.-*.■* Jk *1 % fi^ ^ m 'W.v'^hÍíJ^Í 0 '.—fi lítbrarg iri '^m COSMOS. í. - ^i^uc^^.^.^rL^j.-iT^ -^-^•íVíu.-vA..4?ia interesado mas su inte- ligencia que su sentimiento moral. Jamás se aficionaron á -^Ua con la simpática v dulce melancolía de los modernos.» Por verdadero quesea en cierto modo este juicio, no debe hacerse estén si vo á toda la antigüedad. Se forma por otra parte idea incompleta de las cesas, comprendiendo única- — 8 — mente bajo el nombre de antigüedad j por oposición á Ios- tiempos modernos, el mundo griego j el mundo romano. Profundo sentimiento de Ja Naturaleza se revela en las mas antiguas poesías de los Hebreos j de los Indios , es decir, en razas muj diferentes, como lo son las semíticas y las indo-germánicas. Solo podemos juzgar de la sensibilidad de los antiguos pueblos respecto á la Naturaleza, por los pasajes de su litera- tura en que está espresado aquel sentimiento. Debemos re- coger j apreciar estos testimonios con tanto major escrú- pulo, cuanto mas raramente se desprenden bajo las grandes formas de la poesía épica ó lírica. Encuéntrase indudable- mente en la antigüedad griega, en la flor de la edad del linaje humano, un sentimiento tierno y profundo de la Naturaleza, unido á la pintura de las pasiones y á las le- yendas fabulosas; pero el género propiamente descriptivo, no es nunca entre los Griegos sino un accesorio, apa- reciendo el paisaje como el fondo de un cuadro en cujo primer término se mueven formas humanas. La razón de esto es, que en Grecia todo se agita en el círculo de la hu- manidad. El desarrollo délas pasiones absorbía casi todo el interés, y los accidentes de la vida pública perturbaban bien pronto los silenciosos ensueños en que nos sumerje la contemplación de la Naturaleza; buscábanse hasta en los fe- nómenos físicos algunas relaciones con la naturaleza del hombre (5); todos ellos debian suministrar puntos de seme- janza con su forma esterioró su actividad moral. Casi siem- pre, merced á estas relaciones, y bajo la forma de compa- ración, fué como pudo el género descriptivo entrar en el dominio de la poesía, é introducir en él algunos cuadrosli- mitados, aunque llenos de vida. Cantábanse en Delfos himnos á la Primavera (6), con el yn sin duda de espresar la alegría del hombre libre ja de los rigores del Invierno. Las Oirás ij Días de Hesiodo — 9 — contienen también una descripción del invierno (7), in- troducida quizás mas tarde por algún rapsoda jónico. En este poema se dan preceptos sobre la agricultura y sobre otras profesiones, j se indican los deberes de una vida ho- nesta, todo ello en el tono de una noble sencillez, aunque con la sequedad didáctica. No se levanta Hesiodo á inspira- ción mas alta, sino para cubrir las miserias de la humani- dad con el velo del antropomorfismo en el bello mito ale- górico de Epimeteo y de Pandora. Así también en la Teo- gonia^ compuesta de elementos diversos y muj antiguos, los fenómenos del mar se personifican á menudo bajo nom- bres característicos, como por ejemplo, en la enumeración de las Nereidas (8). Esta tendencia á revestir de la forma humana los fenómenos de la Naturaleza fué común á la escuela de los aeclas de Beocia y á toda la poesía antigua. Hasta época muj cercana á la nuestra no han formada género de literatura distinto, los variados recursos del gé- nero descriptivo, es decir, de la poesía de la Naturaleza, bien sea que se limite á pintar el lujo de la vegetación tropical, ja que represente bajo una forma animada las costumbres de los animales. No debemos deducir de esto que allá donde todo respira tanta sensualidad, haja falta- do completamente la sensibilidad para las bellezas natura- les (9), ni que admirando tantas obras maestras inimitables creadas por la imaginación de los Griegos, no podamos ha- llar entre ellos algunos rasgos de poesía contemplativa. Si estos vestigios son bien raros en concepto de los moder- nos, no tanto depende esto de la falta de sensibilidad de los antiguos, como de que no esperimentaron la necesidad de espresar con palabras el sentimiento de la Naturaleza. Menos inclinados á la naturaleza inanimada que á la vida activa y al trabajo interior del pensamiento , adoptaron desde luego y conservaron la epopeja y la oda como las formas mas elevadas del genio poético. Esto supuesto, ]ns — 10 — ^lescripciones de la Naturaleza no podían entrar en estos poemas sino accidentalmente, j no parece que la imagi- nación se hava detenido jamás en ellas como en un objeto á parte. Con posterioridad, v á medida que se borró la tra- dición del antio-uo mundo v sus flores se ao-ostaron , la retórica invadió el dominio de la poesía didáctica: poe- 'sía severa, noble y sin adornos bajo la antigua forma fi- losófica V casi sacerdotal, que fué la del libro de Empedo- -cles sobre la Naturaleza; mas por la mezcla de la retórica perdió poco á poco su sencillez v dignidad primitivas. Séanos permitido citar algunos ejemplos con el fin de esclarecer las precedentes generalidades. Como lo exige Ja opopeva, las escenas de la Naturaleza no son nunca sino un accesorio en los poemas homéricos : «Regocíjase el pas- tor con la calma de la noclie, con la pureza del aire, con el resplandor de las estrellas que brillan en la bóveda ce- leste ; v ove á lo lejos el ruido del hinchado torrente que cae arrastrando en su negro fango las descuajadas enci- . ñas (10).» Los bosques solitarios del Parnaso , sus sombríos j frondosos valles contrastan con la alameda regada por un manantial, en la graciosa pintura que hace Homero de la isla de los Feacios (Scheria) , v sobre todo con el país ■de los Cíclopes, «en el cual verdes praderas agitadas por ■e\ viento rodean los collados, en donde la viña crece sin cultivo (11).» Píndaro, en un himno á la primavera com- puesto para las grandes Dionisíacas , celebra la tierra cu- bierta de nuevas flores, «mientras que entreabriendo la palmera sus primeros botones en la ciudad argiva de Ne- •mea, anuncia al adivino la proximidad de la embalsamada primavera.» En otra parte canta el Etna, «la columna del •cielo que sustenta perpetua nieve.» Pero se aparta bien pronto delanatliraleza inanimada j de sus sombríos aspec- tos^ para celebrar á Hieron de Siracusa y las victorias de los Griegos sobre les Persas. — 11 — Es preciso no olvidar que el paisaje g-riego ofrece el particular atractivo de una íntima armonía entre la tierra firme v el elemento líquido, entre las orillas coloreadas por el sol, tapizadas de plantas j de vegetales pintorescos, j el agitado mar, retumbante y resplandeciente con multi- tud de reflejos. Si, otros pueblos han debido mirar la tierra j el mar, la vida terrestre y la vida marítima, como dos mundos separados, los Griegos, no digamos únicamente los insulares, sino que también las tribus del continente meridional , podian casi desde cada punto de vista abrazar todos los fenómenos producidos por el contacto ó la acción recíproca de los elementos, que dan á las escenas de la Na turaleza, tanta riqueza v magnificencia. ¿Cómo pueblos tan felizmente dotados habían de permanecer indiferentes ante aquellas cadenas de rocas coronadas debosques_, que se- guían los profundos repliegues del mar Mediterráneo? ¿Có- mo en una edad en que el genio poético era la mas elevada de todas las vocaciones , al observar la distribución de las formas vegetales, j el cambio regular que se efectuaba según las estaciones del año y las horas del dia, entre la superficie del suelo y las capas inferiores de la atmósfera, semejante emoción nacida de los sentidos nohabia de trans- formarse en una contemplación ideal? Creian los Griegos en relaciones secretas entre el mundo de las plantas y los héroes ó los Dioses. Eran los mismos Dioses los que venga- ban los ultrajes hechos á los árboles ó alas plantas consagra- das. La imaginación animaba, por decirlo así, los vegetales; pero las formas poéticas áque debió limitarse la antigüedad griega por la índole propia de su genio , no dejaban á la descripción de la Naturaleza sino un desenvolvimiento incompleto. Alguna vez, sin embargo, aun entre los poetas trágicos, la espresion del dolor ó el desarrollo de las pasiones están interrumpidos por descripciones en que respira el entu- — 12 — siasmo_, j que revelan un profundo sentimiento de la Na- turaleza. Cuando Edipo se aproxima al bosque de las Eu- ménides, el coro canta ^(la tranquila j deliciosa mansión de Colona, los verdes zarzales que el ruiseñor visita con predilección , j que resuenan con su voz clara j melodio- sa, la oscuridad que esparce el enlazado follaje de la jedra, los narcisos húmedos por el rocío celeste, el dorado azafrán, j el imperecedero olivo que renace incesantemente de sí mismo (12).» Al propiotiempoque inmortaliza aquella villa de Colona que fué su cuna, Sófocles coloca de intento la gran fig'ura del rej errante j perseguido por la suerte cerca de las rápidas aguas del Cefiso, y le rodea de imágenes sere- nas. El reposo de la Naturaleza aumenta el dolor que cau- sa el aspecto augusto de aquel anciano ciego. Eurípides se complace también en describir de una manera pintoresca «las praderas de la Mesenia j de la Laconia que, bajo un cielo eternamente puro, son atravesadas por las hermosas aguas del Pamiso, jcuja fertilidad alimentan mil manan- tiales (13).» La poesía bucólica, especie de drama popular y cam- pestre, que tuvo su nacimiento en iasllanuras de la Sicilia, está reputada justamente como una forma intermediaria; siendo mas bien el hombre de la Naturaleza que el paisaje, lo que se representa en esa pequeña epopeja pastoril. Tal es al menos su carácter en Teócrito, poeta que le ha da- do la forma mas acabada. El elemento elegiaco ocupa también un lugar en el idilio, y parece que debe su orí- gen al pesar de un ideal perdido, y áque siempre vá mez- clado un fondo de tristeza en el corazón del hombre al ínti- mo sentimiento de la Naturaleza. ' Cuando la verdadera poesía se estinguió en Grecia con la vida pública, la poesía didáctica y descriptiva se consa- gró á la trasmisión de la ciencia. La Astronomía, la Geo- grafía, la caza y la pesca vinieron á ser los asuntos favori- — 13 — tos de versificadores que desplegaron con frecuencia una flexibilidad maravillosa. Las formas v las costumbres de los animalesestán retratadas congracia, v con tal exactitud, que la ciencia moderna puede encontrar allí sus clasificaciones en géneros y hasta en especies; mas falta á todos aquellos poemas la vida interior, el arte de animar á la Naturale- za, V aquella emoción con cu jo auxilio el mundo físico se impone á la imaginación del poeta, aun sin que este tenga clara conciencia de ello. Hállase esta superabundancia del elemento descriptivo, unida ágran artificio poético, en los cuarenta v ocho cantos de las Dionisiacas áel¥,o;'i\)cio^on- no. El autor gusta de pintar las grandes catástrofes de la Naturaleza; describe un incendio alim.entado por el fuego del cielo en un bosque que costean las orillas del Idas- pes, y dice que se cocieron los peces en el fondo del rio. En otra parte , trata de esplicar meteorológicamente cómo se forman las tempestades y lluvias de tormenta de los va- pores que se levantan en la atmósfera. Nada mas desigual que la obra de Nonno: á un rasgo de inspiración sucede una estéril abundancia de palabras que produce bien pronto el hastío. Nótase un sentimiento mas vivo v delicado de laNatu- raleza en algunos trozos de la Antologia , restos preciosos de diversas épocas. Fra j Jacobos ha reunido en su bellí- sima edición, bajo un título aparte, todos los epigramas relativos á los animales j á las plantas : pequeños cuadros que por lo común no se refieren sino á objetos individuales. El plátano, «que alimenta con su verde follaje los hincha- dos granos de la uva», se repite quizás con demasiada fre- cuencia en aquellas composiciones. íls sabido que, .origina- rio del Asia menor, el plátano penetró primero en la isla de Diomedes, j no fué trasplantado á las orillas del Auapo, en Sicilia, hasta el tiempo de Dionisio el Viejo, Sin em- bargo, por lo general, parece que los poetas de la Antolo- — 14 ~ gííi se ocupan de los animales con preferencia á las plan- tas. El Idilio á la primavera de Meleagro de Gádara es una bella composición, j que pasa de las proporciones ordina- rias (14). La antigua celebridad del valle de Tempe nos obliga á mencionar aquí el cuadro que de este valle trazó Eliano, si- guiendo indudablemente á Dicearco (15)_, j que es la mas completa de cuantas descripciones nos han trasmitido los prosistas griegos. Cuidaen ella el autor de la exactitud to- pográfica, sin olvidar por esto lus detalles pintorescos, ani- mando el fresco valle con la presencia de una teoría que coge las ramas del laurel sagrado. Mas tarde, desde fines del si- glo IV, se multiplican los cuadros campestres en las novelas de los prosistas bizantinos, siendo tales cuadros uno de los atractivos principales de la novela pastoril de Longo (16), aunque las pinturas del amor naciente dejan todavía poco lugar al sentimiento mismo de la Naturaleza. Me propongo simplemente en estas páginas, esclarecer con algunos ejemplos tomados de la literatura descriptiva, consideraciones generales sobre la contemplación poéti- ca del mundo. Así, que habria ja abandonado el florido- campo de la antigüedad griega, si crejese posible en un libro que me he atrevido á intitular Cosmos ^ pasar en si- lencio el principio del tratado sobre el Mundo ^ falsamente atribuido á Aristóteles. El autor representa al globo «ador- nado con su lujosa vegetación, fertilizado por innumerables irrigaciones, y (cosa la mas maravillosa á su juicio) poblado de seres pensadores (17).» Tal abuso de la retórica, tan es- trañoal modo de esposicion, conciso j puramente científico, del filósofo de Estagira, esuno de les numerosos argumentos que se hacen valer en contra de la autenticidad de dicha obra, que puede considerarse como de Crisipo (1<^), ó de Apulejo (19)^ ó de otro cualquiera á quien plazca atribuir- la. Si bien no puede estimarse semejante descripción como propia de Aristóteles, en cambio Cicerón nos ha conserva- do un fragmento auténtico traducido literalmente de uu escrito perdido de aquel filósofo (20): «Si se co- nocieran seres que hubiesen vivido siempre en medio délas profundidades de la tierra, en habitaciones ador- nadas de cuadros, estatuas j de todo lo demás que po- seen abundantemente los dichosos del mundo ; si tales seres hubieran oido hablar vagamente de la existencia de omni- potentes Dioses , y entreabriéndose la tierra pudiesen ele- varse del fundo de sus moradas subterráneas hasta los lu- gares en que nosotros habitamos, al verla tierra, el mar y la bóveda celeste^ al reconocer la estension de las nubes y la fuerza de los vientos, al admirar la belleza del sol, su mag- nitud y sus torrentes de luz, y al contemplar, en fin, lue- go que llégasela noche con su manto de tinieblas, el estre- llado cielo_, las variaciones de la luna, la salida y la puesta de los astros, que desde toda la eternidad realizan su in- mutable carrera, sin duda alguna exclamarian : «Sí; Dio- ses ha j, y , estas grandes cosas son obra su ja ! » Háse di- cho, con razón, que en estas palabras se adivina el genio entusiasta de Platón, y que bastarian por sí solas á confir- mar el juicio de Cicerón acerca de «los raudales de oro del lenguaje aristotélico (-!)•» Argumento semejante en favor de la existencia de los poderes celestes, sacado de la belle- za y grandeza infinita de las obras de la Creación^ es un hecho muj raro entre los antiguos. Esta emoción que sentian los Griegos en el fondo del co- razón antelas bellezas naturales, por mas que no tratasen de e-ipresar'a bajo una forma literaria, se encuentra aun mas raramente entre los Romanos. Parece que debia esperarse otra cosa de una nación que fiel á las antiguas tradiciones de los Sículos se dedicó principalmente á la agricultura j á la vida del campo. Pero al lado de esta actividad de les Romanos dábase en ellos una gravedad austera , sobria — 16 — y mesurada razón quelos predisponía poco alas impresiones de los sentidos, llevándoles mas bien hacia las realidades de cada dia, que no hacia la contemplación poética é ideal de la Naturaleza. Estas oposiciones entre la vida interior de los Romanos j la de las tribus griegas se reñejan en la literatura, espresion inteligente y fiel del carácter de los pueblos. A pesar de su comunidad de origen, la estructura interna de nmbos idiomas formaba una nueva diferencia entre ellos. Convíenese en reconocer que la lengua del antiguo Lacio es menos rica en imágenes, menos variada en sus giros, vmas propia para espresar la verdad de las cosas que para ple- g-arse á las fantasías de la imajíínacion. Además, la imita- cion delosmodelos ofrieofos enelsio-lo de Auf]fusto. contribu- JÓ á desnaturalizar los ingenios, dificultando sus libres es- pansiones. Algunos genios superiores , sostenidos en su amor por la patria, supieron, no obstante, romper talestra- bas, merced á una fecunda orig-inalidad v á la elevación de las ideas traducidas en un lenguaje admirable. La poesía desplegó todas sus riquezas en el poema de Lucrecio sohr la Ncitiiraleza. El autor, discípulo de Em- pédocles j- de Parmenides, abraza en su obra el mundo en- tero realzando aun mas la magestad de su esposicionporlas formas arcaicas de su estilo. La poesía j la filosofía han con- fundido sus fuerzas en el libro de Lucrecio, sin que resulte nunca de su mezcla aquella frialdad que censuraba ja seve- ramente el retórico Meaandro, comparándola al brillante as- pecto bajo el cual se representaba Platonla Naturaleza (22). Mi hermano ha analizado con gran sagacidad los efectos análogos ó desemejantes producidos por la unión de la poe- sía j de las abstraciones filosóficas en los antiguos poemas didácticos de la Grecia, en el poema de Lucrecio j en el episodio ^úBagatad-Gila (23). Al considerar el gran cuadro déla Naturaleza trazado por el poeta romano, sorprende el contraste que constituven la aridez del sistema atomístico j — 17 — y sus estrañas yisiones sobre la formación de la tierra, con ia viva descripción de la i-aza humana saliendo del fondo de los bosques para labrar los campos, vencer las fuerzas naturales, cultivar su espíritu, perfeccionar su lenguaje j fundar la vida civil (24). Si no obstante la agitada vida que ocasionan las pasio- nes políticas , conservara un estadista en su corazón entu- siasta afición á la Naturaleza j el amor de la soledad, la fuente de estes sentimientos habría que buscarla en las profundidades de un carácter grande y noble. Los escri- tos de Cicerón prueban la verdad de este aserto. Sábese ciertamente que en su tratado de las Leyes y en el del Ora- dor Cicerón tomó mucho de la Phedra de Platón 1 25); pero la imitación no ha quitado nada de su propia individuali- dad á la pintura del suelo itálico. Platón pinta en algunos rasgos generales «la espesa sombra del alto plátano, los perfumes que exhala la flor del Agnus-castus (sauzga- tillo) y la brisa del estio, cuvo murmullo acompaña á lo& coros de las cigarras.» Por lo que respecta á la descrip- ción de Cicerón , tan fiel aparece, según ha notado recien- temente un ingenioso observador (26), que aun hov pue- den comprobarse todos sus rasgos en los mismos lugares. El Liris (Garellano) está todavía rodeado de elevados álamos; y si descendemos hacia la izquierda desde la altura que domina las ruinas de Arpiño, reconoceremos el soto de encinas á orillas del Fibrena , como también la isla llamada hoj Tsola di Camello, formada por la división del arrojo, V á la cual se retiraba Cicerón, según él mismo nos dice, para meditar^ leer y escribir. f]n\A.rpino, al pié de las montañas de los Volscos_, nació Cicerón, v el admirable paisaje que le rodeaba debió influir desde su edad primera en los gustos que conservó toda su vida. Frecuentemente, con efecto, y sin que el hombre se dé cuenta de ello, et reflejo de la naturaleza circunvecina, penetrando en lo l'OMO II. 2 — 18 — nváá prüFundo de su ser, se asocia á sus iiá])osi ■cues na- tivas y al libre desenvolvimiento de sus fuerzas intelec- tuales j morales. ín medio de las terribles borrascas del año TOS^ encon- tró Cicerón algún consuelo en sus casas de campo, trasla- dándose alternativamente de Tusculano á Arpiño, v de los alrededores de Ancio á los de Cumas. «Xada mas agrada- ble, escribía á Ático [21 j, que esta soledad; nada mas bello que esta casa de campo (ziUa)^ la ribera inmetliata v la vista del mar.» También escribía lo siguiente desde la isla de Astura, á la embocadura del rio del mismo nomore en la costa del mar Tirreno: ^-ular y sin vegetación , que penetran á modo de golfos en las com.ar- cas mas fértiles; con frecuencia haj en los bosques estepas inmensas que asemejan un mar interior rodeado de sus ri- beras. Merced á estos accidentes, la superficie horizontal del suelo ofrece k los habitantes de aquellos cálidos climas iguales alternativas de tierras fértiles j áridas llanuras, que presentan en su altura las cadenas de montañas coro- nadas de nieve de la India y del Afo-hanistan. Ahora bien: las causas que escitan mas poderosamente la imaginación poética, son esos sorprendentes contrastes que ofrecen las diferentes estaciones del año , la fecundidad j la elevación del suelo , en aquellos pueblos predispuestos de sujo á la contemplación de la Naturaleza por el conjunto de su civi- lización y de sus creencias religiosas. Ese amor á la Naturaleza que es propio de las. razas contemplativas de laíiermania, manifiéstase en alto g-rádo en los mas antiguos poemas de la edad media; buena prue- ba de ello es la poesía caballeresca de los Miunesin^er, bajo el reinado de los Hohenstauffen. Cualesquiera que sean las relaciones históricas que e:?iistan entre esta poesía v la poe- sía romana de los Provenzales, no puede desconocerse en ella el elemento germánico puro. Las costumbres de las naciones germánicas, sus hábitos de vida_, su amor á la independencia, todo revela el sentimiento de la Naturaleza de que estaban í;.:t: mámente penetrados (52). Los Mínne- -. 32 ~ síng-er errantes, por mas que algunos descendieran de príncipes j todos fueran cortesanos^ permanecian siem- pre en asiduo comercio con la Naturaleza, manteniendo en toda su frescura la natural predisposición que en ellos se notaba hacia el Idilio, j también con frecuenciaála ele- jía. Con el fin de apreciar mejor los efectos de predis- posición semejante, me referiré á los dos sabios que mas profundamente conocieron la edad media alemana, á mis nobles amigos Jacobo j Guillermo (irimm. «Los poetas alemanes de esta época, dice el último, no se cuidaron ja- más de describir la Naturaleza de una manera abstracta, es decir, sin otro objeto que el de pintar con animados co- lores la impresión del paisaje. Y no faltaba seguramente á los antiguos maestros alemanes el sentimiento de la Natu- raleza, pero lo referian siempre á los acontecimientos que narraban ó á las mas vivas emociones que rebosaban en sus cantos líricos. Empezando por la epopeja nacional, por los mas antiguos j preciosos monumentos de la musa alema- na, no encontramos ni en los Niehehingen ni en el poema de Gndri'/ii descripción alguna de la Naturaleza, ni aun allí donde la ocasión se presentaba naturalmente (53). La narración, mu j circunstanciada por otra parte, de la caza en que fué muerto Sigfredo, contiene únicamente la men- ción de un brezal en flor j de un fresco manantial á la soiíibra de un tilo. En el poema de Gudrun, que supone costumbres algo mas cultas, se entrevé mejor el sentimiento de la Naturaleza. Cuando la bija del rej j sus compañe- ras, reducidas á la condición de esclavas, van á llevar á orillas del mar las ropas de sus señores , indica el poeta el instante del año en que el invierno toca á su fin , y empie- zan de nuevo los conciertos de los ruiseñores. La nieve cae todavía, jlacabellera délas doncellas se mira azotada por el viento de marzo. Cuando Gudrunsale del campo esperando la llegada de sus libertadores , las olas del mar brillan con 33 — los primeros fueg-os de la mañana v distingue los oscuro? cascos V los escudos de sus amÍQ-os. Estas no son sino «y o algunas palabras; pero bastan para dar una imagen distinta de las cosas, v aumentar de este modo la espectativa del grande acontecimiento que se prepara. Homero hace esto mismo cuando describe la isla de los Cjclopes v los bien dispuestos jardines de Alcinoo; se propone linicament e dar á conocer la abundante fecundidad de la soledad en que vi- ven esos monstruosos gigantes, y la magnífica estancia de un rej poderoso. Ninguno de Ibs dos poetas se ha cuidado de describir la Naturaleza por la Naturaleza misma.» «A la epopeva sencilla pueden oponerse las largas j- curiosas narraciones délos poetas del siglo XIII, que culti- vaban el arte cuando ja tenia conciencia de sí mismo. Hart- mann de Ane, \A'olfram de Eschenbach v Godofredo de Estrasburgo (54)^ se distinguen de tal modo entre todos los demás^ que bien podemos llamarles los maestros j los au- tores clásicos de la poesía caballeresca. Fácil seria recoger del vasto conjunto de sus obras testimonios de la emoción que les causábala Naturaleza. Este sentimiento, sin embar- go, solo se revela por la elección de las comparaciones ; ni aun pensaron en delinearlos cuadros que seles presentaban á la vista, independientemente de la narración , ni detie- nen el curso de los acontecimientos para descansar en la contemplación de la Naturaleza y su apacible vida. ¡Cuan diferentes son las composiciones poéticas de los modernos! Bernardino de Saint- Fierre, por el contrario, no se vale de los acontecimientos, sino como para marco de sus cua- dros. Verdad es que cuando los poetas líricos del siglo XIII cantan el amor (die Minne) lo que tampoco hacen constan- temente, hablan del dulce mes de mavo, del canto del rui- señor, del rocío que brilla en las flores delbosquecillo: pero siempre con ocasión de los sentimientos que parecen reflejarse en estas imágenes. Si quiere espresar impresionesmelancóli - TOWO '!. — 34 — cas, el poeta nos hace pensar en las hojas que se marchitan, en las aves que enmudecen, en el sembrado oculto por la nieve. Los mismos recuerdos se repiten incesantemente, si bien es- presados, preciso es reconocerlo, con encanto j bajo formas mu j variadas. Walther de Vogelweide, lo mismo que Wol- fram de Eschenbach, délos cualesno tenemos por desg-racia sino mu j pocas poesías líricas, son dignos ambos de ser ci- tados el uno por su major sensibilidad _, y el otro por su pro- fundidad, como brillantesejemplosde'la poesía caballeresca.» «La cuestión de saber si el contacto con la Italia Meri- dional, ó con el Asia Menor, la Siria j la Palestina por las cruzadas, ha enriquecido la musa alemana con nuevas pin- turas, debe en general ser resuelta negativamente. No se advierte que el conocimiento del Oriente hajadadootra di- rección á la poesíade los Minnesinger. Los cruzados nunca se acercaron mucho á los Sarracenos , y no existieron rela- ciones activas ni aun entre los pueblos que combatían por la misma causa. Uno de los poetas líricos mas antiguos fué í'ederico de Hausen , que murió en el ejército de Barba- roja. Sus cantos recuerdan con frecuencia las cruzadas; no espresaban sin embargo mas que pensamientos religio- sos, y el pesar de hallarse separado de su amada. Así es que nunca encuentra ocasión de decir una palabra acerca de la Naturaleza que le rodeaba , como tampoco los demás que tomaron parte en la cruzada, tales como Reimar el anciano, Kubin, Reidhart j Ulrico de Lichtenstein. Parece que Reimar hizo la peregrinación de la Siria, acompañan- do al duque de Austria Leopoldo VL Quéjase de que el recuerdo de su patria no le deje momento de reposo y le separe del pensamiento de Dios. Alguna vez, únicamente, habla de las datileras , y siempre á propósito de las ra- mas de palmera que llevaban á la espalda los peregrinos. No recuerdo tampoco que la admirable naturaleza de Italia haya escitado la fantasía de los Minnesinger, que atravesa- -- 35 — ban los Alpes. Walther de Vogelweide, que había viajado mucho, no pasó en Italia mas allá de las orillas de Pó; pero Freidank llegó hasta Roma_, j no observó otra cosa mas sino que crecia la jerba en los palacios de los antig-uos señores de estos lugares (55).» La epopeja esópica, que elegia las bestias para sus hé- roes, no debe confundirse con el apólogo oriental ; aquella nació de un contacto habitual con el mundo délos animales, sin decidido propósito de pintar exactamente sus fisonomías. Este género de fábula, apreciado de una manera superior por Jacobo Grimm en el prefacio de su edición de Reinliart Fuchs, revela el placer que se sentia entonces por la Na- turaleza. Las bestias, no ja encadenadas al suelo, sino do- tadas de la palabra y accesibles á todas nuestras pasiones, contrastan con la vida tranquila j silenciosa de las plan- tas; forman un elemento siempre activo destinado á animar el paisaje. «La antigua poesía, dice Jacobo Grimm, con- sidera la vida de la Naturaleza bajo un punto de vista pu- ramente humano; guiada por los caprichos de su sencilla imaginación _, presta á los animales, j alguna vez también á las plantas, los sentimientos j las emociones de los hom- bres, dando un sentido ingenioso á todas las particularida- des de su forma ó de su instinto. Las plantas y las flores han tomado sus nombres délos Dioses ó de los héroes que las cogian ó gustaban de ellas. Parece como que se exhala el perfume de los bosques de los viejos apólogos de Alema- nia (56) » . Intenciones dan de unir á estos monumentos de la poesía descriptiva entre los Germanos, los restos de la poesía célti- ca v ersa, que han pasado de un pueblo á otro por espacia de medio siglo, bajo el nombre de Ossian, como nubes erran- tes en el cielo ; pero el encanto se ha roto cuando se ha re- conocido incontestablemente el fraude de Macpherson , en la publicación del testo gaélico evidentemente supuesto j — 30 — contrahecho sobre la obra inglesa. Existen en la antig-ua leng-ua ersa cantos en honor de Fingal , conocidos con el nombre de canfos de Fhinian. que fueron recogidos y escritos después de la introducción del cristianismo v no se remontan quizás al siglo Mil de nuestra era; pero estas poesías populares contienen muj pocas descripciones senti- mentales del género de aquellas que dan singular encanto al libro de Macpherson («^T). Hemos indicado va que si la predisposición ala contem- plación y á las fantasías no es estrañaálas razas indo-germá- nicas de laEuropa septentrional, sino que antes bien consti- tuyen uno de sus rasg'os distintivos, no debe atribuírsela ala influencia del clima_, es decir, al ardiente deseo de los go- ces de la Naturaleza acrecentado por la privación. Hemos recordado las deliciosas descripciones de la naturaleza or- gánica ó de la naturaleza inanimada, que ofrecen las lite- raturas india y persa, desarrolladas bajo los fuegos del sol del Mediodía. Tales son el paso de la sequía a las lluvias tropicales y la aparición de la primer nube que altera el profundo azul de un cielo puro, cuando los anhelados vien- tos eteriós empiezan á zumbar en las largas hojas que coro- nan la empenachada copa de las palmeras. Esta es la ocasión de penetrar algo mas en la literatura descriptiva déla india. «Representémonos, dice Lassen(58), á una parte de la raza ariana abandonando las regiones del Nor-oeste, su primitiva patria, y emigrando hacia la India. Debió admirar las riquezas de aquella naturaleza desconoci- da. La dulzura del clima , lo fértil del suelo, la liberalidad con que derramaba sus magníficos dones debieron prestar mas brillantes colores ala nueva vida de aquellos pueblos. Ademas de las preciosas cualidades propias de los Aria- nos, y del raro desarrollo de su entendimiento, que permi- te encontrar en ellos el o-érmen de cuanto o-rande v ele- vado realizaron los Indios mas tarde, el aspecto del mundo — 37 — esterior les condujo desde luego á refiexionar profunda- mente acerca de las le jes de la Naturaleza, y sus medi- taciones determinaron en ellos la tendencia contemplativa que constituje el fondo de la poesía mas antigua de los Indios. Esta impresión dominante que ejerce la Natura- leza sobre la conciencia de todo un pueblo^ se manifiesta especialmente en los sentimientos religiosos j en el home- naje tributado al principio divino de la Naturaleza. La indiferencia hacia todas las cosas de la vida aumentó tam- bién estas disposiciones soñadoras. ¿Quiénes se hallaban mas al ^brigo de toda distracción, quiénes podian ais- larse mejor en una profunda contemplación , j reHexionar acerca de la vida del hombre en este mundo, sobre su con- dición después de la muerte, sobre la esencia de la Divini- dad, que aquellos penitentes, aquellos bracmanes, que ha- bitaban en la soledad de los bosques, cujas antiguas escuelas son uno de los fenómenos mas característicos de la vida in- dia, j que han ejercido una influencia considerable sobre el desarrollo intelectual de toda la nación (59)?» Si me es permitido valerme de algunos ejemplos para hacer comprender el vivo sentimiento de la Naturaleza que con frecuencia brilla en la poesía descriptiva de los Indios, como ja lo intenté en mis lecciones públicas, aconsejado por mi hermano j otros indianistas , empezaré por los Vedas , el mas antiguo j mas sagrado de todos los monumentos que atestiguan la cultura de los pueblos del Asia oriental. El principal objeto de dicho libro es laglori- ficacion de la Naturaleza. Los himnos de Rifjrcda contie- nen bellísimas descripciones de los primeros albores del dia j del sol «de manos de oro.» Sin embargo, los autores de los Vedaii rara vez se cuidan de describir el aspec- to de los lugares que estasiaban á los sabios. En los poemas épicos del Ramayana j del M(fl)aharaia ,, pos- teriores á los Vedas j anteriores á los Puranas ^ los cua- — 38 — dros de la Naturaleza se hallan aun ligados con la narra- ción, como conviene á este género de composiciones; pero al menos retratan lugares determinados j son el fruto de impresiones personales. De aquí el movimiento que las ani- ma. El viaje de Rama que parte de Ajodhja para dirigir- se á la residencia de Dschanaka, su vida en medio de los bosques vírgenes^ j la existencia solitaria de los Pandui- das, son trozos del género descriptivo que brillan con viví- simo colorido. El nombre de Kalidasa se hizo célebre desde luego entre los pueblos occidentales. Este gran poeta florecia en la bri- llante corte de Vikramaditja, j era por consiguiente con- temporáneo de Virgilio j de Horacio. Las traducciones francesa, inglesa v alemana del Sahiiiíala han justifi- cado la estraordinaria admiración de que ha sido objeto Kalidasa (60). La ternura de los sentimientos jlafuerza de invención, le aseguran un lugar distinguido entre los poe- tas de todos los países. Puede juzgarse del atractivo de sus descripciones por el drama encantador de Vikrama y Urvasi , en el cual recorre el rej todos los recodos de las selvas en busca de la ninfa Urvasi, por el poema de las E s ¿aciones y ^ov \diNul>6 mensajera (Meghaduta). Kalida- sa ha pintado en esta composición con la verdad misma de la Naturaleza, los trasportes con que es saludada, tras una larga sequía, la primera nube que aparece en el cielo como nuncio de la estación de las lluvias. Las palabras de que me he valido «la verdad de la Naturaleza,» serán mi jus- tificación si, al lado de la Nube mensajera ^ me atrevo á re- cordar una descripción del mismo fenómeno hecha por mí en la América del Sud antes que conociera la Meghaduta de Kalidasa por la traducción de Chézj (61). Los síntomas misteriosos que se producen en la atmósfera, la exhalación de los vapores, la forma de las nubes, sus resplandores eléc- tricos quesurcan el aire, todos estos presagios son los mismos — 39 — enlas zonas tropicales de ambos continentes. El arte, cuja misión es la de fundir las realidades en una imagen armo- niosa, no pierde ninguno de sus atractivos porque el es- píritu observador v analítico de los siglos posteriores ha ja confirmado afortunadamente el testimonio de un poeta an- tiguo que se abandonaba irresistiblemente á la contempla- ción de la Naturaleza. De los Arianos orientales, es decir, de la familia indo- bramánica, maravillosamente predispuesta por su organi- zación al goce de las bellezas pintorescas de la Natu- raleza (62), pasemos á los Arianos del Occidente, ú ios Persas, que reunidos en otro tiempo á los pueblos de la misma raza en la resfion situada al norte de la Persia v de la India, se separaron mas tarde, j adoradores espiritualistas de la Naturaleza , concillaron este culto con la concepción maniquéa de Ariman j de Ormuzd. Lo que llamamos li- teratura persa no se remonta mas allá déla épocadelos Sa- sanidas. Los monumentos mas antiguos déla poesía de los Persas han desaparecido. Iónicamente después de la conquis- ta de los Árabes, cuando se renovóla fazdelpaís, refloreció una literatura nacional bajo las dinastías de los Samani- das, de los Gaznevidas v de los Seldjucidas. El desar- rollo de la. poesía desde Firdusi hasta Hafiz j Dschami duró apenas cuatrocientos á quinientos años, j casi no se prolongó mas que hasta la espedicion de Vasco de Gama. Al buscar la huella del sentimiento de la Naturaleza entre los Indios j los Persas^ no haj que olvidar que las civili- zaciones respectivas de estos dos pueblos han estado sepa- radas doblemente por el espacio j por el tiempo. La litera- tura persa pertenece á la edad media: la gran literatura india pertenece propiamente á la antigüedad. La Naturale- za no ofrece sobre la meseta del Irán los robustos árboles j la variedad de formas j de colores, que presenta á nuestros encantados ojos el suelo del Indostan. La cadena del — 40 — Viüdhja, que por largo tiempo lia determinado el lí- mite del Aria Oriental, está comprendida aun en la zona de los trópicos, en tanto que toda la Persia está situada mas allá del trópico de Cáncer , j aun parte de la poe- sía psrsa tuvo su origen en la región septentrional de Balkh j de Fergana. Los cuatro Paraisos (63) celebra- dos por los poetas persas eran el valle de Sogd , cerca de Samarcanda; el de Maschanud, junto á Hamadan; de Scha-abi-Bowan, no lejos de Kal''eh-Sofid en la provin- cia de Fars, j la llanura de Damasco, llamada Gute. Los reinos de Irán j de Turan están desprovistos de bosques; no baj por consiguiente sitio para aquella vida solitaria de las selvas que tan profundamente babia escitado la ima- ginación de los poetas indios. Jardines regados por sal- tadoras aguas, cuajados de botones de rosas v de árbo- les frutales, no pueden reemplazar la imponente j salvaje naturaleza del Indostan. Según esto no debe sorpren- dernos el que la poesía descriptiva de los Persas no tenga la misma savia, j sea con frecuencia artificial j fria. Si, en opinión de los indígenas , lo que llamamos ingenio j agu- deza son las cualidades mas preciosas, se comprende que no liaj otra cosa digna de admiración entre los poetas de aquel pais que el mérito de una invención fácil, j la infi- nidad de formas con que saben reproducir un mismo pen- samiento 64). Los sentimientos íntimos y profundos les son completamente estraños. La descripción del paisaje rara vez interrumpe la nar- ración en la epopeva nacional ó Lihro de los Hrroes de Firdusi. El elogio de las costas de Mazenderan, puesto en boca de un poeta viajero, me parece estremadamente gra- cioso, j que representa con verdad la dulzura del clima j la fuerza de la vegetación. Este elogio arrastra al rej Kei-Kawus á una espedicion bácia el mar Caspio j á una nueva conquista (65). Las poesías á la primavera^ de En- — 41 — wen, de Dschelaleddin, que pasa por el poeta místico mas notable del Oriente, de Adhad j de Feisi, semi-persa y semi-indio, tienen todas viva frescura, si bien el placer que causan se ve turbado con frecuencia por el deseo pue- ril de rebuscar comparaciones demasiado ingeniosas (66). Sadi en su novela Costan j Gulistan (El Jardin de los frutos j de las rosas), v Hafiz, cuja filosofía práctica se ha comparado á la de Horacio, señalan, valiéndonos de las espresiones de José de Hammer, la época de la ense- ñanza moral el primero, jel segundo, el mas elevado vuelo de la poesía lírica. Por desgracia la hinchazón y el re- buscamiento oscurecen á menudo en estos escritores las descripciones de la Naturaleza (67). El objeto favorito de la poesía persa , que es el amor del ruiseñor y de la rosa, reaparece de una manera fatigosa, y el ín- timo sentimienio de la Naturaleza , espira en Oriente con los refinamientos convencionales del lengxiaje de las ¡lores. Si descendiendo de la meseta del Irán nos dirigimos hacia el Norte atravesando el reino de Turan fen lengua Zend , Tíñrja) (68) hasta la cadena del Ural , que separa la Europa del Asia , llegamos á los lugares que sirvieron de cuna á la raza finlandesa; porque los Finlandeses salie- ron en otro tiempo de la región de los montes Urales, como las hordas turcas del Altai. Entre estas razas fin- landesas- establecidas á gran distancia hacia el Occidente en las bajas llanuras del continente europeo, existian cantos que el doctor Pulías Lopnnrot ha recogido en gran número de boca de los Carelianos y de los campesi- nos de Olonetz. < Reina en estos cantos , dice Jacobo (jrimm(69j, un puro sentimiento de la Naturaleza que casino se encuentra sino en los poemas indios.» Una an- tigua epopeja^ compuesta do cerca de doce mil versos, tra- ta de la lucha de los Finlandeses y de los Lapones, v de — 42 — Jas aventuras de un héroe divino llamado Vaino; contiene descripciones de la vida rústica en Finlandia, estremada- mente graciosas, especialmente en el pasaje en que la mu- jer del forjador Ilmarineno envia sus rebaños á los bosques j pronuncia algunas palabras para protegerlos contra los ataques de las bestias feroces. Pocas razas existen cujas subdivisiones, á pesar de la comunidad del lenguaje, pre- senten oposiciones mas señaladas bajo el respecto de la cultura intelectual v de la dirección dada á los sentimien- tos. Estas oposiciones provienen por una parte de los tristes efectos de la servidumbre ; por otra , de la barbarie de la vida guerrera; j por último, de los perseverantes es- fuerzos hechos para conquistar la libertad política. Tales han sido , con efecto , los diversos modos de existir de los campesinos, hoj tan pacíficos, entre los cuales se ha recogido el Kaleivala: de los Hunos, que han trastornado el mundo, confundidos largo tiempo con los Mogoles ; v finalmente, de un pueblo noble j grande, de los Ma- giares. Para acabar de considerar lo que en el sentimiento de la Naturaleza j en la manifestación de este sentimiento puede provenir de la diferencia de las razas, de la confor- mación del suelo, de la constitución política j de las creencias religiosas , réstanos arrojar una mirada á esos pueblos del Asia que mas contrastan con las razas ana- nas é indo-germánicas de los Indios y los Persas. Las na- -ciones semíticas ó arameas nos ofrecen en los monumen- tos mas respetables v mas antiguos de su poesía , con una inspiración poderosa j una brillante imaginación, el testimonio de un sentimiento profundo de la Natura- leza; sentimiento espresado con grandeza j esplendor en las leyendas pastoriles, en los himnos sagrados, v en aquellos cantos líricos que hace resonar en tiempo de Da- vid la escuela de los videntes y de los profetas, cuja -- 43 — sublime inspiración, casi estraña al pasado, se torna llena de presentimientos hacia lo porvenir. La poesía hebrea, aparte de su elevación y profundidad^, ofrece á las naciones del Occidente el sino-ular atractivo de hallarse íntimamente ligada con recuerdos consagrados por tres grandes religiones: la religión mosaica, la cristiana y la mahometana. No son los pueblos de Europa los únicos cuja imaginación se siente atraída por los recuerdos de los Santos Lugares; pues las misiones, favorecidas por el espí- ritu comercial y conquistador de los pueblos navegantes, han llevado los nombres geográficos j las descripciones del Oriente, tal j como nos los ha conservado el Antiguo Tes- tamento, hasta el fondo de los bosques del Nuevo Mundo j á las islas del mar del Sud. Uno de los caracteres distintivos de la poesía de la Na- turaleza entre los hebreos, es que, reflejo del monoteísmo, abraza siempre al mundo en imponente unidad, compren- diendo á la vez el globo terrestre j los luminosos espacios del cielo. Rara vez se detiene en los fenómenos aislados, y se complace en contemplar las masas. La Naturaleza no está representada en ella como poseyendo existencia aparte y merecedora de homenajes en virtud de su propia belleza^ sino que siempre se aparece á los poetas hebreos en la rela- ción con el poder espiritual que la gobierna desde lo alto. La Naturaleza es para ellos una obra creada y ordenada, la espresion viviente de un Dios por todas partes presente en las maravillas del mundo sensible. Así, que á juzgar únicamente por su objeto, la poesía lírica de los hebreos de- bía ser imponente y magestuosa; pero cuando trata de la condición terrestre de la humanidad , es ademas sombría y melancólica. Es muy notable también que esta poesía, á pe- sar de su grandeza y aun en medio del encanto de la mú- sica, jamás cae en las desmesuradas proporciones de la poe- sía india. Consagrada á la pura contemplación de la divini- • — 44 — dad, figurada en su lenguaje, pero clara j sencilla en sus pensamientos, se complace en volver sobre las mismas com- paraciones con una regularidad casi rítmica. Los libros del Antiguo Testamento, considerados como obras de literatura descriptiva, reflejan fielmente la natu - raleza del país en donde vivian los Hebreos, representando las alternativas de desiertos, llanuras fértiles j bosques sombríos que ofrece el suelo de la Palestina, é indicando todos los cambios de temperatura por el orden en que se verifican, las costumbres de los pueblos pastores j su apar- tamiento hereditario de la agricultura. Las narraciones épicas ó históricas son de una estremada sencillez j quizás mas desnudas de adorno que las de Herodoto. Merced á la uniformidad que se ha conservado en las costumbres j en los hábitos de la vida nómada, los viajeros modernos han podido confirmar la verdad de aquellos cuadros. La poesía lírica está mas adornada y desarrolla la vida de la Natura- leza en toda su plenitud. Puede decirse que el salmo 103 es por sí solo un bosquejo del mundo. «El Señor, revestido de luz, ha estendido el cielo como una alfombra j ha fun- dado la tierra sobre su propia solidez, de suerte que no va- cilase en toda la duración de los siglos. Corren las aguas de lo alto de las montañas á las cañadas hasta los parajes que les han sido asignados á fin de que nunca traspasen los límites prescritos, si bien apaguen la sed de todos los ani- males de los campos. Las aves del cielo cantan entre el fo- llaje. Los árboles del Eterno, los cedros que Dios mismo ha plantado, levántanse llenos de savia; los pájaros forman allí su nido, j el azor construje su habitación sobre los abetos.» En el mismo salmo está descrito el mar «donde se agita la vida de innumerables seres. Por él surcan las naves, y en él se mueven los monstruos que tú, oh Dios, has creado para que libremente sesolacen.» La siembra de los campos, el cultivo de la viña, que alegra el corazón del hombre, j el — 45 — del olivo j tienen también su lugar en e¿te cuadro de la Na- turaleza que completan los cuerpos celestes. «El Señor ha creado la luna para medir el tiempo, v el sol conoce el tér- mino de su carrera. Viene la noche, se esparcen los anima- les sobre la tierra, los leoncillos rugen cerca de su presa v piden su alimento á Dios. Aparece el sol, reúnense j se re- fuc-ian en sus cavernas los animales, v en tanto el hombre se entrega á su trabajo, j sigue su tarea hasta la tarde.» Es sorprendente, que en poema lírico de tan cortas dimen- siones, se describan á grandes rasgos el Universo entero, el cielo y la tierra. A la vida confusa de los elementos se opone la existencia tranquila j laboriosa del hombre desde el ama- necer hasta el momento en que la tarde pone término á sus trabajos. Este contraste, estas miras generales sobre la acción recíproca de los fenómenos, esta vuelta al poder invisible v presente que puede rejuvenecer la tierra ó reducirla á pol- vo , todo está impregnado de un carácter sublime , mas propio, menester es decirlo, para causar admiración que para conmover. Los salmos ofrecen con frecuencia consideraciones se- mejantes acerca del mundo (70); pero en ninguna parte de una manera mas completa que en el capítulo xxxmi del libro de Jo/j , antiquísimo seguramente, aun cuando no an- terior á Moisés. Nótase que los accidentes meteorológicos que se producen en la región de las nubes^ los vapores que se condensan ó se disipan según la dirección de los vien- tos, los caprichosos juegos de la luz, la formación del gra- nizo y del trueno, hablan sido observados antes de ser des- critos. Muchas otras cuestiones se han planteado también en aquel libro, que la física moderna puede, indudablemen- te, reducir á fórmulas mas científicas ; pero sin que todavía hajan encontrado para ellas solución satisfactoria. Repú- tase generalmente el libro de Job como la obra mas acaba- da de la poesía hebrea: en él se advierte el encanto pinto- — 46 — resco en la descripción de cada fenómeno, j el arte á la par en la composición didáctica del conjunto. En todos los pue- blos que poseen una versión del libro de Job, estos cuadros de la naturaleza oriental han producido impresión profun- da. «El Señor camina sobre las crestas del mar, sobre las olas que la tempestad levanta. La aurora abraza los con- tornos de la tierra j dá diferentes formas á las nubes, como la mano del hombre amasa la dócil arcilla». Hállanse tam- bién descritas en el libro de Job las costumbres de los ani- males, del asno montaraz j del caballo, del búfalo, del hi- popótamo j del cocodrilo, del águila y del avestruz. Ve- mos allí, «cuando soplan los vientos devoradores del Sud, el aire puro que se estiende como metal fundido por los perturbados desiertos (71).» Allí donde la Naturaleza es mas avara de sus dones, aguza los sentidos del hombre, á fin de que atento á todos los síntomas que se manifiestan en la atmósfera y en la región de las nubes, pueda prever, en medio de la soledad de los desiertos, ó sobre la inmen- sidad del Océano, todas las revoluciones que se preparan. La parte árida y montañosa de la Palestina se presta, sobre todo, á este género de observaciones ; tampoco falta varie- dad á la poesía de los Hebreos. Mientras que desde Josué hasta Samuel respira esta el ardor de los combates, el li- brito de Kuth la espigadora ofrece un cuadro de la mas ingenua sencillez j de indefinible encanto. ÍToethe llamaba á este libro, en la época de su entusiasmo por el Oriente, el poema más delicioso que nos ha trasmitido la musa de la epopeya j del idilio (72). En tiempos mas próximos de los nuestros , los primeros monumentos de la literatura de los Árabes conservaban to- davía un débil refiejo de aquella gran manera de contem- plar la Naturaleza, que fué en una época tan atrasada, rasgo distintivo de la raza semítica. Recordaré á este proposito la pintoresca descripción de la vida de los Bedui- • — 47 — nos en el desierto por el gramático Asmai, que lia unido este cuadro al nombre célebre de Antar formando una gran obra con otras lejendas caballerescas, anteriores al maho- metismo. El héroe de esta novela romántica es el mismo Antar, de la tribu de Abs, hijo del jefe Scheddad j de una esclava negra; sus versos (Iloal I ahí t) ipertenecen al nú- mero de los poemas laureados j puestos en la Kaaba. El sa- bio traductor inglés Terrick Hamilton, ha llamado la aten- ción sobre los acentos bíblicos, que resuenan como nn eco en los versos de Antar (73). Asmai hace viajar al hijo del desierto á Constantinopla; hallando en esto ocasión de oponer de una manera pintoresca la civilización griega á la rudeza de la vida nómada. Que la descripción del suelo ocupe , por otra parte , poco lugar en las poesías mas anti- guas de los Árabes, no debe admirarnos, teniendo en cuen- ta que, según ha hecho notar Freitag, orientalista de Bona muj versado en aquella literatura, el objeto prin- cipal de los poetas árabes es la narración de los hechos de armas^ el elogio de la hospitalidad y de la fidelidad en el amor, j que además , casi ninguno de ellos era originario de la x\rabia Feliz. Menester eran muj particulares j muj raras disposiciones de ánimopara que aquella triste unifor- midad de pastos j de desiertos arenosos pudiera inspirar el sentimiento de la Naturaleza. En las regiones desprovistas del ornamento de los bos- ques, los fenóijienos atmosféricos, la tormenta, la tempes- tad, la lluvia tras una larga sequía, se apoderan por lo mismo con mucha major fuerza de la imaginación. Bus- cando entre los poetas árabes descripciones animadas de estas escenas déla Naturaleza, debo especialmente recordar las llanuras fecundadas por la lluvia é invadidas por nu- bes deinsectos zumbadores, en el Moallxúat de Antar (74), el fiel j magnífico cuadro de la tormenta, por Amru'l Kais, j otro en el sétimo libro de la colección designada con el — 48 — nombre de Hamasa (75), j, por último, en el Nahcgha I)hobj/ani(lQ), la riada del Eufrates arrastrando islotes de cañas y árboles descuajados. El libro octavo d.ú Hamasa, intitulado Viaje y somnolencia^ debia naturalmente escitar mi curiosidad de viajero. Bien pronto reconocí rjue la somnolencia no se prolonga mas allá del primer fragmen- to, siendo tanto mas escusable, cuanto que el autor la es- plica por un viaje hecho sobre un camello v durante la no- che (77). Hasta aquí he procurado esponer , en parte al me- nos, de qué manera el mundo esterior, es decir el aspec- to de la Naturaleza animada é inanimada , ha podido obrar diversamente sobre el pensamiento j la imaginación, en diferentes épocas^ v entre razas distintas. He estrac- tado de la historia literaria ejemplos en que el sentimiento de la Naturaleza se manifiesta del modo mas perceptible. No era pertinente aquí, como tampoco en el resto de mi obra sobre el Cosmos, hacer una completa esposicion, sino presentar únicamente consideraciones generales escogiendo aquellos rasgos mas propios para pintar el carácter particu- lar de los pueblos j de los siglos. He seguido á los (rriegos y los Romanos hasta el momento mismo en que se agotan los sentimientos que han dado eterno lustre á las obras de que se compone la antigüedad clásica entre las naciones occidentales. He buscado en los escritos de los Padres déla Iglesia cristiana la espresion conmovedera de aquel amor á la Naturaleza que engendró la vida contemplativa de los anacoretas en la calma de la soledad. Al considerar á los pueblos indo-germánicos (doj aquí á esta denominación su sentido menos general) me he remontado de las poesías ale- manas de la edad media alas de los antiguos habitantes del Aria Oriental, losindios, vde los menos favorecidos del Aria Occidental que poblaban antes el Irán. Después de echar una ojeada á los cantos célticos ó gaélicos v á una epope va — 49 — finlandesa nuevamente descubierta, he pasado á una rama de la raza semítica ó aramea, v lie mostrado á la Natura- leza desplegando sus riquezas en los cantos sublimes de los Hebreos j en las poesías de los Árabes. De este modo ha podido verse el reflejo del mundo esterior sobre la imagi- nación de los pueblos estendidos por el Norte j por el Sud-este de Europa, por el Asia Menor, por las mesetas de la Persia j por las regiones tropicales de la India. Para abarcar toda la Naturaleza, he creido ser necesario contem- plarla bajo dos aspectos , j después de haber observado los fenómenos en su realidad objetiva, mostrarlos reflejándose en los sentimientos de la humanidad. Luego que hubieron desaparecido las dominaciones aramea, griega j romana^ pudiera decir, después que hubo espirado el antiguo mundo, el sublime Creador de un mundo nuevo, Dante Alighieri, revela de vez en cuan- do una profunda inteligencia de la vida de la tierra , apar- tándose entonces de sus pasiones j resentimientos místicos que pueblan de fantasmas el vasto círculo de sus ideas. La época de su vida sigue inmediatamente á aquella en que deja de oirse la voz de los Minnesinger de la Saabia. Dante junta de una manera inimitable en el primer libro del Purgatorio , los vapores de la mañana j la trémula luz del mar que aparece en lontananza dulcemente agitada (il tre- molar dellamarina) (78). En el canto 5.° presenta las nu- bes que se rompen y las olas que se hinchan en el momen- to en que el Arno arrastra el cadáver de Buonconte de Montefeltro después de la batalla de Campaldino (79). Al entraren los espesos bosques del paraiso terrenal^ recuerda el poeta el pinar que haj junto á Ravena (la pineta in sul lito di Chiassi), en el cual resuena el canto matinal de las aves sobre la copa de los árboles (80). Esta imagen natural contrasta con el rio de luz que corre por el paraiso terrenal^ «rio del cual saltan chispas que van á dar en TOMO U. 4 — Bo- las flores de la ribera , j enseguida, como embriagadas por los perfumes, se sumerjen en el abismo, mientras apa- recen nuevas chispas (81).» Podría creerse que esta ficción es un recuerdo del raro j singular espectáculo que ofrece la fosforescencia del Océano , cuando del choque de sus nubes se desprenden puntos luminosos que se elevan sobre la superficie de las aguas, j forman de toda la llanura lí- quida un mar de movibles estrellas. La estremada con- cisión de estilo aumenta aun en la Divina comedia, la pro- fundidad j gravedad de la impresión. Para permanecer algún tiempo mas en el suelo de Ita- lia, si bien dejando á un lado el frió género pastoril, po- demos pasar de los poemas del Dante á los sonetos elegia- cos en que Petrarca describe el efecto que produjo en él, después de la muerte de Laura , el gracioso valle de Vau- cluse, á las poesías mas cortas de Bojardo, amigo de Hér- cules de Este , j á las estancias que compuso mas tarde Victoria Colonna (82). En el renacimiento de la literatura clásica, cuando vol- vió á florecer esta en todos los pueblos , merced á las nuevas relaciones que se establecieron con la Grecia, á pesar de su rebajamiento político, el cardenal Bembo, ilustrado pro- tector de las artes, amigo j consejero deEafael, es el pri- mero entre los prosistas que nos ha dejado atractivas des- cripciones de la Naturaleza, Su diálogo del Etna ofrece un cuadro animado de la distribución geográfica de las plan- tas en la pendiente de la montaña , desde las fértiles lla- nuras de la Sicilia hasta las nieves que coranan los bordes del cráter. En la Historicd Venetm , obra acabada en mas avanzada edad, el clima y la vegetación del nuevo conti- nente están caracterizados de una manera todavía mas pin- toresca. En el momento en que el mundo se encontraba súbita- mente engrandecido, todo se reunía para llenar el espíritu — 51 — -de magníficas imágenes, j darle una conciencia mas alta de las fuerzas humanas. Cuando la espedicion de Alejan- dro , los Macedonios trajeron de los sombríos valles del Indostan j de los montes Paropamisos , impresiones que se encuentran aun vivas muchos siglos después en las obras de los grandes escritores. El descubrimiento de América renovó el efecto producido por la conquista macedónica, j ejerció mas influencia aun que las cruzadas sobre los pue- blos occidentales. Por primera vez el mundo tropical ofre- cía reunidos á las miradas de los europeos , la magnificencia de sus fecundas llanuras, todas las variedades de la vida orgánica escalonadas en la pendiente de las cordilleras, y el aspecto de los climas del Norte que parecen reflejarse en las mesetas de Méjico, de la Nueva Granada v de Quito. El prestigio de la imaginación, sin la cual no puede haber obra humana verdaderamente grande , da singular atrac- tivo á las descripciones de Colon j de Vespucio. Vespucio al pintar las costas del Brasil, da pruebas de un conoci- miento exacto de los poetas antiguos v modernos. Las descripciones de Colon, cuando traza el dulce cielo de Paria j el vasto rio del Orinoco, que debe tener su nacimiento á lo que él cree , en el Paraíso , sin que por esto cambie el sitio de esta mansión, están impregnadas de un sentimiento grave j religioso. A medida que adelantó en edad, y que hubo menester luchar contra persecuciones injustas, esta predisposición degenera en él en melancolía j quimérica exaltación . En las épocas heroicas de su historia, no se dejaron guiar los Portugueses j Castellanos únicamente por la sed del oro, como se ha supuesto interpretando mal el espíritu de aquellos tiempos. Todo el mundo se sentía arrastrado hacia los azares de las espediciones lejanas. Los nombres de Haiti , de Cubagua y de Darien , habían seducido las imaginaciones á los comienzos del siglo XVI, como suce- — 52 — dio después de los viajes de Anson y de Cook, con los nombres de TÍDian y Otahiti. El deseo de visitar aparta- dos paises bastó para arrastrar á la juventud de la Penín- sula española, de Flandes, de Milán j delSadde Alemania,, hacia la cadena de los Andes y las llanuras abrasadoras de Urabaj de Coro, ÍDajo laenseña victoriosa de Carlos V. Mas tarde', cuando las costumbres se dulcificaron y todas las partes del mundo se abrieron á la vez, aquella inquieta cu- riosidad se entretuvo por otras causas, tomando una nueva dirección. Encendiéronse los ánimos con apasionado amor por la Naturaleza^ dando el ejemplo primero los pueblos del Norte; eleváronse las miras á medida que se ensan- chaba el círculo de la observación científica; j la tendencia sentimental y poética que existia ja en el fondo de los co~ razones tomó una forma mas determinada hacia fines del si- glo XV, dando nacimiento á obras literarias desconocidas de los tiempos anteriores. Si llevamos otra vez nuestras miradas á la época de los grandes descubrimientos que han preparado el nuevo tra- bajo de los espíritus, las descripciones de laNaturaleza que se nos presentan primeramente , son las que el mismo Co- lon nos ha legado. Hace muj poco tiempo que conoce- mos su Diario marítimo, sus cartas al tesorero Sánchez, á Juana de la Torre, nodriza del infante don Juan, j á la reina Isabel. Ya he procurado demostrar en la obra titulada Examen critirpie de IMúsioire de la fjéor/raphie a2(, XV^ et ate XVP sicde (83), el profundo sentimiento de la Natu- raleza que animaba al gran navegante, la nobleza y alta sen. cillez de espresion con que describia la vida de la tierra y el cielo desconocido hasta entonces , que descubria su mi- rada (viaje nuevo al nuevo cielo i mundo que fasta enton- ces estaba en oculto); solamente pueden apreciar tales pinturas aquellos que comprendan toda la energía de la antigua lengua española. — 53 ~ La fisonomía característica de las plantas; la impene- trable espesura de los bosques, «en los cuales puede ape- nas distinguirse qué flores y qué hojas pertenecen á cada tronco;» la feraz abundancia de las plantas que cubren las riberas pantanosas, los rojos flamencos que , ocupados en pescar desde por la mañana, animan la embocadura de los rios, llamaban alternativamente la atención del¡viejo marino al costear la isla de Cuba, entre las pequeñas islas Luca- jas j los Jardinillos, que jo mismo be visitado. Cada nue- vo país que descubre le parece mas bello que el que ba descrito anteriormente, y duélese de no encontrar palabras con que espresar las dulces sensaciones que esperimenta. Completamente estraño á la botánica, si bien habíase estendido ja por Europa el conocimiento superficial de los vegetales , merced á la influencia de los médicos árabes y judíos, el mero sentimiento de la Naturaleza le lleva á ob- servar atentamente todo lo que ofrece un aspecto descono- cido. En Cuba distingue siete ú ocho especies de palmeras mas bellas y mas altas que la que produce los dátiles (va- riedades de palmas superiores alas nuestras en su belleza y altura). Comunica á su inteligente amigo Anguieraque se ha maravillado de ver en una misma llanura palmeras y pinos (palmeta et pineta) agrupados y entremezclados. Examina los vegetales con mirada tan penetrante, que des- de luego observa en las montañas de Cibao pinos que, en vez de los frutos ordinarios , producen bajas semejantes á las aceitunas del Axarafe de Sevilla. Así Colon, como ja he dicho antes (84), distinguió á la primera ojeada el géne- ro Podocarpus en la familia de las abetinadas. «El atractivo de este nuevo pais, dice el gran nave- gante , es muj superior al de la campiña de Córdoba , con tanta diferencia como tiene el dia de la noche... Estaban todos los árboles verdes j llenos de frutos , j las jerbas to- das floridas j muj altas... Los aires eran como en abril en — 54 — Castilla; cantaba el ruiseñor j otros pajaritos como en el dicho mes en España^ que dicen que era la major dulzura del mundo. Las noches cantaban algunos pajaritos suave- mente : los g-rillos j ranas se oian muchas... Un dia llegué á una bahia profunda j cerrada por todas partes , en la cual vi lo que jamáshasta entonceshumanosojoshabian visto, j fué un singularísimo puerto j unas tierras hermosas á maravilla , así como una vega montuosa dentro en estas montañas... donde haj pinos j palmas j otros árboles de diversas formas todos cubiertos de flores ; y salen por ella muchas riberas de aguas que descienden de estas monta-^ ñas. Andando por ella, fué cosa maravillosa de ver las ar- boledas j frescura, j el agua clarísima, j las aves j ame- nidad, que me parecia que no quisiera salir de allí; j que para hacer relación á los rejes de las cosas que via na bastaran mil lenguas á referillo , ni la mano para lo escri- bir, que me parecia questaba encantado (8o).» Vemos aquí, por el Diario de un hombre falto de toda cultura literaria, cuánto poder ejercen sobre un alma sen- sible las bellezas características de la Naturaleza : la emo- ción ennoblece el lenguaje. Los escritos del Almirante, es- pecialmente los que compuso á la edad de sesenta j siete años al realizar su cuarto viaje j contar su maravillosa vi- sión en la costa de Veragua (86), son, no mas castizos, pero sí mas arrebatadores que la novela pastoral de Boca- cio , las dos Arcadias de Sannasar y de Sidnej, el Salicio y Nemoroso de Garcilaso , ó la Diana de Jorge de Monte- major. Desgraciadamente el género elegiaco y bucólico reinó durante largo tiempo en las literaturas italiana y española. Preciso era el interés admirable que supo dar Cervantes á las aventuras del héroe de la Mancha para ha-^ cer olvidar su Qalatea. La novela pastoral , aunque se la haja pretendido rehabilitar por la perfección del lenguaje y la delicadeza de los sentimientos, está condenada por su — 55 — misma naturaleza á ser fria y láng-uida^ como las sutile- zas alegóricas tan estimadas por los poetas de la edad me- dia. Para que una descripción respire verdad, es necesa- rio que verse sobre objetos determinados; por esto se ha creido reconocer en las mas bellas estancias descriptivas de la Jerusakn libertada , los vestigios de la impre- sión producida en el poeta por la naturaleza pintoresca que le rodeaba, v un recuerdo del gracioso valle de Sor- rento (87). Este carácter de verdad que nace de la observación inmediata j personal, brilla en su mas alto grado en la gran epopeja nacional de los Portugueses. Siéntese flotar como el perfume de las flores de la India al través de aquel poema escrito bajo el cielo de los trópicos en la gruta de Macao j en las islas Moluscas. Sin detenerme á discutir una opinión aventurada de Fr. Scblegel que considera las Ludadas de Camoens superiores con mucho al poema de Ariosto en cuanto al brillo j riqueza de la imagina- ción (88) _, puedo afirmar al menos, como observador de la Naturaleza, que en las partes descriptivas de las Lu- siadas jamás han alterado en nada la verdad de los fenó- menos, ni el entusiasmo del poeta, ni el encanto de sus versos, ni los dulces acentos de su melancolía. Al hacer el arte mas vivas las impresiones, ha añadido mas bien grandeza j fidehdad á las imágenes, como sucede siem- pre que bebe en una fuente pura. Camoens es inimi- table cuando pinta el cambio perpetuo que se verifica en- tre el aire y el mar, las armonías que reinan en la forma de las nubes, sus trasformaciones sucesivas y los diversos estados por que pasa la superficie del Océano. Prime- ramente nos muestra esta superficie rizada por el ligero soplo del viento; las olas, levantadas apenas, chispean ju- gando con el rajo de luz que se refleja en ellas; en otra parte, los buques de Coelho y de Pablo de Gama, asalta- — 56 — dos por una espantosa tempestad, lucKan contra todos los elementos desencadenados (89). Camoens es un gran pintor marítimo en el sentido propio de la palabra. HaLia guerreado al pie del Atlas en el imperio de Marruecos; Labia combatido en el mar Rojo j en el golfo Pérsico; Iiabia doblado dos veces el Cabo ; v durante diez j seis años, penetrado de un profundo sentimiento de la Natura- leza^ habia prestado atento oido en las playas de la India j de la China, á todos los fenómenos del Océano. Describe el fuego eléctrico de San Telmo que los antiguos personi- ficaban bajo los nombres de Castor j Polux, y le llama «la luz viviente sagrada para los navegantes (90);» pinta la formación sucesiva de las amenazadoras trombas, j muestra «cómo las nubes ligeras se condensan en un vapor espeso que se arrolla en espiral, j del cual desciende una columna que bebe ávidamente las aguas del mar ; cómo esta nube sombría atrae á sí al pie del embudo cuando está saturado, y hu jendo hacia el cielo, deja que vuelva á caer en el mar convertida en agua dulce la que le habia arre- batado la mugiente tromba (91).» En cuanto á la espu- tación de estos misterios maravillosos de la Naturaleza^ €osa es que pertenece, dice el poeta, cujas palabras pare- cen todavia la crítica del tiempo presente, á los escritores de profesión que , orgullosos de su entendiniento y de su ciencia, manifiestan tanto desdén á las narraciones reco- gidas de boca de los navegantes sin otro guia que la es- periencia. No se muestra Camoens gran pintor únicamente en la descripción de los fenómenos aislados , sobresale tam- bién en abarcar las grandes masas de un solo golpe de vista. El canto tercero de su poema reproduce á grandes rasgos la configuración de Europa, desde las mas frias re- giones del Norte hasta el reino lusitano, y hasta el estre- icho en que Hércules realizó su último trabajo (92). Por — 57 — todas partes hace alusión á las costumbres j á la civili- ■zacion de los pueblos que habitan esta porción del mundo tan ricamente articulada. De la Prusia, la Moscovia j los paises «bañados por las frias aguas del Rhin» (que o Rheno frió lava), pasa rápidamente á las deliciosas llanuras de la Grecia «que crea los corazones elocuentes j los nobles juegos de la imaginación» (que creastes os peitos eloquen- tes, e os juizos de alta phantasia). En el canto décimo el horizonte se ensancha mas aun. Thetis conduce á Gama á una alta montaña para descubrirle los secretos de la es- tructura del mundo (machina do mundo) j el curso de los planetas según el sistema de Tolomeo (93). Es visión narrada en el estilo del Dante ; v como la tierra es el cen- tro de todo lo que se mueve con ella, el poeta toma oca- sión de aquí para esponer lo que se sabia de los paises recientemente descubiertos j de sus diversas produccio- nes (94). No se limita ja, como hace en el canto tercero, á representarla Europa; se ocupa de todas las partes de la tierra, aun del pais de la Santa Cruz (Brasil), j las cos- tas descubiertas por Magallanes, «hijo infiel de la Lusita- nia, que renegó de su madre.» Al elogiar á Camoens como pintor marítimo sobretodo, he querido decir que las escenas de la naturaleza terres- tre le habian atraído menos vivamente. Ya Sismondi ha indicado que nada atestigua en su poema que se ha ja de- tenido jamás á contemplar la vegetación tropical j sus formas características: no nombra sino los aromas j las producciones de que el comercio sacaba partido. El epi- sodio de la isla encantada ofrece , en verdad , el mas gra- cioso de todos los paisajes (95); pero la decoración se compone , cual conviene á una isla de Venas , de mirtos, cidra-limoneros, granados j limoneros de olor, arbustos todos propios del clima de la Europa meridional. Cristó- bal Colon , el major de los navegantes de su tiempo, sabe — 58 — gozar mejor de los bosques que las costas limitan , j presta mas atención á la fisonomía de las plantas. Pero Colon escribe un diario de viaje j traza en él las vivas impresiones de cada dia, mientras que la epopeja de Ca- moens celebra las hazañas de los pqrtugueses. El poeta, habituado á los sonidos armoniosos, no intentó siquiera tomar de la lengua de los indígenas nombres bárbaros para introducir las plantas exóticas en la descripción de un paisaje que no era, después de todo, sino el fondo del cuadro delante del cual se agitaban sus personajes. Háse comparado frecuentemente la figura caballersca de Camoens, con la figura no menos romántica del guerre- ro español Alonso de Ercilla^ que sirvió bajo el reinado de Carlos V. en el Perú j Chile^ j en esas lejanas latitudes cantó las acciones en que él habia tomado una parte glo- riosa; pero nada hace suponer en toda la epopeja de la Araucana que el poeta hubiese observado de cerca la Natu- raleza. Los volcanes cubiertos de perpetua nieve, los valles abrasadores á pesar de la sombra de los bosques, los brazos de mar que penetran á lo lejos en las tierras, no le han ins- pirado casi nada que pueda constituir una imagen. El elo- gio escesivo que Cervantes hace de Ercilla, cuando pasa revista graciosamente á la biblioteca de Don Quijote , casi no puede esplicarse sino por la ardiente rivalidad que exis- tia entonces entre la poesía española j la poesía italiana; j quizás sea este juicio el que ha engañado á Voltaire como á otros muchos críticos modernos. La Araucana es induda- blemente un libro en que se respira un noble sentimiento nacional; las costumbres de una tribu salvaje que combate por la libertad están en él descritas calurosamente; pero la dicción es lánguida , recargada de nombres propios j sin rasgo alguno de entusiasmo poético (96). Este entusiasmo brilla en cambio en muchas estrofas del Romancero cahaUeresco (97), en las poesías religiosas y -~ 56 — melancólicas de Fraj Luis de León , j en particular en la composición que lleva por título Noche serena y cuando canta los eternos resplandores del cielo ( resplandores eterna- les) (98), j por último en las g-randes creaciones de Cal- derón. «En la época mas floreciente de la comedia espa- ñola^» dice mi noble amigo Luis Tieck, crítico profundo mu j versado en el conocimiento general de la literatura dramática, «Hállanse con frecuencia, en Calderón j sus contemporáneos, descripciones deslumbradoras del mar, de las montañas , de los jardines , j de los valles cubiertos de bosques , compuestas en el metro de los romances v de las canzone; pero casi siempre están sembrados estos cuadros de rasgos alegóricos j cargados de colores ar- tificiales que nos impiden respirar el aire libre, ver las montañas j sentir la frescura de los valles. Sus versos armoniosos j sonoros nos ponen á la vista una descripción ingeniosa que se repite uniformemente con algún mati^ de mas ó menos, pero no la Naturaleza misma. En la co- media de Calderón titulada La vida es sueño, el príncipe Segismundo deplora su cautiverio, j le opone por medio de graciosos contrastes á la libertad de que goza toda la naturaleza orgánica. Pinta las costumbres de las aves, «que dirigen el vuelo rápido á través de los vastos espacios celestes;» los peces, «que apenas salidos de la freza j des- ligados del limo, buscan ja el mar cuja inmensidad pa- rece insuficiente á sus jiventuradas correrlas. Ni aun el arrojo cujas sinuosas revueltas serpentean á través de las flores, deja de encontrar en las llanuras fácil camino; j jó^ esclama Segismundo desolado, jo en quien la vida es mas activa, j el espíritu mas independiente, no puedo tener la misma libertad.» De esta manera j aun apelando con frecuencia en su ajuda á las antítesis, á las comparaciones sutiles j á todos los refinamientos de la escuela de Gongo ra,. se dirige Don Fernando al rej de Fez, en la comedia del — 60 — Principe constante (99). Citamos estos ejemplos porque de- muestran el por qué en la literatura dramática, que se ocu- pa especialmente de los acontecimientos, de las pasiones j los caracteres , las descripciones de la naturaleza no son nunca sino un reflejo esterior de los sentimientos j de la disposición de ánimo de los personajes. Shakspeare, arras- trado por el movimiento de la acción , no tiene nunca tiem- po para detenerse á describir la Naturaleza ; mas la pinta tan bien por un incidente , por un signo á través de la emo- ción de los héroes, que creemos tenerla á la vista y vivir en medio de ella. Asi es, que parece que respiramos en medio de los bosques al leer el Sueño de una noche de xerano. En las últimas escenas del Mercader de Venecia ^ vemos el claro del bosque iluminado por la luna en una tibia noche , sin que se hable en ellas ni de luna ni de bos- que. Haj, sin embargo, en el Rey Lear una verdadera descripción de la montaña de Douvres, cuando fingiéndose loco Edgardo j conduciendo á su padre ciego, el conde de Olocester, por la llanura^ le hace creer que suben por la montaña. La ojeada por medio de la cual mide desde lo alto la profundidad del abismo, es capaz de producir vértigo (100). Si en Shakspeare la fuerza interior de los sentimientos j la noble sencillez del lenguaje dan interés tan vivo á los pocos rasgos con que representa la Naturaleza sin descri- .birla_, en Milton, las escenas descriptivas tienen mas pompa que realidad. Y así debia de ser tratándose de un poema como el Paraíso i)erdido^ en el cual han sido prodigadas to- das las riquezas de la imaginación j de la poesía para fi- gurar la naturaleza encantadora del Paraiso terrenal ; pero en esta obra, como en el bellísimo poema de Thomson so- bre las Estaciones^ la vegetación no podia ser pintada sino en sus rasgos generales j con indecisos contornos. Según el juicio de los que mejor conocen la poesía india, Kalidasa — 61 — en un poema sobre el mismo asunto , intitulado Ritiisan^ liara j anterior en mas de quince sig-los al de Thomson^ ha hecho una descripción llena de vida de la poderosa na- turaleza de los trópicos; en cambio no haj que buscar en él aquella gracia que Thomson manifiesta en la variedad j contraste de las estaciones^ mas determinado siempre en las regiones septentrionales. El poeta inglés, con efecto, ha sacado partido felizmente del paso del fecundo otoño al in- vierno, j del invierno ala primavera, regeneradora de la Naturaleza. Ha pintado también con grande interés las diversas ocupaciones del hombre, mas reposadas ó mas acti- vas, según las diferentes épocas del año. Acercándonos álos tiempos presentes, notamos que, des- de la segunda mitad del siglo XVIII, la prosa descriptiva, especialmente , ha adquirido una fuerza j exactitud ente- ramente nuevas. Aunque el estudio de la Naturaleza au- mentado por todas partes haja puesto en circulación una masa enorme de conocimientos, la inteligente contempla- ción de los fenómenos no ha sido sofocada bajo el peso ma- terial de la ciencia, en el corto número de hombres suscep- tibles de entusiasmo ; sino que mas bien ha aumentado asi- mismo esa intuición espiritual , obra de la espontaneidad poética, á medida que el objeto de la observación ganaba en elevación j se estendia; es decir, desde que la mirada ha pe- netrado mas profundamente en la estructura de las monta- ñas, tumbas históricas délas organizaciones que pasaron, y abarcado la distribución geográfica de los animales j de las plantas, j el parentesco de las razas humanas. Los pri- meros que han dado un poderoso impulso al sentimiento de la Naturaleza por el atractivo que ofrecían á la imagi- nación, j que han puesto al hombre en contacto con la mis- ma Naturaleza, inclinándole, como consecuencia inevitable á remotos viajes, son : en Francia, J. J. Rousseau, Buffon, Bernardino de Saint-Pierre , mi antiguo amigo de Cha- — 62 — teaubriand , escritor que aun vive j que cito aquí por es- cepcion ; en las islas Británicas, el ingenioso Plajfair; j, por último, en Alemania, Forster, compañero de Cook en su segundo viaje de circunnavegación, escritor elocuente j dotado de cuantas facultades hacen apto á un hombre para popularizar la ciencia. No es de nuestro propósito el investigar aquí cuá- les son los caracteres distintivos de estos grandes inge- nios; que es lo que en sus obras, por doquiera estendidas, da tanta gracia j atractivo á la pintura del paisaje, ni tam- poco lo que perjudica la impresión que hubieran deseado producir. Pero permítase á un viajero que debe la major parte de su saber á la contemplación inmediata del mundo, reunir aquí algunas consideraciones sueltas acerca de una rama de la literatura muj nueva aun, j en general poco cultivada. Buffon, escritor grave j elevado, abarcando á la vez el mundo planetario j el org-anismo animal , los fe- nómenos de la luz j los del magnetismo, ha ido en sus es- periencias físicas al fondo de las cosas mucho mas de lo que sospechaban sus contemporáneos. Pero cuando desde las costumbres de los animales pasa á la descripción del paisaje, sus períodos hábilmente contrapuestos, tienen mas pompa oratoria que verdad pintoresca, j son mas á propósito para disponer al sentimiento de lo sublime que para em- bargar el alma por la imagen de la Naturaleza viviente j por el reflejo fiel de la realidad. Por mucho que admiren sus esfuerzos , adviértese que no abandonó nunca el centro de la Europa, j que no pudo ver por sí mismo el mundo de los trópicos, que ere jó pintar. Lo que sentimos no en- contrar, especialmente, en las obras de Buffon, es la re- lación armoniosa entre las escenas de la Naturaleza j el sen- timiento que deben engendrar. Esa analogía misteriosa que lígalas emociones del alma con los fenómenos del mun- do sensible, le fué enteramente desconocida. — 63 — Una major profundidad de sentimientos , una major frescura de impresiones se respira en las obras de J. J. EousseaUjdeBernardinodeSaint-Pierre j Chateaubriand. Si recuerdo aquí la seductora elocuencia de Rousseau, las pintorescas descripciones de Clarens j de la Meilleraie, á orillas del lago de Ginebra, es porque en los prin- cipales escritos de este herborizador, mas cuidadoso que instruido á decir verdad, escritos que aparecieron vein- te años antes que las Evoques de la naíiire de Buffon (1), el entusiasmo se desborda, lo mismo que en las inmortales poesías de Klopstock, de Schiller, Goethe j Bjron, j se manifiesta especialmente por la precisión j originalidad del lenguaje. Un escritor puede, sin tener á la vista los resul- tados directos de la ciencia^ inspirar afición estraordina- ria al estudio de la Naturaleza, por el atractivo de sus des- cripciones poéticas, aunque se refieran á lugares muj circunscritos j conocidos. Ya que hemos vuelto de nuevo á los prosistas, vamos á detenernos con gusto en la creación que ha valido á Ber- nardino de Saint-Pierre la mejor parte de su gloria. El li- bro de Paul et Virginie^ que no tiene igual en ninguna otra literatura, es simplemente el cuadro de una isla situa- da en el mar de los trópicos, en donde ja cubiertas bajo un cielo clemente, ja amenazadas por la lucha de los ele- mentos desencadenados^ dos graciosas figuras se destacan de enmedio de las plantas que tapizan el suelo del bosque, como de una rica alfombra de flores. En este libro _, así como en la Chaumiére Indienne j aun en los Etudes de la Natwve^ oscurecidos desgraciadamente por teorías aven- turadas j por graves errores de física, el aspecto del mar, las nubes que se amontonan, el viento que murmura entre las cañas de bambú , las altas palmeras que inclinan sus cabezas, están descritos con una verdad inimitable. Paid et Virginie ha ido conmigo á las comarcas en que se inspi- — Ga- ró Bernadino de Saint-Pierre, y durante miícLos años lo he repasado con mi compañero j amigo Bompland. Perdó- nenseme estas reminiscencias de impresiones puramente personales. AUí^ mientras que brillaba en todo su esplen- dor el cielo del medio dia, ó que en tiempo lluvioso á ori- llas del Orinoco resonaba el rajo iluminando el bosque, nos penetrábamos ambos de la admirable verdad con que está re- presentada, en tancortonúmerodepáginasjlapoderosa natu- raleza de los trópicos en todos sus rasgos originales. El mis- mo cuidado en los detalles, sin que se interrumpa nunca, la impresión del conjunto, sin que jamás se fatigue la ima- ginación del poeta, animando el asunto de que trata, carac- teriza al autor de Átala, de Rene, de los Mártires y délos Viajes á Grecia y Palestina. ¡En estas creaciones están reu- nidos j reproducidos con admirables colores todos los con- trastes quepusde presentar el paisaje, bajólas latitudes mas opuestas. Era necesario el serio interés que vá ligado á los recuerdos históricos, para dar á la vez tanta profundidad j calma á las impresiones que causaban al autor sus rápidas correrías por tan diferentes regiones. En Alemania, como en España y en Italia, no se ha ma- nifestado durante mucho tiempo el sentimiento de la Na- turaleza sino bajo la forma artificial del idilio, de la novela pastoral y de la poesía didáctica. Esta senda es la que han seguido largo tiempo Pablo Flemming en su viaje á Persia, Brockesj el tierno Evaldo de Kleist_, Hagedorn, Salomón Gessner y uno de los majores naturalistas del mundo, Haller^ cujas descripciones de lugares tienen cuando menos contornos mas determinados j colores mas distintos. El falso gusto del idilio j de la elegía reinaba en- tonces, j esparcia sobre las composiciones poéticas una melancolía monótona. En todas aquellas producciones la feliz perfección del lenguaje no bastaba á disimular la in- suficiencia del asunto, ni aun en el mismo Voss, dotado — 65 — sin embargo de un alto sentimiento j de un conocimiento exacto de la antigüedad. Solo pasado algún tiempo, ganó el estudio del globo en variedad y profundidad, j cuando las ciencias naturales no se limitaron ja á registrar las producciones curiosas, sino que se elevaron á mas altos liorizontes y á comparaciones generales entre las diferentes regiones, pudieron aprovecharse los recursos del lenguaje para reproducir en toda su frescura el animado aspecto de las lejanas zonas. Remontándonos á la edad media , los antiguos viajeros, tales como Juan Mande ville (1353) _, Hans Schiltberger de Munich (1425) y Bernardo de Brejtenbach(1486), nos en- cantan aun por su amable sencillez, por la libertad de su lenguaje, y por la seguridad con que se presentan ante un público poco dispuesto á escuchar sus narraciones, pero que las oia con tanta major curiosidad y confian- za, cuanto que aun no se avergonzaba de su admiración y íisombro. El interés que inspiraban entonces las narracio- nes de viajes, era casi de todo punto dramático. La fácil y necesaria introducción de lo maravilloso en ellas les ha dado un color casi épico. Las costumbres de los pueblos no están espuestas en tales narraciones bajo la forma descriptiva, sino presentadas de relieve por el contacto de los viajeros €on los indígenas. Los vegetales carecen aun de nombres y pasan desapercibidos, ano ser que de tiempo en tiempo se señale un fruto de sabor agradable ó de forma estraña, ó bien un árbol sorprendente por las dimensiones estraordina- rias de su tronco v de sus hojas. Entre los animales pín- tanse con preferencia los que se acercaban mas á la forma humana, los mas dóciles ó los mas peligrosos. Los contem- poráneos creian todavía en todos los peligros con que se les asustaba, v que muj pocos de entre ellos habian ido á afrontar. Lo largo de las travesías hacia que apareciesen los paises de la India (llamábase así á toda la zona de los TOMO II. í» — 66 — trópicos) como apartados á distancia incalculable. Colon no podia escribir aun fundadamente á la reina Isabel estas palabras: 7 — ciones de otro género. No teme, dice, las visitas de sus amigos, porque si estos vienen para leerle sus versos, oirán también los sujos (39). See-ma-Kuang escribia hacia el año de 1086, cuando la poesía estaba entregada en Alema- nia en manos de un clero bárbaro , j no habia entrado aun en posesión de la lengua nacional. . En esta época, j aun quizás cinco siglos antes, los habi* tantes de la China, de la india de allende el (langes, j del Japón, estaban ja familiarizados con un gran número de vegetales. Las estrechas relaciones que mantuvieron entre sí los monasterios délos budhistas, influyeron en estos preco- ces conocimientos. Al rededor de los templos, de los claustros j cementerios se estendian jardines adornados de árboles exóticos j en donde brillaba una alfombra de flores que encantaba la vista por la variedad de los colores y las for- mas. Las plantas de la India se esparcieron enseguida por la China, por el reino de Corea y por la isla de Nifon. Siebold, cuyos escritos abrazan todas las relaciones de los habitantes del Japón con los pueblos estranjeros, ha seña- lado el primero las causas que facilitaron la mezcla de los vegetales en todos los paises consagrados al culto de Bu- dha (40). Es rnuj de notar que en otra época los monaste- rios cristianos debian también reunir en torno suyo las primeras plantas exóticas introducidas en nuestros climas. La riqueza de las formas vegetales ofrecidas en nues- tros dias al sabio como objeto de estudio y al artista como modelo, debe estimularnos vivamente á la investigación de las causas que nos han predispuesto á conocer mejor la Naturaleza y á mejor disfrutar su^ goces. La enumera- ción de estas causas tendrá su lugar en la segunda parte de este tomo, consagrado á la historia de la Contemplación del Mundo. Debiamos aquí limitarnos, bosquejando el re- flejo de los objetos esteriores en el interior del hombre, é inquiriendo el efecto que el aspecto del mundo ha producido TOMO It. 'i — 98 — en su sensibilidad v su razón , á señalar los medios que han contribuido á estender j á vivificar el estudio de la Naturaleza á medida que se iba perfeccionando la cultura. Aunque se haja dejado cierta libertad al desarrollo de las diversas partes, la fuerza originaria de la organización sujeta necesariamente la conformación de los animales v de las ülantas á tipos determinados que se reproducen sin interrupción, é imprime á cada zona de la tierra un carác- ter pronio que puede denominarse fisommia de la Natura- leza. Uno de los mas hermosos frutos de la civilización eu- ropea es el de haber hecho hoj posible al hombre satisfacer, aun en las regiones menos favorecidas, j merced á las co- lecciones de plantas exóticas, á la magia de la pintura de paisaje v al poder de la espresion pintoresca, una parte de los goces que va á buscar el viajero, á costa de grandes pe- ligros muchas veces, en la contemplación inmediata de la Naturaleza. SEGUNDA PARTE. ENSAYO HISTÓRICO SOBRE EL DESARROLLO PROGRESIVO DE I, A IDEA DEL UNIVERSO. La historia de la Contemplación física del Mundo es la historia del conocimiento de la Naturaleza tomada en su conjunto: es el cuadro del trabajo de la humanidad que intenta abarcar la acción simultánea de las fuerzas que obran en la tierra j en lus espacios celestes. Tiene, pues, por objeto esta historia la descripción de los progresos suce- sivos, en cuja virtud las observaciones van tendiendo á ge- neraHzarse mas j mas. Ocupa también un lugar en la historia del mundo intelectual , en tanto que la inteligen- cia se aplique á los objetos sensibles, al desarrollo orgánico de la materia aglomerada v á las fuerzas que guarda en su seno. En la primera parte de esta obra , en el capítulo sobre los Lííiiitesy ¡a, Es¡)OSÍcion metódica de la Descripción física del Mundo, creo haber hecho ver claramente la relación que liga á las ciencias naturales entre sí, Concretadas á la des- cripción del Universo, es decir, ala doctrina del Cosmos; v -cómo esta doctrina no puede tomar otra cosa de los conoci- mientos especiales, sino los materiales en que descansa su existencia científica (1). La historia del conocimiento del .mundo, cujas ideas esenciales espongo aquí, j que lia- — 102 — maré, va Mstoria del Cosmos, ja historia de ia Contem- plación física del Mundo, no debe confundirse con lanis- toria de las ciencias naturales, tal como nos la presenta algunas de nuestras mejores obras de Física , de Botánica j de Zoología. El mejor medio de dar una idea de la naturaleza de las cosas que deben tener lugar en este cuadro, es citar al- gunos ejemplos. A la historia del mundo pertenecen los descubrimientos del microscopio compuesto, del telescopio j de la polarización de la luz, porque han suministra- do los medios de conocer lo que es común a todos los organismos, de penetrar en los mas remotos espacios del cielo, j de distinguir la luz propia déla luz reflejada, es de- cir, de reconocer si la luz solar emana de un cuerpo sólido ó de lina envuelta gaseosa. Por el contrario, la enumeración de los ensajos que desde Hujghens nos han conducido su- cesivamente al descubrimiento de Arago sobre la polari- zación coloreada , debe reservarse para la historia de la Óptica. Así mismo es preciso dejar á la historia de la fitog- nosía ó botánica el desarrollo de los principios según los cuales la innumerable masa de los vegetales puede di- vidirse en familias; mientras que la geografía de las plan- tas_, es decir, la distribución local j climatológica de los vegetales que cubren todo el globo, comprendiendo las al- gas que guarnecen la cuencade los mares, forma una divi- sión importante en un ensavo histórico sobre el desarrollo de la idea del Universo. La observación razonada de los progresos que han po- dido llevar al hombre á abarcar el cuerpo de la Natura- leza^ no es tampoco la historia general de la cultura de la humanidad _, como, según acabamos de decir, no puede ser la historia de las ciencias naturales. Esta ojeada dirigida al conjunto de las fuerzas vivas de la creación, debe induda- blemente ser considerada como el mas noble fruto de — 103 — la civilización humana , como el supremo esfuerzo de la inteligencia hacia ei ohjeto mas elevado que le está permi- tido esperar. Sin embarg-o, la ciencia cu va idea queremos dar aquí no ocupa mas que un lugar determinado en la historia de la civilización, la cual, en efecto, deberia abar- car simultáneamente álos diferentes pueblos j cuanto haja podido contribuir, en cualquier dirección que sea^ al mejora- miento de su moralidad j de su inteligencia. Colocados nos- otros en el punto de vista menos vasto de lafísica general, no consideramos mas que una fase en la historia del conoci- miento humano; fijándonos preferentemente en los esfuer- zos mediante los cuales nos hemos elevado sucesivamente de los hechos aislados á la idea del conjunto ; deteniéndo- nos menos en el desarrollo de cada ciencia , que en los resultados susceptibles de generalización , ó que han con- tribuido á hacer mas exactas las observaciones , suminis- trando á los observadores instrumentos enérgicos. Ante todo, es preciso distinguir cuidadosamente los pre- sentimientos que anteceden á la ciencia, de la ciencia mis- ma. A medida que la raza humana avanza en cultura, mu- chas cosas pasan del primer estado al segundo, j esta trans- formación oscurece la historia de los descubrimientos. Bas- ta, por lo común, que se liguen unaá otra en el espíritu, las investigaciones anteriores, para sentirse animado, sin darse perfecta cuenta de ello , de una fuerza que guia j fecundiza á la facultad adiviuatriz. ¡Cuántas esplicaciones no se aventuraron por los Indios, los Griegos j en la edad media acerca del conjunto de los fenómenos físicos, espli- caciones que presentadas al principio^ sin prueba j mezcladas alas mas gratuitas hipótesis,, han sido confirmadas mas tar- de por una esperiencia cierta , j comprobadas científica- mente! No es justo acusar á la imaginación adivinadora, á esa actividad vivificante del espíritu que animaba á Platón, á Colon, á Képlero, de no haber creado nada enei dominio — 104 — de la ciencia^, como si por la lej misma de la Naturaleza debiera permanecer siempre estraña á la realidad de las cosas. Puesto que la historia de la Contemplación física del mundo es^ seg-un la hemos definido, la historia de la idea de la unidad aplicada á los fenómenos j á las fuerzas simultáneas del Universo, el método de esposicion en un libro de este g-énero debe consistir en la enumeración de los medios en cuja virtud se ha revelado sucesivamente la •unidad de los fenómenos. Bajo este punto de vista distingui- mos: l.° el libre esfuerzo de la razón elevándose al conoci- miento de las le jes de la Naturaleza, es decir, la observación razonada de los fenómenos naturales ; 2.° los acontecimien- tos que han ensanchado súbitamente el campo de la obser- vación; 3.° el descubrimiento de instrumentos propios para facilitar la percepción sensible , esto es , el descubrimiento de órganos nuevos que ponen al hombre en relación direc- ta con las fuerzas terrestres j con los mas apartados espa- cios, j multiplican las formas de la observación haciéndola mas penetrante. Las fases esenciales de la historia del Cos- mos deben determinarse según esta triple consideración. Afin de hacernos comprender mejor, vamos á caracterizar de nuevo, auxiliándonos de algunos ejemplos, la diversidad de medios por los cuales ha llegado la humanidad progre- sivamente á la posesión intelectual de una gran parte del Universo. Citaremos ejemplos tomados de las tres clases que acabamos de distinguir. Remontándonos á la física mas antigua de los Helenos, el conocimiento de la Naturaleza estaba sacado de las pro- fundidades de la inteligencia, j resultaba mas bien de contemplaciones interiores , que de la percepción de los fe- nómenos. La filosofía natural de la escuela jónica, está fun- dada en la investigación del origen de las cosas j la trans- formación de una sustancia única. En el simbolismo mate- — 105 — mático de Pitágoras j de sus discípulos, en sus considera- ciones sobre el número v la forma, descúbrese, por el contrario, una filosofía de la medida j de la armonía. Apli- cada esta escuela á buscar por todas partes el elemento numérico tiene (por una especie de predilección hacia las relaciones matemáticas que lia podido recoger en el espacio j en el tiempo), fijó, por decirlo así, la base sobre que debian levantarse nuestras ciencias esperi mentales. La his- toria de la Contemplación del Mundo, tal como jo la com- prendo, no se detiene tanto en pintar las frecuentes oscila- ciones entre la verdad j el error, cuanto los pasos decisivos que se lian dado en la senda de la verdad, v los felices es- fuerzos intentados para considerar en su verdadera luz las fuerzas terrestres V el sistema planetario. Ella nos demues- tra que si Platón j Aristóteles se representaban la Tierra sin rotación ni revolución, y como suspendida en su inmo- vilidad en medio del mundo, la escuela de Pitágoras, se- gún Filolao de Crotona, aunque no sospechase la rotación de la tierra, enseñaba al menos el movimiento circular que describe en torno del foco del mundo ó fuego central (Hes- tia). Hicetasde Siracusa, que se remonta por lo menos mas allá de Teofrasto, Heraclides de Ponto, j Ecfanto, conocian la rotación de la tierra ; pero Aristarco de Samos, v sobre todo Seleuco de Babilonia, fueron los primeros que siglo v medio después de Alejandro combinaron el movimiento de la tierra sobre sí misma, con la órbita que traza alrededor del sol, como centro de todo el sistema planetario. Si la creencia en la inmovilidad del globo reapareció en los te- nebrosos tiempos de la edad media, merced al fanatismo cristiano j á la influencia dominante del sistema de Tolo- meo; j si ja en el siglo VI de nuestra era Cosmas Indo- pleustes habia recurrido al disco de Tales, para dar una idea de laforma de la tierra, es justo decir también que cerca -ar — 135 — de la tierra ha estado sometido el poder á mas alternativas, m sufrido mas cambios la vida real por los progresos de la inte- ligencia. El movimiento se propagó j mantuvo por los Grie- gos y los Romanos^ especialmente luego que los Romanos destruyeron en los Cartagineses los últimos restos del pode- río fenicio. Lo que se llama principio de la historia no es otra cosa que la conciencia de sí propias, que viene á des- arrollarse en las generaciones ulteriores. Ventaja es de nues- tro tiempo que el horizonte del historiador se ha ensanchado dediaen dia merced á los brillantes progresos de la filología comparada, aun estudio mas curioso j auna interpretación mas segura de los monumentos , j á que las capas super- puestas de los primeros siglos al fin se descubren á nuestra vista. Además de los pueblos cultos que habitaban las ori- llas del Mediterráneo, otros muchos dejaban ver también raso'os de una antio^ua civilización. Tales son, en el Asia Menor, los Frigios j los Licios ; j en la estremidad oc- cidental del globo, los Túrdulos j los Turdetanos (49). Estrabon dice de estos pueblos: «Son los mas civilizados de los Iberos; están familiarizados con la escritura j tienen libros que se remontan á una alta antigüedad. Poseen tam- bién poesías j lejes redactadas en verso, que datan, según ellos, de seis mil años.» Me he detenido en este ejemplo con el fin de indicar qué parte de la antigua civilización, aun entre las naciones europeas, ha desaparecido sin de- jar señal alguna: j cuan estrecho es el círculo en que per- manece encerrada para nosotros la historia antigua de la contemplación del mundo. Mas allá de los 48° de latitud, al Norte del mar de Azof V del mar Caspio, entre el Don, el Volga, que corre á poca distancia, y el Jaik, en el sitio en que este rio sale de la parte meridional del Ural , rico en minas de oro, la Eu- ropa V el Asia^ están por decirlo asi , confundidas la una en la otra por vastas laudas. Herodoto, v también Fuérides — 136 — de Sjros, consideran la Escitia, es decir, todo el Norte del Asia que hoj forma la Siberia , como dependiente de la Sarmacia de Europa, j como perteneciente á la Europa mis- ma (50). Verdad es que nuestro continente está separado al Sud del continente asiático por límites perfectamente marca- dos; pero la península del Asia Menor, gracias á su avanzada situación, j el archipiélago del mar Egeo, arrojado con sus mil articulaciones como un puente de pueblos entre dos partes del mundo, han abierto un fácil paso á las razas, alas lenguas j á la civilización. El Asia Menor ha sido en todo tiempo el gran camino militar de los pueblos que han emigrado del Oriente al Occidente ; como la parte nor-oeste de la Grecia era el délas razas invasoras de la Iliria. Las is- las del mar Egeo, cuja soberanía se repartían los Fenicios, los Persas y los Griegos, fueron el lazo que sirvió para unir el mundo griego con las regiones lejanas del Oriente. Cuando el imperio frigio fué incorporado al reino de Li- 'dia, j la Lidiaá la Persia, las ideas de las poblaciones grie- gas del Asia j de la Europa se engradecieron al mezclar- se. A consecuencia de las espediciones de Cam bises j de Darío, hijo de Hjstaspes, la dominación de los Persas se estendió desde Cirene j el Nilo hasta las fértiles orillas del Eufrates j el Indo. Un griego, Scjlax de Carjanda, fue- encargado de esplorar el curso del Indo, partiendo de la ciudad de Caspapjra, en el antiguo reino de Cachemira, j siguiendo el rio hasta su embocadura (51). Las comunica- ciones de los Griegos con algunos puntos del Egipto, tales como Naucratis v el brazo pelusiaco del Nilo, eran ja ac- tivas antes de la conquista de los Persas, en los reinados de Psammitico j de Amasis (52). Estas diversas relaciones decidieron á un gran número de Griogos á abandonar el suelo natal, no solamente por el deseo de fundar colonias apartadas, sino que también para ir en calidad de mer- cenarios á formar el núcleo de ejércitos estranjeros en — 137 — Cartag-o, Egipto^ Baijilonia, Persia j Bactriana (53)» Mirando mas profundamente el carácter individual j nacional de las diferentes razas gTÍegas(54), se ha visto que si entre los Dorios, j en parte entre los Eolios, predomi- na un natural severo, algo de esclusivo j concentrado, en la raza mas espansiva de los Jónios se agitaba den- tro j fuera una vida movible, continuamente despierta por la necesidad de obrar j el deseo de conocer. Entregada á las impresiones de su sensibilidad^ alimentando su ima- ginación con el encanto de la poesía jde las bellas artes, la raza jónica llevó á todas las colonias por donde hubo de es- tenderse el germen bienhechor de un perfeccionamiento indefinido. El aspecto físico de la Grecia ofrece el atractivo parti- cular de una comarca continental j marítima á la vez. La riqueza de contornos en que se funda este doble beneficio debió engendrar desde muj temprano en los Griegos .la afi- ción á la navegación, á un comercio activo j á frecuente-s comunicaciones con los pueblos estranjeros. La preponde- rancia marítima de los Cretenses j de los Rodios fue se- guida de las espediciones emprendidas ante todo con miras de rapiña j de piratería , por los Samios , Focios , Tafios y Thesprotas. El alejamiento de la vida marítima que revelan los poemas de Hesiodo , ó arranca solo de una dis - posición personal, ó se esplica por la timidez j la inespe- riencia náuticas que debieron retener á los pueblos de la Grecia continental en el momento en que comenzaba la obra de su civilización. Por el contrario^ las primitivas le- yendas y los mas antiguos mitos hacen siempre referen- cia á viajes lejanos ó á alguna espedicion marítima, como si la imaginaci(m aun juvenil de la raza humana se com- placiera en la oposición de las creaciones ideales con una estrecha realidad. De aquí han nacido las espediciones de Baco v de Hércules , adorado en el templo de Gades bajo el — 138 ~ nombre de Melkarth, los viajes* de lo (So), las peregrina- ciones de Aristeas que seguian á sus resurrecciones suce- sivas, j lasde Arbaris, el taumaturgo de las regiones hi- perbóreas , que atravesaba el aire en una flecha, figura simbólica bajo la cual se ha creido reconocer una brúju- la (56). En los viajes de este género, los acontecimien- tos y las observaciones cosmológicas son un reflejo los unos de los otros; la historia legendaria de aquellos tiem- pos se amolda al progreso de las ideas. Si ha de creer;-;e á Aristónico , Menelao debió dar la vuelta al África regre- sando del sitio de Troja , 500 anos antes de Neko , v na- vegar desde Gades hasta las Indias (57). En el periodo que nos ocupa, es decir, en la historfá de la Grecia anterior á la conquista macedónica, tres aconteci- mientos han contribuido especialmente á engrandecer la idea que los Griegos se formaban del mundo; json: las tentati- vas hechas ¡mra penetrar al Este j al Oeste, partiendo del Mediterráneo, j el establecimiento de numerosas colonias desde el estrecho de Gades hasta las costas del Nord-este del Ponto-Euxino; colonias que por los variados resortes de su constitución política estaban mejor preparadas al desarrollo de la cultura intelectual que las de los Fenicios y Cartagi- neses , esparcidas por el mar Egeo, la Sicilia, la Iberia, por el Norte v Oeste del África. El esfuerzo hecho para penetrar hacia el Este , que data próximamente de doce siglos antes de nuestra era, 150 años después de Ramsés-Meiamun (Sésostris), esdesignada, his- tóricamente hablando , con el nombre de Esi^edicÁon de los Argonautas á Cólquida. Este acontecimiento real, pero en- vuelto en ficciones, es decir, mezclado de circunstancias ideales, nacidas en la imaginación de los pueblos, no es otra cosa, reducido á su significación mas sencilla , que la realización de una empresa nacional, destinada á abrirse paso en el inhospitalario Ponto-Euxino. La fábula de Prometeo — 139 — j- la libertad del Titán inventor del fueg-o, prediclia para la época en que Hércules habia de visitar el Oriente, la ascensión del Cáucaso por ia ninfa lo , partiendo del valle del Hjbristes (58), los mitos de Frixo j de Helle, todo indica esta dirección constante, y señala el deseo de pene- trar en el Ponto-Euxino , á donde ja se habian aventurado anteriormente algunos navegantes de la Fenicia. A.ntes de las emigraciones dórica y cólica, los Min- jos^ potencia marítima, tenian ja una rica metrópoli en ia ciudad beótica de Orcomeno, situada cerca de la estremi- dad septentrional del lago Copáis. Los Argonautas, sin em- bargo, partieron para su espedicion de lolcos, capital de los Minjos de la Tesalia, en el golfo Pagasético. La comarca que fue el término de la empresa se ha descrito diversa- mente, según las épocas. Cuando no se la quiso ja referir á la remota é indeterminada región de ^Ea , se liá fijado el lugar de la escena en la embocadora del Faso, hov el Rion, j en la Cólquida, asiento de una antigua civilización (59). Los viajes de los Milesios, j sus numerosas colonias es- parcidas por las costas del Ponto-Euxino, proporcionaron un conocimiento mas exacto de las riberas oriental j sep- tentrional de dicho mar. Merced á sus esploraciones, la parte geográfica de aqUv3llos mitos tomó contornos mas distintos , produciéndose al mismo tiempo una serie im- portante de nuevos descubrimientos. Durante mucho tiem- po_, no se habia conocido mas que la costa occidental del mar Caspio, considerada por Hecatea como la costa del gran mar que envuelve el mundo por el Oriente (60). El vene- rable padre de la Historia, Herodoto, fue el primero que enseñó que el mar Caspio es un estanque cerrado por todas partes; verdad que fué debatida aun 600 años después de él^ hasta el advenimiento de Tolomeo. Un vasto campo se abrió también á ia etnografía cuando se penetró en ia parte Nord-este del mar Negro. — 140 — Asombró la diversidad de las lenguas (61), j se sintió vi- vamente la necesidad de hábiles intérpretes, primer recur- so de la ignorancia, é instrumentos groseros aun de la filo- logia comparada. También por entonces los que bacian el comercio recíproco, partieron del Palus Meotides, cu ja es- tension se exageraba mucho , avanzando á la casualidad en las estepas habitadas hoy por los Khirguisos de la Horda Media ^ á través de una serie de tribus de Escitas Escolo - tos á quienes tengo por de la raza indogermánica (62), desde los Argipeos j los Isedones hasta los Arimaspes, po- seedores de ricas minas de oro en la verviente septentrio- nal del Altai (63). Allí era donde estaba situado el antiguo imperio de los Grifones , en el cual tuvo origen el mito metereológico de los Hiperbóreos que se estendió muj lejos hacia el Occidente, siguiendo la huella de Hércules (64). Es de suponer que la parte del Asia septentrional antes indicada, j nuevamente célebre en nuestros diasporlos la- vaderos de oro de la Siberia, llegó á ser para los Griegos, como el oro que en tiempos de Herodoto reunieron las razas góticas de los Mesagetas, manantial importante de riquezas V de lujo, debido á las relaciones establecidas con el Ponto- Euxino. Yo coloco estas minas entre los grados 53 j 55 de latitud. Respecto de la región de las arenas de oro, cu va existencia revelaron á los viajeros los Daranas_, Dardos ó Derdos mencionados en el Mahahharata y en los frag-men- tos de Megastenes, j á la cual se ha referido la fábula tan conocida de las hormigas gigantescas, por la casualidad del doble sentido que ofrece el nombre de estos anima- les (65) , debemos colocarla mas al Mediodía hacia los para ■ lelos 35 ó 37. Seg-un dos combinaciones igualmente po- sibles, coincide ó con la parte montañosa del Tibet, si- tuada al Este de la cadena de Bolor , entre el Himalaja y el Kuen-Lnn, y al Oeste de Iskardo, ó bien con la comar- ca que se estiende al Norte de Kuen-Lun , frente al de- — 141 — sierto de Gobi , donde también se encontraba aquel metal aurífero seg-un las observaciones exactisimas del viajero Chino Hiuen-Thsang , que vivia á principios del si- glo VII de nuestra era. ¡Cuánto mas accesible no debia ser á las colonias milesias de la costa Nord-este del Ponto- Euxino el país, igualmente rico bajo este aspecto , de los Arimaspes j de los Mesagetas ! He creido muj del caso, indicar en la Historia de la Contemplación del Mundo, todos los resultados importantes j duraderos que pudieron obtenerse de la apertura del mar Negro, v los primeros esfuerzos de los Griegos para penetrar en las regiones orientales . La emigración dórica j la vuelta de los Heraclidas al Peloponeso , grandes acontecimientos que renuevan la faz de la Grecia, caen próximamente siglo v medio después de la espedicion semi-histórica semi-fabulosa , de los Ar- gonautas, es decir, después que el Ponto-Euxino llegó á* ser accesible al comercio j á la navegación de los Grie- gos. Esta emigración , juntamente con el establecimien- to de nuevos Estados j de nuevas constituciones, fue ocasión j punto de partida del sistema colonial que señala un período importante de la vida helénica , j por favorecer la cultura intelectual, contribu jó mas que ninguna otra causa á agrandar la idea del mundo. Las colonias son las que^ propiamente hablando, han unido mas íntimamente el Asia j la Europa; las griegas formaban una cadena que se prolongaba desde Sinope, Dióscurias j Panticapea. en el Quersoneso Táurico, hasta Sagunto v Cjrene, que tenia por metrópoli á Thera , donde jamás la lluvia refres- caba la tierra. Ningún otro pueblo de la antigüedad presenta una reunión de tantas j por lo general tan poderosas colonias; cierto es, que desde la fundación de las primeras colonias cólicas, entre las cuales brillaron Mitilena v Esmirna, — 142 — hasta las de Siracusa, Cretona v Cjrene, no trascurrie- ron menos de cuatro á cinco siglos. Los Indios j los Mala- jos no hicieron sino ensajar la fundación de algunos mo- dernos establecimientos en la costa oriental del África, en Zokotora (Dioscorides), j en el Archipiélago del Asia me ridional. Es verdad que los Fenicios estendieron sus colo- nias sobre mas vasto espacio aun que los Griegos , puesto que se esparcían, aunque con grandes intervalos, desde el golfo Arábigo hasta Cerne, en la costa occidental del África; su sistema de colonización, era además muj perfecto. Ja- más metrópoli alguna dio nacimiento á una colonia que haja practicado á la vez con tanto poder j actividad como Cartago el comercio j la conquista. Cartago, sin embargo, á pesar de su grandeza, quedó siempre, en cuanto á cultu- ra intelectual j genio artístico, muj por bajo délas colo- nias griegas^ dedicadas á cultivar las mas nobles formas del arte, á que supieron dar eterno esplendor. No olvidemos que un gran número de ciudades grie- gas prosperaban al mismo tiempo en el Asia Menor, en el mar Egeo , en la Italia meridional j en la Sicilia ; que Mileto j Marsella fundaban, como Cartago, otras colonias á su vez; que Siracusa, en el apogeo del poder, combatía contra Atenas j contra los ejércitos de Annibaljdex\mil- car; que Mileto, después de Tiro j Cartago, fue mucho tiempo la ciudad comercial mas importante del mundo. Asi, un pueblo frecuentemente agitado por disturbios in- teriores, derramaba no obstante la vida , fuera de su seno, á fuerza de actividad, j merced á su prosperidad crecien- te, depositaba por do quiera los fecundos gérmenes de que debia renacer la civilización nacional. La comunidad de lengua j de religión enlazaba los miembros dispersos de aquel cuerpo , que formaban otros tantos intermedia- rios por donde la pequeña metrópoli helénica penetraba en los vastos círculos en que se agitaba la vida de los restan- — 143 ~ tes pueblos. El helenismo admitió asi eu su seno elementos estraños , sin sacrificar jamás la grandeza ni la originalidad de su carácter. No cabe duda, sin embargo, que un contac- to directo con el Oriente v con el Egipto, por mas de cien- años antes de que este imperio cajera bajo la dominación de los Persas, debió ejercer sobre Grecia una influencia mas duradera que las colonias tan debatidas j misteriosas llevadas de Sais por Cecrops, de la Fenicia por Cadmo j de Cbemmis por Danao. Lo que distingue á las colonias griegas de todas las demás, especialmente de las colonias inmóviles de la Fe- nicia_, y lo que ha impreso á su organización un se- llo propio, es la individualidad j las diferencias origina- rias de las razas de que se componia la nación. Habia en las colonias griegas, como en todo el mundo helénico, una mezcla de fuerzas, de las cuales las unas tendian á la sepa- ración j á la aproximación las otras. Esta oposición pro- dujo la diversidad en las ideas j en los sentimientos , oca- sionando diferencias en la poesía j en el arte rítmica, si bien mantuvo por todas partes aquella plenitud de vida en la que todo lo que parece enemigo se apacigua j recon- cilia, por virtud de una armonía mas general j elevada. Aunque las ciudades de Mileto , de Efeso j de Colo- fón fuesen jónicas, dóricas las de Cos, Rodas j Halicarna- so, j aquéaslas de Crotona j Libaris, en medio de aquella cultura tan variada, y aun en la Oran Grecia donde vivian reunidas colonias de tribus diferentes^ el poder de los poemas homéricos, de aquella palabra que respira un en- tusiasmo tan profundo j verdadero^ armonizaba todos los ánimos por el encanto que sobre ellos ejercía. A pesar de los contrastes sorprendentes que ofrecían las costumbres y las constituciones de los diversos Estados, y á pesar de la movilidad del espíritu griego, el helenismo se mantuvo constantemente en toda su integridad; pudieudo considerar- — 144 — se como propiedad de toda la nación , aquel vasto imperio de ideas j de tipos artísticos , en cuja creación había tra- bajado cada raza por su parte. Eéstame mencionar el tercer acontecimiento que ja he indicado, como influjendo particularmente en el progreso de la contemplación del mundo, juntamente con la aper- tura del Ponto-Euxino , j el establecimiento de las colo- nias en las costas del Mediterráneo; esto es, el paso por el estrecho de Gades. La fundación de Tarteso , la de Gades donde se habia consagrado un templo al dios viajero Mel- kartk, hijo de Baal, asi como la colonia de Utica, mas an- tigua que Cartago , prueban que los Fenicios ja navega- ban hacia muchos siglos por el Océano cuando se abrió por primera vez á los Griegos el camino que Píndaro llama 'puerta de Qadeira (^^)- Del mismo modo que al Este, los Milesios, penetrando en el Ponto-Euxino (67), hablan establecido comunicaciones que activaron el comercio ter- restre con el Norte de Europa j del Asia, j mucho mas tarde con las comarcas regadas por el Oxo j el Indo , asi entre los Griegos fueron los Samios (68) j los Focios (69) los primeros que se abrieron camino al Occidente, partien- do del Mediterráneo. Coleo de Samos queria darse á la vela para Egipto en el momento en que venian á comenzar ó quizás solamente á renovarse, en el reinado de Psammitíco, las relaciones de este país con la Grecia. Vientos del Estele arrojaron hacia laislaPlatea, Y de allá fué empujado al Océano átravés del estrecho de Gades. Al referir Herodoto este hecho, añade con intención que una mano divina guiaba á Coleo de Sa- mos. No fue únicamente la importancia de los imprevis- tos beneficios que de aquí resultaron para la ciudad ibéri- ca de Tarteso, sino también el descubrimiento de espacios desconocidos j el acceso aun mundo nuevo, que apenas se entreveía por entre las nubes de la fábula, lo que dio fama — 145 — j esplendor á aquel acontecimiento por donde quiera que la lengua griega se hallaba estendida en el Mediterrá- neo. Veíanse por primera vez, del otro lado de las colum- nas de Hércules (llamadas en un principio columnas de Briareo, de Egeon j de Orónos), á la estremidad occidental de la tierra , en el camino del Eliseo j de las Hespérides, aquellas aguas primitivas del Océano que rodeaban la tierra (70) , j de las cuales se queria aun^ en esta época hacer provenir todos los rios. En las márgenes del Faso, habian encontrado los na- vegantes una ribera que cerraba el Ponto-Euxino, imagi- nando que mas allá solo existia el Estanque del Sol. Al Sud de Gales v de Tarteso , descansaba la vista libremente por el infinito; circunstancia que ha dado durante 1500 años una importancia particular á la 'puerta del mar Mediterrá- neo. Dispuestos siempre á urnas allá, los pueblos nave- gantes, tales como los Fenicios, los Griegos, los Árabes, los Catalanes , los Marllorquines , los Franceses de Dieppe j de la Rochela, los Genoveses, los Venecianos, los Por- tugueses j los Españoles , se esforzaron sucesivamente por avanzar en el Océano Atlántico, que por mucho tiempo se tuvo por un mar tenebroso (mare tenebrosum), lleno de limo V de bancos de arena , hasta que partiendo de las Ca- narias ó de las Azores^ tocaron de estación en estación, en el nuevo continente á que ja los Normandos habian lle- gado por otro camino. Mientras que Alejandro penetraba en las comarcas apartadas del Oriente , ciertas consideraciones sobre la forma de la tierra llevaron ja al filósofo de Estagira á sospechar la proximidad del estrecho de Gades y de las Indias (71). Estrabon llegó hasta suponer que en el hemisferio Norte, quizás bajo el paralelo del estrecho de (rades , de la isla de Rodas j del país de Tina , podían -existir, entre las costas occidentales de Europa y las orien- TOMO n lo — 14(5 — tales del Asia, otros muchos continentes Jiahitahles (72). La hipótesis de que el eje prolongado del mar Mediterráneo debia tocar en regiones nuevas, se hallaba de acuerdo con aquella gran idea de Eratóstenes, muj difundida en la antigüedad, de que el suelo del viejo continente, en su mas vasta estension , de Este á Oeste, es decir, hacia el grado 36 de latitud próximamente, presenta una línea de levantamiento sin interrupción alguna considerable (73),. Pero la espedicion de Coleo de Samos no sirvió única- mente para señalar la época en que se abrieron nuevos mer- cados á las razas griegas , ávidas de emprender largos- viajes marítimos, j á los pueblos herederos de su civiliza- ción, sino que ensanchó también inmediatamente la esfera de las ideas. Entonces fue cuando el gran fenómeno del flujo periódico del Mar que hac3 sensibles las relaciones de la Tierra con el Sol y con la Luna , llegó á ser objeto de una atención profunda j sostenida; fenómieno que hasta entonces no se habia manifestado á los Griegos en las sirtes- africanas sino de una manera irregular j aun espuesta á peligros. Posidonio estudió el flujo j reflujo en Hipa y en. Gades , comparando sus observaciones con lo que en los. mismos sitios podian enseñarle los Fenicios mas esperimen- tados sobre las influencias de la Luna (74). II. ESPEDICION DE ALEJANDRO MAGNO AL ASIA, NUEVAS RELACIONES ENTRE LAS DIVERSAS PARTES DEL 3IUND0. FUSIÓN DEL ORIENTE Y DEL OCCIDENTE. — MEZCLA DE LOS PUEBLOS DESDE EL NILO HASTA EL EUFRATES, EL lAXARTE Y EL INDO, BAJO LA INFLUENCIA DEL PRINCIPIO HELÉNICO. — SÚBITO ENGRAN- DECIMIENTO DE LA IDEA DEL COSMOS, Si al seguir la historia del género humano nos fijamos en la unión cada vez mas íntima que se estableció entre las poblaciones de la Europa occidental j las del Sud-Oeste del Asia, del valle del Nilo j de la Libia, la espedicion de los Macedonios dirigida por Alejandro, la caida de la monar- quía persa, las primeras relaciones con la península de la India j la influencia ejercida por el imperio griego de Bactriana durante 116 años, forman una de las épocas mas importantes de la vida común de los pueblos. La esfera en que se realizó este movimiento era inmensa; el conquista- dor, por sus esfuerzos infatigables para mezclar todas las razas y crear la unidad del mundo bajo la influencia civi- lizadora del helenismo (75), aumentó la grandeza moral de la empresa. La fundación de tantas ciudades en parajes cuja elección indica un pensamiento mas general j eleva- do; el celo por establecer en ellas una administración inde- pendiente^ sin oponerse á los usos nacionales ni al culto in- dígena; todo, nos demuestra que tendia á la realización de un plan bien determinado. Las consecuencias que primiti- vamente ha})ian escapado quizás ásus previsiones^ sedesar- — 148 — rollaron por sí mismas en virtud de las nuevas relaciones, como acontece siempre bajo la presión de acontecimientos graves v complicados. Cuando recordamos que desde la ba- talla del Granico hasta la invasión destructora de los Sacios y de los Tocaros en Bactriana, no trascurrieron mas que cin- cuenta v dos olimpiadas, nos admira la mágica seducción que ejerció la civilización griega importada del Occidente, y las profundas raices que echó en tan corto tiempo. Con- fundida esta civilización con la ciencia de los Árabes, de los Neo-Persas v de los Indios, ha prolongado su influencia hasta la edad media, de tal suerte, que por lo común no se puede distinguir con certeza lo que pertenece á la literatura griega, de lo que; habiendo quedado puro de toda mez- cla, debe referirse al genio propio de las poblaciones asiá- ticas. El principio de la centralización y de la unidad, ó, mas bien, el sentimiento délas saludables consecuencias de este principio aplicado al orden político, estaba profundamente impreso en el espíritu del atrevido conquistador, como lo prueban todas sus instituciones gubernamentales. Mucho tiempo hacia ja que su maestro le habia hecho penetrarse de la escelencia de aquel régimen, aun para la Grecia. En la Política de Aristóteles se lee lo siguiente: «Los pueblos asiáticos no carecen de actividad intelectual ni de habilidad para las artes, j sin embargo^ viven cobardemente en la dependencia j en la servidumbre, mientras que los Griegos, vivos j robustos, libres, y por lo mismo bien gobernados, con que estuvieran reunidos en un solo Estado, serian capaces de someter á todos los bárbaros (76).» El Estagirita escribía estas palabras antes que pasara Alejandro el Granico (77) Los preceptos del maestro, aunque fuesen mal interpretados al aplicarlos á la monarquía absoluta (n-aagaatAaa) que él Juzfvaba contraria á la naturaleza, causaron indudablemente una impresión mas viva al conquistador que las narraciones — 149 — fantásticas de Ctésias sobre la India, cu^a importancia La- bia exagerado tanto Guillermo de Scbelegel , y antes que él Sainte Croix (78). En el capítulo precedente hemos presentado el mar como un elemento de aproximación y enlace entre los pue- blos, y descrito en algunos rasgos la esteusion dada por los Fenicios y Cartagineses _, Tirrenos j Etruscos ala nave- o-acion. Hemos hecho ver cómo los Grieo'os fortificados en su poder marítimo por numerosas colonias, intentaron es- tenderse mas allá de la cuenca del Mediterráneo, penetran- do al Este y al Oeste por el intermedio de los Argonautas y de Coleo de Samosj y cómo hacia el Mediodía atravesaron el mar Rojo las flotas de Salomón y de Hiram para ganar la tierra de Ofir, y visitaron las apartadas comarcas llama- das j}aís (h'l oro. Este segundo capítulo va á llevarnos al interior de un vasto continente, por caminos que se abren por vez primera al comercio y á la navegación. En el corto espacio de doce años se realizan sucesivamente: la bajada de los Macedouios al Asia menor v á la Siria, con la bata- lla del (jranico y la de los desfiladeros de Iso; la toma de Tiro j la fácil ocupación del Egipto; la campana contra los Babilonios y los Persas _, en la cual fué destruida cerca de Arbeles, en medio de la llanura de (iaugamela, la omnipo- tencia de los iVquemenides ; la espedicion á Bactriana y á Sogdiana entre los montes Indo-Kho y el laxarte ó Sjr; v últimamente, la arraigada invasión de la comarca de los Cinco-Rios ó Pentapotamia, en la India septentrional. Ale- jandro fundó casi por todas partes establecimientos griegos. y estendió las costumbres del Occidente por la inmensa re- gión que va desde el templo de Ammon , edificado en medio de un oasis de la Libia, j la ciudad de Alejandría, si- tuada en la parte occidental del Delta formado por el Nilo, hasta la Alejandría del Norte, hoj ciudad de Khodjend, á, orillas del laxarte, en la provincia de Fergana. — 150 — Las causas principales que han contribuido á ensan- char el círculo de las ideas, porque Lajo este punto de vista debemos especialmente considerar las conquistas de Ale- jandro y el imperio menos efímero de la Bactriana , son á saber: la estension del país, j la diversidad de los climas comprendidos entre Cirópolis , situada en la margen del laxarte á ig-ual latitud que Tiflis j Roma, y el delta orien- tal del Indo, cerca de Tira, bajo el trópico de Cáncer. Po- demos añadir también á aquellas las siguientes : la maravi- llosa variedad del suelo, entrecortado por fértiles comarcas, desiertos y montañas cubiertas de nieve: las formas nuevas y tamaño gigantesco de los animales y de los vejetales; la distribución geográfica de las razas humanas en su diver- sidad de color; el contacto de los Griegos con las poblacio- nes del Oriente, dotadas en su mavor parte de cualidades brillantes y cuja civilización se perdia en el origen de los tiempos; y el conocimiento de los mitos religiosos de aque- llos pueblos, de sus delirios filosóficos, de sus observaciones astronómicas v supersticiones consiguientes. Jamás en época alguna^ escepto en aquella en que tuvo lugar el descubrimiento de la América tropical, ocurrido diez y ocho siglos y medio mas tarde^ ninguna porción del género hu- mano ha reunido á la vez cosecha mas rica de ideas nuevas acerca de la Naturaleza, ni jamás se ha- fundado sobre ma- teriales mas numerosos el conocimiento físico del globo y el estudio de la etnología comparada. Toda la literatura occidental nos revela la viva impresión que produjo este acrecentamiento de riquezas intelectuales. Buena prueba es de ello también la desconfianza de que fueron objeto entre los escritores griegos , v mas tarde entre los latinos, loscuentosde Megástenes, deNearco^ de Aristóbulo y délos demás compañeros de Alejandro; desconfianza á que por otra parte se esponen cuantos observadores sienten escitada su imaginación por las grandes escenas de la Naturaleza. So- — 151 — metidos aquellos narradores al gusto v la inñuencia de su tiempo, no distinguiendo siempre con bastante cuidado los hechos de las hipótesis, han esperiraentado las vicisitudes comunes á todos los viajeros, y sufrido las oscilaciones de la crítica, que comienza por la severa censura sin perjuicio de dulcificarla 6 rectificarla mas tarde. Haj en nuestros días tanta major inclinación hacia este último partido, cuanto que el estudio profundo del sánscrito, el conoci- miento de los nombres geográficos indígenas , las monedas encontradas en los iopes de la Bactriana, j mas que todo, el animado aspecto del país v de sus producciones orgáni- cas, han suministrado á la crítica elementos que habian permanecido estraños á la ciencia incompleta del escéptico Eratóstenes, de Estrabon j de Plinio (79). Si tomando por medida los grados de longitud, compa- ramos la major estension del mar Mediterráneo con el espacio que existe en dirección de Este á Oeste, j desde el Asia menor hasta las orillas del Hyphaso (Beas) y las Aras del Regreso^ reconoceremos que el mundo conocido de los Griegos se duplicó en algunos años. Para precisar mejor lo que entiendo por estos materiales de la geografía física y de la ciencia de la Naturaleza, acrecentados de tan notable manera por consecuencia de las marchas y de las funda- ciones de Alejandro, recordaré ante todo las observaciones reunidas en aquella época por primera vez, acerca de la configuración particular de la superficie terrestre. En las regiones que recorrió el ejército de los Macedonios, las tierras bajas, es decir, desiertos saliteros v desprovistos de vegetación , tales como los que están situados al Norte de la cadena de Asferah, una de las prolongaciones del Thian- chan, y las cuatro grandes cuencas cultivadas del Eufrates, del Indo, del Oxo v del laxarte, contrastan con montañas cubiertas de nieve j de 19.000 pies de elevación. El Indo- Kho ó Cáucaso índico de los Macedonios, que sirve de pro- — 152 — longacion á los montes Kuen-lun j está situado al Oeste de la cadena meridiana de Bolor que lo corta perpendicular- mente, se divide hacia Herat en dos grandes cadenas que limitan el Kafiristan, y de las cuales la mas meridional es la que tiene major altura (80). Alejandro, después de haber subido á la meseta de Bamian, ja de una altura de 8.000 pies, donde sehacreido ver la roca dePrometeo (81), se elevó hasta la cresta del Kohibaba, con el fin de seguir á lo largo el Choes j pasar por la ciudad de Kabura, para ir á atravesar ellndo, un poco al Norte de la ciudad moderna de Altok. Comparando los Griegos la elevación menos considerable del Tauro^ al cual su vista estaba habituada, con las nieves- perpetuas que cubren el Indo-Kbo, j que junto á Bamian no comienzan, según opinión de Burnes, hasta los 12.200 pies de altura, tuvieron ocasión de reconocer en mas vasta escala la superposición de los climas j de las zonas vegeta- les. Cuando la Naturaleza inanimada se despliega sin mis- terio á las miradas de los hombres, el espectáculo que ofrece deja en los ánimos ardientes una impresión profunda é in- deleble. Estrabon nos ha trasmitido una narración pinto- resca del paso del ejército átravés de la montañosa comarca de las Paropanisadas,en el sitio donde ja no se encuentran árboles j donde los soldados se vieron obligados á abrirse camino penosamente por medio de la nieve (82). Las producciones indias , así naturales como industria- les, eran conocidas imperfectamente por antiguas relacio- nes de comercio ó por las narraciones de Ctesias, que vi- vió diez y siete años en la corte de Persia , como médico de Artajerjes Mnémon. Sabíanse apenas los nombres de la major parte. Nociones mas exactas se esparcieron por el Occidente por el intermedio de los establecimientos macedó- nicos. Llegóse á conocer también los arrozales entrecortados por arrojos, á los cuales concedió Aristóbulo una mencioa particular; los algodoneros, lo mismo que las telas finas j — 153 — el papel cuja materia suministraban (83); las especias y ú opio; el vino heclio con arroz V jugo de las palmeras, cuja nombre sánscrito tala (84) se debe á Arriano que lo ha con- servado; el azúcar de caña (85)^ confundida con frecuencia ^ con el tabaschir formado del jugo del bambú; la lana que crece en los grandes árboles de bombax (86); los chales te- jidos con la lana de las cabras del Tibet; ías telas de seda de Sérica (87); el aceite de sésamo blanco (en sánscrito tila); el aceite de rosa j de otros perfumes; la laca (en sánscrito ¡áks- rlul^ en la lengua vulgar lakkha {^%\ V por último el ace- ro batido llamado acero de Woutz. ^ Ademas del conocimiento por decirlo así material deesto& productos, que llegaron bien pronto á ser objeto de un co- mercio estenso , j muchos de los cuales tomaron carta de naturaleza en Arabia por los Seleucidas, el magnífico as- pecto de la naturaleza tropical fué para los Griegos manan- tial de mas elevados goces (89) . Esas grandes formas de plantas j animales desconocidos llenaban su pensamiento de imágenes que le tenían siempre en acción. Escritores- ágenos á toda inspiración, j cujo estilo tiene por lo común la aridez didáctica, se elevan hasta la poesía cuando des- criben las costumbres de. los elefantes; «la altura de aque- llos árboles á cujas cimas no puede alcanzar la flecha, j cujas hojas son mas anchas que los escudos de los solda- dos de caballería;» los bambúes, gramíneas colosales de ho- jas ligeras, aque de un nudo á otro pueden formar un bar- co de muchos remeros;» la higuera india, cujo tronco tiene por lo menos *28 pies de diámetro, j que echando raices por la estremidad de sus ramas, ofrece á la vista, se- gún la descripción fiel de Onesicrito, un pabellón de follaje adornado de multitud de columnas. Sin embargo, los com- pañeros de Alejandro no mencionan jamás los grandes helé- chos arborescentes, que en mi sentir son el mas bello ador- no de las regiones tropicales (90). En cambio citan con — 154 — admiración las altas palmeras cujas hojas se desarrollan en abanico, j el follaje tierno j siempre verde de las plantacio- nes de bananeros (91). Solo á partir de este momento pudo en realidad el hom- bre vanagloriarse de conocer una gran parte de la Tierra. El mundo esterior.entróen parangón con el mundo subjetivo ^e la imaginación, j no tardó en ser dominado por éste. Mien- tras que siguiendo el camino abierto por Alejandro la lengua j^la literatura griegas llevaban por doquier sus frutos, la ob- servación científica j la combinación sistemática de los ma- teriales de la ciencia habian llegado á ser, gracias á los preceptos j al ejemplo de Aristóteles, operaciones claras para el entendimiento (92j. Aquí se presenta un concurso feliz de circunstancias: precisamente en la época en que este rico tesoro se ofrecia al conocimiento humano, los trabajos y¿o;¿ j los escafos^ has- ta la invención de los astrolahios, de los armillos solsticia- 'les j de los lineales diójjtricos. Servido así el hombre en cierta manera por órganos nuevos , llegó gradualmente á una noción mas exacta de todos los movimientos que se rea- lizan en el sistema planetario. El conocimiento de la mag- nitud absoluta de los cuerpos celestes, de su forma, de su densidad y de su constitución física, permaneció solo esta- cionaria durante miles de años. El número de los matemáticos eminentes no se limita á algunos astrónomos-observadores del museo de Alejandría. La edad de los Tolomeos fué principalmente el período mas brillante de las ciencias matemáticas. En el mismo siglo apa- reció Euclides, el primero que hizo de las matemáticas una ciencia; Apolonio de Perga, y Arquímedes, que visitó el Egipto y se enlaza por Conon ala escuela de Alejandría. El largo camino que conduce delaanálisis geométrica, tal como la entendía Platón, y de los triángulos de Menechmo (35), hasta la edad de Keplero y deTjcho, deEuler jdeClairaut, ded'Alembert vde Laplace, está señalado por una serie de — 174 — descubrimientos matemáticos, sin ios cuales las le jes que regulan los movimientos de los grandes cuerpos del mundo, j sus relaciones recíprocas en los espacios celestes , hubie- ran permanecido eternamente desconocidas para el género bumano. Ante todo, un instrumento material, el telescopio^ ha suprimido la distancia penetrando á través del espacio; ha llevado las matemáticas á las regiones apartadas del Cielo por la combinación de las ideas , j tomado posesión segura de una parte de aquel vasto dominio; v hé aquí que hoj, en estos tiempos tan fecundos en descubrimientos científicos, la mirada de la inteligencia , con el auxilio de todos los elementos de que permite disponer el estado ac- tual de la Astronomía, ha podido descubrir un planeta, determinar su lugar celeste, su órbita j su masa, aun an- tes de que el telescopio se ha va dirigido sobre él (36). IV PERIODO DE LA DOMINACIÓN ROMANA. INFLUENCIA DE UNA VASTA REUNIÓN DE ESTADOS EN LOS PROGRE- SOS DE LA IDEA DEL MUNDO. EL CONOCIMIENTO DE LA TIERRA FACILITADO POR LAS RELACIONES COMERCIALES. ESTRABON Y TOLOMEO. — ■ PRINCIPIO DE LA ÓPTICA MATEMÁTICA Y DE LA QUÍMICA. ENSAYO DE UNA DESCRIPCIÓN DEL MUNDO POR PLI- NIO. — EL CRISTIANISMO ENGENDRA Y DESARROLLA EL SENTI- xMIENTO DE LA UNIDAD DE LA RAZA IfüMANA. Cuando seguimos los progresos intelectuales de la hu- manidad j el desarrollo sucesivo de la idea del Universo, el período de la dominación romana se nos presenta como uno de los momentos mas importantes de esta historia. En- cuéntranse reunidas por primera vez en estrecha alianza todas las fértiles comarcas que circundan la cuenca del mar Mediterráneo , sin contar los vastos paises que se agre- garon después á aquel inmenso imperio, especialmente en el Oriente. Lugar es este para decir una vez mas cómo el cuadro de la historia del mundo, que intento bosquejará grandes ras- gos, adquiere con la aparición de tal reunión de Estados tan íntimamente ligados entre sí, un interés nuevo debido á la unidad de composición (37). Nuestra civilización, es decir, el desarrollo intelectual de todos los pueblos del continente europeo, puede considerarse que echó sus raices en la civi- lización de los pueblos esparcidos en las costas del Mediter- — 176 — raneo, siendo como un retoño directo de la de los Griegos j los Romanos. La denominación, demasiado esclusiva quizás, de literatura clásica, dada á las literaturas griega y latina, proviene de la conciencia que tenemos del origen de nuestros conocimientos mas antiguos, de que sabemos de dónde arranca el impulso primero que nos ha hecho en- trar en un círculo de ideas j de sentimientos relacionados íntimamente con la dignidadmoral j la elevación intelectual de una raza privilegiada (38). Aun considerando las cosas bajo este punto de vista , existe indudablemente un gran interés en investigar los elementos que partiendo del valle del Nilo j de la Fenicia , del Eufrates y del Indo , han ve- nido por diversas sendas , harto poco es ploradas hasta ahora, á refluir en el ancho rio de la civilización, griega y latina. Pero estos mismos elementos los debemos á los Grie- gos y á los Romanos , colocados estos últimos entre los pri- meros j los Etruscos. ¡Cuánto tiempo, con efecto, no ha trascurrido, antes de que los grandes monumentos de los pueblos que les hablan precedido en la carrera de la civili- zación, ha jan podido ser directamente observados, inter- pretados y clasificados según su antigfiedad; antes deque se haja llegado áleer esos geroglíficos v esos caracteres cu- neiformes ante los cuales tantas veces hablan pasado j re- pasado durante muchos siglos los ejércitos y las caravanas, sin sospechar siquiera su misterioso sentido! Las dos penínsulas cujas ricas articulaciones se desta- can en la parte septentrional del mar Mediterráneo , han sido , pues , el punto de partida de la cultura intelectual y de la educación política para los pueblos que poseen al pre- sente y aumentan cada dia el tesoro imperecedero (así lo es- peramos) de la ciencia y de las artes creadoras ; para los pueblos que á su vez han ido á difundir la civilización á otro hemisferio , y que vanagloriándose de llevarle la es- clavitud^ han acabado á pesar sujo por implantar en él — 177 — la libertad. Este origen común de la ciencia j de las ideas no impide, sin embargo, que, como por un favor de la suer- te, la unidad y la diversidad se mezclen felizmente aun en el continente en que vivimos. Los elementos que concur- rieron á fundar esta alianza no diferian menos en sí mis- mos, que por la apropiación j la trasformacion que su- frieron mas tarde , al adaptarse á los caracteres opuestos j á las disposiciones particulares de todas las razas de Euro- pa. El reflejo de esos contrastes se ha conservado, aun mas allá del Océano, en colonias j establecimientos que han lle- gado á ser grandes Estados libres, ó que trabajan por per- feccionar su organización para llegar al mismo objeto. El imperio romano, si se considera la estension del ter- ritorio que ocupaba en su forma monárquica bajo los Cé- sares, es sin duda, absolutamente hablando, menos vasto que el imperio chino bajo la dinastía de los Thsin j de los Han del Oriente (desde el año 30 antes de J. C. al año 116 de nuestra era), que la dominación de los Mogoles bajo Dschingischau, oque las comarcas que forman actual- mente el imperio ruso en Europa y en Asia (39). Pero á escepcion de la monarquía española, antes de la pérdida de sus posesiones en el nuevo Continente, jamás se reunieron bajo un mismo cetro, teniendo en cuenta á la vez los bene- ficios del clima, la fecundidad del suelo y la situación re- lativa del imperio romano, regiones mas vastas ni mas favorecidas que aquellas por donde se estendia la domina- ción romana desde Octavio hasta Constantino. Desde la estremidad occidental de la Europa hasta el Eufrates, desde la Bretaña y una parte de la Caledonia hasta la Getulia y el límite donde comienzan los desiertos de la Libia , no era solamente la variedad infinita de los aspectos que presentan la conformación del suelo, las pro- ducciones orgánicas y los fenómenos naturales, lo que lia-' maba la atención : la raza humana ofrecía también todos TOMO ir. 1- — 178 — los matices de la civilización y de la barbarie. Aquí se la veia en posesión de las artes j de las ciencias desde remota antigüedad ; mas allá se hallaba aun sumida en el primer crepúsculo donde nota la inteligencia cuando se despierta. Las lejanas espediciones dirigidas al Norte j al Mediodía hacia las costas que producen el ámbar, v las que condu- jeron Elio Galio V Balbo á la Arabia y al país de los Ga- ramantas , obtuvieron éxito desigual. Ya en tiempo de Cé- sar, y después en el de Augusto^ se comenzó á medir la superficie del Imperio; y á esta operación de que estaban encargados tres geómetras griegos , Teodoto , Zenodoto y Policletes, se unieron itinerarios y topografías especiales- que debian distribuirse á todos los gobernadores de pro- vincia (40). Justo es decir que una cosa análoga se habia practicado ja en China muchos siglos antes; pero respecto de Europa , son estos los primeros trabajos estadísticos de que puede vanagloriarse. Los caminos romanos, divididos en millas, atravesaban vastas prefecturas. Adriano, que recorrió todo su Imperio^ no empleó menos de once años en su viaje, si bien con interrupciones. Visitó todo el espa- cio comprendido desde la península Ibérica hasta la Judea, el Egipto y la Mauritania. De este modo se abrió é hizo practicable una parte considerable del mundo sometido á la dominación romana; perrms orhis, como dice con alguna menos razón el coro de la Mffhjt- de Séneca hablando de la tierra entera (41). Debió esperarse que, mediante el beneficio de una larga paz , la reunión en una sola monarquía de tantas y tan vastas comarcas y de climas tan diversos, que la facilidad con que atravesaban las provincias funcionarios escoltados por numeroso séquito de hombres de variada instrucción, hubieran aprovechado de una manera maravillosa, no sola- mente á la descripción de la tierra, sino á la ciencia misma de la Naturaleza, y dado origen á miras mas elevadas sobre- — 179 — el conjunto de los fenómenos. Semejantes esperanzas sin duda que eran demasiado ambiciosas, jno se lian visto sa- tisfechas. En todo el largo período en que el imperio romano conservó su integridad , durante un espacio de cuatro si- glos, no vemos aparecer como observadores de la Natura- leza sino á Dioscórides de Cilicia j á Galeno de Pérgamo. El primero aumentó notablemente el número de las espe- cies vegetales ja descritas; debe, sin embargo, colocarse después de Teofrasto , que ha sabido imprimir por todas partes el sello de su espíritu filosófico. Galeno estendió sus observaciones á gran número de especies animales_, j por la delicadeza de sus análisis, por la importancia de sus descu- brimientos anatómicos, mereció figurar después de x\ristó- teles, j muchas veces antes que él. Tal es al menos la opinión de Cuvier (42). Al lado de Dioscórides y de Galeno, haj aun otro nom- bre, pero uno solo , de cierto esplendor, y es el de Tolo- meo. No le citamos aquí como geógrafo, ó como inventor de un sistema nuevo de astronomía, sino que no vemos en él ahora mas que al físico que por sus esperimentos ha llegado á medir la refracción de la luz, j puede ser repu- tado como el fundador de una parte considerable de la Óp- tica. Sus derechos no se han reconocido hasta muj tarde, aunque indudablemente son incontrovertibles (43). En cuanto á nosotros, por importantes que ha jan sido los progresos realizados en la esfera de la vida orgánica j en las consideraciones generales que son del dominio de la anatomía comparada, no podemos, sin embargo, al estudiar un período anterior en quinientos años al de los árabes, dispensarnos de conceder atención particular á los esperi- mentos físicos que revelaron la marcha de los rajos lumi- nosos. Este es, con efecto, el primer paso en una car- reraque entonces se iniciaba, j cu jo término es la física matemática. — 180 — Los hombres eminentes que imprimieron el lustre á la eiencia al período imperial eran todos de origen griego. No hablo de Diol^nto , algebrista profundo , pero que falto de fórmulas suficientes se limitaba todavía á los procedimientos de la aritmética; porque este matemático pertenece á una época posterior (44). En la lucha de elementos que se observaba en la civilización de los tiempos del imperio romano, la victoria quedó de parte del elemento mas an- tií>*uo V mejor organizado, de la raza griega. Pero des- pués de la decadencia sucesiva de la escuela de Alejandría, las luces de la ciencia j de la filosofía se debilitaron v dis- persaron. Mas tarde se las ve renacer en Grecia j en el Asia Menor. El gobierno, como sucede en todas las monar- quías absolutas que ocupando inmensos espacios presen- tan la reunión de las partes mas heterogéneas , se cuidaba especialmente en conjurar la inminente ruptura de aque- lla ahanza facticia, por la disciplina militar j por la emu- lación que introducia en la administración, subdividién- dola ; en ocultar las discordias intestinas de la familia imperial, va dulce_, ja severamente, j en asegurar por fin á los pueblos por medio de gobernadores ilustres, aquel triste reposo que puede procurar temporalmente el despo- tismo aceptado sin resistencia. El establecimiento de la dominación romana fué sin duda efecto de la grandeza inherente al carácter romano. déla severidad que se mantuvo largo tiempo en las cos- tumbres, y de un patriotismo esclusivo unido al elevado sentimiento que de sí mismo tenian. Pero una vez obteni- do este resultado, debilitáronse poco á poco las nobles cua- lidades que le habian producido, desnaturalizándose bajo la inriuencia inevitable de nuevas relaciones. Con el espí- ritu nacional se estinguió el ardor común á todos los ciu- dadanos, y desaparecieron al mismo tiempo la publicidad j el principio de la individualidad, bases las mas firmes — ISI — de los Estados libres. La Ciudad eterna llegfj á ser el cen- tro de una circunferencia vasta en demasía. Faltó el espí- ritu que hubiera podido sin agotarse, animar aquella in- mensa corporación de Estados. La religión cristiana llegó á- ser la religión del imperio, cuando ja estaba profundamente quebrantado , y cuando los beneficiosos efectos de la nueva doctrina, se esterilizaban por cau.sa de las contiendas dog- máticas de las sectas enemigas. Así se vio desde enton- ces comenzar el doloroso combate de la ciencia j de la fé, que, renovándose sin cesar bajo formas diversas, se pro- longó á través de los siglos y fue un constante obstáculo para la investigación de la verdad. Si el Imperio romano á causa de su estension y de la constitución política que era consiguiente, fué impotente para sostener y vivificar las fuerzas intelectuales y creado- ras de la humanidad , lo contrario de lo que habia aconte- cido en las pequeñas repúblicas griegas aisladas é inde- pendientes, tenia en cambio otras ventajas que no deben olvidarse. La esperiencia y la multiplicidad de las obser- vaciones aportaron abundante cosecha de ideas. El mundo de los objetos esteriores se ensanchó considerablemente, y así se facilitó á los siglos venideros la contemplación reflexi- va de los fenómenos de la Naturaleza. Activáronse las re- laciones entre los pueblos por la dominación romana , la lengua latina se estendió por todo el Occidente y una parte del África Septentrional. El helenismo permane- ció naturalizado en Oriente mucho tiempo después de la ruina del imperio de Bactriana_, ocurrida en tiempo de Mitrídates I, trece años antes de la invasión de los Sacios d Escitas. Si comparamos la estension de los paises en que pene- traron respectivamente las lenguas griega y latina, la se- gunda aventajó á la primera aun antes de que la capital del imperio se hubiera trasladado á Bizancio. Los progre- — 182 — sos de estos dos idiomas tan perfeccionados y tan ricos en monumentos literarios^ contribuyeron también á mezclar y á fundir mas íntimamente tantas razas distintas, á civi- lizarlas j perfeccionarlas mas, «á hacer á los hombres mas .humanos^ como dice Plinio, j á crearles una patria co- mún (45).» Sin embargo, por grande que fuese el despre- cio que en general se profesaba á las lenguas bárbaras, á que sin temor se llamaba mudas (o^yianoi^^ según el testi- monio de Polux, no faltan ejemplos de haberse tradu- cido en Roma, á imitación de los Lagidios, alguna obra literaria del cartaginés al latin. Es notorio que el libro de Magon sobre agricultura se tradujo por orden del Se- nado. La dominación romana, que llegaba por el Oeste al pro- montorio Sagrado, siguiendo la costa septentrional del Me- diterráneo, es decir, hasta la mas apartada estremidad del continente europeo, no se estendia por el Este, ni aun en tiempo de Trajano, que navegó por el Tigris^ mas que hasta el meridiano del golfo Pérsico. Por este lado, j en el pe- ríodo cu JO cuadro bosquejamos, fué por donde hicieron progresos mas considerables las relaciones de los pueblos y el comercio terrestre tan importante para la geografía. Después de la caida del imperio griego de Bactriana se es- tablecieron ademas comunicaciones con los Seros, merced á la poderosa intervención de los Arsacidas. Pero estas no eran, sin embargo, mas que relaciones indirectas, insufi- cientes para compensar el perjuicio causado á las relaciones inmediatas de los Romanos con los pueblos del Asia interior por la actividad que los Partos desplegaron en su comer- cio de reventa. El resultado de los movimientos verificados en la estremidad de la China produjo una revolución rá- pida j completa,, aunque poco duradera, en el estado po- lítico de las inmensas comarcas comprendidas entre la cá- rdena volcánica de los montes celestes ó Thian-chan y la de — 183 — Kuen-luii que atraviesa el Tibet septentrional. Un ejército chino rechazó á los HiungnUj hizo tributarios álos peque- ños reinos de Khotan y de Kaschgar, y llevó sus victoriosas armas hasta las costas orientales del mar Caspio ; me refiero álagran espedicion del jefe Pantschab, realizada en tiempo del emperador Mingtí, de la dinastía de los Han, es decir, hacia el reinado de Vespasiano v de Domiciano. Los histo- riadores chinos atribujen todavía un plan mas vasto a este atrevido j feHz conquistador. Aseguran que se proponia nada menos que invadir el imperio romano (Tathsiu), pero que los Persas les habian separado de este pensa- miento (46). Así se establecieron relaciones entre las cos- tas del mar Pacífico, el Chensi v la cuenca del Oxo, en que desde largo tiempo se mantenia activo comercio con el mar Negro. Las grandes invasiones se dirigieron en xAsia del Este al Oeste, j en el nuevo continente del Norte al Sud. Siglo j medio antes de nuestra era, por el tiempo próximamente de la destrucción de Corinto j de Cartago, la raza turca de los Hiungnu, que de Guignes j Juan de Muller han con- fundido con los Hunos de raza finlandesa, invadiendo cerca de la muralla de la China el país de los Yuetas (quizás los (jetas) jlos Usunos, pueblos notables por su rubia cabellera j ojos azules, j probablemente de raza indo-germánica, dieron el primer impulso á aquellas emigraciones que no debían llegar á las fronteras de Europa sino quinientos años mas tarde (47). De este modo, oleadas de poblaciones, atraídas hacia el Occidente, se corrieron lentamente desde el valle superior del Huangho, liasta el Don j el Danu- bio, mientras que movimientos en sentido contrario mez- claban una parte de la raza humana con la otra, en el lado septentrional del antiguo continente , j daban lugar -á hostilidades que se trocaban después en relaciones de paz V de comercio. Estas grandes corrientes de pueblos que, — 184 — como las del Océano, siguen su marcha entre masas inmó- viles, son acontecimientos de gran trascendencia en la his- toria de la Contemplación del mundo. Durante el reinado del emperador Claudio, llegó á Roma atravesando el Egipto una embajada que envió el fíachia de la isla de Ceilan ; j en tiempo de Marco -Aurelio Antonino, llamado Antun por los historiadores de la dinas- tía de los Han , se presentaron en la corte de China emba- jadores romanos, después de haber llegado por mar hasta Tun-kin. Señalamos desde ahora los primeros vestigios de las relaciones que mantuvo el imperio romano con la China y con la India, porque muj verosímilmente se debe á estas relaciones el haberse difundido en estas dos comarcas j ha- cia los primeros siglos de nuestra era, el conocimiento de la esfera griega, del zodiaco griego j de la semana planetaria de los astrólogos (48). Los grandes matemáticos indios Wa- rahamihira, Brahmagupta y aun quizás Arjabhatta, son posteriores á la época que nos ocupa ahora (49); pero puede ser también que alguno de los descubrimientos pertenecien- tes originariamente á los Indios , j á los cuales llegaron aquellos pueblos por sendas solitarias v estraviadas , hajan penetrado en el Occidente antes del nacimiento de Diofanto, á consecuencia de las relaciones comerciales que hablan to- mado tan vastas proporciones en tiempo de los Lagidios j de los Césares. No es esta ocasión de depurar lo que perte- nece propiamente á cada raza j á cada períod.0 : basta re- cordar en general los caminos que estaban abiertos á la circulación de as ideas. Hasta qué punto se multiplicasen aquellos caminos, y cuan vasto desarrollo recibiesen por todas partes las comu- nicaciones de los pueblos_, lo demuestran de la manera mas decisiva las gigantescas obras de Estrabon y de Tolomeo. El ingenioso geógrafo de Amasea no manifiesta en sus me- didas la exactitud que haj en las de Hiparco, ni sabe apli- r^ / — 185 — car como Tolomeo los principios matemáticos al conoci- miento de la tierra; pero por la variedad de los materiales ^j la grandeza de su plan , es su obra superior á todos los trabajos geográficos de la antigüedad. Estrabon liabia visto por sí mismo una parte considerable del imperio romano j de ello se lisonjea, «desde la Armenia hasta las costas tir - renas, desde el Ponto-Euxino basta las fronteras de la Etio- pía.» Después de haber escrito cuarenta j tres libros de historia, para servir de continuación á la de Poljbio^ tuvo valor de empezar á los ochenta j tres años de edad la re- ^f^ daccion de su gran obra geográfica (50). El mismo observa que la dominación de los Romanos j la de los Partos con- tribujeron, cada una en su tiempo, á asegurar mas todavía ' ^ el libre tránsito por el mundo, que las conquistas de ^^ Alejandro, cu jos resultados confundian á Eratóstenes. El comercio de la India no estaba ja en manos de los árabes. Estrabon se admiraba en Egipto de ver tan aumentado el número de los buques que partian directamente de Mjjos- Hormos hacia los puertos de la India, j su imaginación le arrastraba mucho mas allá de aquella comarca, hacia las costas orientales del Asia (51). Bajo la misma latitud que el estrecho de Gádes ó la isla de Rodas , en el sitio en que, según su opinión^ una cadena no interrumpida de monta- ñas, prolongación del Tauro, divide el antiguo continente en su major anchura, sospecha la existencia de otro conti- nente, situado entre la Europa occidental j el Asia: «Es muj posible, dice, que siguiendo por el Océano atlántico el paralelo de Tinoe (ó de Atenas según una corrección pro- puesta por el último editor), se hallen aun en aquella zona templada _, uno ó muchos mundos , poblados por razas hu- manas distintas de la nuestra (52).» Sorprende verdadera- mente que tal aserto no haja llamado la atención de los escritores españoles que, á principios del siglo XVI, creian ver por doquiera entre los autores clásicos, la prueba de — 186 — que el Nuevo Mundo no era completamente desconocido -desde aquella época. Dice muj bien Estrabon, que en todas las obras de arte que tienden á representar cosas grandes, no se da la pre- ferencia á la perfección de los detalles : así es que él mismo, en el monumento colosal que trataba de levantar, quiere unte todo fijar la atención en la forma del conjunto. Esta predisposición á o-eneralizar las ideas no le impide admitir iin gran número de observaciones físicas, j especialmente geognósticas, todas muj dignas de interés (53). Como Posi- donio y Pol jbio, menciona sucesivamente la influencia que ejerce en el máximum del calor atmosférico en las regiones de los trópicos ó del Ecuador, el paso mas rápido ó mas lento del Sol por el zenit; las diversas causas que han producido los cambios esperimentados por la superficie de la Tierra; la abertura de los lagos que primitivamente noienian sa- lida: las corrientes oceánicas j el nivel igual de los mares, reconocido ja por Arquímedes; la erupción de los volcanes submarinos, las conchas fósiles j las huellas de peces; v señala por fin un hecho que debe sorprendernos sobre todo, por haber llegado á ser el germen de la geologia moderna; hablo de las oscilaciones periódicas de la corteza terrestre . Estrabon dice espresamente que los cambios sobrevenidos en los límites de la Tierra j del Mar, mas dependen del le- vantamiento ó depresión del suelo que de los aluviones, bien poco sensibles; «que no son únicamente masas aisladas de rocas é islas pequeñas ó grandes, sino continentes ente- ros los que pueden surgir del fraudo de los mares.» Como Herodoto, Estrabon se muestra atento á la descendencia de los pueblos j^ á la variedad de las razas. Da una defini cion notable del hombre al que llama «un animal terrestre j aéreo, que há menester mucha luz (54).» Sin embargo, Julio César en sus Comentarios, j Tácito en el bello monu- mento que levantó á la gloria de Agricola, son los histo- — 187 — riadores que han revelado major sagacidad respecto de la distinción de las razas humanas. Desgraciadamente la estensa j rica obra de Estrabon, cu vas miras sobre el conjunto del mundo compendiamos aquí, fué casi desconocida de la antigüedad romana hasta el siglo V. Plinio mismo no sacó partido de ella á pesar de todo su saber. Solo á fines de la edad media empezó este libro á inrtuir en la dirección de los espíritus; sin embargo, esta infiuencia fué menor que la de la Geografía de Tolo- meo, obra mas especialmente matemática, casi enteramen- te estraña á las ideas de la física general, y que no es otra cosa sino árida nomenclatura. La Geografía de Tolomeo sirvió de guia á todos los viajeros hasta en el siglo XVI. A cada descubrimiento creíase reconocer en aquel libro las nuevas regiones aunque designadas con otros nombres. Del mismo modo que los naturalistas durante mucho tiempo se obstinaron en ajustar forzosamente á las clasificaciones de Linneo todas las especies de plantas j animales últimamen- te descubiertas , así también los primeros mapas del nuevo continente aparecieron en el Atlas de Tolomeo, que pre- paró Agatodemon , en la época en que entre los Chinos ja estaban representadas las provincias occidentales del Impe- rio en cuarenta v cuatro divisiones (55). La (feografía uni- versal de Tolomeo tiene indudablemente la ventaja de re- producir á nuestra vista todo el antiguo mundo, no solo de una manera gráfica, trazando los contornos, sino que tam- bién numéricamente, determinando las posiciones por la longitud j la latitud, j por la duración de los dias. Pero aunque Tolomeo ha ja acreditado con frecuencia que pre- feria los resultados astronómicos á las enumeraciones de las distancias por tierra ó por mar, no se puede desgraciada- mente reconocer sobre qué base establecia él cada una de las determinaciones de lugares cujo conjunto escede del número de 2,500, ni qué verosimilitud relativa debe atri- — 188 — huírseles refiriéndolas á los itinerarios en uso por entonces. Los Griegos j los Romanos, por cuidado que en ello pusie- sen, nopodian formar exactos itinerarios, porque ignoraban completamente la dirección de la aguja imantada, carecien- do, por lo tanto, del recurso de la brújula, que mil doscien- tos cincuenta años antes de Tolomeo figuraba ja con otro instrumento destinado á medir los caminos, en la construc- ción del carro magnético del emperador chino Tschingwang. Así mismo desconocian la manera de determinar con exac- titud las direcciones de las líneas, es decir, el ángulo que forman con. el meridiano (56). A medida que en nuestros dias se han conocido mejor las lenguas de la India j el zend de la antigua Persia, háse visto con creciente sorpresa que una gran parte de la no- menclatura geográfica de Tolomeo es un monumento his- tórico de las relaciones comerciales establecidas en otro tiempo entre el Occidente j las comarcas mas apartadas del Sud j del centro del Asia (57). Entre los mas importantes resultados de estas relaciones puede contarse el de haber llegado al cabo á formar una idea exacta del mar Caspio, y comprobado que se halla cerrado por todas partes. Tolomeo restableció esta verdad , j echó por tierra definitivamente un error que habia durado cinco siglos j medio. Herodoto tuvo conocimiento de este hecho, como también Aristóteles, que, como felizmente sabemos, escribia su Meteorológica antes de la espedicion de Alejandro. Los habitantes de 01- bia, de cu jos labios recogía el padre de la historia sus nar- raciones, estaban familiarizados con la costa septentrional del mar Caspio, entre el Kuma, el Wolga ó Rha j el Jaik, llamado por otro nombre Ural. Nada podia hacer engen- drar en ellos la idea de una salida hacia el mar Gla- cial; existían, por el contrario, graves motivos de error para el ejército de Alejandro , que al descender á los valles húmedos de la provincia de Mazenderán , mas allá de He- — 189 — catompylos (Damaghan), encontraba el mar Caspio cerca de Zadrakarta , un poco al Oeste de la ciudad moderna de Asterabad, viéndola perderse hacia el Norte en lo infinito. Este aspecto hizo que los Macedonios conjeturasen , según refiere Plutarco en la Vida de Alejandro , que el mar que se ofrecia á su vista podria ser un golfo del Palus Meoti- des (58). La espedicion macedónica, de tan felices conse- cuencias en general para el conocimiento de la Tierra, dio también ocasión á algunos errores que se han conservado por largo tiempo. El Tañáis se confundió con el laxarte (el Araxes de Herodoto), j el Cáucaso con el Paropaniso (el Indo-Kho). Tolomeo, durante su permanencia en Ale- jandría, habia podido procurarse noticias exactas acerca de las comarcas limítrofes del mar Caspio, tales como la Alba- nia, la Atropatena y la Hircania, como también respecto de las espediciones comerciales de los Aorsos, cujos camellos llevaban las mercancías de la India j de Babilonia á orillas del Don j el mar Negro (59) . Si se representó el gran eje del mar Caspio en dirección de Oeste á Este, opuestamente á la imagen mas exacta que de él se habia formado Hero- doto, quizás dependiera su error de la vaga noción que tu- viese de la estension considerable que ocapó en otro tiempo el antiguo golfo de la Escitia, el Karabogas, j de la proxi- midad del lago del Aral, mencionado exactamente por vez primera por Menandro, escritor bizantino, continuador de Agatias (60). De lamentar es que Tolomeo, que nuevamente compro- bó la verdadera forma del mar Caspio, tenido mucho tiempo como mar abierto^ según la hipótesis de los cuatro golfos^ j según también los reflejos imaginados en la luna para es- plicar las manchas de que aparece sembrado su disco (61), no ha ja renunciado asimismo á la fábula de aquella región desconocida del medio día que debia juntar el Promontorio Praso con Cattigara v Thinre (Sinarum Metrópolis), j — 190 — unir por consiguiente el África oriental con el país de Tsin (la China). Esta fábula, que hace del Océano índico un mar interior^ tiene su origen en opiniones que se remontan, por medio de Marin de Tjro, á Hiparco, Seleuco de Babilonia j hasta Aristóteles (62) . Basta haber recordado por algunos ejemplos, en un ensajo histórico acerca del desenvolvimien- to de la idea del Universo , cómo largas oscilacianes en los descubrimientos y en la ciencia han oscurecido de nuevo j con frecuencia puntos esclarecidos ja algún tanto. A me- dida que por los progresos crecientes de la navegación j del comercio terrestre podíase creer- en la facilidad de abarcar toda la estension del globo, la imaginación siem- pre activa de los Griegos intentó cada vez mas, j par- ticularmente en la época alejandrina , en tiempo de los Lagidas j bajo la dominación romana, fundir por combi- naciones ingeniosas antiguas adivinaciones con los re- sultados positivos de la ciencia, j en completar con teda diligencia aquel mapa del mundo cujas bases estaban ape- nas echadas. Hemos recordado antes, de un modo incidental^ cómo llegó á ser Claudio Tolomeo, por su óptica que nos conser- varon los Árabes, aunque mu j incompletamente, el funda- dor de una parte de la física matemática. Cierto es que aquella parte, en lo que concierne á la refracción de la luz habia sido tratada ja en la Catóptrica de Arquimedes, si ha de creerse á Théon de Alejandría ((>3). La ciencia ha rea- lizado un progreso considerable, cuando los fenómenos fí- sicos, en vez de ser observados j comparados simplemente entre sí, como de ello nos ofrecen memorables ejemplos en- tre los (jriegos, los numerosos é interesantes Problemas del pseudo Aristóteles , j entre los Latinos los libros de Séneca, los provacaba de intento y evaluaba numéricamente en con- diciones que modifica el mismo observador (64). Este modo de esperimentacion caracteriza las investigaciones de To- — 191 — lomeo sobre la refracción de los rajos luminosos en el mo- mento de su paso á través de medios de desigual densidad. Tolomeo hacia pasar los rajos del aire al agua j al cristral ó del agua al cristal , bajo grados de incidencia diferentes: los resultados de estas esperiencias han sido reunidos por él en un cuadro. Esta apreciación numérica aplicada á hechos que suscita el esperimentador á su arbitrio, á fenómenos naturales que no pueden referirse al movi- miento de las ondas luminosas , es un acontecimiento único en la época de que tratamos en este momento. Aristóteles , para esplicar los efectos de la luz , habia supuesto que el medio se mueve entre el ojo j el ob- jeto sobre el cual se fija (65). El período de la domina- ción romana no nos ofrece mas después de esto, en el es- tudio de la naturaleza elemental, que algunas esperien- cias químicas de Dioscórides, j como va he esplicado en- otro lugar , el arte de recoger en verdaderos aparatos de destilación los vapores que se escapan j vuelven, á caer go- ta á gota (66). Como la química no pudo empezar á exis- tir sino desde el momento en que el hombre se procuró áci- dos capaces de producir la fusión j la disolución de las sus- tancias, la destilación del agua del mar, descrita por Ale- jandro de Afrodisias, en tiempo de Caracalla^ es un hecho de importancia que señala la marcha por donde se ha lle- gado sucesivamente al conocimiento de la hetereogeneidad de las sustancias, de su composición química j de su afini- dad recíprooa. Para el conocimiento de la naturaleza orgánica, después del anatómico Marin, después de Rufo de Efeso, que se de- dicó á disecar monos, j distinguió los nervios sensibles j los nervios motores, después de Galeno de Pérgamo, que eclipsó á todos sus rivales, no haj mas nombres que citar. La historia de los Animales por Elíano de Prénesto^ el poe- ma de Opiano sobre los peces, contienen datos esparcidos^ — 192 — pero no resultados positivos, fundados en observaciones personales. No se esplica fácilmente cómo se perdieroü completamente para la anatomía comparada el inmenso número de animales raros que durante cuatro siglos fue- ron degollados en los circos romanos; los elefantes , rinoce- rontes, hipopótamos, antes, leones, tigres, panteras, coco- drilos j avestruces (67). Hemos hablado ja de todo cuanto hizo Dioscórides por el conocimiento general de los vejeta- Íes; así es que ha ejercido una influencia poderosa j soste- nida sobre la botánica j la química farmacéutica de los Árabes. El jardin botánico que poseia en Roma Antonio Castor, médico que vivió mas de cien anos, j que quizás se habia dispuesto á imitación de los jardines botánicos de Teofrasto j de Mitrídates, no ha sido verosímilmente mas iitil al progreso de las ciencias que la colección de osamen- tos fósiles del emperador Augusto v las colecciones de obje- tos atribuida con poca razón al ingenioso Apuleyo de Ma- daura (68). Para acabar el cuadro de los progresos realizados en la ciencia del Universo durante el período de la dominación romana, nos queda por mencionar la gran empresa de Pli- nio el Viejo, que intentó abarcar una descripción general d^l mundo en los treinta j siete libros de su historia. No se hallaría en toda la antigüedad segundo ejemplo de tentativa semejante. La obra en vias de ejecución , acabó por ser una especie de enciclopedia de la Naturaleza v del arte. El autor, en su dedicatoria á Tito , no teme em- plear él mismo la espresion , mas noble entonces que hoj £>«x;Lo7iraiSí/a, quc cqulvalc á decir el círculo de todas las ciencias que sirven para formar el espíritu. Sin em- bargo; no podrá negarse que, á pesar de la falta de rela- ción entre las partes, el conjunto de esta obra presen- ta el verdadero bosquejo de una descripción física del mundo. . , -^ 193 — La Historia Natural de Plinio^ denominada Historia Mimdi en la tabla de materias que forma hoj loque pudié- ramos llamar primer libro, j con mas propiedad Naturce Historia en una carta de Plinio el Joven á su amigo Macer, comprende á la vez el Cielo j la Tierra, la posición j el cur- so de los planetas, los fenómenos meteorológicos de la atmós- fera , la configuración déla superficie terrestre y todo lo que se relaciona con ella, desde la capa de vegetales que la cubre j los moluscos del Océano, bástala especie bumana. Plinio considera las distinciones que crean las facultades de la in- teligencia entre las diferentes razas, j sigue la glorificación de la bumanidad basta en el desenvolvimiento de las artes plásticas. Trato de indicar aquí los elementos de esta cien- cia general de la Naturaleza, que están esparcidos casi sin orden en la gran obra de Plinio. «El camino que voj á re- correr, dice con noble confianza en sí mismo, no ba sido aun bollado (non trita auctoribus via) ; nadie entre nosotros, ninguno entre los Griegos se ba atrevido á tratar por sí solo de la universalidad del mundo (nemo apud Griecos qui unus omnia tractaverit). Si mi empresa se frustra, bella j grande cosa será, sin embargo, el baber osado intentarla (pulcbrum atque magnificum). Este bombre de espíritu tan penetrante, veia flotar de- lante de él una imagen grande; mas preocupado por los de- talles, no ba sabido retenerla fija ante sus ojos , por no ba- ber observado j vivificado por sí mismo la Naturaleza. La ejecución ba quedado incompleta, no solamente porque tenia un conocimiento mu j ligero de los objetos que se pro- ponia tratar, j basta los desconocía con frecuencia, sino que también por falta de plan j de orden, según podemos juzgar por las obras cu jos estractos bizo, y que ban llega- do basta nosotros. Reconocíase que Plinio el Viejo era un bombre eminente j distraído con gran número de ocupa- ciones^ á quien agradaba gloriarse de sus largas veladas j TOMO II. '13 — 194 — de su trabajo nocturno, pero que, como gobernador de Es- uaña ó encarírado del mando de la flota en el mar Tirreno, abandonó con mucha frecuencia á subalternos poco instrui- dos el cuidado de llen,ar el cuadro de aquella compilación xsin fin. No por ello debe entenderse que sea cosa en sí vi- tuperable este trabajo de compilación, que consistia en re- coo-er con detenimiento observaciones j hechos aislados, tales como podia suministrarlos la ciencia en aquella épo- ca. Si el éxito no fué completo, debióse á la impotencia en que se hallaba Plinio de dominar los materiales reunidos, de subordinar el elemento descriptivo á concepciones mas elevadas j generales, j de mantenerse firmemente en el punto de vista de una ciencia comparada de la Naturaleza. Miras mas elevadas, no solo orográficas, sino verdadera- mente geognósticas , germinaban va en Eratóstenes j en Estrabon. Del primero se ha aprovechado Plinio una sola vez, del segundo nunca. Plinio no ha sabido tampoco tomar de la historia anatómica de los animales de Aristóteles, ni la división en grandes clases, fundada en las diferencias esenciales del organismo interior , ni la inteligencia de aquel método de inducción, único que se puede aplicar con seo-uridad á la í>eneralizacion de los resultados obtenidos. Plinio empieza por consideraciones panteísticas, j des- ciende en seguida del Cielo ala Tierra. Del mismo modo que reconoce la necesidad de presentar el poder v la grandeza de la Naturaleza (natunv visatque majestas) como un gran todo obrando simultáneamente, distingue al comienzo del libro iii un conocimiento general j otro especial de la tier- ra; pero esta distinción queda bien pronto á un lado, cuan- do se entretiene con una árida nomenclatura de comarcas, montañas v rios. La mavor parte de los libros, viii-xxvii, j XXXIII, xxxiv, XXXVI j xxxvii , está llena de descripcio- nes tomadas de los tres reinos de la Naturaleza. Plinio el Jo- ven caracteriza en una de sus cartas con mucha exactitud — 195 — el libro de su tio; llámale obra difusa j sabia, no meucs variada que la misma Naturaleza (opus diffusum, eruditum uec miuus varium quam ipsa natura;. Háse censurado á Piinio el liaber introducido en su historia muchas cosas que eran agenas á la obra , j que por mi parte estoj dispuesto á alabar. Lo que me encanta sobre todo, es que vuelve con frecuencia j siempre con predilección, á la influencia que la Naturaleza ha ejercido sobre la moralidad y el desarro- llo intelectual de la raza humana. Confieso, sin embargo, que las diversas partes no se relacionan entre sí felizmente. Podemos asegurarnos de ello recorriendo los pasajes si- guientes: MI, *24-47; XXV, '2; xxvi , 1 ; xxxv, '2; xxxvi, 2-4; XXXVII, 1. Por ejemplo, después de haber analizado las sustancias minerales y vegetales , el autor pasa á un frag- mento histórico sobre las artes plásticas. Verdad es que este fragmento tiene en el estado actual de nuestros conocimien- tos, mas importancia que todo lo que nos puede ofrecer la obra de Piinio en cuanto á descripciones naturales. El estilo de Piinio tiene mas vida v animación que ver- dadera grandeza; pocas veces es pintoresco. Compréndese que el autor ha recogido sus impresiones en los libros, v no en la fuente de la libre Naturaleza , aunque ha ja po- dido contemplarla bajo zonas muv diferentes. Ha difundi- do por todas partes un color sombrío v monótono, mezclán- dose á esta disposición sentimental un tinte de amargura, cuando habla del estado v el destino de la raza humana. Casi igual entonces á Cicerón, aunque con menor sencillez de lenguaje, presenta como una esperanza j un consuelo el espectáculo ofrecido por el gran todo de la Naturaleza á ios que sondean sus profundidades (09^. La conclusión de la Historia Natural de Piinio, el mo- numento mas grande que la literatura latina ha legado á la literatura de la edad media, está dentro del espíritu que conviene á una descripción del mundo. Según podemos — 196 — juzgar por el descubrimiento del manuscrito encontrado en 1831 (70), contiene dicha parte una ojeada comparativa sobre la historia natural de las regiones situadas en zonas diferentes; el elogio de laEuropa meridional, comprendida entre los límites naturales del Mediterráneo j de la cadena de los Alpes ; j finalmente , el enaltecimiento del cielo de la Hesperia, «en donde, según un dogma de los primeros pitagóricos _, la dulzura de un clima templado ha debido ajudar desde luego á la raza humana á despojarse de la rudeza del estado salvaje.» Obrando sin cesar la influencia de la dominación roma- na^ como un elemento de aproximación j de fusión^ de- bía trazarse en la historia de la Contemplación del Mundo con tanta mayor fuerza é insistencia, cuanto que en una época en que se relajan los lazos y bien pronto se destru- jen completamente por la invasión de los bárbaros, se la puede aun seguir y reconocer en sus remotas consecuen- cias. Claudiano, á cujo nombre se une el recuerdo de un nuevo renacimiento poético, en un siglo desheredado com- pletamente de todo goce literario , el de Teodosio el Gran- de y sus hijos , se espresa en estos términos , demasiado lisonjeros en verdad, acerca de la dominación de los Roma- nos (71): Hijee ost ¡II grcmiuiii victos qu;c sola rccepit. Humaimmquc g^cnus communi nomine fovU Matris , non dominje rito; civesqui vocavit Quos (lomuit ncxuque pió long-ínqua revinxit. Huyuspaciíicis debemus moribas omnes Quod veluli patriis regionihiis lUitar hospi^s...,. Medios materiales de violencia; formas de gobierno hábilmente combinadas, juna larga costumbre del servilis- mo, podian indudablemente aproximar á los pueblos j ha- cerlos salir de su existencia aislada; pero el sentimiento del -- 197 — parentesco y de la unión de la raza humana , la conciencia de los derechos comunes á todas las familias que la compo- nen, tienen un origen mas noble; están fundadas en las relaciones íntimas del corazón v en las convicciones re- ligiosas. Al cristianismo, sobre todo, corresponde la gloria de haber hecho evidente la unidad del género humano , y de haber inculcado por este medio el sentimiento de la dig- nidad humana en las costumbres v en las instituciones de los pueblos. Aunque profundamente mezclada con los pri- meros dogmas cristianos , la idea de la humanidad preva^ leció mu j lentamente, porque en tiempo, en que por mo- tivos políticos , la nueva fé llegó á ser en Bizancio la religión del Estado, sus adeptos estaban ja empeñados en miserables querellas de partido , las comunicaciones leja- nas entre los pueblos suspendidas, y los fundamentos del imperio quebrantados por los ataques del esterior. Puede también decirse que la libertad personal de numerosas cla- ses no ha encontrado en los Estados cristianos durante mu- cho tiempo ningún apojo en los poseedores de bienes ecle- siásticos ni en las corporaciones religiosas. Estos impedimentos estraños, y muchos otros que difi- cultan el progreso intelectual de la humanidad y la digni- dad de la vida social, se desvanecen poco á poco. El princi- pio de la libertad individual v de la libertad política tiene sus raices en la inquebrantable convicción de una legiti- midad'igual entre todos los seres que componen la raza hu- mana. La humanidad, como lo he dicho antes de ahora (72), se presenta bajo la forma de un vasto tronco fraternal, como un todo constituido para llegar á un fin único , que es el libre desenvolvimiento de la fuerza interior. Esta conside- ración del destino humano y de los esfuerzos , ja estériles, ja triunfantes , por los cuales adelanta el hombre al cum- plimiento de este destino , es una de las cosas mas propias para elevar j espiritualizar ¡a vida del Universo, y no es de — 198 — níno-im modo descubrimiento de los tiempos modernos. Ai bosquejar una época considerable de la historia del mundo, el período en que el Imperio romano estendió su ley sobre la tierra j en que nació el cristianismo , con venia recordar sobre todo cómo se engrandecieron los liorizontes, oué in- iluencia dulce j perseverante, aunque lenta en sus efec- tos, predominó en la inteligencia y las costumbres. V, PERIODO DE LA DOMINACIÓN ÁRABE, INVASIÓN DE LOS ÁRABE?. — CULTURA INTELECTUAL DE ESTA PAR- TE DE LA RAZA SEAlÍTÍCA. — INFLUENCIA DE UN ELEMENTO ES- TRAÑO EN EL DESARROLLO DE LA CIVILIZACIÓN EUROPEA. — CA- RÁCTER NACIONAL DE LOS ÁRABES Y PROPENSIÓN Á FAMILIARIZARSE CON LAS FUERZAS DE LA NATURALEZA. — ESTUDIO DE LA QUÍMICA Y DE LAS SUSTANCIAS MEDICINALES. — PROGRESO DE LA GEOGF.A- FIA FÍSICA EN EL INTEROR DE LOS CONTINENTES , DE LA ASTRO- NOMÍA Y DE LAS CIENCIAS MATEMÁTICAS. Al bosquejar la historia de la Contemplación del Mun- do, es decir, al esponer el desarrollo sucesivo de la idea del Universo , hemos señalado hasta aquí cuatro fases princi- pales: primeramente, los esfuerzos intentados para pene- trar partiendo de la cuenca del Mediterráneo , por el Este hacia el Ponto j el Phaso^ por el Mediodía hacia la tierra de Ophir j los paises del oro situados bajo los trópicos, y por el Oeste en el Océano, que envuelve al mundo, á través de las columnas de Hércules. Mas tarde, vienen la espedicion Macedónica de Alejandro el Magno, él período de los Lagidas j el de la dominación romana. Ahora pasamos á la poderosa influencia que los Árabes, elemento estraüo felizmente mez- clado á la civilización europea, han ejercido en la ciencia física j matemática de la Naturaleza, en el conocimiento de los espacios de la Tierra j del Cielo , de su conformación — 200 — j de su estension , de las sustancias heterogéneas que los componen j fuerzas interiores que los ocultan. Nos propo- nemos en seguida estudiar el impulso dado en el mismo sentido, seis ó siete siglos mas tarde, por Jos descubrimien- tos marítimos de los Portugueses j de los Españoles. El descubrimiento j la esploracion del Nuevo C9ntinente, que permitió contemplar aquellas cordilleras en que resuenan tantos volcanes , aquellas mesetas en las cuales aparecen superpuestos unos á otros todos los climas, aquella capa ve- getal que se desarrolla por un espacio de 120 grados de la- titud, señalan sin contradicción el período en que se ofrece al espíritu humano, en el mas corto espacio de tiempo posi- ble, el mas rico tesoro de observaciones nuevas acerca de la Naturaleza. A partir de este momento, vanos serian los esfuerzos que se hicieran para enlazar los progresos de la ciencia del Mundo á ciertos hechos políticos cuja influencia está limi- tada necesariamente á un círculo determinado. En virtud de su propia fuerza es como producirá en adelante la inteli- gencia grandes cosas; ja no necesita estar solicitada por los acontecimientos esteriores para obrar á la vez en direccio- nes muj diversas. Guiada por una nueva asociación de ideas, créase órganos nuevos para analizar el delicado teji- do de la sustancia animal j vegetal, ó para penetrar en las vastas regiones del Cielo. Tal es el aspecto bajo el cual se nos presenta el siglo XVII. Dignamente inaugurado por la invención del telescopio j por las consecuencias inmediatas de esta invención^ desde el descubrimiento de los satélites de Júpiter, de los crecientes ó de las fases de Venus j de las manchas del Sol por Galileo, hasta la teoría de Isaac New- ton sobre la gravitación universal , aparece como el período mas brillante de una ciencia que sin embargo acababa ape- nas de nacer, de la Astronomía física. Esta comunidad de esfuerzos, la armonía entre la observación de los espacios — 201 — •celestes j los cálculos matemáticos, señalan una faz muj distinta en la historia del desarrollo intelectual, que des- pués ha seguido su curso sin interrupción. A medida que nos acercamos al tiempo presente , se ha- ce mas difícil aclarar los hechos aislados; lo cual depende de que la actividad humana se mueve en major número de direcciones, j de que un lazo mas estrecho une todas las ramas de la ciencia , al mismo tiempo que se establece un nuevo orden en las relaciones sociales j políticas. Si se tratase simplemente de esponer aquí lo que podemos llamar la historia de las ciencias físicas j naturales , si se tratara, por ejemplo de la Botánica j de la Química, seria posible proceder de la misma manera hasta nuestros dias, poniendo de relieve los períodos de mas considerables progresos j en que han aparecido súbitamente nuevos puntos de vista. Pero en lahistoriadela Contemplación del Mundo, que por razón de su naturaleza no puede pedir á cada ciencia mas que lo que importa directamente al desenvolvimiento de la idea del Cosmos, es peligroso v casi impracticable fijarse en épocas determinadas; porque el desarrollo intelectual de que hablábamos ha poco supone un progreso constante j si- multáneo en todas las esferas déla ciencia del Mundo. Lle- gados al período que sigue á la caida de la dominación ro- mana , á ese miomento solemne en que por la primera vez recibe directamente nuestro continente de las regiones tro- picales un nuevo elemento de civilización, me ha parecido útil echar una ojeada general y rápida sobre el camino que todavía queda por recorrer. Los Árabes, pueblo de raza semítica, hacen retroceder en parte la barbarie que habia va dos siglos se hallaba es- tendida por Europa quebrantada por las invasiones de los pueblos; remóntanse á las fuentes eternas de la filosofía griega , j no se limitan á salvar el tesoro de los conoci- mientos adquiridos, sino que lo engrandecen, j abren — 202 — nuevas, sendas al estudio de la Naturaleza. El quebranta- miento no se dejó sentir en nuestro continente sino cuando á fines del siglo IV, en tiempo- de Valentiniano I _, los Hu- nos, Finlandeses de origen, j no Mog-oles, avanzaron mas allá del Tañáis j rechazaron á los Alanos en un principio, mas tarde, á los Alanos j á los Godos del Oriente. En las comarcas orientales del Asia la oleada de los pueblos emi- grantes se Labia puesto en movimiento muchos siglos an- tes de nuestra era. El primer impulso fué dado, como ja antes lo hemos dicho, con la invasión de los Hingnu, pue- blo de origen turco , en el país de los Úsanos^ de blondos- cabellos j ojos azules, que pertenecían quizás á la raza indo-germánica j habitaban el valle superior del Huango, cercanos de los Yuetas, que se cree sean los mismos Ge- tas. Aquel torrente, que partiendo de la gran muralla levantada contra los Hingnu el año 214 antes de Jesucristo, debia llevar sus estragos hasta la estremidad occidental de la Europa, se dirigió á través del Asia central al Norte de la cadena de los montes Celestes. Ningún celo religioso in- ñamaba á aquellas hordas asiáticas antes de que tocasen en Europa, háse comprobado de una manera positiva que los Mogoles no eran aun budhistas cuando en son de vencedo- res avanzaron hasta Polonia j Silesia (73). La invasión de los Árabes que arrancó de las regiones meridionales, tuvo bajo este concepto otro carácter muj distinto. En el continente del Asia (74)^ poco articulado en ver- dad, la península de la Arabia, comprendida entre el mar E-ojo j el golfo Pérsico, entre el Eufrates y la porción del Mediterráneo que baña las costas de la Siria, llama la atención por su configuración j su aislamiento. Esta pe- nínsula es la mas occidental de las tres del Asia meridional j" próxima asi al Egipto j á la vez á las orillas de un mar europeo, le asegura esta situación grandes ventajas políti- cas j comerciales. En la parte central de la península ara- — 203 — ]ji"ga vivia el pueblo del Hedschaz, raza noLle j robusta, ig- iiorante pero no grosera, dotada de una viva imaginación, j sin embargo, entregada á la atenta observación de todos los fenómenos de la Naturaleza , bien que se realizen en la superficie de la tierra ó bajo la bóveda eternamente serena del cielo. Estas poblaciones después de liaber permanecido muchos miles de años casi sin relación con el resto del mun- do, V de baber llevado en su major parte una vida nóma- da, salieron bruscamente de su oscuridad^ dulcificaron sus costumbres por medio de un comercio intelectual con los pueblos que ocupaban los centros primitivos de la civiliza- ción^ convirtieron j dominaron á todas las naciones com- prendidas entre las columnas de Hércules j la parte de la India por donde atraviesa el Indo-Kho al monte Bolor. Ya á mediados del siglo IX, mantenian á la vez relaciones co- merciales con el Norte de la Europa , la isla de Madagas- car, las costas orientales del África, la India j la China. Asi estendieron su lengua, sus monedas j las cifras indias, v formaron una aglomeración de Estados poderosos , de un seguro porvenir j unida por la comunidad de las creencias religiosas. En sus correrías aventureras se contentaban de ordinario con atravesar rápidamente tal cual provincia. Amenazados por los indígenas , acampaban sus enjambres vag-abundos, según dice su poesía nacional, «como nu- blados que el viento disipa prontamente.» En ningún tiempo han ofrecido un espectáculo mas animado los gran- des movimientos de los pueblos; v esta opresión de los espíritus que parece ser una consecuencia necesaria del islamismo, se hacia sentir de una manera menos enfadosa bajo la dominación de los Árabes que bajo la de las razas turcas. Aquí como en todas partes, j aun entre los pueblos cristianos, las persecuciones provinieron mas bien del es- ceso del despotismo, estraviándose en disputas dogmáticas, que del dogma mismo j de los sentimientos religiosos — 204 — de la nación (75). Las severidades del Koran se encami- nan especialmente contra las supersticiones j la idolatría de las tribus arameas. Después de la consideración de que la vida de los pueblos -está determinada, además de las disposiciones de su inteli- gencia, por un gran número de condiciones esteriores de- pendientes de la naturaleza del suelo, del clima, de la proximidad al mar, conviene ante todo tener presente la configuración irregular de la península arábiga. Aunque el primer impulso en los grandes cambios que han espar- cido á los Árabes en tres continentes , Lava partido de la comarca ismaelita del Hedschaz ; aunque la fuerza princi- pal que ha asegurado el éxito de la invasión sea debida á una raza particular de pastores, sin embargo las costas del resto de la Península no habian permanecido estacionarias durante miles de años, al movimiento comercial que aproxi- maba á todos los pueblos. A fin de comprender la conexión Y la posibilidad de acontecimientos tan estraordinarios es necesario remontarse á las causas que los han preparado poco á poco. Hacia el Sud-este , á lo largo del mar Eritreo , está situado el bello país de los Yoctanides, el Yemen, región fértil Y bien cultivada, j alli es donde florecía el antiguo reino deSaba(76). Esta región producia el incienso (elLe- bonahde los Hebreos, quizás el Boswellia turifera de Cole- brooke) (77), la mirra (una de las especies del género Amv- ris, descrito exactamente la primera vez por Ehrenberg), j el bálsamo de la Meca (Bálsamo dendron gileadense de Kunth); sustancias que formaban para los pueblos vecinos un importante objeto de comercio, j que se esportaban entre los Egipcios, Persas é Indios, así como también entre los Griegos j los Romanos. La denominación de Arah¡a Feliz está fundada en estas producciones, denominación que se encuentra por primera vez en Diódoro j Estrabon. — 205 — Al Sud-este de la península, en el golfo Pérsico, estaba si- tuada Gerrlia. Esta ciudad, colocada frente á frente de los establecimientos fenicios de Arados j de Tjlos formaba un depósito considerable para las mercancías indias. Aunque en general pueda decirse que todo el interior de la Arabia es un desierto arenoso j sin árboles, hállase sin embargo en el Ornan , entre los paises de Jailan j de Batna , toda una serie de oasis bien cultivados j regados por canales subterráneos. Merced á la actividad del muj distinguido viajero Wellsted (78), conocemos también al presente tres cadenas de montañas cujo vértice mas alto, el Dscbebel Akhdar, situado cerca de Maskat y cubierto de espesos bosques, se eleva á seis ó siete mil pies sobre el nivel del mar. Hállanse igualmente en la comarca montañosa del Ye- men, al Este de Loheia, y en la cadena que limita la costa del Hedschaz en el país de Asjr, como también cerca de Tajef, al Este de la Meca, mesetas cuja fria é invariable temperatura era ja conocida del geógrafo Edrisi (79). La variedad de aspectos que ofrecen las regiones mon- tañosas caracterizan también la península de Sinaí, llamada por los Egipcios del Antiguo Imperio q\ ¡jais- del cohre, já los valles pedregosos de Petra. Ya be mencionado las estaciones de comercio establecidas por los Fenicios á la estremidad septentrional del mar Rojo, y la travesía hecha desde Azion Gaber áOphirporlos buques deHiram y de Salomón (80). La Arabia y la isla de Sokotora (Dioscórides), habitada por colonos indios, servian de estaciones al comercio general, que desde allí se dirigia á las Indias y á las costas orientales del África. También los productos de la India y del África oriental se confundian habitualmente con las del Had- hramaut y del Yemen; «vendrán de Saba, dijo Isaias ha- blando de los dromedarios de Midian , y nos traerán oro é incienso (81).» Petra era el depósito de las mercancías preciosas destinadas á Tiro y á Sidón, y el asiento principal — 200 — fie los Nabateos , pueblo entregado al comercio , y mu v poderoso en otro tiempo^ al cual el sabio filólogo Quatremere asigna por residencia primitiva las montañas de Gerrba en el curso inferior del Eufrates. Esta parte septentrional de la Arabia estuvo en relación activa con otros Estados civiliza- dos, merced especialmente ala proximidad del Egipto, ala intervención de las razas árabes esparcidas por las montanas que costean la Siria j la Palestina, j los paises regados por el Eufrates; merced, en fin, ala célebre senda por donde se dirigían las caravanas de Damasco á Babilonia, atrave- sando Emesa jTadmor (Palmira). Maboma mismo, que des- cendía de una familia noble pero pobre , de la tribu de los Koreiscbitas, antes de su aparición como reformador v como profeta, liabia becbo el comercio j frecuentado la feria de Bosra en la frontera de Siria, la del Hadbramaut, país del incienso, v sobre todo la de Okadb, cerca de la Meca, que no duraba menos de veinte dias, v á donde algunos poetas, beduinos en su major parte, se reunían cada año para en- tregarse á combates líricos. Entramos en estos detalles so- bre las comunicaciones de los pueblos j las ocasiones á que ellas dieron lugar, áfin de bacer sentir con mas viveza las causas que preparaban grandes cambios en las relaciones del mundo. El becbo de las poblaciones árabes estendiéndose ha- cia el Norte despierta inmediatamente el recuerdo de dos acontecimientos, cu vas relaciones secretas es muj difícil separar aun boj, pero que atestiguan por lo menos que va miles de años antes de Maboma, los habitantes de la Pe- nínsula por sus correrías al Oeste j al Este, hacia el Egipto j hacia el Eufrates, hablan intervenido en los grandes ne- gocios del mundo. La descendencia semítica ó aramea de los Hjcsos, que en tiempo de la duodécima dinastía 2,200 años antes de nuestra era pusieron fin al Antif/no l7n])erioáe los Egipcios, háse reconocido hov casi universalmente. El — 207 — mismo Manétlion dice : «Alg-unos son de opinión de que aquellos pastores eran árabes.» En otras fuentes se les llama Fenicios, nombre que entre los antiguos se estendia á los habitantes del valle del Jordán j a todas las razas arábigas. Un crítico profundo, Ewald, designa en particular á los Amalecitas que habitaban originariamente el país del Ye- men, se esparcieron mas tarde hacia la tierra de Canaan j la Siria por la Meca v Medina, j tíguran en los documen- tos originales de los Árabes como gobernando el Egipto en tiempo de José (82). En todo caso, no se puede pensar sin asombro que la raza nómada de los Hvcsos ha ja llegado á someter un imperio tan poderoso j tan bien organizado como el Antiguo Imperio de los Egipcios. En verdad, hombres animados de pensamientos mas libres entraban en lucha con pueblos que tenian una larga costumbre de la esclavitud; pero los conquistadores árabes no sentian entonces como luego el aguijón del entusiasmo religioso. Los Hvcsos funda- ron la plaza de armas j la fortaleza de Avaris, en el brazo oriental del Nilo, por temor á las tribus asirias de Arpachs- chad. Esta circunstancia permite suponer que habian sido empujados adelante por poblaciones guerreras, v que un gran movimiento de emigración se dirig-ia hacia Oriente. El segundo hecho que he anunciado mas arriba j que se verificó por lo menos mil años mas tarde, lo refiere Diodoro bajo la autoridad de Ctésias (83). Ariffilo^ poderoso prín- cipe de losHjmiaritas, se asocia ala espedicion de Niño por el Tigris, combate con él á los Babilonios j entra cargado de un rico botin en la Arabia meridional, su patria (84). Si bien la vida libre de los pastores dominaba por lo general en el Hedschaz, j aunque faese este régimen el de una numerosa v fuerte población , citábanse, sin embargo, las ciudades de Medina j de lalSIeca como lugares conside- rables que venian á visitarse desde regiones estranjeras.El antiguo j misterioso templo de la Kaaba aumentaba el in- — 208 — teres que inspiraba la Meca. En parte ninguna los países que lindaban con las costas ó con las sendas de las carava- nas, no menos útiles á los paises que atraviesan ellas que los rios que riegan los valles , se encontraba ese estado de salvagismo, efecto natural del aislamiento. Ya Gibbon, ha- bituado á pintar con tanta claridad el estado de las socie- dades humanas (85), recuerda que en la península de la Arabia la vida nómada es esencialmente distinta de la que se hacia, según las descripciones de Herodoto j de Hipó- crates, en las comarcas designadas bajo el nombre de Esci- tia , porque en Escitia ninguna parte de la población pas- toril se habia establecido en las ciudades, en tanto que en Arabia el pueblo campesino sostiene todavía ho j relaciones con los habitantes de las ciudades, j los considera de su mismo origen . En el desierto de los Kirghuisos , que forma parte de las llanuras pobladas por los antiguos Escitas (los Escolotos j los Sacies), no ha habido jamás ciudad alguna desde miles de años , en un espacio que escede á la Alema- nia en estension (86); y sin embargo , en la época de mi viaje á Siberia, se contaban mas de cuatrocientas mil tien- das llamadas Yurtes ó Kibitkas , en las tres hordas nóma- das , lo cual supone una población errante de dos millones de hombres. Estas diferencias son talmente sensibles, que no es necesario desarrollar ampliamente el efecto que debió resultar para la cultura intelectual de cada uno de estos pueblos de la manera mas ó menos esclusiva con que ha- bian abrazado la vida pastoril, aun admitiendo que las dis- posiciones interiores fuesen las mismas en todos ellos. Si queremos investigar cómo la invasión de los Árabes- en Siria j en Palestina, j mas tarde la toma de posesión del Egipto, despertaron tan pronto en aquella noble raza el gusto de la ciencia j el deseo de acelerar por sí mismos sus progresos^ preciso es tener en cuenta sus disposiciones naturales para los goces del espíritu, la configuración par- — 209 — ticular del suelo y las antiguas relaciones de comercio que unian las costas de la Arabia con los Estados vecino?, llega- dos á un alto í^rado de civilización. Entraba sin duda en los maravillosos designios de la armonía del mundo, que la sec- ta cristiana de los Nestorianos, que lia contribuido tan efi- cazmenteá propagar muy lejos los conocimientos adquiridos, ilustrase también á los Árabes antes de su entrada en la sa- bia j sofística Alejandría, v que el nestorianismo cristiano -pudiese penetrar en las comarcas orientales del Asia , bajo la protección armada del islamismo. Los Árabes fueron, con efecto, iniciados por los Sirios, de raza semítica (87) como ellos, en la literatura e-rieo-a, cuvo conocimiento hablan ad- quirido ciento cincuenta años antes de los Nestorianos, per- seguidos por el crimen de herejía. Mahoma y Abubekr vi- vían ja en la Meca en relaciones de amistad con algunos jnédicos que se habian formado por las lecciones de los Griegos j en la célebre escuela de Edeso fundada en Meso- potamia por los Nestorianos. En esta escuela de Edeso, que parece haber servido de modelo á las de los Benedictinos del Monte Casino v de Salerno , fué donde nació el estudio científico de las sustancias medicinales obtenidas de minerales j vegetales. 'Cuando este instituto fué destruido por el fanatismo cristia- no en tiempo de Zenon de Isauria , esparciéronse los Nes- torianos por la Persia , en donde bien pronto adquirieron importancia política, vfundaronáDschondisapur, delKhu- sistan, un nuevo instituto médico que se vio muy frecuen- tado. Hacia mediados del siglo VII, bajo la dinastía de los Thang, llegaron á propagar en China su creencia j su fé á los quinientos setenta v dos años después de haber pene- trado el budhismo indio en aquel reino. Las semillas de la civilización occidental, esparcidasen Persia por monjes instruidos j filósofos que habian deser- *tado de la última escuela platónica de Atenas por conse- TOMO U 14 — 210 — ciiencia de las persecuciones de Justiniano, fueron recog-i- das j aprovechadas por los Araloes durante sus primeras incursiones al Asia. Por incompletos que fuesen los conoci- mientos de los sacerdotes nestorianos, su particular dispo- sición para los estudios médicos v farmacéuticos les permi- tia ejercer una gran influencia sobre una raza que por largo tiempo habia vivido en el pleno goce de la naturaleza libre j que conservaba un sentimiento mas vivo v verdadero de la contení placion del mundo esterior, en cualquiera forma que se les presentase, que los habitantes de las ciudades g-rieo-as é itálicas. Estos raso-os característicos de los Árabes son los que principalmente liacen importante para la histo- ria del Cosmos el período de su dominación. Debe conside- rarse á los Árabes, repito una vez mas, como los verdaderos fundadores de las ciencias físicas, tomando esta denomina- ción en el mismo sentido en que hoj se acostumbra. Es indudable que el encadenamiento íntimo de todas las ideas hace que sea muv difícil asignar en los dominios de la inteligencia la época exacta de su nacimiento. Desde- muj antiguo se ven brillar por todas partes algunos puntos, luminosos en la historia de la ciencia v de los procedimien- tos que á ella pueden conducir. ¡Cuánto tiempo no pasó desde Dioscórides, que estraia el mercurio del cinabrio,, hasta el químico árabe Dscheder, desde los descubrimien- tos ópticos de Tolomeo hasta los de Alhazen ! Pero no pue- den considerarse como fundadas las ciencias físicas, ó mas- o-eneralmente aun las ciencias naturales, sino desde el mó- mentó en que gran número de hombres marchan concerta- damente por las nuevas vias, aunque con desigual éxito. Después de la simple Contemplación de Ja Xainvf'¡f':a, des- pués de la observación de los fenómenos que accidentalmen- te se producen en los espacios del Cielo j de la Tierra, vienen la investigación y el análisis de estos fenómenos, la medida del movimiento j del espacio en que los mismos se — 211 — realizan. En la época de Aristóteles comenzó á usarse por primera vez esta manera de investigación , si bien todavía se limitaba por lo común álanaturaleza orgánica. Haj ade- mas en el conocimiento progresivo de los hechos físicos un tercer grado mas elevado que los otros dos, j es el estudio profundizado de las fuerzas de la naturaleza, de la trasfor- macion que operan estas fuerzas j de las sustancias pri- meras que la ciencia descompone para hacerlas entrar en combinaciones nuevas. El medio de realizar esta disolución es provocar uno mismo j á su arbitrio los fenómenos; en una palabra, es la esjferimentacmi. Los Árabes se elevaron á este tercer grado, casi desco- nocido por completo de los antiguos, y se fijaron principal- mente en los hechos generales. Habitaban un pais donde reina por todas partes el clima de las palmeras, y en la major porción de su superficie^ el de los trópicos; j es que el trópico de Cáncer atraviesa efectivamente la península aquella casi desde Maskat hasta la Meca. A mas, en dicha región, al mismo tiempo que los órganos están dotados de una fuerza vital mas intensa, suministra el reino vegetal en abundancia aromas , jugos balsámicos j sustancias be- neficiosas ó nocivas para el hombre: de aquí resultó que la atención de aquellos pueblos debió ser escitada desde lue- go por las producciones de su suelo y las de las costas de Malabar, de Cejlan j el África oriental, con las cuales sostenían relaciones comerciales. Las formas orgánicas afec- tan en aquellas partes de la zona tórrida caracteres singu- lares que se diversifican casi á cada paso. Cada rincón de tierra ofrece producciones especiales, y despertando conti- nuamente la atención, hace mas activo j variado el comer- cio del hombre con la Naturaleza. Era preciso distinguir cuidadosamente entre sí producciones tan preciosas para la medicina, la industria y el lujo de los templos y los pala- cios; era preciso inve.^tigar el país de que provenían^ que — 212 — Lomares ávidos j astutos ocultaban de ordinario. Numero- sas caravanas atravesaban toda la parte interior de la pe- nínsula arábiga, partiendo del depósito de Gerrlia^ en el Golfo Pérsico j del distrito del Yemen, hasta la Fenicia j la Siria, y esparciendo por doquiera los nombres de aque- llos agentes enérgicos les hacian mas preciosos cada dia. El conocimiento de las sustancias medicinales fundado por Dioscorides en la escuela de Alejandría, es, en su forma científica, una creación de los Árabes, que á su vez hablan podido tomar ellos mismos en una fuente mas abundante j la mas antigua de todas, en la de los médicos indios (88). La farmacia química ha sidoconstituidapor los Árabes^ j de ellos proceden las primeras prescripciones consagradas por la autoridad de los magistrados j análogas á las llamadas hoj recetarios^ quemastarde se estendieron de la escuela de Salermo á la Europa meridional. La Farmacia j la Materia médica, esas dos primeras necesidades del arte de curar, condujeron al mismo tiempo, por dos sendas diferentes, al estudio de la Botánica y al de la Química. Saliendo del círculo estrecho de la utilidad práctica j de las aplicaciones limitadas, el conocimiento de las plantas se difundió poco á poco por un campo mas vasto j mas libre. Los botánicos observaron la estructura del tejido orgánico, la relación de esta estructura con las fuerzas que en él se desarrollan, las lejes según las cuales se presentan las formas vegetales re- unidas en familias j se dividen geográficamente , según la diferencia de los climas y la elevación relativa del suelo. Los Árabes, después de las conquistas que hicieron en Asia, V que conservaron fundando mas tarde en Bagdad un punto central de poderío j de civilización, se esparcieron en el corto espacio de setenta años por todo el Norte de África, por Egipto, Cirene j Cartago, hasta la Península Ibérica, á la estremidad de Europa. Las costumbres, to- davía salvajes, del pueblo v de sus jefes, debian sin duda ha- — 213 — cer sospechar de su parte toda suerte de escesos j brutali- dades. Sin embargo, la violencia atribuida á Amrú, el incendio de la biblioteca de Alejandría , que hubiera basta^ do, según se dice, para calentar durante seis meses cuatro mil salas de baño , parece ser una fábula, sin otro funda- mento que el testimonio de dos escritores posteriores en 580 años á la época en que se dice haberse realizado aquel acon- tecimiento (89). No es necesario entraren detalles de cómo en tiempos mas tranquilos, en la época brillante de Alman- zor, de Harón al-Raschid, de Mamón y de Motazem , aun- que la cultura intelectual de las masas no hubiese aun tomado libre vuelo, las cortes de los príncipes j los institu- tos públicos consagrados á las ciencias pudieron reunir un número considerable de hombres eminentes. No es esta la ocasión de trazar el cuadro de la literatura de los Árabes^ tan vasta j tan desigual en su diversidad, ni tampoco de distinguir lo que ha nacido en las profundidades secretas de su organización ó en el desenvolvimiento regular de sus facultades naturales, v lo que debe referirse á las solicita- ciones esteriores ó á las circunstancias fortuitas. La solución de este importante problema pertenece á otra esfera de ideas. Los datos históricos que aquí presento, han delimitarse á una narración parcial de los progresos que debe á los Árabes la contemplación general del Mundo, por sus descubrimientos en Matemáticas, en Astronomía y en las ciencias naturales. Verdad es que la Alquimia, la Mágia_, j todas las fanta- sías místicas, despojadas por la escolástica del encanto de la poesía, alteraron en aquella ocasión, como sucedió por do quiera en la edad media, los resultados positivos de la cien- cia; pero no es menos cierto que los Árabes, por las inves- tigaciones infatigables á que ellos mismos se entregaron, por el cuidado que tuvieron de apropiarse, por medio de traducciones, todos los frutos de las generaciones anterio- res, han engrandecido las miras sobre la Naturaleza, j do- — -214 — tado á la ciencia de un gran número de creaciones nuevas. Con razón se ha hecho resaltar la gran diferencia que pre- sentan, respecto de la historia de la cultura de los pueblos, las razas invasoras de la Germania j las razas árabes (90). Los Germanos no comenzaron á civilizarse sino después de sus emigraciones: los Árabes llevaban consigo de su patria, no solo su religión, sino también una lengua perfeccionada j las delicadas flores de una poesía que no fue perdida para los trovadores provenzales ni para los minnesinger. Los Árabes ostentaban maravillosas disposiciones para jugar el papel de mediadores é. influir sobre los pueblos comprendidos desde el Eufrates hasta el Guadalquivir j hasta la parte meridional del África central, llevando á un lado lo que habian adquirido en otro. Poseían una actividad sin ejemplo , que señala una época distinta en la historia del Mundo; una tendencia opuesta al espíritu intolerante de los Israelitas, que les incitaba á fundirse con los pueblos vencidos, sin abjurar, no obstante, á pesar del perpetuo cambio de regiones^ de su carácter nacional ni dolos recuer- dos tradicionales de su patria originaria. Ninguna otra raza puede citar ejemplos de mas largos viajes terrestres realiza- dos por individuos aislados, no siempre por interés comer- cial, sino para formar conocimientos. Los sacerdotes budhis- tas del Tibet j de la China, el mismo Marco Polo j los misioneros cristianos enviados á los príncipes mogoles, han limitado sus escursiouesá espacios menos vastos. Una par- te considerable de la ciencia de los pueblos asiáticos fue in- troducida en Europa por las numerosas relaciones de los Árabes con la India j con la China. Es sabido que ja á fines del siglo VII, bajo el califadodelos Omniadas, se estendian sus conquistas hasta el reino de Cabul, bástalas provincias de Kaschgar j de Pendjab (91). Las profundas investiga- ciones de Reinaud nos han demostrado cuánto haj que re- coger en las fuentes árabes para el conocimiento de la In- •dia. La iuvasion de los Mogoles en Cliiua, contuvo jr es -cierto , las comunicaciones con los paises situados á la pa?- te de allá del Oxo (-í^); pero los mismos Mogoles fueron bien pronto los intermediarios de los Árabes, que por esploracio- nes personales j laboriosas investigaciones habian arrojado ja gran luz sóbrela Geografía, desde las costas del Océano Pacifico liasta las del África Occidental , desde los Pirineos basta la comarca pantanosa de Wangarah, situada en el in- terior del África, V descrita por el clierif Edrisi. Según Fraebn, la Oeografía de Tolomeo fue traducida al árabe por los años de 813 á 833 por orden del kalifa Mamón; no es inverosímil que se aprovecharan para aquella traducción algunos fragmento?, perdidos boj, de Marin de Tiro (93). En la larga serie dé geógrafos eminentes que nos ofre- ce la literatura árabe ^ basta mencionar aquellos que abren j cierran la lista: El-Istacliri (94), j Albasan (Juan León el x\fricano). Xunca el conocimiento de la tierra recibió de una Sola vez acrecentamiento mas brillante, basta los descu- brimientos de los Portugueses j de los Españoles. Cincuen- taaños después de la muerte del Profeta, los Árabes habian lleo'ado va á la estremidad occidental de la costa africana, al puerto de Asfi. Mu v recientemente se ha puesto en duda de nuevo un hecho que confieso me habia parecido verosí- mil durante mucho tiempo, v es el de que mas tarde, en la época en que los aventureros conocidos bajo el nombre de Almagrurinos navegaban por el mar TenehrosOy las islas de los (ruanchos fueron visitadas por barcos árabes (95). La gran cantidad de monedas árabes que se han encontrado enterradas en las regiones situadas á orillas del mar Báltico. j^ en la parte de la Escandinavia mas próxima al polo, pro- vienen indudablemente , no de los viajes marítimos de los Árabes, sino de sus relaciones comerciales que se estendian muj á lo lejos en el interior de las tierras (96). La Oeografía no se limitó á fijar la situación relativa — 21íj — de los lugares , á suministrar indicaciones de longitud y de latitud, como ha hecho de ordinario Abul-Hasan, á descri- bir las cuencas de los rios j las cadenas de montañas (97); condujo también á aquel pueblo, amante de la Naturaleza, á ocuparse de las producciones orgánicas del suelo, j par- ticularmente de las sustancias vegetales. El horror que inspiraban á los sectarios del islamismo los estudios ana- tómicos, les impidió hacer progreso ninguno en la histo- ria natural de los animales. Se contentaron á este respecto con lo que pudieron sacar de las traducciones de Aristóteles j de Galeno (98). Sin embargo, la Historia de los Ani niales: de Avicena , que posee la Biblioteca real de París , difiere de la de Aristóteles (99). Ibn-Baithar de Málaga merece especial mención como botánico (100): sus viajes á Grecia, Persia, la India j el Egipto, permiten citarle como ejemplo de los esfuerzos emprendidos para comparar por observa- ciones personales las producciones de las opuestas zonas del Mediodía j del Norte. El^, punto de partida de esas tenta- tivas era siempre el conocimiento de las sustancias medici- nales, que aseguró largo tiempo á los Árabes el predomi- nio sobre las escuelas cristianas , v que perfeccionaron Ibn-Sina (x\vicena), nacido en Afschena, cerca de Bokhara, Ibn-Roschd de Córdoba (Averroes) , Serapion el Joven de Siria, jMesna de Maridin del Eufrates, aprovechando to- dos los materiales que les suministraba el comercio terres- tre y marítimo. íle escogido intencionadamente sabios na- cidos á grandes distancias unos de los otros, porque los nombres de los paises á que pertenecen, demuestran cla- ramente cómo por efecto de las tendencias intelectuales peculiares á la raza árabe , y merced á una actividad que se ejercia simultáneamente por todas partes, se estendió el conocimiento de la Naturaleza sobre una porción considera- ble de la tierra y engrandeció el círculo de las ideas. En este círculo entró también la ciencia de un puebla — 217 .- de civilización anterior á los Árabes: me refiero á los In- dios. Durante el califado de Haron-al-Raschid , se tradu- jeron del sánscrito al árabe muchas obras importante?, pro- bablemente las conocidas bajo el nombre semi-fabuloso de Tscharaka y de Ñiisruta (1). Avicena, hombre de pode- rosa inteligencia, al cual se ha comparado muchas veces con Alberto el Grande, da en su Materia médica una prue- ba evidente de esta influencia ejercida por la literatura in- dia. Conoce por su verdadero nombre sánscrito , según in- dica el sabio Rojle , el cedro Leodvara , que crece en los nevados alpes del Himalaja, adonde ciertamente que no se habia aventurado ningún Árabe en el siglo XI (2). Tiene á este árbol por una especie del género junípero que entra en la composición del aceite de trementina. Los hijos de Aver- roes vivian en la corte del gran Hohenstauffen Federico II, que debia sus nociones acerca de los animales j las plan- tas de la India á sus relaciones con sabios Árabes j con Ju- díos españoles versados en el conocimiento de las len- guas (3). El kalifa Abderrahman I llegó hasta á fundar un jardin botánico cerca de Córdoba, j envió á Siria v á las demás regiones del Asia viajeros encargados de recoger si- mientes raras (4). Plantó cerca del palacio de la Risafah la primera palmera , componiéndole un canto en verso^ en que recuerda melancólicamente la ciudad de Damasco, su país natal. La química fue principalmente la que mas aproveches los servicios prestados por los Árabes á la ciencia general de la Naturaleza, pues con los Árabes comenzó para la Química una nueva era; aunque indudablemente la alqui- mia j ¡as fantasías neoplatónicas se mezclasen íntimamente á esta ciencia, como la astrología al conocimiento de los as- tros. Las necesidades ig-ualmente urg-entes de la Farmacia V de las artes de aplicación , condujeron á descubrimientos también favorecidos por operaciones herméticas sobre los — 218 — metales, hechas á este propósito^ ó que á él concurrieran accidentalmente. Los trabajos de Oreber, ó mejor dicho, de Djaber (Abu-Mussah Dschafar-al-Kufi) ^ v los de Rasis (Abu-Bekr-Arrasi) , mucho mas posteriores, tuvieron mu V importantes consecuencias. Señálase esta época por la composición del ácido sulfúrico, del ácido nítrico (5) j del agua regia, por la preparación del mercurio j de otros óxi- >dos metálicos, v por último, por el conocimiento de la fer- mentación alcohólica (6). La primera organización científica de la (v^uímica y sus progresos importan tanto mas á la his- toria de la Contemplación del Mundo,, cuanto que entonces por la primera Tez, fue comprobada la heterogeneidad de las sustancias v la naturaleza de las fuerzas que no se ma- nifiestan por el movimiento, j cuanto que aliado de la es- •celencia ^^Jaforma^iú como la entendían Pitágoras j Pla- tón, introdujeron el principio de la cora posición v de la jite:cla. Sobre estas diferencias de la forma v de la mezcla descansa todo cuanto sabemos de la materia: y son las abs- tracciones bajólas cuales creemos poder abrazar el conjunto j el movimiento del Mundo, por la medida j por la análisis. Difícil es hoj determinar la utilidad que haja podido tener para los químicos árabes el conocimiento de la litera- tura india, j en particular de los escritos sobre el Rasaya- na (7); qué es lo que han tomado de las artes profesionales de los antiguos Egipcios; de las nuevas prescripciones del pseudo-Demócrito ó del sofista Sjnesios sobre los procedi- mientos de la alquimia; j por último , lo que han podido recoger de las fuentes chinas por el intermedio de los Mo- goles. Puede afirmarse al menos , según las nuevas j con- cienzudas investigaciones del eminente orientalista Rei- naud, que ni la invención de la pólvora, ni el uso que de €lla se hizo para lanzar projectiles huecos^ pertenecen á los Árabes (8). Hassan-al-Rammah, que escribía en los años de 1285 á 1295, no conocia esta aplicación : mientras que — 219 — ya en el sig*lo XÍI, es decir, cerca de doscientos años an- tes de Berthold Schwartz, se usaba de una especie de pól- vora para volar las rocas del Rammelsberg, una de las montañas que forman el grupo de Harz. Subsisten tam- bién muchas dudas acerca del descubrimiento de un ter- mómetro atmosférico atribuido á Avicena, según el testi- monio de Sanctorio. Lo que baj de cierto en ello es que trascurrieron todavía seis siglos enteros antes de que Gali- leo, Cornelio Drebbel y la Academia del Cimento llegaran á medir con exactitud la temperatura , v procurasen así un medio poderoso de penetrar en un mundo de fenómenos desconocidos, que nos asombran por su regularidad j perio- dicidad, j de comprender el encadenamiento universal de los efectos j de las causas en la atmósfera , en las capas superpuestas del mar j en el interior del globo. Entre los progresos que la física debe á los Árabes , preciso es limi- tarnos á citar los trabajos de Albazen sobre la refracción de los rajos , tomados quizás en parte de la Oj)¿Wff de Tolomeo, j el descubrimiento v la aplicación del péndulo como medida del tiempo por el gran astrónomo Ebn- ■Jonis (9). La pureza j la trasparencia, rarísimamente turbada, del cielo de la Arabia, llamaron la atención de sus ba- bitantes_, en el tiempo mismo en que aun do se babian des- pojado de su rudeza primitiva, acerca del movimiento de los astros. Así es que al lado del culto astronómico de Jú- piter, en uso entre losLachmitas, encontramos también en- tre los Aseditas la consagración de un planeta próximo al Sol, j mas raramente visible, como Mercurio. Sin embargo, esto no impide que la actividad científica desplegada por los Árabes en todas las ramas de la astronomía práctica, deba atribuirse en gran parte á las influencias de la Cal- dea y de la India. Las condiciones de la atmósfera, por be- neficiosas que sean, en razas bien dotadas, no pueden me- — 220 — nos de favorecer las disposiciones naturales va desarrolladas por el contacto con pueblos mas adelantados en civilización. ¡Cuántas comarcas no haj en la América tropical , tales como Pajta j las provincias de Cumaná v de Coro, en donde se desconoce la lluvia, donde el aire es aun mas tras- parente que en Egipto, en Arabia j en Bokhara! El clima de los trópicos , la eterna serenidad de la bóveda celeste sembrada de estrellas j nebulosas, influyen por do quiera en las disposiciones del alma; mas para que esas impre- siones sean eficaces, para que muevan el espíritu j le lle- ven á ideas fecundas j al desarrollo de los principios ma- temáticos , preciso es que en el interior j en el esterior se ejerzan otras influencias independientes por completo del clima; necesario, por ejemplo, que la satisfacción de las necesidades religiosas ó agronómicas haga de la división del tiempo una condición del estado social. En las naciones entregadas al comercio j al cálculo, como los Fenicios; en pueblos constructores j agrimensores, como los Caldeos j los Egipcios, las reglas prácticas de la aritmética j de la geometría se descubrieron bien pronto; mas esto no podia ser aun en ellos, sino una preparación para el desarrollo de la astronomía jde las matemáticas consideradas como cien- cias. Necesario es mas alto grado de cultura para que los fenómenos terrestres puedan aparecer como un reflejo de los cambios que se realizan en el Cielo según una lev in- variable, y que en medio de estos fenómenos se dirija el espíritu hacia el po/o fijo , según la espresion de un gran poeta alemán. La convicción de la regularidad que presi- de al movimiento de los planetas, es lo que mas ha contri- buido en todos los climas á la investigación del orden j la lej en las olas del mar atmosférico, en las oscilaciones del Océano, en la marcha periódica de la aguja imantada j en la distribución de los seres organizados sobre la superficie de la tierra. 221 Desde fines del siglo A'ÍII habían pasado de la India á la Arabia tablas planetarias (10). Hemos dicho antes que el Susruta , antiguo depósito de todos los conocimientos médicos de los Indios, fue traducido por algunos sabios de la corte del califa Haron-al-Raschid ; prueba palpable de la •acogida que encontró desde un principio la literatura sáns- crita. El matemático árabe Albjruni fué él mismo á la In- dia para estudiar la Astronomía. Sus escritos_, conocidos por primera vez hace mu j poco tiempo , acreditan cuan familiares leerán la comarca, las tradiciones j la ciencia compleja de los Indios (11). Cualesquiera que sean, por otra parte, las obligaciones de los Árabes para con los pueblos que les precedieron en civilización, particularmente para con las escuelas de la In- dia j de Alejandría, no puede negarse que han engrande- cido de una manera considerable el dominio de la Astrono- mía, gracias á su sentido práctico, al número j dirección de sus observaciones^ á la perfección de los instrumentos de medida, j finalmente, al celo con que corrigieron las anti- guas tablas comparándolas cuidadosamente con el Cielo. Sé- dillot ha reconocido en el libro Vil del Almagesio de Abul- Wefa, la importante perturbación á que está sometida la longitud de la Luna ; perturbación que desaparece en las sizigias j en los cuartos y toca su máximum en los ociantes. Este fenómeno es el mismo que bajo el nombre de 'cariacion se habia considerado hasta aquí como un descubrimiento de Ticho-Brahe (12). Las observaciones de Ebn-Junis en el Cairo han adquirido principalmeute importancia por las perturbaciones j las variaciones seculares comprobadas en las órbitas de los dos mavores planetas^ Júpiter j Satur- no (13). El cuidado que tuvo el califa Al-Mamon de hacer medir un grado terrestre en la gran llanura de Sindschar, entre Tadmor v Bakka por observadores cu vos nombres nos ha conservado Ebn-Junis, tiene menos importancia por los 222 resultados obtenidos, que por ser un testimonio de la cul- tura científica á que liabia llegado la raza árabe. El esplendor de esta cultura tuvo ciertos reflejos que de- bemos señalar y son: al Oeste, en la España cristiana, el congreso astronómico de Toledo reunido en tiempo de Al- fonso de Castilla, j en el cual el rabino Isaac Ebn-Sid-Hu- zan jugó el principal papel; en el fondo del Oriente, el observatorio provisto de un gran niimero de instrumentos- que IIschan-Holagu, nieto menor del gran invasor Dscbi- giscban , estableció sobre una montaña cerca de Meragha,. que Nasir-Eddin, de Fons, en la provincia de Korasan^ hizo centro de sus observaciones. Estos hecbos particulares merecen mencionarse en la historia de la Contemplación del Mundo, porque recuerdan de una manera evidente cómo la aparición de los Árabes, ejerciendo su mediación sobre vas- tos espacios, ha podido servir para propagar la ciencia j acu- mular los resultados numéricos _, que en la gran época de Képlero j de Ticho llegaron á ser la base de la astronomía teórica j valieron para rectificar las ideas sobre los movi- mientos de los cuerpos celestes. En el siglo XV la antorcha encendida en la parte del Asia que habitaban los pueblos tártaros, irradió en Occidente hasta Samarcanda, en donde Ülugh-Beig, descendiente de Timurlengk, estableció cerca del observatorio un gimnasio, á imitación del museo de Ale- jandría, y mandó formar un catálogo de las estrellas, fun- dado únicamente en observaciones recientes y perso- nales (14). Después de haber pagado el tributo de elogios que me- recen los servicios prestados por los Árabes á la ciencia de la Naturaleza en la doble esfera del Cielo y de la Tierra, réstanos todavía mencionar lo por ellos añadido al tesoro de^ las matemáticas puras, esplorando las sendas solitarias del pensamiento. Según los últimos trabajos emprendidos en Inglaterra, Francia y Alemania sobre la historia de las ma- — :>23 — temáticas, parece que el Algebra de los Árabes La tomado primitivamente su origen en «dos rios que seguían sepa- radamente su curso, indio el uno j griego el otro (15).» El Compendio de Algebra compuesto por el matemático Mohammed-Ben-Muza, de Chowarezm, de orden del califa Al-Mamon , tiene por base , como ha hecho ver mi sabio amigo Federico Eosen, arrebatado tan prematuramente á la ciencia , no los trabajos de Diofanto , sino los descubri- mientos de los Indios (16). También ja en tiempo de Al- manzor, afines del siglo VIII, fueron llamados varios astrónomos indios á la brillante corte de los Abasidas. La traducción de las obras de Diofanto al árabe por Abul- Wefa-Buzjani no se hizo hasta fines del siglo X según Ca- siri j Colebrooke. En cuanto al método que consiste en ir gradualmente v con reserva de lo conocido á lo desconoci- do, método que parece haber faltado á los antiguos alge- bristas de la India, los Árabes le habian tomado de las es- cuelas de Alejandría. Esta bella herencia, aumentada con nuevas adquisiciones, se estendió en la literatura europea de la edad media por mediación de Juan de Sevilla j de Gerardo de Crémona (17). «Los tratados de álgebra de los Indios contienen la resolución general de las ecuaciones in- determinadas de primer grado, j una discusión de las ecuaciones de segundo grado mucho mas completa que las de los escritos de los Alejandrinos que se han conservado hasta nosotros. No queda duda, por lo tanto, de que si es- tos trabajos de los Indios se hubiesen revelado á los Euro- peos dos siglos antes, y no en nuestro^ dias, habrian debido^ acelerar el desarrollo de la análisis moderna.» Por las mismas vias, j anudados de las relaciones que ja debian al Algebra, aprendieron los Árabes á conocer las cifras indias en Persia j en las orillas del Eufrates. Esta nueva adquisición data del siglo IX. Por entonces algunos Persas se hallaban establecidos como aduaneros á lo larga — 224 — de las orillas del Indo, j el uso de las cifras indias se haoia iiecho general en las factorías de aduana fundadas por los Árabes en las costas septentrionales de África, frente á las plajas de la Sicilia. Sin embargo, las importantes y sóli- das investigaciones á que se ha visto llevado el eminente matemático Chasles por su juiciosa interpretación de la ta- bla llamada de Pitágoras en la Geometría de Boecio (18), hacen mas que verosímil la opinión de que los cristianos de Occidente estaban familiarizados aun antes que los Árabes con las cifras indias, y que con el nombre de sistema dcJ Ahaco conocían el uso de las nueve cifras que cambiaban de valor según su posición relativa. No es esta la ocasión de entrar en más amplios detalles sobre este objeto, que he tratado ja en dos Memorias leidas «n 1819 j en 1829 á la Academia de las Inscripciones de París y á la Academia de Ciencias de Berlin (19). Pero k propósito de este problema histórico , en el cual queda mucho que descubrir, se presenta la siguiente cuestión: el ingenioso sistema de posición que figura ja en el abaco etrusco y en el Suanpan del Asia central ¿ha sido inven- tado dos distintas veces en Oriente v en Occidente : ó •siguiendo la senda abierta al comercio en tiempo de los La- gidas, ha sido trasportado de la península aquende el Gan- ges á Alejandría, y tomado, en la renovación de las fan- tasías pitagóricas, por invención del fundador del Instituto? En cuanto á la posibilidad de que antiguas comunicaciones existieran con anterioridad á la olimpiada 60 y que hubie- ran quedado completamente desconocidas, no es cosa que valo*a la pena de pensar en ella. ¿Por qué el sentimiento de necesidades análogas no ha de haber podido engendrar se- paradamente las mismas combinaciones de ideas en despue- blos de diferente raza, pero dotados uno y otro de faculta- des brillantes? Los Árabes prestaron así un doble servicio á las ciencias maíemáticas: su Algebra, á pesar de la iüsuficieucia de sus sig-nos j notaciones, Labia influido felizmente, tanto por lo que iiabian tomado de los Griegos v de los Indios, como por sus propios descubrimientos , en la época brillante de ios matemáticos italianos de la edad media. Ellos fueron también los que por sus escritos v por la estension de su comercio, difundieron el sistema de numeración india desde Bagdad basta Córdoba. Estos dos progresos, la propagación de la ciencia v la de los signos numéricos con su doble va- lor absoluto V relativo, influjeron de una manera diferente, pero igualmente eficaz, en el desarrollo matemático de la ciencia de la Naturaleza. Así se llegó en el dominio de la Astronomía, de la Óptica j de la Geografía física, en la teoría del calor y en la del magnetismo, á regiones que pa- recían colocadas fuera del alcance de los hombres . v que hubieran quedado sin este útil socorro inaccesibles. Háse agitado con frecuencia en la historia de los pue- blos la cuestión de saber qué hubiera sucedido si Cartago hubiese triunfado de Roma j sometido á la Europa occi- dental: «puede también preguntarse, dice Guillermo de Humboldt (20), cuál seria hov el estado de nuestra civili- zación, si los Árabes hubiesen conservado el monopolio de la ciencia que estuvo mucho tiempo entre sus manos v per- manecido en posesión del Occidente.» Me parece fuera de duda que no hubiera ganado nada la civilización en nin- guno de los dos casos. A la misma causa que produjo la dominación romana, es decir, al espíritu j al carácter ro- manos, mas bien que á acontecimientos fortuitos v esterio- res, somos deudores de la influencia ejercida por los Ro- manos en nuestras instituciones civiles, en nuestras leves, nuestra lengua j nuestra cultura intelectual. A consecuencia de esta benéfica influencia v de una especie de afinidad ínti- ma, hemos llegado á comprender el espíritu v la lengua de los Griegos, en tanto que los Árabes apenas se fijaron mas TO;nO I!. i'* — 226 — que en los resultados científicos de la erudición o-rieca e^ decir, en los descubrimientos que interesaban á las ciencias naturales j físicas, en la Astronomía j en las Matemáticas puras. Conservando cuidadosamente los Árabes la pureza de su idioma nacional j la agudeza de sus pensamientos metafóricos_, supieron dar á la espresion de sus sentimien- tos j á la forma de sus sentencias la gracia y los colores de la poesía. Pero á juzgar por lo que eran en tiempo de los Abasidas, por mas que bubieran trabajado sobre la anti- güedad con la cual los bailamos desde entonces en comer-^ ció , parece que jamás bubieran podido dar vida á esas- obras literarias y artísticas de tan elevada poesía j de un arte tan consumado que se glorifica de baber producido en su desarrollo nuestra civilización europea orgullosa con jus- ticia de la armonía que ha sabido establecer entre tantos elementos diversos. VI DESARROLLO DE LA IDEA DEL COSMOS EN LOS SIGLOS XV Y XVI. ÉPOCA DE LOS DESCUBRIMIENTOS EN EL OCÉANO. — ACONTECIMIENTOS QUE LOS DETERMINARON. — DESCUBRIMIENTO DEL HEMISFERIO OC- CIDENTAL.— COLON, SEBASTIAN CABOT Y GAMA. — LA AMERICA Y EL OCÉANO PACIFICO. — CARRILLO, SEBASTIAN VIZCAÍNO, MENDAÑA Y QUIRÓS — RICOS MATERIALES PUESTOS Á DISPOSICIÓN DE LAS NACIONES OCCIDENTALES DE LA EL ROPA. El siglo XV pertenece á esas épocas raras en que todos los esfuerzos intelectuales ofrecen el carácter común d& una tendencia invariable hacia un objeto determinado. La unidad de los esfuerzos, el éxito que los ha coronado, la actiya energía que manifestaron pueblos enteros, dan á la edad de Colon, de Sebastian Cabot j de Gama un es- plendor brillante y duradero. Colocado entre dos fases dife- rentes de la civilización, el siglo XV parece ser una época intermediaria con que acaba la edad media, j comienzan los tiempos modernos. Es esta la época de los descubri- mientos mas grandes realizados en el espacio. Todas las la- titudes, todas las alturas de la superficie terrestre fueron esploradas. Duplicando el siglo XV para los habitantes de Europa la obra de la creación, suministraba á la inteligen- cia nuevos j poderosos estímulos, que debian acelerar el progreso de las ciencias bajo el punto de vista matemático j físico (21). Gomo ja liabia acontecido en la espedicion macedónica, j con ma jor autoridad aun , el mundo esterior se imponía al espíritu, ó bajo formas individuales, ó como el conjunto de fuerzas vivasen acción simultáneamente. A pesar de su abundancia v su diversidad, las imágenes que herian ais- ladamente los sentidos, se fundieron poco á poco en una gTan síntesis , y la naturaleza terrestre pudo ser abarcada en su universalidad. Fué este el resultado de observaciones positivas , que no el efecto de meras adivinaciones vagas, cujas formas cambiantes flotaban ante la imaginación. La bóveda celeste descubrió á la vista , aun sin el auxilio de instrumentos, espacios nuevos, estrellas jamás apercibidas, y nebulosas que describían aisladamente su órbita. En uingun otro tiempo, va antes lo lie hecho notar, se vio una parte del género humano en posesión de mayor número de hechos, ni en estado de fundar sobre la compa- ración de materiales mas considerables la descripción física déla tierra. Nunca tampoco los descubrimientos realizados en el espacio v en el mundo material han llevado al orden moral cambios mas estraordinarios. El horizonte se ensan- chó: multiplicáronse las producciones con los medios de cambio; fundáronse colonias de tal estension, como jí^más se habia visto semejante , y por esto las costumbres espe- rimentaron también una revolución. Si dichos aconteci- mientos tuvieron como resultado primero el de arrojar v mantener en la esclavitud una parte de la raza humana, no por ello carecieron de influencia en su ulterior emanci- pación . Todos los hechos, que considerados aisladamente en .a vida de los pueblos, señalan un progreso considerable de la inteligencia, tienen raices profundas en la serie de lo3 siglos que les han precedido. No está en el destino de la especie 229 humana el que esta sufra un eclipse que la envuelva ente- ramente j de una manera uniforme. Un principio conserva- dor mantiene sin cesar la fuerza vital v progresiva de la razón. La época de Colon no hubiera llegado tan pronto al objeto á que tendia, si gérmenes fecundos no se hubieran sembrado de antemano por una sucesión de grandes hom- bres que atraviesa como rastro luminoso los tenebrosos si- glos de la edad media. Uno solo de esos siglos, el XIIL nos muestra reunidos á Rogerio Bacon, Nicolás Escoto^ Alberto el Grande y Vicente de Beauvais. Una vez despier- ta la actividad intelectual dio sus frutos, ensanchándola física del o-lobo. Cuando en 1525 volvió Dieg-o Rivero del Cono-reso g-eoo-ráfico- astronómico celebrado en la Puente de o DO Caja, cerca de Yelves, para dar fin á las diferencias j determinar las fronteras de las dos monarquías española j portuguesa, habíase ja trazado el contorno del Nuevo Con- tinente desde la Tierra de Fuego hasta Labrador. En la cos- ta occidental que mira al Asia, los progresos fueron natu- ralmente menos rápidos. Sin embargo, en 1543 Rodríguez Cabrillo habia avanzado hacia el Norte hasta mas allá de Monterej; j cuando este grande j atrevido navegante ha- lló la muerte en el canal de Santa- Bárbara, cerca de la Nueva California, el piloto Bartolomé Ferreto llevó el re- conocimiento hasta el grado 43 de latitud , junto al cabo Oxford de Vancouver. Tal era entonces la emulación con que los pueblos comerciantes, Españoles, Ingleses j Por- tugueses^ tendían hacia un solo j mismo fin, que bastó me- dio siglo para determinar la configuración esterior de los paises comprendidos en el hemisferio occidental , es decir, la dirección principal de las costas. El conocimiento del hemisferio occidental adquirido en el siglo XV por las naciones europeas, es el objeto prin- cipal de este capítulo. Fue, con efecto, un acontecimiento inmenso, cuyos resultados fecundos han contribuido de^ — 230 — mil maneras á rectificar v enfírrandecer las miras sobre el mundo. Sin embargo, debemos establecer desde luego una marcada distinción entre el primero é incontestable descu- brimiento de la América septentrional becho por los Nor- mandos, j las espediciones que mas tarde motivaron el co- nocimiento de las regiones tropicales del mismo Continente. En una época en que el califado de los Abasidas aun florecía en Bagdad, en que la Persia todavía estaba bajo la domi- nación de los Samanidas, tan favorable al cultivo de la poesía, hacia el año 1000 próximamente, la América fué reconocida por Leif, hijo de Erico el Rojo, desde la estre- midad septentrional basta el grado 41 ^/.j de latitud Nor- te (22). El impulso que produjo este acontecimiento, aun- que de un modo fortuito, partió de la Noruega. Queriendo Naddod en la segunda mitad del siglo IX , navegar hacia las islas Feroer, queja hablan visitado los Irlandeses, fue arrojado por la tempestad sobre las costas de Islandia. In- golf fundó en esta isla el año 875 el primer establecimiento normando. La Groenlandia^ península oriental de una re- gión que parece estar del todo separada por las olas de la América propiamente dicha^ fué señalada desde luego (23); pero solamente cien años después, en 983, recibió una colonia de la Islandia llamada en un principio por Naddod Snjoland ó país de la Nieve. A consecuencia de esta colo- nización islandesa fué como se llegó al Nuevo Continente sig'uiendo las costas de la Groenlandia en la dirección del Sud-Oeste. Las islas Feroer j la Islandia deben, pues, considerarse como estaciones intermedias j puntos de par- tida de las espediciones que condujeron á los Normandos hacia la Escandinavia americana. Así fué como el estable- -cimiemto de Cartago habia suministrado á los Tirios los medios de llegar hasta el estrecho de Gadeira v al puerto de Tarteso, desde cuvo puerto aquel pueblo emprende- dor se dirigió de estación en estación hasta Cerné_, llama- — 2'Si — •da por los Cartag-ineses Gaulea ó isla de los Buques (24). A pesar de la proximidad de las costas del Labrador (Helluland y Milka) situadas frente á la Groenlandia, se pasaron ciento veinticinco años entre el primer estableci- miento de los Normandos en la Islandia j el gran descu- brimiento de la América por Leif ; ¡tan insuficientes eran para las necesidades de la navegación los recursos que ofre- ■ciaá una raza noble j vigorosa, pero pobre, aquel rincón de tierra aislado j desierto! Comparadas con la Islandia j la Groenlandia las costas de la Vinlandia, así llamada por el alemán Tvrker, á causa de las viñas silvestres que en ellas se encontraron, podian ofrecer algún atractivo por su fecun- didad j la dulzura del clima. Aquellas costas denominadas también por Leif el hieii jmis del riño (Vinland it goda), comprendian toda la estension del litoral situado entre Bos- ton y New- York, y por consiguiente, partes de los tres Es- tados modernos de Masacliusetts, de Rhode-Island v de Connecticut, colocados bajo los paralelos de Civita Vecliia y de Terracina, pero cujas temperaturas medias varian en- tre 8 grados y^^, j 11 grados -/^^ (^b). Allá tenian su es- tablecimiento principal los Normandos. Los colonos tuvie- ron con frecuencia que combatir contra la aguerrida raza de los Esquimales que en esta época llevaban el nombre de Skroelingues y se estendian mucho mas allá hacia el Sud. El primer obispo de Groenlandia, Erik-Upsi, islandés de nacimiento, emprendió en 1121 la propaganda del cris- tianismo en la Vinlandia, y ja se habla de esta colonia en las antiguas poesías nacionales cantadas por los indígenas, de las islas Feroer (26) . La actividad y el espíritu emprendedor de los aventure- ros islandeses j groenlandeses, están acreditados en la cir- cunstancia de haber levantado á mas de los establecimien- tos que fundaron hacia el Sud hasta el grado 41 y.¿ de latitud, tres monumentos, tres linderos, en la costa oriental — 232 — (le la Ijakia de Baffin, á los 7*2° 55' de latitud , en una de las islas de las Mujeres, al Nor-oeste de Upernavik, hoj la mas septentrional de las colonias danesas (27). La piedra rúnica descubierta en el otoño del año de 1824 por un groen- landés, llamado Pelinut, lleva la fecha de 1135, seo-un Rask j Finn Magnusen. Atraidos los colonos de la costa oriental de la bahía de Baffin por el incentivo de la pesca ^ visitaron periódicameate el estrecho de Lancaster, así como una parte del estrecho de Barrow, j esto mas de seis siglos antes d^ las atrevidas empresas de Parrj j de Hoss. Los puntos en donde se verificaba la pesca están claramente descritos en los Sagas, donde se dice que la primera espe- dicion se llevó á cabo en 126(i por sacerdotes groenlande- ses del obispado de (íardar. Llamábase á esta estación de estío, situada al Nor-oeste, hi lauda 'hj Ki'oJíSÍjardar. Ya se ha hecho mención de la madera flotante que venia segu- ramente de la Siberia j de que se recogia en estos parajes cachalotes, morsos v osos marinos que allí se encontraban en gran número '28 . Las noticias ciertas acerca de las relaciones que existian entre los paises situados en la estremidad septentrional de Europa, j de las que los (Groenlandeses j los Islandeses mantuvieron con la América propiamente dicha ^ se inter- rumpen á mediados del siglo XIV. Sábese^ sí, que en 1347 fué enviado un buque al Markland (Nueva Escocia), para buscar allí maderas de construcción y otros objetos. A su vuelta fué asaltado por la tempestad j obligado á arribar en Straumfjiperd, en la costa occidental delalslandia. Esta es la última mención de la América normanda que nos han conservado las antiguas fuentes históricas de la Escandi- navia (29). Hasta aquí nos hemos mantenido cuidadosamente en ei terreno de la historia. Merced á las investigaciones críticas publicadas por Cristian Rafn j por la Real Sociedad de los - 233 — anticuarios del Norte, de Copsnliaofue , los Sagas j otros documentos relativos á los viajes de los Normandos á la Halljlandia (Neufúudland), á la Marklandia, que com- prende la. embocadura del rio San Lorenzo j la Nueva Es- cocia, j á la Vinlandia (Masachusetts) , han sido impresos separadamente j comentados de una manera satisfacto- ria (30). La longitud del camino, la dirección seguida por los navegantes, el momento en que sale ó pone el sol , están indicados allí con exactitud. Las jiuellas que se ha creido hallar de un descubri- miento de la América hecho por los Irlandeses con anterio- ridad al año de lOOj}, son mas inciertas. Los Skr(jelingues contaron á los Normandos establecidos en la Vinlandia, que alo lejos hacia el Sud, mas allá de la bahía de Chesapeak «habitaban hombres blancos que iban vestidos con larg-os trajes blancos, llevando delante de sí algunos palos de que colgaban pedazos de tela, j hablando en alta voz.» Los Normandos cristianos creyeron ver en esta descripción pro- cesiones con estandartes en que se cantaba. En los Sagas mas antis'uos, en las narraciones históricas de Thorfinn Karlsef- ne, v en el Landnatinxloli islandés, las costas meridionales comprendidas entre la Virginia j la Florida, llevan el nom- bre de ipah de hs homhres llamos. También son llamadas en las mismas fuentes Gran- Irlanda (írland it Mikla), j ase- gúrase que han sido pobladas por los Iros. Según testimo- nios que se remontan al año 1064, AriMarsson, de la pode- rosa familia •islandesa de Ulf el Bizco, haciendo rumbo hacia el Sud antes del descubrimiento de la Vinlandia por Leif, probablemente hacia el año 982, fué arrojado por la tem- pestad á la costa del país de los hombres blancos, allí Stt le bautizó, j no habiendo logrado obtener permiso para volverse, fué reconocido mas tarde por algunos habitantes de las islas de Orknej j por varios Islandeses (31). Es la opinión de algunos sabios familiarizados con las — -2.34 — íiutig-üedades del Norte_, la de que si los primeros liaVitan- tes de la Islandia son llamados en los mas antiguos docu- mentos de esta isla hombres del Oeste llerjados fOT mar^ pre- ciso es deducir que no ha sido poblada por colonias llega- das directamente de Europa, sino por Iros que hubieran pasado antig-uamente á América, y volvieran de la Virgi- nia j de la Carolina, es decir, por hombres que después de haber habitado la Gran Irlanda , la parte de América lla- mada y^rt/,? de los homlres hJancos^ vinieron á establecerse en la costa Sud-este de la Islandia, en Papjli y en la pequeña isla Papar, próxima á aquella costa. Pero la preciosa obra del monje irlandés Dicuil : De menswTd orhis terrre ^ com- puesta hacia el año 825, y por consiguiente' treinta j ocho años antes que Naddod hubiera dado á conocer la Islandia á los Normandos, no confirma esta opinión. En el Norte de Europa anacoretas cristianos, j en el interior del Asia piadosos monjes budhistas han esplorado lucrares inaccesibles, abriéndolos á la civilización. El ardor de la propaganda religiosa ha trazado el camino ja á em- presas militares, ja á ideas pacíficas j á relaciones comercia- les. El fervor particular de las religiones de la India, de la Palestina j de la Arabia, tan contrario á la indiferencia del politeismo griego j romano, ha acelerado singularmente los progresos de la ciencia geográfica en la primera mitad de la edad media. Letronne, comentador de Dicuil, demuestra ingeniosamente que los misioneros irlandeses arrojados de las islas Feroer por los Normandos, comenzaron á visitar la Islandia hacia el año 795. Cuando los Normandos lle- garon á Islandia encontraron alli libros irlandeses, campa- nas j otros objetos que habian dejado en ella los antiguos colonos llamados Papar. Esos Papar (papíe, padres) son los €lerici de Dicuil (32). Si como puede conjeturarse por el testimonio de este escritor, dichos objetospertenecian á mon- jes irlandeses venidos de las islas Feroer, ¿por qué los mon- — 235 — jes (Pa¡)ar) se llamaban según las tradiciones del país Jiomhres del 0^5/^(Vestmenn), «llegados del Oeste por mar» (Komnir til vestan um liafj? En cuanto al viaje heclio en 1170 por el príncipe galo Madoc, hijo de Owen Guinet, hacia un gran país situado al Oeste , v á la relación que pueda ofrecer este hecho con la Gran Irlanda de los Sagas islandeses, todo en este punto ha permanecido hasta aquí muj oscuro. Poco á poco también se desvaneció la preten- dida raza de los Celto -Americanos, que viajeros demasiado crédulos suponian haber encontrado en muchos paises de los Estados-Unidos. Esta quimera ha desaparecido desde que se introdujo el estudio comparativo de las lenguas fun- dado en su estructura orgánica j no en semejanzas acciden- tales de sonidos (33). Por lo demás, si este primer descubrimiento de la Amé- rica, hecho en el siglo XI ó quizás antes, no tuvo la grande j duradera influencia que ejerció en los progresos de la ciencia del mundo el mismo descubrimiento, renovado á fines del siglo XV por Cristóbal Colon, esplicase esto por la poca cultura de los pueblos primeros que descubrieron este continente j por la naturaleza de los lugares en que se encerró su esploracion. Ninguna educación científica habia preparado á los Escandinavos para estender sus investiga- ciones en el país que ocupaban , mas allá de lo que exigia la satisfacción de las necesidades mas apremiantes. Puede considerarse como la verdadera metrópoli de esas colonias la Groenlandia v la Islandia, comarcas en que el hombre tenia que luchar contra la inclemencia de un clima inhos- pitalario. Gracias, sin embargo, á su maravillosa organiza- ción la república islandesa conservó su independencia v su carácter propio durante 450 anos hasta la ruina de sus li- bertades municipales, y sumisión del país al rej de No- ruega Hakon VI. El desarrollo de la literatura islandesa, la redacción de los anales del país, la colección de los — 236 — Sagas y cantos del Edda datan de los siglos XII j XIIL Singular espectáculo es en la historia de la cultura de los pueblos ver que el tesoro de las tradiciones mas anti- guas de la Europa septentrional, comprometido por luchas intestinas en el suelo mismo en que aquellas hahian nacido^ pasa de allí á Islandia, y es conservado en ella cuidadosa- mente para la posteridad. Esta conservación, consecuencia lejana del primer establecimiento delngolf en Islandia (875), fué un grave acontecimiento en la esfera de la poesía v de ia imaginación, en el mundo vaporoso bosquejado por los mitos j las cosmogonias emblemáticas de las razas escandi- navas. La ciencia de la Xaturalezn, sin embargo, no ganó en ello nada. Cierto es que viajeros islandeses iban á visi- tar las escuelas de Alemania j de Italia, pero los descu- brimientos de los Groenlandeses en el Sud, el mezquino comercio que se estableció con la Vinlandia, cu va ves^eta- cion no ofrecía carácter alguno notable, atrajeron tan poco á, ios colonos v navegantes fuera del círculo de sus intereses esencialmente europeos, que no se esparció en los pueblos civilizados de la Europa merid'ional ninguna noticia de aquellas recientes colonias. Ni aun se ve que en Islandia baja llegado á oidos del gran navegante genovés el menor dato acerca de esas regiones. En efecto, la Islandia j la (xroenlandia estaban divorciadas hacia mas de dos siglos;, porque en 1261 la ( froenlandia Rabia perdido su constitu- ción republicana, j como á propiedad de la Corona de No- ruega, sufrió formal prohibición de todo comercio con los estranjeros j aun con los Islandeses. Cristóbal Colon, en su escrito, que tan raro llegó á ser, sobre ¡as ('¡iico :())ias Jia- hílahhs de ¡a Tierra^ dice que en el mes de febrero de 1477 visitó la Islandia, «en donde por entonces no estaba cu- bierto de hielo aquel mar, que frecuentaban en gran nú- mero los comerciantes de Bristol (34).» Si alli hubiese oido hablar de la antigua colonización de un gran país situado -í'ii eiiírciitL de ]ii Isluiidia, el lle/h'land i I mUda^ de la Mar- klandia y do la h'/'itn ] ¿nlandia: si huLicra podido referir esta noción de un continente vecino á los proyectos que va le ocupaban en 1470 j en 1478 , no cabe duda de que en el célebre proceso no terminado hasta 1517, acerca déla rea- lidad de su descubrimiento, se hubiera tratado de su viaje á Thjlé, es decir, á íslandia; sobre todo si se considera que el suspicaz fiscal que instruyó este negocio cita hasta un mapa marino (mappa mundo) que ^íartin Alonso Pinzón habia visto en Roma, j en donde figuraba el Nuevo Continente. Si Colon hubiera querido buscar un país del cual hubiese oido hablar en Islandia, evidentemente que no hubiera marchado en su primer viaje de descubierta en dirección al Sud-oeste^ partiendo de las Canarias. De todos modos, siempre existieron relaciones comerciales entre Bergen v la (rroenlandia hasta 1484, es decir, seis años después del viaje de Colon á Islandia. Bien diferente, bajo este punto de vista del primer des- cubrimiento del Nuevo Continente en el siglo XI, la espe- dicion en que encontró Colon por segunda vez dicho con- tinente V descubrió las regiones tropicales de la América, tuvo graves consecuencias para la historia del Mundo, y ensanchó considerablemente la contemplación física del Universo. Aunque el navegante que a fines del siglo X\' dirigía empresa tan vasta, no tuviese de ningún modo in- tención de descubrir una nueva parte del Mundo, aunque sea cierto que Colon v Américo Vespucci muriesen en la persuasión de haber tocado solamente á una parte del Asia oriental , sin embargo , la espedicion x)frece en todo el ca- rácter de un plan científicamente concebido v realiza- do (35). Navegóse resueltamente al Oeste por las puertas que los Tirios v Coleo de Samos habian abierto, por el tjiar inmenso // Unelvoso (mare tenebrosum) de los geógrafos ára- bes; caminándose hacia un punto cuja distancia creia co- — 238 — nocerse. Los navegantes no fueron arrojados allá por la ca- sualidad de los vientos, como llegaron á Islandia, Naddod j Gardar, ó como Gunnbjoern, el hijo de Ulf-Kraka, tocó en la Groenlandia. Colon no pudo tampoco guiarse por es- taciones intermedias. Verdad es que el gran cosmógrafo de Nuremberga, Martin Behem, que acompañó al portugués Diego Cam en su importante espedicion á las costas occi • dentales del África, pasólos cuatro años de 1486 á 1490 en las islas Azores; pero no fue descubierto el Continente americano partiendo de estas islas_, situadas á los ^/^ de la distancia entre las costas de España j las de Pensilvania. La premeditación de esta gran obra está ja celebrada de una manera poética en las estancias del Tasso. El poeta Habla de aquello á que no se atrevió el valor de Hércules: Non osó di tentar 1' alto Océano: Segno le mete, e'n troppo brevi chiostri L' ardir ristrinse dell' ing-egno umano Tempo verra che fian d'Ercole i segni Favola vile ai naviganti industri Un aora della Liguria avra ardirnento Air incógnito corso esporsi in prima Gerusalemme liberata , XV, estrofas 2o, 30 y 31, Y sin embargo^ el gran historiador portugués Juan Bar- ros (36) , cuja primera Década no apareció hasta 1 552^ nada tiene que decirnos acerca de aquel «uom della Ligu- ria y> sino que era un frivolo j estravagante charlatán (ho~ mem fallador, e glorioso em mostrar suas habilidades, e mais fantástico^ e de imaginacoes com sua Ilha Cjpango).. ¡Tan cierto es que en todos los siglos v en todos los grados de civilización, los odios nacionales se han esforzado por os- curecer el brillo de los nombres ilustres ! El descubrimiento de las regiones tropicales de la Amé- rica por Cristóbal Colon, Alonso de Ojeda j Alvarez Cabral^. — 239 — no puede considerarse como un acontecimiento aislado er^ la historia de la Contemplación del mundo. La influencia de este hecho sobre el desarrollo délos conocimientos físicos y sobre el progreso de las ideas en general, no puede ser bien comprendida , sino á condición de dirigir una rápida ojeada á los siglos que separan el tiempo de las grandes em- presas marítimas, de aquel en que florecia la cultura cien- tífica de los Árabes. Si la época de Colon ostenta el carác- ter particular de una tendencia constante j siempre feliz á estender los descubrimientos en el espacio y á ensan- char el conocimiento del globo, lo debe á causas antiguas j diversas; al corto número de hombres atrevidos que ha- bian desarrollado á la vez en los espíritus la libertad ge- neral de pensar j el deseo de penetrar los fenómenos par- ticulares de la Naturaleza; á la influencia que ejercieron en las fuentes mas profundas de la vida intelectual el renaci- miento de la filología griega en Italia j la invención de aquel arte que daba alas al pensamiento j le aseguraba una larga existencia; y por último, á un conocimiento mas amplio de- Asia oriental, estendido por los monjes enviados como em- bajadores cerca de los príncipes mogoles , ó por mercade- res ambulantes, entre las naciones del Sud-oeste de la Eu- ropa que se hallaban en relaciones comerciales con el mundo entero j no tenian deseo mas vehemente que el de encontrar un camino mas corto para llegar al país de las es- pecias. Además de tantos móviles poderosos, debemos men- cionar lo que á fines del siglo XV facilitó sobre todo la rea- lización de aquellos votos, es decir, los progresos del arte náutica, el perfeccionamiento de los instrumentos de nave- gación, magnéticos ó astronómicos, la aplicación de méto- dos ciertos para determinar el lugar de un navio cuando se^ halla en el mar, v el uso mas g-eneral de las efemérides so- lares j lanares de Regiomontano. Sin entrar á referir en detalle la historia de las ciencias,. — 240 — lo cual nos separaría demasiado de nuestro asunto, nos con- tentaremos con escoger de entre los hombres que prepararon la época de ( 'olou v de ( rama, tres grandes nombres: Alberto el Grande, Rogerio Bacon v Vicente de Beauvais. Los colo- xiamos según el orden cronológico, porque el mas considera- ble, el que presenta mas elevadas facultades j una inteli- gencia mas Yasta_, es el franciscano Rogerio Bacon, natural de Ilchester, que formó su educación científica en Oxford v en París. Todos tres, sin embarí^o, se adelantaron á su sisrlo é influveron pederosamente en sus contemporáneos. En las largas luchas de la dialéctica , de ordinario estériles, que llenaron el reinado de aquella filosofía designada con el nombre complejo v mal definido de escolástica, no se puede desconocer la beneficiosa acción, y aun podria decir la in- fluencia postuma de los Árabes. Las particularidades de su -carácter nacional que hemos trazado en el capítulo prece- dente , su disposición á vivir en el comercio de la Natura- leza , hablan preparado la senda á los libros de Aristóteles recientemente traducidos por entonces, libros á cu va propa- gación debian contribuir también el establecimiento de las ciencias esperimentales j el favor de que gozaban. Hasta fines del siglo XII j principiosdel XIII dominaron en las escuelas los principios mal comprendidos de la filosofía pla- tónica. Ya los Padres de la Mesia creveron haber encon- trado el germen de sus dogmas religiosos (37). Un gran número de fantasías simbólicas del Timeo fueron adoptadas con entusiasmo, j la autoridad cristiana volvió á la vida algunas ideas erróneas sobre el mundo, cuja falsedad ha- bla establecido mucho tiempo antes la escuela matemática de los Alejandrinos. Así, desde San Agustín hasta Alcuí- no, Juan Escoto j Bernardo de Chartres, el platonismo ó mas bien el neoplatonismo , revistiendo formas nuevas, echó en la edad medía raices cada vez mas profundas (38). Cuando mas tarde la filosofía aristotélica destronó al 241 neoplatouismo_, j decidió soberanamente del movimiento de los espíritus, su influencia se ejerció en dos direcciones di- ferentes, aplicándose al mismo tiempo á las investigacio- nes de la filosofía especulativa v á la práctica de la ciencia esperimental. Aunque parezca que las meditaciones espe- culativas, van mas allá del objeto que me propongo en este libro, no pueden pasarse completamente en silencio, por- que á ellas se debe el que, aun en medio niismo de la es- colástica, algunos hombres de grande j noble inteligencia liiciesen triunfar en todos los ramos de la ciencia la inde- rpendencia del pensamiento. La contemplación del mundo y la generalización de las ideas no solo tienen necesidad de una gran masa de observaciones , les hace falta espíritus bastante fortificados de antemano para no retroceder en la eterna lucha de la ciencia y de la fé, ante esas imáo-enes amenazadoras que pueblan ciertas regiones de la ciencia esperimental como si quisieran cerrarnos sus puertas. No es posible separar dos cosas que han auxiliado poderosa- mente el desarrollo de la humanidad: la conciencia de la libertad intelectual^ v los esfuerzos para llegar á nuevos descubrimientos en los lejanos espacios. Los libre -pensa- dores han formado una serie que comienza en la edad me- dia con Duns Scott, Guillermo de Occam v Nicolás de ('usa j prosigue con Ramus , Campanella y Jiordano Bruno, hasta Descartes (39). Este intervalo infranqueable entre el pensamiento y el ser, las relaciones entre el alma que conoce v el objeto conocido, dividieron á los dialécticos en dos escuelas céle- bres^ los 7'ealfstas j los oiominalistas . Las luchas que de aquí se siguieron casi se han olvidado hoj; no puedo, sin embar- go, pasarlas en silencio, porque han tenido una influencia incontestable en el establecimiento definitivo de las ciencias esperimentales. Los nominalistas, que no concedian alas ideas generales mas que una existencia subjetiva . sin rea- 242 lidad fuera de la inteligencia humana , acabaron por ven- cer en los siglos XIV j XV, despueñ de muchas alternati- vas. En su antipatía por la vaguedad de la abstracción, insistieron ante todo en la necesidad de apelar á la espe- riencia , y de multiplicar los fundamentos sensibles del conocimiento. Semejante predisposición debió influir, indi- rectamente al menos, en la cultura de la ciencia esperi- mental; pero, aun en los tiempos en que los principios realistas todavía reinaban solos , la literatura árabe , esten- diéndose por los pueblos occidentales, babia engendrado» vivo gusto por el estudio de la Naturaleza, oponiéndola fe- lizmente como antagonista de la teología, que amenazaba invadirlo todo. Así vemos en los diversos períodos de la Edad media, á la cual se atribuje ordinariamente quizás demasiado carácter de unidad , prepararse poco á poco por las contrarias vias del idealismo puro j de la esperimenta- cion, la grande obra de descubrimientos en el espacio j su aplicación al engrandecimiento de las miras sobre el mundo. Entre los Árabes, la ciencia de la Naturaleza estaba ín- timamente enlazada á la Farmacologia j la Filosofía; en la Edad media cristiana se veia ligada^ como la misma filoso- fía, al dogmatismo teológico. Tendiendo la teología por la lej de su naturaleza á una dominación esclusiva, encer- raba las investigaciones esperimentales en el dominio de la Física, de la Morfología orgánica j de la Astronomía, es- trechamente relacionada con laAstrología. El estudio de los libros enciclopédicos de Aristóteles , importado por los Ara- bes V por los rabinos judíos, preparó los espíritus á una alianza filosófica de todas las ciencias (40). Así es como Ibn Sina (Avicena) é Ibn Roschd (Averroés), Alberto el Grande j Rogerio Bacon , pudieron ser considerados co- mo los representantes de toda la ciencia contemporánea. De esta creencia, generalmente estendida, nació la aureola — 243 — de gloria que rodeaba sus nombres en la Edad media. Alberto el Grande, de la familia de los condes de Bolls- taed, merece ser citado también por sus observaciones per- sonales en el dominio de la Química analítica. Verdad es que sus esperanzas iban dirigidas á la trasformacion de los metales ; mas para realizarlas no se entregaba únicamente á manipulaciones sobre las sustancias metálicas, profundi- zaba también los procedimientos generales en cuja virtud se ejercitan las fuerzas químicas de la Naturaleza. Sus es- critos contienen algunas consideraciones de estremada pene- tración sobre la estructura orgánica j sobre la fisiología délos vegetales. Conocia el sueño de las plantas, la regu- laridad con que se abren j cierran , la disminución de la savia por las emanaciones que se escapan de la superficie de las hojas , j la relación que existe entre las ramificacio- nes de los nervios j los recortes del limbo. Comentaba todas las obras físicas del filósofo de Estagira , j sin embarg-Oy para la Historia de los Animales se redujo á una traduc- ción latina hecha del árabe por Miguel Scott (41). El es- crito de Alberto el Grande que tiene por título : Zióer cosmographicus de natura locorum^ es una especie de Geo- grafía física, en la que he encontrado consideraciones sobre la doble dependencia en que están los climas con relación á hi latitud j á la altura del suelo, j sobre las consecuencias que por el calentamiento de la tierra tienen los diversos ángulos de incidencia formados por los rajos luminosos. Sin embargo, el honor de haber sido Alberto el Grande celebra- do por Dante, lo debe menos quizás animismo, que á su dis- cípuloquerido Santo TomásdeAquinOjá quien llevoen 1245 de Colonia á París, volviendo con él á Alemania en 1248: Questi, che in'c a deslra piü vieino. Frate e maestro fummi ; ed esso Albor I j ^ E di Colügna , ed io Thoiiias d'Aquinu // ^araAÜQ, X, 97-91). — '^44 — Hogerio Bacon, contemporáneo de Alberto el Grande, puede ser considerado como la aparición mas importante de la Edad media_, en el sentido de que ha contribuido mas •directamente que nadie á engrandecer las ciencias natura- les, á establecerlas sobre la base de las matemáticas v á provocar los fenómenos por los procedimientos de la espe- rimentacion. Estos dos hombres llenan casi todo el si- glo XIII: pero Rogerio Bacon ofrece la particularidad de haber ejercido", por el método que aplicó al estudio de la Naturaleza, una influencia mas útil j duradera aun que la que con mas ó menos razón se ha atribuido á sus descubri- mientos. Apóstol de la libertad del pensamiento, atacó la fé ciega en la autoridad de la escuela: pero lejos también de desdeñar las cuestiones que habían preocupado ala anti- o'üedad griega, profesaba igual estimación al estudio pro- fundo de las lenguas (4*2), á la aplicación de las matemá- ticas j a la scientia experimental i s , á la que consagró un capítulo especial en su Opus majus (43). Protegido j favo- recido por el papa Clemente H , acusado después de magia V encarcelado por Nicolás III v Nicolás I\', esperimentó las vicisitudes de que han sido objeto los grandes espíritus Iinafjo mundl , del cardenal Pedro de Aill v Pe- trus de Alliaco), obispo de Cambra v (1410;. Estas enciclo- pedias no eran aun mas que las precursoras de la gran Margarita j)hilosóphica diOiV^idLVQ líeisch, que apareció por primera vez en 1486, v contribu vó maravillosamente du- rante medio siglo á la propagación de la ciencia. Es pre- ciso que nos detengamos en la descripción del mundo de Pedro de Aillj. En otro lugar he demostrado que el libro de la Imafjo mv.ndi tuvo mas influencia en el descubri- miento de América, que la correspondencia de Colon con el sabio florentino Toscanelli (45). Todo lo que Colon sabia de la antigüedad griega y latina; todos los pasajes de Aristó- teles, de Estrabon v de Séneca sobre la proximidad del — 246 — Asia oriental j délas columnas de Hércules, que, se^un la narración de don Fernando , despertaron en su padre mas que toda otra cosa , el deseo de ir en busca de las Indias (autoridad de los escritores para mover al Almirante á des- cubrir las Indias) las habia tomado el Almirante de los es- critos de Aillj, que llevaba consigo en sus viajes. En una carta dirigida desde la isla de Haití al rej de España con fecha del mes de Octubre de 1498, tradujo literalmente un pasaje del tratado De quantitate ierra hahitahilis , que le habia impresionado profundamente. Verosímil es que igno- rara que el mismo Aill v habia trascrito palabra por pala- bra un libro de fecha anterior, el Ojms majus de Rog-erio Bacon (46). ¡Tiempo singular aquel, en que testimonios sacados atropelladamente de Aristóteles v de Averroés (Avenrjz), de Esra y de Séneca, sobre la inferioridad de la superficie del mar comparada con la estension de la masa continental, podian convencer á los re jes del seguro resul- tado de empresas dispendiosas. Ya hemos recordado cómo á fines del siglo XIII, se manifestaron una predilección decidida por el estudio de las fuerzas de la Naturaleza , j una manera mas filosófica de concebir este estudio, constituido en adelante, según un método científico, sobre la base de la esperimentacion. Rés- tanos por bosquejar en algunos rasgos, la influencia que ejerció desde fines del siglo XIV el renacimiento de la lite- ratura clásica en las fuentes mas profundas de la vida in- telectual de los pueblos, j por consiguiente en la contem- plación general del Mundo. Algunos hombres de genio hablan aumentado también con sus esfuerzos individuales la riqueza del mundo de las ideas. Todo estaba dispuesto para un desarrollo mas libre del espíritu, cuando á favor de circunstancias que parecían fortuitas, la literatura griega, agostada en las comarcas donde mas habia florecido otras veces, halló un asilo mas seguro en Occidente. Al estudiar — 247 — üos Árabes la antigüedad, habían permanecido- siempre es- irauos á todo lo que depende de los efectos brillantes del lenguaje. No estaban familiarizados mas que con un corto número de escritores antiguos, v debieron escoger, según su predilección decidida por el estudio de la Naturaleza, los escritos físicos de Aristóteles, el Almagesto de Tolomeo, la Botánica j la Química de Dioscórides, j las fantasías cos- mológicas de Platón. La dialéctica aristotélica se unió fra- ternalmente á la Física entre los Árabes, como antes en la Edad media cristiana se habia asociado con la Teología. To- mábase de los antiguos todo cuanto pudiera prestarse á aplicaciones particulares; pero estábase mu v lejos de abarcar en su conjunto el helenismo, de penetrar en la estructura orgánica de la lengua griega, de sentir las creaciones poé- ticas j gozar de los maravillosos tesoros nacidos en el cam- po de la elocuencia j de la historia. Verdad es que cerca de dos siglos antes del Petrarca j de Boccacio_, Juan de Salisbur jj el platónico Abelardo ha- bian facilitado el conocimiento de algunas obras de la anti- güedad. Los dos apreciaban el mérito de escritos en que se unian armónicamente la libertad j la medida, la natu- raleza j el arte ; pero este sentimiento estético se estinguió con ellos sin dejar huella alguna. A Boccacio j Petrarca, dos poetas ligados por una profunda amistad, pertenece pro- piamente la gloria de haber preparado en Italia un seguro refugio á lasmusas desterradas de laGrecia, j de haber apre- surado el renacimiento de la literatura clásica. Barlaam, monge de Calabria , que habia vivido mucho tiempo en Grecia favorecido por el emperador Andronico, fue el maes- tro de los dos (47). Dieron ambos Cijemplo de recoger cui- dadosamente los manuscritos griegos j latinos. Petrarca; llegó hasta tener el sentimiento de la ciencia histórica j comparativa de laslenguas (48), utilizando su penetración-, filológica en engrandecer á su modo la Contemplación del — 244í) — (Rujsbroeck) para ^íang-u Khan en Karakorum. RuLru- quis nos ha dejado ingeniosas é importantes observacio- nes acerca de la distri])ucion o-eooTiíiica de las lenü'uas v de las razas á n:¡ediados del siglo XIIÍ. Reconoció el prime- ro que los Hunos, los Baschkires (habitantes de la ciudad de Paskatir^ llamada Baschg'ird por Ibn-Tozlan) v los Hún- garos son razas finlandesas, originarias de los montes Urales: encontrando también en los fuertes castillos de la Crimea hombres de raza gótica , que hablan conservado su lengua primitiva (5*2). Rubruquis despertó en el corazón de las dos^ grandes potencias marítimas de Italia, los A'enecianos v los- (jenoveses, el deseo de apropiarse las antiguas riquezas del Asia oriental. Aunque no nombra el rico depósito comercial de Quinsav fHangtscheufu) , tan céiebre '27) años después por las narraciones del mas ilustre de todos los viajeros por tierra, de Marco Polo(o.*3), conocía, sin embargo, los mu- ros de plata j las torres de oro que eran uno de los adorno^ de aquella ciudad. En las narraciones de Rubruquis que Rogerio Bacon nos La conservado , hállanse mezcladas de un modo singular á observaciones verdaderas simples equi- vocaciones. Cerca del Cataj, limitado, dice, por el mar oriental, nos describe un país afortunado «en el cual los es- tranjeros, nombres v mujeres, se conservan en la edad que tenian al entrar en él 54). > Mas crédulo aun que el mon- g-e de Brabante, el inglés Juan Mandeville encontró, por esta mism.a razón , muchos mas lectores para sus descrip- ciones de la India j de la China, de las islas de Ce vían v de Sumatra. La estension y la forma original de sus nar- raciones no han contribuido poco,-^ asi como los itinerarios de Balducci Peg-oletti v los viales de Ruvdonzalez de Clavijo, á aumentar en los pueblos la afición por el comer- cio j las grandes espediciones. Háse afirmado con frecuencia j con singular seguridad que la escelen te obra del verídico Marco Polo, particular- — 250 — mente las nociones que difundió acerca de los puertos de la India j el archipiélago indio, liabian impresionado viva- mente el ánimo de Colon , v que este habia llevado un ejemplar de la obra de Marco Polo al partir para su primer viaje de descubrimientos (55). He hecho ver que el gran navegante j su hijo don Fernando , citan la Geografía del Asia de Eneas Silvio (el papa Pió II) , pero nunca á Marco Polo ni á Mandeville. Lo que sabian de las comarcas de Qainsaj, de Zaitun, de Mango j de Cipango, lo podian haber aprendido sin haber conocido directamente los capí- lulos 68 j 77 del libro II de Marco Polo , en la célebre car- ta de Toscanelli escrita el año 1474, sobre la facilidad de llegar al Asia oriental , partiendo de España, ó en las nar- raciones de Nicolo de Conti , que durante veinticinco años recorrió las Indias j el Mediodía de la China. La edición impresa mas antigua de la relación de Polo, es una traduc- ción alemana de 1477, igualmente ininteligible para Co- lon que para Toscanelli. Sin duda que nada tiene de im- posible que Colon viera por los años de 1471 á 1492, cuando se ocupaba de su proyecto de buscar el Este por el Oeste (buscar el Levante por el Poniente, pasar á donde nacen las especerías, navegando al Occidente), un manus- crito del viajero veneciano (56); pero ¿por qué en la carta que dirigió desde la Jamaica á los soberanos españoles el 7 de Junio de 1503, cuando representa la costa de Veragua como formando parte de la Ciguara de Asia en las cerca- nías del Ganges , j manifiesta la esperanza de encontrar allí caballos con arneses de oro, no refiere en dicha carta el Cipango de Marco Polo preferentemente al del Papa Pió II? En un tiempo en que la dominación de los Mogoles, es- tendiéndose desde el Océano Pacífico hasta el Volga, hacia accesible el centro del Asia, las misiones diplomáticas de los monges j algunas espediciones comerciales hábilmente — 251 — dirigidas, habian hecho conocer á las grandes naciones ma- rítimas los imperios del Catai y de Cipango (la China j el Japón); de igual manera la embajada de Pedro de Covil- ham j de Alonso de Pajva, enviada en 1487 por el rej Juan Upara buscar al sacerdote Juan de África, fue la que enseñó el camino, si no á Bartolomé Diaz, al menos á Vas- co de Gama. Fiándose Covilham de las narraciones que ha- bia recogido de los pilotos indios j árabes en Calicut , Goa j Aden, como también en el país de Sofalaen la costa orien- tal de África, envió dos judíos del Cairo al rej Juan II para hacerle saber que si los Portugueses avanzaban mas ha- cia el Mediodía, por la costa occidental , llegarían hasta la punta estrema del África, desde donde les seria fácil ha- cer rumbo hacia la isla de la Luna (la Magastar de Polo), la isla de Zanzíbar j la costa de Sofala que produce el oro. Por lo demás, antes que llegara este aviso á Lisboa, sabíase de mucho tiempo que Bartolomé Diaz habia no solo descu- bierto , sino doblado el cabo de Buena Esperanza (cabo Tormentoso), aunque no pasara mucho mas allá (57). Los Venecianos pudieron recibir desde luego por el Egipto, la Abisinia j la Arabia , noticias acerca de las factorías co- ■comerciales establecidas por los Indios j los Árabes á lo largo de la costa oriental de África , J de la forma de la estremidad meridional del continente. En realidad, la con- figuración triangular del África está indicada claramente en el planisferio de Sanuto, publicado en 1306 (58) , en el PortvAano della Mediceo-Laurenzianay que data de 1351, j ha sido hallado por el conde Baldelli, así como también en el Mapa-mundi de Fra-Mauro. En la Historia déla contem- plación del Universo no puede sino indicarse rápidamen- te, sin insistir sobre ello, las épocas en que se empezó á for- mar idea aproximada de la configuración de las grandes masas continentales. A medida que se conoció mejor la situación relativa de — ¿52 — las diferentes partes del espacio, j que en su virtud se llega- ron á buscar los mediosjde abreviarlos viajes marítimos, el arte déla navegación se perfeccionó rápidamente .también por la aplicación de las Matemáticas v de la Astronomía, por el descubrimiento de nuevos instrumentos de medida j por un empleo mas liábil de las fuerzas magnéticas. La Eu- ropa debe con toda probabilidad el uso de la brújula á los Árabes, quienes á su vez la liabian tomado de los Chinos. En el S:icki de Szumthsian_, libro chino que data de la pri- mera mitad del siglo II antes de nuestra era, se menciona el carro magnético que el emperador Tsching'wang , de la antio-ua dinastía de los Tscheu, habia dado 900 años atrás á los embajadores de Tunkin j de la Cochinchina, para que no pudieran estraviarse al volver ásu país. En el dic- cionario de Sdiiieircn , de Hintschin, del siglo III de nues- tra era, está indicado el procedimiento en cuja virtud se puede comunicar á una lámina de hierro por medio de un frotamiento regularizado, la propiedad de dirigir una de sus puntas hacia el Sud. Cítase siempre con preferencia la dirección hacia el Sud^ porque era la que tomaban ordina- riamente los navegantes. Cien años mas tarde, bajo la di- nastía de los Tsin, los buques chinos se sirvieron de la agu- ja imantada para avanzar conseguridad en altamar. Fueron estos buques los que estendieron el conocimiento de la brújula entre los Indios, j después por la costa oriental de África. Los nombres árabes Zohron j Aphron (el Norte j ei Sud), que Vicente de Beauvais da en su Espejo de la ]S[atitraIe:a á las dos estremidades de la aguja imanta- da (51)) , así como un gran número de palabras tomadas de la misma lengua_, y con las cuales aun designamos las estrellas, demuestran de qué lado y porqué camino ha lle- gado la luz áiluminar ei Occidente. Entre los pueblos cris- tianos de Europa no se encuentra obra alguna en que se cite la aguja imantada como cosa bien conocida, hasta la :^5:^ Biblia satírica de Guvot de Provins (llí)O), j la descrip- ción de la Palestina por el ( )bispo de Tolemaida . Santiago de Vitrj (de 1204 á 1215). Dante en el libro XII del Pa- raíso menciona en una comparación la ag-uja (ago) «que se dirige hacia el Polo.» Flavio Gioja, natural de Positano, cerca de Amalfi, ciu- dad célebre por su situación v por sus reglamentos marí- timos que se estendieron muy lejos, ha pasado mucho tiempo por el inventor de la brújula. Quizás que de algún. modo perfeccionara la forma de dicho instrumento , ha- cia el año -1302; pero que la brújula ha estado en uso en los mares de Europa mucho tiempo antes que comenzara el siglo XIV, lo prueba un trabajo sobre la Navegación del mallorquin Raimundo Lulio , hombre mu v ingenioso y escéntrico , cujas doctrinas entusiasmaban á Jordano Bruno desde su primera eJad (60) , j que. á la vez era filó- sofo de sistema, químico, misionero cristiano v navegante hábfl. En su libro titulado Fhii.r de Jas maravillas (Id Orle, escrito en 1286, dice LuHo que los navegantes de su tiem- po se servian «de instrumentos de medida, de cartas ma- rinas V de la aguja imantada (61).» Los primeros viajes de los catalanes hacia las costas septentrionales de Escocia j hacia las costas occidentales del África tropical, entre otros, el de don Jaime Ferrer, que arribó en agosto de 1346 al Rio de Ouro, v el descubrimiento por los Normandos de las Azores, llamadas islas Bracir en el mapa-mundi de Pi- cigano que data de 1367, no permiten olvidar que mucho .tiempo antes de Colon se navegaba libremente por el Océa no occidental. Las travesías que se hacian en tiempo de la dominación romana entre Ocelis v la costa de Malabar , á merced de los vientos que soplan regularmente en dichos parajes, se realizaban va entonces bajo la dirección de la agui'a imantada (62). La aplicación de la Astronomía á la navegación había — 254 — sido preparada por la influencia que ejercieron del siglo XIII al XV en Italia Andelone del Ñero j el corrector de las Ta- blas Alfonsinas, Juan Bianchini , j en Alemania Nicolás de Cusa (63), Jorge de Penerbach v Regiomontano. Los astrolabios, destinados á marcar en un elemento siempre móvil, la medida del tiempo v la latitud geográfica por medio de las alturas meridianas^ sufrieron sucesivos mejo- ramientos desde el astrolabio de los pilotos de Mallorca, que Eaimundo Lulio describia en 1295 en su Arte de Nave- gar (64\ hasta el que Martin Behem estableció en Lisboa en 1484, j que quizás no era sino el metereóscopo de su amigo Regiomontano, reducido á una mas sencilla compo- sición. Cuando el infante Enrique, duque de Viseo, fundó en Sagres una academia de pilotos, fue nombrado su di- rector el maestro Santiago de Mallorca. Martin Behem ha- bía recibido del rej de Portugal, Juan II, la orden de calcular una tabla de las inclinaciones del Sol j enseñar á los pilotos á guiarse << según las alturas del Sol v de las estrellas.» No se sabe á punto fijo si ja á fines del siglo XV se conocia que la guindola proporciona los medios de pre- cisar la velocidad del buque _, como la brújula determina su dirección. Es cierto, sin embargo, que Pigafetta, com- pañero de Magallanes j habla de la guindola (la catena á poppa) como de un medio conocido desde mucho tiempo para medir la longitud del camino recorrido (65). No debemos pasar en silencio la influencia que la ci- vilización árabe y las escuelas astronómicas de Córdova, Sevilla j Granada tuvieron sobre el desarrollo de la ma- rina en España j en Portugal. Imitábanse en pequeño los^ grandes instrumentos de las escuelas de Bagdad y del Cairo, tomándose también sus antiguos nombres. El del astrolabio que Martin Behem fijaba en el palo major del buque, pertenece originariamente á Hiparco. Cuando Vas- co de Gama arribó á la costa oriental de África, encontró — 255 — en Melinda pilotos indios que conocian el uso de los astro- labios j de las balestrillas (66). De este modo, merced k las invenciones que los pueblos se comunicaban por conse- cuencia de relaciones mas estecsas j nuevos descubri- mientos, merced también á la fecunda alianza de las Ma- temáticas j de la Astronomía, todo estaba preparado para llegar al descubrimiento de la América tropical, j poner á los viajeros en estado de determinar rápidamente la con- figuración de aquella comarca , para facilitar la travesía á las Indias por el cabo de Buena Esperanza^ v el primer viaje de circunnavegación; es decir^ todo lo que en el es- pacio de treinta años, los de 1492 á 1522, se ha realizada de grande j de memorable relativamente al conocimiento del globo. La inteligencia bumana Labia llegado á ser también mas penetrante; el hombre se hallaba mejor pre- parado para recibir en su interior la infinita variedad de los fenómenos nuevos j elaborarlos, utilizándolos por me- dio de la aproximación para una contemplación mas gene- ral j mas elevada de la Naturaleza. Entre las causas que concurrieron á levantar las miras sobre la Naturaleza j permitieron al hombre comprender el conjunto de los fenómenos terrestres, solo pueden tener aquí cabida las mas importantes. Cuando se estudian seriamente las obras originales de los primeros historiadores de la Con- quista , sorpréndenos encontrar en los escritores españoles del siglo XVI el germen de tantas verdades importantes en el orden físico. Al aspecto de un continente que aparecia en las vastas soledades del Océano , aislado del resto de la creación, la curiosidad impaciente de los primeros viaje- ros j de los que recogian sus narraciones, originó desde luego la major parte de las graves cuestiones que aun en nuestros dias nos preocupan . Interrogáronse acerca de la unidad de la raza humana j sobre las alteraciones que ha sufrido el tipo común j originario; sobre las emigraciones — 25(3 — \le los pueblos^, j afinidades de las len^-uas mas desemejan- tes en sus radicales como en flexiones y formas gramatica- les; sobre la emigración de las especies animales j vegeta- les; sobre la causa de los vientos alisios y de las corrientes pelágicas : sobre el decrecimiento progresivo del calor, va ( jue se ascienda por la pendiente de las cordilleras, ja que se sondeen las capas de agua superpuestas en las profundi- dades del Océano: v finalmente, sobre la acción recíproca de las cadenas de volcanes v su influencia relativamente á los" temblores de tierra v á la estension de los círculos de que- brantamiento. El fundamento de lo que hoj se llama lafísi- •oa del globo, prescindiendo de las consideraciones matemá- ticas, se halla contenido en la obra del jesuíta José Acosta, titulada: Historia natv/raJ ij moral de las Indias ^ así como ■en la de (ionzalb Hernández de Oviedo, queapareció veinte años después de la muerte de ("olon. En ninguna otra época, desde la fundación de las sociedades, se ha ensan- chado tan repentina v maravillosamente el círculo de las ideas, en lo que se refiere al mundo esterior v á las rela- <2Íones del espacio. Jamás se sintió con tanta vehemencia la aiecesidad de observar la Naturaleza bajo latitudes diferen- tes v á diversos 2'rados de altura sobre el nivel del mar, ni de multiplicar los medios en cu va virtud puede obligár- sela á revelar sus secretos. Quizás podria sospecharse, como va he observado en otro lugar (67), que el alcance de estos grandes descubrimientos que recíprocamente se referían unos 'á otros, de esta doble conquista en el mundo físico j en el mundo intelectual, no ha sido comprendido hasta nuestros dias, desde que la histo- ria de la civilización humana se ha tratado de una manera filosófica. Semejante conjetura está desmentida por los con- temporáneos de Colon. Los mas eminentes de entre ellos sospechaban la influencia que debian ejercer en el desar- rollo de la humanidad los hechos que llenaron los últimos — 257 — años del siglo XV. «Cada dia, escribe Pedro Mártir de An- ghiera en sus cartas de los años 1493 j 1494 (68), nos trae nuevas maravillas de un Mundo nuevo , de esos an- típodas del Oeste que ha descubierto un cierto Genoxés (Christophorus quidam, vir Ligur), enviado á aquellos pa- rages por nuestros soberanos Fernando é Isabel. Obtuvo difícilmente tres barcos, visto que sus promesas se miraban como quimeras. Nuestro amigo Pomponio Leto (uno de los mas ilustres propagadores de la literatura clásica, per- seguido en Roma por sus opiniones religiosas) pudo apenas contener sus lágrimas de alegría, cuando le comuniqué la primer noticia de un acontecimiento tan inesperado.» Era Anghiera un bábil estadista que vivió en la corte de Fernando el Católico y de Carlos Quinto, fué como em- bajador á Egipto é hizo amistad con Colon, Amérigo Ves- puccio, Sebastian Cabot y Cortés. Su larga carrera abraza el descubrimiento de la isla mas occidental del grupo de las Azores, de Corvo, j las espediciones de Díaz, de Colon, de (rama y de Magallanes. El papa León X leia los Oceamcci de Anghiera á su hermana y á los cardenales, y prolon- gaba la lectura hasta muj avanzada la noche. Anghiera escribía también: «No abandonaré de buen grado á Espa- ña , hoj , porque estoj aquí en la fuente de las noti- cias que nos llegan de los paises recien descubiertos, v puedo esperar , constituyéndome en historiador de tan grandes acontecimientos, que mi nombre pase á la pos- teridad (69).» Tal era la idea que se tenia ja en los tiempos de (yolon de aquellas grandes cosas que se con- servarán siempre brillantes en la memoria de los mas re- motos siglos. Cuando Colon, se dirigió hacia el Oeste partiendo del meridiano de las Azores, y provisto del astrolabio nueva- mente perfeccionado, recorrió un mar que nadie habia es- plorado hasta entonces, no iba como aventurero á buscar TOMO II. 17 — 258 — por el Oeste la costa oriental del Asia , sino que obraba en virtud de un plan firme j determinado. Xo cabe duda de que llevaba á bordo la carta de marear que le ha- bia dado en 1477 el médico j astrónomo florentino Paolo- Toscanelli , j que cincuenta j tres años después de su muerte poseía aun Bartolomé de las Casas. Por la his- toria manuscrita de las Casas, me he persuadido de que aquella carta no era otra que la Carta de marear que el Almirante enseñaba á Martin Alonso Pinzón el 25 de se- tiembre de 1492 , V en la cual estaban representadas mu- chas islas de mas allá de la Tierra Firme (70). Sin embar- go, si Colon hubiera seguido únicamente la carta de su consejero Toscanelli, habríase dirigido mas al Norte y detenido bajo el paralelo de Lisboa, siendo asi que en la es- peranza de llegar mas pronto á Cipango (el Japón), recor- rió la mitad de su camino á la altura de la isla de la Go- mera, una de las Azores, é inclinando en seguida hacia el Sud, se encontró el 7 de octubre de 1492 á los 25^ ^/., de latitud. Inquieto entonces por no descubrir las costas de Ci- pango, que según sus cálculos debió encontrar 216 leguas marinas mas hacia el Este , cedió tras una larga resisten- cia alas instancias del comandante de la carabela Pinta, Martin Alonso, (uno de los tres hermanos Pinzones, hom- bres ricos, de una alta consideración _, y que le eran poco adictos\ naveg-ando hacia el Sud-oeste. Este cambio de di- reccion ocasionó el descubrimiento de la isla (ruanahani, el 12 de octubre. Aquí debemos detenernos á considerar el encadena- miento maravilloso de ciertos acontecimientos de poca mon- ta, j la influencia indisputable que ejerció este concursa de circunstancias en los destinos del mundo. Washington Irvingha dicho con mucha razón, que si Colon, resistiendo al consejo de Martin Alonso Pinzón hubiera continuado na- vegando hacia e] Oeste, habria entrado en la corriente de — 259 — agua caliente ó GuJf stream, y vístose llevado hacia la Flo- rida, y de alli quizás al cabo Hatteras y á la Virginia; cir- cunstancia cu JO valor no seria fácil calcular^ puesto que hubiera podido dar á la región designada con el nombre do Estados-Unidos una población española y católica, en vez de la población inglesa y protestante , que se posesionó de ella mucho mas tarde. «Siento, decia Pinzón al Almirante, como una inspiración que me ilumina y me enseña el ca- mino que debemos seguir.» Asi pretendia , en el célebre proceso contra los herederos de Colon (1513-1515), que el descubrimiento de la América le pertenecía á él solo. Aque- lla revelación, «aquella voz del corazón,» la debió Martin Alonso á una bandada de papagayos que habia visto volar por la tarde hacia el Sud-oeste, y que él supuso irian á pa- sar la noche en las breñas de la costa. Jamás el vuelo de ningún pájaro tuvo mas graves consecuencias: pues bien puede decirse que éste decidió de las primeras colonias que se establecieron en el nuevo continente j de la distribución de las razas romanas y germánicas (71). La marcha de los grandes acontecimientos,, así como la sucesión de los fenómenos naturales, se halla encadenada á lejes eternas, de las cuales solo algunas nos son claramente conocidas. La flota mandada por Pedro Alvarez Cabral, en- viada por el rej Manuel de Portugal á las Indias orienta- les, por el camino que habia descubierto Gama, fué arro- jada hacia las costas del Brasil el 22 de abril de 1500_, sin que nadie pudiera sospecharlo. Si recordamos el celo que mostraban los Portugueses por doblar el cabo de Buena- Esperanza, desde la empresa de Diaz (1487), comprende- remos que accidentes análogos á los que hablan hecho su- frir á los barcos de Cabral , las corrientes del Océano, no podian dejar de reproducirse, y que por lo tanto los des- cubrimientos hechos en África debian traer los de las regio- nes de la América, situadas al Sud del Ecuador. Así parece — 260 — que, como ha diclio con razón Robertson, estaba en los des- tinos de laliumanidadqueel nuevo continente fuese conoci- do de los navegantes europeos antes de finalizar el siglo XV. Entre los rasgos característicos de Cristóbal Colon, me- recen señalarse sobre todos la penetración j la seguridad del golpe de vista con el cual, aunque falto de instrucción j estraño á la física j á las ciencias naturales , abarcó v combinó los fenómenos del mundo esterior. A su llegada «á un nuevo mundo j un nuevo cielo (72)» observó aten- tamente la configuración de las comarcas, la fisonomía de las formas vegetales, las costumbres de los animales, la distribución del calor j las variaciones del magnetismo ter- restre. Esforzándose sobre todo en descubrir las especias de la India y el ruibarbo (ruibarba), célebre ja por los mé- dicos árabes j judíos, por Rubruquis j los viajeros italia- nos^ j observando con un escrupuloso cuidado las raices, los frutos j las Hojas de las plantas. Llamados á consignar €uanto contribuyó la gran época de las espediciones marí- timas, á ensanchar las miras sobre la Naturaleza, nos con- sideramos felices con poder referir nuestra narración á la individualidad de un grande hombre, dándola con ello ma- jor vida. En el Diario marítimo de Colon j en sus relacio- nes de viaje publicadas por primera vez desde 1825 á 1829, se encuentran planteadas ja todas las cuestiones hacia las cuales se dirigió la actividad científica en la última mitad del siglo XV j durante todo el XVI. Basta recordar de un modo general lo que ganó la geo- grafía del hemisferio occidental con las conquistas realizadas en el espacio, desde el momento en que el infante don Enri- que el Navegante, retirado á su dominio de Terca naval en la bahía de Sagres, echaba sus primeros planes de descu- brimientos, hasta las espediciones de Gaetano j de Cabrillo en el mar del Sud. Las aventuradas empresas de los Portu- gueses, de los Españoles j de los Ingleses, acreditan que se — 261 — liabia revelado repentinamente como un sentido nuevo: el sentido de las grandes cosas j del infinito. Los progresos del arte náutica, y la aplicación de los métodos astronómicos á la corrección de los cálculos marítimos , favorecieron las tentativas que dieron á esta época un carácter tan particu- lar, completaron la imág-en de la tierra y manifestaron al hombre la armonía del mundo. El descubrimiento de la América tropical (1.° de agosto 1498) fué posterior en diez V siete meses á la espedicion que llevó á Cabot á las costas del Labrador, en la América septentrional. Colon vio por pri- mera vez la Tierra firme de la América del Sud, no por la costa montañosa de Paria como se ha creido hasta aquí, sino en el delta del Orinoco al Este del caño Macareo (73). Se- bastian Cabot arribaba el 24 de junio de 1497 á las costas del Labrador , entre los 56° j 58° de latitud (74). He espuesto ja de qué manera fué reconocida cinco siglos antes aquella región inhospitalaria por el Islandés Leif Ericson. Firmemente convencido Colon hasta su muerte, de que ja en noviembre de 1492, en su primer viaje habia tocado al arribar á Cuba una parte del continente asiático, conce- dia en sa tercer viaje mas precio á las perlas de las islas Margarita j Cubagua, que al descubrimiento de la Tierra firme (75). Según la narración de su hijo don Fernando j de su amigo el Ciira de los Palacios^ al abandonar á Cuba, hubiera querido, si lo hubiesen permitido las provisiones, continuar su camino hacia Oeste j volver á España por mar, tocando en la isla de Cejlan (Trapobana), y rodeando toda la tierra de los Negros^ ó por tierra- atravesando Jerusalem y Jaffa (76). El Almirante alimentaba estos projectos des- de 1494, cuatro años antes,, por consiguiente, que Vasco de Gama, y pensaba en un viaje alrededor del mundo veinti- siete años antes que Magallanes y Sebastian de Elcano. Los. preparativos del segundo viaje de Cabot, en el cual este na- veg-ante llegó á través délos hielos hasta los 67" ^/.^ de la- titud Norte , j huscó paso para dirigirse al reino de Catai (China) en la dirección Nor-oeste, dieron idea á Colon de hacer mas adelante un viaje hacia el polo Norte (á lo del polo ártico) (77). Cuando poco á poco se hubo adquirido la convicción de que todo el territorio descubierto desde el La- brador hasta Paria, como la región que se estiende mucho mas allá del Ecuador en la Península meridional dependen de un mismo continente, como lo prueba el mapa de Juan de la Cosa ignorado por mucho tiempo, se sintió mas vivo deseo de encontrar un paso al Norte ó al Mediodia. Des- pués del segundo descubrimiento de la América, después de la certeza adquirida de que el nuevo mundo se prolonga en dirección del Mediodia, desde la bahía de Hudson hasta el cabo de Hornos, visitado por primera vez por García Jofre de Loajsa, el conocimiento del mar del Sud que baña las €ostas occidentales de América , es en la época que traza- mos aquí el acontecimiento mas importante para la histo- ria del mundo (78). Diez años antes que Balboa apercibiese el mar del Sud desde las alturas de la Sierra Quarequa, en el istmo de Pana- má (2o de setiembre de 1513), sabia ja Colon de una ma- nera positiva, al estenderse por la costa oriental de Veragua, que al Oeste de ese país habia un mar <^que en menos de nueve dias podia conducir hacia el Ghersonesus áurea de Tolomeo y á la embocadura del Ganges.» En esta misma Carta rarissima^ que contiene la narración poética y atrac- tiva de un sueño, dice el Almirante que cerca del rio de Belén las costas opuestas de Veragua están en la misma posición relativa que Tortosa en el Mediterráneo v Fuen- terabía en Vizcaja, ó bien que Venecia j Pisa. El Gran Océano (mar del Sud) , no parecia ser entonces mas que una continuación del Sinus magnus (/^s^as xó^.tto.:) de To- lomeo, que tocaba por un lado al Chersonesns áurea ^ en — 263 — tanto que por el Oriente debia bañar á Cattig-ara v al país de los Sines (los Thinos). La hipótesis imaginaria de Hi- parco, de que se hallaban las costas orientales del Gran Golfo unidas á aquella parte del continente africano que se creia estendido lejos hacia el Este, hipótesis que hacia así del océano Indico un mar interior sin salida, tuvo poca acepta- ción felizmente en la edad media, á pesar del favor que alcanzaba el sistema de Tolomeo (79); hubiera tenido con seo-uridad una influencia funesta en la dirección de las grandes empresas marítimas. Si el descubrimiento j la travesía del mar del Sud mar- can una época considerable para el conocimiento de las re- laciones que unieron las diferentes partes del mundo . no es solamente porque gracias á esos acontecimientos puedan ser determinadas las costas occidentales del nuevo continen- te y las costas orientales del antiguo, sino que también es bajo el punto de vista meteorológico un hecho mas impor- tante , porque la comparación numérica entre el área de la tierra firme j la del elemento líquido empezó por primera vez, hace todo lo mas 350 años, k desprenderse de las hi- pótesis mas falsas. La estension de esas superficies, v la dis- tribución relativa de la tierra y del agua , tienen una influencia determinante en la humedad atmosférica, en la densidad de las diversas capas del aire , en la fuerza vege- tativa de Jas plantas , en la major ó menor estension de ciertas especies de animales, j en un gran número de otros fenómenos naturales. La parte concedida al elemento líqui- do, que está con la tierra en la proporción de 2 ''/.¡á 1, dis- minuje indudablemente el espacio abierto á los estableci- mientos de la raza humana , el campo en donde crece el alimento del major número de los mamíferos, de los pája- ros j los reptiles. Esta es, sin embargo, según las lejes que regulan el organismo general^ una condición necesa- ria de conservación, un acto benéfico de parte déla Natu- = 264 — raleza para todos los seres animados que pueblan el conti- nente. Cuando á fines del siglo XV todas las inteligencias se ocupaban ardientemente en descubrir el camino mas corto hacia el país de las especias ; cuando casi al mismo tiempo germinaba en el espíritu de dos hombres italianos eminen- tes, Cristóbal Colon j Pablo Toscanelli, la idea de llegar al Oriente navegando hacia el Oeste (80), la opiuion domi- 2rante era la de Tolomeo en el Almagesio^ á saber, que el antiguo continente, desde la costa occidental de la penínsu- la Ibérica_, hasta el meridiano de los Sinos, situado en la estremidad oriental del mundo, comprendia un espacio de 180 grados ecuatoriales , es decir, la mitad de la esfera terrestre. Inducido á error Colon por una larga serie de deducciones equivocadas, elevó este espacio hasta 240 gra- dos. La costa oriental del Asia, por la cual suspiraba , le parecia que llegaba hasta la Nueva California, bajo el me- ridiano de San Diego. Esperaba, según esto, no tener que recorrer mas que 120 grados de longitud, en lugar de 231 que separan en realidad el rico depósito chino de Quinsaj, por ejemplo , y la estremidad de la península Ibérica . Tos- canelli en su correspondencia con Colon restringía la es- íension del elemento líquido de una manera todavía mas sorprendente, y armonizaba así las cosas con sus projectos. Según él, el Océano desde Portugal á la China llenaba solo un intervalo de 52 grados de longitud ; de tal suerte que conforme á las palabras del profeta Esdras, los ^/-^ de la tierra estaban en seco. Una carta que Colon escribió desde Haití il la reina Isabel, á su vuelta del tercer viaje, prueba que se inclinó hacia esta opinión en los años siguientes. Y tanto mas se inclinaba, cuanto que participaba también de ella en su Cuadro del Mundo (imago mundi) (81) el carde- nal d^^jlli, que ásus ojos era la mas alta autoridad. Seis años después que Balboa, espada en mano, y — 265 — avanzando en las olas hasta las rodillas, creía tomar pose- sión para Castilla del mar del Sud, j dos años después de que cajese su cabeza al golpe del verdug-o, cuando el le- vantamiento contra el déspota Pedrarias Dávila (82), apa- reció Magallanes en el mismo mar (27 de Noviembre de 1520), atravesó el Gran Océano de Sud-esteá Nor-Oeste, en un espacio de 1850 miriámetros, j por una singular casualidad, antes de descubrir las islas Marianas, llamadas por él Jslas de los ladrones de las Velas Latinas ^ y las Fili- pinas, no vio mas que dos islas desiertas j de poca es- tension, las islas Desventuradas, una de las cuales está situada (si hemos de creer en su diario de á bordo), al Este de las islas bajas (Low Islands), y la otra á alguna distan- cia hacia el Sud-Oeste del archipiélago de Mendaña (83). Después del asesinato de Magallanes en la isla Zebú, Sebas- tian del Cano realizó el primer viaje alrededor del mundo en el navio Victoria^ y tomó por emblema un globo terres- tre con este magnífico mote: Primus círcum dedistime. Has- ta Setiembre de 1522 no arribó al puerto de San Lúcar, y no transcurrido aun un año , Carlos V , instruido por las lecciones de los cosmógrafos, insistia en una carta á Her- nán Cortés, en la posibilidad de descubrir un paso «que abreviase en dos tercios el viaje al país de las especias.» La espedicion de Alvaro de Saavedra parte de un puerto de la provincia de Zacatula, en la costa occidental de Méjico, y se dirige hacia las Molucas. Por último, Hernán Cortés si- gue correspondencia en 1527 desde Tenochtitlan , capital conquistada últimamente de Méjico, con los re jes de Zebú y de Tidor en el archipiélago asiático. Tales eran la rapi- dez con que se habia ensanchado el horizonte del mundo, y la actividad de las relaciones que aproximaban á sus diversas partes. Hernán Cortés tomó posteriormente la Nueva España como punto de partida para hacer otros descubrimientos en — '26Q — es. ¡Vasto conjunto de maravillas que se desarrollan ante nuestra vista como un mundo nuevo cu vo suelo apenas to- camos! A la primera mitad del siglo XVI también pertenece el descubrimiento de las islas Sandwich, del país de los Pa- púes, j de algunas partes de la Nueva Holanda(85). Estos descubrimientos prepararon los deCabrillo, Sebastian Viz- caíno, Mendaña (86), y por último de Quirós, cuja isla Sagitaria no es otra que Tahiti, v cu jo archipiélago del Espíritu Santo es el mismo de las Nuevas Hébridas del ca- pitán Cook. Quirós iba acompañado del atrevido navegante — 268 — que mas tarde dio su nombre al estrectio de Torres. El mar del Sud no era ja entonces aquel desierto que Labia crei- do contemplar Magallanes; aparecia animado por islas que, á la verdad , por falta de precisión en las determinaciones astronómicas parecian poco arraigadas j flotantes en los mapas. El mar del Sud fué largo tiempo el único teatro de las espediciones emprendidas por los Portugueses j los Españoles. El gran archipiélago de la Malasia, situado al Sud de la India y confusamente descrito por Tolomeo, por Cosmas j por Polo^ se presentaba con contornos mas determinados desde el establecimiento de Alburquerque en Malaca (1511) J la travesía de Antonio Abreu. El mérito particular del historiador portugués Barros, contemporá- neo de Magallanes j de Camoens, es el de haber distin- guido con tanta claridad el carácter físico j etnológico de aquellas islas, j fue el primero que propuso colocar separa- damente la Polinesia austral , como una quinta parte del mundo. Solo cuando el poder holandés llegó á su apogeo en las Molucas , fué cuando la Australia salió por primera vez de las tinieblas j tomó una forma distinta á los ojos de los geógrafos (87) . Entonces empezó la gran época, ilustra- da por Abel Tasman. No es nuestra intención hacer la his- toria particular de todos los descubrimientos geográficos; nos limitamos á recordar los hechos principales, resultados de una aspiración súbita hacia todo lo que es grande, des- conocido j lejano^ j cu jo íntimo enlace ha producido en un corto espacio de tiempo la revelación de las dos terceras partes de la superficie terrestre. A este dilatado conocimiento de los espacios de la tier- ra j del mar^ respondieron también miras mas elevadas sobre la existencia j las lejes de las fuerzas de la Natura- leza , sobre la distribución del calor en la superficie de la tierra, sobre la variedad de los organismos j ios límites de su propagación. Los progresos que habia hecho cada cien- •cía en particular, á fines de la edad media, juzgada con es- tremada severidad bajo el aspecto científico, apresuraron el momento en que los sentidos pudieron comparar, j el espí- ritu abarcar en su conjunto, una infinidad de fenómenos fí- sicos ofrecidos de repente á la observación. Las impresiones fueron tanto mas profundas, j provocaron tanto mejoría investigación de las lejes del Universo , cuanto que ja antes de la mitad del siglo XVI los pueblos occidentales de la Europa habian esplorado el nuevo continente , al menos en las partes próximas á las costas _, bajo las mas diversas latitudes de los dos hemisferios ; j que desde su llegada habian tomado posesión de la región ecuatorial pro- piamente dicha; j que gracias á la configuración particu- lar de las montañas que caracterizan aquellas regiones, las diferencias mas seductoras de los climas y formas vegeta- les se habian desplegado ante su vista en espacios muj re- ducidos. Si insisto nuevamente en hacer resaltar el atracti- vo que prestan á la imaginación los paises montañosos de la zona equinoccial , válgame de escusa la observación ja indicada muchas veces de que los habitantes de aquellas regiones son los únicos á quienes es dable contemplar to- dos los astros del firmamento ^ y casi todas las familias del reino vegetal; pero contemplar no es observar, es decir, comparar y combinar. Si en Colon , á pesar de la falta absoluta de conoci- mientos en historia natural , se desarrolló en distintas di- recciones el sentido observador, como creo haberlo demos- trado anteriormente, por el solo efecto del contacto con los grandes fenómenos de la Naturaleza, preciso es evitar que debe suponerse análogo desarrollo en la turba guerrera v poco civilizada de los conquistadores. No es á ellos á quienes pertenece la gloria de los progresos científicos que tienen incontestablemente su principio en el descubrimiento del nuevo continente, y han engrandecido los conocimientos de — 270 — los Europeos acerca de la composición de la atmósfera j sus relaciones con la organización humana ; sobre la distribu- ción de los climas en la pendiente de las cordilleras; sobre las nieves perpetuas, cuja altura varía en los dos hemisferios seg-un los diferentes grados de latitud ; sobre el mutuo en- lace de los volcanes ; sobre la circunscripción de las zonas de quebrantamiento en los temblores de tierra ; sobre las lejes del magnetismo , la dirección de las corrientes pelá- gicas, j la gradación ie formas nuevas animales y vegeta- les. Tales progresas son obra de viajeros mas pacíficos; se deben á un pequeño número de hombres , distinguidos funcionarios municipales, eclesiásticos j médicos, que vi- viendo en antiguas ciudades indias, algunas de las cuales estaban situadas á 12,000 pies sobre el mar, podian ob- servar por sí mismos la Naturaleza que los rodeaba , com- probar j combinar, durante una larga permanencia, lo que otros habian visto ó recogido de las producciones de la Natiiraleza , describirlas j enviarlas á sus amigos de Eu- ropa. Basta citar aquí á Gomara, Oviedo, Acosta j Her- nández. Ya Colon habia traido de su primer viaje es- plorador algunos objetos naturales , tales como frutos j pieles de bestias. En una carta escrita desde Segovia en el mes de agosto de 1494, la reina Isabel ruega al Almi- rante que continúe sus colecciones , y le pide sobre todo «los pájaros que pueblan los bosques j las costas en esos paises en donde reina otro clima j otras estaciones.» Háse fijado apenas la atención hasta ahora , en el hecho de que Cadamosto, amigo de Martin Behem , recogió para el in- fante D. Enrique el Navegante, pelos de elefante de pal- mo j medio de largo , de la misma costa occidental del África de donde dos mil años antes llevaba Hannon «pieles curtidas de mujeres salvajes,» que no son otras que los grandes monos Gorillas. Hernández , médico de Felipe 11^, CDviado por este monarca á Méjico para que reprodujera en magníficos dibujos todas las curiosidades vegetales j zooló- gicas del país , pudo enriquecer sus colecciones , copiando muchas pinturas que representaban objetos de historia na- tural j habian sido ejecutadas con mucho cuidado por Orden de Nezahualcojotl, rev de Tezcuco, medio siglo antes de la llegada de los Españoles (88) . Hernández aprovechó también una colección de plantas medicinales que habia encontrada vivas todavía en el antiguo jardin mejicano de Huartepec. Los conqiástadores no habian talado ese jardin respetando un hospital español que acababa de establecerse cerca (89).. Casi al mismo tiempo, se reunian j describian los esque- letos fósiles de los mastodontes hallados en las mesetas de Méjico, de la Nueva-Granada y del Perú , que mas tarde- adquirieron tan gran importancia para la teoría del levan- tamiento sucesivo de las cadenas de montañas. Las denomi- naciones de Ositúientas de los Gigantes y Carnj^o de ¡os Gi- (¡antes (Campos de Gigantes), demuestran la parte que- tomaba la imaginación en las primeras interpretaciones que se aventuraron en este asunto. Una cosa que contribuyó también de una manera nota- ble al progreso de los conocimientos acerca del mundo, en esta época agitada , fue el contacto inmediato de un núme^ ro considerable de europeos con la naturaleza exótica que desarrollaba libremente sus magnificencias en los dos he- misferios. El espectáculo que ofrecian las llanuras j las re- giones montañosas de América, pudo á seguida de la es- pedición de Vasco de Gama contemplarse en las costas- orientales del África j en la India meridional. Desde prin- cipios del siglo XVI, un médico portugués. García de Orta, habia establecido en esta región, con el apojo del noble Martin Alfonso de Sousa, sobre el terreno ocupada hoj por la ciudad de Bombaj, un jardin botánico en don- de cultivaba las plantas medicinales de los alrededores. La musa de Camoens le ha pagado tributo en un elogio pa- — 272 — triótico. El impulso estaba dado; cada cual desde entonces sintió el deseo de observar por sí mismo, mientras que las obras cosmográficas de la edad media eran menos el pro- ducto de una contemplación inmediata, que de compilacio- nes en donde reaparecían uniformemente las opiniones de los escritores clásicos de la antigüedad. Dos de los hombres mas grandes del siglo XVI , Conrado Gerner y Andrés Ce- salpino, abrieron gloriosamente una nueva senda en Zoo- logia y en Botánica. Para trazar de una manera mas comprensible los pro- g-resos físicos ó astronómicos que, por consecuencia de los descubrimientos hechos en el Océano ensancharon la cien- cia de la navegación, debo al final de este cuadro llamarla atención sobre algunos puntos luminosos que empiezan ja á brillar en las narraciones de Colon. Estos resplandores débiles aun, merecen tanto mas ser notados, cuanto que contienen el germen de miras generales sobre la Natura- leza. Omito las pruebas de los resultados que indico aquí, porque las he suministrado con abundancia en otra obra, en «1 Examen critico de la Historia de la (¡eografía del nucx') continente ^ ¡j de los jwogresos de la Astronomía ncmtica en ¡os siglos XV y XVI, Para no incurrir, sin embargo, en la sospecha de cambiar el orden de los tiempos, y apojar las observaciones de Colon sobre los principios de la física moderna, traduciré literalmente algunas líneas de una car- ta que escribia el Almirante desde Haiti en el mes de Oc- tubre de 1498: «Cuando jo navego de España á las In- dias^ fallo luego en pasando 100 leguas á Poniente de los Azores grandísimo mutamiento en el Cielo é en las estre- llas, j en la temperancia del aire, j en las aguas de la mar; j en esto he tenido mucha diligencia en la esperien- cia. Fallo que de Setentrion en Austro, pasando las di- chas 100 leguas de las dichas islas, que luego en las agu- jas de marear, que fasta entonces nordesteaban, noruestean — 273 — una cuarta de viento todo entero, j esto es en allegando allí aquella línea, como quien traspone una cuesta, j asi mesmo fallo la mar toda llena de jerba de una calidad que parece ramitos de pino, j muj cargada de fruta como de lantisco, y es tan espesa que al primer viaje pensé que era bajo , y quedaria en seco con los navios, j basta llegar con esta raja no se falla un solo ramito. Fallo también en lle- gando allí , la mar muj suave j llana , y bien que ventee recio, nunca se levanta... Allegado á estar en derecho con el paralelo que pasa por la Sierra Leoa en Guinea, fallo tan grande ardor y los rajos del sol tan calientes, que pensaba de quemar. . . Después que jo emparejé á estar en derecho de esta raja^ luego fallé la temperancia del Cielo muj suave , j cuanto mas andaba adelante mas multipli- caba...» Esta carta ^ aclarada por otros muchos pasajes de los escritos de Colon , contiene observaciones sobre el conoci- miento físico de la tierra , sobre la declinación de la aguja imantada subordinada á la longitud geográfica, sobre la flexión de las líneas isotermas desde las costas occidentales del antiguo continente hasta las costas orientales del nue- vo, sobre la situación del gran banco de Sargaso en la cuenca del mar Atlántico, j por último, sobre las rela- ciones existentes entre aquella zona marítima j la parte correspondiente de la atmósfera. Poco familiarizado Colon con las matemáticas, llegó á creer desde su primer viaje, mediante falsas observaciones acerca del movimiento de la estrella polar (90) hechas en las cercanías de las Azores, que la esfera terrestre era irregular. Según él, el globo está mas elevado en el hemisferio occidental , j al aproximarse los buques á la línea marítima en que la aguja imantada se dirige exactamente hacia el Norte, «van. alzándose hacia el Cielo suavemente, j entonces se goza de mas suave tem- perancia.» El solemne recibimiento del Almirante en Bar- TOMO II IS — 274 — velona data del mes de abril de 1493 , j en el mes de majo del mismo año firmó el papa Alejandro VI la célebre bula que fija para toda la duración de los tiempos la línea de demarcación entre las posesiones españolas j portugue- sas, á la distancia de cien millas al Oeste de las Azores (91). Si consideramos, ademas, que Colon, al volver de su pri- mer viaje, tenia ja el projecto de ir á Roma, á fin de pre- sentar al papa , como él mismo dice , un estado de sus descubrimientos; si atendemos á la importancia que los contemporáneos de Colon daban al descubrimiento de la línea magnética sin declinación^ podrá creerse bien justifi- cada la aserción histórica que antes de ahora he aventura- do, de que el Almirante se esforzó en el apogeo de su favor por convertir una división natural en una ^y^xúom ])olitica . El mejor medio de comprender la influencia que el des- cubrimiento de América j las espediciones que tienen con él alguna relación, ejercieron tan pronto en el conjunto de los conocimientos físicos j astronómicos, es recordar las pri- meras impresiones de los contemporáneos, j el vasto con- junto de esfuerzos científicos, cuja major parte corres- ponde á la primera mitad del siglo XVI. Cristóbal Colon no tiene solamente el mérito incontestable de haber sido el primero en descubrir una linea magnética sin declinación^ sino también el de haber propagado en Europa el estudio del magnetismo terrestre , por sus consideraciones sobre el crecimiento progresivo de la declinación hacia el Oeste, á medida que se separaba de aquella línea. El hecho general de que casi en todas partes las estremidades de una aguja móvil imantada no se dirigen exactamente hacia los polos geográficos, hubiera podido, á pesar de la imperfección de los instrumentos, comprobarse fácilmente en el mar Me- diterráneo j en todos aq uellos puntos en que la declinación era por lo menos de 8 á 10 grados. Pero no es increíble que los Árabes ó los Cruzados que estuvieron en contacto — 275 — . -con el Oriente desde el año 1096 al 1270, al esteuder el ,^so de la brújula china é india, Lavan señalado la decli- nación que esperimentó la aguja imantada hacia el Nord- este ó el Nor-oeste según los diferentes paises, como un fe- nómeno conocido mucho tiempo hacia. El Pentlisaoyim chino , compuesto bajo la dinastía de los Song, entre los años 1111 j 1117, nos dice con efecto de una manera po- sitiva que en aquella época se conocia jala manera de apre- ciar la declinación occidental (92) . Lo que se debe á Colon no es el haber observado el primero la existencia de esta de- <ílinacion, que está ja indicada, por ejemplo, en el mapa de Andrés Blanco, levantado en 1436; es haber notado el 13 de setiembre de 1492 que á 2" ^/.^ hacia el Este de la isla -Corvo, la declinación magnética cambia j pasa de Nord- este á Nor-oeste. Este descubrimiento de %na linea magnética sin declina- cion, señala un punto memorable en la historia de la Astro- nomía náutica, j ha sido justamente celebrado por Oviedo, Las Casas j Herrera. Los que con Livio Sanuto atribujen este descubrimiento, á Sebastian Cabot, olvidan que el pri- mer viaje de este célebre navegante, emprendido á espen- sas de los comerciantes de Bristol , j coronado con la toma de posesión del continente americano , es cinco años poste- rior á la primera espedicion de Colon. Este, no ha descu- bierto solo en el Océano Atlántico una región en que el me- ridiano magnético coincide con el meridiano geográfico, ha hecho ademas la ingeniosa observación de que la declinación magnética puede servir para determinar el lugar en que un buque se halla con relación á la longitud. En el Diario de £u segundo viaje (abril de 1496), vemos orientarse al Al- mirante realmente según la declinación de la aguja iman- tada. Nadie sospechaba entonces verdaderamente las difi- cultades que ofrece la determinación de la longitud por este método, sobre todo en aquellos sitios en que las líneas magnéticas de declinación se desvian liasta tal punto, que durante espacios considerables no siguen la dirección del meridiano, sino la délos paralelos. Buscáronse, con in- quieto ardor métodos magnéticos y astronómicos para de- terminar por tierra y por mar los puntos por que pasaba la línea de demarcación imaginaria. El estado de la ciencia y la imperfección de todos los instrumentos que servian para medir en el mar el tiempo ó el espacio , no permitian aun en 1493 la solución práctica de un problema tan compli- cado. En este estado de cosas, el papa Alejando VI, abro- gándose el derecho de partir un hemisferio entre dos im- perios poderosos, prestó, sin saberlo, señalados servicios á la astronomía náutica j á la teoría física del magnetism.o ter- restre. Desde este momento también, las potencias maríti- mas viéronse asediadas de multitud de proyectos irrealiza- bles. Sebastian Cabot, según refiere su amigo Ricardo Edén, se vanagloriaba aun en su lecho de muerte de un método infalible para determinar la longitud geográfica^ que le habia sido inspirado por una revelación del cielo. El inétodo de Cabot descansaba en la convicción decidida de que la declinación magnética cambiaba regular y rápida- mente con los meridianos. El cosmógrafo Alonso de Santa Cruz^ uno de los maestros de Carlos V, acometió en el año 1530, siglo j medio antes por consiguiente que Hallej, la empresa de trazar el primer mapa general de las varia- ciones magnéticas (93). Haj que decir, en verdad, que no se fundaba todavía mas que en observaciones mu j incom- pletas. La desviación de las líneas magnéticas, cujo descubri- miento se atribuje de ordinario á Gasendo, era todavía un secreto para el mismo Guillermo Gilbert, mientras que an- tes de él, Acosta, instruido por marinos portugueses, reco- nocia en toda la superficie de la tierra cuatro líneas sin declinación (94). Apenas acababa de inventarse la brújula — 277 — de inclinación fué inventada en Inglaterra por Koberto Nor- man (1576), cuando Gilbert se vanagloriaba de poder de- terminar con este instrumento el lugar de un buque en medio de una noche sin estrellas {o^ere calif/inoso) (9'")j. A mi vuelta á Europa lie demostrado , apovándome en ob- servaciones mias personales, hechas en el mar del Sur, que en ciertas localidades particulares, como por ejemplo en las costas del Perú durante la estación de las nieblas continuas (garúa) se puede, por medio de la incUnacion, determi- nar la latitud, con una exactitud suficiente para las nece- sidades de la navegación. Me he detenido á propósito en estos detalles, con el fin de hacer ver, al profundizar un asunto importante para la historia del Cosmos, que en el si- glo XVI se agitaban ja todas las cuestiones que me ocupan lioj todavía á los físicos , á escepcion de la intensidad de la . fuerza magnética j las variaciones horarias déla declina- ción que por entonces no se pensaba en medir. En el no- table mapa de América que acompaña á la edición de la Geofjrccfía de Tolomeo, publicada en Roma en 1508, el polo magnético está representado por una isla volcánica situada al Norte de Gruenland (Groenlandia), indicada como una dependencia del Asia. Martin Cortés, en el Breve üom2)endio de la Sj)hera (1545), v después de él Livio Sanuto en la Geogniiúid di Tolomeo (1588) , colocan el polo magnético mas al Sud. Livio Sanuto alimentaba ja el pensamiento de que «si tuviéramos la suerte de poder llegar al mismo polo magnético (il calamítico), esperaríamos algún efecto mila- groso (alcun miracoloso stupendo effetto).>^ En lo concerniente á la distribución del calor v á la meteorología, habíase despertado ja la atención á fines del siglo XV j principios del XVI, en la minoración del calor que decrece con la longitud occidental, es decir, en las sinuosidades de las líneas isotermas (96) : en la lej de ro- tación de los vientos, generalizada por Bacon de Verula- — 278 — mío (97); en la disminución que produce la falta de arbo- lado en la humedad atmosférica; j en la cantidad anual de lluvia (98); en la depresión de la temperatura á medida que se sube sobre el nivel del mar; j por último , en el límite inferior de las nieves perpetuas. Pedro Mártir de Anghiera fué quien observó por primera vez, en 1510, que este límite es una función de la latitud geográfica. Alon- so de Ojeda j Américo Vespucio babian visto desde el año 1500 las nevadas montañas de Santa María (Tierras nevadas de Citarma). Eodrigo Bastidas j Juan de la Cosa las percibieron mas de cerca en 1501; pero únicamente des- pués de haber escrito el piloto Juan Vespucio, sobrino de Américo Vespucio, á su protector j amigo Anghiera, so- bre la espedicion de Colmenares, fué cuando la región de las nieves tropicales en las montañosas costas del mar de las Antillas adquirió una importancia que podríamos lla- mar cósmica. Entonces se relacionó el límite inferior de las nieves con las influencias generales de la temperatu- ra j de los climas. Tratando de esplicar Herodoto, en el capítulo 22 de su libro II, las inundaciones delNilo, niega de una manera absoluta que pueda haber nieve en las mon- tañas, al Sud del trópico de Cáncer. Verdad es que la es- pedicion de Alejandro llevó á los Griegos hasta los ne- vados picos del Indo-lvho(¿>»?'a7ár»ífa); pero estos picos están situados entre los 34 j 36° de latitud Norte. Una sola vez, que JO sepa^ se hace mención de nieves en la zona ecuato- rial, antes del descubrimiento de América y del año 1500; este detalle en que no pararon mientes los físicos, se en- cuentra en la célebre inscripción de Adulis, que Niebhur cree anterior á los tiempos de Juba j de Augusto. La certi- dumbre adquirida de que el límite inferior de las nieves depende de la distancia del lugar á los polos (99); la prime- ra noción de la lej en virtud de la cual el calor decrece verticalmente , de donde puede deducirse la existencia de — 279 — una capa de aire igualmente fria en todas sus partes, que va descendiendo del Ecuador liácia los polos , señalan en la historia de nuestros conocimientos físicos una época que no deja de tener importancia. Si el vuelo de estos conocimientos fué favorecido por esperimentos debidos á la casualidad que nada tuvieron originariamente de científicos, por otra parte, el siglo cu JO cuadro trazamos , vióse privado , á consecuencia de accidentes particulares, de un auxilio mas legítimo j de un impulso mas racional. El físico mas notable del si- glo XV^ hombre que á conocimientos mu j raros en mate- máticas unia en grado sorprendente la facultad de pene- trar con sus miradas en las profundidades de la Naturaleza, Leonardo de Vinci , era contemporáneo de Colon y murió' tres años después que él. El glorioso artista se habia dedi- cado al estudio de la Meteorología , como también al de la Hidráulica j de la Óptica. Ejerció durante su vida influen- cia por sus grandes creaciones artísticas j por el prestigio- de su palabra, aunque no por sus escritos. Si las ideas de Leonardo de Vinci sobre la Física no hubiesen quedado sepultadas en sus manuscritos, el campo de observación abierto por el Nuevo Mundo hubiera sido esplorado cien- tíficamente en muchas de sus partes antes de la gran- de época de Galileo, de Pascal j de Hujgens. Como Fran- cisco Bacon, j un siglo antes que él por lo menos, Leonardo de Vinci tenia á la inducción por el único método legítimo en la ciencia de la Naturaleza: «Dobbiamo cominciare dair esperienza, e per mezzo di questa scoprirne la ragio- ne (100).» Del mismo modo que, sin conocer todavía el uso de los instrumentos métricos , en las relaciones de los primeros viajes terrestres, se trataba ordinariamente de evaluar las condiciones climatológicas de los paises montañosos situa- dos bajo la zona tropical, guiándose por la distribución del — 280 — calor , por los grados estremos de sequedad atmosférica j por la frecuencia de las esplosiones eléctricas, así también los navegantes se formaron desde luego nociones exactas acerca de la dirección j rapidez de las corrientes que, como rios de muj irregular anchura, atraviesan el Océano atlántico. En cuanto á la corriente llamada propiamente ecuatorial^ es decir, al movimiento de las aguas entre los trópicos. Colon es quien la ha descrito primero, esplicán- dose sobre este asunto de una manera muj positiva j ge- neral á la vez en la relación de su tercer viaje : «Las aguas, dice, se mueven como la bóveda del cielo, (van con los cielos), del Este al Oeste.» La dirección de algunas masas flotantes de jerbas marinas daba fuerza también á esta creencia (1). Encontrando Colon en la Guadalupe una va- sija pequeña de hierro batido en manos de los habitantes, llegó á suponer que podia ser de origen europeo, j haber sido recogida de los restos de un buque que hubiera naufra- gado por la corriente ecuatorial desde las costas de la Iberia á las de América. En sus hipótesis geognósticas considera- ba Colon la hilera transversal de las pequeñas Antillas j la forma de las grandes Antillas, cujas costas son parale- las á los grados de latitud , como un efecto del movimiento de las olas que se mueven del Este al Oeste bajo los tró- picos. Cuando en su cuarto j último viaje reconoció el Almi- rante la dirección de las costas, jendo derechamente de Norte á Sud, desde el promontorio de Gracias á Dios hasta la laguna de Chiriqui , sintió los efectos de una violenta corriente dirigida hacia el Norte j el Nor-noroeste, y pro- ducida por el choque del rio ecuatorial que va de Este á Oeste, y se rompe contra la costa opuesta. Anghiera sobre- vivió á Colon el tiempo bastante para abarcar en su con- junto el movimiento de las aguas del Océano , para reco- nocer el remolino del g-olfo de Méjico, v la ao-itacion que se — 281 — prolonga hasta la Tierra de los Bacallaos (TerranoTa) y hasta la embocadura del rio San Lorenzo. He espuesto de- talladamente en otro lugar lo mucho que sirvió la espedi- cion de Ponce de León en 1512, para fijar j precisarlas ideas, j en esta ocasión he dicho que en un escrito de Humphrej Gilbert, compuesto entre los años de 1567 á 1576, el movimiento de las aguas del mar Atlántico, des- de el cabo de Buena-Esperanza hasta el banco de Terrano- ^va, se halla tratado según puntos de vista casi enteramente conformes á los de mi escelente amigo el difunto major Hennel. A la vez que el conocimiento de las corrientes, se es- tendió también el de los grandes bancos de jerbas marinas' (Fucus natans)^ praderas oceánicas que ofrecen el maravi- lloso espectáculo de un montón de plantas entrelazadas, de superficie casi siete veces igual á la de Francia. El gran banco de Fucus, propiamente llamado Mar de Sargaso, se estiende entre los 19 j 34° de latitud norte. Su eje prin- cipal pasa cerca de siete grados al Oeste de la isla Corvo. El pequeño banco de Fucus está mas cerca del continente , y situado en el espacio comprendido entre las islas Bermudas y las de Bahama. Los vientos y las corrientes parciales in- flujen irregularmente, según los años, en la posición y «1 contorno de estas praderas atlánticas. Ningún otro mar en ambos hemisferios ofrece en tan vasta estension esos grupos de plantas estrechamente unidas entre sí (2). El período de los descubrimientos en los espacios ter- restres, la súbita apertura de un continente desconocido, no solo han ensanchado el conocimiento del globo, han agran- dado el horizonte del mundo , ó con ma jor exactitud , han ensanchado los espacios visibles de la bóveda celeste. Puesto que al atravesar el hombre latitudes diferentes, vé cambiar al mismo tiempo «la tierra y los astros,» según la bella es- presión del poeta elegiaco Garcilaso de la Vega (3) , al pe- — ^82 — netrar los viajeros liácia el Ecuador^, á lo larg-o de las costas de África^ j hasta mas allá de la punta meridional del nue- vo mundo , contemplar con admiración el mag-nífico espec- táculo de las constelaciones meridionales. Erales permitido observarlo mas cómoda y frecuentemente que en tiempo de Hiram ó de los Tolomeos , bajo la dominación romana, bajo la de los Árabes, cuando tenian que limitarse al mar Rojo ó al océano Indico , es decir , al espacio comprendido entre el estrecho de Bal-el-Mandeb y la península occiden- tal de la India. A principios del siglo XVI, Américo Ves- pucio en sus cartas, Vicente Yañez Pinzón, Pigafetta, com- pañero de Magallanes y de Elcano, son los primeros que •han descrito, con los colores mas vivos , como Andrés Cor- sali, en su viaje á Cochin en las Indias orientales, el as- pecto del cielo de Mediodía , del otro lado de los pies del Centauro, y de ]a brillante constelación del navio Argos. Américo, mas instruido literariamente, pero también me- nos verídico que los otros, celebra con gracia la brillante luz, la disposición pintoresca y el aspecto estraño de las estrellas que se mueven alrededor del polo Sud, desprovisto también de estrellas. Afirma en su carta á Pedro Francisco de Médicis, que durante su tercer viaje se ocupó cuidado- samente de las constelaciones meridionales, que midió la distancia de las principales de entre ellas al polo, y que re- produjo su colocación. Los detalles en que entra con este motivo hacen sentir poco la pérdida de tales medidas. Las manchas enigmáticas, conocidas vulgarmente con el nombre de sacos de carhon (coalbags) , parece que fueron descritas por primera vez por Anghiera en 1510_, aunque va las hablan observado los compañeros de Vicente Yañez Pin- zón durante la espedicion que salió de Palos, y tomó pose- sión del cabo San Agustín en el Brasil (4). El Canopo fosco (Canopus niger) de Américo Vespucio es probablemente también uno de aquellos coalbags. El ingenioso Acosta los. 283 compara con la parte oscura del disco de la Luna, en los eclipses parciales, j parece atribuirlos á la ausencia de las estrellas y al vacío que dejan en la bóveda del Cielo. Ri- g-aud ha hecho ver cómo esas manchas, de las que dice cla- ramente Acosta que son visible s en el Perú j no en Euro- pa, y que se mueven como estrellas alrededor del polo Sud, han sido tomadas por un célebre astrónomo como el primer bosquejo de las manchas del Sol (5). El descubrimiento de las dos Nules Magallánicas se ha atribuido falsamente á Pigafetta. Hallo que Anghiera, fundándose en las observa- ciones de navegantes portugueses, habia hecho va mención de estas nubes, ocho años antes de terminar Magallanes su viaje de circunnavegación , y compara su doble brillo al de la via láctea. Es verosímil, por lo demás^ que la nube ma- jor (nubécula major) no se habia ocultado á la observación penetrante de los Árabes, siendo probablemente el Buej blanco, el Bakar, visible en la parte meridional de su cie- lo, es decir, la Mancha hlama, que según el astrónomo Abdurraman Sofí dice no puede apercibirse Bagdad ni en el Norte de la Arabia, pero que es visible en Tehama y en el paralelo del estrecho de Bab-el-Mandeb. Los Griegos j los Romanos recorrieron la misma senda en tiempo de los Lagidas, y mas tarde; pero no observaron nada, ó cuando menos ninguna señal han dejado en las obras conservadas hasta nosotros de esa nube luminosa, que á pesar de estar colocada entre los 11° j 12° de latitud Norte, se elevaba en tiempo de Tolomeo á 3 grados, y en el año 1000 en tiempo de Abderraman á mas de 4 grados sobre el horizonte (6). Hoj, la altura meridiana de la Nvjleoula major ^ tomada desde el medio, puede tener 5 grados cerca de Aden. Si los navegantes no comienzan de ordinario á distinguir cla- ramente las nubes magallánicas, sino en latitudes muj próximas al Mediodia, en el Ecuador, ó mas lejos aun, ha- cia el Sud, esto se esplica por el estado de la atmosfera y — 284 — por los vapores que reflejan una luz blanca en el horizonte. Penetrando en el interior de las tierras de la AraVia meri- dional, el azul profundo de la bóveda celeste j la gran sequedad del aire deben contribuir a que se divisen las nu- bes magallánicas. La facilidad con que se puede seguir dis- tintamente en los dias despejados, bajo los trópicos j lati- tudes muj meridionales el movimiento de los cometas, es un argumento en pro de esta conjetura. La distribución en constelaciones nuevas de las estrellas situadas cerca del polo antartico, pertenece al siglo XVII. El resultado de las observaciones hechas con instrumentos imperfectos por los navegantes holandeses Pedro llieodoro de Emden j Federico Houtmann , que vivió en Java j en Sumatra de 1596 á 1599, como prisionero del rej de Ban- tam y de Atschin, está consignado en los mapas celestes de Hondius Bleaw (Jansonio Cesio) y de Baver. La zona del cielo, situada entre 50'' y 80" de latitud Sud, donde se juntan en número tan grande las nebulo- sas y los grupos estrellados, debe á la distribución des- igual de las masas luminosas un carácter particular, un as- pecto que puede llamarse pintoresco , un encanto infinito debido alagrupamionto de las estrellas de primera y segun- da magnitud, já su separación por regiones que á la sim- ple vista parecen desiertas y sin luz. Estos contrastes sin- gulares, el resplandor mas vivo con que brilla lavia láctea en muchos puntos de su desarrollo, las nubes luminosas y redondeadas de Magallanes que describen aisladamente su órbita, y por último, aquellas manchas oscuras , de las cuales la major está tan próxima á una bella constelación, aumentan la variedad del cuadro de la Naturaleza, v en- cadenan la atención de los observadores conmovidos á las regiones estremas que limitan el hemisferio meridional de la bóveda celeste. Desde principios del siglo XM, una de aquellas regiones, en razón de las creencias religiosas. — -285 — tomó importancia á los ojos de los navegantes cristianos que recorren los mares situados entre los trópicos, ó mas allá de los trópicos, j de los .misioneros que predican el cristianismo en las dos penínsulas de la India : tal es la re- gión de la Gri(,z del Sucl. Las cuatro estrellas principales de que se compone esta constelación están confundidas en el Ahnac/esto^ j por tanto en la época de Adriano j Antonino Pió, con los pies posteriores del Centauro (7). Parece casi increible, al considerar la forma distinta de la Cruz que se aisla en su individualidad^ como también el grande j elpe- queñoCarro, Escorpión, Casiopca, el Águila j elDelfin,que dichas cuatro estrellas no hajan sido antes puestas aparte de la antigua j poderosa constelación del Centauro; confu- sión tanto mas singular, cuanto que el Persa Kazwini j otros astrónomos mahometanos se hahian compuesto con gran tra- hajo una Cruz particular con el Delfín j el Dragón. Háse dicho , sin demostrarlo , que la cortesana adulación de los sabios alejandrinos, que cambió la estrella Canopo en un Ptolo/ueo/if también para honrar á Augusto relacionaron las estrellas de que se compone la Cruz del Sud con un Casaris Th'onon^ constantemente invisible en Italia (8). En tiempo de Claudio Tolomeo, la bella estrella colocada al pié de la Cruz se elevaba aun en Alejandría á su paso por el meridiano, hasta 6*^ 10' de altura, en tanto que hoj, en el mismo lugar, su punto culminante queda muchos gra- dos por bajo del horizonte. Para divisar actualmente la Cruz á 6" 10' de altura, seria preciso, teniendo en cuenta la refracción de los rajos, colocarnos á 10" al Sud de Ale- jandría, á los 2P 43' de latitud norte. Los anacoretas cris- tianos del siglo IV podian ver todavía la Cruz á 10° de al- tura en los desiertos de la Tebaida. Sin embargo, no su- pongo que sean ellos los que ha jan dado su nombre á esta constelación, porque Dante no la cita en el célebre pasaje del Purgatorio: — 286 — lo mi volsi a man dcstra, e posi mente Air altro polo, e vid i quaítro stelle Non viste mai fuor cli' alia prima gente. Y el mismo Américo Vespucio, que en su tercer viaje se referia á estos versos contemplando el cielo estrellado de las regiones del Sud, j se gloriaba de haber visto «las cua- tro estrellas que solo la primera pareja humana habia podi- do apercibir,» no conociala denominación de Cruz del Sud. Américo dice simplemente que las cuatro estrellas forman una figura romboidal (una mandorla); j esta observación es del año 1501. Cuando se multiplicaron los viajes marítimos alrededor del cabo de Buena Esperanza j por el mar del Sud^ atravesando las vias abiertas por Gama j Magallanes: á medida que los misioneros cristianos pudieron penetrar, por consecuencia de los nuevos descubrimientos, en las re- giones tropicales de la América, aquella constelación se hizo mas célebre cada dia. La encuentro mencionada por primera vez como una cruz maravillosa (croce maraviglio- sa) «mas bella que todas las constelaciones que brillan en la bóveda del cielo,» por el Florentino Andrés Corsali en 1517, j algo mas tarde_, en 1520, por Pigafetta. Corsali, que ha- bia leido mas que Pigafetta , admira el espíritu profetice del Dante, sin conocer que aquel gran poeta daba pruebas en ello de tanta erudición como imaginación. Dante habia visto los globos celestes de los Árabes, j habia mantenido relaciones con gran número de Pisanos de los que tenian visitadas las regiones orientales (9). Acosta observa ja en su Historia natural y moral de las Indias, que los primeros colonos españoles establecidos en la América tropical se va- llan de la Cruz del Sud^ como se hace todavía hoj, á gui- sa de reloj celeste, según su posición vertical ó el grado de su inclinación (10). Por consecuencia de la retrogradacion de los puntos — 287 — equinocciales, el aspecto del cielo estrellado cambia en cada punto de la Tierra. La antigua raza humana pudo ver le- vantarse desde las altas regiones del Norte las magníficas constelaciones del Mediodía, que, por largo tiempo invisi- bles, reaparecieran después de miles de años. Ya en tiempo de Colon, Canopo estaba á 1° 20' sobre el horizonte de Toledo, ciudad situada á los 35° 54' de latitud: hov se eleva casi otro tanto sobre el horizonte de Cádiz. Para Ber- lín , j en general para las regiones del Norte , las estre- llas de la Cruz del Sud, lo mismo que ** j ^ del Centauro, se alejan mas j mas, mientras que las nubes magallánicas se aproximan poco á poco á nuestras latitudes. Canopo ha estado en los últimos diez siglos lo mas cerca posible del Norte, j en la actualidad se aleja hacia el Sud, aunque con estremada lentitud á causa de la poca distancia que le separa del polo Sud de la eclíptica. A los 52° ^/^ de latitud Norte, la Cruz empezó á ser invisible 2^900 años antes de nuestra era , al paso que habia podido elevarse antes, se- gún Galle, á mas de 10" sobre el horizonte. Cuando des- apareció para los observadores colocados en los alrededores del mar Báltico, hacia ja 500 anos que la gran pirámide de Cheops estaba construida en Egipto. Setecientos años después se verificó la invasión de los Hjcsos. La Antigüe- dad parece aproximarse á nosotros cuando le aplicamos la medida de los grandes acontecimientos. Al propio tiempo que se ensanchaba el conocimiento, mas contemplativo que científico, de los espacios celestes, realizábanse progresos en la Astronomía náutica, es decir, se perfeccionaban los métodos en cuja virtud se determina el lugar de un buque,, ó, en otros términos , su latitud v su longitud geográficas. Todo lo que en el trascurso del tiempo ha podido favorecer el desarrollo de la navegación, como la invención de la brújula j un estudio mas serio de la declinación magnética; la evaluación de la velocidad, — t288 — merced á una mejor disposición de la guindola, al uso de los cronómetros j á la medida de las distancias lunares; las mejoras introducidas en la construcción de los buques; la fuerza del viento sustituida por una fuerza nueva; j principalmente la feliz aplicación de la Astronomía al arte náutica : todo esto ha contribuido eficazmente al descubri- miento de los espacios terrestres, á la rapidez de las co- municaciones entre los pueblos, y al conocimiento de las relaciones que unen las diferentes partes del Mundo. A este respecto, debemos recordar, como ja hemos dicho, que desde mediados del siglo XIII , los marineros catalanes j mallorquines se valian de instrumentos náuticos para me- dir el tiempo según la altura de las estrellas, y que el as- trolabio descrito por Raimundo Lulio en su Arte de Navegar es casi dos siglos mas antiguo que el de Behem. Tan per- fectamente reconocida se hallaba en Portugal la importan- cia de los métodos astronómicos, que por los años de 1484 fué nombrado Behem presidente de una Junta de matemá- ticos que debia calcular la tablas de la declinación del Sol^ j enseñar á los pilotos, según palabras de Barros , «la ma- neira de navegar por altura do sol (11).» Esta manera de navegar según la altura meridiana del Sol fué desde en- tonces perfectamente distinguida de la navegación «por la altura del Este-Oeste,» es decir, por la determinación de las longitudes (12). La necesidad de encontrar la posición real de la línea de demarcación indicada por el papa Alejandro VI, j de señalar en el Brasil _, nuevamente descubierto, j en las is- las próximas á las Indias meridionales, el límite legítimo entre las posesiones de las Coronas española j portuguesa, hizo, como ja hemos dicho, que se buscaran con mas ardor métodos prácticos para determinar la longitud; llegando á conocer cuan raras eran las ocasiones á que podia apli- carse el antiguo é imperfecto método de los eclipses de lu- — 289 — na, debido á Hiparco. El uso de las distaDcias lucares fué recomendado desde el año 1514, por el astrónomo nurem- berg-ués Juan Werner, j poco después por Oroncio Fineo v Gemma Frisio; mas por desg-racia este método debía ser por mucho tiempo estéril, basta que, después de numerosas tentativas inútilmente hechas con los instrumentos de Bie- newitz (Pedro Apiano) j de Alonso de Santa Cruz, inventó Nev7ton en 1700 el sestante de reflexión, cu jo uso fué ge- neralizado entre los marinos por Hadlej en 1731. La influencia de los astrónomos árabes se dejaba sentir también desde el centro de España, en los progresos de la Astronomía náutica, si bien es verdad, que se hicieron muchos ensa JOS infructuosos para llegar á la determinación de las longitudes; y muchas veces se ha preferido atribuir el mal éxito á faltas de impresión en las efemérides astro- nómicas de Regiomontano^ entonces en uso, que á la in- exactitud de las observaciones. Los Portugueses sospecha- ban de los resultados dados por los Españoles á quienes- acusaban de haber alterado las tablas por motivos políti- cos (13). La necesidad súbitamente manifestada de los so- corros que prometía, teóricamente al menos, la Astrono- mía náutica, está espresada con una vivacidad singular en las relaciones de Colon, de Américo Vespucio, de Piga- fetta^ j de Andrés de San Martín, célebre piloto que diri- gía la espedicion de Magallanes j poseía los métodos de longitud de Ruj Falero. Las oposiciones de los planetas, la ocultación de las estrellas, las diferencias de altura en- tre la Luna j Júpiter, las variacione^s de la declinación de la luna fueron estudiadas con mas ó menos éxito. Tenemos en nuestro poder observaciones de las conjunciones hechas por Colon en Haití durante la noche del 13 de enero de 1493. La necesidad de agregar á todas las grandes es- pediciones un hombre especialmente versado en la Astrono- mía estaba tan generalmente estendída, que la reina Isabel TOMO 11 19 — 290 — escribía á Colon el 5 de setiembre de 1493 : «Nos parece que seria bien que llevásedes con vos un buen Estrólogo j «Qos parecía que seria bueno para estoFraj Antonio de Mar- chena , que es buen Estrólogo y siempre nos pareció que se conformaba con vuestro parecer.» Colon dice en la rela- ción de su cuarto viaje. «Solo haj un modo de cálculo in- falible para la navegación, y es el de los astrónomos; todo íiquel que lo conozca puede considerarse feliz. Los resul- tados que garantiza, equivalen á una visión profética (14). Los ignorantes pilotos no saben ja donde están desde que •dejan de ver por algunos dias las costas. Serian incapaces "de volver á encontrar el país descubierto por mí. Hace falta para navegar, compás y arte^ es decir, la brújula j la cien- •€Ía que es el arte de los astrónomos.» He mencionado estos detalles característicos, porque -ellos hacen ver cómo la Astronomía náutica, que Ka facilitado ■el acceso á todas las partes de la Tierra ocurriendo á los pe- ligros de la navegación , ha recibido su primer desarrollo *en el período cu jo cuadro trazo ahora; como en el movi- miento general de los espíritus se comprendió desde luego ia posibilidad de m^étodos que no podían ser de una aplí- ^lacion general sino después del perfeccionamiento de los cronómetros, instrumentos propios para medir los ángulos j tablas solares j lunares. Si es cierto,, como se ha dicho, que lo que determina el carácter de un siglo, es el progreso ínas ó menos rápido del entendimiento humano, en un <:ierto espacio de tiempo, el siglo de Colon j de los gran- 'des descubrimientos marítimos, aumentando de una ma- nera inesperada los objetos de la ciencia j de la contem- plación, ha dado un impulso nuevo j mas poderoso á los •siglos que le siguieron. Propia cosa es de los descubri- mientos considerables el ensanchar el círculo de las con- quistas j el horizonte del campo que queda todavía por con- <|uistar. En cada época existen espíritus débiles dispuestos — 391 — á creer con complacencia que la humanidad ha llegado al apogeo de su desarrollo intelectual. Olvidan que por efecto de la íntima dependencia que une á todos los fenómenos de la Naturaleza, el campo se aumenta á medida que se avanza en él, y que el límite que lo rodea en el horizonte retro- cede incesantemente delante del observador. ¿Dónde puede señalarnos la historia de los pueblos una época comparable á aquella en que acontecimientos de tan grandes consecuencias como el descubrimiento j coloniza- ción primera de la América ^ la travesía á las Indias orien- tales por el cabo de Buena P]speranza^ v el primer viaje de circunnavegación de Magallanes, se hallan asociados con el incremento del arte, el triunfo de la libertad intelectual V religiosa, v los imprevistos progresos en el conocimiento del Cielo y de la Tierra? No necesita semejante época para que su grandeza nos admire, del prestigio de la lejanía en que se nos aparece; pues debe poco á la circunstancia de presentársenos enlazada con recuerdos históricos y despren- dida de la realidad importuna del tiempo presente. Des- agraciadamente aquí, como en todos los negocios humanos, á la brillantez del éxito acompañan desastres deplorables. Los progresos de la ciencia del Mundo se han comprado al precio de todas las violencias y las crueldades que los con- quistadores que se llamaban civilizados han llevado de un punto á otro de la Tierra; pero es pretensión temeraria el querer establecer de una manera dogmática, paso á paso el desarrollo de la humanidad^ el balance del bien y del mal. No pertenece al hombre el juicio de los acontecimientos que interesan al mundo entero, y que, preparados antici- padamente en el seno fecundo del tiempo , tocan solo en parte al siglo en que los colocamos arbitrariamente. El primer descubrimiento de la parte central y meri- dional de los Estados-Unidos, hecho por los Escandinavos, coincide casi con la aparición misteriosa de Manco Capac en 29*2 la meseta del Perú , y es posterior en doscientos años á la llegada de los Aztecas al valle de Méjico. La capital de este reino, Tenochtitlan , fué fundada 325 años mas tarde. Si las colonizaciones normandas hubiesen tenido consecuencias mas duraderas; si las hubiese mantenido j protegido una metrópoli poderosa, que gozara de unidad política, las ra- zas germánicas al penetrar en estas regiones hubieran en- contrado aun hordas errantes de cazadores nómadas aquí y allá, en los lugares mismos en que los conquistadores espa- ñoles encontraron labradores apegados al suelo que culti- yaban (15). Los tiempos de la Conquista 6 sea el fin del siglo XV y principio del XVI, están señalados por una reunión prodi- giosa de grandes acontecimientos realizados en la yida po- lítica j moral de las naciones europeas. El mismo mes en que Hernán Cortés se acercaba á Méjico para establecer el sitio, después de la batalla de Otumba, quemaba Martin^ Luteró en Witemberg ]a bula del papa y fundaba aquella^ Reforma que prometía al espíritu la independencia j un nuevo vuelo, por horizontes enteramente desconocidos (16). Ya en ese momento hablan salido de sus tumbas las mas- brillantes obras maestras del arte o-rieoro: el Laocoon, el Tronco, el Apolo del Belvedere jla Venus de Médicis. En Italia ílorecian Miguel Ángel, Leonardo de Vinci, el Ti— ciano j Rafael , v en Alemania Holbein jAlberto Dürer. Ei sistema del Mundo, aunque no se divulgó hasta mas tarde,, habla sido hallado por Copernico, en ei mismo año en que murió Cristóbal Colon, catorce después del descubrimien- to del Nuevo Mundo. La importancia de este descubrimiento y de los prime- ros establecimientos fundados por losEuropeos, no se limita únicamente á las cuestiones que constitu jen la materia de este libro; estiéndese hasta las inÜuencias intelectuales v morales que el rápido engrandecimiento de la masa de las- — 293 — ideas adquiridas La ejercido en el mejoramiento del estado social. A partir de esta época crítica es desde cuando el es- píritu j el corazón han vivido una vida nueva v mas activa, V atrevidos deseos v tenaces esperanzas han penetrado poco á poco en todas las clases de la sociedad civil. También á seguida de este acontecimiento, la escasez de población estendida por una mitad de la Tierra, particularmente en las costas colocadas á espaldas de Europa, ha podido facilitar el establecimiento de colonias , cuja estension y situación las han llevado á transformarse en Estados independientes, v á no sufrir traba alguna en la libre elección de su constitu- ción política. Por último, debemos añadir la reforma reli- giosa, preludio de las grandes revoluciones políticas, que debia recorrer todas las fases de su desarrollo, en una región que habia llegado á ser el asilo de todas las creencias y de los sentimientos mas diferentes acerca de las cosas divinas. La audacia del navegante g*enovés es el primer anillo en la cadena sin fin de esos misteriosos acontecimientos ; j si la América no lleva su nombre , débese k la casualidad , pero no al fraude ni á la intriga (17). Aproximado á Europa desde medio siglo, por las relaciones comerciales de la na- vefífacion^ el Nuevo Mundo ha ejercido una influencia con- siderable en las instituciones políticas, en las ideas j las tendencias de los pueblos colocados en el límite oriental de aquel valle del Océano atlántico que parece estrecharse mas de di a en dia (18). VII. INFLUENCIA DEL PROGRESO DE LAS CIENCIAS EN DESAHKOIJ.O DE TA IDEA DEL COSMOS t)i;k.\nte los siglos xvh v xviii. GRANDES DESCUBRIMIENTOS EN LOS ESPACIOS CELESTES CON EL AUXI- LIO DEL TELESCOPIO. ÉPOCA BRILLANTE DE LA ASTRONOMÍA Y DE LAS MATEMÁTICA?, DESDE GALILLO Y KEPLERO HASTA NEW- TON Y LEIBNITZ. — LEYES DEL MOVIMIENTO DE LOS PLANETAS Y TEORÍA DE LA GRAVITACIÓN UNIVERSAL. — FÍSICA Y QUÍMICA. Al tratar de enumerar las fases principales en que se divide la historia de la contemplación del Mundo, hemos bosquejado en último término la época en que los pue- blos civilizados del antiguo mundo aprendieron á conocer el nuevo. Al siglo de los grandes descubrimientos realiza- dos en la superficie de nuestro planeta, sucede inmediata- mente la toma de posesión de una parte considerable del dominio celeste por medio del telescopio. La aplicación de un instrumento que tiene la fuerza de penetrar el espacio, podria decir la creación de un órgano nuevo, evoca todo un mundo de ideas desconocidas. A partir de este momento, se abre una era brillante para la Astronomía j las Matemáti- cas, y comienza esa serie de matemáticos profundos que se prolonga hasta Leonardo Eulero, quien como se ha dicho, transformó todas las cosas , j cu jo nacimiento, ocurrido — 295 — en 1707, coincide con la muerte de Jacobo Bernoulli, Un corto número de nombres bastará á recordar los gigantescos pasos que el espíritu humano, sin escitacion es- terior, dio en virtud de su propia fuerza en el siglo XVII^ sobre todo en el desarrollo de la idea matemática. Proclá- manse las lejes que presiden á la caida de los cuerpos y al movimiento de los planetas; la presión atmosférica, b^ propagación, la refracción j la polarización de la luz, vie- nen á ser objeto de profundas investigaciones; el estudia matemático de la Naturaleza se funda en bases sólidas; v por último, la invención del cálculo infinitesimal señala los últimos años del siglo. Provista de esta fuerza nueva,. la inteligencia humana puede ensa jarse con éxito, duran- te los ciento cincuenta años siguientes, en la solución de los problemas que presentan las perturbaciones de los cuer- pos celestes , la polarización j la interferencia de las ondas- luminosas, el calor radiante, la acción circular de las cor- rientes electro-magnéticas , la vibración de las cuerdas y del vidrio, la atracción capilar en los tubos estrechos, j tantos otros fenómenos naturales. Desde ese momento el trabajo se sigue sin interrupción en el mundo del pensamiento, y todas las fuerzas de la in- teligencia se prestan mutuo socorro. Ninguno de los gérme- nes ja vivos se marchita. El crecimiento de los materiales científicos, el rigor de los métodos j el perfeccionamiento de los instrumentos , todo marcha de concierto. Nos referi- mos aquí al siglo XVII, tan armonioso en su conjunto: a! siglo deKéplero, de Galileo j de Bacon, de Tjcho, de Des- cartes j de Hujghens, de Fermat, de Newton j deLeib- nitz. Son tan conocidos los servicios de tales hombres, que- bastan ligeras indicaciones para hacer resaltar la parte bri- llante que han tenido en el engrandecimiento de las mi- ras sobre el Mundo. Hemos demostrado ja (19), cómo el ojo, órgano de la — 296 — contemplación física , habia tomado de la segunda vista del telescopio un poder cujo límite está lejos de alcan- zarse, j que desde su principio, cuando el instrumento débil aun, apenas podia aumentar treinta j dos veces los objetos (20), penetraba, sin embargo, en el espacio profun- didades no sondeadas basta entonces. El conocimiento exacto de un gran número de cuerpos celestes, de que nuestro sistema solar está compuesto; la observación de las le jes eternas, según las cuales describen sus órbitas: todos los secretos déla estructura del Mundo descubiertos: tales son las mas brillantes conquistas de la época cu vos rasgos esenciales tratamos de reproducir. Los descubrimientos que datan de este período forman lo que podemos llamar ios contornos principales del gran cuadro de la Naturaleza, añaden á los espacios de la tierra nuevamente esplorados, el contenido ignorado hasta entonces de los espacios celes- tes, al menos en lo concerniente al orden admirable de nuestro sistema planetario. Por lo que hace á nosotros, siempre dedicados á la investigación de las ideas generales, nos contentaremos con señalar los mas importantes resul- tados de las observaciones astronómicas en el siglo XVII, teniendo cuidado de indicar de qué manera estos trabajos lian producido de improviso descubrimientos matemáticos de alta trascendencia, y cómo lian eno-randecido v elevado la contemplación del Mundo. Ya hemos hecho notar por qué dichosa fortuna tantos grandes acontecimientos, tales como el renacimiento de la libertad reliíriosa , el desarrollo de un sentimiento mas no- ble del arte , j la propagación del sistema de Copérnico, han distinguido juntamente con las grandes empresas ma- rítimas, al siglo de Colon, de Gama y de Magallanes. Ni- colás Copérnico ó Koppernik , como él mismo se llama en dos cartas que aun existen, á los veintiún años de edad ha- ■cia observaciones en Cracovia con el astrónomo Alberto — 291 — Brudzewski. cuando Colon descubrió la América. Eu el año que siguió á la muerte del gran navegante lo volvemos á encontrar en Cracovia ocupado en trastornar todas las ideas admitidas en Astronomía , después de una estancia de seis años en las ciudades de Pádua, Bolonia v Roma'. Nombra- do en 1510 canónigo de Frauemburgo por la protección de su tio Lúeas Waisserolde de Allen^ obispo deErmeland (21), trabajó allí todavía treinta j tres años en acabar su obra De rexoJiittonihus orUum cmlestium. El primer ejemplar im- preso le fue entregado cuando , paralítico ja de cuerpo y de espíritu, se preparaba á morir. Yi6 el volumen, pudo has- ta tocarlo ; pero su pensamiento no estaba va en las cosas temporales. Murió, no como cuenta su biógrafo Gassendo, algunas boras, sino algunos dias mas tarde, el 24 de Ma vo •de 1543 (22). Dos años antes habíase ja estendido por el público una parte importante de su doctrina , «merced á la carta impresa que uno de sus mas ardientes discípulos, Joa- quín Rhüetico, dirigió á Juan Schoner, profesor de Nurem- berga. No son, sin embargo, el éxito del sistema de Copér- nico, ni la teoría renovada del Sol central j del doble movimiento que describe la Tierra, los que • produjeron poco mas de cincuenta años después los brillantes descu- brimientos astronómicos, con que empezó el siglo XVIÍ. Estos descubrimientos que completaron v engrandecieron el sistema de Copérnico, tienen por causa la invención ca- sual del telescopio. Pero los principios de Copérnico , ro- bustecidos j ampliados por los resultados de la Astronomía física, tales como las observaciones hechas en el sistema de los satélites de Júpiter j sobre las fases de Venus, abrieron á la Astronomía teórica caminos que debian conducir á un punto mas seguro , v provocar la investigación de proble- mas cuja solución exigia el perfeccionamiento del cálculo analítico. Así como Jorge Peurbach j Juan MuUer, que tomó de su ciudad natal, KoRniffsbersra. en Franconia, el — 298 — nombre de Regiomontano , tuvieron una feliz influencia sobre Copérnico y sus discípulos Rhíetico, Reinhold j Mffistlin , estos que á su vez obraron sobre los trabajos de Keplero,de (lalileoj de Newton, por mas que los separara un largo espacio de tiempo. De suerte que un lazo intelec- tual une al siglo XVII con el XVI, j no puede trazarse el engrandecimiento que la contemplación del Mundo debió en el siglo XVII á la Astronomía sin buscar el impulso que este período recibiera del precedente. Es una opinión equivocada, y por desgracia muj es- tendida aun en nuestros dias, la de que Copérnico, por de- bilidad, y para librarse de la persecución de los sacerdotes, presentó el movimiento planetario de la Tierra y la posi- ción del Sol en el centro del sistema como una pura hipó- tesis , cujo objeto era facilitar la aplicación del cálculo al movimiento de los cuerpos celestes, pero que «no era ne- cesariamente verdadera ni aun verosímil (23).» No puede negarse que estas estrañas palabras se leen en el prefacio anónimo colocado á la cabeza de la obra de Copérnico, que tiene por título de HyjMliesihus hujus 0])eris (24); pero esta declaración es completamente agena á Copérnico , y está en oposición abierta con la dedicatoria que dirigió al Papa Paulo III. El autor del prefacio es, según dice Gassendo del modo mas positivo en la Vida de Copérnico , Andrés Osiander, matemático que vivia por entonces en Nurem- berga, encargado de dirigir con Scboner la impresión del libro De rewluüonilns ^ y que, sin manifestar espresamente escrúpulos religiosos, juzgó prudente presentar las ideas nuevas como una hipótesis , y no como una verdad demos- trada, cual habia hecho Copérnico. El hombre á quien podemos llamar fundador del nuevo sistema del Mundo , porque á él pertenecen indisputable- mente ^las partes esenciales de este sistema y los mas gran- diosos rasgos del cuadro del Universo, escita nuestra admi- — 299 — ración, menos quizás por su ciencia, que por su valor j su confianza. Bien merecia el elogio que le tributa Keplero, cuando en su introducción á las Tablas Rudol finas le llama espíritu libre : «vir fuit máximo ingenio et quod m hoc exercitio (es decir , en la lucha contra las preocupaciones) magni momenti est, animo liber.» Cuando refiere Copérni- co en su dedicatoria ai papa la historia de su obra , no va- cila en tratar de cuento absurdo la creencia en la inmovili- dad j en la posición central de la Tierra, creencia estendida generalmente entre los teólogos, j ataca sin temor «la es- tupidez de los que se adhieren á opiniones tan falsas.» Dice^ que «si alguna vez insignificantes charlatanes, estraños á toda noción matemática, tuvieran la pretensión de juzgar de su obra , torturando de intento algún pasaje de las Sa- gradas Escrituras (propter aliquem locum Scripturre male ad suum propositum detortum) , despreciaria sus vanos ataques. Todo el mundo sabe, añade, que el célebre Lac- tancio, ha disertado de una manera pueril sobre la figura de^ la Tierra, j se ha burlado de los que la consideraban como un esferoide: pero cuando se trata de asuntos matemáticos, es preciso escribir para los matemáticos. A fin de probar que, por su parte, profundamente penetrado de la exacti- tud de sus resultados, no teme juicio alguno desde el rin- cón de la tierra á que se hallaba relegado , desde él apela al jefe de la Iglesia, pidiéndole protección contra las inju- rias de los calumniadores. Y lo hace con tanta major con- íianza^, cuanto que la misma Iglesia puede sacar ventajas de- sús investigaciones acerca de la duración del año, v sobre^ los movimientos déla Luna. La Astrología j la reforma del Calendario fueron largo tiempo las únicas protectoras de la Astronomía para con las potencias temporales j espiritua- les, lo mismo que la Química j la Botánica estuvieron en un principio al servicio de la Farmacologia. El varonil j libre lenguaje de Copérnico contradice os- — 300 — tensiblemente la antigua aserción de que él presentó el sis- tema á que va unido su nombre inmortal como una hipó- tesis propia para facilitar los cálculos de la Astronomía matemática, pero que podria muj bien carecer de funda- mento. «En ning-una otra combinación , esclama con entu- siasmo , he podido encontrar una simetría tan admirable en las diversas partes del gran todo , unión tan armoniosa en- tre los movimientos de los cuerpos celestes, como colocando la antorcha del Mundo (lucernam mundi)_, á ese Sol que «•obierna á toda la familia de los astros en sus evoluciones circulares (circum agentem gubernans astrorum familiam isobre un trono real, en medio del templo de la Naturale- za (25).» La idea de la gravitación universal ó de la atrac- ción (appetentia quíedam naturalis partibus indita) que ejerce el Sol como centro del Mundo (centrum mundi), pa- i*ece también haberse representado al entendimiento de licando el Nuncins Sirkrcus (1610), •en el cual está consignado aquel descubrimiento (44). Ma- rio liabia propuesto el nombre de Si^km Brandenhurgica para los satélites de Júpiter; Galileo prefirió los de /Sükra Cósmica 6 Medicea, el último de los cuales obtuvo natural- mente mas favor en la corte de Florencia. Pero este nombre colectivo no pareció todavía adulación bastante bumilde. En vez de designar cada uno de los satélites por cifras, como lo hacemos boj, Mario los llamaba, lo, Europa. Ga- nimedesjCalisto; ven lugar de esos seres mitológicos figura- ron en la nomenclatura de Galileo los diferentes miembros •de la familia de los Médicis, Catalina, María, Cosme el Ma- j'or j Cosme el Menor. El conocimiento de los satélites de Júpiter v de las fa- ses de A'enus fue de la major influencia para el estable- cimiento j propagación del sistema de Copérnico. El i^q- (ineño Hundo de Jvfiter (Mundus Joi-¡al¡s) ofrecía á la inteligencia una imagen completa del gran sistema plane- tario j solar. Observóse que los satélites obedecían á las le- ves descubiertas por Keplero, j ante todo, que los cuadrados de los tiempos necesarios para su revolución son propor- cionales á los cubos délas distancias medias que separan áios planetas secundarios del planeta principal. Por eso Keplero, €n su libro de Ib. Armonía de/ Hundo, esclama con esa firme confianza j esa seguridad que inspiran á un Alemán las li- bres especulaciones de la filosofía : «Ochenta años han pa- sado desde que puede leerse sin obstáculo la doctrina de Co- pérnico sobre el movimiento de la Tierra v la inmovilidad del Sol (45), porque al cabo se ha^creido lícito disputar so- bre las cosas naturales j esclarecer las obras de Dios: aho- ra que se han descubierto nuevos documentos , desconocidos á los juicios eclesiásticos, en apoyo de esta doctrina se os prohibe la propagación del verdadero sistema del Mundo!» Tiempo hacia cue aun en las regiones protestantes de Ale- — 310 — manía había podido Keplero observar esta proliibícíoDy consecuencia de la antigua lucha empeñada entre la Iglesia j la ciencia de la Naturaleza (46). El descubrimiento de los satélites de Júpiter señala una época siempre memorable para la historia j las vicisitudes de la Astronomía (47). Los eclipses de los satélites, su in- mersión en la sombra de Júpiter, nos han llevado á medir la velocidad de la luz (1675), y á esplicar por consiguiente el eclipse de aberración de las estrellas fijas (1727), por la cual se refleja, por decirlo así, el movimiento anual de la Tierra alrededor del Sol. Estos descubrimientos de Roemer j de Bradlej han sido llamados con razón la llave de la bóveda del sistema de Copérnico^ la demostración material del movimiento de traslación de la Tierra. Muy luego también , desde el mes de Setiembre- de 1(512^ reconoció Galileo de qué importancia podían ser los eclipses de los satélites de Júpiter para determinar las longitudes en la tierra firme. Primero presentó este méto- do á la corte de España, en 1616, y mas tarde á los Es- tados Generales de Holanda , aplicándolo esta vez á le- navegación (48), pero sin preocuparse mucho de las insu- perables dificultades que ofrece la práctica de un método semejante en un elemento tan movible. Proponíase cons- truir por sí propio cien telescopios j llevarlos á España , 6 enviar con ellos á su hijo Vicencío ; pidiendo por recom- pensa «una croce di S. lago,» con el sueldo de 4,000 es- cudos, suma módica , según él , si se tiene en cuenta que le habían prometido en un principio, una renta de 6,000» ducados en la casa del cardenal Borgia. Después del descubrimiento de las lunas de Júpiter, observóse bien pronto la pretendida triplicidad de Saturna (planeta tergeminus). Desde el mes de noviembre de 1610^, Galileo comunicaba á Keplero que «Saturno se compone de tres estrellas que se tocan respectivamente.» En esta obser^ — 311 — vacion germinaba el descubrimiento del anillo de Saturno. Hevelio describía en 165(j las variaciones que esperimentó la forma de aquel planeta, la abertura desig-ual de las asas j su completa desaparición en ciertas épocas. Sin embar- go, el mérito de haber esplicado científicamente todas las apariencias del anillo de Saturno, pertenece á Hujgens (16.")5), el cual, participando de la desconfianza de su tiempo, ocultó su descubrimiento bajo un anagrama com- puesto de 88 letras. Domingo Cassini fué el primero que vio la línea negra que divide el anillo, j reconoció que se compone por lo menos de dos anillos concéntricos (1684). He reunido aquí todas las observaciones á que ba dado ma- teria, durante el intervalo de un siglo, aquel de los cuerpos celestes que ofrece la forma mas singular é inesperada, j cujo conocimiento ha podido llevar á ingeniosas conje- turas sobre la formación primitiva de los planetas j de sus satélites. Las manchas del Sol fueron observadas por pri- mera vez con ajud'a de telescopio, por Juan Fabricio, habi- tante de la Frisia oriental , j por Galileo, en Pádua ó en Venecia, según la narración mas acreditada. Fabricio tomó acta de su descubrimiento en el mes de junio de 1611 , y se adelantó ciertamente en un año á Galileo , que no dio á conocer el sujo hasta el 4 de majo de 1612, en una carta dirigida al burgomaestre Marcos Welser. Las primeras ob- servaciones de Fabricio datan, según un minucioso examen de Arago, del mes de marzo de 1611 (49); empezaron á fines de 1610, si ha de creerse á David Brewster. Cristóbal Scheiner hace remontar las su jas al mes de abril de 1611, por mas que no se entregase probablemente j de un modo serio á esta investigación hasta el mes de octubre del mis- mo año. Respecto de Galileo solo poseemos datos muj os- curos j poco contestes. Es probable que reconociese las manchas del Sol en el mes de abril de 1611 , porque las hizo ver públicamente en el monte Quirinal , en el jardin — 312 — del cardenal Bandiai,. los meses de abril y majo del diclio año. Harriot, que según el barón de Zach, habla descu- bierto las mancbas del Sol el 16 de enero del año preceden- te, es cierto que observó tres de esas mancbas el 23 de diciembre de 1610 , indicando su lugar en un registro de observaciones , pero sin pensar que babia visto las man- cbas del Sol , á la manera que Flamstead y Tobías Majer, el uno en 23 de diciembre de 1690, v el otro en 25 de se- tiembre de 1756, que no imaginaron tampoco quebabian visto un planeta cuando Urano pasaba por el campo de sus telesco- pios. Eli. °de diciembre de 1611 fué cuando por primera vez reconoció en realidad Harriot las mancbas del Sol, cinco meses después, por consiguiente, de baber publicado Fabricio su descubrimiento. Galileo advierte ja que las mancbas del Sol, «mucbas de las cuales esceden en estension al mar Me- diterráneo y aun al África v Asia,x> se presentan en una zona determinada del disco solar. Asimismo observa que á veces reaparecian dichas mancbas , convenciéndose de que pertenecían al cuerpo mismo del Sol. La diferencia de sus dimensiones en el centro de este astro, v cerca del bor- de donde desaparecen , fijó particularmente su atención. Sin embargo, vo no bailo nada en la notable carta que es- cribió á Marcos Welser el 14 de agosto de 1612_, por lo que pueda suponerse que ba va observado la desigualdad de la penumbra en los dos lados del núcleo oscuro. Esta preciosa observación estaba reservada á Alejandro AVilson , y data únicamente del año 1773. El canónigo Tarde en 1620, j Maupertuis, en 1633, atribulan todas las mancbas del Sol á pequeños cuerpos celestes que, moviéndose alrededor de él, interceptaban su luz, j á los cuales llamaron los astros de Borbon j de Austria (Borbonia et Austríaca sldera) (50). Fabricio admitía, como Galileo, que las mancbas pertene- cen al cuerpo mismo del Sol (51). Habla notado también que las que se velan en un principio desaparecían j volvían — 313 — á aparecer mas tarde. Esas alternativas le llevaron á cono- cer la rotación del Sol, supuesta ja por Keplero antes del descubrimiento de las manchas. Sin embargo, las determi- naciones mas exactas sobre la duración de la rotación per- tenecen á Scheiner. Desde que se ha reconocido que la sus- tancia, en el estado de ignición mas intensa que havan podi- do producir hasta aquí los hombres, la cal viva en ignición €n la lámpara de Drummond, aparece negra como una man- cha de tinta , cuando se projecta sobre el disco del Sol , no debemos estrañar que Galileo , que sin duda alguna ha sido el primero en describir las grandes fáculas del Sol, ha va tenido á la luz del foco formada en el centro de las manchas solares, por mas intensa que la de la Luna llena ó la de la at- mósfera que rodea el disco del Sol (52). Hállanse ja en ios escritos del cardenal Nicolás de Cusa, á mediados del si- glo XV, hipótesis sobre las atmósferas sucesivas del aire, de nubes j de luz que rodean el núcleo sólido j, por decirlo así, terrestre del Sol (53). Para cerrar el ciclo de estos admirables descubrimientos, ciclo que abarca apenas dos años_, jen cujo centro brilla el nombre inmortal del gran Florentino , debo mencionar también las fases de Venus. Desde el mes de Febrero de 1610 vio Galileo á este planeta bajo la forma de media luna ; v de la manera que hemos indicado antes ocultó el 11 de di- ciembre de 1610 este importante descubrimiento bajo un anagrama del cual ha hablado Keplero en el principio de su Dióptrica. Cree también, á pesar de la insuficiencia de su telescopio, haber apercibido algo de las fases de Marte, se- gún lo que escribía á Benedicto Castelli el 30 de diciembre de 1610. El fenómeno de Venus,, apareciendo como la Luna bajo la forma de creciente, aseguró el triunfo de Copérnico. La necesidad de las fases no podia ciertamente ocultarse á ■este gran astrónomo, que discute en detalle en el capítu- lo 10 de su primer libro las dudas que los modernos partí- — 314 — darios de las opiniones platónicas suscitaron con motivo dé las fases, contra los principios de Tolomeo acerca de la es- tructura del Mundo; pero en el desarrollo de su propio siste- ma, Copérnico no se esplica en particular sobre las fases de Venus, diga de ello lo que quiera Tomás Smith en su Óptica. Los progresos hechos en la ciencia del Mundo , cuja cuadro desgraciadamente no puede librarse por completo de enojosas controversias acerca de la propiedad de los descu- brimientos, j particularmente las conquistas de la Astrono- mía física, merecieron tanto major favor, cuanto que antes, de la invención del telescopio (1608) acababan de realizarse en el cielo g-randes acontecimientos, 36, 8 j 4 años antes, liabian escitado la atención j el asombro de los pueblos, la aparición j la estincion repentina de tres astros nuevos en Casiopea (1572), en el Cisne (1600), y en el pié del Serpentario (1604). Todos estos astros eran mas brillan- tes que las estrellas de primera magnitud^ y el que Ke- plero observó en el Cisne, resplandeció veintiún años en la bóveda del cielo durante todo el período de los descubri- mientos de Galileo. Cerca de trescientos cincuenta años han pasado después, y no ha aparecido ninguna nueva estrella de primera ó de segunda magnitud; porque el notable fenó- meno de que fué testigo Juan Herschel en 1837, en el he- misferio delSud, no era sino un desarrollo escesivo déla intensidad luminosa de la estrella de segunda magni- tud n de Argos, conocida de mucho tiempo aunque sin ha- ber observado que fuese cambiante (54). Con qué fuerza solicitaron la curiosidad, aumentaron el interés de los descu- brimientos astronómicos, y hasta provocaron combinaciones imaginarias el aspecto de los astros nuevos que aparecie- ron desde 1572 á 1604, es cosa que puede verse en los es- critos de Keplero, y de la que además podemos juzgar por los rumores á que dan lugar los cometas visibles á la sim- ple vista. Otro tanto sucede con los fenómenos que se pro- — 315 — ducen en la superficie del gloLo, como los temblores de tierra en las comarcas donde rara vez se sienten sus efec- tos, la erupción de volcanes inactivos desde muctios años. j el ruido de los aereolitos que surcan nuestra atmósfera inflamándose en ella: todos estos accidentes vienen á reno- var de tiempo en tiempo el interés que inspiran problemas todavía mas inesplicables para el vulgo que para los físicos sistemáticos. Si he citado á Keplero con preferencia en estas conside^ raciones sobre los efectos de la contemplación física , e& con el fin de recordar cuan unida se encontraba en este- grande hombre, dotado de tan maravillosas facultades, la tendencia hacia las combinaciones de la fantasía _, con un talento notable de observación, con un método de inducción severa, con una fuerza de cálculo casi sin ejemplo, j final- mente , con una ])rofundidad matemática tal como la ma- nifestada en la Stereometria doliofum^ que influjo felizmente sobre Fermat, j por medio de él en el descubrimiento dei cálculo infinitesimal (55). Por la riqueza j la rapidez de su& ideas, por lo atrevido de sus adivinaciones cosmológicas, un espíritu como el sujo estaba formado principalmente para esparcir la vida á su alrededor j para acelerar el movi- miento que empujaba sin descanso al siglo XVII hacia el noble objeto de la contemplación j engrandecimiento del Mundo (56). Los ocho cometas que llegaron á ser visibles á partir de 1577, hasta el de Hallej en 1607, así como la súbita aparición j la estincion de tres estrellas nuevas, ocurrida casi en el mismo período, llamaron la atención de los sabios respecto del origen de aquellos cuerpos, compuestos de una materia vaporosa j de la nebulosidad cósmica universal— mente estendida por el espacio. Keplero creia, como Tjcho^ que las nuevas estrellas se hablan formado por la condensa- ción de esta nebulosidad, j que se resolverían undiaen la — 316 — misma sustancia (57). En su discurso escrito en alemán, ^ohi'e la naturaleza, el movimiento y la significación de los -cornetas (1008) estos cuerpos que él se representaba antes de haber demostrado el movimiento elíptico de los planetas como moviéndose en línea recta, sin volver sobre sí mismos ni describir una órbita cerrada, están engendrados ""por el aire celeste. Remontándose á las antiguas hipótesis sobre la producción sin madre, añade que los cometas nacen «co- mo crece la verba sin semilla en cada montón de tierra, €omo se producen los peces en el agua salada, en virtud de una generación espontánea.» Mas feliz Keplero en otras conjeturas, se aventuraba á íisentar los principios siguientes : todas las estrellas fijas son soles como el nuestro, v están rodeadas de sistemas plane- tarios: nuestro cielo se halla envuelto de una atmósfera que se manifiesta en los eclipses totales de sol , por una blanca corona de luz; nuestro sol está arrojado como una isla en el Océano de los mundos, formando el centro de la zona de estrellas agrupadas, que llamamos vía láctea (58)'. Ke- plero habiatambien conjeturado que el Sol, cujas manchas no se hablan reconocido aun, que los planetas v todas las es- trellas fijas realizan un movimiento de rotación alrededor de su eje. Llegarán á descubrirse, decia, en torno de Sa- turno (¿por qué no añadió también en torno de Marte?) sa- télites como los que Galileoha descubierto alrededor de Jú- piter. En el intervalo bastante considerable que separa á Marte de Júpiter, v en el cual conocemos hoj siete asteroi- des (59), habia presentido Keplero que debian moverse pla- netas invisibles por su estremada pequenez; cierto es que también dijo lo mismo respecto de la distancia entre Ve- nus y Mercurio. Estas adivinaciones, confirmada? mas tarde en gran parte ^ despertaron un interés universal, mientras que, por el contrario, el descubrimiento de las tres leves que desde Newton j la teoría de la gravitación , han inmortalizado el nombre de Keplero , no se menciona por ninguno de los contemporáneos, sin esceptuar al mismo Galileo con el tributo de elogios que merece (60). Enton- ces como sucede todavía boj frecuentemente meras consi- deraciones sobre el Mundo, fundadas, no en la observación sino en atrevidas analogías, llamaban mas vivamente la atención que los resultados mas importantes de la Astro- nomía matemática. Después de haber trazado el cuadro de los importantes descubrimientos que en tan corto número de años han engrandecido el conocimiento de los espacios celestes, no puedo olvidar tampoco los progresos realizados en la Astro- nomía física, que han ilustrado la segunda mitad del gran siglo. El perfeccionamiento del telescopio trajo el descubrimiento de los satélites de Saturno, el sesto de los cuales señaló por primera vez Hujgens^ el 25 de marzo de 1655, ajudado de un objetivo que él mismo fabricó, cuarenta j cinco años después de haberse reconocido la existencia de los satélites de Júpiter. Compartiendo con muchos astrónomos de su tiempo la preocupación de que el número de los satélites no puede esceder al de los planetas, no intentó ir mas allá en sus investigaciones (61). Las cua- tro lunas de Saturno, que recibieron el nombre de Sidera Ludovicea, fueron descubiertas por Domingo Cassini en el orden siguiente: en 1671 la 7.% es decir, la mas lejana, que ofrece grandes variaciones en la intensidad de su luz; en 1672, la 5.'; j la 4.' j la 3.' en 1684, con objetivos de Campani que no tenian menos de 100 á 136 pies de foco. Guillermo Herschel descubrió con er auxilio de su gigan- tesco telescopio, las dos mas interiores, es decir, la 1." y la 2." mas de un siglo después, en 1788 j en 1789. Entre los satélites de Saturno, el último que acabamos de nom- brar ofrece el notable fenómieno de que describe su revolu- ción alrededor del planeta principal en menos de un dia. — 318 — Poco tiempo después de que Hu vgens hubiese descu- bierto uno de los satélites de Saturno , observó Childre j desde 1658 á 1661, la luz zodiacal; pero el primero que determinó su lugar j su estension fué Domingo Cassini, que no creia que esta luz formara parte de la atmósfera solar, mirándola como un anillo nebuloso que gira aislada- mente alrededor del Sol (62), cual lo pensaron después de .Schubert_, Laplace j Poisson. Después del descubrimiento de los planetas secundarios j del anillo concéntricamente dividido que envuelve á Saturno sin tocarle, las conjetu- ras sobre la existencia probable del anillo nebuloso del zo- diaco merecen contarse entre las causas que mas han con- tribuido á engrandecer las miras sobre el sistema planetario, tan sencillo en apariencia hasta allí. En nuestros dias, las órbitas entrelazadas de los pequeños planetas comprendidos entre Marte j Júpiter; los cometas interiores, cuja propie- dad característica señaló por primera vez Encke, v las llu- vias de estrellas errantes que caen en dias determinados '(si es que queremos considerarlas como pequeños cuerpos grandes trabajos sobre las nebulosas, que han ocupado glo- riosamente en ambos hemisferios á los primeros astrónomos- de nuestro tiempo. Aunque el siglo XVII haya debido la major parte de- su gloria, en primer lugar al engrandecimiento repentino que recibió de (ialileo y de Keplero el conocimiento de Ios- espacios celestes, v después á los progresos realizados en las matemáticas puras por Newton j Leibnitz^ no se dejó, sin embargo, de tratar j fecundizar, por decirlo así, por iin cultivo saludable, la major parte de los problemas de física que hoj nos ocupan. Para no quitar á la historia de la contemplación del Mundo el carácter que le pertenece,, me limito aquí á mencionar los trabajos que han tenido en la idea del Cosmos una influencia directa j general. Las- teorías del calórico, de la luz j del magnetismo nos traen á la memoria desde luego los nombres de Hujgens, de Ga- lileo j d3 Gilbert. Estudiando Hujgens en un cristal de Isiandia la doble refracción , es decir, la bifurcación de los- rajos luminosos, descubrió también en 1678 el modo de la polarización de la luz que ha recibido su nombre. Este descubrimiento que solo se limitaba á un fenómeno aisla- do, se hizo público en 1690, cinco años únicamente an— — 321 — tes de la muerte del autor; v trascurrió mas de un sig-lo antes de que fuera seguido de los £>-randes descubrimientos de Malus, de Arago j Fresnel, Brewster v Biot (64). Ma- lus encontró en 1808 la polarización por reflexión : v Ara- go la polarización cromática en 1811. Desde entonces la teoría de las ondas luminosas modificadas de mil maneras V enriquecidas con desconocidas propiedades, descubrió á las miradas de los físicos todo un mundo de maravillas. Un rajo de luz que, partiendo de las regiones mas remotas del cielo viene á herir nuestra vista después de un trayecto de muchos miles de leguas, anuncia como por sí mismo en el polaríscopo de Arago si es reflejado ó refractado, si emana de un cuerpo sólido, líquido ó gaseoso, y cuál es el grado de su intensidad (65). Siguiendo esta via abierta desde el si- glo XVII por Hujgens, aprendemos á conocer la constitu- ción del Sol j de su envuelta, á distinguir en las colas de los cometas j en la luz zodiacal la luz reflejada de la luz propia, á determinar las propiedades ópticas de nuestra at- mósfera y los cuatro puntos neutros de polarización des- cubiertos por Arago, Babinet y Brewster {^^iS). De este mo- do e] hombre se crea por sí mismo órganos que, aplicados con inteligencia y penetración, le abren nuevos horizontes en el Universo. Al'lado de la polarización de la luz es necesario men- cionar también el mas sorprendente de todos los fenómenos que nos presenta la óptica, las interferencias de que va en el siglo XVII Grimaldi y Hooke hablan señalado algunas débiles huellas, aunque sin comprender en qué condiciones se producían aquellas (67). El descubrimiento de estas condiciones, la clara inteligencia de las le jes según las cuales rajos de luz no polarizada se destrujen j produ- cen la oscuridad, cuando emanados de una misma fuente recorren distancias desiguales, es una conquista de los tiempos modernos, debida á la penetración de 7'omásYouDg. TOMO II. ^l — 322 — Las lejes de la interferencia aplicadas á la luz polarizada, fueron reconocidas en 1816 por x\rago v Fresnel. Merced á estos descubrimientos, la teoría de las ondulaciones, emi- tida por Hujgens j Hooke, j defendida por Euler, des- cansó al fin sobre un fundamento estable. Si la segunda mitad del siglo XVII , por haberse des- cubierto el secreto de la doble refracción de la luz, fué de importancia para los progresos de la óptica, mas vivo res- plandor debe aun á las investigaciones esperimentales de Newton j al descubrimiento de Olans Rípmer sobre la velocidad mensurable de la luz (1675). Medio siglo mas- tarde (1728), este descubrimiento permitió á Bradlej con- siderar las variaciones que babia comprobado en las posi- ciones aparentes délas estrellas, como un efecto. del movi- miento de la tierra combinado con la propagación sucesiva de la luz. La obra capital de Newton , su 0]Jtica, no apa- reció en inglés^ por causas particulares, basta 1704, dos años después de la muerte de Hooke; pero se asegura que desde los años de 1666 j 1667, aquel grande hombre poseía el mas importante de sus principios de óptica, de la teoría de la gravitación j del cálculo diferencial (Method of fin- xions) (68). Para no romper el lazo común que liga entre sí á todas las manifestaciones generales j primitivas de la materia, seguiremos después de esta mención sucinta de los descu- brimientos de Hujgens, de Grimaldi y de Newton en óp- tica, haciendo consideraciones acerca del magnetismo ter- restre j el calor atmosférico. Estas dos parte de la ciencia han sido fundadas efectivamente en el trascurso del siglo cu JO cuadro trazamos. La ingeniosa é importante obra de (juillermo Gilbert sobre las fuerzas magnéticas v eléctri- cas, Phjsiologia nota de magnete, apareció en 1600. Ya h& tenido frecuente ocasión de hablar de ella (69). El autor, cuja penetración maravillaba á Galileo^ adivinó gran par- — 323 — te de las cosas que hoj sabemos (70). Considera al magne- tismo j á la electricidad como manifestaciones de una sola fuerza inherente á toda materia; por lo que trata de ambas propiedades ala vez. Verdad es, debemos decirlo, que estos confusos presentimientos de los efectos que produce el imán sobre el hierro y de la atracción que ejerce el ámbar ani- mado^ como dice Plinio, por el calor j el frote sobre pajas secas^ pertenecen á todos los tiempos y á todas las razas. Los filósofos de la escuela jónica lo mismo que los físicos chinos los habian sentido por analogía (71). Lo que á Gilbert corresponde es el haber mirado á la Tierra mis- ma como un imán, j esplicado las curvaturas de las lí- neas de igual inclinación y de igual declinación por la distribución , la forma y la estension de los continentes y de ios mares que separan dichas masas sólidas. Los cam- bios periódicos que afectan á los tres sistemas de líneas por- que pueden repi'esentarse gráficamente los efectos magné- ticos, es decir, las líneas isoclinicas , las líneas i so g únicas y las líneas isodindmicas , se concillan difícilmente con una teoría que establece nna relación rigurosa entre la distri- bución de la fuerza magnética y la de las masas de tierra y de agua , si no se presenta la atracción de la materia como modificada también por cambios, igualmente perió- dicos, en la temperatura del globo terrestre. Gilbert , en su teoría , lo mismo que en la le j de la gravitación, tuvo en cuenta únicamente la cantidad de las partes materiales _, sin haber mirado á la heterogeneidad específica de las sustancias. Merced á esta particularidad^ su obra ha tomado aun en los mismos tiempos de Galileo V de Képlero un carácter de grandeza que forma época en la historia del Cosmos. El inesperado descubrimiento del magnetismo de rotación que hizo Arago en 1825, ha de- mostrado de hecho que indistintamente toda materia es ca- paz de fuerza magnética, j los últimos trabajos de Faradaj sol»re las sustancias diamagnéticas, iian venido á confir- mar este importante resultado, subordinándole sin embargo á ciertas condiciones, va en la dirección meridiana ó ecua- torial, ja en el estado sólido, líquido ó gaseoso de los cuer- pos. Gilbert tenia uua idea tan clara de la distribución del masfnetismo terrestre , que atribuia ja á esta influencia el estado magnético de las barras de hierro colocadas en for- ma de cruz sobre las antiguas torres de las iglesias (7*2). A. pesar de la creciente actividad de la navegación has- ta en las latitudes mas remotas , á pesar del perfecciona- miento de los instrumentos magnéticos, á que habia que añadir desde el año 1576 la aguja de inclinación {jnchnato- rium) construida por Roberto Norman de Ratcliffe , hasta entrado el siglo XVII no comenzó á generalizarse el cono- cimiento de la desviación regular de una parte de las cur- vas magnéticas , es decir, de las lineas sin declinación. La situación del ecuador magnético , largo tiempo tenido por del Ecuador geográfico , no fue objeto de investigación al- guna. En algunas ciudades solamente del Oeste j del Me- diodía de la Europa , hiciéronse observaciones sobre la inclinación. En cuanto ala intensidad del magnetismo ter- restre, igualmente variable según los lugares j los tiem- pos, Graham intentó, es cierto, medirla en Londres en 172í^ por las oscilaciones de la aguja imantada; pero esta espe- riencia era incompleta j fue seguida de otro no menos es- téril^ hecha por Dorda en 1776^ en su último viaje á las islas Canarias. En definitiva, á Lamanon pertenece el ho- nor de haber comparado el primero en la espedicion de la Perouse en 1785 la intensidad del magnetismo terrestre bajo zonas diferentes. Tomando por base la gran copia de observaciones sobre la declinación hechas ja por Baffiin , Hudson , James Hall y Schouten, aunque no todas tuvieran el mismo valor, Ed- laond Halle V echó en 1683 los cimientos de su teoría de los cuatro polos magnéticos ó puntos de convergencia,, y del cambio periódico de la línea magnética sin declinación. Para comprobar esta teoría v poner al autor en estado de completarla con observaciones nuevas j exactas, el go- bierno inglés le mandó hacer tres viajes en el Océano At- lántico, desde 1698 á 1702 en un navio que él mismo liabia de dirigir. Llegó Hallej en una de estas espediciones hasta los 52" de latitud meridional. Su empresa ha formado época en la historia del magnetismo terrestre, dando por resultado un mapa general de las variaciones en el cual estaban entre- lazados por líneas curvas los puntos en que habian recono- cido los navegantes iguales declinaciones. Hasta entonces creo que no hava mandado un gobierno una espedicion marítima^ cujo éxito de importancia indudablemente para la práctica de la navegación, tenia á decir verdad, otro objeto j debia ser considerado principalmente como un me- dio de adelantar el progreso do los conocimientos matemáti- cos j físicos. En virtud del principio de que un observador atento no puede estudiar fenómeno alguno sin considerarlo en sus relaciones con algún otro, Hallej de vuelta de sus viajes aventuró la conjetura de que la luz boreal es un efecto mag- nético. He advertido va en el Cuadro p-eneral de la Naturale- za, que el brillante descubrimiento de Faradaj sobre el desarrollo de la luz por la acción de las fuerzas magnéticas, ha dado á esta hipótesis, emitida en 1714, el valor de una certeza esperimental. Si queremos estudiar las lejes del magnetismo terres- tre con alguna profundidad, es decir, abarcando el vasto conjunto de las variaciones periódicas que se verifican en las tres clases de curvas magnéticas, no basta observar el giro diario j regular de la aguja imantada, j las pertur- baciones que puede esperimentar en los observatorios mag- néticos que desde 1828 comenzaron á cubrir una parte con- — 326 — siderable de la superficie del globo al Norte j al Medio- día (73); sino que seria preciso enviar cuatro veces por siglo una división de tres navios con el encargo de investigar el estado del magnetismo terrestre, en cuanto es permitido me- dirlo en las regiones del globo cubiertas de agua, j dejando entre los esperimentos el menor intervalo posible. Para de- terminar el ecuador magnético, es decir, la línea curva en la que la inclinación es nula, no deberla atenderse única- mente á la longitud geográfica de los nodos, 6 por decirlo de otro modo, de los puntos en que esta línea corta al ecuador geográfico ; sino que seria preciso cambiar incesantemente la dirección del buque j.no abandonar nunca el ecuador mag- nético, tal como entonces existiera. Seria necesario tam- bién combinar con semejante empresa, escursiones terres- tres; j cuando no se pudiera atravesar por completo un continente, determinar exactamente por qué punto del lito- ral pasan las curvas magnéticas, sobre todo las líneas sin de- clinación. Debería concederse una particular atención á dos sistemas aislados , cerrados por todas partes, de forma oval, compuestos de líneas de declinación casi concéntricas, cuja existencia se ha observado en el Asia oriental j en el mar del Sud^ bajo el meridiano de las islas Marquesas, con el fin de reconocer bien las variaciones de aquellos dos sis- temas j su disolución progresiva (74). Desde la célebre es- pedicion de sir James Clark Ross hacia las regiones antarti- cas (1839-1843), en la cual este viajero, provisto de esce- lentes instrumentos, tanta luz difundió sobre el hemisferio meridional hasta una corta distancia del polo, v determinó esperimentalmente el poloSud magnético; j desde los feli- ces esfuerzos de uno de los matemáticos mas grandes de nues- tro siglo, mi digno amigo Federico Gauss, para establecer al fin una teoría general del magnetismo terrestre , es lícito ja esperar que se pensará en satisfacer las numerosas necesida- des de la navegación j de la ciencia, v que llegará un dia — 327 — -en que el plan que tantas veces he propuesto se verá realiza- do. ¡Ojalá que pueda servir el año de 1850 de punto de parti- da á la colección de todos los materiales necesarios para un mapa magnético del mundo; j que los institutos científicos de existencia estable , estimen que es de le j para ellos el recordar cada veinticinco años á los gobiernos amantes de los progresos de la navegación, la importancia de una em- presa que solo podrá ser fecunda en resultados felices para el conocimiento del mundo, á condición de renovarse du- rante una larga serie de años! La invención de los instrumentos propios para medir el calor, engendró el pensamiento primero de estudiar las modificaciones de la atmósfera por una serie de observacio- nes metódicas j sucesivas. No hablo de los termóscopos construidos por Galileo en 1593 y 1602, que estaban á la vez subordinados á los cambios de temperatura j á la pre- sión esterior del aire (75). El Diario de la Accademia del (jimento^ que durante el corto tiempo de su influencia con- tribuyó tanto á aumentar el gusto á los esperimentos regu- lares, nos enseña que desde el año 1G41 , en gran número de establecimientos con el auxilio de termómetros de alco- hol semejantes á los nuestros , se hicieron observaciones sobre la temperatura que se renovaban cinco veces al ■dia (76). Estos esperimentos se practicaban en Florencia, «n el convento deglí Angelí^ en las llanuras de la Lombar- •día V en las montanas que rodean á Pistoja, j últimamen- te en la meseta de Innspruk. El gran duque Fernando II encargó este trabajo á los frailes de muchos conventos es- parcidos por sus Estados (77). Determinóse también por la misma época la temperatura de las fuentes minerales, de donde surgieron inumerables cuestiones acerca de la tem- peratura de la tierra. Como todos los fenómenos de la Na- turaleza j todos los cambios de la materia terrestre están relacionados con las variaciones del calor, de la luz v de lu — 328- — electricidad estática ó dinámica; y como, por otra parte,, los fenómenos del calor, por obrar sobre las dimensiones de los cuerpos, son los que mas fácilmente se someten ala apreciación de los sentidos, resulta de aquí que los instru- mentos destinados á medir el calor habían de señalar, como ja lie dicho en otro lugar^ una época importante en el des- arrollo de la ciencia general de la Naturaleza. La aplicación del termómetro j las consecuencias racionales que pueden deducirse de las indicaciones que suministra, han abierto horizontes no menos vastos que el dominio mismo de las fuerzas de la Naturaleza, bien sea que obren estas fuerzas en el mar atmosférico, en la tierra firme ó en las capas super- puestas del Océano, en las materias inorgánicas ó en los ór- ganos vitales de los seres organizados. Los efectos del calórico radiante también fueron obser- vados con mas de un siíjlo de anterioridad á los o-randes tra- bajos de Sebéele , por los miembros ñorentinos de la Aca- deüiia del Cimento, empleando en estos esperimentos espe- jos esféricos, á cu jo foco se adaptaban cuerpos calientes,, aunque no inflamados, j trozos de hielo hasta de 500 libras de peso (78). A fines del siglo XVII, Mariotte buscó las pro- porciones del calórico radiante á su paso por entre láminas de cristal. No podemos omitir estos esperimentos aislados, porque la teoría de la irradiación del calor mas tarde es- clareció mucho las cuestiones relativas al enfriamiento del globo, formación del rocío, j multitud de otros fenómenos generales que modifican los climas; asi como también, por- que á la maravillosa penetración de Melloni , á reconocer el contraste que se observa entre la diatermaneidad de la .sal gemma j la del alumbre. A las investigaciones sobre el calor del aire, variable se- gún las estaciones , la latitud geográfica j la elevación del suelo, se unieron bien pronto otras sobre los cambios de la presión atmosférica, sobre los vapores contenidos en el aire,. — 329 — j sobre la sucesión periódica ó lej de rotación de los vien- tos ja tantas veces observada. Las juiciosas indicaciones deGalileo sobre la presión del aire, sirvieron de base áTor- riceili para construir un barómetro _, un año después de la muerte de su maestro. En cuanto al hecho de que el mercurio bajaba menos en el tubo de Torricelli , al pie de una montaña ó de una torre , que en el vértice , fue no- tado por primera vez en Pisa por Claudio Beriguardi (79), j cinco años mas tarde en Francia á invitación de Pas- cal, por su cuñado Perier, que subió al efecto hasta la cima del Puj-de-Dome, 840 pies mas alta que el Vesubio. Desde entonces nació como por sí misma la idea de aplicar el barómetro á la medida de las alturas, idea que quizás des- pertó también en el espíritu de Pascal la lectura de una car- ta de Descartes (80). No es necesario discutir aquí hasta qué punto ha contribuido el barómetro ai progreso del co- nocimiento físico de la Tierra j de la Meteorología, ja se le considere como instrumento hipsométrico j sirva pa- ra determinar parcialmente la configuración de la superfi- cie terrestre, ja se le utilice para investigar la influencia de las corrientes atmosféricas. La teoría de las corrientes atmosféricas 'se constitujó también en sus principios fun- damentales antes de finalizar el siglo XVIL Bacon, en su célebre obra titulada Historia naturlis et esjperimentalis de Venus (1664), ha tenido el mérito de considerar la direc- ción de los vientos en sus relaciones con la temperatura j loshidrometeoros (81); pero negando la legitimidad del sis- tema de Copérnico apojado en argumentos poco matemá- ticos, dijo que «nuestra atmósfera podia bien moverse dia- riamente al rededor de la Tierra, como el cielo , j dar vida así á los vientos del Este que soplan bajo los trópicos.» El genio universal de Hooke fue tamibien el que llevd á esta materia el orden j la luz (82), reconociendo la in- fluencia de la rotación del globo j distinguiendo las cor- — 330 — rientes de aire caliente j de aire frió, superior la una que •va del Ecuador á los polos, inferior la otra que viene de los polos al Ecuador. Verdad es que Galileo, en su último Diá- logo, habia ja considerado los vientos alisios como un efecto de la rotación de la tierra; pero esplicaba la inmovilidad de las partes de la atmósfera que resisten en el Ecuador al movimiento del globo, por la pureza del aire que no altera vapor alguno en las regiones intertropicales (83). Hasta el siglo XVIII no recojió Halle j los conocimientos mas razo- bles de Hooke, presentándolos de una manera mas detallada j satisfactoria, por referirlos á los efectos producidos por la velocidad de rotación peculiar á cada zona paralela. Halle j se habia ocupado de estas cuestiones con ocasión de su larga estancia en la Zona Tórrida, j ja en 1686 tenia publicado un escelente trabajo esperimental acerca de la propagación geográfica de los vientos alisios (tradewinds, monsoons). Es de admirar que en sus espediciones magné- ticas no haya mencionado jamás la lej de rotación de los vientos, tan importante para el conjunto de la ciencia me- teorológica , cuando ja la hablan fijado en sus rasgos ge- nerales Bacon j Juan Cristiano Stouren, de Hippolstein, que Brewster estima como el verdadero inventor del ter- mómetro diferencial (84). En la brillante época en que la Filosofía de la Naturaleza so fundaba sobre la base de las Matemáticas , no faltaron tampoco tentativas on el sentido de estudiar la humedad del aire en sus relaciones con les cambios de temperatura j con la dirección de los vientos. La Academia del Cimento habia tenido la feliz idea de determinar la cantidad de va- por contenida en el aire , por medio de la evaporación j de la precipitación. El mas antiguo higrómetro florentino fué de este modo un higrómetro condensador, en el cual se me- dia la cantidad de agua depositada en las paredes á conse- cuencia del enfriamiento (85). Además de este higrómetro — 331 — condensador que, modificado por le Roj, nos ha lleva- do insensiblemente á los métodos psicrométricos de Dalton, de Daniel j de Augusto, se conocian ja higrómetros ab- sorbentes compuestos de sustancias animales j vegetales, j construidos por Santori en 1625, por Torricelli en 164(5 jpor Molineux, á imitación de aquel de que se servia ya Leonardo de Vinci (86). Casi al mismo tiempo se emplea- ron cuerdas de tripa j briznas de jerba. Estos instrumen_ tos, cu JO" principio se fundaba en la absorción de los vapo- rescontenidos enel aire por materias orgánicas, se hallaban provistos de agujas j de pequeñas pesas en equilibrio , j por la manera de estar construidos guardaban mucha se- mejanza con el higrómetro de cabellos , de Saussure, j con el higrómetro de ballena de Deluc. Pero faltaba á los ins- trumentos del siglo XVII puntos fijos de sequedad j de humedad, tan necesarios para la comparación j la inteli- gencia de los resultados, j que Regnault acabó por deter- minar. Otro inconveniente , aunque menos grave, tenian también dichos instrumentos, j era el temor de que las sustancias higrométricas perdiesen su sensibilidad con el tiempo. Pictet ha reconocido que un cabello de una momia guancha de Tenerife, de milanos quizás de antigüedad, era aun bastante sensible para funcionar en un higrómetro de Saussure (87). El fenómeno de la electricidad fué considerado por Guillermo Gilbert como el efecto de una fuerza particular, aunque muj análoga á la fuerza magnética. El libro en que está espresado este pensamiento , j en el cual encon- tramos por primera vez las palabras de fuerza eléctrica, flui- do eléctrico, atracción eléctrica, es una obra de la que hemos hablado con frecuencia, \2.Fisiolofjia del imán y delgloho ter- restre considerado como vm (/van imán (De magno magneto Te- llure), que apareció el año 1600 (88). «La propiedad de atraer materias ligeras ó reducidas á polvo, dice Gilbert, cualquie- — 332 — ' ra que sea su naturaleza, no es peculiar del ámbar, que no es mas que un jugo mineral solidificado que arrastran las olas del mar, j en el que los insectos alados _, las hormigas y los gusanos están aprisionados como en sepulcros eternos (leternis sepulcris). Esta fuerza de atracción pertenece á una clase entera de sustancias mu j diferentes , tales como el vidrio, el azufre, el lacre j todas las resinas, el cristal de roca j todas las piedras preciosas, el alumbre y la sal gem- ma.» Gilbert mide la fuerza de la electricidad obtenida^ por medio de una pequeña aguja de una sustancia distinta del hierro, que se mueve librem.ente sobre un eje (versorium electricum) j en todo semejante al aparato de que se sirvie- ron Hauj V Bre^yster para hacer la prueba de la fuerza eléctrica en los minerales frotados j calentados. «El frota- miento, añade Gilbert, produce efectos mas sensibles en el aire seco que en el aire húmedo. El frotamiento en las telas de seda es mas eficaz que en ninguna otra sustancia. El glo- bo terrestre forma un todo cujas partes están unidas en virtud de una fuerza eléctrica (globus telluris per se electri- ce congregatur et cohseret) ; porque la electricidad tiende á amontonar já reunir la materia (motus electricusest motus coacervationis materiiie.j» En estos oscuros axiomas está es- presada la concepción de una eleciricidad terrestre^ de una fuerza que , como el magnetismo, pertenece á la materia en cuanto que es materia. Respecto de la fuerza repulsiva j de la diferencia de los cuerpos conductores ó no conduc- tores, nada se hablaba todavía. Otto de Guerike, inrgenioso inventor de la máquina neu- mática, no se limitó á observar simples fenómenos de atrac- ción; sino que haciendo esperimentoscon un bastón de azu- fre frotado, reconoció los efectos de la repulsión j algunos- otros que trajeron mas tarde el descubrimiento de las le- jes según las cuales obra j se distribuye la electrici- dad. Ojó el primer ruido j vio la primera chispa de una — 333 — detoDaciou eléctrica que él mismo Labia provocado. En un esperimento hecho en 1675 por Newton, se manifestaron las primeras señales de la carga eléctrica, en una superficie de vidrio frotado (89). Nos hemos contentado con investigar los gérmenes de donde ha salido la ciencia de la electri- cidad, que, en su vasto v tardío desarrollo, no ha llegado solo á ser una de las ramas mas importantes de la Meteoro- logia, sino que nos ha ilustrado acerca de los resortes in- teriores que ponen en juego las fuerzas de la Tierra^ desde el momento que se ha reconocido que el magnetismo es simplemente una de las formas múltiples de la electricidad. xlunque va Wall en 1708, Esteban Grav en 1734 v Nollet, hubiesen sospechado la identidad del relámpago y la electricidad producida por el frotamiento^ hasta me- diados del siglo XVIII no se pudo obtener sobre este punto una certeza esperimental , merced á los felices esfuerzos del insigne Benjamin Franklin. Desde ese momento, los fenómenos eléctricos salieron del dominio demasiado es- trecho de la Física especulativa para colocarse entre los objetos de la contemplación universal del Mundo ; aban- donaron el gabinete del sabio para producirse á la luz del dia. Con la electricidad ha sucedidolo que con la óptica v el magnetismo : largos períodos han trascurrido sin produ- cirse en ellas desarrollos sensibles, hasta que los trabajos de Franklin j de Volta, de Tomás Young, de Malus, de Oers- ted j de Faradaj escitaron en el ánimo de sus contempo- ráneos una actividad maravillosa respecto de aquellas tres ciencias. Los progresos del conocimiento humano están su- jetos á tales alternativas de letargo j de súbito despertar. Si como antes he esplicado, las condiciones relativas de la temperatura, las variaciones de la presión atmosférica y los vapores contenidos en el aire llegaron á ser objetos especiales de investigaciones directas , merced á la inven- ción de instrumentos apropiados á estos esperimentos, — 334 — aunque muj imperfectos todavía, j á la penetración de Galileo, de Torricelli y de los miembros de la Academia del Cimento^ todo lo que se refiere á la composición Química de la atmósfera quedó, por el contrario, envuelto entre tinie- blas. Cierto es que los principios de la química neumática habian sido asentados por Juan Bautista Van-Helmont j Juan Rej, de 1600 á 1650; por Hooke, Mavow, Bojle j el sistemático Becher, en la segunda mitad del siglo XVIL Habíase llegado á formar una idea exacta de fenómenos aislados j de sujo importantes, j este era ja un gran paso; pero faltaban aun puntos de vista sintéticos. Y era que la antigua creencia en la simplicidad elemental del aire, que obra á la vez sobre la combustión , la oxidación de los metales j la respiración, aparecia como obstáculo difícil de vencer. Los gases inflamables ó los que apagan los cuerpos en ignición en las grutas j escavaciones de las montañas (spíritus letales de Plinio) , la exhalación de estos gases en forma de burbujas, en los pantanos j en las fuentes mine- rales (Grubenwetter j Brunnengeister), babian fijado ja la atención de Basilio Valentin , Benedictino de Erfurdt, que según todas las probabilidades vivió á fines del si- glo XV, j de Liberio, admirador de Paracelso (1612). Comparábanse las observaciones que nabian podido hacerse por casualidad en los laboratorios de alquimia, con las mez- clas que se veian del todo preparadas en los grandes talleres de la Naturaleza, j especialmente en el interior de la Tier- ra. La esplotacion de las minas, principalmente de las de hierro sulfurado, calentadas por la oxidación j la electrici- dad directa, hizo presentir la afinidad química que se ma- anifiesta al contacto del aire esterior entre los metales j el oxígeno. Ya Paracelso, cu jos delirios coinciden con la pri- mera conquista de América^ observaba el desprendimiento de gases durante la disolución del hierro por el ácido sulfú- — ^35 — rico. Van HelmoDt, el primero que empleó la palabra y^í^ distingue los gases del aire atmosférico, j aun de los vapo- res, en razón de su no compresibilidad. Las nubes son para él vapores que pasan al estado de gas cuando el cielo está, sereno «por efecto del enfriamiento jde la influencia de los astros;» j los gases no podían fundirse en agua sino á con- dición de haber sido transformados en vapor previamente. Tal era el estado de los conocimientos sobre los fenómenos meteorológicos en la primera mitad del siglo XVII. Van Helmont no conocía aun el medio bien sencillo de recoe-er y poner aparte su j7¿í5 si/hesíre; nombre bajo el cual comprendía todos los gases no inflamables que no pueden alimentar ni la llama ni la respiración, j son distintos del aire atmosférico puro. Sin embargo, habiendo hecho arder una luz dentro de un vaso sumergido en agua, observó que cuando se apagaba la llama subia el agua en el vaso j disminuía el vohímeii (¡el aire. Van Helmont intentó también probar por determi- naciones de densidad, como sabemos que ja lo había he- cho Gerónimo Cardaño, que todas las partes sólidas de las sustancias vegetales están formadas por el agua. Las conjeturas propuestas por los alquimistas de la edad medía acerca de la composición de los metales y de la al- teración producida en su brillo por la combustión al con- tacto del aire, es decir, por la transformación en cenizas, en tierra ó en cales, dieron la idea de investigar las circunstan- cias que acompañan á este fenómeno, j los cambios que es- perimentan en ese caso los metales j el aire que se combina con ellos. Ya Gerónimo Cardaño habia observado en 1553 el aumento de peso que recibe el plomo al oxidarse, j penetra- do de la fabulosa teoría del jlogistico , lo atribujó al des- prendimiento de una materia ígnea j celeste que debería te- ner la propiedad de aligerar los cuerpos. Hasta ochenta años- mas tarde Juan Rej de Berguerac, esperímentador mu j há- bil, autor de observaciones muj exactas acerca del aumento. 3i\ '» de peso que reciben, el plomo, el estaño y el antimonio me- tálicos, oxidados, no presentó el importante resultado de que este aumento era debido á la combinación del aire con el metal que se oxida. «Respondo j sostengo, decia, que este aumento de peso proviene del aire que ha ja estado con- tenido en el vaso (90).» Habíase entrado por fin en la senda que debia condu- cirnos á la química moderna, j por ella, al descubrimiento de un fenómeno importante para el conocimiento del Mundo, al descubrimiento de la relación que existe entre el oxíge- no contenido en el aire j la vida de las plantas. Pero el pro- blem.a se presentó al principio al entendimiento de los hom- bres eminentes en términos singularmente complicados. A fines del siglo XVII se abrió paso una creencia, confusamen- te indicada aun en la Microgra^hia de Hooke (1665), pero que se dibujó mas claramente en Majow (1669) v Willis (1671). Esta opinión consistía en admitir la existencia de partículas salitrosas en el aire (spiritus nitro-aereus, pabu- ium nitrosum) idénticas á las que forman la base del salitre, j que debian ser el elemento esencial en el fenómeno de la combustión. Entonces se comenzó á afirmar que la estinciou de la llama en un espacio cerrado no depende de que el ai- re esté saturado por los vapores que emanan del cuerpo inflamado, sino que resulta de la completa absorción del spi- ritns nitro oereus ó principio salitroso contenido originaria- mente en el aire. La inflamación repentina que se produce cuando se arroja salitre fundido sobre ascuas, en razón del oxígeno que de él se desprende _, v lo que se llama des- composición del salitre en el crisol arcilloso en contacto con la atmósfera, contribu veron á propagar aquella opinión. Según Ma vow, las partículas salitrosas del aire son el prin- cipio de la respiración de los animales, v tienen por efec- to la producción del calor animal v la purificación de la ■sangre, que de negra pasa á roja, j son también las que — 337 — hacen posibles la combustión de todos los cuerpos y la cal- cinación de los metales; desempeñando por último^ el papel del oxígeno en la química antiflogística. El circunspecto Roberto Bojle confesaba verdades, que la combustión no puede tener lugar sin la presencia de uno de los elemen- tos que concurren á formar el aire atmosférico; pero no se atrevia á determinar si aquel principio depende ó no de la naturaleza del salitre. El oxígeno era para Hooke y Majow un objeto imagi- nario, una ficción del espíritu. Hales, profundo químico y versado al propio tiempo en la fisiología de las plantas, fué el primero que vio en el año 1727 desprenderse el oxíge- no en gran cantidad bajo la forma gaseosa, de una masa de plomo que babia calentado basta una temperatura muy elevada para transformarla en minio. Hales vio desprender- se el gas, sin investigar su naturaleza, y sin observar la influencia que podia tener sobre la llama; ni sospechó la importancia de la sustancia que habia preparado. Priest- lej, de 1772 á 1774, Sebéele, de 1774 á 1775, Lavoisier y Trudaine, en 1775 también fueron los primeros, que ob- servaron la major intensidad de la llama en el gas oxíge- no y las demás propiedades de este fluido. Muchos afirman que estos descubrimientos simultáneos se efectuaron con completa independencia unos de otros (91). Hemos trazado históricamente los principios de la quí- mica neumática, porque juntamente con los de la teoría de la electricidad, han preparado las grandes considera- ciones que se produjeron en el siglo siguiente sobre la constitución de la atmósfera y los fenómenos meteorológi- cos. La idea de gases específicamente distintos no fué nunca esclarecida hasta el siglo XVll ni aun para los químicos que los producian. Comenzóse de nuevo á atribuir la dife- rencia que existe entre el aire atmosférico y el aire no res- pirable é inflamable, á la acumulación de ciertos vapores. TOMO 11 22 — 338 — Black j CavendisK demostraron en 1766, por primera vez, que el ácido carbónico, ó aire fijo, j el hidrógeno, ó aire inflamable, son fluidos aeriformes específicamente distin- tos; todo ese tiempo habia sido necesario para destruir e^ obstáculo que oponia á los progresos de la ciencia la anti- gua creencia en la simplicidad elemental de la atmósfera. La solución definitiva del problema concerniente á la com- Dosicion química del aire es uno de los mas brillantes des- cubrimientos de la Meteorología moderna, y á Boussingault V Dumas corresponde la gloria de haber determinado con la major exactitud la cantidad relativa de las diferentes partes de que se compone. Estos progresos de la Física j de la Química, que hemos trazado parcialmente, no podian menos de influir en el primer desarrollo de la Geognosia. Gran número de cues- tiones geognósticas, cuja solución aun hoj está pendiente, se suscitaron por el gran anatómico danés Stenson (Nic. Steno), hombre dotado de vastísimos conocimientos j á quien el gran duque de Toscana Fernando II llamó á su -servicio; por el médico inglés Martin Lister, j por el «digno ■rival de Newton» Roberto Hooke (92). He tratado detalla- damente en otra obra los servicios prestados por Stenson á la (¡eognosia de "posición 6 de yacimiento (93). Verdad es que va en el siglo XV, Leonardo de Vinci , probable mente al tiempo que hacia construir en Lombardía canales que atravesaban terrenos de trasporte y de capas tercia- rias; que Fracastor en 1517, con motivo del descubrimien- to casual de rocas que contenian un gran número de peces en el monte Bolea, cerca de Verona ; j que Bernardo Pa- lissj, por último, en sus investigaciones de 1563 acerca de las aguas vivas , reconocieron las huellas , todavía subsis- tentes, de un mundo oceánico que habia dejado de existir. Leonardo de Vinci, que tenia el presentimiento de una di- visión mas filosófica de las formas animales, llama á las con- — 339 — chas «animali che hanDo Fossa di fuori.» En la obra de Stenson de 1669, acerca de las materias contenidas en las rocas [De Solido intra Solidnm naiiiralikr contentó)^ distin- gue «las capas primitivas que se solidificaron antes del nacimiento de los animales j de las plantas, j que por lo tanto no contienen nunca restos orgánicos , de las capas de sedimento superpuestas unas á otras (turbidi maris sedi- menta sibi invicem imposita), que cubren los restos de or- ganizaciones destruidas. Todas las capas que contenian fó- siles estaban en un principio dispuestas horizontalmente; su inclinación fué debida mas tarde , parte á la erupción ) creia haber descu- bierto el primero en 1739 el Himno á Ja Primavera de Mcléagro. Véase Briinck, Analecta, t. III, Lecl. et. Emend. p. lOí. Hay dos bellas composi- cloiies de Mariano sobre los bosques, en la Antología g-rieg-a, 1. II, 511 y ríl2. Hállase en las Eclogce del sofista Himerio , maestro de retórica vn Atenas en el reinado de Juliano, un elogio déla Primavera que con- trasta con el poema de Méléagro : el estilo es en g-eneral frió y afectado; pero en alg"unos pasajes descriptivos, el autor se acerca mucho al senti- miento con que los modernos observan la Naturaleza (Himerii Sophis- tte Eclogoeet Declamationcs, edic. Wernsdorf, 1790, oral, lll, 3-6, y XXI, o). Es estraordinario que la admirable situación de Constantinopla no haya inspirado á Himerio entusiasmo alguno. Véase Orat. Vil, r>-7;XVí, 3-8. Los pasajes de Nonno indicados en el testo, se encuentran en la edición de Pedro Cuníeo (1610), 1. H, p. 70; VI, p. 199: XXIII , p. 16 y 619, XXVI, p. 694. Véase también Ouvaroff, Nonnoavon PanopoHs, der Dichíen 1817, p, 3, 16 y 21. Disertación reimpresa en sus Ojimrulos de Filosofía y de Critica, San Petersíturgo, 18í3. (15) Pág. 14. — Eliano, Vari(e. Hiüor. et Eraym., 1. III, c. 1, p. 139, edic. Kühn. Véase también A. Buttmann, (Jucest. de Dictearcho ,^a.u.mb., 1832, p. 32, y Geograpki grceci min., edic. Gail., t. II, p. líO-145. Nótase en el poeta trágico Choeremon, un gusto notahle por la Naturaleza, v sobre todo un amor por las flores que Guillermo .Iones ha comparado ya al mismo sentimiento de los poetas indios. Véase Welcker, Grieschische Tragcedien, 3.=* parte, p. 1088. {16) Pág. 14, — Longi Pastoralia {üaphniset Cliloe), 1. ], 9; Ifí, 12: IV, 1-3; p. 92, 12:; y 137, edic. Seiler, 1843. Véase Villemain , Essai sur les Romans grecs, en sus Mélangea deLiitérature. 1827, t. II; y particularmente el pasaje en que compara á Longo con Rernarrlino Saint-Pierre (p. 431-Í38). (17) Pág. 14. — Pseudo-Aristóteles, De Mundo, c. 3. {j 14-20, p. 392, edic. de Bekker. (18) Pag. 14. — ^Véase Osann. Beiínege zur griechischen und rmnischen JJtleraturgeschichte, 1835, t. I, p. 194-266. (19) Pág. 14.— Véase Stahr, Aristóteleshei denRwmern, lH',il, i)A'3-li:; Osann., BeitrtBge, etc. , p. 165-192. Stahr (p. 172), opina como Heii- mann, que el testo griego que poseemos hoy es una traducción del testo latino de Apuleyo. Pero Apuleyo (De 3Iundo , p. 250 , edic. de Deux Ponts) dice espresamente que ha tenido por guia en la composición de su -libro ú Aristóteles y Teofrasto. — 356 — (20) Pág-. 15. — De Natura Deorum , 1. II, c. 37. Un pasaje de Sexto Empírico en el cual está citado un desarrollo análogo de Aristóteles (Ad- versus Phycisos, 1. IX, 22, p. oo4, edición de Fabricio), es tanto mas dig-- na de atención, cuando que poco antes el escritor alude á otra obra de Aristóteles, perdida también para nosotros , sobre la Adivinación y los- Siieños. (21) Pág-. lo. — «Aristóteles flumen orationis aureum fandcns.« — (Cicerón, Acad. Qucest. 1. II, c. 38). Véase Stahr. Aristotelia , 2.^ parte, p. JG!; y en la misma obra el capítulo titulado Aristó teles iei den Riemern, p. o3. (22) Vág. 16. — Menandri Rhetoris, Comment. de Encomiis, cxrec. Hee- ren, 1783, sect. I, c. 5, p, 38 y 39. Seg'un este severo crítico, la poesía di- dáctica aplicada á la Naturaleza es un género frío ('d/vxpÓTspof), en el cual todas las fuerzas físicas están desnaturalizadas , donde Apolo representa la luz, Juno losfenómenos atmosféricos, Júpiter el calor. Plutarco (De Au~ diendispoetis, p. 27, edic. de H. Estienne), ridiculiza también esas preten- didas poesías déla naturaleza, que solo tienen de poesíalaforma. Ya Aris- tóteles [Poética, c. 1), habia dicho que Empédocles es mas físico que- poeta, y que no tiene nada de común con Homero, á no ser la medida de los versos. (23) Pág. 16. — «Puede parecer estraño , puesto que la poesía se com- place ante todo con la forma, el color y la variedad, el querer unirla con las ideas mas simples y abstractas; y sin embargo , esta asociación no es por ello menos legítima. En sí mismas y según su naturaleza , la poesía, la ciencia, la filosofía, la historia, no deben estar separadas. En aquella época de la civilización en que todas las facultades del hombre están confundidas, y cuando por efecto de una disposición verdaderamente poé- tica se inclina á esta unidad primera, dichas ramas del saber aparecen como un todo indivisible.» Guillermo de Humboldt, Gesammelte Werhe, t. I, p. 98-102. V. Bernhardy, Rcemische Litteratur, p. 215-218, y Federico- Schlegel, ScemmtUche TferAv, t. I, g. 108-HO. Cicerón en una carta á Quin- to (1. II, 11), se muestra muy severo, por no decir injusto, con Lucrecio,, á quien tanto elevaron Virgilio, Ovidio y Quintiliano, cuando reconoce en él mas arte que genio. «IVon multis luminibus ingenii, multa> tamen artis.» (24) Pág. 17.— Lucrecio, 1. V,v. 930-1555. (2o) Pág. 17.— Platón, Phédra,\). 230; Cicerón, De Legibus , 1. I, c. o: II, 1, V. Wagner, Comment. perp. in Ciceronis de Legibus, 1804, p. 6. Cice- rón, De Oratore, 1. I, c, 7. ^ 357 — (26) Pág-. 17. — Véase el escelente escrito de Rodolfo Abekeii, rector del gimnasio de Osnabruck, publicado en 1835 bajo el título de Cicero in seinen Briefen,^. 431-434. Una interesante noticia sobre el lug-ar del na- cimiento de Cicerón, se debe á H, Abeken, sobrino del anterior, agreg-ado mucho tiempo como predicador á la embajada de Prusia en Roma , hoy asociado a la importante espedicion del profesor Lepsius á Eg-ipto. Véa- se también sobre el lugar donde nació Cicerón, Valery, Voyage historique enlfalie, t. III, p. 421. (27) Págr. 18. — -Cicerón, Epist. adAtticum, 1. XÍI, 9 y 15. (28) Pág-, 19. — -Los pasajes de Virgilio citados por Malte-Brun(innflf/e5 4es Voyages, 1808, t. IIÍ, p. 235-266) como descripciones de localidades . (36) Pág. 21. — Tácito, Annalcs, 1. 11, c. 23-24; H¿s(orias.\, 6. El único fragmento que ha conservado Séneca el ret(3rico, de la epopeya en qufr Pedo Albinovaims , amigo do Ovidio, celebraba las hazañas de los Ger- jnanos, contiene también la descripción de la desgraciada navegación der Germánico por el Ems. Véase Séneca, Suasoria, I, p. 11. edic. de Deux- Ponts ; Pedo Albinovanus, Elegice, Amsterd., 1703, p. 172. Séneca tiene á esta descripción del mar tempestuoso por mas pintoresca que todo cuan- to habían escrito hasta entonces los poetas latinos. Es verar llamado Torre di Paterno, á orillas del mar, onel valle llamado la Palombara, al Este de Ostia. Véase Viaggio da Os- tia a la Villa di Plinio, 1802, p. 9, y cllaureníino, por Haudelcourt, 1838, p. tí2. Un profundo sentimiento de la Naturaleza brilla en las siguientes lineas que Plinio escribía desde Laurento á Minucio Fundano. «Mecum lantum et cum libellis loquor; ¡Rectam sinceramque vitam! Dulce otium honestumque! O mare, o littus, verum secretumque ftovtráov! quam mul- ta invenitis, quam multa dictatis!» (1. I, ep. 9.) Hirt estaba convencido de que si el gusto de los jardines simétricos, llamados jardines franceses por oposición á los parques Ingleses que se acercan mas á lo natural, se estendia en Italia en los siglos xv y xvi, la razón de esta preferencia pre- coz por el género fastidioso, era preciso buscarla en el deseo de imitar las descripciones de Plinio el Joven. Véase Geschichte der Baukunü, etc., i2.^ parte, p. 366. (39) Pág. 23.— Plinio el J.'.veu , 1. UÍ, cp. 19; Vííl , 16. (40) Pág. 2í.— Suetonio, Y Ida de ./. César, c. o6. César, en un poema titulado Itev, que no ha llegado hasta nosotros, describía su viaje á Es- paña, cuando en veinticuatro dias, según Suetonio, y en veintisiete se- gún Estrabon y Apiano, conduela su ejército desde el- campo de Pvoma á Córdoba para destruir los restos del partido de Pompeyo que se habían rehecho en España. (il) Pág. 2í. — Silio Itálico. Pánica, 1. 111, v. ÍT7. (42) Pág. 24. -Sil. llaL, 1. IV, v. 348; VIH, 399. (43) Pág. 2"). — Véase sobre la poesía elegiaca, Nicolás Bach, Allge- meine Schulzeitung , 1829, núm. 134, p. 1097. (44) Pág. 26. — Minucius Félix, Oda&ius, ex recens, Gronovii, Rotter- dam, 17Í3, c. 2, 3, 16, 17 y 18. (4o) Pág. 'i6. — Sobre la muerte de Naucracio, ocurrida en el año 3o7, véase Basilii Magni, Opera omnia, edic. de París, 1730, t. III,p.XLV. Dos siglos antes de nuestra era, los judíos de la secta de los Esenios vivían ya como anacoretas en la costa occidental del mar Muerto. Plinio dice — 360 — muy bien con este motivo (1. V, c. lo): cMira gcns, soda palmarum.^' Los Terapeutas , que formaban una comunidad mas estrecha , habitaron orig-inariamente en una comarca encantadora junto al lago Meris. Véase Neander, Allgem. Geschichte der chrisfe. Religión und Kir che, 1842, t. I, 1.^ parte, p. 73-103. (46) Pág. 2'.— Basilii Magni, Epistolw, ep. XIV, p. 93; CCXXIII, 339. Sobre la bella carta dirigida á Greg-orio de Nacianzo y sobre el sen- timiento poético de San Basilio, véase Villemain , de VÉloquence chrétienne dans le IV siécle, en las Mélanges histnriques et littéraires, 1827, t. III, p. 320-325. El Iris, á cuyas orillas la famiUa de San Basilio po- seía desde larg-o tiempo un dominio patrimonial , toma su origen en la Armenia , riega los campos del Ponto y se esconde en el Mar Neg^ro, mezclado con las ag"Lias del Lico. (47) Pág-. 30. — Gregorio de Nacianzo no se dejó seducir, sin embarg-o, por la descripción que le hizo San Basilio de su ermita sobre el Iris; y prefirió á Arianzo en la Tiberina regio, aunque su amigo llamaba sin re- bozo á aquel lugar un impuro ^ápadpov. Véase Basilii, Epistolce , ep. II, p. 70, y Vita Sancti Basilii, p. xlvi y xux , t. III, edic. de 1730. (48) Vág. /iS.—Basúii, Homilice in Hexaemeron , hom. VI. c. 1 y IV, G (t. I, p. 54 y 70, edic. de las obras completas publicadas en 1839 por J. Garnier). Compárese con este pasaje una bella obra en verso de Gre- gorio de Nacianzo, De la naturaleza del hombre, que respira la melancolía mas profunda (t. II, v. 13, p. 86, edic. de Billy, París, 1630; p. 469, edic. de Caillau, París. 1840). (49) Pág. 28. — Los pasajes de Gregorio de Niza citados en el testo «stán fielmente traducidos de fragmentos tomados en varias fuentes. Vea- se Gregorii Nysseni, Opera, París, 161o, p. 49 C, 589 D, 210 C,780C; t. II, p. 860 B, 61.9 B y D, 324 D. «Sed dulcespara los movimientos déla me- lancolía,»» dice Talasio en sentencias que fueron admiración de sus con- temporáneos. (Bibliotheca Patrum, edic. de París, 1624, t. 11, p. 1180 C). (50) Pág. 29. — Véase Joannis Chrysostomi Opera omnia, edic. de Pa- rís, 1838, t. IX, p. 687 A; t. II, p. 821 A y 851 E; t. I, p. 79. Véase también Joannis Philoponi in cap. 1 Geneseos de Creatione mundi íibri sep- tem, Víena de Austria, 1630, p. 192, 236 y 272; así como Georgii Pisidfe Mundi oficium, edic. de 1596, v. 367-375, 560, 933 y 1248. (51) Pág. 29. — Piespecto al concilio ^deTours, en tiempo del papa Ale- jandro III, véase Ziegelbauer, Hist. rei lifter. Ordinis S. Benedicti, t. II jp. 248, edic. de 1754. Acerca del concilio de París (1209) y sobre la bula de Gregorio IX (1231), véase A Jourdain, Recherches critiques sur les tra~ — 361 — ductions d' Avistóte, 2.^ edic. publicada por C. Joiirdain, 1843, p. 188-192. La lectura de las obras de física de Aristóteles fué prohibida bajo penas severas. En el concilio de Letran (1139), solo se prohibió á los frailes el ejercicio de la Medicina. (Sacrorum Concil. nova Collectio, Venecia, 1776, t, XX!, p. 528). Véase también respecto de esto el ag-radable y sabio es- crito del joven Wolfg'ang' de Goethe : Der Mensch und die elementarische Natur, 1844, p. 10. (o2) Pag. 31. — Federico Schleg-el, ueber nordische Díchtkunst, en la co- lección de sus obras completas, t. X, p. 71 y 90. Sin salir de la época de Carlomagno puede citarse también en la Vida de este príncipe por Angi I berto, abad de Saint-Riquier, la descripción poética de un parque situado cerca de Aix-la-Chapelle, en quehabia bosques y praderas. Véase Pertz, Monumenfa, t. 11, p. 393-403. (53) Pág-. 32. — Véase en Gervinus, Geschichte der deutschen Liíter.,t. I, p. 354-381, la comparación de las dos epopeyas germánicas, de los Nie- belungen, donde se cuenta la venganza de Criemhilda, esposa de Sigifredo el de la córnea coraza, y del poema de Gudrun, Jiijo del rey Hetel. (54) Pág. 33. — Sobre la descripción romántica de la Cueva de los Enamorados en el Tristande Godofredo de Estrasburgo, véase Gervinus, Geschichte der deutschen Litter., t. I, p. 450. (55) Pág. 3^0 . —Vridankes Bescheidenheit, por Guillermo Grimm, 1834, p. L y cxxviii. Todo el juicio sobre la epopeya popular de los ^lemanes y sobre las canciones de amor espuesto en el Cosmos (p. 31-35) está es- tractado de una carta que me escribió Guillermo Grimm en el mes de Octubre de 1845. Tomo de un poema anglo-sajon muy antiguo sobre los nombres de los Runos, que Hickes ha hecho conocer y que no deja de te- ner relación con los cantos del Edda, una descripción característica del íiheá\il (Birke): «Las ramas del beorc son bellas; sus estromidades ador- nadas de hojas se agitan amorosamente al soplo de los aires." El sa- ludo dirigido al dia es de una espresion sencilla y noble. «El día es el mensajero del Señor, el amigo del hombre, la brillante luz de Dios, la alegría y la confianza de los ricos y de los pobres, un beneficio para to- dos!» Véase Guillermo Grimm, ueber deutschi Ruñen, 1821, p. 94, 225 y 234. (56) Pág. 35. — Jacobo Grimm, en Reinhart Fuchs, 1834, p. ccxciv. Véase también Lassen, indische Alterthumskunde, t. I, 1843, p. 296. (57) Pág. 36. — Véase Die Uncechtheit der Lieder Ossians und des Macpher- son'schen Ossian's insbesondere, publicado en 1S40 bajo el nombre de Talvj, — 362 — seudónimo de la espiritual traductora de las poesías populares de la Servia. La primera publicación de Ossiam por Macpherson es de 1760. Los cantos de Finnian , resuenan , cierto, entre los Hig-hlanders de la Escocia, ig-ualmente que en Irlanda; pero según O'rcilly y Drummond, pasaron de Irlanda á Escocia. (08) Pág'. 30. — Véase Lassen, ¡ndische Alterthumskunde, t. í, p. 412-415'. (39) Pág". 37. — Sobre los anacoretas indios, los Vanaprastlies (syl- vicolíe) y los Sramanes, llamados también por corrupción Sarmanes y ;XLVI p 88; XLVIII , p. 92; XCII , p. 184; CXlíI, p. 233. Véase también Ha;fer, indische Gedichíe, 1841 , I.'* parte, p. 3. El homenaje tribu- tado á la Naturaleza por los Indios, fue coméenlos otros pueblos, la- primera forma del sentimiento religioso; pero este cuite tiene en los Ve- das un matiz particular, consecuencia de su íntima relación con el senti- miento de la vida esterior é interior del hombre. La segunda época es. muy diferente de la primera ; formóse una mitología popular que tiene por objeto desarrollarlos mitos de los Vedas , hacerlos mas seductores á los hombres que hablan ya perdido el sentimiento de su sencillez primiti- va, y combinarlos con acontecimientos histijricos transportados al do- minio de la fábula. A esta segunda época pertenecen las dos epopeyas indias. El Mahabarata , menos antiguo que el Ramayana , se propone también como ol)jeto secundario asegurar á la casta de los bramanes. una influencia dominante entre las cuatro castas estaljlecidas por la anti- gua Constitución de la India. Asi el Ramayana es mas bello , y el sen- timiento de la naturaleza es en él mas seductor; ha quedado en el verdadero suelo de la poesía, y no ha necesitado recibir elementos es- traños ú opuestos á la poesía. En esas composiciones épicas , la Na- turaleza no llena enteramente todo el cuadro como en los Vedas , sino que no constituye mas que una parte. Dos puntos esenciales distinguen — 364 — la concepción de la Naturaleza , en esa edad del poema heroico, y el sen- tiniiento del mundo esterior tal como se manifestaba en los Vedas, aun sin hablar de las diferencias inevitables entre el estilo de los himnos y el de la narración. En primer lugar el poeta épico se detiene en des- cribir sitios determinados. Puede leerse, por ejemplo, en la traducción del Ramayana de G. de Schlegel, el primer libro titulado Balakanda , y el segundo Ayodhyakanda. Véase también sobre la diferencia de las dos grandes épocas indias Lassen , Jndische AUerthumskunde, 1. I, p. 482. El segundo punto, que se une íntimamente al primero, consiste en los obje- tos nuevos á que se aplica el sentimiento de la Naturaleza. Era del carácter de la leyenda y sobre todo de la narración histórica, el intro- ducir descripciones individuales de la Naturaleza en lugar de cuadros in- determinados. Los creadores de las grandes formas épicas , ya sea Valmi- ki , que cinta las hazañas de Rama, ya sean los autores del Mahaharata, que la tradición ha confundido bajo el nombre colectivo de Vyasa, to- cios se muestran en sus narraciones como subyugados por un sentimien- to poderoso de la Naturaleza. El viaje de Rama desde Ayodhya a la re- sidencia real de Dschanaka, su vida en el bosque, su partida para Lanka (isla de Ceilan), donde habita el salvaje Ravana , el raptor de su mujer Sita ofrecen al poeta entusiasta , lo mismo que la vida solitaria de losPandavas, ocasión de seguir las inspiraciones del genio indio y unir las hazañas de sus héroes brillantes descripciones de la Naturaleza. Y. Ramayana, edic. de Schlegel , 1. I , c. 26, v. l3-1o; 1. II, c. 56, V. 6-11; Nalus, edic.de Bopp, 1832, canto XII, v. 1-10. Hay ademas otra diferencia, dependiente también del sentimiento déla Naturaleza esterior, entre esta segunda época y la de los Vedas; y es, que se ha engrande- cido la esfera misma de la poesía. El objeto de la poesía , no es como antes la aparición de los Poderes celestes; |abarca la Natura- leza entera, los espacios del cielo y de la tierra, el mundo de los ani- males y de las plantas , en su fecunda abundancia y en su influencia sobre el alma humana. Si se pasa á la tercera época de la literatura poé- tica de los Indios, dejando á un lado los Puranas, destinados á desar- rollar el elemento rehgioso bajo la forma del espíritu de secta, la Natura- leza ejerce un imperio soberano; pero la poesía descriptiva está fundada en una observación mas sabia y mas exacta. Entre los grandes poemas ■de esta época, mencionaremos aquí el Bhatlikavya, es decir, el poema de Bhatti que, como el Ramayana, tiene por objeto las hazañas de Rama, y y en el cual se suceden cnadros imponentes de la vida de los bosques durante un destierro del héroe , y descripciones del mar , de sus cos- tas encantadoras y de la alborada en Lanka. Véase Bhattikavya, edic. de Calcuta, 1.^ parte, canto Vil, p. 432; canto X, p. 715; canto XI, p. 814: véase también Schütz, profesor de Bielefeld , Füng gesange des Bfialti- Kavya, 1837, p. 1-18. Mencionaremos también el poema de 5íSM])a/a&acía, por — 365 — Mag"ha, con una agradable descripción de las diferentes partes del dia; el del Naischada-tscharita, por Sri-Harscha, pero haciendo observar siem- pre, que en el episodio de Nalus y de Damayanti la cspresion del senti- miento de la Naturaleza pasa los justos límites. Este esceso hace com- prender mejor aun la noble sencillez del Ramayana en el pasaje en que Visvamitra conduce á su discípulo á los rios de Sona. Véase Sisupala- hada, edic. de Cale, p. 298 y 372, y v. Schiitz en la obra citada mas arriba, p. 23-28; Naischada-tscharita, edic. de Cale. , 1.^ parte, v. 77-129; iíaniaya/m, edic. de Schlegel , 1. I, c. 3o, v. 13-18. Kalidasa , el célebre autor de Sakuntala, fue un gran maestro en el arte de pintar la influen- cia de la Naturaleza en las almas enamoradas. La escena del bosque que ha dibujado en el drama de Vikrama y Urvasi , es una de las mas bellas producciones de la poesía de todos los tiempos. Véase Vikramorva- si, edic. de Cale, 1830, p. 71, y la traducción de ese poema por Wilson, Select specimens ofthe Theatre of the Hindus, Cale, 1827, t. lí, p. 63, y por Lan^lois, Chefs-d^ceuvre duTheatre indien, 1828, t. I , p, 183. En el poema de las Estaciones, particularmente en la estación de las lluvias y en la de la Primavera, como en la Nube mensajera, todas las creaciones de Kalidasa tienen por objeto principal la influencia de la Naturaleza en los senti- mientos del hombre. (Véase Ritusanhara, edic. de Bohlen, 1840, p. 11-18 y 37-43, y la traducción alemana del mismo orientalista, p. 80-88 y 107-114). La Nube Mensagera (Meghaduta), publicada por Wilson y Gil- demeister, y traducida por Wilson y Chezy , describe la tristeza de un desterrado en el monte Ramaa^iri. En el dolor que le causa la ausencia de su adorada, ruega á una nüije que pasa sobre su cabeza , que le Heve el testimonio de sus pesares. Marca á la nube la senda que debe tomar , y pinta el paisaje, tal y como se refleja en un alma profundamente agitada. Éntrelos tesoros que la poesía india en este tercer período debe al sen- timiento popular de la Naturaleza , la mención mas honorífica pertenece al Gitagovinda de Dchayadeva. Véase RLickcrt, Zeitschríft für die Kunde des Morgenlandes, 1. 1, 1837, p. 128-173; Gitagovinda Jayadevíe poetw indici drU' malyricum, edic. de Lassen, 1836. Ruckert ha hecho de este poema, uno de los mas graciosos , pero también mas difíciles de toda la literatura in- dia, una escelente traducción en verso , que traslada con una fidelidad admirable el espíritu del original, y la concepción íntima de la Naturale- za que vivifica todas sus partes.» (63) Pág. 40. — Journ. ofthe royalGeogr. Society of London, t. X, 18íl^ p. 2-3; Ruckert, Makamen Hariri^s, p. 261. (64) Pág. 40. — Goeethe. Commentar zum Wesí-osfHchen Diván, t. VI, p. 73-78 y 111 de sus Obras comptetas (1828). — 366 — (6o) Pág. 40.— Véase el Libro de los JR^ycs publicado por Julio Molil, 1. 1. 1838, p. 487. (66) Pág-. 41. — Véase en José de Eninmcv, Geschichte üer schóncn Re- dcMnsle Persíens , 1S18, p. 96. ol pasaje consagrado á Ewhad-eddiii Eiiwe- ri, poeta del sig-lo XII, en el que se alude uolablemeiilc á la atracción recíproca de los cuerpos celestes. Se hallarán también citados (p. 1S3) el inístico Djelal-eddin Roumi;(p. 2ü9) Djelal-oddin Adhad, y (p. 403) Fei- si, que se presentó en la corte de Akhar como defensor de la relig-ion de Brahma, y cuyos cantos Gazal respiran toda la ter-iura de los sentimien- tos indios. (67) Pág. 41. — «La noche cae cuando se vuelca el tintero del cielo.»» Así se espresa en un poema insípido Chodschan Abdallah Wassaf, que tiene sin embarg-o el mérito de haber descrito el primero el g^ran "♦Observatorio de Meragha con su alto g-nomo. Hilali, de Astcrabad, dice que enrojece el calor al disco de la luna," y llama al rocío «el sudor de la 'iuna." Véase José de Hammer, ibid, p. 2i7 y 371. (68) Pág. 41. — Tuirja ó Turan son denominaciones cuya etimología i.—Nabe(jaDhobyani en Sylvestre de Sacy, Chresíomalhii' Árabe, 1826, 1. II, p. 404. V. sobre los principios de la literatura ára- be, Silvestre de Sacy en las Mémoirex de VAcadémie des Inscriptions, t. I.: Weil, Die poelische Litferatur der Araber vor Mohammed , 1837, p. lli y 90: Freytag-, Darstellundq der arabischen Yerxkunsf, 1830, p. 372-392 , mientras se publica la obra de Caussin de Perceval sobre el mismo asunto. El g-ran poeta Fr. Rückert acaba de publicar en Alemania una traducción de Jíamasa, donde se vé reproducido eon un raro acierto el antiguo senli- tuiento poé'lico ríe los árabes. (77)Pá,g.48. — Uamas(e Carmina , cdic. de Freytag- , 1.* parte, 1828, p. 788. «Aquí termina, se dice espresamentc, p. 796, el capítulo del Viaje -y de la Somnolencia." (7S) Pág. i9.—V>üntQ. Purgatorio, canto I, v. Iltí: — 368 — L' alba vinceva 1' oramattutina Che fug-g'ia innanzi, si che di lontano Conobbi il tremolar della marina... (79) Pág. l9.~-Purgat..Y., v. 109-127: Ben sai come nell' aer si raccoglie Quell' umido vapor, che in acquariede. Tostó che sale, dove'lfreddo ii coglie... (80) Pag. Í9.—Purgat., XX VIII, v. 1-24. (8i; Pág. 50.— Parad. , XXX, v. 61-69: E vidi lume in forma di ri viera Fulvido di fulgore intra dúo rive, Dipinte di mirabil primavera. Di tal fiumana uscian faville vive, E d' og-ni parte si mettean ne' fiori, Quasirubin, che oro circonscrive. Poi, come inebriate dagli odori, Riprofondavan se ncl miro gurge, E s' una entrava, un' altran- usciafuori. No cito nada de la Vita Nuova , porque las metáforas y las imágenes que contiene no entran del todo en el dominio de la Naturaleza y de la realidad. (82) pág. oO. — Estas líneas aluden al soneto de .Bojardo: «Ombrosa selva, che il mió duolo ascolti...» y á las admirables estrofas de Yittoria Colonna, que empiezan con estas palabras: Quando miro la ierra ornata e bella, Di mille vaghi et odorati fiori... Fracastor, célebre á la vez como médico, como matemático y cemo poeta, ha dejado en su Naugerius depoetica dialogus, una bella y exactísi- ma descripción de su casa de campo, situada sobre la colina de Incassi,. (mons Caphius), cerca de Verona. Véase en las Obras de Fracastor, 1591, l.^,parte,p. 321-326. Véase tambienp. 636, un pasaje encantador sobre el cultivo del limo-nero en Italia. Observo, por el contrario, con asombro, que no existe en las cartas de Petrarca ningún rasgo del sentimiento de ]a Naturaleza, ni aun cuando en 13Í5, tres años antes de la muerte de Laura, salió de Vaucluse é intentó subir el monte Vcntoux, en la espe- ranza de que sus ardientes miradas podrían descubrir su patria, ó cuan- do visita ya las orillas delRin hasta Colonia, ya el golfo de Bahia. Pe- — 369 ~ trarca vivia mas bioii en los recuerdos clásicos de Cicerón y de los poe- tas latinos, ó en los delirios enUisiaslas de su ascética melancolía, que en el seno de la naturaleza que le rodeaba. Véase Petrarca, Epist. de rehus familiaribus, I.IV, ep. I, V, 3 j 4, p. llí), 156y 16l,edic.de Lyou, 1601. No hay en estas cartas nada verdaderamente pint>re>co como no sea la descripción de una g-ran tempestad (jue observó en Ñapóles en 1Í153. Véa- se 1. V, ep. 5, p. 16o. (83) Fíig. 52. — Riimholdt, Examen crílique deV Histoire déla Geonra- ¡ihic du Nouveau Contincnt , t. 111, p. 227-248. (8í) ?ág. 53.— Véase Cosmos, t. í, p. 261 y 431. (8o) Pág-. 54, — Diario de Cristóbal Colon en su primer viaje; 20 de Oc- tubre : 25-29 Noviembre : 7-16 Diciembre y 21 Diciembre de 1492. Véase también su carta á doña María de Guzman , Aya del princijpc D. Juan, Diciembre, 1500, en Navarrete, Colección de los viajes que hicieron por mar los Españoles, t. I,p. 43, 65-72, 82,92, 100 y 266. (86) Pág-. 54. — Véase en la misma colección , p. 303-304, Carta del Al- mirantea los Reyes, escrita en Jamaica á 7 de. Julio, 1503; Humboldt, Examen critique, ele, t. líl,p. 231-236. (87) Pág. 55.— 7'asso, canto XVÍ, est. 11-16. (88) Pág. 55. — Véase Federico Schlegel , Sinmllichc Werlic, t. 11, p. US, y sobre la estraña mezcla de las fábulas antiguas con las creencias cris- tianas, t. X, p. 54. Camoens ha intentado justificar ese dualismo místico •en las estrofas 82-84, á las cuales no se ha prestado bastante atención. Téthys confiesa de una manera un tanto sencilla , pero con admirable transporte poético, <»que ella misma, Saturno, Júpiter y tolo el cortejo de los dioses, no son sino puras fábulas, nacidas de la ilusión de los mor- tales; todos sirven solo, dice, para dar encanto á los cantos del poeta." <.A sancta Providencia que em Júpiter «aquí se representa." (89) Pág. V)^.—Oslusiadas de Camoens, canto I , csl. 19 ; VI , 71-82. Véase también la comparación de que se sirve el poeta en la dcscripciorí 4e la tormenta qne estalla en medio de un bosque, 1. 35. (90) Pág. 50. — El fuego de San Telnio. «Olumc vivo que a niaritima ícente tera por santo em tempode tormenta.» canto V, est. 18. Si brilla una sola llama , es la Elena de los marinos grieg-os , anuncia desgra- cia (Plinio, 1. 11, c. 37); dos llamas^ Cdsíor y Polux , apareciendo con ruido como pájaros que revolotean , son por el contrario número feliz. Véase Estobeo, Eclogw physiccü,]. I, p.514. Séneca, Natur Qucest, 1. I, c. 1. Para formarse una idea de la verdad seductora de que están imprcjna- TO.MO II. 21 — 370 — das las deseripcioiios de la naturaleza en Camoens , paede verse en la gran edic. de París. 18í8, la Vida de Canioem , par Dorn José María de Souza, p. Clí. (91) Pag-. 06. — Cauto V, esL 19-22. La desciipeion de la tromba de agua , en Camoens, puede compararse á la pintura igualmente poética ^ y muy verdadera de Lucrecio, 1. VI, v. 423-442. Acerca del aguadulce, que hacia clíln de la aparición cae visiblemente de la parte superior de la tromba, véase en Amer. Joiirn. of Sciences de Silliman, t. XXIX, p. 234-260 una memoria de Ogden On Water Spouts , resultados de observa- ciones hechas en 1820 durante un viaje de la Habana á Norfolk. (92) Pág. 06. — Canto iíí, ost. 7-21. Sigo siempre para Camoens el tes- to do la edición de lo72, magníficamente reproducida en la escelente edición de Dom .José María de Souza-Botelho, París, 1818. Camoens se proponia ante todo en su poema la glorificación de su patria. ¿No seria digno de una gloria poética y tan grande y de una nación tal , hacer en Lisboa lo que se ha hecho en el gran castillo ducal de Weimar en las sa- las de Schiller y de Goethe, es decir, ejecutar al fresco en paredes bien iluminadas y en vastas dimensiones las doce composiciones debidas á un hombre, con cuya amistad me considero honrado, de Cerard, y que adornan la edición de Souza? El suetío del rey D. ^Manuel, en el que se le aparecían los ríos del hido y el Ganges, el gigante Adamastor cer- niéndose sobre el cabo de Buena Esperanza, (Eu sou aquello occulto e grande Cabo, a quem chamáis vos outros Tormentorio). la muerte d(; Inés de Castro y la isla graciosa de Venus producirían el efecto mas bri- llante. (83) Pág. 37. — Canto X est. 79-90, — Camoens como Vespucio dicen que la región del cíelo vecina del polo austral está desprovista de estre- llas: véase canto V, esl. lí. Conoce también los hielos délos mares an- tarticos; véase Y, 27. (94) Pág. :í7.— Canto X, ost. 91-141. (9o) Pág. 57. — Ganto IX, est. 5I-B3. — V. Luis Kriegk Schrifleu zur allgemeinen Erdkunde, 18i0, p. 338. Toda Li descripción de la isla de Venus es un mito alegórico, como se ha dicho espresamenleen la est. 89. Al principio del sueño de D. Manuel pinta solamente el poeta una co- marca de la India cubierta y montañosa. Véase canto IV , est. 70. (96) Pág. 58. — Por amor á la antigua literatura española, y por el cielo encantador bajo el cual compuso la Araucana el poeta Alonso de Ercillay Zúñíga, he leído concienzudamente y en dos veces esta epope- ya que no tiene menos de 22.000 versos. La primera vez la leí en el — 371 — ■ Perú ; la seg-unda vez Iiace muy poco en París , donde ¡gracias ú la defe- rencia de un sabio viajero, Ternaux-Compans, he podido comparar con el poema de Ercilla, un libro muy raro impreso eu 1596 en Lima, los diez y nueve cantos del Arauco domado , compuesto por el licenciado Pedro de Oña, natural de los Infantes de Engolen Chile. Los quince primeros libros deesla epopeya de Ercilla, en la cual Voltairc ve uxailliada, y Sismon- di una Gacetaen verso, han sido compuestos de looo y 1563, y publica- dos desde el año 1569; los últimos no se imprimieron hasta 1690, es de- cir, apenas seis años antes del malaventurado poema de Pedro de Oña, que lleva el mismo título que las obras maestras dramáticas de Lope de Veg-a, y en el cual el cacique Caupolican juega ig-ualmente el principal papel. Ercilla es sencillo y sincero , sobre todo en las parles de su poe- ma que escribió en campo raso, y con mucha frecuencia sobre cortezas de árboles y pieles de bestias, por carecer de papel. Produce una viva emoción cuando describe su indigencia y la ingratitud que sufrió tam- bién en la corte del rey Felipe. El fin del canto 37 es particularmente con- movedor: Climas pasé, mudé constelaciones, Golfos innavegables naveg'ando, Estendiendo, señor, vuestra corona Hasta la austral frígida zona... «Esto hice en la primavera de mi vida : instruido muy tarde , quiero dar el adiós á las cosas de la tierra , llorar y no cantar mas.» Pero las descripciones tales como el jardín del encantador, la tormenta que hace estallar Eponamon , la pintura del mar (l.'^ parte, p. 80j 133 y 173 , 2.^ parte, p. 130 y 161, edic. de 1733), están despojadas de todo sentimien- to de la Naturaleza ; las indicaciones g-eog^raficas (canto XXVK), están tan acumuladas, que hay en 8 versos 27 nombres propios que se siguen sin interrupción. La segunda parte de la Araucana no es de Ercilla ; es una continuación en 20 cantos hecha por Dieg"o de Santistéban Osorio, que se une á los 37 cantos de Ercilla. (97) Pág. o8. — Véase el Romancero de Romances caballerescos ¿históricos, ordenado por ü. Agustín Duran, Leparte, p. 189, y 2.^ parte, p. 237^ Especialmente he visto las bellas estrofas siguientes: Iba declinando el dia Su curso y lingeras horas... y la fuga del rey Rodrigo que empieza por estas palabras: Cuando las pintadas aves Mudas están, y la tierra Atenta escúchalos rios... — 372 — (98) Pág. í)9.— Fray Luis de León, Obras propias y traducciones, dedi- cadas á D. Pedro Portoearrero, p. 120: Noche serena. Un profundo senti- miento de La naturaleza se reveLa alg-una vez entre los antiguos poetas místicos españoles. Fray Luis de Granada, Santa Teresa de Jesús, Malón de Chaide; pero esas imágenes de la naturaleza no son de ordinario mas que un velo simbólico, bajo el cual se ocultan concepciones ideales y religiosas. (99) Pág-. 60 — Véase Calderón en el Principe constante en el momento en que se aproxima la flota española, acto I, esc. 1.'^, y sobre la realidad *le las bestias salvajes en los bosques, acto 3.°, escena 2.^ (100) Pág. tíO. — ^Todo loque en el juicio de Calderón y Shakespeare ■está entre comillas, está sacado cíe una carta inédita dirigida al autor por LuisThieck. (1) Pág. 63. — Véase el orden en que se han sucedido esas obras dis- tintas: Juan Jacobo Rousseau: NouvelleHéloise, 17o9; Buffon , Époques de la Nature, 1778; (la Histoire NatureUe habia aparecido de 1649 á 1767); Bernardino de Saint-Pierre , Études de la Nature, 178Í: Paul et Virgi- nie, 1788; laChaumiére indienne, 1791; Jorge Foster , Reise nach der Süd- see, 1777; kleine Schriften, 179i,. Mas de cincuenta años antes de la apari- ción de la 'Nouvelle Héloise, Mad. de Sevigné habia ya espresado en sus cartas el sentimiento de la Naturaleza, con una vivacidad que se encuen- tra rara vez en el siglo de Luis XIV. Pueden verse claramente admira- bles descripciones en las cartas de 20 de Abril , de 31 de Mayo , de lü de Agosto, de 16 de Setiembre y de 6 de Noviembre, 1671, de 20 de Octubre y del 28 de Diciembre, 1689. Véase también Aubenas, Histoire de Mad. de Sevigné, 1842, p. 201 y 427. Si un poco antes (p. 76) he recordado al vie- jo poeta alemán Pablo Flemming, que de 1633 á 1639 acompañó á Adam Olearias en su viaje á Moscovia y á Persia, ha sido porque según el testimonio de mi amigo Varnhagen de Ense (biographische Denhmaler, t. IV, p. 4, 7o y 129), sus poesías tienen la frescura de la santidad, y por que sus imágenes de la naturaleza son á la vez vivas y tiernas. (2) Pág. 66. — Carta del Almirante, escrita desde la Jamaica el 7 de Ju- lio de 1503: «El mundo es poco ; digo que el mundo no están grande •como dice el vulgo." (Navarrete. Colección de viajes españoles , t. L p. 300). ^(3) Pág. 68. — Véase una muy bella descripción de Taiti por Carlos Darwin, Journal and Remarks, 1832-1830, en la obra t'úiúdíúa. Narrativc of the Voyages of the Adventure and Beagle, t. IH, p. Í79-Í90. (í) Pág. 68. — Sobre los méritos de Jorge Foster como hombre y como — 373 — escrilor, véase Gerviims, Geschichte dcr deutschcn Lilteratur, i. V, p. 3í)0-392. i'ÍJ) Pag-. 69. — Freytag. DarslcUung der arahischen Fcrs/tiíJisí, 1830, p 402. (6) Pág-. 73.— Herodoto, 1. IX, c. 88. (7) Pági". 73. — Una parte de las obras de Polyg-iioto y de IMikon, por lo menos las pinturas cjue representan la batalla de Maratón en el Pé- cilo de Atenas, existían aun, seg-un el testimonio de Himerio , ú fínes del sig-lo IV de nuestra era; en cuya época tenian esas obras cerca de 850 años. Véase Letronnc, Lettres sur la Peinture histnrique múrale, 1535, p. -202 y 4o3. (S) Pdg-. ~l.—Philostra(oruin Imagintís, edic. de Jacobs y Welc- kcr, 182.'), p. 79 y í8o. Estos dos sabios e litores defienden contra las sospechas de que lia sido objeto , la descripción de los cuadros que adornaban la antig-ua Pinacoteca de Ñapóles Véase Jacobs, p. xvii y xLví, y Welcker, p. lv y lxyi. Ofredo MuUcr supone que los cuadros de las Islas (II, 17), de los Pantanos (I, !)), del Bosforo y de los Pescado- res (I, 12 y 13), tenian mucha semejanza con el mosaico de Palestrina. Platón hace también mencionen la introducción delCrííias, p. 107, de la pintura aplicada a la reproducción de las monlañas, de los rios y de los bosques. (9) Pág-. 74. — Esta mejora fué introducida principalmente por Ag-a- tarco, ó al menos seg'un sus instrucciones. Véase Aristóteles, Poéti- que, e. 4, § IG; Vitrubio, 1. V, c. 7, y el prefacio del libro VIÍ, (t. 1, p. 292, y t. II, p. o6, edic. de Alois, Marini, l83fi). V. Lctronne, Leífrea xur la Peinture múrale, p. 271-280. (iO) Pág-. 7í. — Acerca de los objetos de la Rhopographia, véase Wclc, ker, Philostr. Imag., p. 397. (11) P%. 74.— Vitruvio, 1. VI!, c. o. (T. lí, p. 91.) Íl2) Pág. 74. — Hirt, Geschichte der hildeiiden Kütislc bei den Alten, 1833, p. 332, y Letronne, Lettres sur la Peinture múrale, p. 262 y 408. (13) Pág-. 74. — Ludius qui primus (?) instituí t amocnissimam paric- tum picturam. (Plmio, Historia natural, 1. XXXV, c. 37.) Las tojúaria opera de Piinio y las varietates topior um ácWúru\\o, eran pequeños paisa- jes que servían de decoraciones. El pasaje de Kalidasa citado en el testo, está sacado del Reconocimiento de Sacuntala, acto Vi, (p. 90 de la traduc- ción de Chezy, 1830). — 374 — (U) Pá(?. 75.— Ofredo :^Aü\\cr, Archeologie der Kunst, 1830, p. 609. Ha- biendo mencionado en el testo las pinturas descubiertas en Pompeya y Herculano, como las producciones de un arle poco natural, debo indicar aquí alg-unas raras escepcioncs, que son paisajes en el sentido moderno de la palabra. Véase Pilture d'Ercolano, t. If , lab. 45, y t. III, tab. S3. Véanse también en el t. IV, tab, 61. 62 y 63 , paisajes que sirven defon- do á encantadoras composiciones históricas. No hablo aquí de un nota- ble cuadro reproducido en los Monumcnfi dell' Instituto di Corrispondeuza archeologica , t. III, tab. 9, cuya antig-iiedad fué ya puesta en duda por el hábil arqueólog-o P»aul Rocheiíe. ({")) Pág-. 73 — ^Ad. de Hoff. (Geschichfe der Veriinderungen der Erdober- flaclie, 1824, ^.^ parte, p. 195-199), rechaza la opinión de Du Theil , de que la ciudad de Pompeya estaba todavía en todo su brillo en tiempo de Adriano, y que no fué completamente destruida hasta fines del si' §•10 V. (16) Pág". 76. — ^Véasc Waag:en, Kunst werhe und Künslkr in England unp Paris, 1839, 3.=^ parte, p. 193-201, y sobre todo p. 217-224, donde se en- cuentra descrito el célebre salterio del sig-lo x, conservado en la Biblio- teca imperial de París ; ese libro prueba cuánto tiempo se conservó el §"usto antig-uo en Constantinopla. Cuando yo daba cursos públicos en 1828, debí á las comunicaciones amistosas del profesor Waag-en , di- rector de la g-alería de cuadros cu Berlín y profundamente versado en todas las cuestiones de esta naturaleza, interesantes noticias sóbrela historia del arte, después del período del imperio romano. Las indicacio- nes que tuve ocasión de recojer después sobre el desarrollo sucesivo de la pintura de paisaje, han sido sometidas en el invierno de 1S33 al célebre autor de las Italienische Forschungen. barón de Rumohr, muerto por des- g-racia prematuramente, que me suministró gran número de esplicacio- nes históricas, autorizándome á publicarlas ínteg-ras, si la forma de mi libro lo permitía. (17) Pág-. 76. — Waag"en, Kunstirerheund Kilnsíler, eic, 1.^ parte, 1837, ii. 39, y 3.^ parte, 1839, p. 332-359. (18) Pág. 77. — uEn el Belvedere del Vaticano pintaba ya Pinturicchio paisajes que formaban por sí solos todo el cuadro ; pinturas ricas y há- bilmente compuestas. Pinturicchio influyó sobre Rafael , en cuyos pal- eajes se notan muchas particularidades que no podian ser del Perugino. En Pinturicchio y sus amigos se encuentran ya esas notables montañas de picos, que en nuestras lecciones mirábamos como un recuerdo del Tirol, y los conos de dolomita, tan célebres merced á Leopoldo de Buch, ■que habían podido impresionar á los artistas viajeros en el camino de — 375 — Alemania y de ÍUiü.i. Yo creo mas bien que las montañas de los aníi- t^uos paisajes italianos son imitaciones convencionales de relieves anti- i^-uos y esludios de fantasía, ó una reproducción truncada del Soracte y <[q alguna otra montana aislada en el campo de Roma. (Extracto de una carta dirigida á A. de llumboldt por Federico de Rumohr, octubre 1832). Para formarse idea de las montañas cónicas y de los picos agudos do que se habla aquí, no hay mas que recordar el admirable retrato de la 31ona-Lisa, mujer de Francisco del (¡iocondo, de Leonardo de Vinci. En- tre los pintores que en la escuela holandesa han cultivado especialmente y con éxito el paisaje, es preciso citar también al sucesor de Patenier, Herry de Bles, llamado Civetta, y mas tarde dios hermanos Matthoeus y Pablo Bril, que durante su estancia en Roma pusieron en boga esta rama del arle. En Alemania, Albrecht Altdorfer, discípulo do Dürer, cultivo obre las disposiciones del alma producidas por la vista del paisaje , las ■(jspirit nales carias de Caras, ucber dic Landschaffiíialerei, 1831, p. 45. (21) Pái;-. 79. — 'El gran siglo de la pintura de paisaje reunió: á Juan Breughel, 1569-1025; Rubcns, 1577-1640: el Dominiquino, 1581-1641; Felipe de Champaña. 1602-1674; ?resde, 1835. núm. 40. (23) Pág-. S(i.—Gakria de Dresde, 1835,. núm. 917. (24) Pág-. 81. — Francisco Postó Poost, nació cnHarlem en 1620 y mu- rió enl6S0. Su hermano acompañaba también al príncipe Mauricio de Nassau en calidad de arquitecto. Podían verse en la galería de Schleisheim íilg-unosde sus cuadros que representaban las orillas del rio de las Ama- zonas. Existen alg-unos otrosen Berlín, Hannover y Praga. Los g-rabados que adornan el Vícr/V d{^ I principe Mauricio de Nassau . por Barloeus, y los — 376 — que se cnCLiculran en la colección de Bcrliii, acreditan un scnlimicnto ver- dadero de la na^luraleza exótica. La forma de las costas, el aspecto del suelo y el de la vegetación están felizmente comprendidos. Vénse allí musáceas, cactos, palmeras é higueras, con las cscrecencias que adornan el pié del árbol chapeadas como láminas. Las vistas pintorescas del Brasil se terminan de un modo bastante raro (lám. oo)por un bosque de pinos alemanes que rodea el palacio de Dillenburgo. La observación he- cha en el testo (p. SO) sobre la influencia que puede haber ejercido hacia la mitad del siglo XVI en el conocimiento de las plantas tropicales y do su fisonomía característica , el establecimiento de jardines botánicos en el Norte de Italia, me proporciona ocasión de recordar un hecho proba- do, y es que en el siglo XIII, Alberto el Grande que era i g-ual mente apa- sionado por la filosofía de Aristóteles y por la ciencia de la Naturaleza, tenia una estufa caliente en Colonia en el convento délos Dominicos. Este hombre célebre, sospechoso de magia porsuautómata parlante, di('>el Cde Enero de 1249 una fiesta en honor de Guillermo de Holanda, que llegó á Colonia. La fiesta tuvo lugar en el gran jardín del convento , donde Alberto el Grande sostenía durante el invierno, en medio de un dulce calor, árboles frutales y plantas en fior. La relación, sin duda muy exa- gerada, de este banquete , está en la Chronica de Juan de Beka, qu»; data de mediados del siglo XIV. Véase Beka y Heda , de Episcopis Ultra- jectinis, recogn. ab Arn. Buchelio, 1643, p. 79; Jourdain, Recherches cri- tiques sur les TraducHones d'Arisfote, '^.^ edic, 18 Í3, p. 301 ; Buhle, Gcs- chiclite derPhilosophie, t. V, p. 296. Aunquelosantiguos conociesen, coma lo prueban algunos descubrimientos hechos en las escavaciones de Pom- peya, las vidrieras, nada prueba hasta hoy que las estufas callen tos y las de cristal estuviesen en uso en la antigua horticultura. La distribubucion del calor en los baños por las caldariá hubiera podido darles idea de ellas; 2)ero lo corto del invierno en Grecia y en Italia impidió que se pensase ensemejantecosa. Los jardinesde Adonis (xñ^oi'' AS<únSoí),que indican tan bien el sentido de las fiestas celebradas en honor de este héroe, se com- ponían según Boeek , de plantaciones contenidas en pequeños tiestos en que representaban el jardín en que Venus se unió á Adonis, símbolo de la juventud prematuramente marchita, del crecimiento fecundo y de la des- trucción. Las Adonias eran por lo tanto una especie de fiesta fúnebre para uso de las mujeres; una de esas fiestas en las cuales la antigüedad lloraba el duelo de la naturaleza. Asi como nosotros oponemos las plan- tas nacidas en estufas calientes á las libres producciones do la Naturale- za, los antiguos se sirvieron de ordinario de la palabra Jardín de Adonis, para designar un desarrollo demasiado temprano, que no habia llegado á su madurez ni tenia probabilidad de vida. Y no eran flores de variados coloridos las que se mandaban traer rápidamente y á fuerza decuidados^ sino lechugas, hinojo, cebada y trigo: escogíase no el invierno, sino el — 377 — eslío, durando todo no mas que uclio días. Crcuzcr, en su Symholik umf Mijtiuilogie, t. lí, 1840, p. 427, 430, 579 y 481, creo, sin embargo, que in- dependientemente del calor natural, se adelantaba también el desarrolla de las plantas que componían los jardines de Adonis, en piezas arlificial- nicnte calentadas. El jardin del convento de los Dominicos en Colonia recuerda un convento de Santo Tomás, situado en la Groenlandia ó en Islandia , cuyo jardin estaba siempre desprovisto de nieve, gracias ú fuentes naturales de agua caliente ; así lo refieren los hermanos Zeni en la relación de los viajes que hicieron de 1388 á 1404, relación quo- apenas permite determinar las localidades que recorrieron. Véase Znrla,. Viaggiaíorivcneziani, t. II, p. 63-G9, y Humboldt, Examen critique de VHis- loire de la Geographie, t. II, p. 127. En nuestros jardines botánicos el es- tablecimiento de las estufas propiamente dichas, parece ser mucho mas reciente de lo que ordinariamente se cree. Solo á fines del siglo XVII se obtuvieron por primera vez ananas maduras. Véase Bcckmann, Geschichte (ler Erfmdungen , t. IV, p. 287. Lineo afirma en la MusaCliffortianaflorens Ilartecampi, que se vio florecer por primera vez un plátano en Europa en el jardin del príncipe Eugenio en Viena, el 1731. (25) Pág. 81. — Estas imágenes de la vegetación tropical, que dan una idea de lo que se entiende por ¡iaonomia de las plantas , forman en el Museo de Berlín, en la sección de las miniaturas, dibujos y grabados,. un tesoro con el que no puede compararse actualmente ninguna otra co- lección. Las hojas publicadas por el barón de Kittlitz, tienen por títulos uVegefalions Ausichten der Küstenlander und ínseln des stillen Oceans aufge- nommen 1827-1829 auf dcr Entdeckungsreise der hais. russ. CorveffeSenjawin^ Siegen, 1844. Obsérvase también una gran verdad en los dibujos de Car- los Bodmer que, grabados primorosamente, adornan el viaje del príncipe- Maximiliano de Wied al interior do la América septentrional. (21)) Pág. 8.'). — Véase Humboldt, Tableaux de la Nature, 1851, t. lí, p. 1-36, y dos obras muy instructivas: Fr. de Martius, Physiognomie des Pflanzenreiches in Brasiiien, IS24; y M. de Olfors, Allgemeine Uebersicht von Brasilien, en los viajes de Foldner, 182S, l.^ parte p. 18-23. (27) Pág. 92. — Guillermo de Humboldt, Brie fwechsel mit SchiUer, iS^O^ p. 470. (28) Pág. 93. — Diodoro, l.lí, c. 13. Este historiador no da al célebre jardin de Semíramis mas que 12 estadios de circuito Los desfiladeros del Bagistano se llaman todavía hoy el Arco ó la Circunferencia del Jardin (Tauki bostan). Véase Droysen , Geschichte Ale xanders des Grossen, 1833,. p, 533. (29) Pá^. 9tI. —Léese en el Schahnameh de Firdusi: «Zerduschl plañid — 378 — (¡«Lnitc del templo de Fucg-o, en Kischmer, en c-1 Khorasan, un ciprés ■esbelto, nacido eii el Paraíso , y escribió en este alto ciprés : Guschtasp (Hyslaspe) se ha convertido á la verdadera doctrina, tomando por tes- •tÍ£;o al árbol esbelto; así distribnye Dios la justicia. Cuando trans- urricron muchos años, el alto ciprés se desarrollo y lleg-ó á ser tan grueso, que el cordón del g-uerrero no podía abarcar su contorno. Cuando se coronó de numerosas ramas, Guschtasp lo encerró en un pa- lacio de oro puro... y difundió estas palabras: «¿Dónde hay en la tier- ra un ciprés como el de Kischmer? Dios me ha enviado este árbol del Paraíso, diciéndome: Sal de aquí hacía el Paraíso." Cuando el kalífa Motewekkíl hizo cortar el ciprés venerado por los Magos , se le atri- buían 14S0 años de existencia. Véase Vullers. Fragm. ueber die Religión des Zoroaster, 1831, p. 71 y 114 (obra traducida de los frag-menlos publicados por J. Mohl en 1829); Rítter, Erdkunde von A sien , t. VI, sec. 1.*, 1831, p, 242. Mohl ha publicado hasta hoy tres volúmenes de la traducción de Schahnameh , 1808-1846. El ciprés (en árabe Arar, en persa Serw kohí), parece ser originario de las montañas de Busih al Oeste de Herat. Véase la Geografía de Edrisí traducida por Jaubert, 1836, t. I, p. 464. Se leerá también con interés una memoria de Lajard sobre el Culto del ciprés piramidal, inserta en los Annales de Vlastitut Archéologique, París, 1847. (30) Pág-. 94. — Aquiles Talius, 1. I, c. 25; Longus, Pastoralia, 1. IV, p. 63, edic. de Seiler. «Gesenio," Thesaurus iinguce hebraicce, t. II, p. 1124, estableció muy bien, dice Buschman, que la palabra Paraiso per- tenece en su origen á la antig-ua lengua persa. Ya hoy su uso se ha per- ^lido en la leng-aa moderna. Fírdusi, aunque su nombre sea un derivado tJe esa palabra, no usa ordinariamente mas que la de Behischt; Pollux fOnomast., 1. IX, c. 3), y Jenofonte ((Econom., c. 4, § 13 y 21, Ana&as., 1. í, c. 2, § 7, 1, 4, 10; Cirop., I, 4, 5) afirman resueltamente que Paraiso per- tenece á la antig-ua leng-ua persa. En el sentido de jardín de recreo ó simplemente jardín , esta palabra ha pasado probablemente del persa al hebreo, Pardés (CanL, c 4, v. 18 ; Nehem., 2, 8, y Éreles., 2, 5), al árabe Firdaus, plur. farádis (Alcorán, s. 23, 11, y s. Luc., c. 23, v. 43), al sirio fardaiso (Cb.síc\U, Lexicón syriacum, 1788, p. 725), al armenio Par. fes (Ciakciak, Dizionario armeno, 1837, p. 1194, y Schrceder, Thes. ling. armen., 1711, pref. p. 56). Hásc querido derivar la palabra persa del sánscrito pradésa ó paradésa, círculo, comarca, región estranjera. Esta etimología, indicada ya por Benfey en su Griecht. WurzeMexikon,t. I, 1839, p. 138 por Bohlen y por Gesenio , puede parecer satisfactoria en cuanto a la forma de las palabras, pero lo es menos en cuanto al sentido. (31) Pág. 94. — Hcrodolo, 1. VIí, c. 31. Este plátano estaba situado entre Kallatebos y Sardes. — 379 — (32) Pág-. 9i.— Ritler, Erdkunde von Ásien , !. IV, soc. 2. l82í;,p. 237, 2ol y 681; Lassen, Indische AlferthumshundCy t. I, p. '260. (33) Pág-. 94. — Pausanias, 1. I, c. 21 , § 9. Vúasc también Arhoreíum sacrum, en Mcursii Opera, c\ reccns. .loann. Lami, Florencia, IT1j3, t. X, p. 777-784. (34) Pág-. 9o, — Xoiice historique aur Jes jardins des Clvnois, ca las Mé- mnires concernant les Chinois, t. YÍII, p. 309. (35) Páff. 93.— /6¿rf., p. 318-320. (36) Pág-. Í)'J. — Sir Jorg-c Staunton, Account of Ihe Emhassij ofíhe Ear! of 3íacartney to China, i. II, p. 245. (37) Pag-. 95 — El príncipe de Puccldcr Muskau , Andeulungen uehcr Landschafísgártnerei, lS'¿i. Véanse también las descripciones pintorescas de los parques ingleses antig-uos y modernos y de losjardincs eg-ipcios de Schubra. (38) Pag-. 96. — Elogio de la ciudad de Mukden, poema compuesto por el ^imperador Kien-Long-, y traducido por el P. Amiot , 1770, p. 18, 22-23, -n. 63-68, 70-87, 104 y 120. (39) Pág-. 97. — Mémoircs concernant les Chinois, i. lí, p. 643-650. (40) Pág-. 97.— Pli. Fr. de Slchold, Kruidkundige Naamlijst van japans- €he en chineeschc Planten, 1844, p. 4. ¡Qué diferencia entre la variedad de ^sas plantas cultivadas desde hace tantos siglos en la parte oriental del Asia, y la colección enumerada por Columela en su pobre poema de Culfu Hortorum (v. 93-105, 174-176, 255-271, 295-306), que componía, sin em- barg-Q, todos los recursos de los mas célebres tejedores de coronas en Atenas! En tiempo de los Tolomeos en Eg-ipto , y especialmente en Ale- jandría, fué cuando por primera vez se buscó en los jardines la variedad de las plantas, y se realizaron los primeros esfuerzos para cultivarlas du- rante el invierno. Véase Atejiea, 1. V, p..196. NOTAS DE LA SEGUNDA PARTE. (1) Pág. 101.— Cosmos, 1. I, p. íO-46. (2) Pág. 1( 7. — Niebulir, Uistoria romana, traducida por Golbery, t. í, p 87 y 88; Droysen, Geschichte der Büdung des hellenistischen Staatensys- tems, 1843, p. 31-34, oG7-573; Fr. Cramer, De studiis quos veteres ad alia- rum gentium contulerunt linyuas, 184 í, p 2-13. (3) Pág. 109. — En sánscrito el arroz seilaina vrihi; el algodón karpa- sa; el azúcir 'sarkara ; el nardo nanartiia. Véase Lasseii , Indische Alier- thumskunde, t. I, 1843, p. 245, 2o0, 270, 289, o38. Acerca de las pala- bras'sarkara y kanda, de donde viene nuestra azúcar candi (en alemán Zu- c'íerlíand), véase Hamboldt, Prolegomena de dütribuiione geographica Plan- íirum, 1817, p. 211. «Confundisse videntur veteres saccharum veruní c un tebaschiro Bambusa.', tum quia atraque in arundinibus inv^eniíintur, tum eliam quia vox sanseradana scharkara, quge hodie (ut pers. schalar, ctindost. sc/iM/iwr) pro saccharo nostro adhibetur, observante Boppio , ex auetoritate Amarasinhs, proprie nil dulce (madu) sig-nilieat, sed quicquid lapidosLin et arenaceum est, ac vcl calcalum vesic£e. Verisimilc igitur, vocem scliarkara iiiilio dantaxat tebaschiruin (saccar momhu) iudicasso, posterius in saccharum nostrum humilioris arundinis fikschu , kandekschu, kanda), ex similitudine aspectus translatam ese. Vox Bambusse ex mambur derivatur; ex kanda vox germánica Zuckerkand , gallica azúcar candi. In íe6asc/i¿ro agnoscitur Persaram schir, h. e, lac. sansc. kschiram.'^ El nom- bre sánscrito del tabaschiro es tvakkschirá , leche sacada de la corteza de los árboles (tvatschj. Véase Lassen, ibid, p. 271 274 ; Pott, Kurdische Studien, en el Zeitschrift für die Runde des Morgenlandes, t. Vil, p. "163-160, y la escelente disertación de Cari. Ritter, en Erdkunde von Asien, 1. VI > see. 2, 1840, p. 232-237. — 381 — ( í ) Pág. 1 1 1 .— Ewalcl , Geschichte des Volkes Israel, t. 1, 1843, p. 332-334 ; Lassen, Indischc Alterthumskunde , t. I, p. 528. Véase también sobre los Caldeos y sóbrelos Kurdos , llamados por Eslrabon Kircios, Roeiiig'cr, Zeitschrift fiir die Kundc des Morgenlandes, t. lil, p. 4. Có) Pág-. 111. — El antiguo país del Zeml, llamado Bordj , ombligo délas aguas dadas por Onnuzd , está situado hacia el paraje en que la cslremidad ocidenlal de las montanas celestes (Thian chan), cruza casi en áugulo recto el sistema de Bolor (Belurtagh) , con el nombre de cadena de Asferach, al norte de la meseta de Pamer (Upa-meru, país situado so- bre Méruj. V. Burnouf, Commentaire sur le Yacna, t. [, p. 239 y Addil.. p. CLxxxv , con Humboldt, Asie céntrale , t. I, p. 163: t. II, p. 16, 377 y 390. (6) Pág\ 112. — Indicaciones cronológicas relativas ala historia del Egipto: 3900 años antes de J. C, Manes (esta fecha no es demasiado re- mota y parece bastante exacta); 3430, advenimiento de la IV dinastía, ([uc comprende á los constructores de las pirámides, Chephren-Schafra, Oheops-Chufu y Mycerinos ó Menkcra ; 2200, invasión de los Hyesos bajo la XII dinastía, á la cual pertenece Amcnemha III, fundador del primer laberinto. Antes de Manes (3900 antes de J. C), es preciso supo- ner aun mil años y quizás mas, para el desarrollo progresivo de aquella civilización que habia llegado á su madurez por lo menos 3430 años antes de nuestra era, y que desde dicha época quizás habia quedado in- móvil en algún punto. (Estractos de diferentes cartas dirigidas al autor por el profesor Lepsius . á la vuelta de su brillante espedicion á Egipto, marzo 18415). Véase también en la ingeniosa y sabia obra de Bunseu jEgyptens Stellcin der Weltgeschichle , 183Í), 1. 1, p. 11-13, el pasaje en qtic al distinguir los orígenes de la humanidad, los orígenes de los pueblos, y lo que ordinariamente se llama /ifsíorirt univei'sal. concluye asi : «Esta historia, rigorosamente hablando, no puede ser mas que la historia de la humanidad nuevfl ó la historia nueva de nuestra raza, suponiendo que pueda haber otra historia de aquellos orígenes misteriosos." La conciencia histórica y la cronología regular de los chinos , se remontan á 2,400 años y quizás á 2,700 antes de nuestra era , es decir, á tiempos muy anteriores á Ja y á los de Hoang-ti. Existen en el siglo Xlll antes de nuestra era mu- chos monumentos literarios; y en el siglo'XII fue cuando Tscheu-Kuiig, según el libro de Tscheu-li, midió la longitud de la sombra del sol en el solsticio, en la ciudad de Lo-yang, edificada al Sud del rio Amarillo con tal exactitud, que Laplacc ha encontrado esta longitud , de acuerdo coa la teoría del cambio de oblicuidad de la eclíptica , que fue establecida por primera vez á fines del último siglo. Ante un testimonio semejan- te, no puede sospecharse que se hayan fechado antes liechos verificados después. Véase Eduardo Biot, Constituíion foUtique de la Chine au Xllsieck, — 382 — nvant notreere, 184ii, p. 3 y 9, La fundación de Tiro y del antiguo tem- plo de Melkarth (el Hércules tirio), según el cálculo presentado á Herodoto por los sacerdotes (1. II, c. 44), debe remontarse á 2760 años antes de nues- tra era. Véase Heeren, De la Politique et du Commerce des peuples de Vanti- quité, t. II, p. 12 déla traducción francesa. Simplicio, según un testimonio de Porfirio , cree que las observaciones astronómicas de los Babilo- nios, que eran conocidas de Aristóteles, datan del año 1903 antes de Alejandro el Grande; é Ideler, que ha demostrado en el estudio de la cro- nología tanta penetración y profundidad , mira esta conjetura como muy inverosímil. Véase su Handbuch der Chronologie, t. I , p. 207; las Mémoirade la Academia deBerlin, año 1814, p. 217; y Bceckh, Metrologische üntersuchungen ueber die Masse des Alterthums , 1838, p. 36. No puede re- solverse todavía el problema de saber si en la India, la certidumbre his- sórica empieza mas de 1200 años antes de nuestra era. La crónica de Kachmiv (Radjataranyini, traducida al francés por Troyer, París , 1840), deja en pie algunas dudas, mientras que Megastenes en sus //id¿ca (edic. de Schwanbeck, 1846 , p- iJO), cuenta para 153 reyes de la dinastía de Ma- gadha, desde Manú hasta Tchandragoupta, 60 y ann 64 siglos, y que el astrónomo Aryabhatha hace retroceder la era indiana hasta el año 3102 antes de J. C. YéasaLüssen, I ndische Álterthumskunde , t. I, p. 473, 503, 507 y 5l0. Con objeto de hacer comprender mejor la alta influencia que las cifras reunidas en esta nota tienen para la historia de la civiliza- ción humana, recordaremos que entre los Griegos se coloca ordinaria- mente lamina de Troya en el año 1184¡ Homero hacia el año 1000Ó950; el historiador Cadmo de Mileto, hacia el año 524 antes de nuestra era. Esta aproximación demuestra, á qué largos intervalos y con qué irregu- laridad nació entre los pueblos mas susceptibles de cultura la necesidad de anotar de una manera exacta los hechos y las grandes empresas, ytrae^ involuntariamente á la memoria las palabras que Platón en el Timéo, (p. 22 B), hace decir á los sacerdotes de Sais: "¡Oh Solón , Solón! vos- otros los Helenos sois siempre niños ; no hay un viejo en Grecia ; vues- tras almas son siempre jóvenes; no tenéis noción alguna de la antigüe- dad, ninguna creencia rancia, ni ciencia alguna que el tiempo haya en- vejecido.» (7) Pág. 112.— Véase Cosmos, t. I, p. 75 y 139. (8) Pág. 112. — Guillermo de Humboldt, Werke, t. I, p. 73. (9) Pág. 113.— Cosmos, 1. 1, p. 272 y 311. Asie céntrale, t. III, p. 24 y 143. (iO)— Pág. 116.-^Platon. Phedon, c. 58 (p. 109 B). V. Herodoto, — 383 — 1. íí, c. 21. Clcomedes suponía escavada también la superficie de la tier- ra en parte central, para hacerla ocupar por el Mediterráneo. Véase Voss^ Krítisehe Blcetter, 1828, t. IJ, p. 144 y 150. (11) Pág'. 116. — He desarrollado esta idea pur primera vez en la Rc- lation historiqm du Voyageaux régions éguinoxiales , i. III, p. 236 , y en el Eifámm critique de Vhidoire de Ja Geographia , t I, p. 36-38. Véase tam- bién á OtfredoMuller, enlos Gosttingische gelehrte Anzeigen. 1838, t, í,p. 375. La cuenca mas occidental, que se llama g-eneralmente cuenca del mar Tyrreno, se compone, según Estrabon, de los mares de Iberia, de Liguria y de Cerdeña. La cuenca de las Sirtes, al Este de la Sicilia, compren- de el mar de Ausonia ó de Sicilia, el mar de Libia y el mar Jónico. La parte del mar Eg-eo situada al Oeste y al Sud, llevaba los nombres de mar do Creta, mar Sarónico y mar de Myrtos. El notable pasaje de Pseudo- Aristóteles, de Mundo, c. 3 (p. 393, odie, de Bekker), trata únicamente de la forma de las costas del Mediterráneo, costadas en golfos, y de los efectos que producen en el Océano que penetra en tales sinuosi- dades. (12) Pág. ni.—Comoa, i. í,p. 222 y 418. (13) Pág. 118. — Humboldt, 4s/e céntrale, t. I,p. 67. Los dos notables pasajes de Estrabon son los siguientes: 1.° (1. 11, p. 109): «Polibio distin- i;ue cinco promontorios que forman otras tantas prolongaciones en Europa. Eratostencs cuenta solo tres, uno de los cuales, terminando hacia las co- lumnas de Hércules, encierra la Iberia; mientras que el segundo, csten- diéndose hacia el estrecho de Sicilia, compone la Italia, y el terce- ro limitado por el cabo Malea, abraza todos los paises situados entre el mar Adriático, el Ponto-Euxino y el Tañáis.» 2.° (1, II , p. 126. «Empe- zaremos por la Europa porque esta parte de la tierra es la que tiene la mas variada forma, cuanto porque su clima es el mas favorable á la ci- vilización y á la dignidad moral de los ciudadanos. La Europa está ha- bitada por todas partes, escepto por algunas comarcas situadas á orillas de Tañáis y desiertas á causa del cscesivo frió en ellas reinante.» (14) Pág, 118. — Mease \Jkcvt, Geographie der Griechcn und Rcemer, 1.^ parte, sec. ^, p. 3ÍO-348, y 2,^ parte, sec. 1, p. 19í. Juan de MuUer, Werlic, t. I, p. 38; Humboldt , Examen critique, etc., t. I, p. 112 y 171,- Otfredo MuUer, Minyer, p. 64, y en los Gosttingische gelehrte Anzeingen^ 1838, 1. 1, p. 372 y 383, en donde haciendo de mis ideas acerca de la Geografía mítica de los Griegos una crítica escesivamente benévola, ha mostrado sin embargo su desacuerdo. Hé aquí los términos en que yo me había espresaclo: .^Al promover cuestiones de importancia é inte" — 384 — res para los estudios filológicos , no he podido contenerme y pasar enteramente en silencio aquello que no pertenece tanto á la descrip- ción del mundo real como al ciclo de la g-eografía mítica. Sucedií en el espacio lo que en el tiempo; que no puede tratarse la historia bajo un punlo'de vista filosófico dejando en olvido absoluto a los tiempos he- roicos. Los mitos de los pueblos, mezclados á la historia y á la g-eog-ra- fía , no pertenecen por completo al mundo ideal. Si la vaguedad es uno de sus rasgos distintivos, si el símbolo cubre en ellos la realidad con un velo mas ó menos tupido, no por ello revelan menos los mitos, ínti- mamente ligados entre sí el tronco antiguo de los primeros conoci- mientos en cosmografía y física. Los hechos de la historia y de la geo- grafía primitivas no son únicamente ingeniosas ficciones, sino un reflejo de las opiniones que se han formado sobre elmundo real. El gran anti- cuario cuya perdida prematura ha sido dolorosamente sentida en todo el dominio de los estudios griegos, sondeado por él con profundidad tan grande y en distintas direcciones, cree por el contrario que no deben re- ferirse en manera alguna, como pudiera creerse en vista sobre todo de las leyendas marítimas de los Fenicios, á esperiencias reales que la cre- dulidad y el amor por lo maravilloso han revestido de una forma fabu- losa, la mayor parte de las relaciones sobre la configuración de la tierra tal como está representada en la poesía griega. Según él , esas imágenes traen su verdadero origen de hipótesis que el sentimiento sugirió á la in- teligencia, y que no recibieron sino muy tarde y poco á poco la influen- <íia de los conocimientos positivos: de donde resulta, que creaciones pu- ramente subjetivas, que lleva á la imaginación ciertas ideas, se fundie- ron casi insensiblemente con comarcas reales y olijetos claramente cono- cidos de la geografía científica. Puede deducirse de estas consideraciones, que todas las imágenes míticas ó que al menos se producen bajo formas míticas, pertenecen propiamente al mundo de las ideas, y no tuvieron nada de común en su origen con el engrandecimiento del conocimiento de la tierra y el progreso de la navegación mas allá de las columnas de Hércules. Las primeras impresiones de Otfredo Muller estaban mas de acuerdo con mi sentir ; decía con efecto espresamente en los Prolegome- nen zu einer wissunschafilichen Mythologie (p. 68 y 109), que en las leyen- das míticas se observa un estrecho enlace entre la ciencia y la imagina- ción , entre lo real y lo imaginario. Puede verse también á propósito de la Atlántida y de la Lyctoaia T. H. Martin, Eludes sur le Timée de Platón^ t. I.,p. 293-32G. (15) Pág. 119.— IN'axos, por Ernesto Curcio, 1846, p. 11; Droysen, Ceschichíe der Bildiing des hellenistischen Staatensystems, 1843, p. 4-9. (16) Pág. 120. — Leopoldo de Buch , neher die geognosHschen Sysleme von Deutschknd, p. XI; Humboldt, Asie céntrale, t. I, p. 2S4-286. — 385 — (17) Pág. nO.-^Cosmos, t. I,p. U\ y 442. (18) Pág-. 121. — Todo loque tiene relación con la cronología ó con la historia del Egipto, y está comprendido en el testo entre comillas, des- de la pág-. 121 hasta lapág-. 124, está sacado de comunicaciones manus- critas que me fueron hechas en el mes de Marzo de 1846 por mi amigo el profesor Lepsius. (19) Pág. 121. — Coloco, como Otfredo Muller {dorier, 2.^ parte, p. 436) la invasión dórica en el Peloponeso, 328 años antes de la primera Olim- piada. (20) Pág. 122. — Tácito, Annales, 1. ÍI, c. o9. Champollion ha encontra- do en el papirus de Sallier, donde se refieren las campañas de Sesostris, el nombre délos Javanos o Yunios, y el de los Luki (tal vez los Jónicos y los Licios). Véase Bunsen, .EgijptensStelle, etc., 1. 1, p. 60. (21) Pág. 123.— Véase Herodoto, 1. II, c. 102 y 103; Diodoro de Si- cilia, 1. I, c. 00 y o6. Herodoto (lí, 106) cita espresamente tres de los obeliscos que Ptamsés-Meiamon estableció para conservar el recuerdo de sus victorias en los paises que habia recorrido : «Uno en la Palestina do Siria, y dos en la Jonia, en el camino de Efeso á Fócea , y en el de Sardes áEsmyrna.» Ahora bien, hase encontrado en Siria, eu una roca situada á orillas del Lyco, no lejos de Beirut (Berytus) un bajo relieve en que aparece muchas veces el nombre de Ramsés, y otro mas tosco en. el valle de Karabel, cerca de Nymfio, en la senda que, según Lepsius^ conduela desde Efeso á Fócea. Véase Lepsius, en los Annali delV Insti- tuto archeológico, t. X, 1838, p. 12, y una carta del mismo escrita en Esmir- na el mes de Diciembre de 184o, é inserta en el Archceologische Zei~ tung, 1846, n° 41, p. 271-280, y Kiepert, ibid, 1843, n.° 3, p. 35. En cuanto á saber si el conquistador penetró hasta la Persia y la India, mas- acá del Ganges, lo que Heeren pone en duda {Manuel de Phistoire anciennc ^ traducido por Thurot, 1830, p. 72), «porque en aquella época la parte oc-^ cidental del Asia aun no con tenia imperio alguno poderoso, »> (no sube con efecto la fundación de Nínivemas allá del año 1230 antes de J. C), problema es este que no pueden menos de resolver un dia los arqueó- logos y los lingüistas, cuyos descubrimientos se suceden con tanta ra- pidez.» Estrabon (1. XVI, p. 769) cita un monumento de Sesostris situa- do cerca del estrecho de Deira , hoy Bab-el-Mandeb. Es, por otra parte, muy verosímil, que ya en el Antiguo Imperio, mas de 900 años antes de Ramsés-Meiamun , hablan hecho espediciones muy semejantes en Asia los reyes egipcios. La salida de Moisés del Egipto tuvo efecto en tiempo del segundo sucesor de Piamsés-Mciamun, Setos II de la XIX dinastía. TOMO JI '1-^ — 386 — Según las investigaciones de Lepsius , este íiecho ocurrió 1300 anos próximamente antes de nuestra era. (22) Pág. 123. — Según Aristóteles, Estrabon y Plinio , pero no según Herodoto. Véase Letronne, en lüiRevuedes I)eux\Mondes , 1841, t. XXVII, p. 219, y Droysen, Büdung des hellenist. Staatensystems , p. 733. (^3). Pág. 124. — A la autoridad de Rennell, de Heeren y de Sprengel, que admiten la circunnavegación de la Libia, es preciso añadir la del filó- Iqo'o consumado, Esteban Quatremere. Véase ilfemoíres de I' Académie dea Inscriptions, i. XV, 2.^ parte, 1843, p. 380-388. El argumento mas sólido en apoyo de la narración de Herodoto, es en mi juicio la siguiente obser- vación que Herodoto se niega á creer por su parte (1. IV, c. 42) : uque los navegantes , al dar la vuelta á la Libia de Este á Oeste, lenian el sol á su derecha;» en el Mediterráneo, yendo también de EstCcá Oeste, es de- cir, de Tyro á Gadcira, el sol del Mediodía estaba siempre á la izquier- da. Es preciso admitir, por otra parte, que aun antes de Neko se cono- cía en Egipto la posibilidad de dar la vuelta al África sin obstáculo, puesto que en Herodoto, Neko dice claramente á los Fenicios vque de- bían volver á Egipto por entre las columnas de Hércules.» Es siempre singular que Estrabon, después de haber discutido largamente la tentati- va de circunnavegación hecha en tiempo de Cleopatra por Eudoxio do Cyzica, y citado los restos del barco equipado en Gadeira, que hallaron ■en las costas déla Etiopía, no vea en las empresas anteriores masque fábulas Bergianas (1. II p. 08 y 100). Sin embargo, esto no impide que re- conozca la posibilidad de la circunnavegación, y aunque afirme que tauto al Este como al Oeste no quedaba mas que unaparte muy pequeña del li- toral por costear (1. I, p. 3). Estrabon no era en modo alguno partidario de la singular hipótesis de Hiparco y Marin de Tyro, según la cual, las costas orientales del África se unian á la estremidad Sud-Este del Asia, de modo que el Océano ludico se convertía eu un mar Mediterráneo. Véa- se Humboldt, Examen crüique, etc.,t. I, p. 139-142, 143, 161 y 229; t. II. p. 370-373. Estrabon citaá Herodoto, pero sin nombrar á Neko, cuyaes- pedicion confunde con aquella en que los barcos de Darío dieron la vuel- ta ala Persia meridional y á toda la Arabia (Herodoto ,1. IV, c. 44); y tanto, que Gnsselin ha querido sin autorización suficiente, sustituir en el testo el nombre de Neko al de Darío. Como caso análogo al de la ■cabeza de caballo que adornaba el navio de Gadeira, y que según se •dice, Eudoxio enseñó en una plaza pública de Egipto , puede citarse el ■de los restos de otro navio que , navegando por el mar Rojo , fue arrojado por las corrientes occidentales á las costas de la isla de Cre- ta , según refiere un historiador árabe muy digno de fé , Masudi , en el Morndj-al-dzeheb. Véase Quatremere en la Memoria indicada mas ar- — 387 — riba, p. 3S9 , y Rehiaud, Relation des voijages dans l'Inde, 1845, t. I, p. XVI; 1. 11, p. 4G. (24) Pág. 124.-Diodoro, 1. I, c. G7, §. 10; Hcrodolo, 1. 11, c. 154, 178 y 182. Acerca de la verosimilitud de un comercio entre el Egipto y la 'jrccia anterior á Psammítico , véanse las observaciones ingeniosas de Luis Ross, Hdlenica, 1. 1, 1846, p, \ y X. «Los tiempos que preceden in- inediatameiite á Psammítico, fueron, dice, para ambos paises una época de perturbaciones interiores que debian llevar necesariamente cierta pa- ralización y parcial interrupción á las relaciones comerciales." (2o) Pág. 12o.— Boeckh , metrologische Unfersuchungen ueher Gewichk, Münzfüsse und Masse des Alíerthums inihrem Zusammenhang , 1838, p. 12 y 273. (26) Pág. 125. — Véanse los pasajes recogidos por Otfredo Muller, 'Minijer, p. lio, Doríer, 1.^ parte, p. 129, y por J. Franz , Elementa Efi' graphkes Groeccc , 1840, p. 13, 32 y 34, (27) Pág. 126. — Lepsius en su disertación, ueher dic Anordnung und Wenuandschaft des Semifischen, Indischen, Alt-Persischen j Alt-JEgyftischen und Mthio'pischen Alphabefs, 1836, p. 23, 28 y 57; Gesenio, Scripfuroe Phw- nicice Monumenta, 1837 , p. 17. (28) Pág. 127.— Estrabon, 1. XVí, p. 737. (29) Pág. 127. — Es mas fácil determinar la posición del País del Es- taño (Bretaña y las islas de Scilly) que no la de las costas del ámbar. Creo por lo menos muy inverosímil que la antigua palabra griega xao-trírepoc, estendida ya en tiempo de Homero se derive de cierto monte Casio , rico en estaño y situado en la parte Sud-Oeste de España , que Avieno, muy conocedor de esta comarca, coloca entre Gaddir y la embocadura de un pequeño rio meridional llamado Ibero. Véase Ukert, Geograj)hie der Grie- chenundRoemer, 2.^part., sec. 1, p. 479. Kassiteros es la antigua palabra sánscrita Kastira. El estaño (en islandés, en danés y en inglés, tin , en alemán zínn, en sueco lenn), se llama en las lenguas malaya y javanesa timah; concordancia de sonido que recuérdala déla antigua palabra ger- mana gf íessaw, nombre del sucino (ámbar amarillo)^ trasparente, con ia palabra moderna alemana Glas (vidrio). Las denominaciones de las mer- cancías y de los artículos de comercio (véase mas arriba p. 109 y nota 3), pasan de pueblo en pueblo hasta en las familias de lenguas mas diferen- tes. Gracias al comercio que unia las factorías de los Fenicios en el golfo Pérsico con la costa oriental de la India, la palabra sánscrita Kasfíra, que designaba un producto tan útil déla pem'nsula oriental de la India, y se encuentra aun hoy en uno de los antig'uos idiomas arómeos, en el — 388 — árabe, bajóla forma kasdir, pudo llegar á conocimiento de los Griegos aun antes que hubieran sido visitadas Albion y las Casitérides británi- cas. Ycase Guillermo de Shlegel, indische Bibliotheck, t. II p. 393 ; Ben- fey, //¿iíé'n, p. 307: Pott, etymologische Forschungen , 2.^ parte, p. 411;. Lassen, indische Alt erthumskundc, t. í, p. 239. Un nombre, llega con fre- cuencia á ser un monumento liisfúrico, y la investigación de las etimo- logías, el análisis filológico, aunque ridiculizado por los ignorantes, no da por ello menos frutos. Los antiguos conocían también el estaño que rccogian los Artabros y los Galaicos en la parte Nor-ooste de la Iberia, comarca mas próxima que las Casitérides (las Qístrymnidas de Avieno); para los navegantes que se aventuraban fuera del Mediterráneo. Véase Estrabon, 1. IIÍ, p. 147 ; Plinio, 1. XXXIV , c. Í7. Mientras yo estuve en Galicia antes de mi partida para las Canarias, en 1799, se esplotaba to- davía en montañas de granito una mina muy pobre de estaño. Véase mi Relaüon historique , t. I,p. 31 y 53. La presencia en aquella comarca estaño , uno de los metales mas raros do nuestro globo , tiene alguna im- portancia geognóstica,á causade la conexión que existió originariamente entre Galicia, la península de la Bretaña y el condado de Cornouailles. (30) Pág. 127. — Esteban Quatreniere, Mémoirex de l'Académie des Tns- criptions, t. XV, 2.^ parte, 1845, p. 363-370. (31) Pág. 127. — La opinión emitida hace ya mucho tiempo (véase Heinzensneues Kielisches Magazin, 1787, segunda parte, p> 339; Sprengel, Gcschichte der geographischen Entdeckunyen, 119'^, p. 51: Voss , hritische Blcctter , t. II, p. 392-403, de que el ámbar que llegaba por mar , y mas por la via del comercio interior, á las costas del ^Mediterráneo, pro- venia en totalidad de las costas occidentales del Quersoneso Címbrico,. obtiene cada vez mas favor. Una disertación de Ukert , inserta en el ZeitschriftfürdieAlterthumswissenschaft, 1838, núms. 52-'J5. p. 42.5-4ol, es lo que puede leerse como mas concluyente é ingenioso á la vez sobre este asunto. Véase también del mismo autor Geographie der Grieehen wul Rfxmcr, 1832, 2.^"- parte, sec. 2, p. 26-36; 1843, 3.^ parte, sec. 1 , p. 86, 175, 182, 320 y 349. Los Masíllanos, que, según Heeren, penetraron des- pués de los Fenicios hasta el mar Báltico, rebasaron apenas la emboca- dura del Wesor y del Elba. (Plinio (1. IV, c. 27) coloca claramente la isla Glesaria, llamada también Austrania, al Oeste del promontorio de los Cimbros en el Océano Germánico; y el recuerdo de la espedicion de Germánico indica bastante que no se trata de una isla del mar Báltico. Los grandes efectos delflujoy reflujo que depositan elsucino en aquellos. (Bstuaria,ó según la espresion de Servio {ad JEneid., 1. XI, v. 627), «mare vicissim crescit ac decrescit," no pueden tampoco referirse mas que al li- toral comprendido entre el Helder y el Quersoneso Címbrico , y no al. — 389 — mar Bálüco. cu el cual por otra parte podía estar situada la isla Baltia ÚQ Timeo. Véase Plinio, 1. XXXVII, c. 11. Abalo, situado á una jornada de un a'stuarium , no puede, pues , ser la Kurisclie IXelirung-. Véase íam- l)ieu sobre el viaje de Pylheas hacia las costas occidentales de Jutlandia, y sobre el comercio del ámbar á lo larg-o de las costas que se cstienden desde Skagen hasta los Paises Bajos, Werlauff, Bidrag til den nordíske Ravhandels Historie, Copenhague, 1835. No fué Plinio, sino Tácito, el pri- mero que tuvo conocimiento del glessum, recogido en las costas del mar Báltico en el país de los Estíos y de los Venedos, de los cuales el gran filólogo Schafarich {slawische Álterthümer, 1." parte , p, 151-175) , no se atreve á decidir si pertenecen á la raza eslava ó germana. En un período mas avanzado del Imperio romano fue cuando se establecieron relacio- nes directas y mas frecuentes con las costas del Samland en el mar Bál- tico, y [con los Estíos, gracias á la senda que un caballero romano del tiempo de Nerón [habla hecho trazar á través de la Panonia, hasta mas allá de Carnuntum. Véase Voigt, Geschichte Preussens. t. I, p. S5. Mone- das acuñadas probablemente antes déla LXXXV olimpiada, y encontra- das recientemente en el distrito del Netze, acreditan las comunicacio- nes que existían entre las costas de Prusia y las colonias griegas espar- cidas por el mar Negro. Véase Lcvezow, Memoires de I' Académíe de Ber- lin, 1833, p. 181-224. En diferentes épocas, el electro depositado en las -costas ó desenterrado (Plinio, 1. XXXVII, c. 11 y 67), la fiedra del sol (tales el nombre del ámbar en el antiguo mito del Eridano), ha afluido hacia el medio diapor tierra y por mar, partiendo también de regiones ■muy diferentes. El ámbar «que se estraia de la tierra en dos puntos de la Escitia, era, en parte al menos, de un color muy subido.»» Hoy todavía se recoge ámbar en el Ural, cerca de Kaltschedansk, á corta distancia de Kamensk. Véase Rose, Reise nach dem Ural, t. I, p. i81 , y sir Roderik Murchison , Geology of Russia , t. I, p. 366. La madera fósil en que está -contenido de ordinario el ámbar, había también llamado desde luego la atención de los antiguos. Esta resina, tan preciosa entonces, fue atri- buida ya al álamo negro, según Escimno de Chio (v. 396 p. 367, edi- ción de Letronne), ya á un árbol de la familia de los cedros ó de los pi- nos, según Mitrídates, en Plinio , 1. XXXVII, c. 11. Las nuevas y esce- lentes investigaciones del profesor Greppert de Breslau, han demostrado <[i\e la congetura del naturalista romano era lamasexacta. Véase sobre el árbol fósil del sucino restos de un mundo vegetal que ya no existe (Pini- tessuccinifer), Cosmos, t. I, p. 262, y Berendt , organische Roste in Berns- teinf ISí'i, t. I, sec. 1, p 85. (32) Pág. 128. — Véase sobre ei€remetes, Aristóteles, Meteorológica, 1. I, p. 350, edic. de Bekker; y sobre los puntos mas meridionales de ue hace mención Ilannon en su Diario de viaje, Ilumboldl, Relation his- — 390 — iorique, etc., t. I, p. 1'2, y Examen critique, ele, t. I, p. 39, 180 y 288; i. III, p, I3o, V. Gosselin , Rechcrches sur la Geogr., systém. des anciens^ i. I,p. 94y 98; Ukert, Leparle, sec. I, p. 6Í-G6. (33) Pág. 128.— Estrabon, 1. XVII, p. 826. La destrucción délas colo- nias fenicias por los iSlgritas parece indicar una situación muy próxima al medio dia; y este indicio es mas seguro que el de los cocodrilos y ele- fantes mencionados por Hannon , porque esos animales se encontraban otras veces al Norte de Sahara, en la Mauritania y en toda la parte occi- dental del Atlas, como lo prueban algunos pasajes de Estrabon, 1. XVII, p. 827; de Eliano, de Natura animal, 1. Vil, c. 2; de Plinio, V. i , y muchas circunstancias de las guerras entre Roma y Cartago, Véase acerca do este punto importante déla geografía de los animales, Cuvier, Ossements fossi- les, 2.* edición, t. I, p. 74, y Quatremere, Mémoiresde I' Acad. deslnscript., t. XV, a,"» parte, p. 391-39J. (34) Pag. 129.— Herodoto,lib. III, c. 106. (3o) Pág. 130. — He tratado detalladamente en otra obra (Examen crili- que, etc., t. I, p. 130, 139, t. II. p. 158 y 169; t. IIÍ, p. 137-140) de este- punto tan discutido , asi como de los pasajes de Diodoro, 1. V, c. 19 y 20), y del Pseudo Aristóteles (3/ira6. Auscult. , c. 85 , p. 172, edic. de ÍJekker). La compilación de las Mirab, Auscult. parece ser anterior o I fin de la primera guerra púnica, puesto que el autor (c. 105, p. 211), cita la Cerdeña como en poder de los Cartagineses. Es de notar tam- bién que la isla de espesos bosques de que se habla en aquel libro está representada como inhabitada. Ahora bien: los Guauchos poblaban todo el grupo de las islas Canarias; pero en realidad no habitaban la isla de Ma- dera, en la cual ni Juan Gonzales ni Tristan Vaz en 1.j19, ni antes quo ellos Roberto Masham y AnnaDorsct, encontraron habitantes, supo- niendo que su robinsonada sea histórica. Heeren refiere la descripción de Diodoro solo á la isla de Madera; sin embargo, cree reconocer en Fes- to Avieno (v. 164), tan familiarizado con los escritos cartagineses la señal de numerosos temblores de tierra del pico de Tenerife. Véase de la Politique et du Commerce des 2)euples de V antiquité, t IV p. 114. Fijándoso en el conjunto de las relaciones geográficas, la descripción de Avieno se refiere en mi sentir á una comarca situada mas al Norte, quizás en el mismo mar Croniano (mar Glacial). Véase Examen critique, etc., t. IIL p. 138. Amiano Marcelino habla también (1. XXII, c. 14), de las fuentes- púnicas quo Juba aprovecha. Respecto ala cuestión de sabor hasta qu(V punto es verosímil que el nombre de islas Canarias (islas de los Perros, según Plinio, que vcia por do quiera etimologías latinas), tenga un origen se- mítico véase Credner, diebiblische Vorstellung vom Paradiese , en Illgen' s^ Zcitschrift für diehisiorischeTheologie,t. VI, 1836, p. 166-186. La co- — 391 — lección mas importante y mas completa, bajo el punto de vista literario, cado á los caracteres frigios y sir Carlos Fellow a los caracteres licios. V. Ross, Hellenica, 1816, t. I, p. vyi. (30) Pág. 136. — Véase Herodoto, 1. IV, c. 42, y las notas de Schwei- ghaüscr, t. III, p. 398, edic. de Londres, 1830. V. Humboldt, Asie ceiu trale, t. I, p. 54 y o77. (51) Pág. 136.— Sobre la verdadera etimología del Caspapyrus de Ho- catea (Fragmenta, odie. Klausen, núm. 179), y del Caspatyrus de Hero- doto, (1. III, c, 102 y IV, 44) Véase Humboldt, Asie céntrale, t. 1,.. p. 101-104. (o2) Pág. 136.— Psemetek y Aahmos. Véase mas arriba Cosmos, t. !!> p. 124. (;J3) Pág. 137. — Droysen, Geschichte der Bildung des hellcmstichen Staaten^ sijsíms, 1843, p. 23. (j4) Pág. 137.— Cosmos, t. 11, p. 10. (oo) Pág. 138. — Voelker, mytliische Geograpliie der Griechenund Rosmer, 1832, Leparte, p. I-IO; Klausen, ueher die Wanderungen der lo und des Herakles, en el Rheinisches Museum de Niebuhr y Brandis, 1829, p. 293-323. (o6) Pág. 138.— En el mito de Abaris (Herod., 1. IV, c. 36) el tauma- iargo no atraviesa por los aires sobre una flecha , pero lleva una flecha ».que Pitágoras le ha dado para ayudarle á vencer los obstáculos de un largo viaje.'» (Jamblico, de Vita Pythag., c. 28, p. 194, edic. de Kiessling). Véase también Crevíier , Religions de l'Antiquité. i. II, p. 266 y siguientes, de la traducción de M. Guigniaut, con la nota correspondiente en las Aclaraciones.— Sobre el cantor de los Arimaspes, Aristeas de Proconeso, que desaparecía y reaparecía muchas veces, véaseHerodoto,l.lV ,c. 13-lo. — 396 — (Tí) Pág-. 138.— Estrabon, 1. I, p. ;]8. (58) Pág-. 139. — Probablemente el valle del Don ó de Kuban. Véase Hamboldt, Asie céntrale, t. II, p. IGí. Perecidas dice csprcsamcnte (írag-m. 37 ex scliol. Apollen, 1. 11, v. 1214) que el Caucaso se habla encendido, y que Tifón se habia refug'iado en Italia por esta razón; tra- dición de que dedujo Klausen, en la disertación citada mas arriba una velación alegórica entre Prometeo, el encendedor del fuego (Tcvpxaeí-i) , y la montaña cuyas dos primeras sílabas despiertan cada una de por sí la idea del fuego. Aunque la condición greognóslica del Cáucaso , es- tudiada recientemente por Abich con gran diligencia y la relación •!uya existencia creo haber enseñado eii otra parte, entre esta montaña y el Thian-chan volcánico del Asia central (los montes celestes), permi- tan creer que hubieran podido conservarse, en las tradiciones mas anti- ijuas de la raza humana recuerdos de los sagrados fenómenos volcá- nicos, es mejor suponer, sin embargo, que ios Griegos llegaron por ca- sualidades de la etimología a la hipótesis del Cáucaso encendido. Sobre «íl origen sánscrito de la palabra Graucasw^ (montaña resplandeciente), vi'anse las opiniones de Bohlen y de Burnouf espuestas en el Asie ^ntrale, t. I. p. 109, (59) Pág. 139.— Otfredo MuUer, Minycr, p. 217, 2oí y274. lionero no <2onocja ni el Faso, ni la Colquida, ni las columnas de Hércules; oero el b^aso es ya citado por Hesiodo. Las fabulosas leyendas sobre la Vuelta de los Argonautas por el Faso, el Océano oriental y la pretendida biíurca- v/ion del Ister, ó por el doble lago Tritón formado á consecuencia (le sa- cudidas volcánicas, tienen singular importancia para el conocimiento de las primeras observaciones de la configuración de los continentes. Véase Examen cHlique, t. I, p. 179 : t. III, p. 135-137 y Otfredo Mi^ler, Mlmjer, p. 357, Los delirios geográficos de Pisandro, de Timagétes y de Apolonio de Rodas se propagaron, por otra parte, hasta fines de la alad media, y llegaron á ser á las veces causas de confusión y de obstáculos desagradables, y á veces un estímulo para nuevos descubrimientos. Esta reacción de la anligiiedad sobre los tiempos posteriores, durante los »^uales dejábanse guiar los escritores mas por conjeturas que por observa- ciones reales, ha sido desgraciadamente muy descuidada hasta aquí en la historia de la geografía. Bueno es advertir, con este motivo, que no me propongo únicamente al escribir las notas del Cosmos, indicar como medio de esclarecer las opiniones espresadas en el testo las fuentes IVi- í)liográficas sacadas de las diferentes literaturas; he aprovechado de la mayor libertad que estas notas permitan para ofrecer á la reflexión ma- teriales tan abundantes como me lo han consentido n;i esperiencia y lar- jgos estudios literarios. 1 \ — 397 — (60) Pág. 130. — •Hecattei, fragmenta, edic. Klausen, p. ¡JO, 92, 98 y 119. Véase también en el Ásie céntrale ^ t. II, p. 162-297, mis investig-aciones sol)re la Iiistoria de la g-eografía del mar Caspio, desde Ilerodoto hasta los Árabes El-ístachri , Edrisi é Ibii-el-Vardi , asi como sobre el mai* de Aral y la bifurcación del 0x6 y el Araxes. (61) Pág. 140. — Cranier, de Studiis qute Veteres ad aliarum gentium con- tukriiit linguas, 1844, p. 8 y 17. Los antiguos habitantes de la Colquida parecen la misma raza de los Lazos (Lazi gentes Colchorum, Plinio. 1. Vi, c. 4; AaCct entre los escritores bizantinos). Véase Vater, dcr Ar- gonautenzug aas den Quellen dargestellt, 1845, sec. 1, p. 2í; sec. 2, p. 4."), 'í7 y 103. Oyense aun resonar en el Cáucaso los nombres de los Alanos (Alanethí, país de lus Alanos), de los Osios y de los Asas. Según los tra- bajos de Jorge Rosen , empezados en los valles del Cáucaso con una in- tehg-encia verdaderamente filosófica de las lenguas, la de los Lazos, contiene restos del antiguo idioma de la Coluqida. La familia de las len- guas ibérica y grusica comprende el lazo , el g-eorgiano , el suano y eí mingreliano, idiomas todos pertenecientes á la familia de las lenguas indo-germánicas. La lengua de los Osetas es mas afin al g-ólico que ai lituano. (62) Pá^. 140. — Sobre la afinidad délos Escytas (Seolotes ó Sacios), de los Alanos, de los Godos, de los Masagetas y de los pueblos llamados Yueti por los escritores chinos, véase Klaproth en su comentario sobre el Voyage du córate PotocM, t. I, p. 129, y c\ Asie céntrale, t. I, p. 400. Pro- copio dice muy claramente (de bello Gothico, i. IV, c. o, t. II, p. 476, edic. (le Bonn), que los Godos, se hablan llamado en un principio Escytas. .í. Grimm ha demostrado la identidad de los Getas y de los Godos en su reciente disertación sobre Jornandés, 1846, p. 21; la opinión emitida en términos afirmativos por Niebuhr, en sus investigaciones sobre los (ietas y los Sarmatas (hleine liístor. undphilolog. Schriften, l.^ colección, 1828, p. 362, 364 y 39o), de que los Escitas de Herodoto pertenecen á la familia de las tribus mogólicas tiene tanta menos verosimilitud, cuanto ([ue estas tribus sometidas en parte á los Chinos, en parte á los Hakas ó á los Kirg-uizos (Xfpxís de Menandro), habitaban todavía á principios del s¡g:lo XIII muy adentro de las comarcas orientales del Asia alrededor del lago Baíkal. Herodoto distingue, por otra parte, de los Escitas los Arg-ipeosde cabeza calva (1. IV, c. 23). Los últimos tienen la nariz chata, tienen también la barba larga , lo que como he podido asegurarme do ello, no es ciertamente un signo característico de los Kalrnucos, ó de las otras razas mogólicas, sino distintivo de los Usunosy losTingling-es do cabellos rubios, que parecen g-uardar cierta relación con los Germanos, y á quien los escritores chinos dan «largas cabezas de caballo." — 398 — (63) Pag. 140. — Sobre la mansión de los Arimaspes y el comercio de 'oro en la parte Nor-Oeste del Asia en tiempo de Herodoto, véase Asie ■céntrale, t. I, p. 389-40". (64) Pág. 140.— «Los Hiperbóreos son un mito meteorológico. El viento i\c las montañas (B'Oreas) sale de los montes Ripeos. Mas allá de esos montes debe reinar mi aire blando, un clima feliz como sobre los vértices alpinos en la parte adonde no alcanzan las nubes. Tales son los primeros antecedentes de una física que esplica la distribución del calor, y la dife- rencia de los climas por las causas locales, por la dirección de los vientos que dominan, por la proximidad del sol y por la acción de un principio húmedo ó salino. La consecuencia de estas ideas sistemáticas era una cierta independencia que se suponía entre los climas y la latitud de los lugares; el mito de los Hiperbóreos, relacionado por su origen con el culto dórico y primitivamente boreal de Apolo, ha podido cambiar del Norte hacia Oeste, siguiendo á Hércules en sus correrías á las fuentes del Istcr, á la isla de Erytia y á los jardines de las Hesperides. Los Ripas ó montes Ripeos son también un nombre significativo meteorológico. De las montañas de la impulsión ó del viento helado (pini^) es de donde se des- encadenan las tempestades boreales." Asie céntrale, t. I, p. 392 y 403. (Go) Pág. 141. — Existen en Indostan, como ya ha notado Wilford, dos palabras que pueden ser fácilmente confundidas; y una de las cua- les tschiunta, designa una especie de hormiga gruesa y negra, de donde la pequeña hormiga , la hormiga ordinaria, ha tomado por nombre el di- minutivo tschiünti, tschinti; y la otra tschitá, espresa una pantera salpicada de manchas, el pequeño leopardo cazador (Felis jubata Schreb). La pa- labra t^chitá , es la misma que la sánscrita tschitra, abigarrado, mancha- do, como lo prueba el nombre bengalcs tschitábágh y tschitibágh, de bágk, en sánscrito wyúghra, tigre (Buschmann). En el Mahabharata (1. II, v. 1860) se ha descubierto recientemente un pasaje donde se habla de las hormigas buscadoras de oro: «Wiiso invenit mentionem fieri etiara in Indicis litteris besliariim aurum effodientium , quas, quum terram effodiant, eodem no- mine (pipilica) atque fórmicas Indi nuncupant.» Véase Journaal of íhe Asiat. Soc, 1843, t, Yíl, p. 143; y Schwanbeck, edic. de los Indica •de Megastenes , 1840, p. 73. Me ha sorprendido el ver en las comarcas elevadas de Méjico, donde abunda el basalto, llevar las hormigas lámi- nas de cuarzo hialino . del cual pude adquirir una cierta cantidad ío- inando un gran número do esas hormigas. (GG) Pág. 144.— Véase Eslrabon, 1. 111, p. 172; Ba' c\ú\ , Pindari frag- menta, V. loj. La travesía de Cokeo de Samos cae, según Olfredo Muller (Prolegomencnzu ei)ierwissenschaftlichen Mythologie), en la olimpiada xxxr; — 399 — según las investig-aciones de Lctronne [Essai sur les idees cosmographiques qui se rattachent au nom iV Atlao , p. 9J, en la Olimpiada xxxv, 1, es decir, el año 6í0. Esta época es independiente de la fundación de Cyrene que Otfredo Muller, (Minyer, p. 344, y Prolcgomenen, etc. , p. 63) coloca entre las olimpiadas xxxv y xxxvii, porque en tiempo de Colseo no se conocía aun el camino de Thera hacia la Libia. Según Zampt, la fundación de Cartago data del año 878 , la de Gades del año 1100 íintes de J.-C. (67) Pág- 144. — Según el uso de los antigaos (Véase Estrabon, 1. 11, p. 126) refiero todo el Ponto-Euxino con el Palus Meotides á la cuenca del mar Interior, como por otra parte permiten consideraciones geognós- ticas y físicas. (68) Pcág. 144.— Herodüto, 1. lY. c. 152. (69) Pág. 144.— Herodoto, 1. I, c. 168. En este pasaje el descubri- miento de Tarteso se atribuye á losFócios; pero la empresa comercial de estos fué según Ukcvt (Geographie der Griechen und Romer, 1 .aparte, sec. 1, p. 40) posterior en 70 años á Coireo de Samos. (70) Pág. 144. — Según un fragmento de Favorino , las palabras íoxtavóg, y ayY¡v por Consiguiente, no son griegas, sino tomadas de los bár- baros. Véase Spohn de Nicephori Bleinmidce duobm opuscuUs, 1818, p. 23. Mi hermano creía que se refieren á las raices sánscritas ogha y ogh., Exa~ men critique, t. I, p. 33 y 182. (71) Pág. 145. — AristiUeles, de Cocelo, 1. II, c. 14, p. 298, edic. de Bekker; 3íeteoroI. , 1. II , c. 5 , p. 362; V. Examen critique, t. I, p. 12o-130. Séneca (Nafur. Qa(esi.,in prcefat., § 11) no teme decir: «Con- temnet curiosus spcctator domicilii (terree) angustias. Quantum enini est quod ab uUimislittoribus Hispaniai usquc ad Indos jacet? Paucissimorum dierum spatium, si navcni suus ventus implcvit.»? Véase Examen criti- que, t. I, p. lo8. (72) Pág. 14o. — Estrabon, 1. I, p. 65 y 11, p. 118 ; Examen critique^. L l,p. 152. (73) Pág. 146. — En el í/ia/ra^'ma de Dicearco que formaba una especie de línea equatorial, el levantamiento sigue el Tauro , las cadenas del De- mavendy dellndo-Kho, el Kuen-lum, que limita al Tibet por el Norte, y las montañas de las Nubes, cubiertas de una nieve perpetua, en las pro- vincias chinas de Sse-tschuan y de Kuang-si. Véanse mis investigacio- nes orográficas sobre esta línea de levantamiento, en el Asie centráis, i. l„ p. 104-114, 118-164, t. II, p. 413 y 438. — 400 — (74) Pág-. ii6. — Estrabon , 1. III , p. 173. Y , Examen critique, t. III, p. 98. (75) Pág-. 1Í7. — Droysen, Geschichte Alexanders des Grossen, p. 544, y Geschichte der Bildung des helknistischen Staatensystems , p. 23-34, 388-592, 748-7 :J5. (76) Pa?. 148.— Aristóteles, Política, 1. VII, c. 7, p. 1327, edic. de Bekker. Véase también 1. III, c. 16, y el notable pasaje de Eratóstenes, en Estrabon, 1. 1, p. 66 ; II. p. 97. (77) Pág-. 148. — Stahr, Áristotelía, 2.^ parte, p. 114. (78) Pág". 149. — Sainte-Croix. Examen critique des historiens d^Alexan^ dre, p. 731; Schlegel, vndische Bihliotek, t. I, p. loO. (79) Pág-. 151. — V. Scliwanbeck, de ftde Megasthenis et pretio, en la edición que ha dado de este historiador, p. 59-77. Meg-astenes visitó con frecuencia á Palibothra, mansión del rey de Magadha; era muy ver- sado ea la cronolog-ía de los Indios , y cuenta «cómo en épocas ante- riores, el Universo habia vuelto tres veces á la libertad; cómo tres edades del mundo se habian cumplido, y cómo la cuarta habia empezado en su tiempo.» Véase Lassen, indische Alterthumskunde, 1. 1, p. 150. Las ideas de Hesiodo acerca de las cuatro edades del mundo, que se refieren á cua- tro grandes revoluciones de los elementos y abrazan un espacio de 18,028 años, se encuentran también entre los Mejicanos. Véase Huni- boldt, Vues des Cordilléres et Monuments des peuples indigénes de VAmériquej t. II, p. 119-129. El estudio delfíí^-üéf/ay del Mahabharatalm suministrado recientemente una prueba notable de la exactitud de Meg-astenes. Basta para aseg-urarsc de ello comparar lo que dice acerca del Utara-kuru ó país de los Bienaventurados, y sobre la longevidad de este pueblo, si- tuado en la estremidad septentrional de la India (verosímilmente al Korte de Kaschmiren los alrededores de los montes Belurtag-h), refiriendo esta narración, como debía hacerlo naturalmente un Griego, al mito délos Hiperbóreos que no vivían menos de mil años. Véase Lassen, Zeitschrifé für die Kunde des Morgenhindes, t. II, p. 62. Ctésias despreciado durante mucho tiempo, refiere una leyenda que está de acuerdo con la narración de Megasténcs (Indica, c. 8, p. 249 y 285, edic. de Boehr). Ctésias ha citado, como animales realmente existentes, el Marticoras mencionado por Aristóteles (Hist. de Animal., 1. II, c. 3, § 10, í. I, p. 51 edic. de Schnci- der), los grifos mitad águilas y mitad leones, el Kartazonon de Eliano,y por último un asno salvaje con un cuerno en la frente. No hay que acu- sarle por ello de haberlos inventado; como observan ya Heeren y Cuvier, había visto representadas en monumentos persas , formas de animales — 401 — -simbólicos, y había lomado aquellas imágenes por la leprodiiccioii de monstruos exisícnles en el fondo de la India. Sin cmbarg^o , como liacc observar Guigniaut con su habitual penetración en las Notas y Acla- raciones de Crouzer sobre las Religiones de laAntigíledad, (t. I, 2.^ parte, p. 720) la identificación del Marticoras con ios símbolos pcrsepolilanos ofrece grandes dificultades. (80) Pág-, 152. — He esclarecido estas relaciones orográficas en mi Asie céntrale, i. II, p. Í29-434. (81) Pág. lo2. — Lassen, Zeitschrift fár die Runde des Morgenlandes , t. I, p. 230. (82) Pág. 'lo2. — El país entre Bamian y Ghori. Véase el escelenlc mapa de Afghanistan , por Carlos Zimmermann, 1842; y Eslrabon, 1. XV, p. 72o; Diodoro do Sicilia, 1. XVIÍ, c. 82; Mena, Meletem. histor., 1830. p. 2ü y 31; Ritter, ueber Akxanders Feldziig am Indischen Kauliasus , en las 3Iémoires de VAcadémie de Berlín, 1829, p. 150; Droysen, Bildung dex hellenisf. Staatensystems , p. 61 í. Yo escribo ParojKuiwo con todos los bue- nos manuscritos de Tolomeo y no Paropamiso. He espuesto las razones ■de esta preferencia en el Asie céntrale, t. í, p. 114-118. Véase también Lassen , zur Geschichte der Griechischen und Indoskythischen KOnige , p. 128. (83) Pág. 153.— Estrabon,!. XV, p. 717. (84) Pág. 15o. — Arriano, en sus Indica (1. Vil. c. 3), representa bajo el nombre de Tala la palmera llamada Borassus flahelliformis , que Amara- sinha caracteriza de una manera muy espresiva denominándola el Rey de las yerbas. (8o) Pág. 133. — La palabra tabaschir 'se deriva de la sánscrita tvak- :kschirit, leche de corteza. Véase mas arriba p. 476, ftotaS. Ya desde 1817 en las adiciones históricas á la obra de Distributione geographica Planíaruin secundiim caúi temperiem et altüudinem montium , p. 215 , he hecho notar que ademas del tabaschir, sacado del bambú , los compañeros de Ale- jandro tenian también conocimiento de la verdadera caña de azúcar de los ludios. Véase Estrabou, 1. XV, p. 693; y Periplus maris Erythrci, p. í). Moisés de Corona , que vivia á mediados del siglo V, fue el pri- mero que describió detalladamente la preparación del azúcar compuesta con la médula del Sacchanim officinarum, en la provincia de Corazau. '^^ éase.su Geografía, p. 3Gí déla edición de Whiston, 1736. (-Gj Pág. 153.— Eslrabon, 1. XV, pág. 694. ■(87) Pág. 153. — Ritter, Erdkunde'vonAsien,t.lY, sec. 1, 1835, p. 437,- TOMO II. 26 — 402 — t. VI, scc. 1, p. 698; Lasscn, ¡ndüche ÁUerthumsUunde, i. I, p. 317-325, El pasaje de Aristóteles, Hist. de Animal , 1. V. c. 17 (t. i, p. 20» edic. de Schneideij, sobre el hilado de una gran oruga i^oii cuenios, se refiere á la isla de Cos. (88) Pág. lo3. — Del mismo modo se encuentra A.á)tx«?- ^pa/ioÍTri jo; en el Peripliísmnrü EruthrTÍ, p. •>, V. Lassen, ¿ndiache Alteiiliumsliunde, 1. 11, p. 31G. (89) Pág. l.'io. — Plinio, i/¿.sí. aalav., 1. XVI, c. .'>9. Sobre la inlrodiic- cion por los Lagidas en Egipto de plantas raras originarias de Asia^ véa- se también Plinio, 1. XII, o. 31 y 37. (SO) Pág. lo3. — Humboldt, de Dlsfríbut. 'jcogr. Phudaruin , p. 178, (yi) Pág. 15Í. — Desde 1827 lie tenidu írecucnte oumunicacion con Las- sen acerca del importante pasaje de Plinio (1. Xlí , c. 12) : «Major alia (arbor) pomo et stiavitate pra'cellentior , (jao uipienies Indorum vivunl. Folium alas aviiim imitatur , longiludine trium cubitoram, latitudine duiím. Fnictum cortice mittit, admirabilem succi dulcedine ut uno qua- tcrnos saliet. Arbori )iomen palee, pomo ariptue.» He aquí las conclusio- nes que se desprenden de las investigaciones de mi sabio amigo: «Ama- rasinta coloca el árbol llamado iVwsa (plátano) á la cabeza de todas las- planlas nutritivas; y cita entre otros muchos nombres sánscritos, los de varanahuscka. bhanuphala (el IVulo del sol), y moJiO, de donde ha venido el nombre árabe wora. P/m/a (pala) significa fruto en general , y sola por una mala inteligencia se le ha tomado por el nombre de la planta. En sánscrito no se encuentra jamás mrana como nombre del plátano, sin la adición de busrha. Aquella forma puede ser, no obstante, una abrevia- ción popular; varana en este caso haria en griego ompfra, que seguramen- te no difiere mucho de ariena.» V. Lassen, indische Alterthumkunde, t. I, p. 262; Humboldt, Essai poliíitjue sur la ?i^ouvelle-Esparjne, 1827, t. íl,p. 3S2, j Relalion historiquc, etc., t. 1, p. 491. Prospero Alpino y Abd-Allatif casi adivináronla afinidad quunica que existe entre el nutritivo Amy- lum y la sustancia sacarina, tratando de esplicar el origen del Musa por- la caña de azúcar y el datilero ingerto en las raices del Colocasia. Véase Abd-Allatif, Relalion de I' Égnple, traducida por Silvestre de Sacy, p. 28. y lo:;. (92) Pág. !">í, — Véase sobreestá época. Guillermo de Humboldt, ueher die Kawi-Spradie und dle Vcrsrhicdenhi'it des memchiichen Sprachban"!!, t. I, ]). CCL y CCÍ.iV ; Droysen, Geschichk Akxanders des Groasen , p. ">Í7„ y hellenisíisches Staalensijstem , p. 2í. (93) Pág. l;ii.— Dante, Inferno, canto IV, v. 13U — 403 — (9í) Pág-. 154. — Véase en lABiographieunivenelle, 1811, t. II, p. i'68, las aserciones de Cavicr, que es de lamentarse encuentren en la ediciori de 1843, t. II, p. 219;y V.las Aristotelia de Stahr, 1/'^ parte, p. 15 y 108. (95) Pág". 154. — Cuando Cuvier escribía su Vidade Arktóíeles, ha dad» autoridad á ese viajehecho áEgiptocn compañía de Alejandro, «viaje de donde el Estagirita llevara á Atenas todos los materiales de su Histoire des animaux, á mas tardar en el año segundo de la CXlll olimpiada." Mas tarde, en 1830, el gran naturalista [abandonó esta opinión, porque vio mirando mas fijamente «que las descripciones de los animales egip- cios no hablan sido formadas del natural , sino por las indicaciones de Herodoto.» Yóase Cuvier, Hisíoire des Sciences naíurelles , publicada por Magdeleine deSaint-Ag-y, 1. 1, 1841, p. 136. (96) Pág. 155. — A estas pruebas, que pueden llamarse intrínsecas, per- tenecen: el aislamiento completo del mar Caspio, representado como un mar cerrado, la mención del gran cometa que apareció en tiempo del ar- conte Nicomacho, olimpiada CIX, 4, según Corsini , que no debe confun- dirse con el que Bogouslawski ha llamado muy recientemente el cometa de Aristóteles, que fue visto en tiempo del árcente Astesio, Olimpiada CI, 4, y es quizá el mismo cometa de 1695 y de 1843. Véase Aristóteles, Meteorol., 1. I, c. 6, § 10 (t. í p. 395, edición de Ideler) , por último la mención del incenlio del templo de Efeso, y el de un arco iris formado por la luna que se observó dos veces en cincuenta años.. V. Schneider, ad Áristot.f Hist. de Animalibus, t. l,p. XL, XLll , CU y CXX ; Ideler, ad Aristot. MefeoroL, t. I, p. X; Humboldt, Asie Céntrale, t. 11, p. 168. Puede también verse que la Historia Animalibus es posterior á los Meteo- rológica, pues hay el antecedente que en los Meteorológica se alude á la Historia como asunto que debía seguirla muy de cerca. Véase Meteorol.^ 11, c. I, §3,y 1. IV, c. 12, 13. (97) Pág. 155.— Las cinco especies de animales citados en el testo , y entre ellos particularmente el Hippclaphos (el ciervo caballo de larga bar- ba) , el Hippardion, el camello de la Bactriana y el búfalo , se mencionan por Cuvier como otras tantas pruebas de que la Historia délos Animales íwe escrita después déla Meteorología. \ésLse Histoire des Sciences naturelleSy t. 1 , p. 154. Cuvier distingue en el tomo IV de sus admirables iíe- cherches sur ks ossements fossiles (IS'io , p. 40-43 y 502), dos ciervos de Asia de crin , que llama Cervus Hlppelaphus y Cervus Arislotelis. En un principio tomó al primero, del cual había visto en Londres un ejemplar vivo y del que Diart le había enviado desde Sumatra pieles y cornamentas, por el Hippelaphos de Aristóteles, originario de Aracosia. Véase Hist. de Animal, 1. II, c. 2, §3 y 4; t. I,p. 43 y 44, edic. de Schneider. Mas tarde, una cabeza de ciervo enviada desde Bengala por Duvaueel, pareció á Cuvier — 404 — con el conjaiito del organismo qac un día dedujo, mas conforme con ia descripción de Aristóteles, y aquel animal que habita en Bengala, en la montaña de Sylhet , en el reino de Népaul y al Este del Indo, recibió des- de entonces el nombre de Cervus Aristótelis, Si es natural pensar que Aristóteles, en el capítulo en que trata de los animales de crin en gene- ral, ha debido citar al lado del ciervo caballo (Equicervus) , el tigre indio ó el tigre cazador (Felis juhata), debe preferirse como propone Schneider (t. 111, p. 66), la lección ivapSiov á la de tó ÍTVTtápSiov. Esta última deno- minación convendria mejor á la girafa, según la opinión espresada ya por Pallas (Spicikg. Zoolocj. , fase. I, p. 4). Si Aristóteles vio con sus propios ojos el tigre y no se atuvo á lo que se decia, ¿cómo no cítalas uüas retráctiles de un animal del género del gato? No es menos sor- prendente que Aristóteles siempre exacto, si había tenido efectivamente como afirma G. de Schlegel , un corral en Atenas cerca de su habitación, y si había disecado el mismo uno de los elefantes tomados en Arbela, no haya descrito la pequeña abertura colocada cerca de las sienes , que so- bre todo en el período del celo segrega una materia líquida que exhala un olor fuerte , y á la cual aluden frecuentemente los poetas indios. \é3L- se Schlegel, indische Bibliothecky t. 1, p. 163-166. Insisto en este detalle, frivolo en apariencia, porque la abertura de que acabo de hablar fue co- nocida por primera vez por las relaciones de Megastenes , al cual sin embargo nadie puede atribuir conocimientos anatómicos. No encuentro nada en los diferentes escritos zoológicos de Aristóteles conservados hasta nosotros , de donde se pueda deducir que haya observado por el mismo, los elefantes , ni sobre todo que los haya disecado. Sin embargo, no podría negarse que la Historia de los Animales , aunque probablemen- te acabada antes de la espedicíou de Alejandro al Asía Menor, se com- pletase como pretende Stahr (Aristotelia , 2.''^ parte, p. 98) , hasta la muerte del autor (olimpiada CXV I, 3), por consiguiente, tres años des- pués de la muerte del conquistador; pero faltan pruebas positivas acerca ■de este punto. Todo lo que poseemos de la correspondencia de Aristóte- les es apócrifo. Véase Stahr, 1.^ parte, p. 194-208; 2.^ parte, p, 169-234. Schneider dice también con mucha seguridad (Hist. de Animal., t. í, p. XL: «Hoc enim tempore certissimum sumere mibí licebit scriptas co- mitum Alexandri notitiaspost mortem demum regís fuíssevulgatas.» (98) Pág. 155. — He demostrado en otra parle que aunque la descompo- rsicion del sulfuro de mercurio por la destilación esté ya descrita por :Dioscórídes (Materia medica, 1. V, lli), p. 667, ed. Saracenus), la primera descripción de la destilación de un líquido, el agua de mar, de donde se estraía el agua potable, se halla en el comentario de Alejandro de Afro- disías á las Meteorológica de Aristóteles. Véase Humboldt, Examen criti- que, t. II, p. 398-316; Joannís (Phíloponi) in libr. de General. Animal., — 405 — ct Alexandri Aphrodisiít' in Meteorolog. Commcnf. , \cncl, , 1527, p. 97, Alejandro de Aírodisias , sabio comentador de los Meteorológica de Aris- tóteles, vivia en tiempo de Séptimo Severo y Caracalla; y aunque los aparatos de química sean llamados por él ^c^ma upyava, un pasaje de Plu- tarco (de Isidc et Oúride, c. 33) prueba que la palabr;i química, aplicada por los Griegos al arte de los Eg-ipcios , no viene de x^^- Véase Hoefer, Histoire de la Chimie,t. 1, p. 91, 195 y 219; t. 11, p. 109. (99) Pág-. lotí. — Sainte-Croix , £^a;aíí?e/i des Historiens d'Alexandre,\Sli)y p 207, y Cuvier , Hist. des Sciences naiiirelles , t. I, p. 207; Schneider, ad Aristot. Hist. de Animal., t. I, p. xlii-xliv , y Sthar , Arístofelia , 1.* parte, p. 116-118. Si después de esto, las pretendidas remesas del Egipto y del Asia Menor son inverosímiles, en cambio los últimos tra- bajos del gran anatómico Juan Muller prueban la maravillosa delicade- za con que disecaba Aristóteles los peces que le suministraban los ma- res de la Grecia. Véase sobre la adherencia de los huevos al útero en una de las dos especies del g-énero Mustelus del mar Mediterráneo, la cual posee en estado de feto una placenta amniótica unida á la placenta uterina de la madre, la sabia disertación de Juan Muller y sus invesli- i,'aciones sobre el A,«y£oí yfío? de Aristóteles, en las Memoires deVAcadémie de Berlín, año 1840, p. 192-197, y v. Aristóteles, Hist. de Animal., 1. IV, c. 10, y de General. Animal., 1. III, c, 3. Puede citarse también como prueba del cuidado sumo que Aristóteles ponia en sus trabajos anató- micos, la distinción que ha establecido entre las diferentes especies de 'jibias y la disección minuciosa de estos animales, la descripción de los dientes de los caracoles y de los órg-anos de otros g-asterópodos. V. Hist. de Animal., 1. IV, c. 1 y 4; Lebert, en Mulleras Archiv'. der Physiol., 18í6, p. 463 y 467. Yo mismo he llamado la atención de los naturalistas des- de 1797, sobre la forma de los dientes de los caracoles. Véase Versuche ueher die gereizte Muskel und Nervenfascr, t. I, p. 261. (100) Pág. lo7. — Valerio Máximo, 1. Vil, c. 2: «Ut curaregeaut raris- sime quamjucundissime loqueretur.» Esta palabra es por otra parte una repetición de Esopo, véase Plutarco, Vida de Solón (t. I, p. 381 de la. traducción de Amyot, 1801). (1) Pág-. 157.— Aristóteles, Polüíca, \. I, ^. 8, y Ethica a:l Eudemum^ 1. Vil, c. 14. (2) Pág. lo7.— Estrabon, 1. XV, p. 690 y 69:j. (3) Pág-. lo8. — Así se espresa Teodecto de Phaselis. Véase Cosmos, t. I, p. 340 y 4iJl. Todo lo que estaba en el Norte se consideraba como mas cercano al Occidente, todo lo que estaba en el Mediodía como mas próximo al Oriente. Véase Voelker, ueber Homorische Gcographie u?id Welt- — 406 — hmdc, p. Í3 y 87. El vag-o sentido de ]a palabra Indias, que se aplicaba entonces arbitrariamente á ciertas condiciones de situación g-eográfica, de color y de producciones preciosas, contribuyó á estender estas hipóte- sis meteorológicas. Así es que la Arabia occidental, el país comprendido entre Ceylan y la embocadura del Indo, la Etiopía de los Trogloditas, y en África, el país de la mirra y de la ^canela, al Sud del cabo de Aróma- la, todo ello se llamaba ig-ualmcnte. indias. Yi-ase Humboldt, Examen critique^ etc., t. II, p. 35, (4) Pág-. 138.— Lassen, indischc AUeríhumskunde, t. I, p. 369, 372-375» 379 y 389; Riíter, Erdhunde von Asien, t. lY, 183'i, sec. 1, p. 446. (5) Pág". 158. — No es posible determinar exactamente, según los grados de latitud, la propag-acion geog-ráfica de las razas humanas en continen- tes enteros, como tampoco la de las plantas y animales. El hecho asen- tado como axioma por Tolomco (1. I, c. 9), de que no hay al Norte del paralelo de Agysimba, elefantes, ni rinocerontes, ni negros, no está apo- yado en fundamento alg-uno. Véase Examen critique, t. I, p. 39. La doc- trina de la influencia general ejercida por el suelo y el clima en las dis- posiciones intelectuales y en la moralidad de las razas humanas, perte- nece á la escuela Alejandrina de Ammonio Sacsas , y fué sobre lodo representada por Long-ino. (Proclus, Comment. hi Timceum, p. 50). V. sin embarg-o en época muy anterior á Hipócrates, De Aeris. Jociseí aquisc. 12, í. lí, p. 53, edic. de Littré. París, 18í0. (0) Pág-. 159. — Yoasc Jorge Curlius, die Spraclivergleicliung in ihrem Yerhoeltniss zur ciassischen Plnlologie , 1845, p. 5-7, y Bildung der Témpora undModi, 1840, p. 3-9. Yéase también un artículo de Pott acerca déla íamilia de las lenguas indo-germánicas en la Encyclopedia de Ersch y Gru- ber, sec. 2.^, parte 18, p. 1-112. En Aristóteles se encuentran ya invesli- g-aciones sobre el lenguaje en general, en cuanto se refiere al fundamento de la idea . en los pasajes en que desarrolla el lazo que existe entre las categorías y las relaciones gramaticales. Yéase una esposicion luminosa de esta comparación en A. Trendelenburg, hisfor. Beifrcege zur Philoso- phie, 1846. 1.^'^ parte, p. 23-32. Yrase también Seguler, la Philosophie du Jangage d'aprés Aristoie. París, 1836. (7) Pág. 159. — Las escuelas de los Orquenios y de los Borsipenios, Véa- se EstraboUj 1. XYI, p. 739. En este pasaje, al lado de los astrónomos caldeos, se citan distintamente por sus nombres cuatro matemáticos de Caldea. Esta circunstancia tiene tanta mayor importancia para la histo- ria, cuanto que Tolomco designa todos los astrónomos bajo la denomina- ción genérica deXaASatoi, como si las observaciones se hubieran hecho — 407 — -üieinpre coleclivamcnlc en Babilonia. Véase [doler, Handbuch der Chro- nologie, 1. 1, 182o, p. lí>8. (S) l\ig-. IGÜ.— Idcler, //^í"al»ilonia á Grecia por Calislencs, se utiliza el fundamento de que «en los escritos de Aristóteles no se encuentra rasgo alguno, de las observaciones hechas por la casta sacerdotal de la Caldea,» olvídase que Aristóteles i^r/e Ccp/o, 1. II, e. 12), en el pimío en que habla de 'una ocultación de Marte por la Luna, que Iiabia observado él mismo, añade espresamente : «Los Egipcios y Babi- lonios han hecho desde muclios años sobre los demás planetas observa- ciones semejaiiles, g-ran número de las cuales conocemos." Acerca del uso verdadero de las tablas astronómicas entre los Caldeos, véase Chasles en lo? Comptet rendns de rAradémie deif ¡triencies, t. XXIÍI, 1846, p. 852-854. (9) Pjg-. 1(>0.— Séneca, Nnlnr. quaist , 1. Vil. c. 17. (10) Pág-. n;o. —Véase Estrabon, 1. XVL p. 731): y 1. III, p. Hi. (11) Pág-. IfíO. — Estas investigaciones son del año 1821. Véase Guig-- Tiiaut, en sus Notas y Aclaraciones sobre las Religiones de la Antigüedad de Creuzer, t. I, 2 ^ parte, p. 1)28. Respecto délas adiciones mas recientes de Letronne, véase Journal des Suvants , 1831), p. 338 y 492, y también VAnalyse critique des represéntations zodiacales oí Egypte, 1810. p. 15 y 34. Ideler, ueber den I'rsprung des Thierlireises, en las Memorias de la Academia ■de Ciencias de Berlin, año 1838. [». 21. (12) Pág". IBO. — Los mag-nííicos bosques de cedros beodwara (véflso Cosmos, t. I, p. 351) situados en la corriente superior del Ilydaspes (Behout). que atraviesa el lag-o de Waller, en el valle alpestre de Kasch- mir, y de 8 000 á 11.000 pies de elevación, por lo menos. ?iobre el nivel ; Reinaud, Rclation des voijages dans l'Inde, t. 1, p. xxx. (22) Pág. 167. — Véanselas investigaciones de Letronne sobre los tra- bajos del canal que une el Nilo y el mar Rojo desde Neko hasta el kalifa Ornar, durante un espacio mayor de 1300 ai'ios, en la Revue des Deux- Mondes, t. XXVíí, 18Í1, p. 2!ü-23o. Véase tambicli del mismo autor» — 409 — de lüCiviusation égijplieiinc dcpuis Psanimilichus jusqiCá laconqucte d'AlexanL. dre, 184:;, p. i 6-19. (23) Pág-. 1G8. — Algunas obsorvacioacs mctcorolúg'ieassobrc las causas- indirectas de crecimiento del Nilo dieron ocasión a parte de estos viajes; porque Filadelfo, seg-un maniíiesta Estrabon (1. XVII, p. 789), buscaba siempre distracciones nuevas para satisfacer su curiosidad y olvidar su debilidad corporal. (24) Pág". 168. — Dos inscripciones referentes á caza, una de las cuales, sobre todo recuerda las cacerías de elefantes de Tolomeo Filadelfo, fue- ron descubiertas y copiadas por Lepsius, en los colosos de Abusimbel (Ibsamboul). Véase Estrabon, I. XVI, p. 769 y 770 ; Eliano , de Natura Animal., 1. III, e. 3í y XVII, 3; Ateneo, 1. V, p. 196. Por mas que el marfil de la India se cite en el Periplus maris Erythrcei como artículo de . 290. ('3í) Pág. 172. — Biiíck, en su 'Philolaus, p. 118. examina si los Pila- bóricos pudieron conocer desde luego por las fuentes egipcias la precisión '.le los equinoccios, bajo el nombre de movimiento de las fijas. Letronne iObscrvations sur les representations zodiacales rjui, 7ioiis rcsíenf de /' antiqui- — 411 — líf, 1824, p. 63), é Idcleí-, Ilandbuch d^r Chronologie, 1. T, p. 192), reivin- dican csclusivameiitc este descubrimiento para Hiparco. (35) Pág. 1"3. — IdclcY , iieber Eudoxus. {). 23. (36) Pág-. 174.' — El planeta descubierto por Vcrrier. (37) Pág. 175. — Véase mas arriba Cosmos, t. íl, p. 103, 107, 114 y 134. (38) Pág. 171». — Guillermo de Humboidt , ueber die Kawí-sprache, i. 1, p. XXXV] f. (39) Pág. 177. — La superiicie del imperio romano en tiempo de Au- ííusto , según la circunscripción que ha adoptado Heeren (Manual de His- toria antigua, p. 4o6-4Co), ha sido evaluada por Berghaus en poco nw.s de lOüjOOO millas geográficas cuadradas; esto es, próximamente en una cuarta parlo de mas que la medida propuesta como muy incierta , á la verdad, por G[bhon,Hisfoire de la chulé de /' Empire romain, t. I, o. I, p. 86 y sig. de la edición de Guizot. (40) Pág. 178. — Végécio, De remilitari, 1. (II, c. 6; l''abricius , Notatio tcmporum Augusli, 1727, p. 208, y Egger, Examen crilique des Historiens anciens de la vie ef du regne r/' Augusle. París, 1844, p. 54 y siguientes. (41) Pág. 17S. — Acto lí, V. 371. en la célebre predicción que ha em- pezado desde el hijo de ('olon á aplicarse al descubrimiento de la América. (42) Pág. 17y.— Cuvier, Hisloire des Sciences nalurelles, t. I. 1841 , p. 312-328. (43) Pág. 17!). — Véase, Liber Plholomei de ü¡jIícís sivc aspeclivus, precioso manuscrito de la Biblioteca nacional de París, n." 7310, que he compul- sado con motivo de un pasaje notable acerca de la refracción de la luz, 1. — Aristóteles, de Anima, 1. íí, c. 7. Biese, die Pililos ophie des Aristotelefi, t. II, p. 147. (()6) Pág. 191. — Joannis (Philoponi) Grammaticiin liur. de generat. y- Alexandri Aphrodis. in Meteoro! . comment. Venet., 1.j27. p. 97. Examen critique, etc., t. II, p. 306-312. / (67) Pag. 192. — Mételo Numidico hizo degollar 142 elefantes en me- dio del circo. En los juegos que dio Pompeyo, perecieron 600 leones y 406 panteras. Augusto habia sacrificado 3,300 bestias para las fiestas pe— pulares; Plinio el joven habla en una de sus cartas (1. VI, ep. 34) de un- esposo sensible que se queja de no haber podido dar un combate de gla- diadores en Verona para celebrar los funerales de su esposa, «porque I vientos contrarios detuvier»» en el puerto las panteras que habia com- / prado en África." (68) Pág. 192. — Véase mas arriba, nota 53, p. o22. Sin embargo, Apu- leyo ha descrito el primero con exactitud, como dice Cuvier (Ristoire des^ Sciences naturelles, t. I, p. 287), las especies de huesos en forma de col- millos que guarnecen el segundo y tercer estómago de las Aplysias i'i Ortigas de mar. (69) Pág. 195. — (tEst enim aniraorum ingeniorumque naturale quof!;- — 416 — ilam quasi pabaliim consideralio conlcmplatiomque natura. Erigiinnr claliores fieri videmur humana despicimus cog-ilantesque supera alf^uc- cfBlestia hoec nostra ut exig-ua et minima coutemnimus." (Cicerón, Aca- démica, 1. II, c. íl.) (70) Pág. 196.— Véase Plinio. 1. XXXYÍI. c. 77. (t. V, p. 320, edic. de Sillig".) Todas las ediciones anteriores acaban con las palabras "Hispaniam quocumque ambitar mari.» El fin de la obra fue descubierto en 1831, en un manuscrito de Bamberga, por Luis de Jan, profesor en Schweinfart. (71) Pag". 196. — Claudiano, in secundum consulatum Stilichonis,\\ l'iO- loo. (72) Pág. 197.— Cosmos, t. I, p. 344 y 4o3, t. II, p. 24. Guillermo de Humboldt, ueber die Kawi-Sprache. t. I, p. XXX VIII, (73) Pág-. 202. — Si Carlos Marte), como se ha repetido frecuentemente, libró por la victoria de Tours, al centro de Europa , de la invasión del islamismo, no podria decirse con igual razón que la retirada de los Mogoles, después de la batalla dada cerca de Lieg-nitz en la llanura de Wahlstatt, impidiera la irrupción del budismo en el Elba y en el Rhin. Este combate, en el cual el duque Enrique el Piadoso murió como un héroe, fue librado el 9 de abril de 1241 , cuatro años después de que el Kaptschak y la Rusia hubieran sido subyug-adas por las hordas asiáticas mandadas por Batu, nieto de Dschingischan. Pero la primera vez que vemos introducido el budismo entre los Mogoles, cae en el año 1247, cuando el príncipe Mogol Godan, sintiéndose enfermo en Leang-Tscheu, ciudad muy retirada hacia el Oriente , en la provincia china de Sehcnsi, hizo llamar á un gran sacerdote tibetano, Sakya Pandita , para que le curase y convirtiese. (Nota tomada de un frag-mento manuscrito de Kla- proth sobre la propag-acion del budismo en el Este y Norte del Asia.) Es preciso notar también que los Mogoles no se han ocupado jamás de g-a- nar á sus creencias á los pueblos que habian sometido. (74) Pág. 202.— Cosmos, b. I. p. 271 y 433. (7o) Pfig-. 20o. — De aquí el contraste entre las medidas tiránicas de Motewekkil, décimo kalifa de la familia de los Abasidas, contra los Ju- díos y los Cristianos fJosé de Hammer, ueher die LanderverwaUung unter dem Khalifate, 183o, p. 27, 85 y 117), y la tolerancia de que dieron prueba los mas prudentes dominadores de España. (Ant. Conde, Historia de la dominación de los Árabes en España, t. !. 1820. p. 67.) Conviene recordar también queOmar después de la tomade Jerusa.lem, no impidió á los ven- cidos la práctica de su religión, y que hizo con el patriarca un convenio — 417 — Tiiuy favorable para los cristianos. Véase Fundgrubcn des Orienis, I, V, p. (Í8. (76) Pág-. 20 í. — «Según la leyenda, un vigoroso vastago de la raza hebrea se habia retirado bajo el nombre de Yolcthan (Oachthan) á la Arabia meridional, mucho tiempo antes de Abraham, fundando allí im- perios florecientes.» (Ewald, Geschichte des Volkes Israel, t. I, p. 337 y 4o0j. (77) Pág. 20i. — El árbol que suministra á lus Árabes desde los tiem- pos mas remotos el célebre incienso de Hadhramant , y que falta com- pletamente en la isla de Socotora, no ha sido todavía clasificado ni des- cubierto por ningún botánico , ni aun por el infatigable Ehremberg. Hállase en las Indias orientales, principalmente en el distrito de Bun- delkhund , un producto análogo que forma un artículo importante de co- mercio entre Bombay y la China. Este incienso indio se estrae, según Colebrooke (Asiatic Researches, t. IX, p. 377) de una planta que Roxburgh ha dado á conocer, llamada boswellia thurifera, de la familia delasBur- seráceas de Kunth. Antes podia ponerse en duda á causa de las antiquísi- mas relaciones comerciales entre las costas déla Arabia meridional y las de la India occidental (Giidemeister , Scriptorum Arabum loci de rebus In- dicis, p. 35) si el Alvaro; de Teofrasto, el thus de los Romanos, pertenecía primitivamente á la península arábiga. Hoy se sabe gracias á la impor- tante observación de Lassen (indische Alterthumskunde, t. I, p. 286) que el incienso se llama en el mismo Amara-Koschayáwana, javanés, es decir, árabe, y que por lo tanto esta producción se esportaba de la Arabia ala India. «Turuschka' pindaka' silhó yáwanó" se dice en el Amara-Koscha; j las tres primeras palabras son diferentes denominaciones del incienso. Véase Amara-Rocha publicado por Loiseleur Deslonchamps , 1.'^ parto, 1839. p. 136. Dioscorides distingue también el incienso de la Arabia del ■de la India. Carlos Ritter, en su monografía de las diferentes especies de incienso (Erdkunde von Asien, X. Nll, sqc. \.\^i%,\}. 356-372), observa con mucha razón que la misma planta (Boswellia thurifera) , á causa de la semejanza del clima, pudo perfectamente estenderse de la India á la Ara- bia á través de la Persia meridional. El incienso americano, conocido en la farmacología con el nombre de Olibanum americanum, viene del Icica g^ujanensis de Aublet, y del Icica iacamahata que Bonpland y yo hemos encontrado abundantemente en las llanuras de Calabozo, en la América del Sud. La Icica es, como la Boswelia, de la familia de las Burseráceas. El incienso común que se quema en los templos se obtiene del pinusabii'n de Linneo. La planta que da la mirra, y que Bruce cree haber visto (Ainslie, Materia medica of Hindoostan , Madras, 1813, p. 29), ha sido descubierta por Ehremberg, cerca del El-Gisan , en Arabia , y descrita por Nees de Esembeck bajo el nombre de Balsamodendron myrrha , según TOMO u 127 — 418 — las especies que había recogido Ehrcmberg. Durante mucho tiempo se ha tenido iVecuen teniente al Balsamodendron Kolaf de Kunth , una de las Amyris de Forskal, por el árbol de la mirra verdadera. (78) Pág-. 20o.— VVellsted, Traveh in Arahia, 1838. t. I, p. 272-289. (79) Pág-. 20o. — Jomard, Eíudes geogr. ethist. sur VArahle, 1839, p. 14 y 32. (80) Pág. 20o.— Coswíos. t. II, p. 131. (81) Pág. 20o.— Isaías, e. GO, v. «. (82) Pág. 207.— Ewald, Geschiclite de-i Volkes Israel, í. í, p. 300-íoO; Bunsen, .Egyplens Stelle, etc., 1. líl, p. 10 y 32. Algunas narraciones, re- cordando la presencia de los Persas y de los Medas en el Xorte del Áfri- ca, son un testimonio en apoyo de antiguas emigraciones hacia el Oes- te. Estas leyendas han sido referidas al mito complejo de Hércules y del Melkarth fenicio. Véase en el Bellum Jugurtiunum de Salustio el c. 18, sacado délos escritos cartagineses de Hiempsal, y Plinio. 1. V, c. 8. Es- trabon llama á los Mornsios (habitantes de la Mauritania) Indios lleva- dos por Hércules. (83) Pág. 207.-Diodoro de Siedia. 1. II, c. 2 y 3. (8Í) Pág. 207. — Ctésice Cnidií, Operumreiiquioe, edic. Bojhr. Fragmenta assyriaca, p. 421, y Carlos MuUer en la edición de Ctésias publicada á continuación de la de Herodoto por Dindorf, Paris 184i, p. 13-15. (8o) Pág. 208. — Gibbon, Histoire de la chute de l'Empire romain, e. 50» t, X, p. 11. (86) Pág. 20S.— Humboldt. Asie céntrale, t. II, p. 128. (87) Pág. 209. — Jourdain, Recherches critiques sur les traducíiotis d^Aris- tote, 1843, p. 81 y 8G. (88) Pág. 212. — Sobre los conocimientos que los Árabes lomaron de la farmacología de los Indios, véanse las importantes investigaciones de Wilson, Oriental Magazine of Calcutta, febrero y marzo de 1823, y Royle, Essay on the antiquity of Hindoo medicine, 1837, p. 36-59, 64-66, 73 y 92. V. un catálogo de escritos farmacéuticos, traducido del indio al árabe en Ainslie, Materia médica, etc., 1813, p. 389. (89) Pág. 213.— (iibbon, t. X, p. 262; Heeren, Geschichle des Sludium der classischen Lideratur, t. I, 1797, p. 4i y 72; Abd-AUafif , Relation> dt- — 419 — l'Egypte, traducidas por de Sacy, p. 2í0; Favlhdj, das Alnandrínische Mu- seum, 1838, p. 106. (90) Pág-. 214. — Enrique Ritlcr, Geschichte der chrhüichen Philosophie, 3.^ parte, 1844, p. 6fi9-6'H. (91) Pág-. 214. — Véanse tres escritos recientes de P»einaud, que prue- ban cuánto hay que sacar aun de las fuentes chinas, ademas de las de la Arabia y de la Persia; 1.° Fragments árabes et ¡lersans inédits relaílfs á I' lu- de, anterieurement au XI siécle de Vére chrétiennc, 184a, p. xx-xxxiii; 2.° Relation des voyages faits par les Árabes et les Persans dans Vlnde et a la Chi- ne dans le IX siécle de notreere, 18Jü, t. I, p. xlvi; 3.° Memoire geographiquc et h'istorique sur l'Inde d^aprés les ecrivains Árabes, Persans et Chínois, ante- rieurement au milieu du XI siécle de l^ére chrétiennc, 1840, p, 6. El segundo escrito del sabio orientalista no es sino una refundición de la obra titula- da: Anciennes reíations des Lides et de la Chine de deux voijageurs niahometans, y publicada de una manera muy incompleta por el abate Benaudot en 1718. El manuscrito árabe contiene solamente una relación de viaje es- crita por un mercader llamado Soleiman, que se embarcó en el g-olfo Pérsico el año 831. Únese á esta relación lo que Abu-Zeyd-Hassam, de Syraf, en Farsistan, habia aprendido de los comerciantes instruidos, sin que él hubiese estado nunca en la India ni en la China. (92) Pág- 21o. — Reinaud y Favé, du Feu grégeois, 18-lo, p. 200. (93) Pág-. 21o. — ükert, uder Marinus Tyrius und Ptolomaus, dic geo- graphen, en el Reinische Museum, 1839, p. 329-332; Gildemeister, (ttf robus índicis, 1.^ parte, 1838, p. 120; Humboldt, Asie céntrale, t. 11, p. 191. (94) Pág-. 2 1 o. — La Geografía oriental atribuida á Ebn-Haukal, y pu- blicada en Londres en 1800, por Guillermo Ouseley, es en realidad la de Abu-Ishak el-lstachri, y posterior en medio siglo á Ebn-Haukal, co- mo lo ha demostrado Froehn. (Ibn-Fozlan, p. rx, xxii y 256-263). Los mapas que acompañan al libro De los climas, del año 920, y del cual la biblioteca de Gotha posee un bello manuscrito, me lian sido muy útiles para mis trabajos sobre el mar Caspio y el lago de Aral. Véase Asie ceu' ¿rale, t. II, p. 192-196. Existe desde hace poijo una edición y traducción alemana de Islachri, bajo los títulos de Liber climatum, ad simiiitudinem codicis Gothani delineandum cur. J. H. Moeller, Gotha, 1839, y í/as^wr/i der Lander, traducido del árabe por A. D. Mordtmann. Hamb., 1845. (9o) Pág. 215. — Joaquín José da Costa de Macedo, Memoria cm que se pretende provar que os árabes nao conhecerao as Canarias antes dos PortuguezeSy Lisboa, 1844, p. 86-99, 20:i-227; Humboldt, Examen critique, ele , t. lí, p. 137-141. — 220 — <96) Pá^. 21o, — Leopoldo de Ledebur, ueber die in den BaJtischen Lan- dern gefundenen zeugnisse eines Handel sverkehrs mit dem Orient zur zeü der araUschen Weltherrschaft, 1840, p. 8 y 75. (97) Pág. 216. — Las determinaciones de longitud que Abul-Hassan íistrónomo de Marruecos, del siglo xiii, ha hecho en su obra sobre los instrumentos astronómicos de los Árabes , están todas calculadas por el primer meridiano de Arin. Sedillot hijo es el que ha llamado la atención de los geógrafos sobre este meridiano. Yo tuve también, por mi parte, que hacerle objeto de investigaciones profundas ; porque guiándose Co- lon, como siempre , por la Imago mundi del cardenal Ailly, hace men- ción en sus conjeturas hipotéticas sobre la configuración desigual de los dos hemisferios del Este y del Oeste de una «Isla de Arin, centro del he- misferio, del cual habla Tolomeo y qués debaxo la linea equinoxial en- tre el Sino Arábico y aquel de Persia.» V. J.-J. Sedillot, Traite des Ins- truments astronomiques des Árales, publicado por L-Am-Sedillot, t. I, 1834, p. 312-318; t. II, 1833, prefacio; Humboldt, Examen critique, etc., t. lí, p. 64, y Ásie céntrale, t. líl, p. 593-596, donde se hallan reunidas las indicaciones que he recogido en el Mappa mundi de Pedro de Ailly (1410), en las TaUes Alfonsinas (ÍÍSS), y en el Itinerarium Portugallensium de Madrignano (1508). Es singular que Edrisi no supiese, al parecer, nada acerca de Khobbet Arin (Cancadora, propiamente Kankder). Sedillot hijo (Sur les systemes géographiques des Grecs et des Árabes, 1842, p. ^O-Soj 'Coloca el meridiano de Arin en el grupo de las Azores, mientras que el sabio comentador de Abulfeda, Reinaud, en el escrito titulado Mémoirc sur I Inde antericurment au XI siécle de Veré ehéretionne d'aprés les les ecri- vains árabes et persans , p. 20-24, supone que «Arin se formó por la con- fusión de las palabras Az?/«, Ozein y Odjein, antiguo centro de civilización situado en el Malva, el 0¿,r¡vr¡ de Tolomeo, y el mismo de Udjijayani, se- gún la opinión de Burnouf; que este Ozena estaba situado en el meri- diano de Lanka, y que mas tarde Arin fue tomada por una isla situada en la costa de Zanguebar, quizá el Eaawov de Tolomeo.»» Véase tam- bién Am. Sedillot, Mémoire sur les instruments astronomiques des Árabes, 1841, p. 7o. (98) Pág. 216. — El Kalifa Al-Mamon hizo comprar en Constantiao- pla , Armenia, Siria y Egipto gran copia de preciosos manuscritos, que fueron por su mandato inmediatamente traducidos al árabe, mientras que durante mucho tiempo las traducciones árabes se hablan hecho de tra- ducciones siriacas. Véase Jourdain, Recherches sur les traductions d^Aris- tote, 1843 , p. 84 , 80 y 209. Merced á los esfuerzos de Al-Mamon se sal- varon muchas obras que se hubieran perdido "sin los Árabes. Las tra- ducciones armenias han prestado igual servicio, como hace ver Ncu- — 421 — mann. Desgraciadamente , un pasaje del historiador Geiizi , de Bagdad, conservado por el célebre g'eóg'rafo León el Africano en un escrito titu- lado: de Viris inter Árabes illusíribus, hace suponer que en el mismo Bag- dad se quemaron g^ran número de orig'inales g"riegos que se miraban como inútiles; pero este pasaje, susceptible de diferentes interpretaciones, como lo ha demostrado Bernhardy (Grundiss der griechischen Litterafur, Lepar- te, p. 489), contrario a la opinión de Heeren (Geschíchíe der clasnchcn Lüte- ratur, i. I, p. 18aj, no se refiere probablemente á los manuscritos im- portantes que estaban ya traducidos. Las traducciones árabes de Aristó- teles han servido muchas veces para las traducciones latinas, por ejem- pío, para los ocho libros de la Física y de la Historia de los animales; pero sin embarg-o, la mejor y mayor parte de las traducciones latinas ha sida hecha directamente del griego. Véase Jourdain, Recherches sur les tra- ductions d'Aristoíe, p. 212-'217. Se reconoce esta doble fuente en la me- uiorable carta por la cual el emperador Federico 11 de Hohenstaufen, reco- mendó las traducciones de Aristóteles d sus universidades, particularmen- te á la de Bolonia; carta que espresa sentimientos elevados y prueba que no era solamente por afición á la Historia natural, por lo que Federico 11 estimaba las obras filosóficas, las «compilationes varias qua; ab Arislotelc aliisque philosophis sub groecis arabicisque vocabulis antiquitus cdiíse sunt.» Siempre hemos tenido puesta la mira en la ciencia, añade, desde nuestros primeros años , por mas que los cuidados del imperio nos ha- yan separado de ella. Empleamos nuestro tiempo con una aplicación á la vez severa y apasionada en la lectura de obras escclentes, con el fin de que nuestra alma pueda regenerarse y fortificarse por adquisiciones,, sin las que la vida del hombre no se rije liberalmente (ut animse clarius vigeat instrumentum in acquisitione scientiaí sine qua mortalium vita non regitur liberaliter). «Libros ipsos tanquam prosmium amici Coesaris gratulantes accipite, et ipsos antiquis philosophorum operibus, qui vocis vestrse ministerio re viviscuntaggregantes in auditorio vestro... «(V. Jour- dain des Traduclions d' Aristote, etc., p. lo2-165, y la escelente obra de Federico de Raumer, Geschichte der Hohenstaufen, i. III, 1841, p. 413). Los Árabes se presentan comolos intermediarios entre la ciencia antigua y la moderna. Sin ellos y sin la afición que tenian a traducir, los siglos si- guientes hubiéranse visto privados de una gran parte de los descubri- mientos que habia hecho ó se habia apropiado la Grecia. Bajo este punto de vista, las relaciones de que acabamos de hablar aquí, no tienen in- terés solamente, como podia creerse en un principio, para la filología com- parada; importan también á la historia general del Mundo. (99) Pág. 216.— Sobre la traducción de la Hi'.toria de los animales de Aristóteles por Miguel Scot, y sobre un trabajo semejante de Avicena (Manuscrito de ia Biblioteca nacional de Paris, núm. 6493), véase Jour- nei m — 422 — dain, <íc.s' Tradudions d'\Arhtote, p. 129, 132, y Schncidcr, Adnoíat. ad Aristot. de Anim. Hist., 1. IX, c. lo. (100) P%. 21G. — Sobre Ibn-Bailhar, véase Sprcng-cl, Gescliichlo der Az- ykumdc, 2^ parte, 1823, p. 468; y Roylc, On Ihe antiquity of Hindoo edicinc, p. 28. Existe desde 18í0 una traducción alernaua do Ibii Bai- íliar, con este tíluio: Grosse Zmammenstellung ucber die Krafíe der hekann- ten einfachen Heillund Nahrungsmitfel, traducción del árabe de J. de Son- theimer. (1) Pág\ 217. — Royle, ibid, ]}, 35-63. Susrula, hijo de Visvamitra, es reputado, seg'un Wilson, por contemporáneo de Rama. Tenemos una odicion sánscrita de su obra: The sus'ruta, or sysiem of medicine ianrjhf hij Dhanwautura, aríd composef by bis disciple sus'ruta. Ed. by Sri Madhusuda- na Gupta, t. I y II, Calcuta, 1S3'J-183G, y una traducción latina: Sus'rnfns- Ayurvédas, id est Mediciim systeDia a venerabili D'hanvantarc dcmonstrafum , ü Sus'ruta discipulo compositum , nunc. pr. ex sanskrita in latinum sernio- nem vertit Franc. Hesslor, Erlangce, 1844-I84T, 2. vol. (2) Pág-. 217. — Aviccna dice: ..El De/uí/íir (deodar) déla familia del Abhel (Juniperus) es igual que el pino de la India que produce una resi- na particular, syr dciudar (trementina líquida)." (3) Páij. 217. — Judíos españoles de Córdoba llevaron la ciencia de A vi- cena á JMonlpellier, y tomaron una gran parte en la fundación de csLa cé- lebre escuela de Medicina que, constituida bajo elmodelo de las escuelas árabes, data del siglo XII. Yi-ase Cuvier Hisloire de<< Scicncics naínreílcs i. 1, p. 3S7. (í) Pág-. 217. — Acerca de los jardines que hizo plantar en su palacio de Rissafah Abdurraman Ibn-Moawijeh, véase History of the Mohammí- \ dan Dynasties inSpain, exíractcd from Ahmed-Ibn Mohammcd AI-Makka- \ ri b y Pascual de Gayang-os, t. I. 1840, p. 200-211. <.En su huerta plant<> I el rey Abdurraman una palma que era entonces (756) única, y de ella \ procedieron todas las rjne hay en España. La vista del árbol acrocentaba mas que templaba su mebincolía.-; Véase Antonio Conde, Historia de ¡a ■ Dominación dt los Árabes en E'ipaña, t. I,p. 169. (5) Pág\ 218 — 'La preparación del ácido nítrico y del agua regia por Djabar (propiamente Abu-Mussah Drchafar) es anterior en 500 años io menos á Alberto el Grande y áRaimundo Lulio, y en 700 años al mongo de Erfurdt, Basilio Valentino. Sin embargo se ha atribuido mucho tiem- po á esos tres personajes el descubrimiento de aquellos dos disolventes qne forma época en la historia de la Química. — 423 — (6j Pag. ülS. — Acerca del mélod.o indicado poi' Rasís- jTara la fermcn- íaciüii del almidón y del azúcar, y para la deslilacioutlel alcohol, véase Hoeíer, Ilisí. de la Chimie, t. I, p. 32o, Alejandro de Afrodisias, aunque no describe delalladanicntc mas que la destilación del ag-ua de mar (Joannis Philoponi Gramatici, inUbr. de Generatione et Inlerilu Commait., Venol^ lo27, p. 97} añade sin embariio con este motivo que el vinO' puede tam- liien ser destilado: afirmación tanto mas notable, cuanto que Aristóteles tíspresa la opini >n equivocada de que la evaporación natural del vino, comola delag'ua de mai-. dan ñiraa áiúcc (Mr(co)'ologíca, I. 11, c- I»,p. 338, edic. de Bekker.) (7) Páy-. '118. — La química de los Indios, que comprende la x\lqui- mia, se llama rasajjOnu, de rasa, que quiere decir jugo, líquido, y espresa también el mercurio, y de ñyann, marcha. Forma, según Wilsson, la sép- tima parte del Ayurveda, ciencia de la vida, ó arfe de prolongar la vida. Yéa- ■se Royle. Hindoo medicine, p. 3y-48. Los Indios conocian desde los tiem- pos mas antiguos (Royle. p. 131) la aplicación del agua regia á las sobre la indiai.a y sobre algodón, arte familiar á los Eg-ipcios, y que se encuentra claramente descrito en Plinio, 1. XXXY, c. 42. La palalira (¡uimica , en el sentido de descomposición , quiere decir á la letra a'i te egipcio, arte de la tierra negra, porijue Plutarco sabia ya (de hide et Oriside, c. 33) que los Egi} cios llamaban á su pais 'K.rifxla á causa de la negrura del suelo. La inscripción de Rosette lleva chmi. La pala- bra (juimica en la acepción de arfe de descomponer se encuentra por pri- mera vez, se^im lo que conozco , en el decreto de LHocleciano contra los antig-uos escritos de los Egipcios que trataban de la química del oro y de la \)\'j.t\. (Ts,ñxY¡:úa; ^apyvpov KCíl xp^ocrv). Examen crifique , etc. , t. lí, p. 31 í. (8) Pág. 21!). — Reinaud y Favo, du Feu grecjeois, des Feux de guerre, et des origines de la pondré á canon, en su Hisfoire de /' Artillerie, t. 1, lS4o> p. 8í).{}7, 2(11 y 211: Piobcrl, Traite d' Artillerie, 1S36, p. 2o; Beckmann Technoloíjlc. p. 3i2. (9) Pág. 21'.!. — Véase Laplace , Precia de /' histoirc de I' Asfronomie, 1821. p. GO. y Aui. Sédillot, Memoire sur les intniments astronomiqv^s des Árabes. 184 1 . p. 44. Thomas Young (Lecfurc on Natural Philosophy and íhe mechanical Arts. 1807, t. 1. p. 191) tampoco\luda que á fines del si^o X Ebn-Jonis haya aplicado el péndulo á la determinación del tiempo;: pero atribuye |el honor de haber sometido el péndulo al juegro de una rueda úSanctorio (1612. por lo tanto 44 años antes de Huyg-hens.) En cuanto al maravilloso reloj que formaba parle de los reg-alos enviados á Persia on 807, dos siglos antes de Ebn-Jonis , al emperador Carloma^.no por Haron-al-Raschid, ó mas bien por Abdallah, dice Eginhard positivaíiientc: — 424 — qiíG estaba movido por ag-ua. (Horologium ex auriclialco arte mecliá- nica mirifice compositum, in quo duodecim horarum cursas ad clepsy- dran vertebatur). Véase Einhardi , Annales, en Pertz, Monum. Germa- nice histor., i. I, 182G , p. 194; H. Mutius, de Germán, origine , ges- tis, ele. •,Chronicon, 1. VIlI,p. 57, en Pistorius. Germanic, Script. etc. t. II, Francof, 1584, y Bouqaet, Recueil des Flisforiens des Gaules, t. V, p. 833 y 354. Las horas estaban indicadas por pequeñas bolas y por el paso de irinetes á través de otras tantas puertas distintas, que se abrian á su apro- ximación. La manera de hacer entrar al agua en esos relojes era quizá nuiy diferente entre los Caldeos «que pesaban la hora" es decir, que la (leterminabon por el peso de ün líquido en movimiento, y en los elepsy- drosde los Grieg^os y de los Indios; porque el reloj hidráulico de Cte- sibio, contemporáneo deTolomeo Evergetes II, quedaba en un año entero la hora civil de Alejandría, no está citado nunca con el nombre g-ene- ral de clepsidro. Véase Ideler , Handbuchder Chronologie , 1825, t. I, P- 231. Según la descripción de Vitrubio (1. X, cap. 4) era un verdadero reloj astronómico, un horologium ex agua, una machina hydraulica muy compleja, que funcionaba por ruedas dentadas (versatilis tympani denti- culi sequales alius alium impelientes). No es pues inverosímil que los Ara- bes que conocian los perfeccionamientos introducidos bajo el imperio ro- mano en la construcción de las máquinas, llegasen al cabo á construir un reloj de ruedas : «tympana quíc nonnulli rotas apellant Grgeci au- lem Trí/>irpoxa» (Vitruvio 1. X, c. 4). Sin embargo, Leibnitz (Annales Im- perii occidenti Brunsvicenses, edic. Pertz, t. I, 1843, p. 247) espresa el asombro que le causó el reloj de Harom-al-Raschid. Véase Abd-Allatif. Relations de l'Egipte, trad. por de Sacy, p. 578. Una obra tadavía mas nota- ble es la que el sultán de Egipto envió en 1232 al emperador Federico IL Era un gran pabellón en donde el sol y la luna puestos en movimiento por hábiles mecanismos^ aparecían y desaparecían marcando con exacti- tud y regularidad las horas del dia y de la noche. Léese en los Afínalos Godefridi monachi S. Pantalioni apud Coloniam Agrippiriam: «Tentorium, ia quo imagines Solis et Luníe artificialiter motse cursum suum certis el de- bitis spatiis peregrant ct horas dlei et noclls infallibiliter indlcant.» (Fre- heri Rerum germanic, Script, t. I, Argentor., 1717, p. 398). El monge Godofredoó el autor, cualquiera que sea, que haya redactado los hechos del año 1232 en esta crónica, cscritaal uso del convento de San Pantaleon en Colonia, quizás por mas de un ingenio, vivia en el mismo tiempo que Fe- derico II. Véase Ba;hmer, Fontis rerum germanic^ t. II, 1845, p. 34-37. El emperador dejó valuada esta obra maestra en 20,000 marcos, en el tesoro de Venusa con otros objetos preciosos. Véase Federico de Raumer, Ges- chichte der Hohenslaufen, t. III, p. 430. Que se moviera todo el pabellón dé- oste reloj como la bóveda del cielo, cosa es que me parece muy inverosf- inil, aunque se haya afirmado por muchos. La Chrojiica Monasterii HirsaU'^ — 425 — fjiensis, publicada porTritcmo, reproduce casi tcstualmenlo el pasaje do los Anales de GodolVedo, siti enseñarnos nada mas acerca del mecanismo del instrumento (Juh. Trithemeii, Opera histórica, ^.^ parte, Francfort, HiOl, p. 180). Reinaud dice que el movimiento se realizaba «por resortes- ocultos. »' (Exíraüs des Historiens araha relatifs aux guerres des CroissadeSy. 1829, p. Í35. (10) rVig-. 2^1. — Sobre las labias indianas que Alfazari y Alkoresmj' tradujeron al árabe, véase Chasles, Rechcrches sur /' Astronomic ¡ndienne, en los Comptes rendus etc., t. XXIII, 1846, p 8i(]-8o0. La sustitución de los senos á los arcos atribuida á Albateg-nio que vivia á principio del siglo X, pertenece primitivamente á los Indios. Encuéntransc ya tablas do se- nos en el Siirija Siddhantla. (11) Pág-. 221. — 'Reinaud, Fragmenís árabes rdatifsá I' Inde,\^. XIÍ-XVII,. íb'>-126, y sobre todo 135-lGO. El verdadero nombre de Albyruni era Abul-Ryhan. Era oriundo de Byrun en el valle del Indo , y amigo de Avicena, con el cual vivió en la academia árabe que se habia formado en Charezm. Su permanencia en la India , y la historia que ha escrito de este país, el Tarikhi-Hind , de la que Reinaud ha hecho conocer los frag- mentos mas notables, caen por los años de 1030-1032. (12) Pág. 221 . — Véase Sedillot , Maferiaux pour servir á I' Histoire com- parce des Sciences mathemátiques chez les Grecset les Orientaux, 1. 1, p. í)0-89,. y en los Comptes rendus de /' Áeademie des Sciences , t. H, 1836, p. 202; t. XVII, 1843, p. 163-173; t. XX, 184ü, p. 1308. En contra de esta opi- nión Biot afirma que el bello descubrimiento de Tycho no pertenece de ningún modo á Abul-Wéfa, y que éste no conocía la variación, sino solamente la segunda parte de Iheveccion. Y óasc Journal des Savants, ISiS^ p. 513-532, G09-626, 71 1)-:37; 184.') , p. 1Í6-16G, y Compíes rendus de /' Acad., i. XX, 18ÍÍ), p. 13r;t-1323. (13) Pág. 221. — Laplace , Exposition du Syslcrae du Monde, nota a, p, 407. (14) Pág. 222. — Sobre el observatorio de Meragha, véase Delambre^ Histoire del'- Astron. du Moyen Age, p. 198-203, y Am. Sedillot, Mcmoi- r es sur les Instrum. árabes, 1841, p. 201-206, donde está descrito el gno- mo de abertura circular. Sobre el carácter particular de las estrellas de Ulugh-Beig, véase J. Sedillot, Traite desinstrum. aslron. desArabes, 1834, p. 4. (15) Pág. 223.- — Colcbrooke, A/(;e6ra witk Arithmetic and Mensuratioriy [rom the sanscrit of Bramegupta and Bhascara. Londres, 1817; Chasles, Aperen historique sur I' Origine et le Developpement des Méthodes en GeometriSy — 426 — 1X;>T. p. -llG-502; Nessclmann, Vcrsuch einer Krilhchcn Geschkhicáer Alge- bra , í. I. p. :}0-Gl , 273-27G, 302 , SOtí. (16) Pái;-. 223. — Akjehra of Mohamincd ben Musa , cdited and translaled hy J. Rosen, 1831, p. VíII, 72 y 196-199. Los conocimientos matemálicos da los Indios se estendieron también por la China hacia el año 720 ; pero on esla época muchos Árabes se habían establecido ya en Cantón y en otras ciudades chinas. Véase Reinaud, Rehiíion des voyagcs fails par /« Arahes dans /• ]nde el á la Chine, t. I, p. CIX: t. lí, p, 36, (17) Pág-. 223. — Cliasles, Histoire de V Algebre, o.n los Compíes rcit- díís.etc, t. XIIÍ, 18Í1, p. 497-524, 601-626. V. también Libri, Ihid., p, 'Jo9-5!33. (18) Pág-. 224. — Chasles, Aperen hislorique des Mcíhodes en Géomélricy •1S37, p. 464-472. y en los Compfes rendus de /' Academie , t. VIII, 1839, p.78: t. iX. 1839, p. 449; t. XVI. 1843, p. loí;-173 y 218-246 ; t. XVI], 1843, p. lí3-loJ. (19) Pág-, 22i. — Hiimboldl, Ueber dic ¡>eí ccrscldedenen Vülkern üblichen Systeme ron Zahlzeichen und íiber den Ursprung des Síelteniuerthes in den in- ■discken ZahUn, en Crelle's Journal ftir die reine und angeivandte Mathemaiil;* . IV. 1829. p. 205-23!. Véase también Examen critique, etc. , t. IV, p. 27o. «La simple enumeración de los diferentes métodos que han empleado pueblos ([ue desconociau la aritmética india, llamada deposición, para es- plicar los múltiplos de los g-riipos fundamentales . esplica.ámi entender, la formación snccsiva del sistema indio. Si se espresa el número 3528 es- cribiéndole, vertical ú hori/ontalmente. por medio de índices que corrcs- .1 n r. s pondan á las diferentes divisiones del .\6í/fO. cuesta forma: M C X I. reconoceremos enseguida que lossignos délos grupos M. C..., etc. .pueden omitirse sin inconveniente. Ahora bien: nuestras cifras indias no son mas que esos índices; los multiplicadores de los diferentes grupos. La idea de estos índices se halla también en el Suanpan (máquina de con- tar, de invención asiática muy antig-ua que los Mogoles han llevado á Rusia, en la que series de cordones poco distantes entre sí, representan IOS millares , centenas , decenas y unidades. En el número citado mas arriba, por ejemplo, esos cordones presentarían: el primero 3 bolas; el se- ■g-undo o : el tercero 6, y el cuarto 8. En el Siianpan no hay sig^no algru- 110 escrito de. g-rupos, á no ser los cordones mismos, que son como co- lumnas vacías llenas por las unidades (3, 5 , 6 y 8), que fig-urau los multiplicadores ó índices. Por estos dos caminos, el de la aritmética figu- rada (signos escritos) ó el de la aritmética palpable , se llega á lo que se llama posición . valor relativo, y la numeración queda reducida á nueve ^cifras. Cuando un cordón está vacío, queda su sitio en blanco en la es- — 427 — critura : cuando falla un grupo , es decir, un témiino de la prog-icsíoa . se llena el hueco por un procedimiento gráfico, por el gcrog-lífico del vacío (súnya, sifron , ízUphra). En el método de Eutocio . encuentro páralos grupos de las miríadas la primera señal del sistema gricg"o de los espc- nentcs, ó mejor dicho de los índices , sisicma que tuvo tanta importancia entre los orientales M.« M.^ M.^ designan 10,000, 20.000 , 30,000. Lo que aquí se aplica á las decenas de millar únicamente , se ha empleado para todos los múltiplos de los grupos entre los Chinos y los Japoneses, que recibieron la civilización china solo 200 años antes de nuestra era. En el Gobar (escritura sobre arena), descubierto por mi difunto amigo y maestro Silvestre de Sacy, en un manuscrito de la antig-ua biblioleea de Saint-Geimain-des-Prés, los sig'nos de los g"rupos son puntos . es de- cir, ceros; porque para los Indios , los Tibetanos y los Persas, ceros y puntos son idénticos. En el Gobar se escribe 3 • por 30; 4 • • por 400 : fi • • • por 6000. El uso de las cifras indias y do su valor relativo debe ser pos- terior á la separación de la raza india y ariana , porque el pueblo zon.í, ie también las sing'ulares apLffuoi LrSiKot que se encuentra en un escolio del monge ]Xeophilos, descubierto en la biblioteca de París por el profesor Brandis, que tuvo la bondad de comunicármele autorizándome á publi- carle. Las nueve cifras de Neophitos son, á escepcion de la cuarta, seme- jantes en todo á las cifras persas actuales: pero las unidades que repre- sentan estas cifras pueden llegar á ser decenas, centenas v millares á con- 0 dicion de escribir encima uno, dos ó tres ceros: así se tendrá : 2 por 20, O 00 00 24 por 24 ; y yuslaponiendo ios ceros : 5 por oOO , 30 por 306. Supon- gamos ahora en lugar de ceros, puntos, y tendremos clGobar de los Ara- bes. Del mismo modo que el sánscrito, según ha observado en muchas ocasionesmi hermano G. de Ilumboldt, está designado con mucha vague- dad por las palabras lengua india, antigua lengua india (porque en la penín- sula de la India existen muchas lenguas^muy antiguas y muy esírañas al sánscrito); así también la espresion cifras inr'íus, antiguas cifras indias, es ' un cabo bien poco abordable. Véase Rafn, Antiquit. Americ, p. 303, y mi Aperen d*a7icienne ^Geographie des regions arctiques d'Amerique, 1847, p. 6. ,(29) Pág, 232. — Wilhelnii, txber Islán, etc., p. 226. Rafn, Antiquit» — 430 — Amcric, p. 264 y 453. las coloaias de la costa occidental de la Groenlan- dia, que g-Qzaron de una g^ran prosperidad hasta mediados del siglo xiv, fueron sucesivamente arruinadas por la funesta influencia del monopolio comercial, por las invasiones de los Esquimales (Skroeling-ues), por la peste negra que, según Hecker , despobló el Norte, singularmente de 1317 á 1351; y finalmente , por el ataque de una flota enemiga que llegó á esta comarca, ignorándose de dónde. Hoy ya no se cree en las fábulas meteorológicas de un cambio súbito de clima, y formación de una mole de hielo que debia haber separado completamente de su me- trópoli á las colonias fundadas en la Groenlandia. Como estas colonias se hallan solo en hiparte templada de la costa occidental de la Groenlan- dia, era difícil que un obispo de Skalhot pudiera ver en 1340 sobre la costa oriental , mas allá del muro de hielo, .«pastores que hacían pacer sus rebaños.» Laacumulacion de los hiciesen la costa oriental déla Is- iandia que mira á la Groenlandia, es ocasionada por la constitución doí terreno, por la proximidad de una cadena de montañas coronada de ven- tisqueros, y paralela á la costa , y finalmente , por la corriente á que obedecen las aguas del mar en esos sitios. Este estado de cosas no perte- nece únicamente al fin del siglo XIV ó al principio del XY; ha estado sometido, como lo ha hecho ver muy bien sir John Barrow, á muchos cambios accidentales, sobre todo en los años 18lo-18l7. Véase Barrow, Voyagcs of discovenj Within íhe Áretic Regions, 184{J, p. 2-6. El papa Ni- colás V nombró aun en 1448 un obispo de Groenlandia. (30) Pág, 233. — Las fuentes principales son las narraciones históricas- dcErico elRojo, Thorfinn Karlseíue y Snorrc Thorbrandsson, parte de cu- yas narraciones fue escrita probablemente por descendientes de colonos- naturales de Vinlandia en la Groenlandia misma, y desde el siglo XIT. Los árboles genealógicos de estas familias se han conservado con un cui- dado tan grande, que se ha podido seguir desde 1007 hasta 1811 el de Thorfinn Karlsefue , cuyo hijo Snorre Thorbrandsson habia nacido en América. (31) Pág, 233. — lícitramannaland, tierra de tos hombres blancos. V. los documentos originales en Rafn , Antíquit. Americ. , p. 203-200, 211, 4Í6-Í51, y Wilhelmi, ueher Islaad HvKramannaland, etc., p. 7o-81. (32) Pág. 234. — Letronne, Recherchcs (jeocjr. dcrit.surhlivre De mensu- ra or.cis terr-í;, compuesto en Irlanda por Dicuil, ISlí, p. 129-146. Exa- men critique, etc., 1. lí, p. 87-91. (3.>) Pág. 23o. — He reunido en un apéndice al noveno libro de mi viaje (Rclationhisíorique.t.lU, 182ií, p. 159), lodos los cuentos imaginados — 431 — desde Raleig-li, acerca del pretendido uso de la leng-ua céltica entre ios- indígenas de la Virg-inia. He referido cómo se creia haber oído en la Costa la fórmula de la salutación gaólica, liao, huí, iach; y de qué mane- ra iiei^ó á salvarse el capellán Owen , en 16tít) , de manos de los Tnsca- roras, que querian desollarle, Iiablándolcs su lengua materna, ol :j;aélico. Estos Tuscaroras de la Carolina del Norte son , por el contrario, como lo prueban claramente las invcslig'acioues lilológicas acerca de las lenguas americanas, una raza iroquesa. Véase Alberto Gallatin, On Lidian fribes, en lArchoeolofjia Americana, t. 11, 183G, p. 23 y 57. Catlin, uno de los me- jores observadores que habían vivido entre las poblaciones indígenas de l.i América, ha publicado una notable colección de palabras turcaroras, si bien se inclina á creer que la nación de los Turcaroras, :'t causa de su tez blanquecina y del gran número de individuos de ojos azules que allí se encuentran, son una mezcla de antiguos Galesesy de indígenas america- nos. Véase su obra titulada: Leters and Notes on ¿he manners, rustoms and con- dition af the North- American Indians , 18Í1 , t. 1 , p. 207; t. II, p. 2o9 y 2ü2-28o. Otra colección de palabras turcaroras se encuentra en los manus- critos íilológicos de mi hermano hoy en la Biblioteca real de Berlín. Es- cribía yo en mí relación histórica (t. III, p. 160): «Como la estructura de los idiomas "americanos parece singularmente rara á los diferentes pue- blos que hablan las lenguas modernas de la Europa occidental, y se dejan engañar fácilmente por analogías casuales entre algunos sonidos, los teó- logos han creído generalmente ver allí el hebreo, los colonos españoles, el vascuence, los colonos ingleses ó franceses el gales, irlandés ó bajo- brcton. Hallé un día en las costas del Perú d un oficial de la marina es- pañola y un ballenero inglés, el prin)ero de los cuales pretendía haber oído hablar el vascuence en Tahitiyel otro galo-irlandes en Sandwich." Aunque hasta ahora no se liaya probado la existencia de correlación al- guna entre esas lenguas, no quiero sin embargo negar que los Véaseos y los pueblos de origen celta que vivían en el país de Gales y de Irían- da, dedicados desde antiguo á la pesca en las costas mas lejanas, hayan sido en la parle septentrional del Océano Atlántico los perpetuos rivales de los Escandinavos, ni que los Irlandeses se hayan adelantado á los Es- candinavos en la ocupación de las islas Feroer y la l^landia. Convenieníe seria que en estos tiempos, en que se hace crítica severa, sin que por es- to sea desdeñosa las antiguas investigaciones de Powel y de Ricardo Ilackluyt (Voyages and Navirjations, t. III, p. í), volvieran á perseguirse «•n el suelo mismo de Inglaterra y de Irlanda. ¿Es cierto que el atrevida viaje de Madoc fué alabado quince años antes del descubrimiento de Cj- lon en el poema del bardo gales Mereditho? No participo del espíritu cs- clusivo que ha dado con frecuencia al olvido las tradiciones populares. Tongo, por el contrario, la íntima convicción de que con un poco de aplicacio:i y de perseverancia se llegará un dia, por el descubrimiento — 432 — de hechos hasta aquí enteramente desconocidos, á resolver una multitud de problemas históricos que se refieren á los viajes marítimos realizados desde los primeros siglos de la edad media; á la singular semejanza que ofrecen las tradiciones religiosas, las divisiones del tiempo y las obras •de arte en la América y en el Asia oriental; á las emigraciones de las tribus mejicanas, y finalmente, á los centros primitivos de civilización que brillaron en Aztlan , en Quivira y en la Luisiana superior, y en las mesetas de Candinamarca y del Perú. Véase Examen critique, etc., t. H, p. 142-149. (34) Pág. 23G. — Mientras que de una parte se citaba la circunstancia . El método de compilación seguido por el célebre viajero dá á conocer también , cómo estando prisionero en Genova el 129o, pudo sin embargo dictar su libro á su compañero de cautiverio messier Rustigielo de Pisa, cual si siempre tuviese sus documentos á la mano. Véase Marsdcn, Trnvelft of Marro Polo, p. 33. (o4) Pág. 249. — Purchas, Pilgrinm, 3.^ parte, c. 28 y 56, p. 23 y 34; (oo) Pág. 2o0. — Navarrete, Viajes y descubrimientos , etc. , t. I, p. 2G1. Washington Irving , History of the Ufe and voyages o/ Christofer Colom-- hus, 1828, t. IV, p. 297. ('í6) Pág. 2'iO — Humboldt, Examen critique, t. í, p. »>3 y 215; t. II, • p. 3o0; Marsdeu, Travels of Marco Polo, p. lvii, ixx y lxxv. En vida de Colon aparecieron impresas la primera írailuccion alemana de Marco Polo, en^íuremberg, (das puch des edeln Ritters und landlfarers Marcho Polo, IÍ77), la primera traducción latina (1490), y las primeras traducciones italiana y portuguesa (1496 y I '¡02). (o7) Pág. 251. — Barros (dec. I, 1. 111, c. I, p. 190) dice cspresamente: "Bartholomeu Diaz , e os de sua companhia por causa ilos perigos é tor- mentas, que em o dobrar delle passáram Ihepuzeram no me Tormentoso. '» El mérito de haber doblado el primero el cabo de las Tempestades no pertenece, por consiguiente, á Vasco de Gama como generalmente se cree. Diaz estaba en la punta estrema del África por el mes de mayo de 18 Í7, casi al mismo tiempo que Pedro de Covilham y Alonso de Payva salian de Barcelona para su espclicion. Desde el mes de dicicm])re del mismo ano llevaba Diaz en persona á Portugal la nneva > sn imporlnnle- dcseubrimienlo. — 4:37 — (ü8; rá¿-. 251. — E! plaiibferio de Saiial'', «lue so lUiuia á sí mismo Ma- TÍuus Satuilo , diclas Turxellus de Yeueciis, rorma parle de la obra: Se- creta (¡de! ium Crucis, i.Mar¡¡)o predicó hdhilmeule una cruzada eu interés del comercio, queriendo destruir l;i prosperidad del Eg-ipto y dirigir todas las mercancías de la India por BaydadjBassora y Tauris (Tebriz). á Kaffa, áTana (Azow) y á las costas asiáticas del Mediterráneo. Contemporánei» y compatriota de Polo, cuyo MilionexM conoció Sanuto, se eleva agran- des miras en Política comercial. Es el Raynal de la Edad media sin la incredulidad de un cura filósofo del siglo XVIII.» Examen eriti(¡ue. etc., f. I, p. 231 y 333-848). El cabo í. ' (o\)) Pág-. 2o2. — Avron 6 acr (aur) es una palabra empleada rara vez en lugar de schemül , para espresar el Norte. La palabra árabe zoh- ron 6 zohr , de la cual pretende equivocadamenie Klaproth derivarla española sur, y la portuguesa sul , que son probablemente como la palabra sud depuro origen gorman ieo, no sirve propiamente para la de- sigacion de las comarcas : no espresa mas que el momento del dia Cjue el sol pasa por el meridiano. El Sud se llama dsrhenüb. Sobre el conoci- miento que desde muy antiguo tuvieron los Chinos de la dirección déla aguja imantada hacia el Sud , véanse las importantes investigaciones de Klaproth, en su carta á A. do Humboldt, sur la Invención de ¡a Boussole, 1834, p 41, 45, 50, 66, 7Í) y flO, y el escrito de Azuni de Niza, publica- do desde 1S05, Disfiertaíion sur ¡'Origine déla Boussole, p. 35 y 65-68. Na- varrete en su fíiscursc, histórico sobre los progresos del Arte de navegar cu España, 1802, p. 28, cita nn pasaje notable de las Leyes de Partida (1. II. íít. IX, ley 2S). que datan de mediados del siglo Xllí. «La aguja que guia al naveg-ante en medio do la oscuridad do la noche y le enseña en el bueno y mal tiempo á qué lado debo dirigir su curso es la intermediaria (medianera) i^ntre el imán (la piedra) y la estrella polar...» Vé-asc las ^iete Partidas del sabio rey D. Alonso el IX (Alfonso X scgiin los cálenlos or- dinarios). Madrid, 1829, t. I. p. 473. (60) Pág-. 253. — Cristiano Bartholomess . Jnrdano Bruno, 1847, t. 11, p. 181-187. (61) Pág. 253. — «Tenian los mareantes instrumento, caria , compás y aguja." (Salazar, Discurro solire los progresos de Ja Hidrografía en Eí^pma, ISOÍ), p. 7.) . (62) Pág. 253.— Co.smo.s, t. II, p. 166. <63) Pág. 25Í.— Acerca de Nicolás do Cusa (Nicolás de Cuss, propia- — 438 — mente de Cues del Mosela), véase mas arriba Cosmos, i. II, p, 106, y Cíe- mens, ueher Giordano Bruno und Nicolaus de Cusa, p. 97, en donde se en- cuentra citado un pasaje importante hallado hace solo tres años y escrita- del mismo INicolás de Cuss , sobre un triple movimiento de la tierra. Véase también Chasles, Apercu sur ¡'Origine des Méthodes en Geamcírie^. 1827, p. 529. (64) Pág, 254. — Navarrete, Bisertacion histórica sobre la parte que iuvie. ron los Españoles en las guerras de Ultramar ó de las Cruzadas^ 1816, p 100; y Ea:amen critique, etc., t. I, p. 274-277. Se atribuye al maestro de Regio- montano, Jorg-e de Peuerbach, una importante mejora en los medios de observación mediante el empleo de la plomada; pero hacia mucho tiem- po que esta especie de nivel se usaba entre los Árabes, como lo acredita la descripción de los instrumentos astronómicos compuesta en el siglo XII por Abul-Hassan-Ali. Véase Sedillot, Traite des Instruments astronomiques^ des Árabes, 183o, p. 379; 1841, p. 20o. (65) Pág. 254. — En todos los escritos sobre el arte de la navegacion- que he consultado , he visto reproducido el error de que la guindola no pudo aplicarse á la calcular la velocidad , antes de fines del siglo XV], ó principios del XVII. En la Enciclopedia británica , 7.^ edic. , 1882^ t. XIII, p. 416, se lee asimismo: «The aulhor ot the device for measuring^ the ship's way is not known and no menlion of it occurs till theyear 1607 in anast India voyage published by Parchas.» En todos los diccionarios que han precedido ó seguido (véase Gehlcr , t. VI, l831, p. íoO), esta fecha está indicada también como el límite mas remoto. Solo Navar- rete en su Disertación sobre los progresos det arte de navegar, 1802, hace subir hasta el ario lo77 el uso de la guindola en los buques ingleses. Véase Duflot do Mofras, Noiice biographique sur Mendoza et Navarre- te, 1845, p. 64. Mas tarde Navarrete dice en otra obra (Viajes y descubri- mientos, i. IV, 1837, p. 97): «En tiempo de Magallanes, no se media la» velocidad de un navio sino á ojo, hasta que la corredera fue inventada en el siglo XVí.v Por mas que la corredera sea un medio imperíecto,. abbsolutamente hablando, para medir la distancia recorrida por el buque, tuvo sin embargo tales consecuencias para el conocimiento de la ra- pidez y la dirección de las corrientes oceánicas, que he debido entre- garme sobre este asunto á profundas investigaciones, cuyos resultados contenidos en el lomo VI aun inédito de mi Examen critique de /' histoir& de la Geographie ct desprogrés de /' Astronomie nautique aux XV y XVI siécles^ traslado aquí. Los Romanos del tiempo de la República tenian en sus naves instrumentos para medir la senda recorrida , que consistían en ruedas de cuatro pies de altura , provistas de paletas, que se adaptaban al flanco esterior del buque , absolutamente como en muchos vapo- ~ 439 — res, y en las mecánicas que Blasco de Garay presento en lo43 al em- perador Carlos V para poner en movimiento los carros. Véase Arago^ Annuaire du Burean des longitudes, 1S29, p. 152. El antig^iio hodóme- tro de los Romanos (ratio á majoribus tradita, qua in rheda sedentes vel mari navig-antes scire possumus quot millia numero itineris fecerimus), ha sido descrito detalladamente por Vitrubio (1. X, c. 4) , en al cual no deberíamos reputar como contemporáneo de Augusto , en atención á las convincentes razones que se han hecho valer muy recientemente Schultz y Osann. El número de vueltas dadas por Jas ruedas esteriores qne se hunden en el mar, y el de las millas recorridas en un dia, estabart indicadas por tres ruedas dentadas, que eng-raban una en otra, y por la caída de pequeñas piedras redondas que salian de unacaja (locula?- mentum) que no tenia mas que una abertura. Esos hodómetros, que se- gún espresion de Vitrubio eran á la vez objeto de utilidad y de recreo, se usaron mucho en el Mediterráneo , cosa que no dice Vitrubio. En la biografía del emperador Pertinax Julio Capitolino (véase Historm Au- gustcB scriptores , c. 8, t. I, p. ooi. edic. de Leyde, 1671), se hace men- ción de una venta de bienes procedentes de la sucesión del emperador Cómodo , en la cual fué comprendido un coche de viaje provisto de un aparato semejante. Las ruedas daban al mismo tiempo la medida del camino recorrido y el número de horas que habia durado el viaje. He- ron de Alejandría , discípulo de Ctesibio, ha descrito en su obra sobre la dióptrica, que no se ha publicado todavía en griego, un hodómetro mu- cho mas perfeccionado , aplicable igualm ntc por la tierra y el mar. Véase Venturi, Comment. sopra la Sioria deWÜttica, Bolonia , 1814 , t. I,, p. 134-139. Nada encontramos en la literatura de la edad media que tenga relación con el asunto qne tratamos, hasta la época en que apare- cen gran número de obras técnicas subre la navegación , compuestas ó impresas á corta distancia unas de otras. A este número pertenecen: el Trattato di Navigazione , probablemente anterior al año 1500, por An- tonio Pigafetta ; otro en 1335 por Francisco Falero (hermano del as- trónomo Ruy Falero, que acompañó, según se dice, á Magallanes en su viaje de circunnavegación, y dejó un Regimiento para observar la longitud en el mar); el Arle de navegar (1345), por Pedro de Medina, sevillano; Bre- ve compendio de la Esfera de la arte denavegar (l5ol), por Martin Cortes, de Bujalaroz , y por último. Regimiento de^ navegación y hidrografía (1606)» por Andrés García de Céspedes. En todas estas obras, muchas de ellas hoy muy raras, como también en la Suma de Geografía publicada en 1519 por Martin Fernandez de Enciso , se reconoce que el espacio recorrida por los buques españoles y portugueses no se media directamente, sino que se apreciaba á ojo , según algunos principios numéricos. Léese en Medina (1. líl, c. 11 y 12): «Para conocer la velocidad de un buque según el espacio que recorre , el piloto debe marcar de hora en hora — 440 — en su libro, sirviéiidüse de ia ampóllela (reloj de arena), ladislancla que haya salvado el buque. Para esto debe saber que la mayor distan- cia que puede recorrer un barco en una hora es de cuatro millas, que s¡ el viento es flojo no puede salvar mas que tres, y alyunas veces solo dos." Céspedes {Regimiento, ele, p. 90 y lo6), llama como Medi- na á esle procedimiento aechar punto por fanlasia." Es necesario, como observa Enciso, que esta fantasía descanse en un conocimiiento exac- íodela fuerza del buque; pero g-eneralmente hablando, el que haya viajado mucho tiempo por mar habrá notado con admiración cuánto se aproxima, siempre que la mar no esté demasiado ag-itada, la evaluación á ojo al resultado que se obtiene de la corredera. Alerunos pilotos espa- ñoles llaman á este antig-uo método de apreciación , cuya falta de exacti- tud no se puede neg"ar, pero que sin embarg"o no merece ser tratado tan lig'eramente , «corredera de los holandeses, corredera de los perezosos." En el Diario de Cr¡sté)I)al Colon , se refieren frecuentes disputas con Alonso Pinzón sobre la distancia recorrida desde la salida de Palos. Las ampolletas de que usaba Colon , eran de media hora, de suerte que el es- {oacio de un dia y de una noche estaba dividido en 48 ampolletas. Se lee en el mismo í)/rírú} de Colon, tan lleno de observaciones importantes, con fecha de 22 de enero do 1Í93: «Andaba 8 miUaspor hora hasta pasadas 5 ampolletas , y 3 antes que comenzase la g-uardia, que era 8 ampolletas.»» Véase Navarrete. t. I. p. 143. La g-uíndola (corredera) no se nomltra ja- más. ¿Debe creerse que era conocida de Colon, (^ue se sirvió de ella, y aio quiso nombrarla como una cosa muy vulg^ar , así como Marco Polo no hace mención del té ni de la muralla de China? Tal suposición me parece inverosímil . aunque no sea por otra razón que la de que en los proyectos presentados en 1495 por el pilólo D. Jaime Fcrrer.para Ueg-ar á determinar la línea de demarcación papal , se trató de medirla distan- cia recorrida, á partir de un punto dado , y únicamente se apeló al juicio de veiüle marinos consumados (que apunten en su carta de 6 en 6 horas el camino que la nao fará según su juicio). Si hubiera estado en uso la corredera no hubiera dejado de decir Ferrer cuántas veces era preciso echarla. Encuentro mencionada la primera aplicación de la corredera en un pasaje del Diario de Viaje que llevaba Pigafelta durante la cir- cunnavegación de Magallanes, que durante mucho tiempo ha estado perdido con otros manuscritos en la biblioteca Ambrosiana de Milán. Léese en él, con fecha de enero de 1521 , cuando ya Magallanes había cintrado en el mar del Sud. «Secondo la misura quefacevamo del viagg-io colla catena á poppa, noi percorrevamo da 60 in70legheal giorno.» Véa- se Amoretti, Primo viaggioin torno al Globo terracqueo, ossia Navigatinne fal- ta dal Cavaliere Antonio Pigafctta sulla ag^iadra drl Cap. Magaglianes . \S00, p. 46. ¿Qué podiaser esta cadena atada á espaldas del buque, de que dice Pigafctta se sirvió durante todo el viaje, para medir la senda, si no es ~ 441 — iir. apáralo muy parecido á iiucsUa corredera? Verdad es que no se habla de la cadena arrollada y dividida en nudos, ni de la harquilla . ni me- nos aun de la ampolleta que marca los medios miuulos ; pero este silen- cio no tiene nada de estraño , admitiendo que se tratase de un objeto conocido de mr.clio tiempo. En la parle del Traiatto di Navigazione de P¡§"afetta, citado por Amorelti , no se hace nueva mención de la «ca- tena della poppa;" verdad es que este indicado trozo no escede de diez j)ág-inas. (6(i) Pág-. ilio. — Barros, da Asia,dcc. I, 1. IV, p. 320. (GT) Pás". 2o(¡. — Examen critique, etc.. t. 1, p. 3-0 y 291). (U8) Pág-. 2o7. — Véase Opus Episfolarum, Petry Martyris AnglerüMc- rUoIanensis, 1670, ep. CXXX y CLII: «.Pra LcCtitia prosiliisse te, vixque íi lacrymisprcc gaudio temperasse, quando littcras adspexisti meas, qui- bus de Antipodum Orbe, latentihactenus, te certiorem feci, mi suavissi- nie Pomponi, insinusti. Ex tuis ipselitteris collig-o, quid senseris Sensisti auteni, tantique rem fecisti, quanti virumsumma doctrina insignitum de- cuit. Quis namque cibus sublimibus pra-stare potest ing-eniis islo sua- vior? ¿quod condimentum gratius? A me fació conjecturam. Beari sentio spiritus meos, quando accitos alloquor prudentes aliquos ex liis qui ab ea redeunt provincia (Hispaniola Ínsula)." La espresion Cliristophorus quí- dam Colonus recuerda, no diré al tan conocido mscio quis Plutarchus de. Aulo-Gelio (Noeles Atficiv , 1. Xf, c. 16), sino al quodam Cornelio scribente, uirse á 3Iarin de Tiro, á Hiparco ó á Seleuco de Babilonia, ó si antes bien pue- de pertenecer con mas razón á Aristóteles (de Crelo, 1. II, c. 14j , véase una discusión detallada en mi Examen critique, t. I, p. 144, ifil y 829; í. II, p. 370-372. (80) Pág. 264. — Pablo Toscanelli era tan distinguido como astrónomo, que Regiomontano. maestro de Behem , le dedicó en 14G3 su ol)ra (íe ^Juadrahira Circuli , dirigida contra el cardenal Nicolás de Cusa. Cons- truyó el gran guomon de la iglesia de Santa María de Novella en Floren- ^3ia, y murió en 1482, á la edad de ochenta y cinco años, sin haber te- nido la alegría de ver descubierto el cabo de Buena Esperanza . por Diaz, m el de la parte tropical del Nuevo Continente por Colon. (SI) Pág. 264. — Como el antiguo continente cuenta próximamente 130 4;rados de longitud, desde la estremidad occidental de la península il>érica hasta las costas de la China, quedaban á Colon por recorrer próxima- mente 230 , suponiendo que quisiera ir hasta el Catay (la China), y me- nos si se proponía solamente llegará Cipango (elJapon). Este intervalo de 230 grados está calculado según la situación del cabo de San Vicente (long. IV 20' Oeste de Paris^' y la de las costas' de la China á la altura 'leí puerto de Quinsay, tan celebrado otras veces y nombrado con fre- cuencia por Colon y Toscanelli (lat. 30° 28' , long. 117" 47' Este de Pa- vis). Los otros nombres de Quinsay , en la provincia de Tsclielciang, son Kanfú, Hangtscheufu y Kingszu. El gran comercio del Asia oriental es- taba repartido en el siglo XIII entre Quinsay y Zaitun (Pingho óTscthung), que, situado en contraposición á la isla Formosa (Tungfan) estaba bajo ]os 25° 5' de latitud Norte. Véase Klaproth, Tahleaiix historiquesde l-Asie, p. 227. Zipango (Niphon) está menos distante del cabo de San Vicente que Quinsay, en 22° de longitud , ó sean solo cerca de 209" , en vez de 230° o3'. Es notable que , merced á compensaciones accidentales, ios datos mas antiguos, los de Eratóslenes y 'de Estrabon (1. I , p. -64), — 445 — se aproximan en 10° al resultado que hemos indicado mas arriba , es de- cir, 129'^ para la estension meridiana de lo que los antiguos llama- ban oiKovfiéyri. Estríibon diecespresamente, hablando déla existencia po- sible de dos grandes continentes habitables en el hemisferio del Norte,, que la tierra habitada forma, bajo el paralelo doThinse(ó de Atenas, véa- se Cosmos, t. lí, p. 185) mas de la tercera parte de toda la circunferencia terrestre. Marín de Tiro, engañado por la duración de la travesía de Myos- Hormos á las Indias, como también por las falsas ideas acerca del mar Caspio, cuyo eje se creía dirigido de Oeste á Este , y por la longitud del camino que conducía por tierra al país de los Seros , no daba al antiguo continente menos de 225° en vez de los 129, retirando así las costas de la China hasta las islas Sandwich. Colon prefiere naturalmente este resultado al de Tolomeo, según el cual Quinsay caiaen la parte orien- tal del archipiélago de las Carolinas. Tolomeo, en efecto, en el Almagesto^ (1. 11, c. 1.), coloca las costas de los Sinos á 180°, y en su Geografía (1. I, c. 12) á 1770 i.j. Como Colon evaluaba en 120° la travesía de la Iberia al país de los Sinos, y Toscanelli en 52° solamente, asi el uno co- mo el otro, rebajando 10° próximamente por la longitud del Mediterrá- neo, podían llamar «brevísimo camino" á una empresa que parecía tan aventurada. Martin Behem, en su Manzana dd Mundo, globo célebre que concluyó en 1492 , y que se conserva todavía en la casa de Behem en Nuremberga, coloca también las costas de la China, ó como él dice , el trono del rey de Mango , de Cambalú y de Catay en 100° solamente al Oeste de las Azores, ó mas bien, á los ll9° 40' al 0. del Cabo de San Vi- cente , atendiendo á que Behem estaba establecido hacia cuatro años en Fayal, y tomaba sin duda á esta ciudad por punto de partida. Colon probablemente conoció á Martin Behem en Lisboa , donde estuvieron juntos de 1480 á 1484. Véase Examen crüique, etc., t. II, p. 357-369. La numeración inexacta que se encuentra por doquier relativamente al descubrimiento de la América, y la ostensión presunta del Asia oriental,. me han inducido á comparar con exactitud las opiniones de la Edad media con las de la antigüedad clásica. (82) Pág. 265. — La parte mas oriental del Océano Pacífico fue atrave- sada la primera vez por hombres blancos embarcados en un bote, cuan- do Alonso Martin de Don Benito, que el 25 de setiembre de 1513 había abarcado el horizonte del mar con Vasco Nuñez de Balboa desde las al- turas de la Quarequa , bajó algunos días después al istmo ó golfo de San. Miguel, antes de que Balboa realizase la estraña ceremonia de la toma de posesión. Siete meses antes, en enero de 1513, hacia saber a su acom_ pañamiento que oía la voz de los indígenas del mar del Sud , y que este mar era de muy fácil navegación: «Mar muy mansa y que nunca anda, brava como la mar de nuestra banda (de las Antillas)." Según refiere- — 446 — Pig-afalta, Mag-allanes fué el primero que denominó Océano Pacifico á la mar del Sud de Balboa. Ya antes de la espedicion de Magallanes (10 de agosto de 1519), el gobierno español, que no carecía de prudencia ni de actividad, habia trasmitido en noviembre de 15)14 órdenes secretas á Pe- drarias Dávila, gobernador de la provincia de Castilla del Oro , situada en la estremidad Nor-oeste de la América del Sud, y al gran navegante Juan Diaz de Solís. El primero debia hacer construir cuatro caravelas en el golfo de San Miguel, para ir á esplorar el mar del Sud, recientemente descubierto; el segundo debia buscar, partiendo de la costa oriental de la América, una abertura (abertura de la tierra) á fin de ganar por de- trás (á espaldas) el nuevo país , es decir , llegar á las riberas de Castilla ■de Motezuma no había en parte alguna de la Europa casas de fieras y jar- dines botánicos comparables á los de Huaxtepec, de Chapoltepcc, de Izta- palapau y deTezcuco. Véase Prescott, Conquest of México, 1. 1, p. 178; t. II, ,p. 66 y 117-121; t. lll, p. 42. Sobre los osamentos fósiles encontrados hace machos siglos en los campos de los Gigantes , véase Garcilaso, I. ÍX, -c. 9; Acosta, 1. IV, c. 30, y Hernández, t. I, c. 32, p. 105, edic. de 1556. (90) Pág. 273. — Véanse las observaciones de Cristóbal Colon sobre el paso le la polar por el meridiano, en mi Rclation historique, etc., t. I, — 448 — p. 306; y Examen critique, t. III, p. 17-20, íí-51 y 36-61. Véase también Navarrete en el diario de viaje de Colon (16-30 setiembre de 1492), p. 9, 13y 2o4. (91) Pág-. 274.— Solii'e las sing-ulares diferencias que existen entre la í'bula de concesión á los Reyes Católicos de las Indias descubiertas y que se descubrieren," del 3 de mayo de 1493, y la «bula de Alejandro VI so. bre la partición del Océano,» de 4 de dichos mes y año, aclarada en la «bula de estension» de 23 de setiembre sig"uiente, véase Examen critique. t, III, p. 32-34 Muy diferente de esta línea de demarcación es la línea de separación fijada en la ^ capitulación de la partición del Mar Océano entre los Reyes Católicos y D. Juan, Rey de Portug-al,» del 7 de Junio de 1494, á 270 leg"uas (de 17 ^'^ al grado ecuatorial), al Oeste de las islas de Cabo Verde. V. de Navarrete, Viajes y descubrimientos, t. II, p. 28-33, 116-143 y 404; t. IV, p. 33 y 232. Esta última repartición , que produjo la venta de las Molucas á Portug-al por la suma cíe 330,000 ducados de oro, no tenia relación alg-una con las hipótesis mag^néticas ó meteoroló- gicas. Las líneas papales de demarcación merecen ser citadas exactamen- te , porque , como he dicho en el testo , han tenido una gran influencia sóbrelos esfuerzos intentados para perfeccionar la Astronomía náutica y los métodos de longitud. Hay que notar también que la Capitulación de 7 de Junio de 1494 suministró el primer ejemplo de la determinación exacta de un meridiano por medio de torres elevadas ó de signos graba- bados en las rocas. Se mandó «Que se haga alguna señal ó torre, '^ donde quiera que el meridiano, yendo de un polo á otro, atraviese una isla ó un continente en los dos hemisferios de Oeste y de Este. Enlos con- tinentes debia ser señalada la línea por una hilera de torres ó de signos colocados de distancia en distancia, lo que á decir verdad no hubiera sido pequeña empresa. (92) Pág. 273. — Me parece muy digno de notar que el primer escritor clásico que ha tratado del magnetismo, Guillermo Gilbert, en quien no puede suponerse el menor conocimiento de la literatura china, considera,, sin embargo, la brújala como una invención de los chinos, traída á Eu- ropa por Marco Polo. «Illa quidem pyxide nihil unquam humanis exco- gitatum artibus humano generi profuisse magis constat. Scientia nautic:c pyxidulse traducta videtur in Italiam per Paulum Venetum, qui circa an- nuní MCCLX apud Chinas artem pyxidis didicit,»» (GuiUelmi Gilberti Colcestrensis, de Magnete Physiologia nova. Lond. 1600, p. 4.) No puede sin embargo darse crédito alguno á la pretendida importación de la brú- jula por Marco Polo, cuyos viajes están comprendidos entre los años 1271 y 1293, y por consiguiente que volvía á Italia , cuando Guyot de Pro- vius en su poema de la Brújula había hablado ya de este instrumento — 449 — como de una cosa conocida desde larg-o tiempo, como Jaime de Vitry y el Dante. Antes de ios viajes de Marco Polo, desde mitad del siglo XIII, los Catalanes y los Vascongados se servían déla brújula marina. Véase Raimundo Luiioerisu tratado de Coiitemplatione, escrito en 1272. (93) Pag. 276.— Este testimonio acerca de los últimos momentos re Sebastian Cabot, se halla coasignado en un escrito de Biddle, compuesto con sana crítica, bajo el título de Memoir of Sel. Cabot, p. 222. «No se sabe exactamente, dice Biddle, ni el aiío en que murió ese gran navegan- te, ni el lugar de su sepultura; y sin embargo la Gran Bretaña le debe casi un continente entero; sin él quizás, lo mismo que sin Walter Ra- leigh, no hablarian la lengua inglesa millones de Americanos.?- Sobre los materiales que sirvieron para el mapa de las variaciones de Alonso de Santa Cruz, y sobre la brújula de variación cuya disposición permitía ya medir la altura del Sol, véase Navarrete, Noticia biográfica del cosmó- grafo Alonso ds Santa Cruz,]). 3-8. La primera brújula de variación fué construida por un hombre muy industrioso, Felipe Guillen, farmacéutico de Sevilla. Deseo tan ardiente era el de conocer de una manera exacta la dirección de las curvas de declinación magnética, que en l'JSíí. Juan Jaime hizo con francisco Gali, la travesía de Manila á Acapuleo , sin otro objeto que probar en el mar del Sud, el instrumento que acababa de inventar para este uso. Véase Essai politique sur la NouveUe Espagne,, t. IV, p. 110, (94) Pág. 276. — Acosta, Hist. natural de las Indias, 1. I, c. 17. Estas son las cuatro lineas sin declinación, que con motivo de los debates sos- tenidos entre Enrique Bond y Beckborrow, condujeron á Halley á la teo- ría de los cuatro polos magnéticos. (9o) Pág. 277.— Gilbert, de Magncfe Phisiologia nova, 1. V. e. 8. p, íQíf^ (96) Pág. 277. — En la zona glacial, y en la zona templada, esta cur- vatura de las bandas isotermas es ciertamente un hecho general entre las^ costas occidentales de la Europa y las costas orientales de la America del Norte; pero en los trópicos las bandas isotermas corren casi parale- lamente al Ecuador, Colon, en las conclusiones precipitadas á que se- vio conducido, no miró á la diferencia de elimas en la tierra y en el mar,, á la distinción de las costas orientales y de las costas occidentales, como- tampoco á la influencia de la latitud y de los vientos que soplan en el África. Véanse las notables consideraciones sobre los climas, reunidas- en la Vida del Almirante, c. 66. La precoz conjetura de Colon acerca do' la flexión de las bandas isotermas en el Occéano Atlántico era verdadera,, si se la limita á la zona fria y á la zona templada, es decir, si se escep- túan las regiones tropicales. TOMO II. 29 (97) Púg. 278. — Colon había observado ya este hecho. Véase Vida del Jilmirante, c. 5o; Examen critique, t. IV, p. 2o3, y Cosmos, t. I, p. 440. (9Sj Pág. 278. — El Almirante, dice Fernando Colon ( Vida del Almiran- te, c. 3S), atribula á la estensioii y al espesor de los bosques que cubrían la falda de las montañas , la abundancia de las lluvias refrescantes de que disfrutó todo el tiempo que costeó la Jamaica. Con esta ocasión, ob- serva en su Diario de viaje, «que otras veces las lluvias no eran me- nos abundantes en Madera, en las Canarias y en las Azores; pero que desde que se hablan cortado los árboles que proporcionaban sombra, las lluvias se hablan hecho mas raras en aquellas comarcas." No se ha pres- tado atención alg'una á esta advertencia durante tres siglos y medio. (99) Pág-. 278. — Cosmos, t. I, p. 316; Examen critique, cíe, t. IV, p,294: Asie céntrale, t. III, p. 235. La inscripción de Adulis, anterior cerca de J500 años á Anghiera, habla de las nieves de Abisinia, en las cuales se hunden los caminantes hasta las rodillas. Véase Ba-ckli y J. Franz, Cor^ ^us Inscriptionum grcecarum, t. lU,n.° 5127. (100) Pág\ 279. — Leonardo de Vinel dice acertadamente respecto á este :método: «Questoé il méthodo daosservarsi n'ellaricercadefenomeni del- ia natura." Véase Venturi, Essai surtes ouvrages physico-matematiques de Leo- nard de Vinci, 1797, p. 31: Amoretti, Memorie storiche su la vita di Leonardo da Vinci, Milano, 1804, p. 143 (en su edición del Trattafo della Pittura. t. XXXIII de los Clásicos Italianos); Whewell, Philosof the inductive Scien- ces, 1840, L II. p. 368-370; Brewster , Life ob Newíon, p 332. Los trabajos físicos de Leonardo de Vinci datan en su mayor parte de 1498. (101) Pág. 280. — 'Obsérvase en las mas antiguas relaciones délos Espa- cióles que se despertó repentinamente la atención de los marinos sobre los fenómenos naturales. Diego de Lepe , por ejemplo , como sabemos por un testimonio que aparece en el proceso del fiscal contra los herede- ros de Colon, reconoció en 1499, por medio de una vasija de válvula, que no se abria sino en el fondo del mar, que á una distancia conside- rable de la embocadura del Orinoco el agua del mar está recubierta por una capa de agua dulce de seis brazas de espesor. Véase Xavarrele, Viajes y descubrimientos, t. 111, p. .'J49. Colon sacó al Sud de la isla de Ca- %a,agua blanca como leche, «blanca como si se la hubiera echado hari- na» con objeto de traerla á España en botellas (Fida del Almirante, p. 56). Yo he estado en los mismos lugares determinando longitudes, y me ha -sorprendido que el anciano Almirante haya podido, con su esperiencia, mirar como un fenómeno nuevo el color blanco del agua del mar, tan frecuentemente enturbiada en los bajíos. Por lo que toca al Gulf-Strcam, — 451 — 'ó corriente de ag-ua calienlc, que debe] ser mirada como un feiiomcr>o considerable en el cuadro del Mundo, se habia tenido ya frecuente ocasión, aun antes del descubrimiento de la America , de observar sus diferentes efectos en las Canarias y en las Azores , ante el espectáculo del mar arrojando á las costas bambúes , troncos de pinos y cadáveres que por su fisonomía y por sus rasgos diferian enteramente de los Eu- ropeos , y viendo también arribar canoas llenas de estranjeros que se sentían arrastrados á su pesar «y nunca podian zozobrar.» Pero atribuíanse entonces esos efectos á la violencia de los huracanes que s'oplaban del Oeste , sin notar que el movimiento de las aguas era in- dependiente de la dirección de los vientos, y sin reconocer la flexión de la corriente pelágica hacia el Este y el Nordeste, es decir, la impulsión que lleva cada año los frutos de las Antillas sobre las costas de la Wan- da y de la Norueg-a. Véase Vida del Almirante, c, 8; Herrera, dec. I. I, 1. c. 2: 1. IX, c, i'i: la Memoria de sir Humphrey Gilbert, sobre la posibili- dad de un paso al Catay por el Nordeste, en Hakluyt, Navigatíons and Voyages, t. Til, p. 1i. y Examen critique etc. t. II, p. S-íT-'SoT; t. llf, ,p. 09 108. (2) Pág-, ^Sl.— Examen critique, t. III, p. 26, y 66-99. Cosmof;, i. I, p. 289-292. (3) Pág". 281. — Alonso de Ercilla ha imitado el pensamiento de Garci- laso en el pasaje de la A mwca/ia "Climas pase mude constelaciones.» Véa- se Cosmos, t. II, p. 371, nota 96. (4) Pág-. 282.— Petri Martyris , Oceánica, dec. I, 1. IX, p. 96; Examen rrit¿que,\.li),v. 221-317. (o) Pág-. 283. — Acosta, Historia natural de las Indias, 1. 1, c. 2; Rig-aud, Account ofHarriofsastron. jmpers, 1 833, p. 37. (6) Pág-. 283. — Pigafetta, Primo viaggio intorno al Globo, terracciueo, publ. da C. Amoretti, 1800, p. 46; Ramusio, t. 1, p. 3í5,c, PetriMarlyris 0:eanica, dec. III, 1. 1, p. 217. Según los acontecimientos que menciona Anghiera (dec. II, b. X, p. 294, y dec. III,^. X, p. 232), el pasaje de los Oceánica donde trata de las Nubes de Magallanes, debe haber sido escrito entre 1314 y 1316. Andrea Corsali (véase Ramusio, 1. 1, p: 177) describe también en una carta á Julián de Mediéis , el movimiento de traslación circular «de due nug-olette di ragio nevol g-randezza.» La estrella colo- cada entre la nubécula major y la nubécula mínor, cuyo dibujo ha dado Corsali, creo que es la 6 de la Hidra. Véase Examen critique, t. V, p. 234- ^38. Acerca de Pedro Teodoro de Emden y Hontmann, discípulo de Fia- — 452 — neso, véase también un ensayo histórico de Olbcrs, en el Schumacker'si Jahrbuch, 1S40, p. 2í9. (7) Pag. 2S3. — A^éanse las investig-acioncs de Delanibre y de Encke; las de Idcler, Ursprung der Sternnamcr. p. XLiX, 263 y 277. Véase tam- bién Examen critique, etc. t.IV,p. 319-324; t. V, p. 17-19,30-230-234. (8) Pág. 2S5.— Plinio, 1 II, c. 71; Ideler Sternnamen, p. 260 y 29o. (9) Pág-. 286. — He tratado de resolver en otra parte las dudas que han suscítalo en nuestros días respecto de las '¿qaattro slellas» algunos célebres comentadores del Dante, Para comprender bien todos los términos de la cuestión, es preciso comparar los versos ¿^Yo mi volsi, eic.,( Purgat,. canto I, V. 22-24) con los pasajes siguientes: Purgat. I, 37; VíII, 8o-93r XXIX, 121; XXX, 97; XXXI, 106, e Inferno XXVI, 117 y 127. El astró- nomo milanos de Cesaris veia en las tres facelies »di che '1 polo di qua; tutto quanto arde,»yquesc ponen cuando se levantan las cuatro estrellas de la Cruz, eran Canopo, Achernar y Fomalhaut. Yo he intentado escla- recer el problema por las consideraciones siguientes: "El misticismo filo- sófico y religioso que penetra y vivifica la inmensa composición del Dante, asigna á todos los objetos al lado de su existencia real ó material, una existencia ideal, viniendo á ser como dos mundos, de los cuales uno es re- flejo del otro. £1 grupo de las cuatro estrellas representa en el orden moral las virtudes cardinales: la Prudencia, la Justicia, la Fortaleza y la Templan- za; merecen por ello el nombre de luces santas, luci sanfe. Las tres estrellas^ ^quc iluminan el polo» representau las virtudes teologales: la Fé, la Es- peranza y la Caridad. Los primeros de esos seres nos revelan por sí mis- mos su doble naturaleza; cantando: «aquí somos ninfas, en el cielo estre- llas, noi sem qui ninfe, é nel ciel semostelle.En\a Tierra de la verdad el \}avai- so terrenal se hallan reunidas siete ninfas, .. In cerchio le facebandi se claustro le sette Ninfe,» que aparecen como la reunión de las virtudes- cardinales y teologales. Bajo estas formas místicas, los objetos reales del firmamento, se, arados unos de otros según las leyes eternas de la .Vefá/i/ca celeste, apeníis se reconocen. El mando ideal es una libre creación del alma^ el producto de la inspiración poética." Examen critique j t. IV, p. 324-332 (10) Pág. 286. — Acosta, 1. I , c. 5.; v. mi Relation historiqíie, etc., t. I, p. 209, Como las estrellas a y y de la Cruz del Sud tienen un movi- miento de ascensión directo casi uniforme , la Cruz parece vertical «uando pasa por el meridiano; pero los naturales olvidan con mucha fre- cuencia que este reloj celeste adelanta cada dia 3' .j6". Debo todos los cálculos referentes á la aparición de las estrellas australes en las latitudes del Norte, á las galantes comunicaciones del doctor Galle, primero que ha reconocido en el Cielo el planeta Leverrier. i<¡ue habéis sabido en ello mas que nunca se pen^ó que pudiera saber ninguno de los nacidos. Nos parece que seria bien que llevásedcs con vos un buen Estro- logo, y nos páresela que seria bueno para esto Fray Antonio de Marcheva. porque es un buen Estrolog^o y siempre nos pareció c¡ue se conformaba con iiuestr o parecer.» Acerca de este Marchena , que no es otro que Fray Juan Pérez, g-uardian del convento de la Ravida, donde en 1484 Colon se vio reducido á implorar de los frailes pan y ag-ua para su hijo , véase Navar- rete, t. lí, p. 110; t. III, p. 597 y 603; Muñoz. Historia del Nuevo Mundo, 1. IV. § 24. Colon, en una carta escrita desde la Jamaica el 7 de julio de 1503 á los Cristianísimos Monarcas, llama á las Efemérides astronómi- cas una «visión profética " Véase Navarrcte, 1. I . p. 306. El astrónomo portug-ués Ruy Falero, oriundo de Cubilla, tomó una parte considerable en los preparativos de la circunnaveg^acion de Mag"allanes, con el cual habia sido nombrado por Carlos V ^caballero de la Orden de Santiago" (1519); habia compiiosto para Mag-allanes un tratado especial sobro los determinaciones de longitud, del cual el g-ran historiador Barros poseía alg-unos capítulos manuscritos, el mismo probablemente que se imprimii» s de v^r. vcÍMtiocha años después de la muerte de Copérnico. (23) Pág. 298.— Celambre, Hist. deVAslron. mod., t. 1, p. 140. (24) Pág. 298. — .íNeque enim necessc cst eas !iypothesí>es esse veras^ imo ne virisimiles quidem, sed sufficit hoc uiuim, si calcalurn observa- tionibus congruentem exhibeant," dice Osiander en su introducción. Por otra parte, léese en Gasendo, (Vita Copernici, p. 319): «El obispo de Culni Tidesmann Gise, oriundo do Dantzik, que durante muchos años insistid — 462 — €011 Copérnico para que apresurase la publicación de su obra, obtuvo por fin el manuscrito, con el encarg-o de hacerlo imprimir en la forma que quisiera. Lo recomendó primero á Rhatico, profesor en Wittenberg-a, que se habia alejado de su maestro poco tiempo antes, después de una larga estancia enFrauenburgo.Rha'tico supuso que la publicación se haría en Nurcuberga en condiciones mas favorables , y confió á su vez el cui- dado de la impresión al profesor Schoner y á Andrés Osiander, que vivian en aquella ciudad. De los elogios tri bulados á la obra de Copernico al final de la Introducción , hubiera podido deducirse ya, aun sin el testimonio espreso de Gasscndo, que aquella Introducción era de una mano estraña. En el título de la primera edición (Xuremberga,1543), Osiander se vale de las siguientes espresiones, cuidadosamente evitadas en todo lo que ha escrito Copernico: «Motus stellarum novis insuper ac admirabilibus hypothesibus ornali,»» y añade esta exhortación un poco libre; «Igitur' studiose lector, eme, lege, fruere." En la segunda edición (Basilea, 1566), que he comparado escrupulosamente con la primera, no se habla nada sobre el título de las admirables hipótesis; pero la Prcefatiuncula de hypothe- sibus hujus oper/s, términos con que designa Gassendo la Introducción puesta por Osiander al libro, ha sido conservada. Resulta además cla- ramente de la dedicatoria á Paulo III, titulada por Osiander Proefatio authoris, que este editor, sin nombrarse ha querido sin embargo indicar que la Prcefatiuncula era de mano estraña. La primera edición solo tiene 196 páginas; la segunda tiene 213, á causa de la narratio prima, larga carta dirigida á Schoner por el astrónomo Jorge Joaquín Rheeti- co, que da por primera vez al mundo sabio un conocimiento exacto del sistema de Copernico, carta impresa en Basilea, por la diligencia del ma- temático Gassaro, el año lo41. Rhsetico habia dimitido su cátedra de Wittenberga en lo39 para ir á Frauenburgo á escuchar las lecciones de Copernico. Véase Gassendo, p. 310-319. Gassendo esplica las res- tricciones, á que llevaron á O.siander sus tímidos escrúpulos. «Andreas porro Osiander fuit, qui non modo operarum inspector fuit, sed prjefa- liunculam quoque ad lectorem (tácito licet nomine) de Hypothesibus operís adhibuit. Ejus in ea consiliura fuit, ut, tametsi Copernicus Motuní Terra habuisset, non solum pro Hypothesi, sed pro vero etíam plácito; jpse tamen ad rem, ob illos qui hinc offenderentur, leniendam, excusa- íum eum faceret, quasi talem Motum non pro dogmate, sed pro Hipholhesi mera assumpsisset." (2o} Pág. 300. — Quis enim in hoc pulcherrimo templo lampadem hanc in alio vel mcliori loco poneret, quam unde totum simul possit iluminare? Si quidcm non inepte quídam lucernam mundi,alii mentem,alii rectorem vocant.]Trismegistus visibileni Deum, Sophoclis Electra intuentem omnia. Ita prefecto tanqnam in solio regali sol residens circumagentera guber- — 463 — «at aslrorum faniiliam: telliis quoqiie miiiime fraudatiir liinari ministerio, sed ut Arislúlelcs de animalibus ait, maximamLuna cum térra cognalio- ncm Iiabet. Concipit inlerea á Solé torra et impregnatur annuo j>arfii. lüvenimus igitur sub hac ordinatioiie admirandam mundi synimelriam íic certum liarmouiíe iiexum motus et inag-iiitudinis orbiiini, qualis alio modo rcperiri non polest. (Xicol. Copernicus, de Revolutionibus orhium roelcstium, 1. I, c. 10, p. 9b) En este pasaje, que no carece de g-racia y de elevación poética, se observan, como en todos los astrónomos del si- ^•lo X»V1I, las señales de un larg'o comercio con la antigüedad clásica. Copérnico conocía los pasajes sig-uientcs: Cicerón, Somnium Scrpionis, €. í; PJinio, 1. 11, c. 3, y Mercurio Trismeg-isto,l. V (p. 195 y 201, edic. de Cracovia, 1586;. La alusión á la Electra de Sófocles, es oscura; porque no es en esta obra donde se llama al Sol ¡ (28) Pág. 200. — Cosmos, 1. 1, p. 109 y 378. Véase Letronne, des Opinions cosmographique des Peres de V Eglíse, en la Revue de Deux-Mondes, 1834, t. I, p. 621. (29) Pag. 301. — Los pasajes de que puede obtenerse alguna conse- cuencia de la antigüedad, respecto á la atracción, á la pesantez y ala cai- da de los cuerpos, han sido recogidos con mucho cuidado y sagacidad por T.-H Martin, Eludes sur le Timée de Plafón, 1841, t. II, p. 272-280 y 341. (30) Pág 301.— Juan Philopon, deCreatione Mundi, 1. I, c. 12. (31) Pág. 301.— Mas tarde abandonó la opinión verdadera. Véase Brewster. Martyrs o f Science, 1846, p 211. En cuanto al hecho de que hay en el Sol, centro del sistema planetario, una fuerza que gobierna los movimientos de los planetas, y que esta fuerza disminuye ya directa- mente á medida que la lejanía aumenta, ya sigue el cuadrado de las dis- tancias, está espresado ya por Keplero en su Harmonias Mundi, conclui- da en 1618. (3?) Pág. 301.— Cosmos, t. I, p. 28 y 49. (33) Pág. 301 —Cosmos, t. II, p. 105 y 172. Los pasajes de la obra de- Copérnico, respecto de los sistemas del mundo anteriores á Hiparco- están esparcidos fuera de la dedicatoria: 1, 1, c. 5 y 10; 1. V, c. 1 y 3 (p. 3, b, 7 b, 8 h, 133 b, 141, 179 y 181 b, edic. princ.) Copérnico demues- tra especial predilección por los pitagóricos y un conocimiento exacto de sus doctrinas, ó para espresarme con mas circunspección, de las ideas atribuidas álos mas antiguos de entre ellos. Conocia, por ejemplo, como — 465 — lo acredita el priucipio de la dedicatoria, la caria de Lysis á líiparco, en la que se revela la afición que la anlig-ua escuela itálica tenia por el miste- rio, y el cuidado que ponia en ocultar sus opiniones á lodos los que no eran sus amig-os, que fué en un principio el proyecto de Copérnico. La -edad de Lysis es bastante incierta: unas veces se le cita como discípulo inmediato de Pitág-oras, otras y esto es lo mas verosímil, como maestro de Epaminondas. Véase BoE^ckh. Philolans, p. 8-lo. La carta de Lysis á Hiparco, antiguo pitagórico que habiadivulgado los secretos de la Asocia- ción, ha sido como muchos escritos del mismo género, escrita posterior- mente por un falsario. Copérnico tomó sin duda conocimiento de ella en la colección de Alde-Manucio, Epistolc(í diversorum Philosophoru7n , Roma. 1494, ó en una traducción latina del cardenal Bessarion (Venecia, 1516). El decreto célebre de la «Congreg'azione de 11' Índice" de o de marzo do 1616, que lanza el entredicho contra el libro de Copérnico, de Revolutíc- nibus, designa el nuevo sistema en los términos siguientes: «Falsa il'a «loctrina Pythag-o rica Divinse Scripturre omino adversans.»» El pasaje importante acerca de Aristarco de Sanios, de que he hablado en el testo, iorma parte del Arenarius (p. 449 de la edic. de Arfjuimedes, publicada en Paris en 1615 por David Piivaltus.) La primera edición del mismo autor apareció en Basilea en 1544, en la imprenta de J. Hervagio. Se dice espresamente en el Arenarius que «Aristarco ha contradicho á los fi- lósofos que se representan la Tierra como inmóvil en medio del Mundu afirmando que el Sol ocupa el punto central y está inmóvil como las de • mas estrellas, mientras la tierra g-ira á su alrededor." Aristarco es citado -tíos veces en la obra de Copérnico (69 b. y 79), sin decir nada C|ue se refiera á su sistema. Ideler se preg^unta si Copérnico conoció el tratado de Nicolás de Cusa de docta Ignorantia. Véase el Museum der Alterthums wissenschaft, publicado por Wolf y Buttmann, t. II, 1808, p. 452. La pri- mera edición del de docta Ignorantia es ciertamente de 1514; y las pala- bras: «jam nobis manifestum est terram in veritate moveris" hubiesen debido, en labios de un cardenal platónico, hacer alg-una impresión en el canónigo de Frauemburgo. Véase Whewell, Pliüosopluj of the inductive Sciences, t. II, p. 343. Pero un fragmento de mano de Cusa, recientemente •encontrado por Clemens en 1843, en la biblioteca del hospital de Cues, prueba claramente, como el capitulo 28 del tratado de Venaíione sapientios, que Cusa se representaba la Tierra, no girando alrededor del Sol, sino girando con él, aunque mas lentamente, alrededor del polo del Mundo incesantemente variable. Véase Clemens, Giordano Bruno und Nical. von Cusa, 181", p. 97-100. (34) Pág. 302. — Véase sobre este asunto una profunda discusión €n Th. H. Martin, Etudes sur le Timée, t. II, p. 111. {Cosmogmphie des Egip- tiens), y p. 129-133 {Aníecedenís du Systeme de Copernic.) La opinión de este TOMO U 30 — 466 — sabio filólogo, de que el verdalero sistema de Pitág-oras diferia del de Fi- lolao y representaba á la Tierra como inmóvil en medio del Mundo, no- me parece muy convincente (V. t, II, p. 103 y 107), Permítaseme espli- carme mas claramente, sobre la afirmación singular de Gass:ndo acerca de la pretendida semejanza entre el sistema de Apolonio dePerga y el de Tico-Brahe, de que ya he dicho algo en el testo. Gassendo se espresa asi. en sus biografías: Magnam imprimís rationem habuit Copernicus duarum. opinionum affinium, quarum unam Martiano Capellse, alteram ApoUonio Pergaeo atribuit. Apollonins Solem delegit, circa quem, utcentrum, non modo Mercurius et Venus, verum etiam Mars, Júpiter, Saturnussuas obi- rent periodos, dum Sol interim uti et Luna, circa terram, ut circa cen- trum, quod foret Afñxarum mundique cenlrum, moverentur; quaedein- ceps quoque Tychonis propemo dum fait. Rationem auteni magnam ha- rum opinionum Copernicus habuit, quod utraque eximie Mercurii ac Veneris circuitiones repreesentaret, eximieque causam retrogradation, di— rectionum, stationum in iis apparentium exprimeret et postecior (Pergsei)^ quoque in tribus Planetis superioribus prsestaret.» Mi amigo el astrónomo Galle, con cuya opinión he querido ilustrarme, no encuentra nada, como- yo, que justifique esta afirmación tan categórica de Gassendo. «Los pasa- jes, me escribe, que me habéis señalado en el Almagesto, al principio del libro XII y en la obra de Copérnico, 1. V. c. 3, p. 141 a; c. 35, p. na a y b; c, 36, p. 181 b, no tienen otro objeto que esplicar las estacionea-y, retrogradaciones de los planetas; de donde puede deducirse que Apalo— nio admitía el movimiento de los planetas alrededor del Sol. Por lo que respecta á la fuente de donde tomara Copérnico sus conjeturas sobre Apo- lonio, es cosa que no puede determinarse. Asi que la suposición de un sistema de Apolonio de Perga análogo al de Tico, parece solo descansar en una autoridad de fecha reciente, aunque, á decir verdad, no encuentro- ni en Copérnico ni en otros, una esposicion clara de este sistema , ni aun. citas hechas según testos mas antiguos. Si el libro XII del Almagesto es la. única fuente según la cual se han atribuido a Apolonio todas las niiras. de Tico, es verosímil que Gassendo haya ido muy lejos en sus conjeturas,, y que haya obrado en esta ocasión como con las fases de Mercurio y de Venus, de que ha hablado Copárnico (1. 1, c. 10, p. 7 b. y 8 a.), sin po- nerlas exactamente en relación con su sistema. Asi también es posible que Apolonio haya tratado matemáticamente de las retrogradaciones de-, los planetas en la suposición de un movimiento descrito por ellos alrede- dor del Sol, sin haber añadido nada general ni determinado acerca de la verdad de esta suposición. Por lo demás, la diferencia entre el sistema de Apolonio, tal como lo describe Gassendo, y el de Tico, consistiría en eL solo punto de que el de Tico esplica también las desigualdades en los mo- vimientos. La observación de Roberto Small de que la idea que sirve d&- l¡3^se á U docírina de Tico no fué extraña á Copérnico, sino que le sir- — 467 — vio de transición para lleg'ar á su propio sistema, tne parece furidada.» (35) Pág-. 303.— Schubert, Astronomie, Leparte, p. 124. Whcwel ha dado en su Philosophy of tlie inductive sciences , t. II, p. 282, un cuadro completo y muy bien ordenado de todos los aspectos bajo los cuales los astrónomos han considerado la estructura del Mundo, desde los primeros tiempos de la humanidad hasta el sistema de g-ravitacion de Newton. (36) Pág. 303. — Platón se muestra en el Phédro, discípulo de Filolao; pero en el Timéo, por el contrario, se manifiesta convertido al sistema de la inmovilidad de la Tierra en el centro del Mundo, sistema que se ha desig- nado mas tarde con los nombres de Hiparco y de Tolomeo. Véase Bceckh, de Platónico syUemaíe ccelestium glohorum et de vera Índole astronomüe Philo- lai quce, p. xxvi-xxxii ; Philolaos, p. 104-108; y véase Fríes, Geschichfe der philosophie, t. I, p. 325-347; H. Martin , Eludes sur le Timée, t. If, p* 64-92. La especie de sueño astronómico bajo el eual se oculta la estruc- tura del Mundo al final de la República, nos recuerda el sistema de las esferas entrelazadas de los planetas y la armonía do los tonos considera- dos como las voces de las sirenas que siguen en su movimiento cada una de las esferas. Véase sobre el descubrimiento del verdadero sistema del Mundo, la bella obra de Apelt, Epochen der Geschichte der Menschhñf , t. I^ 1845, p. 205-305, y 379-445. (37) Pág. 303. — Keplero, Harmonices Mundi lihri quinqué, 1C19, p. 189, El 8 de marzo de 1618, se ocurrió á Keplero después de muchas tentativas inútiles la idea de comparar los cuadrados délos tiempos durante los cua- les realizan los planetas su revolución, con los cubos de las distancias me- dias; pero se engañó en sus cálculos y desechó esta idea. El 15 de mayo de 1618 volvió a la tarea, y su cálculo llegó á ser exacto : la tercera ley de- Keplero estaba hallada. Este descubrimiento y los que á él se reñeren caen precisamente en la época deplorable en que este grande hombre, espuesto desde sus mas tiernos años á los mas rudos golpes de la suerte, trabaja durante seis años en salvar del suplicio y de la hoguera a su madre sep- tuagenaria, acusada de envenenamiento y sortilegio. Las sospechas esta- ban robustecidas por las circunstancias de que la desgraciada mujer tenia por acusador á su propio hijo el alfarero Cristóbal Keplero, y la de haber- sido educada en casa de una tia suya, que había sido quemada en Weil como hechicera. Véase respecto de este asunto un escrito del Barón de- Breitschwert, poco conocido fuera de Alemania, aunque muy interesante y compuesto según manuscritos recientemente descubiertos; Johann Kep- plefs Lehen und Wirken, 1831, p. 12 , 97-147 y 196. Según esta obra, Ke- plero, que firma Keppler cuando escribe en alemán, no habia nacido, como se cree vulgarmente, el 21 de diciembre de 1571 , en la ciudad imperial de Weil, sino en un lugar do Wurlemberg llamado Magstatf, el 27 de diciem- — 468 — t>rc de 1571. En cuanto á Copérnico , no so sabe si nació el 19 de enero de 1472, ó el 19 de febrero de 1473, como dice Msestlin, ó seg-un Czyns- ki, el 12 de febrero del mismo año. La fecha del nacimiento de Colon ha oscilado muclio tiempo en un intervalo de 19 años. Ramusio la co- loca en 1430; Bernaldez, amigo de Colon, en 1Í36; y por último, el célebre historiador Muñoz en 144G. (38) Pág. 304. — Plutarco, de Placüis Philosoph, 1. II, c. 14; Aristóte- les, Meteoro!., 1. XI, c. 8; de Ccelo, 1, ÍI, c. 8. Acerca de la teoría de las «sferas en g-eneral, y en particular sobre las esferas resistentes de Aris- tóteles, véase la lección de Ideler sobre Eudoxas, 1828, p. 49-60, y la ¿análisis que ha publicado Letronne en el Journal des Savants, dicicmltre de 1S40, febrero y setiembre de 1841. (39) Pág-. 30o. — Miras mas exactas sobre el movimiento de los cuer- pos, y sobre la carencia de toda relación entre la dirección una vez dada al eje ile la Tierra por una parte, y de la otra la rotación y la re- volución del Globo, desembarazaron también al sistema de Copérnico de ta hipótesis de un movimiento de declinación ó del pretendido tercer iTiOvimicnto de la Tierra. Véase de Revolut. orhium ccclest , 1. I, c. II. El paralelismo del eje se conserva en la revolución anual alrededor del Sol. isegun la ley de inercia, sin que sea necesario un epiciclo para restable- cerlo . (40) Púg-. 30G.— Delambre, Hist. de V Astronomie ancienne , t. lí, p. 3S1. (41) Pág-. 307. — Véase el juicio de sir David Brewster en los Martyrs ^fSciencie, 1846, p. 179-182, y Wilde, Geschichte der Optik . 183S, 1.^ par- te , p. 182-210. Si la ley de la refracción de los rayos pertenece á un pro- fesor de Leyde, Willebrord Snellio, que la dejó sepultada entre sus pape- les, Descartes tuvo lag-loria de estcnderla liajo una forma trig-onométri- «ca. Véase Brewster, en la North-Britüh Remeto, t. VII , p. 207; Wilde, €esch. der Optik, 1.^ parte, p. 227. (42) Pág\ 307. — 'Véanse dos escclentes disertaciones sobre la invención 4el telescopio, la una del profesor Molí , de Utrech, en el Journal of tlie Royal Institution, 1831, t. I, p. 319; la otra de Wilde, Geschichte dei^ Optil;, 1838, l.^ parte, p. 138-172. La obra de Molí, escrita en holandés, tiene f>0f título: Geschiedkundig Onderzcock naar de eerste Uitfinders der Vernkykers, ■ uil&eAaate keningcnvanwyleden Hoogl. vanSioindenzamengestcld doorG. Molí ;^Amsterdam, 1831). Olbers ha insertado un estrado de esta interesante Memoria en el Schumacher'' s Jahrbuch, 1813, p. 06-60. Los instrumentos de «üptica entreg-ados por Jansen al príncipe Moritz de Nassau y al gran «iuque Alberto (este ultimo regaló el suyo a Cornelio Drcbbel), eran, — 469 — como resulta de la carta del enviado Boreel , que en su infancia había frecuentado la casa del fabricante de anteojos Jansen , y vio mas tarde los instrumentos eu su tienda, microscopios de diez y ocho pulg-adas de longitud, por medio de los cuales los objetos pequeños agrandaban de una manera sorprendente cuando se los miraba de alto á abajo. La con- fusión del microscopio con el telescopio arroja cierta oscuridad en la inven- ción de estos dos instrumentos. La carta de Boreel que acabamos de citar hace inverosímil, á pesar de la autoridad de Tiraboschi, la opinión que atribuye á Galileo la invención del microscopio compuesto. Véase acerca de esta difícil historia de las invenciones ópticas. Vincenzio Antinori, en los Saggi di Naturali Esperienze falte nelV Academia del Cimento, 1841, p. 22-26. Huyg-ens, que nació veinticinco años después de la época gene- ralmente asignada al descubrimiento del telescopio, no se atrevía á pronunciarse sobre el nombre del primer inventor (Véase Opera re~ Jiqua, 1728, t. II, p. 125). Según las investigaciones hechas en los archivos por Sivenden y Molí, Lippershey, no era el único que poseía telescopios construidos por él mismo el 2 de octubre de 1608. El en- viado francés , presidente Jeannin, escribía el 28 de diciembre a SuUy «que estaba para tratar con el fabricante de anteojos de Middleburgo res- pecto de un telescopio destinado al rey Enrique IV.» Simón Mario (Mayer de Gunzenhausen), que tuvo también su parte en el descubri- miento de los satélites de Júpiter, cuenta que, en Francfort del Mein, en el otoño del año 1608, un Belga ofreció un telescopio á su amigo Fuchs de Beinbach, consejero privado del margrave de Ansbach. Fabricábanse telescopios en Londres por el mes de Febrero de 1610, por consiguiente, un año después de haber acabado el suyo Galileo. Véase Rigaud, On //a/Tiors papers, 1833 , p. 23 , 26 y 46. Esos instrumentos se llamaron en un principio cilindros. Porta, el inventor de la cámara obscura, ha ha- blado como lo habían hecho antes de el Fracastor , contemporáneo de Colon, Copérnico y Cardano , déla posibilidad de agrandar y acercar los objetos con ayuda de cristales convexos ó cóncavos, colocados unos sobre otros: «Dúo specíUa ocularia alterum alteri superposita;» pero el descubrimiento del telescopio no puede serles atribuido. Véase Tirabos- chi, 5íorm rfc/k leííer. ital., i. XI, p. 467; Wílde, Geschichte der Optik, 1.^ parte, p. 121. Los anteojos eran conocidos de Harlem desde el prínci- cipio del siglo XVÍ, y una inscripción sepulcral del templo de María Maggiore, en Florencia, designa como inventor de esos instrumentos (in- ventore degli occhiali) á Salvino degli Armati. fallecido en 1317. Tam- bién se tienen algunos datos que parecen ciertos acerca del empleo de los anteojos por los viejos en los años 130o y 1299. Los pasajes de Rogerio Racon tratan de la fuerza anipliñcante de los segmentos tallados en globos de cristal. Véase Wílde, Gesch '{der Optik, 1.^ parte, pág. 93-96. (43) Pág. 308. — Parece que , según la descripción hecha por Fuchs de — 470 — Beiabach de los efectos de un telescopio holandés, el médico y matemá- tico Simón alario, de quien se ha hablado antes, lleg-ó también á cons- truir uno por sí mismo. Respecto de la primera observación por Galileo de las montañas de la Luna, véase Nelli , Vita di Galilei, t. I, p, 200-20G ; Galileo , Opere, 17Í4, t. II, p. 60, 403; y Letlera al Padre Cri- sfoforo Grienberger , in materia delle Montuosita della Luna, p. 409-424, Galileo observó alg-unos paisajes de forma circular y rodeados por todas partes de montañas, semejantes á los paisajes de la Bohemia: « Eundem facit aspectum Lunse locus quidam, ac feceret in terris reg-io consimilis Boemise, si montibus altissimis, inque peripheriam perfecti circuli dispo- sitisoccludereturundique (t. II, p. 8) " Las montañas fueron medidas se- g^un el método trigonométrico. Galileo calculó la distancia délos vértices al borde luminoso en el momento en que estos vértices se velan heridos por los rayos solares, como lo hizo mas tarde Hevelio. No encuentro observación alguna sobre la longitud de las sombras proyectadas por las montañas. Galileo observó que la altura de las montañas de la Luna es próximamente de «qualro mig-lias," y que estaban mucho mas altas que las montañas de la Tierra. Esta comparación es notable, puesto que Riccioli habia estendido en esta época ideas muy exag'eradas acerca de la elevación de nuestras cimas montañosas, y que una de las que fue- ron mas nombradas lueg"o, el pico de Tenerife, fue medido por primera vez con alg-una exactitud por Feuilléc en 1724. Galileo creia también en la existencia de muchos mares y de una atmósfera en la Luna; opi- nión, por lo demás, que fue la de todos los observadores hasta fines del sig"lo XVIII. (44) Pág-. 309. — Hallo de nuevo ocasión de citar aquí el principio fijado por Arag-o: «No hay mas que una manera racional y exacta de es- cribir la historia de las ciencias, y es la de apoyarse esclusivamente en publicaciones de fecha cierta; fuera de esto, todo esconfusion y oscuridad.» Astronomie populaire, t. II p. 109; OEuvres completes, t. III, p. 272; t. XII, p. 6. El sing-ular retraso dado á la publicación del Calendario franconiano ó de la Prácíica (1612), y á la del uMundus jovialis, anuo 1619 detectus ope perspicilli Belgici,^^ que no apareció hasta febrero de 1614, podia segura- mente dar lugar á la sospecha de que Mario hubiese tomado mucho del Nuncius sidereus de Galileo, cuya dedicatoria es del mes de marzo de 1610, ó de que se hubiese aprovechado cuando menos de comunicaciones epis- tolares. Galileo, que no habia olvidado el proceso intentado con motivo del círculo proporcional contra Baltasar Capra, uno de los discípulos de Mario, llama á este ultimo: «usurpatore del sistema del Giove," y objeta también al astrónomo protestante de Gunzcnhauzcn, que su observación anterior descansa en una confusión del calendario: «Tace 11 M rio di far cauto il leltore, como essendo egli separato della Chiessa nostra, ne aven- — 471 — ■^0 a ccllato l'cmLMiíiatione grcg"oriana, il g-iunio 7 di gennaio del 1610 di noi catlolici (día en que descubrió los satélites, Galilco), c l'istesso, chcí il di 28 di deeenibre del 1609 di loro eretici, e questa e tutta la preceden- za delle sue finte osservationi." Véase Veuturi, Memorie ó Lettcre di Gali- leo Galilei, 1818, 1.^ parte, p. 279, y Delambre, Hisl. del'Astron. moderne, -(. I. p. 696. Galileo, en una carta que escribió en 1614 á la Accademiadei Lincei espresaba el deseo poco filusófico de producir su queja contra Ma- rio ante el marqués de Brandeburg-o.Sin embargo, generalmente Galileo da pruebas de benevolencia á los astrónomos alemanes. Escribia en el mes de marzo de 1611. ««Gling-egni singolari, che in gran numero fioris- cono nell'Allemagna, mi hanno lungo tempo tenuto in desiderio di veder- la." (Opere, t. lí, p. 4.3). Siempre me ha estrañado que Keplero, que, en un Diálogo con Mario es citado como apadrinador de las denomina- ciones mitológicas de lo y de Calisto, no haga mención alguna de su ■coiiipatriota Mario, ni en su Comentario publicado en Praga en abril <\q. 1610, al uNwicim sidéreas nuper ad mortales a Galiloeo missus,» ni en las cartas que escribió á Galilco y al emperador Rodolfo en el Otoño del mismo año; y que por todas partes hable del glorioso descubrimien- to de los Sidera Medicea, hecho por Galileo. Con motivo de los descubri- mientos que el mismo Keplero hizo sobre estos satélites del 4 al 9 de se- tiembre de 1610, publicó en Francfort en 1511, un folleto titulado uKe- pleri narratio de observatis a se quator Jovis satellitibus erronibus quos Gali- leus Matliematicus Florentinus jure inventionis Medicea Sidera nuncupavit. En una carta de Praga que escribió á Galileo el 2S de octubre de 1610 ter- minó con estas palabras: MNeminem habes quem metuas oemulum." Véase Venturi, Memorie é Lettere, etc., l.^ parte, p. 100, 117, 144 y 149. Eaga- ñado el barón de Zach, por un examen poco detenido de los manuscritos preciosos conservados en Petworth, en la tierra de lord Egremont , afir- ma que el celebre astrónomo Thomas Harriot, que viajó por la Virginia, había descubierto los satélites de Júpiter al mismo tiempo que Galileo y quizás antes que él. \]x\ estudio mas detenido de los manuscritos de Harriot hecho por Rigaud , ha demostrado que aquel astrónomo co- menzó sus observaciones no el 16 de enero , sino el 17 de octubre de 1610, nueve meses después que Galileo y Mario. Véase Zach, Corresp. astron., t. VII, p. 103: Rigaud, Account of Harriot's astron. papers, Oxford, 1833, p. 37; Brewsler, Martyrs ofSciencie, 1845, p. 32. Hasta ha- ce dos años no se ha tenido conocimiento de las primeras observaciones originales hechas por Galileo y su discípulo Renieri en los satélites de Júpiter. (4S) Pág. 309. — Hubiera debido decir setenta y tres años; porque la ánterdiccion lanzada contra el sistema de Copérnico por la Congregación ■del índice, es del 5 de marzo de 1616. ^ 412 — (46) Pág. 310. — El conde de Brcitschvvert, Kepl€r''s Uhcn, p. 3o. (47) Pág. 310. — Sir John Horschel, Traite d' Astronomic , § W6, p. 35^. de la traducción de Cournot, 2.^ edic, 1836. (Í8) P.%. 310. — Galilei, Opere, t. II, (Longiíudine per via de Pianeti Me- diceij, p. 435-506; Nelli, Vita di Galilei, t. IJ, p. 656-638; Venturi, Memorie é Lettere di G. Galilei, 1.^ parte, p. 177. Desde 1612, dos años apenas des- pués del descubrimiento de los satélites de Júpiter, Galileo se vanaglo- riaba, quizás alg-o prematuramente, de haber determinado las tablas de esos satélites con un minuto á lo mas de diferencia. Una larga correspon- dencia diplomática se entabló en 1616 con los enviados españoles, y en 1636 con los de la Holanda. Los telescopios, se dccia, aumentan los ob- jetos hasta cuarenta y cincuenta veces. Con el fin de encontrar mas fá- cilmente los satélites, á pesar de las oscilaciones de los buques, y de rete- nerlos con mas seguridad, asi alo menos secreia, en el campo del anteojo,. Galileo inventó en 1617 el telescopio binocular, que se atribuye ordina- riamente al capuchino Schyrleus de Rheita,muy versado en la Óptica, y que intentaba la construcción de telescopios capaces de aumentar hasta cuatro mil veces los objetos. Véase Nclli, Vita, t. II, p- 663. Galileo hizo esperimentos con su binóculo, que llama también celatone ó testiera, en el puerto de Liorna, con un viento violento que imprimía fuertes sacudi- das al buque. Mandó construir también en el arsenal de Pisa un vasto aparato, por medio de la cual, sentado el observador sobre una especie de barca que flotaba libremente dentro de otra barca llena de agua y aceite, estaba .al abrigo de todos los movimientos bruscos. Véase Lettera al Pie- chenadel^ de marzo de 1617, en Nelli, t. I, p. 281, y Galilei, Opere, i. II, p. 473. Letlera á Lorenzo Realio del o giugno 1637. El pasaje en que Galileo hace resaltar las ventojas de su método de observaciones marítimas, so- bre el método de las distancias lunares de Morin, es de una lectura muy curiosa. Véase Opere, t. II, p. 434. (49) Pág. 311. — Véase Arago, Astronomie populaire, t. II, p. 106-113. Brewster (Marhjrs of Sciencie, p. 36 y 39j, coloca la primera observación de Galileo en el mes de octubre ó de noviembre de 1610. V. Nclli, Vita di Galilei, t. I, p. 324-384; Galilei, Opere, t. I, p. LIX; t. II, p. 83-200; 1. IV, p. 33. Sobre las observaciones de Harriot, véase Rigaud, p. 32 y 38. Se ha censurado al jesuíta Scheiner, que fué llamado desde Gratz á Roma, el haber insinuado al papa Urbano VIH, por medio del jesuita Grnssi, y con el ñn de vengarse de sus cuestiones con Galileo respecto al descubrimiento de las manchas del Sol, que Su Santidad figuraba en los. célebres "Dtaloghi delle Scienze nuove p. 482- Í87. (56) Pág-. 315. — Sir David Brevvster dice muy bien en su obra titulada: Ácconntof Kepler's Method of investigaíing Gruth: «The influence of imag-i- nation as an instrument of research has been much ocrlooked by those-. whohave venturedtogive lawtto philosophy. This faculty is of g-reated valué en physical inquiries. 11 we use it as a guide and conlide in its in» dications; it will infallibly deceive uss: but if we employ it as an auxilia- ry, it will afford us the mosl invaluable aid." {Martyrs of Science, p. 215). (87) Pag. 316. — Arago, Astronomie populairc , t. I, p. 520-522. (58) Pág. 316. — Véanse las ideas de sir John Herschel sobre la situa- ción de nuestro sistema planetario, en el Cosmos, 1. 1, p. 135 y 38i, y véase Struve, Eludes d' Astronomie stellaire, 1847, p. 4. — 474 — (o9) .Pág-. 316. — Léese en Apelt, Epochen der Geschichte der Menschheif^ t. I, 1845, p. 223: "La notable ley de las distancias planetarias que lleva ordinariamente el nombre de Bode (ó de Ticio) es un descubrimiento de Kcplero, el cual, después de muchos años de esperiencia la dedujo de las observaciones de TicoBrahe. »» Véase Harmonices Mundi libriquinqucy c, 3; Cournot, en sus adiciones al Tratao de Astronomía de sir John Hérs- «hel, 1836, § 434, p. 328, y Fries, Vorlesungen ueber die Sternkunde, 1813, p. 32o, Los pasag-es de Platón, de Plinio , de Censorino y de Aquiles Tacio en sus Proleg-ómeiios sobre Arato , han sido recogidos cuidadosa- mente por Yñes Geschichte der Philosophie, t. 1,1837, p. 146-130. Véase también Th. H. Martin, Eludes sur le Timée de Platón t. II, p. 38, y Brati dis, Geschichte der griechischrcemichen Philosophie, 2.^ parte, sect. 1.*, 1844, p. 364. (60) Pág-. 317. — Delambre. Histoire de V Astronomie moderne, t. I, p. 360. (61) Pág-. 317. — Arag-o, Astronomie populaire, t. IV, p. 462-466, Cos- mos, 1. 1, p. 83. (62) Pág. 318.— Véase Cosmos, t.I, p. 123-128 y 381. (63) Pág. 319. — Astronomie populaire, t. I, p. 386-426. Reconociéronse también como variables en el siglo XVII, s demás de Mira Ceti (Hol- warda, 1638), a de la Hydra (Montanari 1672), € de Perseo ó de Algol y X del Cisne (Kirch, 1686). Acerca de lo que Galileo llama nebulosas, véanse sus Opere, t. II, p. lo, y Nelli, Vita di Galilei, t. II, p. 208. Huy- §ens designa manifiestamente en su Systema Saturninum la nebulosa que ■existe en la Espada de Orion, cuando habla en general de las nebulosas: «Cui certe símile aliud nusquam apud eliquas fixas potui animadvertere. IVam cetcrfe nebulosse olim existimatae atque ipsa via láctea, perspicillis inspectae, nullas nébulas habere comperiuntur, ñeque aliud esse quam plu- rium stcllarum congeries et frecuentia.»» Resulta de este pasage que la ne- bulosa de Andrómeda, no habia sido observada atentamente por Huy- §ens, como tampoco por Galileo. (64) Pág. 321 . — Acerca de la ley descubierta por Brewster de la rela- ción que existe entre el ángulo de polarización y el Índice de refracción, véase Philosophical Transactions of the Royal Society, for ihe year 1815 p. 125-159. (65) Pág. 321.— Véase Cosmos, t. 1, p. 34 y 355. (66j Pág. 321. — Véase Brewster, en Berghaus y Johnson, Phisieal At- las, 1847, 7.'* parte, p. 5 (Polarization of the Atmosphere), — 475 — (67) Pág-, 32i. — Sobre Giimaldi y sobre la tentativa de Hooke para «splicar la polarización de las burbnjas de jabón por la interferencia de los rayos luminosos, véase Arago en el Ánnuaire de 1831, p. 164. Brews- ter, the Ufe of sir Isaac Newton, p. 53. (68) Pág-. 322. — Brewster, Life of Newton, p. 17. Háse adoptado el íiño 166o como época del descubrimiento del «method of fluxions,» que seg-un la declaración oficial hecha el 2i de abril de 1712 por la comisión úe la Sociedad real de Londres, es «one and the same with the differential method, excepting- the ñame and mode of notation.» Sobre todas las fases de la lucha que Newton sostuvo abiertamente contra Leibnitz respecto de la prioridad de este descubrimiento, y en la cual no podemos ver sin asombro mezcladas las sospechas contra la lealtad del inventor de la gra- vitación, véase Brewster, p. 189-218. De la Chambre, en su Traite de la Lumiere (París, 1657), é Isaac Vossio, que mas tarde fué canónigo en Windsor, en un notable escrito titulado: De Lucís natura et proprietate (Amsterdam 1662) cuyo conocimiento en París debo á Arag-o, afirman ya que la luz blanca contiene todos los colores. Puede verse el juicio de Brandes sobre esta obra de Isaac Vossio, en la nueva edición del Physika- lisches Wo'-terbuch de Gehler, t. IV, 1827, p. 43, y una análisis detallada del mismo escrito, en Wilde Geschidite der Optik, 1.^ parte, 1838, p. 223, 228 y 317. Isaac Vossio mira, sin embarg-o, como base de todos los colores el azufre que según él se encuentra mezclado con todos los cuerpos, (c. 25, p. 60). Léese en Vossio, Responsum ab objéisa Joh, de Bruyn, pro- fessoris Trajectini et Peíris Petiti 1663, p. 69. «Nec lumen ullum estabsque calore, nec calor uUus absque umine. Lux, sonus, anima (!), odor, vis mag-netica, quamvis incorpórea, sunt tamen aliquid. Véase de Lucir natu- ra, c. 13,p.29. (69) Pág. 322.— Cosmos, t. I, p. 394.: t. lí, p. 419, nota 92. (70) Pág. 323. — Por esto menos se esplica la injusticia que demostró ha- cia Gilbert Bacon de Verulamio , cuyas ideas estensas y metódicas no acompañaban desgraciadamente sino conocimientos muy medianos , aun para su tiempo, en Matemáticas y en Física. «Bacon, showed is inferior aptitude for physical research in rejecting the Copernican doctrine, which William Gilbert adopted." (Whewell , Philos. ofthe inductive Sciences, t. II» página 378). (71) Pág. 323.— Cosmos, t. I , pág. 168 y 401-402 , notas 61 y 62. (72) Pág. 324. Las primeras observaciones de este género fueron he- chas en 1590 sobre la torre de San Agustín de Mantua. Grimaldi y Gas- e-ívdo conocían ya ejemplos análogos , ocurridos todos bajo latitudes en — 476 — • ;uc la inclinación de la aguja imantada es muy considerable. En cuanto a lasprimeras medidas de la intensidad magnética por la oscilación de una aguja, véase Hamboldt, Relation historique, t. I, p. 260-26Í , y CosmoHy. t. 1, p. 399-401, nota o9. (73) Pág 326.— Cosmo.9, t. I, p. 402-404, nota GG. (74) Pág. 326.— Cosmos, t. 1, pág. 164. (7o) Pág. 327. — Acerca de los termómetros mas antiguos, véase Nelli, Vittaé commercio letterario di Galilei (Lausana, 1793), t. I, p. 68-94; Ofero di Gatilei (Padua, 1744) t. I, p. LV ; L[hYÍ,Histoiredes Scienjesmaíhém. en Jtalie, t IV, 1841, p. 185-197. Con respecto á las primeras observacio- nes comparadas acerca de la temperatura, pueden consultarse las cartas de Gianfrancesco Sagredo, y de Benedetto Castelli (1613, 1613 y 1633). en Venturi, Memorie e lettere inedite di Galilei, Leparte, 1818, p. 20. (76) Pág. 327. — A^incenzio Antinori, en los Saggi di Naturali Espe- rienze faite neW Academia del Cimento, 1841, p. 30-44. (77) Pág. 327. — Acerca de la determinación de la escala del termóme- tro de la Academia del Cimento , y sobre las observaciones meteorológi- cas continuadas durante diez y seis años por el P. Rainieri, discípulo de (ialileo , véase Libri , en los Annales de Chimie et de Physique, i. XL\, 1830, p. 331, y un trabajo análogo compuesto posteriormente por Schou> Tahleau du climat et de la vegetation de l'Itatie, 1839, p. 09-106. (78) Pág, 328. — Antinori, en los Saggi dell A cadem. del Cimento, \Hil^ p. 114, y en el apéndice colocado al fin del tomo , p. LXXYÍ. (79) Pág. 329.— Antinori. Saggi, etc. p. 29. (80) Pág. 329.— Ren. Cartesu, Epistohe, Amstel, 1682, 3.''' parte, ep. 67. (81) Pág. 329.— Bacoíi's Works hy Shaw, 1733, í. 11!, p. 441. Cos- mos, t. I, p. 299 y 442, nota 88. (82) Pág. 329.— iíoofct¿'orAs, Postumousworhs, p. 364. Véase mi Relation Ustorigue, t. í, p. 199. — Hooke admite, desgraciadamente, como Galileo, una diferencia de velocidad entre la rotación de la tierra y la de la at- mósfera. Véase Posthum worJis, p. 88 y 363. (83) Pág. 330. — Aunque en la esplicacion que da Galileo délos vien- tos alisios, habla de las partes de la atmósfera que resisten al movi- miento del globo , sus ideas en este punto no deben ser confundidas, co- — 477 — mo ha sucedido recientemente , con las de Hooke y de Hadley. Galileo hace decir á Salviali en sa Diálog-o IV (Opere, t. IV, p. 311) «Dicevarno pLir'ora che l'aria, come corpo tenue, ct fluido, c non saldamente con- ^iiuito alia térra pareva que non avessc ncccssilá d'obbedire al suo moto, «e non in cuanto l'asprezza della superíicie terrestre nerapisce, e eco por- ta una parte a se contig-ua , che di non molto intervallo sopravanza le mag'g"iori altezze delle montagne: la cual porzion d'aria tanto meno do- vrá esser renitente alia conversión terrestre, quanto che alia e ripiena di vapori, fumi ed esalazioni, niaterie tutle participanti delle qualilá ter- reno; e per conzeg-uenza atte nata per lor natura (?) ai medesimi movi- inenti. Ma dové mancassero le cause del moto , cioé dove la superficie del globo avesse g-randi sparii piani, é meno vi fusse de la mistione de i xapori terreni , quivi cesserebe in parte la causa, per lacuale l'aria am- biente dovesse totalmente obbedirc al rapimento della conversión ter- restre ; si che in tali luogni , mentre che la térra si la térra si volge "verso Oriente, si dovrebbe sentir continuamente un vento , checiferissc, «pirando da Levante verso Ponente: e tale spiramento dovrebbe farsipiu -sensibile. dove la verligine del g'lobo fusse piú velocc : il che sarcbbe ne i luoghi piú remoti da i Poli, e vicini al cherchio massimo della diurna conversione. L'esperienza applaude molto a questo filosófico discorso, poi- €hé no g-li ampi mari soltó posti alia zona tórrida, dove anco l'evapora- zioni terrestri mancano (?), si senté nna perpetua aura muove da «Oriente..." (8í) Pág-. 330. — Brewstcr, en el Edinburgh Journal of Science, t. 11, i82o, p. l4o. Sturm ha descrito el termómetro diferencial en un librito titula- do Co/Zejmm experiméntale curiosum. Nurom1>crga, 167 G,p. i9. Pueden verse con todos los detalles necesarios la ley de rotación de los vien- tos que Dove el primero, ha estendido á las dos zonas, investigando sus relaciones con las causas generales de todas las corrientes aéreas, en la disertación de Muncke Gehlers'x Pliysika!. Wnrterbuclu última edición: L X. p. 2003-20 líl y 2030-203';. !,8:j) Pág-. 330. — Antinori, p. íí), y en los Saggi, p. 17-19. (86) Pág-. 331.— A'enturi, Essai sur fes nuvrages physico maíhemathiqucs de Leonard de Vine i, , 17í)7,p. 28. (87) Pág-. li'M.—BibliothcqueuniüerseUe de Gcnéve , t. XXVll, 182í, página 120. (8S) Pá^. 331.— Gilbert, de Magnete,\. II, c. 2-4, p. ítí-7l. Dando ia espücacion de la nomenclatura de que hace uso Gilbert, dice ya: uElecfrico — 478 — quae altrahit eadem ratione ut electrum ; versorium non mag-neticum ex quovis metallo, insorviens electricis experimentis.» En el mismo testo se lee (pág-. 52): «Magnetice, ut ita dicam,-vel electrice attrahcre (vim iilam electricam nobis placet appelare...); effluvia eléctrica , attractiones elee- tricae.» Gilbert no emplea la espresion abstracta eledricitas , ni la palabra bárbara magnetismus , que no se encuentra sino en el siglo xviii. Acerca de la etimología de la palabra ríKstpov , derivada de tk^n tXxnv, como indica ya Platón en el Timéo (p. 80, c), pasando probablemente por la forma mas dura t^Krpov (Véase Buttm ann, Mythologus , t. II, 1839, p. 357). Entre los principios fijados por Gilbert, y que no siempre están expresa- dos con igual claridad, he escogido los siguientes: «Cum dúo sint Corpo- rum genera quse manifestis sensibus nostris motionibus corpora allicere- videntur. Eléctrica et Magnética ; Eléctrica naturalibus ab humore efflu- viis; Magnética formalibus efficientiis, seu potius primariisvigoribus, in- citationes faciunt. Fa cile est hominibus ingenio acutis absque esperimen- tis et usu rerum labi et errare. Substantieeproprietatesaut familiaritate& sunt generales nimis, nec tamen verri designeetae causae, atque, utita di- cam, verba quaedam sonant, re ipsa nihil in specie ostendunt. Ñeque ita succini credita attractio a singular! aliqua proprietate substantise aut fa- miliaritate assurgit: cum in pluribus alus corporibus eundem effectum majori industria invenimus et omnia etiam corpora cujus modicumque proprietatis, ab ómnibus illis alliciuntur.» (DeMagnete, p. 50, 51, 60 y 65.) Los trabajos mas preciosos de Gilbert parecen ser de los años 159ft y 1600. Whewell le concede con razón un lugar distinguido en lo que llama «practical Reformers» de las ciencias positivas. Gilbert era médica de la reina Isabel y de Jacobo I, murió en 1603. Después de su muerte- apareció su segunda obra: de Mundo nostro suhlunari Philosophia nova. (89) Pág. 333.— Brewster, Life o f Newton, p. 307. (90) Pág. 336. — Rey no habla, á decir verdad, mas que del contacto del aire con los óxidos: no ha reconocido que los óxidos mismos (lo que entonces se llamaba cal metálica) no son otra cosa que una combinación de metal y de aire. El aire , según él, hace la cal metálica mas pesada, lo- mismo que la arena adquiere mas peso cuando está empapada en agua; la cal metálica en este caso se satura de aire: «El aire espesado se fija á la cal ; el peso aumenta desde el princ ipio hasta el fin; pero cuando toda ella está recubierta, no podria ya recibir mayor cantidad; no con- tinuad la calcinación entonces porque perderíais vuestro trabajo.» Se ve que la obra de Rey es el primer paso hacia la esplicacion verdadera de un fenómeno, cuyo conocimiento ha producido mas tarde una reforma, completa en la química. Véase Kopp, Geschichte der Chimie., 3.^ parte, p- 131. Véasela misma obra. Leparte, p. 119-138 y 175-195. — 479 — (91) Pág-. 337. — Las últimas quejas de Priestley sobre los plag-ios pre- tendidos de Lavoisier, están consignadas en su opúsculo: the Doctrine o, Philogislon established, 1800, p. 43. » (92) Pág. 338. — John Herschel, Discourse ou the study of natural philo- sophy, p. 116. (93) Pág-. 338. — Humboldt, Essai geognostique sur le gisement des roches- dans les deux hemispheres , 1823, p. 38. (94) Pág. 339.— Steno, de Solido intra solidum naturaliter contento, 1669^ p. 2, 17,28, 63 y 69 (fig. 20-25). (95) Pág-. 339. — Venturi, Essai sur les ouvrages physico-mathematiques, de Leonard de Vencí, 1797, § o, núm. 124. (96) Pág. 340. — Agnstin Scilla , la Vana Speculazione disingannata da, scnso, Ñapóles, 1670, tab. XII, fig. 1. V. una memoria de Juan Muller, leída en la Academia real de Ciencias de Berlín en los meses de abril y de junio de 1847 bajo el título: Bericht ueber die von Herrn Koch in Alabama gesammelten fossilene Knochenreste sines Hydrarchus (el Basilosauro de Har- ían, 1835; el Zenglodon de Owen, 1839; el Squalodon de Grateloup, 1840; el Dorudon de Gibbes, 1845). Los restos preciosos de este animal antídi-» luviano, recogidos en el estado de Alabama, no lejos de Clarksville (con- dado de Washington), han llegado á ser, gracias á la magnificencia del rey de Prusia, propiedad del Museo zoológico de Beriin. Fuera de la Ala- bama y de la Carolina del Sud hánse encontrado en Europa restos d& Hydrarco, en Leognan, cerca de Burdeos, en los alrededores de Linz so- bre el Danubio, y en 1670 en Malta. (97) Pág. 340.— Martin Lister, en hs Philos. Transad., i. iV, 1671,. p. 2283. (98) Pág. 340. — Véase una luminosa esposicion de los primeros pro- gresos de la ciencia paleontológica, en Whewcll, History ofthe inductivo Sciences, 1837, t. III, p. 507-545. (99) Pág. 341. — Leihnizens Geschichtliche Aufsatze und Gedichte, publica- dos por Pertz, 1847 (t. IV de las Obras históricas). Respecto del primer bosquejo de la Protegea, y sobre las modificaciones que recibió esta obra, véase Tellkamt, Jahresbericht der Burgerschule zu Hamwver, 1847, p. 1-32. (100) Pag. 342.— Cosmos, t. I, p. 150. (1) Pág. 343. — DelaLrnbve, Histoirc del' Ástronomiemoderne, t. II, p. 60K — 480 — (2) Pá^. Wd.— Cosmos, t. I, p. 149. Dclambre ha esclarecido primera- mente en su Hist.de I' Astron. mod., t. I, p. LII, y t, II, p. íJoS, la lucha fie prioridad, á que dio lugar el descubrimiento del aplanamiento ter- restre, con motivo de una Memoria leída en 1669 por Huygens en la Academia de Ciencias de París. La vuelta de Richer á Europa es segu- ramente anterior al año 1678; pero su obra no se imprimió hasta 1679; sin embarg'o, como Huygens abandonó á París en 1682, escribió el Addi- tameníum á su MemoviSL, leído en 1669 é impreso mucho maa tarde , te- niendo á la vista los resultados de las observaciones de Richer acerca del péndulo, y la gran obra deNcwlon. Phüosophice Naturalis principa mathr- ■ m ática. . (3) Pág-. 343. — Bessel, en el Juhrbach de Schumacher para 1843, p. 32 (4) Pág-. 344. — Guillermo de líumholál, gesammelte Verhe, t. I, p. 11. FIN DEL TOMO SEGUNDO. índice DE LAS MATERIAS CONTENIDAS EN ESTE TOMO Reflejo del Mundo esterior en la imaginación del hombre. — Medios propios para difundir el estudio de la Naturaleza ó Capítulo primero. — Literatura descriptiva. — Del senlimienlo de la Naturaleza según la diferencia de las razas y de los tiempos. . 7 IL — Influencia de la pintura de paisaje en el estudio de la Naturale- za.— Del arte del dibujo aplicado á la ñsonomía de las plantas. — Formas variadas de los veg^etales en las diferentes latitudes. . 7Ü IIL — De las colecciones de veg-etales en los jardines y en las estu- fas.— Cultivo délas plantas tropicales. — 'Fisonomía característi- ca de estas plantas. — Efecto del contraste producido por la aproxi- mación de las formas veg-etales 90 Segunda parte DU — Ensayo histórico sobre el desarrollo prog-resivo de la idea del universo 101 I. — Cuenca del mar Mediterráneo.— El mar Mediterráneo considera- do como punto de partida de las relaciones que han producido el sucesivo engrandecimiento de la idea del Cosmos. — Lazo que liga este movimiento con la primitiva cultura de los helenos.— . Ensayos de naveg-acion lejana hacia el Nordeste (espedicion de los arg-onautas), hacia el Sud (viaje á Ofir), y hacia el Oeste (des- cubrimiento de Coloso de Samos) lio II.— Espedicion de Alejandro Magno al Asia. — Nuevas relaciones entre las diversas partes del mundo. — Fusión del Oriente y del Occidente. — Mezcla de los pueblos desde elNilohastael Eufrates, el laxarte y el Indo , bajo la influencia del principio helénico. — Súbito engrandecimiento de la idea del Cosmos 147 lll. — Escuela de Alejandro. — Engrandecimiento de la idea del mun- TílMO 11. ol — 482 — do en tiempo de los Tolomeos. —Museo de Serapio. — Carácter en- ciclopédico déla ciencia Alejandrina. — Grado mas alto de gene- ralidad en las nociones adquiridas sobre los espacios del cielo y de la tierra 163 IV.— Período de la dominación romana.— Influencia de una vasta reunión de Estados en los prog-resos déla idea del mundo. — El conocimiento de la Tierra facilitado por las relaciones comercia- les.— Estrabon y Tolomeo. — Principio de la óptica matemática y de la química. =Ensayo de una descripción del Mundo por Pli- nio.— El Cristianismo engendra y desarrolla el sentimiento de la unidad de la raza humana 175 V. — Período déla dominación árabe.— Invasión de los árabes.— Cultura intelectual de esta parte de la raza semítica. — Influencia de un elemento estraño en el desarrollo de la civilización euro- pea.— Carácter nacional de los árabes y propensión á familiari- zarse con las fuerzas de la Naturaleza. — Estudio de la Química y de las sustancias medicinales. — Progreso *de la Geografía física en el interior de los Continentes, de la Astronomía y de las ciencias matemáticas , 199 VI. — Desarrollo de la idea del Cosmos en los siglos XV y XVI. — Época de los descubrimientos en el Océano. — Acontecimientos que los determinaron. — Descubrimiento del hemisferio occiden- tal.— Colon, Sebastian Cabot y Gama. — La América y el Océano Pacífico.— Cabrillo, Sebastian Vizcaíno, Mendaña y Quirós. — Ri- cos materiales puestos á disposición de las naciones occidentales de la Europa. , 227 VIL — Influencia del progreso de las ciencias en el desarrollo de la idea del Cosmos durante los siglos XVII y XVIll. — Grandes des- cubrimientos en los espacios celestes con el auxilio del telesco- pio.— Época brillante de la astronomía y de las matemáticas, desde Galileo y Képlero hasta Newton y Leibnitz. — -Leyes del movi- miento de los planetas , y teoría de la gravitación universal. — Física y Química 294 VllT. — Resumen. — ^Ojeada retrospectiva sobre la serie dolos perío- dos recorridos. — ^Influoncia de los acontecimientos esteriores en el desarrollo de la idea del Cosmos. — Diversidad y encadenamiento de los esfuerzos científicos en los tiempos modernos. — La historia de las ciencias físicas se confunde paulalinamente con la historia del Cosmos 343 Notas de la primera parl(^ 353 Notas de la segunda par[(» , 380 FIN DEL índice DEL TOMO SEGUNDO. 7. Q 158.H861xv2 3 9358 00220108 2 milM0i ^^^1 Vf ^ Q158 H861x V.2 Hamboldt» Alexandert freiherr von » 1769-1859. Cosmos : ensayo de una descripción f isica del mundo / Alejandro De Humboldt* Vertido al castellano por Bernardo Giner y José De Fuentes* Madrid : Roig, 1874-75. 4 V. ; 22 cn^ 220108 MBNU NEDDxc Q158.H861xv2 i»_k:p/l 3 9358 00220108 2 1*7^^-1 ;»«^ ^ *r .'♦•4^ A^ vA^. <#" •f ií'ipí^: