por la completa descomposición en que se encontraban las vías de co- municación. Parece que la Inglaterra en gran parte debe la mejora de ellas al Ins- pector Mr. .lean Loudon Mic-adam que tuvo la idea de sustituir a todos los mélodos de composición que a la sazón se practicaban, el de la piedra partida, que sin haber entrado a gozar la denominación de sistema, se habia empleado con igual éxito quo aquí, por los Injenieros Iranccses en la caraetera del .Simpton i talvez en otros pun- tos. Mac-adam tuvo la suerte no solo de popularizar este método sino do que se adop- tase sistemáticamente por el Parlamento, dictando este cuerpo por el año 1819 or- denanzas i reglamentos en conformidad de las instrucciones que le produjeron los infórmenos tomados ya del mismo Mac-adam como de muchos injenieros civiles i otras personas a cuyo cargo se hadan trabajos de esta especie. — El estado brillante de los caminos de Inglaterra, justifica sobradamente la adopción del sistema a la Mac- adam, que scncill ámenle consiste en no emplear otro material que piedra partida a martillo, cuyo mayor peso no pase de 6 onzas; en eslenderlo sobre un suelo media- namente arreglado o nivelado con el espesor de diez pulgadas a lo mas i una conve- xidad pequeña, pero suficiente para el libre escurrimiento de las aguas. Para los injenieros i constructores ingleses así como para los gobernantes un cami- no recientemente acabado no es un motivo de descanso i abandono, sino que al con- trario prestan a su conservación una vijilancia i actividad, que mas que lodo es lo que asegTira la perfecta viabilidad de ellos. En Paris se emplea con algún éxito el uso de la piedra grande para empedrados, piedra que extraen de Fontainebleau, i da ocup.icion, a un número considerable de familias. Los csplotadorcs de las canteras de Fontainebleau, arrancan primero de las gran- des masas de arenisca, trozos que bajo el pico del cantero se dividen i presentan, aun- que toscamente, la figura de un paralelipipedo: así preparados, pasan a los almace- nes de depósito con marcas que indican su naturaleza, hasta que conducidos a Paris, i en manos de los obreros picadores, pulen i regularizan sus caras, rectifican sus aris- tas i cincelan sus ángulos o esquinas. El uso les ha señalado por dimensiones de 0.'"16 a 0,’"20 cenlimelros por cualquie- ra de sus caras con solo un pequeño decrecimiento a l.f inferior. Sin embargo de la facilidad i maestría con que los obreros extraen esta piedra, la escuadran i pulen, sin embargo del bajojprecio de su transporte, haciéndose este regularmente por agua, no les cuesta menos de un franco cada una. Entre nosotros también se ha hecho uso de la piedra grande para la consolidación de caminos; pero no canteada ni pulimentada, sino con los mismos ángulos que saca del cerro. En el año 46 ejecuté una calzada con piedra de 7 a 10 pulgadas del cerro Blanco. Principié por hacer nivelar la anchura del camino i uniformar la pendiente lonjitu- dinal del eje. En seguida, se extendió la piedra a mano i una a una se asentaba de manera que tuviese la mayor parle de sus caras en inmediato contacto, tanto con el suelo, como con las demas piedras de los lados. A las orillas, se elevaban dos hileras de dobles dimensiones, para servir de estrivos a la bóveda del medio; a la primera ca- pa, seguía otra que se ligaba con la anterior fuerte i tenazmente, a favor de las puntas que sobresalían i de los vacíos que quedaban entre ellos. Las piedras de esta segunda capa, lendrian de 4 a 7 pulgadas, i se daba con ella la convexidad al cami- no, cuya curvatura, era según un arco de circulo con 9 pulgadas de Hecha i su cuer- da de 18 varas. Se terminaba la obra, acuñando a martillo con mango üe palo, pero de dos a tres libras, lodos los vados c intersticios que se manifestaban, cubriendo el —229— todo, con piedr:\ molida de una pulgada. — Este método, sumamente costoso no ofre- ce estabilidad ninguna a la calzada, por lo menos, en proporción a los gastos, esmo- ro i prolijidad que exije para su confección; i no puede suceder de otra manera, pm s SI se atiende a que la fuerza con que están trabadas entre sí las piedras de una capa i la que añade la ligazón de las dos junta?, es infinitamente menor a la que ejerce sobre la calzada la presión de 25 á 30 quintales en un solo punto, Icnnino medio, de la mitad del peso de una carreta cargada. Al pasar l.i rueda de una carreta sobre una piedra, que en razón de su tamaño debe presentar muchas veces un punto o una línea fuera de su centro de gravedad, es claro que la falta de apoyo superior a la fuerza imprimida por el peso de la ca- rreta, hará cambiar su posición que ánles ocuparan las caras de la piedra. Desalojada la piedra de su posición primitiva, ya se comprenderá la marcha que deberán seguir las demás. También se ha tratado de construir caminos carreteros, con piedra grande de un modo sumamente económico, pero cuyos resultados se verán en la marcha del tra- bajo.—Se estrae la piedra del cerro desde el tamaño de una nuez hasta de Ifi i 20 pulgadas por todos sus costados. Las carretas que las conducen descargan sobre el suelo que va a consolidarse, las mas grandes ocupan el eje del camino, las otras son extendidas sin mas orden i cuidado que para formar un ángulo diedro, cuya arista sea el eje, i sus caras, las dos veredas que se inclinan sobre los costados. Luego se cubre el todo con tierra de los fosos, jeueralmente gredosa, en la línea a que me refiero. En verano, i lo mismo el primero que los demas años, este camino presenta una superficie erizada que amenaza romper i destruir cuanto pase sobre ella. Pasarla en invierno es una empresa casi superior a nuestras fuerzas. Las carretas se descuelgan de la parte superior de las enormes piedras, verdaderos peñascos, para hundíase en profundos i espantosos barriales, de donde si salen están con una rueda ménos, o cuando no, la pérdida completa de su carga. Entre nosotros los sistemas de construcción deben variar como el clima i suelo. Las precauciones que tomásemos con el objeto de mantener constantemente seco un camino, serian importunas e inútiles en el norte; al paso que nunca haremos dema- siado por apartar el agua en que nadan los del sur. En el norte, a partir de la provincia de Aconcagua, bastaría mantener pareja i uniforme la superficie los caminos, haciendo uso únicamente, de los materiales que estuviesen mas a mano, cuidando si, de no emplear la greda i otros que se descom- ponen con cualquiera cantidad de agua. También recubriria con materiales adherentes por su naturaleza los caminos que atraviesan arenales. En el mediodía, esto es, entre Aconcagua i la provincia de Concepción, puede aprovecharse el cascajo de que abunda el suelo en su mayor parle, purgándolo es- crupulosamente de la liarra que contiene i no empleando piedra ninguna que pase de dos pulgadas. Lo primero se consigue pasando el cascajo a la estera, una, dos i mas veces si la tierra fuera mui adherente i no se desprendiese con facilidad de la piedra. Lo se- gundo, haciendo uso del rastrillo de los dientes de fierro, guardando entre ellos una distancia de dos pulgadas, con el cual se entresaca toda la que pase de estas dimen- siones. Bien entendido que debe evitarse el empleo de la piedra redonda que pron- to rueda a los costados del camino dejando desnuda la calzada. La piedra angulosa o partida que recibe la presión de las ruedas enyantadas .se muele i pulveriza en las partes que presenta de contacto i este mismo polvo sirve de cimiento o argamasa para unidas i fijar definitivamente su colocación. De ma- 30 —330— iT'r:) que llcnámlose do este modo todos los intersticios, viene a quedar con el uso, una su',)er(i(‘ic impermeable, suave i sin esfuerzo al rodado. Va proceda la piedra con que se l'orme la calzada, de minas de cascajo, o de cante- ras, el mecanismo de su eítlocacion en el camino es como sigue. lilabor.ado el material hasta el estado de servicio, se apilará fuera de la parte cii donde se va a eslcnder i en cantidad proporcionada a la de consumo. En seguida sj igualan en altura las orillas del camino, haciendo que el centro lome con el des- monte aproximalivamdnte la figura o curva que se fije, a la calzada. De; ignados los costados de esta última, se extenderá una capa del material preparado después de ha- ber rociado la base que era formada o de tierra suelta de los cosí; dos o picada en el mismo sitio. Si se tienen dos dimensiones de piedra, diferentes, las mayores deben ocupar este lugar. — Después que el rastrillo las haya estendido i emparejado, se co- locará la segunda i última capa, en la que se rectificará con precisión la converxidad elíptica o circular que se establezca en el peí fil. Cada (lia debe empezarse el trabajo a aonlinuacion del anterior, cuidando ele ligar perfectamente uno con el otro, i no lomar mas ostensión que la que se acabare cu el (lia. Los trabajadores suelen dividirse en cuadrillas de 15 hombres: cada cuadrilla hijo la inspección de un cabo o sobrestante, i los 1 5 se subdividen en porciones de 3, uno para conducir a carretilla el material de los costados al centro, otro para cs- icnderlo a rastrillo dcl esp('Sor espresado, i el tercero para retirar las piedras que pasen de las dimensiones prescritas o para auxiliar a cualquiera de los dos que se hallare mas cargado de trabajo. El sobrestante hará continuas verificaciones tk* la curva con el nivel, que para el objeto llevara cada uno de su empico. Inmediatamente tío concluido asi el trabajo, se le entregará a la vijilancia del cami- nero, que debe estar provisto de los útiles siguientes: Una c.arrclilla de mano; un zapapico o en su defecto una barreta; una pala do fie rro; un rastrillo i im nivel de los que llevan los sobre.stanlos. El caminero cuidará que el tránsito se reparta en toda la calzada poniendo estor- bos en el dia, sobro aquell i parle que frecuenten mas las carretas. Deberá tenor a orillas del camino piedra molida, presta a emparejar los carriles que forman las rue- das al pasar repelidas veces sobre la misma linca; para reforzar lodos ios pnnlos qu<í lo señale el nivel han sufrido alguna baja o undimienlo. Al poner material nuevo sobre la calzada, el caminero picará un espacio algo ma- yor que el que baya que reparar, i que rociará Cambien a lin de que dicho material tome cuerpo i se una fmrtcmcnte al resto de la obra. Tampoco perderá de vista los fosos i acueductos de (b'sagücs; pero contraerá su atención con especialidad a esta parte del camino todo el tiempo de las lluvias. — La distancia que debe oslar bajo la inspección de cada caminero, puede ser tan variable como la naturaleza del camino, dureza de los materiales etc. Al director de la obra loca señalarla de modo que mas bií'n le falte que sobro el trabajo al encargado. Por mui crecido que sea el m'imoro de camineros, estando distribuidos convenien- temente cu las obras ejecutadas, nunca serán onerosas a los fondos de caminos. Al con rario, el (w.acto desempeño de su cargo, hará que la carretera que sin ellos de- biera rep.irarsc o cargarse de materiales totalmente cada tres años, con su constante vijil.ancia, este trabajo se alargará a ocho, diez i doce años: el Iráiisilo se hará sin in- terrupción ron comodidad, regurodnd i a precios Ínfimos: el Erario habrá hecho desembolsos cuasi desapercibid()s, en lugar de gastar de una voz, sumas diez veces mayores que todas las empleadas año por año en la conservación de trabajos públicos, i en fin, al cabo de algún tiempo, puede contar en los caminos igual número dü hombres honrados i laboriosos (|uc Síuán otras tantas garanlias del orden i»úblieo. Los trabajos en el cerro llevan una marelia distinta. —5^1 — El Injenicro principiará por allanar tuda la linca o por parios sognn jn/gno p. r ronvcnienlc, i con una vara de ancho, en cuya vara hará ludas las correcciones i rec- t ficaciones a que dan lugar los dehclos inevitables de la ejecución. En la alineación entre dos puntos consecutivos, es imposible que los trabaj-Ml ores conserven la dirección o inclinación del eje, i una vez defectuosa esta línea que los dirijo en sus trabajos, la obra entera se rcsenliria de los misinos i aun mayores incon- venientes. Toca también al Injeniero, al tiempo de esle trabajo, trazar i ejecutar las curvas que debe darse al camino en los cambios de dirección al eje. En una palabra, solo puede dejar al cuidado del Inspector la ejecución del desmonte hasta completar la anchura designada para el camino. — Así que haya señalado clara i distintamente to- dos i cada uno de los trabajos de la linea, el directivo queda icducido a la perfecta unión i prolongación de la base establecida. Los trabajadores como en los terrenos planos, pueden dividirse en cuodrillas de 15 hombres; pero señalar el trabajo que cada uno debe hacer en el cerro, es algo mas complicado. En unos puntos diez barretas no alcalzan a desmontar en un dia lo que pueden transportar en la mitad dcl tiempo cinco carretillas, i vice-versa. — Sin embargo es económico formar una cuadrilla o porción de cuadrilla compuesta de dos barretas j de las carretillas que aconseje la blandura o dureza del cerro que se desmonta. Dos barretas hacen mucho mas en combinación i unidas que separadamente, hl subrí's- lante deberá llevar también un nivel para el arreglo del pcrlil transversal. Para la construcción de losfosos i acueductos de desagües, debe tenerse presente, no solo la cantidad de agua que caiga sobre la superficie del camino, sino también i mui principalmente la que proceda de los cerros que lo dominen. Debe cuidarse que junas pueda correr el agua por la superficie del camino siguiendo la dirección del eje, mal que ordinarcainente se verifica a fivor de los carriles que el pasaje de las ruedas forman. La pendiente transversal i acia el escarpe que se dá a los caminos en cuesta, supe- rior siempre a los de la directriz, tiene por objeto prevenir este daño, ademas aleja X.-1 tránsito de la orilla del desmonte, cuya proximidid es demasiado peligrosa a las carretas. El trabajo para terrenos húmedos i pantanosos, difiere de lo que debe ejecu- tarse sobre suelo seco, en que ántes de hacer como en estos, uso de la piedra parti- da, debe dársele la consistencia necesaria para que no se pierda el material inútil- menie. Con estacones de madera carbonizados de una vara de alto poco mas o inénos, que no bajen de 9 pmlgadas de diámetro, se puede [obtener este resultado con grande economía i seguridad. Según sea la consistencia o liquidez del suelo, los eslacones se aclaran mas o me- nos próximos, principiando esta operación por las orillas, pero a distancia uno de otro que permitan pa.so al agua que la compresión de los que mas larde so clavarán en el interior hará salir a los costados. Para la orilla se escojerán los palos mas lar- gos i robustos a fin de que, clavados con tal inclinación acia el camino, puedan ser- vir de sosten a la calzada. — Los eslacones del medio deben situarse según diagonales al cuadrado que se formase con la anchura del camino. Otras obras suelen ejecutarse en los caminos que si no forman una parle integrante de ello.b'7.a rs ind.'lo'de por ser tan nota!)le la segunda grada de la mencionada ro- ca ba direrencia que hn O 03 a '“ á o * OJ 'a ►3 o 5?^ a ^ O a a -Q C_3 _a <13 <3 CQ 1 a PQ a o3 «3 g a e-H E— ' 1 702 5 22 0 1 9 4 702 1 22 1 23 4 702 1 ^8 18 5 2 702 7 22 3 20 5 762 4 22 3 24 5 702 5 20 8 10 5 1 ^ 702 0 22 0 19 4 702 7 21 7 22 6 702 8 20 8 16 5 i 4 705 3 20 7 18 5 704 7 21 4 23 0 764 7 20 3 17 4 1 ^ w w 1 í) o 20 9 21 0 704 9 21 6 25 4 764 7 20 7 16 0 1 ^ 704 7 22 1 19 9 704 2 21 8 24 5 704 0 20 8 16 4 1 704 0 21 7 18 9 703 8 21 8 22 4 763 7 21 1 17 5 i ^ 704 0 21 0 20 0 705 8 21 9 23 2 705 4 20 7 16 4 i 704 0 21 0 19 2 703 5 21 7 22 5 702 9 20 0 16 5 I 702 7 20 8 19 4 702 5 21 7 22 8 701 8 20 5 16 0 11 702 5 20 7 19 2 702 3 21 4 22 2 702 3 20 0 16 3 12 702 0 21 2 19 4 701 3 21 8 22 0 701 7 20 5 10 5 15 702 7 20 7 20 4 702 8 21 4 25 1 702 7 20 7 19 0 14 703 3 20 8 19 5 703 1 21 4 21 6 702 8 20 0 16 1 15 702 8 20 5 20 2 700 8 21 3 21 4 760 5 20 0 17 5 IG 702 2 20 0 19 0 701 2 21 0 25 0 761 0 20 7 17 0 17 702 0 20 0 17 9 701 5 21 4 761 6 20 5 18 5 18 702 0 20 0 20 1 760 7 21 1 21 5 761 0 20 4 18 5 1!) 701 7 20 0 19 8 701 2 21 5 22 8 761 2 20 9 18 5 20 702 1 20 8 19 5 701 7 21 8 22 8 761 3 20 5 16 4 21 701 7 20 5 18 0 760 2 21 7 22 5 758 9 20 2 17 2 22 700 9 20 0 20 0 760 2 21 9 23 2 759 0 20 0 17 4 23 700 8 20 8 19 9 759 3 21 8 23 2 7.59 4 21 0 18 8 2 i 700 0 20 9 19 4 759 2 21 6 22 0 753 3 20 7 17 0 25 700 2 20 9 20 7 759 0 2l 9 23 2 759 8 20 7 18 6 20 700 9 2l 2 21 8 700 0 21 8 22 0 70! 0 21 0 18 0 27 701 9 22 1 20 0 70! 9 22 3 25 7 702 0 21 1 17 5 28 702 3 22 2 20 0 702 5 22 0 25 5 701 9 21 5 17 4 2l> 705 2 21 9 19 8 702 9 22 5 23 5 702 7 21 2 17 2 1 50 702 5 22 2 20 0 702 2 22 5 25 0 70 '2 1 21 3 17 3 I 3! 702 7 22 3 19 5 703 3 22 2 23 5 703 0 21 4 17 5 1 DIAS DEL MES. ENTUE LAS 8 I LAS 9 DE LA MAÑANA. ENTRE LAS 5 I LAS 4 DE LA TARDE. ENTRE LAS 9 1 LAS 10 DE LA NOCHE. O od JS o 03 o O 03 h ^ O C_3 O CJ3 g CJ/ a ~ 0 B o ^ a "o5 a «•o S -o o • O a '•j o5 a -o o B CQ a OJ E-< i E— < PQ a E-H a & E~* rtí A a 03 E— 1 03 E— ... 764 1 22 1 19 7 763 9 22 1 23 5 765 6 21 0 17 8 2 762 6 22 0 21 2 760 7 22 4 23 2 761 1 21 8 19 1 3 761 9 21 6 23 4 762 0 21 8 22 2 762 0 21 3 18 3 4 762 9 22 3 22 4 765 0 23 0 24 8 763 1 22 1 19 8 M O 764 0 23 2 22 5 763 6 23 3 2o 0 763 4 22 1 19 3 6 763 1 22 6 21 0 763 4 23 0 24 3 763 4 21 4 19 3 7 763 4 22 0 21 5 763 5 22 8 23 0 763 3 22 0 20 2 8 763 4 21 9 20 8 763 4 25 0 24 2 763 1 21 6 19 9 9 763 3 21 9 20 9 763 1 22 6 24 0 762 9 21 3 18 8 10 763 2 22 5 22 8 763 0 22 9 24 2 762 8 21 6 18 5 i t 763 0 22 7 21 0 762 7 23 0 23 o 762 6 21 3 18 8 12 763 2 25 2 22 2 763 1 23 2 2o 3 762 7 21 2 18 3 15 763 7 23 1 21 2 763 3 25 2 24 0 705 0 20 8 18 8 14 763 1 21 8 22 0 762 9 22 3 22 8 702 7 21 1 17 8 lo 764 0 21 6 21 0 762 3 22 0 24 0 763 0 20 8 19 2 16 703 4 21 6 20 9 762 9 22 6 25 4 763 1 21 3 18 4 17 763 6 21 6 23 6 762 3 22 6 25 2 762 3 21 7 19 8 18 762 8 21 9 21 3 761 8 22 8 24 2 761 7 21 8 20 0 19 763 5 21 8 21 2 702 3 22 6 23 4 761 6 20 2 18 0 20 764 3 21 8 22 0 762 7 22 o 23 8 763 0 21 3 18 5 21 763 8 21 8 22 5 762 1 22 3 23 8 761 7 21 1 19 3 22 762 6 21 7 20 8 761 2 22 2 22 9 761 0 21 1 19 0 23 24 2o 26 27 ■ 28 763 1 763 0 21 8 23 6 22 0 21 8 762 0 22 3 23 7 762 0 21 2 18 5 IJIAS DF.I, MES, ENTUE EAS 8 1 LAS 9 DE LA MAÑANA. ENTKE 4 DE LAS 5 I LAS LA TAP.DE. ENTRE LAS 9 I LAS 10 DE LA NOCHE. o e o K C3 s •“CJ C B c 2* o> a -o ¿3 o á .JZ) ►3 o ® á á' tr> s & a rS »— 3 9 « c'' a 1 cd s *o g OQ s ■‘CD r3 PQ s E-* Q> &- CO E-* E— i 702 8 20 0 19 8 702 8 21 2 20 8 765 7 20 8 18 6 2 763 7 20 8 19 3 5 4 5 G 7 8 762 2 20 0 17 0 y 763 6 21 3 18 5 763 7 21 5 22 1 763 6 21 1 19 4 10 764 2 20 7 20 2 762 3 21 0 22 8 763 2 20 6 17 6 i i 7 3 9 21 4 19 6 763 0 21 5 22 0 7(¡3 1 20 1 17 8 12 765 9 20 8 21 8 763 5 21 0 21 7 764 1 20 4 16 8 13 765 6 21 2 19 5 765 2 21 4 21 8 765 6 17 8 14 4 14 765 2 20 2 17 7 761 5 20 8 21 2 762 3 18 6 14 8 15 762 6 20 8 18 2 762 0 20 7 21 0 762 0 19 8 15 6 IG 764 1 20 5 18 8 762 7 20 8 20 8 702 9 19 3 14 8 17 765 9 20 7 18 5 762 8 20 8 21 4 702 6 20 0 15 8 18 i 6»^ 8 20 7 i8 8 762 6 21 2 21 7 762 6 19 8 15 0 1!) 20 1 21 i 22 1 23 1 24 25 26 27 28 20 ✓ 30 1 31 1 1 Mím U LA SERENA EN EL MES DE W f 1 1 L ^ DIAS DEL KNTHE LAS 8 I LAS EÍÍTRE LAS 3 I LAS ENTRE LAS 9 1 LAS MES. 9 DE LA MAÑANA. 4 DE LA TARDE. 10 DE LA NOCHE. Barómetro O C3 O _ a •‘CD a OJ o ^ ^ 6^ fca c_3 "O a a E— ' Barómetro. © O CJ o ; é s £-« Termóm.» Libre. C”/“ Barómetro. o CJ e * a •■o a o3 B— o> O 2^ á¿> "CD a & e— i 762 8 16 0 16 5 761 6 15 9 16 7 762 2 16 2 14 6 2 762 6 15 4 15 3 761 0 15 6 16 2 759 9 16 5 14 8 D 760 0 15 7 16 0 759 2 16 3 18 2 758 1 16 0 15 9 4 759 0 15 8 16 0 756 6 16 0 17 5 758 1 16 3 20 5 o 764 0 15 3 13 1 763 2 15 5 17 0 764 2 15 5 12 2 6 766 2 14 6 15 0 764 8 15 5 17 5 764 3 15 2 11 9 7 764 4 15 0 13 0 762 8 15 6 16 1 762 9 45 2 13 0 8 765 4 15 3 13 1 764 4 15 9 15 5 765 1 15 5 12 5 9 707 3 15 3 16 5 766 2 15 7 15 5 767 4 15 5 113 <0 767 4 15 0 M 2 764 7 16 0 16 6 765 0 15 2 11 4 1 1 764 6 14 8 11 4 763 1 15 2 14 1 764 2 15 1 «9 4 12 763 0 14 2 í9 0 761 5 15 4 14 9 761 3 15 0 «9 9 13 761 3 14 4 13 4 762 5 15 0 15 8 763 1 15 0 13 6 14 767 0 14 8 13 8 764 0 15 3 15 0 764 0 14 9 10 5 15 764 3 14 2 11 4 763 0 15 1 14 9 763 0 lo 0 1 2 4 16 761 6 14 1 11 3 760 3 14 4 13 1 760 5 14 5 12 3 17 762 6 14 2 12 2 760 9 14 8 15 6 762 1 14 6 14 5 18 761 5 14 5 13 8 761 2 15 6 16 5 762 8 14 7 11 5 19 766 9 14 7 12 6 767 2 15 9 17 0 767 9 15 1 11 4 20 765 6 14 4 11 9 764 4 15 5 16 3 764 9 15 4 11 2 21 764 4 14 9 12 0 763 9 15 8 16 0 765 5 15 2 1 1 3 22 766 2 15 2 12 9 763 7 15 2 16 0 764 2 15 0 11 0 23 763 9 14 7 10 7 762 8 15 6 15 3 763 4 15 0 10 9 24 763 3 14 7 11 0 761 5 15 4 14 9 761 6 14 9 í9 2 25 764 6 14 2 H 9 763 9 14 6 14 0 764 8 14 7 12 5 26 765 2 14 5 12 5 764 8 14 8 13 8 764 8 14 5 13 0 27 765 8 14 2 12 0 764 2 14 5 13 5 764 8 14 5 1 1 8 28 765 8 14 0 11 5 762 9 14 5 13 9 764 3 14 1 1 1 8 29 765 0 14 1 12 9 764 7 14 6 14 4 765 7 14 5 12 6 30 767 4 14 6 12 0 764 9 15 1 14 9 764 6 14 5 11 0 DIAS DEI, MES. ENTHE LAS 8 I LAS 9 DE LA MAÑANA. ENTRE LAS 5 I LAS 4 DE LA TARDE. ENTRE LAS 9 1 LAS 10 DE LA NOCHE. o B o • OJ o B C3 ra CJ3 —4 C> 23 CJ 2 p-Q —3 o OJ H B a -o a O B cj S a a O a CTJ CCi *0 PQ a •o S (S -o -o ‘ a E-» E— • cu 6-* 03 ^ l 705 0 1 14 4 12 5 704 0 15 4 15 4 705 5 14 0 10 9 2 705 0 14 0 1 1 0 705 0 15 0 10 0 704 0 14 0 10 0 5 705 1 14 4 10 0 704 5 15 2 14 9 705 1 14 8 12 0 4 705 9 1 4 r; 1 1 8 702 4 1 5 2 14 0 702 5 14 9 12 5 r> 702 2 14 0 10 1 702 5 15 2 14 5 702 5 14 0 10 0 0 701 7 14 5 10 0 702 1 14 2 12 0 702 8 14 5 10 5 7 702 4 14 Ü 1 1 0 700 4 14 2 14 0 700 5 14 5 1 1 0 8 701 0 14 0 1 1 9 702 9 14 1 11 i 700 1 15 5 «8 4 1) 700 7 12 0 *7 8 705 2 1 4 0 15 5 704 5 15 0 «8 1 fO 705 i 15 1 «8 0 701 7 14 0 15 0 701 2 15 4 «9 0 1 l 700 4 15 2 »82 702 5 14 0 14 0 705 5 15 7 1 2 5 12 705 8 15 4 «9 0 675 7 14 5 1 5 0 705 0 15 7 10 0 i 7> 702 1 1 15 7 11 1 759 5 1 4 5 15 0 700 5 1 4 0 10 2 702 2 1 5 r; 1 1 8 701 0 14 1 15 2 700 8 15 8 15 1 ir; 701 5 1 i 5 15 0 701 2 14 8 15 0 701 7 1 * 2 12 9 u> 700 I 14 0 11 0 707 4 15 0 14 0 707 7 15 i «9 1 17 707 2 15 1 *9 1 700 0 14 4 14 0 700 G 15 0 «9 9 18 705 5 15 5 10 1 700 0 14 7 14 1 700 5 1 O ») *9 0 10 702 1 15 4 1 l 5 705 5 15 9 15 0 704 4 1 5 4 10 7 20 70 i 0 15 5 1 1 5 702 5 1 4 5 15 0 702 9 14 1 10 0 21 705 0 15 5 12 8 702 8 14 2 14 0 705 5 14 0 1 2 9 22 705 0 14 0 15 0 705 2 14 8 14 7 705 5 14 5 10 0 2r> 701 8 15 5 1 1 2 700 0 15 9 15 9 759 0 14 0 1 1 7 2i 758 9 15 9 12 8 700 1 14 5 15 0 700 5 14 0 14 1 2:; 700 7 14 1 14 1 701 0 14 8 15 0 701 7 14 4 14 0 20 701 5 14 5 14 5 702 0 14 7 15 9 705 5 14 5 10 9 27 7(i7 9 14 2 1 5 0 707 8 14 8 15 1 708 7 1 4 0 10 4 28 70i 0 15 4 1 1 5 702 9 14 8 1 5 4 702 9 14 2 12 0 20 701 8 15 8 1 2 700 7 15 0 17 5 700 4 1 4 5 12 0 r.o 702 2 1 i 5 12 7 701 4 15 0 1 5 2 701 8 1 l 0 12 4 51 1 701 7 I i 2 1 1 9 7()1 7 15,0 14 4 1 DIAS DEL ENTRE LAS 8 I LAS ENTRE LAS 5 I LAS ENTRE LAS 9 1 LAS MES. 9 DE LA MAÑANA. 4 DE LA TARDE. 10 DE LA NOCHE. CD Ci3 a '■o «3 <=Q O C_3 O d a a e-* cu ►13 o o 6-* é "oS a *- cr3 pa p o CJ 0 a 1 E-4 CU o ^ -CD a B— c5 ■qo a *-CD co- po o tu o a a s E— < OD o a cj •o a 1 2 761 2 13 0 ■ 13 9 761 0 14 8 ■ 14 6 760 i 14 4 14 0 o 765 0 14 9 13 0 762 9 13 3 16 3 765 2 13 0 12 5 4 764 0 13 2 13 6 765 4 16 2 16 6 764 8 16 4 13 1 5 763 2 15 3 14 0 764 4 16 3 16 9 764 5 13 3 12 9 6 764 1 13 0 13 9 763 2 13 9 16 1 763 2 13 2 13 3 7 765 3 13 0 12 8 762 9 16 2 16 8 763 8 13 1 12 7 8 763 1 14 8 13 9 764 8 13 0 16 3 766 2 13 0 13 6 9 769 2 14 8 14 0 768 0 13 8 16 0 768 6 13 1 11 3 10 766 3 13 3 13 7 765 3 16 1 17 3 762 0 13 2 14 0 1 1 760 5 13 6 14 3 739 4 16 3 17 7 761 2 13 8 14 9 12 764 3 13 5 13 1 763 2 13 6 13 4 765 7 13 3 14 l 15 763 1 13 4 13 0 764 0 13 3 13 3 763 3 13 3 12 7 14 767 7 13 3 13 6 767 7 16 4 17 1 767 7 13 4 1 1 6 15 766 5 13 6 12 7 764 4 16 6 17 8 764 6 13 6 11 6 16 767 3 15 8 13 0 766 3 16 6 17 1 766 9 lo o 12 8 17 763 8 16 0 12 9 764 2 16 3 18 0 763 6 13 6 12 0 18 766 0 lo 8 11 o 765 9 16 4 17 8 764 3 16 0 11 8 19 761 1 13 9 12 6 739 3 16 8 16 7 760 3 16 9 12 3 20 763 3 13 6 13 8 762 o 16 4 16 6 763 3 13 7 14 4 21 764 7 13 6 14 6 764 2 16 0 16 1 76 i 1 13 6 14 0 22 763 6 13 3 14 1 761 3 16 0 16 3 760 6 13 7 15 9 23 763 3 15 6 14 3 762 5 16 3 17 3 764 4 13 8 14 7 24 766 0 13 7 16 1 763 9 16 5 17 3 764 0 lo 8 13 1 23 764 9 16 0 16 4 ■ 763 4 16 0 17 5 764 o 13 9 12 4 26 763 0 13 7 13 0 764 4 16 2 16 3 766 4 13 9 14 4 27 767 9 j o loo 16 6 768 8 16 3 18 6 768 8 lo 9 lo 8 28 767 4 16 3 14 4 764 7 17 0 18 1 763 0 16 2 1 0 0 29 763 0 16 0 14 9 764 2 16 9 16 9 763 9 16 1 13 7 1 50 766 4 13 9 16 0 764 6 17 3 18 2 763 1 16 2 13 9 1 51 765 0 18 0 1 4 4 760 6 17 1 17 6 760 8 16 5 12 4 1 PRESION I TEMPERATURA MÁXIMA DEL MES. KNT1\E txn 8 I LAS 9 DE LA MAÑANA. ENTRE LAS 3 I LAS A DE LA TARDE. ENTRE LAS 9 I LAS 10 DE LA NOCHE. 1 Meses. O u CJ e -o « ca Termómetro. Termóm.» Libre 1 Barónieiro. Termómetro. Termóm.u Libre Barómetro. Termómetro. Termóm.o Libre ENKRO FEBRERO MARZO JUMO JUMO AGOSTO 76o. 5 76Í.3 764.2 :67.í 767.9 769.2 22.3 23.6 21.8 16.0 U.6 IS.O 21.8 23.6 21.8 16.5 1 4.9 16.6 764.9 763.9 763.7 767.2 7 67 .8 768-8 22.6 23.3 21.6 16.3 15.6 17.3 25.6 25.3 22.8 18.2 17.5 18.6 764.7 763.6 764.1 767.9 768.7 768.8 21.5 22.1 21.1 16.5 14.8 16.3 19.0 20.2 19.4 20.5 14.1 15.1 / ( PRESION I TEMPERATURA MINIMA DEL MES. ENTRH lAS 8 I I.A9 9 ENTRE I.A9 3 I I.AS í ENTRE I.AS 9II.AS 10 DE I.A MAÑAS.A. DE LA TARDE. DE LA NOCHE. Meses. Barómetro. Termómetro. Termóm.o Libre d MARZO 762.6 20.0 18.2 761.5 20.7 20.8 762.0 17.8 14 4 5 .MIMO 759.0 14.0 «9.0 756.6 14.3 13 5 758.1 14.1 «9.2 3 JUMO 758.9 12.6 «7.8 759.5 13.6 11.1 759.0 13.1 «8.1 3 AGO.S l'O 760.5 1 4. 8 1 1.5 759.3 14.8 13.) 760.1 11.4 II. 3 1 20 DIAS DEL MES. E.MUE LAS 8 I LAS 9 DE LA MAÑANA. ENTRE LAS 3 I LAS 4 DE LA TARDE. ENTRE LAS 9 1 LAS 10 DE LA NOCHE. <=T a? f— < 2* ¿3 • o:> -S O o c> • cu —3 O a> a -cz» O a' a ^ a ■“O á C3 o ÍV, B a a CQ •“O a CQ i *SZ> (Ti '■03 a E— ' 03 S— 6-» 03 &-• 03 E— ' E-» 1 765 3 15 8 13 7 765 0 16 3 16 0 763 0 1^9 15 7 2 761 2 15 7 12 9 763 5 15 8 16 1 764 5 15 7 12 9 o 765 6 15 5 13 8 764 6 16 7 16 4 764 7 15 7 10 8 4 765 5 16 9 12 8 763 9 16 7 18 1 764 3 16 0 12 5 5 765 4 15 5 14 1 762 3 16 5 17 9 762 1 15 7 13 1 G 762 7 15 7 14 6 762 5 16 2 15 6 762 8 16 0 15 0 7 O 764 8 15 3 14 3 o y 762 3 15 2 n 4 10 762 7 15 4 14 3 762 0 16 2 16 1 764 2 16 2 12 8 1 1 765 7 15 5 14 7 765 8 16 0 15 0 764 2 15 5 15 5 12 763 4 15 3 14 8 761 9 16 0 16 3 762 4 15 4 15 7 15 762 6 15 5 14 8 761 9 16 0 16 5 762 0 15 6 13 0 14 764 9 15 6 13 9 763 4 16 3 15 5 765 8 15 5 12 8 15 767 2 15 7 16 6 754 0 17 0 18 4 764 0 16 1 1 1 5 16 761 8 17 2 14 5 768 2 16 7 17 2 759 9 16 1 13 4 17 763 2 16 0 13 7 763 1 16 2 17 1 762 1 16 7 14 3 18 765 4 16 0 15 7 765 4 16 4 18 5 764 6 16 4 13 6 19 764 4 16 7 14 4 76 1 4 16 8 17 0 761 8 16 2 13 4 20 765 0 16 5 15 7 762 9 16 4 16 4 763 8 16 3 15 8 21 765 8 15 6 15 2 765 7 16 3 17 1 764 0 15 7 1 1 9 22 764 8 15 7 14 8 763 0 17 5 16 2 763 8 16 3 14 0 25 762 9 15 7 14 3 765 5 16 3 16 4 767 9 15 8 13 8 24 769 0 16 5 15 9 764 8 17 2 19 1 764 8 16 4 12 6 2o 764 8 16 7 14 5 762 8 17 3 17 4 762 9 16 3 12 9 26 ' 765 1 16 5 14 8 762 0 17 3 17 0 762 5 16 6 13 6 27 764 0 16 3 15 9 762 6 16 7 17 1 764 2 16 3 14 1 28 766 9 16 3 15 0 765 1 17 0 17 6 764 8 16 3 11 8 29 763 7 16 4 13 8 763 4 17 5 17 3 765 1 16 3 14 0 1 50 ; 766 3 17 7 di 4 764 4 17 4 18 1 765 4 16 4 11 9 j 51 UECIÜS E!S lA SEItESA ES El MES Dg Sill ii II 3 DIAS DEL ENTKE LAS 8 I LAS ENTRE LAS 3 1 LAS ENTRE LAS 9 1 LAS MES. 9 DIC LA MAÑANA. 4 DE LA TARDE. 10 DE LA NOCHE. P ^ CU CU 'S o é g a E—* o cu • Barómelro £3 O B g <3J E— • O 2^ ^ O tu CJ -o g E— • Barímelro. B •“O a a Baiómetro. ¿3 O B g £-• o • 3 a cj -CP B 1 734 9 16 7 14 5 765 6 17 7 I 18 6 764 8 16 3 11 8 2 762 9 16 2 13 8 763 6 16 8 13 8 763 1 16 3 13 4 3 766 4 16 5 13 6 763 6 17 0 16 3 766 2 16 3 »9 6 4 7(58 8 14 7 12 0 766 3 16 7 16 4 7(57 2 16 2 11 3 5 763 6 13 8 16 4 764 7 17 5 17 4 763 7 16 3 M 1 6 7(5(5 8 14 7 16 7 764 5 17 6 18 3 764 1 16 3 13 0 7 7(52 2 17 5 14 1 762 7 17 8 18 2 765 6 16 8 14 0 8 704 2 16 4 1 i 3 7(53 3 1 7 i 18 6 763 1 16 6 13 9 0 7(55 7 16 3 13 6 762 2 17 2 1 8 4 762 4 i6 7 15 8 ^0 765 2 16 3 14 1 763 0 1 7 4 18 1 764 1 16 7 13 7 i I 764 2 17 3 i4 3 762 4 18 0 18 8 762 9 16 6 13 8 12 7(54 6 16 7 lo 7 763 3 17 4 18 3 763 0 16 3 1 1 1 13 767 8 16 9 15 2 763 3 17 6 18 4 763 6 16 6 10 7 14 765 9 17 4 13 9 702 9 17 7 18 2 764 0 17 1 13 2 13 764 8 17 2 18 0 7(55 8 17 9 18 3 764 6 17 3 13 6 1 16 766 9 18 0 16 6 763 3 18 3 19 7 764 7 17 2 15 1 17 763 4 17 9 14 9 762 0 18 4 1 9 4 761 8 17 3 15 5 18 763 2 17 5 14 9 705 0 17 6 17 7 762 9 17 2 14 3 19 763 4 17 3 16 8 764 6 18 0 19 2 763 3 17 0 13 0 763 3 17 6 13 8 764 8 18 4 19 8 763 2 1 7 3 15 8 21 768 3 18 1 16 0 763 9 18 8 19 0 763 1 17 7 15 2 C).-} 764 5 18 2 14 9 763 4 18 9 19 3 763 3 18 0 15 1 25 763 1 17 5 13 9 764 1 18 4 19 4 7(54 7 17 9 13 2 24 763 2 17 3 13 5 765 6 18 3 18 9 7(55 6 17 8 14 8 23 763 6 17 4 14 6 764 8 17 7 17 8 764 6 17 2 i 4 8 26 763 8 17 5 la o 764 4 18 3 19 9 764 7 17 6 14 6 27 7(53 2 17 3 16 4 763 5 18 0 19 4 763 1 17 3 13 0 28 764 6 17 2 16 8 763 7 18 0 10 3 764 1 17 3 12 6 20 763 8 1» 6 13 5 763 7 17 8 18 2 764 9 18 0 15 1 ' 30 'i MEMORIA sobre Ja üiviolahilidad de Jas propiedades (Constila- cionaJ poJitica) arlicaJo \ 2 ?¿iímero 5j Jeida a?ife Ja FacuJfad de Leyes i Ciencias PoJiticas por don pedro jóse valdivieso pa- ra obtener eJ grado de Licenciado en dicha Faciütad eJ 2\ de de AbriJ de 1852. Señores, La historia del mundo nos presenta al linaje humano diseminado por el orbe de la tierra, formando estados poderosos, cuya aspiración constante es su bienestar co- mún. Con los siglos han desaparecido imperios colosales, monarquías orgullosos, re- públicas inmensas; pero naciones existen i existirán siempre, trabajando por su en- grandecimiento social. ¿,\o veis, señores, al hombre, que despreciando el peligro, .se arroja intrépido al mar sin temer las tempestades, llevar su industria a playas es- Iranjeras i conducir a su patria algún ramo del saber que no profesa? Este movi- miento activo, esta tendencia al progreso, nulos serians i leyes sabias no consagraran imprescriptibles los derechos del ciudadano; la libertad, la propiedad, la seguridad; derechos que son la base del hombre i de la sociedad civil. La forma de gobierno es accesoria en un estado; lo que la constituye buena son las garantías que presta al in- dividuo. i lo que la constituye mala es la usurpación i el dcs| rccio que se prodiga ai ciudadano. Si la aristocracia es liberal, si proteje las libertades de sus pueblos, serán éstos felices, miéntras que la democracia cubierta con la máscara de la libertad, piso- teará los derechos del republicano. Habéis vistQ a la Francia bañar el trono de Luis Felipe con la sangre de millares de franceses, i crijir sobre sus ruinas una república .lítico que se representa en el teatro del viejo mundo. Si; la Europa cuna de las ciencias, maestra de las artes, madre de talentos eminentes, señora de los mares i centro de la industria i del comercio, ve amenazado su brillo por las turbulencias que van a desenvolverse en su seno. El espíritu sistemático vaga incierto por las ti- nieblas de la filosofía socialista, de esa política subversivajal bien social del hombre* i que solo da por resultados tristes desengaños. ¿Cree acaso el comunismo con sus doctrinas falaces i alagüeñas engrandecer las sociedades, perfeccionar la libertad i la propiedad? No, señores, ántes tienden los restauradores de la humanidad a destruir esa misma humanidad, si lograran anular el derecho de propiedad, lei imperiosa de las sociedades, cuya inviolabilidad ha sido reconocida por todas las naciones culta* del mundo i por nuestra constitución política en el número 5 de su articulo 12. Dice asi: La Constitución asegura a lodos los haliitantes de la República <í5. La inviolabilidad de todas las propiedades, sin distinción de las que pertenez- can a particulares i común idade.s, i sin que nadie pueda ser privado de la de su do- — minio, ui (le una parte de ella, por pequeña que sea, (o del dcrcclio que a ella tuvie- re) sino en virtud de senleiioia judicial, salvo el caso en que la utilidad del Estallo, calificada por una lei, exija el uso o enajenación de alj^una, loque tendrá lugar dán- dose préviaraeute al dueño la indemnización que se ajustare con él, o so avaluare a juicio de hombres buenos.» Este titulo, señores, he elejido para presentaros una pequeña memoria, obedecien* do los estatutos de esta Ilustre Universidad: voi a proceder a su análisis, sin infrin- jir las reglas que la rigorosa concisión prescribe. Bajo cualquier punto de vista que considere la disposición constitucional, la en- cuentro santa en su principio i en su fin; garantiza el objeto natural del hombre, i consolida la base de la sociedad civil. Cuando estudio la filosofía de la humanidad, cuando leo los fastos de las jenera- ciones pasadas, veo en estos monumentos una tendencia directa del ser intelijente a su común felicidad. Al formar Dios al hombre imájen bella de su Divinidad, le dic- tó esta lei eterna, lei que rejiria en la gran república dcl Universo: este código in- mutable es el regulador de nuestra voluntad independiente; pueblos antiguos i mo- dernos, civilizados i bárbaros, no han desconocido las reglas en sus pájiuas escritas: todos reconocen en el cuerpo social un derecho primitivo, orijen de otros muchos, el derecho de vivir, de conservar la existencia que recibieron de su mismo Creador. Este título incontrovertible se deriva de los dos elementos que constituyen la uni- dad del hombre, el espíritu i el cuerpo: elementos distintos en su esencia, pero con- centrados en un solo todo, til hombre, repito, es la imájen bella de la Divinidad, ¿i cómo negarle la facultad de poseer, cuando el Hacedor supremo tiene en sí este po- der absoluto sobre lodo el Universo? Las fuerzas físicas, los sentidos i la misma es- tructura palpablemente demuestran estar condenado al trabajo para .satisfacer las di- versas exijencias que ocurren en la vida, o lo que es lo mismo, a crear una propiedad quesea respetada mutuamente. La inteüjencia i demas facultades que embellecen el ser moral inventan los conocimientos útiles que dan movimiento al trabajo material. Conservar la existencia es ostensivo a la especie humana i en este sentido lodos so- mos iguales: todos luchan con el hambre i la sed; con el frió i el calor; con las en- fermedades i con todos los dolores anexos a la naturaleza. ¿I cuál es el remedio para tantos males? El trabajo señores. Escrito está con el sudor de tu rostro. Luego Dios ha destinado un campo para poner en ejercicio los móviles del trabajo. La tierra es este vasto campo. La descendencia de Adan domina las rej iones estensas de la tierra, en el norte i en el sur, en el oriente i en el occidente, cumpliendo aquel fallo terrible: eon el sudor de tu rostro. Podrémos decir entónccs que la propiedad no es invención de la lei civil, es ante- rior a las leyes mismas; pero la lei civil defiende, proteje i modifica esta columna en que descansa el edificio social. La sociedad es un hecho cuyo orijen no pretendo in- vestigar; pero echemos una ojeada por las lejislaciones estranjeras, i en todas oiremos liabl ir de propiedad, de posesión, de dominio; voces que serian vanas si los Estado, no hubieran comprendido la importancia de este bien del hombre i de las sociedadess Nuestros lejisladores del año 33, penetrados de esta verdad, declararon inviolable todas las propiedades de los que habitan el territorio de la Kepública. / Si sentaron un principio tan jenei al: todas las propiedades, claro es que fue su es- píritu prolejer, no tan solo las raíces i muebles, sino las que fuesen obra de las fa- ciiltades mentales que son una propiedad i todas las cosas que bajo este nombre se co- nocen. El sábio dedicado a largos estudios, a meditaciones profundas, produce cono, cimientos, que la nación no poseía. Esta nueva creación es una propiedad privativa del inventor, que consagra a su patria el obsequio de sus vijilias i tareas Sin esta consecuencia muíesaria, no avanzaría la ciencia al ver desatendidos sus es- —247— faerzos, i lejos de conseguir el progreso donde nos encaminamos, no haríamos sino re- trogradar. No necesito deciros que de las palabras: a todos los hahitantes de la Itepública, se trasluce claramente que la protección es no solo al rico minero de Atacama, sino lam> bien al que sufre presidio en Magallanes; i tan favorecido es el ciudadano como el eslranjero que trae sus capitales, su industria o sus brazos al territorio chileno. Una de las leyes que mas preponderancia dan a las naciones, es la de comerciaren- tre si; el objeto de su asociación, los vínculos de semejanza que las identifican: las exijencias diferentes que unas i otras esperimentan son el poderoso estímulo que las liga con inlimas relaciones. Cada dia se persuaden mas que su Ínteres consiste en fra- ternizar unas con otras i formar si posible fuera una sola familia. Grande pensa- miento que tropieza en el orgullo, en las pasiones i eri la misma debilidad hamana. El fervor comercial que en la época presente llama la atención de lodos los oslados, jamas podria realizarse si en todos sus códigos no se leyeran estas palabras: La pro- piedad i el derecho que a ella se tenga son sagrados i santos. Andando el tiempo han estudiado la base del progreso i han reverenciado las propiedades como un dog- ma enseñado i aprobado; respetado i sancionado, por la naturaleza, por la relijion j por la jurisprudencia civil. La edad media pasa, murió el feudalismo, tiempos aque- llos de barbarie que hollaron hasta la vida del individuo. La civilización actual es nueva, es la redentora de las garantías sociales e individuales. O si no, dejemos un momento al hombre errante por las selvas, enemigo implacable de su raza; veamos- le saciarse en la sangre de su víctima i preguntemos a Rousseau ¿es éste el noble fin del ser intelijente? Si, nos dirá el filósofo de Jinebra. ¡Ah infame, cómo degradas tu ser! ¡Cómo envileces tu excelencia! La Constitución no satisfecha, señores, con haber asegurado la inmunidad de todas las propiedades, agrega como para desvanecer cual, quiera duda que a la mala fé pudiera ocurrirse: sin distinción de las que pertenez- can a particulares i comunidades. Notamos que los hombres se comunican mui de cerca entre si: los vemos ligados por contratos sujetarse a la voluntad de dos o mas contrayentes, i trabajar según las bases estipuladas. No todos son aptos para dar el jiro competente a sus capilahs i ios que están revestidos de aptitud, carecen de numerario para emprender las negocia- ciones que quisieran: nadie por cierto pensaría (y;a aventurar su fortuna, asociándose, si los bienes de las comunidades estuvieran cspucslos a la rapiña i al pillaje. Las pro- piedades de una comunidad, son de distintas especies, según la causa que la haya formado: unas son comunes en la unión conyugal, o en un conlrato de compañía: otras que por herencia están indivisos los herederos, i otras finalmente que son de aquellos que abandonando las delicias del mundo, se retiran al servicio de Dios en las soledades de los claustros. Estas asociaciones se componen de individuos que ba- jo un solo cuerpo moral, necesitan la seguridad de su patrimonio. No solo tenemos áraplio derecho para disfrutar las propiedades exislenles en nues- tro poder, sino también aquellas en que no poseemos el dominio pero si un titulo pira ejercer su adquisición. Este derecho, sea cual fuere, es bien garantido por el artículo constitucional por aquellas palabras: o del derecho que a ella tuviere. El pequeño desfalco en los bienes del ciudadano, no le acarrearla a veces mal algu- no al paso que el desfalcador utilizaría algún lucro; esta suposición será cierta si se quiere; pero velando la Goustitucion por la integridad de todas las propiedades, se aleja de los depravados la menor propensión al crimen. Nadie es juez en su propia causa; hé aquí una regla de Icjislacion universal. Cuan do los tribunales de justicia, uniformando el fallo de su conciencia a la doclrina de las leyes, autorizan el despojo de un falso poseedor, obran con arreglo al articulo ci- tado de nuestra Constitución. Razón icnciriauios para lacharla de incompleta si hif — ?4S— hiiT.i dcsciiid.iílo d «aso presente. ¿A quién ocurrirá el ciudadano espelido de su propiedad? A las autoridades que la lei prescribe. ¿1 cómo habilitarlo en el goce de sus derechos perdidos? Por sentencia judicial. La virtud en el hombre desaparcceria si no existiese en las naciones el estimulo de la recta justicia. Si la justicia, esta vir- tud santa, consiste tal como la esplican los jurisconsultos en dar a cada uno lo que le pertenece, la Constitución, al despojar por sentencia judicial, ha conformado su dic- tamen a lo que los publicistas nos enseñan, declarando móvil de la lejislacion esta virtud eminente, reguladora de nuestras acciones. No consolidadas las propiedades, el hombre civil no gozarla de la paz, siendo el juguete de las pasiones i de la depra- vación. Las leyes de los romanos, las de los Griegos i las de otros estados que la his- toria nos refiere, conminaban con penas terribles a los usurpadores injustos: lo mis- mo está vijente en los tiempos contemporáneos. Es verdad que en las p, ajinas de la historia habrémos visto triunfar la injusticia i el ningún respeto con que el barbaris- mo acataba este derecho venerando: pero la solución de este argumento está en la Codicia, en la ignorancia de aquellos habitantes sin cultura. Debo agregar que poruña deducción necesaria favorece la Constitución la libertad, la igualdad, la seguridad de las famil ias. Por el vinculo indisoluble del matrimonio, nacido de nuestros afectos i de nues- tra voluntad, se hace el ciudadano jefe de una sociedad doméstica, se une a una mu- jer que llama esposa, jurándose amar ante Dios i los hombres. El nacimiento de los hijos, fruto de su mutuo amor, estrecha mas las simpatías de sus dos corazones. El padre da existencia a un ser débil, incapaz de valerse a simismo, espoesto en las di- versas edades de la vida a maldecir talvcz la luz que le alumbra si carece de elemen- tos para llenar el deber sagrado de conservarse que desde luego aprende en su conciencia. ¿Deberá socorrer al hijo sumerjido en la desgracia? Si. ¿Ua hijo que el cielo privileji(á contemplará indolente los insultos que la fortuna ingrata, di- rijo a su desvalido padre? No, Un esposo, ala compañera amada de su corazón, blan- co espejo en cuya luna refleja la hermosa imájen del amor' que los identifica? ¡No. Luego las leyes de la naturaleza enseñan a ciertas personas la obligación estricta de alimentarse reciprocamente. ¡Vuestra jurisprudencia madre ha corroborado este de- ber reglímontando las abstracciones del código natural. Si no se defiende la propie- dad del padre, del hijo, del esposo, ^,cómo podrían existir las familias? ¿Cómo lle- nar el precepto forzoso que la lejislacion universal les manda cumplir? En la propie- dad reposa la verdadera civilización de los pueblos: no protejcrla, querer destruirla, es llevar al hombre al iraajinado estado de simple naturaleza, es imprimir en su al- ma el carácter indecoroso de brutal. La libertad es una lei fundamental de las sociedades civiles, bajo cuya tutela se amparan los derechos naturales i políticos del ciudadano, es el móvil jenerador de la propiedad. .\l sentar el artículo constitucional, que las propiedades son inviola- bles, nada habría dicho, si nos indujéramos a creer que no era libre el individuo para conservar o trasmitir el dominio de esa propiedad, de que so declara protecto- ra, o para inventar otra nueva auxiliado de sus talentos. Sin libertad, señores, no puede haber propiedad,! por deducción precisa ¿cuál se- ri.i la inviolabilidad que la lei ños promete? Es imposible decir, i aun pensar, que la Constitución hablara de las propiedades referentes a la promulgación de la lei. Desde el voño 33 hasta nuestros días, ¡cuántas no se han formado! ¡ Qué incremento no han recibido las que entónces existían! La rueda de la fortuna tan pronto abate al que domina las alturas de la prosperidad, como eleva al que yace en el infortunio. El disipador consume sus caudales, i el hombre de bien los aumenta i mejora. La protección constitucional, he dicho, señores, no exceptúa a ningún habitante de la Rí'públicn, i con justicia eslaria sujeta a reproche si hubiera establecido dis- —249— tinción de cualquiera especie: hai en este caso un a perfecta igualdad. Las tres clases de Chile son rejidas por unas mismas leyes, i sometidas al juicio de unos mismos tribunales. Concluyeron los títulos, los privilejios personales i las distinciones odio- sas con que los gobiernos monárquicos han condecorado a la aristocracia. La seguridad es el jénio tutelar de la propiedad: de ella nace la subsistencia del trabajador laborioso. Desnudemos el artículo citado de la seguridad que ofrece a to- dos los residentes en Chile i entonces los veremos enterrar sus caudales con mil pre- cauciones tristes i penosas: el goce seria furtivo porque temen esponerse a la codicia i a la violencia de la fuerza desordenada. El atentado menor contra la propiedad, introduce la alarma en lodos los propietarios: minoran sus empresas i abandonan pronto una carrera incierta i azarosa, i creciendo las depredaciones, sucede la disper- sión. El campo de la industria invadido por sus enemigos que no puede resistir, al fin queda desierto. Las costas de Africa orgullosas en la época floreciente de las gale- ras romanas, por su agricultura, su población i comercio, jimen hoi dia bajo el du- ro despotismo de los otomanos: estos han adoptado para gobernar a sus súbditos el sistema de hacerlos dormir en la ignorancia cerrando lodo camino que los conduje- ra a la cima de la civilización. Voi a fijarme, señores, en la conclusión del titulo mencionado: salvo el caso en que la utilidad del Estado, calificada por una lei, ex ija el uso o enajenación de al- guna. Antes he dicho que la propiedad no ha sido forjada por las autoridades civiles, i que la lei arregla i modifica las condiciones de este derecho importante, principio de la perfección del individuo, de las familias i de las sociedades. Es un principio de lejislacion universal que: el bien del individuo, cede siempre a la utilidad pública. La moral nos ordena que si la patria está en conflicto, corramos a ofrecer el holo- causto de nuestra vida; ya hemos visto héroes que sin temer las amenazas de la muer- te, han sucumbido bajo el acero del enemigo. Luego con tanta mas razón, las leyes deben exijirelsacrificio de las propiedades, cuando la utilidad manifiesta de la nación, i no de otro modo, autorice actos semejantes de desprendimiento. Si los ciudadanos no tuvieran el deber de ejecutar las prestaciones que demanda el bien de la República, tampoco podria realizarse la seguridad i la inmunidad de sus propiedades, que la Constitución tan sabiamente ha declarado bajo su custodia. Los Estados como los individuos tienen necesidades que satisfacer; gastos enormes que espender para conservar el orden; tener en pié ama policía que vijile las pobla- ciones. No siempre las arcas nacionales están dispuestas para subvenir a circunstancias imprevistas; de aquí la necesidad de recurrir al apoyo de los particulares. El adelan- to de los pueblos seria quimérico, si la jurisprudencia natural no hubiera establecido la antelación de la sociedad al individuo. Un hecho práctico tenemos a la vista: las repúblicas americanas porfian para tomar asiento entre las naciones ilustradas. Chile proyecta una linea de ferro carril para hacer mas activo el trasporte de sus frutos. De los beneficios de esta obra grandiosa nada me incumbe decir; pero nula seria la empresa, sino revestimos al poder Icjisla- tivo de la facultad de compeler al propietario que voluntariamente no quisiere hacer cesión de los terrenos que fueren necesarios para llevarla a efecto. Si estos sacrifican espontáneamente sus propiedades, serán acreedores a la gratitud nacional* pero si el egoismo, o la escasez de sus recursos se opusiere, justo es obligarlos a su enajenación. Esta coacción no es un ataque brusco a la propiedad: es, en primer lugar, la utilidad del Estado, quien la demanda: i segundo, el erario satisface el valor de esta venta forzada; pues la constitución previene que la necesidad del Estado sea. calificada por U7ia lei i luego se abone al propietario el valor que préviamentc se haya estipulado con él, o en caso de desavenencia se avaluare a juicio de peritos. Con el primer re- —250— quisito ha querido defender las propiedades del abuso que el Ejecutivo o la comisión encargada de examinar la utilidad del público pudieran cometer en el desempeño de su mandilo-, ha visto ser mas conforme recomendar esta facultad a las Gámaias Lejisladoras. Declarada por lei la utilidad pública^ entra el avalúo con el dueño, i no conviniéndose en el precio, sea por exijir un exceso, ora por tener sus espcctativas fundadas en esa propiedad, el juicio prudente de los hombres buenos viene a deci- dir la cuestión. He elemostrado, señores, la sabiduría con que procedieron los lejisladores del año 33 al dictar el número 5 del articulo 12 de la Constitución. Quiero bosquejar lijera- mente los principios funestos que el espíritu reformador político pretende desarro- llar sobre las sociedades. Cuando he sentado la igualdad de derechos a una propiedad, que existe en todos los hombres, no he pretendido dar mi asenso a esa igualdad destructora del órden social que con tanto fervor predican los apóstoles reformistas. Es cierto que examinando la estructura fisica i moral del ser humano, convendremos en que nues- tras necesidades naturales son idénticas; pero de este principio verdadero no puede deducirse esta falsa conclusión: El hombre tiene u?i dominio igual sobre todo lo crea- do: Es cierto, cuando dijo Rousseau, que el primero que se declaró enemigo de su especie, fué el que dijo: esto es mió i esto es tuyo. Este argumento seria admisible, si la tierra que mantiene nuestras exijencias produjera los objetos aptos i preparados; si no fuera preciso darles una elaboración que los acomode a nuestra existencia, re- quisito innecesario en aquel siglo de los poeias, cuando los campos engalanados de la mas rica vejetacion brindaban al primer ocupante sabrosos i abundantes frutos. Pasaron esos siglos i el hombre es sentenciado a buscar con sus brazos los productos que la tierra mezquina rehúsa muchas veces suministrarle. La tierra no produce si no se cultiva, i para cosechar sus producciones, es indispensable una agricultura. I si es- te ramo de industria no ha prodigado la naturaleza a todas sus criaturas, justo es que solo su poseedor lo disfrute. Beccaria ha dicho, el derecho de propiedad es un derecho terrible, i que tal rez no es necesario. Si el marques hubiera querido transformar en instinto animal su inte- lijcncia divina; si hubiera convenido en colocarse entre las razas bárbaras que habi- tan las incultas rejiones del globo, yo convendría con el publicista en sus dogmas tan humanos. Pero demostrado ya cuál es el íin del hombre, i qué medio de perfec- cionar su excelencia es el estado social, es inútil repetir, que semejante doctrina es absurda i contraria a la razón. El sistema de sociabilidad anhela por establecer una república perfecta; pero léjos de mostrar el modo de materializar este bello ideal, presenta uu camino que tiende a desquiciar la sociedad que quisieran rejenerar: quieren instituir otro mundo en que los hombres sean dichosos i ricos, i procuran aniquilar el cimiento en que reposa la prosperidad sólida del ciudadano: quieren en Qn borrar de la memoria de las na- ciones: el terrible derecho de la propiedad. Los innovadores, repito, quieren hacer poseedor absoluto al Estado; que la socie- dad sea una gran familia, cuyo alimento sea socorrido por el Estado, quien será el supremo padre de sus gobernados; asi tendremos un orden social mas equitativo: quieren que la igualdad sublime que el Dios eterno imprimió en lodos sus hijos, sea restituida por los tiranos propietarios que desgraciadamente infestan una vasta es- tcnsion de la tierra. Yo convengo, señores, en que en una sociedad así establecida reinaría la mas com- pleta igualdad, desconocido el dominio individual; los hombres no tendrían tantas pasiones que depraven su corazón: la codicia, la envidia, el hurlo no exislirian, i úl- timamente seria preciso borrar las penas que contra el criminal han dictado los có- —251 — digos divinos i humanos. Si todo lo que apetezco puedo obtenerlo legalmente, ¿para qué tener escrito no hurtar? ¿Para qué tener escritas penas contra el ladrón? Se di- rá tal vez, quítense esas invenciones de la tiranía. Bien. Constituidas las cosas sobre esta nueva base, ¿quién poseerá definitivamente? Creo será la respuesta nadie i todos, es decir, el Estado como rcprescnlanle de, la gran masa de hombres reunidos. Los ciudadanos cullivarian las tierras, i sus productos depositados en los graneros del Estado estañan prontos al socorro de las raniilias. Cada uno prestarla sus brazos al trabajo distribuido entre todos. El padre común, el Estado, seria el juez de las necesidades de sus hijos. Cimentado este sistema tan humanitario, las sociedades ascenderia al grado mas elevado de perfección. ¡Vo puedo, señores, imajinarme un cuadro mas hermoso. Pero debemos advertir que la buena organización del Estado no está en la sociedad misma sino en el progreso de sus individuos. La sociedad es el instrumento que el hombre tiene para conseguir su engrandecimiento, para hacerse mas dichoso, en una pala- bra, la sociedad es para el hombre i no el hombre para la sociedad. Esta desplega los mayores esfuerzos para elevarlo a la prosperidad, para respetar su naturaleza, su dignidad, sus derechos. Las leyes que propenden a desvestir al ciudadano de estos goces soberanos, se empeñan en cegar la fuente de la felicidad que con tanto esme- ro busca. Esponiendo sus servicios, su libertad, sus intereses a la voluntad caprichosa del Estado, podriainos decir: he aquí el súbdito de las antiguas naciones, hélo esclavo de su soberano que lo tiraniza, que lo humilla, quejo degrada. El hombre no puede enajenar su libertad, i si le vemos desprenderse de sus dere- chos naturales es solo para sostener la asociación. Siempre queda dueño de su fortu- na, de su gloria, de su familia, de su porvenir risueño o desgraciado. Este sistema, señores, tiene en su fondo un despotismo horrible. Seria indispensable revestir .al Estado de una soberanía ilimitada, si le concedemos facultades omnímodas sobreto- dos las propiedides; pues haciéndolo dueño de las riquezas, seria señor de las personas. ¡Qué espectáculo tan lastim(3ro presentarían las naciones! Los habitantes del Estado trabajando sin amor, impelidos por una fuerza superior i vilmente subordinados a, los ministros que representan el Estado. De necesidad seria recurrir al rigor para castigar al obrero neglijente. He ahí la sociedad esclava. Los partidarios responden que con leyes prudentes se evitarían los abusos que pudieran suceder; pero todas las prccaucioíies jamas podrán impedir que las conse- cuencias salgan de sus premisas. Ahora, quiero suponer que el Estado no ejerza ri- gorosamente su derecho de patronato, ¿seria libre el trabajo? Las molestias i las fa- tigas son males que todos procuran evitar; i si reunimos en un solo todo todas las propiedades, dando su dominio al Estado, i le encargamos las necesidades de la co- munidad, claro es que los comuneros, considerando la identidad de sus derechos, se cscusarian de emprender activamente toda ocupación molestosa; el hombre gusta del ocio i sin embargo de amar sus comodidades, detesta el trabajo que no le es conforme a la esperanza que lo anima. Los laboriosos gravarían sobre sus hombros la mantención de la ncglijencia. Qui- témosle sus espectativas privadas, esa esperanza que une su existencia al porvenir, ¿qué Ínteres le queda en aumentar el patrimonio del Estado? Por activo i vijilante que supongamos al Estado, es impotente para evitar el fraude i el consumo oculto de los trabajadores; i si este inconveniente tiene fuerza, la igualdad desaparece al instante. Ilai, señores, en los libros del socialismo, otra doctrina mas absurda que la que acabamos de ver: quieren sus predicadores que todos en el mundo posean por parles iguales. 'So niego el derecho que leñemos todos a la propiedad universal creada por Dios; pero con el requisito indispensable de ocupación primitiva, i apropiación por el trabajo. Si es verdadero este sistema, ¿cómo lo pondremos en práctica? El primer dia de dividirse los campos, babria igualdad; al segundo los dilijenles emprenderian el ejercicio del trabajo, mientras que la pereza, durmiendo tranquila, preparaba pa- ra el dia tercero la misma desigualdad que apellidan iniquidades de la propiedad- Es mui fácil robar al hombre su propiedad o el derecho que sobre ella tiene; pero separarlo de sus apetitos es imposible. No es a la sociedad donde debemos diri- jirnos para mejorar la condición humana, sino al mismo hombre: él es el inslru- mcnlo de su felicidad. Si conservara su integridad primitiva, si su razón no ofusca- da, no le hubiera puesto en guerra consigo i con sus semejantes, si la tierra fuera un paraíso, establézcase, enhorabuena, la rejeneracion de las sociedades, ia igualdad bienhechora. Si no hai propiedad, seriamos los miembros del Estado sin acción. ¿Quién seria .aquel que contento estuviera con su parle? Vendida la discordia, de aqui las con- tiendas, luego las riñas jenerales, i concluida la porción disputada, la muerte seria el juez de litis tan degradanla. El verdadero socialismo, señores, busca las reformas de las sociedades en sus ins. lituciones i en sus leyes, i en el progreso i en o! bienestar de lodos los ciudadanos sin descuidar a la clase pobre i laboriosa: esta idea es laudable i digna de la atención de todos los ¡ejisladorcs del mondo: que mejoren digo la sociedad estudiando lo bue- no de los antiguos, agregando lo mejor a lo bueno, i descebando cuanto liaya de inú- til, cuanto tienda a despreslijiar las sociedades. Este socialismo os el único admisible, este es el verdad- ro socialismo. La civilización no se enciícnlra en los sistemas, no en las ideas, no en las pilahras; está en los liechos. Ea Francia es el pais que mas ha- bla de libertad, pero la libertad práetica la goza h In^lalerra i la Eederacion Ame- ricana. A los gobiernos loca prolcjcr los derechos del rico propietario i asegurar al obrero el fruto de sus fatigas. Taivez me habré separado algo de mi lema principal, poro considerando la rela- ción que existe tan estrecha entre estos sistemas políticos inodcrnos i el articulo de nuestra constitución, que vengo de analizar, he creído oportuno haberlos tratado concisamente como lo liabcis visto. Creo, señores, haber cumplidoaunque imperfectamente con el objeto qne me pro- puse al presenlanne ante vosotros. La materia es harto vasta; pero teniendo presente no fatigar vuestra atención, he querido concluir recooaeiidando el débil esfuerzo de mi deber, al juicio prudente do los honorables examinadores que me han escuchado. TESIS sobre fas propiedades i risos del Tártaro Eniélico^ leída arife la Facnlfad de Medicina déla Universidad de Santiaíro de Chile, por el doctok MACbEUMOTT^ de Abril de 185,2. El auxilio importante que be espcrimcnlado con la aplicación del Tártaro Emético en el tratamiento de las cnfenneiladcs inflaiinlorias, me indujo fijar mi atención, i a notar de tiempo en tiempo sus efectos, i del resultado de estas observaciones propon- go formar esta Tesis. Empero, no pretendo avanzar ninguna doctrina nueva en sos- ten del carácter i cualidades de esta droga, sino anotar lo que mi propia cspcriencia -253- mc h.i enseñado, guiado al mismo liempo por la opinión de aquellos liomLrcs céle» brcs, que han llamado la atención de la profesión a sus efectos terapéuiicos. Su acción es diaforética, Emético, cpispástico i sedativo, según el método de ad* ministrarlo en el tratamiento de las diferentes enfermedades en que puede ser indicado. En dosis bien reguladas, el Tártaro Emético produce diafores^s con mas uniformi- dad i mayor certidumbre que ninguna otra preparación anlimónica ; es cierto que nausea suele acompañar sus efectos diaforéticos, pero esto tiene la ventaja de colocar el sistema en una condición en que la transpiración es mas fácilmente promovida. En todas las variedades de enfermedades febriles, particularmente cuando una deter- minación desangre a la cabeza proliibe el uso de los diaforéticos mas estimulantes, el Tártaro Emético se emplea con éxito benéfico. En enfermedades cutáneas de un carácter obstinado ha sido aplicado con mucha ventaja. Obra como un emético en dosis de dos a tres granos, produciendo vómitos copiosos, seguidos de una depresión jeneral i mucha nausea; la acción emética es especifica, pues obra no solo cuinclo se introduce al estómago o recto, sino también por inyección a las venas o introducido por otro método al sistema vascular. Se usa como un emé- tico en todos los casos en donde se quiere producir una impresión poderosa en el sistema i al mismo liempo bajar la circulación, como por ejemplo al principio de en- fermedades febriles o inll uaaalorias, cuando, si administrado a la aparición de los primeros síntomas, vence frecuentemente la enfermedad; con esta mira se empica en machas enfermedades, tales como la fiebre común, oftalmía aguda, crup, tos convulsiva, etc. En casos cuando se amenaza sofocación por la detención de cuerpos sólidos en el osofago, esta medicina ha sido inyectada a las venas con buen éxito, produciendo vómitos i la espulsion de las sustancias detenidas. En casos de en- venenamientos es inferior a otros remedios de la misma clase, a consecuencia de la lentitud de su operación i la grande depresión que produce: también se usa con fre- cuencia para producir nausea sin vómitos; usado asi, i con esta mira es un recurso que ha tenido buen éxito en casos de hernia estrangulada, para causar una relaja- ción de las parles i permitir que el contenido del saco se vuelva. En casos cuando la rijidez dcl osuteri impide el parlo; en dislocación de las coyunturas grandes, para relajar el sistema muscular, i en contracturas espasmódicas, es mejor administrarlo cía aguas destiladas, aun cuando se administra en forma de enema. El reelum admite i tolera una dosis grande, 3 a 4 granos no se puede de ningún modo considerar una grande; su operación por este método es mui incierta, 1/2 gr. lomado por la boca, mu- chas veces produce mayor efecto de seis inyectado al reelum aun al misino indivi- duo. Para una inyección a las venas, dos granos disuellos en dos onzas de agua ti- bia surtirá el efecto. Aplicado por medio de la fricción al culis, produce pústulas qi <; ulceran i descargan materias. La untura Tártaro Emético, es una prepiracion poco recomendable; una solución saturada en agua i aplicado por medio de pequeños lien* zos es mucho mas preferible, pues sus efectos son mas prontos ess mas limpio: do este modo se aplica un contra irritante en varias afecciones de la viscera toi arica i abdominal, en inílamaciones sub-agudas del cerebro o cuerda espinal i sus membra" ñas. En enfermedades de las coyunturas, i en dolores neuráljicos i musculares. Un método nuevo de lograr una contra irritación por medio do esta droga, se ha introducido recientemente a la profc.s.ion: es decir, se loma una pequeña porción re- ducida a un polvo fino, i colocándola en un vidrio, se forma una pasta espesa con unas golas de aceite o de agua, esta pasta se enjerta con una lanceta al cutis en h misma manera que so introduce la linfa v.acima haciendo el nútm ro de picadas en proporción al efecto que se desea conseguir. Como un coníracstimulante, cuando administrado en dosis de 1/4 hasta dos granos cada hora o cada dos horas, disuello en una mui pequeña cantidad de agua (una onza cuando mas) se disminuía la fuerza i freruencia fie la acción i estanca o arresta la inflamación local, la nausea, vómitos i purj^os que se producen amenudo por el primero i 1. Louis ha demostrado que pacientes puenmónicos, a quienes se san- gran dentro de los cuatro primeros dias convalecen (cícteris paribus cuatro o cinco días ántes que aquellos sangrados a un período mas avanzado de la enfermedad. iVingun periodo es demasiado tarde para vencseccion, con tal que las indicaciones sean perfectamente establecidas sobre principios jenerales, aun la época de la supu- ración no es, según algunos módicos, una contra indicación en si misma al uso do la lanceta. Mo se puede fijar regla alguna relativa a la cantidad de sangrs' que se debe esliaer. La cantidad media de cuatro libras sacadas de algunos pacientes, no ha producido efectos inmediatos mas favorables, (pie cuando la c.anlidad sa- cada no ha pasado del término medio de dos libras; ¡ i (|ué no debemos temer do —555— los pfoclos últimos de til snngrin ! Por mi p^rtc yo dudo mucho la utilidad aun 3é la última cantidad; ciertamente pocos casos se me han presentado en Inglaterra, el Perú i durante un servicio en la marina de muchos años en varios climas, en don- de ha sido necesario sacir sangre mis que dos veces; 16 a 20 onzas por primera i como 10 onzas por segunda, siendo suficiente. Una convalescencia lenta no es el peor mal que sobreviene en casos donde la sangre ha sido sacrificada pródigamente, pues una forma espanemia algunas veces es la consecuencia, i de que se necesita meses i aun años recobrar. Hubo un tiempo cuando creían en la Inglaterra que no se podia sangrar demasiado; i personas fueron sangradas sistemáticamente hasta que sobrevenían convulsiones; fué teoréticamente sana doctrina, el sacar sangre la fuen- te del mal, hasta el último grado, pero se olvidaba o no se sabia, que el ímpetu aumentado de la circulación durante la reacción hemorájica pudiera ser un equiva- lente por la diminución de la cantidad propelida. En rquellos tiempos, con tal que la teoría fuese satisfecha, poco importaban los hechos. El Dr. Gregorz de Edimburgo (dice el Dr. Watson) solia sangrar hasta el úl- timo estremo, raiéntras su colega el Dr. Uuthenford raras veces pasaba de tres san- grías, i por lo jenera!, logró su objeto con dos; los pacientes de éste recobraban con rapidez, los del Dr. Gregorz con mucha lentitud; sin embargo este médico seguía con su método porque la teoría lo apoyaba. Antimonio tartarizado, pues, se halla segundo en importancia después de la san- gría, en el trato depunemonia, L si yo me hallara en el caso de tener que abandonar, en el curso da mi práctica en esta enfermedad, uno de los dos, no trepidaría un mo- mento entre veneseccion i ventosas sajadas, acompañadas con antimonio tartarizado, dejando la primera a un lado. De qué manera este ájente importante produce sus efectos benéficos en los pulmones? Es materia de la mas vaga especulación; que pro- duce tal efecto es el punto importante, de esto abundan pruebas científicas. No hai ninguna evidencia fidedigna que demuestre de un modo positivo, si los efectos de antimonia en punemonia, son mas marcados cuando el mineral es (como se llama téc- nicamente) tolerado, de un modo perfecto o imperfecto, o cuando no se tolera de ningún modo. Es evidente que tal cuestión solo podia decidirse por una compara- ción numérica; i el número de los casos en que una tolerancia completa se observa (es decir cuando no hace efecto ninguno sobre el estómago o vientre) son relativa- mente pocos. Una mejoría muchas veces tiene lugar dentro de 8 a 10 horas después que se ha empezado con la medicina, i sin notarse ningún efecto notable en el canal alimentario; cuando por otra parte la mejoría tiene lugar dando la medicina pura- mente como vomitivo i purgante. Por cuyo motivo es mas bien por efecto de una preocupación quede alguna deducción lójica, que prescribo por csperiencia antimo- nio en tai manera i combinación que sea mas probable precaver que se remueva el estómego. La sal debía administrarse al principio con pequeños dósis de ácido hydrc- cianico delutado, o paragórico cuando se desea evitar sus efectos como vomitivo. Los efectos constitucionales de mercurio son tenidos por algunos a ser particularmente eficaz en el estado de hcpitizacion colorado; aun se. mantiene, que cuando se hayi llegado a este estado, que colomelano es una medicina mas importante que antimo- nio. iVingiina demostración cicnlifica de este modo de juzgar existe; si fuese rorrecto el valor de antimonio en la práctica de los hospitales, seria pequeño, porque la ma- yor parte de las personas que se admiten a los hospitales tienen a primera vista mas o menos hcpalizacion. A mi me parece que en casos de pneumonia los mercuriales solo deben aplicarse cuando por aignna causa u otra el antimonio es inadmisible. La combinación de esta droga con calomelano tiene sus peculiaridades, yo he visto ejemplos, cuando administrados por separado no tuvieron un efecto tan decidido como cuando unidos; los casos a que yo me refiero eran de pneumonia en el segundo «sl.iil) o periodo; el nnlinionio solo produjo vómdos, pero cuando combinado con U s il mcmnial, paivcia obnr como un sedativo i a promover (oleracion. TárUiro Emético cuando administrado por ataques inÜamatorios de las membranas del cerebro, puede ser apurado Insta dosis mui grandes sin producir un efecto vene- noso; durante mi residencia en el Perú lo he administrado en esta enfermedad, en dosis de 6 a 8 granos cada 4 horas por dos dias i con el mejiar éxito. En las enfermedades inflamatorias de niños donde esta medicina es indicada por los sinlomas, algunos de mis amigos de la profesión son tímidos i aun adversos a prescribirlo, de miedo a sus efectos debilitadores, i susiituian ipceaeubuaua en vino, 0 en polvo. Este temor lo creo sin fundamento: ipeeacubiiaua en iull.imaeion activa es un mui pobre soslilulo por el Tártaro Emético, pariieulariueutc en inn.amaeion de los pulmones o membrana cerosa del cerel)ro; la dosis si adecuado a la edad i eon- d.c’.on del paciente, como a la intensidad del ataque en casi todos los casos corres- ponderá a los deseos del médico. Niños por lo jeneral no aguantan bien las .sangrías, 1 en donde es necesario ahorrar las fuerzas del paciente al mismo tiempo que vencer los sintonías inflamatorios, yo considero que ninguna medicina es preferible al Tár- taro Emético; no pretendo presentar este remedio como un ájente tirapéuticos infa- lible, ni quiero decir que falla, al contrario sé que no siempre surte el efecto desea- do, pero al mismo tiempo podemos hacer este mismo cargo a todas las demas medi- cinas. Diinnte mi residencia en el Perú; hubo cu la ciudad cu donde yo vivía un nicilicü que practicaba empéricamente, i llegó a hacerse célebre, por el buen éxito que tuvo en los casos de disenteria; sus polvos atltpiirieron gran celebridad, i yo raras veces fui llamado a un caso de osla enfermedad: al volver a la Europa, llevé algunos de estos polvos para analizarlos con exactitud; i ba'lé (pie conloni.an, Tárta- ro Emético, carbón i una pequeña e.anlidad Terri lii.anuretum: hubo una eireunslan- ci.a relativa a estos polvos que comprueba lo que ya se ha dicho tocante a la toleran- cia o non-tolerancia del l'árlaro Emético; es decir que cuando sus pacientes se que- jaban (le que los polvos eausabao nausea i vómitos, él los consoló asegurándoles, que sem; jante circunstancia filé favorable, pues demostraba el buen efecto que tenían c.m respecto a la enfermedad; i cuando por otra parte, no hubo ni nausea, vómilos, ri en una palabra cambio alguno, eniónces los aquietó, asegurándoles con el ejem- plo de algunos de sus vecinos que babian sanado con semojanle réjimeu, i en quie- nes la medicina no produjo ningún cambio visible; estos polvos los dividía en uno, d)s, tres, ¡ cuatro d isis según sus instrucciones, i conforme la enfermedad pn'.senta- bi un asp'Cto formidable, dio un polvo entero tres veces ai dia, poro en los ataques benignos c! polvo fue decidido. El Terri bianurcluin ha sido empleado en los Estados Unidos como un remedo) en disenteria, i hubo un tiempo en que se considera!)a mui eficaz en esa enfermedad; pero según últimas observaciones pirecc que posee mui pocos poderes icrapéulieo.s; no es de creer pues, que la virtud de estos polvos en cisos de disi nteria consisti.a en este ingrediente, ¿i no d 'heríamos mas bien atribuir su Inicn éxito al Tártaro Emélieo? porque no se puede suponer que el carbón tenia algún efecto importante. Desiie mi vuelta a Sud América no se ha presentado ninguna proporción para poder probar la eficacia de estos polvos ni en agudo ni crónica disenteria. Los buenos efectos del Tártaro Emético en deliriiim tremens he podido atestiguar con frecuencia; hai una condición de las membranas del ccri'bro, i un grande estado de violenta excitación, acompañado con ciertos síntomas que proliilic el uso de la lanceta, opio solo es contraindicado por razón de su terubucia a aumenlnr la cou- jostion, i como el método mas seguro de atacar la enfermedad, os ocurrir al Tártaro Emético: se empieza con osla droga solo; luego se agrega un poco de opio, i sigue «rada.ilinente aumeulando este último Insta que deja de administrar el primero dan- —257— do el opio solo: El opio si se aplica al principio, aumcnlará la cotijestion i causará efusión subarachnoida. El caso siguiente, cayó bajo mi propia observación en la Ciu» dad de Tacna en el Perú. Uu paisano inio mui adicto a la bebida, tuvo ataques fre- cuentes de delirio tremens; el remedio a que yo soüa ocurrir; con ta! que no hubo complicación del pulmón, era, echar un chorro de agua fria sobre la cabeza por 2 o 3 minutos cada hora, mover cl vientre con algún purgante suave, i en ciertas circuns* tancias darle algunas de las bebidas que acostumbraba tomar como estimulantes. Es- te paciente, en el ataque a que me roíiero ahora, tuvo tos una cspecloracion ronca, pulso 9G, el culis de! pecho c diente; pero no podía descubrir si sufria dolor por ha- llarse en un estado continuo de delirio agregado a una gran postración de las fuerzas: sangrarle habría sido impropio, no me atrevía a aplicar el agua fria, i el opio solo hubiera contribuido para agravar los síntomas. Receté 6 granos de tártaro emético en otras tantas onzas de agua, una cucharada cada hora, alcanzó a tomar tres, pero después rehusó tomar mas bijo la impresión que tratábamos de envenenarle; los sín- tomas do delirio, i de los pulmones aumentando, resolví exhibir el antimonio por enema: 6 granos de la sal se disolvió en dos onzas de agua tivia i fue injectado al rec- lum, se administraron tres de estos labatorios en el curso del dia,el cuarto fue vuel- to en el acto, i como la ilusión de que queríamos envenenarle de este modo se habia apoderado de su imajinacion, era necesario emplear la fuerza cuando la quinta fue administrada, esto fue pisado inmediatamente por evacuación, i miéntras se hallaba en esta, los vómitos empezaron i se tranquilizó tanto que convino en tomar su tárta- ro emético, una mejoria sucedió i fué restaurado a su acostumbrada salud dentro de pocos dias. Ha muerto desde enlónces, i cuando me informé si habían ocurrido al remedio acostumbr ido, me contestaron q le no. En este caso, no puede haber una duda acerca del poder seditivo de la medicina, los vómitos no emiten prueba alguna directa, de su efecto irritante sobre el estómago pues no habia recibido a este órgano cosa alguna por 12 o 14 horas antes; i cualesquiera acción que la droga produjo, fué- sin duda por haber sido rec bido en la circulación por medio de la absorción por el conducto del reclurn: hago esta observación, porque sé que hai personas de la facul- tad de altos conocimientos profesionales, que deshechan esta medicina valiosa contal que halla alguna perturbación del estómago, aun la mas pequeña náusea les impedi- rá usarla. Deseo que se me entienda, que no por lo que he dicho, abogo por el uso' de la droga en inílunacion gástrico, nada de eso; pero he visto ejemplos en que algu- nos de mis colegas, se han trepidado usarlo, cuando su propio juicio les hizo confe-' sar que fue indicado, pero temían a razón de la pequeña perturbación del estómago.' Ningún órgano simpatiza tanto con el cerebro como el estómago; en muchas de las en- fermedades del primero el último obra como un piloto al médico; i después del pul- món no hai órgano alguno que se halla mas al influjo del antimonio que el cerebro. El clínico aprcciable del Dr. Grases muestra el valor do esta medicina en una vári6- dad de enfermedades, i no puedo hacer cosa mejor que hacer preseiHe sus miras de este mui importante tirapéutico ájente en la fiebre tifo, citando algunos casos «Eduar- do Welagh un labrador robusto, de edad de 2o años, fue atacado con los éfñlo- mas acostumbrados al principio dcl tifo — fue admitido al hospital pocos dias dcs'p'ues. Se supo que habia sido atacado con una violenta i repelida frenesí desde el pHncii pió do su enfermedad; i habia sido fuertemente juzgado por medio de aperientes. Yó le vi poco después de su admisión en Junio 2 a las 9 de la mañana — h ibia pasado una noche inquieta hablando sin cesar, i siendo a veces ingobernable, tanto, que fue necesario amarrarlo; a veces se calla sin querer hablar, ni contestar, ni mostrar 1.a len- gua cuando requerido. Su continente es a veces bronco i deshecho, i de cuando en cuando toma una espresion sospechosa i feroz, ojos vidriosos i un poco ofuscados, la su- perficie jencral dcl cutis algo seco i caliente, pero hs estremidades frías i lívidas, pulso —258— 4 32 pequeño i comprimido, respiración 42 irregular, el abdomen ni hinchado ni blando, pasa orina i feces en la cama, su lengua seca ¡ de un color morado oscuro en el cen- tro, húmeda i colorada hacia los bordes, toda la superficie del cuerpo cubierta con ma- cule. Puse mi atención inmediatamente a restaurar el calor de las estremidades, i re- ceté una onza por hora de una bebida, consislicndo 8 onzas de agua i 4 granos de tártaro emético i dos escrúpulos de láudano — a la una de la tarde, empieza a crujir los dientes, ceñir la frente, retorcer los labios i escupir a las personas que se aproxi- maban a su cama; la espresion de ¡a cara fue hecho peor por el movimiento vizco i rápido de los ojos. En una palabra llegó a ser tan feroz que fue necesario amarrarle pies i manos a la cama, sus carótidos pulsaban con violencia, i se rcia i gritaba alterna- tivamente, pulso 132. pequeño i alambrado — Gomo ninguna acción perceptible fue producida por la medicina, ordené que se le diese en dosis dobles: a las 6 de la tar- de, la espresion de la cara mucho mejor i ménos bronca, continua sin embargo a des- variar, pero de un modo alegre i halla en una traspiración copiosa i cálida, pulso 120, blando i dulce, respiración 38 regular; siguió tomando las dósis dobles: a las 9 de la noche, habia dormido con tranquilidad desde las 6 i media, la traspiración con- tinua, i pasó una gran cantidad de orina, las estremidades de un calor natural i hú- medos, i ha cesado la pulsación de los carotides. — Ha tomado 4 1/2 granos de tárta- ro emético desde la mañana i 20 gotas de láudano. Ahora- ordené que no se le diese la medicina a intérvalos regulares como ántes, sino conforme los sintomis lo indica- sen, no habia vomitado i purgado — Junio 3 habia dormido regular durante la noche i habia tomado tres tomas de la bebida — Cerca de las 5 de la mañana, volvió a in- quietarse, se le dio una dósis doble i durmió tranquilamente hasta las 9 — la hora de mi visita. Su lengua ahora colorada, seca i rajada hácia la punta; la sed aumentada 1 bebe libremente de agua fria, cútis húmedo i cálido, pulso 98, respiración 30 regu- lar; parece inclinado a dormir, sus ideas algo confusas aunque contesta racionalmen- te, vientre estítico, abdomen un poco hinchado i lijeramente timpánico: ha tomado 2 1/2 granos de tártaro emético i 10 gotas de láudano desde ayer a la tarde, ahora no le crei necesario seguir con esta bebida, i volvió mi atención al estado del vientre, que cedió con facilidad a lavativas emolientes, las evacuaciones alvinas obtenidas asi, eran copiosos, seguido inmediatamente con dcshinchazon al del vientre i una mejoría visible de los síntomas. Continuó a dormir durante el dia, i a las G de la larde su pulso estaba a 90 blando i natural respiración 30 regular, cútis caliente i traspiran- do, las maculas habían casi enteramente desaparecido. Junio 7. Durmió bien, sueño natural, pulso 65 blando i de buena fuerza i sin nada del carácter dicrolica las faculta- des mentales mejorando con rapidez, i pasa orina i fases voluntariamente; abdomen blando i deshinchado, lengua limpiando i casi húmeda, cu una palabra la convales- ccncia ya habia empezado.» No puedo pasar en silencio la espresion vulgar, que tan fuertes medicamentos no son adecuados a tal clima ni a tal jente, que debía dejar que sobre la naturaleza i solo ayudarla: ahora con toda deferencia a las opiniones de otros, seame permitido observar, que en enfermedades agudas que amenazan de pronto la vida, poco se ga- * na con esperar que la naturaleza nos ayuda. Es preciso aplicar poderosos remedios, pero, observa, que si son empleados con tino, sus virtudes únicamente se ejercen en subyugar la enfermedad: El facultativo que recela 1/4 o 1/2 grano de tártaro eméti- co a repetirlo hasta que vence la enfermedad, i que disminuia la dósis en frecuencia i cantidad en proporción a diminución do los sintonías, jiara enfrenar los cuales es su objeto, esc facultativo no puede con justicia ser acusado de haber administrado atrevidamente grandes dósis del medicamento que discutimos: darlo en dósis mas [)e- queñas o ménos frecuentes que es necesario [>ara hacer una impresión en los sinlo- mas seria jugar con la enfermedad^ Uaa dósis de medicina se debe calificar de gran- —259 — de o pequeña no según su peso o medida, sino según sus efeclos, i cuando dosis que son realmente moderados se dan con frecuencia, i sus efectos observados con cautela, si'guramenle la persona mas cautelosa no puede exijir mas. L’llimamenle hemos vis- to en la Inglaterra un niño de pocos meses de edad , envenenado erm una sola gota de láudano; muchos argüieron que era una dosis pequeña, pero pocos hom- bres profesionales daria por primera vez una gola de láudano a un niño de 3 me- ses. Con otro caso concluiré, un caballero de 20 años fue atacado con sarampión de un carácter irregular, i no obstant*^ fpae fué tratado desde el principio por el finado Dr. O'Brien bien conocido como el autor de un tratado sobre fiebres, se empeoró dia- riamente, i el doctor pronunció el caso sin esperanza; llamó al l)r. Graves el scslo dia, este facultativo dice que la combinación de sintomas que le hizo formar esta opinión desfavorable, eran, un pulso mui rápido, violento delirio, depresión de los poderes vitales manifestada por frialdad del cutis etc. etc. Como era jóven i la en- fermedad recien, se atrevieron a sacar un poco de sangre, del brazo, pero se desma- yó ántes que muchas onzas podian sacarse; aplicaron sanguijuelas a la frente sin nin- gún efecto visible, al dia siguiente se habia empeorado. El Dr. Graves cntónces pro- puso la exhibición de pequeñas dósis de tártaro emético, tomó dos granos en el cur- so de 10 horas, tuvo náusea i vómito con casi todas las dósis. Se tranquilizo i final- mente durmió, en 2 í horas fué declarado fuera de peligro, el Dr. O’Brien espresó su placer i asombro a los efectos rápidos i benéficos de una medicina que hasta cntónces nunca habia visto administrar en semejantes circunstancias. Para concluir, diré, que me seria fácil presentar i citar muchas pruebas sobre la im¡)ortancÍD de esta droga en las enfermedades a que me he referido; i aunque estoi persuadido que los ilustrados facultativos que ahora me han hecho el honor de escu- charme, no necesitan ningún argumento mió para elevar en su opinión esta prepa- ración de antimonia; espero que ellos atribuirían mis motivos a lo que realmente son, es decir, un deseo de presentar a ellas las observaciones que mi propia espericncia ha hecho; i al mismo tiempo mostrar mi gratitud a este amigo, que tantas veces me ha favorecido en casos de peligro, i ha logrado lo que ningún otro remedio tera- péutico ha podido hacer bajo iguales circunstancias. TESÍS. — Sobre las nfeccio??.es i enfertnedacles de los riñones. Leída ante el Tribunal del Protomedicato e?i Saiitiago de Chi- le ^ por TOM.\S PEPPARD 1852. Los riñones con motivo de sus funciones peculiares e importantes; por su intima ooncccsion i simpalia, como también su inllujo simpalético sobre, otros órganos vitales merecen la mas anhelosa atención del facultativo. Muchos eminentes palaló- jicos han escrito largamente sobre las enfermedades de estos órganos; pero siendo mi parecer que la Tesis que tengo el honor de leer, esta noche debia ser, mas bien prác- tica que leoritica; trataré de describir las diferentes afecciones de los riñones, que han venido bajo mi propia observación durante mi práctica en Inglaterra, i al mis- nie tiempo los varios métodos de curación que he adoptado i los éxitos de ellas. íS'elVilis, o ¡nQ.amacioii de los riñones, se muestra en dos formas; es decir, aguda o 33 -360- crnníca. — La aguda es raras veces una afección eclcopálica primaria, pero resulta je- ncralmen-te de golpes violentos, contorsiones eman indo de ejercicio violento, de le- vantar grandes pesos, de esponerse mucho al frió, i algunas veces por sustancias acrias llevadas a los riñones por medio de la circulación, o de concreciones calculosas de- positadas, ya en los riñones, ya en el ureler. Yo he observado una predisposición de- clarada a esta enfermedad, particularmente en sujetos golosos: i el Dr. líright afirma que en estos casos se nota algunas veces traslaciones de la materia a los riñones que se asemejan mucho a ¡Xefrilis. Los sintomas aunque por lo jeneral bien marcados, suelen confundirse con los de otras enfermedades; pero mas adelante trataré de las apariencias diagnósticas entre Nefritis i las otras enfermedades con las que pudiese ser equivocado. En Nefritis agudo siempre hai fiebre, lengua sucia, culis seco, el pulso lijero, un agudo i constante dolor en la rojion del riñon afectado; dolor lan- zante en la cuerda espermálica, recojimienlo del lesliculo, i con frecuencia adorme- cimiento de los muslos del paciente, el enfermo se alivia mas cuando se acuesta por el lado afectado, la orina escasa i de un color subido, la vejiga es irritable, el pa- ciente teniendo que vaciarla frecuentemente acompañado con mucho dolor i fuerza, vómitos, náusea, i dolores en el vientre: estos son los síntomas mas prominentes. Ne- Iritis agudo, necesita una curación activa. Copiosa veneseccion del brazo, sanguijue- las o ventosas sajadas, sobre la rejion del órgano, i órganos, afectados, seguido con fomentaciones calientes i emolientes, i el baño caliente por lo jeneral es mui benéfi- co; el vientre debía ser movido con dosis de calomclano i «polvos de James.» regu- lando la cantidad según la edad i temperamento del enfermo; a las tres horas admi- nistrase una dosis de palma tristi; pero, si el paciente sufre mucha náusea i no pue- de retener el aceite en el estómago, en tal caso yo prefiero una enema emoliente, re- pelida hasta que produzca copiosas evacuaciones, después, se debe dar dósis peque- ñas de opio i antimonio, bebidas mucilajinosas, como te de linasa etc., i en los go- to.sos diátesis, combinado con colchicum i soda. El paciente debe evitar toda sustan- cia irritante interiormente, pero aplicaciones irritantes debian ponerse sobre el órga- no afectado: como linamento amoniaco; cáusticos son impropios en esta enfermedad, pues por lo jeneral aumentan la eslranguria etc. Si después de 12 horas no hai un alivio en los síntomas, administraría 2 granos de calomelano i 1/1 grano de opio ca- da fi horas hasta qne se alivian, o hasta que el paciente se halla lijcramente, mni li- jeramente afectado por el mercorio, teniendo cuidado de no salivarlo mucho. Cuan- do los sintomas emanan de cálculo, por lo jeneral recelo opio combinado con anti- monio, u opio solo en forma de enema. Si la enfermedad sigue por 7 a 8 dias, i el paciente siente frios repetidos, i un dolor sordo en el lugar afectado, hai razón para creer, que materia se está formando en el riñon, i es probable que supuración tendrá lugar: en este último caso es preciso ser mui cauteloso en su diagnosis; i si el pacien. te está mui reducido por represión i sufriendo por falta de sueño etc. es necesario sostenerlo con alimentos milricios, (pero no estimulantes) i aplicar sin pérdida da tiempo, fomentaciones emolientes, o cataplasmas etc., i cuando la supuración ha te- nido lugar, i la orina está mezclada con una descarga mucosa o de pus, debía darle, a mas de la dicta alimenticia, deccocion uve ursae mucilajinoso goma arábiga, algunos recomiendan Teribenlimales, pero yo los he encontrado, que por lo jeneral causan dolor e irritación. La enfermedad crónica de los riñones, es causada en los mas casos, por una pro- longada irritación de la vejiga, cuyo último es por lo jeneral el resultado de eslric- lun (m la uretra o engrandecimiento de la glándula, proslrala cuando la vejiga ha sufrido ensanche, nacido de una dificultad de pasar la orina i continuadas contorcio- nes; su membnna mucosa se inflama i los urclrcs también se agrandan i llegan a ser receptáculos subsidiarios para la orina, i la inflamación se csliende a los riñones, parte —201 — en consecuencia de una ¡rrllaclon mecánica, i parte, por causa de la infl-macicn que se estiende de la vejiga, i sobre lodo, por participar en esa dejencracion jcneral de las funciones i estructura del cuerpo, que es siempre el resultado cuando alguna im- portante esté por largo tiempo gravemente suspendida. Si la enfermedad es antigua, por lo jeneral se encuentra el paciente en un estado de debilidad, físico i moral; sus sueños son cortos i interrumpidos sin refrescarle; pérdida de apetito, un continuo dolor en los lomos, que algunas veces se lanza al ingle i testículo, la urina presenta una variedad de apariencias, pero en jcneral es de un color claro, puede ser turbio, i dos o tres veces yo la he visto lijeramente teñida de sangre, i en unos pocos casos habían láminas de linfa en la forma do los metros. — Si la enfermedad no se vence en tiempo, la urina llega a ser colorada i purulenta, i es fácil discernir el pus con un miscroscopio en la urina que ha sido depositada por un poco de tiempo. Jcneralmcn- te estos casos terminan de una manera fatal; puede ser que el enfermo se muera de actual debilidad o de haberse agotado las fuerzas vitales, postrado por falla de des- canso, continuo sufrimiento, i obstinados vómitos: algunas veces la muerte sobrevie- ne por una supresión total de la urina i coma, algunas, el enfermo es atacado con temblores calosfríos i espira de repepte, o un ataque de inflamación aguda puede privarle de vida. El método mas aprobado, (i que yo he visto surtir mejor efecto) de tratar esta en- fermedad, consiste en ventosas sobre el órgano afectado, i después aplicar, Empl: aratnon. G. Hidraz o Empl: Beladonna — es necesario escilar la peVpiracion en el cu- tis con el uso de baños tepidos, presión i diaforéticos sauves, i el vientre e higado movido continuamente pero con remedios suaves, como las sales neutrales — a saber — Potasa tártaros etc. Si la urina es escasa administrase diuréticos suaves, como infu- sión de brichu o uve ursae con mucilajinosa goma arábiga, si estuviese mui reducido yo he aplicado con buen efecto el cilralo de fierro; la dieta debe ser alimenlicia pe- ro nada estimulante evitando con cuidado toda clase de alimento ácido o de difícil dijestion. En algunos exámenes post mortom que he hecho, he notado las apariencias siguientes, en nefritis agudo, los efectos ordinarios de inflamación, un color roji- so, las venas engullidas etc., i en un caso había un abeeso formado; peí o la vista que presentan los riñones de una persona que ha muerto de nefritis crónico os mui dife- rente: aquí el órgano es blando i desorganiz ido, separándose con facilidad de sus capsules, pero estos se adhieren con línneza a la lela gorda i celular de los musclos eu lo que están colocados, algunas veces están dilatados en cistar, la tela que los ocul- ta siendo estendido sobre el pelvis dilatado i la infunclibula. Se puede distinguir nefritis agudo de cólico por el dolor, que tiene su asiento mui atras, i por la dificultad de pasir la urina que siempre acompaña el primero. Se puede también distinguir nefritis de un cálculo en los riñones o uréter, por los sín- tomas de fiebre que son concomitantes o siguen inmediatamente después del ataque del dolor, i continuando sin ninguna intermisión remarcalile, miénlras en un cálcu- lo en el riñon o ureler no ocurran hasta después de haberse esperimcnlado dolores violentos. Enfermedad granular del riñon — En 1827 el Dr. Bright llamó la atención de la facultad a una enfermedad peculiar, conocido por este nombre, llamado también la «Enfermedad de Bright» i esta peculiar desorganización del órgano, es llamado el «riñon de Bright,» otros proponen llamarlo albuminaria, porque en esta enfermedad, la urina se halla siempre impregnada con albumen, para descubrir el cual os sencillo i fácil; a mas de este síntoma importante i remarcable, Ini otros que trataré de es- jilicar. Trataré de hacer presente, bijo cuales condiciones del sistema esta enferme- dad ocurre; las causas de donde nace, i el grado de peligro a lo que se espoue el enfer- mo. — 2G2 — Albiiminarla oída cnfenncdad do o> descrito jonoralmcnte por los autores c>mio aguda i crónica. Kl agudo se anuncia siempre de un modo riguroso, fiebre jenera!, cutis caliente, len- gua sucia, náusea i vinnilos, pulso lijero, urina escasa conteniendo mucho albumen , i dolor severo i pesado en los lomos; a estos se puede agregar por lo jeneral, anasarca que sigue rápidamente el principio del ataque, en algunos casos la secreción de la urina está suspendid i casi entcraincnlc, sintomas cornaticos sobrevienen luego, i después la m lerle. En algunos casos la acción inflamatoria se estiende a otros órga- nos vildes, por ejemplo, el paciente puede tener un ataque agudo de pleuritis, peu- carditis, peritonitis o peneumonia. Si la constitución sea robusta, i el paciente acu- de luego al médico, puede ser restaurado a la salud, en otras ocasiones, aunque ven- cemos el ataque, no podemos salvar el enfermo de esa enfermedad crónica i aun mui peligrosa que indica desorganización granular i a que se aplica jcneralmenle el nom- bre de «'Bright enfermedad.» La forma aguda de esta enfennedul, requiere la mui pronta e inmediata asistencia del facultativo.— Si el enfermo fuese robusto, bencsec- cion Jeneral es indicado, como ai mismo tiempo ventosas sobre la rejion lomar: si el paciente es débil, i no puede aguantar las sangrías, es preciso ocurrir a las sajadas sobre el riñon dañado, i si sus fuerzas estuviesen tan reducidas que no podía sostener la pérdida de mas sangre; será bueno aplicar las ventosas solas sóbrela parle adolorida, i administrar al mismo tiempo purgantes activos i diaforéticos suaves. Yo por lo jone- ral, he recetado pulvis hipocacuahnis comp. i un mercurial, ya calomelano, ya hidra- girum cum creta, que regulo según la edad i fuerza de mi paciente, como también Ji dosis de hipicicuahis comp — después doi medicinas diaforéticas i diuréticas sua- ves. En un caso de posl morlem exámen que hize en Dublin, encontré que los riño- nes se habían engrandecido, de un color oscuro como chocolate, i tnni engullidos de sangre. El Dr. Bright afirma, que hai bastante variedad en la apariencia de los ri- ñones en esta enfermedad; jeneralmente la superficie do la glándula enferma, se fia- ba jaspeada i desigual, en algunos casos, áspero i desagradable al toque. El tamaño i consistencia del riñon, también varia mucho; al prineipio de la enfermedad, se puede liallar mas grande que lo natural, i de una consistencia mas blanda: cuando ]a enfermedad se ha avanzado, es mas pequeño su tamaño i mas duro; cuando se corta se encuentra con pocas excepciones, que la parle esterior es el asiento princi- pal de la desorg miz icion, es granular, i jcnenlmenle de color pálido amarillo. La estructura medular del riñon, raras veces se altera muclio. En la forma mas agrava- da de la enfermedad, las porciones tabulares de las glándulas se liallau casi entera- mente absorvidas, miénlras la infundibula i pelvis están dilatados. Las venas renales • Igunas veces se hall m estancadas con sangre coagulada. El Dr. Bright dice también que el estado engullido de los liñones i el albumunoso de la urim, son sin duda los mas esenciales i primeras facciones de la enfermedad, aunque otras insisten que no s.)u ra.is que incidentes en la serie de las fenómenas; poro perlas pruebas que el Dr. Bright presenta, tanto palnlojislas como prácticas, i por mi propia observación i cs- periencia, convengo enteramente con este f.icullalivo. Albuminaria crónica. El sintoim principal de esta enfeamedad, es el estado alta- mente albuminoso de la urina i su gravedad especifica l)aja. Los síntomas concomi- t mies tienen aparenlenu'nlc, poco referencia al riñon, i solo pueden ser puestas en conoccion con el por medio de un tren de razonamiento. El paciento se queja de un tlolor siempre en los lomos; la vejiga es irritable i hai un dc.seo de orinar con frecuen- cia, la orina es de un color subido i algunas veces tinta con sangren mas de sor nll)u- jiíinos.i; las facciones del paciente pálidas i tristes, el cutis caliente i seco, i sude ha- ber vómitos, el vientre flatulcnto. irregular i muchas veces doloroso, i el dolor i de- sarreglo dcl hígado incomodan tanto, que con frecuencia se lia sos|trcbado (|iie es el —203— acento primnrio de la enfermedad.- Parientes atacados de esta enfermedad, son eg* puestos a estados inaamalorlos i conjostivos de otros órganos importantes, de aquí nace, que durante su progreso, se ven coma, convulsiones i aplopejias algunas veces; P'ro tarde o temprano, hidropesía casi siempre ocurro; el corazón también puede ser implicado, asi que, al revisar los sinlomas de esta inui importante enferincdad, so verá que otros órganos sufren mas dolor que los riñones; sin embargo, el aspecto al- bumitiosa de la orina; i la desorganización que he hallado en los riñones en exáme- nes post mortem, rae convencen que el riñon es el asiento primario de la enferme- dad. Me parece que no será fuera del caso decir algo tocante la orina. La orina en esta enfermedad es siempre de una gravedad especifica mui baja, yo nunca la he visto pasar de 1010, i algunas veces la he hallado tan baja como 1004, mostrando que hai una disminución de la gravedad, no obstante la asistencia de albumen en la orina, una sustancia que aumenta la gravedad, probando que los ingredientes de una urina sana, es decir la urca i otras sales, han sido disminuidos de un modo sobrenatural en cantidad: la cantidad de albumen varia en diferentes casos, i en el misino pacien- te en diferentes épocas de la enfermedad, i he hallado en unos pocos casos que la cantidad disminuía conforme la enferuaedad progresaba, asi es que el albumen es mas abundante al principio de la enfermedad. El método para descubrir el albumen en la orina, es calentarla en una cuchara de fierro, sobre la llama de una vela; cuan- do, si la urina contenga albumen este se precipita en una forma laminosa, algunas voces la orina es prematuramente alquilina, i esto hace el albumen ménos suceplible de la acción del fuego; pero, si se agrega unas pocas golas de ácido nítrico, el alqui- le se renueva i el albumen se precipita. La urina de una persona sana, no contiene albumen; este principio animal es el gran ájente de la nutrición, i no es un produc- to escrenienlicio; es pues racional suponer que la urina deriba su albumen al costo del serum de la sangro, i el l)r. Chryslason afirma que cuanto mas cargada esté la orina de albumen, tanto ménos hai en el serum; i la gravedid especifica de este es ménos que lo natural, también la desaparición rápida de sus partículas coloradas o de la materia colocante es remarcable; dice al mismo tiempo que ninguna enfirme- d id se aproxima tanto al bemoraje en su poder de apurar las partículas coloradas como el albuminaria; de aqui nace, ese color peculiar de los pacientes, i pcr acerado o leucolleumático que distingue de un modo singular las victimas de esta enferme- dad. Las demas complicaciones, o afecciones secundarias comitentes al albuminaria, son dolor de cabeza, letargo, ataques cpelilicos, coma, i algunas veres una aplopcjia completra: El Dr Cbysloson se inclina a creer, que coma, es e. modo normal en que esta enfermedad termina con la muerte; que serum se encuentra joneralmenle en los bentriculos del cerebro, i de este peso nace el cornaio. De 70 casos observados par el Dr. ISrigbt, 30 empezaron con sintomas demarcadas del cerebro. También mención 100 casos, entre los cuales 27 no tenian afección, alguna del corazón; hipertrofia fue el estado mas frecuente de enfermedad cardiaco que se notó en los demas casos. Lu corazón con hipertrofia, puede producir conjcslion de la viscera, pero de ningún mo- do deliia producir urina albuminaria. Esta enfermedad prevalece en diferentes eda- des, i aparentemente bajo circunslaiicias mui opuestas, del sistema en ¡ciienl. El Dr. Wilson en sus lemas leídas en el Hospital de Middicscx, dice que tuvo un niño de ñ años, bajo su cuidado, con anasarca, i pasando urina sanguínea i aibuininaria, asi pues encontramos la enfermedad aun durante la infancia; un estado calluuninoso de la urina, i desorganización granular de los riñones, algunas veces acompaña la liidro- pesia que suele suceder a un ataque de escarlatina. En personas de la odad ílorida de la vida, se ha notado esta enfermedad con mas frecuencia, i ataca por lo rtigular, mas boinures que mujeres; un hábito escrofuloso, tiende a favorecer su desarrollo, i lii ¡nlomponncia sin dudi Irtcc !n mismo i favorece la disposición a osla desorgani- zación de los duelos i aparato urinaria. Otra causa directa es, esponerse a frió i hu- medad, i algunas veces ha emanado de daño recibido en los lomos; con respecto al prognoslosis en esta enfermedad, la anatomía mórbida, ha determinado de un modo tan ámplio la conexión patalójica, entre la orina albuminaria i la desorganizaciou granular del riñon, que los conocimientos adquiridos de aquí, bastan para conven- cernos de la mui peligrosa naturaleza de la enfermedad. El Dr. Watson en sus escri- tos sobre la práctica de medicina, dice que han conocido algunos pocos ejemplos de lo que parecía ser una curación completa déla enfermedad, después del desarrollo de los síntomas; pero admite al mismo tiempo que la enfermedad es mui pronta a vol- ver. Hai una gran diversidad de opiniones sobre el método curativo de albuminaria; mencionaré aquellos remedios que la esperiencia me ha enseñado ser las mas efica ses. El dolor i delicadeza de los lomos indican la propiedad de aplicar ventosas, pa- ra aliviar la tensión de los vasos, pero sangrías Jenerales son contraindicadas en con- secuencia de la tendencia de esta enfermedad de apurar i agolar e! sistema, cuando aparece en la forma crónica; las acumulaciones hidrópicas es preciso removtr, en cuanto sea compatible con el uso de purgantes i dimeticos; i sobre lodo, el facultati- vo debía dirijir su atención a restaurar las secreciones del cutis, lo que se debia pro- mover con bmos calientes tepidos i diaforclicos. El Dr. Osborne de Dublin quien ha tenido macha esperiencia en esta enferm''dad, dice que cuando la .afección renal no esté complicada con daño orgánico, la hidropesía desaparecerá al restaurar las funciones del cutis, í^as opiniones vari m, con respecto a la propiedad de hacer uso del mercurio en la desorganización granular del riñon; es cierto, puc se hace men- ción de algunas curaciones después de severa salivación, pero creo, que la impresión jeneral es, que el influjo del mereurio es mas bien perjudicial que bcnélico; a pesar de esto, en ciertos casos he l ecelado, Pulvis Hidr: creta con Piilvis Spicacuana Comp. cada tres noches para obrar como un diaforético i estimular suavemente el higado: la dicta debe ser liviina i nutricia, evitando toda sustancia ácida o indijesliva, i el paciente debia usar franela junto al culis; para concluir el Dr. (Ircgory dice, «que la tendencia natural de tantas drogas para pasar por el riñon, c influir sus secrecio- nes, estimula la facultad a tratar de hallar un método curativo mas eficaz. Abseso o postema del riñon: es una enfermedad no mui común; se me permitirá citar un caso que vino bajo mi propio cuidado en íugl ilerra. Un caballero de 56 años de edad, de una constitución fuerte i robusta necesitaba mi asistencia: lis cir. cunslancías son las siguientes. Gomo 10 años ántes había tenido una gonorrea, un icor qucdiba, seguido de una estrictura, esta última fué aliviada con el uso de ins- trumentos, pero como la introducción de estos le incomod iban no siguió hasta efec- tuar una cura completa; tuvo pnes épocas en que volvía la estrictura. Seis añus des- pués que tuvo la gonorrea mandó un dia a llamarme; le encontré sufriendo mucho dolor, i padeciendo bajo la retención de la orina; esto fué aliviado pronto con el u.so dei calhet'i i la estrictura fué también removida, pero continuaba un dolor sordo en el riñon derecho, que en dos semanas aumentó a dolores agudos i lanzantes, que duraron a pesar de todos los remedios: Un tumor esterior se formó en el lomo dere- cho, i fluetuacion luego fue perceptible. Hice que se aplicasen cataplasmas de linaza i le administré ópio para aliviar el dolor, calharticos i eliiirélicos para regular las secreciones el bincliasonse aumentó a un tamaño enorme; i cuand ) lo abrí por la inci- sión valvular salió como 10 onzas de pus con un olor de orina, al dia siguiente igual cantidad, i esta descarga continuó por cerca de tres semanas. !fli opinión fué poco favorable, pues temía que el riñon fuese destruido por la presión i supuración, pero con el uso de vino de quina i una dicta mui nutritiva, mi p.icivntc so rehizo, i cuan- —265 — do yo S'ilí de la Inglaterra podia tomar ejercicio moderado a caballo. llago mención de este caso, pues es el único que yo he visto con una supuración tan grande dcl ri- ñon, i con una abertura eslerior en quo el paciente ha sanado, pues creo que con Cuidado este caballero puede gozar de una salud regular por muchos años. Diabetes. — Se ha disputado mucho entre los fisiolojislas con respecto a la causa proximativa de esta enfermedad, i se han propuesto muchos hipótesis; pero la opi. nion mas jeneralmente recibida ahora es, que diabetes es una enfermedad de los ri- ñones, esta Opinión ha sido adoptada por los autores mas eminentes, tanto franceses como ingleses, se puede citar Cullen, Cruickshank, Dupuytron i otros; el modo en que ellos esplican la enfermedad es, que los riñones se hallan en un estado do gran- de relajación i debilidad, i de aquí de grande irritabilidad; de esta irritabilidad de- ducen su actividad mórvida, i la acumulación de sangre con que están cargados» mientras su estado debilitado i relajado, permite que las partes serosas de la s.ingre, pase por las bocas pitulosas de las excreciones, sin restricción ni cambio, i de consi- guiente en un estado crudo, dicen también que el estómago o algún otro quilofacti- vo órgano es afectado, de un modo secundario o simpatetico. Diabetes se divide en Insípido i Metilo. Diabetes insípido es cuando el paciente pasa una cantidad supera- bundante de orina límpida del gusto usual o común, hai jeneralmente debilidad i estenuacion del cuerpo, i si no lo acompaña enfermedad de algún otro órgano, se puede decir que por lo jeneral puede ser vencido por el facultativo, los remedios son tónicos i estimulantes, cascarilla, ácidos minerales, buen aire, ejercicio i dieta re- gulado. Si lo atiendan histéricos o enfermedades nerviosas, el médico debe tratarlas según. Diabetes Metilo es una enfermedad mucho mas formidable i peligrosa, sus síntomas son: grande sed, cutis caliente, peso sordo en los riñones, dolor en los ure- tres i otros conductos urinarios, calor i desasiego en el estómago, erutos flalu'.entos i ácidos, la vista nublada can vértigos i dolor de cabeza, apetito voraz i gradual ate- nuación, frecuentes i copiosas descargas de orina, conteniendo una cantidad grande de sacarina i otra materia, que se descarga en una cantidad i propasando la del ali- mento o Huido introducido al sistema. Personas en la ílor de la vida son mas sujetos i espuestos a sus ataques; puede ser causado por el uso de fuertes diuréticas, (intem- perancia), evacuaciones severas, o cualquiera otra causa que tiende a empobrecer la sangre, o causar una debilidad jeneral; algunas veces tiene lugar sin que se pueda hallar causa alguna. Cuando esta enfermedad es de larga duración, el cuerpo se po- ne eslenuado en gran manera, los pies odemáticos, gran postración, pulso frecuente i pequeño i una flebre oscura con todas las apariencias de hectico prevalece. El Doctor Hooper dice, que Diabetes algunas veces viene lentamente, sin ser prevenido i sin ninguna enfermedad prévia, i suele crecer a un grado considerable, i subsiste mucho tiempo sin ser acompañado con un desorden declarado de ninguna parle del sistema. La gran sed que siempre i el apetito que frecuentemente prevalece, siendo los únicos síntomas remarcables: la orina, al principio, es clara, insípida i sin color, pero luego adquiere un gusto dulce o sacarino. Cruickshank ha eslraido una duodé- cima parte de su peso en azúcar: la cantidad de orina que se pasa es casi increíble, i se han notado algunos casos en que 25 a 30 pintas fueran descargadas en 24 horas aunque la mayor cantidad que yo he visto ha sido 18. Al referir a mis memorandos, encuentro la siguiente descripción de un exámen post-mortem que hice en Inglaterra. Encontré los riñones vasculados, presentando toda la fenómeno de inflaiaiacion, ¡ conteniendo en su infundibula una cantidad de un fluido blanquisco, asemejándose a pus, pero no pude hallar evidencia alguua de ulceración; al mismo tiempo observé que las venas de la superQcie eran mas llenas de sangre que lo natural, i presenta- — 2(i6— han la apariencia de una hermosa enrejada. £1 higado espliii i pañerías encontré en su estado natural; la vejiga conlenia una cantidad de orina turbia. El modo de tratar esta enfermedad es; cuando sea de reciente ocurrencia, benesec- pion es indicada, para estraer sangre necesita el mayor cuidado i reUexion en el fa- ultativo a causa de los efectos debilitantes de la enfermedad. Por lo jeneral la apli- cación de sanguijuelas a la rejion del epigastro si hai una sensación de calor, desaso- siego o delicadeza cerca o en el estómago, purgantes mui suaves. En esta enfermedad es de necesidad disminuir la irritabilidad, i yo he encontrado los mejores efectos del Palo hipecacuatia coinp. porque a mas de aliviar la irritación causa una determina- ción al cutis; pero si causare nausea, entonces administro el ópio solido. En casos rrónicos, cuando hai mucha debilidad e irritación nerviosa, el amoniaco cilralo de fierro o el sesqui óxido de fierro, se ha administrado con buen efecto; para restaunr ]is funciones del cutis el hiño tenido o baño de vapor dobia usarse, i el paciente llevar franela junto a su cútis; el rejimen de la dieta es preciso cuidar estrictamente, alimentos faurianaceos animales, parecen mas propicios a esta enfermedad, regulado en cuanto a cantidad i tomado a intervalos de 4, 5 i 6 horas. La cantidad de bebida debia ser tan limitada como sea p.osible, i nunca debe darse Huidos mientras el estó- mago esté cargado con alimentos; esta entVruiedad jeneralmente acaba en hidropesía incurable, algunas veces en sinlomas pulmónicos, i en unos pocos casos aplopcjia so- breviene. Hemoraje de los riñones, es una enfermedad causada por lo jeneral por golpes en los lomos, irritación de calculo renal, puede nacer también de un eslado enfermizo de todo el sistema, como en fiebre tifo o escorbuto. La sangre raras veces es en gran cantidad, i mesclada igualmente con la orina, algunas veces pueden haber laminas sanguinolentas de coagulo formado en los urelres: esta afección se distingue con fa- cilidad de hemoraje de la vejiga o glándula próstata, por la ausencia de dolor en el lo- mo i otras irritaciones renales que siempre acompaña sangre de los riñones. El mélo. do curativo si el hemoraje está acompañado de síntomas inllainatorios i el paciente sea de una constitución robusta, veneseccion del brazo con acetato de plomo son in- dicados; pero si hai sintomas de debilidad, el ácido sulfúrico debitado, alumbre o muríale de fierro Zinet, o Gillie ácido con un poco de tintura de Ryoseiami i muci- lajinosas, i si hai síntomas de gota; yo daría, Colchicum con álcalis, aplicarse nie- ve a las caderas i lomos. Renal Cálculo. — Son formados por una disposición mórbida del riñon, i suele te- ner consecuencias fatales, cuando materia calculosa se forma en el riñon, puede ase- mejarse a arena fina, que jeneralmente pasa con la orina, i no da lugar a consecuen- cias de entidad: se deposita en la orina después que se deja enfriarse por algún tiempo; o puede formarse cálculo distinto i variando en tamaño; que causan doloro- sas i muchas veces peligrosos síntimas en su pasaje por los canales urinarios, o pue- de quedarse en el riñon, causando inflamación crónica, supuración, orina sanguino- lenta, i que por lo jeneral acaba de una manera fatal en fiebre iiiclica; poro el resul- tado mas jeneral es que pasan por la uretra, i los sírilomis de esto son, dolor agudo en los lomos lanzando por el pelvis, hasta el músculo de la parte o lado afectado; retracción del lesliculo, torpor de la pierna, calofríos, náusea, vómitos i desmayos, después de haber sufrido mucho a causa de la delatabilidad del urelre, el cálculo lle- ga a la vejiga, i puede ser pasado por la uretra con la orina, o puede quedarse en la vejiga, en donde viene a ser un núcleo de un cálculo vasical: no d iré una descri|i- cion de los síntomas de este último, ciñiéndome a las enfermedades de los riñones. El modo de tratar la enfermedad, es decir, el cálculo durante su pasaje por la ure- tra es: si hai síntomas de inflamación, la sangría es indicada. El baño lepido es pop lo jeneral üui bonélioo, por sus efectos relajaulcs i anlespasmódicos, parliculariucute — 2G7— cuando combinado o acompañado de una dosis grande de opio, pues yo be reparado que en esta enfermedad los pacientes sufren dosis mui considerables de opio con im- punidad: si causase inflamación o irritación de los riñones, es preciso en tal caso tratarlo como ya he mencionado, cuando hablando de inflamación del riñon. Raras ''ecos el cálculo se embute en el uretre dando lugar a sintomas los mas peligrosos, i que casi siempre terminan de un modo fatal, es decir, por inflamación del riñon i uretre, causando supresión de la orina, porque aunque solo haya cálculo en un riñon el otro simpatiza i sus funciones se suspenden; o puede ser que el caso termine de un modo mas lento, por inflamación i ulceración del uretre causando estravio de la orina. Golding Bird menciona que en unos pocos casos un abceso se formó en el uretre que se descargó por una abertura fistulosa en la rejion lumbar. Los depósitos urinarios i cálculo son mui numerosos, i seria imposible en una Te- sis como esta enumerar i describirlos todos con minuciosidad, pero llamaré la aten- ción a unos pocos de aquellos que se encuentran con mas frecuencia, a saber: Letico ácido, oxalite de cal i el fosfate: el primero o cálculos de Litico ácido son de un color mujo o de caoba, i cuando se cortan presentan una apariencia laminada, la superfi- cie es por lo jeneral lisa, pero se encuentran algunas veces con esta áspera: con la acción del soplete este cáculo se pone negro i emite un olor amoniaco peculiar, se puede disolver en licor de potasa i si se calienta con ácido nítrico i evaporisado deja un residuo color escarlata, que se vuelve purpuro al agregar amomio. El segundo o osalite de cal; o cálculo mora es de un color rojo oscuro, áspero i con tubérculos; cuando espucsto al soplete, se ennegrece i se hincha, dojando un residió blanco e infusible que es cal viva. El tercero o fosfate, fosfate de cal calculo es un color de caoba pálida, liso i es compuesto de lámina fácil de separarse; es fusible en ácido muriático precipitado por amonio: no corre a la acción del soplete, sino con un grado grande de calor. El cuarto o triple fosfate de amonio i magnesia, es por lo je- neral blanco, o un gris pálido, i la superficie suele presentar cristales minudos; es jeneralmenlc duro, compacto i transparente, calentado por el soplete emite amonio i deja un risidio de fosfate de magnesia, se disuelve en ácido muriático, emite amo- nio cuando se calienta con Lig, pottaso. Ya he hecho referencia i bosquejado las enfermedades mas notables que aflijen al hombre en la rejion de los riñones; digo bosquejado porque para escribir sobre ellos de un modo. menudo necesitarla una Tesis mucho mas estensa que los limites de es- ta rae permiten; i aunque de ningún modo trato de poner mis opiniones en compe- tencia con las de los eminentes facultativos que han escrito sobre este asunto, solo agregaré, que las observaciones que he apuntado, son tomadas de mi propia esperien- cia en el curso de mi práctica. Shntiago de Chile, Mayo de 1852. 31 1 If’gl 1 DEh ESTRACTO BE lA SESlOrDEL 3 DE ABRIL BE mi Presidió el señor Rector, presentes los señores Gorbea, Tocornal, Aristogui, Do- meyko i el Secretario — Aprobada el acta de la sesión del '27 de Marzo, el señor Rec- tor confirió el grado de Licenciado en Leyes a don Lorenzo Roitia, don Diego Ra- món Banks i don Salvador Cabrera, i el de Bachiller en la misma Facultad a don INicanor Ugalde; todos ellos recibieron sus títulos. En seguida se dió cuenta: 1 De un oficio dcl señor ministro de Instrucción pú- blica, en que, acusando recibo dcl que le dirijió el señor Rector trascribiendo el in- forma del señor Donacyko, como Comisionado por el Consejo para asistir a los exá- menes de la Escuela Nornaal rendidos en Enero de este año, participa S. S. haber visto con satisfacción el grado de aprovechamiento en que se encuentran esos alum- nos i el buen estado jcncral del establecimiento, i agrega haberse ya tomado medidas para remediar ciertos inconvenientes apuntados en la nota del Comisionado. 2.0 Do un oficio dcl Intendente interino de Chiloc participando haber pedido a aquellos Gobernadores Departamentales los datos que para la Estadística de la ins- trucción pública se solicitaron por el señor Rector en circular de 29 de Diciembre último, los que remitirá con la brevedad posible. 3.° Do una presentación de don Joaquín Blest, acompañando unos Elementos de Derecho penal trabajados por él, con el objeto de que se destinen a la enseñanza do este ramo, en caso de obtener la aprobación del Consejo Universitario. Se mandó pasar al señor Decano de Leyes para que informe, oyendo a la Comisión de su Fa- cultad, que esta misma nombre en caso de haber facilidad para reunirla con este fin, i en el caso contrario, el señor Decano por sí solo. 4.0 De una solicitud de don Juan ólacdermott, relativa a que, en virtud de los títulos de Doctor en medicina i Cirujia que presenta, espedidos por la Universidad de Glasgow i el Colejio Real de Londres, se le declare apto para rendir los exáme- nes i pruebas que se exijen para el grado de Licenciado en ¡Mcdi ciña por esta Uni- versidad.— Como el señor Decano de la respectiva Facultad espusiese al Consejo que había ya examinado los mencionados diplomas i en su concepto eran suficientes pa- ra que se accediese a esta petición, el Consejo asi lo acordó, mandando en conse- cuencia dar al espediente el curso que corresponde. Tratóse en seguida de acordar definitivamente los términos en que ha de infor- marse al Supremo Gobierno sobre el plan de mejoras en la instrucción pública pro'- pueslo por el Director del Instituto Comercial e Industrial de Concepción, en cuyo — 2G9 — PTruncn se lia ocupado el Consejo durante sus dos úilimas sesionas; ¡ rreyéndose que la discusión ocurrida i su resultado están convenientemente redactados en la acta de la sesión del 27 de Marzo, se dispuso que en esos términos se espidiese el informe referido. El señor Rector indicó ademas que se concluyese haciendo una recomenda- ción del laudable celo que el autor de aquella memoria manifiesta por la prosperidad de la instrucción pública cu Chile, i espresando al señor Ministro que el Consejo le cree mui digno de que el Supremo Gobierno se sirva manifestarle su complacencia i aplauso por esc mismo celo -Esta indicación quedó igualmente acordada. Luego el señor Decano de Teolojia ospuso que hasta ahora la Academia de Cien- cias Sagradas no ha tenido un local destinado a sus sesiones, habiéndolas celebrado con los inconvenientes que son de presumir, en casa del Decano mismo de la Facul- tad—Para obviar esos inconvenientes proponia se solicitase del Supremo Gobierno la cesión a la insinuada Academia de la sala enqueóntes se reunía la de Leyes i prác- lica forense, que se encuentra en la actualidad desocupada. El Consejo acordó se hi- liese esta petición al señor Ministro de Instrucción pública. Se levantó en seguida la sesión. mm DEL 17 BE ABRIL DE lEii2. Por enfermedad del señor Rector presidió el señor Meneses, presentes los señores Toeornal, Bello, Domeyko i el Secretario. — í'.l señor Aristegui [llegó acia el fin de la sesión. — Aprobada el acta de la sesión de 3 dol corriente, fueron presentados al Con- sejo por el señor don Ignacio Domeyko, como Secretario de iVlatomáticas, don .lul o Jarrier, don Antonio Rarairez i don Francisco Velasco, nombrados miembros de esa Facultad por el Supremo Gobierno, i que han ieido ya ante ella sus discursos de in- corporación, con arreglo a lo prescrito por el Supremo Decreto que prescribió para ellos esta clase de recepción. Habiéndoseles recibido el juramento de estilo, el señor Vice-Rcclor los declaró incorporados a la Universidad, como miembros de la espre- sada Facultad de Matemáticas. El mismo señor Vice-Rcctor confirió en seguida el grado de Licenciado en Medici- na a don Juan Maedermott, i el de Bachiller en Filosol'ia i Humanidades a don En- rique Cood i don Espiridion Cifuentes; todos les cuales recibieron sus títulos. Después de esto el señor Meneses dijo: que el 16 del corriente habla fallecido el señor Decano de Matemáticas, don Andrés Gorbea, dejando un lamentable vacio ea la Universidad. Tanto esta corporación, como el pais entero tributan a su memoria el honor a que se hizo tan acreedor con su consagración a la enseñanza dürante 27 años, habiendo sido, puede decirse, el primero que puso los estudios de las Matemá- ticas a la altura en que se encuentran hoi en Chile. Greia pues que el Consejo se ha- llaba en el caso de hacer una manifestación distinguida en obsequio al digno difunto, cuyos restos serian conducidos al cementerio el domingo inmediato. Propuso en se- guida ei nombramiento de una Comisión para acompañarlos, i quedaron designados al efecto todos los miembros presentes en la sesión. Debiendo llamarse a reemplazar al señor Gorbea en el Decanato, mientras .se ha- ce cl nombramiento que corresponde por el tiempo que falta para enterar el periodo le- gal, a algún otro miembro de la Facultad de Matemáticas, no habiendo en ella Et- D 'Cano, i sicudo de igual antigüedad cuantos se nombraron para olla al tiempo de — 270— su creación, se acordó se¿uir en este caso el mismo método que se lia adoptado ya en otros parecidos: el de llamar a los miembros de primer nombramiento por el óiden en que están colocados en el decreto de erección, a saber: 1.“ el señor Ballarna; si se escusa el señor Resanilla, i si este señor tampoco acepta, el señor Rustidos. Como el señor Yice-Rector espresase en seguida no serle posible continuar por ha- llarse indispuesto, se levantó la sesión. ESTEACTO DE LA SESlOA DEL U DE ABRIL DE 1832. Presidió el señor Vice-Rector Meneses, presentes los señores Tocornal, Bello, Do- raeyko i el Secretario. — Aprobada el acta de la sesión de 17 del corriente, el señor Vice-Rector confirió el grado de Licenciado en Leyes a don Pedro José Valdivieso. En seguida se dió cuenta de cuatro oficios del señor Ministro de Instrucción pública; por el 1." de los cuales se comunica un Supremo Decreto que manda permanezcan como hasta ahora en el hospital de San Juan de Dios las clases de clínica, de anato- mij i el anfiteatro de disecciones, teniéndose por atribuciones del señor Decano de Medicina las de inspeccionar inmediatamente las referidas clases i el servicio de los alumnos en el hospital, vijilar sobre la asistencia de los profesores i alumnos, como también sobre el orden i aseo interior de las salas destinadas a la enseñanza, infur- inar sobre las faltas de los profesores i alumnos al Delegado Universitario, i presidir todos los exámenes de los alumnos de iUediema. — Se mandó comunicar este decreto a los señores Decano de Medicina i Delegado Universitario. Por el 2.° se pide informe sobre el modo como el profesor del Instituto Nacional don Antonio Vandel-Heyl, ha desempeñado la comisión que por decreto de 4 de octu- bre de 1849, le confirió el Supremo Gobierno, de formar una colección de trozos íle los mejores autores latinos por órden cronolójico. Este informe se pide, según el señor .^linistro espresa, a conS(‘Cuencia de tener noticias el Gobierno de que lo tra- bajado por Vandel-lleyl en virtud de su eompromiso, no solo no llena, sino que con- (raria su objeto por la elección poco adecuada de los pasajes que ha recopilado para ])onerlos en manos de la juventud i hacerlos circular en los colejios. — Se ordenó pedir informe a la Facultad de Humanidades. Por el 3.° se trascribe un supremo decreto que manda poner a disposición del se- ñor Decano de Teolojia, para que celebre sus sesiones la Academia de Ciencias Sa- gradas, la sala en que ántes se reunía la de Leyes i práctica forense. Se mandó co- municarlo al señor Decano respectivo. Por el 4.” avisa el señor Ministro quedar instruido de haberse llamado a subrogar interinamente al difunto señor Gorbea en el Decanato de la Facultad de Maleniáti' cas, al señor don José Alejo Bczanilla. Se continuó dando cuenta: 1.® De una nota del Secretario de la Junta provincial de educación de Concepción, trascribiendo un acuerdo de la mencionada Junta en que, tratándose de cumplir el supremo d(;creto de 14 de mayo del año próximo pa- gado sobre señalamiento de épocas de vacaciones en las provincias, tuvo por conve- niente dejar subsistente a este respecto la designación de antemano establecida en aquel departamento capital, de los t.'í dias anteriores al miércoles de ceniza, romo único término de vacaciones para todas suscscuelas; en atención a que la recolección — 271 — de las cosechas se pracüca en el insinuado dcparlamenlo en (res épocas distinlas ps- a los (figos, viñas i chacras, viéndose obligados en cada una de ellas por su pobre- za la mayor parle de los padres de familia a relirar sus hijos de las escuelas para aprovecharse de su auxilio; en cuya inlclijcncia, de(erminar (res épocas dlsüntas de vacaciones, ocasionaria un atraso aun mas perjudicial. Se ordenó conleslar a la in- sinuada Junta que el Consejo queda noticiado de los motivos que han inlluido para su resolución. 2. ® De un oficio con que el señor Intendente de Valdivia remite los datos perte- necientes a aquella provincia, que se le hablan pedido para formar la cstadislica de los empicados en la instrucción; i de otra nota del secretario de la Junta de educa- ción de Aconcagua, trasmitiendo los estados de la educación que han podido reco. jerse de aquellos departamentos hasta la fecha de su remisión. Se mandó acusar re- cibo de ambos. 3. ° De un informe del Gobernador de' departamento de la Victoria sobre la pe- tición de don José Manuel Yañes, relativa a que se le tome en arriendo, para plan- tear una escuela pública, una casa que con este objeto dice haber construido en el valle de Tango en el punto denominado las Tres Acequias, viendo la gran necesidad que hai allí de un establecimiento de esta naturaleza. Dicho señor Gobernador con- firma la existencia en el indicado punto do una población numerosa que se halla privada de instrucción, tanto por ser la mayor parte pobre i no poder proporcio- narse cómo remitir sus hijos a los establecimientos de esta capital, como porque las escuelas de la villa de San Bernardo se hallan a una distancia considerable de aflucl luger. En cuanto a la casa ofrecida, la considera mui bien situada i cómoda para el objeto; pero cree deber hacer presente que é>te seria, a su modo de ver, el único medio como su dueño podria lograr tenerla en arriendo, para que el canon sea tan módico como esta circunstancia, i el interes público del dueño lo demandan. — Con edos antecedentes, el Gmscjo acordó se pasase la mencionada solicitud al señor Mi- nistro de Instrucción pública para los fines a que el Supremo Gobierno creyere ha- ber lugar. 4. “ De una representación de don Francisco Vargas Fontecilla en que manifiesta que, habiendo sido nombrado por el Supremo Gobierno miembro de la Facultad de Filosofía i Humanidades, urjentes atenciones le han impedido de todo punto verifi. car su incorporación dentro de los seis meses prescritos por el decreto de 11 de No- viembre de 1850, en cuya virtud pide se le prorrogue el termino indicado por dos meses mas, en que únicamente cree podrá efectuar aquella. — Con arreglo a lo dis- puesto por la suprema resolución citada, el Consejo acordó se pasase esta solicitud al señor Ministro de Instrucción pública. 5. ° De una solicitud de don José Basterrica, con que acompaña un tratado ele-- mental de Aljebra i otro de Jeometria i Trigonomelria reclilinea, que dice haber trabijado por encargo de don Francisco de Borja Solar cuando estaba a la cabeza del Instituto, por el mismo método i con el propio objeto que su Aritmética, ya adopta- da para los alumnos del curso do Humanidades, i pide se hagan examinar dichos textos para los efectos a que haya lugar. — Se decretó que informase el señor Decano de Matemáticas, oyendo a su Facultad o a la comisión de ella que considere conveuicnic. En seguida, con motivo de haberse leído también una nota en que el señor don José Alejo Bezanilla participa sn aceptación de la suplencia en el Decanato de la Fa- cultad de Matemáticas hasta que se haga la elección que corresponde, el señor Vice- Bector dijo; qne en virtud de esa misma aceptación, habia dispuesto que el señor B> zanilla procediese a recibirse por el correspondiente inventario del Musco Nacional, i dado cuenta al Supremo Gobierno para los efectos a que pudiese haber lugar. Después de esto el señor Domeyko leyó una carta del actual Intendente interino de Vnldivia, en que hace presente que entre los emigrados alemanes en aquella prorir,- ei I se encuentra un respetable sujeto, don Carlos Anwandler, que acredita ser un boticario de primer orden, por un diploma de tal firmado por el celebre Hufeland en Berlin i por otros varios certificados, asi del profesor mencionado como de otros dis- tinguidos médicos de Alemania. En circunstancias, pues, que la boiira del Estado en Valdivia se halla en el peor estado imajinable por no baber quien de ella cuide, i que por no venderse en ella remedio alguno, muchos particulares despachan en sus tiendas de comercio medicinas que traen de Valparaiso, resultando de aquí tales in- convenientes, que no ha mucho tiempo una persona espectable ha lomado un vene- no activo en vez de un purgante, el referid) don Carlos, que recibe continuamente de Alemania medicamentos i los vende banlisimos, le ha propuesto que abriría una hermosa boiica, si se le diera el permiso coinpeUnle. El mismo Inlendenlc ha acce- dido a su solicitud ínterin ilega para él la patente de boticario de Valdivia, que en- carga se le solicite de quien correspondí, sin obligarle a pasar a Santiago a rendir iinexáinen que, en visia de los documentos adjuntos, pirece cscusado. Don Carlos es pobre i los gastos que tendría que hacer aquí, son recursos de que privaría a su nu- merosa familia. El tiene ya edificada una casa con ese objeto i el Intendente se pro- pone celebrar con él un arreglo para surtir de medicamentos a aquella guarnición i a los pobres, que imporlaria al Erarlo la mitad de lo que tal surtimiento le cuesta actualmente. Por los motivos que acaban de esponerse, el señor Domeyko apoyó la referida so- licitud, insistiendo sobre la necesidad urjente de remediar los males que sufre la po- blación de Valdivia por ia falta de uu despacho público de ¡Medicinas a cargo de un farmacéutico inlelijcnte, i manifestando que no debía haber difieiiilad para dispen- sar al individuo de que se trata, del cxáin m aeosluinbrado aiiteol Prolornedicito, para díspacbarlc su patente de boticario, desde que los títulos i certificados honrosos que pícscnta, espedidos por profesores de primera notibilidid en las Cienci.is Médicas, dan cuantas garantías pueden apetecerse de sus eslensos eonricirnieulos en el ramo. — El señor Tocornal dijo: que por salisf iclorios que fuesen esos documentos, no podía espedirse en vista de ellos i sin mas trámite, el título que se pide, sin filiar a la Ici que indislinlaincntc exijo el cxáinen previo ante el Protoincdic ilo. Que desde que don Carlos Anwandler tiene ya abierto su despicho en virtud del permiso provisorio del Intendente, no parece de tanta urjcncia la expedición del título en cuestión, puilien- do continuaren la misma forma bisla que variando sus circunstancias aoliialos, pue- da el interesado venir a Santiago a recibir su di|)loma, prévios los requisitos lega, les. — El señor Domeyko insistió sobre la insegurid id en que de ese modo quedaría Anwandler acerca de la continuación futura de su eslablccimiento, i lo que e.5la con- sideración le relraeria de darle el ensanche i perfección que pudiera en el caso cou- « frario. — Conlinuada esta discusión por algún espacio, el Consejo creyó que podrían obviarse lodos los inconvenientes alegados por una i otra p irte, adoptándose el arbi- trio de conceder a Anwandler una autorización oficial provisoria para tener botica pública en Valdivia, reservándose el cslcnderlc su diploma de f irniacéulico en forma basta que venga a esta Capital a cumplir con los requisitos que la lei exijo para el efecto. En esta virtud se mandaron pasar los antecedentes al Prolomedicaio, esprc- sándolc esta opinión que el Consejo en vista de ellos ha formado, para que por dicho Tribuiul se adopte !a resolución que estime mas convcniento?*'cSc levantó la sesiou. DEL SUPREMO GOBIERNO. Santiago, abril 5 de 1855. Siendo imposible que todas las clases de ciencias médicas tengan lugar en el Ins- tituto Nacional, i conviniendo que permanezcan en el Hospital de San Juan de Dios las de cíinica, de analoraia i el anfiteatro de disecciones, i estén bajo la inspección inmediata del Decano de la Facultad de Medicina, Vengo en acordar i decreto: Las clases de clínica, de anatomía i el anfiteatro de disecciones permanecerán co- mo hasta ahora en el Hospital de San Juan de Dios i se tendrán por atribuciones dej Decano de la Facultad de i^Iedicina, las siguientes: 1 . ® Inspeccionar inmediatamente las referidas clases i el servicio de los alumnos en el hospital. 2. ® Vijilar sobre la asistencia de los profesores i alumnos, como también sobre cl orden i asco interior de las salas destinadas a la enseñanza. 3. ° Informar sobre las faltas de los profesores i alumnos al Delegado Universitario, poniéndose de acuerdo con él en lo relativo a lo especificado, i a los estudios médico- legales. 4. ° Presidir todos los exámenes de los alumnos de Medicina. Comuniqúese. — montt. — Fernando Laxcano. UNIVERSIDAD DE CDILE. PROGRAMA DE LOS CURSOS DE LA INSTRUCCION UNIVERSITARIA PARA EL AÑO 1852. Facultad de l^eyea. Práctica forense i estudio del Código Militar i de Comercio. — Profesor don Miguel María Güemes, Secretario de la Facultad de Leyes: lección diaria a las 9 de la ma- ñana: enseña la primera por el Prontuario de los juicios de don Bernardino \ila: el Código do Cumcrcio, por las Ordenanzas de Bilbao, i el Código militar, por la Orde, nanza militar de Chile. Diirecho Canónico. — El mismo Profesor: cinco veces a la semana, a las tres de la larde: enseña por la obra del Obispo Donoso. Derecho Romano. — Profesor, el Licenciado don Eujenio Vergara: 4.® libro. Tratado de las Acciones: clase diaria a las 9 de la mañana: enseña por el texto anónimo adop- tado de veinte años a esta parte en el Instituto Nacional. Derecho Patrio. — El mismo Profesor: dentro de quince dias comenzará este curso diario: a las 9 de la mañana: se enseña por la Ilustración del Derecho Real de Espa- ña de don Juan Sala. Derecho de Jentes. — Profesor suplente el Licenciado en Leyes, don Diego Whiltaker: clase diaria a las 9 de la mañana, por la obra de don Andrés Bello, segunda edi- ción. FacultatS de Ciencias Físicas i matemáticas. Topografía. — Profesor, don Francisco de Borja Solar, miembro de la Universidad. El Profesor suplente, don Ignacio Valdivia enseña cinco veces a la semana, a las ^ de la tarde: por el texto de Salneuve, adicionado con algunas materias sacadas de otros Autores, por el Profesor propietario. Aljebra Superior i Jeometria Sublime. — Profesor don Ignacio Valdivia, miembro de la Universidad; clase diaria a las 9 de la mañana: por Francoeur, Mecánica. — Profesor don Julio Jarrier, miembro déla Universidad: enseña la cons- trucción i dibujo de las máquinas; tres lecciones orales, los lunes, miércoles i viérnes, i dibujo en los restantes: a las 2 de la tarde. El texto es la obra publicada en Francia por el mismo Profesor. Arquitectura. — Profesor, don Brunet de Baines, Arquitecto del Gobierno; enseña la construcción de edificios i dibujo arquitectónico: da tres lecciones de esplicacion lo.s mártes, jueves i sábados, dejando los dias intermedios para el dibujo: a las 2 de la larde: el texto son cuadernos estraclados por el mismo Profesor. Botánica. — Profesor don Vicente Bustillos, miembro déla Universidad: tres leccio- nes por semana, los mártes, jueves i sábados; a las 9 1/2 de la mañana: por la obra de Richard. Física Esperimental. — Profesor don Ignacio Domeyko, Secretario de la Facultad de Ciencias Físicas i Matemáticas: los lunes, miércoles i viérnes a las 12 del dia: por Pouillet. Química Mineral. — El mismo Profesor: tres veces a la semana, los mártes, juéves i sábados: enseña por Regnault. Manipulaciones Químicas. — El mismo Profesor, para los alumnos del segundo i tercer año de Química. Ensayes i análisis de las pastas i sustancias minerales; a toda hora del dia, desde las 8 de la mañana. Facultad de IHedirinn. Fisiohjia e Jlijicne. — Profesor don Vicente Padin, miembro de la rnivorsidad: clase diaria a las 8 de la mañana: enseña la 1.* por Bracbet i la 2.* por Desland. Medicina Legal. — Profesor suplente don Juan Miquel, miembro de la Universidad: enseña tres dias por semana, los lunes, miércoles i viérnes a las 2 de la larde: por el texto de Ulatta. Clínica Interna. — El mismo profesor: clase diaria en el Hos[»ital de San Juan de Dios a las 7 i media de la mañana: por advertencias i esplicaciones dadas por el [)ro- — 575 — fesor con arreglo a los loxlos de Ándral, Chorad í Hufl'dand. Cirnjía Operatoria — Don Lorenzo Sazie, miembro de la Universidad: enseña tres dias a la semana: ios martes, jueves i sábados a las 3 de la tarde en el Hospital de San Juan de Dios: por Velpeau. Obitetricia. — El mismo profesor: esta dase se abrirá pronto en reemplazo, i a la niisma hora que la de Girujia Operatoria, terminado que sea dicho ramo: se enseñará por Ydpcau. Alfoiiinos. I.os alumnos matriculados en el libro de la Universidad, pertenecientes a la FacuN (ad de Leyes son 119. Id. a la Facultad de Ciencias Físicas i Matemáticas 53. Id. a la Facultad de Medicina 14. Santiago, Mayo 15 de 1853. Delegado Universitario Ignacio Domeyho. I I'*— f» ?*, T»J ttti ( of^Ttí» O'' j-«\' r ib Mn^r-I n^/l *4) h ri»y i|>^ i/i ab í >Jil ft i ■ * ;ci|('#|^| Ai i> i.r ^ ' .ctifcijis*' V¥| r -<4f h jintfl «I « } .• »!>»., Mj^ii «•• Ifi., tiíiifr (Vitn^Ah 4 ffrm»M ,fl ij*’\ti,n\Ui\ í-5 'jtv» •>« j>t44i ^tb hié 'ArifíttiTH -tb <> ic-p hm.ú y^tf ' .»<*nicri#fA »» V. f • ^ k! « ^ ftl«ll^iV i' né(Uii»fi>Ain 4#4(frj» t m/ .«'n *i • . í ^ í .fi’’ #( >ilÁiu .ia4C i •yi>í»^>r-.-W!>iÜ Jotl i1 A .M ^ l lf JÉfclÉ obr * ; .- ■ . • ^ ^ .tthijiV <;ji i\. »' ^'^kiw'c ^ . - pÍ4» íÍM5»i«#U Pí>f.ir vivientes i ofrece a las artes los diversos productos que se emplean para dar ocupa- ción a millares de hombres e instrumentos a la industria manufacturera; sin dejar de suministrar a! comercio muchos frutos que, trasladados a diferentes rejiones según la necesidad de cada una proporciona al pais que los produce innumerables ventajas. El arle de cultivar la tierra para sacar de ella cuantos frutos sean necesarios i útiles al, hombre, ha llegado en otras naciones a un grado de perfección mui admirables de que no goza todavía nuestro Chile; pero es preciso confesar que la c.ausa de esto, es la falta de los medios que aquellos han empleado para adelantar hasta el grado en (juo los vemos. Esta falla de medios exijo que nos ocupemos en manifestar las prárlieas i ronnri- inienlos adquiridos en estos úlliinos tiempos, para ilal ácia el pueblo llamado San rrancisco del Monte, a poco do haber p.asado el rio, encuentra el viajero cinco liermosas palmas plantadas en forma de cruz. Alli existió en tiempos antiguos un convento de relijiosos de la órdcn'de San Francisco, en cuyo retiro es fama que ílorecieron muchos varone.s de grande santidad. Vénse todavia los vestijios de las pequeñas celdas donde habitaban, en derredor de las palmas que señalan la estension del arruinado cl.austro. Al ruido que ellas hacen con el viento, se une el murmulio del cercano Mapoclio, cuyas aguas llenan de frescura este lugar venerable i solitario. El fuerte i violento terremoto (|uc sufrió el pais en tres de Julio del año 1730, convirtió en ruinas el convenio, i solo quedan las mencionadas palmas, que planta- ron los relijiosos, como también el precioso árbol objeto de estos apuntes. f.a ramilla que tengo el honor de presentaros, puede servir para el herbario de nuestro Museo de Historia Natural. Este árbol a pesar de tener por lo menos mas de 120 años de odad, conserva im .tífpcelO dj lozanía i juventud que sorprende al observador. Su altura es como de ocho varas, su grueso os mediano, i sus hojas son de un verde algo semejante al del Oda’O. /En primavera i en verano brota dcl tronco en abundancia, glóbulos de un incien- sW.tan esquisito, que no puede compararse con el que nos viene del csiranjero. Cuán útil serja que este árbol se propagase mucho, especialmente en las provincias dcl Norte,’ que por su temperamento, son mui a propósito para l.iS plantas resino- Sl?;. -:?' • ’ ;,x \ y •■■El hrciénso. corno todos salren. e.s de absoluta ncri'sidad jura el nillo divino, i Sirre adcma.s paradas arles i la medicina. í’or esto me lomo la coulimza de reco- meiidaros csle árbol, único siu duda eu el pais, i cuya pérdida seria mui sensi* ble. Varias personas curiosas han hecho empeño para que jenninen sus semillas, planlán* dulas ya en unos terrenos, ya en otros, i en diferentes tiempos; pero no han tenido resultado favorable, sin duda por falta de los conocimientos necesarios. I’arccemequc encargando vosotros este asunto al Director de la Quinta Norma], podíamos estar seguros dcl buen éxito. Yo por mi parle podría encargarme de proporcionar la se- milla. i - i'j: MEMORIA sobre el clima de V aldivia—comwiicada a la Fa^ callad de Ciencias por el dr. philippi. líl conocimiento del clima de Valdivia es mUi imporlantCj no solamente pafa com» pletar el cuadro de la historia natural de la República Chilena, sino también para llenar una laguna mui perceptible en la ciencia déla Metcorolojía, porque hasta ahora se conoce solo el clima de mui pocos puntos en la parte mas austral de la América. Me veo bastante feliz para obviar esta falta, a lo menos con noticias mui aproximadas a h verdad, publicando las observaciones mcteorolójicas hechas en el pueblo de Valdi- via por el señor don Cárlos Anivandtcr, boticario, que ántes habitaba el pueblo de Calan en Prusia i ahora reside en la capital de esta provincia; sus observaciones han sido hechas con sumo cuidado, i abrazan un año entero desde el primero de abril de 1851 hasta el último de marzo de 1852. El termómetro, es dividido en 80 grados según Rcaumur, i se halla suspendido a la altura como de 20 pies sobre el nivel del caudaloso Rio de Valdivia, cuyo nivel puede considerarse como nivel de la mar, por-, que el flujo i reflujo son mui notables en Valdivia i producen tros o cuatro pies i tai- vez mas de diferencia en altura. El señor Anwandter me comunicó sus observaciones permitiéndome publicarlas i hacer cualquier uso de ellas, que yo quisiera, por lo que creo mi deber darle públicamente las gracias por este servicio rendido a las ciencias. He tratado de deducir de estas observaciones algunas conclusiones mas jeneraks» que ofrezco al público. Pero debo notar, que si he calculado la temperatura media de los meses, de las estaciones i del año , estos números se han de considerar sola- mente como aproximativos. Faltan observaciones hechas en la noche, í no se conoce todavía la marcha diurna dcl termómetro, de la cual se podría sacar una regla par# deducir de las observaciones hechas la temperatura media del dia. He observa- do con la asistencia dcl señor don Cárlos Ochscnius, jóven injeniero de minas, du- rante un dia la temperatura del aire a cada media hora, i de esta serie de observa- ciones infiero, que, tomando el término medio entre las observaciones hechas a las seis de la mañana i a las seis de la tarde, resulta un número mayor que excede al verdadero medio en 0°22 grados de Reaumur, i que,cuandose toma el medio aritméti- co de las dos observaciones hechas a las seis de la mañana i a las siete de la tarde, el número que asi se obtiene es menor que el verdadero medio casi de 0,9 grados de Rcaumur. Esta observación me ha servido para correjir el medio -aritmético sacado de las observaciones de Anwandter. No necesito señalar, que la observa- ción de tin solo dia no basta para sacar de ella una regla jcncral; pero creo que d resultado obtenido por este método no se apartará mucho dcl verdadero. Por lo de- mas, el clima de Valdivia es mui variable, como de toda la zona templada: por ojear —384— pío, en el año pisado el verano ha sido mas lluvioso i el invierno mas seco que lo que se observa jenerahnonte, i so necesitarán observaciones de muchos años para llegara eslableeer con sulicienle se.:;uridad la marcha del termómetro i la temperatura medía de todos los meses i del año. Parece que la temperatura mas baja del dia viene, como casi en todas partes del mundo, una hora o dos ántes de la salida del sol; pero que la temperatura mas alta del dia coincide con la hora que es diferente en los varios meses. En los meses de verano esta hora se aproxima mas a las tres, pero en los otros meses se acerca al me- dio dia. Varia mucho la temperatura de un dia a otro, i las noches a veces son tan frías aun en el verano, que en algunas localidades de poca estencion se hielan las ho- jas délas papas, frijoles, i de otras plantas. Gomo no se conoce el mayor frió de la noche, ni el mayor calor del dia, no se puede indicar la diferencia que hai entre el mínimum i el máximum de la temperatura; la diferencia media entre la temperatu- ra de las seis de la mañana i la mayor que se ha observado a las doce o las tres de la tarde, es en Setiembre 6,6° h., en Octubre 6,3®, en Noviembre 7,6 es dediren toda la primavera en jeneral 6,8®; en Diciembre 8,8® h., en Enero 8,2° h., en Febrero 7,0®, lo que corresponde a la diferencia media del verano 8,0° h.; en Marzo 7,3° h., en Abril 3,7° h., en Mayo 1,6°, es decir en Otoño 7,°2° h.; en Junio es 2,2°, en Ju- lio 2,3° h., en Agosto 3,1, i en todo el invierno 2,6® h. Pero esta diferencia varia macho do un dia a otro. N 285— En el caadro siguiente pongo los datos mas importantes del clima de Valdivia. Temperatu- ra media del mes. Temperatu- ra mas baja a las seis de la mañana. Temperatu- ra mas ele vada. Dias de llu- via. Dias sere- nos. Dias nu- blados. Setiembre. 5, 83® R. 1® R. IG 1/2® R. 13 17 3 Octubre. 7, 23 4° R. 17 1 1 17 r. iVüviembre. 7, 98 4 1/2 R. 25 1/2 9 * JV 1 " rnui.wERA. 7, 01 1® 25 1/2 33 40 18 Diciendare. 11, 31 4 25 1/2 12 14 5 Enero. 13, 10 5 28 1/2 7 20 9 Febrero. 12, 80 6 24 9 17 3 \F-R\NO. 12, 40 4 28 1/2 28 51 12 Marzo. 10, 3 2 20 1/2 15 10 6 Abril. 8, 7 4 17 10 8 12 Mayo. 8, 3 4 14 16 8 7 OTOÑO. 9, 12 2 20 1/2 41 26 ■ 25 Junio. 7,5 5 1/2 12 14 8 8 Julio. 5, 1 1 11 21 5 5 Agosto. 7, 2 2 1/2 13 1/2 19 10 2 1NVIER?<0 6, 6 1 13 1/2 54 23 15 ín lodo el año 8, 8 1 28 1/2 156 140 70 35 — 28G— CÜAUIIO DE LOS MEMOS REINANTES. El E. sop. Sur-Este. Sur. Sur-Oest. Oeste. Nor-Oest. Norte. Nor-Este En Selieiub. 7 1/2 di. C 1/2 2 1/2 1 3 1/2 0 1/2 8 1/2 Octubre. 2 1/2 5 1/2 2 4 9 1/2 4 1/2 3 íVovienibrc. 0 1 1/2 1/2 8 1/2 14 1/2 1 1/2 3 1/2 riUMAVERA. 11 1/2 12 5 13 1/2 27 1/2 5 1/2 5 12 ])icienibre. 0 3 1 8 15 3 1/2 0 1/2 I'niero. 3 8 1/2 0 2 1/2 16 1/2 0 1/2 Febrero. 1 4 1/2 0 2 1/2 17 1/2 1 0 2 1/2 AERANO. 4 16 1 13 48 1/2 5 0 3 1,2 iShrzo. 2 7 0 4 17 1 0 3 Abril. •0 7 4 1/2 4 1/2 5 7 2 0 ñlayo. 3 2 1/2 1/2 3 1/2 5 1/2 7 2 1/2 6 1/2 OTOÑO. 5 16 1/2 5 12 24 1/2 13 4 1/2 9 1/2 «lunio. 2 1/2 3 1 5 1/2 6 1/2 0 1 10 1/2 .IuIíq. 6 2 1/2 0 2 1/2 6 1/2 1 2 9 1/2 Agosto. 6 1 1 1 1/2 1/2 4 1/2 2 14 1,2 INVIERNO. 14 1/2 6 1/2 2 9 1/2 13 1/2 3 1/2 3 34 1,2 En lodo el alio 34 dias 51 13 48 114 31 14 12 59 1/2 I si el número de los dias se pone igual 100, los ocho vientos principales son por cien lo: Enloíloelañol 9,7 | 13,9 | 3,6 1 13,1 | 31,1 f 8,5 | i 1 Se ve que el número de los dias lluviosos en Valdivia no es mayor que en la par- le templada de Europa i especialmente en Alemania, i si los liabilanles de San- tiago i de A'alparaiso dicen, que en Valdivia suele llover trece meses al año, se enlienJe que este modo hiperbólico de hablar proviene de la circunstancia, de gozar estas ciudades de un clima mui seco, en el cual las lluvias del verano son mui raras. De esos 15G clias lluviosos de Valdivia pe rlcnccen 21 por ciento a la primavera, 18 por ciento al verano, 2G por ciento al otoño i casi 35 al in- vierno. Es mui raro que caiga nieve en Valdivia; en lodo el año a que se refieren oslas observaciones, dos o tres veces ha novado. La nieve se derritió luego; pero en (a cordillera de la costa permanece algún tiempo en invierno. El granizo también es raro i rara vez causa perjuicio. Las tempestades tampoco son frecuentes: en lodo el año ha habido ocho: es decir una en iMayo, una en Junio, una en Julio, dos en Agosto, una en Se- tiembre i dos en Octubre. El clima de Valdivia pertenece afosque se llaman nisuíam, lo que se debe a los vientos dominantes; en efecto, a la latitud de Valdivia sucede ya que esa misma corriente de aire, que en la zona tórrida sube hacia las rejiones al- tas de la atmósfera i corre acia los polos, baja i loca la superficie del suelo. Los vientos del Oeste son los mas frecuentes, principalmente en verano i en otoño, i producen en verano una temperatura que es demasiado baja para la latitud de Valdivia, especialmente, cuando se compara con la temperatura de los paí- ses situados bajo la misma latitud en Europa. A la frecuencia del viento Icm- piado del nordeste se debe al contrario atribuir la temperatura mui templada del invierno. En el año en que ha hecho sus observaciones el señor Anwand- ter, se ve que el viento de Poniente sopló en la tercera parte del año, i que los otros siete vientos se reparten entre las dos terceras parles del año restantes; el IN'orle i el Sur son los vientos mas raros en Valdivia. Si ponemos el número de los vientos en cada estación igual a 100 obtenemos el resultado que sigue: ].os tres vientos del Poniente SO, O i NO corrasponden en primavera a 33 por ciento, en verano a 71 p.°[o, en otoño a 55 p.“io, i en invierno a 29 p.^jo I. os tres vientos del Levante NE, E i SO corresponden en primavera a 39 p."|o, en verano a 26 p.®[o, en otoño a 25 1/2 p.”io, i en invierno a 59 p.°[o Los tres vientos del Sur SE, S y SO corresponden en primavera a 33 p.®[o, en ve- rano a 33 p.“io, en otoño a 36 p.°io) i en invierno a 18 p.“io J, os tres vientos del Norte NE, N i NO corresponden en primavera a 24 p.°|o, en verano a 9 1/3 p.°lo, en otoño a 32 p.°lo, i en invierno a 49 p.°[o Si examinamos ahora, qué influencia han tenido los vientos sobre el número de los dias lluviosos, encontramos que sopló Kn los (lias llu- el E. S. E. S. S. 0. 0. N. 0. N. \ io. de la priii). 1 0 1/2 6 6 1/2 4 4 Verano. 0 0 0 6 14 1/2 5 0 Otoño. 0 I 0 4 11 1/2 13 1/2 4 1/2 Invierno, G 1/2 1 0 5 8 5 1/2 4 1/2 ToJo el año. 7 1/2 2 1/2 20 40 1/2 28 1/2 13 Se ve, pues, que los tros vientos que vienen del norte, es decir el NE, el N. i el NO son esencialmente vientos de lluvia, i que son estremadamente raras las lluvias cuando soplan los vientos del Sur i del Sur-Este. Pero la relación que hai entre los Í)c los cien dias que sopló fue- El E. S. E. S. S. O. O. • N. O. N. ron lluviosos: En primav. S 0 10 44 27 73 80 En verano. 0 6 0 40 30 100 lio sopló. En otoño. 0 6 0 33 47 90 100 En invierno. 45 31 0 . 52 59 100 90 Todo el año. 22 4 4 42 36 90 90 —288— vientos i los dias de lluvia no es la misma en todas las estaciones. Para poner esta relación a la vista es menester espresar el número de los dias en que sopló cada viento por ciento i buscar cuántos de estos dias ha habido lluviosos en cada estación i también en lodo el año. Entonces resulta que N. E. 100 71 07 67 77 De cien dias lluviosos locan a los tres vientos boreales NE, N i NO en primavera 47, en verano 27, en otoño 60, en invierno 66. De cien dias lluviosos locan a los tres vientos meridionales SE, S i SO en primave- ra 17, en verano 21, en otoño 12, en invierno 11. De cien dias lluviosos tocan a los tres vientos occidentales NO, O i SO en primave- ra 50, en verano 91, en otoño, 71, en invierno 32. De cien dias lluviosos tocan a los tres vientos orientales NE, E i SE en primavera 28, en verano 9, en otoño 18, en invierno 57. Si consideramos solamente el número absoluto de los dias lluviosos, os palpable, que en primavera las lluvias mas fuertes cayeron con el viento Nor-Este, en ve- rano con el viento Oeste, en otoño con el viento Nor-Oeslc, i en invierno coa el viento Nor-Este. Valdivia, 10 de abril de 1852. J)}\ R. A, Philippi. ■289— SOBRE el clima del ERrecho de Magalhmes por don benjamín MUÑOZ CAMERO. Observaciones 7/ieteorolójicas hechas en Punía Arenas desde el 1 de jn?iio hasta el ‘Ti de octubre de 18 >1 . c3 u i HORA. O c; H üi s o c: < ca TERMOMETRO eahrenheit. tiempo. VIENTO. i 8o i Junio l.° 8 A. M. .30 8 33 CGl(lj3Clo« Oeste lento. 12 M. 30 8 42 Id. Calma. 4 P. 11. 30 8 40 Id. Id, 5 8 A. M. 30 8 34 Celnjado. Calma. 4 2 11. 30 8 39 Id. Id, 4 P. 11. 30 8 41 Id. N. O. lento. 3 8 A. M. 30 8 40 Celajado. Calma. 1 2 M. 30 8 44 Id. 3d. 4 P. 11. 30 8 37 Id. Id. 4 8 A. M. 30 8 34 .Nublado. Calma. 12 11. 30 8 38 Id. Id. 4 P. M. 30 8 39 Id. Id. 5 8 A. ¡a. 29 08 39 Nublado. I Norte lento. 12 11. 29 G9 40 Id. Id. 4 P. M. 29 f)0 38 Id. 1 Calma. 8 A. 11. 29 47 40 Nublado. Norte lento. 12 M. 29 47 40 Id. Id.' 4 P. ¡M. 29 47 41 Id. N. O. lento. < 8 A. 11. 29 59 42 Nublado. Oeste lento. 12 Jll. 29 52 44 Id. Id. 4 P. 11. 29 50 40 Id. Id. h 8 A. JM. 29 Ü1 38 Celajado, S. O. lento. 12 11. 29 08 40 Id. Id. 4 P. M. 29 08 43 Id. Id. 9 8 A. 11. 29 80 34 Hermoso. S. O. lento. 4 2 11. 29 80 38 Celajado. Id. 4 P. 11. 29 76 35 Id. Id. JO 8 A. M. 29 50 30 Hermoso. S. O, lento. 1 2 11. 29 48 36 Lluvioso. Id. 4 P. 11. 39 50 33 Id. Id. fresquilo. 1 8 A. 11. 29 59 59 Nevado. S. O. l'resquilo. 12 M. 29 59 40 Celajado. Id. id. 4 P. I\l. 29 59 42 Nevando. Id. lento. 4 2 8 A. IM. 29 04 40 Lluvioso. S. O. fresquilo. 12 M. 29 07 40 Id. Id. id. 4 P. M. 29 78 39 Id. Id. lento. 13 8 A. M. 30 20 40 Lluvioso. S. O. lento. 12 11. 30 37 41 Hermoso. Id. 4 P. M. 30 37 38 Id. Calma. 14 8 A. M. 30 37 38 Hermoso. Calma. 12 M. 30 37 40 Id. Id. 4 P. M. 30 37 42 Id. Id. FECHA — 2fíO— FECHA. i 1 VHOH 1 1 í i' BARÓMETRO, j l¡ TERMÓMETRO FAHRENHEIT. TIEMPO. 1 VIENTO. i 1 ! Junio 45 8 A. IH. 30 56 38 Hermoso. s. O. lento. 12 M. 30 56 44 Id. Calma 4 P. M. 30 56 42 Id. Id. 16 8 A. M. 30 28 34 Hermoso. Calma. 12 M. 30 26 38 Id. Id. 4 P. M. 30 21 33 Id. Id. 17 8 A. M. 30 4 38 .Nublado. Calma. 4 2 31. 30 14 40 Id. Este tVesquito. i P. M. 30 28 39 Lluvioso. Id. id. 48 8 A. .31. 30 4 7 40 Lluvioso. N. E. fresa uii‘\ 12 .31. 30 17 40 Id. Id. 4 P. M. 30 15 39 . Id. Id. 19 8 A. .31. ■29 90 40 Lluvioso. N E. lento. 12 M. 29 77 44 Nublado. Id. 4 P. !M. 29 73 40 Lluvioso. Id. 20 8 A. ¡31. 29 49 38 •Nublado. Calma. 12 M. 29 49 39 Id. Id. 4 P. M. 29 49 38 Id. Id. 21 8 A. 31. 29 49 42 Hermoso. Calma. 12 M. 29 49 40 Gelajado. Id. 4 P. M. 29 49 40 Lluvioso. Id. 22 8 A. M. 29 49 37 Hermoso. Calma. 4 2 M. 29 49 40 Id. Id. 4 P. M. 29 49 38 Nublado. Id. 23 8 A. .31. 29 13 36 Hermoso. S. 0. lento. 12 M. 29 13 39 Id. Id. 4 P. M. 29 13 40 Celajado. Calma 24 8 A. 31. 30 4 39 Nulilado. Calma. 4 2 M. 30 4 40 Nevando. Id. 4 P. M. 30 3 37 Nublado. Id. 25 8 A. .31. 30 4 40 Hermoso. Calma 12 M. 30 4 44 Id. Id. 4 P. M. 30 4 39 Lluvioso. Id. 26^ 8 A. 31. 30 4 37 Hermoso. Calma. 12 M. 30 4 44 Id. Id. 4 P. M. 30 4 40 Id. Id. 27 8 A. IM. 30 4 35 Hermoso. Calma. 12 M. 30 4 42 Id. Id. 4 P. M. 30 4 40 Nublado. Id 28 8 A. 31. 30 4 38 Hermoso. 12 M. 30 4 41 Id. Calma. 4 P. M 30 4 40 Id. Id. 29 8 A. IM. 30 4 39 Celajado. Calma. 12 31. 30 4 42 Hermoso. S. 0. lento. 4 P. IM. 30 4 40 Celajado. Clima. 30 8 A. M. 30 4 37 Celajado. S. O. Iresquito. 12 31. 30 4 4í) Id. Id. lento. 4 P. IM. loo 4 40 Nublado. Id. id. FECHA. < ai o s BAROMETRO. TERMOMETRO FAHRENHEIT, TIEMPO. VIE.NTO. 1851 Julio I.® 8 A. M. 30 1 39 Celajado. S. O. lento. 12 M. 30 1 40 Id. Id. 4 P. M. 30 1 40 Nublado. Id. 2 8 A. M. 30 1 38 Celajado, S. O. lento. 4 2 31. 30 1 40 Id. Id. 4 P. 31. 30 1 37 Nublado. id. 3 8 A. M. 30 1 36 Nevando. S. O. fresquito. 12 M. 30 1 38 Id. Id, id. 4 P. 31. 30 1 34 Celajado. Id. lento. 4 8 A. M. 30 1 36 Nublado. Sur fresquito. 12 31. 30 1 38 Hermoso. Id. 4 P. M. 30 1 •> f. Celajado. Id. 5 8 A. 31. 30 1 38 Nublado. S. O. fresquito. 12 31. 30 1 38 Celajado. Id. id. 4 P. M. 30 I 36 Id. Id. id. 6 8 A. 31. i 29 7 1 34 Nevando. S. O. fresquito. 12 M. 29 71 37 Id. ‘ Id. id. 4 P. M. 29 82 33 Hermoso. Id. id. 7 8 A. 31. 29 82 32 Celajado. S. O. lento. 12 31. 29 82 36 Hermoso. Id. id. 4 P. 31. 29 82 35 Celajado. Id. id. 8 8 A. M. 29 82 35 Hermoso. Sur lento. 12 31. 30 34 37 Celajado. Id. 4 P. 31. 30 46 4i Id. Id. 9 8 A. 31. 30 46 30 Hermoso. Sur Ionio. 12 31. 30 46 36 Id. Id. 4 P. 31. 30 46 31 Id. Id. 10 8 A. 31. 30 46 33 Hermoso. Sur lento. 12 31. 30 46 38 Id. Id. fresquito. 4 P. 31. 30 46 36 Nublado. id. lento. 1 1 8 A. 31. 30 46 37 Hermoso. Sur lento. 12 3Í. 30 46 38 Id. Id. 4 P. 31. 30 46 35 Celajado. Calma. n 8 A. 31. 30 46 35 Hermoso. Caima. 12 31. 30 46 38 Id. Id. 4 P. 31. 30 46 34 Id. Id. 13 8 A. 31. 30 46 30 Hermoso. Calma. 12 31. 30 46 3 4 Nublado. S. O. lento. 4 P. 31. 30 46 32 Id. Id. 14 8 A. 31. 30 46 38 Celajado. S. 0. lento. 4 2 .31. 30 46 44 Id. Id. 4 P. 31. 30 46 40 Id. Id. 4.5 8 A. 31. 30 38 39 Hermoso. Calma 12 31. 30 38 40 Celajado. S. O. lento. 4 P. 31. 30 38 37 Id. Calma. FXCCIIA — 2&0 O Sí BAKÓMETIIO. c H fcJ Ué a S •O W 5 S f- fc Ó U3 H VIENTO. i 1() 8 A. lll. 30 34 27 Hermoso. Calma. 12 M. 30 29 35 Id. Id. 4 P. ¡M. 30 25 19 Id. Id. n 8 A. M. 30 12 30 Aublndo. Calma. '12 m. 30 4 35 Nevando. Id. i l\ M. 30 4 31 Id. Id. 48 8 A. M. 30 4 34 Lluvioso. Calma 12 5!. 30 4 36 Id. Id. 4 P. ¡\í. 30 4 35 Id. Id. 19 8 A. M. 30 4 36 Lluvioso. N. li. I'resauiio. 12 M. 30 4 38 Id. Id. id. 4 P. ¡\l. 30 4 35 Id. Id. id. 20 8 A. lU. 30 4 34 Lluvioso. N. O. frcsquilo. 12 M. 30 4 38 Id. Id. id. 4 P. M. 30 4 3 o Id. Id. id. 21 S A. ¡M. 30 4 34 Lluvioso. Calma. 12 M. 30 4 40 Id. Id. 4 P. M. 30 4 35 Nublado. Id. 22 8 A. M. 30 4 40 Lluvioso. Norte lento. 1 2 M. 30 4 42 Id. Calma. 4 P. M. 30 4 40 Nublado. Id. 2:l 8 A. ]>l. 30 4 38 Lluvioso. C lima. 1 2 M. 30 4 40 Id. Id. 4 P. M. 30 4 40 Id. Id. 21 8 A. 31. 30 4 38 Lluvioso. N. O. lento. 1 2 M. 30 4 41 Id. Este id. 4 P. M. 30 4 37 Id. Id. id. 25 8 A. 31. 30 4 40 Lluvioso. Este íresquito. 12 31. 30 4 44 Id. Id. id. 4 P. M. 30 3 39 Id. Id. id. 20 8 A. 31. ' 30 -4 34 Novando. Calma. 12 M. 30 4 37 Id. Id. 4 P. .31, 30 4 35 Lluvioso. Id. 27 8 A. 31. 30 4 40 Hermoso. Calma. 1 2 31. 30 4 42 Id. Id. 4 P. 31. 30 4 38 Id. Id 28 8 A. 31. 30 4 40 1 Hermoso. Calma. 12 M. 30 4 42 Celajado. Id. 4 P. 31. 30 4 39 ! Id. , Id. 29 8 A. M. 1 30 10 39 (Relajado. Calma. 12 31. 30 19 42 Nublado. Id. •4 I». 31. 1 30 19 40 Id. Id. ;u) 8 A. 31. 1 30 19 36 Hermoso. Calma. 12 31. 1 30 19 40 .Nublado. M. i P. 31. 1 30 21 39 Id. Id. :ii ' 8 A. 31. 30 21 3.') Niddado. •N.O. InUo. 12 31. 30 21 38 Id. C/ilma. 4 P. 31. 30 ?1 36 Id. Id. rataHBBMaoB FECHA, HORA. BAROMETRO. TERMOMETRO FAHRENHEIT, TIEMPO. VIENTO. 1851 Selicmhre I.® 8 A. M. 29 94 46 Hermoso. Calma. 12 M. 29 94 48 Id. Id. 4 P. M. 29 94 44 Id. Id. 2 8 A. M. 29 94 44 Nublado. S. O. lento. 1 2 M. 29 9 -i 42 Id. Id. id. 4 P. M. 29 94 42 Id. Calma. 3 8 A. M. 29 94 38 Hermoso. Sur fresquilo. 12 M. 29 94 40 Id. Id. id. 4 P. M. 29 94 37 Id. Calma. 4 8 A. M. 29 94 41 Nublado. Norte lento. 1 2 M. 29 94 46 Id. O. fresquito. 4 P. M. 29 94 40 Id. Id. lento. r, 8 A. M. 29 94 44 Hermoso. O. lento. 12 31. 29 94 52 Id. Id. fresquito. 4 P. M. 29 94 46 Id. Id. fresco. i) 8 A. 3J. 1 29 94 40 Hermoso. S. O. fresquito. 12 M. 29 94 45 Id. |d. lento. 4 P. M. 29 94 39 Id. Calma. 7 8 A. 31. 29 94 40 Nublado. N. lento. 12 M. 29 94 47 Hermoso. O. id. 4 P. 31. 29 94 43 Celajado. Calma 8 8 A. M. 29 94 40 Hermoso. S. O. fresquito. 12 31. 29 94 4 4 Celajado. Id. 4 P. M. 29 94 41 Id. Id. í) 8 A. 31. 29 94 42 Hermoso. S. O. fresquito. 1 2 31. 29 94 48 Id. Id. id. í P. 31. 29 94 39 Id. Calma. in 8 A. M. 29 94 40 Hermoso. O. fresquito. 12 31. 29 94 Lluvioso. Id. fresco. 4 P. 31. 29 94 41 Id. Id. lento. 1 1 8 A. 31. 29 94 39 Nevando. 0. fresquilo. 12 M. 29 9 i 43 Id. Id. id. 4 P. 31. 29 94 40 Id. id. Iculo. ■J2 8 A. 31. 29 94 44 Lluvioso. 0. fresco. 12 31. 29 94 46 Nublado. Id. fresquilo. 4 P. 31. 29 94 41 Lluvioso. Id. lento. 13 8 A. 31. 29 94 43 Celajado. O. fresquito. 12 31. 29 94 48 Id. Id. id. 4 P. 31. 29 94 42 Id. Id. lento. li 8 A. 31. 29 80 40 Celajado. S. 0. fresquilo. 1 2 31. 29 67 44 Nublado. Id. id. 4 P. 31. 29 72 40 Id. Id. lento. <5 8 A. 31. 29 83 39 Celajado. S. O. fresquilo. 12 31. 29 98 4 4 Id. M. 4 P. 31. 30 15 35 Id. Id. 37 FECHA —294— < ec o o ec H u •O a: -1* cc O c: H U U] =5 z; ‘2 ^ S ¡c c: S ttí < O CU bJ H C h 'K (U Scliembre 16 «A. M 30 30 40 Celajado. O. lento. 12 M. 30 34 42 Id. Id. 4 P. M. 30 42 38 Id. Calma. 17 8 A. M. 30 3 41 Nublado. N. fre.squilo. 4 2 ¡>I. 29 90 44 Celajado. Id. 4 P. M. 29 78 42 Id. Calma. 18 8 A. iM. 29 83 46 Hermoso. Calma 12 91. 29 93 50 Id. Id. 4 P. M. 30 1 44 Celajado. 1(1. 19 8 A. 91. 30 15 46 Hermoso. O. lento. 12 31. 30 22 52 1(1. Calma. 4 P. 31. 30 35 45 Celajado. Id. 20 8 A. 91. 30 35 43 Nublado. O. lento. 12 31. 30 35 51 Celajado. Id. 4 P. 31. 30 35 47 Id. Calma. 21 8 A. 91. 30 35 44 Hermoso. Calma. 12 31. 30 35 50 Celajado. N. lento. 4 P. 31. 30 35 52 Hermoso. Calma. 22 8 A. M. 30 35 46 Nublado. Calma. 12 31. 30 35 49 Lluvioso. Id. 4 P. 31. 30 3) 42 Nublado. N. E. lento. 2:1 8 A. 91. 30 3o 44 Lluvioso. Calma. 12 31. 30 3o 46 Nublado. N. lento. 4 P. 31. 30 35 43 Id. Calma. 24 8 A. 91. 29 49 47 Celajado. Calma. •1 2 31. 29 40 56 Id. N. lento. 4 P. 31. 29 35 49 Id. O. id. 2Ó 8 A. 91. 29 15 44 Celajado. O. Iresquito. 12 31. 29 11 48 Id. Id. fresco. 4 P. 31. 29 11 43 Id. Id. lento. 26 8 A. 91. 29 44 46 Celajado. O. lento. 1 2 3Í. 29 48 46 IjIuvío.co. Id. id. 4 P. 31 29 48 44 Celajado. Calma. 27 8 A. 31. 29 3 39 Lluvioso. E. fresan i le. 12 31. 28 83 40 Id. Id. id. 4 P. 31. 28 77 40 Id. Id. id. 28 8 A. 91. 29 43 40 Celajado. O. E. fresquilo. 12 31. 29 45 42 Id. Id. id. 4 P. 31. 29 42 39 Id. 1(1 . lento. 29 8 A. 31. 29 56 41 Celajado. O. lento. 12 91. 29 62 49 Id. Id. fresquito. 4 P. 31. 29 78 43 Id. Id. lento. 30 8 A. 31. 29 56 42 Nublado. N. E. lento. 12 91. 29 48 43 Id. E. id. 4 P. 31. 1 29 36 40 Id. Id. id. =-295— FECHA. i hora. BAROMETRO. e: C U. y w a S X. o Ce] ?=? tí tí a ^ < rí TIEMPO. VIENTO. 1851 Octubre h® 8 A. M. 29 42 44 Ci'lnjado. 0. lento. 12 M. 29 45 47 1(1. Id. id. 4 P. DI. 29 52 42 1(1. Id. id. • 2 8 A. M. 29 57 45 Nublado. 0. lento. 12 DI. 29 57 49 Id. Id. id. 4 P. DI. 29 57 44 Id. N. 0. id. 3 8 A. M. 29 57 47 Hermoso. 0. lento. 12 i\I. 29 57 54 Id. Id. 4 P. DI. 29 57 49 Id. Id. 4 8 A. M. 29 39 43 Celajadü. S. E. lento. 12 DI. 29 28 49 Id. Id. id. 4 P. M. 29 28 44 Id. Calma. 5 8 A. DI. 28 92 42 Lluvioso. 1 Calma. 12 DI. 29 46 Cclajado. ; Norte lento. 4 P. M. 29 18 40 Id. 1 Id. fresquilo. 8 A. DI. 29 25 39 \ Celajado. 0. lento. 12 M. 29 36 45 Id. id. fresquilo. 4 P. M. 29 49 39 Id. S. lento. 7 8 A. DI. 29 49 38 Nublado. N. fresquilo. 12 M. 29 42 47 Id. Id. id. 4 P. DI. 29 31 44 Lluvioso. id. lento. 8 8 A. M. 29 9 46 Nublado. 0. lento. 12 DI. 29 19 50 Id. Id. id. 4 P. M. 29 26 44 Hermoso. Id. lento. 9 8 A. DI. 29 36 44 Celajado. S. 0. lento. 12 DI. 29 50 48 Nublado. 0. lento. 4 P. DI. 29 7 1 42 Hermoso. Id. id. io 8 A. M. 29 94 46 Hermoso. N. E. lento. 12 DI. 30 1 49 Id. Id. id. 4 P. DI. 30 1 45 Id. Calma. 11 ' 8 A'. II.' 29 98 46 Nublado. 0. lento. 12 M. 29 98 47 Celajado. Id. id. 4 P. M. 29 98 44 Id. Calma 12 8 A. M. 29 62 46 Nublado. 0. lento. 1 2 M, 29 70 49 Id. Id. id. 4 P. M. 29 66 44 Id. Id. id. 13 8 A. M. 29 82 43 Nublado. 0. lento. 12 DI. 29 90 49 Celajado. Id. id. 4 P. M. 29 96 46 Nublado. Calma. 14 8 A. DI. 29 74 44 Nublado. E. lento. 4 2 M. 29 63 48 Id. 0. fresquito. 4 P. .DI. 29 56 46 Id. 1(1. id. 8 A. DI. 29 67 45 Celajado. 0. lento. 1 2 M. 29 67 52 Id. Id. fresquilo. 4 P. M. 29 67 44 Id. Id. id. 38 FECHA Octubre < X O s BARÓMETRO. o K :: ’M W 3 S iS -O id S a: ce X ■< f-' b. TIEMPO. 1 VIENTO. 16 8 A. ai. 29 '55 47 Colajado. S. 0. lento. 12 M. 29 57 54 Nublado. Id. id. 4 P. M. 29 57 46 Celajado. Id. id. 17 8 A. M. 29 50 44 Hermoso. S. O. fresquilo. 12 ai. 29 61 49 Celajado. Id. id. 4 P. M. 29 73 45 Id. Id. id. Í8 8 A. ai. 29 73 48 Celajado. O. fresquito. 12 ai. 29 73 56 Nublado. Id. id. 4 P. M. 29 73 47 Celajado. Id. id. 19 8 A. .11. 29 81 50 Celajado. O. lento. 12 M. 29 81 57 Hermoso. Id. id. 4 P. M. 29 81 48 Celajado. Id. id. 20 8 A. ai. 29 61 49 Nublado. O. N. lento. 12 M. 29 57 53 Celajado. O. fresquito. 4 P. M. 29 57 45 Id. Id. id. ;i 8 A. ai. 29 57 44 Cdííjttclü. Calma. 12 M. 39 57 50 Id. O. lento. 4 P. M. 29 52 48 Id. id. id. 32 8 A. M. 29 41 45 Lluvioso. N. O. fresquito. 12 M. 29 41 48 Id. O. id. 4 P. M. 29 41 42 Id. Id. id. 23 8 A. ai. 29 77 46 Nublado. S. O. fresquito. 12 M. 29 89 49 Id. O. id. 4 p. ai. 30 15 43 Id. id. Iculo. 24 8 A. ai. 29 96 49 Celajado. O. lento. 1 2 M. 29 90 52 , Id. Id. fresuuiio- 4 P. M. 29 83 46 Id. Id. id.' 25 8 A. ai. 29 85 47 Nublado. O lento. 12 ai. 29 85 50 Id. Id. id. 4 P. M. 29 89 46 Id. id. id. 26 8 A. ai. 29 07 45 Celajado. S. O. lento. 12 M. 29 97 54 Hermoso. •Id. id. 4 P. M. 29 97 44 Celajado. S. E. id. 27 8 A. M. 29 76 48 Nublado. S. 0. lento. 12 ai. 29 70 51 Id. Id. id. 4 P. M. 29 64 47 Id. id. id. —2^: ACTAS DEL t CONSEJO DE LA ÜNIVERSÍDAD. mm DEL 1.” DE MAYO DE 1852. Presidida por el señor Tice-Rector, presentes los señores Tocornal, Bello, Be ennilla, Domyeko i el Secretario — Aprob.ida el acta de la sesión del 24 de al)ril, e señor Vice-Rector confirió el grado de Licenciado en Leyes a don José San- tiago Rojas — A continuación se dio cuenta: l.®De un oficio del señor Decano interino do Teolojia trasmitiendo copia del acta de la sesión que celebró esa Facultad el 29 de abril último con el do- ble objeto de formar la terna que ha de pasarse al Supremo Gobierno para la elec- ción de Decano por el tiempo que falta para completar el periodo legal, i de llenar la vacante de miembro que en ella dejó el fallecimiento del señor don Pedro Reyes. Resultando haberse compuesto dicha terna de los señores Presbí- teros Salas, Orrego i Guzman, i designádose para el 2.® objeto al Presbítero don José Vitaliano Molina, se mandó trasmitir esa acta al señor Ministro de Instrucción pública para los efectos consiguientes. ^ 2.® De un informe del señor Decano de Leyes sobre la solicitud del pro- fesor de Humanidades del Instituto de Concepción, don Ramón del Rio, rela- tiva a que se le dispense de la asistencia a la Academia de práctica forense, en virtud de la incompatibilidad de esta asistencia con la que le prescribe en otra parte su destino, comprometiéndose a estudiar en Concepción los ramos que de- manda su carrera. El señor Decano opina que, aunque sea posible adquirir fuera de la clase de práctica i códigos especiales los conocimientos que en ella se en- señan, es tan conveniente la concurrencia de los Bachilleres a dicha cl.ise, que solo en casos mui raros podria hacerse una esceprion a la regla. Mas por la* razones en que el solicitante se funda, juzga también que acaso pudiera consi- derársele como en uno de esos casos especiales i accederse a su pretensión— En ' vista de este informe, el Consejo acordó se despachase en el mismo sentido et pedido por el Supremo Gobierno, agregando que, en caso de accederse a esta solicitud, cree deberá ser con laespresa condición de que Ríos estudiará i ren. dirá examen de los Códigos especiales de guerra i marina, comercio i minas, qui se estudian en la clase de práctica forense. 3." De un informe del señor Decano de Medicina sóbrela solicitud de don E. Lcnnire, referente a que se le admita a la rendición de los exámenes necesarios para cílili tier ol gradu lU- Licenciado en esa Facultad inedianlc los doeiimenlos que pre- sri\ia— Como ninguno de esos docuinenlus acredita que el solicitante haya concluido sus estudios médicos ni recibido por consiguiente autorización en Francia, donde ílicft haberlos hecho, para el ejercicio de la Medicina o Cirujia, el señor Üecano es de parecer que no puede accederse a su pretensión sin contravenir a las disposu ciones legales del caso — Fd C.onsejo, en virtud de este informe, resolvió no haber lu* gar a la petición i que se devolviese al interesado, 4. ® De otro informe del señor Decano de Humanidades sobre la solicitud de don Luis José Verdollin, relativa a que se le declare en aptitud de aspirar al gra» do de Bachiller en Humanidades, a virtud del diploma de tal Bachiller, conferido por la Universidad de Paris, que presenta. El señor Decano considera ese diploma como una prueba auténtica de que Verdollin ba estudiado i obtenido aprobación en todos los ramos que por esta Universidad se exijen para el grado a que aspira, con escepcion solamente de los de idioma patrio, historia de Chile, e historia i funda-’ naentos de relijion. Cuando presente pues certificado de haber rendido estos exáme, nes, podrá accederse a su solicitud — El Consejo aceptó esta opinión, conforme a lo que prescriben los respectivos estatutos, i ordenó se hiciese saber tal resolución al interesado, 5. ® De una cuenta presentada por el Secretario jeneral de los fondos que han entrado en su poder para gastos de dicha Secretaria desde mediados de julio de 1849, en que entró a su desempeño, hasta el 3 de abril del corriente año, i de la inversión que a los mencionados fundos se les hadado. Se mandó pasar para su exa- men a una comisión compuesta de los señores Decanos de IModicina i Humani- dades. 6. ® De otra cuenta presentada por don Ildefonso Rarentos de los fondos quo para gastos de Secretaria de la Facultad de Medicina entraron en su poder desde el t.® de enero de 1 847 en que comenzó a desempeñar interinamente dicha SecrC'’ laria, hasta el 31 de agosto del mismo año, en que terminó su suplencia. Se mandó pasar a la comisión correspondiente para su examen. 7. ® De un oficio del señor Intendente de Coquimbo con que acompaña los dai los pertenecientes a aquella provincia, que se le han pedido para la formación de la estadística jeneral de la instrucción pública; i hace presente al mismo tiempo que, cu virtud de hallarse imposibilitados para continuar en el desempeño de sus cargos loj miembros de aquella Junta de educación, prebendado don Joaquín Vera i vecino don Francisco de P. Aguirre, que por otra parte han funcionado ya mas del termino quo la lei designa, propone para su reemplazo los eclesiásticos i vecinos que constan de una lista adjunta, los cuales por su celo por el bien público i aptitudes, prestan las suficientes garrn ias. De entre estos individuos el Consejo clijió para el objeto indi- cado por el Intendente: al Presbítero don Juan Bautista Araccna como eclesiástico, i a don Luis Tponcoso como vecino, mandando se estendicsc a estos señores el res- pectivo decreto de nombramiento. Se leyó por último una solicitud con que don Eduardo Andrade, Director del Co- lejio de educación de Rengo, acompaña un nuevo texto de lecciones elementales de Aritmética, que dice haber ordenado con el empeño de hacerlo mas completo i adap. tablc a la enseñanza de la juventud, que todos los hasta aqui publicados en Chile, con el fin de que se le apruebe para la enseñanza nacional, examinado que sea por la Facultad respectiva— Se mandó pasar al señor Decano de Matemáticas para que in« forme, oyendo a su Facultad o a la comisión de ella que estimo conveniente, Con lo cual fue levantada la sesión— —299 — SESION DEL S DE MAYO DE mi Presidida por el señor Vice-Reclor, presentes los señores Tocornal, Bello, Bcza- nilla Domeyko i el Secretario-El señor Aristegui se incorporó después — Aprobada el acta de la sesión del l.“ del corriente, el señor Vice>Rector conGrió el grado de Li* cenciado en Leyes i ciencias políticas a don Ricardo Claro. En seguida se dió cuenta: l.° De tres oficios del señor Ministro de Instrucción pú- blica, trascribiendo otros tantos supremos decretos; por el 1." de los cuales se nom- bra para subrogar a don Francisco Garcia Huidobro, imposibilitado por la grave en- fermedad que sufre, en el cargo de Director de la Biblioteca Nacional, al señor De- cano de la Facultad de Humanidades, quien lo ejercerá en lo sucesivo como una atribución anexa al Decanato; porel2.« se nombra Decano de la Facultad dcTeolojia por el tiempo que falta para completar el periodo legal al Presbítero don José Hipólito Salas, propuesto en el primer lugar de la respectiva terna, i por el 3,“ se manda es* tender a favor del Presbítero don Yitaliano Molina el correspondiente titulo do miembro de esta Universidad en la Facultad de Teolojia, en reemplazo del señor don Pedro Reyes — Todos tres oficios se mandaron comunicar a los señores Decanos a quienes corresponde. 2. ° De un oficio del señor Decano de Medicina, anunciando que en vista de la nota del señor Vice-Rector relativa a don Carlos Anwandler i de los documentos que en copia la acompañan, i considerando mui ventajoso a la provincia de Valdivia el establecimiento de una botica pública servida por una persona competente como parece ser el referido don Cárlos, el Protomedicato, en la imposibilidad de conferir a este individuo una autorización plena para el ejercicio de esa profesión, sin haber rendido los exámenes al efecto requeridos por la lei, ha autorizado a Anvvandtcr para rejentar tal botica por el término de dos años, a cuyo vencimiento deberá hallarse provisto de un diploma en forma espedido por el Protomedicato, prévios los exá- menes del caso. 3. ° De un informe del mismo señor Decano de Medicina en la solicitud de don Jorje Pie, sobre que, en virtud de los documentos que presenta, se le admita a rendir las pruebas necesarias para obtener el grado de Licenciado en dicha Facultad. El señor Decano dice que entre esos documentos no se encuentra ningún titulo ni di- ploma de Doctor en mediciiia i cirujia, sino solo una autorización del Colcjio in- gles de Farmacia para el ejercicio de boticario; por lo cual cree |que no pueden admitírsele otros exámenes al solicitante, que los requeridos para el ramo en que acredita su suficiencia, caso que lo pretenda. El Consejo aceptó este diclámcn del señor Decano i ordenó se hiciese así saber al interesado. •1.® De otro informe de la comisión que en la sesión anterior rtombró el Conse- jo, de los señores Decanos de Medicina i de Humanidades, para exáminar las cuen- tas del Secretario jeneral. Como los enunciados señores manifiestan no haber cncon* Irado observación que hacerles i opinan porque sean aprobadas, el Consejo decretó esa aprobación, mandando pasar a la Caja Universitaria el sobrante de [27 pesos seis reales que resulta. 5.® Igual aprobación se decretó, en virtud de análogo informe de la comisión or- dinaria de cuentas, sobre la presentada por don Ildefondo Raventos del tiempo que sirvió interinamente la Secretaria de la Facultad de .Medicina, mandándose pasar a la Caja Universitaria el sobrante de 113 pesos un real. —300— De (los cuentas presentadas por los señores Secretarios de Teolojia i de Ma- temáticas de los fondos que lian entrado en su poder para gastos de Secretaria duran- le el cuatrimestre que va corrido del presente año — Una i otra pasaron para su exú- incn a la comisión correspondiente. 7. " De una nota del señor Secretario de Humanidades, 'acompañando un infor- me pasado a esa Facultad por la comisión que nombró para examinar el curso de Jeografía antigua que don Vicente Moreno sometió a su aprobación, con el fin de que tenga lugar en los Anales universitarios, según la misma Facultad lo desea, por ser de un mérito nada común i contener indicaciones mui interesantes sobre la materia de que se ocupa. Igualmente se adjunta con el propio objeto el discurso de incorpo- ración pronunciado ante la Facultad por su nuevo miembro don Anibal Pinto — El Consejo acordó la inserción de una i otra pieza en los Anales. 8. ° De un oficio con que don José Vicente Bustullos remite para el archivo de esta corporación un ejemplar de los Elementos de Química orgánica compuestos por él i aprobados para la enseñanza. Se mandó acusar recibo dando al señor Bustillos las gracias por su estimable obsequio. 9. ® Se dió cuenta por último de un informe del señor Decano de Humanidades, en que trasmite el juicio formado por su Facultad sobre el Reglamento para las Es- cuelas primarias'de la Provincia de Conccffcion, aprobado por aquella junta de cduca- ci^.i 1 sometido por ella a la del Consejo. Habiendo determinado éste ocuparse en la presente sesión de este asunto, procedió a considerar detenidamente cada uno de los artículos del insinuado Reglamento i las observaciones que sobre ellos haee la Facul- tad. Principia el informe manifestando que en la intelijencia de que osa obra estará destinada solamente a rejir cu las escuelas públicas, porque la mayor parte de sus disposiciones no podrían llevarse a efecto por las autoridades en las particulares, ella contribuirá a regularizar la disciplina de aquellos establecimientos, haciéndosele las reformas siguientes: 1. * Se suprimirán como supérQuos i aun embarazosos los artículos 1.® i 2.® que tienen por objeto dar nombre i numeración a las escuelas. — Estas toman de ordina- rio el nombre del lugar en que se hallan establecidas, sin que ningún decreto lo dis- ponga; pero en muchos casos el público, árbitro en materia de denominaciones, les da a discreción cualquiera otro que mejor le parece. Designando pues a las escuelas un nombre por decreto, se corre el peligro de establecer una nomenclatura oficial que muchas veces no esté en harmonía con la usual, desacuerdo que produce em- barazos i dificultades. Por otra parte, es inútil la doble designación que el proyecto prescribe de nombre i número para cada escuela. Esta propuesta fué aprobada por el Consejo, porque la designación que ella quiere suprimir no ofrece ventaja alguna en compensación de sus numerosos inconve- nientes. 2. * Sobre cl articulo G.® observa la Facultad que es demasiado severo en decretar la pena de espulsion del establecimiento de todo alumno que por tres veces asista a él mas tarde de la hora designada por cl Reglamento. Atendida la dificultad que se nota para que los niños frecuenten las escuelas primarias, es menester procurar la conservación del alumno mas bien que multiplicar las causas de espulsion. La de- mora en la asistencia muchas veces no es en ellos una falta punible, sino que pro- cede de la indeterminación de la hora en los lugares donde no hai relojes públicos» de inconveaieules demésticos que el alumno no puede remediar i de otras mil cau- sas del mismo jénero.— La espulsion no deberá aplicarse sino a aquellos aiumnosque por culpa propia fallasen a la asistencia i cuya irregularidad llegase a ser escanda- losa c incorrejiblc. >> En atención a estas justas razones acordó el Consejo se suprimiese del rebrillo .ar- —301 — liculo 6.“ lodo cuanto se refiere a la pena decspulsion, sobre que ha recaído la cri. tica de la Facultad, Aunque en el informe no se hace observación alguna sobre los artículos 8.® i 9.» del Reglamento, el Consejo, oyendo su lectura, encontró conveniente substituir en el 8." la expresión toda acción indebida, a la de toda clase de travesuras que pres- cribe al maestro prohíba a los alumnos tanto en la escuela como en la calle cuando vengan o vuelvan a sus casas, i suprimir la siguiente expresión que se agrega a su final: «bajo la pena que se designa por este Reglamento.» Respecto del articulo 9." acordó su supresión por prescribir a los maestros deberes tan obvios i minuciosos, que debe reputarse snpérfluo. Sobre el artículo tü observa la Facultad que no es posible prescribir para todas las escuelas primarias la enseñanza de la jeografia descriptiva, asi por ser un ramo de menor importancia, como por la falta que habrá de profesores idóneos i de fondos para costear los útiles necesarios, no menos que para pagar el mayor sueldo que los dichos profesores exijirán en tal caso. Sobre el artículo 11 hace notar que en él se determina que los exámenes anuales serán rendidos ante el Inspector de educación, i como estos funcionarios no se de® sempeñan con regularidad, ni los hai establecidos en todos los lugares, convendría añadir que esos exámenes se rindan también con - anuencia del jefe político dol lugar, Fna i otra indicación fueron aprobadas por el Consejo, como también la que hace la Facultad sobrcel articulo 12, a saberí «que en el debían prohibirse las visitasque dis- trajesen al preceptor o alumnos de sus tareas, mas ñolas de los padres de familia o personas que por interes de la enseñanza se acei^uen al establecimiento, como pare- ce deducirse de su jeneral contesto. En el articulo 13, que ordena al preceptor no desamparar «un solo momento su establecimiento mientras duren las horas de enseñanza,» creyó el Consejo convenien- te suprimir la expresión un solo momento, por considerar a menudo imposible que esa prescripción se cumpla con tanta estrictez. Igualmente acordó se suprimiese el articulo 15, juzgándolo redundante por pres- cribir deberes que ya están señalados en el 13, Sobre el articulo 17 observa la Facultad que quedaría mejor concebido en los si- guientes términos: «Si algún preceptor tuviese necesidad de ausentarse de la escuela por un término que no pase de seis dias, deberá solicitar permiso del Subdelegado del lugar. Si la se- paración no excediese de un mes, el permiso se solicitará del Gobernador del depar- tamento, i si pasa.se de aquel término, del Intendente de la provincia. En este caso deberá el preceptor dejar un sustituto idóneo, calificado por el Inspector de educa- ción o Subdelegado del lugar. Esta variación fué aprobada por el Consejo. La Facultad observa respecto del art. 18, que no designa otro máximo para el nú- mero de alumnos que ha de haber en cada escuela, sino la capacidad del local. «Es casi imposible, agrega, que un solo preceptor enseñe con prontitud i perfección, como conviene, un número de alumnos que exceda de 40. Si en algún lugar llega- sen a reunirse 80 alumnos, como supone el proyecto, habría llegado el caso de esta- blecer dos escuelas.» El Consejo creyó conveniente redactar este articulo prescribiendo : que si el nú- mero de alumnos de una escuela llegare a exceder de 40, se procure nombrar ua segundo maestro; pero si dicho número pasare de 80, se solicite en tal caso de la autoridad correspondiente la creación de una 2.* escuela; entendiéndose que ínterin se adoptan estas providencias, ningún preceptor deberá rechazar alumno alguno d« —302— los que coruMirran a su establecimiento, siempre que el local permita su admisión. «Largos debates, dice el informe, suscitó en la Facultad el art. 19. — Todos los miembros de ella están acordes en que debe repelerse la disposición que prescribe se •bligue a los alumnos pobres a barrer la escuela. Esta obligación, impuesta a manera de gravamen, establecería entre los alumnos una desigualdad de condición odiosa» fue no tendri-i mas fundamento que la mayor o menor fortuna del alumno. No conviene alimentar el espíritu de los jóvenes con instituciones semejantes, que con* Irarian los sanos principios de confraternidad que deben suministrárseles. Quieren, pues, algunos miembros que la obligación de que se trata gravite sobre todos los alumnos sin distinción; pero otros observan que una disposición semejante puede retraer a muchos padres de poner a sus hijos en la escuela, i que por infundada que sea la preocupación que a ésto los induzca, ella es de hecho demasiado poderosa, i mientras no haya a mano medio suficiente para combatirla, se harán sentir sus re- sultados en perjuicio de la educación. Se habia propuesto por algunos que el aseo de la escuela se impusiese como castigo, en especial de aquellas faltas que proceden de altanería u orgullo; pero en concepto de otros este partido tiene el inconveniente de vilipendiar el trabajo, presentándolo como pena cuando debe ser mirado como virtud* En esta discordia de pareceres, la Facultad se decidió por omitir toda disposición a este respecto, i dejar que se continúen las prácticas establecidas hasta el presente, i de las que no se han hecho notar resultados que demanden providencia de parte de las autoridades.» Encontrando a este respecto mui oportuno el partido propuesto por la Facultad, •l Consejo dispuso que en este articulo se ordenase únicamente al maestro cuidar de que la escuela i todo su ajuar se mantengan en el mejor aseo posible, omitiendo espresar todo medio por el cual eso haya de hacerse. En el art. 21, que manda al preceptor «cuidar que no se hagan rayas ni tiznes ert las paredes, puertas i ventanas de la escuela, i q ue el que hiciere algún deterioro, sea obligado a repararlo, a mas del castigo que se le deberá aplicar como falta gra- ve;» el Consejo acordó se suprimiese lo relativo a la obligación de los alumnos a reparar el daño, i que a su última frase que habla del castigo, se substituyese la siguiente: «será castigado de nn modo correspondiente a la falta.» El art. 22 del proyecto manda que «si algún alumno no asistiese a la escuda a la hora prescrita por el Reglamento, i después de ser reprendido i aun castigado por au reincidencia, síguese faltando a este orden, sin que se advierta ni espere enmien- da, no se le admitirá mas en el establecimiento, i el preceptor dará aviso a sus pa- dres o guardadores.» Per las razones que ya se apuntaron al tratar del art. 6.®, acordó el Consejo mo- difícar éste articulo disponiendo en él: que «si la reprensión i aun el castigo no bastasen a hacer mas exacto al alumno, el preceptor dará el correspondiente aviso a sus padres o personas encargadas de él, i si aun después de dado este paso, conti- nuase la irregularidad hasta el estremo de llegar a considerarse escandalosa e incor- pcjible, el alumno será espelido del establecimiento; pero nunca se adoptará esta medida sin anuencia del Inspector de educación correspondiente, o por su falta, del jefe político del lugar. Observa la Facultad sobre el art. 25 que es demasiado embarazoso el medio que designa para que los padres de familia pidan licencia para que dejen de asistir sus hijos al establecimiento ; i por lo mismo la disposición no se llevará a efecto. — Cree por tanto que solo debe conservarse la 1.* cláusula, a saber : «Nadie faltará a la es- cuela ni un solo dia, sin licencia del preceptor,» i suprimirse el resto. Sobre el art. 26, halla que es inverificablc, i la pena que señala por su infracción de.uasiado fuerte, i ademas injusta, porque realmente, la separación del alumno de -303- un,i escuela, sea cual fuere su objeto, no puede mirarse en si como un delito que condene la lei, ordenando no se admita ni aun en otro establecimiento al alumno. Estas indicaciones fueron aceptadas, i en su consecuencia se acordó la supresión del referido artículo 2fi. La Facultad no se siente dispuesta a aprobar la disposición del art. 29, porque sin fomentar el disimulo ni la ocultación de las faltas que cometan los alumnos, todo preceptor puede i debe cultivar entre ellos relaciones amigables i acostumbrar- los a un tratamiento benévolo. Conviene inculcar a los preceptores el deber en que están, de reprimir en los alumnos la tendencia a la delación i al chisme, que es un vicio jencralizado por desgracia en un gran número de personas. El Consejo acordó la supresión de este articulo; i aprobó la indicación que hace la Facultad sobre el 30, a saber: que debiendo considerarse pena mui grave por su naturaleza la espulsion de los alumnos, no deberá dejarse al solo arbitrio del pre- ceptor, sino concurrir también siempre para su imposición el acuerdo del inspector de la escuela o del subdelegado del lugar. Se acordó la supresión del art. 31, por considerarse supérfluo con lo que se pres- cribe en el 30. La Facultad impugna como defectuosa la redacción del art. 32 ; i proponiéndose en el Consejo su reforma en estos términos ; «Si los padres o el guardador de algún alumno so negaren a proporcionarle los útiles necesarios para la enseñanza, que exija el preceptor, pudiendo hacerlo, se dará cuenta al Inspector de la escuela o en su defecto al subdelegado o inspector del lugar, para que tome las providencias que considere convenientes, según el caso; i si esto no bastare, el alumno cesará de ser admitido en el establecimiento, hasta que se cumpla con este deber, se dejó suspensa su aprobación para la sesión próxi- ma, levantándose la del dia, por ser ya la hora avanzada: Presidida por el señor Vice-Rector, presentes los señores Tocornal, Bezanilla, Salas, Doineyko i el Secretario. — El señor Decano de Humanidades avisó que una reciente desgracia de familia le impedia concurrir. — Aprobada el acta de la sesión de 8 dcl corriente, el señor Vice-Rector conOrió el grado de Licenciado en Leyes i ciencias políticas a don Francisco Silva. — A continuación se dió cuenta: 1. ° De un informe del señor Decano de Medicina sobre la solicitud de don Tomas James Peppard, relativa a que en virtud de los certificados de estudio i el título de miembro del Real Colejio de cirujanos de Lóndres, que presenta, se le admita al rendimiento de los exámenes requeridos para poder ejercer su profesión en esta República. Considerando el señor Decano snficientes esos documentos, se mandó dar a la petición el curso que corresponde. 2. ° De otros dos informes de la Comisión de cuentas del Consejo sobre las pre- sentadas por los señores Secretarios de Teolojia i de Matemáticas de los fondos que han entrado en su poder para gastos de secretaría durante el primer cuatrimestre dcl presente año. Encontrando la Comisión dichas cuentas arregladas, el Consejo les aprobó, mandando pasar a la caja universitaria los sobrantes respectivos. 3. ° De un programa de los cursos de la Instrucción universitaria en el presente 39 — 304— núo, liMsmiUdü al Consejo por el vSr. Delegado Univeráilirio. Se man ló trascribir al señor Ministro de Instrucción pública para su conocimiento i a fin de que se sirva mandarlo publicar en el periódico oficial para inmediata noticia del i)úblico, sin perjuicio de su inserción en el correspondiente número de los Anales. 4. " De una solicitud de don Alejandro Reyes, nombrado miembro de la Facultad de Humanidades por el Supremo Gobierno, en la que espone diversos motivos (jue lo han impedido verificar su incorporación en el término de los seis meses señalados al efecto por disposición suprema; i pide en consecuencia se [proponga al Gobierno la concesión de un mes mas con el propio fin. Estimando el Consejo aceptables las razones espuestas por el señor Reyes, accedió a su pretensión, disponiendo se pasase con favorable informe al Supremo Gobierno. 5. ° De otra petición del Presbítero don Manuel Parreño, esponiendo que en el año de 84G obtuvo el grado de Bachiller en Leyes, comprendiéndose en éste el de Filosofía i Humanidades, i que deseando ahora obtener igual grado en Teolojia, a mas de los exámenes comprendidos en su titulo anterior, presenta certificados de haber rendido los de fundamentos de relijion, lugares teolójicos i teolojia dogmáti- ca, pidiendo dispensa del de Teolojia moral (aunque lo ha rendido ante los exami- nadores sinodales) i del de elementos de historia eclesiástica. — El Consejo, teniendo en consideración que este último exámen está dispensado durante el término de dos años para el grado de Bachiller en Teolojia, por Supremo decreto de 11 de di- ciembre del año próximo pasado, i que el de Teolojia moral es demasiado impor- tante, sin que pueda suplirlo el que dice haber rendido el solicitante ante los exa- minadores sinodales, resolvió: «que cuando acredite el Presbítero Parreño haber dado en debida forma el exámen do Teolojia moral, se accederá á su pretensión.» Después do esto el señor Decano de Teolojia esp uso que deseaba hacer dosconsultas al Consejo: la 1.® relativa a la forma en que debería hacerse el nombramiento de la persona que ha do subrogarlo en la Secretaria de su Facultad durante su desempeño del Decanato; la 2.® sobre el arbitrio que habrá de adoptarse para reparar i proveer de los muebles necesarios la sala recientemente cedida a la .\caderaia de Ciencias Sa- gradas para la celebración de sus sesiones, en circunstancias de haber carecido hasta ahora de tales muebles la referida Academia, i de no tener tampoco fondos algunos de su pertenencia con que costearlos. — Sobre la primera de estas consultas resol- vió el Consejo que debía seguirse la práctica ya establecida para casos análogos, a saber: que el mismo señor Decano designase al miembro de su Facultad a quien juzgue mas apropósito para el objeto indicado, con el fin de que, aprobado este nombra- miento por el Consejo, se diese cuenta al Supremo Gobierno para los demas efectos consiguientes. — En esta virtud, el señor Salas propuso en primer lugar al señor don Zoilo Villalon, i el Consejo aprobó tal designación, ordenando se diese noticia de ella al señor IMinistro de Instrucción pública. Acerca de la 2.® consulta, se tuvo en consideración que los sobrantes que han ingresado a la Tesorería Universitaria de los fondos destinados a gastos de la Fa- cultad de Teolojia, exceden con mucho a lo que demanda el remedio de la necesi- dad representada por el señor Decano, i a la cual parece justo hacer frente con tales fondos, siendo la Academia un establecimiento dependiente de dicha Facultad. — Por estas razones el Consejo acordó ordenar al Tesorero de esta corporación ponga a disposición del señor Decano la cantidad de 175 pesos, que según un presupuesto pre- sentado por el señor Salas se estima suficiente para la reparación i muebles mas in- dispensables que necesita la referida Academia. Se continuó en seguida la discusión, suspensa en la sesión precedente, del Regla- mento para las escuelas primarias de Concepción. El art. 32 fué aprobado en los —305— lórminos propuestos al final de la acta de la mencionada sesión. El 33 lo fiié tam- bién en los que signen : «No podrán en la escuela los niños hacer entre sí compras, ventas o cambios de ninguna especie» — suprimiéndose el resto. Igual supresión sufrieron los artículos 35 i 30 en su totalidad. El art. 37 fué aprobado con la modificación de que las horas de enseñanza dia- rias solo serán seis en invierno en lugar de las siete que prescribia para todo tiem- po, abriéndose la escuela aun en esa estación por la tarde a las dos, i asegurando así a los niños para todo el año dos horas intermedias de descanso, que es lo menos que se consideró debian tener para ir a sus casas. El art. 38 del Reglamento prescribe una distribución de clases para las varias horas de enseñanza en las diversas escuelas; i considerando el Consejo que esa dis- tribución forzosa podría traer inconvenientes oponiéndose a la adopción de otra que quizá la práctica acredite de mejor; reparando ademas que en esc articulo se da a la enseñanza de ciertos ramos mas tiempo que a otros de mayor importancia, deter- minó que todo el referido artículo se redujese a los términos que siguen : Art. 38. La distribución de clases en las diversas escuelas de hi pi\‘vincia, se ve- rificará por el órden que designare el preceptor de acuerdo con el respectivo ins- pector de educación. En cuanto a la enseñanza relijiosa, se pondrá también de acuerdo con el Párroco del lugar. Los artículos 39 i 40 se mandaron suprimir por descender a pormenores que no conviene tengan lugar en un Reglamento. Del 43 se acordó suprimir el último párrafo por reducirse a dar la razón de la parte dispositiva que precede. La Facultad de Humanidades observa sobre el art. 4i que, para que tenga efecto su disposición, es menester se señalen fondos con que costear los premios anuales que establece, de libros para los alumnos mas distinguidos por su aprovechamioHlo i buena conducta. El Consejo encontró el mismo inconveniente, i ademas que la olr.i clase de recompensa que d propio articulo establece de que cada tres meses se pu- bliquen ante todos los demas alumnos i en presencia dcl preceptor e inspector, los progresos que se advirtieren en los mas adelantados, acaso no es la mejor calculada para la consecución de los fines que se desean. IMucho mas eficaz i menos sujeto a inconvenientes se reputó el método de una sola clase de premios, que consistirá en boletos espedidos por el preceptor a favor de los alumnos mas distinguidos por su aprovechamiento i comportacion, espresando en ellos la especie de mérito que Se los ha hecho obtener. Esto no se opondrá a que en aquellas localidades donde hu- biese fondos de que disponer para el efecto, se acuerde una vez u otra por las auto- ridades correspondientes alguna otra clase de recompensa, como la de libros que se propone, para después de los exámenes anuales. Lo que conviene evitar es que se haga obligatoria en el Reglamento una disposición que es mui probable'no se ha de cumplir. Los artículos 45 i 46 califican las faltas leves i graves que pueden cometer los alumnos. — Acerca de ellos se notó que se enumeran entre las de la I ."especie algunas que indudablemente pertenecen a la 2.", tales como las injurias verbales i de obra; el tirar pedradas a la calle aunque no se haga mal alguno i el jugar en la calle, siempreque intervenga interes. Se mandó, pues, colocar estas fdtas entre las graves enumeradas por el art. 46, suprimiendo de éste el párrafo en que habla de «las ofen- sas de obra de que resultare efusión de sangre o alguna contusión grave. El art. 47 se rcf«)rmó en estos términos: «.\ntes de hacer uso de las penas correspondientes a las faltas, sobretodo tratán- dose de las leves, el preceptor procurará reprenderlas por medio de! consejo i per- —306— siiasion, excitando en los alumnos el sentimiento de la vergüenza i el'temor de vol- ver a incurrir en ellas. Solo entrará a hacer uso del castigo en proporción al delito i j)or el orden que a continuación se espresa, cuando ninguno de los medios que hubiese empleado para desviar al alumno de sus repetidas reincidencias, hubiese surtido efecto. También el art. 48 lo fue en los que siguen : «Las faltas leves se castigarán con la privación de descanso, con la postura de rodillas o de plantón durante una hora o con dos guantes en las manos, quedando prohibido para en adelante el uso de la palmeta. En el art. 51 se varió su última frase, substituyendo la de «previo el acuerdo del inspector,» a la de «dando cuenta al inspector.» Terminado con esto el e.xámcn del insinuado Reglamento, fué levantada la sesión. mm DEL n de mai'o de issi Presidida por el señor Vicc-Rcclor, presentes los señores Tocornal, Bello, Domeyko i el Secretario. — .Aprobada el acta de la sesión de 15 del eorriente, se dió cuenta de un olicio circular del señor Ministro de Instrucción pública, anunciando la remisión, para el servicio de esta oficina, de dos ejemplares del tomo 19 del « Bolclin de las Leyes i Decretos del Gobierno;» i de una nota en que el señor Decano de Leyes anun- eia que, con fecha 7 de enero del año próximo pasado, se comunicó por la Secreta- ria de su Facultad a los señores don Manuel 3Ionlt, don José Antonio Argomedo i don Salvador Sanfuentes Torres, que hablan sido elejidos para llenar las vacantes de los señores don José Santiago Montt, don Francisco Bello i don José Miguel Irarrázaba!, el Supremo Decreto en que se previene que, si los que fueren elejidos miembros de alguna Facultad, no se incorporan en el término de seis meses, la elección quede nula de hecho i la Facultad proceda a otra nueva. Hasta ahora ninguno de los es- j)resado3 señores se ha incorporado, a pesar de hacer mas de 16 meses que se puso en su noticia el Supremo Decreto citado; por lo cual pide se manden fijar carteles, con- vocando a nuevas elecciones para las referidas tres plazas. Otro tanto cree debe ha- cerse con respecto a la vacante que en la Facultad ha dejado el falleciinienlo del señor don Miguel Zañartu. — Al 1.® de estos oficios se ordenó acusar recibo; i por lo que respecta al 2.® que so fijasen los carteles pedidos por el señor Decano. En seguida se mandó pasar a la correspondiente Comisión tres cuentas presenta- das por el señor Decano de Medicina, de la inversión que se ha dado a los fondos destinados para gastos de Secretaria de su Facultad en lodos los años 5ü i 51 i en el primer cuatrimestre del actual. Se acordó después de esto se comunicasen a la Juntado educación de Concepeion los acuerdos celebrados recientemente por el Consejo sobre el Reglamento para aquellas escuelas que la misma Junta sometió a su aprobación. Habiendo dado cuenta el Secretario de ser imposible pasar al Supremo Cobierno en el presente año el estado anual de la instrucción pública, según está dispuesto por supremo decreto, por cuanto hasta ahora apenas se lian recibido do algunos departamentos de la provincia de Colchagua i Aconcagua los estados particulares que deben servir para su formación, se ordenó dar cuenta de esta ocurrencia al se- ñor Ministro de Instrucción pública. Quedó en tabla para la sesión siguiente el plan para el establecimiento de con- —307— cursos públicos eiilre los alumnos de los diversos colejios, presentado por los seño- res Rector i don Ignacio Doraeybo; i cuya discusión quedó suspensa en la sesión del 25 de octubre del año próximo pasado, levantándose la del dia. SESIOI DEL 29 DE MAYO DE 1S52. Presidida por el señor Vico-Rector, presentes los señores Tocornal, Bello, Bezani- 11a, Salas, Domeyko i el Secretario. — Aprobada el acta de 22 del corriente, el señor Domeyko presentó al Consejo el señor don Amadeo Pissis, como miembro electo de su Facultad, que ha pronunciado ya ante ella el discurso requerido para su incor- poración-, i habiéndosele exijido el juramento i promesa de estilo, el señor Yicc- Rcctor le declaró incorporado. En seguida el mismo señor Meneses confirió el grado de Licenciado en Medicina a don Tomas James Peppard, quien recibió su título. Dióse luego cuenta: l.° de dos oficios del señor Ministro de Instrucción pública, trascribiendo otros tantos supremos decretos, por los cuales se concede de prórroga para incorporarse en la Facultad de Humanidades, un mes a don Alejandro Re- yes i dos a don Francisco Vargas Fontecilla, a virtud de los motivos que han espues- *0 les impidieron efectuar dicha incorporación dentro de los seis meses prescritos por supremo decreto de I I de noviembre de 1850 — Se mandó comunicar dichos de- cretos al señor Decano de Humanidades para que por su conduelo lleguen a noticia de los interesados. 2. " De un oficio del señor Decano interino de Matemáticas, acompañando copia del acta de la sesión que celebró su Facultad el dia 27 del corriente, con el fin de formar la lerna que ha de pasarse al Supremo Gobierno para la elección del Deca- no que debe funcionar por el tiempo que al señor Gorbea falló para enterar su pe- riodo legal, i con el de elejir un miembro que llene la vacante del mismo señor en la Facultad. Resultando haberse formado la referida lerna de los señores don Fran- cisco de B, Solar, don Ignacio Domeyko i don José Vicente Buslillos, i elejidose para meimbro reemplazante a don Jacinto Cueto, se ordenó ponerlo en noticia del Supremo Gobierno para los fines consiguientes. 3. ° De una solicitud de don Ramón Rosas, Inspector de la escuela de Talaganlc, sobre que se le mande entregar algún número de silabarios, catecismos i pizarras para distribuirlos del modo mas conveniente a los alumnos de dicha escuela, que per. lenccen todos a la clase mas indijente, i cuyos padres, no teniendo por tal motivo como subvenir a los pequeños gastos que demandan esos útiles indispensables, solo a virtud de la promesa que el mismo Inspector les ha hecho de procurárselos, han podido vencer su repugnancia a enviar sus hijos al establecimiento — En conformidad a lo que se ha acostumbrado hasta ahora con esta clase de peticiones, se acordó re- comendar la presente al señor Ministro de Instrucción pública. 4. ° De un informe del señor Decano de Medicina sobre la solicitud de don Eduar- do Bahlsen, relativa a que en virtud del titulo de Doctor en ¡Medicina i Cirujía de la Universidad de Gotlingcn que presenta, se le admita al rendimiento de las prue- bas necesarias para obtener el grado de Licenciado en Medicina por esta Universi- dad— Como el señor Decano considera suficiente esc titulo para acceder a la indicada pretcnsión, se acordó dar a ésta el curso que corresponde. En seguida el señor Domeyko presentó un mapa del volcan de Osorno i terrenos -308— íulyaccntcs, levantado por don Guillermo Dolí, pidiendo al Consejóla aiiloi izíidon co- rrespondiente para mandarlo litografiar a costa de los fondos de este cuerpo, con el fin de que acompañe a una interesante relación sobre aquellos lugares, escrita por el Doctor Pliilippi, que debe ver la luz en uno de los próximos númci'os de los Ana- les. Penetrado el Consejo de la conveniencia de publicar todas las ilustraciones posi- bles sobre esos desconocidos parajes, que tanto interés despiertan en el dia, conce- dió la autorización solicitada, debiendo solo dar cuenta el señor Domeyko en caso de no ser moderada, como se presume, la cantidad que se le pida por litografiar el i'c- ferido mapa. También el señor Decano de Medicina hizo presente que la sala en que celebran sus sesiones su Facultad i el Protoraedicato, necesita algunas i-efacciones i proveerla de un nuevo alfombrado, por bailarse el actual en sumo deterioro; a cuyos objetos, agregó, puede atenderse con los sobrantes mismos que tiene actualmente la Facultad de lo asignado para gastos de su Secretaría — Con motivo de esta indicación se re- cordó que, estando ya preparadas las piezas del nuevo instituto a donde debe trasla- darse la Universidad i por consiguiente el Protomedicato, como anexo a la Facultad do Medicina, convendría, para no emprender un gasto que después sea i)rcciso repe- tir, se pusiese el señor Decano de acuerdo con el señor Delegado Universitario sobre la pieza que en aquel edificio ba de ocupar su Facultad, i formado el cálculo de lo preciso para su preparación, diese el mismo señor Decano cuenta para acordar lo conveniente. Asi quedó convenido. Procedióse después de esto a la discusión del proyecto de Pveglamento para los con- cursos públicos de todos los Colejios de Santiago, que quedó en tabla en la sesión precedente, i está copiado en la acta del 23 de octubre de 1851. Los tres primeros artículos fueron aprobados en los tÓMuninos que constan de dicha acta — Se acordó la supresión del 4.“ por no juzgarse conveniente la csclusion dcl concurso de jóven alguno por el mero motivo de su edad. Al tratar del articulo 5.“ se creyó oportuno que la comisión de jueces en los con- cursos solo se componga de miembros Universitarios, no concediendo a los colejios concurrentes sino la facultad de enviar cada uno un representante que presencie to- dos los actos del concurso, i baga las representaciones que estime del caso ante la in- sinuada comisión — Por tanto, el referido articulo fué aprobado en los términos que siguen: Articulo 5.° El P»cclor de la Universidad, con aprobación dcl iMinistro de Instruc- ción pública, designará el dia en (pie debe celebrase cada concurso i liará entónccs la elección de los miembros Universitarios que han de formar la comisión de jueces según las diferentes materias, i del miembro Universitario (pie, con el nombre de Delegado Inspector, deberá presidir i mantener el órden en la cala do trabajos. Los artículos 6.°. 7.” i 8.”, fueron aprobados sin alteración. Conforme a lo acordado al tratar del articulo 5.“, el t)." fué aprobado en los si- guientes términos: Articulo ü — Gula colejio concurrente tendrá derecho de enviar un representante que presencie los concursos de cada materia, i baga las representaciones que estime con- venientes ante la respectiva comisión de jueces.» J'il articulo 10 se reformó de esta manera: El Ucetor de la Universid id nombrará por lo ménos, para cada materia del con- curso, tres jueces de la res[)ecliva Facultad, pudiéndose aumentar este número al ar- bitrio del mismo Itector. El articulo 11 fué aprobado sin alteración; i el 12 también lo fué, pero con la si- guiente: Articulo t2 —Todos los concurrentes para cada materia trabajarán en un salón ba- —309— jo la vijilancia tlol representante del Colejio a que pertenezcan, i estos representan- tes serán presididos por el Inspector Delegado Universitario de que habla el artí- culo 5.° Los artículos 13, H i 15 fueron aprobados sin otra variación que la de substituir la palabra representantes a la de inspectores al final del último, para guardar con- sonancia con lo acordado mas arriba. De los artículos IG i 17 se formó uno solo en los términos que siguen: Articulo 16— Se tendrá cuidado de que no se introduzca otra cosa en el salón don. de trabajen los concurrentes, que Diccionarios i Gramáticas, i el número de ejem- plares que fuere preciso del texto sobre que se haya de trabajar. Los artículos subsiguientes hasta el 22 con que termina el proyecto, fueron todos aprobados, alterándose solamente la numeración en virtud de la refundición en un solo artículo hecha de los dos precedentes. Terminada con esto esa discusión, el señor Vice-Rector dijo: que en su concepto era de absoluta necesidad, para que puedan tener efecto los concursos públicos que se trata de establecer, que se planteen previamente en las clases los concursos priva- dos entre sus propios alumnos, a fin que asi estos tengan el conveniente ejercicio ¡ preparación. Proponía en consecuencia se agregase al final del Reglamento que aca- ba de discutirse, otro artículo en que se hiciese obligatorio semejante método de concursos privados para todas las clases que pueden entrar en los públicos; so pena que el Colejio que no hubiese cumplido con esta prescripción, no fuese admitido al concurso. Otros señores del Consejo temieron que una orden de esa naturaleza fue- se acaso a ser un motivo para que, desalentados muchos establecimientos, se abstu- viesen de concurrir i viniese así a quedar sin efecto desde sus principios la útil me- dida que se quiere plantear. Conviniendo sin embargo todos en la oportunidad de la indicación del señor Vice-Rector, quedó acordado: que aunque no se insertará en el Reglamento mismo semejante prescripción, tan luego como éste haya sido san- cionado por el Supremo Gobierno, al comunicarlo a los diversos establecimientos, se les haga a nombre del Consejo una recomendación para que establezcan en sus cla- ses tales concursos privados, como el medio mas oportuno que puede adoptarse, do preparar a los alumnos para los públicos — Después de cuyo acuerdo, fué levanta-, da la -sesión. má: . f|W|K» i> kt*~ \ Íi“;‘ 1*» ^ > . I .J# **-‘**' ■••'»■ -j :*,. '■ í-’y l' ;»•'*' ■ ' , < I >Á k . . V « ( k . A.'#) -»dtr»¡a»t*fh <**!»* I «. .«»í>i<7Tq v^i# ^ «m. 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No hai máxima mas peligrosa i mas antisocial que aq,uella de los que hacen resul- tar la sociedad i todas las instituciones que de ella se derivan, como de un contrato wijjnario, Ln cualquiera época que consideremos al homtvce, aun liumillado i abatida por su decadencia, siempre i por todas partes encontramos la familia constiluida, la propiedad reconocida, el gobierno establecido, en una palabra, existiendo en sociedad- Creer que el hombre ha podido subsistir un periodo mas o inéiios largo fuera de la sociedad, es lo mismo que pensar que ha podido vivir sin las necesidades físicas ne-- cesarías i anexas a la vid,i material. — El hombre es esencialmente social, i no tiene existencia posible fuera de la sociedad. Si es imposible transportarnos a una época anterior al establecimiento de la socie- dad, no lo es encontrar en los anales del mundo la- tierra dcsiioblada i no ofrecien- do al primer ocupante sino desiertas e incomunensurablcs soledades. Los primeros i^ue con sus fimilias se avanzaron'a rejiones incógnitas i desoladas, debieron armar- se de toda su fuerza, de toda su audacia, para combatir i vencer una naturaleza ene- miga qjie por todas partes no les ofrecía sino peligros i desgracias, ya rocliazando las bestias feroces, ya désabrojando la tierra rebelde a la cultura i creándose liabilacio- lu's mas que cómodas seguras^ — Estos no llegaron a ser propietarios sino con el su- dor de su rostro i con peligro de su propia existencia — i la propiedad fué para ellos el botín después del porfiado combate de la inlelijcncia con la materia inerte i bru- tal, Impriinicrou en el suelo la efijie del hombre por luchas las mas veces sangrien- tas i siempre acompañadas de vigorosos i cnérjicos esfuerzos;,asi la poética imajinaciou de la edad media en vez de envidiar tan lejitiiivas conquistas, convirtió los primeros ocupantes en seini-dioscs, triliutándolcssu respeto i admiración, — Iva antigüedad con- tó a Hércules que supo doWegar la naturaleza con su fuerza heroica — Nuestra edad media lumra como tantos a los solitarios que fecundaron el suelo abandonado i arro- jaron las priim'ras semillas de la civilizaciou, en medio de la oscuridad i la barbarie, de[)ositanor decirlo asi, encerrado dentro del circulo de sus de- beres, por medio de una ocupación constante que no le deja obrar el mal. De ordi* nario el lujo produce la avaricia; esta, la injusticia i la violencia, compañeras casi in* separables de las riquezas. De aquí se orijinan los males que aquejan a las grandes [)oblaciones en to- ¿ i c>- d i el raciocinio, al deducir el rcsidtado de la multiplicación de las dos diferencias es esactamenle el mismo que si tuviésemos que multipücir las diferencias; 7—3 i 9—5 I enta! caso no se ve en lo mas miniino la multiplicación de dos números negati- vos.— S : comete por consiguiente un error evidente dando una demostración por jcneral que no está fundada sino en casos especiales. En fin, haí quienes creen que una diferencia cuyo sustrayendo es mayor que el mi- nuendo, sea cosa absurda, pero por ser mui útil el cálculo con tales diferencias a números negativos, se pueda efectuar cálculo con ellos i ver el resultado que salga. En la conocida obra de Francteur (paj. 147) encontramos un paso que dice literal- mente, *'Si los términos que nos proponemos dividir tuviesen ambos el signo negativo, el » cuociente tendrá el signo ( Es preciso que consideremos esto como un simple » resultado del cálculo, sin que nos empeñemos en esplicar lo que puede significar la » división de los términos cumdo no son ambos positivos.” 1 en (páj. 170): “Sin embargo de ser a — b una cosa absurda, si b>a, para llenar el objeto que se » propone el Aljebra, convenimos en practicar con las cantidades negativas aisladas » los misntas cálculos que si estuviesen acompañados de otras magnitudes.” Tal opinión es diamctralmente opuesta al verdadero espíritu i objeto que se pro- pone el Aljebra, Es un error mui grande creer que se pqcda calcular ciegamente sin examinar el contenido de la cuestión i aguardar el resultado que salga, puesto que lodo cálculo consiste en efectuar operaciones, i la idea de operación requiere conocer necesariamente el objeto que ha de someterse al cálculo. Este modo de en.scñar el Aljebra no es mas que la imitación de ciertos usos una vez introducidos obliga al estudiante a adoptarlos sin razón, a pesar de que en este ramo de las matemáticas el raciocinio vale mas que todo, —32a— Tfodo cuanto acabo de decir relativamente al cálenlo con números negativos, puedo estender a las cantidades imajinarias, i para tener una prueba léase en la citada obra de Francocur (páj. 202) el paso que diré: “Sumar, multiplicar, etc., cantidades imajinarias, son operaciones cuya csplica- » don nos es imposible dar; sin embargo, convenimos en efectuar estos cálculos con » las imajinarias, como si estas fuesen verdaderas cantidades, etc.” Queda de este modo una gran parte de! cálculo que está fundado en convenios en lugar de razones, i que carece todavía de luz. A esta fdta de precisión i determinación exacta que requiere la introducción de espresiones negativas e imajinarias en el cálcalo, i la completa üicertidumbre de la dcíinicion de las leyes de operación relativas a ellas, se deben naturalmente la arbi- trariedad, inseguridad i hasta los errores reales que reparamos en la aplicación del Aljebra a otros ramos de las matemáticas. Es una opinión errónea creer qne en la aplicaciou del cálculo todo resultado ha de tener necsariamente un sentido, o con otras palabras, que todo resultado del cálculo es una resolución del problema pro- pnesto. Si buscamos el motivo de esa asersion, hallaremos siempre que ella viene de que se supone poder calcular las magnitudes i no los números abstractos. Mas en la aplicación dcl cálculo, p. e., a la jeometria, mecánica, etc,, tenemos que pasar siempre por las operaciones siguientesr 1, buscamos la dependencia en que está una magnitud de otra, lo cual conseguimos por el conocimiento de tas propiedades fun- damentales de las magnitudes (Teoremas de la jeometria, mecánica, etc.); 2, tradu- cimos según está el problema propuesto en una ecuación, i 3, r<^solvcmos esa ecua- ción, en la cual no puede haber sino números abstractos, e indagamos si el número que nos dá el cálculo por resultado, considerado como el número de medida, es apli- cable a la magnitud propuesta o no. Preguntando, p, e., en un problema, por el número de cuadras cuadradas que contiene una area, ¿un resultado negativo tendría un sentido? mui a menudo ocurrre en la aplicación del Aljebra a la jeometria i me- cánica, que el resultado del cálcalo se presenta bajo la forma negativa i se acostum- bra entonces, si la magnitud de que se trata es una línea, a referir el signo ( — ) a la dirección de la linea; es decir, se toma la linea buscada en la dirección opuesta a ía que corresponde al signo ( i- ); de modo que .es costumbre hablar de líneas positi- vas i negativas, asi como en la mecánica dsi modo análogo se habla de fuerzas posi- tivas i negativas. No pertenece al objeto de esa memoria hacer ver la razón por que se puede considerar los signos de operación (-t- ) i ( — ) propios del cálculo como signos de distinción de la dirección i reciprocamente porque se puede espresar la diferen- cia en la dirección por los signos de opeiacion (-¡-,) i ( — ); solo voi a observar a esta ocasión que hai casos excepcionales en la mencionada regla, i que se debe proceder en tales casos con precaución para evitar errores. Para tener una prueba convinccptc de lo dicho, resuélvase el problema siguiente: Dado un circulo, cuyo radio es igual r i un punto P fuera del circulo cuya dis- tancia al centro es— a; pídese tirar por este punto una linea cuyo punto que cabe en el circulo sea b. Jáa propiedad del círculo nos conduce a la ecuación: X (X^ O^('--a) {a-rj designándose por X el número do medida que espresa la porción de la línea buscada desde P hasta le circunferencia. El cálculo nos da por la resolución de esa ecuación los dos valores^ Dj Io5 qnc ol tm es siempre positivo i el otro negativo. En el caso mas sencillo, en que 6^2r, obtendríamos: X —i'a — rj X =— (a t rJ a—r\a ■- r espresan como se vó luego las distancias del punto P a los dos puntos de intcrccion de la circunferencia del circulo, mas estas no se bailan colocadas en di- reciones contrarias, aunque la una tiene el signo ( — ), la otra el signo ( — ). Sacamos de esto la conclusión de que los signos ( f ) i ( — ), que nos dá el cálculo tratándose de lincas, no se refieren siempre a direcciones opuestas. En fin. queda según este método incierto si las leyes de la Aritmética son jenera- Ics, miéntras sabemos que efectivamente no lo son. Todos estos defectos e imperfecciones de este ramo del cálculo se evitan por el mé- todo pjimero introducido por Obm i perfeccionado i adaptado después por otros jeómetras a la enseñanza de la Aritmética, i del cual voi a esponer los principios fnndamcntales. Antes de entrar en esa csposicion juzgo oportuno observar que en la Aritmética no entra do ningún modo la idea de la mignitud sino el número abstracto, i a este solo se refieren las teorías de esa ciencia. Se sabe también que bai varias especies de nú- meros abstractos, como son los enteros, quebrados, etc,; pero de todas estas los que en la Aritmética sirven de punto de partid i son los enteros que se llaman también númerss naturales, para distinguirlos de los demas llamados números artificiales que scorijinan de aquellos de un modo artificial (por operaciones aritméticas) i para indicar el modo tan natural i sencillo como llegamos a la idea de ellos. Siempre que tratamos de contar objetos esteriores resulta el número natural i nunca puede ser el resultado de tal operación un número artificial como p. e. una fracción, pues si con- sideramos v. g. la espresion: 3 2/5 vSras veremos luego que tal espresion es el resul- tado de dos operaciones distintas; en la priuicra es la unidad: «ua vara mréntras en la segunda os la unidad: (1/5 varas). La unidad no tiene por consiguiente la propie- dad de ser divisible i solo la consideración anticipada del papel que bacen los núme- ros al determinar la cstension de una magnitud ba conducido a la definición defec- tuosa de estos números que encontramos comunmente en los tratados. El objeto de la Aritmética Jencral (en su acepción actualmente usada i jencral- racnte adoptada en Alemania), es de combinar los números naturales según ciertos modos c indagar las relaciones que tienen entre si estas combinaciones. La primera i mas sencilla délas combinaciones de dos i mas números es la adición; si los núme- ros que Inu de agregarse son iguales entonces se llama la operación la multiplica ■ don, i si finalmente los elemontos (factores) de esta son iguales, entonces tenemos la elevación a potencias. Asi no b ii m i.s que tros modos distintos pára formar sintéti- camente de dos números un número nuevo, i para rtqnosenlar estas tres operaciones sirven los signos a ^ b , a b , a^' Ahora podemos proceder analiticamente suponiendo conocido el valor dol número que ba resultado de la combinación de. dos números i el valor del primero o dol se- gundo de estos últimos, para determinar el segundo o el primero. Mas so sabe (pte —527— en las primeras dos operaciones los dos casos se confunden, i que solo en la tercera operación se confunden las di)s operaciones distintas, de modo que quedan cuatro operaciones distintas, indicadas por los signos b i a — 6, a; h, Va, loga Existen por consiguiente siete operaciones distintas que podemos efectuar con dos números i la relación referida en que están las cuatro últimas a las tres primeras, lia dado lugar para llamar estas operaciones directas, mientras aquellas son operaciones indirectas. Podemos ahora espresar el objeto de la Aritmética, diciendo que esa ciencia enseña combinar dos números según el modo que indican estos siete signos i hace conocer las relaciones que tienen entre si, p. e., entre el producto i la suma hai la relación siguiente* Ca ^ h)c ac - he Entiéndese que lo que llamo Aritmética Jeneral es otra cosa que lo que se llama comunmente Aritmética, \ knlcs do pasar mas adelante será oportuno esponer la rela- ción que ellos tiene la Aritmética Jeneral con los ramos subordinados , i la que existe entre estos últimos. Los ramos subordinados son: 1, la Aritmélcca especial a la que pertenece el cálculo de letras i el cálculo de cifras. 2, el Aljehra. En lodos los casos de aplicación del cálculo tenemos que deducir de la ecuación que nos dá un problema, otra ecuación que nos conduce a cierto objeto que nos pro- ponemos. Esa deducción, objeto del cálculo, se efectúa según las leyes que ha de enseñar la Aritmética Jeneral, i es las mas veces una lijera aplicación de ellas. El número de estas leyes se deja reducir a las trece fórmulas siguientes: h 6 c h h,a'-h h V- a A, ah ha 8, (o) -(a) h b 2, fa^hj = [a ^ c)—b 5, fa h) c-(a c)b 9, [Ya) —a b 3, [a — h)^h-a 6, (a:h).h a 10, & loga=a b ^ C be 7, [a j- h) c—ac^ he 11.a =a a he be 1 2, a = (a ) c ce 1 3, [ah) =a h En la deducción de una ecuación de la otra, pueden ocurrir dos casos distintos; a saber: si deducimos de la ecuación A —B la siguiente C=zD, entonces puede su- ceder: 1, que .1 i C, como B i D, se distinguen solo por la forma, o bien 2, por el valor. En el primer caso se necesitan formas idénticas, que son las mismas que nos sub- ministra la Aritmética Jeneral en las trece fórmulas arriba citadas. — El objeto de la Aritmética especial es al contrario dar a la ecuación A— B en conformidad con las trece fórmulas citadas, una forma particular i determinada, p. c., a la Aritmética especial pertenece la transformación dcl cuociente: 42 I —zn— X- -1- a ^ a en la suma: X* -{- a X + a*+ a(l — a*] ; etc. a+ X Si ademas los números están representados por cifras se pide dar a las combina- ciones de los números la forma decenal o lo que es la misma cosa la forma de una suma cuyos términos tienen 10 por factor elevado a diversas potencias; p. c. la su- ma 2’ -be puede trasforraarse en la Aritmética especial en muchas otras formas: 2" -f (2.3)‘— 2" + 2* (1 -| 3. 3') etc. Pero en el cálculo de cifras no se pide sino la única forma: 1304 la cual es la abreviación de 1- 10" -f 3. 10» f 0, 10' -f- 4. 10». El objeto de este último modo de operar es dirá las varias combinaciones de los nú. meros una forma común, para hacer su comparación la mas fácil posible. He aquí la analojia que existe entre ia Aritmética i el cálculo superior, puesto que en este último se nos enseña un método mui Jeneral (los teorémas de Taylor i iMaclaurin) para trasformir las mas variadas combinaciones de los números en una suma, cuyos términos tienen un número cualquiera por factor elevado a diversas potencias. En el segundo caso en que A i G no tieneen el mismo valor se emplean las mis- mas t3 fórmulas con la seguridad de que ofectuadas las mismas operaciones con dos cantidades iguales, resultan otras dos cantidades iguales. Se intenta aqui siempre dar a la ecuación una forma determinada en la cual se espresa la resolución del prob.e- ma propuesto i las respectivas reglas i modos para conseguir esto, forman el objeto del Aljebra. Volvamos a nuestro asunto i al método propuesto. Este método he dicho no supo- ne sino la idea del número natural i considera todas las demas especies de números como resultados de operaciones efectuadas sobre los números naturales. Esta abso- luta necesidad de no admitir sino los números naturales proviene de que en la apli- cación del cálculo se presentan casos en que ciertas especies de números como p. e. las fracciones ya no tienen sentido alguno, lo cual depende de la naturaleza de la magnitud considerada. Si quedase alguna duda acerca de lo dicho citarémos las es- presiones imajinarias, puesto que no hai magnitud alguna en la naturaleza que sean imajinarias i por consiguiente al fin del cálculo hemos de considerar estos números solo como unos resultados dcl cálculo. Por este motivo tiene este método la ventaja indisputable de la sencillez i perfección i ademas verémos en el curso de esto que no puede hidaer otro método distinto de este si pretende tratar las diversas especies de números cientificamenle. Hallamos en las tres operaciones directas: a -j- d , a b , ab Siempre un número natural, pero en pocos casos lo hallamos en las operacioncf indirectas: b b a — b ; a : b •, Va ; loga —339— P. e la división 17: 4 no dá un núinoro natural porque en la serie de estos ns hai número que mulliplicado por 4 dé 17 ele. Mas si representamos los números por letras no podemos saber desde lue^^o si el signo (a : b) es igual a un número natural o no i como tales signos pudieran en el curso del cálculo entrar de nuevo como elementos de las operaciones directas que harémos con ellos! puesto que las definiciones de estas operaciones no se refieren sino a números naturales. — Para remover esta dificultad no hai mas que dos modos de proceder: 1, introducir una nocion mas jcneral del número o bien 3. hacer menos limitada la defidicion de la operación, tomando solo los núme- ros naturales por punto de partida. El primer modo no es practicable por razón de que hasta ahora no ha sido posi- ble dar una definición del número tan jeneral que abrace al mismo tiempo las es- presiones imajinarias i de que ademas la ejecución queda defectuosa como lo hace ver lo arriba espucslo. El segundo modo iienc mejor éxito i forma lo esencial del método que voi a es- poner. Obsérvese que miéntras los números están representados por letras toda operación no puede efectuarse sino solo indicarse el jénero i curso de la operación respectiva p. e. la espresion (a-j-b) nos indica que al número a tenemos que agregar b i por con- siguiente la adición de los dos números no es mas que la acción de juntar los dos números por el signo ( +) asi como la sustracción de dos números consiste en poner el signo ( — ) entre ellos. La forma sola (a-fb) es una suma i bien distinta de lo que se llama suma en el cálculo- de las cifras. En caso que a i b son números naturales tendrá esta suma un valor p. e. la suma de 7 i 9 es 7-^-9 i su valor: 16; en el caso contrario como número no tiene valor alguno. El objeto principal i final de la Aritmética jeneral es ahora indagar si se puede cometer un error, calculando las sumas, diferencias etc de los números, que no son números naturales, valiéndose de las mismas reglas que sirven para los números na- turales, c como estas reglas pueden reducirse a las 13 fórmulas (ecuaciones funda- mentóles) se trata de saber si ellas dan resultados exactos aun cuando a i b no son a números naturales p. e. si en lugar de — b. puede ponerse todavía a aun cuando a i b b o uno de e'los son fracciones, números irracionales o espresinnes imajinarias etc. Para ejecutar esto con la mayor jeneralidad se debe indagar si la validez de estas ecuaciones fundamentales es independiente de a i b. sea cual fuera la cosa que pre- sentan estas letras. Mas si dejamos de representar a i b cosa canlidaliva entonces pierden los signos ( ), ( — ), V. etc. su significación de signos de operación i uu queda mas que la mera forma. La espresion (a -f b) tendrá entonces la forma de un,i suma, sin ser tal en realidad, porque si a i b puedan representar cosa cualquiera o si hacemos abstracción del elemento cantitativo, el signo ( 4 ) no recuerda mas la idea de efectuar una operación sino es solo signo de distinción de otras formas, como p. e. de : a — b ; Va etc. Distinguimos así dos jeneros de sumas, diferencias etc. de losqueel primero com- prende las sumas de números, diferencias de números etc. i el segundo las sumas de signos, diferencias de signos etc. Una suma de signos, diferencias de signos se caracteriza pues solo por la forma i por ciertas propiedades que se llaman propiedades analUiias. Asi es la propiedad analítica de la suma (a b) la da poderse cambiar con la forma (b a), lo que s« escribe: ■" —330— a _ b b _ a , ele Talvez se consiib'iará tal ¡novación i tan alio grado de abstracción por alrcvida, en particular para la enseñanza, mas es fácil tiacer ver que cada uno que lia estu- diado Aritmética i practicado cálculos sin haber escluido espresiones imajinaria» no ha hecho en verdad otra cosa mas que calcular con meras formas sin haber pensado en esto desgraciadamente; pues las espresiones imajinarias no tienen valor de nú- mero, ni tienen algún sentido en la aplicación, son por esa razón nada mas que me- ras formas que están caracterizadas por propiedades analíticas. Ademas de esto no es la introducción de estas formas en la Aritmética cosa nueva del lodo, pues h dlamos ya en le tercera lección de la obra de Lagrange. Lecciones sobro e! cálculo de las funciones aludido a la conveniencia de delinir la potencia como una forma carac- terizada por propiedades analíticas, .lias larde ha tratado Ohm con la mayor proliji- dad i metódicamente este modo de definición i la mejor prueba de la conveniencia i utilidad de osle proceder nos dan los brillantes resultados que ha obtenido la en- señanza según este método. En cuanto a la ejecución de ese método en particular observaré que entre las for- mas tan jenerales no puede haber relaciones naturales; al contrario estas han de cs- blecerse de un modo artificial, declarando ciertas de estas formas idénticas, por lo cual se espresa su propiedad analítica. Propiamente dicho queda arbitrario, cuales son de estas formas las que se declaran idénticas, mas se tiene con esto en vista de que estas formas den al mismo tiempo las leyes del cálculo para números en caso que pongamos en lugar p. e. de una suma de signos una suma de números. Por me- dio de unos pocos axiomas se puede después deducir de las formas declaradas idénti- cas i que forman ecuaciones, otras quo son otras tantas reglas del cálculo. Solo la que hai de mui importante e indispensable, al lomar las propiedades analíticas por punto de partida es indagar si ellas son compatibles entre si, o con otras palabras si la existencia simultánea de estas ecuaciones no puede orijinar una contradicción i en caso que si, se ha de determinar la condición con que deben cumplir los elementos para que tal contradicción tenga lugar. Para poder reconocer esto sirven los axiomas mencionados. Gomo podemos imajinarnos cualquiera forma de números como el re- sultado de una o mas operaciones efectuadas sobre números naturales tendremos en aquella condición las formas de número para las que las reglas de cálculo pierden su validez o con otras palabras tenemos con oslas los casos de cscepcion de las leyes do la Aritmética. Pára mayor inlelijencia del asunto voi a indicar la marcha que se debe seguir en la adición i sustracción. Como ecuaciones fundamentales se declaran las siguientes; 1 . a i) b a. 2. ;‘a b) -f c - C(i c) ^b 3. (\i — bj 4 n. Pero bien entendido que estas son formas de signos, en las que según lo espue.sio a i b son signos jenerales i los signos ( -, ) i ( — ) no indican operaciones, (lomo jirin- cipios o axiomas que sirven para ver si estas ecuaciones son compatibles entre si i para deducir otras ponemos dos, a saber: 1. si c -fl) a i c b d, entonces puede cambiarse a con d. 2. si c 4- b --a i g 4 b d, entonces son c i g signos de valor distinto (lo que quie- re decir que no pueden cambiarse) si lo son a i d. — 3'VI — Por unn discusión de esas ecuaciones resulta ahora, que nunca puede haber una contradicción entre ellas con tal que solo los principios sean exactos (lo cual está l'uera de duda alguna) i como una consecuencia necesaria se deducen entonces las siguientes: 2. ('a-bJ-\-c=fa^cJ — b=a —fb—cj 5. fa-j-bj— c=fa — cJ-{-b—a-\-fb — cJ 4. f(i—bj — c—fa — cJ — b=n—(b-\-cJ 5. rt-|-o=o-f-«=«: a— o— a } -cJ—a — f-^-cJ i Ahora nada mas fácil que hacer ver que las tres ecuaciones fundamentales quedan exactas si a, b i c representan númaros naturales i los signos (-f) i (— ) signos de operación, o con otras palabras si ponemos sumas i diferencias de los números en lugar de sumas i diferencias de los signos i por consiguiente deben ser válidas tam- bién las 6 ecuacionas deducidas. Se sabe que la diferencia a — b tiene un valor numérico solo cuando b . Ire la libertad del ciudadano i la librea del vasallo. .lamas estos países liabian sufri- do tan pesado despotismo. Los mas ilustres de esa cohorte de jencrosos republicanos fueron la victima de brutales ultrajes i el lujo de la arbitrariedad llegó al exceso de no permitir el libre tránsito por las calles desde las primeras horas de la noche. Algunos lograron, sin embargo, escapar de los garras de la tiranía i buscar en tie- rra eslraña, aunque amiga, los elementos de que carecían para recobrar la indepen- dencia perdida. Del otro lado de los Andes encontraron eco los doloridos acentos del patriotismo. Alli se estrecharon todos los cruzados de la libertad, i jurando unir sus esfuerzos para combatir al enemigo común, emprendiéronla campaña mas diíicil de que la historia tiene noticia, INada importó al ejército chileno-arjenlino lo escal- pado de las cordilleras mas elevadas del globo; nada la exigüidad de los recursos con que contaba; nada la inferioridad de su disciplina respecto de aquel con quien iba a lidiar; nada en lin la consideración de marcliar acia un país ocupado por l'norzas enemigas que estaban en posesión de los caudales i do eiiantí) este podía proporcio- nar. La gloriosa tarca (|uc se Inbia impuesto le hizo salvar las diííeultades i dirijir- se con [wso seguro a arrostrar toda clase de peligru.s. lí. ISIS— 1823. Chacabuco fue el precursor de la restauración de Chile. C1 gobierno colonial tuvo que hnir despavorido a presencia de la bravura del ejereilo aliado. El cañón de los libres hirió de muerte esa dominación caduca que no salisficia ninguna exijencia i que con mano de fieiro prclendia perpetuar nnréjimen ijue no cuadraba ya con la situación de estos países. El pueblo do Santiago neibió entusiasta ai li.'ióieo venee- dor confiriendo la autoridad suprema al jeueral O’lliggins, uno iica. 1831—1850. La historia dirá, sin que el juicio de los contemporáneos pueda estorbarlo, que solo en 1830 concluyó ese período de desorganización por donde no puede ménos que pa- sar una sociedad naciente que salía del caos de la colonia para entrar de lleno en la vida tempestuosa de las Repúblicas. Cuno pues, en suerte al Gobierno del Jeneral Prieto dominar una situación por demas difícil; dar a las ideas i a las instituciones mismas un rumbo opuesto a aquel por donde se habían encaminado hasta entonces; cambiar, en una palabra, la faz de la República. A la confusión tuvo que sustituir el órden, a la instabilidad de los Gobiernos el imperio absoluto de la lei. La nueva situación hizo surjir nuevas necesidades, i estas debieron al punto tradu- cirse en leyes. El cansancio de la lucha recien concluida encaminó todas las miradas a un suspirado blanco. Orden era la voz que por todas parles se escuchaba, i orden tuvo el Gobierno que asegurar. La Constitución de 1833 correspondió a las esperanzas del pais. Organizando un Gobierno con la suma de poder necesario para hacer en adelante imposible un des* quiciamienlo social; dando a los ciudadanos las garantías de que se goza en los paises mas libres del mundo; respetando todos los derechos i dejando espedilas todas las vías del progreso material i moral, aquella Constituciou ha merecido ser considerad.a como el Código fundamental mas perfecto que se conozca en la America española. El mejor elojio que de ella pudiera hacerse consiste en el órden de que hoi disfrutamos. Los habitantes de Chile, como los de las demas Repúblicas hermanas, teníamos abso- luta identidad de orijen, de relijion, de idioma, de leyes, usos i costumbres, i solo nos diferenciábamos en que nuestra ilustración i riqueza quedaban mui atras de la ilustración i riqueza que las otras habían alcanzado. Con todo, i a pesar de que la vida política de estos pueblos ha tenido igual duración, ios unos jimen bajo el peso del despotismo, otros descienden del rango que ocupaban aun durante el coloniaje, otros fabrican recien el pedestal en que ha de descansar el órden que empiezan a gozar, i que han desconocido hasta el presente; al paso que Chile aparece protestan- do contra la creencia, por desgracia bastante jencralizada en el mundo, de que el porvenir de la América está vinculado fatalmente a interminables revueltas en que ningún principio elevado campea. La paz, a cuya sombra se ha formado una jenera- cion vigorosa e intclijente; la paz, que ha desarrollado de un modo prodijioso los jérmenes de riqueza con que la Providencia doló a Chile; esa paz, que en vano se ha pretendido arrancar de un suelo en que tantas i tan profundas raíces tiene, es el mas bello timbre de la Constitución de 1833. Tras del órden debía naturalmente venir la introducción de reformas en todos los ramos de la administración. El político debe observarla marcha de los acontecimien- tos que se desenvuelven a su alrededor, estudiar las exijcncias de la situación i ade- lantarse a satisfacerlas ántes que un golpe de mano venga a turbar el sociego público en nombre de esas mismas exijencias. La necesidad do aumentar el bienestar de las clases trabajadoras, colocándolas al alcance de los goces de la vida civilizada i en ap- titud de proporcionarse un capital cualquiera, es jeneralmcnle reconocida por los 44 —lU— mns emi nenies esladislas. Diversos sistemas se han ensayado con mas o menos fruto; claras intelijencias han consagrado sus rijilias a la solueion de cuestión tan capital; i sin embargo, la dificultad subsiste en pie en el viejo continente, sin que se divise aun el nudio de salvar del naufrajio que amenaza el porvenir de la civilización euro- pea. Parle mui principal ha cabido en esta critica coyuntura a los Gobiernos que haciéndose sordos a las manifestaciones de la opinión, han puesto las armas en ma- nos dol pueblo para reclamar derechos que se le negaban sin justicia. Esos Gobier- nos. resistiendo al torrente de ideas que el éxito de la revolución americana ha hecho irresistible, cabaron por sí mismos la fosa en que debian sepuUar.se para siempre, i dieron uúrjen a que la reacción popular propalase las mas abominables doctrinas i ensangrentase el periodo de la historia que se abre el 24 de febrero de 1848. Asi es como la imprevisión administrativa i la obsecacion en seguir sistemas caducos, han estorbado quizá por un término indefinido la marcha progresiva de la humanidad, introduciendo en sus entrañas un cáncer que tarde o temprano las ha de roer. Aunque las sociedades americanas no están organizadas bajo condiciones idénticas a aquellas que han orijinado la conflagración europea, no por eso es imajinario el peligro de dejar subsistentes las causas que pudieran producirlas. Las repúblicas de orijen español han dado mas de un ejemplo funesto de los excesos a que los pueblos se entregan cuando no se ha procurado de antemano ilustrar su intelijeticia i desen- volver los elementos que pueden constituir su riqueza. La misma organización del sistema representativo hace que el corazón del republicano jire dentro de una órbita mas dilatada; que sus aspiraciones lleguen mas allá del lugar a que alcanzan )as del súbdito, i que se demande con mas imperio la atención que el gobernante de- be a los intereses de sus comitentes. Por no comprender estas sencillas nociones, es (]ue el sistema democrático ha dcjcnenido en muchos puntos dcl continente, i que los hombres pensadores se aílijcn del oscuro porvenir que le aguarda. Cenlro-.\mé- rica, Buenos. Aires i Bolivia se han visto entregados a la dirección estúpida de masas ignorantes i de ningún modo preparadas para desempeñar el rol en que se las ha visto figurar. Un osado aventurero ha sabido dominarlas esplotando en provecho pro. pío las ventajas que le proporciona el tosco pedestal en que su poder se cimenta. Despotismo, embrutecimiento, corrupción, i todas las plagas que pueden aflijir aúna sociedad organizada, han sido la consecuenoia lójica de sistema tan absurdo. Pregun- tad a esos gobiernos, qué es lo que han hecho para preparar a sus pueblos a la vida activa de la democracia. Preguntadles si es posible que por una ilusión óptica, si por un encantamiento incomprensible, se puede cambiar en un instante la túnica dcl co- lono en el vestido dcl ciudadano. Su respuesta será desconsoladora. Ellos os dirán que no supieron darse cuenta de lo que importaba el cambio político efectuado en estas rejiones, sin que tal escusa les valga para eximirse dcl fallo que sobre ellos pro- nunciará la historia. Chile ha andado a este respecto mas feliz. Los hombres que lo han rejido en estos últimos veinte años han comprendido mui bien que el pueblo no es una entidad que sale perfecta de manos del Criador. Ellos sabian que es preciso precaverse con tiem- po contra los peligros (jue inevitablemente traen consigo la ignorancia i la miseria; i en su previsión, han escudriñado los medios mas apropósilo para salvar al pais do azote tan terrible. El hombre, para satisfacer su ambición, necesita que se consulten i se protejan sus intereses lum’ales i materiales. Los primeros, por medio del cultivo de la inlelijcncia: los segundos, por el fomento que se dispense a la industria, .\mbos olqelos han me- recido la atención preferente del gobierno que hemos tenido en la época que des. cribo. Compárese c! grado de importancia que hoi tiene la instrucción científica con el que tuvo durante las administraciones anteriores, i se verá que la ciencia ocupa un lugar preferente; que el estudio de nuevos ramos ha venido a enriquecer los conoci- mientos de nuestra juventud; que la confección de textos para la enseñanza ha faci- litado los medios de mejorar la instrucción; que la apertura de nuevos cursos ha a- bierto el camino para dedicarse a profesiones lucrativas, desconocidas antes entre no- sotros; i que por fin, hemos llegado a un punto mui distante de aquel que han logra- do alcanzar las demas repúblicas de nuestro mismo orijen. La educación primaria, ese precioso vehiculo para difundir en el pueblo el cono, cimiento de sus verdaderos intereses, ha sido en esta última época el blanco a que se han dirijido tos esfuerzos del Gobierno. Estableciendo escudasen todas partes, criaii- do un brillante plantel de preceptores, distribuyendo a manos llenas libros adapta- dos para corazones tiernos i para inculcar en ellos los severos principios de la moral, ha hecho mas en beneficio de ese mismo pueblo que sus mentidos aduladores. Parece que ese Gobierno ha tenido como un dogma de fé, que sin la ilustración es imposi- ble la existencia de la democracia, desde que siendo esta el gobierno de todos para todos, es indispensable que cada uno conozca a fondo sus deberes i derechos. Por eso es que ha procurado que los beneficios de la instrucción lleguen hasta el último rincón del pais i no haya un solo individuo que no tos tenga a su alcance. No han parado aquí las providencias tomadas cu favor de la educación. La indus- tria en todas sus ramificaciones i las bellas arles debian también poseer sus plante- les donde el alumno conociera sus primeros rudimentos. La escuela de agricultura la de artes i oficios, la de pintura i el conservatorio de música cslán allí para patcn, tizar los esfuerzos del Gobierno. — Con cslablccimienlns de esta naturaleza, nuestra, clase obrera mejorará los imperfectos métodos que la legó la colonia, la industria ' lomará el vuelo que la corresponde, i las bellas artes abrirán sus tesoros a tantas in- telijencias privilejiadas que ántcs de ahora estaban condenadas a la oscuridad. Chile es una nación esencialmente agrícola i comercial. De modo que todo lo que contribuya a dar vuelo a estas industrias, todo lo que haga desaparecer los obstácu- los que en los paises nuevos impiden su desarrollo, debe ser objeto de las bendicio- nes del pueblo. Felizmente la naturaleza ha sido pródiga con nosotros. En vez de colocar dentro del territorio arenales inmensos donde el viajero no encuentra ampa" ro, tierras fragosas donde no alcanza el poder de la ciencia, grandes distancias que recorrer para que el producto elaborado llegue al punto de su espendio, nos ha re- ducido a una faja angesta bañada en toda su estension por el mar, i sembrada a cada paso de puertos i caletas en que el comercio ha establecido su asiento. Antes de tratar de la venta, era preciso producir buenos objetos que vender. Nues- tro pueblo, poco preparado por su educación colonial para elevar la in dustria a mi grado de perfección relativa; ignorante de los descubrimientos que en estos últimos tiempos han obrado una revolución en los sistemas ánles conocidos, necesitaba con- fundirse, amalgamarse, por decirlo asi, con hombres de otras rejiones que, en cam- bio de una jenerosa hospitalidad, lo moralizasen con el ejemplo, le infundiesen hábi- tos de trabajo i le enseñasen los medios mas adecuados para sacara nuestra industria de la postración en que yacía Hé aquí esplicada en breves palabras la necesidad im- periosa que había i que aun existe de protejer con liberalidad la inmigración eslran- jera, i de mirar todo lo que a ella concierne como uno de los objetos mas vitales a que el Gobierno pudiera contraerse. .\si ha sucedido en efecto. Feraces campos se han preparado para recibir a tan útiles huéspedes; se han prom ulgado leyes que les ofrecen ámpüas concesiones, i se han dictado medidas acertadas para que el des- aliento no se apodere de los colonos que han llegado a nuestras playas, i para que los goces del suelo natal no les sean de amargo recuerdo en su patria adoptiva. Al lado de la perfección que se ha querido inlroducir en las clases obreras^ el Go- —346— bierno no ha descuidado, i por el contrario ha dictado providenciasen el sentido de dar ensanche a la industria. ¡Vo se me diga que la acción lenta del tiempo ha sido la causa impulsiva i única de los adelantos del pais. Sin desconocer el influjo poderoso de este elemento natural, C3 incuestionable que la solicitud administrativa, removiendo algunas de las trabas con que la industria tropezaba, ha contribuido del modo mas eficaz a su eslraordi- nario desenvolvimiento. Abriendo caminos donde quiera que su necesidad era sen- tida; habilitando puertos donde habia algo que espertar; poniendo casi en un mismo punto el lugar de la producción i el lugar del consumo, la agricultura, nuestra prin- cipal industria, ha podido salir de su antigua postración para ostentarse tan erguid i como jamas se la vió. Su esfera de acción se ha eslendido considerablemente desde que liberales escenciones de impuestos vinieron a favorecer la introducción de nue- vas razas de animales i de semillas cuyo cultivo era de todo punto ignorado entre nosotros. Cuatro o cinco puertos o caletas existían habilitados veinte años atras, i quizá en- tonces eran bastantes para el poco comercio que habia en aquella época. Pero el au- mento de población, las nuevas necesidades que la mayor civilización introduce, el desarrollo portentoso de la industria minera í la apertura de nuevos mercados quo absorven gran parte de la producción nacional, han hecho que se sondeen nuestras costas i se habilite para el comercio una multitud de radas cuya enumeración seria prolija, liaste decir que no hai una sola provincia que no pueda ^espertar sus frutos con mas o menos economía al lugar que le convenga. Los caminos demandaban por consecuencia lójica una protección eficaz. Millones se han invertido en hacer cómodos i espeditos los poquísimos que antes existían, en construir anchas i cómodas vias allí donde ántes apenas se encontraban sendas, esta- bleciendo de ese modo un vasto tejido de vehículos por donde lodos los pueblos de la República puedan comunicarse con facilidad. La organización del pais no habría podido completarse sin garantir la pureza en la administración de la Hacienda Nacional. Durante la época que recorro, se han dictado esas leyes que hacen imposible el fraude i que evitan que se distraiga un solo centavo del objeto a que la Ici lo destina. Entónccs se vió por primera vez al Gobierno circunscribirse a los estrechos limites de un presupuesto votado anual- menlc por las Cámaras i del cual no le es licito separarse un ápice sin cargar con serias responsabilidades que en un instante pueden hacerse efectivas. I la previsión se llevó tan léjos, que para que sea posible la mas lijera defraudación, se necesita la connivencia de cinco de los mas altos funcionarios del Estado. Mas La administración del primer decenio, no contenta con este cúmulo de precauciones, quiso ademas que el Gobierno rindiese todos los años una cuenta instruida i docu- mentada, especificando con toda individualidad los menudos objetos a que se haya destinado cada una de las partid is del presupuesto. Esa pureza que nos ha atraído las mirad.is benévolas del mundo que nos conlcnqala, es pues el resultado de aque- llas leyes. Sin crédito, es imposible que una nación subsista con honor. Chile carecía de este poderoso elemento de prosperidad desde que desatendia del todo las oliligacioncs que tenia contraídas con los que en momentos de conflicto le habían auxiliado con sus tesoros. La consolidación de la deuda intcrn.a i el reconocimiento de la ostraujera, unidos a la gradual amortización de ámbas, produjeron el inestimable bien de ci- mentar el órden público, creando un celosa guardián en cada acreedor, i de Cídocar- nos en una situación taiLcspcctablc como no la han alcanzado la mayor parle de las naciones del universo. No escribo una historia completa: solo me he propuesto caracterizar a grandes -347—- pinceladas las cuatro épocas de la nuestra. Respecto de la úlliina principalmente, tan fecunda en aconlecimicntoSj serian precisos mucho tiempo i mucho trabajo para describirla cual conviene. Carezco de lo primero i no puedo imponerme el segundo. De aquí nace que no he considerado la política de estos últimos tiempos bajo su faz forzosamente represiva, liarlo me duele, por otra q)arte, el recuerdo de nuestros pa- sados estravios, para que me complazca en renovar heridas que la mano del tiempo ha cicatrizado o debido cicatrizar. Santiago, junio 28 do 18o2. ACTAS DEL CONSEJO DE ü UNIVERSIDAD. SESlOíi DEL 12 DE JOMO DE 1S32. Presidida por el señor Vice-Rector, presentes los señores Tocornal, Bezanilla, Sa- las, Domeyko i el secretario. — Aprobada el acta de la sesión del 29 de mayo, el señor Vice-Rector confirió el grado de Licenciado en Leyes a don Juan de la Cruz Vargas, i el mismo grado en Medicina a don Adolfo Eduardo Bahlscn. En seguida se dió cuenta: l.° de un oficio del señorDecano de Medicina, acompa- ñando en copia un acuerdo de su Facultad sobre que se solicite del Supremo Go- bierno la apertura de un curso de obstetricia en que puedan formarse un número de matronas tanto para la capital como para las demas provincias, en vista de la ma- nifiesta necesidad que hai de ellas en todas partes*, i que al efecto se hagan venir dos de cada provincia, para obtener de este modo la seguridad deque despu es de su apren- dizaje irán a establecerse en el primitivo lugar de su residencia. — Reconociendo el Consejo la necesidad de la medida propuesta, acordó recomendarla al Supremo Go- bierno. 2. ° De un informe de la comisión de cuentas del Consejo sobre las presentadas por el señor Tocornal de los fondos percibidos para gastos de la Secretaria de Medi- cina i por sobrantes de propinas de exámenes de Bachilleres i Licenciados ocurridos en su Facultad durante los años 50 i 51, i primer cuatrimestre de 52. — Resultando de ese informe estar las referidas cuentas arregladas, el Consejo las aprobó, mandan- do pasar a la caja universitaria el sobrante total de 250 pesos 3 realesque rcsult.a. 3. " Igual aprobación obtuvieron, en virtud de análogo informe de la misma conii. sion, la cuentas presentadas por el Secretario de la Facultad de Humanidades de lo r5is íontlos que han entrado en su poder para gastos de Secretaría i por sobranlesde exá- menes, durante el primer Cuatrimestre del presente año, i se ordeno pasar a tesorería el sobrante de 48 pesos 2-4 ceillésimos que aparece. En seguida se ocupó el Consejo en oir la lectura de una detallada esposicion que hace el señor Delegado Universitariio del estado actual de las clases pertenecientes a la instrucción superior profesional, de las reglas i costumbres que se han observado hasta ahora en el órden délos estudios i exámenes, i de las faltas que se notan en di- cha instrucción. Tocando esta memoria puntos de la mas alta importancia, concernientes al arreglo de la instrucción superior, i siendo esta materia la principal en que deben ocuparse las comisiones que establece elart. 5.® del Supi’emo Decreto de 22 de noviembre de 1847, el|Consejo ordenó que a cada uno de los señores Decanos de Leyes, .Matemáticas i .^le- dicina, se trasmitiese la parle de la insinuada esposicion que trata de lo perteneciente a su respectiva facultad, con el fin de que, poniendo en ejercicio desde luego las refe- ridas comisiones en la forma por el citado articulo determinada, consulten su opinión a este respecto i den cuenta de ella al Consejo para determinar en su vista lo conve- liente. Como el párrafo 3.® del misnlo articulo 5.® referido, designa entre tas personas que deben componer las antedichas comisiones, los miembros de la respectiva Facul. tad, no profesores, que nombrare el Consejo para integrarlas, se creyó oportuno proceder desde luego a efectuar tales nombramientos, i con ese Gn fueron desig- nados : De la Facultad de Leyes i Ciencias Polilicas, don Pedro Fernandez Recio, don José Alejo Bezanilla i don Manuel .\ntonio Tocornal. De la Facultad de Ciencias Físicas i Matemáticas, don José Baslerrica, don José Zegers i don Antonio Ramírez. ; De la Facultad de Medicina, don Pedro Ilerzl i don Ildefonso Ravenlos. Cuyos nombramientos deberán comunicarse a los respectivos señores Decanos, re- comendándoles también especialmente la audiencia del señor Delegado universitario al discutir la memoria que se les trasmite. Con lo que fué levantada la sesión. Presidida por el señor Vice-Rector, presentes los señores Tocornal, Bello, Salas, D imeyko i el Secretario. — Aprobada el acta de la sesión de 12 del corriente, el señor Doincyko presentó al Consejo el señor don Santiago Tagle, miembro electo de su Facultad, que ha cumplido ya con el requisito prescrito para su incorporación, i habiéndosele recibido el juramento i promesa de estilo, el señor Vice-Rector le declaró incorporado. — Confirió en seguida el mismo señor .Meneses el grado de Li- cenciado en Leyes i ciencias polilicas a don Belisario Prieto i don Valentín Tuñon, quienes recibieron sus títulos. Arto continuo, el señor Vice-Rector dió cuenta de haber recibido delllllmo. señor Arzobispo una nota, en que, con motivo de la presentación que el Supremo Gobier- no va a hacer a Su Santidad del señor Presbitero don Vicente Tocornal para Obispo —349 — de Chiloc, le pide proponga al C>nsejo informar al Santo Padre, sc^un ya lo ha acostumbrado en otras semejantes ocasiones, sobre los méritos i relevantes cualida- des del electo; en cuya virtud, i suponiendo que el Consejo no tendría ningún in- conveniente para acceder a esta invitación, había redactado un proyecto de informe que el Secretario leyó, i que habiendo obtenido jeneral aprobación, se mandó poner en limpio para los efectos consiguientes. Prosiguióse dando cuenta de varios oficios del señor Ministro de Instrucción públi- ca, trascribiendo varios Supremos Decretos; por el i.” de los cuales se nombra Deca- no de la Facultad de Matemáticas, por el tiempo que falta para completar el perio- do legal, a don Francisco de Borja Solar, propuesto en el primer lugar de la res- pectiva terna; por el 2.® se aprueba el nombramiento de don Zoilo Villalon para subrogar en la Secretaría de la Facultad de Teolojia al señor don José Hipólito Salas, promovido al Decanato de la misma; por el 3.® se manda estender a favor de don Jacinto Cueto titulo de miembro de esta Universidad en la Facultad de Cien- cias Físicas i Matemáticas, a virtud de la elección que de él ha hecho dicha Facultad para llenar la vacante de don Andrés Antonio Gorbea; i por el 4.® se ordena poner a disposición del Inspector de la Escuela de Talagante, a consecuencia de la respec- tiva recomendación del Consejo, cierto número de ejemplares de los libros aparentes para la instrucción primaria, que existen en el archivo del Ministerio de Instruc- ción pública, recomendándole su distribución entre los alumnos verdaderamente pobres de la referida escuela. — De esos decretos se mandaron hacer las trascripcio- nes correspondientes. Leyéronse otros dos oficios del mismo Ministerio ; el uno avisando el señor Minis- tro quedar impuesto de los motivos que han impedido hasta ahora al Consejo Uni- versitario pasar el estado jeneral de la Instrucción en la República, que prescribe el Supremo Decreto de 9 de agosto de 1850 i el otro remitiendo orijinal, para que el Consejo informe, un espediente iniciado por don José B. Suarez, a fin de que se Je confiera el empleo de visitador de escuelas fiscales. Pasándose a tomar conocimiento de las piezas que componen este espediente, se encontró acreditado por ellas que el solicitante se ha ocupado en la enseñanza de primeras letras i de algunos ramos de los que constituyen la instrucción segundaria, no solo en escuelas, sino también en diversos colejios de esta capital i de las pro- vincias: que ha ejercido el cargo de visitador de las escuelas Municipales de Valpa- raíso i de Concepción; i que en el desempeño de todos estos destinos ha dado prue- bas de intelijencia, moralidad i contracción i celo por la enseñanza. — A estos com- probantes agregó el Secretario infrascrito constarle que por el año de 48, el Minis- terio de Instrucción pública había estado mui dispuesto a conferir al mismo Suarez el propio cargo de Visitador jeneral de escuelas que ahora pretende, a vista de los buenos informes que recibió sobre sus aptitudes, i que únicamente no llegó a veri- ficarse tal nombramiento por el mal estado en que a la sazón se hallaba la salud de .Suarez. — Con tales antecedentes el Consejo acordó informar favorablemenle al señor Ministro sobre la presente solicitud, Dióse cuenta a continuación: 1. ® De dos informes de la Comisión de cuentas sobre las pre.sentadas por el Bedel, de los fondos que en su poder han entrado hasta el 12 del corriente, tanto por mo- tivos eslraordinarios, como por derechos de sello de Licenciados i Bachilleres. Re- sultando de esos informes estar las referidas cuentas arregladas, el Consejo las aprobó, mandando pasar a la caja universitaria la existencia de 161 ps. 7 1/2 rs., que de ellas resulta. 2. ® De una solicitud de don Ignacio Zenteno, relativa a que, en virtud de los certificados de exámenes que presenta, i de un testimonio deí Rector del Institut» —350 N.icional, de haber el solicitante enseñado en aquel establecimiento la Jeografia, que iguabnente acompaña, se le admita al rendimiento de las pruebas requeridas para obtener el grado de Bachiller en Leyes, permitiéndosele dar durante la pr<ác- tica el examen de Cosmografía, único que, por lo espuesto, le falta de los exijidos a los qne se hallan en su caso para dicho grado. — El Consejo accedió a esta peti- ción, declarando por suficiente prueba de conocer Zenteno la .leografía, el certifica- do de haberla enseñado que presenta. — Se acordó, pues, trasmitir el espediente al señor Decano respectivo. 3.“ De otra petición de don José Javier Cuéllarpara que, en virtud de haber ren- dido su exámen final de latín en 9 de enero de 1846, dia que el Rector del Instituto Nacional destinó para los examinandos de éste ramo correspondientes al año escolar de 45, se le declare no comprendido entre los que, conforme al art. 25 del Regla- mento de grados, para aspirar al de Bachiller en Leyes, necesitan haber previa- mente obtenido el mismo grado en Humanidades. — Se ordenó pedir informe sobre ella al Rector del referido Instituto. Con lo que fué levantada la sesión. Por ausencia de los señores Rector i Vice-Rcctor, presidió el señor Tocornal, pre- sentes los señores Bello, Salas, Solar don Borja, Domeyko i el Secretario — Aprobada el acta de la sesión de 19 de! que rijo, se dió 'cuenta: 1.® De una nota del señor De- cano de Teolojia trasmitiendo copia de la acta de la sesión que celebró su Facultad el dia 15 del corriente con el objeto de llenar la vacante del difunto señor Dean don José .\,lcjo Eizaguirre. Por ella consta no haber habido elección por no haber reuni- do ninguno de los candidatos el número de siifrnjios r'^querido por la lei. 2. ® De un oficio en que cl señor don Borja Solar espresa su aceptación del cargo de Decano de M iteraáticas que le ha sido conferido icl vivo deseo que le anima de con- tribuir a los útiles trabajos de la Universidad con la ilustrada cooperación de los se- ñores miembros de su Facultad. 3. ® De una nota del Intendente do Chiloé remitiendo los datos correspondientes a los diez departamentos de aquella provincia, que se le pidieron para la formación de la estadística de la instrucción pública. De un informe del señor Decano de Matemáticas sobre la solicitud de don Ar- mando Auda, relativa a que se le admita a rendir los exámenes de Matemáticas ne- cesarios para obtener el grado de Bachilleren esa Facultad. En conformidad a lo es- puesto en ese informe, se dispuso que el solicitante ocurriese a rendir los exámencj que indica en el Instituto Nacional i ante la sección déla Comisión Universitaria que corresponde. 5.® De una solicitud de don Guillermo Ravenhill Barrington para que en vista de Sus títulos de miembro i licenciado de! Golejio real de Dublio, se le admita a la ren- dición de las pruebas requeridas para obtener el grado de Licenciado en Medicina por esta Universidad. — El señor Decano de esta lúacultad espuso que ya habia exami- nado los diplomas a que se refiere cl solicitante, i que en virtud de ellos le creía en el caso de ser despachada favorablemente su petición. Asi fue acordado por cl Consejo. 6." De una representación de don Pedro Ruiz, con molido de no liabérse!e admP tido por el señor Delegado universitario el exáuaon de Economía Política que ha presentado, por no haber actualmente clase del ramo en la Universidad. Consulta, pues, al Consejo si será ésta una razón para que no se le reciba su cxáinen en algu- na de las épocas del año prescritas para el efecto, i si ha de sufrir por esa causa el consiguiente considerable atraso en su carrera. El señor Domeyko espuso sobre este reclamo que en efecto no había creído poder admitir tal examen, porque no sola- mente no hai en el dia clase de Economía en la Universidad, pero aun se hall» ausente el profesor que la ha enseñado en otros años, cuya presencia al acto le lu parecido de necesidad. Por otra parte,, el reclamante no se ha presentado en la época acostumbrada de exámenes, i no parece que uno que estudia fuera de la Univer- sidad, pueda aspirar a ser mas favorecido bajo ese respecto, que los alumnos mismos de ella. — Teniendo el Consejo en consideración: 1.® que la Economía Política es un ramo bastante conocido por los profesores de los otros ramos pertenecientes a la Fa- cultad de Leyes, i aun- por los miembros de ésta, en cuyo caso podrá formarse una comisión examinadora bastante competente, aunque falte el profesor especial de Eco- nomía; i 2.® que, según espuso en la sesión el señor don Borja Solar, hasta el pre- sente año ha habido en el Instituto tres épocas anuales para recibir exámenes a toda clase de alumnos, una de las cuales ha sido por el mes de agosto, i qne aun cuando se considere oportuno alterar este método para lo sucesivo, parece justo que se dé un aviso anticipado de ello, el que no ha tenido lugar en el presente caso, resolvió sobre la solicitud de que se trata, que para el mes de Agosto próximo podrá presen- tarse Ruiz a rendir el exámen de Economía política que solicita. Se hizo en seguida presente que ha espirado ya el término de dos años porque los señores don Borja Solar i don Ignacio Doraeyko fueron nombrados miembros conci- liarios, por cuya razón i por la de haber pasado el primero de dichos señores a ser Decano de Matcmálicas, convendría pedir al Supremo Gobierno se sirva, si lo tiene a bien, reiterar el nombramiento de miembro del Consejo del señor Domeyko i design.ir para el propio fin otra persona en reemplazo del señor Solar. Asi quedó acordado, levantándose con esto la sesión. r í t r-* *r. • . í . . . • ' ; - .») *• ' í : ■ »! ., '• ;íi. . r?-. ' f ■■ ' •J J.' 1. 1 i 1)1» '. .' < r :! t ’ • • • I • ' i I » “ 4> • i'» '• t* ««í t - d. í 'í ' • : íí^ • •i •» .1 : t I ‘1 4 I •* ' I .• < ( *'i fkii ii I ’ • ; ,1 t-li i ' i r'i I ■ 1' • •1 7 • • .l.v •.*41 *,,C ^ . • • -Ici • ;■ .i.j. ’ I •1 •<. ■ ■ 1 ’ t f, . ,i , ' i 5. “ ' • ■ * *! t • ' t í . » 1 • ' .i # * • • - ^ ' -p» > ' x:< 1 •» f’l *.4 aw4«>*f. • ■ • t • *ií‘. - i ' ■ 4. .» 4 ' ,l • '■ ► »' /l* ••• • 1 ^ ' '•'! !.«JI .• í fit ; ^ ' ¡ / L. r: . - V. I¡- 4 • ' *4 1'ÍJ «el .... Ü a.¿ • ^4 » l * ’ • '•< •'í *¡fil 1 . , . í,. •. * i. , ; . ó#íi í •■' 1 ti,' 1 • • ■ ‘‘i> .. , . " f > ' «• ■ >*1 4.' • 4 . , ■'>;». «cf- • ' ' r 1 ¡iti... -i. ^ vi’. t.n;-A «.* « w -me DISCURSO de recepción pronunciado ante la Facultad de [fu- maíiidades por don francisco vargas fontecilla menester es que mire siempre hacia atras, que posea la ciencia de si misma, la historia. Cuanto mas distinto i minudioso seá él coriocimierito que el hombre tenga de su vida pasada, tanto mas espedito encontrará el camino de su porvenir. De aquí es que todo aquello que pueda contribuir a ilustrarnos acerca de lo que ha sido el hombre en otros siglos, es una parte de la historia, i rio nos es dado despreciarloj Siendo la historia la ciencia de la humanidad, estando consignada en ella la mar- cha del espíritu humano, es la ciencia de las ciencias; és como la matriz de todas las demas ciencias. Por eso a nadie le es dado poseer a fondo ningún ramo de los Conocimientos humanos, sin que tenga una idea cabal de la historia. Todas las cien- cias son un resultado del movimiento intelectual del hombre | I el que ignora el rumbo que ese movimiento ha llevado en otras épocas, el que no Conozfca él carác- ter que ha tenido en su orijen i en sus progresos, no puede conocer corl exactitud el que tiene en lá actualidad. Do aquí es que el filósofo, el jurisconsulto, el estadista, el sdeerdole, lodo hom- bre, en fin, llamado á ejercer uria influencia mas o menos manifiesta, mas o menos activa, sobre la marcha de la humanidad, debe contar entre stis mas imperiosas necesidades la del estudio de la historia. El filósofo verá en ella de qué modo sé han convertido en instituciones los diversos sistemas que han escojido algunos ta- lentos ilustres; como las idc.is conquistadas por algunas cabezas colosales en eí áecrelo de un gabinete, se han difundido después pdr el mundo, modificando las sociedades i dándoles una nueva faz. El estudio de la historia es para el filósofo como un espejo, en el cual mira reflejada la naturaleza ihtiina del espíritu humano; i si el objeto de sus lucubraciones es investigarla i conocerla a fondo, debe procurar que su mente adquiera una intuición perspicua de ella; El jurisconsulto tiene en la historia el libro en que están consignadas las insti; luciónos legales que han dominado eri los tiempos anteriores. El se encuentra en iá necesidad absoluta de conocerlas. Si quiere poseer; no la letra muerta, sino el espíritu de las leyes que actualmente rijen el mundo. La lejislacion de un pueblo clialquiera no es una cosa que haya aparecido de repente: ella se ha ido acumulando paulatinamente, a medida que ese pueblo ha ido adquiriendo huevas necesidades, nuevas ideas, nuevas costumbres i nueva vida. Las leyes de hoi lietieri una relación mas o ménos estrecha con las de ayer, i éstas con las que les han ])recedido; de modo que la lejislacion de un pueblo forma riiia cadena qué principia desde la cuna de esc mismo pueblo i continúa hasta su estado presente. El (pie (piiera, ¡me.-;, pe. rielrarse de la. verdadera Índole de las leyes actuales, es necesario que estudie i me- — 35T— ditc concienzudamente las leyes anteriores; i éstas no pueden ser conocidas a fondo, sin que, mediante un esfuerzo de la imajinacion, nos traslademos al pueblo i a la época en que tuvieron vigor, sin que vivamos, por decirlo asi, en esc puclilo i en ésa época. El estudio serio de la historia es el que dará al jurisconsulto las luces de que debe estar adornado para merecer el título de tal Al hombre de estado, al que ha sido llamado a conducir los negocios de un pue- blo, ¡cuántas i cuán grandes lecciones le suministra la historia! En ella estudiará los elementos que han constituido las sociedades de otras épocas i de otros paises, las causas que han producido la prosperidad o la decadencia i ruina de los estados; Perd el principal provecho que el estadista debe prometerse del estudio de la historia, consiste en el conocimiento que adquirirá de los antecedentes i de ía vida pasada de su propio pueblo. El que tiene en suS manos el timón de un estado, necesitá, para obrar con acierto, conocer mui a fondo el modo de ser del pueblo cuya marcha dirije; i como la vida de todas las sociedades es uri resultado de causas i aéóhteci- mienlos ariteriores, es necesario estudiar éstos mui prolijamente i analizarlos con detención i severidad. El hombre de estado que se encuentre desnudo de las luces de la historia, no tendrá otra guia en sus operaciones que una miserable rutinai i jamas podrá espedirse con el tino i cordura que su posición reclamá; ¿I quién podrá poner en duda lo provechoso de las lecciones que la hisloria su- ministra al sacerdote? Él que profesa i estudia la ciencia de la relijion, el que ha querido encargarse de enseñar al pueblo las reglas de sii conducta, el que habla ett hombre de Dios a la conciencia de los hombres, ho puede desempeñar cumplida^ mente su misión, si no tierle un conocimiento bien claro de la naturaleza moral de la humanidad. El sacerdote qiie haya estudiado conciehzuda mente la vida del jé- nero humano; formará en su alma como uña irl tuición del temple que es capaz de tomar el corázon del hombre según la situación eíl que se encuentre colocadOi i Solo de ese ihodo podrán fructificar en el pueblo las máximas de moral que inculcá ton su palabra. Es tan indispensable al sacerdote el conocimiehtd de la historia, que sin él, aunque puede merecer por sus virtudes el acatamiento de los hombres, ho le será dado, sin embargo, ponerse a la altura de la époéa i del pais en que Vive, ni dominar las complicadas i diversas situaciones en que se hallán los pueblos modernos. Podemos, pues, decir que la historia es la fuente donde deben beber cuantas hom-> bres están llamados a dar impulso con sus fuerzas intelectuales a la marcha de las sociedades contemporáneas; La vida de éstas es uh cuadro que no hos es dado mi» rar, ni menos comprender, sin que tengamos vivo en nuestra mente el panorama de los siglos que ya pasaron. En el alma i el corazón del hombre del siglo diez i nueve están depositados los trabajos intelectuales i morales de sus projenilores; son <él receptáculo donde se han ido acumulando progresivamente los tesoros que la hu- manidad ha rccojido en su laboriosa jornada; i esa alma i ese corazón no se fran- quean sino al qué se presenta autorizado con títulos suficientes para analizarlos. Voi ahora, señores, a presentaros mis ideas sobre el modo de estudiar con prove- cho la historia; Es mui cierto que para hacer progresos éri Cualquier hamo de las ciencias se ne- cesita poseer un corázon adornado de rectitud i de sentimientos nobles i humanos. El alma que alimenta odios i pasiones viles, es una mar alborotada, donde no se encuentra un punto de reposo. Esa tranquilidad, ese silencio interior, indispensa- bles para oir la voz de la verdad, solo se albergan eh los corazones qac han negado la entrada a todo sentimiento ruin; El que se proponga estudiar la historia para oir las elevadas lecciones que ellá Suministra, debe, mas que otro alguno, dar principio a su empresa con un corazoh —358— lleno de reclilud i exento do toda pasión haja. No es el reposo del espíritu el único fundamento de esta necesidad; liai, con respecto al estudio de la liistoria, otro que no es dado desatender. Como esta ciencia nos da a conocer la marcha de la huma* nidad, i como esa marcha no es otra cosa que un trasunto de las concepciones de la ¡ntelijencia i de los sentimientos del corazón, es necesario que el que dedica su alma a tan sublimes meditaciones la tenga desembarazada de todo aquello que pueda impedirle adquii ir un conocimiento exacto del hombre moral e intelectual. El que ha dejado dominarse del egoísmo, el que ha sacrificado repetidas veces a miras in- nobles sus mas santos deberes, el que h i abierto su corazón a sentimientos desfruc- lorcs de los instintos jenerosos del hombre, ha echado sobre su mente una venda que le impide penetrar los secretos de la vida íntima de la humanidad. Las viles pasiones que tienen avasallada su alma son un prisma seductor, al través del cual mira al hombre mui distinto de como es en realidad. Ellas se lo presentan siempre pequeño i revestido de falsos colores. Por otra parte, el alma que ha sido por mu- cho tiempo victima de pasiones innobles, se encuentra desnuda de la enerjía in- dispensable para colocarse en un puesto elevado i dominante; condición sin la cual es de todo punto imposible divisar de cabo a cabo la carrera del linaje humano. Puede, pues, sentarse que para estudiar provechosamente la historia i compren- der las graves lecciones que suministra, es necesario preparar el corazón con grande anhelo, fortaleciéndolo con la práctica de virtudes austeras, e impidiendo que se apoderen de él pasiones mezquinas i sentimientos enemigos del amor a la verdad i a la justicia. Esta es la condición mas esencial i mas fecunda en provecho- sos resultados. El estudio de la historia abraza el de los hechos i el de ¡las ideas. Pudiera decir- se que los hechos i las ideas son una misma cos.i, presentada bajo diferentes fases: los hechos no son mas que las ideas esteriorizadas. Sin embargo, se han dado a luz tantos escritos destinados esclusivamenle a historiar las ideas sin narrar los hechos, que se ha criado una ciencia separada, con el nombre de filosofía de la historia. Ella nos presenta, por decirlo así, la jencracion de las concepciones humanas, manifes- tándonos cómo las ideas prenden, se robustecen i se difunden en el terreno de la intelijencia, i poniéndonos a la vista todo el mecanismo de la vida intelectual de la humanidad. Es bastante común en el dia la creencia de que se puede estudiar la filosofía de la historia sin haber estudiado antes los hechos. A mi juicio, es éste un grave error. Verdad es que el objeto primordial del estudio de la historia es conocer la marcha de las ideas; pero t:;mbi('n es cierto que esa mar- cha no puede conocerse estudiándola de una manera abstracta. Es necesa- rio que veamos, que palpemos el progreso de las concepciones del hombre, observando atentamente sus obras, es decir, estudiando los hechos. O)ino la íiloso- f.a de la historia no es otra cosa que el conjunto de reflexiones filosóficas suminis. Iradas por los hechos, es preciso que conozcamos éstos, primero que nos elevemos a aquellos. II iccr lo contrario es invertir el órden natural de las cosas; es pretender levantar un vasto edificio sin haber construido ántes los cimientos. El prurito de estudiar la filosofía de la historia sin conocer los hechos, o cono- ciéndolos mui imperfectamente, es la causa de que muchos jóvenes dotados de bue- nas disposiciones so echen en brazos de sistemas absurdos, creyéndolos la espresiou jenuina de la historia, cuando no son mas que la manera con que tal o cual autor ha mirado a la humanidad. El jóven se pierde de este modo en abstracciones que ni él mismo sabe coordinar ni manejar con tino i prudencia; i, lo que es peor, nadan- do sin brújula en un océano de quimeras, añade a las que ha aprendido otras mu- chas que su imajinacion se forja. El jóven que estudia seria i concienzudamente los hechos históricos, va adqui' — 359— rienilo por grados nn caudal de conocí luiciUos e ideas rdosóficas sobre la naluraloza moral Iadriit, dcl 18 de enero de 18."2. (2) El tilmo, señor Uleinenle .i.igiislts arzobispo de Colonia-. “De la paz entre la Iglesia i los Es- tados. (3J Enciclica «Mirari vos,» ya citada, — Sfi8— furia, asi las malas ideas soltadas de la rejion del pensamiento libre han atropellado las restricciones de las leyes, e invadiendo el terreno de la soeiedad con un aluvión de escritos venenosos, han creado ese libertinaje del discurso que hiere lo mas sagra- do de la moral, de la relijion i de la polilica El abuso incontenible de la libertad de la prensa, de este ppderoso elemento de civilización, no ha trastornado en ménos de un siglo al mundo político, social i relijiosu? ¿no ha consumado al íin la funesta victoria de la paz universal de los pueblos? Ni ha podido ser de otra manera; por- que el pens iinienlo humano eslraviado, no conociendo valla que le delenga, ha lie* gioo a un grado de audacia inconcebible para decidir majislcalmenle, sin examen i sin conciencia, en las mas arduas cuestiones sociales i relijiosas, sin apercibirse si- quiera de la debilidad de sus fuerzas. En nuestros dias se cree hacer un servicio al bien público cuando se hacen apretar con la prensa algunas lineas dirijidas a atacar vilmente la autoridad política o relijiosa. Asi el espíritu sedicioso i anárquico quo domina el siglo presente ha logrado introducirse, merced a la propaganda libre de la prensa, en todos los órdenes de la sociedad e inficionarlos con su aliento morlife- ro: ha penetrado en el sagrado recinto de la enseñanza i hasta en el seno de la so- ciedad doméstica, i, con el bello nombre de civilización i cultura, ha alterado el ór- den de la familia, ha envenenado el corazón virjen de la juventud i lo ha precipita- do en el abismo del orgullo i de la altanería mas insufrible: asi ha conseguido en fin romper los mas estrechos vínculos de la naturaleza i hollar los santos deberes de la subordinación. ¿No ha llamado esclavos miserables a lodos los que se someten perla obediencia a sus respectivas autoridades? esclavo al súbdito que obedece al gobierno, esclavo al hijo que obedece al padre, esclava a la mujer que obedece al esposo, escla- vo al discípulo que respeta a sus preceptores: ¿i será eslraño que lodos se crean con derecho a censurar la autoridad del gobierno, la autoridad del padre, la autoridad del marido, la autoridad del maestro, i pedirles cuenta de sus mis minimas delibe- raciones? Es preciso cerrar los ojos para no ver que el principio de autoridad está herido de muerte i que horribles espasmos son los sintomas que asoman en la socie- dad gangrenada del siglo XIX. En este estado la contemplan los mas profundos pen- sadores de la época actual. Uno de estos hombres competentes, dando en la Europa una mirada escrutadora en torno de aquella sociedad enferma, pulsando la fiebre re- volucionaria que la devora, no ha trepidado en pronunciar a la faz dei mundo este formidable fallo: la sociedad europea se muere (2). I se muere, sin duda, porque se desquicia su fundamento , el principio vital de la autoridad; .so muere, porque el maligno cáncer que roe sus entrañas no es ménos cierto i dep orablc, que la fatal in- diferencia con que se le mira para aplicarle el único antídoto que puede curarlo — el elemento católico. lie ahí la áncora de salvación en la tormenta que riije en todas partes i ajita la nave de los estados. Por mas que se sancionen leyes conservadoras, por mas que se lomen medidas de toda clase i se apuren los cálculos de la humana política, si se cs- cluye de ellos a la relijion, a este faro luminoso que alumbra a los pueblos, las po- testades del siglo acelerarán su caida definitiva con los mismos esfuerzos que hagan para detenerla. La relijion es el verdadero, el sólido i el mas firme apoyo de la auto- ridad de los gobiernos, i lo es también de los intereses de los pueblos: a la lucha constante i gloriosa que ella ha sostenido i sostiene ahora mismo en lodo el mundo contra el elemento disolvente del mal, deben aquellos los tristes restos que todavía Ies quedan de su débil poder, i estos la pasajera paz de que disfrutan. Se ha dicho en Europa no ha mucho por un eminente orador político, que la milicia i el sacerdocio son los únicos elementos que pueden preservar de su ruina a (2) El señor Donoso Corles: «Carta a la prensa de Madrid, sobre las dirijidas al Conde de Mónta- lo.iibert:» Bevista Católica N. 200. -3C9- las sociccl.idcs modernas (I). No hai duda de que el niililar i el sacerdote por la naturaleza de su institución son esencialmente obedientes i los mas apropósito para hacer respetar las leyes i los gobiernos: el primero representa la tuerza material del poder civil; el segundo la fuerza moral que desplega la acción espiritual de la Iglesia. Hai, empero, una diferencia, mejor diré, una distancia inmensa entre estos dos elementos conservadores: el militar puede ser cohechado, sabornado por el vil interés; i en la hipótesis de que llenase siempre su puesto con honor, los ejércitos permanentes con lodo el poder de sus bayonetas no podrían subyugar las concien- cias, porque la fuerza bruta no alcanza a matar las ideas que enjendran la anarquía i que están mas alto que el humo de los cañones. Solo la relijion con su espíritu do mansedumbre i sin fuerza alguna coactiva impera sobre ellas i tiene el privilejio de reformarlas por la via del convencimiento: la relijion, que predica la docilidad i la obediencia, que inculca en los pueblos el principio cristiano de que, toda au- toridad viene de Dios, según la doctrina del Apóstol, que las que existen han sido instituidas por Dios’, i que asi el que resiste a la potestad, resiste a la orden de Dios’, i los que resisten, se acarrean la condenación (5). La relijion que combate lodos los vicios i condena todos los errores, que prescribe todos los deberes i enseña todas las verdades; que dice los políticos astutos: dad al Cesar lo que es del César, i a Dios lo que es de Dios: (3) la relijion, que al paso que robustece la autoridad civil con la sanción de sus dogmas, advierte a los gobiernos i les manda que no equsen de su poder; que ellos están puestos para procurar el bien temporal i espi- ritual de los pueblos; esto es, «que se les ha dado autoridad no solo para el gobier- no t*"mporal, sino sobre todo para defender la Iglesia, i que lodo lo que se hace en provecho de ésta, redunda también en bencíicio de su potestad i de su tranquili- dad (4).» Hé aquí como solo la relijion sabe conciliar la autoridad con la obedien- cia, los pueblos con los gobiernos, i como previniendo todos los males con la sabi- duría de sus preceptos dictados por el mismo Dios, se hace el único elemento capaz de asegurar la vida de las sociedades. Si pura salvar el principio de autoridad, que es el fundamento del orden, es de todo punto necesario fortificarlo con las prescripciones de la relijion, el medio mas obvio, lejilimo i seguro al mismo tiempo, es aquel que indicaba lleno de entusias- mo un ilustre guerrero de nuestra independencia americana: la unión del incensario con la espada de la lei (5). La unión de ámbas potestades temporal i espiritual, de esas potestades que son los dos polos del mundo social, la volverán a su quicio i lo afianzarán en sus altos destinos. Union, paz, mutua concordia entre la Iglesia i el Estado, recíproco respeto a su independencia i a sus particulares atribuciones, he aquí la incógnita que hasta ahora no ha podido despejar la política de los gobier- nos, i que es la solución del gran problema de la paz universal del mundo. Guando ámbas potestades se coloquen en este terreno, los progresos de las naciones serán sólidos i duraderos, sus instituciones harán la dicha de los pueblos i su porvenir será risueño como una de esas floridas primaveras que alegran la naturaleza después de un largo invierno. Para que Chile alcance estos beneficios con que Dios premia a los pueblos que lo respetan, es un deber de todo ciudadano trabajar por radicar mas i mas en la conciencia jeneral de sus compatriotas esta doctrina pacificadora i verdaderamente social. Esta es la m'sion que incumbo ahora al teólogi), al estadis- ta, al publicista^ a los hombres de todos los estados i profesiones. Por lo que a mi (1) E) Dr. Donoso Corté.s; en uno de sus discursos parlamenlarios. '9) Epislnla de los Romanos, cap. 13, vv, 1 i 2. (3i San Mateo, cap. 22, v. 21. (*) Encíclica, «Mirari vos'.... (.1, Brinde."! de Bolívar: "Mercurio» de Valparaíso, lom. I."', núoi. 72. 47 —370— loca, si despuos de haber osnrosido ini[K'rreclaim‘nle estas ideas, me cabe la honr^ de coadyuvar con mis débiles fuerzas a tan importante objeto, habré llenado la mag Cira de mis aspiraciones. Debo concluir consagrando algunas palabras a la memoria de mi digno predece- sor en este asiento. Los conocidos talentos i virtudes del señor Dr. don Podro de Reyes, me cscusan la tarea de encomiar, cual lo merecen, sus relevantes pren'bas. El fué uno de esos hombres privilejiados que la Providencia deslina a servir do modelo a los demas en todas las edades de la vida. Formado, por decirlo así, en un molde particular, desde su niñez probó que su virtud no deqia ser común, i que la mejor de sus dotes seria es 1 prudente circunspección i esa dulce afabilidad que supo reunir bajo un carácter invariable i que le distinguió como a un hombre de raro mérito entre los bombaos virtuosos. N.ño todavía, cuando su alma tierna se nutria en el hogar paterno con los nobles sentimientos que sabe inspirar la educa- ción rclijiosa, él era un ejemplo de asidua contracción a sus deberes. Puede decirse que su virtud no tuvo infancia, pues que en la infancia de su vida había tocado ya ia altura del varón perfecto. Crecido en años, el soplo venenoso dcl mundo no em- peñó su alma pura, ni alteró en lo mas mínimo la rljida severidad de sus coslum. bres. El real Convictorio Carolino de nobles de esta ciudad admiró no solo su aus- téro recojimiento, sino su aplicación constante al estudio de la gramática, retórica y filosofía, con cuya instrucción perfecta recojió el señor Reyes los primeros laureles de su carrera literaria. íMas tarde completó con baillo sus prolongados estudios en la Universidad de San Felipe, optando el grado de bachiller en tcolojia, cánones i leyes, i poco después el de doctor en estas dos últimas facultades, con lo que acre" ditó su ventajoso aprovechamiento. Llamado al sacerdocio, la perfección sublime do este estado llenó las santas aspiraciones de su corazón: sus virtudes sacerdotales lo constituyeron el tipo exacto del verdadero ministro de! santuario. El señor Reyes fué entonces el celo i la caridad personificadas en sus obras: su ardorosa dedicación al ministerio sagrado, que ejerció con lucimiento en e< pulpito, con tezon infatiga- ble en el confesonario i con rara jenerosidad en las obras piadosas, le conquistó el elüjio de los buenos, el respeto de los eslraviados i el distinguido aprecio de los Prelados, que honraron sus talentos. Su mano caritativa estuvo abierta siempre a la indijencia: su prudente manejo con todos en los negocios i diversos acontecimien- tos de la vida, fué digno de su franco desprendimiento. Sus empleos en la Iglesia llenaron la medida de sus méritos. De Secretario del litmo. señor Arzobispo Vicuña, o de Prelado delegado algún tiempo para el gobierno de la Arquidiócesis, ya como Capellán del ¡Monasterio de Capuchinas, ya en fin como Canónigo penitenciario de esta Iglesia Metropolitana, el señor Royos se desempeñó con fidelidad, inlelijencia i rec- titud, sin comprometer la reputación que se habia adquirido de hombre de con- fianza, de ciencia, de consejo i de virtud a toda prueba. Este ilustre gremio univer- sitario le contó también entre sus miembros distinguidos; i últimamente, cuando la Facultad de tcolojia se lisonjeaba de tenerle a su cabeza como decano i esperaba que su conocida capacidad diera un rápido impulso a los adelantos de esta sección, la muerte arrebató con su vida aquellas esperanzas i entre otros muchos dejó el doc- tor Reyes este vicio que yo indignamente vengo a ocupar. He dicho. El señor Rector del InsUtuto .\acional presbítero Dr. don ¡Manuel Orrego con- testó en los términos siguientes. SkSok: El excelonle discurso que acab.iis de leer, es una prueba incontestable del acierlo con que la Facultad de Teolojía de la Universidad iVacional os ha llanaado a ocupar un asiento entre los miembros de este ilustre cuerpo. Amigo i colega vuestro en las tareas del sagrado ministerio, mas de una vez he tenido ocasión de conocer i apre- ciar vuestros talentos; i me es por tanto altamente satisfactorio ser boi el intérprete de los sentimientos do la Facuftad que os ha elejido, i que con sobrado fundamento espera tener en vos un colaborador intelijente e infatigable. Las ideas que habéis emitido en vuestro discurso, son las que mas importa incul- car en la actualidad. Vivimos en una época de trastornos, de innovaciones peligro- sas, de reformar radicales en todo sentido que tarde o temprano pueden causar un desquiciamiento completo dcl orden social, si no está éste cimentado sobre su mas sólido e incontrastable fundamento, que es el catolicismo. Esta rclijion divina que sacó al mundo dcl caos en que se sepultara el antiguo paganismo, que salvó a la Europa meridional de la desvastacion con que la amenazaban los bárbaros del Sep- tentrión, i que en todo tiempo ha combatido victoriosamente contra todos los erro- res, contra todas las sectas turbulentas i desmoralizadoras; es también hoi día el único medio de salvación para la sociedad, siempre amenazada de las tormentas revolucionarias que en todas partes levanta el desenfreno de la razón i de las pa- siones.) Investigando la causa del mal estar presente, de esa ajitacion febril que por des- gracia precipita a ios pueblos con harta frecuencia en las vias de la sedición i la revuelta, fácil es encontrarla en las teorías del racionalismo, tan en boga en nuestra época. En efecto, a fuerza de disentir i razonar sobre todo, aun sobre los puntos que están fuera de toda discusión i razonamiento, los filósofos de nuestro siglo han llegado hasta negar o poner en duda al ménos los principios mas inconcusos que sirven de basa a toda organización social. Pero por lamentables que sean estas aber- raciones del espíritu humano, no debemos cstrañarlas; son consecuencias lójicas del principio proclamado por la Reforma del siglo XVi. Aplicado a la Teolojía, ese falso principio ha dado orijen a una infinidad de sectas absurdas, que la patria dd protestantismo ha visto en nuestros dias adoptar el sistema místico de Strauss. De su aplicación a la Filosofía ha resultado el panteísmo de Hcjél i de Cousin, así como de su aplicación a la política ha resultado la anarquía. El socialismo i comunismo, estas dos grandes herejías de los tiempos modernos, estos dos monstruos formida- tlles que amenazan de muerte a la sociedad, no son en el fondo mas que el desen- volvimiento dcl mismo principio llevado hasta sus últimas consecuencias por jénios atrevidos i demasiado lójicos. Una vez emancipada la razón humana de la autoridad divina que nos habla por el órgano infalible de la Iglesia católica que, como se espresa San Pablo, es la co- lumna i firme apoyo de la verdad, abandonada a sí misma, se precipita necesaria- mente en un abismo sin fondo de errores i delirios. La historia de los tres últimos siglos i la cs[)ariencia de cada dia son testigos irrecusables de esta verdad que no debieran olvidar jamas los que tienen la misión de dirijir i gobernar a los pueblos, si realmente están animados de un verdadero celo por su bienestar i felicidad. Por elevadas que sean las concepciones de la política humana, ellas son impotentes para gobernar a los hombros, cuando éstos se han hecho ingobernables; solo el catolicis- mo posee el secreto de inspirarles el debido respeto i obediencia a la autoridad, etiyo ejercicio a su vez, solo él puedo hacer que sea saludable i benéfico para los go- bernados. Alas para arribar a tan feliz resultado, preciso es dejar a la Iglesia que —37 2— desplegue libremente su nccíon, derribando las barreras que infundados recdos de pasados tiempos levantaron, i que basta el presente la imp|dcn respirar con entera libertad parra animar con su soplo vivificante a las nuevas jenoraciones. El descuido, por no decir la iudiferencia, con que jeneralmente hablando se mi- ra el estudio de las ciencias sagradas, aun por aquellos que por su posición en la sociedad están llamados a influir eficazmente en sus destinos, es sin duda la causa délos errores i preocupaciones que muchos tienen sobre la naturaleza i límites déla jurisdicción eclesiástica, i de que se lema el libre i completo desarrollo del elemento católico. A la Facultad de Teolojia de la Universidad, toca el fomento i difusión de las luces que deben disipar esos errores i esas preocupaciones enjendrados por el protestantismo, el jansenismo i la incrédula Filosofía, que como descendientes de un mismo oríjen se han coligado durante tres centurias para hacer una guerra encar- nizada a la Iglesia católica. 1 si bien en tan prolongada lucha el triunfo ha estado de parte de la verdad, no ha dejado por esto el error de obscurecerla con sofismas indescifrables para los que jamas han penetrado en el santuario de la ciencia teoló- jica. Menester es, pues, que los que han hecho de ella el objeto especial de sus estu- dios, den a conocer los inmensos tesoros de alta sabiduría que encierra la ciencia de los Agustinos, Tomases i Petavios; i esto es lo que la rclijion i la sociedad esperan de los miembros que forman la sección universitaria destinada al cultivo de la Teo- lojia i demas ciencias sagradas. La incorporación en su seno de un joven sacerdote americano que mil pruebas ha dado de su ilustración, de la sanidad de sus principios, de su tezon infatigable para ti trabajo i de su abhesion al pais que ha sabido hacer justicia s su mérito, es un acontecimiento de que debe congratularse. Por mi parte, yo la felicito mui cordiai- mente por tan bella adquisición. — He dicho. OhSERFJ CIONES de los te7nblores de tierra en la Serena ocurridos en el año de 1852 por don luis troncoso. Enero. — El dia Sjde este mesa las 8 de la mañana, con elciclo nublado i calma, hubo ruido atmosférico que sin mayor fuerza permaneció 15 segundos: el sacudimiento fué mui parcial i con movimiento de oriente a occidente. Barómetro 764.5. Termóme* tro 19.2. Termómetro libre 16.2. El 14 de este mes a las I I del dia, con el cielo despejado i viento del poniente, hubo un temblor parcial de tierra precedido de un corto ruido. Barómetro 761.7. Termómetro 19.9 Termómetro libre 20.2. A las 7 de la mañana del dia 16, en calma i con el ciclo nublado, se sintió un fuerte i prolangado ruido que fué seguido de una conmoción de tierra, de poca fuer- za, pero sostenida por espacio de 20 segundos. Barómclro 762.9. Termómetro 18.7. Termómetro libre 15.8. El siguiente dia a las 2 de la tarde hubo un otro ruido mas prolongado que d anterior pero sin conmoción de tierra. Barómetro 761.9. Termómetro 20.0. Termó- metro libre 20.4. Todos estos temblores de tierra han tenido su movimiento de orien- te a üccidcnto i el ruido mas bien parece ser atmosférico que subterráneo. —373— El 18 a las 12 ¡ 10 niiriutos del día con el cielo mui nublado i calma, tembló la tierra con lentitud pero con permanencia de 28 segundos, cuyo movimiento demoS' tró ser de noreste a noroeste. Barómetro 7G2.8. Termómetro 19.2. Termómetro li- bre 19.5. En el mismo dia a las 3 de la tarde, en calma ¡ con el cielo entre nublado, fui., mos sorprendidos por dos ruidos espantosos que se sucedieron uno tras del otro; el ®egundo fue mas sonoro i prolongado respecto al primero, i que fue mas aterrante por el gran sacudimiento de tierra que en mas de 15 segundos no disminuyó su fuer- za con movimiento vertical tan pronunciado que no era suficiente la capacidad del globo para las oscilaciones del péndulo. Barómetro 761.3. Termómetro 19.9. Ter- mómetro libre 19.9. Febrero. — Dos temblores de tierra se sintieron el dia 1.® de este mes con el cielo despejado i en calma a las 9 de la noche: ningún ruido les precedió, i su dirección fué de noroeste a sudoeste. Barómetro 761.5. Termómetro 19.3. Termómetro libre 16.1. A las 5 1/2 del dia 16 por la tarde, con el cielo despejado i viento del poniente se oyó uu ruido sorprendente que fue seguido de un movimiento parcial de tierra. El Barómetro señalaba a la misma hora 760.8. Termómetro 21.2. Termómetro libre 21.6: dirección de oriente a occidente. El 23 del actual a las 8 i 25 minutos de la noche, con el cielo despejado i viento del oriente se sintió un gran ruido en forma de descarga atmosférica i al mismo tiempo se movió la tierra parcialmente con dirección de noroeste a sudoeste. Baró- metro 761.6. Termómetro 20.0. Termómetro libre 16.9. Media hora mas tarde mar- caba el Birómetro un milímetro de mas presión. Blarzo. — El dia l.° de esie mes, en calma i con el cielo despejado a las 4 1/2 de la tarde hubieron dos sacudimientos parciales de tierra con dirección de oriente a occidente. Barómetro 760.8. Termómetro 20.3. Termómetro libre 20.0. El dia 5 con el cielo empañado i en completa calma a las 6 de la mañana, se sin- tieron dos ruidos con mui corta interrupción del primero al segundo que trajo tin sacudimiento vertical de tierra que permaneció 10 segundos en movimiento. Baró- metro 761.2. Termómetro 19.0. Id. libre 17.1. A las 9 1/2 de la noche del dia 6 de este mes, en calma i con el cielo despejado se sintió un ruido profundo que no pareció ser subterráneo sino a la altura de doce o catorce metros mas arriba de los tejados; i el sacudimiento de tierra aunque fué luui corto, no por eso dejó de ser mui sensible: siendo lo mas notable que no causó ningún movimiento en el péndulo observador, cuando otros mui poco lentos han he- cho gran impresión en este instrumento. Barómetro 759.8. Termómetro 19.3. Ter- mómetro libre 14.9. El dia 9 a las 9 i 5 minutos de la noche, en calma i con el cielo despejado fueron mui sensibles tres sacudimientos parciales de tierra: los dos primeros sucedieron con interrupción de 8 segundos i con dirección de oriente a occidente; i el tercero ocu- rrió 4 minutos después de los anteriores i con inclinación de noreste a suroeste. Ba rómetro 760.9. Termómetro 19.3. Térmómeiro libre 14.7. No habia trascurrido una hora después de estos temblores, cuando se nubló el cielo i cayó garuga. El 12 a las 6 1/4 de la mañana con el cielo nublado i calma tembló la tierra p.ar- cialmenle i con dirección de noreste a suroeste. Barómetro 761.9 Termómetro 18.8 Termómetro libre 16.0. El mismo dia 12 a las 10 i 20 minutos de la mañana con el cielo entre nublado i viento del poniente se sintió tronar con gran ruido, i ántes de concluirse el sonido se conmovió la tierra con bastante fuerza c impetuosidad; cuyo sacudimiento fué vertical. Barómetro 761.9. Termómetro 19.0. Termómetro libre 19.2. — 3T4— El dia 22 a las 12 i 5 minutos dol dia, coú el cielo mui nublado i en calnja se conmovió la tierra parcialmente con dirección de oriente a occidente i sin ningún ruido. Barómetro 7G3.7. Termómetro 17.8. Termómetro libre 17.4 El 30 a las 9 de la noche, con el cielo nublado i en calma, sobrevino con len- titud un dilatado ruido que gradualmente iba aumentando de sonido i en la misma forma fué disminuyendo: volvió segunda vez a subir de sonido i en su máximun tembló la tierra con fuerza pero sin mayor permanencia. A los 8 minutos después aun se movia el péndulo verticalmente, i el Barómetro marcaba 7GÜ.5. Termómetro 17.5. Termómetro libre 14.4. Abril. — A las 12 i 5 minutos del dia 2 de este mes, con el cielo despejado i calma tembló la tierra parcialmente con dirección de oriente a occidente. Barómetro 7CI.0 Termómetro 17.8 Termómetro libre 13.9. ALTUaA BAnaStÉTKICfl ! TEiSPERATÜBA MESIA DE CASA K!ES. Enero. Barómetro 763.19 Termómetro 19.89 Febrero. id. 761.63 id. 20.32 .Marzo. id. 762.47 id. 18.78 Abril. id. 760.69 id. 16.26 Presión i temperatura media de los 4 meses 761.99 id. 18.81 Id. de lo 18 temblores a que se hace referencia 7 61.7 id. 19.3 DIAS DEL EKTUE LAS 8 1 LAS ENTRE LAS 0 I LAS ENTRE LAS 9 1 LAS MES. 9 DE LA MAÑA ISA. 4 DE I.A TARDE. 10 DE LA NOCHE. O ca o q:> o cT^ -5 S CJ5 g CJ O C_3 a “O _a o ^ e a “CD á •o a rj a "•C3 & •O O «tí CQ a -o s «tí CQ tí 1 «tí a a £-< E-* cu E-t «tí p—' ! 1 761 7 2o 3 21 0 760 3 18 3 15 0 2 764 0 19 3 17 0 761 0 18 5 19 8 760 4 17 3 13 1 3 701 2 19 6 19 1 739 7 20 3 20 9 760 8 19 3 16 3 4 764 9 19 8 19 4 763 0 21 0 22 1 765 3 19 4 13 2 5 764 7 20 3 16 8 762 1 20 3 22 0 761 9 18 1 13 0 6 762 7 20 3 16 8 761 3 20 3 21 1 761 3 19 4 14 9 7 762 9 19 2 13 7 762 2 19 9 19 4 762 3 19 4 16 0 8 764 8 19 2 16 2 765 4 19 9 19 3 763 9 19 0 14 8 9 763 7 20 3 17 8 763 8 20 4 21 0 764 4 19 2 15 4 ÍO 764 1 19 3 18 3 762 7 20 6 21 3 765 8 19 2 13 2 1 1 763 3 19 7 16 9 764 3 20 3 2! 2 763 0 19 3 13 0 i2 764 6 19 3 17 3 763 0 21 0 22 9 762 6 19 0 14 9 13 764 2 20 0 16 6 764 0 20 8 22 8 764 8 19 1 14 1 U 764 4 19 6 13 8 760 3 20 3 20 5 760 1 19 0 14 3 io 765 8 19 6 16 6 762 1 20 4 20 7 762 2 19 3 14 4 16 763 7 18 7 l6 0 762 5 Í9 9 20 0 762 4 17 8 13 9 17 763 7 18 6 14 9 761 8 20 0 20 4 760 9 18 7 16 4 i8 762 9 18 0 16 0 761 2 19 9 19 9 761 3 18 7 13 7 19 762 2 18 9 16 0 761 6 19 8 20 3 761 8 18 8 16 3 20 765 0 19 0 17 0 76 i 6 20 0 21 3 762 2 19 0 13 9 21 763 3 19 3 17 0 761 8 20 2 21 3 761 8 18 6 13 0 22 763 3 20 2 18 0 762 2 20 4 21 9 762 8 19 4 16 0 23 763 5 20 2 18 3 764 6 20 8 22 7 764 3 19 6 16 5 24 763 4 20 2 18 5 763 5 21 3 22 8 765 1 21 0 16 0 2.3 763 7 20 3 16 9 762 1 21 0 23 0 762 3 20 1 13 8 26 764 i 20 4 19 0 765 1 21 1 22 5 762 9 18 7 16 0 27 763 7 20 2 17 3 762 4 19 6 13 3 28 763 3 19 3 18 9 763 0 21 0 22 4 765 2 19 4 17 6 29 765 4 19 3 17 8 764 3 20 5 21 6 764 8 19 : 17 0 30 765 8 19 6 18 8 762 8 20 8 21 6 762 8 19 9 13 4 51 763 2 19 4 17 6 762 8 20 6 20 9 761 6 18 0 lo 4 i S s ^ — O c3 3 ,i=- w-5 U Ó Cx O. 764.06 19.39 17.29 762.43 Wlil —l'lii t lijl 20. 4^ 21.28 762.55 ¡9 7.. 1 w I ÜECnAS U LA SERENA EN EL MES DE im DIAS DEK ENTRE LAS 8 1 LAS ENTRE L.\S 3 I LAS ENTRE LAS 9 1 LAS MES. 9 DE LA MAÑANA. 4 DE LA TARDE. 10 DE LA NOCHE. o a • OJ o • O Q _q P a -o a' a •■o á S ^ a a a nd CQ '•o a -o e ecJ PQ a t_a a rO PQ a B— o> E— • e-* Cl> E-* e— E-* 1 765 1 27 0 48 8 762 4 21 0 22 4 761 5 " Í9 3 16 1 2 7G1 8 19 7 48 5 760 8 20 8 22 7 760 5 19 5 15 5 3 76 1 3 19 8 47 5 759 9 21 0 23 1 760 1 19 5 17 2 4 762 2 20 2 21 3 761 4 21 5 25 8 762 1 20 4 48 7 5 7G4 6 20 8 22 0 763 6 20 7 24 0 763 I 20 2 17 1 6 t Go 8 21 4 49 8 761 8 21 4 23 1 761 4 20 6 17 9 7 7G1 4 21 0 18 8 758 8 21 3 22 4 7.38 5 20 6 48 5 8 739 3 20 o 18 8 738 3 21 0 22 4 759 o 20 4 19 4 9 761 9 20 6 22 5 760 5 21 8 23 3 761 0 20 5 17 9 iO 7G1 4 20 7 20 0 759 4 21 3 21 8 760 0 20 5 18 3 M 76 1 3 20 7 20 8 759 9 21 6 25 4 760 0 20 4 17 0 12 761 8 20 4 49 4 760 9 21 4 22 5 762 5 20 0 17 7 43 765 3 21 8 19 8 752 4 22 0 25 7 761 8 20 5 17 5 14 762 5 21 7 20 4 761 9 22 0 25 2 761 2 20 0 17 5 4 3 763 4 20 6 48 6 761 4 21 6 22 8 760 8 19 2 15 2 IG 762 5 21 5 4 9 4 760 0 21 5 21 8 760 1 1 9 5 16 0 47 762 1 21 1 19 0 761 5 21 2 22 0 761 2 19 3 16 1 48 762 9 19 8 46 9 761 8 20 3 20 4 761 9 19 0 14 1 49 762 2 20 3 16 8 761 8 20 5 21 0 761 6 19 4 14 9 20 763 2 20 0 49 0 762 7 20 6 21 1 762 5 20 0 1 4 6 21 763 0 49 0 17 7 761 2 20 0 19 9 761 3 20 0 15 4 22 763 3 49 3 16 8 762 0 20 1 20 8 765 1 19 9 17 0 25 764 8 19 1 46 8 761 9 20 0 20 0 762 5 20 0 15 7 24 762 4 19 1 47 9 760 8 20 5 21 4 761 6 1 9 5 15 0 2o 764 2 19 2 17 0 762 2 20 4 20 9 761 7 1 9 3 15 1 26 762 3 48 7 46 8 760 8 20 4 21 7 7.39 9 19 5 15 0 27 761 0 49 2 46 6 759 9 19 7 16 8 28 762 2 19 3 484 760 9 20 5 21 5 761 2 20 0 17 4 29 763 3 19 1 47 0 762 0 20 3 20 5 762 8 19 5 16 2 Altura i tempe- ratura inedia dcl mes. 762.49 20.16 18.7» 761 2. 20.95 •22.0 4 761.2» 19 81 16 55| líEfilUS U LA SERENA U EL SIES X te DIAS DEL ENTKE LAS 8 I LAS ENTRE LAS 3 LAS ENTRE LAS 9 LAS I MES. 9 DE LA MAÑANA. 4 DE LA TARDE. 40 DE LA NOCHE. 1 cu p O a.> (■ « O ¿) ►13 a CJ3 ¿3 co a •o _a o 2». a •o á «o O e'rj a « E-» e-* co p— 1 703 0 20 3 17 4 700 9 20 3 20 3 700 3 19 8 10 0 2 760 6 19 7 17 7 750 6 20 8 24 6 760 8 20 1 48 4 5 763 1 49 7 18 1 760 8 20 4 20 7 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i Ca- nónico de la Universidadad, relativa a que se decláre no serles obligatoria la recep-* cion de B ichiller en Humanidades, para aspirar al mismo grado en Leyes, a virtud de no haber podido hacer en el curso de sus estudios, todos los necesarios para el pri- mer grado de los referidos, por varias razones que espresan. Los ramos que no han aprendido son h FisiCa, Historia griega i romana, parte de la Historia de la edad media i de la moderna, i absolutamente la déla América i de Chile i la métrica castella- na.— .\ esto se agrega la diversidad délos textos por los cuales varios de ellos han apren- dido, habiendo hecho sus primeros estudios en los Liceos provinciales. Hacen pre- sente, por último, que, pareciendo ser la mente del Reglamento de grados que, antes de incorporarse a los estudios legales, se reciba el de Bachiller en Humanidades, es casi imposible cumplir con ese requisito a los que, como ellos, necesitarian para el efecto rendir un examen jeneral sobre ramos que han estudiado C, 8 o 10 años antes. Sobreestá petición .se opinó en el Consejo que, siendo tan terminante la obligación que el Reglamento de grados impone recibir el de Bachiller en Humanidades para aspirar al propio grado en Leyes, a cuantos hayan rendido su examen (¡nal de latin pasado cl año de 1845, no es posible conceder la dispensa absoluta de aquel grado que pretenden los solicitantes. Ni es efectiva la necesidad que ellos aducen de gra- duarse en Humanidades ánlcs de principiar los estudios legales, pues aunque parezca propio que así se haga, no hai hasta cl dia ninguna disposición que lo prescriba. Por otra parle, como en un examen jeneral para grados no debe entrarse en minuciosi- dades propias solamente del examen especial que de cada ramo se rinde, no hai la diíicullad invencible que los reclamantes alegan para dar una prueba de que se ha aprendido un ramo, aunque sea algunos años aíras. Pero lo que ellos pueden solici" lar con razón, es que no entren en el respectivo sorteo las cédulas de aquellos ramos o partes de ramos que ellos por justas razones no hayan alcanzado a aprender, ni se les exija certificado de haberlos estudiado. — 'Pareciendo ser esta la opinión jeneral del Consejo, antes de procederse a acordar resolución definitiva sobre la solicitud, se determinó pasarla al Rector del Instituto Nacional para que informe sobre U efecti- vidad de las diversas razones que en ella se alegan. fi." Se dió cuenta por último de un informe del señor Decano de Humanidades sobre los Elementos de Cosmograíla, escritos por don Diego Antonio Jlartinez, con el objeto de que sirvan de texto para la enseñanza de esc ramo en el Instituto Nacio- nal. El señor Decano dice que en una sesión de su Facultad se acordó que para c* mejor acierto en el informe que sobre el dicho texto se espidiese, se recabase prévia* ineulela opinión de un miembro do la Facultad do ¡llatem.álieas, con cuyo objeto la obra se pasó al señor Gorbea. Mas, no habiéndose presentado hasta ahora cl informo de la persona a quien en esta última Facultad so comisionó para el efecto, se ha re- suello cl referido seiVor Decano de Humanidades, a instancia del interesado, a quien —383— perjudica tan excesiva demora, a examinar desde luego por sí ese trabajo, acerca del cual opina que, con algunas lijeras correcciones quedará mas a propósito para servir de texto que el compendio de que boí se hace uso. Sin embargo de que el autor de esta obra, en una representación que acompaña al antedicho informo, hace presente que el miembro de la Facultad de matemáticas, don Ignacio Valdivia, que fué el designado para examinarla, ha reusado emitir su informe, como el señor don liorja Solar hiciese presente que en su concepto no ten- dría tal diñcultad para informar el señor Valdivia, se acordó pasarle con oficio los referidos Elementos de Cosmografía, para que se emita la opinión desde antemano recabada sobre ellos. SESION DEL 17 DE JULIO DE 1S51 Presidida por el señor Rector, presentes los señores .Salas, Solar, Blanco don Ven-¡ tura (como Decano interino de Humanidades] i el Secretario — Aprobada el acta de 1.a sesión del 10 dej corriente, el señor Decano de Humanid.ides presentó al Consejo el señor don Francisco Vargas Fontecilla, miembro de su Facultad nonibrado por el Supremo Grobierno, que ha leido ya ante aquella su discurso de incorporación, con areglo al Decreto Supremo que prescribió para él esta clase de incorporaciop — Ha- biéndosele recibido por el Secretario el juramento de estilo, el señor Rector le decla- ró incorporado — En seguida el mismo señor Rector confirió el grado de Licenciado en Leyes i ciencias políticas a don manuel Idalgo, quien recibió su título, A continuación se dió cuenta de un oficio del señor Ministro de Instrucción públi- ca trascribiendo un Supremo Decreto, por el que se reitera, ]por ej término de dos años, el nombramiento de miembro conciliario del señor don Ignacio Domeyko, en consideración a la especial recomendación que de él ha hecho el Consejo, i para reem. plazar al señor don Borjas Solar, actual Decano de Matemáticas, eu el mismo cargo de raientbro conciliario que ántes ejercía, se designa al Rector del Instituto Nacional, Presbítero don José Manuel Orrego, por el mlsiuo término de la iei — Este oficio se mandó comunicar a los nombrados, EXTRACTO DE LA SESION DEL 24 DE JULIO DE 18a2. Presidió el señor Rector, presentes los señores Tocornal, Salas, Solar, Blanco, Do- meyko, Orrego don José Manuel i el Secretario— Aprobada el acta de la sesión de J7 del corriente, se dió cuenta; De dos oficios del señor Intendente del Ñuble; por el 1,° de los cuales remite los datos para la formación de la estadística de la instrucción pública, que se le tcnian pedidos; i por el 2.° propone para integrar aquella junta de educación al Rejidor Decano de la nueva Municipalidad de Chillan, don Fernando Cuiliño, en teemplazo dcl Rejidor antiguo, don Gonzalo Gasinuri, que ya no pcitcnccc .d .actual Cabildo, —384— El Consejo aprobó esta propuesta, mandando esíender el respeetivo nombramiento. Se leyó después una nota del señor J. M. Gilliss, Director de la Comisión cieii- tifica de los E. U. en esta capital, en que trascribe una indicación que en Febrero último hizo al Secretario i Naturalista del Instituto Sinillisuniano, proponiendo se enviasen por aquel cuerpo científico a esta Universidad ejemplares de todas sus pu- blicaciones, i ofreciéndose a ser el conducto de correspondencia entro una i oirá cor- poración; a cuya propuesta se le ba contestado recientemente que la Universidad chi- lena recibirá con regularidad todas las publicaciones del referido Instituto, i encar- gándole al mismo tiempo dé los pasos convenientes para procurarse una colección tan completa como fuere posible de todas las de esta corporación, de cualquiera im- portancia que parezcan, bo que trasmite al conocimiento dcl Consejo para los fines a que haya lugar. Al mismo tiempo se le ha preguntado si hai otros cuerpos cientí- ficos o literarios en Chile. El Consejo, en vista de esta nota, acordó so contestase al señor Gilliss dándole las gracias por el laudable paso que ba dado i cuyo resultado será una corresponden- cia de esta Universidad con el Instituto Smilhsoniano, de no poca utilidad para el pro- greso de los conocimientos cientificos en este pais. — No duda este cuerpo (el único cicnlifico i literario que existe autorizado en Chile, puesto que todos los demas insti- tutos de esta naturaleza o vienen a confundirse en él, o están bajo su dirección e inspección) que recibirá regularmente las publicaciones del referido Instituto; cuyo aprcciablc obsequio será correspondido con todas las que se hagan por esta Univer- sidad-Desde luego se le remite con este fin una colección completa de sus Anales publicados hasta el dia; i como se cree que el regreso del señor Gilliss a E. U. esta próximo a realizarse, convendría se sirviese indicar por qué conducto seguro podrá, después de él, dirijir esta corporación sus publicaciones al Instituto Smithsoniano. La sesión fué en seguida levantada. EXTIUCTO DE L.l SESION DEL 31 DE JULIO DE18S‘2. Presidida por el señor Rector, presentes los señores Meneses, Tocornal, Salas, So- lar, Rl inco, Orrego i el Secretario. Aprobada el acta de la sesión de 24 dcl corriente, se dio cuenta: 1.® De un oficio del señor Decano de Matemáticas, trasmitiendo el informe que ha dado sobre el texto de Aljcbra, Jeornetria i Trigonometria elemental, escrito por don .losé Basterrica, la comisión de la esprcs.ida Facultad nombrada para su examen. Resultando de ese in- forme que los comisionados don .losé Zegers i don Antonio Ramírez creen que dicho texto llena cumplidamente su objeto, pues reúne al buen método i concisión la cla- ridad tan necesaria para esta clase de obras, i oido lo que el mismo señor Decono esjMiso vcrbalmente en la sesión acerca del mérito de la parte de esa obra que dijo haber alcanzado a revisar, el Consejo tuvo a bien acordar su aprobación para la en- Sf ñanza elemental de los referidos ramos. En 2." lugar se dió cuenta de un informe dcl Rector dcl Instituto Nacional sobre la solicitud de los actuales alumnos de las clases de Derecho español i canónico de ese establecimiento, de ([ue se trató en la sesión de 10 del corriente. — Prescindiendo de las caus.is que hubiesen iníluido para que los solicitantes hayan dejado incompleto el •> o •* OOJ s estudio de la Historia antigua i itludcrna, sobre lo cual dice el mencionado Rector no poder informar, añade el mismo funcionario ser indudable, que hace solo como tres o cuatro años que se enseñan en esc Instituto la Cosmografía i la Prosodia castella- na, i solo desde principios del año 50 la Historia de Chile i la Física elemental. Pa- reciendo, pues, que los indicados estudiantes no han podido hacer esos estudios, i tampoco por consiguiente graduarse cu la Facultad de Filosofía i Humanidades, cree que exijirlcs este requisito para serlo en la de Ciencias Legales i Políticas, es, como ellos dicen, obligarlos a hacer de nuevo sus estudios de Humanidades. Teniendo el Consejo a la vista los términos absolutos en que el articulo 25 del Regla- mento deGrados exije el de Dachiller en Humanidades para poder aspirar al mismo grado en Leyes, a todos los que hayan dado exámen final de latín pasado el año de 18'55, i las demas razones que se adujeron en la espresada sesión de 10 del corriente i constan del acta respectiva, creyó no ser posible otorgar la dispensa de la recepción de la aquel grado que los solicitantes pretenden. I pasándose a considerar la cuestión, tam- bién promovida entonces, de si no habrán de entrar en el respectivo sorteo las cédu- las de aquellos ramos o partes de ramos que cada estudiante acredite no haber alcan- zado a aprender por justas razones, ni cxijirscles certificado de haberlos estudiado, se suscitó por algunos señores la duda de sí tendrá el Consejo facultad de conceder tales dispensas. Se hizo presente que el Consejo ha concedido antes de ahora varias de la última especie, en virtud de la autorización que le confirió el art. 26 del Re- glamento de Grados, i la cual, aunque el Lejislador solo la hubiese asignado el tér- mino de dos años por el mencionado articulo, se ha considerado como subsistente siempre que se han presentado las mismas razones que movieron adietarlo i que se su- ponía entóneos hubiesen desaparecido a la espiración de dichos dos años. Insistiendo, sin embargo, los mismos señores en creer que esta interpretación no autorizaba sufi- cientemente a este cuerpo, para continuar concediendo las referidas dispen.sas, se consideró conveniente ocurrir al Supremo Gobierno, proponiéndole se sirva facultar al Consejo por el término do cuatro años para conceder la misma clase de dispensa- ciones de que habla e! citado art. 26 a aquellos que no hubiesen podido seguir todos los ramos de estudios a que él se refiere, por no estar planteados en los colejios don- de aprendieron, en la época oportuna. — Así quedó acordado. 3.° Se leyó después un oficio en que el Intendente de Colchagua propone para miembros de aquella Junta provincial de educación al párroco de San Fernando, don Manuel Jesús Grez, al Rejidor don Ramón Salas, i al vecino don José Santiago Sa- las, a virtud de haber trascurrido mas de dos añas desde el último nombramiento. — El Consejo aceptó estas propuestas, mandando cstender los nombramientos res- pectivos. • i t.MÍ . -1 .;t» . • -jjír í i-* ' aWür. ,/.ít : «lii. ií i ulv'JelH l.. •b it! fiii - ' *>oji j>. Icí'i'bíii ri¿ ohi'/Jaj’jiiwl ' ui'.í/n I» jbíi.'M- .isirnoldi iJiXHj 1.1' '¡'b* btbOi»i»i^l ti i t.l oíi»JiJi'*l i?'i 11 • 'iop coni» ciJcuj o H aJ» / ;',')i.i¡ll tí 'j< oíu IiL >.t i jiaiihn 'Jíaiit oloa i .üd ■ aiiei ;• «iii! tul an5íifcibu‘i'joi •:»Vi ■ lili UuuditiiU t t M'K-'ilii aJi I i iiioi.'l «! íta •- • ti üli n, loq onuquifJ i ii‘. . .<) . iihu'jO ili vi ít) o!".jat.iiM ujúioj.ii zibitiyo aup ,• íia^^vtinx ’.ií\íií«'-«on > ‘ .1 *■'>> Ijhr.inc !a,'»u1i in R;.|ultshV?á mlfirl m.?ÍÍ 1m a;tn aobi iílab oiufiii ><.( i : j •il) Olí-. fi it»./-ii.q ..4aliír)'íé- Vi*. iiftiari'::i 1 »;o nV' » ' Oí ah íioím*?, r.I .c i.¡da r.l í-.-^ nüTjiul i j? axip win tn aímah i.1 oh ••J‘M r,L ijj i>..i íijai» i^i ffü * < *'. » t’ «J'i'i lab -lilf I ■ •i!*Jll'i I i If.T jtii'ilu I 1 )'uf>ilC?.ilnlíl; *110.; Í4il ooi' * hfl^ 1‘Jüpi*. ..r/«í»*iq4¿i aoíi • uui'lh^il oh . “ii!/ í’! ?ií¡; o|i lili r '.4 !o pm» •.Í^'’í‘/í> '.V:' ib í ’ í ‘Olio:'. íi , '/‘l* .dh>íh'»'‘ • l'íl ^1 úhfiriVy;. ••‘‘Udiiirrl oíi*> h^ií/^jairft á ti 1,4!'? ;¡í’ ,üiUaií);, •?' ‘•>í»j, *i ^i'i>y'i J ,"y,i .>«• M'íP} •»<'-* iiop orjífin^i-».- * * ’*;^ ' -Ijbí.ii.j i <. p t,} >i J\i lt\ -u> fchioq !,iV'TT..’mo'Jc yV r'i‘ -lui tilda •aWjpyí'íW ,'0>>vr4<'>aifl -,iip »«i» - m-t , (iif Z • " I ' J ' ' . -. ■ ' . . i K»lfV- ' ■' lítl' J'll i .(*i|1 litio») 'Mif KJH^ ,c Jll ilf’jv,.! > y^I.yi.fl-tiUti'y > txt'liuxm»'' -Í *:1 : h :ih Y‘ '-CV''^' -h I'* llhjaíp.l n«iq • íl>iWi».OlHt 1 'MilJ c-iKfH.;) It. . 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El motivo que he tenido para elejirla, es el habernos hecho fijar mucho la atención en esta materia nuestro profesor de patolojía interna*, como igualmente la repugnan- cia que al principio tuve para admitir tal idea, de la que me sercioré bien pronto, después de haber liécho algunas autopsias en unión de varios de mis compañeros, i de haber leido la opinión de algunos distinguidos profesores médicos. Efectivamente, este es el punto sobre el que se ha hablado bastante por autores respetables. Vo por ahora no tengo la preténcion de impugnarlos, ni manifestar deferencia hacia ellos, sino espresar mis concepciones a este respecto, nacidas ya de lo poco que he leido, ya de las lecciones que he recibido de mis dignos maestros: atreviéndome a ello, solo después de tener un pleno conocimiento de vuestra induljencia, i de que conocéis mui bien mi insuficiencia. Antes de entrar en materia, daré una idea de lo que se llama fiebre. Esta voz que en rigor es latina, se toma por sinónimo de calentura, i se llaman tales, aquellas alec- ciones que se manifiestan por un desorden Jeneral de la máquina, con aceleración de pulso i aumento de calor animal. Tocante a la naturaleza patolójica de esta afección han habido mui diversas opiniones; de las cuales solo citaré las principales, aunque sean bien conocidas de vosotros. La primera es la del padre de la medicinas que re- fiere las fiebres a un esfuerzo saludable de la naturaleza para librarse de una materia nociva. Otros, que era debida a una superabundancia de la bilis, i que la cantidad de este liquido es lo que influye en formar el tipo de la enfermedad. Según estos au- tores, el máximum de las bilis produce la fiebre ardiente, una menor cantidad da márjen a las fiebres cuolidinis. i el minimum a las cuartanas. Galeno atribuyó las fiebres a una putrefacción o dejeneracion de los humores o a una cierta mudanza de la pneuma (aire), que causa el calor sobrenatural que sucede en las fiebres. Según este autor, las fiebres continuas deben su orijen priucipalmente a una alteración pneuma i de los humores, las cuotidianas a una dejeneracion del muco, las tercianas a una descomposición de la bilis amarilla, i las cuartanas a una' putrefacción de la bilis negra. Stall, atribuye la fiebre a una clase de lucha que emana de un esp.ismo tónico por torpor del cerebro i de la oposición que un ájente innato del sistema lla- mado el ins me dicalrix naturie, i por este autor el alma. Offman atribuye la fiebre a una disminución de la enorjia nerviosa acompañada de un cierto spamiis perifc’ riens que causa un reflujo de la sangre sobre el. corazón i los vasos grandes. Boerhabe, siempre fiel a su doctrina de glutinoso espontáneo, atribuyó la fiebre a una obstruc- 49 — 3S8- clnn fie los vnsos cuis:idi por una lentitud de la sangre i un estado glutinoso de esta. Cullcn, valiéndose con una injenuid id de lo que habia de bueno en las obras de sus predecesores, parlicularmente de las de Slall i de Hoffiuan, formó una teoría de h fiebre que tomó tanto crédito, que aun en estos últimos tiempos era la doctrina que se enseñaba con preferencia en casi to íis l is escuelas do Kiiropa. Era la opinión de Callen, que las eiusis rematas de las fiebres son ciertos ajenies sedantes aplicados af sistema nervioso, que dis.niimyentlo la enerjia cerebral producía una debilidad de tod islas funciones, i piriicu'ar.nente la acción de los vasos eslremos: no obstante, según este palolojista, es tal la naturaleza de la econoinia animal, que la debilidad a que se refiere, se convierte en un estimulo indirecto del sistema sanguíneo, de inci- do que la intervención del estado de trio i el espasmo que lo acompaña ocasio- nan un aumento de la acción del corazón i de los grandes vasos que continúa hasta que la enerjia vital se establece, i se hace eslensiva a los vasos eslremos i de este modo disipa el espasmo i restaura la acción de estos vasos de donde resulta la renovación de la sccreccion cutánea i otras señales de la relajación de los es- crelores. Bari, contemporáneo i alumno de (bullen, propagó una doctrina distinta a la de su célebre maestro^ que también adquirió una celebridad eslraordinaria en Italia i Francia. Este autor atribuye la fiebre a un estado asténico del sistema dima- nado de una abstracción de los estímulos, o porque las causas de la enfermedad pri van al sistema directa o indirectamente de su cxitabilidnd. Hai ademas otras doclri- trinas que no me hallo en el caso de enumerar por no hacerme cansado, i por mere- cer mui poca importancia. Pero la que no puedo pasar en silencio es la del célebre M, Broussais, que refiere el orijen de las fiebres a una afección local, sentando por axioma: I.'* que toda enfermedad es primitivamente local; 2.° que (odas las calentu- ras no ménos q le las flcgmasias, son enfermedades locales; i 3.° que todas las calen- turas dimanan de gastro-enterilis. Según esta doctrina, no existen pues, tas fiebres esenciales, es decir, aquellas afecciones que a mas de presentar aumento de calor animal i aceleración de la circulación existen otros síntomas preler naturales que mo- difican la fiebre i cuya causa próxima no es una afección local como se cree; pero s¡ por fiebre esencial se entiendo como algunos quieren que exista por si misma, (lo que en rigor nada significa), sin modificación alguna en la máquina, desde luego niego su existencia, teniendo presente el sabio principio fisiolójico, que nos enseña que todo desórden de las funciones supone necesariamente una modificación de la organiza- ción, de los instrumentos que las ejecutan, como también del raciocinio! ¡os hechos, que nos aseguran que los veslijios de ciertas afecciones (mas no de la inHamacion), pueden desaparecer i desaparecen en efecto después de la muerte. No hai duda que la doctrina de M. Broussais es errónea, tanto por lo esclusivo como también porque no comprende varias enfermedades como la púrpura hemnrrá’ jica, el escorbuto i otras cuya causa próxima es un vicio jencral de la máquina, por- que niégala existencia de los estados mórvidos jencrnies, como la inanición, la plé- tora, las enfermedades nerviosas esenciales i aun como se ha dicho, el vicio de los fluidos. La segunda proposición se funda en hechos patolójicos mas o ménos palpa- bles, que apollados por el distinguido talento de su autor ha hecho, sin duda, vaci- lar la existencia de las fiebres esenciales o ideopáticas; sin embargo de ser mui res- petable esta Opinión no se le debe manifestar deferencia, atendiendo a los mil argu- racnlos que en su contra pueden aducirse. Efectivamente, el principio en que se funda esta proposición es falso como lo vemos fiind ido en la autopsia do la mayor parle de los muertos de fiebres; pero lo que mas choca a un juicio despreocupado en esta opinión, es la discrepancia que hai en la localidad de la inílamacion que da lugar a las fiebres; porque unos la colocan en el cerebro i sus membranas; otros, como .H Broussais, en I • niueosa gastro intestinal, í I6s doctores Sándcrs i fijan en -389- 1.1 nx-idula Cápinil. Esía diversidad de opiniones bastarla por si sola para dudar de la veracidad; pero aunque nos desentendamos de ella considerándola como de poco va- lor, pues de todos modos vemos, que según ellos, hai inflamación local orijinaria de la fiebre. Dirijamos nuestra vista por un momento sobre los escritos de hombres dis- tinguidos en la profesión o inspcccionadores fieles de un sin número de muertos, a consecuencias de epidemias de fiebres en distintas poblaciones ele la culta Europa, i veremos que su testimonio nos dice, que solo un cierto número de ellos han presen- tado como causa próxima de la fiebre una iníl unacion, E! Dr. AmisntríMis de Londres, cuya opinión es mui respetable, dice: que en mil qninientos casos de fiebre que el ba observado escrupulosamente no ba habido iníla- inacion i la fiebre prosiguió sin manifestar ningún sinloma de disminución. El Dr. Jonson James de Londres dice: «repelimos que es nuestra creencia que la fiebre esen- cial existe i que no os causada por una iuí'l.aimcion local i que ésta, cuando sucede, no es mas que una circunstancia fortuita que no tiene parte alguna en la producción de la fiebr e. — Pormi parte, como antes he dicho, en seis autopsias de muertes de fie- bre que en unión de don Zenon Villarrea!, don Ramón fiíeneses i don Miguel Semír lie heciio, solo en uno do ellos encontramos pequeñas ulceraciones en las glándulas de Peller i de Bruner, i en los demas ninguna señal de inflamación en el tnbo gas- fro- intestinal, ni en las membran.is del cerebro, sino un poco mas de lo natural da‘ c.erosidael en los ventrículos de este órgano i lijeras conjeslioncs en los pulmonés, que nos hicieron creer que eran cadavéricas. El carácter particular del estado patolójico, llamado inflamación, i sus tendencias naturales, nos proporcionan nuevos recursos para atacar la opinión de los localistas: ereclivamcnle, vemos que la mayor parte do ios fenómenos que son constantes en lá inflamación no se observan en la fiebre: por ejemplo, la inflamación, como lodos saben, una vez desarrollada tiende constantemente a producir sus terminaciones na- turales tales como la supuración, ulceración, gangrena, etc., ele,; mas, en las fiebres que pretenden ser producidos por una influnaoion local, jamas se observa que estas localidades sean afectadas de este modo. También se nos pudiera decir, que csllado^,'PjoS:,de ios hombre-. No obstante, gracias a las inimitables tarcas de algunos varones eminentes,'..! los inapreciables sacrificios (le tantos individuos qno en distintas épocas con talen l(as preciosos i predilectas virliul.'S culiivaron la ciencia, inmortaUzando sus nombres; se ha corrido el velo que hasta ahora pocos años la cuhri ij i pugde^hoi ja hunianidad doliente con mas seguridad i confianzá, contar con los auxilios que requiere su que- brantada salud. La medicina i cirujia desptres de algunos siglos> ha hecho- en estos —391 — últimos años inmensos i rápidos progresos, de los que somos deudores a un gran nú. mero de autores sobresalientes, que de esprnfeso omito nombrarlos; pero valiéndome de sus conocimientos con el precepto que me impone la escuela acerca del cual voi a disei tar sobre un punto de la ciencia en el que mas se ha escrito, por ser el mas frecuente de las enfermedades que aflije al jenero humano, i también el mas oscuro de todos: que si bien los antiguos observaron sus efectos, no asi conocieron sus cau- sas inmediatas, hablo de la inflamación, irritación i de la fiebre, objeto único deesla disertación: si bien esloi seguro de sus inmensos defectos i de grandes omisiones de que irá plagada, no esloi menos cierto de la induljencia de mis graves sensores, i do mi distinguido profesor que me prestan la mas segura confianza. DE L\ IRRITACION INFLAMATORIA I FIEBRE. A la verdad, señores, ¿qué fenómeno mas frecucnle ni mas alarmante en la cabeza del enfermo se presenta ante los ojos del práctico observador que la irritación e in* flamacion de los diversos tejidos del organismo? El dolor del tumor, el rubor o el calor excesivo cualquiera, indican constantemente la existencia de una irritación mor- tífera, o mejor, una sobrc-irritacinn; i cuando juntos se presentan estos cuatro sínto- mas, constituyen lo que se llama inflamación,, cuya inlensidad llegando a despertar o poner en juego el órgano central de la circulación, determina la fiebre caracterizada p'ir la frecuencia del pulso i excesivo calor jeneral, por lo que bien podia clasificár- sele por una cardite idiopática o sintomática. Voi, pues, a analizar estos tres fenó- menos, objeto principal de mi disertación, examinándolos con la debida detención i prolijidad que permiten los estrechos limites a que me he ceñido en este lugar, pira cuya hilacion daré principio por los fenómenos de la vida. Sin detenerme en el exámen de las diliniciones arbitrarias o mas o ménos inesac- tas que diferentes i respetables autores han dado de la vida; diré que este admirable fenómeno peculiar de todo ser organizado durante cierto tiempo, es por nosotros ca- racterizailo por las dos propiedules de sentir i morir, propiedades llamadas por mu- chos. vitales, i que constituyen a los tejidos en la aptitud de recibir las impresiones, por la presencia de otros cuerpos que les son estraños, i que por otro nombre pudié- r.ise llamar exit abilid id. En tanto que los tejidos orgánicos gozan de esta aptitud viven; cu el acto que pierden aquella propiedid dejan de vivir; es decir, que morir es lo mismo que perder la aptitud de sentir i mover. Miéntras que los tejidos sien- ten i se mueven en un e.stado o grado normal o Gsiolójico, los órganos ejercen bien i fácilmente sus funciones, lo que constituye el estado de salud; i siempre que se aumenten o se disminuyan con algún exceso, se perturban aquellas, constituyendo asi el estad) patolójico o de enfermedad. En el primer caso, es decir, en el que bajo la influencia de un estimulante cual- quiera, se irritan o se aumentan sus propiedades vitales, recorriéndolos i penetrando 0 no los tejidos de mayor cantidad de fluidos que en el estado normal, hai una sobre irritación, o simplemente una irritación llamada esténica; en el segundo, o en en el que estas mismas propiedades se hallan disminuidas, hai csícm'n. Es decir, que pu,‘de haber enfermedad por exceso de acción, i por falla o defecto de la misma: mas este principio exije largas i minuciosas espücaciones, i sin duda no corresponden a este lugar. Mas, como la causa inmediata de la inmensa mayoría de las enfermedades, escos- lanteincnle la irritación, o sea aumento de iiccion de los tejidos en diferentes grados, 1 aun mejor, como la enfermedad en si, no es mas que la exaltación de las propieda- des vil ilcs: no es mi áni:no hablar aquí de suh-inllamaciones, sino de la sobre irri- — :59r.— Incion o inílirmc!on i de sus difcrcnlcs carácleres, según queda diciio, Insta e! grado de dclenninar la fiebre. La irritación morbífica, o simplemente sobre-irrilaeion, consiste p«<'s, en el aii- tnento de acción orgánica de los tejidos, mas allá de los limites compatibles con el ejercicio libre de las funciones, i este mismo fenómeno acompañado de mayor allujo de sangre que de otros tejidos a los tejidos irritados, constituye lo que se llama inda* macion, que es aquel estado en que los tejidos vivos se hallan entumecidos, doloro- sos, mas calientes i rubicundos que en su estado fisiolójico, electo todo del mayor aflu- jo de sangre que délos demas hnmores a los tejidos afectados, el que los riega o los penetra, en virtud del estimulo morbiíico que la llama así a ellos, como dice el texto latino: xibi cstimulus, ibi fluxus. Este grande axioma o lei de la economía animal, base fundamental de la medicina fisiolójica, pone mui en claro la gran verdad que encierra su incontestable principio, cuando los cuatro signos característicos — rubor, tumor, calor i dolor, se ven constantemente en la inflamación. Clasificada, pues, como queda l*a irritación e inflamación en sus respectivas difini- ciones, debo examinar con la rapidez que me sea posible, los principales i diversos Carácleres i sus diversos grados de intensidad, para luego pasar a la indagación de sus causas i de sus efectos o terminaciones, dejando para el final el hablar de su diag- nóstico, pronóstico i tratamientos en jeneral. Coran la irritación es susceptible de tomar diversos caracteres, sin por eso dejar de ser la misma irritación, señalaré seis modificaciones principales que se presentan bajo diversos aspectos bien aprcciables. — En el mayor número de casos, el punto irritado se halla doloroso, caliente, inchado i rojo, quiero decir,que la irritación jeneralmcnte se presenta con uno, con dos, o con todos estos caracteres; mientras que otras veces son modificados en su forma, pero que en nada cambia su esencialidad. Cuando la irritación se presenta con los cuatro caracteres principales ya designados, efecto del mayor aflujo de sangre en el sistema capilar que le es propio, se llama inflamación o irritación flcgmónica (I). Algunas veces el tejido es solamente doloroso i no se manifiesta ni cambio de color ni aumento de volumen apreciable; i no pocas veces se disminuye la temperatura de la parte; a esta forma de irritación se le ha llamado nerviosa, o irriláeion ner- viosa. En algunos casos, la irritación apénas elevada de! grado normal o fisiolójico, limita sus efectos a aumentar su acción en un exceso inapreciable, sino por los resultados i por su continuación a nutrir el tejido que ocupa: a esta forma se le ha llamado irri- tación nutritiva. T últimamente, la irritación algunas veces no se manifiesta sino por secreción del tejido que ella ocupa, i en este caso se le llama irritación secretoria. De lo dicho se vé, que la inflamación es la irritación con mayor aflujo de sangre, (pie de los demas fluidos la emorrajia, la irritación con cscudacion de sangre en la su- perficie o sustancia del bqido; la sub inflamación, la irritación con afiujo mas consi- derable de fluidos blancos que de sangré: la neurosis, la irritación sin aflujo notable de fluidos por consiguiente limitada a las extremidades nerviosas. Parece que la irritaciián nutritiva i secretoria no necesitan de difiniciones, pueslo que sns nombres indican bien sus caracteres. No por eso quiero decir que la inflamación tenga su asiento en los capilares sanguinarios: lasub-inllamacion en los ci|)ilares blan- cos. la neurosis en los capilares nerviosos; la irritación secretoria en los vasos secrelorios. etc.; esta parecería hipotética; pues¡quc en un tejido irritado, los vasos blancos, las e\- (1) Alí^imas veces el tcjíilu doloroso i Inniefaclo deja escapar la sanare por su siiperricio, i esta irri- tación ha lomado el niiinbrc de irritación eniorrájica. En otras circunstancias el dolor es poco vivo el calor apénas amiicnlado, el tejido no se enrojece, pero se ciiliimeee i toma un color blanco ¡lo- mojétieo, (|nc parece que solo los Huidos blancos tan penetrado el tejido capilar, i enlunccs le- lla- ma sub-intlaniaeion o irrilaciou exciiratosa. 50 — 39f;~ frv''mid;ides nerviosis i Cíifii'Tríís sanguíneos lodos son .1 la vez el asiento común de la iirilacion, porque la ación de todos se vé aumentada en mayoromennr grado; mas elaflujode sangre, el do los líquidos blancos o el dolor predominante caracterizan su diferencia. Ademas, las irritaciones o inflamaciones puédensc presentar bajo cuatro lipos distintos, que son: agudo, crónico, continuo e impermitente. \o trataré aquí de otras innumerables formas secundarias i diversas como lo hace Roche Sason i varios palo- lojislas, pues que los caracteres distintivos i mas sobresalientes ya designados, deben formar la base fundamental del diagnóstico, del que necesari ámenle debe partir la idea del pronóstico i la indicación del tratamiento. Mas, si fácil lees comuumeute al médico caracterizar una irritación o inflamación, sea irisipelatosa, ílegmonosa, o de otra intensidad i carácter que se presenta a la perifecie del cuerpo en que se vé su asiento ; no asi sucede cuanilo la misma enfermedad tiene su asiento en alguna de las viceras o tejidos que esten profundamente situados i fuera del alcance de su vis- ta; entónces no se ven ciertamente aquellossíntomas patognomómicos déla irritación ni de la inflamación, sino los secundarios o simpáticos que ellos mismos determinan o desarrollan; i estos no son siempre mui aparentes, pues que muchas veces se esca- pan a los sentidos del médico mas esperto, del que resulta la oscuridad e incertidum- bre en el diagnóstico. En una irritación flegmásica o inflamatoria, que tiene su asiento, t. g., en el estó- mago, no se presentan algunas veces a los sentidos del prático observador, ni dolor, ni color, ni rubor, ni tumor; i sin embargo ella existe en lá principal viceradcla di- jestion. ¿l de donde inferirá entónces el médico la existencia de aquella enfermedad? ¿I)c dónde su carácter o grado de intensidad i órgano que ocupa? ¿Quédale algún recurso con el que pueda formar un acertado diagnóstico? Si, le queda el mui pode- roso de los signos simpáticoso secundarios, que a falta de los idiopálicos, la ospericn- cia de tan largos siglos de consumados observadores i el inirépide cuchillode la ana- tomía patolójic.i, ésta guia de la medicina fisiolójica en las reiteradas inspecciones cadavéricas, ha demostrado hasta la evidencia la existencia de una irritación flegmá- sica o inflamatoria mas o menos intensa i de tal o cual carácter, en un órgano o pun- to determinado, según se hallan duranlela enfermedad, presentando estos o aquello.s sintomas. El médicos como he dicho, no vé en este ca.so ninguna irritación en el e.stomago, due.s que este mismo órgano se le oculta a mucha profundidad; pero jene- ralmenle vé, que la lengua del paciente se halla mas o menos seca, mas o ménos empañada o cubierta de sustancias colorantes estrañas (sarro), o mas o ménos pun- tiaguda i rubicunda en sus bordeso eslrcmidades; síntomas que comunmente son pre- cedidos de cscalofrios, i van acompañados de inapetencia, sed i sequedad de las fau- ces. Otras veces se nota que todas las evacuaciones se suprimen, como la disecación, }a escrecion de la orina i la traspiración cutánea acompañada de fiebre, frecuencia i dureza del pulso scfalajia i calor córenle en el espigastrio. I úl ti inamsn te con frecuen- cia llega la gastritis o gastro-interitis a tal grado de intensidad, que a mas de lossin- lomis prcdichos del mal estar jeneral, postración de fuerzas i depresión mas o ménos pronunciada del rostro, que son comunes a casi todos sus estados, determina i sobre- vienen náuceas, vómitos, diarreas, subores, (fríos) copiosos, delirio i al fin algunas veces la muerte en medio de otros accidentes, i rail ateraciones diversas que el grado d« intensidad que la irritación o inflamación su carácter especial i los tejidos i .sinlomas que con preferencia afecta le hace sufrir. Hé aqui pintado a lo vivólos tres estados o graduaciones mas principales i notables por la que puede pasar una irritación o in- flamación gastro-inlestinal: estados que se presentan a cada piso a los ojos del prác- tico con mil anomalías diferentes, que. sin embargo no deja de ser la misma enfer- medad, i una ijritacion o inflamación: i de ahí tantas el ases, tanta diversidad de jeberos i especies de fiebres qué el vulgo admira con igual entusiasmo, que la facilí- —397 — lí ul i lijorc/.a con que los antiguos la clasiücabnn. No obstante, para los modernos i mejor paia los médicos bien versados i cimentados en la fisiolojia i anatomía palolójica, comparados con las observaciones, hablando en jeneral, no son mas que consecuen- cias todas de una irritación o inflamación mas o menos violenta, i de tal o cual ca- rácter que ocupa un órgano, un sistema, un tejido o un aparato, i de una sensibili- dade importancia mayor o menor, por lo que simpáticamente motivad desarrollo de todos los demas sinlomas secundarios que alguna vez se hacen preponderantes, a la afección primitiva, i deternnnan también la muerte. — Ejemplo tenemos de ello, en las diversas gastritis que por su violencia, carácter i disposición idiosincrasia del pa- ciente, determinan una insefatitis simpática o secnndaria que al fin se hace predomi- nante, i mientras que se cura la primera afección gástrica, la segunda progresa hasta que la enfermedad termina en la muerte del individuo. Otro tanto podria decir de la hepatitis, peumonitis, duodenitis, i otros en fin de casos semejantes; pero sin alejarme de mi principal objeto, puedo con certeza i casi afirmativamente decir, que según los actuales conocimientos de la ciencia, está pro- bado hasta la evidencia, que todas las clases, jéneros i especies de fiebres, cualquiera que sea su denominación, desde la simple gastritis hasta el cólera-mórbus, no son mas que irritaciones o inflamaciones especiales: digo especiales, porque a mas del grado de su violencia, cada irritación o inflimacion presenta caracteres par- ticulares, sean debidos a su causa determinante, o bien a las predisposiciones in- dividuales; quiero decir la ideosencracia al sistema, al tejido, órgano o aparato que con preferencia haya sido afectado por la sobre excitación. Vemos, por ejemplo, en los casos puramente del dominio de la cirujía propiamente dicha, que tal irritación, tal inflamación, tal ulcera, v. g : presenta un carácter dado, sea simple i franco, sea escrupuloso o de otro carácter propio i suyo llamado patognomónico, que no es fácil confundir con otro ninguno; bien que esta especialidad, sea debida a su causa, sea que ala predisposición individual, tejido, sistema, órgano o aparato que afecte. Cierta- mente que una úlcera simple no presenta los mismos caracteres que una escrofulosa, ni esta, la que una sifilítica; esta se diferencia de la cancerosa, i asi las demas; i sin embargo ¿dejan acaso de ser úlceras todas ellas? ¿Por qué pues, en el interior del organismo no ha de suceder igual mecanismo, siendo asi que son los mismos tejidos? No hai pues razón para creer lo contrario, ni otra diferencia que de mas ornónos de h violencia de la sobre-irritacion i la debida a la diferencia de los tejidos u úrganos afectados, los que deben de ser por el médico consultados con la mayor escrupulosi- dad para uu fiel diagnóstico i acertado tratamiento. Con estos conocimientos i los de una sana fisiolojia, sabrá conocer la importancia del órgano o aparato afectado, i ei mayor o menor rol simpático que puedan jugar estos en la economía viviente. Estos son, pues, la base fundamental de la medicina práclica, estraviadas en los actuales conocimientos de la ciencia que parecen por ahora dificiles de destruir: de donde se infiere que el médico en su terapéutica, casi siempre tiene que combatir irritaciones o inflamaciones de diversa violencia i carácter, según queda demostrado ya, a excep- ción de algunos (bien que pocos) casos raros, en los que parece preciso dudar de este principio; i por mas que las investigaciones patolójicas, liaya en estos úl- timos años escudriñado esta materia, no han podido esclarecer, por las tinieblas en que yace este punto de la medicina práctica. Entonces no le queda ya al médico mas que el triste recurso del imperismo, cuyo conocimiento es de la mas alta importancia al que se dedica al difícil i delicado arle de curar; particularmente en las afecciones llamadas nerviosas. Cuando acabo de decir de las gaslro-cnteritis, es aplicable a todas, o a la mayor parte de las afecciones morbosas, como la epatilis, incefalitis, aslilis, perilonislis, va- porilis, conjutivilis otitis etc. etc. Sin olvidar jamas el precepto capital de e.xaminar — ayis— o consultar con el mayor cuiilad(t, la violencia o carácler especial de la ciUciincdad, o dependa de la causa delerininanle o de la predisposición del l(‘jido al’eclado. Con estos principios sencillos i verdaderos, demostrados por la sana iójica, i acre- ditados por una larga serie de hechos prácticos bien observados, jamas el médico va- cilará en el diagnóstico, ni fluctuará tampoco en el (ratamiento. Para uno i oiro ca- so, datos suficientes suministran la patolojia i lerapcuiica especiales, los que deben ser consultados cuidadosamente para tratar las enfermedades. Para completar mi objeto, réstame demostrar, en qué consiste la fiebre cuales son sus causas i cual debé ser su tratamiento en jeneral. Hablando de la irritación e inflamación, dije: que según su violencia, i según tam- bién la sencibilidad i simpatías del órgano afectado podria aquella dispertar la reac- ción de otros órganos mas o menos lejanos; i es tan asi, que cuando la irritación o inflamación sea cual fuere su intencidad, i asiento, llega a irritar simpáticamente la acción dei corazón, éste late, desde luego con mas fuerza i frecuencia, que en su es- tado normal; entóneos las arterias purmonales reciben del corazón mayor cantidad de sangre, que por la velocidad i aceleración misma de la circulación, es mas ame- nudo exijinaria en los pulmones, i llevada en mayor abundancia por el tronco co- mún i árbol arterioso, del centro a la pcrifecie, de cuyo mecanismo resulta la fiebre. De lodo lo dicho se infiere pues que la fiebre no es enfermedad en si, sino un sin- tonía secundario, que considerado aisladamente, puédese difinir una augu-carditis idiopática o sintomática acompañada algunas veces de la postración de fuerza, otras de bómitos, i muchas veces de estos dos, i otros varios síntomas anómalos, depen- dientes de la misma causa, i de sus consecuencias; que si bien es verdad ser el tubo dijestivo su mas común asiento, es incierto que sea constante, como lo Inn acredi- tado un gran número de hechos aulénlicos en la práctica, demosliados por la anato- mía patoiójica. Esta sublime idea pues de la localización de las (fiebres) cnfermedides ( hoi uni- versal ) consideradas como jcnerales desde Hipócrates Insta nuestros dias, es el paso mas jigaiitesco que se ha dado para la medicina práctica, en beneficio de la humani- dad, reconociendo la irritación e infl.imaciou como causa común inmediata i única determinante de todas las fiebres, sean de la cla.se, jénero, i especies que fueren, desde la simple gastritis, hasta el mas alto grado del tifus, de fiebre amarilla i co- lera mórinis, i coíoprendiendo todas las demas gr.iduaciones i formas intermediarias ipie se presentan en esta escala que solo son modificaciones dependientes del carác- ter e intensidad de su causa (irritación c inflamación) de su acción simpálica sobro el resto do la economia o de la siiceptibilidad i acción orgánica dcl ajiaralo viceral 0 tejido (pie mas especialmente haya sido afectado. Causa en verdad admiración, al contemplar que un principio tan claro i evidente» 1 por otra parle tan vital a los mas caros intereses de la sociedad, como es el de la localización de las liolires, por irritación e inflamación viceral idiopática o sinlomá- tiea, haya estado por tantos siglos sepultado en la oscuridad de las humildes seldas; pero luminosos archivos do dos UU. padres relijiosos esp.aindes, dospues (jue en ép> . cas gloriosas, con mas tálenlo i verac.dad (pie allivéz, prediearon, demostrándola en sus inmortales escritos, las grandes c importantes verdades, que mas larde debieron liacer, como liicieiuu con orgullo la gloria i i ¡(jueza de un predilecto i ufoilunado frailees. La idea de la loralización ¡mes de tal causa de la fu hre, jiareeerá acaso a primera vista, lomadas de los principios de Hoisseau, i jiarlieiilarmeiUe de su celchre maes- tro i c.alcdráíico de Yalilegrace; pero si bien es debido al sublime jenio de IJroussais la gloria de ii iher rasjado el oscuro manto (jue culuia (‘Ste intrincado misterio eii tan importante jmulo de la medicina, no es ménus ciulo que en España buho lam- —399— bien a su vez entre otros i muchos distinguidos sabios contemporáneos, dos tálenlos raros i eslraordinarios, que un siglo antes que Broussais ni otro alguno conocieron la Índole de la inllamacion i sus consecuencias, tal como entendemos en el din. Ha- blo de los RB. padres Feijoo i Antonio José Rodríguez monjes ¡en un convento de Pamplona, ambos dolados de una independencia i liberalidad ejemplares, i de un carácter i temóle recios, como lodos saben i los conocen por sus inmortales produc- ciones crítico literarias. Sea el primero de ellos Feijoo, quien en la novena de sus paradojas redirás, con el titulo de: Son mucho mas que se piensan los males que provienen de la inflama- ción interna, dice: ¡qué (hai) pocas veces veo quejarse a los médicos de inflamaciones internas! No solo rara vez consienten en que hai mas aun rara vez les ocurre la du- da de su existencia. Sin embargo es preciso que sean frecuentisimas, i que proven- gan de ellas, o en ellas mismas consistan muchas indisposiciones, que los médicos atribuyen a otra causa.» En seguida, i después de haber repetidas veces sentado, que no hai parte alguna del cuerpo, donde no pueda enjendrarse inflamación, añade: «De aquí infiero, que cuando el enfermo se queja de dolor en alguna determinada parte interna, debe por la mayor parte inclinarse el médico, a que procede de la inflamación, i abstenerse de purgantes. Los médicos ordinarios, añade, consideran siempre en la calentura, un capital ene’ migo, contra quién deben proceder con sangría i purga, que es lo mismo que a siui- gre o fuego. I el segundo en su Palestra Critico médica, donde por primera vez enuncia su pen- samiento, todavía como en tono de duda, dice: «Es que puede dudarse si lo que el vulgo i común de los médicos llaman fiebre, i por quién tanto se dudó en declarar- la, difinirla, i curarla, sea enfermedad, ni que ella se dirija jamas la curación. Esta que parece paradoja, tiene notable probabilidad en las contrarias constituciones d'“ liebres que se inventaron. Pues ni el calor que los galénicos pensaron que era fiebre lo es, sino un mero síntoma como la sed etc. La fermentación tampoco, sino una mera hipótesis. I ni el movimiento pulsátil de la misma manera, sino un mero sinloma significativo, con los demas que entre lo- dos manifiestan que hai un enemigo hospedado que turba a estas funciones, sin de- cir ctial.. I tan libre dicho será el que la fiebre es calor, fermentación, ni movimien- to pulsátil; cómo seria decir que era sed, vijilia, vómito, ansias ni dolores. En segui- da realzando su enerjía con mayor serteza i tono de seguridad, dice: «De todo lo iniciado inferirá cualquiera docto desapasionado, que fiebre enfermedad per se abso- luta es un error introducido, i una deliberación fantástica, que noh ii in rerum na~ tura. — L1 mismo en el tomo 2.° de la referida obra dice: «Fn el primer lomo em- bestí con lodo el jénero de las fiebres comprendiéndolas debajo de su razón común en un discurso. Aquí intento a atacarlos por escuadrones, estando en la inlelijencia de que jamas llegará el caso de guerrear con individuos. Cunfói moine pues, en que ninguna fiebre es enfermedad sola primo-ofensiva, e independiente de otros objetos, sino jcneralmente es, o un síntoma, o efecto de ctifcrmedad mas delincuente.» En el I.® i 2.® lomo dice: «Estuve de parle, de que la fiebre como quiera que sea, es so- lamente señal que manifiesta afecto o causa que turba nuestra economía. — De modo que con bastante franqueza se puede decir, que no hai fiebre esencial, sino sintomá- tica. No hai enfermedad fiebre, sin» fiebre efecto indicatorio de causa delincuente.» Concluyendo en que «no hai otra diferencia entre todas, que de mas o menos. I algunos médicos creyeron, dice, que en b;S mas de las, fiebres había abceso o inflainai ion interior que las acoinpañ.dja; pero incurrieron en no asentir, a que la fiebre la sigue sino que la inflamación v. g. era efecto de las malas secreciones por la fiebre. Pero yo reclamo con una razón a mi vez concluyente. No hah.tbido hasta abo' — ino- ra (pu! yo sepa disección (le IVbrisittnte , en cuyo Icadáver no so liay.in cnconirado señales de mala afección en sus entrañas, ya en lo sólido, ya en ío liquido, ya en los dos reinos: luego vcrosimilinenlo se puede asegunr, (|iie en todas las fiebres hai cau- sa criminal en las entrañas. Pues digo ahora dice el autor citado, que esta causa la (inflainicion) antecederá toda fiebre, i que esta será un grito prolongado de la eco- Homia animal en fuerza de aquel efecto. He tratado aquí de estas citas, no porque pretenda atribuir a tan esc larecidos va- rones españoles las voces fundamentales del sistema Broussaico, que aun en este caso restante todavía al actor francés, sobrados tilu’os de gloria; sino para liacer ver al universo, que Rodríguez i Feijoo precedieron a todos los demas en el conocimiento de la índole de la inflamación i sus consecuencias, hasta las fiebres mas terribles i i dcsüladoras tal como las consideramos i entendemos hoi. CAL’SAS. Las causas de las enfermedades han sido divididas hasta lo infinito: mas la mayor parte de las clasificaciones admitidas hasta hoi, son puramente artificiales o arbitra- rias, i todas se alejan mas o menos del espíritu filosófico, que debe ser el principa! guia en el estudio de las ciencias naturales. Asi las han distinguido en predisponen- tes i ocasionales; en remotas i próximas, en materiales i formales, en positivas i ne- gativas, en suficientes, e insuficientes, en continentes e incontinentes, en internas i esternas, en esthenica i asthenicas, en irritantes i debilitantes etc. confundiendo así ta materia hasta lo infinito. Sin duda, que la mejor forma de distribuirlas seria basado sobre su modo de ac- ción; pero creo que semejante tarea, seria imposible en el estado actual de la ciencia, máxime a mi que me considero destituido de los dalos i conocimientos médicos que se requieren para ello: por tanto séame permitido adoptar en este caso el que me parece preferible a lodos los domas métodos de clasificación conocidos i empleados hasta hoi, en la pirte de su etialojia pitolojia, que es su objeto; i este fundado en las ieyes conocidas del organismo, sobre las condiciones relativas que existen entre los órganos c instrumentos de la vida, i los ajentes csleriores que influyen sobre ellos modifir»indo su función. Es verdad que adoptando útil clasificación, sería i cuan preciso especificar los mo- dificadores peculiares de cada órgano, do cada fiincirm, de cada tejido; el que con lan improbo trabijo, embarazaría mi limitado objeto: no obstante, inlimamenle con- vencido de las ventajas reales de este método de clasificar las causas de las en'erme- d idco, siguiendo los principios de algunos raros, pero esclarecidos jenios médicos* a abraz.iilas todas en un solo i único grupo, eslablcicndo antes el principio jencral de que, «es una condición indispensable en los tejidos, la aptitud o predisposición del organismo para resistirse de la acción de los ajenies estimuladores, sean cuales fueren.» Bijo de este supuesto digi»: ([ue lodo lo que tiene relación con el liombre, puede ser causa capaz de determinar una irritación o infiamacion en los tejidos, sis- temas o aparatos que hacen el complemento de su organismo, ya primitivo o ya se- cundariamente, modificando, alterando, o trastornando sus respectivas funciones. Este modo de considerar hará las causas de las enfermedades, parecerá acaso a pri- mera vista eslraño i defectuoso; pero sin embargo, creo que es el mas apruiiósito i el único c.ipaz en el sentido Eliolójico, p ira silisl'acer el espíritu huniano, i esclarecer al práctico observador * la cabecera del enfermo. Seria sin duda curioso, analizar por separado los grupos en sus respectivas clases órdenes i especies de estimulantes peculiares de .''ada sistiMiia, de cad.t aparato de ca. di función; pero scmrjinle prolijidad, pircce ajena de un prospeelo; i que por lo — iOI — Innlo omito de intento, i asi, me daré por contento i eximido con solo de paso in- sinuar, i de un modo mui jeneral, las causas mas comunes de la irritación e jnlla- macion. — Diré en primer lugar, que todos aquellos excitantes jenerales, o locales o modificadores de la economía viviente, i que son indispensables al sosten de la vida, pueden ser la causa mediata o inmediata de las enfermedades; i entre las infinitas que rodeau al liombrc, pondré en primera linea el calor, la luz, c! aire atmosférico, el ejercicio los alimentos; i las bebidas que con otros muchos que me escuso do rilar, pertenecen al orden de las causas esternas, de las que se podrian formar diferentes clases, i especies, según su mayor o menor, i mas o menos directa infiurncia sotiic tal o cual sistema, tejido, órgano, o aparato. Asi la plétora, una ideosencracia bien pronunciada, las pasiones de ánimo retenidas o reproducidas etc. puedénsc conside,- rar v. g. como causas antecedentes internas o predisponentes. Los ajenies físicos i químicos por sus propiedades i violencias forman también otros grupos i especies de causas de irritación, e inflamación, que sin predisposición del organismo, destruyen los tejidos; como son la acción corrosiva de los venenos vio. lentos, la de los ácidos concentrados las violencias esteriores, como golpes heridas etc. etc, que consecutivamente acarrean C(>n frecuencia irritaciones e inflamaciones de ¡os tejidos sobre que obran. Es de advertir, que todos, o la mayor parte do los ajenies conocidos en su influencia como causas primitivas o seenndarias de irritacio- nes o inflamaciones, son sino indispensables, a lo ménos convenientes para la exis- tencia individual, i solo obran como tales causas de enfermedades, cuando su acción ejercen sobre tejidos, sistemas, órganos o aparatos predispuestos a resistirse en un grado excesivo para el buen i fácil desempeño de sus respectivas funciones. Asi re- mos V. g. que la luz tan necesaria para ver, irrita los órganos de la visión, siempre que aquella, o su acción sea demasiado viva sobre los mismos: los alimentos i las be- bidas tan indispensables para la nutrición i reparación de las pérdidas de la econo- mía cuando son de mala calidad, o en cantidad excesiva frecuentemente se convierta en causas poderosas de las irritaciones e inllamaciones del aparato dijeslivo. Otro tanto se podría decir del calórico sobre el cutis, del aire ambiente sobre el pulmón, del oxijeno sobre la omaiosis etc. etc., no ménos que de la influencia mas o ménos directa que la electricidad ejerce sobre el aparato o ensilivo; las afecciones morales sobre el cerebro i demas visceras; i algunas de ellas como el miedo v. g. sobre la ve- jiga en unos, sobre el recto en otros; sobre el estómago en muchos etc. según la ¡deo- sencracia individual, i el ejercicio sobre el aparato locomotor, i así los demas. Otro tanto se infiere de lo que se observa en la práctica, en el modo de obraride ciertos medicamcnlos mas o ménos directamente sobre tal o cual órgano con prefe- rencia. Vemos V. g, el opio dirije su acción especial sobre el cerebro: el alcanfor so- })re la vejiga: el centeno cornesuelo sobre el útero: la estremina sobre la médula es- pinal etc.: de donde se deduce la necesidad que bai de fundar una etiolojía sobre los principios que acabo de notar. — Desde luego pues, que el organismo vivo tiene aptitud de resentirse los estimulantes jenerales o especiales; de donde se .sigue que todos los tejidos que lo constituyen, son susceptibles de ser irritados o infiainados, .siempre que la acción de los primeros sea excesivo sobre la sensibilidad o predispo- sición de los segundos; a no escluir de esta regla jeneral, el sólido o parte terreocal- carea de los huesos, las uñas i los cabellos; i aun se puede decir de estos con mas propiedad, que el p irenquima huesoso se inflama como frecuentemente lo vemos en las afecciones sifeliticas inveteradas que causan los osteocopos, nodocidades exostosis etc. que los cabellos se irritan hasta el grado de dar sangre, como algunas yeces se ha visto dice Andral en la plica de Polonia, i de cierto, que hasta las uñas esperi- mentan alteraciones cuando en ellas se ob.servan excrcscncias córneas, aunque no se les quisiese en este caso conceder mas que una irritación exceSivunenle nulriva o hi- ficilrórto^. Sea de ello lo qüc fuere; de lo dicho se infiere qiie lodos los tejido? pno* deh ser afectados sin oxceptiiar ninguno, i que lodos los órganos, lodos los síntomas, i todos los aparatos hablando en jeneral pueden ser alacados de irritación e iníla- inaeion, cuyos síntomas como hemos dicho ya, son el dolor, (el dolor), el tumor; ca- lor, o rubor mas o raénos pronunciados, i notables, o lodos o muchos de ellos juntos i acompañados de mayor allujo de sangre que vemos unirse a la parte afectada. El primer estado, constituye la irritación. Consiituye la irritación como queda dicho i el segundo la inflación. Estos signos locales, comunes o constantes de toda irritación ■e inflamación, van con frecuencia acompañados de otros muchos secundarios, según la mayor o menor intensidad de la irritación e inflamación, según la importancia del órgano que aquella ocupa, i según las simpatías que este desenvuelve, en virtud de su mayor o menor sensibilidad, de los que muchas veces a causa de su profundi- dad, inferimos su existencia en tal o cual órgano, aparato o punto, presentándosenos de este modo trasparente, por decirlo asi, el cuerpo humano. Como la anatomía jeneral nos enseña, que los órganos de la '"economia, están for- mados de diez i seis tejidos diferentes, dispuestos de dos en dos, de tres en tros, de cuatro en cuatro llamados celular, nervioso, vascular, sanguíneos, tinjálico, cutauco, mucoso, serose, sinovial etc.; fácil es concebir, que siendo diversa su sensibilidad e importancia, no será indiferente el conocimiento de las secciones de cada uno de ellos, o mas o ménos eonvinadas en los parenquimas orgánicos, para establecer el trata- miento conveniente. Pero ántes de hablar de los medios terapéuticos contra las irri- taciones, e inflamaciones, en jeneral, revisarémos lijeramente, las terminaciones mas comunes de ellas. JERltllNAClONES. Abandonada asi'misma la inflamación, puede pues terminar por delitesencia. re- solución, supuración, ulceración, por induración blanca o jisasca, i duración roja o cpatizacion; i por último engangreiia. Varias de estas terminaciones, son a corta di- ferencia ¡guales en todos los tejidos, como v. g. las dos priineras; pero algunas otras como la supuración, presentan diferencias notables, en razón de la violencia j carácter inflaraatorio, i en la del tejido que haya sido invadido, cuyas terminaciones mas felices son la resolución i la delitesencia, que no se diferencia de la primera, mas que en la prontitud de su resollado. La resolución, es la lenta i espontánea desaparición de la inflamación. La delitecencia, la pronta i casi instantánea resorción de los Ihiuidos acumulados en la par irritada o inflamada. La supuración, es la formación de un liquido mas o ménos espeso blanco rosado 0 «grisaseo, según la violencia de la inflamación que haya determinado, i tejido que hubiere segregado. La ulceración, es la destrucción de los tejidos (invadidos por la inflamación jcnc- ralmente crónica. Gangrena es la mortificación de los tejidos por exceso o defecto de excitantes. — 1 por ultimo la induración sea de la clase que fuere es la excesiva nutrición de los te- jidos o acumulo intestinal de líquidos o materiales en un punto determinado. DIAGNOSTICO I PRONOSTICO. Según queda dicho, hablando de la iiTilacion e inflamación en jeneral i sus conse- cuencias en diferentes punios de la cconomia, el diagnóstico siempre débese formar de os caracteres locilesque presenta la afección; i cuando aquellos sean ocu'los a los sentidos del médico, entóneos lo fundará de los síntomas secundarios que mas sobre- — iO?,— sat^nn, teniendo bien presente las simpatías de cada órgano i tejido en particular, i las diferentes relaciones mas o menos estrechas (pie estas tengan entre si, o inierro- gando como quien dice en los casos oscuros i difíciles, al espresivo lenguaje de la naluraieza, i examinando con cuidado el carácter i la violencia de las causas. Llegado una Voz a formar el verdadero diagnóstico, es decir, caracterizada bien la en- fermedad, no es difícil formar un pronóstico aproximativoi casi cierto: bien, que como el uso del resultado frecuentemente depende de la mayor o menor exactitud, enerjia i actividad con que se emplean los mt'dios terapéuticos, i del orden que se lleve en el método curativo establecido, en pocas veces salen frustradas las esperanzas o los temores mejor fundados de los médicos, burlándose, por mejor decir, la enfermedad o los esfuerzos de la naturaleza, de los adelantados juicios del médico, del paciente i de sus interesados. iVo obstante, cuanto mas intensa sea la causa determinante, i cuanto mas sensible, predispuesta i complicada el órgano, aparato o tejido afectado Sobre que obran, tanto mas mauilieslos serán sus efectos: por consiguiente, cuanto mas violenta sea la iuílamacion, cuanto mas importante a la vida el tejido, órgano o aparato que aquella ocupa, t inlo mas grave será el pronóstico i viceversa. Es decir, que para formar una idea cabal, o cuando ménos aproximativa del verdadero diag- nóstico i pronóstico, es indispens ifaie: l.° el conocimiento esacto de la enfermedad i sus caracteres peculiares; 2.® la disposición nel organismo; i 3.° los medios Ihira- péuticos de que con mus o ménos certeza puede el médico hacer uso. Estos tres pun- tos Jenerales, comprenden los ccnocimientos universales de la anatomía i fisiolojía, de la palolojía jeneral i especial i los de terapéutica e hijiene. Así es que, miéntras la inliamacion de un miembro cualquiera, por intensa que sea en uu sujeto bien constituido, apenas comprometería mas que a este solo; no asi sucedería cuando una, aunque iijera irritación llegiuásica en un organismo deteriora- do, sea idiupálica o simpáticamente llega a ocupar algún tejido de los órganos esen- ciales a la vida, como v. g.: el cerebro i sus envoltorios, el pulmón, corazón, estóma- go, etc.; que desde mui cerca amenaza la existencia del individuo En el primer caso será leve el pronóstico, porque jamas puede primitivamente comprometer la vida del paciente; i solo podría formarse grave, con res pecio al miem- bro, o en el caso de sospechar, o llegue a obrar simpática o secundariammenle sobre las vicera^: mas, cu el segundo, siempre débese formar, cuando no grave, al ménos reservado, en razón de la predisposición individual que con tanta facilidad se desarro- llan simpadas de graves consecuencias, i en razón también del aniquilamiento orgá- nico que tan poca resisLenceiicia ofrece, i por consiguiente promete poras esperanzas. Sin embargo, estas reglas jenerales, son susceptibles de mil modificaciones en la terapéutica particular, de la que yo me escuso hablar en este momento. tratamiento! Puesto que la fiebre es consecuencia secundaria déla irritación o inílamacion, co- mo queda demostrado con los principios ya emitidos, claro es que. curar üegmásias es curar las fiebres. I en efecto, sabor combatir una irritación, nna inflamación, oS saber tratar i curar las fiebres, i solo hai que tener presente aquellos caracteres es- peciales de irritación, de cada inflamación, como indiqué mas arriba, según las mo- dificaciones que hace sufrir al organismo, en virtud dcl modo de ohrar de las cau- sas, de la mayor o menor intensidad de los efectos, i según el tejido, órgano o apa- rato que con preferencia haya sido afocladó a fin de proporcionarles los modificado- res mas convenientes, o medios terapéuticos mas a propósito para combalirhis, conocida que sea su acción therapéulica, i sancionada por una larga i no interrum- pida espcriencia. .lias, lodos los conocimieulos del médico por eslensus que sean, 51 — Í04 — srriin nulos i mas bien peniidos o perjudiciales siempre que faltase la oportunidad incluso de los medios curativos. Digo sí, la oportunidad, pues que ella es el comple- mento de la ciencia médica. Esta oportunidad, pues, de «qué medios se han de apli- car, cuando, de qué modo i en qué parte es el resúmen total de la terapéutica; bien entendido, que todos los medios, sin excepción son buenos, si se sujetan a esa lei. Cualquiera que sea, pues, el caso, la única mira que debe llevar en el tratamiento de toda irritación o inílamicion, es la de restablecer a su estado normal , la acción orgánica excesivamente aumentada de los tejidos afectados. Una indicación tan sim- ple como esta, parece a primera vista fácil de llenar con un solo orden de medios, pero no es difícil convencerse que en la indicación jencral siempre es la misma, los me. dios al contrario, son i deben ser necesariamente modificados por un gran número decir- cunstancias parlicidares. Asi, la'cdad, el sexo, el temperamento, la ideosencracia indivi- dual, por una parte, i las causas de la irritación, su grado de intensidad, su agudeza 0 cronosidad. su continuidad o intermitencia, su simplicidad o complicación, su carác- ter o naturaleza intlamatoria, hemorrájica, nerviosa, secretoria o nutritiva, la diver- sidad de tejidos, i en (in algunas otras particularidades todavia desconocidas, son otros tantos motivos de indicaciones especiales, o causas de modificaciones en el uso, i con frecuencia en la naturaleza misma de los medios curativos. Tres son las clases principales que entre otros infinitos medios hai de hacer cesar la irritación, a saber: l.° medicación de asthenica directa; 2.® mediación asthenica indirecta o revulsiva; 3.® el réjiinen, sin olvidar que la substracción de las causas, 1 el reposo del órgano afectado, hacen neceriamente parte del iralamienlo, aplicables a todas las enfermedades. En cuanto al tratamiento jeneral de las inflamaciones, comprenden: 1." los medios terapéuticos que disminuyen directamente la irritación de los tejidos, i que por esta razón se pueden llamar antillojislicos directos; 2.® los medios terapéuticos que debi- fitan i hacen cesar indirectamente la inll imacion, llamándolas a otra parte menos importante que aquellas que anteriormente ocupaba, estos son antitlojísticos indirec- tos o revulsivos; 3.® muchos medicamentos especiales, aquellos cuya acción sedativa, cada uno de ellos ejerce sobre un órgano particular, por cualquier vía que se admi- nistre. I en fin, la quiolud' la dieta i el réjimen debilitante. Los antitlojísticos directos mas poderosos, son las emisiones sanguíneas jencrales * locales, la aplicación del frió, tópicos emolientes, narcóticos astrinjentes, sedantes i las lavativas, baños i bebida.? de la misma naturaleza. Pertenecen a la clase de anti- flojisticos indirectos o revulsivo?, las sanguijuelas en pequeño número, las ventosas secas i escarificadas, el vejigatorio, el sedal, los sinapismos, las pomadas amoniacal esliviada, etc,; el cauterio actual, la moxa, i en fin los vomitivos i purgantes. I últi- mamente, en el número de los antitlojísticos, debemos necesariamente contar con el opio, cuya acción sedativa es evidente sobre el cerebro; elác.idó idrociánico, queejer- ce una acción semejante sobre el sistema nervioso, que precede a la respiración, igual- mente que la dijital sobre el corazón, el alcanfor sobre la vejiga, la lixmientina sobre todas las vias urinarias, etc., etc. No corresponde aquí señalar los medios mas propios contra cada irritación, ni pan combatir cada inflación. Básteme solo haberlos indicado en globo, i de un modo mui jeneral, cual es mi objeto; puesto que tratados especiales i excelentes de diver- sos i respetables actores existen para el caso, a cuyo espiritu me remito en la con- fianza i casi seguridad de que sabe combatir una irritación o intlamacion, escomo he dicho ántes, saber curar la fiebre, sea cual fuere su denominación, i también ha- llando en jeneral, saber curar la mayor parte de las enfermedades. Antes de establecer los principios emitidos en este opúsculo, he consultado varios tratados de diferentes autore.s, tanto antiguos como modernos, asi españole» como — 40&— frnncosos, que han escrito con mas o menos talento, habilidad i acierto sobre los di- versos ramos de la medicina, i en especial sobre la irritación, inílamacion i fiebre; materias tas tres, las mas importantes en el arle de curar, según los conocimientos médicos del dia, i a los que esclusivameute he tratado de ceñirme en el limitado e insignificante trabajo de esta disertación. I me consideraré feliz si mi escrito hubiese consignado algún dalo luminoso, propio o ajeno, que directa o indirectamente pueda contribuir a la ilustración de algún punto de la ciencia de curar i al bien de la huma- nidad; i que llenando de buena le en este solemne acto los sagrados deberes de im alumno todavia, sean mis principios dignos de esta ilustre comisión, de la aproba- ción de gran maestro, i de la salisfacicon de mis respetables censores, a cuyo severo e inequivoco dictámen los someto, confiado, como dije, en la induljcncia que hai que esperar de sus vastos conocimientos. MEMORIA presentarla a Ja Facultad de Medicina para olüener id grado de Lice?iciado por don rafael v. oumald en la sesio?i del dia ] de Julio de 1850. Señores: Enire el sin número de enfermedades que afectan a la especie humana, no se pue- de negar que hai muchas que son orijinadas por nuestra propia voluntad como son las que dimanan de toda clase de excesos i que se podrian fácilmente evitar, otras que son producidas por las distintas estaciones o cambios de temperatura; i otras en fin peculiares a ciertos lugares como sucede en los hospitales, cárceles, embarcacio- nes i que difícilmente pueden remediarse. Una de las que pertenece a esta última clase i de la que me propongo tratar en este imperfecto trabajo, es la denominada' podredumbre o gangrena de hospital, la qne parece desarrollarse mas especialmente en estas casas de beneficencia destinadas a aliviar las dolencias \de los infelices, que a ellas Se rcfiijian i dispuestas en cierto modo a hacer contraer otra como es de la la que me ocupo que muchas veces Ies causa la muerte. Esta enfermedad ha sido designada por muchos autores con los diversos nombres de mal de hospital, gangrena contajiosa, tifus traumático, etc. Pero en el dia se lia prjferido el de podredumbre de hospital, porque espresa bien el principal carácter de la alteración, es decir, esa especie de dcjeneracion pútrida que se apodera de los tejidos vivos. Aunque la podredumbre de hospital no halla sido descrita por nuestros antepasa- dos como una afección distinta, parece sin embargo mui probable que no se oculta- re a su espíritu observador. Efectivamente, no puede desconocerse la analojia que existe entre los fenómenos que caracterizan esta enfermedad, i los de esas úlceras sórdidas pútridas i canocivas de que con tanta frecuencia se habla en los autores an- tiguos i las cuales solo se curaban por medio de la aplicación de los escaróticos i del fuego. Entre los escritos de los cirujanos militares i particularmente de Ambrosio Par- co se encuentran algunos pasajes que parecen referirse a osla efcccion. Asi también de La Moltc en su tratado de Cirujia publicado en 1771 habla de una disposición ala mortificación que se llamaba vulgarmente podredumbre en el Hotel Dieu de Paris, ¿ que acompañaba a casi todas las heridas i aburos tratados cn csle hospital donde rei- naba constantemente un aire corrompido. — 4UÜ— Poro os uooesario llorar a los últimos años dol siglo 18 (1703), para encontrar en las obras du i*outoau iina descripción detenida de la gangrena húmeda de hospital, ontermedad que estudió con mucho cuidado porque la habla padecido cuando era íliscipulo del Hotel Dieu de Lyon. Algunos años desjiues salieron a esos varios trata- dos de Dussaurroy, sucesor de Pouleau en Lyon, de Leonardo Gudle(isic en Inglate- rra i de los señores Rollo, Blanc i Tiolter sobre este mismo asunto* hasta que en 1815 .11. Delpide publicó una excelente memoria sobre esta afección observada en el hospital de San Eloi de IMontpellier durante el de-.astroso año de 1814. Pero mas recientemente llr. Blackader en Inglaterra i M. Ollivier en Francia han publicado dos trabajos mui estensos i bien escritos sobre esta afección. Causas. — Esta enfermedad como lo indica su nombre es peculiar a los hospitales i a lodos aquellos puntos en que se hallan encerrados un gran numero de enfernuts. Efectivamente, la acumulación de un gran número de heridos en un espacio circuns- crito, es la condición que influye de un modo evidente sobre la primera aparición de la podredumbre: i semejante influencia es mas poderosa cuando se halla secund.da ])or la mala situación del hospital colocado en un sitio bajo, húmedo i próximo a algún foco de infección, cuando las salas están mal dispuestas, son Lajas, oscuras i mal ventiladas. Todas estas circunstancias son mui adecuadas para producir la co- rrupción del aire en que se hallan los heridos i alterada la iilmósfera de este modo por las exhalaciones concentradas de tantos hombres i por los vapores que emanan de las úlceras i heridas así como de sus deposiciones albinas, cnjeiidra en las solu- ciones de continuidad esta desjeneracion pútrida ya por su infleiicia nociva sobre te- da la economia, ya principalmente por su acción inmediata sobre las superficies traumáticas, lis sobre todo temible la infección miasmática del aire cuando los heri- dos están ya enfermos de antemano, afectados de escorbuto, de disinleria, fiebre ti- foidea o debilitados por toda clase de excesos, malos alimentas, emociones morale.s, etc. Por eso se ha observado principalmeuto la podredumbre en la guerra, cu las cár- celes, a bordo de .os buques, es decir, en lodos aquellos lugares i en los sujetos que leuiien todas o casi todas las condiciones (jue he mencionado. Otra de las circunstancias productoras, como lo ha oi)scrvado M. Delptdi, es la in- mediación a las cama.s o salas de ios enfermos de fiebre. Respecto a la influencia que ejcicen, las estaciones, los climas i las tcmperalnras no se hillat» conforme los autores. Dussaurroy cree que es mas común en el verano, i’ercy asegura por el contrario que se observa principalmente durante las estaciones frias i húmedas. M. Richirand dice que un estado eminentemcnlc elcclrico de la at- mósfera influye también en el desarrollo de esta enferiued.id como lo ha observado en el hospital de San Luis que cuando se perturbaba un poco la tranquilidad de los emfermos con ocasión de alguna tempestad, al dia siguiente eran acometidos de esl.i dejeneracion: pero todo esto podrá suceder mui bien eti otros lugares i no en el nue.slro porque la estación mas desfavorable para Gliilc en la p roduccion de esta en- fermedad es desde fines de primavera hasta ¡arincipios de otoño. El temperamento o estado constitucional de los individuos me parece ser otra de las causas predisponentes de esta nfeccinii; porque fijándome en los casos observ.idos ha sido en individuos casi todos deteriorados por los excesos como la mayor parte de nuestros soldados o sumidos en la miseria como los presidarios de la Cárcel Peni- tenciaria. Como la siíilis es casi la única enferimídad de (|ue los primeros adolecen, i como su curación se hace por medicamentos alterantes, como el mercurio i el yodo bajo distintas formas i teniendo estos medios la propiedad de licuar la sangre ha- ciéndole perder su plasticidad o cohccion de sus principios constituyentes; si se aña- de también la supuración consecutiva a las úlceras o bid)ones que jeneralmcnle son bastante grandes, entra el sistema cu un estado de debilidad que con las causas y¡» — 30G— diadas favorecen la aparición de csla afección. En apoyo de eslo referiré ini caso liaslanle notable. Entró al niiaicro 8G del hospital militar un sárjenlo de Granaderos caballo, como de 3G años de edad, constitución sanguínico-linfálico, de úlceras en cd miembro i de dolores sifilíticos habiendo padecido no mucho tiempo antes de otros accidentes venéreos. Este sujeto fué tratado con el plan mercurial interior i ex- leriormenle, apesar de frecuentes cauterizaciones hechis en el miembro las úlceras no se manifestaban de buen carácter; i por último fué atacado de gangrena de hos- pital no habiendo en esa época ningún otro afectado de ella, le sobrevino el plialis- ino, las amigdalas se le ulceraron i por último expiró victima de la gangrena que ¡o destrozó todo el miembro, el escroto i parte de los muslos. Del mismo modo sucede con los presidarios cuyos temperamentos casi lodos son linfáticos i que si ánles do entrar a la prisión eran un poco sanguíneos mui pronto se modifica por el sin nú- mero de causas anlihijiénicas de que se hdlan rodeados, siendo las escrófulas una de las enfermedades que mas los atacan las que tan pronto como entran en supuración no lardan en adquirir la podredumbre. Pero, ¿a qué deberemos atribuir esta enfermedad cuando vemos que se encuentran reunidas todas las circunstancias capaces de desarrollarla i no obstante no se produ- ce? Aquí se presenta una cuestión de que mas se han ocupado los autores. Los unos fundados en una multitud de esperimenlos establecen que la podredum- bre es una enfermedad por infeceion miasmática, que se propaga a semejanza de las epidemias por la acción con tinna i creciente de las mismas causas que atacan a los dife- rentes individuos, según sus predisposiciones hasta qucexlinguida su actividad eesin o disminuyen en sus efectos; i por último, que conlinuando las causas de esta desjene- ración pueden hacer de ella una verdadera endemia i por no haberlas destruido suele reinar durante algunos años i sin inicrrupeion en el mismo hospital, como sucedia en el hospital de la Caridad que apareeia de cuando en cuando, pero constantemente en el enfermo que ocupaba cierta cama colocada en uno de los estremos de la sala próxima a una fuente, la cual quitada no ha vuelto a manifestarse el accidente. Perey es entre los atores que han escrito acerca de esta'enfcrraedad quien mas de- cididamenle se opone a la idea del conlajio. Empieza por establecer que entre todos los enfermos recibidos i existentes en un hospital hai siempre cierto número cuyas heridas una sufre la dojencracion raiéntras que la otra permanece completamente sa- na hasta cicatrisarsc; que limita sus estragos a la mitad de una herida dejando a la otra mitad intacta Ademas ha visto curar heridas simples d>'spues de otras que se hallaban en estado de podredumbre descuidan el limpiar bien sus instrumentos o sus manos i no sobrevenir cambio alguno en el estado de las primeras. El profescr Richerand refiere igualmente que ha aplicado muchas veces algunas gotas de pulula- go que cubre a las heridas afectas de podredumbre sobre otras herid is o úlceras, sin comunicai las este jénero de alteración. Mr. Thomas hs i de un color mas su- bido que el resto de la herida cubierta de un licor negrusco i tenaz, ulcerado en su fondo i que se es tiende a un tiempo en superficie i profundidad, por la destrucción de las parles que la rodean sin dejar otro residuo que la materia icorosa ya dicha. Según van agrandándose los puntos ulcerados, sejaproximan, se tocan, se confunden i enlónces camina la enfermedad con mayor prontitud que cuando estaban aislados los focos. Sin embargo, en tanto que progresa la úlcera no presenta el resto de la herida ningún fenómeno anormal i se verifica la cicatrización como si nada hubiese sobrevenido, pero luego que 1.a podredumbre llega a los bordes de la solución de ‘Continuidad adquiere el mal nueva actividad i la úlcera destruye con rapidez las partes circunvecinas. La segunda forma que es la llamada pulposa es mucho mas frecuente que la pri- mera i se manifiesta del modo siguiente: En una herida que caminaba hacia la cica- trización, se observa que cambia su estado, se pone mui dolorosa, se inflaman sus bordes, se vuelven hacia afuera i sangran al menor contado. El pus bl anico- e.. inodo- ro, se convierte en sanioso, pardusco i fétido. Al dia siguiente crece la inflamación, los bordes de la herida infiltrados i blandujos están rodeados de un circulo violado edematoso signo seg(uo de su pronta destrucción. La herida está cubierta de una ca- pa espesa, vireosa, morena o parda, fétida que se repara con dificultad i a la vez es- tá mcsrlada con sangre que han dado las bocas de los vasos sanguíneos corroídos; esta sangre se reúne a veces formando cuajarones i otras se halla en estado de putre- facción según su cantidad i el grado de alteración que ha csperimentido, si los vasos tienen un calibre algo considerable su rotura orijina hemorrajias copiosas, frecuentes i alarmantes, porque agraban el estado del paciente. El desorden puede ño llegar a —310 - psle piiiitíi ¡ aun permanecer estacionario muchos días si es poco activa la inflama- ción i si es buena la constitución del enferma, pero frecnentemente el mal continua sus estragos i la herida se estiende i profundiza. El cutis, el tejido celular i los mús- culos superficiales se hinchan desde luego i después los mas profundos formando termas se convierten sucesivamente en un putrilago uniforme i abundante. La última clase de gangrena que describen los autores es la que se manifiesta en algunos casos bajo la forma de vesiculas, de un granito, de una pustulilla o de una pequeña flictena, la que después de rota se halla debajo una pequeña úlcera en for- ma de olveolo o de capsula cubierta de una materia costrosa, gsis o pardusca, que se aumenta con mayor o menor rapidez siguiendo después la enfermedad su curso ha- bitual. Tales son los sintomas locales que caracterizan a cada una de las especies de gan*- greña citadas: pero sucece muchas veces que cuando el mal ha invadido una superfi- cie bastante estensa se acompañe de otros jeuerales que dependen de muchas causas, como de la agudesa de la enfermedad, enerjia i multiplicidad de las causas que la determinan i por último el estado de las fuerzas del paciente. En los individuos fuer- tes i que se encuentran en buen estado, cuando la gangrena es moderada i poco in- tensos los dolores rara vez se manifiesta la fiebre i los trastornos funcionales hasta los 15 o 20 dias i aun en ocasiones después. Cuando el dolor es agudo, aunque sea robnsta la constitución no tarda en observarse ajitacion, insomnio i repugnancia a los alimentos, la cara se pone encendida i el pulso duro i frecuente; en una palabra, la reacción es pronta i ofrece un carácter inflamatorio. En los sujetos debilitados i cuando la podredumbre ofrece mal carácter como cuando es la forma pulposa sobre- vienen los fenómenos jenerales casi inmediatamente después de la invasión, manifes. lándose desde el quinto o sesto di i i aun desde el cuarto, la fiebre toma entonces la forma aláxica o dinámica, es decir que los síntomas dominantes son la debilidad, in- termitencia e irregularidad del pulso, la postración mas inmediata, algunas veces el delirio i los saltos de tendones, siendo por lin la muerte la inevitable consecuencia de esta profunda alteración de la economia. En los ca-os mas comunes empieza a afectarse la constitución desde el décimo al décimo quinto dia. Los dolores que esperimentan los enfermos en las heridas se ha- cen cada vez mas intensos, se prolongan durante la noche i producen insomnio, el ¡ipelito disminuye primero i después se pierde totalmente, la lengua aparece pálida i sensiblemente fria, el epigastreo se pone dolorido, las evacuaciones albinas son ra- ras o se hallan suprimidas, está pintado en el rostro la tristeza, el enfermo enflaquece notablemente i su temperatura es mas baja que en el estado natural. A estos fenóme- nos se añade pronto la fiebre, el pulso pequeño i débil hasta entóneos, se hace cada vez mas frecuente i después precipitado, se eleva algún tanto la temperatura presen, tándose la piel a un tiempo pálida i seca; sobreviene ccfalaljia i sed, aunque rara vez está la lengua seca i fulijinosa, el vientre se halla por lo común deprimido, la postración muscular i la espresion triste de la cara van aumentándose mas cada vez, se infiiir.in los miemtaros, la traspiración es fétida i exhala el olor de la podredum- bre, llega la debilidad al mas alto grado i una diarrea colicuativa, la escrecion in- voluntaria de las materias fecales i la escoriación gangrenosa de l.a piel que cubre el sacro acaban de estenuar a los enfermos. Hállanse estos sumidos en la apatía i en una especie de insensibilidad, parecen imliferentes a cuanto pasa a su rededor i re- húsan que se les cure i no manifiestan desear otra cosa que se les deje abandonados a su siKTte i permanecer tranquilos en aquel estado de postración que a poco tiempo es reemplazado por la muerte. r,oino so acaba de ver los sintomas jenerales se presentan bajo mui diversos aspec- tos, lo cual debe sin duda atribuirse a q c no siempre reconocen el mismo orij< n. -‘411 — Kfcclivamente unas veces al principio i en los sujetos robustos consisten en una es- pecie de reacción exitada por la violencia de la alteración local: otras al contrario como sucede en los sujetos debilitados toma la fiebre desde el principio una lorma forma atávica o adinámica i por último en un periodo adelantado de la enfermedad i cuando los tejidos están empapados de materia pútrida se manifiesta una fiebre len- la de la naturaleza de la hectica i que parece debida a la reabsorción de los gaces i de los líquidos i a la alteración jcneral de los humores, consiguiente a su mésela con sustancias eminentemente deletéreas. Tal es el aspecto jeneral de la podredumbre de hospital en el mayor número de casoSj pero esta temible afección ofrece en su duración, su curso i sus terminaciones, particularidades notables que dependen ya del sitio que ocupa ya de las circunstan- cias que la han producido i sostienen. Guando ataca a un individuo bien constituido o cuando se manifiesta en un para- je i en circunstancias que no son mui favorables a su desarrollo i propagación pue- de limitarse a una parte de la herida o en el caso de cstenderse a toda la superficie de esta al ménos son lentos sus progresos i mediana su intensidad verificándose su curación al cabo de diez o quince dias. En este caso se anuncia por la desaparición de la fiebre i el restablecimiento de sus grandes funciones en el caso de haber estado alteradas. Al mismo tiempo se acterje la herida, la materia que formaba costra i que estaba íntimamente adherida a ella se reblandece i so desprende rara vez en su tota- lidad pero sí por pequeños fragmentos, dejando descubierta una capa de granula- ciones carnosas cuyo color es bermejo; cesan los dolores; al flujo de sanies iccrosa i fétida sucede un pus de buena calidad; el circulo negrusco que rodeaba las parles enfermas es reemplazado por una auréola de color de rosa i por una lijera hinchason inflamatoria; fin dmente la herida vuelve a sus condiciones ordinarias i deja de exis- tir la complicación. La duración mas común de la podredumbre es de veinte a treinta dias i aun ménos, los fenómenos de delension se verifican entonces con mayor lentitud i dificultad i las recidivas que son mui frecuentes sobrevienen las mas veces cuando está a punto de terminarse la cicatrización causando después estragos mas funestos que los que hasta entóiiccs había producido como mui frecuentemente lo he observado. Suele acontecer que la herida se cura por un lado miéntras que por otro hace progresos la enfermedad i en ocasiones también coexisten dos variedades de podredumbre que se hallan en diferentes grados. Cuando se prolonga la enfermedad mas allá del tér- mino indicado tiene casi siempre un éxito funesto i los enfermos perecen en el ma- rasmo después de tantos padecimientos. Para establecer el pronóstico debe atenderse a varias circunstancias como son la especie, la estension, ei período i el sitio de la alteración. La variedad pulposa es mas grave que todas las demas. Cuando la enfermedad es reciente i representa en una herida sensilla i de corta estension se obtiene por lo regular la curación rápida- mente i sin quedar el mas pequeño rastro de su existencia; al paso que en las solu- ciones de contumidad vastas i profundas es mui pcsticias, están mui sujetas a caídas i hace estragos considerables de donde resultan atrofias, parálisis i diformidades in- curables. En todos aquellos sitios en que la piel está reforzada por fuertes aponerro- sis, los progresos de la gangrena son lentos, es mucho mas grave en las rcíjiones mas defendidas por las hojas aponerróticas i abundanlcmentc provistas de tejido celular como la corva, la axila i las nalgas. El pronóstico es también algo grave cuando ata- ra a las heridas por contusión con mucha pérdida do sustancia , en el foco de una fractura conminuta o en la superficie de un muñón i también en las articulaciones. Ilai ciertas complicaciones como el escorbuto, el tifus la disenteria que agravan el pronóstico pero no sucede lo mismo con la afección sifilítica como dice P.oyer porque b-2 }ic vistü iníinitns veces li cicilrizacion de Inborcs supurados afectos de gangrena Ja una estonsion tan grande que han destruido casi cnlcranientc la rejion hipogástricat i pirte de los muslos sanar con igual facilidad, que si se hubiere tratado la misma complicación en una herida ordinaria. Diagnosis. — Teniendo bien presente los fenómenos que se acaban de enumerar, no es difícil reconocer la existencia de la afección, pero pueden muchas voces confun- dirse con ellas ciertas afecciones pasajeras de las heridas que difieren esencialmente de la verdadera podredumbre. Sucede en ocasiones que un exceso en el réjimen, !a aplicación de un tópico irri- tante, la caida del apósito durante el sueño, etc., ejercen una influencia nociva en la marcha de una úlcera i dan lugar a una lijera inflamación acompañada de rubi- cund‘S i de tumifaccion dolorosa i a la secreción de una capa albuminosa qué cubrí? la superficie supurante. El aspecto de la útera asi modificado podria inspirar algún recelo, pero falla el dolor urente propio de la podredumbre, i la facilidad con que se logra hacer desaparecer los caracteres sospechosos por medio de cataplasmas emolien. les. quietud i abstinencia. ' El infacto gástrico exila en las uterascon bastante frecuencia una inílamacion sin- tomática que se dá a reconocer por la aparición de una escara blanca mui tenue. De igual modo una fiebre tifoidea desarrollada en una herida, determina, por poca gra- vedad que ofrezca la desecación de la superficie traumática, i la formación de una escara que se desprende asi que ha cedido la enfermedad jeneral i deja ver unos nj.anctvones carnosos de buena condición. Pero será fácil evitar este inconveniente ob- servando con cuidado la marcha de la enfermedad; porque la fiebre es la primera que se desarrolla i precede inmediatamente a los cambios que sobrevienen en la superficie de la úlcera, las cuatro siguen todas las faces de la afección jeneral, como que solo son un efecto mui accesorio de la misma i desaparecen con ella; ademas, jamas ad- quieren h gravedad que presenlaria sin duda alguna una gangrena de hospital capaz de orijinar sintonías constitucionales. Las úlceras escorbúsücas ofrecen algunos puntos de semejanza con la variedad pulposa; pero no obstante, para distinguir mullas afecciones, basta acordar que las úlceras según una marcha enteramente crónica que no las acompañan jamas los do- lores agudos que conslanlemcnle se observan en las afectadas de podredumbre; que vienen acompañadas de un estado jeneral caracterizado por una Icnsacion de laxitud i debilidad cstremadas, tumefacción, ulceración i flujo de sangre de las encías, apari- ción del quimosis en varios puntos del cuerqo, palidez del rostro i edema de loS miembros inferiores. Aunque muchos autores han hecho una división de la gangrena en aguda i crónica, i citan varios ejemplos de esta última; parece que han confundido las úlceras cor- bústicas con lo que han llamado la forma crónica, según se infiere de la descripción que se hice de los casos en que se apoyan. Tratamiento de la podredumbre de hospital. — Impedir que se desarrolle una enfer- medad grave, es hacer a la humanidad un servicio mucho mayor que comlualirla des- pués de desarrollada, aunque haya seguridad de hacerlo con buen éxito. Por consi- guiente, el deber del f ictillalivo es ocuparse de todos los medios do destruir las cir- cunstancias que pueden acarrear la gangrena de hospital al momento que existan, i en el uso de estos medios consiste la curación proriláctiea de esta enfermedad. Es ne- cesario evitar a toda costa la acnmnlaeioii de enfermos en los hospitales, colocaviosen salas espaciosas i que no se hallen inmediatas a ningim foco de iiil’eecion, ventilar las sa- l.iscon mucha frecuencia con cloro, pero este medio tiene el inconveniente de excitar la tos i ejercer uní acción eslimtil ante en los órganos respiratorios i se necesitan apara- tos apropiados, p ir lo que se deben preferir mas bien las fumigaciones de ácido ni" —113— trico. Estas fumigaciones aconsejan que se hagan con partes iguales de ácido sulfú- rico concentrado i de nitrato de potasa purificado, (iolocarc el ácido en un vaso en forma de copa, se vierte el nitrato de potasa poco a poco sobre él i se ajita la mezcla con una manecilla de vidrio. Durante la operación estarán cerradas las ventanas i solo se abrirán después de disipado el vapor que se desprende de la mezcla de las sustan- cias. Por lo que hace a las fumigaciones de cloro i azufre se reservarán para la des- infección de la ropa o de las telas desabilitadas. Eon la adopcimi de todos estos medios se puede esperar precaver esta terrible en- fermedad. Es inútil decir que cuando ya se ha declarado deben también ponerse en uso, ya para preservar a los que no han sido atacados, ya para disimularle la violen- cia i la duración de la enfermedad, haciendo desaparecer las causas que la han pro- ducido. El tratamiento curativo de la podredumbre puede ser local i jcneral. Limitándose en su orijen durante algún tiempo a la superficie traumática, fácil es suponer que los medios locales desempeñarán en el tratamiento el principal papel. Pocas serán las enfermedades contra las cuales se halla empleado mayor número de tópicos, y.a del reino vejetal, ya del mineral i de propiedades mas opuestas. En efecto, figuran entre ellas las cataplasmas de linasa, de llantén i rosas, el cocimiento de nuez de aga- llas, de mansanilla, de catecú, las preparaciones opiadas, las adormideras, la yerba mora, el beleño, la bclladonaf, el alcohol simpl^e o alcanforado, la trementina, los polvos de carbón, de quina, el alumbre, el alcanfor, los óxidos de mercurio i de mangando, los bálsamos de Tolú, de Fiorabente, etc. La mayor parle de estos medi- camentos son inútiles o ineficaces i algunos nocivos; otros producen buenos resulta- dos cuando el sajelo es robusto i la enfermedad reciente i leve. Examinare algunos de ellos de un modo suscinto. Los casosen que han crcido indicadas las cataplasmas emolientes i narcóticas ha sido para disipar la inflamación de los bordes de la herida i mas que lodo la agudeza dcl dolor, pero se vé qne la enfermedad sigue su marcha i los dolores aumentan lle- gando a causar hasta el insomnio i no pueden soportar las cataplasmas por el peso que ocasionan. Los diversos polvos tienen el inconveniente de forma luego que llegan a empaparse en los lújuidüs qu<" produce la herida una especie de capa imprcmenblc; ademas, los compuestos con cartón ensucian e irritan sobremanera i ocasionan una comezou mui dülorosa., sirviendo solamente para disipar la fetidez por la propiedad absor- venle. Ningún buen rcsullntado he obtenido con los polvos antisépticos compuestos do carbón, quina, alcanfor i cloruro de cal, pues tienen el inconveniente de los prime- ros, i solo podrán servir en una herida reciente i de corta estension. Pero no puedo dejar de mencionar nna sustancia con la que he observado miulii- simas veces algunas curaciones no solamente en sesiones de extensión sino do ba.s- lante gravedad; esta es la cala, que sin duda contiene en sus hojas algún principio cáustico, mui manifiesto por sus efectos bastantes prontos, para esto se machacan tro.s . o cuatro hojas i se aplican sobre la superficie afectada dos veces al dia; al cabo do dos dias se ve que principia a desprenderse la escara por pequeños pedazos i en el resto del dia se pone cnteramcure limpia. Tambicu la han cuqileado varios de nii¿ colegas en las distintas salas de qne están iiocbo cargo i lian visto el mismo resultado. Ignoro quien haya sido el descubridor de osla sustancia en la podredumbre; perí» en el Hospital, quien nos la recomendó, fué el profesor Uaventos, hacen ya dos años. Pero muchas veces lamiiien sucede que todos estos tópicos que acabo do enumerar, nada aprovechan en los casos bien graves, son insuficientes las imlicaciuncs que en- -414- tnnoos 5e presentan. La pocln'dumbrc, análoga on oslo a la púzliila maligna os nna cnforinciiaiJ, cuyo carácter esencial es el desarrollo de un principio replico, que no reside iinicamenle en la materia saniosa o pulposa de que se hallan cubiertas las heridas, sino que parece incorporarse a los tejidos vivóse infiltrarse on su su sustan- cia tanto mas prorundamente cuanto mayor es la duración e intensidad de la afec- ción. No basta, pues, en todos los casos para contener los progresos del mal i obte- ner una curación radical, quitar o descomponer las materias pútridas depositadas en la superficie de las heridas i evitar lijeramentc los tejidos subyacentes: es preciso ata- car a estos mismos tejidos desorganizarlos, a fin de destruir juntamanle con ellos el principio replico que encierran; i provocar, por último, en las parles inmediatas, una reacción bastante enérjica para repeler los jérmenes de infección que pudieran con- servar, i el único modo de que es capaz de producir tales efectos es la cauterización. Para cauterizar se puede servir de los cáusticos o del fierro candente. Los primeros, casi lodos son minerales — como los ácidos concentrados, el nítrico, el hiduclórico, i sobre lodo el sulfúrico. La potasa cáustica también ha sido usada en pequeños frag- mentos, pero como es tan delincuente es dificil limitar su acción, i mejor seria em- plearla bajo la forma de polvos de Viena. Por lo que hace preparaciones de cobre, mercurio i arsénico, creen algunos que es mejor renunciar a ellas por los accidentes a que suelen dar lugar; pero no me parece que esos temores sean mui fundados, por- que he empleado en algunos easos el nitrato ácido de merqurio i no he visto que ha- llan sobrevenido síntomas caraclerislicos de su aplicación. K1 cauterio actual es en la podredumbre comeen la pústula, el remedio por exce- lencia. Encomiado ya por Pouteau i Doussassoy, ha sido adoptado por Boyer, Del- pech i Olivier; i por la mayor parte de los cirujanos franceses. Es seguro i pronto en sus efectos, de un uso fácil i que no exijo ni mucho tino ni atenciones demasiado pro- lijos. Con tal (|ue se a|)lique bien detiene casi inmeiliatamente la enfermedad, i por lo tanto es preciso, como dice Pouteau, recurrir a él desde que principia la invasión de la gangrena como un medio abortivo que precave la ostensión del mal i los gran- des desórdtnes que de otro modo resuUarian. Se emplea asi mismo con ventaja en los periodos mas adelantados de la enfermedad i no se debe de temer usarle ni aun en el caso de hallarse en toda su fuerza los síntomas jencrales, porque en esta oca- sión obra como un poderoso revulsivo. La única circunstancia que contraindica su uso es la de encontrarse el enfermo en tal estado de postración i debilidad que pu- diera temerse sucumbiera al dolor de la operación. Yo, por mi parle, be empleado este medio en mui pocos casos, porque los enfer. mos no se prestan tan fácilmente como a los otros medios i be obtenido felices resul- tados. Cuando han faltado todos estos recursos i la gangrena no se limita i se vé que il enfermo va perdiendo sus fuerzas por grados, es necesario la amputación, i sucede muchas veces que se la ve aparecer sobre el moñon, i en este cuso acaba con la vida del paciente. El tratamiento jeneral no tiene la importancia que le han atribuido algiino.s ciru- janos i los medios de que consta solo ejercen utia intlnencia indirecta en la marchado esta enfermedad. Cuando es considerable i viene acompañada de calentura se debe prescribir dieta absoluta i el uso de refrijeranles, acidulas o gomosas. Aunque la sangría jeneral ha sido aconsejada por algunos en los sujetos pictóricos, será preciso, en caso que se use, emplearla con reserva porque la postración es una de las consecuencias mas frecuentes. Los narcóticos deben indicarse pero cuando halla desaparecido del lodo la fiebre i los exilantes i antic.spasmódicos cuando halla asaxia i predominio de los sintonías nerviosos. Por lo que luce a la quina considerad » en otro tiempo como especifico que se po- —415— opTiier indiferenicniente a (mias las afecciones gangrenosas, casi lodos reconocen en el (lia unánimemente que no goza de ninguna propiedad antisépiica i que su ad- ministración es intempestiva en el momento en que empiezan los trastornos funcio- nales, porque aumenta la violencia de la fiebre. Pero mas adelante, cuando se altera la constitución i el enfermo consumido por la fiebre héclica se debilita rápidamente, puede la quina producir buenos efectos i con- currir con los amargos, los astrinjentes i el vino oportu a restaurar las fuerzas i pre- parar una reacción saludable. Finalmente, los vomitivos i purgantes han sido recomendados, poro como ya he ma- nifestado en otra paree que muchas veces un embarazo gástrico podía simular mui bien esta afección, creo que solo en este caso podrán ser útiles. Tal es el trabajo qne he tenido el honor de presentar a esta ¡lustre comisión, i me daré por mui satisfecho si él merece su aprobación. ACTAS DEL CONSEJO DE LA CNlVERSiDAD. EXTMCTO DE LA SESION DEL 1 DE AGOSTO DE 1S52. Presidida por el señor Rector, presentes los señores Tocornal, Salas, Solar, Blanco, Domeyko, Orrego i el Secretario. — Aprobada el acta de la sesión d( I 31 de julio, cl señor Rector confirió cl grado de Licenciado en Leyes i Ciencias políticas a don Luis Joaquín Gandarillas, quien recibió su titulo. — En seguida se dió cuenta: I.” de dos oficios del señor Ministro de Instrucción pública; trascribiendo otros tantos supremos decretos; por el primero de los cuales se manda extender titulo de miembros de esta Universidad en la Facultad de Leyes i Ciencias políticas, a favor de los Licenciados don Eujenio Vergara, don Antonio García Reyes, Prebendado don Pascual Solis, i don Francisco Eguiguren, elejidos por la citada Facultad para llenar las vacantesque en ella quedaron por fillecimiento dolos señores Jlonlt, Bello, Irarrázabal i Zañarln; i por el segundo se concede a don Miguel Luis Amunátegui la próroga de un mes que ha solicitado para efectuar su incorporación en la Facultad de Filosofía i Humanida- des.— El 1.“ de estos oficios se mandó trascribir al señor Decano de Leyes, a fin de que por su conducto llegue a noticia de los nombrados; i el 2.“ poner en conoci- miento del interesado. Después de esto cl señor Solar indicó la necesidad de que continúen red '.dándose —i I G— ,\ pira lodíis los ramos de eslTidio de las diversas Facultades, pro{?ramas que sean re- v.'slidos de la aprobación del Consejo Universitario, a la manera que respecto de la Facultad de Humanidades se lia hecho para la jeografía, (ilosofia e historia lileraria. Aceptada la indicación, se comisionó desde luego al señor Doineyko para la redaanon del de Fisica. El señor Rector hizo en seguida presente que acaba de imprimirse por la imprenta del Mtrrurio un Compendio del Derecho Canónico del señor Donoso, trabajado por un jóven Cobo, i que, según una carta que el mismo señor Bello ba recibido del pa- dre del autor, ha merecido la aprobación del referido señor Donoso. Probablemente, agregó, mui luego será sometido al Consejo, solicitando su aprobación para facilitar la enseñanza de este ramo, atendida la grande estension de la obra que extracta. — En cuya virtud, i pareciendo que ese exámen corresponde no solo a la Facultad de Leyes, sino también en parte a la de Teolojia, podria el señor Salas, como Deca- no de esta última, encargarse igualmente de revisarlo. El señor Salas manifestó su disposición a aceptar este encargo; i no ocurriendo otro asunto de que tratar, se le- vantó la sesión. EXTMCTO DE lA SEW DEL 14 DE AGOSTO DE 18ol Por ausencia del señor Rector indispuesto, presidió el señor Meneses, presentes los señores Tocornal, Salas, Solar, Domeyko, Orrego i el Secretario. — Aprobada el acta de la sesión de 7 del corriente, el señor Decano de Matemáticas presentó al Consejo los señores don José Gandarillas i don Carlos Moesta, miembros electos de su Facul- tad, que han pronunciado ya ante esta su discurso de incorporación, con arreglo ¡q Supremo Decreto que para ellos prescribió esta clase de recibimiento; i prestado que fue por ellos el juramento i promesa de estilo, el señor Vice-Rcctor los declaró incor- porados. En seguida se dió cuenta de un oficio del señor Ministro de Instrucción pública» frasmilíendo un libro de lectura para las escuelas de la República, titulado Prue- bas de la vida, que se ha ofrecido en venta a dicho IMinislerio; con el fin de que luciéndose examinar por la Facultad universitaria correspondiente, se informe sobre su mérito, i si convendrá o no adoptarlo para el uso expresado. — Se mandó pasar a! señor Deemo de Ifiiiu anidados con el libro referido, para que, oyendo a su Facul- tad, emita el informe pedido por el señor ¡Ministro. Acto continuo el señor Salas presentó al Consejo un libro titulado: Bictámen del lilíno. i R. Arzobispo de Sintiaf¡o i del limo. Obispo de Concepción, sobre ¡a decía- ración dogmática del privücjio de la inmaculada Concepción de la SantisimaVirjen María; diciendo que el señor Arzobispo lo remitia para el archivo del Consejo Uni- versitario.— Por conduelo del mismo señor Salas se acordó dar las gracias por este obsequio al lllmo. señor Arzobispo. Se leyó un oficio del señor J. M. Cilliss, en que acusa recibo did que se le dirijió ■•n 2G de julio último, acompañándole una colección conqileta de loS .\nales de la Uuivcrsid.id, para el Instituto Smilhsoniano, i manifiesta el asentimiento (jue ha prestado el ájente naval de los E. U. en Valparaíso para servir de conduelo de co- municación entre esta Universidad i el antedicho Instituto i otras sociedades cicnli- lic is norle-ainericanas, después (pie el mismo señor Cilliss haya dejado a Chile. Asi, pues, esta corporación podrá enviar sus piquetes a nombre del señor J. C. Me. —417— P’icctcrs en Valp;iraiso, quien desde esa época seguirá remitiéndolos por las primeras oportunidades al Instituto Smilhsoniano, que se encargará de su distribución. Con la esperanza de que las ciencias recibirán por este medio beneficios en ambos países, e señor Gillis hace la propuesta de que se envien también ejemplircs de los Anales a la librería del Congreso ninoricano, al Instituto Nacional, a la Sociedad Filosófica americana, i a la Academia americana de Artes i Ciencias, al mismo tiempo que al Instituto Smithsoniano. — En vista de esta nota, el Consejo acordó contestar al señor Gilliss quedar instruido del conducto por que, después de su partida, deberán hacerse las remesas de las publicaciones de esta Universidad a Norte América. Que por lo que respecta a la propuesta contenida al fin de su nota, el Consejo la acepta con el mayor gusto, i abundando en la persuasión por él expresada, de los beneficios que recibirá la ciencia haciendo esta corporación estensivas sus relaciones a los otros cuer- pos científicos de los Estados-Unidos que le indica, 'cuidará también de remitirles ejemplares de sus Anales, por los mismos conductos propuestos del señor J. G. l\íc. Pheeters i del Instituto Smithsoniano. Se dio cuenta de un oficio del Inspector de educación de San Bernardo, manifes- tando que el preceptor de la escuela de hombres de esa villa le ha hecho presente la necesidad que tiene el establecimiento de educación de su cargo de varios útiles, cnlrc los cuales los de primera necesidad son: 25 libros de lectura gradual, otros tantos de moral en acción i 40 catecismos de Doctrina cristiana. Agrega también estar dispues- to el mismo preceptor a enseñar la jeografia a varios alumnos que se hallan en apti- tud de aprenderla, siempre que se le suministren los textos i cartas jeográficas necesa- rios, con cuyo motivo consulta a quién dirijirá una petición para obtenerlos; aten- dida la pobreza de casi todos los niños que asisten a la mencionada escuela, que no permite imponerles la ob'igacion de proporcionarse tales útiles por si mismos,— El Consejo acordó recomendar esta solicitud al señor Ministro de Instrucción pública, para ios fines a que hubiese lugar. EXTRACTO DEIASEM DEL 21 DE AGOSTO DE 1S52. Presidió el señor Rector, presentes los señores Meneses, Tocornal, Salas, Solar, Blanco, Domeyko i el Secretario. — Aprobada el acta de la sesión del 14 del corrien- te, el señor Rector confirió el grado de Licenciado en Medicina a don J. Alfredo Graham, quién recibió su título. — A continuación se dió cuenta: 1.° De un oficio del señor Ministro de Instrucción pública, tra.scribiendo un supremo decreto, por el que se comisiona a don Cárlos Mocsla para hacerse cargo del Observatorio Nacional as- tronómico en calidad de Director, con la obligación de publicar anualmente sus ob- servaciones, a que procurará dar el mayor ensanche posible, poniéndose al efecto en comunicación con observatorios del otro hemisferio; la de dar lecciones de Astrono- mía práctica a los alumnos que el Gobierno designe, i la de servir, sin perjuicio de estos trabajos, como profesor auxiliar de un ramo de matemáticas superiores en la Universidad; en remuneración de cuyos servicios se le asigna el sueldo de 2000 pesos anuales — Se mandó acusar recibo, 2.° De una representación que han hecho al Supremo Gobierno los actuales alum- nos do las clases de Derecho de la Universidad para que se les exima de la obliga- — ÍI8— rion de recibir el gr ulo de B.ichillcr en Ilminnidades, como preliminar para podi-r aspirar al mismo grado en Leyes: solicitud que el señor Ministro de Instrucción pú- blica trasmite a esta corporación, para que informe. Siendo los motivos en que ella está fundada, los mismos que los solicitantes espusieron al hacer otra igual al Conse- jo, este, en consideración a las razones en que se basó cntónces su decisión, i la de que ya es necesario principiar a poner en ejecución lo que manda el arl. 2.5 del Re- glamento de grados, ejecución que se demoraría indefinidamente si se comenzasen a conceder dispensas por motivos análogos a los que ahora se aducen, acordó se infor- mase: l.“ Que en su concepto la disposición del citado art. 25 debe tener efecto del modo posible con los solicitantes, sin obligárseles a presentar certificados de exá- men de aquellos ramos o parles de ramo que ellos por justas razones no hayan po- dido estudiar, ni emplearse para el sorteo requerido para su examen de Bachiller en Humanidades, las cédulas de esos mismos ramos o partes de ramo — i 2.“ que tampo- co se efectúe tal examen por otros textos que los que al tiempo que ellos aprendie- ron servían para la enseñanza en el Instituto Nacional o en los colejios provinciales en que justifiquen haber liecho sus estudios preparatorios. En 3.er lugar se dió cuenta de una nota del señor Decano de Matemáticas, tras- mitiendo el informe que sobre el curso elemental de Cosmografía escrito por don Diego Antonio Marlinez, le ha presentado el miembro de su Facultad, don Ignacio Valdivia, nombrado para examinarlo. — Espresando el informante que en su concep- to esa obra podrá aprobarse para la enseñanza elemental del ramo en el curso de hu- manidades, corrijiendosele algunas inexactitudes en la esposicion de las materias, i mejorándose el plan que en ésta ha seguido el autor, el Consejo decidió que Martínez hiciese todas las reformas indicadas por el señor Valdivia, con cuyo V.° B.° presen- tará su trabajo en limpio, para concederle entóneos la aprobación pedida, i que que- dó acordada en esta sesión. Acto continuo el señor Rector presentó una obra que con el título de «Elementos de filosofía, escritos en Italiano por el Barón Pascual Galluppi, i traducidos por Ma- nuel .fose Cortés,» se ha impreso recientemente en Valparaiso, i que dijo haberle si- do dirijida solicitando su aprobación para la enseñanza cu los colejios nacionales — .Se determinó pasarla al señor Decano de Humanidades para que informe oyendo a su Facultad. El mismo señor Rector propuso al Consejo se suscribiese a un nuevo periódico que en Madrid ha empezado a publicarse con el título de «Eco literario de Europa o Revista Universal.» sobre cuyo mérito i distinguidos autores subministró algunos datos, añadiendo que para esta suscripción no seria necesario ocurrir al comisionado ((ue esta Universidad tiene en Francia para esos objetos, pues el señor A'^uste se com- promete a dar todas las entregas en esta Capital, desde el primer número. — El Con- sejo acardó h suscripción propuesta, disponiendo se procediese a recejer desde luego los números que hubiese. -^419— DEL ' SÜPREllO GOBIERNO. COMPRA DE LOS INSTRUMENTOS, EDIFICIOS I LIBROS DEL OBSER- VATORIO ASTRONÓMICO. Santiago, agosto 17 de 185:2. Con lo espuesto en la ñola que precede del Delegado universitario encargado de recibir los instrumentos i demas objetos del Observatorio Astronómico comprados por el Gobierno, conforme a lo dispuesto por decreto de 30 de junio último, i en uso de la facultad que me confiere la lei de 1 4 de setiembre del año próximo pasado, Vengo en decretar: Los Ministros de la Tesorería entregarán del Tesoro Nacional, a M. Güliss, Jefe de la Expedición científica Norte-Americana, la suma de siete mil ochocientos veinte i tres pesos en que han sido apreciados los instrumentos, edificios i libros del Obser- vatoriotorio Astronómico vendido al Gobierno por la mencionada Expedición, según la tasación i los inventarios adjuntos de que se dejará copia autorizada en el 3Iinisterio de Instrucción Pública. Ilefréndese, tómese razón i comuniqúese.— MONTT.—Sí7mt}’c Ochogavía. NOMBRAMIENTO DE DIRECTOR PARA EL OBSERVATORIO ASTRONÓMICO. Santiago, agosto 17 de 4 852. He acordado i decreto: 1 Comisiónase a don Cárlos Mocsta para que se haga cargo del Observatorio Na- cional astronómico, en calidad de Director, 2.'’ El Director del Observatorio publicará anualmente sus observaciones, en los Anales de la Universidad, o separadamente, según lo disponga el Gobierno, i procu- —420— rara darles el mayor ensanche posible, poniéndose al efecto en comunicación con ob- servatorios del otro Hemisferio. 3. " Don Garlos .Aloesta es obligado a dar lección de aslronomia práctica a los alum- nos que el Gobierno designe, cuando lo juzgue conveniente, i tendrá para que le au- xilie en sus trabajos un ayudante, a quien instruirá en los principios de la astrono- mía práctica teórica i en el manejo de los instrumentos. 4. *’ Sin perjuicio de sus trabajos en el Observatorio, don Cárlos Moesta prestará sus servicios en calidad de profesor auxiliar de un ramo de Matemáticas superiores del Instituto jNacional, pudiendo limitarse este curso a'dar tres lecciones por semana. 5. ° Asignase a don Cárlos Moesta el sueldo de 2000 pesos al año que los Ministros de la Tesoreria .Teneral principiarán a abonarle desde el dia 13 del actual en que se ha hecho cargo del Observatorio, i lo imputarán a la partida 49 del presupueso de Instrucción pública de este año, mientras se consulta la suma correspondiente en el espresado presupuesto. Uefréndese, tómese razón i comuniqúese. — mo.ntt. — Silvestre Ochagavía. COMISION CALIFICADORA DE LOS OBJETOS QUE SE PRESENTEN A LA ESPOSiCIQN. Santiago, agosto 24 de 1852. En vista de lo espucsto por el Intendente de Santiago en la nota que antecede, BÓmbransc para que compongan la comisión de que trata el arl. 4." del decreto de 2 de agosto de 1849 — a don Julio .Tariez, don Tránsito Cárdenas,, don Fermin Viva- ceta, don Manuel Ornas, don José Cumplido, don Antonio Morales, don José Uichard, don Eustaquio Guzman, don José Gandarillas, don José Ignacio Valdez Larrea, don Anibal Pinto, don francisco Bezanilla, don José Antonio Palazuelos, don José Zégers i don Manuel Talayera. Esta comisión calificará los objetos que se presenten a la Ex- posición, con arreglo a lo prescrito en el citado decreto i dará el informe que en él se determina a fin de asignar los respectivos premios. — momt — Silvestre Ochagavia^ MEMORIA presentada a la Facultad de Medicma para obtener el grado de Licenciado en dicha Facultadj por sustos hurtado SaU' tiago , prnio 4 de 1850. DELA ESPLORACION DE LAS ENFERMEDADES POR EL TEMPERAMENTO. Señores: Nada mas sencillo seria que el estudio de la medicina, si las numerosas enferme- dades que aflijen la especie humana perteneciesen a una misma clase. Su curación, que en la actualidad tanto cuesta a pesar de sus grandes adelantos, estarla al alcance de todos o al menos del que se tomase el pequeño trabajo de estudiar el método de curar una enfermedad cualquiera, si los medios que se emplean fueran unos mismos para remediarlas. Pero, desde que nos ha mostrado la cspcriencia que las afecciones mórbidas son tan varias como los individuos de la especie,- i desdequela observación nos ha conducido a considerar esta variedad orijinada no tanto de las causas palojé- nica, pues que estas pueden ser unas mismas, cuanto de las circunstancias particu- lares de los individuos en quienes enjendran las distintas dolencias, no podemos me- nos que contemplar en una serie de fenómenos las mas veces raros, califican los ele- mentos constitutivos de cada unodelos que formamos esta grande especie del jéncro humano. En efecto, el laberinto en que encierran al médico el clima i las tempera- turas, los temperamentos i las idiocincracias, como los hábitos, sin contar con el po- deroso modificador de nuestra existencia; las afecciones del alma es una impenetra- ble barrera que muchas veces le impide divisar el horizonte de la patolojia, para cir- cunscribir o mas bien diagnosticar una enfermedad no pocas veces complicada con incurables males. Si el medico en la investigación de las enfermedades no tuviese una guia que le condujera hasta poder distinguir las diversas dolencias que nos aflijen para después tratarlas con acierto, nada mas común seria que incurrir en errores gro- seros que darian por resultado la muerte; i la medicina entonces habria cambiado su objeto. Si el objeto de la medicina es curar, no en fuerza de los medicamentos tanto cuanto en auxiliar a la naturaleza como mejor conveuga, preciso es que el observa- dor apoye su raciocinio sobre una segura base desde donde pueda descubrir el jiro de la organización. Imposible es penetrar hasta el corazón de las enfermedades que tumultuosamente ajitan nuestra máquina, cerrada a todo material sin que primero se reconozcan uno en pos de otro los numerosos satélites que la guardan, o por mejor decir, le dan una existencia particular. Cualquiera que sea el punto de residencia del hombre, siempre estará rodeado de estos ajentes que a la vez que le conservan, con- tra el se convierten cuando es arrastrado por excesos. Tal es el primer elemento de la vida, el aire atmosférico, i tales son también los hábitos que modifican rfuestra cons- titución hasta hacerla distinta de lo que fue en su orijen. Todos sabemos que a la 63 —42?— justa proporción ele los gases constituyentes del aire atmosférico se debe la hematosis fisiolójica-, i que la mésela de cualquiera otro gas inconveniente a la respiración, basta para hacerlo nocivo. La cspcricncia, por otra parte, enseña que un hábito repenti- namente intcarumpido predispone =a=algiinas enfermedades tan solo curables por la reincidencia en lo que se ha creido perjudicial acaso a la salud. No con sobrada ra- zón se ha dicho que el hombre es cosmopolita, porque para llegar a aclimatarse se necesita algunas precauciones, sin las que ciertamente pcreccria . Si todas estas inmediatas conexiones hacen cambiar la existencia individual, si por ellas el hombre da a su sangre un nuevo impulso i con esto se ocasiona una mudanza en su economía, claro esta que su talla i fisonomía, o por mejor decir, su tempera- mento, participara también de estas ventajas. El temperamento, en mi entender, es el indicativo mejor de lo que sucede en lo interior de nuestra máquina; él, a primera vista, manifiesta la preponderancia de algunos de los sistemas del cuerpo humano, i señala en globo o conduce como por la mano a descubrir el tipo de las enfermeda- des. Esta cubierta esterior del hombre en que se retratan también las afecciones de! alma, abre al médico el camino que debe seguir en el tratamiento de sus dolen- cias, i prepara las premisas de un juicio en la diagnosis i prognosis. Es, en suma, el anteojo tras del que, con ayuda de la fisiolojia, se divisan los desórdenes mórbidos que nunca dejarán do pertenecer a la naturaleza dcl temperamento en que se pro- duce. Para demostrar claramente esta verdad, me vasta reconocer que por mui profundo que ,sc iiaya hecho el estudio de la medicina, nunca el teórico habrá avanzado un paso, sin que apoye su teoría en la observación; pero no una observación aislada i abstracta do la que no resulta bien alguno, sino fund.ada en el previo conocimiento de la constitución que vá a curar. Por esto me parece una manía el aglomerar en la cabeza sin tomas quizá los mas incoiiduccnics a la averiguación de la enfermedad; porque es indudable que con solo el auxilio de la sintoraalojia se puede fácilmente herrar. No creo necesario apoyar con ejemplos esta doctrina, porque es un problema ya resuelto do que un síntoma no es una enfermedad que se reconoce por unos mis- mos sintomas desde que estos son indicativos de afecciones distintas. Es en vano que retenga en la memoria cuántas enfermedades hasta aquí conocemos; i envano es que el médico al penetrar en lo interior dcl cuerpo, no trate de hacerlo por medio del cmpcranicnto que es la puerta de este laberinto misterioso del hombre. Envano es lodo esto, repito, si se considera que las innumerables dolencias jiran por el circulo que les trazan ios diferentes temperamentos. Un aire frió, por ejemplo, obrando de un mismo modo en la respiración producirá una neumonía en las personas sanguí- neas, un catarro pulmona! en las Icucoílecmática.s, i un asma en las nerviosas. De lo que se infiere, que unas mismas causas producen diferentes efectos, los que son ex- clusivamente modificados por los tompcramenlo.s. Cuatro son hasta aquí los Icrapcramcnlos simples conocidos, de cuya unión resul- tan los leinperainenlos compuestos que a mi ver son los que marcan las diferencias de los individuos junto con las modificaciones obradas en ellos por ios incidentes de los climas, temperaturas, etc. La particular predisposición que hai en unos para au- mentar su sangre i en otros la linfa, i en otros, en fin, la bilis, sin echar en olvido la susceptibilidad nerviososa do las personas sensibles, manifiesta que la estructura del cuerpo, aunque siempre es nna misma, varia en sus funciones por la preponde- rancia de arción que ejerce en c,ida mío de ellos. El aparato de órganos destinados a esta sobrc-cxilacion, es siempre el primero que sufre en el desarrollo de una enfer- medad, la que por complicada quesea, nunca dejará de manifestar su carácter pri- mitivo; i longo para mi, que toda complicación está sometida a las afecciones na- cidas (le la predisposición natural o dcl temperamento. Una epidémia, a! ejercer ~i23— íu maléíka influencia obra en lodos de un mismo modo; i parece que por esta simul' taneidad de acción produjese unos mismos efectos; pero vemos que en unos se des- arrolla con síntomas inflamatorios*, en otros con síntomas adinámicos; en estos, con sintonías nerviosos; i en aquellos con aláxicos. En fm, en lodos se pone en acción mórbida los órganos que marchan como de vanguardia en la carrera de la vide. No hai, hablando en jcneral, i sin considerar las enfermedades llamadas especificas, sintonía alguno propiaraonte patognomónico, es decir, indicativo del Upo de una enfermedad cualquiera, porque lodos son relativos al temperamento de cada cual. La concomitancia dcl dolor del hipocondrio derecho con el del hombro del mismo Jado, nos señala, por lo común, una hepatitis, pero esto no basta para caracterizar la afección, porque tanto puede ser una inflamación activa como una sub-inflaniacion, tanto una irritación como una neurosis o neuraljia; i en fin, puede ser tan solo un simple infarto glandular. Toda la patolojia está sometida al temperamento, desdo la semcyoctica hasta la sinloraa tolojia; i desde la diagnosis liasla la prognósis; in- clusa la terapéutica, todo está cerrado con llave maestra, sin la que el médico no puede hacer pasear su cerebro por el centro del organismo. Como no es 'posible concebir que una persona esté enteramente dominada por un temperamento elemental, sin que mas o ménos luego sea victima; pues que entonces no habria equilibrio alguno, preciso es que nos fijemos en los temperamentos mistos, los que a la vez que conservan la salud en el estado fisiolójico, prolongan el curso de las enfermedades en el palolójico. Pero en esta mixtión (jue hace tan oscuro el arte de curar, máxime cuando inveterados hábitos lo complican, siempre hai uno que pre- domina i aclara las dificultades que por lo regular embarazan la investigadora mar- iba del médico. De modo que en todas ocasiones es el estudio del temperamento i no el conocimiento teórico solamente de las enfermedades el que ilustra i resuelve a adoptar untatamicnlo conveniente para llevar a cabo sus miras. Sin osla brújula se perdería el médico en conjeturas, que léjos de ponerlo a camino para una csplor.acion prolija, se le harían irrealizables sus deseos de Hogar aun a formar una verdadera diagnósis, sin la que es imposible curar. Costando nuestro cuerpo de sólidos i liquides, i siendo dominados lodos por la sensibilidad i la irritabilidad que son la clave del olaboralorio físico dcl hombre, os absolutamente indispensable apreciar su aumento o disminución en cada uno de los individuos, o mas bien, la mas o ménos cnerjia do su vida; porque dcl poder relativa de estos dos ajenies meen los temperamentos. Asi es que, del poder sobres ilienle de una sangre rica nace el temperamento sanguíneo, el que siempre dará lugar a las fiebres inflamatorias simples i complicadas. La estraordinaria irritabilidad del sistema linfático formará el temperamento de este nombre i dará lugar a la formación de las numerosas enfermedades en que predominan los humores blancos; i en fin, la dema- siada exitabilidad de los sistemas nerviosos i hepático, es lo que desarrolla las enfer- medades propias a cada uno de estos temperamentos. La sensibilidad i la irritabili- dad, son, pues, cualidades calificables o mas eíicientesde los temperamentos, en cuyo desórden no solo consiste esencialmente la patolojia, sino que dirijen la atención del médico hácia el sistema de órganos que sufre, bosquejándole asi la naturaleza de la afección, Pero para llegar al conocimiento perfecto de una enfermedad o para curarla debe- mos consultar los ajenies modificadores de los temperamentos: cuales son el clima i las temperaturas, las idiocincracias i los hábitos. En efecto, las variaciones qne se notan en los diferentes individuos de un mismo temperamento o las que se llaman constituciones no pueden ser sino el resultado dcl influjo de alguno de estos cuatro colaboradores de la economía animal. Los climas que, perfeccionan por decirlo asi, a naturaleza individual dándola unas naismas propensiones físicas i morales, son —424 — mui distintos on sus modos de obrar: i por solo este lioclio, no pueden menos que im[)iiruir notables mudanzas en los individuos que se trasportan de uno a otro. No poi'íjue el hombre sea cosmopolite debemos entender que en los nuevos climas adon- de se trasporta puede seguir impugnemente el impulso de sus inclinaciones sin que se esponga a hacer víctima: porque es mui sabido que para aclimatarse necesita un trascurso de tiempo en que una metódica vida prepare la crisis en que va a entrar. Las crisis climatáricas, esto es con relación a los individuos, no son el efecto inme- diato de la influencia del clima; sino el resultado inmediato de su lenta operación por la que suceden imperceptibles mudanzas que al fin producen un completo cam- bio. De modo que los individuos sometidos al influjo de un clima en el que no se han aclimatado aun i reciben una enfermedad sufrirán no tanto por la afección (|ue puede ser trivial cuanto por las circunstancias agravantes orijinadas de las nuevas causas inmediatas que es preciso consultar para poder curar. Los temperamentos en estas cituaciones difíciles excitan por decirlo asi; porque poco a poco van dejando de ser lo que fueron i no es posible tratarlos con la misma franqueza con que se tra- tarían en los casos ordinarios o de aclimatamiento. Las diferentes localidades que se notan en una misma latitud , son las que hacen la atmósfera variable i dan orijeu a las temperaturas. La topografía de los lugares cuyos limites no pueden ser en todos unos mismos desde que es imposible que en todos se reproduzcan los mismos objetos, no dice que imprimen en los temperamen- tos mudanzas radicales como lo hacen los climas; pero si los vigorisa modificando las constituciones. Es un hecho, que hai ciertos temperamentos acomodados a cier- tas temperaturas o mas claro que de individuos de un mismo temperamento, reciben unos la salud de la temperatura que a otros hace daño. De modo que hablando con propiedad podemos decir, que las temperaturas afectan a las constitucioncc como los climas a los temperamentos. En este concepto es errada la opinión de algunos • entre ellos la del señor Levy que consideran las temperaturas como otros tantos cli- mas multiplicándolos asi hasta lo infinito. La industria puede fertilizar un terreno que ántes era árido produciendo con esto un notable cambio en la temperatura dcl lugar; pero no por esto se dirá con exactitud que el clima de dicho lugar lia variado. En fin lodos sabemos que enfermedades rebeldes se curan con lo que el vulgo llama temperamento nuevo, i con razón porque mejorándose la constitución demarcada se rojuvenese el temperamento. La idiocincracia es el tercer modificador de los temperamentos porque cada uno de estos desarrolla en los individuos propensiones físicas particulares a las que tie- nen que obedecer irresistiblemente. Esta predisposición tiene una relación íntima con los temperamentos, por lo que algunos le han tenido como sinónimo, pero debemos tener presente que el temperamento nace, i la idiocincracia se forma con el ejercicio de sus naturales, i peculiares inclinaciones o mas bien es el efecto de la causa. Para Curar con acierto se necesita consultar la idiocincracia porque sin este previo cono- cimiento podríamos equivocarnos muchas veces en atención a que la naturaleza no puede resistir al impulso de sus deseos a cuya satisfacción está acostumbrada. La idiocincracia como subsiguiente al temperamento señala al medico la clase de medi- camentos que debe emplear en el tratamiento de cualquier dolencia, i lo prepara a correjirlas con anliespaSmódicos cuando son nerviosas, con anliflojíslicos cuando son iuflamamatorias, confundentes i anli ácidos cuando son viliosas i en fin con nnli-sep- ticos cuando son alaxicas. La idiocincracia nutre ciertos órganos de la economia que siendo hiperfrofias fisiolójicas como las llama cl señor Andral ha de ser indispt'usa- blemenle notada por cl medico para los grandes fines dcl arte de curar. La idiocin- cracia pues anda en pos de los icmporamcnlus; para sustentarlos porque debemos — -Í25— concederla no solo como un alimento en el estado fisiolójico sino como un remedio en el patolójico. Si la hidiocincracia es la obra esclusiva del temperamento:— si está sometida ne- cesariaraente a las leyes de la incontinencia por cuanto son irresistibles los actos que demanda este, no es asi el hábito en cuya formación entra como parte integrante la costumbre que se adquiere en fuerza de la repetición de unos mismos actos i no en virtud de una necesidad conjenita. El hábito tiene algunos puntos de contacto con la idiocincracia, por cuanto ambos tienden a conservar la salud i por consiguienle a sostener el carácter del temperamento con la diferencia que aquel lo modifica en fuerza de una costumbre adquirida que puedo ser distinta de las propensiones pro- pias del temperamento i esta su preciso resultado. El hábito regulariza o equilibra las funciones de los órganos templando la exaltación de unos e impulsando el ejer- cicio de otras: de modo que perfecciona la constitución tanto moral como física e intelectual de los individuos. Esta consideración del hábito no puede menos que in- fluir poderosamente en la calidad del temperamento que de irritable puede hacerse pasivo por la continuación de los medios de destemplanza i vice versa, s.icar de la inacción los temperamentos flemáticos por la repetición de los medios conducentes. De modo que los cuatro modificadores en los temperamentos, ninguno es mas propio ni mas eficaz que el hábito. En efecto, el hábito que en el sentir de todos es una se- gunda naturaleza debe fijar el médico el punto de sus observaciones desde donde puede presenciar con solo este auxilio la marcha de las enfermedades para llevarlas 3 una feliz terminación. Estos cuatro calificativos de los temperamentos forman casi en su totalidad el es- tudio de la hijiene cuya importancia en la práctica de la medicina está de manifiesto en las numerosas curaciones conseguidas por estos medios. La Falinacolojia ante la que algunos han creido se rinden todas las enfermedades es insuficiente por si cuan- do se pretenden curar sin el recurso de la hijiene que es el remedio mas adecuado a los temperamentos. De nada serviría que en la curación de una enfermedad se em- plean los mas cGcascs remedios, sino se pusiesen en práctica algunos de los precep- tos de este precioso arte: de nada serviría, repito, que confiado tan solo en el uso de los medicamentos, descuidásemos de la importante indicación de satisfacer las exijen* cias de los temperamentos: la muerte seria por lo común el resultado de este equi- vocado método i la mas noble de las ciencias léjos de tener el santo objeto de aliviar las dolencias se tendría como el arte seguro de asesinar al jénero humano. — Un caso práctico. El dia '20 de .igosto del año 1848 entró al hospital de San Juan de Dios a la sala de San Rafael número 70, un enfermo llamado Francisco Mendoza, edad 50 años, temperamento linfático sanguíneo, diciendo que a consctrucncia de exceso de bebi- das aleóiieas que tubo el 14 del presente mes le sobrevino una lepiria i en su casa Je administraron varios remedios como aguardiente i estiércol de caballo, i cáscaras de Naranja lodo herbido, con lo que desaparecieron los síntomas de la enfermedad, pero inmediatamente después de este accidente, se sintió con imposibilidad de espe- 1er la orina i defecar i permaneció cuatro dias en su casa i determinó venirse al hos* pital, i cnlónces presentó los síntomas siguientes; su estado jeneral no era alarmante, el enfermo se encontraba tranquilo solo con un poco de dolor en el hipogastrio, la lengua cubierta de una lijera crápula blanquisca, su respiración no presentaba nada de particular, el pulso un poco pequeño i deprimido, el apetito casi nulo, un poco de sed; en medio de estos síntomas de poca importancia, lo que mas llamó mi aten- ción fué, que el enfermo, como he dicho, ántcs me aseguró no orinaba ni defecab, preguntándole si había padecido de gorrea u otra enfermedad venérea, me respondió que nó; i no observando abnltnmiento de la vejiga ni muchos deseos de satisfacer esta — 426— ■ iiprcsidad se le iiUrodujü la sonda en la vejiga, i no saliendo la mas corla eantid.id de orina se creyó entonces fuese alguna falta de secreción de los riñones, para locual se le administró lo siguiente: VP ol. ricini una onza. líerat sodo gr. iv. Carbonalis ammonio . . . . gr. iij, M Un baño libio i agua de linasa a pasto. Al dia siguiente presentó los mismos síntomas, un poco mas exajerados, se le ad- ministró un cosimiento diurético i un enema laxante. Al tercer dia los síntomas se habían exasperado mucho, su estado era algo alar- mante, la sed mui viva, el apetito enteramente nulo, la respiración un poco ajilada, el abdomen un poco mas abultado, el pulso cada vez mas pequeño i deprimido; i creyéndose entonces que la falta de secreción de la orina dependía de alguna debili- dad o paralización del sistema nervioso, se le administraron los polvos de nuez vómi- ca en dócis de medio grano dos veces al dia, i en la tarde un baño livio i el coci- miento indicado con unas golas de éter, i una untura estimulante a la columna ver- tebral. Al cuarto dia, todos los síntomas se habían exasperado mas, i se le administraron los mismos medicamentos, menos el baño. Al quinto dia, su respiración era ya estertorosa, un sudor frió i pegajoso, una grande inquietud i el pulso mui pequeño, se le administraron cordiales i a las dos de la tarde murió. La autopsia hecha al dia después, nos dió por resultado lo siguiente: En el abdó- men una gran cantidad de tejido adiposo que cubría lodos los órganos contenidos en esta cavidad, la vejiga mui reducida en su volumen i algo aumentada en su espesor por la enorme cantidad de tejido adiposo que cubría sn cara externa, i no contenia la mas pequeña cantidad de orina; su superficie interna o membrana mucosa infla* mada, estaba lleno de flictenas de formas irregulares, conteniendo en su interior una sustancia parecida a la linfa coagulada, la forma del trígono bcxical babia dcsapnre. cido, el uréter derecho se encontraba en su estado natural, i el izquierdo del grosor del dedo miñique contenía en su interior una gran cantidad de orina, i una pulgada ántes de la llegada al ángulo del trígono vexical presentaba una estrechez que hacia imposible la llegada de la orina a la vejiga, su cara interna estaba inflamada. El riñon derecho estaba completamente Iransfoimado en tejido adiposo, i en me- dio de este tejido aparecía una sustancia granulosa compacta, que parecía ser restos dcl riñon, e iníiltrado de orina que salía cuando se hacian incisiones sobre él, c! iz- quierdo hipertrofiado i su sustancia sembrada de agujeritos i como compuesta de pequeños granitos que hacian desaparecer la forma propia dcl riñon. El corazón también estaba hipertrofiado, el estómago estaba lleno de líquidos, i su membrana interna inflamada i se desprendía con facilidad —427— MEMORIA sobre la inutilidad de las cuarenlenas_, presentada por MIGUEL JOSE SEMia a la Facultad de Medicina de la Univer- sidad de Chile, para obtener el grado de lice?iciado €7i dicha Facultad el 4 de julio de 1850. ¿ES PUOnADA LA UTILIDAD DE LAS CUARE.'STEJIAS? Señores: Las sociedades se conmueven a la sola voz enfermedad, i la naturaleza humana sc reciente cuando mirando la desolación al lado de su existencia, no divisa el brazo que le amenaza, ni conoce el modo de parar sus mortales golpes; esta idea aterrado- ra produce mas males sobre las organizaciones que todo los venenos juntos in- jeridos en ellas. Es preciso señores conocer hasta qué punto puede obrar esta infec- ción moral, (que asi la llamo), para disiparla en cuanto sea posible de la mente de las sociedades; es preciso imponer severas penas a los que la despiertan ántcs que se establescan cuarentenas que la prevengan; porque si bien estas últimas, son medidas preventivas de salud, también es cierto que ellas son causa de afecciones morales que han creado epidemias que no existieron jamas; ojalá que la humanidad conozca alguna vez los males que los inventores de la infección i cuarentena han hecho a la sociedad, i c! caro precio con que esta ha pagado su ciega credulidad a los falsos anuncios de los centinelas de la salud pública; ojalá que un rasgo de valor sobrena- tural venza la impresión que las falsas hipótesis iiiocularon en el corazón de las so. ciedades; entonces estas vivirían exentas de travas morales tan odiosas, i su libertad seria la mejor garantía de su salud, i el primer principio de la verdadera hijiene de la vida. Para llenar el importante objeto que me propongo es indispensable romper con sa- na lójica el vasto campo de las hipótesis, i zanjar al eutendimiento el sendero mas espedito i científico que le marcan los adelantos que las ciencias han hecho hasta el presente. La razón es mi guia i todo lo que se aleje de su ajustada norma, todo lo que vague en el espacio de las imajinaciones creadoras, no tendrán en mi juicio otro valor que el de los adornos en la belleza, que el del énfasis en un vacio discurso; siguiendo este sistema de verdad demostrada, indagaré 1.'^ si el aire es el que enjen- dra los miasmas infecciosos, o si este puede retenerlos a punto de llevarlos consigo i enjendrar epidemias bajo su sola influencia; 2." si el hombre mismo tiene en si el jérmen de las ipidemias i 3.° si para sa desarrollo i jeneralizacion se necesitan cir- cunstancias atmosféricas a propósito; de estos airtecedentes deduciré que las nombra- das cnarentenas no llenan de modo alguno las indicaciones preventivas, que con ellas sc proponen los gobiernos que las establecen. Es ridiculo ver con cuanto tesón sc han dedicado los sabios a buscar lo que no existe, i a ver a cada paso ante los ciegos ojos de su fantasía, seres de mil clases a que han dado la facultad enjendatris do las epidemias. El sábio Hipócrates, Galeno i sus antecesores los Alelepiades hablaron divinidades sobre las epidemias i cada uno creó un sistema jenerador de ellas: atomist.is por excelencia ninguno probó jamas que forma, carácter ni formación tenían dichos átomos, ni su [latolójico modo da — 42S- obrar sobre el sistema, a punto que esla verdad que los sentidos i una pequeña re- flexión deinueslra. fuó escondida i lo es hasta el presente para algunos, sin otra cau- sa que la de buscar el camino de la iinajinacion para encontrarla. Enipcdocles, fa- moso libertador de las epidemias de su patria hizo partir las desolaciones de ellas de las influcnciiís aéreas i en este concepto emprendió cerrar la división natural de dos colinas por donde soplaba e! viento en el país que habitaba, si n lomar en cuenta otro elemento de producción que el de los clluvios pantanosos que según él conducía el aire que soplaba de aquella parle; entre los modernos Cullen, Pringlc i Linde ad- miten como los antiguos la materia cíluvia i csplican por ella la producción de las epidemias, pero todos estos errores han partido de la simplificación de orijen que han dado a los estados causales de epidemias; estas opiniones contradictorias entre tí i mas todavía si se les compara con las de otros sabios dejan envuelta en mayor duda la cuestión. El sistema injenioso de Sidenham sobre las infecciones, aunque a mi juicio, el mas conforme de lodos i el que esplica mejor el desarrollo de las epidemias, sin embargo adolece del defecto de vasarse sobre la supuesta idea de efluvios emitidos del centro de la tierra, cuyos efiuvios según él son los del conlajio, los que siendo puramente infecciosos pueden determinar enfermedades de carácter distinto cuando obren sobre predisposiciones individuales diferentes; este célebre autor que también conoció i to- mó en cuenta todos los estados sociales e individuales i atmosféricos tendió a ser cfluvista, sin darnos como ninguno de sus antecesores idea alguna ciara de ese eflu- vio productor de enfermedades varias siendo uno esa su esencia desconocida. El cé- lebre Sidenham no necesitó hacer preexislir un efluvio para esplicar una epidemia, bastóle saber bajo que combinaciones de estados atmosféricos sociales e individuales aparecían las epidemias para elevarse a la mas lójica consecuencia que arrojaban los hechos, i esta era la de <]uc modificadas las acciones vitales por causas a que no es- taban acostumbradas, las organizasiones sufren trastornos de varias clases i estos tal vez desarrollan focos miasmáticos que hacen de peor condición la constitución epidémica dominante. La preexistencia de una causa epidémica en el aire, lójicaraente hablando no pue- de suponerse, porque esla invadiría mui de golpe i por poco tiempo a las sociedades, hecho que no sucede regularmente; las epidémias son esporádicas al principio, endé- micas mas larde i al fin epidémicas; una medida hijiéniea las destruye muehas veces sin que esta haya podido influir sobre el aire; también las epidémias se destruyen por si mismas a influencias solamente del hábito atmosférico que se contrae, dcl simple cambio de temperatura en una misma estación, también del tránsito de una estación a otra etc. lo que prueba que no era el aire esencialmente sino las organiza- ciones que tocaba, aquellas en que se daban los focos verdaderamente infecciosos. En Chile ¿no tenemos a la vista mil formas de enfermedades endémicas que sostienen sus efectos a influencia solo de trastornos funcionales producidos por lo alto o dismi. ruido de la temperatura o por la variabilidad de temple en la atmósfera? Paten- tizan esta verdad las mismas variadas enfermedades endémicas que dominan en una misma estación. ¿.\o vemos fas pneumónias, las enfermedades eruptivas, co- mo la viruela, escarlatina, rubiola, etc. i aun las mismas sifilíticas bajo sus diferen- tes faces exasperarse en primavera? ¿No vemos también en la estación del verano suceder parle de estas mismas enfermedades coincidiendo con caracteres particulares que marcan la influencia particular de la estación que las predispone? ¿Cuál es pues entonces el elemento efliivico del aire que pueda determinar una enfermedad epidé- mica o endémica de un solo carácter que por él se determine? Kinguno por cierto, porque aun suponiendo que existiese, sus efectos serian marcados por una enferme- dad una en su esencia e idéntica en sus sintonías; fenómeuo que sucede al reves, por* —429— qué, lal o cual calidad de! aire, esta o aquella eslacion, lo que determinan, es, no un juego de absorción de efluvios sino un juego de modificaciones funcionales cuyos efectos posteriores marcan una enfermedad particular adaptable a la organización en que se produce. Puede objetárseme tal vez que no se trata aquí de enfermedades endé- micas ni de enfermedades contajiosas, ni tampoco de aquellas especiales de cada pue- blo que son el patrimonio de sus topografías o hábitos sociales; pero de esta misma objeción sacaré mi prueba; acabo de decir que toda epidemia no es epidemia ántes de ser esporádica o endémica i si para conocer las verdaderas cau sas de una afección dominante deben estudiarse estas no en los casos transitorios como en los de una epidemia cuyos caracteres especiales pasan desapercibidos i rápidamenle aute las es- pantadas imajinaciones de los que deben observarlas; yo señores busco un simil fijo i determinado que se preste al estudio de las causas que rae haga sentir sus efectos por las sensaciones de mis sentidos, i no por la ilusoria idea de mi imajinacion; que bien conocidos me dejen estudiar su fisiolojía i en fin me dejen penetrar hasta el in- limo elemento de su producción; i en donde podremos mejor encontrar esta verdad que en las enfermedades endémicas que es el estado medio entre la salud i la epidemia. ¿Quién me negará que estas mismas enfermedades endémicas a que me estoi refirien- do i cualesquiera otra de este mismo carácter no se han convertido mas de una vez en epidemias? ¿I esperaria este caso para estudiarlas debidamente? ¿No era mejor conocerlas bien de antemano, penetrarse de que su principio de producción no exis- lia en el aire, que ese foco de emanaciones era el resultado de acciones vitales tras- iornadas i no de efluvios injeridos en la organización? ¿No es verdad también que Con tales datos la sociedad se espantaría ménos con la presencia de una epidemia, i el medio seria mas certero i ménos empírico para indicar las medidas que las des- truyen? Las sociedades ¡qué no han sufrido! con las imprudentes medidas de abandonar sus habitaciones i sus pueblos para sujetarse tal vez a sus influencias mas mortíferas alejándose de los recursos que les proporcionaba su comodidad. Felizmente el desen- gaño mejor que la ciencia ha demostrado este error i ya no vemos que los Asiáticos huyen de sus poblaciones por el colera, que los Americanos no huyen de los 6 luga- res en que invade la fiebre amarilla, ni que los Turcos conservan fanáticas ideas de conlajio-o de infección sobre la asoladora peste de Levante. Es tan concluyente la idea de que el supuesto efluvio no es el productor de esrs epidemias que las hechas en la India i demas lugares por su topografía epidémica el mejor medio de atenuar la influencia atmosférica es como ya he dicho e! hábito; de aquí es que los ingleses en la India son mas destruidos por el cólera que los mismos Asiáticos, i los estranjeros que llegan a las rejiones meridionales de la América son mas atacados del Tyfus o fiebre amarilla que los habitantes de aquellas rejiones. Las epidemias del cólera en la India han probado mas que suficientemente que en su producción no ha habido parle eflúvica en el aire, los análisis de este en Europe i en la misma India en tiempos epidémicos no han dado resultado alguno en favor de la teoría délos efluvios, i sí la invasión de esta enfermedad en lugares dominados por ciertos vientos, pudo producir convicciones en cuanto al predominio de ellos en su producción; la aparición de la misma enfermedad en topografías diferentes i con peores estragos evaporó de la mente tales convicciones. Es cierto que el aire como otro vehículo cualquiera, puede retener emanaciones de focos que pueden enjendrar enfermedades, pero el carácter de estas, no es el de las verdaderas ipidemias i pue- den solo llamarse contajiosas tales enfermedades; paro aun suponiendo tan estensas estas afecciones que pueden llamarse epidémicas, ¿quién no sabe que una invasión de viento destruye la concentración en el de estos miasmas i atenúa o disipa totalmen- te la enfermerdad? Sin embargo de esto i creyendo todavía que el aire i no otro me- 51 - Í30— dio fuese el que produjese el jérmen de estas afecciones cones c^nlajiosas; para estos serian útiles las medidas de precaución i como las afecciones mas contajiosas tienen libre pase en todas las sociedades, parece que lijeras precauciones bastarian no para estorbarlas, (porque ya las poseemos como herencia i adquisición del prograso mer- cantil i social) sino para trabar un tanto mas su introducción. Otro es el lugar i no el aire en donde debemos buscar la elaboración i existencia de las epidemias, impropiamente llamadas infecciosas. La orgauizacion es este lugar, elaboralorio de lo bueno i de lo malo, es ella i no otra, la que obedeciendo a las in- variables leyes de la naturaleza elabora la vida i la muerte de sí mismas fijémonos un momento en un individuo en particular, i partamos después a la sociedad entera. ¿No vemos mil veces que un hombre es sanguíneo a nuestros ojos, que lleva el sello de la fortaleza i duración cu los órganos que le constituyen; i mas tarde, no levemos linlatico i lleno de susceptibilidad; cuando un mismo clima, un mismo alimento, unos mismos vestidos, i unos mismos usos sociales conserva desde su orijen? ¿Qué pudo obrar tal mutación, hubo alguna causa modificadora aplicata o injerta que produjese tales estragos? ¡No, señores! Luego en sus órganos, i bajo el imperio de la vida sucedieron fenómenos que le constituyeron enfermo? Si nos remontamos ahora a la sociedad, si ponemos a ésta creciendo bajo su vida orgánica i social, ¡cuán- tas modificaciones de su ser no observamos! ;Son los habitantes de Chile en 1850 los que fueron en 1810? ¿La sociedad no ha ganado en intelijencias precoces, pero super- ficiales, al par que ha perdido sus poderes físicos? ¿No es verdad, también, que se han multiplicado las dolencias qne nos aquejan, i que poseemos constilucionalmentc afecciones epidémicas casi en ciertas estaciones del año? ¡Cuáles serán estas faces! sino las organizaciones mismas cambiadas en su modo de ser, por cirsunstancias vi- tales inesplicablcs. Si nadie, pues, puede huir de sus malas tendencias morales, a pesar de conservar la hijicne de su razón para dest uirlaso modificarlas; ¿cómo huir, pues, de las tendencias viciosas de una organización que se mueve bajo un principio de vida inesplicablcs? La medicina ha formado su cuadro científico para oponerse a ellas, pero qué léjos están estos de ser perfectos, ni lo serán jamas mientras sea como será desconocido el principio vital; las aplicaciones de ciencia scráu falibles, i la pre- tensión de espl icario todo i dar reglas i señalar causas a cuanto se conoce, es el char- latanismo mas ridículo que solo puede tener existencia en el estado de atraso en que nos encontramos en esta parte délas ciencias naturales: dichas reglas i precauciones de salud establecen una confianza, que sin los apoyos de la razón, dan la inseguri- dad i el temor, i tras éstos, estados vitales cambiados i consiguiente disposición a las enfermedades. Mil ejemplos podria citar para probar esta verdad, cuántos no usan camas, vestuarios i útiles que pertenecieron a hombres mucrlos de afecciones conta- jiosas, sin que hayan sufrido por esto daño alguno en su salud; i cuántos no han falle- cido de enfermedades contajiosas por creer solo que ocupan u muiparon una cama, una habitación de un colérico, etc.: responde de esta verdad el cuerpo luédiro, que heróico i sobrenatural ha roto mas de una vez las cadenas del temor pira inyectarse en su estómago, en su cútis, i aun en su sangre las sustancias tenidas por mas con* lajiosas, sin que hubiese para ellos otro daño que el placer de dar a la humauidad una saludable lección que se opusiese a sus mortales preocupaciones. Es preciso confesar: señores, que todas las sociedades, como los individuos, tienen sus temperamentos, i que, bajo sus influencias físicas i condiciones de temperatura, usos sociales i vicios morales, nacen en ellas cntidadés mórbidas que aparecen como metéoros circunscribiendo sns efectos al lugar de sus emanaciones, i que estos no invaden a otro ser, a otra sociedad de condiciones distintas. Esta verdad, demostrada hasta el infinito, constituye los caracteres de especialidad, que las enfermedades mas comunes toman en distintos países, aun cuando se conserve la presunción de creer -432- quc no se pueden elaboraren sí mismo contajios bajo tal o cual condición almosfe- rica no infecciosa. La verdad de estos principios se materialisa i choca con los sentidos del maslijero observador: diariamente vemos en nuestros hospitales tomar las enfermedades faces distintas, sin otra causa que la variación de temperatura, de mucha humedad, elec- tricidad atmosférica o elevada temperatura, i en tales casos las mismas medicaciones precisas de adoptar, corrobora la idea que se forma de sus mutaciones mórbidas. ¿Cuántas veces en medio del período aljico de una fiebre inflamatoria, variando la temperatura o anunciándose una tempestad, vemos a esta desarrollar síntomas de alacjia o adinamia, i cesar estos cuando cesa la causa atmosférica que los determinó, o cuando se adoptó el plan opuesto a la acción de las causas que los desarrollan? Tantos casos he sometido a esta observación que seria cansado enumerar: pero con especialidad citaré el de un carretero, hombre de temperamento bilioso i nervioso, herido contusamente del dedo grande del pié, que fué preciso amputar en febrero del presente año, marchó bien en su curación, pero no terminada ésta cuando apa- reció la estación del otoño, principió a observarse que la herida se empalidecía el dia frió o nebuloso, volviendo con la cesación de dichas causas a tomar su color mas natural; en esta alternativa permaneció como un mes, hasta que debilitada la he- rida por tan continuos choques de temperatura principiaban a suceder en ella esta- dos mas graves; se observó gangrena en el dia que era nebuloso o de lluvia, ce.sa- cion de esta en dias de sol, i tanta llegó a ser su sensibilidad a estas transiciones atmosféricas que la herida era gangrenosa en dias nebulosos i cesaba la gangrena cu el mismo dii en que se se despejaba la atmósfL'ra; tuve al principio mucho tesón cu prescribirle medios adecuadas a cada uno de dichos estados, pero viendo su inefica- cia, dejé en fin de variar tópicos i solo bajo un plan interno reconstituyente i el tiempo de sol que cuadró como de quince dias seguidos concluyó la curación. Dése la interpretación que se quiera a este caso, pero no se dejara de confesar el hecho positivo, que no teniendo gangrena en ninguno de los casos de la sala en que se asistió dicho individuo; especiaizándose ella a tiempos periódicos, i no existiendo ni pudiendo suponer existiese en el aire esa constitución gangrenosa, puesto que a otras heridas mas estensas i en hombres mas débiles no marcó con sus efectos. ¿En dón- de se elaboraría ese miasma sino en el mismo individuo, o a esfuerzo de la accioa atmosférica que favoi-ecia sus deletéreas tendencias orgánicas? Las epidémias de 1832 i otras de Chile, no fueron el resultado de trasmisiones de las mismas de otros pueblos, porque cabalmente en esas épocas no se hacia sentir epidémia semejante en otro punto de América ni en Europa; la viruela aparece anualmente en Chile sin que haya venido de otra parte su conlajio, i cesa cuando pasa la estación que la determina. ¿SI esto sucede en esta enfermedad verdadera- mente conlajiosa, con cuánta mas razón no debemos negar la trasmisión de rejion a rejion de las denominadas infecciosas, cuyo conlajio no se ha probado jamas? Determinada que fuese la existencia de los contajios del cólera, fiebre amarilla i dT; otras epidémias impropiamente llamadas infecciosas, quedaría por resolver si su con- tajio podría llegar de las distantes rejiones en que se producen al extremo en Chile; si una navegación por el dilatado Océano no seria suficiente garantía de salud para el pais que recibe a tales concurrentes, i si los efectos de un cargamento qne ha sido removido mil veces i sometido en una larga navegación a mil acomodos, no podría ya carecer de todo miasma contajioso, i en el supuesto que pudiera existir, qué garantía mejor de su no existencia que la sanidad de las tripulaciones por mil causas mas expuestas a contraerle. La salud pública es para mí sagrada, pero no deben despreciarse tampoco sus mas vitales intereses, ni los de las sociedades amigas a quienes se les infiere un perjuicio )tajo la idea de conservar una salubridad ya deslruida por olro¿ verdaderos con- tijios. Si la salud píihUca necesita una liijienc determinada, si es averiguado que ella es un ídividduo que en si tiene los jérmenesdc su destrucción, a ella i no luera de ella deben acudiese con las medidas que conduzcan a conservaría; búsquense en las pobla- ciones esas causas i dictcnse medidas que las estingan en sus jérmenes. antes que se traigan de los cabellos como causa lo que no lo -&S, i se infieran perjuicios sociales i temores morales verdaderamente epidémicos; las cuarentena» son para mí un caño- nazo de aire, pero anunciado a metralla que todos caen muertos con el ruido. En Chile, si me es permitido, diré: que en lugar de cuarentenas deben de establecerse comisiones cientiíicas desalud, revestidas de amplias facultades i formadas de lioni- bres cnérjicos de conciencia i de saber, que tengan el especial encargo de cuidar del aseo de las poblaciones, de reconocer las constituciones de las estaciones i dictar las medidas de atenuar sus influencias, de velar sobre la calidad i cantidad de los ali- mentos reglamentando los mercados: de mejorar la condición de la clase indijenlc, promoviendo al ménos los medios de dar las mejores comodidades en su vida desgra- ciada por demás; de velar sobre el estada de verdadera salubridad en los estableci- mientos de beneficencia, cambiando todo lo qne conduzca a promover la insalubridad de dichos establecimientos; de zanjar las preocupaciones que por inveterados usos sociales, por ccepticismo relijioso, o por distracción de lo que mejor conviene a cierta clase que se ocupa de lo que no debe; producen las mas veces en estos individuos, estados perjudiciales a la salud. Este importante arreglo no debe pertenecer a las autoridades locales sino en cuanto a su ejecución, pero bajo las instrucciones de hom- bres científicos en estos ramos, a quienes se debe oir siempre con fé i no con el des- precio i frialdad con que hasta ahora se ha mirado esta parte importante de vida i prosperidad de las naciones, por el atraso en que estamos o por la presunción délos ([ue desprecian lo que no conocen ni pueden por lo tanto darle toda la importancia que se merece; pero ya, señores, valemos algo i las ciencias naturales no nos son tan desconocidas, sobre todo, en esta parte que se refiere al hombro; álcese pues, esta ciencia al rango que se merece, introdúzcasele en los lugares que debe ocupar i so llenará de bienes nuestra naciente patria. MEMORIA prese7i Inda ala Facultad de Leyes de la Univet'sidad por el Bachiller DQ^ pedro vazquez^ el 9 de setiembre de 1852, para obtener el grado de Licenciado en dicha Facultad. líereclio de aereeer. Siempre ha merecido una htoñción preferente dé parle de todos los lejisladores el arreglo de los derechos liércdiíarios: esa consignación solemne de los mandatos de nn moribundo sobre la distribución de aquello que ha sido el fruto de sus faligas i des- velos. Con razón se ha mirado como una Ici formal que el lojisladorhn debido respe- tar, mientras no sean agredidos los principios de justicia i las conveniencias sociales, l.a lejislacion deccnviral sentando el axioma do que «sicut palerfamiüas, ele.» selló el derecho de los testadores, tributando este homenaje al principio de la propiedad . — i;)3— que ha venido a ser la piedra angular sobre la que las lejislaciones modernas han basado sus disposiciones reglamentarias de tan sagrado derecho. Pero, este principio tan simple en su fórmula, es demasiado complejo en sus aplicaciones: seria preciso escribir un libro para abarcarlas todas; i ni mi capacidad, ni el tiempo de que me es permitido disponer en esta ocasión, me permiten analizar una a una sus múlti- ples deducciones. Entre éstas hai una, que por su injeniosa coordinación, por sus cuestiones oscuras que a veces se remontan a la esfera del idealismo i la sutileza, siempre ha llamado con preferencia la atención de los jurisconsultos; aludo, señores, al derecho de acrecer. Mas bien el deseo de estudiar una cuestión demasiado ardua, que la pretensión de creerme con la capacidad bastante para profundizarla, es lo que me ha movido aelejirla por lema de la presente disertación. Este propósito laudable espero que disculpará mis errores. El derecho de acrecer, según Vinnio, es aquel en virtud del cual la porción délos herederos o legatarios conjuntos, que faltan, se agrega a sus compañeros. El funda- mento de este derecho se apoyaba en el tan sabido axioma de los romanos de que fiemo potest pro parte testatus, pro parte intcstatus, decedere. Examinado este axio- ma a los ojos de la filosofía, se vé, que la implicancia de términos que en éj encon- traban los romanos, mas está en el sonido do las voces que en la realidad de las co- sas; pero marchando por el sendero de este paralojismo aceptado, deducían do él la necesidad de que el heredero instituido en parte, no pudiese repudiar la restante, sea que la institución recayese solo sobre un instituido, sea que recayese en varios, con tal que en este último caso algunos repudiasen por entero la porción he- reditaria asignada en favor de ellos. La necesidad, pues, creada por la lei, mas bien que el deseo de marchar de acuerdo con la voluntad del testador, hacia en estos casos operarse un acrecimiento forzado en obsequio del heredero aceptan- te. El influjo ejercido por este principio, estendió sus aplicaciones aun a los lega- tarios. Es verdad que el derecho de estos no reposa en las mismas bases que el de los herederos; pero también es cierto que en la época primitiva de un estatuto legal, cuando sus principios no están aún bien analizados i deslindados, las resoluciones del uno imprimen su tipo a otros, constituyendo el ejemplo i la analojia su regla, miéntras no se le dá otra que le sea propia. Este encadenamiento os necesario: lo leji- tima la rudeza de los primeros ensayos, i lo disculpa la lentitud de los progresos humanos. Mas después, a medida que el injenio va fijándose en cada una de las par- tes que constituyen un todo, insensible pero gradualmente va pasándose de la sínte- sis a la análisis que es la que viene a complementar los vacíos i a disipar las oscuri- dades qne necesariamente debe contener la concepción en globo de una idea. Esta marcha, que a primera vista resalta en mas de un punto de la lejislacion romana, creo que se habrá también seguido en éste; pero la extensión del principio que sirve de báse al acrecimiento de los herederos, aplicada al mismo, respecto de los legata- rios, sufrió después multiplicadas alteraciones introducidas, unas por la doctrina de los jurisconsultos, por la lei Papia i Popea, i por Justiniano otras. Como nuestra lejislacion es tan incompleta a este rc.spcclo, es indispensable entrar en los antecedentes históricos de la lejislacion romana, para completar por medio de ésta lo que es deficiente i oscuro en aquella. En la primera época del derecho romano, esto es, antes de la lei Papia Popea, para determinar el derecho de acrecer se atendía a las diferentes especies de legados. Gayo nos ha conservado en el lit. 10, lib. 2.° de sus comentarios, las escasas nociones que a este rcspacto tenemos. En el § 199 dice: «En lo que no cabe duda es, en que si una cosa ha sido Icg.ada por vindicación a dos o mas personas, conjunta o separada- mente, cuando todos estos legatarios se presentan, cada uno de ellos adquierc'su parte, i la del que falta acrece a los demas coke^atarios. I se loga conjuntamente de ^34— esta maiipra: Doi, Lego el Esclavo Estico a Tirio i a Seyo. I separadamenle: Doi, lif’go, el Esclavo Estico a Lucio Ticio. Doi, Lego, el mismo Esclavo a Seyo.»— En cuanto al legado por condena, los principios de la Icjislacion romana eran opuestos a los del anterior. No mirando la lei en este último legatario mas que un simple acreedor, i no considerando en el heredero gravado con la prestación do este crédito mas que un mero deudor, al crédito del uno i a la deuda del otro se aplicaba por completo el principio de la divisibilidad ipso jure que la lei sancionaba en los dere- chos i obligaciones coréales. Por esto es, que el mismo Gayo en el § 205 del lugar citado se expresa asi: «Cuando una misma cosa ha sido legada por condenación a dos o mas personas, si el legado se ha hecho conjuntamente, el heredero debe a cada uno de los legatarios la parte que le toque. . . . pero si una misma cosa ha sido legada a muchas personas, cada una de ellas tiene derecho a la totalidad del legado; de ma- nera que el heredero deberá entregar la cosa a una, i el valor de ella a las otras. Finalmente, en estos legados, cuando se hacen conjuntamente ia porción dtd que falta no acrece al colegalario, sino que permanece en la herencia.» Consecuencia rigorosa del principio del crédito personal con que la lei reviste al legatario en este caso: si la acreencia se extingue, se extinguirá en favor del deudor, que aquí lo es el heredero: no hai mancomunidad de derechos entre los colcgatarios acreedores, no debe tampoco haber acrecimiento entre ellos. — En el legadopor elección o proeceptionem, comoaqui al legatario se le confiere dominio por el testador, autorizándole para que por si to- me, i con antelación a todos la cosa legada; es claro que su derecho se funda en el principio mismo en que estrivaeldel legatario por vindicación, i aun con mas favores que éste; luego, si aquellos son conjuntos, deben también gozar del derecho de acrecer que corresponde a estos, como que unos i otros fundan su derecho en el principio del co-dorninio solidario e indivisible que les corresponde sobre la cosa legada. Gayo nada de expreso dice sobre este punto; pecóse colije claramente de la similitud de derechos que otorga a uno i otro, i mui particularmente del § 223, lugar citado. Uéstamc solo hablar del legado de tolerancia, sinendimodo. La naturaleza especifica de este legado, consiste en imponer al heredero la oiligacion de sufrir que el legatario ejerza el de- recho de tomar la cosa que el testador le ha asignado: este mandato del testador puede recaer tanto sobre sus propias cosas como sobre las del heredero, pero nunca sobre las cstrañas a uno i otro, porque entonces el derecho otorgado por el testador al legatario vendria a encontrarse en pugna con el derecho de propiedad de aquel cuya cosa fuese gravada con el mandato testamentario: [seria autorizar el derecho privado de expropiación, ultrajante do la moral i de la propiedad social. Este legado no conferia directamente dominio al legatario, le daba solo un derecho adrem, por medio de la .acción personal ex-testamento, i nada mas. Pero en el caso de haber conjuntos ¿pertenecía o no a estos el derecho de acrecer? Esta cuestión tan debatida entre los jurisconsultos romanos, es completamente inútil en el dia; asi es que tra- taré de ella mui a la lijera, tomando siempre por guia a Gayo i Celso, que nos dan alguna luz sobre ella. Desde luego acepto la opinión de los que niegan el acrecí- miento en este caso: 1 porque el legatario conjunto tenia, no un dominio sobre la especie legada, como en el legado de vindicación, sino simplemente un crédito per- sonal; i en los derechos correales estaba admitida de derecho la divisibilidad del cré- dito; i 2.° porque, si los legatarios eran conjuntos reales o disyuntos, o tenia dere- cho cada uno a pedir apartadamente la cosa o su precio, como en el legado por con- dena; o elejida la cosa por el primer ocurrente agotaba el derecho a los que viniesen después, dejando al heredero al abrigo de posteriores reclamos, por haber cumplido ya por su parte con la obligación de tolerancia pasiva qoe le imponía el testador, como juzgaba Sabino i su escuela: cualquiera de estos dos extremos que se adopte, uno i otro obstan al acrecimiento, porque tanto en una opinión como en otra se es* --'Í3j — ■ cluyc la mancomunidad de derechos entre los colegalarios; no hai asociación de nin- gún jénoro entre ellos, porque en la primera hipótesis hai tantos legados distintos como legatarios; i en la segunda no hai mas que uno solo. De lo dicho puede con- cluirse: que el derecho de acrecer entre los colegalarios estaba restrinjido por el de- recho antiguo solo a dos casos, al legado por vindicación, i al legado de elección o sinendi modo. Pero, admitiendo que en estas dos especies delegado hubiese acrecimiento a ¿quié- nes, i bajo que condiciones correspondia este derecho? Esta cuestión es sencilla, pues la diverjeneia de los jurisconsultos no es grande a este respecto: todos están de acuerdo, en que el acrecimiento favorece solo a los conjuntos, entendiendo por estos, a los unidos l.° en una misma cosa, en una misma clausula, i sin separa- ción de partes: 2.'* a los unidos en una misma cosa, pero por llamamientos distintos en clausulas diversas: i 3.° a los unidos en una misma cosa i clausula, pero con se- paración abstracta en sus asignaciones, v. gr. lego mi casa a Pedro, Juan i Diego, por iguales partes a cada uno de ellos. Respectos de los primeros conjuntos no ha¡ disputa; no sucede lo mismo tratándose de los de la tercera especie. Algunos juzgan que la espresion esterna de la voluntad del testador en nada altera la conjunción, pues en el fondo es lo mismo que si se omitiera esta división espresa, i se estable- ciese el concurso de varios a una misma cosa, lo cual no podria realizarse sino ad- mitiendo de hecho esta división: de esta opinión, es Vinnio. Otros al contrario juz- gan, que la base de la conjunción es la solidaridad del derecho que a todos i a ca- da uno de los colegatarios asiste para reclamar por entero la especie legada; soli- daridad que cae a tierra desde el momento que el testador emplea la espresion mquis partibus, para significar la división entre los llamados: esta opinión guarda mas armonía con la índole del acrecimiento, cuenta en su auxilio con el testo de Paulo consignado en la L. 11. ff. de usufructu adcresccndo, que dice: «cum singulis, ad heredibus singulis, ejusdem rei fructus legatur, fructuarii separati vi- dentur non minus quam si aquis portionibus, duobus ejusdem rei fructus legatus pisset, unde fit, ut ínter eos jus acrescendi non sit.» Esta doctrina de Paulo se halla reconocida en el código civil de Francia, en el de Luiciano i las dos Siciüas, todos los cuales convienen en denegar el derecho de acrecer a los conjuntos mera- mente de palabras: de manera que parece mas probable esta opinión negativa que concede el derecho de acrecer solo a los conjuntos de hecho, i a los de palabra i he- cho a la vez. En cuanto a las condiciones o reglas bajo las que se les defiere este derecho, la lei distingue entre los conjuntos de hechos, (que de aqui en adelante llamaremos disyuníos,) i los de hecho i palabra juntamente, a quienes se llama conjuntos en contraposición a los anteriores. Estos todos juntos forman una sola persona moral colectiva, cuando se les contrasta con losdisyuntos: la individuali- dad de estos no sufre alteración, de esta diversidad resulta, que la falta de un disyunto favorece a todos los que están unidos con él en la cosa al paso que la de un conjunto no favorece sino a sus compañeros de clausula: hai mas aun, i es, que el acrecimiento entre los primeros se verifica por ministerio déla lei, pero sin gravá- men alguno que sea nuevo, i entre los segundos se realiza por su sola voluntad, pero también con todos los gravámenes anexos a las partes acrcscentes. Esta notable diversidad se apoya en principios mui evidentes. Es constante, que cuando el llama- miento que hace el testador del legatario, es en clausulas diversas, otorga a cad® uno de los llamados un derecho al todo de la especie legada, i por reciprocidad de ventajas, al todo también de los gravámenes que pesan sobre la misma: ahora bien, estando revestido cada legatario de un derecho solidario sobre la cosa, la falla de concurrencia de alguno de sus compañeros nada le da de nuevo, ningún dercclio le otorga, le favorece con su falta estorbando un decrecimiento, pero no por eso le — 436 — da un aumento de derechos que en si ya no tuviese el legatario aceptante. Por no concurrir esta solidaridad entre los conjuntos especifícamente dichos, se sigue: que la talla do uno de sus compañeros les favorece realmente; pero como es un axioma, el que impide el otorgamiento de beneficios sin la voluntad, del beneficiado, deaqui se deduce que al conjunto no pasará la porción vacante sino quiere; pero en caso de consentirlo, debe aceptar también los gravámenes anexos, puesto que quien quiere lo antecedente debe querer también lo consiguiente.» Tal era el derecho de acrecer entre los legatarios antes de la lei Papia-Popea; i can cortas variaciones era también el mismo entre los coherederos, con la sola diferen- cia, que en éstos el acrecimiento era de necesidad legal, i por tanto nunca se con- sultaba su voluntad para operarlo: en aquellos hemos visto, que su fund irnenio era la voluntad presunta del testador, la cual naturalmantc ora mas elástica en sus apli- caciones; pendia a veces de la voluntad del legatario, en una palabra, no se aplicaba con la rijid.i inHexifailidad que a los herederos. I estamos ya en la segunda época del derecho de acrecer. En tiempo de Augusto se promulgaron ¡as leyes Julia de Maritandis ordiníbus i la Papia-Popea, cuyo es- píritu era propender por medios indirectos al aumento de población i a la correc- ción de las costumbres: estas leyes introdujeron importantes modificaciones en las disposiciones testamentarias, con la institución de las llamadas caduca. Se aplicaba este nombre a las ipstituciones o legados, que a pesar de su validez, caducaban o se perdian para el heredero o legatario por una causa cualquiera, v. gr. si padecían diminución de cabeza, o si el latino juniano dentro de cien dias noadquiria el ti- tulo de quirile, o ¿i en el mismo plazo el célibe no contraia matrimonio, se ocur- ran otros motivos, como lo espresa ülpiano, tit. 17. Regla 1.‘ de caducis. En fin f ara aumentar las causas de caducidad, varios senadoconsultos, complementarios de las antedichas leyes, establecieron, que no cediese ni viniese el dia de aceptar una herencia o legado desde la muerte del testador, sino desde la apertura solemne de su testamento, como testualmcnte lo afirma Ulpiano en la Reg. 31. tit. 24. de Icgitis. Según estas leyes, toda institución o legado caduco iba al fisco, con las es- cepciines siguientes: l.° los ascendientes i descendientes del testador, hasta el ter- cer grado eran antepuestos al fisco: 2.® los conjuntos propiamente dichos, que tu- viesen hijos, oran favorecidos también con el acrecimiento de la porción caduca: 3.0 fallando éstos, pasaba la porción vacante a los herederos que también tuviesen f unilia: 4.° en defecto de éstos, a los demas legatarios, aunque no fuesen conjuntos, favorecidos también con el requisito de la paternidad: i a falla de todos estos entra- ba el fisco, i aun vino a anteponerse a todos en tiempo de Antonio Caracaila, como lo afirma Ulpiano. Este trastorno violento que esperimenló la lejislacion, perdiendo de norte lodo principio de justicia i de razón, solo con el propósito de perseguir el libertinaje, sin atacarlo en su orijen, varió completamente el derecho de acrecer en su base i en sus aplicaciones; las leyes caduciarias se hicieron insoportables al pue- I lo, la profesión del Cristianismo fué la mejor lei que pudo darse para llenar el propósito de Augusto; i por esto vemos, que apenas Constantino el Grande hizo ir- radiar la luz del Evanjelio sobre los ojos oscurecidos de un pueblo sin moral, sin fé, sin relijion, operó de grado el milagro de la transformación moral de su imperio, sin recurrir al violento sistema de penas i persecuciones a que habían ocurrido sus antecesores. Abolió las penas contra el celibato, i llegó a ser virtud, a indujos de la Relijion, cuando en el reinado de la razón era la personificación del anonisino, so- domía. i de los ostravios mas abyectos a que puede precipitarse nuestra naturaleza. Teodosio estendió su derogación a las penas contra los que carecían de hijos; i fin.al- mentc Jusliniano vino a hechar completamente por tierra todas estas leyes eaducia- rias, promulgando su constitución de I.® de junio do 53i, inserta en el til. 51. lib. — i3T — 6." del Código. En virtud de esta derogación, hace revivir el antiguo derecho, i lo simplifica, igualando, en cuanto al acrecimiento, las cuatro antiguas especies de le* gados; toma por norma de todos ellos el por vindicación, i hace que la naturaleza i efectos específicos de osle sean la regla constitutiva de todos. Esta mirada retrospectiva que hemos dado al antiguo derecho romano, nos con- duce a tratar del nuestro, 119ei*ee£&o Dos épocas mui marcadas i distintas tenemos que considerar en nuestra lejisla- cion: la primeia que principia con don Alfonso X, consignada en el Código de las Partidas; i la 2.“ que trae orijen de Alonso XI, comprendida en el Oidcna- miento de Alcahá. El rei sabio, fascinado por el bello conjunto de máximas injeniosas contenidas en la Icjislacion Romana, i arrastrado por la corriente de las ideas reinantes en la época del renacimiento de la literatura i de las ciencias, a las que con tanto ardor se consagró, no trepidó en trasladar a nuestra lejislacion las sutilezas de que abun- daba la jurisprudencia romana. En medio del embrollo producido por los fueros municipales, i oscurecidas las mas simples nociones de justicia por el bárbaro egoís- mo enjendrado por las rivalidades de villa, creyó el rei sabio hacer el mayor ser- vicio a su patria trasplantando a ella la plántica exótica de la Lejislacion Romana, compacta i uniforme en su desmedido conjunto, i centralizadora en su forma políti- ca. La revolución social operada por tan brusca reforma hizo bambolear el trono de Castilla i de León; i desconocida la autoridad del Código de las Partidas por los Nobles, heridos en sus privilejios, i hasta por los sucesores del mismo Lcjislador, a quienes se les dictaron nuevas reglas para la sucesión de la corona, produjeron trastornos i revueltas que hicieron problemética la fuerza del nuevo Código: Largo seria disertar sobre la influencia que la Lejislacion Romana ejerció en la muerte ci- vil i politica de la Nación Española: pero limitándome solo al objeto en cuestión, voi a esponer concisamenie lo concerniente al derecho de acrecer. La lei 1 i, tit’ 3,° p. 6.® trasladó a nuestra Lejislacion el derecho de acrecer en las herencias conforme lo habían sancionado las leyes romanas: admitió el princi- pio de que nadie puede morir parte testado i parte intestado, i con la admisión do este principio se trasplantaron sus innumerables consecuencias: se reconoció espre- samentc, que el heredero instituido en parte, tenia derecho al todo de la herencia; i que en el caso de una institución múltipla, la falta o vacante de uno de los ins- tituidos producía un aumento proporcional de la herencia a los restantes. I en cuanto a los legados, la lei 33, tit, 9.° de la misma partida, estableció el mismo principio del acrecimiento para aquellos aquienes una misma cosa fuese legada soli- dariamente, ya en una misma clausula, ya en diversas; tenemos pues, ya admiti- do el derecho de acrecimiento respecto a los legatarios i herederos en conformidad completa con los esfatutos de la lejislacion romana. Mas en cuanto a estos últimos bien pronto vino un lcjislador atrevido, que prescindiendo de los principios tradi- cionales que hasta entóneos habían dominado la lejislacion española, sentó a esto sobre bases propias, mas filosóficas i sencillas que las que antes la habían rejidov D. Alonso XI, fué el que con mano firme empezó la cmancip ación de nuestra ju- risprudencia del sometimiento servil a la romana. Este espíritu de reforma penetro en los puntos mas capitales de la vida del hombre, i en sus relaciones mas frecuen- tes e importantes: en materia de testamento, herencias i estipulaciones una sola mira parece que hubiese servido de punto do partida al lcjislador el deseo de dar cumplimiento entero ala voluntad racional de los hombres, espresada de una manera I — Í38— sencilla, i sin otras garantías qne las necesarias para precaverse contra el fraude. El derecho natural restituido a su pureza primitiva, i depurgado de las sutilezas i cavilosidades del capricho de los hombres, tal es el principio jefe que domina en las leyes de este tan político gobernante como sabio lejislador: prueba evidente do esta proposición son sus leyes relativas a los tres puntos que dejo enunciados. En cuanto al derecho hereditario, se encuentra la lei l.“ til. 19 del Ordenamiento de Alcalá, reproducida en la I.® lit. 18, lih. 10 de la Nov. Rec-, la cual dispone, des- pués de ordenar las solemnidades del testamento, tres modificaciones mui impor- tantes al antiguo derecho, a saber: l.“ que es válido el tcstameuto sin institución de heredero: 2.“ que si contiene institución, pero el instituido repudia la herencia, esta se trasmita a los herederos lejítimos, quedando subsistente el testamento en todas sus demas disposiciones: i 3.“ que para el valor de un fideicomiso universal o sin- gulor no se requiere la aceptación de la herencia. Estos tres puntos reformados es- tán en oposición abierta con el derecho romano, e imprimen modificaciones mui importantes en el derecho de acrecer. Desde el instante en que la lei reconoce la validez del testamento que no contiene institución de heredero, o que aunque ia contenga, el instituido rechaza la herencia, es claro que es permitido morir parte testado i parte intestado: luego en el caso de una institución parcial, el heredero deberá contenerse en los limites que le demarca la voluntad del testador, sin estenderse a arrebatar lo restante a los herederos lojíti- mos, a titulo de acrecimiento. Esta es la consecuencia mas natural i ajustada al es- píritu de la lei: poco importa que ella no lo esprese categóricamente, desde el ins- tante en que sienta como axioma un hecho incompatible con el principio de la suce- sión esclusiva testada o intestada. De aquí se infiere: que el principio legal del acre- cimiento forzoso ha caido por tierra. Pero como no seria lójico eslender las aplica- ciones de un principio mas allá de lo que el mismo establece, es claro, que si el acre- cimiento por la necesidad de la lei hi dejado de existir, subsistirá siempre que el se apoye en la voluntad del testador, norma que la lei ha adoptado como base de sus resoluciones. En conformidad con estos antecedentes aceptados por todos nuestros intérpretes ¿podrá mirarse como completamente desterrado de nuestro derecho el acrecimiento en las herencias? de ninguna manera*, pues en ella pueden ocurrir casos análogos a los legados: i asi como respecto a estos, todos admiten el derecho de acrecer, forzoso es estender igual prerrogativa, respecto a los herederos, militando en favor de éstos la misma razón que en cuanto a aquellos. Si el testador instituyere pues dos o mas herederos, sin porciones determinadas de la herencia, i a todos ellos otorgase un dere- cho solidario hácia ella, es claro que en este caso, faltando alguno de los instituidos, su porción acreceria a los restantes; porque en este caso, la voluntad del testador, i no la lei, es la base del derecho de los acrcscentes; porque teniendo cada uno de ellos un derecho solidario al lodo de la herencia, la falta de uno de los coherede- ros, operaría no un aumento en el derecho de los aceptantes, sino que impediría so- lamente un decrecimiento en las cuotas de los concurrentes; i en tal caso, lejos de haber una adquisición por parte de los adoentes de la herencia, no habría sino la fdta de una perdida a que habría dado lugar el concurso simultaneo de todos los instituidos. Este caso que hemos visto tratándose de la institución por entero en to- da la herencia, se reproduciría exactamente en la misma forma si se tratase de una institución parcial hecha en cabeza de varios herederos; v. g. si el testador intituyese a Pedro, Juan i Diego por herederos de la mitad, tercia o cuarta parle de la heren. cia; porque la situación análoga de estos instituidos a la de los anteriores, les dá i- guaimente a cada uno de ellos un derecho solid irio, mas o menos estenso en su apli- cación, según es mayor o menor la liberalidad del testador para con los herederos; —439— pero esle mas o menos en nada altera el fondo i naturaleza de los respectivos dere- chos de los nombrados. Suponiendo ahora que concurran simultáneamenle en una institución conjuntos reales i mistos ¿la vacante de cualquiera de ellos seria indile- rente en cuanto al acrecimiento de todos? Me parece que en este punto deberán se- guirse las prudentes reglas del derecho romano, por ser en todos conforme a la vo- luntad presunta del testador: en esta virtud resuelvo la presente cuestión por la ne- gativa-, porque todos los conjuntos mistos parecen mas intimamente unidos entre si, que lo que lo están los conjuntos reales los unos respecto de los otros: de aqui se si- gue que aquellos comparados a estos, se repulan por una sola persona moral colec- tiva. personalidad representada i sostenida por todos i cada uno de los llamados en una misma cláusula; si lodos estos pues se afianzan, i se sostienen en sq representa- ción, es lójico sostener su personalidad respecto a la porción vacante de alguno de sus compañeros; asi como por la inversa, faltando un conjunto real, es justo admitir a los conjuntos mistos como una sola persona, por numerosos que entre si sean: de suerte que la vacante de un conjunto real produce una alteración completa en la distribución de las cuotas hereditarias, al paso que la de un conjunto misto, por lo regular no la produce sino parcial dentro del recinto de sus coinstituidos. Pasando a tratar ahora del acrecimiento entre los colegatarios, he dicho, que la lei 33, tit, 9.“ part. 6.“ trasladó, respecto a estos, las mismas que conteiaia el dere- cho romano. La conjunción entre ellos se opera en la misma forma i con las mis*^ mas distinciones que entre los herederos: por consiguiente creo escusado entrar en repeticiones. La única cuestión que podría suscitarse sobre este punto, seria el ave- riguar, si está o no vijentc el derecho de acrecer. Como la lei 1.“ tit. 18, lib. 10 de la Nov. Rcc. al derogar implícitamente el derecho de acrecer necesario, lo hizo solo en cuanto a los herederos, i como solo respecto a estos era aplicable el axioma de que nadie puede morir parte testado i parte intestado, es claro: que esta derogación i es- te axioma no alcanzan a los legatarios, i por tanto debe quedar subsistente en cuan- to a ellos el derecho de acrecer voluntario, único que siempre se ha admitido res- pecto de estos. I por su analojia con los mejorados en tercio o quinto, es forzoso ad- mitir en cuanto a éstos el mismo acrecimiento que respecto a los legatarios sanciona- ba nuestro derecho. La sola diferencia que entre unos i otros podria notarse, seria en cuanto a los casos en que existe el acrecimiento; i esta diferencia nace de la na- turaleza especifica del legado i la mejora. Es cuestionable, que en lodo caso ,el dere- cho del legatario es inestable mientras vive el testador, i su derecho no cede ni viene para él i sus herederos sino después de su muerte. De aqui se sigue: que si ántes de morir el testador fallece el legatario, hai en todo caso vacante, porque su derecho se desvanece i pierde para él i sus descendientes, por no haberse vinculado este a su persona ni aun por un solo momento, i es un principio de jurisprudencia que no iiai representación de derechos que jamas compitieran al representado, ni aun in habilii. Pero no sucede siempre lo mismo tratándose de mejoras. En esta.“ lib. 10 déla >’ov. Roe., ponniie, constituirlas de un modo irrevocable, no tendrá lugar el acrecimiento entre los mejorados, aunque al- gunos de estos muera antes que el testador; porque en tal caso no hai vacante en ninguno de los mejorados, puesto que el premuerto falleció con un derecho ya adquirido; i una vez que haya cedido el dia para el adeudo de la mejora, este de- recho, como vinculado ya a la persona del mejorado, entra a formar parte de su patrimonio, i por consiguiente será tr.asmisible a su heredero testamentario o lejí- timo. Poco importa que el derecho del mejorado sea solo ad rcm durante la vida del mejorante; porque esta cualidad no priva a semejante derecho de la capacidad de trasmisión a otra persona por cesión, subrogación o título hereditario, como acontece con todos los demas derechos personóles, de los cuales éste en nada se diferencia. Basta que por un solo momento se haya operado la concurrencia simul- tánea de todos los mejorados, coexistiendo todos con derecho a la mejora, para que la solidaridad de este derecho quede disuelta, al menos mentalmente: serian comuneros en un mismo derecho, pero dividuo, i nada mas; i a nadie so ha ocurrido hasta aho- ra, que la coexistencia de derechos dividuos hacia una misma cosa, haga a cada uno de los comuneros dueños de la porción que vaque por muerte de algunos de sus compañeros. La admisión de este principio imporlcria lo mismo que sancio- nar la expropiación forzada sin ninguno de aquellos antecedentes que pueden leji- limarla. Lo dicho hasta aquí obra en el supuesto de que la mejora se halla consti- tuido irrevocablemente. Pero si en vez de haber imprimido el testador esta for- ma a sus disposiciones, las hubiese subordinado a la existencia precaria de las de- mas disposiciones mnrtis causa, entonces esta especialidad desaparecería, *i la mejora seguiría en todo la misma suerte en cualquier legado. Hasta aquí me he ceñido a tratar del derecho de acrecer éntrelos que concurren con- juntamente a la propiedad de una misma cosa. Pero como esta concurrencia puede existir también, i en los mismos términos, solo en cuanto al usufructo, réstame, para la plenitud de mi propósito, agregar cuatro palabras respecto al acrecimiento entre los cofructuarios. Sensibte es que nuestra lejislacion guarde un profundo silencio . sobre este punto: Asi es que para llenar este vacío es forzoso recurrir a la lejislacion romana, supliendo por medio de óslalo que falla a aquella, i admitiendo sus princi. pios como asonantes i conformes con la Índole que al usufructo dan nuestras leyes. Desde luego resulta a la vista ménos perspicaz, que siendo el usufructo un derecho personalísimo al fructuario, no puede correr la misma suerte que la propiedad* ésta, una vez adquirida, queda vinculada perfectamente al propietario i sus sucesores; al paso que el usufructo sigue dia a dia los pasos dcl fructuario, limitándose la duración de aquel por la existencia de éste. Por consiguiente, aunque veamos que un usufructo se parle entre todos los llamados conjuntamente a su goce, no por eso debemos creer que está ya operada la división entre ella de una manera inalterable. La muerte do un conjunto deja vacante su derecho, i en este caso viene a obtenerse por resultado una manera inalterable. La muerte de un conjunto deja vacante su derecho, i en este caso viene a obtenerse por resultado una situación idéntica a la en que se encuentran los propietarios conjuntos, cuando al tiempo de la muerte del testador se nota que uno de ellos ha fallecido sin dejar que le represente en su derecho, en cuanto a él, desvanecido. Si en este ca.so la lei admite el derecho de acrecer entre los propieta- rios, no hai razón alguna para excluirlo de entre los cofructuarios; i si este oslado es posible que acaezca entre estos, no solo al momento de fallecer el testador, sino que es susceptible de repetirse cuantas veces falle o pierda su derecho uno de lo® irijcluarios; forzoso también es ndinilir para ser lójicos' la repetición de este derecho “u todas las ocasiones idénticas que se pre.senlen para su admisión. De aejui es (pie as leyes romanas admitieron entre lo.s cofructuarios el inion a laque se opone el célebre Louis i ¡M. llricro de Boisnont. llesulla de un número suficiente de hechos bastante observados i comprobados, que hai ocasiones en que las inflama- ciones del higado no son precedidas ni acompañadas de flegmasía alguna del canal dijestivo; que en otras es difícil decidir cuál de estos dos órganos ha sido primaria- inento afectado; que en muchos casos el higado csel punto de partida de las inflama- ciones gastro-intestinales, i que en cl mayor número de casos éstos han sido el orijen de aquellos. IMui del caso creo presentar en este lugar dos observaciones recojidas en el Hospi- tal de San .luán de Dios en el año 49, pues ellas dan a conocer, a mi juicio, la im- posibilidad de resolver con acierto la dicha cuestión. A principios do marzo del año 49 se me llevó por uno de mis compañeros a la sala de San Juan de Dios, número 29, con cl objeto de (pie diese mi opinión sobre el enfermo qne alli se encontraba: di principio a mi reconocimiento, el enfermo era como de (>0 años, flaco, su cútis icteroides no dejaba dud ir de la afección del higado, su pubso era lento, su dijestion fácil, sin diarrea, no acusaba sino un dolor poco in- tenso que no aumentaba por la presión, este dolor correspondía a un tumor remilcnlo -413- i firme del lam iño do im huevo de gallina que ocupaba la rejion epigástrica i mui parlicularincnlo el hipocondrio; se notaban también fuertes pulsaciones en el sitio correspondiente al tumor; se me dijo que el diegnóstico de algunos habia sido un aneurisma: yo me atrevi también a dar mi opinión i le dije me parecia tener un es- cirro del estómago; no tenia otros síntomas para asegurar esto que lo que he di. cho mas arriba; pues por varias veces pregunté al enfermo si habia tenido arcadas o vómitos, i me respondía negativamente; pero yo mismo me hacia la objeción de la pulsación que era bastante evidente, pero bien pronto tendré ocasión de dar la espli- cacion de este fenómeno. Fué visto después por varios profesores i compañeros, i las opiniones no estaban aun decididas cuando el enfermo murió. Hice el examen cada- vérico en presencia de algunos de mis compañeros, i sn resultado fué el siguiente: descubierta la cabida abdominal nos llamó la atención el estado del hígado: pues esto, a mas de estar hipertrofiado tenia algunos puntos tuberculizados en disiintos i diversos grados; nos quedaba por examinar el estómago, este se hallaba vacío í pre- sentaba el tumor hacia la rejion cardiaca de dicho órgano; iutroduje el bisturí i en- tóneos cesaron completamente nuestras dudas, pues rechinó ala introducción del ins- trumento; todos los órganos abdominales no tenían alteración alguna. Pudimos ya esplicarnos tan bien la pulsación que durante vivo el enfermo se hacia sentir, pues estando interpuesto entre nuestra mano i la aorta abdominal un cuerpo duro, era natural que se diese dicho resultado. Después de recojidas estas observaciones, me parecia sumamente difícil que se me pudiera presentar tan luego ocasión de juntar nuevos datos sobre afecciones tan poco comunes. Sin embargo, pasados algunos dias del primer reconocimiento del enfermo de que acabo de hablar, acompañaba al profesor Ballestcr en la visita de una de sus salas (sala de San Francisco), llegamos al número 60, en cuyo caso nos hizo detener para que examinásemos cuidadosamente el enfermo que teníamos a la vista; era éste un hombre decente como de 36 a 38 años; su semblante era icleroides i afiijido, ver- dadero espejo de la afección que le agoviaba, se le preguntó qué sufría, i por la rela- ción imperfecta que él pudo hacernos, dijo hacer ya algún tiempo que sentía un tu- mor movible en el vientre, que le hacia sentir grandes dolores i que caía siempre por el lado qne se acostaba; de cuando en cuando sentía lijeros dolores al hígado; exa- minando el tumor que era del volumen del puño, era resistente i movible, ocupando mucha parte de la rejion umbilical: por lo quese vé, el diagnóstico era de suma difi- cultad; sin embargo, el profesor creyó que era un tumor nesentérico. Se principió la curácion, se le aplicaron sanguijuelas repetidas al tumor, que lo descansaban bastan- te, interiormente se le daban lijeros laxantes i de vez en cuando algún purgante mas activo; era de notar que este hombre en medio de sus dolores tenia siempre un buen apetito i casi diariamente pedia que se le mudase el alimento: después de repetidos dias de curación, se mandó poner nn cáustico sobre el tumor; por este medio se dis- minuyeron algún tanto los dolores, al fin, el cáustico secó i el enfermo seguía mal, los piés se le estaban ya inchando i el dolor aumentaba de dia en dia; desde la apli- cación del cáustico el tumor perdió su movilidad, i en medio de estos síntomas el pulso se mantenía en buen estado, las dijestiones se hacían bien i no aparecían vó- mitos. Trascurrido algún tiempo de la cui ación i agotados los recursos de que podía echarse mano, se le siguieron dando pociones anodinas, que lo aliv iaban de sus pade- cimientos, i lo dejaban dormir con tranquilidad; al fin, el infeliz murió. Tuve la suerte de hacer la autopsia que se hizo en presencia de muchos de mis compañeros que como yo vacilaban en el diagnóstico, i deseaban salir del estado mortificante de la duda. Procedi, pues, al trabajo, levantada la tapa abdominal se nos prenló el tu- mor, que efectivamente no estaba ya aislado, reconocimos el higido i se encontraba hipertrofiado i lleno de tubérculos en distintos grados; abrí en seguida cuidadosa- iticnlc el orificio cardiaco del esíúnngo, pues este era el acierto del tumor; nada de particular se dejó notar en su fondo; pero así que llegamos al orificio pilórico, nota- mos al rededor de él en forma de rodete circular una masa escirrosa, que en gran parte pasaba ya al estado de cáncer: existían adherencias recientes del lado del tu- mor con el hígado, ^circunstancia que este produjo, fué un verdadero trabajo de ad- hasion que se estableció en estos órganos. Por los dos casos que acabamos de citarse vé la gran dificultad que haien el diag- nóstico de esta afección; los autores establecen como signos patognomónicos el tumor i los vómitos; pero a la verdad, presentándose un tumor i sobre todo en la rejion abdominal sin otro sintoma concomitante, se conocerá mejoría imposibilidad de que he hecho mérito; sin embargo, es justo esperar que multiplicándose nuestros conoci- mientos prácticos por las observaciones cadavéricas, podriamos quizá formar un jui- cio acertado sobre afecciones de suyo dificiles de diagnosticar. He leido i discurrido algo sobre tas causas del escirro del estómago; pero mui pocas de ellas me satisfacen; efectivamente todos parece obran sobre el estómago esclusivamenle; en los dos casos antes presentados se ha dejado notar una antigua i perfecta desorganización del hígado, ¿cuál de estas dos afecciones se ha presentado la primera en su desarrollo? de que modo ha influido la una sobre la otra? Cues- tiones son estas que a mi juicio apoyan la opinión del célebre Broussais sobre las causas i formas falsas de hepatitis. Pasamos ahora a recorrer las distintas i mas frecuentes terminaciones de las in- flamaciones del hígado en Chile, tilas en realidad reúnen en si las variadas formas de la inflamación en jeneral: en ellas se presentan con tanta frecuencia la hiper- trofia como la atrofia, el endurecimiento como el reblandecimiento. De modo que si ha podido asignarse a ciertos órganos una terminación de elección, el hígado no tiene ninguna de un modo bastante fijo. Principiemos por la hipertofía; se entiende por esta el aumento del volumen del hígado, producido por un aumento de nutrición de este órgano que acrecienta el número de sus moléculas sin alterar su testura: admite algunas variedades respecto a su forma, consistencia i estension; relativamente a la forma deben distinguirse dos especies, launa queobrando sobre todas las partes del hígado no altera su icslura, i la otra que obrando especialmente sobre una de sus sustancias, o coincidiendo con la atrofia déla otra da lugar al aspecto lobuloso o gramuloso de dicho órgano: en cuanto a laconsistencia deben distinguirse tres especies de hipertrofia; la una con con- servación del estado normal del hígado, lasegunda con aumento i la tercera con dis- minución de esta consistencia; por su esfencion puede afectar los tres lóbulos o uno solo; en algunos casos es solo el derecho abrazando casi todo el hígado; otras veces es el izquierdo en cuyas circunstancias puede complicarse su diagnóstico con el do otras afecciones del abdómen. Ilai una complicación bastante frecuente de la hi- pertrofia del corazón con la del hígado; casos he visto en que guiados uno por la auscultación del corazón habría dado un pronóstico fatal, i que habiendo obrado .solo sobre la hipertrofia del hígado han cesado los síntomas engañosos de la afec- ción cardiaca. Otras veces acontece que el hígado repeliendo el diafragma i el pul- món dá orijen a las distintas enfermedades que pueden presentar estos órganos, como son, ncumonias, pleuritis o ambas a la vez. En otras ocasiones gravita mas sobre los órganos ventrales i produce la hidropesía de las estrernidades i aun aneii. rismas. A propósito de esto no recuerdo con fijeza algunas circunstancias particular res de un enfermo de hipertrofia del hígado, que se hallaba en las salas del seño- Ballestcr en el año anterior; pero la muerte de este hombre que fue repentina, i cuando ménos lo esperábamos nos alarmó sobre manera. Hecha por mi su autopsia en presencia del profesor nombrado, admirónos sobre manera la cantidad de un li- quido sanquinolenlOj que se dejó notar a la inlroduecion del escalpe’; abierto el abdomen no nos quedó duda alguqa sobre el derrame que en el se había efectuadoí ia hipertrofia era evidente i a pocos mas encontramos un tumor ancurismálico si- tuado en una de las mcsenlérices i derramado en la cavidad abdominal ¿Pudo éste aneurisma desarrollarse por la hipertrofia del hígado? Sin duda que sí. La supuración o formación de abusos en el hígado en otra de las terminaciones por desgracia harto frecuentes entre nosotros. He pensado algo sobre las causas de esto en Santiago sobre todo, i confieso francamente que no encuentro bastante per- plejo para dar una esplicacion satisfactoria. Debo si recordar la predisposición de los climas intertropicales a las iuQamaciones gastro-intcslinales, el estado de abatí* miento i mal réjimen de vida de nuestra clase proletaria. Los accesos pueden ser superficiales o profundos; pueden afectar el lóbulo derecho como el izquierdo, la cara anterior como la posterior. Puede existir uno solo o mu- chos. Sus paredes son unidas i lisas, pero mas ordinariamente cuando es mui estenso son desiguales i anfractuosas, ofreciendo prominencias, que M. Louis atribuye a la reunión i fusión de muchos focos purulentos en uno solo. M. .4ndral habla también de un abuso, cuya cavidad estaba atravesada por una especie de bridas celulosas a ]as cuales dá el mismo orijen. Estas bridas han sido tomadas por algunas personas por vasos sanguíneos obiliares que han resislido al foco purulento, pero el mayor número parece ser de naturaleza celulosa. La formación del acceso puede hacerse repentinamente como se ve en la hepatitis aguda o de un modo lento, como lo es en la forma crónica. En ámbos casos el aparato de sintómas es mui variado, i pueden hacer simular enfermedades, que bur- len a veces los cuidados del práctico mas atento. La terminación de los accesos es mui diferente, según sean superficiales o profun- dos: -£n el primer caso estos focos purulentos quedan encerrados en el fondo del parenquina hepático, i el enfermo sucumbe presentando solo síntomas de postración. Queremos recordar aquí el caso de que hicimos referencia al tratar délas causas do esta enfermedad. Aquel enfermo presentaba los síntomas de una hepatitis aguda de as mas francas i fué tratado, según el plan curativo mas enérjico, pues se em- plearon con él las sangrías jenera’.es i locales, losantinoviales i revulsivos intestinales. Algunos dias después de este tratamiento i cuando creíamos al enfermo completa- mente bueno, aparecieron los síntomas de una peritonitis de las mas yiolentas, que fué curada como tal. A los tres o cuatro dias el enfermo murió. En la autopsia se encontraron los resultados de la peritonitis que creíamos ser la causa de su muerte, quisimos examinar también el hígado i fué grande nuestra sorpresa al descubrir un foco purulento bastante considerable i profundo, ocupando todo el lóbulo derecho de dicho órgano. Confieso francamente que la autopsia de este caso me hizo vacilar en la aprobación del tratamiento que con él se hibia seguido. En primer lugar la sangría la creí en parte productora del acceso; pues pasados los primeros momen- tos de iritacion producida por los alcohólicos, el sistema pierde mucha parte de su fuerza radical, agregándose a esto lo predispuesto de nuestros enfermos al estado adinámico; por otra parte los antinoniales aunque no se dan nunca con el objeto de exitar el vómito, suelen producirlo sin embargo, i en tal caso cualquiera es capaz de preveer los resultados de una complexión de esta naturaleza. Desde entóneos guar- do una gran precaución, pues jamas he sido decidido por las sangrías jenerales en esta enfermedad. Respecto délos antinoniales jamas los indicaré sin los salinos- Tengo la satisfacción de h dacr discutido estos principios con uno de mis compa- ñeros mas recomendables i haber simpatizado en opiniones, las que también han merecido la aprobación de algunos dignos profesores que hemos consultado. Los accesos pueden contraer adherencias intimas i hacerse superficiales, notan- do — ii6— dosc la flucluacion en cijos ya en la parle anterior o en la posicrior. Tcn^o a la visla dos casos de esta naturaleza en los que se ha creído indicado el practicar la punción. En ambos se ha efectuado la abertura en la parte, anterior, en el uno con bisturí i en el otro con lapolasa caustica: el 1." después de haber arrojado can* lidades enormes de pus del acceso ha salido del hospital, llevando para siempre una fistola, el otro menos feliz que aquel sucumbió por consunción. Hasta aquí hemos hablado de los accesos contenidos en loslimiics de su propia ca- vidad, vamos a tratar ahora de los que se franquean vías por otras partes. La mas frecuentes de estas vias es la del pu'inon, pues diariamente vemos en los hospitales hígados enormes, convertidos casi enteramente en una inmensa masa de materia purulenta, esforzar el diafragma a una eslraordinaria altura en la cavidad torácica, dilatando i empujando los espacios intercostales, i dando niárjen de este modo a los carateres de un empiena plcurílicos del lado derecho. Para decirlo de una vez el hígado se pone en contacto directo con el pulmón i las pleuras i dando orijen por consiguiente al derrame, que algunos consideran como un empiena hepar pleuri^ tico. Este puede formarse de dos modos; en el uno adquiriendo el hígado un au- mento estraordinario, debido al estado hiperénico de su organización i por otra par- le a la inpervencion subsiguiente a una acción inflamatoria lenta, empuja el dia- fragma por arriba hasta hacerle llegar a la tercera o segunda costilla como lo hemos visto alguna vez, llegando a este estado establece una conexión íntima con el diafragma i el pulmón derecho, por medio de la acción inflamatoria, supura i evacúa esta supuración por los bronquicos. En otras ocasiones el abuso contenido en sus propios limites, empuja el diafragma por el aumento de su volumen, lo ulce- ra i vacia en la cavidad pleurilica derecha las materias purulentas contenidas en aquel, efectuándose dicho derrame a veces de un modo lento i otras precipitada- mente. En muchos otros casos de la afección de que tratamos el mismo aparato mórbido que establece la conexión del hígado con el disfragraa, dá orijen tam- bién a una imílamacion de la superficie de la pleura, a veces aguda i a veces len- ta, que a su turno produce un derrame ceroso dentro de la cavidad de este órgano, formando de este modo el verdadero enpiema pleurilico' Al ver resultados tan graves seria de creer que se presentasen síntomas distintos i variados; pero verdaderamente no siempre sucede asi; hai casos en los que se dejan notar los síntomas pleurilicos, estando para establecerse la unión del hígado i dia- fragma con las pleuras i pulmón; otros hai i son los mas frecuentes, en los que no se observa sino una diferencia mui notable en la función de arabos pulmones, pues en el afectado es baja, mientras en el otro es pueril. Atribuimos esta diferencia al modo de presentarse el principio de la enfermedad. Se me ocurre ahora un caso su- mamente curioso, observado en la sala de Santo Domingo en el hospital de San Juan de Dios: era este un enfermo de 2o a 30 años, que entró a dicho hospital con una inílaraicion crónica del hígado, según apareció al principio; pasado algún tiempo de curación, i cuando se le permitian ya al enfermo algunos alimentos sustanciosos, te- nemos de repente un aparato de síntomas los mas alarmantes; frecuencia del pulso, aridez de la piel, dolor agudo i punjilivo en el hipocondrio derecho, que subia hasta la quinta o cuarta costilla, tos seca i difícil, la anecultacion solo dió los sintonías de uua pleuresía. El enfermo conservaba aun un sedal que se le había hecho aplicar en el tratamiento anterior; diagnosticamos una hepatitis aguda bastante franca, i en con- secuencia se le prescribió el plan antiflojislico activo; al segundo dia disminución de enerjia de todos los síntomas: la tos era mas fácil, pero se presentó entónccs la cs- pecloracion, que no era por cierto ni la de una pleuresía ni la de una pulmonía; consistía esta en una cantidad abundante de sangre con materias purulentas i de una fetidez tal que todos los enfermos vecinos a él se quejaban del dicho olor; se va- — 447— rw ya de método cunlivo ü se le administraron unas píldoras sedantes, compuestas de acetato de plomo, ládrocianato de potasa i opio; al tercer día desaparición casi rompida de los sintomas febriles; se añadió al plan curativo una pocion peutoral en la noche. Pasados como veinte i siete dias de este tratamiento, administrándosele también de vez en cuando un purgante por las constipaciones ventrales que el plomo podia producir, la espcctoracion principió a disminuir, el dolor a hacerse mas lento i el enfermo se sentia mucho mejor. Confesamos injénuamente que nos hallamos al- go embarazados en el diagnóstico que habiaraos emitido al principio de la curación de este caso; pero no nos sucedió así al fin ya de su tratamiento; no nos quedaba duda alguna de haber existido un acceso hepático abierto en el pulmón. Suplicamos a) enfermo cuando salió de alta enteramente bueno, que volviese a la misma sala si alguna vez se sintiese enfermo, pues en esta ocasión e! amor a la ciencia nos hacia casi misántropos. Tengo el sentimiento de no poder consignar en este trabajo el exá- incn anatómico patolójico de este caso, porque este ha sido el único verdadero empie- ma hepar pleurííico, que he visto terminar felizmente i en el cual he creído se haya efectuado su cicatrización completa. ¡Ojalá que mis compañeros que quedan en San- tiago o el' digno profesor a cuyo cargo está esa sala, puedan tener alguna vez la suer- te de hacer semejante trabajo, suerte que yo no he tenido! ‘Actualmente hai en el hospital de San Juan de Dios en distintas salas como seis casos da accesos hepáticos abiertos en el pulmón de un modo lento: estos enfermos se encuentran en tal estado de dcnarracion, que veo de cerca con sentimiento su ter- minación fatal. Las adherencias de los accesos de que ya ántes liemos tratado pueden a veces no formarse o ser demasiado débiles. ¿Qué sucede entóneos? El pus contenido en el hí- gado puede derramarse en el peritoneo, i dar lugar a una peritonitis pronta i ne- cesariamente mortal. Plcrquc cita un caso en que la muerte tuvo lugar repentina- mente. Portal refiero otro caso en el que un acceso formado en cinco dias se abrió en el abdómen i produjo la muerte rápidamente. 31. Louis ha observado también un acceso cuya marcha fue excesivamente aguda, i que se abrió en la cara convexa del hígado, entre esta i el diafragma, dando lugar a una peritonitis violenta i mortal. En Santiago hemos tenido en estos dias un caso de esta naturaleza, que ha privado a una buena familia de una excelente madre. Dicha señora ha sido asistida por uno de los profesores mas respetables de esta ciudad. Solo se quejaba de una diarrea fran- camente hepática, sin otros síntomas particulares que pudieran llamar la atención; se trató la dicha diarrea, i cuando se suspendió el tratamiento por creerla ya mejoradas se verificó sin duda el derrame de algún acceso que había estado oculto, cuyo resul- tado fué una muerte pronta que burló los conocimientos i atenciones que había sa- bido prestarle el digno profesor. El trabajo de adherencia i ulceración hace algunas veces comunicar un acceso de Ja cara cóncava del hígado con el estómago. En un caso de este jénero observado por Boyer, el enfermo habiendo presentado los síntomas de una hepatitis crónica vomitó una cantidad considerable de pus fétido i sanguinolento, al que se mezclaron por consiguiente pequeñas porcianes de la sustancia del higado, las cuales reunidas pe* sahan una onza poco mas o menos. El enfermo sucumbió por el marasmo i en la au- topsia se reconoció un acceso formado en el lóbulo izquierdo del higado que había desembocado en el estómago. En una observación recojida por M. Andral la comu- nicación era mui reciente, i la evacuación de pus no había tenido lugar aun. Uno de mis compañeros me asegura haber observado un caso de esta especie comprobado por la autopsia, i en el que había sido frecuente la evacuación de la materia puru- lenta por la boca: no tengo noticia que se haya presentado otro c.'iSO de esta especie. I-a abertura de accesos hepáticos en el color parece bastante común i en muchos i’iíisos esta evacuación enteramente natural ha sido seguida de la curación del enfer- ¡lio. Rn las siete observaciones que Pelit, el hijo, ha reunido en una memoria hai tres en las cuales se Ineroctuado este derrame. En|el primer caso el célebre Pibrae pu- do evidenciar este hecíio por !a autopsia. En el segundo una señora despueá de haber presentado los síntomas de liña hepatitis crónica, producida por una contusión so- bre la rejiou del hígado i los de una supuración de este órgano, arrojó de repente por las cámaras una cantidad de pus> acompañado de un vito cólico. Desde eñlónceg le sobrevino el alivio i bien pronto la curación. M. Larrey ha recojido una obser- vación exactamente igual, en una mujer que tenia uri acceso al hígado perfectamente demostrado. El acceso se vació déla misma manera i el enfermo Curó. A los dos he- chos que hemos mencionado, Petit añade otro concerniente a un enfermo, que hacia quince años que arrojaba pus por el ano, i que cuando esta operación llegaba a suS pendersc, sentia lodos los accidentes de uña irritación hepática. Todo esto dcsapare. cia luego que el pus continuaba su curso. Pero como lo hace observar Morand esta cir. cunstancia no es siempre favorable i ella no impide muchas veces que el enfermo, sucumba por la tisis hepática. Yo he recojido en estos dias una observación de esta especie; es un hombre que hará unos quince dias que ha entrado en el hospital coil un dolor poco agudo al hígado i con diarrea biliosa, a los dos dias de estarse curan- do, al exruninar la deposición encontramos la parte central del servidor ocupada por una cantidad no pequeña de pus, enteramente exento de otra sustancia, sintiendo el enfermo un notable alivio de su dolor después de la dicha espulsioii; No he- mos tenido entera confianza en el diagnóstico de este caso; pero los mate- riales arrojados junto con el mejoramiento del enfermo, hacen presumir que ha existido la tal comunicación. El enfermo se ha curado i ha salido ya del liospi- lal. La abertura de accesos en el pericardio es mas rara todavía, en una de las salas dé disección del colejio de Jefferson, a la abertura del cadáver de una negra de treintd i cinco años, se encontró un acceso del hígado, ocupando casi toda la eslension del estómago, abierto en el pericardio al través de una abertura del diafragina. En el mes de agosto del año 49, hemos abierto e! cadáver de un hombre muerto de uri abuso hepático abierto en el pulmón; hecha una autopsia detenida encontramos^ abriendo el pericordio por su pared anterior una no pequeña cantidad de pus mez- clada con la serosidad del pericardio; lomamos el punto por donde pudiera haber, se efectuado el derrame i se nos presentó en la parte laterar derecha una aberturita Capaz de recibir el cañón de una pluma de escribir. Esta autopsia fue practicada por mi i por mi apreciable compañero don José Joaquin Aguirroi en presencia de núes-* Iros compañeros, cuyo resultado fué puesto eri conocimiento de muchos profesores que tenían noticia del caso. He concluido estas observaciones que he recojido en mi corta práctica. Si ellas merecen la aprobación de la facultad de Medicina, esto me servirá de un gran esti* nudo para la adquisición de esta clase de dalos. ACTAS ÜfiL CONSEJO DE U UNIVEBSIDJD. kSmCT» ti L) SBOi Dtl i Dt StlIEIH DI liSl Presidió el señor Reétnr, prescrtles los señores IMenesds, So!;u-, Blanco, Doraeyko i Secretario; Él señor Tiicornal avisó no serle posible asistir por hallarse oCupado eh un í comisión del Supremo Gobierno. Aprobada el acta de la sesión Üel 21 líe agosto, se dió cuenta: De un oficio del señor Decano de Teolojía, trasmitiendo Copia de la sesión que ce-* lebró su Éacultad el dia 26 de agosto ú'.timo, con el doble objeto de llenar la vacan- te del R. P. Fr. José María Peña, i de designar tema para el discurso que debe premiar el próximo año de 1853. En cuanto a esto último, resulta haberse señalado fcl mismo que el año anterior, a saben «Un trabajo sobre la historia eclesiástica del pais ilcsde 1808 hasta la muerte dcl señor Vicuña»; i apareciendo en cuanto a lo l.° haber sido eléjido para llenar la referida vacante el Presbítero don Manuel An- tonio Valdivieso, se ordenó dar la correspondiente noticia al Supremo Gobierno; De un oficio del Rector del Instituto Nacional, remitiendo el acta de la sesión que el Consejo de profesores de este establecimiento eelebró el 20 de julio último» Con motivo de haber oido que se trataba de modificar su plan de estudios, para acordar el diclámen ejue debia dar sobre la materia. De Una nota del señor Gilliss acusando recibo de la úllima comunicación dcl se- ñor Rector i de los paquetes de ctAnalcs de la Universidad» que Con ella se le diri- jieron para la librería del G ingreso i de varias Corporaciones cicntiíícas de los E.U. Promete qüc ño solo los distribuirá a los cuerpos a quienes van dirijidos inmediata- mente que llegue a aquel pais, sino que también hará saber a cada uno de ellos las disponciones que animan a esta corporación en beneficio del progreso de las cien- cias, por una continuada i reciproca remisión de publicaciones. Dá las gracias al mismo tiempo por las espresiones de consideración i benevolencia que en el último oficio se le dirijieron a hombre del Consejo Üniversilario» i en correspondencia de las que él mismo se habia servido emitir. Da una petición con que D; Pedro N. Cobo acompaña un compendio que ha Ira- bajado de la obra de Derecho Canónico escrita por el limo. Sr. Donoso, solicitando su aprobación para la enseñanza. Se mandó pasar al señor Decano do Leyes para que informe oyendo a su Facultad, sin perjuicio do la Comisión que para el exá» —450— men de In mlíina obra por lo que rcspccla a sii parle que se roza eon la Toolojí.l, se eonfirió al señor Salas en oirá sesión dcl Consejo. Después (le oslo el señor Hedor espuso ser ya llegado el caso de que el Consejo acuerde las personas que debe designar para los premios de moralidad i edurarion que han de discernirse en el próximo aniversario de la patria, en conformidad al encargo que por suprema resolución le cslá hecho a osle rcspcclo. Por lo tocanle al premio de moralidad, dijo que conocia una persona en Valparaiso mui digna en su opinión de obtenerlo, cual es doña Josefa Zuazagoilia. En sus dos úllimos viajes a aquel puerto, ha venido el mismo señor Rector ocasión de convencerse que dicha señora es el Ídolo de ese pueblo por su beneficencia habitual con los pobres enfer' mos, a quienes puede decirse que dia i noche se ocupa en asistir, subministrándo- les a su propia costa medicinas i aun enviándoles de su casa alimentos. El Conse- jo, en virtud de esta esposicion, se manilestó dispuesto a adherir a la opinión del señor Dello, proponiendo para el efecto indicado a la señora Zuaazgoilia; i única- mente se suspendió este acuerdo hasta la próxima sesión, porque el mismo señor Rector la zo presente que acaso las aflijenles circunstancias de la guerra civil porque ha poco ha pasado el pais, hubiesen dado ocasión para que se hayan desplegado algunos relevantes actos de caridad i beneficencia, acreedores al premio, o por lo menos a una mención honrosa; lo que parala referida sesión cuidaría de indagar dcl señor illinislro de la Guerra. Respecto al premio de educación, el señor JIcneses dijo que consideraba como el mas digno de obtenerlo el presente año a don .\icolas Merino, preceptor de la Es- cuela del Convento grande de Santo-Domingo en esta capital, que en oportunidades análogas a la presente, ha sido ya recomendado al Supremo Gobierno. Citó casos prácticos en confirmación do que ese establecimieuto es uno de aquellos donde mas rápidos c indubitables progresos hacen los niños, tanto en moralidad como en conocimientos, i alegó la conveniencia de dispensar este estimulo a los Regulares para queso empeñen por la mejora de sus escuelas de primeras letras. El Consejo tampoco se manilestó distante de aceptar esta pi-opuesta, siempre que del informe del Visitador jeneral, que se espera tener para la próxima sesión, resulte que el re- ferido preceptor es el m is digno de la recompensa que se propone; i no hai alguna escuela de mujeres a cuya preceplora sea justo discernirla; pues el Consejo deseara ¡ oler dar con justicia la preferencia a alguna de estas últimas. Con lo que fué levantada la sesión. mm DEL i i DE SETIEMBRE DE 1SIÍ2, Presidida por el .señor Rector, presentes los señores Salas, Solar, Blanco, Pomeyko, Orrego i el Secretario, — .Aprobada el acta de la sesión del 4 del que rije, el señor Rector confirió el grado de Licenciado en Leyes i ciencias políticas a don Pedro Vasquez, quien recibió su título. Dióse luego cuenta de cuatro oficios dcl señor Ministro de Instrucción pública, tras- cribiendo otros tantos supremos decretos; por el l.° de los cuales se renueva al Con* sejo l.'nivcrsilario, por el término de cuatro años, la facultad que le concedía el ar- ticulo 26 dcl Reglamento de grados; — por el 2.° se mandan poner a disposición del Inspector de escuelas primarias de San Bernardo, para el uso de la de hombres de esA —451- vilbi, diversos libros de lectura o estudio, i Atlas de Gaulier, rccomondáiulolc que a distribuir los primeros tenga presente la verdadera escasez do recursos de los agracia- dos; por el 3.° se ordena a los Minisi ros de ia Tesorería jeneral entregar a la persona que el Consejo Universitario designe, la cantidad perteneciente a fondos de esta cor- poración, que por supremo decreto de 20 de mayo de 1850 se mandó recibir en de- pósito en arcas nacionales; i por el 4.° se resuelve una anterior consulta del mismo Consejo, declarando; que en atención a la naturaleza de los servicios que fué llamado a prestar en los Hospitales de Talca el señor Decano de Medicina, don Francisco J. Tocornal, a fines del año próximo pasado, el sueldo correspondiente al Decano su- plente de dicha Facultad, don Lorenzo Sazie, por el tiempo que duró la ausencia del propietario, debe abonársele de fondos nacionales; en cuya virtud se manda a los Ministros de la Tesorería jeneral hacer a la Universidad el correspondiente abono. — El 2.0 de estos decretos se mandó comunicar al Inspector de San Bernardo; respecto del 3 ° se acordó indagar las personas que quieran tomar a interes el dinero deposi- tado en la Tesorería jeneral con las seguridades i bajo las condiciones acordadas ya por el Consejo, dándose cuenta oportunamente; i por lo tocante al 4.°, que el Bedel de la Universidad, con el correspondiente certificado del tiempo que duró la su- plencia de don Lorenzo Sazie, percibiese de la citada Tesorería el sueldo mandado abonar. Continuóse dando cuenta: 1 ° de una nota del señor Decano de Medicina, trasmi- tiendo el resultado de los trabajos de la comisión nombrada en su Facultad para exa- minar el plan de reformas en los estudios a ella pertenecientes, propuesto por el señor Delegado Universitario.. — Quedó en tabla para la sesión próxima. 2. ° De un informe de la comisión de cuentas del Consejo sobre las presentadas por el Secretario interino de Teolojía de los fondos que han entrado en su poder durante el cuatrimestre vencido el 31 de agosto último. — En virtud de dicho informe, el Con- sejo las aprobó, mandando pasar a la caja Universitaria el sobrante de 59 pesos que resulta. 3. ° De una cuenta presentada por el señor Secretario de ¡Matemáticas de los fon- dos percibidos para gastos de Secretaria durante el segundo cuatrimestre del presente año. — Pasó a la comisión correspondiente para su exámen. 4. “ De un cficio pasado al señor Decano de Humanidades por el Visitador jeneral de escuelas, don José B. Suarez, proponiendo los preceptores en su concepto mas acreedores al premio de educación que debe adjudicarse el 17 del eorrientc. Los enu- mera en este órden: En primer lugar don Anselmo Harbin, preceptor de la escuela municipal del Ta- jamar. El establecimiento que éste dirije, dice el Visitador, ser uno de los mejores de 6u especie que ha encontrado en el Departamento de Santiago: los progresos en él son mui satisfactorios, no obstante la falta de útiles que allí señóla. Cuando lo visitó, halló mas de diez alumnos que habían concluido toda la Aritmética comercial i esta- ban en aptitud de resolver cualquier problema que se les dictase. Hai muchos que escriben una hermosa forma de letra inglesa, i leen con sentido i buena pronuncia- <^¡on: no pocos, en la clase de Historia Sagrada, son capaces, no de relatar maqui- nalmente, sino de narrar con intelijencia cualquier hecho histórico por el texto de Didon. En fin, todos los ramos que allí se cursan se estudian con provecho El pre- ceptor cuenta ocho años de enseñanza en escuelas municipales; i es el joven mas entusiasta que Suarez ha conocido por la instrucción primaria: es el preccplor por vocación. Ha desempeñado cumplidamente varias comisiones, como la de arreglar la escuela municipal de niñas de la cabe de Huérfanos, i la de hacer de Secretario de la Sociedad de preceptores, sin que por dichas co;nisiones haya recibido recompensa alguna. Ea 2.° lugar propone a don Manuel Caravantes, prcccplor de la eecucla municipal de la Recoleta; i en 3.° a don Hilarión María Moreno, preceptor de la de igual clase de la calle de Duarte. Los eslableciinienlos que uno i otro dirijen, son de los mejores de la Municipalidad. Caravantes se ocupa ya 12 años en la instrucción primaria, ¡ hace 8 que dirije la escuela de la Recoleta con favorables resultados, — Con res- pecto a don Hilarión María Moreno, la prensa ba cncoipiado con sobrada justicia su establecimiento. No es él un escolero de los tiempos pasados, armado siempre del rigor hacia sus discípulos, sino el preceptor moderno e ilustrado que, cual un p dpc de familia rodeado de sus hijos, los instruye cariñosamente. En recompensa de la amabilidad con que los trata, éstos le respetan: cosas difíciles de conciliar para el común de los preceptores. Hai en esta escuela alumnos mui aventajados en lectura, escritura, aritmética, gramática castellana, etc. El preceptor se ocupa en la enscT fianza pública hace como 4 años. £1 4.“ lugar lo dá el Visitador a don Nicolás Merino, preceptor de la Gscucla del convento de Santo Domingo, que ha sido ya otras veces recomendado por el Consejo Eniversitario al Supremo Gobierno, Le parece justo que ahora lo sea igualmente, pues continúa su tarea con igual o mayor empeño que ántcs, siendo la escuela que preside la primera de las conventuales, a las que podria servir de modelo. Se ocupa 7 años en la enseñanza. En 5.° lugar propone al R. P. Fr, Francisco Bustaraante, director de la escuela de sn convento de San Francisco. Tres veces la ba lomado ya a su cargo, levantándola otras tantas del estado de abandono en que la han dejado sus autecosores. Mediaiile sus desvelos i empeño, hoi esa escuela es la segunda de las conventuales. Edúcanse en ella i 13 alumnos, en lugar de 40 que solo tenia cuando él la tomó a su cargo. Son señalados los servicios prestados a la enseñanza primaria por este distinguido sacer- dote. El, lodo lo sacrilica al bien de la juventud que dirije: su reposo, su l)oIsillo i hasta su salud. Actualmente paga de su peculio 13 pesos mensuales a un profesor, porque enseñe aritmética i caligrafía a 4 jóvenes pobres, que le ayudarán mas larde en la enseñanza de estos ramos en la escuela. En conclusión, previene que los preceptores don Juan Manuel Harbiji, don José Daniel Castro Patiño i don Francisco Santa Cruz, premiados en años anteriores, con, tinúan desempeñándose con entusiasmo, contracción i celo.» Con los abundantes dalos que esta nota subministra, procedió el Consejo a acorr dar el órden en que debía hacer sus propuestas al Supremo Gobierno para el discer? nimienlo del premio de educación, i quedó por mayoria determinado que ese óiden fuese el que sigue: En 1 .«*■ lugar el preceptor déla escuela municipal del Tajamar, don Anselmo llarbin. En 2.0 el de la de igual clase de la ^alle de Duarte, don Hilarión ¡Maria Moreno, En 3.® el de la conventual de San Francisco, Fr. Francisco Bustamanlc. En 4.® el de la municipal de la Recoleta, don .Manuel Caravantes. I en 5.® el de la conventual de Santo Domingo, don Nicolás Merino. — Todos en virtud de los méritos que de ellos alega respectivamente el Visitador en su oíiciü de que se ha dado cuenta, i que se trascribirá íntegro al Supremo Gobierno con la com- petente recomendación . Pasándose luego a tratar sobre el discernimiento del premio de moralidad, el se- ñor Rector presentó una carta del señor Ministro de la Guerra, don José Francisco Gana, contestando a la pregunta que a virtud de la promesa que hizo al Consejo en la sesión anterior, le ha dirijido, sobre si tiene noticia de alguna persona que en la desastrosa época recién pasada, se haya distinguido por relevantes actos de caridad i beneücencia, que la hagan acreedora al referido premio. — En ella expone el señor —453— Gana que en la ciudad de Talca existe la señora doña Luisa Witaker.de una famifia distinguida del mismo pueblo, que habiendo poseidouna regular fortuna, se encuen- tra hoi en bastante escasez. Esta señora, desgraciada en su matrimonio, que contrajo desde mui joven, ha sobrellevado su infortunio con admirable resignación i virtud, llegando a recurrir al trabajo de sus manos, compatible con su dignidad, para ali- mentar a sus cuatro hijos pequeños; hasta que, a consecuencia de la batalla de Lon- gomilla, se estableció en Talca un hospital de sangre, en que resplandeció por otra virtud mas: la caridad. Ella fué una de las primeras señoras que se presentaron a curar por sus propias manos a los heridos, i la última que se retiró cuando ya no habia uno solo que necesitase de su asistencia i solícitos cuidados. — Las señoras Por- tales i Errázuriz pueden dar testimonio de los importantes servicios de la señora Wi- taker, i de la bondad i dulzura con que prodigaba toda clase de auxilios i consuelos a los enfermos.» — A lo contenido en esta carta, agregó el señor Rector, que el mis- mo señor Ministro de la Guerra le habia hecho verbalmente grandes elojios de la misma señora, agregándole haber sido un testigo presencial de su caritativo celo. Tomando el Consejo en consideración los méritos de la señora Witaker que aca- ban de aducirse, determinó por mayoría de votos darla el 2.° lugar en sus propues- tas para este premio: reservando el 1 para la señora Zuazagoitia, de que se trató en la anterior sesión. Decidió esta preferencia sobre la señora A.Vitaker, en el concepto de la misma mayorii\, la antigüedad i constancia de los servicios a la humanidad prestados por la referida señora Zuazagoitia. En 3.®'' lugar se acordó por unanimidad de sufrajios proponer también para este premio al mismo P. Fr. Francisco Bustamante, que ha sido ya colocado entre ios propuestos para el de educación; haciéndole estimar digno de esta repetición su en- tusiasmo i desprendimiento en favor de la educación de la clase pobre, como ya se ha visto mas arriba. Con lo que se levantó la sesión. EXTRACTO DE lA SESION DEL 23 DE SETIEMBRE DE 1832. Presidida por el señor Rector, presentes los señores Meneses, Tocornal, Salas, So- lar, Illanco, Domeykff, Orrego i e! Secretario. Aprobada el acta de la sesión del 1 1 del corriente, el señor Rector confirió el grado de Licenciado en Leyes a don Calisto Antonio Hurtado, i el de Dachiller en la misma Facultad a don Abraham Siredei i don Pedro Nolasco Cobo: todos los cuales recibieron sus títulos: A continuación se dió cuenta: De un oficio del señor Alinistro de Instrucción Pública transcribiendo un Su- premo Decreto, por el que se manda estender a favor del Presbítero don Manuel An- tonio Valdivieso titulo de miembro de esta Universidad en la Facultad de Tcolojia, en virtud de la elección que de él ha hecho la misma Facultad para llenar la va- cante que en ella dejó el fallecimiento del R. P. Fr. José María Peña. Se mandó poner en conocimiento del interesado. 2‘° De dos notas del señor Decano de Matemáticas; por la I." délas cuales acom- paña el acta de la sesión celebrada por su Facultad el dia 13 del corriente con el —454— objeto de elejir el tema que ha de servir para aspirar al premio del año próximo venidero. Por esa acta consta haberse designado el mismo lema que la Facultad adoptó el año anterior para el premio del presente; i ademas, que en la propia se- sión se acordó solicitar del señor Ministro de Instrucción Pública se sirva pedir al Intendente de Valdivia muestras de las maderas de aquella provincia en trozos de tres a cuatro varas de largo, con todo el grueso que cada clase de ellas suelen adquirir en tiempo de su madurez o mejor beneficio, con el objeto, tan importante para la industria del pais, de que se reconozca su respectiva resistencia por medio de esperimentos, para cuya realización el Director de la Escuela de arles do San- tiago, tiene lodo lo necesario en su establecimiento. El Consejo acordó se recomen- dase a su propio nombre tal petición al señor Ministro de Instrucción Pública. Por la 2.» nota el mismo señor Decano de Matemáticas acompaña el resultado del exá- inen que la Comisión nombrada a virtud de lo dispuesto por el art. 5.° del Supre- mo decreto de 22 de noviembre de 1847, ha efectuado del proyecto de mejoras en los estudios correspondientes a su Facultad, presentado por el señor Delegado Uni- versitario. Quedó este asunto en tabla. Leyóse una nota del Inspector de educación de la villa de San Bernardo, en que, al acusar recibo de la que se le dirijió comunicándole el Supremo Decreto en que se le mandan entregar varios libros para el uso de los alumnos de aquellas escuelas, pide se le indique el punto a donde debe dirijirse para recibir dichos libros; i espre- sa ademas que los preceptores de las insinuadas escuelas, reconvenidos por los esta- dos de sus establecimientos, que deben pasar conforme al art. 67 del Reglamento del Consejo, le han pedido, por razones que aduce, les permita no hacerlo hasta el 31 de diciembre próximo, sóbrelo cual hace la correspondiente consulta. Pregun- ta también si deberáono seguirscen la escritura el método de Sarmiento, haciendo presente que los padres de aquellos alumnos no lo creen conveniente; i por haberse adoptado, ha minorado notablcmeulc el número de niños en la escuela de hombres. Concluye consultando qué medidas se lomarán para conseguir mayor asistencia. Sobre el 4.° de los puntos contenidos en esta nota, se ordenó contestar que ocu- rriese por los libros al IMinistorio de Inslrucciou Pública; sobre el 2.®, que debe ac- cederse a la pretcnsión do los preceptores con tanta mayor razón, cuanto que la época designada por ellos para pasar los estados, es precisamente la señalada para el mismo efecto por el art. 4." del Supremo Decreto de 9 de agosto de 4 850, inserto en el correspondiente número de los Anales Univarsitarios, que modificó en esta parle el artículo 67 del Reglamento del Consejo. — En cuanto al método de escritura, habiéndose hecho presente que liai un acuerdo, en cuya celebración intervino la Fa- cultad de Humanidades con audiencia de varios peritos, que determina el que debe seguirse en todas las escuelas nacionales, el señor Decano de Humanidades, se encar- gó de recordar al Consejo para la sesión próxima lo que hubiese habido sobre el par- ticular; en cuya virtud quedó este punto i el resto de la contestación que debe darse, suspenso hasta la referida sesión. El Secretario dió cuenta de haberse recibido el cajón V. C. N.® 2, enviado desde Taris por el señor Marcó del Ponlt, con diversas entregas de los periódicos a que es- tá suscrita esta Universidad, Después de esto se pasó a tomar conocimiento del plan de mejoras en los estudios de Medicina, propuesto por el señor Delegado Universitario, i de los dos nuevos pro- yectos sobre el propio asunto, que han resultado del exámen de aquel, hecho por la respectiva comisión de profesores de la Facultad. — La discusión que se principió so- bre la materia, solo alcanzó a rodar sobre la conveniencia i oportunidad de empren- der tales mejoras, que el señor Meneses pareció poner' en duda, preguntando si se habia notado alguna decadencia en los estudios médicos, tales como se han hcclw —455— hasta ahora; i que el señor Domeyko sostuvo, alegando que la razón de decadencia no era la única que podría alegarse para emprender algunas alteraciones en lo que existe; pues si entre lo bueno que esto tiene, hai algo que pueda mejorarse, ¿por qué no se ha de hacer? Las reformas que él propone están ceñidas a facilitar el ingreso a esa carrera de mayor número de jóvenes, removiendo las graves dificultades que ahora tienen que vencer los estudiantes que a ella quieren dedicarse; ¿i no es evi- dente la conveniencia i aun necesidad de esa remoción, en circunstancias de no de- dicarse sino 14 alumnos a la Medicina, sobre 150 que siguen los estudios legales i GO que siguen los de Matemáticas; i cuando aun varios de nuestros pueblos de se- gundo orden i capitales de provincia, no tienen un solo médico recibido a que acu- dir en sus enfermedades, i se ven en la precisión de abandonarse a curanderos igno- rantes? Tienden también sus mejoras a minorar la excesiva ostensión que se da para los alumnos de Medicina a ciertos cursos que deben mirarse como de subalterna im- portancia en su profesión, para dar mayor ensanche al estudio de otros ramos, sin cuyo profundo conocimiento ninguno puede decirse un completo profesor — 1 recono- cida la exactitud de estas observaciones, ¿no será conveniente [proceder a su realiza- ción, solo porque no hayan decaído esos estudios del estado en que hasta ahora se han hallado? Ademas de esta esposicion preliminar, en que se invirtió un espacio considerable de tiempo, solo se alcanzó a tratar sobre la eslension que había de tener el curso de filosofía que siguen los alumnos de Medicina, pareciendo opinión jeneral del <]onse- jo que basta con el solo año que destina a ese ramo el plan de estudios humanitarios, (n lugar de los dos que, al par con los que estudian para otras profesiones, se les ha hecho seguir hasta la fecha — No alcanzó sin embargo a celebrarse acuerdo alguno so- bre la materia. DEL tSTUDIOS PARA EL GRADO DE BACHILLER.' Santiago, setiembre 3 de 1852- Un virtud de lo expuesto por el Rector de la Universidad en el oficio que ante- cede, i considerando: 1.° Que solo recientemente ha sido posible plantear en el Ins- —466— titulo Nacional la enseñanza de algunos de los ramos requeridos para obtener el gra- do de Bachiller en la Universidad de Chile, según el Reglamento de grados de esta Corporación, i 2.° que ha de trascurrir aún algún tiempo para que todos aquellos ramos de instrucción se cursen en los demas colejios de la República; vengo en reno- var al Consejo Universitario por el término de cuatro años, la facultad que le conce- día el art. 26 del Reglamento citado. Anótese i comuniqúese. — S. Ochahavia' PREMIOS DE MORALIDAD I ENSEÑANZA. Santiago, setiembre 16 de 1852. Vista la nota en que el Rector de la Universidad, a nombre del Consejo de esta Corporación i en cumplimiento de lo prescrito en el art. 3.° del decreto de 2 de agosto de 4 849 propone al Gobierno las personas que por sus acciones útiles i lauda- bles se han hecho acreedoras al premio de moralidad i las que por su esmero en la educación del pueblo merecen el designado a la enseñanza: conforme a lo dispuesto en el citado decreto. Vengo en resolver: 1. ® Se asigna el premio de moralidad a doña Josefa Zuazagoitia de Otaegui, i ei de enseñanza al preceptor de la escuela municipal del Tajamar, don Anselmo Harbin, propuestos en primer lugar por el mencionado Consejo Universitario. Estiéndasclcs el correspondiente diploma. 2. ° El Gobierno se complace en aceptar las recomendaciones que se hacen de las- otras personas que se mencionan en la citada nota. Comuniqúese i publíquese. — Mont. — Silvestre Ochagavia^ /o DIS CURSO de recepción de don miglel luis amunategui pronun- ciado en la Facultad de Filosojia i Humanidades de la Uni- versidad de Chile. Señores: Vengo a espresaros mi rcconocimicnlo por el insigne honor que inc Inbcis confe- rido, con esa cortedad i confusión que naluralmcnle debe esperimenlar un discípulo, cuando se ve llamado por sus maestros a ocupar un asiento a su lado; i aunque mi gratitud es profunda, corno espero manifestarlo por las obras, a ponas si me atrevo a daros las gracias por vuestros favores, pues me siento tan indigno, que quisiera cu esta ocasión gastar las ruónos palabras posibles en hablar de mi, aun cuando sea para cumplir con obligación tarr sagrada. Lo que digo no es un lugar contun de reló- rica, sino el convencimiento sincero de quien no encuentra haber hecho nada toda- vía, que pueda merecerle la distinción que le habéis concedido. La satisfacción que me causa vuestra elección, se menoscaba, sin embargo, algún tanto, cuando advierto que la debo a la muerte de un hombre de quien fui subalterno, que nrc trató con particular bondad, i a quien el agradecimiento me había hecho amar. Pero por grande que sea mi afecto a don Miguel de la Barra, uno de los funda- dores de la Universidad de Chile, i el primero que tuvo la honra de presidir la Fa- cultad de Filosofía i Humanidades; no es mi ánimo venir a hacer un pancjirico obli- gado de su vida, ni el elojio oficial de sus virtudes. Entiendo que la verdad en esta materia, como en cualquiera otra, es un deber que me imponq vuestro carácter, un derecho que nunca abdicaré i el mejor homenaje que pueda tributarse a su me- moria. Enebrando epítetos pindáricos i exajeraciones pomposas, es fácil acomodar un retrato de fantasía, admirable, portentoso quizá; pero no será por cierto el de la persona cuya índole, ideas i acciones era necesario trazar tales como se habían des- arrollado en el curso de su existencia. Me parece que si los muertos ilustres pudie- ran ser consultados a este respecto, nunca consentirían en que se les prestasen pensa- mientos diferentes de los que albergaron en su cerebro, ni sentimientos distintos de los que hicieron latir su corazón. Cada individuo se forma un bello ideal que procura realizar, i atribuirle otro que el suyo por asemejarlo al nuestro, equivale mas bien que a una alabanza, a un insulto, a una critica disfrazada, pero severa de su conducta. Guando un padre lega a sus hijos una copia de sus facciones, se empefia porque el artista l is imite en el lienzo con exactitud, sin mejorarlas ni afearlas; lo que quiere dejarles, no es un portento de pintura, sino una imájen fiel que avive ,-us recuerdos. Creo que con la misma intención se exije de los nuevos miembros al in- corporarse en este docto cuerpo, un resumen i una apreciación de sus antecesores. En estos retratos morales, e! principal mérito es como en los otros, la semejanza. 58 — 458— \í) ma lisonjeo de triunfar en mi propósito al trazaros el dcl señor Carra; pero voi a intentarlo por obedecer a vuestros estatutos. Durante tres años le \i casi todos los dias, conversé frecuentemente con él sobre su juventud, sobre sus estudios, sobre sus viajes, sobre sus planes. Si no be llegado a comprender con claridad todos los elementos que constituían su personalidad, mia es la culpa, porque no era uno de esos hombres concentrados, que envuelven con los velos de la reserva todo lo que les pertenece, i que no confian el secreto de sus ideas ido sus antccedcnics, sino poruña rara casualidad en un momento de abandono. Al contrario, era espansivo, nunca manifestaba repugnancia en hablar de los accidentes de su vida; i gustaba en estremo que se le interrogase acerca de sus opiniones i proyectos. D. Miguel de la Carra nació, cuando Chile era todavía una colonia insignificante del vasto imperio de los momrcis de Castilla. Sus primeros años trascurrricron en medio de los azares de la guerra de la independencia. Las vicisitudes de la lucha, las persecuciones de que fue víctima su padre, caballero respetable que habia abrazado con calor la causa de la emancipación, interrumpieron diversas veces sus estudio.', i le impidieron posesionarse de lo que con el nombre de ciencia scen.señaba entonces. Pero si las circunstancias no le permitieron hacerse eximio en el conocimiento de la Instituta o de las Súmulas de Santo Tomas, su -gusto por la lectura i los consejos de don Juan Egañi, aquel de sus miestros de quien siempre se mostró gran admirador, le hicieron aficionarse a los estudios propiamente literarios, que en aquella época stí miraban con sumo desden. A falta de profesor, buscó en los pocos libros sobre la materia que se le presentaban la especie de lecciones a que se sentía inclinado, i ha- lló solaz i provecho en los clásicos latinos i en ios escritores españoles de los siglos XVI i XVII. Como una consecuencia necesaria de esta propensión de su espirito, se empeñó desde temprano por poseer el francés que debia darle la llave de una tan rica literatura, i descubrió para su aprendizaje, como después para el de todos los idiomas vivos una aptitud especial, üil señor Barra fué uno de los tres primeros chi- lenos que supieron hablar el francés. Empleado después por el Gobierno de su patria con distintos títulos en varias co- misiones diplomáticas, adquirió en los viajes ese despejo de intelijencia, esa variedad de conocimientos jenerales sino profundos que se sacan de la vista del mundo, de la comparación de las costumbres, de la contemplación de los monumentos, dcl trato con los hombres distinguidos. El carácter de encargado de negocios cerca de las dos principales cortes de Europa, la Inglaterra i la Francia, con que estuvo condecorado durante algunos años, le facilitó el acceso a muchos personajes eminentes por su sa- ber o por su posición social. Fué de esta manera como frecuentó entre otros el salón de M. Dc'stut de Tracy, ese filósofo que podríamos llamar el último de los enciclope- distas. Cultivando semejante relación, el señor Barra resistió imperturbable los ata- ques del sensualismo, no sintió ménoscabarse en un ápice la fé rclijiosa de sus ma- yores; pero se libertó de lodos los resábios de ¡ntolcranci.» i superstición qpe Ic habia infundido su educación colonial. F'ué allí sin duda donde contrajo el hábito do esa benevolencia de buen tono, de esa induljencia por las opiniones ajenas que hacia tan amable su sociedad, cpurándola de toda rudeza, de toda acrimonia. Es dificilque una persona que tiene gusto por la ciencia, se acerque a los sabios impunemente, i sin que se asimile una parte de sus ideas. El jenio cuenta entre sus privilejios el de ejercer una influencia saludable sobre todas las iiilelijoncias que se ponen en contacto con él. Nada tiene, pues, de asombroso, qne el señor Barra, que escuchaba con devoción a los hombres eminentes de la Francia o deba Inglaterra, perfeccionase i multiplicase los ru- dimentos a que el atraso literario de su patria le habia forzadoa reducirse; pero como la gravedad de sus oc. ‘paciones le impedia dedicar al csliidio el tiempo i la medita- ción que habría deseado, tuvo que contentarse con adquirir nociones jenerales, sin -4S9- llegar nunca a poseer con especial id ucl ninguna materia. Los frutos correspondieron a este sistema de aprendizaje rápido, hecho en las horas do descanso, con que el joven diplomático reemplazaba los ocios i entretenimientos a que muchos otros se ha- brian entregado con preferencia. El señor Barra no escribió nunca un libro, no habría quizá podido escribirlo, pero en cambio su conversación era instructiva, ame- na, divertida, se hacia oir sin fastidiar, i nunca dejaba de estimular en sus oyentes amor de los estudios serios i detenidos que él tan a su pesar no había podido em- prender. Para decirlo todo de una vez, no era ni un sabio, ni un literato en la sig- nificación jenuina de la palabra, ni un artista; pero tenia el mérito poco común en- tre sus contemporáneos, de creer en la ciencia, de admirar las obras de la imajinacion, i de ser en estremo aficionado a las del arte. Hizo grandes esfuerzos para fomentar su cultivo entre nosotros, sea contribuyendo a la planteacion de establecimimienlos des- tinados a propagarlas; sea alentando con sus consejos i protección a los jóvenes en quienes descubría inclinaciones artísticas o los destellos del fuego sagrado. A los hom- bres de su época no podia exijirseles razonablemente otra cosa; i trabajando el señor Barra con entusiasmo i abnegación en esa noble tarea, se ha hecho acreedor a que su memoria sea respetada por los que aman la ciencia. Mas su empeño por la difucion do las luces, no es el único titulo que mi ilustro predecesor pudiera hacer valer para la gratitud de sus conciudadanos. Su alma eminentemente cristiana simpatizaba con todos los sufrimientos de sus semejan- tes, se condolía do todos los males que aflijen a las clases pobres; i no limitándose a un estéril sentimiento, procuraba en cuanto de él dependia.aliviarles sus desgra- cias i mejorar su condición. Si el señor Barra no fue un verdadero literato, fué loque vale mas un verdaro filántropo. Moralizar al pueblo par la educación, enseñarle a hacer fren- tea la miseria porcl trabajo, curar sus dolencias por la caridad era el blanco de sus as- piraciones, la santa obra a que consagraba sus desvelos. En su prosecución desplegó tanto buen sentido, como amor por la humanidad. Mirando los esfuerzos individuale.s aislados, como puros paliativos, solo confiiba par-:i eslirp.ar la pobreza en las institu- ciones estables, basadas sobre sólidos cimientos i cuya dui ación estuviera garantida por la asociación o por el pitronato de la autoridad. Por eso nunca cesó de promover el fomento de las ya plantadas o la fundación de otras nuevas, sea recurriendo al apoyo del Gobierno, o bien apelando a los socorros jenerosos de la jente acomodada. -Para el cumplimiento de esta misión, no había tropiezo que le desanimara ni sinsa- bor que no estuviera dispuesto a arrostrar. Guando se trataba del alivio del pobre, los obstáculos que habrían desalentado a otros, no hacían sobre él mas impresión que la de animarle a perseverar con mayor constancia Así casi no hai establecimiento destinado a la beneficencia o a la mejora del pueblo, en donde no se encuenlre el nombre del señor Barra coma uno da sus fundadore.s, como uno de sus directores o come uno de sus favorecedores. La Escuela Normal de institutores primarios le mere- ció tan solícios cuidadoscomo los que un padre habría prodigado a una bija. El Asilo del Salvador le debe su plantación; el ensayo de esposicion para los productos de las artes i de la industria que se celebra en las festividades del !8 de setiembre, su activa cooperación; la escuela de música i canto, sino su creación, al ménos el alla- namiento de muchas de las dificultades que se levantaban contra olla. Esta honrosa»- tarea ha ocupado su vida entera. Cuando la muerte ha venido a arrebatarle, estaba pensando en los medios de realizar dos proyectos del mismo jénero, cuyo aplaza- miento es un desdoro para nuestra civilización. Consistía el uno en la reforma de la casa de espósitos i su conversión en una sala de asilo, para que la República se mos- trara con esos niños desgraciados colocados bajo su tutela como una madre ticrn:Vi i no carao una nodriza descuidada que los abandona a la muerte o a la corrupccion. El otro se referia a la abaüdon de los trabajos públicos a que se acostumbra conde- mr onlro nosolros a los ciilpaliles de delitos no f;raves, de fallas lije-ras lalvez, mar- cándolos (m\ la freiile con el sedo de la infamia, i educámlolos para el erinien por la perdida de su dignidad. ¡Quiera el cielo que no fallen quienes admitan la herencia de esos filantrópicos pensamientos, i despleguen para ponerlos en práctica el mismo ardor que hasta sus últimos dias manifestó el señ >r Barra por lodo lo que propendía al adelanto i alivio de las clases bajas i desvalidas! Los hombres de la especie do aquel cuyo retrato os acabo de bosquejar lo mejor que he podido, han prestado un servicio eminente a la literatura americana, sino con sus obras, al menos con su afición a las letras. Cuando principiaron su carrera, en las colonias españolas no solo no se escribía, pero ni aun se leia. Los libros eran escasos, pero los lectores lo eran mas todavía. Las pocas bibliotecas que existían cons- taban casi esclusivainenle de esposieiones de derecho civil o canónico, redactadas con ese latín descarnado i convencional de los comentadores. Uno que otro doctor con- sultaba aquellos pergaminos; i el vulgo doblaba la frente ante su erudición, que ad- miraba tanto mas, cuanto que la conocía de solo oidas, i cuanto que era menos capaz de apreciarla. Bien sé que de cu indo en cuando aparecen en ese desierto literario de tres siglos al- gunos injenios privilejiados; mas son excepciones que únicamente sirven para hacer re- sdtarsu aislamiento. .\o ignoro tampoco que en estos últimos tiempos no han fallado anticuarios que por espiritu puadojal, rejistrando en los rincones de las bibliotecas i» escudriñando las pajinas medio apolilladas de viejos volúmenes, han de.sentcrrado nombres, fechas, títulos de oliras, i pretendido reconstruir con esa especie de restos fósiles una literatura colonial. ¿l*ero esn ilorcs de qué casta eran esos, que no han dejado un solo recuerdo, i cuyos nombres habrian quedado sepultados para siempre bajo el polvo, si no hubiera habido eruditos que por pasión de lo antiguo se han tomado la molestia de descifrarlos? ¿Qué idea, qué descubrimiento contienen « sas pajinas carcomidas? Aun cuando se n-spondiera satisfactoria mi-ule a estas obje. ciones, cosa que no se hará, nunci llegiria a probarse con eso ipie la m iyorici de los colonos estimalia en algo las letras, que sabia leer siquiera; porque palpables son los hechos que desmentirian semejante aserto; porque mui a costa nuestra estamos espe- riim-nlando todivia las fatales consecuencias de aquella imponderable ignorancia. iMnelio debemos, pues, a los aficionados que como el señor Barra, comenzaron por .auiiairir las obras micsiras de las lilcr.aluras europeas, por recrearse en su lectura, í que en seguida las popularizaran entre sus comj.ialriolas. Si ellos |)iodiijeron poco o talví-z nad I, coiilribiiyeron poderos imeiile a despertar la actividad de injenios mas fecundos, dándoles a conocer, i poniendo a sus alcances, los libros con que debían inspirarse. Asi creo que nadie les negará el (¡Lulo de nuestros primeros iniciadorc.s literarios, ni repugnará que se les conceda un lugar en la liisinria de has Icfras amc- ricams. Su cooperación lia sido mode.sta, pero ñecos, aria i provecbos.a. í.os laientos, por productivos que sean, nada pueden crear, si carecen de modelos i si les falla el au- ditorio. Los individuos de qno hablo, llenaron estas dos necesidades; propagaron los tra- bajos do los literatos de! viejo mundo, i estuvieron prontos a aplaudir i animar a los cscrilorcs que so levantaban en el nuevo. Kso consiiluyea mi juicio el mérito que los hace acreedores a toda consideración. Si no hubiera habido quien rccomrnd.i;c el csliiilin de las obras europeas, quien preconizase sus bellezas, quien manifestase en- tusiasmo por ellas, por cierto un.a sola no se liabria publicado en la America. La es- pcrienci.a dvO Indii.s los siglos i de todos los p.aiscs pruelia que ningun.i lilcratur.a ha nacido, sino hijo el patrocinio i .1 la sombra de otras mas adelantad is. Lste hecho na Jiene nada de eslraordin-ario, porqueci arte deescr.birrs un .arte conm cinlquifra otro. ,\si como ci que desea ser pintor, está obligado ,1 llevarse por largos años co- )>¡ ;ndo servilmente los cuadros i estatuas ajenas; asi el que aspira a ser escritor, por — Wll — «li'íposicionos iintiinlt's de que oslé dolnde, necesita imitar no menos servilmente, antes de que le sea permitido crear a sii vez. Lo que sucede con el individuo, sucede con los pueblos. La imitación es la condición de su desarrollo literario, la palanca que los mueve, el estimulo que hace fructificar su jenio. Antes de elaborar concep- ciones propias, antes de revestir sus pensamientos con un estilo que les sea peculiar, comienzan por lomarles a las naciones que les sirven de maestros no solo las ideas, sino hasta las palabras. Desde luego solo eslractan i traducen; en seguida pbajian el fondo, pero no calcan la forma: piden prestado el pensamiento, pero no la.s e.spFcsio- nes. Llegados a este punto, con tal de que contengan algún jermen de vida, de sim- ples copistas se convierten en fundadores de escuela. La imitación desenvuelve i anima los elementos de orijinalidad que toda sociedad organizada eniraíaa en Sf mis- ma, i enjendra una literatura que se distingue por caracteres especiales de- aquellas que han contribuido a su nacimiento. El desarrollo de las letras en América confirma en gran parte esta opinión. Los escritos que aparecieron con 1.a revolución, no oran casi sin excepción, sino versiones mas o menos literales de los filósofos franceses. Las obras de aquella época rccaerdan a cada linca a Rousseau, Uaynal o Montesquicii, i manifiestan que los que las redac- taron sabian a estos autores de memoria, .Ni las doctrinas ni el lenguaje, ni náda- les pcrtenecia; todo lo liabian encontrado on los libros de los enciclopedistas, i lodo lo hablan tomado en ellos sin darse el trabajo de hacerle la mas pequeña variación.- Eran principiantes a quienes les faltaba ciencia i arrojo para apartarse un palmo dk»|S'^\l'M»>vÍJUU'«»v'UlO .í-V X ,«x^*s\A (MUX4X >.*>U,MV x' Ul'UM* n\«tAtA I.A UUM. ,x*x » I l.í' \.X ,U' x,m (HMt IhxH» »'xoU,Xx ( uuu IvAMiwx ^>»x' b »VU. |‘x»x\U x.vkitHW'Oií' IV'xvH' xJMx' Ix^x AMtvVVx u ' V' J' \V^MI\'»v* MK'A A K'X l x!v .ÍAx'v yX«v^Xx v.,,M>W»>a «<• «x^x'xUjVv* g«0 U' \'«V>U v i »K' U x'xJK VU'IU ».*, kil )«V\V4««r ^lkx «X X >« i'xM'x'íVíl IVUU»UK>x'A4 A xkT xtt xt. t )4 ^4.' h.-; U xV««x\lx xU'í \xU4v'- Vhv^4 l»«v O, Ov» U.U'Xv'U |0 xUtaxA IiAU xK' 4 ^Ull vNX<> ¡4> |H,UU'»'*x (vnoU« tA> xiv'l vM Uv lU» p»V 'v'«»A «n vv.' qxK' xNs«{h'Iu n« *«u »\x« Kvx nuK Ikv> xlx' v b* xV x'-xíA \'\W«M>V Sx'AíSAvK' x'xl^ JMxlh jfMv'. b> x\4>xxVWx‘«v'»4,x mK'U »<,» vri;«,SX!«U'> i' v .i .xAV vx»* t4x>K> xW v\x*«|H\H\v4 VUU'Uv'4 U»^U'N4. 4^V>X<1' xK l ix. ^ X\nux' l X U.U»x1xt -J>x 4Wt»OXXx xWyXÍIXix x>4XaAv44v xJí«x^ |VM' xH 4.J4X.X x.'U ,4 4UU(x'M> xix' .txJMx'xb. lxM>* xX«44 U«\ (..v'YlStlA x'A»t'.v| U'<4, > XUx'SX.'x UlU .lxx'x4tUt'4 xXigíJul.' V'mMMxU» JXATNXV 44xvVx.rt| K' X>U.-^UIXA Í4 ÍV'>;'ax'>x4 x)Ux' x)4U 4 x'>;4 xW.xUvXM. x'xíX*^xj,;^x ,4y r»« MXx^ xlo U»X ^XK' Ux'x x\x«\x).x))4l( 4 b UUJXxXtx'UxYA »«lx'lxVtUx»l x\x« Uvll X\x«x'tx'«»\'.x«. X’,TxS\.» IKVr HvX xWbuUAr v'« U» xxpuv >U l\h'AI4 Nx» ,x»' x; H*vXtxAl4x <'«x'4x'«.r\' X' 'UX.xKXHUx’S; UMx |XxM' Ux v)XK' 4 UX« IY<5HV;4, UxX x'Ux'ü'nU»» il x'xHAS^x.xVX vJ4 'xlx'x't »x X,- JXivi.mxl,' xi.NlxK'ir. v' xY< UUx'Ua' xXx'rU lUUI ISVx' > 4*x»« ' x.x,x' x.vx.Kxacv xj*k.' Iax 4w;x\\\lxH\ix'> Uxxu'rtxvx xlx* uu jxuoWo »xx iuUuxv'it -xx'lxrv' >u !,• IfTtlxK-*, \x> x> JKVxiiXx' xl,'xx', «xKYr xJlH' >a xxxl4 4«xxY»vXr >A ívUfJ A x'U ÍA,x {MAaÍUx'UXx xKa «^X^'<«*x^ x|3K' 4 UI.\U.l4 x|XK' x‘Xx- ^XAShK' >x' xlUv'rx'Ux'»4 U\ 4> xlx'l xix' lv\x x»Ír\Vv ^VUx'x txí.XS, (I UixN XliMt UvM».' lAlMlMx'tt UU X\4«MTXvlxX UXA> ívV.xl, U« x' XrxXx'ixXX' lU X> JHV«ll4i ; X xj4x‘ x'uxn.i.x f'x' pxs-Kt-x fxl,4 4U'x4u»4xwx'm<'. |vxr x'Sxx imxujxx xjuv\bu xv. x«>v'nlo« V. X ,x,n»4xi X xK' Ux».x xlx' íxvx r»x\V' xx'ucrwx xjxk' v'x o xbxix» x'xj»KU4r. N axIk' uci;xr4 n*5»,w.» >JX»v' xV.',UiHÍxrx>x X x'r\\H>v.4> x'>JVV.4;x> UUlUuU.Ht 4 lx> x'Í'ÍA;> xlx'l x\xJ>xr xk' xuvjinxlixbvl * ^ l »4 x\mlx'a»;>ÍJK'ix>u xU' b x)4(xxi4K<4 ' ^l x l x\x- xXíxÍK' xM 4lm* KaxuxixA.' 4trvxv'«4 4.^utx'xX 4 prxSx nxlx'f xjxxx* Ux' Ux sxsxiXx' Si ixxix's- xr» Ix 'UxfVX X UX*>‘>;r4 >xVAXxXx(|xIAxÍ 4x\U4i XXx' SxHX UxxXX4Mx'> 4I xlx':i4rf\‘llx» xlx' l.is X'' Xt4Sy Ux» Xx\x (SXrxfxdr kvx 4«US\'í: ÍxUxxTxx'XUxXx UxX h4lxn4ix xix' .vXx'xr vlx' x'S4S xXir.XS xtvVx Ith'U.v'S kxs í>ift»X-ffX;x\x XH\A>XU>^, VXx'XXx'XX Í4S XUXSxXX4> t .Xx'x;U4xlx'>. b XXXXMU4 ux- ^^x^'«x‘*4. Lv< lu.xjx V' xíx.\l.. X xií xxi'xx'fx xxtxui qi»c Ixw x'urx'^Hwx Ij xx4txi(4lx'i4 qxxc vx rwk'x. X- xxírx>v a >j x.xu tuxs ixttiKxax'txix* x mxjx x'.x^xlx'xxxlixlx qiix' x-n x'l xxx'jxx luuxKkx ;^i\*r q«x' xxx» hxrx4« K» qxxx* xurxvx h4ixbxvhxx.' K>,4 x.»b x\'us«xlx'r4x‘ix»ii lUx* pxrxw qxií xVítruxv b> ixrxiKxiuU'!! xxbjxYxxMH's qxK' xix'jxx 4{xuixbxÍ4> So Uivx xxxc^x b p ',í‘ ^vbxt xK' Sy'T xxrx¿ax4k>. jvxtxíxxo xxxk'>U\vx iuxoooxk'ixss .Xx'xx ixulxvx. jvxrqxK' Mtíx'j^rv pfv^Hlo os un (wg^uv xwma sx x'l hvx*ubxx' xxx» tuxxx'r4 x xx Aiux'rxx'4, U* uumxxx* 4x10 «X x-iM'qdxorA xxíri pirtc, iSxT'rXv» xWbnto xio kw x'jxv>i o. Ixlxrvx xk' b xrv'ix'Xxxu. x\'3S' SX Ctx S4S |VX¿iniS XiA {«Uví xT4 hjl..4r. \i bxou lUxr4. lo qXXO X10 vX'UUx'Uv'H su> auik-s oa l'ixnov*. Viouixx, 4UXX x-uxiixí' «aj!xus*0f4;s> X jvvf uu tUAUxonJxV *0 qux' x'rxv Ixxlvx x’<-.ucr x'.'3i,'»oH3Xx'xi o IxU'. qao , x 4nxx'rvx'4xx>vs i'SUu'Xx'soix \xr\vx>40»‘x jxxxr Ijxs ToauvtxnoíA 1 xt,' UTvT xHr»x txioix Px> bs eurxx^ywx, txxlxxxi ><'0X4 uix4 p4- lk*5« prxHOXXgk-T q-v iX txUx xio XX'x xlxa sOT4 UXXX X'xwlxiixxi x'mS.vixI xk' MXS xAhr4>. I x Arxjxax!;a4a .i' im r>oa;.> jv.'xk'xxo jx uxonu^l > ,k'l Ixx ,xkx ixx.x.uvx; jy ^x nxnol 4' p;;:ig íuooí do b X '. -t 1.» ^ -'xUi u;; yf.4 x' »xro,x;.; 4 h'i x'no..4xb vlc Uix • —465— dos mui diferentes. Sucede con los escritores, como con los pintores. El deseen^ dimiento del Cristo, por ejemplo, ha sido el asunto escojido para sus telas por mas de una docena de estos últimos, i casi lodos lo han tratado a su manera. El mas prolijo examen no revela en ellos ninguna imitación. ¿Qué pintor de nota hai, que no haya consagrado a la Virjen uno de sus cuadros? ¿I qtiién osaría de- cir que se han piajiado unos a otros? Una nueva disposición rejuvenece un argu- mento traqueado. Los episodios de la historia griega i romana han inspirado a Shakespeare, Hacine i Voltaire, que son jefes de otras tantas escuelas literarias diferentes, iVadi impediria, pues, que los americanos fuesen orijinales en la for- ma, aun trabajando sobre los mismos materiales que los europeos, i por consiguien- te nada se opone a que su literatura merezca algún dia tomarse en cuenta. La objeción que se saca de la competencia de los libros europeos, no tiene to- do el alcance que se le pretende dar. Es inegable que perjudica a las producciones indijenas; pero es una exajeracion decir que las anula completamente. Aunque sigamos las creencias, aunque procuremos realizar los siste.mas del viejo mundo, siempre es cierto que para aplicarlos a nuestra situación, necesitamos modificar- los. La precisión en que estamos de adaptar esas ideas a nuestras circunstancias, hace que las obras de ultramar no satisfagan enteramente nuestras necesidades, i fuerza a los americanos a enmendarlas para que no choquen con los hechos. La perfc(XÍon que han alcanzado la poesia i el diarismo, prueban este aserto. Los es- pañoles no se desdeñan de publicar al lado de las composiciones de sus propios Vates, las desús antiguos colonos, que acojen con aplauso. Basta comparar muchos de los periódicos que ven la luz en las repúblicas americanas con los mas famosos de Francia, Inglaterra i España, para cerciorarse de que el cotejo no les es desfa- voroble. A nadie se le ocultan las razones que han intervenido para que estos dos importantes ramos de literatura hayan sido los primeros en desarrollarse; pero el Mempo i los progresos de las luces harán que los otros los imiten. El ejemplo de los Estados-Unidos, que tan a menudo se cita, es inconduncente i no hice al caso. El avance deque esa nación carece de literatura, es una de esas falsedades que la repetición hace pasar en autoridad de cosa juzgada; pero que no sufren el mas lijero examen. Si en la república anglo-americana la literatura no corre parejas con sus adelantos materiales, eso proviene no de la causa que se le atribuye, sino de otra mui diversa. Ese pueblo es un conjunto de elementos he- terojéneos, es una amalgama de razas diversas, que la inmigración arroja anualmen- te sobre sus costas; i nunca un pueblo llega a su completo desenvolvimiento lite- rario, sino cuando ha alcanzado su unidad moral. Los Estados-Unidos no lo ob- tendrán, pues, hasta que hayan realizado en el mundo de las ideas esa misma di. visa, por la cual han ligado en la poderosa confederación del norte los treinta estados que |a componen: Ejc pluribus unum. Creo que bastan estas palabras para hacer ver cuan inexactamente se asimilan los americanos del norte con noso- tros, que nos hallamos colocados en posición tan diferente. Pero si la comparación es falsa, es también infundado el cargo que les dirijen de no tener literatura. Para desvanecerlo no tendré mas que recordar los nombres de algunos desús literatos, cuyas obras han dado la vuelta al mundo. ¿Cómo pre- tender que es nula para las letras una nación que puede responder con Frankiin para las ciencias i la moral, con Emerson para la filosofía, con írving i Prescott para la historia, con Cooper para la novela, con Ticknor para la crítica? Dígase, en hora buena que su progreso material no equivale a su progreso intelectual; que en ese pais se construyen mas máquinas que libros se imprimen; pero no se diga que no tiene un solo autor de nota, que no ha producido una sola obra de mérito, .5 ó —166— Si lo que he dicho es verdadero, como me parece, creo que nada impide que los americanos compilan un dia en las letras con los europeos, i que eslas no tie- nen enlre nosotros otro enemigo que la ignorancia. Propaguénse las ciencias; fo- méntese el estudio de los libros de ultramar; i las producciones iudijenas no se ha- rán aguardar. El hombre, como las naciones, no se proporciona pan para su inle- lijencia, sino con el sudor de su rostro. IVo es ni nuestro pasado ni nuestro presea le lo que pane trabis al desarrollo literario; es la nulidad de nuestros conocimien tos. Cuando los americanos conozcan a fondo las literaturas del viejo continente, entonces les llegará el turno de crear a su vez. El exámen de los modelos despier- ta las facultades embotadas, estimula el talento i le impide permaneerr en la in.ic- eion. Los que deseen que la literatura se aclimate entre nosotros, deben trabajar en este sentido. ¡M>s de aUun tiempo a Cota parle se ha hecho de moda aparenlar desden por las letras. So predic.i pi)rqne los inlerescs materiales predominen sobre ellas, i lo ahsorvan lodo, como si ct hombre no tuviera masque cuerpo. Se quiere hacer del vapor i de las máquinas el objeto esclusivo de la vida. Esta tendencia es una exajcracion paralela a la cxajeracion espiritualista, que antes dominaba, i que no mutila al hombre menos que la otra. La ciencia i la industria son las reinas del mundo. ¡Qué se lo dividan como buenas hermanas; pero que no se excluyan ni procuren destruirse mútuamenle! Bien está que se cultiven las di>radas espigas (id trigo; pero no falta tierra para que pueda crecer a su lado el laurel con cuy.as tamas se orlau las frentes de los poetas. O n S Elií' A CIOXES wbre el cólera presentadas a la ¥ acuitad de Medicina por don Teodoro piderit e?i la sesión del 20 de abril de 1851. Señores: Hace algtin tiempo, que se está esperando a las costas del Parifico un hncspecí funesto el C ilera. Partiendo de sn pais natal del Delta del (ianges, esta plaga hat- ee la vuelta al rededor del mundo. El Océano Atlántico no le presentó obstáculo ninguno en sus migraciones, la Cordillera quizá no lo podrá tampoco, i atra- vesando el Océano pacifico, seguirá su curso hácia el Oeste, para alcanzar do nuevo e! punto de su salida, el Delta del Ganges. Habiendo yo tenido última- mente la Ocasión de observar esta enfermedad en Alemania, espero, que lides, quizá escucharán con interes este bosquejo sobre el carácter de esta enfermedad, tal como lo desplegó en su última aparición en Alemania. ISo trataré referirme a la litera' ura, demasiado rica, sobre este objeto; hablaré solamente do los hechos, que yo mismo he podido observar en la práctica de esta epidemia, i suplico por lo tanto, se sirvan Udes. dispensarme mucha induljcncia. Sínlomas de la invasión. Jeneralmentc aparecen sinlomas, de los cuales participa toda la población en mayor o menor grado, sintomas, que se pueden considerar co- mo precursores de la aparición verdadera del Cólera. Asi por ejemplo, se lia no- tado en los paises, en donde las fiebres intermitentes son endémicas, que csla.s sc aumentaban notablemente. Todas las enfermedades se terminaban con nn carácter notable de atonía, i muchas veces coa un colapso considerable. En la mayor parle *-ÍG7 — de las autopsias se principiaba encontrar la sangre en un estado entcranievile pare*, cido, como se encontraba después en los tallecidos del Cólera. Era notable también, que muchas personas, sanas en los demos, sufrian muchos crujimicnlos de tripas, mientras otras, que hibitualmenle lenian el vientre constipado, principiaron a tener deposiciones fáciles. En otras, inclinadas a diarreas frecuenteá, estas prin- cipiaron a desarrollarse en un grado mas alto. Notable era también, que en on número mui crecido de personas se podia notar un aumento considerable de su transpiración. Sintomas dcl Colera, Los sintomas del Cólera son los siguientes. Casi siempre principia con una diarrea biliosa, la cual se pone poco a poco mas liquida, relor- sijones en el vientre, contracciones espismódicas en las pantorrillas, nauseas i anore- xia se desarrollan al mismo tiempo. El pulso es frecuente, vacio i débil, de 90 a 95 golpes, al paso que el turgor del cutis se va disminuyendo- Esa diarrea, sin- toma necesario i constante del C alera, puede sin embargo existir sin que pase siempre en clvcrdidero Calera. Este hecho me parece sumamente importante, porque aplicando los remedios eficaces en el debido tiempo, muchas veces so pucdn «■vitar, que se forme el verdadero Cólera, Es verdad que hai casos, eu los cuales la diarrea hace adelantos tan rápidos, que la asisleneia del medico viene dema- siado tarda, para poder impedir el desarrollo del verdadero Cólera pero c*n una cantidad crecida de casos, la diarrea se queda eslacionari.a por días i aun sema- nas, estado, que se designa con el nombre de Colerina. Esa Colerina tiene la par- ticularidad de poder atacar varias veces al mismo individuo. El sinloma esencial dcl Cólera son las evacuaciones de una materia, era parle acuo- sa en parle sedimentosa, en las cuales no se encuentra el pigmcnlo de la bilis. Esta, snateria, está arrojada por la boca i por el ano, o esclusivamenlepor el ano. Hai casos; jo claro ¡ se encuentran las glándulas Peyerianas i Brunerianas rnui desarrolladas, sucediendo no pocas veces que grandes pedazos dcl epitelio se desprenden. Los intestinos están llenos de la m.aleria colérica, la vcricula de bicl verde i espesa, i la vejiga no coulienc orina ninguna; el recto se pone también rojizo como sucede en la disenteria; tuito en la vejiga como en ios riñones suelo encontrarse una dase de raucosidades de una reac- ción química árida. i pjiojenia. — Respecto a las causas que produce el cólera, la id«-n mas pía isible es, que el colera se comunica por medio de conlajio. Su marcha piui.alina lo demuestra, i pm lo inís.ni las periori.is qac no lo han observado de cercase inclinan — ico— a tenorio ^nr contaj¡o?o. Sin om'iirgo, h li um infinidad de dalos qno priioban !o corurario. Ha sucedido, que lugares aislados i retirados del asiento de la epidemia han sido invadidos por osla p'aga; mientras que otros, en continuo contacto con jenic intestada han quedado libre de él. Asi, por ejemplo, apareció el cólera en 1836 en IMunich (capital de la Baviera) i en sus inmediaciones, mientras que en .\ngsburgo» pueblo que dista algunas leguas i que babia conservado las relaciones mas intimas con la capital, no se ha notado ninguna novedad. Lo que a mi me parece una prueba evidente de la no contajiosidad del cólera es, que tan pocos médicos i enfermeros, a pesar del contacto continuo con los coléricos, en cual viven, han sucumbido hasta ahora. Mui distinto ha sido el caso con la fiebre íifoida conlajiosa, la cual ha costado la vida a muchísimos. Es verdad, que se han visto perecer ftmilias enteras en una casa, i de ahi la idea de la contajiosidad; pero es preciso no olvidar que todos los indi- viduos de una misma familia están espuestos a la misma incidencia epidémica. Los sintomas de la enfermedad se pueden esplicar fácilmente por medio de las evacuacio- nes de la materia serosa i de la relension de la bilis.. La disminución continua de los humores causa la disminución del calor i la voz colérica i fasies colérica, la sed, la suspensión de la orina, i al fin, el pulso débil e imperceptible. Los mismos sinto* n.a; se pued¡ n producir dando a una persona una dósis fuerte de tarlarisibiatus. Se sabe que el cólera ha existido mucho tiempo en los países del Ganges, sin haber pa* sado a las rejiones inmediatas. Este hecho estrañose puede tal vez esplicar del modi» sigu ente. El mundo sufre de (izando on cuando epidemias, que toman su orijen en el Oriente, del mismo modo como antiguamente han emigrado las naciones. Epidemias de esta clase se jeneral izan en países, predominan algún tiempo i pier- den gndiialmente su carácter orijinal. .\ntcs de la aparición del cólera reinó la pesie en Europa. Cuando esta enfermedad estaba en toda su fuerza los pueblos se hallaron en um disposición que no admitía el cólera. Poco a poco fue perdiendo la peste .su carácter, desapareciendo cada vez mas i mas, hasta que las naciones estaban otra vez d spuestas a una nueva epidémia. E ta nueva enfermedad que hahia tomarlo el mismo camino como el anterior, era el cólera. Miéntras que tales epidemias están creciendo en su fuerza, ninguna cua- rentena las ataja, declinando una vez en su fuerza las precauciones de-csla clase pue* den ser útiles. .Se ha creído que el miasma del cólera sea un miasma de pantano, es decir, que haya lomado su primer orijen de las exhalaciones de los pantanos rejenerándo.se ahí siempre de nuevo. En favor de esta opinión habla el hecho, que el piis natal de la epidemia sufre anualmente en el tiempo de las lluvias las inundaciones del Ganges. Pero se puede preguntar, ¿por qué no sigue el cólera en todos los demas p lises pan- tanosos? El miasma del cólera se distingue también del miasma de pantanos, que no se limita solamente a los países pantanosos, sino que se estiende en países enton- mcnle libres de exhalaciones pantanosas, ejerciendo su influencia funesta en estacio- nes en que todas las otras enfermedades causadas por tales exhalaciones desaparecen. Mas probabilidad tiene la Opinión que el miasma del cólera sea de orijen sclurivo, .aunque no se pueda esplicar el modo con que se verifique osla jenesis i su causa. IVo se puede locar el miasma i analizarlo, ni se conoce la naturaleza i las variaciones del suelo cpie pueden producir este miasma. Esta hipótesis se funda principalmente so- bre la observicion de la marcha del cólera. Viendo que la dirocion que el cólera ob. sirviba, no tenia una marcha continua, como debería suceder si la atmósfera fuese el vehículo dcl miasma, que al contrario la epidemia aparece en distintos puntos, sal- tando países intermedios, fácil era admitir que este fenómeno tenga semejanza con ciertas causas terrestres. Como por ejemplo, con erupciones volcánicas o con la direc- ción de minerales en los serros, que de cuando en cuando salen a la superficie. Todo — i:o~ eslo hace ailivinar um relación del miasma del cólera, tanto en su orijeii cuanto en su desarrollo con el sudo. Por medio de esta hipótesis se podría esplicar también con mayar facilidad que por medio de otras, porque el cólera sigue algunas veces encin- tas direcciones de un pais, porque aparezca de repente en una rejion i desaparezca, del mismo modo, como suelen suceder las crupcicnes volcánicas. La relación del cólera con la electricidad i con el magnetismo terrestre no se ha investigado todavía siificieutemente. Sin embargo, se han hecho últimamente observaciones que parecen haber dado el resultado, que en rejiones en donde aparecía el cólera se han notado declinaciones del magnetismo terrestre. Algunos han supuesto un miasma animado del cólera, i han opinado: que insectos tnn menudos que no se podían descubrir aun con microscopio sean la causa de la epidemia. Mientras que éstos insectos no sean apreciados por nuestra vista, no podrá ocupar nuestra atención esta hipótesis. Se hi hecho la observación en jeneral, observación que entre paréntesis ha sufrido muchas excepciones, que el cólera sigue la corriente de grandes rios con riberas an- chas i pantanosas, i que en rejiones montañosas se estiende ménos que en valles; en estos heclios se podría fundar la esperanza que Chile ofrecía poco de la epidemia; siendo montañoso i careciendo de muchos rios caudalosos. La provincia de Valdi- via seria nns espuesta al cólera por sus rios i la humedad de su atmósfera. En Val- par, liso la enfermedad encontraría un suelo mas fértil que en Santiago, por la estre- chez de su terreno, que ocasiona que mucha jente viva en habitaciones estrechas i mal ventiladas. Por la carecía de los víveres, los pobres del puerto se alimentan mal. Nosucede lo mismoen lacapital, donde las habitaciones son maseslensas i los víveres mas baratos. Está ademas, circundadode una vejetacion bastante frondosa, que nece- sariamente debe tener nna acción importante sobre la renovación del aire. Es preciso también confesar que la población de Valparaíso vive de un modo mas desarreglado que la de Santiago, i que el uso excesivo de licores que dispone para la infección del cólera es mucho mas fuerte en el puerto que en la capital. En todos los pai.ses son urincipalmente las clases pobres lasque han sufrido mucJio mas del cólera que jente acomodada, por la sencilla razón, que habitaciones bien ventiladas, alimentos sanos i las demás comodidades de la vida social, condiciones indispensables para la no infección del cólera; en ninguna parle del mundo están a la disposición de la jente proletaria. En las ciudades, en las cuales se ha tenido cuidado de proveer a los pobres con ropa, alimentos i combustibles, i de Iraslad irlos a habitaciones mas eslensas i venti- lad is, el cólera hizo menos estrago que en ciudades donde no se hablan tomado esta cl ise de providencias. La mayor predisposición para el cólera se encuentra en personas de 45 a 60 años, esto ya se espüca fácilmente a prior!, porque así como los niños están dispuestos a enfermedades del cerebro i los jóvenes a las del pulmón, asi los hombres ancianos están inclinados a la dijestion. Sin embargo, la epidemia no perdona a ninguti.a edad. Los mas espueslos son personas enfermizas que sufren mucho de diarrea, las personas aniquilad is por sufrimientos morales, malos alimentos, etc. Todo lo que contribuye a deteriorar la salud atrae en el ticmpi» de la epidemia la enfermedad: una indijestion, una incomodidad, nn resfrio, ele. Los alimentos que pueden dar lugar a indijestiones, i que por lo tanto se pueden evitar en el tiempo de la epide- mia son: pepinos, melones, higos i la mayor parle délas frutas, ensalada, legumbres, toda clase de alimentos grasosos, etc. El exceso de los licores, las ajiiacioncs del ánimo, los resfiios, los trabajos excesivos i lus vijilias deben evitarse en cuanto se pueda. ProffnJí¿s.—E\ prognóstico es jencralmente desfavorable cuando la enfermedad ha — í:i- f'ntrado en el período piralüico. C.isi lodos, en los cuales ya no se siente el pulso, se mueren. Lo mismo aquellos, cuyo culis se ha puesto azul o en los cuales la diiirrea se suspende de repente. Los enfermos sin pulso perceptible, con sudores i delirio a mismo tiempo, se pueden considerar como infaliblemente perdidos. Vómitos excesi- vos constituyen un mal síntoma. Jliéiilras que se siente el pulso se puede todavía concebir alguna esperanza. Cada vez qne la enfermedad se mantiene en el mismo estado por espacio de 5 o 6 horas, el enfermo se puede considerar como fuera de pc- Ii,;ro; suponiendo que no le ataque la fiebre lifuida, que se puede onsiderar tan peligrosa como el mismo cólera. Es una sefaal favorable cuando el enfermo principia a orinar, i mejor todavía cuando aparentan evacuaciones biliosas. Cuando estas eva- cuaciones tienen olor de agua de sauce o ruda, i son sanguinolentas, la prognosis es milisima. Casi me parece superfino observar, que el médico deba tener mucho cuidado en no publicar con demasiada lijereza i precipitación la aparición del cólera, para no asus- tar sin nec.es(dad toda una población. Esta advertencia tiene aquí tanto mas fuerza cuanto mas fácil pueda ser la equivocación en casos, que no son mas que el colera espi’rafiíJ'-o, vulgarmente denominado lepidia de calambres. La semejanza entre esta i el cólera asiático llega a ser a veces mui grande, principalmente si las evacuaciones pierden su carácter bilioso, i tal vez se pueden considerar solo las evacuaciones blan- cas, parecidas al agua de arroz, como el único síntoma del verdadero cólera. Se han hecho análisis del aire aspirado por los coléricos, i se le ha encontrado mas oxijenado que en el estado fisiolójico. La retención de la bilis se ha csplicado de diferente modo; 'algunos creen que la turbación en la alimentación de los nervios, por medio de la asimilación intestinal, produce una aberración en la araion de los nervios, en consecuencia de la cual se cierran de un modo convulsivo los conductos biliferios; otros opinan que, f.illando a la sangre por e! exceso de las evacuaciones serosas, la cantidad acuosa necesaria para la formación de la bilis, esta no puede segregnrsc. Estos mismos creen que la reten- ción de las parles conslitiiyenlcs de la bilis en la sangre dá oríjen a su mayor carbo- nización. Terapia, — Por lo que loca a la curación del cólera ya se ha dicho anteriormente, que la aplicación a la medicina es tanto mas eficaz cuanto mas temprano se establece. Kn tiempos anteriores se curaba sintoinálicamente, lo que, según mi parecer, debe haber llevado consigo grandes perjuicios; ataques leves se con.sideraban como indig- nos para que se les socorriese cientificaraente, i a los casos sériamenle comprometidos se le aplicaban los remedios mas disparatados. Las indicaciones principales se pueden reasumir en los tres puntos siguientes: 1 .“ inlluir sobre las evacuaciones como la causa de lodos los demas síntomas, sin tra- tar de atajarlas sino modificarla; 2.° borrar lodos los medios eficaces para conservar Lis fuerzas del enfermo con el cuidado, sin embargo, de no aumentar la conjeslion de losórganos interiores. Para evitar esto se debe: 3.“ disminuir la cantidad de la san- gre. Como la sangre ha perdido por las evacuaciones excesivas la mayor parle do sue- ro, nesesariamenle llega a ser mas espesa i circula con mas facildad. Por medio de una sangría no solo se quila una cantidad mas espesa de la sangre sino se facilita la recepción de la parle acuosa y se hace por consiguiente la circulación mas espcdila. Las personas que durante el cólera sufren diarreas se deben tratar como enfermos de gravedad. Se les debe imponer la mansión en la cama, bebidas inusilajinosas, etc., i si es posible, tratar de quitarles la causa de las evacuaciones. Si esta ha sido una indijestion, es preciso administrarles un vomitivo de hipccacuana. El lárlaro emético es peligroso en su administración, por la facilidad con que produce irritaciones en los intestinos. Si ia diarrea es consecuencia de un resfrio, se deben de aplicar los — iT2 - roiiicdios ilidforéticos, i entre otros el licor anudyiiu s Hofímani de 10 a 20 en caso tjue esto no bastase, entonces se consigue la mejoría por medio del liipucacuana, administrado en pequeñas dosis. Si con lodo eso la enfermedad persista todavía después de 24 lioras, es prcriso tratarlo como un verdadero Colérico. Segim ias circunstancias se hace una vene- sección de 10 a 12 on/isi se le dá de un medio hasta un grano Calomelanos pro dosi. Se disminuyen las evacuasiones, la administración ulterior del Calomel dehe ser mui circunspecto. Si so trata de un enfermo, con todos los siníoinas del Có- lera en su primer periodo, es preciso de sangranle i de administrarle tres granoj do Ciloinel cada hura. Si la marcha de la enfermedad es rápida, se agrega a las dosis úlleriores un cuarto hasta medio grano do Opio, teniendo cuidado de reli. rarlo, cada vez que se conozca, que los sintoiaas principian a inormarse, para no esponerse a ver desarrollarse el Cólera lifoides, en cuyo favor el Opio parece obrar. Si el enfermo se mejora, se agrega un poco de ruiiiarho al Calomel. En lodo esto tiempo la dicta debe ser absoluta. Para apagar la sed, que atormenta tanto a los enfermos, se les concede agua fria ad iihilutn, la cual absorvida, restablece la pérdida del suero en la sangre. Los revulsivos esleriores en osle periodo aplicados raras veces dan buenos resultados. Si existen dolores en la rejion de los riño- nes, la aplicación de algunas ventosas son mui útiles. Contra los calambres las notaciones con franela son el mejor remedio. Entran los enfermos en la convales- cencía, no se les debe d ir ninguna medicina mas. El solo cuidado, con una dieta adecúala, impiden las recaides. En el tercer periodo del Cólera casi lodos los remedios ya no tienen eficacia ninguna, i la curación de uiio u otro caso se puede considerar como purainciile accidental. Sin embargo de esto, se deben ensay.ir las afusiones con agua fria. las frota- ciones con nieve, con cepillos, la veneseccion, en lin todo aquello que despierta la circulación capilar o periphérica pira evitar, en cuanto se puede; la coiijeslion de los órganos interiores. P ira conseguir este On, no li li método ni remedio alguno, que no haya sido ensayada. La hidropatía pretende de haber conseguido buenos resultados con su método neptuniano, llii otros, que consideran el Góiora cjino una afección iiilermilenle i tratan vencerlo con el Ciuinino. Es un hecho, establecido en la historia farmasolójica, que cada remedio serian descubierto o inventado, se ensaya en todas las enfermedades incurables. Era por consiguiente nada mis que natural, que el Cloroformo baya sido preconi- zado contra el Cólera, aplicándolo en distintos modos. Tan raros, que eso pircz- ca a la primera vista, tampoco no se puede negar, que a estos ensayos no les falla en cierto modo un motivo racional. Saliendo pues del principio, que un ataque colérico consiste como las liebres interiuinentes on dos periodos, i que el pri- mer periodo esté motivado por uii espasmo de los vasos, por el cual el frió i las secreciones anormales son producid.is, miéntras en el segundo periodo coa la remi- .sion del espasmo se establece una crisis, por la cual el calor vuelve, enlónees no tiene nada de eslraño, de preconizar un remedio cualquiera, que sea capaz de calmar esc estado espasmódico de los vasos, i llamar una crisis saludable. ,4pli cando cl Cloroformo, se crcia que fuera de su efecto como aiUiespasmódico el m is poderoso h isla ahora conocido, se conseguía también el otro efecto que se consi- dera como necesariamente secundario, cual es la provocación de la crisis saludable. Los resultados de este método, si bien se les puede dar fe entera, parecen ser fa- vorables, aunque es preciso confes ir, que no han sido aplicados sino cu una es. — 4C0- M!a mdi reducida. Por lo que toca a mi, nada puedo decir sobre el particular, por no haber tenido ocasión de preserxji.irlo-s. Por lo que toca a la convalescencia de los que han sido atacados por el Cólera, es indispensable, que esos se quedan pan alj'uri tiempo m «s l»ajo de la a.sislencia del rnidico, porque las recaídas suelen sporoso o medio comaUaso, contesta de un modo lento a las cuestiones, aunque 1-a.s entiende en la mayor parle perfectamente bien. Su habla es de un tartamudo, la espresion de sus facciones es estúpida. Sacando la lengua, se le olvida a veces de entrarla. Mochas veces entra el delirio i un estado de exaltación aiiciosa en el cual se quiere levantar a fuerza de sus camas, f.a secreción de la orina no está suprimida como en el Cólera, sin embargo puede haber retención de este liquido, asi como eii el tifo: en consecuencia de la insensibilidad de los enfermos a la necesidad de orinar, i en estos casos es preciso caracterizarlos. Hai casos, en que sobrevienen mo- vimientos convulsivos de los miembros, Opissotonus i Trismus. Si este estado per- manece por algunos días, el enfermo se muere. Aunque sale el enfermo, siempre su convalcscencia se queda larga i espiicsla. Sus funciones intestinales t.anian mu- cho en ponerse buenas i sus fuerzas no vuelven sino mui tarde. Ese tifo coléri- co o cólírra tifoides, como otros le llaman, exije ningún tratamiento especial, i se atiende Con los diferentes métodos, adoptados contra el tifo. Sin embargo los nervinos, juntos con las afusiones de agua fria, han dado los mejores resulta- dos. fi) DEL IXTEACTO DE L\ SESION DEL 2 DE CCTlliEDE !83‘2. Por .Tuscncia del señor Redor indispueslo, presidió el señor Tocorna!, pre- sentes los señores Solar, Blanco, Domeyko, Orrego i el Secretario.— Aprobada el acta de la sesión del 25 de setiembre, se dió cuenta' 1.® De dos oficios del señor Decano de Humanidades; Irasmiiicndo por el un informe, aprobado por sn Facultad, de la Comisión nombrada por ésta para eliminar la obrita titulada «Pruebas de la Vida», del cual resulta que, en con- cepto de ‘dicha Comisión, a pesar de los méritos que recomiendan este libro, no es de los mas aparentes para las escuelas primarias por varias razones que indi- ca. Por el '2.° oficio se acompaña otro informe de la Comisión a quien la misma Fasultad encargó el examen de dos memorias que se han presentado en solicitud dcl premio que ella debe conceder en el concurso literario del presente año. También este infirme ha sido aprobado por la Facultad; i en consecuencia ella ha adjudicido el premio a la que tiene por titulo; «Los tres primeros años de la revolución de Chile», acordando se dé lugar también a la otra en los Anales de la Universidad, si su autor conviene en ello. De árnbos informes se mandó dar cuenta al señor Ministro de Instrucción Pú- blica para los fines consiguientes: Después de esto el Secretario manifestó que, habiendo ocurddo el primer Bedel de la Universidad a cobrar de los Ministros dcl Tesoro público los sueldos que don Lorenzo Sazie devengó miéntras desempeñó el Decanato de Medicina, con moti- vo del último viaje al Sur del señor Decano propietario, sueldos que manda abonar por dicho Tesoro la suprema resolución de que se ha dado cuenta en otra oportu- nidad, los referidos Ministros hablan opuesto la dificultad de no saber si tales sueldos deben abonarse integramente coaio al propietario, o solo los dos tercios dcl que a éste corresponde, como Jencral mente se practica con los suplentes: difi- cultad que hablan exijido seles allanase por el Supremo Gobierno. Habiendo acudido con tal motivo al Ministerio de Instrucción pública, este exijió a su vez que esa declaración se verificase por el Consejo Universitario, sin aue ninguna de estas nctirrencias constase por escrito. En esta virtud, pedia al Consejo adoptase algu- na resolución sobre el particular. Teniendo este cuerpo en consideración que la ausencia del Decano propietario tuvo por objeto prestar un importante servicio pú* l>rico. en cuyo caso debe repiitarsc como reinuneraclon do ese mismo servicio, en- loraniCiUe ajeno de sus funciones iiniversilarias, el sueldo de Decano que lodo el tiempo que el duró, siguió ilisfrulando, creyó que ;d señor Sazie debe abonársele sueldo inlegro por su suplencia; i así se acordó se propusiese al señor .llinislro do Inslruccion 1‘ública, esponiéndole los motivos que ban obligado al mismo Consejo a dirijirse sobre este parlicular a S. S. Se levanió en seguida la sesión. SESiO\’ DEL 9 DE OETIiDRE DE 1852. Presidió priníeramentc el señor Tocornal i después el señor Meneses, presentes los se-ñores Blanco, Domeyko, Orrego i el Secretario. Aprobada el acta déla sesión del 2 del corriente, se dió cuenta: 1.“ De un oficio del señor IMinislro de Instrucción pública, espresindo que el Go- bierno desea realizar el establecimiento de una Escuela Normal de Preceptoras lo mas breve posible; i para proceder con acierto en esta interesante materia, desea <}us el Consejo Universitario, oyendo a la Facultad de Humanidades, le proponga las bases sobre que convendría fundarla. Se mandó pasar al señor Decano de Hu- nunidades, para que informe, oyendo a su Facultad. 5." Do una nota del señor Decano de Leyes trasmitiendo copia del acta de la sesión que celebró su Facultad el 7 del corriente, con el objeto de llenar la va* oaiitc que en e 1 1 dejó el fallecimiento del señor Ecbevers. Resultando por di- cha acia liaber sido electo pira ese fin el señor don Silvestre Ochagavía, se man- dó pasara conocimiento del señor Ministro do Instrucción Pública, para los fiius consiguientes: 3.° De una copia presentada por el señor Decano de Medicina del acia de la se. sion que celebró su Facultad el dia 28 de seíiembre último; i en la que se adoptó por lema para la memoria que la Facultad ha de premiar el próximo año de íSá?, el siguiente: a Progresos de la enfermedad vencrea en Chile e influjo del clima en su marcha i desarrollo: medios profilácticos i administrativos que deben emplearse.» Por la rni.sma acta consta que, juzgando ia Facultad necesario que el Supremo Gobierno li.aga algunos nombramientos para las plazas de número que en olla no se han provisto todavía, a causa de encontrarse ausentes la mayor parte del ticna- po muchos de sus miembros, acordó proponer para el efecto a lo.s señores don Ls- lanislao Ríos, don Eloodoro Fuenlesilla, don Miguel Senair, don Zenon Villareal, don Francesco Llausas i don Isidoro Gox.— Deseando al misino tiempo obtener da' (os de los médicos de las provincias qno están al frente de los hospitales, hizo es- tcnsivas sus propuestas a los señores don Mannel Cortés de l:a Serena, don Fran- cisco J. Villanueva i don Jorje Potit de Valpariiso, don José Ramón lUeneses de los Andes, don Valenlin Saldías de T.alc.a i don Rafael óVormand de Ranc.igua. El Consejo dispuso desde luego se recomend asen al Suprenao Gobierno las prime- ras propuestas; ma.s respecto a las segundas, como se hiciese presente que el ob- jeto de la Facultad se llenaba con nombrar miembros corresponsales a las perso- nas ausentes miéntr.as asi permanezcan, sin cerra r.so el camino psra ocupar sus pia- ras de número con individuos presentes en Santiago, ni contrariar asi el objeto misino í|ue la ha inducido a hacer sus primeras propuestas, el propio señor Deca- no de Medicina i demas iniem!)ros del C )nsejo convinieron en la oportunidad d« la indicación; en cuya virlu 1 se acordó propusiese el Consejo por su partea esos sujetos como miembros corresponsales de la Facultad. 4. “ De una Cuenta presentada por el Secretario jeneral de los fondos que han en- trado en su poder para gastos de Secretaría desde el 3 de mayo del presente año hasta el 3 de setiembre último. Se mandó pasar a la G )inision correspondiente pa- ra su exámen, del mismo modo que otras cuentas presentadas por el 1®''. Heded de los fondos que hasta el presente dia ha peredaido por sobrantes de sueldos i por derechos de sello de Bachilleres i Licenciados. 5. ® De un oficio del Secretario do la Junta de educación de Talca, haciendo pre- sente un rerdo de ésta, para que se ponga en conocimiento del Consejo Univer- sitario hallarse vacante en ella la pl :za de Rejidor i haber transcurido con exceso el tiempo por que fueron nombrados miembros de la misma el Presbitero don Ma- nuel Rio Silva i el ciudadano don Toribio Hevia; en cuya virtud recomienda pa- ra el reemplazo de todos ellos al Rejidor don José .Miguel Gaete, al Presbitero don Anselmo Tapia i al ciudad.ano don Bernardino Opaso. El Consejo aprobó estas propuedas, mandando estender los respectivos nombramientos. 6. ° De una certificación de don José Ignacio Valdivia, presentada por don Die- go .M trlinez, por la cual consta que las modificaciones que éste ña hecho última- mente a su Compendio de Cosmografía, están conformes a las indicaciones que le había hecho aquel profesor. En esta virtud el Consejo dispuso se espidiese la aprobación del texto modificado, acordada en su sesión de 21 de .\goslo último. 7. ® De una solicitud de los rclijio.sos. Bachilleres en Teolojía, Fr. Beiijamin Rencoret i Fr. José Agusliri Corval in, sobre que se les dispensen pira el grado de Licenciado en la misma F.icultad los exámenes de Historia de la Teolojía i Cfono- lojia Sagrada, a virtud de no hiber clases ni encontrarse textos en que poder es- tudiarlos' Pasó en informe al señor Decano de Teolojía. Habiéndose incorporado a este tiempo el señor Meneses, presidió el resto de la sesión. Siguióse dando cuenta: 8. ® De una petición de don Juan Mmuel Carrasco, aspirante al grado de Dachi- Mer en Humanidades, a fin de que se le permita rendir en el tiempo de práctica forense, el exámen de Cosmografía, único que le falta de los requeridos a los que se hallan en su caso, para aquel grado. Teniendo el Goíiscjo en considera- rion no .sor este rimo de los que entran en sorteo parad respectivo exámen; i mui principalmente la esposicion que hizo el señor Orrego sobre haberse presentado es- te joven a rendir en el Instituto Nación il el exámen de que se trata; i por no ser época de exámenes, habérsele citado para el fin del año, consideró justo acce- der, como lo hizo, a su pretensión, mandando en consecuencia pasar el espediente al señor Decano respectivo. 9. ® De una solicitud del Director dol Liceo de V'alparaiso, don José María Nunca, relativa a que, en atención al escaso número de cinco alumnos qnc cursan en su esta- blecimiento los estudios de Humanidaflos. por la tendencia jeneral de ese pueblo a dar « la juventud una instrucción puramente mercantil, i lo gravoso que en tales circunstancias le sería llenar todas las condiciones con que le concedió la validez de los exámenes que allí se rindan, para obtener grados universitarios, el Su- premo Decreto de 25 de noviembre de I84S, se le exima del requisito del Dele- gido Universitario i de la aprobación de los profesores i su renta por el Supremo 4»obierno, igualándole en lodo a las condiciones con que igual validez se concedió al G ilejio de los FP. franceses en Copiapó. El Consejo, en atención a las razo* «ps alegadas por el solicUanle i a la dificultad do que el actual número de sus alum- nos se aumente, acordó se recomendase al Supremo Gobierno el favorable despacho de su pretensión- En seguida el señor Decano de Humanidades hizo presente que, habiendo pre- guntado al Secretario de sn Facultad, en cumplimienlo de lo que ofrec.ó al Cousejo en sesión de 25 de setiembre último, si recordaba que dicha Facultad hubiese celebrado algún acuerdo acerca del método de escritura que deba seguirse en las escuelas públicas, le habia contestado negativamente. En esta virtud, i conside- rando conveniente que la Facultad se ocupe de este asunto, ha resuelto consultarla sobre él i dará cuenta del resultado. Se mandó participar esta esposicion al Inspec- tor de educación de San Bernardo, autor de la consulta respectiva. En cuanto a las medidas que el mismo funcionario pide se le indiquen para conseguir mayor con- currencia de niños a la escuela, se acordó decirle que tome él mismo las que su prudencia le sujiera como mas oportunas. Se prosiguió después de esto la discusión del plan de mejoras en los estudios de :\Iedicina, propuesto por el señor Delegado Universitario; i examinado a la par con los dos proyectos propuestos por la respectiva comisión, se decidió al Consejo por el que ha redactado la mayoría de ésta, con algunas alteraciones que le hizo, dejándolo en estos términos: «Para los estudios de Medicina habrá cuatro profesores, cada uno de los cuales tendrá a su cargo los ramos suficientes para llenar el periodo de dos años que du- rará cada curso. La distribución de dichos ramos será la siguiente: 1 Profesor — enseñará Anatomía. 2. ® id. id. Fisiolojía, Hijiene i Medicina legal. 3. ° id. — enseñará Patolojía i Clínica interna, Materia médica i Terapéutica. •i " id. enseñará Patolojía i Clínica esterna i Obstetricia. . De los estudios preparatorios para incorporarse a los cursos de Medicina, se su- primirá el 2.° año de Filosofía; i tan luego como hayan concluido los alumnos el año de oste ramo, se matricularán en la Universidad para estudiar, en las cla- .‘.es de la Facultad de Ciencias un año de física, historia natural i botánica. Al año siguiente emprenderán el estudio de la Química, principiando al propio tiempo el curso de estudios médicos, que seguirá en esta forma: 1 Periodo j P'*'. año— Anatomía. Química. Un profesor l. 2.° id. — id. Quimica orgánica i farmacia, de Medicina, k 2.» L'n Periodo profesor 3.° año— Fisiolójia. 4 ° id. — Materia Médica i Terapéutica. S." Período )5*» año — Patolojía interna, Hijiene con el profesor — -3.". Dos prole-* id. id. — id. esterna con el id.— 4.®. sores. ) 6.® id. — Clínica interna i medicina legal id — 3.”. (id. id, — id. esterna i obstetricia. ¡¿. — 4.". Aunque parezca por este plan que solo hai un año de Clínica, sin embargo, los alumnos del 5.® año deben asistir a los hospitales e Iniciarse en ios primeros ru- dimentos de la clínica, dedicando a ella escltisivamcmle todo el sesto, sin el incon- veniente que hasta aquí se ha tenido, de estar en esta parte terminal de la cien- cia sin los suficientes conocimientos teóricos. Según .se vé, los principales resultados de las mejoras acordadas son: I.® redu- cir a cinco añ is los estudios humanitarios de los que se dediquen a la carrera de la Medicina, exijiendoles solo uno de filosofía en lugar de los dos que hasta el pre- sente. 2®. Dar m,is desarrollo al estudio de las ciencias naturales i físicas, que sir- — ÍTS"- ' Ví'U dtí base al de las médicas, particularmente a la Bsiulójia, maleria medica, hi- jiene i farmacia. 3.“ Dar igualmente mayor desai roMo que hasta ahora a ciertos estudios de la .Medicina misma, como lo merece su importancia, distribuyéndolos entre mayor número de profesores, con la agregación de uno a los tres que h.ii en la actualidad. 4.“ Facilitar a mayor número de jóvenes la dedicación a esta im- portante carrera, para proveer a las urjentes necesidades que la mayor parte del pais esperimenta en el ramo, haciendo mas frecuente el principio de tales cursos, ¡ evitando asi la pérdida de uno i hasta dos años que aveces esperimentan los alum- nos que concluyen su curso de Humanidades, cuando quieren emprenderla, por lo tardía que ahora es la iniciación de los mismos cursos. El señor Decano de Medicina se estendió hablando sobre estas ven tajas i en par- ticuiar sobre las que producirá para la perfección de los estudios el aumento de pro- fesores; cuya escasez actual hizo resallar, manifestando el crecido número que hai para la propia ciencia en otras Universidades. Quedando pues aprobado, según se ha dicho, por el Consejo, el plan que se deja copiado, se levantó la sesión. EHRICTO IIE Ll SÉSH).\ DEL 18 liE OCTUBRE DE \m. Presidió el señor Menoses, presentes los señores Tocorna!, Silas, Solar, Domeyko, Orrego i el Secretario— .Vprobada el acta de la sesión de ‘J del corriente, se dio cuenta: 1. ® De tres oficios del Ministerio de Instrucción pública; por el 1.® de los cuales, se anuncia que, reconociendo el Gobierno la iinporl incia de los esperimenlos condu- centes a averiguar la resistencia respectiva de las maderas del Sur de la Kepública, dará las órdenes correspondientes para que se envíen a esta ca[iilil las muestras necesarias para practicarlos, según lo desea la P’acnitad de Matemáticas; por el 2.” se declara que debe abonarse sueldo integro a don Lorenzo Sizie duran e el tiempo que suplió en el Dccirulo de Medicina, a consecuencia de la última ausencia al Sur doJ Decano propietario, en comisión del Supremo Gobierno; i por el 3.® so trasmite en informe una solicitud de don Félix Engelhard sobre que se le confiera titulo de ícjcnicro de minas en vista de los docninenlos qnc acompaña para acre- ditar sus coriocimienlos teóricos i prácticos en la profesión i previos los dciins re- quisitos q ie se c-msidere conveniente exijirlc para el propio efecto. El 1." de estos oficios se irnivlá tra-rnbir al señor Decano do Matemáticas; el 2.® al de Medicina, j el 3.® se mmdó pasar con el respectivo espediente al mismo señor Decano de Ma- temáticas, para que informe, oyendo a su Facultad. 2. ® De uu informe del señ >r Decano de Teolojía sobre la solicilnd de los rclijio- so> Fr. Benjamín Rencorct i Fr. José Aguslin Girvahn, de que se dió cítenla en ]a última sesión. El señor Decano esponc que dichos rolijiosos, acidénticos de 2 " clise, han terminado ya e! curso bienal prescrito para el grado do Licenciado en TeoIojla; i que su constante asistencia a las sesiones de la Ac idemia,-^ios serví- cios qnc en ella han prestado i 1 1 notoria falla do las clases du Historia de la Tco- lojia i Cronoiojia sagrada en los establecimientos literarios existentes en esta capi- tal, rccomicndin su solicitud. El Gtns.'jo, en virtud, da esta csposicion, acordó re- — ilO— pomcndar esa pclidon al Supremo C obierno, a quien corresponde decidir sobre ella. 3." De un oficio con que ri Intendente del Ñuble anuncia la remisión do 16 eslu- dos que los preceptores i preceptoras de aquella provinci.a le han pasado en cuiii- püinienlo del art. 67 del Roghiuento del Consejo Universitario. Se mandó acusar recibo; i que al propio tiempo se advirtiese al referido señor Intendente la allcr.:» Clon que lo dispuesto en el art. que cita ha sufrido en cuanto a la época en que deben remitirse tales estados, a virtud del Supremo Decreto de 9 de agosto de 1860. En seguida el Secretario espuso: que entrólos individuos que últimamente -Se hm presentado solicitando el grado de Bachiller en Medicina, hai uno en ci ya certificado de exámenes habia notado la falta del de Gramática castellana. «Aten- diendo al escaso número de los que aún se dedican a esta carrera, prosiguió dicien- do, i a la indeterminación de los estudios preparatorios que luyan de exijirse a aque- llos que conforme a lo dispuesto por el art. 2.5 del Reglamento de grados, no se hallen en el caso de recil)ir previamente el de Rachiller en Humanidades, no so ha sido hasta ahora mui exijcnle para con éstos respecto a los referidos estudios- preparatorios; pero tengo, si, entendido que el Consejo ha reputado siempre como indispensables, por lo menos los de idioma pátrio, otro de los vivos, el latín i U filosofía. A fin de tener una regla segura por que guiarme para lo snccsivocn ca- sos análogos, consulto, pues, ese concepto mió, i deseo que el Consejo le dé apro- bación terminante, si lo estima fundado.» Conforme al deseo del Secretario, el Con- sejo decidió que los cuatro ramos indicados son de absoluta necesidad para cuantos aspiren al grado de B ichiller en Medicina, en cualquier tiempo que hayan hecho sus estudios. Varios señores miembros opinaron que debían exijirse con no méno.s jeneralidad i estrictez los de jeografía i arstmética; pero aunque todos convinieron en su necesidad, no so acordó su infalible exijencia, atendiendo a los inconvonien- los que producirla el paralizar por su falta la carrera médica de algunos jóvenes que lalvcz no previeron esa exijencia al dar principio a sus estudios profesionales: Esta última consideración obró también en el ánimo de! Consejo para conceder aljóvenque ha motivado la consulta actual del Secretario, que es don Juan José de los Bios, que pudiese proceder desde luego a recibir el grado de Bachiller en Medicina, bajo la condición de que deberá rendir elexámendegramáticaCasle- 11 ma durante el tiempo de la práctica. Con lo que fué levantada la sesión. SESION DEL 53 DE OCTUBRE DE i85'2, ' ■ ■ . . *! ' Presidida por el señor Bcctor, presentes los señores Menesés, Tocomal, ' Solar, Blanco, Domeyko i el Secretario. Aprobada el acta de la sesión del 4 6 del co- rriente, el señor Rector confirióel grado de Bachiller en Medicina a don José Manuel” Lopeandia, i el mismo grado en Humanidades a don Juan Manuel Carrasco. En seguida se dió cuenta de cuatro oficios del señor Ministro de Instrucción pú- blica; por el primero de los cuales se trascribe el Supremo Decreto en que se dis- rirnicron el presente año los premios de moralidad i educación .a las personas, que propuso el Consejo en primer lugar, aceptando la reeoracn.lacion que hizo de otras; por cl 2.'’ se trascribe uní resolución cu que se eximo por lo que resta di'I presente — i80— año escolar al direolor del IjÍcco de Valp iraiso de las condiciones que se le e\ijen por el inciso 2.“ art. 2.“, i por el art. 4.“ del Supremo Decreto de 25 de noviembre de 1848 pira la validez de los exámenes que se rindan en dicho Liceo; por el 3.* acusa el señor Ministro recibo de la nota en que se le participaba la elección que la Facul- tad de Leyes ha hecho de su persona para llenar la vacante que en ella dejó el falle- cimiento de don Santiago Echevers, i expresa con esta ocasión su agradecimiento; por el 4.° en fin, comunica un Supremo Decreto que permite a don Miguel Luis Amunátegui efectuar su incorporación en la Facultad de Filosofía i Humanidades^ prestando el juramento de estilo ante el señor Héctor i pronunciando el discurso que debía recitar ante e¡ público, en las sesiones que celebra la mencionada Facultad — Estos dos últimos oficios se mandaron comunicar a los señores Decanos respec- tivos. Dióse cuenta en 5.° lugar de dos informes del señor Decano de IMcdicina sóbrelas solicitudes de don .\icolas Malo, natural del Ecuador, i profesor de Medicina i Ciru- jia en aquel pais i el del Perú, i de don Ernesto Andreos, natural del reino de Han- nover i doctor en Medicina por la Universidad de Goilinga, relativas ambas a que en virtud de los documentos que presentan, se les declare aptos para proceder a rendir las pruebas requeridas para el grado de Licenciado en Medicina. En vista de estos in- formes, el C ínsejo accedió a la primera de las referidas solicitudes; mas en cuanto a la 2.“, como el señor Decano expresa que el diploma que el interesado acompiñaca- rcce de la necesaria autenticidad, por no estar revestido con e! sello de la corporación que lo ha conferido, lo que hice se le repute por una simple copia del orijinal, el C insejo resolvió q le, cu indo Andreos presente dicho orijinal, o a! ménos una co- pia en debida forma autenticada, se accederá a su pretensión. 3. ” De una nota del señor Decano de .Matemáticas, participando que el señor Se- cretario de su F.icultíid ha presentado a ésta para el Museo Nacional a nombre del señor don Raimundo Philippi, doctor i profesor de la Universidad de Cassel, un bajo relieve que representa la configuración del Vesubio i de sus inmediaciones, obra eje* cutada con suma prolijidad i elegancia, i que se refiere a un viaje hecho por este sabio a .Nápoles, habiéndole valido mucha fama su descripción jeolójica en el mundo científico. Hallándose actualmente el señor Philippi entre los mas ilustres emigrados alemanes en Valdivia, ha comunicado desde que está en Chile tres memorias suyas de mucho mérito e ínteres para el pais. Por estos motivos i en aprecio del alto mé- rito del doctor Philippi, la Facultad de Ciencias ha acordado unánimemente se soli- cite del Supremo Gobierno un nombramiento para él de miembro corresponsal de esta Universidad. Miéntras tanto el señor Decano d irá gracias a nombre dp esta cor- poración al señor Philippi, por el hermoso obsequio con que ha enriquecido el Mu- seo Nacional. El Consejo, justo apreciador de los méritos de la persona a que se re- fiere esta propuesta, acordó recomendarla encarecidamente al Supremo Gobierno. 4. ° De un informe expedido por el mismo señor Decano de Matemáticas sobre la solicitud elevada al Supremo Gobierno por don Félix Engelhard injeiiiero de minas en Alemania, de que se dió cuenta en la sesión anterior. En él se dice que la Facul- tad de Ciencias ha creído que los certificados que el solicitante presenta, previenen fuertemente a su favor por la recomendación que en ellos se hace desús conocimien- tos teóricos i prácticos en los trab.ijos concernientes a la profesión de Injeniero de minas i por el respeto que merecen los nombres que los firman. Pero ha pensado también que esos datos no bastan por si solos, i que para poder afirmar concienzuda- mente que el recurrente posee todas las aptitudes requeridas para el ejercicio de la expresada profesión, seria preciso acreditase de otro modo su instrucción en la ma- teria. En tal concepto, i no habiendo regla alguna que dicte lo que deba hacerse en semejante caso, la F^icultad ha acordado: que si Engelhard, u otro cualquiera, desea obtener del Consejo Universitario un diploma de Injcniero de minas, o un eertÜjcado de capacidad para el desempeño de este cargo, deberá rendir ante la Facultad, pantP una comisión compuesta de algunos de sus miembros, las pruebas siguientes: 1. * Un exámen que durará una hora, sobre los ramos de Química mineral. Física, Principios de Metalurjia, Mineralojia, Jeolojia, ñlensura de minas, Wecánica j Explo- tación de minas, 2. “ Práctie» dedos operaciones docimálicas, tales como análisis o ensayes cempli* ' cados propuestos por la comisión examinadora; acompañando a los resultados de di- chas operaciones una descripción prolija de los mclodos empleados en ellas. 3. * Una operación de Mensura de minas, con un certificado del juez del distrito i del dueño e administrador de la mina mensurada, en el que conste que dicha opera- •cion ha sido realmente practicada por el aspirante.» El Consejo aprobó las propuestas contenidas en este informe, mandando Irasmilii’*' las en contestación al señor Ministro de Instrucción pública. 5. ° De tres informes de la comisión de cuentas del Consejo: el 1 sobre las prc* ■gentadas por el Secretario jeneral de los fondos que han entrado en su poder para gastos de Scerclaría desde el 3 de mayo del corriente año hasta el 3 de setiembre úl- timo—i los otros dos sobre las rendidas por el primer Bedel de lo que lia percibido por derechos de sello de Bachilleres i Licenciados i por sobrantes de sueldos baiSta pl dia 9 del corriente mes. Expresando los referidos informes estar arregladas todas cuentas, el Consejo las aprobó, mandando pasar a la caja universitaria el sobrante de 6 pesos 7 1/2 reales que resulta de las primeras; el de 17 pesos que dan las segundas, i el de 28 pesos G 1/2 reales que ofrecen las terceras. 6. ® De un oficio con que el señor Rector del Instituto Nacional remite el acta de la sesión celebrada por el Consejo de profesores de esc establecimiento el 16 de agosto último con varios objetos, i entre ellos el de acordarlas medidas que debiesen adop- tarse para poner en pleno vigor los acuerdos del Consejo Universitario sobre las com- posiciones escritas en que han de ejercitarse los alumnos de los cursos de Humanida- des i de Matemáticas. — Se mandó acusar recibo. De una solicitud de los alumnos de las clases de Derecho español i canónico: para que, en atención a no qued irles ya para repasar todas las materias comprendidas rn las diversas cédulas sobre que ha de recaer el exámen para Bachiller en ilumani- dados, sino uno o dos meses, tiempo que por otra parte tienen que dedicar al esta- dio de las clases que actual meute cursan, se les permita graduarse con anterioridad en la Facultad de Leyes, quedando obligados a hacerlo en Humaniderlcs durante los dos años de práctica. — Encontrando el Consejo dignos de con.sidcracion los motivos •en que se funda esta solicitud, mas no podiendo faltar a la disposición terminante con que el Reglamento do grados exijo la prioridad del de Bachiller en Humanida- des, acordó trasmitirla al Supremo Gobierno. 8. ° De otra petición de don .losé Isaac Ortiz, Bachiller en Leyes, sobre que se le dispensen absuliitamcnlc los exámenes de Jeografia i Cosmografía que al recibir aquel grado se le permitió rendir durante la práctica, on atención a la imposibilidad en que dice encontrarse de darlos por la larga i grave enfermedad que ha padecido i aun sufre, conlraida en el curso de sus estudios. Se declaró no haber lugar a esta petición. 9. ® Pasó en informe al señor Decano de Teoiojía una solicitud dcl Presbítero don Lorenzo Robles sobre que se declaren válidos ciertos exámenes dados por c! en el «onvonto de la .Merced de esta capital i en la cal''dral de C anccpcion, i se le permita rendir durante l,i práctica algunos otros do los requeridos para el grado de Bachiller en Teoiojía. Después de esíja el señar Rector expuso: que a pesar de lo que el Consejo acordó 6t — 48-2- c!i sesión do 21 de agosto último se contestase a don Alfonso Clcrcl sobre el Irabajo del nuevo Diccionorio latino-bispano que ha emprendido, el había tomado bajo su propia respansibilidid variar algo este acuerdo, diciendo a dicho sujeto que el Con- sejo i'nbia aprobado su propósito, sin embargo de prever desde luego las dilicultades tipográficas que en el piis se ofrecerian para la publicación de su obra; pero que, si la Continuación de ésta no desmereciese de las muestras que había acompañado, de ma- nera que con la referid i edición se hubiese de adquirir un Diccionario superior a los de igual especie conocidos Insta el dia, el mismo Gonsi'jo solicitaría del Supremo (iohicriio algunos auxilios con que pudiese llevarse a cubo la empresa.— aCrei deber dar esta contestación, continuó diciendo el señor B dlo, ponpic habiendo examinado con detención, después del acuerdo que he mencionado, las muestras de varias voces enviadas por Cleret, i aun comparádolas con los artículos correspondientes del Dic- cionario de Valbuena, reconocí una notable superioridad en el trabajo del primero, tanto por lo que respecta a la claridad ¡concisión, como por la abundancia i excelen- te distinción de los significados: lo que me infundió el convencimiento de que podria hacerse la adquisición de una obra mui útil i prcfi ribie a cuanto poseemos en su jénero, prosiguiéndose con la misma habilidad. Si el Cmsejo, a virtud de estas razo- nes, cree i como el lenguaje en ipie esl.á es- •■serito, aiiiifpie mni distante de la clegaueia clásica, es snsl.ineialmcnte kUino, <1 juvla rnslid- talem, ’ lio puede aludir sino al rilino i a la semejanza de finales. —491 — tes son siempre pnreados. ora rimando un verso con el inmediato, ora los dos lic- mistiquios de cada verso entre si. A la primera clase pertenece el Ititmo de san Co- lumbario, fundador del monasterio de Bovio, que se halla en la IV de las Epístolas llibcrnicas, recojidas por Jacobo Userio. Pues que este santo tloreció a fines del siglo IV, no se puede dar menos antigüedad al asonante.» lié aquí una muestra: Totum huinanum genus orlu ulitur pari, Et de simili vita fine eadit scquali. Parvum ipsi vívenles, üeo daré vix audent; Morli cunda rclinquunl; nihil de ipsis habent. Cogitare convenit te haec cuneta, amicc; Absil tibí amare hujus formulam vitar. En algunos dísticos parece faltar la asonancia: en el primero, por ejemplo: ¡tiundus iste transit et quolidie decrescit; Nenio vivus manebil, nullus vivus remansit. Pero aqni el copista ha puesto transit donde debía decir decrescit, i reciproca., mente. Descambiando estos verbos, no solo se restablece la asonancia sino la me- dida (f). A la verdad, la rima de esta pequeña composición se puede mirar como un ter- mino medio, porque los finales de las últimas silabas son idénticos: i, i, cnt, ent; al paso que en las dos silabas penúltimas de cada distico es idéntica la vocal, i se desatienden las consonantes: pari, cequalij amice, vitac; florida, gloria. Yo creo que el asonante debe su orijen al consonante; i que al principio los ver. sificadores no se atrevieron a prescindir de las arlicuiacioues en el final de la última silaba, ni aventuraron la simple asonancia sino desde la penúltima vocal, o mejor, desde la vocal dominante de la penúltima silaba, hasta la vocal íiual. Mas aun allí parece como que temían ofender al oido alejándose mucho de la consonancia perfecta. Poco a poco se fué haciendo mas liiire i desembarazado el asonante, has- ta parar en la e.xclusiva identidad de las vocales, prescindiendo absolutamente de ¡os sonidos articulados. En la misma especie de rima media entre consonante i asonante, se compuso, aunque con irregularidad, el himno Ád perennis vitac fontcm, una de las compo' siciones mas poéticas de la media edad eclesiástica; que Jorje Fabricio i Crescim- beni atribuyeron a San Agustin, pero que con mucho mas fundamento se crée ha- ber sido dado a luz en el siglo IvI, por San Pedro Damian. Las tres primeras es- trofas dicen así: Ad perennis vit?e foutem mens sitivit arida; Claustra carnis prajslo frangí clausa qua?rit anima; Gliscit, ambil, eluctatur, exsul frui patria. Dum pressuris ac rcrnmnis se gemit obnoxiam, fjuam amisit, cum deliquit, contcmplatur gloriam, Pricsens maliim augol boni perdili memoriam. Nam quis promat summsc pacis quanta sil laclilia, übi vivís m irgirilis surgunl aediücia, Auro celsa micant tecla, radiant Iridinia? (f, El veráo consla ríe ríos licinistiquios, cada uno de siete íílabas; pero no se hace caso del acento ni de la sinalefa. La riifl i os a veces coinplola, como en gloriaiñ, mnnoriairf, a veces Ja asonancia es pura, como on capiunt, ccisibus, ennerepat , organa; en algunas estrofas no liai mas que dos lineas que ritnenj ¡ de las diez i nueve estrofas solo hai dos en que falla absolutamente la rima. Pero aunque el poeta no ba querido someterse a una i'cgla invariable, se complace mas amenudo en la asonancia, i la coloca no solo en los finales, sino en otros parajes del metro. Claustra carnis prajslo frangí Dum pressurís ac aeruinnin ()imn ainisü, cum deliquü..-.. Ubi vicis maujaritis Auro cclsa micanlíccíOi ¿I qué versificador ha empleado nunca asonancias mas ricas, mas suaves, que mida, anima, patria\ rütilard, conjuhitant; speciem, dulccdlnenv, irradio, cmcrilo, praemio^ Pero lo mas común fué colocar la rima en los finales do los hemistiquios; de lo que nos ofrecen un ejemplo los versos en elojio del conde de Barcelona don Ramón Ííercnguel primero, escritos en vida de este príncipe: Vivat Raimunduii, comes aplus, miles onustus, Majorum pulchra fulgcns nolusque figura (f). ^ Desdo el siglo octavo empezamos a encontrar en multitud de opúsculos latinos la Asonancia pura, colocada regularmente en los finales do los hemistiquios. Veaso Ift vida do los Santos Padres Tason i Talón, escrita en prosa por Aulperlo, Abad de San Vicente del Vulturno, que murió ón 778, en el Cron icón de aquel mo- Vlasterio, pTiblicado por .Muratori (g); i se hallarán en ella varios pasajes interpo- lados en verso, asonando los hemistiquios. De estas interpolaciones asonantadas inri táinbien algunas, i bastante largas, en otras partes del Cronicón Vulturnense, tscritó hacia el año llOO. Enlas Actas dolos BolandistaSj al dia 4 de marzo, hai un poema histórico, sujeto a la misma lei de asonancia, en alabanza de san Apiano, .'Monje do San Pedro in Coelo áureo, que (loreció poco después de fundado nquel monasterio por Luitprando, Rei de Lombardia. A San Gebeardo, Arzobispo tic Uivcna;* que falleció en 104 i, se puso un epitafio en hexámetros i pentámetros latinos con el mismo artificio de rima, como puede verse en una crónica anón», nía del siglo XIII, publicada por Bacebino, Abad de Santa María de la Croma, i jiosteriormentc por .Muratori (h'). Abunda en los hexámetros la rima media quo he descrito, pero mezclada con asonancias puras; fZicaí, rcasa; t'OJ’ios, alto\ lo que basta para dar a la composición su carácter. De estos opúsculos no hice mención en el Repertorio, contentándome con decir que existían varios, compuestos en los siglos posteriores al de San Columbano hasta el XIII, i deteniéndome en uno solo, que en efecto bastaba por muchos: la Vida de lá Condesa Matilde, por Dunizon, monje benedictino de Canosa, cono, cida de cuintais han esplorado la historia civil i eclesiástica de la media edad. «Esta vida, que es larguísima, está escrita en hexámetros, que todos (a excepción de uno o dos pasajes de otra pluma trascritos por el autor) se hallan sujetos a la asonan. cía de tos dos hemistiquios de cada verso entre si; como se celia de ver en la siguien- te muestra: (fj Bofarull, Condes de Harcclon.i, lomo II, p, -íO. He sustiluido notus a que es errata pvlilciile. H'T. iraiif. loíiio I, parle ;h) U'.'. Ionio II, parte 1». — 493 — Auxilio Pelri jnm cirmlna plurima fecí. Paule, doce racnlem nostram nnnc plura refcrre, Qoa; doceant pcems mentes tolerare serenas. Pascere pastor oves Domini paschalis araorc Assiduc ciirans, comitissam máxime, supra ísaepe rccordatam, Christí raeraorabat ad aram: Ad quam dilectam studuit transmitiere quendam I’iffi cunctis Romaj elericis laudabiliorem, ScÜicet ornalum Bernardum presbyteratu, Ac monachum plañe, simul abbatem quoque sanctm , Umbrosa? A'allis: faclis plcnissiraa sanguis Quem rcverenler amans Malhildis eum quasi papam Caute susccpil, parcns sibi mente üdeli, etc. «Esta muestra de asonanles latinos ea una obra tan antigua i de tan incontestable autenticidad, me parece decisiva en la materia. Lcibnilz i Muratori dieron sendas ediciones de la AMda de Matilde, en las colecciones que respectivamente sacaron a luz de los historiadores de Brunswick i de Italia. Pero es de admirar que están* do tan patente el artificio rítmico adoptado por Donizon, ni uno ni otro lo echa, sen de ver; de donde procede que en las nuevas lecciones que proponen para aclarar ciertos pasajes oscuros, quebrantan a veces la lei de asonancia a que cons* lantemenle se sujetó el poeta, «Otro escritor que usó mucho del asonante, bien que no con la regularidad del historiador de Matilde, fué Gofredo de Vilerbo en su Panlheo7i, que es una crónica universal, sembrada de pasajes en verso, interpolados para auxilio de la raemoriaj Gofredo no se ciñe a determinado número, especie, ni orden de rimas; pero la asonancia es demasiado frecuente para que se deba al acaso.» Yo no tengo dificultad en creer que el poema de Donizon fuese enteramente des- conocido en España; pero él prueba la existencia del asonante en tiempos ante, riores al primer monumento de poesía castellana que ha llegado a nosotros; i prue- ba, por consiguiente, que el asonante no era un artificio peculiar de la versificación española, ni había salido a luz por la primera vez en lengua castellana; que era lodo !o que conducía a mi propósito. Jamás pensó, como parece haber creído el erudito nortc-.nmericano, que la Vida de Matilde hubiera servido de tipo a los ver- sificadores españoles. Los que yo miraba i miro como predecesores i maestros do la España en el uso del asonante, como en otras cosas pertenecientes a la antigua epopeya, son los trnveres, los poetas franceses de la lengua de Oui, en sus roman- ces i canciones de Gesta. Asi lo he sentado en aquel mismo artículo del Reporto- rio, como luego veremos. Tampoco es exacto que la Vida de Jlatildc sea un ejemplo solitario de la aso- nancia en versificadores latinos, como supone Mr. Ticknor. Ella es, a la verdad, la muestra mas decisiva i mas irrecusable que yo conozco del uso del asonante en e| latín de la edad media; pero no es tan solitaria como piensa el erudito norte-ame- ricano, si valen algo las otras que dejo citadas, i a que en el artículo del Reperto- rio no hice mas que aludir en términos jcnerales, a que IMr. Ticknor no parece haber dado ninguna importancia. Aunque reducidas a brevísimos opúsculos, o no sujetas con bastante regularidad a esa lei rítmica, no puede menos de percibirse que sus autores la conocían i solicitaban. IVi son ellas las únicas de que conservo apuntes. El mismo Donizon compuso otro largo poema asonanlado en hexámetros i pentámetros, intitulado ErarruDo Génesis, del cual he copiado estos vcisost Prhíciijiuin roruni struxil Sapieiili.i coeluin: l'rimilus omnc solum condidil alque poluin. Senos porque dios h-ecornat máxime, dicens: Asirá mioeiit plura; Luna sil aslra lug ins. P isindo ahora a los Iroveres, conlinu dja yo en aquel arliculo, «encontramos mui usada la asonancia en las gestas o narraciones épicas de guerras, viajes i caba- llerias;» jcncro de composición a que como otras razas jermánicas fueron mui da- dos los francos, i que sube en francos basta la mas temprana infancia de la len- gU'-J. «K1 método que siguen los Iroveres es ason.antar lodos los versos, tomando un asonante i conservándolo algún tiempo, luego otro, i asi sucesivamenU ; de (jiic re- sulta dividido el poema en varias estancias o estrofas monorrimas, que no tienen número fijo de versos. En una palabra, el artificio rítmico de aquellas obras es el mismo que el del antiguo poema castellano del Cid.» Mucho hibria que decir sobre la influencia que tuvieron los troveros en la pri- mera poesía narrativa de los castellanos. «Ai es de marabillar que asi fuese, a vista de las relaciones que mediaron entre los dos pueblos i de sus frecuentes e inliiuas comunicaciones. Prescindiendo de los enlaces de las varias familias reinantes; pres- cindiendo del gran número de eclesiásticos franceses que ocuparon las sillas metro- politanas i episcopales i poblaron los claustros de la Península, desde el reinado de .\lfonso VI; ¿quién ignora la multitud de señores i caballeros de aquella nación que venían a militar contra los sarracenos en los ejércitos cristianos de España, ora llevadosdel espíritu de fanatismo característico de aquella edad; ora codiciosos de los despojos de un pueblo, cuya riqueza i cultura eran frecuentemente celebrados en los cantos de estos mismos troveros; ora con el objeto de formar establecimientos p ira si i sus mesnaderos? En la comitiva de un señor no fallaba jamas un juglar, cu- yo oficio era divertirle, cantando canciones de gesta, o lo que llamaban los franceses fabliaux, que eran cuentos jocosos en verso, o lo que llamaban /a¿s; cuentos amo- rosos i caballerescos en estilo serio, de los cuales se conservan todavía algunos de gran mérito. Do aquí vino el nombre de juglar que se dió de.'pues a los bufones de los principes i grandes señores. En la edad de que hablamos se decían en es- pañol jo(/larcs, en {'ranees- jnnqléors o mcnestrels, en ingles minstrcls, i en la baja latinidad joculaínres i ministelli, aquellos músicos ambulantes que iban de feria en feria, de castillo en cistillo, i de romería en romería, cantando aventuras de guerra i de amores al son de la rota i de la vihuela. Estos cantares eran el prin- cipal pasatiempo del pueblo, i suplian la falta de los espectáculos, de que entón- ces no se conocí in otros que los torneos i justas, i los misterios o autos queso re- i rjsenlabin de cuando en cuando en las iglesias. Eran principalmente célebres las canciones de gesta de los franceses, i de ellas tomaron mucho para las suyas los otros pueblos del mediodía, i aun la Inglaterra i la Alemania. Uoldan, Reinaldos, Cíalvano, Oliveros, Guido de Borgoña, Fierabrás, Trislan, la reina (iinebra, la be- lla Iseo, el Marques de Mantua, Partinóples, i /Otros muchos de los personajes que figuran en los romances viejos i libros de caballería castellanos, habían dado asun- to a las composiciones de los troveros. Tomándose de ellas la materia, no era mucho que se imitasen también las formas métricas, i sobre lodo la rima asonan- te, que en Francia por los siglos \1I i XIII parece haberse apropiado, casi csclu- ■sivamente, a la epopeya caballeresca. «Arriba cité la Cantinela de Clotario II. Dábase este nombre en lalin a lo que se llamaba en francés r/i a» erm de geste, 'i en castellano ca/iíur, en el sentido do narrativa versificada. Dábase el mismo nombre a cada una de las gramies secciones —595— do vin largo poema, que se llamaron después cantos. Parece por !a canlinela o gcsla de Clotirio, que ya por aquel tiempo se acostumbraba en esas obras sujetar gran núnicro de versos a una sola rinn; i era natural que se prefiriese para ello 1.1 asonancia, que es la que se presta mejor a semejante estructura por la superior facilidad con que brinda al poeta. Si nació el asonante en los dialectos del pue- blo, o si lué oido por la primera vez en el latin de los claustros, no es fácil deci- dirlo. Yo rae inclino a lo primero. Los versificadores monásticos me parecen no haber hecho otra cosa que injerir las rimas con que se deleitaban los oídos vulgares, en las medidas i cadencias de la versificación clásica. «Asonantes en francés! exclamarán sin duda aquellos que, en un momento de irreflexión, imajinen se habla del francés do nuestros dias, que constando de una multitud de sonidos vocales diferentes, pero cercanos unos a otros, i situados por d, 'cirio asi, en una escala de graduaciones casi imperceptibles, no admite esta ma- nera de rima. Pero que la lengua francesa en sus primeras épocas no era como la que hoi se habla, es una verdad de primera evidencia: pues habiendo nacido de la latina, era necesario que, para llegar a su estado actual, atravesase muchos si- glos de alteración i bastardeo. Antes que fragilis i gracilis, por ejemplo, se con- virtiesen en frelei grele, era menester que pasaran por las formas intermedias frai- le, gráile, pronunciados como consonantes de la palabra castellana baile. Altcr no se irasfonnó do un golpe en autre {ptre): hubo un tiempo en que los franceses profirieron este diptongo ou de la misma manera que lo hacen los castellanos en auto, lauro.» Ademas de pronunciarse distintamente todas las vocales, se hadan sentir de la misma manera todas las consonantes, como todavía se hace en otras lenguas derivadas de la latina. Misil, por ejemplo, no pudo pasar a mil (pronun- ciado mi), sino por medio de mist, pronunciado con todas sus letras. La in final hacia oír distintamente la i del orijen latino (como en nuestra palabra fin) antes de volverse en con la nasalidad que es propia del francés, i de que no participa, ron otros dialectos romances. En suma, la antigua pronunciación francesa no pu- do menos de parecerse mucho ala italiana i castellana: las tres lenguas, apar- tándose poco a poco de la fuente común, conservaron por largo tiempo una grande .semejanza entre sí. Nada es mas inpcrceptibleraenle gradual que la inetamorfósis de una lengua en otra. En el idioma, tanto o mas que en el órden físico, se veri- fica el axioma escolástico, nihil operatur per saltiim. Esto es lo que nos revelan las poesías francesas asonantadas. Alterada la pronunciación, cesó el uso del aso- nante, i por eso se hizo necesario sustituir a los romances asonantados otros nue- vos sobre las mismas materias, o retocarlos, reduciéndolos a la rima completa; de donde procede la identidad da asuntos i la multitud de variantes que según la edad ds los códices, encontramos en las obras de los troveros. «Enfadoso seria dar un catálogo de las poesías caballerescas que se conservan to- davía íntegras, o en fragmentos de bastante estension para que pueda juzgarse de su artificio métrico, i en que aparece claramente la asonancia. Voi a presentar una muestra; i la sacaré de un poema antiquísimo, compuesto en los primeros tiempos de la lengua francesa. Refiérese en él un viaje^ fabuloso de Girloraagno i los Doce Pares, a Jerusalcn ¡ Conslantinopla. Existe manuscrito en el Museo Británico [fíiblioth. Reg. 16 E viii). El primero que lo dió a conocer fué IM de la Rué; pero lo que dice de su versificación me hace creer que no percibió el artificio del asonante; inadvertencia en que han incurrido respecto de otras obras varios crí- ticos franceses que se han dedicado a ilustrar las antigüedades poéticas de su len- gui, i a que sin duda ha dado motivo la diferencia entre la primitiva pronuncia- ción del francés i la moderna. lU. de la Ruc, anticuario justamente estimado, a quien se deben muclias csquisilas noticias sobre los orijenes-del idioma i lileratu- — 496— t^a Irancests, h illa grande aJinidad enlre el lenguaje de esta composición, i el de las leyes mandadas rcdaclar por Guillermo el Gonquislador, i el Salterio Iraduci* do de orden de este príncipe. Hé aquí dos pasajes que yo he copiado del manus- crito que se conserva en el Jiusco de Londres, Saillent lí escuier, curentde tule part, lis vunl as osléis coinreer lur clievaus< Li reis Hugon li forz Cirlomain apeiat, Luí el les duzce paivs, si s’ trail a une parí. Le roi lint par la main; en sa cainhrc les menati Voltive, peinte a flors e a perres de cristilj Une cscarbuncle i luist el clair reílambeat, Confite en un estache del tens le rei Golias. Duzce lits i a bous de cuivre el de metal, Oreillers de velus et lincons de cendal, l,e treziraesen mi el laillez a cumpas, etc. (i). Par ma fei, disi li reis, Garles ad feit folie, t^iiand il gaba de moi par si granl legerie. Herberjai-les her sair en mes carabres perrines. Si ne sunt aampli I¡ gab si cUm il les dislrent, Trancherai-Iur les lestes od m’ cspec furbie. II mandel de ses humes en avant de cent mile. 11 lur a comandet que aienl veslu brunics. 11 cntrenl al palaisí enlur luí s’ asislrent. Garles vinl de musler, quand la messe fu dite, II el li duzce pairs, les teres compainics. Devant vail li Emperere, car il est li plus rlches. El portel en sa main un ramiscl d’ olive, ele. (j) (i) La asonancia es aquí monosílaba, porque los finales son .agudosi la vocal dominanlo a sa replic constantemente en ellos. El diptongo a<¡ de chevam se debe pronunciar (según lo que puco hit dejo dicho] como en la palabra castellana /«-ro. lié aqui una traducción literal de estos versos: íialen los escuderos, corren por toda parte, Van a las hosterías a cuidar sus caballos. El rei Hugun el Tuerte a Carloinagno Itaiiid, A él i los Doce Pares; Irájolos aparte. Al rei tomé de la mano; a su cámara los llevé. Embovedada, pintada de íiores i de piedras de cristal, En ella lució un carbunclo i claro resplandeció, Engastado en una clava del tiempo del rei Golias. Doce lechos allí hai buenos de cobre i de metal, Almohadas de velludo i sábanas de cendal; El décimolercio en medio i labrado a compás, (j] Aqúi ia asonancia es disílaba, porque los finales son graves; conserva n:e en ellos consUnts-^ mame la vocal i bajo el acento i la vocal sorda t. La traducción titéral de estos versos es corno signe; Por mi Té, dijo el rei. Cárlos ha bocho locura. Guando burlé (le mi con tan grande lijereza. Hospédelos ayer noche en mis cámaras de pedreira, Si no son cunifúid.as las burlas como las dijeron, Gortaréles las cabezas con mi es[>ada acicalada. Hizo llamar de sus hombres mas de cien mil: H.rles mandado que vistan arneses bruiáidos, Ellos entran al palacio, entorno a él se sentaron, tlarlos vinodel monasterio cuando fué dicha la misa, El i los Doce Pares, las fieras compañías. Delante va el Emperador, poique él es mas poderoso, i lleva en lu iiuno un raniilu de oliva, etc. -497 — ¿(>né es lo qtic relativamente ala rima les falta o les sobra a estos versos, cotejado* con los de aquellos romances viejos que se han mirado hasta ahora i no pueden me- nos de mirarse como asonanlados? Porque en estos no es menos frecuente la conso* nanciaj i sí solo hai asonante en los versos pares, (circunstancia que, por otra parle, no atañe a la naturaleza de la rima, sino solo a su colocación), es porque se ha divi- dido en dos el verso largo de los antiguos cantares de Gesta. Pero la verdad es que en los dos anteriores pasajes del Viaje de Cario Magno a Jerusalen es mas estricta la asonancia que en la mayor parte de nuestros romances viejos, en los cuales, como en el Poema del Cid, no suele hacerse caso de la e grave, miénlras que en francés se atiende siempre a la e muda de los finales, según se maníliesla en el segundo de los pasajes copiados. Dice Mr. Ticknor que publicado este Viaje de Cario Magno por Michel (Londres 1836), resulta estar compuesto en rima consonante, aunque irregular i descuidada. Basta oponer a esta aserción las estrofas de que he dado muestra. ¿Pudiera Mr. Tick- iior citar algún roimnce viejo en que aparezca mas claramente la asonancia? Pongo aquí por via de comparación uno de los mas conocidos, lomándome solamente la libertad ile restablecer la alineación primitiva. Yo m’ era mora Moraina, morilla de un bel catar: Gristiano vino a mi puerta, cuitada, por m’ engañar. Hablóme en algarabía, como aquel que bien la snbe: Abrisme las puertas, mora, si Ala le guarde de mal. ¿Cómo t’ abriré, mezquina, que no sé quien te serás? Yo soi el moro iUazole, hermano de la tu madre; Que un cristiano dejo muerto; tras mi venia el alcalde. Si no abres tú, mi vida, aquí me verás matar. Cuando oslo oí, cuitada, comencérae a levantar. > Visliérame una almejía., no hallando mi brial. Fucrame para la puerta i abrila de par en par. (k) La sola diferencia que notarán los inlelijenlcs es en favor de la asonancia france- sa. Los Irovcrcs no hubieran mirado como lejítima la de sabe, madre, alcalde, con engañar, mal. Para mi no es estraño qne el aleman Michel no hubiese alcanzado a percibir el artificio rítmico del Viaje de Cario Magno, cuando veo que el mismo '*'ick- ñor, tan versado en materia de poesía castellana, ha podido desconocer la aso- nancia en un poema castellano que seguramente ha leido muchas veces, el Poema del Cid. Ni sé que acerca de las antigüedades de la lengua francesa en Sus varios dialec- tos, i en los diferentes jéneros de composición que la enriquecieron, haya una auto- ridad superior a la de Raynouard, que por un estudio profundo de pormenores de que la mayor parte de los eruditos se desdeñan, llevó la luz a un departamento lite" rarió que án tes se habia mirado por encima i solo se había conocido harto imperfee:' lamente. Este gran filólogo incurrió, dice BIr. Ticknor, en la misma equivocación que yo, creyendo asonanlados los versos del Viaje de Cario Magno; a cuyo propósito cita Ticknor el Journal des Sivants (febrero de 1833), que no he tenido ocasión de ver. Deduzco de esta noticia, o que Jlaynou.ard llegó por sus propias observaciones al mismo resultado que yo, o que si, como cree Mr. Ticknor, ño ha hecho roas que se- guirme, debieron de parecerle concluyentes las que yo expuse en el articulo del Re- pertorio. Supongo que las estrofas copiadas por mi en aquel artículo están conformes con las correspondientes de la obra d.uli a luz por .Michel: si no lo estuvieren • lí Hit)liotf'Cs (le .\iiloiTS Españoles, tninn \. paj. i,* —496— no puedo Inccr oirá cosa que apelar, en prueba de ni¡ fidelidad, al C idice dol Museo Británico. Supongo también que este códice es el que ba servido de orijinal a Mi- clíel; porque debe tenerse presente que un mismo poema aparece a veces con inucbas i notables variantes en los diversos manuscritos. I tampoco es imposible que bubiese otros romances franceses con el mismo asunto o titulo. Sinner en el Catálogo de los Manuscritos de la Biblioteca de Berna (lomo 111, paj. 361 i describe asi el códice nú- mero blZ: Codexmembranaceus\ fragmentum carminis galtici de Carolo Magno et liasino: narval expeditioncm fabulosam Caroli Magni in Terram Sanciam. .. S'y- lus carminis (evo Sancti Ludovici anterior mihi videtur, etc. Pero parece que en el se trata solo de una espedicion de guerra. Sea de esto lo que fuere, que la narrativa de la Espedicion, como la del Viaje, está versificada en asonante, a lo menos en parle, lo manifiesta a las claras la estrofa que sigue, copiada de Sinner. Desor s’ en va Bisin sans nulc dcinorance; El a passee Luques, I.ombardie clPlaisance. Tanl a erré li Dus parmi la Ierre esl.iige, Qu'il a passée Tors, Orléans el Estampes. A Taris est venus li Dus par un diemange. La trove Charlemaine lou riebe roi de France, Oui o les douse Pars menoit si grand movance. Por son neveu llolland tire sa barbe blanche, etc (i). Esta es una de las Gestas francesas compuestas en asonante, a que aludi en el Re- pertorio sin designarlas. Para que no se crea que el Viaje de Garlo Magno es otra muestra solitaria, voi a citar algunas mas, que aun no son todas las queherejislrado en mis apuntes. A la misma especie de rima i metro que los precedentes pertenece el Romance de íiuido de Rorgoña que be tenido a la vista en la Biblioteca llarlcyana del Musco Bri- tánico (Ó27). lie aqui un pasaje: . ^ Un matin se leva Karles de Saint Denise, Devant lui fist mander la riche baronic: Et cil viennent tuil, ke- »e P osent desdiré. Si lur a reisoné, si lur a prisl a fl're: Scignurs, dist rEmpercrc, ne Icrrai ke ne vus dic: Si vus tus le volez, mun quer le disire, Que restes Dames returnent a France la garnie. Si menent avec clles lur nicces et lur filies, etc. (m). (1) V.'í*> l>j»gü Ba.?!!! sin ninguna tardanza, I ha pasado por Lúea, Lonibardia i Plasencia. Tanlp ha vagado el duque por medio de la tierra cstraña, ywe ha pasado por Tours, Orlcans i Estampes. A Taris na llegado el duque un dia domingo. Allí eTmiienlra a Garlo Magno el poderoso rei de Francia, í,[uc crin sus doce Pares hacia tan gran movimiento. Por su sobrino Roldan so tira la barba blanca, etc. Dude (It laspa’alras tumgei movance que no están escritas con bastante claridad en mis apuntes. [m] tina mañana se levantó Cirios de San Dionisio, K su presencia hizo llani.ir la rica baroni.”, 1 ellos vienen todos, que no le osan coiitradecir, I les ha razonado i les emnezó a decir: Señores, divo el Emperador, no di'iaré de deciros: Si vosotros todos lo queréis, mi corazón lo desea, yiie estas Damas se vuelvan a Francia, la gnarneelda, I lleven consigo su» sobrinas i sus hijas, ele. —499— ' El ilecasilnbo es otro verso de que los troveros liicieron grande uso. En decasílabos asonantes está escrito el romance de Guillermo de Orange, o Guillermo -el desnari- gado {Guillaume nu enurt nez)de quo babla largamente Calel en sus ¡Memorias de la liissoiia de Langucdoc (n). Dex! dit Guillaume, com císl Sarrazin plaide! Que quis — je ci quand je ne m’y essaie? Aler in’cn vueil, ains que le soleux raie, (iar ne vueil pas que Loois me sache. Se cisl iert morí, perdu erent li autre, Dist au paien, tu es moull deputaire:, Pelil me prises, el je ne te prist gaire. La hache tint, a ses deux mains la hrauce; Fierl en le comte, merveilleux cop le frappe, Amonl en 1’ heaume, si que tot li embarre. Jus en abal el berils el topases. Mes de la coiffe ne pol il Irancher niaille, etc. (o) Esta muestra es curiosa por la multitud de diptongos disuellos que forman la aso- nancia. Al romance de Guillermo de Orange no cede en antigüedad el de Ogicr le Danois, citado por los Benedictinos de San Mauro en la Historia Literaria de Francia (p). Este romance empieza así: Oicz, Signors; que Jesu ben vos face. Li Glorious, li Uois esperitable, Plaist — vos oir canchón de granl linage; C’est d’Ogier li Duc de Dancmarche (q). Ogier le Danois es el Urjel danés de los castellanos, por otro nombre el Marqués de Mantua, tio de Daldovinos, de cuya historia dice Cervantes, que era «subida de los niños, no ignorada de los mozos, celebrada i aun creida de los viejos, i con lodo eso no mas verdadera que los milagros de Mahoma.» Cuando escribía yo en el Repertorio no conocía del Romance de Guarin de Lorenj (escrito en versos decasílabos como los dos precedentes) mas que los brevísimos trozos que de él se copian en los Glosarios de Duonge i de Roquefort. Por ellos coleji que estaba compuesto en asonante; i veo confirmado mi juicio en la edición I (n] Libro III, paj. 567 i sig. . Pafsent les vaus et los mons, Et les viles et ¡es bors. A la mer vinrent au jor, Si descendent u sablón, Lés le rivage. (o) Sabemos que los antiguos franceses reconocían dos especies de rima, llamadas enn^ sonantie i leonime; como puede verse en Fauchet (vj i en el Glosario de Uoquefort, V. Léonime, Uonimer, Léonimilé; pero ni uno ni otro aciertan a decir en qué di- ferian la consonancia i la leonlmidad. Versos Icmnnos en la baja latinidad eran ver- sos rimados, con la rima en los finales de los versos o de los hemistiquios. Pero co- mo de esta segunda manera de colocarla no sé que haya ejemplo en el francés an- liguo, no me parece admisible que consista en ella la IconimUlad, como conjetura Roqiiefort. Im que juzgo mas probable es qwaconsonantic ’x léonimité significasen pri- mitivamente dos especies de rima, una de las cu.ales (aunque no pueda decirse (o’ Aucasin, el be'Io, el rubio. El jenlil, el amoroso, lia salido del bosque profundo, Entre sus brazos sus amores Delante dél sobre el arzón. Los ojos le. besa i la frente, I 'a boca i la barba. Ella le pregunta: Aucasin, mi bello i dulce amigo, qué tierra iremos? Dulce amiga, ¿qué sé yo? No me importa adonde vamos, A floresta o lugar apartado, Gon tal que eslé con vos. Pasan los valles i los montes, ! las ciudades i las aldeas. A la mar llegaron al dia. Descienden a un arenal, Cercano a la ribera. V o*' r origine fie la Isngne et poésio fraiivaicc, lib. I, rap. 8, i adición final. — ’Ó03— cuál) era lo que lioi llamamos asonancia, i que habiendo ccsadoel uso de esta, pasaron a designar rima rica i rima pobre; ambas rigorosamente consonantes, pues cuando la segunda parece reducida a las solas vocales, la ausencia de las consonantes es un ca- rácter negativo esencial. La etimolojia de léonime {versus íeo/unus) , si algo puede colejirse de ella, baria presumir que la mas llena de las dos rimas llevaba ese nom- bre, i que la antigua consonantie era nuestra asonancia. Volviendo al lai de Áucassm et Nicolclte, por él se vé que en francés no se usaba nunca la asonancia en versos alternados, i que, fuesen largos o cortos, todos los de una misma estrofa, por larga que fuese, se sujetaban a un solo asonante. Lo mis- mo fue en español; i la alternativa que hoi vemos en todas las poesias asonantadas provino de haberse escrito en dos líneas los antiguos alejandrinos, que constaban de catorce o mas silabas. Partiendo en dos los versos del Poema del Cid, los conrer- iiriamos a veces en pedazos de romance ectosílabo: Los guadamecis vermojos K los clavos bien dorados: V. 88 ¿O sodes Rachel e Vidas J,os mios amigos caros? 103 Por siempre vos faré ricos Qtie non seades menguados. 108: Afévoslos a la tienda Del C impeador contado. 152. Pensemos de ir nuestra via; listo sea de vagan Aun todos estos duelos Kn gozo se tornarán. 383, 33í. Firmes prende las posadas Las unas contra la sierra li las otras contra Pagua, 505, 530G. L.a cuestión puede parecer nominal. Los dos hemistiquios de! alejandrino, en los cantares de Gesta, son en realidad dos versos escritos en una misma linea. Pero aqui no tratamos de la unidad métrica, teóricamente considerada, sino de la intención de los versificadores; a la que probablemente se ajustaban las cláusulas musicales del canto. Que ellos miraban cada alejandrino como un solo verso, lo prueba la alineación del Poema del Cid, de las obras de Bcrcco, del Alejandro, de todos los antiguos canta- res de Gesta. Yo no veo que se haya citado hasta ahora ningún manuscrito anterior al siglo XV, de romances viejos en lineas oclosilabas, como aparecieron después en los Gancioncros- Esto esplica una particularidad que se nota en los romances Uricos del siglo XVII, i es que en los estribillos que muchos de ellos tienen, es siempre continua la asonan- cia. Mi Doris en su albergue Sin cuidado de nada se entretiene' ¡Qué ciertas son las trazas. Cuando ya no hai remedio en las desgracias! \ Sufre i calla. Pues que fuiste la causa. Mi quintado va a la guerra; Ruego a Dios que de ella vuelva. Todos estos pertenecen al Romancero Jcneral,ila misma práctica' se observa en los romances del drama. Tirso de ¡Molina nos ofrece muchos ejemplos. —504 — Pero tenemos, por decirlo asi, sorprendida inlVaganli la Iransl'ormacion de los cantares de Gesta en los llamados i'omances viejos, i manifestada palpablemente la separación lineal de los dos hemistiquios del verso largo. Entre los romances reco- pilados por el erudito don Agustín Duran en el tomo X de la Biblioteca Española, hallamos bajo el número 731 el que empieza, C d)alga Diego Lainez, conservado en varias de las mas antiguas eolecciones. «El tipo del Cid en este roman- ce» (según dice el señor Duran, cuyas palabras copio] «se encuentra en una antigua composición, parle en prosa, parte rimada, que se halla al fin de un códice de le- tra de principios del siglo XV. Este poema, o como quiera llamarse, debe presu- mirse obra de un juglar que con pretensiones de poeta artistico reduce a versos lar- gos de forma francesa las redondillas de la nuestra nacional.» Hasta aqui el señor Duran, a quien debemos también la noticia de pertenecer este códice a la líiblioteCH Real de París, núm. 9988, i de haber sido publicado recientemente por 1\1. Micbcl. El fragmento que sigue, copiado por Duran, es lodo lo que de esta obra conozco: Allegó don Diego Lainez al rei besarle la mano. Quando esto vió Rodrigo volvió los ojos, lodos iban derramando. Avien muí grant pavor dél, c mui grande espanto. Allegó don Diego Lainez al rei besarle la mano. Rodrigo fincó los ynojos por le besar la mano. El espada Iraya luenga; el rei fue mal espantado. A grandes vosos dixo: Tiralme allá esso peccado... Dixo estonce don Rodrigo: Querría mas un clavo, Que vos seades mi señor, nin yo vuestro vassallo. Porque vos la bessó mi padre, soi yo mal amancellado. Ahora bien, cotejado este fragmento con el romance, se echa de ver claramente quo uno de los dos fue sacado del otro: Uoinanco. Fragniciilo. Cabalga Diego Lainez ( . Al buen Rei besar la mano... j ' ' Ya se apeaba Rodrigo \ Para el Rei besar la mano; ] Al hincar de la rodilla / K1 estoque se ha arrancado, y Espantóse de esto el Rei, ( I dijo como turbado: 1 Quítale, Rodrigo, allá, | Quítateme alia, diablo, / Porque la besó mi padre ( 51e tengo por afrentado. ^ Aqui se descubre a las claras el proceder de los que dieron la última mano a los romances viejos recopilados en los Cancioneros: separación lineal de los hemistiquios, retoque del lenguaje, añadidura de circunstancias i pensamientos, no siempre feli- ces. El señor Duran cree percibir en el poema publicado por íliclicl pretensio- nes poéticas de algún juglar que quiso tratar el asunto arlislicamcnle i a la manera de los franceses. Yo no descubro en el fragmento que acabo de copiar esas aparien- cias de arte o de aspiraciones literarias. Está escrito como los peores pasajes de la Gesta de Mió Cid, a la que, sin embargo, se asemeja tanto, que es imposible no mi- rar las dos composiciones como de nna misma familia, sin que haya mas de france- sa en una que en otra. La influencia de la poesía de los troveres en los cantares de Gesta castellanos, • señaladamenle en el Poema del Cid, será talvez recibida con poco favor en España, como inconciliable con el tipo orijinal de nacionalidad que se admira con tanta ra- zón en esta anticua epopeya. Pero el que la Gesta castellana haya recibido dé los troveres ciertos accidentes do versificación, materia i lenguaje, no se opone a que longa, como tiene sin duda, mucho de orijinal i de nacional en los caracteres i sen- timientos de los personajes i en la pintura de las costumbres; puntos sustanciales en que no la igualan las mejores producciones de las troveres. Vo a lo menos en ningu- na de las que lie leído encuentro figuras bosquejadas con tanta individualidad, tan españolas, tan palpitantes, como las de IMio C'd i Pero Bermudez. Siempre he mi- rado con particular predilección esta antigua reliquia, de que hizo un estudio espe- cial en mi juventud, i de que aun no lie abandonado el pensamiento de dar a luz una edición mas completa i correcta que !a de Sánchez; pero no por eso he debido cerrar los ojos a los vcslijios de inspiración francesa que se encuentran en ella, como en la poesía contemporánea de otras naciones de Europa. TES ÍS cjne presenta a Ja VniversicJacJ de Chiles ron r.l. DOCTon DOiN ivicoLAS MALO, el dia''l de novienbre de 185?. Señores: Buscando en mi práctica un punto que sirva de objeto a la Tesis que de-' ho presentaros, me he fijado en una enfermedad observada en el norte del Perú, i padecida por mi mismo el período largo de nueve meses, llamada vulgarmente verrugas, i que la describiré bajo el mismo nombre. Para seguir un trabajo arre- glado i metódico, principiare dando 1.a definición que mas corresponde 3 la enfer- medad; su frecuencia i las causas que la producen. Enseguida describiré sus sin* lomas, marcha, duración, terminaciones i pronóstico: haré su diagnóstico diferen- cial; i concluiré con el tratamiento que he practicado, i del que he obtenido ma* ventajas. Para llegar con felicidad al fin que me propongo, confio mas en la pru' dencia i bondad que la ciencia os da, que en mis escasos i pequeños conocimientos. freeiBeeacóa i caiasas. Se da ordinariamente el nombre de verruga a una escrescncia epidérmica, que se presenta en particular en la piel de las manos i pies: no es de esta que me pro* pongo tratar, sino de una enfermedad especial, que consiste en el aparecimiento profundo o superficial del cuerpo, de tubérculos duros, que marchan a la piel, en la que se convierten por los progresos del mal, en pápulas o bolsas sanguíneas, lle- gan a su madurez, terminan por hemorrajias i están acompañadas de síntomas jc- neralcs, variados, alarmantes i de larga duración. Se padece con regularidad en el norte del Perú, en los lugares intermedios entre la cordillera i la costa, donde hai ciertos pueblos en los que se producen con tanta frecuencia, que es raui raro el in’ dividiio que por ellos poso, que no sea afectado de ellas, de un modo mas o menos fuerte. Se encuentran también en los caballos i ínulas, i esto lia dado lugar a la di- visión que se hace de ellas en verrugas de caballo i de nuda, i presentan entre sí alguna variación, que haré conocer mas adelante. .\o las he observado en los mis- mos lugares que la producen, sino en líuaraz, capital del departamento de Ancach i SU9 pueblos vecinos, cerro de Pasco capital de Junin, i .sus pueblas, i en Lima, lugares en que he permanecido algún tiempo, i en ios que ha aparecido dicha en- fermedad en las personas que viajan a la costa o sus ociniaciohes las llevan a la capital de la República. Las causas que las producen pueden dividirse en predisponentes i ocacionale.s. Apesar de la oscuridad que reina a este respecto procuraré manifestar las quepa- roscan mas apropiadas a la naturaleza de la enfermedad, narrando lo poco que la observación me haya dado. CatHSRS pB-e«!s»£9osiesi(es. Ataca a todas las edades de la vida, manifesUándose con mas joneralidad en la ju- rentiid i edad media: a los que tienen una organización robusta; a los hombres mas que a las mujeres; a los de temperamento sanguíneo mas que a los otros. Las es- taciones tienen poca influencia en su producción, pues se las vé en todas las épocas del año. Talvez pueden enumerarse entre sus causas predisponentes, las fatigas, la interperie i el agua de ciertos arroyos. Los vecinos de esos lugares las atribuyen regularmente a esta última causa, como también a la sombra de ciertos árboles, al aire i a un sinnúmeros de otras hipotéticas que no tienen dato ni probabilidad alguna. cs hace siempre acu- sara los enfermos un estado constante de embarazo gástrico i gastro intestinal; es sensible el estado anlcrior no solo por el enfermo sino también por el médico: la traspiración insensible jeneralmente disminuida, i mucha dificultad para desarrollar el sudor. La enfermedad en este estado de pródromos dura largo tiempo sin mani- festar otros síntomas que rebelen su existencia; se puede considerar lodo el apara- to anterior como sn primer periodo o de invasión. ' Un segundo orden da síntomas abre una nucvi escena mas mortificante que la anlcrior. Se notan dolores bagos a los miembros acompuñado de entorpecimiento- para ejecutar movimieulos volaiitarius: vagan por IüiIoj los miembros, fijándose dos o tres dias en cada lugar de elección: al principio son musculares simplernenle, i después se producen en los huesos i con especialidad en las superficies aiticulares; son couslantes de dia i de noche, auuicntan con el frió, i no producen ni hincha- zón ni reacción sanguínea: algunas veces se fijan con mayor fuerza en los múscu- los, i lalvez, sus apoucurosis i tendones, i causan contracciones dolorosos i perma- nentes; las que no desaparecen con los dolores, i por el contrario quedan mucho tiempo, arrojando al enfermo en la inmovilidad, i en el lecho del dolor. Cuando aparece este segundo orden de sinlomis i a mas alto grado de desarrollo llegan, se véjdisminuir los del período primero exceptuando los gástricos que constantemente quedan estacionarios. Todo este conjunto constituye el segundo periodo. 3. ''' periodo — En medio de los dolores mas atroces, se descubren unos pequeños tumores duros, resistentes i doloridos regularmente en los sitios que en la actuali- dad se han fijado los dolores: estos tumores oslan fijos en los liucsos i por su dure- za i unión, parecen nacer de su misma sustancia i tener su misma naturaleza: otras veces se les encuentra en el espesor de los músculos, i otras en el culis: en este úl- timo no son dolorosos i tienen un color rojo oscuro: los de los huesos i músrulot, no producen alteración sensible en el color de la'picl; pero si son dolorosos: siem- pre que aparece un tumor roba a la parte sus dolores i vá concentrándolos solo a él para vivir, si se puede decir asi, a sus espenzas, de modo que al fin solo el lu- morsito es doloroso, i esto mismo de tin modo lento i pasajero.- desaparecen las con- tracciones musculares, i vuelve el inovimienlo a los miembros; desaparecen también los sintoinis gástricos i el apetito so manifiista de un modo regular: todo va entran- do en un órJen fisiolójico eii razón directa del desarrollo de los tumores i de su número. Tanto los tumores observados eu los músculos, como los de los huesos o mejor de periostio, que estaban fuertemente adiieridos a estos órganos, se les nota desprenderse poco a j)OCO, i quedar lil)rcs i movibles en el tejido celular subcutáneo; de pequeños que eran, pues su lamoño es como la cabeza de un alfiler o cuando mas de una munición en su principio, pasan a ser del tamaño de nna alherja, o de tin garbanzo en este sitio. Contraen luego adherencias con la pie!, la destiendeu lentamente i vienen al es- terior: en este sitio ya no hai dolores de ninguna clase, i toman un color rosado» el que aumenta hasta el rojo subido en los dias siguientes. 4. ” periodo — En la piel todavía son duros i ablandan con ios progresos de su de- sarrollo: crecen fuera, se hacen pedicúlidos, i llegan muchos hasta el tamaño de un huevo de paloma; su tamaño ordinario i aun su figura es el de una uva de italia, los hai también mas pequeñosi un sinnúmero do intermediarios.' .\hlandan tanto que parece nn liquido suave contenido cu una bolsa fina, es una verdadera bolsa de sangre. Los que aparecen en cl cutis, desde su principio son como he dicho sin dolor, de color rojo, duros, i mui pequeños aunque en número mayor, se desarrollan poco a poco, no son pediculados, i apenas llegin del tamaño de la cabeza de un alfiler en que aparecieron, al de una alherja pequeña: estos tienen comezón alguna vez. Se ablandan como los otros i llegan al estado do madurez. Este puede considerarse como cl tercer periodo, i como cl estado palognomúnico i caracleristico de las verrugas. Llegando las verrugas al estado de madurez anterior dan lugar a la rotura de la bolsa i a las hemorrajias consenitivas. El tumor se pone sumamente blando, bas- tante trasparente, no tiene dolor alguno, i regularmente es pediculado, particular- mente los grandes: su superficie es lisa i hrüijutc i iio tiene jiulsacion alguna, ni otros sintomas de incomodidad: la cul.cuh que les cabic es delgada i suave al tac- — 503— to: c1 calor es mfural. F.n este oslado ya sea i'.aluralracnte, o ya por los vestidos o niovimienlos del enfermo i regulannonlc por la noche i diiranle el sueño se lompe la bolsa, i da lii;;ar a lina licinorrajia abundante, de sangre roja i coagulalilc: es- ta hemorrajia dura naturalmente de un cuarto a media hora: el tumor queda vacio i en su fondo se encuentra una sustancia blanda como papilla, es roja, i no tiene sensibilidad: la sangre coagubida en el sitio de la hemorrajia, forma una costra adbcronlc, que se desprende después de algunos días para dar lugar a una nueva hemorrajia: i esto tiene lugar dos o tres veces. Oirás no bai formación de la costra sanguínea, sino solamente aplastamiento do la bolsa, pues se pone rugosa, mas o ménos escamosa, i da lugar también a dos o tres bemorrajias. Estas tienen lugar hasta que desaparece totalmente la verruga sin supuración ni cicatriz . La bemorra- jia no tiene lugar en todas las verrugas: basta que una o mui pocas se abran, h.a- ya abundantes bemorrajias para que las otras que no Imi llegado a su madurez, so resuelvan i desaparezcan. El orden en que se abren i desaparecen no es conformo a! do su manifestación i producción: los sitios del cuerjio parecen influir en esl-i terminación mas que su antigüedad: asi es que las que están situadas en lugares siempre cubiertos, que conservan calor, son los que primero dan lugar a la maturi- cion i terminación, (a) La marcha de la enfermedad es ordinariamente continua desde su principio bas- ta la terminación. Se observa mui raras veces remisión en los sinlomas; i cuando esto tiene lugar, quedan con mas o ménos fuerza los del periodo en que ba remi- tido, para volver a aparecer después de un tiempo, con mas fuerza do la que tu- vieron en la calmi; recorre lodos sus periodos i termina como si hubiera sido con- tinua. La duración es siempre larga: se observa que el primer periodo constantemente se alianza basta el tercero o cuarto mes contando desde la aparición de los primeros sintonías: i»tras veces tiene solo un mes’, de modo que el término medio del primer periodo puede ser de dos meses. El segundo es mas variable i casi no puede asig- nársele un término fijo; unas veces es de uno o dos meses i otras de un año a diez i seis meses. He obicrvado un c aso en lluaniico que tuvo lugar en un francés de bue- na organización, robusto i que tenia una vid activa i laboriosa, en quien hubo una mezcla constante de los dos primeros periodos i no se si esta irregularidad, o el tra- tamiento que filé puesto en planta, alargaron la enfermedad h; desan ulUn mucho, i soii pcdiciUados; i de caballo a las superlk ialc-s. 05 lugiron las verrugas, en que su m ircln ha ido Insta ablandarlas murlu), i la reso- lución tiene lugar en las que no han llegado a su úllini' grado de reblandcciniien- lo, que siempre tiene lugar después de grandes honiorrajias, o después que muchas verrugas se han abierto. Ija relropulsion causa la muerte ordinariamente, con todos los síntomas propios de este easo. líl pronóstieo, es relativo: es leve cuando tienen lugar las dos primeras termina- ciones; i grave cuando bai temor de retropulsion. Se ha observado jcncralmenle que la salud vuelve con velocidad después de las hemurrajias, i que el cuerjio que- ría por este medio en un estado mueho mejor que el que tenia áiites de la enferme- dad. individuos llacos i eufermisos antes de las verrugas, se han visto después go- rar de una robustez, desconocida antes, engordar regularmente mas, i encontrarse en un estado de ventaja comparado con el anterior. La anatomia patoiójica de esta enfermedad está por hacerse; i solo podré decir lo siguiente observado en una que estirpe, la primera vez que se presentó a mi obser- vación, i cuando no tenia idea de esta enfermedad. Un joven de diez i ocho a veinte años, robusto, de temperamento sanguíneo, bien constituido, trabaj;idor al campo i sin causa conocida se vio atacado de un tuinorsilo pequeño en la parle media de la ceja: en pocos dias creció hasta el tamaño de una uva, i entonces se me presentó; lo clasiíiqué de tumor eréctil i propuse la estirpacion; al dia siguiente la practiqué; hubo hemorrajia considerable, que no pudo ser contenida ni por los aslrinjentes, ni por la torcion de las pequeñas arterias, ni por la compresión, sino solo con la aplicación del fuego: al tercero dia cayó la costra i apareció de nuevo la hemorra- jia, no filé tan larga como la primera i terminó por sí sola; después de dos dias se repitió i (lió entónccs lugar al desarrollo de otras varias en la cara i en todo el cuerpo. L1 jóven desapareció del lugar, i solo supe después, que habiéndole inun- dado el cuerpo se fue a baños termiles, i después de algún tiempo había sanado. ICxaminado el tumor estirpado, encontré un tejido eréctil, verdadero, comimeslo de varias celdillas i muchos vasos delgados sumamente enlrelasados: las celdillas conlenian sangre pura i de carácter arterial; el cutis adelgasadu i sumamente ad- herido que no podía separarse del tumor. Desp íes Im observado los que se abren i no he encontrado organización alguna.- la bomba sangiiinea contiene en su estado de madurez sangre pura, i en la parle que está adlierido a la piel, presenta una masa blanda, negrusca adherida, i rugosa, después de la hemorrajia; tiene el aspecto de un tejido furgoso rcsblandecido: miénlras existe esta, se repiten las hemorrajias; las que desaparecen en totalidad con ella. La sangre de las licmorrajias tiene el carácter arterial: se coagula lo mis- mo que la smgre de una sangría, presentando coagulo i suero. F.l diagnóstico de las verrugas presenta alguna dillcultad, como se ha visto por ía descripción que acabo de h iccr. 1£1 oriincr período [ircsenta tantos síntomas vago que no pueden hacer sospecha su existencia: el scgumlo revela un tanto la enfer- medad, i el tercero i cuarto dan una idea exacta de ella; i como puede confundirse con varias cnforinedadcs según sus periodos. Ensayaré hacer un diagnóstico diferen- cial por periodos para evitar en lo posible una equivocación que inlluya en el trata- miento i por con.dguicnte en la enfermedad. En el primer periodo puede confundirse con la fiebre biliosa lenta, con el emba- rizo g istro-intestinal i con las afecciones cnlcro-gastro-epáticas. Se distinguirá de la fiebre biliosa en que no bai escalofríos, i si los bai, son mui lentos, en que no hai — M 1— ficbri', ni vómitos ni diarrea biliosos, no liai dolor de cabeza, i en lin, en la b nlituil de la inarcln, i la sospeehi de Inber pisulo ¡)or los lu"ires que la pr.idiiccn. Se (Urerencia did einltaraz) g aslro-inlcslinal ordinario, en que los sínloinas jene- ralcs son mis graves, duran mas tiein])o i aparecen muchos dias antes de los gasiro- inlcslin des, en que estos últimos no vienen precisamimle después de desarreglos en la calidad i cantidad de los alimentos- i en lin en la imposibilidad de domarlos por el método evacuante mas bien dirijido. So notará la dd'erencia de las afecciones gastro-cpátic,is, en la falta de los síntomas loe des de afección al hígado, pues si se exceptúa el color amarillento de las orinas i algunas veces de la piel, faltan: el peso, dolor i calor de la rejion epálica; falla la variación en ti volúmen, falta la liebre, i en lin, lodo el aparato jeneral de dicha enfermedad. IN'o siendo, pues, ninguna de las enfermedades anteriores, se deduce naturalmente que hai una causa especial, que desarrollando su inüuencia malechora en el aparato gastro-intestinal, le hace sufrir también de un modo especial i por consiguiente ne- cesita nn Iratamienlo acomodado a su ualuraleza. Que sus síntomas sean los de los órganos o aparatos que sulrcn: claro está, este es su lenguaje para revelar sus pade- cimientos: la alteración de la función propia de un órgano o aparato, es su con- íesion de enfermedad. Conocida ésta i manifestada la diferencia que tiene con las anteriores; en p arliccular si el que la padece ha estado, aun(}ue sea de paso, por los lugares que la p;oducen se puede sospechar la existencia del primer período de las verrugas. En su segundo periodo se puede lomarla por sifilítica, reumática o golosa, veamos sus diferencias: Los dolores sifilíticos atacan de preferencia a los huesos, aparecen regularmente por la noche, se alivian por la presión i las fricciones, son consecuen- cias de síntomas sifilíticos anteriores, coexisten constantemente con úlceras, bubo- nes o urelritris, con las manchas cobrisas, etc., ceden al uso del mercurio, yodo i leños antisiíililicos. Al paso que todo lo contrario se observa en los dolores de las verrugas existen de predilección en las articulaciones, varían mucho, son continuos de dia i de noche, no se mejoran con el calor, ni presión, ni dotación: no hd necesidad de existencia pasada de sintonías venéreos: ni de las manchas cobrizas, i no ceden al mercurio ni yodo ni leños antisifili icos. Se diferencian de los reumáticos i gotosos; en que en estos, las causas de ordina- rio son manifiestas, los pródromos son de diversa naturaleza, la marcha ordinaria- mente aguda i pirética, la fijesa mas prolongada en un lugar i la formación de to- fos en los segundos hacen distinguir. os con mas facilidad. Como prueba de lo dicho, citaré un caso de observación en Iluanuco: Un francos comerciante da buena contestura, robusto, de temperamento bilioso, de vida acti- va i esmerado en su alimento, fué atacado de los sintomas del primer periodo: fue- ron combatidos por el método purgante, baños, dieta i bebidas dulcificantes: nin- guna mejoría en mucho tiempo, bastante consunción. Aparecen los del segundo pe- ríodo i se combate primero con las sangrías creyéndolos artáiticos, la peoría fué su consecuencia, con edema casi jeneral, al cslreino de necesitar escarificaciones en los miembros inferiores, se usaron entonces unciones mercuriales i leños anlisifirilicos, consiguiendo disminuir el edema i ios dolores; mas aparecen de nuevo en oirás par- tes. Había en este enfermo nn poco de fiebre i mezcla total de todos ios sinlomas do los dos periodos. Se usaron mil otras preparaciones sin ventaja ninguna. A los lí meses aparecieron las verrugas en el dorso de la mano, i jicndo reconocidas se i;,só la cerveza, vino i oíros tónicos i exilanlcs, volvió el apetito, hubo desarrollo de la enfermedad i terminación ordin iri i provocada por el agua de i,’tce i cspiriUi de min- (l-Ti'iii. Su con vaU'Aconcia l'uó largi, Todo lo didio pruclia mi c< posición anlcrior; es decir, que la inluralcz i del mal es especial i (|ue liai direreiicia de las enreniic- d.ules adlei'iores, como lo pruein el resultado del IralamioiUo. Ksle caso es observa- do por mí a! lin i asistido por el ductor Hall en su principio. lili el tercer periodo i en el cuarto casi no liai afección con que pueda confun- dirse, porqac ya loma su carácter especial. .\o es una oslcilis simple, ni una pro- ducción simplemente ososa, porque los dolores . son diversos, los tumores liucsosos salen solo en ellos i no en los mú . culos i la piel, iio se desprenden de ellos como en tsla afección ni tienen los sinlouias anteriores. Tampoco puede creerse sean tumo- res erocliles o iperlroücos por los siriLomas anteriores, i porque estando situa- dos en el interior, nada puede asegurarse do su naturaleza; al colocarse fut ra do la piel, los sitios cu que aparecen, el modo como crecen, la fusión incesante tpie van sufriendo oi estado en que quedan después do abiertos, lodo lua ni tiesta que no son de este carácter siinpleinenle; parque si al principio lo tuvieron llegan a perdorlt; enteramente para lomar o loman otro nuevo-, ademas, los tumores erep liles c liiper- tróiieos na ceden como estos por hemorrajias, ni se ven en lanío número como los últimos. Podría creerse en la existencia de la púrpura simple o hcmorrájica. mas dcsapa. rece esta idea al recordar que la primera consiste solo en mancins apenas elevada sobre el calis; no ¡aroducen liemorrajias ni están precedidas de los sinlomas jcnerales aulerionnenle descritos. Uespeclode la segunda, desapirecc toda duda en el momen- to que se recuerda que las hemorrajias de esta se liacen por las membranas mucosa.s, i no por las mancbas purpurinas como en la verruga; (¡ue ademas la púrpura iiemorrájica consiste en manchas i no en pápulas como la última enfermedad: i tam- bién fdtan los sinlouns jenerales de la verruga en la púrpura. Confundirla con otra enfermedad de la piel es ya difícil, porque no hai una que tenga los síntomas jenerales tan variados de los lu imeros })eriodos, ni su m irchi tú desarrollo, aparición .al esterior ni modo de terminar. Por consigiiionte. la verruga es una enfermedad única i desconocida en sn esencia de nnrclia regular i casi siempre lija i que termina de un mismo modo. \j se ha observado nunca un caso de con- tajio, bil tratamiento de e.-.la enfermedad, nueva para mí, fue en su principio entera- ir.erite sinlomálica i lo mas adaptado posible al estado de la enfermedad. Lleno de desaliento jior la falla de sucesos ventajosos, busqué en las práclieas vulgares alguna losá que pudiera guiar mi práctica; i encontré en todas ellas una variación inmensa i llena de coiilradicciones: con lodo, pude observar dos puntos culminantes, i que me- todisados pudieran llegar a servir para e! tratamiento. El 1.“ fue la administración de tónicos de la clase de los exitantes; i el ^2." los duerélicos i diaforéticos. En efec- to, un método que sosteniendo las fuerzas vitales, pudie.se hacer la lijacion, elabora- ción i espulsion de la caus.a dcl mal era mas conveniente, .\dinilid i [tucs la exislm- cia de una causa que obra cu lodo el organismo produciendo debilidad — o iposteni- S'tPion jenera!, necesita organización para obrar fuerzas vitales ¡lara resistir su influencia, i mas aun para desembarazarse de ellas. Por consiguiente, !os Iónicos tanto analépticos como nciiroslénicos i cxitaiilos llenan bien esta doble necesidad, del mis- mo modo que los duerélicos i diaforéticos, iio solo para liaeer la traslación de la causa a la piel i órganos urinarios, sino para favorecer sus respectivas fuiiciones, i echar de este modo el mil fuera dcl cuerp:). V’umlailo en estos raeioeinios i en la ub- sorv'U'iun do los rosiiiindos do Ins prálicas vul^ruTS, rosolvi adm'mistrr.r las dos mo- difacioiu'S anteriores. Como el primor periodo os enraelerizido por el abatimiento de las fuerz-s, es justo administrar los tónicos. Se dan, en creció dichos medanicntos. i los rjuc he osado con mejor éxito son los vinos secos, tales como Jerez, Madera i Oporlo, he. creido tener ventajas mas mas marcadas dcl riso do la cerveza estranjera. Se usan regular* mente inezchados con agua pura o azucarados! la cerveza, ademas de sus propiedades tónicas i exilantes, cuando está mezclada con agua produce relajación de vientre i favorece las deposiciones; he notado que es ia bebid\ (¡ue conserva mas el apetito, o siquiera no dcj i llegar al eslrcmo de inapetencia i disgusto que lauto molesta, ani- quila i debilita los enfermos, Algun.is veces cuando c! estreñimiento es porííado, conviene usar lijeros laxantes — como el sulfato denaagnecia ososa, ya sea en los alimentos o en pequeñas dosis en una infusión cualquiera. Gamo paliativos so pi/cdou usar las fricciones anodinas. Tan luc«o como aparesen los dolores es preciso liacer uso de los diaforéticos: los mejores son las mismas bebidas espirituosas, lomadas ya sea en infusiones calientes o simplemente en agua caliente, a la que se egrega de ordinario algnn aromático, tales como la canela, nuez moscada, etc. En este tiempo se usan también los l)años termales, sulfurosos, ferraj inosos, o sulfuro forrujinosos. E! uso del azufre al interior me ha parecido nandificir con ventaja lodo el organismo. — Del alcanfor, almizcle, castóreo, ele., i otros anti-cspasmódicos iiinguiM modifiencion ventajos.a haconse- guido. En los dos últimos periodos se deben suspender los baños i losexit uiles anteriores tomados en la cantidad i frecuencia (jiic hemos aconsejado. El enfermo se encuentra convalecido, un tanto repuesto, su organización con mas fuerza, i todo marcha a la curación. Mas como lie visto prolongarse mucho el nuevo aparecimiento sucesivo de otras verrugas, lie notado que e! uso di'l agua do Luce i e! espíritu de minderero, (acetato de amoniaco liquido) i el mismo amoniaco, compendiaban su duración, há- cian las hcmorrnjias mas copiosas i por consiguiente Icniiinaba mas pronto la enfer- medad. Los tumores que algunas veces quedan en un estado estacionario se desarro'- lian con facilidad con el iis.i de los prcp.arados de amoniaco. La traspiración que está casi agotada aparece bajo su influjo, i en fin, habiéndolo usado en mi mismo i después en tres casos mas con un éxito veni.ajoso, no vacilaré en recomendar dicho medicamento i sus preparados como mui ventajosos en la enfermedad que nos ocupa; al menos insta que nuevas observaciones hechas con mas esmero i en mas numerosos actos no presentan otros métodos compuestos de medicamentos activos i mejor arre- glados. Sucede algunas veces que se producen inflamaciones al parecer violentas en algu- nos órganoc o apiratos: es preciso no alarmarse, ni cnmb.i lirias con violencia, por- que sobreviene pronto el abatimiento porque imposibilita la marcha de la enferme- dad, la hace por consiguiente relirdirsc. Es nuielto mejor sostener un grado de exi lacion mayor que el natural para conseguir una pronta curación. La dieta será nutritiva i en su mayor parte animal- ésta, sosteniendo las fuerzas abatidas, impide el disgusto que causan los ali méritos. Los jclatinosos al principio, i después los jibrinosns so soportan Iiien i llenan el objeto propuesto. La dieta vejeta! causi mucha repugnancia despucs de algunos dias, aumenta la difi ’ultad do las dijcsliones i no impide el cnnaqueciinieiilo i la debilita- ción en que cíe precisamente el enfermo. En los dos últimos [icríodos la alimenta- ción es mas variada, i so soportan mejor todas las sustancias nulriíivas que se usen. Nada pued.) hablar sobre los rasos de rrlropulsinn porque no he observ.ado nin- guno. C >ncluir(-, pues, señores, suplicándoos, ;icep!eis esle pequeño Irab.ijo que lleva .a su favor solo el ser la narración exacta de un largo padcciinicnlo, i la enumeración de 1 is sustancias inedicainenlosas puestas en uso hasta su curación: el!a llenará su objeto, si la acojeis con bondad, mas bien que por la naturaleza del trabajo. SESIOX CEL C DE MlEllBItE DE mt Presidida por el señor Rector, presentes los señores iMcneses, Tocornal, Salas, So- lar, Blanco, Donicyko, Orrego i el Secretario. Aprobada el acia de la sesión del 30 de Octubre, el señor Rector conririó el gra- do de Licenciado en Leyes a don Raimundo Silva i el mismo grado en iUedicina a don Nicolás .líalo, quienes recibieron sus títulos. A continuación so dio cuenta de dos oficios del Rlinisíerio de Instrucción pública, trascribiendo otros tantos supiymos decretos; por el 1 ." de los cuales se nombra miem- bro corresponsal de esta Universidad al Doctor don Raimundo Pliilippi, en testimo- nio del aprecio que hace el (lobierno do su? li.ces i decidido anhelo por el progreso i difusión de las ciencias naturales; i por el 2." se determinan , en conformidad al diclámen emitido por la Facultad de Ciencias Físicas i .llatcmáticas sobre la solicitud de don Félix Engelhard, las pruebas a que deberán someterse los injenieros de mi- nas que, estando en posesión de certificados o diplomas estranjeros, deseen ser ad- mitidos al ejercicio de su profesión en Cliile, Ínterin se dicta sobre este particular una resolución definitiva — Uno i otro decreto se mandaron comunicar al señor Decano respectivo. En 3.er lugar sc dic) cuenta de un Supremo Decreto espedido por el mismo llinis- terio do Instrucción pública, negando lugar a la solicitud de los alumnos de las cla- ses de Derecho español i canónico para que sc les permita graduarse desde luego de Bachilleres en Leyes, quedando obligados a hacerlo en Humanidades durante los dos años de práctica. — Se mandó devolver a los solicitantes. ■i.'* De un informe del señor Decano de Matemáticas sobre la solicitud de los inje- Tiieros Donoso i Walion, de que sc dió cuenta en la sesión precedente. El señor De- cano opina que, no habiendo recibido los solicitantes el grado de Raehiller en Cien- cias Físicas i Matemáticas, i [irevinicndo el Reglamento de grados i la misma lei or- — o! O — gáiiicn que ningún candiihito oblonga ol de Idconoiado sin un inlernicdio de dos años desde la eolacion de aquel, es csciisado enlrar por ahora a discutir esa prelension, pues ni el Consejo ni el Gobierno pueden dispensar la falla de ese requisito. — El Consejo fue de osle mismo dictárncn i así dispuso se espresase al Supremo Go- bierno. r>.“ De un oficio del señor Decano de Humanidades haciendo presente que, a vir- tud de no haber tenido lugar el año próximo anterior la reunión solemne de la Uni- versidad, ni haberse por lonsiguienle proclamado los temas para las memorias que aspirisen al premio del año actual, su Facultad ha acordado el mismo que formuló el 1-í de Setiembre de 1851, para que tenga lugar en 1853. G.'’ De varios informes de la Comisión de cuentas del Consejo sobre las presen la- das por los Secretarios de Medicina i de Humanidades, de los fondos que han entra- do en su poder para gastos de Secretaría i por derechos de exámenes de Baclñlleres i Licenciados durante el segundo cuatrimestre del presente año. — El Consejo, en virtud do esos informes, aprobó dichas cuentas, mandando pasar a la Caja Universi- taria los sobrantes respectivos. — ■ 7. ° De una solicilud de don José María INuñez, relativa a que se le permita hacer en Valparaíso su estudio de práctica forense, en atención a ser forzosa su residencia en CSC punto para atender al Liceo que allí dirijo.— Se accedió a esta solicitud, quedan- do obligado el solicitante a rendir a su tiempo los exámenes de Códigos especiales i demas noces irios para el grado de Licenciado en Leyes. 8. ° Do una petición de don Emilio Champen, sobre que se declaren suficientes ciertos certificados que presenta, para que el Prolomedicalo proceda a recibirle las pruebas necesarias para su recepción de Farmacéutico. — Se decretó que, siendo de la inctíin- bencia del Prolomedicalo lodo lo relativo al ejercicio i recepción de los Farmacéuti- cos, se devolviese la petición al interesado para que ocurra con ella a donde coi res- ponde. El Consejo procedió en seguida a tomar conocimiento del proyecto de arreglo pa- ra los estudios profesionales de la Facultad de Ciencias Físicas i .Halcmálicas, discu- tido i acordado en las sesiones que ha celebrado la comisión nombrada en virtud del art.” 5.° del Reglamento para la instrucción universitaria. — Fué aprobado dicho pro- yecto sin otra alteración, que la de haberse dispuesto que las comisiones examinado- ras que él organiza pira las varias carreras profesionales que establece, se compusie- sen siempre de cinco exuninadores por lo menos, debiendo ser de su número el De- cano i Secretario de la Facultad, i dos profesores de los ramos de ciencias corres- pondientes, según sea el titulo o diploma que el examin.indo solicite.— Esta modifi- cación fué resuelta a virtud de haberse reparado que a menudo no seria posible lle- nar estrictamente el requisito de que concurran lodos los profesores correspondien- tes de la Facultad, establecido por el proyee o; resultando de aquí o la postergación frecuente de exámenes, o la nulidad del acto, si se celebrase en ausencia de un solo profesor; inconvenientes que remedia el acuerdo del Consejo, sin dejar por eso de ofrecer todas las garantías convenientes. Con motivo también de exijir terminantemente la lei orgánica el titulo de Licíu- ciado en la Facultad respectiva para poder ser recibido al ejercicio de cualquiera ca- rrera profesional cienlifica, el Con'ejo acordó que, al mismo tiempo que se pase al Supremo Gobierno el proyecto de arreglo de que se trata, se le proponga recabar dcl Congreso una declaración, por la que se considere como equivalente del grado de Licenciado para el efe(.:ío que se ha dicho, el diploma de injenicro Jcógrafo, In- jeniero civil, Injenicro de minas, Ensayador jeneral o Arquitecto, conferido por el Consejo Universitario a sirlud de haberse cumplido con los requisitos que se propo- nen para oblcucrio. Por último, a propucsl-i del .sefior Rector, se convino iguíilnienle rn que con este ijiolivo se recordase al señor Ministro de Instrucción pública la necesidad de que el Supremo r.obierno se sirva iníluir jcira el -pronto despacho de las modificaciones a la lei Orgánica rnivcrsilaria, propuestas hace ya tiempo a las Cámaras lejislalivas. Con lo que fué levantada la sesión. La presidió el señor Rector, presentes los señores Tocornal, Salas, Solar, Blanco, Donuyko, Orrego i el Secretario. — .Aprobada el acta de la sesión del 6 del corriente, se leyó una solicitud de don Gabriel izquierdo, en que hace presente hallar.se y i dispuesto a rendir las pruebas necesarias para el grado de Licenciado en Cien- cias Físicas i -Matemáticas, en cuya virtud desea obtener dcl Con.sejo una declara- ción sobre si bastará un solo exámen para conseguir su titulo en esa Corma, recayen- do dicho examen sol)re ranaos de unas i otras Ciencias de la Faeidtad o si serán necesarias dos pruebas distintas, una para graduarse en Ciencias Físicas i otra para el mismo efecto en .Matemáticas. — Al propio tiempo pide (¡ue so dicten las medidas conducenles a la formación de las cédulas necesarias para el examen de Licenciado en Ciencias Físicas, en caso que aun no lo estén; i por último, recordando que el 20 de julio de 18.)0 le eximió el Consejo del exámon de Zoolojía a condición de ron* dirlo tan luego coin > se abriese clase del ramo cu el Instituto Nacion.d, pide que ahora se le conceda igual exención por no lnber.se aun abierto dicha clase. Sobre la 1." parle de esta representación, el Consejo resolvió que en un stt — Silvestre Ochagavía LJ RECONQUISTA ESP AÑOLA.^Apunlcs parala Histo- ria de Chile, 1814 — 1817^ por miglel luis i Gregorio Víctor AMUJiÁTEGUI. GOBIERNO DE OSSORIO. El 5 de Octubre, las primeras partidas del ejército real tomaron posesión de San- tiago, que se bailaba en la mayor consternación, habiendo sido saqueado por los ven- cidos e ignorando qué suerte le deparaba el vencedor. Las demas tropas fueron lle- gando sucesivamente hasta el 9, dia en que Ossorio hizo su entrada solemne en lu capital. Espléndido fue el recibimiento con que los habitantes acojieron al jeneral, i a ca- da una de sus divisiones. Mas de seis mil banderas españolas flameaban en las puer- tas de las casas; i los que, por la premura del tiempo o por pobreza, no habian po- dido proporcionárselas, enarbolaban jirones de tela roja i encarnada, a guisa de es- tandarte; los que se veian aun en los ranchos mas miserables de los arrabales, como si todos, por un común instinto, hubiesen querido ampararse a la sombra del pendón de Castilla. Al pasaje de cada batallón, desparramaban de los balcon'es i ventanas grandes azafates de flores, i algunos altos personajes, arrastrados por su entusiasmo arrojaban puñados de dinero, que los soldados en su marcha no se detenían a teco, jer. Las campanas de todas las iglesias, sin que hubiese precedido ninguna orden, a- tronaban los aires con sus' repiques; mientras el populacho ensordecía a los concu- rrentes con sus vivas a Fernaiulo i al jefe victorioso. Estas demostraciones do júbilo no eran en todos sinceras; muchos recordaban con 5b — i32 - zozobrn quo Inhian lomado una parlo mas o menos artiva en los aeonleeímícnlos p,i- sidos; (|ue hablan venido opiniones que ignoraban eómo calilicaria el nuevo gidaier- no. Los mas leales tenian en la roneicncia algún pecado de iníideiicia que reprochar- se. El gobierno revolucionario li ibia durado ciialro años diez i siete dia.s, tiempo mas (pie sulicienlc para (|ue durante ese periodo le hubieran tributado de grado o por f lerza señales esleriores de obediencia, que podían inlcrpretarsc mal. Si los realistas abrigaban prevenciones hostiles contra sus personas, podian encontrar en esas mani- festaciones prcleslos para satisfacer su saña. Los mismos que hablan conservado su fidelidad [)ura en todos sus quilates, tenian parienle,s o amigos abanderizados en el partido contrario, cuya suerte les allijia. Puede asegurarse que pocos er.an los que se estimaban enteramente seguros; porque era n iliirai inferir que los vencedores vi- nieran irritados por la heroica resisleneia de Uancagua. Solo hablan podido }>ene- trar en la plazi a la luz rojiza do im incendio, sufriendo pérdidas ronsiderahies i pisando sobre escombros i cadáveres. Su costosa victoria debía haber inllamado su odio contra los insurjentes, inspirándoles el deseo de vengar la sangre de sus com- pañeros muertos en la acción; i atendiendo a los horrores que liabian comelido en aqiid'a desgraciada villa, era licito pensar que se repilirian las mismas escenas en Santiago, que liabia sido el foco de la revoliieioii. L'iia nulae de tristeza oscurceia, pues, la ovaeion que se tributaba en su entrada al ejército real. Los ciud idanos lemian por una corazonada, que el porvenir jiislilicó, los destierros, prisiones, secuestros i persecuciones qiio se les impondrian en castigo de su rebeldía. Una gran p irle aun, temiendo el pillaje, insultos i demas vejámenes a que se abandona la soldadesca en una ciudad que se entrega a discreción, se babia fiigid) a los campos circunvecinos, i aguardaba allí escondida el rumbo quo segui- rian los aconleeiinieiilos para lomar una resolución. Por estos signos se conoeia (pie .Sanli igo mostraba algo de lieiicio en su alegría; se esforzaba en adular a un ejército que nosdiia si lo Iralaria como a enemigo, i procuraba comprar el perdón a fuerza de liumill iciüues, abog.ando su sobresalto en el bullicio. Sus temores no eran del lodo infiindaiJos; pn’es erectivamcnle, nniclios de los ven- ('{'dores prelendi in que se entrara en .Santiago como cu pais sublevado, para que los males (|iie sufriera, sirvie.sen de castigo a sus deIil(3S i de escarmiento a los traidores. IVro luego que estas voces llegaron a los oidos de Ossorio, se o[ujso abiertamente a tan crucb'S designios, i dirijió a sus tropas la siguiente [iroclama en la hacienda del Hospital, ¡loco átales do su llegid.a. — «Soldados: vamos a entrar en Santiago, capital de este desgraciado reino: es preciso os manilésteis en ella no con aquella severidad ipie en la infeliz Itancagua: los Santiagninos son nuestros lierm.anos , i no nuestros enemigos, (pie ya han fugado: osemos eoia ellos de toda nuestra ternura i compasión: iináiiumos a ellos con ñin amisLad verdaderamente fraternal: consolémosles en su desgracia, pues se bill in enler iiiieiUe desengañados: hagámosles ver la gran diferen- cia que li li entre los siddados del Uei i los li uñados de la Patria; para (pie así suceda, es preciso oliedecer a vuestros jeñ's con la misma proiUitiid i gusto (pie lo verilicasteis los dias I." i 3. Esto os encargo en la firme iiilelijeneia de (pie el que faltare en lo mas minimo, será ii remisiblrmeiile castigado; [lero no espera de vuestro noble carác- l ‘r. diréis liigir a que use del castigo, vuesiro jeneral. Oeliilire dií 18l'i.» La inquie- tud iiúidiei se Iritupiilizó algún taiilo con el conoeimienlo de esta pieza, (pie O.sso- rio para ealuiar las zozobras hizo im|)riinir con otras i repirlir con abiindaneia en nn manifiesto en que ponderaba la liiiiu inid ul de su conducta «.m la présenle campa- na i la-; mildades de sus adversarios. La periiiaiieneia del jefe eii la ea[Hlal no fué sino de mui corla duración; iiiics sa- lió iiimediatameiile para Aconcagua en pi'rseciicion de las reliquias del ('jéreito pa- triota, liibieiido nominado de gobernador iiolilico duruiUe su ausencia a don Jeróni- mo Pisinri. En ose h-evo espurio Iiahrii podido ron lodo convonoTSo d- qtio 'onNi ímiclio de aiiarciilo el all)oro/.o con que se ie liahia rorilndo. líl scorolo que osla o.n- 14* ■ muclias personas, no se guarda I.n-go Uompo; el júliUo (injido por una pol)la- cion eiilera, no so iirolonga mas de un di i. Al sigiiienle do su entrada, ])asailo el es. In'pilo do i:i liosla^ Cutno el entusiasmo que se haPia desitlegado en olla era simulado, so disipó pronto. La ciudad volvió entonces a aparecer de nuevo sumida en la consternación; i el temor de los hahitantos se palcnlizó por su silencio, suahandono. T/is calles estaban tristes, solitarias. La mayoría do los’ insurjenles había fugado del país. í alravesulo los Andtís para interponer esa muralla do piedra i de nieve entro idlos i sus pers 'guidores. fiOS patriotas que podríamos llamar moderados, se mantc- nian ocultos (m los alrededores a l.i -eSpectativa de los sucesos, i estaban determina- dos a no abandonar su (‘seondito, Iiastn averiguar el modo como se les tratarla. La ausencia de tantos individuos daba a Santiago el aspecto de una ciudad asolada i de- sierta. Deseando el gobernador interino qnc cesara esta alarma jenera!, i-que los prófugos tornaran a sus mo-radas, biso publicar, al ri^cibirse dice, a conocimienlos prácticos en la artillería. Estaba habituado a obedecer, sin criticar ni responder, las éirdcm'S (hd siijaciior, no imjaorla que .se le mandara hacer lo contrario de lo que liabia ejecutado anteriormente. liabia desem- 1 arcado en Ciiile, con la coiisliliieion de (hidiz en una mano i la csjaada en la otra, amenazando llevar el pais :a sangre i fiu'go, si no se .somelia a ese código. Ocurrió que a los pocos dias después de la loma de Uancagii.a, se siijao de uua manera aiitéii- tiea que Femando liabia anulado la conslituciou i las cortes que la hibiau dictado. --Í3T - 0;S'irio, sin in:nul,;irsü pnria nolici.i, pulilicó con la mnynr itirlifcrcticia el tlecrclo •le la aholicion, i si so lo hubieran exijido, !i d)ria comhalido sin escrúpulo en con- tra (lo li (',onslilucion, asi como había peleado para imponerla. í’-on lodo, es precise» conlVs ir que se divisa en él cierto l’ondo de jenerosidad, desconocido en los demas mandones (|ue hacia esta época devaslaban las demas secciones americanas. Garecia de esperiencia en el arte de gobernar, i se ensayaba con un pui^blo cuya índole no co- nocia. Su desgracia consistió en haber.se dejado dominar por »in circulo mezquino de españoles ignorantes, que no aspiraban a otra cosa, que a recobrar sus antiguos pí'ivihqios, i que estaban ansiosos de vengar en los vencidos cuatro años de derrotas 1 abatimiento. Solo i abindonado a los impulsos de su corazón, Ossorio habria hecho quizá bienes al pais; instigado i provocado, cometió faltas, que una vez cometidas, le pc.saban, i que procuraba enmendar cuando erfi tarde, porque ya habían produci- do sus funestos efectos, haciendo derramar torrentes de lágrimas a familias inocentes i desventuradas. El orijen i tendencias de sus validos sallan a la vista en casi toxlas sus disposicio- nes. !*]staban dictadas por un sentimiento de desconfianza hacia los americanos, que no la merecian. En ellas, se les trataba como a inferiores, como a sosiaechosos, como a criminales, por el solo hecho de sor naturales del país. Con semejante sistema, se descontentó a los indiferentes, a quienes se castigó como culpables, ; a los mismos partidarios del Uci, cuyos servicios se dejaron sin premiar. Arrastrado por tan fatal indujo, uno de los primeros actos ejecutadíjs por Ossorio en su gobierno, fué una injusticia i una ingratitud. Lleno de consideraciones por los oliciales españoles, i en particular por el cuerpo de Talavera, en el cual creia es- tribaba lodo su poder, como compuesto que estaba de europeos, accedió a sus infun- dadas pretensiones de que se les pagase por el reglamento de Lima, en contravención llagranle con las leyes (jue ordenaban no se asignasen los sueldos, sino en conformi- dad al arancel (ij ido de antemano para cada comarca. ¡Nada mas fácil de compremier qnc la razón de esta disposición; arreglaba la paga a los costos de la subsistencia en cada pais. El sueldo correspondiente en el Perú podia ser, i era en realidad, exor- bit ante entre nosotros. Los gastos indispensables para la vida son comparativamen- te menores aqiii, que allá, por la abundancia i baratura de nuestras producciones. Abonar a los Tal averas el exceso que reclamaban, era darles una gratificación que no se les debia; pues no eran ni cstranjeros ni aliados con una contrata especial, si- no una guarnición que el monarca castellano mandaba a uno de sus dominios, para mantenerlo en la obediencia, i cuyo sueldo tenia determinado en una de sus cédulas. Cediendo a sus exijoncias, Ossorio no hacia mas que atropellar las leyes, i di.sgustar en estremo i con sobrado motivo, a la tropa americana, que tenia mejores tilulos a la estimación de la corona, que los mismos peninsulares. Ella habia manifestado su valor en los ('ombatcs; habia permanecido fiel des[)ucs de los reveses, sostenido un sitio memorable detrás de las murallas de Chillan, i peleado en fin contra sus pro- pios hermanos. (;5) La equidad exijia que terminada la guerra i llegado el dia de la re[)articion de los despojos, suyas fuesen la parte principal en el botín i las rccom- jiensas mas glorios s. Sucedió lodo lo contrario. Con un dolor concentrado vieron que el gobierno defraudaba sus lej itimas esperanzas, i que |iasado el peligro, menos- preciaba sus servicios, adjudicando a recien-venidos, que no habian visto mas que una vez la cara al enemigo, la honra i el provecho que a ellos correspondía. Su r.ibia fue tanto mas profunda, cuanto que muchos quedaban arruinados a con- secuencia de la revolución. Los artesanos h.ibian dejado sus talleres, los labradores sus canqios i los [uoidctarios sus fundos, para correr a las filas adonde se les llama- ia) üallcstcros, ItcvisU de la (iucria de la liulepcudcncia. —m— l» i en notn’)ro dü la fulelidad. Por la ausencia, sus forlunas habían suli ido desfalcos Considerables, que aguardaban se les resarciesen en la victoria. Su desengaño fuc cruel. La remuneración que recibían, era el despego, el desdej). Con el nuevo arre* glo de sueldos, los soldados veteranos, que habían batallado desde 1813, no eran pa- gados siquiera como milicianos acuartelados, i un alférez de Talavera ganaba cinco pesos mas que un coronel americano, (i) La conducta reprensible del gobierno su agravó por una circunstancia especial. Desde tiempo aíras, la tropa no recibía ma^» que una corla canlid id a cuenta de su prest. Ossorio, a su desenibarco en Concep- ción, no h ibia podido saldarles los atrasados; pues por la escasez de numerario no Iraia de Lima mas que 50Ü00 pesos en efectivo. Todo el tesoro que conducía consigo, se componía de una gran cantidad de mazos de tabaco i sacos de azúcar, que vendía por cuenta de la Hacienda .Xacional, para atender a la subsistencia del ejército. Co- mo los soldados nada habían recibido, estaban en la desnudez i miseria, cuando se puso a su frente; de manera que la Comisaria tuvo que gastar la plata existente en cajas para vestirlos i alimentarlos. Pues bien, al tiempo del ajuste, se les cargó a pre- cios exorbitantes los vestidos de paño burdo fabricado en el pais de que se les había hecho uniforme, i la escasa comida que les habían proporcionado rn el campamento, concluyendo por no abonarles sus alcances, a pesar de haberse colectado una contri- bución con el objeto do proveer a las necesidades militares, i de haberse quitado treinta i nueve zurrones de plata i oro a los fujilivos de Rancigua. El gobierno español no solo se comportó ingrato e injusto, sino aun bárbaro. Cuan- do se le presentó la lista de los ciñióles i valdivianos que habían quedado inutiliza- dos para la milicia, miró el asunto con la mayor indiferencia, i permitió que 200 de estos infelices regresasen a su provincia como Dios les ayudase, sin empleos, sin suel- dos vencidos, sin una miserable asignación de inválidos, i viéndose en la precisión de pedir limosna para sustentarse. Este destacamento de viejos soldados convertidos en pordioseros, porque la guerra los había imposibilitado para el trabajo, arrebatán- doles sus miembros, hacia palpables al pueblo las funestas consecuencias del sistema colonial, i lo retraía de abanderizarse en un partido que arrojaba a puntapiés, luego que no le servían, a sus mas adictos defensores. El descontento ocasionado por estos desafueros, se acrecentó por otra disposición que vino a poner en trasparencia, que el gobierno abrigaba prevenciones contra los mericanos, i que tenia el ánimo deliberado de apocarlos, despojándolos hasta de aquellas dignidades que habían conquistado a costa de su sangre. Tal fue la abolí, cion que se hizo de los grados que el brigadier Pareja i el coronel Sánchez habían conferido. Es cierto que este último habia andado tal vez demasiado profuso en sus gracias; pero las apuradas circunstancias en que se halló, i el brillante éxito que con ellas alcanzó, disculpan su prodigalidad. Cuando estuvo acorralado en Chillan, el ÍV) Copiamos de un Opúsculo titulado. Cana Ht un sanrJote «n «/ rrrú a tu lnrmaae en Jeiu-CrUto JonCa- cumlarios, i aquellos ciudadanos que nunca liaccn otra cosa que seguir dócilmente el movimienlo impreso a la sociedad, ilc'pentinamente, i sin que precediese ninguini novedad, se apresó en sus casas cu las noches del 7,8 i P de Noviembre a los sujetos anas respetables de Santiago por sus luces, dignidad i riqueza; se les encerró en las cárceles i cuarlcles; i se sorprendieron sus escritorios i gabinetes mas recónditos, para examinar sus papeles. Los detenidos quedaron en los calabozos, sin que se les noti- llease el malivo de su arresto, sumerjidos en una consternación indecible. El golpe inopinado que habían recibido, asustaba su espíritu, i les inspiraba siniestros presen- timientos. La incertidumbre en que se les mantcnia sobre la suerte que se les depa- raba, aumentaba las congojas que naturalmente ocasiona una prisión. El dia lo pasa- ron haciendo mil conjeturas sobre td resultado probable de este odioso atentado, i la noche sonando con degüellos i patíbulos. Bien pronto supieron con íljeza cuál era el destino que les estaba reservado. Despuntaba apenas el alba, cuando el ruido de las culatas de los fusiles, que resonaban sobre el pavimento, i el rechinar de las cerra- duras i cerrojos que so corrían con estrepito, les hicieron despertar sobresaltados. Los carceleros que abrían sus puertas, les ordenaron con voz bronca c imperiosa quc se vistieran pree.iiútadamentc, i salieran al palio de la prisión Guando estuvieron allí reunidos, fueron colocados cutre dos lilas de soldados, que silenciosos i con bala cu boca, los condujeron a la i>!aza principal, lugar destinado a los suplicios, i en cuyo centro se alzaba la picota. í’onsaron que su última hora había sonado, i estos Icmo- *'cs obraron una nueva fuerza con la presencia de los zapadores de Talavcra, ejccu- •ores ordinarios de la pena do miierle, que custodiaban aquel sitio; pero estos no lii- <’ieron mas que entregarlos a un cscoadion do caballcria , encargándole en alta voz q ic los matasen a balazos, si intentaban escaparse. (7) En seguida los obligaron a montar en caballos maltratados sin avíos, sin estribos, algunos sin freno, i se les trasportó a Valparaíso en la mas completa destitución, forzándoles a hacer en dos (lias, i con un solo abrazador, iin viaje de treinta leguas. Se les trató en el cami- no con ultrajes tales, que no los habrían merecido los mayores facinerosos, sin aten- der a la avanzada edad de los unos, ni a la quebrantada salud de los otros. La dcs- gracia de estos hombres beneméritos habría arranea io lágrimas de eonij)asion a los corazones mas insensibles. Marchaban al destierro entre privaciones i denuestos que ]cs eran tanto mas dolorosos, cuanto que estaban habituados a la vida regalona quo gozaban en c! seno de sus fimilias, i a las consideraciones que les granjeaba su posi- ción social. A las torturas fisicis i morales que los conductores les hacían padecer personalmente con sus demasías, se agregaba la aflicción de dejar a sus espos.as e hi- jos, cspucslos a las vejaciones del despotismo i a los horrores de la indijencia, pues sus bienes les liabian sido secuestrados. En cs!a forma, i con la repetición de los mismos agravios, íucron conducidos a Valparaíso, en varias partidas, lodos los presos de Santiago. A medida que iban llegand ), se les sepultaba junto con los demás en el fondo de la coberla Sabastiana, ni mas ni menos, como amontonaban en los buques negreros a las esclavos africanos. A treinta i dos ascendia el número de las vielimas quo se encerraron a un mismo tiempo en aquel eslrceho agujero, i entre ellas se contaban alpinos de los próceros mas ilustres de la república. El recelo deque aprovechándo- se de su número, asaltaran la tripulación i lograran evadirse, fue causa de que so les oprimiera con una dureza sin ejemplo. Se les arrojó revueltos en la sentina de la nave, sin luz, sin aire, con escasos alimentos; i se colocaron centinelas en las esco- (7) Egaña, el Cliileiio consolailo en los Presidios. tillas, con ónlen iK; hacer l‘uc¿o St)hre el primero ijiie asomase la c.iheza. La soloca- rion proilucitla por la reunión de laníos cuerpos, la acumulación de las inmundicias i los ardores de la estación li darían concluido con estos inlelices, si no se les Imhiera suministrado aire artificial mente por una manguera. La comida se les tasó con l:i misma parsimonia. La postura invariable a que los conihmaha la estrechez del local, era intolerable. La poca altura del lecho no les pcnnilia ponerse en pié, ni la corla eslension de la (limara, estirar sus fatigados miembros. La Sebastiana qinr ocultaba dentro de sus tablas esta escena lastimera, permaneció anclada en el puerto durante algunos dias, basta completar su triste cargamento. Cu ando ya no cabian mas, se bizo a la vela para Juan Fernandez, donde arribó después de ocho de nave- gación. Los desventurados patriotas salieron cntónces de su infecta sepultura, para de- sembarcar en un árido peñasco, teniendo a cuestas una acusación de alta traición, i en perspectiva una sentencia de muerte, si se les declaraba culpables. Porque es pre- ci,o no olvidarlo, en Santiago quedaban enjuiciándolos, según las órdenes superio- res venid is del Perú. El virrei de Lima babia tenido la peregrina idea de que se les remitiera a la isla, para que en seg.iida se les juzgara con arreglo a las leyes; lo que era comenzar conculcando todas las formas protectoras de la libertad i de la justicia. Las leyes que se invocaban, disponen que se cite i emplazo a los ausentes, a los prófugos i a los contiimaces, aunque sea por pura fórmula, para que concurran a defenderse; pero la eslrañi jurisprudencia do Abascal ordenaba que a reos presentes i que no re- husaban el juicio, se les consignara en un punto situado a I2ü leguas de la cosía, desde donde les era imposible responder a los cargos (píese les hicieran . Para colmo de iropelías, el lugar a que se les destinaba, era un borroroso jiresidio. Asi el pro- ceso se iniciaba jior el castigo de los acusados, entre los cuales d( bia suponerse que muchos, ya que no lodos, quedarian absuellos, puesto que su crimen no estaba aun probado. La conciencia de los chilenos prolesló a gritos contra la barbaridad de in- llijir una pena; i (pié pena! un destierro perpetuo, a simples i»revenidos sobre (pii(‘- r.es no pesaba todavía una condenación; pues no (-quivalia a otra eos;» arrojarlos en una roca desierta, que rodeaba (d océano por lodos lados, que casi nunca .se comunicaba con el conlinenlo, i decirles bipócriiamcnle que so defendieran, cuando se les ixmia en la imposibilidad física de pro[ínrcionarse los documentos indispensables para su vindicación. Pero ¿que importaban a los realistas los sufrimientos de estos ciudada- nos honrados i pacilicos? Ilabia contra ellos presunciones de infidencia, i t'so basta* b i para que en lugar de jticocs, .se les dieran carceleros. El visir del l*orú encontró en Ossorio un digno cjectilor de tales mandatos; pues este olvidando que los hombres están espueslos a errores frecuentes c inevitables' barrió (um cuantos indiviiiuos se le denunciaron como patriotas, i los envió liados Juan Fernandez, sin preguntarles sus nombres, sin indagar la verdad desús delitos, sin pensar siquiera que podía Inber recibido informes falsos con respecto a muchos. In inmensa distanc a a c[ue .so llevó a los reos, de la capital donde se les iba a sen- tenciar, llenó do ontorpecimionlos la SuSlanciacion de sus causas, la cual se rcsintii» ‘‘’ienipro de las irregularidades que se liabian cometido en su formarion. Ella se re- dujo a encuadernar lodos los papeles impresos o maniiserilos, eoneernienles a polili* ca, aparecidos durante la época de la revolución, i a ponerles una carátula cti la (pie se leía el nombre o nombres de las personas que los firmaban. Estos legajos fueron la cabeza del proceso. Se lomaron después algunas declaraciones sobre la jiarliei pa- ción de los confinados en los sucesos acaecidos desde 1810 para adelante, i heelioi's- lo, so encontraron los tribunales con (pie no podian prosegii ir en sus averiguaciones- ¿(lómo interrogar a delincuentes de que estaban separados por el mar? ¿Cómo ea’ rearlos eon los testigos? I los encausados a su turno ¿cómo podrian preparar sus de- fensas en una playa abandoinda? ¿De dónde sacarían abogados? ¿Cómo seguirian la marcha del procesa para hacer los recursos cpie creyeran convenienles? se les rnnteslaria, cuando se quejaran de no poder hallar en aquella soledad pruebas con que satisfacer a las acriminaciones que se les dirijian? (Condenarlos a lodos en masa sin oirlos, era monslruoso, inaudito. Trasporlarsea la isla con la lejion detesligos ^ Ja colección de papeles que reqiieria una cuestión en que estaba con¡i)licada una inli- nidad de sujetos, era dificullosisimo, lalvez interminable por los reparos que los reos liabrian interpuesto. La Real Audiencia que tocó lodos estos inconvenientes, i ademas otros muchos, que se dejan fácilmente comprender, fué de opinión, a [)ropuesta del oidor (Caspe» (jue se sobreseyera en este desagradable asunto, que contristaba a tantas familias. Los obstáculos que palpaba, le parecían insuperables, i sin salida el atolladero en que se hablan metido. Según su diclámen, las dificultades insolubles con que se tro* pezaba, no tendrían conclusión, sino se corlaban las dilijencias en el estado en que se hallaban. Sus temores se realizaron, i en 1816 los procedimientos estaban tan pcico avanzados como en 1814, cuando se principiaron. Lni febrero de esc misino año IMarcó tuvo que nombrar una comisión de cinco letrados i un fiscal, «a fin deque no padecie- ran demora ni se entorpecieran las cansas de infidencia ya iniciadas, ni las que en lo Sucesivo se formaran.» Va sin deinr que la comisión no adelantó en nada la resolu- ción de c;le negocio, i que durante estas dilaciones, los supuestos criminales estaban soportando tormentos inespresables. Se necesitó la jornada de (ilhacabuco para fina- lizir este infando proceso, que la tiranía había levantado a la mitad de lodo un pue- blo. Estando fujitivos los campeones de la independencia, i desterrados o presos sus a- deptos, la prudencia dictaba a Ossorio que dejara en paz al resto del pais, que se encorvaba ;u niso bajo su voluntad. Lo que a él le importaba, era que los chilenos recuperaran esa apatía, esa inmovilidad a que la Metrópoli los tenia acoslundjrados. El sistcim de opresión que principiaba a plantear, era el menos adecuado para conse. goirlo. La mayoría de la nación amaba en el fondo al rei Fernando, que por su ju- ventud i desgracias se había captado sus sinpalias. Molestarla por las convulsiones antecedentes, no podia producir otro fruto, que cambiar esc amor en aversión por el monarca en cuyo nombre se la vejaba. En la insurrección precedente habia pre- tendido la estirpicion de ciertos abusos incompatibles con los progresos de la civili- zación, ántes que una ruptura completa con la España. La idea de libertad absoluta solo habia estado en la cabeza de unos cuantos varones esclarecidos, que no Inbian querido desperdiciar aquella oportunidad queso les ofrecía, para destrozar lascadenas del coloniaje, i habían arrastrado a la muchedumbre mas bien por el ascendiente de su ejemplo que por convencimiento propio. Hasta esta época, el rolde la jeneralidad se habia asemejado al papel de la comparsa en un teatro; pero era necesario Iralarl* con induljencia i lino, sino se quería que el rigor mal aplicado i nuevas trabas agre- gadas a las existentes, la convirtiesen en el protagonista del drama. Exijirlc una cuenta estrecha de su comportamiento anterior i castigarla por él, era en.ijenársela sin remedio. Ossorio no comprendió la situación, i se empeñó en perseguir a todos los que ha- bían compuesto o reconocido las Juntas Aacion.ilcs, que se habían sucedido desde el 18 de setiembre de 1810, a los elejidos como a los electores, sin fijarse en que mu- chos de entre esos eran buenos i leales vasallos, que jamas habían tenido el pensa- miento de rebelarse. Se encarnizó contra todos aquellos a quienes se daba el omino* So dictado de insitrjentes, i los trató con tanto rigor, como el que Fernando desple- gaba contra los afrancesados en España. .V fin de reconocerlos, i de que ninguno se escapase a la pena que le preparaba, estableció el tribunal llamado de infidevein, ante el cual ca la individuo debía hacer la confesión jcneral de su conducta pasada, pira sincerarse de hdjer coadyiivadu a la revolución. FiOS vencedores so orijian por osle incilio en jiu'ces do los vencidos, i c.iliíicahan a su antojo de reprensibles las ac- ciones mis inoci'ntcs, las palabras mas insignilicanles, los iiensamienlos aun. ICslo Iribunal no apoy iba sus decisiones en ninguna Ici, i estando vivos los rencores exci- ta los por uní lueba prolongada, abria ancha puerta a las venganzas privadas, ipie encontraban aquí nn modo fácil i seguro de si tisfacerse. (cuno casi todos los sujetos acomodados Inbi.a i intervenido, quién mas, quién menos, en los negocios políticos, nadie quedó libre de ser interrogado, i por consiguiente, de ser remitido el dia ménos pensado a .luán Fernandez. Se concibe fácilui; nte, sin (|uc nos detengamos en pin- tarlo, el desaliento profundo, la postración inmensa, en ijue so sumieron los Inbi- taiUes con esa acusación siempre pendiente sobre ellos, i (¡ue de un momento a otro podia arreb liarles su fortuna, su libertad, su existencia. Ya que el gobierno español no buscaba un sosten en la fuerza armada, que dis- gustaba con su sistema de favoritismo; ya que suscitaba contra si un odio a miicrie de parte de las familias aristocráticas con destierros i estorsiones, parece que didiia haberse apoyado en las masas populares i haber esplolado en su favor la idolatría por el Rci en que las tenían imbuidas la ignorancia i la costumbre, l’erocomosi sus mayores enemigos hubieran tomado asiento en su consejo, léjosde procurar ganarse su cariño, empezó a ibclar las providencias mas desacertadas i propias para agriar el corazón de los chilenos, ya predispuestos en su conlra. Hizo publicar por piando que nin- guna persona fuese pobre o rico, hombre o mujer, noble o plebeyo, pudiera mover- se a seis leguas de su residencia, sin el correspoiulienlc pasaporte, so ¡icna de sor inme- diatamente arrestado. (8) Esta pensión, insólita en el reino, i que embarazaba la circulación en un país cuyos moradores por su imliislria principal, la iigriciilliira, están precisados a continuas andiuzas, en sumamente impoliliea; jiorqiie ponía al gobierno en entredicho especialmente iMn los canqiesinos, que babiluados desde ticmpi inmemorial a transitar sin impedimento de un eslremo a otro del territorio, no vieron en ella, mas que un espediente fiscal, puesto en práoliea por los jefes mi- lilarjs i politicos, para estafarles su dinero; i en obsequio de la verdad, confesaré- nios que sus sospeelias no andaban descaminadas. Kn esta institución de los pasaportes se trasluce a las claras riiál era la corrupción o improbidad de los empleados que enmponian el pi'rsonal de la admiuislraeion es- pañola. llabia leyes ospresis que les probibian pereibir una jiaga por dar su pase a los individuos ipic los solicilaraii. l’ero los preceptos de la lei eran un freno tan dé- liil para contenerlos, ruando de su infracción les resultaba algiin proverbo, que casi todos los jefes militares i políticos convirtieron esa medida de polieia i vijilan- cia, en una fuente de ingresos pira su bolsillo. í..as fiierles reconvenciones, que sub- sisten todavía, dirijidas al gobernador de Valparaíso, para que se abstenga de cobrar una imposición a la cual no tiene derecho, nos hacen colejir que en las otras demai- cieiones territoriales, mas dislaníes del gobierno central i ménos sujetas a su inspee." cion, este latrocinio debia ser mas descarado, i la concesión de pasaportes debía de- j ir una pingüe renta en manos de los encargados de distribuirlos, (ó) l'R aborrecimiento que (óssorio se b ilii a concitado en todas las cla.ses sociales, fué robusteciéndose mas, al paso que iba reconstruyendo pieza a pieza el bárbaro sislc- (8) Bamlo ilc 8 de Noviembre de 181. i. (9'; lie aquí una de las ñolas sobre la ninloria que se eneiioniran en el .Vrebivo d(>l Ministerio di l riilerior: nAmuiue linee iniieho tieiiqm qiie oi^o lasr|iiejas del público por la ronlribiieion que hace ('. exijir por ¡lasafiorles, había suspendido disponer su reruriua, presiiiiiieudo fuese basl.inle la iim- deraeion que advertí por la luia de i de .luiiio úllimu; pero repiluuidose eontiliuainenle aquellos re- clamos, me es iinlispensable prevenir que se suspenda luda eonli ibiieioii por ese motivo, daiido.se lo{ |)asapqrles (;rális. cuyo i»oeo costo no indiiec una iudeiuiii/.aeion semejaule, uiayormeiile siendo l,i ílotneion de esi- sobieruo proporcionad, i para sus };aslos de olieio. Hios ti,u,!rde a l'. inuelios años. Ifi de .^¡foslo de 18Í0, Fraueiseo .Mareó del l’onl.— Al (iobernador de V alp.nriúso.» ÍÜT f^ori fjiit! lív Es¡);in;i rcjia a sus colonias, i que los independientes liabian derribado en los eiiaíro años que liabian permanei-ido al IVenle del Estado, para sentar sobre sus ruinas las bases de un orden nuevo. I.a necesidad en que se liabian hallado los innovadores de poner al pueblo a su devoción, con beneficios que le probaran rna- lerialinente la justicia de su causa, tanto como la enerjia de sus propias convicciones, íiabian sido dos estiinulos poderosísimos para que contra viento i marea llevasen a Cabo tan ardua, como dil'icil empresa. l.,as reformas que liabian operado durante esos Cuatro años, liabian sido radicales, numerosas, i todas de uülidad incuestionable pa- ra las clases inferiores. Habían abolido los derechos parroquiales, i dotado a los cu- ras del erario nacional, loque les atraía las bendiciones del pobre que no se sentía ago- íiiado en los actos mas importantes de la vida, por el desembolso de onerosas contri- buciones; habían decretado la libertad del comercio, i abierto nuestros puertos a las iilcas i a los artefactos de los cstranjeros; habían protejido la industria nacional, i destruido el monopolio que la maniataba; habían emancipado a los esclavos, i pro* bibido su introducción en el p.ais; habían ensanchado el circulo de la instrucción pública, fundando el Instituto Nacional; habían proclamado la igualdad de los indi- jen as, i abolido el tributo que se les obligaba a pagar desde los tiempos de la con- quista; i habían en fin promulgado a este tenor otra multitud de leyes, todas condu- centes al desarrollo moral i material de nuestra sociedad. Unas cuantas plumadas bastaron a Ossorio para dar al traste con esa grandiosa obra, que tantos estudios, sa- crificios i combates había costado a sus fundadores el realizar. Sin otra razón que el haber sido ideados jiorlos revolucionarios, una serie de decretos vino a echar por tie- rra esos belfos monumentos que consagran el nombre de sus autores a la gratitud de la posteridad. Con liji'ros intervalos, restableció Ossorio los cmoiiimcntos de los pá- rrocos, considerando su supresión como herética i contraria a los Concilios i Ueales Cédulas; puso en vigor con la mayor estrictez las leyes relativas al estanco; volvió a levantar esa muralla de la China con que la .Metrópoli cercaba nuestras costas, aislán- donos del resto del mundo; restableció la esclavitud; cerró el Instituto Nacional; i dcitruyó en suma cuanto bueno i útil encontró, aun cuando no perjudicaba a su par- tido, solo porque traía su orijen de los insurjentes. ■ Estos decretos, que no eran mas que el preludio de otros mas despóticos, multipli- caron contra los realistas los motivos de un odio que un atentado horrible vino a exa- cerbar. La cárcel de Santiago estaba atestada de prisioneros. (10) Ilabia algunos por delitos comunes, muchos por razones políticas. Todos los magnates tildados de pa- triotismo habían sido confinados, como lo hemos referido, a la isla de .luán Fernan- dez; pero los individuos de inferior categoría, los ajenies subalternos, aquellos cuyo rango no valia la pena de que se les costea.se el pasaje, habían quedado olvidados en el fondo de las prisiones de la capital. Los calabozos no haliian alcanzado para en- cerrarlos de uno en uno; mas como no se les prestaba mucha atención, habían toma- do el partido de amontonarlos en las celdas, i de meter en cada una cuantos cabían. lín uno de los cuartos del segundo piso, se había acomodado hasta aseis uochode- IcnidüS. Estos infelices, a mas de las molestias que siempre acompañan a la pérdida de la libertad, tenían que soportar las angustias de una eslroma pobreza. Bastaba arrojar una mirada en el interior de aquel inmundo i desmantelado alojamiento, pa- ra distinguir al momento signos inequívocos de la última miseria. Uno solo de sus moradores ¡loseia una cama; los demas dormían sobre sucios pellejos, sin mas cobcr- (lo; Todos los porinciiorcs de la relación (luc va a leerse constan del proceso que levantaron los ñiisnios españoles. .No liemos avanzado nada que no pueda Icstilieaise con algunos de sus documen- tos, que liemos eslraelado cscriiiuilosainentc.. — 4ÍC— tur 1 qur mn m uiU. Sin embirgo no se dejaban abatir por sus infortunios# i busCa^ b in como rodiizir, en cuanto estaba de su parle, la tristeza que a veces li*s asaltaba. Se divertian en componer décimas i en hablar de politicn; jaraneaban con los sóida- dos de la guardia, que habiendo encontrado en ellos alegres compañeros, habían ele- Jido aquel aposento para sus francachelas, i conversaban largo con las visitas qne a toda llora se les permitía recibir de afuera. El sárjenlo, jefe del destacamento, qne por un eslraño ab’.iso era también el encargado de las llaves, a fuer de buen cania- ivida, no rehusaba casi nunca licencia para verlos, a los amigos o amigas que la solici- taban. Do este modo, estaban mui al cabo de cuanto pasaba en la ciudad, i habían tenido conocimiento de la irritación 'concentrada, pero ardiente, ijuc habían suscita- do el despotismo i demasías del gobierno, llabian comentado, indignándose como los demás por semejantes tmpelias, la parcialidad de (Esorio por los españoles, su allanero desprecio por los chilenos, la relegación a una isla desierta de tantos patri- cios, que stí habían habituado a considerar inviolables, el secuestro de sus bienes, que ‘mmerjia en la indijencia a familias poco antes opulentas, las eslorsiones de los pa- saportes, el restablecimiento de la contribución parroquial, que con tanto pesar pa-' gaba el pobre. Al mismo tiempo que maldecían estas tiranías, se lisonjeaban con su pronto casti- go. Ellos i síis visitantes eran honibres del pueblo; i bien habrá podido observarse que las nnsas, cou una fe admirable en la Providencia, nunca se persuaden que será largo el reinado de la injusticia i la maldad. En esa época apenas si San Martin prin- cipiaba a nvidurar en su pcns unienlo el plan de la restauración de Chile; i ya en Santiago, en las clases inferiores, se le suponia al frente de un brillante ejército, pró- ximo a atravesar los Andes. En el calabozo de que hablamos, lo mismo que en las últimas capas de la sociedad, se apresuraba la marcha de la invasión, se le allanaba el camino de lodos los obstáculos i se le otorgaba la victoria, como que no Ies cos- taba sino abandonarse en alas de la imajinacion. Loquehai de notable, es que los mis- mos soldados que los custodiaban, soguian frecuentemente a los presos en sus incursiones quiméricas, i participaban de sus ilusiones. Al avanzar este aserto, no queremos por cierto hablai délos Talayeras; pero si de los americanos que alternaban con ellos para montar la guardia. Estos abrigaban contra los mandatarios un odio rencoroso, que no se cu¡dab.in de ocultar en sus confidencias con los presos. Se quejaban con annrgura de lo mal recompensados que habían sido sus servicios, de lo poco corrien- te do la paga, de como recicn-venidos eran tratados con las consideraciones que a ellos les corresimndian, de la desconfianza que se les manifestaba, no rcparliéndi les cartuchos, como a los europeos. Aseguraban que estaban dispuestos a lodo, antes que a oponerse a la espedieion de San itlirlin. Bien se echa de ver que eran estas, habla- durías sin ninguna consecuencia seria; los rigores de la disciplina i el hábito de una (tbcdiencia pasiva ahogan por lo jeneral los propósitos de esta especie en el corazón de los militares. Una vez colocados al frente del enemigo, aun cuando ese enemigo venga a combatir por su propia causa, es raro que no le resistan,! que no peleen bas- ta morir, si es prcci.so. M is los individuos de que tratamos, tenían demasiado candor, i ninguna esperiencia de los negocios políticos, para que no les lomasen la palabra. Los oian espresarse con el tono de la sinceridad, los veian entregar un secreto de qiic dependia su vida con todo el abandono de la buena fe i sin ninguna doblez; [)resla- ban crédito a sus espansiones voluntarias; nada mas natural; se equivocaban linica- incnle en esperar que cumplirían lo que decían, i que llegado el momento, tendrían el arrojo de sus convicciones. Todos estos cálculos de los pre.sos, todas estas maledicencias de los soldados contra «US jefes, eran simples temas de conversación, puros motivos de charla, para onga. fiar el tiempo i ahuyentar el fislidio, ese huésped inevitable délos calabozos. A niu- — .4i7— guno se lo hábi l pasaib por las iiiionlcs maquinar un complot contra el orden de cosas Mislenle. l’obres desvalidos como eran, se aliandonaban con complacencia a esos sueños alegres, porque la emancipación de ia Patria estaba ligada a su propia libertad. Los opresores de Chile eran también los suyos, sus carceleros, sus jueces. íSi los godos sucumbían, las puertas de la prisión se abrían para ellos de par en par. ¿Qué cosa mas natural que llamasen con sus votos la invasión, que se figurasen in- surreccionado el pais, i postrados los realistas bajo la planta de los independientes? Cero lo repelimos, eran deseos i no obras. Su presente era sombrio i siniestro, i pa- ra hacerse llevadera su miserable existencia, lo cambiaban por un golpe de varilla májica en un porvenir magnifico, rico en promesas. Para soportar la desgracia, se embriagaban con sus ilusiones, como otros se embriagan con licores fuertes. Entre los detenidos habla dos sobre todo que, de una intclijencia mas aventajada, se dedicaban a la política con mayor ardor que los domas. Era el uno don Clemente IMoyano, preso por haber conducido ciertos pliegos que la Junta revolucionaria de Coquimbo habia remitido a Carrera, en los momentos críticos de haber llegado a aíjuella ciudad la noticia del desastre de Rancagua; i el otro don .José Fernandez Romo, a quien también un crimen de patriotismo habia llevado a igual situación. Estos mas aficionados i mas acostumbrados que sus camaradas a las intrigas de los partid is, eran siempre los que movían la conversación sobre los sucesos del dia, i cuando sus compañeros de calabozo se dislraian con otras materias, o se retiraban los soldados de la guardia, se quedaban rumiando lo que habían sabido, i comuni- cándose entre si en voz baja sus observaciones. De cuando en cuando manifestaban sin rebozo sus esperanzas de una pronta libertad, o bien prorrumpían en quejas amargas i algún tanto indiscretas, contra los mandatarios españoles, que eran los ti- ranos de la Patria i los suyos. El temor de ser trasladados a Juan Fernandez les ha- cia caer en accesos de rabia, i lanzar improperios contra todos los sarracenos que se les venían a la memoria. En una palabra, se acaloraban mas que los demas, i sobre- salían entic ellos por sus tendencias insurjentes. Vivía en el mismo cuarto un don Juan Argomedo, hombre vago i sin profesión, deudor insolvente, a quien sus acreedores habían metido en la cárcel. Como los otros, deseaba ardientemente volver a la calle i a sus antiguos hábitos’, pero, de un carácter vil i raslrero, no fundaba sus espcctalivas en los triunfos o derrotas de godos i pa- triotas. Nada le importaba que Chile fuese una colonia o una nación. Probablemen- te nunca habia procurado siquiera comprender la cuestión. Lo que quería era salir del encierro, i no andaba mui escrupuloso en los medios, con tal que surtiesen buen efecto. Profesaba a Romo i íloyano una gran tirria, porque se recataban de él, según decía. A todo momento se llevaba alisbándolos de reojo. Los otros dos habían no- tado este continuo espionaje, i por un instinto natural, i talvez sin fijarse mucho en ello, se recelaban de una persona que no les merccia aprecio. Esta cautela a su respecto exasperaba a Argomedo, que en cambio redoblaba su vijilancia, i sentía au- mentarse su odio. Cuando Romo i Moyano charlaban con los soldados i los presos, i principalmente cuando hablaban solos entre si, era todo ojos, todo oidos; procura- ba no perder una sola ds sus silabas, retenia hasta sus menores jestos. De esta mane- ra les escuchó repetir en varias ocasiones sus invectivas contra el gobierno, sus de- seos de un trastorno, su certidumbre de que la venganza no se baria aguardar, su confianza en la próxima venida de los arjenlinos, la aprobación con que sanciona- ban las intenciones desleales de algunos de los soldados de la guardia. Estas ¡)al i- bras imprudentes, que nada significaban, le Ih'uaban de alegría, porque creía haber enconirado en ellas la llave de su prisión. Sea depravación de alma, siaa estrechez de intelijcncia, convertía esta plática insustancial en los preliminares de una conspira- ción. Cuando se juzg'i en pos'sion de lodos los dalos, se apn’sur.) a delatar su ca» .>7 —118- lumnia o su error, prometiéndose por premio de su felonía la ruina de los objetos de su animadversión, i para él la libertad i una buena reeompensa. Con este íin, es- eribió una esquelila el sárjenlo mayor de plaza don Luis Urrejola, eomunicándole en globo el resultado de sus sospechas, i pidiéndole una entrevista. Alarmado este por la gravedad del aviso, se le apersonó en el instante^ mas halló tan desnudas de fun- damento sus presunciones, tan fútiles sus argumentos, que le volvió las espaldas, conjeturando con razón que la tal conspiración solo existía en la cabeza del delator. Apenas salió a la calle, cuando lodo lo olvidó. Argomedo, que se había lisonjeado con vender su infamia a un alto precio, seen- contró después de este contratiempo en una posición bastante incómoda, llabia com- putado, quién sabe en cuánto, el premio que esperaba, i en vez de esa gran suma de tlinero, solo cosechaba los malos Iralamienlos i las reconvenciones alarmantes de sus compañeros de cárcel, que h d>ian descubierto sus pérlidos manejos. Para hacer Ur- gir a L’rrcjola la esquelila, Inbi i tenido (|ue manifestar su contenido al sarjento de guardia, el cual le había declarado que sin esto no la en'regaria. L1 sarjento era ami- go de ilomo i de íloyano, i cuando vió (¡ue la delación habiasido despreciada, tuvo buen cuidado de advertirles de lodo, para que anduviesen prevenidos. Fácil es de presumir la indignación jcneral que suscitó entre los concurrentes a la tertulia la conducta de Argomedo; los soldados mismos se la echaron en rostro con los eitilelos mas denigrantes, i falló poco para que lo castigasen algo mas que con simples inju- rias. El culpable negó descaradamente su delito, se mostró humilde i dejó pasar con jiaciencia la tormenta. Mas en lugar de escarmentar con este jirimer fracaso, i de desistir de su empeño, no hizo sino alizar su rabia, i se puso a buscar, con las pre- cauciones que le había enseñado la espericncia, como realizar sus depravados desig- nios. Gracias a su persistencia, logró entrar en relaciones con el alcalde don Antonio I.avin, i obtuvo de este caballero le presentase a ü.ssorio, a quien entregó una lista de los supuestos eonjurados. El presidente mas crédulo o mas suspicaz que Urrejola, no desatendió el negocio, e hizo llamar al sárjenlo mayor don Antonio ÍUorgado i al capitán San Bruno, para conferenciar sobre los medios de rastrear el plan i ramificaciones de la conspiración. Los dos Talaveras se encargaron de la averiguación, i el arbitrio mas fácil que se les ocurrió, fue excitar al sarjento del mismo cuerpo don llamón Villalobos, a que lin- jiéndose descontento de sus jefes, se ganase la confianza de Homo i de IMoyano, para arrancarles su secreto. ^■illalobos, que habia sido el comandante de la guardia en otras ocasiones, conocía de antemano a los presos Fd [irimer dia que fue a la cárcel mandando el deslaca- menío, entró al calabozo furioso i desalándose en denuestos i maldiciones contra su mayor .Porgado, porque, según decia, le guardaba prevenciones, i acallaba de afrentar- le delante de sus subalternos dándole un bofetón, nada mas que por haberlo sorpren- dido tacando la guitarra. \o limitó a éste solo los tiros do su hidrofobia; no perdo- nó a ninguno de sus oficiales; a todos los pasó en revista, i [lor cierto que ninguno de ellos se h diría complacido del modo como los trataba. F]stos bulliciosos desahogos fueron e! anuncio de tremendas amenazas i de proyectos vengativos, que espresó con cierto tono i con reticencias tales, ipic no ¡lodian menos de conquistarle la atención i curiosidad de sus auditores. Cuando observó que se habían dejado engañar por sus aspavientos i palabrcria, so les ofreció para favorecer su fuga, como si de esta mane- ra principiara a tomar su desquite por los agravios de sus jefes. Casi no hai necesi- dnl de decir que Homo i íloyano .se apresuraron a admitir su oferta, desahaciéndosc cu acciones de gracias i en demostraciones de júbilo. Incontinenti pusiéronse los tres a meditar en los medios de cjecucinn. Lntónces \ illalobos, franqueándose todavía mas sus inocentes amigos, les prcgunlii, porqué en vez de inlcnlir una cscaiiada vulgar ' quo solo iba a aprovorlrir a ilos individuos, no procuraban oblcncr a un mismo ticm* ])o la liberlad de la Patria i la suya. El estaba pronto a segundarlos, i pondría a su disposición los muchos elementos con que contaba para el logro de la empresa. El aborrecimienlo del pueblo a las autoridades españolas, era manifiesto-, el disgusto dn la tropa no (ua un misterio. Se sabia que al otro lado de los Andes se reorganizaban ios emigrados, que San llartin los reforzaba con un ejército formidable. ¿Qué po- dían temer? ¿qué les faltaba para obrar? Una vez acertado el golpe, les vendrían de IMondoza auxilios de toda especie con la celeridad del rayo. Un momento de resolu- ción, i alcanzaban mas de lo que babrian deseado en sus sueños mas dorados: rique- zis, fama, poder. Representó tan bien su infame papel, que sus infelices victimas no concibieron la mas tijera sospecha. Escucharan sus pérfidas propuestas jadeantes i con lodos sus sentidos. El asombro embotó desde luego sus potencias, i no les per- mitió ver claro. Pero pronto se recobraron de la sorpresa, i comenzaron a compren- íler. Las astutas reflexiones del Talavcra estaban acordes con sus propias observacio- nes. Alli, en su mismo calabozo, los soldados no habinn temido poner al descubierto •‘'US rc.sentimientos contra los m.andatarios, sus simpatías por los insurjent''s. Las per- donas que venían de afuera a visitarlos, les habían habicdo en muchas ocasiones de la irritación jeneral que reinaba contra los realistas, de la pronta venida de la espedi- cion trasandina, ¿Por qué no creerle a Villalobos? Por otra parle, la ambición que se alberga aun en el corazón de los seres mas aba- tidos, los disponía a ser crédulos i los empujaba a aceptar; pobres desvalidos, iban desde (I fondo de una Ciírcel a conseguir lo que no habían podido lograr Carrera, O’lliggins i tantos otros varones ilustres, con sus ejércitos, con sus tesoros, con sus l 'lentos. .Su vanidad se sentía halagada, viéndose los confidentes de lodo un sárjenlo del i( rriblo cuerpo de Talavcra. El hombre, i particularmente el hombre del pueblo, es hecho asi; aborrece a sus tiranos i maquina contra ellos, miéntras le están acosan do; pero si acaso se le acercan, si le acarician, lo olvida todo en un instante, i los re- cibe con acatamiento. Fué lo que sucedió a Romo i Moyano. Villalobos los embaucó cotiu) quiso. Adoptaron todas sus vistas, subscribieron a todos sus planes. Si como Ar- gomedo lo había asegurado, hubieran estado proyectando algún complot, irremisible* n\enle se lo habrían revelado en estas circunstancias a su nuevo aliado. Pero ma^ j'olian confiarle una trama que. ni siquiera se les babia ocurrido. El sarjento se retiró, pues, con la certidumbre do que aquellos desgraciados hasta entóneos no habían pensado en ninguna conspiración, que no tenían los medios de * reaiizirla, i que probablemente no habían concebido la mas remota idea; pero que después de su conversación, la deseaban, i se habían comprometido a ser sus cómpli- ces en una im.ajinaria. (t) En lugar de dar por cumplida con aquel rcsullado.su comi- sión, el des diñado determinó continuar hasta el fin, i hacer que recibiesen el condig- no castigo por su rebelión intencional Romo, 3íoyano i sus .secuaces, si los tcnian. AI dliplicó sus visitas, las repitió no solo de dia en dia, sino de hora en hora. Como •'^olo le costaba mentir, cada vez llevaba a los presos mejores noticias. Las cosas mar- chaban a las mil maravillas. Cincuenta Talayeras de la compañia de granaderos es- (!) Vamos a copiar una flectaracion del inisitin Villaloho.s que pnicha oviitcntcincnle que los pre- sos no ni;;(|uinaliaii nada, antes de ipie el los excitase. Dice asi; .d'regimlado que en «pié léniiinos era la eonspiracion (jiie tcnian tramada entre Homo i Moyano, cuando so le deseubrieron, después de las órdenes del señor mayor de Talavcra: dijo: (pie aeefea de la (iregniua, no sabe otra ci.)sa que lo (pie le dijo .Moyano después de los encarsos del señor mayor,» resjieeto de que está disgustado en el ser- viido, podremos tomarnos la ciudad, si nos ayuda, pues podemos conlar con los dragones." t)u'' de lo (pie tenían trtitado ánles, no /<■ mnnifesto plmivs algunos ni Rnmu ni Mnynnn^ \ (pio <-s cuauto piiode rcsfioiider en satisfacción a la pregnnla.— Preguntado (pie si de estas palabra-s iiiliere que tuviesen reducido a electo algiin |dan de conspiración, i si en las conversaciones ulteriores tuvo motivos de inferirlo, i diga cn.áles fueron: dijo: (ine a mas de las ra/.onos diebas en esta i sus (lemas declaraciones, tuvo mo- tivos de infei'i r, nn //- i/m' tnviv.ir los ciu. dadanos a las armas, dcadarando traidores i amenazando con la i.ííerai '>,t todos los qu.; no concurrieran. Sus conclusiones fueron admitidas por unanimidad. Antes de todo, •nsló porque se escribieran los eart.cli-.s; el mismo los dictó, los íirmó i persuadió a Homo i Moyano que liicierin otro tanto. Su empí'ño nacia de que aquella era una ind cacion de San Pruno, que deseaba someter la (idelidad de ios habitantes de San- tiago a la misma prueba de que tan mal parados salian los presos de la cárcel, i que. cstabi resuelto a imponer a los primeros, si del¡n(¡uian, la misma pena que meditaba para los .segundos. Con respecto a O.ssorio, aumjue su suerte pa¡ cria haber quedado decidid I, no obstante volvieron a poner el asunto en discusión, como correspondía a su alta categoría, i todo bien reflexionado, convinieron en fin en que valia mas de- morarle su castigo i encerrarle en las Cajas Reales, para obsequiar con su persona al gobierno de Ruenos-.Vires,¡de cuya protección iban a necesitar, el cual resolveria a su agrado sobre su destino. Entre tanto Morgado i San Bruno babian sido informados por su ájente hora por hora de todas las determinaciones que habian tomado los conjurados, de modo que sa!)ian el instante preciso, en que debían presentarse a ejecutar la parle que se ha- bian reservado en esta horrible intriga. El centinela de la cárcel acababa de contar los tres cuartos para las dos en el reloj de la plaza, cuando llegaron a la reja de hie- rro los dos jefes ya citados i el cadete don Felij)e Arce, que ocultaba una linterna d bajo de la capa, i que habia adquirido títulos para ser de la partida, liabiendo a- Iravesado pocos dias antes de parle a parle con su espada a un pobre mozo de café por un motivo insignificante. Los seguian los gastadores del batallón de Talavera» que por sus formas hercúleas i luengas bárbis aterrorizaban a la multitud con sol<> su presencia. Morgado dio la orden de que desenvainasen los sables, i subiesen en puntillas la escalera. Llegados a la puerta del aposento de donde solo salia hacia fuera un lijero murmullo, la empujó con violencia i se precipitó adentro el primenn cubriéndose la cara con una |)islola, c intimandocon voz de trueno a los atónitos con- currentes se echasen a tierra. Obedecieron sin resistencia, ménos Concha, que procuró apagar la luz, i .Moyano, ’que viéndose perdido, intentó asir un puñal, como para de- fenderse; pero no alcanzó a usarlo, porque no bien hubo notado su acción San Bru- no, que le llamaba a grandes gritos, le tiró una estocada en el cuello i otra en la ca- beza, dejándole muerto en el acto. Ebrio de sangre, acometió en seguida contra Coii- cba i le asesinó cn;cl sucio como un perro, quebrando la espada en sn cuerpo. \ es- to ejemplo, los gastadores se pusieron a tirar tajos i reveses a diestro i siniestro, lii- riendo sin distinción a los desgraciados prisioneros, entre otros a un pobre indio, an- ciano de sesenta años, llamado Ignacio íjuarache, que no tenia otra culpa, que el haber sido encarcelado en la sala habitada por Romo i iBoyano, i ijue estaba tan ino- cente de lodo, que habia dormido como un tronco durante el conciliábulo anterior, despertando solo al recibir dos cucliilladas. Por algunos momentos, lodo fué confusión. A la débil claridad de la litilerna que Arce liabia arrojado por el suelo, i de la vela que alumbraba cl cuarto, babria podi- do percilairsc una lucha horrorosa por la debilidad de los acomolidos i la barbarie i eucarnizamienlo de los agresores. Hombres desarmados i postrados en la tierra, que estaba cubierta de sangre, barajai)an con sus brazos los bacliazos que descargaban sobre ellos los enfurecidos Talaveras. El ruido de los saliles, los ayos de los heridos, las blasfemias de los soldados i los rezos de aquellos infelices, que. ereyémlosc en su último trance, podian confesión i mi.scricordia, lodo e.so formaba una bUalinla es- panlo.sa. San Bruno, cuya sed de cariiiccria no se lialiia salisfccbo cun dos victimas» acometió a Romo resuelto a ullimarlo, i liabria cumplido su designio, si un soldado no ít’ hiihií'SP luídm onlcnicr quo m‘r(‘silal)jii las drclariicioiios de ?(|iicl liniiilm' pa- ra desoí. *'rir los oómplictfsyEs preciso que el furor raye en frenesí, que la exallacion se haya oonvt'r.'wiíi.Nísv i'analismo, para que se pueda no perdonar a rendidos, que en vez de op mer resistencia, imploran compasión, l’ero los gritos suplicantes i los que- jidos, Clima t|iio oslimulalian a los Talaveras, en lugar de calmarlos, l’no solo de los ronjnrados habría quedado con vida, si el mayor de plaza don f.uis l’irejola, preci- pitándose entre los asiltanles, no hubiera trabajado por suspender la matanza, i to- davía tuvo que h iccr valer para conseguirlo, toda la autoridad de su empleo. (5) .Mientras se había oslado represenlando osle sangriento drama en uno de los cala- bozos do la cárcel, Osserio, lleno de terror, no liabia podido [termanccer tranquilo en su palacio, i había salido a situarse con tres edecanes debajo del Portal, impa- cíente por observar ron sus propios ojos el evento de lo que él se figuraba lerribP* Conspiración. Su primer cuidado fue llamar al sárjenlo mayor de plaza, i ordenarle poner la guarnición sobre las armas. Cuando Crrejola, que como se recordará, ha- lda despreciado la delación de .\rgomedo, vio la importancia quo se concidia a un asunto que h ahia desdeñado hasta el punto de no dar parte, temió por un instante hallarse él también complicado por una esLraña fatalidad. (;i) .Sin lard inza las tropas estuvieron en movimiento i con el arma al brazo, l'na parte del hatiilon de Tai ivera se formó en batalla al costado de la cárcel, i otra .se colocó sobre los tejado.s dt l cuartel de los dragones de (ioncepeion, de (paienes se sos- pech d)a. l'alrnltas numerosas cruzaron en todas direcciones la ciudad, en donde no .se notaba el menor alboroto, i que (les[)'Tlib i sumisa i abatida, como de costum- bre. Los Inbilanies comenzaban a entregarse a sus faenas cuotidianas, ignorantes del riesgo inminente fpie los había amenazado. San Bruno i otros habían instado a Os.so- rio, para que se lijasen los carteles, i se hiriese lodo el aparato ile una insurrcceioii Iriunfaiile, a (in de csporimcnlar asi la fidelidad de los Santiaguinos, i tratarlos ro- mo mereciesen. .Vfortunadamenie, el presidente, a pesar de lo doniinado que estaba par los Talaveras, esta vez se mantuvo firme i prohibió que .se llevase a cabo perfi- dia tan inaudita. Su entereza poco habitual salvó como por un milagro a los incau- tos de nn degüello seguro i de la brutalidad de una soldadesca d osen fren a da. Al dia siguiente, amanecieron colgados del rollo, monumento (|ue decoraba en a- qiicila época la plaza principal, los dos cadáveres do (loncha i iUoyano, sobre cuyas cabezas se lela esta inseri[)CÍon: Por cojixpiradores contra el Itci i Perturbadores de la Pública TnnrjuUídad. Su aspecto era espantoso, pues ¡os liabian desfigurado, no Solo las inútil aciones de ipio liabian sido victimas, sino también el haberlos arrojado desdo las ventanas de la cárcel, por no lomarse el trabajo de bajarlos, (jonlrihuia a au- mentar la indignación que producia este lúgubre esiiecláculo, la insolencia con que se pascaban los asesinos con sus uniformes manchados de sangre, haciendo alarde de su atentado. Por de pronto, la capital se llenó do los mas di.seordanles rumores; ca- ria uno se pintaba el suceso, según .sus ideas o simpalias; pero cuando pasada la sor- presa, se conoció a fondo el hecho, el terror fiié universal, .\adic se consideró segu- ro, después de aquella red tendida tan col),irdemenle a unos desventurados prisioiic- roí , i aun en el corazón de ¡os mas libios, se levantó un odio sordo contra el gobier- no f;ue semejantes crímenes cometia. Ossorio ordenó suslajaciar el pron-sn de los reos que bnltian sobrevivido,- mas no cons guió sustanciar, sino el proceso de su proiúa conducta. Tres íi.scalcs se enqilea- lon uno Ira.s otro en formar una sumaria engorrosa i llena d»- nulidades, que hi- zo tan evidente de parle de quién estaba la culpa, (|nc al último solo pensaron en (2) Conversación mn f¡on Julián Sanclicz, que, sea ilielu» de paso, conserva la calie/a i las niaiios Cllhíertas de cicalr.i es. 43) Conversación c-.u! don Manuel Barañ.io, que satie todo esto de lior.a de! inisnio frrejola. — — fnlicluirl,!, i en s<>pullnr f>ii el olvido aquel incómodo negocio. Del cmoí; advertir que (iiir inle el curso del juicio, la autoridad puso cuantos medios estuvieron en su mano, |)ara estorbar la continuación de una causa, en que aparecia manifieslamenlc crimi- nal a los ojos de sus súbditos. Hizo embarcar clandestinamente para el Perú, como sarjento primero del batallón de voluntarios de Castro, título con que premió su vi- leza, al delator don Juan Argomedo, personaje sin cuya presencia era imposible con- tinuar las averiguaciones; i a los otros testigos de la conspiración, o les permitió es- caparse de la prisión, o los remitió con sijilo a Juan Fernandez. El proceso, pues, no pudo proseguirse, i finalizó con la siguiente sentencia, que copiamos integra, por- que mejor que cualquier otro documento testifica la verdad de lo que hemos referi- do— Santiago 30 de Jlayo de 181o. Córtese este asunto: póngase en liljertad a los comprendidos en ci: a Ronto i iílardones que fijen su residencia, fuera de la capital el primero, i de Curicó, el segundo: hágaseles entender a todos que esta gracia la deben a nuesiro Augusto Soberano, en cuyo real nombre la hace— Ossorio. \ iliabvbos, acosado por los remordimientos, abandonóa Chile, teatro dosu delito, i se dirijió a Urna, donde en el convento do los Descalzos cambió su casaca de solda- do por el sayal de fraile. Alli por algún tiempo se entregó a la penitencia i a actos de la mas rijida devoción con el fanatismo propio del alma ardiente de los españo- les. Pero la infamia de su crimen le persiguió hasta en la soledad del claustro. En aquel asilo fue todavía a turbarle el susurro de su inhumano proceder, el anatema que so- lare él había fulminado la sociedad. Cuando quiso profesar, los prelados recibieron su petición con frialdad i terminaron por insinuarle la verdadera causa de su repug- nancia. Villalobos se sinceró lo mejor que pudo, trató de calunm losas semejantes in- culpaciones; mas como no se diesen por satisfechos por su simple dicho, solicitó que se le concediese volver a Chile pai'a ¡iroporcionarse comprobantes irrecusables de su inocencia. En efecto vino, cuando el ejército de San Jlartin amenazaba atravesar 1 )S Andes; i ya sea que la dificultad de paliar su delito le arrojase en la desesperación^ o bien que el ruido de los próximos combates despertase sus instintos marciales, lo cierto es que dejó los hábitos, descolgó su espada i se alistó otra vez en su antiguo cuerpo. Parece que la cólera del cielo le arrastraba a lidiar en Chaeabuco, para que cayese jvrisioncro en poder de los independientes. Iba ya a partir con los demas de igual clase que San Martin envia()a a la punta de San Luis, cuando recordaron quj había intervenido como principal ájente en los asesinatos de la cárcel de Santiago, j le hicieron retroceder del camino, para fusilarle en el mismo banco que su cónqdice .San Rriino. (4) Por los acontecimientos que van referidos, se colejirá sin trabajo que toda la lác- tica de la restauración para mantener a Chile d(*pendiente de la Metrópoli, consistió en apoyarse en los españoles-europeos i en dominar por el terror a los americanos. Se compró el beneplácito de ios primeros, permitiéndoles cometer todo linaje de fe- chorías, incluso el asesinato. Destierros, confiscaciones, encarcelamientos fueron los elementos principales de que se valió el gobierno para reducir los segundos al silen* cíe. >'o desprecié» por eso los resortes morales, que por esperiencia propia sabia eran instrumentos mas eficaces, auu(|ue ménos aterrantes que el látigo i el sable, para ra- dicar su poder. Las señales esteriores de acatamiento que arrancaba por la violencia, no le dejaban ni con mucho satisfecho. Esas demostraciones serviles, hijas del miedo, pxlian trocar.se en actos de hostilidad, al menor contraste que su fortuna padeciera. En la necesidad de lejitiniar su señorío para hacerlo duradero, puso también sus co- natos en imperar sobre las eonciencias, las cuales estaban imbuidas del es|>iritu inno- vador que les habian comunicado los revolucionarios. La imprenta dirijida por manos (1) Conversación con el jcncral ilon .tose Sanliajo .VIdunale. hábiles i í'spcrl is Inbia sido el ariete que estos liabian puesto en juego, para dí squi* eiar el edilieio di l pasado; i los realistas que tocaban los estragos que sus golpes re- doblados h d)ian ciiisado en las viejas creencias, resolvieron delenderlas con las mis- mas armas, i como sus antagonistas, hacerse do la imprenta un medio de pro[)a- ganda. Con este fin había hecho publicar Ossorio, desde el 1 1 de noviembre de 181 i, un periódico que bijo el título de Gaceta dd Rei, estaba destinado a condensar la espe- sa niebla que ocultaba a los colonos sus derechos. Este papel que aparecía los jueves de cada semana trabajó sin brillo ni talento en la tarea que se le había conflado. En vano se buscará en sus insípidas columnas la refutación de las ideas sobre liber- tad i soberanía popular, cuyos jénneneshabia esparcido la prensa de los insurjentcs. Durante el periodo de su existencia, en vez de atacar bien o mal esas doctrinas, solo se ocupó en aterrorizar al pueblo, ponderando la prosperidad creciente de la Metrópoli i rejistrindo la historia del martirolojio de los independientes en las demas secciones americanas. La Gacela del Rei, casi en su totalidad, estaba reducida a una copia in- dijesta i adulterada de las noticias estranjeras. No todas por interesantes qi e fuesen, merecían los honores de la publicidad, i solo se estampaban en letra de molde los hechos que confirmaban el engrandecimiento rápido de la España, i los boletines de las victorias que el alisolutismo oblenia en los diversos países de Europa i America. Los editoriales, cuando los traía, nada significaban, estaban escritos con el estilo de actos de contrición o peroraciones ele sermón, i no debilitaban en lo menor los argumentos de la Aurora, dcl Semanario i del lAlonitor, cuyas voces parecían mas elocuentes en la ausencia de Ilenriqnez, de Irisarri i de Vera, que vagaban en el destierro. El gobierno conoció que era mas difícil vencer a los patriotas en el terri- no de las ideas, que en el campo de batalla; esis pequeñas hojas de papel le lanza- ban acusaciones mudas, pero formidables, que no pudo soportar. En la imposibili- dad de contestarlas, quiso al menos darse el bárbaro placer de destruirlas. Espidió un decreto, en el cual mandaba que todo aquel que poseyera los escritos publicado» por los facciosos los entregara en el término de ocho dias, amenazando castigar a los renitentes, como sospechosos de infidelidad. (5) Luego que estuvieron reunidos, mandó hacer con ellos nn auto-de-fc, i arrojar a las llamas esos documentos impe- recederos de su sinrazón, como si el fuego que iba a devorarlos, hubiera podido re- ducir a cenizas la justicia de su causa. Era el redactor do la ílaceti Frai José María de la Torre, frade dominico, doctor en Icolojia de la Universidad de San Felipe, que pasaba por el mas hábil predicador de su orden. Debía ser un hombre de convicciones poco profundas, a quien le gusta- ba vivir en buena annonia con las autoridades existentes, que defendía con calor el gobierno monárquico, porque le proporcionaba mayores privilejios i mas holganza; pero que se acomodaba con cualquiera otro, como lo manifestó bien, cuando desde la Punta de San Luis, adonde le habían confinado los patriotas, escribía al jeneral San IMarfm, deprimiendo a sus antiguos señores, i haciendo la apoiojia de la república, que tanto había atacado con su i)lnma i con su lengua, i en la que sin embargo ad- mitió en tiempos posteriores cargos importantes. .\unque desde la batalla de Ilancagua, de hecho los españoles schabian posesiona- do de Chile, lo habían gobernado hasta entónces militarmente, sin restaurar en sus funciones a hs principales autoridades del antiguo réjimen. liabian aguardado la completa paciíicion del reino, para reinstalarlas con una solemnidad prestijiosa, que consagrase su dominación, i con el csj)ectáculo impusiese a la multitud. Ilicn que Ossorio, a petición del mismo Cabildo de San iigo, había sido nombrado por el vi- Ban'lo de 10 d" En ro ríe l^i:> rrei de l.imi, cnpitin jciicral inlcr'mo, hasta la resolución del monarca, por liliilo espedido ei i'i de .Noviembre de 1811, no habia investido públicamenle su cargo por h.dlarse suspenso el tribunal de la Keal Audiencia, cuyos ministros liabian sido des- terrados por los insurjentes, como los guardianes mas incómodos i vijilantes que de- fendieran las inslituciones añejas, t’ero habiendo regresado estos al pais, cuando se consolidó el dominio español, i habiendo sido repuestos en sus empleos, determino Ossorio tomar posesión del suyo, el Iñ de üiarzo de 1815, con toda la suntuosidad que j)osible fuera. Ese diase dio a la inauguración el aparalo do una fiesta relijiosa i popular. El rejenle don .José de Santiago Concha, i los oidores don .losé Santiago .\ldunate, don Febx líasso i lie. ri i don José .\ntonio Rodriguez, acompañados de las corporaciones i vecindario de la capital, se encaminaron al palacio, dedonde sacaron con gran pompa al jefe del Estado, para conducirle a la plaza mayor, en la cual le esperaba formada en cuadro toda la tropa vestida de lujosos uniformes. En medio de la plaza, se veia un tabladillo vistosamente adornado; sobre el tabladillo una mesa; sobre la )iif!sa un crucifijo i dos azafates de plata, uno con el bastón, simbolo del mando, i el otro con las llaves de la ciudad; i bajo un magnifico dosel el retratode Fernando Vil. Imegoque la comitiva llegó a este sitio, cada uno se colocó, según su categoria, en los ricos sillones de que estaba cubierto, i el escribano de cabildo leyó en alta voz el ti- tulo, que inslituia a O. sorio, capitán jeneral interino del reino de Chile. En seguida hincando Ossorio la rodilla sobre un cojin, preparado al efecto, hizo ante el cruci- fijo i sanios evanjelios juramento de ser fiel al Rci, de premiar la virtud i de casti- gar el crimen. .Veto continuo, el riqente le eniregó el bastón i el rejidor mas anti- guo las llaves de la ciudad, tomando asi su puesto en esa serio de njandatarios quo principia en Pedro Valdivia, el conquistador de Chile, i coucluia en Francisco Gar- fia Carrasco, depuesto ignominiosamente por el pueblo, que protestaba contra esa conquista. Daspucs de h dicr reiiovulo el juramento en la sala de la Audiencia, i de haber dado 1 i.s gracias al ciclo en la iglesia Catedral, volvieron lodos a la plaza, en donde Ossorio, adelanlándose solo gritó en alta voz, viva el Rei, contestándole la tro|)a con una descarga, i la mullilud con oslrepilosos aplausos, A consccuLMicia de tan fausto acontecimiento, se abrieron lits pucr'as de la cárcel a muclms reos, i e! nuevo capitán jeneral ccicliró iin rahildo aiicrlo i jauta de eor- pnraciones, con el objeto de enviar a la corle do.s diputado.s, que fm ron don ímis Errejola a nombre ilel ejército i don Juan Antonio Fbizalde a nombre del pueblo, tanto a felicitar al monarca por su restablccimienlo cu el trono de sus mayores, co- mo a demandar un indulto en favor de los confinados a Juan Fernandez. El emio- cimienlo que había aihpiirido del earaeler dócil i ap.iciblc de los chilenos, comenza- ba a h leerle comprender que su itoliiiea se h.abia eslraviado en un camino falso. Ila- bia tenido tiempo de observar que el sistema de terror que habia .adoptado para so meterlos, le .alejaba, áutes (¡ue acercarle, al término apetecido. Deseoso de reparar su error, Irabaji) con ah neo en acreditar sus mensajeros al lado del soberano i en remover todos los obstáculos que pudieran retardar su partida. Frailando buque tuvo que interponer su iulbijo con el comandante de mn fr.igita inglesa, la Tagiis, para conseguir que los ndmilie.se a su bordo. Los comisionados llegaron a la C.oruña en los momentos de estillar en esa provincia la revolución de Poriier, i como en Espa- ña se equi|)arabni 1 .s movimienlns de esta especie con 1 1 insiim'crinn de .Vinérira, era esta una cireiinst meia en (tslremo (h'sfavnratile al logro de su eneargo. Perú oran tal's los informes i reemn 'nJacione.-? de Ossorii», que apes ir de esta curilrariedad s.a- Jierm airosos en su pretensión, con .igui 'tidn el perdón de bis (h'^terr idos, i ob leiticmlo ademas Errejola la eapitaiiia jem ral de las Filipinas, i Eliza! le el nonibr i- mienio de uidor para la .Vudieiici.i de .Manila, (ij as •i foiiursai.iün ten " «<>- 17 Decrete f|e 1S ')<“ ageste rtr ISt.t. S Artirulo 2 del bando de U' de abiil dr 1815. lícitos a calmil- la algazara, i conlestabau sus injurias con golpes i sablazos, mien- tras los arraslr iban a la cárcel. A[iesar a pesos, apesar de haberse e\ijido eon la mayor dureza. (i;5) Se r('baji) sn suel- do a los emiileados, i se grav(i con fuertes ibireelms Indas las mereaderias nacionales i (^stranjeras, sin evcí'plii ir las (pie son indispensables para la vida, ('omo el pan i la carne. (14) Pero el dinero recaudado parece (pn; raia en tina caja sin fondo, pues se agotaba en el instaiile. Por lo cual O.ssorio, sin aleinb'r al anicpiilamiento del pais, convocó lina junta de eorporaeiones, para (jue le suniinisirase nuevos recursos, i en ella sn resolvió inaponrr una eoniribueion mensual de S'IOOO pesos, (jue debia durar docí’ mes('s i repararse proporeionalmenlCí'ntrelas personas pudií'nles del reino. Mas lanía era la pobreza, (¡ne la comisión cb'jida para que dislribuvi'.se aquella ranlidad n > enronlró, no obsiante sus grandes cavilaciones, a quieiK's asignársela, aun ha- b ‘tido incluido al clero regular i secular i mnnaslcrins de monjas (|ue basta enlón- ees habían sido oxccplnados de eoniribuir, i solo pudo cargar 42.174 p('Sos, que en poco mas de la milad de lo (pie sn liabia proyectado recojnr. lisia multiUid de gabelas que tenian por recaudadores a Talaver.as, (pie forzaban irremisiblemente al pago fusil en mano, aun cuando rccayi'sen en familias cuyos pa- dres se encontraban en .Juan Fernandez o vagaban b’yjos de sn patria; los exorbitan- tes derechos que gravaban las mereancías, no solo a su entrada i salida del reino, si- no también a su entrada i salida d(‘ I.a ciudad, i al tiempo de su (‘spendio, sumerjie- ron al piis en una miseria espantosa. H1 di'slierroo la proseripeion de los capitalistas iiahia privado a la industria de fomenio; la guerra inanlenia en los ejf'reilos a los ti ab.ijadores, alejándolos de sus faenas; i los impuestos, colmaniio la medida, ha- cían soportar a los habitantes una carestía que para muchos venia acompañada de los horrores del hanihre. I.a autoridad reconociii el mal. «\uestio pais es el mas feraz i abiind inte, dice el procurador del cabildo don .Iosií .María l.iijan, en un in- forme sobre la materia, dado a principios de I.SI5, cuando las cosas no habian lle- gado todavía a esc estremo, i sin embargo los vecinos de esta ciiubwi no comen lioi a satisfacción, ni llegan a abastecerse, sino a costa de diez o doce tantos mas de di- nero de lo que ánlcs necesitaban para mandar a la plaza.» Pero aunque se aperei- biOS! del mal, la autoridad fue impotente para remediarlo; porque la niz de la en- ferinadad que trataba de riirar ('st.aba en ella misma, en la improbidad de sus cm- jdeados, en la voracidad de sn fisco, en sn ej(?reilo siempre en aumento, en su siste- ma restrictivo i opn'sor. hl pueblo exasperado buscó en los itas/piines nn medio de venganza, ya qnc no de alivio, i persiguió eon ellos a los disiribnidores de las con- Iribuciones hasta el punto de amenazar eon la muerte en un anónimo al contador mayor, qnc de miedo a aipiolla atm naza solicitó con enqieño se le exonerase de se- mejante cargo. (15) Ossorio había soñado que, romo era de jn.slicia, la corona ronfiriinria'en el recoti- qiiistador de Chile el nomhramienlo de capitán jeneral que le habia conferido inle- riria.nente el virrei de Lima. Mas probó (>n si mismo los efectos de. ese si.stema de favoritismo, coiiiia el ena! clamoreaban los criollos. 151 B. ndo (le (i lie Julio (le ISI.'i. (13) liando ((.■ de Mayo de ISl.S. Ili) liando de n de Mayo de ISI.'i. ,1.1) .\reliivo del Miiii>lcriu del Inlerior. Rodeaban el trono de España mnrhos prelendientes a los destinos de las rolonia>í pues se miraba jeneiMimcnle la revolución de América, como una insurrección sin consecuencia, esperándose d(‘ di i en dia la noti(‘ia de su completa pacificación, so- b‘e lodo en 1815, cuando los c‘;pañoles eslaban ensoberbecidos por sus victorias so- bre los franceses. IVo escaseaban, pues, los empeños para los empleos de ultramar. Aun hubo quienes se disputasen el titulo de virrei de Rueños-Aires. Hacia parle de la camarilla de Fernando Til, don .luán José Marró del Pont, dueño de vastas posesiones en Galicia, absolutista por convicción mas bien que por adulo, de lo que dió pruebas mas tarde conspirando contra el monarca mismo, cuan- do se le supuso contajiado de idttas liberales. Este se empeñó por que se adjudicase la capitanía jeneral del reino de Chile, t ilvez Antes de que .se supiese su reconquista, a su hermano don Francisco Casimiro, que alegaba méritos capaces de ilesesperar a cualquiera otro competidor. Tenia las mismas ideas que don .luán José; poseia una fortuna masque regular; habia comliatido en Orín contra los berberiscos i en la Peninsida contra los france.ses, los dos pueblos que mas aborrecian los españoles; virios sitios le liabi an sorprendido encerr ido dentro de las ciudades asediadas; i Ib. val)» el pecho cargido de cruces i veneris, que si nlendemos a su conducta entre nosotros, es de sospechar las debió al inlliijo, mas bien que al valor. El 15 de Diciembre de 1815 fué para Ossorio un liia aciago; cuando aguardaba su noinbramie alo en propiedad, le llegiron las felicitaciones del monarca i los despa. ellos de brigidier, a la par que la noticia de que mui pronto arribarla el sucesor que venia a recojer el fruto de sus fatigas. ¡Triste desengaño para un hombre que con- taba casi segura l i preferen :ia sobre cuabjuier otro pretendiente, como un premio debido a sus servicios! En efecto, M ireó no tardó en desembarcar en Valparaíso, po- niéndose inmediatamente en marcha para la capital. Ossorio salió a recibirle aconi- pañido de una lucida comitiva, i a una legua a estramnros de Santiago se encontra* ron el presidente que venia i el (jue se iba. (Ifi) .Vmbos se abrazaron, o tinjieron abrazarse, tierna i cordialmente, i tuvieron sin testigos una larga conferencia, cuyo asunto no traspiró afuera, pero que probablemente rodó sobre el estado del pais. Ossorio se resignó a entregar el mando sin dar muestras de descontento, apesar de sus esperanzas burladas i de su pretcnsión infructuosa, poique seguramente el prin- cipal objeto del viaje de l'rrejola i Elizalde fué esponcr en presencia del Rci los títu- los del capitán jeiuTal iiilerino, para solicitar en su favor el gobierno de Chile. r I Nada mas diferentes que los caracléres de los dos capitanes jcneralcs que gober- naron a Chile durante la reconquista. Ossorio era un hombre cauteloso, que no revelaba sus proyectos, de pocas pala- bras, de aspecto agrio, con las maneras bruscas de un soldadote que solo ha vivido (tO) Marcó dosfiinbarcó on Valparaíso et 19 de niciembre de 1815 i se recibió dcl mando el 26 del misino en la chacra do I’rado donde se le fué a recibir. -46< — en los cnarlelcs, aunque no era valiente en el campo de batalla,' su losqi.rdad se manifestaba hasta en su traje tan ordinario, como tUlel último de sus snbalU rnos. Pe- ro bajo esta ruda corteza ocultaba un corazón bueno, puede decirse, comparándole Con los otros mandones españoles, que en el mismo tiempo despotizaban la Améri- ca. Si remitió al presidio de Juan rernandez a mnebas personas, fué por contempo- rizar con las ideas de sn partido i obedecer a las órdenes de Abascal , mas bien (|iie por convicción propia, como lo prueba d haber enviado a España a solieitar del monarca su indulto, con lo que dio un ejemplo de clemencia, único en medio de los horrores que comelian sus Compatriotas desde JJéjico hasta el cabo de Hornos. Su complicidad en los crímenes de los Talaveras no consistió, sino en la debilidad de dejárselos perpetrar i en no poner coto a sus demasías. Las cuuliscaciones injustas, tan frecuentes enlónces, le lastimaban prolundamente. «Entre los asuntos que mas ocupan mi atenciun, dice en una nota reservada a los ministros de la Real Hacienda, i el que con particularidad oprime mi corazón es el de los embargos i secuestros, i modo con que se hacen; ios repetidos clamores de los inocentes, a quienes miro co- mo cosa propia, me obligan a valerme de toda la autoridad que represí nlo, para pre- venir a U.S. S. que aquellos se hagan solo con las lejilimas pertenencias de los que sean acreedores a tal providencia, que avisará el gobierno, sin mezclarse en lo mas minimo en las ajenas.» Con lodo, estamos mui distantes de hacer la apolojia de su conducta, i su panejiiico, si es que cabe, solo se esliende a considerarle el mejor entre los malos. .Marcó del Puntal contrario, con una figura afeminada i modales adamados, era cruel a sangre fría; dictaba ron tono dulce i inelílluo órdenes de muerte i t slermi- hio. Sin capacidad para nada, solo se ocupaba de las superfluidades del lujo; el tren que trajo a Chile era tan espléndido, cual no se habla visto otro. Gustaba del fau.‘'t > i del oropel, usurpando los títulos mismos en que vinculaba su vanagloria. Blasona- ba de noble i ensartaba en su Arma apellido tras apellido; i su padre habla sido un pobre pescador de la aldea de Vigo, quese había enriquecido, haciéndose conliaban- dista durante la guerra con los ingleses. Presentaba una brillante hoja de servicios en que enumeraba campaña tras campaña, i era un cobarde tan menguado, que pa- ra que pudiese montar a caballo nn asistente tenia que alzar su ruin persona. Os- tentaba su pecho cargado de cruces i medallas, i esas ve neras las debía al favor, al dinero o a la casualidad. Presuntuoso i fanfarrón, se jactaba de poseer las pienJas mismas de que estaba dcsliliiido. La dureza de su alma, la pobreza de su intelij m- cia i su falla de valor resaltaban mas por el contraslcde sus exajeradas pretensiones. Bastaba leer su firma para penetrar la necia vanidad que le dominaba; todos sus de- cretos estaban precedidos por esta rolumbanle fórmula: Don Francisco Casimiro Marcó dd Pont, Anjd Díaz i Méndez, Caballero de la Orden de Santiago, de la Real i Militar de Sun HermevcjUdo de la Flor de Lis, Maestrante de la Real de Ronda, Benemérito de la Patria en Grado Heroico i Eminente, Mariscal de Camp:} de los Reales Ejércitos , Superior Gobernador, Capitán Jeneral , Presidente de h Real Audiencia, Superintendente Subdelegado del 'Jeneral de Real Hacienda, i del de Correos, Postas, i Estafetas, Vice Patrono Real de este Reino de Chile, etc. etc. Esta retahila de títulos con que exornaba su apellido, i con los cuales pensaba real- zarse, le degradaban tanto mas, cuanto que ménos los merccia. A pesar de tanta nulidad i de lanía ridiculez, como ántcs de su arribo era un en- te desconocido para los chilenos, que todavía no babian bocho la triste cspcriencia de su ignorancia i barbarie, no es eslraño que se congratularan con su llegada. El ruido que él esparcía de las proezas que en el viejo conlinenle babian llevado su nombre en alas de la fama, el boato de que se rodeaba i las condecoraciones con que el monarca le babia distinguido, abngalian en su abono. La pompa con que se amia- — iOi— le hizo pi<;ir por un gran polcnlario. La (iacela del Pu'i, tan prodiga en ad«i- jus eoiiio pobre de razones, no trepidó en decir que «la lanía le predicaba el mas cumplido de los héroes,» i en jeneral todos los liabitanles le dieron la bienvenid i con las nns oordi des deinoslraciones de al’ecLo. Solemnizaron sn recepción con mu- sicas i con sdvis de arlilleria, con iluminaciones i con repi(|ues, con aplausos i con fiestas, iíl gobierno de Ossorio h ibia sido l uí t'ecundo en padecimientos, (|ue el inerii hecho de ser reemplazado por otro lo celebraban como un paso inmenso hacia el ali- vio de sus aflicciones. Ki nuevo presidente no ¡lodia tener resentimientos de ningún jénero contra ellos; no le iiibian recibido a balazos como a su antecesor, sino enirj .iclamicioiKiS i lioinenajes; no enlraba a mandar en una época borrascosa i ajilada, si- no en la estación m is iiacilica i iraiupiila. Asi no habia bienes (pie no se aguardaran de su miniifieenoia. La apertura de las eáreades, el aliieramieiito de los impuestos, la devidiicion de las propiedades coiiliscadas, la eoiiclusioii de las perseeiiciones i otra infinidad do actos por este tenor, eompoiiian el programa eon (|ue los colonos dola- ban a la admiiiislrai'iun que iba a inaugurarse. I.os estrenos de .Marco, aunque ipiedaron mui airas de lan grandioso prospecto, no le hicieron con lodo desmerecer en el róncenlo de sus súlidilos. Al principio hizo concebir lisonjeras esperanzas, que desgraeiadaiiienle mui pronlo se IViistraron. Apa- renlatido un ardor eiiirafnble por la justicia i por la caridad, que desmiiilió duran- te toda su vida, liizo avisar en el periódico olieial que lodos los miércoles desde la« diez de la unñiiia Insta la una di; la larde daría audiencia publica a cuantos la so- licitasen sin distinción de clases ni coiidieiones, para remediar los abusos que sik subalternos huidoian cometido sin que él lo supiera, i visiló los hospitales, exami- nando el aseo de las salas, la ealidid de los alimentos, la limpieza de los lechos i la asistencia de los enfermos con un celo que encantó a los asistenles. Las nobles ocu- paciones a (pie el Jefe supremo comenzaba a (bídicaisc, llenaron de regocijo a la po- Idacion de Santiago, (]iie las miró como un comprobante de las biilianlcs dotes con que su fantasía se liabia coiiqibu'ido en revestirle, Kmpero la alegría que excitaron estas muestras de inicies por el bien público, l'ué tan ( riincra, como la causa que la fiabia inspirado. K1 fervor de parada (juc don Francisco (,'iisimiro ponía en el cuín- jdimienlo de sus deberes, no le duro siipiiera unos cuantos ines(!s. A los pocos (lias (le su presidencia airojaba con enfado la másciira bajo la cual se había encubierto, jura abandonarse a su natural miel i presumido. La suma total de sus beneficios se redujo a dos o tres aiidieneias en palacio i a dos o tres visitas al bospilal, audiencias i visitas lan nulas por oira parle en resultados útiles, que liabiian pasado desaper- cibidas, si la (iaceta no se liubiera encargado de cacarearlas. Esta misma molestia. Marcó no se la liabria tomado, si iio Iiuliien visto que Fer- nando A’M Inbia |>iMCticado en Ksp iúa una cosa parecida, pues el necio liabia veni- do de la Europa con la firme resolución de imitarle basla en susjeslos. La perfec- ción en el arle de gobernar consislia para esle lilen; relamido i odorifero, en co- júar servilmente las acciones de sn ilnstiíí amo. Jlien pronto luvoel pais que limar el alcance desús teorías p')lili(;as. Arrosirado por la loca prolensiou de ser un tra- sunto fiel de lan pf'simo orijinal, empezó a tomar en sn iralo público i privado los air(“s (le un monarca, i a ejemplo de sn modelo, se rodeó de una camarilla compues- ta de peninsulares ricos, salidos de la liez del pueblo, que {lor su espirilu rastrero e. ideas mezquinas estaban a su allura. Lslos intrigantes despreciables tuvieron mui en breve con el capitán Jeneral una f.iniiliaridad de qiio se habría abochornado una per- sona d(( mediano pundonor, i de. la cu il se valieron [lara adquirir sobre su volnnlad un ascendiente pernicioso, que esplotarun en provecho suyo i de sus amigos. Su ¡ire- senria sola basló para ahiivmlar de las aiilesalas de jialae.io, donde por lo demás eran bástanle mal n eibido'., a los reabsl as honndos, ipic babrian podido dirijir a Mi rcó con sus consejos, i siiminisirarle dalos para rejir nn país que pisaba por la [iriincra vez i cuya situación le era desconocida. Aquellos que sofocaron sus repuj^- n incias para acercársele i alumbrarle sobre los eirores inevitables a que se esponia, si se dejaba guiar por las estúpidas sujesliones del circulo que le rodeaba, no fueron escuchados. La triste asociación que se babia formado en torno suyo, pudo mas con sus chismes i delaciones, que los amigos ilustrados de la Metrópoli con sus discursos tundados en noticias auténticas, i sus reflexiones dictadas por la prudencia. El recibí, miento que se les hizo a causa de su franqueza, no les dejó otro partido, que retirar- se i abandonar el campo a los manejos de los aspirantes, que no malograron ocasión tan oportuna. Se prevalieron del aislamiento en que quedaba el presidente, para acabar de dominarlo, i apartar de su lado a los individuos que habrían podido con- traminar sus maniobras. Los dogmas que formaban el credo político de estos hom- bres, que por lo bajo habían logrado apoderarse del limón del estado, se resumían en esta máxima: los americanos que no han sido traidores, se aprovecharán de la primera circunstancia para serlo; premisa dedonde sacaban la conclusión de que en castigo do sus pérfidas intenciones debia tratárseles con mano de hierro. Consecuen- tes a sus principios, trabajaron con perseverancia en inspirar al presidente alarmas continuas sobre su seguridad personal, pintándole a los naturales del pais,aun cuan- do fueran los mis ardientes partidarios de la España, como enemigos secretos, con- jurados contra su administración. Resueltos como estaban a no retroceder delante de la infamia a trueque de medrar, se ocuparon diariamente en fabricar calumnias con- tra ellos, i don Francisco Casimiro, que como sus cortesanos tenia por los criollos el desprecio que siente un noble por plebeyos, no ponía ninguna dificultad en creer- las. Acusaciones sin pruebas eran suficientes para que el las sentenciase sin exámen, como pedían los soplones corrompidos que las forjaban. rS’o tardaron en esperimentar.se los funestos efectos de estas cébalas fomentadas por ei mismo jefe del Estado. Los particulares que por su notoria inocencia habían sido perdonados en el interinato de su antecesor, fueron desterrados, i aun los empleados mas fieles servidores de la l’eninsula fueron destituidos, sin que tuvieran otro delito (jue haber abierto los ojos en nuestro suelo. Contados son los chilenos que en esta Icmporadi obtuvieron empleos de representación. Casi lodo aquellos qae los teninn,- fueron separados i sosliluidos por españoles-europeos; hasta los escritos i memoriales se encabezaban con lo de natural de España, i se tpiedaba seguro del buen éxito. Los subdelegados i com andantes americanos en lodos los partidos, desde Copiapó a Chiloé, fueron subrogados. El mando del batallón de Concepción se arrancó al antiguo teniente coronel Roa i se dió a Cunpillo; el de dragones se quitó al coronel Santa- Maria i se entregó a Morgado; del de Chillan se despojó a Lantaño para darlo a Ale- jandro; del de Valdivia a Carvallo para poner a Piquero. Todos los dias había ascen- sos militares, ¡ no se vió ejemplo de que un amerieano participase de aquella prodi- galidad Los oficiales de Talayera subían en razón de lo que bajaban los del pais, basta los sarjentos, cabos i soldados se Ira.sformaron repenlinamcule eti oficiales, mientras a los coroneles chilenos se les con\crlia en comandantes de milicias o ¡ns. Irnclores de reclutas, (l) Cuando por acaso se ponía exeepeion a esta regla, era en favor de aquellos sujcto.s que compraban sus despachos, tratando a sus compatriotas con ese encarnizamiento proverbial de los renegados, o de aquellos que habiéndose hecho antipálicos a sos « onciudadanos, se e.speraha que por espiritn de venganza observaran igual compoi • tacion. .Asi iMarcó nombró su asesor a don Juan Francisco Meneses que, con r.izon (1) KSte acápite ha sido esli actado de la Carta Ht »n íortVflott <•/ Perú a }n heim tnn en Jeíti-( n'.yfo do» Cuyetann -464 - 0 sin olla, se había hecho altamente impopular en los disturbios anteriores. Amigo' f confidente de Carrasco, había pasado [lor uno de sus consejeros. Elevado en su tiem- po por una brutal destitución al empleo de escribano soslituto de cámara, había sido depuesto de su destino, a petición del vecindario de Santiago. Por abnegación de si propio que le supongamos, no podía menos de cobijar en su alma hondos resenti- mientos contra sus paisanos, que le habian inl'erido tamaña injuria. Con tales ante- cedentes, su exaltación al rango de ministro único, que a eso equivalía la dignidad de asesor, lejos de ser una concesión para acallar las susceptibilidades de los colonos, importaba un desafio que el jefe supremo lanz iba a la población en cuyo seno resi- día. Este pl in sistemado de ajar a los criollos no se llevó a cabo impunemente. E[ miedo, ese compañero inseparable de los dé.''potas, vino a acibarar la existencia de íM arcó, i a vengar a sus vasallos de los m.iles que les hacia sufrir. La animadversión que le habian concitado sus provocaciones cuotidianas, no era un misterio para na- die, i ménos para el. Temiendo con razón las represalias de los desgraciados, victi- mas de sus furores, se llenó de inquietudes. Tan pusilánime como insolente, no se atrevió a salir a la calle, sino escollado de soldados, i colocó centinelas en todas 1 s puertas i ventanas de su habitación, los cuales no dejaban entrar libremente a su presencia, sino a los miembros de su camarilla. A’o por esto modificó en nn ápice la rijidez que se había propuesto por norma en su gobierno. Aborrecia tanto a los colonos, que se le prestan a este respecto palabras tlignas de los lir.'inos de la anti- güedad. «.\o he de dejar, decía, a los chilenos ni lágrimas que llorar.» (‘2) J-as an- gustias del miedo no fueron bastante poderosas para contener la especie de fremsi que le aguijoneaba. Se lisonjeó con la idea de calmar la ajitacion que se notaba en el pais con nuevos golpes de arbitrariedad, como si se pudiera apagar un grande in- cendio, arrojándole nuevos combustibles. Con este objeto reeojió las listas de pros- cripción, presentadas a Ossorio ¡lor viles aduladores, i (|ue este no se habia atrevido a poner en ejecución, i se guió por ellas para aprisionar o desterrar a los que habian escapado de las persecuciones de su predecesor. Esta opresión de .llircó, la mas terrible de (jue haya ejemplo en Chile en las tres centurias que permaneció bajo el yugo de la España, comenzó a producir a la sordi- na una fermimlacion violenta, que el momento ménos pensado podía tronar i reven, tar, máxime cuando se corría la noticia de que se estaba aprestando en las Provin- cias .Vrjentinas un ejército que iba a atacar a los opresores por mar i por tierra. Las murmuraciones en voz baja podían dejenerar en acusaciones públicas, i estas dar orijen a tramas i conspiraciones. Para intimidar a los que intentaran resistirle, Mar- có adoptó con solicitud el pensamiento, que en tiempos igualmente turbulentos habian propuesto sus consejeros a Carrasco, de convertir en una fortaleza el cerro de Santa Lucia, que se levanta en el centro de Santiago i domin'i la población. El terror lo hizo poner manos a la obra a toda prisa, i en un año, antes de principiar las forti- ficaciones, alcanzó a concluir dos balerías que debían quedar dentro de ellas, i que colocadas en las cslremidades norte i sud, eran como dos centinelas que velaban por su seguridad, prontos a incendiar la ciudad al menor amago de insurrección. Las construyó en la piedra viva, sin cuidarse del costo, ponpie habiendo invitado a un donativo para ayuda de la fábrica, el vecindario trémulo de miedo puso a su dis|tosi- cion mas tle lo que necesitaba. Los peones tampoco le escasearon, pues decretó que lodos los que no se pre.sentasen espontáneamente a ofrecer sus servicios, serian arran- cados por la fuerza de cualquiera otra ocupación en (jue se hallaran i obligados a trabajar sin jornal en cd(>r librar m aml luiienlos de prisión ni sentenciar por ningún prcteslo. (f)} Este conjunto de disposiciones tiránicas, que castigaban lis acciones mas insigni- ficanU's con centenares de azotes o prisiones indefinidas, cuando no con la hoi(’a,('on- viriió la vida de los cbilenos en una agonía lenta e insufrible, mil veci'S peor que la muerte. .Nadie .se alrevia a salir de! no-into de las ciudades, por temor de que su via- je fuera mal interpretado; nadie osaba dar bospilulidad en su casa a lan amigo o a un indijenle, porque si esa persona resultaba sosp"chnsi, el dueño babria sido casli- gido como su eóm|)lice; nadie quería conservar en su poder un instrmnento cortan- te, de miedo que un esbirro de la policía lo calificase de arma prohibida i arrastrase al poseedor a la ('árcel; nadie pronimciaha la pil ibra mas inocente, concerniente a política porque si esa palabra era sorprendida por un espia, podía .servir de preám- bulo para un proceso criminal. La permanencia en Chile bahía llegado a ser un tor* mentó tan inaguantable bajo el imperio de e.se código, escrito con sangre, mas liicn que con tinta, que la [loblacion entera babria fugado a bandadas fuera del pais, si M.arcó no hubiera cuidado de cerrarlo como un calabozo, para que ninguno pmlie.se escapar a su vijilaneia. I,a configuración física del terreno, tanto como sus satf'lites, contribuyó a mantener a los habiianli's inmóviles en su lecho de dolor. l*or el norte uu desierto intransitable, por el sud el tempestuoso cabo de Hornos, i al oeste el yC ütereto Ue l‘J de Uncí u de 1817. í'u‘ilii'0, por (lorulc no vnguhnn mas quo naves españolas, ei 'ii otras tantas barreras insuperables, que la naturaleza oponía a la emigración. (Jueclaban al este los empi- nados Andes, que en ciertas estaciones del año ofrecían a los oprimidos algunos pa- sajes para la fuga; pero itiarcó recelando que sus vasallos se jirecipitarian por aquel lailo para acrecentar con su reunión la espedicion que San Martin organizaba en las faldas orientales de e.sos montes, se a|uesuró a iaj)ar todos los boquetes, Colocando en sus entradas triples destacamentos, que recibieron la orden de malar como trai- dores al Rei a los que sin su permiso intentasen pasar a las Provincias Arjen- linas. Viéndo.sc rodeadas por tod.is partes, i no divisando salida por ninguna, las infelices victimas de aquel atroz despoiismo tuvieron que resignarse a su triste suer- te, i doblegarse sumisas eu la apariencia, aguardando (jue llegara el día de las ven- ganzas. Mas lo que debe asombrar es que .llarci) desplegaba este lujo de rigor, no solo en los asuntos serios, sino aun en los fcívoos i pueriles. II isla para compeler a sus súb- ditos a que concurrieran a una liesta, los comuin día con penas tan severas, como si tratara de prevenir una sedición. El suceso siguiente va a probarlo. Desde el año de lüo5 se celebraba en la capital la víspera i el dia del apóstol Santiago, una esplén- ra N;ic¡nii;il Toni. de I,t euleeeion en 'i. " de los impresos piildiiMilos en ('.hile. a el lihileiio eoiisol.'ido en los presidios. -.ír,9'- ^ vola con doslino al Perú, sd ajHX'.suró a poru río en conocímicnlo deí vírroi d píos de grandes virtudes, tampoco la minchaban grandes crimenes. Moradores de un estrecho territorio, lejano de la Europa, que encerraba por un lado un mar que po- cos bajeles surcaban, i por otro elevadas cordilleras, intransitables durante muchos meses del año, los sucesos csleriores no hacían eco en aquella sociedad, que apenas ha' bia subido las primeras gradas de la civilización. En el interior, restricciones polili. cas i comerciales que el hábito suavizaba para ellos, les habían quitado lo^'a espon. tancidad; los acontecimientos de funilia eran los únicos que alteraban la uniformi. dad de su vida. La revolución los había hecho esperiinentar fuertes emociones i exal- tado pasiones desconocidas; pero aunque las pereocuciones liabian destruido a vecCj. el sosiego doméstico, la mayoría las soportaba, i contenia su descontento e irritación porque columbraba por término de aquel trastorno .social algo de bueno i de útil; mientras que bajo el yugo de Ossorio i en especial de Marci), los atacjues contra 1;| seguridad individu d i la propiedad fueron incomparablemente mas repelidos e in. justos. Este exceso de severidad exacerbaba a una nación que se hallaba habituada ^ un trato mas dulce i humano, i que no ofrecía mérito para que se le aplicase tanto rigor. Sobre todo, la tiranía de los españoles era rastrera i sin grandeza; no hacia nada que la disculpase siquiera a los ojos de una intelijencia vulgar, (^onstiluia su política un sistema de oprimir, torpemente concebido i ejecutado a sangre tria, que inspiraba repulsión. Esos mandatarios que en la paz, cuando nadie les resistia, ma- nifestaban contra los enemigos mas saña que los militares en un dia de batalla, can. saban aversión i repugnancia. Todas sus raedid.is demostraban que se habían imaji- nado esplolar un pueblo en provecho de un centenar de peninsulares, dominándolo con quinientos Talaveras. .\o solo eran tiranos poi(|ue a eilo los forzaba la necesidad de sostener un orden de cosas imposible, sino que hacían mal por hacer mal. «Estos hombres que declamaron tanto la infelicidad en que nos babiainos sumerjido, dice un contemporáneo en un elocuente resúmen de los resultados de la reconquista, que nos prometían tantos bienes con su nueva dominación i que aun tienen la impudencia de gritar en sus gacetas que los gozamos actualmente, debían ya que no libertarnos de las trabas coloniales, siquiera permitir los establecimientos que no les perjudican. ¿A qué ha sido restituir los derechos parroquiales con gra\áincn de los pueblos? ¿Por qué han reducido a la esclavitud a los infelices que con unánime consentimiento del juieblo por sus representantes, nacieron en estos años en la posesión de su libertad? ¿Por qué destruir la escuela militar, teniendo soldados? ¿Para qué alzar la prohibi- ción que se había impuesto a los prelados monacales de cpie no hiciesen granjeria en dar licencia para que residiesen los relijiosos fuera de sus claustros, por un salario que conlrilmian, i que no pag.iscn derechos por los honores i grados literarios de su orden? ¿.4 qué destruir el Inslilulo .Nacional destinado a la educación moral i cienti- íica de los jóvenes, i a premiar las primicias de la virtud i reíijiosidad?¿Qué les per- judicaba que el tabaco, aunque estuviese estancado, so sombrase en el pais i no se tra- jese de fuera? ¿Por qué sofocaron nuestro hermoso proyecto de formar un Instituto de artes mecánicas para la educación dcl pueblo, en que nada costeaba el fisco? ¿Por qué destruir hasta los oimientos fa preciosa i única fábrica de tejidos de lana formada en Chillan a tanto costo i con tan ventajosos progrcsos?¿Erim todos estos delitos de in- fidencia? En recompensa de tantos daños gratuitos, no aparece una sola institución benéfica de nuestros pacificadores. Solo vemos que nos dispcdazan por sacarnos la última alhaja de valor para sostener horribles presidios, donde agonizomos, costosí- simas fortalezas que no.s opriman i un lujo i depredación escandalosa en la tropa.» MEMORIA xobre el ojlcio del escrih(t7io: leían por don tomas ze- LADA ante la Facultad de Lei/es el I de dicíe?nhre de 1851 para obtejier eai dicha Facultad el grado de Lice7iciado. Señores: Entre hs v.irias reformas que exijo con apremio nuestra administración de justi- •cia, una de las primeras es la que versa sobre el oíicio de Escribano. Entre nosotros no hai jerarquía alguna de funcionarlos públicos que no adelante, todos marchan con paso mas o menos rápido, raiénlras que los Escribanos, salvo raras excepciones, permanecen estacionarios. Se necesita impulsarlos, i esta obra demanda con exijen- cia que se le consagre ya una mirada de atención: yo por lo tanto, consecuente con el espíritu del siglo i su tendencia, seria mui feliz, si lograse atraer del Gobierno una mirada bienhechora acia el objeto de que me propongo ocuparme. Para tratar esta materia con toda claridad, la dividiré, en las proposiciones siguientes: Wmtajosas funciones que por su insLilneion está llamado a desempeñar un escri- bano. Cualidades d‘^ que debe estar adornado, i si se consultan entre nosotros: me- dio de alcanzarlas. La simple lectura de la Lei I." Til." 19. Parí," 3." basta para persuadirse de las miras elevadas del lejislador, al crear los funcionarios de que principio a tratar. Esta Lei, i las notables glosas del inmortal Gregorio López acerca de ella, revelan cuánto valió en su oríjen un escribano; cuánto importan las atribuciones que le competen, ai paso que presentan también de lleno el contraste lamcntal)le que se observa en- tre lo que son i lo que debianser, entre el abandono e indiferencia voluntaria de los progresos de su profesión i la excelencia de sus altas funcione.s. «E los otros, dice la Lei citad 1, que son los escribanos públicos, que escriben las cartas de las vendidas é de las compras e los pleitos e las posturas que los ornes ponen entre si en las ciudades é en las villas. E, el pro que nace de ellos es mui grande cuando facen su oficio bien é lealmente ca so desemljargan c acaban las cosas que son menester en el P»eino por ellos, é finca remembranza de las cosas pasadas en sus rejislrns etc. Qué importa todo esto que la Lei ha dicho? El mas compiclo encomio del oficio de es- cribano, el mas solemne rccnnocimienlo de los importantisimos servicios que está llamado a prestar un funcionario de esta clase. El provecho que reportamos i U necesidad de su establecimiento i existencia para las exijcncias del hombre en socie- dad, es la prueba mas irrefragable i conocida que puede darse. En efecto, no podría concebirse medio alguno por bien concertado que fuese, capaz de llenar estas mis- mas exijcncias a que se provee mediante un escribano i la consiguiente utilidad quo nace de su institución. Hasta aqui, solo he presentado bajo un aspecto jen‘"rari vago las ventajas que es- tán llamados a producir a la sociedad los funcionarios de que trato; no he hecho otra cosa que copiar las palabras de la mas notable Lei que habla de las funciones encarga- das a los Escribanos. Réstame, pues, examinar estas funciones con individualidad, do cuyo análisis debe resultar indubitablenumle su justa apreciación. r,a autorización de todos los autos judiciales parece ser la primera i la mas alta incumbencia de un escribano, no obstante que ni es disposición, ni se deduce de U lei que se acaba de oir; por el contrario, según su contesto, ni aun se ve que sea ne- cesaria su intervención en los juicios para legalizar las providencias de un majislra- ; poro cu iíkIo oirás inliiul.is lA,. (|no creo imiocosar io cilar, c\ijon la autoriza- ción de esoriljano en los dcerclos de los júzgalos i Iribunalos, no puede dudaise que aquella es nna de las primeras funciones que le correspon den. Son. pues, los es- cribanos unos ajenies noí'esarios de los juí'ces, pero ajenies que no solo legalizan los decretos i piaweidos de aquellos, i cuyas lunciones no son de menor valía, sino que también les subrogan en el desempeño de muchas dilijencias judiciales que es- triclainenle les incumben. Asi los escribanos reciben el juramento a los testigos i los examinan, loonn la confesión a los litigantes, escriben i aun redactan muchos do los decretos del juzgado, i lo que es mas, con el anie mi, dan validez i fuerza a esos mismos decretos i les prestan, por decirlo asi, la fó pública, de que gozan sus' certi- ficaciones: llega a tal grado en fin la estimación que la Lei hace de esta circunstan- cia, que sin ella no produce efecto ninguna providencia.es nula la confesión lomada por el juez solamente al reo, al colitigante, i la sentencia publicada sin este trámite no produce efecto alguno. A mayor abundamiento la absolución de posiciones que hacen los litigantes en el juicio i las contoslaciones de los testigos en los interroga- torios, cometidas estas dilijenci is, son válidas actuando solo el escribano, i no lo serian de ninguna manera haciéndolo únicamente el juez. Bastan estas observaciones para convencerse, no solo de la gran parle, sino de la esencial qne loman estos funcionarios en los negocios de administración de justicia i ellas son también masque suficientes para hacerse cargo de las cualidades do que deben hal[arse dotados para que correspondan a los altos fines de su creación. Cuá- les sean estas cualidades, bajo el aspecto que se les ha considerado , por el ár- dno i difícil depósito que se les encarga, lo conocerémos perfectamente analizán- dolas. Bien se deja ver. Señores, que solo he pensado ocuparme osla vez de los e.scriba- nos públicos propiamente hablando, que forman la segunda clase de los que conoce- mos, apesar de (pie si mo lodo lo que he dicho i diré mas adelante, gran parto por lo menos puede aplicarse con exactitud a los escribanos de cámara o de primera cla.sí! como se les designa regularmente. Fijad ;s a este respecto las ideas, pregunlarémos qué cualidades debe poseer un individuo par.i dcscuipcñ ¡r cumplidamente las fuiieiones de escribano i pira que nazca de él e.so pro de que habla la !c¡ citada, cuando facen su oficio bien e leal mente? Vo creo, .Señores, que con mucha propiedad pueden redu- cirse aquellas cualidades a las cuatro siguientes: l.” ün fondo de honradez i de pro- bidad reconocidas. 2." Una inslruccion completa en las maleiias relativas a su des- tino. 3.“ Una cipieidad o disp i.sieiou inlelecUnl mas que media para concebir ¡ pirogresar en los actos que debe desempeñar i sus consecuencias. I 4.“ Una dedica- ción conocida al estudio de sn profesión. Proscindienda de las dos primeras cualidades, porque no necesitan demostración de ningún jénero, pasaré a tratar de las dos últimas ipie pudieran ofrecer alguna difi- cultad. Cumio miyores i m is irasccndetU des son los males qu(' pudiera causar un es- cribano capaz de una fa'seduli cuanto mayor es la ficilidad para su perpetración, tanto mis necesario es que su integridad i su lealtad sean reconocidas i cspt'rimenla' das; máxime si se considera la inminencia del peligro en que el escribano .se en- cuentra colocado ya por las tentativas de so'oorno, ya por las sorpresas a (jiic pueden dar lugar la amistad, la preponderancia i la mala fe. De esta consideración nace, no solo la necesidad de la honradez, sino que se deduce la de su instrucción com- pleta en el ejercicio de su profesión, para precaverse de esas tentativas repelidas i que siendo temerarias, las mas veces parecen insignificantes o al menos asi se pre- sentan constantemente. Me contraeré a la 3." La capacidad intelectual es nna circunstancia qnc no rs po- sible desatender en un escribano porque esta es la base de sus progresos i de su^ —175— aciertos. No se diga que esta cualidad es necesaria o indispensable en todo honi' l)re que desempeña un oficio público cualquiera i «pie es escusado prevenir que debe exijirse en un funcionario como el de (pie trato; no se pretenda inulili/ar C(»n eslo io que llevo dicho, porque a mas de corroborarse mi aserto de este modo, se deja entender que hablo de una capacidad diferente de la que produce la rutina, lis sa- bido que casi siempre el que manifiesta una instrucción algo mas estensa, aunque esta provenga de una práctica empírica i despreciable, es preferido en destinos de esta clase, al que sin tantos conocimientos rutineros tiene no obstante mayor capa- cidad paaa comprender los deberes de su profesión. Supongamos un e.scribano que por mera práctica estiemle escrituras i tcs'.amenlos, examina testigos etc. Podria su- ponerse tan buen funcionario, como otro (¡ue sin estar tan versado en las formulas i palabras de estilo, tuviese sin embargo mayor facilidad para llegar a comprenderlas i desempeñarlas? No creo que si se examina esta cuestión detenidamente, pueda re- solverse dando la preferencia al primero; pero tampoco dudo que la prueba rendida entre dos aspirantes a una escribanía decide por lo común el concurso en favor del que se ha mostrado mas espedito en la práctica sin atender jamas al talento. He aquí, pues, la necesidad de recomendar de un modo especial i determinado la capa- cidad intelectual del candidato. No basta que éste manifieste por de pronto, respon- diendo a las preguntas que se le hagan por el tribunal examinador, una suficiencia de conocimientos en la materia; se necesita también que se muestre hombre de inle- lijencia, para que cuando salga de la esfera conocida de sus asuntos, cuando suelte, por decirlo asi, el hilo en el laberinto de los negocios, pueda tomarlo de nuevo con fieilidad; no atollarse i continuar con serenidad la marcha emprendida. Se necesita por último que el tribunal que debe fallar sobre sus aptitudes, no tanto atienda a los actuales conocimientos del aspirante, sino a los que pueda adquirir en lo sucesivo, a su capacidad intelectual en resúmen, que es lo único que puede ofrecer verdader.a garantia de acierto i de buen desempeño. Como la 1.“ cualidad en un escribano he exijido su dedicación conocida al estudio, i he aquí la dote mas esencial en estos funcionarios i al mismo tiempo la mas desa- tendida. Entre nosotros, basta que el candidato redacte de memoria las fórmulas materiales de los instrumentos i dilijencias que debe practicar para que se le repule idóneo: por lo común no se le pide cuenta del porqué debe hacerse de un modo i no de otro; jamas se procura averiguar su contracción al estudio, i esto aun cuando sea poca o mucha su instrucción, aventajado o escaso su talento; de lo (pie resulta que hablando con mui pocas excepciones, un escribano sabe lo mismo al principio de su carrera que a su término; i loque todavía es peor, en su oficina i fuera de ella siem- pre se espide material i mecánicamente. Qué garantía, pregunto ahora, puede pres- tar en el desempeño de sus delicadas incumbencias un escribano empírico i rutinero? Cómo evitar los daños que piicile ocasionar con su ningún criterio cuando ni aun es posible pedir al juez que practique por si, lo que se teme que ejecuto mal el escriba- no? Es imposible casi el solicitarlo, i inudio mas imposible el obtenerlo, una vez pretendido, porque son regularmente los jueces unos funcionarios apremiados por sus grandes i pesadas tareas: talvcz la gravedad del asunto que se litiga puede hacer asequible semejante pretensión. Es incalculable la coníiujeticia a queso espone una causa, cuando las posiciones se cometen, i principalmente si éstas contienen muchas o largas preguntas, si deben a!)solvcrse al tenor de un interrogatorio presentado pa- ra testigos i si la coniisioii se evacúa por un receptor. Mui pocos son los Escribanos que se posesionan ántes del espiritu de las preguntas i aun sucede a veces que con- teniendo cada una de ellas dos o mas parles, quedan éstas sin conte.stacion i a veces se contrarian. Por consiguiente, en las presentes circunstancias todo mal que proven- ga de la disipación i abandono con que un actuario mira el estudio de su oficio, ¿h.i d? s»*r por fti('rz:\ una calajuid id con que dcl)cino«t resignarnos? Tni ¡llaga que se cunoee i no se puede evilar? No. He a(|uí, pues, el remedio único adecuado al daño, el solo elicaz i propio para curarlo: C onsullar en los escribanos la ciiarla cua- lidad que lijé al principio i de que ahora esloi iratando. l'oda profesión lequiere es- tudio; el hombre que conslanlemenle esUidia, conslanlcmento marcha a perbocio- narse en el objeto a que está congrado por su oficio: de este modo, aumentando in- mensamente el fondo de sus conocimientos, aviva su intelijcncia i su memoria i se forma, si me es dado decirlo asi, una especie de conciencia o de criterio que lo guia con acierto aun en los casos desconocidos que se le ¡tresentan. Hasta aqui lu necesidad de conciliar la capacidad intelectual i la decidida contrac- ción al estudio en los escribanos para que éstos ofrezcan todas las garantías que la estimación de sus servicios exije al lado de los jueces. Itéstanos ahora ver si esas mismas cualidades son demandadas por las funciones estrajudiciales qm* les corres- ponde desempeñar. Kn cuanto a estas funciones las cualidades antes requeridas lle- gan a ser tanto mas imperiosas, cuanto que en ellas el actuario procede sií'inpre por si mismo, sin sujetarse a censura de ningún jénero, si no os la de los mismos inte- resados, por lo regular la mayor parle bisoños, incautos o ineptos i entregados abso- lutamente al ministro de fé que redacta sus acuenlos, transacciones o últimas volun- tades. Un escribano, ¡tor ejemplo, tiene que practicar cerca del juez diiijencias !i arto delicadas, que examinar testigos, recibir posiciones, despaciiar maiidamicnlos, librar cartas de toda especie ole. etc., pero cu lodos estos actos, el juez puede en gran parle suplir su impericia i obviar en proporción los males que pudiera causar con ella. Mis ¿qué sucederá respecto a aijiiellas funciones en qiii* debe proceder por si solo, ateniéndose únicamente a sn leal saber que miiebas veces es nulo? Acontece en tales casos lo que es tan fácil concebir como difícil evilar. El escribano se abandona a si mismo, ejecuta las cosas del modo que le ocurre ser mas acertado; talvcz ni se ha fijado ni entendido la mente de la es[)osicion que se le hace, omite o añade cir- runstancids que infiiiycn o que pueden b acor variar el resultado del acuerdo u obli- gación, trata solo de salir dcl negocio que le ha demorado demasiado i aun se atreve a manifestar su enfado a los que coulraen. En tales circunstancias, qué sucede? Por temor, cortedad, deferencia o por confimza, los interosulos prestan ciega aquioseon- cia a euaiUo él practica, se conforman con ello i cuando les parece estar mas seguros en sus transacciones i arreglos, viene a despertarlos de su sueño imprudente un plei- to ruidoso, que lalvez estingue su fortuna en los momentos mismos que la crcian mas bien garantida. No hai que alucinarse; no Ini tampoco que creer cxajerndo cuanto llevo dicho: fijemos la vista en torno de nosotros, examinemos lo que pasa i veremos que lejos de haber ponderado, solo hablo de las cosas como suceden i quizá no las presento con lodo sn tamaño. P>isíc rellexionar que en los mas delicados ne- gocios de la vida, en los arregi ism is importantes i de mas lata trascendencia, en los que por lo mismo debe prucederse a lomar toda suerte de seguridades; en esos preci- samente se ostenta con mis amoüind ese absolutismo de los escribanos i o no hacer. Casi no bal testa- mentó sobre que no penda un juicio i cuya causi no se haya podido obviar con la iluslncion del escribano. Basemos a examinar, si se consultan entre nosotros las cnalidadcs que hemos ana- lizado, en la elección de un escribano a lin de precaver el riesgo que ofrece su inep- titud. l’recis ) es confesar, que en jcneral son mui pocas las precauciones que se to- man a este respecto; que es mui limitado el número de candidatos que concurre a una oposición con los requisitos necesarios; que es tan escasa la atención que se pres- ta en el exámen a esas condiciones, únicas interesantes i dignas de ser consultadas, (pac con dilicultad se provee una vacante de escribano en persona verdaderamente hábil para cjerco la. Ilai no obstante escribanos que honran su destino i que ofrecen ál público todas las seguriihuios i gannlins que exije su ministerio, si; pero son po- ci)S i quién sabe si el bien que estos traen, es mas que compensado por el daño que traen los que carecen de las necesarias apliliidcs para espedirse. No se crea por esto que trato de zaherir ni agraviar a ninguno de los individuos que componen este gre- mio, que yo considero mui digno de estimación i de respeto; lejos de mi tal pensa- miento; procedo sin afeccionas particulares, carezco de odio; pero hablando en este caso como mero observador i tratando de que se reforme un mal, no puedo negarme la libertad que pide mi posición presente, ni puedo sufrir en ella las restricciones que me impedirían desarrollar mi idea con la ostensión que corresponde a la.s altas miras que me propongo. Con respecto a Santiago, sino todos los escribanos reúnen las cua- lidades de que me he hecho cargo, no puedo negar para ser justo que ellos son los mas aptos que tiene la Bcpública; poro yo trato do hacerlos todos buenos i de evitar en lo sucesivo un mal de trascendencia. Para esto, con.siiUen.se oportunamente los requisitos ántcs prefijados dedicándoseles al estudio con mas empeño, cuyo medio forma la última parte de mi propósito o disertación. El celebro Ecriclie opina sobre este punto en concordancia con lo que llevo dicho. Son mili dignas de consultarse sus ilustradas i juiciosas observaciones, con relación a las cualidades que deberian exijirse en los escribanos. Seria de desear, dice este respetable aulor, que para habilitar en esa profesión, se exijiese mas ejercicio teórico i práctico en el dia; que la suficiencia se acreditase por mas profundo exámen al que antecediese otro preparatorio por el colcjio de abogados i que fuese mui rigorosa 1 1 información de arregladas costumbres prevenida por varias leyes i por la ordenanza fie Intendentes, que como dice niiii bien, la fidelidad i legalidad de los escribano.s interesa a la causa pública i empcfia la boma i la liacienda de los ciudadanos; de- biendo serlo por lo mismo personas de suma integridad i pureza, i vijilándose el exacto desempeño de sus deberes. Esto habla el escritor citado en la ñola 13. a la palabra escribano. En el texto, tratando de lo importante de su profesión, se espre- sa en estos términos, — Los escribanos eran personas mui recomendables entre los griegos, pero entre los romanos fueron tan despreciados por espacio de muchos siglos, que no se conferian estas comisiones u oficios sino a los esclavos, hasta que los Em- pondorcs Arcadlo i Honorio mandaron que se diesen oslas plazas a personas liíjros. Jaiire nosoli(»s merecen tanta consideración i aprecio, que el agresor que hiriere o io asunto, se levantó la st-sion. Presidida por d .señor Reclor, asistiendo ios señores Gorbea, Menes^s, Reyes. Re* lio don Carlos, Domeyko i el Secretario, Aprobada d acia de la sesión del 13 del Corriente, se dió cuenta; !." De un oficio en qtic el señor .llinislro de Inslruccion pú* Mica anuncia la remisión del liliilo de micml.ro de la Facultad do Tcolojia manda- do extender por S. F. a favor dd Prdiendado don Jo.sé .Manuel i’ern indrz, en vir- tud de h dcccion practicada por la referida Facuil ui. — Se mandó poner en noticia dd interesado. 5.” De una nota del Director de la Comisión Astronómica N. Americana en es a t capital, anunciando haber recilódo del Observatorio de Washington, ron e! fin do disír.b lirios, tres ejemplares de los volñmcnes de Observaciones Astronómicas hcilns en aquel estahleeimiento durante el año de ISIG; de cuyos ejemplares presenta uno en nombre dd Ooservalorio de Washington, a la Universidad de (jliile, n prosenl.''n- 1e de la ciencia i los esUuiios en la República; junto ron muchos otros paníletos .so- hre materias científicas que han venido adjinilos a aquellos, e igualmente ofrece a la ac •ptaeion de osle cuerpo. — ,Se ordcrn'i contestar al señor Gilliss. acusándole recibo de los indicados volúmenes i panfletos, i pidiéndole se sirva trasmitir al Observato- rio de Washington h ospresivi gralilud de esta Universidad por el npreciahlc obse- quio qoe d mismo señor Gilüss le lia hedió a nombre de catiudla Inslilurion. Fn seguida el señor Rector hizo presente que, haltiéndose au.smlado el ser or De- Gano de ¡Medicina, para ir a desempeñar nna comisión importante i transitoria en el ^ur. parecía necesario, soltre todo para rpie no esté entretanto vacante d l’roioinedi ra’o, llamar a la suplencia ¡nieiina al .señor E\-Decano don Uorenzo .Sa/.ie, a quien corresponde por la leí. — .\si fué raconladu por el Consejo. Con refemacia a los arbitrios que han de adoptarse a fin de ohicncr los dalos no- r.’sarios para 1.a formadon de hi estadislica do los empicados en la Inslrnccion púhli- n, el señor Rector propuso: En I .cr lugar, que de.sde el 1.” de Enero dd año en- trante se abriese un libro en que se lomase razón de lodos los nombramientos de (s- ti clase que en lo sucesivo se expidan por la Universidad o se le comiiniqiien por d Supremo Gobierno; i en 2.® que se pida nna razón a lodos los colejios públicos de Santiago de sus actuales profesores i a los señores Inlendintes de las demas Provin- cias una lista análoga, de lodos los funrion.irios i empleados en la instrucción qiio tengan nn carácter público en d territorio de su jurisdicción resp''c:iva. Ambos pim- »os fueron acordados, levantándose en segnid.i la sesión. Presidida por el señor Redor, presentes los señores Gorbea, Meneses, Reyes, Sa- lió, como Vice-Decano de 31edicina. Bello don Cirios, Doinevko i el Secretario. — A- probad.i el acia de la sesión del 20 del corriente, el señor Rector confirió el grado de Bacliiller en Tcolojia al Presbítero don Evaristo Lazo, quien recibió su título. Lii seguida se dió cuenta: 1 De un oficio del señor Docanodcüuinanidadcs adjun- tando copia de la sesión celebrada por su Facultad el 24 del corriente, con el objeto de llenar la vacante que en ella dejó el fallecimiento del señor don José Miguel de la Barra. Resultando babor sido electo para ese fin por unanimidad de sufrajios don Miguel Luis .\munálegui, se mandó poner en conocimiento del Fupremo Gobierno para los efectos consiguientes. De una nota del .señor Rector del Seminario Conciliar comunicando que el dia del coiriente principian en ese establecimiento los exámenes jeneralcs de sns alum- nos en el órden que indica, debiendo terminar el 9 de Enero próximo. Se mandó liMsciibir a los señores Decanos de Teolojía i de Humanidades para el nombramien- to de las comisiones que deben presenciarlos. 3.° De una renuncia interpuesta por el Prebendado don José Manuel Fernandez, del nombramiento que se le ha conferido, de miembro de la Facultad de Tcolojia en reemplazo del señor Dean don José .Alejo Eizaguirre. — Como el renunciante so- lo so limita a decir vagamente que diversos i mui poderosos motivos le obligan a dar este paso, el señor Sazie fué da opinión que se procurase indagar esos motivos, pidiendo un informe a la Facultad respectiva antes de deliberar sobre la admisión. Mas el .señor Rector dijo que en su concepto, siendo estos nombramientos puramen- 'e honoriticos, debía aceptarse llanamente cualquiera renuncia que de ellos se inter- pusiese; con tanta mayor razón cuanto que en el hecho de inlerponci la, se da a en- tender bien claro la falla de disposición para desempeñar tales funciones, i convie- ne evitar nuevas elecciones de miembros de esta especie. — El Consejo se decidió por esta Opinión di 1 señor Rector, i en su consecuencia la renuncia del señor Fernandez quedó admitida, mandándose dar cuenta de elia al Supremo Gobierno, con devolu- ción del correspondiente diploma. Se lev.inló en seguida la sesión. DEL IJ Santiago, diciembre ti de 1851. Subsistiendo en su mayor parle, las razones que tuvo presentes el Gobierno al dis- poner en Supremo Decreto de 3 de Marzo de 1847, que por el término de cuatro añoi. 486 los aspinnfcs al grado de BachiUcr en Tcolojia estuviesen exentos dcl examen de a'gunos ramos que se exijen por el respectivo reglamento, con lo espuesto por el Rec. lor de la Universidad a nomúre del Consejo de ia Corporación, en su precedenta pota, He acordado i decreto: t.» Por el término de dos anos contados desde esta fecha, solo se exijirá a los aspi- rantes al grado de Rachiller en la Facultad de Tcolojia, haber rendido examen de los ramossiguientcs: Gramática Castellana i Latina, Aritmética, Je.ografia, principios de Cosmografia i de Literatura, Lójica, Psicolojia, elementos de Moral, fundamentos de Relijion, Lugar s teoléjicos, Teolojia dogmática i Teolnjia Moral. 9.® Concluido el plazo sefia ado en el articulo anterior, continuarán exijiéndos* también los demas ramos prescritos en el reglamento dé gr.adoS. Comuniqúese i publiquese. — >loisrT. — Fernando Lanrano. \ I. ..w I A o k . I- . í l ■oj / 1 > c t \ f « 4 / í Sitrrnrji I. The Library will be open every day in the week (Sim- days excepted) from Eleven in the morning to Five in the afternoon,* except on New-Year’s Day, Good Friday to Easter Monday inclusive, and Ohristmas week ; and it will be closed one month in the year, in order to be thoroughly cleaned, viz. from the first to the last day of September. II. Every Fellow of the Society is entitled (suijecf to the Rules) to borrow as many as four volumes at one time. Exceptions ; — 1. Dictionaries, Encyclopasdias, and other works of reference and cost, Minute Books, Manuscripts, Atlases, Books and Illustrations in loose sheets, Drawings, Prints, and unbound Numbers of Peri- odical Works, unless wiih the special ivritten order of the President. 2. Maps or Charts, unless hy special sanction of the Fre- sident and Council. 3. New Works before the expiration of a month after reception. III. The title of every Book, Pamphlet, Map, or Work of any kind lent, shall first be entered in the Library-register, with the borrower’s signature, or accompanied by a sepjarate note in his hand. IV. No Work of any kind can be retained longer than one month ; but at the expiration of that period, or sooner, the same must be returned free of expense, and may then, upon re-entry, be again borro wed, provided that no application shall have been made in tlie mean time by any other Fellow. V. In all cases a list of the Books, &c., or other property of the Society, in the possession of any Fellow, shall be sent in to the Secretary on or before the Ist of Jidy in each year. VI. In every case of loss or damage to any volume, or other property of the Society, the borrower shall make good the same. VII. No stranger can be admitted to the Library except by the introduction of a FelloW, whose ñame, together with that of the Visitor, shall be inserted in a book kept for that purposc. VIII. Fellows transgressing any of the above Eegulations will be reported by the Secretary to the Coimcil, who will take such steps as the case may require. By Order of the Council. NORTON SHAW, Secretary. * On Satui'day the Libraiy is closed at 3 p.m.